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Full text of "Obras poéticas cómpletas"

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OBRAS  POÉTICAS 


COMPLETAS   DE 


DON  JOSÉ  DE  ESPRONCEDA. 


Digitized  by  the  Internet  Archive 

in  2011  with  funding  from 

University  of  Toronto 


http://www.archive.org/details/obraspoticascmplOOespr 


D.  JOSÉ  DE  ESP^ONCEDA, 


U6 
tSlG        BIBLIOTECA   JANE, 


OBRAS  POÉTICAS 


COMPLETAS   DE 


D.JOSÉ  DE  ESPRONCEDA 

PRECEDIDAS    DE    ÜN    PRÓLOGO 

POR 

D.  JOSÉ  GARCÍA  DE  VILLALTA. 

DE    LA   BIOGKAFÍA   DEL   AUTOR 
POR 

D.  ANTONIO  FERRER  DEL  RIO 

Y 
ADORNADAS  CON  SU  RETRATO. 


BARCELONA. 

DEBEN   DIRIGIRSE  LOS   PEDIDOS  A   LOS 

SEÑORES   JANE   HERMANOS,   EDITORES, 

RONDA   DE   SAN   ANTONIO,   58. 


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LeipzigJ— 1876. 


PRÓLOGO 


Pocos  libros  se  han  publicado  recientemente  en 
España  con  menos  necesidad  de  prólogo,  que  el  de 
las  elegantes  poesías  del  Sr.  D.  José  de  Espronce- 
DA,  que  ahora  sale  á  luz.  Mientras,  ausente  el  poeta, 
nos  afanamos  sus  amigos  en  completarla  colección, 
mas  por  honra  de  nuestra  época  y  de  la  musa  y  del 
habla  castellana,  que  por  obsequio  al  autor,  cuya 
modestia  y  abandono  generoso,  proverbial  entre 
cuantos  le  conocen,  habria  hecho  su  cooperación 
dificilísima,  anímanos  en  nuestra  halagüeña  tarea 
la  certidumbre  de  que  es  verdaderamente  popular 
este  trabajo,  y  de  verdadera  importancia  para  la  li- 
teratura española,  reunir  en  un  solo  cuerpo  esos  pre- 
ciosos fragmentos  y  composiciones  sueltas,  perlas 
de  nuestro  Parnaso,  que  ya  en  manuscritos,  ya  en 
incorrectas  publicaciones,  han  circulado  con  aplau- 
so universal,  y  en  nuestros  dias  inaudito. 

No  se  ofrecen,  pues,  al  público,  las  poesías  de  Es- 
PRONCEDA  con  áuimo  de  explorar  su  juicio,  ni  de 
merecer  una  sentencia  favorable,  que  pronunciada 
ya  por  unanimidad,  hace  muchos  años,  en  el  entu- 
siasmo que  las  sublimes  composiciones  del  Pirata. 
el  Mendigo,  el  Verdugo,  el  Himno  al  Sol  y  otras  mu- 


VI  PROLOGO. 

chas  excitaran  en  los  liceos  y  academias,  en  la  pren- 
sa periódica  de  la  capital  y  de  las  provincias,  en  los 
salones  mas  cultos  y  de  mejor  tono,  así  como  en  las 
turbas  del  pueblo,  último  y  supremo  juez,  por  mas 
que  muchos  lo  ig^noren  ó  lo  nieg'uen,  en  materias  de 
buen  g'usto;  fuera  impertinencia  pedirle  que  ratifi- 
case un  fallo  nunca  desmentido  ni  puesto  en  duda. 
Pero  la  misma  benevolencia  del  juicio  exig'e  de  los 
amig*os  del  poeta  que  presenten  al  público  todo  el 
ramillete,  ya  que  varias  de  las  joyas  y  de  las  suaví- 
simas flores  que  le  componen,  le  han  deleitado  con 
su  viva  luz,  con  su  dulce  y  delicado  aroma,  con  sus 
espléndidos  matices,  ora  ilustrando  su  mente,  ora 
depurando  sus  afectos,  ó  reanimando  la  llama  de 
sus  virtudes. 

No  es  de  este  lug'ar  el  examen  crítico  de  las  Poe- 
sías de  EspRONCEDA,  ni  convenientes  nunca  los  es- 
fuerzos que  se  dirig*en  á  prevenir  el  juicio  de  los 
lectores.  Y  aunque  así  no  opinásemos,  todavía  nos 
abstendríamos  de  entrar  en  calificaciones  acerca  de 
su  mérito,  pues  de  seguro  no  las  necesitan.  Los  li- 
bros de  los  grandes  ó  de  los  inspirados  escritores 
pueden  presentarse  sin  explicación  ni  apología : 
cuando  estas  se  intentan,  llevan,  por  lo  común,  la 
mira  de  demostrar  que  lo  frío,  lo  vulgar  ó  insípido 
es  bueno  y  que  debe  leerse;  á  lo  cual  suele  respon- 
der el  público,  por  evitar  debates,  que  bueno  será, 
pero  que  no  lo  lee.  Imaginamos,  empero,  que  aunque 
nos  cumpla  renunciar  al  análisis  de  los  bellos  can- 
tos que  á  la  par  del  público  admiramos,  no  nos  se- 
rá ilícito  emitir  la  opinión  de  que  están,  mas  que 
ningunos  otros  que  en  nuestra  lengua  conozcamos. 


PRÓLOGO.  VII 

exentos  de  aquella  inanición  de  que  adolecen  las 
producciones  de  quienes  no  saben  ó  no  sienten  mas 
que  sienten  ó  mas  que  saben  los  que  las  contem- 
plan. Cada  poema  de  Espronceda  es  una  revelación: 
cada  estrofa  un  cuadro  en  que  se  retrata  á  la  natu- 
raleza con  tanta  verdad^  que  la  vemos  allí  fecunda, 
viva  y  en  movimiento,  tal  cual  en  el  mundo  ideal  ó 
el  físico  la  sentimos;  descubriendo,  además,  bajo  el 
pincel  del  artista,  nuevas  formas,  y  hermosuras  y 
armonías  nuevas,  que  por  nosotros  mismos  jamás 
hubiéramos  echado  de  ver.  Todos  los  vivientes  so- 
mos susceptibles  de  impresiones,  y  en  nuestro  pe- 
cho, es  cierto,  yacen  los  gérmenes  de  la  inspiración: 
pero  el  libro  del  poeta,  es  el  mág-ico  espejo  adonde 
se  descubren  los  arcanos  y  misterios  profundos  de 
la  beatitud  que  á  veces  dulcifica  el  alma,  del  dolor 
que  con  mayor  frecuencia  la  inunda.  Profundo  psi- 
cólogfo  nuestro  autor,  tomó  las  formas  de  la  mística 
belleza  del  orbe;  arrancó  sus  secretos  al  mas  puro  y 
recóndito  sentir  del  espíritu  humano;  y  en  una  len- 
.g'ua  castiza,  armoniosa,  fácil,  digna  del  alto  asunto 
que  explicaba,  describió  los  raptos  del  corazón,  el 
vuelo  de  la  fantasía,  arrebatándonos  consigo,  ya 
hasta  el  cénit  dorado  desde  donde  apostrofa  al  sol... 

Vivido  lanzas  de  tu  frente  el  dia; 

Y  alma  y  vida  del  mundo, 

Tu  disco,  en  paz,  majestuoso  envía 
Plácido  ardor  fecundo; 

Y  te  elevas  triunfante, 
Corona  de  los  orbes  centellante; 

ya  á  las  remotas  playas  desde  donde  dirige  á  su  pa- 


Tin  PRÓLOGO. 

tria  el  melancólico  y  tierno  cantar  que  comienza, 
así,  y  cuya  inimitable  unción  crece  en  cada  estrofa:; 

;Cuán  solitaria  la  nación,  que  un  dia 
Poblara  inmensa  gente! 
iLa  nación,  cuyo  imperio  se  extendía 
Del  ocaso  al  oriente! 

Permítasenos,  antes  de  concluir  esta  brevísima  in- 
troducción, tributar  el  homenaje  de  nuestra  grati- 
tud al  hombre  cuyo  profundo  saber,  delicado  gusto 
Y  complaciente  benevolencia  han  contribuido  tanto 
á  cultivar  el  alto  ingenio  de  nuestro  amigo.  El  Se- 
ñor D.  Alberto  Lista  cuenta  á  Espronceda  como  á 
uno  de  sus  mas  aventajados  alumnos;  y  entre  las- 
octavas  del  Ensayo  épico  que  se  publican,  hay  al- 
gunas de  aquel  eminente  profesor,  á  quien  la  ma- 
no de  la  política  puede  separar  momentáneamente 
del  trato,  pero  no  del  corazón,  de  los  que  le  debe- 
mos atenciones  ó  enseñanza. 

Madrid,  Junio  de  1839. 

José  García  de  Villalta. 


BIOGRAFÍA 


DE 


DON  JOSÉ  DE  ESPRONCEDA 


Triste,  muy  triste  es  ver  al  cristalino  y  murmurante  arroyo 
trasformado  en  impetuoso  torrente,  que  cae  y  se  quebranta  de 
peña  en  peña  hasta  arrastrarse  en  el  llano,  cuyas  arenas  lo  ab- 
sorben antes  de  convertirse  en  espaciosa  laguna  para  retratar 
en  su  diáfana  superficie  todas  las  bellezas  que  la  creación  ha- 
cina en  sus  márgenes  privilegiadas.  Triste,  muy  triste  es  ver 
como  desciende  al  sepulcro  en  la  flor  de  sus  años  el  hombre 
que  se  eleva  en  alas  del  genio  y  de  la  poesía  á  excelsas  regio- 
nes y  habita  mundos  desconocidos,  á  que  da  animación  su 
mente  y  donde  le  sustenta  su  imaginación  de  fuego;  así  cede 
el  robusto  roble  al  soplo  de  los  vendábales  y  se  derrumba  con 
hórrido  estruendo;  no  de  otro  modo  se  sumerge  deshecho  por 
las  tormentas  el  empavesado  buque,  gala  y  orgullo  de  los 
mares. 

Tal  es  en  bosquejo  la  vida  del  cantor  del  Biahlo  mundo;  pasa- 
remos con  la  celeridad  posible  por  los  sucesos  que  mas  le  ca- 
racterizan, temerosos  de  que  se  apodere  de  nuestra  alma  la 
amargura,  y  de  que  el  llanto  anuble  la  luz  de  nuestros  ojos. 

A  uno  de  esos  acasos  de  la  guerra  debe  la  gloria  de  contar 
entre  sus  ilustres  hijos  á  D.  José  de  Espronceda  la  patria  de 
Francisco  Pizarro  y  de  Diego  Paredes.  Seguía  su  padre  la  hon- 
rosa profesión  de  la  milicia,  se  hallaba  empeñado  en  la  memo- 
rable campaña  de  la  Independencia  como  coronel  de  un  regi- 
miento de  caballería  en  la  provincia  de  Extremadura;  acompa- 
ñábale su  esposa,  ya  en  cinta,  y  en  una  de  las  continuas  y 
penosas  marchas  de  la  tropa,  hubo  de  quedarse  oprimida  por 
vivísimos  dolores  en  la  villa  de  Almendral ejo,  donde  dio  á 
luz  al  que  mas  tarde  había  de  ser  honra  y  prez  de  la  poesía  cas- 


10  BIOGRAFÍA 

tellana:  corría  á  la  sazón  el  año  de  1810  y  era  la  estación  de  los 

céfiros  y  las  flores. 

Acabada  la  guerra,  se  establecía  en  Madrid  la  familia  de  Es- 
pronceda,  y  ya  tenia  éste  algunos  rudimentos  de  enseñanza  al 
abrirse  el  colegio  de  San  Mateo.  Discípulo  de  Lista,  y  tempra- 
namente afecto  al  cultivo  de  las  musas,  su  primera  oda  se  diri- 
gía á  celebrar  la  jornada  del  7  de  Julio:  enséñesela  á  su  buen 
maestro;  á  cada  verso  de  que  constaba,  á  cada  imagen  mediana- 
mente descrita,  exclamaba  Lista  regocijado:— Oyes,  ¡esto  es 
magnífico!  A  cada  locución  trivial,  á  cada  frase  impropia  é  in- 
coherente, decía  sin  fruncir  e)  ceño:— Mira,  esto  es  de  mal  gus- 
to. Ponderaba  las  bellezas,  corregía  los  defectos  y  animaba  el 
naciente  numen  del  vate:  así  para  llevar  por  un  sendero  á  sus 
alumnos  nunca  empleaba  la  rígida  autoridad  de  maestro,  pues 
sabia  granjearse  su  infantil  cariño,  y  las  blandas  insinuaciones; 
liacian  el  oficio  de  expresos  mandatos.  Espronceda  estudiaba 
privadamente  con  Lista  después  de  cerrado  el  colegio;  tam- 
bién figuraba  entre  los  que  aplicándose  poco,  lucían  mucho; 
miembro  de  la  academia  del  Mirto  progresaba  en  la  poesía;  con 
vocación  á  la  política  y  liberal  por  el  convencimiento  de  que 
es  capaz  un  joven  de  14  años,  pertenecía  á  la  sociedad  de  los 
Numantinos,  en  clase  de  tribuno.  Preso  como  Vega  y  otros  com- 
pañeros suyos  al  recaer  en  aquella  causa  el  fallo  de  los  tribu- 
nales de  justicia,  salia  de  Madrid  con  destino  á  un  convento  de 
Ouadalajara,  ciudad  donde  residía  á  la  sazón  su  padre. 

Allí  en  la  soledad  del  claustro  se  enaltecía  su  mente  juvenil 
y  lozana  por  las  regiones  de  la  epopeya.  Alentado  por  su  inspi- 
ración vigorosa,  no  se  detenia  á  indagar  si  los  sonidos  de  la 
trompa  épica  hallarían  eco  en  la  sociedad  de  nuestro  siglo.  Re- 
corriendo la  Historia  de  España  y  fijándose  en  el  adalid  de  Co- 
vadonga,  le  parecía  asunto  grande,  sublime  y  capaz  de  intere- 
sar á  un  pueblo,  la  restauración  de  la  monarquía  de  los  Godos 
en  pugna  con  la  civilización  floreciente  y  el  guerrero  empuje  de 
los  sectarios  de  Mahoma.  Ofrecía  este  magnífico  cuadro  el  con- 
traste de  dos  creencias,  de  dos  civilizaciones,  de  dos  enseñas, 
la  cruz  y  la  media  luna:  cabían  excelentes  episodios  en  que  al- 
ternaran las  rudas  costumbres  de  los  esforzados  montañeses  lu- 
chando por  su  independencia,  y  la  muelle  vida  de  los  orienta- 
les soñando  amores  en  sus  gabinetes  embalsamados  con  oloro- 
sas esencias  y  enriquecidos  con  sedería  y  oro,  ó  arrojándose  á 
las  lides  para  propagar  la  ley  de  su  profeta  á  sangre  y  fuego. 
Acertado  anduvo  Espronceda  en  elegir  á  Pelayo  por  héroe  de 
su  poema,  argumento  tan  digno  y  grandioso  como  la  ConqvistOr 
de  GroAioÁa  y  el  Descubriraiento  del  Nuevo  3íundo.  Si  hubiéra- 
mos de  calificar  el  mérito  de  su  epopeya  por  los  cantos  insertos 
en  la  colección  de  sus  poesías,  nuestro  voto  le  seria  favorable;. 


DE  D.  JOSÉ  DE  ESPRONCEDA.  11 

pues  hay  allí  pasajes  que  admiran  por  la  verdad  y  atrevimiento 
de  sus  pinturas  como  el  Cuadro  del  hambre  y  el  fatídico  Sueño 
del  Rey  Don  Rodrigo.  A  D.  Alberto  Lista  le  ag-radó  sobre  mane- 
ra el  pensamiento,  y  aun  son  suyas  alg-unas  octavas  en  los  frag-- 
mentos  contenidos.  No  habia  renunciado  Espronceda  á  termi- 
nar  El  Pelayo,  y  constantemente  poseído  de  la  belleza  del  asun- 
to, es  probable  que  al  darle  cima  hubiera  variado  de  metros  á 
fin  de  amenizar  mas  el  conjunto  de  la  obra. 

Cumplida  su  condena  vino  á  la  corte:  bajo  la  recelosa  mirada 
de  la  policía  le  amag-aban  persecuciones,  y  ansioso  de  sacudir 
tan  cruel  desasosiego,  no  menos  que  de  correr  mundo,  deter- 
minó salir  de  España,  y  encaminándose  á  Gibraltar  puso  su 
planta  en  el  primer  país  extranjero  sin  apartarse  de  nuestro 
territorio.  Como  se  trasladó  desde  allí  á  Lisboa,  nos  lo  ha  refe- 
rido con  jovial  tono  y  fácil  gracejo,  distante  ya  de  los  peligros 
y  miserias  que  le  acosaron  entonces.  Por  no  eclipsarla  brillan- 
tez de  su  relato  reduciéndolo  á  mas  estrechos  límites  de  los 
que  ocupa  en  el  Pensamiento,  nos  basta  deducir  de  aquel  artí- 
culo un  dato  importante.  Después  de  echar  el  ancla  en  el  puer- 
to de  Lisboa  el  desmantelado  falucho  que  conducía  al  joven 
emigrado,  lo  abordó  la  falúa  de  sanidad:  exigieron  á  los  pasa- 
jeros el  pago  de  una  gabela;  cuando  á  Espronceda  le  llegó  su 
turno,  sacó  del  bolsillo  un  duro,  única  moneda  que  componía 
todo  su  erario;  le  devolvieron  dos  pesetas  y  las  arrojó  desenfa- 
dadamente al  agua,  porque  no  quiso  entrar  en  tan  gran  capital 
con  tan  poco  dinero. 

Para  el  que  al  anochecer  de  un  dia  nebuloso  ó  sereno  vaga 
por  las  calles  de  una  ciudad  extraña,  sin  pan  que  le  sustente, 
ni  techo  que  le  abrigue,  ni  amigo  que  le  tienda  una  mano,  no 
«on  todas  penas  y  angustias  como  acaso  imaginan  los  que  en 
sedentaria  vida  vegetan  ó  con  la  comodidad  de  la  opulencia 
viajan.  Un  espíritu  henchido  de  fuego  y  ávido  de  aventuras,  un 
corazón  resuelto  y  una  voluntad  firme  triunfan  siempre  de  es- 
te trance,  congojoso  y  amargo  para  los  que  se  anegan  en  poca 
agua.  No  perteneció  Espronceda  á  esta  clase:  pobre  como  Ho- 
mero desembarcaba  en  el  país  del  cantor  de  Vasco  de  Gama: 
allí  entre  privaciones  y  escaseces  tuvo  origen  esa  pasión  amoro- 
sa, violenta,  vehemente  y  profunda,  pasión  embellecida  por  su 
imaginación  ardorosa,  y  que  con  sus  goces  y  penalidades,  sus 
dichas  y  contratiempos,  absorbe  gran  parte  de  su  existencia. 
Propio  de  una  novela  seria  narrar  las  diversas  alternativas  de 
tan  ardientes  amores:  omiti riámoslas  nosotros  aun  cuando  se 
adaptasen  á  la  índole  de  esta  obra,  porque  acaecen  lances  en  la, 
vida  de  los  hombres  que  deben  envolverse  en  el  sudario  del  ol- 
vido, y  hay  secretos  de  amistad  sobre  los  cuales  cae  de  repente 
y  á  perpetuidad  la  losa  del  silencio. 


12  BIOGRAFÍA 

Eran  por  aquella  época  los  emig'rados  la  continua  pesadilla 
de  los  consejeros  del  rey  de  España,  y  no  ios  consentían  á  la 
puerta  de  casa:  por  eso  Espronceda  y  otros  se  vieron  en  la  ne- 
cesidad de  trasladarse  á  Londres,  cuyo  suelo  fué  para  todos 
mas  hospitalario.  Dividia  el  poeta  extremeño  las  horas  entre 
sus  desvarios  amorosos  y  sus  estudios:  leia  á  Shakespeare,  á 
Milton  y  á  Byron,  y  si  consultamos  sus  inclinaciones,  sus  cos- 
tumbres, sus  poesías,  no  seria  difícil  demostrar  que  Espronce- 
da se  propuso  por  modelo  al  último  de  estos  tres  escritores:  en- 
tonaba cánticos  de  apasionada  ternura  á  su  dama  y  dedicaba  á 
su  país  acentos,  no  láng*uidos  y  pobres  de  valentía  como  los  de 
Martínez  de  la  Rosa  en  ocasión  semejante,  sino  bien  sentidos 
y  expresados  á  estilo  del  profeta  de  las  lamentaciones,  deplo- 
rando el  abatimiento  de  la  nación  que  había  dictado  leyes  al 
mundo,  y  en  cuyas  posesiones  nunca  descendía  el  sol  á  su  ocaso. 

Tal  vez  en  Londres  gozaba  Espronceda  el  período  mas  feliz 
de  su  vida  aun  cuando  no  abundase  en  recursos.  Cruzaba  des- 
pués el  canal  de  la  Mancha  fijando  en  París  su  residencia:  en- 
tusiasta por  la  libertad  de  los  pueblos,  se  batía  en  el  puente  de 
las  Artes  y  detrás  de  las  barricadas  durante  los  tres  días  de  Ju- 
lio. Venia  mas  tarde  entre  aquel  puñado  de  españoles  que  mas 
acá  del  Pirineo  dieran  estériles  señales  de  bizarría,  asistiendo 
á  ia  infeliz  jornada  en  que  sucumbiera  heroicamente  D.  Joa- 
quín de  Pablo.  Vuelto  á  París  se  inscribía  en  la  gloriosa  cruza- 
da que  espíritus  nobles  imaginaron  por  salvar  á  la  oprimida 
Polonia,  sublime  y  heroica  empresa  contrariada  por  Luis  Feli- 
pe con  la  voluntad  inflexible  de  un  soberano  bien  quisto  de  su 
pueblo.  A  la  mágica  voz  de  amnistía,  regresaba  Espronceda  al 
suelo  patrio,  y  dirigiendo  ya  los  negocios  el  ministro  Cea,  en- 
traba en  el  cuerpo  de  Guardias  de  la  real  persona.  Amado  de 
sus  compañeros  y  querido  de  sus  jefes,  sin  duda  hubiera  sido 
uno  de  los  mas  pomposos  vastagos  de  aquel  rico  plantel  de  la 
milicia  española,  si  un  imprevisto  suceso  no  viniera  á  cortar 
en  flor  sus  esperanzas.  Hubo  de  escribir  unos  versos  alusivos 
á  la  política  militante,  y  aplaudidos  en  un  banquete;  deslizán- 
dose de  mano  en  mano  es  fama  que  llegaron  á  las  del  primer 
ministro,  quien  no  se  descuidó  en  mostrárselos  al  monarca:  lia- 
mó  éste  al  capitán  del  cuerpo,  y  aunque  al  principio  abogó  con 
energía  por  su  subordinado,  apoyándose  en  su  puntualidad  pa- 
ra el  servicio  y  en  sus  felices  disposiciones  para  la  milicia,  do- 
blóse al  fin  á  las  exigencias  ministeriales  y  el  poeta  dejó  de  ser 
guardia.  Desterrado  á  la  villa  de  Cuellar  reunió  materiales  y 
compuso  una  colección  de  bellos  cuadros,  á  que  dio  el  nombre 
de  novela:  si  corresponde  al  título  que  tiene,  dista  mucho  de  fi- 
gurar El  Sancho  de  Saldaña  en  primera  línea  entre  esa  clase  de 
producciones. 


DE  D.  JOSÉ  DE  ESPRONCEDA.  13 

Apenas  apuntó  en  España  la  aurora  de  la  libertad  con  la  pro- 
mulg-acioR  del  Estatuto,  se  hizo  Espronceda  periodista;  su  al- 
tivo pensamiento  no  podia  soportar  el  yugo  de  la  previa  censu- 
ra. Contábase  entre  los  redactores  del  Siglo,  de  que  era  director 
Don  BernaMino  Nuñez  Arenas,  propietario  el  señor,  Faura 
y  censor  el  señor  González  Allende.  Prohibidos  por  éste  los 
materiales  destinados  al  número  14  del  periódico  mas  calien- 
te de  entonces,  no  sabian  los  redactores  como  salir  de  aquel 
apuro.  Espronceda  tuvo  la  oportuna  idea  de  proponer  que  se 
publicara  El  Siglo  en  blanco:  asintieron  todos  sin  dificultad  á  la 
propuesta,  y  al  dia  siguiente  se  repartía  su  diario  con  los  epí- 
grafes de:  La  Amnistía.— Política  interior.— Carta  de  B.  Migiiel 
y  D.  Manuel  María  Hazaña  en  defensa  de  su  honor  y  patriotismo. 
—Sobre  cortes.— Canción  á  la  muerte  de  D.  Joaquín  de  Pablo 
(Chapalangarra) .  De  resultas  fué  vedada  la  publicación  del  Si- 
glo, y  sus  redactores  tuvieren  que  andar  á  salto  de  mata  para 
desorientar  á  los  que  de  orden  del  gobernador  civil  iban  en  su 
busca. 

Tuvo  Espronceda  gran  parte  en  los  movimientos  de  los  años 
de  1835  y  1836,  haciendo  barricadas  en  la  Plaza  Mayor  de  esta 
corte  y  pronunciando  fogosas  arengas.  Como  en  ambas  ocasio- 
nes pudo  la  autoridad  militar  contener  por  pocas  horas  el  fuego 
que  habia  cundido  de  provincia  en  provincia,  se  vio  obligado  á 
esconderse  el  poeta  revolucionario.  Hallábase  en  los  baños  de 
Santa  Engracia  cuando  el  ayuntamiento  de  Madrid  dio  en  1840 
el  grito  de  Setiembre,  que  forzosamente  habia  de  prevalecer 
secundándolo  el  caudillo  de  los  ejércitos  nacionales  ala  cabeza 
de  cien  mil  combatientes.  Luego  que  lo  supo  tomó  la  posta  y 
vino  á  incorporarse  á  la  octava  compañía  de  cazadores  de  que 
era  teniente.  Sonaba  su  voz  en  el  jurado  defendiendo  un  artícu- 
lo del  Huracán  denunciado  por  aquellos  dias.  Del  modo  mas 
explícito  hizo  alarde  de  sus  opiniones  republicanas;  temia  que 
del  pronunciamiento  no  se  obtuviesen  grandes  resultados  y  ex- 
clamaba: «Yo  bien  sé  que  después  de  violentas  borrascas  que- 
»dan  insectos  sobre  la  tierra  que  corrompen  la  atmósfera  con 
»su  fétido  aliento.»  Justificando  aquel  trastorno  y  recalcando 
la  precisión  que  habia  de  variar  de  rumbo,  decia:  «Hasta  ahora 
»ha  visto  la  nación  que  sus  representantes  se  han  arrojado  so- 
»bre  ella  para  devorarla  como  una  horda  de  cosacos.»  Creia  que 
si  todos  se  persuadieran  de  la  excelenina  del  gobierno  republi- 
cano y  se  tratara  luego  de  imponer  castigos  á  sus  defensores, 
habría  que  fusilar  á  la  humanidad  entera.  Abundaba  su  discur- 
so en  frases  de  esta  especie:  obtuvo  diversos  aplausos  y  el  ar- 
tículo del  Huracán  fué  absuelto. 

Por  el  mes  de  Diciembre  de  1841  se  dirigía  á  El  Haya  á  des- 
empeñar la  secretaría  de  la  legación  española:  regresaba  poco 


14  BIOGRAFÍA 

después  á  Madrid  como  representante  de  Almería  en  el  Con- 
greso. Ya  decaída  su  salud  en  gran  manera  por  lo  azaroso  y 
desordenado  de  su  vida,  habia  sufrido  doble  quebranto  con  el 
viaje  hecho  á  la  fria  Holanda  en  lo  mas  crudo  del  invierno. 

Bien  conocían  sus  admiradores  que  no  cubrirían  canas  aque- 
lla erguida  frente,  y  sus  temores  se  realizaron  mucho  antes  de 
lo  que  imaginaban.  Atacado  de  una  inflamación  en  la  garganta, 
espiró  á  los  cuatro  días  de  enfermedad  á  las  nueve  de  la  maña- 
na del  23  de  Mayo  de  1842,  en  los  brazos  de  sus  predilectos  ami- 
gos. Profunda  sensación  causó  tan  temprana  muerte:  numero- 
so cortejo  seguía  el  ataúd  del  poeta  acompañándolo  hasta  el 
cementerio  de  la  puerta  de  Atocha;  y  nuestro  amigo  D.  Enri- 
que Gil  conmovía  á  todos  los  concurrentes  con  la  lectura  de 
una  tierna  elegía  recitada  entre  sollozos. 

Poeta  de  esplendorosa  fantasía,  de  numen  potente,  de  ento- 
nación robusta,  osado  en  las  formas,  elegante  en  las  locuciones, 
daba  lujo,  facilidad  y  elocuencia  á  su  nervioso  estilo.  Dotado  de 
singular  arrojo,  capaz  del  mas  férvido  entusiasmo,  amaba  los 
peligros  y  se  esparcía  su  ánimo  imaginando  temerarias  empre- 
sas. En  la  edad  antigua  y  en  la  patria  de  Sócrates  hubiera  sido 
rival  de  Alcibíades  ó  hubiera  muerto  en  las  Termopilas  con 
Leónidas:  en  la  edad  media  hubiera  merecido  la  ínclita  gloria 
de  que  se  leyesen  sus  hazañas  en  el  poema  del  Tasso:  al  prin- 
cipio de  la  edad  moderna  le  hubiera  visto  Cristóbal  Colon  á 
bordo  de  su  carabela.  Mas  no  simbolizan  por  cierto  la  virtud 
sublime  y  la  fé  religiosa  el  siglo  de  Espronceda,  siglo  en  que 
de  todo  se  hace  mercancía,  en  que  todo  se  reduce  á  guarismos 
y  se  pesa  y  se  quilata;  siglo  en  fin  de  mezquindad  y  prosa.  Im- 
petuoso el  cantor  de  Peí  ayo  y  sin  cauce  natural  á  su  inmenso 
raudal  de  vida,  se  desbordó  con  furia  gastando  su  ardor  bizarro 
en  desenfrenados  placeres  y  crapulosos  festines:  á  haber  poseí- 
do inmensos  caudales  fuera  el  Don  Juan  Tenorio  del  siglo  diez 
y  nueve. 

Una  de  las  canciones  mas  celebradas  de  Espronceda  es  El  Pi- 
rata, donde  pinta  admirablemente  al  hombre  que  tiene  el  mar 
por  patria.  Nosotros  hemos  hecho  largas  navegaciones:  bella  es 
la  perspectiva  del  sol  brotando  en  chispas  de  oro  del  seno  de  las 
aguas,  ó  escondiéndose  al  término  de  su  triunfal  carrera  entre 
grupos  de  caprichosas  nubes  que  semejan  la  mole  de  almenado 
castillo  ó  el  contorno  de  pirámide  gigantesca,  ó  la  arcada  de 
macizo  puente,  ó  el  muro  de  ciudad  antigua.  Magnífica  de  en- 
cantos desciende  la  noche,  ya  se  ostente  tranquila  con  su  fúl- 
gida cohorte  de  estrellas,  ya  aparezca  entre  nubes  de  negro  ce- 
laje, que  desvanece  la  primera  luz  del  alba  ó  rasga  á  deshora  el 
resplandor  de  la  luna,  surgiendo  roja  de  las  tinieblas  y  mostran- 
do su  disco  como  el  cráter  de  un  volcan  preñado  de  ardiente 


DE  D.  JOSÉ  DE  ESPRONCEDA.  15 

lava.  Recrean  al  naveg-ante  el  fosfórico  brillo  de  las  ondas  es- 
trellándose en  el  costado  del  buque,  la  luminosa  estela  que  se 
dilata  por  la  popa,  y  el  ruido  de  la  quilla  hendiendo  las  ag'uas, 
semejante  al  fragor  del  umbroso  bosque  agitado  por  el  viento  6 
al  soberbio  hervir  de  majestuosa  catarata  quebrantándose  de 
roca  en  roca.  Todos  estos  goces  los  hablamos  concebido  antes  de 
surcar  los  mares:  nos  Jo  revelaba  la  canción  de  Espronceda:  mu- 
chas veces  la  hemos  repetido  sobre  cubierta  á  tiempo  de  rielar 
en  el  Océano  la  luna  y  de  gemir  en  la  lona  la  fresca  brisa  alzan- 
do olas  de  plata  y  azul  en  blando  movimiento,  ni  nos  ha  faltado 
ocasión  de  recitarla  teniendo  por  música  los  huracanes  y  el  es- 
trépito y  temblor  de  los  cables  sacudidos.  Espronceda  blasona 
de  su  amor  á  los  peligros  en  la  canción  del  Pirata,  Su  espíritu 
belicoso  se  halla  patente  en  el  Carito  del  Cosaco:  lo  acrisolado  de 
su  patriotismo  en  la  Despedida  del  joven  griego  de  la  hija  del 
apóstata:  sus  delirios  de  socialista  en  el  Mendigo  y  en  el  Verdu- 
go: en  el  Himno  al  Sol  su  elevación  de  ideas:  cuando  canta  A  un 
Liícero  llora  la  pérdida  de  sus  ilusiones:  cuando  en  una  orgia 
se  dirige  á  Jarifa  el  hastío  la  devora:  cuando  compone  El  estu- 
diante de  Salaraanca  dibuja  en  D.  Félix  de  Montemar  su  propio 
retrato.  Con  leer  ese  precioso  tomo  de  poesías  publicado  en  1840, 
estudia  uno  al  poeta  y  se  familiariza  con  el  hombre:  sus  versos 
vienen  á  ser  un  exacto  compendio  de  su  historia. 

Existen  en  los  periódicos  algunas  de  sus  poesías  sueltas:  en  el 
Español  dos  fragmentos  de  una  leyenda  El  Templario:  en  el 
Pensamiento  un  romance  á  Laura:  en  el  Iris  estrofas  de  una  oda 
á  la  Traslación  de  las  cenizas  de  Napoleón  y  un  fragmento  de  El 
MaMo  mundo,  titulado  El  ángel  y  el  poeta:  en  el  Labriego  una 
composición  al  Dos  de  Mayo.  De  esta  parece  oportuno  indicar 
alguna  cosa. 

Desde  que  el  general  en  jefe  de  las  tropas  de  Isabel  II  escribió 
su  célebre  manifiesto  sobre  la  cureña  de  un  canon  en  el  Mas  de 
las  Matas,  no  se  avenían  los  hombres  del  progreso  á  agitarse  sin 
fruto  entre  el  polvo  de  la  derrota,  y  no  desperdiciaban  momen- 
to de  maquinar  contra  sus  triunfantes  adversarios.  Abiertas  las 
cortes  de  1840  eligieron  por  campo  de  batalla  la  discusión  de  ac- 
tas electorales  impugnándolas  una  por  una  con  proligidad  en- 
fadosa, y  repitiendo  hasta  la  saciedad  unos  mismos  cargos,  co- 
mo para  dar  tiempo  á  que  madurase  algún  proyecto  de  trastorno. 
Ya  muy  avanzada  la  sesión  del  23  de  Febrero  hervía  la  multitud 
á  las  puertas  del  Congreso;  descansaba  sobre  las  armas  un  pi- 
quete de  infantería  en  el  solar  de  las  monjas  de  Pinto:  pedia  la 
palabra  D.  Joaquín  María  de  López,  y  al  decir  en  el  exordio  de 
su  arenga  incendiaria,  que  iba  á  arrancar  muchas  máscaras  y  á 
llamar  las  cosas  por  sus  verdaderos  nombres,  estallaba  en  las  ga- 
lerías y  en  las  tribunas  ruidoso  y  universal  aplauso:  percibíase 


16  BÍOGRAFIA 

dentro  la  gritería  de  las  gentes  agrupadas  en  torno  de  la  partea 
exterior  del  edificio:  se  refug-iaba  el  jefe  político  de  Madrid  al 
salón  de  columnas.  Continuando  la  sesión  aseg-uraba  el  gabine- 
te que  habia  adoptado  las  medidas  convenientes  para  restable- 
cer el  público  sosiego:  algún  diputado  replicaba:  todavía  no  oigo 
el  estampido  de  los  cañones:  uno  de  los  alcaldes  constitucionales 
se  sonreía  con  calma  sin  moverse  de  su  escaño,  y  se  hacia  de 
nuevas  tal  individuo  que  habia  intervenido  en  los  preliminares 
del  alboroto.  Mientras  se  representaba  en  el  salón  de  las  sesio- 
nes tan  pobre  farsa,  ocurrían  escenas  mas  tristes  en  la  calle:  en 
medio  de  infinitos  grupos  la  segunda  autoridad  militar  de  esta 
corte  los  invitaba  al  orden  hablándoles  afectuosamente  y  con 
el  sombrero  en  la  mano.— Respetad  la  ley,  hijos.— V.  es  el  que 
ha  de  respetar  al  pueblo,— le  decía  alguno.— Orden,  señores, 
repetía  el  gobernador  de  la  plaza.— Miren  quien  proclama  el 
orden!  respondía  otro,  el  segundo  de  Bessieres.— Pálido  como  la 
cera  y  siguiendo  sus  amonestaciones  contestaba  el  general. — 
Sí,  señores,  he  sido  segundo  de  Bessieres;  pero  ahora  sirvo  la 
causa  de  Isabel  II  y  he  derramado  mi  sangre  por  ella.— Con  la 
misma  lealtad  servirá  V.  esta  causa  que  la  otra.— Tan  escan- 
daloso diálogo  no  se  podia  prolongar  mas  tiempo.  A  la  llegada 
del  capitán  general  empezaban  á  llover  piedras  sobre  la  tro- 
pa; aquel  jefe  declaró  á  Madrid  en  estado  de  sitio  al  son  de 
trompetas;  como  el  pueblo  no  despejase  la  Plazuela  de  Santa 
Catalina,  mandó  cargar  á  algunos  caballos:  lo  hicieron  á  media 
rienda  y  lanza  en  ristre;  salváronse  con  la  fuga  todos,  menos 
un  miliciano,  que  por  lucir  su  serenidad  ó  por  no  haberse  me- 
tido en  nada,  quiso  aguardar  á  pié  firme  y  cayó  al  suelo  sin  vi- 
da. Al  día  siguiente  fué  también  la  sesión  borrascosa:  huba 
otras  parecidas  antes  y  después  de  constituirse  el  Congreso 
con  motivo  de  la  discusión  de  la  ley  sobre  ayuntamientos  y  es- 
pecialmente del  artículo  relativo  al  nombramiento  de  alcaldes. 
No  perdonaba  medio  la  minoría  de  concitar  el  descontento  de 
las  masas  y  de  provocar  disturbios:  ofrecióle  aquel  gobierna 
poco  previsor  ó  sobradamente  temerario  una  propicia  coyun- 
tura al  designar  para  inspector  de  la  milicia  ciudadana  al  ca- 
pitán general  de  Castilla  la  Nueva,  y  debía  presentarse  al  fren- 
te de  sus  batallones,  escuadrones  y  brigadas  el  día  Dos  de  Ma- 
yo. Entonces  iba  á  rebentar  la  mina  cargada  de  combustible 
hasta  la  boca,  y  para  que  la  explosión  fuera  mas  terrible  y  es- 
pantosa, compuso  Espronceda  la  poesía  que  hemos  citado.  Allí 
describía  con  mágica  vehemencia  el  afrentoso  espectáculo  de 
la  corte  de  Carlos  IV  vendida  á  los  franceses,  como  se  creía 
en  1808,  y  la  heroicidad  del  pueblo  madrileño  como  la  reconoce 
la  historia.  Para  significar  el  esfuerzo  de  España  en  la  lucha  de 
la  Independencia  decía  arrebatado  por  su  inspiración  vigorosa; 


DE  D.  JOSÉ  DE  ESPRONCEDA.  17 

Del  cetro  de  sus  reyes,  los  pedazos 
Del  suelo  ensangrentados  recogía. 

Y  un  nuevo  trono  en  sus  robustos  brazos 
Levantando  á  su  príncipe  ofrecía. 

Tronaba,  después  fieramente  indig-nado,  por  el  triste  g-alar- 
don  otorg'ado  á  tanto  sacrificio  y  ardimiento,  de  este  modo: 

El  trono  que  erigió  vuestra  bravura 
Sobre  huesos  de  héroes  levantado. 
Un  rey  ingrato  de  memoria  impura 
Con  eterno  baldón  dejó  manchado. 

Aludía  á  la  segunda  época  constitucional,  y  bramando  de  ira 
exclamaba  con  solemne  acento: 

Ay!  Para  hollar  la  libertad  sagrada 
El  príncipe,  borrón  de  nuestra  historia, 
Llamó  en  su  auxilio  la  francesa  espada 
Que  segase  el  laurel  de  vueslra  gloria. 

Ni  perdonaba  en  sus  violentos  arranques  al  rey  de  los  fran- 
ceses: ni  omitía  señalar  los  enemip-os  á  quienes  era  fuerza  com- 
batir para  obtener  el  triunfo;  sus  palabras  eran  estas: 

Hoy  esa  raza  degradada,  espuria. 
Pobre  nación,  que  esclavizarte  anhela, 
Busca  también  por  renovar  tu  injuria 
De  extranjeros  monarcas  la  tutela. 

Tras  de  la  voz  enérg-icamente  dolorosa  al  recordar  las  anti- 
guas glorias  y  la  supuesta  servidumbre  del  momento,  venia  el 
apostrofe  desdeñoso  y  el  tono  de  menosprecio  para  herir  el 
amor  propio  y  azuzar  el  coraje  del  pueblo  impeliéndole  al  com~ 
bate;  así  concluía  su  inspiración  volcánica  y  tremebunda: 

Verted,  juntando  las  dolientes  manos, 
Lágrimas  ¡ay!  que  escalden  la  mejilla; 
Mares  de  eterno  llanto,  castellanos, 
No  })astan  á  borrar  vuestra  mancilla. 

Llorad  como  mujeres,  vuestra  lengua 
No  osa  lanzar  el  grito  de  venganza; 
Apáticos  vivís  en  tanta  mengua 

Y  os  cansa  el  brazo  el  peso  de  la  lanza. 

¡Oh!  en  el  dolor  inmenso  que  me  inspira. 
El  pueblo  en  torno  avergonzado  calle, 

Y  estallando  las  cuerdas  de  mi  lira, 
Koto  también  mi  corazón  estalle. 


IS  HIüUilAFÍA 

Esta  coaiposicion,  expresamente  escrita  para  producir  efec- 
to, no  lo  alcanzó  por  la  circunstancia  de  no  haberse  presentada 
en  la  formación  el  capitán  g-eneral  de  Castilla  la  Nueva  como 
inspector  de  la  milicia,  y  aun  es  fama  que  semejante  conducta 
le  costó  su  empleo.  De  estos  incidentes  hemos  hablado  no  de 
oídas,  sino  como  testigos  presenciales. 

A  la  muerte  de  Espronceda  nos  quedaron  siete  cantos  del 
Diablo  mundo:  según  el  plan  de  este  poema,  elástico  sin  medi- 
da, aun  cuando  el  cielo  hubiera  concedido  largos  años  de  vida 
al  bizarro  vate,  nunca  el  fin  coronara  su  obra,  grandioso  en- 
iiv.ndro  de  una  imaginación  fecunda  y  de  un  desgarrador  escep- 
ticismo. De  esta  suerte  exponía  su  pensamiento  en  el  primer 
canto: 

Nada  menos  le  ofrezco  que  un  poema 
(Ion  lances  raros  y  revuelto  asunto, 
De  nuestro  mundo  y  sociedad  emblema, 
(Jue  hemos  de  r  correr  punto  por  punto. 

Si  logro  yo  desenvolver  mi  tema, 
Fiel  traslado  ha  de  ser,  cierto  trasunto 
De  la  vida  del  hombre,  y  la  quimera 
Tras  de  que  va  la  humanidad  entera. 

Conociendo  lo  escabroso  de  tan  triste  senda  queria  alfom- 
brarla de  flores,  por  eso  prometía  desenvolver  su  asunto 

¥j\\  varias  formas,  con  diverso  estilo, 
En  diferentes  géneros,  calzando 
Ora  el  conturno  trágico  de  Esquilo, 
Ora  la  trompa  épica  sonando, 
Ora  cantando  plácido  y  tranquilo; 
Ora  en  trivial  lenguaje,  ora  burlando, 
Conforme  esté  mi  humor,  porque  á  él  me  ajusto. 


Su  héroe  con  cuerpo  de  hombre  y  alma  de  niño  debía  pasar 
por  situaciones  altamente  originales  entre  las  diversas  jerar- 
([uías  de  vivientes.  Preso  al  amanecer  rejuvenecido,  cuidado 
con  esmero  en  la  cárcel  por  una  mujer  del  pueblo  bajo,  instruí 
(!o  por  su  padre  con  máximas  propias  de  un  presidio,  arrastra- 
do sin  saberlo  á  un  robo  y  embelesado  en  contemplar  la  her- 
rrjosura  de  una  dama  reclinada  en  su  lecho,  mientras  sus  cama 
radas  saquean  joyas  en  aquel  palacio;  fugitivo  y  oculto  en  una 
morada  donde  se  compran  placeres,  y  cuya  dueña  llora  la  muer 
Tñ  de  una  hija:  ansioso  por  restituirla  á  la  existencia,  Adán  es 
un  personaje  de  interés  sumo.  Exactitud  y  tono  conveniente 
resaltan  en  los  diferentescuadrosdeeste  poema,  que  por  su  ín- 
dole no  hubiera  alcanzado  popularidad  sino  en  un  país  de  filo- 


DE  i).  JOSÉ  DE  ESPIIONCEÜA.  19 

sofos  y  pensadores.  Espronceda  habia  intercalado  un  canto  Á 
Teresa;  según  su  expresión  propia  puede  saltarlo  el  que  guste, 
pues  es  un  desaliogo  de  su  corazón  y  nada  tiene  que  ver  con  el 
])oema;  pero  tiene  que  ver  mucho  con  sus  amarguras  y  con  el 
desgarramiento  de  sus  entrañas  y  con  su  desencanto  y  su  has- 
tío. Obra  maestra  es  en  el  género  fantástico  el  prologo  del  Dia- 
blo  mundo.  Espronceda  lo  leia  de  una  manera  admirable  y  en 
tono  de  grata  y  solemne  canturia. 

Atribuyeron  algunos  á  falta  de  costumbre  su  escasa  brillan- 
tez oratoria  en  la  tribuna  del  parlamento.  Verdad  es  que  ya  no 
tenia  fuerzas  físicas  y  solo  su  portentoso  espíritu  le  alentaba; 
sin  embargo,  Espronceda  no  hubiera  sobresalido  en  el  curso  de 
las  discusiones;  tal  vez  en  momentos  dados  fascinara  á  sus 
oyentes  mezclando  agudezas  y  sarcasmos  en  su  decir,  de  ordi- 
nario balbuciente  y  mal  seguro,  y  solo  por  intervalos  nervioso 
y  prepotente:  nunca  hubiera  sido  paladín  muy  temible  en  la 
J  iza  parlamentaria. 

Gallardo  de  apostura,  airoso  de  porte  y  dotado  de  varonil  be- 
lleza, le  hacia  aun  mas  interesante  el  tinte  me]anc(31ico  que  em- 
pañaba su  rostro:  cediendo  á  los  impulsos  de  su  corazón,  centro 
de  generosidad  y  nobleza,  pudiera  haber  figurado  como  rey  de 
la  moda  entre  la  juventud  de  toda  ciudad  donde  fijara  su  resi- 
dencia; mas  abrumado  por  sus  ideas  de  hastío  y  desengaño, 
pervertía  á  los  que  se  doblaban  á  su  vasallaje.  Haciagala  de  mo- 
farse insolente  de  la  sociedad  en  públicas  reuniones,  y  á  escon- 
didas gozaba  en  aliviar  los  padecimientos  de  sus  semejantes: 
renegaba  en  la  mesa  de  un  café  de  todo  sentimiento  caritativo, 
y  al  retirarse  solo,  se  quedaría  sin  un  real  para  socorrer  la  mise- 
ria de  un  pobre.  Cuando  Madrid  gemía  desolado  y  afligido  por  el 
cólera-morbo,  se  metía  en  casas  agenas  á  cuidar  los  enfermos  y 
consolar  los  moribundos.  Espronceda  en  su  tiempo  venia  á  ser 
una  joya  caída  en  un  lodazal,  donde  habia  perdido  todo  su 
esmalte  y  trocádose  en  escoria.  Se  hacia  querer  de  cuantos  le 
trataban,  y  á  todos  sus  vicios  sabía  poner  cierto  sello  de  gran- 
deza: hace  tres  años  y  medio  que  le  lloramos  sus  amigos,  desde 
entonces  luce  de  continuo  sobre  su  sepulcro  una  guirnalda  de 
siemprevivas. 

Antonio  Ferrer  del  Rio. 


ENSAYO  ÉPICO. 


FRAGMENTOS  DE  UN  POEMA 

TITULADO 

EL  PELAYO. '' 


PRIMERO. 


De  los  pasados  siglos  la  memoria 
Trae  á  mi  alma  inspiración  divina, 
Que  las  tinieblas  de  la  antigua  historia 
Con  sus  fulgentes  rayos  ilumina: 
Virtud  contemplo,  libertad  y  gloria, 
Crímenes,  sangre,  asolación,  ruina, 
Rasgando  el  velo  de  la  edad  mi  mente 
Que  osada  vuela  á  la  remota  gente. 

IT. 

Tornan  los  siglos  á  emprender  su  giro 
De  la  sublime  eternidad  saliendo, 
Y  antiguas  gentes  y  ciudades  miro, 

1 )  Este  poema,  comenzado  muchos  años  há,  estaba  ya  muy  cerca  tlt 
su  término;  pero  los  trastornos  y  vicisitudes  que  el  autor  ha  sufrido  ha 
estraviado  la  mayor  parte  de  los  manuscritos,  y  solo  le  es  dado  ofrecer  al 
público,  como  muestra,  estos  fragmentos.  Sin  embargo,  prendado  de  la 
belleza  del  asunto,  no  desconfia  de  dar  cumplido  remate  á  una  obra  qut 
lia  ocupado  los  primeros  años  de  su  vida. 


'2:1  EL    PELA  YO. 

Súbito  ante  mi  vista  apareciendo: 
De  ellos  á  par  en  mi  ilusión  respiro, 
Oig-o  del  pueblo  el  bullicioso  estruendo, 
Y  lleno  el  pecho  de  ag-radable  susto. 
Contemplo  el  brillo  del  palacio  aag-usto. 


ni. 


Al  blando  son  de  la  armoniosa  lira 
Oig'o  la  voz  de  aleg-res  trovadores, 
El  aura  siento  que  frag-ancia  respira, 
Y  al  eco  escucho  murmurando  amores 
Al  sol  contemplo  que  á  occidente  g-ira 
Beverberando  fiilg-idos  colores, 
Do  la  corte  del  g*odo  poderío 
8e  alza  org-ullosa  sobre  el  áureo  rio. 


IV. 


Toledo,  que  de  mág*icos  jardines 
Cercada,  eleva  su  muralla  altiva 
No  g-uardada  de  fuertes  paladines. 
Ornada  sí  de  juventud  festiva: 
Allí  entreg-ado  k  espléndidos  festines, 
liodrig-o,  alegre  y  descuidado,  liba 
Copas  de  néctar  de  fragancia  pura, 
Al  deleite  brindando  y  la  hermosura. 


V. 


Allí  con  ojos  láng-uidos  respira 
Dulce  placer  beldad  voluptuosa, 
Y  aroma  exhala,  si  feliz  suspira, 
Del  puro  labio  de  encarnada  rosa: 
Piodrig-o  en  ella  codicioso  mira 
La  que  á  su  amor  se  muestra  desdeñosa 
Que  mas  que  todas  es  candida  y  linda, 
La  dulce,  bella  v  celestial  Florinda. 


EL    PELAYO.  23 


VI. 


El  ruido  crece  del  festín  en  tanto, 

Y  el  grato  néctar  al  deleite  llama; 
-Su  pecho  inunda  deleitoso  encanto, 

Y  el  fuego  impuro  del  amor  le  inflama; 
Ebrio  Rodrigo,  desceñido  el  manto, 
Alza  la  mano  trémula,  derrama 

El  áureo  vaso,  y  atrevido,  sella 
Dulce  beso  en  el  rostro  á  la  doncella. 


VIL 


Todo  es  placer:  de  su  mansión  de  rosa 
La  primavera  candida  desciende, 

Y  en  el  regazo  de  la  tierra  ansiosa 
El  fuego  animador  de  vida  enciende: 
Templa  del  mar  la  furia  procelosa, 
El  viento  en  calma  plácido  suspende, 

Y  derrama  la  aurora  en  sus  albores 
Luz  regalada  y  regaladas  ñores. 

VIH. 

Abre  la  ñor  naciente  el  lindo  seno, 

Y  recibiendo  el  encendido  rayo, 
En  la  esmeralda  del  otero  ameno 
Vierte  su  dulce  olor,  gloria  del  mayo: 
Pasa  el  arroyo  plácido  y  sereno 
Solicito  besándola  al  soslayo; 

Ella  en  vivos  colores  se  ilumina 

Y  al  dulce  beso  la  cabeza  inclina. 


IX. 


Y  en  el  pensil  do  con  rosada  frente 
El  halagüeño  abril  pasa  riendo, 


24  BL    PELAYO. 

A  la  sombra  de  un  árbol  eminente, 
Está  la  juventud  danzas  tejiendo; 
Cual  á  la  marguen  de  la  herbosa  fuente 
Canta,  blando  laúd  diestro  tañendo, 

Y  cual  del  baile  y  del  cantor  se  aleja 

Y  á  su  dulce  beldad  tierno  se  queja. 

X. 

Allí  Rodrigo  con  incierta  huella 
Lascivo  sig-ue  á  la  fatal  Florinda; 
Ciego,  arrastrado  de  ominosa  estrella, 
Intenta  audaz  que  á  su  furor  se  rinda. 
No  oye  ¡infeliz!  su  mísera  querella; 
La  ve  humilde  á  sus  pies,  la  ve  mas  linda, 

Y  con  lascivos  ojos,  con  desdoro 
Mancha  la  hermosa  flor  de  su  decoro. 

XI. 

En  tanto  encubre  pavorosa  nube 
El  cielo  en  antes  trasparente  y  ter;^o, 

Y  relumbra  la  espada  del  querube, 
Ministro  del  Señor  del  universo; 
Que  ya  la  voz  de  la  inocencia  sube 

Que  en  llanto  el  gozo  trocará  al  })erverso, 

Y  á  la  luz  del  relámpago  se  muestra 
Del  rayo  armada  la  divina  diestra. 

XTI. 

Súbito  un  trueno  retumbar  se  siente: 
«¡Himnos,  vivas  al  rey!  la  danza  siga, 

Y  nuestra  dicha  y  júbilo  acreciente 

El  mutuo  amor  que  nuestras  almas  liga.» 
Tal  grita  aquella  juventud  demente, 

Y  al  rey  ensalza  que  Jehová  castiga. 
«¡Himnos,  vivas  al  rey!»  Súbito  un  rayo 
Heló  sus  pechos  con  mortal  desmayo. 


EL    PELAYO.  25- 


XIII. 


Envuelto  en  noche  tenebrosa  el  mundo 
Las  densas  nubes  ag'itandOj  ondean 
Con  sus  olas  los  g-enios  del  profundo 
Que  con  cárdeno  surco  centellean; 
Y  al  ronco  trueno,  al  eco  tremebundo 
De  los  opuestos  vientos  que  pelean, 
Se  oye  la  voz  de  la  celeste  saña: 
«¡Ay  Rodrig*o  infeliz!  ¡Ay  triste  Espaiial» 


XIV 


Todo  despareció:  lóbrego  luto 
Reina,  y  silencio  do  el  placer  ardia, 
Do  el  mísero  monarca  disoluto 
En  vil  torpeza  y  embriaguez  yacia. 
Guerra  y  desolación  el  triste  fruto 
Al  ñn  será  de  su  lascivia  impía, 
Y  horrenda  esclavitud:  Rodrigo  en  tanto 
Verterá  entre  sus  hembras  débil  llanto. 


XV. 


¡Maldición,  maldición!  Yertas  las  flores, 
Del  huracán  violento  arrebatadas, 
El  alegre  pensil  de  los  amores 
Verá  sus  hojas  por  do  quier  sembradas; 
La  música,  el  banquete,  los  favores 
Dulces  de  amor,  las  danzas  animadas, 
El  canto  de  las  damas  y  galanes 
Trocados  miro  en  lágrimas  y  afanes. 

XVI. 

Tal  otro  tiempo  en  la  soberbia  cena 
Donde  mofaba  de  Jehová  el  impío, 


2()  EL    TELAYO. 

Ya  la  medida  al  sufrimiento  llena, 

Rebosó  de  ira  caudaloso  rio; 

Y  el  rey  asirlo,  con  amarg-a  pena. 

Vio  en  el  muro  de  mármol,  con  sombrío 

Fueg-o  animarse  escrito  sobrehumano, 

Trazado  allí  por  invisible  mano. 


FR.VGMENTO  SEGUNDO. 


I. 


Era  la  hora  en  que  el  mundano  ruido 
Calma,  en  silencio  el  orbe  sepultado; 
Y'acia  el  vej,  apena  interrumpido 
Del  dulce  sueño  su  mortal  cuidado. 
Cuando  un  fúnebre  oyó  largo  alarido 
Entre  ang*ustiosos  sueños  congojado, 
Triste  presagio  de  su  infausta  suerte, 
Y^  luego  ante  sus  ojos  vio  la  muerte. 


11. 


La  amarillenta  mano  descarnada, 
Blandiendo  al  aire  la  guadaña  impííi. 
La  aterradora  vista  al  rey  clavada, 
Su  cetro  y  su  corona  recogía, 
Mientras  en  torno  extraña  gente  armada 
Sus  despojos  alegre  dividía: 
Y''  oyó  sus  quejas  y  escuchó  sus  voces 
Y''  sus  semblantes  contempló  feroces. 


EL    PELAYO. 


III. 


Y  al  áiiorel  de  tinieblas  levantarse 


o 


vSúbito  vio,  como  la  inmensa  cumbre 
Del  alto  Chimborazo,  y  á  él  lleg-arse 
Lanzando  rayos  de  ominosa  lumbre; 
Y  su  mano  sintió,  que  al  acercarse 
En  su  frente  carg-ó  su  pesadumbre, 
Grabando  allí  tremendo  sobrescrito 
(,)ue  le  marcara  por  de  Dios  maldito. 


IV. 

Y  lueg'o  oyó  rumor  de  cien  cadenas, 
Crugir  los  huesos,  rechinar  los  dientes, 

Y  abismos  contempló  de  eternas  penas 
inmensurables,  lóbregos  y  ardientes: 
Oyó  voces  de  horror  y  de  espanto  llenas, 
Batieron  palmas  las  precitas  gentes, 

Y  oyó  también  por  mofa  en  su  agonía 
Bárbaras  carcajadas  de  alegría. 


V. 


Mas  luego  el  sueño  se  trocó  en  su  mente, 

Y  amantes  dichas  disfrutar  figura 
En  brazos  de  Florinda  dulcemente 
Entre  flores,  aromas  y  frescura; 

Y  cuando  mas  su  corazón  consiente 
Que  estrecha  la  deidad  de  la  hermosura. 
Se  halla  en  los  brazos  de  Julián  fornidos 
Ahogándole  á  su  cuello  retorcidos. 


VI. 


Sobre  él  enhiesto  á  su  garganta  apunta 
Fiero  puñal  que  el  corazón  le  hiela; 


28                                                EL    PELA  YO.  1 

Procura  desasirse  y  mas  le  junta  1 

Pecho  á  pecho  Julián,  que  ahog'arle  anhela.  i 

Asi  fiero  drag^on,  triling-üe  punta  j 

Vibra  y  se  enlaza  al  animal  que  cela,  ¡ 

É  hincando  en  él  la  ponzoñosa  boca,  •] 

Le  enrolla,  anuda,  oprime  y  le  sofoca.  ' 


VIL 


Los  brazos  alza  y  lleva  á  su  garg-anta, 
Del  bárbaro  enemig-o  á  desprenderse: 
Cuanto  con  mas  ahinco  los  levanta, 
Los  ve  volver  sin  ánimo  á  caerse: 
Crecen  sus  bascas,  y  en  ang*ustia  tanta. 
Falto  de  aliento,  sin  poder  valerse, 
Yerto,  rendido  y  con  mortal  cong-oja, 
Ya  con  lívida  faz  espuma  arroja. 

viii. 

En  medio  á  su  delirio  y  agonía 
Trémulo  y  fatigosa  se  despierta; 
Un  helado  sudor  su  cuerpo  enfria, 
8u  carne  toda  horripilada  y  yerta: 
Siente  el  robusto  brazo  que  porfía 
Aun  por  ahogarle;  á  desprender  no  acierta 
EL  lienzo  que  á  su  cuello  el  mismo  liga 
Y  él  cree  el  brazo  tenaz  que  le  fatiga. 


EL    PELAYO.  29 


FRAGMENTO  TERCERO. 


BATALLA  DEL  GUADALETE 


En   vano  con  prodigios  espantosos 
El  justo  cielo  le  anunció  su  ruina, 
Y  fúnebres  ensueños  milag'rosos 
Le  intimaron  la  cólera  divina: 
Ronco  trueno  á  los  pueblos  temerosos 
A  deshora  estallando,  vaticina 
Desventuras  sin  fin;  y  el  rey  en  tanto 
Derrama  entre  sus  hembras  débil  llanto 


II. 


Orgulloso  torrente  de  guerreros, 
Pueblos,  montañas  y  ciudades  hunde; 
Tintos  en  sangre  brillan  sus  aceros, 

Y  el  estrago  y  terror  do  quiera  cunde: 
Así  al  impulso  de  aquilones  fieros 
Llama  voraz  por  selvas  se  difunde. 
Consume  antiguos  troncos,  arde  el  suelo 

Y  amenaza  abrasar  al  mismo  cielo. 

III. 

Rompe  el  alarbe  y  fiero  desbarata 

Cuanto  encuentra,  y  los  campos  raudo  asuela; 

Al  labrador  sus  mieses  arrebata: 


30  EL    PELAYO. 

Pavoroso  terror  las  gentes  hiela; 
La  virgen  triste  al  vencedor  acata, 
Y  hondo  suspiro  de  su  pecho  vuela 
Al  trono  de  Rodrigo  descuidado, 
Que  en  infame  placer  yace  embriagado 


IV. 


:\ías  al  fin  despertó:  lució  ya  el  dia 
En  que  á  tan  grandes  crímenes  el  cielo 
El  merecido  premio  disponia: 
Nublóse  el  sol,  encapotóse  el  velo 
Del  ancha  esfera:  el  trueno  estremecía 
La  amedrentada  tierra,  y  con  anhelo 
Rodrigo  entonces,  respirando  apenas, 
Quiere  romper  las  bárbaras  cadenas. 


Al  deleite  se  arranca,  el  hierro  viste, 
Cálase  el  yelmo,  el  tresdoblado  escudo 
Con  fatiga  tal  vez  débil  resiste, 
De  esfuerzo  el  corazón  y  ardor  desnudo; 
Pálido  el  rostro,  acongojado  y  triste, 
Parte  á  lidiar  contra  el  alarbe  rudo; 
Vierten  sus  ojos  lágrimas,  suspira, 
Y  por  última  vez  su  alcázar  mira. 


VI. 

El  grito  escucha  de  venganza  y  guerra 
(tozoso  de  su  estruendo  el  mahometano, 
Y  ansioso  aguarda  en  la  vandalia  tierra 
Do  baña  el  Lete  el  muro  jerezano. 
jAy!  á  la  lid  del  ocio  se  destierra, 
;0h  cara  patria!  y  se  prepara  en  vano 
Rodrigo  de  su  ejército  á  la  frente, 
Que  los  vicios  de  un  rey  vician  su  gente. 


EL    ri:LAYO.  31 


VII. 


Despareció  del  godo  la  osadía 
Y  el  antiguo  valor:  las  armas  ora 
Noble  ejercicio  de  su  esfuerzo  un  dia, 
Cansado  blande  y  los  deleites  llora, 
Mientras  la  enseña  de  la  luna  impía 
Tremolan  á  los  aires  vencedora 
Los  que  el  mundo,  belígeros  varones, 
Turbaron  con  sus  bárbaras  legiones, 

VIII. 

Rodrigo  en  carro  de  marfil  ostenta 
Corona  de  oro  y  perlas  en  su  frente: 
La  regia  pompa  y  galas  aparenta 
Que  en  los  banquetes  le  adornó  luciente. 
¡Mísero!  en  vano  el  corazón  alienta; 
No  ve  sobre  él,  :oh  Dios  omnipotente! 
Tu  diestra  levantada;  arder  no  mira 
Tu  rayo  á  la  palabra  de  tu  ira. 


IX. 


Llegamos  ya  del  Lete  á  la  ribera, 

Y  en  su  fértil  llanura  el  campamento 
Fijamos  frente  á  la  morisma  fiera: 
Resuena  el  campo  en  pavoroso  acento, 
Al  aire  va  tendida  la  bandera, 

La  trompa  agita  el  sonoroso  viento, 
Armas  y  carros  resonantes  giran 

Y  ambas  huestes  atónitas  se  miran. 


X. 


La  noche  el  cielo  en  su  sombroso  manto 
Lóbrega  encapotó:  tal  vez  brillaba 


32  EL    PELAYO. 

Relámpag*o  sombrío,  que  el  espanto 

Y  el  horror  de  la  noche  acrecentaba; 
Lúg'ubre,  sola  y  temerosa  en  tanto 
La  voz  de  las  vigías  se  escuchaba, 

Y  en  torno  de  los  campos  tenebrosos 
Volaban  mil  espectros  espantosos. 

XI. 

El  sol  temprano  cual  rubí  encendido 
Dejaba  el  golfo  del  rosado  oriente, 

Y  el  r;*yo,  de  su  disco  despedido, 
Doraba  de  Jerez  la  alzada  frente: 
Quiebra  entre  tanto  morrión  bruñido 
Dardo  mortal,  y  arnés  resplandeciente 
Su  luz,  y  cada  raudo  movimiento 

De  ominoso  esplendor  inunda  el  viento. 

XII. 

La  extensa  vega  de  Jerez  coronan 
El  uno  y  otro  ejército  fronteros: 
Guerra  las  trompas  hórridas  pregonan, 

Y  al  ruido  late  el  pecho  álos  guerreros. 
Armas,  carros,  caballos  se  amontonan, 
Zumba  el  viento  al  rumor  y  estruendo  fieros: 
Los  rios  su  curso  con  pavor  reprimen 

Y  los  montes  al  son  medrosos  gimen. 

XIII. 

Triste  Rodrigo  su  carroza  guia 
Ligera  entre  sus  fuertes  escuadrones: 
Radiante  en  vano  su  corona  envía 
El  antiguo  esplendor.  ¡Ah!  sus  bridones, 
¡Cuan  otro  rige  ya  de  aquel  que  un  día 
Toledo  vio  entre  nobles  campeones,. 
Augusto  vencedor  en  los  torneos, 
Coronada  su  frente  de  trofeosl 


EL   PE LAYO.  33 


XIV 


Hoy  al  peligro  puesto  el  pecho  esquivo 
El  corazón  anima,  y  su  flaqueza 
Esconde  ante  su  ejército,  y  altivo 
Muestra  en  su  acento  bélica  fiereza. 
Sancho,  su  hijo,  el  hierro  ven^^-ativo 
Blande  a  su  lado,  y  rig*e  la  aspereza 
De  un  gallardo  trotón  con  diestra  mano; 
Mancebo  hermoso,  intrépido  y  lozano. 


XV. 


Por  vez  primera  la  robusta  lanza 
Blande  su  brazo  juvenil,  y  ansioso 
Hiérvele  el  pecho  en  bélica  esperanza, 
Ceñir  pensando  el  lauro  victorioso: 
Probar  de  solo  á  solo  su  pujanza 
Con  el  mismo  Tarif  ansia  animoso: 
Párase  en  tanto  el  rey,  alza  la  frente. 
Y  así  en  guerrera  voz  grita  á  su  gente. 


XVI. 

Entre  tanto  el  clarin  súbito  suena 

En  nuestro  campo,  y  fiera  corresponde 

Con  trompas  y  atabales  la  agarena 

Hueste,  que  al  ruido  en  ronco  son  responde. 

Tarif  su  gente  á  arremeter  ordena; 

La  nuestra  se  adelanta;  el  cielo  esconde 

Densa  nube  de  polvo,  el  viento  inflama, 

Y  ei  suelo  á  nuestros  pies  retiembla  y  brama. 

XVII. 

Sus  caballos  los  moros  recogiendo 
Kápidos  se  aperciben  á  lanzarse: 


34  EL   PELA.YO. 

Súbito  á  un  tiempo  en  alarido  horrendo 
Arrancan  con  nosotros  á  encontrarse; 
El  ímpetu,  las  voces,  el  estruendo 
Tornan  en  son  confuso  á  redoblarse; 
El  acero  saltando  centellea, 
La  sang*re  hirviendo  en  derredor  humea. 

xvm. 

Retumba  el  valle;  al  g-olpe  repetido 
Sobre  las  armas  de  la  hendiente  espada, 
Salta  el  arnés  al  suelo  sacudido, 
La  cimera  g-entil  g*ime  abollada: 
No  mas  veloz  cuando  el  metal  ardido 
Labra  el  martillo  en  la  caverna  ahumada, 
Sobre  el  fornido  yunque  horrendo  bate, 
Y  forja  el  fiero  rayo  del  combate. 

XIX. 

Hombres  con  hombres  con  furor  se  estrellan 
Con  golpes  reciamente  redoblados, 
Lo  arrasan  todo  y  todo  lo  atropellan, 
Hienden,  rajan,  destrozan  irritados; 
Armas,  muertos,  caballos,  carros  huellan 
('on  espantoso  estruendo  derribados: 
Yelmos.,  picas,  turbantes,  sangre  ardiente 
Envuelve  el  Guadalete  juntamente. 

XX. 

Así  en  recio  rumor  bramando  el  viento 
En  las  hondas  cavernas  de  la  tierra, 
A  deshora  con  ímpetu  violento 
Rompe  la  cárcel  que  su  furia  encierra; 
Retiembla  al  choque  el  duradero  asiento 
En  que  el  orbe  firmísimo  se  aferra, 
Abre  su  abismo  el  mar,  su  estrago  cunde, 
É  imperios  al  no  ser  súbito  hunde. 


EL   PELAYO.  35 


XXI. 


En  confusa  revuelta  la  batalla 
Todos  ardiendo  en  ira  se  encarnizan, 
Vuela  en  pedazos  la  rompida  malla, 
Crudos  g-olpes  los  cuerpos  martirizan; 
No  hay  ceder,  no  liaj^  calmar;  inmoble  valla 
Cruzados  hierros  mil  contino  erizan: 
Hiérense,  á  herirse  tornan  y  desprecian 
La  muerte,  hirviendo  en  cólera,  y  arrecian. 

XXII. 

En  tanto  el  sol  en  su  carroza  de  oro 
Vibrando  del  cénit  la  vivida  lumbre, 
Padre  y  monarca  del  luciente  coro 
Mediaba  el  dia  en  la  celeste  cumbre. 
Dura  incierto  el  combate:  altivo  un  moro 
Be  entre  la  espesa  revuelta  m.uchedumbre 
Ag-uija  su  bridón,  la  lanza  agita, 

Y  en  nosotros  audaz  se  precipita. 

XXIII. 

Arrolla  á  Atanagildo;  la  pujanza 
Del  fiero  Teudis  á  sus  plantas  yace, 
Rinde  de  Ervigio  la  terrible  lanza, 

Y  su  cólera  en  sangre  satisface; 
Sobre  vencidos  muertos  se  abalanza, 
Opuestos  hierros  su  furor  deshace; 
Pavor,  desolación,  muerte,  ruina 

Su  alfanje  en  alto  aterrador  fulmina. 

XXIV. 

Sancho,  Sancho  le  ve:  su  pecho  late 
Venturoso  en  hallar  digna  contienda; 
Tercia  su  lanza,  las  ijadas  bate, 


36  EL   PELx\YO. 

Y  al  fog'oso  bridón  suelta  la  rienda; 
Parte  á  do  el  moro  intrépido  combate; 
Llámale  en  alta  voz  á  lid  tremenda: 
Vuelve  el  árabe  á  Sancho,  el  trotón  para, 
Responde  al  grito  y  su  furor  prepara. 


XXV. 


La  lanza  en  ristre,  al  pecho  el  fuerte  escudo, 
KSobre  el  arzón  el  cuerpo  amenazante, 
xll  héroe  amag*a  el  bárbaro  sañudo, 
Fijos  los  ojos,  lívido  el  semblante; 
Sereno  el  rostro,  en  ademan  forzudo 
Blande  el  mancebo  el  hierro  centellante, 
Y  envueltos  entre  el  polvo  que  levantan 
La  tierra  en  torno  al  embestirse  espantan. 

XXVI. 

No  mas  pronto  entre  humo  y  fuego  y  trueno 

Hayo  veloz  del  cielo  se  desata; 

Ni  así  fiero  en  la  mar  de  su  hondo  seno 

Las  turbias  olas  Bóreas  arrebata; 

Ni  montaraz  torrente  al  valle  ameno, 

Ni  súbito  huracán,  ni  catarata 

De  ondisonante  rio,  ni  lava  ardiente 

Su  arranque  asemejaran  impaciente. 

XXVÍI. 

Al  encuentro  fatal,  con  ruido  infando 
Las  lanzas  saltan;  la  áspera  coraza 
El  rechinante  hierro  penetrando, 
La  robusta  armadura  despedaza; 
La  mitad  de  la  lanza  retemblando 
El  pecho  al  musulmán  fiero  ataraza; 
A  torrentes  la  sangre  humeante  brota 
Por  la  abertura  de  la  hirviente  cota. 


EL   PELA YO.  37 

XXVIll. 

«¡Maldición  sobre  ti!»  grítale  el  moro, 

Y  ya  su  alfanje  en  alto  resplandece; 
Desploma  el  g'olpe  en  el  metal  sonoro, 
Parte  á  Sancho  el  arnés  y  en  furia  crece. 
No  así  mugiendo  fiero  andaluz  toro 

El  circo  en  torno  horrísono  estremece; 
Ni  iracundo  león,  ni  tigre  hircano 
Iguala  en  ira  al  bárbaro  africano. 

XXIX. 

Presto  otra  vez  al  héroe  se  adelanta, 
Suelto  el  veloz  caballo  en  la  carrera, 
Kl  roto  escudo  impávido  levanta 
Sancho,  y  el  golpe  poderoso  espera; 
Descarga  el  musulmán,  rompe  y  quebranta 
Adarga  y  yelmo  y  barras  y  cimera; 
Sancho  vacila,  y  de  la  herida  frente 
La  sangre  mana  en  hervorosa  fuente. 

