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Full text of "Naufragios y Comentarios"

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NÚÑEZ   CABEZA   DE  VACA 

(ALVAR) 


NAUFRAGIOS  Y 
COMENTARIOS 


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Alvar  Núñez   Cabeza  de  Vaca 


NAUFRAGIOS  Y  COMENTARIOS 


VIAJES    CLASICOS 

EDITADOS      POR      CALPE 


SPEKE  (J.  H.),  Diario  del  descubrimiento  de  las  fuentes  del 
Nilo. —  Tomos  I  y  II,  con  grabados  y  cartas. 

BOUGAINVILLE  (L.  A.).  Viaje  alrededor  del  mundo.  — 
Tomos  I  y  II,  con  láminas  y  cartas. 

BERNIER  (F.). Viaje  al  Gran  Mogol,  Indostán  y  Cachemira.— 

Tomos  I  y  II,  con  grabados,  láminas  y  cartas. 

LA  CONDAMINE  (C.  de),  Viaje  a  la  América  meridional.— 

Un  volumen,  con  una  lámina  y  un  mapa. 

MATTHEWS  (J.),  Viaje  a  Sierra  Leona— Un  volumen,  con 
un  mapa. 

DARWIN  (C.  R.),  Viaje  de  un  naturalista  alrededor  del 
mundo. —  Tomos  I  y  II,  con  numeroso»  grabados  y  dos  cartas. 

COOK  (James),  Primer  viaje  alrededor  del  mundo  del  tenien- 
te ... —  Tomos  I,  II  y  III,  con  grabados,  láminas  y  cartas. 

COLÓN  (Cristóbal),  Viajes. —  Un  volumen,  con  una  carta. 

COOK  (James),  Viaje  hacia  el  Polo  Sur  y  alrededor  del 
mundo. —  Tomos  I,  II  y  III,  con  grabados,  láminas  y  mapas. 

NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA  (Alvaro),  Naufragios  y  co- 
mentarios. —  Un  tomo,  con  dos  cartas. 


EN     PRENSA 

ROSS  (J.),  Narración  de  un  segundo  viaje  en  busca  del 
paso  del  Noroeste. —  Dos  tomos. 

CLAPPERTON,  Viaje  al  África  central.—  Dos  tomos. 

HERNÁN  CORTÉS,  Cartas  de  relación  sobre  la  conquista 
de  Méjico. —  Un  volumen. 

MUNGO  PARK,  Descubrimiento  del  río  Níger.—  Dos  tomos. 


Papel  fabricado  expresamente  por  La  Papelera  Española. 


ALVAR  NUNEZ  CABEZA  DE  VACA 


NAUFRAGIOS 

Y 

COMENTARIOS 


Con  dos  cartas. 


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MADRID 
CAL  P  E 


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ES  PROPIEDAD 
COPYRIGHT  BY  CALPE,  MADRID,  1922 


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Gráficas  Reunidas,  S.  A.  —  Madrid. 


TABLA  DE  LOS  CAPÍTULOS 


Capítulos.  Páginas, 


NAUFRAGIOS  DE  ALVAR  NUNEZ  CABEZA  DE  VACA 
Y  RELACIÓN  DE  LA  JORNADA  QUE  HIZO  A  LA  FLO- 
RIDA CON   EL  ADELANTADO    PANFILO   DE   NARVÁEZ 

I En  que  cuenta  cuándo  partió  el  armada  y  los 

oficiales  y  gente  que  en  ella  iba 1 

II. .     Cómo  el  g-obernador  vino  al  puerto  de  Xagua  y 

trujo  consig-o  a  un  piloto 5 

V\ Cómo  lleg-amos  a  la  Florida 7     ' 

IV Cómo  entramos  por  la  tierra 9    / 

V Cómo  dejó  los  navios  el  gobernador \^  "^ 

VI Cómo  llegamos  a  Apalache ^^  X 

x.-^II De  la  manera  que  es  la  tierra 21   ^ 

VIII Cómo  partimos  de  ^ute 27  v>^ 

IX Cómo  partimos  de  bahía  de  Caballos    31  "^ 

'«««•X De  la  refriega  que  nos  dieron  los  indios 35   ? 

XI De  lo  que  acaesció  a  Lope  de  Oviedo  con  unos  ^, 

indios 41 

¿_. 'XII Cómo  los  indios  nos  trujeron  de  comer 43 

XIII Cómo  supimos  de  otros  cristianos 47  '^ 

XIV Cómo  se  partieron  los  cuatro  cristianos 49  * 

XV De  lo  que  nos  acaesció  en  la  isla  de  Mal  Hado.  53  ^ 

XVI Cómo  se  partieron  los  cristianos  de  la  isla  de  i^ 

Mal  Hado ..  57   '  . 

*„.^XVII Cómo  vinieron  los  indios  y  trujeron  a  Andrés  ., 

Dorantes  y  a  Castillo  y  a  Estebanico 61  ' 

XVIII. . . .     De  la  relación  que  dio  de  Esquivel 65  t 

XIX De  cómo  nos  apartaron  los  indios 71  ^^^ 

XX De  cómo  nos  huímos 75  i 

XXI De  cómo  curamos  aquí  unos  dolientes 77  < 

XXII Cómo  otro  día  nos  trujeron  otros  enfermos   . ,  81  *^ 

XXIII....     Cómo  nos  partimos  después  de  haber  comido 

los  perros 89  )  ^  ^ 

505122 


VI 


TABLA   DE   LOS   CAPÍTULOS 


Capítulos. 


Páginas. 


XXIV. 


"^xv 

¿XXVI.... 
XXVII . . 

XXVIII,., 
XXIX.... 

t-  XXX..    .. 

^  XXXI.... 
XXXII . . . 

XXXIII... 
XXXIV... 
XXXV... 

XXX  VL.. 

-      XXXVII.. 
.  JXXXVIIÍ. 


De  las  costumbres  de  los   indios  de  aquella  ^ 

tierra 91  ^. 

Cómo  los  indios  son  prestos  a  un  arma 95  ^. 

De  las  naciones  y  lenguas 97  ' 

De  cómo  nos  mudamos  y  fuimos  bien  resce-  ^ 

bidos 101  ^ 

De  otra  nueva  costumbre 105,**^ 

De  cómo  se  robaban  los  unos  a  los  otros ^^^ü 

De  cómo  se  mudó  la  costumbre  del  recebirnos.  113/ 

De  cómo  seguimos  el  camino  del  maíz 119  r^ 

De  cómo  nos  dieron  los  corazones  de  los  ve-  i. 

nados 123  ^ 

Cómo  vimos  rastro  de  cristianos.    129 

De  cómo  envié  por  los  cristianos 131/- 

De  cómo  el  alcalde  mayor  nos  recebió  bien  la  v* 

noche  que  llegamos 135 

De   cómo    hecimos  hacer    iglesias    en    aquella  »l- 

tierra ..  139;^ 

De  lo  que  acontesció  cuando  me  quise  venir.. .  143  * 
De  lo  que  suscedió  a  los  demás  que  entraron 

en  las  Indias 147 


COMENTARIOS  DE  ALVAR  NÚÑEZ    CABEZA  DE  VACA, 
ADELANTADO  Y  GOBERNADOR  DEL  RÍO  DE  LA  PLATA 

I De  los  comentarios  de  Alvar  Núñez  Cabeza  de 

Vaca 153 

II De  cómo  partimos  de  la  isla  de  Cabo  Verde. .     156 

líl Que  trata  de  cómo  el  gobernador  llegó  con  su 

armada  a  la  isla  de  Santa  Catalina,  que  es  en 

el  Brasil,  y  desembarcó  allí  con  su  armada..      158 

IV De  cómo  vinieron  nueve  cristianos  a  la  isla. . .      160 

V De  cómo  el  gobernador  dio  priesa  a  su  camino.     163 

VI De  cómo  el  gobernador  y  su  gente  comenzaron 

a  caminar  por  la  tierra  adentro 165 

VII Que  trata  de  lo  que  pasó  el  gobernador  y  su 

gente  por  el  camino,  y  de  la  manera  de  la 

tierra 168 

VÍII De  los  trabajos  que  rescibió  en  el  camino  el 

gobernador  y  su  gente,  y  la  manera  de  los 

pinos  y  pinas  de  aquella  tierra 172 

IX De  cómo  el  gobernador  y  su  gente  se  vieron 

con  necesidad  de  hambre,  y  la  remediaron 

con  gusanos  que  sacaban  de  unas  cañas. .    ■      175 


TABLA   DE   LOS    CAPÍTULOS  VH 

Capítulos.  P&ginAa. 


X Del  miedo  que  los  indios  tienen  a  los  caballos.      178 

XI De  cómo  el  gobernador  caminó  con  canoas  por 

el  río  de  Iguazu,  y  por  salvar  un  mal  paso  de 
un  salto  que  el  río  hacía,  llevó  por  tierra  las 
canoas  una  legua  a  fuerza  de  brazos 181 

XII Que  trata  de  las  balsas  que  se  hicieron  para 

llevar  los  dolientes 184 

XIII De  cómo  llegó  el  gobernador  a  la  ciudad  de  la 

Ascensión,  donde  estaban  los  cristianos  es- 
pañoles que  iba  a  socorrer 187 

XIV De  cómo  llegaron  a  la  ciudad  de  la  Ascensión 

los  españoles  que  quedaron  malos  en  el  río 

del  Piquerri 190 

XV De  cómo  el  gobernador  envió  a  socorrer  la  gen- 
te que  venía  en  su  nao  capitana  a  Buenos 
Aires,  y  a  que  tornasen  a  poblar  aquel  puerto.     192 

XVI De  cómo  matan  a  sus  enemigos  que  captivan,  y 

se  los  comen 194 

XVII De  la  paz  que  el  gobernador  asentó  con  los  in- 
dios agaces 197 

XVIIl. . . .     De  las  querellas  que  dieron  al  gobernador  los 

pobladores  de  los  oficiales  de  Su  Majestad..     200 

XIX Cómo  se  querellaron  al  gobernador  de  los  in- 
dios guaycurúes 201 

XX Cómo  el   gobernador  pidió  información  de  la 

querella .  203 

XXI Cómo  el  gobernador  y  su  gente  pasaron  el  río 

y  se  ahogaron  dos  cristianos 207 

XXII Cómo  fueron  las  espías  por  mandado  del  go- 
bernador en  seguimiento  de  los  indios  guay- 
curúes . 209 

XXIII Cómo,  yendo  siguiendo  los  enemigos,  fué  avi- 
sado el  gobernador  cómo  iban  adelante.    ...      211 

XXIV. . . .    De  un  escándalo  que  causó  un  tigre  entre  los 

españoles  y  los  indios. .  •      213 

XXV. . .    .    De  cómo  el  gobernador  y  su  gente  alcanzaron 

a  los  enemigos 216 

XXVI Cómo  el  gobernador  rompió  los  enemigos 219 

XXVII . .  .     De  cómo  el  gobernador  volvió  a  la  ciudad  de  la 

Ascensión  con  toda  su  gente 221 

XXVIII..  .    De  cómo  los  indios  agaces  rompieron  las  paces .     223 

XXIX ....  De  cómo  el  gobernador  soltó  uno  de  los  pri- 
sioneros guaycurúes,  y  envió  a  llamar  los 
otros 22S 


VIII 

Capítulos. 

XXX.... 

XXXI... 
XXXII . . , 
XXXIII.. 

XXXIV.., 

XXXV.. 

XXXVI.. 

XXXVII., 

XXXVIII. 
XXXIX.. 

XL 

XLI 

XLII.... 

XLIII . . . 
XLIV... 

XLV.   .. 

XLVI... 

XLVII... 

XLVIIL. 

XLIX . . . 

L 

LI 

LII 

Lili 


TABLA   DE   LOS   CAPÍTULOS 


Páginas . 


Cómo  vinieron  a  dar  la  obediencia  los  indios 
guaycurúes  a  Su  Majestad. 226 

De  cómo  el  gobernador,  hechas  las  paces  con 
los  guaycurúes,  les  entregó  los  prisioneros. .     228 

Cómo  vinieron  los  indios  aperúes  a  hacer  paz  y 
dar  la  obediencia 231 

De  la  sentencia  que  se  dio  contra  los  agaces, 
con  parescer  de  los  religiosos  y  capitanes  y 
oficiales  de  Su  Majestad 234 

De  cómo  el  gobernador  tornó  a  socorrer  a  los 
que  estaban  en  Buenos  Aires 235 

Cómo  se  volvieron  de  la  entrada  los  tres  cris- 
tianos y  indios  que  iban  a  descubrir 238 

Cómo  se  hizo  tablazón  para  los  bergantines  y 

una  carabela.    239 

De  cómo  los  indios  de  la  tierra  se  tornaron  a 
ofrescer 240 

De  cómo  se  quemó  el  pueblo  de  la  Ascensión.       244 

Cómo  vino  Domingo  de  Irala 246 

De  lo  que  escribió  Gonzalo  de  Mendoza 249 

De  cómo  el  gobernador  socorrió  a  los  que  esta- 
ban con  Gonzalo  de  Mendoza 251 

De  cómo  en  la  guerra  murieron  cuatro  cristia- 
nos que  hirieron 252 

De  cómo  los  frailes  se  iban  huidos 254 

De  cómo  el  gobernador  llevó  a  la  entrada  cua- 
trocientos hombres 256 

De  cómo  el  gobernador  dejó  de  los  bastimen- 
tos que  llevaba 258 

Cómo  paró  por  hablar  a  los  naturales  de  la  tie- 
rra de  aquel  puerto 259 

De  cómo  envió  por  una  lengua  para  los  paya- 

guaes 262 

De  cómo  en  este  puerto  se  embarcaron  los  ca- 
ballos       263 

Cómo  por  este  puerto  entró  Juan  de  Ayolas 
cuando  le  mataron  a  él  y  a  sus  compañeros  .      265 

Cómo  no  tornó  la  lengua  ni  los  demás  que  ha- 
bían de  tornar 268 

De  cómo  hablaron  los  guaxarapos  al  gober- 
nador       273 

De  cómo  los  indios  de  la  tierra  vienen  a  vivir 

en  la  costa  del  río 275 

Cómo  a  la  boca  de  este  río  pusieron  tres  cruces.     278 


TABLA    DE   LOS   CAPÍTULOS  IX 

Capítulos.  Páginas. 

LIV De  cómo  los  indios  del  puerto  de  los  Reyes  son 

labradores. 282 

LV Cómo  poblaron  aquí  los  indios  de  García 286 

LVI De  cómo  habló  con  los  chaneses 287 

LVII Cómo  el  gobernador  envió  a  buscar  los  indios 

de  García. .    289 

LVIII ....    De  cómo  el  g^obernador  habló  a  los  oficiales  y 

les  dio  aviso  de  lo  que  pasaba. 291 

LIX Cómo  el  gobernador  envió  a  los  xarayes 293 

LX  .....     De  cómo  volvieron  las  lenguas  de  los  indios  xa- 
rayes 299 

LXI Cómo  se  determinó  de  hacer  la  entrada  el  go- 
bernador..       . 302 

LXII De  cómo  llegó  el  gobernador  al  río  Caliente. .      304 

LXÍII De  cómo  el  gobernador  envió  a  buscar  la  casa 

que  estaba  adelante  .  . 306 

LXIV  ....    De  cómo  vino  la  lengua  de  la  casilla 308 

LXV.  ...     De  cómo  el  gobernador  y  gente  se  volvió  al 

puerto .    310 

LXVI ....     De  cómo  querían  matar  a  los  que  quedaron  en 

el  puerto  de  los  Reyes 311 

LXVII.. .  .     De  cómo  el  gobernador  envió  a  buscar  basti- 
mentos al  capitán  Mendoza 313 

LXVIII   . .     De  cómo   envió   un  bergantín  a  descubrir  el 

río  de   los  xarayes,  y  en   él   al   capitán  Ri-     315 
bera 

LXIX  ....     De  cómo  vino  de  la  entrada  el  capitán  Francis- 
co de  Ribera 318 

LXX De  cómo  el  capitán  Francisco  de  Ribera  dio 

cuenta  de  su  descubrimiento 319 

LXXI ....     De  cómo  envió  a  llamar  al  capitán  Gonzalo  de 

Mendoza 324 

LXXII. . . .    De  cómo  vino  .Hernando  de  Ribera  de  su  entra- 
da que  hizo  por  el  río 327 

LXXIII ...     De  lo  que  acontesció    al    gobernador  y  gente 

en  este  puerto 328 

LXXIV.    .     Cómo  el  gobernador  llegó  con  su  gente  a  la 

Ascensión,  y  aquí  le  prendieron . .      331 

LXXV  ...     De  cómo  juntaron  la  gente  ante  la  casa  de  Do- 
mingo de  Irala 335 

LXXVI. . .     De  los  alborotos  y  escándalos  que  hobo  en  la 

tierra 337 

LXXVII .  .    De  cómo  tenían  preso  al   gobernador  en  una 

prisión  muy  áspera 340 


X 

Capítulos. 

LXXVIií.. 

LXXIX... 
LXXX . . . 

LXXXI.   . 

LXXXII.. 

LXXXIH,. 

LXXXIV . 


TABLA    DE  LOS   CAPÍTULOS 


Páginas. 


Cómo  robaban  la  tierra  los  alzados  y  tomaban 

por  fuerza  sus  haciendas. .  .  ► .    .      343 

Cómo  se  fueron  los  frailes 345 

De  cómo  atormentaban  a  los^  que  no  eran  de  su 

opinión ....     347 

Cómo  quisieron  matar  a  un  regidor  porque  les 

hÍ70  uh  requerimiento 348 

Cómo  dieron  licencia  los  alzados  a  los  indios 

que  comiesen  carne  humana. 350 

De  cómo  habían  de  escrebir  a  Su  Majestad  y 

enviar  la  relación 352 

Cómo  dieron  rejalgar  tres  veces  al  gobernador 

viniendo  en  este  camino ...      355 

Relación  de  Hernando  de  Ribera 360 


Aparte  de  lo  que  muestran  los  relatos  de  sus  viajes,  sabemos 
poco  de  la  vida  del  gran  viajero  español  Alvar  Núñez  Cabeza  de 
Vaca.  El  mismo  nos  ha  dejado  dicho  que  era  <meto  de  Pedro  de 
Vera,  el  que  ganó  a  Canaria,  y  su  madre  se  llamaba  doña  Teresa 
Cabeza  de  Vaca,  natural  de  Jerez  de  la  Frontera».  Apenas  si  son 
más  los  datos  positivos  acerca  de  su  vida. 

Con  todo,  de  cada  día  se  agiganta  esta  gran  figura  de  explora- 
dor, aun  cuando  sus  hazañas  sin  par  se  ofrezcan  confundidas  en 
el  incesante  sucederse  de  nuestras  grandes  empresas  de  descubri- 
miento y  exploración  en  el  siglo  XVI.  Alvar  Núñez  Cabeza  de 
Vaca  tomó  parte  en  la  expedición  del  harto  desdichado  Panfilo  de 
Narváez  a  la  Florida.  Azares  crueles  y  dramáticos,  que  acabaron 
en  comerse  unos  a  otros  los  expedicionarios,  redujeron  la  expedi- 
ción a  cuatro  personas  de  las  seiscientas  que  *a  17  días  del  mes  de 
junio  de  1527*  salieron  del  puerto  de  Sanlúcar  de  Barrameda. 
Con  los  cuatro  salvados,  el  relator  de  la  hazaña  celebérrima, 
Alvar  Núñez  Cabeza  de  Vaca,  comienza  a  recorrer  el  sur  de  los 
actuales  Estados  Unidos.  Es  el  primer  blanco  y  español  que  ex- 
plora su  territorio,  y  a  fe  que  lo  ha  de  hacer  cumplidamente,  por- 
que habrá  de  caminar,  en  barca  primero  y  a  pie  después,  de  la 
Florida  a  Sinaloa,  del  Atlántico  al  Pacífico. 

En  estas  andanzas  descubre  el  Mississipí,  el  río  grande  de  la 
América  del  Norte;  descubre  igualmente  el  bisonte  americano,  las 
vacas  corcovadas  de  nuestros  primitivos  historiadores  de  Indias, 
que  entonces  en  rebaños  de  millones  de  cabezas  pastaban  en  las 
grandes  praderas  del  oeste  del  río  Mississipí.  Tópase  con  tribus 
extrañas  y  guerreras,  como  los  seminólas,  terribles  flecheros,  y 
los  sioux,  feroces  cazadores  de  bisontes.  Cabeza  de  Vaca  es  por 
mucho  tiempo  su  prisionero  y  su  esclavo. 

Con  Dorantes,  con  Maldonado  y  con  el  fiel  Estebanico  el  negro, 
decide  Alvar  Núñez  escapar  del  infierno  de  su  esclavitud  y  peligro 
de  muerte.  Emprenden  entonces,  hechos  a  un  tiempo  médicos  y 
chamanes,  esta  odisea  sin  ejemplo.  Cruzan  el  extenso  territorio  de 
Texas,  Río  Grande  del  Norte,  Chihuahua  y  Sinaloa,  y  a  cabo  de 
ocho  años  que  salieron  de  España,  alcanzan  a  Méjico. 

Dándose  aquí  el  relato  íntegro,  siempre  interesante,  tierno  y  vi- 


XII 

brador,  se  podrá  advertir  cuan  viajero  y  fino  observador  pudo  ser 
Cabeza  de  Vaca,  especialmente  de  pueblos  y  costumbres. 

Es  dificil  la  labor  de  identificación  de  los  puntos  por  que  Alvar 
Núñez  pasara.  El  confiesa  haber  oído  más  de  mil  lenguas  diferen- 
tes. En  lo  posible  se  ha  reconstituido  su  extenso  recorrido,  y  en  los 
mapas  que  acompañan  a  esta  edición  se  señala  su  probable  itine- 
rario. Aumenta  las  dificultades  de  la  identificación  la  desaparición, 
ante  las  guerras  implacablemente  destructoras  de  los  blancos,  de 
muchas  de  las  tribus  con  que  trató. 

El  crédito  de  sus  hazañas  lo  elevó  más  tarde  al  cargo  de  Ade- 
lantado del  Río  de  la  Plata.  Exploró  entonces  buena  parte  del  Bra- 
sil meridional  y  el  río  Paraguay  hasta  rebasar  sus  fuentes,  no  sin 
sostener  luchas  cruentas  con  las  tribus  indomables  del  Gran  Chaco, 
país  de  grandes  selvas  y  ríos  caudalosos  desbordados.  El  relato  de 
esta  expedición,  con  el  pormenor  de  las  rivalidades  entre  los  explo- 
radores españoles,  nos  ha  quedado  en  los  Comentarios. 

Todo  español  debiera  leer  los  Naufragios  y  comentarios  de 
Alvar  Núñez  Cabeza  de  Vaca,  como  valor  ejemplar,  como  calidad: 
que  en  tiempos  adversos  no  halla  quien  lo  venza  en  fortaleza,  y  en 
los  prósperos,  en  sencillez  magnánima. 


XIII 


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XIV 


Carta  II.  —  Probable  itinerario  de  Alvar  Núñez  en  su  gobernación 
de  La  Plata. 


NAUFRAGIOS 

DE 

ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA 


CAPITULO   PRIMERO 


En  que  cuenta  cuándo  partió  el  armada,  y  los  oficiales  y  gente 
que  en  ella  iba. 


A  17  días  del  mes  de  junio  d^l527jíartió  del  puer- 
to de  Sant  Lúcar  de  Barrameía'et  gobernador  Panfilo 
de  Narváez,  con  poder  y  mandado  de  Vuestra  Majes- 
tad (1)  para  conquistar  y  gobernar  las  provincias  que 
están  desde  el  río  de  las  Palmas  hasta  el  cabo  de  la  Flo- 
rida, las^uaIes-*o»-e»-Iien'a_FiriBe;  y  la  armada  que 
llevaba  eran  cinco  navios,  en  los  cuales,  poco  más  o 
menos,  irían  seiscientos  hombres.  Los  oficiales  que  lle- 
vaba (porque  de  ellos  se  ha  de  hacer  mención)  eran 
estos  que  aquí  se  nombran:  Cabeza  de  Vaca,  por  teso- 
rero y  por  alguacil  mayor;  Alonso  Enríquez,  contador; 
Alonso  de  Solís,  por  factor  de  Vuestra  Majestad  y  por 
veedor;  iba  un  fraile  de  la  Orden  de  Sant  Francisco 
por  comisario,  que  se  llamaba  fray  Juan  Suárez,  con 
otros  cuatro  frailes  de  la  misma  Orden.  Lleg;amos  a  la 
isla  de  Santo  Domingo,  donde  estuvimos  casi  cuarenta 
y  cinco  días,  proveyéndonos  de  algunas  cosas  necesa- 
rias, señaladamente  de  caballos.  Aquí  nos  faltaron  de 
nuestra  armada  más  de  ciento  y  cuarenta  hombres,  que 
se  quisieron  quedar  allí,  por  los  partidos  y  promesas 
que  los  de  la  tierra  les  hicieron.  De  allí  partimos  y  lle- 
gamos a  Santiago  (que  es  puerto  en  la  isla  de  Cuba), 
donde  en  algunos  días  que  estuvimos,  el  gobernador  se 
rehizo  de  gente,  de  armas  y  de  caballos.  Suscedió  allí 


(1)     El  Emperador  Carlos  I  de  España  y  V  de  Alemania. 

CABEZA    DE    VACA. —  NAUFRAGIOS  1 


I  ALVAR    NUNEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

que  un  gfentilhombre  que  se  llamaba  Vasco  Porcalle,  ve- 
cino de  la  villa  de  la  Trinidad,  que  es  en  la  misma  isla, 
ofresció  de  dar  al  gobernador  ciertos  bastimentos  que 
tenía  en  la  Trinidad,  que  es  cien  leguas  del  dicho  puer- 
to de  Santiago.  El  gobernador,  con  toda  la  armada,  par- 
tió para  allá;  mas  llegados  a  un  puerto  que  se  dice  Cabo 
de  Santa  Cruz,  que  es  mitad  del  camino,  parescióle 
que  era  bien  esperar  allí  y  enviar  un  navio  que  trújese 
aquellos  bastimentos;  y  para  esto  mandó  a  un  capitán 
Pantoja  que  fuese  allá  con  su  navio,  y  que  yo,'para 
más  seguridad,  fuese  con  él,  y  él  quedó  con  cuatro  na- 
vios, porque  en  la  isla  de  Santo  Domingo  había  com- 
prado un  otro  navio.  Llegados  con  estos  dos  navios  al 
puerto  de  la  Trinidad,  el  capitán  Pantoja  fué  con  Vas- 
co Porcalle  a  la  villa,  que  es  una  legua  de  allí,  para 
rescebir  los  bastimentos;  yo  quedé  en  la  mar  con  los 
pilotos,  los  cuales  nos  dijeron  que  con  la  mayor  pres- 
teza que  pudiésemos  nos  despachásemos  de  allí,  por- 
que aquel  era  un  muy  mal  puerto  y  se  solían  perder 
muchos  navios  en  él;  y  porque  lo  que  allí  nos  sucedió 
fué  cosa  muy  señalada,  me  paresció  que  no  sería  fuera 
del  propósito  y  fin  con  que  yo  quise  escrebir  este  ca- 
mino, contarla  aquí.  Otro  día  de  mañana  comenzó  el 
tiempo  a  dar  no  buena  señal,  porque  comenzó  a  llover, 
y  el  mar  iba  arreciando  tanto,  que  aunque  yo  di  licen- 
cia a  la  gente  que  saliese  a  tierra,  como  ellos  vieron  el 
tiempo  que  hacía  y  que  la  villa  estaba  de  allí  una  le- 
gua, por  no  estar  al  agua  y  frío  que  hacía,  muchos  se 
volvieron  al  navio.  En  esto  vino  una  canoa  de  la  villa, 
en  que  me  traían  una  carta  de  un  vecino  de  la  villa, 
rogándome  que  me  fuese  allá  y  que  me  darían  los  bas- 
timentos que  hobiese  y  necesarios  fuesen;  de  lo  cual 
yo  me  excusé  diciendo  que  no  podía  dejar  los  navios. 
A  mediodía  volvió  la  canoa  con  otra  carta,  en  que  con 
mucha  importunidad  pedían  lo  mismo,  y  traían  un  ca- 
ballo en  que  fuese;  yo  di  la  misma  respuesta  que  pri- 
mero había  dado,  diciendo  que  no  dejaría  los  navios; 


I  NAUFRAGIOS  ó 

mas  los  pilotos  y  la  g-ente  me  rogaron  mucho  que  fue- 
se, porque  diese  priesa  que  los  bastimentos  se  trujesen 
lo  más  presto  que  pudiese  ser,  porque  nos  partiésemos 
luego  de  allí,  donde  ellos  estaban  con  gran  temor  que 
los  navios  se  habían  de  perder  si  allí  estuviesen  mu- 
cho. Por  esta  razón  yo  determiné  de  ir  a  la  villa,  aun- 
que primero  que  fuese  dejé  proveído  y  mandado  a  los 
pilotos  que  si  el  sur,  con  que  allí  suelen  perderse  mu- 
chas veces  los  navios,  ventase  y  se  viesen  en  mucho 
peligro,  diesen  con  los  navios  al  través  y  en  parte  que 
se  salvase  la  gente  y  los  caballos;  y  con  esto  yo  salí, 
aunque  quise  sacar  algunos  conmigo,  por  ir  en  mi  com- 
pañía, los  cuales  no  quisieron  salir,  diciendo  que  hacía 
mucha  agua  y  frío  y  la  villa  estaba  muy  lejos;  que  otro 
día,  que  era  domingo,  saldrían  con  el  ayuda  de  Dios, 
a  oir  misa.  A  una  hora  después  de  yo  salido  la  mar  co- 
menzó a  venir  muy  brava,  y  el  norte  fué  tan  recio  que 
ni  los  bateles  osaron  salir  a  tierra,  ni  pudieron  dar  en 
ninguna  manera  con  los  navios  al  través  por  ser  el 
viento  por  la  proa;  de  suerte  que  con  muy  gran  traba- 
jo, con  dos  tiempos  contrarios  y  mucha  agua  que  ha- 
cía, estuvieron  aquel  día  y  el  domingo  hasta  la  noche. 
A  esta  hora  el  agua  y  la  tempestad  comenzó  a  crescer 
tanto,  que  no  menos  tormenta  había  en  el  pueblo  que 
en  la  mar,  porque  todas  las  casas  y  iglesias  se  cayeron, 
y  era  necesario  que  anduviésemos  siete  u  ocho  hom- 
bres abrazados  unos  con  otros  para  podernos  amparar 
que  el  viento  no  nos  llevase;  y  andando  entre  los  ár- 
boles no  menos  temor  teníamos  de  ellos  que  de  las 
casas,  porque  como  ellos  también  caían,  no  nos  mata- 
sen debajo.  En  esta  tempestad  y  peligro  anduvimos 
toda  la  noche,  sin  hallar  parte  ni  lugar  donde  media 
hora  pudiésemos  estar  seguros. 

Andando  en  esto,  oímos  toda  la  noche,  especial- 
mente desde  el  medio  de  ella,  mucho  estruendo  y 
grande  ruido  de  voces,  y  gran  sonido  de  cascabeles 
y  de  flautas  y  tamborinos  y  otros  instrumentos,  que 


4  ALVAR   NUNEZ   CABEZA    DE   VACA  CAP.  I 

duraron  hasta  la  mañana,  que  la  tormenta  cesó.  En  es- 
tas partes  nunca  otra  cosa  tan  medrosa  se  vio;  yo  hice 
una  probanza  de  ello,  cuyo  testimonio  envié  a  Vuestra 
Majestad.  El  lunes  por  la  mañana  bajamos  al  puerto  y 
no  hallamos  los  navios;  vimos  las  boyas  de  ellos  en  el 
agfua,  adonde  conoscimos  ser  perdidos,  y  anduvimos 
por  la  costa  por  ver  si  hallaríamos  alguna  cosa  de 
ellos;  y  como  ninguno  hallásemos,  metímonos  por  los 
montes,  y  andando  por  ellos,  un  cuarto  de  legua  de 
agua  hallamos  la  barquilla  de  un  navio  puesta  sobre 
unos  árboles,  y  diez  leguas  de  allí,  por  la  costa,  se 
hallaron  dos  personas  de  mi  navio  y  ciertas  tapas  de 
cajas,  y  las  personas  tan  desfiguradas  de  los  golpes  de 
las  peñas,  que  no  se  podían  conoscer;  halláronse  tam- 
bién una  capa  y  una  colcha  hecha  pedazos,  y  ninguna 
otra  cosa  paresció.  Perdiéronse  en  los  navios  sesenta 
personas  y  veinte  caballos.  Los  que  habían  salido  a 
tierra  el  día  que  los  navios  allí  llegaron,  que  serían 
hasta  treinta,  quedaron  de  los  que  en  ambos  navios 
había.  Así  estuvimos  algunos  días  con  mucho  trabajo  y 
necesidad,  porque  la  provisión  y  mantenimientos  que 
el  pueblo  tenía  se  perdieron  y  algunos  ganados;  la  tie- 
rra quedó  tal¿  que  era  gran  lástima  verla:  caídos  los  ár- 
boles, quemados  los  montes,  todos  sin  hojas  ni  yerba. 
Así  pasamos  hasta  cinco  días  del  mes  de  noviembre, 
que  llegó  el  gobernador  con  sus  cuatro  navios,  que 
también  habían  pasado  gran  tormenta  y  también  habían 
escapado  por  haberse  metido  con  tiempo  en  parte  segu- 
ra. La  gente  que  en  ellos  traía,  y  la  que  allí  halló,  esta- 
ban tan  atemorizados  de  lo  pasado,  que  temían  mucho 
tomarse  a  embarcar  en  invierno,  y  rogaron  al  goberna- 
dor que  lo  pasase  allí,  y  él,  vista  su  voluntad  y  la  de 
los  vecinos,  invernó  allí.  Dióme  a  mi  cargo  de  los  na- 
vios y  de  la  gente  para  que  me  fuese  con  ellos  a  inver- 
nar al  puerto  de  Xagua,  que  es  doce  leguas  de  allí, 
donde  estuve  hasta  20  días  del  mes  de  hebrero. 


CAPITULO    II 

Cómo  el  gobernador  vino  al  puerto  de  Xag-ua  y  trujo  consigo 
a  un  piloto. 


En  este  tiempo  llegó  allí  el  gobernador  con  un  ber- 
gantín que  en  la  Trinidad  compró,  y  traía  consigo  un 
piloto  que  se  llamaba  Miruelo;  habíalo  tomado  porque 
decía  que  sabía  y  había  estado  en  el  río  de  las  Palmas, 
y  era  muy  buen  piloto  de  toda  la  costa  del  norte.  De- 
jaba también  comprado  otro  navio  en  la  costa  de  La 
Habana,  en  el  cual  quedaba  por  capitán  Alvaro  de  la 
Cerda,  con  cuarenta  hombres  y  doce  de  caballo;  y  dos 
días  después  que  llegó  el  gobernador,  se  embarcó,  y  la 
gente  que  llevaba  eran  cuatrocientos  hombres  y  ochen- 
ta caballos  en  cuatro  navios  y  un  bergantín.  El  piloto 
que  de  nuevo  habíamos  tomado  metió  los  navios  por 
los  bajíos  que  dicen  de  Canarreo,  de  manera  que  otro 
día  dimos  en  seco,  y  así  estuvimos  quince  días,  tocan- 
do muchas  veces  las  quillas  de  los  navios  en  seco,  al 
cabo  de  los  cuales,  una  tormenta  del  sur  metió  tanta 
agua  en  los  bajíos  que  podimos  salir,  aunque  no  sin 
mucho  peligro.  Partidos  de  aquí  y  llegados  a  Guani- 
guanico,  nos  tomó  otra  tormenta,  que  estuvimos  a 
tiempo  de  perdernos. 

A  cabo  de  Corrientes  tuvimos  otra,  donde  estuvi- 
mos tres  días;  pasados  éstos,  doblamos  el  cabo  de 
Sant  Antón,  y  anduvimos  con  tiempo  contrario  hasta 
llegar  a  doce  leguas  de  La  Habana;  y  estando  otro  día 
para  entrar  en  ella,  nos  tomó  un  tiempo  de  sur  que  nos 
apartó  de  la  tierra,  y  atravesamos  por  la  costa  de  la 


6  ALVAR   NUÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP.  II 

Florida  y  llegamos  a  la  tierra  martes  12  días  del  mes 
de  abril,  y  fuimos  costeando  la  vía  de  la  Florida;  y  Jue- 
ves Santo  surgimos  en  la  misma  costa,  en  la  boca  de 
una  bahía,  al  cabo  de  la  cual  vimos  ciertas  casas  y  ha- 
bitaciones de  indios. 


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CAPITULO   III 

Cómo  llegamos  a  la  Florida. 

En  este  mismo  día  salió  el  contador  Alonso  Enrí- 
quez  y  se  puso  en  una  isla  que  está  en  la  misma  bahía 
y  llamó  a  los  indios,  los  cuales  vinieron  y  estuvieron 
con  él  buen  pedazo  de  tiempo,  y  por  vía  de  rescate  le 
dieron  pescado  y  algunos  pedazos  de  carne  de  vena- 
do. Otro  día  sig^uiente,  que  era  Viernes  Santo,  el  go- 
bernador se  desembarcó  con  la  más  gente  que  en  los 
bateles  que  traía  pudo  sacar,  y  como  llegamos  a  los 
buhíos  o  casas  que  habíamos  visto  "de~^T  indios,  ha- 
llámoslas  desamparadas  y  solas,  porque  la  gente  se  ha- 
bía ido  aquella  noche  en  sus  canoas.  El  uno  de  aque- 
llos buhíos  era  muy  grande,  que  cabrían  en  él  más  de 
trescientas  personas;  los  otros  eran  más  pequeño»)  y 
hallamos  allí  una  sonaja  de  oro  entre  las  redes.  Otro 
día  el  gobernador  levantó  pendones  por  Vuestra  Ma- 
jestad y  tomó  la  posesión  de  la  tierra  en  su  real  nom- 
bre, presentó  sus  provisiones  y  fué  obedescido  por  go- 
bernador, como  Vuestra  Majestad  lo  mandaba.  Asimis- 
mo presentamos  nosotros  las  nuestras  ante  él,  y  él  las 
obedesció  como  en  ellas  se  contenía.  Luego  mandó 
que  toda  la  otra  gente  desembarcase  y  los  caballos 
que  habían  quedado,  que  no  eran  más  de  cuarenta  y 
dos,  porque  los  demás,  con  las  grandes  tormentas  y 
mucho  tiempo  que  habían  andado  por  la  mar,  eran 
muertos;  y  estos  pocos  que  quedaron  estaban  tan  fla- 
cos y  fatigados,  que  por  el  presente  poco  provecho 
podímos  tener  de  ellos.  Otro  día  los  indios  de  aquel 


v/ 


8  ALVAR  NÚÑEZ   CABEZA   DE  VACA        CAP.  III 

pueblo  vinieron  a  nosotros,  y  aunque  nosjxablaron, 
como  nosotros  no  teníamos  lengfua,  no  los  entendía- 
mos; mas  hacíannos  muchas  señas  y  amenazas,  y  nos 
paresció  que  nos  decían  que  nos  fuésemos  de  la  tierra, 
y  con  esto  nos  dejaron,  sin  que  nos  hiciesen  ningfún 
impedimento,  y  ellos  se  fueron. 


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CAPITULO   IV 

Cómo  entramos  por  la  tierra. 


Otro  día  adelante  el  gfobernador  acordó  de  entrar 
por  la  tierra,  por  descubrirla  y  ver  lo  que  en  ella  había. 
Fuímonos  con  él  el  comisario  y  el  veedor  y  yo^  con 
cuarenta  hombres,  y  entre  ellos  seis  de  caballó,"de  los 
cuales  poco  nos  podíamos  aprovechar.  Llevamos  la  vía 
del  norte  hasta  que  a  hora  de  vísperas  llegamos  a  una 
bahía  muy  grande,  que  nos  paresció  que  entraba  mucho 
por  la  tierra;  quedamos  allí  aquella  noche,  y  otro  día 
nos  volvimos  donde  los  navios  y  gente  estaban.  El 
gobernador  mandó  que  el  bergantín  fuese  costeando  la 
vía  de  la  Florida,  y  buscase  el  puerto  que  Miruelo  el 
piloto  había  dicho  que  sabía;  mas  ya  él  lo  había  errado, 
y  no  sabía  en  qué  parte  estábamos,  ni  adonde  era  el 
puerto;  y  fuéle  mandado  al  bergantín  que  si  no  lo  ha- 
llase, travesase  a  La  Habana,  y  buscase  el  navio  que  Al- 
varo de  la  Cerda  tenía,  y  tomados  algunos  bastimentos, 
nos  viniesen  a  buscar.  Partido  el  bergantín,  tornamos 
a  entrar  en  la  tierra  los  mismos  que  primero,  con  al- 
guna gente  más,  y  costeamos  la  bahía  que  habíamos  ha- 
llado; y  andadas  cuatro  leguas,  tomamos  cuatro  indios, 
y  mostrémosles  maíz  para  ver  si  le  conocían,  porque 
hasta  entonces  no  habíamos  visto  señal  de  él.  Ellos  nos 
dijeron  que  nos  llevarían  donde  lo  había;  y  asi,  nos 
llevaron  a  su  pueblo,  que  es  al  cabo  de  la  bahía,  cerca 
de  allí,  y  en  él  nos  mostraron  un  poco  de  maíz,  que  aun 
no  estaba  para  cogerse.  Allí  hallamos  muchas  cajas  de 
mercaderes  de  Castilla,  y  en  cada  una  de  ellas  estaba 


V 


/ 


10  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

un  cuerpo  de  hombre  muerto,  y  los  cuerpos  cubiertos 
con  unos  cueros  de  venados  pintados.\^l  comisario  le 
'páresció  <3ue  esto  era  especie  de  idolatría,  y  quemó  las 
cajas  con  los  cuerpo^Hallamos  también  pedazos  de 
lienzo  y  de  paño,  y  penachos  que  parecían  de  la  Nueva 
España;  hallamos  también  muestras  de  oro.  Por  señas 
preg^untamos  aJíj^^ indios  de  adonde  habían  habido 
aquellas  cosasi[señaláronnos  que  muy  lejos  de  allí  había 
una  provincia  que  se  decía  Apalache,  en  la  cual  había 
mucho  oro,  y  hacían  seña  de  haber  muy  gran  cantidad 
de  todo  lo  que  nosotros  estimamos  en  algoT^ecían  que 
en  Apalache  había  mucho,  y  tomando  aquellos  indios 
por  guía,  partimos  de  allí;  y  andadas  diez  o  doce  le- 
guas, hallamos  otro  pueblo  de  quince  casas,  donde  ha- 
bía buen  pedazo  de  maíz  sembrado,  que  ya  estaba  para 
cogerse,  y  también  hallamos  alguno  que  estaba  ya  seco; 
y  después  de  dos  días  que  allí  estuvimos,  nos  volvimos 
donde  el  contador  y  la  gente  y  navios  estaban,  y  con- 
tamos al  contador  y  pilotos  lo  que  habíamos  visto,  y 
las  nuevas  que  los  indios  nos  habían  dado.  Y  otro  día, 
que  fué  1  de  mayo,  el  gobernador  llamó  aparte  al  comi- 
sario y  al  contador  y  al  veedor  y  a  mf,  y  a  un  marinero 
que  se  llamaba  Bartolomé  Fernández,  y  a  un  escribano 
que  se  decía  Jerónimo  de  Alaniz,  y  así  juntos,  nos  dijo 
que  tenía  en  voluntad  de  entrar  por  la  tierra  adentro, 
y  los  navios  se  fuesen  costeando  hasta  que  llegasen 
al  puerto,  y  que  los  pilotos  decían  y  creían  que  yendo 
la  vía  de  las  Palmas  estaban  muy  cerca  de  allí;  y  sobre 
esto  nos  rogó  le  diésemos  nuestro  parescer.  Yo  res- 
pondía que  me  parescía  que  por  ninguna  manera  debía 
dejar  los  navios  sin  que  primero  quedasen  en  puerto 
seguro  y  poblado,  y  que  mirase  que  los  pilotos  no 
andaban  ciertos,  ni  se  afirmaban  en  una  misma  cosa, 
ni  sabían  a  qué  parte  estaban;  y  que  allende  de  esto, 
los  caballos  no  estaban  para  que  en  ninguna  necesidad 
que  se  ofresciese  nos  pudiésemos  aprovechar <le  ellos; 
y  que  sobre  todo  esto,(  íbamos  mudos  y  sin  lengua, 


IV  NAUFRAGIOS  11 

por  donde  mal  nos  podíamos  entender  con  los  ¡ndiosg 
n¡  saber  lo  que  de  la  tierra  queríamos,  y  que  entrá- 
bamos por  tierra  de  que  ninguna  relación  teníamos, 
ni  sabíamos  de  qué  suerte  era,  ni  lo  que  en  ella  había, 
ni  de  qué  gente  estaba  poblada,  ni  a  qué  parte  de  ella 
estábamos;  y  que  sobre  todo  esto,  no  teníamos  basti- 
mentos para  entrar  adonde  no  sabíamos;  porque,  visto 
lo  que  en  los  navios  había,  no  se  podía  dar  a  cada  hom- 
bre de  ración  para  entrar  por  la  tierra  más  de  una  libra 
de  bizcocho  y  otra  de  tocino,  y  que  mi  parescer  era 
que  se  debía  embarcar  y  ir  a  buscar  puerto  y  tierra 
que  fuese  mejor  para  poblar,  pues  la  que  habíamos 
visto,  en  sí  era  tan  despoblada  y  tan  pobre,  cuanto 
nunca  en  aquellas  partes  se  había  hallado.  Al  comisario 
le  paresció  todo  lo  contrario,  diciendo  que  no  se  había 
de  embarcar,  sino  que,  yendo  siempre  hacia  la  costa, 
fuesen  en  busca  del  puerto,  pues  los  pilotos  decían  que 
no  estaría  sino  diez  o  quince  leguas  de  allí  la  vía  de  Pa- 
nuco (1),  y  que  no  era  posible,  yendo  siempre  a  la  cos- 
ta, que  no  topásemos  con  él,  porque  decían  que  entraba 
doce  leguas  adentro  por  la  tierra,  y  que  los  primeros  que 
lo  hallasen,  esperasen  allí  a  los  otros,  y  que  embarcarse 
era  tentar  a  Dios,  pues  desque  partimos  de  Castilla  tan- 
tos trabajos  habíamos  pasado,  tantas  tormentas,  tantas 
pérdidas  de  navios  y  de  gente  habíamos  tenido  hasta 
llegar  allí;  y  que  por  estas  razones  él  se  debía  de|ir 
por  luengo  de  costa  hasta  llegar  al  puerto,  y  que  los 
otros  navios,  con  la  otra  gente,  se  irían  a  la  misma  vía 
hasta  llegar  al  mismo  puerto.  A  todos  los  que  allí  esta- 
ban paresció  bien  que  esto  se  hiciese  así,  salvo  al  es- 
cribano, que  dijo  que  primero  que  desamparase  los  na- 
vios, los  debía  de  dejar  en  puerto  conoscido  y  seguro, 
y  en  parte  que  fuese  poblada;  que  esto  hecho,  podría 


(1)  Panuco,  en  Méjico,  próximo  a  la  desembocadura  del  rio 
San  Juan,  entre  los  estados  de  Veracruz  y  Tamaulipas.  Estaban, 
pues,  mucho  más  distantes  de  lo  que  imaginaban. 


12  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP. 

entrar  por  la  tierra  adentro  y  hacer  lo  qwe  le  paresciese. 
El  gobernador  siguió  su  parescer  y  lo  que  los  otros  le 
aconsejaban.  Yo,  vista  su  determinación,  requeríle  de 
parte  de  Vuestra  Majestad  que  no  dejase  los  navios  sin 
que  quedasen  en  puerto  y  seguros,  y  así  lo  pedí  por 
testimonio  al  escribano  que  allí  teníamos.  El  respondió 
que,  pues  él  se  conformaba  con  el  parescer  de  los  más 
de  los  otros  oficiales  y  comisario,  que  yo  no  era  parte 
para  hacerle  estos  requerimientos,  y  pidió  al  escribano 
le  diese  por  testimonio  cómo  por  no  haber  en  aquella 
tierra  mantenimientos  para  poder  poblar,  ni  puerto  para 
los  navios,  levantaba  el  pueblo  que  allí  había  asen- 
tado, y  iba  con  él  en  busca  del  puerto  y  de  tierra  que 
fuese  mejor;  y  luego  mandó  apercibir  la  gente  que 
había  de  ir  con  él,  que  se  proveyesen  de  lo  que  era  me- 
nester para  la  jornada;  y  después  de  esto  proveído,  en 
presencia  de  los  que  allí  estaban,  me  dijo  que,  pues  yo 
tanto  estorbaba  y  temía  la  entrada  por  la  tierra,  que  me 
quedase  y  tomase  cargo  de  los  navios  y  la  gente  que 
en  ellos  quedaba,  y  poblase  si  yo  llegase  primero  que 
él.  Yo  me  excusé  de  esto,  y  después  de  salidos  de  allí 
aquella  misma  tarde,  diciendo  que  no  le  parescía  que 
de  nadie  se  podía  fiar  aquello,  me  envió  a  decir  que  me 
rogaba  que  tomase  cargo  de  ello;  y  viendo  que  impor- 
tunándome tanto,  yo  todavía  me  excusaba,  me  preguntó 
qué  era  la  causa  por  que  huía  de  aceptallo;  a  lo  cual 
respondí  que  yo  huía  de  encargarme  de  aquello  por- 
que tenía  poí-^dfirto^Ljsabia-  x^ue.él  no  había  de  ver  más 
los  nayíos,  ni  los  navío&^t^l,  y  que  esto  entendía  viendo 
que  tan  sin  aparejo  se  entraban  por  la  tierra  adentro; 
y  que  yo  quería  más  aventurarme  al  peligro  que  él  y 
los  otros  se  aventuraban,  y  pasar  por  lo  que  él  y  ellos 
pasasen,  que  no  encargarme  de  los  navios,  y  dar  oca- 
sión a  que  se  dijese  que,  como  había  contradicho  la 
entrada,  me  quedaba  por  temor,  y  mi  honra  anduviese 
en  disputa;  y  que  yo  quería  más  aventurar  la  vida  que 
poner  mi  honra  en  esta  condición.  El,  viendo  que  con- 


IV  NAUFRAGIOS  13 

migo  no  aprovechaba,  rogó  a  otros  muchos  que  me 
hablasen  en  ello  y  me  lo  rogasen,  a  los  cuales  respondí 
lo  mismo  que  a  él;  y  así,  proveyó  por  su  teniente,  para 
que  quedase  en  los  navios,  a  un  alcalde  que  traía  que 
se  llamaba  Caravallo. 


CAPÍTULO  V 

Cómo  dejó  los  navios  el  gobernador. 


Sábado  1  de  mayo,  eJLnaisino  día  que  esto  había  pa- 
sado, mandó  dar  a  cada  uno  délos  que  habían  de  ir  con 
él  dos  libras  de  bizcocho  y  media  libra  de  tocino,  y 
ansí  nos  partimos  para  entrar  en  la  tierra.  La  suma  de 
toda  la  gente  que  llevábamos  era  trescientos  hom- 
bres; en  ellos  iba  el  comisario  fray  Juan  Suárez,  y  otro 
fraile  que  se  decía  fray  Juan  de  Palos,  y  tres  clérigos  y 
los  oficiales.  La^gjente  de  caballo  que  con  estos  íbamos, 
éramos  cuarenta  de  caballo;  y  ansí  anduvimos  con  aquel 
bastimento  que  llevábamos,  quince  días,  sin  hallar  otra 
cosa  que  comer,  salvo  palmitos  de  la  manera  de  los  de 
Andalucía.  En  todo  este  tiempo  no  hallamos  indio  nin- 
guno, ni  vimos  casa  ni  poblado,  y  al  cabo  llegamos  a 
un  río  que  lo  pasamos  con  muy  gran  trabajo  a  nado  y 
en  balsas:  detuvímonos  un  día  en  pasarlo,  que  traía 
muy  gran  corriente.  Pasados  a  la  otra  parte,  salieron 
a  nosotros  hasta  doscientos  indios,  poco  más  o  menos; 
el  gobernador  salió  a  ellos,  y  después  de  haberlos  ha- 
blado por  señas,  ellos  nos  señalaron  de  suerte,  que  nos 
hobimos  de  revolver  con  ellos,  y  prendimos  cinco  o 
seis,  y  éstos  nos  llevaron  a  sus  casas,  que  estaban  hasta 
media  legua  de  allí,  en  las  cuales  hallamos  gran  canti- 
dad de  maíz  que  estaba  ya  para  cogerse,  y  dimos  infi- 
nitas gracias  a  nuestro  Señor  por  habernos  socorrido  en 
tan  gran  necesidad,  porque  ciertamente,  como  éramos 
nuevos  en  los  trabajos,  allende  del  cansancio  que  traía- 
mos, veníamos  muy  fatigados  de  hambre,  y  a  tercero  día 


16  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

que  allí  llegamos,  nos  juntamos  el  contador  y  veedor  y 
comisario  y  yo,  y  rog-amos  al  gobernador  que  enviase 
y- a  buscar  la  roar,  por  ver  si  hallaríamos  puerto,  porque 
y  los  JadJoft  fiUw»M»  titile  fa-Tffgr^n  estaba  muy  lejos  de 
allí.  El  nofi  respondió  que  no  curásemos  de  hablar  en 
aquello,  porque  estaba  muy  lejos  de  allí;  y  como  yo  era 
el  que  más  le  importunabz^,  díjome  que  me  fuese  yo  a 
descubrirla  y  que  buscase  puerto,  y  que  había  de  ir  a 
pie  con  cuarenta  hombres;  y  ansí,  otro  día  yo  me  partí 
con  el  capitán  Alonso  del  Castillo  y  con  cuarenta  hom- 
bres de  su  compañía,  y  así  anduvimos  hasta  hora  de 
mediodía,  que  llegamos  a  unos  placeles  de  la  mar  que 
parescía  que  entraban  mucho  por  la  tierra:  anduvimos 
por  ellos  hasta  legua  y  media  con  el  agua  hasta  la  mitad 
de  la  pierna,  pisando  por  encima  de  ostiones,  de  los 
cuales  rescibimos  muchas  cuchilladas  en  los  pies,  y  nos 
fueron  causa  de  mucho  trabajo,  hasta  que  llegamos  en 
el  río  que  primero  habíamos  atravesado,  que  entraba 
por  aquel  mismo  ancón,  y  como  npjo  podimqs  pasar, 
por  el  mal  aparejo  que  para  ello  teníamos,  volvimos  al 
real,  y  contamos  al  gobernador  lo  que  habíamos  halla- 
do, y  cómo  era  menester  otra  vez  pasar  por  el  río  por 
el  mismo  lugar  que  primero  lo  habíamos  pasado,  para 
que  aquel  ancón  se  descubriese  bien,  y  viésemos  si  por 
allí  había  puerto;  y  otro  día  mandó  a  un  capitán  que  se 
llamaba  Valenzuela,  que  con  sesenta  hombres  y  seis  de 
caballo  pasase  el  río  y  fuese  por  él  abajo  hasta  llegar  a 
la  mar,  y  buscar  si  había  puerto;  el  cual,  después  de  dos 
días  que  allá  estuvo,  volvió  y  dijo  que  él  había  descu- 
bierto el  ancón,  y  que  todo  era  bahía  baja  hasta  la  ro- 
dilla, y  que  no  se  hallaba  puerto;  y  que  había  visto 
cinco  o  seis  canoas  de  indios  que  pasaban  de  una  parte 
a  otra,  y  que  llevaban  puestos  muchos  penachos.  Sa- 
bido esto,  otro  día  partimos  de  allí,  yendo  siempre  en 
demanda  de  aquella  provincia  que  los  indios  nos  habían 
dicho  Apalache,  llevando  por  guía  los  que  de  ellos  ha- 
bíamos tomado,  y  así  anduvimos  hasta  17  de  junio, 


V  NAUFRAGIOS  .17 

que  no  hallamos  indios  quQ  nos  osasen  esperar;  y  allí 
salip  aliosotróFünsénóFquéíé  traía  un  indio  a  cuestas, 
qubi^io-4e  ua-cuero  daMna»^  pintado;  traía  consigo 
iñucha  gente,  y  delante  de  él  venían  tañendo  unas  flau- 
tas de  caña;  y  así,  llegado  estaba  el  gobernador,  y  es- 
tuvo una  hora  con  él,  (¡¿jpor  señas  le  dimos  a  entender 
que  íbamos  a  Apalache,  y  por  las  que  él  hizo,  ^^^M^í^y^ 
res^  que  era  enemigo  de  los  de  Apalache,  y  que  nos  *^ 
iría  a  ayudar  contcg^^  feíosotros  le  dimos  cuentas  y 
cascabeles  y  otros  rescafes,  y  él  dio  al  gobernador  el 
cuero  que  traía  cubierto;  y  así,  se  volvió,  y  nosotros  le 
fuimos  siguiendo  por  la  vía  que  él  iba.  Aquella  noche 
llegamos  a  un  río  (1),  el  cual  era  muy  hondo  y  muy  an- 
cho, y  la  corriente  muy  recia,  y  por  no  atrevernos  a  pa-i 
sar  con  balsas,  hecimos  una  canoa  para  ello,  y  estuvimos  j 
en  pasarlo  un  día;  y  si  los  indios  nos  quisieran  ofenderji 
bien  nos  puedieran  estorbar  el  pasó,  y  aun  con  ayudar- 
nos ellos,  tuvimos  mucho  trabajo.  Uno  de  caballo,  que 
se  decía  Juan  Velázquez,  natural  de  Cuéllar,  por  no 
esperar  entró  en  el  río,  y  la  corriente,  como  era  recia, 
lo  derribó  del  caballo,  y  se  asió  a  las  riendas,  y  ahogó 
a  sí  y  al  caballo;  y  aquellos  indios  de  aquel  señor,  que 
se  llamaba  Dulchanchellin,  hallaron  el  caballo,  y  nos 
dijeron  dónde  hallaríamos  a  él  por  el  río  abajo;  y  así, 
fueron  por  él,  y  su  muerte  nos  dio  mucha  pena,  por- 
que hasta  entonces  ninguno  nos  había  faltado.  El  ca- 
ballo dio  de  cenar  a  muchos  aquella  noche. 

Pasados  de  allí,  otro  día  llegamos  al  pueblo  de  aquel 
señor,  y  allí  nos  envió  maíz.  Aquella  noche,  donde  iban 
a  tomar  agua  nos  flecharon  un  cristiano,  y  quiso  Dios 
que  no  lo  hirieron.  Otro  día  nos  partimos  de  allí  sin 
que  indio  ningujiQ  de  los  naturales  paresciese,  porque 
todos  habían  huido;  mas  yendo  nuestro  camino,  pares- 
cieron  indios,  los  cuales  venían  de  guerra,  y  aunque 


(1)     Acaso  es  este  río  el  Suwanee,  que  vierte  en  la  costa  occi- 
dental de  la  Florida,  junto  a  Cedar  Keys. 


CABEZA   DE   VACA.  —  NAUFRAGIOS 


\ 


18  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA    DE   VACA  CAP.  V 

nosotros  los  llamamos,  no  quisieron  volver  ni  esperar; 
mas  antes  se  retiraron,  sig^uiéndonos  por  el  mismo  ca- 
mino que  llevábamos.  El  gobernador  dejó  una  celada 
de  algunos  de  caballo  en  el  camino,  que  como  pasa- 
ron, salieron  a  ellos,^  j^  tomaron  tres  o  cuatro  indios,  y 
éstos  llevamos  por  guías  de  allí  adelante;  los  cuales  nos 
llevaron  por  tierra  muy  trabajosa  de  andar  y  maravillo- 
sa de  ver,  porque  en  ella  hay  muy  grandes  montes  y 
los  árboles  a  maravilla  altos,  y  son  tantos  los  que  están 
caídos  en  el  suelo,  que  nos  embarazaban  el  camino,  de 
suerte  que  no  podíamos  pasar  sin  rodear  mucho  y  con 
muy  gran  trabajo;  de  los  que  no  estaban  caídos,  mu- 
chos estaban  hendidos  desde  arriba  hasta  abajo,  de 
rayos  que  en  aquella  tierra  caen,  donde  siempre  hay 
muy  grandes  tormentas  y  tempestades.  Con  este  traba- 
jo caminamos  hasta  un  día  después  de  San  Juan,  que 
llegamos  a  vista  de  Apalache  sin  que  los  indios  de  la 
tierra  nos  sintiesen.  Dimos  muchas  gracias  a  Dios  por 
\  vernos  tan  cerca  de  El,  creyendo  que  era  verdad  lo 
que  de  aquella  tierra  ñas  habían  dicho,  que  allí  se  aca- 
barían los  grandes  trabajos  que  habíamos  pasado,  así 
por  el  malo  y  largo  camino  para  andar,  como  por  la 
mucha  hambre  que  habíamos  padescido;  porque  aun- 
que algunas  veces  hallábamos  maíz,  las  más  andába- 
mos siete  y  ocho  leguas  sin  toparlo;  y  muchos  había 
entre  nosotros  que,  allende  del  mucho  cansancio  y 
hambre,  llevaban  hechas  llagas  en  las  espaldas,  de  lle- 
var las  armas  a  cuestas,  sin  otras  cosas  que  se  ofres- 
cían.  Mas  con  vernos  llegados  donde  deseábamos,  y 
donde  tanto  mantenimiento  y  oro  nos  habían  dicho 
que  había,  paresciónos  que  se  nos  había  quitado  gran 
parte  del  trabajo  y  cansancio. 


v_ 


CAPITULO    VI 

Cómo   llegamos  a  Apalache. 


Llegados  que  fuimos  a  vista  de  Apalache,  el  gober- 
nador mandó  que  yo  tomase  nueve  de  caballo  y  cin- 
cuenta peones,  y  entrase  en  el  pueblo,  y  ansí  lo  aco- 
metimos el  veedor  y  yo;  y  entrados,  no  hallamos  sino 
mujeres  y  muchachos,  que  los  hombres  a  la  sazón  no 
estaban  en  el  pueblo;  mas  de  ahí  a  poco,  andando  nos- 
otros por  él,  acudierQru-jLXQinenzaron  a  pelear,  fle- 
chándonos^ y  mataron  el  caballo  del  veedor;  mas  al  fin 
huyQrony  nos  dejaron.  Allí  hallamos  mucha  cantidad 
de  maíz  que  estaba  ya  para  cogerse,  y  mucho  seco  que 
tenían  encerrado.  Hallámosles  muchos  cueros  de  vena- 
dos, y  entre  ellos  algunas  mantas  de  hilo  pequeñas,  y 
no  buenas,  con  que  las  mujeres  cubren  algo  de  sus  per- 
sonas. Tenían  muchos  vasos  para  moler  maíz.  En  el 
pueblo  había  cuarenta  casas  pequeñas  y  edificadas,  ba- 
jas y  en  lugares  abrigados,  por  temor  de  las  grandes 
tempestades  que  continuamente  en  aquella  tierra  suele 
haber.  El  edificio  es  de  paja,  y  están  cercados  de  muy 
espeso  monte  y  grandes  arboledas  y  muchos  piélagos 
de  agua,  donde  hay  tantos  y  tan  grandes  árboles  caí- 
dos, que  embarazan,  y  son  causa  que  no  se  puede  por 
allí  andar  sin  mucho  trabajo  y  peligro. 


CAPITULO    VII 

De  la  manera  que  es  la  tierra. 


La  tierra,  por  la  mayor  parte,  desde  donde  desem- 
barcamos hasta  este  pueblo  y  tierra  de  Apalache,  es 
llana;  el  suelo,  de  arena  y  tierra  firme  (1);  por  toda  ella 
hay  muy  grandes  árboles  y  montes  claros,  donde  hay 
nogales  y  laureles,  y  otros  que  se  llaman  liquidámbares, 
cedros,  sabinas  y  encinas  y  pinos  y  robles,  palmitos 
bajos,  de  la  manera  de  los  de  Castilla  (2).  Por  toda  ella 
hay  muchas  lagunas,  grandes  y  pequeñas,  algunas  muy 
trabajosas  de  pasar,  parte  por  la  mucha  hondura,  parte 
por  tantos  árboles  como  por  ellas  están  caídos.  £1  suelo 


(1)  A  partir  de  la  época  cuaternaria  toda  la  Florida  meridio- 
nal se  ha  formado  por  un  lento  proceso  de  formación  coralina. 
Los  arrecifes  coralinos  que  la  constituyen  son  de  forma  y  edades 
diferentes.  Los  hay  vivos,  que  la  acción  de  las  corrientes  deforma 
y  menoscaba;  los  hay  muertos,  y  los  hay  hasta  fósiles,  en  explica- 
ción de  levantamientos  y  hundimientos  sucesivos  de  los  fondos 
submarinos  en  que  se  apoyan.  Tras  la  línea  costera  de  los  keys  de 
la  Florida,  la  tierra  fírme  llena  de  lag-unas,  debidas  a  su  génesis 
peculiar,  se  va  consolidando  merced  a  un  proceso  de  rápida  sedi- 
mentación. El  mar  en  esta  tierra  llana  invade  en  el  flujo  y  descu- 
bre en  el  reflujo  las  tierras  coralinas  en  vías  de  formación.  Los 
manglares  costeros  contribuyen  a  detener  y  consolidar  las  arenas 
y  tarquines  coralinos. 

(2)  Apenas  si  es  preciso  advertir  que  estos  palmitos  y  demás 
especies  vegetales  que  cita  Cabeza  de  Vaca  son  afines  a  las  nues- 
tras, pero  no  las  mismas.  El  palmito  a  que  aquí  se  refiere  Núñez, 
o  palmito  de  Tierra  Firmé,  es  la  especie  Sahal  Palmetto. 

Los  keys  de  la  Florida  son  sede  en  que  prosperan  los  mangla- 
res, constituidos  principalmente  por  la  especie  Rhizophora  mangle. 


22  ALVAR    NÚÑEZ    CABEZA   DE   VACA  CAP. 

de  ellas  es  arena,  y  las  que  en  la  comarca  de  Apalache 
hallamos  son  muy  mayores  que  las  de  hasta  allí.  Hay 
en  esta  provincia  muchos  maizales,  y  las  casas  están 
tan  esparcidas  por  el  campo,  de  la  manera  que  están  las 
de  los  Gelves.  Los  animales  que  en  ellas  vimos,  son: 
venados  de  tres  maneras,  conejos  y  liebres,  osos  y  leo- 
nes, y  otras  salvajinas,  entre  los  cuales  vimos  un  animal 
que  trae  los  hijos  en  una  bolsa  que  en  la  barriga  tiene; 
y  todo  el  tiempo  que  son  pequeños  los  trae  allí,  hasta 
que  saben  buscar  de  comer;  y  si  acaso  están  fuera  bus- 
cando de  comer,  y  acude  gente,  la  madre  no  huye  hasta 
-que  los  ha  recogido  en  su  bolsa  (1).  Por  allí  la  tierra  es 
muy  fría;  tiene  muy  buenos  pastos  para  ganados;  hay 
aves  de  muchas  maneras,  ánsares  en  gran  cantidad, 
patos,  ánades,  patos  reales,  dorales  y  garzotas  y  gar- 
zas, perdices;  vimos  muchos  halcones,  neblís,  gavila- 
nes, esmerejones  y  otras  muchas  aves.  Dos  horas  des- 
pués que  llegamos  a  Apalache,  los  indios  que  de  allí 
habían  huido  vinieron  a  nosotros  de  paz,  pidiéndonos 
a  sus  mujeres  y  hijos,  y  nosotros  se  los  dimos,  salvo 
que  el  gobernador  detuvo  un  cacique  de  ellos  consi- 
go, que  fué  causa  por  donde  ellos  fueron  escandaliza- 
dos; y  luego  otro  día  volvieron  de  guerra,  y  con  tanto 
denuedo  y  presteza  nos  acometieron,  que  llegaron  a 
nos  poner  fuego  a  las  casas  en  que  estábamos;  mas 
como  salinips,  huyeron,  y  acogiéronse  á  las  lagunas, 
que  tenían  muy  cerca;  y  por  esto,  y  por  los  grandes 
maizales  que  habíaV  no  les  podimos  hacer  daño,  salvo 
a  uno  que  matanjos.  Otro  día  siguiente,  otros  indios  de 
otro  pueblo  que  estaba  de  la  otra  parte  vinieron  a  nos- 
otros y  acometiéronnos  de  la  misma  arte  que  los  pri- 
meros, y  de  la  misma  manera  se  escaparon,  y  también 


(1)  Este  animal  es  la  zarigüeya,  que  Gonzalo  Fernández  de 
Oviedo  llamó  charcha,  el  P.  Gumilla,  fara,  y  Azara,  micuré.  Se  ha 
dedicado  la  especie  al  g'ran  naturalista  español  D.  Félix  de  Azara, 
y  así,  se  la  llama  Didelphis  *Azarce,  Temm. 


VII  NAUFRAGIOS  23 

murió  uno  de  ellos.  Estuvimos  en  este  pueblo  veinte  y 
cinco  días,  en  que  hecimos  tres  entradas  por  la  tierra, 
y  hallárnosla  muy  pobre  de  gente  y  muy  mala  de  andar, 
por  los  malos  pasos  y  montes  y  lagunas  que  tenía,  pre- 
guntamos al  cacique  que  les  habíamos  detenido,  y  a  los 
otros  indios  que  traíamos  con  nosotros,  que  eran  veci- 
nos y  enemigos  de  ellos,  por  la  manera  y  población  de 
la  tierra,  y  la  calidad  de  la  gente,  y  por  los  bastimentos 
y  todas  las  otras  cosas  de  ella.  Respondiéronnos  cada 
uno  por  sí,  que  el  mayor  pueblo  dé  toda  aquella  tierra 
era  aquel  Apalache,  y  que  adelante  había  menos  gente 
y  muy  más  pobre  que  ellos,  y  que  la  tierra  era  mal  po- 
blada y  los  moradores  de  ella  muy  repartidos;  y  que 
yendo  adelante,  había  grandes  lagunas  y  espesura  de 
montes  y  grandes  desiertos  y  despoblados.  Bpegw^tá- 
mosles  luego  por  la  tierra  que  estaba  hacia  el  sur,  qué 
pueblos  y  mantenimientos  tenía.  Dye^ron  que  por  aque- 
lla vía,  yendo  a  la  mar  nueve  jornadas,  había  un  pueblo 
que  llamaban  Aute,  y  los  indios  de  él  tenían  mucho 
maíz,  y  que  tenían  frísoles  y  calabazas,  y  que  por  estar 
tan  cerca  de  la  mar  alcanzaban  pescados,  y  que  éstos 
eran  amigos  suyos.  Nosotros,  vista  la  pobreza  de  la 
tierra,  y  las  malas  nuevas  que  de  la  población  y  de  todo 
lo  demás  nos  daban,  y  como  los  indios  nos  hacían  con- 
tinua guerra  hiriéndonos  la  gente  y  los  caballos  en  los 
lugares  donde  íbamos  a  tomar  agua,  y  esto  desde  las 
lagunas,  y  tan  a  salvo,  que  no  los  podíamos  ofender, 
porque  metidos  en  ellas  nos  flechaban,  y  mataron  un 
señor  de  Tezcuco  que  se  llamaba  don  Pedro,  que  el 
comisario  llevaba  consigo,  acordamos  de  partir  de  allí, 
y  ir  a  buscar  la  mar  y  aquel  pueblo  de  Aute  que  nos 
habían  dicho;  y  así,  nos  partimos  a  cabo  de  veinte  y 
cinco  días  que  allí  habíamos  llegado.  El  primero  día 
pasamos  aquellas  lagunas  y  pasos  sin  ver  indio  ninguno; 
mas  al  segundo  día  llegamos  a  una  laguna  de  muy  mal 
paso,  porque  daba  el  agua  a  los  pechos  y  había  en  ella 
muchos  árboles  caídos.  Ya  que  estábamos  en  medio 


24  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

de  ella  nos  acometieron  muchos  indios  que  estaban 
abscondidos  detrás  de  los  árboles  porque  no  los  viése- 
mos; otros  estaban  sobre  los  caídos,  y  comenzáronnos 
a  flechar  de  manera,  que  nos  hirieron  muchos  hombres 
y  caballos,  y  nos  tomaron  la  g-uía  que  llevábamos,  antes 
que  de  la  lag-una  saliésemos,  y  después  de  salidos  de 
ella,  nos  tornaron  a  seguir,  queriéndonos  estorbar  el 
paso;  de  manera  que  no  nos  aprovechaba  salimos 
afuera  ni  hacernos  más  fuertes  y  querer  pelear  con 
ellos,  que  se  metían  luego  en  la  laguna,  y  desde  allí 
nos  herían  la  gente  y  caballos.  Visto  esto,  el  goberna- 
dor mandó  a  los  de  caballo  que  se  apeasen  y  les  aco- 
metiesen a  pie.  El  contador  se  apeó  con  ellos,  y  así  los 
acometieron,  y  todos  entraron  a  vueltas  en  una  laguna, 
y  así  les  ganamos  el  paso.  En  esta  revuelta  hubo  algu- 
nos de  los  nuestros  heridos,  que  no  les  valieron  buenas 
armas  que  llevaban;  y  huboijjQmbres  este  día  que  jura- 
ron que  habían  visto  dos  roble^,  cada  uno  de  ellos  tan 
grueso  como  la  pierna  por  tíajo,  pasados  de  parte  a 
parte  de  las  flechas  de  los  indios;  y  esto  no  es  tanto  de 
maravillar,  vista  la  fuerza  y  maña  con  que  las  echan; 
porque  yo  mismo  vi  una  flecha  en  un  pie  de  un  álamo, 
que  entraba  por  él  un  geme.  Cuantos  indios  vimos  des- 
de la  Florida  aquí,  todos  son  flecheros;  y  como  son  tan 
crescidos  de  cuerpo  y  andan  desnudos,  desde  lejos  pa- 
rescen  gigantes.  Es  gente  a  maravilla  bien  dispuesta, 
muy  enjutos  y  de  muy  grandes  fuerzas  y  ligereza  (1). 
Los  arcos  que  usan  son  gruesos  como  el  brazo,  de  once 
o  doce  palmos  de  largo,  que  flechan  a  doscientos  pasos 
con  tan  gran  tiento,  que  ninguna  cosa  yerran.  Pasados 
que  fuimos  de  este  paso,  de  ahí  a  una  legua  llegamos 
a  otro  de  la  misma  manera,  salvo  que  por  ser  tan  larga, 
que  duraba  media  legua,  era  muy  peor:  éste  pasamos 


(1)  Eran  seminólas,  primitivos  habitantes  de  la  Florida.  En 
tiempos  de  la  conquista  por  los  Estados  Unidos  (1830-1842),  fué 
Oceola  u  Osceola  su  héroe  de  la  independencia  nacional. 


VII  NAUFRAGIOS  2Í) 

libremente  y  sin  estorbo  de  indios;  que,  como  habían 
gastado  en  el  primero  toda  la  munición  que  de  flechas 
tenían,  no  quedó  con  que  osarnos  acometer.  Otro  día 
siguiente,  pasando  o;ti:o  semejante  paso,  yo  hallé  rastro 
de  gente  que  iba  delante,  y  di  aviso  de  ello  al  gober- 
nador, que  venía  en  la  retaguarda;  y  ansí,  aunque  los 
indios  salieron  a  nosotros,  como  íbamos  apercibidos, 
no  nos  pudieron  ofender;  y  salidos  a  lo  llano,  fuéron- 
nos  todavía  siguiendo;  volvimos  a  ellos  por  dos  partes, 
.y  matémosles  dos  indios,  y  hiriéronme  a  mí  y  dos  o  tres 
cristianos;  y  por  acogérsenos  al  monte  no  les  podimos 
hacer  más  mal  ni  daño.  De  esta  suerte  caminamos  ocho 
días,  y  desde  este  paso  que  he  contado,  no  salieron 
más  indios  a  nosotros  hasta  una  legua  adelante,  que  es 
lugar  donde  he  dicho  que  íbamos.  Allí,  yendo  nosotros 
por  nuestro  camino,  salieron  indios,  y  sin  ser  sentidos, 
dieron  en  la  retaguarda,  y  a  los  gritos  que  dio  un  mu- 
chacho de  un  hidalgo  de  los  que  allí  iban,  que  se  lla- 
maba Avellaneda,  el  Avellaneda  volvió,  y  fué  a  soco- 
rrerlos, y  los  indios  le  acertaron  con  una  flecha  por  el 
canto  de  las  corazas,  y  fué  tal  la  herida,  que  pasó  casi 
toda  la  flecha  por  el  pescuezo,  y  luego  allí  murió  y  lo 
llevamos  hasta  Aute.  En  nueve  días  de  camino,  desde 
Apalache  hasta  allí,  llegamos.  Y  cuando  fuimos  llega- 
dos, hallamos  toda  la  gente  de  él  ida,  y  las  casas  que- 
madas, y  mucho  maíz  y  calabazas  y  frísoles,  que  ya  todo 
estaba  para  empezarse  a  coger.  Descansamos  allí  dos 
días,  y  éstos  pasados,  el  gobernador  me  rogó  que  fuese 
a  descubrir  la  mar,  pues  los  indiosjis.Q¡5j3uqJue-£j5taba 
tan  cerca  de  allí;  ya  en~"éste"'camino  la  habíamos  des- 
cubierFó  por  un  río  muy  grande  que  en  él  hallamos,  a 
quien  habíamos  puesto  por  nombre  el  río  de  la  Mag- 
dalena. Visto  esto,  otro  día  siguiente  yo  me  partí  a  des- 
cubrirla, juntamente  con  el  comisario  y  el  capitán  Cas- 
tillo y  Andrés  Dorantes  y  otros  siete  de  caballo  y  cin- 
cuenta peones,  y  caminamos  hasta  hora  de  vísperas, 
que  llegamos  a  un  ancón  o  entrada  de  la  mar,  donde 


26  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA   DE   VACA       CAP.  VII 

hallamos  muchos  ostiones,  con  que  la  gente  holgó;  y 
dimos  muchas  gracias  a  Dios  por  habernos  traído  allí. 
Otro  día  de  mañana  envié  veinte  hombres  a  que  co- 
nosciesen  la  costa  y  mirasen  la  disposición  de  ella,  los 
cuales  volvieron  otro  día  en  la  noche,  diciendo  que 
aquellos  ancones  y  bahías  eran  muy  grandes  y  entraban 
tanto  por  la  tierra  adentro,  que  estorbaban  mucho  para 
descubrir  lo  que  queríamos,  y  que  la  costa  estaba  muy 
lejos  de  allí.  Sabidas  estas  nuevas,  y  vista  la  mala  dis- 
posición y  aparejo  que  para  descubrir  la  costa  por  allí 
había,  yo  me  volví  al  gobernador,  y  cuando  llegamos, 
hallámosle  enfermo  con  otros  muchos,  y  la  noche  pa- 
sada los  indios  habían  dado  en  ellos  y  puéstolos  en 
grandísimo  trabajo,  por  la  razón  de  la  enfermedad  que 
les  había  sobrevenido;  también  les  habían  muerto  un 
caballo.  Yo  di  cuenta  de  lo  que  había  hecho  y  de  la 
mala  disposición  de  la  tierra.  Aquel  día  nos  detuvi- 
mos allí. 


CAPITULO  VIII 

Cómo   partimos    de   Aute. 


Otro  día  sigfuiente  partimos  de  Aute,  y  caminamos 
todo  el  día  hasta  llegar  donde  yo  había  estado.  Fué  el 
camino  en  extremo  trabajoso,  porque  n¡  los  caballos 
bastaban  a  llevar  los  enfermos,  ni  sabíamos  qué  reme- 
dio poner,  porque  cada  día  adolescían;  que  fué  cosa  de 
muy  gran  lástima  y  dolor  ver  la  necesidad  y  trabajo  en 
que  estábamos.  Llegados  que  fuimos,  visto  el  poco  re- 
medio que  para  ir  adelante  había,  porque  no  había 
dónde,  ni  aunque  lo  hubiera,  la  gente  pudiera  pasar 
adelante,  por  estar  los  más  enfermos,  y  tales,  que  po- 
|ía  de  quien  se  pudiese  haber  algún  provecho, 
aquí  de  contar  esto  más  largo,  porque  cad^ 
puede  pensar  lo  que  se  pasaría  en  tierra  tan  extra-/ 
y  tan  mala,  y  tan  sin  ningún  remedio  de  ninguna 
/cosa,  ni  para  estar  ni  para  salir  de  ella.  Mas  como  el 
nras^CÍérfo  remedio  sea  Dios  nuestro  Señor,  y  de  éste 
nunca  desconfíamos,  suscedió  otra  cosa  que  agravaba 
más  que  todo  esto,  que  entre  la  gente  de  caballo  se 
comenzó  la  mayor  parte  de  ellos  a  ir  secretamente, 
pensando  hallar  ellos  por  sí  remedio,  y  desamparar  al 
gobernador  y  a  los  enfermos,  los  cuales  estaban  sin  al- 
gunas fuerzas  y  poder.  Mas,  como  entre  ellos  había 
muchos  hijosdalgo  y  hombres  de  buena  suerte,  no  qui- 
sieron que  esto  pasase  sin  dar  parte  al  gobernador  y  a 
los  oficiales  de  Vuestra  Majestad;  y  como  les  afeamos 
su  propósito,  y  les  pusimos  delante  el  tiempo  en  que 
desamparaban  a  su  capitán  y  los  que  estaban  enfermos 


28  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA    DE   VACA  CAP. 

y  sin  poder,  y  apartarse  sobre  todo  del  servicio  de 
Vuestra  Majestad,  acordaron  de  quedar,  y  que  lo  que 
fuese  de  uno  fuese  de  todos,  sin  que  ningfuno  desam- 
parase a  otro.  Visto  esto  por  el  gobernador,  los  llamó 
a  todos  y  a  cada  uno  por  sí,  pidiendo  parescer  de  tan 
mala  tierra,  para  poder  salir  de  ella  y  buscar  algún  re- 
medio, pues  allí  no  lo  había,  estando  la  tercia  parte  de 
la  gente  con  gran  enfermedad,  y  cresciendo  esto  cada 
hora,  que  teníamos  por  cierto  todos  lo  estaríamos  así; 
de  donde  no  se  podía  seguir  sino  la  muerte,  que  por 
ser  en  tal  parte  se  nos  hacía  más  grave;  y  vistos  estos 
y  otros  muchos  inconvenientes,  y  tentados  muchos  re- 
medios, acordamos  en  uno  harto  difícil  de  poner  en 
obra,  que  era  hacer  navios  en  que  nos  fuésemos.  A  to- 
dos parescía  imposible,  porque  nosotros  no  los  sabía- 
mos hacer,  ni  había  herramientas,  ni  hierro,  ni  fragua, 
ni  estopa,  ni  pez,  ni  jarcias,  fínalmente,  ni  cosa  ninguna 
de  tantas  como  son  menester,  ni  quien  supiese  nada 
para  dar  industria  en  ello,  y  sobre  todo,  no  haber  qué 
comer  entretanto  que  se  hiciesen,  y  los  que  habían  de 
trabajar  del  arte  que  habíamos  dicho;  y  considerando 
todo  esto,  acordamos  de  pensar  en  ello  más  de  espa- 
cio, y  cesó  la  plática  aquel  día,  y  cada  uno  se  fué,  en- 
comendándolo a  Dios  nuestro  Señor,  que  lo  encamina- 
se por  donde  El  fuese  más  servido.  Otro  día  quiso 
Dios  que  uno  de  la  compañía  vino  diciendo  que  él  ha- 
ría unos  cañones  de  palo,  y  con  unos  cueros  de  vena- 
do se  harían  unos  fuelles,  y  como  estábamos  en  tiempo 
que  cualquiera  cosa  que  tuviese  alguna  sobrehaz  de  re- 
medio, nos  parescía  bien,  dijimos  que  se  pusiese  por 
obra;  y  acordamos  de  hacer  de  los  estribos  y  espuelas 
y  ballestas,  y  de  las  otras  cosas  de  hierro  que  había,  los 
clavos  y  sierras  y  hachas,  y  otras  herramientas,  de  que 
tanta  necesidad  había  para  ello;  y  dimos  por  remedio 
que  para  haber  algún  mantenimiento  en  el  tiempo  que 
esto  se  hiciese  se  hiciesen  cuatro  entradas  en  Aute  con 
todos  los  caballos  y  gente  que  pudiesen  ir,  y  que  a  ter- 


VIII 


NAUFRAGIOS  29 


/ 


cero  día  se  matase  un  caballo,  el  cual  se  repartiese  entre 
los  que  trabajaban  en  la  obra  de  las  barcas  y  los  que  es- 
taban enfermos;  las  entradas  se  hicieron  con  la  gente  y 
caballos  que  fué  posible,  y  encellas  _se  trajeron  hasta 
cuatrocientas  hanegas  de  maíz,  aunque  no  sin  contien- 
das y  pendencias  con  los  indios.  Hecimos  coger  mu- 
chos palmitos  para  aprovecharnos  de  la  lana  y  cober- 
tura de  ellos,  torciéndola  y  adereszándola  para  usar  en 
lugar  de  estopa  para  las  barcas;  las  cuales  se  comenza- 
ron a  hacer  con  un  solo  carpintero  que  en  la  compañía 
había,  y  tanta  diligencia  pusimos,  que,  comenzándolas 
a  4  días  de  agosto,  a  20  días  del  mes  de  setiembre 
eran  acabadas  cinco  barcas,  de  a  veinte  y  dos  codos 
cada  una,  calafeteadas  con  las  estopas  de  los  palmitos, 
y  breémoslas  con  cierta  pez  de  alquitrán  que  hizo  un 
griego,  llamado  don  Teodoro,  de  unos  pinos;  y  de  la 
misma  ropa  de  los  palmitos,  y  de  las  colas  y  crines 
de  los  caballos,  hecimos  cuerdas  y  jarcias,  y  de  las 
nuestras  camisas  velas,  y  de  las  sabinas  que  allí  había, 
hecimos  los  remos  que  nos  paresció  que  era  menester; 
y  tal  era  la  tierra  en  que  nuestros  pecados  nos  habían 
puesto,  que  con  muy  gran  trabajo  podíamos  hallar  pie- 
dras para  lastre  y  anclas  de  las  barcas,  ni  en  toda  ella 
habíamos  visto  ninguna.  Desollamos  también  las  pier- 
nas de  los  caballos  enteras,  y  curtimos  los  cueros  de 
ellas  para  hacer  botas  en  que  llevásemos  agua.  En  este 
tiempo  algunos  andaban  cogiendo  marisco  por  los  rin- 
cones y  entradas  de  la  mar,  en  que  los  indios,  en 
dos  veces-^ue'dreron  en  ellos,  nos  mataron  diez  hom- 
a  vista  del  real,  sin  que  los  pudiésemos  socorrer, 
los  cuales  hallamos  de  parte  a  parte  pasados  con  fle- 
chas; que,  aunque  algunos  tenían  buenas  armas,  no  bas- 
taron a  resistir  para  que  esto  no  se  hiciese,  por  flechar 
con  tanta  destreza  y  fuerza  como  arriba  he  dicho;  y  a 
dicho  y  juramento  de  nuestros  pilotos,  desde  la  bahía, 
que  pusimos  nombre  de  la  Cruz,  hasta  aquí  anduvimos 
docientas  y  ochenta  leguas,  poco  más  o  menos.  En 


30  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA    DE   VACA     CAP.  VIII 

toda  esta  tierra  no  vimos  sierra  ni  tuvimos  noticias  de 
ella  en  ninguna  manera;  y  antes  que  nos  embarcásemos, 
sin  los  que  los  indios  nos  mataron,  se  murieron  más  de 
cuarenta  hombres  de  enfermedad  y  hambre.  A  22  días 
del  mes  de  setiembre  se  acabaron  de  comer  los  caba- 
llos, que  solo  uno  quedó,  y  este  día  nos  embarcamos 
por  esta  orden:  que  en  la  barca  del  gobernador  iban 
cuarenta  y  nueve  hombres;  en  otra  que  dio  al  contador 
y  comisario  iban  otros  tantos;  la  tercera  dio  al  capitán 
Alonso  del  Castillo  y  Andrés  Dorantes,  con  cuarenta  y 
ocho  hombres,  y  otra  dio  a  dos  capitanes,  que  se  lla- 
maban Téllez  y  Peñalosa,  con  cuarenta  y  siete  hombres. 
La  otra  dio  al  veedor  y  a  mí  con  cuarenta  y  nueve 
hombres,  y  después  de  embarcados  los  bastimientos  y 
ropa,  no  quedó  a  las  barcas  más  de  un  geme  de  bor- 
do fuera  del  agua,  y  allende  de  esto,  íbamos  tan  apre- 
tados, que  no  nos  podíamos  menear;  y  tanto  puede  la 
necesidad,  que  nos  hizo  aventurar  a  ir  de  esta  manera, 
y  meternos  en  una  mar  tan  trabajosa,  y  sin  tener  noti- 
cia de  la  arte  del  marear  ninguno  de  los  que  allí  iban. 


CAPITULO    IX 

Cómo  partimos  de  bahía  de  Caballos. 


Aquella  bahía  de  donde  partimos  ha  por  nombre  la 
bahía  de  Caballos,  y  anduvimos  siete  días  por  aquellos 
ancones,  entrados  en  el  agua  hasta  la  cinta,  sin  señal 
de  ver  ninguna  cosa  de  costa,  y  al  cabo  de  ellos  llega- 
mos a  una  isla  que  estaba  cerca  de  la  tierra.  Mi  barca 
iba  delante,  y  de  ella  vimos  venir  cinco  canoas  de  in- 
dios, los  cuales  las  desampararon  y  nos  las  dejaron  en 
las  manos,  viendo^U.^ÍJbaflaQS.a.«eÚas;  las  otras  barcas 
pasaron  adelante,  y  dieron  en  unas  casas  de  la  misma 
isla,  donde  hallamos  muchas  lizas  y  huevos  de  ellas, 
que  estaban  secas;  que  fué  muy  gran  remedio  para  la 
necesidad  que  llevábamos.  Después  de  tomadas,  pasa- 
mos adelante,  y  dos  leguas  de  allí  pasamos  un  estrecho 
que  la  isla  con  la  tierra  hacía,  al  cual  llamamos  de  Sant 
Miguel  por  haber  salido  en  su  día  por  él;  y  salidos,  lle- 
gamos a  la  costa,  donde,  con  las  cinco  canoas  que  yo 
había  tomado  a  los  indios,  remediamos  algo  de  las 
barcas,  haciendo  falcas  de  ellas,  y  añadiéndolas;  de 
manera  que  subieron  dos  palmos  de  bordo  sobre  el 
agua;  y  con  esto  tornamos  a  caminar  por  luengo  de 
costa  la  vía  del  río  de  Palmas,  cresciendo  cada  día  la 
sed  y  la  hambre,  porque  los  bastimientos  eran  muy  po- 
cos y  iban  muy  al  cabo,  y  el  agua  se  nos  acabó,  porque 
las  botas  que  hecimos  de  las  piernas  de  los  caballos 
luego  fueron  podridas  y  sin  ningún  provecho;  algunas 
veces  entramos  por  ancones  y  bahías  que  entraban  mu- 
cho por  la  tierra  adentro;  todas  las  hallamos  bajas  y 


32  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

peligrosas;  y  ansí,  anduvimos  por  ellas  treinta  días,  don- 
de alg-unas  veces  hallábamos  indios  pescadores,  gente 
pobre  y  miserable.  Al  cabo  ya  de  estos  treinta  días,  que 
la  necesidad  del  agua  era  en  extremo,  yendo  cerca  de 
costa,  una  noche  sentimos  venir  una  canoa,  y  como  la 
vimos,  esperamos  que  llegase,  y  ella  no  quiso  hacer 
cara;  y  aunque  la  llamamos,  no  quiso  volver  ni  aguar- 
darnos, y  por  ser  de  noche  no  la  seguimos,  y  fuímonos 
nuestra  vía;  cuando  amanesció  vimos  una  isla  pequeña, 
y  fuimos  a  ella  por  ver  si  hallaríamos  agua;  mas  nuestro 
trabajo  fué  en  balde,  porque  no  la  había.  Estando  allí 
surtos,  nos  tomó  una  tormenta  muy  grande,  porque  nos 
detuvimos  seis  días  sin  que  osásemos  salir  a  la  mar;  y 
como  había  cinco  días  que  no  bebíamos,  la  sed  fué 
tanta,  que  nos  puso  en  necesidad  de  beber  agua  sala- 
da, y  algunos  se  desatentaron  tanto  en  ello,  que  súpi- 
tamente se  nos  murieron  cinco  hombres.  Cuento  esto 
así  brevemente,  porque  no  creo  que  hay  necesidad  de 
particularmente  contar  las  miserias  y  trabajos  en  que 
nos  vimos;  pues  considerando  el  lugar  donde  estába- 
mos y  la  poca  esperanza  de  remedio  que  teníamos, 
Qada  uno  puede  pensar  mucho  de  lo  que  allí  pasaría;  y 
como  vimos  que  la  sed  crescía  y  el  agua  nos  mataba, 
aunque  la  tormenta  no  era  cesada,  acordamos  de  enco- 
mendarnos a  Dios  nuestro  Señor,  y  aventurarnos  antes 
al  peligro  de  la  mar  que  esperar  la  certinidad  de  la 
muerte  que  la  sed  nos  daba;  y  así,  salimos  la  vía  donde 
habíamos  visto  la  canoa  la  noche  que  por  allí  veníamos; 
y  en  este  día  nos  vimos  muchas  veces  anegados,  y  tan 
perdidos,  que  ninguno  hubo  que  no  tuviese  por  cierta 
la  muerte.  Plugo  a  nuestro  Señor,  que  en  las  mayores 
necesidades  suele  mostrar  su  favor,  que  a  puesta  del 
Sol  volvimos  una  punta  que  la  tierra  hace,  adonde  ha- 
llamos mucha  bonanza  y  abrigo.  Salieron  a  nosotros 
muchas  canoas,  y  los  indios  que  en  ellas  venían  nos 
hablaron,  y  sin  querernos  aguardar,  se  volvieron.  Era 
gente  grande  y  bien  dispuesta,  y  no  traían  flechas  ni 


IX  NAUFRAGIOS  33 

arcos.  Nosotros  les  fuimos  sig-uiendo  hasta  sus  casas, 
que  estaban  cerca  de  allí  a  la  lengua  del  agua,  y  salta- 
mos en  tierra,  y  delante  de  las  casas  hallamos  muchos 
cántaros  de  agua  y  mucha  cantidad  de  pescado  guisa- 
do, y  el  señor  de  aquellas  tierras  ofresció  todo  aquello 
al  gobernador,  y  tomándolo  consigo,  lo  llevó  a  su  casa. 
Las  casas  de  estos  eran  de  esteras,  que  a  lo  que  pares- 
ció  eran  estantes;  y  después  que  entramos  en  casa  del 
cacique,  nos  dio  mucho  pescado,  y  nosotros  le  dimos 
del  maíz  que  traíamos,  y  lo  comieron  en  nuestra  pre- 
sencia, y  nos  pidieron  más,  y  se  lo  dimos,  y  el  gober- 
nador le  dio  muchos  rescates;  el  cual,  estando  con  el 
cacique  en  su  casa,  a  media  hora  de  la  noche,  súpita- 
mente los  indios  dieron  en  nosotros  y  en  los  que  esta- 
ban muy  malos  echados  en  la  costa,  y  acometieron  tam- 
bién la  casa  del  cacique,  donde  el  gobernador  estaba, 
y  lo  hirieron  de  una  piedra  en  el  rostro.  Los  que  allí  se 
hallaron  prendieron  al  cacique;  mas  como  los  suyos  es- 
taban tan  cerca,  soltóseles  y  dejóles  en  las  manos  una 
manta  de  martas  cebelinas,  que  son  las  mejores  que 
creo  yo  que  en  el  mundo  se  podrían  hallar,  y  tienen  un 
olor  que  no  paresce  sino  de  ámbar  y  almizcle,  y  alcan- 
za tan  lejos,  que  de  mucha  cantidad  se  siente  (1);  otras 
vimos  allí,  mas  ningunas  eran  tales  como  éstas.  Los  que 
allí  se  hallaron,  viendo  al  gobernador  herido,  lo  meti- 
mos en  la  barca,  y  hecimos  que  con  él  se  recogiese 
toda  la  más  gente  a  sus  barcas,  y  quedamos  hasta  cin- 
cuenta en  tierra  para  contra  los  indios,  que  nos  acome- 
tieron tres  veces  aquella  noche,  y  con  tanto  ímpetu, 
que  cada  vez  nos  hacían  retraer  más  de  un  tiro  de  pie- 
dra. Ninguno  hubo  de  nosotros  que  no  quedase  heri- 
do, y  yo  lo  fui  en  la  cara;  y  si,  como  se  hallaron  pocas 

(1)  Parece  se  trata  aquí  de  las  pieles  del  castor  (Castor  fiber)* 
que,  en  tiempos  del  descubrimiento  de  América  del  Norte,  ocupaba 
un  área  inmensa  desde  Alaska  y  la  bahía  de  Hudson  hasta  Cali- 
fornia y  Arizona,  aun  cuando  ahora  esté  confinado  en  la  parte 
norte. 

CABEZA    DE    VACA. —  NAUFRAGIOS  3 


34  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA        CAP.  IX 

flechaSjj  esjtuyiexan  más  proveídos  de  ellas,  sin  dubda 
nos  Kicieran  mueho  daño.  La  última  vez  se  pusieron  en 
celada  los  capitanes  Dorantes  y  Peñalosa  y  Téllez  con 
quince  hombres,  y  dieron  en  ellos  por  las  espaldas,  y 
de  tal  manera  les  hicieron  huir,  que  nos  dejaron.  Otro 
día  de  mañana  yo  les  rompí  más  de  treinta  canoas,  que 
nos  aprovecharon  para  un  norte  que  hacía,  que  por 
todo  el  día  hubimos  de  estar  allí  con  mucho  frío,  sin 
osar  entrar  en  la  mar,  por  la  mucha  tormenta  que  en 
ella  había.  Esto  pasado,  nos  tornamos  a  embarcar,  y 
naveg^amos  tres  días;  y  como  habíamos  tomado  poca 
agrua,  y  los  vasos  que  teníamos  para  llevar  asimismo 
eran  muy  pocos,  tornamos  a  caer  en  la  primera  necesi- 
dad; y  siguiendo  nuestra  vía,  entramos  por  un  estero,  y 
estando  en  él,  vimos  venir  una  canoa  de  indios.  Como 
los  llamamos,  vinieron  a  nosotros,  y  el  gobernador,  a 
cuya  barca  habían  llegado,  pidióles  agua,  y  ellos  la 
ofrescieron  con  que  les  diesen  en  que  la  trajesen,  y  un 
cristiano  griego,  llamado  Doroteo  Teodoro  (de  quien 
arriba  se  hizo  mención),  dijo  que  quería  ir  con  ellos;  el 
gobernador  y  otros  se  lo  procuraron  estorbar  mucho, 
y  nunca  lo  pudieron,  sino  que  en  todo  caso  quería  ir 
Con  ellos;  así  se  fué,  y  llevó  consigo  un  negro,  y  los  in- 
dios dejaron  en  rehenes  dos  de  su  c6mpañía;  y  a  la  no- 
che volvieron  los  indios  y  trajéronnos  muchos  vasos 
sin  agua,  y  no  trajeron  los  cristianos  que  habían  lleva- 
do; y  los  que  habían  dejado  por  rehenes,  como  los 
otros  los  hablaron,  quisiéronse  echar  al  agua.  Mas  los 
que  en  la  barca  estaban  los  detuvieron;  y  ansí,  se  fue- 
ron huyendo  los  indios  de  la  canoa,  y  nos  dejaron  muy 
confusos  y  tristes  por  haber  perdido  aquellos  dos  cris- 
tianos. 


CAPITULO   X 

De  la  refriega  que  nos  dieron  los  indios. 

Venida  la  mañana,  vinieron  a  nosotros  muchas  ca- 
noas de  indios,  pidiéndonos  los  dos  compañeros  que 
en  la  barca  habían  quedado  por  rehenes.  El  goberna- 
dor dijo  que  se  los  daría  con  que  trajesen  los  dos  cris- 
tianos que  habían  llevado.  Con  esta  gente  venían  cin- 
co o  seis  señores,  y  nos  paresció  ser  la  gente  más  bien 
dispuesta  y  de  más  autoridad  y  concierto  que  hasta  allí 
.^habíamos  visto,  aunque  no  tan  grandes  como  los  otros 
{de  quien  habemos  contado.  Traían  los  cabellos  sueltos 
y  muy  largos,  y  cubiertos  con  mantas  de  martas,  de  la 
suerte  de  las  que  atrás  habíamos  tomado,  y  algunas 
de  ellas  hechas  por  muy  extraña  manera,  porque  en 
ella  había  unos  lazos  de  labores  de  unas  pieles  leona- 
das, que  parescían  muy  bien.  Rogábannos  que  nos  fué- 
semos con  ellos  y  que  nos  darían  los  cristianos  y  agua 
y  otras  muchas  cosas;  y  contino  acudían  sobre  nosotros 
muchas  canoas,  procurando  de  tomar  la  boca  de  aque- 
lla entrada;  y  así  por  esto,  como  porque  la  tierra  era 
muy  peligrosa  para  estar  en  ella,  nos  salimos  a  la  mar, 
donde  estuvimos  hasta  mediodía  con  ellos.  Y  como  no 
nos  quisiesen  dar  los  cristianos,  y  por  esté  respeto 
nosotros  no  les  diésemos  los  indios,  comenzáronnos  a 
tirar  piedras  con  hondas,  y  varas,  con  muestras  de  fle- 
charnos, aunque  en  todos  ellos  no  vimos  sino  tres  o 
cuatro  arcos. 

