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NÚÑEZ CABEZA DE VACA
(ALVAR)
NAUFRAGIOS Y
COMENTARIOS
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Alvar Núñez Cabeza de Vaca
NAUFRAGIOS Y COMENTARIOS
VIAJES CLASICOS
EDITADOS POR CALPE
SPEKE (J. H.), Diario del descubrimiento de las fuentes del
Nilo. — Tomos I y II, con grabados y cartas.
BOUGAINVILLE (L. A.). Viaje alrededor del mundo. —
Tomos I y II, con láminas y cartas.
BERNIER (F.). Viaje al Gran Mogol, Indostán y Cachemira.—
Tomos I y II, con grabados, láminas y cartas.
LA CONDAMINE (C. de), Viaje a la América meridional.—
Un volumen, con una lámina y un mapa.
MATTHEWS (J.), Viaje a Sierra Leona— Un volumen, con
un mapa.
DARWIN (C. R.), Viaje de un naturalista alrededor del
mundo. — Tomos I y II, con numeroso» grabados y dos cartas.
COOK (James), Primer viaje alrededor del mundo del tenien-
te ... — Tomos I, II y III, con grabados, láminas y cartas.
COLÓN (Cristóbal), Viajes. — Un volumen, con una carta.
COOK (James), Viaje hacia el Polo Sur y alrededor del
mundo. — Tomos I, II y III, con grabados, láminas y mapas.
NÚÑEZ CABEZA DE VACA (Alvaro), Naufragios y co-
mentarios. — Un tomo, con dos cartas.
EN PRENSA
ROSS (J.), Narración de un segundo viaje en busca del
paso del Noroeste. — Dos tomos.
CLAPPERTON, Viaje al África central.— Dos tomos.
HERNÁN CORTÉS, Cartas de relación sobre la conquista
de Méjico. — Un volumen.
MUNGO PARK, Descubrimiento del río Níger.— Dos tomos.
Papel fabricado expresamente por La Papelera Española.
ALVAR NUNEZ CABEZA DE VACA
NAUFRAGIOS
Y
COMENTARIOS
Con dos cartas.
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MADRID
CAL P E
^1^6
H^A"^"^
ES PROPIEDAD
COPYRIGHT BY CALPE, MADRID, 1922
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Gráficas Reunidas, S. A. — Madrid.
TABLA DE LOS CAPÍTULOS
Capítulos. Páginas,
NAUFRAGIOS DE ALVAR NUNEZ CABEZA DE VACA
Y RELACIÓN DE LA JORNADA QUE HIZO A LA FLO-
RIDA CON EL ADELANTADO PANFILO DE NARVÁEZ
I En que cuenta cuándo partió el armada y los
oficiales y gente que en ella iba 1
II. . Cómo el g-obernador vino al puerto de Xagua y
trujo consig-o a un piloto 5
V\ Cómo lleg-amos a la Florida 7 '
IV Cómo entramos por la tierra 9 /
V Cómo dejó los navios el gobernador \^ "^
VI Cómo llegamos a Apalache ^^ X
x.-^II De la manera que es la tierra 21 ^
VIII Cómo partimos de ^ute 27 v>^
IX Cómo partimos de bahía de Caballos 31 "^
'«««•X De la refriega que nos dieron los indios 35 ?
XI De lo que acaesció a Lope de Oviedo con unos ^,
indios 41
¿_. 'XII Cómo los indios nos trujeron de comer 43
XIII Cómo supimos de otros cristianos 47 '^
XIV Cómo se partieron los cuatro cristianos 49 *
XV De lo que nos acaesció en la isla de Mal Hado. 53 ^
XVI Cómo se partieron los cristianos de la isla de i^
Mal Hado .. 57 ' .
*„.^XVII Cómo vinieron los indios y trujeron a Andrés .,
Dorantes y a Castillo y a Estebanico 61 '
XVIII. . . . De la relación que dio de Esquivel 65 t
XIX De cómo nos apartaron los indios 71 ^^^
XX De cómo nos huímos 75 i
XXI De cómo curamos aquí unos dolientes 77 <
XXII Cómo otro día nos trujeron otros enfermos . , 81 *^
XXIII.... Cómo nos partimos después de haber comido
los perros 89 ) ^ ^
505122
VI
TABLA DE LOS CAPÍTULOS
Capítulos.
Páginas.
XXIV.
"^xv
¿XXVI....
XXVII . .
XXVIII,.,
XXIX....
t- XXX.. ..
^ XXXI....
XXXII . . .
XXXIII...
XXXIV...
XXXV...
XXX VL..
- XXXVII..
. JXXXVIIÍ.
De las costumbres de los indios de aquella ^
tierra 91 ^.
Cómo los indios son prestos a un arma 95 ^.
De las naciones y lenguas 97 '
De cómo nos mudamos y fuimos bien resce- ^
bidos 101 ^
De otra nueva costumbre 105,**^
De cómo se robaban los unos a los otros ^^^ü
De cómo se mudó la costumbre del recebirnos. 113/
De cómo seguimos el camino del maíz 119 r^
De cómo nos dieron los corazones de los ve- i.
nados 123 ^
Cómo vimos rastro de cristianos. 129
De cómo envié por los cristianos 131/-
De cómo el alcalde mayor nos recebió bien la v*
noche que llegamos 135
De cómo hecimos hacer iglesias en aquella »l-
tierra .. 139;^
De lo que acontesció cuando me quise venir.. . 143 *
De lo que suscedió a los demás que entraron
en las Indias 147
COMENTARIOS DE ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA,
ADELANTADO Y GOBERNADOR DEL RÍO DE LA PLATA
I De los comentarios de Alvar Núñez Cabeza de
Vaca 153
II De cómo partimos de la isla de Cabo Verde. . 156
líl Que trata de cómo el gobernador llegó con su
armada a la isla de Santa Catalina, que es en
el Brasil, y desembarcó allí con su armada.. 158
IV De cómo vinieron nueve cristianos a la isla. . . 160
V De cómo el gobernador dio priesa a su camino. 163
VI De cómo el gobernador y su gente comenzaron
a caminar por la tierra adentro 165
VII Que trata de lo que pasó el gobernador y su
gente por el camino, y de la manera de la
tierra 168
VÍII De los trabajos que rescibió en el camino el
gobernador y su gente, y la manera de los
pinos y pinas de aquella tierra 172
IX De cómo el gobernador y su gente se vieron
con necesidad de hambre, y la remediaron
con gusanos que sacaban de unas cañas. . ■ 175
TABLA DE LOS CAPÍTULOS VH
Capítulos. P&ginAa.
X Del miedo que los indios tienen a los caballos. 178
XI De cómo el gobernador caminó con canoas por
el río de Iguazu, y por salvar un mal paso de
un salto que el río hacía, llevó por tierra las
canoas una legua a fuerza de brazos 181
XII Que trata de las balsas que se hicieron para
llevar los dolientes 184
XIII De cómo llegó el gobernador a la ciudad de la
Ascensión, donde estaban los cristianos es-
pañoles que iba a socorrer 187
XIV De cómo llegaron a la ciudad de la Ascensión
los españoles que quedaron malos en el río
del Piquerri 190
XV De cómo el gobernador envió a socorrer la gen-
te que venía en su nao capitana a Buenos
Aires, y a que tornasen a poblar aquel puerto. 192
XVI De cómo matan a sus enemigos que captivan, y
se los comen 194
XVII De la paz que el gobernador asentó con los in-
dios agaces 197
XVIIl. . . . De las querellas que dieron al gobernador los
pobladores de los oficiales de Su Majestad.. 200
XIX Cómo se querellaron al gobernador de los in-
dios guaycurúes 201
XX Cómo el gobernador pidió información de la
querella . 203
XXI Cómo el gobernador y su gente pasaron el río
y se ahogaron dos cristianos 207
XXII Cómo fueron las espías por mandado del go-
bernador en seguimiento de los indios guay-
curúes . 209
XXIII Cómo, yendo siguiendo los enemigos, fué avi-
sado el gobernador cómo iban adelante. ... 211
XXIV. . . . De un escándalo que causó un tigre entre los
españoles y los indios. . • 213
XXV. . . . De cómo el gobernador y su gente alcanzaron
a los enemigos 216
XXVI Cómo el gobernador rompió los enemigos 219
XXVII . . . De cómo el gobernador volvió a la ciudad de la
Ascensión con toda su gente 221
XXVIII.. . De cómo los indios agaces rompieron las paces . 223
XXIX .... De cómo el gobernador soltó uno de los pri-
sioneros guaycurúes, y envió a llamar los
otros 22S
VIII
Capítulos.
XXX....
XXXI...
XXXII . . ,
XXXIII..
XXXIV..,
XXXV..
XXXVI..
XXXVII.,
XXXVIII.
XXXIX..
XL
XLI
XLII....
XLIII . . .
XLIV...
XLV. ..
XLVI...
XLVII...
XLVIIL.
XLIX . . .
L
LI
LII
Lili
TABLA DE LOS CAPÍTULOS
Páginas .
Cómo vinieron a dar la obediencia los indios
guaycurúes a Su Majestad. 226
De cómo el gobernador, hechas las paces con
los guaycurúes, les entregó los prisioneros. . 228
Cómo vinieron los indios aperúes a hacer paz y
dar la obediencia 231
De la sentencia que se dio contra los agaces,
con parescer de los religiosos y capitanes y
oficiales de Su Majestad 234
De cómo el gobernador tornó a socorrer a los
que estaban en Buenos Aires 235
Cómo se volvieron de la entrada los tres cris-
tianos y indios que iban a descubrir 238
Cómo se hizo tablazón para los bergantines y
una carabela. 239
De cómo los indios de la tierra se tornaron a
ofrescer 240
De cómo se quemó el pueblo de la Ascensión. 244
Cómo vino Domingo de Irala 246
De lo que escribió Gonzalo de Mendoza 249
De cómo el gobernador socorrió a los que esta-
ban con Gonzalo de Mendoza 251
De cómo en la guerra murieron cuatro cristia-
nos que hirieron 252
De cómo los frailes se iban huidos 254
De cómo el gobernador llevó a la entrada cua-
trocientos hombres 256
De cómo el gobernador dejó de los bastimen-
tos que llevaba 258
Cómo paró por hablar a los naturales de la tie-
rra de aquel puerto 259
De cómo envió por una lengua para los paya-
guaes 262
De cómo en este puerto se embarcaron los ca-
ballos 263
Cómo por este puerto entró Juan de Ayolas
cuando le mataron a él y a sus compañeros . 265
Cómo no tornó la lengua ni los demás que ha-
bían de tornar 268
De cómo hablaron los guaxarapos al gober-
nador 273
De cómo los indios de la tierra vienen a vivir
en la costa del río 275
Cómo a la boca de este río pusieron tres cruces. 278
TABLA DE LOS CAPÍTULOS IX
Capítulos. Páginas.
LIV De cómo los indios del puerto de los Reyes son
labradores. 282
LV Cómo poblaron aquí los indios de García 286
LVI De cómo habló con los chaneses 287
LVII Cómo el gobernador envió a buscar los indios
de García. . 289
LVIII .... De cómo el g^obernador habló a los oficiales y
les dio aviso de lo que pasaba. 291
LIX Cómo el gobernador envió a los xarayes 293
LX ..... De cómo volvieron las lenguas de los indios xa-
rayes 299
LXI Cómo se determinó de hacer la entrada el go-
bernador.. . 302
LXII De cómo llegó el gobernador al río Caliente. . 304
LXÍII De cómo el gobernador envió a buscar la casa
que estaba adelante . . 306
LXIV .... De cómo vino la lengua de la casilla 308
LXV. ... De cómo el gobernador y gente se volvió al
puerto . 310
LXVI .... De cómo querían matar a los que quedaron en
el puerto de los Reyes 311
LXVII.. . . De cómo el gobernador envió a buscar basti-
mentos al capitán Mendoza 313
LXVIII . . De cómo envió un bergantín a descubrir el
río de los xarayes, y en él al capitán Ri- 315
bera
LXIX .... De cómo vino de la entrada el capitán Francis-
co de Ribera 318
LXX De cómo el capitán Francisco de Ribera dio
cuenta de su descubrimiento 319
LXXI .... De cómo envió a llamar al capitán Gonzalo de
Mendoza 324
LXXII. . . . De cómo vino .Hernando de Ribera de su entra-
da que hizo por el río 327
LXXIII ... De lo que acontesció al gobernador y gente
en este puerto 328
LXXIV. . Cómo el gobernador llegó con su gente a la
Ascensión, y aquí le prendieron . . 331
LXXV ... De cómo juntaron la gente ante la casa de Do-
mingo de Irala 335
LXXVI. . . De los alborotos y escándalos que hobo en la
tierra 337
LXXVII . . De cómo tenían preso al gobernador en una
prisión muy áspera 340
X
Capítulos.
LXXVIií..
LXXIX...
LXXX . . .
LXXXI. .
LXXXII..
LXXXIH,.
LXXXIV .
TABLA DE LOS CAPÍTULOS
Páginas.
Cómo robaban la tierra los alzados y tomaban
por fuerza sus haciendas. . . ► . . 343
Cómo se fueron los frailes 345
De cómo atormentaban a los^ que no eran de su
opinión .... 347
Cómo quisieron matar a un regidor porque les
hÍ70 uh requerimiento 348
Cómo dieron licencia los alzados a los indios
que comiesen carne humana. 350
De cómo habían de escrebir a Su Majestad y
enviar la relación 352
Cómo dieron rejalgar tres veces al gobernador
viniendo en este camino ... 355
Relación de Hernando de Ribera 360
Aparte de lo que muestran los relatos de sus viajes, sabemos
poco de la vida del gran viajero español Alvar Núñez Cabeza de
Vaca. El mismo nos ha dejado dicho que era <meto de Pedro de
Vera, el que ganó a Canaria, y su madre se llamaba doña Teresa
Cabeza de Vaca, natural de Jerez de la Frontera». Apenas si son
más los datos positivos acerca de su vida.
Con todo, de cada día se agiganta esta gran figura de explora-
dor, aun cuando sus hazañas sin par se ofrezcan confundidas en
el incesante sucederse de nuestras grandes empresas de descubri-
miento y exploración en el siglo XVI. Alvar Núñez Cabeza de
Vaca tomó parte en la expedición del harto desdichado Panfilo de
Narváez a la Florida. Azares crueles y dramáticos, que acabaron
en comerse unos a otros los expedicionarios, redujeron la expedi-
ción a cuatro personas de las seiscientas que *a 17 días del mes de
junio de 1527* salieron del puerto de Sanlúcar de Barrameda.
Con los cuatro salvados, el relator de la hazaña celebérrima,
Alvar Núñez Cabeza de Vaca, comienza a recorrer el sur de los
actuales Estados Unidos. Es el primer blanco y español que ex-
plora su territorio, y a fe que lo ha de hacer cumplidamente, por-
que habrá de caminar, en barca primero y a pie después, de la
Florida a Sinaloa, del Atlántico al Pacífico.
En estas andanzas descubre el Mississipí, el río grande de la
América del Norte; descubre igualmente el bisonte americano, las
vacas corcovadas de nuestros primitivos historiadores de Indias,
que entonces en rebaños de millones de cabezas pastaban en las
grandes praderas del oeste del río Mississipí. Tópase con tribus
extrañas y guerreras, como los seminólas, terribles flecheros, y
los sioux, feroces cazadores de bisontes. Cabeza de Vaca es por
mucho tiempo su prisionero y su esclavo.
Con Dorantes, con Maldonado y con el fiel Estebanico el negro,
decide Alvar Núñez escapar del infierno de su esclavitud y peligro
de muerte. Emprenden entonces, hechos a un tiempo médicos y
chamanes, esta odisea sin ejemplo. Cruzan el extenso territorio de
Texas, Río Grande del Norte, Chihuahua y Sinaloa, y a cabo de
ocho años que salieron de España, alcanzan a Méjico.
Dándose aquí el relato íntegro, siempre interesante, tierno y vi-
XII
brador, se podrá advertir cuan viajero y fino observador pudo ser
Cabeza de Vaca, especialmente de pueblos y costumbres.
Es dificil la labor de identificación de los puntos por que Alvar
Núñez pasara. El confiesa haber oído más de mil lenguas diferen-
tes. En lo posible se ha reconstituido su extenso recorrido, y en los
mapas que acompañan a esta edición se señala su probable itine-
rario. Aumenta las dificultades de la identificación la desaparición,
ante las guerras implacablemente destructoras de los blancos, de
muchas de las tribus con que trató.
El crédito de sus hazañas lo elevó más tarde al cargo de Ade-
lantado del Río de la Plata. Exploró entonces buena parte del Bra-
sil meridional y el río Paraguay hasta rebasar sus fuentes, no sin
sostener luchas cruentas con las tribus indomables del Gran Chaco,
país de grandes selvas y ríos caudalosos desbordados. El relato de
esta expedición, con el pormenor de las rivalidades entre los explo-
radores españoles, nos ha quedado en los Comentarios.
Todo español debiera leer los Naufragios y comentarios de
Alvar Núñez Cabeza de Vaca, como valor ejemplar, como calidad:
que en tiempos adversos no halla quien lo venza en fortaleza, y en
los prósperos, en sencillez magnánima.
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XIV
Carta II. — Probable itinerario de Alvar Núñez en su gobernación
de La Plata.
NAUFRAGIOS
DE
ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA
CAPITULO PRIMERO
En que cuenta cuándo partió el armada, y los oficiales y gente
que en ella iba.
A 17 días del mes de junio d^l527jíartió del puer-
to de Sant Lúcar de Barrameía'et gobernador Panfilo
de Narváez, con poder y mandado de Vuestra Majes-
tad (1) para conquistar y gobernar las provincias que
están desde el río de las Palmas hasta el cabo de la Flo-
rida, las^uaIes-*o»-e»-Iien'a_FiriBe; y la armada que
llevaba eran cinco navios, en los cuales, poco más o
menos, irían seiscientos hombres. Los oficiales que lle-
vaba (porque de ellos se ha de hacer mención) eran
estos que aquí se nombran: Cabeza de Vaca, por teso-
rero y por alguacil mayor; Alonso Enríquez, contador;
Alonso de Solís, por factor de Vuestra Majestad y por
veedor; iba un fraile de la Orden de Sant Francisco
por comisario, que se llamaba fray Juan Suárez, con
otros cuatro frailes de la misma Orden. Lleg;amos a la
isla de Santo Domingo, donde estuvimos casi cuarenta
y cinco días, proveyéndonos de algunas cosas necesa-
rias, señaladamente de caballos. Aquí nos faltaron de
nuestra armada más de ciento y cuarenta hombres, que
se quisieron quedar allí, por los partidos y promesas
que los de la tierra les hicieron. De allí partimos y lle-
gamos a Santiago (que es puerto en la isla de Cuba),
donde en algunos días que estuvimos, el gobernador se
rehizo de gente, de armas y de caballos. Suscedió allí
(1) El Emperador Carlos I de España y V de Alemania.
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 1
I ALVAR NUNEZ CABEZA DE VACA CAP.
que un gfentilhombre que se llamaba Vasco Porcalle, ve-
cino de la villa de la Trinidad, que es en la misma isla,
ofresció de dar al gobernador ciertos bastimentos que
tenía en la Trinidad, que es cien leguas del dicho puer-
to de Santiago. El gobernador, con toda la armada, par-
tió para allá; mas llegados a un puerto que se dice Cabo
de Santa Cruz, que es mitad del camino, parescióle
que era bien esperar allí y enviar un navio que trújese
aquellos bastimentos; y para esto mandó a un capitán
Pantoja que fuese allá con su navio, y que yo,'para
más seguridad, fuese con él, y él quedó con cuatro na-
vios, porque en la isla de Santo Domingo había com-
prado un otro navio. Llegados con estos dos navios al
puerto de la Trinidad, el capitán Pantoja fué con Vas-
co Porcalle a la villa, que es una legua de allí, para
rescebir los bastimentos; yo quedé en la mar con los
pilotos, los cuales nos dijeron que con la mayor pres-
teza que pudiésemos nos despachásemos de allí, por-
que aquel era un muy mal puerto y se solían perder
muchos navios en él; y porque lo que allí nos sucedió
fué cosa muy señalada, me paresció que no sería fuera
del propósito y fin con que yo quise escrebir este ca-
mino, contarla aquí. Otro día de mañana comenzó el
tiempo a dar no buena señal, porque comenzó a llover,
y el mar iba arreciando tanto, que aunque yo di licen-
cia a la gente que saliese a tierra, como ellos vieron el
tiempo que hacía y que la villa estaba de allí una le-
gua, por no estar al agua y frío que hacía, muchos se
volvieron al navio. En esto vino una canoa de la villa,
en que me traían una carta de un vecino de la villa,
rogándome que me fuese allá y que me darían los bas-
timentos que hobiese y necesarios fuesen; de lo cual
yo me excusé diciendo que no podía dejar los navios.
A mediodía volvió la canoa con otra carta, en que con
mucha importunidad pedían lo mismo, y traían un ca-
ballo en que fuese; yo di la misma respuesta que pri-
mero había dado, diciendo que no dejaría los navios;
I NAUFRAGIOS ó
mas los pilotos y la g-ente me rogaron mucho que fue-
se, porque diese priesa que los bastimentos se trujesen
lo más presto que pudiese ser, porque nos partiésemos
luego de allí, donde ellos estaban con gran temor que
los navios se habían de perder si allí estuviesen mu-
cho. Por esta razón yo determiné de ir a la villa, aun-
que primero que fuese dejé proveído y mandado a los
pilotos que si el sur, con que allí suelen perderse mu-
chas veces los navios, ventase y se viesen en mucho
peligro, diesen con los navios al través y en parte que
se salvase la gente y los caballos; y con esto yo salí,
aunque quise sacar algunos conmigo, por ir en mi com-
pañía, los cuales no quisieron salir, diciendo que hacía
mucha agua y frío y la villa estaba muy lejos; que otro
día, que era domingo, saldrían con el ayuda de Dios,
a oir misa. A una hora después de yo salido la mar co-
menzó a venir muy brava, y el norte fué tan recio que
ni los bateles osaron salir a tierra, ni pudieron dar en
ninguna manera con los navios al través por ser el
viento por la proa; de suerte que con muy gran traba-
jo, con dos tiempos contrarios y mucha agua que ha-
cía, estuvieron aquel día y el domingo hasta la noche.
A esta hora el agua y la tempestad comenzó a crescer
tanto, que no menos tormenta había en el pueblo que
en la mar, porque todas las casas y iglesias se cayeron,
y era necesario que anduviésemos siete u ocho hom-
bres abrazados unos con otros para podernos amparar
que el viento no nos llevase; y andando entre los ár-
boles no menos temor teníamos de ellos que de las
casas, porque como ellos también caían, no nos mata-
sen debajo. En esta tempestad y peligro anduvimos
toda la noche, sin hallar parte ni lugar donde media
hora pudiésemos estar seguros.
Andando en esto, oímos toda la noche, especial-
mente desde el medio de ella, mucho estruendo y
grande ruido de voces, y gran sonido de cascabeles
y de flautas y tamborinos y otros instrumentos, que
4 ALVAR NUNEZ CABEZA DE VACA CAP. I
duraron hasta la mañana, que la tormenta cesó. En es-
tas partes nunca otra cosa tan medrosa se vio; yo hice
una probanza de ello, cuyo testimonio envié a Vuestra
Majestad. El lunes por la mañana bajamos al puerto y
no hallamos los navios; vimos las boyas de ellos en el
agfua, adonde conoscimos ser perdidos, y anduvimos
por la costa por ver si hallaríamos alguna cosa de
ellos; y como ninguno hallásemos, metímonos por los
montes, y andando por ellos, un cuarto de legua de
agua hallamos la barquilla de un navio puesta sobre
unos árboles, y diez leguas de allí, por la costa, se
hallaron dos personas de mi navio y ciertas tapas de
cajas, y las personas tan desfiguradas de los golpes de
las peñas, que no se podían conoscer; halláronse tam-
bién una capa y una colcha hecha pedazos, y ninguna
otra cosa paresció. Perdiéronse en los navios sesenta
personas y veinte caballos. Los que habían salido a
tierra el día que los navios allí llegaron, que serían
hasta treinta, quedaron de los que en ambos navios
había. Así estuvimos algunos días con mucho trabajo y
necesidad, porque la provisión y mantenimientos que
el pueblo tenía se perdieron y algunos ganados; la tie-
rra quedó tal¿ que era gran lástima verla: caídos los ár-
boles, quemados los montes, todos sin hojas ni yerba.
Así pasamos hasta cinco días del mes de noviembre,
que llegó el gobernador con sus cuatro navios, que
también habían pasado gran tormenta y también habían
escapado por haberse metido con tiempo en parte segu-
ra. La gente que en ellos traía, y la que allí halló, esta-
ban tan atemorizados de lo pasado, que temían mucho
tomarse a embarcar en invierno, y rogaron al goberna-
dor que lo pasase allí, y él, vista su voluntad y la de
los vecinos, invernó allí. Dióme a mi cargo de los na-
vios y de la gente para que me fuese con ellos a inver-
nar al puerto de Xagua, que es doce leguas de allí,
donde estuve hasta 20 días del mes de hebrero.
CAPITULO II
Cómo el gobernador vino al puerto de Xag-ua y trujo consigo
a un piloto.
En este tiempo llegó allí el gobernador con un ber-
gantín que en la Trinidad compró, y traía consigo un
piloto que se llamaba Miruelo; habíalo tomado porque
decía que sabía y había estado en el río de las Palmas,
y era muy buen piloto de toda la costa del norte. De-
jaba también comprado otro navio en la costa de La
Habana, en el cual quedaba por capitán Alvaro de la
Cerda, con cuarenta hombres y doce de caballo; y dos
días después que llegó el gobernador, se embarcó, y la
gente que llevaba eran cuatrocientos hombres y ochen-
ta caballos en cuatro navios y un bergantín. El piloto
que de nuevo habíamos tomado metió los navios por
los bajíos que dicen de Canarreo, de manera que otro
día dimos en seco, y así estuvimos quince días, tocan-
do muchas veces las quillas de los navios en seco, al
cabo de los cuales, una tormenta del sur metió tanta
agua en los bajíos que podimos salir, aunque no sin
mucho peligro. Partidos de aquí y llegados a Guani-
guanico, nos tomó otra tormenta, que estuvimos a
tiempo de perdernos.
A cabo de Corrientes tuvimos otra, donde estuvi-
mos tres días; pasados éstos, doblamos el cabo de
Sant Antón, y anduvimos con tiempo contrario hasta
llegar a doce leguas de La Habana; y estando otro día
para entrar en ella, nos tomó un tiempo de sur que nos
apartó de la tierra, y atravesamos por la costa de la
6 ALVAR NUÑEZ CABEZA DE VACA CAP. II
Florida y llegamos a la tierra martes 12 días del mes
de abril, y fuimos costeando la vía de la Florida; y Jue-
ves Santo surgimos en la misma costa, en la boca de
una bahía, al cabo de la cual vimos ciertas casas y ha-
bitaciones de indios.
buWv^^
CAPITULO III
Cómo llegamos a la Florida.
En este mismo día salió el contador Alonso Enrí-
quez y se puso en una isla que está en la misma bahía
y llamó a los indios, los cuales vinieron y estuvieron
con él buen pedazo de tiempo, y por vía de rescate le
dieron pescado y algunos pedazos de carne de vena-
do. Otro día sig^uiente, que era Viernes Santo, el go-
bernador se desembarcó con la más gente que en los
bateles que traía pudo sacar, y como llegamos a los
buhíos o casas que habíamos visto "de~^T indios, ha-
llámoslas desamparadas y solas, porque la gente se ha-
bía ido aquella noche en sus canoas. El uno de aque-
llos buhíos era muy grande, que cabrían en él más de
trescientas personas; los otros eran más pequeño») y
hallamos allí una sonaja de oro entre las redes. Otro
día el gobernador levantó pendones por Vuestra Ma-
jestad y tomó la posesión de la tierra en su real nom-
bre, presentó sus provisiones y fué obedescido por go-
bernador, como Vuestra Majestad lo mandaba. Asimis-
mo presentamos nosotros las nuestras ante él, y él las
obedesció como en ellas se contenía. Luego mandó
que toda la otra gente desembarcase y los caballos
que habían quedado, que no eran más de cuarenta y
dos, porque los demás, con las grandes tormentas y
mucho tiempo que habían andado por la mar, eran
muertos; y estos pocos que quedaron estaban tan fla-
cos y fatigados, que por el presente poco provecho
podímos tener de ellos. Otro día los indios de aquel
v/
8 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. III
pueblo vinieron a nosotros, y aunque nosjxablaron,
como nosotros no teníamos lengfua, no los entendía-
mos; mas hacíannos muchas señas y amenazas, y nos
paresció que nos decían que nos fuésemos de la tierra,
y con esto nos dejaron, sin que nos hiciesen ningfún
impedimento, y ellos se fueron.
r?
CAPITULO IV
Cómo entramos por la tierra.
Otro día adelante el gfobernador acordó de entrar
por la tierra, por descubrirla y ver lo que en ella había.
Fuímonos con él el comisario y el veedor y yo^ con
cuarenta hombres, y entre ellos seis de caballó,"de los
cuales poco nos podíamos aprovechar. Llevamos la vía
del norte hasta que a hora de vísperas llegamos a una
bahía muy grande, que nos paresció que entraba mucho
por la tierra; quedamos allí aquella noche, y otro día
nos volvimos donde los navios y gente estaban. El
gobernador mandó que el bergantín fuese costeando la
vía de la Florida, y buscase el puerto que Miruelo el
piloto había dicho que sabía; mas ya él lo había errado,
y no sabía en qué parte estábamos, ni adonde era el
puerto; y fuéle mandado al bergantín que si no lo ha-
llase, travesase a La Habana, y buscase el navio que Al-
varo de la Cerda tenía, y tomados algunos bastimentos,
nos viniesen a buscar. Partido el bergantín, tornamos
a entrar en la tierra los mismos que primero, con al-
guna gente más, y costeamos la bahía que habíamos ha-
llado; y andadas cuatro leguas, tomamos cuatro indios,
y mostrémosles maíz para ver si le conocían, porque
hasta entonces no habíamos visto señal de él. Ellos nos
dijeron que nos llevarían donde lo había; y asi, nos
llevaron a su pueblo, que es al cabo de la bahía, cerca
de allí, y en él nos mostraron un poco de maíz, que aun
no estaba para cogerse. Allí hallamos muchas cajas de
mercaderes de Castilla, y en cada una de ellas estaba
V
/
10 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
un cuerpo de hombre muerto, y los cuerpos cubiertos
con unos cueros de venados pintados.\^l comisario le
'páresció <3ue esto era especie de idolatría, y quemó las
cajas con los cuerpo^Hallamos también pedazos de
lienzo y de paño, y penachos que parecían de la Nueva
España; hallamos también muestras de oro. Por señas
preg^untamos aJíj^^ indios de adonde habían habido
aquellas cosasi[señaláronnos que muy lejos de allí había
una provincia que se decía Apalache, en la cual había
mucho oro, y hacían seña de haber muy gran cantidad
de todo lo que nosotros estimamos en algoT^ecían que
en Apalache había mucho, y tomando aquellos indios
por guía, partimos de allí; y andadas diez o doce le-
guas, hallamos otro pueblo de quince casas, donde ha-
bía buen pedazo de maíz sembrado, que ya estaba para
cogerse, y también hallamos alguno que estaba ya seco;
y después de dos días que allí estuvimos, nos volvimos
donde el contador y la gente y navios estaban, y con-
tamos al contador y pilotos lo que habíamos visto, y
las nuevas que los indios nos habían dado. Y otro día,
que fué 1 de mayo, el gobernador llamó aparte al comi-
sario y al contador y al veedor y a mf, y a un marinero
que se llamaba Bartolomé Fernández, y a un escribano
que se decía Jerónimo de Alaniz, y así juntos, nos dijo
que tenía en voluntad de entrar por la tierra adentro,
y los navios se fuesen costeando hasta que llegasen
al puerto, y que los pilotos decían y creían que yendo
la vía de las Palmas estaban muy cerca de allí; y sobre
esto nos rogó le diésemos nuestro parescer. Yo res-
pondía que me parescía que por ninguna manera debía
dejar los navios sin que primero quedasen en puerto
seguro y poblado, y que mirase que los pilotos no
andaban ciertos, ni se afirmaban en una misma cosa,
ni sabían a qué parte estaban; y que allende de esto,
los caballos no estaban para que en ninguna necesidad
que se ofresciese nos pudiésemos aprovechar <le ellos;
y que sobre todo esto,( íbamos mudos y sin lengua,
IV NAUFRAGIOS 11
por donde mal nos podíamos entender con los ¡ndiosg
n¡ saber lo que de la tierra queríamos, y que entrá-
bamos por tierra de que ninguna relación teníamos,
ni sabíamos de qué suerte era, ni lo que en ella había,
ni de qué gente estaba poblada, ni a qué parte de ella
estábamos; y que sobre todo esto, no teníamos basti-
mentos para entrar adonde no sabíamos; porque, visto
lo que en los navios había, no se podía dar a cada hom-
bre de ración para entrar por la tierra más de una libra
de bizcocho y otra de tocino, y que mi parescer era
que se debía embarcar y ir a buscar puerto y tierra
que fuese mejor para poblar, pues la que habíamos
visto, en sí era tan despoblada y tan pobre, cuanto
nunca en aquellas partes se había hallado. Al comisario
le paresció todo lo contrario, diciendo que no se había
de embarcar, sino que, yendo siempre hacia la costa,
fuesen en busca del puerto, pues los pilotos decían que
no estaría sino diez o quince leguas de allí la vía de Pa-
nuco (1), y que no era posible, yendo siempre a la cos-
ta, que no topásemos con él, porque decían que entraba
doce leguas adentro por la tierra, y que los primeros que
lo hallasen, esperasen allí a los otros, y que embarcarse
era tentar a Dios, pues desque partimos de Castilla tan-
tos trabajos habíamos pasado, tantas tormentas, tantas
pérdidas de navios y de gente habíamos tenido hasta
llegar allí; y que por estas razones él se debía de|ir
por luengo de costa hasta llegar al puerto, y que los
otros navios, con la otra gente, se irían a la misma vía
hasta llegar al mismo puerto. A todos los que allí esta-
ban paresció bien que esto se hiciese así, salvo al es-
cribano, que dijo que primero que desamparase los na-
vios, los debía de dejar en puerto conoscido y seguro,
y en parte que fuese poblada; que esto hecho, podría
(1) Panuco, en Méjico, próximo a la desembocadura del rio
San Juan, entre los estados de Veracruz y Tamaulipas. Estaban,
pues, mucho más distantes de lo que imaginaban.
12 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
entrar por la tierra adentro y hacer lo qwe le paresciese.
El gobernador siguió su parescer y lo que los otros le
aconsejaban. Yo, vista su determinación, requeríle de
parte de Vuestra Majestad que no dejase los navios sin
que quedasen en puerto y seguros, y así lo pedí por
testimonio al escribano que allí teníamos. El respondió
que, pues él se conformaba con el parescer de los más
de los otros oficiales y comisario, que yo no era parte
para hacerle estos requerimientos, y pidió al escribano
le diese por testimonio cómo por no haber en aquella
tierra mantenimientos para poder poblar, ni puerto para
los navios, levantaba el pueblo que allí había asen-
tado, y iba con él en busca del puerto y de tierra que
fuese mejor; y luego mandó apercibir la gente que
había de ir con él, que se proveyesen de lo que era me-
nester para la jornada; y después de esto proveído, en
presencia de los que allí estaban, me dijo que, pues yo
tanto estorbaba y temía la entrada por la tierra, que me
quedase y tomase cargo de los navios y la gente que
en ellos quedaba, y poblase si yo llegase primero que
él. Yo me excusé de esto, y después de salidos de allí
aquella misma tarde, diciendo que no le parescía que
de nadie se podía fiar aquello, me envió a decir que me
rogaba que tomase cargo de ello; y viendo que impor-
tunándome tanto, yo todavía me excusaba, me preguntó
qué era la causa por que huía de aceptallo; a lo cual
respondí que yo huía de encargarme de aquello por-
que tenía poí-^dfirto^Ljsabia- x^ue.él no había de ver más
los nayíos, ni los navío&^t^l, y que esto entendía viendo
que tan sin aparejo se entraban por la tierra adentro;
y que yo quería más aventurarme al peligro que él y
los otros se aventuraban, y pasar por lo que él y ellos
pasasen, que no encargarme de los navios, y dar oca-
sión a que se dijese que, como había contradicho la
entrada, me quedaba por temor, y mi honra anduviese
en disputa; y que yo quería más aventurar la vida que
poner mi honra en esta condición. El, viendo que con-
IV NAUFRAGIOS 13
migo no aprovechaba, rogó a otros muchos que me
hablasen en ello y me lo rogasen, a los cuales respondí
lo mismo que a él; y así, proveyó por su teniente, para
que quedase en los navios, a un alcalde que traía que
se llamaba Caravallo.
CAPÍTULO V
Cómo dejó los navios el gobernador.
Sábado 1 de mayo, eJLnaisino día que esto había pa-
sado, mandó dar a cada uno délos que habían de ir con
él dos libras de bizcocho y media libra de tocino, y
ansí nos partimos para entrar en la tierra. La suma de
toda la gente que llevábamos era trescientos hom-
bres; en ellos iba el comisario fray Juan Suárez, y otro
fraile que se decía fray Juan de Palos, y tres clérigos y
los oficiales. La^gjente de caballo que con estos íbamos,
éramos cuarenta de caballo; y ansí anduvimos con aquel
bastimento que llevábamos, quince días, sin hallar otra
cosa que comer, salvo palmitos de la manera de los de
Andalucía. En todo este tiempo no hallamos indio nin-
guno, ni vimos casa ni poblado, y al cabo llegamos a
un río que lo pasamos con muy gran trabajo a nado y
en balsas: detuvímonos un día en pasarlo, que traía
muy gran corriente. Pasados a la otra parte, salieron
a nosotros hasta doscientos indios, poco más o menos;
el gobernador salió a ellos, y después de haberlos ha-
blado por señas, ellos nos señalaron de suerte, que nos
hobimos de revolver con ellos, y prendimos cinco o
seis, y éstos nos llevaron a sus casas, que estaban hasta
media legua de allí, en las cuales hallamos gran canti-
dad de maíz que estaba ya para cogerse, y dimos infi-
nitas gracias a nuestro Señor por habernos socorrido en
tan gran necesidad, porque ciertamente, como éramos
nuevos en los trabajos, allende del cansancio que traía-
mos, veníamos muy fatigados de hambre, y a tercero día
16 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
que allí llegamos, nos juntamos el contador y veedor y
comisario y yo, y rog-amos al gobernador que enviase
y- a buscar la roar, por ver si hallaríamos puerto, porque
y los JadJoft fiUw»M» titile fa-Tffgr^n estaba muy lejos de
allí. El nofi respondió que no curásemos de hablar en
aquello, porque estaba muy lejos de allí; y como yo era
el que más le importunabz^, díjome que me fuese yo a
descubrirla y que buscase puerto, y que había de ir a
pie con cuarenta hombres; y ansí, otro día yo me partí
con el capitán Alonso del Castillo y con cuarenta hom-
bres de su compañía, y así anduvimos hasta hora de
mediodía, que llegamos a unos placeles de la mar que
parescía que entraban mucho por la tierra: anduvimos
por ellos hasta legua y media con el agua hasta la mitad
de la pierna, pisando por encima de ostiones, de los
cuales rescibimos muchas cuchilladas en los pies, y nos
fueron causa de mucho trabajo, hasta que llegamos en
el río que primero habíamos atravesado, que entraba
por aquel mismo ancón, y como npjo podimqs pasar,
por el mal aparejo que para ello teníamos, volvimos al
real, y contamos al gobernador lo que habíamos halla-
do, y cómo era menester otra vez pasar por el río por
el mismo lugar que primero lo habíamos pasado, para
que aquel ancón se descubriese bien, y viésemos si por
allí había puerto; y otro día mandó a un capitán que se
llamaba Valenzuela, que con sesenta hombres y seis de
caballo pasase el río y fuese por él abajo hasta llegar a
la mar, y buscar si había puerto; el cual, después de dos
días que allá estuvo, volvió y dijo que él había descu-
bierto el ancón, y que todo era bahía baja hasta la ro-
dilla, y que no se hallaba puerto; y que había visto
cinco o seis canoas de indios que pasaban de una parte
a otra, y que llevaban puestos muchos penachos. Sa-
bido esto, otro día partimos de allí, yendo siempre en
demanda de aquella provincia que los indios nos habían
dicho Apalache, llevando por guía los que de ellos ha-
bíamos tomado, y así anduvimos hasta 17 de junio,
V NAUFRAGIOS .17
que no hallamos indios quQ nos osasen esperar; y allí
salip aliosotróFünsénóFquéíé traía un indio a cuestas,
qubi^io-4e ua-cuero daMna»^ pintado; traía consigo
iñucha gente, y delante de él venían tañendo unas flau-
tas de caña; y así, llegado estaba el gobernador, y es-
tuvo una hora con él, (¡¿jpor señas le dimos a entender
que íbamos a Apalache, y por las que él hizo, ^^^M^í^y^
res^ que era enemigo de los de Apalache, y que nos *^
iría a ayudar contcg^^ feíosotros le dimos cuentas y
cascabeles y otros rescafes, y él dio al gobernador el
cuero que traía cubierto; y así, se volvió, y nosotros le
fuimos siguiendo por la vía que él iba. Aquella noche
llegamos a un río (1), el cual era muy hondo y muy an-
cho, y la corriente muy recia, y por no atrevernos a pa-i
sar con balsas, hecimos una canoa para ello, y estuvimos j
en pasarlo un día; y si los indios nos quisieran ofenderji
bien nos puedieran estorbar el pasó, y aun con ayudar-
nos ellos, tuvimos mucho trabajo. Uno de caballo, que
se decía Juan Velázquez, natural de Cuéllar, por no
esperar entró en el río, y la corriente, como era recia,
lo derribó del caballo, y se asió a las riendas, y ahogó
a sí y al caballo; y aquellos indios de aquel señor, que
se llamaba Dulchanchellin, hallaron el caballo, y nos
dijeron dónde hallaríamos a él por el río abajo; y así,
fueron por él, y su muerte nos dio mucha pena, por-
que hasta entonces ninguno nos había faltado. El ca-
ballo dio de cenar a muchos aquella noche.
Pasados de allí, otro día llegamos al pueblo de aquel
señor, y allí nos envió maíz. Aquella noche, donde iban
a tomar agua nos flecharon un cristiano, y quiso Dios
que no lo hirieron. Otro día nos partimos de allí sin
que indio ningujiQ de los naturales paresciese, porque
todos habían huido; mas yendo nuestro camino, pares-
cieron indios, los cuales venían de guerra, y aunque
(1) Acaso es este río el Suwanee, que vierte en la costa occi-
dental de la Florida, junto a Cedar Keys.
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS
\
18 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. V
nosotros los llamamos, no quisieron volver ni esperar;
mas antes se retiraron, sig^uiéndonos por el mismo ca-
mino que llevábamos. El gobernador dejó una celada
de algunos de caballo en el camino, que como pasa-
ron, salieron a ellos,^ j^ tomaron tres o cuatro indios, y
éstos llevamos por guías de allí adelante; los cuales nos
llevaron por tierra muy trabajosa de andar y maravillo-
sa de ver, porque en ella hay muy grandes montes y
los árboles a maravilla altos, y son tantos los que están
caídos en el suelo, que nos embarazaban el camino, de
suerte que no podíamos pasar sin rodear mucho y con
muy gran trabajo; de los que no estaban caídos, mu-
chos estaban hendidos desde arriba hasta abajo, de
rayos que en aquella tierra caen, donde siempre hay
muy grandes tormentas y tempestades. Con este traba-
jo caminamos hasta un día después de San Juan, que
llegamos a vista de Apalache sin que los indios de la
tierra nos sintiesen. Dimos muchas gracias a Dios por
\ vernos tan cerca de El, creyendo que era verdad lo
que de aquella tierra ñas habían dicho, que allí se aca-
barían los grandes trabajos que habíamos pasado, así
por el malo y largo camino para andar, como por la
mucha hambre que habíamos padescido; porque aun-
que algunas veces hallábamos maíz, las más andába-
mos siete y ocho leguas sin toparlo; y muchos había
entre nosotros que, allende del mucho cansancio y
hambre, llevaban hechas llagas en las espaldas, de lle-
var las armas a cuestas, sin otras cosas que se ofres-
cían. Mas con vernos llegados donde deseábamos, y
donde tanto mantenimiento y oro nos habían dicho
que había, paresciónos que se nos había quitado gran
parte del trabajo y cansancio.
v_
CAPITULO VI
Cómo llegamos a Apalache.
Llegados que fuimos a vista de Apalache, el gober-
nador mandó que yo tomase nueve de caballo y cin-
cuenta peones, y entrase en el pueblo, y ansí lo aco-
metimos el veedor y yo; y entrados, no hallamos sino
mujeres y muchachos, que los hombres a la sazón no
estaban en el pueblo; mas de ahí a poco, andando nos-
otros por él, acudierQru-jLXQinenzaron a pelear, fle-
chándonos^ y mataron el caballo del veedor; mas al fin
huyQrony nos dejaron. Allí hallamos mucha cantidad
de maíz que estaba ya para cogerse, y mucho seco que
tenían encerrado. Hallámosles muchos cueros de vena-
dos, y entre ellos algunas mantas de hilo pequeñas, y
no buenas, con que las mujeres cubren algo de sus per-
sonas. Tenían muchos vasos para moler maíz. En el
pueblo había cuarenta casas pequeñas y edificadas, ba-
jas y en lugares abrigados, por temor de las grandes
tempestades que continuamente en aquella tierra suele
haber. El edificio es de paja, y están cercados de muy
espeso monte y grandes arboledas y muchos piélagos
de agua, donde hay tantos y tan grandes árboles caí-
dos, que embarazan, y son causa que no se puede por
allí andar sin mucho trabajo y peligro.
CAPITULO VII
De la manera que es la tierra.
La tierra, por la mayor parte, desde donde desem-
barcamos hasta este pueblo y tierra de Apalache, es
llana; el suelo, de arena y tierra firme (1); por toda ella
hay muy grandes árboles y montes claros, donde hay
nogales y laureles, y otros que se llaman liquidámbares,
cedros, sabinas y encinas y pinos y robles, palmitos
bajos, de la manera de los de Castilla (2). Por toda ella
hay muchas lagunas, grandes y pequeñas, algunas muy
trabajosas de pasar, parte por la mucha hondura, parte
por tantos árboles como por ellas están caídos. £1 suelo
(1) A partir de la época cuaternaria toda la Florida meridio-
nal se ha formado por un lento proceso de formación coralina.
Los arrecifes coralinos que la constituyen son de forma y edades
diferentes. Los hay vivos, que la acción de las corrientes deforma
y menoscaba; los hay muertos, y los hay hasta fósiles, en explica-
ción de levantamientos y hundimientos sucesivos de los fondos
submarinos en que se apoyan. Tras la línea costera de los keys de
la Florida, la tierra fírme llena de lag-unas, debidas a su génesis
peculiar, se va consolidando merced a un proceso de rápida sedi-
mentación. El mar en esta tierra llana invade en el flujo y descu-
bre en el reflujo las tierras coralinas en vías de formación. Los
manglares costeros contribuyen a detener y consolidar las arenas
y tarquines coralinos.
(2) Apenas si es preciso advertir que estos palmitos y demás
especies vegetales que cita Cabeza de Vaca son afines a las nues-
tras, pero no las mismas. El palmito a que aquí se refiere Núñez,
o palmito de Tierra Firmé, es la especie Sahal Palmetto.
Los keys de la Florida son sede en que prosperan los mangla-
res, constituidos principalmente por la especie Rhizophora mangle.
22 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
de ellas es arena, y las que en la comarca de Apalache
hallamos son muy mayores que las de hasta allí. Hay
en esta provincia muchos maizales, y las casas están
tan esparcidas por el campo, de la manera que están las
de los Gelves. Los animales que en ellas vimos, son:
venados de tres maneras, conejos y liebres, osos y leo-
nes, y otras salvajinas, entre los cuales vimos un animal
que trae los hijos en una bolsa que en la barriga tiene;
y todo el tiempo que son pequeños los trae allí, hasta
que saben buscar de comer; y si acaso están fuera bus-
cando de comer, y acude gente, la madre no huye hasta
-que los ha recogido en su bolsa (1). Por allí la tierra es
muy fría; tiene muy buenos pastos para ganados; hay
aves de muchas maneras, ánsares en gran cantidad,
patos, ánades, patos reales, dorales y garzotas y gar-
zas, perdices; vimos muchos halcones, neblís, gavila-
nes, esmerejones y otras muchas aves. Dos horas des-
pués que llegamos a Apalache, los indios que de allí
habían huido vinieron a nosotros de paz, pidiéndonos
a sus mujeres y hijos, y nosotros se los dimos, salvo
que el gobernador detuvo un cacique de ellos consi-
go, que fué causa por donde ellos fueron escandaliza-
dos; y luego otro día volvieron de guerra, y con tanto
denuedo y presteza nos acometieron, que llegaron a
nos poner fuego a las casas en que estábamos; mas
como salinips, huyeron, y acogiéronse á las lagunas,
que tenían muy cerca; y por esto, y por los grandes
maizales que habíaV no les podimos hacer daño, salvo
a uno que matanjos. Otro día siguiente, otros indios de
otro pueblo que estaba de la otra parte vinieron a nos-
otros y acometiéronnos de la misma arte que los pri-
meros, y de la misma manera se escaparon, y también
(1) Este animal es la zarigüeya, que Gonzalo Fernández de
Oviedo llamó charcha, el P. Gumilla, fara, y Azara, micuré. Se ha
dedicado la especie al g'ran naturalista español D. Félix de Azara,
y así, se la llama Didelphis *Azarce, Temm.
VII NAUFRAGIOS 23
murió uno de ellos. Estuvimos en este pueblo veinte y
cinco días, en que hecimos tres entradas por la tierra,
y hallárnosla muy pobre de gente y muy mala de andar,
por los malos pasos y montes y lagunas que tenía, pre-
guntamos al cacique que les habíamos detenido, y a los
otros indios que traíamos con nosotros, que eran veci-
nos y enemigos de ellos, por la manera y población de
la tierra, y la calidad de la gente, y por los bastimentos
y todas las otras cosas de ella. Respondiéronnos cada
uno por sí, que el mayor pueblo dé toda aquella tierra
era aquel Apalache, y que adelante había menos gente
y muy más pobre que ellos, y que la tierra era mal po-
blada y los moradores de ella muy repartidos; y que
yendo adelante, había grandes lagunas y espesura de
montes y grandes desiertos y despoblados. Bpegw^tá-
mosles luego por la tierra que estaba hacia el sur, qué
pueblos y mantenimientos tenía. Dye^ron que por aque-
lla vía, yendo a la mar nueve jornadas, había un pueblo
que llamaban Aute, y los indios de él tenían mucho
maíz, y que tenían frísoles y calabazas, y que por estar
tan cerca de la mar alcanzaban pescados, y que éstos
eran amigos suyos. Nosotros, vista la pobreza de la
tierra, y las malas nuevas que de la población y de todo
lo demás nos daban, y como los indios nos hacían con-
tinua guerra hiriéndonos la gente y los caballos en los
lugares donde íbamos a tomar agua, y esto desde las
lagunas, y tan a salvo, que no los podíamos ofender,
porque metidos en ellas nos flechaban, y mataron un
señor de Tezcuco que se llamaba don Pedro, que el
comisario llevaba consigo, acordamos de partir de allí,
y ir a buscar la mar y aquel pueblo de Aute que nos
habían dicho; y así, nos partimos a cabo de veinte y
cinco días que allí habíamos llegado. El primero día
pasamos aquellas lagunas y pasos sin ver indio ninguno;
mas al segundo día llegamos a una laguna de muy mal
paso, porque daba el agua a los pechos y había en ella
muchos árboles caídos. Ya que estábamos en medio
24 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
de ella nos acometieron muchos indios que estaban
abscondidos detrás de los árboles porque no los viése-
mos; otros estaban sobre los caídos, y comenzáronnos
a flechar de manera, que nos hirieron muchos hombres
y caballos, y nos tomaron la g-uía que llevábamos, antes
que de la lag-una saliésemos, y después de salidos de
ella, nos tornaron a seguir, queriéndonos estorbar el
paso; de manera que no nos aprovechaba salimos
afuera ni hacernos más fuertes y querer pelear con
ellos, que se metían luego en la laguna, y desde allí
nos herían la gente y caballos. Visto esto, el goberna-
dor mandó a los de caballo que se apeasen y les aco-
metiesen a pie. El contador se apeó con ellos, y así los
acometieron, y todos entraron a vueltas en una laguna,
y así les ganamos el paso. En esta revuelta hubo algu-
nos de los nuestros heridos, que no les valieron buenas
armas que llevaban; y huboijjQmbres este día que jura-
ron que habían visto dos roble^, cada uno de ellos tan
grueso como la pierna por tíajo, pasados de parte a
parte de las flechas de los indios; y esto no es tanto de
maravillar, vista la fuerza y maña con que las echan;
porque yo mismo vi una flecha en un pie de un álamo,
que entraba por él un geme. Cuantos indios vimos des-
de la Florida aquí, todos son flecheros; y como son tan
crescidos de cuerpo y andan desnudos, desde lejos pa-
rescen gigantes. Es gente a maravilla bien dispuesta,
muy enjutos y de muy grandes fuerzas y ligereza (1).
Los arcos que usan son gruesos como el brazo, de once
o doce palmos de largo, que flechan a doscientos pasos
con tan gran tiento, que ninguna cosa yerran. Pasados
que fuimos de este paso, de ahí a una legua llegamos
a otro de la misma manera, salvo que por ser tan larga,
que duraba media legua, era muy peor: éste pasamos
(1) Eran seminólas, primitivos habitantes de la Florida. En
tiempos de la conquista por los Estados Unidos (1830-1842), fué
Oceola u Osceola su héroe de la independencia nacional.
VII NAUFRAGIOS 2Í)
libremente y sin estorbo de indios; que, como habían
gastado en el primero toda la munición que de flechas
tenían, no quedó con que osarnos acometer. Otro día
siguiente, pasando o;ti:o semejante paso, yo hallé rastro
de gente que iba delante, y di aviso de ello al gober-
nador, que venía en la retaguarda; y ansí, aunque los
indios salieron a nosotros, como íbamos apercibidos,
no nos pudieron ofender; y salidos a lo llano, fuéron-
nos todavía siguiendo; volvimos a ellos por dos partes,
.y matémosles dos indios, y hiriéronme a mí y dos o tres
cristianos; y por acogérsenos al monte no les podimos
hacer más mal ni daño. De esta suerte caminamos ocho
días, y desde este paso que he contado, no salieron
más indios a nosotros hasta una legua adelante, que es
lugar donde he dicho que íbamos. Allí, yendo nosotros
por nuestro camino, salieron indios, y sin ser sentidos,
dieron en la retaguarda, y a los gritos que dio un mu-
chacho de un hidalgo de los que allí iban, que se lla-
maba Avellaneda, el Avellaneda volvió, y fué a soco-
rrerlos, y los indios le acertaron con una flecha por el
canto de las corazas, y fué tal la herida, que pasó casi
toda la flecha por el pescuezo, y luego allí murió y lo
llevamos hasta Aute. En nueve días de camino, desde
Apalache hasta allí, llegamos. Y cuando fuimos llega-
dos, hallamos toda la gente de él ida, y las casas que-
madas, y mucho maíz y calabazas y frísoles, que ya todo
estaba para empezarse a coger. Descansamos allí dos
días, y éstos pasados, el gobernador me rogó que fuese
a descubrir la mar, pues los indiosjis.Q¡5j3uqJue-£j5taba
tan cerca de allí; ya en~"éste"'camino la habíamos des-
cubierFó por un río muy grande que en él hallamos, a
quien habíamos puesto por nombre el río de la Mag-
dalena. Visto esto, otro día siguiente yo me partí a des-
cubrirla, juntamente con el comisario y el capitán Cas-
tillo y Andrés Dorantes y otros siete de caballo y cin-
cuenta peones, y caminamos hasta hora de vísperas,
que llegamos a un ancón o entrada de la mar, donde
26 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. VII
hallamos muchos ostiones, con que la gente holgó; y
dimos muchas gracias a Dios por habernos traído allí.
Otro día de mañana envié veinte hombres a que co-
nosciesen la costa y mirasen la disposición de ella, los
cuales volvieron otro día en la noche, diciendo que
aquellos ancones y bahías eran muy grandes y entraban
tanto por la tierra adentro, que estorbaban mucho para
descubrir lo que queríamos, y que la costa estaba muy
lejos de allí. Sabidas estas nuevas, y vista la mala dis-
posición y aparejo que para descubrir la costa por allí
había, yo me volví al gobernador, y cuando llegamos,
hallámosle enfermo con otros muchos, y la noche pa-
sada los indios habían dado en ellos y puéstolos en
grandísimo trabajo, por la razón de la enfermedad que
les había sobrevenido; también les habían muerto un
caballo. Yo di cuenta de lo que había hecho y de la
mala disposición de la tierra. Aquel día nos detuvi-
mos allí.
CAPITULO VIII
Cómo partimos de Aute.
Otro día sigfuiente partimos de Aute, y caminamos
todo el día hasta llegar donde yo había estado. Fué el
camino en extremo trabajoso, porque n¡ los caballos
bastaban a llevar los enfermos, ni sabíamos qué reme-
dio poner, porque cada día adolescían; que fué cosa de
muy gran lástima y dolor ver la necesidad y trabajo en
que estábamos. Llegados que fuimos, visto el poco re-
medio que para ir adelante había, porque no había
dónde, ni aunque lo hubiera, la gente pudiera pasar
adelante, por estar los más enfermos, y tales, que po-
|ía de quien se pudiese haber algún provecho,
aquí de contar esto más largo, porque cad^
puede pensar lo que se pasaría en tierra tan extra-/
y tan mala, y tan sin ningún remedio de ninguna
/cosa, ni para estar ni para salir de ella. Mas como el
nras^CÍérfo remedio sea Dios nuestro Señor, y de éste
nunca desconfíamos, suscedió otra cosa que agravaba
más que todo esto, que entre la gente de caballo se
comenzó la mayor parte de ellos a ir secretamente,
pensando hallar ellos por sí remedio, y desamparar al
gobernador y a los enfermos, los cuales estaban sin al-
gunas fuerzas y poder. Mas, como entre ellos había
muchos hijosdalgo y hombres de buena suerte, no qui-
sieron que esto pasase sin dar parte al gobernador y a
los oficiales de Vuestra Majestad; y como les afeamos
su propósito, y les pusimos delante el tiempo en que
desamparaban a su capitán y los que estaban enfermos
28 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
y sin poder, y apartarse sobre todo del servicio de
Vuestra Majestad, acordaron de quedar, y que lo que
fuese de uno fuese de todos, sin que ningfuno desam-
parase a otro. Visto esto por el gobernador, los llamó
a todos y a cada uno por sí, pidiendo parescer de tan
mala tierra, para poder salir de ella y buscar algún re-
medio, pues allí no lo había, estando la tercia parte de
la gente con gran enfermedad, y cresciendo esto cada
hora, que teníamos por cierto todos lo estaríamos así;
de donde no se podía seguir sino la muerte, que por
ser en tal parte se nos hacía más grave; y vistos estos
y otros muchos inconvenientes, y tentados muchos re-
medios, acordamos en uno harto difícil de poner en
obra, que era hacer navios en que nos fuésemos. A to-
dos parescía imposible, porque nosotros no los sabía-
mos hacer, ni había herramientas, ni hierro, ni fragua,
ni estopa, ni pez, ni jarcias, fínalmente, ni cosa ninguna
de tantas como son menester, ni quien supiese nada
para dar industria en ello, y sobre todo, no haber qué
comer entretanto que se hiciesen, y los que habían de
trabajar del arte que habíamos dicho; y considerando
todo esto, acordamos de pensar en ello más de espa-
cio, y cesó la plática aquel día, y cada uno se fué, en-
comendándolo a Dios nuestro Señor, que lo encamina-
se por donde El fuese más servido. Otro día quiso
Dios que uno de la compañía vino diciendo que él ha-
ría unos cañones de palo, y con unos cueros de vena-
do se harían unos fuelles, y como estábamos en tiempo
que cualquiera cosa que tuviese alguna sobrehaz de re-
medio, nos parescía bien, dijimos que se pusiese por
obra; y acordamos de hacer de los estribos y espuelas
y ballestas, y de las otras cosas de hierro que había, los
clavos y sierras y hachas, y otras herramientas, de que
tanta necesidad había para ello; y dimos por remedio
que para haber algún mantenimiento en el tiempo que
esto se hiciese se hiciesen cuatro entradas en Aute con
todos los caballos y gente que pudiesen ir, y que a ter-
VIII
NAUFRAGIOS 29
/
cero día se matase un caballo, el cual se repartiese entre
los que trabajaban en la obra de las barcas y los que es-
taban enfermos; las entradas se hicieron con la gente y
caballos que fué posible, y encellas _se trajeron hasta
cuatrocientas hanegas de maíz, aunque no sin contien-
das y pendencias con los indios. Hecimos coger mu-
chos palmitos para aprovecharnos de la lana y cober-
tura de ellos, torciéndola y adereszándola para usar en
lugar de estopa para las barcas; las cuales se comenza-
ron a hacer con un solo carpintero que en la compañía
había, y tanta diligencia pusimos, que, comenzándolas
a 4 días de agosto, a 20 días del mes de setiembre
eran acabadas cinco barcas, de a veinte y dos codos
cada una, calafeteadas con las estopas de los palmitos,
y breémoslas con cierta pez de alquitrán que hizo un
griego, llamado don Teodoro, de unos pinos; y de la
misma ropa de los palmitos, y de las colas y crines
de los caballos, hecimos cuerdas y jarcias, y de las
nuestras camisas velas, y de las sabinas que allí había,
hecimos los remos que nos paresció que era menester;
y tal era la tierra en que nuestros pecados nos habían
puesto, que con muy gran trabajo podíamos hallar pie-
dras para lastre y anclas de las barcas, ni en toda ella
habíamos visto ninguna. Desollamos también las pier-
nas de los caballos enteras, y curtimos los cueros de
ellas para hacer botas en que llevásemos agua. En este
tiempo algunos andaban cogiendo marisco por los rin-
cones y entradas de la mar, en que los indios, en
dos veces-^ue'dreron en ellos, nos mataron diez hom-
a vista del real, sin que los pudiésemos socorrer,
los cuales hallamos de parte a parte pasados con fle-
chas; que, aunque algunos tenían buenas armas, no bas-
taron a resistir para que esto no se hiciese, por flechar
con tanta destreza y fuerza como arriba he dicho; y a
dicho y juramento de nuestros pilotos, desde la bahía,
que pusimos nombre de la Cruz, hasta aquí anduvimos
docientas y ochenta leguas, poco más o menos. En
30 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. VIII
toda esta tierra no vimos sierra ni tuvimos noticias de
ella en ninguna manera; y antes que nos embarcásemos,
sin los que los indios nos mataron, se murieron más de
cuarenta hombres de enfermedad y hambre. A 22 días
del mes de setiembre se acabaron de comer los caba-
llos, que solo uno quedó, y este día nos embarcamos
por esta orden: que en la barca del gobernador iban
cuarenta y nueve hombres; en otra que dio al contador
y comisario iban otros tantos; la tercera dio al capitán
Alonso del Castillo y Andrés Dorantes, con cuarenta y
ocho hombres, y otra dio a dos capitanes, que se lla-
maban Téllez y Peñalosa, con cuarenta y siete hombres.
La otra dio al veedor y a mí con cuarenta y nueve
hombres, y después de embarcados los bastimientos y
ropa, no quedó a las barcas más de un geme de bor-
do fuera del agua, y allende de esto, íbamos tan apre-
tados, que no nos podíamos menear; y tanto puede la
necesidad, que nos hizo aventurar a ir de esta manera,
y meternos en una mar tan trabajosa, y sin tener noti-
cia de la arte del marear ninguno de los que allí iban.
CAPITULO IX
Cómo partimos de bahía de Caballos.
Aquella bahía de donde partimos ha por nombre la
bahía de Caballos, y anduvimos siete días por aquellos
ancones, entrados en el agua hasta la cinta, sin señal
de ver ninguna cosa de costa, y al cabo de ellos llega-
mos a una isla que estaba cerca de la tierra. Mi barca
iba delante, y de ella vimos venir cinco canoas de in-
dios, los cuales las desampararon y nos las dejaron en
las manos, viendo^U.^ÍJbaflaQS.a.«eÚas; las otras barcas
pasaron adelante, y dieron en unas casas de la misma
isla, donde hallamos muchas lizas y huevos de ellas,
que estaban secas; que fué muy gran remedio para la
necesidad que llevábamos. Después de tomadas, pasa-
mos adelante, y dos leguas de allí pasamos un estrecho
que la isla con la tierra hacía, al cual llamamos de Sant
Miguel por haber salido en su día por él; y salidos, lle-
gamos a la costa, donde, con las cinco canoas que yo
había tomado a los indios, remediamos algo de las
barcas, haciendo falcas de ellas, y añadiéndolas; de
manera que subieron dos palmos de bordo sobre el
agua; y con esto tornamos a caminar por luengo de
costa la vía del río de Palmas, cresciendo cada día la
sed y la hambre, porque los bastimientos eran muy po-
cos y iban muy al cabo, y el agua se nos acabó, porque
las botas que hecimos de las piernas de los caballos
luego fueron podridas y sin ningún provecho; algunas
veces entramos por ancones y bahías que entraban mu-
cho por la tierra adentro; todas las hallamos bajas y
32 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
peligrosas; y ansí, anduvimos por ellas treinta días, don-
de alg-unas veces hallábamos indios pescadores, gente
pobre y miserable. Al cabo ya de estos treinta días, que
la necesidad del agua era en extremo, yendo cerca de
costa, una noche sentimos venir una canoa, y como la
vimos, esperamos que llegase, y ella no quiso hacer
cara; y aunque la llamamos, no quiso volver ni aguar-
darnos, y por ser de noche no la seguimos, y fuímonos
nuestra vía; cuando amanesció vimos una isla pequeña,
y fuimos a ella por ver si hallaríamos agua; mas nuestro
trabajo fué en balde, porque no la había. Estando allí
surtos, nos tomó una tormenta muy grande, porque nos
detuvimos seis días sin que osásemos salir a la mar; y
como había cinco días que no bebíamos, la sed fué
tanta, que nos puso en necesidad de beber agua sala-
da, y algunos se desatentaron tanto en ello, que súpi-
tamente se nos murieron cinco hombres. Cuento esto
así brevemente, porque no creo que hay necesidad de
particularmente contar las miserias y trabajos en que
nos vimos; pues considerando el lugar donde estába-
mos y la poca esperanza de remedio que teníamos,
Qada uno puede pensar mucho de lo que allí pasaría; y
como vimos que la sed crescía y el agua nos mataba,
aunque la tormenta no era cesada, acordamos de enco-
mendarnos a Dios nuestro Señor, y aventurarnos antes
al peligro de la mar que esperar la certinidad de la
muerte que la sed nos daba; y así, salimos la vía donde
habíamos visto la canoa la noche que por allí veníamos;
y en este día nos vimos muchas veces anegados, y tan
perdidos, que ninguno hubo que no tuviese por cierta
la muerte. Plugo a nuestro Señor, que en las mayores
necesidades suele mostrar su favor, que a puesta del
Sol volvimos una punta que la tierra hace, adonde ha-
llamos mucha bonanza y abrigo. Salieron a nosotros
muchas canoas, y los indios que en ellas venían nos
hablaron, y sin querernos aguardar, se volvieron. Era
gente grande y bien dispuesta, y no traían flechas ni
IX NAUFRAGIOS 33
arcos. Nosotros les fuimos sig-uiendo hasta sus casas,
que estaban cerca de allí a la lengua del agua, y salta-
mos en tierra, y delante de las casas hallamos muchos
cántaros de agua y mucha cantidad de pescado guisa-
do, y el señor de aquellas tierras ofresció todo aquello
al gobernador, y tomándolo consigo, lo llevó a su casa.
Las casas de estos eran de esteras, que a lo que pares-
ció eran estantes; y después que entramos en casa del
cacique, nos dio mucho pescado, y nosotros le dimos
del maíz que traíamos, y lo comieron en nuestra pre-
sencia, y nos pidieron más, y se lo dimos, y el gober-
nador le dio muchos rescates; el cual, estando con el
cacique en su casa, a media hora de la noche, súpita-
mente los indios dieron en nosotros y en los que esta-
ban muy malos echados en la costa, y acometieron tam-
bién la casa del cacique, donde el gobernador estaba,
y lo hirieron de una piedra en el rostro. Los que allí se
hallaron prendieron al cacique; mas como los suyos es-
taban tan cerca, soltóseles y dejóles en las manos una
manta de martas cebelinas, que son las mejores que
creo yo que en el mundo se podrían hallar, y tienen un
olor que no paresce sino de ámbar y almizcle, y alcan-
za tan lejos, que de mucha cantidad se siente (1); otras
vimos allí, mas ningunas eran tales como éstas. Los que
allí se hallaron, viendo al gobernador herido, lo meti-
mos en la barca, y hecimos que con él se recogiese
toda la más gente a sus barcas, y quedamos hasta cin-
cuenta en tierra para contra los indios, que nos acome-
tieron tres veces aquella noche, y con tanto ímpetu,
que cada vez nos hacían retraer más de un tiro de pie-
dra. Ninguno hubo de nosotros que no quedase heri-
do, y yo lo fui en la cara; y si, como se hallaron pocas
(1) Parece se trata aquí de las pieles del castor (Castor fiber)*
que, en tiempos del descubrimiento de América del Norte, ocupaba
un área inmensa desde Alaska y la bahía de Hudson hasta Cali-
fornia y Arizona, aun cuando ahora esté confinado en la parte
norte.
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 3
34 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. IX
flechaSjj esjtuyiexan más proveídos de ellas, sin dubda
nos Kicieran mueho daño. La última vez se pusieron en
celada los capitanes Dorantes y Peñalosa y Téllez con
quince hombres, y dieron en ellos por las espaldas, y
de tal manera les hicieron huir, que nos dejaron. Otro
día de mañana yo les rompí más de treinta canoas, que
nos aprovecharon para un norte que hacía, que por
todo el día hubimos de estar allí con mucho frío, sin
osar entrar en la mar, por la mucha tormenta que en
ella había. Esto pasado, nos tornamos a embarcar, y
naveg^amos tres días; y como habíamos tomado poca
agrua, y los vasos que teníamos para llevar asimismo
eran muy pocos, tornamos a caer en la primera necesi-
dad; y siguiendo nuestra vía, entramos por un estero, y
estando en él, vimos venir una canoa de indios. Como
los llamamos, vinieron a nosotros, y el gobernador, a
cuya barca habían llegado, pidióles agua, y ellos la
ofrescieron con que les diesen en que la trajesen, y un
cristiano griego, llamado Doroteo Teodoro (de quien
arriba se hizo mención), dijo que quería ir con ellos; el
gobernador y otros se lo procuraron estorbar mucho,
y nunca lo pudieron, sino que en todo caso quería ir
Con ellos; así se fué, y llevó consigo un negro, y los in-
dios dejaron en rehenes dos de su c6mpañía; y a la no-
che volvieron los indios y trajéronnos muchos vasos
sin agua, y no trajeron los cristianos que habían lleva-
do; y los que habían dejado por rehenes, como los
otros los hablaron, quisiéronse echar al agua. Mas los
que en la barca estaban los detuvieron; y ansí, se fue-
ron huyendo los indios de la canoa, y nos dejaron muy
confusos y tristes por haber perdido aquellos dos cris-
tianos.
CAPITULO X
De la refriega que nos dieron los indios.
Venida la mañana, vinieron a nosotros muchas ca-
noas de indios, pidiéndonos los dos compañeros que
en la barca habían quedado por rehenes. El goberna-
dor dijo que se los daría con que trajesen los dos cris-
tianos que habían llevado. Con esta gente venían cin-
co o seis señores, y nos paresció ser la gente más bien
dispuesta y de más autoridad y concierto que hasta allí
.^habíamos visto, aunque no tan grandes como los otros
{de quien habemos contado. Traían los cabellos sueltos
y muy largos, y cubiertos con mantas de martas, de la
suerte de las que atrás habíamos tomado, y algunas
de ellas hechas por muy extraña manera, porque en
ella había unos lazos de labores de unas pieles leona-
das, que parescían muy bien. Rogábannos que nos fué-
semos con ellos y que nos darían los cristianos y agua
y otras muchas cosas; y contino acudían sobre nosotros
muchas canoas, procurando de tomar la boca de aque-
lla entrada; y así por esto, como porque la tierra era
muy peligrosa para estar en ella, nos salimos a la mar,
donde estuvimos hasta mediodía con ellos. Y como no
nos quisiesen dar los cristianos, y por esté respeto
nosotros no les diésemos los indios, comenzáronnos a
tirar piedras con hondas, y varas, con muestras de fle-
charnos, aunque en todos ellos no vimos sino tres o
cuatro arcos.