XXX. 

Y  audaz  tirando  de  la  cruda  espada. 
Que  cual  cometa  cuando  deja  el  lecho 
Del  mar,  resplandeció  desenvainada, 
La  esconde  toda  en  el  alarbe  pecho. 
De  ios  disueltos  miembros  huye  airada 
Dando  un  gemido  de  mortal  despecho 
Aquel  alma  feroz,  y  vuela  impía 

Del  negro  averno  á  la  región  sombría, 

XXXI. 

Crece  entonces  el  ímpetu;  el  ruido 
Dóblase  en  ambas  huestes:  Sancho  grita; 
Su  acento  deja  al  moro  estremecido. 


:^8  EL    PE  LAYO. 

Y  ansia  de  g*loria  en  el  hispano  excita. 
¿Quién  dirá  tu  valor,  ni  el  encendido 
\rdor  dirá  que  el  corazón  te  ag-ita? 
;01i  Sanchol  yo  si  dividí  tu  g'loria, 
Tuyo  fué  el  lauro  y  tuya  la  victoria. 

XXXII. 

En  medio  la  morisma  enfierecida 
Revuelve  el  héroe  su  tajante  acero: 
Cada  golpe  una  herida,  cada  herida 
Una  muerte:  y  brioso,  audaz,  ligero, 
Mil  muertos  lanza  en  cada  arremetida; 
Cede  á  su  esfuerzo  el  árabe  altanero, 
Redobla  el  choque  el  animoso  hispano, 

Y  gime  el  moro  y  lidia  y  lucha  en  vano. 

XXXIII. 

Apenas  con  fatiga  ronca  alientan, 
Yertos  los  fuertes  brazos,  los  guerreros, 

Y  en  vano  el  bruto  que  animar  intentan 
Siéntese  hincar  los  acicates  ñeros; 

Ora  si  aun  con  altivez  sustentan 
En  las  cansadas  manos  ios  aceros, 
No  es  ya  valor  ni  esfuerzo  ni  osadía, 
Mas  requemada  furia  y  rabia  impía. 


XXXIV. 

Héroe  del  español,  alta  memoria 
Allí  alcanzaste,  ¡oh  hijo  de  Rodrigol 
Y  altivo  yo  las  palmas  de  victoria 
Me  esforcé  en  vano  á  dividir  contigo; 
Astro  menor,  siguiéndole  en  su  gloria 
Kuí  de  su  esfuerzo  y  su  valor  testigo. 


EL   PELA.YO.  39 

Al  eco  torna  del  clarín  que  siente, 
Y  l:ardo  sig-ue  el  último  á  su  gente. 


XXXV. 

Cual  rojo  alano  á  las  batallas  hecho, 
Sí  hubo  el  toro  sujeto  entre  sus  dientes, 
De  la  fiera  arrancado,  su  despecho 
Muestra  con  ademanes  impacientes; 

Y  ora  para  tal  vez  de  trecho  en  trecho. 
Ora  en  torno  los  ojos  vuelve  ardientes, 
O  lento  sig*ue  al  conocido  dueño 

Con  oscuro  murmullo  y  torvo  ceño, 

XXXYI. 

Así  el  héroe  se  aparta  desdeñoso, 
Kotas  las  armas  y  el  almete  hundido, 

Y  descubre,  marchando  perezoso, 
Con  palabras  su  ardor  mal  reprimido. 

IN'o  es  ya  el  diestro  y  g*alan  joven  hermoso. 

De  plumas,  oro  y  perlas  revestido; 

Ora  guerrero  intrépido  le  muestra 

La  ajena  y  propia  sangre  y  faz  siniestra. 

XXXVII. 

De  monte  en  monte  retumbando  atruena 

El  fragor,  lejos  del  pasado  estruendo: 

El  campo  en  son  confuso  en  torno  suena 

Lamentos  moribundos  repitiendo; 

El  Guadalete  férvido  resuena 

Su  curso  entre  cadáveres  rompiendo, 

Y  entrambas  huestes  á  la  lid  preparan. 
Las  rotas  armas,  y  el  vigor  reparan. 


40  EL    PELAYO< 


EL  CONSEJO 


XXXVIII. 


Habló  apenas  y  presto  del  asiento 
Cercano  á  la  del  rey  la  augusta  silla, 
Sancho,  su  hijo,  con  brioso  aliento 
En  pié  y  armado  reluciente  brilla. 
«Con  esta,  dijo  en  varonil  acento, 
Y  de  la  vaina  alzó  media  cuchilla, 
Al  punto  aquí  castigaré  al  medroso 
Que  vil  demande  hasta  triunfar  reposo. 

XXXIX. 

«¿Tregua'^  ;jamás!  ó  vencimiento  ó  muerte; 
Que  nunca  fatigó,  ni  impuso  miedo 
Continua  guerra  al  corazón  del  fuerte, 
Ni  abatió  de  su  espíritu  el  denuedo. 
Quien  ora  intente  abandonar  la  suerte 
Que  ofrece  á  nuestras  armas  rostro  ledo. 
Es  un  cobarde  y  vil,  y  de  ahora  digo 
Que  ya  me  cuente  á  mí  por  su  enemigo.» 


XL, 


Dijo,  y  fuego  su  vista  derramada 
Kn  torno  de  nosotros  despedía: 
I. a  mano  en  el  recazo  de  su  espada, 
Ministra  de  la  muerte,  sostenía; 
Y  en  su  ademan  y  vivida  mirada 
Al  genio  de  la  noche  parecía 
Sobre  la  tempestad,  cuando  destina 
El  mundo  todo  á  funeral  ruina. 


EL    PELAYO.  41 


XLI, 


«jO  triunfo  ó  muerte!»  en  "grito  altisonante 
Clamé  en  pos  de  él,  y  á  un  tiempo  resonaron 
Los  jóvenes  mi  voz,  y  en  arrog-ante 
Aspecto  las  espadas  empuñaron: 
Con  muestra  humilde  y  plácido  semblante 
Cuando  á  la  voz  del  rey  todos  callaron, 
OpaSy  el  labio  de  dulzura  lleno 
Abrió,  exhalando  su  infernal  veneno. 

XLli. 

«¡Con  cuanto  gozo,  dijo,  oh  capitanes, 
Miro  en  vosotros,  de  la  patria  escudo, 
El  noble  ardor  que  vence  los  afanes 

Y  el  pecho  incita  á  combatir  sañudo! 
Tímidas  ven  las  huestes  musulmanes 
Vuestro  hierro  fatal  brillar  desnudo, 

Y  oyendo  vuestra  voz  que  rauda  vuela, 
Mortal  temor  sus  corazones  hiela. 

XLIIÍ. 

»Y  tú,  augusto  monarca,  el  pecho  inflama 

Y  el  lauro  ciñe  de  inmortal  victoria; 
Goza,  heredada  al  contemplar  la  llama 
Que  hará  á  tu  hijo  fatigar  la  historia; 
Por  cuanto  ardiente  el  sol  su  luz  derrama 
Himnos  alzando  en  tu  alabanza  y  gloria, 
De  siglo  en  siglo  esparcirá  tu  nombre 

La  fama  en  voz  que  al  universo  asombre. 

XLIV. 

»Mas  si  alcanzaste  nombre  de  esforzado, 
No  marchite  tu  honor  puro  y  radiante 


42  EL   PELA YO. 

Volver  acaso  al  riesgo  aventurado 
Cual  bisoño  adalid,  si  fué  triunfante. 
Muéstrate  á  par  de  intrépido  soldado 
Jefe  sag-az,  y  el  ánimo  arrogante 
De  tus  ínclitos  jóvenes  serena, 

Y  su  ardimiento  generoso  enfrena.» 

XLV. 

Llegaba  aquí  cuando  en  redor  se  extiende 
Sordo  murmullo  que  al  malvado  espanta 
É  interrumpe  su  voz;  que  el  pecho  enciende 
En  fiera  indig^nacion  audacia  tanta: 
El  rey,  que  el  ruido  amenazante  entiende, 
En  la  alta  silla  adusto  se  levanta, 

Y  acallado  el  tumulto  y  todo  atento 
Opas  siguió  con  simulado  aliento. 

XLVT. 

«No,  guerreros  ilustres,  ora  pido 
Largo  reposo,  ni  penséis  siquiera 
(^)ue,  menos  que  vosotros  encendido, 
Al  viento  dé  mi  espada  la  postrera: 
Que  aun  no  mi  corazón  gime  abatido, 
Ni  tanto  helado  de  los  años  fuera, 
Que  el  alta  llama  que  en  vosotros  arde 
Yo  desconozca  misero  y  cobarde. 

XLVIl. 

»Mas  ¿qué  vale  triunfar,  qué  el  ardimiento, 
Ni  que  vale  el  esfuerzo  y  la  osadía. 
Si  ciegos  y  con  loco  pensamiento 
A  cierto  daño  su  imprudencia  guia? 
Cansado  el  brazo,  el  pecho  sin  aliento, 
¿Qué  al  español  valdrá  su  valentía, 
Si  ni  el  hierro  mellar  podrá  su  espada 
De  tan  continuos  golpes  fatigada? 


EL   PELA YO.  43 


XLVIII. 


»Volve(i  la  vista  ¡oh  nobles  campeones! 
A  ese  campo  de  gloria,  y  ved  tendidos 
Tintos  en  sangre  intrépidos  varones 
En  medio  de  los  árabes  caidos; 
Hollados  ved  del  moro  los  pendones, 
Los  pendones  jamás  antes  vencidos; 
Lueg-o  decid  si  g-alardon  merecen 
Pechos  que  tanta  hazaña  al  mundo  ofrecen 

XLIX. 

»DevScansG  os  pide  el  esforzado  Ibero 
Si  á  moveros  mi  voz  sola  no  alcanza; 
Descanso,  sí,  para  después  mas  fiero 
Blandir  su  brazo  la  robusta  lanza: 
Sus  acentos  oid,  ved  al  g-uerrero 
Cansado  ya  de  sang*re  y  de  matanza; 
Os  pide  solo  de  reposo  un  dia, 
Y  os  promete  después  nueva  osadía. 


L, 


»Un  dia  solo,  y  cuando  ya  mañana 

El  orbe  el  sol  con  su  esplendor  encienda, 

La  voz  de  guerra  elévese  inhumana 

Y  el  sonoro  clarín  los  aires  hienda: 
Gózate  en  tanto,  [oh  rey!  gócese  ufana 
Tu  heroica  hueste  y  su  furor  suspenda, 

Y  vosotros  ioh  nobles  compañeros! 
Dad  á  la  vaina  un  punto  los  aceros.» 


LI. 


Así  robando  á  la  virtud  su  acento 
Dijo  el  inicuo,  y  de  su  labio  impuro 


44  EL   PELAYO. 

Encubierto  espiró  letal  aliento 

De  infausta  muerte  precursor  seguro, 

Llamas,  guerras,  horror,  males  sin  cuento. 

Cesó  de  hablar,  y  de  su  centro  oscuro 

Lanzó  tronido  horrísono  el  averno, 

Y  el  rayo  asolador  vibró  el  Eterno. 


LlI. 


Mostró  Rodrigo  á  su  lisonja  agrado 

Y  en  daño  suyo  consintió  gozoso: 
Tembló  al  traidor  el  corazón  malvado 
Cumplido  al  ver  su  intento  criminoso. 
Todos  también  con  pecho  confiado 
(Que  nunca  recelara  el  generoso) 
Crédito  noble  á  sus  razones  dimos, 

Y  el  hierro  en  nuestra  contra  convertimos. 


LA  PROCESIÓN, 


LIII. 

Abierta  entonces  de  Jerez  ofrece 

La  altiva  puerta  el  pueblo  en  su  contento, 

Y  marchando  magnífico  aparece 
Sacro  concurso  en  tardo  movimiento. 
El  aura  en  hondas  el  incienso  mece, 

Y  humildes  gracias  al  empíreo  asiento 
Un  virgen  coro  armónico  levanta, 

Y  «hosana,  hosana,»  sonoroso  canta. 


EL   PELAYO.  45 


LIV. 


Inmenso  pueblo  el  simulacro  santo 
Atiende  en  pos  del  Salvador  del  mundo, 
Resuena  solo  reverente  el  canto. 
Reina  silencio  en  derredor  profundo. 
Sublima  el  pecho  relig'ioso  encanto, 

Y  en  paz  trocado  el  ánimo  iracundo. 

La  huesee  sig*ue  en  muestra  respetuosa, 

Y  desnuda  la  frente  y  humildosa. 

LV. 

Preceden  la  alta  pompa  los  pastores 
Sacros  ministros  de  Jesús  divino. 
Parte  su  estola  auríferos  colores 
Sobre  la  veste  candida  de  lino: 
Orlas  de  lauro  y  de  vistosas  flores 
Penden  al  asta  del  cruzado  sino, 

Y  allí  Rodrigo  respetuoso  guia 
En  pos  la  augusta  ceremonia  pía. 

LVI. 

Las  tiendas  cercan,  y  el  glorioso  acento 
Se  siente  al  eco  resonar  suave, 
Calma  su  ruido  misterioso  el  viento, 
Suspende  el  canto  embebecida  el  ave, 
Bendice  el  campo  de  la  lid  sangriento 
El  sacerdote  en  aparato  grave^, 
Tornan  y  al  muro  majestuosos  giran 
¡Míseros!  ;ay!  y  jubilo  respiran. 

LVII. 

El  campo  todo  venturoso  ríe: 

Allí  la  virgen  tímida  y  atenta 

La  vista  esparce,  y  el  mancebo  engríe 


4()  EL   PELAYO. 

Su  noble  pecho  y  animarla  intenta. 

El  padre  anciano  con  placer  sonrie 

Si  el  ternezuelo  infante,  cuando  ostenta 

A  sus  ojos  las  armas,  temeroso 

Se  abrig*a  al  seno  de  su  madre  ansioso. 

LVIIT. 

Tremolan  despleg*adas  las  banderas 
(Guerreros  nuestros  en  el  campo  moro, 

Y  relumbran  gallardas  las  cimeras 

Y  armas  y  petos  enmoldados  de  oro; 
Suenan  confusas  voces  placenteras, 
Himnos  alza  tal  vez  juvenil  coro, 

Y  fiesta  y  triunfo  y  alg-azara  y  canto 
Presagios  son  de  esclavitud  y  llanto. 


FRAGMENTO  CUARTO. 


Un  alcázar  de  pórfido  luciente 
Junto  al  famoso  Bétis  se  levanta, 
Do  la  riqueza  y  esplendor  de  oriente 
Los  muros  y  artesones  abrillanta; 
Las  puertas  son  de  bronce  refulgente, 
Y  con  soberbia  y  aparato,  espanta 
Fuerte  escuadrón  en  torno  de  guerreros 
Con  sendas  lanzas  y  semblantes  fieros. 


II. 


Allí  entre  el  oro  y  seda  que  atavía 
Aromática  estancia  y  opulenta, 


EL    PELAYO.  47 

Trono  de  bullidora  pedrería 
Al  moro  rey  con  majestad  sustenta: 
Torvos  los  ojos  y  la  faz  sombría 
Ora  el  monarca  pensativo  ostenta; 
Que  arde  su  pecho  en  bárbaro  coraje 
Del  rey  de  Murcia  al  temerario  ultraje. 


m 


En  torno  de  él  respetuosa  imita 
La  corte  toda  su  silencio  triste, 

Y  de  la  sombra  que  su  faz  marchita 
Su  rostro  cada  cual  cubre  y  reviste: 
La  saña  misma  que  al  monarca  irrita 
En  muchos  nobles  con  furor  asiste, 

Y  oculta  á  otros  la  cristiana  injuria. 
Del  airado  Aldaimon  tiemblan  la  furia. 

Con  ceño  adusto  un  árabe  altanero 

Y  de  estatura  y  miembros  de  gigante, 
Junto  á  la  silla  del  monarca  fiero 
Fija  en  él  su  mirada  centellante; 

El  silencio  fatal  rompe  el  primero 
Con  formidable  muestra  y  arrogante, 

Y  sin  respeto  y  con  acento  airado 
Al  fin  prorumpe,  de  callar  cansado. 

V. 

«Aldaimon,  Aldaimon,  ¿adonde  el  brio 
Del  musulmán  está?  ¿dónde  la  guerra 

Y  del  profeta  santo  el  poderío 
Que  á  las  naciones  míseras  aterra? 
¡Maldiga  Alá  la  paz  que  da  al  impío 
Segura  vida  y  júbilo  en  la  tierra! 
Hunda  su  reino  el  Dios  de  las  venganzas, 

Y  adornen  sus  cabezas  nuestras  lanzas. 


48  EL    PELAyO< 


VI, 


^>Arma  tus  fuertes,  junta  tus  varones, 
í^)ue  yo  á  su  frente  por  Alá  te  juro 
En  un  lag-o  de  sang-re  las  legiones 
El  odio  ahogar  del  nazareno  impuro; 
Del  profeta  los  candidos  pendones 
Brillen  de  ^Murcia  en  el  vencido  muro, 
Y  en  aquel  de  su  Dios  altar  maldito 
La  espada  eleve  nuestro  santo  rito.» 

vil. 

Dijo,  y  rugando  la  ceñuda  frente 


VIII. 

«Mas  no  tú  solo,  intrépido  mancebo, 
irás  á  dar  á  mi  furor  templanza, 
Que  yo  cual  tú  también  el  ansia  apruebo 
De  gloria  y  de  combate  y  de  matanza; 
Sienta  ese  rey,  que  con  insulto  nuevo 
Mi  corazón  excita  le  venganza. 
Que  si  perdono  al  mísero  enemigo 
Del  rebelde  también  doblo  el  castigo. 


IX. 


»Vé,  Solimán:  las  huestes  agarenas 
Manda  aprestar,  y  la  trompeta  al  viento 
De  Córdoba  publique  en  las  almenas 
A  España  mi  terrible  mandamiento.» 
i^ijOj  y  1^  escucha  el  musulmán  apenas, 
Cuando  por  medio  en  ademan  violento 
Rompe,  y  á  obedecerle  se  retira, 
Y  celoso  del  rey  se  abrasa  en  ira. 


EL    PELA YO.  49 


X. 


Con  grata  muestra  entonces  del  tirano 
Todos  humildes  el  intento  aprueban, 

Y  sobre  el  pecho,  al  uso  mahometano, 
inclinando  la  faz^  las  manos  llevan  : 
Luego  un  murmullo  con  semblante  ufano 
Unos  con  otros  razonando  elevan  ; 

Mas  ya  Aldaimon  á  hablarles  se  prepara 

Y  el  sordo  ruido  de  repente  para. 

XI. 

«Campeones  de  Dios,  ¡oh  descendientes 
Del  ínclito  Ismael!  la  luz  primera 
Verá  de  nuestras  glorias  esplendentes 
Al  aire  tremolada  la  bandera. 
Ella  g*uió  el  valor  de  los  creyentes 
Cuando  del  Guadalete  en  la  ribera, 
En  manos  de  Tarif  brilló  aquel  dia 
Que  extendió  la  ag-arena  monarquía. 


XII. 


»Ella  miró  vencidos  desplomarse 
Los  altos  muros  de  la  gran  Toledo, 

Y  la  altivez  de  Mérida  humillarse ; 

Y  al  cántabro  feroz  impuso  miedo. 
Torne  al  viento  mañana  á  desplegarse, 

Y  al  alma  infunda  el  celestial  denuedo 
Que  intimida  al  infiel :  Dios  le  condena 
A  eterna  muerte  ó  á  servil  cadena.» 

XIII. 

Dijo,  y  del  trono  aurífero  desciende 
Con  lento  paso  y  ceño  majestuoso, 

Y  á  un  lado  y  otro  del  salón  se  extiende 

4 


50  EL   PELA  YO. 

Y  ante  él  se  postra  el  séquito  liumildoso. 
Tal  si  en  ig-nota  soledad  sorprende 
Oscura  noche  al  labrador  medroso 
Si  de  repente  ve  fada  divina, 
En  mudo  pasmo  la  rodilla  inclina. 


FRAGMENTO  QUINTO. 


DESCRIPCIÓN  DE  UN  SERRALLO 


De  mágicos  jardines  rodeado, 
Se  alza  un  rico  salón,  donde  descansa 
El  moro  rey,  cuando  el  fatal  cuidado 
Y  cortesano  estrépito  le  cansa: 
En  él  ahora  al  júbilo  entregado, 
Del  fiero  pecho  la  crueldad  amansa 
Plácido  canto  que  deleite  inspira 
Al  son  de  blanda,  regalada  lira. 


II. 


Allí  cercado  del  amable  coro 
Que  el  de  las  houris  célicas  no  iguala, 
Quemada  en  pipa  de  ámbar  y  de  oro, 
Planta  aromosa  el  gusto  le  regala ; 


EL   PELAYO.  51 

Y  mientra  en  hombros  de  su  amada  el  moro 
La  cien  reclina,  de  su  labio  exhala 
Humo  suave,  que  en  fragante  nube 
En  leves  ondas  á  perderse  sube. 


III. 


Cien  lámparas  de  plata  el  opulento 
Soberbio  harem  con  su  esplendor  enciende. 
Y,  en  partes  horadado  el  pavimento, 
Aromas  mil  á  derramarse  ascienden: 
Las  luces  multiplica  ciento  á  ciento 
El  oro  y  alabastro  en  que  resplenden, 
Y  de  cristal  y  azogue  relucientes 
En  jaspe  bullen  imitadas  fuentes. 


IV. 


Lánguida  acaso  mora  peregrina. 

En  blanco  lecho  de  damasco  y  flores 

Allí  voluptuosa  se  reclina, 

Y  en  sus  ojos  amor  prende  de  amores; 

En  tanto  que  otra  de  beldad  divina, 

Con  aguas  de  riquísimos  olores 

Baña  la  negra  cabellera  riza 

Que  por  la  airosa  espalda  se  desliza. 


V. 


Otra  de  silfas  mil  tropa  lasciva 
Con  diademas  de  oro  y  de  esmeralda 
Saltando  en  danzas  ágiles,  festiva 
Gira  y  se  lanza  entre  gentil  guirnalda; 

Y  desaciendo  el  lazo  fugitiva, 
Desnudo  el  pecho  y  la  gallarda  espalda 
La  leve  seda  al  movimiento  vuela 

Y  sus  formas  bellísimas  revela. 


52  EL    PELA YO. 

VI. 

El  ojo  en  vano  penetrar  desea 
La  en  torno  casi  trasparente  gasa. 

Y  aun  nada  tal  vez  entre  ella  vea. 
Rápido  el  pensamiento  la  traspasa; 

Y  en  tanto  en  vueltas  fáciles  ondea 
La  bella  tropa  y  por  las  orlas  pasa, 
Al  son  suave  de  las  arpas  de  oro 
Resuena  el  canto  en  armonioso  coro. 

Vil. 

Sonríe  acaso  y  su  aspereza  olvida 
Viéndolas  Aldaimon,  y  tierno  lazo 
Téjele  en  tanto  su  beldad  querida 
Con  dulce  beso  y  con  amante  abrazo 
A  grata  calma  y  á  placer  convida 

Y  á  deleite  suavísimo  el  regazo 
Donde  reposa,  y  por  mayor  delicia 
Blanca  y  hermosa  mano  le  acaricia. 


CUADRO  DEL  HAMBRE 


VIII. 


Mas  todo  en  vano  fué:  bárbaro  estrago 
Mientras  el  hambre  en  la  ciudad  hacia. 
La  muerte  ya  con  silencio  amago 
í^eñalaba  sus  víctimas  impía: 


EL   PELAYO.  53 

Eusca  en  la  madre  cariñoso  halago 
El  tierno  infante  que  en  su  amor  confía, 
Seco  el  pecho  encontrando:  ella  le  mira, 
Y  horrorizada  el  rostro  de  él  retira. 


}X, 


Gime  el  anciano  en  lecho  de  tormento, 

Y  ya  sintiendo  la  cercana  muerte, 
Al  hijo  tiende  el  brazo  amarillento 

Y  árido  llanto  al  abrazarlo  vierte. 
Quien  con  hórridas  muestras  de  contento 
Feliz  creyendo  su  infelice  suerte, 

A  su  padre  su  misma  sang*re  lleva 
Para  que  de  ella  se  alimente  y  beba. 


X. 


Viérase  allí  grabada  en  los  semblantes 

La  desesperación  :  triste  suspira 

Y  eleva  aquel  las  manos  suplicantes; 

Cual  mordiendo  en  sí  mismo  en  ansia  espira, 

Tal,  clavados  los  ojos  penetrantes, 

Morir  sus  hijos  y  su  esposa  mira 

Con  risa  horrible,  y  muere  recrujiendo 

Los  dientes  y  las  manos  retorciendo. 


Xí. 


Pálido,  y  flaco,  y  lánguido,  con  lento 
Paso  caminad  moribundo  hispano; 
Sobre  su  lanza  carga  el  macilento 
Cuerpo  y  se  apoya  en  la  derecha  mano  ; 
Los  ojos  con  horror,  sin  movimiento. 
Ávidos  fija  sobre  el  muerto  hermano, 
Y  hambriento  goza  y  lo  devora,  en  donde 
Avaro  cree  que  á  los  demás  se  esconde. 


"A  i:l  pelayo, 


XII. 


Las  calles  en  silencio  sepultadas 
Solo  ocupan  alg-unos  moribundos. 
Las  manos  reciamente  enclavijadas 
Despidiendo  tal  vez  ayes  profundos: 
Laten  en  torno  entrañas  destrozadas 

Y  miembros  de  cadáveres  inmundos, 
Que  forzado  del  hambre  asoladora 
Cual  como  grato  pasto  los  devora. 

XIII. 

Para  mayor  martirio,  les  presenta 
Con  recuerdo  fatal  su  fantasía, 
Los  manjares  tal  vez  de  la  opulenta 
.Mesa  que  desdeñaron  algún  dia: 
Ora  las  aves  de  rapiña  ahuyenta 
Ávido  el  moribundo  en  su  agonía 
Disputando  el  festin,  y  sus  gemidos 
Se  mezclan  con  los  fúnebres  graznidos 

XIV. 

Cual  al  lanzar  el  postrimer  aliento. 
Ve  feroz  buitre  que  sobre  él  se  arroja, 

Y  en  la  angustia  del  último  momento 
Lucha  con  él  en  su  mortal  congoja: 
Los  dedos  hinca  con  furor  violento 
En  la  entraña  del  pájaro,  que,  roja 
La  corva  garra  en  sangre,  aleteando, 
Ya  con  su  pico  el  pecho  barrenando. 


XV. 


El  moribundo,  lívido  el  semblante, 
Los  ojos  vuelve  en  blanco  en  su  agonía^ 
Mientras  tenaz  el  buitre  devorante 


EL    PE  LAYO.  5.1 

Alioiida  el  pico  con  mayor  porfía; 
Mas  el  hombre  le  aprieta  á  cada  instante: 
El  ave  mas  profundizar  ansia, 
Hasta  que  así,  y  el  uno  al  otro  junto, 
Muertos  al  fin  quedaron  en  un  punto. 


FRAGMENTO  SEXTO, 


I. 


Era  la  noche:  el  trueno  pavoroso 
Ronco  estallando  en  torno  retumbaba, 

Y  en  mar  inmenso  el  cielo  tenebroso 
Con  violento  turbión  se  desg-ajaba: 
El  rápido  relámpag^o  lumbroso 

Al  aire  desprendido  serpeaba, 

Y  ardiendo  el  rayo  en  la  tiniebla  umbría, 
Del  orbe  la  honda  base  estremecía. 


II, 


Todo  era  horror,  y  en  la  común  tristeza 
Único  asilo  el  templo  sacrosanto; 
El  muro  abandonaba  en  su  flaqueza 
El  g*uerrero  español  bañado  en  llanto; 
El  tardo  incierto  paso  allí  endereza 
inmensa  turba  con  horror  y  espanto, 
Y  ante  la  imág^en  de  Jesús  postrados 
No  osan  alzar  sus  ojos  aterrados. 


III. 


Lejos  de  todos,  solitario  g-ime 
Cerrado  en  una  lóbreg^a  capilla, 


56  EL   PELA  YO. 

Y  negra  pena  el  corazón  le  oprime, 
El  noble  jefe  de  la  gran  Sevilla; 
Ya  no  alienta  su  ejército;  no  esgrime 
Ya  triunfador  la  intrépida  cuchilla, 
Que  embebecido  en  su  pensar  doliente 
Apenas  mis  cercanos  pasos  siente. 


IV. 


Yelmo  y  escudo  aparte  descuidados 
El  anciano  á  sus  pies  tendidos  tiene, 

Y  los  ojos  de  lágrimas  carg*ados, 

Su  diestra  el  rostro  lánguido  sostiene; 
Sus  exánimes  miembros  fatigados 
Contra  un  altar  inmóviles  mantiene, 

Y  tan  solo  los  ojos  á  mi  acento 
Tornó  hacia  mi  con  leve  movimiento. 


«Noble  anciano,  exclamé,  dura  es  la  muerte 
Cuando  se  acerca  inevitable  y  lenta, 

Y  no  sirve  el  valor  contra  la  suerte, 

Y  antes  mas  bien  el  infortunio  aumenta. 
Mas  ¿quién  resistirá,  si  un  pecho  fuerte 
Como  es  el  tuyo,  desmayado  alienta?» 
l^ij^?  y  ^^  tanto  el  mísero  gemia 

Y  con  endeble  voz  me  respondía. 


VI. 


«Triste  en  verdad  estoy:  mas  ¡ay!  no  es  leve 

La  causa  de  mis  lágrimas:  ¡dichoso 

Tú  mil  veces,  oh  joven,  que  harto  breve 

Será  tu  padecer  y  harto  glorioso, 

Por  mas  que  en  tí  con  ímpetu  se  cebe 

La  cólera  del  hado  rigoroso! 

Tú  no  conoces  mi  dolor  ¡ay  triste! 

Tú  nunca  el  hijo  de  tu  amor  perdiste. 


EL   PELAYO.  57 


VIT. 


»Mísero  y  solo  en  tanta  desventura. 
Su  dulcísima  voz  no  oiré  espirando. 
Ni  con  trémula  mano  en  su  tristura 
Me  cerrará  los  párpados  llorando; 
Inútil  viejo,  de  la  muerte  dura 
En  mi  amarg^o  dolor  el  golpe  ansiando, 
Solo  y  en  bien  de  mi  ciudad  confío, 
;0h  gran  Pelayo!  en  tu  prudencia  y  brío 

VIII. 

Mi  corazón  de  lástima  llagado, 

Mi  rostro  algunas  lágrimas  cubrieron 

El  noble  anciano  al  ver  acongojado 

Que  tantas  lides  animoso  vieron: 

Su  grave  rostro  del  dolor  marcado 

Do  á  par  las  penas  que  la  edad  pusieron 

La  mano  que  su  frente  encanecía, 

Pálido  aun  con  majestad  lucia. 


ÍX 


«Teudis,  le  dije,  el  ánimo  sustenta: 
Álzate  y  viste  la  luciente  malla, 
Y  el  último  respiro  que  te  alienta 
p]sfuércese  á  la  voz  de  la  batalla.» 
«¡Olí  joven!  respondió:  díme,  ¿qué  intenta 
Tu  inextinguible  ardor?  ¿qué  medios  halla 
De  salvación  tu  esfuerzo?  ¡Ah!  ya  te  sigo; 
Tu  voz  me  reanimó;  parto  contigo.» 


Y  esforzándose  el  héroe  á  levantarse 
Sostenido  de  mí  marchó  tardío, 


58  KL    PELA. YO. 

Y  en  sus  láng'uidos  ojos  inflamarse 
Se  vio  la  llama  de  su  antiguo  brio: 
Como  suelen  de  lumbre  colorarse 
Las  nubes  de  tormenta  en  el  estío, 
El  fuego  que  su  espíritu  animaba 
En  su  pálido  rostro  reflejaba. 


XI. 


Entre  tanto  en  el  templo  amontonados 
Hombres,  mujeres,  niños  se  veían. 

Y  flaco  el  rostro  pálido,  aterrados, 
Espantosos  espectros  parecían. 
Do  á  la  luz  de  los  rayos  apagados 

Y  las  ondeantes  lámparas  lucían: 

A  par  del  trueno  el  huracán  bramaba, 

Y  del  templo  en  las  bóvedas  zumbaba. 


xíi 


Los  dos  entonces  tristes  contemplando 
Aquellos  fuertes,  míseros  varones, 
El  llanto  de  mis  ojos  enjugando 
Por  alentar  sus  fuertes  corazones; 
«¡Noble  esperanza  del  cristiano  bando. 
Exclamé,  generosos  campeones! 
Alzad  el  pecho  á  contrastar  la  suerte: 
Muramos,  sí,  pero  con  digna  muerte. 

XIII. 

»Sí  es  fuerza  perecer  como  valientes, 
Perezcamos  al  pié  del  patrio  muro: 
No  es  tiempo,  amigos,  ya  de  ser  prudentes; 
La  paz,  la  sumisión,  nada  hay  seguro; 
Ora  mandan  los  hados  inclementes 


EL   PELAYO.  59 

Morir.  ¿Preferiréis  al  trance  duro 
Que  á  cierta  gloria  y  á  veng-anza  g*uia, 
Tan  dilatada  y  misera  agonía?» 


XIV 


Dije,  y  aquellos  héroes  á  mi  acento 
El  yerto  fuego  renacer  sentían, 
Que  aun  no  apagado  el  generoso  aliento 
Ni  el  entusiasmo  bélico  tenian: 
Todos  al  punto  luego  en  movimiento 
Mi  voz  en  derredor  solo  atendían. 
«Guiad,  dijeron;  á  morir  marchemos: 
A.nsia  de  perecer  todos  tenemos.» 


XY. 


«Alto,  dije,  á  la  lid :  la  noche  oscura 
Protege  ¡oh  bravos!  el  intento  mió: 
O  de  una  vez  muramos  con  bravura, 
O  camino  nos  abra  nuestro  brio; 
Tal  vez  nuestro  valor  logre  ventura. 
Tal  vez  venganza  del  alarbe  impío.» 
Dije,  y  al  punto  un  escuadrón  formaron 
Y  en  medio  á  los  inermes  encerraron. 


XVI 


€on  tardo  paso,  con  silencio  y  calma 
A  la  luz  del  relámpago  partimos. 
Llena  de  angustia  y  de  zozobra  el  alma, 
Y  el  ánimo  á  la  muerte  apercibimos. 
Del  martirio  á  alcanzar  la  ilustre  palma 
A  campo  abierto  impávidos  salimos: 
En  torno  todo  de  tinieblas  lleno 
Rugen  tan  solo  el  huracán  y  el  trueno. 


60  EL   PELAYO. 


XVII 


Entre  las  densas  sombras  temerosos 
En  cieno  y  agua  hundidos  avanzamos, 
Y  con  ansia  y  fatiga,  cuidadosos 
(^erca  del  campo  musulmán  llegamos: 
Dóblase  la  zozobra,  y  silenciosos 
Ante  sus  tiendas  lóbregas  paramos; 
Prestas  las  armas,  próximo  al  combate, 
De  miedo  el  pecho  y  de  esperanza  late. 


XVIII. 

Mas  á  su  voz  por  otra  repetida 
Pronta  su  hueste  se  presenta  armada, 
Y  con  bárbaro  ardor  y  arremetida 
Fulmínase  á  nosotros  agolpada: 
En  las  cristianas  lanzas  recibida 
Fué  su  improvisa  cólera  estrellada. 
Torna  al  asalto  y  dobla  la  pelea  : 
El  tercio  ibero  resistiendo  ondea. 


XÍX. 


Sigue  el  rumor,  la  confusión  se  aumenta: 

Cuál  hunde  en  las  entrañas  del  amigo 

Que  apartado  de  él  lidiando  cuenta, 

El  arma  destinada  al  enemigo  ; 

Este,  si  descargar  el  golpe  intenta, 

Por  alto  precipicio  da  consigo ; 

Tal  piensa  allí  que  á  su  escuadrón  se  junta 

Y  halla  en  el  pecho  la  imprevista  punta. 

XX. 

Cuál,  allí  solo  contra  mil  pelea 

Y  al  frente  y  al  redor  hiere  y  maltrata ; 


EL    PELAYO.  íil 

Y  en  tanto  que  la  maza  aquel  rodea 
Otro  le  oprime  el  brazo  y  la  arrebata. 
Ya  un  escuadrón  cejando  titubea, 

Y  otra  vez  vuelve,  y  carga  y  desbarata: 
Ora  cedemos  ya ;  ya  paso  abrimos  ; 

Ya  tórnanlo  á  cerrar,  ya  al  fin  rompimos. 


EL  ÁNGEL  Y  EL  POETA.  '" 


ÁNGEL, 


¿Osas  trepar,  poeta,  á  la  montaña 
De  oro  del  zenit? 

POETA. 

¿Quien  quier  que  seas, 
4ng*el  sublime,  del  empíreo  cielo 
Radiante  aparición,  ó  del  profundo 
Príncipe  condenado  á  eterno  duelo 

Y  á  llanto  eterno:  dame  que  del  mundo 
Rompa  mi  alma  la  prisión  sombría. 
Mis  pies  desprende  de  su  lodo  inmundo, 

Y  en  alas  de  Aquilón  álzame  y  guía! 

ÁNGEL. 

¡Oli  hijo  íle  Uain!  sobre  tu  frente 

{{)    Esta  composición  que  salió  á  luz  en  El  Iris  en  1811,  eslaba  desliii; 
du  ú  foniiar  parte  de  E¡  D'abh  Mundo. 


()2  EL    ÁNGEL    Y    EL    POETA. 

Lii  orgullo  irreverente 

(irabaclo  está,  y  tu  loco  desatino: 

De  tus  negros  informes  pensamientos 

Las  nubes,  que  en  oscuro  remolino 

Sobre  ella  apiñan  encontrados  vientos, 

Y  el  raudo  sulco  de  amarilla  lumbre, 
Que  en  pálida  vislumbre. 

Ráfaga  incierta  de  la  luz  divina, 

Sus  sombras  ilumina, 

Muéstrame  en  tí  al  poeta. 

El  alma  en  guerra  con  su  cuerpo  inquieta! 

Muéstrame  en  tí  la  descendencia  en  fin 

liebelde  y  generosa  de  Cain! 

¡Tú  mas  alto,  poeta,  que  los  reyes, 
Tú  cuyas  santas  leyes 
Son  las  de  tu  conciencia  y  sentimiento; 
Que  á  penetrar  el  pensamiento  arcano 
Osas  alzar  tu  noble  pensamiento, 
Del  mismo  Dios,  en  tu  delirio  insano! 
¡Y  sientes  en  tu  espíritu  la  grave. 
Maravillosa  música  suave, 

Y  del  mundo  sonoro  la  armonía! 
¡Qué  indeficiente  y  fria 
Sientes  vil  la  palabra  á  tu  deseo, 

Y  en  vértig'O  perpetuo  y  devaneo, 

Y  en  insomnio  te  agitas 

Y  en  pos  de  tu  ansiedad  te  precipitas! 
;Que  ora  tras  la  esperanza, 

Que  acaso  finges,  tu  ilusión  se  lanza, 
Ora  piedad  imploras 

Y  con  la  hiél  de  los  recuerdos  lloras, 
Ora  desesperado  desafías 

iiebelde  á  Dios  y  en  tu  rencor  porfías!  1 1 
Álzate  en  fin  y  rompe  tu  cadena, 

Y  el  alma  noble  y  de  despecho  llena 
A  las  legiones  célicas  levanta, 

Y  rueden  en  montón  bajo  tu  planta 


EL   ÁNGEL    y    EL    POETA.  6:i 

Los  cetros,  las  tiaras,  las  coronas, 
1.a  hermosura  y  el  oro,  el  barro  inmundo, 
Cuanto  es  escoria  y  resplandor  del  mundo, 
Y  en  tu  mente  magnífica  eslabonas! 

POETA. 

¡Sí,  levántame,  sí;  sobre  las  alas 
Cabalgue  yo  del  huracán  sombrío, 
Cruce  mi  mente  las  etéreas  salas. 
Llene  mi  alma  el  seno  del  vacío! 
Sobre  mi  frente  el  rayo  se  desprenda, 
Mi  frente  en  Dios,  mi  planta  en  el  profundo^ 

Y  al  contemplar  al  Hacedor  del  mundo 
Mi  espíritu  en  su  espíritu  se  encienda! 

¡Oh  Ángel!  yo  he  vivido 
En  la  inmensa  baraja  confundido 
De  los  hombres;  y  títulos  y  honores 
Mi  orgullo  desdeñó:  sobre  mi  frente 
Reflejaba  tal  vez  ricos  colores 
La  luz  de  la  esplendente  poesía, 

Y  esta  marca  divina  que  llevaba 

De  los  hombres  tal  vez  me  distinguía 

Y  sobre  ellos  tal  vez  me  levantaba! 
Un  vago  indefinible  sentimiento. 
Como  el  sutil  aliento 

Del  aura  leve  del  Abril  florido, 
En  mi  espíritu  insomne  se  agitaba, 

Y  en  doliente  gemido 

Sólo  del  triste  corazón  sentido. 

Pasando  por  mi  alma  suspiraba! 

Ni  palabra,  ni  grito,  ni  lamento 

Hallé  á  expresar  bastante 

Esta  secreta  voz  del  pensamiento. 

Este  vertiginoso  é  incesante 

Movimiento  del  ánimo  y  trastorno! 

Yo  apostrofaba  al  mundo  en  su  carrera, 


64  i:l  ángel  y  kl  poeta. 

Giraba  el  mundo  indiferente  en  torno. 
Y  en  vano  y  débil  mi  lamento  eral 
jOh!  ;mi  triste  lamento 
Era  un  leve  sonido  en  la  armonía 
Del  eterno  tormento 
Del  mundo  y  su  ag*onía! 

Cada  g-rano  de  arena,  cada  planta. 
El  vil  insecto,  la  indomable  fiera 
Que  con  rugidos  el  desierto  espanta, 
El  águila  altanera, 
Que  el  sol  á  mirar  sube 
[Sobre  el  vellón  de  la  remota  nube, 
Oí  lanzaban  la  doliente  queja 
De  su  eterno  dolor  y  su  amargura! 
¡Marañada  madeja 

Este  mundo,  de  duelo  y  desventural... 
Las  aguas  de  las  fuentes  suspiraban, 
Las  copas  de  los  árboles  gemían, 
Las  olas  de  la  mar  se  querellaban, 
Los  aquilones  de  dolor  rugían!... 


SERENATA, 


Delio  á  las  rejas  de  Elisa 
Le  canta  en  noche  serena 
Sus  amores: 

líaya  la  luna,  y  la  brisa 
Al  pasar  plácida  suena 
Por  las  flores. 


SERENATA.  65 

Y  al  eco  que  va  formando 
El  arroyuelo  saltando 

Tan  sonoro, 
Le  dice  Delio  á  su  hermosa 
Kn  cantinela  amorosa: 

«Yo  te  adoro.» 

En  el  regazo  adormida 

Del  blando  sueño,  presentes 

Mil  delicias, 
En  tu  ilusión  embebida 
Feliz  te  fing-es,  y  sientes 

Mis  caricias. 

Y  en  la  noche  silenciosa, 
Por  la  pradera  espaciosa 

Blando  coro 
Forman,  diciendo  á  mi  acento. 
El  arroyuelo  y  el  viento: 

«Yo  te  adoro.» 

En  derredor  de  tu  frente 
Leve  soplo  vuela  apenas 
Muy  callado, 

Y  allí  esparcido  se  siente 
Dulce  aroma  de  azucenas 

Keg-alado. 

Que  en  fragancia  deleitosa 
Vuela  también  á  la  diosa 

Que  enamoro. 
El  eco  g-rato  que  suena, 
Oyendo  mi  cantinela: 

«Yo  te  adoro.» 

Del  fondo  del  pecho  mió 
Vuela  á  tí  suspiro  tierno 
Con  mi  acento: 


6i^  SERENATA. 

En  él,  mi  Elisa,  te  envío 
El  fuego  de  amor  eterno 
Que  yo  siento. 

Por  él,  mi  adorada  hermosa. 
Por  esos  labios  de  rosa, 

De  tí  imploro 
Que  le  escuches  con  ternura, 

Y  le  oirás  como  murmura: 

«Yo  te  adoro.» 

Despierta  y  el  lecho  deja; 
No  prive  el  sueño  tirano 

De  tu  risa 
A  Delio,  que  está  á  tu  reja, 

Y  espera  ansioso  tu  mano 

Bella  Elisa. 

Despierta,  que  ya  pasaron 
Las  horas  que  nos  costaron 

Tanto  lloro; 
Sal,  que  gentil  enramada 
Dice  á  tu  puerta  enlazada: 

«Yo  te  adoro.» 

LONDRES,  1828. 


SERENATA. 


Despierta,  hermosa  señora. 
Señora  del  alma  mia: 
Den  luz  á  la  noche  umbría 
Tus  ojos  que  soles  son. 


SERENATA.  67 

Despierta,  y  si  acaso  sientes 
Tu  corazón  conmovido, 
Es  que  responde  al  latido 
De  mi  amante  corazón. 

Oye  mi  voz. 
La  flor  mas  pura  y  galana 
Que  el  abril  fecundo  adora, 
Al  despuntar  de  la  aurora 
Perfuma  el  primer  albor: 
Pero  es  mil  veces  mas  puro 
De  tu  boca  el  blando  aliento 
Si  perfuma  en  torno  el  viento 
Tierno  suspiro  de  amor. 

Oye  mi  voz. 
Adiós,  mis  dulces  amores, 
Que  envidiosa  el  alba  fria 
Ya  raya  en  Oriente  el  dia 
Por  turbar  nuestro  placer: 
Adiós,  señora:  mi  alma 
Dejo,  al  partirme,  contigo: 
Amante  triste,  maldigo, 
Aurora,  tu  rosicler. 

Guárdame  fe. 


LAS  QUEJAS  DE  SU  AMOR  < 


1) 


Bellísima  parece 
Al  vastago  prendida, 

(1)    Publicada  en  La  América,  en  12  de  Mayo  de  ]Xi'>(). 


68  LAS   QUEJAS    DE    SU   AMOR. 

Gallarda  y  encendida 
De  abril  la  linda  flor: 
Empero  muy  mas  bella 
La  virgen  ruborosa 
Se  muestra,  al  dar  llorosa 
Las  quejas  de  su  amor. 

Suave  es  el  acento 
De  dulce  amante  lira, 
Si  al  blando  son  suspira 
De  noche  el  trovador; 
Pero  aun  es  mas  suave 
La  voz  de  la  hermosura 
Si  dice  con  ternura 
Las  quejas  de  su  amor. 

Grato  es  en  noche  umbría 
Al  triste  caminante 
Del  alba  radiante 
Mirar  el  resplandor; 
Empero  es  aun  mas  g-rato 
Al  alma  enamorada 
Oir  de  su  adorada 
Ljas  quejas  de  su  amor. 


A  UNA  DAMA  BURLADA 


Dueña  de  rubios  cabellos, 

Tan  altiva, 
Que  creéis  que  basta  el  vellos 
Para  que  un  amante  viva 


Á   UNA   DAMA   BURLADA,  69 

Preso  en  ellos 
El  tiempo  que  vos  queréis; 
Si  tanto  ing-enio  tenéis 
Que  entretenéis  tres  g-alanes, 
¿Cómo  salieron  mal  hora, 

Mi  señora, 

Tus  afanes? 

Pusiste  gesto  amoroso 

Al  primero; 
Al  segundo  el  rostro  hermoso 
Le  volviste  placentero; 

Y  con  doloso 
Sortilegio,  en  tu  prisión 
Entró  un  tercer  corazón: 
Agiste  á  tus  pies  tres  galanes, 

Y  diste,  al  verlos  rendidos, 
Por  cumplidos 

Tus  afanes. 

¡De  cuántas  mañas  usabas 

Diligente! 
Ya  tu  voz  al  viento  dabas, 
Ya  mirabas  dulcemente, 

O  ya  hablabas 
De  amor,  ó  dabas  enojos; 

Y  en  tus  engañosos  ojos, 

A  un  tiempo  los  tres  galanes 
Sin  saberlo  tú,  leian 

Que  mentían 

Tus  afanes. 

Ellos  de  ti  se  burlaban; 

Tú  reias; 
Ellos  á  tí  te  engañaban, 

Y  tú,  mintiendo,  creias 
Que  te  amaban: 


A    UNA   DAMA    BURLADA. 

Decid,  ¿quién  aquí  engañó? 
^.Quién  aquí  ganó  ó  perdió? 
Sus  deseos  tus  galanes 
Al  fin  miraron  cumplidos, 

Tú  fallidos 

Tus  afanes  (1). 


Á  MATILDE 


Aromosa  blanca  viola,  ' 

Pura  y  sola  en  el  pensil,  \ 

Embalsama  regalada 
La  alborada  del  Abril. 

Junto  al  margen  florecido 
De  escondido  manantial,  : 

Solo  avisa  de  su  estancia 
Su  fragancia  virginal.  \ 

Allí  el  aura  sosegada  | 

Con  callada  timidez,  j 

Hiere  apenas  cariñosa  | 

Su  donosa  candidez.  ; 

Silencioso  el  arroyuelo,  | 

Con  recelo  besa  el  pié,  I 

Y  no  dice  su  ternura  ¡ 

Ni  murmura  su  desdén.  I 


fl )  Kslos  versos  componen  una  canción  que  el  autor  puso  en  hoca  del 
]»aje  .limeño  en  la  novela  histórica  titulada  Sandio  Saldnña  ó  d  Caxífllnno 
de  CueUar. 


Á    MATILDE.  71 

Y  SU  imagen  mira  en  ella 
La  doncella  con  rubor, 
Que  es  la  viola  pudorosa 
Flor  hermosa  del  candor. 

Tal,  Matilde,  brilla  pura 
Tu  hermosura  celestial, 
Y  es  mas  plácida  tu  risa 
Que  la  brisa  matinal. 

Nunca  turbe  con  enojos 
Los  tus  ojos  el  amor; 
Siempre  añada  tu  alegría 
Lozanía  á  tu  esplendor. 

Y  el  que  brilla  refulgente 
Claro  oriente  de  tu  edad. 
Nube  impura  no  mancille, 
Siempre  brille  tu  beldad. 

Mas  si  gala  al  bosque  umbrío 
El  rocío  suele  dar. 
Porque  aumente  así  tu  encanto, 
Vierte  el  llanto  de  piedad. 

Y,  venida  tú  del  cielo 
Por  consuelo  al  infeliz, 
Brillarás  modesta  y  sola 
Cual  la  viola  del  Abril. 

Londres.  1H82. 


72  k   LA  NOCHE 


MADRIGAL. 


Son  tus  labios  un  rubí 
Partido  por  g-ala  en  dos, 
Arrancado  para  ti 
De  la  corona  de  un  Dios. 


A  LA  NOCHE 


ROMANCE. 

Salve,  oh  tú,  noche  serena, 
Que  el  mundo  velas  augusta 

Y  los  pesares  de  un  triste 
Con  tu  oscuridad  endulzas. 

El  arroyuelo  á  lo  lejos 
Mas  acallado  murmura, 

Y  entre  las  ramas,  el  aura 
Eco  armonioso  susurra. 

Se  cubre  el  monte  de  sombras 
Que  las  praderas  anublan, 


A   LA   NOCHE.  /•> 

Y  las  estrellas  apenas 

Con  trémula  luz  alumbran. 

Melancólico  ruido 

Del  mar  las  olas  murmuran, 

Y  fatuos,  rápidos  fuegos 
Entre  sus  ag*uas  fluctúan. 

El  majestuoso  rio 

Sus  claras  ondas  enluta, 

Y  los  colores  del  campo 
Se  ven  en  sombra  confusa. 

Al  aprisco  sus  ovejas 
Lleva  el  pastor  con  presura, 

Y  el  labrador  impaciente 
Los  pesados  bueyes  punza. 

En  sus  liogarras  le  esperan 
Su  esposa  y  prole  robusta, 
Parca  cena  preparada 
Sin  sobresalto  ni  angustia. 

Todos  suave  reposo 

En  tu  calma  ¡oh  noche!  buscan, 

Y  aun  las  lágrimas  tus  sueños 
Al  desventurado  enjugan. 

;0h  qué  silencio!  ¡oh  qué  grata 
Oscuridad  y  tristura! 
¡Cómo  el  alma  contemplaros 
En  sí  recogida  gusta! 

Del  mustio  agorero  buho 
El  ronco  graznar  se  escucha. 
Que  el  magníñco  reposo 
Interrumpe  de  las  tumbas. 

Allá  en  la  elevada  torre 
Lánguida  lámpara  alumbra, 


74  k  LA   NOCHE. 

Y  en  derredor  neg*ras  sombras, 
Agitándose,  circulan. 

Mas  ya  el  pértig-o  de  plata 
Muestra  naciente  la  luna, 

Y  las  cimas  del  otero 
De  candida  luz  inunda. 

Con  majestad  se  adelanta 

Y  las  estrellas  ofusca, 

Y  el  azul  del  alto  cielo 
líeverbera  eu  lumbre  pura. 

Deslizase  manso  el  rio, 

Y  su  luz  trémula  ondula 
bln  sus  ag-uas  retratada. 
Que,  terso  espejo,  relumbran. 

Al  blando  batir  del  remo 
Dulces  cantares  se  escuchan 
Del  pescador,  y  su  barco 
Al  plácido  rayo  cruza. 

El  ruiseñor  á  su  esposa 
Con  vario  cántico  arrulla, 

Y  en  la  calma  de  los  bosques 
Dice  él  solo  sus  ternuras. 

Tal  vez  de  algún  caserío 
Se  ve  subir  en  confusas 
Ondas  el  humo,  y  por  ellas 
Entreclarear  la  luna. 

Por  el  espeso  ramaje 
Penetrar  sus  rayos  dudan, 

Y  las  hojas  que  los  quiebran. 
Hacen  que  tímidos  luzcan. 

Ora  la  brisa  suave 
Entre  las  flores  susurra, 


Á    LA   NOCHE.  75 

Y  de  sus  gratos  aromas 
El  ancho  campo  perfuma. 

Ora  acaso  en  la  montaña, 
Eco  sonoro  modula 
Algún  lánguido  sonido, 
Que  otro  á  imitar  se  apresura. 

Silencio,  plácida  calma 
A  algún  murmullo  se  juntan 
Tal  vez,  haciendo  mas  grata 
La  faz  de  la  noche  oscura. 

¡Oh!  salve,  amiga  del  triste, 
Con  blando  bálsamo  endulza 
Los  pesares  de  mi  pecho. 
Que  en  tí  su  consuelo  buscan. 


ROMANCE . 


Raya  la  naciente  luna 
En  la  cumbre  del  Oreb, 
Y  armado  un  fuerte  guerrero 
En  la  campiña  se  ve. 

Al  melancólico  rayo 
Brilla  una  cruz  en  su  arnés; 
Paladín  es  que  defiende 
La  santa  Jerusalen. 

Del  Jordán  camina  al  paso 
Siguiendo  el  curso  tal  vez, 


76  ROMANCE. 

liicamente  enjaezado 
Su  gallardo  palafrén. 

En  tanto  á  su  encuentro  sale 
Un  árabe  en  su  corcel, 
Con  lanza  corta  y  alfang-e 

Y  reluciente  pavés. 

Al  trotar  crujen  sus  armas, 

Y  el  paladín,  que  le  ve, 
Suelta  al  caballo  la  rienda 

Y  arranca  contra  el  infiel. 
Pronto  el  árabe  se  apresta, 

Ganoso  de  gloria  y  prez, 
Y,  el  diestro  brazo  á  la  espalda, 
Tira  gallardo  á  ofender. 
La  lanza  vuela  silbando 

Y  del  cristiano  á  los  pies. 
Perdido  el  tiro,  penetra. 
La  tierra  haciendo  tremer. 

«Ríndete,  moro,  le  grita, 
Tu  recio  furor  deten. 
Yo  soy  Ricardo.» — «¿Qué  importa, 
Si  yo  soy  Abenamet?» 

Y  un  bárbaro  golpe  fiero 
Le  descarga  al  responder, 

Y  su  alfange  damasquino 
El  yelmo  taja  á  cercen. 

Ya  un  hacha  tremenda  agita 
Sañudo  el  monarca  inglés. 
Que  hiende  el  turbante,  y  hiende 
La  cabeza  del  infiel: 

Hacha  grave  que  ninguno 
De  cuantos  visten  arnés, 
l^i  aun  puestas  entrambas  manos 
Pudiera  apenas  mover. 
18:35. 


EL   PESCADOR.  77 


EL  PESCADOR 


Pescadorcita  mia. 
Desciende  á  la  ribera, 

Y  escucha  placentera 
Mi  cántico  de  amor; 

Sentado  en  sn  barquilla 
Te  canta  su  cuidado, 
Cual  nunca  enamorado 
Tu  tierno  pescador. 

La  noche  el  cielo  encubre 

Y  calla  manso  el  viento, 

Y  el  rnar  sin  movimiento 
También  en  calma  está: 

A  mi  batel  desciende 
Mi  dulce  amada  hermosa: 
La  noche  tenebrosa 
Tu  faz  alegrará. 

Aquí,  apartados,  solos, 
Sin  otros  pescadores, 
Suavísimos  amores 
Felice  te  diré, 

Y  en  esos  dulces  labios 
De  rosas  y  claveles. 
El  ámbar  y  las  mieles 
Que  vierten,  libaré. 

La  mar  adentro  iremos 
En  mi  batel  cantando, 
Al  son  del  viento  blando 
Amores  y  placer; 


78  EL    PESCADOR. 

llegalaréte  entonces 
^lil  varios  pesecillos, 
Que  al  verte,  simplecillos 
De  tí  se  harán  prender. 

De  conchas  y  corales 
Y  nácar  á  tu  frente 
Guirnalda  reluciente, 
Mi  bien,  te  ceñiré; 

Y  eterno  amor  vil  veces 
Jurándote,  cumplida 

En  tí,  mi  dulce  vida. 
Mi  dicha  encontraré. 

No  el  hondo  mar  te  espante, 
Ni  el  viento  proceloso, 
Que  al  ver  tu  rostro  hermoso 
Sus  iras  calmarán; 

Y  sílfides  y  ondinas, 
Por  reina  de  los  mares 
Con  plácidos  cantares 
A  par  te  aclamarán. 

Ven  ¡ay!  á  mi  barquilla: 
('ompleta  mi  fortuna: 
Naciente  ya  la  luna 
Refleja  al  ancho  mar: 

Sus  mansas  olas  bate 
Suave,  leve  brisa; 
Ven  ¡ay!  mi  dulce  Elisa, 
Mi  pecho  á  consolar. 


ÓSCAR   Y    MALVINA..  19 

ÓSCAR   Y   MALVINA. 

IMITACIÓN  DEL  ESTILO  DE  OSÍAN. 

(A  tale  of  the  timen  of  ola,) 


LA  DESPEDIDA. 


Magnífico  Morven,  se  alza  tu  frente 
De  sempiterna  nieve  coronada: 
kX  hondo  valle  bramador  torrente 
De  tu  cumbre  enriscada 
Se  derrumba  con  ímpetu  sonante, 
Y  zumba  allá  distante. 
La  lira  de  Osian  resonó  un  dia 
En  tu  breñosa  cumbre: 
Tierna  melancolía 
Vertió  en  la  soledad,  y  repetiste 
Su  acento  de  dolor,  lánguido  y  dulce 
Como  el  recuerdo  del  amante  triste 
De  su  amada  en  la  tumba. 
El  eco  de  su  voz  clamando  «guerra,» 
Al  rumor  del  torrente  parecía 
Que  en  silencio  retumba. 
Aun  figuro  tal  vez  que  las  montañas 
De  nuevo  esperan  resonar  su  acento, 
Cual,  muda  la  ribera. 
De  las  olas  que  tornan. 
El  ronco  estruendo  y  el  embate  espera. 
¿Dónde  estás,  Osian?  ¿En  los  palacios 


^0  ÓSCAR   Y   MALVINA. 

De  las  nubes  ag-itas  la  tormenta, 
O  en  el  collado  gira  allá  en  la  noche 
Vag-arosa  tu  sombra  macilenta? 
Siento  tierno  quejido, 

Y  oig*o  el  nombre  de  Osear  y  de  Malvina 
Del  aura  entre  el  ruido, 

Si  el  alta  copa  del  ciprés  inclina; 

Y  al  resonar  el  hijo  de  la  roca, 
Cuando  su  voz  pe  pierde 

Cual  la  luz  de  la  luna  entre  la  niebla, 
Mi  mente  se  fig-ura 
Que  escucho  tus  acentos  de  dulzura. 
Miro  el  alcázar  de  Fing-al  cubierto 
De  innoble  musg-o  y  yerba, 

Y  en  silencio  profundo  sepultado 

Como  la  noche  el  mar,  el  viento  en  calma. 

¿Do  las  armas  están?  ¿Dónde  el  sonido 

Del  escudo  batido? 

¿Do  de  Caril  la  lira  delicada. 

Las  fiestas  de  las  conchas  3^  tu  llanto, 

Móina  desconsolada? 

Blando  el  eco  repite 

Segunda  vez  el  nombre  de  Malvina 

Y  el  de  su  dulce  Osear:  tiernos  se  amaron: 
Gim^e  en  su  losa  de  la  noche  el  viento, 

Y  repite  sus  nombres  que  pasaron. 
Osear,  de  negros  ojos:  en  las  paces 

Dulce  su  corazón  como  los  rayos 
Del  astro  bello  precursor  del  dia; 

Y  fiero  en  la  batalla  de  la  lanza, 
A  la  suya  seguia 

La  muerte  que  vibraba  su  pujunza. 

Llamó  al  héroe  la  guerra 
Que  el  tirano  Cairvar  fiero  traia, 

Y  su  Malvina  hermosa. 

Tierno  llanto  vertiendo,  le  decia: 
¿Dónde  marchas,  Osear?  Sobre  las  rocas, 


ÓSCAR    Y   MALVINA.  81 

Donde  braman  los  vientos, 

Me  mirarán  llorar  mis  compañeras: 

No  mas  fatig-aré,  vibrando  el  arco, 

Por  el  monte  las  fieras, 

Ni  á  tí  cansado  de  la  ardiente  caza 

Te  esperaré  cuidosa. 

No  oiré  ya  mas  la  voz  de  tus  amores, 

Ni  mi  alma  estará  nunca  g-ozosa. 

«¿En  dónde  está  mi  Osear?»  á  los  guerreros 

Preguntaré  anhelante; 

Y  ellos  pasando  junto  á  mí  ligeros 
Responderán:  «¡Murió!»  Dice,  y  espira 
En  sollozos  su  acento,  mas  suave 
Que  del  arpa  el  sonido, 

Al  vislumbrar  la  luna 

El  solitario  bosque  y  escondido. 

«Destierra  ese  temor,  Malvina  mia.» 
Osear  responde  con  fingido  aliento  ; 
«Muchos  los  héroes  son  que  Fingal  manda: 
Caiga  el  fiero  Cairvar  y  yo  perezca 
Si  es  forzoso  también  ;  mas  tú,  Malvina, 
Bella  como  la  edad  de  la  inocencia, 
Vive,  que  ya  destina 
Himnos  el  bardo  á  eternizar  mi  gloria. 
Mis  hazañas  oirás,  y  entre  las  nubes 
Yo  sonreiré  feliz,  y  vagaroso 
Allá  en  la  noche  fria 
Bajaré  á  tu  mansión:  verás  mi  sombra 
Al  triste  rayo  de  la  luna  umbría.» 

Y  dice,  y  se  desprende  de  los  brazos 
De  su  infeliz  Malvina: 
A  pasos  rapidísimos  avanza, 

Y  á  la  llama  oscilante 

De  las  hogueras  del  extenso  campo. 
Brillar  se  ven  sus  armas,  cual  radiante, 
liápida  exhalación.  Yace  en  silencio 
El  campamento  todo, 


82  OSCAU   Y    MALVINA. 

Y  solo  al  eco  repetir  se  siente  i 
El  crujir  al  andar  de  su  armadura, 

Y  el  blando  susurrar  del  manso  ambiente.  ' 
Cual  por  nubes  la  luna  silenciosa 

Su  luz  quebrada  envía 

Trémula  sobre  el  mar  que  la  retrata, 

Que  ora  se  ve  brillar,  ora  perdida,  \ 

Pardo  vellón  de  nube  la  arrebata,  \ 

CAelo  y  tierra  en  tinieblas  sepultando;  \ 

Así  á  veces  Osear  brilla  y  se  pierde,  ' 

La  selva  atravesando.  ! 


EL  COMBATE 


Cairvar  yace  adormido  ; 

Y  tiene  junto  á  sí  lanza  y  escudo,  i 

Y  relumbra  su  yelmo  I 
Claro  á  la  llamarada  reluciente  I 
])e  un  tronco  carcomido,  ! 
Casi  despojo  de  la  llama  ardiente,  j 
Mitad  de  él  á  cenizas  reducido.  I 

«Levántate,  Cairvar,»  Osear  le  grita;  I 
«Cual  hórrida  tormenta 
Eres  tú  de  temer;  mas  yo  no  tiemblo: 

Desprecio  tu  arrogancia  y  osadía:  i 

La  lanza  apresta  y  el  escudo  embraza;  \ 

Álzate  pues,  que  Osear  te  desafía.»  ; 

Cual  en  noche  serena  i 

Súbito  amenazante,  inmensa  nube  | 

La  turbulenta  mar  de  espanto  llena,  I 

Se  levanta  Cairvar,  alto  cual  roca  \ 

De  endurecido  hielo.  \ 

«¿Quién  osa  del  valiente,»  ' 


ÓSCAR    Y   MALVINA.  83 

En  voz  tronante  grita, 

«Ora  turbar  el  sueño?  ¿y  quién  irrita 

La  cólera  á  Cairvar  omnipotente?» 

«Vigoroso  es  tu  brazo  en  la  pelea, 
Rey  de  la  mar  de  aurirolladas  olas,» 
Osear  de  negros  ojos  le  responde, 


«Hará  ceder  tu  indómita  pujanza,» 

Como  el  furor  del  viento  proceloso 
Ondas  con  ondas  con  bramido  horrendo 
Estrella  impetuoso. 
Los  guerreros  ardiendo  se  arremeten 

Y  fieros  se  acometen. 

Chispea  el  hierro,  la  armadura  suena: 
Al  rumor  de  los  golpes  gime  el  viento, 

Y  su  son  dilatándose  violento, 
Al  ronco  monte  atruena. 

Cayó  Cairvar  como  robusto  tronco 
Que  tumba  el  leñador  al  golpe  rudo 
De  hendiente  hacha  pesada, 

Y  cayó  derribada 
Su  soberbia  fiereza, 

Y  su  insolente  org-ullo  y  aspereza. 
Mas  ¡ay!  que  moribundo 

Osear  yace  también:  ¡triste  Malvina! 

Aun  no  los  bellos  ojos  apartaste 

Del  bosque  aquel  que  le  ocultó  á  tu  vista. 

Y  del  último  adiós  aun  no  enjugaste 
Las  lágrimas  hermosas, 

Tú,  mas  dulce  á  tu  Osear  que  las  sabrosas 

Auras  de  la  mañana, 

Siempre  sola  estarás;  si  entre  las  selvas 

Pirámide  de  hielo 

Reverbera  á  la  luna ; 

En  tu  ilusión  dichosa 

Figurarás  tu  amante, 


84  ÓSCAR    Y    MALVINA. 

Pensando  ver  su  cota  fulgorosa: 
Pasará  tu  delirio, 

Y  verterás  el  llanto  de  amarg-ura 
Sola  y  desconsolada 

«¡Ay!  ¡Osear  pereció!»  gemirá  el  viento 
Al  romper  la  alborada, 

Y  al  ocultar  el  sol  la  sombra  oscura 
De  la  noche  callada. 


AL  SOL. 


HIMNO.  I 

Para  y  oyéme  ¡oh  sol!  yo  te  saludo  j 

Y  extático  ante  tí  me  atrevo  á  hablarte:  ■ 
Ardiente  como  tú  mi  fantasía,  ¡ 
Arrebatada  en  ansia  de  admirarte,  í 
Intrépidas  á  tí  sus  alas  guia. 

jOjalá  que  mi  acento  poderoso. 

Sublime,  resonando, 

Del  trueno  pavoroso  i 

La  temerosa  voz  sobrepujando,  j 

¡Oh  sol!  á  tí  llegara  ] 

Y  en  medio  de  tu  curso  te  parara  ! 
¡Ah!  si  la  llama  que  mi  mente  alumbra 

Diera  también  su  ardor  á  mis  sentidos;  i 

Al  rayo  vencedor  que  los  deslumhra  i 

Los  anhelantes  ojos  alzarla,  \ 

Y  en  tu  semblante  fúlgido  atrevidos,  5 
:\nrando  sin  cesar,  los  fijarla.  i 
jCuánto  siempre  te  amé,  sol  refulgente!  ; 
Con  qué  sencillo  anhelo, 


ÓSCAR   Y   MALVINA.  S5 

Siendo  niño  inocente, 

Seg'uirte  ansiaba  en  el  tendido  cielo, 

Y  extático  te  via 

Y  en  contemplar  tu  luz  me  embebecía! 
De  los  dorados  límites  de  Oriente 

Que  ciñe  el  rico  en  perlas  Océano, 
Al  término  sombroso  de  Occidente, 
Las  orlas  de  tu  ardiente  vestidura 
Tiendes  en  pompa,  augusto  soberano, 

Y  el  mundo  bañas  en  tu  lumbre  pura. 
Vivido  lanzas  de  tu  frente  el  dia, 

Y,  alma  y  vida  del  mundo. 

Tu  disco  en  paz  majestuoso  envía 

Plácido  ardor  fecundo, 

Y  te  elevas  triunfante. 
Corona  de  los  orbes  centellante. 

Tranquilo  subes  del  cénit  dorado 
Al  regio  trono  en  la  mitad  del  cielo, 
De  vivas  llamas  y  esplendor  ornado, 

Y  reprimes  tu  vuelo: 

Y  desde  allí  tu  fúlgida  carrera 
Rápido  precipitas, 

Y  tu  rica  encendida  cabellera 

En  el  seno  del  mar  trémula  agitas, 

Y  tu  esplendor  se  oculta, 

Y  el  ya  pasado  dia 

Con  otros  mil  la  eternidad  sepulta. 

iCuántos  siglos  sin  fin,  cuántos  has  visto 
En  tu  abismo  insondable  desplomarse! 
¡Cuánta  pompa,  grandeza  y  poderío 
De  imperios  populosos  disiparse! 
¿Qué  fueron  ante  tí?  Del  bosque  umbrío 
rfecas  y  leves  hojas  desprendidas, 
Que  en  círculos  se  mecen 

Y  al  furor  de  Aquilón  desaparecen. 
Libre  tú  de  tu  cólera  divina, 
Yiste  anegarse  el  universo  entero, 


í:<6  OSCAK    Y    MALVINA. 

Cuando  las  ag'uas  por  Jehová  lanzadas, 
Impelidas  del  brazo  justiciero 

Y  á  mares  por  los  vientos  despeñadas, 
Bramó  la  tempestad:  retumbó  en  torno 
El  ronco  trueno  y  con  temblor  crug*ieron 
Los  ejes  de  diamante  de  la  tierra: 
Montes  y  campos  fueron 

Alborotado  mar,  tumba  del  hombre. 
Se  estremeció  el  profundo; 

Y  entonces  tu,  como  señor  del  mundo, 
Sobre  la  tempestad  tu  trono  alzabas 
Yestido  de  tinieblas, 

Y  tu  faz  engreías, 

Y  á  otros  mundos  en  paz  resplandecías. 

Y  otra  vez  nuevos  siglos 

Viste  llegar,  huir,  desvanecerse 
En  remolino  eterno,  cual  las  olas 
Llegan,  se  agolpan  y  huyen  de  Océano, 

Y  tornan  otra  vez  á  sucederse; 
Mientra  inmutable  tú,  solo  y  radiante 
;0h  sol!  siempre  te  elevas, 

Y'  edades  mil  y  mil  huellas  triunfante. 

¿Y  habrás  de  ser  eterno,  inextinguible. 
Sin  que  nunca  jamás  tu  inmensa  hoguera 
Pierda  su  resplandor,  siempre  incansable, 
Audaz  siguiendo  tu  inmortal  carrera, 
Hundirse  las  edades  contemplando, 

Y  solo,  eterno,  perenal,  sublime, 
Monarca  poderoso,  dominando? 
^^o;  que  también  la  muerte. 

Si  de  lejos  te  sigue, 
No  menos  anhelante  te  persigue. 
¿Quién  sabe  si  tal  vez  pobre  destello 
Eres  tú  de  otro  sol  que  otro  universo 
Mayor  que  el  nuestro,  un  dia 
Con  doble  resplandor  esclarecía!!! 
Goza  tu  juventud  y  tu  hermosura, 


ÓSCAR   Y    MALVINA.  87 

¡Oh  sol!  que  cuando  el  pavoroso  día 
Llegue,  que  el  orbe  estalle  y  se  desprenda 
De  la  potente  mano 
Del  Padre  soberano, 

Y  allá  á  la  eternidad  también  descienda, 
Deshecho  en  mil  pedazos,  destrozado, 

Y  en  piélag'os  de  fuego 
Envuelto  para  siempre  y  sepultado; 

De  cien  tormentas  al  horrible  estruendo. 
En  tinieblas  sin  fin  tu  llama  pura 
Entonces  morirá:  noche  sombría 
Cubrirá  eterna  la  celeste  cumbre: 
Ni  aun  quedará  reliquia  de  tu  lumbrelü 


CANCIONES. 


LA  CAUTIVA. 


Ya  el  sol  esconde  sus  rayos, 
El  mundo  en  sombras  se  vela, 
El  ave  á  su  nido  vuela 
Busca  asilo  el  trovador. 

Todo  calla:  en  pobre  cama 
Duerme  el  pastor  venturoso; 
En  su  lecho  suntuoso 
^Se  agita  insomne  el  señor. 

Se  agita;  mas  ¡ay!  reposa 
Al  fin  en  su  patrio  suelo; 


NS  LA   CAUTIVA. 

Xo  llora  en  mísero  duelo  \ 

La  libertad  que  perdió:  i 

Los  campos  ve  que  á  su  infancia  ; 

Horas  dieron  de  contento,  j 

Su  oido  halaga  el  acento  1 
Del  país  donde  nació. 

No  gime  ilustre  cautivo 
Entre  doradas  cadenas, 

Que  si  "bien  de  encanto  llenas,  ' 

Al  cabo  cadenas  son.  ; 

Si  acaso  triste  lamenta,  i 

En  torno  ve  á  sus  amigos, 

Que,  de  su  pena  testigos,  ] 

Consuelan  su  corazón. 

La  arrogante  erguida  palma  ¡ 

Que  en  el  desierto  florece,  j 

Al  viajero  sombra  ofrece,  ! 

Descanso  y  grato  manjar:  ! 

Y,  aunque  sola,  allí  es  querida 
Del  árabe  errante  y  fiero. 
Que  siempre  va  placentero 
A  su  sombra  á  reposar. 