Estando  en  esta  contienda  el  viento  refrescó,  y  ellos 
se  volvieron  y  nos  dejaron;  y  así  navegamos  aquel  día, 


36  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

hasta  hora  de  vísperas,  que  mi  barca,  que  iba  delante, 
descubrió  una  punta  que  la  tierra  hacía,  y  del  otro  cabo 
se  veía  un  río  muy  grande  (1),  y  en  una  isleta  que  hacía 
la  punta  hice  yo  surgir  por  esperar  las  otras  barcas.  El 
gobernador  no  quiso  llegar;  antes  se  metió  por  una 
bahía  muy  cerca  de  allí,  en  que  había  muchas  isletas,  y 
allí  nos  juntamos,  y  desde  la  mar  tomamos  agua  dulce, 
porque  el  río  entraba  en  la  mar  de  avenida,  y  por  tos- 
tar algún  maíz  de  lo  que  traíamos,  porque  ya  había  dos 
días  que  lo  comíamos  crudo,  saltamos  en  aquella  isla; 
mas  como  no  hallamos  leña,  acordamos  de  ir  al  río  que 
estaba  detrás  de  la  punta,  una  legua  de  allí;  y  yendo,  era 
tanta  la  corriente,  que  no  nos  dejaba  en  ninguna  ma- 
nera llegar,  antes  nos  apartaba  de  la  tierra,  y  nosotros 
trabajando  y  porfiando  por  tomarla.  El  norte  que  venía 
de  la  tierra  comenzó  a  crescer  tanto,  que  nos  metió  en 
la  mar,  sin  que  nosotros  pudiésemos  hacer  otra  cosa;  y 
a  media  legua  que  fuimos  metidos  en  ella,  sondamos,  y 
hallamos  que  con  treinta  brazas  no  podimos  tomar 
hondo,  y  no  podíamos  entender  si  la  corriente  era  cau- 
sa que  no  lo  pudiésemos  tomar;  y  así  navegamos  dos 
días  todavía,  trabajando  por  tomar  tierra,  y  al  cabo  de 
ellos,  un  poco  antes  que  el  Sol  saliese,  vimos  muchos 
humeros  por  la  costa;  y  trabajando  por  llegar  allá,  nos 
hallamos  en  tres  brazas  de  agua,  y  por  ser  de  noche  no 
osamos  tomar  tierra,  porque  como  habíamos  visto 
tantos  humeros,  creíamos  que  se  nos  podría  recrescer 
algún  peligro  sin  nosotros  poder  ver,  por  la  mucha 
obscuridad,  lo  que  habíamos  de  hacer,  y  por  esto  de- 
terminamos de  esperar  a  la  mañana;  y  como  amanesció, 
cada  barca  se  halló  por  sí  perdida  de  las  otras;  yo  me 
hallé  en  treinta  brazas,  y  siguiendo  mi  viaje,  a  hora  de 
vísperas  vi  dos  barcas,  y  como  fui  a  ellas,  vi  que  la  pri- 


(1)  Sin  duda  el  rio  Mississipí  y  su  delta  digitado,  cuyas  aguas 
dulces,  con  su  menor  densidad  y  gran  velocidad,  flotan  sobre  el 
mar  un  largo  trayecto. 


X  NAUFRAGIOS  37 

mera  a  que  llegué  era  la  del  gobernador,  el  cual  me 
preguntó  qué  me  parescía  que  debíamos  hacer.  Yo  le 
dije  que  debía  recobrar  aquella  barca  que  iba  delante, 
y  que  en  ninguna  manera  la  dejase,  y  que  juntas  todas 
tres  barcas,  siguiésemos  nuestro  camino  donde  Dios 
nos  quisiese  llevar.  El  me  respondió  que  aquello  no  se 
podía  hacer,  porque  la  barca  iba  muy  metida  en  la 
mar  y  él  quería  tomar  la  tierra,  y  que  si  la  quería  yo 
seguir,  que  hiciese  que  los  de  mi  barca  tomasen  los 
remos  y  trabajasen,  porque  con  fuerza  de  brazos  se 
había  de  tomar  la  tierra,  y  esto  le  aconsejaba  un  capi- 
tán que  consigo  llevaba,  que  se  llamaba  Pantoja,  di- 
ciéndole  que  si  aquel  día  no  tomaba  la  tierra,  que  en 
otros  seis  no  la  tomaría,  y  en  este  tiempo  era  nece- 
sario morir  de  hambre.  Yo,  vista  su  voluntad,  tomé  mi 
remo,  y  lo  mismo  hicieron  todos  los  que  en  mi  barca 
estaban  para  ello,  y  bogamos  hasta  casi  puesto  el  Sol; 
mas  como  el  gobernador  llevaba  la  más  sana  y  recia 
gente  que  entre  toda  había,  en  ninguna  manera  lo  po- 
dimos  seguir  ni  tener  con  ella.  Yo,  como  vi  esto,  pedí- 
le  que,  para  poderle  seguir,  me  diese  un  cabo  de  su 
barca,  y  él  me  respondió  que  no  harían  ellos  poco  si 
solos  aquella  noche  pudiesen  llegar  a  tierra.  Yo  le  dije 
que,  pues  vía  la  poca  posibilidad  que  en  nosotros  ha- 
bía para  poder  seguirle  y  hacer  lo  que  había  mandado, 
que  me  dijese  qué  era  lo  que  mandaba  que  yo  hiciese. 
El  me  respondió  que  ya  no  era  tiempo  de  mandar 
unos  a  otros;  que  cada  uno  hiciese  lo  que  mejor  le  pa- 
resciese  que  era  para  salvar  la  vida;  que  él  así  lo  enten- 
día de  hacer,  y  diciendo  esto,  se  alargó  con  su  barca, 
y  como  no  le  pude  seguir,  arribé  sobre  la  otra  barca 
que  iba  metida  en  la  mar,  la  cual  me  esperó;  y  llegado 
a  ella,  hallé  que  era  la  que  llevaban  los  capitanes  Pe- 
ñalosa  y  Téllez;  y  ansí,  navegamos  cuatro  días  en  com- 
pañía, comiendo  por  tasa  cada  día  medio  puño  de 
maíz  crudo.  A  cabo  de  estos  cuatro  días  nos  tomó  una 
tormenta,  que  hizo  perder  la  otra  barca,  y  por  gran 


38  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA    DE   VACA  CAP. 

misericordia  que  Dios  tuvo  de  nosotros  no  nos  hundi- 
mos del  todo,  según  el  tiempo  hacía;*y  con  ser  invier- 
no, y  el  frío  muy  grande,  y  tantos  días  que  padescía- 
mos  hambre,  con  los  golpes  que  de  la  mar  habíamos 
recebido,  otro  día  la  gente  comenzó  mucho  a  desma- 
yar, de  tal  manera,  que  cuando  el  Sol  se  puso,  todos 
los  que  en  mi  barca  venían  estaban  caídos  en  ella  unos 
sobre  otros,  tan  cerca  de  la  muerte,  que  pocos  había 
que  tuviesen  sentido,  y  entre  todos  ellos  a  esta  hora 
no  había  cinco  hombres  en  pie;  y  cuando  vino  la  no- 
che no  quedamos  sino  el  maestre  y  yo  que  pudiése- 
mos marear  la  barca,  y  a  dos  horas  de  la  noche  el 
maestre  me  dijo  que  yo  tuviese  cargo  de  ella,  porque 
|s  él  estaba  tal,  que  creía  aquella  noche  morir;*  y  así,  yo 
yetóme  el  leme,  y  pasada  media  noche,  yo  llegué  por  ver 
si  era  muerto  el  maestre,  y  él  me  respondió  que  él  an- 
tes estaba  mejor  y  que  él  gobernaría  hasta  el  día.  Yo 
cierto  aquella  hora  de  muy  mejor  voluntad  tomara  la 
muerte,  que  no  ver  tanta  gente  delante  de  mí  de  tal 
manera. 

Y  después  que  el  maestre  tomó  cargo  de  la  barca, 
yo  reposé  un  poco  muy  sin  reposo,  ni  había  cosa  más 
lejos  de  mí  entonces  que  el  sueño.  Y  acerca  del  alba 
parescióme  que  oía  el  tumbo  de  la  mar,  porque,  como 
la  costa  era  baja,  sonaba  mucho,  y  con  este  sobre- 
salto llamé  al  maestre,  el  cual  me  respondió  que  creía 
que  éramos  cerca  de  tierra,  y  tentamos  y  hallémo- 
nos en  siete  brazas,  y  parescióle  que  nos  debíamos 
tener  a  la  mar  hasta  que  amanesciese;  y  así,  yo  tomé 
un  remo  y  bogué  de  la  banda  de  la  tierra,  que  nos  ha- 
llamos una  legua  della,  y  dimos  la  popa  a  la  mar;  y  cerca 
de  tierra  nos  tomó  una  ola,  que  echó  la  barca  fuera  del 
agua  un  juego  de  herradura,  y  con  el  gran  golpe  que 
dio,  casi  toda  la  gente  que  en  ella  estaba  como  muer- 
ta, tornó  en  sí,  y  como  se  vieron  cerca  de  la  tierra  se 
comenzaron  a  descolgar,  y  con  manos  y  pies  andando; 
y  como  salieron  a  tierra  a  unos  barrancos,   hecimos 


X  NAUFRAGIOS  39 

lumbre  y  tostamos  del  maíz  que  traíamos,  y  hallamos 
agua  de  la  que  había  llovido,  y  con  el  calor  del  fuego 
la  gente  tornó  en  sí  y  comenzaron  algo  a  esforzarse. 
El  día  que  aquí  llegamos  era  sexto  del  mes  de  no- 
viembre. 


CAPITULO   XI 

De  lo  que  acaesció  a  Lope  de  Oviedo  con  unos  indios. 

Desque  la  gente  hubo  comido,  mandé  a  Lope  de 
Oviedo,  que  tenía  más  fuerza  y  estaba  más  recio  que 
todos,  se  llegase  a  unos  árboles  que  cerca  de  allí  esta- 
ban, y  subido  en  uno  de  ellos,  descubriese  la  tierra  en 
que  estábamos  y  procurase  de  haber  alguna  noticia  de 
ella.  El  lo  hizo  así  y  entendió  que  estábamos  en  isla,  y 
vio  que  la  tierra  estaba  cavada  a  la  manera  que  suele 
estar  tierra  donde  anda  ganado,  y  parescióle  por  ésto 
que  debía  ser  tierra  de  cristianos,  y  ansí  nos  lo  dijo.  Yo 
le  mandé  que  la  tornase  a  mirar  muy  más  particular- 
mente y  viese  si  en  ella  había  algunos  caminos  que  fue- 
sen seguidos,  y  esto  sin  alargarse  mucho  por  el  peligro 
que  podía  haber.  El  fué,  y  topando  con  una  vereda  se 
fué  por  ella  adelante  hasta  espacio  de  media  legua,  y 
halló  unas  chozas  de  unos  indios  que  estaban  solas, 
porque  los  indios  eran  idos  al  campo,  y  tomó  una  olla 
de  ellos,  y  un  perrillo  pequeño  y  unas  pocas  de  lizas, 
y  así  se  volvió  a  nosotros;  y  paresciéndonos  que  se 
tardaba,  envié  otros  dos  cristianos  para  que  le  busca- 
sen y  viesen  qué  le  había  suscedido;  y  ellos  le  toparon 
cerca  de  allí  y  vieron  que  tres  indios,  con  arcos  y  fle- 
chas, venían  tras  de  él  llamándole,  y  él  asímjsmo  lla- 
maba a  ellos  por  señas;  y  así  llegó  donde^sFábamos,  y 
los  indios  se  quedaron  un  poco  atrás  asentados  en  la 
misma  ribera;  y  dende  a  media  hora  acudieron  otros 
cien  indios  flecheros,  que,  agora  ellos  fuesen  grandes 
o  no,  nuestro  miedo  les  hacía  parecer  gigantes,  y  pa- 


42  ALVAR   NQÑEZ   cabeza   DE   VACA        CAP.  XI 

raron  cerca  de  nosotros,  donde  los  tres  primeros  esta- 
ban (1).  Entre  nosotros  excusado  era  pensar  que  habría 
quien  se  defendiese,  porque  difícilmente  se  hallaron 
seis  que  del  suelo  se  pudiesen  levantar.  El  veedor  y  yo 
salimos  a  ellos  y  Ilamámosles,  y  ellos  se  lleg-aron  a  nos- 
otros; y  lo  mejor  que  podimos,  procuramos  de  asegu- 
rarlos y  asegurarnos,  y  dímosles  cuentas  y  cascabeles, 
y  cada  uno  de  ellos  me  dio  una  flecha,  que  es  señal  de 
amistad,  y  por  señas  nos  dijeron  que  a  la  mañana  vol- 
verían y  nos  traerían  de  comer,  porque  entonces  no  lo 
tenían. 


(1)  Los  indios  en  cuestión  eran  dakoias  o  sioux,  arrogantes 
tipos  de  raza  india,  y  que  constituían  tribus  guerreras  e  indoma- 
bles, habitantes  del  oeste  del  Mississipí,  en  la  región  de  las  gran- 
des praderas.  La  caza  del  bisonte  influía  grandemente  en  su  vida  y 
creencias.  Alvar  Núñez  Cabeza  de  Vaca  hace  referencias  a  dicha 
caza  en  páginas  siguientes.  Tenían  curiosas  pictografías  en  pieles 
de  bisonte. 

Sus  creencias  religiosas  eran  animistas  (el  wakanda,  misterio 
omnipresente,  resuelto  en  seres  y  espíritus  innúmeros).  El  perro 
(empleado  como  alimento  y  bestia  de  arrastre)  era  sacrificado  en 
ceremonias  rituales.  Había  danzas  anuales  de  invocación  al  Sol: 
los  iniciados  en  las  sociedades  secretas  de  la  «gran  medicina»,  re- 
unidos en  la  cabana  comunal  y  ceremonial,  presididos  por  los  cha- 
manes, danzaban,  desnudos  y  tiznados,  en  torno  de  postes  sagrados 
de  que  pendían  amuletos.  En  los  últimos  días,  por  penitencia  o 
propiciación,  los  devotos  se  atravesaban  las  masas  musculares  de 
hombros  y  pechos  con  recios  palos  y  se  colgaban  de  vigas  para 
que  su  propio  peso  desgarrase  sus  carnes. 

Se  subdividían  en  numerosos  grupos  y  bandas,  pero  constituyen- 
do siete  grupos  principales  (los  siete  fuegos  del  Consejo).  Los  je- 
fes —  subordinados  siempre  al  Consejo  superior  —  eran  electivos. 
Practicaban  la  poligamia  y  el  patriarcado. 


CAPITULO   XII 

Cómo  los  indios  nos  trujeron  de  comer. 

Otro  día,  saliendo  el  Sol,  que  era  la  hora  que  los  in- 
dios nos  habían  dicho,  vinieron  a  nosotros,  como  lo 
habían  prometido,  y  nos  trajeron  mucho  pescado  y  de 
unas  raíces  que  ellos  comen,  y  son  como  nueces,  algu- 
nas mayores  o  menores;  la  mayQr..part&.xle.  dÜa&JSCLJsa- 
can  de  bajo  del  agua  y  con  mucho  trabajo.  A  la  tarde 
volvieron  y  nos  trajeron  más  pescado  y  de  las  mismas 
raíces,  y  hicieron  venir  sus  mujeres  y  hijos  para  que 
nos  viesen,  y  ansí,  se  volvieron  ricos  de  cascabeles  y 
cuentas  que  les  dimos,  y  otros  días  nos  tornaron  a  vi- 
sitar con  lo  mismo  que  estotras  veces.  Como  nosotros 
víamos  que  estábamos  proveídos  de  pescado  y  de 
raíces  y  de  agua  y  de  las  otras  cosas  que  pedimos, 
acordamos  de  tornarnos  a  embarcar  y  seguir  nuestro 
camino,  y  desenterramos  la  barca  de  la  arena  en  que 
estaba  metida,  y  fué  menester  que  nos  desnudásemos 
todos  y  pasásemos  gran  trabajo  para  echarla  al  agua, 
porque  nosotros  estábamos  tales,  que  otras  cosas  muy 
más  livianas  bastaban  para  ponernos  en  él;  y  así  em- 
barcados, a  dos  tiros  de  ballesta  dentro  en  la  mar,  nos 
dio  tal  golpe  de  agua  que  nos  mojó  a  todos;  y  como 
íbamos  desnudos  y  el  frío  que  hacía  era  muy  grande, 
soltamos  los  remos  de  las  manos,  y  a  otro  golpe  que 
la  mar  nos  dio,  trastornó  la  barca;  el  veedor  y  otros 
dos  se  asieron  de  ella  para  escaparse;  más  sucedió  muy 
al  revés,  que  la  barca  los  tomó  debajo  y  se  ahogaron. 
Como  la  costa  es  muy  brava,  el  mar  de  un  tumbo  echó 


>.r 


44  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

a  todos  los  otros,  envueltos  en  las  olas  y  medio  ahoga- 
dos, en  la  costa  de  la  misma  isla,  sin  que  faltasen  más 
de  los  tres  que  la  barca  había  tomado  debajo.  Los  que 
quedamos  escapados,  desnudos  como  nascimos  y  per- 
dido todo  lo  que  traíamos,  y  aunque  todo  valía  poco, 
para  entonces  valía  mucho.  Y  como  entonces  era  por 
noviembre,  y  el  frío  muy  grande,  y  nosotros  tales  que 
con  poca  difícultad  nos  podían  contar  los  huesos,  está- 
bamos hechos  propria  figura  de  la  muerte.  De  mí  sé 
decir  que  desde  el  mes  de  mayo  pasado  yo  no  había 
comido  otra  cosa  sino  maíz  tostado,  y  algunas  veces 
me  vi  en  necesidad  de  comerlo  crudo;  porque  aunque 
se  mataron  los  caballos  entretanto  que  las  barcas  se 
hacían,  yo  nunca  pude  comer  de  ellos,  y  no  fueron 
diez  veces  las  que  comí  pescado.  Esto  digojgpr  excu- 
sar razones,  porque  pueda  cada  uno^veTqué  tales,  es- 
taríamos. 

Y  sobre  todo  lo  dicho  había  sobrevenido  viento 
norte,  de  suerte  que  más  estábamos  cerca  de  la  muerte 
qué  de  la  vida.  Plugo  a  nuestro  Señor  que,  buscando 
los  tizones  del  fuego  que  allí  habíamos  hecho,  halla- 
mos lumbre,  con  que  hicimos  grandes  fuegos;  y  ansí, 
estuvimos  pidiendo  a  Nuestro  Señor  misericordia^  y 
perdón  de  nuestros  pecados,  derramando  muchas  lá- 
grimas, habiendo  cada  uno  lástima,  no  sólo  de  sí,  mas 
de  todos  los  otros,  que  en  el  mismo  estado  vían.  Y  a 
hora  de  puesto  el  Sol,  los  indios,  creyendo  que  no  nos 
habíamos  ido,  nos  volvieron  a  buscar  y  a  traernos  de 
comer;  mas  cuando  ellos  nos  vieron  ansí  en  tan  dife- 
rente hábito  del  primero  y  en  manera  tan  extraña,  es- 
pantáronse tanto  que  se  volvieron  atrás.  Yo  salí  a  ellos 
y  llámelos,  y  vinieron  muy  espantados;  hícelos  enten- 
der por  señas  cómo  se  nos  había  hundido  una  barca  y 
se  habían  ahogado  tres  de  nosotros,  y  allí  en  su  pre- 
sencia ellos  mismos  vieron  dos  muertos,  y  los  que  que- 
dábamos íbamos  aquel  camino. 

*os  indios,  de  ver  el  desastre  que  nos  había  venido 


r 


XII  NAUFRAGIOS  45 

y  el  desastre  en  que  estábamos,  con  tanta  desventura  y 
miseria,  se  sentaron  entre  nosotros,  y  con  el  gran  do- 
lor y  lástima  que  hobieron  de  vernos  en  tanta  fortu- 
na, comenzaron  todos  a  llorar  recio,  y  tan  de  verdad, 
que  lejos  de  allí  se  podía  oír,  y  esto  íes  duró  más  de  j 
media  hora;  y  cierto  ver  que  estos  hombres  tan  sin  ' 
razón  y  tan  crudos,  a  manera  de  brutos,  se  dolían  tanto 
de  nosotros,  hizo  que  en  mí  y  en  otros  de  la  compañía 
cresciese  más  la  pasión  y  la  consideración, de.  nuestra 
desdicha. 

Sosegado  ya  este  llanto,  yo  pregunté  a  los  cristia- 
nos, y  dije  que,  si  a  ellos  parescía,  rogaría  a  aquellos 
indios  que  nos  llevasen  a  sus  casas;  y  algunos  de  ellos 
que  habían  estado  en  la  Nueva  España  respondie- 
ron que  no  se  debía  hablar  en  ello,  porque  si  a  sus 
casas  nos  llevaban,  nos  sacrificarían  ^  sus  ídolos;  mas, 
visto  que  otro  remedio  no  lialDÍa,  y  que  por  cuaíqujer 
otro  camino  estaba  más  cerca  y  más  cierta  la  muertéK 
no  curé  de  lo  que  decían,  antes  rogué  a  los  indios  que  ■. 
nos  llevasen  a  sus  casas,  y  ellos  mostraron  que  habían 
gran  placer  de  ello,  y  que  esperásemos  un  poco,  que 
ellos  harían  lo  que  queríamos;  y  luego  treinta  de  ellos 
se  cargaron  de  leña,  y  se  fueron  a  sus  casas,  que  esta- 
ban lejos  de  allí,  y  quedamos  con  los  otros  hasta  cerca 
de  la  noche,  que  nos  tomaron,  y  llevándonos  asidos  y 
con  mucha  priesa,  fuimos  a  sus  casas;  y  por  el  gran  frío 
que  hacía,  y  temiendo  que  en  el  camino  alguno  no 
muriese  o  desmayase,  proveyeron  que  hobiese  cuatro 
o  cinco  fuegos  muy  grandes  puestos  a  trechos,  y  en 
cada  uno  de  ellos  nos  escalentaban;  y  desque  vían  que 
habíamos  tomado  alguna  fuerza  y  calor,  nos  llevaban 
hasta  el  otro  tan  apriesa,  que  casi  los  pies  no  nos  de- 
jaban poner  en  el  suelo;  y  de  esta  manera  fuimos  hasta 
sus  casas,  donde  hallamos  que  tenían  hecha  una  casa 
para  nosotros,  y  muchos  fuegos  en  ella;  y  desde  a  un 
hora  que  habíamos  llegado,  comenzaron  a  bailar  y  ha- 
cer grande  fiesta,  que  duró  toda  la  noche,  aunque  para 


46  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA      CAP.  XII 

nosotros  no  había  placer,  fíesta  ni  sueño,  esperando 

)  cuándo  nos  habían  de  sacrificar;  y  la  mañana  nos  tor- 

/  naron  a  dar  pescado  y  raíces,  y  hacer  tan  buen  trata- 

/  miento,  que  nos  aseguramos  algo  y  perdimos  algo  el 

vjniedo  del  sacrificio. 


CAPITULO   XIII 

Cómo  supimos  de  otros  cristianos. 

Este  mismo  día  yo  vi  a  un  indio  de  aquellos  un  res- 
cate, y  conoscí  que  no  era  de  los  que  nosotros  les  ha- 
bíamos dado;  y  preguntando  dónde  le  habían  habido, 
ellos  por  señas  me  respondieron  que  se  lo  habían  dado 
otros  hombres  como  nosotros,  que  estaban  atrás.  Yo, 
viendo  esto,  envié  dos  cristianos  y  dos  indios  que  les 
mostrasen  aquella  gente,  y  muy  cerca  de  allí  toparon 
con  ellos,  que  también  venían  a  buscarnos,  porque  los 
indios  que  allá  quedaban  les  habían  dicho  de  nosotros, 
y  éstos  eran  los  capitanes  Andrés  Dorantes  y  Alonso 
del  Castillo,  con  toda  la  gente  de  su  barca.  Y  llegados 
a  nosotros,  se  espantaron  mucho  de  vemos  de  la  ma- 
nera que  estábamos,  y  rescibieron  muy  gran  pena  ppr 
no  tener  qué  darnos;  que  ninguna  otra  ropa  traían  sino 
la  que  tenían  vestida.  Y  estuvieron  allí  con  nosotros,  y 
nos  contaron  cómo  a  5  de  aquel  mismo  mes  su  barca 
había  dado  al  través,  legua  y  media  de  allí,  y  ellos  ha- 
bían escapado  sin  perderse  ninguna  cosa;  y  todos  jun- 
tos acordamos  de  adobar  su  barca,  y  irnos  en  ella  los 
que  tuviesen  fuerza  y  disposición  para  ello;  los  otros 
quedarse  allí  hasta  que  convaleciesen,  para  irse  como 
pudiesen  por  luengo  de  costa,  y  que  esperasen  allí  has- 
ta que  Dios  los  llevase  con  nosotros  a  tierra  de  cristia- 
nos; y  como  lo  pensamos,  así  nos  pusimos  en  ello,  y 
antes  que  echásemos  la  barca  al  agua,  Tavera,  un  ca- 
ballero de  nuestra  compañía,  murió,  y  la  barca  que 
nosotros  pensábamos  llevar  hizo  su  fin,  y  no  se  pudo 


48  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA      CAP.  XIII 

sostener  a  sí  misma,  que  luego  fué  hundida;  y  como 
quedamos  del  arte  que  he  dicho,  y  los  más  desnu- 
dos, y  el  tiempo  tan  recio  para  caminar  y  pasar  ríos  y 
ancones  a  nado,  ni  tener  bastimento  alguno  ni  manera 
para  llevarlo,  determinamos  de  hacer  lo  que  la  necesi- 
dad pedía,  que  era  invernar  allí;  y  acordamos  también 
que  cuatro  hombres,  que  más  recios  estaban,  fuesen  a 
Panuco,  creyendo  que  estábamos  cerca  de  allí;  y  que 
si  Dios  nuestro  Señor  fuese  servido  de  llevarlos  allá, 
diesen  aviso  de  cómo  quedábamos  en  aquella  isla,  y  de 
nuestra  necesidad  y  trabajo.  Estos  eran  muy  grandes 
nadadores,  y  al  uno  llamaban  Alvaro  Fernández,  por- 
tugués, carpintero  y  marinero;  el  segundo  se  llamaba 
Méndez,  y  el  tercero  Figueroa,  que  era  natural  de  To- 
ledo; el  cuarto  Astudillo,  natural  de  Zafra:  llevaban 
consigo  un  indio  que  era  de  la  isla: 


CAPITULO    XIV 

Cómo  se  partieron  los  cuatro  cristianos. 


Partidos  estos  cuatro  cristianos,  dende  a  pocos  días 
sucedió  tal  tiempo  de  fríos  y  tempestades,  que  los  in- 
dios no  podían  arrancar  las  raíces,  y  de  los  cañales  en 
que  pescaban  ya  no  había  provecho  ninguno,  y  como 
las  casas  eran  tan  desabrigadas,  comenzóse  a  morir  la 
gente;  y  cinca  cristianóse  que  estaban  eTr-raneho-^n  4a 
costa  llegaran  a  tal  extremo^  cjue  se  comiéronlos  unos 
a  los  otroSjíJtasta  que  quedó  uno  solo,  que  por  ser  solo 
no  hubo  quien  lo  comiese.>Los  nombres  de  ellos  son 
éstos:  Sierra,  Diego  López,  Corral,  Palacios,  Gonzalo 
Ruiz.  De  este  caso  se  alteraron  tanto  los  indios,  y  hobo 
entre  ellos  tan  gran  escándaloi  que  sin  duda  si  al  prin- 
cipio ellos  lo  vieran,  los  mataran,  y  todos  nos  viéramos 
en  grande  trabajo.  Finalmente,  en  muy  poco  tiempo,  de 
ochenta  hombres  que  de  ambas  partes  allí  llegamos, 
quedaron  vivos  solos  quince;  y  después  de  muertos  és- 
tos, dio  a  los  indios  de  la  tierra  una  enfermedad  de  es-^ 
tómago,  de  que  murió  la  mitad  de  la  gente  de  ello^  y 
creyeron  que  nosotros  éramos  los  que  los  matábamos; 
y  teniéndolo  por  muy  cierto,  concertaron  entre  sí  de 
matar  a  los  que  habíamos  qued^ado.jYa  que  lo  venían 
a  poner  en  efecto,  un  indio  queaMí  me  tenía  les  dijo 
que  no  creyesen  que  nosotros  éramos  los  que  los  ma- 
tábamos, porque  si  nosotros  tal  poder  tuviéramos,  ex- 
cusáramos que  no  murieran  tantos  de  nosotros  como 
ellos  vían  que  habían  muerto  sin  que  les  pudiéramos 
poner  remedio;  y  que  ya  no  quedábamos  sino  muy  po- 

CABEZA    DE    VACA.  —  NAUFRAGIOS  4 


50  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA   DE   VACA  CAP. 

eos,  y  que  ninguno  hacía  daño  ni  perjuicio;  que  lo  me- 
jor era  que  nos  dejasen.  Y  quiso  nuestro  Señor  que  los 
otros  siguiesen  este  consejo  y  parescer,  y  ansí  se  estor- 
bó su  propósito.  A  esta  isla  pusimos  por  nombre  isla 
de  Mal  Hado.  La  g-ente  que  allí  hallamos  son  grandes 
y  bien  dispuestos;  no  tienen  otras  armas  sino  flechas  y 
arcos,  en  que  son  por  extremo  diestros.  Tienen  los 
hombres  la  una  teta  horadada  de  una  parte  a  otra,  y 
algunos  hay  que  las  tienen  ambas,  y  por  el  agujero  que 
hacen,  traen  una  caña  atravesada,  tan  larga  como  dos 
palmos  y  medio,  y  tan  gruesa  como  dos  dedos;  traen 
también  horadado  el  labio  de  abajo,  y  puesto  en  él  un 
pedazo  de  la  caña  delgada  como  medio  dedo.  Las  mu- 
jeres son  para  mucho  trabajo.  La  habitación  que  en 
esta  isla  hacen  es  desde  octubre  hasta  en  fin  de  hebre- 
ro.  El  su  mantenjmiento  es  las  raíces  que  he  dicho, 
sacadas  de  bajo^T^guF^oFnQVfemfai^^díeiembre. 
Tienen  cañales,  y  no  tienen  más  peces  de  para  este 
tiempo;  de  ahí  adelante  comen  las  raíces.  En  fín  de 
hebrero  van  a  otras  partes  a  buscar  con  qué  mante- 
nerse, porque  entonces  las  raíces  comienzan  a  nascer, 
y  no  son  buenas.  Es  la  gente  del  mundo  que  más  aman 
a  sus  hijos  y  mejor  tratamiento  les  hacen;  y  cuando 
acaesce  que  a  alguno  se  le  muere  el  hijo,  Uóranle  los 
padres  y  los  parientes,  y  todo  el  pueblo,  y  el  llanto 
dura  un  año  cumplido,  que  cada  día  por  la  mañana  an- 
tes que  amanezca  comienzan  primero  a  llorar  los  padres, 
y  tras  esto  todo  el  pueblo;  y  esto  mismo  hacen  al  me- 
diodía y  cuando  anochece;  y  pasado  un  año  que  los 
han  llorado,  hácenle  las  honras  del  muerto,  y  lávanse 
y  límpianse  del  tizne  que  traen.  A  todos  los  defuntos 
lloran  de  esta  manera,  salvo  a  los  viejos,  de  quien  no 
hacen  caso,  porque  dicen  que  ya  han  pasado  su  tiem- 
po, y  de  ellos  ningún  provecho  hay;  antes  ocupan  la 
tierra  y  quitan  el  mantenimiento  a'  ios  niños.  Tienen 
por  costumbre  de  enterrar  los  muertos,  si  no  son  los 
que  entre  ellos  son  físicos,  que  a  éstos  quémanlos;  y 


XIV  NAUFRAGIOS  51 

mientras  el  fuegfo  arde,  todos  están  bailando  y  hacienr 
do  muy  gfran  fiesta,  y  hacen  polvo  los  huesos;  y  pasado 
un  año,  cuando  se  hacen  sus  honras,  todos  se  jasan  ei^ 
ellas;  y  a  los  parientes  dan  aquellos  polvos  a  beber,| 
de  los  huesos,  en  agua.  Cada  uno  tiene  una  mujer,  co- 
noscida.  Los  físicos  son  los  hombres  más  libertados; 
pueden  tener  dos,  y  tres,  y  entre  éstas  hay  muy  gran 
amistad  y  conformidad.  Cuando  viene  que  alguno  casa 
su  hija,  el  que  la  toma  por  mujer,  dende  el  día  que  con 
ella  se  casa,  todo  lo  que  matare  cazando  o  pescando, 
todo  lo  trae  la  mujer  a  la  casa  de  su  padre,  sin  osar 
tomar  ni  comer  alguna  cosa  de  ello,  y  de  casa  del  sue- 
gro le  llevan  a  él  de  comer;  y  en  todo  este  tiempo  el 
suegro  ni  la  suegra  no  entran  en  su  casa,  ni  él  ha  de 
entrar  en  casa  de  los  suegros  ni  cuñados;  y^si  acaso  se 
toparen  por  alguna  parte,  se  desvían  un  tiro  de  balles- 
ta el  uno  del  otro,  y  entretanto  que  así  van  apartán- 
dose, llevan  la  cabeza  baja  y  los  ojos  en  tierra  puestos; 
porque  tienen  por  cosa  mala  verse  ni  hablarse^  Las  mu- 
jereT~tieñeñ^ttb€ffáH  para  comunicar  y  conversar  con 
los  suegros  y  parientes,  y  esta  costumbre  se  tiene  des- 
de la  isla  hasta  más  de  cincuenta  leguas  por  la  tierra 
adentro  (1). 

Otra'^ costumbre  hay,  y  es  que  cuando  algún  hijo  o 
hermano  muere,  en  la  casa  donde  muriere,  tres  meses 
no  buscan  de  comer,  antes  se  dejan  morir  de  hambre, 
y  los  parientes  y  los  vecinos  les  proveen  de  lo  que  han 
de  comer.  Y  como  en  el  tiempo  que  aquí  estuvimos 
murió  tanta  gente  de  ellos,  en  las  más  casas  había  muy 


(1)  Los  indios  con  que  ahora  se  topa  Alvar  Núñez  Cabeza  de 
Vaca  pertenecían  a  las  tribus  Criks,  de  la  familia  Muskoki.  Cada 
clan  o  linaje  poseía  su  territorio  y  su  cementerio  en  túmulo  donde 
guardar,  tras  limpios,  los  restos  de  sus  muertos.  Practicaban  el 
matriarcado  y  estaban,  a  la  fecha  de  su  descubrimiento,  en  la  edad 
de  la  piedra  pulimentada.  Tenían  una  fuerte  organización  militar 
y  construían  una  Casa  de  Consejo,  casa  grande  y  comunal.  Los  se- 
minólas eran  una  rama  derivada  de  estas  tribus  guerreras. 


52  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA      CAP.  XIV 

gran  hambre,  por  guardar  también  su  costumbre  y  ce- 
rimonia;  y  los  que  lo  buscaban,  por  mucho  que  traba- 
jaban, por  ser  el  tiempo  tan  recio,  no  podían  haber 
sino  muy  poco;  y  por  esta  causa  los  indias  que  a  mí 
me  tenían  se  salieron  de  la  isla,  y  en  unas  canoas  se 
pasaron  a  Tierra  Firme,  a  unas  bahías  adonde  tenían 
muchos  ostiones,  y  tres  meses  del  año  no  comen  otra 
cosa,  y  beben  muy  mala  agua.  Tienen  gran  falta  de  leña, 
y  de  mosquitos  muy  grande  abundancia.  Sus  casas  son 
edificadas  de  esteras  sobre  muchas  cascaras  de  ostio- 
nes, y  sobre  ellos  duermen  en  cueros,  y  no  los  tienen 
sino  es  acaso;  y  así  estuvimos  hasta  en  fín  de  abril,  que 
fuimos  a  la  costa  de  la  mar,  a  do  comimos  moras  de 
zarzas  todo  el  mes,  en  el  cual  no  cesan  de  hacer  sus 
areitos  y  fiestas. 


CAPITULO    XV 

De  lo  que  nos  acaesció  en  la  isla  de  Mal  Hado. 


En  aquella  isla  que  he  contado  nos  quisieron  hacer 
físicos  sin  examinarnos  ni  pedirnos  los  títulos,  porque 
ellos  curan  las  enfermedades  soplando  al  enfermo,  y 
con  aquel  soplo  y  las  manos  echan  de  él  la  enferme- 
dad, y  mandáronnos  que  hiciésemos  lo  mismo  y  sirvié- 
semos en  algo;  nosotros  nos  reíamos  de  ello,  diciendo 
que  era  burla  y  que  no  sabíamos  curar;  y  por  esto  nos 
quitaban  la  comida  hasta  que  hiciésemos  lo  que  nos 
decían.  Y  viendo  nuestra  porfía,  un  indio  me  dijo  a  mí 
que  yo  no  sabía  lo  que  decía  en  decir  que  no  aprove- 
charía nada  aquello  que  él  sabía,  ca  las  piedras  y  otras 
cosas  que  se  crían  por  los  campos  tienen  virtud;  y  que 
él  con  una  piedra  caliente,  trayéndola  por  el  estómago, 
sanaba  y  quitaba  el  dolor,  y  que  nosotros,  que  éramos 
hombres,  cierto  era  que  teníamos  mayor  virtud  y  po- 
der. En  fin,  nos  vinM>9  en  tanta  necesidad,  que  lo  hobi- 
mOS  de  hacer,  sin  temer  que  nadie  nos  llevase  por  ello 
la  pena.  La  manera  que  ellos  tienen  en  curarse  es  ésta: 
que  en  viéndose  enfermos,  llaman  un  médico,  y  des- 
pués de  curado,  no  sólo  le  dan  todo  lo  que  poseen, 
más  entre  sus  parientes  buscan  cosas  para  darle.  Lo 
que  el  médico  hace  es  dalle  unas  sajas  adonde  tiene 
el  dolor,  y  chúpanles  al  derredor  de  ellas.  Dan  caute- 
rios de  fuego,  que  es  cosa  entre  ellos  tenida  por  muy 
provechosa,  y  yo  lo  he  experimentado,  y  me  suscedió 
bien  de  ello;  y  después  de  esto,  soplan  aquel  lugar  que 
les  duele,  y  con  esto  creen  ellos  que  se  les  quita  el  mal. 


54        ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP. 

La  manera  con  que  iK»otros-e«ramos  era  santiguándo- 
los y  soplarlos,  y  rezar  un  Pater  noster  y  un  Ave  María, 
y  rogar  lo  mejor  que  podíamos  a  Dios  nuestro  Señor 
que  les  diese  salud,  y  espirase  ^a^eHos^ue  nQS...h¡cie- 
sen  algún  buen  tratamiento.  Quiso  Dios  nuestro  Señor 
y  su  misericordia  que  todos  aquellos  por  quien  supli- 
camos, luego  que  los  santiguamos  decían  a  los  otros 
que  estaban  sanos  y  buenos;  y  por  este  respecto  nos 
hacían  buen  tratamiento,  y  dejaban  ellos  de  comer  por 
dárnoslo  a  nosotros,  y  nos  daban  cueros  y  otras  cosi- 
llas.  Fué  tan  extremada  la  hambre  que  allí  se  pasó,  que 
muchas  veces  estuve  tres  días  sin  comer  ninguna  cosa, 
y  ellos  también  lo  estaban,  y  parescíame  ser  cosa  im- 
posible durar  la  vida,  aunque  en  otras  mayores  hambres 
y  necesidades  me  vi  después,  como  adelante  diré.  Los 
indios  que  tenían  a  Alonso  del  Castillo  y  Andrés  Do- 
rantes, y  a  los  demás  que  habían  quedado  vivos,  como 
eran  de  otra  lengua  y  de  otra  parentela,  se  pasaron  a 
otra  parte  de  la  Tierra  Firme  a  comer  ostiones,  y  allí 
estuvieron  hasta  el  1.°  día  del  mes  de  abril,  y  luego 
volvieron  a  la  isla,  que  estaba  de  allí  hasta  dos  leguas 
por  lo  más  ancho  del  agua,  y  la  isla  tiene  media  legua 
de  través  y  cinco  en  largo. 

Toda  la  gente  de  esta  tierra  anda  desnuda;  solas  las 
mujeres  traen  de  sus  cuerpos  algo  cubierto  con  una 
lana  que  en  los  árboles  se  cría.  Las  mozas  se  cubren 
con  unos  cueros  de  venados.  Es  gente  muy  partida  de 
lo  que  tienen  unos  con  otros.  No  hay  entre  ellos  señor. 
Todos  los  que  son  de  un  linaje  (1)  andan  juntos.  Habi- 
tan en  ella  dos  maneras  de  lengua^La^los  unos  llaman  de 
Capoques,  y  a  los  otros  de  Hanítienen  por  costumbre 
cuando  se  conoscen  y  de  tiempJ  a  tiempo  se  ven,  pri- 
mero que  se  hablen,  estar  media  hora  llorando,  y  aca- 
bado esto,  aquel  que  es  visitado  se  levanta  primero  y 


(1)     Alvar  Núnez  insiste  siempre  en  el  valor  social  que  tenía 
para  los  indios  el  pertenecer  a  un  mismo  clan  o  linaje. 


ir 


XV  NAUFRAGIOS  55 

da  al  otro  todo  cuanto  posee,  y  el  otro  lo  rescibe,  y  de 
ahí  a  un  poco  se  va  con  ello,  y  aun  algunas  veces,  des- 
pués de  rescebido,  se  van  sin  que  hablen  palabra. 
Otras  extrañas  costumbres  tienen;  mas  yo  he  contado 
las  más  principales  y  más  señaladas  por  pasar  adelante 
y  contar  lo  que  más  nos  suscedió. 


CAPITULO    XVI 

Cómo  se  partieron  los  cristianos  de  la  isla  de  Mal  Hado. 


Después  que  Dorantes  y  Castillo  volvieron  a  la  isla 
recogfieron  consigo  todos  los  cristianos,  que  estaban 
algo  esparcidos,  y  halláronse  por  todos  catorce.  Yo, 
como  he  dicho,  estaba  en  la  otra  parte,  en  Tierra  Fir- 
me, donde  mis  indios  me  habían  llevado  y  donde  me 
había  dado  tan  gran  enfermedad,  que  ya  que  alguna 
otra  cosa  me  diera  esperanza  de  vida,  aquella  bastaba 
para  del  todo  quitármela.  Y  como  los  cristianos  esto 
supieron,  dieron  a  un  indio  la  manta  de  martas  que  del 
cacique  habíamos  tomado,  como  arriba  dijimos,  por- 
que los  pasase  donde  yo  estaba  para  verme;  y  así  vi- 
nieron doce,  porque  los  dos  quedaron  tan  flacos  que 
no  se  atrevieron  a  traerlos  consigo.  Los_  nombres  de 
los  que  entonces  vinieron  son:  Alonso  del  CastiTlo, 
Andrés  Dorantes  y  Diego  Dorantes,  Valdivieso,  Es- 
trada, Tostado,  Chaves,  Gutiérrez,  Esturiano,  clérigo; 
Diego  de  Huelva,  Estebanico  el  Negro,  Benítez;  y 
como  fueron  venidos  a  Tierra  Firme,  hallaron  otro 
que  era  de  los  nuestros,  que  se  llamaba  Francisco  de 
León,  y  todos  trece  por  luengo  de  costa.  Y  luego 
que  fueron  pasados,  los  indios  que  me  tenían  me  avisa- 
ron de  ello,  y  cómo  quedaban  en  la  isla  Hierónimo  de 
Alaniz  y  Lope  de  Oviedo.  Mi  enfermedad  estorbó  que 
no  les  pude  seguir  ni  los  vi.  Yo^ J^iibe  jde.  quedar  con 
estos  mismos  indios  de  la  isla  más  de  un  ano,3Lfcor  ej^  á 
mucho  trabajo  que  me  d^Jiui-y «lal  trataijoúe^n^^^  >  \ 

hacíairrdeféflfritíB^d^eTiuír  de  ellos  y  irme  a  los  que  mo-   *  ^ 


58  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

ran  en  los  montes  y  Tierra  Firme,  que  se  llaman  los  de 
Charruco,  porque  yo  no  podía  sufrir  la  vida  que  con  es- 
tos otros  tenía;  porque,  entre  otros  trabajos  muchos, 
había  de  sacar  las  raíces  para  comer  de  bajo  del  agfuá  y 
entre  las  cañas  donde  estaban  metidas  en  la  tierra;  y  de 
esto  traía  yo  los  dedos  tan  gastados,  que  una  paja  que 
me  tocase  me  hacía  sangre  de  ellos,  y  las  cañas  me  rom- 
pían por  muchas  partes,  porque  muchas  de  ellas  esta- 
ban quebradas  y  había  de  entrar  por  medio  de  ellas 
con  la  ropa  que  he  dicho  que  traía»  Y  por  esto  yo  puse 
en  obra  de  pasarme  a  los  otros,  y  con  ellos  me  susce- 
dió  algo  mejor;  y  porque  yo  me  hice  mercader,  procu- 
ré de  usar  el  ofício  lo  mejor  que  supe,  y  por  esto  ellos 
me  daban  de  comer  y  me  hacían  buen  tratamiento  y 
rogábanme  que  me  fuese  de  unas  partes  a  otras  por 
cosas  que  ellos  habían  menester,  porque  por  razón  de 
la  guerra  que  contino  traen,  la  tierra  no  se  anda  ni  se 
contrata  tanto.  E  ya  con  mis  tratos  y  mercaderías  en- 
traba la  tierra  adentro  todo  lo  que  quería,  y  por  luen- 
go de  costa  me  alargaba  cuarenta  o  cincuenta  leguas. 
Lo  principal  de  mi  trato  era  pedazos  de  caracoles  de 
la  mar  y  corazones  de  ellos  y  conchas,  con  que  ellos 
cortan  una  fruta  que  es  como  frísoles,  con  que  se  cu- 
ran y  hacen  sus  bailes  y  fíestas  (1),  y  ésta  es  la  cosa  de 
mayor  prescio  que  entre  ellos  hay,  y  cuentas  de  la  mar 
y  otras  cosas.  Así,  esto  era  lo  que  yo  llevaba  la  tierra 
adentro,  y  en  cambio  y  trueco  de  ello  traía  cueros  y  al- 
magra, con  que  ellos  se  untan  y  tiñen  las  caras  y  cabe- 
llos, pedernales  para  puntas  de  flechas,  engrudo  y  ca- 
ñas duras  para  hacerlas,  y  unas  borlas  que  se  hacen  de 
pelos  de  venados,  que  las  tiñen  y  paran  coloradas;  y 
este  oficio  me  estaba  a  mí  bien,  porque  andando  en  él 
tenía  libertad  para  ir  donde  quería  y  no  era  obligado 
a  cosa  alguna,  y  no  era  esclavo,  y  dondequiera  que  iba 


(1)     Bandelíer  ha  descrito  el   «rito  de  los  fríjoles>  entre   los 
queres. 


XVI  NAUFRAGIOS  59 

me  hacían  buen  tratamiento  y  me  daban  de  comer  por 
respeto  de  mis  mercaderías^  y  lo  más  principal  porquo 
andando  en  ello  yo  buscaba  por  dónde  me  había  d ;  ir 
adelante,  y  entre  ellos  era  muy  conoscido;  holgf.<)an 
mucho  cuando  me  vían  y  les  traía  lo  que  habían  me- 
nester, y  los  que  no  me  conoscían  me  procuraban  y 
deseaban  ver  por  mi  fama.  Los  trabaj os  q^ue  .en  esto 
ps^sería  largo  contarlos,  así  de  pelig^ros  y  hambres, 
como  de  tempestades  y  fríos,  que  muchos  de  ellos  me 
tomaron  en  el  campo  y  solo,  donde  por  gran  miseri- 
cordia de  Dios  nuestro  Señor  escapé;  y  por  esta  causa 
yo  no  trataba  el  oficio  en  invierno,  por  ser  tiempo  que 
ellos  mismos  en  sus  chozas  y  ranchos  metidos  no  po- 
dían valerse  ni  ampararse.  Fueron  casj<  seis  anS|?el 
tiempo  que  yo  estuve  en  esta  tierra  solo  efttre  elfos  y 
desnudo,  como  todos  andaban.  La  razón  por  que  tanto 
me  detuve  fué  por  llevar  conmigo  un  crístran o  que  es- 
taba en  la  isla,  llamado  Lope  de  Oviedo.  El  otro  com- 
pañero de  Alaniz,  que  con  él  había  quedado  cuando 
Alonso  del  Castillo  y  Andrés  Dorantes  con  todos  los 
otros  se  fueron,  murió  luego;  y  por  sacarlo  de  allí  yo 
pasaba  a  la  isla  cada  año  y  le  rogaba  que  nos  fuésemos 
a  la  mejor  maña  que  pudiésemos  en  busca  de  cristia- 
nos, y  cada  año  me  detenía  diciendo  que  el  otro  si- 
guiente nos  iríamos.  En  fin,  al  cabo  lo  saqué  y  le  pasé 
el  ancón  y  cuatro  ríos  que  hay  por  la  costa,  porque  él 
no  sabía  nadar,  y  ansí,  fuimos  con  algunos  indios 'ade- 
lante hasta  que  llegamos  a  un  ancón  que  tiene  una  le- 
gua de  través  y  es  por  todas  partes  hondo;  y  por  lo 
que  de  él  nos  paresció  y  vimos,  es  el  que  llaman  del 
Espíritu  Santo,  y  de  la  otra  parte  de  él  vimos  unos  in- 
dios, que  vinieron  a  ver  los  nuestros,  y  nos  dijeron 
cómo  más  adelante  había  tres  hombres  como  nosotros, 
y  nos  dijeron  los  nombres  de  ellos;  y  preguntándoles 
por  los  demás,  nos  respondieron  que  todos  eran  muer- 
tos de  frío  y  de  hambre,  y  que  aquellos  indios  de  ade- 
lante ellos  mismos  por  su  pasatiempo  habían  muerto  a 


60  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA    DE   VACA     CAP.  XVI 

Diego  Dorantes  y  a  Valdivieso  y  a  Diego  de  Huelva, 
norque  se  habían  pasado  de  una  casa  a  otra;  y  que  los 
ot^os  indios,  sus  vecinos,  con  quien  agora  estaba  el 
capitán  Dorantes,  por  razón  de  un  sueño  que  habían 
soñado,  habían  muerto  a  Esquivel  y  a  Méndez.  Pre- 
guntárnosles qué  tales  estaban  los  vivos;  dijéronnos 
que  muy  maltratados,  porque  los  mochachos  y  otros 
indios,  que  entre  ellos  son  muy  holgazanes  y  de  mal 
trato,  les  daban  muchas  coces  y  bofetones  y  palos,  y 
que  esta  era  la  vida  que  con  ellos  tenían.  Quesímonos 
informar  de  la  tierra  adelante  y  de  los  mantenimientos 
que  en  ella  había;  respondieron  que  era  muy  pobre  de 
gente,  y  que  en  ella  no  había  qué  comer,  y  que  morían 
de  frío  porque  no  tenían  cueros  ni  con  qué  cubrirse. 
Dijéronnos  también  si  queríamos  ver  aquellos  tres  cris- 
tianos, que  de  ahí  a  dos  días  los  indios  que  los  tenían 
vernían  a  comer  nueces  una  legua  de  allí,  a  la  vera  de 
aquel  río;  y  porque  viésemos  que  lo  que  nos  habían 
dicho  del  mal  tratamiento  de  los  otros  era  verdad,  es- 
tando con  ellos  dieron  al  compañero  mío  de  bofetones 
y  palos,  y  yo  no  quedé  sin  mi  parte,  y  de  muchos  pe- 
Hazos  de  lodo  que  nos  tiraban,  y  nos  ponían  cada  día 
las  flechas  al  corazón,  diciendo  que  nos  querían  matar 
como  a  los  otros  nuestros  compañeros.  Y  temiendo 
esto  Lope  de  Oviedo,  mi  compañero,  dijo  que  quería 
volverse  con  unas  mujeres  de  aquellos  indios,  con 
quien  habíamos  pasados  el  ancón,  que  quedaban  algo 
atrás.  Yo  porfié  mucho  con  él  que  no  lo  hiciese,  y  pasé 
muchas  cosas,  y  por  ninguna  vía  lo  pude  detener,  y  así 
se  volvió  y  yo  quedé  solo  con  aquellos  indios,  los  cua- 
les se  llamaban  quevenes,  y  los  otros  con  quien  él  se 
fué  se  llaman  deaguanes. 


CAPITULO    XVII 

Cómo  vinieron  los  indios  y  trujeron  a  Andrés  Dorantes  y  a  Castillo 
y  a  Estebanico. 


Desde  a  dos  días  que  Lope  de  Oviedo  se  había  ido, 
los  indios  que  tenían  a  Alonso  del  Castillo  y  Andrés 
Dorantes  vinieron  al  mesmo  lugar  que  nos  habían  di- 
cho, a  comer  de  aquellas  nueces  de  que  se  mantienen, 
moliendo  unos  granillos  con  ellas,  dos  meses  del  año, 
sin  comer  otra  cosa,  y  aun  esto  no  lo  tienen  todos  los 
años,  porque  acuden  uno,  y  otro  no;  son  del  tamaño  de 
las  de  Galicia,  y  los  árboles  son  muy  grandes,  y  hay 
gran  número  de  ellos.  Un  indio  me  avisó  cómo  los  cris- 
tianos eran  llegados,  y*que  si  yo  quería  verlos  me  hur- 
tase y  huyese  a  un  canto  de  un  monte  que  él  me  señaló; 
porque  él  y  otros  parientes  suyos  habían  de  venir  á  ver 
aquellos  indios,  y  que  me  llevarían  consigo  adonde  los 
cristianos  estaban.  Yo  me  confié  de  ellos,  y  determiné 
de  hacerlo,  porqué^  tenían  otraJ[eng.ua  .dialiñta  de  la  de 
mis  indios;  y  puesto  por  obra,  otro  día  fueron  y  me  ha- 
llaron en  el  lugar  que  estaba  señalado;  y  así,  me  lleva- 
ron consigo.  Ya  que  llegué  cerca  de  donde  tenían  su 
aposento,  Andrés  Dorantes  salió  a  ver  quién  era,  por- 
que los  indios  le  habían  también  dicho  cómo  venía  un 
cristiano;  y  cuando  me  vio  fué  muy  espantado,  porque 
había  muchos  días  que  me  tenían  por  muerto,  y  los  in- 
dios así  lo  habían  dicho.  Dimos  muchas  gracias  a  Dios 
de  vernos  juntos,  y  este  día  fué  uno  de  los  de  mayor 
placer  que  en  nuestros  días  habemos  tenido;  y  llegado 
donde  Castillo  estaba,  me  preguntaron  que  dónde  iba. 


62  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

Yo  le  dije  que  mi  propósito  era  de  pasar  a  tierra  de 
cristianos,  y  que  en  este  rastro  y  busca  iba.  Andrés  Do- 
.  rantes  respondió  que  muchos  días  había  que  él  rogaba 
a  Castillo  y  a  Estebanico  que  se  fuesen  adelante,  y  que 
no  lo  osaban  hacer  porque  no  sabían  nadar,  y  que  te- 
mían mucho  los  ríos  y  ancones  por  donde  habían  de 
pasar,  que  en  aquella  tierra  hay  muchos.  Y  pues  Dios 
nuestro  Señor  había  sido  servido  de  guardarme  entre 
tantos  trabajos  y  enfermedades,  y  al  cabo  traerme  en 
su  compañía,  que  ellos  determinaban  de  huir,  que  yo 
los  pasaría  de  los  ríos  y  ancones  que  topásemos;  y  avi- 
sáronme que  en  ninguna  manera  diese  a  entender  a  los 
indios  ni  conosciesen  de  mí  que  yo  quería  pasar  ade- 
lante, porque  luego  me  matarían;  y  que  para  esto  era 
menester  que  yo  me  detuviese  con  ellos  seis  meses,  que 
era  tiempo  en  que  aquellos  indios  iban  a  otra  tierra  a 
comer  tunas.  Esta  es  una  fruta  que  es  del  tamaño  de 
huevos,  y  son  bermejas  y  negras  y  de  muy  buen  gusto. 
Gómenlas  tres  meses  del  año,  en  los  cuales  no  comen 
otra  cosa  alguna,  porque  al  tiempo  que  ellos  las  cogían 
venían  a  ellos  otros  indios  de  afielante,  que  traían  ar- 
cos para  contratar  y  cambiar  con  ellos;  y  que  cuando 
aquéllos  se  volviesen  nos  huiríamos  de  los  nuestros,  y 
nos  volveríamos  con  ellos.  Con  este  concierto  yo  quedé 
allí,  y  me  dieron  por  esclavío  áx^n  indio  con  quien  Do- 
rantes estaba,  el  cual  erá^tuertói  y  su  mujer  y  un  hijo 
que  tenía  y  otro  que  estaba-en  su  compañía;  de  manera 
que  todos  eran  tuertos.  Estos  se  llaman  mariames,  y* 
Castillo  estaba  con  otros  sus  vecinos,  llamados  igua- 
ses.ÍY  estando  ^quí  ellos  me  contaron  que  después  que 
salieron  de  la  isla  de  Mal  Hado,  en  la  costa  de  la  mar 
hallaron  la  barca  en  que  iba  el  contador  y  los  frailes  al 
través;  y  que  yendo  pasando  aquellos  ríos,  que  son 
cuatro  muy  grandes  y  de  muchas  corrientes,  les  llevó 
las  barcas  en  que  pasaban  a  la  mar,  donde  se  ahogaron 
,  cuatro  de  ellos,  y  que  así  fueron  adelante  hasta  que 
y^    pasaron  el  ancón,  y  lo  pasaron  con  mucho  trabajo,  y 


^"^\ 


XVII  NAUFRAGIOS  63 

a  quince  leguas  adelante  hallaron  otro;  y  que  cuando 
allí  llegaron  ya  se  les  habían  muerto  dos  compañeros 
en  sesenta  leguas  que  habían  andado;  y  que  todos  los 
que  quedaban  estaban  para  lo  mismo,  y  que  en  todo  el 
camino  no  habían  comido  sino  cangrejos  y  yerba  pe- 
drera; y  llegados  a  este  último  ancón,  decían  que  ha- 
llaron en  él  indios  que  estaban  comiendo  moras;  y 
como  vieron  a  los  cristianos,  se  fueron  de  allí  a  otro 
cabo;  y  que  estando  procurando  y  buscando  manera 
para  pasar  el  ancón,  pasaron  a  ellos  un  indio  y  un  cris- 
tiano, y  que  llegado,  conoscieron  que  era  Figueroa,  uno 
de  los  cuatro  que  habíamos  enviado  adelante  en  la  isla 
de  Mal  Hado,  y  allí  les  contó  cómo  él  y  sus  compañe- 
ros habían  llegado  hasta  aquel  lugar,  doade  se  habían 
muerto  dos  de  ellos  y  un  indio,  todos  tres  de  frío  y  de 
hambre,  porque  habían  venido  y  estado  en  el  más  recio 
tiempo  del  mundo,  y  que  a  él  y  a  Méndez  habían  to- 
mado los  indios,  y  que  estando  con  ellos,  Méndez  ha- 
bía huido  yendo  la  vía  lo  mejor  que  pudo  de  Panuco,  y 
que  los  indios  habían  ido  tras  él  y  que  lo  habían  muerto; 
y  que  estando  él  con  estos  indios  supo  de  ellos  cómo 
con  los  mariames  estaba  un  cristiano  que  había  pasado 
de  la  otra  parte,  y  lo  había  hallado  con  los  que  llama- 
ban quevenes;  y  que  este  cristiano  era  Hernando  de 
Esquivel,  natural  de  Badajoz,  el  cual  venía  en  compa- 
ñía del  comisario,  y  que  él_su£o  de  Esquivel  el  fin  en 
que  habían  parado  el  gobernador  y  contador  y  los 
demás,  y  le  dijo  que  el  contador  y  los  frailes  habían 
echado  al  través  su  barca  entre  los  ríos,  y  viniéndose 
por  luengo  de  costa,  llegó  la  barca  del  gobernador  con 
su  gente  en  tierra,  y  él  se  fué  con  su  barca  hasta  que 
llegaron  a  aquel  ancón  grande,  y  que  allí  tornó  a  tomar 
la  gente  y  la  pasó  del  otro  cabo,  y  volvió  por  el  conta- 
dor y  los  frailes  y  todos  los  otros;  y  contó  cómo  estando 
desembarcados,  el  gobernador  había  revocado  el  poder 
que  el  contador  tenía  de  lugarteniente  suyo,  y  dio  el 
cargo  a  un  capitán  que  traía  consigo,  que  se  decía 


4/ 


64  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA    CAP.  XVII 

Pantoja,  y  que  el  gobernador  se  quedó  en  su  barca,  y 
no  quiso  aquella  noche  salir  a  tierra,  y  quedaron  con 
él  un  maestre  y  un  paje  que  estaba  malo,  y  en  la  barca 
no  tenían  agua  ni  cosa  ninguna  que  comer;  y  que  a 
media  noche  el  norte  vino  tan  recio,  que  sacó  la  barca 
a  la  mar,  sin  que  ninguno  la  viese,  porque  no  tenía  por 
resón  sino  una  piedra,  y  que  nunca  más  supieron  de  él; 
y  que  visto  esto,  la  gente  que  en  tierra  quedaron  se 
fueron  por  luengo  de  costa,  y  que  como  hallaron  tanto 
estorbo  de  agua,  hicieron  balsas  con  mucho  trabajo,  en 
que  pasaron  de  la  otra  parte;  y  que  yendo  adelante, 
llegaron  a  una  punta  de  un  monte  orilla  del  agua,  y  que 
hallaron  indios,  que  como  los  vieron  venir  metieron 
sus  casas  en  sus  canoas  y  se  pasaron  de  la  otra  parte  a 
la  costa;  y  los  cristianos,  viendo  el  tiempo  que  era, 
porque  era  por  el  mes  de  noviembre,  pararon  en  este 
monte,  porque  hallaron  agua  y  leña  y  algunos  cangre- 
jos y  mariscos,  donde  de  frío  y  de  hambre  se  comen- 
zarpn  poco  a  poco  a  morir. |AIle^¿e  de  esto,  Pantoja,\Í4. 
que^or  teniente'EaEIa^^ueaácio,Tes  hacía  mal  trata-  ^ 
miento,  y  no  lo  pudiendo  sufrir  Sotomayor,  hermano 
de  Vasco  Porcallo,  el  de  la  isla  de  Cuba,  que  en  el 
armada  había  venido  por  maestre  de  campo,  se  revolvió 
con  él  y  le  dio  un  palo,  de  que  Pantoja  quedó  muerto, 
y  así  se  fueron  acabando;  y  los  que  morían,  los  otros 
los  hacían  tasajos;  y  el  último  que  murió  fué  Sotomayor, 
y  Esquivel  lo  hizo  tasajos,  y  comiendo  de  él  se  man- 
tuvo hasta  1  de  marzo,  que  un  ipdio  de  los  que  allí 
habían  huido  vino  a  ver  si  eran  muertos,  y  llevó  a  Es- 
quivel consigo;  y  estando  en  poder  de  este  indio,  el 
Figueroa  lo  habló  y  supo  de  él  todo  lo  que  habemos 
contado,  y  le  rogó  que  se  viniese  con  él,  para  irse  am- 
bos la  vía  del  Panuco;  lo  cual  Esquivel  no  quiso  hacer, 
diciendo  que  él  había  sabido  de  los  frailes  que  Panuco 
había  quedado  atrás;  y  así,  se  quedó  allí,  y  Figueroa  se 
fué  a  la  costa  adonde  solía  estar. 


CAPITULO  XVIII 

De  la  relación  que  dio  de  Esquivel. 

Esta  cuenta  tpda  dio  Figueroa  por  la  relación  que  de 
Esquivel  había  sabidp;  y  así,  de  mano  en  mano  llegó  a 
mí,  por  donde  se  puede  ver  y  saber  el  fin  que  toda 
aquella  armada  hobo  y  los  particulares  casos  que  a  cada 
uno  de  los  demás  acontescieron.  Y  dijo  más:  que  si 
los  cristianos  algún  tiempo  andaban  por  allí,  podría 
ser  que  viesen  a  Esquivel,  porque  sabía  que  se  había 
huido  de  aquel  indio  con  quien  estaba,  a  otros,  que  se 
decían  los  mareames,  que  eran  allí  vecinos.  Y^pomo 
acabo  de  decir,  él  y  el  asturiano  se  quisieran  ir  a  otros 
indios  que  adelante  estaban;  mas  como  los  indios  que 
lo  tenían  lo  sintieron,  salieron  a  ellos,  y  diéronles  mu- 
chos palos,  y  desnudaron  al  asturiano,  y  pasáronle  un 
brazo  con  una  flecha;  y  en  fin,  se  escaparon  huyendo, 
y  los  cristianos  se  quedaron  con  aquellos  indios,  y  aca- 
baron con  ellos  que  los  tomasen  por  esclavos,  aunque 
estando  sirviéndoles  fueron  tan  maltratados  de  ellos, 
como  nunca  esclavos  ni  hombres  de  ninguna  suerte  lo 
fueron;  porque,  de  seis  que  eran,  no  contentos  con  dar- 
les muchas  bofetadas  y  apalearlos  y  pelarles  las  barbas 
por  su  pasatiempo,  por  sólo  pasar  de  una  casa  a  otra 
mataron  tres,  que  son  los  que  arriba  dije,  Diego  Do- 
rantes y  Valdivieso  y  Diego  de  Huelva,  y  los  otros  tres 
que  quedaban  esperaban  parar  en  esto  mismo;  y  por 
no  sufrir  esta  vida,  Andrés  Dorantes  se  huyó  y  se  pasó 
a  los  mareames,  que  eran  aquellos  adonde  Esquivel  ha- 
bía parado,  .y  ellos  le  contaron  cómo  habían  tenido  allí 

CABEZA    DE   VACA.— NAUrUAGIOS  5 


66  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP. 

a  Esquivel,  y  cómo  estando  allí  se  quiso  huir  porque 
una  mujer  había  soñado  que  le  había  de  matar  un  hijo, 
y  los  indios  fueron  tras  él  y  lo  mataron,  y  mostraron  a 
Andrés  Dorantes  su  espada  y  sus  cuentas  y  libro  y  otras 
cosas  que  tenía.  Esto  hacen  éstos  por  una  costumbre 
que  tienen,  y  es  que  matan  sus  mismos  hijos  por  sue- 
ños, y  a  las  hijas  en  nasciendo  las  dejan  comer  a  pe- 
rros, y  las  echan  por  ahí.  Laj^azón  porjjue  ellos  lo  ha- 
cen es,  según  ellos  dicen,  porque~1[odós  Tos  de  la  tierra 
son  sus  enemigos  y  con  ellos  tienen  continua  guerra; 
y  que  si  acaso  casasen  sus  hijas,  multiplicarían  tantp 
sus  enemigos,  que  los  sujetarían  y  tomarían  por  escla- 
vos; y  por  esta  causa  querían  más  matatías  que  no  que 
de  ellas  mismas  nasciese  quien  fuese  su  enemigo.  Nos- 
otros les  dijimos  que  por  qué  no  las  casaban  con  ellos 
mismos.  Y  también  entre  ellos  dijeron  que  era  fea  cosa 
casarlas  con  sus  parientes  (1),  y  que  era  muy  mejor  ma- 
tarlas que  darlas  a  sus  parientes  ni  a  sus  enemigos;  y 
esta  costumbre  usan  estos  y  otros  sus  vecinos,  que  se 
llaman  los  iguaces,  solamente,  sin  que  ningunos  otros 
de  la  tierra  la  guarden.  Y  cuando  éstos  se  han  de  casar, 
compran  las  mujeres  a  sus  enemigos,  y  el  precio  que 
cada  uno  da  por  la  suya  es  un  arco,  el  mejor  que  puede 
haber,  con  dos  flechas;  y  si  acaso  no  tiene  arco,  una 
red  hasta  una  braza  en  ancho  y  otra  en  largo.  Matan 
sus  hijos,  y  mercan  los  ajenos;  no  dura  el  casamiento 
más  de  cuanto  están  contentos,  y  con  una  higa  desha- 
cen el  casamiento«,;Üorantés  eátuvó  con  éstoft,  y  desde 
a  pocos  días  se  huyo.  Üastillo  y  Estebanico  se  vinieron 
dentro  a  la  Tierra  Firme  a  los  iguace^.  Toda  esta  gente 
son  flecheros  y  bien  dispuestos,  aunque  no  tan  grandes 
como  los  que  atrás  dejamos,  y  traen  la  teta  y  el  labio 
horadados^  l—j^ 

í)u  mantenimiento  principalmente  es  raíces  de  dos 
o  tres  maneras,  y  búscanlas  por  toda  la  tierra;  son 


(1)     Los  indios  en  cuestión  practicaban  la  exogamia» 


XVIII  NAUFRAGIOS  67 

muy  malas,  y  hinchan  los  hombres  que  las  comen.  Tar- 
dan dos  días  en  asarse,  y  muchas  de  ellas  son  muy 
amargas,  y  con  todo  esto  se  sacan  con  mucho  trabajo. 
Es  tanta  la  hambre  que  aquellas  gentes  tienen,   que 
no  se  pueden  pasar  sin  ellas,  y  andan  dos  o  tres  leguas 
buscándolas.  Alguuaa-J^^SjSsjiiatai^^ 
y  a  tiempos  toman  algún   pescado;mas  esto  es  tan 
poco,  y  su  hambre  tan  grande,  que  comen  arañas  y 
huevos  de  hormigas,  y  gusanos  y  lagartijas  y  salaman- 
quesas y  culebras  y  víboras,  que  matan  los  hombres 
que  muerden,  y  comen  tierra  y  madera  y  todo  lo  que 
pueden  haber,  y  estiércol  de  venados,  y  otras  cosas 
que  dejo  de  contar;  jj  creo__averig^uadaioente  que  si  en 
aquella  tien:gLlmbiejiS4áedrasia5j:^mfid 
espinas  del  pescado  que  comen,  y  de  las  culebras  y 
otras  cosas,  para  molerlo  después  todo  y  comer  el  polvo 
de  ello.  Entre  éstos  no  se  cargan  los  hombres  ni  llevan 
cosa  de  peso;  mas  llévanlo  las  mujeres  y  los  viejos,  que 
es  la  gente  que  ellos  en  menos  tienen/No  tienen  tanto 
amor  a  sus  hijos  como  los  que  arriba  dijimos^/Hay  algu- 
nos entre  ellos  que  usan  pecado  contra  natura.  Las  mu- 
jeres son  muy  trabajadas  y  para  mucho,  porque  de  vein- 
ticuatro horas  que  hay  entre  día  y  noche,  no  tienen 
sino  seis  horas  de  descanso,  y  todo  lo  más  de  la  noche 
pasan  en  atizar  sus  hornos  para  secar  aquellas  raíces 
que  comen;  y  desque  amanesce  comienzan  a  cavar  y  a 
traer  leña  y  agua  a  sus  casas  y  dar  orden  en  las  otras 
cosas  de  que  tienen  necesidad.  Los  más  de  éstos  son 
grandes  ladrones,  porque  aunque  entre  sí  son  bien  par- 
tidos, en  volviendo  uno  la  cabeza,  su  hijo  mismo  o  su 
padre  le  toma  lo  que  puede.  Mienten  muy  mucho,  y  son 
grandes  borrachos,  y  para  esto  beben  ellos  una  cierta 
cosa.  Están  tan  usados  a  correr,  que^  sin  descansar  ni 
cansar  corren  desde  la  mañana  Jiaat¿la_ noche,  jLair^. 
guen_un_yenadpi.^uia-e&U^  de 

ellg^Sj.  porque  los  sigueD4iasjLa-q3ie Tos  cansan,  .y jílguñas 
vecfiaiosjoman  vivos^Las  casas  de  ellos  son  de  este- 


68  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

ras  (1),  puestas  sobre  cuatro  arcos;  llévanlas  a  cuestas, 
y  múdanse  cada  dos  o  tres  días  para  buscar  de  comer; 
ninguna  cosa  siembran  que  se  puedan  aprovechar;  es 
gente  muy  alegre;  por  mucha  hambre  que  tengan,  por 
eso  no  dejan  de  bailar  ni  de  hacer  sus  fiestas  y  areitos. 
Para  ellos  el  mejor  tiempo  que  éstos  tienen  es  cuando 
comen  las  tunas,  porque  entonces  no  tienen  hambre,  y 
todo  el  tiempo  se  les  pasa  en  bailar,  y  comen  de  ellas  de 
noche  y  de  día;  todo  el  tiempo  que  les  duran  exprimen- 
las  y  ábrenlas  y  pénenlas  a  secar,  y  después  de  secas 
pénenlas  en  unas  seras,  como  higos,  y  guárdanlas  para 
comer  por  el  camino  cuando  se  vuelven,  y  las  cascaras 
de  ellas  muélenlas  y  hácenlas  polvo.  Muchas  veces,  es- 
tando con  éstosfaíiio^  acontesció  tres  o  cuatro  días  estar 
sin  comer  porque  flo  lo  había;  ellos,  por  alegrarnos, 
nos  decían  que  no  estuviésemos  tristes;  que  presto  ha- 
bría tunas  y  comeríamos  muchas,  y  beberíamos  del 
zumo  de  ellas,  y  temíamos  las  barrigas  muy  grandes  y 
estaríamos  muy  contentos  y  alegres  y  sin  hambre  al- 
guna; y  desde  el  tiempo  que  esto  nos  decían  hasta  que 
las  tunas  se  hubiesen  de  comer  había  cinco  o  seis  me- 
ses; y,  en  fin,  hubimos  de  esperar  aquestos  seis  meses, 
y  cuando  fué  íiempo  fuimos  a  comer  las  tunas;  hallamos 
por  la  tierra  muy  gran  cantidad  de  mosquitos  de  tres 
maneras,  que  son  muy  malos  y  enojosos,  y  todo  lo  más 
del  verano  nos  daban  mucha  fatiga;  y  para  defendernos 
de  ellos  hacíamos  al  derredor  de  la  gente  muchos  fue- 
gos de  leña  podrida  y  mojada,  para  que  no  ardiesen  y 
hiciesen  humo;  y  esta  defensión  nos  daba  otro  trabajo, 
porque  en  toda  la  noche  no  hacíamos  sino  llorar,  del 
humo  que  en  los  ojos  nos  daba,  y  sobre  eso,  gran  calor 
que  nos  causaban  los  muchos  fuegos,  y  salíamos  a 
dormir  a  la  costa;  y  si  alguna  vez  podíamos  dormir, 
recordábannos  a  palos,  para  que  tornásemos  a  encen- 
der los  fuegos.  Los  de  la  tierra  adentro  para  esto  usan 


(1)     El  tipo  de  esta  casa  movible  era  el  tipi. 


XVIII  NAUFRAGIOS  69 

otro  remedio  tan  incomportable  y  más  que  éste  que  he 
dicho,  y  es  andar  con  tizones  en  las  manos  quemando 
los  campos  y  montes  que  topan,  para  que  los  mosqui- 
tos huyan,  y  también  para  sacar  debajo  de  tierra  lagar- 
tijas y  otras  semejantes  cosas  para  comerlas;  y  tam- 
bién suelen  matar  venados,  cercándolos  con  muchos 
fuegos;  y  usan  también  esto  por  quitar  a  los  animales  el 
pasto,  que  la  necesidad  les  haga  ir  a  buscarlo  adonde 
ellos  quieren,  porque  nunca  hacen  asiento  con  sus  ca- 
sas sino  donde  hay  agua  y  leña,  y  alguna  vez  se  cargan 
todos  de  esta  provisión  y  van  a  buscar  los  venados,  que 
muy  ordinariamente  están  donde  no  hay  agua  ni  leña; 
y  el  día  que  llegan  matan  venados  y  algunas  otras  cosas 
que  pueden,  y  gastan  todo  el  agua  y  leña  en  guisar  de 
comer  y  en  los  fuegos  que  hacen  para  defenderse  de 
los  mosquitos,  y  esperan  otro  día  para  tomar  algo  que 
lleven  para  el  camino;  y  cuando  parten,  tales  van  de  los 
mosquitos,  que  paresce  qu  e  tienen  enfermedad  de  San 
Lázaro;  y  de  esta  manera  satisfacen  su  hambre  dos  o 
tres  veces  en  el  año,  a  tan  grande  costa  como  he  dichot 
y  por  haber  pasado  por  ello,  puedo  afirmar  que  ningúii| 
trabajo  que  se  sufra  en  el  mundo  iguala  con  éste.  Por 
la  tierra  hay  muchos  venados  y  otras  aves  y  animales  de 
los  que  atrás  he  contado.  Alcanzan  aquí  vacas  (1),  y  yo 
las  he  visto  tres  veces  y  comido  de  ellas,  y  parésceme 
que  serán  del  tamaño  de  las  de  España;  tienen  los  cuer- 
nos pequeños,  como  moriscas,  y  el  pelo  muy  largo, 
merino,  como  una  bernia;  unas  son  pardillas,  y  otras 


(1)  Alusión  al  bisonte  (Bison  americanus) ,  que  los  españoles 
llamaron  vacas  corcovadas,  el  cual,  en  el  siglo  XVI,  era  extrema- 
damente abundante,  en  enormes  rebaños,  en  la  extensa  región  de 
las  praderas  de  Norteamérica.  Hoy,  al  estado  salvaje,  está  prácti- 
camente extinguido,  y  no  quedan  sino  los  pocos  rebaños  del  nor- 
te del  Canadá  y  de  las  reservas  del  Parque  de  Yellowstone  (Esta- 
dos Unidos).  Los  sioux  eran  cazadores  de  bisontes,  y  su  caza 
intervenía  grandemente  en  la  vida  social  de  estos  pueblos,  como 
advierte  el  propio  Alvar  Núñez  Cabeza  de  Vaca. 


70  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA    CAP.  XVIII 

negras,  y  a  mi  parescer  tienen  mejor  y  más  gruesa 
carne  que  las  de  acá.  De  las  que  no  son  grandes  hacen 
los  indios  mantas  para  cubrirse,  y  de  las  mayores  hacen 
zapatos  y  rodelas;  éstas  vienen  de  hacia  el  Norte  por  la 
tierra  adelante  hasta  la  costa  de  la  Florida,  y  tiéndense 
por  toda  la  tierra  más  de  cuatrocientas  leguas;  y  en 
todo  este  camino,  por  los  valles  por  donde  ellas  vie- 
nen, bajan  las  gentes  que  por  allí  habitan  y  se  man- 
tienen de  ellas,  y  meten  en  la  tierra  grande  cantidad 
de  cueros. 


^ 


CAPITULO  XIX 

De  cómo  nos  apartaron  los  indios. 


Cuando  fueron  cumplidos  losi^seisjnesjBS  que  yo  es- 
tuve con  los  cristianos  esperandtJiá  poner  en  efecto  el 
concierto  que  teníamos  hecho,  los  indios  se  fueron  a 
las  tunas,  que  había  de  allí  donde  las  habían  de  coger 
hasta  treinta  leguas;  y  ya  que  estábamos  para  huímos, 
los  indios  con  quien  estábamos,  unos  con  otros  riñeron 
sobre  una  mujer,  y  se  apuñearon  y  apalearon  y  desca- 
labraron unos  a  otros;  y  con  el  grande  enojo  que  hubie- 
ron, cada  uno  tomó  su  casa  y  se  fué  a  su  parte;  de 
donde  fué  necesario  que  todos  los  cristianos  que  allí 
éramos  también  nos  apartás^mast4'  en  ninguna  manera 
nos  podimos  juntar  hasta. otro  año} y  en  este  tiempo  yo 
pasé  muy  mala  vida,  ansí  por  la  mucha  hambre  como 
por  el  mal  tratamiento  que  de  los  indios  rescebía,  que 
fué  tal,  que  yo  me  hube  de  huir  tres  veces  de  los  amos 
que  tenía,  y  todos  me  anduvieron  a  buscar  y  poniendo 
diligencia  para  matarme;  y  Dios  nuestro  Señor  por  su 
misericordia  me  quiso  guardar  y  amparar  de  ellos;  y 
cuando  el  tiempo  de  las  tunas  tornó,  en  aquel  mismo 
lugar  nos  tornamos  a  juntar.  Ya  que  teníamos  concer- 
tado de  huímos  y  señalado  el  día,  aquel  mismo  día  los 
indios  nos  apartaron,  y  fuimos  cada  uno  por  su  parte; 
y  yo  dije  a  los  otros  compañeros  que  yo  los  esperaría 
en  las  tunas  hasta  que  la  Luna  fuese  llena,  y  este  día 
era  1  de  septiembre  y  primero  día  de  luna;  y  avíse- 
los que  si  en  este  tiempo  no  viniesen  al  concierto, 
yo  me  iría  solo  y  los  dejaría;  y  ansí,  nos  apartamos  y 


72  ALVAR   NÚÑEZ^  CABEZA   DE   VACA  CAP. 

cada  uno  se  fué  con  sus  indios,  y  yo  estuve  con  los 
míos  hasta  trece  de  luna,  y  yo  tenía  acordado  de  me 
huir  a  otros  indios  en  siendo  la  Luna  llena;  y  a  13  días 
del  mes  llegaron  adonde  yo  estaba  Andrés  Dorantes  y 
Estebanico;  y  dijéronme  cómo  dejaban  a  Castillo  con 
otros  indios  que  se  llamaban  anagados,  y  que  estaban 
cerca  de  allí,  y  que  habían  pasado  mucho  trabajo,  y  que 
habían  andado  perdidos.  Y  que  otro  día  adelante  nues- 
tros indios  se  mudaron  hacia  donde  Castillo  estaba,  y 
iban  a  juntarse  con  los  que  lo  tenían,  y  hacerse  amigos 
unos  de  otros,  porque  hasta  allí  habían  tenido  guerra, 
y  de  esta  manera  cobramos  a  Castillo.  En  todo  el  tiem- 
po que  comíamos  las  tunas  teníamos  sed,  y  para  reme- 
dio de  esto  bebíamos  el  zumo  de  las  tunas  y  sacába- 
moslo  en  un  hoyo  que  en  la  tierra  hacíamos,  y  desque 
estaba  lleno  bebíamos  de  él  hasta  que  nos  hartábamos. 
Es  dulce  y  de  color  de  arrope;  esto  hacen  por  falta  de 
otras  vasijas.  Hay  muchas  maneras  de  tunas,  y  entre 
ellas  hay  algunas  muy  buenas,  aunque  a  mí  todas  me 
parescían  así,  y  nunca  la  hambre  me  dio  espacio  para 
escogerlas  ni  parar  mientes  en  cuáles  eran  mejores.  To- 
das las  más  destas  gentes  beben  agua  llovediza  y  reco- 
gida en  algunas  partes;  porque,  aunque  hay  ríos,  como 
nunca  están  de  asiento,  nunca  tienen  agua  conoscida  ni 
señalada.  Por  toda  la  tierra  hay  muy  grandes  y  hermo- 
sas dehesas,  y  de  muy  buenos  pastos  para  ganados;  y 
parésceme  que  sería  tierra  muy  fructífera  si  fuese  la- 
brada y  habitada  de  gente  de  razón.  No  vimos  sierra 
en  toda  ella  en  tanto  que  en  ella  estuvimos.  Aquellos 
indios  nos  dijeron  que  otros  estaban  más  adelante, 
llamados  camones,  que  viven  hacia  la  costa,  y  habían 
muerto  toda  la  gente  que  venía  en  la  barca  de  Peña- 
losa  y  Téllez,  y  que  venían  tan  flacos,  que  aunque  los 
mataban  no  se  defendían;  y  así,  los  acabaron  todos,  y 
nos  mostraron  ropas  y  armas  de  ellos,  y  dijeron  que  la 
barca  estaba  allí  al  través.  Esta  es  la  quinta  barca  que 
faltaba,  porque  la  del  gobernador  ya  dijimos  cómo  la 


XIX  NAUFRAGIOS  73 

mar  la  llevó,  y  la  del  contador  y  los  frailes  la  habían 
visto  echada  al  través  en  la  costa,  y  Esquivel  contó  el 
fin  de  ellbs.  Las  dos  en  que  Castillo  y  yo  y  Dorantes 
íbamos,  ya  hemos  contado  cómo  junto  a  la  isla  de  Mal 
Hado  se  hundieron. 


CAPITULO  XX 

De  cómo  nos  huímos. 


Después  de  habernos  mudado,  desde  a  dos  días  nos 
encomendamos  a  Dios  nuestro  Señor  y  nos  fuimos  hu- 
yendo, confiando  que,  aunque  era  ya  tarde  y  las  tunas 
se  acababan,  con  los  frutos  que  quedarían  en  el  campo 
podríamos  andar  buena  parte  de  tierra.  Yendo  aquel 
día  nuestro  camino  con  harto  temor  que  los  indios  nos 
habían  de  seguir,  vimos  unos  humos,  y  yendo  a  ellos, 
después  de  vísperas  llegamos  allá,  do  vimos  un  indio 
que,  como  vio  que  íbamos  a  él,  huyó  sin  querernos 
aguardar;  nosotros  enviamos  aUiegro^tras  de  él,  y  como 
vio  que  iba  solo,  aguardólo,  glneg^ro  le  dijo  que  íba- 
mos a  buscar  aquella  gente  que~Kacía  aquellos  humos. 
El  respondió  que  cerca  de  allí  estaban  las  casas,  y  que 
nos  guiaría  allá;  y  así,  lo  fuimos  siguiendo;  y  él  corrió 
a  dar  aviso  de  cómo  íbamos,  y  a  puesta  del  Sol  vimos 
las  casas,  y  dos  tiros  de  ballesta  antes  que  llegásemos 
a  ellas  hallamos  cuatro  indios  que  nos  esperaban,  y  nos 
rescibieron  bien.  Diiímosles  en  lengua  de  mareamea/ 
que  íbamos  a  buscallos,  y  ellos  mostraron  que  se  hol- 
gaban con  nuestra  compañía;  y  ansí,  nos  llevaron  a  sus 
casas,  y  a  Dorantes  y  al  negro  aposentaron  en  casa  de 
un  físico,  y  a  mí  y  a  Castillo  en  casa  de  otro.  Estos  tienen 
otra  lengua  y  llámanse  ava vares,  y  son  aquellos  que 
solían  llevar  los  arcos  a  los  nuestros  y  iban  a  contratar 
con  ellos;  y  aunque  son  de  otra  nación  y  lengua,  en- 
tienden la  lengua  de  aquellos  con  quien  antes  estába- 
mos, y  aquel  mismo  día  habían  llegado  allí  con  sus 


76  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA    DE   VACA       CAP.  XX 

casas.  Luego  el  pueblo  nos  ofreció  muchas  tunas,  por- 
que ya  ellos  tenían  noticia  de  nosotros  y  cómo  curá- 
bamos, y  de  las  maravillas  que  nuestro  Señor  con  nos- 
otros obraba,  que,  aunque  no  hubiera  otras,  harto 
grandejs  eran  abrirnos  caminos  por  tierra  tan  despobla- 
da, y  darnos  g-ente  por  donde  muchos  tiempos  no  la 
había,  y  librarnos  de  tantos  peligros,  y  no  permitir  que 
nos  matasen,  y  sustentarnos  con  tanta  hambre,  y  poner 
aquellas  gentes  en  corazón  que  nos  tratasen  bien,  como 
adejanifLdiremos.  — ^^ 


CAPÍTULO  XXI 

De  cómo  curamos  aquí  unos  dolientes. 


Aquella  misma  noche  que  llegamos  vinieron  unos 
indios  a  Castillo,  y  dijéronle  que  estaban  muy  malos 
de  la  cabeza,  rogfándole  que  los  curase;  y  después  que 
los  hubo  santiguado  y  encomendado  a  Dios,  en  aquel 
punto  los  indios  dijeron  que  todo  el  mal  se  les  había 
quitado;  y  fueron  a  sus  casas  y  trujeron  muchas  tunas 
y  un  pedazo  de  carne  de  venado,  cosa  que  no  sabía- 
mos qué  cosa  era;  y  como  esto  entre  ellos  se  publicó, 
vinieron  otros  muchos  enfermos  en  aquella  noche  a 
que  los  sanase,  y  cada  uno  traía  un  pedazo  de  venado; 
y  tantos  eran,  que  no  sabíamos  adonde  poner  la  carne. 
Dimos  muchas  gracias  a  Dios  porque  cada  día  iba  cres- 
ciendo  su  misericordia  y  mercedes;  y  después  que  se 
acabaron  las  curas  comenzaron  a  bailar  y  hacer  sus 
areitos  y  fiestas,  hasta  otro  día  que  el  Sol  salió;  yiduró 
la  fíesta  tres  días  por  haber  nosotros  venido,  y  al  cabo 
de  ellos  les  preguntamos  por  la  tierra  de  adelante,  y 
por  la  gente  que  en  ella  hallaríamos,  y  los  manteni- 
mientos que  en  ella  había.  Respondiéronnos  que  por 
toda  aquella  tierra  había  muchas  tunas,  mas  que  ya  eran 
acabadas,  y  que  ninguna  gente  había,  porque  todos 
eran  idos  a  sus  casas,  con  haber  ya  cogido  las  tunas;  y 
que  la  tierra  era  muy  fría  y  en  ella  había  muy  pocos 
cueros.  Nosotros  viendo  esto,  que  ya  el  invierno  y  tiem- 
po frío  entraba,  acordamos  de  pasarlo  con  éstos.  A 
cabo  de  cinco  días  que  allí  habíamos  llegado,  se  par- 
tieron a  buscar  otras  tunas  adonde  había  otra  gente  de 


78  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA    DE   VACA  CAP. 

otras  naciones  y  lengfuas;  y  andadas  cinco  jornadas  con 
muy  grande  hambre,  porque  en  el  camino  no  había  tu- 
nas ni  otra  fruta  ninguna,  allegamos  a  un  río,  donde 
asentapios  nuestras  icasas,  y  después  de  asentadas,  fui- 
mos a  buscar  una  fruta  de  unos  árboles,  que  es  como 
hieros;  y  como  por  toda  esta  tierra  no  hay  caminos,  yo 
me  detuve  más  en  buscarla:  la  gente  se  volvió,  y  yo 
quedé  solo,  y  viniendo  a  buscarlos  aquella  noche  me 
perdí,  y  plugo  a  Dios  que  hallé  un  árbol  ardiendo,  y  al 
fuego  de  él  pasé  aquel  frío  aquella  noche,  y  a  la  ma- 
ñana yo  me  cargué  de  leña  y  tomé  dos  tizones,  y  volví 
a  buscarlos,  y  anduve  de  esta  manera  cinco  días,  siem- 
pre con  mi  lumbre  y  carga  de  leña,  porque  si  el  fuego 
se  me  matase  en  parte  donde  no  tuviese  leña,  como  en 
muchas  partes  no  la  había,  tuviese  de  qué  hacer  otros 
tizones  y  no  me  quedase  sin  lumbre,  porque  para  el  frío 
yp  no  tenía  otro  remedio,  por  andar  desnudo  como 
nascí;  y  para  las  noches  yo  tenía  este  remedio,  que  me 
iba  a  las  matas  del  monte,  que  estaba  cerca  de  los  ríos, 
y  paraba  en  ellas  antes  que  el  Sol  se  pusiese,  y  en  la 
tierra  hacía  un  hoyo  y  en  él  echaba  mucha  leña,  que  se 
cría  en  muchos  árboles,  de  !que  por  allí  hay  muy  gran 
cantidad,  y  juntaba  mucha  leña  de  la  que  estaba  caída 
y  seca  de  los  árboles,  y  al  derredor  de  aquel  hoyo  ha- 
cía cuatro  fuegos  en  cruz,  y  yo  tenía  cargo  y  cuidado 
de  rehacer  el  fuego  de  rato  en  rato,  y  hacía  unas  gavi- 
llas de  paja  larga  que  por  allí  hay,  con  que  me  cubría 
en  aquel  hoyo,  y  de  esta  manera  me  amparaba  del  frío 
de  las  noches;  y  una  de  ellas  el  fuego  cayó  en  la  paja  con 
que  yo  estaba  cubierto,  y  estando  yo  durmiendo  en  el 
hoyo,  comenzó  a  arder  muy  recio,  y  por  mucha  priesa 
que  yo  me  di  a  salir,  todavía  saqué  señal  en  los  cabellos 
del  peligro  en  que  había  estado.  En  todo  este  tiempo  no 
comí  bocado  ni  hallé  cosa  que  pudiese  comer;  y  como 
traía  los  pies  descalzos,  corrióme  de  ellos  mucha  san- 
gre,  y  Dios  usó  conmigo  de  misericordia,  que  en  todo 
este  tiempo  no  ventó  el  norte,  porque  de  otra  manera 


XXI  NAUFRAGIOS  79 

ningún  remedio  había  de  yo  vivir;  y  a  cabo  de  cinco 
días  llegué  a  una  ribera  de  un  río,  donde  yo  hallé  a  mis 
indios,  que  ellos  y  los  cristianos  me  contaban  ya  por 
muerto,  y  siempre  creían  que  alguna  víbora  me  había 
mordido.  Todos  hubieron  gran  placer  de  verme,  prin- 
cipalmente los  cristianos,  y  me  dijeron  que  hasta  en- 
tonces habían  caminado  con  mucha  hambre,  que  ésta 
era  la  causa  que  no  me  habían  buscado;  y  aquella  no- 
che me  dieron  de  las  tunas  que  tenían,  y  otro  día  par- 
timos de  allí,  y  fuimos  donde  hallamos  muchas  tunas, 
con  que  todos  satisficieron  su  gran  hambre,  y  nosotros 
dimos  muchas  gracias  a  nuestro  Señor  porque  nunca 
nos  faltaba  su  remedio. 


CAPITULO  XXII 

Cómo  otro  día  nos  trujeron  otros  enfermos. 

Otro  día  de  mañana  vinieron  allí  muchos  indios  y 
traían  cinco  enfermos  que  estaban  tollidos  y  muy  ma- 
los, y  venían  en  busca  de  Castillo  que  los  curase,  y  cada 
uno  de  los  enfermos  ofresció  su  arco  y  flechas,  y  él 
ios  rescebió,  y  a  puesta  del  Sol  los  santiguó  y  encomen- 
dó a  Dios  nuestro  Señor,  y  todos  le  suplicamos  con  la 
mejor  manera  que  podíamos  les  enviase  salud,  pues  él 
vía  que  no  había  otro  remedio  para  que  aquella  gente 
nos  ayudase  y  saliésemos  de  tan  miserable  vida;  y  él 
lo  hizo  tan  misericordiosamente,  que  venida  la  mañana, 
todos  amanescieron  tan  buenos  y  sanos,  y  se  fueron 
tan  recios  como  si  nunca  hobieran  tenido  mal  ninguno. 
Esto  causó  entre  ellos  muy  gran  admiración,  y  a  nos- 
otros despertó  que  diésemos  muchas  gracias  a  nuestro 
Señor,  a  que  más  enteramente  conosciésemos  su  bon- 
dad, y  tuviésemos  firme  esperanza  que  nos  había  de 
librar  y  traer  donde  íe  pudiésemos  servir;  y  de  mí  sé 
decir  que  siempre  tuve  esperanza  en  su  misericordia 
que  me  había  de  sacar  de  aquella  captividad,  y  así  yo 
lo  hablé  siempre  a  mis  compañeros.  Como  los  indios 
fueron  idos  y  llevaron  sus  indios  sanos,  partimos  donde 
estaban  otros  comiendo  tunas,  y  éstos  se  llaman  cutal- 
ches  y  malicones,  que  son  otras  lenguas,  y  junto  con 
ellos  había  otros  que  se  llamaban  coayos  y  susolas,  y 
de  otra  parte  otros  llamados  atayos,  y  éstos  tenían  gue- 
rra con  los  susolas,  con  quien  se  flechaban  cada  día;  y 
como  por  toda  la  tierra  no  se  hablase  sino  en  los  mis- 

CABEZA    DE    VACA.  —  NAUFRAGIOS  6 


B2  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP, 

terios  que  Dios  nuestro  Señor  con  nosotros  obraba, 
venían  de  muchas  partes  a  buscarnos  para  que  los  cu- 
rásemos; y  a  cabo  de  dos  días  que  allí  llegaron,  vinie- 
ron a  nosotros  unos  indios  de  los  susolas  y  rogaron  a 
Castillo  que  fuese  a  curar  un  herido  y  otros  enfermos, 
y  dijeron  que  entre  ellos  quedaba  uno  que  estaba  muy 
al  cabo.  Castillo  era  médico  muy  temeroso,  principal- 
mente cuando  las  curas  eran  muy  temorosas  y  peligro- 
sas, y  creía  que  sus  pecados  habían  de  estorbar  que 
no  todas  veces  suscediese  bien  el  curar.  Los  indios  me 
dijeron  que  yo  fuese  a  curarlos,  porque  ellos  me  que- 
rían bien  y  se  acordaban  que  les  había  curado  en  las 
nueces,  y  por  aquello  nos  habían  dado  nueces  y  cue- 
ros; y  esto  había  pasado  cuando  yo  vine  a  juntarme  con 
los  cristianos;  y  así,  hube  de  ir  con  ellos,  y  fueron 
conmigo  Dorantes  y  Estebanico,  y  cuando  llegué  cer- 
ca de  los  ranchos  que  ellos  tenían,  yo  vi  el  enfermo  que 
íbamos  a  curar  que  estaba  muerto,  porque  estaba  mu- 
cha gente  al  derredor  de  él  llorando  y  su  casa  deshe- 
cha, que  es  señal  que  el  dueño  estaba  muerto;  y  ansí, 
cuando  yo  llegué  hallé  el  indio  los  ojos  vueltos  y  sin 
/ningún  pulso,  y  con  todas  señales  de  muerto,  según 
a  mí  me  paresció,  y  lo  mismo  dijo  Dorantes^  Yo  le 
quité  una  estera  qué  tenía  encima,  con  que  estaba  cu- 
bierto, y  lo  mejor  que  pude  supliqué  a  nuestro  Señor 
fuese  servido  de  dar  salud  a  aquél  y  a  todos  los  otros 
que  de  ella  tenían  necesidad;  y  después  de  santiguado 
y  soplado  muchas  veces,  me  trajeron  su  arco  y  me  lo 
dieron,  y  una  sera  de  tunas  molidas,  y  lleváronme  a 
curar  otros  muchos  que  estaban  malos  de  modorra,  y 
me  dieron  otras  dos  seras  de  tunas,  las  cuales  di  a  nues- 
tros indios,  que  con  nosotros  habían  venido;  y  hecho 
esto,  nos  volvimos  a  nuestro  aposento,  y  nuestros  in- 
dios, a  quien  di  las  tunas,  se  quedaron  allá;  y  a  la  no- 
che se  volvieron  a  sus  casas,  y  dijeron  que  aquel  que 
estaba  muerto  y  yo  había  curado  en  presencia  de  ellos, 
se  había  levantado  bueno  y  se  había  paseado,  y  comí- 


XXII 


NAUFRAGIOS  83 


do,  y  hablado  con  ellos,  y  que  todos  cuantos  había  cu- 
rado quedaban  sanos  y  muy  alegres. 