Estando en esta contienda el viento refrescó, y ellos
se volvieron y nos dejaron; y así navegamos aquel día,
36 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
hasta hora de vísperas, que mi barca, que iba delante,
descubrió una punta que la tierra hacía, y del otro cabo
se veía un río muy grande (1), y en una isleta que hacía
la punta hice yo surgir por esperar las otras barcas. El
gobernador no quiso llegar; antes se metió por una
bahía muy cerca de allí, en que había muchas isletas, y
allí nos juntamos, y desde la mar tomamos agua dulce,
porque el río entraba en la mar de avenida, y por tos-
tar algún maíz de lo que traíamos, porque ya había dos
días que lo comíamos crudo, saltamos en aquella isla;
mas como no hallamos leña, acordamos de ir al río que
estaba detrás de la punta, una legua de allí; y yendo, era
tanta la corriente, que no nos dejaba en ninguna ma-
nera llegar, antes nos apartaba de la tierra, y nosotros
trabajando y porfiando por tomarla. El norte que venía
de la tierra comenzó a crescer tanto, que nos metió en
la mar, sin que nosotros pudiésemos hacer otra cosa; y
a media legua que fuimos metidos en ella, sondamos, y
hallamos que con treinta brazas no podimos tomar
hondo, y no podíamos entender si la corriente era cau-
sa que no lo pudiésemos tomar; y así navegamos dos
días todavía, trabajando por tomar tierra, y al cabo de
ellos, un poco antes que el Sol saliese, vimos muchos
humeros por la costa; y trabajando por llegar allá, nos
hallamos en tres brazas de agua, y por ser de noche no
osamos tomar tierra, porque como habíamos visto
tantos humeros, creíamos que se nos podría recrescer
algún peligro sin nosotros poder ver, por la mucha
obscuridad, lo que habíamos de hacer, y por esto de-
terminamos de esperar a la mañana; y como amanesció,
cada barca se halló por sí perdida de las otras; yo me
hallé en treinta brazas, y siguiendo mi viaje, a hora de
vísperas vi dos barcas, y como fui a ellas, vi que la pri-
(1) Sin duda el rio Mississipí y su delta digitado, cuyas aguas
dulces, con su menor densidad y gran velocidad, flotan sobre el
mar un largo trayecto.
X NAUFRAGIOS 37
mera a que llegué era la del gobernador, el cual me
preguntó qué me parescía que debíamos hacer. Yo le
dije que debía recobrar aquella barca que iba delante,
y que en ninguna manera la dejase, y que juntas todas
tres barcas, siguiésemos nuestro camino donde Dios
nos quisiese llevar. El me respondió que aquello no se
podía hacer, porque la barca iba muy metida en la
mar y él quería tomar la tierra, y que si la quería yo
seguir, que hiciese que los de mi barca tomasen los
remos y trabajasen, porque con fuerza de brazos se
había de tomar la tierra, y esto le aconsejaba un capi-
tán que consigo llevaba, que se llamaba Pantoja, di-
ciéndole que si aquel día no tomaba la tierra, que en
otros seis no la tomaría, y en este tiempo era nece-
sario morir de hambre. Yo, vista su voluntad, tomé mi
remo, y lo mismo hicieron todos los que en mi barca
estaban para ello, y bogamos hasta casi puesto el Sol;
mas como el gobernador llevaba la más sana y recia
gente que entre toda había, en ninguna manera lo po-
dimos seguir ni tener con ella. Yo, como vi esto, pedí-
le que, para poderle seguir, me diese un cabo de su
barca, y él me respondió que no harían ellos poco si
solos aquella noche pudiesen llegar a tierra. Yo le dije
que, pues vía la poca posibilidad que en nosotros ha-
bía para poder seguirle y hacer lo que había mandado,
que me dijese qué era lo que mandaba que yo hiciese.
El me respondió que ya no era tiempo de mandar
unos a otros; que cada uno hiciese lo que mejor le pa-
resciese que era para salvar la vida; que él así lo enten-
día de hacer, y diciendo esto, se alargó con su barca,
y como no le pude seguir, arribé sobre la otra barca
que iba metida en la mar, la cual me esperó; y llegado
a ella, hallé que era la que llevaban los capitanes Pe-
ñalosa y Téllez; y ansí, navegamos cuatro días en com-
pañía, comiendo por tasa cada día medio puño de
maíz crudo. A cabo de estos cuatro días nos tomó una
tormenta, que hizo perder la otra barca, y por gran
38 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
misericordia que Dios tuvo de nosotros no nos hundi-
mos del todo, según el tiempo hacía;*y con ser invier-
no, y el frío muy grande, y tantos días que padescía-
mos hambre, con los golpes que de la mar habíamos
recebido, otro día la gente comenzó mucho a desma-
yar, de tal manera, que cuando el Sol se puso, todos
los que en mi barca venían estaban caídos en ella unos
sobre otros, tan cerca de la muerte, que pocos había
que tuviesen sentido, y entre todos ellos a esta hora
no había cinco hombres en pie; y cuando vino la no-
che no quedamos sino el maestre y yo que pudiése-
mos marear la barca, y a dos horas de la noche el
maestre me dijo que yo tuviese cargo de ella, porque
|s él estaba tal, que creía aquella noche morir;* y así, yo
yetóme el leme, y pasada media noche, yo llegué por ver
si era muerto el maestre, y él me respondió que él an-
tes estaba mejor y que él gobernaría hasta el día. Yo
cierto aquella hora de muy mejor voluntad tomara la
muerte, que no ver tanta gente delante de mí de tal
manera.
Y después que el maestre tomó cargo de la barca,
yo reposé un poco muy sin reposo, ni había cosa más
lejos de mí entonces que el sueño. Y acerca del alba
parescióme que oía el tumbo de la mar, porque, como
la costa era baja, sonaba mucho, y con este sobre-
salto llamé al maestre, el cual me respondió que creía
que éramos cerca de tierra, y tentamos y hallémo-
nos en siete brazas, y parescióle que nos debíamos
tener a la mar hasta que amanesciese; y así, yo tomé
un remo y bogué de la banda de la tierra, que nos ha-
llamos una legua della, y dimos la popa a la mar; y cerca
de tierra nos tomó una ola, que echó la barca fuera del
agua un juego de herradura, y con el gran golpe que
dio, casi toda la gente que en ella estaba como muer-
ta, tornó en sí, y como se vieron cerca de la tierra se
comenzaron a descolgar, y con manos y pies andando;
y como salieron a tierra a unos barrancos, hecimos
X NAUFRAGIOS 39
lumbre y tostamos del maíz que traíamos, y hallamos
agua de la que había llovido, y con el calor del fuego
la gente tornó en sí y comenzaron algo a esforzarse.
El día que aquí llegamos era sexto del mes de no-
viembre.
CAPITULO XI
De lo que acaesció a Lope de Oviedo con unos indios.
Desque la gente hubo comido, mandé a Lope de
Oviedo, que tenía más fuerza y estaba más recio que
todos, se llegase a unos árboles que cerca de allí esta-
ban, y subido en uno de ellos, descubriese la tierra en
que estábamos y procurase de haber alguna noticia de
ella. El lo hizo así y entendió que estábamos en isla, y
vio que la tierra estaba cavada a la manera que suele
estar tierra donde anda ganado, y parescióle por ésto
que debía ser tierra de cristianos, y ansí nos lo dijo. Yo
le mandé que la tornase a mirar muy más particular-
mente y viese si en ella había algunos caminos que fue-
sen seguidos, y esto sin alargarse mucho por el peligro
que podía haber. El fué, y topando con una vereda se
fué por ella adelante hasta espacio de media legua, y
halló unas chozas de unos indios que estaban solas,
porque los indios eran idos al campo, y tomó una olla
de ellos, y un perrillo pequeño y unas pocas de lizas,
y así se volvió a nosotros; y paresciéndonos que se
tardaba, envié otros dos cristianos para que le busca-
sen y viesen qué le había suscedido; y ellos le toparon
cerca de allí y vieron que tres indios, con arcos y fle-
chas, venían tras de él llamándole, y él asímjsmo lla-
maba a ellos por señas; y así llegó donde^sFábamos, y
los indios se quedaron un poco atrás asentados en la
misma ribera; y dende a media hora acudieron otros
cien indios flecheros, que, agora ellos fuesen grandes
o no, nuestro miedo les hacía parecer gigantes, y pa-
42 ALVAR NQÑEZ cabeza DE VACA CAP. XI
raron cerca de nosotros, donde los tres primeros esta-
ban (1). Entre nosotros excusado era pensar que habría
quien se defendiese, porque difícilmente se hallaron
seis que del suelo se pudiesen levantar. El veedor y yo
salimos a ellos y Ilamámosles, y ellos se lleg-aron a nos-
otros; y lo mejor que podimos, procuramos de asegu-
rarlos y asegurarnos, y dímosles cuentas y cascabeles,
y cada uno de ellos me dio una flecha, que es señal de
amistad, y por señas nos dijeron que a la mañana vol-
verían y nos traerían de comer, porque entonces no lo
tenían.
(1) Los indios en cuestión eran dakoias o sioux, arrogantes
tipos de raza india, y que constituían tribus guerreras e indoma-
bles, habitantes del oeste del Mississipí, en la región de las gran-
des praderas. La caza del bisonte influía grandemente en su vida y
creencias. Alvar Núñez Cabeza de Vaca hace referencias a dicha
caza en páginas siguientes. Tenían curiosas pictografías en pieles
de bisonte.
Sus creencias religiosas eran animistas (el wakanda, misterio
omnipresente, resuelto en seres y espíritus innúmeros). El perro
(empleado como alimento y bestia de arrastre) era sacrificado en
ceremonias rituales. Había danzas anuales de invocación al Sol:
los iniciados en las sociedades secretas de la «gran medicina», re-
unidos en la cabana comunal y ceremonial, presididos por los cha-
manes, danzaban, desnudos y tiznados, en torno de postes sagrados
de que pendían amuletos. En los últimos días, por penitencia o
propiciación, los devotos se atravesaban las masas musculares de
hombros y pechos con recios palos y se colgaban de vigas para
que su propio peso desgarrase sus carnes.
Se subdividían en numerosos grupos y bandas, pero constituyen-
do siete grupos principales (los siete fuegos del Consejo). Los je-
fes — subordinados siempre al Consejo superior — eran electivos.
Practicaban la poligamia y el patriarcado.
CAPITULO XII
Cómo los indios nos trujeron de comer.
Otro día, saliendo el Sol, que era la hora que los in-
dios nos habían dicho, vinieron a nosotros, como lo
habían prometido, y nos trajeron mucho pescado y de
unas raíces que ellos comen, y son como nueces, algu-
nas mayores o menores; la mayQr..part&.xle. dÜa&JSCLJsa-
can de bajo del agua y con mucho trabajo. A la tarde
volvieron y nos trajeron más pescado y de las mismas
raíces, y hicieron venir sus mujeres y hijos para que
nos viesen, y ansí, se volvieron ricos de cascabeles y
cuentas que les dimos, y otros días nos tornaron a vi-
sitar con lo mismo que estotras veces. Como nosotros
víamos que estábamos proveídos de pescado y de
raíces y de agua y de las otras cosas que pedimos,
acordamos de tornarnos a embarcar y seguir nuestro
camino, y desenterramos la barca de la arena en que
estaba metida, y fué menester que nos desnudásemos
todos y pasásemos gran trabajo para echarla al agua,
porque nosotros estábamos tales, que otras cosas muy
más livianas bastaban para ponernos en él; y así em-
barcados, a dos tiros de ballesta dentro en la mar, nos
dio tal golpe de agua que nos mojó a todos; y como
íbamos desnudos y el frío que hacía era muy grande,
soltamos los remos de las manos, y a otro golpe que
la mar nos dio, trastornó la barca; el veedor y otros
dos se asieron de ella para escaparse; más sucedió muy
al revés, que la barca los tomó debajo y se ahogaron.
Como la costa es muy brava, el mar de un tumbo echó
>.r
44 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
a todos los otros, envueltos en las olas y medio ahoga-
dos, en la costa de la misma isla, sin que faltasen más
de los tres que la barca había tomado debajo. Los que
quedamos escapados, desnudos como nascimos y per-
dido todo lo que traíamos, y aunque todo valía poco,
para entonces valía mucho. Y como entonces era por
noviembre, y el frío muy grande, y nosotros tales que
con poca difícultad nos podían contar los huesos, está-
bamos hechos propria figura de la muerte. De mí sé
decir que desde el mes de mayo pasado yo no había
comido otra cosa sino maíz tostado, y algunas veces
me vi en necesidad de comerlo crudo; porque aunque
se mataron los caballos entretanto que las barcas se
hacían, yo nunca pude comer de ellos, y no fueron
diez veces las que comí pescado. Esto digojgpr excu-
sar razones, porque pueda cada uno^veTqué tales, es-
taríamos.
Y sobre todo lo dicho había sobrevenido viento
norte, de suerte que más estábamos cerca de la muerte
qué de la vida. Plugo a nuestro Señor que, buscando
los tizones del fuego que allí habíamos hecho, halla-
mos lumbre, con que hicimos grandes fuegos; y ansí,
estuvimos pidiendo a Nuestro Señor misericordia^ y
perdón de nuestros pecados, derramando muchas lá-
grimas, habiendo cada uno lástima, no sólo de sí, mas
de todos los otros, que en el mismo estado vían. Y a
hora de puesto el Sol, los indios, creyendo que no nos
habíamos ido, nos volvieron a buscar y a traernos de
comer; mas cuando ellos nos vieron ansí en tan dife-
rente hábito del primero y en manera tan extraña, es-
pantáronse tanto que se volvieron atrás. Yo salí a ellos
y llámelos, y vinieron muy espantados; hícelos enten-
der por señas cómo se nos había hundido una barca y
se habían ahogado tres de nosotros, y allí en su pre-
sencia ellos mismos vieron dos muertos, y los que que-
dábamos íbamos aquel camino.
*os indios, de ver el desastre que nos había venido
r
XII NAUFRAGIOS 45
y el desastre en que estábamos, con tanta desventura y
miseria, se sentaron entre nosotros, y con el gran do-
lor y lástima que hobieron de vernos en tanta fortu-
na, comenzaron todos a llorar recio, y tan de verdad,
que lejos de allí se podía oír, y esto íes duró más de j
media hora; y cierto ver que estos hombres tan sin '
razón y tan crudos, a manera de brutos, se dolían tanto
de nosotros, hizo que en mí y en otros de la compañía
cresciese más la pasión y la consideración, de. nuestra
desdicha.
Sosegado ya este llanto, yo pregunté a los cristia-
nos, y dije que, si a ellos parescía, rogaría a aquellos
indios que nos llevasen a sus casas; y algunos de ellos
que habían estado en la Nueva España respondie-
ron que no se debía hablar en ello, porque si a sus
casas nos llevaban, nos sacrificarían ^ sus ídolos; mas,
visto que otro remedio no lialDÍa, y que por cuaíqujer
otro camino estaba más cerca y más cierta la muertéK
no curé de lo que decían, antes rogué a los indios que ■.
nos llevasen a sus casas, y ellos mostraron que habían
gran placer de ello, y que esperásemos un poco, que
ellos harían lo que queríamos; y luego treinta de ellos
se cargaron de leña, y se fueron a sus casas, que esta-
ban lejos de allí, y quedamos con los otros hasta cerca
de la noche, que nos tomaron, y llevándonos asidos y
con mucha priesa, fuimos a sus casas; y por el gran frío
que hacía, y temiendo que en el camino alguno no
muriese o desmayase, proveyeron que hobiese cuatro
o cinco fuegos muy grandes puestos a trechos, y en
cada uno de ellos nos escalentaban; y desque vían que
habíamos tomado alguna fuerza y calor, nos llevaban
hasta el otro tan apriesa, que casi los pies no nos de-
jaban poner en el suelo; y de esta manera fuimos hasta
sus casas, donde hallamos que tenían hecha una casa
para nosotros, y muchos fuegos en ella; y desde a un
hora que habíamos llegado, comenzaron a bailar y ha-
cer grande fiesta, que duró toda la noche, aunque para
46 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XII
nosotros no había placer, fíesta ni sueño, esperando
) cuándo nos habían de sacrificar; y la mañana nos tor-
/ naron a dar pescado y raíces, y hacer tan buen trata-
/ miento, que nos aseguramos algo y perdimos algo el
vjniedo del sacrificio.
CAPITULO XIII
Cómo supimos de otros cristianos.
Este mismo día yo vi a un indio de aquellos un res-
cate, y conoscí que no era de los que nosotros les ha-
bíamos dado; y preguntando dónde le habían habido,
ellos por señas me respondieron que se lo habían dado
otros hombres como nosotros, que estaban atrás. Yo,
viendo esto, envié dos cristianos y dos indios que les
mostrasen aquella gente, y muy cerca de allí toparon
con ellos, que también venían a buscarnos, porque los
indios que allá quedaban les habían dicho de nosotros,
y éstos eran los capitanes Andrés Dorantes y Alonso
del Castillo, con toda la gente de su barca. Y llegados
a nosotros, se espantaron mucho de vemos de la ma-
nera que estábamos, y rescibieron muy gran pena ppr
no tener qué darnos; que ninguna otra ropa traían sino
la que tenían vestida. Y estuvieron allí con nosotros, y
nos contaron cómo a 5 de aquel mismo mes su barca
había dado al través, legua y media de allí, y ellos ha-
bían escapado sin perderse ninguna cosa; y todos jun-
tos acordamos de adobar su barca, y irnos en ella los
que tuviesen fuerza y disposición para ello; los otros
quedarse allí hasta que convaleciesen, para irse como
pudiesen por luengo de costa, y que esperasen allí has-
ta que Dios los llevase con nosotros a tierra de cristia-
nos; y como lo pensamos, así nos pusimos en ello, y
antes que echásemos la barca al agua, Tavera, un ca-
ballero de nuestra compañía, murió, y la barca que
nosotros pensábamos llevar hizo su fin, y no se pudo
48 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XIII
sostener a sí misma, que luego fué hundida; y como
quedamos del arte que he dicho, y los más desnu-
dos, y el tiempo tan recio para caminar y pasar ríos y
ancones a nado, ni tener bastimento alguno ni manera
para llevarlo, determinamos de hacer lo que la necesi-
dad pedía, que era invernar allí; y acordamos también
que cuatro hombres, que más recios estaban, fuesen a
Panuco, creyendo que estábamos cerca de allí; y que
si Dios nuestro Señor fuese servido de llevarlos allá,
diesen aviso de cómo quedábamos en aquella isla, y de
nuestra necesidad y trabajo. Estos eran muy grandes
nadadores, y al uno llamaban Alvaro Fernández, por-
tugués, carpintero y marinero; el segundo se llamaba
Méndez, y el tercero Figueroa, que era natural de To-
ledo; el cuarto Astudillo, natural de Zafra: llevaban
consigo un indio que era de la isla:
CAPITULO XIV
Cómo se partieron los cuatro cristianos.
Partidos estos cuatro cristianos, dende a pocos días
sucedió tal tiempo de fríos y tempestades, que los in-
dios no podían arrancar las raíces, y de los cañales en
que pescaban ya no había provecho ninguno, y como
las casas eran tan desabrigadas, comenzóse a morir la
gente; y cinca cristianóse que estaban eTr-raneho-^n 4a
costa llegaran a tal extremo^ cjue se comiéronlos unos
a los otroSjíJtasta que quedó uno solo, que por ser solo
no hubo quien lo comiese.>Los nombres de ellos son
éstos: Sierra, Diego López, Corral, Palacios, Gonzalo
Ruiz. De este caso se alteraron tanto los indios, y hobo
entre ellos tan gran escándaloi que sin duda si al prin-
cipio ellos lo vieran, los mataran, y todos nos viéramos
en grande trabajo. Finalmente, en muy poco tiempo, de
ochenta hombres que de ambas partes allí llegamos,
quedaron vivos solos quince; y después de muertos és-
tos, dio a los indios de la tierra una enfermedad de es-^
tómago, de que murió la mitad de la gente de ello^ y
creyeron que nosotros éramos los que los matábamos;
y teniéndolo por muy cierto, concertaron entre sí de
matar a los que habíamos qued^ado.jYa que lo venían
a poner en efecto, un indio queaMí me tenía les dijo
que no creyesen que nosotros éramos los que los ma-
tábamos, porque si nosotros tal poder tuviéramos, ex-
cusáramos que no murieran tantos de nosotros como
ellos vían que habían muerto sin que les pudiéramos
poner remedio; y que ya no quedábamos sino muy po-
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 4
50 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
eos, y que ninguno hacía daño ni perjuicio; que lo me-
jor era que nos dejasen. Y quiso nuestro Señor que los
otros siguiesen este consejo y parescer, y ansí se estor-
bó su propósito. A esta isla pusimos por nombre isla
de Mal Hado. La g-ente que allí hallamos son grandes
y bien dispuestos; no tienen otras armas sino flechas y
arcos, en que son por extremo diestros. Tienen los
hombres la una teta horadada de una parte a otra, y
algunos hay que las tienen ambas, y por el agujero que
hacen, traen una caña atravesada, tan larga como dos
palmos y medio, y tan gruesa como dos dedos; traen
también horadado el labio de abajo, y puesto en él un
pedazo de la caña delgada como medio dedo. Las mu-
jeres son para mucho trabajo. La habitación que en
esta isla hacen es desde octubre hasta en fin de hebre-
ro. El su mantenjmiento es las raíces que he dicho,
sacadas de bajo^T^guF^oFnQVfemfai^^díeiembre.
Tienen cañales, y no tienen más peces de para este
tiempo; de ahí adelante comen las raíces. En fín de
hebrero van a otras partes a buscar con qué mante-
nerse, porque entonces las raíces comienzan a nascer,
y no son buenas. Es la gente del mundo que más aman
a sus hijos y mejor tratamiento les hacen; y cuando
acaesce que a alguno se le muere el hijo, Uóranle los
padres y los parientes, y todo el pueblo, y el llanto
dura un año cumplido, que cada día por la mañana an-
tes que amanezca comienzan primero a llorar los padres,
y tras esto todo el pueblo; y esto mismo hacen al me-
diodía y cuando anochece; y pasado un año que los
han llorado, hácenle las honras del muerto, y lávanse
y límpianse del tizne que traen. A todos los defuntos
lloran de esta manera, salvo a los viejos, de quien no
hacen caso, porque dicen que ya han pasado su tiem-
po, y de ellos ningún provecho hay; antes ocupan la
tierra y quitan el mantenimiento a' ios niños. Tienen
por costumbre de enterrar los muertos, si no son los
que entre ellos son físicos, que a éstos quémanlos; y
XIV NAUFRAGIOS 51
mientras el fuegfo arde, todos están bailando y hacienr
do muy gfran fiesta, y hacen polvo los huesos; y pasado
un año, cuando se hacen sus honras, todos se jasan ei^
ellas; y a los parientes dan aquellos polvos a beber,|
de los huesos, en agua. Cada uno tiene una mujer, co-
noscida. Los físicos son los hombres más libertados;
pueden tener dos, y tres, y entre éstas hay muy gran
amistad y conformidad. Cuando viene que alguno casa
su hija, el que la toma por mujer, dende el día que con
ella se casa, todo lo que matare cazando o pescando,
todo lo trae la mujer a la casa de su padre, sin osar
tomar ni comer alguna cosa de ello, y de casa del sue-
gro le llevan a él de comer; y en todo este tiempo el
suegro ni la suegra no entran en su casa, ni él ha de
entrar en casa de los suegros ni cuñados; y^si acaso se
toparen por alguna parte, se desvían un tiro de balles-
ta el uno del otro, y entretanto que así van apartán-
dose, llevan la cabeza baja y los ojos en tierra puestos;
porque tienen por cosa mala verse ni hablarse^ Las mu-
jereT~tieñeñ^ttb€ffáH para comunicar y conversar con
los suegros y parientes, y esta costumbre se tiene des-
de la isla hasta más de cincuenta leguas por la tierra
adentro (1).
Otra'^ costumbre hay, y es que cuando algún hijo o
hermano muere, en la casa donde muriere, tres meses
no buscan de comer, antes se dejan morir de hambre,
y los parientes y los vecinos les proveen de lo que han
de comer. Y como en el tiempo que aquí estuvimos
murió tanta gente de ellos, en las más casas había muy
(1) Los indios con que ahora se topa Alvar Núñez Cabeza de
Vaca pertenecían a las tribus Criks, de la familia Muskoki. Cada
clan o linaje poseía su territorio y su cementerio en túmulo donde
guardar, tras limpios, los restos de sus muertos. Practicaban el
matriarcado y estaban, a la fecha de su descubrimiento, en la edad
de la piedra pulimentada. Tenían una fuerte organización militar
y construían una Casa de Consejo, casa grande y comunal. Los se-
minólas eran una rama derivada de estas tribus guerreras.
52 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XIV
gran hambre, por guardar también su costumbre y ce-
rimonia; y los que lo buscaban, por mucho que traba-
jaban, por ser el tiempo tan recio, no podían haber
sino muy poco; y por esta causa los indias que a mí
me tenían se salieron de la isla, y en unas canoas se
pasaron a Tierra Firme, a unas bahías adonde tenían
muchos ostiones, y tres meses del año no comen otra
cosa, y beben muy mala agua. Tienen gran falta de leña,
y de mosquitos muy grande abundancia. Sus casas son
edificadas de esteras sobre muchas cascaras de ostio-
nes, y sobre ellos duermen en cueros, y no los tienen
sino es acaso; y así estuvimos hasta en fín de abril, que
fuimos a la costa de la mar, a do comimos moras de
zarzas todo el mes, en el cual no cesan de hacer sus
areitos y fiestas.
CAPITULO XV
De lo que nos acaesció en la isla de Mal Hado.
En aquella isla que he contado nos quisieron hacer
físicos sin examinarnos ni pedirnos los títulos, porque
ellos curan las enfermedades soplando al enfermo, y
con aquel soplo y las manos echan de él la enferme-
dad, y mandáronnos que hiciésemos lo mismo y sirvié-
semos en algo; nosotros nos reíamos de ello, diciendo
que era burla y que no sabíamos curar; y por esto nos
quitaban la comida hasta que hiciésemos lo que nos
decían. Y viendo nuestra porfía, un indio me dijo a mí
que yo no sabía lo que decía en decir que no aprove-
charía nada aquello que él sabía, ca las piedras y otras
cosas que se crían por los campos tienen virtud; y que
él con una piedra caliente, trayéndola por el estómago,
sanaba y quitaba el dolor, y que nosotros, que éramos
hombres, cierto era que teníamos mayor virtud y po-
der. En fin, nos vinM>9 en tanta necesidad, que lo hobi-
mOS de hacer, sin temer que nadie nos llevase por ello
la pena. La manera que ellos tienen en curarse es ésta:
que en viéndose enfermos, llaman un médico, y des-
pués de curado, no sólo le dan todo lo que poseen,
más entre sus parientes buscan cosas para darle. Lo
que el médico hace es dalle unas sajas adonde tiene
el dolor, y chúpanles al derredor de ellas. Dan caute-
rios de fuego, que es cosa entre ellos tenida por muy
provechosa, y yo lo he experimentado, y me suscedió
bien de ello; y después de esto, soplan aquel lugar que
les duele, y con esto creen ellos que se les quita el mal.
54 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
La manera con que iK»otros-e«ramos era santiguándo-
los y soplarlos, y rezar un Pater noster y un Ave María,
y rogar lo mejor que podíamos a Dios nuestro Señor
que les diese salud, y espirase ^a^eHos^ue nQS...h¡cie-
sen algún buen tratamiento. Quiso Dios nuestro Señor
y su misericordia que todos aquellos por quien supli-
camos, luego que los santiguamos decían a los otros
que estaban sanos y buenos; y por este respecto nos
hacían buen tratamiento, y dejaban ellos de comer por
dárnoslo a nosotros, y nos daban cueros y otras cosi-
llas. Fué tan extremada la hambre que allí se pasó, que
muchas veces estuve tres días sin comer ninguna cosa,
y ellos también lo estaban, y parescíame ser cosa im-
posible durar la vida, aunque en otras mayores hambres
y necesidades me vi después, como adelante diré. Los
indios que tenían a Alonso del Castillo y Andrés Do-
rantes, y a los demás que habían quedado vivos, como
eran de otra lengua y de otra parentela, se pasaron a
otra parte de la Tierra Firme a comer ostiones, y allí
estuvieron hasta el 1.° día del mes de abril, y luego
volvieron a la isla, que estaba de allí hasta dos leguas
por lo más ancho del agua, y la isla tiene media legua
de través y cinco en largo.
Toda la gente de esta tierra anda desnuda; solas las
mujeres traen de sus cuerpos algo cubierto con una
lana que en los árboles se cría. Las mozas se cubren
con unos cueros de venados. Es gente muy partida de
lo que tienen unos con otros. No hay entre ellos señor.
Todos los que son de un linaje (1) andan juntos. Habi-
tan en ella dos maneras de lengua^La^los unos llaman de
Capoques, y a los otros de Hanítienen por costumbre
cuando se conoscen y de tiempJ a tiempo se ven, pri-
mero que se hablen, estar media hora llorando, y aca-
bado esto, aquel que es visitado se levanta primero y
(1) Alvar Núnez insiste siempre en el valor social que tenía
para los indios el pertenecer a un mismo clan o linaje.
ir
XV NAUFRAGIOS 55
da al otro todo cuanto posee, y el otro lo rescibe, y de
ahí a un poco se va con ello, y aun algunas veces, des-
pués de rescebido, se van sin que hablen palabra.
Otras extrañas costumbres tienen; mas yo he contado
las más principales y más señaladas por pasar adelante
y contar lo que más nos suscedió.
CAPITULO XVI
Cómo se partieron los cristianos de la isla de Mal Hado.
Después que Dorantes y Castillo volvieron a la isla
recogfieron consigo todos los cristianos, que estaban
algo esparcidos, y halláronse por todos catorce. Yo,
como he dicho, estaba en la otra parte, en Tierra Fir-
me, donde mis indios me habían llevado y donde me
había dado tan gran enfermedad, que ya que alguna
otra cosa me diera esperanza de vida, aquella bastaba
para del todo quitármela. Y como los cristianos esto
supieron, dieron a un indio la manta de martas que del
cacique habíamos tomado, como arriba dijimos, por-
que los pasase donde yo estaba para verme; y así vi-
nieron doce, porque los dos quedaron tan flacos que
no se atrevieron a traerlos consigo. Los_ nombres de
los que entonces vinieron son: Alonso del CastiTlo,
Andrés Dorantes y Diego Dorantes, Valdivieso, Es-
trada, Tostado, Chaves, Gutiérrez, Esturiano, clérigo;
Diego de Huelva, Estebanico el Negro, Benítez; y
como fueron venidos a Tierra Firme, hallaron otro
que era de los nuestros, que se llamaba Francisco de
León, y todos trece por luengo de costa. Y luego
que fueron pasados, los indios que me tenían me avisa-
ron de ello, y cómo quedaban en la isla Hierónimo de
Alaniz y Lope de Oviedo. Mi enfermedad estorbó que
no les pude seguir ni los vi. Yo^ J^iibe jde. quedar con
estos mismos indios de la isla más de un ano,3Lfcor ej^ á
mucho trabajo que me d^Jiui-y «lal trataijoúe^n^^^ > \
hacíairrdeféflfritíB^d^eTiuír de ellos y irme a los que mo- * ^
58 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
ran en los montes y Tierra Firme, que se llaman los de
Charruco, porque yo no podía sufrir la vida que con es-
tos otros tenía; porque, entre otros trabajos muchos,
había de sacar las raíces para comer de bajo del agfuá y
entre las cañas donde estaban metidas en la tierra; y de
esto traía yo los dedos tan gastados, que una paja que
me tocase me hacía sangre de ellos, y las cañas me rom-
pían por muchas partes, porque muchas de ellas esta-
ban quebradas y había de entrar por medio de ellas
con la ropa que he dicho que traía» Y por esto yo puse
en obra de pasarme a los otros, y con ellos me susce-
dió algo mejor; y porque yo me hice mercader, procu-
ré de usar el ofício lo mejor que supe, y por esto ellos
me daban de comer y me hacían buen tratamiento y
rogábanme que me fuese de unas partes a otras por
cosas que ellos habían menester, porque por razón de
la guerra que contino traen, la tierra no se anda ni se
contrata tanto. E ya con mis tratos y mercaderías en-
traba la tierra adentro todo lo que quería, y por luen-
go de costa me alargaba cuarenta o cincuenta leguas.
Lo principal de mi trato era pedazos de caracoles de
la mar y corazones de ellos y conchas, con que ellos
cortan una fruta que es como frísoles, con que se cu-
ran y hacen sus bailes y fíestas (1), y ésta es la cosa de
mayor prescio que entre ellos hay, y cuentas de la mar
y otras cosas. Así, esto era lo que yo llevaba la tierra
adentro, y en cambio y trueco de ello traía cueros y al-
magra, con que ellos se untan y tiñen las caras y cabe-
llos, pedernales para puntas de flechas, engrudo y ca-
ñas duras para hacerlas, y unas borlas que se hacen de
pelos de venados, que las tiñen y paran coloradas; y
este oficio me estaba a mí bien, porque andando en él
tenía libertad para ir donde quería y no era obligado
a cosa alguna, y no era esclavo, y dondequiera que iba
(1) Bandelíer ha descrito el «rito de los fríjoles> entre los
queres.
XVI NAUFRAGIOS 59
me hacían buen tratamiento y me daban de comer por
respeto de mis mercaderías^ y lo más principal porquo
andando en ello yo buscaba por dónde me había d ; ir
adelante, y entre ellos era muy conoscido; holgf.<)an
mucho cuando me vían y les traía lo que habían me-
nester, y los que no me conoscían me procuraban y
deseaban ver por mi fama. Los trabaj os q^ue .en esto
ps^sería largo contarlos, así de pelig^ros y hambres,
como de tempestades y fríos, que muchos de ellos me
tomaron en el campo y solo, donde por gran miseri-
cordia de Dios nuestro Señor escapé; y por esta causa
yo no trataba el oficio en invierno, por ser tiempo que
ellos mismos en sus chozas y ranchos metidos no po-
dían valerse ni ampararse. Fueron casj< seis anS|?el
tiempo que yo estuve en esta tierra solo efttre elfos y
desnudo, como todos andaban. La razón por que tanto
me detuve fué por llevar conmigo un crístran o que es-
taba en la isla, llamado Lope de Oviedo. El otro com-
pañero de Alaniz, que con él había quedado cuando
Alonso del Castillo y Andrés Dorantes con todos los
otros se fueron, murió luego; y por sacarlo de allí yo
pasaba a la isla cada año y le rogaba que nos fuésemos
a la mejor maña que pudiésemos en busca de cristia-
nos, y cada año me detenía diciendo que el otro si-
guiente nos iríamos. En fin, al cabo lo saqué y le pasé
el ancón y cuatro ríos que hay por la costa, porque él
no sabía nadar, y ansí, fuimos con algunos indios 'ade-
lante hasta que llegamos a un ancón que tiene una le-
gua de través y es por todas partes hondo; y por lo
que de él nos paresció y vimos, es el que llaman del
Espíritu Santo, y de la otra parte de él vimos unos in-
dios, que vinieron a ver los nuestros, y nos dijeron
cómo más adelante había tres hombres como nosotros,
y nos dijeron los nombres de ellos; y preguntándoles
por los demás, nos respondieron que todos eran muer-
tos de frío y de hambre, y que aquellos indios de ade-
lante ellos mismos por su pasatiempo habían muerto a
60 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XVI
Diego Dorantes y a Valdivieso y a Diego de Huelva,
norque se habían pasado de una casa a otra; y que los
ot^os indios, sus vecinos, con quien agora estaba el
capitán Dorantes, por razón de un sueño que habían
soñado, habían muerto a Esquivel y a Méndez. Pre-
guntárnosles qué tales estaban los vivos; dijéronnos
que muy maltratados, porque los mochachos y otros
indios, que entre ellos son muy holgazanes y de mal
trato, les daban muchas coces y bofetones y palos, y
que esta era la vida que con ellos tenían. Quesímonos
informar de la tierra adelante y de los mantenimientos
que en ella había; respondieron que era muy pobre de
gente, y que en ella no había qué comer, y que morían
de frío porque no tenían cueros ni con qué cubrirse.
Dijéronnos también si queríamos ver aquellos tres cris-
tianos, que de ahí a dos días los indios que los tenían
vernían a comer nueces una legua de allí, a la vera de
aquel río; y porque viésemos que lo que nos habían
dicho del mal tratamiento de los otros era verdad, es-
tando con ellos dieron al compañero mío de bofetones
y palos, y yo no quedé sin mi parte, y de muchos pe-
Hazos de lodo que nos tiraban, y nos ponían cada día
las flechas al corazón, diciendo que nos querían matar
como a los otros nuestros compañeros. Y temiendo
esto Lope de Oviedo, mi compañero, dijo que quería
volverse con unas mujeres de aquellos indios, con
quien habíamos pasados el ancón, que quedaban algo
atrás. Yo porfié mucho con él que no lo hiciese, y pasé
muchas cosas, y por ninguna vía lo pude detener, y así
se volvió y yo quedé solo con aquellos indios, los cua-
les se llamaban quevenes, y los otros con quien él se
fué se llaman deaguanes.
CAPITULO XVII
Cómo vinieron los indios y trujeron a Andrés Dorantes y a Castillo
y a Estebanico.
Desde a dos días que Lope de Oviedo se había ido,
los indios que tenían a Alonso del Castillo y Andrés
Dorantes vinieron al mesmo lugar que nos habían di-
cho, a comer de aquellas nueces de que se mantienen,
moliendo unos granillos con ellas, dos meses del año,
sin comer otra cosa, y aun esto no lo tienen todos los
años, porque acuden uno, y otro no; son del tamaño de
las de Galicia, y los árboles son muy grandes, y hay
gran número de ellos. Un indio me avisó cómo los cris-
tianos eran llegados, y*que si yo quería verlos me hur-
tase y huyese a un canto de un monte que él me señaló;
porque él y otros parientes suyos habían de venir á ver
aquellos indios, y que me llevarían consigo adonde los
cristianos estaban. Yo me confié de ellos, y determiné
de hacerlo, porqué^ tenían otraJ[eng.ua .dialiñta de la de
mis indios; y puesto por obra, otro día fueron y me ha-
llaron en el lugar que estaba señalado; y así, me lleva-
ron consigo. Ya que llegué cerca de donde tenían su
aposento, Andrés Dorantes salió a ver quién era, por-
que los indios le habían también dicho cómo venía un
cristiano; y cuando me vio fué muy espantado, porque
había muchos días que me tenían por muerto, y los in-
dios así lo habían dicho. Dimos muchas gracias a Dios
de vernos juntos, y este día fué uno de los de mayor
placer que en nuestros días habemos tenido; y llegado
donde Castillo estaba, me preguntaron que dónde iba.
62 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
Yo le dije que mi propósito era de pasar a tierra de
cristianos, y que en este rastro y busca iba. Andrés Do-
. rantes respondió que muchos días había que él rogaba
a Castillo y a Estebanico que se fuesen adelante, y que
no lo osaban hacer porque no sabían nadar, y que te-
mían mucho los ríos y ancones por donde habían de
pasar, que en aquella tierra hay muchos. Y pues Dios
nuestro Señor había sido servido de guardarme entre
tantos trabajos y enfermedades, y al cabo traerme en
su compañía, que ellos determinaban de huir, que yo
los pasaría de los ríos y ancones que topásemos; y avi-
sáronme que en ninguna manera diese a entender a los
indios ni conosciesen de mí que yo quería pasar ade-
lante, porque luego me matarían; y que para esto era
menester que yo me detuviese con ellos seis meses, que
era tiempo en que aquellos indios iban a otra tierra a
comer tunas. Esta es una fruta que es del tamaño de
huevos, y son bermejas y negras y de muy buen gusto.
Gómenlas tres meses del año, en los cuales no comen
otra cosa alguna, porque al tiempo que ellos las cogían
venían a ellos otros indios de afielante, que traían ar-
cos para contratar y cambiar con ellos; y que cuando
aquéllos se volviesen nos huiríamos de los nuestros, y
nos volveríamos con ellos. Con este concierto yo quedé
allí, y me dieron por esclavío áx^n indio con quien Do-
rantes estaba, el cual erá^tuertói y su mujer y un hijo
que tenía y otro que estaba-en su compañía; de manera
que todos eran tuertos. Estos se llaman mariames, y*
Castillo estaba con otros sus vecinos, llamados igua-
ses.ÍY estando ^quí ellos me contaron que después que
salieron de la isla de Mal Hado, en la costa de la mar
hallaron la barca en que iba el contador y los frailes al
través; y que yendo pasando aquellos ríos, que son
cuatro muy grandes y de muchas corrientes, les llevó
las barcas en que pasaban a la mar, donde se ahogaron
, cuatro de ellos, y que así fueron adelante hasta que
y^ pasaron el ancón, y lo pasaron con mucho trabajo, y
^"^\
XVII NAUFRAGIOS 63
a quince leguas adelante hallaron otro; y que cuando
allí llegaron ya se les habían muerto dos compañeros
en sesenta leguas que habían andado; y que todos los
que quedaban estaban para lo mismo, y que en todo el
camino no habían comido sino cangrejos y yerba pe-
drera; y llegados a este último ancón, decían que ha-
llaron en él indios que estaban comiendo moras; y
como vieron a los cristianos, se fueron de allí a otro
cabo; y que estando procurando y buscando manera
para pasar el ancón, pasaron a ellos un indio y un cris-
tiano, y que llegado, conoscieron que era Figueroa, uno
de los cuatro que habíamos enviado adelante en la isla
de Mal Hado, y allí les contó cómo él y sus compañe-
ros habían llegado hasta aquel lugar, doade se habían
muerto dos de ellos y un indio, todos tres de frío y de
hambre, porque habían venido y estado en el más recio
tiempo del mundo, y que a él y a Méndez habían to-
mado los indios, y que estando con ellos, Méndez ha-
bía huido yendo la vía lo mejor que pudo de Panuco, y
que los indios habían ido tras él y que lo habían muerto;
y que estando él con estos indios supo de ellos cómo
con los mariames estaba un cristiano que había pasado
de la otra parte, y lo había hallado con los que llama-
ban quevenes; y que este cristiano era Hernando de
Esquivel, natural de Badajoz, el cual venía en compa-
ñía del comisario, y que él_su£o de Esquivel el fin en
que habían parado el gobernador y contador y los
demás, y le dijo que el contador y los frailes habían
echado al través su barca entre los ríos, y viniéndose
por luengo de costa, llegó la barca del gobernador con
su gente en tierra, y él se fué con su barca hasta que
llegaron a aquel ancón grande, y que allí tornó a tomar
la gente y la pasó del otro cabo, y volvió por el conta-
dor y los frailes y todos los otros; y contó cómo estando
desembarcados, el gobernador había revocado el poder
que el contador tenía de lugarteniente suyo, y dio el
cargo a un capitán que traía consigo, que se decía
4/
64 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XVII
Pantoja, y que el gobernador se quedó en su barca, y
no quiso aquella noche salir a tierra, y quedaron con
él un maestre y un paje que estaba malo, y en la barca
no tenían agua ni cosa ninguna que comer; y que a
media noche el norte vino tan recio, que sacó la barca
a la mar, sin que ninguno la viese, porque no tenía por
resón sino una piedra, y que nunca más supieron de él;
y que visto esto, la gente que en tierra quedaron se
fueron por luengo de costa, y que como hallaron tanto
estorbo de agua, hicieron balsas con mucho trabajo, en
que pasaron de la otra parte; y que yendo adelante,
llegaron a una punta de un monte orilla del agua, y que
hallaron indios, que como los vieron venir metieron
sus casas en sus canoas y se pasaron de la otra parte a
la costa; y los cristianos, viendo el tiempo que era,
porque era por el mes de noviembre, pararon en este
monte, porque hallaron agua y leña y algunos cangre-
jos y mariscos, donde de frío y de hambre se comen-
zarpn poco a poco a morir. |AIle^¿e de esto, Pantoja,\Í4.
que^or teniente'EaEIa^^ueaácio,Tes hacía mal trata- ^
miento, y no lo pudiendo sufrir Sotomayor, hermano
de Vasco Porcallo, el de la isla de Cuba, que en el
armada había venido por maestre de campo, se revolvió
con él y le dio un palo, de que Pantoja quedó muerto,
y así se fueron acabando; y los que morían, los otros
los hacían tasajos; y el último que murió fué Sotomayor,
y Esquivel lo hizo tasajos, y comiendo de él se man-
tuvo hasta 1 de marzo, que un ipdio de los que allí
habían huido vino a ver si eran muertos, y llevó a Es-
quivel consigo; y estando en poder de este indio, el
Figueroa lo habló y supo de él todo lo que habemos
contado, y le rogó que se viniese con él, para irse am-
bos la vía del Panuco; lo cual Esquivel no quiso hacer,
diciendo que él había sabido de los frailes que Panuco
había quedado atrás; y así, se quedó allí, y Figueroa se
fué a la costa adonde solía estar.
CAPITULO XVIII
De la relación que dio de Esquivel.
Esta cuenta tpda dio Figueroa por la relación que de
Esquivel había sabidp; y así, de mano en mano llegó a
mí, por donde se puede ver y saber el fin que toda
aquella armada hobo y los particulares casos que a cada
uno de los demás acontescieron. Y dijo más: que si
los cristianos algún tiempo andaban por allí, podría
ser que viesen a Esquivel, porque sabía que se había
huido de aquel indio con quien estaba, a otros, que se
decían los mareames, que eran allí vecinos. Y^pomo
acabo de decir, él y el asturiano se quisieran ir a otros
indios que adelante estaban; mas como los indios que
lo tenían lo sintieron, salieron a ellos, y diéronles mu-
chos palos, y desnudaron al asturiano, y pasáronle un
brazo con una flecha; y en fin, se escaparon huyendo,
y los cristianos se quedaron con aquellos indios, y aca-
baron con ellos que los tomasen por esclavos, aunque
estando sirviéndoles fueron tan maltratados de ellos,
como nunca esclavos ni hombres de ninguna suerte lo
fueron; porque, de seis que eran, no contentos con dar-
les muchas bofetadas y apalearlos y pelarles las barbas
por su pasatiempo, por sólo pasar de una casa a otra
mataron tres, que son los que arriba dije, Diego Do-
rantes y Valdivieso y Diego de Huelva, y los otros tres
que quedaban esperaban parar en esto mismo; y por
no sufrir esta vida, Andrés Dorantes se huyó y se pasó
a los mareames, que eran aquellos adonde Esquivel ha-
bía parado, .y ellos le contaron cómo habían tenido allí
CABEZA DE VACA.— NAUrUAGIOS 5
66 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
a Esquivel, y cómo estando allí se quiso huir porque
una mujer había soñado que le había de matar un hijo,
y los indios fueron tras él y lo mataron, y mostraron a
Andrés Dorantes su espada y sus cuentas y libro y otras
cosas que tenía. Esto hacen éstos por una costumbre
que tienen, y es que matan sus mismos hijos por sue-
ños, y a las hijas en nasciendo las dejan comer a pe-
rros, y las echan por ahí. Laj^azón porjjue ellos lo ha-
cen es, según ellos dicen, porque~1[odós Tos de la tierra
son sus enemigos y con ellos tienen continua guerra;
y que si acaso casasen sus hijas, multiplicarían tantp
sus enemigos, que los sujetarían y tomarían por escla-
vos; y por esta causa querían más matatías que no que
de ellas mismas nasciese quien fuese su enemigo. Nos-
otros les dijimos que por qué no las casaban con ellos
mismos. Y también entre ellos dijeron que era fea cosa
casarlas con sus parientes (1), y que era muy mejor ma-
tarlas que darlas a sus parientes ni a sus enemigos; y
esta costumbre usan estos y otros sus vecinos, que se
llaman los iguaces, solamente, sin que ningunos otros
de la tierra la guarden. Y cuando éstos se han de casar,
compran las mujeres a sus enemigos, y el precio que
cada uno da por la suya es un arco, el mejor que puede
haber, con dos flechas; y si acaso no tiene arco, una
red hasta una braza en ancho y otra en largo. Matan
sus hijos, y mercan los ajenos; no dura el casamiento
más de cuanto están contentos, y con una higa desha-
cen el casamiento«,;Üorantés eátuvó con éstoft, y desde
a pocos días se huyo. Üastillo y Estebanico se vinieron
dentro a la Tierra Firme a los iguace^. Toda esta gente
son flecheros y bien dispuestos, aunque no tan grandes
como los que atrás dejamos, y traen la teta y el labio
horadados^ l—j^
í)u mantenimiento principalmente es raíces de dos
o tres maneras, y búscanlas por toda la tierra; son
(1) Los indios en cuestión practicaban la exogamia»
XVIII NAUFRAGIOS 67
muy malas, y hinchan los hombres que las comen. Tar-
dan dos días en asarse, y muchas de ellas son muy
amargas, y con todo esto se sacan con mucho trabajo.
Es tanta la hambre que aquellas gentes tienen, que
no se pueden pasar sin ellas, y andan dos o tres leguas
buscándolas. Alguuaa-J^^SjSsjiiatai^^
y a tiempos toman algún pescado;mas esto es tan
poco, y su hambre tan grande, que comen arañas y
huevos de hormigas, y gusanos y lagartijas y salaman-
quesas y culebras y víboras, que matan los hombres
que muerden, y comen tierra y madera y todo lo que
pueden haber, y estiércol de venados, y otras cosas
que dejo de contar; jj creo__averig^uadaioente que si en
aquella tien:gLlmbiejiS4áedrasia5j:^mfid
espinas del pescado que comen, y de las culebras y
otras cosas, para molerlo después todo y comer el polvo
de ello. Entre éstos no se cargan los hombres ni llevan
cosa de peso; mas llévanlo las mujeres y los viejos, que
es la gente que ellos en menos tienen/No tienen tanto
amor a sus hijos como los que arriba dijimos^/Hay algu-
nos entre ellos que usan pecado contra natura. Las mu-
jeres son muy trabajadas y para mucho, porque de vein-
ticuatro horas que hay entre día y noche, no tienen
sino seis horas de descanso, y todo lo más de la noche
pasan en atizar sus hornos para secar aquellas raíces
que comen; y desque amanesce comienzan a cavar y a
traer leña y agua a sus casas y dar orden en las otras
cosas de que tienen necesidad. Los más de éstos son
grandes ladrones, porque aunque entre sí son bien par-
tidos, en volviendo uno la cabeza, su hijo mismo o su
padre le toma lo que puede. Mienten muy mucho, y son
grandes borrachos, y para esto beben ellos una cierta
cosa. Están tan usados a correr, que^ sin descansar ni
cansar corren desde la mañana Jiaat¿la_ noche, jLair^.
guen_un_yenadpi.^uia-e&U^ de
ellg^Sj. porque los sigueD4iasjLa-q3ie Tos cansan, .y jílguñas
vecfiaiosjoman vivos^Las casas de ellos son de este-
68 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
ras (1), puestas sobre cuatro arcos; llévanlas a cuestas,
y múdanse cada dos o tres días para buscar de comer;
ninguna cosa siembran que se puedan aprovechar; es
gente muy alegre; por mucha hambre que tengan, por
eso no dejan de bailar ni de hacer sus fiestas y areitos.
Para ellos el mejor tiempo que éstos tienen es cuando
comen las tunas, porque entonces no tienen hambre, y
todo el tiempo se les pasa en bailar, y comen de ellas de
noche y de día; todo el tiempo que les duran exprimen-
las y ábrenlas y pénenlas a secar, y después de secas
pénenlas en unas seras, como higos, y guárdanlas para
comer por el camino cuando se vuelven, y las cascaras
de ellas muélenlas y hácenlas polvo. Muchas veces, es-
tando con éstosfaíiio^ acontesció tres o cuatro días estar
sin comer porque flo lo había; ellos, por alegrarnos,
nos decían que no estuviésemos tristes; que presto ha-
bría tunas y comeríamos muchas, y beberíamos del
zumo de ellas, y temíamos las barrigas muy grandes y
estaríamos muy contentos y alegres y sin hambre al-
guna; y desde el tiempo que esto nos decían hasta que
las tunas se hubiesen de comer había cinco o seis me-
ses; y, en fin, hubimos de esperar aquestos seis meses,
y cuando fué íiempo fuimos a comer las tunas; hallamos
por la tierra muy gran cantidad de mosquitos de tres
maneras, que son muy malos y enojosos, y todo lo más
del verano nos daban mucha fatiga; y para defendernos
de ellos hacíamos al derredor de la gente muchos fue-
gos de leña podrida y mojada, para que no ardiesen y
hiciesen humo; y esta defensión nos daba otro trabajo,
porque en toda la noche no hacíamos sino llorar, del
humo que en los ojos nos daba, y sobre eso, gran calor
que nos causaban los muchos fuegos, y salíamos a
dormir a la costa; y si alguna vez podíamos dormir,
recordábannos a palos, para que tornásemos a encen-
der los fuegos. Los de la tierra adentro para esto usan
(1) El tipo de esta casa movible era el tipi.
XVIII NAUFRAGIOS 69
otro remedio tan incomportable y más que éste que he
dicho, y es andar con tizones en las manos quemando
los campos y montes que topan, para que los mosqui-
tos huyan, y también para sacar debajo de tierra lagar-
tijas y otras semejantes cosas para comerlas; y tam-
bién suelen matar venados, cercándolos con muchos
fuegos; y usan también esto por quitar a los animales el
pasto, que la necesidad les haga ir a buscarlo adonde
ellos quieren, porque nunca hacen asiento con sus ca-
sas sino donde hay agua y leña, y alguna vez se cargan
todos de esta provisión y van a buscar los venados, que
muy ordinariamente están donde no hay agua ni leña;
y el día que llegan matan venados y algunas otras cosas
que pueden, y gastan todo el agua y leña en guisar de
comer y en los fuegos que hacen para defenderse de
los mosquitos, y esperan otro día para tomar algo que
lleven para el camino; y cuando parten, tales van de los
mosquitos, que paresce qu e tienen enfermedad de San
Lázaro; y de esta manera satisfacen su hambre dos o
tres veces en el año, a tan grande costa como he dichot
y por haber pasado por ello, puedo afirmar que ningúii|
trabajo que se sufra en el mundo iguala con éste. Por
la tierra hay muchos venados y otras aves y animales de
los que atrás he contado. Alcanzan aquí vacas (1), y yo
las he visto tres veces y comido de ellas, y parésceme
que serán del tamaño de las de España; tienen los cuer-
nos pequeños, como moriscas, y el pelo muy largo,
merino, como una bernia; unas son pardillas, y otras
(1) Alusión al bisonte (Bison americanus) , que los españoles
llamaron vacas corcovadas, el cual, en el siglo XVI, era extrema-
damente abundante, en enormes rebaños, en la extensa región de
las praderas de Norteamérica. Hoy, al estado salvaje, está prácti-
camente extinguido, y no quedan sino los pocos rebaños del nor-
te del Canadá y de las reservas del Parque de Yellowstone (Esta-
dos Unidos). Los sioux eran cazadores de bisontes, y su caza
intervenía grandemente en la vida social de estos pueblos, como
advierte el propio Alvar Núñez Cabeza de Vaca.
70 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XVIII
negras, y a mi parescer tienen mejor y más gruesa
carne que las de acá. De las que no son grandes hacen
los indios mantas para cubrirse, y de las mayores hacen
zapatos y rodelas; éstas vienen de hacia el Norte por la
tierra adelante hasta la costa de la Florida, y tiéndense
por toda la tierra más de cuatrocientas leguas; y en
todo este camino, por los valles por donde ellas vie-
nen, bajan las gentes que por allí habitan y se man-
tienen de ellas, y meten en la tierra grande cantidad
de cueros.
^
CAPITULO XIX
De cómo nos apartaron los indios.
Cuando fueron cumplidos losi^seisjnesjBS que yo es-
tuve con los cristianos esperandtJiá poner en efecto el
concierto que teníamos hecho, los indios se fueron a
las tunas, que había de allí donde las habían de coger
hasta treinta leguas; y ya que estábamos para huímos,
los indios con quien estábamos, unos con otros riñeron
sobre una mujer, y se apuñearon y apalearon y desca-
labraron unos a otros; y con el grande enojo que hubie-
ron, cada uno tomó su casa y se fué a su parte; de
donde fué necesario que todos los cristianos que allí
éramos también nos apartás^mast4' en ninguna manera
nos podimos juntar hasta. otro año} y en este tiempo yo
pasé muy mala vida, ansí por la mucha hambre como
por el mal tratamiento que de los indios rescebía, que
fué tal, que yo me hube de huir tres veces de los amos
que tenía, y todos me anduvieron a buscar y poniendo
diligencia para matarme; y Dios nuestro Señor por su
misericordia me quiso guardar y amparar de ellos; y
cuando el tiempo de las tunas tornó, en aquel mismo
lugar nos tornamos a juntar. Ya que teníamos concer-
tado de huímos y señalado el día, aquel mismo día los
indios nos apartaron, y fuimos cada uno por su parte;
y yo dije a los otros compañeros que yo los esperaría
en las tunas hasta que la Luna fuese llena, y este día
era 1 de septiembre y primero día de luna; y avíse-
los que si en este tiempo no viniesen al concierto,
yo me iría solo y los dejaría; y ansí, nos apartamos y
72 ALVAR NÚÑEZ^ CABEZA DE VACA CAP.
cada uno se fué con sus indios, y yo estuve con los
míos hasta trece de luna, y yo tenía acordado de me
huir a otros indios en siendo la Luna llena; y a 13 días
del mes llegaron adonde yo estaba Andrés Dorantes y
Estebanico; y dijéronme cómo dejaban a Castillo con
otros indios que se llamaban anagados, y que estaban
cerca de allí, y que habían pasado mucho trabajo, y que
habían andado perdidos. Y que otro día adelante nues-
tros indios se mudaron hacia donde Castillo estaba, y
iban a juntarse con los que lo tenían, y hacerse amigos
unos de otros, porque hasta allí habían tenido guerra,
y de esta manera cobramos a Castillo. En todo el tiem-
po que comíamos las tunas teníamos sed, y para reme-
dio de esto bebíamos el zumo de las tunas y sacába-
moslo en un hoyo que en la tierra hacíamos, y desque
estaba lleno bebíamos de él hasta que nos hartábamos.
Es dulce y de color de arrope; esto hacen por falta de
otras vasijas. Hay muchas maneras de tunas, y entre
ellas hay algunas muy buenas, aunque a mí todas me
parescían así, y nunca la hambre me dio espacio para
escogerlas ni parar mientes en cuáles eran mejores. To-
das las más destas gentes beben agua llovediza y reco-
gida en algunas partes; porque, aunque hay ríos, como
nunca están de asiento, nunca tienen agua conoscida ni
señalada. Por toda la tierra hay muy grandes y hermo-
sas dehesas, y de muy buenos pastos para ganados; y
parésceme que sería tierra muy fructífera si fuese la-
brada y habitada de gente de razón. No vimos sierra
en toda ella en tanto que en ella estuvimos. Aquellos
indios nos dijeron que otros estaban más adelante,
llamados camones, que viven hacia la costa, y habían
muerto toda la gente que venía en la barca de Peña-
losa y Téllez, y que venían tan flacos, que aunque los
mataban no se defendían; y así, los acabaron todos, y
nos mostraron ropas y armas de ellos, y dijeron que la
barca estaba allí al través. Esta es la quinta barca que
faltaba, porque la del gobernador ya dijimos cómo la
XIX NAUFRAGIOS 73
mar la llevó, y la del contador y los frailes la habían
visto echada al través en la costa, y Esquivel contó el
fin de ellbs. Las dos en que Castillo y yo y Dorantes
íbamos, ya hemos contado cómo junto a la isla de Mal
Hado se hundieron.
CAPITULO XX
De cómo nos huímos.
Después de habernos mudado, desde a dos días nos
encomendamos a Dios nuestro Señor y nos fuimos hu-
yendo, confiando que, aunque era ya tarde y las tunas
se acababan, con los frutos que quedarían en el campo
podríamos andar buena parte de tierra. Yendo aquel
día nuestro camino con harto temor que los indios nos
habían de seguir, vimos unos humos, y yendo a ellos,
después de vísperas llegamos allá, do vimos un indio
que, como vio que íbamos a él, huyó sin querernos
aguardar; nosotros enviamos aUiegro^tras de él, y como
vio que iba solo, aguardólo, glneg^ro le dijo que íba-
mos a buscar aquella gente que~Kacía aquellos humos.
El respondió que cerca de allí estaban las casas, y que
nos guiaría allá; y así, lo fuimos siguiendo; y él corrió
a dar aviso de cómo íbamos, y a puesta del Sol vimos
las casas, y dos tiros de ballesta antes que llegásemos
a ellas hallamos cuatro indios que nos esperaban, y nos
rescibieron bien. Diiímosles en lengua de mareamea/
que íbamos a buscallos, y ellos mostraron que se hol-
gaban con nuestra compañía; y ansí, nos llevaron a sus
casas, y a Dorantes y al negro aposentaron en casa de
un físico, y a mí y a Castillo en casa de otro. Estos tienen
otra lengua y llámanse ava vares, y son aquellos que
solían llevar los arcos a los nuestros y iban a contratar
con ellos; y aunque son de otra nación y lengua, en-
tienden la lengua de aquellos con quien antes estába-
mos, y aquel mismo día habían llegado allí con sus
76 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XX
casas. Luego el pueblo nos ofreció muchas tunas, por-
que ya ellos tenían noticia de nosotros y cómo curá-
bamos, y de las maravillas que nuestro Señor con nos-
otros obraba, que, aunque no hubiera otras, harto
grandejs eran abrirnos caminos por tierra tan despobla-
da, y darnos g-ente por donde muchos tiempos no la
había, y librarnos de tantos peligros, y no permitir que
nos matasen, y sustentarnos con tanta hambre, y poner
aquellas gentes en corazón que nos tratasen bien, como
adejanifLdiremos. — ^^
CAPÍTULO XXI
De cómo curamos aquí unos dolientes.
Aquella misma noche que llegamos vinieron unos
indios a Castillo, y dijéronle que estaban muy malos
de la cabeza, rogfándole que los curase; y después que
los hubo santiguado y encomendado a Dios, en aquel
punto los indios dijeron que todo el mal se les había
quitado; y fueron a sus casas y trujeron muchas tunas
y un pedazo de carne de venado, cosa que no sabía-
mos qué cosa era; y como esto entre ellos se publicó,
vinieron otros muchos enfermos en aquella noche a
que los sanase, y cada uno traía un pedazo de venado;
y tantos eran, que no sabíamos adonde poner la carne.
Dimos muchas gracias a Dios porque cada día iba cres-
ciendo su misericordia y mercedes; y después que se
acabaron las curas comenzaron a bailar y hacer sus
areitos y fiestas, hasta otro día que el Sol salió; yiduró
la fíesta tres días por haber nosotros venido, y al cabo
de ellos les preguntamos por la tierra de adelante, y
por la gente que en ella hallaríamos, y los manteni-
mientos que en ella había. Respondiéronnos que por
toda aquella tierra había muchas tunas, mas que ya eran
acabadas, y que ninguna gente había, porque todos
eran idos a sus casas, con haber ya cogido las tunas; y
que la tierra era muy fría y en ella había muy pocos
cueros. Nosotros viendo esto, que ya el invierno y tiem-
po frío entraba, acordamos de pasarlo con éstos. A
cabo de cinco días que allí habíamos llegado, se par-
tieron a buscar otras tunas adonde había otra gente de
78 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
otras naciones y lengfuas; y andadas cinco jornadas con
muy grande hambre, porque en el camino no había tu-
nas ni otra fruta ninguna, allegamos a un río, donde
asentapios nuestras icasas, y después de asentadas, fui-
mos a buscar una fruta de unos árboles, que es como
hieros; y como por toda esta tierra no hay caminos, yo
me detuve más en buscarla: la gente se volvió, y yo
quedé solo, y viniendo a buscarlos aquella noche me
perdí, y plugo a Dios que hallé un árbol ardiendo, y al
fuego de él pasé aquel frío aquella noche, y a la ma-
ñana yo me cargué de leña y tomé dos tizones, y volví
a buscarlos, y anduve de esta manera cinco días, siem-
pre con mi lumbre y carga de leña, porque si el fuego
se me matase en parte donde no tuviese leña, como en
muchas partes no la había, tuviese de qué hacer otros
tizones y no me quedase sin lumbre, porque para el frío
yp no tenía otro remedio, por andar desnudo como
nascí; y para las noches yo tenía este remedio, que me
iba a las matas del monte, que estaba cerca de los ríos,
y paraba en ellas antes que el Sol se pusiese, y en la
tierra hacía un hoyo y en él echaba mucha leña, que se
cría en muchos árboles, de !que por allí hay muy gran
cantidad, y juntaba mucha leña de la que estaba caída
y seca de los árboles, y al derredor de aquel hoyo ha-
cía cuatro fuegos en cruz, y yo tenía cargo y cuidado
de rehacer el fuego de rato en rato, y hacía unas gavi-
llas de paja larga que por allí hay, con que me cubría
en aquel hoyo, y de esta manera me amparaba del frío
de las noches; y una de ellas el fuego cayó en la paja con
que yo estaba cubierto, y estando yo durmiendo en el
hoyo, comenzó a arder muy recio, y por mucha priesa
que yo me di a salir, todavía saqué señal en los cabellos
del peligro en que había estado. En todo este tiempo no
comí bocado ni hallé cosa que pudiese comer; y como
traía los pies descalzos, corrióme de ellos mucha san-
gre, y Dios usó conmigo de misericordia, que en todo
este tiempo no ventó el norte, porque de otra manera
XXI NAUFRAGIOS 79
ningún remedio había de yo vivir; y a cabo de cinco
días llegué a una ribera de un río, donde yo hallé a mis
indios, que ellos y los cristianos me contaban ya por
muerto, y siempre creían que alguna víbora me había
mordido. Todos hubieron gran placer de verme, prin-
cipalmente los cristianos, y me dijeron que hasta en-
tonces habían caminado con mucha hambre, que ésta
era la causa que no me habían buscado; y aquella no-
che me dieron de las tunas que tenían, y otro día par-
timos de allí, y fuimos donde hallamos muchas tunas,
con que todos satisficieron su gran hambre, y nosotros
dimos muchas gracias a nuestro Señor porque nunca
nos faltaba su remedio.
CAPITULO XXII
Cómo otro día nos trujeron otros enfermos.
Otro día de mañana vinieron allí muchos indios y
traían cinco enfermos que estaban tollidos y muy ma-
los, y venían en busca de Castillo que los curase, y cada
uno de los enfermos ofresció su arco y flechas, y él
ios rescebió, y a puesta del Sol los santiguó y encomen-
dó a Dios nuestro Señor, y todos le suplicamos con la
mejor manera que podíamos les enviase salud, pues él
vía que no había otro remedio para que aquella gente
nos ayudase y saliésemos de tan miserable vida; y él
lo hizo tan misericordiosamente, que venida la mañana,
todos amanescieron tan buenos y sanos, y se fueron
tan recios como si nunca hobieran tenido mal ninguno.
Esto causó entre ellos muy gran admiración, y a nos-
otros despertó que diésemos muchas gracias a nuestro
Señor, a que más enteramente conosciésemos su bon-
dad, y tuviésemos firme esperanza que nos había de
librar y traer donde íe pudiésemos servir; y de mí sé
decir que siempre tuve esperanza en su misericordia
que me había de sacar de aquella captividad, y así yo
lo hablé siempre a mis compañeros. Como los indios
fueron idos y llevaron sus indios sanos, partimos donde
estaban otros comiendo tunas, y éstos se llaman cutal-
ches y malicones, que son otras lenguas, y junto con
ellos había otros que se llamaban coayos y susolas, y
de otra parte otros llamados atayos, y éstos tenían gue-
rra con los susolas, con quien se flechaban cada día; y
como por toda la tierra no se hablase sino en los mis-
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 6
B2 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP,
terios que Dios nuestro Señor con nosotros obraba,
venían de muchas partes a buscarnos para que los cu-
rásemos; y a cabo de dos días que allí llegaron, vinie-
ron a nosotros unos indios de los susolas y rogaron a
Castillo que fuese a curar un herido y otros enfermos,
y dijeron que entre ellos quedaba uno que estaba muy
al cabo. Castillo era médico muy temeroso, principal-
mente cuando las curas eran muy temorosas y peligro-
sas, y creía que sus pecados habían de estorbar que
no todas veces suscediese bien el curar. Los indios me
dijeron que yo fuese a curarlos, porque ellos me que-
rían bien y se acordaban que les había curado en las
nueces, y por aquello nos habían dado nueces y cue-
ros; y esto había pasado cuando yo vine a juntarme con
los cristianos; y así, hube de ir con ellos, y fueron
conmigo Dorantes y Estebanico, y cuando llegué cer-
ca de los ranchos que ellos tenían, yo vi el enfermo que
íbamos a curar que estaba muerto, porque estaba mu-
cha gente al derredor de él llorando y su casa deshe-
cha, que es señal que el dueño estaba muerto; y ansí,
cuando yo llegué hallé el indio los ojos vueltos y sin
/ningún pulso, y con todas señales de muerto, según
a mí me paresció, y lo mismo dijo Dorantes^ Yo le
quité una estera qué tenía encima, con que estaba cu-
bierto, y lo mejor que pude supliqué a nuestro Señor
fuese servido de dar salud a aquél y a todos los otros
que de ella tenían necesidad; y después de santiguado
y soplado muchas veces, me trajeron su arco y me lo
dieron, y una sera de tunas molidas, y lleváronme a
curar otros muchos que estaban malos de modorra, y
me dieron otras dos seras de tunas, las cuales di a nues-
tros indios, que con nosotros habían venido; y hecho
esto, nos volvimos a nuestro aposento, y nuestros in-
dios, a quien di las tunas, se quedaron allá; y a la no-
che se volvieron a sus casas, y dijeron que aquel que
estaba muerto y yo había curado en presencia de ellos,
se había levantado bueno y se había paseado, y comí-
XXII
NAUFRAGIOS 83
do, y hablado con ellos, y que todos cuantos había cu-
rado quedaban sanos y muy alegres.