Mas  ¡ay  triste!  yo  cautiva,  > 

Huérfana  y  sola  suspiro. 
En  clima  estraüo  respiro, 

Y  amo  á  un  estraño  también.  \ 
No  hallan  mis  ojos  mi  patria;                              J 

Humo  han  sido  mis  amores;  i 

Nadie  calma  mis  dolores,  I 

Y  en  celos  me  siento  arder.  í 

¡Ah!  ¿Llorar?  ¿Llorar?...  no  puedo  I 

Ni  ceder  á  mi  tristura,  .; 

Ni  consuelo  en  mi  amargura 
Podré  jamás  encontrar. 


LA   CAUTIVA.  81> 

Supe  amar  como  ninguna. 
Supe  amar  correspondida; 
Despreciada,  aborrecida, 
¿No  sabré  también  odiar? 

¡Adiós,  patria!  ¡Adiós,  amores! 
La  infeliz  Zoraida  ahora 
Solo  venganzas  implora, 
Ya  condenada  á  morir. 

No  soy  ya  del  castellano 
La  sumisa  enamorada: 
Soy  la  cautiva,  cansada 
Ya  de  dejarse  oprimir.  (1) 


LA  VUELTA  DEL  CRUZAD(3 


El  que  ansioso  de  alta  g'loria. 
Joven  dejó  sus  hogares 
Y,  lanzándose  á  los  mares, 
Voló  á  buscar  la  victoria; 

Vencedor  del  turco  fiero 
Vuelve  el  valiente  cruzado. 
Del  sol  el  rostro  tostado 

Y  tinto  en  sangre  el  acero. 
Allí,  su  lanza  en  la  lid 

Dio  á  su  renombre  esplendor, 

Y  le  cantó  el  trovador 
Como  á  impávido  adalid: 

Ora  vuelve,  en  su  semblante 

,1/    ]<lsla  canción  también  se  insertó  en  la  citada  novela  d"  Sanclu' 
Saldaña. 


<iO  LA.    VUELTA   DEL    CRUZADO. 

Con  cicatrices  de  heridas  j 

En  honra  y  pro  recibidas  i 

De  la  que  adora  constante.  i 

Tal  vez  al  verle  á  su  reja  ] 
Le  desconozca  la  hermosa 
Que  sensible  y  cuidadosa 

Oyó  otro  tiempo  su  queja:  i 

Mas  si  no  vuelve  de  Oriente, 

Cual  antes  joven  hermoso,  I 

Vuelve  intrépido  y  brioso                         '  ; 

Y  ornada  en  lauros  la  frente.  j 

Y  las  lunas  abatidas  | 
De  los  árabes  altivos,  ^ 
Cien  caballos,  cien  cautivos,  : 
Cien  cimitarras  vencidas,  j 

El  soldado  de  Sion  ; 

Rendirá  ante  su  hermosura,  i 

Y  con  humilde  ternura  | 
Su  constante  corazón. 

Que  por  la  cruz  y  en  su  honor 
Ha  alcanzado  la  victoria, 

Y  su  nombre  y  su  memoria 

Realzó  en  la  lid  su  valor,  ! 

Y  buscando  donde  ir  I 
Á  hacer  su  nombre  famoso,  ! 
Vuelve  á  sus  pies  venturoso  ! 
Sus  laureles  á  rendir. 


CANCIÓN  DEL  PIRATA 


Con  diez  cañones  por  banda. 
Viento  en  popa  á  toda  vela 
No  corta  el  mar,  sino  vuela 
Mi  velero  bergantín: 


CANCIÓN   DEL   PIRATA.  91 

Bajel  pirata  que  llaman 
Por  su  bravura  el  Temido. 
En  todo  mar  conocido 
Del  uno  al  otro  confín. 

La  luna  en  el  mar  riela, 
En  la  lona  g*ime  el  viento, 

Y  alza  en  blando  movimiento 
Olas  de  plata  y  azul; 

Y  ve  el  capitán  pirata, 
Cantando  alegre  en  la  popa, 
Asia  á  un  lado,  al  otro  Europa, 

Y  allá  á  su  frente  Stambul.  (1) 

«Naveg*a,  velero  mio^, 

Sin  temor, 
Que  ni  enemigo  navio. 
Ni  tormenta,  ni  bonanza 
Tu  rumbo  á  torcer  alcanza, 
Ni  á  sujetar  tu  valor. 

»Veinte  presas 
Hemos  hecho 
k.  despecho 
Del  inglés, 
Y  han  rendido 
Sus  pendones 
Cien  naciones 
A  mis  pies. 

y)(clíie  es  mi  harco  mi  tesoro, 
Qíte  es  mi  Dios  la  libertad. 
Mi  ley  la  fuerza^]/  el  medito , 
Mi  única  patria  la  mar. 

(1)    Nombre  que  dan  los  turcos  á  Conslaulinopla. 


9-2  CANCIÓN    DEL   PIRATA. 

»Allá  muevan  feroz  guerra, 

Ciegos  reyes 
Por  un  palmo  mas  de  tierra : 
Que  yo  tengo  aquí  por  mió 
Cuanto  abarca  el  mar  bravio. 
A  quien  nadie  impuso  leyes. 

»Y  no  hay  playa, 
Sea  cualquiera, 
Ni  bandera 
De  esplendor, 
Que  no  sienta 
Mi  derecho, 
Y  dé  pecho 
A  mi  valor. 

»Quee$mi  barco  mi  tesoro,.. 

«A  la  voz  de  «¡barco  viene!» 

Es  de  ver 
Como  vira  y  se  previene 
A  todo  trapo  á  escapar: 
Que  yo  soy  el  rey  del  mar, 
Y  mi  furia  es  de  temer. 

»En  las  presas. 
Yo  divido 
Lo  cogido 
Por  igual: 
Solo  quiero 
Por  riqueza, 
La  belleza 
Sin  rival. 

>>(^fiíe  es  mi  barco  mi  tesoro... 
»¡Sentenciado  estoy  á  muerte! 


CANCIÓN   DEL   PIRATA.  93 

Yo  me  rio: 
No  me  abandone  la  suerte, 

Y  al  mismo  que  me  condena, 
Colg'aré  de  alguna  entena, 
Quizá  en  su  propio  navio. 

»Y  si  caigo, 
¿Qué  es  la  vida? 
Por  perdida 
Ya  la  di, 
Cuando  el  yugo 
Del  esclavo, 
Como  un  bravo 
Sacudí. 

y>Q.ue  es  mi  barco  mi  tesoro.,. 

»Son  mi  música  meior 

Aquilones: 
El  estrépito  y  temblor 
üe  los  cables  sacudidos, 
Del  negro  mar  los  bramidos, 

Y  el  rugir  de  mis  cañones. 

»Y  del  trueno 

Al  son  violento, 

Y  del  viento  ^ 

Al  rebramar, 

Yo  me  duermo 

Sosegado, 

Arrullado 

Por  el  mar. 

>y(liie  es  mi  harco  mi  tesoro, 
Q.ue  es  mi  Dios  la  lihertad. 
Mi  ley  la  fuerza  y  el  vi  en  lo, 
Mi  única  patria  la  mar. 


94  EL    TEMPLARIO. 


EL  TEMPLARIO 


(Fi'(t(ftuenl()  de  una  leyenda  de  este  titulo.) 

Ya  tarde  en  la  noche  la  luna  escondía, 
Cercana  á  Occidente,  su  lívida  faz, 

Y  al  Norte,  entre  nubes,  relámpag-o  ardía 
Que  el  cielo  inundaba  de  lumbre  fugaz: 

El  Tajo  sus  aguas  con  ronco  bramido 
Despeña,  y  el  eco  redobla  el  fragor, 
El  bosque  se  mece  con  ronco  ruido, 
De  negras  tormentas  fatal  precursor. 

Al  fuego  que  el  raudo  relámpago  enciende 
Que  el  monte  y  la  selva  parece  abrasar, 
Un  hombre  á  caballo  la  margen  desciende, 

Y  al  trote  se  sienten  sus  armas  sonar. 
Tal  vez  á  su  paso  con  viva  vislumbre 

La  cruz  en  su  escudo  radiante  brilló, 
Mas  luego  en  tinieblas  la  rápida  lumbre 
Al  hombre  y  caballo  consigo  ocultó. 

De  un  monte  en  la  altura,  levanta  su  frente 
Soberbio  castillo  de  ilustre  señor, 
Ikillantes  antorchas  le  adornan  luciente, 

Y  de  arpas  y  fiestas  se  escucha  el  rumor: 
Abiertas  las  rejas,  las  luces  se  agitan 

Y  alegre  banquete  se  deja  entrever. 
Los  néctares  dulces  al  júbilo  excitan, 

Y  á  cien  caballeros  cantando  á  beber. 
Cual  negro  fantasma  de  forma  medrosa 

Que  á  tímida  virgen  de  noche  aterró, 

Así  en  la  alta  cumbre  del  monte  escabrosa, 

YA  hombre  á  caballo  veloz  pareció. 


EL    TEMPLARIO.  95 

Ai  pié  del  castillo  llegando  el  guerrero, 
Alegre  relincha  su  noble  trotón: 
La  rienda  recoge,  desmonta  ligero, 

Y  para,  y  escucha  sonar  la  canción. 

Del  arpa  sonora  los  dulces  concentos. 
Aplauden  con  bravos  y  vivas  sin  fin, 

Y  en  coro  resuenan  alegres  acentos, 
En  alto  las  copas  á  honor  del  festin: 

Mas  luego  en  silencio  la  mágica  lira 
Vibrada  suave  se  torna  á  escuchar, 

Y  sigue  á  su  acento  que  plácido  inspira 
La  voz  regalada  de  aqueste  cantar. 

En  tanto  el  guerrero  que  el  cántico  oía. 
Con  fuerza  en  las  puertas  su  lanza  chocó, 

Y  allá  en  las  almenas  al  punto  el  vigía 
«¿Quién  llama  á  estos  muros?»  audaz  preg-untó. 

«Asilo  en  la  noche  demanda  un  guerrero 
Que  errante  camina,»  gritó  el  paladín: 
«Abridle,»  de  adentro  sonó  un  caballero, 
«Y  encuentre  acogida  y  asiento  al  festin: 

Las  gruesas  cadenas  que  el  puente  suspenden 
Con  ronco  bramido  se  sienten  crugir, 

Y  bajan  el  puente,  y  algunos  descienden 
Armados  guerreros  las  puertas  á  abrir. 

Su  nombre,  preguntan;  responde  el  soldado: 
«Mi  nombre,  aunque  ilustre,  me  es  fuerza  ocultar; 
Saber  es  bastante  que  soy  un  cruzado 
Que  vuelve  de  tierras  de  allende  del  mar.» 

Só  un  manto  sencillo  de  candido  lino. 
Do  roja  aparece  la  espléndida  cruz, 
Su  rostro  y  sus  armas  cubrió  el  paladino, 
Los  ojos  tan  solo  quedando  á  la  luz: 

En  ellos  ostenta  con  fiera  altiveza. 
Fijándolos  firmes,  intrépido  ardor; 


j 

Oís                              el  templaiuo.  i 
Mas  iueg'o  se  apaga  con  fria  tristeza. 

O  usado  descuido  su  noble  esplendor.  ' 

Eq  tanto  dos  pajes  sirviendo  de  guía 

Conducen  al  liuésped  adentro  al  salón,  ¡ 

Y  sale  á  su  encuentro,  con  faz  de  alegría,  \ 
Dejando  el  banquete,  gallardo  infanzón:  ; 

Su  mano,  por  muestra  de  dar  bien  venida, 

Tendiéndole,  dice:  «llegado  aquí  en  paz,  ' 

Os  dé  mi  castillo  sabrosa  acogida,  ! 

Y  halléis  con  nosotros  placer  y  solaz.»  \ 
El  huésped,  en  tanto  que  el  noble  le  hablara,      ! 

Mantiene  los  ojos  clavados  en  él,  I 

Así  que,  en  su  rostro,  semblanza  encontrara  | 

(^ue  antiguos  recuerdos  preséntanle  fiel.  \ 

¿Sois  vos,  le  pregunta,  gentil  castellano,  ; 

De  aquesta  comarca  tal  vez  el  señor?  j 
¿Sois  vos  el  que  nombran  el  conde  Lozano, 
Honor  de  Castilla,  del  moro  terror?» 

El  noble  modesto,  responde  al  guerrero: 
«Yo  soy  el  que  llaman  como  vos  decís. 
Empero  la  fama  da  un  nombre  á  mi  acero 

Mas  alto  que  nunca  por  él  merecí.  I 

»Entrad  con  nosotros,  partid  el  contento,  j 

Ilustre  soldado  de  la  alta  Sion,  i 

Dirás  de  tus  viajes  el  plácido  cuento,  i 

Y  oiremos  tus  hechos  con  grata  atención.»  i 
«Mi  vida  y  mis  hechos,  el  huésped  responde,     ! 

Ansiara  yo  mismo  por  siempre  olvidar;» 

Y  dice,  y  su  rostro  moreno  se  esconde  ' 
So  nube  sombría  de  negro  pesar.  i 

Del  sol  de  la  Libia  quemado  el  semblante,  j 

Sus  ojos  un  punto  centellear  se  ven,  , 

Mas  luego  se  apaga  su  brillo  al  instante  ' 

Y  al  fuego  que  lanzan  sucede  el  desdén. 


EL   CANTO    DEL    COSACO.  V)7 


EL  CANTO  DEL  COSACO. 


Donde  sienta  mi  caballo  los  pií 
no  vuelve  ú  nacer  yerba. 
¡^alabras  de  A I  Ha. 


CORO. 

¡Hurra,  cosacos  del  desierto!  ¡Hnrra! 
La  Europa  os  ir  inda  espléndido  hotin: 
Sangrienta  charca  sus  campiñas  sean, 
De  los  grajos  su  ejército  festin. 

¡Hurra!  ¡á  caballo,  hijos  de  la  niebla! 
Suelta  la  rienda,  á  combatir  volad: 
^.Veis  esas  tierras  fértiles?  las  puebla 
(lente  opulenta,  afeminada  ya. 

Casas,  palacios,  campos  y  jardines, 
Todo  es  hermoso  y  refulgente  allí: 
Son  sus  hembras  celestes  serafines, 
Su  sol  alumbra  un  cielo  de  zañr. 

¡Hurra,  cosacos  del  desierto... 

Nuestros  sean  su  oro  y  sus  placeres, 
Gocemos  de  ese  campo  y  ese  sol; 
Son  sus  soldados  menos  que  mujeres, 
Sus  reyes,  viles  mercaderes  son. 

Vedlos  huir  para  esconder  su  oro, 
Yedlos  cobardes  lág-rimas  verter... 
¡Hurra!  volad:  sus  cuerpos,  su  tesoro 
Huellen  nuestros  caballos  con  sus  pies. 

¡Hurra,  cosacos  del  desierto... 

7 


98  EL   CANTO   DEL   COSACO. 

Dictará  allí  nuestro  capricho  leyes,  i 
Nuestras  casas  alcázares  serán. 

Los  cetros  y  coronas  de  los  reyes,  i 

Cual  juguetes  de  niños  rodarán.  ; 

¡Harra!  volad!  á  hartar  nuestros  deseos:  ! 
Las  mas  hermosas  nos  darán  su  amor, 

Y  no  hallarán  nuestros  semblantes  feos,  : 
i}\ie  siempre  brilla  hermoso  el  vencedor.  j 

¡Híirra,  cosacos  del  desierto,..  \ 

j 
Desgarraremos  la  vencida  Europa  \ 

Cual  tigres  que  devoran  su  ración;  I 

En  sangre  empaparemos  nuestra  ropa  ] 

Cual  rojo  manto  de  imperial  señor.  j 

Nuestros  nobles  caballos  relinchando  I 

Regias  habitaciones  morarán;  i 
Cien  esclavos,  sus  frentes  inclinando, 

Al  mover  nuestros  ojos  temblarán.  i 

¡Hurr a,  cosacos  del  desierto...  i 

Venid,  volad,  guerreros  del  desierto,  \ 

Como  nubes  en  negra  confusión,  I 

Todos  suelto  el  bridón,  el  ojo  incierto, 
Todos  atrepellándoos  en  montón. 

Id  en  la  espesa  niebla  confundidos, 
Cual  tromba  que  arrebata  el  huracán,  ^ 

Cual  témpanos  de  hielo  endurecidos  \ 

Por  entre  rocas  despeñados  van.  ! 

¡Hiirra,  cosacos  del  desierto... 

Nuestros  padres  un  tiempo  caminaron  *^ 

Hasta  llegar  á  una  imperial  ciudad;  ^ 
Un  sol  mas  puro  es  fama  que  encontraron^ 

Y  palacios  de  oro  y  de  cristal.  í 
Vadearon  el  Tibre  sus  bridones,  j 

Yerta  á  sus  pies  la  tierra  enmudeció; 

Su  sueño  con  fantásticas  canciones  i 


EL   CANTO   DEL   COSACO.  f)§ 

La  fada  de  los  triunfos  arrulló. 
¡Hiirra,  cosacos  del  desierto... 

¡Qué!  ¿No  sentís  la  lanza  estremecerse, 
Hambrienta  en  vuestras  manos  de  matar? 
¿No  veis  entre  la  niebla  aparecerse 
Visiones  mil  que  el  parabién  nos  dan? 

Escudo  de  esas  míseras  naciones 
Era  ese  muro  que  abatido  fué; 
La  gloria  de  Polonia  y  sus  blasones 
En  humo  y  sangre  convertidos  ved. 

¡Hurra,  cosacos  del  desiérlo... 

¿Quién  en  dolor  trocó  sus  alegrías? 
¿Quién  sus  hijos  triunfante  encadenó? 
¿Quién  puso  fin  á  sus  gloriosos  dias? 
¿Quién  en  su  propia  sangre  los  ahogó? 

¡Hurra,  cosacos!  ¡gloria  al  mas  valiente! 
Esos  hombres  de  Europa  nos  verán: 
¡Hurra!  nuestros  caballos  en  su  frente 
Hondas  sus  herraduras  marcarán. 

¡Ilurra,  cosacos  del  desierto... 

A  cada  bote  de  la  lanza  ruda, 
A  cada  escape  en  la  abrasada  lid, 
La  sangrienta  ración  de  carne  cruda 
Bajo  la  silla  sentiréis  hervir. 

Y  allá  después  en  templos  suntuosos, 
Sirviéndonos  de  mesa  algún  altar, 
Nuestra  sed  calmarán  vinos  sabrosos, 
Hartará  nuestra  hambre  blanco  pan. 

¡Ilurra,  cosacos  del  desierto... 

Y  nuestras  madres  nos  verán  triunfantes^ 

Y  á  esa  caduca  Europa  á  nuestros  pies, 

Y  acudirán  de  gozo  palpitantes 
En  cada  hijo  á  contemplar  un  rey. 


00  KL   CANTO    DEL   COSACO. 

Nuestros  hijos  sabrán  nuestras  acciones. 
Las  coronas  de  Europa  heredarán, 
Y  á  conquistar  también  otras  regiones 
VA  caballo  y  la  lanza  aprestarán. 

.Iliirra,  cosacos  del  desierto!  ¡líiirrol 
La  Europa  os  hrinda  esiüéndido  hoVin: 
SaJigrienla  charca  sícs  camarinas  sean. 
De  los  (jMjos  síc  ejército  yes ¿in. 


EL  MENDIGO 


Mió  es  el  mundo:  como  el  aire  libre, 
Otros  traJ)ajan  porque  coma  yo: 
Todos  se  ablandan  si  doliente  jñdo 
Una  limosna  por  amor  de  Dios. 

El  palacio,  la  cabana 

Son  mi  asilo, 
Si  del  abrigo  el  furor 
'rronche  el  roble  en  la  montaña, 
O  que  inunda  la  campaña 
El  torrente  aselador, 


A  la  hoguera  ¡ 

Me  hacen  lado  \ 

Los  pastores  | 

Con  amor,  | 

Y  sin  pena  ' 

Y  descuidado  ; 
De  su  cena  j 
Ceno  yo,  | 
O  en  la  rica 


1-L    MENDIGO.  10 

Chimenea, 
Que  recrea 
Con  su  olor^ 
Me  reg-alo 
Codicioso 
Del  banquete 
Suntuoso 
Con  las  sobras 
De  un  señor. 

Y  me  digo:  el  viento  brama, 
Caiga  furioso  turbión; 
<,)ue  al  son  que  cruje  de  la  seca  leña. 
Libre  me  duermo  sm  rencor  ni  amor. 
Jfio  es  el  mundo:  como  el  cure  libre... 

Todos  son  mis  bienhechores, 

Y  por  todos 

A  Dios  ruego  con  fervor; 

De  villanos  y  señores, 

Yo  recibo  los  favores 

Sin  estima  y  sin  amor, 
t/ 

Ni  pregunto 
Quienes  sean, 
Xi  me  obligo 
A  agradecer: 
Que  mis  rezos 
Si  desean, 
Dar  limosna 
Es  un  deber. 
Y  es  pecado 
La  riqueza; 
La  pobreza 
Santidad: 
Dios  á  veces 
Es  mendigo. 


102  EL   MENDIGO. 

Y  al  avaro 
Da  castigo, 
Que  le  niegue 
Caridad. 

Yo  soy  pobre  y  se  lastiman 
Todos  al  verme  plañir, 
Sin  ver  son  mias  sus  riquezas  todas, 
Que  mina  inagotable  es  el  pedir. 
Mío  es  el  mmdo:  como  el  aire  libre.. 

Mal  revuelto  y  andrajoso, 

Entre  harapos 
Bel  lujo  sátira  soy, 

Y  con  mi  aspecto  asqueroso 
Me  vengo  del  poderoso; 

Y  adonde  va,  tras  él  voy. 

Y  á  la  hermosa 
Que  respira 
Cien  perfumes. 
Gala,  amor. 
La  persigo 
Hasta  que  mira, 

Y  me  gozo 
Cuando  aspira 
Mi  punzante 
Mal  olor. 

Y  las  fiestas 

Y  el  contento 
Con  mi  acento 
Turbo  yo, 

Y  en  la  bulla 

Y  la  alegría, 
interrumpen 
La  armonía 
Mis  harapos 

Y  mi  voz: 


EL   MENDIGO.  103 

Mostrando  cuan  cerca  habitan 

El  g-ozo  y  el  padecer, 

Que  no  hay  placer  sin  lágrimas,  ni  pena 

Que  no  traspire  en  medio  del  placer. 

Mío  es  el  mundo:  como  el  aire  lilre.., 

Y  para  mí  no  hay  mañana, 

Ni  hay  ayer; 
Olvido  el  bien  como  el  mal, 
Nada  me  aflig-e  ni  afana; 
Me  es  igual  para  mañana 
Un  palacio,  un  hospital. 

Vivo  ajeno 
De  memorias. 
De  cuidados 
Libre  estoy; 
Busquen  otros 
Oro  y  glorias, 
Yo  no  pienso 
Sino  en  hoy. 

Y  doquiera 
Vayan  leyes, 
Quiten  reyes. 
Reyes  den; 
Yo  soy  pobre, 

Y  al  mendigo. 
Por  el  miedo 
Del  castigo, 
Todos  hacen 
Siempre  bien. 

Y  un  asilo  donde  quiera, 

Y  un  lecho  en  el  hospital, 

Siempre  hallaré,  y  un  hoyo  donde  caiga 
Mi  cuerpo  miserable  al  espirar. 


]04  EL   MENDIGO. 

MÍO  es  el  omínelo:  como  el  aire  libre, 
Otros  trabajan  povcpie  coma  yo; 
Todos  se  ablandan  si  doliente ])ido 
Una  limosna  por  ojuor  de  Dios, 


Á  UNA  CIEGA 


Sobre  inmensa  montaña  de  vapores, 
Hay,  hermosa,  un  gig-ante  bienhechor, 
Que  rige  mundos  y  que  inspira  amores, 

Y  pisa  estrellas,  de  la  luz  señor 
Cíñele  un  cielo  la  encendida  frente. 

Nubes  le  dan  espléndido  festin, 

Y  en  él,  dormido  entre  fulgor  candente, 
Gózase  Dios 

Campos  colora  al  derramarse  en  oro, 
Oro  del  manto  del  excelso  Dios, 
O  al  inundar  de  aljofarado  lloro 
Mar  por  la  tierra  dividido  en  dos. 

¡El  mar!  ¡El  mar!  tendido  sobre  el  mundo 
Cual  faja  movediza  del  cristal, 
Sube  a  los  cielos,  lánzase  al  profundo, 
O  manso  brilla  como  azul  cendal. 

Se  aira  al  verse  de  color  sangriento 
Teñido  el  manto  por  el  sol  cruel; 
Llega  la  noche,  sórbelo  sediento. 
Aréngase  así  del  enemigo  aquel. 

Y  cuando  silba  el  aquilón  bravio, 
Tirando  el  guante  de  discordia  atroz, 
Muje  rabioso,  acepta  el  desafío. 
Llama  á  sus  ondas,  álzase  feroz. 


Á   UNA   CIEGA.  105 

El  espacio  es  palenque,  ellos  guerreros, 
El  orbe  concurrencia,  Dios  el  juez; 
Suena  el  clarin,  empuñan  los  aceros, 
Y  avánzanse  á  alcanzar  victoria  y  prez. 


No  llores,  no,  hermosa  mia. 
Porque  no  ves  ora  el  dia, 
Ni  con  sus  olas  de  plata 
El  mar  que  el  cielo  retrata: 

No  llores,  no,  mujer,  áng'el  del  cielo, 
Mientras  pueda  mi  lira  hacerse  oir, 
Porque  cubra  á  tus  ojos  denso  velo 
De  neg*ras  sombras  su  oriental  zafir. 

Yo  sobre  el  mundo,  sobre  el  mar  y  el  viento^ 
Sobre  los  cielos  y  la  tierra  estoy, 
Mundos  y  cielos  sin  cesar  invento 
Porque  hacia  el  mundo  de  los  vates  voy. 

¿Quieres  ver,  al  fulgor  de  ardiente  rayo, 
Lucir  el  sol,  dormir  la  tempestad, 
Zumbar  el  trueno  y  florecer  á  Mayo, 
Todo  á  un  tiempo  radiante  de  verdad? 

¿O  quieres  ver  en  el  dormido  espacio, 
Solo,  deidad,  para  servirte  á  tí. 
De  cristal  y  de  mármol  un  palacio 
Coronado  de  záfiros  por  mí? 

¡Todo  á  tus  pies!  y  en  tanto  ¿qué  te  importan 
Esos  seres  que  vagan  en  montón^ 
Y  entre  el  placer  y  entre  el  festín  acortan 
Su  torpe  vida  en  torpe  confusión? 

Hermosa  ciega,  con  tu  fiel  poeta 
Ven  en  valle  magnífico  á  habitar; 
Valle  que  el  gozo  y  el  dolor  respeta, 
¡Donde  puedes  reir!...  ¡puedes  llorar!... 

Yo  te  diré  cuándo  al  nacer  la  aurora 


]'0G  Á   UNA   CIEGA. 

Derrama  por  el  campo  su  fulgor; 
Yo  te  diré  cuándo  la  noche  llora 
Lágrimas  de  tinieblas  y  de  horror. 

Mas  descúbrese  el  velo  de  escarlata 
Que  á  tus  ojos  de  amor  tirano  fué: 
¿Lloras?  ¿Lloras?  El  gozo  te  arrebata: 
;Gracias!  ¡gracias,  gran  Dios!  ¡mi  amada  ve! 

¿Me  dices  que  estoy  pálido?  No,  hermosa, 
No  te  contriste  mi  amarilla  faz; 
Tus  ojos,  tú,  la  teñiréis  de  rosa, 
Color  de  vida,  de  placer  y  paz. 

Llamas  bello  al  jardin:  está  bien,  velo; 
Bello  será,  pero  se  olvida  al  fin, 
Si  no  está  allí  con  tu  hermosura  el  cielo, 
Si  tú  no  estás,  oh  ñor,  en  el  jardin. 


EL  REO  DE  MUERTE 


¡Para  hacer  bien  por  el  alma 
Del  que  van  á  ajusticiarül 


I. 


Reclinado  sobre  el  suelo 
Con  lenta  amarga  agonía, 
Pensando  en  el  triste  dia 
Que  pronto  amanecerá; 
En  silencio  gime  el  reo 
Y  el  fatal  momento  espera 
En  que  el  sol,  por  vez  postrera 
En  su  frente  lucirá. 


EL   REO    DE   MUERTE.  107 

Un  altar  y  un  crucifijo 

Y  la  enlutada  capilla, 
Lánguida  veía  amarilla 
Tifie  en  su  luz  funeral; 

Y  junto  al  mísero  reo, 

Medio  encubierto  el  semblante, 
Se  oye  al  fraile  agonizante 
En  son  confuso  rezar. 

El  rostro  levanta  el  triste 

Y  alza  los  ojos  al  cielo; 
Tal  vez  eleva  en  su  duelo 
La  súplica  de  piedad. 
¡Una  lágrima!  ¿es  acaso 
De  temor  ó  de  amargura? 
¡Ay!  já  aumentar  su  tristura 
Vino  un  recuerdo  quizá!!! 

Es  un  joven,  y  la  vida 
Llena  de  saeños  de  oro, 
Pasó  ya,  cuando  aun  el  lloro 
De  la  niñez  no  enjugó: 
El  recuerdo  es  de  la  infancia, 
;Y  su  madre  que  le  llora, 
Para  morir  así,  ahora, 
Con  tanto  amor  le  crió!!! 

Y  á  par  que  sin  esperanza 
Ye  ya  la  muerte  en  acecho. 
Su  corazón  en  su  pecho 
Siente  con  fuerza  latir; 
Al  tiempo  que  mira  al  fraile 
Que  en  paz  ya  duerme  á  su  lado, 

Y  que,  ya  viejo  postrado. 
Le  habrá  de  sobrevivir. 

¿Mas  qué  rumor  á  deshora 
Rompe  el  silencio?  resuena 


108  EL    REO    DE    MUERTE. 

Una  alegre  cantinela 

Y  una  guitarra  á  la  par, 

Y  gritos  y  de  botellas 
Que  se  chocan  el  sonido, 

Y  el  amoroso  estallido 
De  los  besos  y  el  danzar. 

Y  también  pronto  en  son  triste 
Lúgubre  voz  sonará: 

¡Para  hacer  Lien  2^ot  el  alma 
Bel  que  van  ci  ajusticiar! 

Y  la  voz  de  los  borrachos, 

Y  sus  brindis,  sus  quimeras, 
X  el  cantar  de  las  rameras, 

Y  el  desorden  bacanal 
En  la  lúgubre  capilla 
Penetran,  y  carcajadas, 
Cual  de  lejos  arrojadas 
De  la  mansión  infernal. 

Y. también  pronto  en  son  triste 

Lúgubre  voz  sonará: 
¡Para  hacer  hien  por  el  alma 
Del  que  van  á  ajusticiar! 

¡Maldición!  al  eco  infausto, 
El  sentenciado  maldijo 
La  madre  que  como  á  hijo 
A  sus  pechos  le  crió; 

Y  maldijo  el  mundo  todo. 
Maldijo  su  suerte  impía, 
Maldijo  el  aciago  dia 

Y  la  hora  en  que  nació. 


II, 


Serena  la  luna 
Alumbra  en  el  cielo, 


EL   TIEO    DE    MUERTE.  109 

Domina  en  el  suelo 
Profunda  quietud; 
Ni  voces  se  escuchan, 
Ni  ronco  ladrido, 
Ni  tierno  quejido 
De  amante  laúd. 

Madrid  yace  envuelto  en  sueño, 
Todo  al  silencio  convida, 
Y  el  hombre  duerme  y  no  cuida 
Del  hombre  que  va  á  espirar; 
Si  tal  vez  piensa  en  mañana, 
Ni  una  vez  piensa  siquiera 
En  el  mísero  que  espera, 
Para  morir,  despertar: 
Que  sin  pena  ni  cuidado 
Los  hombres  oyen  g-ritar: 

¡Para  hacer  hien  por  el  alma 

Del  que  van  á  ajusticiar! 

¡Y  el  juez  también  en  su  lecho 
Duerme  en  paz!!  ¡y  su  dinero 
El  verdugo,  placentero, 
Entre  sueños  cuenta  ya!! 
Tan  solo  rompe  el  silencio 
En  la  sangrienta  plazuela, 
El  hombre  del  mal,  que  vela 
Un  cadalso  á  levantar. 

Loca  y  confusa  la  encendida  mente, 
Sueños  de  angustia  y  fiebre  y  devaneo, 
El  alma  envuelven  del  confuso  reo, 
(,)ue  inclina  al  pecho  la  abatida  frente. 

Y  en  sueños, 
Confunde 


lio  EL    REO    DE   MUERTí:. 

La  muerte, 
La  vida: 
Recuerda 
Y  olvida, 
Suspira, 
Respira 
Con  liórrido  afán. 

Y  en  un  mundo  de  tinieblas 
Vaga  y  siente  miedo  y  frió, 

Y  en  su  horrible  desvarío 
Palpa  en  su  cuello  el  dog^al: 

Y  cuanto  mas  forcejea, 
Cuanto  mas  lucha  y  porfía, 
Tanto  mas  en  su  agonía 
Aprieta  el  nudo  fatal. 

Y  oye  ruido,  voces,  gentes, 

Y  aquella  voz  que  dirá: 
¡Para  hacer  Men  por  el  alma 
Del  que  van  á  ajusticiar! 

Ó  ya  libre  se  contempla, 

Y  el  aire  puro  respira, 

Y  oye  de  amor  que  suspira 

La  mujer  que  á  un  tiempo  amó, 
Bella  y  dulce  cual  solia. 
Tierna  flor  de  primavera, 
El  amor  de  la  pradera 
Que  el  Abril  galán  mimó. 

Y  gozoso  á  verla  vuela, 

Y  alcanzarla  intenta  en  vano, 
Que  al  tender  la  ansiosa  mano 
Su  esperanza  á  realizar 

Su  ilusión,  la  desvanece 
De  repente  el  sueño  impío, 

Y  halla  un  cuerpo  mudo  y  frió 

Y  un  cadalso  en  su  lugar: 


EL   REO    DE    MUERTE.  111 

Y  oye  á  su  lado  en  son  triste 
Lúgubre  voz  resonar: 

¡Para  hacer  Meii  por  el  alma 

Del  que  van  d  ajtísiiciar! 


EL  VERDUGO. 


De  los  hombres  lanzado  al  desprecio, 
De  su  crimen  la  víctima  fui, 

Y  se  evitan  de  odiarse  á  si  mismos, 
Fulminando  sus  odios  en  mí. 

Y  su  rencor 

Al  poner  en  mi  mano,  me  hicieron 
Su  veng-ador; 

Y  se  dijeron: 

«Que  nuestra  vergüenza  común  caiga  en  él: 
Se  marque  en  su  frente  nuestra  maldición; 
Su  pan  amasado  con  sangre  y  con  hiél, 
Su  escudo  con  armas  de  eterno  baldón. 

Sean  la  herencia 

Que  legue  al  hijo. 

El  que  maldijo 

La  sociedad.» 

¡Y  de  mí  huyeron, 
De  sus  culpas  el  manto  me  echaron, 

Y  mi  llanto  y  mi  voz  escucharon 

Sin  piedad!!! 

Al  que  á  muerte  condena  le  ensalzan... 
¿Quién  al  hombre  del  hombre  hizo  juez? 


12  EL    VERDUGO. 

;.(,)ué  no  es  hombre  ni  siente  el  verdug-o, 
Imaginan  los  hombres  tal  vez? 

¡Y  ellos  no  ven 
Que  yo  soy  de  la  imág*en  divina 

Copia  también! 

Y  cual  dañina 

Fiera  á  que  arrojan  un  triste  animal, 
<,)ue  ya  entre  sus  dientes  se  siente  crujir, 
Así  á  mí,  instrumento  del  genio  del  mal, 
Me  arrojan  el  hombre  que  traen  á  morir. 

Y  ellos  son  justos, 
Yo  soj^  maldito; 
Yo  sin  delito 

Soy  criminal: 

Mirad  al  hombre 
Que  me  paga  una  muerte;  el  dinero 
Me  echa  al  suelo  con  rostro  altanero, 

íA.  mí,  su  igual! 

El  tormento  que  quiebra  los  huesos, 

Y  del  reo  el  histérico  ¡ay! 

Y  el  crujir  de  los  nervios  rompidos 
Bajo  el  golpe  del  hacha  que  cae, 

Son  mi  placer. 

Y  al  rumor  que  en  las  piedras  rodando 

Hace,  al  caer, 

Del  triste  saltando 
La  hirviente  cabeza  de  sangre  en  un  mar. 
Allí  entre  el  bullicio  del  pueblo  feroz 
Mi  frente  serena  contemplan  brillar, 
Tremenda,  radiante,  con  júbilo  atroz. 

Que  de  los  hombres 

En  mí  respira 

Toda  la  ira, 

Todo  el  rencor: 

Que  á  mí  pasaron 
La  crueldad  de  sus  almas  impía. 


EL    VERDUGO.  113 

Y  al  cumplir  su  vengacza  y  la  mia, 

Gozo  en  mi  horror. 

Ya  mas  alto  que  el  grande,  que  altivo 
Con  sus  plantas  hollara  la  ley, 
Al  verdugo  los  pueblos  miraron, 

Y  mecido  en  los  hombros  de  un  rey : 

Y  en  él  se  hartó, 
Embriagado  de  gozo,  aquel  dia 

Cuando  espiró ; 

Y  su  alegría 

Su  esposa  y  sus  hijos  pudieron  notar ; 
Que  en  vez  de  la  densa  tiniebla  de  horror, 
Miraron  la  risa  su  labio  amargar, . 
Lanzando  sus  ojos  fatal  resplandor. 

Que  el  verdugo 

Con  su  encono 

Sobre  el  trono 

Se  asentó : 

Y  aquel  pueblo 

Que  tan  alto  le  alzara  bramando, 
Otro  rey  de  venganzas,  temblando 
En  él  miró. 
En  mi  vive  la  historia  del  mundo 
Que  el  destino  con  sangre  escribió, 

Y  en  sus  páginas  rojas,  Dios  mismo, 
Mi  figura  imponente  grabó. 

La  eternidad 
Ha  tragado  cien  siglos  y  ciento, 

Y  la  maldad 
Su  monumento 

En  mí  todavía  contempla  existir ; 

Y  en  vano  es  que  el  hombre  do  brota  la  luz 
Con  viento  de  orgullo  pretenda  subir : 
¡Preside  el  verdugo  los  siglos  aun! 

Y  cada  gota 

Que  me  ensangrienta, 

8 


114  EL   VERDUGO. 

Del  hombre  ostenta 

Un  crimen  mas. 
Y  yo  aun  existo, 

Fiel  recuerdo  de  edades  pasadas, 
A  quien  siguen  cien  sombras  airadas 

Siempre  detras. 

¡Oh!  ¿por  qué  te  ha  engendrado  el  verdugo, 
Tú,  hijo  mió,  tan  puro  y  gentil? 
En  tu  boca  la  gracia  de  un  ángel 
Presta  gracia  á  tu  risa  infantil. 

¡Ay!  tu  candor. 
Tu  inocencia,  tu  dulce  hermosura 

Me  inspira  horror. 

jOh!  ¿tu  ternura. 
Mujer,  á  qué  gastas  con  ese  infeliz? 
¡Oh!  muéstrate  madre  piadosa  con  él ; 
Ahógale  y  piensa  será  así  feliz. 
¿Qué  importa  que  el  mundo  te  llame  cruel? 

¿Mi  vil  oficio 

Querrás  que  siga, 

Que  te  maldiga 

Tal  vez  querrás? 

Piensa  que  un  dia 
Al  que  hoy  miras  jugar  inocente, 
Maldecido  cual  yo  y  delincuente 

También  verás!!!!! 


k  DON   DIEGO   DE   ALYEAR.  115 


Á  DON  DIEGO  DE  ALVEAR^ 

SOBRE    LA    MUERTE    DE    SU    AMADO    PADRE, 


ELEGÍA. 


¿Qué  es  la  vida?  ¡gran  Dios!  plácida  aurora, 
Cándida  rie  entre  arreboles,  cuando 
Brillante  apenas  esclarece  un  hora; 

Pálida  luz  y  trémula  oscilando^, 
Baja  al  silensio  de  la  tumba  fria, 
Del  pasado  esplendor  nada  quedando: 

Allí  la  palma  del  valor  sombría 
Marchítase,  y  allí  la  rosa  pura 
Pierde  el  color  y  fresca  lozanía; 

No  alcanza  allí  jamás  de  la  ternura 
El  mísero  gemido  ni  el  lamento, 
Ni  poder,  ni  riqueza  ni  hermosura. 

Sobre  yertos  cadáveres  su  asiento 
Erige,  y  huella  la  implacable  muerte 
Armas,  arados,  púrpuras  sin  cuento. 

Mísero  Albino,  doloroso  vierte 
Lágrimas  de  amargura:  á  par  contigo 
Yo  gemiré  también  tu  infausta  suerte. 

Y  si  el  nombre  dulcísimo  de  amigo. 
Si  un  tierno  corazón  alcanza  tanto. 
Tus  penas  ¡ay!  consolarás  conmigo. 

El  tormento,  el  dolor,  la  pena,  el  llanto 
Debidos  son  de  un  hijo  cariñoso 
Al  triste  padre  de  quien  fué  el  encanto. 

Mas  no  siempre  con  lluvias  caudaloso 
El  valle  anega  montaraz  torrente, 


116  A  DON  DIEGO  DE  ALVEAR. 

Ni  encrespa  el  mar  sus  olas  borrascoso. 

No  siempre  el  labrador  tímido  siente 
El  trueno  aterrador,  ni  al  aire  mira 
Desprenderse  veloz  rayo  luciente. 

Ahora  lamenta,  sí,  tierno  suspira, 
Desahog^o  que  dio  naturaleza; 
Que  el  pecho  al  suspirar  tal  vez  respira. 

Lágrimas  solo  el  áspera  dureza 
Calman  del  infortunio:  ellas  la  herida 
Bálsamo  son  que  cura  y  su  crudeza. 

¡Cuánto  seria  mísera  la  vida 
Si,  envuelta  con  el  llanto,  la  amargura 
No  brotara  del  alma  dolorida! 

Trocada  en  melancólica  dulzura. 
Sólo  queda  después  tierna  memoria, 
Y  aun  halla  el  pecho  gozo  en  su  tristura. 

Tú  así  lo  probarás:  ya  la  alta  gloria 
De  tu  padre  recuerdes,  coronada 
Su  frente  del  laurel  de  la  victoria: 

Ó  ya  vibrando  la  terrible  espada, 
En  medio  del  ancho  piélago,  triunfante, 
Miedo  y  terror  de  la  francesa  armada; 

Ó  el  arnés  desceñido  de  diamante. 
En  oliva  pacífica  trocando 
El  hierro  en  las  batallas  centellante. 

Aun  hoy  miro  á  los  vientos  flameando 
Las  ricas  apresadas  banderolas, 
Augusta  insignia  del  francés  infando; 

Y  aun  hoy  resuenan  las  medrosas  olas, 
Al  azotar  de  Cádiz  la  alta  almena, 

De  sus  glorias  á  par  las  españolas. 

Tintas  en  propia  sangre  y  sangre  ajena, 
En  la  sañuda  lid  siempre  miraron 
Brillar  su  frente  impávida  y  serena; 

Y  en  torno  amedrentadas  rebramaron 
Cuando,  al  morir  sus  prendas  mas  amadas, 
Impávido  también  le  contemplaron. 


A  DON  DIEGO  DE  ALVEA.R.  H'? 

Cayeron  á  su  vista,  y  casi  ahogadas 
Las  vio  tenderle  los  ansiosos  brazos, 

Y  súbito  al  profudo  sepultadas; 

Y  en  desigual  combate  hecho  pedazos, 
Aun  su  corazón  altivo  y  fuerte 

Del  anglo  esquiva  los  indignos  lazos. 
Busca  con  ansia  entre  la  lid  la  muerte, 

Y  huye  la  muerte  de  él,  y  ¿quién,  quién  pudo 
Penetrar  los  secretos  de  la  suerte? 

Nuevo  y  dulce  placer,  mas  dulce  nudo 
Grata  le  guarda  su  feliz  ventura 
Cuando  mas  de  favor  se  cree  desnudo. 

¡Cuánto  gozo  sin  fin!  ¡Cuánta  ternura 
Probó  en  los  brazos  de  su  nueva  esposa 
El  beso  al  recibir  de  su  dulzura! 

Ya  agradable  á  su  prole  numerosa, 
Vuelto  otra  vez  á  los  paternos  lares. 
Daba  lecciones  de  virtud  piadosa. 

Ya  calmaba  del  triste  los  pesares 
Con  labio  afable  y  generosa  mano. 
Ya  llevaba  la  paz  á  sus  hogares. 

Y  en  tanta  dicha,  el  corazón  ufano. 
De  lágrimas  colmado  y  bendiciones. 
Tornaba  alegre  el  venerable  anciano: 

Los  timbres  á  aumentar  de  sus  blasones, 
Á  vosotros  sus  hijos  animaba. 
Recordando  sus  ínclitas  acciones. 

Y  en  todos  juntos  renacer  miraba, 
De  nombre  á  par,  su  antigua  lozanía, 

Y  tierno  en  contemplaros  se  gozaba. 

¿Por  qué  tú,  loh  muerte!  arrebataste  impía 
Al  que  de  tantos  tristes  la  ventura  ^ 

Y  el  noble  orgullo  de  la  patria  hacía? 
Fuente  á  eterno  llorar  abrió  tu  dura 

Mano,  y  tu  saña  y  cólera  cebaste 
A  un  tiempo  en  la  inocencia  y  la  hermosura. 
Y  ¿qué  cítara  triste  habrá  que  baste 


^1^  A  DON  DIEGO  DE  ALVEAR. 

Lúgubre  á  resonar  en  sordo  acento 
Cual  de  su  dulce  esposa  le  arrancaste? 

La  noble  faz  serena,  el  pecho  exento 
De  tormento  roedor,  dulce  y  tranquilo 
Dio  entre  sus  hijos  su  postrer  aliento. 

Y  ya  cayendo  de  la  parca  al  filo, 
Cual  se  oscurece  el  sol  en  occidente, 
Va  del  sepulcro  al  sosegado  asilo. 

Gemidos  oigo  y  lamentar  doliente 

Y  el  ronco  son  de  parches  destemplados 

Y  el  crujir  de  las  armas  juntamente. 
Marchan  en  pos  del  féretro  soldados 

Con  tardo  paso  y  armas  funerales 
Al  eco  de  los  bronces  disparados. 

Y  entre  fúnebres  pompas  marciales, 
En  la  morada  de  la  muerte  augusta 
Las  bóvedas  retumban  sepulcrales. 

lAy!  para  siempre  ya  la  losa  adusta. 
Oh  caro  Albino,  le  escondió  á  tus  ojos;' 
Mas  no  el  bueno  murió:  la  parca  injusta 

Roba  tan  solo  efímeros  despojos, 
Y  alta  y  triunfante  la  alcanzada  gloria 
Guarda  en  eternos  mármoles  la  historia. 


OCTAVA  REAL. 


El  estandarte  ved  que  enCerinola 
El  gran  Gonzalo  desplegó  triunfante. 
La  noble  enseña  ilustre  y  española 
Que  al  indio  domeñó  y  al  mar  de  Atlante; 
Regio  pendón  que  al  aire  se  tremola, 
Don  de  Cristina,  enseña  relumbrante, 
Verla  podremos  en  la  lid  reñida 
Rasgada  sí,  pero  jamás  vencida. 


Á  LA.   SEÑORA  DE   TORRTJOS.  119 


A  LA  SEÑORA  DE  TORRIJOS 


ROMANCE. 


Yo  sé  que  estás  enojada, 

Y  sé  la  razón,  señora, 
Que  de  cortés  caballero 
Falté  á  la  palabra  honrosa. 

No  trato  de  disculparme, 
Si  es  mi  falta  mucha  ó  poca: 
Solo  sé  que  no  he  cumplido 
Con  mi  deber,  y  esto  sobra: 

Mas  yo  sé  que  en  perdonar 
Amables  ojos  se  gozan. 
Que  si  antes  bellos  parecen, 
Mas  bellos  son  si  perdonan. 

Tú  en  mí  perdona  un  culpado, 
Que  harto  es  mi  culpa  penosa; 
Lleve  en  mi  falta  el  castig'o, 
Que  él  iba  en  mi  falta  propia. 

Perdóname;  así  en  tus  brazos 
Ojalá  estreches  gozosa 
Al  que,  terror  del  tirano, 
El  libre  pendón  tremola; 

Al  que,  los  mares  de  Alcides 
El  astro  sigue  de  gloria 
Con  el  ánimo  invencible 
Que  ningún  peligro  doma. 

¡Ojalá  pronto  le  abraces, 

Y  le  ciñas  las  coronas 
Que  de  laurel  á  los  héroes 
Tejen  Minerva  y  Belona! 


120  Á   LA   SEÑORA    DE    TORRIJOS 

Y  en  tanto  que  sus  hazañas 
La  fama  al  mundo  pregona, 
Tú  con  plácida  sonrisa 
Admite  mi  humilde  trova; 

Y  espera,  que  pronto  el  dia 
Llegará  de  la  victoria, 

Y  oirás  mas  altas  canciones, 
A  par  con  él  venturosa. 

París,  1830. 


A  LA  MUERTE 

DE 

TORRIJOS  Y  SUS  COMPAÑEROS 


Helos  allí:  junto  á  la  mar  bravia 
(Jadáveres  están  ¡ay!  los  que  fueron 
Honra  del  libre,  y  con  su  muerte,  dieron 
Almas  al  cielo,  á  España  nombradla. 

Ansia  de  patria  y  libertad  henchía 
Sus  nobles  pechos  que  jamás  temieron, 
Y  las  costas  de  Málaga  los  vieron 
Cual  sol  de  gloria  en  desdichado  dia. 

Españoles,  llorad;  mas  vuestro  llanto 
Lágrimas  de  dolor  y  sangre  sean, 
Sangre  que  ahogue  á siervos  y  opresores, 


1  LA   MUERTE    DE   D.    JOAQUÍN   DE   PABLO.  121 

Y  los  viles  tiranos  co-n  espanto 
Siempre  delante  amenazantes  vean 
Alzarse  sus  espectros  veng-adores. 


A  LA  MUERTE 

DE 

DON  JOAQUÍN  DE  PABLO 

(CHAPALANGrARRA.) 

Desde  la  elevada  cumbre 
Do  el  gran  Pirene  levanta 
Término  y  muro  soberbio 
Que  cerca  y  defiende  á  España, 
Un  joven  proscrito  de  ella 
Tristes  lág-rimas  derrama, 

Y  acaso  tiende  la  vista 

Por  ver  desde  allí  su  patria, 
Desde  allí,  do  á  su  despecho 
Llorando  deja  las  armas 
Con  que  del  Sena  al  Pirene 
Se  lanzó  por  libertarla; 

Y  al  ver  la  turba  de  esclavos 
Que  sus  hierros  afianzan. 

De  infame  triunfo  orgullosos, 
Alejarse  en  algazara; 
Solo  entonces,  contemplando 
El  suelo  que  ellos  pisaran, 

Y  que  aun  torrentes  de  sangre 
Recien  derramada  bañan. 

En  su  rápida  carrera 
Volcando  cuerpos  y  almas; 


122         Á   LA   MUERTE    DE   D.    JOAQUÍN    DE   PABLO. 

Se  sienta  en  la  alzada  cima, 
A  un  lado  la  rota  espada, 

Y  al  rumor  de  los  torrentes 

Y  del  huracán  que  brama, 
Negra  cítara  pulsando, 
Endechas  lúgubres  canta. 

Llorad,  vírgenes  tristes  de  Iberia, 
Nuestros  héroes  en  fúnebre  lloro; 
Dad  al  viento  las  trenzas  de  oro 

Y  los  cantos  de  muerte  entonad: 

Y  vosotros  ¡oh  nobles  guerreros, 
De  la  patria  sosten  y  esperanza! 
Abrasados  en  sed  de  venganza, 
Odio  eterno  al  tirano  jurad. 

CORO   DE    VÍRGENES. 

Danos,  noche,  tu  lóbrego  manto. 
Nuestras  frentes  enlute  el  ciprés; 
El  robusto  cayó:  su  sepulcro 
Del  inicuo  mancharon  los  pies. 

Enrojece  ¡oh  Pirene!  tus  cumbres 
Pura  sangre  del  libre  animoso, 

Y  el  tropel  de  los  siervos  odioso 
En  su  lago  su  sed  abrevó. 

Cayó  en  ellas  la  gloria  de  España, 
Cayó  en  ellas  De  Pablo  valiente, 

Y  la  patria,  inclinada  la  frente, 
Su  gemido  al  del  héroe  juntó. 

Sus  cadenas  la  patria  arrastrando, 

Y  su  manto  con  sangre  teñido, 
Tardamente  y  con  hondo  gemido 
Va  á  la  tumba  del  fuerte  varón. 

Y  el  ajado  laurel  de  su  frente 


A  LA   MUERTE   DE   D.    JOAQUÍN   DE   PABLO.  123 

Al  sepulcro  circunda  llorosa, 
Mientras  rug'e  en  la  fúnebre  losa, 
Aherrojado  á  sus  pies,  el  león. 


CORO   DE   MANCEBOS. 


Traición  solo  ha  vencido  al  valiente; 
Senos  astro  de  triunfo  y  de  honor. 
Tú,  que  siempre  á  los  déspotas  fuiste 
Como  á  neg*ras  tormentas  el  sol. 


A  LA  TRASLACIÓN 

DE 

LAS  CENIZAS  DE  NAPOLEÓN, 


Miseria  y  avidez,  dinero  y  prosa, 
En  vil  mercado  convertido  el  mundo, 
Los  arranques  del  alma  generosa 
Poniendo  á  precio  inmundo; 
Cuando  tu  suerte  y  esplendor  preside, 
Un  mercader  que  con  su  vara  mide 
El  genio  y  la  virtud,  misera  Europa, 
Y  entre  el  lienzo  vulgar  que  bordó  de  oro, 
Muerto  tu  antiguo  lustre  y  tu  decoro, 
Como  á  un  cadáver  fétido  te  arropa; 

Cuando  á  los  ojos  blanqueada  tumba, 
Centro  es  tu  corazón  de  podredumbre, 
Cuando  la  voz  en  tí  ya  no  retumba. 
Vieja  Europa,  del  héroe  ni  el  profeta, 
Ni  en  ti  refleja  su  encantada  lumbre 


124  Á    LA   TRASLACIÓN    DE   LAS   CENIZAS 

El  audaz  entusiasmo  del  poeta; 
Yerta  tu  alma  y  sordos  tus  oídos, 
Con  prosaico  afanar  en  tu  miseria. 
Arrastrando  en  el  lodo  tu  materia, 
Solo  abiertos  al  lucro  tus  sentidos: 
¿Quién  te  despertará?  ¿Qué  nuevo  acento, 
Cual  la  trompeta  del  extremo  dia, 
Dará  á  tu  inerte  cuerpo  movimientos, 

Y  entusiasmo  á  tu  alma  y  lozanía? 
jAh!  solitario  entre  cenizas  frías, 

Mudas  ruinas,  aras  profanadas, 

Y  antiguos  derruidos  monumentos, 
Me  sentaré,  segundo  Jeremías, 
Mis  mejillas  con  lágrimas  bañadas, 

Y  romperé  en  estériles  lamentos!!! 
No,  que  la  inútil  soledad  dejando, 
La  ciudad  populosa 

Con  férrea  voz  recorreré  cantando 

Y  agitará  la  gente  temerosa. 

Como  el  bramido  de  huracán  los  mares,. 
El  son  de  mis  fatídicos  cantares. 

No;  yo  alzaré  la  voz  de  los  profetas, 
Tras  mí  la  alborotada  muchedumbre, 
Sonarán  en  mi  acento  las  trompetas 
Que  derriben  la  inmensa  pesadumbre, 
Uel  regio  torreón  que  al  vicio  esconde, 

Y  el  mundo  me  oirá  donde 

El  precio  vil  de  infame  mercancía, 

Del  agiotista  en  la  podrida  boca. 

Avaricioso  oía: 

¿Qué  importa  si  provoca 

Mi  voz  la  befa  de  las  almas  viles? 

¿Morir,  qué  importa  en  tan  gloriosa  lucha? 

¿Qué  importa,  envidia,  que  tu  diente  afiles? 

Yo  cantaré,  la  humanidad  me  escucha, 

Yo  volaré  donde  la  tumba  oculta 
La  antigua  gloria  y  esplendor  del  mundo, 


DE   NAPOLEÓN.  125 

Yo  con  mi  mano  arrancaré  la  losa, 

Removeré  la  tierra  que  sepulta, 

Semilla  de  virtud,  polvo  fecundo, 

La  ceniza  de  un  héroe  generosa: 

Y  en  medio  el  mundo,  en  la  anchurosa  plaza 

De  la  gran  capital,  ante  los  ojos 

De  su  dormida  degradada  raza 

Arrojando  sus  pálidos  despojos: 

«¡Oh!  avergonzaos!  gritaré  á  la  gente; 

»¡0h!  de  los  hombres  despreciable  escoria, 

»Venid,  doblad  la  envilecida  frente; 

»Un  cadáver  no  más  es  vuestra  gloria!» 


DESPEDIDA 
DEL  PATRIOTA  GRIEGO 

BE   Lk 

HIJA  DEL  APÓSTATA. 


Era  la  noche:  en  la  mitad  del  cielo 
Su  luz  rayaba  la  argentada  luna, 

Y  otra  luz  mas  amable  destellaba 
Ite  sus  llorosos  ojos  la  hermosura. 

Allí  en  la  triste  soledad  se  hallaron 
Sii  amante  y  ella  con  mortal  angustia, 

Y  BU  voz  en  amarga  despedida 
F&  vez  postrera  la  infeliz  escucha. 


126  DESPEDIDA  DEL  PATRIOTA  GRIEGO 

«Determinado  está;  sí,  mi  sentencia 
Para  siempre  selló  la  suerte  injusta, 

Y  cuando  allá  la  eternidad  sombría 
Este  momento  en  sus  abismos  hunda, 

»¡Ojalá  para  siempre  que  el  olvido, 
Suavizando  el  rigor  de  la  fortuna, 
La  imagen  ¡ay!  de  las  pasadas  glorias 
Bajo  sus  alas  lóbregas  encubra! 

»¿Por  qué  al  nacer  crueles  me  arrancaron 
Del  seno  de  mi  madre  moribunda, 

Y  salvo  he  sido  de  mortales  riesgos 
Para  vivir  penando  en  amargura? 

»¿Por  qué  yo  fui  por  mi  fatal  destino 
Unido  á  tí  desde  la  tierna  cuna? 
¿Por  qué  nos  hizo  iguales  en  riqueza 

Y  en  linaje  también  mi  desventura? 

»¿Por  qué  mi  infancia  en  inocentes  juegos 
Brilló  contigo,  y  con  delicia  mutua 
Ambos  tejimos  el  infausto  lazo 
Que  nuestras  almas  míseras  anuda? 

»¡Ah!  para  siempre  adiós:  vano  es  ahora 
Acariciar  memorias  de  ventura; 
Voló  ya  la  ilusión  de  la  esperanza, 

Y  es  vano  amar  sin  esperanza  alguna. 

»¿Qué  puede  el  infeliz  contra  el  destino? 
¿Qué  ruegos  moverán,  qué  desventuras 
El  bajo  pecho  de  tu  infame  padre? 
Infame,  sí,  que  al  despotismo  jura 

»Vil  sumisión,  y  en  sórdida  avaricia 
Vende  su  patria  á  las  riquezas  turcas. 


DE  LA  HIJA  DEL  APÓSTATA.  127 

Él  apellida  sacrosantas  leyes 

El  capricho  de  un  déspota;  él  nos  juzga 

»De  rebeldes  doquier:  su  voz  comprada 
Culpa  á  su  patria  y  al  tirano  adula: 
Él  nos  ordena  ante  el  sultán  odioso 
Humilde  miedo  y  obediencia  muda. 

»Mas  no,  que  el  alma  de  la  Grecia  existe; 
Santo  furor  su  corazón  circunda, 
Que  ávido  se  hartará  de  sangre  hirviente, 
Que  nuevo  ardor  le  infundirá  y  bravura.     - 

»No  ya  el  tirano  mandará  en  nosotros: 
Tristes  ruinas,  áridas  llanuras, 
Cadáveres  no  mas  serán  su  imperio: 
Será  solo  el  señor  de  nuestras  tumbas. 

»Ya  osan  ser  libres  los  armados  brazos 

Y  ya  rompen  la  bárbara  coyunda, 

Y  con  júbilo  á  tí,  todos  ¡oh  muerte! 

Y  á  tí,  divina  libertad,  saludan. 

»Gritos  de  triunfo,  sacudido  el  viento 
Hará  que  al  éter  resonando  [suban, 
O  eterna  muerte  cubrirá  á  la  Grecia 
En  noche  infanda  y  soledad  profunda. 

»Ese  altivo  monarca,  que  embriagado 
Yace  en  perfumes  y  lascivia  impura, 
Despechado  sabrá  que  no  hay  cadena 
Que  la  mano  de  un  libre  no  destruya. 

»Con  rabia  oirá  de  libertad  el  grito 
Sonar  tremendo  en  la  obstinada  lucha, 

Y  con  miedo  y  horror  su  sed  de  sangre 
Torrentes  hartarán  de  sangre  turca. 


.128  DESPEDIDA  DEL  PATRIOTA.  GRIEGO 

»Y  tu  padre  también,  si  ora  impudente 
Só  el  poder  del  Islam  su  patria  insulta, 
Pronto  verá  cuan  formidable  espada 
Blande  en  la  lid  la  libertad  sañuda. 

»Marcha  y  díle  por  mí  que  hay  mil  valientes, 
Y  yo  uno  de  ellos,  que  animosos  juran 
Morir  cual  héroes  ó  romper  el  cetro 
A  cuya  sombra  et  pérfido  se  escuda. 

»Que  aunque  marcados  con  la  vil  cadena, 
No  han  sido  esclavas  nuestras  almas  nunca, 
Que  el  heredado  ardor  de  nuestros  padres 
Las  hace  hervir  aun:  que  nuestra  furia 

»Nos  labrará,  lidiando,  en  cada  golpe 
Triunfo  seguro  ó  noble  sepultura. 
Díle  que  solo  en  baja  servidumbre 
Puede  vivir  una  alma  cual  la  suya, 

»E1  alma  de  un  apóstata,  que  indigno 
Llega  sus  labios  á  la  mano  impura, 
Que  de  caliente  sangre  reteñida 
Nuevos  destrozos  á  su  patria  anuncia. 

Perdóname,  infeliz,  si  mis  palabras 
Rudas  ofenden  tu  filial  ternura. 
Es  verdad,  es  verdad:  tu  padre  un  tiempo 
Mi  amigo  se  llamó,  y  ¡ojalá  nunca 

»Pasado  hubieran  tan  dichosos  dias! 
¡Yo  no  llamara  injusta  á  la  fortuna! 
¡Como  entonces  mi  mano  enjugaría 
Las  lágrimas  que  viertes  de  amargura! 

/>Tu  padre  ¡oh  Dios!  como  engañoso  amig'o 
Cuando  la  Grecia  la  servil  coyunda 


DE    LA    HIJA    DEL    APÓSTATA.  129 

Intrépida  rompió,  cuando  mi  pecho 
Respiraba  gozoso  el  aura  pura 

»De  la  alma  libertad,  ponsó  el  inicuo 
Seducirme  tal  vez  con  tu  hermosura, 

Y  en  premio  vil  me  prometió  tu  mano 
Si  ser  secuaz  de  su  traición  inmunda, 

»Y  desolar  mi  patria  le  ofrecia. 
¡Esclavo  yo  de  la  insolente  turba 
De  esclavos  del  sultán!!!  Antes  el  cielo 
Mis  yertos  miembros  insepultos  cubra, 

»Qae  g-oce  yo  de  ig'nominiosa  vida 
Ni  en  el  seno  feliz  de  tu  dulzura. 
¡Ah!  para  siempre  adiós:  la  infausta  suerte 
Que  el  lazo  rompe  que  las  almas  junta, 

»Y  va  á  arrancar  tu  corazón  del  mió, 
Tan  solo  ahora  una  esperanza  endulza. 
Yo  te  hallaré  donde  perpetuas  dichas 
Las  almas  de  los  ángeles  disfrutan. 

»¡Ah!  para  siempre  adiós...  tente...  un  momento... 
Un  beso  nada  mas...  es  de  amargura... 
p]s  el  último  ¡oh  Dios!...  mi  sangre  hiela... 
¡Ah!  los  martirios  del  infierno  nunca 

»Tgualaron  mi  pena  y  mi  agonía. 
¡Terminara  la  muerte  aquí  mi  angustia, 

Y  aun  muriera  feliz!  ¡Mis  ojos  quema 
Una  lágrima!  oh  Dios!  y  tú  la  enjugas! 

»¡Quién  resistir  podrá! — Basta,  la  hora 
Se  acerca  ya  que  mi  partida  anuncia. 
¡Ojalá  para  siempre  que  el  olvido 
Suavizando  el  rigor  de  la  fortuna, 

9 


130  IMPROVISACIÓN. 

»La  imóg'en  ¡ay!  de  las  pasadas  gloriat^ 
Bajo  sus  alas  lóbregas  encubra!» 

Dice,  y  se  alejan:  á  esperar  consuelo 
La  hija  del  Apóstata  en  la  tumba; 
Él  batallando  pereció  en  las  lides, 
Y  ella  víctima  fué  de  su  amarg-ura. 


IMPROVISA.CION 


Cuando  á  las  puertas  de  la  tumba  helada 
El  hombre  lucha  con  la  parca  insana, 
Viendo  vag-ar  el  alma  entre  la  nada 
Y  sintiendo  morir  tal  vez  mañana; 
El  hombre  entonces  desespera  en  tanto, 
De  dolor  ¡av!  vertiendo  acerbo  llanto. 


— ¡Qué  pena  y  qué  agonía 
El  corazón  y  el  pecho  me  devora! 
¡Cómo  siento  vacila  el  alma  mía 
En  la  terrible  y  postrimera  hora! 


Y  es  tan  triste  morir  cuando  aun  la  vida 

Nos  brinda  con  sus  galas  y  sus  flores, 

Cuando  dejamos  la  mujer  querida^ 

Venturosa  cantando  sus  amores. 

Que  el  corazón  transido 

Hasta  su  mismo  Dios  le  da  al  olvido. 

¡Dichoso  una  y  mil  veces  el  que  muere 


IMPROVISACIÓN.  131 

En  dichas  y  placeres  embriagado, 
El  que  ve  en  sueños  la  mujer  que  adora, 
En  torno  de  su  pecho  enamorado: 
Porque  su  alma  gozosa,  en  dicha  tanta, 
Ante  el  trono  de  Dios  sonrio  y  canta! 


Yo,  queriendo  buscar  aun  anhelante 
Al  ángel  celestial  que  imaginara. 
Corrí  el  mundo  cual  águila  rapante 
Sin  encontrar  á  la  mujer  que  amara; 

Y  vagué  por  desiertos,  en  los  cuales 
Hasta  las  mismas  flores  vierten  llanto, 

Y  crucé  por  inmensos  arenales 
Sin  encontrar  á  la  que  adoro  tanto. 


Y  rendido  de  pena  y  moribundo, 

Y  aun  pensando  encontrarla  todavía, 
Corrí  fogoso  en  el  inmenso  mundo, 
Cual  halcón  que  los  aires  desafía. 

Sin  que  una  buena  estrella  me  guiara 
Al  camino  que  anduvo  la  que  amara. 


FRAGMENTO 


Y  á  la  luz  del  crepúsculo  serena. 
Solos  vagar  por  la  desierta  playa, 
Cuando  allá,  mar  adentro,  en  su  faena 


i:^:.^  FRAGMENTO. 

( 'antos  de  amor  el  marinero  ensaya, 

Y  besa  blandamente  el  mar  la  arena, 
La  luna  en  calma  al  horizonte  raya, 

Y  la  brisa  que  tímida  suspira, 
Dulces  aromas  y  frescor  respira. 

Y  húmedos  ver  sus  ojos  de  ternura, 
Que  abren  al  alma  enamorada  un  cielo, 
Extáticos  de  amor  y  de  dulzura 
Con  blando,  vago  y  doloroso  anhelo; 
Magia  el  amor  prestando  á  su  hermosura, 

Y  el  pensamiento  detenido  el  vuelo 
AHÍ  donde  encontró  la  fantasía 
Ciertas  las  dichas  que  soñó  algún  dia. 

Y""  respirar  su  perfumado  aliento, 

Y  al  rumor  palpitar  de  sus  vestidos, 
Penetrar  su  amoroso  pensamiento 

Y  contar  de  su  pecho  los  latidos, 
Exhalar  de  infinito  sentimiento 
Tiernos  suspiros,  lánguidos  gemidos, 
Mientra  á  libar  sus  néctares  provoca 
iBlanda  sonrisa  en  la  entreabierta  boca. 


GUERRA! 


¿Oís?  es  el  cañón.  Mi  pecho  hirviendo 
El  cántico  de  guerra  entonará, 
Y  al  eco  ronco  del  cañón  venciendo. 
La  lira  del  poeta  sonará. 

El  pueblo  ved  que  la  orgullosa  frente 
Levanta  ya  del  polvo  en  que  yacía. 


¡GUERRA  I  13^^ 

Arrog^ante  en  valor,  omnipotente. 
Terror  de  la  insolente  tiranía. 
Rumor  de  voces  siento, 

Y  al  aire  miro  deslumhrar  espadas 

Y  desplegar  banderas; 

Y  retumban  al  son  las  escarpadas 
Rocas  del  Pirineo; 

Y  retiemblan  los  muros 

De  la  opulenta  Cádiz,  y  el  deseo 
Crece  en  los  pechos  de  vencer  lidiando; 
Brilla  en  los  rostros  el  marcial  contento, 

Y  donde  quiera  generoso  acento 

Se  alza  de  patria  y  libertad  tronando. 

Al  grito  de  la  patria 
Volemos,  compañeros, 
Blandamos  los  aceros 
Que  intrépida  nos  da. 
A  par  en  nuestros  brazos 
Ufanos  la  ensalcemos 

Y  al  mundo  proclamemos: 
«España  es  libre  ya.» 

¡Mirad,  mirad  en  sangre 

Y  lágrimas  teñidos 
Reir  los  forajidos. 
Gozar  en  su  dolor! 
¡Oh!  fin  tan  solo  ponga 
Su  muerte  á  la  contienda, 

Y  cada  golpe  encienda 
Aun  mas  nuestro  rencor. 

¡Oh  siempre  dulce  patria 
Al  alma  generosa! 
¡Oh  siempre  portentosa 
Magia  de  libertad! 
Tus  ínclitos  pendones 
Que  el  español  tremola, 
Un  rayo  tornasola 


}M  i  guerra! 

Del  iris  de  la  paz. 

En  medio  del  estruendo 
Del  bronce  pavoroso, 
Tu  grito  prodigioso 
8e  escucha  resonar. 
Tu  grito,  que  las  almas 
Inunda  de  alegría, 
Tu  nombre,  que  á  esa  impía 
Caterva  hace  temblar. 

¿Quién  hay  ¡oh  compañeros! 
Que  al  bélico  redoble 
No  siente  el  pecho  noble 
Con  júbilo  latir? 
Mirad  centelleantes. 
Cual  nuncios  ya  de  gloria, 
Reflejos  de  victoria 
Las  armas  despedir. 

¡Al  arma!  ¡al  arma!  ¡mueran  los  carlistas! 

Y  al  mar  se  lancen  con  bramido  horrendo 
De  la  infiel  sangre  caudalosos  ríos, 

Y  atónito  contemple  el  Océano 
Sus  olas  combatidas 

Con  la  traidora  sangre  enrojecidas. 

Truene  el  cañón:  el  cántico  de  guerra. 
Pueblos  ya  libres,  con  placer  alzad: 
Yed,  ya  desciende  á  la  oprimida  tierra, 
Los  hierros  á  romper,  la  libertad  (1). 


íl)     Kstos  versos  se  leyeron  en  una  función  patriótica,  celebrada  en 
J>iitro  de  la  Cruz  en  22  de  Octubre  de  1835. 


EL  130S    DE    MAYO.  135 


EL  DOS  DE  MAYO 


¡6li!  lEs  el  pueblo!  ¡Es  el  pueblo!  Cual  las  olas 
Del  hondo  mar  alborotado  brama; 
Las  esplendentes  glorias  españolas, 
Su  antig-ua  prez,  su  independencia  clama. 

Hombres,  mujeres  vuelan  al  combate, 
El  volcan  de  sus  iras  estalló: 
Sin  armas  van,  pero  en  sus  pechos  late 
Vn  corazón  colérico,  español. 

La  frente  coronada  de  laureles, 
Con  el  botin  de  la  vencida  Europa, 
Con  sangre  hasta  las  cinchas  los  corceles. 
En  cien  campañas  veterana  tropa; 

Los  que  el  rápido  Volga  ensangrentaron, 
Los  que  humillaron  á  sus  pies  naciones, 

Y  sobre  las  pirámides  pasaron 
Al  galope  veloz  de  sus  bridones; 

A  eterna  lucha,  á  sin  igual  batalla 
Madrid  provoca  en  su  encendida  ira; 
Su  pueblo  inerme  allí  entre  la  metralla 

Y  entre  los  sables  reluchando  gira. 
Graba  en  su  frente  luminosa  huella 

La  lumbre  que  destella  el  corazón; 

Y  á  parar  con  sus  pechos  se  atrepella 
El  rayo  del  mortífero  cañón. 

¡Oh  de  sangre  y  valor  glorioso  dia! 
Mis  padres  cuando  niño  me  contaron 
Sus  hechos  ¡ay!  y  en  la  memoria  mia, 
Santo  recuerdo  de  virtud,  quedaron. 

Entonces,  indignados  me  decian, 


loG  EL   DOS   DE    MAYO. 

Cayó  ei  cetro  español  pedazos  hecho; 
Por  precio  vil  á  estraños  nos  vendían, 
Desde  el  de  Carlos  profanado  lecho. 

La  corte  del  monarca  disoluta, 
Prosternada  á  las  plantas  de  un  privado^ 
Sobre  el  seno  de  impura  prostituta, 
Al  trono  de  los  reyes  ensalzado. 

Sobre  coronas,  tronos  y  tiaras 
Su  orgullo  solo  y  su  capricho  ley; 
Hordas  de  sangre  y  de  conquista  avaras^. 
Cada  soldado  un  absoluto  rey; 

Fijo  en  España  el  ojo  centellante. 
El  Pirene  á  salvar  pronto  el  bridón, 
Al  rey  de  reyes,  al  audaz  gigante 
Ciegos  ensalzan,  siguen  en  montón. 