Esto  causó  muy  gran  admiración  y  espanto,  y  en  toda 
la  tierra  no  se  hablaba  en  otra  cosa.  Todos  aquellos  a 
quien  esta  fama  llegaba  nos  venían  a  buscar  para  que 
los  curásemos  y  santiguásemos  sus  hijos;  y  cuando  los 
indios  que  estaban  en  compañía  de  los  nuestros,  que 
eran  los  cutalchiches,  se  hubieron  de  ir  a"su  tierra,  an- 
tes que  se  partiesen  nos  ofrescieron  todas  tas  tunas  que 
para  su  camino  tenían,  sin  que  ninguna  les  quedase,  y 
diéronnos  pedernales  tan  largos  como  palmo  y  medio, 
con  que  ellos  cortan,  y  es  entre  ellos  cosa  de  muy  gran 
estima.  Rogáronnos  que  nos  acordásemos  de  ellos  y 
rogásemos  a  Dios  que  siempre  estuviesen  buenos,  y 
nosotros  se  lo  prometimos;  y  con  esto  partieron  los 
más  contentos  hombres  del  mundo,  habiéndonos  dado 
todo  lo  mejor  que  tenían.  Nosotros  estuvimos  con 
aquellos  indios  avavares  ocho  meses,  y  esta  cuenta  ha- 
cíamos por  las  lunas.  En  todo  este  tiempo  nos  venían 
de  muchas  partes  a  buscar,  y  decían  que  verdaderamen- 
te nosotros  éramos  hijos  del  Sol.  Dorantes  y  el  negro 
hasta  allí  no  habían  curado;  mas  por  la  mucha  impor- 
tunidad que  teníamos,  viniéndonos  de  muchas  partes 
a  buscar,  venimos  todos  a  ser  médicos,  aunque  en  atre- 
vimiento y  osar  acometer  cualquier  cura  era  yo  más 
señalado  entre  ellos,  y  ninguno  jamás  curamos  que  no 
nos  dijese  que  quedaba  sano;  y  tanta  confianza  tenían 
que  habían  de  sanar  si  nosotros  los  curásemos,  que 
creían  que  en  tanto  que  allí  nosotros  estuviésemos  nin- 
guno de  ellos  había  de  morir.  Estos  y  los  de  más  atrás 
nos  contaron  una  cosa  muy  extraña,  y  por  la  cuenta  que 
nos  figuraron  parescía  que  había  quince  o  diez  y  seis 
años  que  había  acontescido,  que  decían  que  por  aquella 
tierra  anduvo  un  hombre,  que  ellos  llaman  Mala  Cosa, 
y  que  era  pequeño  de  cuerpo,  j^queTéníaVarbas,  aun- 
que nunca  claramente  le  pudieron  ver  el  rostro,  y  que 
cuando  venía  a  la  casa  donde  estaban  se  les  levantaban 


84  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA   DE   VACA  CAP. 

los  cabellos  y  temblaban,  y  luego  parescía  a  la  puerta 
de  la  casa  un  tizón  ardiendo;  y  luego,  aquel  hombre 
entraba  y  tomaba  al  que  quería  de  ellos,  y  dábales  tres 
cuchilladas  grandes  por  las  ijadas  con  un  pedernal  muy 
agudo,  tan  ancho  como  una  mano  y  dos  palmos  en 
luengo,  y  metía  la  mano  por  aquellas  cuchilladas  y  sacá- 
bales las  tripas;  y  que  cortaba  de  una  tripa  poco  más  o 
menos  de  un  palmo,  y  aquello  que  cortaba  echaba  en 
las  brasas;  y  luego  le  daba  tres  cuchilladas  en  un  brazo, 
y  la  segunda  daba  por  la  sangradura  y  desconcertába- 
selo,  y  dende  a  poco  se  lo  tornaba  a  concertar  y  poníale 
las  manos  sobre  las  heridas,  y  decíannos  que  luego  que- 
daban sanos,  y  que  muchas  veces  cuando  bailaban  apá- 
resela entre  ellos,  en  hábito  de  mujer  unas  veces,  y 
otras  como  hombre;  y  cuando  él  quería,  tomaba  el 
buhío  o  casa  y  subíala  en  alto,  y  dende  a  un  poco  caía 
con  ella  y  daba  muy  gran  golpe.  También  nos  contaron 
que  muchas  veces  le  dieron  de  comer  y  que  nunca  jamás 
comió;  y  que  le  preguntaban  dónde  venía  y  a  qué  parte 
tenía  su  casa,  y  que  les  mostró  una  hendedura  de  la 
tierra,  y  dijo  que  su  casa  era  allá  debajo.  De  estas  cosas 
que  ellos  nos  decían,  nosotros  nos  reíamos  mucho,  bur- 
lando de  ellas;  y  como  ellos  vieron  que  no  lo  creíamos, 
trujeron  muchos  de  aquellos  que  decían  que  él  había 
tomado,  y  vimos  las  señales  de  las  cuchilladas  que  él 
había  dado  en  los  lugares  en  la  manera  que  ellos  con- 
taban. Nosotros  les  dijimos  que  aquel  era  un  malo,  y  de 
la  mejor  manera  que  podimos  les  dábamos  a  entender 
que  si  ellos  creyesen  en  Dios  nuestro  Señor  y  fuesen 
cristianos  como  nosotros,  no  temían  miedo  de  aquél, 
ni  él  osaría  venir  a  hacelles  aquellas  cosas;  y  que  tuvie- 
sen por  cierto  que  en  tanto  que  nosotros  en  la  tierra 
estuviésemos  él  no  osaría  parescer  en  ella.  De  esto  se 
holgaron  ellos  mucho  y  perdieron  mucha  parte  del  te- 
mor que  tenían.  Estos  indios  nos  dijeron  que  habían 
visto  al  asturiano  y  a  Figueroa  con  otros,  que  adelante 
en  la  costa  estaban,  a  quien  nosotros  llamábamos  de 


XXII  NAUFRAGIOS  85 

los  higos.  Toda  esta  g-ente  no  conoscían  los  tiempos 
por  el  Sol  ni  la  Luna,  ni  tienen  cuenta  del  mes  y  año, 
y  más  entienden  y  saben  las  diferencias  de  los  tiempos 
cuando  las  frutas  vienen  a  madurar,  y  en  tiempo  que 
muere  el  pescado  y  el  aparescer  de  las  estrellas,  en 
que  son  muy  diestros  y  ejercitados.  Con  estos  siempre 
fuimos  bien  tratados,  aunque  lo  que  habíamos  de  comer 
lo  cavábamos,  y  traíamos  nuestras  cargas  de  agua  y 
leña.  Sus  casas  y  mantenimientos  son  como  las  de  los 
pasados,  aunque  tienen  muy  mayor  hambre,  porque 
no  alcanzan  maíz  ni  bellotas  ni  nueces.  Anduvimos 
siempre  en  cueros  como  ellos,  y  de  noche  nos  cubría- 
mos con  cueros  de  venado.  De  ocho  meses  que  con 
ellos  estuvimos,  los  seis  padescimos  mucha  hambre, 
que  tampoco  alcanzan  pescado.  Y  al  cabo  de  este 
tiempo  ya  las  tunas  comenzaban  a  madurar,  y  sin  que 
de  ellos  fuésemos  sentidos  nos  fuimos  a  otros  que  ade- 
lante estaban,  llamados  maliacones;  éstos  estaban  una 
jornada  de  allí,  donde  yo  y  el  negro  llegamos.  A  cabo 
de  los  tres  días  envié  que  trajese  a  Castillo  y  a  Doran- 
tes; y  venidos,  nos  partimos  todos  juntos  con  los  in- 
dios, que  iban  a  comer  una  frutilla  de  unos  árboles, 
de  que  se  mantienen  diez  o  doce  días,  entretanto  que 
las  tunas  vienen;  y  alU  se  juntaron  con  estos  otros  indios 
que  se  llamaban  arbadaos,  y  a  éstos  hallamos  muy  en- 
fermos y  flacos  y  hinchados;  tanto,  que  nos  maravilla- 
mos mucho,  y  los  indios  con  quien  habíamos  venido 
se  volvieron  por  el  mismo  camino;  y  nosotros  les  diji- 
mos que  nos  queríamos  quedar  con  aquéllos,  de  que 
ellos  mostraron  pesar;  y  así,  nos  quedamos  en  el  campo 
con  aquéllos,  cerca  de  aquellas  casas,  y  cuando  ellos 
nos  vieron,  juntáronse  después  de  haber  hablado  entre 
sí,  y  cada  uno  de  ellos  tomó  el  suyo  por  la  mano  y  nos 
llevaron  a  sus  casas.  Con  estos  padescimos  más  hambre 
que  con  los  otros,  porque  en  todo  el  día  no  comíamos 
más  de  dos  puños  de  aquella  fruta,  la  cual  estaba  verde; 
tenía  tanta  leche,  que  nos  quemaba  las  bocas;  y  con 


86  ALVAR    NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP. 

tener  falta  de  agua,  daba  mucha  sed  a  quien  la  comía; 
y  como  la  hambre  fuese  tanta,  nosotros  comprémosles 
dos  perros  (1),  y  a  trueco  de  ellos  les  dimos  unas  redes 
y  otras  cosas,  y  un  cuero  con  que  yo  me  cubría.  Ya  he 
dicho  cómo  por  toda  esta  tierra  anduvimos  desnudos; 
y  como  no  estábamos  acostumbrados  a  ello,  a  manera 
de  serpientes  mudábamos  los  cueros  dos  veces  en  el 
año,  y  con  el  Sol  y  el  aire  hacíansenos  en  los  pechos  y 
en  las  espaldas  unos  empeines  muy  grandes,  de  que 
rescebíamos  muy  gran  pena  por  razón  de  las  muy  gran- 
des cargas  que  traíamos,  que  eran  muy  pesadas;  y  hacían 
que  las  cuerdas  se  nos  metían  por  los  brazo's;  y  la  tierra 
es  tan  áspera  y  tan  cerrada,  que  muchas  veces  hacía- 
mos leña  en  montes,  que  cuando  la  acabábamos  de 
sacar  nos  corría  por  muchas  partes  sangre,  de  las  espi- 
nas y  matas  con  que  topábamos,  que  nos  rompían  por 
donde  alcanzaban.  A  las  veces  me  acónteselo  hacer 
leña  donde,  después  de  haberme  costado  mucha  san- 
gre, no  la  podía  sacar  ni  a  cuestas  ni  arrastrando.  No 
tenía,  cuando  en  estos  trabajos  me  veía,  otro  remedio 
ni  consuelo  sino  pensar  en  la  pasión  de  nuestro  re- 
demptor  Jesucristo  y  en  la  sangre  que  por  mí  derramó, 
y  considerar  cuánto  más  sería  el  tormento  que  de  las 
espinas  él  padesció  que  no  aquél  que  yo  entonces  su- 
fría. Contrataba  con  estos  indios  haciéndoles  peines, 
y  con  arcos  y  con  flechas  y  con  redes.  Hacíamos  este- 
ras, que  son  cosas,  de  que  ellos  tienen  mucha  necesi- 
dad; y  aunque  lo  saben  hacer,  no  quieren  ocuparse  en 
nada,  por  buscar  entretanto  qué  comer,  y  cuando  en- 
tienden en  esto  pasan  muy  gran  hambre.  Otras  veces 
me  mandaban  raer  cueros  y  ablandarlos;  y  la  mayor 
prosperidad  en  que  yo  allí  me  vi  era  el  día  que  me 
daban  a  raer  alguno,  porque  [yo  lo  raía  muy  mucho  y 


(1)  Acaso  eran  perro»  coyotes  o  de  las  praderas  (Canis  latrans), 
que  tomaban  parte  principal  en  la  alimentación  y  ritos  ceremonia- 
les de  estos  pueblos. 


XXII  NAUFRAGIOS  87 

comía  de  aquellas  raeduras,  y  aquello  me  bastaba  para 
dos  o  tres  días.  También  nos  acónteselo  con  éstos  y 
con  los  que  atrás  habemos  dejado,  darnos  un  pedazo 
de  carne  y  comérnoslo  así  crudo,  porque  si  lo  pusiéra- 
mos a  asar,  el  primer  indio  que  llegaba  se  lo  llevaba  y 
comía;  parescíanos  que  no  era  bien  ponerla  en  esta  ven- 
tura, y  también  nosotros  no  estábamos  tales,  que  nos 
dábamos  pena  comerlo  asado,  y  no  lo  podíamos  tan 
bien  pasar  como  crudo.  Esta  es  la  vida  que  allí  tuvimos, 
y  aquel  poco  sustentamiento  lo  ganábamos  con  los  res- 
cates que  por  nuestras  manos  hecimos. 


CAPITULO  XXIII 

Cómo  nos  partimos  después  de  haber  comido  los  perros. 


Después  que  comimos  los  gercot,  paresciéndonos 
que  teníamos  algún  esfuerzo  para  poder  ir  adelante, 
encomendámonos  a  Dios  nuestro  Señor  para  que  nos 
guiase,  nosjdespedimos  de  aquellos  indÍQ§^.y^llos  nos 
encaminaro]^  a  otros  de  su  lengua  que  estaban  cerca  de 
allí.  E  yendo  por  nuestro  camino  llovió,  y  todo  aquel 
día  anduvimos  con  agua,  y  allende  de  esto,  perdimos  el 
camino  y  fuimos  a  parar  a  un  monte  muy  grande,  y  co- 
gimos muchas  hojas  de  tunas  y  asárnoslas  aquella  noche 
en  un  horno  que  hecimos,  y  dímosles  tanto  fuego,  que  a 
la  mañana  estaban  para  comer;  y  después  de  haberlas 
comido  encomendámonos  a  Dios  y  partímonos,  y  ha- 
llamos el  camino  que  perdido  habíamos;  y  pasado  el 
monte,  hallamos  otras  casas  de  indios;  y  llegados  allá, 
vimos  dos  mujeres  y  muchachos,  que  se  espantaron,  que 
andaban  por  el  monte,  y  en  vernos  huyeron  de  nosotros 
y  fueron  a  llamara  los  indios  que  andaban  por  el  monte; 
y  venidos,  paráronse  a  mirarnos  detrás  de  unos  árbo- 
les, y  llamárnosles  y  allegáronse  con  mucho  temor;  y 
después  de  haberlos  hablado,  nos  dijeron  que  tenían 
mucha  hambre,  y  que  cerca  de  allí  estaban  muchas  ca- 
sas de  ellos  propios,  y  dijeron  que  nos  llevarían  a 
ellas;  y  aquella  noche  llegamos  adonde  había  cincuenta 
casas,  \f-y«^  espantaban  de  vernos  y  mostraban  mucho 
^  temor;  w  aespüés  (jue  estuvieron  algo  sosegados  de 
|V«psotros,  allegábannos  con  las  manos  al  rostro  y  al 
I  (jíúerpo,  y  después  traían  ellos  sus  mismas  manos  por 


\l 


90  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA    CAP.  XXIII 

SUS  caras  y  sus  cuerpos,  y  así  estuvimos  aquella  noche;  y 
venida  la  mañana,  trajéronnos  los  enfermos  que  tenían, 
rogándonos  que  los  santiguásemos,  y  nos  dieron  de  lo 
que  tenían  para  comer,  que  eran  hojas  de  tunas  y  tunas 
verdes  asadas;  y  por  el  buen  tratamiento  que  nos  ha- 
cían, y  porque  aquello  que  tenían    nos  lo  daban  de 
buena  gana  y  voluntad,  y  holgaban  de  quedar  sin  co-    ' 
mer  por  dárnoslo,  estuvimos  con  ellos  alguno^^as;  y 
estando  allí,  vinieron  otros  de_más^  adelante^  Cuando 
,^e-quisicron  partir  dijiumg"^"Tos  priníeros  que  nos  que- 
ríamos ir  con  aquéllos.  A  ellos  les  pesó  mucho,  y  ro^iU-^^^ 
ronnos  muy  ahincadamente  que  no  nos  fuésemos,  y  al     ^ 
fin  nos  despedimos  de  ellos,  y  los  dejamos  llorando      / 
por  nuestra  partida,  porque  les  pesaba  mucho  en  gran^X 
manera.  v  ,^ 


CAPÍTULO  XXIV 

De  las  costumbres  de  los  indios  de  aquella  tierra. 

I 

-^Desde  la  isla  ¿^^al  Hado,  todos  los  indios  que 
hasta  esta  tierra  virriüs,  tienen  por  costumbre  desde  el 
día  que  sus  mujeres  se  sienten  preñadas  no  dormir 
juntos  hasta  que  pasen  dos  años  que  han  criado  los 
hijos,  los  cuales  maman  hasta  que  son  de  edad  de 
doce  años;  que  ya  entqnces  están  en  edad  que  por  sí 
saben  buscar  de  comer^reguntámosles  que  por  qué 
los  criaban  así,  y  deoíar);  que  por  la  mucha  hambre  que 
en  la  tierra  había^  que' acóntesela)  muchas  veces,  como 
nosotros  víatriós,  estar  dos  o  tres  días  sin  comer,  y  a 
las  veces  ciíatro;  y  por  esta  causa  los  dejaban  mamar, 
porque  en  los  tiempos  de  hambre  no  muriesen;  y  ya 
que  algunos  escapasen,  saldrían  muy  delicados  y  de 
pocas  fuerzas;  y  si  acaso  acontesce  caer  enfermos  algu- 
nos, déjanlos  morir  en  aquellos  campos  si  no  es  hijo, 
y  todos  los  demás,  si  no  pueden  ir  con  ellos,  se  que- 
dan; mas  para  llevar  un  hijo  o  hermano,  se  cargan  y  lo 
llevan  a  cuestajw^odos  estos  acostumbran  dejar  sus 
mujeres  cuando  entre  ellos  no  hay  conformidad,  y  se 
tornan  a  casar  con  quien  quieren;  esto  es  entre  los 
mancebos,  mas  los  que  tienen  hijos  permanescen  con 
sus  mujeres  y  no  las  dejan,  y  cuando  en  algunos  pue- 
blos riñen  y  traban  cuestiones  unos  con  otros,  apu- 
ñéanse  y  apaléanse  hasta  que  están  muy  cansados,  y 
entonces  se  desparten;  algunas  veces  los  desparten 
mujeres,  entrando  entre  ellos,  que  hombres  no  entran 
a  despartirlos;  y  por  ninguna  pasión  que  tengan  no 


92  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA   DE   VACA  CAP. 

meten  en  ella  arcos  ni  flechas;  y  desque  se  han  apu- 
ñeado y  pasado  su  cuestión,  toman  sus  casas  y  mujeres, 
y  vanse  a  vivir  por  los  campos  y  apartados  de  los  otros, 
hasta  que  se  les  pasa  el  enojo;  y  cuando  ya  están 
desenojados  y  sin  ira,  tórnanse  a  su  pueblo,  y  de  ahí 
adelante  son  amigos  como  si  ninguna  cosa  hobiera 
pasado  entre  ellos,  ni  es  menester  que  nadie  haga  las 
amistades,  porque  de  esta  manera  se  hacen;  y  si  los  que 
riñen  no  son  casados,  vanse  a  otros  sus  vecinos,  y  aun- 
que sean  sus  enemigos,  los  resciben  bien  y  se  huelgan 
mucho  con  ellos,  y  les  dan  de  lo  que  tienen;  de  suerte, 
que  cuando  es  pasado  el  enojo,  vuelven  a  su  pueblo 
y  vienen  ricos.  Toda  es  gente  de  guerra  y  tienen  tanta 
astucia  para  guardarse  de  sus  enemigos,  como  temían 
si  fuesen  criados  en  Italia  y  en  continua  guerra.  Cuando 
están  en  parte  que  sus  enemigos  los  pueden  ofen- 
der, asientan  sus  casas  a  la  orilla  del  monte  más  ás- 
pero y  de  mayor  espesura  que  por  allí  hallan,  y  junto  a 
él  hacen  un  foso,  y  en  éste  duermen.  Toda  la  gente  de 
guerra  está  cubierta  con  leña  menuda,  y  hacen  sus  sae- 
teras, y  están  tan  cubiertos  y  disimulados,  que  aunque 
estén  cabe  ellos  no  los  ven,  y  hacen  un  camino  muy 
angosto  y  entra  hasta  en  medio  del  monte,  y  allí  hacen 
lugar  para  que  duerman  las  mujeres  y  niños,  y  cuando 
viene  la  noche  encienden  lumbres  en  sus  casas  para 
que  si  hobiere  espías  crean  que  están  en  ellas,  y  antes 
del  alba  tornan  a  encender  los  mismos  fuegos;  y  si 
acaso  ios  enemigos  vienen  a  dar  en  las  mismas  casas, 
los  que  están  en  el  foso  salen  a  ellos  y  hacen  desde 
las  trincheas  mucho  daño,  sin  que  los  de  fuera  los 
vean  ni  los  puedan  hallar;  y  cuando  no  hay  montes  en 
que  ellos  puedan  de  esta  manera  esconderse  y  hacer 
sus  celadas,  asientan  en  llano  en  la  parte  que  mejor 
les  paresce  y  cércanse  de  trincheas  cubiertas  de  leña 
menuda  y  hacen  sus  saeteras,  con  que  flechan  a  los  in- 
dios, y  estos  reparos  hacen  para  de  noche.  Estando  yo 
con  los  de  aguenes,  no  estando  avisados,  vinieron  sus 


XXIV  NAUFRAGIOS  93 

enemigos  a  media  noche  y  dieron  en  ellos  y  mataron 
tres  y  hirieron  otros  muchos;  de  suerte  que  huyeron  de 
sus  casas  por  el  monte  adelante,  y  desque  sintieron 
que  los  otros  se  habían  ido,  volvieron  a  ellas  y  reco- 
gieron todas  las  flechas  que  los  otros  les  habían  echa- 
do, y  lo  más  encubiertamente  que  pudieron  los  siguie- 
ron, y  estuvieron  aquella  noche  sobre  sus  casas  sin 
que  fuesen  sentidos,  y  al  cuarto  del  alba  les  acometie- 
ron y  les  mataron  cinco,  sin  otros  muchos  que  fueron 
heridos,  y  les  hicieron  huir  y  dejar  sus  casas  y  arcos, 
con  toda  su  hacienda;  y  de  ahí  a  poco  tiempo  vinieron 
las  mujeres  de  los  que  se  llamaban  quevenes,  y  enten- 
dieron entre  ellos  y  los  hicieron  amigos,  aunque  algu- 
nas veces  ellas  son  principio  de  la  guerra.  Todas  estas 
gentes,  cuando  tienen  enemistades  particulafés7  cuan- 
do no  son  de  una  familia  (1),  se  matan  de  noche  por 
asechanzas  y  usan  unos  con  otros  grandes  crueldades. 


(1)     Es  decir,  individuos  de  un  mismo  clan  o  linaje. 


CAPITULO   XXV 

Cómo  los  indios  son  prestos  a  un  arma. 

[  Esta  es  la  más  prestagentg_^arajin  arma  de  cuantas 
ya  he  visto  effét^muHHoTporque  si  se  temen  cíe  sus 
enemigos,  toda  la  noche  están  despiertos  con  sus  ar- 
cos a  par  de  sí  y  una  docena  de  flechas;  y  el  que  duer- 
me tienta  su  arco,  y  si  no  le  halla  en  cuerda  le  da  la 
vuelta  que  ha  menester.  Salen  muchas  veces  fuera  de 
las  casas  bajados  por  el  suelo,  de  arte  que  no  pueden 
ser  vistos,  y  miran  y  atalayan  por  todas  partes  para  sen- 
tir lo  que  hay;  y  si  algo  sienten,  en  un  punto  son  todos 
en  el  campo  con  sus  arcos  y  flechas,  y  así  están  hasta 
el  día,  corriendo  a  unas  partes  y  otras,  donde  ven  que 
es  menester  o  piensan  que  pueden  estar  sus  enemigos. 
Cuando  viene  el  día  tornan  a  aflojar  sus  arcos  hasta 
que  salen  a  caza.  Las  cuerdas  de  los  arcos  son  niervos 
de  venados.  La  manera  que  tienen  de  pelear  es  abaja- 
dos por  el  suelo,  y  mientras  se  flechan  andan  hablando 
y  saltando  siempre  de  un  cabo  para  otro,  guardándose 
de  las  flechas  de  sus  enemigos,  tanto,  que  en  semejan- 
tes partes  pueden  rescebir  muy  poco  daño  de  balles- 
tas y  arcabuces;  antes  los  indios  burlan  de  ellos,  por- 
que estas  armas  no  aprovechan  para  ellos  en  campos 
llanos,  adonde  ellos  andan  sueltos;  son  buenas  para  es- 
trechos y  lugares  de  agua;  en  todo  lo  demás,  los  caba- 
llos son  los  que  han  de  sojuzgar  y  lo  que  los  indios 
universalmente  temen.  Quien  contra  ellos  hobiere  de 
pelear  ha  de  estar  muy  avisado  que  no  le  sientan  fla- 
queza ni  codicia  de  lo  que  tienen,  y  mientras  durare  la 


96  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA     CAP.  XXV 

guerra  hanlos  de  tratar  muy  mal;  porque  si  temor  les 
conocen  o  alguna  codicia,  ella  es  gente  que  saben 
conoscer  tiempos  en  que  vengarse  y  toman  esfuerzo 
del  temor  de  los  contrarios.  Cuando  se  han  flechado 
en  la  guerra  y  gastado  su  munición,  vuélvense  cada 
uno  su  camino,  sin  que  los  unos  sigan  a  los  otros,  aun- 
que los  unos  sean  muchos  y  los  otros  pocos,  y  esta  es 
costumbre  suya.  Muchas  veces  se  pasan  de  parte  a  par- 
te con  las  flechas  y  no  mueren  de  las  heridas  si  no  toca 
en  las  tripas  o  en  el  corazón;  antes  sanan  presto.  Ven 
y  oyen  más  y  tienen  más  agudo  sentido  que  cuantos 
hombres  yo  creo  que  hay  en  el  mundo.  Son  grandes 
sufridores  de  hambre  y  de  sed  y  de  frío,  como  aque- 
llos que  están  más  acostumbrados  y  hechos  a  ello  que 
otrosí  Esto  he  querido  contar  porque  allende  que  to- 
dos los  hombres  desean  saber  las  costumbres  y  ejer- 
cicios de  los  otros,  los  que  algunas  veces  se  vinieren  a 
ver  con  ellos  estén  avisados  de  sus  costumbres  y  ardi- 
des, que  suelen  no  poco  aprovechar,  en  jiem^jai^ 
casos. , 


CAPITULO   XXVI 

De  las  naciones  y  leng'uas. 

También  quiero  contar  sus  naciones  y  lenguas,  que 
desde  la  isla  de  Mal  Hado  hasta  los  últimos  hay.  En  la 
isla  de  Mal  Hado  hay  dos  lenguas:  a  los  unos  llaman 
de  Caoques  y  a  los  otros  llaman  de  Han.  En  la  Tierra 
Firme,  enfrente  de  la  isla,  hay  otros  que  se  llaman  de 
Chorruco,  y  toman  el  nombre  de  los  montes  donde 
viven. 

Adelante,  en  la  costa  del  mar,  habitan  otros  que 
se  llaman  Doguenes,  y  enfrente  de  ellos  otros  que  tie- 
nen por  nombre  los  de  Mendica.  Más  adelante,  en  la 
costa,  están  los  quevenes,  y  enfrente  de  ellos,  dentro 
en  la  Tierra  Firme,  los  mariames;  y  yendo  por  la  costa 
adelante,  están  otros  que  se  llaman  guaycones,  y  en- 
frente de  éstos,  dentro  en  la  Tierra  Firme,  los  igua- 
ces.  Cabo  de  éstos  están  otros  que  se  llaman  atayos, 
y  detrás  de  éstos,  otros,  acubadaos,  y  de  éstos  hay  mu- 
chos por  esta  vereda  adelante.  En  la  costa  viven  otros 
llamados  quitóles,  y  enfrente  de  éstos,  dentro  en  la 
Tierra  Firme,  los  avavares.  Con  éstos  se  juntan  los  ma- 
liacones,  y  otros  cutalchiches,  y  otros  que  se  llaman  su- 
solas,  y  otros  que  se  llaman  cornos,  y  adelante  en  la 
costa  están  los  camoles,  y  en  la  misma  costa  ade- 
lante, otros  a  quien  nosotros  llamamos  los  de  los  hi- 
gos. Todas  estas  gentes  tienen  habitaciones  y  pueblos 
y  lenguas  diversas.  Entre  éstos  hay  una  lengua  en 
que  llaman  a  los  hombres  por  mira  acá,  arre  acá;  a  los 
perros,  xo;  en  toda  la  tierrajse  emborrachan  con  un 

CABEZA   DE   VACA» —NAUFRAGIOS  7 


98  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA   DE   VACA  CAP. 

humo  (1),  y  dan  cuanto  tienen  por  él.  Beben  también  otra 
cosa  que  sacan  de  las  hojas  de  los  árboles,  como  de  en- 
cina, y  tuéstanla  en  unos  botes  al  fuego,  y  después  que 
la  tienen  tost  ada  hinchan  el  bote  de  agua,  y  así  lo  tie- 
nen sobre  el  fuego,  y  cuando  ha  hervido  dos  veces, 
échanlo  en  una  vasija  y  están  enfriándolacon  media  cala- 
baza, y  cuando  está  con  mucha  espuma  bébenla  tan  ca- 
liente cuanto  pueden  sufrir,  y  desde  que  la  sacan  del 
bote  hasta  que  la  beben  están  dando  voces,  diciendo 
que  ¿quién  quiere  beber?  Y  cuando  las  mujeres  oyen  es- 
tas voces,  luego  se  paran  sin  osarse  mudar,  y  aunque  es- 
tén mucho  cargadas,  no  osan  hacer  otra  cosa,  y  si  acaso 
alguna  de  ellas  se  mueve,  la  deshonran  y  la  dan  de  pa- 
los, y  con  muy  gran  enojo  derraman  el  agua  que  tie- 
nen para  beber,  y  la  que  han  bebido  la  tornan  a  lanzar, 
lo  cual  ellos  hacen  muy  ligeramente  y  sin  pena  alguna. 
La  razón  de  la  costumbre  dan  ellos,  y  dicen  que  si 
cuando  ellos  quieren  beber  aquella  agua  las  mujeres  se 
mueven  de  donde  les  toma  la  voz,  que  en  aquella  agua 
se  les  mete  en  el  cuerpo  una  cosa  mala  y  que  dende  a 
poco  les  hace  morir,  y  todo  el  tiempo  que  el  agua  está 
cociendo  ha  de  estar  el  bote  atapado,  y  si  acaso  está 
destapado  y  alguna  mujer  pasa,  lo  derraman  y  no  be- 
ben más  de  aquella  agua;  es  amarilla  y  están  bebiéndo- 
la  tres  días  sin  comer,  y  cada  día  bebe  cada  uno  arroba 
y  media  de  ella,  y  cuando  las  mujeres  están  con  su  cos- 
tumbre no  buscan  de  comer  más  de  para  sí  solas,  porque 
ninguna  otra  persona  come  de  lo  que  ellas  traen.  En 
el  tiempo  que  así  estaba,  entre  éstos  •yij  una  diabhi 
ra,  y  es  que  vi  un  hombre  casado  con  otro,  y  estos  son 
unos  hombres  amarionados,  impotentes,  y  andan  tapa 


(1)  El  tabaco  se  usaba  no  ya  solo,  sino  aun  mezclado  con  otras 
hierbas.  En  ceremonias  relig^iosas  (ritos  de  adopción,  danza  de  la 
pipa,  etc.)  o  en  ocasiones  muy  solemnes  (celebración  de  Consejo 
tribal,  declaración  de  guerra  o  tratados  de  paz),  usaba  el  indio 
norteamericano  de  su  «pipa  de  paz»,  adornada  a  veces  con  em- 
blemas totémicos. 


XXVI 


NAUFRAGIOS  99 


dos  como  mujeres  y  hacen  oficio  de  mujeres,  y  tiran 
arco  y  llevan  muy  gran  carga,  y  entre  éstos  vimos  mu- 
chos de  ellos  así  amarionados  como  digo,  y  son  más 
membrudos  que  los  otros  hombres  y  más  altos;  sufren 
muy  grandes  cargas. 


CAPITULO   XXVII 

De  cómo  nos  mudamos  y  fuimos  bien  rescebidos. 


j  Después  que  nos  partimos  de  los  que  dejamos  11o- 
/rando,  fuímonos  con  los  otros  a  sus  casas,  y  de  los  que 
en  ellas  estaban  fuimos  bien  rescebidos  y  trujeron  sus 
hijos  para  que  les  tocásemos  las  manos,  y  dábannos 
mucha  harina  de  mezquiquez.  Este  mezquiquez  es  una 
fruta  que  cuando  está  en  el  árbol  es  muy  amarga  (1),  y  es 
de  la  manera  de  algarrobas,  y  cómese  con  tierra,  y  con 
ella  está  dulce  y  bueno  de  comer.  La  manera  que  tie- 
nen con  ella  es  ésta:  que  hacen  un  hoyo  en  el  suelo, 
de  la  hondura  que  cada  uno  quiere,  y  después  de  echa- 
da la  fruta  en  este  hoyo,  con  un  palo  tan  gordo  como 
la  pierna  y  de  braza  y  media  en  largo,  la  muelen  hasta 
muy  molida;  y  demás  que  se  le  pega  de  la  tierra  del 
hoyo,  traen  otros  puños  y  échanla  en  el  hoyo  y  tornan 
otro  ralo  a  moler,  y  después  échanla  en  una  vasija  de 
manera  de  una  espuerta,  y  échanle  tanta  agua  que  bas- 
ta a  cubrirla,  de  suerte  que  quede  agua  por  cima,  y 
el  que  la  ha  molido  pruébala,  y  si  le  paresce  que  no 
está  dulce,  pide  tierra  y  revuélvela  con  ella,  y  esto  hace 
hasta  que  la  halla  dulce,  y  asiéntanse  todos  alrededor 
y  cada  uno  mete  la  mano  y  saca  lo  que  puede,  y  las 
pepitas  de  ella  tornan  a  echar  sobre  unos  cueros  y  las 
cascaras;  y  el  que  lo  ha  molido  las  coge  y  las  torna  a 
echar  en  aquella  espuerta,  y  echa  agua  como  de  pri- 


(i)     La  leguminosa  Wamaidai  Inga  fagífolia  es  acaso  el  mezqui- 
quez a  que  se  hace  referencia. 


102  ALVAR    NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP. 

mero,  y  tornan  a  expremir  el  zumo  y  agua  que  de  ello 
sale,  y  las  pepitas  y  cascaras  tornan  a  poner  en  el  cue- 
ro, y  de  esta  manera  hacen  tres  o  cuatro  veces  cada 
moledura;  y  los  que  en  este  banquete,  que  para  ellos 
es  muy  grande,  se  hallan,  quedan  las  barrigas  muy  gran- 
des, de  la  tierra  y  agua  que  han  bebido;  y  de  esto  nos 
hicieron  los  indios  muy  gran  fiesta,  y  hobo  entre  ellos 
muy  grandes  bailes  y  areitos  en  tanto  que  allí  estuvi- 
mos. Y  cuando  de  noche  dormíamos,  a  la  puerta  del 
rancho  donde  estábamos  nos  velaban  a  cada  uno  de 
nosotros  seis  hombres  con  gran  cuidado,  sin  que  nadie 
nos  osase  entrar  dentro  hasta  que  el  Sol  era  salido. 
Cuando  nosotros  nos  quisimos  partir  de  ellos,  llegaron 
allí  unas  mujeres  de  otros  que  vivían  adelante;  y  infor- 
mados de  ellas  dónde  estaban  aquellas  casas,  nos  par- 
timos para  allá,  aunque  ellos  nos  rogaron  mucho  que 
por  aquel  día  nos  detuviésemos,  porque  las  casas 
adonde  íbamos  estaban  lejos,  y  no  había  camino  para 
ellas,  y  que  aquellas  mujeres  venían  cansadas,  y  des- 
cansando, otro  día  se  irían  con  nosotros  y  nos  guiarían, 
y  ansí  nos  despedimos;  y  dende  a  poco  las  mujeres 
que  habían  venido,  con  otras  del  mismo  pueblo,  se  fue- 
ron tras  nosotros;  mas  como  por  la  tierra  no  había  ca- 
minos, luego  nos  perdimos,  y  ansí  anduvimos  cuatro 
leguas,  y  al  cabo  de  ellas  llegamos  a  beber  a  un  agua 
adonde  hallamos  las  mujeres  que  nos  seguían,  y  nos 
dijeron  el  trabajo  que  habían  pasado  por  alcanzarnos. 
Partimos  de  allí  llevándolas  por  guía,  y  pasamos  un  río 
cuando  ya  vino  la  tarde  que  nos  daba  el  agua  a  los  pe- 
chos; sería  tan  ancho  como  el  de  Sevilla,  y  corría  muy 
mucho,  y  a  puesta  del  Sol  llegamos  a  cien  casas  de  in- 
dios; y  antes  que  llegásemos  salió  toda  la  gente  que  en 
ellas  había  a  recebirnos  con  tanta  grita  que  era  espan- 
to, y  dando  en  los  muslos  grandes  palmadas;  traían  las 
calabazas  horadadas,  con  piedras  dentro,  que  es  la 
cosa  de  mayor  fiesta,  y  no  las  sacan  sino  a  bailar  o  para 
curar,  ni  las  osa  nadie  tomar  sino  ellos;  y  dicen  que 


XXVII 


NAUFRAGIOS  103 


aquellas  calabazas  tienen  virtud  y  que  vienen  del  cielo, 
porque  por  aquella  tierra  no  las  hay,  ni  saben  dónde 
las  haya,  sino  que  las  traen  los  ríos  cuando  vienen  de 
avenida.  Era  tanto  el  miedo  y  turbación  que  éstos  te- 
nían, que  por  llegar  más  prestos  los  unos  que  los 
otros  a  tocarnos,  nos  apretaron  tanto  que  por  poco 
nos  hobieran  de  matar;  y  sin  dejarnos  poner  los  pies 
en  el  suelo  nos  llevaron  a  sus  casas,  y  tantos  cargaban 
sobre  nosotros  y  de  tal  manera  nos  apretaban  que  nos 
metimos  en  las  casas  que  nos  tenían  hechas,  y  nosotros 
no  consentimos  en  ninguna  manera  que  aquella  noche 
hiciesen  más  fiesta  con  nosotros.  Toda  aquella  noche 
pasaron  entre  sí  en  areitos  y  bailes,  y  otro  día  de  ma- 
ñana nos  trajeron  toda  la  gente  de  aquel  pueblo  para 
que  los  tocásemos  y  santiguásemos,  como  habíamos 
hecho  a  los  otros  con  quien  habíamos  estado.  Y  des- 
pués de  esto  hecho,  dieron  muchas  flechas  a  las  muje- 
res del  otro  pueblo  que  habían  venido  con  las  suyas. 
Otro  día  partimos  de  allí  y  toda  la  gente  del  pueblo 
fué  con  nosotros,  y  como  llegamos  a  otros  indios,  fui- 
mos bien  recebidos,  como  de  los  pasados;  y  ansí  nos 
dieron  de  lo  que  tenían  y  los  venados  que  aquel  día 
habían  muerto;  y  entre  estos  vimos  una  nueva  costum- 
bre, y  es  que  los  que  venían  a  curarse,  los  que  con 
nosotros  estaban  les  tomaban  el  arco  y  las  flechas;  y 
zapatos  y  cuentas,  si  las  traían,  y  después  de  haberlas 
tomado  nos  las  traían  delante  de  nosotros  para  que  los 
curásemos;  y  curados,  se  iban  muy  contentos,  dicien- 
do que  estaban  sanos.  Así  nos  partimos  de  aquéllos  y 
nos  fuimos  a  otros,  de  quien  fuimos  muy  bien  recebi- 
dos, y  nos  trajeron  sus  enfermos,  que  santiguándolos 
decían  que  estaban  sanos;  y  el  que  no  sanaba  creía 
que  podíamos  sanarle,  y  con  lo  que  los  otros  que  cu- 
rábamos les  decían,  hacían  tantas  alegrías  y  bailes  que 
no  nos^ejaban  dormirT^T 


CAPITULO     XXVIII 

De  otra  nueva  costumbre. 

Partidos  de  éstoSi  fuimos  a  otras  muchas  casas,  y 
desde  aquí  comenzó  otra  nueva  costumbre,  y  es,  que 
rescibiéndonos  muy  bien,  que  los  que  iban  con  nos- 
otros los  comenzaron  a  hacer  tanto  mal,  que  les  tomaban 
las  haciendas  y  les  saqueaban  las  casas,  sin  que  otra 
cosa  ninguna  les  dejasen;  de  esto  nos  pesó  mucho,  por 
ver  el  mal  tratamiento  que  a  aquellos  que  tan  bien  nos 
rescebían  se  hacía,  y  también  porque  temíamos  que 
aquello  sería  o  causaría  alguna  alteración  y  escándalo 
entre  ellos;  mas_com,o  no  éramos  parte  para  remediar- 
lo, ni  para  osar  castigar  los  que^sto  hacían  y  hobimos 
por  entonces  de  sufrir^  hasta  que  más  autoridad  entre 
ellos  tuviésemos;  y  también  los  indios  mismos  que  per- 
dían la  hacienda,  conosciendo  nuestra  tristeza,  nos  con- 
solaron, diciendo  que  de  aquello  no  rescibiésemos 
pena;  que  ellos  estaban  tan  contentos  de  habernos  vis- 
to, que  daban  por  bien  empleadas  sus  haciendas,  y  que 
adelante  serían  pagados  de  otros  que  estaban  muy  ri- 
cos. Por  todo  este  camino  teníamos  muy  gran  trabajo, 
por  la  mucha  gente  que  nos  seguía,  y  no  podíamos  huir 
de  ella,  aunque  lo  procurábamos,  porque  era  muy  gran- 
de la  priesa  que  tenían  por  llegar  a  tocarnos;  y  era  tanta 
la  importunidad  de  ellos  sobre  esto,  que  pasaban  tres 
horas  que  no  podíamos  acabar  con  ellos  que  nos  deja- 
sen. Otro  día  nos  trajeron  toda  la  gente  del  pueblo,  y 
la  mayor  parte  de  ellos  son  tuertos  de  nubes,  y  otros 
de  ellos  son  ciegos  de  ellas  mismas,  de  que  estábamos 


106  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE  VACA  CAP. 

espantados.  Son  muy  bien  dispuestos  y  de  muy  buenos 
gestos,  más  blancos  que  otros  ningunos  de  cuantos 
hasta  allí  habíamos  visto.  Aquí  empezamos  a  ver  sie- 
rras, y  parescía  que  venían  seguidas  de  hacia  el  mar  del 
Norte;  y  así,  por  la  relación  que  los  indios  de  esto  nos 
dieron,  creemos  que  están  quince  leguas  de  la  mar.  De 
aquí  nos  partimos  con  estos  indios  hacia  estas  sierras 
que  decimos,  y  lleváronnos  por  donde  estaban  unos 
parientes  suyos,  porque  ellos  no  nos  querían  llevar  sino 
por  do  habitaban  sus  parientes,  y  no  querían  que  sus 
enemigos  alcanzasen  tanto  bien,  conícTtes  parescía  qíie 
era  vernos.  Y  cuando  fuimos  llegados,  los  que  con  nos- 
otros iban  saquearon  a  los  otros;  y  como  sabían  la  cos- 
tumbre, primero  que  llegásemos  escondieron  algunas 
cosas;  y  después  que  nos  hobieron  rescebido  con  mu- 
cha fiesta  y  alegría,  sacaron  lo  que  habían  escondido  y 
viniéronnoslo  a  presentar,  y  esto  era  cuentas  y  alma- 
gra y  algunas  taleguillas  de  plata.  Nosotros,  según  la 
costumbre,  dímoslo  luego  a  los  indios  que  con  nOisve=^ 
nían,  y  cuando  nos  lo  hobieron  dado,  comenzaronTsus 
bailes  y  fiestas,  y  enviaron  a  llamar  otros  de  otro  pue- 
blo que  estaba  cerca  de  allí,  para  que  nos  viniesen  a 
ver,  y  a  la  tarde  vinieron  todos,  y  nos  trajeron  cuentas 
y  arcos,  y  otras  cosillas,  que  también  repartimos;  y  otro 
día,  queriéndonos  partir,  toda  la  gente  nos  quería  lle- 
var a  otros  amigos  suyos  que  estaban  a  la  punta  de  las 
sierras,  y  decían  que  allí  había  muchas  casas  y  gente,  y 
que  nos  darían  muchas  cosas;  mas  por  ser  fuera  de 
nuestro  camino  no  quesimos  ir  a  ellos,  y  tomamos  por 
lo  llano  cerca  de  las  sierras,  las  cuales  creíamos  que  no 
estaban  lejos  de  la  costa.  Toda  la  gente  de  ella  es  muy 
mala,  y  teníamos  por  mejor  de  atravesar  la  tierra,  por- 
que la  gente  que  está  más  metida  adentro,  es  más  bien 
acondicionada,  y  tratábannos  mejor,  y  teníamos  por 
cierto  que  hallaríamos  la  tierra  más  poblada  y  de  me- 
jores mantenimientos.  Lo  último,  hacíamos  esto  por- 
que, atravesando  la  tierra,  víamos  muchas  particulari- 


XXVIII  NAUFRAGIOS  107 

dades  de  ella;  porque  si  Dios  nuestro  Señor  fuese 
servido  de  sacar  alguno  de  nosotros,  y  traerlo  a  tierra 
de  cristianos,  pudiese  dar  nuevas  y  relación  de  ella.  Y 
como  los  indios  vieron  que  estábamos  determinados 
de  no  ir  por  donde  ellos  nos  encaminaban,  dijéronnos 
que  por  donde  nos  queríamos  ir  no  había  gente,  ni  tu- 
nas ni  otra  cosa  alguna  que  comer;  y  rogáronnos  que 
estuviésemos  allí  aquel  día,  y  ansí  lo  hecimos.  Luego 
ellos  enviaron  dos  indios  para  que  buscasen  gente  por 
aquel  camino  que  queríamos  ir;  y  otro  día  nos  parti- 
mos, llevando  con  nosotros  muchos  de  ellos,  y  las  mu- 
jeres iban  cargadas  de  agua,  y  era  tan  grande  entre 
ellos  nuestra  autoridad,  que  ninguno  osaba  beber  sin 
nuestra  licencia.  Dos  leguas  de  allí  topamos  los  indios 
que  habían  ido  a  buscar  la  gente,  y  dijeron  que  no  la 
hallaban;  de  lo  que  los  indios  mostraron  pesar,  y  tor- 
náronnos a  rogar  que  nos  fuésemos  por  la  sierra.  No  lo 
quisimos  hacer,  y  ellos,  como  vieron  nuestra  voluntad, 
aunque  con  mucha  tristeza,  se  despidieron  de  nosotros, 
y  se  volvieron  el  río  abajo  a  sus  casas,  y  nosotros  ca- 
minamos por  el  río  arriba,  y  desde  a  un  poco  topamos 
dos  mujeres  cargadas,  que  como  nos  vieron,  pararon, 
y  descargáronse,  y  trajéronnos  de  lo  que  llevaban,  que 
era  harina  de  maíz,  y  nos  dijeron  que  adelante  en  aquel 
río  hallaríamos  casas  y  mucha  tunas  y  de  aquella  hari- 
na; y  ansí  nos  despedimos  de  ellas,  porque  iban  a  los 
otros  donde  habíamos  partido,  y  anduvimos  hasta  pues- 
ta del  Sol,  y  llegamos  a  un  pueblo  de  hasta  de  veinte 
casas,  adonde  nos  recebieron  llorando  y  con  grande 
tristeza,  porque  sabían  ya  que  adonde  quiera  que  lle- 
gábamos eran  todos  saqueados  y  robados  de  los  que 
nos  acompañaban,  y  como  nos  vieron  solos,  perdieron 
el  miedo,  y  diéronnos  tunas,  y  no  otra  cosa  ninguna. 
Estuvimos  allí  aquella  noche,  y  al  alba  los  indios  que 
nos  habían  dejado  el  día  pasado  dieron  en  sus  casas,  y 
como  los  tomaron  descuidados  y  seguros,  tomáronles 
cuanto  tenían,  sin  que  tuviesen  lugar  donde  asconder 


108  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP.  XXVIII 

ninguna  cosa;  de  que  ellos  lloraron  mucho;  y  los  roba- 
dores, para  consolarles,  los  decían  que  éramos  hijos  del 
Sol,  y  que  teníamos  poder  para  sanar  los  enfermos  y 
para  matarlos,  y  otras  mentiras  aun  mayores  que  estas, 
como  ellos  las  saben  mejor  hacer  cuando  sienten  que 
les  conviene;  y  dijéronles  que  nos  llevasen  con  mucho 
acatamiento,  y  tuviesen  cuidado  de  no  enojarnos  en 
ninguna  cosa,  y  que  nos  diesen  todo  cuanto  tenían,  y 
procurasen  de  llevarnos  donde  había  mucha  gente,  y 
que  donde  llegásemos  robasen  ellos  y  saqueasen  lo 
que  los  otros  tenían,  porque  así  era  costumbre. 


CAPITULO    XXIX 

De  cómo  se  robaban  los  unos  a  los  otros. 


Después  de  haberlos  informado  y  señalado  bien  lo 
que  habían  de  hacer,  se  volvieron,  y  nos  dejaron  con 
aquellos;  los  cuales,  teniendo  en  la  memoria  lo  que  los 
otros  les  habían  dicho,  nos  comenzaron  a  tratar  con 
aquel  mismo  temor  y  reverencia  que  los  otros,  y  fuimos 
con  ellos  tres  jornadas,  y  lleváronnos  adonde  había 
mucha  gente;  y  antes  que  llegásemos  a  ellos  avisaron 
cómo  íbamos,  y  dijeron  de  nosotros  todo  lo  que  los 
otros  les  habían  enseñado,  y  añadieron  mucho  más, 
porque  toda  esta  gente  de  indios  son  grandes  amigos 
de  nóvelas  y  muy  mentirosos,  mayormente  donde  pre- 
tenden algún  interés.  Y  cuando  llegamos  cerca  de  las 
casas,  salió  toda  la  gente  a  recebirnos  con  mucho  pla- 
cer y  fiesta,  y  entre  otras  cosas,  dos  físicos  de  ellos  nos 
dieron  dos  calabazas,  y  de  aquí  comentamos  a  llevar 
calabazas  con  nosotros,  y  añadimos  a  nuestra  autoridad 
esta  cerimonia,  que  para  con  ellos  es  muy  grande.  Los 
que  nos  habían  acompañado  sac|ueamn  las  casas;  mas, 
como  eran  muchas  y  ellos  pocos,  no  pudieron  llevar 
todo  cuanto  tomaron,  y  más  de  la  mitad  dejaron  per- 
dido; y  de  aquí  por  la  halda  de  la  sierra  nos  fuimos 
metiendo  por  la  tierra  adentro  más  de  cincuenta  leguas, 
y  al  cabo  de  ellas  hallamos  cuarenta  casas,  y  entre 
otras  cosas  que  nos  dieron,  hobo  Andrés  Dorantes  un 
cascabel  gordo,  grande,  de  cobre,  y  en  él  figurado  un 
rostro,  y  esto  mostraban  ellos,  que  lo  tenían  en  mucho, 
'  y  les  dijeron  que  lo  habían  habido  de  otros  sus  veci- 


liO  ALVAR    NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP. 

nos;  y  preguntándoles  que  dónde  habían  habido  aque- 
llo, dijéronle  que  lo  habían  traído  de  hacia  el  norte,  y 
que  allí  había  mucho,  y  era  tenido  en  grande  estima;  y 
entendimos  que  do  quiera  que  aquello  había  venido, 
había  fundición  y  se  labraba  de  vaciado,  y  con  esto  nos 
partimos  otro  día,  y  atravesamos  una  sierra  de  siete  le- 
guas, y  las  piedras  de  ella  eran  de  escorias  de  hierro; 
y  a  la  noche  llegamos  a  muchas  casas,  que  estaban 
asentadas  a  la  ribera  de  un  muy  hermoso  río,  y  los  se- 
ñores de  ellas  salieron  a  medio  camino  a  recebirnos 
con  sus  hijos  a  cuestas,  y  nos  dieron  muchas  taleguillas 
de  margarita  y  de  alcohol  molido,  con  esto  se  untan 
ellos  la  cara;  y  dieron  muchas  cuentas,  y  muchas  man- 
tas de  vacas,  y  cargaron  a  todos  los  que  venían  con 
nosotros  de  todo  cuanto  ellos  tenían.  Comían  tunas  y 
piñones;  hay  por  aquella  tierra  pinos  chicos,  y  las  pinas 
de  ellos  son  como  huevos  pequeños,  mas  los  piñones 
son  mejores  que  los  de  Castilla,  porque  tienen  las  cas- 
caras muy  delgadas;  y  cuando  están  verdes,  muélenlos 
y  hácenlos  pellas,  y  ansí  los  comen;  y  si  están  secos, 
los  muelen  con  cascaras,  y  los  comen  hechos  polvos. 
Y  los  que  por  allí  nos  recebían,  desque  nos  habían  to- 
cado, volvían  corriendo  hasta  sus  casas,  y  luego  daban 
vuelta  a  nosotros,  y  no  cesaban  de  correr,  yendo  y  vi- 
niendo. De  esta  manera  traíannos  muchas  cosas  para 
el  camino.  Aquí  me  trajeron  un  hombre,  y  me  dijeron 
que  había  mucho  tiempo  que  le  habían  herido  con  una 
flecha  por  el  espalda  derecha,  y  tenía  la  punta  de  la 
flecha  sobre  el  corazón;  decía  que  le  daba  mucha  pena, 
y  que  por  aquella  causa  siempre  estaba  enfermo.  Yo 
le  toqué,  y  sentí  la  punta  de  la  flecha,  y  vi  que  la  tenía 
atravesada  por  la  ternilla,  y  con  un  cuchillo  que  tenía, 
le  abrí  el  pecho  hasta  aquel  lugar,  y  vi  que  tenía  la 
punta  atravesada,  y  estaba  muy  mala  de  sacar;  torné  a 
cortar  más,  y  metí  la  punta  del  cuchillo,  y  con  gran  tra- 
bajo en  fin  la  saqué.  Era  muy  larga,  y  con  un  hueso  de 
venado,  usando  de  mi  ofício  de  medicina,  le  di  dos}/ 


XXIX  NAUFRAGIOS  111 

puntos;  y  dados,  se  me  desangraba,  y  con  raspa  de  un 
cuero  le  estanqué  la  sangre;  y  cuando  hube  sacado  la 
punta,  pidiéronmela,  y  yo  se  la  di,  y  el  pueblo  todo 
vino  a  verla,  y  la  enviaron  por  la  tierra  adentro,  para 
que  la  viesen  los  que  allá  estaban,  y  por  esto  hicieron 
muchos  bailes  y  fiestas,  como  ellos  suelen  hacer;  y  otro 
día  le  corté  los  dos  puntos  al  indio,  y  estaba  sano;  y 
no  páresela  la  herida  que  le  había  hecho  sino  como 
una  raya  de  la  palma  de  la  mano,  y  dijo  que  no  sentía 
dolor  ni  pena  alg-una;  y  esta  cura  nos  dio  entre  ellos 
tanto  crédito  por  toda  la  tierra,  cuanto  ellos  podían  y 
sabían  estimar  y  encarescer.  Mostrámosles  aquel  cas- 
cabel que  traíamos,  y  dijéronnos  que  en  aquel  lugar 
de  donde  aquel  había  venido  había  muchas  planchas 
de  aquello  enterradas,  y  que  aquello  era  cosa  que  ellos 
tenían  en  mucho;  y  había  casas  de  asiento,  y  esto 
creemos  nosotros  que  es  la  mar  del  Sur,  que  siempre 
tuvimos  noticia  que  aquella  mar  es  más  rica  que  la  del 
Norte.  De  éstos  nos  partimos,  y  anduvimos  por  tantas 
suertes  de  gentes  y  de  tan  diversas  lenguas,  que  no 
basta  memoria  a  poderlas  contar,  y  siempre  saqueaban 
los  unos  a  los  otros;  y  así  los  que  perdían  como  los  que 
ganaban  quedaban  muy  contentos.  Llevábamos  tanta 
compañía,  que  en  ninguna  manera  podíamos  valemos 
con  ellos.  Por  aquellos  valles  donde  íbamos,  cada  uno 
de  ellos  llevaba  un  garrote  tan  largo  como  tres  palmos, 
y  todos  iban  en  ala;  y  en  saltando  alguna  liebre  (que 
por  allí  había  hartas),  cercábanla  luego,  y  caían  tantos 
garrotes  sobre  ella,  que  era  cosa  de  maravilla,  y  de 
esta  manera  la  hacían  andar  de  unos  para  otros,  que  a 
mi  ver  era  la  más  hermosa  caza  que  se  podía  pensar, 
porque  muchas  veces  ellas  se  venían  hasta  las  manos; 
y  cuando  a  la  noche  parábamos,  eran  tantas  las  que 
nos  habían  dado,  que  traía  cada  uno  de  nosotros  ocho 
o  diez  cargas  de  ellas;  y  los  que  traían  arcos  no  pares- 
cían  delante  de  nosotros,  antes  se  apartaban  por  la 
sierra  a  buscar  venados;  y  a  la  noche  cuando  venían. 


112  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA     CAP.  XXIX 

traían  para  cada  uno  de  nosotros  cinco  o  seis  venados, 
y  pájaros  y  codornices,  y  otras  cazas;  finalmente,  todo 
cuanto  aquella  gente  hallaban  y  mataban  nos  lo  ponían 
delante,  sin  que  ellos  osasen  tomar  ninguna  cosa,  aun- 
que muriesen  de  hambre;  que  así  lo  tenían  ya  por  cos- 
tumbre después  que  andaban  con  nosotros,  y  sin  que 
primero  lo  santiguásemos;  y  las  mujeres  traían  muchas 
esteras,  de  que  ellos  nos  hacían  casas,  para  cada  uno 
la  suya  aparte,  y  con  toda  su  gente  conoscida;  y  cuan- 
do esto  era  hecho,  mandábamos  que  asasen  aquellos 
venados  y  liebres,  y  todo  lo  que  habían  tomado;  y  esto 
también  se  hacía  muy  presto  en  unos  hornos  que  para 
esto  ellos  hacían;  y  de  todo  ello  nosotros  tomábamos 
un  poco,  y  lo  otro  dábamos  al  principal  de  la  gente 
que  con  nosotros  venía,  mandándole  que  lo  repartiese 
entre  todos.  Cada  uno  con  la  parte  que  le  cabía  venían 
a  nosotros  para  que  la  soplásemos  y  santiguásemos, 
que  de  otra  manera  no  osaran  comer  de  ella;  y  muchas 
veces  traíamos  con  nosotros  tres  o  cuatro  mil  personas. 
Y  era  tan  grande  nuestro  trabajo,  que  a  cada  uno  ha- 
bíamos de  soplar  y  santiguar  lo  que  habían  de  comer 
y  beber,  y  para  otras  muchas  cosas  que  querían  hacer 
nos  venían  a  pedir  licencia,  de  que  se  puede  ver  qué 
tanta  importunidad  rescebíamos.  Las  mujeres  nos  traían 
las^tunas  y  arañas  y  gusanos,  y  lo  que  podían  haber; 
porque  aunque  se  muriesen  de  hambre,  ninguna  cosa 
habían  de  comer  sin  que  nosotros  la  diésemos.  E  yen- 
do con  éstos,  pasamos  un  gran  río,  que  venía  del  norte; 
y  pasados  unos  llanos  de  treinta  leguas,  hallamos  mu- 
cha gente  que  lejos  de  allí  venía  a  recebirnos,  y  salían 
al  camino  por  donde  habíamos  de  ir,  y  nos  recebieron 
de  la  manera  de  los  pasados. 


CAPITULO   XXX 

De  cómo  se  mudó  la  costumbre  del  recebirnos. 

Desde  aquí  hobo  otra  manera  de  recebirnos,  en 
cuanto  toca  al  saquearse,  porque  los  que  salían  de  los 
caminos  a  traernos  alguna  cosa  a  los  que  con  nosotros 
venían  no  los  robaban;  mas  después  de  entrados  en 
sus  casas,  ellos  mismos  nos  ofrescían  cuanto  tenían,  y 
las  casas  con  ello;  nosotros  las  dábamos  a  los  princi- 
pales, para  que  entre  ellos  las  partiesen,  y  siempre  los 
que  quedaban  despojados  nos  seguían,  de  donde  eres- 
cía  mucha  gente  para  satisfacerse  de  su  pérdida;  y  de- 
cíanles  gye-^e -guardasen  y.,DO  escondiesen  cosa  alguna 
de  cuantas  tenían,  porque  no  podía  ser  sin  que  nos- 
otros lo  supiésemos,  y  haríamos  luego  que  todos  mu- 
riesen, porque  el  Sol  nos  lo  decía.  Tan  grandes  eran 
los  temores  que  les  ponían,  que  los  primeros  días  que 
con  nosotros  estaban,  nunca  estaban  sino  temblando  y 
sin  osar  hablar  ni  alzar  los  ojos  al  cielo.  Estos  nos 
guiaron  por  más  de  cincuenta  leguas  de  despoblado 
de  muy  ásperas  sierras,  y  por  ser  tan  secas  no  había 
caza  en  ellas,  y  por  esto  pasamos  mucha  hambre,  y  a! 
cabo  un  río  muy  grande,  que  el  agua  nos  daba  hasta 
los  pechos;  y  desde  aquí  nos  comenzó  mucha  de  la 
gente  que  traíamos  a  adolescer  de  la  mucha  hambre  y 
trabajo  que  por  aquellas  sierras  habían  pasado,  que  por 
extremo  eran  agras  y  trabajosas.  Estos  mismos  nos  lle- 
varon a  unos  llanos  al  cabo  de  las  sierras,  donde  ve- 
nían a  recebirnos  de  muy  lejos  de  allí,  y  nos  recebieron 
como  los  pasados,  y  dieron  tanta  hacienda  a  los  que 

CABEZA    DE    VACA. —  NAUFRAGIOS  8 


114  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP, 

con  nosotros  venían,  que  por  no  poderla  llevar  dejaron 
la  mitad;  y  dijimos  a  los  indios  que  lo  habían  dado  que 
lo  tornasen  a  tomar  y  lo  llevasen,  porque  no  quedase 
allí  perdido;  y  respondieron  que  en  ninguna  manera  lo 
harían,  porque  no  era  su  costumbre,  después  de  haber 
una  vez  ofrescido,  tornarlo  a  tomar;  y  así,  no  lo  te- 
niendo en  nada,  lo  dejaron  todo  perder.  A  éstos  diji- 
mos que  queríamos  ir  a  la  puesta  del  Sol,  y  ellos  res- 
pondiéronnos que  por  allí  estaba  la  gente  muy  lejos,  y 
nosotros  les  mandábamos  que  enviasen  a  hacerles  sa- 
ber cómo  nosotros  íbamos  allá,  y  de  esto  se  excusaron 
lo  mejor  que  ellos  podían,  porque  ellos  eran  sus  ene- 
migos, y  no  querían  que  fuésemos  a  ellos;  mas  no  osa- 
ron hacer  otra  cosa;  y  así,  enviaron  dos  mujeres,  una 
suya,  y  otra  que  de  ellos  tenían  captiva;  y  enviaron  és- 
tas porque  las  mujeres  pueden  contratar  aunque  haya 
guerra;  y  nosotros  las  seguimos,  y  paramos  en  un  lugar 
donde  estaba  concertado  que  las  esperásemos;  mas 
ellas  tardaron  cinco  días;  y  los  indios  decían  que  no 
debían  de  hallar  gente.  Dijímosles  que  nos  llevasen 
hacia  el  norte;  respondieron  de  la  misma  manera,  di- 
ciendo que  por  allí  no  había  gente  sino  muy  lejos,  y 
que  no  había  qué  comer  ni  se  hallaba  agua;  y  con  todo 
esto,  nosQJtrojs  4>arfiamos  y  dijimos  que  por  allí  quería- 
mos ir,  y  ellos  todavía  se  excusaban  de  la  mejor  mane- 
]  I  ra  que  podían,  y  por  esto  nos  enojamos,  y  yo  me  salí 
i  I  una  noche  a  dormir  en  el  campo,  apartado  de  ellos; 
I  \  mas  luego  fueron  donde  yo  estaba,  y  toda  la  noche  es- 
I  I  tuvieron  sin  dormir  y  con  mucho  miedo  y  hablándome 
,f  I  y  diciéndorae  cuan  atemorizados  estaban,  rogándonos 
f  I  que  no  estuviésemos  más  enojados,  y  que  aunque  ellos 
[  f  supiesen  morir  en  el  camino,  nos  llevarían  por  donde 
nosotrjOS.  quisiésemos  ir;  y  como  nosotros  todavía  fin- 
gíamos estar  enojados  y  porque  su  miedo  no  se  quita- 
se, suscedió  una  cosa  extraña,  y  fué  que  este  día  mes- 
mo  adolescieron  muchos  de  ellos,  y  otro  día  siguiente 
murieron  ocho  hombres.  Por  toda  la  tierra  donde  esto 

i»  »1      i-     i  '        í 


XXX  NAUFRAGIOS  115 

se  supo  hobieron  tanto  miedo  de  nosotros,  que  pares- 
cía  en  vernos  que  de  temor  habían  de  morir.  Rogáron- 
nos que  no  estuviésemos  enojados,  ni  quisiésemos  que 
más  de  ellos  muriesen,  y  tenían  por  muy  cierto  que  nos- 
otros los  matábamos  con  solamente  quererlo;  y  a  la 
verdad,  nosotros  recebíamos  tanta  pena  de  esto,  que 
no  podía  ser  mayor;  porque,  allende  de  ver  los  que  mo- 
rían, temíamos  que  no  muriesen  todos  o  nos  dejasen 
solos,  de  miedo,  y  todas  las  otras  gentes  de  ahí  ade- 
lante hiciesen  lo  mismo,  viendo  lo  que  a  éstos  había 
acontecido.  Rogamos  a  Dios  nuestro  Señor  que  lo  re- 
mediase; y  ansí,  comenzaron  a  sanar  todos  aquellos 
que  habían  enfermado,  y  vimos  una  cosa  que  fué  de 
grande  admiración:  que  los  padres  y  hermanos  y  mu- 
jeres de  los  que  murieron,  de  verlos  en  aquel  estado 
tenían  gran  pena;  y  después  de  muertos,  ningún  senti- 
miento hicieron,  ni  los  vimos  llorar,  ni  hablar  unos  con 
otros,  ni  hacer  otra  ninguna  muestra,  ni  osaban  llegar 
a  ellos,  hasta  que  nosotros  los  mandábamos  llevar  a  en- 
terrar, y  más  de  quince  días  que  con  aquéllos  estuvi- 
mos, a  ninguno  vimos  hablar  uno  con  otro,  ni  los  vimos 
reír  ni  llorar  a  ninguna  criatura;  antes,  porque  una  lloró, 
la  llevaron  muy  lejos  de  allí,  y  con  unos  dientes  de  ra- 
tón agudos  la  sajaron  desde  los  hombros  hasta  casi 
todas  las  piernas.  E  yo,  viendo  esta  crueldad  y  enoja- 
do de  ello,  les  pregunté  que  por  qué  lo  hacían,  y  res- 
pondiéronme que  para  castigarla  porque  había  llorado 
delante  de  mí.  Todos  estos  temores  que  ellos  tenían 
ponían  a  todos  los  otros  que  nuevamente  venían  a  co- 
noscernos,  a  fin  que  nos  diesen  todo  cuanto  tenían, 
porque  sabían  que  nosotros  no  tomábamos  nada  y  lo 
habíamos  de  dar  todo  a  ellos.  Esta  fué  la  más  obedien- 
te gente  que  hallamos  por  esta  tierra,  y  de  mejor  con- 
dición; y  comúnmente  son  muy  dispuestos.  Convales- 
cidos  los  dolientes,  y  ya  que  había  tres  días  que  está- 
bamos allí,  llegaron  las  mujeres  que  habíamos  enviado, 
diciendo  que  habían  hallado  muy  poca  gente,  y  que 


116  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

todos  habían  ido  a  las  vacas,  que  era  en  tiempo  de 
ellas;  y  mandamos  a  los  que  habían  estado  enfermos 
que  se  quedasen,  y  los  que  estuviesen  buenos  fuesen 
con  nosotros,  y  que  dos  jornadas  de  allí,  aquellas  mis- 
mas dos  mujeres  irían  con  dos  de  nosotros  a  sacar 
gente  y  traerla  al  camino  para  que  nos  recebiesen;  y 
con  esto,  otro  día  de  mañana  todos  los  que  más  res- 
cios  estaban  partieron  con  nosotros,  y  a  tres  jornadas 
paramos,  y  eL  siguiente  día  partió  Alonso  del  Castillo 
con  Estebanico  el  negrOy  llevando  por  guía  las  dos  mu- 
jeres; y  la  que  de  ellas  era  captiva  los  llevó  a  un  río 
que  corría  entre  unas  sierras  donde  estaba  un  pueblo 
en  que  su  padre  vivía,  y  éstas  fueron  las  primeras  ca- 
sas que  vimos  que  tuviesen  parescer  y  manera  de  ello. 
Aquí  llegaron  Castillo  y  Estebanico;  y  después  de 
haber  hablado  con  los  indios,  a  cabo  de  tres  días  vino 
Castillo  adonde  nos  había  dejado,  y  trajo  cinco  o  seis 
de  aquellos  indios,  y  dijo  cómo  había  hallado  casas  de 
gente  y  de  asiento,  y  que  aquella  gente  comía  frísoles 
y  calabazas,  y  que  había  visto  maíz.  Esta  fué  la  cosa  del 
mundo  que  más  nos  alegró,  y  por  ello  dimos  infinitas 
gracias  a  nuestro  Señor;  y  dijo  que  el  negro  vernía  con 
toda  la  gente  de  las  casas  a  esperar  al  camino,  cerca  de 
allí;  y  por  esta  causa  partimos;  y  andada  legua  y  me- 
dia, topamos  con  el  negro  y  la  gente  que  venían  a  re- 
cebirnos,  y  nos  dieron  frísoles  y  muchas  calabazas  para 
comer  y  para  traer  agua,  y  mantas  de  vacas,  y  otras 
cosas.  Y  como  estas  gentes  y  las  que  con  nosotros  ve- 
nían eran  enemigos  y  no  se  entendían,  partímonos  de 
los  primeros,  dándoles  lo  que  nos  habían  dado,  y  fui- 
monos  con  éstos;  y  a  seis  leguas  de  allí,  ya  que  venía  la 
noche,  llegamos  a  sus  casas,  donde  hicieron  muchas 
fiestas  con  nosotros.  Aquí  estuvimos  un  día,  y  el  si- 
guiente nos  partimos,  y  llevámoslos  con  nosotros  a 
otras  casas  de  asiento,  donde  comían  lo  mismo  que 
ellos;  y  de  ahí  adelante  hobo  otro  nuevo  uso:  que  los 
que  sabían  de  nuestra  ida  no  salían  a  recebirnos  a  los 


XXX  NAUFRAGIOS  117 

caminos,  como  los  otros  hacían;  antes  los  hallábamos 
en  sus  casas,  y  tenían  hechas  otras  para  nosotros,  y  es- 
taban todos  asentados,  y  todos  tenían  vueltas  las  caras 
hacia  la  pared  y  las  cabezas  bajas  y  los  cabellos  pues- 
tos delante  de  los  ojos,  y  su  hacienda  puesta  en  montón 
en  medio  de  la  casa;  y  de  aquí  adelante  comenzaron  a 
darnos  muchas  mantas  de  cueros,  y  no  tenían  cosa  que 
no  nos  diesen.  Es  la  gente  de  mejores  cuerpos  que  vi- 
mos, y  de  mayor  viveza  y  habilidad  y  que  mejor  nos 
entendían  y  respondían  en  lo  que  preguntábamos;  y 
llamámoslos  de  las  Vacas,  porque  la  mayor  parte  que 
de  ellas  mueren  es  cerca  de  allí;  y  porque  aquel  río 
arriba  más  de  cincuenta  leguas,  van  matando  muchas 
de  ellas.  Esta  gente  andan  del  todo  desnudos,  a  la  ma- 
nera de  los  primeros  que  hallamos.  Las  mujeres  andan 
cubiertas  con  unos  cueros  de  venado,  y  algunos  pocos 
de  hombres,  señaladamente  los  que  son  viejos,  que  no 
sirven  para  la  guerra.  E^  tierra  muy  poblada.  Pregun- 
támosles  cómo  no  sembraban  maíz;  respondiéronnos 
que  lo  hacían  por  no  perder  lo  que  sembrasen,  por- 
que dos  años  arreo  les  habían  faltado  las  aguas,  y  había 
sido  el  tiempo  tan  seco,  que  a  todos  les  habían  perdi- 
do los  maíces  los  topos,  y  que  no  osarían  tornar  a  sem- 
brar sin  que  primero  hobiese  llovido  mucho;  y  rogá- 
bannos que  dijésemos  al  cielo  que  lloviese  y  se  lo 
rogásemos^  y_riosotros  se  lo  prometimos  de  hacerlo 
ansrrTámbién  nosotros  quesimos  saber  de  dónde  ha- 
bían traído  aquel  maíz,  y  ellos  nos  dijeron  que  de  don- 
de el  Sol  se  ponía,  y  que  lo  había  por  toda  aquella 
tierra;  mas  que  lo  más  cerca  de  allí  era  por  aquel  ca- 
mino. Preguntámosles  por  dónde  iríamos  bien,  y  que 
nos  informasen  del  camino,  porque  no  querían  ir  allá; 
dijéronnos  que  el  camino  era  por  aquel  río  arriba  hacia 
el  norte,  y  que  en  diez  y  siete  jornadas  no  hallaríamos 
otra  cosa  ninguna  que  comer,  sino  una  fruta  que  llaman 
chacan,  y  que  la  machucan  entre  unas  piedras  si  aun 
después  de  hecha  esta  diligencia  no  se  puede  comer. 


118  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA     CAP.  XXX 

de  áspera  y  seca;  y  así  era  la  verdad,  porque  allí  nos  lo 
mostraron  y  no  lo  podimos  comer;  y  dijéronnos  tam- 
bién que  entretanto  que  nosotros  fuésemos  por  el  río 
arriba,  iríamos  siempre  por  gente  que  eran  sus  enemi- 
gos y  hablaban  su  misma  lengua,  y  que  no  tenían  que 
darnos  cosa  a  comer;  mas  que  nos  recebirían  de  muy 
buena  voluntad,  y  que  nos  darían  muchas  mantas  de 
algodón  y  cueros  y  otras  cosas  de  las  que  ellos  tenían; 
mas  que  todavía  les  parescía  que  en  ninguna  manera 
no  debíamos  tomar  aquel  camino.  Dudando  lo  que  ha- 
ríamos, y  cuál  camino  tomaríamos  que  más  a  nuestro 
propósito  y  provecho  fuese,  nosotros  nos  detuvimos 
con  ellos  dos  días.  Dábannos  a  comer  frísoles  y  cala- 
bazas; la  manera  de  cocerlas  es  tan  nueva,  que  por  ser 
tal,  yo  la  quise  aquí  poner,  para  que  se  vea  y  se  co- 
nozca cuan  diversos  y  extraños  son  los  ingenios  y  in- 
dustrias de  los  hombres  humanos.  Ellos  no  alcanzan 
ollas,  y  para  cocer  lo  que  ellos  quieren  comer,  hinchen 
media  calabaza  grande  de  agua,  y  en  el  fuego  echan 
muchas  piedras  de  las  que  más  fácilmente  ellos  pueden 
encender,  y  toman  el  fuego;  y  cuando  ven  que  están 
ardiendo  tómanlas  con  unas  tenazas  de  palo,  y  échan- 
las  en  aquella  agua  que  está  en  la  calabaza,  hasta  que 
la  hacen  hervir  con  el  fuego  que  las  piedras  llevan;  y 
cuando  ven  que  el  agua  hierve,  echan  en  ella  lo  que 
han  de  cocer,  y  en  todo  este  tiempo  no  hacen  sino  sa- 
car unas  piedras  y  echar  otras  ardiendo  para  que  el 
agua  hierva  para  cocer  lo  que  quieren,  y  así  lo  cuecen. 


CAPITULO    XXXI 

De  cómo  seguimos  el  camino  del  maíz. 


Pasados  dos  días  que  allí  estuvimos,  determinamos 
de  ir  a  buscar  el  maíz,  y  no  quesimos  seguir  el  camino 
de  las  Vacas,  porque  es  hacia  el  norte,  y  esto  era  para 
nosotros  muy  gran  rodeo,  porque  siempre  tuvimos  por 
cierto  que  yendo  la  puesta  del  Sol  habíamos  de  hallar 
lo  que  deseábamos;  y  ansí,  seguimos  nuestro  camino,  y 
atravesamos  toda  la  tierra  hasta  salir  a  la  mar  del  Sur; 
y  no  bastó  a  estorbarnos  esto  el  temor  que  nos  ponían 
de  la  mucha  hambre  que  habíamos  de  pasar,  como  a  la 
verdad  la  pasamos,  por  todas  las  diez  y  siete  jornadas 
que  nos  habían  dicho.  Por  todas  ellas  el  río  arriba  nos 
dieron  muchas  mantas  de  vacas,  y  no  comimos  de  aque- 
lla su  fruta;  mas  nuestro  mantenimiento  era  cada  día 
tanto  como  una  mano  de  unto  de  venado,  que  para  es- 
tas necesidades  procurábamos  siempre  de  guardar,  y 
ansí  pasamos  todas  las  diez  y  siete  jornadas,  y  al  cabo 
de  ellas  atravesamos  el  río,  y  caminamos  otras  diez  y 
siete.  A  la  puesta  del  Sol,  por  unos  llanos,  y  entre  unas 
sierras  muy  grandes  que  allí  se  hacen,  allí  hallamos  una 
gente  que  la  tercera  parte  del  año  no  comen  sino  unos 
polvos  de  paja;  y  por  ser  aquel  tiempo  cuando  nos- 
otros por  allí  caminamos,  hobímoslo  también  de  comer 
hasta  que,  acabadas  estas  jornadas,  hallamos  casas  de 
asiento,  adonde  había  mucho  maíz  allagado,  y  de  ello 
y  de  su  harina  nos  dieron  mucha  cantidad,  y  de  cala- 
bazas y  frísoles  y  mantas  de  algodón,  y  de  todo  carga- 
mos a  los  que  allí  nos  habían  traído,  y  con  esto  se 


120  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP. 

volvieron  los  más  contentos  del  mundo.  Nosotros  di- 
mos muchas  gracias  a  Dios  nuestro  Señor  por  habernos 
traído  allí,  adonde  habíamos  hallado  tanto  manteni- 
miento. 

Entre  estas  casas  había  algunas  de  ellas  que  eran  de 
tierra,  y  las  otras  todas  son  de  estera  de  cañas;  y  de 
aquí  pasamos  más  de  cien  leguas  de  tierra,  y  siempre 
hallamos  casas  de  asiento,  y  mucho  mantenimiento  de 
maíz,  y  frísoles,  y  dábannos  muchos  venados  y  muchas 
mantas  de  algodón,  mejores  que  las  de  la  Nueva  Espa- 
ña (1).  Dábannos  también  muchas  cuentas  y  de  unos 
corales  que  hay  en  la  mar  del  Sur,  muchas  turquesas 
muy  buenas  que  tienen  de  hacia  el  norte;  y  finalmente, 
dieron  aquí  todo  cuanto  tenían,  y  a  mí  me  dieron  cinco 
esmeraldas  hechas  puntas  de  flechas,  y  con  estas  fle- 
chas hacen  ellos  sus  areitos  y  bailes;  y  paresciéndome 
a  mí  que  eran  muy  buenas,  les  pregunté  que  dónde  las 
habían  habido,  y  dijeron  que  las  traían  de  unas  sierras 
muy  altas  que  están  hacia  el  norte,  y  las  compraban  a 
trueco  de  penachos  y  plumas  de  papagayos,  y  decían 


(1)  Aun  cuando  tarea  difícil  la  identificación  de  las  tribus  y 
lugares  por  que  Alvar  Núñez  Cabeza  de  Vaca  fué  cruzando,  parece 
que  después  de  haber  atravesado  de  E.  a  W.  el  territorio  de  Te- 
xas, cruzó  río  Grande  del  Norte,  y  ya  en  Méjico,  Chihuahua  y 
Sonora,  de  donde  marchó  al  Sur  por  Sinaloa.  Estas  tribus  serían, 
pues,  del  grupo  de  los  Pueblos.  Los  Pueblos  tenían  casas  de 
asiento  —  erigidas  por  las  mujeres  trabajando  en  común — ,  y  eran 
grandes  cultivadores  —  de  secano  y  de  regadío  —  de  fríjoles,  algo- 
dón, maíz,  tabaco,  etc. 

Las  casas  comunales  de  los  Pueblos  tenían  su  kiva  o  estufa,  dor- 
mitorio de  los  mancebos  y  junta  de  ancianos  o  sacerdotes.  Ejercían 
el  matriarcado  —  los  hijos  eran  del  clan  de  la  madre  — ;  los  linajes 
se  reunían  por  aldeas,  pero  no  por  tribus. 

La  religión  excluía  los  sacrificios  humanos,  y  no  practicaban  el 
canibalismo.  La  mayor  parte  de  los  ritos  religiosos  tenían  por 
finalidad  provocar  la  lluvia,  cuestión  capital  en  su  árido  territorio. 
En  ellos  se  personificaba  a  veces  los  manes  de  los  clanes  con  más- 
caras simbólicas.  Eran,  en  general,  tribus  de  cierta  elevada  cultura 
y  moralidad. 


Á 


XXXI  NAUFRAGIOS  121 

que  había  allí  pueblos  de  mucha  g^ente  y  casas  muy 
grandes.  Entre  éstos  vimos  las  mujeres  más  honesta- 
mente tratadas  que  a  ninguna  parte  de  Indias  que  ho- 
biésemos  visto.  Traen  unas  camisas  de  algodón,  que 
llegan  hasta  las  rodillas,  y  unas  medias  mangas  encima 
dellas,  de  unas  faldillas  de  cuero  de  venado  sin  pelo, 
que  tocan  en  el  suelo,  y  enjabónanlas  con  unas  raíces 
que  alimpian  mucho,  y  ansí  las  tienen  muy  bien  trata- 
das; son  abiertas  por  delante,  y  cerradas  con  unas  co- 
rreas; andan  calzados  con  zapatos.  Toda  esta  gente 
venía  a  nosotros  a  que  los  tocásemos  y  santiguásemos; 
y  eran  en  esto  tan  importunos,  que  con  gran  trabajo  lo 
sufríamos,  porque  dolientes  y  sanos,  todos  querían  ir 
santiguados.  Acontescía  muchas  veces  que  de  las  mu- 
jeres que  con  nosotros  iban  parían  algunas,  y  luego  en 
nasciendo  nos  traían  la  criatura  a  que  la  santiguásemos 
y  tocásemos.  Acompañábannos  siempre  hasta  dejarnos 
entregados  a  otros,  y  entre  todas  estas  gentes  se  tenía 
por  muy  cierto  que  veníamos  del  cielo.  Entretanto  que 
con  éstos  anduvimos  caminamos  todo  el  día  sin  comer 
hasta  la  noche,  y  comíamos  tan  poco,  que  ellos  se  es- 
pantaban de  verlo.  Nunca  nos  sintieron  cansancio,  y  a 
la  verdad  nosotros  estábamos  tan  hechos  al  trabajo, 
que  tampoco  lo  sentíamos.  Teníamos  con  ellos  mucha  ^ 
. ,  autoridad y>-graved€id^3í.43L^ra  conservar  esto,  léá  habla- 
'  \bamos  pocas  veces.  El  negro  les  hablaba  stempfé;  se 
informaba  de  los  camfiTOTtitre  queríamos  \r  y  los  púe-" 
blos  que  había  y  de  las  cosas  que  queríamos  saber. 
Pasamos  por  gran  número  y  diversidades  de  lenguas; 
con  todas  ellas  Dios  nuestro  Señor  nos  favoresció, 
porque  siempre  nos  entendieron  y  les  entendimos;  y 
ansí,  preguntábamos  y  respondían  por  señas,  como  si 
eUos  hablaran  nuestra  lengua  y  nosotros  la  suya;  por- 
¿[ue,  aunque  sabíamos  ^eis  lenguas^^no  Dps  podíamos 
eírtüdas  partes^ápfovechar  de  ellas,  porque  hallamos  ~ 
más  de  mil  diferencias.  Por  todas  estas  tierras,  los  que 
tenían  guerras  con  los  otros  se  hacían  luego  amigos 


122  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA     CAP.  XXXI 

{^  para  venirnos  a  recebir  y  traernos  todo  cuanto  tenían,  y 
de  e5jta:;niaiíei^#éfámós  toda  la  IJeira-en  paz^  y  dijímos- 
les,  por  las  señas  por  que  nos  eritendían^que  en  el  cie- 
lo había  un  hombre  que  llamábamos  Dios,  el  cual  había 
criado  el  Cielo  y  la  Tierra,  y  que  éste  adorábamos  nos- 
otros y  teníamos  por  Señor,  y  que  hacíamos  lo  que  nos 
mandaba,  y  que  de  su  mano  venían  todas  las  cosas  bue- 
nas, y  que  si  ansí  ellos  lo  hiciesen,  les  iría  muy  bien  de 
ello;  y  tan  grande  aparejo  hallamos  en  ellos,  que  si  len- 
gua hobiera  con  que  perfectamente  nos  entendiéramos, 
todos  los  dejáramos  cristianos.  Esto  les  dimos  a  enten- 
der lo  mejor  que  podimos,  y  de  ahí  adelante,  cuando  el 
Sol  salía,  con  muy  gran  grita  abrían  las  manos  juntas  al 
cielo,  y  después  las  traían  por  todo  su  cuerpo,  y  otro 
tanto  hacían  cuando  se  ponía.  Es  gente  bien  acondi- 
cionada y  aprovechada  para  seguir  cualquiera  cosa  bien 
aparejada. 


CAPITULO    XXXIl 

De  cómo  nos  dieron  los  corazones  de  los  venados. 


En  el  pueblo  donde  nos  dieron  las  esmeraldas  die- 
ron a  Dorantes  más  de  seiscientos  corazones  de  vena- 
do, abiertos,  de  que  ellos  tienen  siempre  mucha  abun- 
dancia para  su  mantenimiento,  y  por  esto  le  pusimos 
K  nombre  el  pueblo  de  los  Corazones,  y  por  él  es  la  en- 
trada para  muchas  provincias  que  están  a  la  mar  del 
Sur;  y  si  los  que  la  fueren  a  buscar  por  aquí  no  entra- 
ren, se  perderán,  porque  la  costa  no  tiene  maíz,  y  comen 
polvo  de  bledo  y  de  paja  y  de  pescado  que  t^man  en 
la  mar  con  balsas, jgorque  no  alcanzan  canoas.  Las  mu- 
jeres cubren  sus  vergüenzas  con  yerba  y  paja.  Es  gen- 
te muy  apocada  y  triste.  Creemos  que  cerca  de  la 
costa,  por  la  vía  de  aquellos  pueblos  que  nosotros  tru- 
jimos,  hay  más  de  mil  leguas  de  tierra  poblada,  y  tienen 
mucho  mantenimiento,  porque  siembran  tres  veces  en 
el  año  frísoles  y  maíz.  Hay  tres  maneras  de  venados: 
los  de  la  una  de  ellas  son  tamaños  como  novillos  de 
Castilla;  hay  casas  de  asiento,  que  llaman  buhíos,  y 
tienen  yerba,  y  esto  es  de  unos  árboles  al  tamaño  de 
manzanos,  y  no  es  menester  más  de  coger  la  fruta  y 
untar  la  flecha  con  ella;  y  si  no  tiene  fruta,  quiebran 
una  rama,  y  con  la  leche  que  tienen  hacen  lo  mesmo. 
Hay  muchos  de  estos  árboles  que  son  tan  ponzoñosos, 
que  si  majan  las  hojas  de  él  y  ¡as  lavan  en  alguna  agua 
allegada,  todos  los  venados  y  cualesquier  otros  anima- 
les que  de  ella  beben  revientan  luego.  En  este  pueblo 
estuvimos  tres  días,  y  a  una  jornada  de  allí  estaba  otro 


124  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA   DE   VACA  CAP. 

en  el  cual  nos  tomaron  tantas  aguas,  que  porque  un 
río  cresció  mucho,  no  lo  podimos  pasar,  y  nos  detuvi- 
mos allí  quince  días.  En  este  tiempo,  Castillo  vio  al  cue- 
llo de  un  indio  una  hebilleta  de  talabarte  de  eSpada,  y 
en  ella  cosido  un  clavo  de  herrar;  tomósela  y  pregun- 
tárnosle qué  cosa  era  aquélla,  y  dijéronnos  que  habían 
venido  del  cielo.  Preguntárnosle  más,  que  quién  la  ha- 
bía traído  de  allá,  y  respondieron  que  unos  hombres 
que  traían  barbas  como  nosotros,  que  habían  venido 
del  cielo  y  llegado  a  aquel  río,  y  que  traían  caballos 
y  lanzas  y  espadas,  y  que  habían  alanceado  dos  de 
ellos;  y  lo  más  disimuladamente  que  poHmJos  Jes  pre^L 
guntanios  "quir  se  habían  hecho  aquellos  hombres,  y 
r^eSpütídTeFonnos  que  se  haííañTdo  aTa  mar7y~que  me- 
tieron sus  lanzas  por  debajo  del  agua,  y  que  ellos  se 
habían  también  metido  por  debajo,  y  que  después  los 
vieron  ir  por  cima  hacia  puesta  del  Sol.  Nosotros  dimos 
muchas  gracias  a  Dios  nuestro  Sefior  por  aquello  que 
oímos,  porque  estábamos  desconfiados  de  saber  nue- 
vas de  cristianos;  y,  por  otra  parte,  nos  vimos  en  gran 
confusión  y  tristeza,  creyendo  que  aquella  gente  no 
sería  sino  algunos  que  habían  venido  por  la  mar  a  des- 
cubrir; mas  al  fin,  como  tuvimos  tan  cierta  nueva  de 
ellos,  dímonos  más  priesa  a  nuestro  camino,  y  siempre 
hallábamos  más  nueva  de  cristianos,  y  nosotros  les  de- 
cíamos que  los  íbamos  a  buscar  para  decirles  que  no 
los  matasen  ni  tomasen  por  esclavos,  ni  los  sacasen  de 
sus  tierras,  ni  les  hiciesen  otro  mal  ninguno,  y  de  esto 
ellos  holgaban  muchorAnduvimos  mucha  tierra,  y  toda 
la  hallamos  despoblada,  porque  los  moradores  de  ella 
andaban  huyendo  por  las  sierras,  sin  osar  tener  casas 
ni  labrar,  por  miedo  de  los  cristianos.  Fué  cosa  de  que 
tuvimos  muy  gran  lástima,  viendo  la  tierra  muy  fértil, 
y  muy  hermosa  y  muy  llena  de  aguas  y  de  ríos,  y  ver 
los  lugares  despoblados  y  quemados,  y  la  gente  tan  fla- 
ca y  enferma,  huida  y  escondida  toda;  y  como  no  sem- 
braban, con  tanta  hambre,  se  mantenían  con  cortezas 


XXXII  NAUFRAGIOS  125 

de  árboles  y  raíces.  De  esta  hambre  a  nosotros  alcan- 
zaba parte  en  todo  este  camino,  porque  mal  nos  po- 
dían ellos  proveer  estando  tan  desventurados,  que  pá- 
resela que  se  querían  morir.  Trujéronnüs  mantas  de  las 
que  habían  escondido  por  los  cristianos,  y  diéronnos- 
las,  y  áün  contáronnos  cómo  otras  veces  habían  entra- 
do los  cristianos  por  la  tierra,  y  habían  destruido  y 
quemado  los  pueblos,  y  llevado  la  mitad  de  los  hom- 
bres y  todas  las  mujeres  y  muchachos,  y  que  los  que 
de  sus  manos  se  habían  podido  escapar  andaban  hu- 
yendo. Como  los  víamos  tan  atemorizados,  sin  osar 
parar  en  ninguna  parte,  y  que  ni  querían  ni  podían  sem- 
brar ni  labrar  la  tierra,  antes  estaban  determinados  de 
dejarse  morir,  y  que  esto  tenían  por  mejor  que  esperar 
y  ser  tratados  con  tanta  crueldad  como  hasta  allí,  y 
mostraban  grandísimo  placer  con  nosotros,  aunque  te- 
mimos que,  llegados  a  los  que  tenían  la  frontera  con 
los  cristianos  y  guerra  con  ellos,  nos  habían  de  maltra- 
tar y  hacer  que  pagásemos  lo  que  los  cristianos  contra 
ellos  hacían.  Mas  como  Dios  nuestro  Señor  fué  servi- 
do de  traernos  hasta  ellos,  comenzáronnos  a  temer  y 
acatar  como  los  pasados  y  aun  algo  más,  de  que  no 
quedamos  poco  maravillados;  por  donde  claramente  se 
ve  que  estas  gentes  todas,  para  ser  atraídas  a  ser  cris- 
tianos y  a  obediencia  de  la  imperial  majestad,  han  de 
ser  llevados  con  buen  tratamiento,  y  que  éste  es  cami- 
no muy  cierto,  y  otro  no.  Estos  nos  llevaron  a  un  pue- 
blo que  está  en  un  cuchillo  de  una  sierra,  y  se  ha  de 
subir  a  él  por  grande  aspereza;  y  aquí  hallamos  mucha 
gente  que  estaba  juuta^ recogidos  por  miedo  de  los 
cristianos.  Recebiéronnos  muy  bien,  y  diéronnos  cuan- 
to tenían,  y  diéronnos  más  de  dos  mil  cargas  de  maíz, 
que  dimos  a  aquellos  miserables  y  hambrientos  que 
hasta  allí  nos  habían  traído;  y  otro  día  despachamos  de 
allí  cuatro  mensajeros  por  la  tierra  como  lo  acostum- 
brábamos hacer,  para  que  llamasen  y  convocasen  toda 
la  más  gente  que  pudiesen,  a  un  pueblo  que  está  tres 


126  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

jornadas  de  allí;  y  hecho  esto,  otro  día  nos  partimos 
con  toda  la  gente  que  allí  estaba,  y  siempre  hallábamos 
rastro  y  señales  adonde  habían  dormido  cristianos;  y 
a  mediodía  topamos  nuestros  mensajeros,  que  nos  di- 
jeron que  no  habían  hallado  gente,  que  toda  andaba 
por  los  montes,  escondidos  huyendo,  porque  los  cris- 
tianos no  los  matasen  y  hiciesen  esclavos;  y  que  la  no- 
che pasada  habían  visto  a  los  cristianos  estando  ellos 
detrás  de  unos  árboles  mirando  lo  que  hacían,  y  vieron 
cómo  llevaban  muchos  indios  en  cadenas;  y  de  esto  se 
alteraron  los  que  con  nosotros  venían,  y  algunos  de 
ellos  se  volvieron  para  dar  aviso  por  la  tierra  cómo  ve- 
nían criscianos,  y  mucho  más  hicieran  esto  si  nosotros 
no  les  dijéramos  que  no  lo  hiciesen  ni  tuviesen  temor; 
y  con  esto  se  aseguraron  y  holgaron  mucho.  Venían 
entonces  con  nosotros  indios  de  cien  leguas  de  allí,  y 
no  podíamos  acabar  con  ellos  que  se  volviesen  a  sus 
casas;  y  por  asegurarlos  dormimos  aquella  noche  allí, 
y  otro  día  caminamos  y  dormimos  en  el  camino;  y  el 
siguiente  día,  los  que  habíamos  enviado  por  mensaje- 
ros nos  guiaron  adonde  ellos  habían  visto  los  cristia- 
nos; y  llegados  a  hora  de  vísperas,  vimos  claramente 
que  habían  dicho  la  verdad,  y  conoscimos  la  gente  que 
era  de  a  caballo  por  las  estacas  en  que  los  caballos 
habían  estado  atados.  Desde  aquí,  que  se  llama  el  río 
de  Petutan,  hasta  el  río  donde  llegó  Diego  de  Guzmán, 
puede  haber  hasta  él,  desde  donde  supimos  de  cristia- 
nos, ochenta  leguas;  y  desde  allí  al  pueblo  donde  nos 
tomaron  las  aguas,  doce  leguas;  y  desde  allí  hasta  la 
mar  del  Sur  había  doce  leguas  Por  toda  esta  tierra 
donde  alcanzan  sierras  vimos  grandes  muestras  de  oro 
y  alcohol  (1),  hierro,  cobre  y  otros  metales.  Por  donde 


(1)  Nombre  coh  que,  en  lo  antiguo,  se  designaba  al  antimonio 
y  aun  a  la  galena  (sulfuro  de  plomo),  que  se  ha  llamado  también 
alcohol  de  alfareros  por  utilizarse  para  bañar  y  vidriar  la  alfarería 
ordinaria. 


XXXII  NAUFRAGIOS  127 

están  las  casas  de  asiento  es  caliente;  tanto,  que  por 
enero  hace  gran  calor.  Desde  allí  hacia  el  mediodía  de 
la  tierra,  que  es  despoblada  hasta  la  mar  del  Norte,  es 
muy  desastrosa  y  pobre,  donde  pasamos  grande  y  in- 
creíble hambre;  y  los  que  por  aquella  tierra  habitan  y 
andan  es  gente  crudelísima  y  de  muy  mala  inclinación 
y  costumbres.  Los  indios  que  tienen  casa  de  asiento,  y 
los  de  atrás,  ningún  caso  hacen  de  oro  y  plata,  ni  hallan 
que  pueda  haber  provecho  de  ello. 


CAPITULO  XXXIII 

Cómo  vimos  rastro  de  cristianos, 


Después  que  vimos  rastro  claro  de  cristianos,  y  en- 
tendimos que  tan  cerca  estábamos  de  ellos,  dimos  mu- 
chas gracias  a  Dios  nuestro  Señor  por  querernos  sa- 
car de  tan  triste  y  miserable  captiverio;  y  el  piacei^-que 
de  esto  sentimos  juzgúelo  cada  uno  cuando  pensare  el 
yfiejE^o^íjttevWrSqu^ttá  trérra  estuvimos  y  los  peligros 
s/y^  trabajos  por  que  pasamos.  Aquella  noche  yo  rogué  a 
l/^uno  de  mis  compañeros  que  fuese  tras  los  cristianos, 
que  iban  por  donde  nosotros  dejábamos  la  tierra  ase- 
gurada, y  había  tres  días  de  camino.  A  ellos  se  les  hizo 
de  mal  esto,  excusándose  por  el  cansancio  y  trabajo;  y 
aunque  cada  uno  de  ellos  lo  pudiera  hacer  mejor  que 
yo,  por  ser  más  recios  y  más  mozos;  mas,  vista  su  vo- 
luntad, otro  día  por  la  mañana  tomé  conmigo  al  negro 
y  once  indios,  y  por  el  rastro  que  hallaba  siguiendo  a 
los  cristianos  pasé  por  tres  lugares  donde  habían  dor- 
mido; y  este  día  anduve  diez  leguas,  y  otro  día  de  ma- 
ñana alcancé  cuatro  cristianos  de  caballo,  que  recebie- 
^Ton  gran  alteración  de  verme  tan  extrañamente  vesti- 
f~^  do  y  en  compañía  de  indios.  Estuviéronme  mirando 
^  Mnucho  espacio  de  tiempo,  tan  atónitos,  que  ni  me  ha- 
blaban ni  acertaban  a  preguntarme  nada.  Yo  les  dije 
que  me  llevasen  a.  donde  estaba  su  capitán;  y  así,  fui- 
mos media  legua  de  allí,  donde  estaba  Diego  de  Alca- 
raz,  que  era  el  capitán;  y  después  de  haberle  hablado, 
me  dijo  que  estaba  muy  perdido  allí,  porque  había  mu- 
chos días  que  no  había  podido  tomar  indios,  y  que  no 


CABEZA    DE   VACA.  —  NAUFRAGIOS 


130  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA     CAP.  XXXIII 

había  por  donde  ir,  porque  entre  ellos  comenzaba  a 
haber  necesidad  y  hambre;  yo  le  dije  cómo  atrás  que- 
daban Dorantes  y  Castillo,  que  estaban  diez  leguas  de 
allí,  con  muchas  gentes  que  nos  habían  traído;  y  él  en- 
vió luego  tres  de  caballo  y  cincuenta  indios  de  los  que 
«líos  traían;  y  el  negro  volvió  con  ellos  para  guiarlos, 
y  yo  quedé  allí,  y  pedí  que  me  diesen  por  testimonio 
el  año  y  el  mes  y  día  que  allí  había  llegado,  y  la  ma- 
nera en  que  venía,  y  ansí  lo  hicieron.  De  este  río  hasta 
el  pueblo  de  los  cristianos,  que  se  llama  Sant  Miguel, 
que  es  de  la  gobernación  de  la  provincia  que  dicen  la 
Nueva  Galicia,  hay  treinta  leguas. 


CAPITULO  XXXIV 

De  cómo  envié  por  los  cristianos. 

Pasados  cinco  días,  Ilegfaron  Andrés  Dorantes  y 
Alonso  del  Castillo  con  los  que  habían  ido  por  ellos,  y 
traían  consigo  más  de  seiscientas  personas,  que  eran  de 
aquel  pueblo  que  los  cristianos  habían  hecho  subir  al 
monte,  y  andaban  escondidos  por  la  tierra,  y  los  que 
hasta  allí  con  nosotros  habían  venido  los  habían  sacado 
de  los  montes  y  entregado  a  los  cristianos,  y  ellos  ha- 
bían despedido  todas  las  otras  gentes  que  hasta  allí  , 
habían  traído;  y  venidos  adonde  yo  estaba,  Alcaraz  me^ 
rogó  que  enviásemos  a  llamar  la  gente  de  los  puebl(^ 
que  están  a  vera  del  río,  que  andaban  escondidos  por 
los  montes  de  la  tierra,  y  que  les  mandásemos  que  t^u- 
jesen  de  comer,  aunque  esto  no  era  menester,  por<í[ue 
ellos  siempre  tenían  cuidado  de  traernos  todo  lo  que 
podían,  y  enviamos  luego  nuestros  mensajeros  a  que 
los  llamasen,  y  vinieron  seiscientas  personas,  que  nos 
trujeron  todo  el  maíz  que  alcanzaban,  y  traíanlo  en  unas 
ollas  tapadas  con  barro,  en  que  lo  habían  enterrado  y^ 
escondido,  y  nos  trujeron  todo  lo  más  que  tenían;  mas 
nosotros  ñoquísimos  tomar  de  todo  ello  sino  la  comi- 
da,  y  dimostodo^hrotro^los  cristiano^  para  que  entre 
sí  la  repartiesen;  y  después^^^'esfó  pasamos  muchas  y 
grandes  pendencias  con  ellos,  porque  nos  querían  hacer 
los  indios  que  traímos  esclavos,  y  con  este  enojo,  al 
partir,'  dejamos  muchos  arcos  turquescos  que  traíamos, 
y  muchos  zurrones  y  flechas,  y  entre  ellas  las  cinco  de 
I  las  esmeraldas,  que  no  se  nos  acordó  de  ellas;  y  ansí,  las 


132  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

perdimos.  Dimos  a  los  cristianos  muchas  mantas  de 
vaca  y  otras  cosas  que  traíamos;  vímonos  con  los  in- 
dios en  mucho  trabajo  porque  se  volviesen  a  sus  casas 
y  se  aseg-urasen  y  sembrasen  su  maíz.  Ellos  no  que- 
rían sino  ir  con  nosotros  hasta  dejarnos,  como  acos- 
tumbraban, con  otros  indios;  porque  si  se  volviesen 
sin  hacer  esto,  temían  que  se  morirían;  que  para  ir 
con  nosotros  no  temían  a  los  cristianos  ni  a  sus  lan- 
zas. A  los  cristianos  les  pesaba  de  esto,  y  hacían  que 
su  lengua  les  dijese  que  nosotros  éramos  de  ellos  mis- 
amos, y  nosTiábíarims^iperdidó  muchos  tiempos  había, 
y  que  éramos  g-ente  de  poca  suerte  y  valor,  y  que  ellos 
eran  los  señores  de  aquella  tierra,  a  quien  habían  de 
obedescer  y  servir.  Mas  todo  esto  los  indios  tenían  en 
muy  poco  o  no  nada  de  lo  que  les  decían;  antes,  unos 
con  otros  entre  sí  platicaban,  diciendo  que  los  cristia- 
nos mentían,  porque  nosotros  veníamos  de  donde  salía 
eLSpl,  y  ellos  donde  se  pone;  y  que  nosotros  sanába- 
mos los  enfermos,  y  ellos  mataban  los  que  estaban  sa- 
nos; y  que  nosotros  veníamos  desnudos  y  descalzos,  y 
eHos  vestidos  y  en  caballos  y  con  lanzas;  y  que  nosotros 
no  teníamos  cobdicia  de  ninguna  cosa,  antes  todo 
cuanto  nos  daban  tornábamos  luego  a  dar,  y  con  nada 
nos  quedábamos,  y  los  otros  no  tenían  otro  fin  sino  ro- 
bar todo  cuanto  hallaban,  y  nunca  daban  nada  a  nadie; 
y  de  esta  manera  relataban  todas  nuestras  cosas  y  las 
encarescían,  por  el  contrario  de  los  otros;  y  así  les  res- 
pondieron a  la  lengua  de  los  cristianos,  y  lo  mismo  hi- 
cieron saber  a  los  otros  por  una  lengua  que  entre  ellos 
había,  con  quien  nos  entendíamos,  y  aquellos  que  la 
usan  llamamos  propriamente  primahaitu,  que  es  como 
decir  vascongados,  la  cual,  más  de  cuatrocientas  le- 
guas de  las  que  anduvimos,  hallamos  usada  entre  ellos, 
sin  haber  otra  por  todas  aquellas  tierras.  Finalmente, 
nunca  pudo  acabar  con  los  indios  creer  que  éramos  de 
los  otros  cristianos,  y  con  mucho  trabajo  y  importuna- 
ción los  hecimos  volver  a  sus  casas,  y  les  mandamos 


XXXIV 


NAUFRAGIOS  133 


que  se  asegurasen,  y  asentasen  sus  pueblos,  y  sembra- 
sen y  labrasen  la  tierra,  que,  de  estar  despoblada,  es- 
taba ya  muy  llena  de  monte;  la  cual  sin  dubda  es  la  me- 
jor de  cuantas  en  estas  Indias  hay,  y  más  fértil  y  abun- 
dosa de  mantenimientos,  y  siembran  tres  veces  en  el 
año.  Tiene  muchas  frutas  y  muy  hermosos  ríos,  y  otras 
muchas  aguas  muy  buenas.  Hay  muestras  grandes  y 
señales  de  minas  de  oro  y  plata;  la  gente  de  ella  es  muy 
bien  acondicionada;  sirven  a  los  cristianos  (los  que  son 
amigos)  de  muy  buena  voluntad.  Son  muy  dispuestos, 
mucho  más  que  los  de  Méjico,  y,  finalmente,  es  tierra 
que  ninguna  cosa  le  falta  para  ser  muy  buena. 

Despedidos  los  indios,  nos  dijeron  que  harían  lo  que 
mandábamos,  y  asentarían  sus  pueblos  si  los  cristia- 
nos los  dejaban;  y  yo  así  lo  digo  y  afirmo  por  muy 
cierto,  que  si  no  lo  hicieren  será  por  culpa  de  los  cris- 
tianos. 