Esto causó muy gran admiración y espanto, y en toda
la tierra no se hablaba en otra cosa. Todos aquellos a
quien esta fama llegaba nos venían a buscar para que
los curásemos y santiguásemos sus hijos; y cuando los
indios que estaban en compañía de los nuestros, que
eran los cutalchiches, se hubieron de ir a"su tierra, an-
tes que se partiesen nos ofrescieron todas tas tunas que
para su camino tenían, sin que ninguna les quedase, y
diéronnos pedernales tan largos como palmo y medio,
con que ellos cortan, y es entre ellos cosa de muy gran
estima. Rogáronnos que nos acordásemos de ellos y
rogásemos a Dios que siempre estuviesen buenos, y
nosotros se lo prometimos; y con esto partieron los
más contentos hombres del mundo, habiéndonos dado
todo lo mejor que tenían. Nosotros estuvimos con
aquellos indios avavares ocho meses, y esta cuenta ha-
cíamos por las lunas. En todo este tiempo nos venían
de muchas partes a buscar, y decían que verdaderamen-
te nosotros éramos hijos del Sol. Dorantes y el negro
hasta allí no habían curado; mas por la mucha impor-
tunidad que teníamos, viniéndonos de muchas partes
a buscar, venimos todos a ser médicos, aunque en atre-
vimiento y osar acometer cualquier cura era yo más
señalado entre ellos, y ninguno jamás curamos que no
nos dijese que quedaba sano; y tanta confianza tenían
que habían de sanar si nosotros los curásemos, que
creían que en tanto que allí nosotros estuviésemos nin-
guno de ellos había de morir. Estos y los de más atrás
nos contaron una cosa muy extraña, y por la cuenta que
nos figuraron parescía que había quince o diez y seis
años que había acontescido, que decían que por aquella
tierra anduvo un hombre, que ellos llaman Mala Cosa,
y que era pequeño de cuerpo, j^queTéníaVarbas, aun-
que nunca claramente le pudieron ver el rostro, y que
cuando venía a la casa donde estaban se les levantaban
84 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
los cabellos y temblaban, y luego parescía a la puerta
de la casa un tizón ardiendo; y luego, aquel hombre
entraba y tomaba al que quería de ellos, y dábales tres
cuchilladas grandes por las ijadas con un pedernal muy
agudo, tan ancho como una mano y dos palmos en
luengo, y metía la mano por aquellas cuchilladas y sacá-
bales las tripas; y que cortaba de una tripa poco más o
menos de un palmo, y aquello que cortaba echaba en
las brasas; y luego le daba tres cuchilladas en un brazo,
y la segunda daba por la sangradura y desconcertába-
selo, y dende a poco se lo tornaba a concertar y poníale
las manos sobre las heridas, y decíannos que luego que-
daban sanos, y que muchas veces cuando bailaban apá-
resela entre ellos, en hábito de mujer unas veces, y
otras como hombre; y cuando él quería, tomaba el
buhío o casa y subíala en alto, y dende a un poco caía
con ella y daba muy gran golpe. También nos contaron
que muchas veces le dieron de comer y que nunca jamás
comió; y que le preguntaban dónde venía y a qué parte
tenía su casa, y que les mostró una hendedura de la
tierra, y dijo que su casa era allá debajo. De estas cosas
que ellos nos decían, nosotros nos reíamos mucho, bur-
lando de ellas; y como ellos vieron que no lo creíamos,
trujeron muchos de aquellos que decían que él había
tomado, y vimos las señales de las cuchilladas que él
había dado en los lugares en la manera que ellos con-
taban. Nosotros les dijimos que aquel era un malo, y de
la mejor manera que podimos les dábamos a entender
que si ellos creyesen en Dios nuestro Señor y fuesen
cristianos como nosotros, no temían miedo de aquél,
ni él osaría venir a hacelles aquellas cosas; y que tuvie-
sen por cierto que en tanto que nosotros en la tierra
estuviésemos él no osaría parescer en ella. De esto se
holgaron ellos mucho y perdieron mucha parte del te-
mor que tenían. Estos indios nos dijeron que habían
visto al asturiano y a Figueroa con otros, que adelante
en la costa estaban, a quien nosotros llamábamos de
XXII NAUFRAGIOS 85
los higos. Toda esta g-ente no conoscían los tiempos
por el Sol ni la Luna, ni tienen cuenta del mes y año,
y más entienden y saben las diferencias de los tiempos
cuando las frutas vienen a madurar, y en tiempo que
muere el pescado y el aparescer de las estrellas, en
que son muy diestros y ejercitados. Con estos siempre
fuimos bien tratados, aunque lo que habíamos de comer
lo cavábamos, y traíamos nuestras cargas de agua y
leña. Sus casas y mantenimientos son como las de los
pasados, aunque tienen muy mayor hambre, porque
no alcanzan maíz ni bellotas ni nueces. Anduvimos
siempre en cueros como ellos, y de noche nos cubría-
mos con cueros de venado. De ocho meses que con
ellos estuvimos, los seis padescimos mucha hambre,
que tampoco alcanzan pescado. Y al cabo de este
tiempo ya las tunas comenzaban a madurar, y sin que
de ellos fuésemos sentidos nos fuimos a otros que ade-
lante estaban, llamados maliacones; éstos estaban una
jornada de allí, donde yo y el negro llegamos. A cabo
de los tres días envié que trajese a Castillo y a Doran-
tes; y venidos, nos partimos todos juntos con los in-
dios, que iban a comer una frutilla de unos árboles,
de que se mantienen diez o doce días, entretanto que
las tunas vienen; y alU se juntaron con estos otros indios
que se llamaban arbadaos, y a éstos hallamos muy en-
fermos y flacos y hinchados; tanto, que nos maravilla-
mos mucho, y los indios con quien habíamos venido
se volvieron por el mismo camino; y nosotros les diji-
mos que nos queríamos quedar con aquéllos, de que
ellos mostraron pesar; y así, nos quedamos en el campo
con aquéllos, cerca de aquellas casas, y cuando ellos
nos vieron, juntáronse después de haber hablado entre
sí, y cada uno de ellos tomó el suyo por la mano y nos
llevaron a sus casas. Con estos padescimos más hambre
que con los otros, porque en todo el día no comíamos
más de dos puños de aquella fruta, la cual estaba verde;
tenía tanta leche, que nos quemaba las bocas; y con
86 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
tener falta de agua, daba mucha sed a quien la comía;
y como la hambre fuese tanta, nosotros comprémosles
dos perros (1), y a trueco de ellos les dimos unas redes
y otras cosas, y un cuero con que yo me cubría. Ya he
dicho cómo por toda esta tierra anduvimos desnudos;
y como no estábamos acostumbrados a ello, a manera
de serpientes mudábamos los cueros dos veces en el
año, y con el Sol y el aire hacíansenos en los pechos y
en las espaldas unos empeines muy grandes, de que
rescebíamos muy gran pena por razón de las muy gran-
des cargas que traíamos, que eran muy pesadas; y hacían
que las cuerdas se nos metían por los brazo's; y la tierra
es tan áspera y tan cerrada, que muchas veces hacía-
mos leña en montes, que cuando la acabábamos de
sacar nos corría por muchas partes sangre, de las espi-
nas y matas con que topábamos, que nos rompían por
donde alcanzaban. A las veces me acónteselo hacer
leña donde, después de haberme costado mucha san-
gre, no la podía sacar ni a cuestas ni arrastrando. No
tenía, cuando en estos trabajos me veía, otro remedio
ni consuelo sino pensar en la pasión de nuestro re-
demptor Jesucristo y en la sangre que por mí derramó,
y considerar cuánto más sería el tormento que de las
espinas él padesció que no aquél que yo entonces su-
fría. Contrataba con estos indios haciéndoles peines,
y con arcos y con flechas y con redes. Hacíamos este-
ras, que son cosas, de que ellos tienen mucha necesi-
dad; y aunque lo saben hacer, no quieren ocuparse en
nada, por buscar entretanto qué comer, y cuando en-
tienden en esto pasan muy gran hambre. Otras veces
me mandaban raer cueros y ablandarlos; y la mayor
prosperidad en que yo allí me vi era el día que me
daban a raer alguno, porque [yo lo raía muy mucho y
(1) Acaso eran perro» coyotes o de las praderas (Canis latrans),
que tomaban parte principal en la alimentación y ritos ceremonia-
les de estos pueblos.
XXII NAUFRAGIOS 87
comía de aquellas raeduras, y aquello me bastaba para
dos o tres días. También nos acónteselo con éstos y
con los que atrás habemos dejado, darnos un pedazo
de carne y comérnoslo así crudo, porque si lo pusiéra-
mos a asar, el primer indio que llegaba se lo llevaba y
comía; parescíanos que no era bien ponerla en esta ven-
tura, y también nosotros no estábamos tales, que nos
dábamos pena comerlo asado, y no lo podíamos tan
bien pasar como crudo. Esta es la vida que allí tuvimos,
y aquel poco sustentamiento lo ganábamos con los res-
cates que por nuestras manos hecimos.
CAPITULO XXIII
Cómo nos partimos después de haber comido los perros.
Después que comimos los gercot, paresciéndonos
que teníamos algún esfuerzo para poder ir adelante,
encomendámonos a Dios nuestro Señor para que nos
guiase, nosjdespedimos de aquellos indÍQ§^.y^llos nos
encaminaro]^ a otros de su lengua que estaban cerca de
allí. E yendo por nuestro camino llovió, y todo aquel
día anduvimos con agua, y allende de esto, perdimos el
camino y fuimos a parar a un monte muy grande, y co-
gimos muchas hojas de tunas y asárnoslas aquella noche
en un horno que hecimos, y dímosles tanto fuego, que a
la mañana estaban para comer; y después de haberlas
comido encomendámonos a Dios y partímonos, y ha-
llamos el camino que perdido habíamos; y pasado el
monte, hallamos otras casas de indios; y llegados allá,
vimos dos mujeres y muchachos, que se espantaron, que
andaban por el monte, y en vernos huyeron de nosotros
y fueron a llamara los indios que andaban por el monte;
y venidos, paráronse a mirarnos detrás de unos árbo-
les, y llamárnosles y allegáronse con mucho temor; y
después de haberlos hablado, nos dijeron que tenían
mucha hambre, y que cerca de allí estaban muchas ca-
sas de ellos propios, y dijeron que nos llevarían a
ellas; y aquella noche llegamos adonde había cincuenta
casas, \f-y«^ espantaban de vernos y mostraban mucho
^ temor; w aespüés (jue estuvieron algo sosegados de
|V«psotros, allegábannos con las manos al rostro y al
I (jíúerpo, y después traían ellos sus mismas manos por
\l
90 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXIII
SUS caras y sus cuerpos, y así estuvimos aquella noche; y
venida la mañana, trajéronnos los enfermos que tenían,
rogándonos que los santiguásemos, y nos dieron de lo
que tenían para comer, que eran hojas de tunas y tunas
verdes asadas; y por el buen tratamiento que nos ha-
cían, y porque aquello que tenían nos lo daban de
buena gana y voluntad, y holgaban de quedar sin co- '
mer por dárnoslo, estuvimos con ellos alguno^^as; y
estando allí, vinieron otros de_más^ adelante^ Cuando
,^e-quisicron partir dijiumg"^"Tos priníeros que nos que-
ríamos ir con aquéllos. A ellos les pesó mucho, y ro^iU-^^^
ronnos muy ahincadamente que no nos fuésemos, y al ^
fin nos despedimos de ellos, y los dejamos llorando /
por nuestra partida, porque les pesaba mucho en gran^X
manera. v ,^
CAPÍTULO XXIV
De las costumbres de los indios de aquella tierra.
I
-^Desde la isla ¿^^al Hado, todos los indios que
hasta esta tierra virriüs, tienen por costumbre desde el
día que sus mujeres se sienten preñadas no dormir
juntos hasta que pasen dos años que han criado los
hijos, los cuales maman hasta que son de edad de
doce años; que ya entqnces están en edad que por sí
saben buscar de comer^reguntámosles que por qué
los criaban así, y deoíar); que por la mucha hambre que
en la tierra había^ que' acóntesela) muchas veces, como
nosotros víatriós, estar dos o tres días sin comer, y a
las veces ciíatro; y por esta causa los dejaban mamar,
porque en los tiempos de hambre no muriesen; y ya
que algunos escapasen, saldrían muy delicados y de
pocas fuerzas; y si acaso acontesce caer enfermos algu-
nos, déjanlos morir en aquellos campos si no es hijo,
y todos los demás, si no pueden ir con ellos, se que-
dan; mas para llevar un hijo o hermano, se cargan y lo
llevan a cuestajw^odos estos acostumbran dejar sus
mujeres cuando entre ellos no hay conformidad, y se
tornan a casar con quien quieren; esto es entre los
mancebos, mas los que tienen hijos permanescen con
sus mujeres y no las dejan, y cuando en algunos pue-
blos riñen y traban cuestiones unos con otros, apu-
ñéanse y apaléanse hasta que están muy cansados, y
entonces se desparten; algunas veces los desparten
mujeres, entrando entre ellos, que hombres no entran
a despartirlos; y por ninguna pasión que tengan no
92 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
meten en ella arcos ni flechas; y desque se han apu-
ñeado y pasado su cuestión, toman sus casas y mujeres,
y vanse a vivir por los campos y apartados de los otros,
hasta que se les pasa el enojo; y cuando ya están
desenojados y sin ira, tórnanse a su pueblo, y de ahí
adelante son amigos como si ninguna cosa hobiera
pasado entre ellos, ni es menester que nadie haga las
amistades, porque de esta manera se hacen; y si los que
riñen no son casados, vanse a otros sus vecinos, y aun-
que sean sus enemigos, los resciben bien y se huelgan
mucho con ellos, y les dan de lo que tienen; de suerte,
que cuando es pasado el enojo, vuelven a su pueblo
y vienen ricos. Toda es gente de guerra y tienen tanta
astucia para guardarse de sus enemigos, como temían
si fuesen criados en Italia y en continua guerra. Cuando
están en parte que sus enemigos los pueden ofen-
der, asientan sus casas a la orilla del monte más ás-
pero y de mayor espesura que por allí hallan, y junto a
él hacen un foso, y en éste duermen. Toda la gente de
guerra está cubierta con leña menuda, y hacen sus sae-
teras, y están tan cubiertos y disimulados, que aunque
estén cabe ellos no los ven, y hacen un camino muy
angosto y entra hasta en medio del monte, y allí hacen
lugar para que duerman las mujeres y niños, y cuando
viene la noche encienden lumbres en sus casas para
que si hobiere espías crean que están en ellas, y antes
del alba tornan a encender los mismos fuegos; y si
acaso ios enemigos vienen a dar en las mismas casas,
los que están en el foso salen a ellos y hacen desde
las trincheas mucho daño, sin que los de fuera los
vean ni los puedan hallar; y cuando no hay montes en
que ellos puedan de esta manera esconderse y hacer
sus celadas, asientan en llano en la parte que mejor
les paresce y cércanse de trincheas cubiertas de leña
menuda y hacen sus saeteras, con que flechan a los in-
dios, y estos reparos hacen para de noche. Estando yo
con los de aguenes, no estando avisados, vinieron sus
XXIV NAUFRAGIOS 93
enemigos a media noche y dieron en ellos y mataron
tres y hirieron otros muchos; de suerte que huyeron de
sus casas por el monte adelante, y desque sintieron
que los otros se habían ido, volvieron a ellas y reco-
gieron todas las flechas que los otros les habían echa-
do, y lo más encubiertamente que pudieron los siguie-
ron, y estuvieron aquella noche sobre sus casas sin
que fuesen sentidos, y al cuarto del alba les acometie-
ron y les mataron cinco, sin otros muchos que fueron
heridos, y les hicieron huir y dejar sus casas y arcos,
con toda su hacienda; y de ahí a poco tiempo vinieron
las mujeres de los que se llamaban quevenes, y enten-
dieron entre ellos y los hicieron amigos, aunque algu-
nas veces ellas son principio de la guerra. Todas estas
gentes, cuando tienen enemistades particulafés7 cuan-
do no son de una familia (1), se matan de noche por
asechanzas y usan unos con otros grandes crueldades.
(1) Es decir, individuos de un mismo clan o linaje.
CAPITULO XXV
Cómo los indios son prestos a un arma.
[ Esta es la más prestagentg_^arajin arma de cuantas
ya he visto effét^muHHoTporque si se temen cíe sus
enemigos, toda la noche están despiertos con sus ar-
cos a par de sí y una docena de flechas; y el que duer-
me tienta su arco, y si no le halla en cuerda le da la
vuelta que ha menester. Salen muchas veces fuera de
las casas bajados por el suelo, de arte que no pueden
ser vistos, y miran y atalayan por todas partes para sen-
tir lo que hay; y si algo sienten, en un punto son todos
en el campo con sus arcos y flechas, y así están hasta
el día, corriendo a unas partes y otras, donde ven que
es menester o piensan que pueden estar sus enemigos.
Cuando viene el día tornan a aflojar sus arcos hasta
que salen a caza. Las cuerdas de los arcos son niervos
de venados. La manera que tienen de pelear es abaja-
dos por el suelo, y mientras se flechan andan hablando
y saltando siempre de un cabo para otro, guardándose
de las flechas de sus enemigos, tanto, que en semejan-
tes partes pueden rescebir muy poco daño de balles-
tas y arcabuces; antes los indios burlan de ellos, por-
que estas armas no aprovechan para ellos en campos
llanos, adonde ellos andan sueltos; son buenas para es-
trechos y lugares de agua; en todo lo demás, los caba-
llos son los que han de sojuzgar y lo que los indios
universalmente temen. Quien contra ellos hobiere de
pelear ha de estar muy avisado que no le sientan fla-
queza ni codicia de lo que tienen, y mientras durare la
96 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXV
guerra hanlos de tratar muy mal; porque si temor les
conocen o alguna codicia, ella es gente que saben
conoscer tiempos en que vengarse y toman esfuerzo
del temor de los contrarios. Cuando se han flechado
en la guerra y gastado su munición, vuélvense cada
uno su camino, sin que los unos sigan a los otros, aun-
que los unos sean muchos y los otros pocos, y esta es
costumbre suya. Muchas veces se pasan de parte a par-
te con las flechas y no mueren de las heridas si no toca
en las tripas o en el corazón; antes sanan presto. Ven
y oyen más y tienen más agudo sentido que cuantos
hombres yo creo que hay en el mundo. Son grandes
sufridores de hambre y de sed y de frío, como aque-
llos que están más acostumbrados y hechos a ello que
otrosí Esto he querido contar porque allende que to-
dos los hombres desean saber las costumbres y ejer-
cicios de los otros, los que algunas veces se vinieren a
ver con ellos estén avisados de sus costumbres y ardi-
des, que suelen no poco aprovechar, en jiem^jai^
casos. ,
CAPITULO XXVI
De las naciones y leng'uas.
También quiero contar sus naciones y lenguas, que
desde la isla de Mal Hado hasta los últimos hay. En la
isla de Mal Hado hay dos lenguas: a los unos llaman
de Caoques y a los otros llaman de Han. En la Tierra
Firme, enfrente de la isla, hay otros que se llaman de
Chorruco, y toman el nombre de los montes donde
viven.
Adelante, en la costa del mar, habitan otros que
se llaman Doguenes, y enfrente de ellos otros que tie-
nen por nombre los de Mendica. Más adelante, en la
costa, están los quevenes, y enfrente de ellos, dentro
en la Tierra Firme, los mariames; y yendo por la costa
adelante, están otros que se llaman guaycones, y en-
frente de éstos, dentro en la Tierra Firme, los igua-
ces. Cabo de éstos están otros que se llaman atayos,
y detrás de éstos, otros, acubadaos, y de éstos hay mu-
chos por esta vereda adelante. En la costa viven otros
llamados quitóles, y enfrente de éstos, dentro en la
Tierra Firme, los avavares. Con éstos se juntan los ma-
liacones, y otros cutalchiches, y otros que se llaman su-
solas, y otros que se llaman cornos, y adelante en la
costa están los camoles, y en la misma costa ade-
lante, otros a quien nosotros llamamos los de los hi-
gos. Todas estas gentes tienen habitaciones y pueblos
y lenguas diversas. Entre éstos hay una lengua en
que llaman a los hombres por mira acá, arre acá; a los
perros, xo; en toda la tierrajse emborrachan con un
CABEZA DE VACA» —NAUFRAGIOS 7
98 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
humo (1), y dan cuanto tienen por él. Beben también otra
cosa que sacan de las hojas de los árboles, como de en-
cina, y tuéstanla en unos botes al fuego, y después que
la tienen tost ada hinchan el bote de agua, y así lo tie-
nen sobre el fuego, y cuando ha hervido dos veces,
échanlo en una vasija y están enfriándolacon media cala-
baza, y cuando está con mucha espuma bébenla tan ca-
liente cuanto pueden sufrir, y desde que la sacan del
bote hasta que la beben están dando voces, diciendo
que ¿quién quiere beber? Y cuando las mujeres oyen es-
tas voces, luego se paran sin osarse mudar, y aunque es-
tén mucho cargadas, no osan hacer otra cosa, y si acaso
alguna de ellas se mueve, la deshonran y la dan de pa-
los, y con muy gran enojo derraman el agua que tie-
nen para beber, y la que han bebido la tornan a lanzar,
lo cual ellos hacen muy ligeramente y sin pena alguna.
La razón de la costumbre dan ellos, y dicen que si
cuando ellos quieren beber aquella agua las mujeres se
mueven de donde les toma la voz, que en aquella agua
se les mete en el cuerpo una cosa mala y que dende a
poco les hace morir, y todo el tiempo que el agua está
cociendo ha de estar el bote atapado, y si acaso está
destapado y alguna mujer pasa, lo derraman y no be-
ben más de aquella agua; es amarilla y están bebiéndo-
la tres días sin comer, y cada día bebe cada uno arroba
y media de ella, y cuando las mujeres están con su cos-
tumbre no buscan de comer más de para sí solas, porque
ninguna otra persona come de lo que ellas traen. En
el tiempo que así estaba, entre éstos •yij una diabhi
ra, y es que vi un hombre casado con otro, y estos son
unos hombres amarionados, impotentes, y andan tapa
(1) El tabaco se usaba no ya solo, sino aun mezclado con otras
hierbas. En ceremonias relig^iosas (ritos de adopción, danza de la
pipa, etc.) o en ocasiones muy solemnes (celebración de Consejo
tribal, declaración de guerra o tratados de paz), usaba el indio
norteamericano de su «pipa de paz», adornada a veces con em-
blemas totémicos.
XXVI
NAUFRAGIOS 99
dos como mujeres y hacen oficio de mujeres, y tiran
arco y llevan muy gran carga, y entre éstos vimos mu-
chos de ellos así amarionados como digo, y son más
membrudos que los otros hombres y más altos; sufren
muy grandes cargas.
CAPITULO XXVII
De cómo nos mudamos y fuimos bien rescebidos.
j Después que nos partimos de los que dejamos 11o-
/rando, fuímonos con los otros a sus casas, y de los que
en ellas estaban fuimos bien rescebidos y trujeron sus
hijos para que les tocásemos las manos, y dábannos
mucha harina de mezquiquez. Este mezquiquez es una
fruta que cuando está en el árbol es muy amarga (1), y es
de la manera de algarrobas, y cómese con tierra, y con
ella está dulce y bueno de comer. La manera que tie-
nen con ella es ésta: que hacen un hoyo en el suelo,
de la hondura que cada uno quiere, y después de echa-
da la fruta en este hoyo, con un palo tan gordo como
la pierna y de braza y media en largo, la muelen hasta
muy molida; y demás que se le pega de la tierra del
hoyo, traen otros puños y échanla en el hoyo y tornan
otro ralo a moler, y después échanla en una vasija de
manera de una espuerta, y échanle tanta agua que bas-
ta a cubrirla, de suerte que quede agua por cima, y
el que la ha molido pruébala, y si le paresce que no
está dulce, pide tierra y revuélvela con ella, y esto hace
hasta que la halla dulce, y asiéntanse todos alrededor
y cada uno mete la mano y saca lo que puede, y las
pepitas de ella tornan a echar sobre unos cueros y las
cascaras; y el que lo ha molido las coge y las torna a
echar en aquella espuerta, y echa agua como de pri-
(i) La leguminosa Wamaidai Inga fagífolia es acaso el mezqui-
quez a que se hace referencia.
102 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
mero, y tornan a expremir el zumo y agua que de ello
sale, y las pepitas y cascaras tornan a poner en el cue-
ro, y de esta manera hacen tres o cuatro veces cada
moledura; y los que en este banquete, que para ellos
es muy grande, se hallan, quedan las barrigas muy gran-
des, de la tierra y agua que han bebido; y de esto nos
hicieron los indios muy gran fiesta, y hobo entre ellos
muy grandes bailes y areitos en tanto que allí estuvi-
mos. Y cuando de noche dormíamos, a la puerta del
rancho donde estábamos nos velaban a cada uno de
nosotros seis hombres con gran cuidado, sin que nadie
nos osase entrar dentro hasta que el Sol era salido.
Cuando nosotros nos quisimos partir de ellos, llegaron
allí unas mujeres de otros que vivían adelante; y infor-
mados de ellas dónde estaban aquellas casas, nos par-
timos para allá, aunque ellos nos rogaron mucho que
por aquel día nos detuviésemos, porque las casas
adonde íbamos estaban lejos, y no había camino para
ellas, y que aquellas mujeres venían cansadas, y des-
cansando, otro día se irían con nosotros y nos guiarían,
y ansí nos despedimos; y dende a poco las mujeres
que habían venido, con otras del mismo pueblo, se fue-
ron tras nosotros; mas como por la tierra no había ca-
minos, luego nos perdimos, y ansí anduvimos cuatro
leguas, y al cabo de ellas llegamos a beber a un agua
adonde hallamos las mujeres que nos seguían, y nos
dijeron el trabajo que habían pasado por alcanzarnos.
Partimos de allí llevándolas por guía, y pasamos un río
cuando ya vino la tarde que nos daba el agua a los pe-
chos; sería tan ancho como el de Sevilla, y corría muy
mucho, y a puesta del Sol llegamos a cien casas de in-
dios; y antes que llegásemos salió toda la gente que en
ellas había a recebirnos con tanta grita que era espan-
to, y dando en los muslos grandes palmadas; traían las
calabazas horadadas, con piedras dentro, que es la
cosa de mayor fiesta, y no las sacan sino a bailar o para
curar, ni las osa nadie tomar sino ellos; y dicen que
XXVII
NAUFRAGIOS 103
aquellas calabazas tienen virtud y que vienen del cielo,
porque por aquella tierra no las hay, ni saben dónde
las haya, sino que las traen los ríos cuando vienen de
avenida. Era tanto el miedo y turbación que éstos te-
nían, que por llegar más prestos los unos que los
otros a tocarnos, nos apretaron tanto que por poco
nos hobieran de matar; y sin dejarnos poner los pies
en el suelo nos llevaron a sus casas, y tantos cargaban
sobre nosotros y de tal manera nos apretaban que nos
metimos en las casas que nos tenían hechas, y nosotros
no consentimos en ninguna manera que aquella noche
hiciesen más fiesta con nosotros. Toda aquella noche
pasaron entre sí en areitos y bailes, y otro día de ma-
ñana nos trajeron toda la gente de aquel pueblo para
que los tocásemos y santiguásemos, como habíamos
hecho a los otros con quien habíamos estado. Y des-
pués de esto hecho, dieron muchas flechas a las muje-
res del otro pueblo que habían venido con las suyas.
Otro día partimos de allí y toda la gente del pueblo
fué con nosotros, y como llegamos a otros indios, fui-
mos bien recebidos, como de los pasados; y ansí nos
dieron de lo que tenían y los venados que aquel día
habían muerto; y entre estos vimos una nueva costum-
bre, y es que los que venían a curarse, los que con
nosotros estaban les tomaban el arco y las flechas; y
zapatos y cuentas, si las traían, y después de haberlas
tomado nos las traían delante de nosotros para que los
curásemos; y curados, se iban muy contentos, dicien-
do que estaban sanos. Así nos partimos de aquéllos y
nos fuimos a otros, de quien fuimos muy bien recebi-
dos, y nos trajeron sus enfermos, que santiguándolos
decían que estaban sanos; y el que no sanaba creía
que podíamos sanarle, y con lo que los otros que cu-
rábamos les decían, hacían tantas alegrías y bailes que
no nos^ejaban dormirT^T
CAPITULO XXVIII
De otra nueva costumbre.
Partidos de éstoSi fuimos a otras muchas casas, y
desde aquí comenzó otra nueva costumbre, y es, que
rescibiéndonos muy bien, que los que iban con nos-
otros los comenzaron a hacer tanto mal, que les tomaban
las haciendas y les saqueaban las casas, sin que otra
cosa ninguna les dejasen; de esto nos pesó mucho, por
ver el mal tratamiento que a aquellos que tan bien nos
rescebían se hacía, y también porque temíamos que
aquello sería o causaría alguna alteración y escándalo
entre ellos; mas_com,o no éramos parte para remediar-
lo, ni para osar castigar los que^sto hacían y hobimos
por entonces de sufrir^ hasta que más autoridad entre
ellos tuviésemos; y también los indios mismos que per-
dían la hacienda, conosciendo nuestra tristeza, nos con-
solaron, diciendo que de aquello no rescibiésemos
pena; que ellos estaban tan contentos de habernos vis-
to, que daban por bien empleadas sus haciendas, y que
adelante serían pagados de otros que estaban muy ri-
cos. Por todo este camino teníamos muy gran trabajo,
por la mucha gente que nos seguía, y no podíamos huir
de ella, aunque lo procurábamos, porque era muy gran-
de la priesa que tenían por llegar a tocarnos; y era tanta
la importunidad de ellos sobre esto, que pasaban tres
horas que no podíamos acabar con ellos que nos deja-
sen. Otro día nos trajeron toda la gente del pueblo, y
la mayor parte de ellos son tuertos de nubes, y otros
de ellos son ciegos de ellas mismas, de que estábamos
106 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
espantados. Son muy bien dispuestos y de muy buenos
gestos, más blancos que otros ningunos de cuantos
hasta allí habíamos visto. Aquí empezamos a ver sie-
rras, y parescía que venían seguidas de hacia el mar del
Norte; y así, por la relación que los indios de esto nos
dieron, creemos que están quince leguas de la mar. De
aquí nos partimos con estos indios hacia estas sierras
que decimos, y lleváronnos por donde estaban unos
parientes suyos, porque ellos no nos querían llevar sino
por do habitaban sus parientes, y no querían que sus
enemigos alcanzasen tanto bien, conícTtes parescía qíie
era vernos. Y cuando fuimos llegados, los que con nos-
otros iban saquearon a los otros; y como sabían la cos-
tumbre, primero que llegásemos escondieron algunas
cosas; y después que nos hobieron rescebido con mu-
cha fiesta y alegría, sacaron lo que habían escondido y
viniéronnoslo a presentar, y esto era cuentas y alma-
gra y algunas taleguillas de plata. Nosotros, según la
costumbre, dímoslo luego a los indios que con nOisve=^
nían, y cuando nos lo hobieron dado, comenzaronTsus
bailes y fiestas, y enviaron a llamar otros de otro pue-
blo que estaba cerca de allí, para que nos viniesen a
ver, y a la tarde vinieron todos, y nos trajeron cuentas
y arcos, y otras cosillas, que también repartimos; y otro
día, queriéndonos partir, toda la gente nos quería lle-
var a otros amigos suyos que estaban a la punta de las
sierras, y decían que allí había muchas casas y gente, y
que nos darían muchas cosas; mas por ser fuera de
nuestro camino no quesimos ir a ellos, y tomamos por
lo llano cerca de las sierras, las cuales creíamos que no
estaban lejos de la costa. Toda la gente de ella es muy
mala, y teníamos por mejor de atravesar la tierra, por-
que la gente que está más metida adentro, es más bien
acondicionada, y tratábannos mejor, y teníamos por
cierto que hallaríamos la tierra más poblada y de me-
jores mantenimientos. Lo último, hacíamos esto por-
que, atravesando la tierra, víamos muchas particulari-
XXVIII NAUFRAGIOS 107
dades de ella; porque si Dios nuestro Señor fuese
servido de sacar alguno de nosotros, y traerlo a tierra
de cristianos, pudiese dar nuevas y relación de ella. Y
como los indios vieron que estábamos determinados
de no ir por donde ellos nos encaminaban, dijéronnos
que por donde nos queríamos ir no había gente, ni tu-
nas ni otra cosa alguna que comer; y rogáronnos que
estuviésemos allí aquel día, y ansí lo hecimos. Luego
ellos enviaron dos indios para que buscasen gente por
aquel camino que queríamos ir; y otro día nos parti-
mos, llevando con nosotros muchos de ellos, y las mu-
jeres iban cargadas de agua, y era tan grande entre
ellos nuestra autoridad, que ninguno osaba beber sin
nuestra licencia. Dos leguas de allí topamos los indios
que habían ido a buscar la gente, y dijeron que no la
hallaban; de lo que los indios mostraron pesar, y tor-
náronnos a rogar que nos fuésemos por la sierra. No lo
quisimos hacer, y ellos, como vieron nuestra voluntad,
aunque con mucha tristeza, se despidieron de nosotros,
y se volvieron el río abajo a sus casas, y nosotros ca-
minamos por el río arriba, y desde a un poco topamos
dos mujeres cargadas, que como nos vieron, pararon,
y descargáronse, y trajéronnos de lo que llevaban, que
era harina de maíz, y nos dijeron que adelante en aquel
río hallaríamos casas y mucha tunas y de aquella hari-
na; y ansí nos despedimos de ellas, porque iban a los
otros donde habíamos partido, y anduvimos hasta pues-
ta del Sol, y llegamos a un pueblo de hasta de veinte
casas, adonde nos recebieron llorando y con grande
tristeza, porque sabían ya que adonde quiera que lle-
gábamos eran todos saqueados y robados de los que
nos acompañaban, y como nos vieron solos, perdieron
el miedo, y diéronnos tunas, y no otra cosa ninguna.
Estuvimos allí aquella noche, y al alba los indios que
nos habían dejado el día pasado dieron en sus casas, y
como los tomaron descuidados y seguros, tomáronles
cuanto tenían, sin que tuviesen lugar donde asconder
108 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXVIII
ninguna cosa; de que ellos lloraron mucho; y los roba-
dores, para consolarles, los decían que éramos hijos del
Sol, y que teníamos poder para sanar los enfermos y
para matarlos, y otras mentiras aun mayores que estas,
como ellos las saben mejor hacer cuando sienten que
les conviene; y dijéronles que nos llevasen con mucho
acatamiento, y tuviesen cuidado de no enojarnos en
ninguna cosa, y que nos diesen todo cuanto tenían, y
procurasen de llevarnos donde había mucha gente, y
que donde llegásemos robasen ellos y saqueasen lo
que los otros tenían, porque así era costumbre.
CAPITULO XXIX
De cómo se robaban los unos a los otros.
Después de haberlos informado y señalado bien lo
que habían de hacer, se volvieron, y nos dejaron con
aquellos; los cuales, teniendo en la memoria lo que los
otros les habían dicho, nos comenzaron a tratar con
aquel mismo temor y reverencia que los otros, y fuimos
con ellos tres jornadas, y lleváronnos adonde había
mucha gente; y antes que llegásemos a ellos avisaron
cómo íbamos, y dijeron de nosotros todo lo que los
otros les habían enseñado, y añadieron mucho más,
porque toda esta gente de indios son grandes amigos
de nóvelas y muy mentirosos, mayormente donde pre-
tenden algún interés. Y cuando llegamos cerca de las
casas, salió toda la gente a recebirnos con mucho pla-
cer y fiesta, y entre otras cosas, dos físicos de ellos nos
dieron dos calabazas, y de aquí comentamos a llevar
calabazas con nosotros, y añadimos a nuestra autoridad
esta cerimonia, que para con ellos es muy grande. Los
que nos habían acompañado sac|ueamn las casas; mas,
como eran muchas y ellos pocos, no pudieron llevar
todo cuanto tomaron, y más de la mitad dejaron per-
dido; y de aquí por la halda de la sierra nos fuimos
metiendo por la tierra adentro más de cincuenta leguas,
y al cabo de ellas hallamos cuarenta casas, y entre
otras cosas que nos dieron, hobo Andrés Dorantes un
cascabel gordo, grande, de cobre, y en él figurado un
rostro, y esto mostraban ellos, que lo tenían en mucho,
' y les dijeron que lo habían habido de otros sus veci-
liO ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
nos; y preguntándoles que dónde habían habido aque-
llo, dijéronle que lo habían traído de hacia el norte, y
que allí había mucho, y era tenido en grande estima; y
entendimos que do quiera que aquello había venido,
había fundición y se labraba de vaciado, y con esto nos
partimos otro día, y atravesamos una sierra de siete le-
guas, y las piedras de ella eran de escorias de hierro;
y a la noche llegamos a muchas casas, que estaban
asentadas a la ribera de un muy hermoso río, y los se-
ñores de ellas salieron a medio camino a recebirnos
con sus hijos a cuestas, y nos dieron muchas taleguillas
de margarita y de alcohol molido, con esto se untan
ellos la cara; y dieron muchas cuentas, y muchas man-
tas de vacas, y cargaron a todos los que venían con
nosotros de todo cuanto ellos tenían. Comían tunas y
piñones; hay por aquella tierra pinos chicos, y las pinas
de ellos son como huevos pequeños, mas los piñones
son mejores que los de Castilla, porque tienen las cas-
caras muy delgadas; y cuando están verdes, muélenlos
y hácenlos pellas, y ansí los comen; y si están secos,
los muelen con cascaras, y los comen hechos polvos.
Y los que por allí nos recebían, desque nos habían to-
cado, volvían corriendo hasta sus casas, y luego daban
vuelta a nosotros, y no cesaban de correr, yendo y vi-
niendo. De esta manera traíannos muchas cosas para
el camino. Aquí me trajeron un hombre, y me dijeron
que había mucho tiempo que le habían herido con una
flecha por el espalda derecha, y tenía la punta de la
flecha sobre el corazón; decía que le daba mucha pena,
y que por aquella causa siempre estaba enfermo. Yo
le toqué, y sentí la punta de la flecha, y vi que la tenía
atravesada por la ternilla, y con un cuchillo que tenía,
le abrí el pecho hasta aquel lugar, y vi que tenía la
punta atravesada, y estaba muy mala de sacar; torné a
cortar más, y metí la punta del cuchillo, y con gran tra-
bajo en fin la saqué. Era muy larga, y con un hueso de
venado, usando de mi ofício de medicina, le di dos}/
XXIX NAUFRAGIOS 111
puntos; y dados, se me desangraba, y con raspa de un
cuero le estanqué la sangre; y cuando hube sacado la
punta, pidiéronmela, y yo se la di, y el pueblo todo
vino a verla, y la enviaron por la tierra adentro, para
que la viesen los que allá estaban, y por esto hicieron
muchos bailes y fiestas, como ellos suelen hacer; y otro
día le corté los dos puntos al indio, y estaba sano; y
no páresela la herida que le había hecho sino como
una raya de la palma de la mano, y dijo que no sentía
dolor ni pena alg-una; y esta cura nos dio entre ellos
tanto crédito por toda la tierra, cuanto ellos podían y
sabían estimar y encarescer. Mostrámosles aquel cas-
cabel que traíamos, y dijéronnos que en aquel lugar
de donde aquel había venido había muchas planchas
de aquello enterradas, y que aquello era cosa que ellos
tenían en mucho; y había casas de asiento, y esto
creemos nosotros que es la mar del Sur, que siempre
tuvimos noticia que aquella mar es más rica que la del
Norte. De éstos nos partimos, y anduvimos por tantas
suertes de gentes y de tan diversas lenguas, que no
basta memoria a poderlas contar, y siempre saqueaban
los unos a los otros; y así los que perdían como los que
ganaban quedaban muy contentos. Llevábamos tanta
compañía, que en ninguna manera podíamos valemos
con ellos. Por aquellos valles donde íbamos, cada uno
de ellos llevaba un garrote tan largo como tres palmos,
y todos iban en ala; y en saltando alguna liebre (que
por allí había hartas), cercábanla luego, y caían tantos
garrotes sobre ella, que era cosa de maravilla, y de
esta manera la hacían andar de unos para otros, que a
mi ver era la más hermosa caza que se podía pensar,
porque muchas veces ellas se venían hasta las manos;
y cuando a la noche parábamos, eran tantas las que
nos habían dado, que traía cada uno de nosotros ocho
o diez cargas de ellas; y los que traían arcos no pares-
cían delante de nosotros, antes se apartaban por la
sierra a buscar venados; y a la noche cuando venían.
112 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXIX
traían para cada uno de nosotros cinco o seis venados,
y pájaros y codornices, y otras cazas; finalmente, todo
cuanto aquella gente hallaban y mataban nos lo ponían
delante, sin que ellos osasen tomar ninguna cosa, aun-
que muriesen de hambre; que así lo tenían ya por cos-
tumbre después que andaban con nosotros, y sin que
primero lo santiguásemos; y las mujeres traían muchas
esteras, de que ellos nos hacían casas, para cada uno
la suya aparte, y con toda su gente conoscida; y cuan-
do esto era hecho, mandábamos que asasen aquellos
venados y liebres, y todo lo que habían tomado; y esto
también se hacía muy presto en unos hornos que para
esto ellos hacían; y de todo ello nosotros tomábamos
un poco, y lo otro dábamos al principal de la gente
que con nosotros venía, mandándole que lo repartiese
entre todos. Cada uno con la parte que le cabía venían
a nosotros para que la soplásemos y santiguásemos,
que de otra manera no osaran comer de ella; y muchas
veces traíamos con nosotros tres o cuatro mil personas.
Y era tan grande nuestro trabajo, que a cada uno ha-
bíamos de soplar y santiguar lo que habían de comer
y beber, y para otras muchas cosas que querían hacer
nos venían a pedir licencia, de que se puede ver qué
tanta importunidad rescebíamos. Las mujeres nos traían
las^tunas y arañas y gusanos, y lo que podían haber;
porque aunque se muriesen de hambre, ninguna cosa
habían de comer sin que nosotros la diésemos. E yen-
do con éstos, pasamos un gran río, que venía del norte;
y pasados unos llanos de treinta leguas, hallamos mu-
cha gente que lejos de allí venía a recebirnos, y salían
al camino por donde habíamos de ir, y nos recebieron
de la manera de los pasados.
CAPITULO XXX
De cómo se mudó la costumbre del recebirnos.
Desde aquí hobo otra manera de recebirnos, en
cuanto toca al saquearse, porque los que salían de los
caminos a traernos alguna cosa a los que con nosotros
venían no los robaban; mas después de entrados en
sus casas, ellos mismos nos ofrescían cuanto tenían, y
las casas con ello; nosotros las dábamos a los princi-
pales, para que entre ellos las partiesen, y siempre los
que quedaban despojados nos seguían, de donde eres-
cía mucha gente para satisfacerse de su pérdida; y de-
cíanles gye-^e -guardasen y.,DO escondiesen cosa alguna
de cuantas tenían, porque no podía ser sin que nos-
otros lo supiésemos, y haríamos luego que todos mu-
riesen, porque el Sol nos lo decía. Tan grandes eran
los temores que les ponían, que los primeros días que
con nosotros estaban, nunca estaban sino temblando y
sin osar hablar ni alzar los ojos al cielo. Estos nos
guiaron por más de cincuenta leguas de despoblado
de muy ásperas sierras, y por ser tan secas no había
caza en ellas, y por esto pasamos mucha hambre, y a!
cabo un río muy grande, que el agua nos daba hasta
los pechos; y desde aquí nos comenzó mucha de la
gente que traíamos a adolescer de la mucha hambre y
trabajo que por aquellas sierras habían pasado, que por
extremo eran agras y trabajosas. Estos mismos nos lle-
varon a unos llanos al cabo de las sierras, donde ve-
nían a recebirnos de muy lejos de allí, y nos recebieron
como los pasados, y dieron tanta hacienda a los que
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 8
114 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP,
con nosotros venían, que por no poderla llevar dejaron
la mitad; y dijimos a los indios que lo habían dado que
lo tornasen a tomar y lo llevasen, porque no quedase
allí perdido; y respondieron que en ninguna manera lo
harían, porque no era su costumbre, después de haber
una vez ofrescido, tornarlo a tomar; y así, no lo te-
niendo en nada, lo dejaron todo perder. A éstos diji-
mos que queríamos ir a la puesta del Sol, y ellos res-
pondiéronnos que por allí estaba la gente muy lejos, y
nosotros les mandábamos que enviasen a hacerles sa-
ber cómo nosotros íbamos allá, y de esto se excusaron
lo mejor que ellos podían, porque ellos eran sus ene-
migos, y no querían que fuésemos a ellos; mas no osa-
ron hacer otra cosa; y así, enviaron dos mujeres, una
suya, y otra que de ellos tenían captiva; y enviaron és-
tas porque las mujeres pueden contratar aunque haya
guerra; y nosotros las seguimos, y paramos en un lugar
donde estaba concertado que las esperásemos; mas
ellas tardaron cinco días; y los indios decían que no
debían de hallar gente. Dijímosles que nos llevasen
hacia el norte; respondieron de la misma manera, di-
ciendo que por allí no había gente sino muy lejos, y
que no había qué comer ni se hallaba agua; y con todo
esto, nosQJtrojs 4>arfiamos y dijimos que por allí quería-
mos ir, y ellos todavía se excusaban de la mejor mane-
] I ra que podían, y por esto nos enojamos, y yo me salí
i I una noche a dormir en el campo, apartado de ellos;
I \ mas luego fueron donde yo estaba, y toda la noche es-
I I tuvieron sin dormir y con mucho miedo y hablándome
,f I y diciéndorae cuan atemorizados estaban, rogándonos
f I que no estuviésemos más enojados, y que aunque ellos
[ f supiesen morir en el camino, nos llevarían por donde
nosotrjOS. quisiésemos ir; y como nosotros todavía fin-
gíamos estar enojados y porque su miedo no se quita-
se, suscedió una cosa extraña, y fué que este día mes-
mo adolescieron muchos de ellos, y otro día siguiente
murieron ocho hombres. Por toda la tierra donde esto
i» »1 i- i ' í
XXX NAUFRAGIOS 115
se supo hobieron tanto miedo de nosotros, que pares-
cía en vernos que de temor habían de morir. Rogáron-
nos que no estuviésemos enojados, ni quisiésemos que
más de ellos muriesen, y tenían por muy cierto que nos-
otros los matábamos con solamente quererlo; y a la
verdad, nosotros recebíamos tanta pena de esto, que
no podía ser mayor; porque, allende de ver los que mo-
rían, temíamos que no muriesen todos o nos dejasen
solos, de miedo, y todas las otras gentes de ahí ade-
lante hiciesen lo mismo, viendo lo que a éstos había
acontecido. Rogamos a Dios nuestro Señor que lo re-
mediase; y ansí, comenzaron a sanar todos aquellos
que habían enfermado, y vimos una cosa que fué de
grande admiración: que los padres y hermanos y mu-
jeres de los que murieron, de verlos en aquel estado
tenían gran pena; y después de muertos, ningún senti-
miento hicieron, ni los vimos llorar, ni hablar unos con
otros, ni hacer otra ninguna muestra, ni osaban llegar
a ellos, hasta que nosotros los mandábamos llevar a en-
terrar, y más de quince días que con aquéllos estuvi-
mos, a ninguno vimos hablar uno con otro, ni los vimos
reír ni llorar a ninguna criatura; antes, porque una lloró,
la llevaron muy lejos de allí, y con unos dientes de ra-
tón agudos la sajaron desde los hombros hasta casi
todas las piernas. E yo, viendo esta crueldad y enoja-
do de ello, les pregunté que por qué lo hacían, y res-
pondiéronme que para castigarla porque había llorado
delante de mí. Todos estos temores que ellos tenían
ponían a todos los otros que nuevamente venían a co-
noscernos, a fin que nos diesen todo cuanto tenían,
porque sabían que nosotros no tomábamos nada y lo
habíamos de dar todo a ellos. Esta fué la más obedien-
te gente que hallamos por esta tierra, y de mejor con-
dición; y comúnmente son muy dispuestos. Convales-
cidos los dolientes, y ya que había tres días que está-
bamos allí, llegaron las mujeres que habíamos enviado,
diciendo que habían hallado muy poca gente, y que
116 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
todos habían ido a las vacas, que era en tiempo de
ellas; y mandamos a los que habían estado enfermos
que se quedasen, y los que estuviesen buenos fuesen
con nosotros, y que dos jornadas de allí, aquellas mis-
mas dos mujeres irían con dos de nosotros a sacar
gente y traerla al camino para que nos recebiesen; y
con esto, otro día de mañana todos los que más res-
cios estaban partieron con nosotros, y a tres jornadas
paramos, y eL siguiente día partió Alonso del Castillo
con Estebanico el negrOy llevando por guía las dos mu-
jeres; y la que de ellas era captiva los llevó a un río
que corría entre unas sierras donde estaba un pueblo
en que su padre vivía, y éstas fueron las primeras ca-
sas que vimos que tuviesen parescer y manera de ello.
Aquí llegaron Castillo y Estebanico; y después de
haber hablado con los indios, a cabo de tres días vino
Castillo adonde nos había dejado, y trajo cinco o seis
de aquellos indios, y dijo cómo había hallado casas de
gente y de asiento, y que aquella gente comía frísoles
y calabazas, y que había visto maíz. Esta fué la cosa del
mundo que más nos alegró, y por ello dimos infinitas
gracias a nuestro Señor; y dijo que el negro vernía con
toda la gente de las casas a esperar al camino, cerca de
allí; y por esta causa partimos; y andada legua y me-
dia, topamos con el negro y la gente que venían a re-
cebirnos, y nos dieron frísoles y muchas calabazas para
comer y para traer agua, y mantas de vacas, y otras
cosas. Y como estas gentes y las que con nosotros ve-
nían eran enemigos y no se entendían, partímonos de
los primeros, dándoles lo que nos habían dado, y fui-
monos con éstos; y a seis leguas de allí, ya que venía la
noche, llegamos a sus casas, donde hicieron muchas
fiestas con nosotros. Aquí estuvimos un día, y el si-
guiente nos partimos, y llevámoslos con nosotros a
otras casas de asiento, donde comían lo mismo que
ellos; y de ahí adelante hobo otro nuevo uso: que los
que sabían de nuestra ida no salían a recebirnos a los
XXX NAUFRAGIOS 117
caminos, como los otros hacían; antes los hallábamos
en sus casas, y tenían hechas otras para nosotros, y es-
taban todos asentados, y todos tenían vueltas las caras
hacia la pared y las cabezas bajas y los cabellos pues-
tos delante de los ojos, y su hacienda puesta en montón
en medio de la casa; y de aquí adelante comenzaron a
darnos muchas mantas de cueros, y no tenían cosa que
no nos diesen. Es la gente de mejores cuerpos que vi-
mos, y de mayor viveza y habilidad y que mejor nos
entendían y respondían en lo que preguntábamos; y
llamámoslos de las Vacas, porque la mayor parte que
de ellas mueren es cerca de allí; y porque aquel río
arriba más de cincuenta leguas, van matando muchas
de ellas. Esta gente andan del todo desnudos, a la ma-
nera de los primeros que hallamos. Las mujeres andan
cubiertas con unos cueros de venado, y algunos pocos
de hombres, señaladamente los que son viejos, que no
sirven para la guerra. E^ tierra muy poblada. Pregun-
támosles cómo no sembraban maíz; respondiéronnos
que lo hacían por no perder lo que sembrasen, por-
que dos años arreo les habían faltado las aguas, y había
sido el tiempo tan seco, que a todos les habían perdi-
do los maíces los topos, y que no osarían tornar a sem-
brar sin que primero hobiese llovido mucho; y rogá-
bannos que dijésemos al cielo que lloviese y se lo
rogásemos^ y_riosotros se lo prometimos de hacerlo
ansrrTámbién nosotros quesimos saber de dónde ha-
bían traído aquel maíz, y ellos nos dijeron que de don-
de el Sol se ponía, y que lo había por toda aquella
tierra; mas que lo más cerca de allí era por aquel ca-
mino. Preguntámosles por dónde iríamos bien, y que
nos informasen del camino, porque no querían ir allá;
dijéronnos que el camino era por aquel río arriba hacia
el norte, y que en diez y siete jornadas no hallaríamos
otra cosa ninguna que comer, sino una fruta que llaman
chacan, y que la machucan entre unas piedras si aun
después de hecha esta diligencia no se puede comer.
118 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXX
de áspera y seca; y así era la verdad, porque allí nos lo
mostraron y no lo podimos comer; y dijéronnos tam-
bién que entretanto que nosotros fuésemos por el río
arriba, iríamos siempre por gente que eran sus enemi-
gos y hablaban su misma lengua, y que no tenían que
darnos cosa a comer; mas que nos recebirían de muy
buena voluntad, y que nos darían muchas mantas de
algodón y cueros y otras cosas de las que ellos tenían;
mas que todavía les parescía que en ninguna manera
no debíamos tomar aquel camino. Dudando lo que ha-
ríamos, y cuál camino tomaríamos que más a nuestro
propósito y provecho fuese, nosotros nos detuvimos
con ellos dos días. Dábannos a comer frísoles y cala-
bazas; la manera de cocerlas es tan nueva, que por ser
tal, yo la quise aquí poner, para que se vea y se co-
nozca cuan diversos y extraños son los ingenios y in-
dustrias de los hombres humanos. Ellos no alcanzan
ollas, y para cocer lo que ellos quieren comer, hinchen
media calabaza grande de agua, y en el fuego echan
muchas piedras de las que más fácilmente ellos pueden
encender, y toman el fuego; y cuando ven que están
ardiendo tómanlas con unas tenazas de palo, y échan-
las en aquella agua que está en la calabaza, hasta que
la hacen hervir con el fuego que las piedras llevan; y
cuando ven que el agua hierve, echan en ella lo que
han de cocer, y en todo este tiempo no hacen sino sa-
car unas piedras y echar otras ardiendo para que el
agua hierva para cocer lo que quieren, y así lo cuecen.
CAPITULO XXXI
De cómo seguimos el camino del maíz.
Pasados dos días que allí estuvimos, determinamos
de ir a buscar el maíz, y no quesimos seguir el camino
de las Vacas, porque es hacia el norte, y esto era para
nosotros muy gran rodeo, porque siempre tuvimos por
cierto que yendo la puesta del Sol habíamos de hallar
lo que deseábamos; y ansí, seguimos nuestro camino, y
atravesamos toda la tierra hasta salir a la mar del Sur;
y no bastó a estorbarnos esto el temor que nos ponían
de la mucha hambre que habíamos de pasar, como a la
verdad la pasamos, por todas las diez y siete jornadas
que nos habían dicho. Por todas ellas el río arriba nos
dieron muchas mantas de vacas, y no comimos de aque-
lla su fruta; mas nuestro mantenimiento era cada día
tanto como una mano de unto de venado, que para es-
tas necesidades procurábamos siempre de guardar, y
ansí pasamos todas las diez y siete jornadas, y al cabo
de ellas atravesamos el río, y caminamos otras diez y
siete. A la puesta del Sol, por unos llanos, y entre unas
sierras muy grandes que allí se hacen, allí hallamos una
gente que la tercera parte del año no comen sino unos
polvos de paja; y por ser aquel tiempo cuando nos-
otros por allí caminamos, hobímoslo también de comer
hasta que, acabadas estas jornadas, hallamos casas de
asiento, adonde había mucho maíz allagado, y de ello
y de su harina nos dieron mucha cantidad, y de cala-
bazas y frísoles y mantas de algodón, y de todo carga-
mos a los que allí nos habían traído, y con esto se
120 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
volvieron los más contentos del mundo. Nosotros di-
mos muchas gracias a Dios nuestro Señor por habernos
traído allí, adonde habíamos hallado tanto manteni-
miento.
Entre estas casas había algunas de ellas que eran de
tierra, y las otras todas son de estera de cañas; y de
aquí pasamos más de cien leguas de tierra, y siempre
hallamos casas de asiento, y mucho mantenimiento de
maíz, y frísoles, y dábannos muchos venados y muchas
mantas de algodón, mejores que las de la Nueva Espa-
ña (1). Dábannos también muchas cuentas y de unos
corales que hay en la mar del Sur, muchas turquesas
muy buenas que tienen de hacia el norte; y finalmente,
dieron aquí todo cuanto tenían, y a mí me dieron cinco
esmeraldas hechas puntas de flechas, y con estas fle-
chas hacen ellos sus areitos y bailes; y paresciéndome
a mí que eran muy buenas, les pregunté que dónde las
habían habido, y dijeron que las traían de unas sierras
muy altas que están hacia el norte, y las compraban a
trueco de penachos y plumas de papagayos, y decían
(1) Aun cuando tarea difícil la identificación de las tribus y
lugares por que Alvar Núñez Cabeza de Vaca fué cruzando, parece
que después de haber atravesado de E. a W. el territorio de Te-
xas, cruzó río Grande del Norte, y ya en Méjico, Chihuahua y
Sonora, de donde marchó al Sur por Sinaloa. Estas tribus serían,
pues, del grupo de los Pueblos. Los Pueblos tenían casas de
asiento — erigidas por las mujeres trabajando en común — , y eran
grandes cultivadores — de secano y de regadío — de fríjoles, algo-
dón, maíz, tabaco, etc.
Las casas comunales de los Pueblos tenían su kiva o estufa, dor-
mitorio de los mancebos y junta de ancianos o sacerdotes. Ejercían
el matriarcado — los hijos eran del clan de la madre — ; los linajes
se reunían por aldeas, pero no por tribus.
La religión excluía los sacrificios humanos, y no practicaban el
canibalismo. La mayor parte de los ritos religiosos tenían por
finalidad provocar la lluvia, cuestión capital en su árido territorio.
En ellos se personificaba a veces los manes de los clanes con más-
caras simbólicas. Eran, en general, tribus de cierta elevada cultura
y moralidad.
Á
XXXI NAUFRAGIOS 121
que había allí pueblos de mucha g^ente y casas muy
grandes. Entre éstos vimos las mujeres más honesta-
mente tratadas que a ninguna parte de Indias que ho-
biésemos visto. Traen unas camisas de algodón, que
llegan hasta las rodillas, y unas medias mangas encima
dellas, de unas faldillas de cuero de venado sin pelo,
que tocan en el suelo, y enjabónanlas con unas raíces
que alimpian mucho, y ansí las tienen muy bien trata-
das; son abiertas por delante, y cerradas con unas co-
rreas; andan calzados con zapatos. Toda esta gente
venía a nosotros a que los tocásemos y santiguásemos;
y eran en esto tan importunos, que con gran trabajo lo
sufríamos, porque dolientes y sanos, todos querían ir
santiguados. Acontescía muchas veces que de las mu-
jeres que con nosotros iban parían algunas, y luego en
nasciendo nos traían la criatura a que la santiguásemos
y tocásemos. Acompañábannos siempre hasta dejarnos
entregados a otros, y entre todas estas gentes se tenía
por muy cierto que veníamos del cielo. Entretanto que
con éstos anduvimos caminamos todo el día sin comer
hasta la noche, y comíamos tan poco, que ellos se es-
pantaban de verlo. Nunca nos sintieron cansancio, y a
la verdad nosotros estábamos tan hechos al trabajo,
que tampoco lo sentíamos. Teníamos con ellos mucha ^
. , autoridad y>-graved€id^3í.43L^ra conservar esto, léá habla-
' \bamos pocas veces. El negro les hablaba stempfé; se
informaba de los camfiTOTtitre queríamos \r y los púe-"
blos que había y de las cosas que queríamos saber.
Pasamos por gran número y diversidades de lenguas;
con todas ellas Dios nuestro Señor nos favoresció,
porque siempre nos entendieron y les entendimos; y
ansí, preguntábamos y respondían por señas, como si
eUos hablaran nuestra lengua y nosotros la suya; por-
¿[ue, aunque sabíamos ^eis lenguas^^no Dps podíamos
eírtüdas partes^ápfovechar de ellas, porque hallamos ~
más de mil diferencias. Por todas estas tierras, los que
tenían guerras con los otros se hacían luego amigos
122 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXXI
{^ para venirnos a recebir y traernos todo cuanto tenían, y
de e5jta:;niaiíei^#éfámós toda la IJeira-en paz^ y dijímos-
les, por las señas por que nos eritendían^que en el cie-
lo había un hombre que llamábamos Dios, el cual había
criado el Cielo y la Tierra, y que éste adorábamos nos-
otros y teníamos por Señor, y que hacíamos lo que nos
mandaba, y que de su mano venían todas las cosas bue-
nas, y que si ansí ellos lo hiciesen, les iría muy bien de
ello; y tan grande aparejo hallamos en ellos, que si len-
gua hobiera con que perfectamente nos entendiéramos,
todos los dejáramos cristianos. Esto les dimos a enten-
der lo mejor que podimos, y de ahí adelante, cuando el
Sol salía, con muy gran grita abrían las manos juntas al
cielo, y después las traían por todo su cuerpo, y otro
tanto hacían cuando se ponía. Es gente bien acondi-
cionada y aprovechada para seguir cualquiera cosa bien
aparejada.
CAPITULO XXXIl
De cómo nos dieron los corazones de los venados.
En el pueblo donde nos dieron las esmeraldas die-
ron a Dorantes más de seiscientos corazones de vena-
do, abiertos, de que ellos tienen siempre mucha abun-
dancia para su mantenimiento, y por esto le pusimos
K nombre el pueblo de los Corazones, y por él es la en-
trada para muchas provincias que están a la mar del
Sur; y si los que la fueren a buscar por aquí no entra-
ren, se perderán, porque la costa no tiene maíz, y comen
polvo de bledo y de paja y de pescado que t^man en
la mar con balsas, jgorque no alcanzan canoas. Las mu-
jeres cubren sus vergüenzas con yerba y paja. Es gen-
te muy apocada y triste. Creemos que cerca de la
costa, por la vía de aquellos pueblos que nosotros tru-
jimos, hay más de mil leguas de tierra poblada, y tienen
mucho mantenimiento, porque siembran tres veces en
el año frísoles y maíz. Hay tres maneras de venados:
los de la una de ellas son tamaños como novillos de
Castilla; hay casas de asiento, que llaman buhíos, y
tienen yerba, y esto es de unos árboles al tamaño de
manzanos, y no es menester más de coger la fruta y
untar la flecha con ella; y si no tiene fruta, quiebran
una rama, y con la leche que tienen hacen lo mesmo.
Hay muchos de estos árboles que son tan ponzoñosos,
que si majan las hojas de él y ¡as lavan en alguna agua
allegada, todos los venados y cualesquier otros anima-
les que de ella beben revientan luego. En este pueblo
estuvimos tres días, y a una jornada de allí estaba otro
124 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
en el cual nos tomaron tantas aguas, que porque un
río cresció mucho, no lo podimos pasar, y nos detuvi-
mos allí quince días. En este tiempo, Castillo vio al cue-
llo de un indio una hebilleta de talabarte de eSpada, y
en ella cosido un clavo de herrar; tomósela y pregun-
tárnosle qué cosa era aquélla, y dijéronnos que habían
venido del cielo. Preguntárnosle más, que quién la ha-
bía traído de allá, y respondieron que unos hombres
que traían barbas como nosotros, que habían venido
del cielo y llegado a aquel río, y que traían caballos
y lanzas y espadas, y que habían alanceado dos de
ellos; y lo más disimuladamente que poHmJos Jes pre^L
guntanios "quir se habían hecho aquellos hombres, y
r^eSpütídTeFonnos que se haííañTdo aTa mar7y~que me-
tieron sus lanzas por debajo del agua, y que ellos se
habían también metido por debajo, y que después los
vieron ir por cima hacia puesta del Sol. Nosotros dimos
muchas gracias a Dios nuestro Sefior por aquello que
oímos, porque estábamos desconfiados de saber nue-
vas de cristianos; y, por otra parte, nos vimos en gran
confusión y tristeza, creyendo que aquella gente no
sería sino algunos que habían venido por la mar a des-
cubrir; mas al fin, como tuvimos tan cierta nueva de
ellos, dímonos más priesa a nuestro camino, y siempre
hallábamos más nueva de cristianos, y nosotros les de-
cíamos que los íbamos a buscar para decirles que no
los matasen ni tomasen por esclavos, ni los sacasen de
sus tierras, ni les hiciesen otro mal ninguno, y de esto
ellos holgaban muchorAnduvimos mucha tierra, y toda
la hallamos despoblada, porque los moradores de ella
andaban huyendo por las sierras, sin osar tener casas
ni labrar, por miedo de los cristianos. Fué cosa de que
tuvimos muy gran lástima, viendo la tierra muy fértil,
y muy hermosa y muy llena de aguas y de ríos, y ver
los lugares despoblados y quemados, y la gente tan fla-
ca y enferma, huida y escondida toda; y como no sem-
braban, con tanta hambre, se mantenían con cortezas
XXXII NAUFRAGIOS 125
de árboles y raíces. De esta hambre a nosotros alcan-
zaba parte en todo este camino, porque mal nos po-
dían ellos proveer estando tan desventurados, que pá-
resela que se querían morir. Trujéronnüs mantas de las
que habían escondido por los cristianos, y diéronnos-
las, y áün contáronnos cómo otras veces habían entra-
do los cristianos por la tierra, y habían destruido y
quemado los pueblos, y llevado la mitad de los hom-
bres y todas las mujeres y muchachos, y que los que
de sus manos se habían podido escapar andaban hu-
yendo. Como los víamos tan atemorizados, sin osar
parar en ninguna parte, y que ni querían ni podían sem-
brar ni labrar la tierra, antes estaban determinados de
dejarse morir, y que esto tenían por mejor que esperar
y ser tratados con tanta crueldad como hasta allí, y
mostraban grandísimo placer con nosotros, aunque te-
mimos que, llegados a los que tenían la frontera con
los cristianos y guerra con ellos, nos habían de maltra-
tar y hacer que pagásemos lo que los cristianos contra
ellos hacían. Mas como Dios nuestro Señor fué servi-
do de traernos hasta ellos, comenzáronnos a temer y
acatar como los pasados y aun algo más, de que no
quedamos poco maravillados; por donde claramente se
ve que estas gentes todas, para ser atraídas a ser cris-
tianos y a obediencia de la imperial majestad, han de
ser llevados con buen tratamiento, y que éste es cami-
no muy cierto, y otro no. Estos nos llevaron a un pue-
blo que está en un cuchillo de una sierra, y se ha de
subir a él por grande aspereza; y aquí hallamos mucha
gente que estaba juuta^ recogidos por miedo de los
cristianos. Recebiéronnos muy bien, y diéronnos cuan-
to tenían, y diéronnos más de dos mil cargas de maíz,
que dimos a aquellos miserables y hambrientos que
hasta allí nos habían traído; y otro día despachamos de
allí cuatro mensajeros por la tierra como lo acostum-
brábamos hacer, para que llamasen y convocasen toda
la más gente que pudiesen, a un pueblo que está tres
126 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
jornadas de allí; y hecho esto, otro día nos partimos
con toda la gente que allí estaba, y siempre hallábamos
rastro y señales adonde habían dormido cristianos; y
a mediodía topamos nuestros mensajeros, que nos di-
jeron que no habían hallado gente, que toda andaba
por los montes, escondidos huyendo, porque los cris-
tianos no los matasen y hiciesen esclavos; y que la no-
che pasada habían visto a los cristianos estando ellos
detrás de unos árboles mirando lo que hacían, y vieron
cómo llevaban muchos indios en cadenas; y de esto se
alteraron los que con nosotros venían, y algunos de
ellos se volvieron para dar aviso por la tierra cómo ve-
nían criscianos, y mucho más hicieran esto si nosotros
no les dijéramos que no lo hiciesen ni tuviesen temor;
y con esto se aseguraron y holgaron mucho. Venían
entonces con nosotros indios de cien leguas de allí, y
no podíamos acabar con ellos que se volviesen a sus
casas; y por asegurarlos dormimos aquella noche allí,
y otro día caminamos y dormimos en el camino; y el
siguiente día, los que habíamos enviado por mensaje-
ros nos guiaron adonde ellos habían visto los cristia-
nos; y llegados a hora de vísperas, vimos claramente
que habían dicho la verdad, y conoscimos la gente que
era de a caballo por las estacas en que los caballos
habían estado atados. Desde aquí, que se llama el río
de Petutan, hasta el río donde llegó Diego de Guzmán,
puede haber hasta él, desde donde supimos de cristia-
nos, ochenta leguas; y desde allí al pueblo donde nos
tomaron las aguas, doce leguas; y desde allí hasta la
mar del Sur había doce leguas Por toda esta tierra
donde alcanzan sierras vimos grandes muestras de oro
y alcohol (1), hierro, cobre y otros metales. Por donde
(1) Nombre coh que, en lo antiguo, se designaba al antimonio
y aun a la galena (sulfuro de plomo), que se ha llamado también
alcohol de alfareros por utilizarse para bañar y vidriar la alfarería
ordinaria.
XXXII NAUFRAGIOS 127
están las casas de asiento es caliente; tanto, que por
enero hace gran calor. Desde allí hacia el mediodía de
la tierra, que es despoblada hasta la mar del Norte, es
muy desastrosa y pobre, donde pasamos grande y in-
creíble hambre; y los que por aquella tierra habitan y
andan es gente crudelísima y de muy mala inclinación
y costumbres. Los indios que tienen casa de asiento, y
los de atrás, ningún caso hacen de oro y plata, ni hallan
que pueda haber provecho de ello.
CAPITULO XXXIII
Cómo vimos rastro de cristianos,
Después que vimos rastro claro de cristianos, y en-
tendimos que tan cerca estábamos de ellos, dimos mu-
chas gracias a Dios nuestro Señor por querernos sa-
car de tan triste y miserable captiverio; y el piacei^-que
de esto sentimos juzgúelo cada uno cuando pensare el
yfiejE^o^íjttevWrSqu^ttá trérra estuvimos y los peligros
s/y^ trabajos por que pasamos. Aquella noche yo rogué a
l/^uno de mis compañeros que fuese tras los cristianos,
que iban por donde nosotros dejábamos la tierra ase-
gurada, y había tres días de camino. A ellos se les hizo
de mal esto, excusándose por el cansancio y trabajo; y
aunque cada uno de ellos lo pudiera hacer mejor que
yo, por ser más recios y más mozos; mas, vista su vo-
luntad, otro día por la mañana tomé conmigo al negro
y once indios, y por el rastro que hallaba siguiendo a
los cristianos pasé por tres lugares donde habían dor-
mido; y este día anduve diez leguas, y otro día de ma-
ñana alcancé cuatro cristianos de caballo, que recebie-
^Ton gran alteración de verme tan extrañamente vesti-
f~^ do y en compañía de indios. Estuviéronme mirando
^ Mnucho espacio de tiempo, tan atónitos, que ni me ha-
blaban ni acertaban a preguntarme nada. Yo les dije
que me llevasen a. donde estaba su capitán; y así, fui-
mos media legua de allí, donde estaba Diego de Alca-
raz, que era el capitán; y después de haberle hablado,
me dijo que estaba muy perdido allí, porque había mu-
chos días que no había podido tomar indios, y que no
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS
130 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXXIII
había por donde ir, porque entre ellos comenzaba a
haber necesidad y hambre; yo le dije cómo atrás que-
daban Dorantes y Castillo, que estaban diez leguas de
allí, con muchas gentes que nos habían traído; y él en-
vió luego tres de caballo y cincuenta indios de los que
«líos traían; y el negro volvió con ellos para guiarlos,
y yo quedé allí, y pedí que me diesen por testimonio
el año y el mes y día que allí había llegado, y la ma-
nera en que venía, y ansí lo hicieron. De este río hasta
el pueblo de los cristianos, que se llama Sant Miguel,
que es de la gobernación de la provincia que dicen la
Nueva Galicia, hay treinta leguas.
CAPITULO XXXIV
De cómo envié por los cristianos.
Pasados cinco días, Ilegfaron Andrés Dorantes y
Alonso del Castillo con los que habían ido por ellos, y
traían consigo más de seiscientas personas, que eran de
aquel pueblo que los cristianos habían hecho subir al
monte, y andaban escondidos por la tierra, y los que
hasta allí con nosotros habían venido los habían sacado
de los montes y entregado a los cristianos, y ellos ha-
bían despedido todas las otras gentes que hasta allí ,
habían traído; y venidos adonde yo estaba, Alcaraz me^
rogó que enviásemos a llamar la gente de los puebl(^
que están a vera del río, que andaban escondidos por
los montes de la tierra, y que les mandásemos que t^u-
jesen de comer, aunque esto no era menester, por<í[ue
ellos siempre tenían cuidado de traernos todo lo que
podían, y enviamos luego nuestros mensajeros a que
los llamasen, y vinieron seiscientas personas, que nos
trujeron todo el maíz que alcanzaban, y traíanlo en unas
ollas tapadas con barro, en que lo habían enterrado y^
escondido, y nos trujeron todo lo más que tenían; mas
nosotros ñoquísimos tomar de todo ello sino la comi-
da, y dimostodo^hrotro^los cristiano^ para que entre
sí la repartiesen; y después^^^'esfó pasamos muchas y
grandes pendencias con ellos, porque nos querían hacer
los indios que traímos esclavos, y con este enojo, al
partir,' dejamos muchos arcos turquescos que traíamos,
y muchos zurrones y flechas, y entre ellas las cinco de
I las esmeraldas, que no se nos acordó de ellas; y ansí, las
132 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
perdimos. Dimos a los cristianos muchas mantas de
vaca y otras cosas que traíamos; vímonos con los in-
dios en mucho trabajo porque se volviesen a sus casas
y se aseg-urasen y sembrasen su maíz. Ellos no que-
rían sino ir con nosotros hasta dejarnos, como acos-
tumbraban, con otros indios; porque si se volviesen
sin hacer esto, temían que se morirían; que para ir
con nosotros no temían a los cristianos ni a sus lan-
zas. A los cristianos les pesaba de esto, y hacían que
su lengua les dijese que nosotros éramos de ellos mis-
amos, y nosTiábíarims^iperdidó muchos tiempos había,
y que éramos g-ente de poca suerte y valor, y que ellos
eran los señores de aquella tierra, a quien habían de
obedescer y servir. Mas todo esto los indios tenían en
muy poco o no nada de lo que les decían; antes, unos
con otros entre sí platicaban, diciendo que los cristia-
nos mentían, porque nosotros veníamos de donde salía
eLSpl, y ellos donde se pone; y que nosotros sanába-
mos los enfermos, y ellos mataban los que estaban sa-
nos; y que nosotros veníamos desnudos y descalzos, y
eHos vestidos y en caballos y con lanzas; y que nosotros
no teníamos cobdicia de ninguna cosa, antes todo
cuanto nos daban tornábamos luego a dar, y con nada
nos quedábamos, y los otros no tenían otro fin sino ro-
bar todo cuanto hallaban, y nunca daban nada a nadie;
y de esta manera relataban todas nuestras cosas y las
encarescían, por el contrario de los otros; y así les res-
pondieron a la lengua de los cristianos, y lo mismo hi-
cieron saber a los otros por una lengua que entre ellos
había, con quien nos entendíamos, y aquellos que la
usan llamamos propriamente primahaitu, que es como
decir vascongados, la cual, más de cuatrocientas le-
guas de las que anduvimos, hallamos usada entre ellos,
sin haber otra por todas aquellas tierras. Finalmente,
nunca pudo acabar con los indios creer que éramos de
los otros cristianos, y con mucho trabajo y importuna-
ción los hecimos volver a sus casas, y les mandamos
XXXIV
NAUFRAGIOS 133
que se asegurasen, y asentasen sus pueblos, y sembra-
sen y labrasen la tierra, que, de estar despoblada, es-
taba ya muy llena de monte; la cual sin dubda es la me-
jor de cuantas en estas Indias hay, y más fértil y abun-
dosa de mantenimientos, y siembran tres veces en el
año. Tiene muchas frutas y muy hermosos ríos, y otras
muchas aguas muy buenas. Hay muestras grandes y
señales de minas de oro y plata; la gente de ella es muy
bien acondicionada; sirven a los cristianos (los que son
amigos) de muy buena voluntad. Son muy dispuestos,
mucho más que los de Méjico, y, finalmente, es tierra
que ninguna cosa le falta para ser muy buena.