Y  vosotros  ¿qué  hicisteis  entre  tantOj, 
Los  de  espíritu  flaco  y  alta  cuna? 
Derramar  como  hembras  débil  llanto 
O  adular  bajamente  á  la  fortuna. 

Buscar  tras  la  estranjera  bayoneta 
Seguro  á  vuestras  vidas  y  muralla, 

Y  siervos  viles  á  la  plebe  inquieta 
Con  baja  lengua  apellidar  canalla, 

¡Canalla!  sí,  vosotros  los  traidores. 
Los  que  negáis  al  entusiasmo  ardiente 
Su  gloria,  y  nunca  visteis  los  fulgores 
Con  que  ilumina  la  inspirada  frente! 

¡Canalla!  sí,  los  que,  en  la  lid,  alarde 
Hicieron  de  su  infame  villanía, 
Disfrazando  su  espíritu  cobarde 
Con  la  sana  razón  segura  y  fria! 

¡Oh!  La  canalla,  la  canalla  en  tanto 
Arrojó  el  grito  de  venganza  y  guerra^ 

Y  arrebatada  en  su  entusiasmo  santo 
Quebrantó  las  cadenas  de  la  tierra. 

Del  cetro  de  sus  reyes  los  pedazos 
Del  suelo  ensangrentados  recogía, 


EL    DOS   DE    MAYO.  VA' 

Y  un  nuevo  trono  en  sus  robustos  brazos 
Levantando  á  su  príncipe  ofrecía. 

Brilla  el  puñal  en  la  irritada  mano, 
Huye  el  cobarde  y  el  traidor  se  esconde; 
Truena  el  cañón  y  el  g*rito  castellano 
De  Independencia  y  Liiertcid  responde. 

¡Héroes  de  Mayo,  levantad  las  frentes! 
Sonó  la  hora  y  la  venganza  espera; 
Id,  y  hartad  vuestra  sed  en  los  torrentes 
De  sangre  de  Bailen  y  Talavera. 

Id,  saludad  los  héroes  de  Gerona, 
Alzad  con  ellos  el  radiante  vuelo, 

Y  á  los  de  Zaragoza  alta  corona 

Ceñid,  que  aumente  el  esplendor  del  cielo. 
Mas  ¡ay!  ¿por  qué  cuando  los  ojos  brotan 
Lágrimas  de  entusiasmo  y  alegría, 

Y  el  alma  atropellados  alborotan 
Tantos  recuerdos  de  honra  y  valentía; 

Negra  nube  en  el  alma  se  levanta 
Que  turba  y  oscurece  los  sentidos. 
Fiero  dolor  el  corazón  quebranta 

Y  se  ahoga  la  voz  entre  gemidos? 
¡Oh!  levantad  la  frente  carcomida, 

Mártires  de  la  gloria, 

Que  aun  arde  en  ella  con  eterna  vida 

La  luz  de  la  victoria! 

¡Oh!  levantadla  del  eterno  sueño, 

Y  con  los  huecos  de  los  ojos  fijos. 
Contemplad  una  vez  con  torvo  ceño 

La  vergüenza  y  baldón  de  vuestros  hijos! 
Quizá  en  vosotros  donde  el  fuego  arde 
Del  castellano  honor,  aun  sobre  vida 
Para  alentar  el  corazón  cobarde 

Y  abrasar  esta  tierra  envilecida. 

¡Ay!  ¿Cuál  fué  el  g^alardon  de  vuestro  celo. 
De  tanta  sangre  y  bárbaro  quebranto. 
De  tan  heroica  lucha  y  tanto  anhelo, 


138  EL   DOS    DE    MAYO. 

Tanta  virtud  y  sacrificio  tanto? 

El  trono  que  erigió  vuestra  bravura 
Sobre  huesos  de  héroes  levantado, 
Un  rey  ingrato  de  memoria  impura 
Con  eterno  baldón  dejó  manchado. 

¡Ay!  Para  hollar  la  libertad  sag-rada, 
YA  prÍQcipe,  borrón  de  nuestra  historia, 
Llamó  en  su  auxilio  la  francesa  espada 
Que  seg-ase  el  laurel  de  vuestra  gloria. 

Y  vuestros  hijos  de  la  muerte  huyeron 

Y  esa  sagrada  tumba  abandonaron, 
Hollarla  joli  Dios!  á  los  franceses  vieron 

Y  hollarla  á  los  franceses  les  dejaron. 
Como  la  mar  tempestuosa  ruge, 

La  losa  al  choque  de  los  cráneos  duros, 
Tronó  y  se  alzó  con  indignado  empuje 
Del  galo  audaz  bajo  los  pies  impuros. 

Y  aun  hoy  helos  allí,  que  su  semblante 
Con  hipócrita  máscara  cubrieron, 

Y  á  Luis  Felipe,  en  muestra  suplicante, 
Ambos  brazos  imbéciles  tendieron. 

La  vil  palabra  ¡intervención!  gritaron, 

Y  del  rey  mercader  la  reclamaban; 

De  vuestros  timbres  sin  honor  mofaron, 
Mientras  en  su  impudor  se  encenegaban. 

Hoy  esa  raza  degradada,  espuria. 
Pobre  nación,  que  esclavizarte  anhela, 
Basca  también  por  renovar  tu  injuria 
De  estranjeros  monarcas  la  tutela. 

Tumba  vosotros  sois  de  nuestra  gloria, 
De  la  antigua  hidalguía. 
Del  castellano  honor,  que  en  la  memoria, 
Solo  nos  queda  hoy  dia. 

Verted  juntando  las  dolientes  manos 
Lágrimas  ¡ay!  que  escalden  la  mejilla; 
Mares  de  eterno  llanto,  castellanos, 
jSo  bastan  á  borrar  vuestra  mancilia. 


EL   DOS   DE    MAYO.  139 

Llorad  como  mujeres;  vuestra  lengua 
No  osa  lanzar  el  grito  de  venganza; 
Apáticos  vivís  en  tanta  mengua, 

Y  os  cansa  el  brazo  el  peso  de  la  lanza. 
¡Oh!  en  el  dolor  eterno  que  me  inspira 

El  pueblo  en  torno  avergonzado  calle, 

Y  estallando  las  cuerdas  de  mi  lira 
Hoto  también  mi  corazón  estalle. 


Á  LA  PATRIA 


elegía. 

¡Cuan  solitaria  la  nación  que  un  dia 
Poblara  inmensa  gente! 
iLa  nación  cuyo  imperio  se  extendía 
Del  ocaso  al  oriente! 

Lágrimas  viertes  infeliz  ahora, 
Soberana  del  mundo 
;Y  nadie  de  tu  faz  encantadora 
Borra  el  dolor  profundo! 

Oscuridad  y  luto  tenebroso 
Eli  ti  vertió  la  muerte, 
Y  en  su  furor  el  déspota  sañoso 
Se  complació  en  tu  suerte. 

No  perdonó  lo  hermoso,  patria  mia  ; 
Cayó  el  joven  guerrero, 
Cayó  el  anciano,  y  la  segur  impía 
Manejó  placentero. 

So  la  rabia  cayó  la  virgen  pura 


]40  1   LA   PATRIA. 

Uel  déspota  sombrío, 

Como  eclipsa  la  rosa  su  hermosura 

En  el  sol  de  estío. 

;01i  vosotros,  del  mundo  habitadores 
Contemplad  mi  tormento: 
¿Ig-ualarse  podrán  ¡ah!  qué  dolores 
Al  dolor  que  yo  siento? 

Yo  desterrado  de  la  patria  mia. 
De  una  patria  que  adoro. 
Perdida  miro  su  primer  valía, 

Y  sus  desgracias  lloro. 

Hijos  espúreos  y  el  fatal  tirano 
Sus  hijos  han  perdido, 

Y  en  campo  de  dolor  su  fértil  llano 
Tienen  ;ay!  convertido. 

Tendió  sus  brazos  la  ag-itada  España, 
Sus  hijos  implorando; 
Sus  hijos  fueron,  mas  traidora  saña 
Desbarató  su  bando. 

¿Qué  se  hicieron  tus  muros  torreados? 
¡Oh  mi  patria  querida! 
¿Dónde  fueron  tus  héroes  esforzados, 
Tu  espada  no  vencida? 

¡ly!  de  tus  hijos  en  la  humilde  frente 
Está  el  rubor  g-rabado: 
A  sus  ojos  caido  tristemente 
El  llanto  está  ag-olpado. 

Un  tiempo  España  fué:  cien  héroes  fueron 
En  tiempos  de  ventura, 

Y  las  naciones  tímidas  la  vieron 
Vistosa  en  hermosura. 

Cual  cedro  que  en  el  Líbano  se  ostenta, 
Su  frente  se  elevaba; 
Como  el  trueno  á  la  vírg-en  amedrenta, 
Su  voz  las  aterraba. 

Mas  ora,  como  piedra  en  el  desierto, 
Yaces  desamparada, 


A   LA   PATETA.  141 

Y  el  justo,  desgraciado  vaga  incierto 
Allá  en  tierra  apartada. 

Cubren  su  antigua  pomjja  y  poderío 
Pobre  yerba  y  arena, 

Y  el  enemigo  que  tembló  á  su  brio 
Burla  y  goza  en  su  pena. 

Vírgenes,  destrenzad  la  cabellera 

Y  dadla  al  vago  viento; 
Acompañad  con  arpa  lastimera 
Mi  lúgubre  lamento. 

Desterrados  ¡oh  Dios!  de  nuestros  lares. 
Lloremos  duelo  tanto: 
¿Quién  calmará  ¡olí  España!  tus  pesares? 
¿Quién  secará  tu  llanto? 

L(3ndres,  1829. 


SONETO 


Fresca,  lozana,  pura  y  olorosa, 
Gala  y  adorno  del  pensil  florido, 
Gallarda  puesta  sobre  el  ramo  erguido, 
Fragancia  esparce  la  naciente  rosa; 

Mas  si  el  ardiente  sol  lumbre  enojosa 
Vibra  del  can  en  llamas  encendido, 
El  dulce  aroma  y  el  color  perdido, 
Sus  hojas  lleva  el  aura  presurosa. 

Así  brilló  un  momento  mi  ventura 
En  alas  del  amor,  y  hermosa  nube 
Fingí  tal  vez  de  gloria  y  de  alegría; 
^        Mas  ¡ay!  que  el  bien  trocóse  en  amargura 
Y  deshojada  por  los  aires  sube 
La  dulce  flor  de  la  esperanza  mía. 

A  í^íatMa^  (^^<^  4y^fy^c^r^'  a.^^i^^^c^^'^'^'  y^f^i^^f^^)' 


142  Á    UN   RUISEÑOR. 


1  UN  RUISEÑOR 


SONETO. 

Canta  en  la  noche,  canta  en  la  maüanaj, 
Ruiseñor,  en  el  bosque  tus  amores; 
Canta,  que  llorará  cuando  tú  llores 
El  alba  perlas  en  la  flor  temprana. 

Teñido  el  cielo  de  amaranto  y  grana, 
La  brisa  de  la  tarde  entre  las  ñores 
Suspirará  también  á  los  rigores 
De  tu  amor  triste  y  tu  esperanza  vana. 

Y  en  la  noche  serena,  al  puro  rayo 
De  la  callada  luna,  tus  cantares 

Los  ecos  sonarán  del  bosque  umbrío. 

Y  vertiendo  dulcísimo  desmayo. 
Cual  bálsamo  suave  en  mis  pesares, 
Endulzará  tu  acento  el  labio  mió. 


A  CAROLINA  CORONADO, 


DESPUÉS  ]m  leída  su  composición  «a  la  palma.): 


Dicen  que  tienes  trece  primaveras 

Y  eres  portento  de  hermosura  ya, 

Y  que  en  tus  grandes  ojos  reverberas 
La  lumbre  de  los  astros  inmortal. 


k   CAROLINA   CORONADO.  14;^ 

Juro  á  tus  plantas  que  insensato  he  sido 
De  placer  en  placer  corriendo  en  pos, 
Cuando  en  el  mismo  valle  hemos  nacido, 
Niña  gentil,  para  adorarnos,  dos. 

Torrentes  brota  de  armonía  el  alma: 
Huj^amos  á  los  bosques  á  cantar; 
Dénos  la  sombra  tu  inocente  palma, 
Y  reposo  tu  virgen  soledad  (1). 

Mas  ¡ay!  ¡perdona!  virginal  capullo, 
Cierra  tu  cáliz  á  mi  loco  amor; 
Que  nacimos  de  un  aura  al  mismo  arrullo, 
Para  ser,  yo  el  insecto,  tú  la  flor. 


CANCIÓN  BÁQUICA 


¡0/¿!  ¡caiga  el  que  caiga!  ¡mas  vino!  ¡Lrindemo-s! 
Á  aquel  que  mas  ieba  loores  sin  fin: 
Con  2Mmpa7ios  ricos  su  frente  adornemos  ^ 
Aplausos  cantemos  al  rey  del  festin. 

AlegTes  los  ojos. 
Borracho  el  semblante, 
La  copa  espumante 
En  alto  á  brindar: 
Rebosen  los  labios 
En  risas  y  vino, 
Y  al  néctar  divino 
Dé  fuerza  el  azahar. 

Coro. — ¡Oh!  ¡caiga  el  que  caiga!  etc. 

íl)    Gira  poesía  de  lu  misma  señorita. 


144  CANCIÓN   BÁQUICA. 

Volcanes  requeman 
Mi  frente  encendida: 
Mas  alma,  mas  vida 
Crecer  siento  en  mí: 
Torrentes  de  vino 
Las  mesas  esmalten, 
En  mil  piezas  salten 
Cien  copas  y  mil. 

Cono.— ¡0/if  ¡caiga  el  que  caiga!  etc. 

Fosfórico  el  globo 
En  torno  á  mí  gira. 
Su  asiento  retira 
La  tierra  á  mis  pies: 
Y  al  aire  en  confuso 
Rumor  m.e  levantan 
Furiosos  que  cantan 
Al  Chipre  y  Jerez. 

Coiío. — ¡OJi!  ¡caiga  el  que  caiga!  etc. 


A  GUx\RDIA. 


SONETO. 

Astro  de  libertad  brilla  en  el  cielo 
y  aumenta  el  lustre  á  la  española  gloria, 
Tú  que  de  esta  morada  transitoria 
A  morada  mejor  alzaste  el  vuelo, 

Los  ojos  vuelve  á  nuestro  anfargo  duelo, 
Tributo  merecido  á  tu  memoria, 


Á   GUARDIA.  14."^ 

Tu,  cuyo  nombre  vivirá  en  latiistoria, 
Timbre  y  honor  del  madrileño  suelo. 

Descansa  ¡oh  Guardia!  en  paz;  la  tiranía 
Cayó  vencida  en  la  inmortal  refrieg-a, 
E  imitar  tu  valor  ansiamos  fieles; 

Descansa,  y  tiemble  la  caterva  impía, 
Que  en  los  sag-rados  túmulos  que  riega 
El  llanto  popular,  crecen  laureles. 


DEDICÁNDOLE  ESTAS  POESÍAS. 


SONETO 


Marchitas  ya  las  juveniles  flores, 
Nublado  el  sol  de  la  esperanza  mia, 
Hora  tras  hora  cuento,  y  mi  agonía 
Crece  con  mi  ansiedad  y  mis  dolores. 

Sobre  terso  cristal  ricos  colores, 
Pinta  alegre  tal  vez  mi  fantasía, 
Cuando  la  triste  realidad  sombría 
Mancha  el  cristal  y  empaña  sus  fulg'ores, 

Los  ojos  vuelvo  en  incesante  anhelo, 

Y  gira  en  torno  indiferente  el  mundo, 

Y  en  torno  gira  indiferente  el  cielo. 

A  tí  las  quejas  de  mi  amor  profundo, 
Hermosa  sin  ventura,  yo  te  envío: 
Mis  versos  son  tu  corazón  y  el  mió. 


10 


146  i   UNA   ESTRELLA. 


Á  UNA  ESTRELLA 


¿Quién  eres  tú,  lucero  misterioso, 
Tímido  y  triste  entre  luceros  mil, 
Que  cuando  miro  tu  esplendor  dudoso, 
Turbado  siento  el  corazón  latir? 

¿Es  acaso  tu  luz  recuerdo  triste 
De  otro  antiguo  perdido  resplandor, 
Cuando  eng-añado  como  yo  creíste 
Eterna  tu  ventura  que  pasó? 

Tal  vez  con  sueños  de  oro  la  esperanza 
Acarició  tu  pura  juventud, 

Y  gloria  y  paz  y  amor  y  venturanza 
Vertió  en  el  mundo  tu  primera  luz. 

Y  al  primer  triunfo  del  amor  primero 
Que  embalsamó  en  aromas  el  Edén, 
Luciste  acaso,  mágico  lucero. 
Protector  del  misterio  y  del  placer. 

Y  era  tu  luz  voluptuosa  y  tierna 
La  que  entre  flores  resbalando  allí, 
Inspiraba  en  el  alma  un  ansia  eterna 
De  amor  perpetuo  y  de  placer  sin  ñn. 

Mas  ¡ay!  que  luego  el  bien  y  la  alegría 
En  llanto  y  desventura  se  trocó: 
Tu  esplendor  empañó  niebla  sombría; 
Solo  un  recuerdo  al  corazón  quedó. 

Y  ahora  melancólico  me  miras 

Y  tu  rayo  es  un  dardo  del  pesar: 
Si  amor  aun  el  corazón  inspiras, 
Es  un  amor  sin  esperaza  ya. 


¡Ay  lucero!  yo  te  vi 
Resplandecer  en  mi  frente, 


Á   UNA   ESTRELLA.  14' 

Cuando  palpitar  sentí 
Mi  corazón  dulcemente 
Con  amante  frenesí. 

Tu  faz  entonces  lucia 
Con  mas  brillante  fulgor, 
Mientras  yo  me  prometia 
Que  jamás  se  apagaría 
Para  mí  tu  resplandor. 

¿Quién  aquel  brillo  radiante 
¡Oh  lucero!  te  robó, 
Que  oscureció  tu  semblante, 

Y  á  mi  pecho  arrebató 

La  dicha  en  aquel  instante? 

¿Ó  acaso  tú  siempre  así 
Brillaste,  y  en  mi  ilusión 
Yo  aquel  esplendor  te  di 
Que  amaba  mi. corazón, 
Lucero,  cuando  te  vi? 

Una  mujer  adoré 
Que  imaginaria  yo  un  cielo; 
Mi  gloria  en  ella  cifré, 

Y  de  un  luminoso  velo 
En  mi  ilusión  la  adorné. 

Y  tú  fuiste  la  aureola 
Que  iluminaba  su  frente, 
Cual  los  aires  arrebola 
El  fúlgido  sol  naciente, 

Y  el  puro  azul  tornasola. 

Y  astro  de  dicha  y  amores, 
tíe  deslizaba  mi  vida 

A  la  luz  de  tus  fulgores. 


148  Á   UNA   ESTRELLA. 

Por  fácil  senda  florida, 
Bajo  un  cielo  de  colores. 

Tantas  dulces  alegrías, 
Tantos  mágicos  ensueños 

¿Dónde  fueron? 
Tan  alegres  fantasías, 
Deleites  tan  halagüeños, 

¿Qué  se  hicieron? 

Huyeron  con  mi  ilusión 
Para  nunca  mas  tornar, 

Y  pasaron, 

Y  solo  en  mi  corazón 
Recuerdos,  llanto  y  pesar 

¡Ay!  dejaron. 

¡Ah  lucero!  tú  perdiste 
También  tu  puro  fulgor, 

Y  lloraste; 
También  como  yo  sufriste, 

Y  el  crudo  arpón  del  dolor 

;Ay!  probaste. 

¡Infeliz!  ¿por  qué  volví 
De  mis  sueños  de  ventura 

Para  hallar 
Luto  y  tinieblas  en  tí, 

Y  lágrimas  de  amargura 

Que  enjugar? 

Pero  tú  conmigo  lloras, 
Que  eres  el  ángel  caido 
Del  dolor, 

Y  piedad  llorando  imploras, 

Y  recuerdas  tu  perdido 

Resplandor. 


Á    UNA   ESTRELLA.  149 

Lucero,  si  mi  quebranto 
Oyes,  y  sufres  cual  yo, 

¡Ay!  juntemos 
Nuestras  quejas,  nuestro  llanto: 
Pues  nuestra  g-loria  pasó. 
Juntos  lloremos. 

Mas  hoy  miro  tu  luz  casi  apag*ada, 

Y  un  vago  padecer  mi  pecho  siente: 
Que  está  mi  alma  de  sufrir  cansada, 
Seca  ya  de  las  lágrimas  la  fuente. 

¡Quién  sabe!...  tú  recobrarás  acaso 
Otra  vez  tu  pasado  resplandor, 
A  tí  tal  vez  te  anunciará  tu  ocaso 
Un  oriente  mas  puro  que  el  del  sol, 

A  mí  tan  solo  penas  y  amargura 
Me  quedan  en  el  valle  de  la  vida; 
Como  un  sueño  pasó  mi  infancia  pura, 
Se  agosta  ya  mi  juventud  florida. 

Astro  sé  tú  de  candidez  y  amores 
Para  el  que  luz  te  preste  en  su  ilusión, 

Y  ornado  el  porvenir  de  blancas  ñores, 
Sienta  latir  de  amor  su  corazón. 

Yo  indiferente  sigo  mi  camino 
A  merced  de  los  vientos  y  la  mar, 

Y  entregado  en  los  brazos  del  destino, 
Isi  me  importa  salvarme  ó  zozobrar. 


150  Á   JATIIFA   EN    UNA  ORGÍA. 


Á  JARIFA  EN  UNA  ORGIA 


Trae,  Jarifa^  trae  tu  mano, 
Ven  y  pósala  en  mi  frente, 
Que  en  un  mar  de  lava  hirviente 
Mi  cabeza  siento  arder. 

Ven  y  junta  con  mis  labios 
Esos  labios  que  me  irritan, 
Donde  aun  los  besos  palpitan 
De  tus  amantes  de  ayer. 

¿Qué  la  virtud,  la  pureza? 
¿Qué  la  verdad  y  el  cariño? 
Mentida  ilusión  de  niño 
Que  halagó  mi  juventud. 

Dadme  vino:  en  él  se  ahoguen 
Mis  recuerdos;  aturdida 
Sin  sentir  huya  la  vida; 
Paz  me  traiga  el  ataúd. 

El  sudor  mi  rostro  quem^a, 

Y  en  ardiente  sangre  rojos 
Brillan  inciertos  mis  ojos, 
Se  me  salta  el  corazón. 

Huye,  mujer;  te  detesto. 
Siento  tu  mano  en  la  mia, 

Y  tu  mano  siento  fria, 

Y  tus  besos  hielos  son. 

¡Siempre  igual!  Necias  mujeres, 
Inventad  otras  caricias. 
Otro  mundo,  otras  delicias, 
O  maldito  sea  el  placer. 


Á   JARIFx^   EN    UNA   OTiaiA.  151 

Vuestros  besos  son  mentira, 
Mentira  vuestra  ternura: 
Es  fealdad  vuestra  hermosura, 
Vuestro  g-ozo  es  padecer. 

Yo  quiero  amor,  quiero  gloria, 
Quiero  un  deleite  divino, 

mo  en  mi  mente  imagino. 
Como  en  el  muDdo  no  hay; 

Y  es  la  luz  de  aquel  lucero 
Que  engañó  mi  fantasia, 
Fuego  fatuo,  falso  guia 
Que  errante  y  ciego  me  tray. 


¿Por  qué  murió  para  el  placer  mi  alma, 

Y  vive  aun  para  el  dolor  impío? 

¿Por  qué  si  yazgo  en  indolente  calma, 
Siento,  en  lugar  de  paz,  árido  hastío? 

¿Por  qué  este  inquieto,  abrasador  deseo? 
¿Por  qué  este  sentimiento  extraño  y  vago, 
Que  yo  mismo  conozco  un  devaneo, 

Y  busco  aun  su  seductor  halago? 

¿Por  qué  aun  fingirme  amores  y  placeres 
Que  cierto  estoy  de  que  serán  mentira? 
¿Por  qué  en  pos  de  fantásticas  mujeres 
Necio  tal  vez  mi  corazón  delira, 

Si  luego,  en  vez  de  prados  y  de  flores, 
Halla  desiertos  áridos  y  abrojos, 

Y  en  sus  sandios  ó  lúbricos  amores 
Fastidio  solo  encontrará  y  enojos? 

Yo  me  arrojé  cual  rápido  cometa. 
En  alas  de  mi  ardiente  fantasía: 


152  Á   JARIFA   EN    UNA    ORGIA. 

Doquier  mi  arrebatada  mente  inquieta 
Dichas  y  triunfos  encontrar  creia. 

Yo  me  lancé  con  atrevido  vuelo 
Fuera  del  mundo  en  la  región  etérea, 

Y  hallé  la  duda,  y  el  radiante  cielo 
Yi  convertirse  en  ilusión  aérea. 

Lueg-o  en  la  tierra,  la  virtud,  la  gloria, 
Busqué  con  ansia  y  delirante  amor, 

Y  hediondo  polvo  y  deleznable  escoria 
Mi  fatigado  espíritu  encontró. 

Mujeres  vi  de  virginal  limpieza 
Entre  albas  nubes  de  celeste  lumbre; 
Yo  las  toqué,  y  en  humo  su  pureza 
Trocarse  vi,  y  en  lodo  y  podredumbre. 

Y  encontré  mi  ilusión  desvanecida 

Y  eterno  é  insaciable  mi  deseo: 
Palpé  la  realidad  y  odié  la  vida; 
Solo  en  la  paz  de  los  sepulcros  creo. 

Y  busco  aun  y  busco  codicioso, 

Y  aun  deleites  el  alma  finge  y  quiere: 
Pregunto,  y  un  acento  pavoroso 
«¡Ay!  me  responde,  desespera  y  muere. 

»Muere,  infeliz:  la  vida  es  un  tormento, 
Un  engaño  el  placer;  no  hay  en  la  tierra 
Paz  para  tí,  ni  dicha,  ni  contento. 
Sino  eterna  ambición  y  eterna  guerra. 

»Que  así  castiga  Dios  el  alma  osada. 
Que  aspira  loca,  en  su  delirio  insano. 
De  la  verdad  para  el  mortal  velada 
A  descubrir  el  insondable  arcano.» 


Á   JAEIFA   EN   UNA   ORGÍA.  153 

¡Oh!  cesa;  no,  yo  no  quiero 
Ver  mas,  ni  saber  ya  nada: 
Harta  mi  alma  y  postrada, 
Solo  anhela  descansar. 

En  mí  muera  el  sentimiento, 
Pues  ya  murió  mi  ventura, 
Ni  el  placer  ni  la  tristura 
Vuelvan  mi  pecho  á  turbar. 

Pasad,  pasad  en  óptica  ilusoria 

Y  otras  jóvenes  almas  eng-añad: 
Nacaradas  imágenes  de  gloria, 
Coronas  de  oro  y  de  laurel,  pasad. 

Pasad,  pasad,  mujeres  voluptuosas, 
Con  danza  y  algazara  en  confusión; 
Pasad  como  visiones  vaporosas 
Sin  conmover  ni  herir  mi  corazón. 

Y  aturdan  mi  revuelta  fantasía 
Los  brindis  y  el  estruendo  del  festín, 

Y  huya  la  noche  y  me  sorprenda  el  dia 
En  un  letargo  estúpido  y  sin  fin. 

Ven,  Jarifa;  tú  has  sufrido 
Como  yo;  tú  nunca  lloras; 
Mas  ¡ay  triste!  que  no  ignoras 
Cuan  amarga  es  mi  aflicción. 

Una  misma  es  nuestra  pena, 

En  vano  el  llanto  contienes 

Tú  también^,  como  yo,  tienes 
Desgarrado  el  corazón. 


io4  ARREPENTIMIENTO. 


ARREPENTIMIENTO 


A   MI    MADRE. 

Triste  es  la  vida  cuando  piensa  el  alma; 
Triste  es  vivir  si  siente  el  corazón; 
Nunca  se  goza  de  ventura  y  calma 
Si  se  piensa  del  mundo  en  la  ficción. 

No  hay  que  buscar  del  mundo  los  placeres 
Pues  que  ning-uno  hay  en  realidad; 
No  hay  que  buscar  amigos  ni  mujeres, 
Que  es  mentira  el  placer  y  la  amistad. 

Es  iniitil  que  busque  el  desgraciado 
Quien  quiera  su  dolor  con  él  partir: 
Sordo  el  mundo  le  deja  abandonado 
Sin  aliviar  su  misero  vivir. 

La  virtud  y  el  honor,  solo  de  nombre 
Existen  en  el  mundo  engañador; 
Un  juego  la  virtud  es  para  el  hombre. 
Un  fantasma  no  mas  es  el  honor. 

No  hay  que  tener  palabras  de  ternura 
Que  le  presten  al  alma  algún  solaz; 
No  hay  que  pensar  que  dure  la  ventura, 
Que  en  el  mundo  el  placer  es  muy  fugaz. 

Esa  falsa  deidad  que  llaman  gloria, 
Es  del  hombre  tan  solo  una  ilusión, 
Que  siempre  está  patente  á  su  memoria 
Halagando  traidora  al  corazón. 

Todo  es  mentira  lo  que  el  mundo  encierra, 
Que  el  niño  no  conoce  por  su  bien; 
Entonces  la  niñez  sus  ojos  cierra, 
Y  un  tiempo  á  mí  me  los  cerró  también. 

En  aquel  tiempo  el  maternal  cariño 


ARREPENTIMIENTO.  155 

Como  un  edén  el  mundo  me  pintó; 
Yo  lo  miré  como  lo  mira  un  niño, 

Y  mejor  que  un  edén  me  pareció. 
Lleno  lo  vi  de  fiestas  y  jardines 

Donde  tranquilo  imaginé  gozar; 
Oí  cantar  pintados  colorines 

Y  escuché  de  una  fuente  el  murmurar. 
^  ^  apresaba  la  blanca  mariposa 

Persiguiéndola  ansioso  en  el  jardin, 
Bien  al  pararse  en  la  encarnada  rosa, 
O  al  posarse  después  en  el  jazmin. 

Miraba  al  sol  sin  que  jamás  su  fuego 
Quemase  mis  pupilas  ni  mi  tez: 
Que  entonces  lo  miré  con  el  sosiego 

Y  con  la  paz  que  infunde  la  niñez. 
Mi  vida  resbalaba  entre  delicias 

Prodigadas  ¡oh  madre!  por  tu  amor; 
¡Cuántas  veces  entonces  tus  caricias 
Acallaron  mi  llanto  y  mi  clamor! 

¡Cuántas  veces  durmiendo  en  tu  regazo 
En  pájaros  y  ñores  yo  soñé! 
jCuántas  me  diste  ¡oh  madre!  un  tierno  abrazo 
Porque  alegre  y  risueño  te  miré! 

Mis  caricias  pagastes  con  exceso, 
Como  pagan  las  ñores  al  Abril; 
Mil  besos  ¡ay!  me  dabas  por  un  beso, 
Por  un  abrazo  tú  me  dabas  mil. 

Pero  yo  te  abandoné 
Por  seguir  la  juventud; 
En  el  mundo  me  interné, 
Y  al  primer  paso,  se  fué 
De  la  infancia  la  quietud. 

Que  aunque  tu  voz  me  anunciaba 
Los  escondidos  abrojos 
Del  camino  que  pisaba, 
Mi  oido  no  te  escuchaba 


15G  ARREPENTIMIENTO. 

Ni  te  miraban  mis  ojos. 

¡Sí,  madre!  yo  no  creí 
Que  fuese  cierto  tu  aviso; 
Tan  hechicero  lo  vi, 
Que  al  principio,  para  mí 
Era  el  mundo  un  paraíso. 

Así  viví  sin  temor 
Disfrutando  los  placeres 
De  mundo  tan  seductor; 
En  él  encontré  el  amor 
Al  encontrar  las  mujeres. 

Mis  oidos  las  oyeron, 

Y  mis  ojos  las  miraron, 

Y  ángeles  me  parecieron; 
Mis  ojos  jay!  me  eng-añaron, 

Y  mis  oidos  mintieron. 
Entre  placeres  y  amores 

Fueron  pasando  mis  años 
Sin  recelos  ni  temores, 
Mi  corazón  sin  eng-años 

Y  mi  alma  sin  dolores, 
Mas  hoy  ya  mi  corazón 

Por  su  bien  ha  conocido 
De  los  hombres  la  traición, 

Y  mi  alma  ha  descorrido 
El  velo  de  la  ilusión. 

Ayer  vi  el  mundo  risueño, 

Y  hoy  triste  le  miro  ya; 
Para  mí  no  es  halagüeño 
Mis  años  han  sido  un  sueño 
Que  disipándose  va. 

Por  estar  durmiendo  ayer. 
De  este  mundo  la  maldad 
Ni  pude  ni  quise  ver. 
Ni  del  amigo  y  mujer 
Conocí  la  falsedad. 

Por  el  sueño  no  miraron 


ARREPENTIMIENTO.  15' 

Mis  ojos  teñido  un  rio 
De  sangre,  que  derramaron 
Hermanos  que  se  mataron 
Llevados  de  un  desvario. 

Por  el  sueño,  madre  mia, 
Del  porvenir  sin  temor, 
Aj^er  con  loca  alegría 
Entonaba  en  una  orgía 
Cantos  de  placer  y  amor. 

Por  el  sueño  fui  perjuro 
Con  las  mujeres  allí; 

Y  en  lugar  de  tu  amor  puro, 
Amor  frenético,  impuro, 

De  impuros  labios  bebí. 

Mi  corazón  fascinaste 
Cuando  me  ofreciste  el  bien; 
Pero  ;oh  mundo!  me  engañaste. 
Porque  en  infierno  trocaste 
Lo  que  yo  juzgaba  edén. 

Tú  me  mostraste  unos  seres 
Con  rostro  de  querubines 

Y  con  nombres  de  mujeres; 
Tú  me  brindaste  placeres 
En  ciudades  y  festines. 

Tus  mujeres  me  engañaron; 
Que  al  brindarme  su  cariño 
En  engranarme  pensaron, 

Y  sin  compasión  jugaron 
Con  mí  corazón  de  niño. 

En  tus  pueblos  no  hay  clemencia, 
La  virtud  no  tiene  abrigo;     * 
Por  eso  con  insolencia 
Los  ricos  con  su  opulencia 
Escarnecen  al  mendigo. 

Y  en  vez  de  arroyos  y  ñores 

Y  fuentes  y  ruiseñores, 

Se  escuchan  en  tus  jardines 


1 58  ARREPENTIMIENTO. 

Los  gritos  y  los  clamores 
Que  salen  de  los  festines. 
Por  eso  perdí  el  reposo 
De  mis  infantiles  años; 
Dime,  mundo  pelig-roso, 
^•Por  qué  siendo  tan  hermoso 
Contienes  tantos  engaños? 

Heme  á  tus  pies  llorando  arrepentido, 
Fria  la  frente  y  seco  el  corazón; 
¡Ah!  si  supieras  cuanto  he  padecido, 
Me  tuvieras  ¡oh  madre!  compasión. 

No  te  admires  de  hallarme  en  este  estado., 
Sin  luz  los  ojos,  sin  color  la  tez; 
Porque  mis  labios  ¡ay!  han  apurado 
El  cáliz  del  dolor  hasta  la  hez. 

¡Qué  veneno  el  amor  de  las  mujeres 
Que  en  el  mundo  gozoso  yo  bebí! 
Pero  á  pesar  de  todos  los  placeres, 
Nunca  te  puse  yo  en  olvido  á  tí. 

Siempre  extasiada,  recordó  mi  mente 
Aquellos  días  de  ventura  y  paz, 
Que  á  tu  lado  viví  tranquilamente 
Ajeno  de  ese  mundo  tan  falaz. 

Todo  el  amor  que  tiene  es  pasajero, 
Nocivo,  receloso,  engañador; 
No  hay  otro,  no,  mas  puro  y  verdadero 
Que  dure  mas  que  el  maternal  amor. 

Vuelve  ¡oh  madre!  á  mirarme  con  cariño, 
Tus  caricias  y  halagos  tórname; 
Yo  de  tí  me  alejé,  pero  era  un  niño 
Y  el  mundo  m^e  engañó;  perdóname. 

Yo  pagaré  tu  amor  con  el  exceso 
Con  que  pagan  las  flores  al  Abril; 
Mil  besos  te  daré  por  solo  un  beso, 
Por  un  abrazo  yo  te  daré  mil. 

Dejemos  que  prosigan  engañando 


ARREPENTIMIENTO.      .  159 

Los  hombres  y  mujeres  á  la  par; 

De  nuestro  amor  sigamos  disfrutando, 

En  sas  eng-años^  madre,  sin  pensar. 

Porque  es  triste  vivir  si  piensa  el  alma, 
Y  maclio  mas  si  siente  el  corazón; 
Nunca  se  goza  de  ventura  y  calma 
Si  se  piensa  del  mundo  en  la  ficción. 


DESESPERACIÓN. 


Me  gusta  ver  el  cielo 
Con  negros  nubarrones 

Y  oír  los  aquilones 
Horrísonos  bramar; 
Me  gusta  ver  la  noche 
Sin  luna  y  sin  estrellas, 

Y  solo  las  centellas 
La  tierra  iluminar. 

Me  agrada  un  cementerio 
De  muertos  bien  relleno, 
Manando  sangre  y  cieno 
Que  impida  el  respirar; 

Y  allí  un  sepulturero  ^ 
De  tétrica  mirada 

Con  mano  despiadada 
Los  cráneos  machacar. 

Me  gusta  ver  la  bomba 
Caer  mansa  del  cielo, 
Inmóvil  en  el  suelo. 
Sin  mecha  al  parecer; 


1(^0  DESESPERACIÓN. 

Y  lueg-0  embravecida 
Que  estalle  y  que  se  agite 

Y  rayos  mil  vomite 

Y  muertes  por  doquier. 

Que  el  trueno  me  despierte 
Con  su  ronco  estampido, 

Y  al  mundo  adormecido 
Le  haga  estremecer; 
Que  rayos  cada  instante 
Caigan  sobre  él  sin  cuento, 
Que  se  hunda  el  firmamento 
Me  agrada  mucho  ver. 

La  llama  de  un  incendio 
Que  corra  devorando, 
Escombros  apilando 
Deseo  yo  encender; 
Tostarse  allí  un  anciano, 
Volverse  todo  tea, 
Oir  cómo  vocea, 
¡Qué  gusto!  ¡Qué  placer! 

Me  gusta  una  campiña 
De  nieve  tapizada. 
De  flores  despojada, 
Sin  fruto,  sin  verdor: 
Ni  pájaros  que  canten. 
Ni  sol  haya  que  alumbre, 

Y  solo  se  vislumbre 

La  muerte  en  derredor. 

Allá  en  sombrío  monte, 
Solar  desmantelado 
Me  place  en  sumo  grado. 
La  luna  al  reflejar; 
Moverse  las  veletas 
Con  áspero  chirrido 
Igual  al  alarido 
Que  anuncia  el  espirar, 

Me  gusta  que  al  Averno 


DESESPERACIÓN.'  KU 

Lleven  á  los  mortales 

Y  allí  todos  los  males 
Les  hag-an  padecer; 
Les  abran  las  entrañas. 
Les  rasg-uen  los  tendones, 
Rompan  los  corazones, 
Sin  de  ellos  caso  hacer. 

Insólita  avenida 
Que  inunda  fértil  vega, 
De  cumbre  en  cumbre  llega, 

Y  llena  de  pavor. 

Se  lleva  los  ganados, 

Y  las  vides  sin  pausa, 

Y  estragos  miles  causa... 
¡Qué  gusto  que  placer! 

Las  voces  y  las  risas. 
El  juego,  las  botellas, 
En  torno  de  las  bellas. 
Alegres  apurar. 

Y  en  sus  te...  lascivas, 
Un  beso  á  cada  trago 
Con  voluptuoso  halago 
Alegres  estampar. 

Romper  después  las  copas. 
Los  platos,  las  barajas, 

Y  abiertas  las  navajas 
Buscando  el  corazón; 
Oir  luego  los  brindis 
Mezclados  con  quejidos 
Que  lanzan  los  heridos 
En  llanto  y  confusión. 

Quisiera  ver  al  uno 
Que  arrastra  un  intestino; 
Al  otro  pedir  vino. 
Muriendo  en  un  rincón. 

Y  otros  ya  borrachos, 
En  trino  desusado, 

11 


1()*^  DESESPERACIÓN. 

Al  niño  dios  velado 
Impúdica  canción. 

Y  mientras  las  queridas 
Tendidas  en  los  lechos, 
Sin  chales  en  los  pechos^ 

Y  flojo  el  cinturon; 
Mostrando  sus  encantos 
Sin  orden  el  cabello, 

Al  aire  el  muslo  bello, 

Y  el 


CUENTO. 


EL  ESTUDIANTE  DE  SALAMANCA. 


PARTE  PRIMERA. 


Sus  fueros  sus  bri(js, 
Sus  premáticas  su  voluníiuL 
Quijote. — Parit'  prhufni.  "■ 


Era  mas  de  media  noche, 
Antiguas  historias  cuentan, 
Cuando  en  sueño  y  en  silencio 
Lóbrega  envuelta  la  tierra, 
Los  vivos  muertos  parecen, 
Los  muertos  la  tumba  dejan. 
Era  la  ora  en  que  acaso 
Temerosas  voces  suenan 
Informes,  en  que  se  escuchan 
Tácitas  pisadas  huecas, 
Y  pavorosas  fantasmas 
Entre  las  densas  tinieblas 
Yagan,  y  aullan  los  perros 
Amedrentados  al  verlas: 
En  que  tal  vez  la  campana 


164  EL    ESTUDIA.NTE 

De  alg-una  arruinada  iglesia 
Da  misteriosos  sonidos 
De  maldición  y  anatema, 
Que  los  sábados  convoca 
A  las  brujas  á  su  fiesta. 
El  cielo  estaba  sombrío, 
No  vislumbraba  una  estrella, 
Silbaba  lúgubre  el  viento, 

Y  allá  en  el  aire,  cual  negras 
Fantasmas,  se  dibujaban 
Las  torres  de  las  iglesias, 

Y  del  gótico  castillo 
Las  altísimas  almenas, 
Donde  canta  ó  reza  acaso 
Temeroso  el  centinela. 
Todo  en  fin  á  media  noche 
Reposaba,  y  tumba  era 
De  sus  dormidos  vivientes 
La  antigua  ciudad  que  riega 
El  Tormes,  fecundo  rio. 
Nombrado  de  los  poetas. 

La  famosa  Salamanca, 
insigne  en  armas  y  letras, 
Patria  de  ilustres  varones, 
Noble  archivo  de  las  ciencias. 
Súbito  rumor  de  espadas 
Cruje  y  un  ¡ay!  se  escuchó; 
Un  ay  moribundo,  un  ay 
Que  penetra  al  corazón, 
Que  hasta  los  tuétanos  hiela 

Y  da  al  que  lo  oyó  temblor. 

Un  ¡ay!  de  alguno  que  al  mundo 
Pronuncia  el  último  adiós. 

El  ruido 

Cesó, 

Un  hombre 


DE   SALAMANCA.  165 

Pasó 
Embozado, 

Y  el  sombrero 
Recatado 

A  los  ojos 
Se  caló. 
Se  desliza 

Y  atraviesa 
Junto  al  muro 
De  una  iglesia, 

Y  en  la  sombra 
Se  perdió. 

Una  calle  estrecha  y  alta, 
La  calle  del  Ataúd, 
Cual  si  de  negTo  crespón 
Lóbrego  eterno  capuz 
La  vistiera,  siempre  oscura 
Y  de  noche  sin  mas  luz 
Que  la  lámpara  que  alumbra 
Una  imagen  de  Jesús, 
Atraviesa  el  embozado 
La  espada  en  la  mano  aun, 
Que  lanzó  vivo  reflejo 
Al  pasar  frente  á  la  cruz. 

Cual  suele  la  luna  tras  lóbrega  nube 
Con  franjas  de  plata  bordarla  en  redor, 
Y  luego  si  el  viento  la  agita,  la  sube 
Disuelta  á  los  aires  en  blanco  vapor: 

Asi  vaga  sombra  de  luz  y  de  nieblas. 
Mística  y  aérea  dudosa  visión, 
Ya  brilla,  ó  la  esconden  las  densas  tinieblas^ 
Cual  dulce  esperanza,  cual  vana  ilusión. 

La  calle  sombría,  la  noche  ya  entrada. 
La  lámpara  triste  ya  pronta  á  espirar, 


1()<^  EL   ESTUDIANTE 

Que  á  veces  alumbra  la  imág-en  sagrada 

Y  á  veces  se  esconde  la  sombra  á  aumentar. 

El  vág^o  fantasma  que  acaso  aparece, 

Y  acaso  se  acerca  con  rápido  pié, 

Y  acaso  en  las  sombras  tal  vez  desparece, 
Cual  ánima  en  pena  del  hombre  que  fué. 

Al  mas  temerario  corazón  de  acero 
JKecelo  inspirara,  pusiera  pavor; 
Al  mas  maldiciente  feroz  bandolero 
El  rezo  á  los  labios  trajera  el  temor. 

Mas  no  al  embozado,  que  aun  sangre  su  espada 
Destila,  el  fantasma  terror  infundió 
Y,  el  arma  en  la  mano  con  fuerza  empuñada. 
Osado  á  su  encuentro  despacio  avanzó. 

Seg-undo  don  Juan  Tenorio, 
Alma  fiera  é  insolente, 
Irrelig-ioso  y  valiente. 
Altanero  y  reñidor: 

Siempre  el  insulto  en  los  ojos, 
En  los  labios  la  ironía. 
Nada  teme,  y  todo  fia 
De  su  espada  y  su  valor. 

Corazón  gastado,  mofa 
De  la  mujer  que  corteja, 
Y,  hoy  despreciándola,  deja 
La  que  ayer  se  le  rindió. 

Ni  el  porvenir  temió  nunca. 
Ni  recuerda  en  lo  pasado 
La  mujer  que  ha  abandonado. 
Ni  el  dinero  que  perdió. 

Ni  vio  el  fantasma  entre  sueños 
Del  que  mató  en  desafío. 


DE   SALAMANCA.  167 

Ni  turbó  jamás  su  brio 
Eecelosa  previsión. 

Siempre  en  lances  y  en  amores. 
Siempre  en  báquicas  org-ías, 
Mezcla  en  palabras  impías 
Un  chiste  á  una  maldición. 

En  Salam.anca,  famoso 
Por  su  vida  y  buen  talante, 
Al  atrevido  estudiante 
Le  señalan  entre  mil; 

Fueros  le  da  su  osadía. 
Le  disculpa  su  riqueza, 
Su  generosa  nobleza, 
Su  hermosura  varonil. 

Que  su  arrog-ancia  y  sus  vicio?. 
Caballeresca  apostura, 
Agilidad  y  bravura. 
Ninguno  alcanza  á  igualar: 

Que  hasta  en  sus  crímenes  mismos, 
En  su  impiedad  y  altiveza. 
Pone  un  sello  de  grandeza 
Don  Félix  de  Montemar. 


Bella  y  mas  pura  que  el  azul  del  cielo 
Con  dulces  ojos  lánguidos  y  hermosos. 
Donde  acaso  el  amor  brillo  entre  el  velo 
Del  pudor  que  los  cubre  candorosos; 
Tímida  estrella  que  refleja  al  suelo 
Rayos  de  luz  brillantes  y  dudosos, 
Ángel  puro  de  amor  que  amor  inspira. 
Fué  la  inocente  y  desdichada  Elvira. 

Elvira,  amor  del  estudiante  un  día, 
Tierna  y  feliz  y  de  su  amante  ufana. 
Cuando  al  placer  su  corazón  se  abría. 


1()S  EL   ESTUDIANTE 

(>omo  al  rayo  del  sol  rosa  temprana: 
Del  fingido  amador  que  la  mentía, 
La  miel  falaz  que  de  sus  labios  mana 
Bebe  en  su  ardiente  sed,  el  pecho  ageno 
De  que  oculto  en  la  miel  hierve  el  veneno. 

Que  no  descansa  de  su  madre  en  brazos 
Mas  descuidado  el  candaroso  infante, 
Que  ella  en  los  falsos  lisonjeros  lazos 
Que  teje  astuto  el  seductor  amante: 
Dulces  caricias,  lánguidos  abrazos, 
Placeres  ¡ay!  que  duran  un  instante, 
Que  habrán  de  ser  eternos  imagina 
La  triste  Elvira  en  su  ilusión  divina. 

Que  el  alma  virgen  que  halagó  un  encanto 
Con  nacarado  sueño  en  su  pureza, 
Todo  lo  juzga  verdadero  y  santo, 
Presta  á  toda  virtud,  presta  belleza. 
Del  cielo  azul  al  tachonado  manto. 
Del  sol  radiante  á  la  inmortal  riqueza, 
Al  aire,  al  campo,  á  las  fragantes  flores, 
Ella  añade  esplendor,  vida  y  colores. 

Cifró  en  don  Félix  la  infeliz  doncella 
Toda  su  dicha,  de  su  amor  perdida; 
Fueron  sus  ojos  á  los  ojos  de  ella 
Astros  de  gloria,  manantial  de  vida. 
Cuando  sus  labios  con  su  labios  sella, 
(Juando  su  voz  escucha  embebecida. 
Embriagada  del  dios  que  la  enamora, 
Dulce  !e  mira,  extática  le  adora. 


DE   SALAMANCA.  169 


PARTE  SEGUNDA. 


Except  Ihe  hoUow  sea's, 

Mournao'  er  tlie  beauty  of  the  Cyí^lad^^; 
Byron.— D. /«rí??,  canlo4. 


Está  ia  noche  serena 
De  luceros  coronada, 
Terso  el  azul  de  los  cielos 
Como  trasparente  g'asa. 

Melancólica  la  luna 
Va  trasmontando  la  espalda 
Del  otero:  su  alba  frente 
Tímida  apenas  levanta, 

Y  el  horizonte  ilumina, 
Pura  virgen  solitaria, 

Y  en  su  blanca  luz  suave 
El  cielo  y  la  tierra  baña. 

Deslizase  el  arroyuelo 
Fulg-ida  cinta  de  plata 
Al  resplandor  de  la  luna, 
Entre  franjas  de  esmeralda. 

Argentadas  chispas  brillan 
Entre  las  espesas  ramas, 

Y  en  el  seno  de  las  flores 
Tal  vez  aduermen  las  auras. 

Tal  vez  despiertas  susurran 

Y  al  desplegarse  sus  alas, 


170  EL   ESTUDIANTE 

Mecen  el  blanco  azahar, 
Mueven  la  aromosa  acacia, 

Y  agitan  ramas  y  flores 
Y  en  perfumes  se  embalsaman: 
Tal  era  pura  esta  noche 
Como  aquella  en  que  sus  alas 

Los  ángeles  desplegaron, 
Sobre  la  primera  llama 
Que  amor  encendió  en  el  mundo 
Del  Edén  en  la  morada. 

¡Una  mujer!  ¿Es  acaso 
Blanca  silfa  solitaria, 
(^ue  entre  el  rayo  de  la  luna 
Tal  vez  misteriosa  vaga? 

Blanco  es  su  vestido,  ondea 
Suelto  el  cabello  á  la  espalda, 
Hoja  tras  hoja  las  flores 
Que  lleva  en  su  mano,  arranca. 

Es  su  paso  incierto  y  tardo, 
Inquietas  son  sus  miradas, 
Májico  ensueño  parece 
Que  halaga  engañosa  el  alma. 

Ora,  vedla,  mira  al  cielo. 
Ora  suspira,  y  se  para: 
Una  lágrima  sus  ojos 
Brotan  acaso  y  abrasa 

Su  mejilla;  es  una  ola 
Del  mar  que  en  fiera  borrasca 
El  viento  de  las  pasiones 
Ha  alborotado  en  su  alma. 


DE   SALAMANCA.  171 

Tal  vez  se  sienta,  tal  vez 
Azorada  se  levanta; 
El  jardín  recorre  ansiosa. 
Tai  vez  á  escuchar  se  para. 

Es  el  susurro  del  viento, 
Es  el  murmullo  del  ag*ua, 
No  es  su  voz,  no  es  el  sonido 
Melancólico  del  arpa. 

Son  ilusiones  que  fueron: 
Recuerdos  ¡ay!  que  te  eng-añan, 

Sombras  del  bien  que  pasó 

Ya  te  olvidó  el  que  tú  amas. 

Esa  noche  y  esa  luna 
Las  mismas  son  que  miraran 
Indiferentes  tu  dicha, 
Cual  ora  ven  tu  desg'racia. 

¡Ah!  llora,  sí,  ¡pobre  Elviral 
¡Triste  amante  abandonadal 
Esas  hojas  de  esas  flores 
Que  distraída  tú  arrancas, 

¿Sabes  adonde,  infeliz, 
El  viento  las  arrebata? 
Donde  fueron  tus  amores. 
Tu  ilusión  y  tu  esperanza 

Deshojadas  y  marchitas, 
¡Pobres  flores  de  tu  alma! 


Blanca  nube  de  la  aurora, 
Teñida  de  ópalo  y  g'rana, 
Naciente  luz  te  colora, 


172  EL   ESTUDIANTE 

Refulgente  precursora 
De  la  candida  mañana. 

Mas  iay!  que  se  disipó 
Tu  pureza  virg-inal, 
Tu  encanto  el  aire  llevó 
Cual  la  ventuja  ideal 
Que  el  amor  te  prometió. 

Hojas  de  árbol  caídas 
Jug-uetes  del  viento  son: 
¡Las  ilusiones  perdidas 
¡ay!  son  hojas  desprendidas 
Del  árbol  del  corazón! 

¡El  corazón  sin  amor! 
¡Triste  páramo  cubierto 
Con  la  lava  del  dolor, 
Oscuro  inmenso  desierto 
Donde  no  nace  una  flor! 

Distante  un  bosque  sombrío, 
El  sol  cayendo  en  la  mar, 
En  la  playa  un  aduar, 

Y  á  lo  lejos  un  navio 
Viento  en  popa  navegar; 

Óptico  vidrio  presenta 
En  fantástica  ilusión, 

Y  al  ojo  encantado  ostenta 
Gratas  visiones,  que  aumenta 
Rica  la  imaginación. 

Tú  eres,  mujer,  un  fanal 
Trasparente  de  hermosura 
¡Ay  de  tí!  si  por  tu  mal 


DE    SALAMANCA.  173 

Rompe  el  hombre  en  su  locura 
Tu  misterioso  cristal. 

Mas  ¡ay!  dichosa  tú,  Elvira, 
En  tu  misma  desventura, 
Que  aun  deleites  te  procura, 
Cuando  tu  pecho  suspira 
Ta  misteriosa  locura: 

Que  es  la  razón  un  tormento, 
Y  vale  mas  delirar 
Sin  juicio,  que  el  sentimiento 
Cuerdamente  analizar. 
Fijo  en  él  el  pensamiento. 


Vedla,  allí  va  que  sueña  en  su  locura 
Presente  el  bien  que  para  siempre  huyó 
Dulces  palabras  con  amor  murmura: 
Piensa  que  escucha  al  pérfido  que  amó. 

Vedla,  postrada  su  piedad  implora 
Cual  si  presente  le  mirara  allí : 
Vedla,  que  sola  se  contempla  y  llora, 
Miradla  delirante  sonreír. 

Y  su  frente  en  revuelto  remolino 
Ha  enturbiado  su  loco  pensamiento, 
Como  nublo  que  en  neg-ro  torbellino 
Encubre  el  cielo  y  amontona  el  viento, 

Y  vedla  cuidadosa  escog-er  flores, 

Y  las  lleva  mezcladas  en  la  falda, 
Y,  corona  nupcial  de  sus  amores. 

Se  entretiene  en  tejer  una  guirnalda. 

Y  en  medio  de  su  dulce  desvarío 
Triste  recuerdo  el  íilma  le  importuna, 


174  KL    ESTUDIANTE 

Y  al  margen  va  del  argentado  rio, 

Y  allí  las  flores  echa  de  una  en  una; 

Y  las  sigue  su  vista  en  la  corriente, 
Unas  tras  otras  rápidas  pasar, 

Y^  confusos  sus  ojos  y  su  mente 
Se  siente  con  sus  lágrimas  ahogar: 

Y'  de  amor  canta,  y  en  su  tierna  queja 
Entona  melancólica  canción, 
Canción  que  el  alma  desgarrada  deja, 
Lamento  ¡ay!  que  llaga  el  corazón. 


;.Qué  me  valen  tu  calma  y  tu  terneza, 
Tranquila  noche^  solitaria  luna. 
Si  no  calmáis  del  hado  la  crudeza, 
NM  me  dais  esperanza  de  fortuna? 
¿Qué  me  valen  la  gracia  y  la  belleza, 
Y  amar  como  jamás  amó  ninguna. 
Si  la  pasión  que  el  alma  me  devora. 
La  desconoce  aquel  que  me  enamora? 


Lágrimas  interrumpen  su  lamento. 
Inclina  sobre  el  pecho  su  semblante, 
Y  de  ella  en  derredor  susurra  el  viento 
Sus  últimas  palabras,  sollozante. 


Murió  de  amor  la  desdichada  Elvira, 
Cándida  rosa  que  agostó  el  dolor, 


DE    SALAMANCA.  175 

Suave  aroma  que  el  viajero  aspira 

Y  en  sus  alas  el  aura  arrebató. 

Vaso  de  bendición,  ricos  colores 
Keflejó  en  su  cristal  la  luz  del  día, 
Mas  la  tierra  empañó  sus  resplandores, 

Y  el  hombre  lo  rompió  con  mano  impía. 

Una  ilusión  acarició  su  mente: 
Alma  celeste  para  amar  nacida, 
Era  el  amor  de  su  vivir  la  fuente, 
Estaba  junta  á  su  ilusión  su  vida. 

Amada  del  Señor,  flor  venturosa, 
Llena  de  amor  murió  y  de  juventud: 
Despertó  aleg-re  una  alborada  hermosa. 

Y  á  la  tarde  durmió  en  el  ataúd. 

Mas  despertó  también  de  su  locura 
Al  término  postrero  de  su  vida, 

Y  al  abrirse  á  sus  pies  la  sepultura, 
Volvió  á  su  mente  la  razón  perdida. 

jLa  razón  fria!  ¡la  verdad  amarg'a! 
¡El  bien  pasado  y  el  dolor  presente!... 
¡Ella  feliz!  ¡que  de  tan  dura  carga 
Sintió  el  peso  al  morir  únicamente! 

Y  conociendo  ya  su  fin  cercano, 
Su  mejilla  una  lágrima  abrasó; 

Y  así  al  infiel  con  temblorosa  mano. 
Moribunda  su  víctima  escribió: 

«Voy  á  morir:  perdona  si  mi  acento 
Vuela  importuno  á  molestar  tu  oido: 
Él  es,  don  Félix,  el  postrer  lamento 
De  la  mujer  que  tanto  te  ha  querido. 


17()  EL    ESTUDIANTE 

La  mano  helada  de  la  muerte  siento... 
Adiós:  ni  amor  ni  compasión  te  pido... 
Oye  y  perdona  si  al  dejar  el  mundo. 
Arranca  un  ¡ay!  su  angustia  al  moribundo. 

»¡Ah!  para  siempre  adiós.  Por  tí  mi  vida 
Dichosa  un  tiempo  resbalar  sentí, 

Y  la  palabra  de  tu  boca  oída 
Éxtasis  celestial  fué  para  mí. 

Mi  mente  aun  g*oza  en  la  ilusión  querida 
Que  para  simpre  ¡mísera!  perdí... 
¡Ya  todo  huyó,  desapareció  contigo! 
¡Dulces  horas  de  amor,  yo  las  bendigo! 

»Yo  las  bendigo,  sí,  felices  horas, 
Presentes  siempre  en  la  memoria  mia. 
Imágenes  de  amor  encantadoras, 
Que  aun  vienen  á  halagarme  en  mi  agonía 
Mas  ¡ay!  volad,  huid,  engañadoras 
Sombras,  por  siempre;  mi  postrero  dia 
Ha  llegado:  perdón,  perdón,  ¡Dios  mió! 
Si  aun  gozo  en  recordar  mi  desvarío. 

»Y  tú,  don  Félix,  si  te  causa  enojos 
Que  te  recuerde  yo  mi  desventura. 
Piensa  están  hartos  de  llora  mis  ojos 
Lágrimas  silenciosas  de  amargura, 

Y  hoy,  al  tragar  la  tumba  mis  despojos. 
Concede  este  consuelo  á  mi  tristura: 
Estos  renglones  compasivo  mira; 

Y  olvida  luego  para  siempre  á  Elvira. 

»Y  jamás  turbe  mi  infeliz  memoria 
Con  amargos  recuerdos  tus  placeres; 
Goces  te  dé  el  vivir,  triunfos  la  gloria 
Dichas  el  mundo,  amor  otras  mujeres: 

Y  si  tal  vez  mi  lamentable  historia 


DE   SALAMANCA.  177 

A  tu  raemoria  con  dolor  trajeres, 
Llórame,  sí;  pero  palpite  exento 
Tu  pecho  de  roedor  remordimiento. 

»Adios  por  siempre,  adiós:  un  breve  instante 

Siento  de  vida,  y  en  mi  pecho  el  fuego 

Aun  arde  de  mi  amor;  mi  vista  errante 

Vaga  desvanecida...  ¡calma  luego, 

Oh  muerte,  mi  inquietud!...  ¡Sola...  espirante!... 

Ámame:  no,  perdona:  ¡inútil  ruego! 

Adiós,  adiós  ¡tu  corazón  perdí! 

— ¡Todo  acabó  en  el  mundo  para  mí!» 

Así  escribió  su  triste  despedida 
Momentos  antes  de  morir,  y  al  pecho 
Se  estrechó  de  su  madre  dolorida, 
Que  en  tanto  inunda  en  lágrimas  su  lecho. 

Y  exhaló  luego  su  postrer  aliento, 

Y  á  su  madre  sus  brazos  se  apretaron 
Con  nervioso  y  convulso  movimiento, 

Y  sus  labios  un  nombre  murmuraron. 

Y  huyó  su  alma  á  la  mansión  dichosa 
Do  los  ángeles  moran...  Tristes  flores 
Brota  la  tierra  en  torno  de  su  losa. 

El  céfiro  lamenta  sus  amores. 

Sobre  ella  un  sauce  su  ramaje  inclina, 
Sombra  le  presta  en  lánguido  desmayo, 

Y  allá  en  la  tarde,  cuando  el  sol  declina, 
Baña  su  tumba  en  paz  su  último  rayo... 


12 


178  EL   ESTUDIANTE 


PARTE  TERCERA 


CUADRO  DRAMÁTICO, 


Sarg.  ¿Tenéis  mas  que  parar? 

Franco.  Paro  los  ojos. 

Los  ojos,  sí,  los  ojos:  que  descreo 
Del  que  los  hizo  para  tal  empleo. 

MORETC— 5an  Franco  de  Sena.. 


PERSONAS. 

D.   FÉLIX   DE   MONTEMAR. 
D.    DIEGO   DE   PASTRANA. 
SEIS   JUGADORES. 

En  derredor  de  una  mesa 
Hasta  seis  hombres  están. 
Fija  la  vista  en  los  naipes, 
Mientras  juegan  al  parar; 

Y  en  sus  semblantes  se  pintan 
El  despecho  y  el  afán: 
Por  perder  desesperados, 
Avarientos  por  ganar. 

Reina  profundo  silencio. 
Sin  que  lo  rompa  jamás 


DE    SALAMANCA.  179 

Otro  ruido  que  el  del  oro, 
O  una  voz  para  jurar. 

Pálida  lámpara  alumbra 
Con  trémula  claridad, 
Negras  de  humo  las  paredes 
De  aquella  estancia  infernal. 

Y  el  misterioso  bramido 
Se  escucha  del  huracán, 
Que  azota  los  vidrios  frágiles 
Con  sus  alas  al  pasar. 

ESCENA  I. 

JUGADOU   PRIMERO. 

El  caballo  aun  no  ha  salido. 

JUGADOR   SEGUNDO. 

¿Qué  carta  vino? 

JUGADOR   PRIMERO. 

La  sota. 

JUGADOR   SEGUNDO. 

Pues  por  poco  se  alborota. 

JUGADOR  PRIMERO. 

Un  caudal  llevo  perdido: 
¡Voto  á  Cristo! 

JUGADOR    SEGUNDO. 

No  juréis, 
Que  aun  no  estáis  en  la  agonía. 

JUGADOR  PRIMERO. 

No  hay  suerte  como  la  mia. 

JUGADOR    SEGUNDO. 

¿Y  cómo  cuánto  perdéis? 


180  EL    ESTUDIANTE 

JUGADOR   PRIMERO. 

Mil  escudos  y  el  dinero 
Que  don  Félix  me  entregó. 

JUGADOR    SEGUNDO. 

¿Dónde  anda? 

JUGADOR   PRIMERO. 

¡Qué  sé  yol 
No  tardará. 

JUGADOR    TERCERO. 

Envido. 

JUGADOR    PRIMERO. 

Quiero. 

ESCENA  II. 

Galán,  de  talle  geniil, 
La  mano  izquierda  apoyada 
En  el  pomo  de  la  espada, 

Y  el  aspecto  varonil: 
Alta  el  ala  del  sombrero 

Porque  descubra  la  frente, 
Con  airoso  continente 
Entró  luego  un  caballero. 

JUGADOR    PRIMERO. 

(Al  que  entra,) 

Don  Félix,  á  buena  hora 
Habéis  llegado. 

D.    FÉLIX. 

¿Perdisteis? 

JUGADOR    PRIMERO. 

El  dinero  que  me  disteis 

Y  esta  bolsa  pecadora. 


DE  SALAMANCA.  181 

JUGADOR  SEaUNDO. 

Don  Félix  de  Montemar 
Debe  perder.  El  amor 
Le  n.eg-ara  su  favor 
Cuando  le  viere  ganar: 

D.  FÉLIX  (con  desden). 
Necesito  ahora  dinero 
Y  estoy  hastiado  de  amores. 

(A  I  corro  con  altivez,) 

Dos  mil  ducados,  señores, 
Por  esta  cadena  quiero. 

(Q,ídtase  %na  cadena  que  lleva  al  pecho.) 

JUGADOR   TERCERO. 

Alta  ponéis  la  tarifa. 

D.  FÉLIX  (con  altivez). 

La  pongo  en  lo  que  merece. 
Si  otra  duda  se  os  ofrece, 
Decid. 

(Al  corro.) 

Se  vende  y  se  rifa. 

JUGADOR  CUARTO  (aparte). 

¿Y  hay  quien  sufra  tal  afrenta? 

D.    FÉLIX. 

Entre  cinco  están  hallados. 
A  cuatrocientos  ducados 
Os  toca,  según  mi  cuenta. 
Al  as  de  oros.  Allá  va. 
(Va  echando  cartas  q%ie  toman  losj%igadores  en  silencio.) 
Uno,  dos... 

{Al  perdidoso.) 
Con  vos  no  cuento. 


182  EL    ESTUDIANTE 

JUGADOR    PRIMERO. 

Por  el  motivo  lo  siento. 

JUGADOR   TERCERO. 

iEl  as!  ¡el  as!  aquí  está. 

JUGADOR    PRIMERO. 

Ya  ganó. 

D.    FÉLIX. 

Suerte  tenéis. 
A  un  solo  golpe  de  dados 
Tiro  los  dos  mil  ducados. 

JUGADOR    TERCERO. 

¿En  un  golpe? 

JUGADOR   PRIMERO    [(ID.   FéUx). 

Los  perdéis. 

D.    FÉLIX. 

Perdida  tengo  yo  el  alma, 

Y  no  me  importa  un  ardite. 

JUGADOR   TERCERO. 

Tirad. 

D.    FÉLIX. 

Al  primer  embite. 

JUGADOR   TERCERO. 

Tirad  pronto. 

D.    FÉLIX. 

Tened  calma: 
Que  os  juego  mas  todavía, 

Y  en  cien  onzas  hago  el  trato, 

Y  os  lleváis  este  retrato 
Con  marco  de  pedrería. 

JUGADOR   TERCERO. 

¿En  cien  onzas? 


DE    SALAMANCA.  183 

D.    FÉLIX. 

¿Qué  dudáis? 
JUGADOR  PRIMERO  (tomaudo  el  retrato). 
¡Hermosa  mujer! 

JUGADOR    CUARTO. 

No  es  caro. 

D.    FÉLIX. 

¿Queréis  pararlas? 

JUGADOR   TERCERO. 

Las  paro, 
Mas  g'anaré. 

D.   FÉLIX. 

Si  ganáis  [se  registra  todo). 
No  teng-o  otra  joya  aquí. 

JUGADOR  PRIMERO  [miraudo  el  retrato) . 
Si  esta  imagen  respirara... 

D.    FÉLIX. 

A:  estar  aquí  la  jugara 
A  ella,  al  retrato  y  á  mí. 

JUGADOR   TERCERO. 

Vengan  los  dados. 

D.    FÉLIX. 

Tirad. 

JUGADOR    SEGUNDO. 

Por  don  Félix  cien  ducados, 

JUGADOR    CUARTO. 

En  contra  van  apostados. 

JUGADOR    QUINTO. 

Cincuenta  mas.  Esperad, 
No  tiréis. 


r 


I 


184  EL  ESTUDIANTE 

JUGADOR  SEGUNDO. 

Van  los  cincuenta. 

JUGADOR   PRIMERO. 


Yo,  sin  blanca,  á  Dios  le  ruego 
Por  don  Félix. 

JUGADOR   QUINTO. 

|l!  Hecho  el  juego. 

JUGADOR   TERCERO. 

Í|¡  ¿Tiro? 

D.    FÉLIX. 

Tirad  con  sesenta 
De  á  caballo. 

[Todos  se  agrupan  con  ansiedad  alrededor  de  la  mesa 
El  tercer  jugador  tira  los  dados), 

JUGADOR   CUARTO. 

¿Qué  ha  salido? 

JUGADOR    SEGUNDO. 

¡Mil  demonios,  que  á  los  dos 
Nos  lleven! 

D.  FÉLIX  [con  calma  al  primero) , 

¡Bien,  vive  Dios, 
Vuestros  ruegos  me  han  valido^ 
Encomendadme  otra  vez, 
Don  Juan,  al  diablo;  no  sea 
Que  si  os  oye  Dios,  me  vea 
Cautivo  y  esclavo  en  Fez. 

JUGADOR   TERCERO. 

Don  Félix,  habéis  perdido 
Solo  el  marco,  no  el  retrato, 
Que  entrar  la  dama  en  el  trato 
Vuestra  intención  no  habrá  sido. 


DE   SALAMANCA»  185 

D.    FÉLIX. 

¿Cuánto  dierais  por  la  dama? 

JUGADOR  TERCERO. 

Yo,  la  vida. 

D.  FÉLIX. 

No  la  quiero. 
Mirad  si  me  dais  dinero, 
Y  os  la  lleváis. 

JUGADOR   TJERCERO. 

¡Buena  fama 
Lograreis  entre  las  bellas 
Cuando  descubran  altivas 
Que  vos  las  hacéis  cautivas, 
Para  en  seguida  vendellas! 

D.    FÉLIX. 

Eso  á  vos  no  importa  nada. 
¿Queréis  la  dama?  Os  la  vendo. 

JUGADOR   TERCERO. 

Yo  de  pinturas  no  entiendo. 
D.  FÉLIX,  (con  cólera). 

Vos  habláis  con  demasiada 

Altivez  é  irreverencia 

De  una  mujer...  ¡y  si  no!... 

JUGADOR    TERCERO. 

De  la  pintura  hablé  yo. 

TODOS. 

Vamos,  paz:  no  haya  pendencia. 
D.  FÉLIX  [sosegado). 

Sobre  mi  palabra  os  juego 
Mil  escudos. 


186  EL  ESTUDIANTE 

JUGADOR  TERCERO. 

Van  tirados. 

D.    FÉLIX. 

A  otra  suerte  de  esos  dados; 
Y  el  diablo  les  prenda  fuego. 

ESCENA  IIL 

Pálido  el  rostro,  cejijunto  el  ceño, 

Y  torva  la  mirada,  aunque  afligida, 

Y  en  ella  un  firme  y  decidido  empeño 
De  dar  la  muerte  ó  de  perder  la  vida, 

Un  hombre  entró  embozado  basta  los  ojos, 
Sobre  las  juntas  cejas  el  sombrero: 
Víbrale  al  rostro  el  corazón  enojos. 
El  paso  firme,  el  ánimo  altanero. 

Encubierta  fatídica  figura 
Sed  de  sangre  su  espíritu  secó, 
Emponzoñó  su  alma  la  amargura, 
La  venganza  irritó  su  corazón. 

Junto  á  don  Félix  llega...  y  desatento 
No  habla  á  ninguno,  ni  aun  la  frente  inclina; 

Y  en  pié  y  delante  de  él  y  el  ojo  atento, 
Con  iracundo  rostro  le  examina. 

Miró  también  don  Félix  al  sombrío 
Huésped  que  en  él  los  ojos  enclavó, 

Y  con  sarcasmo  desdeñoso  y  frió 
Fijos  en  él  los  suyos,  se  sonrió. 

D.    FÉLIX. 

Buen  hombre,  ¿de  qué  tapiz 
Se  ha  escapado,  el  que  se  tapa, 
Que  entre  el  sombrero  y  la  capa 
Se  os  ve  apenas  la  nariz? 

D.    DIEGO. 

Bien,  don  Félix,  cuadra  en  vos 


DE    SALAMANCA.  187 

Esa  insolencia  importuna. 

D.    FÉLIX. 

[A  I  tercer  Jugador  sin  hacer  caso  de  don  Diego.) 
Perdisteis., 

JUGADOR    TERCERO. 

Sí.  La  fortuna 
Se  trocó:  tiro  y  van  dos. 

[Vuelven  d  tirar.) 

D.    FÉLIX. 

Gané  otra  vez. 

(Al  emiozado.)  No  lie  entendido 
Que  dijisteis,  ni  hice  aprecio 
De  si  hablasteis  blando  ó  recio 
Cuando  me  habéis  respondido. 

D.    DIEGO. 

A  solas  hablar  querría. 

D.    FÉLIX. 

Podéis^  si  os  place,  empezar,  . 
Que  por  vos  no  he  de  dejar 
Tan  honrosa  compañía. 
Y  si  Dios  aquí  os  envía 
Para  hacer  mi  conversión. 
No  despreciéis  la  ocasión 
De  convertir  tanta  gente, 
Mientras  que  yo  humildemente 
Ag*uardo  mú  absolución. 

D.  DIEGO  [desembozándose  con  ira) . 

Don  Félix,  ¿no  conocéis 
A  don  Diego  de  Pastrana? 

D.    FÉLIX. 

A  vos  no,  mas  sí  á  una  hermana 
Que  imagino  que  tenéis. 


188  EL    ESTUDIANTE 

D.    DIEGO. 

¿Y  no  sabéis  que  murió? 