Después  que  hobimos  enviado  a  los  indios  en  paz,  y 
regraciádoles  el  trabajo  que  con  nosotros  habían  pasa- 
do, los  cristianos  nos  enviaron,  debajo  de  cautela,  a  un 
Cebreros,  alcalde,  y  con  él  otros  dos,  los  cuales  nos  lle- 
varon por  los  montes  y  despoblados,  por  apartarnos  de 
la  conversación  de  los  indios,  y  por  que  no  viésemos  ni 
entendiésemos  lo  que  de  hecho  hicieron;  donde  pares- 
ce  cuánto  se  engañan  los  pensamientos  de  los  hombres, 
que  nosotros  andábamos  a  les  buscar  libertad,  y  cuan- 
do pensábamos  que  la  teníamos,  sucedió  tan  al  con- 
trario, porque  tenían  acordado  de  ir  a  dar  en  los  indios 
que  enviábamos  asegurados  y  de  paz,^ansí  como  lo 
pensaron,  lo  hicieron;  lleváronnos  por  aquellos  mon- 
tes dos  días,  sin  agua,  perdidos  y  sin  camino,  y  todos 
pensamos  perescer  de  sed,  y  de  ella  se  nos  ahogaron 
siete  hombres,  y  muchos  amigos  que  los  cristianos 
traían  consigo  no  pudieron  llegar  hasta  otro  día  a 
mediodía  adonde  aquella  noche  hallamos  nosotros  el 
agua;  y  caminamos  con  ellos  veinte  y  cinco  leguas, 
poco  más  o  menos,  y  al  fin  de  ellas  llegamos  a  un 


134         ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA      CAP.  XXXIV 

pueblo  de  indios  de  paz,  y  el  alcalde  que  nos  llevaba 
nos  dejó  allí,  y  él  pasó  adelante  otras  tres  leguas,  a  un 
pueblo  que  se  llamaba  Culiazan,  adonde  estaba  Mel- 
chior  Díaz,  alcalde  mayor  y  capitán  de  aquella  pro- 
vincia. 


CAPÍTULO  XXX]V 

De  cómo  el  alcalde  mayor  nos  recebió  bien  la  noche  que  llegamos* 

Como  el  alcalde  mayor  fué  avisado  de  nuestra  sali- 
da y  venida,  luegfo  aquella  noche  partió,  y  vino  adon- 
de nosotros  estábamos,  y  lloró  mucho  con  nosotros, 
dando  loores  a  Dios  nuestro  Señor  por  haber  usado  de 
tanta  misericordia  con  nosotros;  y  nos  habló  y  trató 
muy  bien;  y  de  parte  del  gobernador  Ñuño  de  Guzmán 
y  suya  nos  ófresció  todo  lo  que  tenía  y  podía;  y  mostró 
mucho  sentimiento  de  la  mala  acogida  y  tratamiento 
que  en  Alcaraz  y  los  otros  habíamos  hallado,  y  tuvimos 
por  cierto  que  si  él  se  hallara  allí,-^5^^xcusara  lo  qjue 
con^«esotfos-y-eon -los^^TrdTos  su  hizo',^pasadanaqiiclla 
noche,  otro  día  nos  partimos,  y  el  alcalde  mayor  nos 
rogó  mucho  que  nos  detuviésemos  allí,  y  que  en  esto 
haríamos  muy  gran  servicio  a  Dios  y  a  Vuestra  Majes- 
tad, porque  la  tierra  estaba  despoblada,  sin  labrarse,  y 
toda  muy  destruida,  y  los  indios  andaban  escondidos  y 
huidos  por  los  montes,  sin  querer  venir  a  hacer  asiento 
en  sus  pueblos,  y  que  los  enviásemos  a  llamar,  y  les 
mandásemos  de  parte  de  Dios  y  de  Vuestra  Majestad 
que  viniesen  y  poblasen  en  lo  llano,  y  labrasen  la  tierra. 
A  nosotros  nos  pareció  esto  muy  dificultoso  de  poner 
en  efecto,  porque  no  traíamos  indio  ninguno  de  los 
nuestros  ni  de  los  que  nos  solían  acompañar  y  enten- 
der en  estas  cosas.  En  fin,  aventuramos  a  esto  dos  in- 
dios de  los  que  traían  allí  captivos,  que  eran  de  los  mis- 
mos de  la  tierra,  y  éstos  se  habían  hallado  con  los  cris- 
tianos; cuando  primero  llegamos  a  ellos,  y  vieron  la 


136  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

gente  que  nos  acompañaba,  y  supieron  de  ellos  la  mu- 
cha autoridad  y  dominio  que  por  todas  aquellas  tierras 
habíamos  traído  y  tenido,  y  las  maravillas  que  había- 
mos hecho,  y  los  enfermos  que  habíamos  curado,  y  otras 
muchas  cosas.  Y  con  estos  indios  mandamos  a  otros 
del  pueblo,  que  juntamente  fuesen  y  llamasen  los  in- 
dios que  estaban  por  las  sierras  alzados,  y  los  del  río 
de  Petaan,  donde  habíamos  hallado  a  los  cristianos,  y 
que  les  dijesen  que  viniesen  a  nosotros,  porque  les  que- 
ríamos hablar;  y  para  que  fuesen  seguros,  y  los  otros  vi- 
niesen, les  dimos  un  calabazo  de  los  que  nosotros  traía- 
mos en  las  manos  (que  era  nuestra  principal  insignia  y 
muestra  de  gran  estado),  y  con  éste  ellos  fueron  y  an- 
duvieron por  allí  siete  días,  y  al  fin  de  ellos  vinieron,  y 
trujeron  consigo  tres  señores  de  los  que  estaban  alza- 
dos por  las  sierras,  que  traían  quince  hombres,  y  nos 
trujeron  cuentas  y  turquesas  y  plumas,  y  los  mensaje- 
ros nos  dijeron  que  no  habían  hallado  a  los  naturales 
del  río  donde  habíamos  salido,  porque  los  cristianos  los 
habían  hecho  otra  vez  huir  a  los  montes;  y  el  Melchior 
Díaz  dijo  a  la  lengua  que  de  nuestra  parte  les  hablase 
a  aquellos  indios,  y  les  dijese  cómo  venía  de  parte  de 
Dios,  que  está  en  el  cielo,  y  que  habíamos  andado  por 
el  mundo  muchos  años,  diciendo  a  toda  la  gente  que 
habíamos  hallado  que  creyesen  en  Dios  y  lo  sirviesen, 
porque  era  señor  de  todas  cuantas  cosas  había  en  el 
mundo,  y  que  él  daba  galardón  y  pagaba  a  los  buenos, 
y  pena  perpetua  de  fuego  a  los  malos;  y  que  cuando  los 
buenos  morían,  los  llevaba  al  cielo,  donde  nunca  nadie 
moría,  ni  tenían  hambre,  ni  frío,  ni  sed,  ni  otra  necesidad 
ninguna,  sino  la  mayor  gloria  que  se  podría  pensar;  y 
que  los  que  no  le  querían  creer  ni  obedescer  sus  man- 
damiento, los  echaba  debajo  la  tierra  en  compañía  de 
los  demonios  y  en  gran  fuego,  el  cual  nunca  se  había  de 
acabar,  sino  atormentarlos  para  siempre;  y  que  allende 
de  esto,  si  ellos  quisiesen  ser  cristianos  y  servir  a  Dios 
de  la  manera  que  les  mandásemos,  que  los  cristianos 


XXXV 


NAUFRAGIOS  137 


temían  por  hermanos  y  los  tratarían  muy  bien,  y  nos- 
otros les  mandaríamos  que  no  les  hiciesen  ningún  enojo 
ni  los  sacasen  de  sus  tierras,  sino  que  fuesen  grandes 
amigos  suyos;  mas  que  si  esto  no  quisiesen  hacer,  los 
cristianos  los  tratarían  muy  mal,  y  se  los  llevarían  por 
esclavos  a  otras  tierras.  A  esto  respondieron  a  la  len- 
igua  que  ellos  serían  muy  buenos  cristianos,  y  servirían 
a  Dios;  y  preguntados  en  qué  adoraban  y  sacrificaban, 
y  a  quién  pedían  el  agua  para  sus  maizales  y  la  salud 
para  ellos,  respondieron  que  a  un  hombre  que  estaba 
en  el  cielo.  Preguntámosles  cómo  se  llamaba,  y  dijeron 
que  Aguar,  y  que  creían  que  él  había  criado  todo  el 
mundo  y  las  cosas  de  él.  Tornémosles  a  preguntar 
cómo  sabían  esto,  y  respondieron  que  sus  padres  y 
abuelos  se  lo  habían  dicho,  que  de  muchos  tiempos 
tenían  noticia  de  esto,  y  sabían  que  el  agua  y  todas  las 
buenas  cosas  las  enviaba  aquél.  Nosotros  les  dijimos 
'que  aquel  que  ellos  decían,  nosotros  lo  llamábamos 
Dios,  y^qüe  ansí  lo  llamasen  ellos,  y  lo  sirviesen  y 
adorasen  como  mandábamos,  y  ellos  se  hallarían  muy 
bien  de  ello.  Respondieron  que  todo  lo  tenían  muy 
bien  entendido,  y  que  así  lo  harían;  y  mandémosles 
que  bajasen  de  las  sierras,  y  viniesen  seguros  y  en 
paz,  y  poblasen  toda  la  tierra,  y  hiciesen  sus  casas, 
y  que  entre  ellas  hiciesen  una  para  Dios,  y  pusiesen  a 
la  entrada  una  cruz  como  la  que  allí  teníamos,  y  que 
cuando  viniesen  allí  los  cristianos,  los  saliesen  a  rece- 
bir  con  las  cruces  en  las  manos,  sin  los  arcos  y  sin 
armas,  y  los  llevasen  a  sus  casas,  y  les  diesen  de 
comer  de  lo  que  tenían,  y  por  esta  manera  no  les  ha- 
rían mal,  antes  serían  sus  amigos;  y  ellos  dijeron  que 
ansí  lo  harían  como  nosotros  lo  mandábamos;  y  el  ca- 
pitán les  dio  mantas  y  los  trató  muy  bien;  y  así,  se  vol- 
vieron, llevando  los  dos  que  estaban  captivos  y  habían 
ido  por  mensajeros.  Esto  pasó  en  presencia  del  escri- 
bano que  allí  tenían  y  otros  muchos  testigos. 


CAPITULO   XXXVI 

De  cómo  hecimos  hacer  iglesias  en  aquella  tierra. 

Como  los  indios  se  volvieron,  todos  los  de  aquella 
provincia,  que  eran  amigos  de  los  cristianos,  como  tu- 
vieron noticia  de  nosotros,  nos  vinieron  a  ver,  y  nos 
trujeron  cuentas  y  plumas,  y  nosotros  les  mandamos 
que  hiciesen  iglesias,  y  pusiesen  cruces  en  ellas,  por- 
que hasta  entonces  no  las  habían  hecho;  y  hecimos 
traer  los  hijos  de  los  principales  señores  y  baptizarlos; 
y  luego  el  capitán  hizo  pleito  homenaje  a  Dios  de  no 
hacer  ni  consentir  hacer  entrada  ninguna,  ni  tomar 
esclavo  por  la  tierra  y  gente  que  nosotros  habíamos 
asegurado,  y  que  esto  guardaría  y  cumpliría  hasta  que 
Su  Majestad  y  el  gobernador  Ñuño  de  Guzmán,  o  el 
visorey  en  su  nombre,  proveyesen  en  lo  que  más  fuese 
servicio  de  Dios  y  de  Su  Majestad;  y  después  de  bauti- 
zados los  niños,  nos  partimos  para  la  villa  de  Sant  Mi- 
guel, donde,  como  fuimos  llegados,  vinieron  indios, 
que  nos  dijeron  cómo  mucha  gente  loajaba  de  las  sie- 
rras y  poblaban  en  lo  llano,  y  hacían  iglesias  y  cruces 
y  todo  lo  que  les  habíamos  mandado;  y  cada  día  tenía- 
mos nuevas  de  cómo  esto  se  iba  haciendo  y  cumpliendo 
más  enteramente;  y  pasados  quince  días  que  allí  había- 
mos estado,  llegó  Alcaraz  con  los  cristianos  que  habían 
ido  en  aquella  entrada,  y  contaron  al  capitán  cómo  eran 
bajados  de  las  sierras  los  indios,  y  habían  poblado  en 
lo  llano,  y  habían  hallado  pueblos  con  mucha  gente, 
que  de  primero  estaban  despoblados  y  desiertos,  y  que 
los  indios  les  salieron  a  recebir  con  cruces  en  las  ma- 


140  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

nos,  y  los  llevaron  a  sus  casas,  y  les  dieron  de  lo  que 
tenían,  y  durmieron  con  ellos  allí  aquella  noche. 

Espantados  de  tal  novedad,  y  de  que  los  indios  les 
dijeron  cómo  estaban  ya  asegurados,  mandó  que  no 
les  hiciesen  mal,  y  ansí  se  despidieron.  Dios  nuestro 
Señor,  por  su  infinita  misericordia,  quiera  que  en  los 
días  de  Vuestra  Majestad  y  debajo  de  vuestro  poder  y 
señorío,  estas  gentes  vengan  a  ser  verdaderamente  y 
con  entera  voluntad  sujetas  al  verdadero  Señor  que 
las  crió  y  redimió.  Lo  cual  tenemos  por  cierto  que  así 
será,  y  que  Vuestra  Majestad  ha  de  ser  el  que  lo  ha  de 
poner  en  efecto  (que  no  será  tan  difícil  de  hacer); 
porque  dos  mil  leguas  que  anduvimos  por  tierra  y  por 
la  mar  en  lM_barcaSj  y  otipsrdLez  meses  ijue  después 
do^íilidos-de  captivos,  sin^par^w,  anduvimos  por  lá  tie- 
rra, no  hallamos  sacrificios  ni  idolatría.  En  este  tiempo 
travesamos  de  una  mar  a  oirá,  y  por  la  noticia  que  con 
mucha  diligencia  alcanzamos  a  entender,  de  una  costa 
a  la  otra,  por  lo  más  ancho,  puede  haber  doscientas  le- 
guas, y  alcanzamos  a  entender  que  en  la  costa  del  sur 
hay  perlas  y  mucha  riqueza,  y  que  todo  lo  mejor  y  más 
rico  está  cerca  de  ella.  En  la  villa  de  Sant  Miguel  es- 
tuvimos hasta  15  días  del  mes  de  mayo;  y  la  causa  de 
detenernos  allí  tanto  fué  porque  de  allí  hasta  la  ciudad 
de  Compostela,  donde  el  gobernador  Ñuño  de  Guz- 
mán  residía,  hay  cien  leguas  y  todas  son  despobladas  y 
de  enemigos,  y  hobieron  de  ir  con  nosotros  gente,  con 
que  iban  veinte  de  caballo,  que  nos  acompañaron  has- 
ta cuarentas  leguas;  y  de  allí  adelante  vinieron  con 
nosotros  seis  cristianos,  que  traían  quinientos  indios 
hechos  esclavos;  y  llegados  en  Compostela,  el  gober- 
nador nos  recebió  muy  bien,  y  de  lo  que  tenía  nos  dio 
de  vestir;  lo  cual  yo  por  muchos  días  no  pude  traer,  ni 
podíamos  dormir  sino  en  el  suelo;  y  pasados  diez  o 
doce  días  partimos  para  Méjico,  y  por  todo  el  camino 
fuimos  bien  tratados  de  los  cristianos;  y  muchos  nos 
salían  a  ver  por  los  caminos  y  daban  gracias  a  Dios  de 


XXXVI  NAUFRAGIOS  141 

habernos  librado  de  tantos  peligros.  Llegamos  a  Méji- 
co domingo,  un  día  antes  de  la  víspera  de  Santiago, 
donde  del  visorey  y  del  marqués  del  Valle  fuimos 
muy  bien  tratados  y  con  mucho  placer  recebidos,  y  nos 
dieron  de  vestir  y  ofrescieron  todo  lo  que  tenían,  y  el 
día  de  Santiago  hobo  fiesta  y  juego  de  cañas  y  toros. 


CAPITULO    XXXVII 

De  lo  que  acónteselo  cuando  me  quise  venir. 

Después  que  descansamos  en  Méjico  dos  meses,  yo 
me  quise  venir  en  estos  reinos,  y  yendo  a  embarcar  en 
el  mes  de  octubre,  vino  una  tormenta  que  dio  con  el 
navio  al  través  y  se  perdió;  y  visto  esto,  acordé  de  de- 
jar pasar  el  invierno,  porque  en  aquellas  partes  es  muy 
recio  tiempo  para  navegar  en  él;  y  después  de  pasado 
el  invierno,  por  cuaresma,  nos  partimos  de  Méjico  An- 
drés Dorantes  y  yo  para  la  Veracruz,  para  nos  embar- 
car, y  allí  estuvimos  esperando  tiempo  hasta  domingo 
de  Ramos,  que  nos  embarcamos,  y  estuvimos  embar- 
cados más  de  quince  días  por  falta  de  tiempo,  y  el  na- 
vio en  que  estábamos  hacía  mucha  agua.  Yo  me  salí 
del  y  me  pasé  a  otros  de  los  que  estaban  para  venir, 
y  Dorantes  se  quedó  en  aquél;  y  a  10  días  del  mes  de 
abril  partimos  del  puerto  tres  navios,  y  navegamos  jun- 
tos ciento  y  cincuenta  leguas,  y  por  el  camino  los  dos 
navios  hacían  mucha  agua,  y  una  noche  nos  perdimos 
de  su  conserva,  porque  los  pilotos  y  maestros,  según 
después  paresció,  no  osaron  pasar  adelante  con  sus  na- 
vios y  volvieron  otra  vez  al  puerto  do  habían  partido, 
sin  darnos  cuenta  de  ello  ni  saber  más  de  ellos,  y  nos- 
otros seguimos  nuestro  viaje,  y  a  4  días  de  mayo  lle- 
gamos ai  puerto  de  La  Habana,  que  es  en  la  isla  de 
Cuba,  adonde  estuvimos  esperando  los  otros  dos  na- 
vios, creyendo  que  vernían,  hasta  2  días  de  junio,  que 
partimos  de  allí  con  mucho  temor  de  topar  con  fran- 
ceses, cjue  había  pocos  días  que  habían  tomado  allí 


144  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA   DE   VACA  CAP. 

tres  navios  nuestros;  y  llegados  sobre  la  isla  de  la  Ber- 
muda,  nos  tomó  una  tormenta,  que  suele  tomar  a  todos 
los  que  por  alli  pasan,  la  cual  es  conforme  a  la  gente 
que  dicen  que  en  ella  anda,  y  toda  una  noche  nos  tu- 
vimos por  perdidos,  y  plugo  a  Dios  que,  venida  la  ma- 
ñana, cesó  la  tormenta  y  seguimos  nuestro  camino.  A 
cabo  de  veinte  y  nueve  días  que  partimos  de  La  Haba- 
na habíamos  andado  mil  y  cien  leguas  que  dicen  que 
hay  de  allí  hasta  el  pueblo  de  las  Azores;  y  pasando 
otro  día  por  la  isla  que  dicen  del  Cuervo,  dimos  con 
un  navio  de  franceses  a  hora  de  mediodía;  nos  comen- 
zó a  seguir  con  una  carabela  que  traía  tomada  de  por- 
tugueses y  nos  dieron  caza,  y  aquella  tarde  vimos  otras 
nueve  velas,  y  estaban  tan  lejos,  que  no  podimos  co- 
nocer si  eran  portugueses  o  de  aquellos  mismos  que 
nos  seguían,  y  cuando  anocheció  estaba  el  francés  a 
tiro  de  lombarda  de  nuestro  navio;  y  desque  fué  obs- 
curo, hurtamos  la  derrota  por  desviarnos  de  él;  y  como 
iba  tan  junto  de  nosotros,  nos  vio  y  tiró  la  vía  de  nos- 
tros,  y  esto  hecimos  tres  o  cuatro  veces;  y  él  nos  pu- 
diera tomar  si  quisiera,  sino  que  lo  dejaba  para  la  ma- 
ñana. Plugo  a  Dios  que  cuando  amaneció  nos  hallamos 
í      el  francés  y  nosotros  juntos,  y  cercados  de  las  nueve 
!      velas  que  he  dicho  que  a  la  tarde  antes  habíamos  vis- 
í      to,  las  cuales  conoscíamos  ser  de  la  armada  de  Portu- 
gal, y  di  gracias  a  nuestro  Señor  por  haberme  escapa- 
do de  los  trabajos  de  la  tierra  y  peligros  de  la  mar;  y 
I      el  francés,  como  conosció  ser  el  armada  de  Portugal, 
soltó  la  carabela  que  traía  tomada,  que  venía  cargada 
de  negros,  la  cual  traía  consigo  para  que  creyésemos 
que  eran  portugueses  y  la  esperásemos;  y  cuando  la 
I     soltó  dijo  al  maestre  y  piloto  de  ella  que  nosotros  éra- 
!    mos  franceses  y  de  su  conserva;  y  como  dijo  esto,  me- 
1    tió  sesenta  remos  en  su  navio,  y  ansí,  a  remo  y  a  vela, 
I    se  comenzó  a  ir,  y  andaba  tanto,  que  no  se  puede 
;    creer;  y  la  carabela  que  soltó  se  fué  al  galeón,  y  dijo 
al  capitán  que  el  nuestro  navio  y  el  otro  eran  de  fran- 


XXXVII  NAUFRAGIOS  145 

ceses;  y  como  nuestro  navio  arribó  al  g-aleón,  y  como 
toda  la  armada  vía  que  íbamos  sobre  ellos,  teniendo 
por  cierto  que  éramos  franceses,  se  pusieron  a  punto 
de  gfuerra  y  vinieron  sobre  nosotros,  y  llegados  cerca, 
los  salvamos.  Conosció  que  éramos  amigaos;  se  hallaron 
burlados,  por  habérseles  escapado  aquel  corsario  con 
haber  dicho  que  éramos  franceses  y  de  su  compañía;  y 
así  fueron  cuatro  carabelas  tras  él;  y  lleg^ado  a  nosotros 
el  galeón,  después  de  haberles  saludado,  nos  pregun- 
tó el  capitán,  Diego  de  Silveira,  que  de  dónde  venía- 
mos y  qué  mercadería  traíamos;  y  le  respondimos  que 
veníamos  de  la  Nueva  España,  y  que  traíamos  plata  y 
oro;  y  preguntónos  qué  tanto  sería;  el  maestro  le  dijo 
que  traería  trescientos  mil  castellanos.  Respondió  el 
capitán:  Boa  fee  que  venís  muito  ricos;  pero  tracedes 
muy  ruin  navio  y  muito  ruin  artilleria^  ¡o  fi  de  puta! 
cany  á  renegado  francés^  y  que  hon  bocado  perdió^ 
vota  Deus.  Ora  sus  pos  vos  abedes  escapado^  segui- 
me,  e  non  vos  apartedes  de  mi^  que  con  ayuda  de 
DeuSf  eu  vos  porné  en  Gástela,  Y  dende  a  poco  vol- 
vieron las  carabelas  que  habían  seguido  tras  el  francés, 
porque  les  paresció  que  andaba  mucho,  y  por  no  dejar 
el  armada,  que  iba  en  guarda  de  tres  naos  que  venían 
cargadas  de  especería;  y  así  llegamos  a  la  isla  Tercera, 
donde  estuvimos  reposando  quince  días,  tomando  re- 
fresco y  esperando  otra  nao  que  venía  cargada  de  la 
India,  que  era  de  la  conserva  de  las  tres  naos  que  traía 
el  armada;  y  pasados  los  quince  días,  nos  partimos  de 
allí  con  el  armada,  y  llegamos  al  puerto  de  Lisbona  a 
9  de  agosto,  víspera  del  señor  Sant  Laurencio,  año 
de  1537  años.  Y  porque  es  así  la  verdad,  como  arriba 
en  esta  Relación  digo,  lo  firmé  de  mi  nombre.  Cabeza 
de  Vaca.  —  Estaba  fírmada  de  su  nombre,  y  con  el  es- 
cudo de  sus  armas,  la  Relación  donde  éste  se  sacó. 


CABEZA  DE   VACA.— NAUFRAGIOS  10 


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CAPITULO   XXXVIII 

De  lo  que  suscedió  a  los  demás  que  entraron  en  las  Indias. 

Pues  he  hecho  relación  de  todo  lo  susodicho  en  el 
viaje,  y  entrada  y  salida  de  la  tierra,  hasta  volver  a  es- 
tos reinos,  quiero  asimismo  hacer  memoria  y  relación 
de  lo  que  hicieron  los  navios  y  la  g-ente  que  en  ellos 
quedó,  de  lo  cual  no  he  hecho  memoria  en  lo  dicho 
atrás,  porque  nunca  tuvimos  noticia  de  ellos  hasta  des- 
pués de  salidos,  que  hallamos  mucha  g-ente  de  ellos  en 
la  Nueva  España,  y  otros  acá  en  Castilla,  de  quien  su- 
pimos el  suceso  y  todo  el  fin  de  ello  de  qué  manera 
pasó,  después  que  dejamos  los  tres  navios,  porque  el 
otro  era  ya  perdido  en  la  costa  brava;  los  cuales  que- 
daban a  mucho  pelig-ro,  y  quedaban  en  ellos  hasta  cien 
personas  con  pocos  mantenimientos,  entre  los  cuales 
quedaban  diez  mujeres  casadas,  y  una  de  ellas  había 
dicho  al  gfobernador  muchas  cosas  que  le  acaecieron 
en  el  viaje,  antes  que  le  suscediesen;  y  ésta  le  dijo, 
cuando  entraba  por  la  tierra,  que  no  entrase,  porque 
ella  creía  que  él  ni  ninguno  de  los  que  con  él  iban  no 
saldrían  de  la  tierra;  y  que  si  alguno  saliese,  que  haría 
Dios  por  él  muy  grandes  milagros;  pero  creía  que  fue- 
sen pocos  los  que  escapasen  o  no  ningunos;  y  el  go- 
bernador entonces  le  respondió  que  él  y  todos  los  que 
con  él  entraban  iban  a  pelear  y  conquistar  muchas  y 
muy  extrañas  gentes  y  tierras,  y  que  tenía  por  muy 
cierto  que  conquistándolas  habían  de  morir  muchos; 
pero  aquellos  que  quedasen  serían  de  buena  ventura  y 
quedarían  muy  ricos,  por  la  noticia  que  él  tenía  de  la 


148  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

riqueza  que  en  aquella  tierra  había;  y  díjole  más,  que 
le  rogfaba  que  ella  le  dijese  las  cosas  que  había  dicho 
pasadas  y  presentes,  ¿quién  se  las  había  dicho?  Ella  le 
respondió,  y  dijo  que  en  Castilla  una  mora  de  Horna- 
chos se  lo  había  dicho,  lo  cual  antes  que  partiésemos 
de  Castilla  nos  lo  había  a  nosotros  dicho,  y  nos  había 
suscedido  todo  el  viaje  de  la  misma  manera  que  ella 
nos  había  dicho.  Y  después  de  haber  dejado  el  gober- 
nador por  su  teniente  y  capitán  de  todos  los  navios  y 
gente  que  allí  dejaba  a  Carvallo,  natural  de  Cuenca, 
de  Huete,  nosotros  nos  partimos  de  ellos,  dejándoles 
el  gobernador  mandado  que  luego  en  todas  maneras 
se  recogiesen  todos  a  los  navios  y  siguiesen  su  viaje 
derecho  la  vía  del  Panuco,  y  yendo  siempre  costeando 
la  costa  y  buscando  lo  mejor  que  ellos  pudiesen  el 
puerto,  para  que  en  hallándolo  parasen  en  él  y  nos  es- 
perasen. En  aquel  tiempo  que  ellos  se  recogían  en  los 
navios,  dicen  que  aquellas  personas  que  allí  estaban 
vieron  y  oyeron  todos  muy  claramente  cómo  aquella 
mujer  dijo  a  las  otras  que,  pues  sus  maridos  entraban 
por  la  tierra  adentro  y  ponían  sus  personas  en  tan  gran 
peligro,  no  hiciesen  en  ninguna  manera  cuenta  de  ellos; 
y  que  luego  mirasen  con  quién  se  habían  de  casar, 
porque  ella  así  lo  había  de  hacer,  y  así  lo  hizo;  que  ella 
y  las  demás  se  casaron  y  amancebaron  con  los  que  que- 
daron en  los  navios;  y  después  de  partidos  de  allí  los 
navios,  hicieron  vela  y  siguieron  su  viaje,  y  nOj.hallaron 
el  puerto  adelante  y  volvieron  atrás;  y  cinco  leguas 
más  abajo  de  donde  habíamos  desembarcado  hallaron 
el  puerto,  que  entraba  siete  o  ocho  leguas  la  tierra 
adentro,  y  era  el  mismo  que  nosotros  habíamos  descu- 
bierto (1),  adonde  hallamos  las  cajas  de  Castilla  que 
atrás  se  ha  dicho,  a  do  estaban  los  cuerpos  de  los  hom- 
bres muertos,  los  cuales  eran  cristianos;  y  en  este  puer- 
to y  esta  costa  anduvieron  los  tres  navios  y  el  otro  que 


(1)     Es  la  actual  bahía  de  Tampa,  en  la  Florida. 


XXXVIII  NAUFRAGIOS  149 

vino  de  La  Habana  y  el  bergantín  buscándonos  cerca 
de  un  año;  y  como  no  nos  hallaron,  fuéronse  a  la  Nue- 
va España.  Este  puerto  que  decimos  es  el  mejor  del 
mundo,  y  entra  la  tierra  adentro  siete  o  ocho  leguas,  y 
tiene  seis  brazas  a  la  entrada  y  cerca  de  tierra  tiene 
cinco,  y  es  lama  el  suelo  de  él,  y  no  hay  mar  dentro  ni 
tormenta  brava,  que  como  los  navios  que  cabrán  en  él 
son  muchos,  tiene  muy  gran  cantidad  de  pescado.  Está 
cien  leguas  de  La  Habana,  que  es  un  pueblo  de  cristia- 
nos en  Cuba,  y  está  a  norte  sur  con  este  pueblo,  y  aquí 
reinan  las  brisas  siempre,  y  van  y  vienen  de  una  parte 
a  otra  en  cuatro  días,  porque  los  navios  van  y  vienen 
a  cuartel. 

Y  pues  he  dado  relación  de  los  navios,  será  bien 
que  diga  quién  son  y  de  qué  lugar  de  estos  reinos,  los 
que  nuestro  Señor  fué  servido  de  escapar  de  estos  tra- 
bajos. El  primero  es  Alonso  del  Castillo  Maldonado, 
natural  de  Salamanca,  hijo  del  doctor  Castillo  y  de 
doña  Aldonza  Maldonado.  El  segundo  es  Andrés  Do- 
rantes, hijo  de  Pablo  Dorantes,  natural  de  Béjar  y  ve- 
cino de  Gibraleón.  El  tercero  es  Alvar  Núñez  Cabeza 
de  Vaca,  hijo  de  Francisco  de  Vera  y  nieto  de  Pedro 
de  Vera,  el  que  ganó  a  Canaria,  y  su  madre  se  llama- 
ba doña  Teresa  Cabeza  de  Vaca,  natural  de  Jerez  de 
la  Frontera.  El  cuarto  se  llama  Estebanico  (1);  es  negro 
alárabe,  natural  de  Azamor. 

DEO     GRACIAS 


(1)  Los  relatos  de  Alvar  Núñez  acerca  de  los  países  y  pueblos 
por  que  pasara  provocaron  repetidas  expediciones  al  norte  de 
Nueva  Galicia,  y  fueron  así  descubiertos  Arizona,  Nuevo  Méjico, 
Kansas,  Colorado,  etc.,  es  decir,  gran  parte  del  sur  y  sureste  de 
los  actuales  Estados  Unidos 

Estebanico  el  negro  tomó  parte,  sirviendo  de  guía  y  lengua  a 
fray  Marcos  de  Niza,  en  el  descubrimiento  de  Nuevo  Méjico. 


COMENTARIOS 

DE 

ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA 

ADELANTADO    Y    GOBERNADOR    DEL    RÍO    DE    LA    PLATA 

ESCRIPTOS  POR  PERO  HERNÁNDEZ,  ESCRIBANO   Y  SECRETARIO  DE 

LA  PROVINCIA,  Y  DIRIGIDOS    AL  SERENÍSIMO,  MUY   ALTO    Y  MUY 

PODEROSO  SEÑOR  EL  INFANTE   DON    CARLOS  N.  S. 


CAPITULO  P¿RIMERO 


De  los  comentarios  de  Alvar  Núñez  Cabeza  de  Vaca. 


Después  que  Dios  nuestro  Señor  fué  servido  de  sa- 
car a  Alvar  Núñez  Cabeza  de  Vaca  del  captiverio  y 
trabajos  que  tuvo  diez  años  en  la  Florida  y  vino  a  estos 
reinos  en  el  año  del  Señor  de  1537,  donde  estuvo  has- 
ta el  año  de  40,  en  el  cual  vinieron  a  esta  corte  de  Su 
Majestad  personas  del  Río  de  la  Plata  a  dar  cuenta  a 
Su  Majestad  del  suceso  de  la  armada  que  allí  había  en- 
viado don  Pedro  de  Mendoza  (1),  y  de  los  trabajos  en 
que  estaban  los  que  de  ellos  escaparon,  y  á  le  suplicar 
fuese  servido  de  los  proveer  y  socorrer,  antes  que  todos 
peresciesen  (porque  ya  quedaban  pocos  de  ellos).  Y  sa- 
bido por  Su  Majestad,  mandó  que  se  tomase  cierto 
asiento  y  capitulación  con  Alvar  Núñez  Cabeza  de  Vaca 
para  que  fuese  a  socorrellos;  el  cual  asiento  y  capitula- 
ción se  efectuó,  mediante  que  el  dicho  Cabeza  de  Vaca 
se  ofresció  de  los  ir  a  socorrer,  y  que  gastaría  en  la  jor- 
nada y  socorro  que  así  había  de  hacer,  en  caballos,  ar- 
mas, ropas  y  bastimentos  y  otras  cosas,  ocho  mil  duca- 
dos, y  por  la  capitulación  y  asiento  que  con  Su  Majestad 
tomó,  le  hizo  merced  de  la  gobernación  y  de  la  capita- 


(1)  En  1534  fué  nombrado  adelantado  del  Río  de  la  Plata  don 
Pedro  de  Mendoza,  y  en  1  de  septiembre  del  mismo  año  partió  de 
Sanlúcar  con  una  poderosa  armada.  La  expedición  fué  harto  des- 
dichada, sin  más  rasgos  salientes  que  la  fundación  de  Buenos 
Aires,  Santa  María  de  Buenos  Aires,  y  la  exploración  del  Río  de  la 
Plata  y  Paraná  por  el  asesino  Juan  de  Ayolas.  Mendoza,  de  salud 
precaria,  murió,  y  fué  sepulto  en  el  mar,  de  reg-reso  a  España. 


154  ALVAR    NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP. 

nía  gfeneral  de  aquella  tierra  y  provincia,  con  título  de 
adelantado  de  ella;  y  asímesmo  le  hizo  merced  del  do- 
zavo de  todo  lo  que  en  la  tierra  y  provincia  se  hobiese 
y  lo  que  en  ella  entrase  y  saliese,  con  tanto  que  el  dicho 
Alvar  Núñez  gastase  en  la  jornada  los  dichos  ocho  mil 
ducados;  y  así,  él,  en  cumplimiento  del  asiento  que 
con  Su  Majestad  hizo,  se  partió  luego  a  Sevilla,  para 
poner  en  obra  lo  capitulado  y  proveerse  para  el  dicho 
socorro  y  armada;  y  para  ello  mercó  dos  naos  y  una 
carabela  para  con  otra  que  le  esperaba  en  Canaria;  la 
una  nao  de  éstas  era  nueva  del  primer  viaje,  y  era  de 
trescientos  y  cincuenta  toneles,  y  la  otra  era  de  ciento  y 
cincuenta;  los  cuales  navios  aderezó  muy  bien  y  pro- 
veyó de  muchos  bastimentos  y  pilotos  y  marineros,  y 
hizo  cuatrocientos  soldados  bien  aderezados,  cual  con- 
venía para  el  socorro;  y  todos  los  que  se  ofrecieron  a 
ir  en  la  jornada  llevaron  las  armas  dobladas.  Estuvo  en 
mercar  y  proveer  los  navios  desde  el  mes  de  mayo  hasta 
en  fin  de  septiembre,  y  estuvieron  prestos  para  poder 
navegar,  y  con  tiempos  contrarios  estuvo  detenido  en 
la  ciudad  de  Cádiz  desde  en  fin  de  septiembre  hasta 
2  de  noviembre,  que  se  embarcó  y  hizo  su  viaje,  y  en 
nueve  días  llegó  a  la  isla  de  la  Palma,  a  do  desembarcó 
con  toda  la  gente,  y  estuvo  allí  veinte  y  cinco  días  es- 
perando tiempo  para  seguir  su  camino,  y  al  cabo  de 
ellos  se  embarcó  para  Cabo  Verde,  y,  en  el  camino,  la 
nao  capitana  hizo  un  agua  muy  grande,  y  fué  tal,  que 
subió  dentro  en  el  navio  doce  palmos  en  alto,  y  se  mo- 
jaron y  perdieron  más  de  quinientos  quintales  de  biz- 
cocho, y  se  perdió  mucho  aceite  y  otros  bastimentos; 
lo  cual  los  puso  en  mucho  trabajo;  y  así,  fueron  con  ella 
dando  siempre  a  la  bomba  de  día  y  de  noche,  hasta 
que  llegaron  a  la  isla  de  Santiago  (que  es  una  de  las 
islas  de  Cabo  Verde),  y  allí  desembarcaron  y  sacaron  los 
caballos  en  tierra,  por  que  se  refrescasen  y  descansasen 
del  trabajo  que  hasta  allí  habían  traído,  y  también  por- 
que se  había  de  descargar  la  nao  para  remediar  el  agua 


I  COMENTARIOS  155 

que  hacía;  y  descargada,  el  maestre  de  ella  la  estancó, 
porque  era  el  mejor  buzo  que  había  en  España.  Vinie- 
ron desde  la  Palma  hasta  esta  isla  de  Cabo  Verde  en 
diez  días,  que  hay  de  la  una  a  la  otra  trescientas  leguas. 
En  esta  isla  hay  muy  mal  puerto,  porque  a  do  surgen  y 
echan  las  anclas  hay  abajo  muchas  peñas,  las  cuales 
roen  los  cabos  que  llevan  atadas  las  anclas,  y  cuando 
las  van  a  sacar  quédanse  allá  las  anclas;  y  por  esto  di- 
cen los  marineros  que  aquel  puerto  tiene  muchos  rato- 
nes, porque  les  roen  los  cabos  que  llevan  las  anclas;  y 
por  esto  es  muy  peligroso  puerto  para  los  navios  que 
allí  están,  si  les  toma  alguna  tormenta.  Esta  isla  es  vi- 
ciosa y  muy  enferma  de  verano;  tanto,  que  la  mayor 
parte  de  los  que  allí  desembarcan  se  mueren  en  pocos 
días  que  allí  estén;  y  el  armada  estuvo  allí  veinte  y  cin- 
co días,  en  los  cuales  no  se  murió  ningún  hombre  de 
ella,  y  de  esto  se  espantaron  los  de  la  tierra,  y  lo  tuvie- 
ron por  gran  maravilla;  y  los  vecinos  de  aquella  isla  les 
hicieron  muy  buen  acogimiento,  y  ella  es  muy  rica  y 
tiene  muchos  doblones  más  que  reales,  los  cuales  les 
dan  los  que  van  a  mercar  los  negros  para  las  Indias,  y 
les  daban  cada  doblón  por  veinte  reales. 


CAPITULO   II 

De  cómo  partimos  de  la  isla  de  Cabo  Verde. 


Remediada  el  agua  de  la  nao  capitana  y  proveídas 
las  cosas  necesarias  de  ag^ua  y  carne  y  otras  cosas,  nos 
embarcamos  en  seguimiento  de  nuestro  viaje,  y  pasa- 
mos la  línea  equinoccial;  y  yendo  navegando  requirió 
el  maestre  el  agua  que  llevaba  la  nao  capitana,  y  de 
cien  botas  que  metió  no  halló  más  de  tres,  y  habían  de 
beber  de  ellas  cuatrocientos  hombres  y  treinta  caba- 
llos. Y  vista  la  necesidad  tan  grande,  el  gobernador 
mandó  que  tomase  la  tierra,  y  fueron  tres  días  en  de- 
manda de  ella;  y  al  cuarto  día,  un  hora  antes  que  ama- 
neciese, acaesció  una  cosa  admirable,  y  porque  no  es 
fuera  de  propósito,  la  porné  aquí,  y  es  que  yendo  con 
los  navios  a  dar  en  tierra  en  unas  peñas  muy  altas,  sin 
que  lo  viese  ni  sintiese  ninguna  persona  de  los  que  ve- 
nían en  los  navios,  comenzó  a  cantar  un  grillo,  el  cual 
metió  en  la  nao  en  Cádiz  un  soldado  que  venía  malo 
con  deseo  de  oír  la  música  del  grillo,  y  había  dos  meses 
y  medio  que  navegábamos  y  no  lo  habíamos  oído  ni 
sentido,  de  lo  cual  el  que  lo  metió  venía  muy  enojado, 
y  como  aquella  mañana  sintió  la  tierra,  comenzó  a  can- 
tar, y  a  la  música  de  él  recordó  toda  la  gente  de  la  nao 
y  vieron  las  peñas,  que  estaban  un  tiro  de  ballesta  de 
la  nao,  y  comenzaron  a  dar  voces  para  que  echasen  an- 
clas, porque  íbamos  al  través  a  dar  en  las  peñas;  y  así, 
las  echaron,  y  fueron  causa  que  no  nos  perdiésemos; 
que  es  cierto,  si  el  grillo  no  cantara  nos  ahogáramos 
cuatrocientos  hombres  y  treinta  caballos;  y  entre  todos 


CAP.  II  COMENTARIOS  157 

se  tuvo  por  milagro  que  Dios  hizo  por  nosotros;  y  de 
ahí  en  adelante,  yendo  navegando  por  más  de  cien  le- 
guas por  luengo  de  costa,  siempre  todas  las  noches  el 
grillo  nos  daba  su  música;  y  así,  con  ella  llegó  el  arma- 
da a  un  puerto  que  se  llamaba  la  Cananea  (1),  que  está 
pasado  el  Cabo  Frío,  que  estará  en  veinte  y  cuatro  gra- 
dos de  altura.  Es  buen  puerto;  tiene  unas  islas  a  la  boca 
de  él;  es  limpio,  y  tiene  once  brazas  de  hondo.  Aquí 
tomó  el  gobernador  la  posesión  de  él  por  Su  Majestad; 
y  después  de  tomada,  partió  de  allí,  y  pasó  por  el  río  y 
bahía  que  dicen  de  San  Francisco,  el  cual  está  veinte  y 
cinco  leguas  de  la  Cananea,  y  de  alh'  fué  el  armada  a  des- 
embarcar en  la  isla  de  Santa  Catalina  (2),  que  está  vein- 
te y  cinco  leguas  del  río  de  San  Francisco,  y  llegó  a  la 
isla  de  Santa  Catalina,  con  hartos  trabajos  y  fortunas 
que  por  el  camino  pasó,  y  llegó  allí  a  29  días  del  mes 
de  marzo  de  1541.  Está  la  isla  de  Santa  Catalina  en 
veinte  y  ocho  grados  de  altura  escasos. 


(1)  Aun  conserva  su  nombre. 

(2)  Conserva  este  mismo  nombre. 


CAPITULO   III 


Que  trata  de  cómo  el  gobernador  llegó  con  su  armada  a  la  isla  de 
Santa  Catalina,  que  es  en  el  Brasil,  y  desembarcó  allí  con  su 
armada. 


Llegado  que  hobo  el  gobernador  con  su  armada  a  la 
isla  de  Santa  Catalina,  mandó  desembarcar  toda  la  gen- 
te que  consigo  llevaba,  y  veinte  y  seis  caballos  que  es- 
caparon de  la  mar,  de  los  cuarenta  y  seis  que  en  España 
embarcó,  para  que  en  tierra  se  reformasen  de  los  tra- 
bajos que  habían  rescebido  con  la  larga  navegación,  y 
para  tomar  lengua  y  informarse  de  los  indios  naturales 
de  aquella  tierra,  porque  por  ventura  acaso  podrían  sa- 
ber del  estado  en  que  estaba  la  gente  española  que 
iban  a  socorrer,  que  residía  en  la  provincia  del  Río  de 
la  Plata;  y  dio  a  entender  a  los  indios  cómo  iba  por 
mandado  de  Su  Majestad  a  hacer  el  socorro,  y  tomó 
posesión  dé  ella  en  nombre  y  por  Su  Majestad,  y  asi- 
mismo del  puerto  que  se  dice  de  la  Cananea,  que  está 
en  la  costa  del  Brasil,  en  veinte  y  cinco  grados,  poco 
más  o  menos.  Está  este  puerto  cincuenta  leguas  de  la 
isla  de  Santa  Catalina;  y  en  todo  el  tiempo  que  el  go- 
bernador estuvo  en  la  isla,  a  los  indios  naturales  de 
ella  y  de  otras  partes  de  la  costa  del  Brasil  (vasallos  de 
Su  Majestad)  les  hizo  muy  buenos  tratamientos;  y  de 
estos  indios  tuvo  aviso  cómo  catorce  leguas  de  la  isla, 
donde  dicen  el  Biaza,  estaban  dos  frailes  franciscos, 
llamados  el  uno  fray  Bernaldo  de  Armenta,  natural  de 
Córdoba,  y  el  otro  fray  Alonso  Lebrón,  natural  de  la 
Gran  Canaria;  y  dende  a  pocos  días  estos  frailes  se  vi- 


CAP.  III  COMENTARIOS  159 

nieron  donde  el  gobernador  y  su  gente  estaban  muy 
escandalizados  y  atemorizados  de  los  indios  de  la  tie- 
rra, que  los  querían  matar,  a  causa  de  haberles  quema- 
do ciertas  casas  de  indios,  y  por  razón  de  ello  habían 
muerto  a  dos  cristianos  que  en  aquella  tierra  vivían;  y 
bien  informado  el  gobernador  del  caso,  procuró  sose- 
gar y  pacificar  los  indios,  y  recogió  los  frailes,  y  puso 
paz  entre  ellos,  y  les  encargó  a  los  frailes  tuviesen 
cargo  de  doctrinar  los  indios  de  aquella  tierra  y  isla. 


CAPITULO  IV 

De  cómo  vinieron  nueve  cristianos  a  la  isla. 

Y  prosiguiendo  el  gfobernador  en  el  socorro  de  los 
españoles,  por  el  mes  de  mayo  del  año  de  1541  envió 
una  carabela  con  Felipe  de  Cáceres,  contador  de  Vues- 
tra Majestad,  para  que  entrase  por  el  río  que  dicen  de 
la  Plata  a  visitar  el  pueblo  que  don  Pedro  de  Mendoza 
allí  fundó,  que  se  llama  Buenos  Aires;  y  porque  a  aque- 
lla sazón  era  invierno  y  tiempo  contrario  para  la  nave- 
gfación  del  río,  no  pudo  entrar,  y  se  volvió  a  la  isla  de 
Santa  Catalina,  donde  estaba  el  gobernador,  y  allí  vi- 
nieron nueve  cristianos  españoles,  los  cuales  vinieron 
en  un  batel  huyendo  del  pueblo  de  Buenos  Aires,  por 
los  malos  tratamientos  que  les  hacían  los  capitanes  que 
residían  en  la  provincia,  de  los  cuales  se  informó  del 
estado  en  que  estaban  los  españoles  que  en  aquella 
tierra  residían,  y  le  dijeron  que  el  pueblo  de  Buenos 
Aires  estaba  poblado  y  reformado  de  gente  y  bastimen- 
tos, y  que  Juan  de  Ayolas,  a  quien  don  Pedro  de  Men- 
doza había  enviado  a  descubrir  la  tierra  y  poblaciones 
de  aquella  provincia,  al  tiempo  que  volvía  del  descu- 
brimiento, viniéndose  a  recoger  a  ciertos  bergantines 
que  había  dejado  en  el  puerto  que  puso  por  nombre 
de  la  Candelaria,  que  es  en  el  río  del  Paraguay,  de  una 
generación  de  indios  que  viven  en  el  dicho  río,  que  se 
llaman  payaguos  (1),  le  mataron  a  él  y  a  todos  los  cris- 

(1)  Los  payaguos  o  pay aguas,  habitantes  del  Paraguay,  eran 
tribus  esencialmente  pescadoras  y  nadadoras  excelentes.  Tenían 
tomemismo  (ciertos  peces  les  eran  sagrados)  y  practicaban  la  exo- 
gamia. 


CAP.  IV  COMENTARIOS  161 

tianos,  con  otros  muchos  indios  que  traía  de  la  tierra 
adentro  con  las  cargas,  de  la  generación  de  unos  indios 
que  se  llaman  chameses;  y  que  de  todos  los  cristianos 
y  indios  había  escapado  un  mozo  de  la  generación  de 
los  chameses,  a  causa  de  no  haber  hallado  en  el  dicho 
puerto  de  la  Candelaria  los  bergantines  que  allí  había 
dejado  que  le  aguardasen  hasta  el  tiempo  de  su  vuelta, 
según  lo  había  mandado  y  encargado  a  un  Domingo  de 
Irala,  vizcaíno,  a  quien  dejó  por  capitán  en  ellos;  el 
cual,  antes  de  ser  vuelto  el  dicho  Juan  de  Ayolas,  se 
había  retirado,  y  desamparado  el  puerto  de  la  Candela- 
ria; por  manera  que  por  no  los  hallar  el  dicho  Juan  de 
Ayolas  para  recogerse  en  él,  los  indios  los  habían  des- 
baratado y  muerto  a  todos,  por  culpadel  dicho  Domingo 
de  Irala,  vizcaíno,  capitán  de  los  bergantines;  y  asi- 
mismo le  dijeron  y  hicieron  saber  cómo  en  la  ribera  del 
río  del  Paraguay,  ciento  y  veinte  leguas  más  bajo  del 
puerto  de  la  Candelaria,  estaba  hecho  y  asentado  un 
pueblo,  que  se  llama  la  ciudad  de  la  Ascensión,  en 
amistad  y  concordia  de  una  generación  de  indios  que 
se  llaman  caríos,  donde  residía  la  mayor  parte  de  la 
gente  española  que  en  la  provincia  estaba;  y  que  en  el 
pueblo  y  puerto  de  Buenos  Aires,  que  es  en  el  río  del 
Paraná,  estaban  hasta  sesenta  cristianos,  dende  el  cual 
puerto  hasta  la  ciudad  de  la  Ascensión,  que  es  en  el  río 
del  Paraguay,  había  trescientas  y  cincuenta  leguas  por 
el  río  arriba,  de  muy  trabajosa  navegación;  y  que  es- 
taba por  teniente  de  gobernador  en  la  tierra  y  provin- 
cia Domingo  de  Irala,  vizcaíno,  por  quien  sucedió  la 
muerte  y  perdición  de  Juan  de  Ayolas  y  de  todos  los 
cristianos  que  consigo  llevó;  y  también  le  dijeron  y  in- 
formaron que  Domingo  de  Irala  dende  la  ciudad  de  la 
Ascensión  había  subido  por  el  río  del  Paraguay  arriba 
con  ciertos  bergantines  y  gentes,  diciendo  que  iba  a 
buscar  y  dar  socorro  a  Juan  de  Ayolas,  y  había  entrado 
por  tierra  muy  trabajosa  de  aguas  y  ciénagas,  a  cuya 
causa  no  había  podido  entrar  por  la  tierra  adentro,  y 

CABEZA   DE    VACA.  —  NAUFRAGIQ5  H 


162  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP.  IV 

se  había  vuelto  y  había  tomado  presos  seis  indios  de  la 
generación  de  los  payaguos,  que  fueron  los  que  mata- 
ron a  Juan  de  Ayolas  y  cristianos;  de  los  cuales  prisio- 
neros se  informó  y  certificó  de  la  muerte  de  Juan  de 
Ayolas  y  cristianos,  y  cómo  al  tiempo  había  venido  a  su 
poder  ün  indio  chañe  (1),  llamado  Gonzalo,  que  escapó 
cuando  mataron  a  los  de  su  generación  y  cristianos  que 
venían  con  ellos  con  las  cargas,  el  cual  estaba  en  poder 
de  los  indios  payaguos  captivo;  y  Domingo  de  Irala  se 
retiró  de  la  entrada,  en  la  cual  se  le  murieron  sesenta 
cristianos  de  enfermedad  y  malos  tratamientos;  y  otrosí, 
que  los  oficiales  de  Su  Majestad  que  en  la  tierra  y  pro- 
vincia residían  habían  hecho  y  hacían  muy  grandes 
agravios  a  los  españoles  pobladores  y  conquistadores, 
y  a  los  indios  naturales  de  la  dicha  provincia,  vasallos  de 
Su  Majestad,  de  que  estaban  muy  descontentos  y  desa- 
sogados;  y  que  por  esta  causa,  y  porque  asimismo  los 
capitanes  los  maltrataban,  ellos  habían  hurtado  un  ba- 
tel en  el  puerto  de  Buenos  Aires,  y  se  habían  venido 
huyendo,  con  intención  y  propósito  de  dar  aviso  a  Su 
Majestad  de  todo  lo  que  pasaba  en  la  tierra  y  provin- 
cia; a  los  cuales  nueve  cristianos,  porque  venían  des- 
nudos, el  gobernador  los  vistió  y  recogió,  para  volver- 
los consigo  a  la  provincia,  por  ser  hombres  provechosos 
y  buenos  marineros,  y  porque  entre  ellos  había  un  pi- 
loto para  la  navegación  del  río. 


(1)  La  nación  charrúa  comprendía  tribus  numerosas,  entre  las 
que  se  incluyen  los  chañes.  Eran  tribus  ferozmente  gfuerreras,  que 
usaban  de  las  flechas  y  de  las  bolas;  han  dejado  honda  memoria 
sangrienta  en  sus  luchas  con  los  españoles.  Habitantes  de  selvas, 
eran  diestros  cazadores,  nómadas,  de  ranchos  misérrimos,  desco- 
nocedores de  la  alfarería;  dados  a  trampas  y  astucias  en  la  caza  y 
en  la  gtierra. 


CAPITULO  V 

De  cómo  el  gobernador  dio  priesa  a  su  camino. 

El  gobernador,  habida  relación  de  los  nueve  cristia- 
nos, le  paresció  que  para  con  mayor  brevedad  soco- 
rrer a  los  que  estaban  en  la  ciudad  de  la  Ascención  y 
a  los  que  residían  en  el  puerto  de  Buenos  Aires,  debía 
buscar  camino  por  la  Tierra  Firme  desde  la  isla,  para 
poder  entrar  por  él  a  las  partes  y  lugares  ya  dichos,  do 
estaban  los  cristianos,  y  que  por  la  mar  podrían  ir  los 
navios  al  puerto  de  Buenos  Aires,  y  contra  la  voluntad 
y  parescer  del  contador  Felipe  de  Cáceres  y  del  piloto 
Antonio  López,  que  querían  que  fuera  con  toda  el  ar- 
mada al  puerto  de  Buenos  Aires,  dende  la  isla  de  Santa 
Catalina  envió  al  factor  Pedro  Dorantes  a  descubrir  y 
buscar  camino  por  la  Tierra  Firme  y  porque  se  descu- 
briese aquella  tierra;  en  el  cual  descubrimiento  le  ma- 
taron al  rey  de  Portugal  mucha  gente  los  indios  natu- 
rales; el  cual  dicho  Pedro  Dorantes,  por  mandado  del 
gobernador,  partió  con  ciertos  cristianos  españoles  y 
indios,  que  fueron  con  él  para  le  guiar  y  acompañar  en 
el  descubrimiento.  A  cabo  de  tres  meses  y  medio  que 
el  factor  Pedro  Dorantes  hobo  partido  a  descubrir  la 
tierra,  volvió  a  la  isla  de  Santa  Catalina,  donde  el  go- 
bernador le  quedaba  esperando;  y  entre  otras  cosas  de 
su  relación  dijo  que,  habiendo  atravesado  grandes  sie- 
rras y  montañas  y  tierra  muy  despoblada,  había  llegado 
a  do  dicen  el  Campo,  que  dende  allí  comienza  la  tierra 
poblada,  y  que  los  naturales  de  la  isla  dijeron  que  era 
más  segura  y  cercana  la  entrada  para  llegar  a  la  tierra 


164  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP.  V 

poblada  por  un  río  arriba,  que  se  dice  Itabucu,  que 
está  en  la  punta  de  la  isla,  a  diez  y  ocho  o  veinte  leguas 
del  puerto.  Sabido  esto  por  el  gobernador,  luego  envió 
a  ver  y  descubrir  el  río  y  la  tierra  firme  de  él  por  donde 
había  de  ir  caminando;  el  cual  visto  y  sabido,  deter- 
minó de  hacer  por  allí  la  entrada,  así  para  descubrir 
aquella  tierra  que  no  se  había  visto  ni  descubierto, 
como  por  socorrer  más  brevemente  a  la  gente  espa- 
ñola que  estaba  en  la  provincia;  y  así,  acordado  de 
hacer  por  allí  la  entrada,  los  frailes  fray  Bernardo  de 
Armenta  y  fray  Alonso  Lebrón,  su  compañero,  habién- 
doles dicho  el  gobernador  que  se  quedasen  en  la  tierra 
y  isla  de  Santa  Catalina  a  enseñar  y  doctrinar  los  indios 
naturales  y  a  reformar  y  sostener  los  que  habían  bapti- 
zado, no  lo  quisieron  hacer,  poniendo  por  excusa  que 
se  querían  ir  en  su  compañía  del  gobernador,  para  re- 
sidir en  la  ciudad  de  la  Ascensión,  donde  estaban  los 
españoles  que  iba  a  socorrer. 


CAPITULO  VI 

De  cómo  el  gobernador  y  su  gente  comenzaron  a  caminar 
por  la  tierra  adentro. 


Estando  bien  informado  el  gobernador  por  dó  había 
de  hacer  la  entrada  para  descubrir  la  tierra  y  socorrer 
los  españoles,  bien  pertrechado  de  cosas  necesarias 
para  hacer  la  jornada,  a  18  días  del  mes  de  octubre 
del  dicho  año  mandó  embarcar  a  la  gente  que  con  él 
había  de  ir  al  descubrimiento,  con  los  veinte  y  seis 
caballos  y  yeguas  que  habían  escapado  en  la  navega- 
ción dicha;  los  cuales  mandó  pasar  al  río  de  Itabucu,  y 
lo  sojuzgó,  y  tomó  la  posesión  de  él  en  nombre  de  Su 
Majestad,  como  tierra  que  nuevamente  descubría,  y 
dejó  en  la  isla  de  Santa  Catalina  ciento  y  cuarenta  per- 
sonas para  que  se  embarcasen  y  fuesen  por  la  mar  al 
río  de  la  Plata,  donde  estaba  el  puerto  de  Buenos  Aires, 
y  mandó  a  Pedro  de  Estopiñán  Cabeza  de  Vaca,  a  quien 
dejó  allí  por  capitán  de  la  dicha  gente,  que  antes  que 
partiese  de  la  isla  forneciese  y  cargase  la  nao  de  basti- 
mentos, ansí  para  la  gente  que  llevaba  como  para  la 
que  estaba  en  el  puerto  de  Buenos  Aires;  y  a  los  indios 
naturales  de  la  isla,  antes  que  de  ella  partiese  les  dio 
muchas  cosas  porque  quedasen  contentos,  y  de  su  vo- 
luntad se  ofrescieron  cierta  cantidad  de  ellos  a  ir  en 
compañía  del  gobernador  y  su  gente,  así  para  enseñar 
el  camino  como  para  otras  cosas  necesarias,  en  que 
aprovechó  harto  su  ayuda;  y  ansí,  a  2  días  del  mes  de 
noviembre  del  dicho  año,  el  gobernador  mandó  a  toda 
la  gente  que,  demás  del  bastimento  que  los  indios  lle- 
vaban, cada  uno  tomase  lo  que  pudiese  llevar  para  el 


166  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA    DE   VACA  CAP. 

camino;  y  el  mismo  día  el  gobernador  comenzó  a  ca- 
minar con  docientos  y  cincuenta  hombres  arcabuceros 
y  ballesteros,  muy  diestros  en  las  armas,  y  veinte  y  seis 
de  caballo  y  los  dos  frailes  franciscos  y  los  indios  de 
la  isla,  y  envió  la  nao  a  la  isla  de  Santa  Catalina  para 
que  Pedro  de  Estopiñán  Cabeza  de  Vaca  desembar- 
case, y  fuesen  con  la  gente  al  puerto  de  Buenos  Aires; 
y  así,  el  gobernador  fué  caminando  por  la  tierra  aden- 
tro, donde  pasó  grandes  trabajos,  y  la  gente  que  con- 
sigo llevaba,  y  en  diez  y  nueve  días  atravesaron  gran- 
des montañas,  haciendo  grandes  talas  y  cortes  en  los 
montes  y  boáques,  abriendo  caminos  por  donde  la 
gente  y  caballos  pudiesen  pasar,  porque  todo  era  tierra 
despoblada;  y  a  cabo  de  los  dichos  diez  y  nueve  días, 
teniendo  acabados  los  bastimentos  que  sacaron  cuando 
empezaron  a  marchar,  y  no  teniendo  de  comer,  plugo 
a  Dios  que  sin  se  perder  ninguna  persona  de  la  hueste 
descubrieron  las  primeras  poblaciones  que  dicen  del 
Campo,  donde  hallaron  ciertos  lugares  de  indios,  que 
el  señor  y  principal  había  por  nombre  Añiriri,  y  a  una 
jornada  de  este  pueblo  estaba  otro,  donde  había  otro 
señor  y  principal  que  había  por  nombre  Cipoyay,  y 
adelante  de  este  pueblo  estaba  otro  pueblo  de  indios, 
cuyo  señor  y  principal  dijo  llamarse  Tocanguanzu;  y 
como  supieron  los  indios  de  estos  pueblos  de  la  venida 
del  gobernador  y  gente  que  consigo  iba,  lo  salieron  a 
rescebir  al  camino,  cargados  con  muchos  bastimentos, 
muy  alegres,  mostrando  gran  placer  con  su  venida, 
a  los  cuales  el  gobernador  rescibió  con  gran  placer  y 
amor;  y  demás  de  pagarles  el  precio  que  valían,  a  los 
indios  principales  de  los  pueblos  les  dio  graciosamente 
y  hizo  mercedes  de  muchas  camisas  y  otros  rescates, 
de  que  se  tuvieron  por  contentos.  Esta  es  una  gente  y 
generación  que  se  llaman  guaraníes  (1);  son  labradores. 


(1)     Eran  los  guaraníes  una  de  las  más  importantes  y  extensas 
tribus  de  Suramérica.  Su  lengfua,  derivada  de  la  de  los  tupis,  era 


VI  COMENTARIOS  167 

que  siembran  dos  veces  en  el  año  maíz,  y  asimismo 
siembran  cazabi,  crían  gallinas  a  la  manera  de  nuestra 
España,  y  patos;  tienen  en  sus  casas  muchos  papaga- 
yos, y  tienen  ocupada  muy  gran  tierra,  y  todo  es  una 
lengua;  los  cuales  comen  carne  humana,  así  de  indios 
sus  enemigos,  con  quien  tienen  guerra,  como  de  cris- 
tianos, y  aun  ellos  mismos  se  comen  unos  a  otros.  Es 
gente  muy  amiga  de  guerras,  y  siempre  las  tienen  y 
procuran,  y  es  gente  muy  vengativa;  de  los  cuales  pue- 
blos, en  nombre  de  Su  Majestad,  el  gobernador  tomó 
la  posesión,  como  tierra  nuevamente  descubierta,  y  la 
intituló  y  puso  por  nombre  la  provincia  de  Vera,  como 
paresce  por  los  autos  de  la  posesión  que  pasaron  por 
ante  Juan  de  Araoz,  escribano  de  Su  Majestad;  y  hecho 
esto,  a  los  29  días  de  noviembre  partió  el  gobernador  y 
su  gente  del  lugar  de  Tocanguanzu,  y  caminando  a  dos 
jornadas,  a  1.°  día  del  mes  de  diciembre  llegó  a  un  río 
que  los  indios  llaman  Iguazu  (1),  que  quiere  decir  agua 
grande;  aquí  tomaron  los  pilotos  el  altura. 


flexible  y  armoniosa.  Vivían  en  un  grado  medio  de  salvajismo  y 
no  eran,  desde  luego,  de  los  más  civilizados  de  América.  Practi- 
caban sin  freno  el  canibalismo  y  la  poligamia.  Vivían  en  común; 
cultivaban  maíz,  algodón  y  mandioca;  fumaban  tabaco  y  otras  es- 
pecies aromáticas.  Desconocían  el  vestido;  pero  no  el  adorno  ni  la 
música  ni  la  danza.  El  jefe  militar,  morubixaba,  tenía  poder  abso- 
luto en  tiempo  de  guerra,  y  en  el  de  paz,  el  Consejo,  nhimugaha, 
estaba  sobre  él.  Había  dos  castas:  la  de  los  jefes  y  la  popular 
(mhoyás).  Conocían  la  navegación  fluvial  y  enterraban  en  silos 
sus  provisiones  con  ocasión  de  las  crecidas  de  sus  ríos  formidables, 
por  defenderlas  de  sus  estragos. 

Adoraban  un  ser  superior  llamado  Tupa  (¿Quién  eres?),  y  pro- 
piciaban a  espíritus  temerosos. 

(1)     Conserva  todavía  este  nombre. 


CAPITULO  Vil 


Que  trata  de  lo  que  pasó  el  g-obernador  y  su  gente  por  el  camino, 
y  de  la  manera  de  la  tierra. 


De  aqueste  río  llamado  Iguazu,  el  gobernador  y  su 
gente  pasaron  adelante  descubriendo  tierra,  y  a  3  días 
del  mes  de  diciembre  llegaron  a  un  río  que  los  indios 
llaman  Tibagi.  Es  un  río  enladrillado  de  losas  grandes, 
solado,  puestas  en  tanta  orden  y  concierto  como  si  a 
mano  se  hobieran  puesto.  En  pasar  de  la  otra  parte  de 
este  río  se  rescibió  gran  trabajo,  porque  la  gente  y  ca- 
ballos resbalaban  por  las  piedras  y  no  se  podían  tener 
sobre  los  pies,  y  tomaron  por  remedio  pasar  asidos  unos 
a  otros;  y  aunque  el  río  no  era  muy  hondable,  corría  el 
agua  con  gran  furia  y  fuerza.  De  dos  leguas  cerca  de 
este  río  vinieron  los  indios  con  mucho  placer  a  traer  a 
la  hueste  bastimentos  para  la  gente;  por  manera  que 
nunca  les  faltaba  de  comer,  y  aun  a  veces  lo  dejaban 
sobrado  por  los  caminos.  Lo  cual  causó  dar  el  gober- 
nador a  los  indios  tanto  y  ser  con  ellos  tan  largo,  espe- 
cialmente con  los  principales,  que,  demás  de  pagarles 
los  mantenimientos  que  le  traían,  les  daba  graciosa- 
mente muchos  rescates,  y  les  hacía  muchas  mercedes 
y  todo  buen  tratamiento;  en  tal  manera,  que  corría  la 
fama  por  la  tierra  y  provincia,  y  todos  los  naturales 
perdían  el  temor  y  venían  a  ver  y  traer  todo  lo  que  te- 
nían, y  se  lo  pagaban,  según  es  dicho.  Este  mismo  día, 
estando  cerca  de  otro  lugar  de  indios  que  su  principal 
señor  se  dijo  llamar  Tapapirazu,  llegó  un  indio  natural 
de  la  costa  del  Brasil,  que  se  llamaba  Miguel,  nueva- 


CAP.  VII  COMENTARIOS  169 

mente  convertido,  el  cual  venía  de  la  ciudad  de  la  As- 
censión, donde  residían  los  españoles  que  iban  a  soco- 
rrer; el  cual  se  venía  a  la  costa  del  Brasil  porque  había 
mucho  tiempo  que  estaba  con  los  españoles;  con  el 
cual  se  holgó  mucho  el  gobernador,  porque  de  él  fué 
bien  informado  del  estado  en  que  estaba  la  provincia  y 
los  españoles  y  naturales  de  ella,  por  el  muy  grande  pe- 
ligro en  que  estaban  los  españoles  a  causa  de  la  muerte 
de  Juan  de  Ayolas,  como  de  otros  capitanes  y  gente 
que  los  indios  habían  muerto;  y  habida  relación  de  este 
indio,  de  su  propia  voluntad  quiso  volverse  en  compañía 
del  gobernador  a  la  ciudad  de  la  Ascensión,  de  donde 
él  se  venía,  para  guiar  la  gente  y  avisar  del  camino  por 
donde  habían  de  ir;  y  dende  aquí  el  gobernador  mandó 
despedir  y  volver  los  indios  que  salieron  de  la  isla  de 
Santa  Catalina  en  su  compañía.  Los  cuales,  así  por  los 
buenos  tratamientos  que  les  hizo  como  por  las  mu- 
chas dádivas  que  les  dio,  se  volvieron  muy  contentos 
y  alegres. 

Y  porque  la  gente  que  en  su  compañía  llevaba  el 
gobernador  era  falta  de  experiencia,  porque  no  hicie- 
sen daños  ni  agravios  a  los  indios,  mandóles  que  no 
contratasen  ni  comunicasen  con  ellos  ni  fuesen  a  sus 
casas  y  lugares,  por  ser  tal  su  condición  de  los  indios, 
que  de  cualquier  cosa  se  alteran  y  escandalizan,  de 
donde  podía  resultar  gran  daño  y  desasosiego  en  toda 
la  tierra;  y  asimesmo  mandó  que  todas  las  personas 
que  los  entendían  que  traía  en  su  compañía  contrata- 
sen con  los  indios  y  les  comprasen  los  bastimientos 
para  toda  la  gente,  todo  a  costa  del  gobernador;  y  así, 
cada  día  repartía  entre  la  gente  los  bastimentos  por 
su  propia  persona,  y  se  los  daba  graciosamente  sin 
interés  alguno. 

Era  cosa  muy  de  ver  cuan  temidos  eran  los  caballos 
por  todos  los  indios  de  aquella  tierra  y  provincia,  que 
del  temor  que  les  habían,  les  sacaban  al  camino  para 
que  comiesen  muchos  mantenimientos,  gallinas  y  miel, 


170  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

diciendo  que  porque  no  se  enojasen  que  ellos  les  da- 
rían muy  bien  de  comer;  y  por  los  sosegar,  que  no  des- 
amparasen sus  pueblos,  asentaban  el  real  muy  aparta- 
do de  ellos,  y  porque  los  cristianos  no  les  hiciesen 
fuerzas  ni  agravios.  Y  con  esta  orden,  y  viendo  que  el 
gobernador  castigaba  a  quien  en  algo  los  enojaba,  ve- 
nían todos  los  indios  tan  seguros  con  sus  mujeres  y  hi- 
jos, que  era  cosa  de  ver;  y  de  muy  lejos  venían  cargados 
con  mantenimientos  sólo  por  ver  los  cristianos  y  los 
caballos,  como  gente  que  nunca  tal  había  visto  pasar 
por  sus  tierras. 

Yendo  caminando  por  la  tierra  y  provincia  el  gober- 
nador y  su  gente,  llegó  a  un  pueblo  de  indios  de  la 
generación  de  los  guaraníes,  y  salió  el  señor  principal 
de  este  pueblo  al  camino  con  toda  su  gente,  muy  ale- 
gre a  rescebillo,  y  traían  miel,  patos  y  gallinas,  y  harina 
y  maíz;  y  por  lengua  de  los  intérpretes  les  mandaba 
hablar  y  sosegar,  agradesciéndoles  su  venida,  pagán- 
doles lo  que  traían,  de  que  recebía  mucho  contenta- 
miento; y  allende  de  esto,  al  principal  de  este  pueblo, 
que  se  decía  Pupebaje,  mandó  dar  graciosamente  al- 
gunos rescates  de  tijeras  y  cuchillos  y  otras  cosas,  y  de 
allí  pasaron  prosiguiendo  el  camino,  dejando  los  indios 
de  este  pueblo  tan  alegres  y  contentos,  que  de  placer 
bailaban  y  cantaban  por  todo  el  pueblo. 

A  los  7  del  mes  de  diciembre  llegaron  a  un  río 
que  los  indios  llaman  Tacuari.  Este  es  un  río  que  lleva 
buena  cantidad  de  agua  y  tiene  buena  corriente;  en  la 
ribera  del  cual  hallaron  un  pueblo  de  indios  que  su 
principal  se  llamaba  Abangobi,  y  él  y  todos  los  indios 
de  su  pueblo,  hasta  las  mujeres  y  niños,  los  salieron  a 
rescebir,  mostrando  grande  placer  con  la  venida  del  go- 
bernador y  gente,  y  les  trujeron  al  camino  muchos  bas- 
timentos; los  cuales  se  lo  pagaron,  según  lo  acostum- 
braban. Toda  esta  gente  es  una  generación  y  hablan 
todos  un  lenguaje,  y  de  este  lugar  pasaron  adelante, 
dejando  los  naturales  muy  alegres  y  contentos;  y  así, 


VII 


COMENTARIOS  171 


iban  luego  de  un  lugar  a  otro  a  dar  las  nuevas  del 
buen  tratamiento  que  les  hacían,  y  les  enseñaban  todo 
lo  que  les  daban;  de  manera  que  todos  los  pueblos 
por  donde  habían  de  pasar  los  hallaban  muy  pacíficos, 
y  los  salían  a  recebir  a  los  caminos  antes  que  llegasen 
a  sus  pueblos,  cargados  de  bastimentos,  los  cuales  se 
les  pagaban  a  su  contento,  según  es  dicho.  Prosiguien- 
do el  camino,  a  los  14  días  del  mes  de  diciembre,  ha- 
biendo pasado  por  algunos  pueblos  de  indios  de  la 
generación  de  los  guaraníes,  donde  fué  bien  rescebido 
y  proveído  de  los  bastimentos  que  tenían,  llegado  el 
gobernador  y  su  gente  a  un  pueblo  de  indios  de  la  ge- 
neración que  su  principal  se  dijo  llamar  Tocangucir, 
aquí  reposaron  un  día  porque  la  gente  estaba  fatigada, 
y  el  camino  por  do  caminaron  fué  al  oesnorueste  y  a 
la  cuarta  del  norueste;  y  en  este  lugar  tomaron  los  pi- 
lotos el  altura  en  veinte  y  cuatro  grados  y  medio,  apar- 
tados del  Trópico  un  grado.  Por  todo  el  camino  que 
se  anduvo,  después  que  entró  en  la  provincia,  en  las 
poblaciones  de  ella  es  toda  tierra  muy  alegre,  de  gran- 
des campiñas,  arboledas  y  muchas  aguas  de  ríos  y  fuen- 
tes, arroyos  y  muy  buenas  aguas  delgadas;  y,  en  efecto, 
es  toda  tierra  muy  aparejada  para  labrar  y  criar. 


CAPÍTULO    VIII 


De  los  trabajos  que  rescibió  en  el  camino  el  gobernador  y  su  gente, 
y  la  manera  de  los  pinos  y  pinas  de  aquella  tierra. 


Dende  el  lugar  de  Tugui  fué  caminando  el  goberna- 
dor con  su  gente  hasta  los  19  días  del  mes  de  diciem- 
bre, sin  hallar  poblado  ninguno,  donde  rescibió  gran 
trabajo  en  el  caminar  a  causa  de  los  muchos  ríos  y 
malos  pasos  que  había;  que  para  pasar  la  gente  y  caba- 
llos hobo  día  que  se  hicieron  diez  y  ocho  puentes  (1), 
así  para  los  ríos  como  para  las  ciénagas,  que  había  mu- 
chas y  muy  malas;  y  asimismo  se  pasaron  grandes  sierras 
y  montañas  muy  ásperas  y  cerradas  de  arboledas  de 
cañas  muy  gruesas,  que  tenían  unas  púas  muy  agudas  y 
recias,  y  de  otros  árboles,  que  para  poderlos  pasar  iban 
siempre  delante  veinte  hombres  cortando  y  haciendo 
el  camino,  y  estuvo  muchos  días  en  pasarlas,  que  por 
la  maleza  de  ellas  no  vían  el  cielo;  y  el  dicho  día,  a  19 
del  dicho  mes,  llegaron  a  un  lugar  de  indios  de  la  ge- 
neración de  los  guaraníes,  los  cuales,  con  su  principal, 
y  hasta  las  mujeres  y  niños,  mostrando  mucho  placer, 
los  salieron  a  rescebir  al  camino  dos  leguas  del  pueblo, 
donde  trujeron  muchos  bastimentos  de  gallinas,  patos 
y  miel  y  batatas  y  otras  frutas,  y  maíz  y  harina  de  pi- 
ñones (que  hacen  muy  gran  cantidad  de  ella),  porque 
hay  en  aquella  tierra  muy  grandes  pinares,  y  son  tan 
grandes  los  pinos,  que  cuatro  hombres  juntos,  tendi- 


(1)     El  gran  naturalista  y  viajero  español  D.  Félix  de  Azara 
puso  en  duda  esta  afirmación. 


CAP.  VIII  COMENTARIOS  173 

dos  los  brazos,  no  pueden  abrazar  uno,  y  muy  altos  y 
derechos,  y  son  muy  buenos  para  mástiles  de  naos  y 
para  carracas,  según  su  grandeza;  las  pinas  son  gran- 
des, los  piñones  del  tamaño  de  bellotas,  la  cascara 
grande  de  ellos  es  como  de  castañas,  difieren  en  el 
sabor  a  los  de  España;  los  indios  los  cogen  y  de  ellos 
hacen  gran  cantidad  de  harina  para  su  mantenimiento. 
Por  aquella  tierra  hay  muchos  puercos  monteses  (1)  y 
monos  que  comen  estos  piñones  de  esta  manera:  que 
los  monos  se  suben  encima  de  los  pinos  y  se  asen  de 
la  cola,  y  con  las  manos  y  pies  derruecan  muchas  pinas 
en  el  suelo,  y  cuando  tienen  derribada  mucha  cantidad, 
abajan  a  comerlos;  y  muchas  veces  acontesce  que  los 
puercos  monteses  están  aguardando  que  los  monos  de- 
rriben las  pinas,  y  cuando  las  tienen  derribadas,  al  tiem- 
po que  abajan  los  monos  de  los  pinos  a  comellos  salen 
los  puercos  contra  ellos,  y  quítanselas,  y  cómense  los 
piñones,  y  mientras  los  puercos  comían,  los  gatos  (2)  es- 
taban dando  grandes  gritos  sobre  los  árboles.  También 
hay  otras  muchas  frutas  de  diversas  maneras  y  sabor, 
que  dos  veces  en  el  año  se  dan.  En  este  lugar  de  Tugui 
se  detuvo  el  gobernador  y  su  gente  la  Pascua  del  Ñas 
cimiento,  así  por  la  honra  de  ella  como  porque  la  gen- 
te reposase  y  descansase;  donde  tuvieron  qué  comer, 
porque  los  indios  lo  dieron  muy  abundosamente  de 
todos  sus  bastimentos;  y  así,  los  españoles,  con  la  ale- 
gría de  la  Pascua  y  con  el  buen  tratamiento  de  los  in- 
dios, se  regocijaron  mucho,  aunque  el  reposar  era  muy 
dañoso,  porque  como  la  gente  estaba  sin  ejercitar  el 
cuerpo  y  tenían  tanto  de  comer,  no  digerían  lo  que  co- 
mían, y  luego  les  daban  calenturas;  lo  que  no  hacía 


(1)  El  autor  debe  llamar  aquí  puercos  monteses  al  pécari  (Di- 
cotyles  labiatus),  aquí  abundante  en  g-randes  rebaños. 

(2)  Es  curioso  advertir  cómo  los  primitivos  conquistadores 
llamaron  gatos  a  los  monos.  El  propio  Oviedo  los  llama  gatos 
monillos  en  su  Historia  Natural  de  Indias. 


174  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA   DE   VACA      CAP.  VIII 

cuando  caminaban,  porque  luego  como  comenzaban  a 
caminar  las  dos  jornadas  primeras,  desechaban  el  mal 
y  andaban  buenos;  y  al  principio  de  la  jornada  la  gente 
fatigaba  al  gobernador  que  reposase  algunos  días,  y  no 
lo  quería  permitir,  porque  ya  tenía  experiencia  que  ha- 
bían de  adolecer,  y  la  gente  creía  que  lo  hacía  por 
darlos  mayor  trabajo,  hasta  que  por  experiencia  vinie- 
ron a  conoscer  que  lo  hacía  por  su  bien,  porque  de 
comer  mucho  adolescían,  y  de  esto  el  gobernador 
tenía  mucha  experiencia. 


CAPÍTULO    IX 

De  cómo  el  g-obernador  y  su  gente  se  vieron  con  necesidad  de  ham- 
bre, y  la  remediaron  con  gusanos  que  sacaban  de  unas  cañas. 


A  28  días  de  diciembre  el  gobernador  y  su  gente 
salieron  del  lugar  de  Tugui,  donde  quedaron  los  indios 
muy  contentos;  y  yendo  caminando  por  la  tierra  todo 
el  día  sin  hallar  poblado  alguno,  llegaron  a  un  río  muy 
caudaloso  y  ancho,  y  de  grandes  corrientes  y  honda- 
bles,  por  la  ribera  del  cual  había  muchas  arboledas  de 
acipreses  y  cedros  (1)  y  otros  árboles;  en  pasar  este  río 
se  rescibió  muy  gran  trabajo  aqueste  día  y  otros  tres; 
caminaron  por  la  tierra  y  pasaron  por  cinco  lugares  de 
indios  de  la  generación  de  los  guaraníes,  y  de  todos 
ellos  los  salían  a  rescebir  al  camino  con  sus  mujeres  y 
hijos,  y  traían  muchos  bastimentos,  en  tal  manera,  que 
la  gente  siempre  fué  muy  proveída,  y  los  indios  que- 
daron muy  pacífícos  por  el  buen  tratamiento  y  paga 
que  el  gobernador  les  hizo.  Toda  esta  tierra  es  muy 
alegre  y  de  muchas  aguas  y  arboledas;  toda  la  gente 
de  los  pueblos  siembran  maíz  y  cazabi  y  otras  semillas, 
y  batatas  de  tres  maneras:  blancas  y  amarillas  y  colora- 
das, muy  gruesas  y  sabrosas,  y  crían  patos  y  gallinas,  y 
sacan  mucha  miel  de  los  árboles  de  lo  hueco  de  ellos. 

A  1.°  día  del  mes  de  enero  del  año  del  Señor  de 
1542,  que  el  gobernador  y  su  gente  partió  de  los  pue- 
blos de  los  indios,  fué  caminando  por  tierras  de  mon- 


(1)     Acaso  Araucarias,  conifera  peculiar  del  hemisferio  Sur, 
aquí  extensas  por  la  región. 


176  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA   DE   VACA  CAP. 

tañas  y  cañaverales  muy  espesos,  donde  la  gente  pasó 
harto  trabajo,  porque  hasta  los  5  días  del  mes  no  ha- 
llaron poblado  alguno;  y  demás  del  trabajo,  pasaron 
mucha  hambre  y  se  sostuvo  con  mucho  trabajo,  abrien- 
do caminos  por  los  cañaverales.  En  los  cañutos  de 
estas  cañas  había  unos  gusanos  blancos,  tan  gruesos  y 
largos  como  un  dedo;  los  cuales  la  gente  freían  para 
comer,  y  salía  de  ellos  tanta  manteca,  que  bastaba  para 
freírse  muy  bien,  y  los  comían  toda  la  gente,  y  los  te- 
nían por  muy  buena  comida;  y  de  los  cañutos  de  otras 
cañas  sacaban  agua,  que  bebían  y  era  muy  buena,  y  se 
holgaban  con  ello.  Esto  andaban  a  buscar  para  comer 
en  todo  el  camino;  por  manera  que  con  ellos  se  susten- 
taron y  remediaron  su  necesidad  y  hambre  por  aquel 
despoblado.  En  el  camino  se  pasaron  dos  ríos  grandes 
y  muy  caudalosos  con  gran  trabajo;  su  corriente  és  al 
norte.  Otro  día,  6  de  enero,  yendo  caminando  por  la 
tierra  adentro  sin  hallar  poblado  alguno,  vinieron  a 
dormir  a  la  ribera  de  otro  río  caudaloso  de  grandes 
corrientes  y  de  muchos  cañaverales,  donde  la  gente  sa- 
ca,ba  de  los  gusanos  de  las  cañas  para  su  comida,  con 
que  se  sustentaron;  y  de  allí  partió  el  gobernador  con 
su  gente.  Otro  día  siguiente  fué  caminando  por  tierra 
muy  buena  y  de  buenas  aguas,  y  de  mucha  caza  y  puer- 
cos monteses  y  venados,  y  se  mataban  algunos  y  se  re- 
partían entre  la  gente:  este  día  pasaron  dos  ríos  peque- 
ños. Plugo  a  Dios  que  no  adolesció  en  este  tiempo 
ningún  cristiano,  y  todos  iban  caminando  buenos  con 
esperanza  de  llegar  presto  a  la  ciudad  de  la  Ascen- 
sión, donde  estaban  los  españoles  que  iban  a  socorrer; 
desde  6  de  enero  hasta  10  del  mes  pasaron  por  mu- 
chos pueblos  de  indios  de  la  generación  de  los  guara- 
níes, y  todos  muy  pacíficos  y  alegremente  los  salieron 
a  rescebir  al  camino  de  cada  pueblo  su  principal,  y  los 
otros  indios  con  sus  mujeres  y  hijos  cargados  de  basti- 
mentos (de  que  se  rescibió  grande  ayuda  y  beneficio 
para  los  españoles),  aunque  los  frailes  fray  Bernaldo 


IX  COMENTARIOS  177 

de  Armenta  y  fray  Alonso,  su  compañero,  se  adelanta- 
ban a  recoger  y  tomar  los  bastimentos,  y  cuando  llega- 
ba el  gobernador  con  la  gente  no  tenían  los  indios  que 
dar;  de  lo  cual  la  gente  se  querelló  al  gobernador,  por 
haberlo  hecho  muchas  veces,  habiendo  sido  apercebi- 
dos  por  el  gobernador  que  no  lo  hiciesen,  y  que  no 
llevasen  ciertas  personas  de  indios,  grandes  y  chicos, 
inútiles,  a  quien  daban  de  comer;  no  lo  quisieron  ha- 
cer, de  cuya  causa  toda  la  gente  estuvo  movida  para 
los  derramar,  si  el  gobernador  no  se  lo  estorbara,  por 
lo  que  tocaba  al  servicio  de  Dios  y  de  Su  Majestad;  y 
al  cabo  los  frailes  se  fueron  y  apartaron  de  la  gente,  y 
contra  la  voluntad  del  gobernador  echaron  por  otro 
camino;  y  después  de  ésto,  los  hizo  traer  y  recoger  de 
ciertos  lugares  de  indios  donde  se  habían  recogido,  y 
es  cierto  que  si  no  los  mandara  recoger  y  traer,  se  vie- 
ran en  muy  gran  trabajo.  En  el  día  10  de  enero,  yendo 
caminando,  pasaron  muchos  ríos  y  arroyos  y  otros  ma- 
los pasos  de  grandes  sierras  y  montañas  de  cañavera- 
les de  mucha  agua;  cada  sierra  de  las  que  pasaron 
tenía  un  valle  de  tierra  muy  excelente,  y  un  río  y  otras 
fuentes  y  arboledas.  En  toda  esta  tierra  hay  muchas 
aguas,  a  causa  de  estar  debajo  del  Trópico;  el  camino 
y  derrota  que  hicieron  estos  dos  días  fué  al  oeste. 


CABEZA    DE    VACA.  —  NAUFRAGIOS  12 


CAPITULO    X 

Del  miedo  que  los  indios  tienen  a  los  caballos. 


A  los  14  días  del  mes  de  enero,  yendo  caminando 
por  entre  lugares  de  indios  de  la  generación  de  los 
guaraníes,  todos  los  cuales  los  rescibieron  con  mucho 
placer,  y  los  venían  a  ver  y  traer  maíz,  gallinas  y  miel 
y  de  los  otros  mantenimientos;  y  como  el  gobernador 
se  lo  pagaba  tanto  a  su  voluntad,  traíanle  tanto,  que 
lo  dejaban  sobrado  por  los  caminos. 

Toda  esta  gente  anda  desnuda  en  cueros,  así  los 
hombres  como  las  mujeres;  tenían  muy  gran  temor  de 
los  caballos,  y  rogaban  al  gobernador  que  les  dijese 
a  los  caballos  que  no  se  enojasen,  y  por  los  tener  con- 
tentos los  traían  de  comer;  y  así  llegaron  a  un  río  an- 
cho y  caudaloso  que  se  llama  Iguatu,  el  cual  es  muy 
bueno  y  de  buen  pescado  y  arboledas,  en  la  ribera  del 
cual  está  un  pueblo  de  indios  de  la  generación  de  los 
guaraníes,  los  cuales  siembran  su  maíz  y  cazabi  (1)  como 
en  todas  las  otras  partes  por  donde  habían  pasado,  y 
los  salieron  a  recebir  como  hombres  que  tenían  noti- 
cia de  su  venida  y  del  buen  tratamiento  que  les  hacían; 
y  les  trujeron  muchos  bastimentos,  porque  los  tienen. 
En  toda  aquella  tierra  hay  muy  grandes  piñales  de  mu- 
chas maneras,  y  tienen  las  pinas  como  ya  está  dicho 


(1)  El  cazabi,  cazabe  o  mandioca  es  la  euforbiácea  Manihot 
utilissima,  indígena  en  el  Brasil  y  hoy  cultivada  en  todo  el  mundo 
tropical  y  aun  subtropical,  de  cuyas  raíces  tuberculosas  se  extrae 
una  fécula  con  que  se  prepara  la  tapioca. 


CAP.  X  COMENTARIOS  179 

atrás.  En  toda  esta  tierra  los  indios  les  servían,  porque 
siempre  el  gobernador  les  hacía  buen  tratamiento.  Este 
Iguatu  está  de  la  banda  del  oeste  en  veinte  y  cinco 
grados;  será  tan  ancho  como  el  Guadalquivir.  En  la 
ribera  del  cual,  según  la  relación  hobieron  de  los  natu- 
rales y  por  lo  que  vio  por  vista  de  ojos,  está  muy  po- 
blado, y  es  la  más  rica  gente  de  toda  aquella  tierra  y 
provincia,  de  labrar  y  criar,  porque  crían  muchas  galli- 
nas, patos  y  otras  aves,  y  tienen  mucha  caza  de  puercos 
y  venados,  y  dantas  y  perdices,  codornices  y  faisanes,  y 
tienen  en  el  río  gran  pesquería,  y  siembran  y  cogen 
mucho  maíz,  batatas,  cazabi,  mandubíes  (1),  y  tienen 
otras  muchas  frutas,  y  de  los  árboles  cogen  gran  canti- 
dad de  miel.  Estando  en  este  pueblo,  el  gobernador  acor- 
dó de  escrebir  a  los  oficiales  de  Su  Majestad,  y  capita- 
nes y  gentes  que  residían  en  la  ciudad  de  la  Ascensión, 
haciéndoles  saber  cómo  por  mandado  de  Su  Majestad 
los  iba  a  socorrer,  y  envió  dos  indios  naturales  de  la 
tierra  con  la  carta.  Estando  en  este  río  del  Piqueri  una 
noche  mordió  un  perro  en  una  pierna  a  un  Francisco  Ore- 
jón, vecino  de  Avila,  y  también  allí  le  adolescieron  otros 
catorce  españoles,  fatigados  del  largo  camino;  los  cua- 
les se  quedaron  con  el  Orejón  que  estaba  mordido  del 
perro,  para  venirse  poco  a  poco;  y  el  gobernador  les 
encargó  a  los  indios  de  la  tierra  para  que  los  favores- 
ciesen  y  mirasen  por  ellos,  y  los  encaminasen  para  que 
pudiesen  venirse  en  su  seguimiento  estando  buenos;  y 
porque  tuviesen  voluntad  de  lo  hacer  dio  al  principal 
del  pueblo  y  a  otros  indios  naturales  de  la  tierra  y  pro- 
vincia, muchos  rescates,  con  que  quedaron  muy  conten- 
tos los  indios  y  su  principal.  En  todo  este  camino  y  tie- 
rra por  donde  iba  el  gobernador  y  su  gente  haciendo 
el  descubrimiento,  hay  grandes  campiñas  de  tierras,  y 
muy  buenas  aguas,  ríos,  arroyos  y  fuentes,  y  arboledas 
y  sombras,  y  la  más  fértil  tierra  del  mundo,  muy  apa- 


(1)     Los  mandubíes  son  los  cacahuetes. 


180  ALVAR  NÚÑEZ   CABEZA   DE  VACA  CAP.  X 

rejada  para  labrar  y  criar,  y  mucha  parte  de  ella  para 
ingenios  de  azúcar,  y  tierra  de  mucha  caza,  y  la  gente 
que  vive  en  ella,  de  la  generación  de  los  guaraníes;  co- 
men carne  humana,  y  todos  son  labradores  y  criadores 
de  patos  y  gallinas,  y  toda  gente  muy  doméstica  y 
amiga  de  cristianos,  y  que  con  poco  trabajo  vernán  en 
conoscimiento  de  nuestra  santa  fe  católica,  como  se  ha 
visto  por  experiencia;  y  según  la  manera  de  la  tierra, 
se  tiene  por  cierto  que  si  minas  de  plata  ha  de  haber, 
ha  de  ser  allí. 


CAPITULO  XI 

De  cómo  el  gobernador  caminó  con  canoas  por  el  río  de  Iguazu, 
y  por  salvar  un  mal  paso  de  un  salto  que  el  río  hacía,  llevó  por 
tierra  las  canoas  una  legua  a  fuerza  de  brazos. 


Habiendo  dejado  el  gobernador  los  indios  del  río  del 
Piqueri  muy  amigos  y  pacífícos,  fué  caminando  con  su 
gente  por  la  tierra,  pasando  por  muchos  pueblos  de  in- 
dios de  la  generación  de  los  guaraníes;  todos  los  cuales 
les  salían  a  recebir  a  los  caminos  con  muchos  basti- 
mentos, mostrando  grande  placer  y  contentamiento 
con  su  venida,  y  a  los  indios  principales  señores  de  los 
pueblos  les  daba  muchos  rescates,  y  hasta  las  mujeres 
viejas  y  niños  salían  a  ellos  a  los  recebir,  cargados  de 
maíz  y  batatas,  y  asimismo  de  los  otros  pueblos  de  la 
tierra,  que  estaban  a  una  jornada  y  a  dos  unos  de  otros, 
todos  vinieron  de  la  mesma  forma  a  traer  bastimentos; 
y  antes  de  llegar  con  gran  trecho  a  los  pueblos  por  do 
habían  de  pasar,  alimpiaban  y  desmontaban  los  cami- 
nos, y  bailaban  y  hacían  grandes  regocijos  de  verlos;  y 
lo  que  más  acrescienta  su  placer  y  de  que  mayor  con- 
tento resciben,  es  cuando  las  viejas  (1)  se  alegran,  por- 
que se  gobiernan  con  lo  que  éstas  les  dicen  y  sonles 
muy  obedientes,  y  no  lo  son  tanto  a  los  viejos.  A  postre- 
ro día  del  dicho  mes  de  enero,  yendo  caminando  por  la 
tierra  y  provincia,  llegaron  a  un  río  que  se  llama  Iguazu, 
y  antes  de  llegar  al  río  anduvieron  ocho  jornadas  de 
tierra  despoblada,  sin  hallar  ningún  lugar  poblado  de 
indios.  Este  río  Iguazu  es  el  primer  río  que  pasaron  al 
principio  de  la  jornada  cuando  salieron  de  la  costa  del 


(1)     Rastro  del  matriarcado. 


182  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP. 

Brasil.  Llámase  también  por  aquella  parte  Iguazu;  corre 
del  esteoeste;  en  él  no  hay  poblado  ninguno;  tomóse 
el  altura  en  veinte  y  cinco  grados  y  medio.  Llegados 
que  fueron  al  río  de  Iguazu,  fué  informado  de  los  indios 
naturales  que  el  dicho  río  entra  en  el  río  del  Paraná, 
que  asimismo  se  llama  el  río  de  la  Plata;  y  que  entre 
este  río  del  Paraná  y  el  río  de  Iguazu  mataron  los  indios 
a  los  portugueses  que  Martín  Alfonso  de  Sosa  envió  a 
descubrir  aquella  tierra:  al  tiempo  que  pasaban  el  río 
en  canoas  dieron  los  indios  en  ellos  y  los  mataron.  Al- 
gunos de  estos  indios  de  la  ribera  del  río  Paraná,  que 
así  mataron  a  los  portugueses,  le  avisaron  al  goberna- 
dor que  los  indios  del  río  del  Piqueri,  que  era  mala 
gente,  enemigos  nuestros,  y  que  les  estaban  aguardando 
para  acometerlos  y  matarlos  en  el  paso  del  río;  y  por 
esta  causa  acordó  el  gobernador,  sobre  acuerdo,  de  to- 
mar y  asegurar  por  dos  partes  el  río,  yendo  él  con  parte 
de  su  gente  en  canoas  por  el  río  de  Iguazu  abajo  y  sa- 
lirse a  poner  en  el  río  del  Paraná,  y  por  la  otra  parte 
fuese  el  resto  de  la  gente  y  caballos  por  tierra,  y  se  pu- 
siesen y  confrontasen  con  la  otra  parte  del  río,  para 
poner  temor  a  los  indios  y  pasar  en  las  canoas  toda  la 
gente;  lo  cual  fué  así  puesto  en  efecto;  y  en  ciertas  ca- 
noas que  compró  de  los  indios  de  la  tierra  se  embarcó 
el  gobernador  con  hasta  ochenta  hombres,  y  así  se  par- 
tieron por  el  río  de  Iguazu  abajo,  y  el  resto  de  la  gente 
y  caballos  mandó  que  se  fuesen  por  tierra,  según  está 
dicho,  y  que  todos  se  fuesen  a  juntar  en  el  río  del  Pa- 
raná. E  yendo  por  el  dicho  río  de  Iguazu  abajo  era  la 
corriente  de  él  tan  grande,  que  corrían  las  canoas  por 
él  con  mucha  furia;  y  esto  causólo  que  muy  cerca  de 
donde  se  embarcó  da  el  río  un  salto  por  unas  peñas 
abajo  muy  altas,  y  da  el  agua  en  lo  bajo  de  la  tierra  tan 
grande  golpe,  que  de  muy  lejos  se  oye;  y  la  espuma 
del  agua,  como  cae  con  tanta  fuerza,  sube  en  alto  dos 
lanzas  y  más,  por  manera  que  fué  necesario  salir  de  las 
canoas  y  sacallas  del  agua  y  llevarlas  por  tierra  hasta 


XI  COMENTARIOS  183 

pasar  el  salto,  y  a  fuerza  de  brazos  las  llevaron  más  de 
media  legua,  en  que  se  pasaron  muy  grandes  trabajos; 
salvado  aquel  mal  paso,  volvieron  a  meter  en  el  agua 
las  dichas  canoas  y  proseguir  su  viaje,  y  fueron  por  el 
dicho  río  abajo  hasta  que  llegaron  al  río  del  Paraná;  y 
fué  Dios  servido  que  la  gente  y  caballos  que  iban  por 
tierra,  y  las  canoas  y  gente,  con  el  gobernador  que  en 
ellas  iban,  llegaron  todos  a  un  tiempo,  y  en  la  ribera 
del  río  estaba  muy  gran  número  de  indios  de  la  misma 
generación  de  los  guaraníes,  todos  muy  emplumados 
con  plumas  de  papagayos  y  almagrados,  pintados  de 
muchas  maneras  y  colores,  y  con  sus  arcos  y  flechas  en 
las  manos  hecho  un  escuadrón  de  ellos,  que  era  muy  gran 
placer  de  los  ver  (1).  Como  llegó  el  gobernador  y  su 
gente  (de  la  forma  ya  dicha),  pusieron  mucho  temor  a 
los  indios,  y  estuvieron  muy  confusos,  y  comenzó  por 
lenguas  de  los  intérpretes  a  les  hablar,  y  a  derramar 
entre  los  principales  de  ellos  grandes  rescates;  y  como 
fuese  gente  muy  cobdiciosa  y  amiga  de  novedades, 
comenzáronse  a  sosegar  y  allegarse  al  gobernador  y  su 
gente,  y  muchos  de  los  indios  les  ayudaron  a  pasar  de 
la  otra  parte  del  río;  y  como  hubieron  pasado,  mandó 
el  gobernador  que  de  las  canoas  se  hiciesen  balsas 
juntándolas  de  dos  en  dos;  las  cuales  hechas,  en  espa- 
cio de  dos  horas  fué  pasada  toda  la  gente  y  caballos  de 
la  otra  parte  del  río;  en  concordia  de  los  naturales,  ayu- 
dándoles ellos  proprios  a  los  pasar.  Este  río  del  Paraná, 
por  la  parte  que  lo  pasaron,  era  de  ancho  un  gran  tiro 
de  ballesta,  es  muy  hondable  y  lleva  muy  gran  co- 
rriente, y  al  pasar  del  río  se  trastornó  una  canoa  con 
ciertos  cristianos,  uno  de  los  cuales  se  ahogó  porque 
la  corriente  lo  llevó,  que  nunca  más  paresció.  Hace 
este  río  muy  grandes  remolinos,  con  la  gran  fuerza  del 
agua  y  gran  hondura  de  él. 


(1)     Los   guaraníes,    desconocedores  del    vestido,    vivían^  muy 
atentos  al  adorno,  a  la  música  y  a  las  danzas. 


CAPITULO    XII 

Que  trata  de  las  balsas  que  se  hicieron  para  llevar  los  dolientes. 