Despedidos los indios, nos dijeron que harían lo que
mandábamos, y asentarían sus pueblos si los cristia-
nos los dejaban; y yo así lo digo y afirmo por muy
cierto, que si no lo hicieren será por culpa de los cris-
tianos.
Después que hobimos enviado a los indios en paz, y
regraciádoles el trabajo que con nosotros habían pasa-
do, los cristianos nos enviaron, debajo de cautela, a un
Cebreros, alcalde, y con él otros dos, los cuales nos lle-
varon por los montes y despoblados, por apartarnos de
la conversación de los indios, y por que no viésemos ni
entendiésemos lo que de hecho hicieron; donde pares-
ce cuánto se engañan los pensamientos de los hombres,
que nosotros andábamos a les buscar libertad, y cuan-
do pensábamos que la teníamos, sucedió tan al con-
trario, porque tenían acordado de ir a dar en los indios
que enviábamos asegurados y de paz,^ansí como lo
pensaron, lo hicieron; lleváronnos por aquellos mon-
tes dos días, sin agua, perdidos y sin camino, y todos
pensamos perescer de sed, y de ella se nos ahogaron
siete hombres, y muchos amigos que los cristianos
traían consigo no pudieron llegar hasta otro día a
mediodía adonde aquella noche hallamos nosotros el
agua; y caminamos con ellos veinte y cinco leguas,
poco más o menos, y al fin de ellas llegamos a un
134 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXXIV
pueblo de indios de paz, y el alcalde que nos llevaba
nos dejó allí, y él pasó adelante otras tres leguas, a un
pueblo que se llamaba Culiazan, adonde estaba Mel-
chior Díaz, alcalde mayor y capitán de aquella pro-
vincia.
CAPÍTULO XXX]V
De cómo el alcalde mayor nos recebió bien la noche que llegamos*
Como el alcalde mayor fué avisado de nuestra sali-
da y venida, luegfo aquella noche partió, y vino adon-
de nosotros estábamos, y lloró mucho con nosotros,
dando loores a Dios nuestro Señor por haber usado de
tanta misericordia con nosotros; y nos habló y trató
muy bien; y de parte del gobernador Ñuño de Guzmán
y suya nos ófresció todo lo que tenía y podía; y mostró
mucho sentimiento de la mala acogida y tratamiento
que en Alcaraz y los otros habíamos hallado, y tuvimos
por cierto que si él se hallara allí,-^5^^xcusara lo qjue
con^«esotfos-y-eon -los^^TrdTos su hizo',^pasadanaqiiclla
noche, otro día nos partimos, y el alcalde mayor nos
rogó mucho que nos detuviésemos allí, y que en esto
haríamos muy gran servicio a Dios y a Vuestra Majes-
tad, porque la tierra estaba despoblada, sin labrarse, y
toda muy destruida, y los indios andaban escondidos y
huidos por los montes, sin querer venir a hacer asiento
en sus pueblos, y que los enviásemos a llamar, y les
mandásemos de parte de Dios y de Vuestra Majestad
que viniesen y poblasen en lo llano, y labrasen la tierra.
A nosotros nos pareció esto muy dificultoso de poner
en efecto, porque no traíamos indio ninguno de los
nuestros ni de los que nos solían acompañar y enten-
der en estas cosas. En fin, aventuramos a esto dos in-
dios de los que traían allí captivos, que eran de los mis-
mos de la tierra, y éstos se habían hallado con los cris-
tianos; cuando primero llegamos a ellos, y vieron la
136 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
gente que nos acompañaba, y supieron de ellos la mu-
cha autoridad y dominio que por todas aquellas tierras
habíamos traído y tenido, y las maravillas que había-
mos hecho, y los enfermos que habíamos curado, y otras
muchas cosas. Y con estos indios mandamos a otros
del pueblo, que juntamente fuesen y llamasen los in-
dios que estaban por las sierras alzados, y los del río
de Petaan, donde habíamos hallado a los cristianos, y
que les dijesen que viniesen a nosotros, porque les que-
ríamos hablar; y para que fuesen seguros, y los otros vi-
niesen, les dimos un calabazo de los que nosotros traía-
mos en las manos (que era nuestra principal insignia y
muestra de gran estado), y con éste ellos fueron y an-
duvieron por allí siete días, y al fin de ellos vinieron, y
trujeron consigo tres señores de los que estaban alza-
dos por las sierras, que traían quince hombres, y nos
trujeron cuentas y turquesas y plumas, y los mensaje-
ros nos dijeron que no habían hallado a los naturales
del río donde habíamos salido, porque los cristianos los
habían hecho otra vez huir a los montes; y el Melchior
Díaz dijo a la lengua que de nuestra parte les hablase
a aquellos indios, y les dijese cómo venía de parte de
Dios, que está en el cielo, y que habíamos andado por
el mundo muchos años, diciendo a toda la gente que
habíamos hallado que creyesen en Dios y lo sirviesen,
porque era señor de todas cuantas cosas había en el
mundo, y que él daba galardón y pagaba a los buenos,
y pena perpetua de fuego a los malos; y que cuando los
buenos morían, los llevaba al cielo, donde nunca nadie
moría, ni tenían hambre, ni frío, ni sed, ni otra necesidad
ninguna, sino la mayor gloria que se podría pensar; y
que los que no le querían creer ni obedescer sus man-
damiento, los echaba debajo la tierra en compañía de
los demonios y en gran fuego, el cual nunca se había de
acabar, sino atormentarlos para siempre; y que allende
de esto, si ellos quisiesen ser cristianos y servir a Dios
de la manera que les mandásemos, que los cristianos
XXXV
NAUFRAGIOS 137
temían por hermanos y los tratarían muy bien, y nos-
otros les mandaríamos que no les hiciesen ningún enojo
ni los sacasen de sus tierras, sino que fuesen grandes
amigos suyos; mas que si esto no quisiesen hacer, los
cristianos los tratarían muy mal, y se los llevarían por
esclavos a otras tierras. A esto respondieron a la len-
igua que ellos serían muy buenos cristianos, y servirían
a Dios; y preguntados en qué adoraban y sacrificaban,
y a quién pedían el agua para sus maizales y la salud
para ellos, respondieron que a un hombre que estaba
en el cielo. Preguntámosles cómo se llamaba, y dijeron
que Aguar, y que creían que él había criado todo el
mundo y las cosas de él. Tornémosles a preguntar
cómo sabían esto, y respondieron que sus padres y
abuelos se lo habían dicho, que de muchos tiempos
tenían noticia de esto, y sabían que el agua y todas las
buenas cosas las enviaba aquél. Nosotros les dijimos
'que aquel que ellos decían, nosotros lo llamábamos
Dios, y^qüe ansí lo llamasen ellos, y lo sirviesen y
adorasen como mandábamos, y ellos se hallarían muy
bien de ello. Respondieron que todo lo tenían muy
bien entendido, y que así lo harían; y mandémosles
que bajasen de las sierras, y viniesen seguros y en
paz, y poblasen toda la tierra, y hiciesen sus casas,
y que entre ellas hiciesen una para Dios, y pusiesen a
la entrada una cruz como la que allí teníamos, y que
cuando viniesen allí los cristianos, los saliesen a rece-
bir con las cruces en las manos, sin los arcos y sin
armas, y los llevasen a sus casas, y les diesen de
comer de lo que tenían, y por esta manera no les ha-
rían mal, antes serían sus amigos; y ellos dijeron que
ansí lo harían como nosotros lo mandábamos; y el ca-
pitán les dio mantas y los trató muy bien; y así, se vol-
vieron, llevando los dos que estaban captivos y habían
ido por mensajeros. Esto pasó en presencia del escri-
bano que allí tenían y otros muchos testigos.
CAPITULO XXXVI
De cómo hecimos hacer iglesias en aquella tierra.
Como los indios se volvieron, todos los de aquella
provincia, que eran amigos de los cristianos, como tu-
vieron noticia de nosotros, nos vinieron a ver, y nos
trujeron cuentas y plumas, y nosotros les mandamos
que hiciesen iglesias, y pusiesen cruces en ellas, por-
que hasta entonces no las habían hecho; y hecimos
traer los hijos de los principales señores y baptizarlos;
y luego el capitán hizo pleito homenaje a Dios de no
hacer ni consentir hacer entrada ninguna, ni tomar
esclavo por la tierra y gente que nosotros habíamos
asegurado, y que esto guardaría y cumpliría hasta que
Su Majestad y el gobernador Ñuño de Guzmán, o el
visorey en su nombre, proveyesen en lo que más fuese
servicio de Dios y de Su Majestad; y después de bauti-
zados los niños, nos partimos para la villa de Sant Mi-
guel, donde, como fuimos llegados, vinieron indios,
que nos dijeron cómo mucha gente loajaba de las sie-
rras y poblaban en lo llano, y hacían iglesias y cruces
y todo lo que les habíamos mandado; y cada día tenía-
mos nuevas de cómo esto se iba haciendo y cumpliendo
más enteramente; y pasados quince días que allí había-
mos estado, llegó Alcaraz con los cristianos que habían
ido en aquella entrada, y contaron al capitán cómo eran
bajados de las sierras los indios, y habían poblado en
lo llano, y habían hallado pueblos con mucha gente,
que de primero estaban despoblados y desiertos, y que
los indios les salieron a recebir con cruces en las ma-
140 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
nos, y los llevaron a sus casas, y les dieron de lo que
tenían, y durmieron con ellos allí aquella noche.
Espantados de tal novedad, y de que los indios les
dijeron cómo estaban ya asegurados, mandó que no
les hiciesen mal, y ansí se despidieron. Dios nuestro
Señor, por su infinita misericordia, quiera que en los
días de Vuestra Majestad y debajo de vuestro poder y
señorío, estas gentes vengan a ser verdaderamente y
con entera voluntad sujetas al verdadero Señor que
las crió y redimió. Lo cual tenemos por cierto que así
será, y que Vuestra Majestad ha de ser el que lo ha de
poner en efecto (que no será tan difícil de hacer);
porque dos mil leguas que anduvimos por tierra y por
la mar en lM_barcaSj y otipsrdLez meses ijue después
do^íilidos-de captivos, sin^par^w, anduvimos por lá tie-
rra, no hallamos sacrificios ni idolatría. En este tiempo
travesamos de una mar a oirá, y por la noticia que con
mucha diligencia alcanzamos a entender, de una costa
a la otra, por lo más ancho, puede haber doscientas le-
guas, y alcanzamos a entender que en la costa del sur
hay perlas y mucha riqueza, y que todo lo mejor y más
rico está cerca de ella. En la villa de Sant Miguel es-
tuvimos hasta 15 días del mes de mayo; y la causa de
detenernos allí tanto fué porque de allí hasta la ciudad
de Compostela, donde el gobernador Ñuño de Guz-
mán residía, hay cien leguas y todas son despobladas y
de enemigos, y hobieron de ir con nosotros gente, con
que iban veinte de caballo, que nos acompañaron has-
ta cuarentas leguas; y de allí adelante vinieron con
nosotros seis cristianos, que traían quinientos indios
hechos esclavos; y llegados en Compostela, el gober-
nador nos recebió muy bien, y de lo que tenía nos dio
de vestir; lo cual yo por muchos días no pude traer, ni
podíamos dormir sino en el suelo; y pasados diez o
doce días partimos para Méjico, y por todo el camino
fuimos bien tratados de los cristianos; y muchos nos
salían a ver por los caminos y daban gracias a Dios de
XXXVI NAUFRAGIOS 141
habernos librado de tantos peligros. Llegamos a Méji-
co domingo, un día antes de la víspera de Santiago,
donde del visorey y del marqués del Valle fuimos
muy bien tratados y con mucho placer recebidos, y nos
dieron de vestir y ofrescieron todo lo que tenían, y el
día de Santiago hobo fiesta y juego de cañas y toros.
CAPITULO XXXVII
De lo que acónteselo cuando me quise venir.
Después que descansamos en Méjico dos meses, yo
me quise venir en estos reinos, y yendo a embarcar en
el mes de octubre, vino una tormenta que dio con el
navio al través y se perdió; y visto esto, acordé de de-
jar pasar el invierno, porque en aquellas partes es muy
recio tiempo para navegar en él; y después de pasado
el invierno, por cuaresma, nos partimos de Méjico An-
drés Dorantes y yo para la Veracruz, para nos embar-
car, y allí estuvimos esperando tiempo hasta domingo
de Ramos, que nos embarcamos, y estuvimos embar-
cados más de quince días por falta de tiempo, y el na-
vio en que estábamos hacía mucha agua. Yo me salí
del y me pasé a otros de los que estaban para venir,
y Dorantes se quedó en aquél; y a 10 días del mes de
abril partimos del puerto tres navios, y navegamos jun-
tos ciento y cincuenta leguas, y por el camino los dos
navios hacían mucha agua, y una noche nos perdimos
de su conserva, porque los pilotos y maestros, según
después paresció, no osaron pasar adelante con sus na-
vios y volvieron otra vez al puerto do habían partido,
sin darnos cuenta de ello ni saber más de ellos, y nos-
otros seguimos nuestro viaje, y a 4 días de mayo lle-
gamos ai puerto de La Habana, que es en la isla de
Cuba, adonde estuvimos esperando los otros dos na-
vios, creyendo que vernían, hasta 2 días de junio, que
partimos de allí con mucho temor de topar con fran-
ceses, cjue había pocos días que habían tomado allí
144 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
tres navios nuestros; y llegados sobre la isla de la Ber-
muda, nos tomó una tormenta, que suele tomar a todos
los que por alli pasan, la cual es conforme a la gente
que dicen que en ella anda, y toda una noche nos tu-
vimos por perdidos, y plugo a Dios que, venida la ma-
ñana, cesó la tormenta y seguimos nuestro camino. A
cabo de veinte y nueve días que partimos de La Haba-
na habíamos andado mil y cien leguas que dicen que
hay de allí hasta el pueblo de las Azores; y pasando
otro día por la isla que dicen del Cuervo, dimos con
un navio de franceses a hora de mediodía; nos comen-
zó a seguir con una carabela que traía tomada de por-
tugueses y nos dieron caza, y aquella tarde vimos otras
nueve velas, y estaban tan lejos, que no podimos co-
nocer si eran portugueses o de aquellos mismos que
nos seguían, y cuando anocheció estaba el francés a
tiro de lombarda de nuestro navio; y desque fué obs-
curo, hurtamos la derrota por desviarnos de él; y como
iba tan junto de nosotros, nos vio y tiró la vía de nos-
tros, y esto hecimos tres o cuatro veces; y él nos pu-
diera tomar si quisiera, sino que lo dejaba para la ma-
ñana. Plugo a Dios que cuando amaneció nos hallamos
í el francés y nosotros juntos, y cercados de las nueve
! velas que he dicho que a la tarde antes habíamos vis-
í to, las cuales conoscíamos ser de la armada de Portu-
gal, y di gracias a nuestro Señor por haberme escapa-
do de los trabajos de la tierra y peligros de la mar; y
I el francés, como conosció ser el armada de Portugal,
soltó la carabela que traía tomada, que venía cargada
de negros, la cual traía consigo para que creyésemos
que eran portugueses y la esperásemos; y cuando la
I soltó dijo al maestre y piloto de ella que nosotros éra-
! mos franceses y de su conserva; y como dijo esto, me-
1 tió sesenta remos en su navio, y ansí, a remo y a vela,
I se comenzó a ir, y andaba tanto, que no se puede
; creer; y la carabela que soltó se fué al galeón, y dijo
al capitán que el nuestro navio y el otro eran de fran-
XXXVII NAUFRAGIOS 145
ceses; y como nuestro navio arribó al g-aleón, y como
toda la armada vía que íbamos sobre ellos, teniendo
por cierto que éramos franceses, se pusieron a punto
de gfuerra y vinieron sobre nosotros, y llegados cerca,
los salvamos. Conosció que éramos amigaos; se hallaron
burlados, por habérseles escapado aquel corsario con
haber dicho que éramos franceses y de su compañía; y
así fueron cuatro carabelas tras él; y lleg^ado a nosotros
el galeón, después de haberles saludado, nos pregun-
tó el capitán, Diego de Silveira, que de dónde venía-
mos y qué mercadería traíamos; y le respondimos que
veníamos de la Nueva España, y que traíamos plata y
oro; y preguntónos qué tanto sería; el maestro le dijo
que traería trescientos mil castellanos. Respondió el
capitán: Boa fee que venís muito ricos; pero tracedes
muy ruin navio y muito ruin artilleria^ ¡o fi de puta!
cany á renegado francés^ y que hon bocado perdió^
vota Deus. Ora sus pos vos abedes escapado^ segui-
me, e non vos apartedes de mi^ que con ayuda de
DeuSf eu vos porné en Gástela, Y dende a poco vol-
vieron las carabelas que habían seguido tras el francés,
porque les paresció que andaba mucho, y por no dejar
el armada, que iba en guarda de tres naos que venían
cargadas de especería; y así llegamos a la isla Tercera,
donde estuvimos reposando quince días, tomando re-
fresco y esperando otra nao que venía cargada de la
India, que era de la conserva de las tres naos que traía
el armada; y pasados los quince días, nos partimos de
allí con el armada, y llegamos al puerto de Lisbona a
9 de agosto, víspera del señor Sant Laurencio, año
de 1537 años. Y porque es así la verdad, como arriba
en esta Relación digo, lo firmé de mi nombre. Cabeza
de Vaca. — Estaba fírmada de su nombre, y con el es-
cudo de sus armas, la Relación donde éste se sacó.
CABEZA DE VACA.— NAUFRAGIOS 10
U^-
^ ^Í>v«V^?
CAPITULO XXXVIII
De lo que suscedió a los demás que entraron en las Indias.
Pues he hecho relación de todo lo susodicho en el
viaje, y entrada y salida de la tierra, hasta volver a es-
tos reinos, quiero asimismo hacer memoria y relación
de lo que hicieron los navios y la g-ente que en ellos
quedó, de lo cual no he hecho memoria en lo dicho
atrás, porque nunca tuvimos noticia de ellos hasta des-
pués de salidos, que hallamos mucha g-ente de ellos en
la Nueva España, y otros acá en Castilla, de quien su-
pimos el suceso y todo el fin de ello de qué manera
pasó, después que dejamos los tres navios, porque el
otro era ya perdido en la costa brava; los cuales que-
daban a mucho pelig-ro, y quedaban en ellos hasta cien
personas con pocos mantenimientos, entre los cuales
quedaban diez mujeres casadas, y una de ellas había
dicho al gfobernador muchas cosas que le acaecieron
en el viaje, antes que le suscediesen; y ésta le dijo,
cuando entraba por la tierra, que no entrase, porque
ella creía que él ni ninguno de los que con él iban no
saldrían de la tierra; y que si alguno saliese, que haría
Dios por él muy grandes milagros; pero creía que fue-
sen pocos los que escapasen o no ningunos; y el go-
bernador entonces le respondió que él y todos los que
con él entraban iban a pelear y conquistar muchas y
muy extrañas gentes y tierras, y que tenía por muy
cierto que conquistándolas habían de morir muchos;
pero aquellos que quedasen serían de buena ventura y
quedarían muy ricos, por la noticia que él tenía de la
148 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
riqueza que en aquella tierra había; y díjole más, que
le rogfaba que ella le dijese las cosas que había dicho
pasadas y presentes, ¿quién se las había dicho? Ella le
respondió, y dijo que en Castilla una mora de Horna-
chos se lo había dicho, lo cual antes que partiésemos
de Castilla nos lo había a nosotros dicho, y nos había
suscedido todo el viaje de la misma manera que ella
nos había dicho. Y después de haber dejado el gober-
nador por su teniente y capitán de todos los navios y
gente que allí dejaba a Carvallo, natural de Cuenca,
de Huete, nosotros nos partimos de ellos, dejándoles
el gobernador mandado que luego en todas maneras
se recogiesen todos a los navios y siguiesen su viaje
derecho la vía del Panuco, y yendo siempre costeando
la costa y buscando lo mejor que ellos pudiesen el
puerto, para que en hallándolo parasen en él y nos es-
perasen. En aquel tiempo que ellos se recogían en los
navios, dicen que aquellas personas que allí estaban
vieron y oyeron todos muy claramente cómo aquella
mujer dijo a las otras que, pues sus maridos entraban
por la tierra adentro y ponían sus personas en tan gran
peligro, no hiciesen en ninguna manera cuenta de ellos;
y que luego mirasen con quién se habían de casar,
porque ella así lo había de hacer, y así lo hizo; que ella
y las demás se casaron y amancebaron con los que que-
daron en los navios; y después de partidos de allí los
navios, hicieron vela y siguieron su viaje, y nOj.hallaron
el puerto adelante y volvieron atrás; y cinco leguas
más abajo de donde habíamos desembarcado hallaron
el puerto, que entraba siete o ocho leguas la tierra
adentro, y era el mismo que nosotros habíamos descu-
bierto (1), adonde hallamos las cajas de Castilla que
atrás se ha dicho, a do estaban los cuerpos de los hom-
bres muertos, los cuales eran cristianos; y en este puer-
to y esta costa anduvieron los tres navios y el otro que
(1) Es la actual bahía de Tampa, en la Florida.
XXXVIII NAUFRAGIOS 149
vino de La Habana y el bergantín buscándonos cerca
de un año; y como no nos hallaron, fuéronse a la Nue-
va España. Este puerto que decimos es el mejor del
mundo, y entra la tierra adentro siete o ocho leguas, y
tiene seis brazas a la entrada y cerca de tierra tiene
cinco, y es lama el suelo de él, y no hay mar dentro ni
tormenta brava, que como los navios que cabrán en él
son muchos, tiene muy gran cantidad de pescado. Está
cien leguas de La Habana, que es un pueblo de cristia-
nos en Cuba, y está a norte sur con este pueblo, y aquí
reinan las brisas siempre, y van y vienen de una parte
a otra en cuatro días, porque los navios van y vienen
a cuartel.
Y pues he dado relación de los navios, será bien
que diga quién son y de qué lugar de estos reinos, los
que nuestro Señor fué servido de escapar de estos tra-
bajos. El primero es Alonso del Castillo Maldonado,
natural de Salamanca, hijo del doctor Castillo y de
doña Aldonza Maldonado. El segundo es Andrés Do-
rantes, hijo de Pablo Dorantes, natural de Béjar y ve-
cino de Gibraleón. El tercero es Alvar Núñez Cabeza
de Vaca, hijo de Francisco de Vera y nieto de Pedro
de Vera, el que ganó a Canaria, y su madre se llama-
ba doña Teresa Cabeza de Vaca, natural de Jerez de
la Frontera. El cuarto se llama Estebanico (1); es negro
alárabe, natural de Azamor.
DEO GRACIAS
(1) Los relatos de Alvar Núñez acerca de los países y pueblos
por que pasara provocaron repetidas expediciones al norte de
Nueva Galicia, y fueron así descubiertos Arizona, Nuevo Méjico,
Kansas, Colorado, etc., es decir, gran parte del sur y sureste de
los actuales Estados Unidos
Estebanico el negro tomó parte, sirviendo de guía y lengua a
fray Marcos de Niza, en el descubrimiento de Nuevo Méjico.
COMENTARIOS
DE
ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA
ADELANTADO Y GOBERNADOR DEL RÍO DE LA PLATA
ESCRIPTOS POR PERO HERNÁNDEZ, ESCRIBANO Y SECRETARIO DE
LA PROVINCIA, Y DIRIGIDOS AL SERENÍSIMO, MUY ALTO Y MUY
PODEROSO SEÑOR EL INFANTE DON CARLOS N. S.
CAPITULO P¿RIMERO
De los comentarios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca.
Después que Dios nuestro Señor fué servido de sa-
car a Alvar Núñez Cabeza de Vaca del captiverio y
trabajos que tuvo diez años en la Florida y vino a estos
reinos en el año del Señor de 1537, donde estuvo has-
ta el año de 40, en el cual vinieron a esta corte de Su
Majestad personas del Río de la Plata a dar cuenta a
Su Majestad del suceso de la armada que allí había en-
viado don Pedro de Mendoza (1), y de los trabajos en
que estaban los que de ellos escaparon, y á le suplicar
fuese servido de los proveer y socorrer, antes que todos
peresciesen (porque ya quedaban pocos de ellos). Y sa-
bido por Su Majestad, mandó que se tomase cierto
asiento y capitulación con Alvar Núñez Cabeza de Vaca
para que fuese a socorrellos; el cual asiento y capitula-
ción se efectuó, mediante que el dicho Cabeza de Vaca
se ofresció de los ir a socorrer, y que gastaría en la jor-
nada y socorro que así había de hacer, en caballos, ar-
mas, ropas y bastimentos y otras cosas, ocho mil duca-
dos, y por la capitulación y asiento que con Su Majestad
tomó, le hizo merced de la gobernación y de la capita-
(1) En 1534 fué nombrado adelantado del Río de la Plata don
Pedro de Mendoza, y en 1 de septiembre del mismo año partió de
Sanlúcar con una poderosa armada. La expedición fué harto des-
dichada, sin más rasgos salientes que la fundación de Buenos
Aires, Santa María de Buenos Aires, y la exploración del Río de la
Plata y Paraná por el asesino Juan de Ayolas. Mendoza, de salud
precaria, murió, y fué sepulto en el mar, de reg-reso a España.
154 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
nía gfeneral de aquella tierra y provincia, con título de
adelantado de ella; y asímesmo le hizo merced del do-
zavo de todo lo que en la tierra y provincia se hobiese
y lo que en ella entrase y saliese, con tanto que el dicho
Alvar Núñez gastase en la jornada los dichos ocho mil
ducados; y así, él, en cumplimiento del asiento que
con Su Majestad hizo, se partió luego a Sevilla, para
poner en obra lo capitulado y proveerse para el dicho
socorro y armada; y para ello mercó dos naos y una
carabela para con otra que le esperaba en Canaria; la
una nao de éstas era nueva del primer viaje, y era de
trescientos y cincuenta toneles, y la otra era de ciento y
cincuenta; los cuales navios aderezó muy bien y pro-
veyó de muchos bastimentos y pilotos y marineros, y
hizo cuatrocientos soldados bien aderezados, cual con-
venía para el socorro; y todos los que se ofrecieron a
ir en la jornada llevaron las armas dobladas. Estuvo en
mercar y proveer los navios desde el mes de mayo hasta
en fin de septiembre, y estuvieron prestos para poder
navegar, y con tiempos contrarios estuvo detenido en
la ciudad de Cádiz desde en fin de septiembre hasta
2 de noviembre, que se embarcó y hizo su viaje, y en
nueve días llegó a la isla de la Palma, a do desembarcó
con toda la gente, y estuvo allí veinte y cinco días es-
perando tiempo para seguir su camino, y al cabo de
ellos se embarcó para Cabo Verde, y, en el camino, la
nao capitana hizo un agua muy grande, y fué tal, que
subió dentro en el navio doce palmos en alto, y se mo-
jaron y perdieron más de quinientos quintales de biz-
cocho, y se perdió mucho aceite y otros bastimentos;
lo cual los puso en mucho trabajo; y así, fueron con ella
dando siempre a la bomba de día y de noche, hasta
que llegaron a la isla de Santiago (que es una de las
islas de Cabo Verde), y allí desembarcaron y sacaron los
caballos en tierra, por que se refrescasen y descansasen
del trabajo que hasta allí habían traído, y también por-
que se había de descargar la nao para remediar el agua
I COMENTARIOS 155
que hacía; y descargada, el maestre de ella la estancó,
porque era el mejor buzo que había en España. Vinie-
ron desde la Palma hasta esta isla de Cabo Verde en
diez días, que hay de la una a la otra trescientas leguas.
En esta isla hay muy mal puerto, porque a do surgen y
echan las anclas hay abajo muchas peñas, las cuales
roen los cabos que llevan atadas las anclas, y cuando
las van a sacar quédanse allá las anclas; y por esto di-
cen los marineros que aquel puerto tiene muchos rato-
nes, porque les roen los cabos que llevan las anclas; y
por esto es muy peligroso puerto para los navios que
allí están, si les toma alguna tormenta. Esta isla es vi-
ciosa y muy enferma de verano; tanto, que la mayor
parte de los que allí desembarcan se mueren en pocos
días que allí estén; y el armada estuvo allí veinte y cin-
co días, en los cuales no se murió ningún hombre de
ella, y de esto se espantaron los de la tierra, y lo tuvie-
ron por gran maravilla; y los vecinos de aquella isla les
hicieron muy buen acogimiento, y ella es muy rica y
tiene muchos doblones más que reales, los cuales les
dan los que van a mercar los negros para las Indias, y
les daban cada doblón por veinte reales.
CAPITULO II
De cómo partimos de la isla de Cabo Verde.
Remediada el agua de la nao capitana y proveídas
las cosas necesarias de ag^ua y carne y otras cosas, nos
embarcamos en seguimiento de nuestro viaje, y pasa-
mos la línea equinoccial; y yendo navegando requirió
el maestre el agua que llevaba la nao capitana, y de
cien botas que metió no halló más de tres, y habían de
beber de ellas cuatrocientos hombres y treinta caba-
llos. Y vista la necesidad tan grande, el gobernador
mandó que tomase la tierra, y fueron tres días en de-
manda de ella; y al cuarto día, un hora antes que ama-
neciese, acaesció una cosa admirable, y porque no es
fuera de propósito, la porné aquí, y es que yendo con
los navios a dar en tierra en unas peñas muy altas, sin
que lo viese ni sintiese ninguna persona de los que ve-
nían en los navios, comenzó a cantar un grillo, el cual
metió en la nao en Cádiz un soldado que venía malo
con deseo de oír la música del grillo, y había dos meses
y medio que navegábamos y no lo habíamos oído ni
sentido, de lo cual el que lo metió venía muy enojado,
y como aquella mañana sintió la tierra, comenzó a can-
tar, y a la música de él recordó toda la gente de la nao
y vieron las peñas, que estaban un tiro de ballesta de
la nao, y comenzaron a dar voces para que echasen an-
clas, porque íbamos al través a dar en las peñas; y así,
las echaron, y fueron causa que no nos perdiésemos;
que es cierto, si el grillo no cantara nos ahogáramos
cuatrocientos hombres y treinta caballos; y entre todos
CAP. II COMENTARIOS 157
se tuvo por milagro que Dios hizo por nosotros; y de
ahí en adelante, yendo navegando por más de cien le-
guas por luengo de costa, siempre todas las noches el
grillo nos daba su música; y así, con ella llegó el arma-
da a un puerto que se llamaba la Cananea (1), que está
pasado el Cabo Frío, que estará en veinte y cuatro gra-
dos de altura. Es buen puerto; tiene unas islas a la boca
de él; es limpio, y tiene once brazas de hondo. Aquí
tomó el gobernador la posesión de él por Su Majestad;
y después de tomada, partió de allí, y pasó por el río y
bahía que dicen de San Francisco, el cual está veinte y
cinco leguas de la Cananea, y de alh' fué el armada a des-
embarcar en la isla de Santa Catalina (2), que está vein-
te y cinco leguas del río de San Francisco, y llegó a la
isla de Santa Catalina, con hartos trabajos y fortunas
que por el camino pasó, y llegó allí a 29 días del mes
de marzo de 1541. Está la isla de Santa Catalina en
veinte y ocho grados de altura escasos.
(1) Aun conserva su nombre.
(2) Conserva este mismo nombre.
CAPITULO III
Que trata de cómo el gobernador llegó con su armada a la isla de
Santa Catalina, que es en el Brasil, y desembarcó allí con su
armada.
Llegado que hobo el gobernador con su armada a la
isla de Santa Catalina, mandó desembarcar toda la gen-
te que consigo llevaba, y veinte y seis caballos que es-
caparon de la mar, de los cuarenta y seis que en España
embarcó, para que en tierra se reformasen de los tra-
bajos que habían rescebido con la larga navegación, y
para tomar lengua y informarse de los indios naturales
de aquella tierra, porque por ventura acaso podrían sa-
ber del estado en que estaba la gente española que
iban a socorrer, que residía en la provincia del Río de
la Plata; y dio a entender a los indios cómo iba por
mandado de Su Majestad a hacer el socorro, y tomó
posesión dé ella en nombre y por Su Majestad, y asi-
mismo del puerto que se dice de la Cananea, que está
en la costa del Brasil, en veinte y cinco grados, poco
más o menos. Está este puerto cincuenta leguas de la
isla de Santa Catalina; y en todo el tiempo que el go-
bernador estuvo en la isla, a los indios naturales de
ella y de otras partes de la costa del Brasil (vasallos de
Su Majestad) les hizo muy buenos tratamientos; y de
estos indios tuvo aviso cómo catorce leguas de la isla,
donde dicen el Biaza, estaban dos frailes franciscos,
llamados el uno fray Bernaldo de Armenta, natural de
Córdoba, y el otro fray Alonso Lebrón, natural de la
Gran Canaria; y dende a pocos días estos frailes se vi-
CAP. III COMENTARIOS 159
nieron donde el gobernador y su gente estaban muy
escandalizados y atemorizados de los indios de la tie-
rra, que los querían matar, a causa de haberles quema-
do ciertas casas de indios, y por razón de ello habían
muerto a dos cristianos que en aquella tierra vivían; y
bien informado el gobernador del caso, procuró sose-
gar y pacificar los indios, y recogió los frailes, y puso
paz entre ellos, y les encargó a los frailes tuviesen
cargo de doctrinar los indios de aquella tierra y isla.
CAPITULO IV
De cómo vinieron nueve cristianos a la isla.
Y prosiguiendo el gfobernador en el socorro de los
españoles, por el mes de mayo del año de 1541 envió
una carabela con Felipe de Cáceres, contador de Vues-
tra Majestad, para que entrase por el río que dicen de
la Plata a visitar el pueblo que don Pedro de Mendoza
allí fundó, que se llama Buenos Aires; y porque a aque-
lla sazón era invierno y tiempo contrario para la nave-
gfación del río, no pudo entrar, y se volvió a la isla de
Santa Catalina, donde estaba el gobernador, y allí vi-
nieron nueve cristianos españoles, los cuales vinieron
en un batel huyendo del pueblo de Buenos Aires, por
los malos tratamientos que les hacían los capitanes que
residían en la provincia, de los cuales se informó del
estado en que estaban los españoles que en aquella
tierra residían, y le dijeron que el pueblo de Buenos
Aires estaba poblado y reformado de gente y bastimen-
tos, y que Juan de Ayolas, a quien don Pedro de Men-
doza había enviado a descubrir la tierra y poblaciones
de aquella provincia, al tiempo que volvía del descu-
brimiento, viniéndose a recoger a ciertos bergantines
que había dejado en el puerto que puso por nombre
de la Candelaria, que es en el río del Paraguay, de una
generación de indios que viven en el dicho río, que se
llaman payaguos (1), le mataron a él y a todos los cris-
(1) Los payaguos o pay aguas, habitantes del Paraguay, eran
tribus esencialmente pescadoras y nadadoras excelentes. Tenían
tomemismo (ciertos peces les eran sagrados) y practicaban la exo-
gamia.
CAP. IV COMENTARIOS 161
tianos, con otros muchos indios que traía de la tierra
adentro con las cargas, de la generación de unos indios
que se llaman chameses; y que de todos los cristianos
y indios había escapado un mozo de la generación de
los chameses, a causa de no haber hallado en el dicho
puerto de la Candelaria los bergantines que allí había
dejado que le aguardasen hasta el tiempo de su vuelta,
según lo había mandado y encargado a un Domingo de
Irala, vizcaíno, a quien dejó por capitán en ellos; el
cual, antes de ser vuelto el dicho Juan de Ayolas, se
había retirado, y desamparado el puerto de la Candela-
ria; por manera que por no los hallar el dicho Juan de
Ayolas para recogerse en él, los indios los habían des-
baratado y muerto a todos, por culpadel dicho Domingo
de Irala, vizcaíno, capitán de los bergantines; y asi-
mismo le dijeron y hicieron saber cómo en la ribera del
río del Paraguay, ciento y veinte leguas más bajo del
puerto de la Candelaria, estaba hecho y asentado un
pueblo, que se llama la ciudad de la Ascensión, en
amistad y concordia de una generación de indios que
se llaman caríos, donde residía la mayor parte de la
gente española que en la provincia estaba; y que en el
pueblo y puerto de Buenos Aires, que es en el río del
Paraná, estaban hasta sesenta cristianos, dende el cual
puerto hasta la ciudad de la Ascensión, que es en el río
del Paraguay, había trescientas y cincuenta leguas por
el río arriba, de muy trabajosa navegación; y que es-
taba por teniente de gobernador en la tierra y provin-
cia Domingo de Irala, vizcaíno, por quien sucedió la
muerte y perdición de Juan de Ayolas y de todos los
cristianos que consigo llevó; y también le dijeron y in-
formaron que Domingo de Irala dende la ciudad de la
Ascensión había subido por el río del Paraguay arriba
con ciertos bergantines y gentes, diciendo que iba a
buscar y dar socorro a Juan de Ayolas, y había entrado
por tierra muy trabajosa de aguas y ciénagas, a cuya
causa no había podido entrar por la tierra adentro, y
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIQ5 H
162 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. IV
se había vuelto y había tomado presos seis indios de la
generación de los payaguos, que fueron los que mata-
ron a Juan de Ayolas y cristianos; de los cuales prisio-
neros se informó y certificó de la muerte de Juan de
Ayolas y cristianos, y cómo al tiempo había venido a su
poder ün indio chañe (1), llamado Gonzalo, que escapó
cuando mataron a los de su generación y cristianos que
venían con ellos con las cargas, el cual estaba en poder
de los indios payaguos captivo; y Domingo de Irala se
retiró de la entrada, en la cual se le murieron sesenta
cristianos de enfermedad y malos tratamientos; y otrosí,
que los oficiales de Su Majestad que en la tierra y pro-
vincia residían habían hecho y hacían muy grandes
agravios a los españoles pobladores y conquistadores,
y a los indios naturales de la dicha provincia, vasallos de
Su Majestad, de que estaban muy descontentos y desa-
sogados; y que por esta causa, y porque asimismo los
capitanes los maltrataban, ellos habían hurtado un ba-
tel en el puerto de Buenos Aires, y se habían venido
huyendo, con intención y propósito de dar aviso a Su
Majestad de todo lo que pasaba en la tierra y provin-
cia; a los cuales nueve cristianos, porque venían des-
nudos, el gobernador los vistió y recogió, para volver-
los consigo a la provincia, por ser hombres provechosos
y buenos marineros, y porque entre ellos había un pi-
loto para la navegación del río.
(1) La nación charrúa comprendía tribus numerosas, entre las
que se incluyen los chañes. Eran tribus ferozmente gfuerreras, que
usaban de las flechas y de las bolas; han dejado honda memoria
sangrienta en sus luchas con los españoles. Habitantes de selvas,
eran diestros cazadores, nómadas, de ranchos misérrimos, desco-
nocedores de la alfarería; dados a trampas y astucias en la caza y
en la gtierra.
CAPITULO V
De cómo el gobernador dio priesa a su camino.
El gobernador, habida relación de los nueve cristia-
nos, le paresció que para con mayor brevedad soco-
rrer a los que estaban en la ciudad de la Ascención y
a los que residían en el puerto de Buenos Aires, debía
buscar camino por la Tierra Firme desde la isla, para
poder entrar por él a las partes y lugares ya dichos, do
estaban los cristianos, y que por la mar podrían ir los
navios al puerto de Buenos Aires, y contra la voluntad
y parescer del contador Felipe de Cáceres y del piloto
Antonio López, que querían que fuera con toda el ar-
mada al puerto de Buenos Aires, dende la isla de Santa
Catalina envió al factor Pedro Dorantes a descubrir y
buscar camino por la Tierra Firme y porque se descu-
briese aquella tierra; en el cual descubrimiento le ma-
taron al rey de Portugal mucha gente los indios natu-
rales; el cual dicho Pedro Dorantes, por mandado del
gobernador, partió con ciertos cristianos españoles y
indios, que fueron con él para le guiar y acompañar en
el descubrimiento. A cabo de tres meses y medio que
el factor Pedro Dorantes hobo partido a descubrir la
tierra, volvió a la isla de Santa Catalina, donde el go-
bernador le quedaba esperando; y entre otras cosas de
su relación dijo que, habiendo atravesado grandes sie-
rras y montañas y tierra muy despoblada, había llegado
a do dicen el Campo, que dende allí comienza la tierra
poblada, y que los naturales de la isla dijeron que era
más segura y cercana la entrada para llegar a la tierra
164 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. V
poblada por un río arriba, que se dice Itabucu, que
está en la punta de la isla, a diez y ocho o veinte leguas
del puerto. Sabido esto por el gobernador, luego envió
a ver y descubrir el río y la tierra firme de él por donde
había de ir caminando; el cual visto y sabido, deter-
minó de hacer por allí la entrada, así para descubrir
aquella tierra que no se había visto ni descubierto,
como por socorrer más brevemente a la gente espa-
ñola que estaba en la provincia; y así, acordado de
hacer por allí la entrada, los frailes fray Bernardo de
Armenta y fray Alonso Lebrón, su compañero, habién-
doles dicho el gobernador que se quedasen en la tierra
y isla de Santa Catalina a enseñar y doctrinar los indios
naturales y a reformar y sostener los que habían bapti-
zado, no lo quisieron hacer, poniendo por excusa que
se querían ir en su compañía del gobernador, para re-
sidir en la ciudad de la Ascensión, donde estaban los
españoles que iba a socorrer.
CAPITULO VI
De cómo el gobernador y su gente comenzaron a caminar
por la tierra adentro.
Estando bien informado el gobernador por dó había
de hacer la entrada para descubrir la tierra y socorrer
los españoles, bien pertrechado de cosas necesarias
para hacer la jornada, a 18 días del mes de octubre
del dicho año mandó embarcar a la gente que con él
había de ir al descubrimiento, con los veinte y seis
caballos y yeguas que habían escapado en la navega-
ción dicha; los cuales mandó pasar al río de Itabucu, y
lo sojuzgó, y tomó la posesión de él en nombre de Su
Majestad, como tierra que nuevamente descubría, y
dejó en la isla de Santa Catalina ciento y cuarenta per-
sonas para que se embarcasen y fuesen por la mar al
río de la Plata, donde estaba el puerto de Buenos Aires,
y mandó a Pedro de Estopiñán Cabeza de Vaca, a quien
dejó allí por capitán de la dicha gente, que antes que
partiese de la isla forneciese y cargase la nao de basti-
mentos, ansí para la gente que llevaba como para la
que estaba en el puerto de Buenos Aires; y a los indios
naturales de la isla, antes que de ella partiese les dio
muchas cosas porque quedasen contentos, y de su vo-
luntad se ofrescieron cierta cantidad de ellos a ir en
compañía del gobernador y su gente, así para enseñar
el camino como para otras cosas necesarias, en que
aprovechó harto su ayuda; y ansí, a 2 días del mes de
noviembre del dicho año, el gobernador mandó a toda
la gente que, demás del bastimento que los indios lle-
vaban, cada uno tomase lo que pudiese llevar para el
166 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
camino; y el mismo día el gobernador comenzó a ca-
minar con docientos y cincuenta hombres arcabuceros
y ballesteros, muy diestros en las armas, y veinte y seis
de caballo y los dos frailes franciscos y los indios de
la isla, y envió la nao a la isla de Santa Catalina para
que Pedro de Estopiñán Cabeza de Vaca desembar-
case, y fuesen con la gente al puerto de Buenos Aires;
y así, el gobernador fué caminando por la tierra aden-
tro, donde pasó grandes trabajos, y la gente que con-
sigo llevaba, y en diez y nueve días atravesaron gran-
des montañas, haciendo grandes talas y cortes en los
montes y boáques, abriendo caminos por donde la
gente y caballos pudiesen pasar, porque todo era tierra
despoblada; y a cabo de los dichos diez y nueve días,
teniendo acabados los bastimentos que sacaron cuando
empezaron a marchar, y no teniendo de comer, plugo
a Dios que sin se perder ninguna persona de la hueste
descubrieron las primeras poblaciones que dicen del
Campo, donde hallaron ciertos lugares de indios, que
el señor y principal había por nombre Añiriri, y a una
jornada de este pueblo estaba otro, donde había otro
señor y principal que había por nombre Cipoyay, y
adelante de este pueblo estaba otro pueblo de indios,
cuyo señor y principal dijo llamarse Tocanguanzu; y
como supieron los indios de estos pueblos de la venida
del gobernador y gente que consigo iba, lo salieron a
rescebir al camino, cargados con muchos bastimentos,
muy alegres, mostrando gran placer con su venida,
a los cuales el gobernador rescibió con gran placer y
amor; y demás de pagarles el precio que valían, a los
indios principales de los pueblos les dio graciosamente
y hizo mercedes de muchas camisas y otros rescates,
de que se tuvieron por contentos. Esta es una gente y
generación que se llaman guaraníes (1); son labradores.
(1) Eran los guaraníes una de las más importantes y extensas
tribus de Suramérica. Su lengfua, derivada de la de los tupis, era
VI COMENTARIOS 167
que siembran dos veces en el año maíz, y asimismo
siembran cazabi, crían gallinas a la manera de nuestra
España, y patos; tienen en sus casas muchos papaga-
yos, y tienen ocupada muy gran tierra, y todo es una
lengua; los cuales comen carne humana, así de indios
sus enemigos, con quien tienen guerra, como de cris-
tianos, y aun ellos mismos se comen unos a otros. Es
gente muy amiga de guerras, y siempre las tienen y
procuran, y es gente muy vengativa; de los cuales pue-
blos, en nombre de Su Majestad, el gobernador tomó
la posesión, como tierra nuevamente descubierta, y la
intituló y puso por nombre la provincia de Vera, como
paresce por los autos de la posesión que pasaron por
ante Juan de Araoz, escribano de Su Majestad; y hecho
esto, a los 29 días de noviembre partió el gobernador y
su gente del lugar de Tocanguanzu, y caminando a dos
jornadas, a 1.° día del mes de diciembre llegó a un río
que los indios llaman Iguazu (1), que quiere decir agua
grande; aquí tomaron los pilotos el altura.
flexible y armoniosa. Vivían en un grado medio de salvajismo y
no eran, desde luego, de los más civilizados de América. Practi-
caban sin freno el canibalismo y la poligamia. Vivían en común;
cultivaban maíz, algodón y mandioca; fumaban tabaco y otras es-
pecies aromáticas. Desconocían el vestido; pero no el adorno ni la
música ni la danza. El jefe militar, morubixaba, tenía poder abso-
luto en tiempo de guerra, y en el de paz, el Consejo, nhimugaha,
estaba sobre él. Había dos castas: la de los jefes y la popular
(mhoyás). Conocían la navegación fluvial y enterraban en silos
sus provisiones con ocasión de las crecidas de sus ríos formidables,
por defenderlas de sus estragos.
Adoraban un ser superior llamado Tupa (¿Quién eres?), y pro-
piciaban a espíritus temerosos.
(1) Conserva todavía este nombre.
CAPITULO Vil
Que trata de lo que pasó el g-obernador y su gente por el camino,
y de la manera de la tierra.
De aqueste río llamado Iguazu, el gobernador y su
gente pasaron adelante descubriendo tierra, y a 3 días
del mes de diciembre llegaron a un río que los indios
llaman Tibagi. Es un río enladrillado de losas grandes,
solado, puestas en tanta orden y concierto como si a
mano se hobieran puesto. En pasar de la otra parte de
este río se rescibió gran trabajo, porque la gente y ca-
ballos resbalaban por las piedras y no se podían tener
sobre los pies, y tomaron por remedio pasar asidos unos
a otros; y aunque el río no era muy hondable, corría el
agua con gran furia y fuerza. De dos leguas cerca de
este río vinieron los indios con mucho placer a traer a
la hueste bastimentos para la gente; por manera que
nunca les faltaba de comer, y aun a veces lo dejaban
sobrado por los caminos. Lo cual causó dar el gober-
nador a los indios tanto y ser con ellos tan largo, espe-
cialmente con los principales, que, demás de pagarles
los mantenimientos que le traían, les daba graciosa-
mente muchos rescates, y les hacía muchas mercedes
y todo buen tratamiento; en tal manera, que corría la
fama por la tierra y provincia, y todos los naturales
perdían el temor y venían a ver y traer todo lo que te-
nían, y se lo pagaban, según es dicho. Este mismo día,
estando cerca de otro lugar de indios que su principal
señor se dijo llamar Tapapirazu, llegó un indio natural
de la costa del Brasil, que se llamaba Miguel, nueva-
CAP. VII COMENTARIOS 169
mente convertido, el cual venía de la ciudad de la As-
censión, donde residían los españoles que iban a soco-
rrer; el cual se venía a la costa del Brasil porque había
mucho tiempo que estaba con los españoles; con el
cual se holgó mucho el gobernador, porque de él fué
bien informado del estado en que estaba la provincia y
los españoles y naturales de ella, por el muy grande pe-
ligro en que estaban los españoles a causa de la muerte
de Juan de Ayolas, como de otros capitanes y gente
que los indios habían muerto; y habida relación de este
indio, de su propia voluntad quiso volverse en compañía
del gobernador a la ciudad de la Ascensión, de donde
él se venía, para guiar la gente y avisar del camino por
donde habían de ir; y dende aquí el gobernador mandó
despedir y volver los indios que salieron de la isla de
Santa Catalina en su compañía. Los cuales, así por los
buenos tratamientos que les hizo como por las mu-
chas dádivas que les dio, se volvieron muy contentos
y alegres.
Y porque la gente que en su compañía llevaba el
gobernador era falta de experiencia, porque no hicie-
sen daños ni agravios a los indios, mandóles que no
contratasen ni comunicasen con ellos ni fuesen a sus
casas y lugares, por ser tal su condición de los indios,
que de cualquier cosa se alteran y escandalizan, de
donde podía resultar gran daño y desasosiego en toda
la tierra; y asimesmo mandó que todas las personas
que los entendían que traía en su compañía contrata-
sen con los indios y les comprasen los bastimientos
para toda la gente, todo a costa del gobernador; y así,
cada día repartía entre la gente los bastimentos por
su propia persona, y se los daba graciosamente sin
interés alguno.
Era cosa muy de ver cuan temidos eran los caballos
por todos los indios de aquella tierra y provincia, que
del temor que les habían, les sacaban al camino para
que comiesen muchos mantenimientos, gallinas y miel,
170 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
diciendo que porque no se enojasen que ellos les da-
rían muy bien de comer; y por los sosegar, que no des-
amparasen sus pueblos, asentaban el real muy aparta-
do de ellos, y porque los cristianos no les hiciesen
fuerzas ni agravios. Y con esta orden, y viendo que el
gobernador castigaba a quien en algo los enojaba, ve-
nían todos los indios tan seguros con sus mujeres y hi-
jos, que era cosa de ver; y de muy lejos venían cargados
con mantenimientos sólo por ver los cristianos y los
caballos, como gente que nunca tal había visto pasar
por sus tierras.
Yendo caminando por la tierra y provincia el gober-
nador y su gente, llegó a un pueblo de indios de la
generación de los guaraníes, y salió el señor principal
de este pueblo al camino con toda su gente, muy ale-
gre a rescebillo, y traían miel, patos y gallinas, y harina
y maíz; y por lengua de los intérpretes les mandaba
hablar y sosegar, agradesciéndoles su venida, pagán-
doles lo que traían, de que recebía mucho contenta-
miento; y allende de esto, al principal de este pueblo,
que se decía Pupebaje, mandó dar graciosamente al-
gunos rescates de tijeras y cuchillos y otras cosas, y de
allí pasaron prosiguiendo el camino, dejando los indios
de este pueblo tan alegres y contentos, que de placer
bailaban y cantaban por todo el pueblo.
A los 7 del mes de diciembre llegaron a un río
que los indios llaman Tacuari. Este es un río que lleva
buena cantidad de agua y tiene buena corriente; en la
ribera del cual hallaron un pueblo de indios que su
principal se llamaba Abangobi, y él y todos los indios
de su pueblo, hasta las mujeres y niños, los salieron a
rescebir, mostrando grande placer con la venida del go-
bernador y gente, y les trujeron al camino muchos bas-
timentos; los cuales se lo pagaron, según lo acostum-
braban. Toda esta gente es una generación y hablan
todos un lenguaje, y de este lugar pasaron adelante,
dejando los naturales muy alegres y contentos; y así,
VII
COMENTARIOS 171
iban luego de un lugar a otro a dar las nuevas del
buen tratamiento que les hacían, y les enseñaban todo
lo que les daban; de manera que todos los pueblos
por donde habían de pasar los hallaban muy pacíficos,
y los salían a recebir a los caminos antes que llegasen
a sus pueblos, cargados de bastimentos, los cuales se
les pagaban a su contento, según es dicho. Prosiguien-
do el camino, a los 14 días del mes de diciembre, ha-
biendo pasado por algunos pueblos de indios de la
generación de los guaraníes, donde fué bien rescebido
y proveído de los bastimentos que tenían, llegado el
gobernador y su gente a un pueblo de indios de la ge-
neración que su principal se dijo llamar Tocangucir,
aquí reposaron un día porque la gente estaba fatigada,
y el camino por do caminaron fué al oesnorueste y a
la cuarta del norueste; y en este lugar tomaron los pi-
lotos el altura en veinte y cuatro grados y medio, apar-
tados del Trópico un grado. Por todo el camino que
se anduvo, después que entró en la provincia, en las
poblaciones de ella es toda tierra muy alegre, de gran-
des campiñas, arboledas y muchas aguas de ríos y fuen-
tes, arroyos y muy buenas aguas delgadas; y, en efecto,
es toda tierra muy aparejada para labrar y criar.
CAPÍTULO VIII
De los trabajos que rescibió en el camino el gobernador y su gente,
y la manera de los pinos y pinas de aquella tierra.
Dende el lugar de Tugui fué caminando el goberna-
dor con su gente hasta los 19 días del mes de diciem-
bre, sin hallar poblado ninguno, donde rescibió gran
trabajo en el caminar a causa de los muchos ríos y
malos pasos que había; que para pasar la gente y caba-
llos hobo día que se hicieron diez y ocho puentes (1),
así para los ríos como para las ciénagas, que había mu-
chas y muy malas; y asimismo se pasaron grandes sierras
y montañas muy ásperas y cerradas de arboledas de
cañas muy gruesas, que tenían unas púas muy agudas y
recias, y de otros árboles, que para poderlos pasar iban
siempre delante veinte hombres cortando y haciendo
el camino, y estuvo muchos días en pasarlas, que por
la maleza de ellas no vían el cielo; y el dicho día, a 19
del dicho mes, llegaron a un lugar de indios de la ge-
neración de los guaraníes, los cuales, con su principal,
y hasta las mujeres y niños, mostrando mucho placer,
los salieron a rescebir al camino dos leguas del pueblo,
donde trujeron muchos bastimentos de gallinas, patos
y miel y batatas y otras frutas, y maíz y harina de pi-
ñones (que hacen muy gran cantidad de ella), porque
hay en aquella tierra muy grandes pinares, y son tan
grandes los pinos, que cuatro hombres juntos, tendi-
(1) El gran naturalista y viajero español D. Félix de Azara
puso en duda esta afirmación.
CAP. VIII COMENTARIOS 173
dos los brazos, no pueden abrazar uno, y muy altos y
derechos, y son muy buenos para mástiles de naos y
para carracas, según su grandeza; las pinas son gran-
des, los piñones del tamaño de bellotas, la cascara
grande de ellos es como de castañas, difieren en el
sabor a los de España; los indios los cogen y de ellos
hacen gran cantidad de harina para su mantenimiento.
Por aquella tierra hay muchos puercos monteses (1) y
monos que comen estos piñones de esta manera: que
los monos se suben encima de los pinos y se asen de
la cola, y con las manos y pies derruecan muchas pinas
en el suelo, y cuando tienen derribada mucha cantidad,
abajan a comerlos; y muchas veces acontesce que los
puercos monteses están aguardando que los monos de-
rriben las pinas, y cuando las tienen derribadas, al tiem-
po que abajan los monos de los pinos a comellos salen
los puercos contra ellos, y quítanselas, y cómense los
piñones, y mientras los puercos comían, los gatos (2) es-
taban dando grandes gritos sobre los árboles. También
hay otras muchas frutas de diversas maneras y sabor,
que dos veces en el año se dan. En este lugar de Tugui
se detuvo el gobernador y su gente la Pascua del Ñas
cimiento, así por la honra de ella como porque la gen-
te reposase y descansase; donde tuvieron qué comer,
porque los indios lo dieron muy abundosamente de
todos sus bastimentos; y así, los españoles, con la ale-
gría de la Pascua y con el buen tratamiento de los in-
dios, se regocijaron mucho, aunque el reposar era muy
dañoso, porque como la gente estaba sin ejercitar el
cuerpo y tenían tanto de comer, no digerían lo que co-
mían, y luego les daban calenturas; lo que no hacía
(1) El autor debe llamar aquí puercos monteses al pécari (Di-
cotyles labiatus), aquí abundante en g-randes rebaños.
(2) Es curioso advertir cómo los primitivos conquistadores
llamaron gatos a los monos. El propio Oviedo los llama gatos
monillos en su Historia Natural de Indias.
174 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. VIII
cuando caminaban, porque luego como comenzaban a
caminar las dos jornadas primeras, desechaban el mal
y andaban buenos; y al principio de la jornada la gente
fatigaba al gobernador que reposase algunos días, y no
lo quería permitir, porque ya tenía experiencia que ha-
bían de adolecer, y la gente creía que lo hacía por
darlos mayor trabajo, hasta que por experiencia vinie-
ron a conoscer que lo hacía por su bien, porque de
comer mucho adolescían, y de esto el gobernador
tenía mucha experiencia.
CAPÍTULO IX
De cómo el g-obernador y su gente se vieron con necesidad de ham-
bre, y la remediaron con gusanos que sacaban de unas cañas.
A 28 días de diciembre el gobernador y su gente
salieron del lugar de Tugui, donde quedaron los indios
muy contentos; y yendo caminando por la tierra todo
el día sin hallar poblado alguno, llegaron a un río muy
caudaloso y ancho, y de grandes corrientes y honda-
bles, por la ribera del cual había muchas arboledas de
acipreses y cedros (1) y otros árboles; en pasar este río
se rescibió muy gran trabajo aqueste día y otros tres;
caminaron por la tierra y pasaron por cinco lugares de
indios de la generación de los guaraníes, y de todos
ellos los salían a rescebir al camino con sus mujeres y
hijos, y traían muchos bastimentos, en tal manera, que
la gente siempre fué muy proveída, y los indios que-
daron muy pacífícos por el buen tratamiento y paga
que el gobernador les hizo. Toda esta tierra es muy
alegre y de muchas aguas y arboledas; toda la gente
de los pueblos siembran maíz y cazabi y otras semillas,
y batatas de tres maneras: blancas y amarillas y colora-
das, muy gruesas y sabrosas, y crían patos y gallinas, y
sacan mucha miel de los árboles de lo hueco de ellos.
A 1.° día del mes de enero del año del Señor de
1542, que el gobernador y su gente partió de los pue-
blos de los indios, fué caminando por tierras de mon-
(1) Acaso Araucarias, conifera peculiar del hemisferio Sur,
aquí extensas por la región.
176 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
tañas y cañaverales muy espesos, donde la gente pasó
harto trabajo, porque hasta los 5 días del mes no ha-
llaron poblado alguno; y demás del trabajo, pasaron
mucha hambre y se sostuvo con mucho trabajo, abrien-
do caminos por los cañaverales. En los cañutos de
estas cañas había unos gusanos blancos, tan gruesos y
largos como un dedo; los cuales la gente freían para
comer, y salía de ellos tanta manteca, que bastaba para
freírse muy bien, y los comían toda la gente, y los te-
nían por muy buena comida; y de los cañutos de otras
cañas sacaban agua, que bebían y era muy buena, y se
holgaban con ello. Esto andaban a buscar para comer
en todo el camino; por manera que con ellos se susten-
taron y remediaron su necesidad y hambre por aquel
despoblado. En el camino se pasaron dos ríos grandes
y muy caudalosos con gran trabajo; su corriente és al
norte. Otro día, 6 de enero, yendo caminando por la
tierra adentro sin hallar poblado alguno, vinieron a
dormir a la ribera de otro río caudaloso de grandes
corrientes y de muchos cañaverales, donde la gente sa-
ca,ba de los gusanos de las cañas para su comida, con
que se sustentaron; y de allí partió el gobernador con
su gente. Otro día siguiente fué caminando por tierra
muy buena y de buenas aguas, y de mucha caza y puer-
cos monteses y venados, y se mataban algunos y se re-
partían entre la gente: este día pasaron dos ríos peque-
ños. Plugo a Dios que no adolesció en este tiempo
ningún cristiano, y todos iban caminando buenos con
esperanza de llegar presto a la ciudad de la Ascen-
sión, donde estaban los españoles que iban a socorrer;
desde 6 de enero hasta 10 del mes pasaron por mu-
chos pueblos de indios de la generación de los guara-
níes, y todos muy pacíficos y alegremente los salieron
a rescebir al camino de cada pueblo su principal, y los
otros indios con sus mujeres y hijos cargados de basti-
mentos (de que se rescibió grande ayuda y beneficio
para los españoles), aunque los frailes fray Bernaldo
IX COMENTARIOS 177
de Armenta y fray Alonso, su compañero, se adelanta-
ban a recoger y tomar los bastimentos, y cuando llega-
ba el gobernador con la gente no tenían los indios que
dar; de lo cual la gente se querelló al gobernador, por
haberlo hecho muchas veces, habiendo sido apercebi-
dos por el gobernador que no lo hiciesen, y que no
llevasen ciertas personas de indios, grandes y chicos,
inútiles, a quien daban de comer; no lo quisieron ha-
cer, de cuya causa toda la gente estuvo movida para
los derramar, si el gobernador no se lo estorbara, por
lo que tocaba al servicio de Dios y de Su Majestad; y
al cabo los frailes se fueron y apartaron de la gente, y
contra la voluntad del gobernador echaron por otro
camino; y después de ésto, los hizo traer y recoger de
ciertos lugares de indios donde se habían recogido, y
es cierto que si no los mandara recoger y traer, se vie-
ran en muy gran trabajo. En el día 10 de enero, yendo
caminando, pasaron muchos ríos y arroyos y otros ma-
los pasos de grandes sierras y montañas de cañavera-
les de mucha agua; cada sierra de las que pasaron
tenía un valle de tierra muy excelente, y un río y otras
fuentes y arboledas. En toda esta tierra hay muchas
aguas, a causa de estar debajo del Trópico; el camino
y derrota que hicieron estos dos días fué al oeste.
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 12
CAPITULO X
Del miedo que los indios tienen a los caballos.
A los 14 días del mes de enero, yendo caminando
por entre lugares de indios de la generación de los
guaraníes, todos los cuales los rescibieron con mucho
placer, y los venían a ver y traer maíz, gallinas y miel
y de los otros mantenimientos; y como el gobernador
se lo pagaba tanto a su voluntad, traíanle tanto, que
lo dejaban sobrado por los caminos.
Toda esta gente anda desnuda en cueros, así los
hombres como las mujeres; tenían muy gran temor de
los caballos, y rogaban al gobernador que les dijese
a los caballos que no se enojasen, y por los tener con-
tentos los traían de comer; y así llegaron a un río an-
cho y caudaloso que se llama Iguatu, el cual es muy
bueno y de buen pescado y arboledas, en la ribera del
cual está un pueblo de indios de la generación de los
guaraníes, los cuales siembran su maíz y cazabi (1) como
en todas las otras partes por donde habían pasado, y
los salieron a recebir como hombres que tenían noti-
cia de su venida y del buen tratamiento que les hacían;
y les trujeron muchos bastimentos, porque los tienen.
En toda aquella tierra hay muy grandes piñales de mu-
chas maneras, y tienen las pinas como ya está dicho
(1) El cazabi, cazabe o mandioca es la euforbiácea Manihot
utilissima, indígena en el Brasil y hoy cultivada en todo el mundo
tropical y aun subtropical, de cuyas raíces tuberculosas se extrae
una fécula con que se prepara la tapioca.
CAP. X COMENTARIOS 179
atrás. En toda esta tierra los indios les servían, porque
siempre el gobernador les hacía buen tratamiento. Este
Iguatu está de la banda del oeste en veinte y cinco
grados; será tan ancho como el Guadalquivir. En la
ribera del cual, según la relación hobieron de los natu-
rales y por lo que vio por vista de ojos, está muy po-
blado, y es la más rica gente de toda aquella tierra y
provincia, de labrar y criar, porque crían muchas galli-
nas, patos y otras aves, y tienen mucha caza de puercos
y venados, y dantas y perdices, codornices y faisanes, y
tienen en el río gran pesquería, y siembran y cogen
mucho maíz, batatas, cazabi, mandubíes (1), y tienen
otras muchas frutas, y de los árboles cogen gran canti-
dad de miel. Estando en este pueblo, el gobernador acor-
dó de escrebir a los oficiales de Su Majestad, y capita-
nes y gentes que residían en la ciudad de la Ascensión,
haciéndoles saber cómo por mandado de Su Majestad
los iba a socorrer, y envió dos indios naturales de la
tierra con la carta. Estando en este río del Piqueri una
noche mordió un perro en una pierna a un Francisco Ore-
jón, vecino de Avila, y también allí le adolescieron otros
catorce españoles, fatigados del largo camino; los cua-
les se quedaron con el Orejón que estaba mordido del
perro, para venirse poco a poco; y el gobernador les
encargó a los indios de la tierra para que los favores-
ciesen y mirasen por ellos, y los encaminasen para que
pudiesen venirse en su seguimiento estando buenos; y
porque tuviesen voluntad de lo hacer dio al principal
del pueblo y a otros indios naturales de la tierra y pro-
vincia, muchos rescates, con que quedaron muy conten-
tos los indios y su principal. En todo este camino y tie-
rra por donde iba el gobernador y su gente haciendo
el descubrimiento, hay grandes campiñas de tierras, y
muy buenas aguas, ríos, arroyos y fuentes, y arboledas
y sombras, y la más fértil tierra del mundo, muy apa-
(1) Los mandubíes son los cacahuetes.
180 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. X
rejada para labrar y criar, y mucha parte de ella para
ingenios de azúcar, y tierra de mucha caza, y la gente
que vive en ella, de la generación de los guaraníes; co-
men carne humana, y todos son labradores y criadores
de patos y gallinas, y toda gente muy doméstica y
amiga de cristianos, y que con poco trabajo vernán en
conoscimiento de nuestra santa fe católica, como se ha
visto por experiencia; y según la manera de la tierra,
se tiene por cierto que si minas de plata ha de haber,
ha de ser allí.
CAPITULO XI
De cómo el gobernador caminó con canoas por el río de Iguazu,
y por salvar un mal paso de un salto que el río hacía, llevó por
tierra las canoas una legua a fuerza de brazos.
Habiendo dejado el gobernador los indios del río del
Piqueri muy amigos y pacífícos, fué caminando con su
gente por la tierra, pasando por muchos pueblos de in-
dios de la generación de los guaraníes; todos los cuales
les salían a recebir a los caminos con muchos basti-
mentos, mostrando grande placer y contentamiento
con su venida, y a los indios principales señores de los
pueblos les daba muchos rescates, y hasta las mujeres
viejas y niños salían a ellos a los recebir, cargados de
maíz y batatas, y asimismo de los otros pueblos de la
tierra, que estaban a una jornada y a dos unos de otros,
todos vinieron de la mesma forma a traer bastimentos;
y antes de llegar con gran trecho a los pueblos por do
habían de pasar, alimpiaban y desmontaban los cami-
nos, y bailaban y hacían grandes regocijos de verlos; y
lo que más acrescienta su placer y de que mayor con-
tento resciben, es cuando las viejas (1) se alegran, por-
que se gobiernan con lo que éstas les dicen y sonles
muy obedientes, y no lo son tanto a los viejos. A postre-
ro día del dicho mes de enero, yendo caminando por la
tierra y provincia, llegaron a un río que se llama Iguazu,
y antes de llegar al río anduvieron ocho jornadas de
tierra despoblada, sin hallar ningún lugar poblado de
indios. Este río Iguazu es el primer río que pasaron al
principio de la jornada cuando salieron de la costa del
(1) Rastro del matriarcado.
182 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
Brasil. Llámase también por aquella parte Iguazu; corre
del esteoeste; en él no hay poblado ninguno; tomóse
el altura en veinte y cinco grados y medio. Llegados
que fueron al río de Iguazu, fué informado de los indios
naturales que el dicho río entra en el río del Paraná,
que asimismo se llama el río de la Plata; y que entre
este río del Paraná y el río de Iguazu mataron los indios
a los portugueses que Martín Alfonso de Sosa envió a
descubrir aquella tierra: al tiempo que pasaban el río
en canoas dieron los indios en ellos y los mataron. Al-
gunos de estos indios de la ribera del río Paraná, que
así mataron a los portugueses, le avisaron al goberna-
dor que los indios del río del Piqueri, que era mala
gente, enemigos nuestros, y que les estaban aguardando
para acometerlos y matarlos en el paso del río; y por
esta causa acordó el gobernador, sobre acuerdo, de to-
mar y asegurar por dos partes el río, yendo él con parte
de su gente en canoas por el río de Iguazu abajo y sa-
lirse a poner en el río del Paraná, y por la otra parte
fuese el resto de la gente y caballos por tierra, y se pu-
siesen y confrontasen con la otra parte del río, para
poner temor a los indios y pasar en las canoas toda la
gente; lo cual fué así puesto en efecto; y en ciertas ca-
noas que compró de los indios de la tierra se embarcó
el gobernador con hasta ochenta hombres, y así se par-
tieron por el río de Iguazu abajo, y el resto de la gente
y caballos mandó que se fuesen por tierra, según está
dicho, y que todos se fuesen a juntar en el río del Pa-
raná. E yendo por el dicho río de Iguazu abajo era la
corriente de él tan grande, que corrían las canoas por
él con mucha furia; y esto causólo que muy cerca de
donde se embarcó da el río un salto por unas peñas
abajo muy altas, y da el agua en lo bajo de la tierra tan
grande golpe, que de muy lejos se oye; y la espuma
del agua, como cae con tanta fuerza, sube en alto dos
lanzas y más, por manera que fué necesario salir de las
canoas y sacallas del agua y llevarlas por tierra hasta
XI COMENTARIOS 183
pasar el salto, y a fuerza de brazos las llevaron más de
media legua, en que se pasaron muy grandes trabajos;
salvado aquel mal paso, volvieron a meter en el agua
las dichas canoas y proseguir su viaje, y fueron por el
dicho río abajo hasta que llegaron al río del Paraná; y
fué Dios servido que la gente y caballos que iban por
tierra, y las canoas y gente, con el gobernador que en
ellas iban, llegaron todos a un tiempo, y en la ribera
del río estaba muy gran número de indios de la misma
generación de los guaraníes, todos muy emplumados
con plumas de papagayos y almagrados, pintados de
muchas maneras y colores, y con sus arcos y flechas en
las manos hecho un escuadrón de ellos, que era muy gran
placer de los ver (1). Como llegó el gobernador y su
gente (de la forma ya dicha), pusieron mucho temor a
los indios, y estuvieron muy confusos, y comenzó por
lenguas de los intérpretes a les hablar, y a derramar
entre los principales de ellos grandes rescates; y como
fuese gente muy cobdiciosa y amiga de novedades,
comenzáronse a sosegar y allegarse al gobernador y su
gente, y muchos de los indios les ayudaron a pasar de
la otra parte del río; y como hubieron pasado, mandó
el gobernador que de las canoas se hiciesen balsas
juntándolas de dos en dos; las cuales hechas, en espa-
cio de dos horas fué pasada toda la gente y caballos de
la otra parte del río; en concordia de los naturales, ayu-
dándoles ellos proprios a los pasar. Este río del Paraná,
por la parte que lo pasaron, era de ancho un gran tiro
de ballesta, es muy hondable y lleva muy gran co-
rriente, y al pasar del río se trastornó una canoa con
ciertos cristianos, uno de los cuales se ahogó porque
la corriente lo llevó, que nunca más paresció. Hace
este río muy grandes remolinos, con la gran fuerza del
agua y gran hondura de él.