D.    FÉLIX. 

Téng-ala  Dios  en  su  gloria, 

D.    DIEGO. 

Pienso  que  sabéis  su  historia, 

Y  quién  fué  quién  la  mató. 

D.  FÉLIX,  [con  sarcasmo), 
¡Quizá  alguna  calentura! 

D.    DIEGO. 

¡Mentís  vos! 

D.    FÉLIX. 

Calma,  don  Diego, 
Que  si  vos  os  morís  luego, 
Es  tanta  mi  desventura, 
Que  aun  me  lo  habrán  de  achacar, 

Y  es  en  vano  ese  despecho. 

Si  se  murió,  á  lo  hecho,  pecho, 
Ya  no  ha  de  resucitar. 

p.    DIEGO. 

Os  estoy  mirando,  y  dudo 

Si  habré  de  manchar  mi  espada 

Con  esa  sangre  malvada, 

O  echaros  al  cuello  un  nudo 

Con  mis  manos,  y  con  mengua, 

En  vez  de  desafiaros, 

El  corazón  arrancaros 

Y  patearos  la  lengua. 
Que  un  alma,  una  vida,  es 
Satisfacción  muy  ligera, 

Y  os  diera  mil  si  pudiera 

Y  os  las  quitara  después. 

^     'íugo  á  mi  labio  han  de  dar 
Abiertas  todas  tus  venas, 


DE   SALAMANCA.  189 

Que  toda  tu  sangre,  apenas 
Basta  mi  sed  á  calmar. 
¡Villano! 
'^ira  de  la  espada:  todos  los  jugadores  se  interponen,) 

TODOS. 

Fuera  de  aquí 
A  armar  quimera. 
D.  FÉLIX  {con  calma  levantándose). 

Tened, 
Don  Dieg*o,  la  espada,  y  ved 
Que  estoy  yo  muy  sobre  mí, 

Y  que  me  conteng'o  mucho, 
No  sé  por  qué,  pues  tan  frió 
En  mi  colérico  brio 
Vuestras  injurias  escucho. 

D.    DIEGO. 

[Con  furor  reconcentrado  y  con  la  espada  desnuda,) 

Salid  de  aquí;  que  á  fe  mia, 
Que  estoy  resuelto  á  mataros, 

Y  no  alcanzará  á  libraros 
La  misma  Virgen  María, 

Y  es  tan  cierta  mi  intención, 
Tan  resuelta  está  mi  alma. 
Que  hasta  mi  cólera  calma 
Mi  firme  resolución. 
Venid  conmigo. 

D.    FÉLIX. 

Allá  voy; 
Pero  si  os  mato,  don  Diego, 
Que  no  me  venga  otro  luego 
A  pedirme  cuenta.  Soy 
Con  vos  al  punto.  Esperad 
Cuente  el  dinero...  u7io,,.  dos,.. 

(A  don  Diego.) 
Son  mis  ganancias;  por  vos 


190  EL    ESTUDIANTE 

Pierdo  aquí  una  cantidad 
Considerable  de  oro 
Que  iba  á  ganar...  ¿y  por  qué? 
Diez,.,  qíiince.,.  por  no  sé  qué 
Cuento  de  amor...  ¡un  tesoro    ' 
Perdido!...  voy  al  momento. 
Es  un  puro  disparate 
Empeñarse  en  que  yo  os  mate: 
Lo  digo  como  lo  siento. 

D.    DIEGO. 

Remiso  andáis  y  cobarde 

Y  hablador  en  demasía. 

D.    FÉLIX. 

Don  DiegOj  mas  sangre  fria: 
Para  reñir  nunca  es  tarde. 

Y  si  aun  fuera  otro  el  asunto, 
Yo  os  perdonara  la  prisa: 
Pidierais  vos  una  misa 

Por  la  difunta,  y  al  punto... 

D.    DIEGO. 

¡Mal  caballero!... 

D.    FÉLIX. 

Don  Diego. 
Mi  delito  no  es  gran  cosa. 
Era  vuestra  hermana  hermosa: 
La  vi,  me  amó,  creció  el  fuego^ 
Se  murió,  no  es  culpa  mía; 

Y  admiro  vuestro  candor^ 
Que  no  se  mueren  de  amor 

Las  mujeres  hoy  en  dia. 

t 

D.    DIEGO. 

¿Estáis  pronto? 

D.    FÉLIX. 

Están  contadtís. 


DE   SALAMANCA.  191 

Vamos  andando. 

D.    DIEGO. 

¿Os  reís? 
[Con  wz  solemne.) 
Pensad  que  á  morir  venís. 

D.    FÉLIX. 

[Sale  iras  de  él  embolscmdose  el  dinero  con 
indiferencia). 
Son  mil  trescientos  ducados. 


ESCENA  IV. 

LOS  JUGADORES. 
JUGADOR  PRIMERO. 

Este  don  Diego  Pastrana 
Es  un  hombre  decidido; 
Desde  Flandes  ha  venido 
Solo  á  vengar  á  su  hermana. 

JUGADOR  SEGUNDO. 

¡Pues  no  ha  hecho  mal  disparate! 
Me  da  el  corazón  su  muerte. 

JUGADOR   TERCERO. 

¿Quién  sabe?  acaso  la  suerte..... 

JUGADOR    CUARTO. 

Me  alegraré  que  lo  mate. 


192  EL    ESTUDIANTE 


PARTE  CUARTA 


Salió  en  fin  de  aquel  estado,  para  caer  en  el  dolor  mas  sombrío,  en  la 
mas  desalentada  desesperación  y  en  la  mayor  amargura  y  desconsuelo 
que  pueden  apoderarse  de  este  pobre  corazón  humano,  que  tan  positiva- 
mente choca  y  se  quebranta  con  los  males,  domo  con  vaguedad  aspira  en 
algunos  momentos,  casi  siempre  sin  conseguirlo,  á  tocar  los  bienes  lige- 
ramente y  de  pasada. 

(La  protección  de  un  smtre:  novela  original,  por  D.  Miguel  de  Jos  Sanios: 
Alvarez.) 

Spiritus  quidem  promptus  est:  caro 
vero  infirma. 

{S.  Marc.  Evang.) 

Vedle,  don  Félix  es,  espada  en  mano. 
Sereno  el  rostro,  firme  el  corazón. 
También  de  Elvira  el  vengativo  hermano 
Sin  piedad  á  sus  pies  muerto  cayó. 

Y  con  tranquila  audacia  se  adelanta 
Por  la  calle  fatal  del  Ataúd; 

Y  ni  medrosa  aparición  le  espanta, 
Ni  le  turba  la  imagen  de  Jesús. 

La  moribunda  lámpara  que  ardía 
Trémula  lanza  su  postrer  fulgor, 

Y  en  honda  oscuridad,  noche  sombría 
La  misteriosa  calle  encapotó. 

Mueve  los  pies  el  Montemar  osado 
En  las  tinieblas  con  incierto  giro, 
Cuando  ya  un  trecho  de  la  calle  andado, 
Súbito  junto  á  él  oye  un  suspiro. 


DE    SALAMANCA.  193 

Resbalar  por  su  faz  sintió  el  aliento, 

Y  á  su  pesar  sus  nervios  se  crisparon; 
Mas  pasado  el  primero  movimiento, 

A  su  primera  rigidez  tornaron.  , 

«¿Quién  va?»  pregunta  con  la  voz  serena, 
Que  ni  finge  valor,  ni  muestra  miedo, 
El  alma  de  invencible  vigor  llena, 
Fiado  en  su  tajante  de  Toledo. 

Palpa  en  torno  de  sí,  y  el  impío  jura, 

Y  á  mover  vuelve  la  atrevida  planta. 
Cuando  hacia  él  fatídica  figura 
Envuelta  en  blancas  ropas  se  adelanta.  - 

Flotante  y  vaga,  las  espesas  nieblas 
Ya  disipa  y  se  anima  y  va  creciendo 
Con  apagada  luz,  ya  en  las  tinieblas 
Su  argentino  blancor  va  apareciendo. 

Ya  leve  punto  de  luciente  plata. 
Astro  de  clara  lumbre  sin  mancilla, 
El  horizonte  lóbrego  dilata 

Y  allá  en  la  sombra  en  lontananza  brilla. 

Los  ojos  Montemar  fijos  en  ella, 
Con  mas  asombro  que  tem.or  la  mira; 
Tal  vez  la  juzga  vagorosa  estrella 
Que  en  el  espacio  de  los  cielos  gira: 

Tal  vez  engaño  de  sus  propios  ojos, 
Forma  falaz  que  en  su  ilusión  creó, 
O  del  vino  ridículos  antojos 
Que  al  fin  su  juicio  á  alborotar  subió. 

Mas  el  vapor  del  néctar  jerezano 
Nunca  su  mente  á  trastornar  bastara, 

13 


194  EL    ESTUDIANTE 

Que  ya  mil  veces  embriagarse  en  vano 
En  frenéticas  org-ías  intentara. 

«Dios  presume  asustarme:  ¡ojala  fuera, 
Dijo  entre  sí  riendo,  el  diablo  mismo! 
Que  entonces,  vive  Dios,  quien  soy  supiera 
El  cornudo  monarca  del  abismo.» 

Al  pronunciar  tan  insolente  ultraje 
La  lámpara  del  Cristo  se  encendió: 

Y  una  mujer  velada  en  blanco  traje, 
Ante  la  imagen  de  rodillas  vio. 

«Bienvenida  la  luz,»  dijo  el  impío, 
«Gracias  á  Dios  ó  al  diablo:»  y  con  osada, 
Firme  intención  y  temerario  brio. 
El  paso  vuelve  á  la  mujer  tapada. 

Mientras  él  anda,  al  parecer  se  alejan 
La  luz,  la  imagen,  la  devota  dama. 
Mas  si  él  se  para,  de  moverse  dejan: 

Y  lágrima  tras  lágrima  derrama 

De  sus  ojos  inmóviles  la  imagen. 
Mas  sin  que  el  miedo  ni  el  dolor  que  inspira 
Su  planta  audaz,  ni  su  impiedad  atajen. 
Rostro  á  rostro  á  Jesús  Montemar  mira. 

— La  calle  parece  se  mueve  y  camina. 

Faltarle  la  tierra  sintió  bajo  el  pié; 

Sus  ojos  la  muerta  mirada  fascina 

Del  Cristo,  que  intensa,  clavada  está  en  éL 

Y  en  medio  el  delirio  que  embarga  su  mente, 

Y  achaca  él  al  vino  que  al  fin  le  embriagó. 
La  lámpara  alcanza  con  mano  insolente 
Del  ara  do  alumbra  la  imagen  de  Dios; 


DE    SALAMANCA.  195 

Y  al  rostro  la  acerca,  que  el  candido  lino 
Encubre,  con  ánimo  asaz  descortés; 

Mas  la  luz  apaga  viento  repentino, 

Y  la  blanca  dama  se  puso  de  pié. 

Empero  un  momento  creyó  que 
Un  rostro  que  vagos  recuerdos 

Y  alegres  memorias  confusas  traia 
De  tiempos  mejores  que  pasaron  ya. 

Un  rostro  de  un  ángel  que  vio  en  un  ensueño, 
Como  un  sentimiento  que  el  alma  halagó, 
Que  anubla  la  frente  con  rígido  ceño. 
Sin  que  lo  comprenda  jamás  la  razón. 

Su  forma  gallarda  dibuja  en  las  sombras 
El  blanco  ropaje  que  ondeante  se  ve, 

Y  cual  si  pisara  mullidas  alfombras. 
Deslizase  leve  sin  ruido  su  pié. 

Tal  vimos  al  rayo  de  la  luna  llena 
Fugitiva  vela  de  lejos  cruzar. 
Que  ya  la  hincha  en  popa  la  brisa  serena. 
Que  ya  la  confunde  la  espuma  del  mar. 

También  la  esperanza  blanca  y  vaporosa 
Así  ante  nosotros  pasa  en  ilusión, 

Y  el  alma  conmueve  con  ansia  medrosa 
Mientras  la  rechaza  la  adusta  razón. 


D.    FÉLIX. 

«¡Qué!  ¿sin  respuesta  me  deja? 
¿No  admitís  mi  compañía? 
¿Será  quizá  alguna  vieja 
Devota? ¡Chasco  sería! 


19f^  EL   ESTUDTA^ÍTE 

En  vano,  dueña,  es  callar, 
Ni  hacerme  señas  que  no: 
-He  resuelto  que  sí  yo, 

Y  os  teng'o  de  acompañar. 

Y  he  de  saber  dónde  vais 

Y  si  sois  hermosa  ó  fea, 
Quién  sois  y  cómo  os  llamáis. 

Y  aun  cuando  imposible  sea, 

Y  fuerais  vos  Satanás 

Con  sus  llamas  y  sus  cuernos. 
Hasta  en  los  mismos  infiernos, 
Vos  delante  y  yo  detrás, 

Hemos  de  entrar  ¡vive  Dios! 

Y  aunque  lo  estorbara  el  cielo. 
Que  yo  he  de  cumplir  mi  anhelo 
Aun  á  despecho  de  vos: 

Y  perdonadme,  señora, 

Si  hay  en  mi  empeño  osadía. 
Mas  fuera  descortesía 
Dejaros  sola  á  esta  hora: 

Y  me  va  en  ella  mi  fama, 
Que  juro  á  Dios,  no  quisiera 
Que  por  temor  se  creyera 

Que  no  he  seguido  á  una  dama.» 

Del  hondo  del  pecho  profundo  gemido, 
Crugido  del  vaso  que  estalla  al  dolor, 
Que  apenas  medroso  lastima  el  oido, 
Pero  que  punzante  rasga  el  corazón; 

(remido  de  amargo  recuerdo  pasado, 
De  pena  presente,  de  incierto  pesar, 


DE    SALAMANCA.  197 

Mortífero  alie  ato,  veneno  exhalado 

Del  que  encubre  el  alma  ponzoñoso  mar: 

Gemido  de  muerte  lanzó,  y  silenciosa 
La  blanca  fig-ura  su  pié  resbaló, 
Cual  mueve  sus  alas  sílfide  amorosa 
Que  apenas  las  ag*uas  del  lago  rizó. 

¡Ay!  el  que  vio  acaso  perdida  en  un  dia 
La  dicha  que  eterna  creyó  el  corazón; 

Y  en  noche  de  nieblas,  y  en  honda  ag'onía 
En  un  mar  sin  playas  muriendo  quedó!... 

'Y  solo  y  llevando  consig-o  en  su  pecho. 
Compañero  eterno  su  dolor  cruel, 
El  májico  encanto  del  alma  deshecho. 
Su  pena,  su  amigo  y  su  amante  mas  fiel; 

Miró  sus  suspiros  llevarlos  el  viento, 
Sus  lágimas  tristes  perderse  en  el  mar,  ^ 

Sin  nadie  que  acuda  ni  entienda  su  acento. 
Insensible  el  cielo  y  el  mundo  á  su  mal... 

Y  ha  visto  la  luna  brillar  en  el  cielo 
Serena  y  en  calma  mientras  él  lloró, 

Y  ha  visto  los  hombres  pasar  en  el  suelo, 

Y  nadie  á  sus  quejas  los  ojos  volvió. 

Y  él  mismo,  la  befa  del  mundo  temblando, 
Su  pena  en  su  pecho  profunda  escondió, 

Y  dentro  en  su  alma  su  llanto  tragando 
Con  falsa  sonrisa  su  labio  vistió!!... 

¡Ay!  quien  ha  contado  las  horas  que  fueron. 
Horas  otro  tiempo  que  abrevió  el  placer, 

Y  hoy  solo  y  llorando  piensa  como  huyeron 
Con  ellas  por  siempre  las  dichas  de  ayer; 


198  EL    ESTUDIANTE 

Y  aquellos  placeres  que  el  triste  ha  perdido. 

No  huyeron  del  mundo,  que  en  el  mundo  están, 

Y  él  vive  en  el  mundo  do  siempre  ha  vivido, 

Y  aquellos  placeres  para  él  no  son  ya!! 

iAy!  el  que  descubre  por  fin  la  mentira, 

¡Ay!  el  que  la  triste  realidad  palpó, 

El  que  el  esqueleto  de  este  mundo  mira, 

Y  sus  falsas  g'alas  loco  le  arrancó... 

¡Ay!  aquel  que  vive  solo  en  lo  pasadol... 
¡Ay!  el  que  su  alma  nutre  en  su  pesar, 
,    Las  horas  que  huyeron  llamará  ang^ustiado, 
Las  horas  que  huyeron  y  no  tornarán.,. 

Quien  haya  sufrido  tan  bárbaro  duelo, 
Quien  noches  enteras  contó  sin  dormir 
En  lecho  de  espinas,  maldiciendo  al  cielo. 
Horas  sempiternas  de  ansiedad  sin  fin; 

Quien  haya  sentido  quererse  del  pecho 
Saltar  á  pedazos  roto  el  corazón; 
Crecer  su  delirio,  crecer  su  despecho; 
Al  cuello  cien  nudos  echarle  el  dolor; 

Ponzoñoso  lag'o  de  punzante  hielo, 
Sus  lág-rimas  tristes  que  cuajó  el  pesar, 
Reventando  ahog'arle,  sin  hallar  consuelo, 
Ni  esperanza  nunca,  ni  treg'ua  en  su  afán... 

Aquel,  de  la  blanca  fantasma  el  gemido. 
Única  respuesta  que  á  don  Félix  dio. 
Hubiera,  y  su  inmenso  dolor,  comprendido, 
Hubiera  pesado  su  inmenso  valor. 

D.    FÉLIX. 

«Si  buscáis  alg'un  ingrato, 
Yo  me  ofrezco  agradecido; 


DE   SALAMANCA.  199 

Pero  ó  miente  ese  recato, 
O  vos  sufrís  el  mal  trato 
De  alg'un  celoso  marido. 

»¿Acerté?  jNecia  manía! 
Es  para  volverse  loco 
Si  insistís  en  tal  porfía; 
Con  los  mudos,  reina  mia, 
Yo  hago  mucho  y  hablo  poco.» 

Segunda  vez  importunada  en  tanto 
Una  voz  de  suave  melodía 
El  estudiante  oyó,  que  parecía 
Eco  lejano  de  armonioso  canto: 

De  amante  pecho  lánguido  latido, 
Sentimiento  inefable  de  ternura, 
Suspiro  fiel  de  amor  correspondido, 
El  primer  sí  de  la  mujer  aun  pura. 

«Para  mí  los  amores  acabaron: 
Todo  en  el  mundo  para  mí  acabó: 
Los  lazos  que  á  la  tierra  me  ligaron. 
El  cielo  para  siempre  desató.» 

Dijo  su  acento  misterioso  y  tierno, 
Que  de  otros  mundos  la  ilusión  traáa, 
Eco  de  los  que  ya  reposo  eterno 
Gozan  en  paz  bajo  la  tumba  fria. 

Montemar,  atento  solo  á  su  aventura, 
Que  es  bella  la  dama  y  aun  fácil  juzgó, 
Y  la  hora,  la  calle  y  la  noche  oscura 
Nuevos  incentivos  á  su  pecho  son. 

— Hay  riesgo  en  seg-aierme. — Mirad  ¡qué  reparo! 
— Quizá  luego  os  pese. —  Puede  que  por  vos. 


200  EL    ESTUDIANTE  J 

— Ofendéis  al  cielo. — Del  diablo  me  amparo.  " 

— Idos,  caballero,  no  tentéis  á  Dios. — 

— Siento  me  enamora  mas  vuestro  despego, 

Y  si  Dios  se  enoja,  pardiez  que  hará  mal: 
Véame  en  vuestros  brazos  y  máteme  luego. 
— ¡Vuestra  última  hora  quizá  esta  será!,.. 

Dejad  ya,  don  Félix,  delirios  mundanos. — 
— iHolo   me  conoce! — ikyl  ¡temblad  por  vos! 
¡Temblad  no  se  truequen  deleites  livianos 
En  penas  eternas! — Basta  de  sermón. 

Que  yo  para  oirlos  la  cuaresma  espero;  | 

Y  hablemos  de  amores  que  es  mas  dulce  hablar,. 
Dejad  ese  tono  solemne  y  severo. 

Que  os  juro,  señora,,  que  os  sienta  muy  mal; 

La  vida  es  la  vida:  cuando  ella  se  acaba, 
Acaba  con  ella  también  el  placer. 
¿De  inciertos  pesares  por  qué  hacerla  esclava? 
Para  mí  no  hay  nunca  mañana  ni  ayer. 

Sí  mañana  muero,  que  sea  en  mal  hora 

O  en  buena,  cual  dicen,  ¿qué  me  importa  á  mí? 

Goce  yo  el  presente,  disfrute  yo  ahora, 

Y  el  diablo  me  lleve  siquiera  al  morir. 

— ¡Cúmplase  en  fin  tu  voluntad.  Dios  mío! — 
La  figura  fatídica  exclamó: 

Y  en  tanto  al  pecho  redoblar  su  brío 
Siente  don  Félix  y  camina  en  pos. 

Cruzan  tristes  calles. 
Plazas  solitarias, 
Arruinados  muros. 
Donde  sus  plegarias  í 


DE    SALAMANCA.  201 

Y  falsos  conjuros, 
En  la  misteriosa 
Noclie  borrascosa, 
Maldecida  bruja 
Con  ronca  voz  canta, 

Y  de  los  sepulcros 
Los  muertos  levanta^ 

Y  suenan  los  ecos 
De  sus  pasos  huecos 
En  la  áoledad; 
Mientras  en  silencio 
Yace  la  ciudad, 

Y  en  lúg-ubre  son, 
Arrulla  su  sueño 

.  '  Bramando  Aquilón. 

Y  una  calle  y  otra  cruzan, 

Y  mas  allá  y  mas  allá: 
Ni  tiene  término  el  viaje, 
Ni  nunca  dejan  de  andar. 

Y  atraviesan,  pasan,  vuelven 
Cien  calles  quedando  atrás, 

Y  paso  tras  paso  sig*uen, 

Y  siempre  adelante  van: 

Y  á  confundirse  ya  empieza 

Y  á  perderse  Montemar, 
Que  ni  sabe  á  do  camina, 
Ni  acierta  ya  donde  está: 

Y  otras  calles,  otras  plazas 
Recorre  y  otra  ciudad, 

Y  ve  fantásticas  torres 
De  su  eterno  pedestal 
Arrancarse,  y  sus  macizas 
Negras  m.asas  caminar, 
Apoyándose  en  sus  áng'ulos 
Que  en  la  tierra,  en  desigual^ 
Perezoso  tranco  fijan; 


202  EL    ESTUDIANTE 

Y  á  SU  monótono  andar, 
La-s  campanas  sacudidas 
Misteriosos  dobles  dan; 
Mientras  en  danzas  grotescas 

Y  al  estruendo  funeral, 
En  derredor  cien  espectros 
Danzan  con  torpe  compás: 

Y  las  veletas  sus  frentes 
Bajan  ante  él  al  pasar, 
Los  espectros  le  saludan, 

Y  en  cien  lenguas  de  metal, 
Oye  su  nombre  en  los  ecos 
De  las  campanas  sonar. 
Mas  luego  cesa  el  estrépito, 

Y  en  silencio,  en  muda  paz 
Todo  queda, y  desparece 
De  súbito  la  ciudad; 
Palacios,  templos,  se  cambian 
En  campos  de  soledad, 

Y  en  un  yermo  y  silencioso 
Melancólico  arenal, 

Sin  luz,  sin  aire,  sin  cielo. 
Perdido  en  la  inmensidad. 
Tal  vez  piensa  que  camina 
Sin  poder  parar  jamás. 
De  extraño  empuje  llevado 
Con  precipitado  afán; 
Entre  tanto  que  su  guia 
Delante  de  él  sin  hablar. 
Sigue  misteriosa,  y  sigue 
Con  paso  rápido,  y  ya 
Se  remonta  ante  sus  oíos 
En  alas  del  huracán, 
Vision  sublime,  y  su  frente 
Ve  fosfórica  brillar 
Entre  lívidos  relámpagos 
En  la  densa  oscuridad. 


DE    SALAMANCA.  203 

Sierpes  de  luz,  luminosos 
Eng-endros  del  vendaval: 

Y  cuando  duda  si  duerme, 
Si  tal  vez  sueña  ó  está 
Loco,  si  es  tanto  prodigio, 
Tanto  dc4irio  verdad, 
Otra  vez  en  Salamanca 
Súbito  vuélvese  á  hallar. 
Disting-ue  los  edificios, 
Reconoce  en  donde  está, 

Y  en  su  delirante  vértigo 
Al  vino  vuelve  á  culpar, 

Y  jura,  y  siguen  andando 
Elia  delante,  él  detrás. 

«[Vive  Dios!  dice  entre  sí, 
O  Satanás  se  chancea, 
O  no  debo  estar  en  mí, 
O  el  Málaga  que  bebí 
En  mi  cabeza  aun  humea. 


»Sombras,  fantasmas,  visiones. 
Dale  con  tocar  á  muerto, 

Y  en  revueltas  confusiones, 
Danzando  estos  torreones 
Al  compás  de  tal  concierto. 

»Y  el  juicio  voy  á  perder 
Entre  tantas  maravillas, 
Que  estas  torres  llegué  á  ver, 
Como  muías  de  alquiler 
Andando  con  campanillas. 

»¿Y  esta  mujer  quién  será? 
Mas  si  es  el  diablo  en  persona, 
^.A  mí  qué  diantre  me  dá? 

Y  mas,  que  el  traje  en  que  va 
En  esta  ocasión,  le  abona. 


204  EL   ESTUDIANTE  | 

»Noble  señora,  imagino 
Que  sois  nueva  en  el  lugar: 
Andar  así  es  desatino: 
O  habéis  perdido  el  camino, 
O  esto  es  andar  por  andar. 

»Ha  dado  en  no  responder, 
Que  es  la  mas  rara  locura 
Que  puede  hallarse  en  mujer, 
Y  en  que  yo  la  he  de  querer 
Por  su  paso  de  andadura.» 

En  tanto  don  Félix  atientas  seguía, 
Delante  camina  la  blanca  visión, 
Triplica  su  espanto  la  noche  sombría, 
Sus  hórridos  gritos  redobla  Aquilón. 

Rechinan  girando  las  férreas  veletas, 
Crujir  de  cadenas  se  escucha  sonar. 
Las  altas  campanas,  por  el  viento  inquietas. 
Pausados  sonidos  en  las  torres  dan. 

Ruido  de  pasos  de  gente  que  viene 

A  compás  marchando  con  sordo  rumor, 

Y  de  tiempo  en  tiempo  su  marcha  detiene, 

Y  rezar  parece  en  confuso  son, 

Llegó  de  don  Félix  luego  á  los  oídos, 

Y  luego  cien  luces  á  lo  lejos  vio, 

•  Y  luego  en  hileras  largas  divididos. 
Vio  que  murmurando  con  lúgubre  voz. 

Enlutados  bultos  andando  venían; 

Y  luego  mas  cerca  con  asombro  ve, 

Que  un  féretro  en  medio  y  en  hombros  traian 

Y  dos  cuerpos  muertos  tendidos  en  él. 


DE    SALAMANCA.  205 

Las  luceSj  la  hora,  la  noche,  profundo, 
infernal  arcano  parece  encubrir. 
Cuando  en  hondo  sueño  yace  muerto  el  mundo, 
Cuando  todo  anuncia  qu^  habrá  de  morir, 

Al  hombre,  que  loco  la  recia  tormenta 
Corrió  de  la  vida,  del  viento  á  merced,' 
Cuando  una  voz  triste  las  horas  le  cuenta, 

Y  en  lodo  sus  pompas  convertidas  ve, 

Forzoso  es  que  tenga  de  diamante  el  alma 
Quien  no  sienta  el  pecho  de  horror  palpitar, 
Quien  como  don  Félix,  con  serena  calmea 
Ni  en  Dios  ni  en  el  diablo  se  ponga  á  pensar. 

Así  en  tardos  pasos,  todos  murmurando, 
El  lúgubre  entierro  ya  cerca  llegó, 

Y  la  blanca  dama  devota  rezando. 
Entrambas  rodillas  en  tierra  dobló. 

Calado  el  sombrero  y  en  pié,  indiferente 
El  féretro  mira  don  Félix  pasar, 

Y  al  paso  pregunta  con  su  aire  insolente 
Los  nombres  de  aquellos  que  al  sepulcro  van. 

Mas  icuál  su  sorpresa,  su  asombro  cuál  fuera. 
Cuando  horrorizado  con  espanto  ve 
Que  el  uno  don  Diego  de  Pastrana  era, 

Y  el  otro  ¡Dios  santo!  y  el  otro  era  él... 

Él  mismo,  su  imagen,  su  misma  figura. 

Su  mismo  semblante,  que  él  mismo  era  en  fin : 

Y  duda,  y  se.palpa,  y  fria  pavura 

Un  punto  en  sus  venas  sintió  discurrir. 

Al  fin  era  hombre,  y  un  punto  temblaron 
Los  nervios  del  hombre,  y  un  punto  temió  ; 


206  EL    ESTUDIANTE 

Mas  pronto  su  antiguo  vigor  recobraron. 
Pronto  su  fiereza  volvió  al  corazón. 

«Lo  que  es,  dijo,  por  Pastrana, 
Bien  pensado  está  el  entierro  : 
Mas  es  diligencia  vana 
Enterrarme  á  mí /y  mañana 
Me  he  de  quejar  de  este  yerro. 

»Diga,  señor  enlutado, 
¿A  quién  llevan  á  enterrar? 
— M  estudiante  endiablado 
Don  Félix  de  Montemar, — 
Ptespondió  el  encapuchado. 

»Mientes,  truan. — No  por  cierto.— 
Pues  decidme  á  mí  quién  803%    . 
Si  gustáis,  porque  no  acierto 
Como  á  un  mismo  tiempo  estoy 
Aquí  vivo  y  allí  muerto. 

— »Yo  no  os  conozco. — Pardiez, 
Que  si  me  llego  á  enojar, 
Tus  burlas  te  haga  llorar 
De  tal  modo,  que  otra  vez 
Conozcas  ya  á  Montemar. 

»¡ Villano! mas  esto  es 

Ilusión  de  los  sentidos, 
El  mundo  que  anda  al  revés, 
Los  diablos  entretenidos 
En  hacerme  dar  traspiés. 

»¡E1  fanfarrón  de  don  Diego ! 
De  sus  mentiras  reniego, 
Que  cuando  muerto  cayó, 
Al  infierno  se  fué  luego 
Contando  que  me  mató.» 


DE    SALAMANCA.  207 

Diciendo  así,  soltó  una  carcajada, 

Y  las  espaldas  con  desden  volvió : 
Se  hizo  el  big-ote,  requirió  la  espada, 

Y  á  la  devota  dama  se  acercó. 

«Conque,  en  fin,  ¿dónde  vivís? 
''Que  se  hace'tarde,  señora. 
— Tarde,  aún  no;  de  aquí  á  una  hora 
Lo  será.— Verdad  decís. 
Será  mas  tarde  que  ahora. 

»Esa  voz  con  que  hacéis  miedo 
De  vos  me  enamora  mas: 
Yo  me  he  echado  el  alma  atrás; 
Juzgad  si  me  dará  un  bledo 
De  Dios  ni  de  Satanás. 

~»Cada  paso  que  avanzáis 
Lo  adelantáis  á  la  muerte, 
Don  Félix.  ¿Y  no  tembláis, 
Y  el  corazón  no  os  advierte 
Que  á  la  muerte  camináis?» 

Con  eco  melancólico  y  sombrío 
Dijo  asi  la  mujer,  y  el  sordo  acento. 
Sonando  en  torno  del  mancebo  impío, 
Rugió  en  la  voz  del  proceloso  viento. 

Las  piedras  con  las  piedras  se  golpearon, 
Bajo  sus  pies  la  tierra  retembló, 
Las  aves  de  la  noche  se  juntaron, 

Y  sus  alas  crujir  sobre  él  sintió: 

Y  en  la  sombra  unos  ojos  fulgurantes 
Vio  en  el  aire  vagar  que  espanto  inspiran, 
Siempre  sobre  él  saltándose  anhelantes: 
Ojos  de  horror  que  sin  cesar  le  miran. 


208  EL   ESTUDIANTE 

Y  los  vio  y  no  tembló:  mano  á  la  espada 
Paso  y  la  sombra  intrépido  embistió, 

Y  ni  sombra  encontró  ni  encontró  nada; 
Solo  fijos  en  él  los  ojos  vio. 

Y  alzó  los  suyos  impaciente  al  cielo, 

Y  rechinó  las  dientes  y  maldijo, 

Y  en  él  creciendo  el  infernal  anhelo, 

-  Con  voz  de  enojo  blasfemando  dijo:     , 

«Se<^aid,  señora,  y  adelante  vamos: 
"Janto  mejor  si  sois  el  diablo  mismo, 

Y  Dios  y  el  diablo  y  yo  nos  conozcamos, 

Y  acábese  por  fin  tanto  embolismo. 

¿Qae  de  tanto  sermón,  de  farsa  tanta, 
Juro^  pardiez,  que  fatig-ad^  estoy: 
Nada  mi  firme  voluntad  quebranta, 
Sabed  en  fin  que  donde  vayáis  voy. 

»Un  término  no  mas  tiene  la  vida: 
Término  fijo;  un  paradero  el  alma: 
Ahora  adelante.»  Dijo,  y  en  seguida 
Camina  en  pos  con  decidida  calma. 

Y  la  dama  á  una  puerta  se  paró, 

Y  era  una  puerta  altísima,  y  se  abrieron 
Sus  hojas  en  el  punto  en  que  llamó, 

Que  á  un  misterioso  impulso  obedecieron: 

Y  tras  la  dama  el  estudiante  entró: 
Ni  pajes  ni  doncellas  acudieron: 

Y  cruzan  á  la  luz  de  unas  bujías 
Fantásticas,  desiertas  g-alerías. 

Y  la  visión  como  engañoso  encanto. 
Por  las  losas  deslizase  sin  ruido. 
Toda  encubierta  bajo  el  blanco  manto 

Que  barre  el  suelo  en  pliegues  desprendido; 


DE    SALAMANCA.  '  209 

Y  por  el  larg'o  corredor  en  tanto 
Sig-ue  adelante,  y  sigúela  atrevido, 

Y  su  temeridad  raya  en  locura, 
Resuelto  Montemar  á  su  aventura. 

Las  luces,  como  antorchas  funerales, 
Láng^uida  luz  y  cárdena  esparcian, 

Y  en  torno  en  movimientos  desiguales 
Las  sombras  se  alejaban  ó  venian: 
Arcos  aquí  ruinosos,  sepulcrales, 
Urnas  allí  y  estatuas  se  veian. 

Rotas  columnas,  patios  mal  seguros^ 
Yerbosos,  tristes,  húmedos  y  oscuros. 

Todo  vago,  quim.érico  y  sombrío, 
Edificio  sin  base  ni  cimiento, 
Ondula  cual  fantástico  navio 
Que  anclado  mueve  borrascoso  viento. 
En  un  silencio  aterrador  y  frió 
Yace  allí  todo:  ni  rumor,  ni  aliento 
Humano  nunca  se  escuchó:  callado 
Corre  allí  el  tiempo,  en  sueno  sepultado. 

Las  muertas  horas  á  las  muertas  horas 
Siguen  en  el  reloj  de  aquella  vida. 
Sombras  de  horror  girando  aterradoras. 
Que  allá  aparecen  en  medrosa  huida: 
Ellas  solas  y  tristes  moradoras 
De  aquella  negra,  funeral  guarida. 
Cual  soñada  fantástica  quimera. 
Vienen  á  ver  al  que  su  paz  altera. 

Y  en  él  enclavan  los  hundidos  ojos 
Del  fondo  de  la  larga  galería. 

Que  brillan  lejos  cual  carbones  rojos, 

Y  espantaran  la  misma  valentía: 

Y  muestran  en  ,m  rostro  sus  enojos 

14 


210  EL   ESTUDIANTE 

Al  ver  hollada  su  mansión  sombría, 
Y  ora  en  gTupos  delante  se  aparecen, 
Ora  en  la  sombra  allá  se  desvanecen. 

Grandiosa,  satánica  figura, 
Auta  la  frente,  Montemar  camina, 
Espíritu  sublime  en  su  locura. 
Provocando  la  cólera  divina: 
Fábrica  frág*il  de  materia  impura, 
El  alma  que  la  alienta  y  la  ilumina, 
Con  Dios  le  ig*uala,  y  con  osado  vuelo 
Se  alza  á  su  trono  y  le  provoca  á  duelo. 

Segundo  Lucifer  que  se  levanta 

Del  rayo  veng-ador  la  frente  herida. 

Alma  rebelde  que  el  temor  no  espanta. 

Hollada  sí,  pero  jamás  vencida: 

El  hombre  en  fin  que  en  su  ansiedad  quebranta 

Su  límite  á  la  cárcel  de  la  vida, 

Y  á  Dios  llama  ante  él  á  darle  cuenta, 

Y  descubrir  su  inmensidad  intenta. 

Y  un  báquico  cantar  tarareando, 
Cruza  aquella  quimérica  morada, 
Con  atrevida  indiferencia  andando. 
Mofa  en  los  labios,  y  la  vista  osada: 

Y  el  rumor  que  sus  pasos  van  formando, 

Y  el  g*olpe  que  al  andar  le  da  la  espada, 
Tristes  ecos,  sig'uiéndole  detrás, 

.Repiten  con  monótono  compás^ 

Y  aquel  extraño  y  único  ruido 

Que  de  aquella  mansión  los  ecos  llena. 
En  el  suelo  y  los  techos  repetido. 
En  su  profunda  soledad  resuena: 

Y  espira  allá  cual  funeral  gemido 

Que  lanza  en  su  dolor  la  ánima  en  pena. 


DE    SALAMANCA.  211 

Que  al  fin  del  corredor  largo  y  oscuro 
Salir  parece  de  entre  el  roto  muro. 

Y  en  aquel  otro  mundo,  y  otra  vida, 
Mundo  de  sombras,  vida  que  es  un  sueño, 
Vida,  que  con  la  muerte  confundida, 
Ciñe  sus  sienes  con  letal  beleño; 
Mundo,  vaga  ilusión  descolorida 

De  nuestro  mundo  y  vaporoso  ensueño,  . 
Son  aquel  ruido  y  su  locura  insana. 
La  sola  imagen  de  la  vida  humana. 

Que  allá  su  blanca  misteriosa  guia 
üe  la  alma  dicha  la  ilusión  parece, 
Que  ora  acaricia  la  esperanza  impía, 
Ora  al  tocarla  ya  se  desvanece: 
Blanca,  flotante  nube,  que  en  la  umbría 
Noche,  en  alas  del  céfiro  se  mece, 
Su  airosa  ropa,  desplegada  al  viento, 
Semeja  en  su  callado  movimiento: 

Humo  suave  de  quemado  aroma 
Que  al  aire  en  ondas  á  perderse  asciende, 
Rayo  de  luna  que  en  la  parda  loma. 
Cual  un  broche  su  cima  al  éter  prende; 
Silfa  que  con  el  alba  envuelta  asoma 

Y  al  nebuloso  azul  sus  alas  tiende. 
De  negras  sombras  y  de  luz  teñidas. 
Entre  el  alba  y  la  noche  confundidas. 

Y  ágil,  veloz,  aérea  y  vaporosa, 

Que  apenas  toca  con  los  pies  al  suelo, 

Cruza  aquella  morada  tenebrosa 

La  mágica  visión  del  blanco  velo: 

Imagen  fiel  de  la  ilusión  dichosa 

Que  acaso  el  hombre  encontrará  en  el  cielo. 


212  EL    ESTUDIANTE 

Pensamiento  sin  fórmula  y  sin  nombre, 
Que  hace  rezar  y  blasfemar  al  hombre. 

Y  al  fin  del  larg-o  corredor  lleg-ando, 
Montemar  sigue  su  callada  guia, 

Y  una  de  mármol  negro  va  bajando 
De  caracol  torcida  gradería, 

Larga,  estrecha  y  revuelta,  y  que  girando 
En  torno  de  él  y  sin  cesar  veia 
Suspendida  en  el  aire  y  con  violento, 
Veloz,  vertiginoso  movimiento. 

Y  en  eterna  espiral  y  en  remolino 
Infinito  prolóngase  y  se  extiende, 

Y  el  juicio  pone  en  loco  desatino 

A  Montemar  que  en  tumbos  mil  desciende, 

Y  envuelto  en  el  violento  torbellino 
Al  aire  se  imagina,  y  se  desprende, 

Y  sin  que  el  raudo  movimiento  ceda, 
Mil  vueltas  dando,  á  los  abismos  rueda: 

Y  de  escalón  en  escalón  cayendo, 
Blasfema  y  jura  con  lenguaje  inmundo, 

Y  su  furioso  vértigo  creciendo, 

Y  despeñado  rápido  al  profundo. 
Los  silbos  ya  del  huracán  oyendo, 

Y  ante  él  pasando  en  confusión  el  mundo, 
Ya  oyendo  gritos,  voces  y  palmadas, 

Y  aplausos  y  brutales  carcajadas; 

Llantos  y  ayes,  quejas  y  gemidos, 
Mofas,  sarcasmos,  risas  y  denuestos, 

Y  en  mil  grupos  acá  y  allá  reunidos. 
Viendo  debajo  de  él,  sobre  él  enhiestos, 
Hombres,  mujeres,  todos  confundidos, 
Con  sandia  pena,  con  alegres  gestos. 


DE    SALAMANCA.  2i:> 

Que  con  asombro  estúpido  le  miran 

Y  en  el  perpetuo  remolino  giran: 

Siente  por  fin  que  de  repente  para, 

Y  un  punto  sin  sentido  se  quedó; 
Mas  luego  valeroso  se  repara, 
Abrió  los  ojos  y  de  pié  se  alzo: 

Y  fué  el  primer  objeto  en  que  pensara 
La  blanca  dama  y  al  redor  miró, 

Y  al  pié  de  un  triste  monumento  hallóla 
Sentada  en  medio  de  la  estancia,  sola. 

Era  un  negro  solemne  monumento 
Que  en  medio  de  la  estancia  se  elevaba, 

Y  á  un  tiempo  á  Montemar  ¡raro  portento! 
Una  tumba  y  un  lecho  semejaba: 

Ya  imaginó  su  loco  pensamiento 
Que  abierta  aquella  tumba  le  aguardaba; 
Ya  imaginó  también  que  el  lecho  era 
Tálamo  blando  que  al  esposo  espera. 

Y  pronto  recobrada  su  osadía, 

Y  á  terminar  resuelto  su  aventura, 
Al  cielo  y  al  infierno  desafía 

Con  firme  pecho  y  decisión  segura: 
A  la  blanca  visión  su  planta  guia, 

Y  á  descubrirse  el  rostro  la  conjura, 

Y  á  sus  pies  Montemar  tomando  asiento., 
Así  la  habló  con  animoso  acento: 

«Diablo,  mujer  ó  visión, 
Que,  á  juzgar  por  el  camino 
Que  conduce  á  esta  mansión, 
Eres  puro  desatino 
O  diabólica  invención: 

Si  quier  de  parte  de  Dios, 
Si  quier  de  parte  del  diablo, 


214  EL    ESTUDIANTE 

¿Quien  nos  trajo  aquí  á  los  dos? 
Decidme  en  fin  ¿quién  sois  vos? 

Y  sepa  yo  con  quién  hablo: 

»Que  mas  que  nunca  paipita 
Resuelto  mi  corazón, 
Cuando  en  tanta  confusión, 

Y  en  tanto  arcano  que  irrita, 
Me  descubre  mi  razón 

»Que  un  poder  aquí  supremo, 
Invisible  se  ha  mezclado, 
Poder  que  siento  y  no  temo. 
A  llevar  determinado 
Esta  aventura  al  extremo.» 

Fúnebre 
Llanto 
De  amor, 
Oyese 
En  tanto 
En  son 

Flébil,  blando, 
Cual  quejido 
Dolorido 
Que  del  alma 
Se  arrancó: 
Cual  profundo 
¡Ay!  que  exhala 
Moribundo 
Corazón. 

Música  triste, 
Lánguida  y  vaga. 
Que  á  par  lastima 
Y  el  alma  halaga; 


DE   SALAMANCA.  215 

Dulce  armonía 

Que  inspira  al  pecho 

Melancolía, 

Como  el  murmullo 

Dé  alg'un  recuerdo 

De  antig-uo  amor, 

A  un  tiempo  arrullo 

Y  amarg*a  pena  ' 

Dei  corazón. 

Mág'ico  embeleso, 

Cántico  ideal, 

Que  en  los  aires  vag-a 

Y  en  sonoras  ráfag-as 
Aumentando  va:     ' 
Sublime  y  oscuro, 
Rumor  prodigioso, 
Sordo  acento  lúgubre. 
Eco  sepulcral. 
Músicas  lejanas 

De  enlutado  parche, 
Redoble  monótono. 
Cercano  huracán. 
Que  apenas  la  copa 
Del  árbol  menea 

Y  bramando  está: 
Olas  alteradas 
De  la  mar  bravia. 
En  noche  sombría 
Los  vientos  en  paz, 

Y  cuyo  rugido 

Se  mezcla  al  gemido 
Del  muro  que  trémulo 
Las  siente  llegar: 
Pavoroso  estrépito. 
Infalible  présago 
De  la  tempestad. 


21  c; 


EL    ESTUDIANTE 

Y  en  rápido  crescendo, 
Los  lúg'ubres  sonidos 
Mas  cerca  vanse  oyendo 

Y  en  ronco  rebramar; 

Cual  trueno  en  las  montañas 
Que  retumbando  va. 
Cual  rug-en  las  entrañas 
Del  horrísono  volcan. 

Y  alg-azara  y  gritería, 
Crujir  de  afilados  huesos, 
Rechinamiento  de  dientes 

Y  retemblar  los  cimientos, 

Y  en  pavoroso  estallido 
Las  losas  del  pavimento 
Separando  sus  junturas 
Irse  poco  á  poco  abriendo, 

Siente  Montemar,  y  el  ruido 
Mas  cerca  crece,  y  á  un  tiempo 
Escucha  chocarse  cráneos, 
Ya  descarnados  y  secos, 
Temblar  en  torno  la  tierra. 
Bramar  combatidos  vientos. 
Rugir  las  airadas  olas, 
Estallar  el  ronco  trueno, 
Exhalar  tristes  quejidos 

Y  prorumpir  en  lamentos. 
Todo  en  furiosa  armonía, 
Todo  en  frenético  estruendo 
Todo  en  confuso  tra¿torno. 
Todo  mezclado  y  diverso. 

Y  luego  el  estrépito  crece 
Confuso  y  mezclado  en  un  son, 
Que  ronco  en  las  bóvedas  hondas 
Tronando  furioso  zumbó; 


DE    SALAMANCA.  217 

Y  un  eco  que  agudo  parece 
Del  ángel  del  juicio  la  voz, 
En  tiple,  punzante  alarido 
Medroso  y  sonoro  se  alzó  : 
Sintió,  removidas  las  tumbas, 
Crujir  á  sus  pies  con  fragor. 
Chocar  en  las  piedras  los  cráneos 
Con  rabia  y  ahinco  feroz, 
Romper  intentando  la  losa, 

Y  huir  de  su  eterna  mansión 
Los  muertos,  de  súbito  oyendo 
El  alto  mandato  de  Dios. 

Y  de  pronto  en  horrendo  estampido 
Desquiciarse  la  estancia  sintió, 

Y  al  tremendo  tartáreo  ruido 
Cien  espectros  alzarse  miró  : 
De  sus  ojos  los  huecos  fijaron 

Y  sus  dedos  enjutos  en  él  ; 

Y  después  entre  sí  se  miraron, 

Y  á  mostrarle  tornaron  después  ; 

Y  enlazadas  las  manos  siniestras 
Con  dudoso  espantado  ademan, 
Contemplando  y  tendidas  sus  diestras 
Con  asombro  al  osado  mortal. 

Se  acercaron  despacio,  y  la  seca 
Calavera,  mostrando  temor. 
Con  inmóvil,  irónica  mueca? 
Inclinaron,  formando  enredor. 

Y  entonces  la  visión  del  blanco  velo 
Al  fiero  Montemar  tendió  una  mano, 

Y  era  su  tacto  de  crispante  hielo, 

Y  resistirlo  audaz  intentó  en  vano : 

Galvánica,  cruel,  nerviosa  y  fria. 
Histérica  y  horrible  sensación,, 


218  EL   ESTUDIANTE 

Toda  la  sangre  coag^ulada  envía 
Ag*olpada  y  helada  al  corazón... 

Y  á  su  despecho  y  maldiciendo  al  cielo, 
De  ella  apartó  su  mano  Montemar, 

Y  temerario  alzándola  á  su  velo, 
Tirando  de  él  la  descubrió  la  faz.^:      ^ 

¡Es  Sil  esposo!!  los  ecos  retumbaron, 
¡La  esposa  al  fin  que  s%  consorte  halló  !! 
Los  espectros  con  júbilo  gritaron  : 
¡Es  el  esposo  de  su  eterno  amor !! 

Y  ella  entonces  g-ritó:  '¡Mi  esposo!!  Y  era 
(¡Deseng-año  fatal!  i  triste  verdad!) 
Una  sórdida,  horrible  calavera, 

La  blanca  dama  del  g*allardo  andar!... 

Lueg'o  un  caballero  de  espuela  dorada, 
Airoso,  aunque  el  rostro  con  mortal  color, 
Traspasado  el  pecho  de  fiera  estocada, 
Aun  brotando  sang-re  de  su  corazón. 

Se  acerca  y  le  dice,  su  diestra  tendida, 
Que  impávido  estrecha  también  Montemar  : 
—  «Al  fin  la  palabra  que  disteis  cumplida  ; 
Doña  Elvira,  vedla,  vuestra  esposa  es  ya  : 

»Mi  muerte  os  perdono. —  Por  cierto,  don  Dieg-o, 
Repuso  don  Félix  tranquilo  á  su  vez. 
Me  alegro  de  veros  con  tanto  sosieg-o, 
Que  á  fé  no  esperaba  volveros  á  ver. 

»En  cuanto  á  ese  espectro  que  decís  mi  esposa, 
Raro  casamienlo  venísme  á  ofrecer  : 
Su  faz  no  es  por  cierto  ni  amable  ni  hermosa ; 
Mas  no  se  os  fig*ure  que  os  quiera  ofender : 


DE   SALAMANCA.  219 

»Por  mujer  la  tomo,  porque  es  cosa  cierta,    . 

Y  espero  no  saig-a  fallido  mi  plan, 

Que  en  caso  tan  raro  y  mi  esposa  muerta, 
Tanto  como  viva  no  me  cansará. 

»Mas  antes  decidme  si  Dios  ó  el  demonio 
Me  trajo  k-'pte  sitio,  que  quisiera  ver 
Al  uno  ú  al  otro,  y  en  mi  matrimonio 
Tener  por  padrino  siquiera  á  Luzbel  : 

»  Cualquiera  ó  entrambos  con  su  corte  toda, 
Estando  estos  nobles  espectros  aquí. 
No  perdiera  mucho  viniendo  á  mi  boda... 
Hermano  don  Diego,  ¿  no  pensáis  así  ?» 

Tal  dijo  don  Félix  con  fruncido  ceño. 
En  torno  arrojando  con  fiero  ademan 
Miradas  audaces  de  altivo  desdeño, 
Al  Dios  por  quien  jura  capaz  de  arrostrar. 

El  cariado,  lívido  esqueleto, 

Los  fríos,  larg-os  y  asquerosos  brazos 

Le  enreda  en  tanto  en  apretados  lazos, 

Y  ávido  le  acaricia  en  su  ansiedad  : 

Y  con  su  boca  cavernosa  busca 

La  boca  á  Montemar,  y  á  su  mejilla 
La  árida,  descarnada  y  amarilla 
Junta  y  refrieg-a,  repugnante  faz. 

Y  él,  envuelto  en  sus  secas  coyunturas,  ^ 
Aun  mas  sus  nudos  que  se  aprietan  siente. 
Baña  un  mar  de  sudor  su  ardida  frente 

Y  crece  en  su  impotencia  su  furor ; 
Pug-na  con  ansia  á  desasirse  en  vano, 

Y  cuanto  mas  airado  forcejea, 
Tanto  mas  se  le  junta  y  le  desea 

El  rudo  espectro  que  le  inspira  horror. 


220  EL   ESTUDIANTE 

Y  en  furioso  veloz  remolino, 

Y  en  aérea  fantástica  danza, 

Que  la  mente  del  hombre  no  alcanza 
.  En  su  rápido  curso  á  seg-uir, 
Los  espectros  su  ronda  empezaron, 
Cual  en  círculos  raudos  el  viento 
Remolinos  de  polvo  violento' 

Y  hojas  secas  agita  sin  fin. 

Y  elevando  sus  áridas  manos 
Resonando  cual  lúgubre  eco, 
Levantóse  en  su  cóncavo  hueco 
Semejante  á  un  aullido,  una  voz 
Pavorosa,  monótona,  informe, 
Que  pronuncia  sin  lengua  su  boca, 
Cual  la  voz  que  del  áspera  roca 
En  los  senos  el  viento  formó. 

«Cantemos,  dijeron  sus  gritos. 
La  gloria,  el  amor  de  la  esposa, 
.  Que  enlaza  en  sus  brazos  dichosa 
Por  siempre  al  esposo  que  amó  : 
Su  boca  á  su  boca  se  junte, 

Y  selle  su  eterna  delicia, 
Suave,  amorosa  caricia 

Y  lánguido  beso  de  amor. 

»  Y  en  mutuos  abrazos  unidos, 

Y  en  blando  y  eterno  reposo, 
La  esposa  enlazada  al  esposo 
Por  siempre  descansen  en  paz  : 

Y  en  fúnebre  luz  ilumine 
Sus  bodas  fatídica  tea, 
Les  brinde  deleites  y  sea 

La  tumba  su  lecho  nupcial.» 

Mientras,  la  ronda  frenética 
Que  en  raudo  giro  se  agita,  " 


DE    SALAMANCA.  221 

Mas  cada  vez  precipita 
Sa  vértigo  sin  ceder  ; 
Mas  cada  vez  se  atrepella, 
Mas  cada  vez  se  arrebata, 

Y  en  círculos  se  desata 
Violentos  mas  cada  vez  : 

Y  escapa  en  rueda  quimérica, 

Y  negro  punto  parece 
Que  en  torno  se  desvanece 
A  la  fantástica  luz, 

Y  sus  lúgubres  aullidos 
Que  pavorosos  se  estiendeij, 
Los  aires  rápidos  hienden 
Mas  prolongados  aun. 

Y  á  tan  continuo  vértigo 
A  tan  funesto  encanto, 
A  tan  horrible  canto, 

A  tan  tremenda  lid  ; 
Entre  los  brazos  lúbricos 
Que  aprémianle  sujeto. 
Del  hórrido  esqueleto, 
Entre  caricias  mil : 

Jamás  vencido  el  ánimo. 
Su  cuerpo  ya  rendido, 
Sintió  desfallecido 
Faltarle,  Montemar : 

Y  á  par  que  mas  su  espíritu 
Desmiente  su  miseria, 

La  flaca,  y  vil  materia 
Comienza  á  desmayar. 

Y  siente  un  confuso, 
Loco  devaneo, 
Languidez,  mareo 


222  EL    ESTUDIANTE 

Y  angustioso  afán  : 

Y  sombras  y  luces, 
La  estancia  que  gira, 

Y  espíritus  mira 
Que  vienen  y  van. 

Y  luego  á  lo  lejos, 
Flébil  en  su  oido, 
Eco  dolorido 
Lánguido  sonó, 
Cual  la  melodía 
Que  el  aura  amorosa, 

Y  el  aura  armoniosa 
De  noche  formó : 

Y  siente  luego 

Su  pecho  ahogado, 

Y  desmayado. 
Turbios  sus  ojos. 
Sus  graves  párpados 
Flojos  caer : 

La  frente  inclina 
Sobre  su  pecho, 

Y  á  su  despecho, 
Siente  sus  brazos 
Lánguidos,  débiles 
Desfallecer. 

Y  vio  luego 
Una  llama 
Que  se  inflama 

Y  murió ; 

Y  perdido. 
Oyó  el  eco 

De  un  gemido 
Que  espiró. 


DE    SALAMANCA.  22)3^ 

Tal  dulce 
Suspira 
La  lira 
Que  hirió 
En  blando 
Concento 
Del  viento 
La  voz, 

Leve, 
Breve 
Son. 

En  tanto  en  nubes  de  carmin  y  grana 
Su  luz  el  alba  arrebolada  envía, 

Y  alegre  regocija  y  engalana 
Las  altas  torres  el  naciente  dia: 
Sereno  el  cielo,  calma  la  mañana, 
Blanda  la  brisa,  trasparente  y  fria, 
Vierte  á  la  tierra  el  sol  con  su  hermosura 
Rayos  de  paz  y  celestial  ventura. 

Y  huyó  la  noche  y  con  la  noche  huian 
Sus  sombras  y  quiméricas  mujeres, 

Y  á  su  silencio  y  calma  sucedían 
El  bullicio  y  rumor  de  los  talleres  : 

Y  á  su  trabajo  y  á  su  afán  volvían 

Los  hombres,  y  á  sus  frivolos  placeres," 
Algunos  hoy  volviendo  á  su  faena 
De  zozobra  y  temor  el  alma  llena : 

¡Que  era  pública  voz,  que  llanto  arranca 
Del  pecho  pecador  y  empedernido. 
Que  en  forma  de  mujer  y  en  una  blanca 
Túnica  misteriosa  revestido. 
Aquella  noche  el  diablo  á  Salamanca 
Habia  en  fin  por  Montemar  venido  !!... 

Y  si,  lector,  dijerdes  ser  comento, 
Como  me  lo  contaron^  te  lo  cuento. 


EL  DIABLO  MUNDO. 


PRÓLOGO 


La  humanidad  entra  en  los  períodos  de  su  existen- 
cia por  ig-uales  trámites  que  el  hombre  en  los  de  la 
vida:  infancia,  virilidad  y  madurez;  admiración  y 
contento  en  la  primera  edad,  entusiasmo  y  fuerza 
en  la  segunda,  reflexión  y  examen  en  la  tercera ;  y 
en  tanto  el  poeta  es  en  el  orden  moral  el  jefe  de  la  hu- 
manidad de  su  tiempo  y  de  aquellas  generaciones 
que  vendrán,  hasta  donde  el  dedo  de  la  Providencia 
trace  un  círculo  sobre  el  campo  de  la  duda,  y  allí 
ya,  para  el  poeta  y  sus  coetáneos,  se  levanta  un  muro 
de  ignorancia  que  es  la  frontera  del  saber  posible, 
y  donde  una  inteligencia  nueva  se  prepara  á  empe- 
zar con  nuevas  gentes  y  con  un  nuevo  poeta  que, 
semejante  al  focus  de  la  lente,  en  sí  reúna  todos  los 
rayos  luminosos  que  partan  de  la  circunferencia. 

La  sociedad  naciente  cantó  sin  duda  los  fenóme- 
nos de  la  naturaleza;  cantó  la  luz,  cantó  las  som- 
bras, el  amor  instintivo,  la  amistad  sencilla,  las  ño- 
res, los  torrentes  y  las  aves. 

De  esta  poesía  oral  que,  obrada  la  época  de  tran- 


EL    DIABLO    MUISDO.  225 

sicion,  debió  perderse  naturalmente,  nos  quedan 
los  libros  de  la  Biblia,  llenos  de  sencilla  sublimidad; 
y  luego  después  una  civilización  mas  adelantada 
formuló  la  églog-a,  el  idilio  j  el  himno,  que  no  son, 
en  nuestro  sentir,  otra  cosa  que  reminiscencias  cul- 
tivadas de  aquella  poesía  patriarcal  y  campestre  na- 
tural á  los  primeros  tiempos. 

Tras  el  período  inocente  pastoril,  entró  el  mundo 
en  la  edad  heroica,  y  Homero,  trocando  el  caramillo 
por  la  trompa,  se  anunció  cantando  los  dioses,  las 
pasiones,  el  valor,  las  venganzas  y  la  guerra. 

La  poesía  épica  quedó  escrita,  el  pensamiento  de 
aquellas  generaciones  formulado,  Homero  pasó  á  la 
posteridad  junto  con  sus  obras;  el  genio  de  Smirna 
fué  inmediatamente  admirado  como  un  semidiós,  y 
su  libro  cual  un  espejo  mágico,  donde  vieron  refle- 
jarse lo  pasado,  lo  que  no  existia,  con  todas  sus  fa- 
ses y  colores. 

Homero  es  la  pirámide  que  arranca  de  los  tiempos 
heroicos,  monumento  eminentísimo,  desde  cuya 
cumbre  se  domina  toda  la  Grecia  de  Ulises,  y  en  su 
centro  se  guardan  los  nombres  de  los  héroes  todos, 
todas  las  hazañas,  todo  el  saber,  las  creencias,  los 
vicios  y  virtudes  en  conjunto  de  una  época  grande. 

El  síntoma  de  desvirtuacion  se  apoderó  de  la  so- 
ciedad aquella,  y  la  Grecia  conquistadora  fué  sojuz- 
gada á  su  vez. 

La  civilización,  la  creencia,  el  entusiasmo  y  la 
fuerza  pasaron  á  Italia;  pero  la  era  romana  fué  ya 
heterogénea  hasta  cierto  punto,  y  de  transición  ha- 
cia el  cristianismo. 

Quiso  Virgilio  ponerse  al  frente  de  su  época;  pero 
no  consiguió  ciertamente  mas  que  colocarse  á  espal- 
das de  Homero. 

Roma  en  primer  lugar  sa,bia  mas  que  Virgilio,  y 
la  Eneida,  hecha  esclava  voluntaria  de  la  Odisea,  se 
afana  en  su  seguimiento,  sin  advertirse  el  poeta  de 

15 


226  EL    DIABLO    MUNDO. 

que  canta  un  nuevo  pueblo,  una  filosofía  distinta,  y 
de  que  el  genio  en  su  independencia  prescribe  una 
regla,  donde  quiera  que  estampa  la  huella. 

Es  la  Eneida,  sin  embargo,  un  poema,  artística- 
mente hablando,  mas  meditado,  un  libro  mas  correc- 
to, y  aunque  siempre  sobre  la  pauta  del  poeta  griego, 
es  el  amor  de  Dido  mas  espiritual,  un  sentimiento 
mil  veces  mas  justo  y  elevado  que  el  amor  que  Ho- 
mero pinta,  resultado  de  una  época  mas  adelantada 
en  cultura. 

Radió  por  fin  el  cristianismo  revolucionando  la 
sociedad,  y  de  aquella  lucha  de  ideas  confusas  que 
se  convertían  entre  la  neblina  de  la  ignorancia, 
de  aquella  fé  ardiente  y  de  aquel  desarrollo  del  alma, 
debía  resultar  una  época  aparte  de  los  siglos  ante- 
riores, y  fué  la  edad  media  del  mando. 

Un  poeta  espiritualista  podía  ser  solo  la  expresión 
fiel  y  el  producto  de  una  nueva  era,  y  esta  brotó  á 
Dante  con  todo  el  saber  de  su  tiempo,  arrollando  mil 
preocupaciones,  solo  con  el  presentimiento  de  su  gé~ 
nio,  que  dentro  del  corazón  lo  empujaba  por  la  ex- 
traña senda  que  siguió,  contraviniendo  la  voluntad 
de  los  sabios  y  los  nobles,  para  ilustrar  después  á  su 
pueblo,  k  los  nobles  y  á  los  sabios  de  su  tiempo,  dan- 
do norma  á  un  nuevo  lenguaje,  fórmula  al  senti- 
miento, y  elevación  é  impulso  de  progreso  á  las  ideas. 

Dante  es  pues  la  pirámide  de  la  edad  media,  y  su 
Divina  comedia  es  un  faro  que  domina  resplandecien- 
do sobre  las  tinieblas  de  una  época  nueva,  para  mas 
allá  disiparlas...  Así  Homero  y  Dante,  el  uno  á  igual 
altura  enfrente  al  otro,  se  divisan  como  dos  térmi- 
nos, entre  el  vacío  de  los  siglos  que  los  separan. 

Inmediato  á  Dante  produjo  la  Inglaterra  á  Shaks- 
peare,  pero  este  autor,  por  la  naturaleza  de  su  talen- 
to, encerró  sus  obras  en  las  estrechas  dimensiones  del 
teatro,  y  aunque  todas  ellas  reunidas  forman  un  tra- 
tado del  mundo,  se  ve  como  el  poeta  tuvo  que  repo- 


EL    DIABLO   MUNDO.  227 

sarse  á  semejanza  de  quien  camina  jornada  por  jor- 
nada, por  no  poder  acaso  cruzar  de  un  solo  vuelo 
por  encima  del  campo  donde  la  humanidad  se  re- 
vuelve mal  contenta. 

Shakspeare,  sin  embargo,  con  mas  genio  que  sa- 
ber, con  mayor  presentimiento  que  cálculo,  adelantó 
la  forma  del  poema  dramático,  que  se  habia  atrevido 
Dante  á  indicar  solo  muy  ligeramente.  Shakspeare 
presintió  sin  duda  que  el  drama,  sin  las  cortapisas 
de  las  bambalinas  y  de  los  bastidores,  llegarla  á  pro- 
ducir el  poema  dramático,  que  la  mayor  ilustración 
y  la  filosofía  aceptarían  como  la  fórmula  mas  ade- 
lantada en  los  siglos  venideros. 

Así  es  que  Goethe  ha  cultivado  este  género  después 
en  el  Fausto,  y  Byron  lo  impulsó  á  la  perfección  en 
el  Man f redo. 

El  poema  mas  aventajado  de  este  siglo,  que  ofre- 
cernos pueden  entre  su  repertorio  literario  los  fran- 
ceses, es  sin  alguna  duda  el  Genio  del  Cristianismo^  y 
nosotros  se  lo  concedemos,  á  la  par  que  les  negamos 
tenga  aquel  mérito  tan  en  alto  grado,  como  ellos  pre- 
tenden. El  Genio  del  Cristianismo  está  escrito  con  mas 
poesía  teológicajque  sentimiento  poético,  y  por  eso 
no  convence  siempre  que  el  autor  conspira  á  con- 
vencer. La  obra  de  M.  de  Chateaubriand  no  está 
madurada  en  el  corazón,  sino  en  el  invernáculo  del 
entendimiento;  es  un  libro  escrito  ad  hoc,  pero  no 
inspirado,  dictado  si  por  la  conveniencia  y  ayudado 
por  la  erudición  y  por  el  cálculo...  Creemos  no  obs- 
tante que,  si  bien  no  es  un  poema  como  los  que  he- 
mos indicado  de  pasada,  es  por  lo  menos  el  mejor 
arte  poético  que  se  ha  escrito  jamás.  M.  de  Chatea- 
briand  nos  ha  demostrado  que  la  teología  lleva  infi- 
nitas ventajas  á  la  mitología  para  tratar  la  poesía. 
Hay  además  bellezas  de  primer  orden  que  imitar, 
explicadas  con  la  práctica  de  ellas  mismas  en  la  obra 
del  profundo  literato  francés,  y  nos  condolemos  de 


228  EL    DIABLO    MUNDO. 

haber  traslacido  en  ella  una  cosa  que  no  será,  pero 
que  nos  induce  á  creer  que  allí  se  ve  al  cristiano  de 
oficio  y  al  escritor  de  profesión. 

La  sociedad  se  encuentra  ya  en  su  edad  de  madu- 
rez; nuestra  época  es  la  de  re  flexión  y  examen,  corno 
las  de  Homero  y  Dante  fuéronlo  de  entusiasmo  y 
fuerza:  pero,  que  el  corazón  manda  él  mmdo,  es  una 
máxima  irrefutable;  con  él  han  dominado  los  hé- 
roes, y  con  él  los  filósofos  ardientes  que  log-raron 
imprimir  su  sello  en  la  humanidad  propag-aron  sus 
respectivas  doctrinas. 

La  cabeza  por  sí  sola,  por  mas  fuerza  lóg'ica  que 
encierre,  no  dará  mas  que  la  disertación  escolás- 
tica, y  sus  productos  carecerán  de  los  divinos  vue- 
los del  entusiasmo,  que  tras  de  sí  arrastra  y  condu- 
ce hasta  la  verdad  que  preconiza. 

El  corazón  itnpresionable,  unido  al  vigor  intelec- 
tual, la  unión  de  sentimientos  é  ideas  elevadas,  la 
meditación  y  la  inspiración,  juntas  con  la  magia  de 
estilo  y  cierta  revelación  que  recorre  lo  pasado,  que 
desvela  en  el  porvenir,  y  que  sondea  lo  presente;  in- 
genio fértil  que  agrupa  los  contrastes,  que  crea  la 
acción  y  la  desenlaza,  concluido  el  objeto  que  se 
propone;  en  una  palabra,  la  concepción  en  el  des- 
empeño de  un  plan  tan  grande  é  ilustrado  que  abar- 
que nuestra  sociedad  entera,  son  calidades  im- 
prescindibles para  el  poeta  que  pretenda  elevarse 
sobre  tantos  millones  de  hombres  como  el  mundo 
moderno  encierra. 

El  joven  don  José  de  Espronceda  se  levanta  con  la 
osadía  del  genio,  para  escalar  adonde  nadie  se  ha 
atrevido  á  mirar  de  hito  en  hito  sin  confundirse. 

Aspira  nuestro  poeta  á  compendiar  la  humanidad 
en  un  libro,  y  lo  primero  que  al  empezarlo  ha  he- 
cho, ha  sido  romper  todos  los  preceptos  establecidos 
excepto  el  de  la  unidad  lógica. 

En  el  prólogo  del  DiaMo  Mundo  se  ven  recorridos 


EL    DIABLO    MUNDO.  229 

todos  los  tonos  de  la  poesía,  los  del  sentimiento  y  los 
de  la  metrificación,  con  un  desempeño  que  asombra, 
y  desde  luego  se  anuncia  un  pensamiento  colosal 
en  medio  de  una  tempestad  de  dudas,  qae  el  señor 
Espronceda,  con  la  mág-ia  que  posee,  amontona  so- 
bre el  lector  con  objeto  tal  vez  de  disiparlas  mas 
adelante. 

El  poeta  se  coloca  también  en  mitad  de  esa  atmós- 
fera de  dudas;  pero  cuando  él  levanta  la  cabeza  pa- 
ra mirarlas  y  suelta  la  voz  para  analizarlas,  medidas 
tendrá  de  antemano  sus  gigantescas  fuerzas. 

Empieza  el  poeta  suponiendo  que,  enajenado  en 
la  meditación,  durante  las  horas  silenciosas  de  la 
noclie,  siente  un  rumor  extraño,  el  cual  llama  á  sus 
sentidos  y  los  despierta.  Aquel  rumor  informe,  aque- 
lla música  augusta,  aquel  estrépito  solemne  son  to- 
das las  pasiones  del  mundo,  son  todos  los  intereses 
encontrados  de  la  vida,  las  afecciones,  los  odios,  el 
amor,  la  gloria,  la  riqueza,  los  vicios  y  las  virtudes; 
son  el  quejido  en  fin  del  universo  entero  que  llega 
en  revuelto  torbellino  á  la  par  con  la  inspiración,  y 
esta  desplega  ante  la  fantasía  mil  monstruos  alegó- 
ricos trazados  con  inimitable  facilidad  y  pasmosa 
valentía. 

Las  visiones  pasan,  el  ruido  va  gradualmente  per- 
diéndose en  lontananza  hasta  que  cesa  donde  acaba 
la  introducción  del  poema. 

El  primer  canto  es  la  exposición  del  gran  drama 
que  se  propone  desenvolver  el  señor  de  Espronceda. 

Un  hombre  agobiado  por  la  edad,  amargado  por 
la  dolorosa  é  inútil  experiencia,  cierra  desesperado 
un  libro  en  que  leia,  y  convencido  tristemente  de  la 
esterilidad  de  la  ciencia,  se  queda  dormido. 

Entonces  se  le  presenta  la  muerte  y  le  entona  un 
himno  que  convida  á  la  paz  del  sepulcro.  Con  placer 
siente  el  anciano  aterirse  sus  entumecidos  miem- 
bros; y  gozándose  está  en  la  enervación  de  su  espí- 


230  EL    DIABLO    MUNDO. 

ritu,  cuando  la  inmortalidad  súbito  se  ostenta  ante 
sus  ojos,  y  canta  otro  himno,  en  oposición  al  de  la 
muerte;  y  así  como  la  primera  se  le  brindó,  ella 
también  se  ofrece  al  moribundo. 

La  elección  es  inmediata;  el  hombre  opta  por  la 
inmortalidad  y  rejuvenece.  El  cántico  de  esta  deidad 
no  se  encamina  á  inmortalizar  el  espíritu,  es  la  in- 
mortalidad de  la  materia  lo  que  ella  da,  y  lo  que  el 
hombre  recibe. 

La  imagen  de  la  muerte  tiene  la  novedad  que 
presta  este  filósofo  á  cuanto  sale  de  su  pluma:  está 
vestida  de  melancólica  belleza;  es  dulce  y  apacible, 
es  la  muerte  que  se  hace  desear  cuando,  exentos  ya 
de  preocupaciones,  sentimos  el  corazón  cansado  y  el 
alma,  descontenta. 

La  inmortalidad,  como  hemos  dicho,  se  alza  lueg-o 
y  se  adelanta  sobre  el  horizonte  pálido  de  la  muer- 
te, para  borrarlo  con  su  mag-nificencia  deslumbra- 
dora. 

Imposible  se  hace  que  acerquemos  siquiera  nues- 
tras palabras  al  lujo  de  pensamiento,  de  expresión 
y  de  saber  que  desplega  Espronceda  en  esta  descrip- 
ción sublime,  la  mas  afortunada  acaso  de  cuantas 
se  han  visto  hasta  hoy  en  lengua  castellana. 

La  variedad  de  tonos  que  á  su  arbitrio  emplea  el 
poeta,  tonos  ya  humildes,  ya  elevados,  áridos  ó  fes- 
tivos, placenteros,  sombríos,  desesperados  é  inocen- 
tes, son  como  la  faz  del  mundo,  sobre  la  cual  está 
condenado  á  discurrir  su  héroe.  IS^Qdi  sinuosidad  del 
DiaMo  Mundo  es  la  superficie  de  la  tierra:  aquí  un 
valle,  mas  adelante  un  monte,  flores  y  espinas,  ari- 
dez y  verdura,  chozas  y  palacios,  pozas  inmundas, 
arroyos  serenos  y  ríos  despeñados. 

Espronceda  en  la  poesía  con  tal  superioridad  ma- 
neja el  habla  castellana,  que  ha  revolucionado  la 
versificación.  Antes  la  armonía  imitativa  estaba  re- 
ducida á  asimilar  en  uno  ó  dos  versos  el  galopar 


EL   DIABLO    MUNDO.  231 

monótono  de  un  caballo  de  guerra  por  ejemplo,  y  hoy 
nuestro  aventajado  poeta  expresa  con  todos  los  to- 
nos en  su  poema,  no  solo  lo  que  sus  palabras  retra- 
tan, sino  hasta  la  fisonomía  moral  que  caracteriza 
las  imág-enes,  las  situaciones  y  los  objetos  de  que  se 
ocupa...  Esta  es  la  armonía  del  sentimiento,  llevada  á 
la  perfección  por  el  sentimiento  íntimo  y  delicado 
del  que  escribe. 