Habiendo  pasado  el  gobernador  y  su  gente  el  río  del 
Paraná,  estuvo  muy  confuso  de  que  no  fuesen  llegados 
dos  bergantines  que  había  enviado  a  pedir  a  los  capita- 
nes que  estaban  en  la  ciudad  de  la  Ascensión,  avisán- 
doles por  su  carta  que  les  escribió  dende  el  río  del  Pa- 
raná, para  asegurar  el  paso  por  temor  de  los  indios  de 
él,  como  para  recoger  algunos  enfermos  y  fatigados  del 
largo  camino  que  habían  caminado;  y  porque  tenían 
nueva  de  su  venida  y  no  haber  llegado,  púsole  en  mayor 
confusión,  y  porque  los  enfermos  eran  muchos  y  no  po- 
dían caminar,  ni  era  cosa  segura  detenerse  allí  donde 
tantos  enemigos  estaban,  y  estar  entre  ellos  sería  dar 
atrevimiento  para  hacer  alguna  traición,  como  es  su  cos- 
tumbre; por  lo  cual  acordó  de  enviar  los  enfermos  por 
el  río  del  Paraná  abajo  en  las  mismas  balsas,  encomen- 
dados a  un  indio  principal  del  río,  que  había  por  nom- 
bre Iguaron,  al  cual  dio  rescates  porque  él  se  ofresció  a 
ir  con  ellos  hasta  el  lugar  de  Francisco,  criado  de  Gon- 
zalo de  Acosta,  en  confianza  de  que  en  el  camino  en- 
contrarían los  bergantines,  donde  serían  recebidos  y 
recogidos,  y  entretanto  serían  favorescidos  por  el  indio 
llamado  Francisco  que  fué  criado  entre  cristianos,  que 
vive  en  la  misma  ribera  del  río  del  Paraná,  a  cuatro  jor- 
nadas de  donde  lo  pasaron,  según  fué  informado  por  los 
naturales;  y  así,  los  mandó  embarcar,  que  serían  hasta 
treinta  hombres,  y  con  ellos  envió  otros  cincuenta  hom- 
bres arcabuceros  y  ballesteros  para  que  les  guardasen 
y  defendiesen;  y  luego  que  los  hobo  enviado  se  partió 


CAP.  XII 


COMENTARIOS  185 


el  gobernador  con  la  otra  gente  por  tierra  para  la  ciu- 
dad de  la  Ascensión,  hasta  la  cual,  según  le  certificaron 
los  indios  del  río  del  Paraná,  habría  hasta  nueve  jor- 
nadas; y  en  el  río  del  Paraná  se  tomó  la  posesión  en 
nombre  y  por  Su  Majestad,  y  los  pilotos  tomaron  el 
altura  en  veinte  y  cuatro  grados. 

El  gobernador  con  su  gente  fueron  caminando  por 
la  tierra  y  provincia,  por  entre  lugares  de  indios  de  la 
generación  de  los  guaraníes,  donde  por  todos  ellos  fué 
muy  bien  recebido,  saliendo,  como  solían,  a  los  cami- 
nos, cargados  de  bastimentos,  y  en  el  camino  pasaron 
unas  ciénagas  muy  grandes  y  otros  malos  pasos  y  ríos, 
donde  en  el  hacer  de  los  puentes  para  pasar  la  gente  y 
caballos  se  pasaron  grandes  trabajos;  y  todos  los  indios 
de  estos  pueblos,  pasado  el  río  del  Paraná,  les  acompa- 
ñaban de  unos  pueblos  a  otros,  y  les  mostraban  y  tenían 
muy  grande  amor  y  voluntad,  sirviéndoles  y  haciéndoles 
socorro  en  guiarles  y  darles  de  comer,  todo  lo  cual 
pagaba  y  satisfacía  muy  bien  el  gobernador,  con  que 
quedaban  muy  contentos.  Y  caminando  por  la  tierra  y 
provincia,  aportó  a  ellos  un  cristiano  español  que  venía 
de  la  ciudad  de  la  Ascensión  a  saber  de  la  venida  del 
gobernador,  y  llevar  el  aviso  de  ello  a  los  cristianos  y 
gente  que  en  la  ciudad  estaban;  porque,  según  la  nece- 
sidad y  deseo  que  tenían  de  verlo  a  él  y  su  gente  por 
ser  socorridos,  no  podían  creer  que  fuesen  a  hacerles 
tan  gran  beneficio  hasta  que  lo  viesen  por  vista  de  ojos, 
no  embargante  que  habían  recebido  las  cartas  que  el 
gobernador  les  había  escripto.  Este  cristiano  dijo  y  in- 
formó al  gobernador  del  estado  y  gran  peligro  en  que 
estaba  la  gente,  y  las  muertes  que  habían  suscedido,  así 
en  los  que  llevó  Juan  de  Ayolas  (1)  como  otros  muchos 

(1)  Juan  de  Ayolas  (1493-1538)  acompañó  a  D.  Pedro  de  Men- 
doza en  la  expedición  del  Río  de  la  Plata;  fué  gobernador  del  Pa- 
raguay, fundó  la  colonia  de  la  Asunción,  y  murió  con  casi  los  dos- 
cientos hombres  que  llevaba,  cuando  quiso  entrar  tierra  adentro 
para  ir  al  Perú. 


186  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA    DeJ  VACA      CAP,  XII 

que  los  indios  de  la  tierra  habían  muerto;^  por  lo  cual 
estaban  muy  atribulados  y  perdidos,  mayormente  por 
haber  despoblado  el  puerto  de  Buenos  Aires,  que  está 
asentado  en  el  río  del  Paraná,  donde  habían  de  ser 
socorridos  los  navios  y  g-entes  que  de  estos  reinos  de 
España  fuesen  a  los  socorrer;  y  por  esta  causa  tenían 
perdida  la  esperanza  de  ser  socorridos,  pues  el  puerto 
se  había  despoblado,  y  por  otros  muchos  daños  que 
le  habían  sucedido  en  la  tierra. 


CAPITULO   XIII 

De  cómo  llegó  el  gobernador  a  la  ciudad  de  la  Ascensión,  donde 
estaban  los  cristianos  españoles  que  iba  a  socorrer. 


Habiendo  llegado,  según  dicho  es,  el  cristiano  espa- 
ñol, y  siendo  bien  informado  el  gobernador  de  la  muerte 
de  Juan  de  Ayolas  y  cristianos  que  consigo  llevó  a 
hacer  la  entrada  y  descubrimiento  de  tierra,  y  de  las 
otras  muertes  de  los  otros  cristianos,  y  la  demasiada 
necesidad  que  tenían  de  su  ayuda  los  que  estaban  en  la 
ciudad  de  la  Ascensión,  y  asimismo  del  despoblamiento 
del  puerto  de  Buenos  Aires,  adonde  el  gobernador  ha- 
bía mandado  venir  su  nao  capitana  con  las  ciento  y  cua- 
renta personas  dende  la  isla  de  Santa  Catalina,  donde 
los  había  dejado  para  este  efecto,  considerando  el  gran 
peligro  en  que  estarían  por  hallar  yerma  la  tierra  de 
cristianos,  donde  tantos  enemigos  indios  había,  y  por 
los  enviar  con  toda  brevedad  a  socorrer  y  dar  conten- 
tamiento a  los  de  la  Ascensión,  y  para  sosegar  los  in- 
dios que  tenían  por  amigos  naturales  de  aquella  tierra, 
vasallos  de  Su  Majestad,  con  muy  gran  diligencia  fué 
caminando  por  la  tierra,  pasando  por  muchos  lugares 
de  indios  de  la  generación  de  los  guaraníes,  los  cuales, 
y  otros  muy  apartados  de  su  camino,  los  venían  a  ver 
cargados  de  mantenimientos,  porque  corría  la  fama,  se- 
gún está  dicho,  de  los  buenos  tratamientos  que  les  ha- 
cía el  gobernador  y  muchas  dádivas  que  les  daba,  ve- 
nían con  tanta  voluntad  y  amor  a  verlos  y  traerles  bas- 
timentos, y  traían  consigo  las  mujeres  y  niños,  que  era 
señal  de  gran  confianza  que  de  ellos  tenían,  y  les  Hm- 


188  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA   DE   VACA  CAP. 

piaban  los  caminos  por  do  habían  de  pasar.  Todos  los 
indios  de  los  lugares  por  donde  pasaron  haciendo  el 
descubrimiento,  tienen  sus  casas  de  paja  y  madera,  en- 
tre los  cuales  indios  vinieron  muy  gran  cantidad  de  in- 
dios de  los  naturales  de  la  tierra  y  comarca  de  la  ciudad 
de  la  Ascensión,  que  todos,  uno  a  uno,  vinieron  a  hablar 
al  gobernador  en  nuestra  lengua  castellana,  diciendo 
que  en  buena  hora  fuese  venido,  y  lo  mismo  hicieron  a 
todos  los  españoles,  mostrando  mucho  placer  con  su 
llegada.  Estos  indios  en  su  manera  demostraron  luego 
haber  comunicado  y  estado  entre  cristianos,  porque 
eran  comarcanos  de  la  ciudad  de  la  Ascensión;  y  como 
el  gobernador  y  su  gente  se  iban  acercando  a  ella,  por 
los  lugares  por  do  pasaban  antes  de  llegar  a  ellos,  ha- 
cían lo  mismo  que  los  otros,  teniendo  los  caminos  lim- 
pios y  barridos;  los  cuales  indios  y  las  mujeres  viejas  y 
niños  se  ponían  en  orden,  como  en  procesión,  esperan- 
do su  venida  con  muchos  bastimentos  y  vinos  de  maíz, 
y  pan,  y  batatas,  y  gallinas,  y  pescados,  y  miel,  y  vena- 
dos, todo  aderezado;  lo  cual  daban  y  repartían  gracio- 
samente entre  la  gente,  y  en  señal  de  paz  y  amor  alza- 
ban las  manos  en  alto,  y  en  su  lenguaje,  y  muchos  en 
el  nuestro,  decían  que  fuesen  bien  venidos  el  goberna- 
dor y  su  gente,  y  por  el  camino  mostrándose  grandes 
familiares  y  conversables,  como  si  fueran  naturales  su- 
yos, nascidos  y  criados  en  España.  Y  de  esta  manera 
caminando  (según  dicho  es),  fué  nuestro  Señor  servido 
que  a  11  días  del  mes  de  marzo,  sábado,  a  las  nueve 
de  la  mañana,  del  año  de  1542,  llegaron  a  la  ciudad  de 
la  Ascensión,  donde  hallaron  residiendo  los  españoles 
que  iban  a  socorrer,  la  cual  está  asentada  en  la  ribera 
del  río  del  Paraguay,  en  veinte  y  cinco  grados  de  la 
banda  del  sur;  y  como  llegaron  cerca  de  la  ciudad,  sa- 
lieron a  recebirlos  los  capitanes  y  gentes  que  en  la 
ciudad  estaban,  los  cuales  salieron  con  tanto  placer  y 
alegría,  que  era  cosa  increíble,  diciendo  que  jamás  cre- 
yeron ni  pensaron  que  pudieran  ser  socorridos,  ansí 


XIII  COMENTARIOS  189 

por  respecto  de  ser  peligroso  y  tan  dificultoso  el  cami- 
no, y  no  se  haber  hallado  ni  descubierto,  ni  tener  nin- 
guna noticia  de  él,  como  porque  el  puerto  de  Buenos 
Aires,  por  do  tenían  alguna  esperanza  de  ser  socorri- 
dos, lo  habían  despoblado,  y  que  por  esto  los  indios 
naturales  habían  tomado  grande  osadía  y  atrevimiento 
de  los  acometer  para  los  matar,  mayormente  habiendo 
visto  que  había  pasado  tanto  tiempo  sin  que  acudiese 
ninguna  gente  española  a  la  provincia.  Y  por  el  consi- 
guiente, el  gobernador  se  holgó  con  ellos,  y  les  habló 
y  recebió  con  mucho  amor,  haciéndoles  saber  cómo  iba 
a  les  dar  socorro  por  mandado  de  Su  Majestad;  y  luego 
presentó  las  provisiones  y  poderes  que  llevaba  ante 
Domingo  de  Irala,  teniente  de  gobernador  en  la  dicha 
provincia,  y  ante  los  oficiales,  los  cuales  eran  Alonso 
de  Cabrera,  veedor,  natural  de  Lora;  Felipe  de  Cáceres, 
contador,  natural  de  Madrid;  Pedro  Dorantes,  factor, 
natural  de  Béjar;  y  ante  los  otros  capitanes  y  gente  que 
en  la  provincia  residían;  las  cuales  fueron  leídas  en  su 
presencia  y  de  los  otros  clérigos  y  soldados  que  en  ella 
estaban;  por  virtud  de  las  cuales  rescibieron  al  gober- 
nador y  le  dieron  la  obediencia  como  a  tal  capitán  ge- 
neral de  la  provincia  en  nombre  de  Su  Majestad,  y  le 
fueron  dadas  y  entregadas  las  varas  de  la  justicia;  las 
cuales  el  gobernador  dio  y  proveyó  de  nuevo  en  per- 
sonas que  en  nombre  de  Su  Majestad  administrasen  la 
ejecución  de  la  justicia  civil  y  criminal  en  la  dicha 
provincia. 


CAPITULO  XIV 

De  cómo  llegaron  a  la  ciudad  de  la  Ascensión  los  españoles 
que  quedaron  malos  en  el  río  del  Píquerí. 


Estando  el  gfobernador  en  la  ciudad  de  la  Ascensión, 
de  la  manera  que  he  dicho,  a  cabo  de  treinta  días  que 
hobo  Ileg-ado  a  la  ciudad,  vinieron  al  puerto  los  cristia- 
nos que  había  enviado  en  las  balsas,  así  enfermos  como 
sanos,  dende  el  río  del  Paraná,  que  allí  adolescieron,  y 
venían  fatigados  del  camino;  de  los  cuales  no  faltó  sino 
sólo  uno,  que  lo  mató  un  tigre  (1),  y  de  ellos  supo  el 
gobernador  y  fué  certificado  que  los  indios  naturales  del 
río  habían  hecho  gran  junta  y  llamamiento  por  toda  la 
tierra,  y  por  el  río  en  canoas  y  por  la  ribera  del  río  ha- 
bían salido  a  ellos,  yendo  por  el  río  abajo  en  sus  balsas 
muy  gran  número  y  cantidad  de  los  indios,  y  con  gran- 
de grita  y  toque  de  atambores  los  habían  acometido, 
tirándoles  muchas  flechas  y  muy  espesas,  juntándose  a 
ellos  con  más  de  doscientas  canoas  por  los  entrar  y  to- 
mar las  balsas,  para  los  matar,  y  que  catorce  días  con 
sus  noches  no  habían  cesado  poco  ni  mucho  de  los  dar 
el  combate;  y  que  los  de  tierra  no  dejaban  de  les  tirar 
juntamente,  según  que  los  de  las  canoas,  y  que  traían 
unos  garfios  grandes,  para  en  juntándose  las  balsas  a 
tierra  echarles  mano  y  sacarlas  a  tierra,  y  detenerlos 
para  los  tomar  a  manos;  y  con  esto,  era  tan  grande  la 
vocería  y  alaridos  que  daban  los  indios,  que  páresela 
que  se  juntaba  el  cielo  con  la  Tierra,  y  cómo  los  de  las 


(1)     Tiguere  en  la  edición  de  Valladolid  de!|1555. 


CAP.  XIV  CjO  MENTARIOS  191 

canoas  y  los  de  la  tierra  se  remudaban,  y  unos  descan- 
saban y  otros  peleaban,  con  tanta  orden,  que  no  deja- 
ban de  les  dar  siempre  mucho  trabajo;  donde  hobo  de 
los  españoles  hasta  veinte  heridos  de  heridas  pequeñas, 
no  peligrosas;  y  en  todo  este  tiempo  las  balsas  no  de- 
jaban de  caminar  por  el  río  abajo,  así  de  día  como  de 
noche,  porque  la  corriente  del  río,  como  era  grande,  los 
llevaba,  sin  que  la  gente  trabajasen  más  de  en  gobernar, 
para  que  no  se  llegasen  a  la  tierra,  donde  estaba  todo 
el  peligro,  aunque  algunos  remolinos  que  el  río  hace  les 
puso  en  gran  peligro  muchas  veces,  porque  traía  las 
balsas  a  la  redonda  remolinando;  y  si  no  fuera  por  la 
buena  maña  que  se  dieron  los  que  gobernaban,  los  re- 
molinos los  hicieran  ir  a  tierra,  donde  fueran  tomados 
y  muertos.  E  yendo  en  esta  forma,  sin  que  tuviesen  re- 
medio de  ser  socorridos  ni  amparados,  los  siguieron 
catorce  días  los  indios  con  sus  canoas,  flechándolos  y 
peleando  de  día  y  de  noche  con  ellos;  se  llegaron  cer- 
ca de  los  lugares  del  dicho  indio  Francisco,  que  fué 
esclavo  y  criado  de  cristianos,  el  cual,  con  cierta  gente 
suya,  salió  por  el  río  arriba  a  recebir  y  socorrer  los  cris- 
tianos, y  los  trajo  a  una  isla  cerca  de  su  propio  pueblo, 
donde  los  proveyó  y  socorrió  de  bastimentos,  porque 
del  trabajo  de  la  guerra  continua  que  les  habían  dado, 
venían  fatigados  y  con  mucha  hambre,  y  allí  se  curaron 
y  reformaron  los  heridos,  y  los  enemigos  se  retiraron 
y  no  osaron  tornarles  acometer;  y  en  este  tiempo  lle- 
garon dos  bergantines  que  en  su  socorro  habían  envia- 
do, en  los  cuales  fueron  recogidos  a  la  dicha  ciudad  de 
la  Ascensión."- 


CAPITULO  XV 

De  cómo  el  gobernador  envió  a  socorrer  la  gente  que  venia  en  su 
nao  capitana  a  Buenos  Aires,  y  a  que  tornasen  a  poblar  aquel 
puerto. 


Con  toda  dilig-encia  el  gobernador  mandó  aderezar 
dos  bergantines,  y  cargados  de  bastimentos  y  cosas  ne- 
cesarias, con  cierta  gente  de  la  que  halle  en  la  ciudad 
de  la  Ascensión,  que  habían  sido  pobladores  del  puerto 
de  Buenos  Aires,  porque  tenían  experiencia  del  río  del 
Paraná,  los  envió  a  socorrer  los  ciento  y  cuarenta  espa- 
ñoles que  envió  en  la  nao  capitana  dende  la  isla  de  San- 
ta Catalina,  por  el  gran  peligro  en  que  estarían  por  se 
haber  despoblado  el  puerto  de  Buenos  Aires,  y  para 
que  se  tornase  luego  a  poblar  nuevamente  el  pueblo  en 
la  parte  más  suficiente  y  aparejada  que  les  paresciese  a 
las  personas  a  quien  lo  acometió  y  encargó,  porque  era 
cosa  muy  conveniente  y  necesaria  hacerse  la  población 
y  puerto,  sin  el  cual  toda  la  gente  española  que  residía 
en  la  provincia  y  conquista,  y  la  que  adelante  viniese, 
estaba  en  gran  peligro  y  se  perderían,  porque  las  naos 
que  a  la  provincia  fuesen  de  rota  batida,  han  de  ir  a  to- 
mar puerto  en  el  dicho  río,  y  allí  hacer  bergantines  para 
subir  trescientas  y  cincuenta  leguas  el  río  arriba,  que 
hay  hasta  la  ciudad  de  la  Ascensión,  de  navegación  muy 
trabajosa  y  peligrosa;  los  cuales  dos  bergantines  partie- 
ron a  16  días  del  mes  de  abril  del  dicho  año,  y  luego 
mandó  hacer  de  nuevo  otros  dos,  que  fornescidos  y  car- 
gados de  bastimentos  y  gente,  partieron  a  hacer  el  di- 
cho socorro  y  a  efectuar  la  fundación  del  puerto  de 


CAP.  XV  COMENTARIOS  193 

Buenos  Aires,  y  a  ios  capitanes  que  el  gobernador  en- 
vió con  los  bergantines,  les  mandó  y  encargó  que  a  los 
indios  que  habitaban  en  el  río  del  Paraná,  por  donde 
habían  de  navegar,  les  hiciesen  buenos  tratamientos,  y 
los  trujesen  de  paz  a  la  obediencia  de  Su  Majestad,  tra- 
yendo de  lo  que  en  ello  hiciesen  la  razón  y  relación 
cierta,  para  avisar  de  todo  a  Su  Majestad;  y  proveído 
que  hobo  lo  susodicho,  comenzó  a  entender  en  las 
cosas  que  convenían  al  servicio  de  Dios  y  de  Su  Ma- 
jestad, y  a  la  pacificación  y  sosiego  de  los  naturales  de 
la  dicha  provincia.  Y  para  mejor  servir  a  Dios  y  a  Su 
Majestad,  el  gobernador  mandó  llamar  y  hizo  juntar  los 
religiosos  y  clérigos  que  en  la  provincia  residían,  y  los 
que  consigo  había  llevado,  y  delante  de  los  oficiales  de 
Su  Majestad,  capitanes  y  gente  que  para  tal  efecto  man- 
dó llamar  y  juntar,  les  rogó  con  buenas  y  amorosas  pa- 
labras tuviesen  especial  cuidado  en  la  doctrina  y  ense- 
ñamiento de  los  indios  naturales,  vasallos  de  Su  Majes- 
tad, y  les  mandó  leer,  y  fueron  leídos,  ciertos  capítulos 
de  una  carta  acordada  de  Su  Majestad,  que  habla  sobre 
el  tratamiento  de  los  indios,  y  que  los  dichos  frailes, 
clérigos  y  religiosos  tuviesen  especial  cuidado  en  mirar 
que  no  fuesen  maltratados,  y  que  le  avisasen  de  lo  que 
en  contrario  se  hiciese,  para  lo  proveer  y  remediar,  y 
que  todas  las  cosas  que  fuesen  necesarias  para  tan  san- 
ta obra,  el  gobernador  se  las  daría  y  proveería,  y  asi- 
mismo para  administrar  los  santos  sacramentos  en  las 
iglesias  y  monesterios  les  proveería;  y  ansí,  fueron  pro- 
veídos de  vino  y  harina,  y  les  repartió  los  ornamentos 
que  llevó,  con  que  se  servían  las  iglesias  y  el  culto  di- 
vino, y  para  ello  les  dio  una  bota  de  vino. 


CABEZA    DE   VACA.  —  NAUFRAGIOS  13 


CAPITULO    XVI 

De  cómo  matan  a  sus  enemigos  que  captivan,  y  se  los  comen. 

Lueg-0  dende  a  poco  que  hobo  Ileg-ado  el  gobernador 
a  la  dicha  ciudad  de  la  Ascensión,  los  pobladores  y 
conquistadores  que  en  ella  halló,  le  dieron  garandes  que- 
rellas y  clamores  contra  los  oficiales  de  Su  Majestad,  y 
mandó  juntar  todos  los  indios  naturales,  vasallos  de  Su 
Majestad;  y  así  juntos,  delante  y  en  presencia  de  los  re- 
ligiosos y  clérigos,  les  hizo  su  parlamento,  diciéndoles 
cómo  Su  Majestad  lo  había  enviado  a  los  favorescer  y 
dar  a  entender  cómo  habían  de  venir  en  conoscimiento 
de  Dios  y  ser  cristianos,  por  la  doctrina  y  enseñamiento 
de  los  religiosos  y  clérigos  que  para  ello  eran  venidos, 
como  ministros  de  Dios,  y  para  que  estuviesen  debajo 
de  la  obediencia  de  Su  Majestad,  y  fuesen  sus  vasallos, 
y  que  de  esta  manera  serían  mejor  tratados  y  favoreci- 
dos que  hasta  allí  lo  habían  sido;  y  allende  de  esto,  les 
fué  dicho  y  amonestado  que  se  apartasen  de  comer  car- 
ne humana,  por  el  grave  pecado  y  ofensa  que  en  ello  ha- 
cían a  Dios,  y  los  religiosos  y  clérigos  se  lo  dijeron  y 
amonestaron;  y  para  les  dar  contentamiento,  les  dio  y 
repartió  muchos  rescates,  camisas,  ropas,  bonetes  y 
otras  cosas,  con  que  se  alegraron.  Esta  generación  de 
los  guaraníes  es  una  gente  que  se  entienden  por  su 
lenguaje  todos  los  de  las  otras  generaciones  de  la  pro- 
vincia (1),  y  comen  carne  humana  de  otras  generaciones 

(1)  La  lengua  guaraní  ha  sido  llamada  «lengua  general  dú 
Brasil».  Véase  Valle  Cabral  (A.  do),  Bibliografía  da  lingua  tupi 
ou  guaraní,  tamben  chamada  lingua  geral  do  Brazil,  Ann.  Bih. 
Nac.  do  Río  de  Janeiro,  1880. 


CAP.  XVI  COMENTARIOS  195 

que  tienen  por  enemigos,  cuando  tienen  guerra  unos 
con  otros;  y  siendo  de  esta  generación,  si  los  captivan 
en  las  guerras,  tráenlos  a  sus  pueblos,  y  con  ellos  hacen 
grandes  placeres  y  regocijos,  bailando  y  cantando;  lo 
cual  dura  hasta  que  el  captivo  está  gordo,  porque  luego 
que  lo  captivan  lo  ponen  a  engordar  y  le  dan  todo  cuanto 
quiere  a  comer,  y  a  sus  mismas  mujeres  y  hijas  para  que 
haya  con  ellas  sus  placeres,  y  de  engordallo  no  toma 
ninguno  el  cargo  y  cuidado,  sino  las  proprias  mujeres 
de  los  indios,  las  más  principales  de  ellas;  las  cuales  lo 
acuestan  consigo  y  lo  componen  de  muchas  maneras, 
como  es  su  costumbre,  y  le  ponen  mucha  plumería  y 
cuentas  blancas,  que  hacen  los  indios  de  hueso  y  de  pie- 
dra blanca,  que  son  entre  ellos  muy  estimadas,  y  en  es- 
tando gordo,  son  los  placeres,  bailes  y  cantos  muy  ma- 
yores, y  juntos  los  indios,  componen  y  aderezan  tres 
mochachos  de  edad  de  seis  años  hasta  siete,  y  danles 
en  las  manos  unas  hachetas  de  cobre,  y  un  indio,  el  que 
es  tenido  por  más  valiente  entre  ellos,  toma  una  espada 
de  palo  en  las  manos,  que  la  llaman  los  indios  macana; 
y  sácanlo  en  una  plaza,  y  allí  le  hacen  bailar  una  hora,  y 
desque  ha  bailado,  llega  y  le  da  en  los  lomos  con  am- 
bas las  manos  un  golpe,  y  otro  en  las  espinillas  para 
derribarle,  y  acontesce,  de  seis  golpes  que  le  dan  en  la 
cabeza,  no  poderlo  derribar,  y  es  cosa  muy  de  maravi- 
llar el  gran  testor  que  tienen  en  la  cabeza,  porque  la 
espada  de  palo  con  que  les  dan  es  de  un  palo  muy  re- 
cio y  pesado,  negro,  y  con  ambas  manos  un  hombre  de 
fuerza  basta  a  derribar  un  toro  de  un  golpe,  y  al  tal 
captivo  no  lo  derriban  sino  de  muchos,  y  en  fin  al  cabo, 
lo  derriban,  y  luego  los  niños  llegan  con  sus  hachetas, 
y  primero  el  mayor  de  ellos  o  el  hijo  del  principal,  y 
danle  con  ellas  en  la  cabeza  tantos  golpes,  hasta  que  le 
hacen  saltar  la  sangre,  y  estándoles  dando,  los  indios 
les  dicen  a  voces  que  sean  valientes  y  se  enseñen,  y 
tengan  ánimo  para  matar  sus  enemigos  y  para  andar  en 
las  guerras,  y  que  se  acuerden  que  aquél  ha  muerto  de 


196  ALVAR  NÚÑEZ"CABEZA  DE  VACA      CAP.  XVI 

los  suyos,  que  se  venguen  de  él;  y  luego,  como  es 
muerto,  el  que  le  da  el  primer  golpe  toma  el  nombre 
del  muerto  y  de  allí  adelante  se  nombra  del  nombre 
del  que  así  mataron,  en  señal  que  es  valiente,  y  luego 
las  viejas  lo  despedazan  y  cuecen  en  sus  ollas  y  repar- 
ten entre  sí,  y  lo  comen,  y  tiénenlo  por  cosa  muy  buena 
comer  del,  y  de  allí  adelante  tornan  a  sus  bailes  y  pla- 
ceres, los  cuales  duran  por  otros  muchos  días,  dicien- 
do que  ya  es  muerto  por  sus  manos  su  enemigo,  que 
mató  a  sus  parientes,  que  agora  descansarán  y  tomarán 
por  ello  placer. 


CAPITULO   XVII 

De  la  paz  que  el  gobernador  asentó  con  los  indios  agaces. 

En  la  ribera  de  este  río  del  Paraguay  está  una  nas- 
ción  de  indios  que  se  llaman  agaces;  es  una  gente  muy 
temida  de  todas  las  nasciones  de  aquella  tierra;  allende 
de  ser  valientes  hombres  y  muy  usados  en  la  guerra, 
son  muy  grandes  traidores,  que  debajo  de  palabra  de 
paz  han  hecho  grandes  estragos  y  muertes  en  otras 
gentes  y  aun  en  propios  parientes  suyos  por  hacerse 
señores  de  toda  la  tierra;  de  manera  que  no  se  confían 
de  ellos.  Esta  es  una  gente  muy  crescida,  de  grandes 
cuerpos  y  miembros  como  gigantes;  andan  hechos  cor- 
sarios por  el  río  en  canoas;  saltan  en  tierra  a  hacer  ro- 
bos y  presas  en  los  guaraníes,  que  tienen  por  principa- 
les enemigos;  mantiénense  de  caza  y  pesquería  del  río 
y  de  la  tierra,  y  no  siembran,  y  tienen  por  costumbre  de 
tomar  captivos  de  los  guaraníes,  y  tráenlos  maniatados 
dentro  de  sus  canoas,  y  lléganse  a  la  propria  tierra  don- 
de son  naturales  y  salen  sus  parientes  para  rescatarlos,  y 
dalante  de  sus  padres  y  hijos,  mujeres  y  deudos,  les  dan 
crueles  azotes  y  les  dicen  que  les  trayan  de  comer,  si  no 
que  los  matarán.  Luego  les  traen  muchos  mantenimien- 
tos, hasta  que  les  cargan  las  canoas;  y  se  vuelven  a  sus 
casas,  y  llévanse  los  prisioneros,  y  esto  hacen  muchas 
veces,  y  son  pocos  los  que  rescatan;  porque  después 
que  están  hartos  de  traerlos  en  sus  canoas  y  de  azotar- 
los, los  cortan  las  cabezas  y  las  ponen  por  la  ribera  del 
río  hincadas  en  unos  palos  altos.  A  estos  indios,  antes 
que  fuese  a  la  dicha  provincia  el  gobernador,  les  hicie- 


198  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

ron  guerra  los  españoles  que  en  ella  residían,  y  habían 
muerto  a  muchos  de  ellos,  y  asentaron  paz  con  los  di- 
chos indios,  la  cual  quebrantaron,  como  lo  acostum- 
bran, haciendo  daños  a  los  guaraníes  muchas  veces,  lle- 
vando muchas  provisiones;  y  cuando  el  gobernador 
llegó  a  la  ciudad  de  la  Ascensión  había  pocos  días  que 
los  agaces  habían  rompido  las  paces  y  habían  salteado 
y  robado  ciertos  pueblos  de  los  guaraníes,  y  cada  día 
venían  a  desasosegar  y  dar  rebato  a  la  ciudad  de  la  As- 
censión; y  como  los  indios  agaces  supieron  de  la  venida 
del  gobernador,  los  hombres  más  principales  de  ellos, 
que  se  llaman  Abacoten  y  Tabor  y  Alabos,  acompaña- 
dos de  otros  muchos  de  su  generación,  vinieron  en  sus 
canoas  y  desembarcaron  en  el  puerto  de  la  ciudad,  y 
salidos  en  tierra,  se  vinieron  a  poner  en  presencia  del 
gobernador,  y  dijeron  que  ellos  venían  a  dar  la  obe- 
diencia a  Su  Majestad  y  a  ser  amigos  de  los  españoles, 
y  que  si  hasta  allí  no  habían  guardado  la  paz,  había  sido 
por  atrevimiento  de  algunos  mancebos  locos  que  sin  su 
licencia  salían  y  daban  causa  a  que  se  creyese  que  ellos 
quebraban  y  rompían  la  paz,  y  que  los  tales  habían  sido 
bien  castigados;  y  rogaron  al  gobernador  los  recebiese 
y  hiciese  paz  con  ellos  y  con  los  españoles,  y  que  ellos 
la  guardarían  y  conservarían,  estando  presentes  los  re- 
ligiosos y  clérigos  y  oficiales  de  Su  Majestad.  Hecho  su 
mensaje,  el  gobernador  los  recebió  con  todo  buen 
amor  y  les  dio  por  respuesta  que  era  contento  de  los 
rescebir  por  vasallos  de  Su  Majestad  y  por  amigos  de 
los  cristianos,  con  tanto  que  guardasen  las  condiciones 
de  la  paz  y  no  la  rompiesen  como  otras  veces  lo  habían 
hecho,  con  apercebimiento  que  los  tendrían  por  ene- 
migos capitales  y  les  harían  la  guerra;  y  de  esta  manera 
se  asentó  la  paz  y  quedaron  por  amigos  de  los  españo- 
les y  de  los  naturales  guaraníes,  y  de  allí  adelante  los 
mandó  favorescer  y  socorrer  de  mantenimentos;  y  las 
condiciones  y  posturas  de  la  paz,  para  que  fuese  guar- 
dada y  conservada,  fué  que  los  dichos  indios  agaces 


XVII 


COMENTARIOS  199 


principales,  ni  los  otros  de  su  generación,  todos  juntos 
ni  divididos,  en  manera  alguna,  cuando  hobiesen  de 
venir  en  sus  canoas  por  la  ribera  del  río  del  Paraguay, 
entrando  por  tierra  de  los  guaraníes,  o  hasta  llegar  al 
puerto  de  la  ciudad  de  la  Ascensión,  hobiese  de  ser  y 
fuese  de  día  claro  y  no  de  noche,  y  por  la  otra  parte  de 
la  ribera  del  río,  no  por  donde  los  otros  indios  guara- 
níes y  españoles  tienen  sus  pueblos  y  labranzas;  y  que 
no  saltasen  en  tierra,  y  que  cesase  la  guerra  que  tenían 
con  los  indios  guaraníes  y  no  les  hiciesen  ningún  mal 
ni  daño,  por  ser,  como  eran,  vasallos  de  Su  Majestad; 
que  volviesen  y  restituyesen  ciertos  indios  y  indias  de 
la  dicha  generación  que  habían  captivado  durante  el 
tiempo  de  la  paz,  porque  eran  cristianos  y  se  quejaban 
sus  parientes,  y  que  a  los  españoles  y  indios  guaraníes 
que  anduviesen  por  el  río  a  pescar  y  por  la  tierra  a  ca- 
zar no  les  hiciesen  daño  ni  les  impidiesen  la  caza  y 
pesquería,  y  que  algunas  mujeres,  hijas  y  parientas  de 
los  agaces,  que  habían  traído  a  las  doctrinar,  que  las 
dejasen  permanescer  en  la  santa  obra  y  no  las  llevasen 
ni  hiciesen  ir  ni  ausentar;  y  que  guardando  las  condi- 
ciones los  temían  por  amigos,  y  donde  no,  por  cualquier 
de  ellas  que  así  no  guardasen,  procederían  contra 
ellos;  y  siendo  por  ellos  bien  entendidas  las  condicio- 
nes y  apercebimientos,  prometieron  de  las  guardar,  y 
de  esta  manera  se  asentó  con  ellos  la  paz  y  dieron  la 
obediencia. 


CAPITULO  XVIII 


De  las  querellas  que  dieron  al  gobernador  los  pobladores 
de  los  oficiales  de  Su  Majestad. 


Luego  dende  a  pocos  días  que  fué  llegado  a  la  ciu- 
dad de  la  Ascensión  el  gobernador,  visto  que  había  en 
ella  muchos  pobres  y  necesitados,  los  proveyó  de  ro- 
pas, camisas,  calzones  y  otras  cosas,  con  que  fueron 
remediados,  y  proveyó  a  muchos  de  armas,  que  no  las 
tenían:  todo  a  su  costa,  sin  interés  alguno;  y  rogó  a 
los  ofíciales  de  Su  Majestad  que  no  les  hiciesen  los 
agravios  y  vejaciones  que  hasta  allí  les  habían  hecho  y 
hacían,  de  que  se  querellarían  de  ellos  gravemente  to- 
dos los  conquistadores  y  pobladores,  así  sobre  la  co- 
branza de  deudas  debidas  a  Su  Majestad,  como  dere- 
chos de  una  nueva  imposición  que  inventaron  y  pusie- 
ron, de  pescado  y  manteca,  de  la  miel,  maíz  y  otros 
mantenimientos  y  pellejos  de  que  se  vestían,  y  que  ha- 
bían y  compraban  de  los  indios  naturales;  sobre  lo  cual 
los  oficiales  hicieron  al  gobernador  muchos  requeri- 
mientos para  proceder  en  la  cobranza  y  el  gobernador 
no  se  lo  consintió,  de  donde  le  cobraron  grande  odio 
y  enemistad,  y  por  vías  indirectas  intentaron  de  hacer- 
le todo  el  mal  y  daño  que  pudiesen,  movidos  con  mal 
celo;  de  que  resultó  prenderlos  y  tenerlos  presos  por 
virtud  de  las  informaciones  que  contra  ellos  se  to- 
maron. 


CAPITULO    XIX 

Cómo  se  querellaron  al  gobernador  de  los  indios  guaycurúes. 

Los  indios  principales  de  la  ribera  y  comarca  del  río 
del  Parag-uay,  y  más  cercanos  a  la  ciudad  de  la  Ascen- 
sión, vasallos  de  Su  Majestad,  todos  juntos  parescieron 
ante  el  g-obernador  y  se  querellaron  de  una  generación 
de  indios  que  habitan  cerca  de  sus  confines,  los  cuales 
son  muy  guerreros  y  valientes,  y  se  mantienen  de  la 
caza  de  los  venados,  mantecas  y  miel,  y  pescado  del 
río,  y  puercos  que  ellos  matan,  y  no  comen  otra  cosa 
ellos  y  sus  mujeres  y  hijos,  y  éstos  cada  día  la  matan  y 
andan  a  cazar  con  su  puro  trabajo;  y  son  tan  ligeros  y 
recios,  que  corren  tanto  tras  los  venados,  y  tanto  les 
dura  el  aliento,  y  sufren  tanto  el  trabajo  de  correr,  que 
los  cansan  y  toman  a  mano,  y  otros  muchos  matan  con 
las  flechas,  y  matan  muchos  tigres  (1)  y  otros  animales 
bravos.  Son  muy  amigos  de  tratar  bien  a  las  mujeres, 
no  tan  solamente  las  suyas  proprias,  que  entre  ellos 
tienen  muchas  preeminencias;  mas  en  las  guerras  que 
tienen,  si  captivan  algunas  mujeres,  danles  libertad  y  no 
les  hacen  daño  ni  mal;  todas  las  otras  generaciones  les 
tienen  gran  temor;  nunca  están  quedos  de  dos  días  arri- 
ba en  un  lugar;  luego  levantan  sus  casas,  que  son  de  es- 
teras, y  se  van  una  legua  o  dos  desviados  de  donde  han 
tenido  asiento,  porque  la  caza,  como  es  por  ellos  hosti- 
gada, huye  y  se  va,  y  vanla  siguiendo  y  matando.  Esta 
generación  y  otras  que  se  mantienen  de  las  pesquerías 


(1)     Tigueres  en  la  edición  de  1555. 


202  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA    DE   VACA     CAP.  XIX 

y  de  unas  algarrobas  que  hay  en  la  tierra,  a  las  cuales 
acuden  por  los  montes  donde  están  estos  árboles,  a  co- 
ger como  puercos  que  andan  a  montanera,  todos  en  un 
tiempo,  porque  es  cuando  está  madura  el  algarroba  por 
el  mes  de  noviembre  a  la  entrada  de  diciembre,  y  de 
ella  hacen  harina  y  vino,  el  cual  sale  tan  fuerte  y  recio, 
que  con  ello  se  emborrachan. 


CAPITULO    XX 

Cómo  el  gobernador  pidió  información  de  la  querella. 

Asimismo  se  querellaron  los  indios  principales  ai  g-o- 
bernador  de  los  indios  guaycurúes  (1)  que  les  habían 
desposeído  de  su  propria  tierra,  y  les  habían  muerto  sus 
padres  y  hermanos  y  parientes;  y  pues  ellos  eran  cristia- 
nos y  vasallos  de  Su  Majestad,  los  amparase  y  restitu- 
yese en  las  tierras  que  les  tenían  tomadas  y  ocupadas 
los  indios,  porque  en  los  montes  y  en  las  lagunas  y  ríos 
de  ellas  tenían  sus  cazas  y  pesquerías,  y  sacaban  miel, 
con  que  se  mantenían  ellos  y  sus  hijos  y  mujeres,  y  lo 
traían  a  los  cristianos;  porque  después  que  a  aquella 
tierra  fué  el  gobernador,  se  les  habían  hecho  las  dichas 
fuerzas  y  muertes.  Vista  por  el  gobernador  la  querella 
de  los  indios  principales,  los  nombres  de  los  cuales  son: 
Pedro  de  Mendoza,  y  Juan  de  Salazar  Cupirati,  y  Fran- 
cisco Ruiz  Mayraru,  y  Lorenzo  Moquiraci,  y  Gonzalo 
Mayraru,  y  otros  cristianos  nuevamente  convertidos, 
porque  se  supiese  la  verdad  de  lo  contenido  en  su  que- 
rella y  se  hiciese  y  procediese  conforme  a  derecho, 
por  las  lenguas  intérpretes  el  gobernador  les  dijo  que 
trujesen  información  de  lo  que  decían;  la  cual  dieron  y 
presentaron  de  muchos  testigos  cristianos  españoles, 
que  habían  visto  y  se  hallaron  presentes  en  la  tierra 


(1)  Los  guaycurúes  o  guaycurus  (a  que  pertenecían  querandies, 
tobas,  abipones,  etc.)  eran  feroces  indios  habitantes  del  Gran  Cha- 
co, y  como  hombres  de  selva,  diestros  cazadores  y  guerreros  indo- 
mables. 


204  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP. 

cuando  los  indios  guaycurúes  les  habían  hecho  los  da- 
ños y  les  habían  echado  de  la  tierra,  despoblando  un 
pueblo  que  tenían  muy  grande  y  cercado  de  fuerte  pali- 
zada, que  se  llama  Caguazu,  y  recebida  la  dicha  infor- 
mación, el  gobernador  mandó  llamar  y  juntar  los  reli- 
giosos y  clérigos  que  allí  estaban,  conviene  a  saber:  el 
comisario  fray  Bernaldo  de  Armenta  y  fray  Alonso  Le- 
brón, su  compañero,  y  el  bachiller  Martín  de  Armenta 
y  Francisco  de  Andrada,  clérigos,  para  que  viesen  la  in- 
formación y  diesen  su  parescer  si  la  guerra  se  les  podía 
hacer  a  los  indios  guaycurúes  justamente.  Y  habiendo 
dado  su  parescer,  firmado  de  sus  nombres,  que  con 
mano  armada  podía  ir  contra  los  dichos  indios  a  les  ha- 
cer la  guerra,  pues  eran  enemigos  capitales,  el  goberna- 
dor mandó  que  dos  españoles  que  entendían  la  lengua 
de  los  indios  guaycurúes,  con  un  clérigo  llamado  Mar- 
tín de  Armenta,  acompañados  de  cincuenta  españoles, 
fuesen  a  buscar  los  indios  guaycurúes,  y  a  les  requerir 
diesen  la  obediencia  a  Su  Majestad  y  se  apartasen  de  la 
guerra  que  hacían  a  los  indios  guaraníes,  y  los  dejasen 
andar  libres  por  sus  tierras,  gozando  de  las  cazas  y  pes- 
querías de  ellas;  y  que  de  esta  manera  los  ternía  por  ami- 
gos y  los  favorescería;  y  donde  no,  lo  contrario  hacien- 
do, que  les  haría  la  guerra  como  a  enemigos  capitales. 
Y  así  se  partieron  los  susodichos,  encargándoles  tuvie- 
sen especial  cuidado  de  les  hacer  los  apercibimientos 
una,  y  dos,  y  tres  veces  con  toda  templanza.  E  idos, 
dende  a  ocho  días  volvieron,  y  dijeron  y  dieron  fe  que 
hicieron  el  dicho  apercibimiento  a  los  indios,  y  que  he- 
cho, se  pusieron  en  arma  contra  ellos,  diciendo  que  no 
querían  dar  la  obediencia  ni  ser  amigos  de  los  espa- 
ñoles ni  de  los  indios  guaraníes,  y  que  se  fuesen  lue- 
go de  su  tierra;  y  ansí,  les  tiraron  muchas  flechas,  y 
vinieron  de  ellos  heridos;  y  visto  lo  susodicho  por  el 
gobernador,  mandó  apercebir  hasta  docientos  hombres 
arcabuceros  y  ballesteros,  y  doce  de  caballo,  y  con 
ellos  partió  de  la  ciudad  de  la  Ascensión,  jueves  12 


XX  COMENTARIOS  205 

días  del  mes  de  julio  de  1542  años.  Y  porque  había  de 
pasar  de  la  otra  parte  del  río  del  Paraguay,  mandó  que 
fuesen  dos  bergantines  para  pasar  la  gente  y  caballos, 
y  que  aguardasen  en  un  lugar  de  indios  que  está  en  la 
ribera  del  dicho  río  del  Paraguay,  de  la  generación  de 
los  guaraníes,  que  se  llama  Tapua,  que  su  principal  se 
llama  Mormocen,  un  indio  muy  valiente  y  temido  en 
aquella  tierra,  que  era  ya  cristiano,  y  se  llamaba  Loren- 
zo, cuyo  era  el  lugar  de  Caguazu,  que  los  guaycurúes 
le  habían  tomado;  y  por  tierra  había  de  ir  toda  la  gen- 
te y  caballos  hasta  allí,  y  estaba  de  la  ciudad  de  la  As- 
cención hasta  cuatro  leguas,  y  fueron  caminando  el  di- 
cho día,  y  por  el  camino  pasaban  grandes  escuadrones 
de  indios  de  la  generación  de  los  guaraníes,  que  se  ha- 
bían de  juntar  en  el  lugar  de  Tapua  para  ir  en  compa- 
ñía del  gobernador.  Era  cosa  muy  de  ver  la  orden  que 
llevaban,  y  el  aderezo  de  guerra,  de  muchas  flechas, 
muy  emplumados  con  plumas  de  papagayos,  y  sus  arcos 
pintados  de  muchas  maneras  y  con  instrumentos  de 
guerra,  que  usan  entre  ellos,  de  atabales  y  trompetas  y 
cornetas,  y  de  otras  formas;  y  el  dicho  día  llegaron  con 
toda  la  gente  de  caballo  y  de  a  pie  al  lugar  de  Tapua,^ 
donde  hallaron  muy  gran  cantidad  de  los  indios  guara- 
níes, que  estaban  aposentados,  así  en  el  pueblo  como 
fuera,  por  las  arboledas  de  la  ribera  del  río;  y  el  Mor- 
mocen, indio  principal,  con  otros  principales  indios 
que  allí  estaban,  parientes  suyos,  y  con  todos  los  de- 
más, los  salieron  a  recebir  al  camino  un  tiro  de  arco  de 
su  lugar,  y  tenían  muerta  y  traída  mucha  caza  de  vena- 
dos y  avestruces,  que  los  indios  habían  muerto  aquel 
día  y  otro  antes;  y  era  tanta,  que  se  dio  a  toda  la  gente, 
con  que  comieron  y  lo  dejaban  de  sobra;  y  luego  los 
indios  principales,  hecha  su  junta,  dijeron  que  era  ne- 
cesario enviar  indios  y  cristianos  que  fuesen  a  descu- 
brir la  tierra  por  donde  hab»an  de  ir,  y  a  ver  el  pueblo 
y  asiento  de  los  enemigos,  para  saber  si  habían  tenido 
noticia  de  la  ida  de  los  españoles,  y  si  se  velaban  de 


206  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA       CAP.  XX 

noche;  luego,  paresciéndole  al  g-obernador  que  conve- 
nía tomar  los  avisos,  envió  dos  españoles  con  el  mismo 
Mormocen,  indio,  y  con  otros  indios  valientes  que  sa- 
bían la  tierra.  E  idos,  volvieron  otro  día  siguiente,  vier- 
nes en  la  noche,  y  dijeron  cómo  los  indios  guaycurúes 
habían  andado  por  los  campos  y  montes  cazando,  como 
es  costumbre  suya,  y  poniendo  fuego  por  muchas  par- 
tes; y  que  a  lo  que  habían  podido  reconoscer,  aquel 
día  mismo  habían  levantado  su  pueblo,  y  se  iban  cazan- 
do y  caminando  con  su  hijos  y  mujeres,  para  asentar 
en  otra  parte,  donde  se  pudiesen  mantener  de  la  caza 
y  pesquerías,  y  que  les  parescía  que  no  habían  tenido 
hasta  entonces  noticia  ni  sentimiento  de  su  ida,  y  que 
dende  allí  hasta  donde  los  indios  podían  estar  y  asen- 
tar su  pueblo  habría  cinco  o  seis  leguas,  porque  se  pa- 
rescían  los  fuegos  por  donde  andaban  cazando. 


CAPITULO    XXI 


Cómo  el  gobernador  y  su  gente  pasaron  el  río  y  se  ahogaron 
dos  cristianos. 


Este  mismo  día  viernes  Ilegfaron  los  bergantines  allí 
para  pasar  las  gentes  y  caballos  de  la  otra  parte  del  río, 
y  los  indios  habían  traído  muchas  canoas;  y  bien  infor- 
mado el  gobernador  de  lo  que  convenía  hacerse,  pla- 
ticado con  sus  capitanes,  fué  acordado  que  luego  el 
sábado  siguiente  por  la  mañana  pasase  la  gente  para 
proseguir  la  jornada  y  ir  en  demanda  de  los  indios 
guaycurúes,  y  mandó  que  se  hiciesen  balsas  de  las  ca- 
noas para  poder  pasar  los  caballos;  y  en  siendo  de  día, 
toda  la  gente  puesta  en  orden,  comenzaron  a  embar- 
carse y  pasar  en  los  navios  y  en  las  balsas,  y  los  indios 
en  las  canoas;  era  tanta  la  priesa  del  pasar  y  la  grita  de 
los  indios,  como  era  tanta  gente,  que  era  cosa  muy  de 
ver;  tardaron  en  pasar  dende  las  seis  de  la  mañana  hasta 
las  dos  horas  después  de  mediodía,  no  embargante 
que  había  bien  docientas  canoas,  en  que  pasaron.  Allí 
suscedió  un  caso  de  mucha  lástima,  que  como  los  es- 
pañoles procuraban  de  embarcarse  primero  unos  que 
otros,  cargando  en  una  barca  mucha  gente  al  un  bordo, 
hizo  balance  y  se  trastornó  de  manera,  que  volvió  la 
quilla  arriba  y  tomó  debajo  toda  la  gente,  y  si  no  fue- 
ran también  socorridos,  todos  se  ahogaran;  porque, 
como  había  muchos  indios  en  la  ribera,  echáronse  al 
agua  y  volcaron  el  navio;  y  como  en  aquella  parte  ha- 
bía mucha  corriente,  se  llevó  dos  cristianos,  que  no  pu- 
dieron ser  socorridos,  y  los  fueron  a  hallar  el  río  abajo 


208  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA      CAP.  XXI 

ahogados;  el  uno  se  llamaba  Diego  de  Isla,  vecino  de 
Málaga,  y  el  otro,  Juan  de  Valdés,  vecino  de  Falencia. 
Pasada  toda  la  gente  y  caballos  de  la  otra  parte  del  río, 
los  indios  principales  vinieron  a  decir  al  gobernador 
que  era  su  costumbre  que  cuando  iban  a  hacer  alguna 
guerra  hacían  su  presente  al  capitán  suyo,  y  que  así, 
ellos,  guardando  su  costumbre,  lo  querían  hacer;  que 
le  rogaban  lo  recebiese;  y  el  gobernador,  por  les  hacer 
placer,  lo  aceptó;  y  todos  los  principales,  uno  a  uno,  le 
dieron  una  flecha  y  un  arco  pintado,  muy  galán,  y  tras 
de  ellos,  todos  los  indios,  cada  uno  trujo  una  flecha 
pintada  y  emplumada  con  plumas  de  papagayos,  y  es- 
tuvieron en  hacer  los  dichos  presentes  hasta  que  fué 
de  noche,  y  fué  necesario  quedarse  allí  en  la  ribera  del 
río  a  dormir  aquella  noche,  con  buena  guarda  y  centi- 
nela que  hicieron. 


CAPITULO    XXII 

Cómo  fueron  las  espías  por  mandando  del  gobernador  en  segui- 
miento de  los  indios  guaycurúes. 


El  dicho  día  sábado  fué  acordado  por  el  goberna- 
dor, con  parescer  de  sus  capitanes  y  religiosos,  que, 
antes  que  comenzasen  a  marchar  por  la  tierra,  fuesen 
los  adalides  a  descubrir  y  saber  a  qué  parte  los  indios 
gfuaycurúes  habían  pasado  y  asentado  pueblo,  y  de  la 
manera  que  estaban,  para  poderles  acometer  y  echar 
de  la  tierra  de  los  indios  guaraníes;  y  así,  se  partieron 
los  indios,  espías  y  cristianos,  y  al  cuarto  de  la  modo- 
rra vinieron,  y  dijeron  que  los  indios  habían  todo  el 
día  cazado,  y  que  adelante  iban  caminando  sus  mujeres 
y  hijos,  y  que  no  sabían  adonde  irían  a  tomar  asiento; 
y  sabido  lo  susodicho,  en  la  misma  hora  fué  acordado 
que  marchasen  lo  más  encubiertamente  que  pudiesen, 
caminando  tras  de  los  indios,  y  que  no  se  hiciesen  fue- 
gos de  día,  porque  no  fuese  descubierto  el  ejército,  ni 
se  desmandasen  los  indios  que  allí  iban  a  cazar  ni  a 
otra  cosa  alguna;  y  acordado  sobre  esto,  domingo  de 
mañana  partieron  con  buena  orden,  y  fueron  caminan- 
do por  unos  llanos  y  por  entre  arboledas,  por  ir  más 
encubiertos;  y  de  esta  manera  fueron  caminando,  lle- 
vando siempre  delante  indios  que  descubrían  la  tierra, 
muy  ligeros  y  corredores,  escogidos  para  aquel  efecto, 
los  cuales  siempre  venían  a  dar  aviso;  y  demás  de  esto, 
iban  las  espías  con  todo  cuidado  en  seguimiento  de 
los  enemigos,  para  tener  aviso  cuando  hobiesen  asen- 
tado su  pueblo,  y  la  orden  que  el  gobernador  dio  para 

CABEZA    DE    VACA.  —  NAUFRAGIOS  14 


210  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA     CAP.    XXII 

marchar  el  campo  fué,  que  todos  los  indios  que  consi- 
go llevaba  iban  hechos  un  escuadrón,  que  duraba  bien 
una  legua,  todos  con  sus  plumajes  de  papagayos  muy 
galanos  y  pintados,  y  con  sus  arcos  y  flechas,  con  mu- 
cha orden  y  concierto;  los  cuales  llevaban  el  avanguar- 
dia,  y  tras  de  ellos,  en  el  cuerpo  de  la  batalla,  iban  el 
gobernador  con  la  gente  de  caballo,  y  luego  la  infan- 
tería de  los  españoles,  arcabuceros  y  ballesteros,  con 
el  carruaje  de  las  mujeres  que  llevaban  la  munición  y 
bastimentos  de  los  españoles,  y  los  indios  llevaban  su 
carruaje  en  medio  de  ellos;  y  de  esta  forma  y  manera 
fueron  caminando  hasta  el  mediodía,  que  fueron  a  re- 
posar debajo  de  unas  grandes  arboledas;  y  habiendo 
allí  comido  y  reposado  toda  la  gente  y  indios,  tornaron 
a  caminar  por  las  veredas,  que  iban  seguidas  por  vera 
de  los  montes  y  arboledas,  por  donde  los  indios,  que 
sabían  la  tierra,  los  guiaban;  y  en  todo  el  camino  y 
campos  que  llevaron  a  su  vista,  había  tanta  caza  de  ve- 
nados y  avestruces,  que  era  cosa  de  ver;  pero  los  in- 
dios ni  los  españoles  no  salían  a  la  caza,  por  no  ser 
descubiertos  ni  vistos  por  los  enemigos;  y  con  la  orden 
iban  caminando,  llevando  los  indios  guaraníes  la  van- 
guardia, según  está  dicho,  todos  hechos  un  escuadrón, 
en  buena  orden,  en  que  habría  bien  diez  mil  hombres, 
que  era  cosa  muy  de  ver  cómo  iban  todos  pintados  de 
almagra  y  otras  colores,  y  con  tantas  cuentas  blancas 
por  los  cuellos,  y  sus  penachos,  y  con  muchas  planchas 
de  cobre,  que,  como  el  Sol  reverberaba  en  ellas,  daban 
de  sí  tanto  resplandor,  que  era  maravilla  de  ver,  los 
cuales  iban  proveídos  de  muchas  flechas  y  arcos. 


CAPITULO    XXIII 


Cómo,  yendo  siguiendo  los  enemigos,  fué  avisado  el  gobernador 
cómo  iban  adelante. 


Caminando  el  gobernador  y  su  gente  por  la  orden 
ya  dicha  todo  aquel  día,  después  de  puesto  Sol,  a  hora 
del  Ave  María,  sucedió  un  escándalo  y  alboroto  entre 
los  indios  que  iban  en  la  hueste;  y  fué  el  caso  que  se 
vinieron  apretar  los  unos  con  los  otros,  y  se  alborota- 
ron con  la  venida  de  un  espía  que  vino  de  los  indios 
guaycurúes,  que  los  puso  en  sospecha  que  se  querían 
retirar  de  miedo  de  ellos,  la  cual  les  dijo  que  iban  ade- 
lante, y  que  los  había  visto  todo  el  día  cazar  por  toda 
la  tierra,  y  que  todavía  iban  adelante  caminando  sus 
mujeres  y  hijos,  y  que  creían  que  aquella  noche  asen- 
tarían su  pueblo,  y  que  los  indios  guaraníes  habían  sido 
avisados  de  unas  esclavas  que  ellos  habían  captivado 
pocos  días  había,  de  otra  generación  de  indios  que  se 
llaman  merchireses,  y  que  ellos  habían  oído  decir  a  los 
de  su  generación  que  los  guaycurúes  tenían  guerra  con 
la  generación  de  los  indios  que  se  llaman  guatataes,  y 
que  creían  que  iban  a  hacerlos  daño  a  su  pueblo,  y 
que  a  esta  causa  iban  caminando  a  tanta  priesa  por  la 
tierra;  y  porque  las  espías  iban  tras  de  ellos  caminando 
hasta  los  ver  adonde  hacían  parada  y  asiento,  para  dar 
el  aviso  de  ello;  y  sabido  por  el  gobernador  lo  que  la 
espía  dijo,  visto  que  aquella  noche  hacía  buena  Luna 
clara,  mandó  que  por  la  misma  orden  todavía  fuesen 
caminando  todos  adelante  sobre  aviso,  los  ballesteros 
con  sus  ballestas  armadas,  y  los  arcabuceros  cargados 


212  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA      CAP.  XXIII 

los  arcabuces  y  las  mechas  encendidas  (según  que  en 
tal  caso  convenía);  porque,  aunque  los  indios  guara- 
níes iban  en  su  compañía  y  eran  también  sus  amigos, 
tenían  todo  cuidado  de  recatarse  y  guardarse  de  ellos 
tanto  como  de  los  enemigos,  porque  suelen  hacer  ma- 
yores traiciones  y  maldades  si  con  ellos  se  tiene  algún 
descuido  y  confianza;  y  así,  suelen  hacer  de  las  suyas. 


CAPITULO    XXIV 

De  un  escándalo  que  causó  un  tigre  entre  los  españoles  y  los  indios. 


Caminando  el  g-obernador  y  su  gente  por  vera  de 
unas  arboledas  muy  espesas,  ya  que  quería  anochecer, 
atravesóse  un  tigre  por  medio  de  los  indios,  de  lo  cual 
hobo  entre  ellos  tan  grande  escándalo  y  alboroto,  que 
hicieron  a  los  españoles  tocar  al  arma,  y  los  españoles, 
creyendo  que  se  querían  volver  contra  ellos,  dieron  en 
los  indios  con  apellido  de  Santiago,  y  de  aquella  refrie- 
ga hirieron  algunos  indios;  y  visto  por  los  indios,  se 
metieron  por  el  monte  adentro  huyendo,  y  hobieran 
herido  con  dos  arcabuzazos  al  gobernador,  porque  le 
pasaron  las  pelotas  a  raíz  de  la  cara;  los  cuales  se  tuvo 
por  cierto  que  le  tiraron  maliciosamente  por  lo  matar, 
por  complacer  a  Domingo  de  Irala,  porque  le  había 
quitado  el  mandar  de  la  tierra,  como  solía.  Y  visto  por 
el  gobernador  que  los  indios  se  habían  metido  por  los 
montes,  y  que  convenía  remediar  y  apaciguar  tan  gran- 
des escándalos  y  alboroto,  se  apeó  solo,  y  se  lanzó  en  el 
monte  con  los  indios,  animándolos  y  diciéndoles  que  no 
era  nada,  sino  que  aquel  tigre  (1)  había  causado  aquel 
alboroto,  y  que  él  y  su  gente  española  eran  sus  amigos 
y  hermanos,  y  vasallos  de  Su  Majestad,  y  que  fuesen 
todos  con  él  adelante  a  echar  los  enemigos  de  la  tierra, 
pues  que  los  tenían  muy  cerca.  Y  con  ver  los  indios  al 
gobernador  en  persona  entre  ellos,  y  con  las  cosas  que 
les  dijo,  ellos  se  asosegaron,  y  salieron  del  monte  con 


(1)     Tiguere  en  la  edición  de  1555. 


214  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

él;  y  es  cierto  que  en  aquel  trance  estuvo  la  cosa  en 
punto  de  perderse  todo  el  campo,  porque  si  los  dichos 
indios  huían  y  se  volvían  a  sus  casas,  nunca  se  asegu- 
raran ni  fiaran  de  los  españoles,  ni  sus  amigos  y  parien- 
tes; y  ansí,  se  salieron,  llamando  el  gobernador  a  todos 
los  principales  por  sus  nombres,  que  se  habían  metido 
en  los  montes  con  los  otros,  los  cuales  estaban  muy 
atemorizados,  y  les  dijo  y  aseguró  que  viniesen  con  él 
seguros,  sin  ningún  miedo  ni  temor;  y  que  si  los  espa- 
ñoles los  habían  querido  matar,  ellos  habían  sido  la 
causa,  porque  se  habían  puesto  en  arma,  dando  a  en- 
tender que  los  querían  matar,  porque  bien  entendido 
tenían  que  había  sido  la  causa  aquel  tigre  que  pasó 
entre  ellos,  y  que  había  puesto  el  temor  a  todos,  y  que, 
pues  eran  amigos,  se  tornasen  a  juntar,  pues  sabían  que 
la  guerra  que  iban  a  hacer  era  y  tocaba  a  ellos  mis- 
mos, y  por  su  respecto  se  la  hacía,  porque  los  indios 
guaycurúes  nunca  los  habían  visto  ni  conoscido  los  es- 
pañoles, ni  hecho  ningún  enojo  ni  daño,  y  que  por  am- 
parar y  defender  a  ellos,  y  que  no  les  fuesen  hechos  da- 
ños algunos,  iban  contra  los  dichos  indios. 

Siendo  tan  rogados  y  persuadidos  por  el  gobernador 
por  buenas  palabras,  salieron  todos  a  ponerse  en  su 
mano  muy  atemorizados,  diciendo  que  ellos  se  habían 
escandalizado  yendo  caminando,  pensando  que  del 
monte  salían  sus  enemigos,  los  que  iban  a  buscar,  y  que 
iban  huyendo  a  se  amparar  con  los  españoles,  y  que  no 
era  otra  la  causa  de  su  alteración;  y  como  fueron  sose- 
gados los  indios  principales,  luego  los  otros  de  su  ge- 
neración se  juntaron,  y  sin  que  hobiese  ningún  muer- 
to; y  ansí  juntos,  el  gobernador  mandó  que  todos  los 
indios  de  allí  adelante  fuesen  a  la  retagfuardia,  y  los  es- 
pañoles en  el  avanguardia,  y  la  gente  de  a  caballo  de- 
lante de  toda  la  gente  de  los  indios  españoles;  y  mandó 
que  todavía  caminasen  como  iban  en  la  orden,  por  dar 
más  contento  a  los  indios,  y  viesen  la  voluntad  con  que 
iban  contra  sus  enemigos,  y  perdiesen  el  temor  de  lo 


XXIV  COMENTARIOS  215 

pasado,  porque,  si  se  rompiera  con  los  indios,  y  no  se 
pusiera  remedio,  todos  los  españoles  que  estaban  en  la 
provincia  no  se  pudieran  sustentar  ni  vivir  en  ella,  y  la 
habían  de  desamparar  forzosamente;  y  así,  fué  cami- 
nando hasta  dos  horas  de  la  noche,  que  paró  con  toda 
la  gente,  a  do  cenaron  de  lo  que  llevaban,  debajo  de 
unos  árboles. 


CAPITULO    XXV 

De  cómo  el  gobernador  y  su  gente  alcanzaron  a  los  enemigos. 

A  hora  de  las  once  de  la  noche,  después  de  haber 
reposado  los  indios  y  españoles  que  estaban  en  el  cam- 
po, sin  consentir  que  hiciesen  lumbre  ni  fuego  ningu- 
no, porque  no  fuesen  sentidos  de  los  enemigos,  a  la 
hora  llegó  una  de  las  espías  y  descubridores  que  el 
gobernador  había  enviado  para  saber  de  los  enemigos, 
y  dijo  que  los  dejaba  asentando  su  pueblo;  lo  cual  holgó 
mucho  de  oír  el  gobernador,  porque  tenía  temor  que 
hobiesen  oído  los  arcabuces  al  tiempo  que  los  dispara- 
ron en  el  alboroto  y  escándalo  de  aquella  noche;  y  ha- 
ciéndole preguntar  a  la  espía  a  do  quedaban  los  indios, 
le  dijo  que  quedarían  tres  leguas  de  allí;  y  sabido  esto 
por  el  gobernador,  mandó  levantar  el  campo,  y  caminó 
luego  toda  la  gente,  yendo  con  ella  poco  a  poco,  por 
detenerse  en  el  camino  y  llegar  a  dar  en  ellos  al  reír  del 
alba,  lo  cual  ansí  convenía  para  seguridad  de  los  indios 
amigos  que  consigo  llevaban,  y  les  dio  por  señal  unas 
cruces  de  yeso,  en  los  pechos  puestas  y  señaladas,  y  en 
las  espaldas  también,  porque  fuesen  conoscidos  de  los 
españoles,  y  no  los  matasen,  pensando  que  eran  los 
enemigos.  Mas,  aunque  esto  llevaban  para  remedio  de 
su  seguridad  y  peligro,  entrando  de  noche  en  las  casas, 
no  bastaban  para  la  fuga  de  las  espadas,  porque  tam- 
bién se  hieren  y  matan  los  amigos  como  los  enemigos; 
y  ansí  caminaron  hasta  que  el  alba  comenzó  a  romper, 
al  tiempo  que  estaban  cerca  de  las  casas  y  pueblo  de  los 
enemigos  esperando  que  aclarase  el  día  para  darles  la 


CAP.  XXV  COMENTARIOS  217 

batalla.  Y  porque  no  fuesen  entendidos  ni  sentidos  de 
ellos,  mandó  que  hinchesen  a  los  caballos  las  bocas  de 
yerba  sobre  los  frenos,  porque  no  pudiesen  relinchar; 
y  mandó  a  los  indios  que  tuviesen  cercado  el  pueblo  de 
¡os  enemigos,  y  les  dejasen  una  salida  por  donde  pudie- 
sen huir  al  monte,  por  no  hacer  mucha  carnecería  en 
ellos.  Y  estando  así  esperando,  los  indios  guaraníes  que 
consigo  traía  el  gobernador  se  morían  de  miedo  de 
ellos,  y  nunca  pudo  acabar  con  ellos  que  acometiesen  a 
los  enemigos.  Y  estándoles  el  gobernador  rogando  y 
persuadiendo  a  ello,  oyeron  los  atambores  que  tañían 
los  indios  guaycurúes;  los  cuales  estaban  cantando  y 
llamando  todas  las  nasciones,  diciendo  que  viniesen  a 
ellos,  porque  ellos  eran  pocos  y  más  valientes  que  todas 
las  otras  nasciones  de  la  tierra,  y  eran  señores  de  ella  y 
de  los  venados  y  de  todos  los  otros  animales  de  los 
campos,  y  eran  señores  de  los  ríos,  y  de  los  pesces  que 
andaban  en  ellos;  porque  lo  tal  tienen  de  costumbre 
aquella  nasción,  que  todas  las  noches  del  mundo  se 
velan  de  esta  manera;  y  al  tiempo  que  ya  se  venía  el  día, 
salieron  un  poco  adelante,  y  echáronse  en  el  suelo;  y 
estando  así,  vieron  el  bulto  de  la  gente  y  las  mechas 
de  los  arcabuces;  y  como  los  enemigos  reconoscieron 
tanto  bulto  de  gentes  y  muchas  lumbres  de  las  mechas, 
hablaron  alto,  diciendo:  «¿Quién  sois  vosotros,  que 
osáis  venir  a  nuestras  casas?>  Y  respondióles  un  cris- 
tiano que  sabía  su  lengua,  y  díjoles:  «Yo  soy  Héctor 
(que  así  se  llamaba  la  lengua  que  lo  dijo),  y  vengo  con 
los  míos  a  hacer  el  trueque  (que  en  su  lengua  quiere 
decir  venganza)  de  la  muerte  de  los  batates  que  vos- 
otros matastes.»  Entonces  respondieron  los  enemigos: 
«Vengáis  mucho  en  mal  hora;  que  también  habrá  para 
vosotros  como  hobo  para  ellos.»  Y  acabado  de  decir 
esto,  arrojaron  a  los  españoles  los  tizones  de  fuego 
que  traían  en  las  manos,  y  volvieron  corriendo  a  sus 
casas,  y  tomaron  sus  arcos  y  flechas,  y  volvieron  con- 
tra el  gobernador  y  su  gente  con  tanto  ímpetu  y  bra- 


218       ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA   CAP.  XXV 

veza,  que  parescía  que  no  los  tenían  en  nada:  los  indios 
que  llevaba  consigo  el  gobernador  se  retiraran  y  huye- 
ran si  osaran.  Y  visto  esto  por  el  gobernador,  enco- 
mendó el  artillería  de  campo  que  llevaba  a  D.  Diego 
de  Barba,  y  al  capitán  Salazar  la  infantería  de  todos 
los  españoles  y  indios,  hechos  dos  escuadrones,  y 
mandó  echar  los  pretales  de  los  cascabeles  a  los  caba- 
llos, y  puesta  la  gente  en  orden,  arremetieron  contra 
los  enemigos  con  el  apellido  y  nombre  de  Señor  Santia- 
go, el  gobernador  delante  en  su  caballo,  tropellando 
cuantos  hallaba  delante;  y  como  vieron  los  indios  ene- 
migos los  caballos,  que  nunca  los  habían  visto,  fué  tanto 
el  espanto  que  tomaron  de  ellos,  que  huyeron  para  los 
montes  cuanto  pudieron,  hasta  meterse  en.  ellos,  y  al 
pasar  por  su  pueblo  pusieron  fuego  a  una  casa;  y  como 
son  de  esteras,  de  juncos  y  de  enea,  comenzó  a  arder, 
y  a  esta  causa  se  emprendió  el  fuego  por  todas  las  otras, 
que  serían  hasta  veinte  casas  levadizas,  y  cada  casa  era 
de  quinientos  pasos.  Habría  en  esta  gente  hasta  cuatro 
mil  hombres  de  guerra,  los  cuales  se  retiraron  detrás 
del  humo  que  los  fuegos  de  las  casas  hacían;  y  estando 
así  cubiertos  con  el  humo  mataron  dos  cristianos  y  des- 
cabezaron doce  indios,  de  los  que  consigo  llevaban,  de 
esta  manera,  tomándolos  por  los  cabellos,  y  con  unos 
tres  o  cuatro  dientes  que  traen  en  un  palillo,  que  son 
de  un  pescado  que  se  dice  palometa.  Este  pescado 
corta  los  anzuelos  con  ellos,  y  teniendo  a  los  prisione- 
ros por  los  cabellos,  con  tres  o  cuatro  refregones  que 
les  dan,  corriendo  la  mano  por  el  pescuezo  y  torcién- 
dola un  poco,  se  lo  cortan,  y  quitan  la  cabeza,  y  se  la 
llevan  en  la  mano,  asida  por  los  cabellos;  y  aunque  van 
corriendo,  muchas  veces  lo  suelen  hacer  así  tan  fácil- 
mente como  si  fuese  otra  cosa  más  ligera. 


CAPITULO    XXVI 

Cómo  el  gobernador  rompió  los  enemigos. 

Rompidos  y  desbaratados  los  indios,  y  yendo  en  su 
seguimiento  el  gobernador  y  su  gente,  uno  de  a  caba- 
llo que  iba  con  el  gobernador,  que  se  halló  muy  junto 
a  un  indio  de  los  enemigos,  el  cual  indio  se  abrazó  al 
pescuezo  de  la  yegua  en  que  iba  él  caballero,  y  con  tres 
flechas  que  llevaba  en  la  mano  dio  por  el  pescuezo  a 
la  yegua,  que  se  lo  pasó  por  tres  partes,  y  no  lo  pudie- 
ron quitar  hasta  que  allí  lo  mataron;  y  si  no  se  hallara 
presente  el  gobernador,  la  victoria  por  nuestra  parte 
estuviera  dudosa.  Esta  gente  de  estos  indios  son  muy 
grandes  y  muy  ligeros,  son  muy  valientes  y  de  grandes 
fuerzas,  viven  gentílicamente,  no  tienen  casas  de  asien- 
to, mantiénense  de  montería  y  de  pesquería;  ninguna 
nasción  los  venció  si  no  fueron  españoles.  Tienen  por 
costumbre  que  si  alguno  los  venciese,  se  les  darían  por 
esclavos.  Las  mujeres  tienen  por  costumbre  y  libertad 
que  si  a  cualquier  hombre  que  los  suyos  hobieren 
prendido  y  captivado  queriéndolo  matar,  la  primera 
mujer  que  lo  viera  lo  liberta,  y  no  puede  morir  ni  me- 
nos ser  captivo;  y  queriendo  estar  entre  ellos  el  tal 
captivo,  lo  tratan  y  quieren  como  si  fuese  de  ellos  mis- 
mos. Y  es  cierto  que  las  mujeres  tienen  más  libertad 
que  la  que  dio  la  reina  doña  Isabel,  nuestra  señora, 
a  las  mujeres  de  España;  y  cansado  el  gobernador  y  su 
gente  de  seguir  al  enemigo,  se  volvió  al  real,  y  recogi- 
da la  gente  con  buena  orden,  comenzó  a  caminar,  vol- 
viéndose a  la  ciudad  de  la  Ascensión;  e  yendo  por  el 


220  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP.  XXVI 

camino,  los  indios  guaycurúes  por  muchas  veces  los 
siguieron  y  dieron  arma,  lo  cual  dio  causa  a  que  el  go- 
bernador tuviese  mucho  trabajo  en  traer  recogidos  los 
indios  que  consigo  llevó,  porque  no  se  los  matasen 
los  enemigos  que  habían  escapado  de  la  batalla;  por- 
que los  indios  guaraníes  que  habían  ido  en  su  servicio 
tienen  por  costumbre  que,  en  habiendo  una  pluma  o 
una  flecha  o  una  estera  de  cualquiera  de  los  enemigos, 
se  vienen  con  ella  para  su  tierra  solos,  sin  aguardar  otro 
ninguno;  y  así  acónteselo  matar  veinte  guaycurúes  a 
mil  guaraníes,  tomándolos  solos  y  divididos;  tomaron 
en  aquella  jornada  el  gobernador  y  su  gente  hasta  cua- 
trocientos prisioneros,  entre  hombres  y  mujeres  y  mo- 
chachos,  y  caminando  por  el  camino,  la  gente  de  a  ca- 
ballo alancearon  y  mataron  muchos  venados;  de  que 
los  indios  se  maravillaban  mucho  de  ver  que  los  caba- 
llos fuesen  tan  ligeros  que  los  pudiesen  alcanzar.  Tam- 
bién los  indios  mataron  con  flechas  y  arcos  muchos 
venados;  y  a  hora  de  las  cuatro  de  la  tarde  vinieron  a 
reposar  debajo  de  unas  grandes  arboledas,  donde  dor- 
mieron  aquella  noche,  puestas  centinelas  y  a  buen 
recaudo. 


CAPÍTULO    XXVII 


De  cómo  el  gobernador  volvió  a  la  ciudad  de  la  Ascensión 
con  toda  su  gente. 


Otro  día  siguiente,  siendo  de  día  claro,  partieron  en 
buena  orden,  y  fueron  caminando  y  cazando,  así  los  es- 
pañoles de  a  caballo  como  los  indios  guaraníes,  y  se 
mataron  muchos  venados  y  avestruces,  y  ansímismo  la 
gente  española  con  las  espadas  mataron  algunos  vena- 
dos que  venían  a  dar  al  escuadrón  huyendo  de  la  gente 
de  a  caballo  y  de  los  indios,  que  era  cosa  de  ver  y  de 
muy  gran  placer  ver  la  caza  que  se  hizo  el  dicho  día;  y 
hora  y  media  antes  que  anocheciese  llegaron  a  la  ri- 
bera del  río  del  Paraguay,  donde  había  dejado  el  go- 
bernador los  dos  bergantines  y  canoas,  y  este  día  co- 
menzó a  pasar  alguna  de  la  gente  y  caballos;  y  otro  día 
siguiente,  dende  la  mañana  hasta  el  mediodía,  se  aca- 
bó todo  de  pasar;  y  caminando,  llegó  a  la  ciudad  de  la 
Ascensión  con  su  gente,  donde  había  dejado  para  su 
guarda  doscientos  y  cincuenta  hombres,  y  por  capitán 
a  Gonzalo  de  Mendoza,  el  cual  tenía  presos  seis  indios 
de  una  generación  que  se  llaman  yapirúes,  la  cual  es 
una  gente  crescida,  de  grandes  estaturas,  valientes 
hombres,  guerreros  y  grandes  corredores,  y  no  labran 
ni  crían:  mantiénense  de  la  caza  y  pesquería;  son  ene- 
migos de  los  indios  guaraníes  y  de  los  guaycurúes.  Y 
habiendo  hablado  Gonzalo  de  Mendoza  al  goberna- 
dor, le  informó  y  dijo  que  el  día  antes  habían  venido 
los  indios  y  pasado  el  río  del  Paraguay,  diciendo  que 
los  de  su  generación  habían  sabido  de  la  guerra  que 


222  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP.  XXVII 

habían  ido  a  hacer  y  se  había  hecho  a  los  indios  guay- 
curúes,  y  que  ellos  y  todas  las  otras  generaciones  es- 
taban por  ello  atemorizados,  y  que  su  principal  los  en- 
viaba a  hacer  saber  cómo  deseaban  ser  amigos  de  los 
cristianos;  y  que  si  ayuda  fuese  menester  contra  los 
guaycurúes,  que  vernían;  y  que  él  había  sospechado 
que  los  indios  venían  a  hacer  alguna  traición  y  a  ver  su 
real,  debajo  de  aquellos  ofrecimientos,  y  que  por  esta 
razón  los  había  preso  hasta  tanto  que  se  pudiese  bien 
informar  y  saber  la  verdad;  y  sabido  lo  susodicho  por 
el  gobernador,  los  mandó  luego  soltar  y  que  fuesen 
traídos  ante  él;  los  cuales  fueron  luego  traídos,  y  les 
mandó  hablar  con  una  lengua  intérprete  español  que 
entendía  su  lengua,  y  les  mandó  preguntar  la  causa  de 
su  venida  a  cada  uno  por  sí.  Y  entendiendo  que  de  ello 
redundara  provecho  y  servicio  de  Su  Majestad,  les  hizo 
buen  tratamiento  y  les  dio  muchas  cosas  de  rescates 
para  ellos  y  para  su  principal,  diciéndoles  cómo  él  los 
recebía  por  amigos  y  por  vasallos  de  Su  Majestad,  y 
que  del  gobernador  serían  bien  tratados  y  favoresci- 
dos,  con  tanto  que  se  apartasen  de  la  guerra  que  solían 
tener  con  los  guaraníes,  que  eran  vasallos  de  Su  Ma- 
jestad, y  de  hacerles  daño;  porque  les  hacía  saber  que 
ésta  había  sido  la  causa  principal  por  que  les  había 
hecho  guerra  a  los  indios  guaycurúes;  y  ansí  los  despi- 
dió y  se  partieron  muy  alegres  y  contentos. 


CAPÍTULO     XXVIII 

De  cómo  los  indios  agaces  rompieron  las  paces. 

Demás  de  lo  que  Gonzalo  de  Mendoza  dijo  y  avisó  al 
gobernador,  de  que  se  hace  mención  en  el  capítulo  an- 
tes que  éste,  le  dijo  que  los  indios  de  la  generación  de 
los  agaces,  con  quien  se  habían  hecho  y  asentado  las 
paces  la  noche  del  proprio  día  que  partió  de  la  ciudad 
de  la  Ascensión  a  hacer  la  guerra  a  los  guaycurúes,  ha- 
bían venido  con  mano  armada  a  poner  fuego  a  la  ciudad 
y  hacerles  la  guerra,  y  que  habían  sido  sentidos  por  las 
centinelas,  que  tocaron  al  arma;  y  ellos,  conosciendo 
que  eran  sentidos,  se  fueron  huyendo,  y  dieron  en  las 
labranzas  y  caserías  de  los  cristianos,  de  los  cuales  to- 
maron muchas  mujeres  de  la  generación  de  los  guara- 
níes, de  cristianas  nuevamente  convertidas,  y  que  de 
allí  adelante  habían  venido  cada  noche  a  saltear  y  robar 
la  tierra,  y  habían  hecho  muchos  daños  a  los  naturales 
por  haber  rompido  la  paz;  y  las  mujeres  que  habían 
dado  en  rehenes,  que  eran  de  su  generación,  para  que 
guardarían  la  paz,  la  misma  noche  que  ellos  vinieron 
habían  huido,  y  les  habían  dado  aviso  cómo  el  pueblo 
quedaba  con  poca  gente,  y  que  era  buen  tiempo  para 
matar  los  cristianos;  y  por  aviso  de  ellas  vinieron  a  que- 
brantar la  paz  y  hacer  la  guerra,  como  lo  acostumbra- 
ban; y  habían  robado  las  caserías  de  los  españoles, 
donde  tenían  sus  mantenimientos,  y  se  los  habían  lle- 
vado, con  más  de  treinta  mujeres  de  los  guaraníes.  Y 
oído  esto  por  el  gobernador,  y  tomada  información  de 
ello,  mandó  llamar  los  religiosos  y  clérigos,  y  a  los  ofí- 


224  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP.  XXVIII 

cíales  de  Su  Majestad  y  a  los  capitanes,  a  los  cuales 
dio  cuenta  de  lo  que  los  agaces  habían  hecho  en  rom- 
pimiento de  las  paces,  y  les  rogó,  y  de  parte  de  Su 
Majestad  les  mandó,  que  diesen  su  parescer  (como  Su 
Majestad  lo  mandó,  que  lo  tomase,  y  con  él  hiciese  lo 
que  conviniese),  firmándolo  todos  ellos  de  sus  nom- 
bres y  mano,  y  siendo  conformes  a  una  cosa,  hiciese 
lo  que  ellos  le  aconsejasen;  y  platicado  el  negocio  en- 
tre todos  ellos,  y  muy  bien  mirado,  fueron  de  acuerdo 
y  le  dieron  por  parescer  que  les  hiciese  la  guerra  a 
fuego  y  a  sangre,  por  castigarlos  de  los  males  y  daños 
que  continuo  hacían  en  la  tierra;  y  siendo  éste  su  pa- 
rescer, estando  conformes,  lo  firmaron  de  sus  nombres. 
Y  para  más  justificación  de  sus  delitos,  el  gobernador 
mandó  hacer  proceso  contra  ellos;  y  hecho,  lo  mandó 
juntar  y  acumular  con  otros  cuatro  procesos  que  habían 
hecho  contra  ellos;  antes  que  el  gobernador  fuese  los 
cristianos  que  antes  en  la  tierra  estaban  habían  muerto 
más  de  mil  de  ellos  por  los  males  que  en  la  tierra  con- 
tinuamente hacían. 


CAPITULO    XXIX 


De  cómo  el  gobernador  soltó  uno  de  los  prisioneros  g-uaycurúes^ 
y  envió  a  llamar  los  otros. 


Después  de  haber  hecho  lo  que  dicho  es  contra  los 
agraces,  mandó  el  gobernador  llamar  a  los  indios  prin- 
cipales guaraníes  que  se  hallaron  en  la  guerra  de  los 
guaycurúes,  y  les  mandó  que  le  trujasen  todos  los  pri- 
sioneros que  habían  habido  y  traído  de  la  guerra  de 
los  guaycurúes,  y  les  mandó  que  no  consintiesen  que 
los  guaraníes  escondiesen  ni  traspusiesen  ninguno 
de  los  dichos  prisioneros,  so  pena  que  el  que  lo  hicie- 
se sería  muy  bien  castigado;  y  así,  trujeron  los  españo- 
les los  que  habían  habido,  y  a  todos  juntos  les  dijo  que 
Su  Majestad  tenía  mandado  que  ninguno  de  aquellos 
guaycurúes  no  fuese  esclavo,  porque  no  se  habían  he- 
cho con  ellos  las  diligencias  que  se  habían  de  hacer,  y 
antes  era  más  servido  que  se  les  diese  Hbertad;  y  entre 
los  tales  indios  prisioneros  estaba  uno  muy  gentil  hom- 
bre y  de  muy  buena  proporción,  y  por  ello  el  gober- 
nador lo  mandó  soltar  y  poner  en  libertad,  y  le  mandó 
que  fuese  a  llamar  los  otros  todos  de  su  generación;  que 
él  quería  hablarles  de  parte  de  Su  Majestad  y  recebir- 
los  en  su  nombre  por  sus  vasallos,  y  que,  siéndolo,  él  los 
ampararía  y  defendería,  y  les  daría  siempre  rescates  y 
otras  cosas;  y  dióle  algunos  rescates,  con  que  se  partió 
muy  contento  para  los  suyos,  y  ansí  se  fué,  y  dende  a 
cuatro  días  volvió  y  trujo  consigo  todos  los  de  su  gene- 
ración, los  cuales  muchos  de  ellos  estaban  malheridos; 
y  así  como  estaban  vinieron  todos,  sin  faltar  ninguno. 

CABEZA    DE    VACA. —  NAUFRAGIOS  15 


CAPITULO     XXX 

Cómo  vinieron  a  dar  la  obediencia  los  indios  guaycurúes 
a  Su  Majestad. 


Dende  a  cuatro  días  que  el  prisionero  se  partió  del 
real,  un  lunes  por  la  mañana  llegó  a  la  orilla  del  río  con 
toda  la  gente  de  su  nasción,  los  cuales  estaban  debajo 
de  una  arboleda  a  la  orilla  del  río  del  Paraguay;  y  sa- 
bido por  el  gobernador,  mandó  pasar  muchas  canoas 
con  algunos  cristianos  y  algunas  lenguas  con  ellas,  para 
que  los  pasasen  a  la  ciudad,  para  saber  y  entender  qué 
gente  eran;  y  pasadas  de  la  otra  parte  las  canoas,  y  en 
ellas  hasta  veinte  hombres  de  su  nasción,  vinieron  ante 
el  gobernador,  y  en  su  presencia  se  sentaron  sobre  un 
pie  como  es  costumbre  entre  ellos,  y  dijeron  por  su 
lengua  que  ellos  eran  principales  de  su  nasción  de  guay- 
curúes,  y  que  ellos  y  sus  antepasados  habían  tenido 
guerras  con  todas  las  generaciones  de  aquella  tierra, 
así  de  los  guaraníes  como  de  los  imperúes  y  agaces  y 
guatataes  y  naperúes  y  mayaes,  y  otras  muchas  gene- 
raciones, y  que  siempre  les  habían  vencido  y  maltrata- 
do, y  ellos  no  habían  sido  vencidos  de  ninguna  gene- 
ración ni  lo  pensaron  ser;  y  que  pues  habían  hallado 
otros  más  valientes  que  ellos,  que  se  venían  a  poner  en 
su  poder  y  a  ser  sus  esclavos,  para  servir  a  los  españo- 
les; y  pues  el  gobernador,  con  quien  hablaban,  era  el 
principal  de  ellos,  que  les  mandase  lo  que  habían  de 
hacer  como  a  tales  sus  sujetos  y  obedientes;  y  que 
bien  sabían  los  indios  guaraníes  que  no  bastaban  ellos 
a  hacerles  la  guerra,  porque  ellos  no  los  temían  ni  te- 


COMENTARIOS  227 

nían  en  nada»  ni  se  atreverían  a  los  ir  a  buscar  y  hacer 
la  guerra  si  no  fuera  por  los  españoles;  y  que  sus  mu- 
jeres y  hijos  quedaban  de  la  otra  parte  del  río,  y  ve- 
nían a  dar  la  obediencia  y  hacer  lo  mismo  que  ellos;  y 
que  por  ellos,  y  en  nombre  de  todos,  se  venían  a  ofres- 
cer  al  servicio  de  Su  Majestad. 


CAPITULO    XXXI 


De  cómo  el  gobernador,  hechas  las  paces  con  los  guaycurúes, 
les  entreg-ó  los  prisioneros. 


Y  visto  por  el  gobernador  lo  que  los  indios  guaycu- 
rúes  dijeron  por  su  mensaje,  y  que  una  gente  que  tan 
temida  era  en  toda  la  tierra  venían  con  tanta  humildad 
a  ofrecerse  y  ponerse  en  su  poder  (lo  cual  puso  gran- 
de espanto  y  temor  en  toda  la  tierra),  les  mandó  decir 
por  las  lenguas  intérpretes  que  él  era  allí  venido  por 
mandado  de  Su  Majestad,  y  para  que  todos  los  natu- 
rales viniesen  en  conoscimiento  de  Dios  nuestro  Se- 
ñor, y  fuesen  cristianos  y  vasallos  de  Su  Majestad,  y  a 
ponerlos  en  paz  y  sosiego,  y  a  favorescerlos  y  hacerlos 
buenos  tratamientos;  y  que  si  ellos  se  apartaban  de  las 
guerras  y  daííos  que  hacían  a  los  indios  guaraníes,  que 
él  los  ampararía  y  defendería  y  tendría  por  amigos,  y 
siempre  serían  mejor  tratados  que  las  otras  generacio- 
nes, y  que  les  darían  y  entregarían  los  prisioneros  que 
en  la  guerra  les  había  tomado,  así  los  que  él  tenía  como 
los  que  tenían  los  cristianos  en  su  poder,  y  los  otros 
todos  que  tenían  los  guaraníes  que  en  su  compañía 
habían  llevado  (que  tenían  muchos  de  ellos);  y  po- 
niéndolo en  efecto,  los  prisioneros  que  en  su  poder 
estaban  y  los  que  los  dichos  guaraníes  tenían,  los  tra- 
jeron todos  ante  el  gobernador,  y  se  los  dio  y  entregó; 
y  como  los  hobieron  recebido,  dijeron  y  afirmaron  otra 
vez  que  ellos  querían  ser  vasallos  de  Su  Majestad,  y 
dende  entonces  daban  la  obediencia  y  vasallaje,  y  se 
apartaban  de  la  guerra  de  los  guaraníes,  y  que  dende 


CAP.  XXXI  COMENTARIOS  229 

en  adelante  vernían  a  traer  en  la  ciudad  todo  lo  que 
tomasen,  para  provisión  de  los  españoles;  y  el  gober- 
nador se  lo  ag-radesció,  y  les  repartió  a  los  principales 
muchas  joyas  y  rescates,  y  quedaron  concertadas  las 
paces,  y  de  allí  adelante  siempre  las  guardaron,  y  vi- 
nieron todas  las  veces  que  el  gobernador  los  envió  a 
llamar,  y  fueron  muy  obedientes  en  sus  mandamientos, 
y  su  venida  era  de  ocho  a  ocho  días  a  la  ciudad,  car- 
gados de  carne  de  venados  y  puercos  monteses,  asada 
en  barbacoa.  Esta  barbacoa  es  como  unas  parrillas,  y 
están  dos  palmos  altas  del  suelo,  y  son  de  palos  del- 
gados, y  echan  la  carne  escalada  encima,  y  así  la  asan; 
y  traen  mucho  pescado  y  otros  muchos  mantenimien- 
tos, mantecas  y  otras  cosas,  y  muchas  mantas  de  lino 
que  hacen  de  unos  cardos,  las  cuales  hacen  muy  pinta- 
das; y  asimismo  muchos  cueros  de  tigres  y  de  antas 
y  de  venados,  y  de  otros  animales  que  matan;  y  cuan- 
do así  vienen,  dura  ia  contratación  de  los  tales  mante- 
nimientos dos  días,  y  contratan  los  de  la  otra  parte  del 
río  que  están  con  sus  ranchos;  la  cual  contratación  es 
muy  grande,  y  son  muy  apacibles  para  los  guaraníes, 
los  cuales  les  dan,  en  trueque  de  lo  que  traen,  mucho 
maíz  y  mandioca  y  mandubis,  que  es  una  fruta  como 
avellanas  o  chufas,  que  se  cría  debajo  de  la  tierra  (1); 
también  les  dan  y  truecan  arcos  y  flechas;  y  pasan  el  río 
a  esta  contratación  docientas  canoas  juntas,  cargadas  de 
estas  cosas,  que  es  la  más  hermosa  cosa  del  mundo 
verlas  ir;  y  como  van  con  tanta  priesa,  algunas  veces 
se  encuentran  las  unas  con  las  otras,  de  manera  que 
toda  la  mercaduría  y  ellas  van  al  agua;  y  los  indios  a 
quien  acontesce  lo  tal,  y  los  otros  que  están  en  tierra 
esperándolos,  toman  tan  gran  risa,  que  en  dos  días  no 
se  apacigua  entre  ellos  el  regocijo;  y  para  ir  a  contratar 
van  muy  pintados  y  empenachados,  y  toda  la  plumería 


(1)     Se  dijo  ya,  en  la  nota  de  la  página  179,  que  eran  los  ca- 
cahuetes. 


230  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA     CAP.  XXXI 

va  por  el  río  abajo,  y  mueren  por  llegar  con  sus  canoas 
unos  primero  que  otros,  y  ésta  es  la  causa  por  donde 
se  encuentran  muchas  veces;  y  en  la  contratación  tie- 
nen tanta  vocería,  que  no  se  oyen  los  unos  a  los  otros> 
y  todos  están  muy  alegres  y  regocijados. 


CAPITULO    XXXII 

Cómo  vinieron  los  indios  aperúes  a  hacer  paz  y  dar  la  obediencia. 

Dende  a  pocos  días  que  los  seis  indios  aperúes  se 
volvieron  para  los  suyos,  después  que  los  mandó  soltar 
el  gobernador  para  que  fuesen  a  asegurar  a  los  otros 
indios  de  su  generación,  un  domingo  de  mañana  llega- 
ron a  la  ribera  del  Paraguay,  de  la  otra  parte,  a  vista  de 
la  ciudad  de  la  Ascensión,  hechos  un  escuadrón;  los 
cuales  hicieron  seña  a  los  de  la  ciudad,  diciendo  que 
querían  pasar  a  ella;  y  sabido  por  el  gobernador,  luego 
mandó  ir  canoas  a  saber  qué  gente  eran;  y  como  llega- 
ron a  tierra,  los  dichos  indios  se  metieron  en  ellas  y 
pasaron  de  esta  otra  parte  hacia  la  ciudad;  y  venidos 
delante  del  gobernador,  dijeron  cómo  eran  de  aperúes, 
y  se  sentaron  sobre  el  pie,  como  gente  de  paz,  según 
su  costumbre;  y  sentados,  dijeron  que  eran  los  princi- 
pales de  aquella  generación  llamada  aperúes,  y  que  ve- 
nían a  conoscerse  con  el  principal  de  los  cristianos  y 
a  lo  tener  por  amigo  y  hacer  lo  que  él  les  mandase:  y 
que  la  guerra  que  se  había  hecho  a  los  indios  guaycu- 
rúes  la  habían  sabido  por  toda  la  tierra,  y  que  por  ra- 
zón de  ello  todas  las  generaciones  estaban  muy  teme- 
rosas y  espantadas  de  que  los  dichos  indios,  siendo  los 
más  valientes  y  temidos,  fuesen  acometidos  y  vencidos 
y  desbaratados  por  los  cristianos;  y  que  en  señal  de  la 
paz  y  amistad  que  querían  tener  y  conservar  con  los 
cristianos,  trujeron  consigo  ciertas  hijas  suyas,  y  roga- 
ron al  gobernador  que  las  recebiese,  y  para  que  ellos 
estuviesen   más  ciertos  y  seguros  y  los  tuviesen   por 


232  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP. 

amigos,  las  daban  en  rehenes;  y  estando  presentes  a 
ello  los  capitanes  y  religiosos  que  consigo  traía  el  go- 
bernador, y  ansímismo  en  presencia  de  los  oficiales  de 
Su  Majestad,  dijo  que  él  era  venido  a  aquella  tierra  a 
dar  a  entender  a  los  naturales  de  ella  cómo  habían  de 
ser  cristianos  y  enseñados  en  la  fe,  y  que  diesen  la  obe- 
diencia a  Su  Majestad  y  tuviesen  paz  y  amistad  con  los 
indios  guaraníes,  pues  eran  naturales  de  aquella  tierra 
y  vasallos  de  Su  Majestad,  y  que,  guardando  ellos  el 
amistad  y  otras  cosas  que  les  mandó  de  parte  de  Su 
Majestad,  los  recebiría  por  sus  vasallos  y  como  a  tales 
los  ampararía  y  defendería  de  todos,  guardando  la  paz 
y  amistad  con  todos  los  naturales  de  aquella  tierra,  y 
mandaría  a  todos  los  indios  que  los  favoresciesen  y  tu- 
viesen por  amigos  y  dende  allí  los  tuviesen  por  tales, 
y  que  cada  y  cuando  que  quisiesen  pudiesen  venir  se- 
guros a  la  ciudad  de  la  Ascensión  a  rescatar  y  contra- 
tar con  los  cristianos  y  indios  que  en  ella  residían, 
como  lo  hacían  los  guaycurúes  después  que  asentó  la 
paz  con  ellos;  y  para  tener  seguro  de  ellos,  el  goberna- 
dor recebió  las  mujeres  y  hijos  que  le  dieron,  y  también 
por  que  no  se  enojasen,  creyendo  que,  pues  no  los  to- 
maba, no  los  admitía;  las  cuales  mujeres  y  muchachos 
el  gobernador  dio  a  los  religiosos  y  clérigos  para  que 
los  doctrinasen  y  enseñasen  la  doctrina  cristiana,  y  los 
pusiesen  en  buenos  usos  y  costumbres;  y  los  indios  se 
holgaron  mucho  de  ello,  y  quedaron  muy  contentos  y 
alegres  por  haber  quedado  por  vasallos  de  Su  Majes- 
tad, y  dende  luego  como  tales  le  obedescieron  y  pro- 
pusieron de  cumplir  lo  que  por  parte  del  gobernador 
les  fué  mandado;  y  habiéndoles  dado  muchos  rescates, 
con  que  se  alegraron  y  contentaron  mucho,  se  fueron 
muy  alegres.  Estos  indios  de  que  se  ha  tratado  nunca 
están  quedos  de  tres  días  arriba  en  un  asiento;  siempre 
se  mudan  de  tres  a  tres  días,  y  andan  buscando  la  caza 
y  monterías  y  pesquerías  para  sustentarse,  y  traen  con- 
sigo sus  mujeres  y  hijos;  y  deseoso  el  gobernador  de 


XXXII  COMENTARIOS  233 

atraerlos  a  nuestra  santa  fe  católica,  preguntó  a  los  clé- 
rigos y  religiosos  si  había  manera  para  poder  industriar 
y  doctrinar  aquellos  indios.  Y  le  respondieron  que  no 
podía  ser,  por  no  tener  los  dichos  indios  asiento  cier- 
to, y  porque  se  les  pasaban  los  días  y  gastaban  el  tiem- 
po en  buscar  de  comer;  y  que  por  ser  la  necesidad  tan 
grande  de  los  mantenimientos,  que  no  podían  dejar  de 
andar  todo  el  día  a  buscarlos  con  sus  mujeres  y  hijos; 
y  si  otra  cosa  en  contrario  quisiesen  hacer,  morirían  de 
hambre;  y  que  sería  por  demás  el  trabajo  que  en  ello 
se  pusiese,  porque  no  podrían  venir  ellos  ni  sus  muje- 
res y  hijos  a  la  doctrina,  ni  los  religiosos  estar  entre 
ellos,  porque  había  poca  seguridad  y  menos  confíanza. 


CAPITULO    XXXIII 


De  la  sentencia  que  se  dio  contra  los  agaces,  con  parescer  de  los 
relig-iosos  y  capitanes  y  ofíciales  de  Su  Majestad. 


Después  de  haber  rescebido  el  gobernador  a  la  obe- 
diencia de  Su  Majestad  los  indios  (como  habéis  oído), 
mandó  que  le  mostrasen  el  proceso  y  probanza  que 
se  había  hecho  contra  los  indios  agaces;  y  visto  por  él 
y  por  los  otros  procesos  que  contra  ellos  se  había  he- 
cho, paresció  por  ellos  ser  culpados  por  los  robos  y 
muertes  que  por  toda  la  tierra  habían  hecho,  mostró  el 
proceso  de  sus  culpas  y  la  instrucción  que  tenía  de  Su 
Majestad  a  los  clérigos  y  religiosos,  estando  presentes 
los  capitanes  y  ofíciales  de  Su  Majestad;  y  habiéndolo 
muy  bien  visto  todos  juntamente,  sin  discrepar  en  nin- 
guna cosa,  le  dieron  por  parescer  que  les  hiciese  la 
guerra  a  fuego  y  a  sangre,  porque  así  convenía  al  ser- 
vicio de  Dios  y  de  Su  Majestad;  y  por  lo  que  resultaba 
por  el  proceso  de  sus  culpas,  conforme  a  derecho,  los 
condenó  a  muerte  a  trece  o  a  catorce  de  su  generación 
que  tenía  presos;  y  entrando  en  la  cárcel  su  alcalde 
mayor  a  sacarlos,  con  unos  cuchillos  que  tenían  escon- 
didos dieron  ciertas  puñaladas  a  personas  que  entraron 
con  el  alcalde,  y  los  mataran  si  no  fuera  por  otra  gente 
que  con  ellos  iban,  que  los  socorrieron;  y  defendién- 
dose de  ellos,  fuéles  forzado  meter  mano  a  las  espadas 
que  llevaban;  y  metiéronlos  en  tanta  necesidad,  que 
mataron  dos  de  ellos  y  sacaron  los  otros  a  ahorcar  en 
ejecución  de  la  sentencia. 