(1) Los guaraníes, desconocedores del vestido, vivían^ muy
atentos al adorno, a la música y a las danzas.
CAPITULO XII
Que trata de las balsas que se hicieron para llevar los dolientes.
Habiendo pasado el gobernador y su gente el río del
Paraná, estuvo muy confuso de que no fuesen llegados
dos bergantines que había enviado a pedir a los capita-
nes que estaban en la ciudad de la Ascensión, avisán-
doles por su carta que les escribió dende el río del Pa-
raná, para asegurar el paso por temor de los indios de
él, como para recoger algunos enfermos y fatigados del
largo camino que habían caminado; y porque tenían
nueva de su venida y no haber llegado, púsole en mayor
confusión, y porque los enfermos eran muchos y no po-
dían caminar, ni era cosa segura detenerse allí donde
tantos enemigos estaban, y estar entre ellos sería dar
atrevimiento para hacer alguna traición, como es su cos-
tumbre; por lo cual acordó de enviar los enfermos por
el río del Paraná abajo en las mismas balsas, encomen-
dados a un indio principal del río, que había por nom-
bre Iguaron, al cual dio rescates porque él se ofresció a
ir con ellos hasta el lugar de Francisco, criado de Gon-
zalo de Acosta, en confianza de que en el camino en-
contrarían los bergantines, donde serían recebidos y
recogidos, y entretanto serían favorescidos por el indio
llamado Francisco que fué criado entre cristianos, que
vive en la misma ribera del río del Paraná, a cuatro jor-
nadas de donde lo pasaron, según fué informado por los
naturales; y así, los mandó embarcar, que serían hasta
treinta hombres, y con ellos envió otros cincuenta hom-
bres arcabuceros y ballesteros para que les guardasen
y defendiesen; y luego que los hobo enviado se partió
CAP. XII
COMENTARIOS 185
el gobernador con la otra gente por tierra para la ciu-
dad de la Ascensión, hasta la cual, según le certificaron
los indios del río del Paraná, habría hasta nueve jor-
nadas; y en el río del Paraná se tomó la posesión en
nombre y por Su Majestad, y los pilotos tomaron el
altura en veinte y cuatro grados.
El gobernador con su gente fueron caminando por
la tierra y provincia, por entre lugares de indios de la
generación de los guaraníes, donde por todos ellos fué
muy bien recebido, saliendo, como solían, a los cami-
nos, cargados de bastimentos, y en el camino pasaron
unas ciénagas muy grandes y otros malos pasos y ríos,
donde en el hacer de los puentes para pasar la gente y
caballos se pasaron grandes trabajos; y todos los indios
de estos pueblos, pasado el río del Paraná, les acompa-
ñaban de unos pueblos a otros, y les mostraban y tenían
muy grande amor y voluntad, sirviéndoles y haciéndoles
socorro en guiarles y darles de comer, todo lo cual
pagaba y satisfacía muy bien el gobernador, con que
quedaban muy contentos. Y caminando por la tierra y
provincia, aportó a ellos un cristiano español que venía
de la ciudad de la Ascensión a saber de la venida del
gobernador, y llevar el aviso de ello a los cristianos y
gente que en la ciudad estaban; porque, según la nece-
sidad y deseo que tenían de verlo a él y su gente por
ser socorridos, no podían creer que fuesen a hacerles
tan gran beneficio hasta que lo viesen por vista de ojos,
no embargante que habían recebido las cartas que el
gobernador les había escripto. Este cristiano dijo y in-
formó al gobernador del estado y gran peligro en que
estaba la gente, y las muertes que habían suscedido, así
en los que llevó Juan de Ayolas (1) como otros muchos
(1) Juan de Ayolas (1493-1538) acompañó a D. Pedro de Men-
doza en la expedición del Río de la Plata; fué gobernador del Pa-
raguay, fundó la colonia de la Asunción, y murió con casi los dos-
cientos hombres que llevaba, cuando quiso entrar tierra adentro
para ir al Perú.
186 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DeJ VACA CAP, XII
que los indios de la tierra habían muerto;^ por lo cual
estaban muy atribulados y perdidos, mayormente por
haber despoblado el puerto de Buenos Aires, que está
asentado en el río del Paraná, donde habían de ser
socorridos los navios y g-entes que de estos reinos de
España fuesen a los socorrer; y por esta causa tenían
perdida la esperanza de ser socorridos, pues el puerto
se había despoblado, y por otros muchos daños que
le habían sucedido en la tierra.
CAPITULO XIII
De cómo llegó el gobernador a la ciudad de la Ascensión, donde
estaban los cristianos españoles que iba a socorrer.
Habiendo llegado, según dicho es, el cristiano espa-
ñol, y siendo bien informado el gobernador de la muerte
de Juan de Ayolas y cristianos que consigo llevó a
hacer la entrada y descubrimiento de tierra, y de las
otras muertes de los otros cristianos, y la demasiada
necesidad que tenían de su ayuda los que estaban en la
ciudad de la Ascensión, y asimismo del despoblamiento
del puerto de Buenos Aires, adonde el gobernador ha-
bía mandado venir su nao capitana con las ciento y cua-
renta personas dende la isla de Santa Catalina, donde
los había dejado para este efecto, considerando el gran
peligro en que estarían por hallar yerma la tierra de
cristianos, donde tantos enemigos indios había, y por
los enviar con toda brevedad a socorrer y dar conten-
tamiento a los de la Ascensión, y para sosegar los in-
dios que tenían por amigos naturales de aquella tierra,
vasallos de Su Majestad, con muy gran diligencia fué
caminando por la tierra, pasando por muchos lugares
de indios de la generación de los guaraníes, los cuales,
y otros muy apartados de su camino, los venían a ver
cargados de mantenimientos, porque corría la fama, se-
gún está dicho, de los buenos tratamientos que les ha-
cía el gobernador y muchas dádivas que les daba, ve-
nían con tanta voluntad y amor a verlos y traerles bas-
timentos, y traían consigo las mujeres y niños, que era
señal de gran confianza que de ellos tenían, y les Hm-
188 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
piaban los caminos por do habían de pasar. Todos los
indios de los lugares por donde pasaron haciendo el
descubrimiento, tienen sus casas de paja y madera, en-
tre los cuales indios vinieron muy gran cantidad de in-
dios de los naturales de la tierra y comarca de la ciudad
de la Ascensión, que todos, uno a uno, vinieron a hablar
al gobernador en nuestra lengua castellana, diciendo
que en buena hora fuese venido, y lo mismo hicieron a
todos los españoles, mostrando mucho placer con su
llegada. Estos indios en su manera demostraron luego
haber comunicado y estado entre cristianos, porque
eran comarcanos de la ciudad de la Ascensión; y como
el gobernador y su gente se iban acercando a ella, por
los lugares por do pasaban antes de llegar a ellos, ha-
cían lo mismo que los otros, teniendo los caminos lim-
pios y barridos; los cuales indios y las mujeres viejas y
niños se ponían en orden, como en procesión, esperan-
do su venida con muchos bastimentos y vinos de maíz,
y pan, y batatas, y gallinas, y pescados, y miel, y vena-
dos, todo aderezado; lo cual daban y repartían gracio-
samente entre la gente, y en señal de paz y amor alza-
ban las manos en alto, y en su lenguaje, y muchos en
el nuestro, decían que fuesen bien venidos el goberna-
dor y su gente, y por el camino mostrándose grandes
familiares y conversables, como si fueran naturales su-
yos, nascidos y criados en España. Y de esta manera
caminando (según dicho es), fué nuestro Señor servido
que a 11 días del mes de marzo, sábado, a las nueve
de la mañana, del año de 1542, llegaron a la ciudad de
la Ascensión, donde hallaron residiendo los españoles
que iban a socorrer, la cual está asentada en la ribera
del río del Paraguay, en veinte y cinco grados de la
banda del sur; y como llegaron cerca de la ciudad, sa-
lieron a recebirlos los capitanes y gentes que en la
ciudad estaban, los cuales salieron con tanto placer y
alegría, que era cosa increíble, diciendo que jamás cre-
yeron ni pensaron que pudieran ser socorridos, ansí
XIII COMENTARIOS 189
por respecto de ser peligroso y tan dificultoso el cami-
no, y no se haber hallado ni descubierto, ni tener nin-
guna noticia de él, como porque el puerto de Buenos
Aires, por do tenían alguna esperanza de ser socorri-
dos, lo habían despoblado, y que por esto los indios
naturales habían tomado grande osadía y atrevimiento
de los acometer para los matar, mayormente habiendo
visto que había pasado tanto tiempo sin que acudiese
ninguna gente española a la provincia. Y por el consi-
guiente, el gobernador se holgó con ellos, y les habló
y recebió con mucho amor, haciéndoles saber cómo iba
a les dar socorro por mandado de Su Majestad; y luego
presentó las provisiones y poderes que llevaba ante
Domingo de Irala, teniente de gobernador en la dicha
provincia, y ante los oficiales, los cuales eran Alonso
de Cabrera, veedor, natural de Lora; Felipe de Cáceres,
contador, natural de Madrid; Pedro Dorantes, factor,
natural de Béjar; y ante los otros capitanes y gente que
en la provincia residían; las cuales fueron leídas en su
presencia y de los otros clérigos y soldados que en ella
estaban; por virtud de las cuales rescibieron al gober-
nador y le dieron la obediencia como a tal capitán ge-
neral de la provincia en nombre de Su Majestad, y le
fueron dadas y entregadas las varas de la justicia; las
cuales el gobernador dio y proveyó de nuevo en per-
sonas que en nombre de Su Majestad administrasen la
ejecución de la justicia civil y criminal en la dicha
provincia.
CAPITULO XIV
De cómo llegaron a la ciudad de la Ascensión los españoles
que quedaron malos en el río del Píquerí.
Estando el gfobernador en la ciudad de la Ascensión,
de la manera que he dicho, a cabo de treinta días que
hobo Ileg-ado a la ciudad, vinieron al puerto los cristia-
nos que había enviado en las balsas, así enfermos como
sanos, dende el río del Paraná, que allí adolescieron, y
venían fatigados del camino; de los cuales no faltó sino
sólo uno, que lo mató un tigre (1), y de ellos supo el
gobernador y fué certificado que los indios naturales del
río habían hecho gran junta y llamamiento por toda la
tierra, y por el río en canoas y por la ribera del río ha-
bían salido a ellos, yendo por el río abajo en sus balsas
muy gran número y cantidad de los indios, y con gran-
de grita y toque de atambores los habían acometido,
tirándoles muchas flechas y muy espesas, juntándose a
ellos con más de doscientas canoas por los entrar y to-
mar las balsas, para los matar, y que catorce días con
sus noches no habían cesado poco ni mucho de los dar
el combate; y que los de tierra no dejaban de les tirar
juntamente, según que los de las canoas, y que traían
unos garfios grandes, para en juntándose las balsas a
tierra echarles mano y sacarlas a tierra, y detenerlos
para los tomar a manos; y con esto, era tan grande la
vocería y alaridos que daban los indios, que páresela
que se juntaba el cielo con la Tierra, y cómo los de las
(1) Tiguere en la edición de Valladolid de!|1555.
CAP. XIV CjO MENTARIOS 191
canoas y los de la tierra se remudaban, y unos descan-
saban y otros peleaban, con tanta orden, que no deja-
ban de les dar siempre mucho trabajo; donde hobo de
los españoles hasta veinte heridos de heridas pequeñas,
no peligrosas; y en todo este tiempo las balsas no de-
jaban de caminar por el río abajo, así de día como de
noche, porque la corriente del río, como era grande, los
llevaba, sin que la gente trabajasen más de en gobernar,
para que no se llegasen a la tierra, donde estaba todo
el peligro, aunque algunos remolinos que el río hace les
puso en gran peligro muchas veces, porque traía las
balsas a la redonda remolinando; y si no fuera por la
buena maña que se dieron los que gobernaban, los re-
molinos los hicieran ir a tierra, donde fueran tomados
y muertos. E yendo en esta forma, sin que tuviesen re-
medio de ser socorridos ni amparados, los siguieron
catorce días los indios con sus canoas, flechándolos y
peleando de día y de noche con ellos; se llegaron cer-
ca de los lugares del dicho indio Francisco, que fué
esclavo y criado de cristianos, el cual, con cierta gente
suya, salió por el río arriba a recebir y socorrer los cris-
tianos, y los trajo a una isla cerca de su propio pueblo,
donde los proveyó y socorrió de bastimentos, porque
del trabajo de la guerra continua que les habían dado,
venían fatigados y con mucha hambre, y allí se curaron
y reformaron los heridos, y los enemigos se retiraron
y no osaron tornarles acometer; y en este tiempo lle-
garon dos bergantines que en su socorro habían envia-
do, en los cuales fueron recogidos a la dicha ciudad de
la Ascensión."-
CAPITULO XV
De cómo el gobernador envió a socorrer la gente que venia en su
nao capitana a Buenos Aires, y a que tornasen a poblar aquel
puerto.
Con toda dilig-encia el gobernador mandó aderezar
dos bergantines, y cargados de bastimentos y cosas ne-
cesarias, con cierta gente de la que halle en la ciudad
de la Ascensión, que habían sido pobladores del puerto
de Buenos Aires, porque tenían experiencia del río del
Paraná, los envió a socorrer los ciento y cuarenta espa-
ñoles que envió en la nao capitana dende la isla de San-
ta Catalina, por el gran peligro en que estarían por se
haber despoblado el puerto de Buenos Aires, y para
que se tornase luego a poblar nuevamente el pueblo en
la parte más suficiente y aparejada que les paresciese a
las personas a quien lo acometió y encargó, porque era
cosa muy conveniente y necesaria hacerse la población
y puerto, sin el cual toda la gente española que residía
en la provincia y conquista, y la que adelante viniese,
estaba en gran peligro y se perderían, porque las naos
que a la provincia fuesen de rota batida, han de ir a to-
mar puerto en el dicho río, y allí hacer bergantines para
subir trescientas y cincuenta leguas el río arriba, que
hay hasta la ciudad de la Ascensión, de navegación muy
trabajosa y peligrosa; los cuales dos bergantines partie-
ron a 16 días del mes de abril del dicho año, y luego
mandó hacer de nuevo otros dos, que fornescidos y car-
gados de bastimentos y gente, partieron a hacer el di-
cho socorro y a efectuar la fundación del puerto de
CAP. XV COMENTARIOS 193
Buenos Aires, y a ios capitanes que el gobernador en-
vió con los bergantines, les mandó y encargó que a los
indios que habitaban en el río del Paraná, por donde
habían de navegar, les hiciesen buenos tratamientos, y
los trujesen de paz a la obediencia de Su Majestad, tra-
yendo de lo que en ello hiciesen la razón y relación
cierta, para avisar de todo a Su Majestad; y proveído
que hobo lo susodicho, comenzó a entender en las
cosas que convenían al servicio de Dios y de Su Ma-
jestad, y a la pacificación y sosiego de los naturales de
la dicha provincia. Y para mejor servir a Dios y a Su
Majestad, el gobernador mandó llamar y hizo juntar los
religiosos y clérigos que en la provincia residían, y los
que consigo había llevado, y delante de los oficiales de
Su Majestad, capitanes y gente que para tal efecto man-
dó llamar y juntar, les rogó con buenas y amorosas pa-
labras tuviesen especial cuidado en la doctrina y ense-
ñamiento de los indios naturales, vasallos de Su Majes-
tad, y les mandó leer, y fueron leídos, ciertos capítulos
de una carta acordada de Su Majestad, que habla sobre
el tratamiento de los indios, y que los dichos frailes,
clérigos y religiosos tuviesen especial cuidado en mirar
que no fuesen maltratados, y que le avisasen de lo que
en contrario se hiciese, para lo proveer y remediar, y
que todas las cosas que fuesen necesarias para tan san-
ta obra, el gobernador se las daría y proveería, y asi-
mismo para administrar los santos sacramentos en las
iglesias y monesterios les proveería; y ansí, fueron pro-
veídos de vino y harina, y les repartió los ornamentos
que llevó, con que se servían las iglesias y el culto di-
vino, y para ello les dio una bota de vino.
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 13
CAPITULO XVI
De cómo matan a sus enemigos que captivan, y se los comen.
Lueg-0 dende a poco que hobo Ileg-ado el gobernador
a la dicha ciudad de la Ascensión, los pobladores y
conquistadores que en ella halló, le dieron garandes que-
rellas y clamores contra los oficiales de Su Majestad, y
mandó juntar todos los indios naturales, vasallos de Su
Majestad; y así juntos, delante y en presencia de los re-
ligiosos y clérigos, les hizo su parlamento, diciéndoles
cómo Su Majestad lo había enviado a los favorescer y
dar a entender cómo habían de venir en conoscimiento
de Dios y ser cristianos, por la doctrina y enseñamiento
de los religiosos y clérigos que para ello eran venidos,
como ministros de Dios, y para que estuviesen debajo
de la obediencia de Su Majestad, y fuesen sus vasallos,
y que de esta manera serían mejor tratados y favoreci-
dos que hasta allí lo habían sido; y allende de esto, les
fué dicho y amonestado que se apartasen de comer car-
ne humana, por el grave pecado y ofensa que en ello ha-
cían a Dios, y los religiosos y clérigos se lo dijeron y
amonestaron; y para les dar contentamiento, les dio y
repartió muchos rescates, camisas, ropas, bonetes y
otras cosas, con que se alegraron. Esta generación de
los guaraníes es una gente que se entienden por su
lenguaje todos los de las otras generaciones de la pro-
vincia (1), y comen carne humana de otras generaciones
(1) La lengua guaraní ha sido llamada «lengua general dú
Brasil». Véase Valle Cabral (A. do), Bibliografía da lingua tupi
ou guaraní, tamben chamada lingua geral do Brazil, Ann. Bih.
Nac. do Río de Janeiro, 1880.
CAP. XVI COMENTARIOS 195
que tienen por enemigos, cuando tienen guerra unos
con otros; y siendo de esta generación, si los captivan
en las guerras, tráenlos a sus pueblos, y con ellos hacen
grandes placeres y regocijos, bailando y cantando; lo
cual dura hasta que el captivo está gordo, porque luego
que lo captivan lo ponen a engordar y le dan todo cuanto
quiere a comer, y a sus mismas mujeres y hijas para que
haya con ellas sus placeres, y de engordallo no toma
ninguno el cargo y cuidado, sino las proprias mujeres
de los indios, las más principales de ellas; las cuales lo
acuestan consigo y lo componen de muchas maneras,
como es su costumbre, y le ponen mucha plumería y
cuentas blancas, que hacen los indios de hueso y de pie-
dra blanca, que son entre ellos muy estimadas, y en es-
tando gordo, son los placeres, bailes y cantos muy ma-
yores, y juntos los indios, componen y aderezan tres
mochachos de edad de seis años hasta siete, y danles
en las manos unas hachetas de cobre, y un indio, el que
es tenido por más valiente entre ellos, toma una espada
de palo en las manos, que la llaman los indios macana;
y sácanlo en una plaza, y allí le hacen bailar una hora, y
desque ha bailado, llega y le da en los lomos con am-
bas las manos un golpe, y otro en las espinillas para
derribarle, y acontesce, de seis golpes que le dan en la
cabeza, no poderlo derribar, y es cosa muy de maravi-
llar el gran testor que tienen en la cabeza, porque la
espada de palo con que les dan es de un palo muy re-
cio y pesado, negro, y con ambas manos un hombre de
fuerza basta a derribar un toro de un golpe, y al tal
captivo no lo derriban sino de muchos, y en fin al cabo,
lo derriban, y luego los niños llegan con sus hachetas,
y primero el mayor de ellos o el hijo del principal, y
danle con ellas en la cabeza tantos golpes, hasta que le
hacen saltar la sangre, y estándoles dando, los indios
les dicen a voces que sean valientes y se enseñen, y
tengan ánimo para matar sus enemigos y para andar en
las guerras, y que se acuerden que aquél ha muerto de
196 ALVAR NÚÑEZ"CABEZA DE VACA CAP. XVI
los suyos, que se venguen de él; y luego, como es
muerto, el que le da el primer golpe toma el nombre
del muerto y de allí adelante se nombra del nombre
del que así mataron, en señal que es valiente, y luego
las viejas lo despedazan y cuecen en sus ollas y repar-
ten entre sí, y lo comen, y tiénenlo por cosa muy buena
comer del, y de allí adelante tornan a sus bailes y pla-
ceres, los cuales duran por otros muchos días, dicien-
do que ya es muerto por sus manos su enemigo, que
mató a sus parientes, que agora descansarán y tomarán
por ello placer.
CAPITULO XVII
De la paz que el gobernador asentó con los indios agaces.
En la ribera de este río del Paraguay está una nas-
ción de indios que se llaman agaces; es una gente muy
temida de todas las nasciones de aquella tierra; allende
de ser valientes hombres y muy usados en la guerra,
son muy grandes traidores, que debajo de palabra de
paz han hecho grandes estragos y muertes en otras
gentes y aun en propios parientes suyos por hacerse
señores de toda la tierra; de manera que no se confían
de ellos. Esta es una gente muy crescida, de grandes
cuerpos y miembros como gigantes; andan hechos cor-
sarios por el río en canoas; saltan en tierra a hacer ro-
bos y presas en los guaraníes, que tienen por principa-
les enemigos; mantiénense de caza y pesquería del río
y de la tierra, y no siembran, y tienen por costumbre de
tomar captivos de los guaraníes, y tráenlos maniatados
dentro de sus canoas, y lléganse a la propria tierra don-
de son naturales y salen sus parientes para rescatarlos, y
dalante de sus padres y hijos, mujeres y deudos, les dan
crueles azotes y les dicen que les trayan de comer, si no
que los matarán. Luego les traen muchos mantenimien-
tos, hasta que les cargan las canoas; y se vuelven a sus
casas, y llévanse los prisioneros, y esto hacen muchas
veces, y son pocos los que rescatan; porque después
que están hartos de traerlos en sus canoas y de azotar-
los, los cortan las cabezas y las ponen por la ribera del
río hincadas en unos palos altos. A estos indios, antes
que fuese a la dicha provincia el gobernador, les hicie-
198 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
ron guerra los españoles que en ella residían, y habían
muerto a muchos de ellos, y asentaron paz con los di-
chos indios, la cual quebrantaron, como lo acostum-
bran, haciendo daños a los guaraníes muchas veces, lle-
vando muchas provisiones; y cuando el gobernador
llegó a la ciudad de la Ascensión había pocos días que
los agaces habían rompido las paces y habían salteado
y robado ciertos pueblos de los guaraníes, y cada día
venían a desasosegar y dar rebato a la ciudad de la As-
censión; y como los indios agaces supieron de la venida
del gobernador, los hombres más principales de ellos,
que se llaman Abacoten y Tabor y Alabos, acompaña-
dos de otros muchos de su generación, vinieron en sus
canoas y desembarcaron en el puerto de la ciudad, y
salidos en tierra, se vinieron a poner en presencia del
gobernador, y dijeron que ellos venían a dar la obe-
diencia a Su Majestad y a ser amigos de los españoles,
y que si hasta allí no habían guardado la paz, había sido
por atrevimiento de algunos mancebos locos que sin su
licencia salían y daban causa a que se creyese que ellos
quebraban y rompían la paz, y que los tales habían sido
bien castigados; y rogaron al gobernador los recebiese
y hiciese paz con ellos y con los españoles, y que ellos
la guardarían y conservarían, estando presentes los re-
ligiosos y clérigos y oficiales de Su Majestad. Hecho su
mensaje, el gobernador los recebió con todo buen
amor y les dio por respuesta que era contento de los
rescebir por vasallos de Su Majestad y por amigos de
los cristianos, con tanto que guardasen las condiciones
de la paz y no la rompiesen como otras veces lo habían
hecho, con apercebimiento que los tendrían por ene-
migos capitales y les harían la guerra; y de esta manera
se asentó la paz y quedaron por amigos de los españo-
les y de los naturales guaraníes, y de allí adelante los
mandó favorescer y socorrer de mantenimentos; y las
condiciones y posturas de la paz, para que fuese guar-
dada y conservada, fué que los dichos indios agaces
XVII
COMENTARIOS 199
principales, ni los otros de su generación, todos juntos
ni divididos, en manera alguna, cuando hobiesen de
venir en sus canoas por la ribera del río del Paraguay,
entrando por tierra de los guaraníes, o hasta llegar al
puerto de la ciudad de la Ascensión, hobiese de ser y
fuese de día claro y no de noche, y por la otra parte de
la ribera del río, no por donde los otros indios guara-
níes y españoles tienen sus pueblos y labranzas; y que
no saltasen en tierra, y que cesase la guerra que tenían
con los indios guaraníes y no les hiciesen ningún mal
ni daño, por ser, como eran, vasallos de Su Majestad;
que volviesen y restituyesen ciertos indios y indias de
la dicha generación que habían captivado durante el
tiempo de la paz, porque eran cristianos y se quejaban
sus parientes, y que a los españoles y indios guaraníes
que anduviesen por el río a pescar y por la tierra a ca-
zar no les hiciesen daño ni les impidiesen la caza y
pesquería, y que algunas mujeres, hijas y parientas de
los agaces, que habían traído a las doctrinar, que las
dejasen permanescer en la santa obra y no las llevasen
ni hiciesen ir ni ausentar; y que guardando las condi-
ciones los temían por amigos, y donde no, por cualquier
de ellas que así no guardasen, procederían contra
ellos; y siendo por ellos bien entendidas las condicio-
nes y apercebimientos, prometieron de las guardar, y
de esta manera se asentó con ellos la paz y dieron la
obediencia.
CAPITULO XVIII
De las querellas que dieron al gobernador los pobladores
de los oficiales de Su Majestad.
Luego dende a pocos días que fué llegado a la ciu-
dad de la Ascensión el gobernador, visto que había en
ella muchos pobres y necesitados, los proveyó de ro-
pas, camisas, calzones y otras cosas, con que fueron
remediados, y proveyó a muchos de armas, que no las
tenían: todo a su costa, sin interés alguno; y rogó a
los ofíciales de Su Majestad que no les hiciesen los
agravios y vejaciones que hasta allí les habían hecho y
hacían, de que se querellarían de ellos gravemente to-
dos los conquistadores y pobladores, así sobre la co-
branza de deudas debidas a Su Majestad, como dere-
chos de una nueva imposición que inventaron y pusie-
ron, de pescado y manteca, de la miel, maíz y otros
mantenimientos y pellejos de que se vestían, y que ha-
bían y compraban de los indios naturales; sobre lo cual
los oficiales hicieron al gobernador muchos requeri-
mientos para proceder en la cobranza y el gobernador
no se lo consintió, de donde le cobraron grande odio
y enemistad, y por vías indirectas intentaron de hacer-
le todo el mal y daño que pudiesen, movidos con mal
celo; de que resultó prenderlos y tenerlos presos por
virtud de las informaciones que contra ellos se to-
maron.
CAPITULO XIX
Cómo se querellaron al gobernador de los indios guaycurúes.
Los indios principales de la ribera y comarca del río
del Parag-uay, y más cercanos a la ciudad de la Ascen-
sión, vasallos de Su Majestad, todos juntos parescieron
ante el g-obernador y se querellaron de una generación
de indios que habitan cerca de sus confines, los cuales
son muy guerreros y valientes, y se mantienen de la
caza de los venados, mantecas y miel, y pescado del
río, y puercos que ellos matan, y no comen otra cosa
ellos y sus mujeres y hijos, y éstos cada día la matan y
andan a cazar con su puro trabajo; y son tan ligeros y
recios, que corren tanto tras los venados, y tanto les
dura el aliento, y sufren tanto el trabajo de correr, que
los cansan y toman a mano, y otros muchos matan con
las flechas, y matan muchos tigres (1) y otros animales
bravos. Son muy amigos de tratar bien a las mujeres,
no tan solamente las suyas proprias, que entre ellos
tienen muchas preeminencias; mas en las guerras que
tienen, si captivan algunas mujeres, danles libertad y no
les hacen daño ni mal; todas las otras generaciones les
tienen gran temor; nunca están quedos de dos días arri-
ba en un lugar; luego levantan sus casas, que son de es-
teras, y se van una legua o dos desviados de donde han
tenido asiento, porque la caza, como es por ellos hosti-
gada, huye y se va, y vanla siguiendo y matando. Esta
generación y otras que se mantienen de las pesquerías
(1) Tigueres en la edición de 1555.
202 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XIX
y de unas algarrobas que hay en la tierra, a las cuales
acuden por los montes donde están estos árboles, a co-
ger como puercos que andan a montanera, todos en un
tiempo, porque es cuando está madura el algarroba por
el mes de noviembre a la entrada de diciembre, y de
ella hacen harina y vino, el cual sale tan fuerte y recio,
que con ello se emborrachan.
CAPITULO XX
Cómo el gobernador pidió información de la querella.
Asimismo se querellaron los indios principales ai g-o-
bernador de los indios guaycurúes (1) que les habían
desposeído de su propria tierra, y les habían muerto sus
padres y hermanos y parientes; y pues ellos eran cristia-
nos y vasallos de Su Majestad, los amparase y restitu-
yese en las tierras que les tenían tomadas y ocupadas
los indios, porque en los montes y en las lagunas y ríos
de ellas tenían sus cazas y pesquerías, y sacaban miel,
con que se mantenían ellos y sus hijos y mujeres, y lo
traían a los cristianos; porque después que a aquella
tierra fué el gobernador, se les habían hecho las dichas
fuerzas y muertes. Vista por el gobernador la querella
de los indios principales, los nombres de los cuales son:
Pedro de Mendoza, y Juan de Salazar Cupirati, y Fran-
cisco Ruiz Mayraru, y Lorenzo Moquiraci, y Gonzalo
Mayraru, y otros cristianos nuevamente convertidos,
porque se supiese la verdad de lo contenido en su que-
rella y se hiciese y procediese conforme a derecho,
por las lenguas intérpretes el gobernador les dijo que
trujesen información de lo que decían; la cual dieron y
presentaron de muchos testigos cristianos españoles,
que habían visto y se hallaron presentes en la tierra
(1) Los guaycurúes o guaycurus (a que pertenecían querandies,
tobas, abipones, etc.) eran feroces indios habitantes del Gran Cha-
co, y como hombres de selva, diestros cazadores y guerreros indo-
mables.
204 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
cuando los indios guaycurúes les habían hecho los da-
ños y les habían echado de la tierra, despoblando un
pueblo que tenían muy grande y cercado de fuerte pali-
zada, que se llama Caguazu, y recebida la dicha infor-
mación, el gobernador mandó llamar y juntar los reli-
giosos y clérigos que allí estaban, conviene a saber: el
comisario fray Bernaldo de Armenta y fray Alonso Le-
brón, su compañero, y el bachiller Martín de Armenta
y Francisco de Andrada, clérigos, para que viesen la in-
formación y diesen su parescer si la guerra se les podía
hacer a los indios guaycurúes justamente. Y habiendo
dado su parescer, firmado de sus nombres, que con
mano armada podía ir contra los dichos indios a les ha-
cer la guerra, pues eran enemigos capitales, el goberna-
dor mandó que dos españoles que entendían la lengua
de los indios guaycurúes, con un clérigo llamado Mar-
tín de Armenta, acompañados de cincuenta españoles,
fuesen a buscar los indios guaycurúes, y a les requerir
diesen la obediencia a Su Majestad y se apartasen de la
guerra que hacían a los indios guaraníes, y los dejasen
andar libres por sus tierras, gozando de las cazas y pes-
querías de ellas; y que de esta manera los ternía por ami-
gos y los favorescería; y donde no, lo contrario hacien-
do, que les haría la guerra como a enemigos capitales.
Y así se partieron los susodichos, encargándoles tuvie-
sen especial cuidado de les hacer los apercibimientos
una, y dos, y tres veces con toda templanza. E idos,
dende a ocho días volvieron, y dijeron y dieron fe que
hicieron el dicho apercibimiento a los indios, y que he-
cho, se pusieron en arma contra ellos, diciendo que no
querían dar la obediencia ni ser amigos de los espa-
ñoles ni de los indios guaraníes, y que se fuesen lue-
go de su tierra; y ansí, les tiraron muchas flechas, y
vinieron de ellos heridos; y visto lo susodicho por el
gobernador, mandó apercebir hasta docientos hombres
arcabuceros y ballesteros, y doce de caballo, y con
ellos partió de la ciudad de la Ascensión, jueves 12
XX COMENTARIOS 205
días del mes de julio de 1542 años. Y porque había de
pasar de la otra parte del río del Paraguay, mandó que
fuesen dos bergantines para pasar la gente y caballos,
y que aguardasen en un lugar de indios que está en la
ribera del dicho río del Paraguay, de la generación de
los guaraníes, que se llama Tapua, que su principal se
llama Mormocen, un indio muy valiente y temido en
aquella tierra, que era ya cristiano, y se llamaba Loren-
zo, cuyo era el lugar de Caguazu, que los guaycurúes
le habían tomado; y por tierra había de ir toda la gen-
te y caballos hasta allí, y estaba de la ciudad de la As-
cención hasta cuatro leguas, y fueron caminando el di-
cho día, y por el camino pasaban grandes escuadrones
de indios de la generación de los guaraníes, que se ha-
bían de juntar en el lugar de Tapua para ir en compa-
ñía del gobernador. Era cosa muy de ver la orden que
llevaban, y el aderezo de guerra, de muchas flechas,
muy emplumados con plumas de papagayos, y sus arcos
pintados de muchas maneras y con instrumentos de
guerra, que usan entre ellos, de atabales y trompetas y
cornetas, y de otras formas; y el dicho día llegaron con
toda la gente de caballo y de a pie al lugar de Tapua,^
donde hallaron muy gran cantidad de los indios guara-
níes, que estaban aposentados, así en el pueblo como
fuera, por las arboledas de la ribera del río; y el Mor-
mocen, indio principal, con otros principales indios
que allí estaban, parientes suyos, y con todos los de-
más, los salieron a recebir al camino un tiro de arco de
su lugar, y tenían muerta y traída mucha caza de vena-
dos y avestruces, que los indios habían muerto aquel
día y otro antes; y era tanta, que se dio a toda la gente,
con que comieron y lo dejaban de sobra; y luego los
indios principales, hecha su junta, dijeron que era ne-
cesario enviar indios y cristianos que fuesen a descu-
brir la tierra por donde hab»an de ir, y a ver el pueblo
y asiento de los enemigos, para saber si habían tenido
noticia de la ida de los españoles, y si se velaban de
206 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XX
noche; luego, paresciéndole al g-obernador que conve-
nía tomar los avisos, envió dos españoles con el mismo
Mormocen, indio, y con otros indios valientes que sa-
bían la tierra. E idos, volvieron otro día siguiente, vier-
nes en la noche, y dijeron cómo los indios guaycurúes
habían andado por los campos y montes cazando, como
es costumbre suya, y poniendo fuego por muchas par-
tes; y que a lo que habían podido reconoscer, aquel
día mismo habían levantado su pueblo, y se iban cazan-
do y caminando con su hijos y mujeres, para asentar
en otra parte, donde se pudiesen mantener de la caza
y pesquerías, y que les parescía que no habían tenido
hasta entonces noticia ni sentimiento de su ida, y que
dende allí hasta donde los indios podían estar y asen-
tar su pueblo habría cinco o seis leguas, porque se pa-
rescían los fuegos por donde andaban cazando.
CAPITULO XXI
Cómo el gobernador y su gente pasaron el río y se ahogaron
dos cristianos.
Este mismo día viernes Ilegfaron los bergantines allí
para pasar las gentes y caballos de la otra parte del río,
y los indios habían traído muchas canoas; y bien infor-
mado el gobernador de lo que convenía hacerse, pla-
ticado con sus capitanes, fué acordado que luego el
sábado siguiente por la mañana pasase la gente para
proseguir la jornada y ir en demanda de los indios
guaycurúes, y mandó que se hiciesen balsas de las ca-
noas para poder pasar los caballos; y en siendo de día,
toda la gente puesta en orden, comenzaron a embar-
carse y pasar en los navios y en las balsas, y los indios
en las canoas; era tanta la priesa del pasar y la grita de
los indios, como era tanta gente, que era cosa muy de
ver; tardaron en pasar dende las seis de la mañana hasta
las dos horas después de mediodía, no embargante
que había bien docientas canoas, en que pasaron. Allí
suscedió un caso de mucha lástima, que como los es-
pañoles procuraban de embarcarse primero unos que
otros, cargando en una barca mucha gente al un bordo,
hizo balance y se trastornó de manera, que volvió la
quilla arriba y tomó debajo toda la gente, y si no fue-
ran también socorridos, todos se ahogaran; porque,
como había muchos indios en la ribera, echáronse al
agua y volcaron el navio; y como en aquella parte ha-
bía mucha corriente, se llevó dos cristianos, que no pu-
dieron ser socorridos, y los fueron a hallar el río abajo
208 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXI
ahogados; el uno se llamaba Diego de Isla, vecino de
Málaga, y el otro, Juan de Valdés, vecino de Falencia.
Pasada toda la gente y caballos de la otra parte del río,
los indios principales vinieron a decir al gobernador
que era su costumbre que cuando iban a hacer alguna
guerra hacían su presente al capitán suyo, y que así,
ellos, guardando su costumbre, lo querían hacer; que
le rogaban lo recebiese; y el gobernador, por les hacer
placer, lo aceptó; y todos los principales, uno a uno, le
dieron una flecha y un arco pintado, muy galán, y tras
de ellos, todos los indios, cada uno trujo una flecha
pintada y emplumada con plumas de papagayos, y es-
tuvieron en hacer los dichos presentes hasta que fué
de noche, y fué necesario quedarse allí en la ribera del
río a dormir aquella noche, con buena guarda y centi-
nela que hicieron.
CAPITULO XXII
Cómo fueron las espías por mandando del gobernador en segui-
miento de los indios guaycurúes.
El dicho día sábado fué acordado por el goberna-
dor, con parescer de sus capitanes y religiosos, que,
antes que comenzasen a marchar por la tierra, fuesen
los adalides a descubrir y saber a qué parte los indios
gfuaycurúes habían pasado y asentado pueblo, y de la
manera que estaban, para poderles acometer y echar
de la tierra de los indios guaraníes; y así, se partieron
los indios, espías y cristianos, y al cuarto de la modo-
rra vinieron, y dijeron que los indios habían todo el
día cazado, y que adelante iban caminando sus mujeres
y hijos, y que no sabían adonde irían a tomar asiento;
y sabido lo susodicho, en la misma hora fué acordado
que marchasen lo más encubiertamente que pudiesen,
caminando tras de los indios, y que no se hiciesen fue-
gos de día, porque no fuese descubierto el ejército, ni
se desmandasen los indios que allí iban a cazar ni a
otra cosa alguna; y acordado sobre esto, domingo de
mañana partieron con buena orden, y fueron caminan-
do por unos llanos y por entre arboledas, por ir más
encubiertos; y de esta manera fueron caminando, lle-
vando siempre delante indios que descubrían la tierra,
muy ligeros y corredores, escogidos para aquel efecto,
los cuales siempre venían a dar aviso; y demás de esto,
iban las espías con todo cuidado en seguimiento de
los enemigos, para tener aviso cuando hobiesen asen-
tado su pueblo, y la orden que el gobernador dio para
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 14
210 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXII
marchar el campo fué, que todos los indios que consi-
go llevaba iban hechos un escuadrón, que duraba bien
una legua, todos con sus plumajes de papagayos muy
galanos y pintados, y con sus arcos y flechas, con mu-
cha orden y concierto; los cuales llevaban el avanguar-
dia, y tras de ellos, en el cuerpo de la batalla, iban el
gobernador con la gente de caballo, y luego la infan-
tería de los españoles, arcabuceros y ballesteros, con
el carruaje de las mujeres que llevaban la munición y
bastimentos de los españoles, y los indios llevaban su
carruaje en medio de ellos; y de esta forma y manera
fueron caminando hasta el mediodía, que fueron a re-
posar debajo de unas grandes arboledas; y habiendo
allí comido y reposado toda la gente y indios, tornaron
a caminar por las veredas, que iban seguidas por vera
de los montes y arboledas, por donde los indios, que
sabían la tierra, los guiaban; y en todo el camino y
campos que llevaron a su vista, había tanta caza de ve-
nados y avestruces, que era cosa de ver; pero los in-
dios ni los españoles no salían a la caza, por no ser
descubiertos ni vistos por los enemigos; y con la orden
iban caminando, llevando los indios guaraníes la van-
guardia, según está dicho, todos hechos un escuadrón,
en buena orden, en que habría bien diez mil hombres,
que era cosa muy de ver cómo iban todos pintados de
almagra y otras colores, y con tantas cuentas blancas
por los cuellos, y sus penachos, y con muchas planchas
de cobre, que, como el Sol reverberaba en ellas, daban
de sí tanto resplandor, que era maravilla de ver, los
cuales iban proveídos de muchas flechas y arcos.
CAPITULO XXIII
Cómo, yendo siguiendo los enemigos, fué avisado el gobernador
cómo iban adelante.
Caminando el gobernador y su gente por la orden
ya dicha todo aquel día, después de puesto Sol, a hora
del Ave María, sucedió un escándalo y alboroto entre
los indios que iban en la hueste; y fué el caso que se
vinieron apretar los unos con los otros, y se alborota-
ron con la venida de un espía que vino de los indios
guaycurúes, que los puso en sospecha que se querían
retirar de miedo de ellos, la cual les dijo que iban ade-
lante, y que los había visto todo el día cazar por toda
la tierra, y que todavía iban adelante caminando sus
mujeres y hijos, y que creían que aquella noche asen-
tarían su pueblo, y que los indios guaraníes habían sido
avisados de unas esclavas que ellos habían captivado
pocos días había, de otra generación de indios que se
llaman merchireses, y que ellos habían oído decir a los
de su generación que los guaycurúes tenían guerra con
la generación de los indios que se llaman guatataes, y
que creían que iban a hacerlos daño a su pueblo, y
que a esta causa iban caminando a tanta priesa por la
tierra; y porque las espías iban tras de ellos caminando
hasta los ver adonde hacían parada y asiento, para dar
el aviso de ello; y sabido por el gobernador lo que la
espía dijo, visto que aquella noche hacía buena Luna
clara, mandó que por la misma orden todavía fuesen
caminando todos adelante sobre aviso, los ballesteros
con sus ballestas armadas, y los arcabuceros cargados
212 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXIII
los arcabuces y las mechas encendidas (según que en
tal caso convenía); porque, aunque los indios guara-
níes iban en su compañía y eran también sus amigos,
tenían todo cuidado de recatarse y guardarse de ellos
tanto como de los enemigos, porque suelen hacer ma-
yores traiciones y maldades si con ellos se tiene algún
descuido y confianza; y así, suelen hacer de las suyas.
CAPITULO XXIV
De un escándalo que causó un tigre entre los españoles y los indios.
Caminando el g-obernador y su gente por vera de
unas arboledas muy espesas, ya que quería anochecer,
atravesóse un tigre por medio de los indios, de lo cual
hobo entre ellos tan grande escándalo y alboroto, que
hicieron a los españoles tocar al arma, y los españoles,
creyendo que se querían volver contra ellos, dieron en
los indios con apellido de Santiago, y de aquella refrie-
ga hirieron algunos indios; y visto por los indios, se
metieron por el monte adentro huyendo, y hobieran
herido con dos arcabuzazos al gobernador, porque le
pasaron las pelotas a raíz de la cara; los cuales se tuvo
por cierto que le tiraron maliciosamente por lo matar,
por complacer a Domingo de Irala, porque le había
quitado el mandar de la tierra, como solía. Y visto por
el gobernador que los indios se habían metido por los
montes, y que convenía remediar y apaciguar tan gran-
des escándalos y alboroto, se apeó solo, y se lanzó en el
monte con los indios, animándolos y diciéndoles que no
era nada, sino que aquel tigre (1) había causado aquel
alboroto, y que él y su gente española eran sus amigos
y hermanos, y vasallos de Su Majestad, y que fuesen
todos con él adelante a echar los enemigos de la tierra,
pues que los tenían muy cerca. Y con ver los indios al
gobernador en persona entre ellos, y con las cosas que
les dijo, ellos se asosegaron, y salieron del monte con
(1) Tiguere en la edición de 1555.
214 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
él; y es cierto que en aquel trance estuvo la cosa en
punto de perderse todo el campo, porque si los dichos
indios huían y se volvían a sus casas, nunca se asegu-
raran ni fiaran de los españoles, ni sus amigos y parien-
tes; y ansí, se salieron, llamando el gobernador a todos
los principales por sus nombres, que se habían metido
en los montes con los otros, los cuales estaban muy
atemorizados, y les dijo y aseguró que viniesen con él
seguros, sin ningún miedo ni temor; y que si los espa-
ñoles los habían querido matar, ellos habían sido la
causa, porque se habían puesto en arma, dando a en-
tender que los querían matar, porque bien entendido
tenían que había sido la causa aquel tigre que pasó
entre ellos, y que había puesto el temor a todos, y que,
pues eran amigos, se tornasen a juntar, pues sabían que
la guerra que iban a hacer era y tocaba a ellos mis-
mos, y por su respecto se la hacía, porque los indios
guaycurúes nunca los habían visto ni conoscido los es-
pañoles, ni hecho ningún enojo ni daño, y que por am-
parar y defender a ellos, y que no les fuesen hechos da-
ños algunos, iban contra los dichos indios.
Siendo tan rogados y persuadidos por el gobernador
por buenas palabras, salieron todos a ponerse en su
mano muy atemorizados, diciendo que ellos se habían
escandalizado yendo caminando, pensando que del
monte salían sus enemigos, los que iban a buscar, y que
iban huyendo a se amparar con los españoles, y que no
era otra la causa de su alteración; y como fueron sose-
gados los indios principales, luego los otros de su ge-
neración se juntaron, y sin que hobiese ningún muer-
to; y ansí juntos, el gobernador mandó que todos los
indios de allí adelante fuesen a la retagfuardia, y los es-
pañoles en el avanguardia, y la gente de a caballo de-
lante de toda la gente de los indios españoles; y mandó
que todavía caminasen como iban en la orden, por dar
más contento a los indios, y viesen la voluntad con que
iban contra sus enemigos, y perdiesen el temor de lo
XXIV COMENTARIOS 215
pasado, porque, si se rompiera con los indios, y no se
pusiera remedio, todos los españoles que estaban en la
provincia no se pudieran sustentar ni vivir en ella, y la
habían de desamparar forzosamente; y así, fué cami-
nando hasta dos horas de la noche, que paró con toda
la gente, a do cenaron de lo que llevaban, debajo de
unos árboles.
CAPITULO XXV
De cómo el gobernador y su gente alcanzaron a los enemigos.
A hora de las once de la noche, después de haber
reposado los indios y españoles que estaban en el cam-
po, sin consentir que hiciesen lumbre ni fuego ningu-
no, porque no fuesen sentidos de los enemigos, a la
hora llegó una de las espías y descubridores que el
gobernador había enviado para saber de los enemigos,
y dijo que los dejaba asentando su pueblo; lo cual holgó
mucho de oír el gobernador, porque tenía temor que
hobiesen oído los arcabuces al tiempo que los dispara-
ron en el alboroto y escándalo de aquella noche; y ha-
ciéndole preguntar a la espía a do quedaban los indios,
le dijo que quedarían tres leguas de allí; y sabido esto
por el gobernador, mandó levantar el campo, y caminó
luego toda la gente, yendo con ella poco a poco, por
detenerse en el camino y llegar a dar en ellos al reír del
alba, lo cual ansí convenía para seguridad de los indios
amigos que consigo llevaban, y les dio por señal unas
cruces de yeso, en los pechos puestas y señaladas, y en
las espaldas también, porque fuesen conoscidos de los
españoles, y no los matasen, pensando que eran los
enemigos. Mas, aunque esto llevaban para remedio de
su seguridad y peligro, entrando de noche en las casas,
no bastaban para la fuga de las espadas, porque tam-
bién se hieren y matan los amigos como los enemigos;
y ansí caminaron hasta que el alba comenzó a romper,
al tiempo que estaban cerca de las casas y pueblo de los
enemigos esperando que aclarase el día para darles la
CAP. XXV COMENTARIOS 217
batalla. Y porque no fuesen entendidos ni sentidos de
ellos, mandó que hinchesen a los caballos las bocas de
yerba sobre los frenos, porque no pudiesen relinchar;
y mandó a los indios que tuviesen cercado el pueblo de
¡os enemigos, y les dejasen una salida por donde pudie-
sen huir al monte, por no hacer mucha carnecería en
ellos. Y estando así esperando, los indios guaraníes que
consigo traía el gobernador se morían de miedo de
ellos, y nunca pudo acabar con ellos que acometiesen a
los enemigos. Y estándoles el gobernador rogando y
persuadiendo a ello, oyeron los atambores que tañían
los indios guaycurúes; los cuales estaban cantando y
llamando todas las nasciones, diciendo que viniesen a
ellos, porque ellos eran pocos y más valientes que todas
las otras nasciones de la tierra, y eran señores de ella y
de los venados y de todos los otros animales de los
campos, y eran señores de los ríos, y de los pesces que
andaban en ellos; porque lo tal tienen de costumbre
aquella nasción, que todas las noches del mundo se
velan de esta manera; y al tiempo que ya se venía el día,
salieron un poco adelante, y echáronse en el suelo; y
estando así, vieron el bulto de la gente y las mechas
de los arcabuces; y como los enemigos reconoscieron
tanto bulto de gentes y muchas lumbres de las mechas,
hablaron alto, diciendo: «¿Quién sois vosotros, que
osáis venir a nuestras casas?> Y respondióles un cris-
tiano que sabía su lengua, y díjoles: «Yo soy Héctor
(que así se llamaba la lengua que lo dijo), y vengo con
los míos a hacer el trueque (que en su lengua quiere
decir venganza) de la muerte de los batates que vos-
otros matastes.» Entonces respondieron los enemigos:
«Vengáis mucho en mal hora; que también habrá para
vosotros como hobo para ellos.» Y acabado de decir
esto, arrojaron a los españoles los tizones de fuego
que traían en las manos, y volvieron corriendo a sus
casas, y tomaron sus arcos y flechas, y volvieron con-
tra el gobernador y su gente con tanto ímpetu y bra-
218 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXV
veza, que parescía que no los tenían en nada: los indios
que llevaba consigo el gobernador se retiraran y huye-
ran si osaran. Y visto esto por el gobernador, enco-
mendó el artillería de campo que llevaba a D. Diego
de Barba, y al capitán Salazar la infantería de todos
los españoles y indios, hechos dos escuadrones, y
mandó echar los pretales de los cascabeles a los caba-
llos, y puesta la gente en orden, arremetieron contra
los enemigos con el apellido y nombre de Señor Santia-
go, el gobernador delante en su caballo, tropellando
cuantos hallaba delante; y como vieron los indios ene-
migos los caballos, que nunca los habían visto, fué tanto
el espanto que tomaron de ellos, que huyeron para los
montes cuanto pudieron, hasta meterse en. ellos, y al
pasar por su pueblo pusieron fuego a una casa; y como
son de esteras, de juncos y de enea, comenzó a arder,
y a esta causa se emprendió el fuego por todas las otras,
que serían hasta veinte casas levadizas, y cada casa era
de quinientos pasos. Habría en esta gente hasta cuatro
mil hombres de guerra, los cuales se retiraron detrás
del humo que los fuegos de las casas hacían; y estando
así cubiertos con el humo mataron dos cristianos y des-
cabezaron doce indios, de los que consigo llevaban, de
esta manera, tomándolos por los cabellos, y con unos
tres o cuatro dientes que traen en un palillo, que son
de un pescado que se dice palometa. Este pescado
corta los anzuelos con ellos, y teniendo a los prisione-
ros por los cabellos, con tres o cuatro refregones que
les dan, corriendo la mano por el pescuezo y torcién-
dola un poco, se lo cortan, y quitan la cabeza, y se la
llevan en la mano, asida por los cabellos; y aunque van
corriendo, muchas veces lo suelen hacer así tan fácil-
mente como si fuese otra cosa más ligera.
CAPITULO XXVI
Cómo el gobernador rompió los enemigos.
Rompidos y desbaratados los indios, y yendo en su
seguimiento el gobernador y su gente, uno de a caba-
llo que iba con el gobernador, que se halló muy junto
a un indio de los enemigos, el cual indio se abrazó al
pescuezo de la yegua en que iba él caballero, y con tres
flechas que llevaba en la mano dio por el pescuezo a
la yegua, que se lo pasó por tres partes, y no lo pudie-
ron quitar hasta que allí lo mataron; y si no se hallara
presente el gobernador, la victoria por nuestra parte
estuviera dudosa. Esta gente de estos indios son muy
grandes y muy ligeros, son muy valientes y de grandes
fuerzas, viven gentílicamente, no tienen casas de asien-
to, mantiénense de montería y de pesquería; ninguna
nasción los venció si no fueron españoles. Tienen por
costumbre que si alguno los venciese, se les darían por
esclavos. Las mujeres tienen por costumbre y libertad
que si a cualquier hombre que los suyos hobieren
prendido y captivado queriéndolo matar, la primera
mujer que lo viera lo liberta, y no puede morir ni me-
nos ser captivo; y queriendo estar entre ellos el tal
captivo, lo tratan y quieren como si fuese de ellos mis-
mos. Y es cierto que las mujeres tienen más libertad
que la que dio la reina doña Isabel, nuestra señora,
a las mujeres de España; y cansado el gobernador y su
gente de seguir al enemigo, se volvió al real, y recogi-
da la gente con buena orden, comenzó a caminar, vol-
viéndose a la ciudad de la Ascensión; e yendo por el
220 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXVI
camino, los indios guaycurúes por muchas veces los
siguieron y dieron arma, lo cual dio causa a que el go-
bernador tuviese mucho trabajo en traer recogidos los
indios que consigo llevó, porque no se los matasen
los enemigos que habían escapado de la batalla; por-
que los indios guaraníes que habían ido en su servicio
tienen por costumbre que, en habiendo una pluma o
una flecha o una estera de cualquiera de los enemigos,
se vienen con ella para su tierra solos, sin aguardar otro
ninguno; y así acónteselo matar veinte guaycurúes a
mil guaraníes, tomándolos solos y divididos; tomaron
en aquella jornada el gobernador y su gente hasta cua-
trocientos prisioneros, entre hombres y mujeres y mo-
chachos, y caminando por el camino, la gente de a ca-
ballo alancearon y mataron muchos venados; de que
los indios se maravillaban mucho de ver que los caba-
llos fuesen tan ligeros que los pudiesen alcanzar. Tam-
bién los indios mataron con flechas y arcos muchos
venados; y a hora de las cuatro de la tarde vinieron a
reposar debajo de unas grandes arboledas, donde dor-
mieron aquella noche, puestas centinelas y a buen
recaudo.
CAPÍTULO XXVII
De cómo el gobernador volvió a la ciudad de la Ascensión
con toda su gente.
Otro día siguiente, siendo de día claro, partieron en
buena orden, y fueron caminando y cazando, así los es-
pañoles de a caballo como los indios guaraníes, y se
mataron muchos venados y avestruces, y ansímismo la
gente española con las espadas mataron algunos vena-
dos que venían a dar al escuadrón huyendo de la gente
de a caballo y de los indios, que era cosa de ver y de
muy gran placer ver la caza que se hizo el dicho día; y
hora y media antes que anocheciese llegaron a la ri-
bera del río del Paraguay, donde había dejado el go-
bernador los dos bergantines y canoas, y este día co-
menzó a pasar alguna de la gente y caballos; y otro día
siguiente, dende la mañana hasta el mediodía, se aca-
bó todo de pasar; y caminando, llegó a la ciudad de la
Ascensión con su gente, donde había dejado para su
guarda doscientos y cincuenta hombres, y por capitán
a Gonzalo de Mendoza, el cual tenía presos seis indios
de una generación que se llaman yapirúes, la cual es
una gente crescida, de grandes estaturas, valientes
hombres, guerreros y grandes corredores, y no labran
ni crían: mantiénense de la caza y pesquería; son ene-
migos de los indios guaraníes y de los guaycurúes. Y
habiendo hablado Gonzalo de Mendoza al goberna-
dor, le informó y dijo que el día antes habían venido
los indios y pasado el río del Paraguay, diciendo que
los de su generación habían sabido de la guerra que
222 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXVII
habían ido a hacer y se había hecho a los indios guay-
curúes, y que ellos y todas las otras generaciones es-
taban por ello atemorizados, y que su principal los en-
viaba a hacer saber cómo deseaban ser amigos de los
cristianos; y que si ayuda fuese menester contra los
guaycurúes, que vernían; y que él había sospechado
que los indios venían a hacer alguna traición y a ver su
real, debajo de aquellos ofrecimientos, y que por esta
razón los había preso hasta tanto que se pudiese bien
informar y saber la verdad; y sabido lo susodicho por
el gobernador, los mandó luego soltar y que fuesen
traídos ante él; los cuales fueron luego traídos, y les
mandó hablar con una lengua intérprete español que
entendía su lengua, y les mandó preguntar la causa de
su venida a cada uno por sí. Y entendiendo que de ello
redundara provecho y servicio de Su Majestad, les hizo
buen tratamiento y les dio muchas cosas de rescates
para ellos y para su principal, diciéndoles cómo él los
recebía por amigos y por vasallos de Su Majestad, y
que del gobernador serían bien tratados y favoresci-
dos, con tanto que se apartasen de la guerra que solían
tener con los guaraníes, que eran vasallos de Su Ma-
jestad, y de hacerles daño; porque les hacía saber que
ésta había sido la causa principal por que les había
hecho guerra a los indios guaycurúes; y ansí los despi-
dió y se partieron muy alegres y contentos.
CAPÍTULO XXVIII
De cómo los indios agaces rompieron las paces.
Demás de lo que Gonzalo de Mendoza dijo y avisó al
gobernador, de que se hace mención en el capítulo an-
tes que éste, le dijo que los indios de la generación de
los agaces, con quien se habían hecho y asentado las
paces la noche del proprio día que partió de la ciudad
de la Ascensión a hacer la guerra a los guaycurúes, ha-
bían venido con mano armada a poner fuego a la ciudad
y hacerles la guerra, y que habían sido sentidos por las
centinelas, que tocaron al arma; y ellos, conosciendo
que eran sentidos, se fueron huyendo, y dieron en las
labranzas y caserías de los cristianos, de los cuales to-
maron muchas mujeres de la generación de los guara-
níes, de cristianas nuevamente convertidas, y que de
allí adelante habían venido cada noche a saltear y robar
la tierra, y habían hecho muchos daños a los naturales
por haber rompido la paz; y las mujeres que habían
dado en rehenes, que eran de su generación, para que
guardarían la paz, la misma noche que ellos vinieron
habían huido, y les habían dado aviso cómo el pueblo
quedaba con poca gente, y que era buen tiempo para
matar los cristianos; y por aviso de ellas vinieron a que-
brantar la paz y hacer la guerra, como lo acostumbra-
ban; y habían robado las caserías de los españoles,
donde tenían sus mantenimientos, y se los habían lle-
vado, con más de treinta mujeres de los guaraníes. Y
oído esto por el gobernador, y tomada información de
ello, mandó llamar los religiosos y clérigos, y a los ofí-
224 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXVIII
cíales de Su Majestad y a los capitanes, a los cuales
dio cuenta de lo que los agaces habían hecho en rom-
pimiento de las paces, y les rogó, y de parte de Su
Majestad les mandó, que diesen su parescer (como Su
Majestad lo mandó, que lo tomase, y con él hiciese lo
que conviniese), firmándolo todos ellos de sus nom-
bres y mano, y siendo conformes a una cosa, hiciese
lo que ellos le aconsejasen; y platicado el negocio en-
tre todos ellos, y muy bien mirado, fueron de acuerdo
y le dieron por parescer que les hiciese la guerra a
fuego y a sangre, por castigarlos de los males y daños
que continuo hacían en la tierra; y siendo éste su pa-
rescer, estando conformes, lo firmaron de sus nombres.
Y para más justificación de sus delitos, el gobernador
mandó hacer proceso contra ellos; y hecho, lo mandó
juntar y acumular con otros cuatro procesos que habían
hecho contra ellos; antes que el gobernador fuese los
cristianos que antes en la tierra estaban habían muerto
más de mil de ellos por los males que en la tierra con-
tinuamente hacían.
CAPITULO XXIX
De cómo el gobernador soltó uno de los prisioneros g-uaycurúes^
y envió a llamar los otros.
Después de haber hecho lo que dicho es contra los
agraces, mandó el gobernador llamar a los indios prin-
cipales guaraníes que se hallaron en la guerra de los
guaycurúes, y les mandó que le trujasen todos los pri-
sioneros que habían habido y traído de la guerra de
los guaycurúes, y les mandó que no consintiesen que
los guaraníes escondiesen ni traspusiesen ninguno
de los dichos prisioneros, so pena que el que lo hicie-
se sería muy bien castigado; y así, trujeron los españo-
les los que habían habido, y a todos juntos les dijo que
Su Majestad tenía mandado que ninguno de aquellos
guaycurúes no fuese esclavo, porque no se habían he-
cho con ellos las diligencias que se habían de hacer, y
antes era más servido que se les diese Hbertad; y entre
los tales indios prisioneros estaba uno muy gentil hom-
bre y de muy buena proporción, y por ello el gober-
nador lo mandó soltar y poner en libertad, y le mandó
que fuese a llamar los otros todos de su generación; que
él quería hablarles de parte de Su Majestad y recebir-
los en su nombre por sus vasallos, y que, siéndolo, él los
ampararía y defendería, y les daría siempre rescates y
otras cosas; y dióle algunos rescates, con que se partió
muy contento para los suyos, y ansí se fué, y dende a
cuatro días volvió y trujo consigo todos los de su gene-
ración, los cuales muchos de ellos estaban malheridos;
y así como estaban vinieron todos, sin faltar ninguno.
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 15
CAPITULO XXX
Cómo vinieron a dar la obediencia los indios guaycurúes
a Su Majestad.
Dende a cuatro días que el prisionero se partió del
real, un lunes por la mañana llegó a la orilla del río con
toda la gente de su nasción, los cuales estaban debajo
de una arboleda a la orilla del río del Paraguay; y sa-
bido por el gobernador, mandó pasar muchas canoas
con algunos cristianos y algunas lenguas con ellas, para
que los pasasen a la ciudad, para saber y entender qué
gente eran; y pasadas de la otra parte las canoas, y en
ellas hasta veinte hombres de su nasción, vinieron ante
el gobernador, y en su presencia se sentaron sobre un
pie como es costumbre entre ellos, y dijeron por su
lengua que ellos eran principales de su nasción de guay-
curúes, y que ellos y sus antepasados habían tenido
guerras con todas las generaciones de aquella tierra,
así de los guaraníes como de los imperúes y agaces y
guatataes y naperúes y mayaes, y otras muchas gene-
raciones, y que siempre les habían vencido y maltrata-
do, y ellos no habían sido vencidos de ninguna gene-
ración ni lo pensaron ser; y que pues habían hallado
otros más valientes que ellos, que se venían a poner en
su poder y a ser sus esclavos, para servir a los españo-
les; y pues el gobernador, con quien hablaban, era el
principal de ellos, que les mandase lo que habían de
hacer como a tales sus sujetos y obedientes; y que
bien sabían los indios guaraníes que no bastaban ellos
a hacerles la guerra, porque ellos no los temían ni te-
COMENTARIOS 227
nían en nada» ni se atreverían a los ir a buscar y hacer
la guerra si no fuera por los españoles; y que sus mu-
jeres y hijos quedaban de la otra parte del río, y ve-
nían a dar la obediencia y hacer lo mismo que ellos; y
que por ellos, y en nombre de todos, se venían a ofres-
cer al servicio de Su Majestad.
CAPITULO XXXI
De cómo el gobernador, hechas las paces con los guaycurúes,
les entreg-ó los prisioneros.
Y visto por el gobernador lo que los indios guaycu-
rúes dijeron por su mensaje, y que una gente que tan
temida era en toda la tierra venían con tanta humildad
a ofrecerse y ponerse en su poder (lo cual puso gran-
de espanto y temor en toda la tierra), les mandó decir
por las lenguas intérpretes que él era allí venido por
mandado de Su Majestad, y para que todos los natu-
rales viniesen en conoscimiento de Dios nuestro Se-
ñor, y fuesen cristianos y vasallos de Su Majestad, y a
ponerlos en paz y sosiego, y a favorescerlos y hacerlos
buenos tratamientos; y que si ellos se apartaban de las
guerras y daííos que hacían a los indios guaraníes, que
él los ampararía y defendería y tendría por amigos, y
siempre serían mejor tratados que las otras generacio-
nes, y que les darían y entregarían los prisioneros que
en la guerra les había tomado, así los que él tenía como
los que tenían los cristianos en su poder, y los otros
todos que tenían los guaraníes que en su compañía
habían llevado (que tenían muchos de ellos); y po-
niéndolo en efecto, los prisioneros que en su poder
estaban y los que los dichos guaraníes tenían, los tra-
jeron todos ante el gobernador, y se los dio y entregó;
y como los hobieron recebido, dijeron y afirmaron otra
vez que ellos querían ser vasallos de Su Majestad, y
dende entonces daban la obediencia y vasallaje, y se
apartaban de la guerra de los guaraníes, y que dende
CAP. XXXI COMENTARIOS 229
en adelante vernían a traer en la ciudad todo lo que
tomasen, para provisión de los españoles; y el gober-
nador se lo ag-radesció, y les repartió a los principales
muchas joyas y rescates, y quedaron concertadas las
paces, y de allí adelante siempre las guardaron, y vi-
nieron todas las veces que el gobernador los envió a
llamar, y fueron muy obedientes en sus mandamientos,
y su venida era de ocho a ocho días a la ciudad, car-
gados de carne de venados y puercos monteses, asada
en barbacoa. Esta barbacoa es como unas parrillas, y
están dos palmos altas del suelo, y son de palos del-
gados, y echan la carne escalada encima, y así la asan;
y traen mucho pescado y otros muchos mantenimien-
tos, mantecas y otras cosas, y muchas mantas de lino
que hacen de unos cardos, las cuales hacen muy pinta-
das; y asimismo muchos cueros de tigres y de antas
y de venados, y de otros animales que matan; y cuan-
do así vienen, dura ia contratación de los tales mante-
nimientos dos días, y contratan los de la otra parte del
río que están con sus ranchos; la cual contratación es
muy grande, y son muy apacibles para los guaraníes,
los cuales les dan, en trueque de lo que traen, mucho
maíz y mandioca y mandubis, que es una fruta como
avellanas o chufas, que se cría debajo de la tierra (1);
también les dan y truecan arcos y flechas; y pasan el río
a esta contratación docientas canoas juntas, cargadas de
estas cosas, que es la más hermosa cosa del mundo
verlas ir; y como van con tanta priesa, algunas veces
se encuentran las unas con las otras, de manera que
toda la mercaduría y ellas van al agua; y los indios a
quien acontesce lo tal, y los otros que están en tierra
esperándolos, toman tan gran risa, que en dos días no
se apacigua entre ellos el regocijo; y para ir a contratar
van muy pintados y empenachados, y toda la plumería
(1) Se dijo ya, en la nota de la página 179, que eran los ca-
cahuetes.
230 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXXI
va por el río abajo, y mueren por llegar con sus canoas
unos primero que otros, y ésta es la causa por donde
se encuentran muchas veces; y en la contratación tie-
nen tanta vocería, que no se oyen los unos a los otros>
y todos están muy alegres y regocijados.
CAPITULO XXXII
Cómo vinieron los indios aperúes a hacer paz y dar la obediencia.
Dende a pocos días que los seis indios aperúes se
volvieron para los suyos, después que los mandó soltar
el gobernador para que fuesen a asegurar a los otros
indios de su generación, un domingo de mañana llega-
ron a la ribera del Paraguay, de la otra parte, a vista de
la ciudad de la Ascensión, hechos un escuadrón; los
cuales hicieron seña a los de la ciudad, diciendo que
querían pasar a ella; y sabido por el gobernador, luego
mandó ir canoas a saber qué gente eran; y como llega-
ron a tierra, los dichos indios se metieron en ellas y
pasaron de esta otra parte hacia la ciudad; y venidos
delante del gobernador, dijeron cómo eran de aperúes,
y se sentaron sobre el pie, como gente de paz, según
su costumbre; y sentados, dijeron que eran los princi-
pales de aquella generación llamada aperúes, y que ve-
nían a conoscerse con el principal de los cristianos y
a lo tener por amigo y hacer lo que él les mandase: y
que la guerra que se había hecho a los indios guaycu-
rúes la habían sabido por toda la tierra, y que por ra-
zón de ello todas las generaciones estaban muy teme-
rosas y espantadas de que los dichos indios, siendo los
más valientes y temidos, fuesen acometidos y vencidos
y desbaratados por los cristianos; y que en señal de la
paz y amistad que querían tener y conservar con los
cristianos, trujeron consigo ciertas hijas suyas, y roga-
ron al gobernador que las recebiese, y para que ellos
estuviesen más ciertos y seguros y los tuviesen por
232 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
amigos, las daban en rehenes; y estando presentes a
ello los capitanes y religiosos que consigo traía el go-
bernador, y ansímismo en presencia de los oficiales de
Su Majestad, dijo que él era venido a aquella tierra a
dar a entender a los naturales de ella cómo habían de
ser cristianos y enseñados en la fe, y que diesen la obe-
diencia a Su Majestad y tuviesen paz y amistad con los
indios guaraníes, pues eran naturales de aquella tierra
y vasallos de Su Majestad, y que, guardando ellos el
amistad y otras cosas que les mandó de parte de Su
Majestad, los recebiría por sus vasallos y como a tales
los ampararía y defendería de todos, guardando la paz
y amistad con todos los naturales de aquella tierra, y
mandaría a todos los indios que los favoresciesen y tu-
viesen por amigos y dende allí los tuviesen por tales,
y que cada y cuando que quisiesen pudiesen venir se-
guros a la ciudad de la Ascensión a rescatar y contra-
tar con los cristianos y indios que en ella residían,
como lo hacían los guaycurúes después que asentó la
paz con ellos; y para tener seguro de ellos, el goberna-
dor recebió las mujeres y hijos que le dieron, y también
por que no se enojasen, creyendo que, pues no los to-
maba, no los admitía; las cuales mujeres y muchachos
el gobernador dio a los religiosos y clérigos para que
los doctrinasen y enseñasen la doctrina cristiana, y los
pusiesen en buenos usos y costumbres; y los indios se
holgaron mucho de ello, y quedaron muy contentos y
alegres por haber quedado por vasallos de Su Majes-
tad, y dende luego como tales le obedescieron y pro-
pusieron de cumplir lo que por parte del gobernador
les fué mandado; y habiéndoles dado muchos rescates,
con que se alegraron y contentaron mucho, se fueron
muy alegres. Estos indios de que se ha tratado nunca
están quedos de tres días arriba en un asiento; siempre
se mudan de tres a tres días, y andan buscando la caza
y monterías y pesquerías para sustentarse, y traen con-
sigo sus mujeres y hijos; y deseoso el gobernador de
XXXII COMENTARIOS 233
atraerlos a nuestra santa fe católica, preguntó a los clé-
rigos y religiosos si había manera para poder industriar
y doctrinar aquellos indios. Y le respondieron que no
podía ser, por no tener los dichos indios asiento cier-
to, y porque se les pasaban los días y gastaban el tiem-
po en buscar de comer; y que por ser la necesidad tan
grande de los mantenimientos, que no podían dejar de
andar todo el día a buscarlos con sus mujeres y hijos;
y si otra cosa en contrario quisiesen hacer, morirían de
hambre; y que sería por demás el trabajo que en ello
se pusiese, porque no podrían venir ellos ni sus muje-
res y hijos a la doctrina, ni los religiosos estar entre
ellos, porque había poca seguridad y menos confíanza.