Gomo  por  el  rug^ido  se  conoce  al  león,  como  por 
el  plañido  se  infiere  del  que  padece  cuál  será  el  gra- 
do de  su  dolor,  así  por  las  entonaciones  de  que  se 
vale  Espronceda  en  El  Diablo  Mundo,  inferimos  las 
palabras  y  los  conceptos  que  de  estas  van  á  resultar. 

Grande,  dilatado,  inmenso  es  el  campo  poético  que 
el  poeta  ha  despleg-ado  á  su  frente,  para  trazar  car- 
rera al  héroe  del  poema  en  cuestión. 

Repetimos  que  en  nuestro  juicio  es  el  plan  mayor 
que  hasta  hoy  se  ha  concebido  para  un  poema.  Su 
héroe  ha  rejuvenecido  ya  como  el  doctor  Fausto,  pe- 
ro su  mocedad  no  es  el  préstamo  de  un  tiempo  mez- 
quino, por  la  hipoteca  y  la  enajenación  del  alma:  el 
protag-onista  del  DiaMo  Mundo,  sin  nombre  hasta 
ahora,  ha  aceptado  la  juventud  y  la  inmortalidad 
sin  condiciones. 

En  el  drama  de  Goethe,  Fausto,  no  es  mas  que  un 
mancebo  á  medias,  porque  su  corazón  es  siempre  el 
del  doctor,  y  esto  le  hace  no  participar  nunca  de  los 
placeres  en  sazón,  antes  por  lo  contrario  están  siem- 
pre emponzoñados  por  el  juicio. 

Acaso  fué  este  el  pensamiento  de  Goethe,  y  nos- 
otros nos  g'uardaremos  de  tildarlo,,  porque  esa  con- 
tinuada carcoma  de  Fausto  es  una  sublimidad  del 
talento  que  lo  creó. 

Mas  si  Espronceda  se  propone  enseñarnos  el  mun- 
do físico  y  moral  para  probarnos  que  la  inmortalidad 
de  la  materia  es  el  hastío  y  la  condenación  sobre  la 
tierra,  j  uzg-amos  que  su  héroe,  al  retroceder  en  la  car- 


232  EL   DIABLO   MUNDO. 

rera  de  la  vida,  debe  hacerlo  por  completo,  volvién- 
dole la  virginidad  al  alma,  la  inexperiencia  al  jui- 
cio, y  dándole  unas  sensaciones  no  gastadas. 

La  experiencia,  la  moralidad  y  el  saber  deben  per- 
tenecer al  poetíí,  que  no  es  personaje  de  acción  en 
el  drama,  sino  el  disertador  y  el  genio  que  penetra 
en  las  entrañas  de  su  obra. 

Con  fundada  esperanza  nos  lisonjeamos  de  que  el 
poema  de  El  Diablo  Mundo  despertará  en  la  Europa 
civilizada  un  respetuoso  recuerdo  de  la  patria  de 
Cervantes. 

Si  el  joven  autor,  con  cuya  leal  amistad  nos  hon- 
ramos, no  decae  en  ese  maravilloso  vuelo  que  ha  sa- 
bido dará  los  dos  primeros  o^^nio^  di^ El Diatlo  Mun- 
do, viva  penetrado  de  que,  si  lo  presente  pertenece 
á  los  grandes  poetas  que  murieron^  el  porvenir  será 
para  él. 

La  posteridad  solamente  hace  pública  justicia  al 
talento  que  no  domina  por  las  armas. 

Antonio  Ros  de  Glano. 


INTRODUCCIÓN 


AL  POEMA  TITULADO 


EL  DIABLO  MUNDO 


Á   MI   AMIGO 

DON   ANTONIO  ROS  DE  OLANO, 


EL   AUTOR 


JOSÉ  DE  ESPRONCEDA. 


EL  DIABLO  MUNDO. 


CORO   DE   DEMONIOS. 

Vog-uemoSj  vog-uemos, 
La  barca  empujad, 
Que  roínpa  las  nubes, 
Que  rompa  las  nieblas, 
Los  aires,  las  llamas, 
Las  densas  tinieblas, 
Las  olas  del  mar. 


:?34  EL    DIABLO    MUNDO. 

Yoguemos,  crucemos, 
Del  mundo  el  confín; 
Que  hoy  su  triste  cárcel  quiebran 
Libres  los  diablos  en  fin, 
Y  con  miisica  y  estruendo 
Los  condenados  celebran, 
Juntos  cantando  y  bebiendo. 
Un  diabólico  festin. 


EL  POETA 


¿Qué  rumor 
Lejos  suena, 
Que  el  silencio 
En  la  serena 
Negra  noche  interrumpió? 

¿Es  del  caballo  la  veloz  carrera, 
Tendido  en  el  escape  volador, 
O  el  áspero  rugir  de  hambrienta  fiera, 
O  el  silbido  tal  vez  del  Aquilón? 

¿O  el  eco  ronco  de  lejano  trueno 
Que  en  las  hondas  cavernas  retumbó, 
O  el  mar  que  amaga  con  su  hinchado  seno, 
Nuevo  Luzbel,  al  trono  de  su  Dios? 

Densa  niebla 
Cubre  el  cielo, 
Y  de  espíritus 


EL   DIABLO    MUNDO.  235 

Se  puebla 

Vagarosos, 

Que  aquí  el  viento 

Y  allí  cruzan 
Vaporosos 

Y  sin  cuento. 

Y  aquí  tornan, 

Y  allí  giran. 
Ya  se  juntan, 
Se  retiran, 
Ya  se  ocultan, 
Ya  aparecen, 
Vagan,  vuelan. 
Pasan,  huyen, 
Vuelven,  crecen, 
Disminuyen, 

Se  evaporan, 
Se  coloran, 

Y  entre  sombras 

Y  reflejos, 
Cerca  y  lejos. 
Ya  se  pierden; 
Ya  me  evitan 
Con  temor; 
Ya  se  agitan 
Con  furor, 

En  aérea  danza  fantástica 
A  mi  alrededor. 

Vago  enjambre  de  vanos  fantasmas 
De  formas  diversas,  de  vario  color, 
En  cabras  y  sierpes  montados  y  en  cuervos, 
Y  en  palos  de  escobas,  con  sordo  rumor: 

Baladres  lanzan  y  aullidos. 
Silbos,  relinchos,  chirridos, 


í 


I 


236  EL   DIABLO    MUNDO. 

Y  en  desacordado  estrépito 
El  fantástico  escuadrón 
Mueve  horrenda  algarabía, 
Con  espantosa  armonía 

Y  horrísona  confusión. 

Del  toro  ardiente  al  mugido, 
Responde  en  ronco  graznar 
La  malhadada  corneja, 

Y  al  agorero  cantar 

De  alguna  hechicera  vieja; 
El  gato  bufa  y  maulla, 
El  lobo  erizado  aulla, 
Ladra  furioso  el  mastín: 

Y  ruidos,  voces  y  acentos 
Mil  se  mezclan  y  confunden, 

Y  pavor  y  miedo  infunden 
Los  bramidos  de  los  vientos, 
Que  al  mundo  amagan  su  fin 
En  guerra  los  elementos. 

Relámpago  rápido 
Del  cielo  las  bóvedas 
Con  luz  rasga  cárdena, 
Y  encima  descúbrese 
Jinete  fantástico. 
Quizá  el  genio  indómito 
De  la  tempestad. 

De  cien  truenos  juntos  retumba  el  fragor 
Pin  bosques,  montañas,  cavernas,  torrentes: 
Quizá  son  del  miedo  los  genios  potentes 
Que  el  cántico  entonan  de  espanto  y  terror. 

Lanzando  bramidos  hórridos, 

Y  tronchando  añosos  árboles, 
Irresistible  su  ímpetu, 


EL    DIABLO   MUNDO.  237 

Teñida  en  colores  lívidos, 
Gigante  forma  flamig-era 
Cabalg-a  en  el  huracán. 
Quizá  el  genio  de  la  guerra. 
Cuya  frente  tornasola 
Con  roja  vaga  aureola 
El  relámpago  fugaz. 

Aquí  retiembla  la  tierra, 
Allí  rebrama  la  mar, 
Altísima  catarata 
Zumba  y  despéñase  allá: 

Allí  torrentes  de  lava 
Lanza  mugiente  volcan; 
Aquí  temerosa  tromba 
Se  agita  en  la  tempestad, 

Yagua,  fuego,  peñas,  árboles 
Ávida  sorbe  al  pasar; 
Allí  colgada  la  luna, 
Con  torva,  cárdena  faz, 

Triste,  fatídica,  inmóvil 
En  la  inmensa  oscuridad. 
Mas  entristece  que  alumbra, 
Cual  lámpara  sepulcral: 

Allí  bramidos  de  guerra 
Se  escuchan,  y  al  golpear 
Del  acero,  y  de  las  trompas 
El  estrépito  marcial: 

Aquí  relinchar  caballos 
Y  estruendo  de  pelear; 
Allí  retumban  cañones, 
Lamentos  suenan  allá, 


238  KL    DIABLO    MUNDO. 

Y  alaridos,  voces,  ayes 

Y  súplicas  y  llorar; 

Aquí  desgarradas  músicas 

Y  cantares;  acullá 

Ruido  de  g-entes  que  danzan 
Con  bullicioso  compás; 
Acá  risas  y  murmullos, 
Riñas  y  gritos  allá. 

Allí  el  estruendo  se  escucha. 
De  amotinada  ciudad. 
Carcajadas,  orgías,  brindis, 

Y  maldecir  y  jurar. 

Aquí  el  susurro  entre  flores 
Del  ceñrillo  galán; 
Allí  el  eco  interrumpido 
De  algún  suspiro  fugaz. 

Ora  un  beso,  una  palabra, 
De  alguna  trova  el  íinal; 
Todo  en  confusa  discordia 
Se  oye  á  un  tiempo  resonar, 

Breve  compendio  del  mundo, 
La  tartárea  bacanal, 

Y  trastornan  y  confunden 
Tanto  estrépito  á  la  par: 

Y  aturden,  turban,  marean 
Tanta  visión,  tanto  afán. 

UN   CORO. 

Allá  va  la  nave: 
¿Quién  sabe  do  va? 


EL   DIABLO    MUNDO.   .  231^ 

iAy!  ¡triste  el  que  fia 
Del  viento  y  la  mar! 

UNA  voz. 

¿Qué  importa?  el  destino 
Su  rumbo  marcó. 
¿Quién  nunca  sus  leyes 
Mudar  alcanzó? 
Allá  va  la  nave; 
Yogad  sin  temor, 
Ya  el  aura  la  arrulle, 
Ya  silbe  Aquilón. 

SEGUNDO   CORO. 

Venid,  levantemos 
Segunda  Babel, 
El  velo  arranquemos 
Que  esconde  al  saber. 

UNA  voz. 

Verdad,  te  buscamos: 
Osamos  subir 
Al  último  cielo 
Volando  tras  tí. 
Con  noble  avaricia 

Y  en  ansia  sin  fin 

De  ver  cuanto  ha  sido 

Y  está  por  venir. 

TERCER  CORO. 

Mentira,  tú  eres 
Luciente  cristal, 


240  EL   DIABLO    MUNDO. 

Color  de  oro  y  nácar, 

Qae  encanta  el  mirar. 

UNA  voz. 

Feliz  á  quien  meces, 
Mentira,  en  tus  sueños, 
Tú  sola,  halag-üeños, 
Placeres  nos  das. 
¡Ay!  ¡nunca  busquemos 
La  triste  verdad! 
La  mas  escondida 
Tal  vez,  ¿qué  traerá? 
íTraerá  un  deseng*año! 
;Con  él  un  pesar! 


VARIAS   VOCES 


PRIMERA   VOZ. 


Yo  combato  por  la  gloria. 
Su  corona  es  de  laurel; 
Cántame  versos,  poeta, 
Póstrate,  mundo,  á  mis  pies. 


SEGUNDA  voz. 


Yo  levantaré  un  palacio 

Que  oro  y  perlas  ornaríi; 
Príncipes  serán  mis  siervos, 
El  pueblo.  Dios  me  creará. 


EL   DIABLO   MUNDO,       -  241 

TERCERA   VOZ. 

Venid,  hermosas,  á  mí, 
Dadme  deleite  y  amor, 
Voluptuosa  pereza. 
Besos  de  dulce  sabor; 

Y  entre  perfumes  y  aromas, 
Bullentes  vinos,  y  al  son 
Del  arpa,  blanda  me  arrulle 

Y  armoniosa  vuestra  voz. 

CUARTA  voz. 

Venid,  empujadme, 
La  cima  toqué, 
Subidme,  que  lueg-o 
La  mano  os  daré. 

QUINTA  voz. 

¡Ay!  yo  caí  de  la  elevada  cumbre 
En  honda  sima  que  á  mis  pies  se  abrió: 

Grande  es  mi  pena,  larg*a  mi  agonía!... 
¡Una  mano!  ¡ayudadme!  ¡compasión! 

SEXTA   VOZ; 

Errante  y  amarrado  á  mi  destino 
Vago  solo  y  en  densa  oscuridad. 

¡Siempre  vianjando  estoy,  y  mi  camino 
Ni  descanso  ni  término  tendrá! 

SÉTIMA  voz. 

Sin  pena  vivamos 
En  calma  feliz; 

16 


24:2  EL   DIABLO   MUNDO. 

Gozar  es  mi  estrella, 
Cantar  y  reir. 

OCTAVA  voz. 

¿Quién  calmará  mi  dolor? 
¿Quién  enjugará  mi  llanto? 
¿No  habrá  alivio  á  mi  quebranto? 
¿Nadie  escucha  mi  clamor? 


EL  POETA, 


¿Dónde  estoy?  Tal  vez  bajé 
A  la  mansión  del  espanto; 
Tal  vez  yo  mismo  creé 
Tanta  visión,  sueño  tanto, 
Que  donde  estoy  ya  no  sé. 

Hórrida  turba,  quizá 
Que  en  tormenta  y  confusión, 
A  anunciar  al  mundo  va 
Su  ruina  y  desolación, 
Mensajeros  de  Jehová: 

¿Quiénes  sois,  genios  sombríos 
Que  junto  á  mí  os  agolpáis? 
¿Sois  vanos  delirios  mios, 
O  sois  verdad?  ¿Qué  buscáis? 
¿Qué  queréis?  ¿adonde  vais? 


EL   DIABLO    MUNDO.  243 

Mas  de  la  célica  cumbre 
Llameante  catarata 
En  ondas  de  viva  lumbre 
Súbito  miro  saltar. 

Y  ola  tras  ola  de  fuego 
Vuela  en  el  aire  y  se  alcanza 
Con  estruendo  y  furor  ciego, 
Como  despeñado  mar. 

Y  al  hondo  abismo  en  seguida 
Se  precipita  y  se  pierde 

La  catarata  encendida 
Que  en  arco  rápido  cae. 

Océano  inmenso  volcado 
Rojos  los  aires  incendia, 
En  tumbos  arrebatado 
Recia  tormenta  lo  trae. 

Y  en  medio,  negra  figura 
Levantada  en  pié  se  mece, 
De  colosal  estatura 

Y  de  imponente  ademan. 

Sierpes  son  su  cabellera 
Que  sobre  su  frente  silban; 
Su  boca  espantosa  y  fiera 
Como  el  cráter  de  un  volcan. 

De  duendes  y  trasgos 
Muchedumbre  vana 
Se  agita  y  se  afana 
En  pos  su  señor. 

Y  allí  entre  las  llamas 
Resbalan,  se  lanzan, 

Y  juegan  y  danzan 
Saltando  en  redor. 

Bullicioso  séquito 
Que  vienen  y  van. 


244  EL   DIABLO   MUNDO. 

Visiones  fosfóricas, 
Ilusión  quizá. 
Trémulas  imágenes 
Sin  marcada  faz, 
Su  voz  sordo  estrépito 
Que  se  oye  sonar, 
Cual  zumbido  unísono 
De  mosca  tenaz. 

Allí  entre  las  llamas 
Hirviendo  en  montón, 
No  cesa  su  ronco 
Monótono  son. 

Murmurando  á  un  tiempo  mismo 
Todos  juntos  y  á  una  voz, 
Y  apareciéndose  súbito 
Ora  fuego,  ora  vapor. 

Tendió  una  mano  el  infernal  gigante 

Y  la  turba  calló;  y  oyóse  solo 

En  silencio  el  estrépito  atronante 
Del  flamígero  mar:  luego  un  acento 
Claro,  distinto,  rápido  y  sonoro 
Por  la  vaga  región  cruzó  del  viento 
Con  rara  melancólica  armonía. 
Que  brotaba  doquiera, 

Y  un  eco  enderredor  lo  repetía. 

Voz  admirable,  y  vaga,  y  misteriosa, 
Viene  de  allá  del  alto  ñrmamento. 
Crece  bajo  la  tierra  temblorosa. 
Vaga  en  las  alas  del  callado  viento. 
Voz  de  amargo  placer,  voz  dolorosa. 
Incomprensible  mágico  portento; 
Voz  que  recuerda  al  alma  conmovida 
El  bien  pasado  y  la  ilusión  perdida. 

«¡Ay!»  exclamo,  oon  lamentable  queja 

Y  en  torno  resonó  triste  gemido. 


EL   DIABLO    MUNDO.  245 

Como  el  recuerdo  que  en  el  alma  deja 
La  voz  de  la  mujer  que  hemos  querido. 
«iAy!  ¡cuan  terrible  condición  me  aqueja 
Para  llorar  y  maldecir  nacido, 
Víctima  yo  de  mi  fatal  deseo, 
Que  cumplirse  jamás  mis  ansias  veo! 

»¿Quién  es  Dios?  ¿Dónde  está?  Sobre  la  cumbre 
De  eterna  luz  que  altísima  se  ostenta, 
Tal  vez  en  trono  de  celeste  lumbre 
Su  incomprensible  majestad  se  asienta: 
De  mundos  mil  la  inmensa  muchedumbre 
Con  su  mano  tal  vez  rige  y  sustenta. 
Sempiterno,  infinito,  omnipotente. 
Invisible  doquier,  doquier  presente. 

»Y  allá  en  la  gran  Jerusalen  divina 
Tal  vez  escucha  en  holocausto  santo 
Del  querub  que  á  sus  pies  la  frente  inclina. 
Voces  que  exhalan  armonioso  canto. 
La  máquina  sonora  y  cristalina 
Del  mundo  rueda  en  derredor  en  tanto, 

Y  entre  aromas,  y  gloria,  y  resplandores, 
Recibe  humilde  adoración  y  amores. 

y>SantOy  Santo,  los  ángeles  le  cantan, 
Hosanna,  Hosanna  en  las  alturas  suena. 
Rayos  de  luz  perfilan  y  abrillantan 
Nube  de  incienso  y  trasparencia  llena; 

Y  en  ella  con  murmullo  se  levantan, 
Paz  demandando  á  la  mansión  serena. 
Las  preces  de  los  hombres  en  su  duelo, 

Y  paz  les  vuelve  y  bendición  el  cielo. 

»¿Es  Dios  tal  vez  el  Dios  de  la  venganza, 

Y  hierve  el  rayo  en  su  irritada  mano, 

Y  la  angustia,  el  dolor,  la  muerte  lanza 


246  EL    DIABLO    MUNDO. 

Al  inocente  que  le  implora  en  vano? 
¿Es  Dios  el  Dios  que  arranca  la  esperanza. 
Frivolo,  injusto  y  sin  piedad  tirano 
Del  corazón  del  hombre,  y  le  encadena, 

Y  á  eterna  muerte  al  pecador  condena? 

»Embebido  en  su  inmenso  poderío, 
¿Es  Dios  el  Dios  que  goza  en  su  hermosura. 
Que  arrojó  el  universo  en  el  vacío. 
Leyes  le  dio  y  abandonó  su  hechura? 
¿Fué  vanidad  del  hombre  y  desvarío 
Soñarse  imagen  de  su  imagen  pura? 
¿Es  Dios  el  Dios  que  en  su  eternal  sosiego 
Ni  vio  su  llanto  ni  escuchó  su  ruego? 

»¿Tal  vez  secreto  espíritu  del  mundo, 
El  universo  anima  y  alimenta, 

Y  derramando  su  hálito  fecundo 
Alborota  la  mar  y  el  cielo  argenta^ 

Y  á  cuanto  el  orbe  en  su  ámbito  profundo 
Tímido  esconde  ó  vanidoso  ostenta, 
Presta  con  su  virtud  desconocida 

Alma,  razón,  entendimiento  y  vida? 

»¿Y  es  Dios  tal  vez  la  inteligencia  osada 
Del  hombre,  siempre  en  ansias  insaciable, 
Siempre  volando  y  siempre  aprisionada 
De  vil  materia  en  cárcel  deleznable? 
¿A  esclavitud  eterna  condenada, 
A  fiera  lucha,  á  guerra  interminable, 
Tal  vez  estás,  divinidad  sublime, 
Que  otra  divinidad  de  inercia  oprime? 

»¿Y  es  en  su  vida  el  universo  entero 
Ilimitado  campo  de  pelea; 
Cada  elemento  un  triste  prisionero 
Q\xe  su  cadena  quebrantar  desea; 


EL    DIABLO    MUNDO.  247 

Y  ardes  en  todo,  espíritu  altanero, 
Lumbre  matriz,  devoradora  tea, 
Como  el  que  oculto,  misterioso  aliento 
Mueve  la  mar  con  loco  movimiento? 

»¿Cuándo  tu  guerra  término  tendrá, 

Y  romperás  tu  lóbrega  prisión? 
¿Su  faz  el  universo  cambiará? 
¿Creará  otros  seres  de  inmortal  blasón, 
O  la  muerte  silencio  te  impondrá? 
¿Volarás  fugitivo  á  otra  región, 

O  disipando  la  materia  impura. 

El  mundo  inundarás  de  tu  hermosura?» 

« — ¿Quién  sabe?  acaso  yo  soy 
El  espíritu  del  hombre 
Cuando  remonta  su  vuelo 
A  un  mundo  que  desconoce; 
Cuando  osa  apartar  los  rayos 
Que  á  Dios  misterioso  esconden, 

Y  analizarle  atrevido 
Frente  á  frente  se  propone. 

Y  entre  tanto  que  impasibles 
Giran  cien  mundos  y  soles 
Bajo  la  ley  que  gobierna 
Sus  movimientos  acordes. 
Traspasa  su  estrecho  límite 
La  imaginación  del  hombre, 
Jinete  sobre  las  alas 

De  mil  espíritus  veloces,  > 

Y  otra  vez  va  á  mover  guerra, 
A  alzar  rebeldes  pendones, 

Y  hasta  el  origen  creador 
Causa  por  causa  recorre; 

Y  otra  vez  se  hunde  conmigo 
En  los  abismos,  en  donde 

En  tiniebla  y  lobreguez 


248  EL   DUBLO    MUNDO. 

Maldice  á  su  Dios  entonces. 
¡Ay!  su  corazón  se  seca, 

Y  huyen  de  él  sus  ilusiones; 
Delirio  son  engañoso 

Sus  placeres,  sus  amores, 
Es  su  ciencia  vanidad, 

Y  mentira  son  sus  goces; 
Solo  es  verdad  su  impotencia. 
Su  amargura  y  sus  dolores! 

»Tú  me  engendraste,  mortal, 

Y  hasta  me  distes  un  nombre; 
Pusiste  en  mí  tus  tormentos. 
En  mi  alma  tus  rencores, 

En  mi  mente  tu  ansiedad, 
En  mi  pecho  tus  furores, 
En  mi  labio  tus  blasfemias 
É  impotentes  maldiciones; 
Me  erigiste  en  tu  verdugo, 
Me  tributaste  temores, 

Y  entre  Dios  y  yo  partiste 
El  imperio  de  los  orbes. 

Y  yo  soy  parte  de  tí, 
Soy  ese  espíritu  insomne 
Que  te  excita  y  te  levanta 
De  tu  nada  á  otras  regiones, 
Con  pensamientos  de  ángel. 
Con  mezquindades  de  hombre. 

•  »Tú  te  agitas  como  el  mar 

Que  alza  sus  olas  enormes. 
Humanidad,  en  oleadas 
Por  quebrantar  tus  prisiones. 
¿Y  en  vano  será  que  empujes. 
Que  ondas  con  ondas  agolpes, 

Y  de  tu  cárcel  la  linde 

Con  vehemente  furia  azotes? 


EL   DIABLO   MUNDO.  249 

¿Será  en  vano  que  tu  mente 
A  otras  esferas  remontes, 
Sin  que  los  neg*ros  arcanos 
De  vida  y  de  muerte  ahondes? 
¿Viajas  tal  vez  hacia  atrás? 
¿Adelante  tal  vez  corres? 
¿Quizá  una  ley  te  subyuga? 
¿Quizá  vas  sin  saber  dónde? 
Las  creencias  que  abandonas, 
Los  templos,  las  religiones 
Que  pasaron,  y  que  luego 
Por  mentira  reconoces, 
¿Son  quizá  menos  mentira 
Que  las  que  ahora  te  forjes? 
¿No  serán  tal  vez  verdades 
Los  que  tú  juzgas  errores? 

»Mas  tú,  como  yo,  impulsada 
Por  una  mano  de  bronce, 
Allá  vas,  y  en  vano,  en  vano 
Descanso  pides  á  voces; 
Los  siglos  se  precipitan. 
Se  hunden  cien  generaciones, 
Piérdense  imperios  y  pueblos, 

Y  el  olvido  los  esconde; 

Y  tú  allá  vas,  allá  vas 
Abandonada  y  sin  norte, 
Despeñada  y  de  tropel 

Y  en  aparente  desorden; 

Y  ora  inundas  la  llanura. 
Allanas  luego  los  montes, 

No  hay  hondo  abismo  ni  cielo 
Que  á  descubrir  no  te  arrojes!!! 
Pebre,  ciega,  loca,  errante. 
Aquí  sagaz,  allí  torpe. 
Tú  misma  para  tí  misma 
Toda  arcano  y  confusiones. 


250  EL    DIABLO    MUNDO. 

»Y  ya  por  senda  trazada 
Viajes  sometida  y  dócil, 

Y  sigas  crédula  en  paz 

Las  huellas  de  tus  mayores; 
Ya  nuevas  galas  te  vistas 

Y  de  las  antiguas  mofes, 

Y  rebelde  de  tus  hierros 
Muerdas  ya  los  eslabones, 
Yo  siempre  marcho  contigo; 

Y  ese  gusano  que  roe 
Tu  corazón,  esa  sombra 
Que  anubla  tus  ilusiones, 
Soy  yo,  el  lucero  caido. 
El  ángel  de  los  dolores, 

El  rey  del  mal,  y  mi  infierno 
Es  el  corazón  del  hombre. 
Feliz  mientras  la  esperanza 
;Ay!  tus  delirios  adorne! 
¡Infeliz  cuando  tu  mente 
Los  recuerdos  emponzoñen, 

Y  á  la  mar  sin  rumbo  fijo 
Desesperado  te  arrojes! 
Ni  un  astro  te  alumbrará. 

Será  en  vano  que  á  Dios  nombres. 
Ora  le  reces  sin  fe, 
Ora  su  enojo  provoques. 
Solo  el  huracán  y  el  trueno 
Eesponderán  á  tus  voces, 
Sin  hallar  puerto  ni  playa 
Por  mas  que  anhelante  vogues. 

Y  al  fin  la  materia  muere; 
Pero  el  espíritu  ¿adonde 
Volará?  ¿Quién  sabe?  ¡Acaso 
Jamás  sus  cadenas  rompe!!!» 

Dijo,  y  la  ígnea  luminosa  frente 
Dejó  caer  desesperado  y  triste, 


EL   DIABLO   MUNDO.  251 

Y  corrió  de  sus  ojos  larga  fuente 

De  emponzoñadas  lág-rimas:  profundo 
Silencio  en  torno  dominó  un  momento: 
Luego  en  aéreo  modulado  acento 
Cien  coros  resonaron, 

Y  allá  en  el  aire  en  confusión  cantaron. 

PRIMER   CORO. 

Genios,  venid,  venid 
Vuestro  mal  con  el  hombre  á  repartir. 

SEGUNDO    CORO. 

Ya  la  esperanza  á  los  hombres 
Para  siempre  abandonó. 
Los  recuerdos  son  tan  solo 
Pasto  de  su  corazón. 

TERCER   CORO. 

Nosotros,  genios  del  alma 
Aunque  en  nosotros  no  cree, 
Somos  su  Dios,  condenado 
Nuestro  influjo  á  obedecer. 

PRIMER   CORO. 

Genios,  venid,  venid 
Nuestro  mal  con  el  hombre  á  repartir. 

UNA  voz. 

Yo  turbaré  sus  amores. 
Disiparé  su  ilusión. 
Atizaré  sus  rencores, 
Y  haré  eternos  sus  dolores. 
Mal  llagado  el  corazón. 


252  EL   DIABLO   MUNDO. 

SEGUNDA  VOZ. 

Yo  confundiré  á  sus  ojos 
La  mentira  y  la  verdad, 

Y  la  ciencia  y  los  sucesos 
Su  mente  confundirán. 

TERCERA  voz. 

Marchitaré  la  hermosura, 
Rugaré  la  juventud; 
El  alma  que  nació  pura 
Renegará  la  virtud, 
Maldecirá  de  su  hechura. 

CUARTA  voz. 

Yo  haré  dudar  del  cariño 
Que  muestra  al  tímido  niño 
El  corazón  maternal; 

Y  haré  vislumbre  al  través 
Del  amor  el  interés 
Como  su  vil  manantial. 

QUINTA  voz. 

Una  barra  de  oro 
Su  Dios  será. 
La  avaricia  del  hombre 
La  adorará: 
Viles  pasiones 
Gobernarán  tan  solo 
Sus  corazones. 

Genios,  venid,  venid 
Nuestro  mal  con  el  hombre  á  repartir 


EL   DIABLO   MUNDO.  253 

SEXTA   VOZ. 

Mi  lanza  impávida 
Derribará 
Ese  Dios  mísero 
De  vil  metal. 

Sobre  sus  aras 
Me  asentaré, 
Y  esclavo  al  hombre 
Dominaré. 

GénioSj  venid,  venid 
Y  esos  esclavos  á  mi  carro  uncid. 

SÉTIMA  voz. 

Yo  romperé  las  cadenas, 
Daré  paz  y  libertad, 
Y  abriré  un  nuevo  sendero 
A  la  errante  humanidad. 

CORO. 

¡Quién  sabe!  ¡Quién  sabe! 
Quizá  ensueños  son, 
Mentidos  delirios. 
Dorada  ilusión. 

Genios,  venid,  venid 
Nuestro  mal  con  el  hombre  á  repartir. 


254  EL    DIABLO    MUNDO, 


EL  POETA 


Como  nubes  que  en  negra  tormenta 
Precipita  violento  huracán, 

Y  en  confuso  montón  apiñadas, 
De  tropel  y  siguiéndose  van, 

Y  visiones  y  horrendos  fantasmas, 
Monstruos  raros  de  formas  sin  fin, 

Y  palacios,  ciudades  y  templos. 
Nuestros  ojos  figuran  allí; 

Y  entre  masas  espesas  de  polvo 
Desparece  la  tierra  tal  vez. 
Cual  gigante  cadáver  que  cubre 
Vil  mortaja  de  lienzo  soez; 

Como  zumba  sonante  á  lo  lejos 
El  doliente  rugido  del  mar, 
Cuando  rompe  en  las  rocas  sus  olas^ 
Fatigadas  de  tanto  luchar; 

Y  la  brisa  en  la  noche  serena 
En  sus  ráfagas  trae  la  canción. 
Que  al  compás  de  los  remos  entona, 
Mar  adentro  quizá  un  pescador: 

Así,  en  turbio  veloz  remolino 
El  diabólico  ejército  huyó; 
Vagarosas  pasaron  sus  sombras, 

Y  el  crujir  de  sus  alas  sonó. 


^  EL    DIABLO   MUNDO.  255 

Y  el  yermo  fantástico  espacio, 
Largo  tiempo  se  oyó  su  cantar, 

Y  á  lo  lejos  el  flébil  quejido 
Poco  á  poco  armonioso  espirar. 

Embargada  y  absorta  la  mente, 
En  incierto  delirio  quedó, 
Abrumada  sentí  que  mi  frente 
Un  torrente  de  lava  quemó. 

Y  en  mi  loca  falaz  fantasía 
Sus  clamores  y  cántico  oí, 

Y  el  tumulto  y  su  inquieta  porfía 
Encerrado  en  mí  mismo  sentí. 

Así  al  son  agudo  de  bélica  trompa, 

Y  al  compás  del  golpe  que  marca  el  tambor, 
Brioso  en  alarde,  y  magnífica  pompa. 

En  orden  desfila  guerrero  escuadrón. 

Y  espadas,  fusiles,  caballos,  cañones 
Pasan,  y  los  ojos  en  confuso  ven 
Brillar  aun  las  armas,  ondear  los  pendones, 
Fantásticas  plumas  del  viento  al  vaivén. 

Relumbrar  corazas,  y  el  polvo  y  la  gente, 

Y  se  oye  á  lo  lejos  un  vago  rumor, 

Y  queda  en  su  encanto  suspensa  la  mente, 

Y  oír  y  ver  piensa  después  que  pasó. 

Mas  ya  del  primer  albor 
La  luz  pura  tiñe  el  cielo, 

Y  al  naciente  resplandor, 
Naturaleza  su  velo 
Pinta  con  vario  color. 


256  EL   DIABLO   MUNDO. 

Y  se  esparce  por  el  mundo 
Un  armonioso  contento, 
Un  confuso  movimiento, 
Que  en  pensamiento  profundo 
Suspende  el  entendimiento. 

¿Es  verdad  lo  que  ver  creo? 
¿Fué  un  sueño  lo  que  vi 
En  mi  loco  devaneo? 
¿Fué  verdad  lo  que  fingí? 
¿Es  mentira  lo  que  veo? 


11 


CANTO  I. 


Sobre  una  mesa  de  pintado  pino 
Merancólica  luz  lanza  un  quinqué, 

Y  un  cuarto  ni  lujoso  ni  mezquino 
A  su  reflejo  pálido  se  ve: 
Suenan  las  doce  en  el  reló  vecino 

Y  el  libro  cierra  que  anhelante  lé 

Un  hombre  ya  caduco,  y  cuenta  atento 
Del  cansado  reló  el  g*olpe  lento. 

Carga  después  sobre  la  diestra  mano 
La  ya  rug'osa  y  abrumada  frente, 

Y  un  pensamiento  fúnebre,  tirano, 
Fija  y  domina,  al  parecer,  su  mente: 
Borrarlo  intenta  en  su  ansiedad  en  vano; 
Vuelve  á  leer,  y  en  tanto  que  obediente 
Se  somete  su  vista  á  su  porfía, 
Lánzase  á  otra  región  su  fantasia. 

«¡Todo  es  mentira  y  vanidad,  locura!» 
Con  sonrisa  sarcástica  exclamó, 

Y  en  la  silla  tomando  otra  postura. 
De  g*olpe  el  libro  y  con  desden  cerró: 
Lóbrega  tempestad  su  frente  oscura 
En  remolinos  densos  anubló, 

Y  los  áridos  ojos  quemó  luego 
Una  sangrienta  lagrimea  de  fuego. 

17 


:258  EL    DIABLO    MUNDO. 

«¡Ay!  para  siempre,  dijo,  la  ufanía 
Pasó  ya  de  la  hermosa  juventud, 
La  música  del  alma  y  melodía, 
Los  sueños  de  entusiasmo  y  de  virtud!... 
Pasaron  ;ay!  las  lioras  de  aleg-ría, 

Y  abre  su  seno  hambriento  el  ataúd, 

Y  único  porvenir,  sola  esperanza, 

La  muerte  á  pasos  de  g-ig-ante  avanza. 

»¿Qué  es  el  hombre?  Un  misterio.  ¿Qué  es  la  vida?" 
Un  misterio  también!...  Corren  los  años 
Su  rápida  carrera,  y  escondida 
La  vejez  llega  envuelta  en  sus  eng'años: 
Vano  es  llorar  la  juventud  perdida. 
Vano  buscar  remedio  á  nuestros  daños; 
Un  sueño  es  lo  presente  de  un  momento, 
Muerte  es  el  porvenir,  lo  que  fué,  un  cuento!... 

»Los  sig-los  á  los  siglos  se  atrepellan, 
Los  hombres  á  los  hombres  se  suceden. 
En  la  vejez  sus  cálculos  se  estrellan. 
Su  pompa  y  g*lorias  á  la  muerte  ceden: 
La  luz  que  sus  espíritus  destellan 
Muere  en  la  niebla  que  vencer  no  pueden, 

Y  es  la  historia  del  hombre  y  su  locura 
Una  estrecha  y  hedionda  sepultura! 

»¡0h!  si  el  hombre  tal  vez  log*rar  pudiera 
Ser  para  siempre  joven  é  inmortal, 

Y  de  la  vida  el  sol  le  sonriera 
Eterno  de  la  vida  el  manantial! 
;0h!  como  entonces  venturoso  fuera; 
Roto  un  cristal,  alzarse  otro  cristal 
De  ilusiones  sin  fin,  contemplaría; 
Claro  y  eterno  sol  de  un  bello  dia!... 

»Necio,  dirán,  tu  espíritu  altanero 
¿Dónde  te  arrastra,  que  insensato  quiere 


EL    DIABLO   MUNDO.  259 

En  un  mundo  infeliz,  perecedero, 

Vivir  eterno  mientras  todo  muere? 

¿Qué  hay  inmortal,  ni  aun  firme  y  duradero? 

¿Qué  hay  que  la  edad  con  su  rigor  no  altere? 

¿No  ves  que  todo  es  humo,  y  polvo,  y  viento? 

jLoco  es  tu  afán,  inútil  tu  lamento!...» 

Todos  mas  de  una  vez  hemos  pensado 
Como  el  honrado  viejo  en  este  punto; 

Y  mucho  nuestros  frailes  han  hablado, 

Y  Séneca  y  Platón  sobre  el  asunto: 
Yo,  por  no  ser  prolijo  ni  cansado 

(Que  ya  impaciente  á  mi  lector  barrunto). 
Diré  que  al  cabo,  de  pensar  rendido 
Tendióse  el  viejo  y  se  quedó  dormido. 

Tal  vez  será  debilidad  humana 
Í.T'se  á  dormir  á  lo  mejor  del  cuento, 

Y  cortado  dejar  para  mañana 

El  hilo  que  anudaba  el  pensamiento: 
Dicen  que  el  sueño  del  olvido  mana 
Blando  licor  que  calma  el  sentimiento; 
Mas  jay!  que  á  veces  fijo  en  una  idea, 
;Bárbaro  en  nuestro  llanto  se  recrea! 

Quedóse  en  su  profundo  sueño,  y  luego 
Una  visión... — ¡Yision!...  Frunciendo  el  labio^ 
Oigo  que  clama,  de  despecho  ciego, 
Un  crítico  feroz: — Perdona  ¡oh  sabio! 
Sabio  sublime,  espérate,  te  ruego, 

Y  yo  te  juro  por  mi  honor,  ¡oh  Fabio!... 

Si  no  es  Fabio  tu  nombre,  en  este  instante 
A  dártelo  me  obliga  el  consonante; 

Juro  que  escribo  para  darte  gusto 
A  tí  solo,  y  al  mundo  entero  enojo, 
Un  libro  en  que  Aristóteles  me  ajusto 


260  EL   DUBLO    MUNDO. 

Como  se  ajusta  la  pupila  al  ojo: 
Mis  reflexiones  sobre  el  hombre  justo 
Que  sirve  á  su  razón,  nunca  á  su  antojo, 
Publicaré  después  para  que  el  mundo 
Mejor  se  vuelva,  ¡oh  crítico  profundo! 

Que  yo  bien  sé  que  el  mundo  no  adelanta 
Un  paso  mas  en  su  inmortal  carrera, 
Cuando  alg*un  escritor  como  yo,  canta 
Lo  primero  que  salta  en  su  mollera; 
Pero  no  es  eso  lo  que  mas  me  espanta. 
Ni  lo  que  acaso  espantará  á  cualquiera: 
Terco  escribo  en  mi  loco  desvarío 
Sin  ton  ni  son,  y  para  gusto  mió. 

La  zozobra  del  alma  enamorada. 
La  dulce  vaguedad  del  sentimiento, 
La  esperanza  de  nubes  rodeada, 
De  la  memoria  el  dolorido  acento, 
Los  sueños  de  la  mente  arrebatada, 
La  fábrica  del  mundo  y  su  portento, 
Sin  regla  ni  compás  canta  mi  lira: 
Solo  mí  ardiente  corazón  me  inspiral 

Y  á  la  estraña  visión  volviendo  ahora 
Que  al  triste  viejo  apareció  en  su  sueño, 
(Que  algunas  veces  cuando  el  alma  llora 
La  mente  en  consolarnos  pone  empeño, 

Y  bienes  y  delirios  atesora 

Que  hacen  mas  duro,  al  despertar,  el  ceño 
De  la  suerte  fatal  que  en  esta  vida 
Nos  persigue  con  alma  empedernida), 

Es  fama  que  soñó...  y  hé  aquí  una  prueba 
De  que  nunca  el  espíritu  reposa, 

Y  esto  otra  vez  á  digresar  me  lleva 
De  la  historia  del  viejo  milagrosa; 


EL    DIABLO    MUNDO.  261 

Y  á  nadie  asombre  que  á  afirmar  me  atreva 
Que  siendo  al  alma  la  materia  odiosa, 
Aquí  para  vivir  en  santa  calma, 

O  sobra  la  materia,  ó  sobra  el  alma. 

Quiere  aquella  el  descanso,  y  en  el  lodo 
Nos  hunde  perezosa  y  encenaga; 
Esta  presume  adivinarlo  todo, 

Y  en  la  región  del  infinito  vaga: 
Flojo,  torpe,  á  traspiés,  como  un  beodo 
Que  con  sueños  su  mente  el  vino  estraga, 
La  materia  al  espíritu  obedece. 

Hasta  que,  yerta  al  fin,  cede  y  fallece. 

Llaman  pensar  así,  filosofía, 

Y  al  que  piensa,  filósofo,  y  ya  siento 
Haberme  dedicado  á  la  poesía 

Con  tan  raro  y  profundo  entendimiento. 
Yo  con  erudición  ¡cuánto  sabria!... 
Mas  vuelta  á  la  visión  y  vuelta  al  cuento. 
Aunque  ahora  que  un  sastre  es  esprit  fort. 
No  hay  ya  visión  que  nos  inspire  horror. 

Mas  me  valiera  el  campo  lisonjero 
Correr  de  la  política,  y  revista 
Pasar  con  tanto  sabio  y  financiero, 
Bibliógrafo,  letrado  y  alquimista, 
Diplomático,  filósofo,  guerrero. 
Orador,  erudito  y  periodista 
Que  honran  el  siglo:  espléndidos  varones, 
Dicha  no,  pero  honor  de  las  naciones! 

Y  mucho  mas  sin  duda  me  valiera. 
Que  no  andar  por  el  mundo  componiendo, 
De  niño,  haber  seguido  una  carrera 
De  mas  provecho  y  de  menor  estruendo; 
Que  si  no  sabio,  periodista  fuera. 


262  EL   DIABLO   MUNDO. 

Que  es  punto  menos;  mas  ¡dolor  tremendo! 

Mis  estudios  dejé  á  los  quince  años, 

Y  me  entregué  del  mundo  á  los  engaños! 

¡Oh  padres!  ¡Oh  tutores!  ¡Oh  maestros, 
Los  que  educáis  la  juventud  sencilla! 
Sigan  senda  mejor  los  hijos  vuestros 
Donde  la  antorcha  de  las  ciencias  brilla: 
Tenderos  ricos,  abogados  diestros, 
I3el  foro  y  de  la  bolsa  maravilla 
Pueden  ser,  y  si  no,  sean  diputados 
(Iraves,  serios,  rabiosos,  moderados. 

Y  si  llega  á  ministro  el  tierno  infante, 
Llanto  de  gozo  ¡oh  padres!  derramad 
Al  contemplarle  demandar  triunfante 
A  las  Cortes  un  lili  de  indemnidad. 
Perdón,  lector,  mi  pensamiento  errante 
Flota  en  medio  á  la  turba  tempestad 
De  locas,  reprensibles  digresiones. 
¡Siempre  juguete  fui  de  mis  pasiones!!! 

Por  la  inerte  materia,  vaga  incierta 
El  alma  en  nuestra  fábrica  escondida; 
A  otra  vida  durmiendo  nos  dispierta. 
Vida  inmortal,  á  un  punto  reducida. 
De  la  esperanza  la  sabrosa  puerta 
El  espíritu  abre,  y  la  perdida 
Memoria  renovando,  allí  en  un  punto 
Cuanto  fué,  es  y  será,  presenta  junto, 

¿Será  que  el  alma  su  inmortal  esencia 
Entre  sueños  revela,  y  desatada 
Del  tiempo  y  la  medida  su  existencia. 
La  eternidad  formula  á  la  espantada 
Mente  oscura  del  hombre?  ¡Oh  ciencia!  ¡Oh  ciencia 
Tan  grave,  tan  profunda  y  estirada! 


EL    DIABLO   MUNDO.  2í^o 

Verg'üenza  ten  y  permanece  muda: 
¿Pnedes  tú  acaso  resolver  m.i  dada? 

Duerme  entre  tanto  el  venerable  anciano, 
Mientras  que  yo  discurro  sin  provecho: 
Fig'uras  mil  en  su  delirio  insano 
Fingiendo  en  torno  á  su  encantado  lecho. 
El  sueño  su  invencible  y  grave  mano 
Posando  silencioso  sobre  el  pecho, 
Formas  de  luz  y  de  color  sombrío 
Arroja  al  huracán  del  desvarío. 

Y  como  el  polvo  en  nubes  que  levanta 
En  remolinos  rápido  el  viento, 

Formas  sin  forma,  en  confusión  que  espanta, 
A.lza  el  sueño  en  su  vértigo  violento: 
Del  vano  reino  el  límite  quebranta, 
Vago  escuadrón,  de  imágenes  sin  cuento, 

Y  otros  mundos  al  viejo  aparecían, 

Y  esto  los  ojos  de  su  mente  vían. 

En  lóbrego  abismo  que  sombras  eternas 
Envuelven  en  densa  tiniebla  y  horror. 
Do  reina  un  silencio  que  nunca  se  altera, 

Y  ahuyenta  el  olvido  del  mundo  el  rumor. 

Con  lástima  y  pena,  mirando  al  anciano. 
Vaporosa  sombra  de  un  lejano  bien, 
De  vagos  contornos  confusa  figura. 
Cual  bello  cadáver,  se  alzó  una  mujer: 

Y  oyóse  en  seguida  lánguida  armonía. 
Música  suave,  y  luego  una  voz 

Cantó,  que  el  oído  no  la  percibía. 
Sino  que  tan  solo  la  oyó  el  corazón. 


204  EL   DIABLO    MUNDO. 

Débil  mortal,  no  te  asuste 
Mi  oscuridad  ni  mi  nombre; 
Eq  mi  seno  encuentra  el  hombre 
Un  término  á  su  pesar. 
Yo  compasiva  le  ofrezco 
Lejos  del  mundo  un  asilo, 
Donde  á  mi  sombra  tranquilo 
Para  siempre  duerma  en  paz. 

Isla  yo  soy  de  reposo 
En  medio  el  mar  de  la  vida, 

Y  el  marinero  allí  olvida 
La  tormenta  que  pasó: 
Allí  convidan  al  sueño 
Ag-uas  puras  sin  murmullo, 
Allí  se  duerme  al  arrullo 
De  una  brisa  sin  rumor. 

Soy  melancólico  sauce 
Que  su  ramaje  doliente 
Inclina  sobre  la  frente 
Que  arrug'ara  el  padecer; 

Y  aduerme  al  hombre,  y  sus  sienes 
Con  fresco  jug'o  rocía, 

Mientras  el  ala  sombría 
Bate  el  olvido  sobre  él. 

Soy  la  vírg-en  misteriosa 
De  los  últimos  aiaores, 

Y  ofrezco  un  lecho  de  flores 
Sin  espinas  ni  dolor, 

Y  amante,  doy  mi  cariño, 
Sin  vanidad  ni  falsía; 

No  doy  placer  ni  aleg*ría, 
Mas  es  eterno  mi  amor. 

En  mí  la  ciencia  enmudece, 
En  mí  concluye  la  duda, 


EL   DIABLO    MUNDO.  26é 

Y  árida,  clara  y  desnuda 
Enseño  yo  la  verdad; 

Y  de  la  vida  y  la  muerte 
Al  sabio  muestro  el  arcano, 
Cuando  al  fin  abre  mi  mano 
La  puerta  á  la  eternidad. 

Ven,  y  tu  ardiente  cabeza 
Entre  mis  brazos  reposa; 
Tu  sueño,  madre  amorosa, 
Eterno  reg-alaré: 
Ven,  y  yace  para  siempre 
En  blanda  cama  mullida, 
])onde  el  silencio  convida 
Al  reposo  y  al  no  ser. 

Deja  que  inquieten  al  hombre 
Que  loco  al  mundo  se  lanza, 
Mentiras  de  la  esperanza, 
Recuerdos  del  bien  que  huyó: 
Mentira  son  sus  amores. 
Mentira  son  sus  victorias, 

Y  son  mentiras  sus  glorias, 

Y  mentira  su  ilusión. 

Cierre  mi  mano  piadosa 
Tus  ojos  al  blando  sueño, 

Y  empape  suave  beleño 
Tus  lág*rimas  de  dolor: 
Yo  calmaré  tu  quebranto 

Y  tus  dolientes  gemidos, 
Apagando  los  latidos 
De  tu  herido  corazón. 


¿Visteis  la  luna  reflejar  serena 
Entre  las  aguas  de  la  mar  sombría, 


26(3  EL    DIABLO    MUNDO. 

Cuando  se  calma  nuestra  amarg-a  pena, 

Y  siente  el  corazón  melancolía? 

¿Y  el  mar  que  allá  á  lo  lejos  se  dilata, 
Imág-en  de  la  oscura  eternidad, 

Y  el  horizonte  azul  bañado  en  plata, 
Rico  dosel  que  desvanece  el  mar? 

¿Y  del  aura  sutil  que  se  desliza 
Por  las  aguas,  oísteis  el  murmullo. 
Cuando  las  olas  argentadas  riza 
Con  blanda  queja  y  con  doliente  arrullo? 

¿Y  sentisteis  tal  vez  un  tierno  encanto, 
Una  voz  que  regala  el  corazón, 
Dulce,  inefable  y  misterioso  canto 
De  vago  afán  é  incomprensible  amor? 

Blanda  así  la  quimérica  armonía 
Sonó  del  melancólico  cantar; 
Vibraciones  del  alma  y  melodía 
De  un  corazón  que  fatigó  el  pesar. 

Y  la  amorosa  y  pálida  figura 
Los  amarillos  brazos  extendió, 

Y  sus  lánguidos  ojos  de  dulzura 
Al  triste  viejo  con  piedad  volvió. 

Ojos  sin  luz  que  su  mirada  hiela, 
Intima,  intensa  el  corazón  domina, 
En  densas  sombras  los  sentidos  vela, 
En  mudo  pasmo  la  razón  fascina. 

Coagularse  su  sangre  el  viejo  siente 
Poco  á  poco  en  sus  venas  con  sabroso 
Desmayo,  y  que  se  trueca  su  impaciente 
Afán  en  un  letargo  vaporoso: 


EL   DIABLO    MUNDO.  26' 

Entorpece  sus  miembros,  y  embriag*a 
Su  mente  aquella  mág-ica  figura, 
La  breve  luz  de  su  existencia  apaga 
Con  su  mirada  de  fatal  ternura. 

Sus  labios  besa  con  mortal  anhelo 
Cariñosa  la  pálida  visión, 

Y  á  las  entrañas  se  desprende  el  liielo 
De  sus  áridos  labios  sin  color. 

Sus  ojos  fijos  en  los  muertos  ojos 
Desvanecidos  de  mirar  sentia; 
Los  rayos  de  su  luz  yertos  despojos 
Que  la  mirada  mágica  absorbía. 

Por  su  cuerpo  un  deleite  serpeaba, 
Sus  nervios  suavemente  entumeciendo, 

Y  el  espíritu  dentro  resbalaba, 
Grato  sopor  y  languidez  sintiendo. 

Ya  su  delgada,  amarillenta  mano, 
Sobre  su  pecho  á  reposarla  extiende, 

Y  exánime  mirándola  el  anciano. 
Yerto  é  inmóvil  su  destino  atiende. 

Así  al  viajero  fatigado,  cuando 
El  sueño  los  sentidos  entorpece, 
Las  fuerzas  poco  á  poco  van  faltando, 

Y  el  cuerpo  perezoso  desfallece; 

Y  perdido  en  el  áspera  montaña, 
Sobre  la  nieve  desplomado  cae. 
Su  juicio  se  devana  y  enmaraña. 
Gratas  visiones  su  desmayo  trae; 

Y  lenta  y  muellemente  adormecida 
La  máquina  mortal,  lánguidamente 


'i()8  EL    DIABLO    MUNDO. 

]>ostezar  torpe  la  ondulante  vida 
Entre  los  brazos  de  la  muerte  siente. 

¿Será  qne  consumida  por  los  anos 
Siente  placer  la  vida  fatigada, 
En  dejar  de  este  mundo  los  engaños, 
El  término  al  tocar  de  su  jornada? 

¿La  travazon  de  la  materia  inerte 
Desatada,  disuelto  el  cuerpo  espira, 

Y  el  espíritu,  cerca  ya  la  muerte, 
Por  la  perdida  libertad  suspira? 

Hendido  en  tanto  el  moribundo  anciano, 
Con  deleite  la  eterna  paz  espera; 
Su  mano  estrecha  la  aterida  mano 
Que  marca  el  fin  de  su  vital  carrera: 

Guando  á  otra  parte  con  estruendo  el  suelo 
Crujir  y  el  muro  de  su  estancia  siente, 

Y  ven  sus  ojos  un  inmenso  cielo 
Desarrollarse  en  luz  de  oro  candente. 

Rico  manto  de  lumbre  y  pedrería 
Tachonado  de  soles  á  millares, 
Olas  de  aljofarada  argentería 
Meciendo  el  aire  en  esparcidos  mares. 

Y  un  sol  con  otro  sol  que  se  eslabona 
En  torno  á  una  deidad  orlan  su  frente, 

Y  los  rayos  de  luz  de  su  corona 

En  un  velo  la  envuelven  trasparente. 

Majestuosa,  diáfana  y  radiante 
Su  hermosura,  en  su  lumbre  se  confunde, 
Agitada  columna  coruscante. 
Júbilo  y  vida  por  doquier  difunde. 


EL    DIABLO   MUNDO.  'Í6U 

Eterno  amor,  inmarcesibles  g-lorias, 
Armas,  coronas  de  oro  y  de  laurel, 
Triunfos,  placeres,  esplendor,  victorias, 
ilusiones,  riquezas  y  poder: 

Eterna  vida,  eterno  movimiento, 
l.os  sueños  de  la  dulce  poesía. 
El  sonoro  y  quimérico  concento 
De  la  rica  y  estasiada  fantasía: 

El  eco  blando  del  primer  suspiro, 
La  dulce  queja  del  primer  amor. 
La  primera  esperanza  y  el  respiro, 
Que  pura  exhala  la  amorosa  flor: 

La  faz  hermosa  de  la  noche  en-calma 

Y  el  son  del  m^elancólico  laúd. 
Los  devaneos  plácidos  del  alma. 
El  sosiego  y  la  paz  de  la  virtud: 

La  santa  dicha  del  hogar  paterno, 
Üel  amigo  la  plática  sabrosa, 
El  blando  sueño  en  el  regazo  tierno 
De  la  feliz,  enamorada  esposa: 

El  puro  beso  del  alegre  niño 
Que  en  torno  de  sus  padres  juguetea, 
Prenda  de  amor,  emblema  del  cariño 
En  que  el  alma  gozosa  se  recrea: 

La  fé,  la  religión,  bálsamo  suave 
Que  vierte  en  el  espíritu  consuelo, 

Y  de  las  ciencias  el  estudio  grave 

Que  alza  la  mente  á  la  región  del  cielo: 

La  máquina  del  mundo  y  su  hermosura 
Que  arrobado  el  espíritu  contempla, 


270  EL    DIABLO    MUNDO. 

La  augusta  soledad» que  la  amarg*ura 
Tal  vez  del  alma  combatida  templa: 

De  la  pasión  el  goce  turbulento 
Siguiendo  atropellado  á  la  esperanza, 
Ligero  tamo  que  arrebata  el  viento 

Y  despeñado  á  su  ilusión  se  lanza: 

El  aplauso  del  mundo  y  la  tormenta, 

Y  el  afán  y  el  horrísono  vaivén, 

El  noble  orgullo  y  la  ambición  sangrienta, 
De  nombre  avara  y  de  esplendente  prez: 

Del  tronante  cañón  el  estampido, 
El  lujo  y  el  furor  de  la  batalla. 
Del  corazón  el  bélico  latido, 
Que  hace  que  hierva  la  abrasante  malla: 

El  oro  que  famélico  codicia 
El  hombre,  y  en  montones  lo  atesora; 
Alimento  infernal  de  la  avaricia, 
Que  hambre  mas  siente  cuanto  mas  devora: 

La  crápula,  el  escándalo  y  mareo 
De  vicios  rica,  estrepitosa  orgía, 
El  pudor  resistiéndose  al  deseo, 

Y  mezclándose  el  vino  en  la  porfía: 

La  alegre  danza  en  movimiento  blando 
Que  orna  voluptuosa  liviandad; 
Al  goce,  al  apetito  convidando 
Con  sus  mórbidas  formas  la  beldad: 

('uanto  fingió  é  imaginó  la  mente. 
Cuanto  del  hombre  la  ilusión  alcanza. 
Cuanto  creara  la  ansiedad  demente, 
Cuanto  acaricia  en  sueños  la  esperanza; 


EL    DIABLO    MUNDO.  271 

La  radiante  visión  maravillosa 
Brinda  con  mano  pródiga  en  montón, 

Y  en  óptica  ilusoria  y  prodigiosa 
Pasar  el  viejo  ante  sus  ojos  vio. 

Y  entre  aplausos,  y  músicas,  y  estruendo, 

Y  de  ella  en  pos  la  humanidad  entera, 

Y  en  torno  de  ella  armónica  volviendo 
En  giro  eterno  la  argentada  esfera: 

Suenan  voces  y  cánticos  sonoros 
Que  el  aire  en  ecos  derramados  liiengi^en, 

Y  ángeles  mil  en  matizados  coros 

El  aire  rasgan  y  en  fulgor  lo  encienden. 

Y  una  voz  como  ráfaga  de  viento, 
Palpitando  de  vida  y  de  armonía 
Sobre  el  vario,  magnifico  concento. 
Así  cantando  resonar  se  oía. 


Salve,  llama  creadora  del  mundo, 
Lengua  ardiente  de  eterno  saber: 
Puro  germen,  principio  fecundo 
Que  encadenas  la  muerte  á  tus  pies. 

Tú  la  inerte  materia  espoleas, 
Tú  la  ordenas  juntarse  y  vivir, 
Tú  su  lodo  modelas  y  creas 
Miles  seres  de  formas  sin  fin. 

Desbarata  tus  obras  en  vano 
Vencedora  la  muerte  tal  vez. 
De  sus  restos  levanta  tu  mano 
Nuevas  obras  triunfante  otra  vez. 


272  KL    DIABLO    MUNDO. 

TÚ  la  hoguera  del  sol  alimentas, 
Tú  revistes  los  cielos  de  azul. 
T'ú  la  luna  en  las  sombras  argentas, 
Tú  coronas  la  aurora  de  luz. 

Gratos  ecos  al  bosque  sombrío, 
Verde  pompa  á  los  árboles  das, 
Melancólica  música  al  rio, 
Ronco  grito  á  las  olas  del  mar. 

Tú  el  aroma  en  las  flores  exhalas, 
En  los  valles  suspiros  de  amor, 
Tú  murmuras  del  aura  en  las  alas. 
En  el  Bóreas  retumba  tu  voz. 

Tú  derramas  el  oro  en  la  tierra 
En  arroyos  de  hirviente  metal. 
Tú  abrillantas  la  perla  que  encierra 
En  su  abismo  profundo  la  mar. 

Tú  las  cárdenas  nubes  estiendes, 
Negro  manto  que  agita  Aquilón, 
Con  tu  aliento  los  aires  enciendes, 
Tus  rugidos  infunden  pavor. 

Tú  eres  pura  simiente  de  vida, 
Manantial  sempiterno  de  bien, 
Luz  del  mismo  Hacedor  desprendida, 
Juventud  y  hermosura  es  tu  ser. 

Tú  eres  fuerza  secreta  que  el  mundo 
En  sus  ejes  impulsa  á  rodar, 
."Sentimiento  armonioso  y  profundo 
De  los  orbes  que  anima  tu  faz. 

De  tus  obras  los  siglos  que  vuelan 
Incansables  artífices  son. 


EL   DIABLO   MUNDO.  273 

Del  espíritu  ardiente  cincelan 

Y  embellecen  la  estrecha  prisión. 

Tú  en  violento,  veloz  torbellino 
Los  empujas  enérgica,  y  van: 

Y  adelante  en  tu  raudo  camino 
A  otros  siglos  ordenas  llegar. 

Y  otros  siglos  ansiosos  se  lanzan, 
Desparecen  y  llegan  sin  fin, 

Y  en  su  eterno  trabajo  se  alcanzan, 

Y  se  arrancan  sin  tregua  el  buril. 

Y  afanosos  sus  fuerzas  emplean 
En  tu  inmenso  taller  sin  cesar, 

Y  en  la  tosca  materia  golpean, 

Y  redobla  el  trabajo  su  afán. 

De  la  vida  en  el  hondo  Océano 
Flota  el  hombre  en  perpetuo  vaivén, 

Y  derrama  abundante  tu  mano 
La  creadora  semilla  en  su  ser. 

Hombre  débil,  levanta  la  frente, 
Pon  tu  labio  en  su  eterno  raudal; 
Tú  serás  como  el  sol  en  Oriente, 
Tú  serás  como  el  mundo,  inmortal. 


Calló  la  voz,  y  el  armonioso  coro 

Y  el  estruendo  y  la  música  siguió, 

Y  repitiendo  el  cántico  sonoro. 
Turbas  inmensas  pasan  en  montón. 

Sus  alas  lanzan  luminosa  estela, 
€omo  la  nave  en  la  serena  mar, 

Y  entre  su  viva  luz  la  luz  riela 
Mas  pura  de  la  imagen  inmortal. 


18 


274  EL   DIABLO   MUNDO. 

Cruzando  va  cual  fulgurante  tromba 
Su  cortejo  magnífico  en  redor, 

Y  el  viento  rompe  cual  lanzada  bomba, 
Sobre  otros  soles  desprendido  sol. 

Atónito  la  faz  alza  el  anciano, 
Como  el  que  vuelve  en  sí  en  el  ataúd, 
Con  ansia,  angustia  y  con  delirio  insano. 
Aire  buscando  y  anhelando  luz. 

Que  en  el  regazo  del  no  ser  dormido, 
El  alto  estruendo  en  su  estupor  sintió, 
El  intrépido  canto  hirió  su  oido, 

Y  súbito  sus  nervios  sacudió. 

Y  el  yerto  brazo  de  la  sombra  fria 
Que  vierte  al  corazón  hielo  mortal. 
Aparta  con  afán  en  su  agonía 
Volar  ansiando  á  la  gentil  deidad. 

Y  entrambos  brazos  con  anhelo  tiende, 
xltento  el  canto  animador  escucha, 

De  la  visión  de  muerte  se  desprende, 

Y  por  moverse  y  levantarse  lucha. 

Los  ojos  abre  al  resplandor  inciertos, 
La  luz  buscando  que  su  luz  escita. 
Sienten  grato  calor  sus  miembros  muertos, 
Con  nuevo  ardor  su  corazón  palpita. 

La  sangre  hierve  en  las  hinchadas  venas. 
Siente  volver  los  juveniles  brios, 

Y  ahuyentan  de  su  frente  albas  serenas 
Los  pensamientos  de  la  edad  sombríos. 

Y  desprendidas  ráfagas  de  lumbre 
Su  cuerpo  bañan  y  su  sien  circundan; 


EL  DIABLO   MUNDO.  275 

Torrentes  mil  de  la  argentada  cumbre, 
Vertiendo  vida,  en  su  esplendor  le  inundan. 

Y  bajando  la  diosa  encantadora 
Mecida  en  olas  de  encendido  viento, 
En  torno  de  él  la  tropa  voladora 
Esparce  juventud  y  movimiento. 

Y  su  rostro  se  pinta  de  hermosura, 
Viste  su  corazón  la  fortaleza, 
Brilla  en  su  frente  juvenil  tersura, 
Neg-ros  rizos  coronan  su  cabeza. 

El  alma  en  su  mirar  se  trasparenta, 
Mirar  sereno,  vivido  y  ardiente, 

Y  tu  robusta  máquina  alimenta 

La  eterna  llama  que  en  el  pecho  siente. 

Contra  su  seno  la  deidad  le  abraza, 

Y  en  su  velo  le  envuelve  y  le  ilumina, 

Y  á  su  ruina  y  su  destino  enlaza 
El  destino  del  mundo  y  su  ruina. 


Tú  los  siglos  hollarás, 
(Sonó  la  voz  de  la  altura,) 
Pasar  los  hombres  verás. 
Del  mundo  la  edad  futura 
Como  el  mundo  correrás. 

El  sol  que  hoy  nace  en  Oriente 

Y  que  ilumina  tu  frente. 
Pasarán  edades  cien, 

Y  cual  hoy,  resplandeciente, 
La  iluminará  también. 

El  crudo  invierno  sombrío, 
Del  pintado  abril  las  fiores. 


276  EL   DIABLO   MUNDO. 

Las  galas  del  bosque  umbrío, 
Los  rigorosos  calores 
De  los  meses  del  estío 

Pasarán,  y  contarás        ^ 
Hora  á  hora  y  mes  á  mes, 

Y  un  año  y  otro  verás, 

Y  un  siglo  y  otro  después. 
Sin  que  se  acabe  jamás. 

Y  eternamente  bogando^ 

Y  navegando  contino. 

Sin  hallar  descanso,  andando 
Irás  siempre,  caminando. 
Sin  acabar  tu  camino. 

Y  los  siglos  girarán 
En  perpetuo  movimiento. 
Las  naciones  morirán, 

Y  se  escuchará  tu  acento 
En  los  siglos  que  vendrán. 

Pero  si  acaso  algún  dia 
Lloras  tal  vez  tu  orfandad, 

Y  al  cielo  clamas  piedad^ 

Y  en  lastimosa  agonía 
Maldices  tu  eternidad, 

Acuérdate  que  tu  fuiste 
El  que  fijó  tu  destino, 
Que  ser  inmortal  pediste, 

Y  arrojarte  al  torbellino 
De  las  edades  quisiste. 

Y  que  el  mundo  te  dará 
Cuanto  el  mundo  en  sí  contiene, 
Que  tuyo  el  mundo  será. 


EL   DIABLO   MUNDO.  277 

Y  ya  para  tí  previene 
Cuanto  ha  tenido  y  tendrá. 


En  tanto  el  luciente  coro 
Repitió  luego  el  cantar^, 

Y  remontándose  al  cielo, 
La  luz  plegándose  va 

Entre  nubes  de  oro  y  nácar 
Que  esconden  á  la  deidad, 

Y  las  voces  en  los  aires 
Perdidas  se  escuchan  ya 

Allá  en  lejana  armonía 
Como  un  eco  resonar: 

«Y  que  el  mundo  te  dará 
Cuanto  el  mundo  en  sí  contiene. 
Que  tuyo  el  mundo  será, 

Y  ya  para  tí  previene 
Cuanto  ha  tenido  y  tendrá.» 


Dicha  es  soñar  cuando  despierto  sueña 
El  corazón  del  hombre  su  esperanza. 
Su  mente  halaga  la  ilusión  risueña, 

Y  el  bien  presente  al  venidero  alcanza: 

Y  tras  la  aérea  y  luminosa  enseña 
Del  entusiasmo,  el  ánimo  se  lanza 
Bajo  un  cielo  de  luz  y  de  colores, 
Campos  pintando  de  fragantes  flores. 

Dicha  es  soñar,  porque  la  vida  es  sueño, 
Lo  que  fingió  tal  vez  la  fantasía, 
Cuando  embriagada  en  lánguido  beleño 
A  las  regiones  del  placer  nos  guia: 
Dicha  es  soñar,  y  el  rigoroso  ceño 


278  EL   DIABLO   MUNDO. 

No  ver  jamás  de  la  verdad  impía: 
Dicha  es  soñar  en  el  mundano  ruido 
Vivir  soñando  y  existir  dormido. 

Y  en  sueño  á  la  verdad  pasa  la  vida. 
Sueño  al  principio  de  dorada  lumbre, 
Senda  de  flores  mil,  fácil  subida 
Que  á  un  monte  lleva  de  lozana  cumbre: 
Después  vereda  áspera  y  torcida. 
Monte  de  insuperable  pesadumbre, 
Donde  cansada  de  una  en  otra  breña. 
Llora  la  vida  y  lo  pasado  sueña. 

Sueños  son  los  deleites,  los  amores, 
La  juventud,  la  g'loria  y  la  hermosura; 
Sueños  las  dichas  son,  sueños  las  flores, 
La  esperanza,  el  dolor,  la  desventura: 
Triunfos,  caldas,  bienes  y  rigores 
El  sueño  son  que  hasta  la  muerte  dura, 

Y  en  incierto  y  continuo  movimiento 
Agita  al  ambicioso  pensamiento. 

Siento  no  sea  nuevo  lo  que  digo, 
Que  el  tema  es  viejo  y  la  palabra  rancia, 

Y  es  trillado  sendero  el  que  ahora  sigo, 

Y  caminar  por  él  ya  es  arrogancia. 

En  la  mente,  lector,  se  abre  un  postigo, 

Sale  una  idea  y  el  licor  escancia 

Que  brota  el  labio  y  que  la  pluma  vierte, 

Y  en  palabras  y  frases  se  convierte. 

NiMl  nomim  siib  solé,  dijo  el  sabio. 
Nada  hay  mcevo  en  el  m%indo:  harto  lo  siento. 
Que,  como  dicen  vulgarmente,  rabio 
Yo  por  probar  un  nuevo  sentimiento: 
Palabras  nuevas  pronunciar  mi  labio. 
Renovado  sentir  mi  pensamiento 


EL   DIABLO    MUNDO  279 

Ansio,  y  girando  en  dulce  desvarío, 

Ver  nuevo  siempre  el  mundo  en  torno  mió. 

Uniforme,  monótono  y  cansado 
Es  sin  duda  este  mundo  en  que  vivimos; 
En  Oriente  de  rayos  coronado, 
El  sol  que  vemos  hoy,  ayer  le  vimos: 
De  flores  vuelve  á  engalanarse  el  prado, 
Vuelve  el  Otoño  pródigo  en  racimos. 

Y  tras  los  hielos  del  Invierno  frió, 
Coronado  de  espigas  el  Estío. 

¿Y  no  habré  yo  de  repetirme  á  veces. 
Decir  también  lo  que  otros  ya  dijeron, 
A  mí  á  quien  quedan  ya  solo  las  heces 
Del  rico  manantial  en  que  bebieron? 
¿Qué  habré  yo  de  decir  que  ya  con  creces 
No  hayan  dicho  tal  vez  los  que  murieron, 
Byron  y  Calderón,  Shakspeare,  Cervantes, 

Y  tantos  otros  que  vivieron  antes? 

¿Y  aun  asimismo  acertaré  á  decirlo? 
¿Saldré  de  tanto  enredo  en  que  me  he  puesto? 
¿Ya  que  en  mi  cuento  entré,  podré  seguirlo, 

Y  el  término  tocar  que  me  he  propuesto? 

Y  aunque  en  mi  empeño  logre  concluirlo, 
¿A  tí  no  te  será  nunca  molesto, 

¡Oh  caro  comprador!  que  con  zozobra 
Imploro  en  mi  favor,  comprar  mi  obra? 

Nada  menos  te  ofrezco  que  un  poema 
Con  lances  raros  y  revuelto  asunto. 
De  nuestro  mundo  y  sociedad  emblema, 
Que  hemos  de  recorrer  punto  por  punto: 
Si  logro  yo  desenvolver  mi  tema, 
Fiel  traslado  ha  de  ser,  cierto  trasunto 


280  EL   DIABLO    MUNDO. 

De  la  vida  del  hombre  y  la  quimera 
Tras  de  que  va  la  humanidad  entera. 

Batallas,  tempestades,  amoríos, 
Por  mar  y  tierra,  lances,  descripciones 
De  campos  y  ciudades,  desafíos, 

Y  el  desastre  y  furor  de  las  pasiones, 
Goces,  dichas,  aciertos,  desvarios. 
Con  algunas  morales  reflexiones 
Acerca  de  la  vida  y  de  la  muerte. 

De  mi  propia  cosecha,  que  es  mi  fuerte. 

En  varias  formas,  con  diverso  estilo. 
En  diferentes  géneros,  calzando 
Ora  el  coturno  trágico  de  Esquilo^ 
Ora  la  trompa  épica  sonando: 
Ora  cantando  plácido  y  tranquilo. 
Ora  en  trivial  lenguaje,  ora  burlando, 
Conforme  esté  mi  humor,  porque  á  él  me  ajusto, 

Y  allá  van  versos  donde  va  mi  gusto. 

Verás,  lector,  á  nuestro  humilde  anciano,  * 
Que  inmortal  de  su  lecho  se  levanta. 
Lanzarse  al  mundo  de  su  dicha  ufano, 
Eico  de  la  esperanza  que  le  encanta: 
Verás  luego  también...  pero  ¿á  qué  en  vano 
Me  canso  en  ofrecerte  empresa  tanta. 
Si  hasta  que  el  uno  al  otro  nos  cansemos, 
Tú  y  yo  en  campaña  caminando  iremos? 

Mas  vale  prometerte  poco  ahora, 

Y  algo  después  cumplirte,  lector  mío, 
No  empiece  yo  con  voz  atronadora, 

Y  luego  acabe  desmayado  y  frió: 
No  una  altiva  columna  vencedora 
Que  jamás  rinda  con  su  planta,  impío. 


EL   DIABLO   MUNDO.  281 

El  tienipo  destructor,  alzar  intento; 
Yo  con  pasar  mi  tiempo  me  contento. 