CAPITULO     XX  XIV 


De  cómo  el  gobernador  tornó  a  socorrer  a  los  que  estaban 
en  Buenos  Aires. 


Como  las  cosas  estaban  en  paz  y  quietud,  envió  el 
gfobernador  a  socorrer  la  g^ente  que  estaba  en  Buenos 
Aires,  y  al  capitán  Juan  Romero,  que  había  enviado  a  ha- 
cer el  mismo  socorro  con  dos  bergantines  y  g-ente;  para 
el  cual  socorro  acordó  enviar  al  capitán  Gonzalo  de 
Mendoza  con  otros  dos  bergantines  cargados  de  basti- 
mentos y  cien  hombres;  y  esto  hecho,  mandó  llamar  los 
religiosos  y  clérigos  y  oficiales  de  Vuestra  Majestad,  a 
los  cuales  dijo  que  pues  no  había  cosa  que  impidiese  el 
descubrimiento  de  aquella  provincia,  que  se  debía  de 
buscar  lumbre  y  camino  por  donde  sin  peligro  y  menos 
pérdida  de  gente  se  pusiese  en  efecto  la  entrada  por 
tierra,  por  donde  hubiese  poblaciones  de  indios  y  que 
tuviesen  bastimentos,  apartándose  de  los  despoblados 
y  desiertos  (porque  había  muchos  en  la  tierra),  y  que 
les  rogaba  y  encomendaba  de  parte  de  Su  Majestad  mi- 
rasen lo  que  más  útil  y  provechoso  fuese  y  les  pares» 
cíese,  y  que  sobre  ello  le  diesen  su  parescer,  los  cuales 
religiosos  y  clérigos,  y  el  comisario  fray  Bernaldo  de 
Armenta,  y  fray  Alonso  Lebrón,  de  la  orden  del  señor 
Sant  Francisco;  y  fray  Juan  de  Salazar,  de  la  orden  de 
la  Merced;  y  fray  Luis  de  Herrezuelo,  de  la  orden  de 
Sant  Hierónimo;  y  Francisco  de  Andrada,  el  bachiller 
Martín  de  Almenza,  y  el  bachiller  Martínez,  y  Juan  Ga- 
briel de  Lezcano,  clérigos  y  capellanes  de  la  iglesia  de 
la  ciudad  de  la  Ascensión.  Asimismo  pidió  parescer  a 


236  ALVAR    NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

los  oficiales  de  Su  Majestad  y  a  los  capitanes;  y  habiendo 
platicado  entre  todos  sobre  ello,  todos  conformes  dije- 
ron que  su  parescer  era  que  luego  con  toda  brevedad 
se  enviase  a  buscar  tierra  poblada  por  donde  se  pudiese 
ir  a  hacer  la  entrada  y  descubrimiento,  por  las  causas  y 
razones  que  el  gobernador  había  dicho  y  propuesto,  y 
así  quedó  aquel  día  sentado  y  concertado;  y  para  que 
mejor  se  pudiese  hacer  el  descubrimento,  y  con  más 
brevedad,  mandó  el  gobernador  llamar  los  indios  más 
principales  de  la  tierra  y  más  antiguos  de  los  guaraníes, 
y  les  dijo  cómo  él  quería  ir  a  descubrir  las  poblaciones 
a  aquella  provincia,  de  las  cuales  ellos  le  habían  dado 
relación  muchas  veces;  y  que  antes  de  lo  poner  en  efecto 
quería  enviar  algunos  cristianos  a  que  por  vista  de  ojos 
viesen  el  camino  por  donde  habían  de  ir;  y  que  pues 
ellos  eran  cristianos  y  vasallos  de  Su  Majestad,  tuviesen 
por  bien  de  dar  indios  de  su  generación  que  supiesen 
el  camino  para  los  llevar  y  guiar  de  manera  que  se  pu- 
diese traer  buena  relación,  y  a  Vuestra  Majestad  harían 
servicio  y  a  ellos  mucho  provecho,  allende  que  les  se- 
ría pagado  y  gratificado;  y  los  indios  principales  dije- 
ron que  ellos  se  iban,  y  proveerían  de  la  gente  que 
fuese  menester  cuando  se  la  pidiesen,  y  allí  se  ofrescie- 
ron  muchos  de  ir  con  los  cristianos;  el  primero  fué  un 
indio  principal  del  río  arriba  que  se  llamaba  Aracare,  y 
otros  señalados  que  adelante  se  dirá;  y  vista  la  volun- 
tad de  los  indios,  se  partieron  con  ellos  tres  cristianos 
lenguas,  hombres  pláticos  en  la  tierra,  y  iban  con  ellos 
los  indios  que  se  le  habían  ofrescido  muchas  veces,  de 
guaraníes  y  otras  generaciones,  los  cuales  habían  pe- 
dido les  diesen  la  empresa  del  descubrimiento;  a  los 
cuales  encomendó  que  con  toda  diligencia  y  fidelidad 
descubriesen  aquel  camino,  adonde  tanto  servicio  harían 
a  Dios  y  a  Vuestra  Majestad;  y  entretanto  que  los  cris- 
tianos y  indios  ponían  en  efecto  el  camino,  mandó  ade- 
reszar  tres  bergantines  y  bastimentos  y  cosas  necesa- 
rias, y  con  noventa  cristianos  envió  al  capitán  Domingo 


XXXIV  COMENTARIOS  237 

de  Irala,  vizcaíno,  por  capitán  de  ellos,  para  que  subie- 
sen por  el  río  del  Paraguay  arriba  todo  lo  que  pudiesen 
navegar  y  descubrir  en  tiempo  de  tres  meses  y  medio, 
y  viesen  si  en  la  ribera  del  río  había  algunas  poblacio- 
nes de  indios,  de  los  cuales  se  tomase  relación  y  aviso 
de  las  poblaciones  y  gente  de  la  provincia.  Partiéronse 
estos  tres  navios  de  cristianos  a  20  días  del  mes  de  no- 
viembre, año  de  1542.  En  ellos  iban  los  tres  españoles 
con  los  indios  que  habían  de  descubrir  por  tierra,  a  do 
habían  de  hacer  el  descubrimiento  por  el  puerto  que 
dicen  de  las  Piedras,  setenta  leguas  de  la  ciudad  de  lá 
Ascensión,  yendo  por  el  río  del  Paraguay  arriba.  Par- 
tidos los  navios  que  iban  a  hacer  el  descubrimiento  de 
la  tierra,  dende  a  ocho  días  escribió  una  carta  el  capi- 
tán Vergara  cómo  los  tres  españoles  se  habían  partido 
con  número  de  más  de  ochocientos  indios  por  el  puerto 
de  las  Piedras,  debajo  del  Trópico  en  veinte  y  cuatro 
grados,  a  proseguir  su  camino  y  descubrimiento,  y  que 
los  indios  iban  muy  alegres  y  deseosos  de  enseñar  a  los 
españoles  el  dicho  camino;  y  habiéndolos  encargado  y 
encomendado  a  los  indios,  se  partía  para  el  río  arriba 
a  hacer  el  descubrimiento. 


CAPITULO   XXXV 

Cómo  se  volvieron  de  la  entrada  los  tres  cristianos  y  indios 
que  iban  a  descubrir. 


Pasados  veinte  días  que  los  tres  españoles  hobieron 
partido  de  la  ciudad  de  la  Ascensión  a  ver  el  camino 
que  los  indios  se  ofrescieron  a  les  enseñar,  volvieron  a 
la  ciudad,  y  dijeron  que  llevando  por  guía  principal 
Aracare,  indio  principal  de  la  tierra,  habían  entrado  por 
el  que  dicen  puerto  de  las  Piedras,  y  con  ellos  hasta  ocho- 
cientos indios,  poco  más  o  menos;  y  habiendo  cami- 
nado cuatro  jornadas  por  la  tierra  por  donde  los  dichos 
indios  iban,  guiando  el  indio  Aracare,  principal,  como 
hombre  que  los  indios  le  temían  y  acataban  con  mucho 
respeto,  les  mandó,  desde  el  principio  de  su  entrada, 
fuesen  poniendo  fuego  por  los  campos  por  donde  iban 
caminando,  que  era  dar  grande  aviso  a  los  indios  de 
aquella  tierra,  enemigos,  para  que  saliesen  a  ellos  al  ca- 
mino y  los  matasen;  lo  cual  hacían  contra  la  costumbre 
y  orden  que  tienen  los  que  van  a  entrar  y  a  descubrir 
por  semejantes  tierras  y  entre  los  indios  se  acostum- 
braba; y  allende  de  esto,  el  Aracare  públicamente  iba 
diciendo  a  los  indios  que  se  volviesen  y  no  fuesen  con 
ellos  a  les  enseñar  el  camino  de  las  poblaciones  de  la 
tierra,  porque  los  cristianos  eran  malos,  y  otras  pala- 
bras muy  malas  y  ásperas,  con  las  cuales  escandalizó  a 
los  indios;  y  no  embargante  que  por  ellos  fueron  roga- 
dos y  importunados  siguiesen  su  camino  y  dejasen  de 
quemar  los  campos,  no  lo  quisieron  hacer;  antes  al  cabo 
de  las  cuatro  jornadas  se  volvieron,  dejándolos  desam- 
parados y  perdidos  en  la  tierra,  y  en  muy  gran  peligro, 
por  lo  cual  les  fué  forzado  volverse,  visto  que  todos  los 
indios  y  las  guías  se  habían  vuelto. 


CAPITULO    XXXVI 

Cómo  se  hizo  tablazón  para  los  bergantines  y  una  carabela. 

En  este  tiempo  el  gobernador  mando  que  se  buscase 
madera  para  aserrar  y  hacer  tablazón  y  ligazón,  así  para 
hacer  bergantines  para  el  descubrimiento  de  la  tierra, 
como  para  hacer  una  carabela  que  tenía  acordado  de 
enviar  a  este  reino  para  dar  cuenta  a  Su  Majestad  de  las 
cosas  sucedidas  en  la  provincia  en  el  descubrimiento  y 
conquista  de  ella;  y  el  gobernador  personalmente  fué 
por  los  montes  y  campos  de  la  tierra  con  los  oficiales  y 
maestros  de  bergantines  y  aserradores;  los  cuales  en 
tiempo  de  tres  meses  aserraron  toda  la  madera  que  les 
paresció  que  bastaría  para  hacer  la  carabela  y  diez  na- 
vios de  remos  para  la  navegación  del  río  y  descubri- 
miento de  él;  la  cual  se  trajo  a  la  ciudad  de  la  Ascen- 
sión por  los  indios  naturales,  a  los  cuales  mandó  pagar 
sus  trabajos,  y  de  la  madera  con  toda  diligencia  se  co- 
menzaron a  hacer  los  dichos  bergantines. 


CAPITULO    XXXVIl 

De  cómo  los  indios  de  la  tierra  se  tornaron  a  ofrescer. 


Y  visto  que  los  cristianos  que  había  enviado  a  des- 
cubrir y  buscar  camino  para  hacer  la  entrada  y  descu- 
brimiento de  la  provincia  se  habían  vuelto  sin  traer  re- 
lación ni  aviso  de  lo  que  convenía,  y  que  al  presente 
se  ofrescían  ciertos  indios  principales  naturales  de  esta 
ribera,  alg-uno  de  los  cristianos  nuevamente  converti- 
dos y  otros  muchos  indios,  ir  a  descubrir  las  poblacio- 
nes de  la  tierra  adentro,  y  que  llevarían  consigo  algu- 
nos españoles  que  lo  viesen,  y  trujesen  relación  del 
camino  que  ansí  descubriesen,  habiendo  hablado  y 
platicado  con  los  indios  principales  que  a  ello  se  ofre- 
cieron, que  se  llamaban  Juan  de  Salazar  Cupirati,  y 
Lorenzo  Moquiraci,  y  Timbuay,  y  Gonzalo  Mayrairu,  y 
otros;  y  vista  su  voluntad  y  buen  celo  con  que  se  movían 
a  descubrir  la  tierra,  se  lo  agradesció  y  ofresció  que 
Su  Majestad,  y  él  en  su  real  nombre,  se  lo  pagarían  y 
gratificarían;  y  a  esta  sazón  le  pidieron  cuatro  españo- 
les, hombres  pláticos  en  aquella  tierra,  les  diese  la  em- 
presa del  descubrimiento,  porque  ellos  irían  con  los  in- 
dios y  pornían  en  descubrir  el  camino  toda  la  diligencia 
que  para  tal  caso  se  requería;  y  él,  visto  que  de  su  vo- 
luntad se  ofrescían,  el  gobernador  se  lo  concedió.  Estos 
cristianos  que  se  ofrescieron  a  descubrir  este  camino, 
y  los  indios  principales  con  hasta  mil  y  quinientos  in- 
dios que  llamaron  y  juntaron  de  la  tierra,  se  partieron 
a  15  días  del  mes  de  diciembre  del  año  de  1542  años,  y 
fueron  navegando  con  canoas  por  el  río  del  Paraguay 


CAP.  XXXVII  COMENTARIOS  241 

arriba,  y  otros  fueron  por  tierra  hasta  el  puerto  de  las 
Piedras,  por  donde  se  había  de  hacer  la  entrada  al  des- 
cubrimiento de  la  tierra,  y  habían  de  pasar  por  la  tierra 
y  lugares  de  Aracare,  que  estorbaba  que  no  se  des- 
cubriese el  camino  pasado  a  los  indios,  que  nueva- 
mente iban,  que  no  fuesen  induciéndoles  con  palabras 
de  motín;  y  no  lo  queriendo  hacer  los  indios,  se  lo 
quisieron  hacer  dejar  descubrir  por  fuerza,  y  todavía 
pasaron  delante;  y  llegados  al  puerto  de  las  Piedras  los 
españoles,  llevando  consigo  los  indios  y  algunos  que 
dijeron  que  sabían  el  camino  por  guías,  caminaron  trein- 
ta días  contino  por  tierra  despoblada,  donde  pasaron 
grandes  hambres  y  sed;  en  tal  manera,  que  murieron 
algunos  indios,  y  los  cristianos  con  ellos  se  vieron  tan 
desatinados  y  perdidos  de  sed  y  hambre,  que  perdie- 
ron el  tino  y  no  sabían  por  dónde  habían  de  caminar; 
y  de  esta  causa  se  acordaron  de  volver  y  se  volvieron, 
comiendo  por  todo  el  camino  cardos  salvajes,  y  para 
beber  sacaban  zumo  de  los  cardos  y  de  otras  yerbas,  y 
a  cabo  de  cuarenta  y  cinco  días  volvieron  a  la  ciudad 
de  la  Ascensión;  y  venido  por  el  río  abajo,  el  dicho 
Aracare  les  salió  al  camino  y  les  hizo  mucho  daño, 
mostrándose  enemigo  capital  de  los  cristianos  y  de  los 
indios  que  eran  amigos,  haciendo  guerra  a  todos;  y  los 
indios  y  cristianos  llegaron  flacos  y  muy  trabajados.  Y 
vistos  los  daños  tan  notorios  que  el  dicho  Aracare 
indio  había  hecho  y  hacía,  y  cómo  estaba  declarado 
por  enemigo  capital,  con  parescer  de  los  oficiales  de 
Vuestra  Majestad  y  religiosos,  mandó  el  gobernador 
proceder  contra  él,  y  se  hizo  el  proceso,  y  mandó 
que  a  Aracare  le  fuesen  notificados  los  autos,  y  así  se  lo 
notificaron,  con  gran  peligro  y  trabajo  de  los  españoles 
que  para  ello  envió,  porque  Aracare  los  salió  a  matar 
con  mano  armada,  levantando  y  apellidando  todos  sus 
parientes  y  amigos  para  ello;  y  hecho  y  fulminado  el 
proceso  conforme  a  derecho,  fué  sentenciado  a  pena  de 
muerte  corporal,  la  cual  fué  ejecutada  en  el  dicho  Ara- 

CABEZA   DE   VACA. —  NAUFRAGIOS  16 


242  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

care  indio,  y  a  los  indios  naturales  les  fué  dicho  y  dado 
a  entender  las  razones  y  causas  justas  que  para  ello  ha- 
bía habido.  A  20  días  del  mes  de  diciembre  vinieron  a 
surgir  al  puerto  de  la  ciudad  de  la  Ascensión  los  cuatro 
bergantines  que  el  gobernador  había  enviado  al  río  del 
Paraná  a  socorrer  los  españoles  que  venían  en  la  nao 
que  envió  dende  la  isla  de  Santa  Catalina,  y  con  ellos 
el  batel  de  la  nao,  y  en  todos  cinco  navios  vino  toda  la 
gente,  y  luego  todos  desembarcaron.  Pedro  Destopiñan 
Cabeza  de  Vaca,  a  quien  dejó  por  capitán  de  la  nao  y 
gente,  el  cual  dijo  que  llegó  con  la  nao  al  río  del  Para- 
ná, y  que  luego  fué  en  demanda  del  puerto  de  Buenos 
Aires;  y  en  la  entrada  del  puerto,  junto  donde  estaba 
asentado  el  pueblo,  halló  un  mastel  enarbolado  hinca- 
do en  tierra,  con  unas  letras  cavadas  que  decían:  «Aquí 
está  una  carta>;  y  fué  hallada  en  unos  barrenos  que  se 
dieron;  la  cual  abierta,  estaba  firmada  de  Alonso  Ca- 
brera, veedor  de  fundiciones,  y  de  Domingo  de  Irala, 
vizcaíno,  que  se  decía  y  nombraba  teniente  de  gober- 
nador de  la  provincia;  y  decía  dentro  de  ella  cómo  ha- 
bían despoblado  el  pueblo  del  puerto  de  Buenos  Aires 
y  llevado  la  gente  que  en  él  residía  a  la  ciudad  de  la  As- 
censión por  causas  que  en  la  carta  se  contenían;  y  que 
de  causa  de  hallar  el  pueblo  alzado  y  levantado,  había 
estado  muy  cerca  de  ser  perdida  toda  la  gente  que  en 
la  nao  venía,  así  de  hambre  como  por  guerra  que  los  in- 
dios guaraníes  les  daban;  y  que  por  tierra,  en  un  esquife 
de  la  nao,  se  le  habían  ido  veinte  y  cinco  cristianos  hu- 
yendo de  hambre,  y  que  iban  a  la  costa  del  Brasil;  y  que 
si  tan  brevemente  no  fueran  socorridos,  y  a  tardarse  el 
socorro  un  día  solo,  a  todos  los  mataran  los  indios;  por- 
que la  propria  noche  que  llegó  el  socorro,  con  haberles 
venido  ciento  y  cincuenta  españoles  pláticos  en  la  tierra 
a  socorrerlos,  los  habían  acometido  los  indios  al  cuarto 
del  alba  y  puesto  fuego  a  su  real,  y  les  mataron  y  hirie- 
ron cinco  o  seis  españoles;  y  con  hallar  tan  gran  resis- 
tencia de  navios  y  de  gente,  los  pusieron  los  indios  en 


XXXVII 


COMENTARIOS  243 


muy  gran  peligro;  y  así,  se  tuvo  por  muy  cierto  que  los 
indios  mataran  toda  la  gente  española  de  la  nao  si  no  se 
hallara  allí  el  socorro,  con  el  cual  se  reformaron  y  es- 
forzaron para  salvar  la  gente;  y  que  allende  de  esto,  se 
puso  grande  diligencia  a  tornar,  a  fundar  y  asentar  de 
nuevo  el  pueblo  y  puerto  de  Buenos  Aires,  en  el  río  del 
Paraná,  en  un  río  que  se  llama  el  río  de  San  Juan,  y  no 
se  pudo  asentar  ni  hacer  a  causa  que  era  a  la  sazón  in- 
vierno, tiempo  trabajoso,  y  las  tapias  que  se  hacían  las 
aguas  las  derribaban.  Por  manera  que  les  fué  forzado 
dejarlo  de  hacer,  y  fué  acordado  que  toda  la  gente  se 
subiese  por  el  río  arriba  y  traerla  a  esta  ciudad  de  la  As- 
censión. A  este  capitán  Gonzalo  de  Mendoza,  siempre 
la  víspera  o  día  de  Todos  Santos  le  acontescía  un  caso 
desastrado,  y  a  la  boca  del  río,  el  mismo  día,  se  le  per- 
dió una  nao  cargada  de  bastimento  y  se  le  ahogó  gente 
harta;  y  viniendo  navegando  acónteselo  un  acaso  extra- 
ño. Estando  la  víspera  de  Todos  Santos  surtos  los  na- 
vios en  la  ribera  del  río  junto  a  unas  barranqueras  al- 
tas, y  estando  amarrada  a  un  árbol  la  galera  que  traía 
Gonzalo  de  Mendoza,  tembló  la  tierra,  y  levantada  la 
misma  tierra  se  vino  arrollada  como  un  golpe  de  mar 
hasta  la  barranca,  y  los  árboles  cayeron  en  el  río,  y  la 
barranca  dio  sobre  los  bergantines,  y  el  árbol  do  esta- 
ba amarrada  la  galera  dio  tan  gran  golpe  sobre  ella 
que  la  volvió  de  abajo  arriba,  y  así  la  llevó  más  de  me- 
dia legua,  llevando  el  mastel  debajo  y  la  quilla  encima; 
y  de  esta  tormenta  se  le  ahogaron  en  la  galera  y  otros 
navios  catorce  personas  entre  hombres  y  mujeres;  y 
según  lo  dijeron  los  que  se  hallaron  presentes,  fué  la 
cosa  más  temerosa  que  jamás  pasó;  y  con  este  trabajo 
llegaron  a  la  ciudad  de  la  Ascensión,  donde  fueron 
bien  aposentados  y  proveídos  de  todo  lo  necesario;  y 
el  gobernador  con  toda  la  gente  dieron  gracias  a  Dios 
por  haberlos  traído  a  salvamiento  y  escapado  de  tan- 
tos peligros  como  por  aquel  río  hay  y  pasaron. 


CAPITULO    XXXVIll 

De  cómo  se  quemó  el  pueblo  de  la  Ascensión. 

A  4  días  del  mes  de  hebrero  del  año  siguiente  de  543 
años,  un  domingo  de  madrugada,  tres  horas  antes  que 
amaneciese,  se  puso  fuego  a  una  casa  pajiza  dentro  de 
la  ciudad  de  la  Ascensión,  y  de  allí  saltó  a  otras  muchas 
casas;  y  como  había  viento  fresco,  andaba  el  fuego  con 
tanta  fuerza,  que  era  espanto  de  lo  ver,  y  puso  grande 
alteración  y  desasosiego  a  los  españoles,  creyendo  que 
los  indios  por  les  echar  de  la  tierra  lo  habían  hecho. 
El  gobernador  a  la  sazón  hizo  dar  al  arma  para  que 
acudiesen  a  ella  y  sacasen  sus  armas,  y  quedasen  arma- 
dos para  se  defender  y  sustentar  en  la  tierra;  y  por  sa- 
lir los  cristianos  con  sus  armas,  las  escaparon,  y  que- 
móseles  toda  su  ropa,  y  quemáronse  más  de  docientas 
casas,  y  no  les  quedaron  más  de  cincuenta  casas,  las 
cuales  escaparon  por  estar  en  medio  un  arroyo  de  agua, 
y  quemáronseles  más  de  cuatro  o  cinco  mil  hanegas  de 
maíz  en  grano,  que  es  el  trigo  de  la  tierra,  y  mucha  ha- 
rina de  ello,  y  muchos  otros  mantenimientos  de  galli- 
nas y  puercos  en  gran  cantidad,  y  quedaron  los  espa- 
ñoles tan  perdidos  y  destruidos  y  tan  desnudos,  que  no 
les  quedó  con  que  se  cubrir  las  carnes;  y  fué  tan  gran- 
de el  fuego,  que  duró  cuatro  días;  hasta  una  braza  deba- 
jo de  la  tierra  se  quemó,  y  las  paredes  de  las  casas  con 
la  fortaleza  de  él  se  cayeron.  Averiguóse  que  una  in- 
dia de  un  cristiano  había  puesto  el  fuego;  sacudiendo 
una  hamaca  que  se  le  quemaba,  dio  una  morcella  en  la 
paja  de  la  casa;  como  las  paredes  son  de  paja,  se  que- 


CAP,  XXXVIII         COMENTARIOS  245 

mó;  y  visto  que  los  españoles  quedaban  perdidos  y  sus 
casas  y  haciendas  asoladas,  de  lo  que  el  gfobernador 
tenia  de  su  propria  hacienda  los  remedió,  y  daba  de 
comer  a  los  que  no  lo  tenían,  mercando  de  su  hacien- 
da los  mantenimientos,  y  con  toda  diligencia  los  ayudó 
y  les  hizo  hacer  sus  casas,  haciéndolas  de  tapias,  por 
quitar  la  ocasión  que  tan  fácilmente  no  se  quemasen 
cada  día;  y  puestos  en  ello,  y  con  la  gran  necesidad 
que  tenían  de  ellas,  en  pocos  días  las  hicieron. 


CAPITULO  XXXIX 

Cómo    vino    Domingo    de    Irali 


A  15  días  del  mes  de  hebrero  vino  a  surgir  a  este 
pueblo  de  la  Ascensión  Domingo  de  Irala,  con  los  tres 
bergantines  que  llevó  al  descubrimiento  del  río  del  Pa- 
raguay; el  cual  salió  en  tierra  a  dar  relación  al  gober- 
nador de  su  descubrimiento;  y  dijo  que  dende  20  de 
octubre,  que  partió  del  puerto  de  la  Ascensión,  hasta 
el  de  los  Reyes,  6  días  del  mes  de  enero,  había  subido 
por  el  río  del  Paraguay  arriba,  contratando  y  tomando 
aviso  de  los  indios  naturales  que  están  en  la  ribera  del 
río  hasta  aquel  dicho  día;  que  había  llegado  a  una  tierra 
de  una  generación  de  indios  labradores  y  criadores  de 
gallinas  y  patos,  los  cuales  crían  estos  indios  para  de- 
fenderse con  ellos  de  la  importunidad  y  daño  que  les 
hacen  los  grillos,  porque  cuantas  mantas  tienen  se  las 
roen  y  comen;  críanse  estos  grillos  en  la  paja  con  que 
están  cubiertas  sus  casas,  y  para  guardar  sus  ropas  tie- 
nen muchas  tinajas,  en  las  cuales  meten  sus  mantas  y 
cueros  dentro,  y  tápanlas  con  unos  tapaderos  de  barro, 
y  de  esta  manera  defienden  sus  ropas,  porque  de  la 
cumbre  de  las  casas  caen  muchos  de  ellos  a  buscar  qué 
roer,  y  entonces  dan  los  patos  en  ellos  con  tanta  prie- 
sa, que  se  los  comen  todos;  y  esto  hacen  dos  o  tres  ve- 
ces cada  día  que  ellos  salen  a  comer,  que  es  hermosa 
cosa  de  ver  la  montanera  con  ellos;  y  estos  indios  habi- 
tan y  tienen  sus  casas  dentro  de  unas  lagunas  y  cerca- 
dos de  otras;  Uámanse  cacocies  chaneses;  y  que  de  los 
indios  había  tenido  aviso  que  por  la  tierra  era  el  cami- 


CAP.  XXXIX  COMENTARIOS  247 

no  para  ir  a  las  poblaciones  de  la  tierra  adentro;  y  que 
él  había  entrado  tres  jornadas,  y  que  le  había  parescido 
la  tierra  muy  buena,  y  que  la  relación  de  dentro  de  ella 
le  habían  dado  los  indios;  y  allende  de  esto,  en  estos 
pueblos  de  los  indios  de  esta  tierra  había  grandes  bas- 
timentos, adonde  se  podían  fornescer  para  poder  hacer 
por  allí  la  entrada  de  la  tierra  y  conquista;  y  que  había 
visto  entre  los  indios  muestra  de  oro  y  plata,  y  se  ha- 
bían ofrescido  a  le  guiar  y  enseñar  el  camino,  y  que  en 
todo  su  descubrimiento  que  había  hecho  por  todo  el 
río,  no  había  hallado  ni  tenido  nueva  de  tierra  más  apa- 
rejada para  hacer  la  entrada  que  determinaba  hacer;  y 
que  teniéndola  por  tal,  había  entrado  por  la  tierra  aden- 
tro por  aquella  parte,  que  por  haber  llegado  en  el  mis- 
mo día  de  los  Reyes  a  ella,  le  había  puesto  por  nombre 
el  puerto  de  los  Reyes,  y  dejaba  los  naturales  del  con 
gran  deseo  de  ver  los  españoles,  y  que  el  gobernador 
fuese  a  los  conoscer;  y  luego  como  Domingo  de  Irala 
hobo  dado  la  relación  al  gobernador  de  lo  que  había 
hallado  y  traía,  mandó  llamar  y  juntar  a  los  religiosos  y 
clérigos  y  a  los  oficiales  de  Su  Majestad  y  a  los  capita- 
nes; y  estando  juntos,  les  mandó  leer  la  relación  que 
había  traído  Domingo  de  Irala,  y  les  rogó  que  sobre 
ello  hobiesen  su  acuerdo,  y  le  diesen  su  parescer  de  lo 
que  se  había  de  hacer  para  descubrir  aquella  tierra, 
como  convenía  al  servicio  de  Dios  y  de  Su  Majestad, 
como  otra  vez  lo  tenía  pedido  y  rogado;  porque  así 
convenía  al  servicio  de  Su  Majestad,  pues  tenían  cami- 
no cierto  descubierto,  y  era  el  mejor  que  hasta  enton- 
ces habían  hallado;  y  todos  juntos,  sin  discrepar  ningu- 
no, dieron  su  parescer,  diciendo  que  convenía  mucho 
al  servicio  de  Su  Majestad  que  con  toda  presteza  se  hi- 
ciese la  entrada  por  el  puerto  de  los  Reyes,  y  que  así 
convenía  y  lo  daban  por  su  parescer,  y  lo  firmaban  de 
sus  nombres;  y  que  luego,  sin  dilación  ninguna,  se  había 
de  poner  en  efecto  la  entrada,  pues  la  tierra  era  pobla- 
da de  mantenimientos  y  otras  cosas  necesarias  para  el 


248  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP.  XXXIX 

descubrimiento  de  ello.  Vistos  los  paresceres  de  los 
religiosos,  clérigos  y  capitanes,  y  conformándose  con 
ellos  el  gobernador,  paresciéndole  ser  así  cumplidero 
al  servicio  de  Su  Majestad,  mandó  aderezar  y  poner  a 
punto  los  diez  bergantines  que  él  tenía  hechos  para  el 
mismo  descubrimiento,  y  mandó  a  los  indios  guaraníes 
que  le  vendiesen  los  bastimentos  que  tenían,  para  car- 
gar y  fornescer  de  ellos  los  bergantines  y  canoas  que 
estaban  prestos  para  el  viaje  y  descubrimiento,  porque 
el  fuego  que  habían  pasado  antes  le  había  quemado  to- 
dos los  bastimentos  que  él  tenía,  y  por  esto  le  fué  for- 
zado comprar  de  su  hacienda  a  los  indios  los  bastimen- 
tos, y  él  les  dio  a  los  indios  muchos  rescates  por  ellos, 
por  no  aguardar  a  que  viniesen  otros  frutos,  para  des- 
pachar y  proveer  con  toda  brevedad;  y  para  que  más 
brevemente  se  hiciese  y  le  trajesen  los  bastimentos  sin 
que  los  indios  viniesen  cargados  con  ellos,  envió  al  ca- 
pitán Gonzalo  de  Mendoza  con  tres  bergantines  por  el 
Paraguay  arriba  a  la  tierra  y  lugares  de  los  indios  sus 
amigos  y  vasallos  de  Su  Majestad  que  les  tomase  los 
bastimentos,  y  mandó  que  los  pagase  a  los  indios  y  les 
hiciese  muy  buenos  tratamientos,  y  que  los  contentase 
con  rescates,  que  llevaba  mucha  copia  de  ellos;  y  que 
mandase  y  apercibiese  a  las  lenguas  que  habían  de  pa- 
gar a  los  indios  los  bastimentos,  los  tratasen  bien  y  no 
les  hiciesen  agravios  y  fuerzas,  so  pena  que  serían  cas- 
tigados, y  que  así  lo  guardasen  y  cumpliesen. 


CAPITULO    XL 

De  lo  que  escribió  Gonzalo  de  Mendoza. 


Dende  a  pocos  días  que  Gonzalo  de  Mendoza  se 
hobo  partido  con  los  tres  navios,  escribió  una  carta  al 
gobernador,  por  la  cual  le  hacía  saber  cómo  él  había 
llegado  al  puerto  que  dicen  de  Giguy,  y  había  enviado 
por  la  tierra  adentro  a  los  lugares  donde  le  habían  de 
dar  los  bastimentos,  y  que  muchos  indios  principales 
que  le  habían  venido  a  ver  y  comenzado  a  traer  los 
bastimentos;  y  que  las  lenguas  habían  venido  huyen- 
do a  se  recoger  a  los  bergantines  porque  los  habían 
querido  matar  los  amigos  y  parientes  de  un  indio  que 
andaba  alzado  y  andaba  alborotando  la  tierra  contra 
los  cristianos  y  contra  los  indios  que  eran  nuestros  ami- 
gos; que  decían  que  no  les  diesen  bastimentos,  y  que 
muchos  indios  principales  que  habían  venido  a  pedirle 
ayuda  y  socorro  para  defender  y  amparar  sus  pueblos  de 
dos  indios  principales,  que  se  decían  Guazani  y  Ataba- 
re,  con  todos  sus  parientes  y  valedores,  y  les  hacían  la 
guerra  crudamente  a  fuego  y  a  sangre,  y  les  quemaban 
sus  pueblos,  y  les  corrían  la  tierra  diciendo  que  los  ma- 
tarían y  destruirían  si  no  se  juntaban  con  ellos  para  ma- 
tar y  destruir  y  echar  de  la  tierra  a  los  cristianos;  y  que 
él  andaba  entreteniendo  y  temporizando  con  los  indios 
hasta  le  hacer  saber  lo  que  pasaba,  para  que  proveyese 
en  ello  lo  que  conviniese;  porque  allende  de  lo  susodi- 
cho, los  indios  no  le  traían  ningún  bastimento,  por  te- 
nerles tomados  los  contrarios  los  pasos;  y  los  españoles 
que  estaban  en  los  navios  padescían  mucha  hambre. 


250  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA         CAP.  XL 

Y  vista  la  carta  de  Gonzalo  de  Mendoza,  mandó  el 
gobernador  llamar  a  los  frailes  y  clérigos  y  oficiales  de 
Su  Majestad  y  a  los  capitanes,  los  cuales  fueron  juntos, 
y  les  hizo  leer  la  carta;  y  vista,  les  pidió  que  le  diesen 
parescer  lo  que  sobre  ello  les  parescía  que  se  debía  de 
hacer,  conformándose  con  la  instrucción  de  Su  Majes- 
tad, la  cual  les  fué  leída  en  su  presencia;  y  que  confor- 
mándose con  ella,  le  diesen  su  parescer  de  lo  que  debía 
de  hacer  y  que  más  conviniese  al  servicio  de  Su  Majes- 
tad; los  .cuales  dijeron  que,  pues  los  dichos  indios  ha- 
cían la  guerra  contra  los  cristianos  y  contra  los  natura- 
les vasallos  de  Su  Majestad,  que  su  parescer  de  ellos 
era,  y  así  lo  daban,  y  dieron  y  firmaron  de  sus  nom- 
bres, que  debía  mandar  enviar  gente  de  guerra  contra 
ellos,  y  requerirlos  primero  con  la  paz,  apercibiéndo- 
los que  se  volviesen  a  la  obediencia  de  Su  Majestad; 
que  si  no  lo  quisiesen  hacer,  se  lo  requiriesen  una,  y 
dos,  y  tres  veces,  y  más  cuantas  pudiesen,  protestándo- 
les que  todas  las  muertes  y  quemas  y  daños  que  en  la 
tierra  se  hiciesen  fuesen  a  su  cargo  y  cuenta  de  ellos;  y 
cuando  no  quisiesen  venir  a  dar  la  obediencia,  que  les 
hiciese  la  guerra  como  contra  enemigos,  y  amparando 
y  defendiendo  a  los  indios  amigos  que  estaban  en  la 
tierra. 

Dende  a  pocos  días  que  los  religiosos  y  clérigos  y  los 
demás  dieron  su  parescer,  el  mismo  capitán  Gonzalo 
de  Mendoza  tornó  a  escrebir  otra  carta  al  gobernador, 
en  la  cual  le  hacía  saber  cómo  los  indios  Guazani  y 
Tabere,  principales,  hacían  cruel  guerra  a  los  indios 
amigos,  corriéndoles  la  tierra,  matándolos  y  robándo- 
los, hasta  llegar  al  puerto  donde  estaban  los  cristianos 
que  habían  venido  defendiendo  los  bastimentos;  y  que 
los  indios  amigos  estaban  muy  fatigados,  pidiendo  cada 
día  socorro  a  Gonzalo  de  Mendoza,  y  diciéndole  que 
si  brevemente  no  los  socorría,  todos  los  indios  se  alza- 
rían, por  excusar  la  guerra  y  daños  que  tan  cruel  gue- 
rra les  hacía  de  contino. 


CAPITULO    XLI 


De  cómo  el  gobernador  socorrió  a  los  que  estaban  con  Gonzalo 
de  Mendoza. 


Vista  esta  segunda  carta,  y  las  demás  querellas  que 
daban  los  naturales,  el  gobernador  tornó  a  comunicar 
con  los  religiosos,  clérigos  y  oficiales,  y  con  sw  pares- 
cer  mandó  que  fuese  el  capitán  Domingo  de  Irala  a  fa- 
vorescer  los  indios  amigos,  y  a  poner  en  paz  la  guerra 
que  se  había  comenzado,  favoresciendo  los  naturales 
que  recebían  daño  de  los  enemigos;  y  para  ello  envió 
cuatro  bergantines,  con  ciento  y  cincuenta  hombres^ 
demás  de  los  que  tenía  el  capitán  Gonzalo  de  Mendoza 
allá;  y  mandó  que  Domingo  de  Irala  con  la  gente  que 
fuesen  derechos  a  los  lugares  y  puertos  de  Guazani  y 
Tabere  y  les  requiriese  de  parte  de  Su  Majestad  que 
dejasen  la  guerra  y  se  apartasen  de  hacerla,  y  volviesen 
y  diesen  la  obediencia  a  Su  Majestad;  que  fuesen  ami- 
gos de  los  españoles;  y  que  cuando  siendo  así  requeri- 
dos y  amonestados  una,  y  dos,  y  tres  veces,  y  cuantas 
más  debiesen  y  pudiesen,  con  el  menor  daño  que  pu- 
diesen les  hiciesen  guerra,  excusando  muertes  y  robos 
y  otros  males,  y  los  constriñesen  apretándolos  para  que 
dejasen  la  guerra  y  tornasen  a  la  paz  y  amistad  que  an- 
tes solían  tener,  y  lo  procurase  por  todas  las  vías  que 
pudiese. 


CAPITULO    XLII 

De  cómo  en  la  guerra  murieron  cuatro  cristianos  que  hirieron. 


Partido  Domingo  de  Irala  y  llegado  en  la  tierra  y  lu- 
gares de  los  indios,  envió  a  requerir  y  amonestar  a 
Tabere  y  a  Guazani,  indios  principales  de  la  guerra,  y 
con  ellos  estaba  gran  copia  de  gente  esperando  la  gue- 
rra, y  como  las  lenguas  llegaron  a  requerirlos,  no  los 
habían  querido  oír,  antes  enviaron  a  desafiar  a  los  in- 
dios amigos,  y  les  robaban  y  les  hacían  muy  grandes 
daños,  que  defendiéndolos  y  apartándolos  habían  habi- 
do con  ellos  muchas  escaramuzas,  de  las  cuales  habían 
salido  heridos  algunos  cristianos,  los  cuales  envió  para 
que  fuesen  curados  en  la  ciudad  de  la  Ascensión,  y 
cuatro  o  cinco  murieron  de  los  que  vinieron  heridos, 
por  culpa  suya  y  por  excesos  que  hicieron,  porque  las 
heridas  eran  muy  pequeñas  y  no  eran  de  muerte  ni  de 
peligro;  porque  el  uno  de  ellos,  de  sólo  un  rascuño  que 
le  hicieron  con  una  flecha  en  la  nariz,  en  soslayo,  mu- 
rió, porque  las  flechas  traían  hierba;  y  cuando  los  que 
son  heridos  de  ella  no  se  guardan  mucho  de  tener  ex- 
cesos con  mujeres,  porque  en  lo  demás  no  hay  de  qué 
temer  la  hierba  de  aquella  tierra.  El  gobernador  tornó 
a  escrebir  a  Domingo  de  Irala,  mandándole  que  por 
todas  las  vías  y  formas  que  él  pudiese  trabajase  por 
hacer  paz. y  amistad  con  los  indios  enemigos,  porque 
así  convenía  al  servicio  de  Su  Majestad;  porque  entre- 
tanto que  la  tierra  estuviese  en  guerra,  no  podían  dejar 
de  haber  alborotos  y  escándalos  y  muertes  y  robos  y 
desasosiegos  en  ella,  de  los  cuales  Dios  y  Su  Majestad 


CAP.  XLII  COMENTARIOS  253 

serían  deservidos;  y  con  esto  que  le  envió  a  mandar,  le 
envió  muchos  rescates  para  que  diese  y  repartiese  en- 
tre los  indios  que  habían  servido,  y  con  los  demás  que 
le  paresciese  que  podrían  asentar  y  perpetuar  la  paz;  y 
estando  las  cosas  en  este  estado,  Doming-o  de  Irala  pro- 
curó de  hacer  las  paces;  y  como  ellos  estuviesen  muy 
fatigados  y  trabajados  de  la  guerra  tan  brava  como  los 
cristianos  les  habían  hecho  y  hacían,  deseaban  tener  ya 
paz  con  ellos;  y  con  las  muchas  dádivas  que  el  capitán 
general  les  envió,  con  muchos  ofrescimientos  nuevos 
que  de  su  parte  se  les  hizo,  vinieron  a  asentar  la  paz  y 
dieron  de  nuevo  la  obediencia  a  Su  Majestad  y  se  con- 
formaron con  todos  los  indios  de  la  tierra;  y  los  indios 
principales  Guazani  y  Tabere,  y  otros  muchos  junta- 
mente en  amistad  y  servicio  de  Su  Majestad,  fueron 
ante  el  gobernador  a  confirmar  las  paces,  y  él  dijo  a 
los  de  la  parte  de  Guazani  y  Tabere  que  en  se  apar- 
tar de  la  guerra  habían  hecho  lo  que  debían,  y  que  en 
nombre  de  Su  Majestad  les  perdonaba  el  desacato  y 
desobediencia  pasada,  y  que  si  otra  vez  lo  hiciesen  que 
serían  castigados  con  todo  rigor,  sin  tener  de  ellos  nin- 
guna piedad;  y  tras  de  esto,  les  dio  rescates  y  se  fue- 
ron muy  alegres  y  contentos.  Y  viendo  que  aquella  tie- 
rra y  naturales  de  ella  estaban  en  paz  y  concordia,  man- 
dó poner  gran  diligencia  en  traer  los  bastimentos  y  las 
otras  cosas  necesarias  para  fornescer  y  cargar  los  navios 
que  habían  de  ir  a  la  entrada  y  descubrimiento  de  la 
tierra  por  el  puerto  de  los  Reyes,  por  do  estaba  con- 
certado y  determinado  que  se  prosiguiese;  en  pocos 
días  le  trujeron  los  indios  naturales  más  de  tres  mil 
quintales  de  harina  de  mandioca  y  maíz,  y  con  ellos 
acabó  de  cargar  todos  los  navios  de  bastimentos,  los 
cuales  les  pagó  mucho  a  su  voluntad  y  contento,  y  pro- 
veyó de  armas  a  los  españoles  que  no  las  tenían  y  de 
las  otras  cosas  necesarias  que  eran  menester. 


CAPITULO   XLIII 

De  cómo  los  frailes  se  iban  huidos. 


Estando  a  punto  apercebidos  y  aparejados  los  ber- 
gantines, y  cargados  los  bastimentos  y  las  otras  cosas 
que  convenían  para  la  entrada  y  descubrimiento  de  la 
tierra,  como  estaba  concertado,  y  los  oficiales  de  Su 
Majestad  y  religiosos  y  clérigos  lo  habían  dado  por  pa- 
rescer,  callada  y  encubiertamente  inducieron  y  levanta- 
ron al  comisario  fray  Bernaldo  de  Armenta  y  fray  Alon- 
so Lebrón,  su  compañero,  de  la  orden  de  Sant  Francis- 
co, que  se  fuesen  por  el  camino  que  el  gobernador 
descubrió,  dende  la  costa  del  Brasil  por  entre  los  luga- 
res de  los  indios,  y  que  se  volviesen  a  la  costa  y  lleva- 
sen ciertas  cartas  para  Su  Majestad,  dándole  a  entender 
por  ellas  que  el  gobernador  usaba  mal  de  la  goberna- 
ción que  Su  Majestad  le  había  hecho  merced,  movidos 
con  mal  celo  por  el  odio  y  enemistad  que  le  tenían, 
por  impedir  y  estorbar  la  entrada  y  descubrimiento  de 
la  tierra  que  iba  a  descubrir,  como  dicho  tengo;  lo 
cual  hacían  porque  el  gobernador  no  sirviese  a  Su 
Majestad  ni  diese  ser  ni  descubriese  aquella  tierra;  y 
la  causa  de  esto  había  sido  porque  cuando  el  goberna- 
dor llegó  a  la  tierra  la  halló  pobre  y  desarmados  los 
cristianos,  y  rotos  los  que  en  ella  servían  a  Su  Majes- 
tad; y  los  que  en  ella  residían  se  le  querellaron  de  los 
agravios  y  malos  tratamientos  que  los  oficiales  de  Su 
Majestad  les  hacían,  y  que  por  su  proprio  interés  par- 
ticular habían  echado  un  tributo  y  nueva  imposición 
muy  contra  justicia  y  contra  lo  que  se  usa  en  España  y 


CAP.  XLIII  COMENTARIOS  255 

en  Indias,  a  la  cual  imposición  pusieron  nombre  de 
quinto,  de  lo  cual  está  hecha  memoria  en  esta  relación, 
y  por  esto  querían  impedir  la  entrada,  y  el  secreto  de 
esto  de  que  se  querían  ir  los  frailes,  andaba  el  uno  de 
ellos  con  un  crucifijo  debajo  del  manto,  y  hacían  que 
pusiesen  la  mano  en  el  crucifijo  y  jurasen  de  guardar  el 
secreto  de  su  ida  de  la  tierra  para  el  Brasil;  y  como  esto 
supieron  los  indios  principales  de  la  tierra,  parescie- 
ron  ante  el  gobernador  y  le  pidieron  que  les  manda- 
se dar  sus  hijas,  las  cuales  ellos  habían  dado  a  los  di- 
chos frailes  para  qué  se  las  industriasen  en  la  doctrina 
cristiana;  y  que  entonces  habían  oído  decir  que  los 
frailes  se  querían  ir  a  la  costa  del  Brasil  y  que  les  lle- 
vaban por  fuerza  sus  hijas,  y  que  antes  que  llegasen  allá 
se  solían  morir  todos  los  que  allá  iban;  y  porque  las  in- 
dias no  querían  ir  y  huían  y  que  los  frailes  las  tenían  muy 
sujetas  y  aprisionadas.  Cuando  el  gobernador  vino  a 
saber  esto,  ya  los  frailes  eran  idos,  y  envió  tras  de 
ellos  y  los  alcanzaron  dos  leguas  de  allí  y  los  hizo  vol- 
ver al  pueblo.  Las  mozas  que  llevaban  eran  treinta  y 
cinco;  y  ansímismo  envió  tras  de  otros  cristianos  que 
los  frailes  habían  levantado,  y  los  alcanzaron  y  truje- 
ron,  y  esto  causó  grande  alboroto  y  escándalo,  así  en- 
tre los  españoles  como  en  toda  la  tierra  de  los  indios, 
y  por  ello  los  principales  de  toda  la  tierra  dieron  gran- 
des querellas  por  llevalles  sus  hijas;  y  así,  llevaron  al 
gobernador  un  indio  de  la  costa  del  Brasil,  que  se  lla- 
maba Domingo,  muy  importante  al  servicio  de  Su  Ma- 
jestad en  aquella  tierra;  y  habida  información  contra 
los  frailes  y  oficiales,  mandó  prender  a  los  oficiales,  y 
mandó  proceder  contra  ellos  por  el  delito  que  contra 
Su  Majestad  habían  cometido;  y  por  no  detenerse  el  go- 
bernador con  ellos,  sometió  la  causa  a  un  juez  para  que 
conociese  de  sus  culpas  y  cargos,  y  sobre  fianzas  llevó 
los  dos  de  ellos  consigo,  dejando  los  otros  presos  en  la 
ciudad,  y  suspendidos  los  oficios,  hasta  tanto  que  Su 
Majestad  proveyese  en  ello  lo  que  más  fuese  servido. 


CAPITULO   XLIV 

De  cómo  el  gobernador  llevó  a  la  entrada'  cuatrocientos  hombres» 


A  esta  sazón  ya  todas  las  cosas  necesarias  para  seguir 
la  entrada  y  descubrimiento  estaban  aparejadas  y  pues- 
tas a  punto,  y  los  diez  bergantines  cargados  de  basti- 
mentos y  otras  municiones;  por  lo  cual  el  gobernador 
mandó  señalar  y  escoger  cuatrocientos  hombres  arca- 
buceros y  ballesteros  para  que  fuesen  en  el  viaje,  y  la 
mitad  de  ellos  se  embarcaron  en  los  bergantines,  y  los 
otros,  con  doce  de  caballo,  fueron  por  tierra  cerca  del 
río,  hasta  que  fuesen  en  el  puerto  que  dicen  de  Gua- 
viaño,  yendo  siempre  la  gente  por  los  pueblos  y  luga- 
res de  los  indios  guaraníes,  nuestros  amigos,  porque 
por  allí  era  mejor;  embarcaron  los  caballos,  y  porque  no 
se  detuviesen  en  los  navios  esperándolos,  los  mandó 
partir  ocho  días  antes,  por  que  fuesen  manteniéndose 
por  tierra  y  no  gastasen  tanto  mantenimiento  por  el  río, 
y  fué  con  ellos  el  factor  Pedro  Dorantes  y  el  contador 
Felipe  de  Cáceres;  y  dende  a  ocho  días  adelante  el  go- 
bernador se  embarcó,  después  de  haber  dejado  por  su 
lugarteniente  de  capitán  general  a  Juan  de  Salazar  de 
Espinosa,  para  que  en  nombre  de  Su  Majestad  susten- 
tase y  gobernase  en  paz  y  en  justicia  aquella  tierra,  y 
quedando  en  ella  doscientos  y  tantos  hombres  de  gue- 
rra, arcabuceros  y  ballesteros,  y  todo  lo  necesario  que 
era  menester  para  la  guarda  de  ella,  y  seis  de  caballo 
entre  ellos;  y  día  de  Nuestra  Señora  de  Septiembre,  dejó 
hecha  la  iglesia,  muy  buena,  que  el  gobernador  trabajó 
con  su  persona  en  ella  siempre,  que  se  había  quemado. 


CAP.  XLIV  COMENTARIOS  257 

Partió  del  puerto  con  los  diez  bergantines  y  ciento  y 
veinte  canoas,  y  llevaban  mil  y  doscientos  indios  en  ellas, 
todos  hombres  de  guerra,  que  parecían  extrañamente 
bien  verlos  ir  navegando  en  ellas,  con  tanta  munición 
de  arcos  y  flechas;  iban  muy  pintados,  con  muchos  pe- 
nachos y  plumería,  con  muchas  planchas  de  metal  en 
la  frente,  muy  lucias,  que  cuando  les  daba  el  sol  res- 
plandecían mucho,  y  dicen  ellos  que  las  traen  porque 
aquel  resplandor  quita  la  vista  a  sus  enemigos,  y  van 
con  la  méiyor  grita  y  placer  del  mundo;  y  cuando  el 
gobernador  partió  de  la  ciudad,  dejó  mandado  al  capi- 
tán Salazar  que,  con  la  mayor  diligencia  que  pudiese, 
hiciese  dar  priesa,  y  que  se  acabase  de  hacer  la  cara- 
bela que  él  mandó  hacer,  por  que  estuviese  hecha  para 
cuando  volviese  de  la  entrada,  y  pudiese  dar  con  ella 
aviso  a  Su  Majestad  de  la  entrada  y  de  todo  lo  sucedido 
en  la  tierra,  y  para  ello  dejó  todo  recaudo  muy  cumpli- 
damente, y  con  buen  tiempo  llegó  al  puerto  de  Tapua, 
a  do  vinieron  los  principales  a  recebir  al  gobernador; 
y  él  les  dijo  cómo  iba  en  descubrimiento  de  la  tierra, 
por  lo  cual  les  rogaba,  y  de  parte  de  Su  Majestad  les 
mandaba,  que  por  su  parte  estuviesen  siempre  en  paz, 
y  así  lo  procurasen  siempre  estar  con  toda  concordia  y 
amistad,  como  siempre  lo  habían  estado;  y  haciéndolo 
así,  el  gobernador  les  prometía  de  les  hacer  siempre 
buenos  tratamientos  y  les  aprovechar,  como  siempre 
lo  había  hecho;  y  luego  les  dio  y  repartió  a  ellos  y  a 
sus  hijos  y  parientes  muchos  rescates  de  lo  que  lleva- 
ba, graciosamente,  sin  ningún  interés;  y  ansí,  queda- 
ron contentos  y  alegres. 


CABEZA    DE    VACA.  —  NAUFRAGIOS  17 


CAP    TULO    XLV 

De  cómo  el  gobernador  dejó  de  los  bastimentos  que  llevaba. 

En  este  puerto  de  Tapua,  porque  iban  muy  carga- 
dos de  bastimentos  los  navios,  tanto,  que  no  lo  podían 
sufrir,  por  asegurar  la  carga,  dejó  allí  mas  de  docientos 
quintales  de  bastimentos;  y  acabados  de  dejar,  se  hi- 
cieron a  la  vela,  y  fueron  navegando  prósperamente 
hasta  que  llegaron  a  un  puerto  que  los  indios  llaman 
Juriquizaba,  y  llegó  a  él  a  un  hora  de  la  noche;  y  por 
hablar  a  los  indios  naturales  del  estuvieron  hasta  ter- 
cero día,  en  el  cual  tiempo  le  vinieron  a  ver  muchos 
indios  cargados  de  bastimentos,  que  dieron  así  entre 
los  españoles  que  allí  iban  como  entre  los  indios  gua- 
raníes que  llevaba  en  su  compañía;  y  el  gobernador 
los  rescibió  a  todos  con  buenas  palabras,  porque  siem- 
pre fueron  éstos  amigos  de  los  cristianos  y  guardaron 
amistad;  y  a  los  principales  y  a  los  demás  que  trujeron 
bastimentos  les  dio  rescates,  y  les  dijo  cómo  iba  a  ha- 
cer el  descubrimiento  de  la  tierra,  lo  cual  era  bien  y 
provecho  de  todos  ellos,  y  que  entretanto  que  el  gober- 
nador tornaba,  les  rogaba  siempre  tuviesen  paz  y  guar- 
dasen paz  a  los  españoles  que  quedaban  en  la  ciudad 
de  la  Ascensión,  y  así  se  lo  prometieron  de  lo  hacer; 
y  dejándolos  muy  contentos  y  alegres,  navegaron  con 
buen  tiempo  río  arriba. 


CAPITULO     XLVI 

domo  paró  por  hablar  a  los  naturales  de  la  tierra  de  aquel  puerto- 

A  12  días  del  mes  llegó  a  otro  puerto  que  se  dice 
Itaqui,  en  el  cual  hizo  surgir  y  parar  los  bergantines 
por  hablar  a  los  naturales  del  puerto,  que  son  guara- 
níes y  vasallos  de  Su  Majestad;  y  el  mismo  día  vinieron 
al  puerto  gran  número  de  indios  cargados  de  basti- 
mentos para  la  gente,  y  con  ellos  sus  principales,  a  los 
cuales  el  gobernador  dio  cuenta,  como  a  los  pasados, 
cómo  iba  a  hacer  el  descubrimiento  de  la  tierra,  y  que 
en  el  entretanto  que  volvía,  les  rogaba  y  mandaba  que 
tuviesen  mucha  paz  y  concordia  con  los  cristianos  es- 
pañoles que  quedaban  en  la  ciudad  de  la  Ascensión;  y 
demás  de  pagarles  los  bastimentos  que  habían  traído, 
dio  y  repartió  entre  los  más  principales  y  los  demás 
sus  parientes  muchos  rescates  graciosos,  de  lo  cual 
ellos  quedaron  muy  contentos  y  bien  pagados;  estuvo 
con  ellos  aquí  dos  días,  y  el  mismo  día  se  partió  y  llegó 
otro  día  a  otro  puerto  que  llaman  Itaqui,  y  pasó  por  él, 
y  fué  a  surgir  al  puerto  que  dicen  de  Guazani,  que  es 
el  que  se  había  levantado  con  Tabere  para  hacernos  la 
guerra  que  he  dicho,  los  cuales  vivían  en  paz  y  concor- 
dia; y  luego  como  supieron  que  estaba  allí,  vinieron  a 
ver  al  gobernador,  con  muchos  indios,  otros  de  su  liga 
y  parcialidad,  los  cuales  el  gobernador  recebió  con 
mucho  amor,  porque  cumplían  las  paces  que  habían  he- 
cho, y  toda  la  gente  que  con  ellos  venía  venían  alegres 
y  seguros,  porque  estos  dos,  estando  en  nuestra  paz  y 
amistad,  con  tenerlos  a  ellos  solos,  toda  la  tierra  esta- 


260  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA   DE   VACA  CAP. 

ba  segura  y  quedaba  pacífica;  y  otro  día  que  vinieron 
les  mostró  mucho  amor  y  les  dio  muchos  rescates  gra- 
ciosos, y  lo  mismo  hizo  con  sus  parientes  y  amigos, 
demás  de  pagar  los  bastimentos  a  todos  aquellos  que 
los  trujeron;  de  manera  que  ellos  quedaron  contentos; 
y  como  ellos  son  la  cabeza  principal  de  los  naturales  de 
aquella  tierra,  el  gobernador  les  habló  lo  más  amoro- 
samente que  pudo,  y  les  encomendó  y  rogó  que  se 
acordasen  de  tener  en  paz  y  concordia  toda  aquella 
tierra,  y  tuviesen  cuidado  de  servir  y  visitar  a  los  espa- 
ñoles cristianos  que  quedaban  en  la  ciudad  de  la  As- 
censión, y  siempre  obedeciesen  los  mandamientos  que 
mandasen  de  nombre  de  Su  Majestad;  a  lo  cual  res- 
pondieron que  después  que  ellos  habían  hecho  la  paz 
y  tornado  a  dar  la  obediencia  a  Su  Majestad  estaban 
determinados  de  lo  guardar  y  hacer  ansí,  como  él  lo 
vería;  y  para  que  más  se  creyese  de  ellos,  que  el  Ta- 
bere  quería  ir  con  él,  como  hombre  más  usado  en  la 
guerra,  y  que  el  Guazani  convenía  que  quedase  en  la 
tierra  en  guarda  de  ella,  para  que  siempre  estuviesen 
en  paz  y  concordia;  y  al  gobernador  le  paresció  bien 
y  tuvo  en  mucho  su  ofrescimiento,  porque  le  paresció 
que  era  buena  prenda  para  que  cumplieran  lo  que 
ofrescían,  y  la  tierra  quedaba  muy  pacífica  y  segura 
con  ir  Tabere  en  su  compañía,  y  él  se  lo  agradesció 
mucho,  y  aceptó  su  ida,  y  le  dio  más  rescates  que  a 
otro  ninguno  de  los  principales  de  aquel  río;  y  es  cierto 
que  teniendo  a  éste  contento  toda  la  tierra  quedaría 
en  paz  y  no  se  osaría  levantar  ninguno,  de  miedo  del; 
y  encomendó  a  Guazani  mucho  los  cristianos,  y  él  lo 
prometió  de  lo  hacer  y  cumplir  como  se  lo  prometía;  y 
así,  estuvo  allí  cuatro  días  hablándolos,  contentándolos 
y  dándoles  de  lo  que  llevaba,  con  que  los  dejó  muy 
contentos.  Estándose  despachando  en  este  puerto,  se 
le  murió  el  caballo  al  factor  Pedro  Dorantes,  y  dijo  al 
gobernador  que  no  se  hallaba  en  disposición  para  se- 
guir el  descubrimiento  y  conquista  de  la  dicha  provin- 


XLVI 


COMENTARIOS  261 


cia  sin  caballo;  por  tanto,  que  él  se  quería  volver  a  la 
ciudad  de  la  Ascensión,  y  que  en  su  lugar  dejaba  y 
nombraba,  para  que  sirviese  en  el  oficio  de  factor,  a  su 
hijo  Pedro  Dorantes,  el  cual  por  el  gobernador  y  por 
el  contador,  que  iba  en  su  compañía,  fué  recebido  y  ad- 
mitido al  oficio  de  factor,  para  que  se  hallase  en  el  des- 
cubrimiento y  conquista  en  lugar  de  su  padre;  y  así,  se 
partió  en  su  compañía  el  dicho  Tabere  (indio  princi- 
pal), con  hasta  treinta  indios  parientes  y  criados  suyos, 
en  tres  canoas.  El  gobernador  se  hizo  a  la  vela  del 
puerto  de  Guazani,  fué  navegando  por  el  río  del  Para- 
guay arriba,  y  viernes  24  días  del  mes  de  septiembre 
llegó  al  puerto  que  dicen  de  Ipananie,  en  el  cual  man- 
dó surgir  y  parar  los  bergantines,  así  para  hablar  a  los 
indios  naturales  de  esta  tierra,  que  son  vasallos  de  Su 
Majestad,  como  porque  le  informaron  que  entre  los 
indios  del  puerto  estaba  uno  de  la  generación  de  los 
guaraníes,  que  había  estado  captivo  mucho  tiempo  en 
poder  de  los  indios  payaguaes,  y  sabía  su  lengua,  y  sa- 
bía su  tierra  y  asiento  donde  tenían  sus  pueblos,  y  por 
lo  traer  consigo  para  hablar  con  los  indios  payaguaes, 
que  fueron  los  que  mataron  a  Juan  de  Ayolas  y  cris- 
tianos, y  por  vía  de  paz  haber  de  ellos  el  oro  y  plata 
que  le  tomaron  y  robaron;  y  como  llegó  al  puerto,  lue- 
go salieron  los  naturales  del  con  mucho  placer,  car- 
gados de  muchos  bastimentos,  y  el  gobernador  los  re- 
cebió  y  hizo  buenos  tratamientos,  y  les  mandó  pagar 
todo  lo  que  trujeron,  y  a  los  indios  principales  les  dio 
graciosamente  muchos  rescates;  y  habiendo  hablado  y 
platicado  con  ellos,  les  dijo  la  necesidad  que  tenía  del 
indio  que  había  sido  captivo  de  los  indios  payaguaes, 
para  lo  llevar  por  lengua  y  intérprete  de  los  indios, 
para  los  atraer  a  paz  y  concordia,  y  para  que  encami- 
nase el  armada  donde  tenían  asentados  sus  pueblos; 
los  cuales  indios  luego  enviaron  por  la  tierra  adentro 
a  ciertos  lugares  de  indios  a  llamar  el  indio  con  gran 
diligencia. 


CAPITULO    XLVII 

De  cómo  envió  por  una  lengua  para  los  payaguaes. 

Dende  a  tres  días  que  los  naturales  del  puerto  de 
Ipananie  enviaron  a  llamar  el  indio,  vino  donde  estaba 
el  gobernador,  y  se  ofresció  a  ir  en  su  compañía  y  en- 
señarle la  tierra  de  los  indios  payaguaes;  y  habiendo 
contentado  los  indios  del  puerto,  se  hizo  a  la  vela  por 
el  río  del  Paraguay  arriba,  y  llegó  dentro  de  cuatro  días 
al  puerto  que  dicen  de  Guayviaño,  que  es  donde  acaba 
la  población  de  los  indios  guaraníes,  en  el  cual  puerto 
mandó  surgir,  para  hablar  a  los  indios  naturales,  los 
cuales  vinieron,  y  trujeron  los  principales  muchos  bas- 
timentos, y  alegremente  los  recebieron,  y  el  goberna 
dor  les  hizo  buenos  tratamientos,  y  mandó  pagar  sus 
bastimentos,  y  les  dio  a  los  principales  graciosamente 
muchos  rescates  y  otras  cosas;  y  luego  le  informaron 
que  la  gente  de  a  caballo  iba  por  la  tierra  adentro  y 
había  llegado  a  sus  pueblos,  los  cuales  habían  sido 
bien  recebidos,  y  les  habían  proveído  de  las  cosas  ne- 
cesarias, y  les  habían  guiado  y  encaminado,  y  iban  muy 
adelante  cerca  del  puerto  de  Itabitan,  donde  decían 
que  habían  de  esperar  el  armada  de  los  bergantines. 
Sabida  esta  nueva,  luego  con  mucha  presteza  mandó 
dar  vela,  y  se  partió  del  puerto  Guayviaño,  y  fué  nave- 
gando por  el  río  arriba  con  buen  viento  de  vela;  y  el 
propio  día  a  las  nueve  de  la  mañana  llegó  al  puerto  de 
habitan,  donde  halló  haber  llegado  la  gente  de  caba- 
llo todos  muy  buenos,  y  le  informaron  haber  pasado 
con  mucha  paz  y  concordia  por  todos  los  pueblos  de 
la  tierra,  donde  a  todos  habían  dado  muchas  dádivas 
de  los  rescates  que  les  dieron  para  el  camino. 


CAPITULO    XLVIII 

De  cómo  en  este  puerto  se  embarcaron  los  caballos. 

En  este  puerto  de  Itabitan  estuvo  dos  días,  en  los 
cuales  se  embarcaron  los  caballos  y  se  pusieron  todas 
las  cosas  del  armada  en  la  orden  que  convenía;  y  por- 
que la  tierra  donde  estaban  y  residían  los  indios  paya- 
guaes  estaba  muy  cerca  de  allí  adelante,  mandó  que 
el  indio  del  puerto  de  Ipananie,  que  sabía  la  lengua  de 
los  indios  payaguaes  y  su  tierra,  se  embarcase  en  el 
bergantín  que  iba  por  capitán  de  los  otros,  para  haber 
siempre  aviso  de  lo  que  se  había  de  hacer,  y  con  buen 
viento  de  vela  partió  del  puerto;  y  por  que  los  indios 
payaguaes  no  hiciesen  algún  daño  en  los  indios  gua- 
raníes que  llevaba  en  su  compañía,  les  mandó  que 
todos  fuesen  juntos  hechos  en  un  cuerpo,  y  no  se  apar- 
tasen de  los  bergantines,  y  por  mucha  orden  fuesen 
siguiendo  el  viaje,  y  de  noche  mandó  surgir  por  la  ri- 
bera del  río  a  toda  la  gente,  y  con  buena  guarda  dur- 
mió en  tierra,  y  los  indios  guaraníes  ponían  sus  canoas 
junto  a  los  bergantines,  y  los  españoles  y  los  indios 
tomaban  y  ocupaban  una  gran  lengua  de  tierra  por  el 
río  abajo,  y  eran  tantas  las  lumbres  y  fuegos  que  hacían, 
que  era  gran  placer  de  verlos;  y  en  todo  el  tiempo  de 
la  navegación  el  gobernador  daba  de  comer  así  a 
los  españoles  como  a  los  indios,  y  iban  tan  proveídos 
y  hartos,  que  era  gran  cosa  de  ver,  y  grande  la  abun- 
dancia de  las  pesquerías  y  caza  que  mataban,  que  lo 
dejaban  sobrado,  y  en  ello  había  una  montería  de  unos 
puercos  que  andan  continuo  en  el  agua,  mayores  que 


264         ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA    DE   VACA      CAP.  XLVIII 

los  de  España:  éstos  tienen  el  hocico  romo  y  mayor 
que  estos  otros  de  acá  de  España;  llámanlos  de  agua; 
de  noche  se  mantienen  en  la  tierra  y  de  día  andan 
siempre  en  el  agua,  y  en  viendo  la  gente  dan  una  zam- 
bullada  por  el  río,  y  métense  en  lo  hondo,  y  están 
mucho  debajo  del  agua,  y  cuando  salen  encima,  están 
un  tiro  de  ballesta  de  donde  se  zambulleron;  y  no 
pueden  andar  a  caza  y  montería  de  los  puercos  menos 
que  media  docena  de  canoas  con  indios,  las  cuales, 
como  ellos  se  zambullen,  las  tres  van  para  arriba  y  las 
tres  para  abajo,  y  están  repartidas  en  tercios,  y  en  los 
arcos  puestas  sus  flechas,  para  que  en  saliendo  que 
salen  encima  del  agua,  le  dan  tres  o  cuatro  flechazos 
con  tanta  presteza,  antes  que  se  torne  a  meter  debajo, 
y  de  esta  manera  los  siguen,  hasta  que  ellos  salen  de 
bajo  del  agua,  muertos  con  las  heridas;  tienen  mucha 
carne  de  comer,  la  cual  tienen  por  buena  los  cristia- 
nos, aunque  no  tenían  necesidad  de  ella;  y  por  muchos 
lugares  de  este  río  hay  muchos  puercos  de  éstos;  iba 
toda  la  gente  en  este  viaje  tan  gorda  y  recia  que  pa- 
rescía  que  salían  entonces  de  España.  Los  caballos 
iban  gordos,  y  muchos  días  los  sacaban  en  tierra  a  ca- 
zar y  montear  con  ellos,  porque  había  muchos  vena- 
dos y  antas,  y  otros  animales,  y  salvajinas,  y  muchas 
nutras. 


CAPITULO    XLIX 

Cómo  por  este  puerto  entró  Juan  de  Ayolas  cuando  le  mataron 
a  él  y  a  sus  compañeros. 


A  12  días  del  mes  de  octubre  llegó  al  puerto  que  di- 
cen de  la  Candelaria,  que  es  tierra  de  los  indios  paya- 
g-uaes,  y  por  este  puerto  entró  con  su  g-ente  el  capitán 
Juan  de  Ayolas,  y  hizo  su  entrada  con  los  españoles 
que  llevaba,  y  en  el  mismo  puerto,  cuando  volvió  de  la 
entrada  que  hizo,  y  dejó  allí  que  le  esperase  a  Domin- 
go de  Irala  con  los  bergantines  que  habían  traído,  y 
cuando  volvió  no  halló  a  los  bergantines;  y  estándolos 
esperando  tardó  allí  más  de  cuatro  meses,  y  en  este 
tiempo  padesció  muy  grande  hambre;  y  conoscido  por 
los  payaguaes  su  gran  flaqueza  y  falta  de  sus  armas,  se 
comenzaron  a  tratar  con  ellos  familiarmente,  y  como 
amigos  los  dijeron  que  los  querían  llevar  a  sus  casas 
para  mantenerlos  en  ellas;  y  atravesándolos  por  unos 
pajonales,  cada  dos  indios  se  abrazaron  con  un  cristia- 
no, y  salieron  otros  muchos  con  garrotes  y  diéronles 
tantos  palos  en  las  cabezas,  que  de  esta  manera  mata- 
ron al  capitán  Juan  de  Ayolas  y  a  ochenta  hombres  que 
le  habían  quedado  de  ciento  y  cincuenta  que  traía 
cuando  entró  la  tierra  adentro;  y  la  culpa  de  la  muerte 
de  éstos  tuvo  el  que  quedó  con  los  bergantines  y  gen- 
te aguardando  allí,  el  cual  desamparó  el  puerto  y  se 
fué  el  río  abajo  por  do  quiso.  Y  si  Juan  de  Ayolas  los 
hallara  adonde  los  dejó,  él  se  embarcara  y  los  otros 
cristianos  y  los  indios  no  los  mataran;  lo  cual  hizo  el 
Domingo  de  Irala  con  mala  intención,  y  por  que  los  in- 


266  ALVAR    NÚÑEZ    CABEZA    DE    VACA  CAP. 

dios  los  matasen,  como  los  mataron,  por  alzarse  con  la 
tierra,  como  después  páreselo  que  lo  hizo  contra  Dios 
y  contra  su  Rey,  y  hasta  hoy  está  alzado,  y  ha  destruí- 
do  y  asolado  toda  aquella  tierra,  y  ha  doce  años  que 
la  tiene  tiránicamente.  Aquí  tomaron  los  pilotos  el  al- 
tura, y  dijeron  que  el  puerto  estaba  en  veinte  y  un  gra- 
dos menos  un  tercio. 

Llegados  a  este  puerto,  toda  la  gente  de  la  armada 
estaba  recogida  por  ver  si  podrían  haber  plática  con 
los  indios  payaguaes  y  saber  de  ellos  dónde  tenían  sus 
pueblos;  y  otro  día  siguiente,  a  las  ocho  de  la  mañana, 
parescieron  a  riberas  del  río  hasta  siete  indios  de  los 
payaguaes,  y  mandó  el  gobernador  que  solamente  les 
fuesen  a  hablar  otros  tantos  españoles,  con  la  lengua 
que  traía  para  ellos,  que  para  aquel  efecto  era  muy  bue- 
na; y  ansí,  llegaron  adonde  estaban,  cerca  de  ellos  que 
se  podían  hablar  y  entender  unos  a  otros,  y  la  lengua 
les  dijo  que  se  llegasen  más,  que  se  pudiesen  platicar, 
porque  querían  hablarles  y  asentar  la  paz  con  ellos,  y 
que  aquel  capitán  de  aquella  gente  no  era  venido  a 
otra  cosa;  y  habiendo  platicado  en  esto,  los  indios  pre- 
guntaron si  los  cristianos  que  agora  nuevamente  venían 
en  los  bergantines  si  eran  de  los  mismos  que  en  el 
tiempo  pasado  solían  andar  por  la  tierra;  y  como  esta- 
ban avisados  los  españoles,  dijeron  que  no  eran  los  que 
en  el  tiempo  pasado  andaban  por  la  tierra,  y  que  nue- 
vamente venían;  y  por  esto  que  oyeron,  se  juntó  con 
los  cristianos  uno  de  los  payaguaes  y  fué  luego  traído 
ante  el  gobernador,  y  allí,  con  las  lenguas  le  preguntó 
por  cuyo  mandado  era  venido  allí,  y  dijo  que  su  prin- 
cipal había  sabido  de  la  venida  de  los  españoles,  y  le 
había  enviado  a  él  y  a  los  otros  sus  compañeros  a  sa- 
ber si  era  verdad  que  eran  los  que  anduvieron  en  el 
tiempo  pasado,  y  les  dijese  de  su  parte  que  él  deseaba 
ser  su  amigo,  y  que  todo  lo  que  había  tomado  a  Juan 
de  Ayolas  y  los  cristianos  él  lo  tenía  recogido  y  guar- 
dado para  darlo  al  principal  de  los  cristianos  por  que 


XLIX  COMENTARIOS  267 

hiciese  paz  y  le  perdonase  la  muerte  de  Juan  de  Ayolas 
y  de  los  otros  cristianos,  pues  que  los  habían  muerto 
en  la  guerra;  y  el  gobernador  le  preguntó  por  la  len- 
gua qué  tanta  cantidad  de  oro  y  plata  sería  la  que  to- 
maron a  Juan  de  Ayolas  y  cristianos,  y  señaló  que  sería 
hasta  sesenta  y  seis  cargas  que  traían  los  indios  chane- 
ses, y  que  todo  venía  en  planchas  y  en  brazaletes,  y 
coronas  y  hachetas,  y  vasijas  pequeñas  de  oro  y  plata; 
y  dijo  al  indio  por  la  lengua  que  dijese  a  su  principal 
que  Su  Majestad  le  había  mandado  que  fuese  en  aque- 
lla tierra  a  asentar  la  paz  con  ellos  y  con  las  otras  gen- 
tes que  la  quisiesen,  y  que  las  guerras  ya  pasadas  les 
fuesen  perdonadas;  y  pues  su  principal  quería  ser  ami- 
go y  restituir  lo  que  había  tomado  a  los  españoles,  que 
viniese  a  verle  y  a  hablarle,  porque  él  tenía  muy  gran 
deseo  de  lo  ver  y  hacer  buen  tratamiento,  y  asentarían 
la  paz  y  le  recebiría  por  vasallo  de  Su  Majestad;  y  que 
dende  luego  viniese,  que  le  sería  hecho  muy  buen  tra- 
tamiento, y  para  en  señal  de  paz  le  envió  muchos  res- 
cates y  otras  cosas,  para  que  le  llevasen,  y  al  mismo 
indio  le  dio  muchos  rescates  y  le  preguntó  cuándo  vol- 
vería él  y  su  principal.  Este  principal,  aunque  es  pesca- 
dor y  señor  de  esta  captiva  gente  (porque  todos  son 
pescadores),  es  muy  grave  y  su  gente  le  teme  y  le  tie- 
nen en  mucho;  y  si  alguno  de  los  suyos  le  enoja  en  algo, 
toma  un  arco  y  le  da  dos  y  tres  flechazos,  y  muerto,  en- 
vía a  llamar  su  mujer  (si  la  tiene)  y  dale  una  cuenta,  y 
con  esto  le  quita  el  enojo  de  la  muerte.  Si  no  tiene  cuen- 
ta, dale  dos  plumas;  y  cuando  este  principal  ha  de  escu- 
pir, el  que  más  cerca  de  él  se  halla  pone  las  manos  jun- 
tas, en  que  escupe.  Estas  borracherías  y  otras  de  esta 
manera  tiene  este  principal,  y  en  todo  el  río  no  hay  nin- 
gún indio  que  tenga  las  cosas  que  éste  tiene.  La  lengua 
de  éste  le  respondió  que  él  y  su  principal  serían  allí  otro 
día  de  mañana,  y  en  aquella  parte  le  quedó  esperando. 


CAPITULO   L 

Cómo  no  tornó  la  leng-ua  ni  los  demás  que  habían  de  tornar. 

Pasó  aquel  día  y  otros  cuatro,  y  visto  que  no  volvían, 
mandó  llamar  la  leng-ua  que  el  gobernador  llevaba  de 
ellos,  y  le  preguntó  qué  le  parescía  de  la  tardanza  del 
indio.  Y  dijo  que  él  tenía  por  cierto  que  nunca  más 
volvería,  porque  los  indios  payaguaes  eran  muy  maño- 
sos y  cautelosos,  y  que  habían  dicho  que  su  principal 
quería  paz  y  quería  tentar  y  entretener  los  cristianos  y 
indios  guaraníes  que  no  pasasen  adelante  a  buscarlos 
en  sus  pueblos,  y  porque  entretanto  que  esperaban  a  su 
principal,  ellos  alzasen  sus  pueblos,  mujeres  y  hijos;  y 
que  así,  creía  que  se  habían  ido  huyendo  a  esconder  por 
el  río  arriba  a  alguna  parte,  y  que  le  parescía  que  lue- 
go había  de  partir  en  su  seguimiento,  que  tenía  por 
cierto  que  los  alcanzaría,  porque  iban  muy  embarazados 
y  cargados;  y  que  lo  que  a  él  le  parescía,  como  hombre 
que  sabe  aquella  tierra,  que  los  indios  payaguaes  no 
pararían  hasta  la  laguna  de  una  generación  que  se  llama 
¡os  mataraes,  a  los  cuales  mataron  y  destruyeron  estos 
indios  payaguaes,  y  se  habían  apoderado  en  su  tierra, 
por  ser  muy  abundosa  y  de  grandes  pesquerías;  y  luego 
mandó  al  gobernador  alzar  los  bergantines  con  todas 
las  canoas,  y  fué  navegando  por  el  río  arriba,  y  en  las 
partes  donde  surgía  parescía  que  por  la  ribera  del  río 
iba  gran  rastro  de  la  gente  de  los  payaguaes  que  iban 
por  tierra  (y,  según  la  lengua  dijo),  que  ellos  y  las  mu- 
jeres y  hijos  iban  por  tierra  por  no  caber  en  las  canoas. 
A  cabo  de  ocho  días  que  fueron  navegando,  llegó  a  la 


CAP.  L  COMENTARIOS  269 

laguna  de  los  mataraes,  y  entró  por  ella  sin  hallar  allí 
los  indios,  y  entró  con  la  mitad  de  la  gente  por  tierra 
para  los  buscar  y  tratar  con  ellos  las  paces;  y  otro  día 
sig-uiente,  visto  que  no  parescían,  y  por  no  gastar  más 
bastimentos  en  balde,  mandó  recoger  todos  ios  cristia- 
nos y  indios  guaraníes,  los  cuales  habían  hallado  cier- 
tas canoas  y  palas  de  ellas,  que  habían  dejado  debajo 
del  agua  escondidas,  y  vieron  el  rastro  por  donde  iban; 
y  por  no  detenerse,  el  gobernador,  recogida  la  gente, 
siguió  su  viaje  llevando  las  canoas  junto  con  los  ber- 
gantines; fué  navegando  por  el  río  arriba,  unas  veces 
a  la  vela  y  otras  al  remo  y  otras  a  la  sirga,  a  causa  de 
las  muchas  vueltas  del  río,  hasta  que  liego  a  la  ribera, 
donde  hay  muchos  árboles  de  cañafístola,  los  cuales  son 
muy  grandes  y  muy  poderosos,  y  la  cañafístola  es  de 
casi  palmo  y  medio,  y  es  tan  gruesa  como  tres  dedos. 
La  gente  comía  mucho  de  ella,  y  de  dentro  es  muy  me- 
losa; no  hay  diferencia  nada  a  la  que  se  trae  de  las  otras 
partes  a  España,  salvo  ser  más  gruesa  y  algo  áspera  en 
el  gusto,  y  caúsalo  como  no  se  labra;  y  de  estos  ár- 
boles hay  más  de  ochenta  juntos  en  la  ribera  de  este 
río  del  Paraguay.  Por  do  fué  navegando  hay  muchas 
frutas  salvajes  que  los  españoles  y  indios  comían,  entre 
las  cuales  hay  una  como  un  limón  ceutí  muy  pequeño, 
así  en  el  color  como  cascara;  en  el  agrio  y  en  el  olor  no 
difieren  al  limón  ceutí  de  España,  que  será  como  un 
huevo  de  paloma;  esta  fruta  es  en  la  hoja  como  del  li- 
món. Hay  gran  diversidad  de  árboles  y  frutas,  y  en  la 
diversidad  y  extrañeza  de  los  pescados  grandes  dife- 
rencias, y  los  indios  y  españoles  mataban  en  el  río  cosa 
que  no  se  puede  creer  de  ellos,  todos  los  días  que  no 
hacía  tiempo  para  navegar  a  la  vela;  y  como  las  canoas 
son  ligeras  y  andan  mucho  al  remo,  tenían  lugar  de  an- 
dar en  ellas  cazando  de  aquellos  puercos  del  agua  y  nu- 
trias (que  hay  muy  grande  abundancia  de  ellas);  lo  cual 
era  muy  gran  pasatiempo.  Y  porque  le  paresció  al  go- 
bernador que  a  pocas  jornadas  llegaríamos  a  la  tierra  de 


270  ALVAR    NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP. 

una  generación  de  indios  que  se  llaman  guaxarapos, 
que  están  en  la  ribera  del  río  Paraguay,  y  éstos  son  ve- 
cinos que  contratan  con  los  indios  del  puerto  de  los 
Reyes,  donde  íbamos,  que  para  ir  allí  con  tanta  gente 
de  navios  y  canoas  y  indios  se  escandalizarían  y  mete- 
rían por  la  tierra  adentro;  y  por  los  pacificar  y  sosegar, 
partió  la  gente  del  armada  en  dos  partes,  y  el  gober- 
nador tomó  cinco  bergantines  y  la  mitad  de  las  canoas 
y  indios  que  en  ellas  venían,  y  con  ello  acordó  de  se 
adelantar,  y  mandó  al  capitán  Gonzalo  de  Mendoza 
que  con  los  otros  bergantines  y  las  otras  canoas  y  gente 
viniesen  en  su  seguimiento  poco  a  poco,  y  mandó  al 
capitán  que  gobernase  toda  la  gente,  españoles  y  in- 
dios, mansa  y  graciosamente,  y  no  consintiese  que  se 
desmandase  ningún  español  ni  indio;  y  así  por  el  río 
como  por  la  tierra  no  consintiese  a  ningún  natural  ha- 
cer agravio  ni  fuerza,  y  hiciese  pagar  los  mantenimien- 
tos y  otras  cosas  que  los  indios  naturales  contratasen 
con  los  españoles  y  con  los  indios  guaraníes,  por  ma- 
nera que  se  conservase  toda  la  paz  que  convenía  al 
servicio  de  Su  Majestad  y  bien  de  la  tierra.  El  gober- 
nador se  partió  con  los  cinco  bergantines  y  las  canoas 
que  dicho  tengo;  y  así  fué  navegando,  hasta  que  un  día, 
a  18  de  octubre,  llegó  a  tierra  de  los  indios  guaxarapos, 
y  salieron  hasta  treinta  indios,  y  pararon  allí  los  ber- 
gantines y  canoas  hasta  hablar  aquellos  indios  y  ase- 
gurarlos y  tomar  de  ellos  aviso  de  las  generaciones  de 
adelante;  y  salieron  en  tierra  algunos  cristianos  por  su 
mandado,  porque  los  indios  de  la  tierra  los  llamaban 
y  se  venían  para  ellos;  y  llegados  a  los  bergantines, 
entraron  en  ellos  hasta  seis  de  los  mismos  guaxarapos, 
a  los  cuales  habló  con  la  lengua  y  les  dijo  lo  que  había 
dicho  a  los  otros  del  río  abajo,  para  que  diesen  la  obe- 
diencia a  Su  Majestad;  y  que  dándola,  él  los  temía  por 
amigos,  y  ansí  la  dieron  todos,  y  entre  ellos  había  un 
principal,  y  por  ello  el  gobernador  les  dio  de  sus  res- 
cates y  les  ofreció  que  haría  por  ellos  todo  lo  que  pu- 


L  COMENTARIOS  271 

diese;  y  cerca  de  estos  indios,  en  aquel  paraje  do  el 
gobernador  estaba  con  los  indios,  estaba  otro  río  que 
venía  por  la  tierra  adentro,  que  sería  tan  ancho  como 
la  mitad  del  río  Paraguay,  mas  corría  con  tanta  fuerza 
el  agua,  que  era  espanto;  y  este  río  desaguaba  en  el 
Paraguay,  que  venía  de  hacia  el  Brasil,  y  era  por  don- 
de dicen  los  antiguos  que  vino  García  el  portugués  y 
hizo  guerra  por  aquella  tierra,  y  había  entrado  por  ella 
con  muchos  indios,  y  le  habían  hecho  muy  gran  guerra 
en  ella  y  destruido  muchas  poblaciones,  y  no  traía  con- 
sigo más  de  cinco  cristianos,  y  toda  la  otra  eran  indios; 
y  los  indios  dijeron  que  nunca  más  lo  habían  visto  vol- 
ver; y  traía  consigo  un  mulato  que  se  llamaba  Pacheco, 
el  cual  volvió  a  la  tierra  de  Guazani,  y  el  mismo  Gua- 
zani  le  mató  allí,  y  el  García  se  volvió  al  Brasil;  y  que 
de  estos  guaraníes  que  fueron  con  García  habían  que- 
dado muchos  perdidos  por  la  tierra  adentro,  y  que  por 
allí  hallaría  muchos  de  ellos,  de  quien  podría  ser  in- 
formado de  lo  que  García  había  hecho  y  de  lo  que 
era  la  tierra,  y  que  por  aquella  tierra  habitaban  unos 
indios  que  se  llamaban  chaneses,  los  cuales  habían  ve- 
nido huyendo  y  se  habían  juntado  con  los  indios  soco- 
cies  y  xaquetes,  los  cuales  habitan  cerca  del  puerto  de 
los  Reyes.  Y  vista  esta  relación  del  indio,  el  goberna- 
dor se  pasó  adelante  a  ver  el  río  por  donde  había  sali- 
do García,  el  cual  estaba  muy  cerca  donde  los  indios 
guaxarapos  se  le  mostraron  y  hablaron;  y  llegado  a  la 
boca  del  río,  que  se  llama  Yapaneme,  mandó  sondar  la 
boca,  la  cual  halló  muy  honda,  y  así  lo  era  dentro,  y 
traía  muy  gran  corriente,  y  de  una  banda  y  otra  tenía 
muchas  arboledas,  y  mandó  subir  por  él  una  legua 
arriba  un  bergantín  que  iba  siempre  sondando,  y  siem- 
pre lo  hallaba  más  hondo,  y  los  indios  guaxarapos  le 
dijeron  que  por  la  ribera  del  río  estaba  todo  muy  po- 
blado de  muchas  generaciones  diversas,  y  eran  todos 
indios  que  sembraban  maíz  y  mandioca,  y  tenían  muy 
grandes  pesquerías   del   río,  y  tenían  tanto  pescado 


272  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP.  L 

cuanto  querían  comer,  y  que  del  pescado  tienen  mucha 
manteca,  y  mucha  caza;  y  vueltos  los  que  fueron  a  des- 
cubrir el  río,  dijeron  que  habían  visto  muchos  humos 
por  la  tierra  en  la  ribera  del  río,  por  do  paresce  estar 
la  ribera  del  río  muy  poblada;  y  porque  era  ya  tarde, 
mandó  surgir  aquella  noche  frontero  de  la  boca  de  este 
río,  a  la  falda  de  una  sierra  que  se  llama  Santa  Lucía, 
que  es  por  donde  había  atravesado  García;  y  otro  día 
de  mañana  mandó  a  los  pilotos  que  consigo  llevaba 
que  tomasen  el  altura  de  la  boca  del  río,  y  está  en  diez 
y  nueve  grados  y  un  tercio.  Aquella  noche  tuvimos  allí 
muy  gran  trabajo  con  un  aguacero  que  vino  de  muy 
grande  agua  y  viento  muy  recio;  y  la  gente  hicieron 
muy  grandes  fuegos,  y  durmieron  muchos  en  tierra,  y 
otros  en  los  bergantines,  que  estaban  bien  toldados  de 
esteras  y  cueros  de  venados  y  antas. 


CAPITULO    LI 

De  cómo  hablaron  los  g-uaxarapos  al  gobernador. 

Otro  día  por  la  mañana  vinieron  los  indios  g-uaxara- 
pos que  el  día  antes  habían  estado  con  el  goberna- 
dor, y  venían  en  dos  canoas;  trujeron  pescado  y  carne, 
que  dieron  a  la  gente;  y  después  que  hobieron  habla- 
do con  el  gobernador,  les  pagó  de  sus  rescates  y  se 
despidió  de  ellos,  diciéndoíes  que  siempre  los  ternía 
por  amigos  y  les  favorescería  en  todo  lo  que  pudiese; 
y  porque  el  gobernador  dejaba  otros  navios  con  gen- 
te y  muchas  canoas  con  indios  guaraníes  sus  amigos, 
él  los  rogaba  que  cuando  allí  llegasen,  fuesen  de  ellos 
bien  recebidos  y  bien  tratados,  porque  haciéndolo  así, 
los  cristianos  y  indios  no  les  harían  mal  ni  daño  ningu- 
no; y  ellos  se  lo  prometieron  ansí,  aunque  no  lo  cum- 
plieron. Y  túvose  por  cierto  que  un  cristiano  dio  la 
causa  y  tuvo  la  culpa,  como  diré  adelante;  y  ansí,  se 
partió  de  estos  indios,  y  fué  navegando  por  el  río  arri- 
ba todo  aquel  día  con  buen  viento  de  vela,  y  a  la  pues- 
ta del  Sol  llegóse  a  unos  pueblos  de  indios  de  la  mis- 
ma generación,  que  estaban  asentados  en  la  ribera 
junto  al  agua,  y  por  no  perder  el  tiempo,  que  era  bue- 
no, pasó  por  ellos  sin  se  detener;  son  labradores  y 
siembran  maíz  y  otras  raíces,  y  danse  muchos  a  la  pes- 
quería y  caza,  porque  hay  mucha  en  grande  abundan- 
cia; andan  en  cueros  ellos  y  sus  mujeres,  excepto  algu- 
nas, que  andan  tapadas  sus  vergüenzas;  lábranse  las 
caras  con  unas  púas  de  rayas,  y  los  bezos  y  las  orejas 
traen  horadados;  andan  por  los  ríos  en  canoas;  no  ca- 

CABEZA   DE   VACA.  —  NAUFRAGIOS  18 


274  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA   DE   VACA         CAP.  LI 

ben  en  ellas  más  de  dos  o  tres  personas;  son  tan  lig^e- 
ras  y  ellos  tan  diestros,  y  al  remo  andan  tan  recio  río 
abajo  y  río  arriba,  que  paresce  que  van  volando,  y  un 
bergfantín,  aunque  allá  son  hechos  de  cedro,  al  remo 
y  a  la  vela,  por  ligero  que  sea  y  por  buen  tiempo  que 
haga,  aunque  no  lleve  la  canoa  más  de  dos  remos  y  el 
bergantín  lleve  una  docena,  no  la  puede  alcanzar;  y 
hácense  guerra  por  el  río  en  canoas,  y  por  la  tierra,  y 
todavía  entre  ellos  tienen  sus  contrataciones,  y  los 
guaxarapos  les  dan  canoas,  y  los  payaguaes  se  las  dan 
también,  porque  ellos  les  dan  arcos  y  flechas  cuantos 
han  menester,  y  todas  las  otras  cosas  que  ellos  tienen 
de  contratación;  y  ansí,  en  tiempos  son  amigos  y  en 
otros  tienen  sus  guerras  y  enemistades. 


CAPITULO   LII  .ti^; 

De  cómo  los  indios  de  la  tierra  vienen  a  vivir  en  la  costa  del  río. 


Cuando  las  aguas  están  bajas  los  naturales  de  la  tie-| 
rra  adentro  se  vienen  a  vivir  a  la  ribera  con  sus  hijos 
y  mujeres  a  gozar  de  las  pesquerías,  porque  es  mucho 
el  pexe  que  matan,  y  está  muy  gordo;  están  en  esta 
buena  vida  bailando  y  cantando  todos  los  días  y  las 
noches,  como  gentes  que  tienen  seguro  el  comer;  y 
como  las  aguas  comienzan  a  crescer,  que  es  por  ene- 
ro, vuélvense  a  recoger  a  partes  seguras,  porque  las 
aguas  crescen  seis  brazas  en  alto  encima  de  las  barran- 
cas, y  por  aquella  tierra  se  extienden  por  unos  llanos  ? 
adelante  más  de  cien  leguas  la  tierra  adentro,  que  pa- 
resce  mar,  y  cubre  los  árboles  y  palmas  que  por  la  tie- 
rra  están,  y  pasan  los  navios  por  encima  de  ellos;  y  esto  J 
acontesce  todos  los  años  del  mundo  ordinariamente,  y  | 
pasa  esto  en  el  tiempo  y  coyuntura  cuando  el  Sol  parte 
del  trópico  de  allá  y  viene  para  el  trópico  que  está  acá, 
que  está  sobre  la  boca  del  río  del  Oro;  y\los  naturales 
del  río,  cuando  el  agua  llega  encima  de  las  barrancas, 
ellos  tienen  aparejadas  unas  canoas  muy  grandes  para 
este  tiempo,  y  en  medio  de  las  canoas  echan  dos  o  tres 
cargas  de  barro,  y  hacen  un  fogón;  y  hecho,  métese  el 
indio  en  ella  con  su  mujer  y  hijos  y  casa,  y  vanse  con 
la  cresciente  del  agua  donde  quieren,  y  sobre  aquel 
fogón  hacen  fuego  y  guisan  de  comer  y  se  calientan,  y 
ansí  andan  cuatro  meses  del  año  que  dura  esta  cres- 
ciente de  las  aguas;  y  como  las  aguas  andan  crescidas, 
saltan  en  algunas  tierras  que  quedan  descubiertas,  y  allí 


276  ALVAR    NÚÑEZ    CABEZA   DE   VACA  CAP. 

atan  venados  y  antas  y  otras  salvajinas  que  van  hu- 
yendo del  agua;  y  como  las  ag-uas  hacen  repunta  para 
volver  a  su  curso,  ellos  se  vuelven  cazando  y  pescando 
como  han  ido,  y  no  salen  de  sus  canoas  hasta  que  las 
barrancas  están  descubiertas  donde  ellos  suelen  tener 
sus  casas;  y  es  cosa  de  ver,  cuando  las  aguas  vienen 
bajando,  la  gran  cantidad  de  pescado  que  deja  el  agua 
fp?'"  í^  tierra  en  secojjy  cuando  esto  acaesce,  que  es  en 
Tn  de  marzo  y  abritTtodo  este  tiempo  hiede  aquella 
tierra  muy  mal,  por  estar  la  tierra  emponzoñada;  en 
este  tiempo  todos  los  de  la  tierra,  y  nosotros  con  ellos, 
estuvimos  malos,  que  pensamos  morir;  y  como  enton- 
ces es  verano  en  aquella  tierra  y  incomportable  de 
sufrir;  y  siendo  el  mes  de  abril  coinienzan  a  estar  bue- 
j[ños  todos  los  que  han  enfern^ado./Todos  estos  indios 
sacan  el  hilado  que  han  menester  para  hacer  sus  redes 
fi  de  unos  cardos;  machácanlos  y  échanlos  en  un  ciénago, 
I  y  después  que  está  quince  días  allí,  ráenlos  con  unas 
i  conchas  de  alniejones,  y  sale  curado,  y  queda  más 
h  blanco  que  la  nieve.  Esta  gente  no  tenían  principal, 
puesto  que  en  la  tierra  los  hay  entre  todos  ellos;  mas 
estos  son  pescadores,  salvajes  y  salteadores;  es  gente 
de  frontera,  todos  los  cuales,  y  otros  pueblos  que  están 
a  la  lengua  del  agua  por  do  el  gobernador  pasó,  no 
consintió  que  ningún  español  ni  indio  guaraní  saliese 
en  tierra,  por  que  no  se  revolviesen  con  ellos,  por  los 
dejar  en  paz  y  contentos;  y  les  repartió  graciosamente 
muchos  rescates,  y  les  avisó  que  venían  otros  navios  de 
cristianos  y  de  indios  guaraníes,  amigos  suyos;  que  los 
tuviesen  por  amigos  y  que  tratasen  bien.  Yendo  cami- 
nando un  viernes  de  mañana,  llegóse  a  una  muy  gran 
corriente  del  río,  que  pasa  por  entre  unas  peñas  cor- 
tadas, y  por  aquella  corriente  pasan  tan  gran  cantidad 
de  pexes  que  se  llaman  dorados,  que  es  infinito  nú- 
mero de  ellos  los  que  continuo  pasan,  y  aquí  es  la 
mayor  corriente  que  hallaron  en  este  río,  la  cual  pasa- 
mos con  los  navios  a  la  vela  y  al  remo.  Aquí  mataron 


LII  COMENTARIOS  277 

los  españoles  y  indios  en  obra  de  una  hora  muy  gran 
cantidad  de  dorados,  que  hobo  cristiano  que  mató  él 
solo  cuarenta  dorados;  son  tamaños  que  pesan  media 
arroba  cada  uno,  y  algunos  pesan  arroba;  es  muy  her- 
moso pescado  para  comer,  y  el  mejor  bocado  de  él  es 
la  cabeza;  es  muy  graso  y  sacan  de  él  mucha  manteca, 
y  los  que  lo  comen  con  ella  andan  siempre  muy  gordos 
y  lucios,  y  bebiendo  el  caldo  de  ellos,  en  un  mes  los 
que  lo  comen  se  despojan  de  cualquier  sarna  y  lepra 
que  tengan;  de  esta  manera  fué  navegando  con  buen 
viento  de  vela  que  nos  hizo.  Un  día  en  la  tarde,  a  25 
días  del  mes  de  octubre,  llegó  a  una  división  y  apar- 
tamiento que  el  río  hacía,  que  se  hacían  tres  brazos 
de  río:  el  uno  de  los  brazos  era  una  grande  laguna, 
a  la  cual  llaman  los  indios  río  Negro,  y  este  río  Ne- 
gro corre  hacia  el  norte  por  la  tierra  adentro,  y  los 
otros  brazos  el  agua  de  ellos  es  de  buena  color,  y  un 
poco  más  abajo  se  vienen  a  juntar;  y  ansí,  fué  siguien- 
do su  navegación  hasta  que  llegó  a  la  boca  de  un  río 
que  entra  por  la  tierra  adentro,  a  la  mano  izquierda,  a 
la  parte  del  poniente,  donde  se  pierde  el  remate  del 
río  del  Paraguay,  a  causa  de  otros  muchos  ríos  y  gran- 
des lagunas  que  en  esta  parte  están  divididos  y  aparta- 
dos; de  manera  que  son  tantas  las  bocas  y  entradas  de 
ellos,  que  aun  los  indios  naturales  que  andan  siempre 
en  ellas  con  sus  canoas,  con  dificultad  las  conoscen,  y 
se  pierden  muchas  veces  por  ellas;  este  río  por  donde 
entró  el  gobernador  le  llaman  los  indios  naturales  de 
aquella  tierra  Iguatu,  que  quiere  decir  agua  buena,  y 
corre  a  la  laguna  en  nuestro  favor;  y  como  hasta  enton- 
ces habíamos  ido  agua  arriba,  entrados  en  esta  laguna 
íbamos  agua  abajo. 


n 


CAPITULO     Lili 

Cómo  a  la  boca  de  este  río  pusieron  tres  cruces. 