CAPITULO XXXIII
De la sentencia que se dio contra los agaces, con parescer de los
relig-iosos y capitanes y ofíciales de Su Majestad.
Después de haber rescebido el gobernador a la obe-
diencia de Su Majestad los indios (como habéis oído),
mandó que le mostrasen el proceso y probanza que
se había hecho contra los indios agaces; y visto por él
y por los otros procesos que contra ellos se había he-
cho, paresció por ellos ser culpados por los robos y
muertes que por toda la tierra habían hecho, mostró el
proceso de sus culpas y la instrucción que tenía de Su
Majestad a los clérigos y religiosos, estando presentes
los capitanes y ofíciales de Su Majestad; y habiéndolo
muy bien visto todos juntamente, sin discrepar en nin-
guna cosa, le dieron por parescer que les hiciese la
guerra a fuego y a sangre, porque así convenía al ser-
vicio de Dios y de Su Majestad; y por lo que resultaba
por el proceso de sus culpas, conforme a derecho, los
condenó a muerte a trece o a catorce de su generación
que tenía presos; y entrando en la cárcel su alcalde
mayor a sacarlos, con unos cuchillos que tenían escon-
didos dieron ciertas puñaladas a personas que entraron
con el alcalde, y los mataran si no fuera por otra gente
que con ellos iban, que los socorrieron; y defendién-
dose de ellos, fuéles forzado meter mano a las espadas
que llevaban; y metiéronlos en tanta necesidad, que
mataron dos de ellos y sacaron los otros a ahorcar en
ejecución de la sentencia.
CAPITULO XX XIV
De cómo el gobernador tornó a socorrer a los que estaban
en Buenos Aires.
Como las cosas estaban en paz y quietud, envió el
gfobernador a socorrer la g^ente que estaba en Buenos
Aires, y al capitán Juan Romero, que había enviado a ha-
cer el mismo socorro con dos bergantines y g-ente; para
el cual socorro acordó enviar al capitán Gonzalo de
Mendoza con otros dos bergantines cargados de basti-
mentos y cien hombres; y esto hecho, mandó llamar los
religiosos y clérigos y oficiales de Vuestra Majestad, a
los cuales dijo que pues no había cosa que impidiese el
descubrimiento de aquella provincia, que se debía de
buscar lumbre y camino por donde sin peligro y menos
pérdida de gente se pusiese en efecto la entrada por
tierra, por donde hubiese poblaciones de indios y que
tuviesen bastimentos, apartándose de los despoblados
y desiertos (porque había muchos en la tierra), y que
les rogaba y encomendaba de parte de Su Majestad mi-
rasen lo que más útil y provechoso fuese y les pares»
cíese, y que sobre ello le diesen su parescer, los cuales
religiosos y clérigos, y el comisario fray Bernaldo de
Armenta, y fray Alonso Lebrón, de la orden del señor
Sant Francisco; y fray Juan de Salazar, de la orden de
la Merced; y fray Luis de Herrezuelo, de la orden de
Sant Hierónimo; y Francisco de Andrada, el bachiller
Martín de Almenza, y el bachiller Martínez, y Juan Ga-
briel de Lezcano, clérigos y capellanes de la iglesia de
la ciudad de la Ascensión. Asimismo pidió parescer a
236 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
los oficiales de Su Majestad y a los capitanes; y habiendo
platicado entre todos sobre ello, todos conformes dije-
ron que su parescer era que luego con toda brevedad
se enviase a buscar tierra poblada por donde se pudiese
ir a hacer la entrada y descubrimiento, por las causas y
razones que el gobernador había dicho y propuesto, y
así quedó aquel día sentado y concertado; y para que
mejor se pudiese hacer el descubrimento, y con más
brevedad, mandó el gobernador llamar los indios más
principales de la tierra y más antiguos de los guaraníes,
y les dijo cómo él quería ir a descubrir las poblaciones
a aquella provincia, de las cuales ellos le habían dado
relación muchas veces; y que antes de lo poner en efecto
quería enviar algunos cristianos a que por vista de ojos
viesen el camino por donde habían de ir; y que pues
ellos eran cristianos y vasallos de Su Majestad, tuviesen
por bien de dar indios de su generación que supiesen
el camino para los llevar y guiar de manera que se pu-
diese traer buena relación, y a Vuestra Majestad harían
servicio y a ellos mucho provecho, allende que les se-
ría pagado y gratificado; y los indios principales dije-
ron que ellos se iban, y proveerían de la gente que
fuese menester cuando se la pidiesen, y allí se ofrescie-
ron muchos de ir con los cristianos; el primero fué un
indio principal del río arriba que se llamaba Aracare, y
otros señalados que adelante se dirá; y vista la volun-
tad de los indios, se partieron con ellos tres cristianos
lenguas, hombres pláticos en la tierra, y iban con ellos
los indios que se le habían ofrescido muchas veces, de
guaraníes y otras generaciones, los cuales habían pe-
dido les diesen la empresa del descubrimiento; a los
cuales encomendó que con toda diligencia y fidelidad
descubriesen aquel camino, adonde tanto servicio harían
a Dios y a Vuestra Majestad; y entretanto que los cris-
tianos y indios ponían en efecto el camino, mandó ade-
reszar tres bergantines y bastimentos y cosas necesa-
rias, y con noventa cristianos envió al capitán Domingo
XXXIV COMENTARIOS 237
de Irala, vizcaíno, por capitán de ellos, para que subie-
sen por el río del Paraguay arriba todo lo que pudiesen
navegar y descubrir en tiempo de tres meses y medio,
y viesen si en la ribera del río había algunas poblacio-
nes de indios, de los cuales se tomase relación y aviso
de las poblaciones y gente de la provincia. Partiéronse
estos tres navios de cristianos a 20 días del mes de no-
viembre, año de 1542. En ellos iban los tres españoles
con los indios que habían de descubrir por tierra, a do
habían de hacer el descubrimiento por el puerto que
dicen de las Piedras, setenta leguas de la ciudad de lá
Ascensión, yendo por el río del Paraguay arriba. Par-
tidos los navios que iban a hacer el descubrimiento de
la tierra, dende a ocho días escribió una carta el capi-
tán Vergara cómo los tres españoles se habían partido
con número de más de ochocientos indios por el puerto
de las Piedras, debajo del Trópico en veinte y cuatro
grados, a proseguir su camino y descubrimiento, y que
los indios iban muy alegres y deseosos de enseñar a los
españoles el dicho camino; y habiéndolos encargado y
encomendado a los indios, se partía para el río arriba
a hacer el descubrimiento.
CAPITULO XXXV
Cómo se volvieron de la entrada los tres cristianos y indios
que iban a descubrir.
Pasados veinte días que los tres españoles hobieron
partido de la ciudad de la Ascensión a ver el camino
que los indios se ofrescieron a les enseñar, volvieron a
la ciudad, y dijeron que llevando por guía principal
Aracare, indio principal de la tierra, habían entrado por
el que dicen puerto de las Piedras, y con ellos hasta ocho-
cientos indios, poco más o menos; y habiendo cami-
nado cuatro jornadas por la tierra por donde los dichos
indios iban, guiando el indio Aracare, principal, como
hombre que los indios le temían y acataban con mucho
respeto, les mandó, desde el principio de su entrada,
fuesen poniendo fuego por los campos por donde iban
caminando, que era dar grande aviso a los indios de
aquella tierra, enemigos, para que saliesen a ellos al ca-
mino y los matasen; lo cual hacían contra la costumbre
y orden que tienen los que van a entrar y a descubrir
por semejantes tierras y entre los indios se acostum-
braba; y allende de esto, el Aracare públicamente iba
diciendo a los indios que se volviesen y no fuesen con
ellos a les enseñar el camino de las poblaciones de la
tierra, porque los cristianos eran malos, y otras pala-
bras muy malas y ásperas, con las cuales escandalizó a
los indios; y no embargante que por ellos fueron roga-
dos y importunados siguiesen su camino y dejasen de
quemar los campos, no lo quisieron hacer; antes al cabo
de las cuatro jornadas se volvieron, dejándolos desam-
parados y perdidos en la tierra, y en muy gran peligro,
por lo cual les fué forzado volverse, visto que todos los
indios y las guías se habían vuelto.
CAPITULO XXXVI
Cómo se hizo tablazón para los bergantines y una carabela.
En este tiempo el gobernador mando que se buscase
madera para aserrar y hacer tablazón y ligazón, así para
hacer bergantines para el descubrimiento de la tierra,
como para hacer una carabela que tenía acordado de
enviar a este reino para dar cuenta a Su Majestad de las
cosas sucedidas en la provincia en el descubrimiento y
conquista de ella; y el gobernador personalmente fué
por los montes y campos de la tierra con los oficiales y
maestros de bergantines y aserradores; los cuales en
tiempo de tres meses aserraron toda la madera que les
paresció que bastaría para hacer la carabela y diez na-
vios de remos para la navegación del río y descubri-
miento de él; la cual se trajo a la ciudad de la Ascen-
sión por los indios naturales, a los cuales mandó pagar
sus trabajos, y de la madera con toda diligencia se co-
menzaron a hacer los dichos bergantines.
CAPITULO XXXVIl
De cómo los indios de la tierra se tornaron a ofrescer.
Y visto que los cristianos que había enviado a des-
cubrir y buscar camino para hacer la entrada y descu-
brimiento de la provincia se habían vuelto sin traer re-
lación ni aviso de lo que convenía, y que al presente
se ofrescían ciertos indios principales naturales de esta
ribera, alg-uno de los cristianos nuevamente converti-
dos y otros muchos indios, ir a descubrir las poblacio-
nes de la tierra adentro, y que llevarían consigo algu-
nos españoles que lo viesen, y trujesen relación del
camino que ansí descubriesen, habiendo hablado y
platicado con los indios principales que a ello se ofre-
cieron, que se llamaban Juan de Salazar Cupirati, y
Lorenzo Moquiraci, y Timbuay, y Gonzalo Mayrairu, y
otros; y vista su voluntad y buen celo con que se movían
a descubrir la tierra, se lo agradesció y ofresció que
Su Majestad, y él en su real nombre, se lo pagarían y
gratificarían; y a esta sazón le pidieron cuatro españo-
les, hombres pláticos en aquella tierra, les diese la em-
presa del descubrimiento, porque ellos irían con los in-
dios y pornían en descubrir el camino toda la diligencia
que para tal caso se requería; y él, visto que de su vo-
luntad se ofrescían, el gobernador se lo concedió. Estos
cristianos que se ofrescieron a descubrir este camino,
y los indios principales con hasta mil y quinientos in-
dios que llamaron y juntaron de la tierra, se partieron
a 15 días del mes de diciembre del año de 1542 años, y
fueron navegando con canoas por el río del Paraguay
CAP. XXXVII COMENTARIOS 241
arriba, y otros fueron por tierra hasta el puerto de las
Piedras, por donde se había de hacer la entrada al des-
cubrimiento de la tierra, y habían de pasar por la tierra
y lugares de Aracare, que estorbaba que no se des-
cubriese el camino pasado a los indios, que nueva-
mente iban, que no fuesen induciéndoles con palabras
de motín; y no lo queriendo hacer los indios, se lo
quisieron hacer dejar descubrir por fuerza, y todavía
pasaron delante; y llegados al puerto de las Piedras los
españoles, llevando consigo los indios y algunos que
dijeron que sabían el camino por guías, caminaron trein-
ta días contino por tierra despoblada, donde pasaron
grandes hambres y sed; en tal manera, que murieron
algunos indios, y los cristianos con ellos se vieron tan
desatinados y perdidos de sed y hambre, que perdie-
ron el tino y no sabían por dónde habían de caminar;
y de esta causa se acordaron de volver y se volvieron,
comiendo por todo el camino cardos salvajes, y para
beber sacaban zumo de los cardos y de otras yerbas, y
a cabo de cuarenta y cinco días volvieron a la ciudad
de la Ascensión; y venido por el río abajo, el dicho
Aracare les salió al camino y les hizo mucho daño,
mostrándose enemigo capital de los cristianos y de los
indios que eran amigos, haciendo guerra a todos; y los
indios y cristianos llegaron flacos y muy trabajados. Y
vistos los daños tan notorios que el dicho Aracare
indio había hecho y hacía, y cómo estaba declarado
por enemigo capital, con parescer de los oficiales de
Vuestra Majestad y religiosos, mandó el gobernador
proceder contra él, y se hizo el proceso, y mandó
que a Aracare le fuesen notificados los autos, y así se lo
notificaron, con gran peligro y trabajo de los españoles
que para ello envió, porque Aracare los salió a matar
con mano armada, levantando y apellidando todos sus
parientes y amigos para ello; y hecho y fulminado el
proceso conforme a derecho, fué sentenciado a pena de
muerte corporal, la cual fué ejecutada en el dicho Ara-
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 16
242 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
care indio, y a los indios naturales les fué dicho y dado
a entender las razones y causas justas que para ello ha-
bía habido. A 20 días del mes de diciembre vinieron a
surgir al puerto de la ciudad de la Ascensión los cuatro
bergantines que el gobernador había enviado al río del
Paraná a socorrer los españoles que venían en la nao
que envió dende la isla de Santa Catalina, y con ellos
el batel de la nao, y en todos cinco navios vino toda la
gente, y luego todos desembarcaron. Pedro Destopiñan
Cabeza de Vaca, a quien dejó por capitán de la nao y
gente, el cual dijo que llegó con la nao al río del Para-
ná, y que luego fué en demanda del puerto de Buenos
Aires; y en la entrada del puerto, junto donde estaba
asentado el pueblo, halló un mastel enarbolado hinca-
do en tierra, con unas letras cavadas que decían: «Aquí
está una carta>; y fué hallada en unos barrenos que se
dieron; la cual abierta, estaba firmada de Alonso Ca-
brera, veedor de fundiciones, y de Domingo de Irala,
vizcaíno, que se decía y nombraba teniente de gober-
nador de la provincia; y decía dentro de ella cómo ha-
bían despoblado el pueblo del puerto de Buenos Aires
y llevado la gente que en él residía a la ciudad de la As-
censión por causas que en la carta se contenían; y que
de causa de hallar el pueblo alzado y levantado, había
estado muy cerca de ser perdida toda la gente que en
la nao venía, así de hambre como por guerra que los in-
dios guaraníes les daban; y que por tierra, en un esquife
de la nao, se le habían ido veinte y cinco cristianos hu-
yendo de hambre, y que iban a la costa del Brasil; y que
si tan brevemente no fueran socorridos, y a tardarse el
socorro un día solo, a todos los mataran los indios; por-
que la propria noche que llegó el socorro, con haberles
venido ciento y cincuenta españoles pláticos en la tierra
a socorrerlos, los habían acometido los indios al cuarto
del alba y puesto fuego a su real, y les mataron y hirie-
ron cinco o seis españoles; y con hallar tan gran resis-
tencia de navios y de gente, los pusieron los indios en
XXXVII
COMENTARIOS 243
muy gran peligro; y así, se tuvo por muy cierto que los
indios mataran toda la gente española de la nao si no se
hallara allí el socorro, con el cual se reformaron y es-
forzaron para salvar la gente; y que allende de esto, se
puso grande diligencia a tornar, a fundar y asentar de
nuevo el pueblo y puerto de Buenos Aires, en el río del
Paraná, en un río que se llama el río de San Juan, y no
se pudo asentar ni hacer a causa que era a la sazón in-
vierno, tiempo trabajoso, y las tapias que se hacían las
aguas las derribaban. Por manera que les fué forzado
dejarlo de hacer, y fué acordado que toda la gente se
subiese por el río arriba y traerla a esta ciudad de la As-
censión. A este capitán Gonzalo de Mendoza, siempre
la víspera o día de Todos Santos le acontescía un caso
desastrado, y a la boca del río, el mismo día, se le per-
dió una nao cargada de bastimento y se le ahogó gente
harta; y viniendo navegando acónteselo un acaso extra-
ño. Estando la víspera de Todos Santos surtos los na-
vios en la ribera del río junto a unas barranqueras al-
tas, y estando amarrada a un árbol la galera que traía
Gonzalo de Mendoza, tembló la tierra, y levantada la
misma tierra se vino arrollada como un golpe de mar
hasta la barranca, y los árboles cayeron en el río, y la
barranca dio sobre los bergantines, y el árbol do esta-
ba amarrada la galera dio tan gran golpe sobre ella
que la volvió de abajo arriba, y así la llevó más de me-
dia legua, llevando el mastel debajo y la quilla encima;
y de esta tormenta se le ahogaron en la galera y otros
navios catorce personas entre hombres y mujeres; y
según lo dijeron los que se hallaron presentes, fué la
cosa más temerosa que jamás pasó; y con este trabajo
llegaron a la ciudad de la Ascensión, donde fueron
bien aposentados y proveídos de todo lo necesario; y
el gobernador con toda la gente dieron gracias a Dios
por haberlos traído a salvamiento y escapado de tan-
tos peligros como por aquel río hay y pasaron.
CAPITULO XXXVIll
De cómo se quemó el pueblo de la Ascensión.
A 4 días del mes de hebrero del año siguiente de 543
años, un domingo de madrugada, tres horas antes que
amaneciese, se puso fuego a una casa pajiza dentro de
la ciudad de la Ascensión, y de allí saltó a otras muchas
casas; y como había viento fresco, andaba el fuego con
tanta fuerza, que era espanto de lo ver, y puso grande
alteración y desasosiego a los españoles, creyendo que
los indios por les echar de la tierra lo habían hecho.
El gobernador a la sazón hizo dar al arma para que
acudiesen a ella y sacasen sus armas, y quedasen arma-
dos para se defender y sustentar en la tierra; y por sa-
lir los cristianos con sus armas, las escaparon, y que-
móseles toda su ropa, y quemáronse más de docientas
casas, y no les quedaron más de cincuenta casas, las
cuales escaparon por estar en medio un arroyo de agua,
y quemáronseles más de cuatro o cinco mil hanegas de
maíz en grano, que es el trigo de la tierra, y mucha ha-
rina de ello, y muchos otros mantenimientos de galli-
nas y puercos en gran cantidad, y quedaron los espa-
ñoles tan perdidos y destruidos y tan desnudos, que no
les quedó con que se cubrir las carnes; y fué tan gran-
de el fuego, que duró cuatro días; hasta una braza deba-
jo de la tierra se quemó, y las paredes de las casas con
la fortaleza de él se cayeron. Averiguóse que una in-
dia de un cristiano había puesto el fuego; sacudiendo
una hamaca que se le quemaba, dio una morcella en la
paja de la casa; como las paredes son de paja, se que-
CAP, XXXVIII COMENTARIOS 245
mó; y visto que los españoles quedaban perdidos y sus
casas y haciendas asoladas, de lo que el gfobernador
tenia de su propria hacienda los remedió, y daba de
comer a los que no lo tenían, mercando de su hacien-
da los mantenimientos, y con toda diligencia los ayudó
y les hizo hacer sus casas, haciéndolas de tapias, por
quitar la ocasión que tan fácilmente no se quemasen
cada día; y puestos en ello, y con la gran necesidad
que tenían de ellas, en pocos días las hicieron.
CAPITULO XXXIX
Cómo vino Domingo de Irali
A 15 días del mes de hebrero vino a surgir a este
pueblo de la Ascensión Domingo de Irala, con los tres
bergantines que llevó al descubrimiento del río del Pa-
raguay; el cual salió en tierra a dar relación al gober-
nador de su descubrimiento; y dijo que dende 20 de
octubre, que partió del puerto de la Ascensión, hasta
el de los Reyes, 6 días del mes de enero, había subido
por el río del Paraguay arriba, contratando y tomando
aviso de los indios naturales que están en la ribera del
río hasta aquel dicho día; que había llegado a una tierra
de una generación de indios labradores y criadores de
gallinas y patos, los cuales crían estos indios para de-
fenderse con ellos de la importunidad y daño que les
hacen los grillos, porque cuantas mantas tienen se las
roen y comen; críanse estos grillos en la paja con que
están cubiertas sus casas, y para guardar sus ropas tie-
nen muchas tinajas, en las cuales meten sus mantas y
cueros dentro, y tápanlas con unos tapaderos de barro,
y de esta manera defienden sus ropas, porque de la
cumbre de las casas caen muchos de ellos a buscar qué
roer, y entonces dan los patos en ellos con tanta prie-
sa, que se los comen todos; y esto hacen dos o tres ve-
ces cada día que ellos salen a comer, que es hermosa
cosa de ver la montanera con ellos; y estos indios habi-
tan y tienen sus casas dentro de unas lagunas y cerca-
dos de otras; Uámanse cacocies chaneses; y que de los
indios había tenido aviso que por la tierra era el cami-
CAP. XXXIX COMENTARIOS 247
no para ir a las poblaciones de la tierra adentro; y que
él había entrado tres jornadas, y que le había parescido
la tierra muy buena, y que la relación de dentro de ella
le habían dado los indios; y allende de esto, en estos
pueblos de los indios de esta tierra había grandes bas-
timentos, adonde se podían fornescer para poder hacer
por allí la entrada de la tierra y conquista; y que había
visto entre los indios muestra de oro y plata, y se ha-
bían ofrescido a le guiar y enseñar el camino, y que en
todo su descubrimiento que había hecho por todo el
río, no había hallado ni tenido nueva de tierra más apa-
rejada para hacer la entrada que determinaba hacer; y
que teniéndola por tal, había entrado por la tierra aden-
tro por aquella parte, que por haber llegado en el mis-
mo día de los Reyes a ella, le había puesto por nombre
el puerto de los Reyes, y dejaba los naturales del con
gran deseo de ver los españoles, y que el gobernador
fuese a los conoscer; y luego como Domingo de Irala
hobo dado la relación al gobernador de lo que había
hallado y traía, mandó llamar y juntar a los religiosos y
clérigos y a los oficiales de Su Majestad y a los capita-
nes; y estando juntos, les mandó leer la relación que
había traído Domingo de Irala, y les rogó que sobre
ello hobiesen su acuerdo, y le diesen su parescer de lo
que se había de hacer para descubrir aquella tierra,
como convenía al servicio de Dios y de Su Majestad,
como otra vez lo tenía pedido y rogado; porque así
convenía al servicio de Su Majestad, pues tenían cami-
no cierto descubierto, y era el mejor que hasta enton-
ces habían hallado; y todos juntos, sin discrepar ningu-
no, dieron su parescer, diciendo que convenía mucho
al servicio de Su Majestad que con toda presteza se hi-
ciese la entrada por el puerto de los Reyes, y que así
convenía y lo daban por su parescer, y lo firmaban de
sus nombres; y que luego, sin dilación ninguna, se había
de poner en efecto la entrada, pues la tierra era pobla-
da de mantenimientos y otras cosas necesarias para el
248 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XXXIX
descubrimiento de ello. Vistos los paresceres de los
religiosos, clérigos y capitanes, y conformándose con
ellos el gobernador, paresciéndole ser así cumplidero
al servicio de Su Majestad, mandó aderezar y poner a
punto los diez bergantines que él tenía hechos para el
mismo descubrimiento, y mandó a los indios guaraníes
que le vendiesen los bastimentos que tenían, para car-
gar y fornescer de ellos los bergantines y canoas que
estaban prestos para el viaje y descubrimiento, porque
el fuego que habían pasado antes le había quemado to-
dos los bastimentos que él tenía, y por esto le fué for-
zado comprar de su hacienda a los indios los bastimen-
tos, y él les dio a los indios muchos rescates por ellos,
por no aguardar a que viniesen otros frutos, para des-
pachar y proveer con toda brevedad; y para que más
brevemente se hiciese y le trajesen los bastimentos sin
que los indios viniesen cargados con ellos, envió al ca-
pitán Gonzalo de Mendoza con tres bergantines por el
Paraguay arriba a la tierra y lugares de los indios sus
amigos y vasallos de Su Majestad que les tomase los
bastimentos, y mandó que los pagase a los indios y les
hiciese muy buenos tratamientos, y que los contentase
con rescates, que llevaba mucha copia de ellos; y que
mandase y apercibiese a las lenguas que habían de pa-
gar a los indios los bastimentos, los tratasen bien y no
les hiciesen agravios y fuerzas, so pena que serían cas-
tigados, y que así lo guardasen y cumpliesen.
CAPITULO XL
De lo que escribió Gonzalo de Mendoza.
Dende a pocos días que Gonzalo de Mendoza se
hobo partido con los tres navios, escribió una carta al
gobernador, por la cual le hacía saber cómo él había
llegado al puerto que dicen de Giguy, y había enviado
por la tierra adentro a los lugares donde le habían de
dar los bastimentos, y que muchos indios principales
que le habían venido a ver y comenzado a traer los
bastimentos; y que las lenguas habían venido huyen-
do a se recoger a los bergantines porque los habían
querido matar los amigos y parientes de un indio que
andaba alzado y andaba alborotando la tierra contra
los cristianos y contra los indios que eran nuestros ami-
gos; que decían que no les diesen bastimentos, y que
muchos indios principales que habían venido a pedirle
ayuda y socorro para defender y amparar sus pueblos de
dos indios principales, que se decían Guazani y Ataba-
re, con todos sus parientes y valedores, y les hacían la
guerra crudamente a fuego y a sangre, y les quemaban
sus pueblos, y les corrían la tierra diciendo que los ma-
tarían y destruirían si no se juntaban con ellos para ma-
tar y destruir y echar de la tierra a los cristianos; y que
él andaba entreteniendo y temporizando con los indios
hasta le hacer saber lo que pasaba, para que proveyese
en ello lo que conviniese; porque allende de lo susodi-
cho, los indios no le traían ningún bastimento, por te-
nerles tomados los contrarios los pasos; y los españoles
que estaban en los navios padescían mucha hambre.
250 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XL
Y vista la carta de Gonzalo de Mendoza, mandó el
gobernador llamar a los frailes y clérigos y oficiales de
Su Majestad y a los capitanes, los cuales fueron juntos,
y les hizo leer la carta; y vista, les pidió que le diesen
parescer lo que sobre ello les parescía que se debía de
hacer, conformándose con la instrucción de Su Majes-
tad, la cual les fué leída en su presencia; y que confor-
mándose con ella, le diesen su parescer de lo que debía
de hacer y que más conviniese al servicio de Su Majes-
tad; los .cuales dijeron que, pues los dichos indios ha-
cían la guerra contra los cristianos y contra los natura-
les vasallos de Su Majestad, que su parescer de ellos
era, y así lo daban, y dieron y firmaron de sus nom-
bres, que debía mandar enviar gente de guerra contra
ellos, y requerirlos primero con la paz, apercibiéndo-
los que se volviesen a la obediencia de Su Majestad;
que si no lo quisiesen hacer, se lo requiriesen una, y
dos, y tres veces, y más cuantas pudiesen, protestándo-
les que todas las muertes y quemas y daños que en la
tierra se hiciesen fuesen a su cargo y cuenta de ellos; y
cuando no quisiesen venir a dar la obediencia, que les
hiciese la guerra como contra enemigos, y amparando
y defendiendo a los indios amigos que estaban en la
tierra.
Dende a pocos días que los religiosos y clérigos y los
demás dieron su parescer, el mismo capitán Gonzalo
de Mendoza tornó a escrebir otra carta al gobernador,
en la cual le hacía saber cómo los indios Guazani y
Tabere, principales, hacían cruel guerra a los indios
amigos, corriéndoles la tierra, matándolos y robándo-
los, hasta llegar al puerto donde estaban los cristianos
que habían venido defendiendo los bastimentos; y que
los indios amigos estaban muy fatigados, pidiendo cada
día socorro a Gonzalo de Mendoza, y diciéndole que
si brevemente no los socorría, todos los indios se alza-
rían, por excusar la guerra y daños que tan cruel gue-
rra les hacía de contino.
CAPITULO XLI
De cómo el gobernador socorrió a los que estaban con Gonzalo
de Mendoza.
Vista esta segunda carta, y las demás querellas que
daban los naturales, el gobernador tornó a comunicar
con los religiosos, clérigos y oficiales, y con sw pares-
cer mandó que fuese el capitán Domingo de Irala a fa-
vorescer los indios amigos, y a poner en paz la guerra
que se había comenzado, favoresciendo los naturales
que recebían daño de los enemigos; y para ello envió
cuatro bergantines, con ciento y cincuenta hombres^
demás de los que tenía el capitán Gonzalo de Mendoza
allá; y mandó que Domingo de Irala con la gente que
fuesen derechos a los lugares y puertos de Guazani y
Tabere y les requiriese de parte de Su Majestad que
dejasen la guerra y se apartasen de hacerla, y volviesen
y diesen la obediencia a Su Majestad; que fuesen ami-
gos de los españoles; y que cuando siendo así requeri-
dos y amonestados una, y dos, y tres veces, y cuantas
más debiesen y pudiesen, con el menor daño que pu-
diesen les hiciesen guerra, excusando muertes y robos
y otros males, y los constriñesen apretándolos para que
dejasen la guerra y tornasen a la paz y amistad que an-
tes solían tener, y lo procurase por todas las vías que
pudiese.
CAPITULO XLII
De cómo en la guerra murieron cuatro cristianos que hirieron.
Partido Domingo de Irala y llegado en la tierra y lu-
gares de los indios, envió a requerir y amonestar a
Tabere y a Guazani, indios principales de la guerra, y
con ellos estaba gran copia de gente esperando la gue-
rra, y como las lenguas llegaron a requerirlos, no los
habían querido oír, antes enviaron a desafiar a los in-
dios amigos, y les robaban y les hacían muy grandes
daños, que defendiéndolos y apartándolos habían habi-
do con ellos muchas escaramuzas, de las cuales habían
salido heridos algunos cristianos, los cuales envió para
que fuesen curados en la ciudad de la Ascensión, y
cuatro o cinco murieron de los que vinieron heridos,
por culpa suya y por excesos que hicieron, porque las
heridas eran muy pequeñas y no eran de muerte ni de
peligro; porque el uno de ellos, de sólo un rascuño que
le hicieron con una flecha en la nariz, en soslayo, mu-
rió, porque las flechas traían hierba; y cuando los que
son heridos de ella no se guardan mucho de tener ex-
cesos con mujeres, porque en lo demás no hay de qué
temer la hierba de aquella tierra. El gobernador tornó
a escrebir a Domingo de Irala, mandándole que por
todas las vías y formas que él pudiese trabajase por
hacer paz. y amistad con los indios enemigos, porque
así convenía al servicio de Su Majestad; porque entre-
tanto que la tierra estuviese en guerra, no podían dejar
de haber alborotos y escándalos y muertes y robos y
desasosiegos en ella, de los cuales Dios y Su Majestad
CAP. XLII COMENTARIOS 253
serían deservidos; y con esto que le envió a mandar, le
envió muchos rescates para que diese y repartiese en-
tre los indios que habían servido, y con los demás que
le paresciese que podrían asentar y perpetuar la paz; y
estando las cosas en este estado, Doming-o de Irala pro-
curó de hacer las paces; y como ellos estuviesen muy
fatigados y trabajados de la guerra tan brava como los
cristianos les habían hecho y hacían, deseaban tener ya
paz con ellos; y con las muchas dádivas que el capitán
general les envió, con muchos ofrescimientos nuevos
que de su parte se les hizo, vinieron a asentar la paz y
dieron de nuevo la obediencia a Su Majestad y se con-
formaron con todos los indios de la tierra; y los indios
principales Guazani y Tabere, y otros muchos junta-
mente en amistad y servicio de Su Majestad, fueron
ante el gobernador a confirmar las paces, y él dijo a
los de la parte de Guazani y Tabere que en se apar-
tar de la guerra habían hecho lo que debían, y que en
nombre de Su Majestad les perdonaba el desacato y
desobediencia pasada, y que si otra vez lo hiciesen que
serían castigados con todo rigor, sin tener de ellos nin-
guna piedad; y tras de esto, les dio rescates y se fue-
ron muy alegres y contentos. Y viendo que aquella tie-
rra y naturales de ella estaban en paz y concordia, man-
dó poner gran diligencia en traer los bastimentos y las
otras cosas necesarias para fornescer y cargar los navios
que habían de ir a la entrada y descubrimiento de la
tierra por el puerto de los Reyes, por do estaba con-
certado y determinado que se prosiguiese; en pocos
días le trujeron los indios naturales más de tres mil
quintales de harina de mandioca y maíz, y con ellos
acabó de cargar todos los navios de bastimentos, los
cuales les pagó mucho a su voluntad y contento, y pro-
veyó de armas a los españoles que no las tenían y de
las otras cosas necesarias que eran menester.
CAPITULO XLIII
De cómo los frailes se iban huidos.
Estando a punto apercebidos y aparejados los ber-
gantines, y cargados los bastimentos y las otras cosas
que convenían para la entrada y descubrimiento de la
tierra, como estaba concertado, y los oficiales de Su
Majestad y religiosos y clérigos lo habían dado por pa-
rescer, callada y encubiertamente inducieron y levanta-
ron al comisario fray Bernaldo de Armenta y fray Alon-
so Lebrón, su compañero, de la orden de Sant Francis-
co, que se fuesen por el camino que el gobernador
descubrió, dende la costa del Brasil por entre los luga-
res de los indios, y que se volviesen a la costa y lleva-
sen ciertas cartas para Su Majestad, dándole a entender
por ellas que el gobernador usaba mal de la goberna-
ción que Su Majestad le había hecho merced, movidos
con mal celo por el odio y enemistad que le tenían,
por impedir y estorbar la entrada y descubrimiento de
la tierra que iba a descubrir, como dicho tengo; lo
cual hacían porque el gobernador no sirviese a Su
Majestad ni diese ser ni descubriese aquella tierra; y
la causa de esto había sido porque cuando el goberna-
dor llegó a la tierra la halló pobre y desarmados los
cristianos, y rotos los que en ella servían a Su Majes-
tad; y los que en ella residían se le querellaron de los
agravios y malos tratamientos que los oficiales de Su
Majestad les hacían, y que por su proprio interés par-
ticular habían echado un tributo y nueva imposición
muy contra justicia y contra lo que se usa en España y
CAP. XLIII COMENTARIOS 255
en Indias, a la cual imposición pusieron nombre de
quinto, de lo cual está hecha memoria en esta relación,
y por esto querían impedir la entrada, y el secreto de
esto de que se querían ir los frailes, andaba el uno de
ellos con un crucifijo debajo del manto, y hacían que
pusiesen la mano en el crucifijo y jurasen de guardar el
secreto de su ida de la tierra para el Brasil; y como esto
supieron los indios principales de la tierra, parescie-
ron ante el gobernador y le pidieron que les manda-
se dar sus hijas, las cuales ellos habían dado a los di-
chos frailes para qué se las industriasen en la doctrina
cristiana; y que entonces habían oído decir que los
frailes se querían ir a la costa del Brasil y que les lle-
vaban por fuerza sus hijas, y que antes que llegasen allá
se solían morir todos los que allá iban; y porque las in-
dias no querían ir y huían y que los frailes las tenían muy
sujetas y aprisionadas. Cuando el gobernador vino a
saber esto, ya los frailes eran idos, y envió tras de
ellos y los alcanzaron dos leguas de allí y los hizo vol-
ver al pueblo. Las mozas que llevaban eran treinta y
cinco; y ansímismo envió tras de otros cristianos que
los frailes habían levantado, y los alcanzaron y truje-
ron, y esto causó grande alboroto y escándalo, así en-
tre los españoles como en toda la tierra de los indios,
y por ello los principales de toda la tierra dieron gran-
des querellas por llevalles sus hijas; y así, llevaron al
gobernador un indio de la costa del Brasil, que se lla-
maba Domingo, muy importante al servicio de Su Ma-
jestad en aquella tierra; y habida información contra
los frailes y oficiales, mandó prender a los oficiales, y
mandó proceder contra ellos por el delito que contra
Su Majestad habían cometido; y por no detenerse el go-
bernador con ellos, sometió la causa a un juez para que
conociese de sus culpas y cargos, y sobre fianzas llevó
los dos de ellos consigo, dejando los otros presos en la
ciudad, y suspendidos los oficios, hasta tanto que Su
Majestad proveyese en ello lo que más fuese servido.
CAPITULO XLIV
De cómo el gobernador llevó a la entrada' cuatrocientos hombres»
A esta sazón ya todas las cosas necesarias para seguir
la entrada y descubrimiento estaban aparejadas y pues-
tas a punto, y los diez bergantines cargados de basti-
mentos y otras municiones; por lo cual el gobernador
mandó señalar y escoger cuatrocientos hombres arca-
buceros y ballesteros para que fuesen en el viaje, y la
mitad de ellos se embarcaron en los bergantines, y los
otros, con doce de caballo, fueron por tierra cerca del
río, hasta que fuesen en el puerto que dicen de Gua-
viaño, yendo siempre la gente por los pueblos y luga-
res de los indios guaraníes, nuestros amigos, porque
por allí era mejor; embarcaron los caballos, y porque no
se detuviesen en los navios esperándolos, los mandó
partir ocho días antes, por que fuesen manteniéndose
por tierra y no gastasen tanto mantenimiento por el río,
y fué con ellos el factor Pedro Dorantes y el contador
Felipe de Cáceres; y dende a ocho días adelante el go-
bernador se embarcó, después de haber dejado por su
lugarteniente de capitán general a Juan de Salazar de
Espinosa, para que en nombre de Su Majestad susten-
tase y gobernase en paz y en justicia aquella tierra, y
quedando en ella doscientos y tantos hombres de gue-
rra, arcabuceros y ballesteros, y todo lo necesario que
era menester para la guarda de ella, y seis de caballo
entre ellos; y día de Nuestra Señora de Septiembre, dejó
hecha la iglesia, muy buena, que el gobernador trabajó
con su persona en ella siempre, que se había quemado.
CAP. XLIV COMENTARIOS 257
Partió del puerto con los diez bergantines y ciento y
veinte canoas, y llevaban mil y doscientos indios en ellas,
todos hombres de guerra, que parecían extrañamente
bien verlos ir navegando en ellas, con tanta munición
de arcos y flechas; iban muy pintados, con muchos pe-
nachos y plumería, con muchas planchas de metal en
la frente, muy lucias, que cuando les daba el sol res-
plandecían mucho, y dicen ellos que las traen porque
aquel resplandor quita la vista a sus enemigos, y van
con la méiyor grita y placer del mundo; y cuando el
gobernador partió de la ciudad, dejó mandado al capi-
tán Salazar que, con la mayor diligencia que pudiese,
hiciese dar priesa, y que se acabase de hacer la cara-
bela que él mandó hacer, por que estuviese hecha para
cuando volviese de la entrada, y pudiese dar con ella
aviso a Su Majestad de la entrada y de todo lo sucedido
en la tierra, y para ello dejó todo recaudo muy cumpli-
damente, y con buen tiempo llegó al puerto de Tapua,
a do vinieron los principales a recebir al gobernador;
y él les dijo cómo iba en descubrimiento de la tierra,
por lo cual les rogaba, y de parte de Su Majestad les
mandaba, que por su parte estuviesen siempre en paz,
y así lo procurasen siempre estar con toda concordia y
amistad, como siempre lo habían estado; y haciéndolo
así, el gobernador les prometía de les hacer siempre
buenos tratamientos y les aprovechar, como siempre
lo había hecho; y luego les dio y repartió a ellos y a
sus hijos y parientes muchos rescates de lo que lleva-
ba, graciosamente, sin ningún interés; y ansí, queda-
ron contentos y alegres.
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 17
CAP TULO XLV
De cómo el gobernador dejó de los bastimentos que llevaba.
En este puerto de Tapua, porque iban muy carga-
dos de bastimentos los navios, tanto, que no lo podían
sufrir, por asegurar la carga, dejó allí mas de docientos
quintales de bastimentos; y acabados de dejar, se hi-
cieron a la vela, y fueron navegando prósperamente
hasta que llegaron a un puerto que los indios llaman
Juriquizaba, y llegó a él a un hora de la noche; y por
hablar a los indios naturales del estuvieron hasta ter-
cero día, en el cual tiempo le vinieron a ver muchos
indios cargados de bastimentos, que dieron así entre
los españoles que allí iban como entre los indios gua-
raníes que llevaba en su compañía; y el gobernador
los rescibió a todos con buenas palabras, porque siem-
pre fueron éstos amigos de los cristianos y guardaron
amistad; y a los principales y a los demás que trujeron
bastimentos les dio rescates, y les dijo cómo iba a ha-
cer el descubrimiento de la tierra, lo cual era bien y
provecho de todos ellos, y que entretanto que el gober-
nador tornaba, les rogaba siempre tuviesen paz y guar-
dasen paz a los españoles que quedaban en la ciudad
de la Ascensión, y así se lo prometieron de lo hacer;
y dejándolos muy contentos y alegres, navegaron con
buen tiempo río arriba.
CAPITULO XLVI
domo paró por hablar a los naturales de la tierra de aquel puerto-
A 12 días del mes llegó a otro puerto que se dice
Itaqui, en el cual hizo surgir y parar los bergantines
por hablar a los naturales del puerto, que son guara-
níes y vasallos de Su Majestad; y el mismo día vinieron
al puerto gran número de indios cargados de basti-
mentos para la gente, y con ellos sus principales, a los
cuales el gobernador dio cuenta, como a los pasados,
cómo iba a hacer el descubrimiento de la tierra, y que
en el entretanto que volvía, les rogaba y mandaba que
tuviesen mucha paz y concordia con los cristianos es-
pañoles que quedaban en la ciudad de la Ascensión; y
demás de pagarles los bastimentos que habían traído,
dio y repartió entre los más principales y los demás
sus parientes muchos rescates graciosos, de lo cual
ellos quedaron muy contentos y bien pagados; estuvo
con ellos aquí dos días, y el mismo día se partió y llegó
otro día a otro puerto que llaman Itaqui, y pasó por él,
y fué a surgir al puerto que dicen de Guazani, que es
el que se había levantado con Tabere para hacernos la
guerra que he dicho, los cuales vivían en paz y concor-
dia; y luego como supieron que estaba allí, vinieron a
ver al gobernador, con muchos indios, otros de su liga
y parcialidad, los cuales el gobernador recebió con
mucho amor, porque cumplían las paces que habían he-
cho, y toda la gente que con ellos venía venían alegres
y seguros, porque estos dos, estando en nuestra paz y
amistad, con tenerlos a ellos solos, toda la tierra esta-
260 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
ba segura y quedaba pacífica; y otro día que vinieron
les mostró mucho amor y les dio muchos rescates gra-
ciosos, y lo mismo hizo con sus parientes y amigos,
demás de pagar los bastimentos a todos aquellos que
los trujeron; de manera que ellos quedaron contentos;
y como ellos son la cabeza principal de los naturales de
aquella tierra, el gobernador les habló lo más amoro-
samente que pudo, y les encomendó y rogó que se
acordasen de tener en paz y concordia toda aquella
tierra, y tuviesen cuidado de servir y visitar a los espa-
ñoles cristianos que quedaban en la ciudad de la As-
censión, y siempre obedeciesen los mandamientos que
mandasen de nombre de Su Majestad; a lo cual res-
pondieron que después que ellos habían hecho la paz
y tornado a dar la obediencia a Su Majestad estaban
determinados de lo guardar y hacer ansí, como él lo
vería; y para que más se creyese de ellos, que el Ta-
bere quería ir con él, como hombre más usado en la
guerra, y que el Guazani convenía que quedase en la
tierra en guarda de ella, para que siempre estuviesen
en paz y concordia; y al gobernador le paresció bien
y tuvo en mucho su ofrescimiento, porque le paresció
que era buena prenda para que cumplieran lo que
ofrescían, y la tierra quedaba muy pacífica y segura
con ir Tabere en su compañía, y él se lo agradesció
mucho, y aceptó su ida, y le dio más rescates que a
otro ninguno de los principales de aquel río; y es cierto
que teniendo a éste contento toda la tierra quedaría
en paz y no se osaría levantar ninguno, de miedo del;
y encomendó a Guazani mucho los cristianos, y él lo
prometió de lo hacer y cumplir como se lo prometía; y
así, estuvo allí cuatro días hablándolos, contentándolos
y dándoles de lo que llevaba, con que los dejó muy
contentos. Estándose despachando en este puerto, se
le murió el caballo al factor Pedro Dorantes, y dijo al
gobernador que no se hallaba en disposición para se-
guir el descubrimiento y conquista de la dicha provin-
XLVI
COMENTARIOS 261
cia sin caballo; por tanto, que él se quería volver a la
ciudad de la Ascensión, y que en su lugar dejaba y
nombraba, para que sirviese en el oficio de factor, a su
hijo Pedro Dorantes, el cual por el gobernador y por
el contador, que iba en su compañía, fué recebido y ad-
mitido al oficio de factor, para que se hallase en el des-
cubrimiento y conquista en lugar de su padre; y así, se
partió en su compañía el dicho Tabere (indio princi-
pal), con hasta treinta indios parientes y criados suyos,
en tres canoas. El gobernador se hizo a la vela del
puerto de Guazani, fué navegando por el río del Para-
guay arriba, y viernes 24 días del mes de septiembre
llegó al puerto que dicen de Ipananie, en el cual man-
dó surgir y parar los bergantines, así para hablar a los
indios naturales de esta tierra, que son vasallos de Su
Majestad, como porque le informaron que entre los
indios del puerto estaba uno de la generación de los
guaraníes, que había estado captivo mucho tiempo en
poder de los indios payaguaes, y sabía su lengua, y sa-
bía su tierra y asiento donde tenían sus pueblos, y por
lo traer consigo para hablar con los indios payaguaes,
que fueron los que mataron a Juan de Ayolas y cris-
tianos, y por vía de paz haber de ellos el oro y plata
que le tomaron y robaron; y como llegó al puerto, lue-
go salieron los naturales del con mucho placer, car-
gados de muchos bastimentos, y el gobernador los re-
cebió y hizo buenos tratamientos, y les mandó pagar
todo lo que trujeron, y a los indios principales les dio
graciosamente muchos rescates; y habiendo hablado y
platicado con ellos, les dijo la necesidad que tenía del
indio que había sido captivo de los indios payaguaes,
para lo llevar por lengua y intérprete de los indios,
para los atraer a paz y concordia, y para que encami-
nase el armada donde tenían asentados sus pueblos;
los cuales indios luego enviaron por la tierra adentro
a ciertos lugares de indios a llamar el indio con gran
diligencia.
CAPITULO XLVII
De cómo envió por una lengua para los payaguaes.
Dende a tres días que los naturales del puerto de
Ipananie enviaron a llamar el indio, vino donde estaba
el gobernador, y se ofresció a ir en su compañía y en-
señarle la tierra de los indios payaguaes; y habiendo
contentado los indios del puerto, se hizo a la vela por
el río del Paraguay arriba, y llegó dentro de cuatro días
al puerto que dicen de Guayviaño, que es donde acaba
la población de los indios guaraníes, en el cual puerto
mandó surgir, para hablar a los indios naturales, los
cuales vinieron, y trujeron los principales muchos bas-
timentos, y alegremente los recebieron, y el goberna
dor les hizo buenos tratamientos, y mandó pagar sus
bastimentos, y les dio a los principales graciosamente
muchos rescates y otras cosas; y luego le informaron
que la gente de a caballo iba por la tierra adentro y
había llegado a sus pueblos, los cuales habían sido
bien recebidos, y les habían proveído de las cosas ne-
cesarias, y les habían guiado y encaminado, y iban muy
adelante cerca del puerto de Itabitan, donde decían
que habían de esperar el armada de los bergantines.
Sabida esta nueva, luego con mucha presteza mandó
dar vela, y se partió del puerto Guayviaño, y fué nave-
gando por el río arriba con buen viento de vela; y el
propio día a las nueve de la mañana llegó al puerto de
habitan, donde halló haber llegado la gente de caba-
llo todos muy buenos, y le informaron haber pasado
con mucha paz y concordia por todos los pueblos de
la tierra, donde a todos habían dado muchas dádivas
de los rescates que les dieron para el camino.
CAPITULO XLVIII
De cómo en este puerto se embarcaron los caballos.
En este puerto de Itabitan estuvo dos días, en los
cuales se embarcaron los caballos y se pusieron todas
las cosas del armada en la orden que convenía; y por-
que la tierra donde estaban y residían los indios paya-
guaes estaba muy cerca de allí adelante, mandó que
el indio del puerto de Ipananie, que sabía la lengua de
los indios payaguaes y su tierra, se embarcase en el
bergantín que iba por capitán de los otros, para haber
siempre aviso de lo que se había de hacer, y con buen
viento de vela partió del puerto; y por que los indios
payaguaes no hiciesen algún daño en los indios gua-
raníes que llevaba en su compañía, les mandó que
todos fuesen juntos hechos en un cuerpo, y no se apar-
tasen de los bergantines, y por mucha orden fuesen
siguiendo el viaje, y de noche mandó surgir por la ri-
bera del río a toda la gente, y con buena guarda dur-
mió en tierra, y los indios guaraníes ponían sus canoas
junto a los bergantines, y los españoles y los indios
tomaban y ocupaban una gran lengua de tierra por el
río abajo, y eran tantas las lumbres y fuegos que hacían,
que era gran placer de verlos; y en todo el tiempo de
la navegación el gobernador daba de comer así a
los españoles como a los indios, y iban tan proveídos
y hartos, que era gran cosa de ver, y grande la abun-
dancia de las pesquerías y caza que mataban, que lo
dejaban sobrado, y en ello había una montería de unos
puercos que andan continuo en el agua, mayores que
264 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. XLVIII
los de España: éstos tienen el hocico romo y mayor
que estos otros de acá de España; llámanlos de agua;
de noche se mantienen en la tierra y de día andan
siempre en el agua, y en viendo la gente dan una zam-
bullada por el río, y métense en lo hondo, y están
mucho debajo del agua, y cuando salen encima, están
un tiro de ballesta de donde se zambulleron; y no
pueden andar a caza y montería de los puercos menos
que media docena de canoas con indios, las cuales,
como ellos se zambullen, las tres van para arriba y las
tres para abajo, y están repartidas en tercios, y en los
arcos puestas sus flechas, para que en saliendo que
salen encima del agua, le dan tres o cuatro flechazos
con tanta presteza, antes que se torne a meter debajo,
y de esta manera los siguen, hasta que ellos salen de
bajo del agua, muertos con las heridas; tienen mucha
carne de comer, la cual tienen por buena los cristia-
nos, aunque no tenían necesidad de ella; y por muchos
lugares de este río hay muchos puercos de éstos; iba
toda la gente en este viaje tan gorda y recia que pa-
rescía que salían entonces de España. Los caballos
iban gordos, y muchos días los sacaban en tierra a ca-
zar y montear con ellos, porque había muchos vena-
dos y antas, y otros animales, y salvajinas, y muchas
nutras.
CAPITULO XLIX
Cómo por este puerto entró Juan de Ayolas cuando le mataron
a él y a sus compañeros.
A 12 días del mes de octubre llegó al puerto que di-
cen de la Candelaria, que es tierra de los indios paya-
g-uaes, y por este puerto entró con su g-ente el capitán
Juan de Ayolas, y hizo su entrada con los españoles
que llevaba, y en el mismo puerto, cuando volvió de la
entrada que hizo, y dejó allí que le esperase a Domin-
go de Irala con los bergantines que habían traído, y
cuando volvió no halló a los bergantines; y estándolos
esperando tardó allí más de cuatro meses, y en este
tiempo padesció muy grande hambre; y conoscido por
los payaguaes su gran flaqueza y falta de sus armas, se
comenzaron a tratar con ellos familiarmente, y como
amigos los dijeron que los querían llevar a sus casas
para mantenerlos en ellas; y atravesándolos por unos
pajonales, cada dos indios se abrazaron con un cristia-
no, y salieron otros muchos con garrotes y diéronles
tantos palos en las cabezas, que de esta manera mata-
ron al capitán Juan de Ayolas y a ochenta hombres que
le habían quedado de ciento y cincuenta que traía
cuando entró la tierra adentro; y la culpa de la muerte
de éstos tuvo el que quedó con los bergantines y gen-
te aguardando allí, el cual desamparó el puerto y se
fué el río abajo por do quiso. Y si Juan de Ayolas los
hallara adonde los dejó, él se embarcara y los otros
cristianos y los indios no los mataran; lo cual hizo el
Domingo de Irala con mala intención, y por que los in-
266 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
dios los matasen, como los mataron, por alzarse con la
tierra, como después páreselo que lo hizo contra Dios
y contra su Rey, y hasta hoy está alzado, y ha destruí-
do y asolado toda aquella tierra, y ha doce años que
la tiene tiránicamente. Aquí tomaron los pilotos el al-
tura, y dijeron que el puerto estaba en veinte y un gra-
dos menos un tercio.
Llegados a este puerto, toda la gente de la armada
estaba recogida por ver si podrían haber plática con
los indios payaguaes y saber de ellos dónde tenían sus
pueblos; y otro día siguiente, a las ocho de la mañana,
parescieron a riberas del río hasta siete indios de los
payaguaes, y mandó el gobernador que solamente les
fuesen a hablar otros tantos españoles, con la lengua
que traía para ellos, que para aquel efecto era muy bue-
na; y ansí, llegaron adonde estaban, cerca de ellos que
se podían hablar y entender unos a otros, y la lengua
les dijo que se llegasen más, que se pudiesen platicar,
porque querían hablarles y asentar la paz con ellos, y
que aquel capitán de aquella gente no era venido a
otra cosa; y habiendo platicado en esto, los indios pre-
guntaron si los cristianos que agora nuevamente venían
en los bergantines si eran de los mismos que en el
tiempo pasado solían andar por la tierra; y como esta-
ban avisados los españoles, dijeron que no eran los que
en el tiempo pasado andaban por la tierra, y que nue-
vamente venían; y por esto que oyeron, se juntó con
los cristianos uno de los payaguaes y fué luego traído
ante el gobernador, y allí, con las lenguas le preguntó
por cuyo mandado era venido allí, y dijo que su prin-
cipal había sabido de la venida de los españoles, y le
había enviado a él y a los otros sus compañeros a sa-
ber si era verdad que eran los que anduvieron en el
tiempo pasado, y les dijese de su parte que él deseaba
ser su amigo, y que todo lo que había tomado a Juan
de Ayolas y los cristianos él lo tenía recogido y guar-
dado para darlo al principal de los cristianos por que
XLIX COMENTARIOS 267
hiciese paz y le perdonase la muerte de Juan de Ayolas
y de los otros cristianos, pues que los habían muerto
en la guerra; y el gobernador le preguntó por la len-
gua qué tanta cantidad de oro y plata sería la que to-
maron a Juan de Ayolas y cristianos, y señaló que sería
hasta sesenta y seis cargas que traían los indios chane-
ses, y que todo venía en planchas y en brazaletes, y
coronas y hachetas, y vasijas pequeñas de oro y plata;
y dijo al indio por la lengua que dijese a su principal
que Su Majestad le había mandado que fuese en aque-
lla tierra a asentar la paz con ellos y con las otras gen-
tes que la quisiesen, y que las guerras ya pasadas les
fuesen perdonadas; y pues su principal quería ser ami-
go y restituir lo que había tomado a los españoles, que
viniese a verle y a hablarle, porque él tenía muy gran
deseo de lo ver y hacer buen tratamiento, y asentarían
la paz y le recebiría por vasallo de Su Majestad; y que
dende luego viniese, que le sería hecho muy buen tra-
tamiento, y para en señal de paz le envió muchos res-
cates y otras cosas, para que le llevasen, y al mismo
indio le dio muchos rescates y le preguntó cuándo vol-
vería él y su principal. Este principal, aunque es pesca-
dor y señor de esta captiva gente (porque todos son
pescadores), es muy grave y su gente le teme y le tie-
nen en mucho; y si alguno de los suyos le enoja en algo,
toma un arco y le da dos y tres flechazos, y muerto, en-
vía a llamar su mujer (si la tiene) y dale una cuenta, y
con esto le quita el enojo de la muerte. Si no tiene cuen-
ta, dale dos plumas; y cuando este principal ha de escu-
pir, el que más cerca de él se halla pone las manos jun-
tas, en que escupe. Estas borracherías y otras de esta
manera tiene este principal, y en todo el río no hay nin-
gún indio que tenga las cosas que éste tiene. La lengua
de éste le respondió que él y su principal serían allí otro
día de mañana, y en aquella parte le quedó esperando.
CAPITULO L
Cómo no tornó la leng-ua ni los demás que habían de tornar.
Pasó aquel día y otros cuatro, y visto que no volvían,
mandó llamar la leng-ua que el gobernador llevaba de
ellos, y le preguntó qué le parescía de la tardanza del
indio. Y dijo que él tenía por cierto que nunca más
volvería, porque los indios payaguaes eran muy maño-
sos y cautelosos, y que habían dicho que su principal
quería paz y quería tentar y entretener los cristianos y
indios guaraníes que no pasasen adelante a buscarlos
en sus pueblos, y porque entretanto que esperaban a su
principal, ellos alzasen sus pueblos, mujeres y hijos; y
que así, creía que se habían ido huyendo a esconder por
el río arriba a alguna parte, y que le parescía que lue-
go había de partir en su seguimiento, que tenía por
cierto que los alcanzaría, porque iban muy embarazados
y cargados; y que lo que a él le parescía, como hombre
que sabe aquella tierra, que los indios payaguaes no
pararían hasta la laguna de una generación que se llama
¡os mataraes, a los cuales mataron y destruyeron estos
indios payaguaes, y se habían apoderado en su tierra,
por ser muy abundosa y de grandes pesquerías; y luego
mandó al gobernador alzar los bergantines con todas
las canoas, y fué navegando por el río arriba, y en las
partes donde surgía parescía que por la ribera del río
iba gran rastro de la gente de los payaguaes que iban
por tierra (y, según la lengua dijo), que ellos y las mu-
jeres y hijos iban por tierra por no caber en las canoas.
A cabo de ocho días que fueron navegando, llegó a la
CAP. L COMENTARIOS 269
laguna de los mataraes, y entró por ella sin hallar allí
los indios, y entró con la mitad de la gente por tierra
para los buscar y tratar con ellos las paces; y otro día
sig-uiente, visto que no parescían, y por no gastar más
bastimentos en balde, mandó recoger todos ios cristia-
nos y indios guaraníes, los cuales habían hallado cier-
tas canoas y palas de ellas, que habían dejado debajo
del agua escondidas, y vieron el rastro por donde iban;
y por no detenerse, el gobernador, recogida la gente,
siguió su viaje llevando las canoas junto con los ber-
gantines; fué navegando por el río arriba, unas veces
a la vela y otras al remo y otras a la sirga, a causa de
las muchas vueltas del río, hasta que liego a la ribera,
donde hay muchos árboles de cañafístola, los cuales son
muy grandes y muy poderosos, y la cañafístola es de
casi palmo y medio, y es tan gruesa como tres dedos.
La gente comía mucho de ella, y de dentro es muy me-
losa; no hay diferencia nada a la que se trae de las otras
partes a España, salvo ser más gruesa y algo áspera en
el gusto, y caúsalo como no se labra; y de estos ár-
boles hay más de ochenta juntos en la ribera de este
río del Paraguay. Por do fué navegando hay muchas
frutas salvajes que los españoles y indios comían, entre
las cuales hay una como un limón ceutí muy pequeño,
así en el color como cascara; en el agrio y en el olor no
difieren al limón ceutí de España, que será como un
huevo de paloma; esta fruta es en la hoja como del li-
món. Hay gran diversidad de árboles y frutas, y en la
diversidad y extrañeza de los pescados grandes dife-
rencias, y los indios y españoles mataban en el río cosa
que no se puede creer de ellos, todos los días que no
hacía tiempo para navegar a la vela; y como las canoas
son ligeras y andan mucho al remo, tenían lugar de an-
dar en ellas cazando de aquellos puercos del agua y nu-
trias (que hay muy grande abundancia de ellas); lo cual
era muy gran pasatiempo. Y porque le paresció al go-
bernador que a pocas jornadas llegaríamos a la tierra de
270 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
una generación de indios que se llaman guaxarapos,
que están en la ribera del río Paraguay, y éstos son ve-
cinos que contratan con los indios del puerto de los
Reyes, donde íbamos, que para ir allí con tanta gente
de navios y canoas y indios se escandalizarían y mete-
rían por la tierra adentro; y por los pacificar y sosegar,
partió la gente del armada en dos partes, y el gober-
nador tomó cinco bergantines y la mitad de las canoas
y indios que en ellas venían, y con ello acordó de se
adelantar, y mandó al capitán Gonzalo de Mendoza
que con los otros bergantines y las otras canoas y gente
viniesen en su seguimiento poco a poco, y mandó al
capitán que gobernase toda la gente, españoles y in-
dios, mansa y graciosamente, y no consintiese que se
desmandase ningún español ni indio; y así por el río
como por la tierra no consintiese a ningún natural ha-
cer agravio ni fuerza, y hiciese pagar los mantenimien-
tos y otras cosas que los indios naturales contratasen
con los españoles y con los indios guaraníes, por ma-
nera que se conservase toda la paz que convenía al
servicio de Su Majestad y bien de la tierra. El gober-
nador se partió con los cinco bergantines y las canoas
que dicho tengo; y así fué navegando, hasta que un día,
a 18 de octubre, llegó a tierra de los indios guaxarapos,
y salieron hasta treinta indios, y pararon allí los ber-
gantines y canoas hasta hablar aquellos indios y ase-
gurarlos y tomar de ellos aviso de las generaciones de
adelante; y salieron en tierra algunos cristianos por su
mandado, porque los indios de la tierra los llamaban
y se venían para ellos; y llegados a los bergantines,
entraron en ellos hasta seis de los mismos guaxarapos,
a los cuales habló con la lengua y les dijo lo que había
dicho a los otros del río abajo, para que diesen la obe-
diencia a Su Majestad; y que dándola, él los temía por
amigos, y ansí la dieron todos, y entre ellos había un
principal, y por ello el gobernador les dio de sus res-
cates y les ofreció que haría por ellos todo lo que pu-
L COMENTARIOS 271
diese; y cerca de estos indios, en aquel paraje do el
gobernador estaba con los indios, estaba otro río que
venía por la tierra adentro, que sería tan ancho como
la mitad del río Paraguay, mas corría con tanta fuerza
el agua, que era espanto; y este río desaguaba en el
Paraguay, que venía de hacia el Brasil, y era por don-
de dicen los antiguos que vino García el portugués y
hizo guerra por aquella tierra, y había entrado por ella
con muchos indios, y le habían hecho muy gran guerra
en ella y destruido muchas poblaciones, y no traía con-
sigo más de cinco cristianos, y toda la otra eran indios;
y los indios dijeron que nunca más lo habían visto vol-
ver; y traía consigo un mulato que se llamaba Pacheco,
el cual volvió a la tierra de Guazani, y el mismo Gua-
zani le mató allí, y el García se volvió al Brasil; y que
de estos guaraníes que fueron con García habían que-
dado muchos perdidos por la tierra adentro, y que por
allí hallaría muchos de ellos, de quien podría ser in-
formado de lo que García había hecho y de lo que
era la tierra, y que por aquella tierra habitaban unos
indios que se llamaban chaneses, los cuales habían ve-
nido huyendo y se habían juntado con los indios soco-
cies y xaquetes, los cuales habitan cerca del puerto de
los Reyes. Y vista esta relación del indio, el goberna-
dor se pasó adelante a ver el río por donde había sali-
do García, el cual estaba muy cerca donde los indios
guaxarapos se le mostraron y hablaron; y llegado a la
boca del río, que se llama Yapaneme, mandó sondar la
boca, la cual halló muy honda, y así lo era dentro, y
traía muy gran corriente, y de una banda y otra tenía
muchas arboledas, y mandó subir por él una legua
arriba un bergantín que iba siempre sondando, y siem-
pre lo hallaba más hondo, y los indios guaxarapos le
dijeron que por la ribera del río estaba todo muy po-
blado de muchas generaciones diversas, y eran todos
indios que sembraban maíz y mandioca, y tenían muy
grandes pesquerías del río, y tenían tanto pescado
272 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. L
cuanto querían comer, y que del pescado tienen mucha
manteca, y mucha caza; y vueltos los que fueron a des-
cubrir el río, dijeron que habían visto muchos humos
por la tierra en la ribera del río, por do paresce estar
la ribera del río muy poblada; y porque era ya tarde,
mandó surgir aquella noche frontero de la boca de este
río, a la falda de una sierra que se llama Santa Lucía,
que es por donde había atravesado García; y otro día
de mañana mandó a los pilotos que consigo llevaba
que tomasen el altura de la boca del río, y está en diez
y nueve grados y un tercio. Aquella noche tuvimos allí
muy gran trabajo con un aguacero que vino de muy
grande agua y viento muy recio; y la gente hicieron
muy grandes fuegos, y durmieron muchos en tierra, y
otros en los bergantines, que estaban bien toldados de
esteras y cueros de venados y antas.
CAPITULO LI
De cómo hablaron los g-uaxarapos al gobernador.
Otro día por la mañana vinieron los indios g-uaxara-
pos que el día antes habían estado con el goberna-
dor, y venían en dos canoas; trujeron pescado y carne,
que dieron a la gente; y después que hobieron habla-
do con el gobernador, les pagó de sus rescates y se
despidió de ellos, diciéndoíes que siempre los ternía
por amigos y les favorescería en todo lo que pudiese;
y porque el gobernador dejaba otros navios con gen-
te y muchas canoas con indios guaraníes sus amigos,
él los rogaba que cuando allí llegasen, fuesen de ellos
bien recebidos y bien tratados, porque haciéndolo así,
los cristianos y indios no les harían mal ni daño ningu-
no; y ellos se lo prometieron ansí, aunque no lo cum-
plieron. Y túvose por cierto que un cristiano dio la
causa y tuvo la culpa, como diré adelante; y ansí, se
partió de estos indios, y fué navegando por el río arri-
ba todo aquel día con buen viento de vela, y a la pues-
ta del Sol llegóse a unos pueblos de indios de la mis-
ma generación, que estaban asentados en la ribera
junto al agua, y por no perder el tiempo, que era bue-
no, pasó por ellos sin se detener; son labradores y
siembran maíz y otras raíces, y danse muchos a la pes-
quería y caza, porque hay mucha en grande abundan-
cia; andan en cueros ellos y sus mujeres, excepto algu-
nas, que andan tapadas sus vergüenzas; lábranse las
caras con unas púas de rayas, y los bezos y las orejas
traen horadados; andan por los ríos en canoas; no ca-
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 18
274 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. LI
ben en ellas más de dos o tres personas; son tan lig^e-
ras y ellos tan diestros, y al remo andan tan recio río
abajo y río arriba, que paresce que van volando, y un
bergfantín, aunque allá son hechos de cedro, al remo
y a la vela, por ligero que sea y por buen tiempo que
haga, aunque no lleve la canoa más de dos remos y el
bergantín lleve una docena, no la puede alcanzar; y
hácense guerra por el río en canoas, y por la tierra, y
todavía entre ellos tienen sus contrataciones, y los
guaxarapos les dan canoas, y los payaguaes se las dan
también, porque ellos les dan arcos y flechas cuantos
han menester, y todas las otras cosas que ellos tienen
de contratación; y ansí, en tiempos son amigos y en
otros tienen sus guerras y enemistades.
CAPITULO LII .ti^;
De cómo los indios de la tierra vienen a vivir en la costa del río.
Cuando las aguas están bajas los naturales de la tie-|
rra adentro se vienen a vivir a la ribera con sus hijos
y mujeres a gozar de las pesquerías, porque es mucho
el pexe que matan, y está muy gordo; están en esta
buena vida bailando y cantando todos los días y las
noches, como gentes que tienen seguro el comer; y
como las aguas comienzan a crescer, que es por ene-
ro, vuélvense a recoger a partes seguras, porque las
aguas crescen seis brazas en alto encima de las barran-
cas, y por aquella tierra se extienden por unos llanos ?
adelante más de cien leguas la tierra adentro, que pa-
resce mar, y cubre los árboles y palmas que por la tie-
rra están, y pasan los navios por encima de ellos; y esto J
acontesce todos los años del mundo ordinariamente, y |
pasa esto en el tiempo y coyuntura cuando el Sol parte
del trópico de allá y viene para el trópico que está acá,
que está sobre la boca del río del Oro; y\los naturales
del río, cuando el agua llega encima de las barrancas,
ellos tienen aparejadas unas canoas muy grandes para
este tiempo, y en medio de las canoas echan dos o tres
cargas de barro, y hacen un fogón; y hecho, métese el
indio en ella con su mujer y hijos y casa, y vanse con
la cresciente del agua donde quieren, y sobre aquel
fogón hacen fuego y guisan de comer y se calientan, y
ansí andan cuatro meses del año que dura esta cres-
ciente de las aguas; y como las aguas andan crescidas,
saltan en algunas tierras que quedan descubiertas, y allí
276 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
atan venados y antas y otras salvajinas que van hu-
yendo del agua; y como las ag-uas hacen repunta para
volver a su curso, ellos se vuelven cazando y pescando
como han ido, y no salen de sus canoas hasta que las
barrancas están descubiertas donde ellos suelen tener
sus casas; y es cosa de ver, cuando las aguas vienen
bajando, la gran cantidad de pescado que deja el agua
fp?'" í^ tierra en secojjy cuando esto acaesce, que es en
Tn de marzo y abritTtodo este tiempo hiede aquella
tierra muy mal, por estar la tierra emponzoñada; en
este tiempo todos los de la tierra, y nosotros con ellos,
estuvimos malos, que pensamos morir; y como enton-
ces es verano en aquella tierra y incomportable de
sufrir; y siendo el mes de abril coinienzan a estar bue-
j[ños todos los que han enfern^ado./Todos estos indios
sacan el hilado que han menester para hacer sus redes
fi de unos cardos; machácanlos y échanlos en un ciénago,
I y después que está quince días allí, ráenlos con unas
i conchas de alniejones, y sale curado, y queda más
h blanco que la nieve. Esta gente no tenían principal,
puesto que en la tierra los hay entre todos ellos; mas
estos son pescadores, salvajes y salteadores; es gente
de frontera, todos los cuales, y otros pueblos que están
a la lengua del agua por do el gobernador pasó, no
consintió que ningún español ni indio guaraní saliese
en tierra, por que no se revolviesen con ellos, por los
dejar en paz y contentos; y les repartió graciosamente
muchos rescates, y les avisó que venían otros navios de
cristianos y de indios guaraníes, amigos suyos; que los
tuviesen por amigos y que tratasen bien. Yendo cami-
nando un viernes de mañana, llegóse a una muy gran
corriente del río, que pasa por entre unas peñas cor-
tadas, y por aquella corriente pasan tan gran cantidad
de pexes que se llaman dorados, que es infinito nú-
mero de ellos los que continuo pasan, y aquí es la
mayor corriente que hallaron en este río, la cual pasa-
mos con los navios a la vela y al remo. Aquí mataron
LII COMENTARIOS 277
los españoles y indios en obra de una hora muy gran
cantidad de dorados, que hobo cristiano que mató él
solo cuarenta dorados; son tamaños que pesan media
arroba cada uno, y algunos pesan arroba; es muy her-
moso pescado para comer, y el mejor bocado de él es
la cabeza; es muy graso y sacan de él mucha manteca,
y los que lo comen con ella andan siempre muy gordos
y lucios, y bebiendo el caldo de ellos, en un mes los
que lo comen se despojan de cualquier sarna y lepra
que tengan; de esta manera fué navegando con buen
viento de vela que nos hizo. Un día en la tarde, a 25
días del mes de octubre, llegó a una división y apar-
tamiento que el río hacía, que se hacían tres brazos
de río: el uno de los brazos era una grande laguna,
a la cual llaman los indios río Negro, y este río Ne-
gro corre hacia el norte por la tierra adentro, y los
otros brazos el agua de ellos es de buena color, y un
poco más abajo se vienen a juntar; y ansí, fué siguien-
do su navegación hasta que llegó a la boca de un río
que entra por la tierra adentro, a la mano izquierda, a
la parte del poniente, donde se pierde el remate del
río del Paraguay, a causa de otros muchos ríos y gran-
des lagunas que en esta parte están divididos y aparta-
dos; de manera que son tantas las bocas y entradas de
ellos, que aun los indios naturales que andan siempre
en ellas con sus canoas, con dificultad las conoscen, y
se pierden muchas veces por ellas; este río por donde
entró el gobernador le llaman los indios naturales de
aquella tierra Iguatu, que quiere decir agua buena, y
corre a la laguna en nuestro favor; y como hasta enton-
ces habíamos ido agua arriba, entrados en esta laguna
íbamos agua abajo.
n
CAPITULO Lili
Cómo a la boca de este río pusieron tres cruces.