No  es  dado  á  todos  alcanzar  la  gloria 
De  alzar  un  monumento  suntuoso, 
Que  eternice  á  los  siglos  la  memoria 
De  algún  hecho  pasado  gTandioso: 
Quédele  tanto  al  que  escribió  la  historia 
De  nuestro  pueblo,  al  escritor  lujoso,  / 

Al  conde  que,  del  público  tesoro, 
Se  alzó  á  sí  mismo  un  monumento  de  oro. 

Al  que  supo,  erigiendo  un  monumento, 
(Que  tal  le  llama  en  su  modestia  suma)  (1), 
Premio  dar  á  su  gran  merecimiento, 

Y  en  pluma  de  oro  convertir  su  pluma, 
Al  ilustre  asturiano,  al  gran  talento, 

Flor  de  la  historia  y  de  la  hacienda  espuma; 
Al  necio  audaz  de  corazón  de  cieno, 
A  quien  llaman  el  CONDE  DE  TORENO. 

;0h  gloria!  ¡oh  gloria!  ¡lisonjero  engaño 
Que  á  tanta  gente  honrada  precipitas! 
Tú  al  mercader  pacifico,  en  estraño 
Guerrero  truecas,  y  á  lidiar  le  escitas; 
Su  rostro  vuelves  bigotudo,  uraño. 
Con  entusiasmo  militar  le  agitas, 

Y  haces  que  sea  su  mirada  horrenda 
Susto  de  su  familia  y  de  su  tienda. 

Tú,  al  que  otros  tiempos  acertaba  apenas 
A  escribir  con  fatigas  una  carta. 
Animas  á  dictar  páginas  llenas 
De  verso  y  prosa  en  abundante  sarta: 

(l)  En  una  de  las  sesiones  (le  esta  úllima  legislatura  tuvo  el  egregia 
conde  la  llaneza  de  decir  que  liabia  erigido  á  la  gloria  de  su  patria  un  mo- 
numento en  su  Historia  de  la  Revolución  de  1808. 


282  EL   DIABLO    MUNDO. 

Político  profundo  en  sus  faenas, 
Folletos  traza,  artículos  ensarta. 
Suda  y  trabaja,  y  en  manchar  se  emplea 
Resmas  para  envolver  alcarabea. 

Otros  ¡oh  g-loria!  sin  aliento  vag*an 
Solícitos  huyendo  acá  y  allá, 
Suponen  clubs,  y  con  recelo  indag'an 
Cuando  el  g^obierno  á  aprisionarlos  va: 
A.  estos,  si  los  destierran,  los  halag-an; 
Nadie  en  ellos  pensó  ni  pensará, 

Y  andan  ocultos  y  mudando  trajes, 
Creyéndose  terribles  personajes. 

Estos  por  lo  común  son  buena  gente, 
Son  á  los  que  llamamos  infelices. 
Hombres  todo  entusiasmo  y  poca  mente, 
Que  no  ven  mas  allá  de  sus  narices: 
Raza  que  el  pecho  denodado  siente 
A.ntes  que  ¡oh  fiero  mandarín!  atices 
Uno  de  tus  leg*ales  ramalazos, 
Que  les  dobla  ante  el  rey  los  espinazos. 

Otros  te  siguen,  engañosa  gloria, 
Que  allá  en  sus  pueblos  son  pozos  de  ciencia, 
Que  creyéndose  dignos  de  la  historia, 
Varones  de  gobierno  y  experiencia. 
Ansiosos  de  alcanzar  alta  memoria 
O  abusos  corregir  con  su  elocuencia. 
Diputados  al  fin  se  hacen  nombrar, 
Tontos  de  buena  fe  para  callar. 

Estos  viven  después  desesperados. 
Del  ministro  además  desatendidos. 
En  el  mundo  político  ignorados, 

Y  del  pueblo  también  desconocidos: 
Andan  en  la  cuestión  extraviados. 


EL   DIABLO   MUNDO.  283 

Siempre  sin  tino,  torpes  los  sentidos; 
Dando  á  saber,  con  pruebas  tan  acerbas, 
Que  pierden  fuerzas  en  mudando  yerbas. 

A  todos,  gloria,  tu  pendón  nos  g*uia, 

Y  á  todos  nos  exita  tu  deseo: 
Apellidarse  socio  ¿quién  no  ansia, 

Y  en  las  listas  estar  del  Ateneo? 
¿Y  quién,  aficionado  á  la  poesía. 
No  asiste  á  las  reuniones  del  Liceo, 
Do  la  luz  brilla  dividida  en  partes 
De  tanto  profesor  de  bellas  artes? 

Es  cierto  que  allí  van  tam^bien  profanos 
En  busca  de  las  lindas  profesoras. 
Hombres  sin  duda  en  su  pensar  livianos. 
Que  de  todo  hacen  burla  á  todas  horas. 
Sin  gravedad,  de  entendimiento  vanos. 
Gentes  de  natural  murmuradoras, 
Que  se  mofaran  de  Villena  mismo  (1) 
Evocando  los  diablos  del  abismo. 

Y  yo  ¡pobre  de  mí!  sigo  tu  lumbre 
También  ¡oh  gloria!  en  busca  de  renombre, 
Trepar  ansiando  al  templo  de  tu  cumbre 
Donde  mi  fama  al  universo  asombre: 
Quiero  que  de  tu  rayo  á  la  vislumbre 
Brille  grabado  en  mármoles  mi  nombre, 

Y  espero  que  mi  basto  adorne  un  dia 
Algún  salón,  café^  ó  peluquería. 

O  el  lindo  tocador  de  alguna  hermosa 
Coronaré  en  forma  de  botella, 
Lleno  mi  hueco  vientre  de  olorosa 

(l)  Todo  el  mundo  sabe  que  el  marqués  (le  Villena  se  hizo  i)iear  y  en- 
cerrar en  una  redoma  para  renacer  inmortal:  longo  para  mí  que  ha  de  ser 
fastidioso  y  dulzón  al  paladar  el  picadillo  de  sabio. 


284  EL   DIABLO    MUNDO. 

Ag*ua  que  pula  el  rostro  á  la  doncella; 
Lea%i  véritaile  de  Colonia  y  rosa 
£1  rótulo  en  francés  dirá  á  mi  huella; 
Que  de  su  vida  al  fin,  tanto  blasón 
Ha  logrado  alcanzar  Napoleón. 

En  tanto  ablanda,  oh  público  severo, 

Y  muéstrame  la  cara  lisonjera; 
Esto  le  pido  á  Dios,  y  algún  dinero, 
Mientras  sigo  en  el  mundo  mi  carrera; 

Y  porque  fatigarte  mas  no  quiero, 
Caro  lector,  al  otro  canto  espera, 

El  cual  sin  falta  seguirá,  se  entiende 
Si  este  te  gusta  y  la  edición  se  vende* 


FIN   DEL   CANTO   PRIMERO. 


CANTO  II  '\ 


Á  TERESA. 

DESCANSA  EN  PAZ 


Bueno  es  el  mundo,  ¡bueno!  ¡bueno!  ¡bueno! 
Gomo  de  Dios  al  fin  obra  maestra, 
Por  todas  partes  de  delicias  lleno, 
De  que  Dios  ama  al  hombre  hermosa  muestra; 
Salga  la  voz  alegre  de  mi  seno 
A  celebrar  esta  vivienda  nuestra; 
¡Paz  á  los  hombres!  ¡gloria  en  las  alturas! 
¡Cantad  en  vuestra  jaula,  criaturas! 
(María,  por  D.  Miguel  de  los  Santos  Álvarez.) 


¿Por  qué  volvéis  á  la  memoria  mia 
Tristes  recuerdos  del  placer  perdido, 
A  aumentar  la  ansiedad  y  la  agonía 
De  este  desierto  corazón  herido? 
¡Ay!  que  de  aquellas  horas  de  alegría 
Le  quedó  al  corazón  solo  un  g-emido, 
Y  el  llanto  que  al  dolor  los  ojos  niegan, 
Lágrimas  son  de  hiél  que  el  alma  anegan! 

(1)    Este  canto  es  un  desahogo  de  mi  corazón;  sáltelo  el  que  no  quiera 
leerlo  sin  escrúpulo,  pues  no  estiÁ  ligado  de  manera  alguno  con  el  poema. 

[N.ddA.J 


286  EL   DIABLO    MUNDO. 

¿Dónde  volaron  ¡ay!  aquellas  horas 
De  juventud,  de  amor  y  de  ventura, 
Regaladas  de  músicas  sonoras, 
Adornadas  de  luz  y  de  hermosura? 
Imágenes  de  oro  bullidoras, 
Sus  alas  de  carmin  y  nieve  pura, 
Al  sol  de  mi  esperanza  desplegando. 
Pasaban  ¡ay!  á  mi  alrededor  cantando. 

Gorjeaban  los  dulces  ruiseñores, 
El  sol  iluminaba  mi  alegría, 
El  aura  susurraba  entre  las  flores, 
El  bosque  mansamente  respondía, 
Las  fuentes  murmuraban  sus  amores... 
¡Ilusiones  que  llora  el  alma  mia! 
¡Oh!  ¡cuan  suave  resonó  en  mi  oido 
El  bullicio  del  mundo  y  su  ruido! 

Mi  vida  entonces  cual  guerrera  nave 
Que  el  puerto  deja  por  la  vez  primera, 

Y  al  soplo  de  los  céñros  suave 
Orgullosa  desplega  su  bandera, 

Y  al  mar  dejando  que  á  sus  pies  alabe 
Su  triunfo  en  roncos  cantos,  va  velera 
Una  ola  tras  otra  bramadora 
Hollando  y  dividiendo  vencedora; 

¡Ay!  en  el  mar  del  mundo,  en  ansia  ardiente 
De  amor  volaba,  el  sol  de  la  mañana 
Llevaba  yo  sobre  mi  tersa  frente, 

Y  el  alma  pura  de  su  dicha  ufana: 
Dentro  de  ella  el  amor,  cual  rica  fuente 
Que  entre  frescura  y  arboledas  mana. 
Brotaba  entonces  abundante  rio 

De  ilusiones  y  dulce  desvarío. 

Yo  amaba  todo:  un  noble  sentimiento 
Exaltaba  mi  ánimo,  y  sentía 


EL   DIABLO    MUNDO.  281 

En  mi  pecho  un  secreto  movimiento, 
De  grandes  hechos  generoso  guia: 
La  libertad  con  su  inmortal  aliento, 
Santa  diosa  mi  espíritu  encendía, 
Contino  imaginando  en  mi  fe  pura 
Sueños  de  gloria  al  mundo  y  de  ventura. 

El  puñal  de  Catón,  la  adusta  frente 
Del  noble  Bruto,  la  constancia  fiera 

Y  el  arrojo  de  Scévola  valiente. 
La  doctrina  de  Sócrates  severa, 
La  voz  atronadora  y  elocuente 
Del  orador  de  Atenas,  la  bandera 
Contra  el  tirano  macedonio  alzando, 

Y  al  espantado  pueblo  arrebatando. 

El  valor  y  la  fe  del  caballero. 
Del  trovador  el  arpa  y  los  cantares. 
Del  gótico  castillo  el  altanero 
Antiguo  torreón,  do  sus  pesares 
Cantó  tal  vez  con  eco  lastimero, 
¡Ay!  arrancada  de  sus  patrios  lares, 
Joven  cautiva,  al  rayo  de  la  luna. 
Lamentando  su  ausencia  y  su  fortuna: 

El  dulce  anhelo  del  amor  que  aguarda 
Tal  vez  inquieto  y  con  mortal  recelo. 
La  forma  bella  que  cruzó  gallarda, 
Allá  en  la  noche,  entre  el  medroso  velo; 
La  ansiada  cita  que  en  llegar  se  tarda 
Al  impaciente  y  amoroso  anhelo. 
La  mujer  y  la  voz  de  su  dulzura, 
Que  inspira  al  alma  celestial  ternura; 

A  un  tiempo  mismo  en  rápida  tormenta 
Mi  alma  alborotaban  de  contino, 
Cual  las  olas  que  azota  con  violenta 


288  EL   DIABLO    MUNDO. 

Cólera,  impetuoso  torbellino: 
Soñaba  al  héroe  ya,  la  plebe  atenta 
En  mi  voz  escuchaba  su  destino, 
Ya  al  caballero,  al  trovador  soñaba, 
Y  de  g-loria  y  de  amores  suspiraba. 

Hay  una  voz  secreta,  un  dulce  canto, 
Que  el  alma  solo  recog'ida  entiende. 
Un  sentimiento  misterioso  y  santo, 
Que  del  barro  al  espíritu  desprende: 
Agreste,  vag^o  y  solitario  encanto. 
Que  en  inefable  amor  el  alma  enciende, 
Volando  tras  la  imagen  peregrina 
El  corazón  de  su  ilusión  divina. 

Yo,  desterrado  en  extranjera  playa, 
Con  los  ojos  extático  seguia 
La  nave  audaz  que  argentada  raya 
Volaba  al  puerto  de  la  patria  mia: 
Yo,  cuando  en  Occidente  el  sol  desmaya, 
Solo  y  perdido  en  la  arboleda  umbría, 
Oir  pensaba  el  armonioso  acento 
De  una  mujer,  al  suspirar  del  viento. 

¡Una  mujer!  En  el  templado  rayo 
De  la  mágica  luna  se  colora. 
Del  sol  poniente  al  lánguido  desmayo, 
Lejos,  entre  las  nubes  se  evapora: 
Sobre  las  cumbres  que  florece  el  mayo, 
Brilla  fugaz  al  despuntar  la  aurora. 
Cruza  tal  vez  por  entre  el  bosque  umbrío, 
Juega  en  las  aguas  del  sereno  rio. 

¡Una  mujer!  Deslizase  en  el  cielo 
Allá  en  la  noche  desprendida  estrella; 
Si  aroma  el  aire  recogió  en  el  suelo, 
Es  el  aroma  que  le  presta  ella. 


I 


EL    DIABLO    MUNDO.  289 

Blanca  es  la  nube  que  en  callado  vuelo 
Cruza  la  esfera,  y  que  su  planta  huella, 

Y  en  la  tarde  la  mar  olas  la  ofrece 
De  plata  y  de  zafir  donde  se  mece. 

Mujer  que  amor  en  su  ilusión  fig'ura, 
Mujer  que  nada  dice  á  los  sentidos, 
Ensueño  de  suavísima  ternura, 
Eco  que  reg-aló  nuestros  oidos: 
De  amor  la  llama  generosa  y  pura, 
Los  goces  dulces  del  placer  cumplidos, 
Que  engalana  la  rica  fantasía. 
Goces  que  avaro  el  corazón  ansia; 

¡Ay!  aquella  mujer,  tan  solo  aquella. 
Tanto  delirio  á  realizar  alcanza, 

Y  esa  mujer  tan  candida  y  tan  bella, 
Es  mentida  ilusión  de  la  esperanza: 
Es  el  alma  que  vivida  destella 

Su  luz  al  mundo  cuando  en  él  se  lanza, 

Y  el  mundo  con  su  magia  y  galanura 
Es  espejo  no  mas  de  su  hermosura: 

Es  el  amor  que  al  mismo  amor  adora. 
El  que  creó  las  Sílfides  y  Ondinas, 
La  sacra  ninfa  que  bordando  mora 
Debajo  de  las  aguas  cristalinas: 
Es  el  amor  que  recordando  llora 
Las  arboledas  del  Edén  divinas, 
Amor  de  allí  arrancado,  allí  nacido, 
Que  busca  en  vano  aquí  su  bien  perdido. 

iOh  llama  santa!  ¡celestial  anhelo! 
¡Sentimiento  purísimo!  ¡memoria 
Acaso  triste  de  un  perdido  cielo, 
Qaizá  esperanza  de  futura  gloria! 
¡Huyes  y  dejas  llanto  y  desconsuelo! 


290  EL   DIABLO    MUNDO. 

¡Oh  mujer!  que  en  imág-en  ilusoria 
Tan  pura,  tan  feliz,  tan  placentera, 
Brindó  el  amor  á  mi  ilusión  primera!... 

¡Olí  Teresa!  ¡Oh  dolor!  Lágrimas  mias, 
¡Ah!  ¡dónde  estáis  que  no  corréis  á  mares! 
^,Por  qué,  por  qué  como  en  mejores  dias 
No  consoláis  vosotras  mis  pesares? 
¡Oh!  los  que  no  sabéis  las  agonías 
De  un  corazón,  que  penas  á  millares 
¡Ay!  desgarraron,  y  que  ya  no  llora, 
¡Piedad  tened  de  mi  tormento  ahora! 

¡Oh!  ¡dichosos  mil  veces!  sí,  dichosos, 
Los  que  podéis  llorar;  y  ¡ay!  sin  ventura 
De  mí,  que  entre  suspiros  angustiosos, 
Ahogar  me  siento  en  infernal  tortura! 
Retuércese  entre  nudos  dolorosos 
Mi  corazón  gimiendo  de  amargura!... 
También  tu  corazón  hecho  pavesa, 
¡Ay!  llegó  á  no  llorar  ¡pobre  Teresa! 

¿Quién  pensara  jamás,  Teresa  mia. 
Que  fuera  eterno  manantial  de  llanto, 
Tanto  inocente  amor,  tanta  alegría, 
Tantas  delicias  y  delirio  tanto? 
¿Quién  pensara  jamás  llegase  un  dia 
En  que  perdido  el  celestial  encanto 
Y  calda  la  venda  de  los  ojos. 
Cuanto  diera  placer  causara  enojos? 

Aun  parece,  Teresa,  que  te  veo 
Aérea  como  dorada  mariposa. 
En  sueño  delicioso  del  deseo. 
Sobre  tallo  gentil  temprana  rosa. 
Del  amor  venturoso  devaneo, 
Angélica,  purísima  y  dichosa. 


EL   DIABLO   MUNDO.  291 

Y  oigo  tu  VOZ  dulcísima,  y  respiro 
Tu  aliento  perfumado  en  tu  suspiro. 

Y  aun  miro  aquellos  ojos  que  robaron 
A  los  cielos  su  azul,  y  las  rosadas 
Tintas  sobre  la  nieve,  que  envidiaron 
Las  de  Mayo  serenas  alboradas; 

Y  aquellas  horas  dulces  que  pasaron 
Tan  breves,  ¡ay!  como  después  lloradas, 
Horas  de  confianza  y  de  delicias, 

De  abandono,  y  de  amor,  y  de  caricias. 

Que  asi  las  horas  rápidas  pasaban, 

Y  pasaba  á  la  par  nuestra  ventura; 

Y  nunca  nuestras  ansias  las  contaban. 

Tú  embriagada  en  mi  amor,  yo  en  tu  hermosura: 
Las  horas  ¡ay!  huyendo  nos  miraban, 
Llanto  tal  vez  vertiendo  de  ternura, 
Que  nuestro  amor  y  juventud  veian, 

Y  temblaban  las  horas  que  vendrían. 

Y  llegaron  en  fin...  ¡Oh!  ¿quién  impío 
¡Ay!  agostó  la  flor  de  tu  pureza? 

Tú  fuiste  un  tiempo  cristalino  rio. 
Manantial  de  purísima  limpieza; 
Después  torrente  de  color  sombrío, 
Rompiendo  entre  peñascos  y  maleza, 

Y  estanque  en  fin  de  aguas  corrompidas, 
Entre  fétido  fango  detenidas. 

¿Cómo  caíste  despeñado  al  suelo. 
Astro  de  la  mañana  luminoso? 
Ángel  de  luz,  ¿quién  te  arrojó  del  cielo 
A  este  valle  de  lágrimas  odioso? 
Aun  cercaba  tu  frente  el  blanco  velo 
Del  serafín,  y  en  ondas  fulguroso 


292  EL   DIABLO   MUNDO. 

Rayos  al  mundo  tu  esplandor  vertía, 

Y  otro  cielo  el  amor  te  prometía. 

Mas  lay!  que  es  la  mujer  ángel  caído 
O  mujer  nada  mas  y  lodo  inmundo, 
Hermoso  ser  para  llorar  nacido, 
O  vivir  como  autómata  en  el  mundo: 
Si,  que  el  demonio  en  el  Edén  perdido, 
Abrasara  con  fueg-o  del  profundo 
La  primera  mujer,  y  ¡ay!  aquel  fueg*o. 
La  herencia  ha  sido  de  sus  hijos  luego. 

Brota  en  el  cielo  del  amor  la  fuente 
Que  á  fecundar  el  universo  mana, 

Y  en  la  tierra  su  límpida  corriente 
Sus  márgenes  con  flores  engalana: 
Mas  ¡ay!  huid;  el  corazón  ardiente 
Que  el  agua  clara  por  beber  se  afana, 
Lágrimas  verterá  de  duelo  eterno, 
Que  su  raudal  lo  envenenó  el  infierno. 

Huid,  sí  no  queréis  que  llegue  un  día, 
En  que  enredado  en  retorcidos  lazos 
El  corazón,  con  bárbara  porfía 
Luchéis  por  arrancároslo  á  pedazos; 
En  que  al  cíelo  en  histérica  agonía 
Frenéticos  alcéis  entrambos  brazos, 
Para  en  vuestra  impotencia  maldecirle, 

Y  escupiros,  tal  vez,  al  escupirle. 

Los  años  ¡ay!  de  la  ilusión  pasaron; 
Las  dulces  esperanzas  que  trajeron 
Con  sus  blancos  ensueños  se  llevaron, 

Y  el  porvenir  de  oscuridad  vistieron: 
Las  rosas  del  amor  se  marchitaron, 
Las  flores  en  abrojos  convirtieron, 


EL   DIABLO   MUNDO.  293 

Y  de  afán  tanto  y  tan  soñada  gloria 
Solo  quedó  una  tumba,  una  memoria. 

¡Pobre  Teresa!  al  recordarte,  siento 
Un  pesar  tan  intenso!...  embarga  impío 
Mi  quebrantada  voz  mi  sentimiento, 

Y  suspira  tu  nombre  el  labio  mió: 
Para  allí  su  carrera  el  pensamiennto. 
Hiela  mi  corazón  punzante  frió. 
Ante  mis  ojos  la  funesta  losa 
Donde  vil  polvo  tu  beldad  reposa. 

Y  tú  feliz,  que  hallaste  en  la  muerte 
Sombra  á  que  descansar  en  tu  camino 
Cuando  llegabas  mísera  á  perderte, 

Y  era  llorar  tu  único  destino: 

Cuando  en  tu  frente  la  implacable  suerte 
Grababa  de  los  reprobos  el  sino!... 
iFeliz!  la  muerte  te  arrancó  del  suelo, 

Y  otra  vez  ángel  te  volviste  al  cielo. 

Roida  de  recuerdos  de  amargura. 
Árido  el  corazón,  sin  ilusiones, 
La  delicada  flor  de  tu  hermosura 
Ajaron  del  dolor  los  Aquilones: 
Sola,  y  envilecida,  y  sin  ventura. 
Tu  corazón  secaron  las  pasiones; 
'^^us  hijos  ¡ay!  de  tí  se  avergonzaran, 

Y  hasta  el  nombre  de  madre  te  negaran* 

Los  ojos  escaldados  de  tu  llanto. 
Tu  rostro  cadavérico  y  hundido. 
Único  desahogo  en  tu  quebranto. 
El  histérico  ¡ay!  de  tu  gemido: 
?,Quién,  quién  pudiera  en  infortunio  tanto 
Envolver  tu  desdicha  en  el  olvido, 


294  EL   DIABLO   MUNDO. 

Disipar  tu  dolor  y  recogerte 

En  su  seno  de  paz?  ¡Solo  la  muerte! 

¡Y  tan  joven,  y  ya  tan  desgraciada! 
Espíritu  indomable,  alma  violenta, 
En  tí,  mezquina  sociedad,  lanzada 
A  romper  tus  barreras  turbulenta; 
Nave  contra  las  rocas  quebrantada. 
Allá  vaga,  á  merced  de  la  tormenta. 
En  las  olas  tal  vez  náufraga  tabla. 
Que  solo  ya  de  sus  grandezas  habla. 

Un  recuerdo  de  amor  que  nunca  muere 

Y  está  en  mi  corazón;  un  lastimero 
Tierno  quejido  que  en  el  alma  hiere, 
Eco  suave  de  su  amor  primero: 

¡Ay!  de  tu  luz,  en  tanto  yo  viviere. 
Quedara  un  rayo  en  mí,  blanco  lucero, 
Que  iluminaste  con  tu  luz  querida 
La  dorada  mañana  de  mi  vida. 

Que  yo,  como  una  flor  que  en  la  mañana 
Abre  su  cáliz  al  naciente  dia, 
iA.y!  al  amor  abrí  tu  alma  temprana, 

Y  exalté  tu  inocente  fantasía: 

Yo  inocente  también:  ¡oh!  ¡cuan  ufana 
Al  porvenir  mi  mente  sonreía, 

Y  en  alas  de  mi  amor,  con  cuánto  anhelo 
Pensé  contigo  remontarme  al  cielo! 

Y  alegre,  audaz,  ansioso,  enamorado, 
En  tus  brazos  en  lánguido  abandono, 
De  glorias  y  deleites  rodeado 
Levantar  para  tí  soñé  yo  un  trono: 

Y  allí,  tú  venturosa  y  yo  á  tu  lado. 
Vencer  del  mundo  el  implacable  encono, 


EL   DIABLO   MUNDO.  295 

Y  en  un  tiempo,  sin  horas  y  medida, 
Ver  como  un  sueño  resbalar  la  vida. 

iPobre  Teresa!  Cuando  ya  tus  ojos 
Áridos  ni  una  lág-rima  brotaban; 
Cuando  ya  su  color  tus  labios  rojos 
En  cárdenos  matices  cambiaban: 
Cuando  de  tu  dolor  tristes  despojos 
La  vida  y  su  ilusión  te  abandonaban, 

Y  consumía  lenta  calentura 

Tu  corazón  al  par  de  tu  amargura: 

Si  en  tu  penosa  y  última  ag*onía 
Volviste  á  lo  pasado  el  pensamiento, 
Si  comparaste  á  tu  existencia  un  dia 
Tu  triste  soledad  y  tu  aislamiento; 
Si  arrojó  á  tu  dolor  tu  fantasía 
Tus  hijos  [ay!  en  tu  postrer  momento, 
A  otra  mujer  tal  vez  acariciando, 
Madre  tal  vez  á  otra  mujer  llamando: 

Si  el  cuadro  de  tus  breves  glorias  viste 
Pasar  como  fantástica  quimera, 

Y  si  la  voz  de  tu  conciencia  oiste 
Dentro  de  tí  gritándote  severa; 

Si  en  fin  entonces  tú  llorar  quisiste, 

Y  no  brotó  una  lág-rima  siquiera 
Tu  seco  corazón,  y  á  Dios  llamaste, 

Y  no  te  escuchó  Dios,  y  blasfemaste; 

¡Oh!  ¡cruel!  ¡muy  cruel!  ¡martirio  horrendo! 
¡Espantosa  expiación  de  tu  pecado! 
¡Sobre  un  lecho  de  espinas  maldiciendo, 
Morir  el  corazón  desesperado! 
Tus  mismas  manos  de  dolor  mordiendo, 
Presente  á  tu  conciencia  lo  pasado, 


29(5  EL   DIABLO   MUNDO. 

Bascando  en  vano  con  los  ojos  fijos 

Y  extendiendo  tus  brazos  á  tus  hijos!! 

¡Olí!  ¡cruel!  ¡muy  cruel!...  ¡Ah!  yo  entre  tanto 
Dentro  del  pecho  mi  dolor  oculto, 
EDJug-o  de  mis  párpados  el  llanto 

Y  doy  al  mundo  el  exigido  culto: 

Yo  escondo  con  vergüenza  mi  quebranto, 
Mi  propia  pena  con  mi  risa  insulto, 

Y  me  divierto  en  arrancar  del  pecho 
Mi  mismo  corazón  pedazos  hecho. 

Gocemos  sí;  la  cristalina  esfera 
Gira  bañada  en  luz:  ¡bella  es  la  vida! 
¿Quién  á  parar  alcanza  la  carrera 
Del  mundo  hermoso  que  al  placer  convida? 
Brilla  radiante  el  sol,  la  primavera 
Los  campos  pinta  en  la  estación  florida: 
Trueqúese  en  risa  mi  dolor  profundo... 
¡Que  haya  un  cadáver  mas,  qué  importa  al  mundo!: 


FIN   DEL   CANTO   SEGUNDO, 


CANTO  III. 


«¡Caán  fugaces  los  años 
;Ay!  se  deslizan,  Postumo!»  gritaba 
El  lírico  latino  que  sentía 
Como  el  tiempo  cruel  le  envejecía, 

Y  el  ánimo  y  las  fuerzas  le  robaba. 

Y  es  triste  á  la  verdad  ver  como  huyen 
Para  siempre  las  horas,  y  con  ellas 
Las  dulces  esperanzas  que  destruyen 
Sin  escuchar  jamás  nuestras  querellas; 
jFatalidad!  ¡fatalidad  impía! 

Pasa  la  juventud,  la  vejez  viene, 

Y  nuestro  pié  que  nunca  se  detiene 
Recto  camina  hacia  la  tumba  fria! 
Así  yo  meditaba 

En  tanto  me  afeitaba 

Esta  mañana  mismo,  lamentando 

Como  mi  negra  cabellera  riza. 

Seca  ya  como  cálida  ceniza. 

Iba  por  varias  partes  blanqueando: 

Y  un  triste  adiós  mi  corazón  sentido 
Daba  á  mi  juventud,  mientras  la  historia 
Corría  mi  memoria 

Del  tiempo  alegre  por  mi  mal  perdido, 

Y  un  doliente  gemido 

Mi  dolor  tributaba  á  mis  cabellos 
Que  canos  se  teñían. 


298  EL   DIABLO   MUNDO. 

Pensando  que  ya  nunca  volverían 
Hermosas  manos  á  jug^ar  con  ellos. 

¡Malditos  treinta  años, 
Funesta  edad  de  amargos  deseng'años! 

Perdonad,  hombres  graves,  mi  locura, 
Vosotros  los  que  veis  sin  amargura, 
Como  cosa  corriente, 
Que  siga  un  año  al  año  antecedente, 

Y  nunca  os  rebeláis  contra  el  destino: 
¡Oh!  será  un  desatino, 

Mas  yo  no  me  resigno  á  hallarme  viejo 
Al  mirarme  al  espejo, 

Y  la  razón  averiguar  quisiera 

Qae  en  este  nuestro  mundo  misterioso, 

Sin  encontrar  reposo 

Nos  obliga  á  viajar  de  esta  manera. 

Y  luego  las  mujeres,  todavía 
Son  mi  dulce  manía: 
Ellas  la  senda  de  ásperos  abrojos 
De  la  vida  suavizan  y  coloran, 
¡Y  á  las  mujeres  los  llorosos  ojos 

Y  los  cabellos  blancos  no  enamoran! 
¡Griegos  liceos!  ¡CéWbres  hospicios! 
(Exclamaba  también  Lope  de  Vega 
Llorando  la  vejez  de  su  sotana) 

Que  apenas  de  haier  sido  dais  indicios, 
Si  moristeis  del  tiempo  en  la  refriega 

Y  ejemplo  sois  de  la  locura  humana, 

¡Ah!  no  es  extraño  que  el  que  á  treinta  llega 
Llegue  á  encontrarse  la  cabeza  cana! 

Adiós,  amores,  juventud,  placeres. 
Adiós,  vosotras,  las  de  hermosos  ojos, 
Hechiceras  mujeres, 


EL   DIABLO    MUNDO.  299 

Que  en  vuestros  labios  rojos 
Brindáis  amor  al  alma  enamorada, 
Dichoso  el  que  suspira 

Y  oye  de  vuestra  boca  regalada, 
Siquiera  una  dulcísima  mentira 
En  vuestro  aliento  mág^ico  bañada. 
¡Ah!  para  siempre  adiós:  mi  pecho  llora 
Al  deciros  adiós:  ¡ilusión  vana! 

Mi  tierno  corazón  siempre  os  adora. 
Mas  mi  cabeza  se  me  vuelve  cana. 

Coloraba  en  Oriente 
El  sol  resplandeciente 
Los  campos  de  zafir  con  rayos  de  oro, 

Y  su  rico  tesoro 

Del  faldellin  de  plata  derramaba 
La  aurora  y  esmaltaba 
La  esmeralda  del  prado  con  mil  flores, 
Brotando  aromas  y  vertiendo  amores, 

Y  llenaban  el  mundo  de  armonía, 
La  mar  serena  y  la  arboleda  umbría, 
Rizando  aquella  sus  lascivas  olas, 

Y  esta  las  verdes  copas  ondeando. 
Coronados  de  vagras  aureolas 

A  los  rayos  del  sol  que  se  va  alzando. 

Y  era  el  año  cuarenta  en  que  yo  escribo 
De  este  siglo  que  llaman  positivo: 
Cuando  el  que  viejo  fué,  por  la  mañana 
En  vez  de  hallarse  la  cabeza  cana 

Y  arrugada  la  frente, 
Se  encontró  de  repente 

Joven  al  despertar,  fuerte  y  brioso: 

Y  el  antes  fatigoso 

Del  triste  corazón  flaco  latido, 
En  vigoroso  golpe  convertido, 

Y  palpitantes  conteniendo  apenas 


300  EL   DIABLO   MUNDO. 

La  Ilirviente  sangre  las  hinchadas  vena?, 

Y  sintió  nueva  fuerza  en  los  nervudos 
Músculos  antes  de  calor  desnudos, 
Mientras  en  su  agitada  fantasía 
Volando  con  locura  el  pensamiento, 
En  vaga  tropa  imágenes  sin  cuento 
De  oro  y  azul  el  porvenir  traia. 

El  corazón  henchido  de  esperanza, 
Sin  temor  de  mudanza 
Mecida  el  alma  en  el  placer  futuro, 
El  ánimo  seguro 
Tras  su  ilusión  lanzándose  á  la  gloria, 

Y  libre  de  recuerdos  la  memoria, 

Y  el  alma  y  todo  nuevo. 

Todo  esperanzas  el  feliz  mancebo. 

La  nube  mas  ligera 
No  empañaba  la  atmósfera  siquiera 
De  su  nuevo  atrevido  pensamiento; 
Nuevo  su  sentimiento 

Y  pura  y  nueva  su  esperanza  era; 
A  su  espalda  las  aguas  del  olvido 
Sus  antiguos  recuerdos  se  llevaron, 

Y  de  la  vida  con  raudal  crecido 
Correr  el  limpio  manantial  dejaron. 

Y  era  el  primer  latido 
Que  daba  el  corazón,  y  era  el  primero 
Pensamiento  ligero 
Que  formaba  la  mente,  y  la  primera 
Nacarada  ilusión  del  alma  era: 
Sus  ojos  á  mirar  no  se  volvían 
Los  recuerdos  que  huian 

Y  el  denso  velo  de  la  mente  oculta. 
Porque  muertos  hablan, 

Muerto  ya  hasta  el  recuerdo  de  su  nombre 


EL   DIABLO   MUNDO.  301 

Que  allá  también  la  eternidad  sepulta, 

Y  al  despertar  amaneció  otro  hombre. 

¿Quién  dudará  que  el  nombre  es  un  tormento? 
Todo  el  tiempo  pasado 
Va  para  siempre  atado 
Al  nombre  que  conserva  el  pensamiento, 

Y  trae  á  la  memoria 

Un  solo  nombre,  una  doliente  historia. 

Hilo  tal  vez  de  la  madeja  suelto. 

En  el  nombre  va  envuelto 

El  despecho,  el  placer,  las  ilusiones 

De  cien  generaciones 

Que  su  historia  acabaron 

Y  cuyos  nombres  solo  nos  quedaron. 
Clavo  de  donde  cuelgan  nuestras  vidas 
En  mil  jirones  pálidos  rompidas, 

Que  traen  á  la  memoria 

Cual  rota  enseña  la  pasada  gloria: 

Porque  el  nombre  es  el  hombre 

Y  es  su  primer  fatalidad  su  nombre, 

Y  en  él  se  encarna  á  su  existencia  unido, 

Y  en  su  inmortal  espíritu  se  infunde, 

Y  en  su  ser  se  confunde, 

Y  arranca  su  memoria  del  olvido. 

Y  viviendo  de  ajena  y  propia  vida. 
Alma  de  los  que  fueron,  desprendida 
Júntase  al  alma  del  que  vive  y  lleva 
Cual  parte  de  su  vida  en  su  memoria 
La  ajena  vida  y  la  pasada  historia. 

Cuanto  diciendo  voy  se  me  figura 
Metafísica  pura. 

Puro  disparatar,  y  ya  no  entiendo, 
Lector,  te  juro,  lo  que  voy  diciendo. 
Vuelvo  á  mi  cuento  y  digo 
Que  el  viejo  nuestro  amigo 


302  EL   DIABLO    MUNDO. 

Amaneció  tan  otro  y  tan  ufano, 

Tan  orondo  y  lozano, 

Que  envidia  y  g-loria  diera 

A  un  Jerónimo  antig-uo  si  le  viera. 

No  hablo  de  los  Jerónimos  de  hoy  dia, 

Que  flacos,  macilentos. 

Tal  vez  recuerdan  con  la  panza  fria 

La  abundancia  y  la  paz  de  sus  conventos. 


Tersa  y  luciente  brilla 
La  morena  mejilla; 
Los  añlados  dientes 
Unidos,  trasparentes, 
Entre  sus  labios  de  carmin  blanquean, 

Y  en  negros  rizos  por  su  espalda  ondean 
Los  cabellos  de  ébano  bruñido. 

En  tanto  que  encendido 

Fuego  sus  negros  ojos  centellean; 

Y  su  frente  diáfana  ilumina 
Su  raudo  pensamiento. 

Prestando  á  su  semblante  movimiento 

Vivido  rayo  de  la  luz  divina. 

Ancha  la  espalda,  levantado  el  pecho, 

De  férreos  nervios  hecho 

El  vigoroso  cuerpo,  y  la  belleza 

Junta  á  la  fortaleza: 

Maravillosa  máquina  formada 

Por  ingenio  divino 

De  siglos  mil  á  resistir  lanzada 

El  choque  y  torbellino. 

¡Y  el  alma!  ¡el  corazón!  ¡la  fantasía! 
¡Oh!  la  aurora  mas  pura  y  mas  serena 


1 


EL   DIABLO    MUNDO,  303 

De  Abril  florido  en  la  estación  amena 
Fuera  junto  á  su  luz  noche  sombría. 

Nosotros  ¡ab!  los  que  al  nacer  lloramos, 
Que  paso  á  paso  á  la  razón  seguimos, 
Que  una  impresión  tras  otra  recibimos, 
Que  ora  á  la  infancia,  á  la  niñez  llegamos. 
Luego  á  la  juventud:  ¡ah!  no  alcanzamos 
A  imaginar  la  dicha  y  la  limpieza 
Del  alma  en  su  pureza. 
¿Quién  no  lleva  escondido 
Un  rayo  de  dolor  dentro  del  pecho? 
¿Por  cuál  dichoso  rostro  no  han  corrido 
Lágrimas  de  amargura  y  de  despecho? 
¡Quién  no  lleva  en  su  alma 
i  Ah!  por  muy  joven  y  feliz  que  sea, 
Un  penoso  recuerdo,  alguna  idea. 
Que  nublando  su  luz  turba  su  calma! 


Tal  nuestro  padre  Adán Pero  dejando 

Comparaciones  frias 

Que  el  alma  atormentando 

Nos  traen  recuerdos  de  mejores  dias, 

Y  de  aquella  fatal,  negra  mañana 

De  la  flaqueza  ó  robustez  de  Eva, 

Cuando  alargó  la  mano  á  la  manzana 

Y Pero,  pluma,  queda... 

¿A  qué  vuelvo  otra  vez  al  Paraíso 
Cuando  la  suerte  quiso 
Que  no  fuera  yo  Adán,  sino  Espronceda? 
Ni  el  primer  hombre,  ni  el  varón  segundo, 
Sino  Dios  sabe  el  cuántos,  que  no  tengo 
Número  conocido,  y  me  entretengo 
En  este  mundo  tan  alegre  y  vario 
Como  en  jaula  de  alambres  el  canario 


304  EL   DIABLO   MUNDO. 

Divertido  en  cantar  mi  Diablo  Mundo, 
Grandílocuo  poema  y  elocuente, 
En  vez  de  hablar  allí  con  la  serpiente... 
Reptil  sin  instrucción,  poco  profundo, 
Poco  esinntiial,  y  al  cabo  un  ente 
De  fe  traidora  y  de  melosa  leng-ua, 
El  cual  tal  vez  me  hubiera  pervertido, 

Y  como  á  Eva,  para  eterna  mengua 
Deshonrado  además  y  seducido: 

Y  al  fin  allí  no  habia 
Cátedras  ni  colegios  todavía. 

Y  dejando  también  mis  digresiones, 
Mas  largas  cada  vez,  mas  enojosas, 
Que  para  mí  son  tachas  y  borrones 
De  las  mejores  obras,  fastidiosas 
Haciéndolas,  llevando  al  pacienzudo 
Lector  confuso  siempre,  aunque  es  defecto 
De  escritor  concienzudo 
Que  perdona  el  efecto. 
Con  la  intención  de  mejorar  conciencias 
Con  sus  disertaciones  y  advertencias. 

El  hombre  en  fin  se  levantó  del  lecho 
Mancebo  ardiente  y  vigoroso  hecho. 
Fuera  de  sí  de  esfuerzo  y  de  alegría, 
Rebosándole  el  gozo 
Al  rostro  y  en  el  alma  el  alborozo 
Al  impulso  secreto  que  sentía. 

Era  en  el  mes  de  Abril  una  mañana; 
Con  un  rayo  de  sol  dorado  el  viento 
/xlegraba  el  cristal  de  su  ventana, 

Y  mecidas  en  blando  movimiento 
De  varios  tiestos  las  pintadas  flores, 
Sus  corolas  erguían 


EL    DIABLO    MUNDO.  305 

\^  al  trasparente  céfiro  esparcían 
Juveniles  aromas  y  colores. 

Desplegaba  ligera 
Eatre  las  flores  y  el  cristal  sus  alas, 
Ninfa  de  la  galana  primavera, 
De  su  color  vestida  y  ricas  galas, 
En  círculos  volando  bulliciosa 
Alegre  mariposa, 
Sus  alas  dando  al  sol  rico  tesoro 
De  nieve  y  de  zafir  con  polvos  de  oro. 

Y  la  aromosa  flor  que  se  mecia, 

Y  el  aliento  del  aura  enamorada, 

Y  la  brillante  luz  que  se  bullia, 

Y  el  inquieto  volar  de  la  encantada 
Mariposa  feliz  girando  en  torno, 
Imágenes  doradas  de  la  vida 
Eran,  y  rico  adorno 

Que  á  la  ilusión  del  porvenir  convida. 
Flores,  luces,  aromas  y  colores, 
Que  sueña  el  alma  enamorada,  cuando 
Guardan  su  sueño  á  su  alredor  cantando 
La  virtud,  la  esperanza  y  los  amores. 

Y  un  alegre  rumor  que  el  vago  viento 
Eu  confundido  acento 
De  la  calle  elevaba, 
Bullicio  de  la  gente  que  pasaba, 
Cada  cual  acudiendo  á  sus  quehaceres, 
Acá  y  allá  esparcidos, 
Su  afán  mezclando  y  diferentes  ruidos 
Al  confuso  rumor  de  los  talleres: 
Escalando  á  la  estancia  del  mancebo 
Con  estrépito  alegre  y  armonía, 
A  su  encantado  pensamiento  nuevo 
Regocijo  añadía. 

20 


305  EL    DIABLO    MUNDO. 

¡Oh  mundo  encubridor,  mundo  embustero 
¡Quién  en  la  calle  de  Alcalá  creyera 
Tanta  felicidad  que  se  escondiera 

Y  en  un  piso  tercero! 

]\Ias  todo  son  jardines  de  hermosura, 
Si  con  su  varia  tinta 
El  alma  en  su  ventura 

Y  mágica  ilusión  el  cuadro  pinta: 

Y  el  mas  bello  pensil  trueca  y  convierte 
Del  alma  la  amarg-ura 

En  páramo  erial  de  luto  y  muerte! 


¡Bueno  es  el  mundo!  ¡hteno!  ¡hueno!  ¡lueno! 
Ha  cantado  un  poeta  amigo  mió. 
Mas  es  fuerza  mirarlo  así  de  lleno, 
El  cielo,  el  campo,  el  mar,  la  gente,  el  rio, 
Sin  entrarse  jamás  en  pormenores 
Ni  detenerse  á  examinar  despacio, 
Que  espinas  llevan  las  lozanas  flores, 

Y  el  mas  blanco  y  diáfano  topacio 

Y  la  perla  mas  ñna 

Manchas  descubrirá  si  se  examina. 

Pero  ¿qué  hemos  de  hacer,  no  examinar? 
;.Y  el  mundo  que  ande  como  quiera  andar? 
Pasar  por  todo  y  darlo  de  barato 
Fuera  vivir  cual  sandio  mentecato; 
Elegir  la  virtud  en  un  buen  medio 
Es  un  continuo  tedio; 
Lanzarse  á  descubrir  y  alzarse  al  cielo 
Cuando  apenas  alcanza  nuestro  vuelo 
A  elevarnos  un  palmo  de  la  tierra, 
Miserables  enanos, 

Y  con  voces  hacer  mezquina  guerra 

Y  levantar  las  impotentes  manos, 


EL   DIABLO   MUNDO.  307 

Es  ridículo  asaz  y  harto  indiscreto: 
Vamos  andando  pues  y  haciendo  ruido, 
Llevando  por  el  mundo  el  esqueleto 
De  carne  y  nervios  y  de  piel  vestido. 
;Y  el  alma  que  no  sé  yo  do  se  esconde! 
Vamos  andando  sin  saber  adonde. 


Vagaba  en  tanto  por  la  estancia  en  cueros 
Sin  respeto  al  pudor  como  un  salvaje, 
O  como  andaba  allá  por  los  oteros 
Floridos  del  Edén,  ó  por  los  llanos, 
Sin  arcabuz  ni  paje 
El  padre  universal  de  los  humanos. 
Que  sin  duda  andarla 
Solo  y  sin  su  mujer  el  primer  dia; 
O  como  van  aun  en  las  aldeas. 
Sucias  las  caras  feas, 

Y  el  cuerpo  del  color  de  la  morcilla 
Los  chicos  de  la  Mancha  y  de  Castilla, 
Nuestro  héroe  gritando. 

Gestos  haciendo  y  cabriolas  dando, 

Hasta  que  al  fin  al  ruido 

Entró  allí  su  patrón  medio  dormido. 

Frisaba  ya  el  patrón  en  sus  cincuenta. 

Hombre  grave  y  sesudo. 

Tenido  entre  sus  gentes  por  agudo. 

Con  lonja  de  algodones  por  su  cuenta: 

Elector,  del  sensato  movimiento 

Partidario  en  política,  y  nombrado 

Regidor  del  heroico  ayuntamiento 

Por  fama  de  hombre  honrado, 

Y  odiar  en  sus  doctrinas  reformistas 
íío  menos  al  partido  moderado 

Que  á  los  cuatro  anarquistas, 

Aunque  estos  le  incomodan  mucho  mas: 


3()8  EL    DIABLO    MUNDO. 

Por  no  verlos  se  diera  á  Barrabás, 

Y  tiene  persuadida  á  su  mujer 

Que  es  gente  que  no  tiene  qué  perder. 


Leyendo  está  las  ruinas  de  Palmira 
Detrás  del  mostrador  á  aquellas  horas 
Que  cuenta  libres,  y  á  educarse  aspira 
En  la  buena  moral, 

Y  á  la  patria  á  ser  útil  en  su  oficio, 
Habiendo  ya  elegido  en  su  buen  juicio, 
En  cuanto  á  religión,  la  natural: 

Y  mirando  con  lástima  á  su  abuelo 
Que  fué  al  fin  un  esclavo, 

Y  el  mezquino  desvelo 

De  los  pasados  hombres  y  porfías, 

Rinde  gracias  á  Dios,  que  el  mundo  al  cabo 

Ha  logrado  alcanzar  mejores  dias. 

Así  filosofando  y  discurriendo, 

Sus  cuentas  componiendo, 

Cuidando  de  la  villa  y  su  limpieza, 

Solo  tal  vez  alguna  ligereza 

Tarba  su  paz  doméstica,  que  ha  dado 

En  darle  celos  su  mujer  furiosa, 

Y  aunque  sobremanera 

Los  celos  sin  razón  ella  exagera. 
Suena  en  el  barrio  como  cierta  cosa, 
Que  aunque  viejo,  es  de  fuego, 
Corriente  en  una  broma  y  mujeriego. 


En  la  estancia  al  estruendo  y  algazara 
Entra  el  discreto  concejal  gruñendo 
Y  con  muy  mala  cara 
De  las  bromas  del  huésped  maldiciendo; 
Bromas  de  un  hombre  de  su  edad  ajenas, 


EL   LÍABLO    MUKDO.  309 

Con  un  pié  en  el  sepulcro  dando  voces, 

Haciendo  el  niño  y  disparando  coces 

Mas  lo  que  puede  el  regidor  apenas 
(Don  Liborio)  llegar  á  comprender, 
Es  como  á  tanto  escándalo  se  atreve 
Un  hombre  que  le  debe 
Cuatro  meses  lo  menos  de  alquiler. 

«¿Es  posible,  al  entrar,  dijo  don  Pablo, 
(Sin  reparar  siquiera 
Que  su  huésped  el  mismo  ya  no  era) 
Que  os  tiente  así  tan  de  mañana  el  diablo? 
¡Vive  Dios,  que  os  encuentro  divertido!... 
Parece  bien  que  un  viejo  que  ya  tiene 
Mas  años  que  un  palmar,  hecho  un  orate, 
Arme  él  solo  mas  ruido 

Que  cien  chiquillos  juntos ¡Botarate! 

Mas  valiera  que  tantas  alegrías 

Fueran  pagar  contado 

Mis  cuatro  meses  y  diez  y  ocho  días!» 

Tal  con  rostro  indijesto 
Dijo,  y  en  ademan  de  hombre  enojado, 
Con  desden  la  cabeza  torció  á  un  lado 

Y  empujó  el  labio  con  severo  gesto. 

Con  una  interjección  y  un  fiero  brinca 
Digno  de  Auriol  el  saltarín  payaso, 
Al  grave  regidor  le  salta  al  paso. 
Colgándose  á  su  cuello  con  ahinco 

Y  amorosa  locura, 

Su  improvisado  huésped  que  se  afana 
(Tal  simpatiza  la  familia  humana) 
Por  conocer  aquel  confuso  ente 
De  tan  rara  figura 
Que  aparece  á  sus  ojos  de  repente: 

Y  ambas  manos  le  planta 


:U0  KL    DIABLO    MUNDO. 

En  los  carrillos  y  su  faz  levanta 
Por  verle  bien,  y  en  la  nariz  le  arroja 
Tan  súbita  y  ruidosa  carcajada, 
Fijando  en  él  su  vivida  mirada 
Que  al  pequeüuelo  reg-idor  enoja. 


¡Cóúio!  ¡á  mi!  ¡voló  á  tal!  gritó  en  su  ira 
Furioso  el  pobre  concejal  en  tanto, 
Viendo  aquel  tagarote  con  espanto 
Que  con  salvaje  júbilo  le  mira, 
Que  le  acaricia  rudo, 
Hércules  sin  pudor,  Sansón  desnudo. 
Con  atención  tan  rara  y  tan  prolija 
Que  al  contemplar  sus  gestos  y  oir  su  voz 
Cada  vez  mas  se  alegra  y  regocija, 
Con  delirio  feroz. 
Crujiéndole  de  cólera  los  huesos 
En  su  impotencia  don  Liborio  en  vano 
A  remediar  se  esfuerza  los  excesos 
De  aquel  bárbaro  audaz  y  casquivano: 
Confuso  y  sin  saber  quien  le  liatraido, 
i>íi  por  donde  ha  venido, 
Ni  como  por  qué  arte  prodigioso 
Su  pacífico  viejo  en  tan  furioso 
Fíuesped  se  ha  convertido. 

Su  alegre  huésped  que  le  palpa  y  rie 
Como  á  juguete  vil  contempla  el  niño, 
Que  en  su  brutal  cariño 
Ni  un  punto  le  permite  se  desvíe; 
Que  imperturbable,  en  tanto  que  murmulla 
El  patrón  amenazas  y  razones, 
Súplicas,  maldiciones. 
Gritos  inortográficos  le  aulla. 


EL    DIABLO    MUNDO.  311 

¡Qué  hombre  formal  se  vio 
En  situación  jamás  tan  apurada! 
¡Su  grave  dig-nidad  comprometida, 

Y  aqui  la  autoridad  desconocida 
Yace  además  y  ajada 

Con  que  la  sociedad  le  revistió! 

Ya  le  levanta  en  alto  y  le  examina, 

Y  al  verle  mal  formado  y  tan  pequeño, 
Le  contempla  risueño 

Entre  cariño  y  burla  con  ternura, 

Y  que  un  poder  providencial  le  envía 
(¡Oh  presunción  del  hombre!)  se  figura 
A  servirle  y  hacerle  compañía. 


En  fin,  los  gritos  fueron 
Tales  y  tantas  del  patrón  las  voces. 
Que  todos  los  vecinos  acudieron 
Al  estruendo  y  estrépito  feroces. 
Acudió  como  era 

De  su  deber  al  punto  la  primera. 
Su  mujer  con  vestido  de  mañana 
Y  tres  moños  no  mas  en  la  marmota, 
Dos  de  color  de  rosa,  otro  de  grana. 
Que  aunque  el  afán  de  ver  quien  alborota 
La  hizo  subir  con  el  vestido  abierto, 
La  negra  espalda  al  aire  y  sin  concierto. 
La  marmota  y  los  lazos  con  descuido 
Por  el  bien  parecer  se  los  ha  puesto. 
Que  un  traje  limpio  y  un  semblante  honesto 
Decoro  en  la  mujer  dan  al  marido. 
Acudió  á  la  par  de  ella 
Un  pintor  joven,  cuya  mala  estrella 
Trajo  á  Madrid  con  mas  saber  que  Apeles, 
Mas  no  llegó  á  pintar,  porque  el  dinero 


o]2  EL    DIABLO    MUNDO. 

A  SU  llegada  le  ganó  un  fullero 

Y  no  compró  ni  lienzo  ni  pinceles; 

Y  en  la  buardilla  vive, 

Lejos  del  ruido  y  pompas  de  este  mundo, 

.]  unto  á  Dios  nada  menos,  que  el  profundo 

(xénio  de  Dios  la  inspiración  recibe: 

Mas  tanto  genio  por  causa  tan  fútil 

Estéril  es,  la  inspiración  inútil. 

;Y,  oh  prosa!  ¡olí  mundo  vil!  no  inspiraciones 

Pide  el  pintor  á  Dios  sino  doblones. 

Un  cachazudo  médico  vecino 
Del  cuarto  principal,  materialista, 
Sin  turbarse  subió,  y  entre  otros  vino 
Un  romántico  joven  periodista, 
Que  en  escribir  se  ocupa  folletines, 
De  alma  gastada  y  botas  de  charol. 
Que  ora  canta  á  los  muertos  paladines. 
Ora  escribe  noticias  del  Mogol, 
Cada  línea  á  real,  y  anda  buscando 
Mundo  adelante  nuevas  sensaciones, 
Las  ilusiones  que  perdió  llorando. 
Lanzando  á  las  mujeres  maldiciones. 

En  tanto  le  ha  quitado  su  gorreta 
(rriega  al  patrón  el  héroe,  y  decidido 
Sobre  su  noble  frente  la  encasqueta 
Ancho  de  vanidad,  de  gozo  henchido: 

Y  en  cueros  con  su  gorro  se  pasea 
Por  el  cuarto,  y  gentil  se  pavonea, 
Que  es  natural  al  mas  crudo  varón 
Ser  algo  retrechero  y  coqueton. 
Echándole  al  patrón  con  desparpajo, 
Miradas  que  le  miden  de  alto  abajo. 
Sin  hacer  caso  de  sus  voces  fieras 
Creyéndole  en  su  estado  natural, 


EL   DIABLO    MUNDO.  'M'A 

Ni  atender  al  estrépito  infernal 
De  los  que  suben  ya  las  escaleras. 

Se  abrió  de  golpe  la  entornada  puerta 

Y  de  tropel  entraron  los  vecinos, 

Y  hallaron  al  patrón  que  á  hablar  no  acierta 

Y  al  Hércules  haciendo  desatinos: 
Su  esposa  la  primera,  medio  muerta 
De  espanto  y  de  dolor,  garito:  ¡asesinosl 
Porque  tiene  el  amor  ojos  de  aumento 

Y  quita  la  pasión  conocimiento. 

Fué  del  patrón  cuando  llegó  socorro 
Echarla  lo  primero  de  valiente, 

Y  recobrar  su  dignidad  y  el  gorro, 
Tomando  un  ademan  correspondiente: 

Y  así  mirando  indiferente  al  corro, 
Que  es  máxima  que  tiene  muy  presente 
La  de  nihil  admirari,  y  la  halló  un  dia 
En  un  tratado  de  filosofía. 

Tendió  la  mano  al  loco  señalando, 

Y  al  mismo  punto  su  inocente  esposa, 
La  misma  infausta  dirección,  temblando 
Con  los  ojos  siguió  toda  azorosa! 

¡Oh  temiile  visíc!  jcuadro  infando! 
¡Oh!  la  casta  matrona  ruborosa 

Yió ¿mas  qué  vio,  que  de  matices  rojos, 

Cubrió  el  marfil  y  se  tapó  los  ojos? 

Musas,  decid  que  vio La  Biblia  cuenta 

Que  hizo  á  su  imagen  el  Señor  al  hombre, 

Y  á  Adán  desnudo  á  su  mujer  presenta 
Sin  que  ella  se  sonroje  ni  se  asombre: 
Después  se  le  ha  llamado  y  á  mi  cuenta, 
Mientras  peritos  prácticos  no  nombre 


314  EL    DIABLO    MUNDO. 

La  familia  animal,  está  dudoso, 

Eatre  todos  al  hombre  el  mas  hermoso. 


Y  muy  cara  se  vende  una  pintura 
De  una  mujer  ó  un  hombre  en  siendo  buena. 

Y  estimamos  desnudo  en  la  escultura 
Un  atleta  en  su  rústica  faena: 

Mas  eso  no:  la  natural  figura 
Es  menester  cubrirla  y  darla  ajena 
Forma,  bajo  un  sombrero  de  castor, 
Con  guantes,  fraque  y  botas  por  pudor. 

No  que  me  queje  yo  de  andar  vestido 

Y  ahora  mucho  menos  en  invierno, 

Y  que  el  pudor  se  dé  por  ofendido 

De  ver  desnudo  un  hombre  lo  discierno: 

Y  mucho  mas  si  el  hombre  no  es  marido, 
Ni  cuñado  siquiera,  sueg-ro  ó  yerno. 
Que  entonces  la  mujer  no  tiene  culpa 

Y  el  mismo  parentesco  la  disculpa. 

Mas  es  el  caso  aquí  que  aquella  dama 

Mujer  del  concejal ¡oh!  sin  lisonja, 

^•.Cómo  diré  la  edad  que  le  reclama 
El  tiempo  que  hace  ya  vive  en  la  lonja, 
Yo  que  me  precio  de  galán?  la  fama, 
Viéndola  hacer  escrúpulos  de  monja, 
A  los  presentes  reveló  la  cuenta 

Y  hubo  vecino  que  la  echó  cincuenta. 

¡Tanto  pudor  á  los  cincuenta  años! 
¡Oh  incansable  virtud  de  la  matrona' 
Después  de  tanto  ataque  y  desengaños, 
En  este  mundo  picaro  que  abona 
El  vicio  con  sus  crímenes  y  amaños. 
El  tiempo  que  peñascos  desmorona 


EL    DIABLO    MUNDO.  31,"] 

No  pudo  su  virtud  jamás  vencer: 

¡Oh  feliz  don  Liborio!  ;0h  g-ran  mujer! 

¿Y  habrá  de  irse  sin  mirar  siquiera 
A  un  monstruo,  á  un  loco?  ¿y  dejará  en  el  riesgo 
A  su  Liborio  con  aquella  fiera 
liln  trance  que  ha  tomado  tan  mal  sesgo? 
Tso  lo  permita  Dios:  Liborio  muera 

Y  ella  también  con  él.— Y  aquí  yo  arriesgo 
Por  seguir  en  octavas  este  canto 
Débilmente  contar  dévoiiement  tanto! 

Ella,  la  pobre,  á  su  pesar  forzada 
A  ver  á  un  hombre  en  cueros  que  no  es 
vSu  esposo,  con  rubor  una  mirada 
Le  echó  de  la  cabeza  hasta  los  pies; 

Y  aunque  fuerte,  y  honesta,  y  recatada. 
Un  pensamiento  la  ocurrió  después; 
Que  la  mujer  al  cabo  menos  lista 
Tiene  en  su  corazón  algo  de  artista. 

Y  al  contemplar  las  formas  majestuosas, 
La  robustez  del  loco  y  carnes  blancas, 
Recordó  suspirando  las  garrosas 
Del  pobre  regidor  groseras  zancas. 
Son  las  gomparaciones  siempre  odiosas, 
Siempre,  y  en  el  archivo  de  Simancas, 
Si  no  me  engaño,  pienso  haber  leido 
Que  en  el  símil  perdió  siempre  el  marido. 

¡Oh  cuan  dañosas  son  las  bellas  artes! 
¡Y  aun  mas  dañosa  la  afición  á  ellas! 
A  sus  maridos  estudiar  por  partes 
¡Cuántas  extravió  mujeres  bellas! 
No  pensó  mas  moléculas  Descartes, 
Ni  en  mas  rayos  se  parten  las  estrellas, 


316  EL   DIABLO    MUNDO. 

Que  en  partes  ¡ay!  una  mujer  destriza 
A  su  esposo  infeliz  y  lo  analiza. 

Y  á  par  que  en  él  aplica  el  analítico, 
Al  ajeno  varón  le  echa  el  sintético, 

Y  al  mas  fuerte  marido  encuentra  estítico^ 

Y  al  mas  débil  galán  encuentra  atlético: 
Juzga  al  primero  un  corazón  raquítico, 
Halla  en  el  otro  un  corazón  poético. 

La  palabra  de  aquel  ruda  y  narcótica 

Y  la  del  otro  tímida  y  erótica. 

Y  á  mí  este  juicio  me  parece  exacto, 

Y  parézcales  mal  á  los  maridos. 

Que  ellos  han  hecho  con  el  mundo  un  pacto 

Y  sus  derechos  son  reconocidos; 

Y  si  tienen  mujer,  justo  ipso  fado 
Es  que  su  condición  lleven  sufridos. 
Que  habla  con  su  mujer  el  que  se  casa 

Y  yo  con  las  paredes  de  mi  casa. 

El  pensamiento  que  cruzó  la  mente 
De  la  honrada  mujer  del  concejal, 
Fué  sin  pasión  juzgado  estrictamente 
Cuando  mas  un  pecado  venial: 
La  honrada  dueña  que  no  sea  siente 
(Y  este  es  un  sentimiento  natural) 
Tan  membrudo,  tan  noble  y  vigoroso 
Como  su  huésped  su  querido  esposo. 

Y  otra  cosa  además  siente  también 
Que  no  se  ha  de  saber  por  mí  tampoco. 
Ya  que  ella  la  reserva  y  hace  bien, 

Que  al  cabo  el  hombre  aquel  no  es  mas  que  un  loco: 
Hay  quien  dice  además  que  con  desden 
Vio  desde  entonces  y  le  tiene  en  poco 


EL   DIABLO   MUNDO. 

Tal  impresión  en  ella  el  huésped  hizo) 
A  un  mozo  de  la  tienda  asaz  rollizo. 

;Av  infeliz  de  U  que  nace  hermosa! 
Mas  la  verdad  (si  la  verdad  se  puede 
Ea  materia  decir  tan  espinosa) 
Es  (y  perdón  la  pido  si  se  excede 
Mi  pluma  en  lo  demás  tan  respetuosa) 
ÍY  esto  ¡oh  lector!  entre  nosotros  quede), 
Mas  no  lo  he  de  decir,  que  es  un  secreto 
y  siempre  me  he  preciado  de  discreto. 

¿Quién  es  el  hombre  aquel?  ¿quién  le  ha  traído 
; Monde  el  viejo  está  que  allí  vivía? 
,-Oómo  y  dónde  en  cueros  ha  venido? 
La  noche  antes  don  Liborio  había 
Visto  en  su  cuarto  al  viejo  recogido, 
Su  cuenta  preparada  le  tenia, 

Y  cuando  el  ruido  á  averiguar  hoy  entra 
!)esnudo  un  loco  en  su  lugar  se  encuentra. 

Miran  al  loco  todos  entre  tanto, 
<jue  por  tal  al  momento  le  tuvieron, 

Y  tal  belleza  y  desenfado  tanto 
Confiesan  entre  si  que  nunca  vieron: 
Yiéranlo  con  deleite,  si  el  espanto 
Que  al  encontrarlo  súbito  sintieron 
Les  dejara  admirarle,  pero  el  susto 
Hasta  á  la  dueña  le  acibara  el  gusto. 

Kl  los  mira  también  entre  gustoso 

Y  extrañado  con  plácido  semblante, 
Con  benévola  risa  cariñoso 
Señalando  al  patrón  que  está  delante, 

Y  festejar  queriéndole  amoroso 

Fija  la  vista  en  él,  y  al  mismo  instante 


317 


:U8  EL   DIABLO    MUNDO. 

I.a  mano  alarga  y  el  patrón  la  evita, 

Se  echa  hacia  atrás  amedrentado  y  grita. 

Y  su  desvío  y  desdeñoso  acento 

Sin  comprender  tal  vez  y  j^a  impaciente 
El  nuevo  mozo,  entre  jovial  y  atento, 
De  un  salto  avanza  á  la  agolpada  gente; 
En  pronta  retirada  un  movimiento 
Todos  hicieron,  y  hasta  el  mas  valiente, 
El  audaz  regidor,  lo  menos  cinco 
]^]scalones  saltó  de  un  solo  brinco. 

No  es  retirarse  huir,  no,  ni  cordura 
Fuera  trabar  tan  desigual  combate 
Con  un  loco  de  atlética  figura 
Capaz  de  cometer  un  disparate: 
Gritando  ¡ata/do!  bajan  con  presura; 
Gran  medida,  mas  falta  quien  le  ate; 
Veloz  el  loco  y  mas  veloz  que  un  gamo 
Prepárase  á  saltar  de  un  brinco  un  tramo. 

¡Oh  confusión!  que  al  verle  de  repente, 
Rápido  desprenderse  de  lo  alto. 
Cada  cual  baja  atropelladamente, 
Con  gritos  de  terror,  de  aliento  falto: 
Rueda  en  montón  la  acobardada  gente, 
Y  el  regidor,  queriendo  dar  un  salto 
Entre  los  pies  del  médico  se  enreda. 
Se  ase  á  su  esposa,  y  con  su  esposa  rueda. 

Y  el  médico  también  rueda  detrás, 
A  un  tobillo  cogido  del  patrón; 
Entrégase  el  pintor  á  Barrabás, 

Que  en  un  callo  le  han  dado  un  pisoton;^ 
Armase  un  estridor  de  Satanás, 
El  poeta  ha  perdido  una  ilusión, 


EL    DIABLO    MUNDO.  319 

Que  ha  visto  de  la  dama  no  sé  qué 

Y  amas  acaba  de  torcerse  un  pié. 

Y  acude  gente,  y  el  rumor  se  aumenta, 

Y  llénase  el  portal,  crece  el  tumulto, 
Su  juicio  cada  cual  por  cierto  cuenta, 

Y  se  pregunta,  y  se  responde  á  bulto: 
Dicen  que  es  un  ladrón,  hay  quien  sustenta 
Que  al  pueblo  de  Madrid  se  hace  un  insulto 
Prendiendo  á  un  regidor,  y  que  él  resiste 

A.  la  ronda  de  esbirros  que  le  embiste. 

Llega  la  multitud  formando  cola 
Al  sitio  en  que  se  alzaba  Mariblanca, 

Y  la  nueva  fatal  de  que  tremola 

Ya  su  pendón,  y  que  asomó  una  zanca 
El  espantoso  monstruo  que  atortola 
Al  mas  audaz  ministro,  y  lo  abarranca, 
El  Bú  de  los  gobiernos,  la  anarquía, 
Llegó  aterrando  á  la  secretaría. 

Ordenes  dan  que  apresten  los  cañones, 
Salgan  patrullas,  dóblense  los  puestos, 
No  se  permitan  públicas  reuniones, 
Pesquisas  ejecútense  y  arrestos, 
Quedan  prohibidas  tales  expresiones. 
Obsérvense  los  trajes  y  los  gestos, 
i)e  los  enmascarados  anarquistas 

Y  de  sus  nombres  que  se  formen  listas. 

Que  luego  á  son  de  guerra  se  publique 
La  ley  marcial,  y  á  todo  ciudadano. 
Cuyo  carácter  no  le  justifique, 
Luego  por  criminal  que  le  echen  mano; 
Que  á  vigilar  la  autoridad  se  aplique 
La  mansión  del  congreso  soberano, 


;]20  KL    DIABLO    íMUNDO. 

Y  bajo  pena  y  pérdida  de  empleos, 
•Sobre  todo,  la  casa  de  Correos. 

Pásense  á  las  provincias  circulares, 

Y  en  la  Gaceta  en  lastimoso  tono 
imprímanse  discursos  á  millares 
Contra  los  clubs  y  su  rabioso  encono; 
Píntense  derribados  los  altares, 
Rota  la  sociedad,  minado  el  trono, 

Y  á  los  cuatro  malévolos  de  horrendas 
Miras,  mandando  y  destrozando  haciendas. 

;0h  cuadro  horrible!  ¡pavoroso  cuadro! 
Pintado  tantas  veces  y  á  porfía 
Al  sonar  el  horrísono  baladro 
Bel  monstruo  que  han  llamado  la  anarquía. 
Aquí  tu  elogio  para  siempre  encuadro, 
Que  á  ser  llegaste  el  pan  de  cada  dia, 
Cartilla  eterna^  universal  registro 
Que  aprende  al  gobernar  todo  ministro. 

¡Oh  cuánto  susto  j  miedos  diferentes, 
Cuánto  de  afán  durante  algunos  años 
Con  vuestras  peroratas  elocuentes 
Habéis  causado  á  propios  y  aun  á  extraños! 
Mal  anda  el  mundo,  pero  ya  las  gentes 
Han  llegado  á  palpar  los  desengaños, 

Y  aunque  cien  tronos  caigan  en  ruina 
No  menos  bien  la  sociedad  camina. 

¡Oh  imbécil,  necia  y  arraigada  en  vicios 
Turba  de  viejas  que  ha  mandado  y  manda! 
Ruinas  soñar  os  hace  y  precipicios 
Vuestra  codicia  vil  que  así  os  demanda: 
¿Pensáis  tal  vez  que  los  robustos  quicios 
Del  mundo  saltarán  si  á  prisa  anda, 


EL   DIABLO   MUNDO.  321 

Porque  son  torpes  vuestros  pasos  viles, 
Tropel  asustadizo  de  reptiles? 

;Qué  vasto  plan?  ¿Qué  noble  pensamiento 
Vuestra  mente  raquítica  ha  engendrado? 
¿Qué  altivo  y  generoso  sentimiento 
En  ese  corazón  respuesta  ha  hallado/ 
^Cuál  de  esperanza  vigoroso  acento 
Vuestra  podrida  boca  ha  pronunciado? 
;Qué  noble  porvenir  promete  al  mundo 
Vuestro  sistema  de  gobierno  inmundo? 

Pasad,  pasad  como  funesta  plaga, 
Gusanos  que  roéis  nuestra  semilla. 
Vuestra  letal  respiración  apaga 
La  luz  del  entusiasmo,  apenas  brilla: 
Pasad,  huid,  que  vuestro  tacto  estraga 
Cuanto  toca,  y  corrompe  y  lo  mancilla; 
Solo  nos  podéis  dar  canalla  odiosa. 
Miseria  y  hambre  y  mezquindad  y  prosa. 

Basta,  silencio,  hipócritas  parleros, 
Turba  de  charlatanes  eruditos. 
Tan  cortos  en  hazañas  y  rastreros 
Como  en  palabras  vanas  infinitos: 
Ministros  de  escribientes  y  porteros. 
De  la  nación  eternos  parásitos: 
Basta,  que  el  corazón  airado  salta. 
La  lengua  calla  y  la  paciencia  falta. 

Mientras  al  arma  el  ministerio  toca 

Y  se  junta  la  tropa  en  los  cuarteles, 

Y  ve  la  gente  con  abierta  boca 
Edecanes  á  escape  en  sus  corceles 
Cruzar  las  calles,  y  al  motín  provoca 
El  gobierno  con  bandos  y  carteles. 


322  EL   DIABLO   MUNDO. 

Y  andan  por  la  ciudad  jefes  diversos 
Cuyos  nombres  no  caben  en  mis  versos, 

Como  el  jefe  político  y  sus  rondas, 
Capitán  general,  gobernador. 
Los  que  por  mucho  ¡oh  monstruo!  que  te  escondas 
Darán  contigo  en  tu  mansión  de  horror; 
Como  del  mar  las  agolpadas  ondas, 
Al  ímpetu  del  viento  bramador. 
La  calle  entera  de  Alcalá  ocupando 
Se  va  la  gente  en  multitud  juntando. 

Y  ya  el  discorde  estrépito  aumentaba 

Y  la  mentira  y  el  afán  crecía, 

Y  la  gente  á  la  gente  se  empujaba, 
Codeaba,  pisaba  y  resistía: 

El  semblante  y  los  ojos  empinaba 
Cada  cual  para  ver  si  algo  veía, 

Y  en  larga  hilera  están  ya  detenidos 
Gentes,  carros  y  coches  confundidos. 

Como  bosque  de  palmas  que  al  violento 
ímpetu  dobla  la  gallarda  copa. 
Cuando  apiñado  lo  recoge  el  viento 

Y  con  su  manto  anchísimo  lo  arropa, 
Así  ondula  con  sordo  movimiento 
En  la  ancha  calle  la  agolpada  tropa, 

Y  la  apiñada  muchedumbre  ruge 

Al  vaivén  rudo  de  su  propio  empuje. 

Y  cede,  y  vuelve,  y  crece  el  vocerío, 
La  agitación  del  popular  tumulto, 

Y  un  pánico  terror  entre  el  gentío 
Con  asombro  común  resbala  oculto; 

Y  en  tan  revuelto  y  congojoso  lio. 
Con  ronca  voz  y  con  violento  insulto. 
Contrarios  intereses  y  pasiones 

Se  abren  plaza  á  codazos  y  empujones. 


EL   DIABLO   MUNDO.  323 

Y  como  negra  nube  en  el  verano 
Desátase  en  violento  torbellino, 

Y  piedras  llueve,  y  el  dorado  grano 
Arroja  al  viento  en  raudo  remolino: 
Súbito  rompe  el  populacho  insano, 
Se  esparce  y  atropéllase  sin  tino, 

Y  huyen  acá  y  allá,  y  allá  y  acá 
Corre  la  gente  sin  saber  do  va. 