En  la  boca  de  este  río  mandó  el  gobernador  poner 
muchas  señales  de  árboles  cortados,  y  hizo  poner  tres 
cruces  altas  para  que  los  navios  entrasen  por  alli  tras 
él,  y  no  errasen  la  entrada  por  este  río.  Fuimos  nave- 
gando a  remo  tres  días,  a  cabo  de  los  cuales  salió  del 
río  y  fué  navegando  por  otros  dos  brazos  del  río  que 
salen  de  la  laguna,  muy  grandes;  y  a  ocho  días  del  mes, 
una  hora  antes  del  día,  llegaron  a  dar  en  unas  sierras 
que  están  en  medio  del  río,  muy  altas  y  redondas,  que 
la  hechura  de  ellas  era  como  una  campana,  y  siempre 
yendo  para  arriba  ensangostándose.  Estas  sierras  están 
peladas,  y  no  crían  yerba  ni  árbol  ninguno,  y  son  ber- 
mejas; creemos  que  tienen  mucho  metal,  porque  la  otra 
tierra  que  está  fuera  del  río,  en  la  comarca  y  parajes 
de  la  tierra,  es  muy  montuosa,  de  grandes  árboles  y  de 
mucha  yerba;  y  porque  las  sierras  que  están  en  el  río 
no  tienen  nada  de  esto,  paresce  señal  que  tienen  mu- 
cho metal,  y  ansí,  donde  lo  hay,  no  cría  árbol  ni  yerba; 
y  los  indios  nos  decían  que  en  otros  tiempos  sus  pása- 
la dos  sacaban  de  allí  el  metal  blanco,  y  por  no  llevar 
"^  aparejo  de  mineros  ni  fundidores,  ni  las  herramientas 
que  eran  menester  para  catar  y  buscar  la  tierra,  y  por 
la  gran  enfermedad  que  dio  en  la  gente,  no  hizo  el  go- 
bernador buscar  el  metal,  y  también  lo  dejó  para  cuan- 
do otra  vez  volviese  por  allí,  porque  estas  sierras  caen 
cerca  del  puerto  de  los  Reyes,  tomándolas  por  la  tie- 
rra. Yendo  caminando  por  el  río  arriba,  entramos  por 


CAP.  Lili  COMENTARIOS'  279 

otra  boca  de  otra  laguna  que  tiene  más  de  una  legua  y 
media  de  ancho,  y  salimos  por  otra  boca  de  la  misma 
laguna  y  fuimos  por  un  brazo  de  ella  junto  a  la  Tierra 
Firme,  y  fuímonos  a  poner  aquel  día,  a  las  diez  horas 
de  la  mañana,  a  la  entrada  de  otra  laguna  donde  tienen 
su  asiento  y  pueblo  los  indios  sacocies  y  xaqueses  y 
chaneses;  y  no  quiso  el  gobernador  pasar  de  allí  ade- 
lante, porque  le  paresció  que  debía  enviar  a  hacer  sa- 
ber a  los  indios  su  venida  y  les  avisar;  y  luego  envió 
en  una  canoa  a  una  lengua  con  unos  cristianos  para 
que  les  hablasen  de  su  parte  y  les  rogasen  que  le  vi- 
niesen a  ver  y  a  hablar;  y  luego  se  partió  la  canoa  con 
la  lengua  y  cristianos,  y  a  las  cinco  de  la  tarde  volvie- 
ron, y  dijeron  que  los  indios  de  los  pueblos  los  habían 
salido  a  recebir  mostrando  muy  gran  placer,  y  dijeron 
a  la  lengua  cómo  ya  ellos  sabían  cómo  venían,  y  que 
deseaban  mucho  ver  al  gobernador  y  a  los  cristianos; 
y  dijeron  entonces  que  las  aguas  habían  bajado  mucho, 
y  que  por  aquello  la  canoa  había  llegado  con  mucho 
trabajo,  y  que  era  necesario  que,  para  que  los  navios 
pasasen  aquellos  bajos  que  había  hasta  llegar  al  puer- 
to de  los  Reyes,  los  descargasen  y  alijasen  para  pasar, 
porque  de  otra  manera  no  podían  pasar,  porque  no 
había  agua  poco  más  de  un  palmo,  y  cargados,  pedían 
los  navios  cinco  y  seis  palmos  de  agua  para  poder  na- 
vegar; y  este  banco  y  bajo  estaba  cerca  del  puerto  de 
los  Reyes.  Otro  día  de  mañana  el  gobernador  mandó 
partir  los  navios,  gente,  indios  y  cristianos,  y  que  fue- 
sen navegando  al  remo  hasta  llegar  al  bajo  que  habían 
de  pasar  los  navios,  y  mandó  salir  toda  la  gente  y  que 
saltasen  al  agua,  la  cual  no  les  daba  a  la  rodilla;  y  pues- 
tos los  indios  y  cristianos  a  los  bordos  y  lados  del  ber- 
gantín que  se  llamaba  Sant  Marcos,  toda  la  gente  que 
podía  caber  por  los  lados  del  bergantín  lo  pasaron  a 
hombro  y  casi  en  peso  y  fuerza  de  brazos,  sin  que  lo 
descargase,  y  duró  el  bajo  más  de  tiro  y  medio  de  arca- 
buz; fué  muy  gran  trabajo  pasarlo  a  fuerza  de  brazos. 


280  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP. 

y  después  de  pasado,  los  mismos  indios  y  cristianos 
pasaron  los  otros  bergantines  con  menos  trabajo  que 
el  primero,  porque  no  eran  tan  grandes  como  el  pri- 
mero; y  después  de  puestos  en  el  hondo,  nos  fuimos  a 
desembarcar  al  puerto  de  los  Reyes,  en  el  cual  halla- 
mos en  la  ribera  muy  gran  copia  de  gente  de  los  natu- 
rales, que  sus  mujeres  y  hijos  y  ellos  estaban  esperan- 
do; y  así,  salió  el  gobernador  con  toda  la  gente,  y 
todos  ellos  se  vinieron  a  él,  y  él  les  informó  cómo  Su 
Majestad  le  enviaba  para  que  les  apercibiese  y  amo- 
nestase que  fuesen  cristianos,  y  recebiesen  la  doctrina 
cristiana,  y  creyesen  en  Dios,  criador  del  Cielo  y  de  la 
Tierra,  y  a  ser  vasallos  de  Su  Majestad,  y  siéndolo,  se- 
rían amparados  y  defendidos  por  el  gobernador  y  por 
los  que  traía,  de  sus  enemigos  y  de  quien  les  quisiese 
hacer  mal,  y  que  siempre  serían  bien  tratados  y  mira- 
dos, como  Su  Majestad  lo  mandaba  que  lo  hiciese;  y 
siendo  buenos,  les  daría  siempre  de  sus  rescates,  como 
siempre  lo  hacía  a  todos  los  que  lo  eran;  y  luego  man- 
dó llamar  los  clérigos  y  les  dijo  cómo  quería  luego  ha- 
cer una  iglesia  donde  les  dijesen  misa  y  los  otros  ofi- 
cios divinos,  para  ejemplo  y  consolación  de  los  otros 
cristianos,  y  que  ellos  tuviesen  especial  cuidado  de 
ellos.  E  hizo  hacer  una  cruz  de  madera  grande,  la  cual 
mandó  hincar  junto  a  la  ribera,  debajo  de  unas  palmas 
altas,  en  presencia  de  los  oficiales  de  Su  Majestad  y  de 
otra  mucha  gente  que  allí  se  halló  presente;  y  ante  el 
escribano  de  la  provincia  tomó  la  posesión  de  la  tierra 
en  nombre  de  Su  Majestad,  como  tierra  que  nueva- 
mente se  descubría;  y  habiendo  pacificado  los  natura- 
les, dándoles  de  sus  rescates  y  otras  cosas,  mandó  apo- 
sentar los  españoles  en  la  ribera  de  la  laguna,  y  junto 
con  ella  los  indios  guaraníes,  a  todos  los  cuales  dijo  y 
apercibió  que  no  hiciesen  daño  ni  fuerza  ni  otro  mal 
ninguno  a  los  indios  y  naturales  d^  aquel  puerto,  pues 
eran  amigos  y  vasallos  de  Su  Majestad,  y  les  mandó  y 
defendió  no  fuesen  a  sus  pueblos  y  casas,  porque  la  cosa 


Lili  COMENTARIOS  281 

que  IOS  indios  más  sienten  y  aborrecen  y  por  que  se 
alteran  es  por  ver  que  los  indios  y  cristianos  van  a  sus 
casas,  y  les  revuelven  y  toman  las  cosillas  que  tienen  en 
ellas;  y  que  si  tratasen  y  rescatasen  con  ellos,  les  paga- 
sen lo  que  trujesen  y  tomasen  de  sus  rescates;  y  si  otra 
cosa  hiciesen,  serían  castigados. 


I-- 


CAPITULO  LIV 

De  cómo  los  indios  del  puerto'  de  ios  Reyes  son  labradores. 


f  Los  indios  de  este  puerto  de  los  Reyes  son  labrado- 
res; siembran  maíz  y  mandioca  (que  es  el  cazabi  (1)  de 
las  Indias),  siembran  mandubies  (que  son  como  avella- 
nas), y  de  esta  fruta  hay  gran  abundancia,  y  siembran  dos 
veces  en  el  año;  es  tierra  fértil  y  abundosa,  así  de  man- 
tenimientos de  caza  y  pesquerías;  crían  los  indios  mu- 
chos patos,  en  gran  cantidad,  para  defenderse  de  los 
grillos  (como  tengo  dicho).  Crían  gallinas,  las  cuales  en- 
cierran de  noche,  por  miedo  de  los  murciélagos,  que  les 
cortan  las  crestas,  y  cortadas,  las  gallinas  se  mueren 
L_Juego.  Estos  murciélagos  son  una  mala  sabandija  (2),  y 
hay  muchos  por  el  río  que  son  tamaños  y  mayores  que 
tórtolas  de  esta  tierra,  y  cortan  tan  dulcemente  con  los 
dientes,  que  al  que  muerden,  no  lo  siente;  y  nunca 
muerden  al  hombre  si  no  es  en  las  lumbres  de  los  dedos 
de  los  pies  o  de  las  manos,  o  en  el  pico  de  la  nariz,  y 
el  que  una  vez  muerde,  aunque  haya  otros  muchos, 
no  morderá  sino  al  que  comenzó  a  morder;  y  éstos 
muerden  de  noche  y  no  parescen  de  día;  tenemos  que 
hacer  en  defenderles  las  orejas  de  los  caballos;  son  muy 
amigos  de  ir  a  morder  en  ellas,  y  en  entrando  un  mur- 
ciélago donde  están  los  caballos,  se  desasosiegan  tanto, 

(1)  Se  llama  cazabi  o  cazabe  y  mandioca  en  el  Brasil  a  la  es- 
pecie Manihot  utilissima,  euforbiácea  de  cuya  raíz  tuberculosa  se 
extrae  una  fécula  con  que  se  prepara  la  tapioca. 

(2)  Estos  murciélagos  —  que  Alvar  Núñez  llama  murcieg-a- 
los  —  son  los  vampiros. 


CAP.  LIV  COMENTARIOS  283 

que  despiertan  a  toda  la  gente  que  hay  en  la  casa,  y 
hasta  que  los  matan  o  echan  de  la  caballeriza,  nunca 
se  sosiegan;  y  al  gobernador  le  mordió  un  murciélago 
estando  durmiendo  en  un  bergantín,  que  tenía  un  pie 
descubierto,  y  le  mordió  en  la  lumbre  de  un  dedo  del 
pie,  y  toda  la  noche  estaba  corriendo  sangre  hasta  la 
maííana,  que  recordó  con  el  frío  que  sintió  en  la  pierna 
y  la  cama  bañada  en  sangre,  que  creyó  que  le  habían 
herido;  y  buscando  dónde  tenía  la  herida,  los  que  es- 
taban en  el  bergantín  se  reían  de  ello,  porque  conos- 
cían  y  tenían  experiencia  de  que  era  mordedura  de  mur- 
ciélago, y  el  gobernador  halló  que  le  había  llevado  una 
rebanada  de  la  lumbre  del  dedo  del  pie.  Estos  murcié- 
lagos no  muerden  sino  adonde  hay  vena,  y  éstos  hicie- 
ron una  muy  mala  obra,  y  fué  que  llevábamos  a  la  en- 
trada seis  cochinas  preñadas  para  que  con  ellas  hicié- 
semos casta,  y  cuando  vinieron  a  parir,  los  cochinos 
que  parieron,  cuando  fueron  a  tomar  las  tetas,  no  ha- 
llaron pezones,  que  se  las  habían  comido  todos  los  mur- 
ciélagos, y  por  esta  causa  se  murieron  los  cochinos,  y 
nos  comimos  las  puercas  por  no  poder  criar  lo  que  pa- 
riesen. También  hay  en  esta  tierra  otras  malas  sabandi- 
jas, y  son  unas  hormigas  muy  grandes,  las  cuales  son  de 
dos  maneras:  las  unas  son  bermejas,  y  las  otras  son  muy 
negras;  doquiera  que  muerden  cualquiera  de  ellas,  el 
que  es  mordido  está  veinte  y  cuatro  horas  dando  voces 
y  revolcándose  por  tierra,  que  es  la  mayor  lástima  del 
mundo  de  lo  ver;  hasta  que  pasan  las  veinte  y  cuatro 
horas  no  tienen  remedio  ninguno,  y  pasadas,  se  quita 
el  dolor;  y  en  este  puerto  de  los  Reyes,  en  las  lagunas, 
hay  muchas  rayas,  y  muchas  veces  los  que  andan  a  pes- 
car en  el  agua,  como  las  ven,  huéllanlas,  y  entonces 
vuelven  con  la  cola,  y  hieren  con  una  púa  que  tienen 
en  la  cola,  la  cual  es  más  larga  que  un  dedo;  y  si  la 
raya  es  grande,  es  como  un  geme,  y  la  púa  es  como  una 
sierra;  y  si  da  en  el  pie,  lo  pasa  de  parte  a  parte,  y  es 
tan  grandísimo  el  dolor  como  el  que  pasa  el  que  es  mor- 


284  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

dido  de  hormigas;  mas  tiene  un  remedio  para  que  luego 
se  quite  el  dolor,  y  es  que  los  indios  conoscen  una 
yerba  que  luego  como  el  hombre  es  mordido  la  toman, 
y  majada,  la  ponen  sobre  la  herida  de  la  raya,  y  en  po- 
niéndola se  quita  el  dolor;  mas  tiene  más  de  un  mes 
que  curar  en  la  herida.  Los  indios  de  esta  tierra  son 
medianos  de  cuerpo,  andan  desnudos  en  cueros,  y  sus 
vergüenzas  de  fuera;  las  orejas  tienen  horadadas  y  tan 
grandes,  que  por  los  agujeros  que  tienen  en  ellas  les 
cabe  un  puño  cerrado,  y  traen  metidas  por  ellas  unas 
calabazuelas  medianas,  y  contino  van  sacando  aquéllas 
y  metiendo  otras  mayores;  y  ansí,  las  hacen  tan  gran- 
des, que  casi  llegan  cerca  de  los  hombros,  y  por  esto  les 
llaman  los  otros  indios  comarcanos  orejones,  y  se  lla- 
man como  los  ingas  del  Perú,  que  se  llaman  orejones  (1). 
Estos  cuando  pelean  se  quitan  las  calabazas  o  rodajas 
que  traen  en  las  orejas,  y  revuélvense  en  ellas  mismas, 
de  manera  que  las  encogen  allí,  y  si  no  quieren  hacer 
esto,  anúdanlas  atrás,  debajo  del  colodrillo.  Las  mu- 
jeres de  éstos  no  andan  tapadas  sus  vergüenzas;  vive 
"cada  uno  por  sí  con  su  mujer  y  hijos;  las  mujeres  tienen 
cargo  de  hilar  algodón,  y  ellos  van  a  sembrar  sus  here- 
dades, y  cuando  viene  la  tarde,  vienen  a  sus  casas,  y 
hallan  la  comida  aderezada;  todo  lo  demás  no  tienen 
cuidado  de  trabajar  en  sus  casas  sino  solamente  cuando 
están  los  maíces  para  coger;  entonces  ellas  lo  han  de 
coger  y  acarrear  a  cuestas  y  traer  a  sus  casas.  Dende 
aquí  comienzan  estos  indios  a  tener  idolatría,  y  adoran 
ídolos  que  ellos  hacen  de  madera;  y  según  informaron 
al  gobernador,  adelante  la  tierra  adentro  tienen  los  in- 
dios ídolos  de  oro  y  de  plata,  y  procuró  con  buenas 
palabras  apartarlos  de  la  idolatría,  diciéndoles  que  los 


(1)  Los  españoles  llamaron  orejones  a  indios  que  por  la  cos- 
tumbre aquí  referida  se  engrandecían  o  alargaban  las  orejas.  Pero 
no  hay  que  confundirlos  con  los  orejones  peruanos  o  incásicos,  que 
constituían  una  casta  superior  y  dominante,  como  pertenecientes 
al  ayllu  o  clan  del  Sol,  emparentados,  por  tanto,  con  el  Inca. 


LIV  COMENTARIOS  285 

quemasen  y  quitasen  de  sí,  y  creyesen  en  Dios  verda- 
dero, que  era  el  que  había  criado  el  Cielo  y  la  Tierra, 
y  a  los  hombres,  y  a  la  mar,  y  a  los  pesces,  y  a  las  otras 
cosas,  y  que  lo  que  ellos  adoraban  era  el  diablo,  que 
los  traía  engañados;  y  así,  quemaron  muchos  de  ellos, 
aunque  los  principales  de  los  indios  andaban  atemori- 
zados, diciendo  que  los  mataría  el  diablo,  que  se  mos- 
traba muy  enojado;  y  luego  que  se  hizo  la  iglesia  y  se 
dijo  misa,  el  diablo  huyó  de  allí,  y  los  indios  andaban 
asegurados,  sin  temor.  Estaba  el  primer  pueblo  del 
campo  hasta  poco  más  de  media  legua,  el  cual  era  de 
ochocientas  casas,  y  vecinos  todos  labradores. 


CAPITULO  LV 

Cómo  poblaron  aquí  los  indios  de  García. 

A  media  legua  estaba  otro  pueblo  más  pequeño,  de 
hasta  setenta  casas,  de  la  misma  generación  de  los  sa- 
cocies,  y  a  cuatro  leguas  están  otros  dos  pueblos  de  los 
chaneses  que  poblaron  en  aquella  tierra,  de  los  que 
atrás  dije  que  trujo  García  de  la  tierra  adentro;  y  to- 
maron mujeres  en  aquella  tierra,  que  muchos  de  ellos 
vinieron  a  ver  y  conoscer,  diciendo  que  ellos  eran  muy 
alegres  y  muy  amigos  de  cristianos,  por  el  buen  trata- 
miento que  les  había  hecho  García  cuando  los  trujo  de 
su  tierra.  Algunos  de  estos  indios  traían  cuentas,  mar- 
garitas y  otras  cosas,  que  dijeron  haberles  dado  García 
cuando  con  él  vinieron. Todos  estos  indios  son  labrado- 
res, criadores  de  patos  y  gallinas;  las  gallinas  son  como 
las  de  España,  y  los  patos  también.  El  gobernador  hizo 
a  estos  indios  muy  buenos  tratamientos,  y  les  dio  de 
sus  rescates,  y  los  recebió  por  vasallos  de  Su  Majestad, 
y  los  rogó  y  apercibió,  diciéndoles  que  fuesen  buenos  y 
leales  a  Su  Majestad  y  a  los  cristianos;  y  que  haciéndolo 
así,  serían  favorescidos  y  muy  bien  tratados,  mejor  que 
lo  habían  sido  antes. 


CAPITULO    LVI 

De  cómo  habló  con  los  chaneses 


De  estos  indios  chaneses  se  quiso  el  gobernador  in- 
formar de  las  cosas  de  la  tierra  adentro  y  de  las  pobla- 
ciones de  ella,  y  cuántos  días  habría  de  camino  dende 
aquel  puerto  de  los  Reyes  hasta  llegar  a  la  primera  po- 
blación. El  principal  de  los  indios  chaneses,  que  sería 
de  edad  de  cincuenta  años,  dijo  que  cuando  García  los 
trujo  de  su  tierra  vinieron  con  él  por  tierras  de  los  in- 
dios mayaes,  y  salieron  a  tierra  de  los  guaraníes,  donde 
mataran  los  indios  que  traía,  y  que  este  indio  chañes  y 
otros  de  su  generación,  que  se  escaparon,  se  vinieron 
huyendo  por  la  ribera  del  Paraguay  arriba,  hasta  lle- 
gar al  pueblo  de  estos  sacocies,  donde  fueron  de  ellos 
recogidos,  y  que  no  osaron  ir  por  el  proprio  camino 
que  habían  venido  con  García,  porque  los  guaraníes  los 
alcanzaran  y  mataran;  y  a  esta  causa  no  saben  si  están 
lejos  ni  cerca  de  las  poblaciones  de  la  tierra  adentro,  y 
que  por  no  lo  saber,  ni  saber  el  camino,  nunca  más  se 
han  vuelto  a  su  tierra;  y  los  indios  guaraníes  que  habi- 
tan en  las  montañas  de  esta  tierra  saben  el  camino 
por  donde  van  a  la  tierra;  los  cuales  lo  podían  bien 
enseñar,  porque  van  y  vienen  a  la  guerra  contra  los  in- 
dios de  la  tierra  adentro.  Fué  preguntado  qué  pueblos 
de  indios  hay  en  su  tierra  y  de  otras  generaciones,  y 
qué  otros  mantenimientos  tienen,  y  que  con  qué  armas 
pelean.  Dijo  que  en  su  tierra  los  de  su  generación  tie- 
nen un  solo  principal  que  los  manda  a  todos,  y  de  todos 
es  obedescido,  y  que  hay  muchos  pueblos  de  muchas 


288  ALVAR    NÚÑEZ   CABEZA    DE   VACA      CAP.  LVI 

gentes  de  los  de  su  generación,  que  tienen  guerra  con 
los  indios  que  se  llaman  chimeneos  y  con  otras  gene- 
raciones de  indios  que  se  llaman  carcaraes;  y  que  otras 
muchas  gentes  hay  en  la  tierra,  que  tienen  grandes 
pueblos,  que  se  llaman  gorgotoquies  y  payzuñoes  y  es- 
tarapecocies  y  candirees,  que  tienen  sus  principales,  y 
todos  tienen  guerra  unos  con  otros,  y  pelean  con  arcos 
y  flechas,  y  todos  generalmente  son  labradores  y  cria- 
dores, que  siembran  maíz  y  mandiocas  y  batatas  y  man- 
dubias  en  mucha  abundancia,  y  crían  patos  y  gallinas 
como  los  de  España;  crían  ovejas  grandes,  y  todas  las 
generaciones  tienen  guerras  unos  con  otros,  ylos  indios 
contratan  arcos  y  flechas  y  mantas  y  otras  cosas  por 
arcos  y  flechas,  y  por  mujeres  que  les  dan  por  ellos. 
Habida  esta  relación,  los  indios  se  fueron  muy  alegres 
y  contentos,  y  el  principal  de  ellos  se  ofresció  irse  con 
el  gobernador  a  la  entrada  y  descubrimiento  de  la  tie- 
rra, diciendo  que  se  iría  con  su  mujer  y  hijos  a  vivir  a 
su  tierra,  que  era  lo  que  él  más  deseaba. 


CAPITULO  LVII 

Cómo  el  gobernador  envió  a  buscar  los  indios  de  García. 

Habida  la  relación  del  indio,  el  gobernador  mando 
luego  que  con  algunos  naturales  de  la  tierra  fuesen  al- 
gunos españoles  a  buscar  los  indios  guaraníes  que  es- 
taban en  aquella  tierra,  para  informarse  de  ellos  y  lle- 
varlos por  guías  del  descubrimiento  de  la  tierra,  y  tam- 
bién fueron  con  los  españoles  algunos  indios  guaraníes 
de  los  que  traía  en  su  compañía,  los  cuales  se  partie- 
ron y  fueron  por  donde  las  guías  los  llevaron;  y  al  cabo 
de  seis  días  volvieron,  y  dijeron  que  los  indios  guara- 
níes se  habían  ido  de  la  tierra,  porque  sus  pueblos  y 
casas  estaban  despoblados,  y  toda  la  tierra  así  lo  pares- 
cía,  porque  diez  leguas  a  la  redonda  lo  habían  mirado 
y  no  habían  hallado  persona.  Sabido  lo  susodicho,  el 
gobernador  se  informó  de  los  indios  chaneses  si  sabían 
a  qué  parte  se  podían  haber  ido  los  indios  guaraníes; 
los  cuales  le  dijeron  y  avisaron  que  los  indios  naturales 
de  aquel  puerto  con  los  de  aquella  isla  se  habían  junta- 
do, y  les  habían  ido  a  hacer  guerra,  y  habían  muerto 
muchos  de  los  indios  guaraníes,  y  los  que  quedaron  se 
habían  ido  huyendo  por  la  tierra  adentro,  y  creían  que 
se  irían  a  juntar  con  otros  pueblos  de  guaraníes  que 
estaban  en  frontera  de  una  generación  de  indios  que  se 
llaman  xarayes,  con  los  cuales  y  con  otras  generaciones 
tienen  guerra,  y  que  los  indios  xarayes  es  gente  qué 
tienen  alguna  plata  y  oro,  que  les  dan  los  indios  de  la  . 
tierra  adentro,  y  que  por  allí  es  todo  tierra  poblada,___J^ 
que  puede  ir  a  las  poblaciones;  yflos  xarayes  son  labra-    — -: 

CABEZA    DE   VACA.  —  NAUFRAGIOS  19 


-^ 


ti    290  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP.  LVII 


dores,  que  siembran  maíz  y  otras  simientes  en  gran 
cantidad,  y  crían  patos  y  gallinas  como  las  de  España. 
Fuéles  preguntado  qué  tantas  jornadas  de  aquel  puerto 
estaba  la  tierra  de  los  indios  xarayes;  dijo  que  por  tie- 
rra podían  ir,  pero  que  era  el  camino  muy  malo  y  tra- 
bajoso, a  causa  de  las  muchas  ciénagas  que  había,  y 
muy  gran  falta  de  agua,  y  que  podían  ir  en  cuatro  o 
cinco  días,  y  que  si  quisiesen  ir  por  agua  en  canoas, 
por  el  río  arriba,  ocho  o  diez  días. 


CAPITULO    LVIII 


De  cómo  el  gobernador  habló  a  los  oficíales  y  les  dio  aviso 
de  lo  que  pasaba. 


Luego  el  gobernador  mandó  juntar  los  ofíciales  y 
clérigos,  y  siendo  informados  de  la  relación  de  los  in- 
dios xarayes  y  de  los  guaraníes  que  están  en  su  fronte- 
ra, fué  acordado  que  con  algunos  indios  naturales  de 
este  puerto,  para  más  seguridad,  fuesen  dos  españoles 
y  dos  indios  guaraníes  a  hablar  los  indios  xarayes,  y  vie- 
sen la  manera  de  su  tierra  y  pueblos,  y  se  informasen  de 
ellos  de  los  pueblos  y  gentes  de  la  tierra  adentro,  y  del 
camino  que  iba  dende  su  tierra  hasta  llegar  a  ellos,  y  tu- 
viesen manera  cómo  hablasen  con  los  indios  guaraníes, 
porque  de  ellos  más  abiertamente  y  con  más  certeza  po- 
drían ser  avisados  y  saber  la  verdad.  Este  mismo  día  se 
partieron  los  dos  españoles,  que  fueron  Héctor  de  Acuña 
y  Antonio  Correa,  lenguas  y  intérpretes  de  los  guaraníes, 
con  hasta  diez  indios  sacocies  y  dos  indios  guaraníes,  a 
los  cuales  el  gobernador  mandó  que  hablasen  al  princi- 
pal de  los  xarayes,  y  le  dijesen  cómo  el  gobernador  los 
enviaba  para  que  de  su  parte  le  hablasen  y  conociesen, 
y  tuviesen  por  amigo  a  él  y  a  los  suyos;  y  que  le  roga- 
ba le  viniesen  a  ver,  porque  le  quería  hablar,  y  que  a 
los  españoles  los  informase  de  las  poblaciones  y  gentes 
de  la  tierra  adentro  y  el  camino  que  iba  dende  su  tie- 
rra para  llegar  a  ellas;  y  dio  a  los  españoles  muchos 
rescates  y  un  bonete  de  grana  para  que  diesen  al 
principal  de  los  dichos  xarayes;  y  otro  tanto  para  el 
principal  de  los  guaraníes,  que  les  dijesen  lo  mismo 


292  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP.  LVIII 

que  enviaba  a  decir  al  principal  de  los  xarayes.  Otro 
día  después  llegó  al  puerto  el  capitán  Gonzalo  de 
Mendoza  con  su  gente  y  navios,  y  le  informaron  que  la 
víspera  de  Todos  Santos,  viniendo  navegando  por  tie- 
rra de  los  guaxarapos  y  habiéndoles  hablado  y  dádose 
por  amigos,  diciendo  haberlo  hecho  así  con  los  navios 
que  primero  habían  subido,  porque  el  tiempo  de  vela 
era  contrario,  habían  salido  a  surgir  los  españoles  que 
iban  en  los  bergantines,  y  al  doblar  de  un  torno  o  vuel- 
ta del  río,  donde  se  pudo  dar  vela  con  los  cinco  que 
iban  delanteros,  el  que  quedó  detrás,  que  fué  un  ber- 
gantín, donde  venía  por  capitán  Agustín  de  Campos, 
viniendo  toda  la  gente  de  él  por  tierra  sirgando,  salie- 
ron los  indios  guaxarapos  y  dieron  en  ellos,  y  mataron 
cinco  cristianos,  y  se  ahogó  Juan  de  Bolaños  por  aco- 
gerse a  un  navio,  viniendo  salvos  y  seguros,  teniendo 
los  indios  por  amigos,  fiándose  y  no  se  guardando  de 
ellos;  y  que  si  no  se  recogieran  los  otros  cristianos  al 
bergantín,  a  todos  los  mataran,  porque  no  tenían  nin- 
gunas armas  con  que  se  defender  ni  ofender.  La  muer- 
te de  los  cristianos  fué  muy  gran  daño  para  nuesra  re- 
putación, porque  los  indios  guaxarapos  venían  en  sus 
canoas  a  hablar  y  comunicar  con  los  indios  del  puerto 
de  los  Reyes,  que  tenían  por  amigos,  y  les  dijeron 
cómo  ellos  habían  muerto  a  los  cristianos,  y  que  no 
éramos  valientes,  y  que  teníamos  las  cabezas  tiernas,  y 
que  nos  procurasen  de  matar  y  que  ellos  los  ayudarían 
para  ello;  y  de  allí  adelante  los  comenzaron  a  levantar 
poner  malos  pensamientos  a  los  indios  del  puerto  de 
os  Reyes. 


i 


CAPITULO    LIX 

Cómo  el  g-obernador  envió  a  los  xarayes. 


Dende  a  ocho  días  que  Antón  Correa  y  Héctor  de 
Acuña,  con  los  indios  que  llevaron  por  guías,  hobieron 
partido,  como  dicho  es,  para  la  tierra  y  pueblos  de  los 
indios  xarayes  a  les  hablar  de  parte  del  gobernador,  vi- 
nieron al  puerto  a  le  dar  aviso  de  lo  que  habían  hecho, 
sabido  y  entendido  de  la  tierra  y  naturales  y  del  princi- 
pal de  los  indios,  y  visto  por  vista  de  ojos;  y  trujeron 
consigo  un  indio  que  el  principal  de  los  xarayes  envia- 
ba por  que  fuese  guía  del  descubrimiento  de  la  tierra;  y 
Antón  Correa  y  Héctor  de  Acuña  dijeron  que  el  propio 
día  que  partieron  del  puerto  de  los  Reyes  con  las  guías 
habían  llegado  a  unos  pueblos  de  unos  indios  que  se 
llaman  artaneses,  que  es  una  gente  crescida  de  cuerpos 
y  andan  desnudas,  en  cueros;  son  labradores,  siembran 
poco  a  causa  que  alcanzan  poca  tierra  que  sea  buena 
para  sembrar,  porque  la  mayor  parte  es  anegadizos  y 
arenales  muy  secos;  son  pobres,  y  mantiénense  la  ma- 
yor parte  del  año  de  pesquerías  de  las  lagunas  que  tie- 
nen junto  de  sus  pueblos;  las  mujeres  de  estos  indios 
son  muy  feas  de  rostros,  porque  se  los  labran  y  hacen 
muchas  rayas  con  sus  púas  de  rayas  que  para  aquello 
tienen,  y  traen  cubiertas  sus  vergüenzas;  estos  indios 
son  muy  feos  de  rostros  porque  se  horadan  el  labio 
bajo  y  en  él  se  ponen  una  cascara  de  una  fruta  de  unos 
árboles,  que  es  tamaña  y  tan  redonda  como  un  gran  tor- 
tero, y  esta  les  apesga  y  hace  alargar  el  labio  tanto,  que 


294  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA    DE   VACA  CAP. 

paresce  una  cosa  muy  fea  (1),  y  que  los  indios  artaneses 
le  habían  recebido  muy  bien  en  sus  casas  y  dado  de  co- 
mer de  lo  que  tenían;  y  otro  día  había  salido  con  ellos 
un  indio  de  la  generación  a  les  guiar,  y  habían  sacado 
agua  para  beber  en  el  camino  en  calabazos,  y  que  todo 
el  día  habían  caminado  por  ciénagas  con  grandísimo 
trabajo,  en  tal  manera,  que  en  poniendo  el  pie  zahon- 
daban hasta  la  rodilla,  y  luego  metían  el  otro  y  con  mu- 
cha premia  los  sacaban;  y  estaba  el  cieno  tan  caliente, 
y  hervía  con  la  fuerza  del  Sol  tanto,  que  les  abrasaba 
las  piernas  y  les  hacía  llagas  en  ellas,  de  que  pasaban 
mucho  dolor;  y  allende  de  esto,  tuvieron  por  cierto  de 
morir  el  dicho  día  de  sed,  porque  el  agua  que  los  indios 
llevaban  en  calabazos  no  les  bastó  para  la  mitad  de  la 
jornada  del  día,  y  aquella  noche  durmieron'en  el  cam- 
po entre  aquellas  ciénagas  con  mucho  trabajo  y  sed 
y  cansancio  y  hambre.  Otro  día  siguiente,  a  las  ocho 
de  la  mañana,  llegaron  a  una  laguna  pequeña  de  agua, 
donde  bebieron  el  agua  de  ella,  que  era  muy  sucia,  y 
hincheron  los  calabazos  que  los  indios  llevaban,  y  to- 
do el  día  caminaron  por  anegadizos,  como  el  día  an- 
tes habían  hecho,  salvo  que  habían  hallado  en  algunas 
partes  agua  de  lagunas,  donde  se  refrescaron,  y  un 
árbol  que  hacía  una  poca  de  sombra,  donde  sestearon 
y  comieron  lo  que  llevaban,  sin  les  quedar  cosa  ninguna 
para  adelante;  y  las  guías  les  dijeron  que  les  quedaba 
una  jornada  para  llegar  a  los  pueblos  de  los  indios  xa- 
rayes.  Y  la  noche  venida,  reposaron,  hasta  que  venido 
el  día,  comenzaron  a  caminar,  y  dieron  luego  en  otras 
ciénagas,  de  las  cuales  no  pensaron  salir,  según  el  as- 
pereza y  dificultad  que  en  ellas  hallaron,  que  demás  de 
abrasarles  las  piernas,  porque  metiendo  el  pie  se  hun- 
dían hasta  la  cinta  y  no  lo  podían  tornar  a  sacar;  pero 
que  sería  una  legua  poco  más  lo  que  duraron  las  cié- 


(1)     Llamábase  botoque  a  esta  cascara  o  trozo  de  madera  intro- 
ducido en  el  labio  inferior.  De  aquí,  botocudos. 


LIX  COMENTARIOS  295 

nagas,  y  luego  hallaron  el  camino  mejor  ymás  asentado; 
y  el  mismo  día,  a  la  una  hora  después  de  mediodía,  sin 
haber  comido  cosa  ninguna  ni  tener  qué,  vieron  por  el 
camino  por  donde  ellos  iban  que  venían  hacia  ellos 
hasta  veinte  indios,  los  cuales  llegaron  con  mucho  pla- 
cer y  regocijo,  cargados  de  pan  de  maíz,  y  de  patos  co- 
cidos, y  pescado,  y  vino  de  maíz,  y  les  dijeron  que  su 
principal  había  sabido  cómo  venían  a  su  tierra  por  el 
camino,  y  les  había  mandado  que  viniesen  a  les  traer  de 
comer  y  les  hablar  de  su  parte,  y  llevarlos  donde  estaba 
él  y  todos  los  suyos  muy  alegres  con  su  venida:  con  lo 
que  estos  indios  les  trujeron  se  remediaron  de  la  falta 
que  habían  tenido  de  mantenimiento.  Este  día,  una  hora 
antes  que  anocheciese,  llegaron  a  los  pueblos  de  los  in- 
dios; y  antes  de  llegar  a  ellos  con  un  tiro  de  ballesta, 
salieron  más  de  quinientos  indios  de  los  xarayes  a  los 
recebir  con  mucho  placer,  todos  muy  galanes,  com- 
puestos con  muchas  plumas  de  papagayos  y  avantales 
de  cuentas  blancas,  con  que  cubrían  sus  vergüenzas,  y 
los  tomaron  en  medio  y  los  metieron  en  el  pueblo,  a 
la  entrada  del  cual  estaban  muy  gran  número  de  muje- 
res y  niños  esperándolos,  las  mujeres  todas  cubiertas 
sus  vergüenzas,  y  muchas  cubiertas  con  unas  ropas  lar- 
gas de  algodón  que  usan  entre  ellos,  que  llaman  ti- 
poes;  y  entrando  por  el  pueblo,  llegaron  donde  esta- 
ba el  principal  de  los  xarayes,  acompañado  de  hasta 
trescientos  indios  muy  bien  dispuestos,  los  más  de  ellos 
hombres  ancianos;  el  cual  estaba  asentado  en  una  red 
de  algodón  en  medio  de  una  gran  plaza,  y  todos  los  su- 
yos estaban  en  pie  y  lo  tenían  en  medio;  y  como  llega- 
ron todos,  los  indios  hicieron  una  calle  por  donde  pa- 
sasen, y  llegando  donde  estaba  el  principal,  le  trujeron 
dos  banquillos  de  palo,  en  que  les  dijo  por  señas  que 
se  sentasen;  y  habiéndose  sentado,  mandó  venir  allí 
un  indio  de  la  generación  de  los  guaraníes  que  había 
mucho  tiempo  que  estaba  entre  ellos  y  estaba  casado 
allí  con  una  india  de  la  generación  de  los  xarayes,  y  lo 


296  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA   DE   VACA  CAP. 

querían  muy  bien  y  lo  tenían  por  natural.  Con  el  cual 
el  dicho  indio  principal  les  había  dicho  que  fuesen  bien 
venidos  y  que  se  holgaba  mucho  de  verlos,  porque  mu- 
chos tiempos  había  que  deseaba  ver  los  cristianos; 
y  que  dende  el  tiempo  que  García  había  andado  por 
aquellas  tierras  tenía  noticia  de  ellos,  y  que  los  tenía 
por  sus  parientes  y  amigos;  y  que  ansímesmo  deseaba 
mucho  ver  al  principal  de  los  cristianos,  porque  había 
sabido  que  era  bueno  y  muy  amigo  de  los  indios,  y 
que  les  daba  de  sus  cosas  y  no  era  escaso,  y  les  di- 
jesen si  les  enviaba  por  alguna  cosa  de  su  tierra,  que 
él  se  lo  daría;  y  por  lengua  del  intérprete  le  dijeron  y 
declararon  cómo  el  gobernador  los  enviaba  para  que 
dijese  y  declarase  el  camino  que  había  dende  allí  has- 
ta las  poblaciones  de  la  tierra,  y  los  pueblos  y  gente 
que  había  dende  allí  a  ellos,  y  en  qué  tantos  días  se 
podría  llegar  donde  estaban  los  indios  que  tenían  oro 
y  plata;  y  allende  de  esto,  para  que  supiese  que  lo 
quería  conoscer  y  tener  por  amigo,  con  otras  particu- 
laridades que  el  gobernador  les  mandó  que  les  dije- 
sen; a  lo  cual  el  indio  respondió  que  él  se  holgaba  de 
tenerlos  por  amigos,  y  que  él  y  los  suyos  le  tenían  por 
señor,  y  que  los  mandase;  y  que  en  lo  que  tocaba  al 
camino  para  ir  a  las  poblaciones  de  la  tierra,  que  por 
allí  no  sabían  ni  tenían  noticia  que  hobiese  tal  camino, 
ni  ellos  habían  ido  la  tierra  adentro,  a  causa  que  toda  la 
tierra  se  anegaba  al  tiempo  de  las  avenidas,  dende  a  dos 
lunas;  y  pasadas  todas  las  aguas,  toda  la  tierra  quedaba 
tal,  que  no  podían  andar  por  ella;  pero  que  el  propio  in- 
dio con  quien  les  hablaba,  que  era  de  la  generación  de 
los  guaraníes,  había  ido  a  las  poblaciones  de  la  tierra 
adentro  y  sabía  el  camino  por  donde  habían  de  ir,  que 
por  hacer  placer  al  principal  de  los  cristianos  se  lo  en- 
viaría para  que  fuese  a  enseñarle  el  camino;  y  luego  en 
presencia  de  los  españoles  le  mandó  al  indio  guaraní  se 
viniese  con  ellos,  y  ansí  lo  hizo  con  mucha  voluntad;  y 
visto  por  los  cristianos  que  el  principal  había  negado  el 


LIX  COMENTARIOS  297 

camino  con  tan  buenas  cautelas  y  razones,  parescién- 
doles  a  ellos,  por  lo  que  de  la  tierra  habían  visto  y  an- 
dado, que  podía  ser  ansí  verdad,  lo  creyeron,  y  le  roga- 
ron que  los  mandase  guiar  a  los  pueblos  de  los  guara- 
níes, porque  los  querían  ver  y  hablar,  de  lo  cual  el  indio 
se  alteró  y  escandalizó  mucho;  y  que  con  buen  sem- 
blante y  disimulado  continente  había  respondido  que 
los  indios  guaraníes  eran  sus  enemigos  y  tenían  guerra 
con  ellos,  y  cada  día  se  mataban  unos  a  otros;  que  pues 
él  era  amigo  de  los  cristianos,  que  no  fuesen  a  buscar 
sus  enemigos  para  tenerlos  por  amigos;  y  que  si  toda- 
vía quisiesen  ir  a  ver  los  dichos  indios  guaraníes,  que 
otro  día  de  mañana  los  llevarían  los  suyos  para  que  los 
hablasen.  Ya,  porque  era  noche,  el  mismo  principal  los 
llevó  consigo  a  su  casa,  y  allí  les  mandó  dar  de  comer  y 
sendas  redes  de  algodón  en  que  durmiesen,  y  les  con- 
vidó que  si  quisiese  cada  uno  su  moza,  que  se  la  darían; 
pero  no  las  quisieron,  diciendo  que  venían  cansados;  y 
otro  día,  una  hora  antes  del  alba,  comienzan  tan  gran 
ruido  de  atambores  y  bocinas,  que  parescía  que  se  hun- 
día el  pueblo,  y  en  aquella  plaza  que  estaba  delante  de 
la  casa  principal  se  juntaron  todos  los  indios,  muy  em- 
plumados y  aderezados  a  punto  de  guerra,  con  sus  ar- 
cos y  muchas  flechas,  y  luego  el  principal  mandó  abrir 
la  puerta  de  su  casa  para  que  los  viese,  y  habría  bien 
seiscientos  indios  de  guerra;  y  el  principal  les  dijo: 
«Cristianos,  mira  mi  gente,  que  de  esta  manera  van  a 
los  pueblos  de  los  guaraníes;  id  con  ellos,  que  ellos  os 
llevarán  y  os  volverán,  porque  si  fuésedes  solos,  mata- 
ros hían  sabiendo  que  habéis  estado  en  mi  tierra  y  que 
sois  mis  amigos.»  Y  los  españoles,  visto  que  de  aquella 
manera  no  podrían  hablar  al  principal  de  los  guaraníes, 
y  que  sería  ocasión  de  perder  la  amistad  de  los  dichos 
xarayes,  les  dijeron  que  tenían  determinado  volverse  a 
dar  cuenta  de  todo  a  su  principal,  y  que  verían  lo  que 
les  mandaría,  y  volverían  a  se  lo  decir;  y  de  esta  manera 
se  sosegaron  los  indios;  y  aquel  día  todo  estuvieron  en 


298  ALVAR    NÚÑEZ    CABEZA    DE    VACA      CAP.  LIX 

el  pueblo  de  los  xarayes,  el  cual  sería  de  hasta  mil  ve- 
cinos; y  a  media  legua  y  a  una  de  allí  había  otros  cua- 
tro pueblos  de  la  generación,  que  todos  obedescían  al 
j  dicho  principal,  el  cual  se  llamaba  Camire.  Estos  in- 
dios xarayes  es  gente  crescida,  de  buena  disposición; 
son  labradores,  y  siembran  y  cogen  dos  veces  en  el 
año  maíz  y  batatas  y  mandioca  y  mandubíes;  crían  pa- 
tos en  gran  cantidad  y  algunas  gallinas  como  las  de 
nuestra  España;  horádanse  los  labios  como  los  artane- 
ses;  cada  uno  tiene  su  casa  por  sí,  donde  viven  con  su 
mujer  y  hijos;  ellos  labran  y  siembran,  las  mujeres  lo 
cogen  y  lo  traen  a  sus  casas,  y  son  grandes  hilanderas 
de  algodón;  estos  indios  crían  muchos  patos  para  que 
maten  y  coman  los  grillos,  como  digo  antes  de  esto. 


CAPITULO    LX 

De  cómo  volvieron  las  lenguas  de  los  indios  xarayes. 


Estos  indios  xarayes  alcanzan  grandes  pesquerías,  así 
del  río  como  de  lagunas,  y  mucha  caza  de  venados.  Ha- 
biendo estado  los  españoles  con  el  indio  principal  todo 
el  día,  le  dieron  los  rescates  y  bonete  de  grana  que  el 
gobernador  enviaba,  con  lo  cual  se  holgó  mucho  y  lo 
recebió  con  tanto  sosiego,  que  fué  cosa  de  ver  y  mara- 
villar; y  luego  el  indio  principal  mandó  traer  allí  mu- 
chos penachos  de  plumas  de  papagayos  y  otros  pena- 
chos, y  los  dio  a  los  cristianos  para  que  los  trujesen  al 
gobernador;  los  cuales  eran  muy  galanes,  y  luego  se 
despidieron  del  Camire  para  venirse,  el  cual  mandó  a 
veinte  indios  de  los  suyos  que  acompañasen  a  los  cris- 
tianos; y  así  se  salieron  y  los  acompañaron  hasta  los 
pueblos  de  los  indios  artaneses,  y  de  allí  se  volvieron  a 
su  tierra  y  quedó  con  ellos  la  guía  que  el  principal  les 
dio;  el  cual  el  gobernador  recebió  y  le  mostró  mucho 
cariño;  y  luego  con  intérpretes  de  la  guía  guaraní  qui- 
so preguntar  y  interrogar  al  indio  para  saber  si  sabía  el 
camino  de  las  poblaciones  de  la  tierra,  y  le  preguntó 
de  qué  generación  era  y  de  dónde  era  natural.  Dijo  que 
era  de  la  generación  de  los  guaraníes  y  natural  de  Itati, 
que  es  en  el  río  del  Paraguay;  y  que  siendo  él  muy  mozo, 
los  de  su  generación  hicieron  gran  llamamiento  y  junta 
de  indios  de  toda  la  tierra,  y  pasaron  a  la  tierra  y  po- 
blación de  la  tierra  adentro,  y  él  fué  con  su  padre  y 
parientes  para  hacer  guerra  a  los  naturales  de  ella,  y  les 
tomaron  y  robaron  las  planchas  y  joyas  que  tenían  de 


300  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

oro  y  plata;  y  habiendo  llegado  a  las  primeras  poblacio- 
nes, comenzaron  luego  a  hacer  guerra  y  matar  muchos 
indios,  y  se  despoblaron  muchos  pueblos  y  se  fueron 
huyendo  a  recogerse  a  los  pueblos  de  más  adentro;  y 
luego  se  juntaron  las  generaciones  de  toda  aquella  tie- 
rra y  vinieron  contra  los  de  su  generación,  y  desbarata- 
ron y  mataron  muchos  de  ellos,  y  otros  se  fueron  hu- 
yendo por  muchas  partes,  y  los  indios  enemigos  los  si- 
guieron y  tomaron  los  pasos  y  mataron  a  todos,  que  no 
escaparon  (a  lo  que  señaló)  docientos  indios  de  tantos 
como  eran,  que  cubrían  los  campos,  y  que  entre  los 
que  escaparon  se  salvó  este  indio,  y  que  la  mayor  parte 
se  quedaron  en  aquellas  montañas  por  donde  habían 
pasado,  para  vivir  en  ellas,  porque  no  habían  osado 
pasar  por  temor  que  los  matarían  los  guaxarapos  y  gua- 
tos y  otras  generaciones  que  estaban  por  donde  habían 
de  pasar;  y  que  este  indio  no  quiso  quedar  con  éstos,  y 
se  fué  con  los  que  quisieron  pasar  adelante,  a  su  tierra, 
y  que  en  el  camino  habían  sido  sentidos  de  las  genera- 
ciones, y  una  noche  habían  dado  en  ellos  y  los  habían 
muerto  a  todos,  y  que  este  indio  se  había  escapado  por 
lo  espeso  de  los  montes,  y  caminando  por  ellos  había 
venido  a-tierra  de  los  xarayes,  los  cuales  lo  habían  te- 
nido en  su  poder  y  lo  habían  criado  mucho  tiempo,  hasta 
que,  teniéndole  mucho  amor,  y  él  a  ellos,  le  habían  ca- 
sado con  una  mujer  de  su  generación.  Fué  preguntado 
que  si  sabía  bien  el  camino  por  donde  él  y  los  de  su  gene- 
ración fueron  a  las  poblaciones  de  la  tierra  adentro.  Dijo 
que  había  mucho  tiempo  que  anduvo  por  el  camino,  y 
cuando  los  de  su  generación  pasaron,  que  iban  abrien- 
do camino  y  cortando  árboles  y  desmontando  la  tierra, 
que  estaba  muy  fragosa,  y  que  ya  aquellos  caminos  le 
paresce  que  serán  tornados  a  cerrar  del  monte  y  yerba, 
porque  nunca  más  los  tornó  a  ver,  ni  andar  por  ellos; 
pero  que  le  paresce  que  comenzando  a  ir  por  el  camino 
lo  sabrá  seguir  y  ir  por  él,  y  que  dende  una  montaña 
alta,  redonda,  que  está  a  la  vista  de  este  puerto  de  los 


LX  COMENTARIOS  301 

Reyes,  se  toma  el  camino.  Fué  preguntado  en  cuántos 
días  de  camino  podrán  llegar  a  la  primera  población. 
Dijo  que,  a  lo  que  se  acuerda,  en  cinco  días  se  llegará  a 
la  primera  tierra  poblada,  donde  tienen  mantenimientos 
muchos;  que  son  grandes  labradores,  aunque  cuando  los 
de  su  generación  fueron  a  la  guerra  los  destruyeron  y 
despoblaron  muchos  pueblos;  pero  que  ya  estaban  tor- 
nados a  poblar.  Y  fuéle  preguntado  si  en  el  camino  hay 
ríos  caudalosos  o  fuentes.  Dijo  que  vio  ríos,  pero  que 
no  son  muy  caudalosos,  y  que  hay  otros  muy  caudalo- 
sos, y  fuentes,  lagunas,  y  cazas  de  venados  y  antas, 
mucha  miel  y  fruta.  Fué  preguntado  si  al  tiempo  que 
los  de  su  generación  hicieron  guerra  a  los  naturales  de 
la  tierra,  si  vio  que  tenían  oro  o  plata.  Dijo  que  en  los 
pueblos  que  saquearon  había  habido  muchas  planchas 
de  plata  y  oro,  y  barbotes,  y  orejeras,  y  brazaletes,  y 
coronas,  y  hachuelas,  y  vasijas  pequeñas,  y  que  todo  se 
lo  tornaron  a  tomar  cuando  los  desbarataron,  y  que  los 
que  se  escaparon  trujeron  algunas  planchas  de  plata,  y 
cuentas  y  barbotes,  y  se  lo  robaron  los  guaxarapos 
cuando  pasaron  por  su  tierra,  y  los  mataron,  y  los  que 
quedaron  en  las  montañas  tenían,  y  les  quedó  asimismo 
alguna  cantidad  de  ello,  y  que  ha  oído  decir  que  lo  tie- 
nen los  xarayes,  y  cuando  los  xarayes  van  a  la  guerra 
contra  los  indios,  les  ha  visto  sacar  planchas  de  plata 
de  las  que  trujeron  y  les  quedó  de  la  tierra  adentro. 
Fué  preguntado  si  tiene  voluntad  de  irse  en  su  compa- 
ñía y  de  los  cristianos  a  enseñar  el  camino.  Dijo  que  sí, 
que  de  buena  voluntad  lo  quiere  hacer,  y  que  para  lo 
hacer  lo  envió  su  principal.  El  gobernador  le  apercibió 
y  dijo  que  mirase  que  dijese  la  verdad  de  lo  que  sabía 
del  camino,  y  no  dijese  otra  cosa,  porque  de  ello  le 
podría  venir  mucho  daño;  y  diciendo  la  verdad,  mucho 
bien  y  provecho;  el  cual  dijo  que  él  había  dicho  la  ver- 
dad de  lo  que  sabía  del  camino,  y  que  para  lo  enseñar 
y  descubrir  a  los  cristianos  quería  irse  con  ellos. 


CAPITULO    LXI 

Cómo  se  determinó  de  hacer  la  entrada  el  gobernador. 

Habida  esta  relación,  con  el  parescer  de  los  oficiales 
de  Su  Majestad  y  de  los  clérigos  y  capitanes,  determinó 
el  gobernador  de  ir  a  hacer  la  entrada  y  descubrir  las 
poblaciones  de  la  tierra,  y  para  ello  señaló  trescientos 
hombres  arcabuceros  y  ballesteros,  y  para  la  tierra  que 
se  había  de  pasar  despoblada  hasta  llegar  al  poblado, 
mandó  que  se  proveyesen  de  bastimentos  para  veinte 
días,  y  en  el  puerto  mandó  quedar  cien  hombres  cris- 
tianos en  guarda  de  ios  bergantines  con  hasta  docien- 
tos  indios  guaraníes,  y  por  capitán  de  ellos  un  Juan  Ro- 
mero, por  ser  platico  en  la  tierra;  y  partió  del  puerto 
de  los  Reyes  a  26  días  del  mes  de  noviembre  del  año 
de  43  años,  y  aquel  día  todo,  hasta  las  cuatro  de  la  tarde, 
fuimos  caminando  por  entre  unas  arboledas,  tierra  fresca 
y  bien  asombrada,  por  un  camino  poco  seguido,  por 
donde  la  guía  nos  llevó,  y  aquella  noche  reposamos 
junto  a  unos  manantiales  de  agua,  hasta  que  otro  día, 
una  hora  antes  que  amanesciese,  comenzamos  a  cami- 
nar, llevando  delante  con  la  guía  hasta  veinte  hombres 
que  iban  abriendo  el  camino,  porque  cuanto  más  íba- 
mos por  él  lo  hallábamos  más  cerrado  de  árboles  y  yer- 
bas muy  altas  y  espesas,  y  de  esta  causa  se  caminaba 
por  la  tierra  con  muy  gran  trabajo;  y  el  dicho  día,  a 
hora  de  las  cinco  de  la  tarde,  junto  a  una  gran  laguna 
donde  los  indios  y  cristianos  tomaron  a  manos  pescado, 
reposamos  aquella  noche;  y  a  la  guía  que  traía  para  el 
descubrimiento  le  mandaban,  cuando  íbamos  caminan- 


CAP.  LXI  COMENTARIOS  303 

do,  subir  por  los  árboles  y  por  las  montañas  para  que 
reconociese  y  descubriese  el  camino  y  mirase  no  fuese 
errado,  y  certificó  ser  aquel  camino  para  la  tierra  po- 
blada. Los  indios  guaraníes  que  llevaba  el  gfobernador 
en  su  compañía  se  mantenían  de  lo  que  él  les  mandaba 
dar  del  bastimento  que  llevaba  de  respeto,  y  de  la  miel 
que  sacaban  de  los  árbolos,  y  de  alguna  caza  que  ma- 
taban de  puercos  y  antas  y  venados,  de  que  parescía 
haber  muy  gran  abundancia  por  aquella  tierra;  pero 
como  la  gente  que  iba  era  mucha  y  iban  haciendo  gran 
ruido,  huía  la  caza,  y  de  esta  causa  no  se  mataba  mu- 
cha; y  también  los  indios  y  los  españoles  comían  de  la 
frutas  de  los  árboles  salvajes,  que  había  muchos;  y  de 
esta  manera  nunca  les  hizo  mal  ninguna  fruta  de  las  que 
comieron,  sino  fué  una  de  unos  árboles  que  natural- 
mente parescían  arrayanes,  y  la  fruta  de  la  misma  ma- 
nera que  la  echa  el  arrayán  en  España,  que  se  dice 
murta,  excepto  que  ésta  era  un  poco  más  gruesa  y  de 
muy  buen  sabor;  la  cual,  a  todos  los  que  la  comieron, 
les  hizo  a  unos  gomitar,  a  otros  cámaras,  y  esto  les  duró 
muy  poco  y  no  les  hizo  otro  daño;  también  se  aprove- 
chaban de  fruta  de  las  palmas,  que  hay  gran  cantidad 
de  ellas  en  aquella  tierra,  y  no  se  comen  los  dátiles, 
salvo  partido  el  cuesco;  lo  de  dentro,  que  es  redondo, 
es  casi  como  un  almendra  dulce,  y  de  esto  hacen  los 
indios  harina  para  su  mantenimiento,  y  es  muy  buena 
cosa;  y  también  los  palmitos  de  las  palmas,  que  son 
muy  buenos. 


CAPITULO    LXII 

De  cómo  llegó  el  gobernador  al  río  Caliente. 


Al  quinto  día  que  fué  caminando  por  la  tierra  por 
donde  la  guía  nos  llevaba,  yendo  siempre  abriendo  ca- 
mino con  harto  trabajo,  lleg^amos  a  un  río  pequeño  que 
sale  de  una  montaña,  y  el  agua  de  él  venía  muy  caliente 
y  clara  y  muy  buena;  y  algunos  de  los  españoles  se  pu- 
sieron a  pescar  en  él  y  sacaron  pexe  de  él;  en  este  río 
del  agua  caliente  comenzó  a  desatinar  la  guía,  dicién- 
doles  que,  como  había  tanto  tiempo  que  no  había  an- 
dado el  camino,  lo  desconocía,  y  no  sabía  por  dónde 
había  de  guiar,  porque  los  caminos  viejos  no  se  pares- 
cían;  y  otro  día  se  partió  el  gobernador  del  río  del  agua 
caliente,  y  fué  caminando  por  donde  la  guía  les  llevó 
con  mucho  trabajo,  abriendo  camino  por  los  bosques  y 
arboledas  y  malezas  de  la  tierra;  y  el  mismo  día,  a  las 
diez  horas  de  la  mañana,  le  salieron  a  hablar  al  gober- 
nador dos  indios  de  la  generación  de  los  guaraníes,  los 
cuales  le  dijeron  ser  de  los  que  quedaron  en  aquellos 
desiertos  cuando  las  guerras  pasadas  que  los  de  su  ge- 
neración tuvieron  con  los  indios  de  la  población  de  la 
tierra  adentro,  a  do  fueron  desbaratados  y  muertos,  y 
ellos  se  habían  quedado  por  allí;  y  que  ellos  y  sus  mu- 
jeres y  hijos,  por  temor  de  los  naturales  de  la  tierra,  se 
andaban  por  lo  más  espeso  y  montuoso  escondiéndose; 
y  todos  los  que  por  allí  andaban  serían  hasta  catorce 
personas,  y  afirmaron  lo  mismo  que  los  de  atrás,  que 
dos  jornadas  de  allí  estaba  otra  casilla  de  los  mismos,  y 
que  habría  hasta  diez  personas  en  ellas,  y  que  allí  había 


CAP.  LXII  COMEN  T^A  RÍOS  305 

un  cuñado  suyo,  y  que  en  la  tierra  de  los  indios  xara- 
yes  había  otros  indios  guaraníes  de  su  generación,  y 
que  éstos  tenían  guerra  con  los  indios  xarayes;  y  por- 
que los  indios  estaban  temerosos  de  ver  los  cristianos 
y  caballos,  mandó  el  gobernador  a  la  lengua  que  los 
asegurase  y  asosegase,  y  que  les  preguntase  dónde  te- 
nían su  casa,  los  cuales  respondieron  que  muy  cerca  de 
allí;  y  luego  vinieron  sus  mujeres  y  hijos  y  otros  sus  pa- 
rientes, que  todos  serían  hasta  catorce  personas,  a  los 
cuales  mandó  que  dijesen  que  de  qué  se  mantenían  en 
aquella  tierra,  y  qué  tanto  había  que  estaban  en  ella;  y 
dijeron  que  ellos  sembraban  maíz,  que  comían,  y  tam- 
bién se  mantenían  de  su  caza  y  miel  y  frutas  salvajes 
de  los  árboles,  que  había  por  aquella  tierra  mucha  can- 
tidad, y  que  al  tiempo  que  sus  padres  fueron  muertos 
y  desbaratados,  ellos  habían  quedado  muy  pequeños; 
lo  cual  declararon  los  indios  más  ancianos,  que  al  pares- 
cer  serían  de  edad  de  treinta  y  cinco  años  cada  uno. 
Fueron  preguntados  si  sabían  el  camino  que  había  de 
allí  para  ir  a  las  poblaciones  de  la  tierra  adentro,  y  qué 
tiempo  se  podían  tardar  en  llegar  a  la  tierra  poblada;  di- 
jeron que,  como  ellos  eran  muy  pequeños  cuando  andu- 
vieron el  dicho  camino,  nunca  más  anduvieron  por  él, 
ni  lo  han  visto,  ni  saben  ni  se  acuerdan  de  él,  ni  por 
dónde  le  han  de  tomar  ni  en  qué  tanto  tiempo  se  llega- 
rá allá;  mas  que  su  cuñado,  que  vive  y  está  en  la  otra 
casa,  dos  jornadas  de  esta  suya,  ha  ido  muchas  veces 
por  él,  y  lo  sabe,  y  dirá  por  dónde  han  de  ir  por  él;  y 
visto  que  estos  indios  no  sabían  el  camino  para  seguir  el 
descubrimiento,  los  mandó  el  gobernador  volver  a  su 
casa;  a  todos  les  dio  rescates,  a  ellos  y  a  sus  mujeres  y 
hijos,  y  con  ellos  se  volvieron  a  sus  casas  muy  contentos. 


CABEZA    DE   VACA.  —  NAUFRAGIOS  20 


CAPÍTULO    LXIII 


De  cómo  el  gobernador  envió  a  buscar  la  casa  que  estaba 
adelante. 


Otro  día  mandó  el  gfobernador  a  una  lengfua  que  fue- 
se con  dos  españoles  y  con  dos  indios  (de  la  casa  que 
decían  que  estaban  adelante)  para  que  supiesen  de  ellos 
si  sabían  el  camino  y  el  tiempo  que  se  podía  tardar  en 
llegar  a  la  primera  tierra  poblada,  y  que  con  mucha 
presteza  le  avisasen  de  todo  lo  que  se  informase,  para 
que,  sabido,  se  proveyese  lo  que  más  conviniese;  y  par- 
tidos, otro  día  mandó  caminar  la  gente  poco  a  poco  por 
el  mismo  camino  que  llevaba  la  lengua  y  los  otros.  E 
yendo  así  caminando,  al  tercero  día  que  partieron  llegó 
al  gobernador  un  indio  que  le  enviaron,  el  cual  le  dio 
una  carta  de  la  lengua,  por  la  cual  le  hacía  saber  cómo 
habían  llegado  a  la  casa  de  los  dichos  indios,  y  que 
habían  hablado  con  el  indio  que  sabía  el  camino  de  la 
tierra  adentro;  y  decía  que  dende  aquella  su  casa  hasta 
la  primera  población  de  adelante,  que  estaba  cabe 
aquel  cerro  que  llamaban  Tapuaguazu,  que  es  una  peña 
alta,  que  subido  en  ella  se  paresce  mucha  tierra  po- 
blada; y  que  dende  allí  hasta  llegar  a  Tapuaguazu  habrá 
diez  y  seis  jornadas  de  despoblados,  y  que  era  el  ca- 
mino muy  trabajoso,  por  estar  muy  cerrado  el  camino 
de  arboledas  y  yerbas  muy  altas  y  muy  grandes  male- 
zas; y  que  el  camino  por  donde  habían  ido  después  que 
del  gobernador  partieron,  hasta  llegar  a  la  casa  de  este 
indio,  estaba  ansímismo  tan  cerrado  y  dificultoso,  que 
en  lo  pasar  habían  llevado  muy  gran  trabajo,  y  a  gatas 


CAP.  LXIII  COMENTARIOS  307 

habían  pasado  la  mayor  parte  del  camino,  y  que  el  indio 
decía  de  él  que  era  muy  peor  el  camino  que  habían  de 
pasar  que  el  que  habían  traído  hasta  allí,  y  que  ellos 
traerían  consigo  el  indio  para  que  el  gobernador  se  in- 
formase de  él;  y  vista  esta  carta,  partió  para  do  el  indio 
venía,  y  halló  los  caminos  tan  espesos  y  montuosos,  de 
tan  grandes  arboledas  y  malezas,  que  lo  que  iban  cor- 
tando no  podían  cortar  en  todo  un  día  tanto  camino 
como  un  tiro  de  ballesta;  y  porque  a  esta  sazón  vino 
muy  grande  agua,  y  por  que  la  gente  y  municiones  no 
se  le  mojasen  y  perdiesen,  hizo  retirar  la  gente  para  los 
ranchos  que  habían  dejado  a  la  mañana,  en  los  cuales 
había  reparos  de  chozas. 


CAPITULO  LXIV 

De  cómo  vino  la  lengua  de  la  casilla. 1 

Otro  día,  a  las  tres  horas  de  la  tarde,  vino  la  lengua 
y  trujo  consigo  el  indio  que  dijo  que  sabía  el  camino, 
al  cual  recebió  y  habló  muy  alegremente,  y  le  dio  de 
sus  rescates,  con  que  él  se  contentó;  y  el  gobernador 
mandó  a  la  lengua  que  de  su  parte  le  dijese  y  rogase 
que  con  toda  verdad  le  descubriese  el  camino  de  la  tie- 
rra poblada.  El  dijo  que  había  muchos  días  que  no  ha- 
bía ido  por  él,  pero  que  él  lo  sabía  y  lo  había  andado 
muchas  veces  yendo  a  Tapuaguazu,  y  que  de  allí  se  pa- 
rescen  los  humos  de  toda  la  población  de  la  tierra;  y 
que  iba  él  a  Tapua  por  flechas,  que  las  hay  en  aquella 
parte,  y  que  ha  dejado  muchos  días  de  ir  por  ellas,  por- 
que yendo  a  Tapua,  vio  antes  de  llegar  humos  que  se 
hacían  por  los  indios,  por  lo  cual  conosció  que  se  co- 
menzaban a  venir  a  poblar  aquella  tierra  los  que  solían 
vivir  en  ella,  que  la  dejaron  despoblada  en  tiempo  de  las 
guerras,  y  por  que  no  lo  matasen  no  había  osado  ir  por 
el  camino,  el  cual  está  ya  tan  cerrado,  que  con  muy  gran 
trabajo  se  puede  ir  por  él,  y  que  le  paresce  que  en  diez 
y  seis  días  iban  hasta  Tapua  yendo  cortando  los  árboles 
y  abriendo  camino.  Fué  preguntado  si  quería  ir  con  los 
cristianos  a  les  enseñar  el  camino,  y  dijo  que  sí  iría  de 
buena  voluntad,  aunque  tenía  gran  miedo  a  los  indios 
de  la  tierra;  y  vista  la  relación  que  dio  el  indio,  y  la  di- 
ficultad y  el  inconveniente  que  decía  del  camino,  mandó 
el  gobernador  juntar  los  oficiales  de  Su  Majestad  y  a 
los  clérigos  y  capitanes,  para  tomar  parescer  con  ellos 


CAP.  LXIV  COMENTARIOS  309 

de  lo  que  se  debía  hacer  sobre  el  descubrimiento,  plati- 
cado con  ellos  lo  que  el  indio  decía;  dijeron  que  ellos 
habían  visto  que  a  la  mayor  parte  de  los  españoles  les 
faltaba  el  bastimento,  y  que  tres  días  había  que  no  te- 
nían qué  comer,  y  que  no  lo  osaban  pedir  por  la  desor- 
den que  en  lo  gastar  había  habido  y  tenido,  y  viendo 
que  la  primera  guía  que  habíamos  traído  que  había  cer- 
tificado que  al  quinto  día  hallarían  de  comer  y  tierra 
muy  poblada  y  muchos  bastimentos;  y  debajo  de  esta 
seguridad,  y  creyendo  ser  así  verdad,  habían  puesto 
los  cristianos  y  indios  poco  recaudo  y  menos  guarda  en 
los  bastimentos  que  habían  traído,  porque  cada  cris- 
tiano traía  para  sí  dos  arrobas  de  harina;  y  que  mirase 
que  en  el  bastimento  que  quedaba  no  les  bastaba  para 
seis  días;  y  que  pasados  éstos,  la  gente  no  temía  qué 
comer,  y  que  les  parescía  que  sería  caso  muy  peligroso 
pasar  adelante  sin  bastimentos  con  que  se  sustentar, 
mayormente  que  los  indios  nunca  dicen  cosa  cierta;  que 
podría  ser  que  donde  dice  la  guía  que  hay  diez  y  seis 
jornadas,  hobiese  muchas  más,  y  que  cuando  la  gente 
hubiese  de  dar  la  vuelta  no  pudiesen,  y  de  hambre  se 
muriesen  todos,  como  ha  acaescido  muchas  veces  en 
los  descubrimientos  nuevos  que  en  todas  estas  partes 
se  han  hecho,  y  que  les  parescía  que  por  la  seguridad 
y  vida  de  estos  cristianos  y  indios  que  traía,  se  debía  de 
volver  con  ellos  al  puerto  de  los  Reyes,  donde  había  sa- 
lido y  dejado  los  navios,  y  que  allí  se  podrían  tornar  á 
fornescer  y  proveer  de  más  bastimentos  para  proseguir 
la  entrada;  y  que  esto  era  su  parescer,  y  que  si  necesa- 
rio fuese,  se  lo  requerían  de  parte  de  Su  Majestad. 


CAPITULO     LXV 

De  cómo  el  gobernador  y  gente  se  volvió  al  puerto. 


Y  visto  el  parescer  de  los  clérigos  y  oficiales  y  ca- 
pitanes, y  la  necesidad  de  la  gente,  y  la  voluntad  que 
todos  tenían  de  dar  la  vuelta,  aunque  el  gobernador 
les  puso  delante  el  grande  daño  que  de  ello  resultaba, 
y  que  en  el  puerto  de  los  Reyes  era  imposible  hallarse 
bastimentos  para  sustentar  tanta  gente  y  para  fornece- 
11o  de  nuevo,  y  que  los  maíces  no  estaban  para  los 
coger,  ni  los  indios  tenían  qué  les  dar,  y  que  se  acor- 
dasen que  los  naturales  de  la  tierra  les  decían  que 
presto  vernía  la  cresciente  de  las  aguas,  las  cuales  pon- 
drían en  mucho  trabajo  a  nosotros  y  a  ellos;  no  bastó 
esto  y  otras  cosas  que  les  dijo,  para  que  todavía  no 
fuese  persuadido  que  se  volviese.  Conoscida  su  dema- 
siada voluntad,  lo  hobo  de  hacer,  por  no  dar  lugar  a 
que  hobiese  algún  desacato  por  do  hobiese  de  casti- 
gar a  algunos;  y  así,  los  hobo  de  complacer,  y  mandó 
apercebir  para  que  otro  día  se  volviesen  desde  allí 
para  el  puerto  de  los  Reyes;  y  otro  día  de  mañana 
envió  dende  allí  al  capitán  Francisco  de  Ribera,  que 
se  le  ofresció  con  seis  cristianos  y  con  la  guía  que  sabía 
el  camino,  para  que  él  y  los  seis  cristianos  y  once  in- 
dios principales  fuesen  con  él,  y  los  aguardasen  y 
acompañasen,  y  no  los  dejasen  hasta  que  los  volviesen 
donde  el  gobernador  estaba,  y  les  apercibió  que  si  los 
dejaba  que  los  mandaría  castigar;  y  así,  se  partieron 
para  Tapua,  llevando  consigo  la  guía  que  sabía  el  ca- 
mino; y  el  gobernador  se  partió  también  en  aquel 
punto  para  el  puerto  de  los  Reyes  con  toda  la  gente; 
y  así  se  vino  en  ocho  días  al  puerto,  bien  descontento 
por  no  haber  pasado  adelante. 


CAPITULO    LXVI 


De  cómo  querían  matar  a  los  que  quedaron  en  el  puerto 
de  los  Reyes. 


Vuelto  al  puerto  de  los  Reyes,  el  capitán  Juan  Ro- 
mero, que  había  allí  quedado  por  su  teniente,  le  dijo 
y  certificó  que  dende  a  poco  que  el  gobernador  había 
partido  del  puerto,  los  indios  naturales  de  él  y  de  la 
isla  que  está  a  una  legua  del  puerto,  trataban  de  matar 
todos  los  cristianos  que  allí  habían  quedado,  y  tomar- 
les los  bergantines,  y  que  para  ello  hacían  llamamiento 
de  indios  por  toda  la  tierra,  y  estaban  juntos  ya  los 
guaxarapos,  que  son  nuestros  enemigos,  y  con  otras 
muchas  generaciones  de  otros  indios,  y  que  tenían 
acordado  de  dar  en  ellos  de  noche,  y  que  los  habían 
venido  a  ver  y  a  tentar  so  color  de  venir  a  rescatar,  y 
no  les  traían  bastimentos,  como  solían,  y  cuando  venían 
con  ellos  era  para  espiarlos;  y  claramente  le  habían  di- 
cho que  le  habían  de  venir  a  matar  y  destruir  los  cristia- 
nos; y  sabido  esto,  el  gobernador  mandó  juntar  a  los  in- 
dios principales  de  la  tierra,  y  les  mandó  hablar  y  amo- 
nestar de  parte  de  Su  Majestad,  que  asosegasen  y  no 
quebrantasen  la  paz  que  ellos  habían  dado  y  asentado, 
pues  el  gobernador  y  todos  los  cristianos  le  habían 
hecho  y  hacían  buenas  obras  como  amigos,  y  no  les 
habían  hecho  ningún  enojo  ni  desplacer,  y  el  gober- 
nador les  había  dado  muchas  cosas,  y  los  defendería 
de  sus  enemigos;  y  que  si  otra  cosa  hiciesen,  los  ter- 
nían  por  enemigos  y  les  haría  guerra;  lo  cual  les  aper- 
cibió y  dijo  estando  presentes  los  clérigos  y  oficiales, 


312  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP.  LXVI 

y  luego  les  dio  bonetes  colorados  y  otras  cosas,  y  pro- 
metieron de  nuevo  de  tener  por  amigos  a  los  cristia- 
nos, y  echar  de  su  tierra  a  los  indios  que  habían  venido 
contra  ellos,  que  eran  los  guaxarapos  y  otras  genera- 
ciones. Dende  a  dos  días  que  el  gobernador  hobo 
llegado  al  puerto  de  los  Reyes,  como  se  halló  con 
tanta  gente  de  españoles  y  indios,  y  esperaba  con  ellos 
tener  gran  necesidad  de  hambre,  porque  a  todos  había 
de  dar  de  comer,  y  en  toda  la  tierra  no  había  más  bas- 
timento de  io  que  él  tenía  en  los  bergantines  que  es- 
taban en  el  puerto,  lo  cual  estaba  muy  tasado,  y  no 
había  para  más  de  diez  o  doce  días  para  toda  la  gen- 
te, que  eran,  entre  cristianos  y  indios,  más  de  tres 
mil;  y  visto  tan  gran  necesidad  y  peligro  de  morírsele 
toda  la  gente,  mandó  llamar  todas  las  lenguas,  y  man- 
dólas que  por  los  lugares  cercanos  a  ellos  le  fuesen  a 
buscar  algunos  bastimentos  mercados  por  sus  rescates, 
y  para  ello  les  dio  muchos;  los  cuales  fueron,  y  no  ha- 
llaron ningunos;  y  visto  esto,  mandó  llamar  a  los  in- 
dios principales  de  la  tierra,  y  preguntóles  adonde 
habrían,  por  sus  rescates,  bastimentos;  los  cuales  dije- 
ron que  a  nueve  leguas  de  allí  estaban  en  la  ribera  de 
unas  grandes  lagunas  unos  indios  que  se  llaman  arria- 
nicosies,  y  que  éstos  tienen  muchos  bastimentos  en 
gran  abundancia,  y  que  éstos  darían  lo  que  fuese 
menester. 


CAPITULO    LXVII 


De  cómo  el  gobernador  envió  a  buscar  bastimentos  al  capitán 
Mendoza. 


Luego  que  el  g-obernador  se  informó  de  los  indios 
principales  del  puerto,  mandó  juntar  los  oficiales,  clé- 
rigos y  capitanes  y  otras  personas  de  experiencia  para 
tomar  con  ellos  acuerdo  y  parescer  de  lo  que  debía  ha- 
cer, porque  toda  la  gente  pedía  de  comer,  y  el  gober- 
nador no  tenía  qué  les  dar,  y  estaban  para  se  le  derra- 
mar y  ir  por  la  tierra  adentro  a  buscar  de  comer;  y  juntos 
los  oficiales  y  clérigos,  les  dijo  que  vían  ya  la  nece- 
sidad y  hambre,  que  era  tan  general,  que  padescían, 
y  que  no  esperaba  menos  que  morir  todos  si  breve- 
mente no  se  daba  orden  para  lo  remediar,  y  que  él  era 
informado  que  los  indios  que  se  llaman  arrianicosies 
tenían  bastimentos,  y  que  diesen  su  parescer  de  lo  que 
en  ello  debía  de  hacer;  los  cuales  todos  juntamente  le 
dijeron  que  debía  enviar  a  los  pueblos  de  los  indios  la 
mayor  parte  de  la  gente,  así  para  se  mantener  y  sus- 
tentar como  a  comprar  bastimento,  para  que  enviasen 
luego  a  la  gente  que  consigo  quedaba  en  el  puerto,  y 
que  si  los  indios  no  quisiesen  dar  los  bastimentos  com- 
prándoselos, que  se  los  tomasen  por  fuerza;  y  si  se  pu- 
siesen en  los  defender,  los  hiciesen  guerra  hasta  se  los 
tomar;  porque  atenta  la  necesidad  que  había,  y  que 
todos  se  morían  de  hambre,  que  del  altar  se  podía 
tomar  para  comer;  y  este  parecer  dieron  firmado  de 
sus  nombres;  y  así,  se  acordó  de  enviar  a  buscar  los 
bastimentos  al  dicho  capitán,  con  esta  instrucción: 


314  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP.  LXVH 

«Lo  que  vos  el  capitán  Gonzalo  de  Mendoza  habéis 
de  hacer  en  los  pueblos  donde  vais  a  buscar  bastimen- 
tos para  sustentar  esta  g-ente  por  que  no  se  muera  de 
hambre,  es  que  los  bastimentos  que  así  mercáredes, 
habéislos  de  pagar  muy  a  contento  de  los  indios  soco- 
rinos  y  sococies,  y  a  los  otros  que  por  la  comarca  están 
poblados,  y  decirles  heis  de  mi  parte  que  estoy  maravi- 
llado de  ellos  cómo  no  me  han  venido  a  ver,  como  lo 
han  hecho  todas  las  otras  generaciones  de  la  comarca; 
y  que  yo  tengo  relación  que  ellos  son  buenos,  y  que  por 
ello  deseo  verlos  y  tenerlos  por  amigos,  y  darles  de  mis 
cosas,  y  que  vengan  a  dar  la  obediencia  a  Su  Majestad, 
como  lo  han  hecho  todos  los  otros;  y  haciéndolo  ansí, 
siempre  los  favoresceré  y  ayudaré  contra  los  que  los 
quisieren  enojar;  y  habéis  de  tener  gran  vigilancia  y 
cuidado  que  por  los  lugares  que  pasáredes  de  los  indios 
nuestros  amigos  no  consintáis  que  ninguna  de  la  gente 
que  con  vos  lleváis  entren  por  sus  lugares  ni  les  hag-an 
fuerza  ni  otro  ningún  mal  tratamiento,  sino  que  todo 
lo  que  rescatáredes  y  ellos  os  dieren,  lo  paguéis  a  su 
contento,  y  ellos  no  tengan  causa  de  se  quejar;  y  lle- 
gado a  los  pueblos,  pediréis  a  los  indios  a  do  vais  que 
os  den  de  los  mantenimientos  que  tuvieren  para  susten- 
tar las  gentes  que  lleváis,  ofresciéndoles  la  paga  y  ro- 
gándoselo con  amorosas  palabras;  y  si  no  os  lo  quisie- 
ren dar,  requerírselo  heis  una,  y  dos,  y  tres  veces,  y  más, 
cuantas  de  derecho  pudiéredes  y  debiéredes,  y  ofres- 
ciéndoles primero  la  paga;  y  si  todavía  no  os  lo  quisie- 
ren dar,  tormarlo  heis  por  fuerza;  y  si  os  lo  defendieren 
con  mano  armada,  hacerles  heis  la  guerra,  porque  la 
hambre  en  que  quedamos  no  sufre  otra  cosa;  y  en  todo 
lo  que  sucediere  adelante  os  habed  tan  templadamente, 
cuanto  conviene  al  servicio  de  Dios  y  de  Su  Majestad; 
lo  cual  confío  de  vos,  como  de  servidor  de  Su  Ma- 
jestad. » 


CAPÍTULO    LXVIII 

De  cómo  envió  un  bergantín  a  descubrir  el  río  de  los  xarayes^ 
y  en  él  al  capitán  Ribera. 


Con  esta  instrucción  envió  al  capitán  Gonzalo  de 
Mendoza,  con  el  parescer  de  los  clérigos  y  oficiales  y 
capitanes,  y  con  ciento  y  veinte  cristianos  y  seiscientos 
indios  flecheros,  que  bastaban  para  mucha  más  cosa,  y 
partió  a  15  días  del  mes  de  diciembre  del  dicho  año;  y 
los  indios  naturales  del  puerto  de  los  Reyes  avisaron  al 
gobernador,  y  le  informaron  que  por  el  río  del  Igatu 
arriba  podían  ir  gentes  en  los  bergantines  a  tierra  de  los 
indios  xarayes,  porque  ya  comenzaban  a  crescer  las 
aguas,  y  podían  bien  los  navios  navegar;  y  que  los  in- 
dios xarayes  y  otros  indios  que  están  en  la  ribera  te- 
nían muchos  bastimentos,  y  que  asímesmo  había  otros 
brazos  de  ríos  muy  caudalosos  que  venían  de  la  tierra 
adentro  y  se  juntaban  en  el  río  del  Igatu,  y  había  gran- 
des pueblos  de  indios,  y  que  tenían  muchos  manteni- 
mientos; y  por  saber  todos  los  secretos  del  dicho  río, 
envió  al  capitán  Hernando  de  Ribera  en  un  bergantín, 
con  cincuenta  y  dos  hombres,  para  que  fuesen  por  el 
río  arriba  hasta  los  pueblos  de  los  indios  xarayes  y  ha- 
blase con  su  principal  y  se  informase  de  lo  de  adelante, 
y  pasase  a  los  ver  y  descubrir  par  vista  de  ojos;  y  no  sa- 
liendo en  tierra  él  ni  ninguno  de  su  compañía,  excepto 
la  lengua  con  otros  dos,  procurase  ver  y  contratar  con 
los  indios  de  la  costa  del  río  por  donde  iba,  dándoles 
dádivas  y  asentando  paces  con  ellos,  para  que  volviese 
bien  informado  de  lo  que  en  la  tierra  había,  y  para  ello 


316  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

le  dio  una  instrucción  con  muchos  rescates,  y  por  ella 
y  de  palabra  le  informó  de  todo  aquello  que  convenía 
al  servicio  de  Su  Majestad  y  al  bien  de  la  tierra,  el  cual 
partió  y  hizo  vela  a  20  días  del  mes  de  diciembre  del 
dicho  año. 

Dende  algunos  días  que  el  capitán  Gonzalo  de  Men- 
doza había  partido  con  la  gente  a  comprar  los  basti- 
mentos, escribió  una  carta  cómo  al  tiempo  que  llegó  a 
los  lugares  de  los  indios  arrianicosies  había  enviado  con 
una  lengua  a  decir  cómo  él  iba  a  su  tierra  a  les  rogar 
le  vendiesen  de  los  bastimentos  que  tenían,  y  que  se 
los  pagaría  en  rescates  muy  a  su  contento,  en  cuentas 
y  cuchillos  y  cuñas  de  hierro  (lo  cual  ellos  tenían  en 
mucho),  y  les  daría  muchos  anzuelos;  los  cuales  resca- 
tes llevó  la  lengua  para  se  los  enseñar  para  que  los  vie- 
sen; y  que  no  iban  a  hacerles  mal  ni  daño  ni  tomalles 
nada  por  fuerza;  y  que  la  lengua  había  ido  y  había 
vuelto  huyendo  de  los  indios,  y  que  habían  salido  a  él 
a  lo  matar,  y  que  le  habían  tirado  muchas  flechas;  y  que 
decían  que  no  fuesen  los  cristianos  a  su  tierra,  y  que 
no  les  querían  dar  ninguna  cosa;  antes  los  habían  de 
matar  a  todos,  y  que  para  ello  les  habían  venido  a  ayu- 
dar los  indios  guaxarapos,  que  eran  muy  valientes;  los 
cuales  habían  muerto  cristianos,  y  decían  que  los  cris- 
tianos tenían  las  cabezas  tiernas,  y  que  no  eran  recios; 
y  que  el  dicho  Gonzalo  de  Mendoza  había  tornado  a 
enviar  la  misma  lengua  a  rogar  y  requerir  los  indios  que 
les  diesen  los  bastimentos,  y  con  él  envió  algunos  es- 
pañoles que  viesen  lo  que  pasaba;  todos  los  cuales  ha- 
bían vuelto  huyendo  de  los  indios,  diciendo  que  habían 
salido  con  mano  armada  para  los  matar,  y  les  habían 
tirado  muchas  flechas,  diciendo  que  se  saliesen  de  su 
tierra,  que  no  les  querían  dar  los  bastimentos;  y  que 
visto  esto,  que  él  había  ido  con  toda  la  gente  a  les  ha- 
blar y  asegurar;  y  que  llegados  cerca  de  su  lugar,  ha- 
bían salido  contra  él  todos  los  indios  de  la  tierra,  tirán- 
doles muchas  flechas  y  procurándoles  de  matar,  sin  les 


LXVIII  COMENTARIOS  317 

querer  oír  ni  dar  lugar  a  que  les  dijese  alguna  cosa  de 
las  que  les  querían  hablar;  por  lo  cual  en  su  defensa 
habían  derrocado  dos  de  ellos  con  arcabuces,  y  como  los 
otros  los  vieron  muertos,  todos  se  fueron  huyendo  por 
los  montes.  Los  cristianos  fueron  a  sus  casas,  adonde  ha- 
bían hallado  muy  gran  abundancia  de  mantenimientos 
de  maíz  y  de  mandubíes,  y  otras  yerbas  y  raíces  y  co- 
sas de  comer;  y  que  luego  con  uno  de  los  indios  que 
había  tomado  preso  envió  a  decir  a  los  indios  que  se 
viniesen  a  sus  casas,  porque  él  les  prometía  y  asegura- 
ba de  los  tener  por  amigos,  y  de  no  les  hacer  ningún 
daño,  y  que  les  pagaría  los  bastimentos  que  en  sus  ca- 
sas les  habían  tomado  cuando  ellos  huyeron;  lo  cual 
no  habían  querido  hacer,  antes  habían  venido  a  les  dar 
guerra  adonde  tenían  sentado  el  real,  y  habían  puesto 
fuego  a  sus  propias  casas,  y  se  habían  quemado  mucha 
parte  de  ellas,  y  que  hacían  llamamiento  de  otras  mu- 
chas generaciones  de  indios  para  venir  a  matarlos,  y 
que  ansí  lo  decían,  y  no  dejaban  de  venir  a  les  hacer 
todo  el  daño  que  podían.  El  gobernador  le  envió  a 
mandar  que  trabajase  y  procurase  de  tornar  los  indios 
a  sus  casas,  y  no  les  consintiese  hacer  ningún  mal  ni 
daño  ni  guerra,  antes  les  pagase  todos  los  bastimentos 
que  les  habían  tomado,  y  les  dejasen  en  paz,  y  fuesen 
a  buscar  los  bastimentos  por  otras  partes;  y  luego  le 
tornó  a  avisar  el  capitán  cómo  los  había  enviado  a  lla- 
mar y  asegurar  para  que  se  volviesen  a  sus  casas,  y  que 
les  tenía  por  amigos,  y  que  no  les  haría  mal,  y  los  tra- 
taría bien;  lo  cual  no  quisieron  hacer,  antes  continuo 
vinieron  hacerle  guerra  y  todo  el  daño  que  podían  con 
otras  generaciones  de  indios  que  habían  llamado  para 
ello,  así  de  los  guaxarapos  y  guatos,  enemigos  nues- 
tros, que  se  habían  juntado  con  ellos. 


CAPITULO    LXIX 

De  cómo  vino  de  la  entrada  el  capitán  Francisco  de  Ribera. 

A  20  días  del  mes  de  enero  del  año  de  544  años  vino 
«1  capitán  Francisco  de  Ribera  con  los  seis  españoles 
que  con  él  envió  el  gobernador  y  con  la  guía  que 
consigo  llevó,  y  con  tres  indios  que  le  quedaron,  de  los 
once  que  con  él  envió  de  los  guaraníes;  los  cuales  to- 
dos envió,  como  arriba  he  dicho,  para  que  descubriese 
las  poblaciones  y  las  viese  por  vista  de  ojos  dende  la 
parte  donde  el  gobernador  se  volvió;  y  ellos  fueron  su 
camino  adelante  en  busca  de  Tapuaguazu,  donde  la 
guía  decía  que  comenzaban  las  poblaciones  de  los  in- 
dios de  toda  la  tierra;  y  llegado  con  los  seis  cristianos, 
los  cuales  venían  heridos,  toda  la  gente  se  alegró  con 
ellos,  y  dieron  gracias  a  Dios  de  verlos  escapados  de  tan 
peligroso  camino,  porque  en  la  verdad  el  gobernador 
los  tenía  por  perdidos,  porque  de  los  once  indios  que 
con  ellos  habían  ido,  se  habían  vuelto  los  ocho,  y  por 
ello  el  gobernador  hubo  mucho  enojo  con  ellos  y  los 
quiso  castigar,  y  los  indios  principales  sus  parientes  le 
rogaban  que  los  mandase  ahorcar  luego  como  se  vol- 
vieron, porque  habían  dejado  y  desamparado  los  cris- 
tianos, habiéndoles  encomendado  y  mandado  que  los 
acompañasen  y  guardasen  hasta  volver  en  su  presencia 
con  ellos,  y  que  pues  no  lo  habían  hecho,  que  ellos  me- 
rescían  que  fuesen  ahorcados,  y  el  gobernador  se  lo  re- 
prehendió, con  apercibimiento  que  si  otra  vez  lo  hacían 
los  castigaría,  y  por  ser  aquella  la  primera  les  perdona- 
ba, por  no  alterar  a  todos  los  indios  de  su  generación. 


CAPITULO   LXX 


De  cómo  el  capitán  Francisco  de  Ribera  dio  cuenta 
de  su  descubrimiento. 


Otro  día  siguiente  paresció  ante  el  gobernador  el  ca- 
pitán Francisco  de  Ribera,  trayendo  consigo  los  seis 
españoles  que  con  él  habían  ido,  y  le  dio  relación  de 
su  descubrimiento,  y  dijo  que  después  que  del  partió 
en  aquel  bosque  de  do  se  habían  apartado,  que  habían 
caminado  por  do  la  guía  lo  había  llevado  veinte  y  un 
día  sin  parar,  yendo  por  tierra  de  muchas  malezas,  de 
arboledas  tan  cerradas,  que  no  podían  pasar  sin  ir  des- 
montando y  abriendo  por  do  pudiese  pasar,  y  que  al- 
gunos días  caminaban  una  legua,  y  otros  dos  días  que 
no  caminaban  media,  por  las  grandes  malezas  y  breñas 
de  los  montes,  y  que  en  todo  el  camino  que  llevaron 
fué  la  vía  del  poniente;  que  en  todo  el  tiempo  que  fue- 
ron por  la  dicha  tierra  comían  venados  y  puercos  y 
antas  que  los  indios  mataban  con  las  flechas,  porque 
era  tanta  la  caza  que  había,  que  a  palos  mataban  todo 
io  que  querían  para  comer,  y  ansímismo  había  infínita 
miel  en  lo  hueco  de  los  árboles,  y  frutas  salvajes,  que 
había  para  mantener  toda  la  gente  que  venía  al  dicho 
descubrimiento,  y  que  a  los  veinte  y  un  días  llegaron  a 
un  río  que  corría  la  vía  del  poniente;  y  según  la  guía 
les  dijo,  que  pasaba  por  Tapuaguazu  y  por  las  pobla- 
ciones de  los  indios,  en  el  cual  pescaron  los  que  él  lle- 
vaba, y  sacaron  mucho  pescado  de  unos  que  llaman 
los  indios  piraputanas,  que  son  de  la  manera  de  los  sá- 
balos, que  es  muy  excelente  pescado;  y  pasaron  el  río, 


320  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP. 

y  andando  por  donde  la  guía  los  llevaba,  dieron  en 
huella  fresca  de  indios;  que,  como  aquel  día  había  llo- 
vido, estaba  la  tierra  mojada,  y  parescía  haber  andado 
indios  por  allí  a  caza;  y  yendo  siguiendo  el  rastro  de 
la  huella,  dieron  en  unas  grandes  hazas  de  maíz  que  se 
comenzaba  a  coger,  y  luego,  sin  se  poder  encubrir,  sa- 
lió a  ellos  un  indio  solo,  cuyo  lenguaje  no  entendieron, 
que  traía  un  barbote  grande  en  el  labio  bajo,  de  plata, 
y  unas  orejeras  de  oro,  y  tomó  por  la  mano  al  Francis- 
co de  Ribera,  y  por  señas  les  dijo  que  se  fuesen  con  él, 
y  así  lo  hicieron,  y  vieron  cerca  de  allí  una  casa  gran- 
de de  paja  y  madera;  y  como  llegaron  cerca  de  ella, 
vieron  que  las  mujeres  y  otros  indios  sacaban  lo  que 
dentro  estaba  de  ropa  de  algodón  y  otras  cosas,  y  se 
metían  por  las  hazas  adelante,  y  el  indio  los  mandó  en- 
trar dentro  de  la  casa,  en  la  cual  andaban  mujeres  y 
indios  sacando  todo  lo  que  tenían  dentro,  y  abrían  la 
paja  de  la  casa  y  por  allí  lo  echaban  fuera,  por  no  pa- 
sarlo por  donde  él  y  los  otros  cristianos  estaban,  y  que 
de  unas  tinajas  grandes  que  estaban  dentro  de  la  casa 
llenas  de  maíz  vio  sacar  ciertas  planchas  y  hachuelas  y 
brazaletes  de  plata,  y  echarlos  fuera  de  la  casa  por  las 
paredes,  que  eran  de  paja;  y  como  el  indio  que  pa- 
rescía el  principal  de  aquella  casa  (por  el  respeto  que 
los  indios  de  ella  le  tenían)  los  tuvo  dentro  de  la  casa, 
por  señas  les  dijo  que  se  asentasen,  y  a  dos  indios  ore- 
jones que  tenían  por  esclavos,  les  mandó  dar  a  beber 
de  unas  tinajas  que  tenían  dentro  de  la  casa  metidas 
hasta  el  cuello  debajo  de  tierra,  llenas  de  vino  de  maíz; 
sacaron  vino  en  unos  calabazos  grandes  y  les  comen- 
zaron a  dar  de  beber;  y  los  dos  orejones  le  dijeron  que 
a  tres  jornadas  de  allí,  con  unos  indios  que  llaman  pay- 
zunoes,  estaban  ciertos  cristianos,  y  dende  allí  les  en- 
señaron a  Tapuaguazu  (que  es  una  peña  muy  alta  y 
grande),  y  luego  comenzaron  a  venir  muchos  indios 
muy  pintados  y  emplumados,  y  con  arcos  y  flechas 
a  punto  de  guerra,  y  el  dicho  indio  habló  con  ellos  con 


LXX  COMENTARIOS  321 

mucha  aceleración,  y  tomó  asimismo  un  arco  y  flechas, 
y  enviaba  indios  que  iban  y  venían  con  mensajes;  de 
donde   habían  conoscido   que  hacía  llamamiento  del 
pueblo  que  debía  estar  cerca  de  allí,  y  se  juntaban 
para  los  matar;  y  que  había  dicho  a  los  cristianos  que 
con  él  iban,  que  saliesen  todos  juntos  de  la  casa,  y  se 
volviesen  por  el  mismo  camino  que  habían  traído  antes 
que  se  juntasen  más  indios;  a  esta  sazón  estarían  juntos 
más  de  trescientos,  dándolos  a  entender  que  iban  a 
traer  otros  muchos  cristianos  que  vivían  allí  cerca;  y 
que  ya  que  iban  a  salir,  los  indios  se  les  ponían  delan- 
te para  los  detener,  y  por  medio  de  ellos  habían  sali- 
do, y  que  obra  de  un  tiro  de  piedra  de  la  casa,  visto 
por  los  indios  que  se  iban,  habían  ido  tras  de  ellos, 
y  con  grande  grita,  tirándoles  muchas  flechas,  los  ha- 
bían seguido  hasta  los  meter  por  el  monte,  donde  se 
defendieron;  y  los  indios,  creyendo  que  allí  había  más 
cristianos,  no  osaron  entrar  tras  de  ellos  y  los  habían 
dejado  ir,  y  escaparon  todos  heridos,  y  se  tornaron  por 
el  propio  camino  que  abrieron,  y  lo  que  habían  cami- 
nado en  veinte  y  un  días,  dende  donde  el  gobernador 
los  había  enviado  hasta  llegar  al  puerto  de  los  Reyes, 
lo  anduvieron  en  doce  días;  que  le  paresció  que  dende 
aquel  puerto  hasta  donde  estaban  los  dichos  indios  ha- 
bía setenta  leguas  de  camino,  y  que  una  laguna  que 
está  a  veinte  leguas  de  este  puerto,  que  se  pasó  el  agua 
hasta  la  rodilla,  venía  entonces  tan  crescida  y  traía  tan- 
ta agua,  que  se  había  extendido  y  alargado  más  de  una 
legua  por  la  tierra  adentro,  por  donde  ellos  habían  pa- 
sado, y  más  de  dos  lanzas  de  hondo,  y  que  con  muy 
gran  trabajo  y  peligro  lo  habían  pasado  con  balsas;  y 
que  si  se  habían  de  entrar  por  la  tierra,  era  necesario 
que  abajase  el  agua  de  la  laguna;  y  que  los  indios  se 
llaman  tarapecocies,  los  cuales  tienen  muchos  basti- 
mentos, y  vio  que  crían  patos  y  gallinas  como  las  nues- 
tras en  mucha  cantidad.  Esta  relación  dio  Francisco  de 
Ribera  y  los  españoles  que  con  él  fueron  y  vinieron,  y 

CABEZA    DE    VACA. —  NAUFRAGIOS  21 


322  ALVAR   NÚÑEZ   CABEZA   DE   VACA  CAP. 

de  la  g-uía  que  con  ellos  fué;  los  cuales  dijeron  lo  mismo 
que  había  declarado  Francisco  de  Ribera;  y  porque 
en  este  puerto  de  los  Reyes  estaban  alg-unos  indios  de 
la  generación  de  los  tarapecocies,  donde  llegó  el  Fran- 
cisco de  Ribera,  los  cuales  vinieron  con  García,  len- 
gua, cuando  fué  por  las  poblaciones  de  la  tierra,  y  vol- 
vió desbaratado  por  los  indios  guaraníes  en  el  río  del 
Paraguay,  y  se  escaparon  estos  con  los  indios  chaneses 
que  huyeron,  y  vivían  todos  juntos  en  el  puerto  de  los 
Reyes,  y  para  informarse  de  ellos  los  mandó  llamar  el 
gobernador,  y  luego  conoscieron  y  se  alegraron  con 
unas  flechas  que  Francisco  de  Ribera  traía,  de  las  que 
le  tiraron  los  indios  tarapecocies,  y  dijeron  que  aque- 
llas eran  de  su  tierra;  y  el  gobernador  les  preguntó 
que  por  qué  los  de  su  generación  habían  querido 
matar  aquellos  que  los  habían  ido  a  ver  y  hablar.  Y 
dijeron  que  los  de  su  generación  no  eran  enemigos 
de  los  cristianos,  antes  los  tenían  por  amigos  desde 
que  García  estuvo  en  la  tierra  y  contrató  con  ellos;  y 
que  la  causa  por  que  los  tarapecocies  los  querían  ma- 
tar sería  por  llevar  en  su  compañía  indios  guaraníes, 
que  los  tienen  por  enemigos,  porque  los  tiempos  pasa- 
dos fueron  hasta  su  tierra  a  los  matar  y  destruir;  porque 
los  cristianos  no  habían  llevado  lengua  que  los  habla- 
sen y  los  entendiesen  para  les  decir  y  hacer  entender  a 
lo  que  iban,  porque  no  acostumbran  hacer  guerra  a  los 
que  nos  les  hacen  mal;  y  que  si  llevaran  lengua  que  les 
hablara,  les  hicieran  buenos  tratamientos  y  les  dieran 
de  comer,  y  oro  y  plata  que  tienen,  que  traen  de  las 
poblaciones  de  la  tierra  adentro.  Fueron  preguntados 
qué  generaciones  son  de  los  que  han  la  plata  y  el  oro, 
y  cómo  lo  contratan  y  viene  a  su  poder;  dijeron  que  los 
payzunoes,  que  están  tres  jornadas  de  su  tierra,  lo  dan 
a  los  suyos  a  trueco  de  arcos  y  flechas  y  esclavos  que 
toman  de  otras  generaciones,  y  que  los  payzunoes  lo 
han  de  los  chaneses  ychimenoes  ycarcaraes  ycandirees, 
que  son  otras  gentes  de  los  indios,  que  lo  tienen  en  rau- 


LXX  COMENTARIOS  323 

cha  cantidad,  y  que  los  indios  lo  contratan,  como  dicho 
es.  Fuéle  mostrando  un  candelero  de  azófar  muy  lim- 
pio y  claro,  para  que  lo  viese  y  declarase  si  el  oro  que 
tenían  en  su  tierra  era  de  aquella  manera;  y  dijeron 
que  lo  del  candelero  era  duro  y  bellaco,  y  lo  de  su  tie- 
rra era  blando  y  no  tenía  mal  olor  y  era  más  amarillo, 
y  luego  le  fué  mostrada  una  sortija  de  oro,  y  dijeron  si 
era  de  aquello  mesmo  lo  de  su  tierra,  y  dijo  que  sí. 
Asimismo  le  mostraron  un  plato  de  estaño  muy  limpio 
y  claro,  y  le  preg-untaron  si  la  plata  de  su  tierra  era  tal 
como  aquélla,  y  dijo  que  aquélla  de  aquel  plato  hedía 
y  era  bellaca  y  blanda,  y  que  la  de  su  tierra  era  más 
blanca  y  dura  y  no  hedía  mal;  y  siéndole  mostrada  una 
copa  de  plata,  con  ella  se  alegraron  mucho  y  dijeron 
haber  de  aquello  en  su  tierra  muy  gran  cantidad  en  va- 
sijas y  otras  cosas  en  casa  de  los  indios,  y  planchas,  y 
había  brazaletes  y  coronas  y  hachuelas,  y  otras  piezas. 