En la boca de este río mandó el gobernador poner
muchas señales de árboles cortados, y hizo poner tres
cruces altas para que los navios entrasen por alli tras
él, y no errasen la entrada por este río. Fuimos nave-
gando a remo tres días, a cabo de los cuales salió del
río y fué navegando por otros dos brazos del río que
salen de la laguna, muy grandes; y a ocho días del mes,
una hora antes del día, llegaron a dar en unas sierras
que están en medio del río, muy altas y redondas, que
la hechura de ellas era como una campana, y siempre
yendo para arriba ensangostándose. Estas sierras están
peladas, y no crían yerba ni árbol ninguno, y son ber-
mejas; creemos que tienen mucho metal, porque la otra
tierra que está fuera del río, en la comarca y parajes
de la tierra, es muy montuosa, de grandes árboles y de
mucha yerba; y porque las sierras que están en el río
no tienen nada de esto, paresce señal que tienen mu-
cho metal, y ansí, donde lo hay, no cría árbol ni yerba;
y los indios nos decían que en otros tiempos sus pása-
la dos sacaban de allí el metal blanco, y por no llevar
"^ aparejo de mineros ni fundidores, ni las herramientas
que eran menester para catar y buscar la tierra, y por
la gran enfermedad que dio en la gente, no hizo el go-
bernador buscar el metal, y también lo dejó para cuan-
do otra vez volviese por allí, porque estas sierras caen
cerca del puerto de los Reyes, tomándolas por la tie-
rra. Yendo caminando por el río arriba, entramos por
CAP. Lili COMENTARIOS' 279
otra boca de otra laguna que tiene más de una legua y
media de ancho, y salimos por otra boca de la misma
laguna y fuimos por un brazo de ella junto a la Tierra
Firme, y fuímonos a poner aquel día, a las diez horas
de la mañana, a la entrada de otra laguna donde tienen
su asiento y pueblo los indios sacocies y xaqueses y
chaneses; y no quiso el gobernador pasar de allí ade-
lante, porque le paresció que debía enviar a hacer sa-
ber a los indios su venida y les avisar; y luego envió
en una canoa a una lengua con unos cristianos para
que les hablasen de su parte y les rogasen que le vi-
niesen a ver y a hablar; y luego se partió la canoa con
la lengua y cristianos, y a las cinco de la tarde volvie-
ron, y dijeron que los indios de los pueblos los habían
salido a recebir mostrando muy gran placer, y dijeron
a la lengua cómo ya ellos sabían cómo venían, y que
deseaban mucho ver al gobernador y a los cristianos;
y dijeron entonces que las aguas habían bajado mucho,
y que por aquello la canoa había llegado con mucho
trabajo, y que era necesario que, para que los navios
pasasen aquellos bajos que había hasta llegar al puer-
to de los Reyes, los descargasen y alijasen para pasar,
porque de otra manera no podían pasar, porque no
había agua poco más de un palmo, y cargados, pedían
los navios cinco y seis palmos de agua para poder na-
vegar; y este banco y bajo estaba cerca del puerto de
los Reyes. Otro día de mañana el gobernador mandó
partir los navios, gente, indios y cristianos, y que fue-
sen navegando al remo hasta llegar al bajo que habían
de pasar los navios, y mandó salir toda la gente y que
saltasen al agua, la cual no les daba a la rodilla; y pues-
tos los indios y cristianos a los bordos y lados del ber-
gantín que se llamaba Sant Marcos, toda la gente que
podía caber por los lados del bergantín lo pasaron a
hombro y casi en peso y fuerza de brazos, sin que lo
descargase, y duró el bajo más de tiro y medio de arca-
buz; fué muy gran trabajo pasarlo a fuerza de brazos.
280 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
y después de pasado, los mismos indios y cristianos
pasaron los otros bergantines con menos trabajo que
el primero, porque no eran tan grandes como el pri-
mero; y después de puestos en el hondo, nos fuimos a
desembarcar al puerto de los Reyes, en el cual halla-
mos en la ribera muy gran copia de gente de los natu-
rales, que sus mujeres y hijos y ellos estaban esperan-
do; y así, salió el gobernador con toda la gente, y
todos ellos se vinieron a él, y él les informó cómo Su
Majestad le enviaba para que les apercibiese y amo-
nestase que fuesen cristianos, y recebiesen la doctrina
cristiana, y creyesen en Dios, criador del Cielo y de la
Tierra, y a ser vasallos de Su Majestad, y siéndolo, se-
rían amparados y defendidos por el gobernador y por
los que traía, de sus enemigos y de quien les quisiese
hacer mal, y que siempre serían bien tratados y mira-
dos, como Su Majestad lo mandaba que lo hiciese; y
siendo buenos, les daría siempre de sus rescates, como
siempre lo hacía a todos los que lo eran; y luego man-
dó llamar los clérigos y les dijo cómo quería luego ha-
cer una iglesia donde les dijesen misa y los otros ofi-
cios divinos, para ejemplo y consolación de los otros
cristianos, y que ellos tuviesen especial cuidado de
ellos. E hizo hacer una cruz de madera grande, la cual
mandó hincar junto a la ribera, debajo de unas palmas
altas, en presencia de los oficiales de Su Majestad y de
otra mucha gente que allí se halló presente; y ante el
escribano de la provincia tomó la posesión de la tierra
en nombre de Su Majestad, como tierra que nueva-
mente se descubría; y habiendo pacificado los natura-
les, dándoles de sus rescates y otras cosas, mandó apo-
sentar los españoles en la ribera de la laguna, y junto
con ella los indios guaraníes, a todos los cuales dijo y
apercibió que no hiciesen daño ni fuerza ni otro mal
ninguno a los indios y naturales d^ aquel puerto, pues
eran amigos y vasallos de Su Majestad, y les mandó y
defendió no fuesen a sus pueblos y casas, porque la cosa
Lili COMENTARIOS 281
que IOS indios más sienten y aborrecen y por que se
alteran es por ver que los indios y cristianos van a sus
casas, y les revuelven y toman las cosillas que tienen en
ellas; y que si tratasen y rescatasen con ellos, les paga-
sen lo que trujesen y tomasen de sus rescates; y si otra
cosa hiciesen, serían castigados.
I--
CAPITULO LIV
De cómo los indios del puerto' de ios Reyes son labradores.
f Los indios de este puerto de los Reyes son labrado-
res; siembran maíz y mandioca (que es el cazabi (1) de
las Indias), siembran mandubies (que son como avella-
nas), y de esta fruta hay gran abundancia, y siembran dos
veces en el año; es tierra fértil y abundosa, así de man-
tenimientos de caza y pesquerías; crían los indios mu-
chos patos, en gran cantidad, para defenderse de los
grillos (como tengo dicho). Crían gallinas, las cuales en-
cierran de noche, por miedo de los murciélagos, que les
cortan las crestas, y cortadas, las gallinas se mueren
L_Juego. Estos murciélagos son una mala sabandija (2), y
hay muchos por el río que son tamaños y mayores que
tórtolas de esta tierra, y cortan tan dulcemente con los
dientes, que al que muerden, no lo siente; y nunca
muerden al hombre si no es en las lumbres de los dedos
de los pies o de las manos, o en el pico de la nariz, y
el que una vez muerde, aunque haya otros muchos,
no morderá sino al que comenzó a morder; y éstos
muerden de noche y no parescen de día; tenemos que
hacer en defenderles las orejas de los caballos; son muy
amigos de ir a morder en ellas, y en entrando un mur-
ciélago donde están los caballos, se desasosiegan tanto,
(1) Se llama cazabi o cazabe y mandioca en el Brasil a la es-
pecie Manihot utilissima, euforbiácea de cuya raíz tuberculosa se
extrae una fécula con que se prepara la tapioca.
(2) Estos murciélagos — que Alvar Núñez llama murcieg-a-
los — son los vampiros.
CAP. LIV COMENTARIOS 283
que despiertan a toda la gente que hay en la casa, y
hasta que los matan o echan de la caballeriza, nunca
se sosiegan; y al gobernador le mordió un murciélago
estando durmiendo en un bergantín, que tenía un pie
descubierto, y le mordió en la lumbre de un dedo del
pie, y toda la noche estaba corriendo sangre hasta la
maííana, que recordó con el frío que sintió en la pierna
y la cama bañada en sangre, que creyó que le habían
herido; y buscando dónde tenía la herida, los que es-
taban en el bergantín se reían de ello, porque conos-
cían y tenían experiencia de que era mordedura de mur-
ciélago, y el gobernador halló que le había llevado una
rebanada de la lumbre del dedo del pie. Estos murcié-
lagos no muerden sino adonde hay vena, y éstos hicie-
ron una muy mala obra, y fué que llevábamos a la en-
trada seis cochinas preñadas para que con ellas hicié-
semos casta, y cuando vinieron a parir, los cochinos
que parieron, cuando fueron a tomar las tetas, no ha-
llaron pezones, que se las habían comido todos los mur-
ciélagos, y por esta causa se murieron los cochinos, y
nos comimos las puercas por no poder criar lo que pa-
riesen. También hay en esta tierra otras malas sabandi-
jas, y son unas hormigas muy grandes, las cuales son de
dos maneras: las unas son bermejas, y las otras son muy
negras; doquiera que muerden cualquiera de ellas, el
que es mordido está veinte y cuatro horas dando voces
y revolcándose por tierra, que es la mayor lástima del
mundo de lo ver; hasta que pasan las veinte y cuatro
horas no tienen remedio ninguno, y pasadas, se quita
el dolor; y en este puerto de los Reyes, en las lagunas,
hay muchas rayas, y muchas veces los que andan a pes-
car en el agua, como las ven, huéllanlas, y entonces
vuelven con la cola, y hieren con una púa que tienen
en la cola, la cual es más larga que un dedo; y si la
raya es grande, es como un geme, y la púa es como una
sierra; y si da en el pie, lo pasa de parte a parte, y es
tan grandísimo el dolor como el que pasa el que es mor-
284 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
dido de hormigas; mas tiene un remedio para que luego
se quite el dolor, y es que los indios conoscen una
yerba que luego como el hombre es mordido la toman,
y majada, la ponen sobre la herida de la raya, y en po-
niéndola se quita el dolor; mas tiene más de un mes
que curar en la herida. Los indios de esta tierra son
medianos de cuerpo, andan desnudos en cueros, y sus
vergüenzas de fuera; las orejas tienen horadadas y tan
grandes, que por los agujeros que tienen en ellas les
cabe un puño cerrado, y traen metidas por ellas unas
calabazuelas medianas, y contino van sacando aquéllas
y metiendo otras mayores; y ansí, las hacen tan gran-
des, que casi llegan cerca de los hombros, y por esto les
llaman los otros indios comarcanos orejones, y se lla-
man como los ingas del Perú, que se llaman orejones (1).
Estos cuando pelean se quitan las calabazas o rodajas
que traen en las orejas, y revuélvense en ellas mismas,
de manera que las encogen allí, y si no quieren hacer
esto, anúdanlas atrás, debajo del colodrillo. Las mu-
jeres de éstos no andan tapadas sus vergüenzas; vive
"cada uno por sí con su mujer y hijos; las mujeres tienen
cargo de hilar algodón, y ellos van a sembrar sus here-
dades, y cuando viene la tarde, vienen a sus casas, y
hallan la comida aderezada; todo lo demás no tienen
cuidado de trabajar en sus casas sino solamente cuando
están los maíces para coger; entonces ellas lo han de
coger y acarrear a cuestas y traer a sus casas. Dende
aquí comienzan estos indios a tener idolatría, y adoran
ídolos que ellos hacen de madera; y según informaron
al gobernador, adelante la tierra adentro tienen los in-
dios ídolos de oro y de plata, y procuró con buenas
palabras apartarlos de la idolatría, diciéndoles que los
(1) Los españoles llamaron orejones a indios que por la cos-
tumbre aquí referida se engrandecían o alargaban las orejas. Pero
no hay que confundirlos con los orejones peruanos o incásicos, que
constituían una casta superior y dominante, como pertenecientes
al ayllu o clan del Sol, emparentados, por tanto, con el Inca.
LIV COMENTARIOS 285
quemasen y quitasen de sí, y creyesen en Dios verda-
dero, que era el que había criado el Cielo y la Tierra,
y a los hombres, y a la mar, y a los pesces, y a las otras
cosas, y que lo que ellos adoraban era el diablo, que
los traía engañados; y así, quemaron muchos de ellos,
aunque los principales de los indios andaban atemori-
zados, diciendo que los mataría el diablo, que se mos-
traba muy enojado; y luego que se hizo la iglesia y se
dijo misa, el diablo huyó de allí, y los indios andaban
asegurados, sin temor. Estaba el primer pueblo del
campo hasta poco más de media legua, el cual era de
ochocientas casas, y vecinos todos labradores.
CAPITULO LV
Cómo poblaron aquí los indios de García.
A media legua estaba otro pueblo más pequeño, de
hasta setenta casas, de la misma generación de los sa-
cocies, y a cuatro leguas están otros dos pueblos de los
chaneses que poblaron en aquella tierra, de los que
atrás dije que trujo García de la tierra adentro; y to-
maron mujeres en aquella tierra, que muchos de ellos
vinieron a ver y conoscer, diciendo que ellos eran muy
alegres y muy amigos de cristianos, por el buen trata-
miento que les había hecho García cuando los trujo de
su tierra. Algunos de estos indios traían cuentas, mar-
garitas y otras cosas, que dijeron haberles dado García
cuando con él vinieron. Todos estos indios son labrado-
res, criadores de patos y gallinas; las gallinas son como
las de España, y los patos también. El gobernador hizo
a estos indios muy buenos tratamientos, y les dio de
sus rescates, y los recebió por vasallos de Su Majestad,
y los rogó y apercibió, diciéndoles que fuesen buenos y
leales a Su Majestad y a los cristianos; y que haciéndolo
así, serían favorescidos y muy bien tratados, mejor que
lo habían sido antes.
CAPITULO LVI
De cómo habló con los chaneses
De estos indios chaneses se quiso el gobernador in-
formar de las cosas de la tierra adentro y de las pobla-
ciones de ella, y cuántos días habría de camino dende
aquel puerto de los Reyes hasta llegar a la primera po-
blación. El principal de los indios chaneses, que sería
de edad de cincuenta años, dijo que cuando García los
trujo de su tierra vinieron con él por tierras de los in-
dios mayaes, y salieron a tierra de los guaraníes, donde
mataran los indios que traía, y que este indio chañes y
otros de su generación, que se escaparon, se vinieron
huyendo por la ribera del Paraguay arriba, hasta lle-
gar al pueblo de estos sacocies, donde fueron de ellos
recogidos, y que no osaron ir por el proprio camino
que habían venido con García, porque los guaraníes los
alcanzaran y mataran; y a esta causa no saben si están
lejos ni cerca de las poblaciones de la tierra adentro, y
que por no lo saber, ni saber el camino, nunca más se
han vuelto a su tierra; y los indios guaraníes que habi-
tan en las montañas de esta tierra saben el camino
por donde van a la tierra; los cuales lo podían bien
enseñar, porque van y vienen a la guerra contra los in-
dios de la tierra adentro. Fué preguntado qué pueblos
de indios hay en su tierra y de otras generaciones, y
qué otros mantenimientos tienen, y que con qué armas
pelean. Dijo que en su tierra los de su generación tie-
nen un solo principal que los manda a todos, y de todos
es obedescido, y que hay muchos pueblos de muchas
288 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. LVI
gentes de los de su generación, que tienen guerra con
los indios que se llaman chimeneos y con otras gene-
raciones de indios que se llaman carcaraes; y que otras
muchas gentes hay en la tierra, que tienen grandes
pueblos, que se llaman gorgotoquies y payzuñoes y es-
tarapecocies y candirees, que tienen sus principales, y
todos tienen guerra unos con otros, y pelean con arcos
y flechas, y todos generalmente son labradores y cria-
dores, que siembran maíz y mandiocas y batatas y man-
dubias en mucha abundancia, y crían patos y gallinas
como los de España; crían ovejas grandes, y todas las
generaciones tienen guerras unos con otros, ylos indios
contratan arcos y flechas y mantas y otras cosas por
arcos y flechas, y por mujeres que les dan por ellos.
Habida esta relación, los indios se fueron muy alegres
y contentos, y el principal de ellos se ofresció irse con
el gobernador a la entrada y descubrimiento de la tie-
rra, diciendo que se iría con su mujer y hijos a vivir a
su tierra, que era lo que él más deseaba.
CAPITULO LVII
Cómo el gobernador envió a buscar los indios de García.
Habida la relación del indio, el gobernador mando
luego que con algunos naturales de la tierra fuesen al-
gunos españoles a buscar los indios guaraníes que es-
taban en aquella tierra, para informarse de ellos y lle-
varlos por guías del descubrimiento de la tierra, y tam-
bién fueron con los españoles algunos indios guaraníes
de los que traía en su compañía, los cuales se partie-
ron y fueron por donde las guías los llevaron; y al cabo
de seis días volvieron, y dijeron que los indios guara-
níes se habían ido de la tierra, porque sus pueblos y
casas estaban despoblados, y toda la tierra así lo pares-
cía, porque diez leguas a la redonda lo habían mirado
y no habían hallado persona. Sabido lo susodicho, el
gobernador se informó de los indios chaneses si sabían
a qué parte se podían haber ido los indios guaraníes;
los cuales le dijeron y avisaron que los indios naturales
de aquel puerto con los de aquella isla se habían junta-
do, y les habían ido a hacer guerra, y habían muerto
muchos de los indios guaraníes, y los que quedaron se
habían ido huyendo por la tierra adentro, y creían que
se irían a juntar con otros pueblos de guaraníes que
estaban en frontera de una generación de indios que se
llaman xarayes, con los cuales y con otras generaciones
tienen guerra, y que los indios xarayes es gente qué
tienen alguna plata y oro, que les dan los indios de la .
tierra adentro, y que por allí es todo tierra poblada,___J^
que puede ir a las poblaciones; yflos xarayes son labra- — -:
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 19
-^
ti 290 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. LVII
dores, que siembran maíz y otras simientes en gran
cantidad, y crían patos y gallinas como las de España.
Fuéles preguntado qué tantas jornadas de aquel puerto
estaba la tierra de los indios xarayes; dijo que por tie-
rra podían ir, pero que era el camino muy malo y tra-
bajoso, a causa de las muchas ciénagas que había, y
muy gran falta de agua, y que podían ir en cuatro o
cinco días, y que si quisiesen ir por agua en canoas,
por el río arriba, ocho o diez días.
CAPITULO LVIII
De cómo el gobernador habló a los oficíales y les dio aviso
de lo que pasaba.
Luego el gobernador mandó juntar los ofíciales y
clérigos, y siendo informados de la relación de los in-
dios xarayes y de los guaraníes que están en su fronte-
ra, fué acordado que con algunos indios naturales de
este puerto, para más seguridad, fuesen dos españoles
y dos indios guaraníes a hablar los indios xarayes, y vie-
sen la manera de su tierra y pueblos, y se informasen de
ellos de los pueblos y gentes de la tierra adentro, y del
camino que iba dende su tierra hasta llegar a ellos, y tu-
viesen manera cómo hablasen con los indios guaraníes,
porque de ellos más abiertamente y con más certeza po-
drían ser avisados y saber la verdad. Este mismo día se
partieron los dos españoles, que fueron Héctor de Acuña
y Antonio Correa, lenguas y intérpretes de los guaraníes,
con hasta diez indios sacocies y dos indios guaraníes, a
los cuales el gobernador mandó que hablasen al princi-
pal de los xarayes, y le dijesen cómo el gobernador los
enviaba para que de su parte le hablasen y conociesen,
y tuviesen por amigo a él y a los suyos; y que le roga-
ba le viniesen a ver, porque le quería hablar, y que a
los españoles los informase de las poblaciones y gentes
de la tierra adentro y el camino que iba dende su tie-
rra para llegar a ellas; y dio a los españoles muchos
rescates y un bonete de grana para que diesen al
principal de los dichos xarayes; y otro tanto para el
principal de los guaraníes, que les dijesen lo mismo
292 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. LVIII
que enviaba a decir al principal de los xarayes. Otro
día después llegó al puerto el capitán Gonzalo de
Mendoza con su gente y navios, y le informaron que la
víspera de Todos Santos, viniendo navegando por tie-
rra de los guaxarapos y habiéndoles hablado y dádose
por amigos, diciendo haberlo hecho así con los navios
que primero habían subido, porque el tiempo de vela
era contrario, habían salido a surgir los españoles que
iban en los bergantines, y al doblar de un torno o vuel-
ta del río, donde se pudo dar vela con los cinco que
iban delanteros, el que quedó detrás, que fué un ber-
gantín, donde venía por capitán Agustín de Campos,
viniendo toda la gente de él por tierra sirgando, salie-
ron los indios guaxarapos y dieron en ellos, y mataron
cinco cristianos, y se ahogó Juan de Bolaños por aco-
gerse a un navio, viniendo salvos y seguros, teniendo
los indios por amigos, fiándose y no se guardando de
ellos; y que si no se recogieran los otros cristianos al
bergantín, a todos los mataran, porque no tenían nin-
gunas armas con que se defender ni ofender. La muer-
te de los cristianos fué muy gran daño para nuesra re-
putación, porque los indios guaxarapos venían en sus
canoas a hablar y comunicar con los indios del puerto
de los Reyes, que tenían por amigos, y les dijeron
cómo ellos habían muerto a los cristianos, y que no
éramos valientes, y que teníamos las cabezas tiernas, y
que nos procurasen de matar y que ellos los ayudarían
para ello; y de allí adelante los comenzaron a levantar
poner malos pensamientos a los indios del puerto de
os Reyes.
i
CAPITULO LIX
Cómo el g-obernador envió a los xarayes.
Dende a ocho días que Antón Correa y Héctor de
Acuña, con los indios que llevaron por guías, hobieron
partido, como dicho es, para la tierra y pueblos de los
indios xarayes a les hablar de parte del gobernador, vi-
nieron al puerto a le dar aviso de lo que habían hecho,
sabido y entendido de la tierra y naturales y del princi-
pal de los indios, y visto por vista de ojos; y trujeron
consigo un indio que el principal de los xarayes envia-
ba por que fuese guía del descubrimiento de la tierra; y
Antón Correa y Héctor de Acuña dijeron que el propio
día que partieron del puerto de los Reyes con las guías
habían llegado a unos pueblos de unos indios que se
llaman artaneses, que es una gente crescida de cuerpos
y andan desnudas, en cueros; son labradores, siembran
poco a causa que alcanzan poca tierra que sea buena
para sembrar, porque la mayor parte es anegadizos y
arenales muy secos; son pobres, y mantiénense la ma-
yor parte del año de pesquerías de las lagunas que tie-
nen junto de sus pueblos; las mujeres de estos indios
son muy feas de rostros, porque se los labran y hacen
muchas rayas con sus púas de rayas que para aquello
tienen, y traen cubiertas sus vergüenzas; estos indios
son muy feos de rostros porque se horadan el labio
bajo y en él se ponen una cascara de una fruta de unos
árboles, que es tamaña y tan redonda como un gran tor-
tero, y esta les apesga y hace alargar el labio tanto, que
294 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
paresce una cosa muy fea (1), y que los indios artaneses
le habían recebido muy bien en sus casas y dado de co-
mer de lo que tenían; y otro día había salido con ellos
un indio de la generación a les guiar, y habían sacado
agua para beber en el camino en calabazos, y que todo
el día habían caminado por ciénagas con grandísimo
trabajo, en tal manera, que en poniendo el pie zahon-
daban hasta la rodilla, y luego metían el otro y con mu-
cha premia los sacaban; y estaba el cieno tan caliente,
y hervía con la fuerza del Sol tanto, que les abrasaba
las piernas y les hacía llagas en ellas, de que pasaban
mucho dolor; y allende de esto, tuvieron por cierto de
morir el dicho día de sed, porque el agua que los indios
llevaban en calabazos no les bastó para la mitad de la
jornada del día, y aquella noche durmieron'en el cam-
po entre aquellas ciénagas con mucho trabajo y sed
y cansancio y hambre. Otro día siguiente, a las ocho
de la mañana, llegaron a una laguna pequeña de agua,
donde bebieron el agua de ella, que era muy sucia, y
hincheron los calabazos que los indios llevaban, y to-
do el día caminaron por anegadizos, como el día an-
tes habían hecho, salvo que habían hallado en algunas
partes agua de lagunas, donde se refrescaron, y un
árbol que hacía una poca de sombra, donde sestearon
y comieron lo que llevaban, sin les quedar cosa ninguna
para adelante; y las guías les dijeron que les quedaba
una jornada para llegar a los pueblos de los indios xa-
rayes. Y la noche venida, reposaron, hasta que venido
el día, comenzaron a caminar, y dieron luego en otras
ciénagas, de las cuales no pensaron salir, según el as-
pereza y dificultad que en ellas hallaron, que demás de
abrasarles las piernas, porque metiendo el pie se hun-
dían hasta la cinta y no lo podían tornar a sacar; pero
que sería una legua poco más lo que duraron las cié-
(1) Llamábase botoque a esta cascara o trozo de madera intro-
ducido en el labio inferior. De aquí, botocudos.
LIX COMENTARIOS 295
nagas, y luego hallaron el camino mejor ymás asentado;
y el mismo día, a la una hora después de mediodía, sin
haber comido cosa ninguna ni tener qué, vieron por el
camino por donde ellos iban que venían hacia ellos
hasta veinte indios, los cuales llegaron con mucho pla-
cer y regocijo, cargados de pan de maíz, y de patos co-
cidos, y pescado, y vino de maíz, y les dijeron que su
principal había sabido cómo venían a su tierra por el
camino, y les había mandado que viniesen a les traer de
comer y les hablar de su parte, y llevarlos donde estaba
él y todos los suyos muy alegres con su venida: con lo
que estos indios les trujeron se remediaron de la falta
que habían tenido de mantenimiento. Este día, una hora
antes que anocheciese, llegaron a los pueblos de los in-
dios; y antes de llegar a ellos con un tiro de ballesta,
salieron más de quinientos indios de los xarayes a los
recebir con mucho placer, todos muy galanes, com-
puestos con muchas plumas de papagayos y avantales
de cuentas blancas, con que cubrían sus vergüenzas, y
los tomaron en medio y los metieron en el pueblo, a
la entrada del cual estaban muy gran número de muje-
res y niños esperándolos, las mujeres todas cubiertas
sus vergüenzas, y muchas cubiertas con unas ropas lar-
gas de algodón que usan entre ellos, que llaman ti-
poes; y entrando por el pueblo, llegaron donde esta-
ba el principal de los xarayes, acompañado de hasta
trescientos indios muy bien dispuestos, los más de ellos
hombres ancianos; el cual estaba asentado en una red
de algodón en medio de una gran plaza, y todos los su-
yos estaban en pie y lo tenían en medio; y como llega-
ron todos, los indios hicieron una calle por donde pa-
sasen, y llegando donde estaba el principal, le trujeron
dos banquillos de palo, en que les dijo por señas que
se sentasen; y habiéndose sentado, mandó venir allí
un indio de la generación de los guaraníes que había
mucho tiempo que estaba entre ellos y estaba casado
allí con una india de la generación de los xarayes, y lo
296 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
querían muy bien y lo tenían por natural. Con el cual
el dicho indio principal les había dicho que fuesen bien
venidos y que se holgaba mucho de verlos, porque mu-
chos tiempos había que deseaba ver los cristianos;
y que dende el tiempo que García había andado por
aquellas tierras tenía noticia de ellos, y que los tenía
por sus parientes y amigos; y que ansímesmo deseaba
mucho ver al principal de los cristianos, porque había
sabido que era bueno y muy amigo de los indios, y
que les daba de sus cosas y no era escaso, y les di-
jesen si les enviaba por alguna cosa de su tierra, que
él se lo daría; y por lengua del intérprete le dijeron y
declararon cómo el gobernador los enviaba para que
dijese y declarase el camino que había dende allí has-
ta las poblaciones de la tierra, y los pueblos y gente
que había dende allí a ellos, y en qué tantos días se
podría llegar donde estaban los indios que tenían oro
y plata; y allende de esto, para que supiese que lo
quería conoscer y tener por amigo, con otras particu-
laridades que el gobernador les mandó que les dije-
sen; a lo cual el indio respondió que él se holgaba de
tenerlos por amigos, y que él y los suyos le tenían por
señor, y que los mandase; y que en lo que tocaba al
camino para ir a las poblaciones de la tierra, que por
allí no sabían ni tenían noticia que hobiese tal camino,
ni ellos habían ido la tierra adentro, a causa que toda la
tierra se anegaba al tiempo de las avenidas, dende a dos
lunas; y pasadas todas las aguas, toda la tierra quedaba
tal, que no podían andar por ella; pero que el propio in-
dio con quien les hablaba, que era de la generación de
los guaraníes, había ido a las poblaciones de la tierra
adentro y sabía el camino por donde habían de ir, que
por hacer placer al principal de los cristianos se lo en-
viaría para que fuese a enseñarle el camino; y luego en
presencia de los españoles le mandó al indio guaraní se
viniese con ellos, y ansí lo hizo con mucha voluntad; y
visto por los cristianos que el principal había negado el
LIX COMENTARIOS 297
camino con tan buenas cautelas y razones, parescién-
doles a ellos, por lo que de la tierra habían visto y an-
dado, que podía ser ansí verdad, lo creyeron, y le roga-
ron que los mandase guiar a los pueblos de los guara-
níes, porque los querían ver y hablar, de lo cual el indio
se alteró y escandalizó mucho; y que con buen sem-
blante y disimulado continente había respondido que
los indios guaraníes eran sus enemigos y tenían guerra
con ellos, y cada día se mataban unos a otros; que pues
él era amigo de los cristianos, que no fuesen a buscar
sus enemigos para tenerlos por amigos; y que si toda-
vía quisiesen ir a ver los dichos indios guaraníes, que
otro día de mañana los llevarían los suyos para que los
hablasen. Ya, porque era noche, el mismo principal los
llevó consigo a su casa, y allí les mandó dar de comer y
sendas redes de algodón en que durmiesen, y les con-
vidó que si quisiese cada uno su moza, que se la darían;
pero no las quisieron, diciendo que venían cansados; y
otro día, una hora antes del alba, comienzan tan gran
ruido de atambores y bocinas, que parescía que se hun-
día el pueblo, y en aquella plaza que estaba delante de
la casa principal se juntaron todos los indios, muy em-
plumados y aderezados a punto de guerra, con sus ar-
cos y muchas flechas, y luego el principal mandó abrir
la puerta de su casa para que los viese, y habría bien
seiscientos indios de guerra; y el principal les dijo:
«Cristianos, mira mi gente, que de esta manera van a
los pueblos de los guaraníes; id con ellos, que ellos os
llevarán y os volverán, porque si fuésedes solos, mata-
ros hían sabiendo que habéis estado en mi tierra y que
sois mis amigos.» Y los españoles, visto que de aquella
manera no podrían hablar al principal de los guaraníes,
y que sería ocasión de perder la amistad de los dichos
xarayes, les dijeron que tenían determinado volverse a
dar cuenta de todo a su principal, y que verían lo que
les mandaría, y volverían a se lo decir; y de esta manera
se sosegaron los indios; y aquel día todo estuvieron en
298 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. LIX
el pueblo de los xarayes, el cual sería de hasta mil ve-
cinos; y a media legua y a una de allí había otros cua-
tro pueblos de la generación, que todos obedescían al
j dicho principal, el cual se llamaba Camire. Estos in-
dios xarayes es gente crescida, de buena disposición;
son labradores, y siembran y cogen dos veces en el
año maíz y batatas y mandioca y mandubíes; crían pa-
tos en gran cantidad y algunas gallinas como las de
nuestra España; horádanse los labios como los artane-
ses; cada uno tiene su casa por sí, donde viven con su
mujer y hijos; ellos labran y siembran, las mujeres lo
cogen y lo traen a sus casas, y son grandes hilanderas
de algodón; estos indios crían muchos patos para que
maten y coman los grillos, como digo antes de esto.
CAPITULO LX
De cómo volvieron las lenguas de los indios xarayes.
Estos indios xarayes alcanzan grandes pesquerías, así
del río como de lagunas, y mucha caza de venados. Ha-
biendo estado los españoles con el indio principal todo
el día, le dieron los rescates y bonete de grana que el
gobernador enviaba, con lo cual se holgó mucho y lo
recebió con tanto sosiego, que fué cosa de ver y mara-
villar; y luego el indio principal mandó traer allí mu-
chos penachos de plumas de papagayos y otros pena-
chos, y los dio a los cristianos para que los trujesen al
gobernador; los cuales eran muy galanes, y luego se
despidieron del Camire para venirse, el cual mandó a
veinte indios de los suyos que acompañasen a los cris-
tianos; y así se salieron y los acompañaron hasta los
pueblos de los indios artaneses, y de allí se volvieron a
su tierra y quedó con ellos la guía que el principal les
dio; el cual el gobernador recebió y le mostró mucho
cariño; y luego con intérpretes de la guía guaraní qui-
so preguntar y interrogar al indio para saber si sabía el
camino de las poblaciones de la tierra, y le preguntó
de qué generación era y de dónde era natural. Dijo que
era de la generación de los guaraníes y natural de Itati,
que es en el río del Paraguay; y que siendo él muy mozo,
los de su generación hicieron gran llamamiento y junta
de indios de toda la tierra, y pasaron a la tierra y po-
blación de la tierra adentro, y él fué con su padre y
parientes para hacer guerra a los naturales de ella, y les
tomaron y robaron las planchas y joyas que tenían de
300 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
oro y plata; y habiendo llegado a las primeras poblacio-
nes, comenzaron luego a hacer guerra y matar muchos
indios, y se despoblaron muchos pueblos y se fueron
huyendo a recogerse a los pueblos de más adentro; y
luego se juntaron las generaciones de toda aquella tie-
rra y vinieron contra los de su generación, y desbarata-
ron y mataron muchos de ellos, y otros se fueron hu-
yendo por muchas partes, y los indios enemigos los si-
guieron y tomaron los pasos y mataron a todos, que no
escaparon (a lo que señaló) docientos indios de tantos
como eran, que cubrían los campos, y que entre los
que escaparon se salvó este indio, y que la mayor parte
se quedaron en aquellas montañas por donde habían
pasado, para vivir en ellas, porque no habían osado
pasar por temor que los matarían los guaxarapos y gua-
tos y otras generaciones que estaban por donde habían
de pasar; y que este indio no quiso quedar con éstos, y
se fué con los que quisieron pasar adelante, a su tierra,
y que en el camino habían sido sentidos de las genera-
ciones, y una noche habían dado en ellos y los habían
muerto a todos, y que este indio se había escapado por
lo espeso de los montes, y caminando por ellos había
venido a-tierra de los xarayes, los cuales lo habían te-
nido en su poder y lo habían criado mucho tiempo, hasta
que, teniéndole mucho amor, y él a ellos, le habían ca-
sado con una mujer de su generación. Fué preguntado
que si sabía bien el camino por donde él y los de su gene-
ración fueron a las poblaciones de la tierra adentro. Dijo
que había mucho tiempo que anduvo por el camino, y
cuando los de su generación pasaron, que iban abrien-
do camino y cortando árboles y desmontando la tierra,
que estaba muy fragosa, y que ya aquellos caminos le
paresce que serán tornados a cerrar del monte y yerba,
porque nunca más los tornó a ver, ni andar por ellos;
pero que le paresce que comenzando a ir por el camino
lo sabrá seguir y ir por él, y que dende una montaña
alta, redonda, que está a la vista de este puerto de los
LX COMENTARIOS 301
Reyes, se toma el camino. Fué preguntado en cuántos
días de camino podrán llegar a la primera población.
Dijo que, a lo que se acuerda, en cinco días se llegará a
la primera tierra poblada, donde tienen mantenimientos
muchos; que son grandes labradores, aunque cuando los
de su generación fueron a la guerra los destruyeron y
despoblaron muchos pueblos; pero que ya estaban tor-
nados a poblar. Y fuéle preguntado si en el camino hay
ríos caudalosos o fuentes. Dijo que vio ríos, pero que
no son muy caudalosos, y que hay otros muy caudalo-
sos, y fuentes, lagunas, y cazas de venados y antas,
mucha miel y fruta. Fué preguntado si al tiempo que
los de su generación hicieron guerra a los naturales de
la tierra, si vio que tenían oro o plata. Dijo que en los
pueblos que saquearon había habido muchas planchas
de plata y oro, y barbotes, y orejeras, y brazaletes, y
coronas, y hachuelas, y vasijas pequeñas, y que todo se
lo tornaron a tomar cuando los desbarataron, y que los
que se escaparon trujeron algunas planchas de plata, y
cuentas y barbotes, y se lo robaron los guaxarapos
cuando pasaron por su tierra, y los mataron, y los que
quedaron en las montañas tenían, y les quedó asimismo
alguna cantidad de ello, y que ha oído decir que lo tie-
nen los xarayes, y cuando los xarayes van a la guerra
contra los indios, les ha visto sacar planchas de plata
de las que trujeron y les quedó de la tierra adentro.
Fué preguntado si tiene voluntad de irse en su compa-
ñía y de los cristianos a enseñar el camino. Dijo que sí,
que de buena voluntad lo quiere hacer, y que para lo
hacer lo envió su principal. El gobernador le apercibió
y dijo que mirase que dijese la verdad de lo que sabía
del camino, y no dijese otra cosa, porque de ello le
podría venir mucho daño; y diciendo la verdad, mucho
bien y provecho; el cual dijo que él había dicho la ver-
dad de lo que sabía del camino, y que para lo enseñar
y descubrir a los cristianos quería irse con ellos.
CAPITULO LXI
Cómo se determinó de hacer la entrada el gobernador.
Habida esta relación, con el parescer de los oficiales
de Su Majestad y de los clérigos y capitanes, determinó
el gobernador de ir a hacer la entrada y descubrir las
poblaciones de la tierra, y para ello señaló trescientos
hombres arcabuceros y ballesteros, y para la tierra que
se había de pasar despoblada hasta llegar al poblado,
mandó que se proveyesen de bastimentos para veinte
días, y en el puerto mandó quedar cien hombres cris-
tianos en guarda de ios bergantines con hasta docien-
tos indios guaraníes, y por capitán de ellos un Juan Ro-
mero, por ser platico en la tierra; y partió del puerto
de los Reyes a 26 días del mes de noviembre del año
de 43 años, y aquel día todo, hasta las cuatro de la tarde,
fuimos caminando por entre unas arboledas, tierra fresca
y bien asombrada, por un camino poco seguido, por
donde la guía nos llevó, y aquella noche reposamos
junto a unos manantiales de agua, hasta que otro día,
una hora antes que amanesciese, comenzamos a cami-
nar, llevando delante con la guía hasta veinte hombres
que iban abriendo el camino, porque cuanto más íba-
mos por él lo hallábamos más cerrado de árboles y yer-
bas muy altas y espesas, y de esta causa se caminaba
por la tierra con muy gran trabajo; y el dicho día, a
hora de las cinco de la tarde, junto a una gran laguna
donde los indios y cristianos tomaron a manos pescado,
reposamos aquella noche; y a la guía que traía para el
descubrimiento le mandaban, cuando íbamos caminan-
CAP. LXI COMENTARIOS 303
do, subir por los árboles y por las montañas para que
reconociese y descubriese el camino y mirase no fuese
errado, y certificó ser aquel camino para la tierra po-
blada. Los indios guaraníes que llevaba el gfobernador
en su compañía se mantenían de lo que él les mandaba
dar del bastimento que llevaba de respeto, y de la miel
que sacaban de los árbolos, y de alguna caza que ma-
taban de puercos y antas y venados, de que parescía
haber muy gran abundancia por aquella tierra; pero
como la gente que iba era mucha y iban haciendo gran
ruido, huía la caza, y de esta causa no se mataba mu-
cha; y también los indios y los españoles comían de la
frutas de los árboles salvajes, que había muchos; y de
esta manera nunca les hizo mal ninguna fruta de las que
comieron, sino fué una de unos árboles que natural-
mente parescían arrayanes, y la fruta de la misma ma-
nera que la echa el arrayán en España, que se dice
murta, excepto que ésta era un poco más gruesa y de
muy buen sabor; la cual, a todos los que la comieron,
les hizo a unos gomitar, a otros cámaras, y esto les duró
muy poco y no les hizo otro daño; también se aprove-
chaban de fruta de las palmas, que hay gran cantidad
de ellas en aquella tierra, y no se comen los dátiles,
salvo partido el cuesco; lo de dentro, que es redondo,
es casi como un almendra dulce, y de esto hacen los
indios harina para su mantenimiento, y es muy buena
cosa; y también los palmitos de las palmas, que son
muy buenos.
CAPITULO LXII
De cómo llegó el gobernador al río Caliente.
Al quinto día que fué caminando por la tierra por
donde la guía nos llevaba, yendo siempre abriendo ca-
mino con harto trabajo, lleg^amos a un río pequeño que
sale de una montaña, y el agua de él venía muy caliente
y clara y muy buena; y algunos de los españoles se pu-
sieron a pescar en él y sacaron pexe de él; en este río
del agua caliente comenzó a desatinar la guía, dicién-
doles que, como había tanto tiempo que no había an-
dado el camino, lo desconocía, y no sabía por dónde
había de guiar, porque los caminos viejos no se pares-
cían; y otro día se partió el gobernador del río del agua
caliente, y fué caminando por donde la guía les llevó
con mucho trabajo, abriendo camino por los bosques y
arboledas y malezas de la tierra; y el mismo día, a las
diez horas de la mañana, le salieron a hablar al gober-
nador dos indios de la generación de los guaraníes, los
cuales le dijeron ser de los que quedaron en aquellos
desiertos cuando las guerras pasadas que los de su ge-
neración tuvieron con los indios de la población de la
tierra adentro, a do fueron desbaratados y muertos, y
ellos se habían quedado por allí; y que ellos y sus mu-
jeres y hijos, por temor de los naturales de la tierra, se
andaban por lo más espeso y montuoso escondiéndose;
y todos los que por allí andaban serían hasta catorce
personas, y afirmaron lo mismo que los de atrás, que
dos jornadas de allí estaba otra casilla de los mismos, y
que habría hasta diez personas en ellas, y que allí había
CAP. LXII COMEN T^A RÍOS 305
un cuñado suyo, y que en la tierra de los indios xara-
yes había otros indios guaraníes de su generación, y
que éstos tenían guerra con los indios xarayes; y por-
que los indios estaban temerosos de ver los cristianos
y caballos, mandó el gobernador a la lengua que los
asegurase y asosegase, y que les preguntase dónde te-
nían su casa, los cuales respondieron que muy cerca de
allí; y luego vinieron sus mujeres y hijos y otros sus pa-
rientes, que todos serían hasta catorce personas, a los
cuales mandó que dijesen que de qué se mantenían en
aquella tierra, y qué tanto había que estaban en ella; y
dijeron que ellos sembraban maíz, que comían, y tam-
bién se mantenían de su caza y miel y frutas salvajes
de los árboles, que había por aquella tierra mucha can-
tidad, y que al tiempo que sus padres fueron muertos
y desbaratados, ellos habían quedado muy pequeños;
lo cual declararon los indios más ancianos, que al pares-
cer serían de edad de treinta y cinco años cada uno.
Fueron preguntados si sabían el camino que había de
allí para ir a las poblaciones de la tierra adentro, y qué
tiempo se podían tardar en llegar a la tierra poblada; di-
jeron que, como ellos eran muy pequeños cuando andu-
vieron el dicho camino, nunca más anduvieron por él,
ni lo han visto, ni saben ni se acuerdan de él, ni por
dónde le han de tomar ni en qué tanto tiempo se llega-
rá allá; mas que su cuñado, que vive y está en la otra
casa, dos jornadas de esta suya, ha ido muchas veces
por él, y lo sabe, y dirá por dónde han de ir por él; y
visto que estos indios no sabían el camino para seguir el
descubrimiento, los mandó el gobernador volver a su
casa; a todos les dio rescates, a ellos y a sus mujeres y
hijos, y con ellos se volvieron a sus casas muy contentos.
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 20
CAPÍTULO LXIII
De cómo el gobernador envió a buscar la casa que estaba
adelante.
Otro día mandó el gfobernador a una lengfua que fue-
se con dos españoles y con dos indios (de la casa que
decían que estaban adelante) para que supiesen de ellos
si sabían el camino y el tiempo que se podía tardar en
llegar a la primera tierra poblada, y que con mucha
presteza le avisasen de todo lo que se informase, para
que, sabido, se proveyese lo que más conviniese; y par-
tidos, otro día mandó caminar la gente poco a poco por
el mismo camino que llevaba la lengua y los otros. E
yendo así caminando, al tercero día que partieron llegó
al gobernador un indio que le enviaron, el cual le dio
una carta de la lengua, por la cual le hacía saber cómo
habían llegado a la casa de los dichos indios, y que
habían hablado con el indio que sabía el camino de la
tierra adentro; y decía que dende aquella su casa hasta
la primera población de adelante, que estaba cabe
aquel cerro que llamaban Tapuaguazu, que es una peña
alta, que subido en ella se paresce mucha tierra po-
blada; y que dende allí hasta llegar a Tapuaguazu habrá
diez y seis jornadas de despoblados, y que era el ca-
mino muy trabajoso, por estar muy cerrado el camino
de arboledas y yerbas muy altas y muy grandes male-
zas; y que el camino por donde habían ido después que
del gobernador partieron, hasta llegar a la casa de este
indio, estaba ansímismo tan cerrado y dificultoso, que
en lo pasar habían llevado muy gran trabajo, y a gatas
CAP. LXIII COMENTARIOS 307
habían pasado la mayor parte del camino, y que el indio
decía de él que era muy peor el camino que habían de
pasar que el que habían traído hasta allí, y que ellos
traerían consigo el indio para que el gobernador se in-
formase de él; y vista esta carta, partió para do el indio
venía, y halló los caminos tan espesos y montuosos, de
tan grandes arboledas y malezas, que lo que iban cor-
tando no podían cortar en todo un día tanto camino
como un tiro de ballesta; y porque a esta sazón vino
muy grande agua, y por que la gente y municiones no
se le mojasen y perdiesen, hizo retirar la gente para los
ranchos que habían dejado a la mañana, en los cuales
había reparos de chozas.
CAPITULO LXIV
De cómo vino la lengua de la casilla. 1
Otro día, a las tres horas de la tarde, vino la lengua
y trujo consigo el indio que dijo que sabía el camino,
al cual recebió y habló muy alegremente, y le dio de
sus rescates, con que él se contentó; y el gobernador
mandó a la lengua que de su parte le dijese y rogase
que con toda verdad le descubriese el camino de la tie-
rra poblada. El dijo que había muchos días que no ha-
bía ido por él, pero que él lo sabía y lo había andado
muchas veces yendo a Tapuaguazu, y que de allí se pa-
rescen los humos de toda la población de la tierra; y
que iba él a Tapua por flechas, que las hay en aquella
parte, y que ha dejado muchos días de ir por ellas, por-
que yendo a Tapua, vio antes de llegar humos que se
hacían por los indios, por lo cual conosció que se co-
menzaban a venir a poblar aquella tierra los que solían
vivir en ella, que la dejaron despoblada en tiempo de las
guerras, y por que no lo matasen no había osado ir por
el camino, el cual está ya tan cerrado, que con muy gran
trabajo se puede ir por él, y que le paresce que en diez
y seis días iban hasta Tapua yendo cortando los árboles
y abriendo camino. Fué preguntado si quería ir con los
cristianos a les enseñar el camino, y dijo que sí iría de
buena voluntad, aunque tenía gran miedo a los indios
de la tierra; y vista la relación que dio el indio, y la di-
ficultad y el inconveniente que decía del camino, mandó
el gobernador juntar los oficiales de Su Majestad y a
los clérigos y capitanes, para tomar parescer con ellos
CAP. LXIV COMENTARIOS 309
de lo que se debía hacer sobre el descubrimiento, plati-
cado con ellos lo que el indio decía; dijeron que ellos
habían visto que a la mayor parte de los españoles les
faltaba el bastimento, y que tres días había que no te-
nían qué comer, y que no lo osaban pedir por la desor-
den que en lo gastar había habido y tenido, y viendo
que la primera guía que habíamos traído que había cer-
tificado que al quinto día hallarían de comer y tierra
muy poblada y muchos bastimentos; y debajo de esta
seguridad, y creyendo ser así verdad, habían puesto
los cristianos y indios poco recaudo y menos guarda en
los bastimentos que habían traído, porque cada cris-
tiano traía para sí dos arrobas de harina; y que mirase
que en el bastimento que quedaba no les bastaba para
seis días; y que pasados éstos, la gente no temía qué
comer, y que les parescía que sería caso muy peligroso
pasar adelante sin bastimentos con que se sustentar,
mayormente que los indios nunca dicen cosa cierta; que
podría ser que donde dice la guía que hay diez y seis
jornadas, hobiese muchas más, y que cuando la gente
hubiese de dar la vuelta no pudiesen, y de hambre se
muriesen todos, como ha acaescido muchas veces en
los descubrimientos nuevos que en todas estas partes
se han hecho, y que les parescía que por la seguridad
y vida de estos cristianos y indios que traía, se debía de
volver con ellos al puerto de los Reyes, donde había sa-
lido y dejado los navios, y que allí se podrían tornar á
fornescer y proveer de más bastimentos para proseguir
la entrada; y que esto era su parescer, y que si necesa-
rio fuese, se lo requerían de parte de Su Majestad.
CAPITULO LXV
De cómo el gobernador y gente se volvió al puerto.
Y visto el parescer de los clérigos y oficiales y ca-
pitanes, y la necesidad de la gente, y la voluntad que
todos tenían de dar la vuelta, aunque el gobernador
les puso delante el grande daño que de ello resultaba,
y que en el puerto de los Reyes era imposible hallarse
bastimentos para sustentar tanta gente y para fornece-
11o de nuevo, y que los maíces no estaban para los
coger, ni los indios tenían qué les dar, y que se acor-
dasen que los naturales de la tierra les decían que
presto vernía la cresciente de las aguas, las cuales pon-
drían en mucho trabajo a nosotros y a ellos; no bastó
esto y otras cosas que les dijo, para que todavía no
fuese persuadido que se volviese. Conoscida su dema-
siada voluntad, lo hobo de hacer, por no dar lugar a
que hobiese algún desacato por do hobiese de casti-
gar a algunos; y así, los hobo de complacer, y mandó
apercebir para que otro día se volviesen desde allí
para el puerto de los Reyes; y otro día de mañana
envió dende allí al capitán Francisco de Ribera, que
se le ofresció con seis cristianos y con la guía que sabía
el camino, para que él y los seis cristianos y once in-
dios principales fuesen con él, y los aguardasen y
acompañasen, y no los dejasen hasta que los volviesen
donde el gobernador estaba, y les apercibió que si los
dejaba que los mandaría castigar; y así, se partieron
para Tapua, llevando consigo la guía que sabía el ca-
mino; y el gobernador se partió también en aquel
punto para el puerto de los Reyes con toda la gente;
y así se vino en ocho días al puerto, bien descontento
por no haber pasado adelante.
CAPITULO LXVI
De cómo querían matar a los que quedaron en el puerto
de los Reyes.
Vuelto al puerto de los Reyes, el capitán Juan Ro-
mero, que había allí quedado por su teniente, le dijo
y certificó que dende a poco que el gobernador había
partido del puerto, los indios naturales de él y de la
isla que está a una legua del puerto, trataban de matar
todos los cristianos que allí habían quedado, y tomar-
les los bergantines, y que para ello hacían llamamiento
de indios por toda la tierra, y estaban juntos ya los
guaxarapos, que son nuestros enemigos, y con otras
muchas generaciones de otros indios, y que tenían
acordado de dar en ellos de noche, y que los habían
venido a ver y a tentar so color de venir a rescatar, y
no les traían bastimentos, como solían, y cuando venían
con ellos era para espiarlos; y claramente le habían di-
cho que le habían de venir a matar y destruir los cristia-
nos; y sabido esto, el gobernador mandó juntar a los in-
dios principales de la tierra, y les mandó hablar y amo-
nestar de parte de Su Majestad, que asosegasen y no
quebrantasen la paz que ellos habían dado y asentado,
pues el gobernador y todos los cristianos le habían
hecho y hacían buenas obras como amigos, y no les
habían hecho ningún enojo ni desplacer, y el gober-
nador les había dado muchas cosas, y los defendería
de sus enemigos; y que si otra cosa hiciesen, los ter-
nían por enemigos y les haría guerra; lo cual les aper-
cibió y dijo estando presentes los clérigos y oficiales,
312 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. LXVI
y luego les dio bonetes colorados y otras cosas, y pro-
metieron de nuevo de tener por amigos a los cristia-
nos, y echar de su tierra a los indios que habían venido
contra ellos, que eran los guaxarapos y otras genera-
ciones. Dende a dos días que el gobernador hobo
llegado al puerto de los Reyes, como se halló con
tanta gente de españoles y indios, y esperaba con ellos
tener gran necesidad de hambre, porque a todos había
de dar de comer, y en toda la tierra no había más bas-
timento de io que él tenía en los bergantines que es-
taban en el puerto, lo cual estaba muy tasado, y no
había para más de diez o doce días para toda la gen-
te, que eran, entre cristianos y indios, más de tres
mil; y visto tan gran necesidad y peligro de morírsele
toda la gente, mandó llamar todas las lenguas, y man-
dólas que por los lugares cercanos a ellos le fuesen a
buscar algunos bastimentos mercados por sus rescates,
y para ello les dio muchos; los cuales fueron, y no ha-
llaron ningunos; y visto esto, mandó llamar a los in-
dios principales de la tierra, y preguntóles adonde
habrían, por sus rescates, bastimentos; los cuales dije-
ron que a nueve leguas de allí estaban en la ribera de
unas grandes lagunas unos indios que se llaman arria-
nicosies, y que éstos tienen muchos bastimentos en
gran abundancia, y que éstos darían lo que fuese
menester.
CAPITULO LXVII
De cómo el gobernador envió a buscar bastimentos al capitán
Mendoza.
Luego que el g-obernador se informó de los indios
principales del puerto, mandó juntar los oficiales, clé-
rigos y capitanes y otras personas de experiencia para
tomar con ellos acuerdo y parescer de lo que debía ha-
cer, porque toda la gente pedía de comer, y el gober-
nador no tenía qué les dar, y estaban para se le derra-
mar y ir por la tierra adentro a buscar de comer; y juntos
los oficiales y clérigos, les dijo que vían ya la nece-
sidad y hambre, que era tan general, que padescían,
y que no esperaba menos que morir todos si breve-
mente no se daba orden para lo remediar, y que él era
informado que los indios que se llaman arrianicosies
tenían bastimentos, y que diesen su parescer de lo que
en ello debía de hacer; los cuales todos juntamente le
dijeron que debía enviar a los pueblos de los indios la
mayor parte de la gente, así para se mantener y sus-
tentar como a comprar bastimento, para que enviasen
luego a la gente que consigo quedaba en el puerto, y
que si los indios no quisiesen dar los bastimentos com-
prándoselos, que se los tomasen por fuerza; y si se pu-
siesen en los defender, los hiciesen guerra hasta se los
tomar; porque atenta la necesidad que había, y que
todos se morían de hambre, que del altar se podía
tomar para comer; y este parecer dieron firmado de
sus nombres; y así, se acordó de enviar a buscar los
bastimentos al dicho capitán, con esta instrucción:
314 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. LXVH
«Lo que vos el capitán Gonzalo de Mendoza habéis
de hacer en los pueblos donde vais a buscar bastimen-
tos para sustentar esta g-ente por que no se muera de
hambre, es que los bastimentos que así mercáredes,
habéislos de pagar muy a contento de los indios soco-
rinos y sococies, y a los otros que por la comarca están
poblados, y decirles heis de mi parte que estoy maravi-
llado de ellos cómo no me han venido a ver, como lo
han hecho todas las otras generaciones de la comarca;
y que yo tengo relación que ellos son buenos, y que por
ello deseo verlos y tenerlos por amigos, y darles de mis
cosas, y que vengan a dar la obediencia a Su Majestad,
como lo han hecho todos los otros; y haciéndolo ansí,
siempre los favoresceré y ayudaré contra los que los
quisieren enojar; y habéis de tener gran vigilancia y
cuidado que por los lugares que pasáredes de los indios
nuestros amigos no consintáis que ninguna de la gente
que con vos lleváis entren por sus lugares ni les hag-an
fuerza ni otro ningún mal tratamiento, sino que todo
lo que rescatáredes y ellos os dieren, lo paguéis a su
contento, y ellos no tengan causa de se quejar; y lle-
gado a los pueblos, pediréis a los indios a do vais que
os den de los mantenimientos que tuvieren para susten-
tar las gentes que lleváis, ofresciéndoles la paga y ro-
gándoselo con amorosas palabras; y si no os lo quisie-
ren dar, requerírselo heis una, y dos, y tres veces, y más,
cuantas de derecho pudiéredes y debiéredes, y ofres-
ciéndoles primero la paga; y si todavía no os lo quisie-
ren dar, tormarlo heis por fuerza; y si os lo defendieren
con mano armada, hacerles heis la guerra, porque la
hambre en que quedamos no sufre otra cosa; y en todo
lo que sucediere adelante os habed tan templadamente,
cuanto conviene al servicio de Dios y de Su Majestad;
lo cual confío de vos, como de servidor de Su Ma-
jestad. »
CAPÍTULO LXVIII
De cómo envió un bergantín a descubrir el río de los xarayes^
y en él al capitán Ribera.
Con esta instrucción envió al capitán Gonzalo de
Mendoza, con el parescer de los clérigos y oficiales y
capitanes, y con ciento y veinte cristianos y seiscientos
indios flecheros, que bastaban para mucha más cosa, y
partió a 15 días del mes de diciembre del dicho año; y
los indios naturales del puerto de los Reyes avisaron al
gobernador, y le informaron que por el río del Igatu
arriba podían ir gentes en los bergantines a tierra de los
indios xarayes, porque ya comenzaban a crescer las
aguas, y podían bien los navios navegar; y que los in-
dios xarayes y otros indios que están en la ribera te-
nían muchos bastimentos, y que asímesmo había otros
brazos de ríos muy caudalosos que venían de la tierra
adentro y se juntaban en el río del Igatu, y había gran-
des pueblos de indios, y que tenían muchos manteni-
mientos; y por saber todos los secretos del dicho río,
envió al capitán Hernando de Ribera en un bergantín,
con cincuenta y dos hombres, para que fuesen por el
río arriba hasta los pueblos de los indios xarayes y ha-
blase con su principal y se informase de lo de adelante,
y pasase a los ver y descubrir par vista de ojos; y no sa-
liendo en tierra él ni ninguno de su compañía, excepto
la lengua con otros dos, procurase ver y contratar con
los indios de la costa del río por donde iba, dándoles
dádivas y asentando paces con ellos, para que volviese
bien informado de lo que en la tierra había, y para ello
316 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
le dio una instrucción con muchos rescates, y por ella
y de palabra le informó de todo aquello que convenía
al servicio de Su Majestad y al bien de la tierra, el cual
partió y hizo vela a 20 días del mes de diciembre del
dicho año.
Dende algunos días que el capitán Gonzalo de Men-
doza había partido con la gente a comprar los basti-
mentos, escribió una carta cómo al tiempo que llegó a
los lugares de los indios arrianicosies había enviado con
una lengua a decir cómo él iba a su tierra a les rogar
le vendiesen de los bastimentos que tenían, y que se
los pagaría en rescates muy a su contento, en cuentas
y cuchillos y cuñas de hierro (lo cual ellos tenían en
mucho), y les daría muchos anzuelos; los cuales resca-
tes llevó la lengua para se los enseñar para que los vie-
sen; y que no iban a hacerles mal ni daño ni tomalles
nada por fuerza; y que la lengua había ido y había
vuelto huyendo de los indios, y que habían salido a él
a lo matar, y que le habían tirado muchas flechas; y que
decían que no fuesen los cristianos a su tierra, y que
no les querían dar ninguna cosa; antes los habían de
matar a todos, y que para ello les habían venido a ayu-
dar los indios guaxarapos, que eran muy valientes; los
cuales habían muerto cristianos, y decían que los cris-
tianos tenían las cabezas tiernas, y que no eran recios;
y que el dicho Gonzalo de Mendoza había tornado a
enviar la misma lengua a rogar y requerir los indios que
les diesen los bastimentos, y con él envió algunos es-
pañoles que viesen lo que pasaba; todos los cuales ha-
bían vuelto huyendo de los indios, diciendo que habían
salido con mano armada para los matar, y les habían
tirado muchas flechas, diciendo que se saliesen de su
tierra, que no les querían dar los bastimentos; y que
visto esto, que él había ido con toda la gente a les ha-
blar y asegurar; y que llegados cerca de su lugar, ha-
bían salido contra él todos los indios de la tierra, tirán-
doles muchas flechas y procurándoles de matar, sin les
LXVIII COMENTARIOS 317
querer oír ni dar lugar a que les dijese alguna cosa de
las que les querían hablar; por lo cual en su defensa
habían derrocado dos de ellos con arcabuces, y como los
otros los vieron muertos, todos se fueron huyendo por
los montes. Los cristianos fueron a sus casas, adonde ha-
bían hallado muy gran abundancia de mantenimientos
de maíz y de mandubíes, y otras yerbas y raíces y co-
sas de comer; y que luego con uno de los indios que
había tomado preso envió a decir a los indios que se
viniesen a sus casas, porque él les prometía y asegura-
ba de los tener por amigos, y de no les hacer ningún
daño, y que les pagaría los bastimentos que en sus ca-
sas les habían tomado cuando ellos huyeron; lo cual
no habían querido hacer, antes habían venido a les dar
guerra adonde tenían sentado el real, y habían puesto
fuego a sus propias casas, y se habían quemado mucha
parte de ellas, y que hacían llamamiento de otras mu-
chas generaciones de indios para venir a matarlos, y
que ansí lo decían, y no dejaban de venir a les hacer
todo el daño que podían. El gobernador le envió a
mandar que trabajase y procurase de tornar los indios
a sus casas, y no les consintiese hacer ningún mal ni
daño ni guerra, antes les pagase todos los bastimentos
que les habían tomado, y les dejasen en paz, y fuesen
a buscar los bastimentos por otras partes; y luego le
tornó a avisar el capitán cómo los había enviado a lla-
mar y asegurar para que se volviesen a sus casas, y que
les tenía por amigos, y que no les haría mal, y los tra-
taría bien; lo cual no quisieron hacer, antes continuo
vinieron hacerle guerra y todo el daño que podían con
otras generaciones de indios que habían llamado para
ello, así de los guaxarapos y guatos, enemigos nues-
tros, que se habían juntado con ellos.
CAPITULO LXIX
De cómo vino de la entrada el capitán Francisco de Ribera.
A 20 días del mes de enero del año de 544 años vino
«1 capitán Francisco de Ribera con los seis españoles
que con él envió el gobernador y con la guía que
consigo llevó, y con tres indios que le quedaron, de los
once que con él envió de los guaraníes; los cuales to-
dos envió, como arriba he dicho, para que descubriese
las poblaciones y las viese por vista de ojos dende la
parte donde el gobernador se volvió; y ellos fueron su
camino adelante en busca de Tapuaguazu, donde la
guía decía que comenzaban las poblaciones de los in-
dios de toda la tierra; y llegado con los seis cristianos,
los cuales venían heridos, toda la gente se alegró con
ellos, y dieron gracias a Dios de verlos escapados de tan
peligroso camino, porque en la verdad el gobernador
los tenía por perdidos, porque de los once indios que
con ellos habían ido, se habían vuelto los ocho, y por
ello el gobernador hubo mucho enojo con ellos y los
quiso castigar, y los indios principales sus parientes le
rogaban que los mandase ahorcar luego como se vol-
vieron, porque habían dejado y desamparado los cris-
tianos, habiéndoles encomendado y mandado que los
acompañasen y guardasen hasta volver en su presencia
con ellos, y que pues no lo habían hecho, que ellos me-
rescían que fuesen ahorcados, y el gobernador se lo re-
prehendió, con apercibimiento que si otra vez lo hacían
los castigaría, y por ser aquella la primera les perdona-
ba, por no alterar a todos los indios de su generación.
CAPITULO LXX
De cómo el capitán Francisco de Ribera dio cuenta
de su descubrimiento.
Otro día siguiente paresció ante el gobernador el ca-
pitán Francisco de Ribera, trayendo consigo los seis
españoles que con él habían ido, y le dio relación de
su descubrimiento, y dijo que después que del partió
en aquel bosque de do se habían apartado, que habían
caminado por do la guía lo había llevado veinte y un
día sin parar, yendo por tierra de muchas malezas, de
arboledas tan cerradas, que no podían pasar sin ir des-
montando y abriendo por do pudiese pasar, y que al-
gunos días caminaban una legua, y otros dos días que
no caminaban media, por las grandes malezas y breñas
de los montes, y que en todo el camino que llevaron
fué la vía del poniente; que en todo el tiempo que fue-
ron por la dicha tierra comían venados y puercos y
antas que los indios mataban con las flechas, porque
era tanta la caza que había, que a palos mataban todo
io que querían para comer, y ansímismo había infínita
miel en lo hueco de los árboles, y frutas salvajes, que
había para mantener toda la gente que venía al dicho
descubrimiento, y que a los veinte y un días llegaron a
un río que corría la vía del poniente; y según la guía
les dijo, que pasaba por Tapuaguazu y por las pobla-
ciones de los indios, en el cual pescaron los que él lle-
vaba, y sacaron mucho pescado de unos que llaman
los indios piraputanas, que son de la manera de los sá-
balos, que es muy excelente pescado; y pasaron el río,
320 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
y andando por donde la guía los llevaba, dieron en
huella fresca de indios; que, como aquel día había llo-
vido, estaba la tierra mojada, y parescía haber andado
indios por allí a caza; y yendo siguiendo el rastro de
la huella, dieron en unas grandes hazas de maíz que se
comenzaba a coger, y luego, sin se poder encubrir, sa-
lió a ellos un indio solo, cuyo lenguaje no entendieron,
que traía un barbote grande en el labio bajo, de plata,
y unas orejeras de oro, y tomó por la mano al Francis-
co de Ribera, y por señas les dijo que se fuesen con él,
y así lo hicieron, y vieron cerca de allí una casa gran-
de de paja y madera; y como llegaron cerca de ella,
vieron que las mujeres y otros indios sacaban lo que
dentro estaba de ropa de algodón y otras cosas, y se
metían por las hazas adelante, y el indio los mandó en-
trar dentro de la casa, en la cual andaban mujeres y
indios sacando todo lo que tenían dentro, y abrían la
paja de la casa y por allí lo echaban fuera, por no pa-
sarlo por donde él y los otros cristianos estaban, y que
de unas tinajas grandes que estaban dentro de la casa
llenas de maíz vio sacar ciertas planchas y hachuelas y
brazaletes de plata, y echarlos fuera de la casa por las
paredes, que eran de paja; y como el indio que pa-
rescía el principal de aquella casa (por el respeto que
los indios de ella le tenían) los tuvo dentro de la casa,
por señas les dijo que se asentasen, y a dos indios ore-
jones que tenían por esclavos, les mandó dar a beber
de unas tinajas que tenían dentro de la casa metidas
hasta el cuello debajo de tierra, llenas de vino de maíz;
sacaron vino en unos calabazos grandes y les comen-
zaron a dar de beber; y los dos orejones le dijeron que
a tres jornadas de allí, con unos indios que llaman pay-
zunoes, estaban ciertos cristianos, y dende allí les en-
señaron a Tapuaguazu (que es una peña muy alta y
grande), y luego comenzaron a venir muchos indios
muy pintados y emplumados, y con arcos y flechas
a punto de guerra, y el dicho indio habló con ellos con
LXX COMENTARIOS 321
mucha aceleración, y tomó asimismo un arco y flechas,
y enviaba indios que iban y venían con mensajes; de
donde habían conoscido que hacía llamamiento del
pueblo que debía estar cerca de allí, y se juntaban
para los matar; y que había dicho a los cristianos que
con él iban, que saliesen todos juntos de la casa, y se
volviesen por el mismo camino que habían traído antes
que se juntasen más indios; a esta sazón estarían juntos
más de trescientos, dándolos a entender que iban a
traer otros muchos cristianos que vivían allí cerca; y
que ya que iban a salir, los indios se les ponían delan-
te para los detener, y por medio de ellos habían sali-
do, y que obra de un tiro de piedra de la casa, visto
por los indios que se iban, habían ido tras de ellos,
y con grande grita, tirándoles muchas flechas, los ha-
bían seguido hasta los meter por el monte, donde se
defendieron; y los indios, creyendo que allí había más
cristianos, no osaron entrar tras de ellos y los habían
dejado ir, y escaparon todos heridos, y se tornaron por
el propio camino que abrieron, y lo que habían cami-
nado en veinte y un días, dende donde el gobernador
los había enviado hasta llegar al puerto de los Reyes,
lo anduvieron en doce días; que le paresció que dende
aquel puerto hasta donde estaban los dichos indios ha-
bía setenta leguas de camino, y que una laguna que
está a veinte leguas de este puerto, que se pasó el agua
hasta la rodilla, venía entonces tan crescida y traía tan-
ta agua, que se había extendido y alargado más de una
legua por la tierra adentro, por donde ellos habían pa-
sado, y más de dos lanzas de hondo, y que con muy
gran trabajo y peligro lo habían pasado con balsas; y
que si se habían de entrar por la tierra, era necesario
que abajase el agua de la laguna; y que los indios se
llaman tarapecocies, los cuales tienen muchos basti-
mentos, y vio que crían patos y gallinas como las nues-
tras en mucha cantidad. Esta relación dio Francisco de
Ribera y los españoles que con él fueron y vinieron, y
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 21
322 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
de la g-uía que con ellos fué; los cuales dijeron lo mismo
que había declarado Francisco de Ribera; y porque
en este puerto de los Reyes estaban alg-unos indios de
la generación de los tarapecocies, donde llegó el Fran-
cisco de Ribera, los cuales vinieron con García, len-
gua, cuando fué por las poblaciones de la tierra, y vol-
vió desbaratado por los indios guaraníes en el río del
Paraguay, y se escaparon estos con los indios chaneses
que huyeron, y vivían todos juntos en el puerto de los
Reyes, y para informarse de ellos los mandó llamar el
gobernador, y luego conoscieron y se alegraron con
unas flechas que Francisco de Ribera traía, de las que
le tiraron los indios tarapecocies, y dijeron que aque-
llas eran de su tierra; y el gobernador les preguntó
que por qué los de su generación habían querido
matar aquellos que los habían ido a ver y hablar. Y
dijeron que los de su generación no eran enemigos
de los cristianos, antes los tenían por amigos desde
que García estuvo en la tierra y contrató con ellos; y
que la causa por que los tarapecocies los querían ma-
tar sería por llevar en su compañía indios guaraníes,
que los tienen por enemigos, porque los tiempos pasa-
dos fueron hasta su tierra a los matar y destruir; porque
los cristianos no habían llevado lengua que los habla-
sen y los entendiesen para les decir y hacer entender a
lo que iban, porque no acostumbran hacer guerra a los
que nos les hacen mal; y que si llevaran lengua que les
hablara, les hicieran buenos tratamientos y les dieran
de comer, y oro y plata que tienen, que traen de las
poblaciones de la tierra adentro. Fueron preguntados
qué generaciones son de los que han la plata y el oro,
y cómo lo contratan y viene a su poder; dijeron que los
payzunoes, que están tres jornadas de su tierra, lo dan
a los suyos a trueco de arcos y flechas y esclavos que
toman de otras generaciones, y que los payzunoes lo
han de los chaneses ychimenoes ycarcaraes ycandirees,
que son otras gentes de los indios, que lo tienen en rau-
LXX COMENTARIOS 323
cha cantidad, y que los indios lo contratan, como dicho
es. Fuéle mostrando un candelero de azófar muy lim-
pio y claro, para que lo viese y declarase si el oro que
tenían en su tierra era de aquella manera; y dijeron
que lo del candelero era duro y bellaco, y lo de su tie-
rra era blando y no tenía mal olor y era más amarillo,
y luego le fué mostrada una sortija de oro, y dijeron si
era de aquello mesmo lo de su tierra, y dijo que sí.