CAPITULO    LXXI 

De  cómo  envió  a  llamar  al  capitán  Gonzalo  de  Mendoza. 

Luego  envió  el  g-obernador  a  llamar  a  Gonzalo  de 
Mendoza,  que  se  viniese  de  la  tierra  de  los  arrianicosies 
con  la  gente  que  con  él  estaba,  para  dar  orden  y  pro- 
veer las  cosas  necesarias  para  seguir  la  entrada  y  des- 
cubrimiento de  la  tierra,  porque  así  convenía  al  servi- 
cio de  Su  Majestad;  y  que  antes  que  viniese  a  ellas, 
procurasen  de  tornar  a  los  indios  arrianicosies  a  sus  ca- 
sas y  asentase  las  paces  con  ellos;  y  como  fué  venido 
Francisco  de  Ribera  con  los  seis  españoles  que  venían 
con  él  del  descubrimiento  de  la  tierra,  toda  la  gente 
que  estaba  en  el  puerto  de  los  Reyes  comenzó  a  ado- 
lescer  de  calenturas,  que  no  había  quien  pudiese  hacer 
la  guarda  en  el  campo,  y  asímesmo  adolescieron  todos 
los  indios  guaraníes,  y  morían  algunos  de  ellos;  y  de  la 
gente  que  el  capitán  Gonzalo  Mendoza  tenía  consigo 
en  la  tierra  de  los  indios  arrianicosies,  avisó  por  carta 
suya  que  todos  enfermaban  de  calenturas,  y  así  los  en- 
viaba con  los  bergantines,  enfermos  y  flacos;  y  demás 
de  esto,  avisó  que  no  había  podido  con  los  indios  hacer 
paz,  aunque  muchas  veces  les  había  requerido  que  les 
darían  muchos  rescates;  antes  les  venían  cada  día  a  ha- 
cer la  guerra,  y  que  era  tierra  de  muchos  mantenimien- 
tos, así  en  el  campo  como  en  las  lagunas,  y  que  les 
había  dejado  muchos  mantenimientos  con  que  se  pu- 
diesen mantener,  demás  y  allende  de  los  que  había  en- 
viado y  llevaba  en  los  bergantines;  y  la  causa  de  aquella 
enfermedad  en  que  había  caído  toda  la  gente  había  sido 


CAP.  LXXI  COMENTARIOS  325 

que  se  habían  dañado  las  aguas  de  aquella  tierra  y  se 
habían  hecho  salobres  con  la  cresciente  de  ella.  A  esta 
sazón  los  indios  de  la  isla  que  están  cerca  de  una  le- 
gua del  puerto  de  los  Reyes,  que  se  llaman  socorinos  y 
xaqueses,  como  vieron  a  los  cristianos  enfermos  y  fla- 
cos, comenzaron  a  hacerles  guerra,  y  dejaron  de  venir, 
como  hasta  allí  lo  habían  hecho,  a  contratar  y  rescatar 
con  los  cristianos,  y  a  darles  aviso  de  los  indios  que 
hablaban  mal  de  ellos,  especialmente  de  los  indios  gua- 
xarapos,  con  los  cuales  se  juntaron  y  metieron  en  su 
tierra  para  dende  allí  hacerles  guerra;  y  como  los  in- 
dios guaraníes  que  habían  traído  en  la  armada  salían 
en  sus  canoas,  en  compañía  de  algunos  cristianos,  a 
pescar  en  la  laguna,  a  un  tiro  de  piedra  del  real,  una  ma- 
ñana, ya  que  amanescía,  habían  salido  cinco  cristianos, 
los  cuatro  de  ellos  mozos  de  poca  edad,  con  los  indios 
guaraníes;  yendo  en  sus  canoas,  salieron  a  ellos  los  in- 
dios xaqueses  y  socorinos  y  otros  muchos  de  la  isla,  y 
captivaron  los  cinco  cristianos,  y  mataron  de  los  indios 
guaraníes,  cristianos  nuevamente  convertidos,  y  se  les 
pusieron  en  defensa,  y  a  otros  muchos  llevaron  con 
ellos  a  la  isla,  y  los  mataron,  y  despedazaron  a  los  cin- 
co cristianos  y  indios,  y  los  repartieron  entre  ellos  a 
pedazos  entre  los  indios  guaxarapos  y  guatos,  y  con 
los  indios  naturales  de  esta  tierra  y  puerto  del  pueblo 
que  dicen  del  Viejo,  y  con  otras  generaciones  que  para 
ello  y  para  hacer  la  guerra  que  tenían  convocado;  y 
después  de  repartidos,  los  comieron,  así  en  la  isla  como 
en  los  otros  lugares  de  las  otras  generaciones,  y  no 
contentos  con  esto,  como  la  gente  estaba  enferma  y 
flaca,  con  gran  atrevimiento  vinieron  a  acometer  y  a 
poner  fuego  en  el  pueblo  adonde  estaban,  y  llevaron 
algunos  cristianos;  los  cuales  comenzaron  a  dar  voces, 
diciendo:  «Al  arma,  al  arma;  que  matan  los  indios  a  los 
cristianos.  >  Y  como  todo  el  pueblo  estaba  puesto  en 
arma,  salieron  a  ellos;  y  así,  llevaron  ciertos  cristianos, 
y  entre  ellos  uno  que  se  llamaba  Pedro  Mepen,  y  otros 


326  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP.  LXXI 

que  tomaron  ribera  de  la  lag^una,  y  asimismo  mataron 
otros  que  estaban  pescando  en  la  laguna,  y  se  los  co- 
mieron como  a  los  otros  cinco;  y  después  de  hecho  el 
salto  de  los  indios,  como  amanesció,  al  punto  se  vieron 
muy  g-ran  número  de  canoas  con  mucha  gente  de  gue- 
rra irse  huyendo  por  la  laguna  adelante,  dando  grandes 
alaridos  y  enseñando  los  arcos  y  flechas,  alzándolos  en 
alto,  para  darnos  a  entender  que  ellos  habían  hecho  el 
salto;  y  así,  se  metieron  por  la  isla  que  está  en  la  lagu- 
na del  puerto  de  los  Reyes;  allí  nos  mataron  cincuenta 
y  ocho  cristianos  esta  vez.  Visto  esto,  el  gobernador 
habló  con  los  indios  del  puerto  de  los  Reyes  y  les  dijo 
que  pidiesen  a  los  indios  de  la  isla  los  cristianos  y  in- 
dios que  habían  llevado;  y  habiéndoselos  ido  a  pedir 
respondieron  que  los  indios  guaxarapos  se  los  habían 
llevado,  y  que  no  los  tenían  ellos;  de  allí  adelante  ve- 
nían de  noche  a  correr  la  laguna,  por  ver  si  podían 
captivar  algunos  de  los  cristianos  y  indios  que  pescasen 
en  ella,  y  a  estorbar  que  no  pescasen  en  ella,  diciendo 
que  la  tierra  era  suya,  y  que  no  habían  de  pescar  en 
ella  los  cristianos  y  los  indios;  que  nos  fuésemos  de  su 
tierra,  si  no,  que  nos  habían  de  matar.  El  gobernador 
envió  a  decir  que  se  sosegasen  y  guardasen  la  paz  que 
con  él  habían  asentado,  y  viniesen  a  traer  los  cristianos 
e  indios  que  habían  llevado,  y  que  los  temía  por  ami- 
gos; donde  no  lo  quisiesen  hacer,  que  procedería  con- 
tra ellos  como  contra  enemigos,  a  los  cuales  se  lo  en- 
vió a  decir  y  apercibir  muchas  veces,  y  no  lo  quisieron 
hacer,  y  no  dejaban  de  hacer  la  guerra  y  daños  que 
podían;  y  visto  que  no  aprovechaba  nada,  el  goberna- 
dor mandó  hacer  información  contra  los  dichos  indios; 
y  habida,  con  el  parescer  de  los  oficiales  de  Su  Majes- 
tad y  los  clérigos,  fueron  dados  y  pronunciados  por 
enemigos,  para  poderlos  hacer  la  guerra;  la  cual  se  les 
hizo,  y  aseguró  la  tierra  de  los  daños  que  cada  día 
hacían. 


CAPITULO    LXXII 

De  cómo  vino  Hernando  de  Ribera  de  su  entrada  que  hizo 
por  el  río. 


A  30  días  del  mes  de  enero  del  año  de  1543  vino 
el  capitán  Hernando  de  Ribera  con  el  navio  y  gente 
con  que  le  envió  el  gobernador  a  descubrir  por  el  ríp 
arriba;  y  porque  cuando  él  vino  le  halló  enfermo,  y 
ansímismo  toda  la  gente,  de  calenturas  con  fríos,  no  le 
pudo  dar  relación  (1)  de  su  descubrimiento,  y  en  este 
tiempo  las  aguas  de  los  ríos  crescían  de  tal  manera,  que 
toda  aquella  tierra  estaba  cubierta  y  anegada  de  agua, 
y  por  esto  no  se  podía  tornar  a  hacer  la  entrada  y  des- 
cubrimiento, y  los  indios  naturales  de  la  tierra  le  di- 
jeron y  certificaron  que  ahí  duraba  la  cresciente  de  las 
aguas  cuatro  meses  del  año,  tanto,  que  cubre  la  tierra 
cinco  y  seis  brazas  en  alto,  y  hacen  lo  que  atrás  tengo 
dicho  de  andarse  dentro  en  canoas  con  sus  casas  todo 
este  tiempo  buscando  de  comer,  sin  poder  saltar  en  la 
tierra;  y  en  toda  esta  tierra  tienen  por  costumbre  los 
naturales  de  ella  de  se  matar  y  comer  los  unos  a  los 
otros;  y  cuando  las  aguas  bajan,  tornan  a  armar  sus 
casas  donde  las  tenían  antes  que  cresciesen,  y  queda 
la  tierra  inficionada  de  pestilencia  del  mal  olor  y  pes- 
cado que  queda  en  seco  en  ella,  y  con  el  gran  calor 
que  hace  es  muy  trabajosa  de  sufrir. 


(1)     Véase  al  final  la  relación  de  Hernando  de  Ribera, 


CAPÍTULO    LXXIIIj 

De  lo  que  acónteselo  al  gobernador  y  g-ente  en  este  pueblo. 


Tres  meses  estuvo  el  gobernador  en  el  puerto  de  los 
Reyes  con  toda  la  gente  enferma  de  calenturas,  y  él  con 
ellos,  esperando  que  Dios  fuese  servido  de  darles  salud 
y  que  las  aguas  bajasen  para  poner  en  efecto  la  entra- 
da y  descubrimiento  de  la  tierra,  y  de  cada  día  crescía 
la  enfermedad,  y  lo  mismo  hacían  las  aguas;  de  mane- 
ra que  del  puerto  de  los  Reyes  fué  forzado  retirarnos 
con  harto  trabajo,  y  demás  de  hacernos  tanto  daño, 
trujeron  consigo  tantos  mosquitos  de  todas  maneras, 
que  de  noche  ni  de  día  no  nos  dejaban  dormir  ni  repo- 
sar, con  lo  cual  se  pasaba  un  tormento  intolerable,  que 
era  peor  de  sufrir  que  las  calenturas;  y  visto  esto,  y  por- 
que habían  requerido  al  gobernador  los  oficiales  de  Su 
Majestad  que  se  retirase  y  fuese  del  dicho  puerto  abajo 
a  la  ciudad  de  la  Ascensión,  adonde  la  gente  convale- 
ciese, habido  para  ello  información  y  parescer  de  los 
clérigos  y  oficiales,  se  retiró;  pero  no  consintió  que  los 
cristianos  trujesen  obra  de  cien  muchachas,  que  los  na- 
turales del  puerto  de  los  Reyes,  al  tiempo  que  allí  llegó 
el  gobernador,  habían  ofrescido  sus  padres  a  capitanes 
y  personas  señaladas  para  estar  bien  con  ellos  y  para 
que  hiciesen  de  ellas  lo  que  solían  de  las  otras  que  te- 
nían; y  por  evitar  la  ofensa  que  en  esto  a  Dios  se  hacía, 
el  gobernador  mandó  a  sus  padres  que  las  tuviesen  con- 
sigo en  sus  casas  hasta  tanto  que  se  hobiesen  de  volver; 
y  al  tiempo  que  se  embarcaron  para  volver,  por  no  de- 
jar a  sus  padres  descontentos  y  la  tierra  escandalizada 


CAP.  LXXIII  COMENTARIOS  329 

a  causa  de  ello,  lo  hizo  ansí;  y  para  dar  más  color  a  lo 
que  hacía,  publicó  una  instrucción  de  Su  Majestad,  en 
que  manda  «que  ninguno  sea  osado  de  sacar  a  ningún 
indio  de  su  tierra,  so  graves  penas»;  y  de  esto  queda- 
ron los  naturales  muy  contentos,  y  los  españoles  muy 
quejosos  y  desesperados,  y  por  esta  causa  le  querían 
algunos  mal,  y  dende  entonces  fué  aborrescido  de  los 
más  de  ellos,  y  con  aquella  color  y  razón  hicieron  lo 
que  diré  adelante;  y  embarcada  la  gente,  así  cristianos 
como  indios,  se  vino  al  puerto  y  ciudad  de  la  Ascen- 
sión en  doce  días,  lo  que  había  andado  en  dos  meses 
cuando  subió;  aunque  la  gente  venía  a  la  muerte  en- 
ferma, sacaban  fuerza  de  flaqueza  con  deseo  de  llegar 
a  sus  casas;  y  cierto  no  fué  poco  el  trabajo,  por  venir 
como  tengo  dicho,  porque  no  podían  tomar  armas  para 
resistir  a  los  enemigos,  ni  menos  podían  aprovechar 
con  un  remo  para  ayudar  ni  guiar  los  bergantines;  y  si 
no  fuera  por  los  versos  que  llevábamos  en  los  bergan- 
tines, el  trabajo  y  peligro  fuera  mayor;  traíamos  las  ca- 
noas de  los  indios  en  medio  de  los  navios,  por  guar- 
darlos y  salvarlos  de  los  enemigos  hasta  volverlos  a  sus 
tierras  y  casas;  y  para  que  más  seguros  fuesen,  repartió 
el  gobernador  algunos  cristianos  en  sus  canoas,  y  con 
venir  tan  recatados,  guardándonos  de  los  enemigos, 
pasando  por  tierra  de  los  indios  guaxarapos,  dieron  un 
salto  con  muchas  canoas  en  gran  cantidad  y  dieron  en 
unas  balsas  que  venían  junto  a  nosotros,  y  arrojaron  un 
dardo  y  dieron  a  un  cristiano  por  los  pechos  y  pasá- 
ronlo de  parte  a  parte,  y  cayó  luego  muerto,  el  cual  se 
llamaba  Miranda,  natural  de  Valladolid,  e  hirieron  al- 
gunos indios  de  los  nuestros,  y  si  no  fueran  socorridos 
con  los  versos,  nos  hicieran  mucho  daño.  Todo  ello 
causó  la  flaqueza  grande  que  tenía  la  gente. 

A  8  días  del  mes  de  abril  del  dicho  año  llegamos  a 
la  ciudad  de  la  Ascensión  con  toda  la  gente  y  navios  y 
indios  guaraníes,  y  todos  ellos  y  el  gobernador,  con 
los  cristianos  que  traía,  venían  enfermos  y  flacos;  y  He- 


330  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP.  LXXIII 

gado  allí  el  gobernador,  halló  al  capitán  Salazar  que 
tenía  hecho  llamamiento  en  toda  la  tierra  y  tenía  jun- 
tos más  de  veinte  mil  indios  y  muchas  canoas,  y  para  ir 
por  tierra  otra  gente  a  buscar  y  matar  y  destruir  a  los 
indios  agaces,  porque  después  que  el  gobernador  se 
había  partido  del  puerto  no  habían  cesado  de  hacer  la 
guerra  a  los  cristianos  que  habían  quedado  en  la  ciu- 
dad y  a  los  naturales,  robándolos  y  matándolos  y  to- 
mándoles las  mujeres  y  hijos,  y  salteándoles  la  tierra  y 
quemándoles  los  pueblos,  haciéndoles  muy  grandes 
males;  y  como  llegó  el  gobernador,  cesó  de  ponerse  en 
efecto,  y  hallamos  la  carabela  que  el  gobernador  mandó 
hacer,  que  casi  estaba  ya  hecha,  porque  en  acabándose 
había  de  dar  aviso  a  Su  Majestad  de  lo  suscedido,  de 
la  entrada  que  se  hizo  de  la  tierra  y  otras  cosas  susce- 
didas  en  ella,  y  mandó  el  gobernador  que  se  acabase. 


CAPITULO    LXXIV 

Cómo  el  gobernador  llegó  con  su  gente  a  la  Ascensión, 
y  aquí  le  prendieron. 


Dende  a  quince  días  que  hubo  llegfado  el  gobernador 
a  la  ciudad  de  la  Ascensión,  como  los  oficiales  de  Su 
Majestad  le  tenían  odio  por  las  causas  que  son  dichas, 
que  no  les  consentía,  por  ser,  como  eran,  contra  el  ser- 
vicio de  Dios  y  de  Su  Majestad,  así  en  haber  despo- 
blado el  mejor  y  más  principal  puerto  de  la  provincia, 
con  pretensión  de  se  alzar  con  la  tierra  (como  al  pre- 
sente lo  están),  y  viendo  venir  al  gobernador  tan  a  la 
muerte  y  a  todos  los  cristianos  que  con  él  traía,  día  de 
Sant  Marcos  se  juntaron  y  confederaron  con  otros  ami- 
gos suyos,  y  conciertan  de  aquella  noche  prender  al  go- 
bernador; y  para  mejor  lo  poder  hacer  a  su  salvo,  dicen 
a  cien  hombres  que  ellos  saben  que  el  gobernador 
quiere  tomarles  sus  haciendas  y  casas  y  indias,  y  darlas 
y  repartirlas  entre  los  que  venían  con  él  de  la  entrada 
perdidos,  y  que  aquello  era  muy  gran  sinjusticia  y 
contra  el  servicio  de  Su  Majestad;  y  que  ellos,  como 
sus  oficiales,  querían  aquella  noche  ir  a  requerir,  en 
nombre  de  Su  Majestad,  que  no  les  quitase  las  casas  ni 
ropas  y  indias;  y  porque  se  temían  que  el  gobernador 
los  mandaría  prender  por  ello,  era  menester  que  ellos 
fuesen  armados  y  llevasen  sus  amigos,  y  pues  ellos  lo 
eran,  y  por  esto  se  ponían  en  hacer  el  requerimiento, 
del  cual  se  seguía  muy  gran  servicio  a  Su  Majestad  y  a 
ellos  mucho  provecho,  y  que  a  hora  del  Ave  María  vi- 
niesen con  sus  armas  a  dos  casas  que  les  señalaron,  y 


332  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA   DE   VACA  CAP. 

que  allí  se  metiesen  hasta  que  ellos  avisasen  lo  que  ha- 
bían de  hacer;  y  ansí,  entraron  en  la  cámara  donde  el 
gfobernador  estaba  muy  malo  hasta  diez  o  doce  de 
ellos,  diciendo  a  voces:  ¡Libertad,  libertad;  viva  el 
Rey!  Eran  el  veedor  Alonso  Cabrera,  el  contador  Fe- 
lipe de  Cáceres,  Garci-Vanegas,  teniente  de  tesorero; 
un  criado  del  gobernador,  que  se  llamaba  Pedro  de 
Oñate,  el  cual  tenía  en  su  cámara,  y  éste  los  metió  y  dio 
la  puerta  y  fué  principal  en  todo,  y  a  don  Francisco  de 
Mendoza  y  a  Jaime  Rasquín,  y  éste  puso  una  ballesta 
con  un  arpón  con  yerba  a  los  pechos  al  gobernador; 
Diego  de  Acosta,  lengua,  portugués;  Solórzano,  natu- 
ral de  la  Gran  Canaria;  y  éstos  entraron  a  prender  al 
gobernador  adelante  con  sus  armas;  y  ansí,  lo  saca- 
ron en  camisa,  diciendo:  ¡Libertad,  libertad!  Y  llamán- 
dolo de  tirano,  poniéndole  las  ballestas  a  los  pechos, 
diciendo  estas  y  otras  palabras:  Aquí  pagaréis  las  in- 
jurias y  daños  que  nos  habéis  hecho;  y  salido  a  la  ca- 
lle, toparon  con  la  otra  gente  que  ellos  habían  traído 
para  aguardalles;  los  cuales,  como  vieron  traer  preso 
al  gobernador  de  aquella  manera,  dijeron  al  factor  Pe- 
dro Dorantes  y  a  los  demás:  Pese  a  tal  con  los  traido- 
res; ¿traéisnos  para  que  seamos  testigos  que  no  nos 
tomen  nuestras  haciendas  y  casas  y  indias,  y  no  le  re- 
querís, sino  prendéislo?;  ¿queréis  hacernos  a  nosotros 
traidores  contra  el  Rey,  prendiendo  a  su  gobernador?; 
y  echaron  mano  a  las  espadas,  y  hubo  una  gran  revuelta 
entre  ellos  porque  le  habían  preso;  y  como  estaban  cerca 
de  las  casas  de  los  oficiales,  los  unos  de  ellos  se  metie- 
ron con  el  gobernador  en  las  casas  de  Garci-Vanegas, 
y  los  otros  quedaron  a  la  puerta,  diciéndoles  que  ellos 
los  habían  engañado;  que  no  dijesen  que  no  sabían  lo 
que  ellos  habían  hecho,  sino  que  procurasen  de  ayu- 
dallos  a  que  le  sustentasen  en  la  prisión,  porque  les 
hacían  saber  que  si  soltasen  al  gobernador,  que  los  ha- 
ría a  todos  cuartos,  y  a  ellos  les  cortaría  las  cabezas;  y 
pues  les  iba  las  vidas  en  ello,  los  ayudasen  a  llevar  ade- 


LXXIV  COMENTARIOS  333 

lante  lo  que  habían  hecho,  y  que  ellos  partirían  con 
ellos  la  hacienda  y  indias  y  ropa  de!  g-obernador;  y  lue- 
go entraron  los  oficiales  donde  el  g-obernador  estaba, 
que  era  una  pieza  muy  pequeña,  y  le  echaron  unos 
grillos  y  le  pusieron  guardas;  y  hecho  esto,  fueron  lue- 
go a  casa  de  Juan  Pavón,  alcalde  mayor,  y  a  casa  de 
Francisco  de  Peralta,  alguacil,  y  llegando  adonde  es- 
taba el  alcalde  mayor,  Martín  de  Ure,  vizcaíno,  se  ade- 
lantó de  todos  y  quitó  por  fuerza  la  vara  al  alcalde  ma- 
yor y  al  alguacil;  y  ansí  presos,  dando  muchas  puñadas 
al  alcalde  mayor  y  al  alguacil,  y  dándole  empujones  y 
llamándolos  de  traidores,  él  y  los  que  con  él  iban  los 
llevaron  a  la  cárcel  pública  y  los  echaron  de  cabeza  en  el 
cepo,  y  soltaron  de  él  a  los  que  estaban  presos,  que  en- 
tre ellos  estaba  uno  condenado  a  muerte  porque  había 
muerto  un  Morales,  hidalgo  de  Sevilla.  Después  de  esto 
hecho,  tomaron  un  atambor  y  fueron  por  las  calles  al- 
borotando y  desasosegando  al  pueblo,  diciendo  a  gran- 
des voces:  ¡Libertad,  libertad;  viva  el  Rey!  Y  des- 
pués de  haber  dado  una  vuelta  al  pueblo,  fueron  los 
mismos  a  la  casa  de  Pero  Hernández,  escribano  de  la 
provincia  (que  a  la  sazón  estaba  enfermo),  y  le  pren- 
dieron, y  a  Bartolomé  González,  y  le  tomaron  la  ha- 
cienda y  escripturas  que  allí  tenía;  y  así,  lo  llevaron  pre- 
so a  la  casa  de  Domingo  de  Irala,  adonde  le  echaron 
dos  pares  de  grillos;  y  después  de  habelle  dicho  mu- 
chas afrentas,  le  pusieron  sus  guardas,  y  tornan  a  pre- 
gonar: Mandan  los  señores  oficiales  de  Su  Majestad 
que  ninguno  sea  osado  de  andar  por  Ihs  calles,  y  todos 
se  recojan  a  sus  casas,  so  pena  de  muerte  y  de  trai- 
dores; y  acabando  de  decir  esto,  tornaban,  como  de 
primero,  a  decir:  ¡Libertad,  libertad!  Y  cuando  esto 
apregonaban,  a  los  que  topaban  en  las  calles  les  daban 
muchos  rempujones  y  espaldarazos,  y  los  metían  por 
fuerza  en  sus  casas;  y  luego  como  esto  acabaron  de 
hacer,  los  ofíciales  fueron  a  las  casas  donde  el  gober- 
nador vivía  y  tenía  su  hacienda  y  escripturas  y  provisio- 


334  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP.  LXXIV 

nes  que  Su  Majestad  le  mandó  despachar  acerca  de  la 
gobernación  de  la  tierra,  y  los  autos  de  cómo  le  habían 
recebido  y  obedecido  en  nombre  de  Su  Majestad  por 
gobernador  y  capitán  general,  y  descerrajaron  unas 
arcas,  y  tomaron  todas  las  escripturas  que  en  ellas  es- 
taban, y  se  apoderaron  en  todo  ello,  y  abrieron  asimis- 
mo un  arca  que  estaba  cerrada  con  tres  llaves,  donde 
estaban  los  procesos  que  se  habían  hecho  contra  los 
oficiales,  de  los  delitos  que  habían  cometido,  los  cua- 
les estaban  remitidos  a  Su  Majestad;  y  tomaron  todos 
sus  bienes,  ropas,  bastimentos  de  vino  y  aceite,  y  acero 
y  hierro,  y  otras  muchas  cosas,  y  la  mayor  parte  de 
ellas  desaparescieron,  dando  saco  en  todo,  llamándole 
de  tirano  y  otras  palabras;  y  lo  que  dejaron  de  la  ha- 
cienda del  gobernador  lo  pusieron  en  poder  de  quien 
más  sus  amigos  eran  y  los  seguían,  so  color  de  depó- 
sito, y  eran  los  mismos  valedores  que  los  ayudaban. 
Valía,  a  lo  que  dicen,  más  de  cien  mil  castellanos  su 
hacienda,  a  los  precios  de  allá,  entre  lo  cual  le  toma- 
ron diez  bergantines. 


CAPÍTULO    LXXV 

De  cómo  juntaron  la  gente  ante  la  casa  de  Domingo  de  Irala. 

Y  luegfo  otro  día  sig-uiente  por  la  mañana  los  oficia- 
les, con  atambor,  mandaron  pregonar  por  las  calles  que 
todos  se  juntasen  delante  las  casas  del  capitán  Domin- 
go de  Irala,  y  allí  juntos  sus  amigos  y  valedores  con  sus 
armas,  con  pregonero,  a  altas  voces  leyeron  un  libelo 
infamatorio;  entre  las  otras  cosas,  dijeron  que  tenía  el 
gobernador  ordenado  de  tomarles  a  todos  sus  hacien- 
das y  tenerlos  por  esclavos,  y  que  ellos  por  la  libertad 
de  todos  le  habían  prendido;  y  acabando  de  leer  el 
dicho  libelo,  les  dijeron:  «Decid,  señores:  ¡Libertad, 
libertad;  viva  el  Rey!»  Y  ansí,  dando  grandes  voces,  lo 
dijeron,  y  acabado  de  decir,  la  gente  se  indignó  contra 
el  gobernador,  y  muchos  decían:  ¡Pese  a  tal!,  vámosle 
a  matar  a  este  tirano,  que  nos  quería  matar  y  destruir; 
y  amansada  la  ira  y  furor  de  la  gente,  luego  los  oficia- 
les nombraron  por  teniente  de  gobernador  y  capitán  ge- 
neral de  la  dicha  provincia  a  Domingo  de  Irala.  Este 
fué  otra  vez  gobernador  contra  Francisco  Ruiz,  que 
había  quedado  en  la  tierra  por  teniente  de  don  Pedro 
de  Mendoza;  y  en  la  verdad  fué  buen  teniente  y  buen 
gobernador,  y  por  envidia  y  malicia  le  desposeyeron 
contra  todo  derecho,  y  nombraron  por  teniente  a  este 
Domingo  de  Irala;  y  diciendo  uno  al  veedor  Alonso 
Cabrera  que  lo  habían  hecho  mal,  porque  habiendo 
poblado  el  Francisco  Ruiz  aquella  tierra  y  sustentádo- 
la  con  tanto  trabajo,  se  lo  habían  quitado,  respondió 
que  porque  no  quería  hacer  lo  que  él  quería;  y  que 


336  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP.  LXXV 

porque  Domingfo  de  Irala  era  el  de  menos  calidad  de 
todos,  y  siempre  haría  lo  que  él  le  mandase  y  todos 
los  oficiales,  por  esto  lo  habían  nombrado;  y  así,  pusie- 
ron al  Domingo  de  Irala,  y  nombraron  por  alcalde  ma- 
yor a  un  Pero  Díaz  del  Valle,  amigo  de  Domingo  de 
Irala;  dieron  las  varas  de  los  alguaciles  a  un  Bartolomé 
de  la  Marilla,  natural  de  Trujillo,  amigo  de  Nunfro  de 
Chaves,  y  a  un  Sancho  de  Salinas,  natural  de  Cazalla; 
y  luego  los  oficiales  y  Domingo  de  Irala  comenzaron  a 
publicar  que  querían  tornar  a  hacer  entrada  por  la  mis- 
ma tierra  que  el  gobernador  había  descubierto,  con  in- 
tento de  buscar  alguna  plata  y  oro  en  la  tierra,  porque 
hallándola  la  enviasen  a  Su  Majestad  para  que  los  per- 
donase, y  con  ello  creían  que  les  había  de  perdonar  el 
delito  que  habían  cometido;  y  que  si  no  lo  hallasen, 
que  se  quedarían  en  la  tierra  adentro  poblando,  por  no 
volver  donde  fuesen  castigados;  y  que  podría  ser  que 
hallasen  tanto,  que  por  ello  les  hiciese  merced  de  la 
tierra,  y  con  esto  andaban  granjeando  a  la  gente;  y 
como  ya  hobiesen  todos  entendido  las  maldades  que 
habían  usado  y  usaban,  no  quiso  ninguno  dar  consen- 
timiento a  la  entrada;  y  dende  allí  en  adelante  toda  la 
mayor  parte  de  la  gente  comenzó  a  reclamar  y  a  decir 
que  soltasen  al  gobernador;  y  de  esta  causa  los  oficia- 
les y  las  justicias  que  tenían  puestas  comenzaron  a  mo- 
lestar a  los  que  se  mostraban  pesantes  de  la  prisión, 
echándoles  prisiones  y  quitándoles  sus  haciendas  y 
mantenimientos,  y  fatigándolos  con  otros  malos  trata- 
mientos; y  a  los  que  se  retraían  por  las  iglesias,  por  que 
no  los  prendiesen,  ponían  guardas  por  que  no  los  die- 
sen de  comer,  y  ponían  pena  sobre  ello,  y  a  otros  les 
tiraban  las  armas  y  los  traían  aperreados  y  corridos,  y 
decían  publicamente  que  a  los  que  mostrasen  pesalles 
de  la  prisión  que  los  habían  de  destruir. 


CAPITULO    LXXVI 

De  los  alborotos  y  escándalos  que  hobo  en  la  tierra. 

De  aquí  adelante  comenzaron  los  alborotos  y  escán- 
dalos entre  la  gente,  porque  públicamente  decían  los 
de  la  parte  de  Su  Majestad  a  los  ofíciales  y  a  sus  vale- 
dores que  todos  ellos  eran  traidores,  y  siempre  de  día 
y  de  noche,  por  el  temor  de  la  gente  que  se  levantaba 
cada  día  de  nuevo  contra  ellos,  estaban  siempre  con  las 
armas  en  las  manos,  y  se  hacían  cada  día  más  fuertes 
de  palizadas  y  otros  aparejos  para  se  defender,  como  si 
estuviera  preso  el  gobernador  en  Salsas;  barrearon  las 
calles  y  cercáronse  en  cinco  o  seis  casas.  El  goberna- 
dor estaba  en  una  cámara  muy  pequeña  que  metieron, 
de  la  casa  de  Alonso  Cabrera  en  la  de  Garci  -  Vanegas, 
para  tenerlo  en  medio  de  todos  ellos;  y  tenían  de  cos- 
tumbre cada  día  el  alcalde  y  los  alguaciles  de  buscar  to- 
das las  casas  que  estaban  al  derredor  de  la  casa  adonde 
estaba  preso  si  había  alguna  tierra  movida  de  ellas  para 
ver  si  minaban.  En  viendo  los  ofíciales  dos  o  tres  hom- 
bres de  la  parcialidad  del  gobernador,  y  que  estaban  ha- 
blando juntos,  luego  daban  voces  diciendo:  «¡Al  arma, 
al  arma!»  Y  entonces  los  ofíciales  entraban  armados 
donde  estaba  el  gobernador,  y  decían,  puesta  la  mano 
en  los  puñales;  «Juro  a  Dios,  que  si  la  gente  se  pone 
en  sacaros  de  nuestro  poder,  que  os  habemos  de  dar 
de  puñaladas  y  cortaros  la  cabeza,  y  echalla  a  los  que 
os  vienen  a  sacar,  para  que  se  contenten  con  ella»;  para 
lo  cual  nombraron  cuatro  hombres,  los  que  tenían  por 
más  valientes,  para  que  con  cuatro  puñales  estuviesen 

CABEZA    DE    VACA.  —  NAUFRAGIOS  22 


338  ALVAR   NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP. 

par  de  la  primera  gfuarda,  y  les  tomaron  pleito  home- 
naje que  en  sintiendo  que  de  la  parte  de  Su  Majestad  le 
iban  a  sacar,  luego  entrasen  y  le  cortasen  la  cabeza;  y 
para  estar  apercibidos  para  aquel  tiempo,  amolaban  los 
puñales,  para  cumplir  lo  que  tenían  jurado;  y  hacían 
esto  en  parte  donde  sintiese  el  gobernador  lo  que  ha- 
cían y  hablaban;  y  los  secutores  de  esto  eran  Garci- 
Vanegas  y  Andrés  Hernández  el  Romo,  y  otros.  Sobre 
la  prisión  del  gobernador,  demás  de  los  alborotos  y  es- 
cándalos que  había  entre  la  gente,  había  muchas  pasio- 
nes y  pendencias  por  los  bandos  que  entre  ellos  había, 
unos  diciendo  que  los  ofíciales  y  sus  amigos  habían  sido 
traidores  y  hecho  gran  maldad  en  lo  prender,  y  que 
habían  dado  ocasión  que  se  perdiese  toda  la  tierra, 
como  ha  parescido  y  cada  día  paresce,  y  los  otros  de- 
fendían al  contrario;  y  sobre  esto  se  mataron  y  hirieron 
y  mancaron  muchos  españoles  unos  a  otros;  y  los  ofí- 
ciales y  sus  amigos  decían  que  los  que  le  favorescían  y 
deseaban  su  libertad  eran  traidores,  y  los  habían  de 
castigar  por  tales,  y  defendían  que  no  hablase  ninguno 
de  los  que  tenían  por  sospechosos  unos  con  otros;  y  en 
viendo  hablar  dos  hombres  juntos,  hacían  información 
y  los  prendían,  hasta  saber  lo  que  hablaban;  y  si  se 
juntaban  tres  o  cuatro,  luego  tocaban  al  arma,  y  se  po- 
nían a  punto  de  pelear,  y  tenían  puestas  encima  del 
aposento  donde  estaba  preso  el  gobernador  centinelas 
en  dos  garitas  que  descubrían  todo  el  pueblo  y  el  cam- 
po; y  allende  de  esto  traían  hombres  que  anduviesen 
espiando  y  mirando  lo  que  se  hacía  y  decía  por  el  pue- 
blo, y  de  noche  andaban  treinta  hombres  armados,  y 
todos  los  que  topaban  en  las  calles  los  prendían  y  pro- 
curaban de  saber  dónde  iban  y  de  qué  manera;  y  como 
los  alborotos  y  escándalos  eran  tantos  cada  día,  y  los 
ofíciales  y  sus  valedores  andaban  por  ello  tan  cansados 
y  desvelados,  entraron  a  rogar  al  gobernador  que  diese 
un  mandamiento  para  la  gente  en  que  les  mandase  que 
no  se  moviesen  y  estuviesen  sosegados,  y  que  para 


LXXVI  COMENTARIO  339 

ello,  si  necesario  fuese,  se  les  pusiese  pena;  y  los  mis- 
mos ofíciales  le  metieron  hecho  y  ordenado,  para  que 
si  quisiese  hacer  por  ellos  aquello  lo  fírmase;  lo  cual, 
después  de  firmado,  no  lo  quisieron  notificar  a  la  gen- 
te, porque  fueron  aconsejados  que  no  lo  hiciesen,  pues 
que  pretendían  y  decían  que  todos  habían  dado  pares- 
cer  y  sido  en  que  le  prendiesen,  y  por  esto  dejaron  de 
notifícallo. . 


CAPITULO   LXXVII 

De  cómo  tenían  preso  al  gobernador  en  una  prisión  muy  áspera. 


En  el  tiempo  que  estas  cosas  pasaban,  el  gobernador 
estaba  malo  en  la  cama,  y  muy  flaco,  y  para  la  cura  de 
su  salud  tenía  unos  muy  buenos  grillos  a  los  pies,  y  a  la 
cabecera  una  vela  encendida,  porque  la  prisión  estaba 
tan  escura  que  no  se  páresela  el  cielo,  y  era  tan  húme- 
da, que  nascía  la  yerba  debajo  de  la  cama;  tenía  la  vela 
consigo,  porque  cada  hora  pensaba  tenella  menester, 
y  para  su  fín  buscaron  entre  toda  la  gente  el  hombre 
de  todos  que  más  mal  le  quisiese,  y  hallaron  uno  que 
se  llamaba  Hernando  de  Sosa,  al  cual  el  gobernador 
había  castigado  porque  había  dado  un  bofetón  y  palos 
a  un  indio  principal,  y  éste  le  pusieron  por  guarda  en 
la  misma  cámara  para  que  le  guardase,  y  tenían  dos 
puertas  con  candados  cerradas  sobre  él;  y  los  oficiales 
y  todos  sus  aliados  y  confederados  le  guardaban  de 
día  y  de  noche,  armados  con  todas  sus  armas,  que  eran 
más  de  ciento  y  cincuenta,  a  los  cuales  pagaban  con 
la  hacienda  del  gobernador,  y  con  toda  esta  guarda, 
cada  noche  o  tercera  noche  le  metía  la  india  que  le 
llevaba  de  cenar  una  carta  que  le  escrebían  los  de  fue- 
ra, y  por  ella  le  daban  relación  de  todo  lo  que  allá  pa- 
saba, y  enviaban  a  decir  que  enviase  a  avisar  qué  era 
lo  que  mandaba  que  ellos  hiciesen;  porque  las  tres  par- 
tes de  la  gente  estaban  determinados  de  morir  todos, 
con  los  indios  que  los  ayudaban  para  sacarle,  y  que  lo 
habían  dejado  de  hacer  por  el  temor  que  les  ponían 
diciendo  que  si  acometían  a  sacarle,  que  luego  le  ha- 


CAP.  LXXVII  COMENTARIOS  341 

bían  de  dar  de  puñaladas  y  cortarle  la  cabeza;  y  que, 
por  otra  parte,  más  de  setenta  hombres  de  los  que  es- 
taban en  guarda  de  la  prisión  se  habían  confederado 
con  ellos  de  se  levantar  con  la  puerta  principal,  adon- 
de el  gobernador  estaba  preso,  y  le  detener  y  defender 
hasta  que  ellos  entrasen,  lo  cual  el  gobernador  les  es- 
torbó que  no  hiciesen,  porque  no  podía  ser  tan  ligera- 
mente sin  que  se  matasen  muchos  cristianos,  y  que 
comenzada  la  cosa,  los  indios  acabarían  todos  los  que 
pudiesen,  y  así  se  acabaría  de  perder  toda  la  tierra  y 
vida  de  todos. 

Con  esto  les  entretuvo  que  no  lo  hiciesen,  y  por- 
que dije  que  la  india  que  le  traía  una  carta  cada  ter- 
cer noche,  y  llevaba  otra,  pasando  por  todas  las  guar- 
das, desnudándola  en  cueros,  catándole  la  boca  y  los 
oídos,  y  trasquilándola  porque  no  la  llevase  entre  los 
cabellos,  y  catándola  todo  lo  posible,  que  por  ser  cosa 
vergonzosa  no  lo  señalo,  pasaba  la  india  por  todos 
en  cueros,  y  llegada  donde  estaba,  daba  lo  que  traía  a 
la  guarda,  y  ella  se  sentaba  par  de  la  cama  del  gober- 
nador, como  la  pieza  era  chica;  y  sentada,  se  comen- 
zaba a  rascar  el  pie,  y  ansí  rascándose  quitaba  la  carta 
y  se  la  daba  por  detrás  del  otro.  Traía  ella  esta  carta, 
que  era  medio  pliego  de  papel  delgado,  muy  arrollada 
Sutilmente,  y  cubierta  con  un  poco  de  cera  negra,  me- 
tida en  lo  hueco  de  los  dedos  del  pie  hasta  el  pulgar, 
y  venía  atada  con  dos  hilos  de  algodón  negro,  y  de 
esta  manera  metía  y  sacaba  todas  las  cartas  y  el  papel 
que  había  menester,  y  unos  polvos  que  hay  en  aquella 
tierra  de  unas  piedras  que  con  una  poca  de  saliva  o 
de  agua  hacen  tinta.  Los  oficiales  y  sus  consortes  lo 
sospecharon  o  fueron  avisados  que  el  gobernador  sabía 
lo  que  fuera  pasaba  y  ellos  hacían;  y  para  saber  y  ase- 
gurarse ellos  de  esto, 'buscaron  cuatro  mancebos  de 
entre  ellos  para  que  se  envolviesen  con  la  india,  en  lo 
cual  no  tuvieron  mucho  que  hacer,  porque  de  costum- 
bre no  son  escasas  de  sus  personas,  y  tienen  por  gran 


342  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP.  LXXVII 

afrenta  negallo  a  nadie  que  se  lo  pida,  y  dicen  que 
¿para  qué  se  lo  dieron  sino  para  aquello?;  y  envueltos 
con  ella  y  dándole  muchas  cosas,  no  pudieron  saber 
ningún  secreto  de  ella,  durando  el  trato  y  conversa- 
ción once  meses. 


CAPITULO    LXXVIII 


Cómo  robaban  la  tierra  los  alzados,  y  tomaban  por  fuerza 
sus  haciendas. 


Estando  el  gobernador  de  esta  manera,  los  oficiales 
y  Domingo  de  Irala,  luego  que  le  prendieron,  dieron 
licencia  abiertamente  a  todos  sus  amigos  y  valedores 
y  criados  para  que  fuesen  por  los  pueblos  y  lugares  de 
los  indios  y  les  tomasen  las  mujeres  y  las  hijas,  y  las 
hamacas  y  otras  cosas  que  tenían,  por  fuerza,  y  sin  pa- 
gárselo, cosa  que  no  convenía  al  servicio  de  Su  Ma- 
jestad y  a  la  pacificación  de  aquella  tierra;  y  haciendo 
esto,  iban  p>or  toda  la  tierra  dándoles  muchos  palos, 
trayéndoles  por  fuerza  a  sus  casas  para  que  labrasen 
sus  heredades  sin  pagarles  nada  por  ello,  y  los  indios 
se  venían  a  quejar  a  Domingo  de  Irala  y  a  los  oficiales. 
Ellos  respondían  que  no  eran  parte  para  ello;  de  lo 
cual  se  contentaban  algunos  de  los  cristianos,  porque 
sabían  que  les  respondían  aquello  por  les  complacer, 
para  que  ellos  les  ayudasen  y  favoresciesen,  y  decían- 
les a  los  cristianos  que  ya  ellos  tenían  libertad,  que 
hiciesen  lo  que  quisiesen;  de  manera  que  con  estas 
respuestas  y  malos  tratamientos  la  tierra  se  comenzó 
a  despoblar,  y  se  iban  los  naturales  a  vivir  a  las  mon- 
tañas, escondidos  donde  no  los  pudiesen  hallar  los 
cristianos.  Muchos  de  los  indios  y  sus  mujeres  y  hijos 
eran  cristianos,  y  apartándose  perdían  la  doctrina  de 
los  religiosos  y  clérigos,  de  la  cual  el  gobernador  tuvo 
muy  gran  cuidado  que  fuesen  enseñados.  Luego,  den- 
de  a  pocos  días  que  le  hobieron  preso,  desbarataron 


344  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP.  LXXVIII 

la  carabela  que  el  gobernador  había  mandado  hacer 
para  por  ella  dar  aviso  a  Su  Majestad  de  lo  que  en  la 
provincia  pasaba,  porque  tuvieron  creído  que  pudieran 
atraer  a  la  gente  para  hacer  la  entrada  (la  cual  dejó 
descubierta  el  gobernador),  y  que  por  ella  pudieran  sa- 
car oro  y  plata,  y  a  el  los  se  les  atribuyera  la  honra  y 
el  servicio  que  pensaban  que  a  Su  Majestad  hacían;  y 
como  la  tierra  estuviese  sin  justicia,  los  vecinos  y  po- 
bladores de  ella  contino  recebían  tan  grandes  agravios, 
que  los  oficiales  y  justicia  que  ellos  pusieron  de  su 
mano  hacían  a  los  españoles,  aprisionándoles  y  toman- 
do sus  haciendas,  se  fueron  como  aborridos  y  muy  des- 
contentos más  de  cincuenta  hombres  españoles  por  la 
tierra  adentro,  en  demanda  de  la  costa  del  Brasil,  y  a 
buscar  algún  aparejo  para  venir  a  avisar  a  Su  Majestad 
de  los  grandes  males  y  daños  y  desasosiegos  que  en  la 
tierra  pasaban,  y  otros  muchos  estaban  movidos  para 
se  ir  perdidos  por  la  tierra  adentro,  a  los  cuales  pren- 
dieron y  tuvieron  presos  mucho  tiempo,  y  les  quitaron 
las  armas  y  lo  que  tenían;  y  todo  lo  que  les  quitaban, 
lo  daban  y  repartían  entre  sus  amigos  y  valedores,  por 
los  tener  gratos  y  contentos. 


CAPITULO    LXXIX 

Cómo  se  fueron  los  frailes. 


En  este  tiempo,  que  andaban  las  cosas  tan  recias  y 
tan  revueltas  y  de  mala  desistión,  pareciendo  a  los 
frailes  fray  Bernaldo  de  Armenta  que  era  buena  co- 
yuntura y  sazón  para  acabar  de  efectuar  su  propósito 
en  quererse  ir  (como  otra  vez  lo  habían  intentado), 
hablaron  sobre  ello  a  los  oficiales,  y  a  Domingo  de 
Irala,  para  que  les  diese  favor  y  ayuda  para  ir  a  la  costa 
del  Brasil;  los  cuales,  por  les  dar  contentamiento,  y 
por  ser,  como  eran,  contrarios  del  gobernador,  por 
haberles  impedido  el  camino  que  entonces  querían 
hacer,  ellos  les  dieron  licencia  y  ayudaron  en  lo  que 
pudieron,  y  que  se  fuesen  a  la  costa  del  Brasil,  y  para 
ello  llevaron  consigo  seis  españoles  y  algunas  indias 
de  las  que  enseñaban  doctrina.  Estando  el  gobernador 
en  la  prisión,  les  dijo  muchas  veces  que  por  que  cesa- 
sen los  alborotos  que  cada  día  había,  y  los  males  y 
daños  que  se  hacían,  le  diesen  lugar  que  en  nombre 
de  Su  Majestad  pudiese  nombrar  una  persona  que 
como  teniente  de  gobernador  los  tuviese  en  paz  y  en 
justicia  aquella  tierra,  y  que  el  gobernador  tenía  por 
bien,  después  de  haberlo  nombrado,  venir  ante  Su 
Majestad  a  dar  cuenta  de  todo  lo  pasado  y  presente, 
y  los  oficiales  le  respondieron  que  después  que  fué 
preso  perdieron  la  fuerza  las  provisiones  que  tenía,  y 
que  no  podía  usar  de  ellas,  y  que  bastaba  la  persona  que 
ellos  habían  puesto;  y  cada  día  entraban  adonde  estaba 
preso,  amenazándole  que  le  habían  de  dar  de  puñaladas 


346  ALVAR  NÚÑEZ  CABEZA  DE  VACA      CAP.  LXXIX 

y  cortar  la  cabeza;  y  él  les  dijo  que  cuando  determina- 
sen de  hacerlo,  les  rogaba,  y  si  necesario  era  les  reque- 
ría de  parte  de  Dios  y  de  Su  Majestad,  le  diesen  un  re- 
ligioso o  clérigo  que  le  confesase;  y  ellos  respondieron 
que  si  le  habían  de  dar  confesor,  había  de  ser  a  Fran- 
cisco de  Andrada  o  a  otro  vizcaíno,  clérigos,  que  eran 
los  principales  de  su  comunidad,  y  que  si  no  se  quería 
confesar  con  ninguno  de  ellos,  que  no  le  habían  de 
dar  otro  ninguno,  porque  a  todos  los  tenían  por  sus 
enemigos,  y  muy  amigos  suyos;  y  así,  habían  tenido 
presos  a  Antón  de  Escalera  y  a  Rodrigo  de  Herrera  y 
a  Luis  de  Miranda,  clérigos,  porque  les  habían  dicho 
y  decían  que  había  sido  muy  gran  mal,  y  cosa  muy 
mal  hecha  contra  el  servicio  de  Dios  y  de  Su  Majes- 
tad, y  gran  perdición  de  la  tierra  en  prenderle,  y  a  Luis 
de  Miranda,  clérigo,  tuvieron  preso  con  el  alcalde 
mayor  más  de  ocho  meses  donde  no  vio  sol  ni  luna,  y 
con  sus  guardas;  y  nunca  quisieron  ni  consintieron  que 
le  entrasen  a  confesar  otro  religioso  ninguno,  sino  los 
sobredichos;  y  porque  un  Antón  Bravo,  hombre  hijo- 
dalgo y  de  edad  de  diez  y  ocho  años,  dijo  un  día  que 
él  daría  forma  como  el  gobernador  fuese  suelto  de 
la  prisión,  los  oficiales  y  Domingo  de  Irala  le  prendie- 
ron y  dieron  luego  tormento;  y  por  tener  ocasión  de 
molestar  y  castigar  a  otros  a  quien  tenían  odio,  le  di- 
jeron que  le  soltarían  libremente  con  tanto  que  hu- 
ciese  culpados  a  muchos  que  en  su  confesión  le  hicie- 
ron declarar;  y  ansí,  los  prendieron  a  todos  y  los 
desarmaron,  y  al  Antón  Bravo  le  dieron  cien  azotes 
públicamente  por  las  calles,  con  voz  de  traidor,  dicien- 
do que  lo  había  sido  contra  Su  Majestad  porque  que- 
ría soltar  de  la  prisión  al  gobernador. 


CAPITULO   LXXX 

De  cómo  atormentaban  a  los  que  no  eran  de  su  opinión. 

Sobre  esta  causa  dieron  tormentos  muy  crueles  a 
otras  muchas  personas  para  saber  y  descubrir  si  se 
daba  orden  y  trataban  entre  ellos  de  sacar  de  la  prisión 
al  gobernador,  y  qué  personas  eran,  y  de  qué  manera 
lo  concertaban,  o  si  se  hacían  minas  debajo  de  tierra; 
y  muchos  quedaron  lisiados  de  las  piernas  y  brazos,  de 
los  tormentos;  y  porque  en  algunas  partes  por  las  pa- 
redes del  pueblo  escrebían  letras  que  decían:  Por  tu 
rey  y  por  tu  ley  morirás^  los  oficiales  y  Domingo  de 
Irala  y  sus  justicias  hacían  informaciones  para  saber 
quién  lo  había  escrito,  y  jurando  y  amenazando  que  si 
lo  sabían  que  lo  habían  de  castigar  a  quien  tales  pala- 
bras escribía,  y  sobre  ello  prendieron  a  muchos,  y 
dieron  tormentos. 


CAPITULO  LXXXI 

Cómo  quisieron  matar  a  un  regidor  porque  les  hizo 
un  requerimiento. 


Estando  las  cosas  en  el  estado  que  dicho  teng-o,  un 
Pedro  de  Molina,  natural  de  Guadix  y  regidor  de  aque- 
lla ciudad,  visto  los  garandes  daños,  alborotos  y  escán- 
dalos que  en  la  tierra  había,  se  determinó  por  el  servi- 
cio de  Su  Majestad  de  entrar  dentro  en  la  palizada,  a 
do  estaban  los  oficiales  y  Domingo  de  Irala;  y  en  pre- 
sencia de  todos,  quitado  el  bonete,  dijo  a  Martín  de 
Ure,  escribano,  que  estaba  presente,  que  leyese  a  los 
oficiales  aquel  requerimiento  para  que  cesasen  los  ma- 
les y  muertes  y  daños  que  en  la  tierra  había  por  la  pri- 
sión del  gobernador,  que  lo  sacasen  de  ella  y  lo  solta- 
sen, porque  con  ello  cesaría  todo;  y  si  no  quisiesen 
sacarle,  le  diesen  lugar  a  que  diese  poder  a  quien  él 
quisiese  para  que,  en  nombre  de  Su  Majestad,  gober- 
nase la  provincia,  y  la  tuviese  en  paz  y  en  justicia. 
Dando  el  requerimiento  al  escribano,  rehusaba  de  to- 
mallo,  por  estar  delante  todos  aquellos,  y  al  fin  lo  tomó, 
y  dijo  al  Pedro  de  Molina  que  si  quería  que  lo  leyese, 
que  le  pagase  sus  derechos;  y  Pedro  de  Molina  sacó 
la  espada  que  tenía  en  la  cinta,  y  diósela,  la  cual  no 
quiso,  diciendo  que  él  no  tomaba  espada  por  prenda; 
el  dicho  Pedro  de  Molina  se  quitó  una  caperuza  mon- 
tera, y  se  la  dio  y  le  dijo:  «Leedlo,  que  no  tengo  otra 
mejor  prenda.»  El  Martín  de  Ure  tomó  la  caperuza  y 
el  requerimiento,  y  dio  con  ello  en  el  suelo  a  sus  pies, 
diciendo  que  no  lo  quería  notificar  a  aquellos  señores; 


CAP.  LXXXI  COMENTARIOS  349 

y  luego  se  levantó  Garci- Vanesas,  teniente  de  tesore- 
ro, y  dijo  al  Pedro  de  Molina  muchas  palabras  afren- 
tosas y  vergonzosas,  diciéndole  que  estaba  por  le  hacer 
matar  a  palos,  y  que  esto  era  lo  que  merescía  por  osar 
decir  aquellas  palabras  que  decía;  y  con  esto,  Pedro 
de  Molina  se  salió,  quitándose  su  bonete  (que  no  fué 
poco  salir  de  entre  ellos  sin  hacerle  mucho  mal). 


CAPITULO   LXXXII 


Cómo  dieron  licencia  los  alzados  a  los  indios  que  comiesen 
carne  humana. 


Para  valerse  los  oficiales  y  Domingo  de  Irala  con  los 
indios  naturales  de  la  tierra,  les  dieron  licencia  para 
que  matasen  y  comiesen  a  los  indios  enemigos  de  ellos, 
y  a  muchos  de  éstos,  a  quien  dieron  licencia,  eran  cris- 
tianos nuevamente  convertidos,  y  por  hacelios  que  no 
se  fuesen  de  'la  tierra  y  les  ayudasen;  cosa  tan  contra 
el  servicio  de  Dios  y  de  Su  Majestad,  y  tan  aborrecible 
a  todos  cuantos  lo  oyeren;  y  dijéronles  más,  que  el  go- 
bernador era  malo,  y  que  por  sello  no  les  consentía 
matar  y  comer  a  sus  enemigos,  y  que  por  esta  causa  le 
habían  preso,  y  que  agora,  que  ellos  mandaban,  les  da- 
ban licencia  para  que  lo  hiciesen  así  como  se  lo  man- 
daban; y  visto  los  oficiales  y  Domingo  de  Irala  que,  con 
todo  lo  que  ellos  podían  hacer  y  hacían,  que  no  cesa- 
ban los  alborotos  y  escándalos,  y  que  de  cada  día  eran 
mayores,  acordaron  de  sacar  de  la  provincia  al  gober- 
nador, y  los  mismos  que  lo  acordaron  se  quisieron  que- 
dar en  ella  y  no  venir  en  estos  reinos,  y  que  con  sólo 
echarle  de  la  tierra  con  algunos  de  sus  amigos  se  con- 
tentaron, lo  cual,  entendido  por  los  que  le  favorescían, 
entre  ellos  hobo  muy  gran  escándalo,  diciendo  que, 
pues  los  oficiales  habían  hecho  entender  que  habían 
podido  prenderle,  y  les  habían  dicho  que  vernían  con 
el  gobernador  a  dar  cuenta  a  Su  Majestad,  que  habían 
de  venir,  aunque  no  quisiesen,  a  dar  cuenta  de  lo  que 
habían  hecho;  y  ansí,  se  hobieron  de  concertar  que  los 


CAP.  LXXXII  COMENTARIOS  351 

dos  de  los  ofíciales  viniesen  con  él,  y  los  otros  dos  se 
quedasen  en  la  tierra;  y  para  traerle  alzaron  uno  de  los 
bergantines  que  el  g-obernador  había  hecho  para  el 
descubrimiento  de  la  tierra  y  conquista  de  la  provincia; 
y  de  esta  causa  había  muy  grandes  alborotos  y  mayores 
alteraciones,  por  el  gran  descontento  que  la  gente  te- 
nía de  ver  que  le  querían  ausentar  de  la  tierra.  Los  ofí- 
ciales acordaron  de  prender  a  los  más  principales  y  a 
quien  la  gente  más  acudía,  y  sabido  por  ellos,  andaban 
siempre  sobre  aviso,  y  no  los  osaban  prender,  y  se  con- 
certaron por  intercesión  del  gobernador,  porque  los 
ofíciales  le  rogaron  que  se  lo  enviase  a  mandar,  y  cesa- 
sen los  escándalos  y  diesen  su  fe  y  palabra  de  no  sa- 
carle de  la  prisión,  y  que  los  ofíciales  y  la  justicia  que 
tenían  puesta  prometían  de  no  prender  a  ninguna  per- 
sona ni  hacerle  ningún  agravio;  y  que  soltarían  los  que 
tenían  presos;  y  así  lo  juraron  y  prometieron,  con  tanto 
que,  porque  había  tanto  tiempo  que  le  tenían  preso  y 
ninguna  persona  le  había  visto,  y  tenían  sospecha  y  se 
recelaban  que  le  habían  muerto  secretamente,  dejasen 
entrar  en  la  prisión  donde  el  gobernador  estaba  dos 
religiosos  y  dos  caballeros  para  que  le  viesen  y  pudie- 
sen certifícar  a  la  gente  que  estaba  vivo;  y  los  ofíciales 
prometieron  de  lo  cumplir  dentro  de  tres  o  cuatro  días 
antes  que  le  embarcasen,  lo  cual  no  cumplieron. 


CAPÍTULO    LXXXIII 

De  cómo  habían  de  escrebir  a  Su  Majestad  y  enviar  la  relación. 

Cuando  esto  pasó,  dieron  muchas  minutas  los  oficia- 
les para  que  por  ellas  escribiesen  a  estos  reinos  contra 
el  gobernador,  para  ponerle  mal  con  todos,  y  ansí  las 
escribieron;  y  para  dar  color  a  sus  delitos,  escribieron 
cosas  que  nunca  pasaron  ni  fueron  verdad;  y  al  tiempo 
que  se  adobaba  y  fornescía  el  bergantín  en  que  le  ha- 
bían de  traer,  los  carpinteros  y  amigos  hicieron  con 
ellos  que  con  todo  el  secreto  del  mundo  cavasen  un 
madero  tan  grueso  como  el  muslo,  que  tenía  tres  pal- 
mos, y  en  este  grueso  le  metieron  un  proceso  de  una  in- 
formación general  que  el  gobernador  había  hecho  para 
enviar  a  Su  Majestad,  y  otras  escripturas  que  sus  ami- 
gos habían  escapado  cuando  le  prendieron,  que  le 
importaban;  y  ansí,  las  tomaron  y  envolvieron  en  un 
encerado,  y  le  enclavaron  el  madero  en  la  popa  del 
bergantín  con  seis  clavos  en  la  cabeza  y  pie,  y  decían 
los  carpinteros  que  habían  puesto  aquello  allí  para  for- 
tificar el  bergantín,  y  venía  tan  secreto,  que  todo  el 
mundo  no  lo  podía  alcanzar  a  saber,  y  dio  el  carpinte- 
ro el  aviso  de  esto  a  un  marinero  que  venía  en  él,  para 
que,  en  llegando  a  tierra  de  promisión,  se  aprovechase 
de  ello;  y  estando  concertado  que  le  habían  de  dejar 
ver  antes  que  lo  embarcasen,  el  capitán  Salazar  ni  otros 
ningunos  le  vieron;  antes,  una  noche,  a  media  noche, 
vinieron  a  la  prisión  con  mucha  arcabucería,  trayendo 
cada  arcabucero  tres  mechas  entre  los  dedos,  por  que 
paresciese  que  era  mucha  arcabucería;  y  ansí  entraron 


CAP.  LXX-XIII         COMENTARIOS  353 

en  la  cámara  donde  estaba  preso  el  veedor  Alonso  Ca- 
brera y  el  factor  Pedro  Dorantes,  y  le  tomaron  por  los 
brazos  y  le  levantaron  de  la  cama  con  los  grillos,  como 
estaba  muy  malo,  casi  la  candela  en  la  mano,  y  así  le 
sacaron  hasta  la  puerta  de  la  calle;  y  como  vio  el  cielo 
(que  hasta  entonces  no  lo  había  visto),  rogóles  que  le 
dejasen  dar  gracias  a  Dios;  y  como  se  levantó,  que  es- 
taba de  rodillas,  trujáronle  allí  dos  soldados  de  buenas 
fuerzas  para  que  lo  llevasen  en  los  brazos  a  le  embar- 
car, porque  estaba  muy  flaco  y  tollido;  y  como  le  to- 
maron, y  se  vio  entre  aquella  gente,  di  joles:  «Señores, 
sed  testigos  que  dejo  por  mi  lugarteniente  al  capitán 
Juan  de  Salazar  de  Espinosa,  para  que  por  mí,  y  en 
nombre  de  Su  Majestad,  tenga  esta  tierra  en  paz  y  jus- 
ticia hasta  que  Su  Majestad  provea  lo  que  más  servido 
sea.»  Y  como  acabó  de  decir  esto,  Garci-Vanegas,  te- 
niente de  tesorero,  arremetió  con  un  puñal  en  la  mano, 
diciendo:  «No  creo  en  tal,  si  al  Rey  mentáis,  si  no  os 
saco  el  alma>,  y  aunque  el  gobernador  estaba  avisado 
que  no  lo  dijese  en  aquel  tiempo,  porque  estaban  de- 
terminados de  le  matar,  porque  era  palabra  muy  escan- 
dalosa para  ellos  y  para  los  que  de  parte  de  Su  Majes- 
tad le  tirasen  de  sus  manos,  porque  estaban  todos  en 
la  calle;  y  apartándose  Garci-Vanegas  un  poco,  tornó 
a  decir  las  mismas  palabras;  y  entonces  Garci-Vanegas 
arremetió  al  gobernador  con  mucha  furia,  y  púsole  el 
puñal  a  la  sien,  diciendo:  «No  creo  en  tal  (como  de 
antes),  si  no  os  doy  de  puñaladas»,  y  dióle  en  la  sien 
una  herida  pequeña;  y  dio  con  los  que  le  llevaban  en 
los  brazos  tal  rempujón,  que  dieron  con  el  gobernador 
y  con  ellos  en  el  suelo,  y  el  uno  de  ellos  perdió  la  go- 
rra; y  como  pasó  esto,  le  llevaron  con  toda  priesa  a 
embarcar  al  bergantín;  y  ansí,  le  cerraron  con  tablas  la 
popa  de  él;  y  estando  allí,  le  echaron  dos  candados 
que  no  le  dejaban  lugar  para  rodearse,  y  así  se  hicie- 
ron al  largo  el  río  abajo.  Dos  días  después  de  embar- 
cado el  gobernador,  ido  el  río  abajo,  Domingo  de  Ira- 

CABEZA    DE    VACA. —  NAUFRAGIOS  23 


354         (ALVAR  NÚÑE2  CABEZA  DE  VACA      CAP.  LXXXIII 

la  y  el  contador  Felipe  de  Cáceres  y  el  factor  Pedro 
Dorantes  juntaron  sus  amigaos  y  dieron  en  la  casa  del 
capitán  Salazar,  y  lo  prendieron  a  él  y  a  Pedro  de  Es- 
topiñán  Cabeza  de  Vaca,  y  los  echaron  prisiones  y  me- 
tieron en  un  berg^antín,  y  vinieron  el  río  abajo  hasta 
que  llegaron  al  berg-antín  a  do  venía  el  gfobernador,  y 
con  él  vinieron  presos  a  Castilla;  y  es  cierto  que  si  el 
capitán  Salazar  quisiera,  el  gobernador  no  fuera  preso, 
ni  menos  pudieran  sacallo  de  la  tierra  ni  traello  a 
Castilla;  mas,  como  quedaba  por  teniente,  disimuló- 
lo todo;  y  viniendo  así,  rogó  a  los  oficiales  que  le  deja- 
sen traer  dos  criados  suyos  para  que  le  sirviesen  por  el 
camino  y  le  hiciesen  de  comer,  y  así,  metieron  los  dos 
criados,  no  para  que  le  sirviesen,  sino  para  que  vinie- 
sen bogando  cuatrocientas  leguas  el  río  abajo,  y  no  ha- 
llaban hombre  que  quisiese  venir  a  traerle,  y  a  unos 
traían  por  fuerza,  y  otros  se  venían  huyendo  por  la  tie- 
rra adentro,  a  los  cuales  tomaron  sus  haciendas,  las 
cuales  daban  a  los  que  traían  por  fuerza,  y  en  este  ca- 
mino los  oficiales  hacían  una  maldad  muy  grande,  y 
era  que,  al  tiempo  que  le  prendieron,  otro  día  y  otros 
tres  andaban  diciendo  a  la  gente  de  su  parcialidad  y 
otros  amigos  suyos  mil  males  del  gobernador,  y  al  ca- 
bo les  decían:  «¿Qué  os  parece?  ¿Hecimos  bien  por 
vuestro  provecho  y  servicio  de  Su  Majestad?  Y  pues  así 
es,  por  amor  de  mí  que  echéis  una  firma  aquí  al  cabo 
de  este  papel.»  Y  de  esta  manera  hinchieron  cuatro 
manos  de  papel,  y  viniendo  el  río  abajo,  ellos  mesmos 
decían  y  escribían  los  dichos  contra  el  gobernador,  y 
quedaban  los  que  lo  firmaron  trecientas  leguas  el  río 
arriba  en  la  ciudad  de  la  Ascensión;  y  de  esta  manera 
fueron  las  informaciones  que  enviaron  contra  el  go- 
bernador. 


CAPITULO    LXXXIV 

Cómo  dieron  rejalgar  tres  veces  al  gobernador  viniendo 
jcn  este  camino. 

Viniendo  el  río  abajo  mandaron  los  oficiales  a  un 
Machín,  vizcaíno,  que  le  guisase  de  comer  al  goberna- 
dor, y  después  de  guisado  lo  diese  a  un  Lope  Duarte, 
aliados  de  los  oficiales  y  de  Domingo  de  Irala,  y  cul- 
pados como  todos  los  otros  que  le  prendieron,  y  venía 
por  solicitador  de  Domingo  de  Irala  y  para  hacer  sus 
negocios  acá;  y  viniendo  así,  debajo  de  la  guarda  y 
amparo  de  éstos,  le  dieron  tres  veces  rejalgar  (1);  y  para 
remedio  de  esto  traía  consigo  una  botija  de  aceite  y 
un  pedazo  de  unicornio,  y  cuando  sentía  algo  se  apro- 
vechaba de  estos  remedios  de  día  y  de  noche  con  muy 
gran  trabajo  y  grandes  gómitos,  y  plugo  a  Dios  que  es- 
capó de  ellos;  y  otro  día  rogó  a  los  oficiales  que  le 
traían,  que  eran  Alonso  Cabrera  y  Garci-Vanegas,  que 
le  dejasen  guisar  de  comer  a  sus  criados,  porque  de 
ninguna  mano  de  otra  persona  no  lo  había  de  tomar. 
Y  ellos  le  respondieron  que  lo  había  de  tomar  y  de 
comer  de  la  mano  que  se  lo  daba,  porque  de  otra  nin- 
guna no  habían  de  consentir  que  se  lo  diese,  que  a 
ellos  no  se  les  daba  nada  que  se  muriese;  y  ansí,  estu- 
vo de  aquella  vez  algunos  días  sin  comer  nada,  hasta 
que  la  necesidad  le  constriñó  que  pasase  por  lo  que 
ellos  querían.  Habían  prometido  a  muchas  personas  de 


(1)     El  rejalgar  o  sandáraca  —  súlfído  hipoarsenioso  —  es  com> 
puesto  muy  venenoso. 


356  ALVAR    NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA|  CAP. 

los  traer  en  la  carabela  que  deshicieron,  a  estos  reinos, 
por  que  les  favoreciesen  en  la  prisión  del  gobernador 
y  no  fuesen  contra  ellos,  especial  a  un  Francisco  de  Pa- 
redes, de  Burgos,  y  fray  Juan  de  Salazar,  fraile  de  la 
orden  de  nuestra  Señora  de  la  Merced.  Ansímesmo 
traían  preso  a  Luis  de  Miranda,  y  a  Pedro  Hernández, 
y  al  capitán  Salazar  de  Espinosa  y  a  Pedro  Vaca.  Y 
llegados  el  río  abajo  a  las  islas  de  Sant  Gabriel,  no  qui- 
sieron traer  en  el  bergantín  a  Francisco  de  Paredes  ni 
a  fray  Juan  de  Salazar,  porque  éstos  no  favoreciesen  al 
gobernador  acá  y  dijesen  la  verdad  de  lo  que  pasaba; 
y  por  miedo  de  esto  los  hicieron  tornar  a  embarcar  en 
los  bergantines  que  volvían  el  río  arriba  a  la  Ascensión, 
habiendo  vendido  sus  casas  y  haciendas  por  mucho  me- 
nos de  lo  que  valían  cuando  los  hicieron  embarcar;  y 
decían  y  hacían  tantas  exclamaciones,  que  era  la  ma- 
yor lástima  del  mundo  oíllos.  Aquí  quitaron  al  gober- 
nador sus  criados,  que  hasta  allí  le  habían  seguido  y 
remado,  que  fué  la  cosa  que  él  más  sintió  ni  que  más 
pena  le  diese  en  todo  lo  que  había  pasado  en  su  vida, 
y  ellos  no  lo  sintieron  menos;  y  allí  en  la  isla  de  Sant 
Gabriel  estuvieron  dos  días,  y  al  cabo  de  ellos  par- 
tieron para  la  Ascensión  los  unos,  y  los  otros  para  Es- 
paña; y  después  de  vueltos  los  bergantines,  en  el  que 
traían  al  gobernador,  que  era  de  hasta  once  bancos^ 
venían  veinte  y  siete  personas  por  todos;  siguieron  su 
viaje  el  río  abajo  hasta  que  salieron  a  la  mar,  y  dende 
que  a  ella  salieron  les  tomó  una  tormenta  que  hinchió 
todo  el  bergantín  de  agua,  y  perdieron  todos  los  bas- 
timentos, que  no  pudieron  escapar  de  ellos  sino  una 
poca  de  harina  y  una  poca  de  manteca  de  puerco  y 
de  pescado,  y  una  poca  de  agua,  y  estuvieron  a  punto 
de  perescer  ahogados.  Los  oficiales  que  traían  preso 
al  gobernador  les  paresció  que  por  el  agravio  y  sin- 
justicia  que  le  habían  hecho  y  hacían  en  le  traer  pre- 
so y  aherrojado  era  Dios  servido  de  dalles  aquella  tor- 
menta tan  grande,  determinaron  de  le  soltar  y  quitar 


LXXXIV 


COMEN  T  A  r!i  O  S  357 


las  prisiones,  y  con  este  presupuesto  se  las  quitaron,  y 
fué  Alonso  Cabrera,  el  veedor,  el  que  se  las  limó,  y  él 
y  Garci-Vanegas  le  besaron  el  pie,  aunque  él  no  quiso,  y 
dijeron  públicamente  que  ellos  conoscían  y  confesaban 
que  Dios  les  había  dado  aquellos  cuatro  días  de  tormen- 
ta por  los  agravios  y  sinjusticias  que  le  habían  hecho  sin 
razón,  y  que  ellos  manifestaban  que  le  habían  hecho 
muchos  agravios  y  sinjusticias,  y  que  era  mentira  y  fal- 
sedad todo  lo  que  habían  dicho  y  depuesto  contra  él,  y 
que  para  ello  habían  hecho  hacer  dos  mil  juramentos 
falsos,  por  malicia  y  por  envidia  que  de  él  tenían  porque 
en  tres  días  había  descubierto  la  tierra  y  caminos  de  ella, 
lo  que  no  habían  podido  hacer  en  doce  años  que  ellos 
había  que  estaban  en  ella;  y  que  le  rogaban  y  pedían 
por  amor  de  Dios  que  les  perdonase  y  les  prometiese  que 
no  daría  aviso  a  Su  Majestad  de  cómo  ellos  le  habían 
preso;  y  acabado  de  soltarle,  cesó  el  agua  y  viento  y  tor- 
menta, que  había  cuatro  días  que  no  había  escampado; 
y  así,  venimos  en  el  bergantín  dos  mil  y  quinientas  le- 
guas por  golfo,  navegando  sin  ver  tierra,  más  del  agua 
y  el  cielo,  y  no  comiendo  más  de  una  tortilla  de  harina 
frita  con  una  poca  de  manteca  y  agua,  y  deshacían  el 
bergantín  a  veces  para  hacer  de  comer  aquella  tortilla 
de  harina  que  comían,  y  de  esta  manera  venimos  con 
mucho  trabajo  hasta  llegar  a  las  islas  de  los  Azores,  que 
son  del  serenísimo  rey  de  Portugal,  y  tardamos  en  el 
viaje  hasta  venir  allí  tres  meses;  y  no  fuera  tanta  la 
hambre  y  necesidad  que  pasamos  si  los  que  traían  preso 
al  gobernador  osaran  tocar  en  la  costa  del  Brasil  o  irse 
a  la  isla  de  Santo  Domingo,  que  es  en  las  Indias,  lo  cual 
no  osaron  hacer,  como  hombres  culpados  y  que  venían 
huyendo,  y  que  temían  que  llegados  a  una  de  las  tie- 
rras que  dicho  tengo  los  prendieran  y  hicieran  justicia 
de  ellos  como  hombres  que  iban  alzados  y  habían  sido 
aleves  contra  su  rey,  y  temiendo  esto,  no  habían  querido 
tomar  tierra;  y  al  tiempo  que  llegamos  a  los  Azores,  los 
oficiales  que  le  traían,  con  pasiones  que  traían  entre 


358  ALVAR    NÚÑEZ    CABEZA    DE   VACA  CAP. 

ellos,  se  dividieron  y  vinieron  cada  uno  por  su  parte,  y 
se  embarcaron  divididos,  y  primero  que  se  embarcasen 
intentaban  que  la  justicia  de  Angla  prendiese  al  gober- 
nador y  lo  detuviese  por  que  no  viniese  a  dar  cuenta  a 
Su  Majestad  de  los  delitos  y  desacatos  que  en  aquella 
tierra  habían  hecho,  diciendo  que  al  tiempo  que  pasó 
por  las  islas  de  Cabo  Verde  había  robado  la  tierra  y 
puerto.  Oído  por  el  corregidor,  les  dijo  que  se  fuesen,, 
porque  su  rey  no  era  home  que  ninguen  osase  pensar 
en  iso,  ni  tenía  a  tan  mal  recado  suos  portos  para  que 
ningún  osase  o  facer.  Y  visto  que  no  bastó  su  malicia 
para  le  detener,  ellos  se  embarcaron  y  se  vinieron  para 
estos  reinos  de  Castilla,  y  llegaron  a  ella  ocho  o  diez 
días  primero  que  el  gobernador,  porque  con  tiempos 
contrarios  se  detuvo  en  éstos;  y  llegados  ellos  primero 
que  el  gobernador  a  la  corte  llegase,  publicaban  que  se 
había  ido  al  rey  de  Portugal  para  darle  aviso  de  aque- 
llas partes,  y  dende  a  pocos  días  llegó  a  esta  corte. 
Como  fué  llegado,  la  propria  noche  desaparecieron  los 
delincuentes  y  se  fueron  a  Madrid,  a  do  esperaron  que 
la  corte  fuese  allí,  como  fué;  y  en  este  tiempo  murió  el 
obispo  de  Cuenca,  que  presidía  en  el  Consejo  de  las 
Indias,  el  cual  tenía  deseo  y  voluntad  de  castigar  aquel 
delito  y  desacato  que  contra  Su  Majestad  se  había  he- 
cho en  aquella  tierra.  Dende  a  pocos  días  después  de 
haber  estado  presos  ellos,  y  el  gobernador  igualmente,^ 
y  sueltos  sobre  fianzas  que  no  saldrían  de  la  corte,  Car- 
el-Vanegas,  que  era  él  uno  de  los  que  le  habían  traído 
y  preso,  murió  muerte  desastrada  y  súpita,  que  le  salta- 
ron los  ojos  de  la  cara,  sin  poder  manifestar  ni  decla- 
rar la  verdad  de  lo  pasado;  y  Alonso  Cabrera,  veedor,, 
su  compañero,  perdió  el  juicio,  y  estando  sin  él  mató  a 
su  mujer  en  Lora;  murieron  súpita  y  desastradamente 
los  frailes  que  fueron  en  los  escándalos  y  levantamien- 
to contra  el  gobernador;  que  paresce  manifestarse  la 
poca  culpa  que  el  gobernador  ha  tenido  en  ello;  y  des- 
pués de  le  haber  tenido  preso  y  detenido  en  la  corte 


LXXXIV  COMENTARIOS  359 

ocho  años,  le  dieron  por  libre  y  quito;  y  por  algunas 
causas  que  le  movieron,  le  quitaron  la  gobernación, 
porque  sus  contrarios  decían  que  si  volvía  a  la  tierra, 
que  por  castigar  a  los  culpados  habría  escándalos  y  al- 
teraciones en  la  tierra;  y  así,  se  la  quitaron,  con  todo  lo 
demás,  sin  haberle  dado  recompensa  de  lo  mucho  que 
gastó  en  el  servicio  que  hizo  en  la  ir  a  socorrer  y  des- 
cubrir. 


RELACIÓN   DE   HERNANDO  DE  RIBERA 


En  la  ciudad  de  la  Ascensión  (que  es  en  el  río  del  Pa- 
raguay, de  la  provincia  del  Río  de  la  Plata),  a  3  días  del 
mes  de  marzo,  año  del  nascimiento  de  nuestro  salvador 
Jesucristo  de  1545  años,  en  presencia  de  mí,  el  escriba- 
no público,  y  testig-os  de  yuso  escritos,  estando  dentro 
de  la  iglesia  y  monasterio  de  nuestra  Señora  de  la 
Merced,  de  redención  de  captivos,  paresció  presente  el 
capitán  Hernando  de  Ribera,  conquistador  en  esta  pro- 
vincia, y  dijo:  Que  por  cuanto  al  tiempo  que  el  señor 
Alvar  Núñez  Cabeza  de  Vaca,  gobernador  y  adelantado 
y  capitán  general  de  esta  provincia  del  Río  de  la  Plata 
por  Su  Majestad,  estando  en  el  puerto  de  los  Reyes  por 
donde  la  entró  a  descubrir  en  el  año  pasado  de  1543,  le 
envió  y  fué  por  su  mandado  con  un  bergantín  y  cierta 
gente  a  descubrir  por  un  río  arriba  que  llaman  Igatu, 
que  es  un  brazo  de  dos  ríos  muy  grandes,  caudalosos, 
el  uno  de  los  cuales  se  llama  Yacareati  y  el  otro  Yaiva, 
según  que  por  relación  de  los  indios  naturales  vienen 
por  entre  las  poblaciones  de  la  tierra  adentro;  y  que  ha- 
biendo llegado  a  los  pueblos  de  los  indios  que  se  lla- 
man los  xarayes,  por  la  relación  que  de  ello  fiobo,  de- 
jando el  bergantín  en  el  puerto  a  buen  recaudo,  se 
entró  con  cuarenta  hombres  por  la  tierra  adentro  a  la 
ver  y  descubrir  por  vista  de  ojos.  E  yendo  caminando 
por  muchos  pueblos  de  indios,  hobo  y  tomó  de  los  in- 
dios naturales  de  los  dichos  pueblos  y  de  otros  que  de 
más  lejos  le  vinieron  a  ver  y  hablar  larga  y  copiosa 
relación,  la  cual  él  examinó  y  procuró  examinar  y  par- 


RELACIÓN   DE   HERNANDO    DE   RIBERA      361 

ticularizar  para  saber  de  ellos  la  verdad,  como  hombre 
que  sabe  la  lengua  cario,  por  cuya  interpretación  y  de- 
claración comunicó  y  platicó  con  las  dichas  generacio- 
nes y  se  informó  de  la  dicha  tierra;  y  porque  al  dicho 
tiempo  él  llevó  en  su  compañía  a  Juan  Valderas,  escri- 
bano de  Su  Majestad,  el  cual  escribió  y  asentó  algunas 
cosas  del  dicho  descubrimiento;  pero  que  la  verdad  de 
las  cosas,  riquezas  y  poblaciones  y  diversidades  de 
gentes  de  la  dicha  tierra  no  las  quiso  decir  al  dicho 
Juan  Valderas  para  que  las  asentase  por  su  mano  en  la 
dicha  relación,  ni  clara  y  abiertamente  las  supo  ni  en- 
tendió, ni  él  las  ha  dicho  ni  declarado,  porque  al  dicho 
tiempo  fué  y  era  su  intención  de  las  comunicar  y  decir 
al  dicho  señor  gobernador,  para  que  luego  entrase  per- 
sonalmente a  conquistar  la  tierra,  porque  así  convenía 
al  servicio  de  Dios  y  de  Su  Majestad;  y  que  habiendo 
entrado  por  la  tierra  ciertas  jornadas,  por  carta  y  man- 
damiento del  señor  gobernador  se  volvió  al  puerto  de 
los  Reyes,  y  a  causa  de  hallarle  enfermo  a  él  y  a  toda 
la  gente  no  tuvo  lugar  de  le  poder  informar  del  descu- 
brimiento, y  darle  la  relación  que  de  los  naturales 
había  habido;  y  dende  a  pocos  días,  constreñido  por 
necesidad  de  la  enfermedad,  por  que  la  gente  no  se  le 
muriese  se  vino  a  esta  ciudad  y  puerto  de  la  Ascen- 
sión, en  la  cual,  estando  enfermo,  dende  a  pocos  días 
que  fué  llegado,  los  oficiales  de  Su  Majestad  le  pren- 
dieron (como  es  a  todos  notorio),  por  manera  que  no  le 
pudo  manifestar  la  relación;  y  porque  agora  al  presen- 
te los  oficiales  de  Su  Majestad  van  con  el  señor  gober- 
nador a  los  reinos  de  España,  y  porque  podría  ser  que 
en  el  entretanto  a  él  le  suscediese  algún  caso  de  muer- 
te o  ausencia,  o  ir  a  otras  partes  donde  no  pudiese  ser 
habido,  por  donde  se  perdiese  la  relación  y  avisos  de 
la  entrada  y  descubrimiento,  que  Su  Majestad  sería 
muy  deservido,  y  al  señor  gobernador  le  vernía  mucho 
daño  y  pérdida,  todo  lo  cual  sería  a  su  culpa  y  cargo; 
por  tanto,  y  por  el  descargo  de  su  conciencia,  y  por 


362      R¡ELACIÓN    DE   HERNANDO    DE   RIBERA 

cumplir  con  el  servicio  de  Dios  y  de  Su  Majestad,  y 
del  señor  g^obernador  en  su  nombre,  ahora  ante  mí  el 
escribano  quiere  hacer  y  hacía  relación  del  dicho  su 
descubrimiento  para  dar  aviso  a  Su  Majestad  de  él  y 
de  la  información  y  relación  que  hobo  de  los  indios 
naturales,  y  que  pedía  y  requería  a  mí  el  dicho  escri- 
bano la  tomase  y  recibiese,  la  cual  dicha  relación  hizo 
en  la  forma  siguiente: 

Dijo  y  declaró  el  dicho  capitán  Hernando  de  Ribera 
que  a  20  días  del  mes  de  diciembre  del  año  pasado 
de  1543  años  partió  del  puerto  de  los  Reyes  en  el  ber- 
gantín nombrado  el  Golondrino^  con  cincuenta  y  dos 
hombres,  por  mandado  del  señor  gobernador,  y  fué 
navegando  por  el  río  del  Igatu,  que  es  brazo  de  los  di- 
chos dos  ríos  Yacareati  y  Yaiva;  este  brazo  es  muy 
grande  y  caudaloso,  y  a  las  seis  jornadas  entró  en  la 
madre  de  estos  dos  ríos,  según  relación  de  los  indios 
naturales  por  do  fué  tocando;  estos  dos  ríos  señalaron 
que  vienen  por  la  tierra  adentro,  y  este  río,  que  se  dice 
Yaiva,  debe  proceder  de  las  sierras  de  Santa  Marta;  es 
río  muy  grande  y  poderoso,  mayor  que  el  río  Yaca- 
reati; el  cual,  según  las  señales  que  los  indios  dan, 
viene  de  las  sierras  del  Perú,  y  entre  el  un  río  y  el 
otro  hay  gran  distancia  de  tierra  y  pueblos  de  infínitas 
gentes,  según  los  naturales  dijeron,  y  vienen  a  juntar- 
se estos  dos  ríos  Yaiva  y  Yacareati  en  tierra  de  los  in- 
dios que  se  dicen  perobazaes,  y  allí  se  tornan  a  divi- 
dir; y  a  setenta  leguas  el  río  abajo  se  tornan  a  juntar, 
y  habiendo  navegado  diez  y  siete  jornadas  por  el  di- 
cho río  pasó  por  tierra  de  los  indios  perobazaes,  y 
llegó  a  otra  tierra  que  se  llaman  los  indios  xarayes, 
gentes  labradores  de  grandes  mantenimientos  y  cria- 
dores de  patos  y  gallinas  y  otras  aves,  pesquerías  y 
cazas;  gente  de  razón,  y  obedescen  a  su  principal. 

Llegado  a  esta  generación  de  los  indios  xarayes,  es- 
tando en  un  pueblo  de  ellos  de  hasta  mil  casas,  adon- 
de su  principal  se  llama  Camire,  el  cual  le  hizo  buen 


RELACIÓN    DE   HERNANDO    DE    R   BERA      363 

recebimiento,  del  cual  se  |informó  de  I6s  poblaciones 
de  la  tierra  adentro;  y  por  la  relación  que  aquí  le  die- 
ron, dejando  el  bergantín  con  doce  hombres  de  guarda 
y  con  una  guía  que  llevó  de  los  dichos  xarayes,  pasó 
adelante  y  caminó  tres  jornadas  hasta  llegar  a  los  pue- 
blos y  tierra  de  una  generación  de  indios  que  se  dicen 
urtueses,  la  cual  es  buena  gente  y  labradores,  a  la  ma- 
nera de  los  xarayes;  y  de  aquí  fué  caminando  por  tie- 
rra toda  poblada,  hasta  ponerse  en  quince  grados  me- 
nos dos  tercios,  yendo  la  vía  del  oeste. 

Estando  en  estos  pueblos  de  los  urtueses  y  aburuñes, 
vinieron  allí  otros  muchos  indios  principales  de  otros 
pueblos  más  adentro  comarcanos  a  hablar  con  él  y  trae- 
lle  plumas,  a  manera  de  las  del  Perú,  y  planchas  de 
metal  chafalonía,  de  los  cuales  se  informó,  y  tuvo  plá- 
tica y  aviso  de  cada  uno  particularmente  de  las  pobla- 
ciones y  gentes  de  adelante;  y  los  dichos  indios,  en 
conformidad,  sin  discrepar,  le  dijeron  que  a  diez  jor- 
nadas de  allí,  a  la  banda  del  oesnorueste,  habitaban  y 
tenían  muy  grandes  pueblos  unas  mujeres  que  tenían 
mucho  metal  blanco  y  amarillo,  y  que  los  asientos  y 
servicios  de  sus  casas  eran  todos  del  dicho  metal  y  te- 
nían por  su  principal  una  mujer  de  la  misma  genera- 
ción, y  que  es  gente  de  guerra  y  temida  de  la  genera- 
ción de  los  indios;  y  que  antes  de  llegar  a  la  generación 
de  las  dichas  mujeres  estaba  una  generación  de  los  in- 
dios (que  es  gente  muy  pequeña),  con  los  cuales,  y  con 
la  generación  de  éstos  que  le  informaron,  pelean  las  di- 
cha mujeres  y  les  hacen  guerra,  y  que  en  cierto  tiem- 
po del  año  se  juntan  con  estos  indios  comarcanos  y  tie- 
nen con  ellos  su  comunicación  carnal,  y  si  las  que  que- 
dan preñadas  paren  hijas,  tiénenselas  consigo,  y  los 
hijos  los  crían  hasta  que  dejan  de  mamar,  y  los  envían  a 
sus  padres;  y  de  aquella  parte  de  los  pueblos  de  las  di- 
chas mujeres  había  muy  grandes  poblaciones  y  gente  de 
indios  que  confinan  con  las  dichas  mujeres,  que  lo  ha- 
bían dicho  sin  preguntárselo;  a  lo  que  le  señalaron,  está 


364      RELACIÓN    DE   HERNANDO    DE    RIBERA 

parte  de  un  lago  de  agua  muy  grande,  que  los  indios 
nombraron  la  casa  del  Sol;  dicen  que  allí  se  encierra  el 
Sol;  por  manera  que  entre  las  espaldas  de  Santa  Marta 
y  el  dicho  lago  habitan  las  dichas  mujeres,  a  la  banda 
del  oesnorueste;  y  que  adelante  de  las  poblaciones 
que  están  pasados  los  pueblos  de  las  mujeres  hay  otras 
muy  grandes  poblaciones  de  gentes,  los  cuales  son  ne- 
gros, y  a  lo  que  señalaron,  tienen  barbas  como  aguile- 
ñas, a  manera  de  moros.  Fueron  preguntados  cómo 
sabían  que  eran  negros.  Dijeron  que  porque  los  habían 
visto  sus  padres  y  se  lo  decían  otras  generaciones  co- 
marcanas a  la  dicha  tierra,  y  que  eran  gente  que  anda- 
ban vestidos,  y  las  casas  y  pueblos  los  tienen  de  piedra 
y  tierra,  y  son  muy  grandes,  y  que  es  gente  que  poseen 
mucho  metal  blanco  y  amarillo,  en  tanta  cantidad,  que 
no  se  sirven  con  otras  cosas  en  sus  casas  de  vasijas  y 
ollas  y  tinajas  muy  grandes  y  todo  lo  demás;  y  pregun- 
tó a  los  dichos  indios  a  qué  parte  demoraban  los  pue- 
blos y  habitación  de  la  dicha  gente  negra,  y  señalaron 
que  demoraban  al  norueste,  y  que  si  querían  ir  allá, 
en  quince  jornadas  llegarían  a  las  poblaciones  vecinas 
y  comarcanas  a  los  pueblos  de  los  dichos  negros;  y  a 
lo  que  le  paresce,  según  y  la  parte  donde  señaló,  los 
dichos  pueblos  están  en  doce  grados  a  la  banda  del 
norueste,  entre  las  sierras  de  Santa  Marta  y  del  Mara- 
ñón,  y  que  es  gente  guerrera  y  pelean  con  arcos  y  fle- 
chas; ansímismo  señalaron  los  dichos  indios  que  del 
oesnorueste  hasta  el  norueste,  cuarta  al  norte,  hay  otras 
muchas  poblaciones  y  muy  grandes  de  indios;  hay  pue- 
blos tan  grandes,  que  en  un  día  no  pueden  atravesar  de 
un  cabo  a  otro,  y  que  toda  es  gente  que  posee  mucho 
metal  blanco  y  amarillo,  y  con  ello  se  sirven  en  sus 
casas,  y  que  toda  es  gente  vestida;  y  para  ir  allá  po- 
dían ir  muy  presto,  y  todo  por  tierra  muy  poblada.  Y 
que  asimismo  por  la  banda  del  oeste  había  un  lago  de 
agua  muy  grande,  y  que  no  se  parescía  tierra  de  la  una 
banda  a  la  otra;  y  a  la  ribera  del  dicho  lago  había  muy 


RELACIÓN    DE   HERNANDO    DE    RIBERA      365 

grandes  poblaciones  de  gentes  vestidas  y  que  poseían 
mucho  metal,  y  que  tenían  piedras,  de  que  traían  borda^ 
das  las  ropas  y  relumbraban  mucho;  las  cuales  sacaban 
los  indios  del  dicho  lago,  y  que  tenían  muy  grandes 
pueblos,  y  toda  era  gente  la  de  las  dichas  poblaciones 
labradores  y  que  tenían  muy  grandes  mantenimien- 
tos y  criaban  muchos  patos  y  otras  aves;  y  que  dende 
aquí  donde  se  halló  podía  ir  al  dicho  lago  y  poblaciones 
de  él,  a  lo  que  le  señalaron,  en  quince  jornadas,  todo 
por  tierra  poblada,  adonde  había  mucho  metal  y  bue^ 
nos  caminos  en  abajando  las  aguas,  que  a  la  sazón  es- 
taban crescidas,  que  ellos  le  llevarían;  pero  que  eran 
pocos  cristianos,  y  los  pueblos  por  donde  habían  de 
pasar  eran  grandes  y  de  muchas  gentes;  asímesmo  dijo 
y  declaró  que  le  dijeron  y  informaron  y  señalaron  a  la 
banda  del  oeste,  cuarta  al  sudueste,  había  muy  gran- 
des poblaciones,  que  tenían  las  casas  de  tierra  y  que 
era  buena  gente,  vestida  y  muy  rica,  y  que  tenían  mu- 
cho metal  y  criaban  mucho  ganado  de*ovejas  muy  gran- 
des (1),  con  las  cuales  se  sirven  en  sus  rozas  y  labran- 
zas, y  las  cargan,  y  les  preguntó  si  las  dichas  poblacio- 
nes de  los  dichos  indios  si  estaban  muy  lejos;  y  que  les 
respondieron  que  hasta  ir  ellos  era  toda  tierra  poblada 
de  muchas  gentes,  y  que  en  poco  tiempo  podía  llegar  a 
ellas,  y  entre  las  dichas  poblaciones  hay  otra  gente  de 
cristianos,  y  había  grandes  desiertos  de  arenales  y  na 
había  agua.  Fueron  preguntados  cómo  sabían  que  ha- 
bía cristianos  de  aquella  banda  de  las  dichas  poblacio- 
nes, y  dijeron  que  en  los  tiempos  pasados  los  indios  co- 
marcanos da  las  dichas  poblaciones  habían  oído  decir  a 
los  naturales  de  los  dichos  pueblos  que,  yendo  los  dt 
su  generación  por  los  dichos  desiertos,  habían  visto 
venir  mucha  gente  vestida,  blanca,  con  barbas,  y  traían 
unos  animales  (según  señalaron  eran  caballos),  diciendo 
que  venían  en  ellos  caballeros,  y  que  a  causa  de  no 

(!)     Alusión  a  las  llamas  del  Perú. 


366      RELACIÓN    DE    HERNANDO    DE    RIBERA 

haber  agua  los  habían  visto  volver,  y  que  se  habían 
muerto  muchos  de  ellos;  y  que  los  indios  de  las  dichas 
poblaciones  creían  que  venía  la  dicha  gente  de  aquella 
banda  de  los  desiertos;  y  que  asimismo  le  señalaron 
que  a  la  banda  del  oeste,  cuarta  al  sueste,  había  muy 
grandes  montañas  y  despoblado,  y  que  los  indios  lo  ha- 
bían probado  a  pasar,  por  la  noticia  que  de  ello  tenían 
que  había  gentes  de  aquella  banda,  y  que  no  habían 
podido  pasar,  porque  se  morían  de  hambre  y  sed.  Fue- 
ron preguntados  cómo  lo  sabían  los  susodichos.  Dije- 
on  que  entre  todos  los  indios  de  toda  esta  tierra  se  co- 
municaban y  sabían  que  era  muy  cierto,  porque  habían 
visto  y  comunicado  con  ellos,  y  que  habían  visto  los  di- 
chos cristianos  y  caballos  (1)  que  venían  por  los  dichos 
desiertos,  y  que  a  la  caída  de  las  dichas  sierras,  a  la 
parte  del  sudueste,  había  muy  grandes  poblaciones  y 
gente  rica  de  mucho  metal,  y  que  los  indios  que  decían 
lo  susodicho  decían  que  tenían  ansímesmo  noticia  que 
•en  la  otra  banda,  en  el  agua  salada,  andaban  navios  muy 
grandes.  Fué  preguntado  si  en  las  dichas  poblaciones 
hay  entre  las  gentes  de  ellos  principales  hombres  que 
los  mandan.  Dijeron  que  cada  generación  y  población 
tiene  solamente  uno  de  la  mesma  generación,  a  quien 
todos  obedescen;  declaró  que  para  saber  la  verdad  de 
los  dichos  indios  y  saber  si  discrepaban  en  su  decla- 
ración, en  todo  un  día  y  una  noche  a  cada  uno  por  sí 
les  preguntó  por  diversas  vías  la  dicha  delaración;  en 
la  cual,  tornándola  a  decir  y  declarar  sin  variar  ni  dis- 
crepar, se  conformaron. 

La  cual  relación  de  suso  contenida  el  capitán  Her- 
nando de  Ribera  dijo  y  declaró  haberle  tomado  y  res- 
cebido  con  toda  claridad  y  fidelidad  y  lealtad,  y  sin  en- 
gaño, fraude  ni  cautela;  y  porque  a  la  dicha  su  relación 
se  pueda  dar  y  dé  toda  fe  y  crédito,  y  no  se  pueda  po- 


(1)     Alusión  a  la  conquista  del  Perú,  por  Pizarro,  y  exploración 
de  Chile,  por  Almagro. 


RELACIÓN    DE    HERNANDO    DE    RIBERA      367 

ner  ni  pong-a  ninguna  duda  en  ello  ni  en  parte  de  ello, 
dijo  que  juraba,  y  juró  por  Dios  y  por  Santa  María  y  por 
las  palabras  de  los  santos  cuatro  Evangelios,  donde 
corporalmente  puso  su  mano  derecha  en  un  libro  misal, 
que  al  presente  en  sus  manos  tenía  el  reverendo  padre 
Francisco  González  de  Paniagua,  abierto  por  parte  do 
estaban  escritos  los  santos  Evangelios,  y  por  la  señal 
de  la  cruz,  a  tal  como  esta  t>  donde  asimismo  puso  su 
mano  derecha,  que  la  relación,  según  de  la  forma  y 
manera  que  la  tiene  dicha  y  declarada  y  de  suso  se  con- 
tiene, le  fué  dada,  dicha  y  denunciada  y  declarada  por 
los  dichos  indios  principales  de  la  dicha  tierra  y  de  otros 
hombres  ancianos,  a  los  cuales  con  toda  diligencia  exa- 
minó y  interrogó,  para  saber  de  ellos  verdad  y  claridad 
de  las  cosas  de  la  tierra  adentro;  y  que  habida  la  dicha 
relación,  asimismo  le  vineron  a  ver  otros  indios  de  otros 
pueblos,  principalmente  de  un  pueblo  muy  grande  que 
se  dice  Úretabere,  y  de  una  jornada  de  él  se  volvió; 
que  de  todos  los  dichos  indios  asimismo  tomó  aviso, 
y  que  todos  se  conformaron  con  la  dicha  relación  clara 
y  abiertamente;  y  so  cargo  del  dicho  juramento,  declaró 
que  en  ello  ni  en  parte  de  ello  no  hobo  ni  hay  cosa 
ninguna  acrescentada  ni  fingida,  salvo  solamente  la 
verdad  de  todo  lo  que  le  fué  dicho  y  informado  sin 
fraude  ni  cautela.  Otrosí  dijo  y  declaró  que  le  informa- 
ron los  dichos  indios  que  el  río  de  Yacareati  tiene  un 
salto  que  hace  unas  grandes  sierras,  y  que  lo  que  dicho 
tiene  es  la  verdad;  y  que  si  ansí  es,  Dios  le  ayude,  y  si 
es  al  contrario.  Dios  se  lo  demande  mal  y  caramente 
en  este  mundo  al  cuerpo,  y  en  el  otro  al  ánima,  donde 
más  ha  de  durar.  A  la  confísión  del  dicho  juramento 
dijo:  «Sí  juro,  amén>,  y  pidió  y  requirió  a  mí  el  dicho 
escribano  se  lo  diese  así  por  fe  y  testimonio  al  dicho 
señor  gobernador,  para  en  guarda  de  su  derecho;  siendo 
presentes  por  testigos  el  dicho  reverendo  padre  Pania- 
gua,  Sebastián  de  Valdivieso, camarero  del  dicho  señor 
gobernador,  y  Gaspar  de  Hortigosa,  y  Juan  de  Hoces, 


368      RELACIÓN    DE    HERNANDO    DE    RIBERA 

vecinos  de  la  ciudad  de  Córdoba,  los  cuales  todos  lo 
firmaron  así  de  sus  nombres.  —  Francisco  González 
Panlagua.  —  Sebastián  de  Valdivieso.  — Juan  de  Ho- 
ces. —  Hernando  de  Ribera.  —  Gaspar  de  Hortigosa. 
Pasó  ante  mí,  Pero  Hernández,  escribano. 


COMPAI^IA    AMÚNIMA    OC 

LIBRtRlA    PUDUCAl 

CIONHS   V  COI- 

CION&A 


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