Asimismo le mostraron un plato de estaño muy limpio
y claro, y le preg-untaron si la plata de su tierra era tal
como aquélla, y dijo que aquélla de aquel plato hedía
y era bellaca y blanda, y que la de su tierra era más
blanca y dura y no hedía mal; y siéndole mostrada una
copa de plata, con ella se alegraron mucho y dijeron
haber de aquello en su tierra muy gran cantidad en va-
sijas y otras cosas en casa de los indios, y planchas, y
había brazaletes y coronas y hachuelas, y otras piezas.
CAPITULO LXXI
De cómo envió a llamar al capitán Gonzalo de Mendoza.
Luego envió el g-obernador a llamar a Gonzalo de
Mendoza, que se viniese de la tierra de los arrianicosies
con la gente que con él estaba, para dar orden y pro-
veer las cosas necesarias para seguir la entrada y des-
cubrimiento de la tierra, porque así convenía al servi-
cio de Su Majestad; y que antes que viniese a ellas,
procurasen de tornar a los indios arrianicosies a sus ca-
sas y asentase las paces con ellos; y como fué venido
Francisco de Ribera con los seis españoles que venían
con él del descubrimiento de la tierra, toda la gente
que estaba en el puerto de los Reyes comenzó a ado-
lescer de calenturas, que no había quien pudiese hacer
la guarda en el campo, y asímesmo adolescieron todos
los indios guaraníes, y morían algunos de ellos; y de la
gente que el capitán Gonzalo Mendoza tenía consigo
en la tierra de los indios arrianicosies, avisó por carta
suya que todos enfermaban de calenturas, y así los en-
viaba con los bergantines, enfermos y flacos; y demás
de esto, avisó que no había podido con los indios hacer
paz, aunque muchas veces les había requerido que les
darían muchos rescates; antes les venían cada día a ha-
cer la guerra, y que era tierra de muchos mantenimien-
tos, así en el campo como en las lagunas, y que les
había dejado muchos mantenimientos con que se pu-
diesen mantener, demás y allende de los que había en-
viado y llevaba en los bergantines; y la causa de aquella
enfermedad en que había caído toda la gente había sido
CAP. LXXI COMENTARIOS 325
que se habían dañado las aguas de aquella tierra y se
habían hecho salobres con la cresciente de ella. A esta
sazón los indios de la isla que están cerca de una le-
gua del puerto de los Reyes, que se llaman socorinos y
xaqueses, como vieron a los cristianos enfermos y fla-
cos, comenzaron a hacerles guerra, y dejaron de venir,
como hasta allí lo habían hecho, a contratar y rescatar
con los cristianos, y a darles aviso de los indios que
hablaban mal de ellos, especialmente de los indios gua-
xarapos, con los cuales se juntaron y metieron en su
tierra para dende allí hacerles guerra; y como los in-
dios guaraníes que habían traído en la armada salían
en sus canoas, en compañía de algunos cristianos, a
pescar en la laguna, a un tiro de piedra del real, una ma-
ñana, ya que amanescía, habían salido cinco cristianos,
los cuatro de ellos mozos de poca edad, con los indios
guaraníes; yendo en sus canoas, salieron a ellos los in-
dios xaqueses y socorinos y otros muchos de la isla, y
captivaron los cinco cristianos, y mataron de los indios
guaraníes, cristianos nuevamente convertidos, y se les
pusieron en defensa, y a otros muchos llevaron con
ellos a la isla, y los mataron, y despedazaron a los cin-
co cristianos y indios, y los repartieron entre ellos a
pedazos entre los indios guaxarapos y guatos, y con
los indios naturales de esta tierra y puerto del pueblo
que dicen del Viejo, y con otras generaciones que para
ello y para hacer la guerra que tenían convocado; y
después de repartidos, los comieron, así en la isla como
en los otros lugares de las otras generaciones, y no
contentos con esto, como la gente estaba enferma y
flaca, con gran atrevimiento vinieron a acometer y a
poner fuego en el pueblo adonde estaban, y llevaron
algunos cristianos; los cuales comenzaron a dar voces,
diciendo: «Al arma, al arma; que matan los indios a los
cristianos. > Y como todo el pueblo estaba puesto en
arma, salieron a ellos; y así, llevaron ciertos cristianos,
y entre ellos uno que se llamaba Pedro Mepen, y otros
326 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. LXXI
que tomaron ribera de la lag^una, y asimismo mataron
otros que estaban pescando en la laguna, y se los co-
mieron como a los otros cinco; y después de hecho el
salto de los indios, como amanesció, al punto se vieron
muy g-ran número de canoas con mucha gente de gue-
rra irse huyendo por la laguna adelante, dando grandes
alaridos y enseñando los arcos y flechas, alzándolos en
alto, para darnos a entender que ellos habían hecho el
salto; y así, se metieron por la isla que está en la lagu-
na del puerto de los Reyes; allí nos mataron cincuenta
y ocho cristianos esta vez. Visto esto, el gobernador
habló con los indios del puerto de los Reyes y les dijo
que pidiesen a los indios de la isla los cristianos y in-
dios que habían llevado; y habiéndoselos ido a pedir
respondieron que los indios guaxarapos se los habían
llevado, y que no los tenían ellos; de allí adelante ve-
nían de noche a correr la laguna, por ver si podían
captivar algunos de los cristianos y indios que pescasen
en ella, y a estorbar que no pescasen en ella, diciendo
que la tierra era suya, y que no habían de pescar en
ella los cristianos y los indios; que nos fuésemos de su
tierra, si no, que nos habían de matar. El gobernador
envió a decir que se sosegasen y guardasen la paz que
con él habían asentado, y viniesen a traer los cristianos
e indios que habían llevado, y que los temía por ami-
gos; donde no lo quisiesen hacer, que procedería con-
tra ellos como contra enemigos, a los cuales se lo en-
vió a decir y apercibir muchas veces, y no lo quisieron
hacer, y no dejaban de hacer la guerra y daños que
podían; y visto que no aprovechaba nada, el goberna-
dor mandó hacer información contra los dichos indios;
y habida, con el parescer de los oficiales de Su Majes-
tad y los clérigos, fueron dados y pronunciados por
enemigos, para poderlos hacer la guerra; la cual se les
hizo, y aseguró la tierra de los daños que cada día
hacían.
CAPITULO LXXII
De cómo vino Hernando de Ribera de su entrada que hizo
por el río.
A 30 días del mes de enero del año de 1543 vino
el capitán Hernando de Ribera con el navio y gente
con que le envió el gobernador a descubrir por el ríp
arriba; y porque cuando él vino le halló enfermo, y
ansímismo toda la gente, de calenturas con fríos, no le
pudo dar relación (1) de su descubrimiento, y en este
tiempo las aguas de los ríos crescían de tal manera, que
toda aquella tierra estaba cubierta y anegada de agua,
y por esto no se podía tornar a hacer la entrada y des-
cubrimiento, y los indios naturales de la tierra le di-
jeron y certificaron que ahí duraba la cresciente de las
aguas cuatro meses del año, tanto, que cubre la tierra
cinco y seis brazas en alto, y hacen lo que atrás tengo
dicho de andarse dentro en canoas con sus casas todo
este tiempo buscando de comer, sin poder saltar en la
tierra; y en toda esta tierra tienen por costumbre los
naturales de ella de se matar y comer los unos a los
otros; y cuando las aguas bajan, tornan a armar sus
casas donde las tenían antes que cresciesen, y queda
la tierra inficionada de pestilencia del mal olor y pes-
cado que queda en seco en ella, y con el gran calor
que hace es muy trabajosa de sufrir.
(1) Véase al final la relación de Hernando de Ribera,
CAPÍTULO LXXIIIj
De lo que acónteselo al gobernador y g-ente en este pueblo.
Tres meses estuvo el gobernador en el puerto de los
Reyes con toda la gente enferma de calenturas, y él con
ellos, esperando que Dios fuese servido de darles salud
y que las aguas bajasen para poner en efecto la entra-
da y descubrimiento de la tierra, y de cada día crescía
la enfermedad, y lo mismo hacían las aguas; de mane-
ra que del puerto de los Reyes fué forzado retirarnos
con harto trabajo, y demás de hacernos tanto daño,
trujeron consigo tantos mosquitos de todas maneras,
que de noche ni de día no nos dejaban dormir ni repo-
sar, con lo cual se pasaba un tormento intolerable, que
era peor de sufrir que las calenturas; y visto esto, y por-
que habían requerido al gobernador los oficiales de Su
Majestad que se retirase y fuese del dicho puerto abajo
a la ciudad de la Ascensión, adonde la gente convale-
ciese, habido para ello información y parescer de los
clérigos y oficiales, se retiró; pero no consintió que los
cristianos trujesen obra de cien muchachas, que los na-
turales del puerto de los Reyes, al tiempo que allí llegó
el gobernador, habían ofrescido sus padres a capitanes
y personas señaladas para estar bien con ellos y para
que hiciesen de ellas lo que solían de las otras que te-
nían; y por evitar la ofensa que en esto a Dios se hacía,
el gobernador mandó a sus padres que las tuviesen con-
sigo en sus casas hasta tanto que se hobiesen de volver;
y al tiempo que se embarcaron para volver, por no de-
jar a sus padres descontentos y la tierra escandalizada
CAP. LXXIII COMENTARIOS 329
a causa de ello, lo hizo ansí; y para dar más color a lo
que hacía, publicó una instrucción de Su Majestad, en
que manda «que ninguno sea osado de sacar a ningún
indio de su tierra, so graves penas»; y de esto queda-
ron los naturales muy contentos, y los españoles muy
quejosos y desesperados, y por esta causa le querían
algunos mal, y dende entonces fué aborrescido de los
más de ellos, y con aquella color y razón hicieron lo
que diré adelante; y embarcada la gente, así cristianos
como indios, se vino al puerto y ciudad de la Ascen-
sión en doce días, lo que había andado en dos meses
cuando subió; aunque la gente venía a la muerte en-
ferma, sacaban fuerza de flaqueza con deseo de llegar
a sus casas; y cierto no fué poco el trabajo, por venir
como tengo dicho, porque no podían tomar armas para
resistir a los enemigos, ni menos podían aprovechar
con un remo para ayudar ni guiar los bergantines; y si
no fuera por los versos que llevábamos en los bergan-
tines, el trabajo y peligro fuera mayor; traíamos las ca-
noas de los indios en medio de los navios, por guar-
darlos y salvarlos de los enemigos hasta volverlos a sus
tierras y casas; y para que más seguros fuesen, repartió
el gobernador algunos cristianos en sus canoas, y con
venir tan recatados, guardándonos de los enemigos,
pasando por tierra de los indios guaxarapos, dieron un
salto con muchas canoas en gran cantidad y dieron en
unas balsas que venían junto a nosotros, y arrojaron un
dardo y dieron a un cristiano por los pechos y pasá-
ronlo de parte a parte, y cayó luego muerto, el cual se
llamaba Miranda, natural de Valladolid, e hirieron al-
gunos indios de los nuestros, y si no fueran socorridos
con los versos, nos hicieran mucho daño. Todo ello
causó la flaqueza grande que tenía la gente.
A 8 días del mes de abril del dicho año llegamos a
la ciudad de la Ascensión con toda la gente y navios y
indios guaraníes, y todos ellos y el gobernador, con
los cristianos que traía, venían enfermos y flacos; y He-
330 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. LXXIII
gado allí el gobernador, halló al capitán Salazar que
tenía hecho llamamiento en toda la tierra y tenía jun-
tos más de veinte mil indios y muchas canoas, y para ir
por tierra otra gente a buscar y matar y destruir a los
indios agaces, porque después que el gobernador se
había partido del puerto no habían cesado de hacer la
guerra a los cristianos que habían quedado en la ciu-
dad y a los naturales, robándolos y matándolos y to-
mándoles las mujeres y hijos, y salteándoles la tierra y
quemándoles los pueblos, haciéndoles muy grandes
males; y como llegó el gobernador, cesó de ponerse en
efecto, y hallamos la carabela que el gobernador mandó
hacer, que casi estaba ya hecha, porque en acabándose
había de dar aviso a Su Majestad de lo suscedido, de
la entrada que se hizo de la tierra y otras cosas susce-
didas en ella, y mandó el gobernador que se acabase.
CAPITULO LXXIV
Cómo el gobernador llegó con su gente a la Ascensión,
y aquí le prendieron.
Dende a quince días que hubo llegfado el gobernador
a la ciudad de la Ascensión, como los oficiales de Su
Majestad le tenían odio por las causas que son dichas,
que no les consentía, por ser, como eran, contra el ser-
vicio de Dios y de Su Majestad, así en haber despo-
blado el mejor y más principal puerto de la provincia,
con pretensión de se alzar con la tierra (como al pre-
sente lo están), y viendo venir al gobernador tan a la
muerte y a todos los cristianos que con él traía, día de
Sant Marcos se juntaron y confederaron con otros ami-
gos suyos, y conciertan de aquella noche prender al go-
bernador; y para mejor lo poder hacer a su salvo, dicen
a cien hombres que ellos saben que el gobernador
quiere tomarles sus haciendas y casas y indias, y darlas
y repartirlas entre los que venían con él de la entrada
perdidos, y que aquello era muy gran sinjusticia y
contra el servicio de Su Majestad; y que ellos, como
sus oficiales, querían aquella noche ir a requerir, en
nombre de Su Majestad, que no les quitase las casas ni
ropas y indias; y porque se temían que el gobernador
los mandaría prender por ello, era menester que ellos
fuesen armados y llevasen sus amigos, y pues ellos lo
eran, y por esto se ponían en hacer el requerimiento,
del cual se seguía muy gran servicio a Su Majestad y a
ellos mucho provecho, y que a hora del Ave María vi-
niesen con sus armas a dos casas que les señalaron, y
332 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
que allí se metiesen hasta que ellos avisasen lo que ha-
bían de hacer; y ansí, entraron en la cámara donde el
gfobernador estaba muy malo hasta diez o doce de
ellos, diciendo a voces: ¡Libertad, libertad; viva el
Rey! Eran el veedor Alonso Cabrera, el contador Fe-
lipe de Cáceres, Garci-Vanegas, teniente de tesorero;
un criado del gobernador, que se llamaba Pedro de
Oñate, el cual tenía en su cámara, y éste los metió y dio
la puerta y fué principal en todo, y a don Francisco de
Mendoza y a Jaime Rasquín, y éste puso una ballesta
con un arpón con yerba a los pechos al gobernador;
Diego de Acosta, lengua, portugués; Solórzano, natu-
ral de la Gran Canaria; y éstos entraron a prender al
gobernador adelante con sus armas; y ansí, lo saca-
ron en camisa, diciendo: ¡Libertad, libertad! Y llamán-
dolo de tirano, poniéndole las ballestas a los pechos,
diciendo estas y otras palabras: Aquí pagaréis las in-
jurias y daños que nos habéis hecho; y salido a la ca-
lle, toparon con la otra gente que ellos habían traído
para aguardalles; los cuales, como vieron traer preso
al gobernador de aquella manera, dijeron al factor Pe-
dro Dorantes y a los demás: Pese a tal con los traido-
res; ¿traéisnos para que seamos testigos que no nos
tomen nuestras haciendas y casas y indias, y no le re-
querís, sino prendéislo?; ¿queréis hacernos a nosotros
traidores contra el Rey, prendiendo a su gobernador?;
y echaron mano a las espadas, y hubo una gran revuelta
entre ellos porque le habían preso; y como estaban cerca
de las casas de los oficiales, los unos de ellos se metie-
ron con el gobernador en las casas de Garci-Vanegas,
y los otros quedaron a la puerta, diciéndoles que ellos
los habían engañado; que no dijesen que no sabían lo
que ellos habían hecho, sino que procurasen de ayu-
dallos a que le sustentasen en la prisión, porque les
hacían saber que si soltasen al gobernador, que los ha-
ría a todos cuartos, y a ellos les cortaría las cabezas; y
pues les iba las vidas en ello, los ayudasen a llevar ade-
LXXIV COMENTARIOS 333
lante lo que habían hecho, y que ellos partirían con
ellos la hacienda y indias y ropa de! g-obernador; y lue-
go entraron los oficiales donde el g-obernador estaba,
que era una pieza muy pequeña, y le echaron unos
grillos y le pusieron guardas; y hecho esto, fueron lue-
go a casa de Juan Pavón, alcalde mayor, y a casa de
Francisco de Peralta, alguacil, y llegando adonde es-
taba el alcalde mayor, Martín de Ure, vizcaíno, se ade-
lantó de todos y quitó por fuerza la vara al alcalde ma-
yor y al alguacil; y ansí presos, dando muchas puñadas
al alcalde mayor y al alguacil, y dándole empujones y
llamándolos de traidores, él y los que con él iban los
llevaron a la cárcel pública y los echaron de cabeza en el
cepo, y soltaron de él a los que estaban presos, que en-
tre ellos estaba uno condenado a muerte porque había
muerto un Morales, hidalgo de Sevilla. Después de esto
hecho, tomaron un atambor y fueron por las calles al-
borotando y desasosegando al pueblo, diciendo a gran-
des voces: ¡Libertad, libertad; viva el Rey! Y des-
pués de haber dado una vuelta al pueblo, fueron los
mismos a la casa de Pero Hernández, escribano de la
provincia (que a la sazón estaba enfermo), y le pren-
dieron, y a Bartolomé González, y le tomaron la ha-
cienda y escripturas que allí tenía; y así, lo llevaron pre-
so a la casa de Domingo de Irala, adonde le echaron
dos pares de grillos; y después de habelle dicho mu-
chas afrentas, le pusieron sus guardas, y tornan a pre-
gonar: Mandan los señores oficiales de Su Majestad
que ninguno sea osado de andar por Ihs calles, y todos
se recojan a sus casas, so pena de muerte y de trai-
dores; y acabando de decir esto, tornaban, como de
primero, a decir: ¡Libertad, libertad! Y cuando esto
apregonaban, a los que topaban en las calles les daban
muchos rempujones y espaldarazos, y los metían por
fuerza en sus casas; y luego como esto acabaron de
hacer, los ofíciales fueron a las casas donde el gober-
nador vivía y tenía su hacienda y escripturas y provisio-
334 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. LXXIV
nes que Su Majestad le mandó despachar acerca de la
gobernación de la tierra, y los autos de cómo le habían
recebido y obedecido en nombre de Su Majestad por
gobernador y capitán general, y descerrajaron unas
arcas, y tomaron todas las escripturas que en ellas es-
taban, y se apoderaron en todo ello, y abrieron asimis-
mo un arca que estaba cerrada con tres llaves, donde
estaban los procesos que se habían hecho contra los
oficiales, de los delitos que habían cometido, los cua-
les estaban remitidos a Su Majestad; y tomaron todos
sus bienes, ropas, bastimentos de vino y aceite, y acero
y hierro, y otras muchas cosas, y la mayor parte de
ellas desaparescieron, dando saco en todo, llamándole
de tirano y otras palabras; y lo que dejaron de la ha-
cienda del gobernador lo pusieron en poder de quien
más sus amigos eran y los seguían, so color de depó-
sito, y eran los mismos valedores que los ayudaban.
Valía, a lo que dicen, más de cien mil castellanos su
hacienda, a los precios de allá, entre lo cual le toma-
ron diez bergantines.
CAPÍTULO LXXV
De cómo juntaron la gente ante la casa de Domingo de Irala.
Y luegfo otro día sig-uiente por la mañana los oficia-
les, con atambor, mandaron pregonar por las calles que
todos se juntasen delante las casas del capitán Domin-
go de Irala, y allí juntos sus amigos y valedores con sus
armas, con pregonero, a altas voces leyeron un libelo
infamatorio; entre las otras cosas, dijeron que tenía el
gobernador ordenado de tomarles a todos sus hacien-
das y tenerlos por esclavos, y que ellos por la libertad
de todos le habían prendido; y acabando de leer el
dicho libelo, les dijeron: «Decid, señores: ¡Libertad,
libertad; viva el Rey!» Y ansí, dando grandes voces, lo
dijeron, y acabado de decir, la gente se indignó contra
el gobernador, y muchos decían: ¡Pese a tal!, vámosle
a matar a este tirano, que nos quería matar y destruir;
y amansada la ira y furor de la gente, luego los oficia-
les nombraron por teniente de gobernador y capitán ge-
neral de la dicha provincia a Domingo de Irala. Este
fué otra vez gobernador contra Francisco Ruiz, que
había quedado en la tierra por teniente de don Pedro
de Mendoza; y en la verdad fué buen teniente y buen
gobernador, y por envidia y malicia le desposeyeron
contra todo derecho, y nombraron por teniente a este
Domingo de Irala; y diciendo uno al veedor Alonso
Cabrera que lo habían hecho mal, porque habiendo
poblado el Francisco Ruiz aquella tierra y sustentádo-
la con tanto trabajo, se lo habían quitado, respondió
que porque no quería hacer lo que él quería; y que
336 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. LXXV
porque Domingfo de Irala era el de menos calidad de
todos, y siempre haría lo que él le mandase y todos
los oficiales, por esto lo habían nombrado; y así, pusie-
ron al Domingo de Irala, y nombraron por alcalde ma-
yor a un Pero Díaz del Valle, amigo de Domingo de
Irala; dieron las varas de los alguaciles a un Bartolomé
de la Marilla, natural de Trujillo, amigo de Nunfro de
Chaves, y a un Sancho de Salinas, natural de Cazalla;
y luego los oficiales y Domingo de Irala comenzaron a
publicar que querían tornar a hacer entrada por la mis-
ma tierra que el gobernador había descubierto, con in-
tento de buscar alguna plata y oro en la tierra, porque
hallándola la enviasen a Su Majestad para que los per-
donase, y con ello creían que les había de perdonar el
delito que habían cometido; y que si no lo hallasen,
que se quedarían en la tierra adentro poblando, por no
volver donde fuesen castigados; y que podría ser que
hallasen tanto, que por ello les hiciese merced de la
tierra, y con esto andaban granjeando a la gente; y
como ya hobiesen todos entendido las maldades que
habían usado y usaban, no quiso ninguno dar consen-
timiento a la entrada; y dende allí en adelante toda la
mayor parte de la gente comenzó a reclamar y a decir
que soltasen al gobernador; y de esta causa los oficia-
les y las justicias que tenían puestas comenzaron a mo-
lestar a los que se mostraban pesantes de la prisión,
echándoles prisiones y quitándoles sus haciendas y
mantenimientos, y fatigándolos con otros malos trata-
mientos; y a los que se retraían por las iglesias, por que
no los prendiesen, ponían guardas por que no los die-
sen de comer, y ponían pena sobre ello, y a otros les
tiraban las armas y los traían aperreados y corridos, y
decían publicamente que a los que mostrasen pesalles
de la prisión que los habían de destruir.
CAPITULO LXXVI
De los alborotos y escándalos que hobo en la tierra.
De aquí adelante comenzaron los alborotos y escán-
dalos entre la gente, porque públicamente decían los
de la parte de Su Majestad a los ofíciales y a sus vale-
dores que todos ellos eran traidores, y siempre de día
y de noche, por el temor de la gente que se levantaba
cada día de nuevo contra ellos, estaban siempre con las
armas en las manos, y se hacían cada día más fuertes
de palizadas y otros aparejos para se defender, como si
estuviera preso el gobernador en Salsas; barrearon las
calles y cercáronse en cinco o seis casas. El goberna-
dor estaba en una cámara muy pequeña que metieron,
de la casa de Alonso Cabrera en la de Garci - Vanegas,
para tenerlo en medio de todos ellos; y tenían de cos-
tumbre cada día el alcalde y los alguaciles de buscar to-
das las casas que estaban al derredor de la casa adonde
estaba preso si había alguna tierra movida de ellas para
ver si minaban. En viendo los ofíciales dos o tres hom-
bres de la parcialidad del gobernador, y que estaban ha-
blando juntos, luego daban voces diciendo: «¡Al arma,
al arma!» Y entonces los ofíciales entraban armados
donde estaba el gobernador, y decían, puesta la mano
en los puñales; «Juro a Dios, que si la gente se pone
en sacaros de nuestro poder, que os habemos de dar
de puñaladas y cortaros la cabeza, y echalla a los que
os vienen a sacar, para que se contenten con ella»; para
lo cual nombraron cuatro hombres, los que tenían por
más valientes, para que con cuatro puñales estuviesen
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 22
338 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
par de la primera gfuarda, y les tomaron pleito home-
naje que en sintiendo que de la parte de Su Majestad le
iban a sacar, luego entrasen y le cortasen la cabeza; y
para estar apercibidos para aquel tiempo, amolaban los
puñales, para cumplir lo que tenían jurado; y hacían
esto en parte donde sintiese el gobernador lo que ha-
cían y hablaban; y los secutores de esto eran Garci-
Vanegas y Andrés Hernández el Romo, y otros. Sobre
la prisión del gobernador, demás de los alborotos y es-
cándalos que había entre la gente, había muchas pasio-
nes y pendencias por los bandos que entre ellos había,
unos diciendo que los ofíciales y sus amigos habían sido
traidores y hecho gran maldad en lo prender, y que
habían dado ocasión que se perdiese toda la tierra,
como ha parescido y cada día paresce, y los otros de-
fendían al contrario; y sobre esto se mataron y hirieron
y mancaron muchos españoles unos a otros; y los ofí-
ciales y sus amigos decían que los que le favorescían y
deseaban su libertad eran traidores, y los habían de
castigar por tales, y defendían que no hablase ninguno
de los que tenían por sospechosos unos con otros; y en
viendo hablar dos hombres juntos, hacían información
y los prendían, hasta saber lo que hablaban; y si se
juntaban tres o cuatro, luego tocaban al arma, y se po-
nían a punto de pelear, y tenían puestas encima del
aposento donde estaba preso el gobernador centinelas
en dos garitas que descubrían todo el pueblo y el cam-
po; y allende de esto traían hombres que anduviesen
espiando y mirando lo que se hacía y decía por el pue-
blo, y de noche andaban treinta hombres armados, y
todos los que topaban en las calles los prendían y pro-
curaban de saber dónde iban y de qué manera; y como
los alborotos y escándalos eran tantos cada día, y los
ofíciales y sus valedores andaban por ello tan cansados
y desvelados, entraron a rogar al gobernador que diese
un mandamiento para la gente en que les mandase que
no se moviesen y estuviesen sosegados, y que para
LXXVI COMENTARIO 339
ello, si necesario fuese, se les pusiese pena; y los mis-
mos ofíciales le metieron hecho y ordenado, para que
si quisiese hacer por ellos aquello lo fírmase; lo cual,
después de firmado, no lo quisieron notificar a la gen-
te, porque fueron aconsejados que no lo hiciesen, pues
que pretendían y decían que todos habían dado pares-
cer y sido en que le prendiesen, y por esto dejaron de
notifícallo. .
CAPITULO LXXVII
De cómo tenían preso al gobernador en una prisión muy áspera.
En el tiempo que estas cosas pasaban, el gobernador
estaba malo en la cama, y muy flaco, y para la cura de
su salud tenía unos muy buenos grillos a los pies, y a la
cabecera una vela encendida, porque la prisión estaba
tan escura que no se páresela el cielo, y era tan húme-
da, que nascía la yerba debajo de la cama; tenía la vela
consigo, porque cada hora pensaba tenella menester,
y para su fín buscaron entre toda la gente el hombre
de todos que más mal le quisiese, y hallaron uno que
se llamaba Hernando de Sosa, al cual el gobernador
había castigado porque había dado un bofetón y palos
a un indio principal, y éste le pusieron por guarda en
la misma cámara para que le guardase, y tenían dos
puertas con candados cerradas sobre él; y los oficiales
y todos sus aliados y confederados le guardaban de
día y de noche, armados con todas sus armas, que eran
más de ciento y cincuenta, a los cuales pagaban con
la hacienda del gobernador, y con toda esta guarda,
cada noche o tercera noche le metía la india que le
llevaba de cenar una carta que le escrebían los de fue-
ra, y por ella le daban relación de todo lo que allá pa-
saba, y enviaban a decir que enviase a avisar qué era
lo que mandaba que ellos hiciesen; porque las tres par-
tes de la gente estaban determinados de morir todos,
con los indios que los ayudaban para sacarle, y que lo
habían dejado de hacer por el temor que les ponían
diciendo que si acometían a sacarle, que luego le ha-
CAP. LXXVII COMENTARIOS 341
bían de dar de puñaladas y cortarle la cabeza; y que,
por otra parte, más de setenta hombres de los que es-
taban en guarda de la prisión se habían confederado
con ellos de se levantar con la puerta principal, adon-
de el gobernador estaba preso, y le detener y defender
hasta que ellos entrasen, lo cual el gobernador les es-
torbó que no hiciesen, porque no podía ser tan ligera-
mente sin que se matasen muchos cristianos, y que
comenzada la cosa, los indios acabarían todos los que
pudiesen, y así se acabaría de perder toda la tierra y
vida de todos.
Con esto les entretuvo que no lo hiciesen, y por-
que dije que la india que le traía una carta cada ter-
cer noche, y llevaba otra, pasando por todas las guar-
das, desnudándola en cueros, catándole la boca y los
oídos, y trasquilándola porque no la llevase entre los
cabellos, y catándola todo lo posible, que por ser cosa
vergonzosa no lo señalo, pasaba la india por todos
en cueros, y llegada donde estaba, daba lo que traía a
la guarda, y ella se sentaba par de la cama del gober-
nador, como la pieza era chica; y sentada, se comen-
zaba a rascar el pie, y ansí rascándose quitaba la carta
y se la daba por detrás del otro. Traía ella esta carta,
que era medio pliego de papel delgado, muy arrollada
Sutilmente, y cubierta con un poco de cera negra, me-
tida en lo hueco de los dedos del pie hasta el pulgar,
y venía atada con dos hilos de algodón negro, y de
esta manera metía y sacaba todas las cartas y el papel
que había menester, y unos polvos que hay en aquella
tierra de unas piedras que con una poca de saliva o
de agua hacen tinta. Los oficiales y sus consortes lo
sospecharon o fueron avisados que el gobernador sabía
lo que fuera pasaba y ellos hacían; y para saber y ase-
gurarse ellos de esto, 'buscaron cuatro mancebos de
entre ellos para que se envolviesen con la india, en lo
cual no tuvieron mucho que hacer, porque de costum-
bre no son escasas de sus personas, y tienen por gran
342 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. LXXVII
afrenta negallo a nadie que se lo pida, y dicen que
¿para qué se lo dieron sino para aquello?; y envueltos
con ella y dándole muchas cosas, no pudieron saber
ningún secreto de ella, durando el trato y conversa-
ción once meses.
CAPITULO LXXVIII
Cómo robaban la tierra los alzados, y tomaban por fuerza
sus haciendas.
Estando el gobernador de esta manera, los oficiales
y Domingo de Irala, luego que le prendieron, dieron
licencia abiertamente a todos sus amigos y valedores
y criados para que fuesen por los pueblos y lugares de
los indios y les tomasen las mujeres y las hijas, y las
hamacas y otras cosas que tenían, por fuerza, y sin pa-
gárselo, cosa que no convenía al servicio de Su Ma-
jestad y a la pacificación de aquella tierra; y haciendo
esto, iban p>or toda la tierra dándoles muchos palos,
trayéndoles por fuerza a sus casas para que labrasen
sus heredades sin pagarles nada por ello, y los indios
se venían a quejar a Domingo de Irala y a los oficiales.
Ellos respondían que no eran parte para ello; de lo
cual se contentaban algunos de los cristianos, porque
sabían que les respondían aquello por les complacer,
para que ellos les ayudasen y favoresciesen, y decían-
les a los cristianos que ya ellos tenían libertad, que
hiciesen lo que quisiesen; de manera que con estas
respuestas y malos tratamientos la tierra se comenzó
a despoblar, y se iban los naturales a vivir a las mon-
tañas, escondidos donde no los pudiesen hallar los
cristianos. Muchos de los indios y sus mujeres y hijos
eran cristianos, y apartándose perdían la doctrina de
los religiosos y clérigos, de la cual el gobernador tuvo
muy gran cuidado que fuesen enseñados. Luego, den-
de a pocos días que le hobieron preso, desbarataron
344 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. LXXVIII
la carabela que el gobernador había mandado hacer
para por ella dar aviso a Su Majestad de lo que en la
provincia pasaba, porque tuvieron creído que pudieran
atraer a la gente para hacer la entrada (la cual dejó
descubierta el gobernador), y que por ella pudieran sa-
car oro y plata, y a el los se les atribuyera la honra y
el servicio que pensaban que a Su Majestad hacían; y
como la tierra estuviese sin justicia, los vecinos y po-
bladores de ella contino recebían tan grandes agravios,
que los oficiales y justicia que ellos pusieron de su
mano hacían a los españoles, aprisionándoles y toman-
do sus haciendas, se fueron como aborridos y muy des-
contentos más de cincuenta hombres españoles por la
tierra adentro, en demanda de la costa del Brasil, y a
buscar algún aparejo para venir a avisar a Su Majestad
de los grandes males y daños y desasosiegos que en la
tierra pasaban, y otros muchos estaban movidos para
se ir perdidos por la tierra adentro, a los cuales pren-
dieron y tuvieron presos mucho tiempo, y les quitaron
las armas y lo que tenían; y todo lo que les quitaban,
lo daban y repartían entre sus amigos y valedores, por
los tener gratos y contentos.
CAPITULO LXXIX
Cómo se fueron los frailes.
En este tiempo, que andaban las cosas tan recias y
tan revueltas y de mala desistión, pareciendo a los
frailes fray Bernaldo de Armenta que era buena co-
yuntura y sazón para acabar de efectuar su propósito
en quererse ir (como otra vez lo habían intentado),
hablaron sobre ello a los oficiales, y a Domingo de
Irala, para que les diese favor y ayuda para ir a la costa
del Brasil; los cuales, por les dar contentamiento, y
por ser, como eran, contrarios del gobernador, por
haberles impedido el camino que entonces querían
hacer, ellos les dieron licencia y ayudaron en lo que
pudieron, y que se fuesen a la costa del Brasil, y para
ello llevaron consigo seis españoles y algunas indias
de las que enseñaban doctrina. Estando el gobernador
en la prisión, les dijo muchas veces que por que cesa-
sen los alborotos que cada día había, y los males y
daños que se hacían, le diesen lugar que en nombre
de Su Majestad pudiese nombrar una persona que
como teniente de gobernador los tuviese en paz y en
justicia aquella tierra, y que el gobernador tenía por
bien, después de haberlo nombrado, venir ante Su
Majestad a dar cuenta de todo lo pasado y presente,
y los oficiales le respondieron que después que fué
preso perdieron la fuerza las provisiones que tenía, y
que no podía usar de ellas, y que bastaba la persona que
ellos habían puesto; y cada día entraban adonde estaba
preso, amenazándole que le habían de dar de puñaladas
346 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP. LXXIX
y cortar la cabeza; y él les dijo que cuando determina-
sen de hacerlo, les rogaba, y si necesario era les reque-
ría de parte de Dios y de Su Majestad, le diesen un re-
ligioso o clérigo que le confesase; y ellos respondieron
que si le habían de dar confesor, había de ser a Fran-
cisco de Andrada o a otro vizcaíno, clérigos, que eran
los principales de su comunidad, y que si no se quería
confesar con ninguno de ellos, que no le habían de
dar otro ninguno, porque a todos los tenían por sus
enemigos, y muy amigos suyos; y así, habían tenido
presos a Antón de Escalera y a Rodrigo de Herrera y
a Luis de Miranda, clérigos, porque les habían dicho
y decían que había sido muy gran mal, y cosa muy
mal hecha contra el servicio de Dios y de Su Majes-
tad, y gran perdición de la tierra en prenderle, y a Luis
de Miranda, clérigo, tuvieron preso con el alcalde
mayor más de ocho meses donde no vio sol ni luna, y
con sus guardas; y nunca quisieron ni consintieron que
le entrasen a confesar otro religioso ninguno, sino los
sobredichos; y porque un Antón Bravo, hombre hijo-
dalgo y de edad de diez y ocho años, dijo un día que
él daría forma como el gobernador fuese suelto de
la prisión, los oficiales y Domingo de Irala le prendie-
ron y dieron luego tormento; y por tener ocasión de
molestar y castigar a otros a quien tenían odio, le di-
jeron que le soltarían libremente con tanto que hu-
ciese culpados a muchos que en su confesión le hicie-
ron declarar; y ansí, los prendieron a todos y los
desarmaron, y al Antón Bravo le dieron cien azotes
públicamente por las calles, con voz de traidor, dicien-
do que lo había sido contra Su Majestad porque que-
ría soltar de la prisión al gobernador.
CAPITULO LXXX
De cómo atormentaban a los que no eran de su opinión.
Sobre esta causa dieron tormentos muy crueles a
otras muchas personas para saber y descubrir si se
daba orden y trataban entre ellos de sacar de la prisión
al gobernador, y qué personas eran, y de qué manera
lo concertaban, o si se hacían minas debajo de tierra;
y muchos quedaron lisiados de las piernas y brazos, de
los tormentos; y porque en algunas partes por las pa-
redes del pueblo escrebían letras que decían: Por tu
rey y por tu ley morirás^ los oficiales y Domingo de
Irala y sus justicias hacían informaciones para saber
quién lo había escrito, y jurando y amenazando que si
lo sabían que lo habían de castigar a quien tales pala-
bras escribía, y sobre ello prendieron a muchos, y
dieron tormentos.
CAPITULO LXXXI
Cómo quisieron matar a un regidor porque les hizo
un requerimiento.
Estando las cosas en el estado que dicho teng-o, un
Pedro de Molina, natural de Guadix y regidor de aque-
lla ciudad, visto los garandes daños, alborotos y escán-
dalos que en la tierra había, se determinó por el servi-
cio de Su Majestad de entrar dentro en la palizada, a
do estaban los oficiales y Domingo de Irala; y en pre-
sencia de todos, quitado el bonete, dijo a Martín de
Ure, escribano, que estaba presente, que leyese a los
oficiales aquel requerimiento para que cesasen los ma-
les y muertes y daños que en la tierra había por la pri-
sión del gobernador, que lo sacasen de ella y lo solta-
sen, porque con ello cesaría todo; y si no quisiesen
sacarle, le diesen lugar a que diese poder a quien él
quisiese para que, en nombre de Su Majestad, gober-
nase la provincia, y la tuviese en paz y en justicia.
Dando el requerimiento al escribano, rehusaba de to-
mallo, por estar delante todos aquellos, y al fin lo tomó,
y dijo al Pedro de Molina que si quería que lo leyese,
que le pagase sus derechos; y Pedro de Molina sacó
la espada que tenía en la cinta, y diósela, la cual no
quiso, diciendo que él no tomaba espada por prenda;
el dicho Pedro de Molina se quitó una caperuza mon-
tera, y se la dio y le dijo: «Leedlo, que no tengo otra
mejor prenda.» El Martín de Ure tomó la caperuza y
el requerimiento, y dio con ello en el suelo a sus pies,
diciendo que no lo quería notificar a aquellos señores;
CAP. LXXXI COMENTARIOS 349
y luego se levantó Garci- Vanesas, teniente de tesore-
ro, y dijo al Pedro de Molina muchas palabras afren-
tosas y vergonzosas, diciéndole que estaba por le hacer
matar a palos, y que esto era lo que merescía por osar
decir aquellas palabras que decía; y con esto, Pedro
de Molina se salió, quitándose su bonete (que no fué
poco salir de entre ellos sin hacerle mucho mal).
CAPITULO LXXXII
Cómo dieron licencia los alzados a los indios que comiesen
carne humana.
Para valerse los oficiales y Domingo de Irala con los
indios naturales de la tierra, les dieron licencia para
que matasen y comiesen a los indios enemigos de ellos,
y a muchos de éstos, a quien dieron licencia, eran cris-
tianos nuevamente convertidos, y por hacelios que no
se fuesen de 'la tierra y les ayudasen; cosa tan contra
el servicio de Dios y de Su Majestad, y tan aborrecible
a todos cuantos lo oyeren; y dijéronles más, que el go-
bernador era malo, y que por sello no les consentía
matar y comer a sus enemigos, y que por esta causa le
habían preso, y que agora, que ellos mandaban, les da-
ban licencia para que lo hiciesen así como se lo man-
daban; y visto los oficiales y Domingo de Irala que, con
todo lo que ellos podían hacer y hacían, que no cesa-
ban los alborotos y escándalos, y que de cada día eran
mayores, acordaron de sacar de la provincia al gober-
nador, y los mismos que lo acordaron se quisieron que-
dar en ella y no venir en estos reinos, y que con sólo
echarle de la tierra con algunos de sus amigos se con-
tentaron, lo cual, entendido por los que le favorescían,
entre ellos hobo muy gran escándalo, diciendo que,
pues los oficiales habían hecho entender que habían
podido prenderle, y les habían dicho que vernían con
el gobernador a dar cuenta a Su Majestad, que habían
de venir, aunque no quisiesen, a dar cuenta de lo que
habían hecho; y ansí, se hobieron de concertar que los
CAP. LXXXII COMENTARIOS 351
dos de los ofíciales viniesen con él, y los otros dos se
quedasen en la tierra; y para traerle alzaron uno de los
bergantines que el g-obernador había hecho para el
descubrimiento de la tierra y conquista de la provincia;
y de esta causa había muy grandes alborotos y mayores
alteraciones, por el gran descontento que la gente te-
nía de ver que le querían ausentar de la tierra. Los ofí-
ciales acordaron de prender a los más principales y a
quien la gente más acudía, y sabido por ellos, andaban
siempre sobre aviso, y no los osaban prender, y se con-
certaron por intercesión del gobernador, porque los
ofíciales le rogaron que se lo enviase a mandar, y cesa-
sen los escándalos y diesen su fe y palabra de no sa-
carle de la prisión, y que los ofíciales y la justicia que
tenían puesta prometían de no prender a ninguna per-
sona ni hacerle ningún agravio; y que soltarían los que
tenían presos; y así lo juraron y prometieron, con tanto
que, porque había tanto tiempo que le tenían preso y
ninguna persona le había visto, y tenían sospecha y se
recelaban que le habían muerto secretamente, dejasen
entrar en la prisión donde el gobernador estaba dos
religiosos y dos caballeros para que le viesen y pudie-
sen certifícar a la gente que estaba vivo; y los ofíciales
prometieron de lo cumplir dentro de tres o cuatro días
antes que le embarcasen, lo cual no cumplieron.
CAPÍTULO LXXXIII
De cómo habían de escrebir a Su Majestad y enviar la relación.
Cuando esto pasó, dieron muchas minutas los oficia-
les para que por ellas escribiesen a estos reinos contra
el gobernador, para ponerle mal con todos, y ansí las
escribieron; y para dar color a sus delitos, escribieron
cosas que nunca pasaron ni fueron verdad; y al tiempo
que se adobaba y fornescía el bergantín en que le ha-
bían de traer, los carpinteros y amigos hicieron con
ellos que con todo el secreto del mundo cavasen un
madero tan grueso como el muslo, que tenía tres pal-
mos, y en este grueso le metieron un proceso de una in-
formación general que el gobernador había hecho para
enviar a Su Majestad, y otras escripturas que sus ami-
gos habían escapado cuando le prendieron, que le
importaban; y ansí, las tomaron y envolvieron en un
encerado, y le enclavaron el madero en la popa del
bergantín con seis clavos en la cabeza y pie, y decían
los carpinteros que habían puesto aquello allí para for-
tificar el bergantín, y venía tan secreto, que todo el
mundo no lo podía alcanzar a saber, y dio el carpinte-
ro el aviso de esto a un marinero que venía en él, para
que, en llegando a tierra de promisión, se aprovechase
de ello; y estando concertado que le habían de dejar
ver antes que lo embarcasen, el capitán Salazar ni otros
ningunos le vieron; antes, una noche, a media noche,
vinieron a la prisión con mucha arcabucería, trayendo
cada arcabucero tres mechas entre los dedos, por que
paresciese que era mucha arcabucería; y ansí entraron
CAP. LXX-XIII COMENTARIOS 353
en la cámara donde estaba preso el veedor Alonso Ca-
brera y el factor Pedro Dorantes, y le tomaron por los
brazos y le levantaron de la cama con los grillos, como
estaba muy malo, casi la candela en la mano, y así le
sacaron hasta la puerta de la calle; y como vio el cielo
(que hasta entonces no lo había visto), rogóles que le
dejasen dar gracias a Dios; y como se levantó, que es-
taba de rodillas, trujáronle allí dos soldados de buenas
fuerzas para que lo llevasen en los brazos a le embar-
car, porque estaba muy flaco y tollido; y como le to-
maron, y se vio entre aquella gente, di joles: «Señores,
sed testigos que dejo por mi lugarteniente al capitán
Juan de Salazar de Espinosa, para que por mí, y en
nombre de Su Majestad, tenga esta tierra en paz y jus-
ticia hasta que Su Majestad provea lo que más servido
sea.» Y como acabó de decir esto, Garci-Vanegas, te-
niente de tesorero, arremetió con un puñal en la mano,
diciendo: «No creo en tal, si al Rey mentáis, si no os
saco el alma>, y aunque el gobernador estaba avisado
que no lo dijese en aquel tiempo, porque estaban de-
terminados de le matar, porque era palabra muy escan-
dalosa para ellos y para los que de parte de Su Majes-
tad le tirasen de sus manos, porque estaban todos en
la calle; y apartándose Garci-Vanegas un poco, tornó
a decir las mismas palabras; y entonces Garci-Vanegas
arremetió al gobernador con mucha furia, y púsole el
puñal a la sien, diciendo: «No creo en tal (como de
antes), si no os doy de puñaladas», y dióle en la sien
una herida pequeña; y dio con los que le llevaban en
los brazos tal rempujón, que dieron con el gobernador
y con ellos en el suelo, y el uno de ellos perdió la go-
rra; y como pasó esto, le llevaron con toda priesa a
embarcar al bergantín; y ansí, le cerraron con tablas la
popa de él; y estando allí, le echaron dos candados
que no le dejaban lugar para rodearse, y así se hicie-
ron al largo el río abajo. Dos días después de embar-
cado el gobernador, ido el río abajo, Domingo de Ira-
CABEZA DE VACA. — NAUFRAGIOS 23
354 (ALVAR NÚÑE2 CABEZA DE VACA CAP. LXXXIII
la y el contador Felipe de Cáceres y el factor Pedro
Dorantes juntaron sus amigaos y dieron en la casa del
capitán Salazar, y lo prendieron a él y a Pedro de Es-
topiñán Cabeza de Vaca, y los echaron prisiones y me-
tieron en un berg^antín, y vinieron el río abajo hasta
que llegaron al berg-antín a do venía el gfobernador, y
con él vinieron presos a Castilla; y es cierto que si el
capitán Salazar quisiera, el gobernador no fuera preso,
ni menos pudieran sacallo de la tierra ni traello a
Castilla; mas, como quedaba por teniente, disimuló-
lo todo; y viniendo así, rogó a los oficiales que le deja-
sen traer dos criados suyos para que le sirviesen por el
camino y le hiciesen de comer, y así, metieron los dos
criados, no para que le sirviesen, sino para que vinie-
sen bogando cuatrocientas leguas el río abajo, y no ha-
llaban hombre que quisiese venir a traerle, y a unos
traían por fuerza, y otros se venían huyendo por la tie-
rra adentro, a los cuales tomaron sus haciendas, las
cuales daban a los que traían por fuerza, y en este ca-
mino los oficiales hacían una maldad muy grande, y
era que, al tiempo que le prendieron, otro día y otros
tres andaban diciendo a la gente de su parcialidad y
otros amigos suyos mil males del gobernador, y al ca-
bo les decían: «¿Qué os parece? ¿Hecimos bien por
vuestro provecho y servicio de Su Majestad? Y pues así
es, por amor de mí que echéis una firma aquí al cabo
de este papel.» Y de esta manera hinchieron cuatro
manos de papel, y viniendo el río abajo, ellos mesmos
decían y escribían los dichos contra el gobernador, y
quedaban los que lo firmaron trecientas leguas el río
arriba en la ciudad de la Ascensión; y de esta manera
fueron las informaciones que enviaron contra el go-
bernador.
CAPITULO LXXXIV
Cómo dieron rejalgar tres veces al gobernador viniendo
jcn este camino.
Viniendo el río abajo mandaron los oficiales a un
Machín, vizcaíno, que le guisase de comer al goberna-
dor, y después de guisado lo diese a un Lope Duarte,
aliados de los oficiales y de Domingo de Irala, y cul-
pados como todos los otros que le prendieron, y venía
por solicitador de Domingo de Irala y para hacer sus
negocios acá; y viniendo así, debajo de la guarda y
amparo de éstos, le dieron tres veces rejalgar (1); y para
remedio de esto traía consigo una botija de aceite y
un pedazo de unicornio, y cuando sentía algo se apro-
vechaba de estos remedios de día y de noche con muy
gran trabajo y grandes gómitos, y plugo a Dios que es-
capó de ellos; y otro día rogó a los oficiales que le
traían, que eran Alonso Cabrera y Garci-Vanegas, que
le dejasen guisar de comer a sus criados, porque de
ninguna mano de otra persona no lo había de tomar.
Y ellos le respondieron que lo había de tomar y de
comer de la mano que se lo daba, porque de otra nin-
guna no habían de consentir que se lo diese, que a
ellos no se les daba nada que se muriese; y ansí, estu-
vo de aquella vez algunos días sin comer nada, hasta
que la necesidad le constriñó que pasase por lo que
ellos querían. Habían prometido a muchas personas de
(1) El rejalgar o sandáraca — súlfído hipoarsenioso — es com>
puesto muy venenoso.
356 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA| CAP.
los traer en la carabela que deshicieron, a estos reinos,
por que les favoreciesen en la prisión del gobernador
y no fuesen contra ellos, especial a un Francisco de Pa-
redes, de Burgos, y fray Juan de Salazar, fraile de la
orden de nuestra Señora de la Merced. Ansímesmo
traían preso a Luis de Miranda, y a Pedro Hernández,
y al capitán Salazar de Espinosa y a Pedro Vaca. Y
llegados el río abajo a las islas de Sant Gabriel, no qui-
sieron traer en el bergantín a Francisco de Paredes ni
a fray Juan de Salazar, porque éstos no favoreciesen al
gobernador acá y dijesen la verdad de lo que pasaba;
y por miedo de esto los hicieron tornar a embarcar en
los bergantines que volvían el río arriba a la Ascensión,
habiendo vendido sus casas y haciendas por mucho me-
nos de lo que valían cuando los hicieron embarcar; y
decían y hacían tantas exclamaciones, que era la ma-
yor lástima del mundo oíllos. Aquí quitaron al gober-
nador sus criados, que hasta allí le habían seguido y
remado, que fué la cosa que él más sintió ni que más
pena le diese en todo lo que había pasado en su vida,
y ellos no lo sintieron menos; y allí en la isla de Sant
Gabriel estuvieron dos días, y al cabo de ellos par-
tieron para la Ascensión los unos, y los otros para Es-
paña; y después de vueltos los bergantines, en el que
traían al gobernador, que era de hasta once bancos^
venían veinte y siete personas por todos; siguieron su
viaje el río abajo hasta que salieron a la mar, y dende
que a ella salieron les tomó una tormenta que hinchió
todo el bergantín de agua, y perdieron todos los bas-
timentos, que no pudieron escapar de ellos sino una
poca de harina y una poca de manteca de puerco y
de pescado, y una poca de agua, y estuvieron a punto
de perescer ahogados. Los oficiales que traían preso
al gobernador les paresció que por el agravio y sin-
justicia que le habían hecho y hacían en le traer pre-
so y aherrojado era Dios servido de dalles aquella tor-
menta tan grande, determinaron de le soltar y quitar
LXXXIV
COMEN T A r!i O S 357
las prisiones, y con este presupuesto se las quitaron, y
fué Alonso Cabrera, el veedor, el que se las limó, y él
y Garci-Vanegas le besaron el pie, aunque él no quiso, y
dijeron públicamente que ellos conoscían y confesaban
que Dios les había dado aquellos cuatro días de tormen-
ta por los agravios y sinjusticias que le habían hecho sin
razón, y que ellos manifestaban que le habían hecho
muchos agravios y sinjusticias, y que era mentira y fal-
sedad todo lo que habían dicho y depuesto contra él, y
que para ello habían hecho hacer dos mil juramentos
falsos, por malicia y por envidia que de él tenían porque
en tres días había descubierto la tierra y caminos de ella,
lo que no habían podido hacer en doce años que ellos
había que estaban en ella; y que le rogaban y pedían
por amor de Dios que les perdonase y les prometiese que
no daría aviso a Su Majestad de cómo ellos le habían
preso; y acabado de soltarle, cesó el agua y viento y tor-
menta, que había cuatro días que no había escampado;
y así, venimos en el bergantín dos mil y quinientas le-
guas por golfo, navegando sin ver tierra, más del agua
y el cielo, y no comiendo más de una tortilla de harina
frita con una poca de manteca y agua, y deshacían el
bergantín a veces para hacer de comer aquella tortilla
de harina que comían, y de esta manera venimos con
mucho trabajo hasta llegar a las islas de los Azores, que
son del serenísimo rey de Portugal, y tardamos en el
viaje hasta venir allí tres meses; y no fuera tanta la
hambre y necesidad que pasamos si los que traían preso
al gobernador osaran tocar en la costa del Brasil o irse
a la isla de Santo Domingo, que es en las Indias, lo cual
no osaron hacer, como hombres culpados y que venían
huyendo, y que temían que llegados a una de las tie-
rras que dicho tengo los prendieran y hicieran justicia
de ellos como hombres que iban alzados y habían sido
aleves contra su rey, y temiendo esto, no habían querido
tomar tierra; y al tiempo que llegamos a los Azores, los
oficiales que le traían, con pasiones que traían entre
358 ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA CAP.
ellos, se dividieron y vinieron cada uno por su parte, y
se embarcaron divididos, y primero que se embarcasen
intentaban que la justicia de Angla prendiese al gober-
nador y lo detuviese por que no viniese a dar cuenta a
Su Majestad de los delitos y desacatos que en aquella
tierra habían hecho, diciendo que al tiempo que pasó
por las islas de Cabo Verde había robado la tierra y
puerto. Oído por el corregidor, les dijo que se fuesen,,
porque su rey no era home que ninguen osase pensar
en iso, ni tenía a tan mal recado suos portos para que
ningún osase o facer. Y visto que no bastó su malicia
para le detener, ellos se embarcaron y se vinieron para
estos reinos de Castilla, y llegaron a ella ocho o diez
días primero que el gobernador, porque con tiempos
contrarios se detuvo en éstos; y llegados ellos primero
que el gobernador a la corte llegase, publicaban que se
había ido al rey de Portugal para darle aviso de aque-
llas partes, y dende a pocos días llegó a esta corte.
Como fué llegado, la propria noche desaparecieron los
delincuentes y se fueron a Madrid, a do esperaron que
la corte fuese allí, como fué; y en este tiempo murió el
obispo de Cuenca, que presidía en el Consejo de las
Indias, el cual tenía deseo y voluntad de castigar aquel
delito y desacato que contra Su Majestad se había he-
cho en aquella tierra. Dende a pocos días después de
haber estado presos ellos, y el gobernador igualmente,^
y sueltos sobre fianzas que no saldrían de la corte, Car-
el-Vanegas, que era él uno de los que le habían traído
y preso, murió muerte desastrada y súpita, que le salta-
ron los ojos de la cara, sin poder manifestar ni decla-
rar la verdad de lo pasado; y Alonso Cabrera, veedor,,
su compañero, perdió el juicio, y estando sin él mató a
su mujer en Lora; murieron súpita y desastradamente
los frailes que fueron en los escándalos y levantamien-
to contra el gobernador; que paresce manifestarse la
poca culpa que el gobernador ha tenido en ello; y des-
pués de le haber tenido preso y detenido en la corte
LXXXIV COMENTARIOS 359
ocho años, le dieron por libre y quito; y por algunas
causas que le movieron, le quitaron la gobernación,
porque sus contrarios decían que si volvía a la tierra,
que por castigar a los culpados habría escándalos y al-
teraciones en la tierra; y así, se la quitaron, con todo lo
demás, sin haberle dado recompensa de lo mucho que
gastó en el servicio que hizo en la ir a socorrer y des-
cubrir.
RELACIÓN DE HERNANDO DE RIBERA
En la ciudad de la Ascensión (que es en el río del Pa-
raguay, de la provincia del Río de la Plata), a 3 días del
mes de marzo, año del nascimiento de nuestro salvador
Jesucristo de 1545 años, en presencia de mí, el escriba-
no público, y testig-os de yuso escritos, estando dentro
de la iglesia y monasterio de nuestra Señora de la
Merced, de redención de captivos, paresció presente el
capitán Hernando de Ribera, conquistador en esta pro-
vincia, y dijo: Que por cuanto al tiempo que el señor
Alvar Núñez Cabeza de Vaca, gobernador y adelantado
y capitán general de esta provincia del Río de la Plata
por Su Majestad, estando en el puerto de los Reyes por
donde la entró a descubrir en el año pasado de 1543, le
envió y fué por su mandado con un bergantín y cierta
gente a descubrir por un río arriba que llaman Igatu,
que es un brazo de dos ríos muy grandes, caudalosos,
el uno de los cuales se llama Yacareati y el otro Yaiva,
según que por relación de los indios naturales vienen
por entre las poblaciones de la tierra adentro; y que ha-
biendo llegado a los pueblos de los indios que se lla-
man los xarayes, por la relación que de ello fiobo, de-
jando el bergantín en el puerto a buen recaudo, se
entró con cuarenta hombres por la tierra adentro a la
ver y descubrir por vista de ojos. E yendo caminando
por muchos pueblos de indios, hobo y tomó de los in-
dios naturales de los dichos pueblos y de otros que de
más lejos le vinieron a ver y hablar larga y copiosa
relación, la cual él examinó y procuró examinar y par-
RELACIÓN DE HERNANDO DE RIBERA 361
ticularizar para saber de ellos la verdad, como hombre
que sabe la lengua cario, por cuya interpretación y de-
claración comunicó y platicó con las dichas generacio-
nes y se informó de la dicha tierra; y porque al dicho
tiempo él llevó en su compañía a Juan Valderas, escri-
bano de Su Majestad, el cual escribió y asentó algunas
cosas del dicho descubrimiento; pero que la verdad de
las cosas, riquezas y poblaciones y diversidades de
gentes de la dicha tierra no las quiso decir al dicho
Juan Valderas para que las asentase por su mano en la
dicha relación, ni clara y abiertamente las supo ni en-
tendió, ni él las ha dicho ni declarado, porque al dicho
tiempo fué y era su intención de las comunicar y decir
al dicho señor gobernador, para que luego entrase per-
sonalmente a conquistar la tierra, porque así convenía
al servicio de Dios y de Su Majestad; y que habiendo
entrado por la tierra ciertas jornadas, por carta y man-
damiento del señor gobernador se volvió al puerto de
los Reyes, y a causa de hallarle enfermo a él y a toda
la gente no tuvo lugar de le poder informar del descu-
brimiento, y darle la relación que de los naturales
había habido; y dende a pocos días, constreñido por
necesidad de la enfermedad, por que la gente no se le
muriese se vino a esta ciudad y puerto de la Ascen-
sión, en la cual, estando enfermo, dende a pocos días
que fué llegado, los oficiales de Su Majestad le pren-
dieron (como es a todos notorio), por manera que no le
pudo manifestar la relación; y porque agora al presen-
te los oficiales de Su Majestad van con el señor gober-
nador a los reinos de España, y porque podría ser que
en el entretanto a él le suscediese algún caso de muer-
te o ausencia, o ir a otras partes donde no pudiese ser
habido, por donde se perdiese la relación y avisos de
la entrada y descubrimiento, que Su Majestad sería
muy deservido, y al señor gobernador le vernía mucho
daño y pérdida, todo lo cual sería a su culpa y cargo;
por tanto, y por el descargo de su conciencia, y por
362 R¡ELACIÓN DE HERNANDO DE RIBERA
cumplir con el servicio de Dios y de Su Majestad, y
del señor g^obernador en su nombre, ahora ante mí el
escribano quiere hacer y hacía relación del dicho su
descubrimiento para dar aviso a Su Majestad de él y
de la información y relación que hobo de los indios
naturales, y que pedía y requería a mí el dicho escri-
bano la tomase y recibiese, la cual dicha relación hizo
en la forma siguiente:
Dijo y declaró el dicho capitán Hernando de Ribera
que a 20 días del mes de diciembre del año pasado
de 1543 años partió del puerto de los Reyes en el ber-
gantín nombrado el Golondrino^ con cincuenta y dos
hombres, por mandado del señor gobernador, y fué
navegando por el río del Igatu, que es brazo de los di-
chos dos ríos Yacareati y Yaiva; este brazo es muy
grande y caudaloso, y a las seis jornadas entró en la
madre de estos dos ríos, según relación de los indios
naturales por do fué tocando; estos dos ríos señalaron
que vienen por la tierra adentro, y este río, que se dice
Yaiva, debe proceder de las sierras de Santa Marta; es
río muy grande y poderoso, mayor que el río Yaca-
reati; el cual, según las señales que los indios dan,
viene de las sierras del Perú, y entre el un río y el
otro hay gran distancia de tierra y pueblos de infínitas
gentes, según los naturales dijeron, y vienen a juntar-
se estos dos ríos Yaiva y Yacareati en tierra de los in-
dios que se dicen perobazaes, y allí se tornan a divi-
dir; y a setenta leguas el río abajo se tornan a juntar,
y habiendo navegado diez y siete jornadas por el di-
cho río pasó por tierra de los indios perobazaes, y
llegó a otra tierra que se llaman los indios xarayes,
gentes labradores de grandes mantenimientos y cria-
dores de patos y gallinas y otras aves, pesquerías y
cazas; gente de razón, y obedescen a su principal.
Llegado a esta generación de los indios xarayes, es-
tando en un pueblo de ellos de hasta mil casas, adon-
de su principal se llama Camire, el cual le hizo buen
RELACIÓN DE HERNANDO DE R BERA 363
recebimiento, del cual se |informó de I6s poblaciones
de la tierra adentro; y por la relación que aquí le die-
ron, dejando el bergantín con doce hombres de guarda
y con una guía que llevó de los dichos xarayes, pasó
adelante y caminó tres jornadas hasta llegar a los pue-
blos y tierra de una generación de indios que se dicen
urtueses, la cual es buena gente y labradores, a la ma-
nera de los xarayes; y de aquí fué caminando por tie-
rra toda poblada, hasta ponerse en quince grados me-
nos dos tercios, yendo la vía del oeste.
Estando en estos pueblos de los urtueses y aburuñes,
vinieron allí otros muchos indios principales de otros
pueblos más adentro comarcanos a hablar con él y trae-
lle plumas, a manera de las del Perú, y planchas de
metal chafalonía, de los cuales se informó, y tuvo plá-
tica y aviso de cada uno particularmente de las pobla-
ciones y gentes de adelante; y los dichos indios, en
conformidad, sin discrepar, le dijeron que a diez jor-
nadas de allí, a la banda del oesnorueste, habitaban y
tenían muy grandes pueblos unas mujeres que tenían
mucho metal blanco y amarillo, y que los asientos y
servicios de sus casas eran todos del dicho metal y te-
nían por su principal una mujer de la misma genera-
ción, y que es gente de guerra y temida de la genera-
ción de los indios; y que antes de llegar a la generación
de las dichas mujeres estaba una generación de los in-
dios (que es gente muy pequeña), con los cuales, y con
la generación de éstos que le informaron, pelean las di-
cha mujeres y les hacen guerra, y que en cierto tiem-
po del año se juntan con estos indios comarcanos y tie-
nen con ellos su comunicación carnal, y si las que que-
dan preñadas paren hijas, tiénenselas consigo, y los
hijos los crían hasta que dejan de mamar, y los envían a
sus padres; y de aquella parte de los pueblos de las di-
chas mujeres había muy grandes poblaciones y gente de
indios que confinan con las dichas mujeres, que lo ha-
bían dicho sin preguntárselo; a lo que le señalaron, está
364 RELACIÓN DE HERNANDO DE RIBERA
parte de un lago de agua muy grande, que los indios
nombraron la casa del Sol; dicen que allí se encierra el
Sol; por manera que entre las espaldas de Santa Marta
y el dicho lago habitan las dichas mujeres, a la banda
del oesnorueste; y que adelante de las poblaciones
que están pasados los pueblos de las mujeres hay otras
muy grandes poblaciones de gentes, los cuales son ne-
gros, y a lo que señalaron, tienen barbas como aguile-
ñas, a manera de moros. Fueron preguntados cómo
sabían que eran negros. Dijeron que porque los habían
visto sus padres y se lo decían otras generaciones co-
marcanas a la dicha tierra, y que eran gente que anda-
ban vestidos, y las casas y pueblos los tienen de piedra
y tierra, y son muy grandes, y que es gente que poseen
mucho metal blanco y amarillo, en tanta cantidad, que
no se sirven con otras cosas en sus casas de vasijas y
ollas y tinajas muy grandes y todo lo demás; y pregun-
tó a los dichos indios a qué parte demoraban los pue-
blos y habitación de la dicha gente negra, y señalaron
que demoraban al norueste, y que si querían ir allá,
en quince jornadas llegarían a las poblaciones vecinas
y comarcanas a los pueblos de los dichos negros; y a
lo que le paresce, según y la parte donde señaló, los
dichos pueblos están en doce grados a la banda del
norueste, entre las sierras de Santa Marta y del Mara-
ñón, y que es gente guerrera y pelean con arcos y fle-
chas; ansímismo señalaron los dichos indios que del
oesnorueste hasta el norueste, cuarta al norte, hay otras
muchas poblaciones y muy grandes de indios; hay pue-
blos tan grandes, que en un día no pueden atravesar de
un cabo a otro, y que toda es gente que posee mucho
metal blanco y amarillo, y con ello se sirven en sus
casas, y que toda es gente vestida; y para ir allá po-
dían ir muy presto, y todo por tierra muy poblada. Y
que asimismo por la banda del oeste había un lago de
agua muy grande, y que no se parescía tierra de la una
banda a la otra; y a la ribera del dicho lago había muy
RELACIÓN DE HERNANDO DE RIBERA 365
grandes poblaciones de gentes vestidas y que poseían
mucho metal, y que tenían piedras, de que traían borda^
das las ropas y relumbraban mucho; las cuales sacaban
los indios del dicho lago, y que tenían muy grandes
pueblos, y toda era gente la de las dichas poblaciones
labradores y que tenían muy grandes mantenimien-
tos y criaban muchos patos y otras aves; y que dende
aquí donde se halló podía ir al dicho lago y poblaciones
de él, a lo que le señalaron, en quince jornadas, todo
por tierra poblada, adonde había mucho metal y bue^
nos caminos en abajando las aguas, que a la sazón es-
taban crescidas, que ellos le llevarían; pero que eran
pocos cristianos, y los pueblos por donde habían de
pasar eran grandes y de muchas gentes; asímesmo dijo
y declaró que le dijeron y informaron y señalaron a la
banda del oeste, cuarta al sudueste, había muy gran-
des poblaciones, que tenían las casas de tierra y que
era buena gente, vestida y muy rica, y que tenían mu-
cho metal y criaban mucho ganado de*ovejas muy gran-
des (1), con las cuales se sirven en sus rozas y labran-
zas, y las cargan, y les preguntó si las dichas poblacio-
nes de los dichos indios si estaban muy lejos; y que les
respondieron que hasta ir ellos era toda tierra poblada
de muchas gentes, y que en poco tiempo podía llegar a
ellas, y entre las dichas poblaciones hay otra gente de
cristianos, y había grandes desiertos de arenales y na
había agua. Fueron preguntados cómo sabían que ha-
bía cristianos de aquella banda de las dichas poblacio-
nes, y dijeron que en los tiempos pasados los indios co-
marcanos da las dichas poblaciones habían oído decir a
los naturales de los dichos pueblos que, yendo los dt
su generación por los dichos desiertos, habían visto
venir mucha gente vestida, blanca, con barbas, y traían
unos animales (según señalaron eran caballos), diciendo
que venían en ellos caballeros, y que a causa de no
(!) Alusión a las llamas del Perú.
366 RELACIÓN DE HERNANDO DE RIBERA
haber agua los habían visto volver, y que se habían
muerto muchos de ellos; y que los indios de las dichas
poblaciones creían que venía la dicha gente de aquella
banda de los desiertos; y que asimismo le señalaron
que a la banda del oeste, cuarta al sueste, había muy
grandes montañas y despoblado, y que los indios lo ha-
bían probado a pasar, por la noticia que de ello tenían
que había gentes de aquella banda, y que no habían
podido pasar, porque se morían de hambre y sed. Fue-
ron preguntados cómo lo sabían los susodichos. Dije-
on que entre todos los indios de toda esta tierra se co-
municaban y sabían que era muy cierto, porque habían
visto y comunicado con ellos, y que habían visto los di-
chos cristianos y caballos (1) que venían por los dichos
desiertos, y que a la caída de las dichas sierras, a la
parte del sudueste, había muy grandes poblaciones y
gente rica de mucho metal, y que los indios que decían
lo susodicho decían que tenían ansímesmo noticia que
•en la otra banda, en el agua salada, andaban navios muy
grandes. Fué preguntado si en las dichas poblaciones
hay entre las gentes de ellos principales hombres que
los mandan. Dijeron que cada generación y población
tiene solamente uno de la mesma generación, a quien
todos obedescen; declaró que para saber la verdad de
los dichos indios y saber si discrepaban en su decla-
ración, en todo un día y una noche a cada uno por sí
les preguntó por diversas vías la dicha delaración; en
la cual, tornándola a decir y declarar sin variar ni dis-
crepar, se conformaron.
La cual relación de suso contenida el capitán Her-
nando de Ribera dijo y declaró haberle tomado y res-
cebido con toda claridad y fidelidad y lealtad, y sin en-
gaño, fraude ni cautela; y porque a la dicha su relación
se pueda dar y dé toda fe y crédito, y no se pueda po-
(1) Alusión a la conquista del Perú, por Pizarro, y exploración
de Chile, por Almagro.
RELACIÓN DE HERNANDO DE RIBERA 367
ner ni pong-a ninguna duda en ello ni en parte de ello,
dijo que juraba, y juró por Dios y por Santa María y por
las palabras de los santos cuatro Evangelios, donde
corporalmente puso su mano derecha en un libro misal,
que al presente en sus manos tenía el reverendo padre
Francisco González de Paniagua, abierto por parte do
estaban escritos los santos Evangelios, y por la señal
de la cruz, a tal como esta t> donde asimismo puso su
mano derecha, que la relación, según de la forma y
manera que la tiene dicha y declarada y de suso se con-
tiene, le fué dada, dicha y denunciada y declarada por
los dichos indios principales de la dicha tierra y de otros
hombres ancianos, a los cuales con toda diligencia exa-
minó y interrogó, para saber de ellos verdad y claridad
de las cosas de la tierra adentro; y que habida la dicha
relación, asimismo le vineron a ver otros indios de otros
pueblos, principalmente de un pueblo muy grande que
se dice Úretabere, y de una jornada de él se volvió;
que de todos los dichos indios asimismo tomó aviso,
y que todos se conformaron con la dicha relación clara
y abiertamente; y so cargo del dicho juramento, declaró
que en ello ni en parte de ello no hobo ni hay cosa
ninguna acrescentada ni fingida, salvo solamente la
verdad de todo lo que le fué dicho y informado sin
fraude ni cautela. Otrosí dijo y declaró que le informa-
ron los dichos indios que el río de Yacareati tiene un
salto que hace unas grandes sierras, y que lo que dicho
tiene es la verdad; y que si ansí es, Dios le ayude, y si
es al contrario. Dios se lo demande mal y caramente
en este mundo al cuerpo, y en el otro al ánima, donde
más ha de durar. A la confísión del dicho juramento
dijo: «Sí juro, amén>, y pidió y requirió a mí el dicho
escribano se lo diese así por fe y testimonio al dicho
señor gobernador, para en guarda de su derecho; siendo
presentes por testigos el dicho reverendo padre Pania-
gua, Sebastián de Valdivieso, camarero del dicho señor
gobernador, y Gaspar de Hortigosa, y Juan de Hoces,
368 RELACIÓN DE HERNANDO DE RIBERA
vecinos de la ciudad de Córdoba, los cuales todos lo
firmaron así de sus nombres. — Francisco González
Panlagua. — Sebastián de Valdivieso. — Juan de Ho-
ces. — Hernando de Ribera. — Gaspar de Hortigosa.
Pasó ante mí, Pero Hernández, escribano.
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