Ya  habrá  el  lector,  si  como  yo  del  ruido 

Y  bulla  popular  y  movimiento 
Alguna  vez  aficionado  ha  sido, 

Y  con  juicio  observó  y  detenimiento, 
Visto  alguno  tal  vez  tan  aturdido 

De  la  fuga  en  el  crítico  momento. 

Que  dos  horas  después  si  lo  ha  encontrado 

Del  ímpetu  primero  aun  no  ha  aflojado. 

Y  en  bandadas  derrámase  y  se  extiende 
La  antes  amontonada  muchedumbre, 
Como  gorriones  que  el  gañan  sorprende 
Vuelan  del  llano  á  la  lejana  cumbre: 
Nadie  á  la  voz  del  compañero  atiende, 
Nadie  acude  á  la  ajena  pesadumbre, 
Nadie  presta  favor  y  todos  gritan 

Y  en  confuso  tropel  se  precipitan. 

Y  allí  la  voz  aguardentosa  truena, 
Grita  asustada  la  afligida  dama, 
Ladran  los  perros  y  las  calles  llena 
La  gente  que  en  tumulto  se  derrama: 
Suspende  el  artesano  su  faena. 
Cuidoso  el  mercader  sus  gentes  llama, 
Puertas  y  tiendas  ciérranse,  añadiendo 
Nuevo  rumor  al  general  estruendo. 

Y  la  prisa  es  de  ver  con  que  asegura 
Cada  cual  su  comercio  y  mercancía. 


324  EL   DIABLO   MUNDO. 

Y  como  alg-uno  entre  el  tropel  procura 
Mostrar  serenidad  y  valentía, 

Y  en  torno  de  él  la  multitud  conjura 
A  reunirse  con  calma,  y  sangre  fria 
Aconseja,  mirando  alrededor 

Con  ojos  que  desmienten  su  valor. 

Y  otros  audaces  de  intención  dañina, 
Gózanse  en  el  tumulto  y  de  repente 
Donde  la  gente  mas  se  arremolina 
Prontos  acuden  á  aturdir  la  gente: 

Y  huyen  por  aumentar  la  tremolina 

Y  confusión,  y  contra  el  mas  paciente 
Espectador  pacífico  se  estrellan, 

Y  con  fingido  espanto  le  atropellan. 

Y  en  tanto  que  unos  y  otros  se  alborotan, 
Perora  aquel  y  el  otro  hazañas  cuenta, 
Páranse  en  corro  y  furibundos  votan, 

Y  un  solo  grito  acaso  el  corro  ahuyenta; 

Y  aquellos  de  placer  las  palmas  frotan, 

Y  este  el  sombrero  estropeado  tienta. 
Párase  y  el  aliento  ahogado  exhala, 

Y  el  tambor  va  tocando  generala; 

Y  algunos  nacionales  van  saliendo 
El  ánimo  á  la  muerte  apercibido, 

El  motín  y  su  suerte  maldiciendo 
Con  torvo  ceño  y  gesto  desabrido; 

Y  con  voz  militar,  Adiós,  diciendo 
A  su  aterrada  cónyuge  el  marido, 

Al  son  del  parche  y  á  la  voz  de  alarma 
Carga  el  fusil  y  bayoneta  arma. 

Y  entre  tanto  que  vienen  batallones 

Y  órdenes  mil  el  ministerio  expide, 

Y  envuelta  en  mil  diversas  confusiones 


EL   DIABLO   MUNDO.  325 

La  autoridad  en  fin  nada  decide, 

Y  hay  quien  demanda  á  gritos  los  cañones, 

Y  quien  las  cargas  de  lanceros  pide, 

Y  tal  vez  otro  cavilando  calla 

Si  escogerá  la  lanza  ó  la  metralla. 

Y  en  tanto  que  en  Madrid,  cual  se  derraman 
Por  las  faldas  del  rojo  Mongibelo 

De  lava  mil  torrentes,  que  recaman 
Con  ígneas  cintas  el  tremante  suelo. 
Turbas  de  gente  alborotadas  braman 

Y  se  derraman  con  insano  anhelo, 
En  turbiones  las  calles  inundando 
Los  unos  á  los  otros  espantando: 

Súbito  con  asombro  ve  la  gente 
Que  aun  al  portal  del  regidor  espera. 
Salir  desnudo  á  un  hombre  de  repente 
Con  veloz  violentísima  carrera; 

Y  otro  tras  él  con  cólera  impotente, 
Chico  y  gordo  y  vestido  á  la  ligera. 
Afligido,  empolvado  y  sin  aliento, 
Todos  los  pelos  de  la  calva  al  viento; 

Y  á  una  mujer  también  desaliñada, 

Y  seis  ó  siete  mas  llenos  de  espanto. 
Todos  tras  él  gritando  con  turbada 
Voz,  que  tengan  al  loco,  y  entre  tanto, 
Por  la  calle  la  faz  alborozada 

El  loco  va  con  regocijo  tanto. 

Que  causa  gusto  el  verle  tan  esbelto 

Andando  á  brincos  tan  airoso  y  suelto. 

Pero  la  gente,  viendo  la  figura 
Desnuda  de  aquel  hombre,  que  corría. 
Rápido  como  el  viento,  y  la  premura 
De  la  turba  que  ansiosa  le  seguía, 


320  EL    DIABLO    MUNDO. 

Y  las  voces  oyendo  y  la  locura 
Temiendo  del  que  loco  parecía, 
Sin  otra  reflexión  viento  tomaron, 

Y  hasta  tomar  distancia  no  pararon. 

Mas  lueg-o  que  la  calma  sobrevino 

Y  los  mas  animosos  acudieron, 

Y  que  era  huir  un  necio  desatino 
Los  menos  advertidos  conocieron, 

Y  á  todos  de  saber  el  caso  vino 
Curiosidad,  hacia  el  patrón  corrieron. 
Que  eran  el  nuevo  joven  y  el  patrón 
De  tanto  laberinto  la  ocasión. 

Y  en  corro  el  caso  del  patrón  indagan, 

Y  discuten  tal  vez  puntos  sutiles, 

Y  los  magines  desvariando  vagan 
Perdidos  de  la  historia  en  los  perfiles; 

Y  oyen  discursos  sin  que  satisfagan 
Los  discursos  las  mentes  varoniles 

Que  ansian  profundizar,  y  nadie  entiende 
El  caso  que  el  patrón  contar  pretende. 

«Es  pues  el  caso,  el  regidor  decía, 
Que  este  viejo  es  un  loco  huésped  mío, 
Trocado  en  joven  de  la  noche  al  día. 
—Mirad  que  estáis  diciendo  un  desvarío. 
—Yo  cuento  la  verdad.— ¡Necia  porfía! 
Está  loco.— Señores,  no  me  rio. 
Yo  no  discurro  nunca  á  troche  y  moche, 
Era  un  viejo  á  las  doce  de  la  noche. 

—Vamos,  el  regidor  perdió  un  sentido. 
—Si  eso  no  puede  ser.— ¡No  hay  quién  me  asista! 
Gritaba  la  mujer,  es  un  perdido. 
Un  servil,  un  ladrón,  un  anarquista: 
Ha  querido  matar  á  mi  marido. 


EL   DIABLO   MUNDO.  327 

—Y  á  VOS  OS  viola  si  no  andáis  tan  lista, 
La  repuso  un  chuzcon  cara  de  pillo 
Que  alegraba  con  chistes  el  corrillo. 

Yo  dije  que  era  viejo,  ahora  no  digo 
Que  no  sea  joven.— Id  y  el  diablo  os  lleve. 
—Y  ahora  se  me  va...— Sois  un  bodigo. 
—Con  mas  de  cuatro  meses  que  m_e  debe. 
—Vos  os  contradecís.— Me  contradigo 
Y  no  me  contradigo.— Que  lo  pruebe, 
Gritaba  el  chusco  de  la  faz  burlona; 
Idos,  buen  hombre,  á  reposar  la  mona.» 

Desnudo  en  tanto  el  nuevo  mozo  vuela, 
Párase,  corre,  alborozado  grita, 
Mira  alegre  en  redor,  nada  recela, 
Cuanto  le  cerca  su  entusiasmo  excita: 
Palpar,  gritar,  examinar  anhela 
Cuanto  mira  y  en  torno  de  él  se  agita. 
Como  al  amor  del  maternal  cariño 
Mira  la  luz  embelesado  el  niño. 

¡Pobre  inocente,  alma  que  entretiene 
El  mundo,  y  le  divierte  cual  gracioso 
Juguete,  y  á  mirarle  se  detiene 
Con  pueril  regocijo  candoroso! 
La  luz,  las  gentes  en  conjunto  viene 
Todo  á  herirla,  cual  juego  luminoso 
De  prodigioso  mágico,  que  alzara 
Ideal  otro  mundo  con  su  vara. 

Y  la  ciudad,  y  el  sol,  y  sus  colores. 
La  gente,  y  el  tumulto,  y  los  sonidos 
En  grata  confusión  de  resplandores 
Y  de  armonías  llega  á  sus  sentidos, 
Cual  las  que  esmaltan  diferentes  flores 
Los  verdes  prados  por  Abril  floridos. 


328  EL   DIABLO   MUNDO. 

Confunden  con  sonoro  movimiento 
Ruido  y  colores,  si  las  mece  el  viento. 

Y  les  presta  su  alma  su  hermosura. 

Y  el  corazón  su  amor  y  lozanía, 
Su  mente  les  regala  su  frescura, 

Y  su  rico  color  su  fantasía: 

Les  da  su  novedad  luz  y  tersura, 
Regocijo  les  presta  su  alegría, 
Que  el  alma  gozo  al  contemplarse  siente 
Del  mundo  en  el  espejo  trasparente. 

Y  en  el  continuo  cambio  y  movimiento, 

Y  algazara,  y  bullicio  alegre  y  vario. 
Movido  por  recóndito  portento 

Ve  el  mundo  cual  magnífico  escenario: 
Lámpara  el  sol  meciéndose  en  el  viento, 

Y  obras  de  artificioso  estatuario 
Las  figuras  que  en  rápido  tumulto 
Cruzan,  y  anima  algún  resorte  oculto. 

Y  con  su  propio  gusto  satisfecho. 
Que  en  sí  propia  su  alma  se  alimenta. 
Latir  sintiendo  alborozado  el  pecho. 
Nada  se  explica,  ni  explicarse  intenta: 
Corre  al  placer  de  su  ilusión  derecho. 
De  su  mismo  placer  sin  darse  cuenta. 
Que  del  placer  que  se  gozó  sin  tasa. 
Nadie  se  ha  dado  cuenta  hasta  que  pasa. 

Pobre  inocente,  alma  que  no  sabe 
Que  solo  al  niño  su  inocencia  abona, 

Y  que  en  el  mundo  compasión  no  cabe, 
Que  en  la  inocencia  mofador  se  encona; 
Alma  llena  de  fe,  candida  ave 

Que  dulces  trinos  en  el  bosque  entona: 
Que  sencilla  de  rama  en  rama  vuela 
Sin  que  su  gracia  al  cazador  conduela. 


EL    DIABLO    MUNDO. 

Alma  que  en  la  aflicción  y  la  agonía 
Del  alboroto  popular  y  estruendo, 
Grata  danza  de  amor  y  de  alegría 
Con  indecible  júbilo  está  viendo; 
Cánticos  la  espantosa  gritería 
Piensa  tal  vez,  en  su  ilusión  creyendo; 
Animadas  escenas  placenteras 
El  susto  de  la  gente  y  las  carreras. 

Y  á  tomar  parte  en  el  común  contento 
Lánzase  y  rom.pe,  y  en  mitad  se  arroja 
Del  bullicio,  mas  rápido  que  el  viento, 

Y  en  torno  de  él  la  gente  se  amanoja: 
Ni  cura  del  ageno  sentimiento 

Ni  de  verse  desnudo  se  sonroja,  ^ 

Y  ora  forman  en  torno  de  él  corrillos, 
Ora  le  siguen  multitud  de  pillos. 

Fué  aquel  día  el  asombro  de  la  villa 

Y  escándalo  de  todo  hombre  sesudo, 
Yendo  tras  él  de  gente  una  trailla 
Que  aterra  á  veces  su  ademan  forzudo; 
Allí  corren  los  chicos,  aquí  chilla 
Una  mujer  al  verle  andar  desnudo, 

Y  algunas  que  los  ojos  se  taparon 
Por  pronto  que  acudieron  le  miraron. 

Y  andando  así,  la  gente  ya  le  acosa, 

Y  alguno  allí  de  condición  liviana. 
Quiere  que  pruebe  la  intención  graciosa 

Y  el  trato  afable  de  la  especie  humana: 

Y  arrojándole  piedras  con  donosa 
Burla,  por  gusto  é  intención  villana. 
Le  hizo  el  dolor  sentir  para  que  sepa 

Que  no  hay  placer  donde  el  dolor  no  quepa. 

Que  entró  en  el  mundo  nuestro  mozo  apenas, 

Y  su  dicha  y  el  mundo  bendecía, 


329 


330  EL   DIABLO   MUNDO. 

E  inocentes  miradas  y  serenas 
Vertiendo  en  torno  afable  sonreia, 
Cuando  la  bruta  g-ente  á  manos  llenas 
Lanzaba  en  él  cuanto  dolor  podia, 
Que  en  traspasar  disfrutan  los  humanos 
Su  dolor  en  el  alma  á  sus  hermanos. 

Sintió  el  dolor  y  el  rostro  placentero 
Súbito  coloreó  de  azul  la  ira, 

Y  ya  el  semblante  demudado  y  fiero 
Con  ojos  torvos  á  la  g-ente  mira: 
Huye  el  cobarde  vulg-o  á  lo  primero, 
Piedras  después  sin  compasión  le  tira, 
Gritan:  al  loco,  y  con  temor  villano 
Huyen  y  le  señalan  con  la  mano. 

¿Quién  de  nosotros  la  ilusión  primera 
Recuerda  acaso  en  su  niñez  perdida? 
¿Cuál  fué  el  primer  dolor,  la  mano  fiera 
Que  abrió  en  el  alma  la  primer  herida? 
;Ay!  desde  entonces  sin  dejar  siquiera 
Un  solo  dia,  siempre  combatida 
El  alma  de  encontrados  sentimientos, 
Ha  llegado  á  avezarse  á  sus  tormentos. 

Mas  ¡ay!  que  aquel  dolor  fué  tan  ag*udo, 
Que  el  alma  atravesó  sin  duda  alguna; 
Fué  de  todos  los  golpes  el  mas  rudo 
Que  injusta  nos  descarga  la  fortuna: 
Cuando  inocente  el  corazón  desnudo 
En  el  primer  columpio  de  la  cuna. 
Se  abre  al  amor  en  su  ilusión  divina 

Y  en  él  se  clava  inesperada  espina. 

¡Y  después!  ¡y  después!...  Así  el  mancebo, 
Hombre  en  el  cuerpo  y  en  el  alma  niño, 
Todo  á  sus  ojos  reluciente  y  nuevo, 


EL   DIABLO   MUNDO.  331 

Todo  adornado  con  gentil  aliño, 
Del  falso  mundo  al  engañoso  cebo 
Corre  y  brinda  bondad,  brinda  cariño, 

Y  el  mundo,  que  al  placer  falaz  provoca, 
Dolor  da  en  cambio  al  alma  que  lo  toca. 

Mas  deje:  el  mundo  por  su  amor  se  encarga 
Como  un  chorizo  de  curarla  al  humo, 

Y  de  hiél  rica  quinta  esencia  amarga 
Sacar  para  bañarla  con  su  zumo: 
Luego  la  ensancha  mas,  luego  la  alarga, 
La  esquina,  en  fin,  con  artificio  sumo, 
Hasta  que  endurecida  y  hecha  callo, 
Suave  al  tacto  le  parece  un  rallo. 

Grave  dolor  el  del  mancebo  ha  sido, 
Grave  dolor,  porque  de  aquella  gente 
La  injusticia  y  crueldad  ha  comprendido 
Con  que  paga  su  amor  tan  inocente: 
No  en  el  cuerpo,  en  el  alma  le  han  herido. 
Que  es  niña  el  alma  y  varonil  la  mente, 

Y  de  juicio  y  razón  Dios  le  ha  dotado 
Para  que  juzgue  el  mal  que  le  ha  tocado. 

Sintió  primero  cólera,  y  pasando 
El  físico  dolor  al  pensamiento, 
Volvió  los  ojos  tristes  implorando 
Piedad  con  amoroso  sentimiento. 
Madre  tal  vez  en  su  dolor  buscando, 
Que  temple  con  caricias  su  tormento. 
Mas  los  hombres  no  sirven  para  madres, 

Y  aun  apenas,  si  valen  piara  padres. 

Cuando  llegó  un  piquete,  y  bien  le  avino. 
Que  la  gente  ahuyentó  con  su  llegada, 

Y  el  mozo  agradecido  á  su  destino 
Miraba  con  placer  la  gente  armada: 


I 


332  EL   DIABLO    MUNDO. 

Pregúntanle  después  de  dónde  vino, 
Cómo  va  en  cueros,  dónde  es  su  morada, 

Y  él,  que  no  sabe  hablar,  nada  responde, 
Los  mira,  y  sigue  sin  saber  adonde: 

¿Y  adonde  va?  á  la  cárcel  prisionero, 
Que  andar  desnudo  es  ser  ya  delicuente: 
Él  entre  tanto  observa  placentero 
Los  colores  que  viste  aquella  gente: 

Y  de  una  bayoneta  lo  primero, 
Al  mirarla  tan  tersa  y  reluciente. 
Tocó  la  punta  en  su  delirio  insano, 

Y  en  su  inocente  afán  se  hirió  una  mano. 

Y  este  fué  entonces  el  dolor  segundo, 

Y  dejaremos  ya  de  llevar  cuenta. 

Que  para  algo  Dios  nos  echa  al  mundo, 

Y  la  letra  con  sangre  entra  y  se  asienta: 

Y  así  la  razón  gana,  asi  el  profundo 
Juicio  con  la  experiencia  se  alimenta, 

Y  porque  aprenda,  el  mundo  así  recibe 
Al  que  no  sabe  cómo  en  él  se  vive. 


FIN   DEL   CANTO   TERCERO. 


CANTO  IV. 


Rizados  copos  de  nevada  espuma 
Forma  el  arroyo  que  iug'ando  salta, 
Ricos  países  de  vistosa  pluma 
En  campos  de  aire  el  paj arillo  esmalta: 
Alzase  lejos  nubulosa  bruma, 
De  sombras  rica,  si  de  luces  falta, 

Y  el  verde  prado  y  el  lejano  monte 
Muro  y  término  son  del  horizonte. 

Allá  en  la  enhiesta  vaporosa  cumbre 
Su  manto  en  Oriente  el  alba  tiende, 

Y  blanca,  y  pura,  y  regalada  lumbre 
De  su  frente  de  nácares  desprende : 
Cándida  silfa  á  su  fugaz  vislumbre 
El  aire  en  torno  sonrosado  enciende, 

Y  en  su  frente  la  ondina  voluptuosa 
Se  mece  al  son  del  agua  armoniosa. 

Y  tras  la  densa  y  fúnebre  cortina 
Del  hondo  mar  sobre  la  rubia  espalda, 
Ráfagas  dando  de  su  luz  divina 
Mécese  el  sol  en  lechos  de  esmeralda: 
La  niebla  á  trozos  quiebra  y  la  ilumina 
Del  terso  azul  por  la  tendida  falda, 
Y  de  naranja,  y  oro,  y  fuego,  pinta 
Sobre  plata  y  zafir  mágica  cinta. 


334  EL   DIABLO   MUNDO. 

Y  en  monte,  y  valle,  y  en  la  selva  amena, 

Y  en  la  de  flores  mil  fértil  llanura, 

Y  en  el  seno  del  agua  que  serena 
Se  desliza  entre  franjas  de  verdura, 
El  ruido  alegre  y  bullicioso  suena 
De  seres  mil  que  cantan  su  ventura, 
Prestando  su  algazara  y  movimiento 
Voz  á  las  flores,  y  palabra  al  viento. 

Las  rosas  sobre  el  tallo  se  levantan 
Coronadas  de  gotas  de  roclo. 
Las  avecillas  revolando  cantan 
Al  blando  son  del  murmurar  del  rio; 
Chispas  de  luz  los  aires  abrillantan 
Salpicando  de  oro  el  bosque  umbrío : 

Y  si  el  aura  á  la  flor  murmura  amores, 
La  flor  le  brinda  aromas  y  colores. 

Y  resonando et  cétera;  que  creo 

Basta  para  contar  que  ha  amanecido, 

Y  tanta  frase  inútil  y  rodeo, 

A  mi  corto  entender  no  es  mas  que  ruido: 
Pero  también  á  mí  me  entra  deseo 
De  echarla  de  poeta,  y  el  oido, 
Palabra  tras  palabra  colocada. 
Con  versos  regalar  sin  decir  nada. 

Quiero  decir,  lector,  que  amanecía, 

Y  ni  el  prado  ni  el  bosque  vienen  bien, 
Que  este  segundo  Adán  no  verá  el  dia 
Nacer  en  los  pensiles  del  Edén, 

Sino  en  la  cárcel  lóbrega  y  sombría, 
Que  su  pecado  cometió  también, 
Viniendo  al  mundo  por  estraüo  hechizo, 

Y  es  justo  que  tal  pague  quien  tal  hizo. 

Corrió  entre  tanto  por  Madrid  la  fama 
De  aquella  aparición  del  hombre  nuevo^ 


EL   DIABLO   MUNDO.  335 

De  como  viejo  se  acostó  en  su  cama 
Y  al  despertar  se  levantó  mancebo. 
Nueva  de  que  era  causa  se  derrama 
Del  gran  tumulto  que  contado  llevo, 
Cuando  atento  el  patrón,  subiendo  al  ruido, 
Halló  en  otro  á  su  huésped  convertido. 

Hay  en  el  mundo  gentes  para  todo, 
Muchos  que  ni  aun  se  ocupan  de  sí  mismos; 
Otros,  que  las  desgracias  de  un  rey  godo 
Leen  en  la  historia,  y  sufren  parasismos: 
Quién  por  saber  la  cosa,  y  de  qué  modo 
Pasó,  y  contarla  luego,  á  los  abismos 
Es  capaz  de  bajar,  quien  nunca  sabe 
Sino  es  de  aquello  en  que  interés  le  cabe. 

Quién  por  saber  lo  que  á  ninguno  importa 
Anda  desempolvando  manuscritos. 
Para  luego  dejar  la  gente  absorta 
Con  citas  y  con  textos  eruditos; 
Otro  almacena  provisión  no  corta 
De  hechos  recientes,  cuentos  infinitos 

Y  mentiras  apaña,  y  cuanto  pasa. 

Se  entretiene  en  contar  de  casa  en  casa. 

Este  raro  suceso  que  yo  cuento 
Aquí  en  la  capital  ha  sucedido, 

Y  es  tanta  la  jarana  y  movimiento 
En  que  su  vecindario  anda  metido, 
Que  muchos  no  tendrán  conocimiento 
De  un  caso  no  hace  mucho  acontecido; 

Y  á  otros  tal  vez  tan  verdadera  historia 
Se  habrá  borrado  ya  de  la  memoria. 

Mas  yo,  como  escritor  muy  concienzudo, 
Incapaz  de  forjar  una  mentira, 


336  EL   DIABLO   MUNDO. 

Confesaré  al  lector  que  mucho  dudo 
De  la  verdad  del  caso  que  le  admira: 
Contaré  el  cuento  con  mi  estilo  rudo 
Al  bronco  son  de  mi  cansada  lira, 

Y  el  hecho  á  otros  afirmar  les  dejo, 

De  haberse  el  mozo  convertido  en  viejo. 

Como  me  lo  contaron  te  lo  cuento, 

Y  yo  de  la  verdad  solo  respondo 

De  que  el  mozo  salvaje  del  portento 
Anda  alegre  por  ahí  mondo  y  lirondo: 
Raro  misterio  que  en  conciencia  siento 
No  poder  descifrar  por  mas  que  ahondo; 
Mas  qué  mucho,  si  necio  me  confundo 
Sin  saber  para  qué  vine  yo  al  mundo. 

Que  no  es  menor  misterio  este  incesante 
Flujo  y  reñujo  de  hombres,  que  aparecen 
Con  su  cuerpo  y  su  espíritu  flotante, 
Que  se  animan  y  nacen,  hablan,  crecen, 
Se  agitan  con  anhelo  delirante. 
Para  siempre  después  desaparecen. 
Ignorando  de  dónde  procedieron, 

Y  adonde  luego  para  siempre  fueron. 

Baste  saber  que  nuestro  héroe  existe 
Sin  entrarse  á  indagar  arcano  tanto, 
Que  tiene  para  estar  alegre  ó  triste 
Risa  en  los  labios  y  en  sus  ojos  llanto: 
Que  come,  bebe,  duerme,  calza  y  viste, 
Ya  mas  civil  en  este  cuarto  canto, 

Y  que  Adán  en  la  cárcel  le  pusieron 
Cuando  desnudo  como  Adán  le  vieron. 

Baste  saber  que  el  Diario,  en  su  importante 
Sección  que  casos  de  la  corte  cuenta, 
En  estilo  variado  y  elegante 


EL   DIABLO    MUNDO.  337 

Que  el  interés  del  sucedido  aumenta, 

Refiere  este  suceso  interesante 

Al  número  dos  mil  seiscientos  treinta, 

Y  como  sig-ue  causa,  el  parte  dado, 

No  me  acuerdo  qué  juez  de  qué  juzgado. 

Y  todos  los  de  todos  los  colores 
Periódicos  (¡amable  cofradía!) 

Que  se  apellidan  ya  conservadores. 
Ya  progresistas,  y  que  en  lucha  impía, 
Cebo  de  los  políticos  rencores, 
Mondan  y  pulen  la  cuestión  del  dia. 
De  ilustración  vertiendo  ricas  fuentes 
En  caudales  fructíferos  torrentes. 

Ahondando  la  cuestión  de  estrago  tanto, 
Bascando  el  móvil  de  motín  tan  fiero, 
Hallaron  unos  y  otros  con  espanto 
Que  era  un  pagado  y  vil  aventurero, 
Ko  disfrazado  bajo  el  noble  manto 
De  la  santa  virtud^  sino  altanero^ 
Agente  digno  de  la  trama  im.pía, 
Saliendo  en  carnes  á  la  luz  del  dia. 

Y  acusó  cada  cual  á  su  contrario 
De  haber  pagado  y  encerrado  al  loco, 

Y  del  absurdo  cuento  estrafalario 

Que  honra  por  cierto  su  invención  muy  poco: 
Cual  al  gobierno  acusa  atrabiliario. 
Cual  supone  en  los  clubs  que  se  halla  el  foco, 
Sin  que  ninguno  ser  quiera  en  su  ira 
Autor  de  tan  ridicula  mentira. 

Y  con  lógica  sana  y  juicio  recto 
Probaron,  como  cuatro  y  tres  son  siete. 
Que  no  cabe  en  el  mas  rudo  intelecto 
Que  se  convierta  un  viejo  en  mozalbete: 

22 


338  EL   DIABLO    MUNDO. 

Y  alg-uno  á  los  milagros  poco  afecto, 
Con  odio  á  todo  clerical  bonete, 
Probó  que  nada,  en  un  sabio  discurso, 
Basta  del  mundo  á  trastornar  el  curso. 

Y  yo  quedé  de  entonces  convencido 
Casi  de  que  era  mentiroso  el  cuento, 
Aunque  siempre  mis  dudas  he  tenido. 

Que  es  muy  dado  á  dudar  mi  entendimiento: 

Y  cuanto  llevo  hasta  ahora  referido 

Ni  lo  afirmo,  oh  lector,  ni  lo  desmiento, 
Que  por  mi  honor  te  juro,  no  quisiera 
Que  nadie  mentiroso  me  creyera. 

Y  casi  casi  arrepentido  estoy 

De  haber  tomado  tan  dudoso  asunto, 

Y  de  á  pública  luz  sacarlo,  hoy 

Que  la  incredulidad  lleg-a  á  tal  punto; 
Mas  ya  adelante  con  mi  cuento  voy 
Al  son  de  mi  enredado  contrapunto. 
Que  es  mi  historia  tan  cierta  y  verdadera 
Como  lo  fué  jamás  otra  cualquiera. 

Es  el  caso  que  Adán,  preso  y  desnudo. 
Hace  ya  un  año  que  en  la  cárcel  vive. 
Do  con  áspero  trato  y  ceño  rudo 
Áspera  y  ruda  educación  recibe: 
Es  cada  cual  allí  doctor  sesudo 
Que  practicando  de  su  ciencia  vive, 
Tomos  que  enseñan  mas  filosofía 
Que  cien  años  de  estudio  en  solo  un  dia. 

Sociedad  de  filósofos  aquella. 
Andar  allí  desnudo  á  nadie  espanta, 
Antes  mas  bien  pondrán  pleito  y  querella 
Al  que  lleve  chaqueta,  capa  ó  manta; 

Y  así  á  nadie  extrañó  cuando  su  estrella 


EL   DIABLO   MUNDO.  339 

Trajo  allí  al  joven  que  mi  lira  canta, 

Y  un  año  desde  entonces  ha  corrido 

Y  el  mancebo  se  está  como  ha  venido. 

En  cuanto  á  traje  y  nada  mas  se  entiende, 
Que  la  sana  razón  su  juicio  aploma, 
Sus  sentidos  aviva  y  los  enciende 

Y  su  rústico  ardor  desbrava  y  doma. 
La  g-racia  y  ademan  del  jaque  aprende, 
Las  mas  punzantes  voces  del  idioma, 

Y  á  sufrir  y  á  callar,  y  á  caso  hecho, 
Guardarse  la  intención  dentro  del  pecho. 

Y  como  el  juicio  su  talento  rija. 
Comprende  de  derechos  y  deberes 
El  intrincado  código,  que  fija 
Los  g*oces  de  aquel  mundo  y  padeceres: 

Y  el  noble  ardor  que  el  corazón  le  aguija 
En  ansia  de  dominio  y  de  placeres, 

Y  su  hercúlea  simpática  figura 
Del  ajeno  respeto  le  asegura. 

Ni  chiste  ni  pillada  se  le  escapa, 
Ni  gracia  alguna  sin  respuesta  queda. 
Ni  las  cartas  mejor  ninguno  tapa 
Cuando  entre  amigos  el  cañé  se  enreda: 
Revuelta  al  brazo  con  desden  la  capa, 
Con  él^  navaja  en  mano,  no  liay  quien  pueda, 
Que  en  la  cárcel  ahora  ya  no  hay  pillo 
Que  maneje  mejor  que  él  un  cuchillo. 

Ni  lo  hay  mas  suelto  y  ágil,  ni  quien  sea 
Mas  diestro  á  la  pelota  y  á  la  barra, 
Ni  mas  vivo  y  sereno  en  la  pelea, 
Ni  de  apostura  tal  ni  tan  bizarra; 

Y  á  tanto  va  su  gracia,  que  puntea 

De  modo  que  hace  hablar  una  guitarra. 


340  EL   DIABLO   MUNDO. 

Y  para  acompañar  se  pinta  solo 

Su  acento  varonil  cantando  un  polo. 

Y  áspero  á  par  que  juguetón  y  atento, 
Sin  que  de  su  derecho  un  punto  ceda, 
Hombre  de  pelo  en  pecho  y  mucho  aliento, 
Con  los  ternes  y  jaques  entra  en  rueda: 

Y  creciendo  en  arrojo  y  valimiento. 
En  juez  se  erige  y  los  insultos  veda 
Del  fuerte  al  débil,  y  animoso  arguye 

Y  á  su  modo  justicia  distribuye. 

Tal  vez  habrá  quien  diga  escrupuloso 
Que  es  poco  tiempo  para  tanto  un  año, 

Y  poco  fuera,  cierto,  si  dichoso 
Vivido  hubiera  en  lisonjero  engaño: 
Mas  allí  donde  el  látigo  furioso 

La  suerte  vibra  con  semblante  uraño, 
Donde  ninguno  de  ninguno  cuida, 
Pronto  se  aprende  á  conocer  la  vida. 

Allí  do  hierve  en  ciego  remolino 
La  sociedad,  y  títulos  ni  honores 
Son  del  respeto  formulado  sino, 
Ni  sirven  al  que  entra  sus  mayores; 
Tienen  todos  que  abrirse  su  camino, 
Breve  mundo  de  mas  grandes  dolores. 
Do  lucha  el  triste  en  su  afligido  centro 
Contra  la  sociedad  de  fuera  y  dentro. 

Siempre  en  eterna  tempestad,  impura 
Mas  donde  el  mundo  su  sobrante  arroja, 
Lucha  náufrago  el  hombre  á  la  ventura 
Sin  puerto  amigo  que  en  su  mal  le  acoja: 
Pechos  que  endureció  la  desventura 
Y  que  el  castigo  de  piedad  despoja, 


EL   DIABLO    MUNDO.  341 

Cada  cual  de  su  propio  pesar  lleno, 
Nadie  se  duele  del  dolor  ajeno. 

Y  ¿en  qué  parte  del  mundo,  entre  qué  gente 
No  alcanza  estimación,  manda  y  domina, 

Un  joven  de  alma  enérgica  y  valiente, 
Ciara  razón  y  fuerza  diamantina? 
Apura  el  jarro  del  licor  hirviente, 
Cuando  ei  mas  esforzado  desatina 

Y  trastornado  y  balbuciente  bebe, 

Y  aun  él  cien  jarros  á  apurar  se  atreve. 

Y  es  su  malicia  la  malicia  aquella 
Viva  y  gentil  del  despejado  niño, 
Luz  y  candor  su  corazón  destella 
En  medio  de  su  alegre  desaliño, 

Su  noble  frente  y  su  figura  bella, ^ 
Su  audacia  inspira  al  corazón  cariño. 
Que  aquella  fiera  gente  en  su  rudeza 
Admiran  el  valor  y  la  grandeza. 

Y  aunque  es  su  lengua  rústica  y  profana 

Y  es  su  ademan  de  jaque  y  pendenciero, 
Pura  se  guarda  aun  su  alma  temprana 
Como  la  luz  del  matinal  lucero; 

Bate  gentil,  cual  mariposa  ufana. 
El  corazón  sus  alas  placentero. 
Que  abrillantan  aun  los  polvos  de  oro 
De  inocencia  y  virtud  breve  tesoro. 

Ni  leyes  sabe,  ni  conoce  el  mundo, 
Solo  á  su  instinto  generoso  atiende, 

Y  un  abismo  de  crímenes  inmundo 
Cruza  y  el  crimen  por  virtud  aprende: 

Y  aquel  pecho  que  es  noble  sin  segundo 

Y  que  el  valor  y  el  entusiasmo  enciende, 
Aplica  al  crimen  la  virtud  que  alienta 

Y  puro  es  si  criminal  se  ostenta. 


342  EL    DIABLO    MUNDO. 

Como  niño  que  candido  se  esfuerza, 

Y  liacerse  el  hombre  en  su  candor  presume, 

Y  la  echa  de  ánimo  y  de  fuerza, 

Miente  blasfemias,  fuma  aunque  no  fume, 
No  hay  nadie  sobre  él  que  imperio  ejerza, 

Y  habla  de  mozas;  tal,  g*rato  perfume 
Vertiendo  en  torno  de  inocencia  pura, 
Al  mas  bandido  remedar  procura. 

Y  como  en  mente  y  en  valor  les  g-ana 

Y  aventaja  en  nobleza  y  bizarría, 
Tanto  les  vence  cuanto  mas  se  afana 
En  mostrarles  mayor  su  gallardía; 

Y  aquellas  almas  viejas  su  alma  ufana 
Con  noble  anhelo  superar  ansia, 

Sin  cuidarse  en  los  lances  que  le  empeñan 
De  si  es  vicio  ó  virtud  lo  que  le  enseñan. 

Y  por  amor  á  adornos  y  colores 

Y  entender  que  lo  exig-e  su  decoro, 
Bordado  un  marsellés  con  mil  primores 
Cuelg-a  de  su  hombro  izquierdo  con  desdoro: 
Charro  un  pañuelo  de  estampadas  flores 
Ciñe  á  su  cuello  una  sortija  de  oro, 
Calzón  corto,  la  faja  á  la  cintura, 

Botin  abierto  y  g*ran  botonadura. 

Que  aprendiendo  á  jugar  ganó  dinero, 

Y  allí  á  la  reja  la  Salada  viene. 
Moza  que  vive  de  su  propio  fuero 

Y  en  cuidar  á  los  presos  se  entretiene: 
El  parecer,  tal  vez,  la  hizo  salero; 

Y  ella  que  es  libre  y  que  á  ninguno  tiene 
Cuenta  que  dar,  dineros  y  comida 

Le  trae,  de  amores  por  su  Adán  perdida. 

Y  ya  le  ha  aconsejado  en  su  provecho 
La  pobre  moza  de  su  amor  prendada; 


EL   DIABLO   MUNDO.  343 

Que  aunque  de  rumbo  y  garbo  y  franco  pecho 

Y  en  su  modo  y  palabras  desgarrada, 

Y  aunque  le  mira  en  cueros,  que  es  bien  hecho, 
Con  dulce  encanto  y  alma  enamorada, 

Le  aconsejó  vestirse  por  decencia 

Y  él  se  dejó  vestir  sin  resistencia. 

Vagando  va  confuso  el  pensamiento 
En  torno  á  la  mujer  del  mozo  ardiente, 
Sin  poderse  explicar  el  sentimiento 
Que  por  sus  nervios  esparcido  siente; 
Mas  su  vista  le  da  dulce  contento. 
Respira  en  ella  un  codicioso  ambiente, 
Que  mágico  embelesa  sus  sentidos 
Tras  la  ilusión  de  su  placer  perdidos, 

Y  su  voz  aunque  áspera,  que  suena 
Grata  á  su  oido,  el  corazón  le  adula, 

Y  de  ansiedad  confusa  su  alma  llena, 
Ni  su  ilusión  ni  su  placer  formula: 
Lejano  son  de  amante  cantilena 

Que  entre  la  brisa  perfumada  ondula, 
Al  aire  de  su  dulce  devaneo 
Perdido  vaga  su  genial  deseo. 

Y  cuando  ella  con  amor  le  mira. 

En  la  ansiedad  vehemente  que  le  aqueja 

Y  en  el  ardor  violento  que  le  inspira, 
Quiere  romper  la  maldecida  reja: 

Y  la  sacude  con  violenta  ira 
Porque  acercarse  á  ella  no  le  deja. 
Trémulos  de  furor  sus  miembros  laten 

Y  sus  arterias  dolorosas  baten. 

Látigo  y  grillos  y  penoso  encierro, 
Pronta  á  saltar  sobre  él  la  muchedumbre, 
Tratado  allí  como  indomable  perro, 


:U4  EL   DIABLO   MUNDO. 

Le  impusieron  forzada  mansedumbre: 
Cual  vig'oroso  potro  tasca  el  hierro 
Bota  y  arranca  de  las  piedras  lumbre, 
El  mozo  asi  sujeto  á  su  despecho 
Siente  un  dolor  que  le  desgarra  el  pecho. 

Fiero  león  que  á  la  leona  siente 
En  la  cercana  jaula  de  amor  llena, 
Que  con  lascivo  ardor  ruge  demente 
De  cólera  erizando  la  melena, 

Y  la  garra  clavando  en  la  inclemente 
Reja,  en  torno  los  ámbitos  atruena, 

Y  el  duro  hierro  sacudido  cruje 

De  tanto  esfuerzo  á  tan  tremendo  empuje, 

Que  al  placer  le  convida  su  hermosura, 
Mas  á  sus  ojos  mágica  que  el  cielo 
Con  su  sereno  azul  bañado  en  pura 
Luz  que  colora  el  trasparente  velo: 
Placer  que  inspira  al  corazón  bravura, 
Fuerza  á  sus  nervios  y  valiente  anhelo 
Su  máquina  impulsada  y  sacudida 
Al  ignorado  goce  á  que  convida. 

Que  los  ardientes  ojos  de  la  bella, 

Y  el  que  Mayo  pintó  de  rosa  y  nieve 
Semblante  alegre  que  salud  destella, 
Redondas  formas  y  cintura  leve, 

Y  gallardo  ademan,  ligera  huella. 
Pié  recogido  en  el  zapato  breve, 

Y  blanca  media  que  al  tobillo  pinta 
De  negro  á  trechos  la  revuelta  cinta; 

Y  el  hueco  traje  que  flotante  vaga 
En  rica  de  lujuria  y  vaporosa 
Atmósfera  de  amor,  que  el  alma  halaga, 

Y  exita  los  sentidos  codiciosa, 


EL  DIABLO   MUNDO.  345 

Y  que  enseñar  al  movimiento  amaga 
Cnanto  finge  tal  vez  la  mente  ansiosa, 
Que  allá  penetra  en  la  belleza  interna 
Tras  la  pulida  descubierta  pierna: 

Sácanle  al  rostro  en  torbellinos  rojos 
El  fueg-o  del  volcan  que  el  pecho  asila, 
Lanzando  llamas  sus  avaros  ojos, 
Encendida  la  lúbrica  pupila: 
¡Mísero  del  que  entonces  sus  enojos 
jAy!  provocara;  la  ira  que  destila 
Su  impotencia  en  su  alma,  rebosando. 
Sobre  él  cayera  su  dolor  vengando! 

Visteis  al  toro  que  celoso  brama, 
La  cola  ondeando  sacudida  al  viento. 
Que  el  polvo  en  torno  levantando  inñama 
Envuelto  en  nube  de  vagoso  aliento, 

Y  ora  á  su  amada  palpitante  llama. 
Ora  busca  en  su  cólera  violento. 
Con  erizado  cerro  y  frente  torva 
Quién  el  deseo  de  su  amor  estorba: 

Así  el  mancebo  en  derredor  revuelve 
La  vista  en  ansia  de  feroz  pelea, 
De  nuevo  á  sacudir  la  reja  vuelve 
Que  trémula  á  su  empuje  titubea; 
Calmarse,  en  fin,  á  su  pesar  resuelve. 
Siente  que  en  vano  lucha  y  forcejea, 

Y  ella  le  habla,  y  él  triste  la  mira, 

Y  sin  saber  qué  responder  suspira. 

Que  él  no  sabe  con  ella  hablar  de  amores, 
Sino  sentir  en  su  locura  ciego; 
Suspiros  son  la  voz  de  sus  dolores, 

Y  son  sus  ansias  en  sus  ojos  fuego: 
Ella  entre  tanto  calma  sus  furores. 


346  EL   DIABLO    MUNDO. 

í^ue  él  siempre  cede  á  su  amoroso  ruego, 

Y  en  sus  salvajes  ojos  se  desliza 
Dulce  rayo  de  amor  que  los  suaviza. 

Porque  es  á  un  tiempo  la  manóla  airosa, 
Gachona  y  blanda  como  altiva  y  fiera, 

Y  sabe  con  su  Adán  ser  amorosa 

Y  esquiva  con  los  otros  y  altanera; 
Paloma  fiel,  cordera  cariñosa. 
Aunque  de  rompe  y  rasg'a,  y  de  quimera, 

Y  mal  hablada,  y  de  apostura  maja, 

Y  que  lleva  en  la  liga  la  navaja. 

Y  está  de  su  pasión  tan  satisfecha, 
Tan  ancha  está  de  su  gallardo  amante, 
Que  hasta  la  tierra  le  parece  estrecha 

Y  no  hay  dicha  á  su  dicha  semejante: 
Cuando  á  la  espalda  la  mantilla  echa 

Y  las  calles  se  lleva  por  delante. 
Pensando  en  el  gachón  que  su  alma  adora, 
En  su  propia  hermosura  se  enamora. 

Corazón  toda  ella,  y  alma,  y  vida, 

Y  gracia,  y  juventud,  desprecio  siente 
Hacia  la  sociedad,  libre  y  erguida. 
Hollándola  con  planta  independiente: 
Dejando  á  su  pasión  franca  salida, 
JJiipues  mejor  rasgado  é  insolente. 
Con  cara  osada  por  respuesta  arroja 
Si  alguno  reprendiéndola  la  enoja. 

Pobre  mujer  para  sufrir  criada. 
Vil  la  marcó  la  sociedad  impía. 
Viviendo  en  medio  de  ella  condenada 
A  perpetua  batalla  y  rebeldía: 
Hija  del  crimen,  sola,  abandonada 


EL   DIABLO    MUNDO.  '"^47 

\  SU  propia  experiencia  y  su  energ^ía, 
Sin  mas  lazo  en  el  mundo  ni  consejo 
Que  un  padre  preso,  criminal  y  viejo. 

Era  el  tio  Lúeas,  padre  de  la  bella, 
Hombre  de  áspero  trato  y  de  torcida 
Condición  dura  y  de  perversa  estrella. 
Sin  cesar  por  su  boca  maldecida; 
Pocas  palabras,  de  indolente  huella, 
Mal  encarado  y  de  intención  dormida, 
Chico  y  ancho  de  espaldas,  cargado, 
Largo  de  brazos  y  patiestevado. 

De  chata  y  abultada  catadura. 
De  entre  cana  y  revuelta  espesa  ceja. 
Ojos  saltones  y  mirada  dura, 
Blanca  patilla  á  trechos  y  bermeja. 
La  frente  estrecha  y  de  color  oscura, 
Rojo  el  pelo,  como  áspera  guedeja 
Inaccesible  al  peine,  aborrascado. 
En  vedijas  la  cubre  enmarañado. 

No  hay  cárcel  ni  presidio  en  las  Españas 
Que  no  conserve  de  él  alta  memoria. 
Ciudad  que  no  atestigüe  de  sus  mañas. 
Ni  camino  sin  muestras  de  su  gloria; 
Y  consignada  está  de  sus  hazañas. 
En  procesos  sin  fin,  su  ínclita  historia, 
Aunque  oscura  y  truncada,  que  á  la  pluma 
Fió  muy  poco  su  modestia  suma. 

Lleva  á  rastra  los  pies  andando,  y  mueve 
Pesada  y  vacilante  la  cabeza. 
Su  pensamiento  é  intención  aleve 
Mostrando  en  su  abandono  y  su  pereza: 
Mosquito  insigne,  por  azumbres  bebe 
Sin  vacilar  un  punto  su  firmeza. 


348  EL   DIABLO    MUNDO. 

Siempre  fumando,  el  labio  ya  tostado 
Con  el  tabaco  negro  y  requemado. 

Raya  en  sesenta  años,  y  cincuenta 
Hace  ya  que  empezó  sus  correrías; 
Quiénes  fueron  sus  padres  no  se  cuenta 
Ni  dónde  ha  visto  sus  primeros  dias: 
Siempre  sagaz,  diversa  historia  inventa 
De  sus  vicjes,  familia  y  fechorías, 
Cambia  su  nombre  y  patria,  dando  largas 
Así  á  las  horas  de  su  vida  amargas. 

Este  honrado  varón,  cuando  desnudo 
Adán  entró  en  la  cárcel,  y  la  gente 
Le  examinaba  con  anhelo  rudo, 
Explicó  el  caso  con  sesuda  mente: 
«¿No  habéis,  les  dijo,  visto  nunca  un  mudo? 
¿Qué  diablos  os  cJmngais  de  un  inocente?» 

Y  apartó  á  todos,  con  afecto  raro, 
Dando  á  su  mudo  protección  y  amparo. 

Y  como  luego  el  inocente  diera 
Pruebas  de  su  vigor  y  valentía, 

Y  abriera  á  uno  en  desigual  quimera 
Contra  las  piedras  la  cabeza  un  dia, 
Tanto  amor  le  cogió,  que  la  severa 
raz  desplegando  que  jamás  reia. 
Hablaba  siempre  del  guiñando  el  ojo 
Con  cierta  sonrisita  de  reojo. 

«El  chaval,  el  chaval,»  decia  entre  sí, 
«Meterle  mano,  que  mejor  gazapo 
No  ha  regalado  el  líbano  al  buchí  (1); 
Vamos  con  él  á  quién  es  el  mas  guapo.» 

Y  cuando  vio  que  el  mozo  hecho  un  zahori 

(Ij    Kl  escribano  al  verdugo,  en  la  jerga  de  la  cárcel. 


EL   DIABLO   MUNDO.  349 

Camina  viento  en  popa  á  todo  trapo, 

Y  aprende  á  hablar  y  en  ardimiento  crece 

Y  hacerse  un  hombre  de  provecho  ofrece, 

Fundó  esperanzas  el  astuto  viejo 

Y  comenzó  á  formarle  á  su  manera, 

Y  le  oye  el  joven  con  sagaz  despejo 

Y  con  mas  atención  que  conviniera: 
A  él  y  á  nadie  mas  pide  consejo, 
Sometida  al  talento  su  alma  fiera, 

Que  en  las  cosas  del  mundo  el  viejo  es  ducho 

Y  el  candoroso  Adán  le  tiene  en  m.ucho. 

Su  observación  profunda  y  su  experiencia 
Ha  reducido  á  máximas  la  vida, 
Es  cada  frase  suya  una  sentencia. 
Cada  palabra  una  ilusión  perdida: 
Torpe  y  lento  en  hablar,  vierte  su  ciencia 
En  truncados  períodos  sin  medida. 
Mas  en  su  gesto  su  intención  marcada 
Que  en  el  valor  de  la  palabra  hablada. 

Como  entreabierta  garza  alza  la  mano, 
Siempre  de  quite  al  frente  el  movimiento, 
Y  habla  gruñendo  como  perro  alano 
Con  ojos  de  través  y  sordo  acento: 
Sobre  la  frente  el  pelo  rojicano. 
La  barba  sobre  el  pecho,  al  mozo  atento 
Que  su  doctrina  codicioso  espera, 
Una  noche  le  habló  de  esta  manera: 

Hijo  mió,  pocos  años 
Me  quedan  ya  que  matar. 
Porque  h  mí  me  han  de  acabar 
La  viuda  (1)  ó  mis  desengaños. 

{!)    Viuda,  la  horca. 


350  EL   DIABLO   MUNDO. 

A  tí  mañana,  á  mí  hoy: 
Yo  soy  punta  y  tú  eres  mango, 
Este  mundo  es  un  fandango, 
Tú  vienes  y  yo  me  voy. 

Mira,  de  nadie  te  fíes 
Hijo  Adán,  vive  en  acecho, 
Lo  que  guardes  en  tu  pecho 
Ni  aun  tí  mismo  confíes. 

La  gente...  no  hay  un  amigo: 
Al  que  cae  la  caridad... 
De  una  mala  voluntad 
Tienes  un  falso  testigo. 

Si  mojas  (1)  á  alguno,  cuida 
De  endiñarle  al  corazón... 
No  se  olvida  una  intención 

Y  un  beneficio  se  olvida. 

Eres  mozo,  al  mundo  sales. 
De  los  montes  se  hacen  llanos; 
Buena  suerte  y  muchas  manos, 

Y  callar  y  vengan  males. 

A  malos  trances  mas  bríos: 
Como  la  mar  es  en  suma 
El  mundo,  pero  en  su  espuma 
Se  sustentan  los  navios. 

Las  mujeres...  la  mejor 
Es  una  lumia  (2):  en  el  suelo 
El  diablo  no  tiene  anzuelo 
Mas  seguro  ni  peor. 

(Ij    Mojar,  dar  (le  puñaladas. 
(2)    Lumia,  mujer  de  mala  vida. 


EL    DIABLO    MUNDO.  351 

Ellas  te  chupan  el  jug-o 

Y  te  espantan  los  parnés  (1); 
Cuando  carne  comer  crees 
Estás  comiendo  besugo. 

El  hombre  aquí  ha  de  enredar 
Sin  que  le  enrede  el  enredo; 
Tú  no  te  chupes  el  dedo 
Que  no  hay  que  pestañear. 

Mala  siembra,  mala  siega: 
Nada  me  va,  nada  sé, 
Quien  mas  mira  menos  ve, 

Y  di  la  verdad,  Juan  Niega. 

Esto  es  negro  para  tí, 
Pero  ya  lo  entenderás, 

Y  acaso  te  acordarás, 
Cuando  lo  entiendas,  de  mí. 

Poco  en  verdad  el  candoroso  mozo 
De  tan  profundas  máximas  comprende, 
Con  tal  misterio  y  maleante  embozo 
Hablándole  de  un  mundo  que  no  entiende: 
Y  al  través  de  su  rústico  rebozo. 
Si  el  sentido  tal  vez  sagaz  trasciende 
De  alguna  frase,  en  su  confuso  empeño 
Cuanto  adivina  le  parece  un  sueño. 

Un  mundo  que  una  luz  pura  ilumina, 
Que  viste  y  cubre  un  tan  hermoso  cielo, 
¿Mansión  habrá  de  ser  donde  camina 
El  hombre  siempre  con  mortal  recelo? 
¿Y  será  la  mujer,  creación  divina, 
Vida  del  alma  y  generoso  anhelo, 

(1)    El  dinero. 


352  EL    DIABLO    MUNDO. 

Brillante  de  placer  y  de  hermosura, 
Eaemiga  también,  también  impura?... 

¿Será  del  hombre  el  hombre  el  enemig'o, 
Y  en  medio  de  los  hombres  solitario, 
Él  su  sola  esperanza  y  solo  amig*o 
Verá  en  su  hermano  su  mayor  contrario? 
¿Grillos,  cadenas,  hambre  y  desabrig-o, 
Siempre  serán  el  lúgubre  sudario 
Que  vista  al  entregarle  á  su  abandono 
El  hombre  al  hombre  en  su  implacable  encono? 

¿Será  tal  vez  que  en  bandos  dividida, 
Lucha  furiosa  en  obstinada  g-uerra. 
La  raza  de  los  hombres  fratricida 
Alternando  el  reposo  de  la  tierra? 
¿Qué  brazo  audaz  que  justo  se  apellida 
Contra  su  voluntad  allí  le  encierra? 
¿Quién  llama  criminal  á  aquella  gente 
A  quien  oye  decir  que  es  inocente? 

Y  él,  que  recuerda  como  en  sueño  apenas 
De  su  vida  el  primer  dulce  momento, 
¿Por  qué  á  vivir  en  ásperas  cadenas 
Vino,  y  cruel,  con  bárbaro  tormento, 
El  hombre  de  dolor  las  manos  llenas, 
En  su  inocencia  lo  arrojó  violento. 
Castigando  con  grillos  y  prisiones 
EL  natural  vigor  de  sus  pasiones? 

Estas  y  otras  reflexiones  rudas 
Hierven  en  su  ofuscada  fantasía, 
Como  aparece  entre  las  sombras  mudas 
Incierto  rayo  de  la  luz  del  dia: 
Turbio  su  juicio,  amontonando  dudas. 
Sin  fórmula  va^rando  en  la  sombría 


EL   DIABLO    MUNDO.  o53 

Nube  de  que  su  mente  está  cubierta, 

Ni  acierta  á  hablar,  ni  á  preguntar  acierta. 

Tosió  entre  tanto  su  Mentor  que  arranca 
Del  pulmón  á  pedazos  su  catarro, 

Y  remoja  la  voz  que  se  le  atranca 
Sorbiéndose  de  vino  medio  jarro; 

De  un  negro  torcidon  como  una  tranca 
Pica,  lia  y  enciende  su  cigarro, 
Chupa  y  empuja  con  la  uña  el  fuego 

Y  en  su  discurso  así  prosiguió  luego: 

¿Tú  qué  has  hecho?  no  has  salido 
Chibato  (1)  del  cascaron: 
Sin  razón  ó  con  razón 
A  la  sombra  te  han  traido. 

Es  sino  de  criaturas: 
No  te  gruñirá  el  barí  (2); 
A  mí  me  tienen  aquí 
Un  chota  (3)  y  mis  desventuras. 

Se  berreó  (4)  el  maldecido, 
Y  dos  señores  muy  llanos 
Vinieron  con  cuatro  alanos 
A  sorprenderme  en  mi  nido. 

Yo  como  soy  muy  cortés 
Excusé  su  compañía, 
Hasta  que  vi  no  podia 
Ni  por  manos  ni  por  pies. 

No  se  llevaron  mal  chasco: 
Seis  pobretes...  la  del  humo... 

(l)  Joven  nuevo. 

(2;  Juez.  No  te  oruuirá  el  barí,  el  juez  poco  le  lia  de  hacer. 

(3)  Delator. 

(4j  Hablar  mas  de  lo  qae  conviene. 

2:í 


354  EL   DIABLO   MUNDO. 

Que  por  ahí  andan  presumo; 
Yo  aquí  á  la  sombra  me  rasco. 

Por  ellos  me  di  á  partido; 
Dando  largas  ello  irá, 
Que  no  los  traigan  acá 
Y  nada  se  habrá  perdido. 

Tú,  pobrecillo,  reserva 
Lo  que  ahora  vas  á  saber, 
Que  en  el  mundo  hay  que  aprender 
A  sentir  crecer  la  yerba. 

El  que  lo  gana  lo  jama;  (1) 
A  buscársela,  hijo  mió, 
A  hacer  tú  mismo  tu  avío, 
Que  el  que  no  llora  no  mama. 

Y  tú,  para  tí  has  de  hacer, 
Yo  te  pondré  en  buen  camino: 
Hijo,  si  tienes  buen  sino 
Pan  te  queda  que  roer. 

Los  seis  pobretes...  mas  plata 
Valen  que  ha  dado  el  Perú: 
Son  muy  gentes:  verás  tú 
Seis  meloncitos  de  cata. 

Muy  hombres,  muy  campechanos^ 
No  porque  yo  los  alabe, 
Pero  es  cosa  que  se  sabe, 
Como  las  suyas  no  hay  manos. 

Saladilla  te  dirá 
Lo  que  has  de  hacer:  malos  mengues  (2^ 

(1)    Comer. 
(2j    Diablos. 


i 


EL   DIABLO   MUNDO.  355 

Te  lleven  á  tí  y  sus  dengues, 
Que  tan  derretida  está. 

Los  seis  pobretes  reciben 
También  de  este  pobre  viejo 
De  cuando  en  cuando  un  consejo, 
Y,  Adán,  como  pueden  viven. 

Yo  bien  te  quisiera  dar 
Rentas  y  capellanía, 
Pero  el  que  no  tiene  usía 
Se  lo  tiene  que  ganar. 

El  refrán  dice,  hijo  Adán, 
Que  Dios  es  omnipotente, 

Y  el  dinero  es  su  teniente, 

Y  que  sin  el  din  no  hay  dan. 

Conque  salud,  y  andar  vivo. 
Que  por  tu  bien  tengo  empeño, 

Y  á  Dios,  que  ya  viene  el  sueño, 
Cada  mochuelo  á  su  olivo. 

Quedóse  Adán,  mientras  espera  el  dia, 
Rumiando  las  palabras  del  bandido; 
Pasar  el  mundo  en  confusión  veía 
Con  loca  fiebre  y  delirante  ruido: 
Luego  en  grata  embriaguez  su  fantasía. 
Embargándole  el  sueño  su  sentido. 
La  imagen  en  visión  encantadora 
Le  trajo  amor  de  la  mujer  que  adora. 

Grata  visión  que  venturosa  calma 
Su  loco  enajenado  pensamiento. 
Que  trae  regalo  y  esperanza  al  alma, 
Ignorado  deleite  y  sentimiento. 
En  mitad  del  desierto  umbrosa  palma 


356  EL    DIABLO    MUNDO. 

Que  templa  su  calor  calenturiento, 
Y  á  cuyo  pié  el  viajero  se  reposa 
En  paz  de  amor  y  languidez  sabrosa. 

Vision  en  cuyos  brazos  descansando 
Su  oscura  cárcel  y  ansiedad  olvida, 
En  jardines  de  rosas  respirando 
El  encantado  aroma  de  la  vida: 
El  alma  allí  con  movimiento  blando 
En  el  columpio  mágico  mecida 
De  su  propia  ilusión,  cuenta  un  tesoro 
De  esperanzas  sin  fin,  de  ensueños  de  oro. 

Alma  joven  y  pura,  que  suspende 
En  la  región  del  aire  un  devaneo, 

Y  que  en  su  propia  luz,  la  luz  enciende 

Y  da  forma  y  visión  á  su  deseo: 

La  atmósfera  tal  vez  ruda  le  ofende 
Del  ignorado  mundo  y  su  mareo. 
Mas  si  siente  sus  puntas  dolorida 
yu  propia  juventud  cura  su  herida. 

Que  hay  en  el  alma,  cuando  nueva  agita 
Sus  áureas  alas,  una  fuente  pura. 
Que  alegre  riega  la  ilusión  marchita 

Y  renueva  su  fuerza  y  su  hermosura: 
Bebiendo  de  ella  el  corazón  palpita 
Hasta  que  al  fin  secándose  la  apura, 

Y  en  vez  de  la  ilusión  se  alza  la  pena 
Que  el  manantial  purísimo  envenena. 

Así  en  propia  alma  su  consuelo 
Halla  el  mancebo,  y  de  la  pura  fuente 
Con  las  aguas  de  vida  su  desvelo 
Templa,  y  el  sueño  perezoso  siente: 

Y  luego  en  alas  de  su  propio  anhelo 
De  la  amada  mujer,  cruza  en  su  mente 


EL   DIABLO   MUNDO.  357 

La  blanca  imagen  que  por  mas  delicia 
Amorosa  le  besa  y  le  acaricia. 

Brilló  entre  tanto,  si  decirse  puede 
Que  brilla  en  una  cárcel  nunca  el  dia, 
Donde  á  su  luz  la  sombra  nunca  cede 
Ni  un  rayo  el  sol  al  corazón  envia: 
Donde  la  tregua  que  al  dolor  concede 
Un  breve  sueño,  con  crueldad  impía 
Kompe  la  aurora,  y  vuelve  á  su  faena 
El  cautivo  amarrado  á  su  cadena. 

Donde  las  horas  hilan  su  tejido 
Sin  enredar  tal  vez  una  esperanza, 

Y  el  tiempo  al  parecer  pasa  dormido 
Sin  señales  de  alivio  ni  mudanza: 
Dunde  tal  vez  el  término  cumplido 
Que  la  ilusión  del  desdichado  alcanza, 
Es  en  su  ruda,  inexorable  suerte 

En  un  suplicio  una  penosa  muerte. 

Donde...  pero  también  el  hombre  olvida 
Allí  su  pena  en  su  locura  insana, 
Kie,  y  canta,  y  devánase  su  vida 
Que  entre  el  ayer  se  enreda  y  el  mañana: 
La  llaga  del  dolor  adormecida 
Templa  un  olvido,  una  esperanza  vana, 
Que  es  el  presente  lago  alborotado 
Do  el  porvenir  se  enturbia  y  lo  pasado. 

La  causa  en  tanto  en  un  rincón  dormía 
Sin  cuidarse  de  Adán  el  escribano, 

Y  un  año  largo  de  prisión  corría, 

Y  nadie  de  él  se  acuerda:  y  un  verano 

Y  otro  pasara,  y  ciento,  y  pasaría 

Un  siglo  entero,  y  mil,  y  todo  en  vano; 


358  EL   DIABLO   MUNDO. 

Situación  en  las  cárceles  no  extraña, 
Gracias  al  modo  de  enjuiciar  de  España. 

Cuando  la  hermosa  que  al  mancebo  adora, 
í^uién  sabe  cómo,  acaso  malamente, 
Logró  de  la  pereza  vencedora 
Del  juez  que  diese  á  Adán  por  inocente; 
Vista  la  causa  en  fin,  lleg-ó  la  hora 
De  darle  libertad,  y  delincuente 
No  pudiéndole  hallar,  le  sentenciaron 
Las  costas  á  pagar  que  otros  causaron. 

Las  costas,  pues,  con  otras  bagatelas 
Pagó  de  sus  ahorros  la  Salada, 
Cálzase  el  escribano  las  espuelas, 
La  causa  aviva,  y  la  dejó  zanjada: 
¡Oh,  cuánto,  amor,  el  corazón  desvelas 
De  una  hermosa  mujer  enamorada! 
iCómo  voló  á  la  cárcel  aquel  dia 
Rebosando  la  nueva  en  su  alegría! 

Párase  ante  la  cárcel,  precipita 
Acá  y  allá  agitada  sus  paseos. 
Frenético  su  espíritu  se  agita, 
Sueña  su  alma  amantes  devaneos; 
Un  siglo  en  su  ansiedad  loca,  infinita, 
Cuentan  cada  minuto  sus  deseos. 
Allí  esperando  á  que  el  escriba  venga 

Y  oir  gritar  «Adán  con  lo  que  tenga  (1).» 

Llegó  por  fin  el  anhelado  instante, 
Corrió  á  la  reja  la  feliz  manóla; 
Toda  turbada,  látele  el  semblante 
Que  amor  con  mil  colores  arrebola; 

Y  trémula  la  mano,  y  anhelante 

(l)    Grito  con  que  en  la  cárcel  llaman  al  preso  que  ponen  en  libertad. 
El  mismo  grito  sirve  para  llamarlo  y  ponerlo  en  capilla. 


EL   DIABLO    MUNDO.  359 

Con  un  ansia  no  mas  y  una  idea  sola, 
Entre  la  verja  entrándola  la  ag-ita 

Y  con  el  jesto  y  con  la  voz  le  grita. 

Y  como  tigre  que  acechando  hambriento 
Tai  vez  descubre  presa  en  la  llanura, 

Y  en  arco  el  cuerpo  arrójase  violento, 
Salta,  y  entre  sus  garras  la  asegura. 
No  con  ansia  menor  al  dulce  acento 

Que  entrando  hasta  en  sus  tuétanos  murmura, 
El  mozo  corre  donde  ve  á  su  bella 
Que  al  través  de  la  reja  se  atropella. 

¡Oh  del  primer  amor  dulces  escenas 
Que  presencia  risueño  un  escribano, 
Palomas  inocentes  de  amor  llenas 
Que  se  huelgan  delante  del  milano! 
Romped,  en  fin,  romped  esas  cadenas 
Con  que  el  destino  os  separó  tirano, 

Y  otras  os  teja  de  aromosas  ñores 

El  buen  Dios  protector  de  los  amores. 

Abrazó  Adán  al  redomado  viejo^ 
Honrado  padre  de  su  amada  prenda, 
El  cual  frunciendo  el  rígido  entrecejo 
Le  apartó  donde  nadie  los  entienda; 

Y  á  solas  repitiéndole  el  consejo 

De  la  noche  anterior,  le  recomienda 
Prudencia  y  tino  y  ánimo  en  la  vida 

Y  le  abraza  otra  vez  por  despedida. 

¡Cuánto  júbilo  al  alma  y  alborozo, 
Cuánto  loco  placer,  cuánta  alegría. 
Sintió  alterado  el  indomable  mozo 
Libre  al  mirarse  y  á  la  luz  del  dia! 
Las  arterias  palpítanle  de  gozo. 
Baña  la  luz  su  audaz  fisonomía. 


360  EL   DIABLO    MUNDO. 

Y  de  contento  el  corazón  deshecho 
Suena  á  sus  golpes  conmovido  el  pecho. 

Y  ella  veloz  con  su  ademan  de  maja, 
Su  planta  firme  y  su  gentil  soltura, 
La  calle  al  lado  de  su  amante  baja 
Llamando  la  atención  su  donosura: 

Y  ambos  en  medio  á  la  común  baraja 
De  gentes  que  atraviesan  con  presura, 

Y  que  á  su  garbo  y  gentileza  atienden, 
Ojos  á  un  tiempo  y  corazón  suspenden. 

Y  él  al  mirarse  al  lado  de  su  bella 

Y  al  tocarla  tal  vez  su  tacto  es  fuego: 
Fuego  que  lanza  vivida  centella 
Que  el  alma  y  corazón  penetra  luego; 
Páranle  á  un  tiempo  su  ignorancia,  y  ella 
Que  contiene  su  ardor  con  blando  ruego, 

Y  acaso  su  ardimiento  también  doma 
Cuando  recuerda  la  pasada  broma. 

Que  ha  comprendido  Adán  que  aquella  gente 
Que  él  con  recelo  y  cuidadoso  mira, 
Ks  acaso  la  misma  que  inclemente 
Piedras  y  lodo  al  inocente  tira: 

Y  cual  furioso  loco  va  impaciente 
Junto  al  loquero  que  temor  le  inspira, 
Así  la  rienda  puesta  á  sus  arrojos 
(jira  en  redor  sus  recelosos  ojos. 

Un  pobre  cuarto  bajo  en  una  casa 
Pobre,  la  moza  en  Avapiés  habita. 
De  baja  planta  y  de  fachada  escasa, 
Limpia  por  dentro  y  de  esmerada  cuita: 
La  llave  con  incierta  mano  para, 

Y  el  mancebo  feliz  se  precipita 


EL   DIABLO    MUNDO.  361 

Tras  ella  en  la  mansión  que  amor  ahora 
Con  tintas  mil  de  su  ilusión  colora. 

Tintas  que  bañan  en  su  lumbre  pura 
La  pobre  estancia  con  celeste  encanto, 
Vertiendo  en  torno  aromas  de  dulzura 
Que  amor  derrama  de  su  aéreo  manto: 
Morada  acaso  triste,  acaso  impura. 
Mas  de  la  dicha  ahora  templo  santo, 
Convertido  en  Edén  de  ricas  flores 
Al  soplo  g-erminal  de  los  amores. 

Que  solo  allí  con  la  mujer  que  adora, 
Cuya  hermosura  la  mansión  encanta, 
Bastan  apenas  al  mancebo  ahora 
Los  ojos  á  admirar  belleza  tanta: 

Y  el  fuego  que  frenético  atesora 
El  corazón  y  su  vigor  levanta, 

Y  su  inquietud  redobla,  fulminante 
En  ráfagas  de  luz  brota  al  semblante. 

Y  entre  sus  manos  trémula  su  mano, 
Sus  labios  devorándose  encendidos, 

Al  rudo  impulso  y  al  furor  tirano 

De  sus  tirantes  nervios  sacudidos. 

Él,  ignorante  en  su  delirio  insano. 

Respondiendo  latidos  á  latidos, 

Al  corazón  la  aprieta,  el  juicio  pierde. 

La  besa  hambriento  y  con  placer  la  muerde. 

Y  una  nube  quimérica  ya  vela 
Sus  sentidos,  y  vaga  y  vaporosa. 
Placer,  deleites  y  delirios  cela 

Y  confunde  su  dicha  vagarosa; 

Y  la  hermosura  disipada  vuela 

De  la  mujer  que  espárcese  amorosa, 

Y  donde  quiera  él  gusta,  toca  y  mira. 
Dicha,  hermosura  é  ilusión  respira. 


362  EL   DIABLO   MUNDO. 

Aire  que  con  riquísimos  olores 
Baña  su  neg*ra  cabellera  riza, 
Luz  vagarosa  y  blanda  que  de  amores 
En  los  húmedos  ojos  se  desliza; 
Voluptuosa  niebla  de  colores 
Que  un  deliquio  dulcísimo  matiza, 
Los  cerca  enderredor  embebecidos 
En  su  láng'uida  mág-ia  los  sentidos. 

Amor  encuentra  en  su  sabrosa  boca, 

Y  en  sus  ojos  de  amor  amor  respira, 
Afán  de  amores  en  su  frente  loca 
Latir  contempla  si  á  su  hermosa  mira; 
Furor  ardiente  que  el  amor  provoca 
Él  en  su  aliento  abrasador  aspira, 

Y  ella  á  su  furia  y  su  pasión  demente 
Doblar  su  amor  al  estrecharle  siente. 

Y  amor  en  voluptad  se  desvanece 

Y  va  á  perderse  en  el  remoto  cielo, 
Que  hasta  allí  disipándose  parece 
Que  elevan  sus  espíritus  su  vuelo; 

Y  el  aura  del  deleite  que  las  mece 

Y  confunde  sus  almas  en  un  velo. 
Cubriéndolas  de  gloria  y  de  ventura, 
Allá  las  alza  en  sueños  de  dulzura. 

Sueños  que  en  torno  en  formas  nacaradas 
Vagos  acá  y  allá  revolotean, 

Y  en  las  venas  latiendo  arrebatadas 
Entre  la  sangre  trémulos  serpean; 
En  los  rígidos  nervios  desplegadas 
Sus  alas  placidísimas  ondean. 
Sobre  la  frente  bulle  su  armonía 

Y  ofuscan  con  su  luz  la  fantasía. 

Genios  de  amor,  deidades  de  hermosura, 
Donde  la  juventud,  nuevas  creaciones. 


EL   DIABLO   MUNDO.  363 

Que  en  el  primer  placer  el  alma  pura 
Llueve  desde  su  cielo  de  ilusiones; 
Inmenso  amor,  riquísima  ventura 
Que  ignoran  los  mortales  corazones 
iine  el  varonil  vig-or  aun  no  han  sentido 

Y  está  el  candor  de  su  niñez  perdido. 

¡Oh!  á  su  inocencia,  á  su  infantil  pureza 
La  fuerza  juvenil  junta  el  mancebo, 
Nueva  á  sus  ojos  es  tanta  belleza, 
Nuevas  sus  ansias  y  su  goce  nuevo; 
Antes  que  la  ilusión  en  su  cabeza 
Seque  el  deseo  con  picante  cebo, 
Dichas,  ilusión,  amores  y  delicias 
Se  atropellan  en  él  con  sus  caricias. 

Y  allí  en  tropel,  cual  vierte  su  rocío 
En  las  mañanas  del  Abril  la  aurora 
Sobre  las  verdes  ramas  del  sombrío 

Y  en  las  pintadas  flores  que  enamora, 
Ai  alma  y  cuerpo  con  amante  brio 
La  turba  de  placeres  voladora, 

Que  en  torno  en  algazara  se  levantan, 
En  círculos  de  júbilo  la  encantan. 

Olaa  que  van  y  vienen  en  su  mente 
Son  sus  alborotados  pensamientos. 
Confusos  todos  en  tumulto  ardiente 
Brotando  el  corazón  sus  sentimientos; 

Y  al  armonioso  estrépito  latente 
Absortos  los  sentidos,  los  violentos 
Impulsos  del  amor  muestran  pasmados 
En  éxtasis  de  gozo  arrebatados. 

¡Oh!  ¡cómo  vibra  y  en  acorde  canto 
El  alma  de  ella  al  alma  de  su  amante! 


3(34  EL   DIABLO   MUNDO. 

¡Oh!  ¡cómo  tanto  amor,  delirio  tanto 
Se  retrata  en  su  célico  semblante! 
¡Oh!  ¡cuál  le  presta  su  ignorado  encanto 
Su  espíritu  á  su  espíritu  flotante, 
Como  el  arco  del  músico  se  ag-ita 
Cuando  violenta  inspiración  le  excita! 

Que,  como  cuando  arrebatado  azota 
Al  muelle  mar  el  huracán  violento, 
Las  apiñadas  olas  que  alborota 
A  merced  van  del  combatido  viento, 
Así  en  la  llama  eléctrica  que  brota 
El  alma  en  cada  nii^evo  sentimiento, 
Envuelta  el  alma  ajena  y  sacudida 
Vaga  á  merced  de  la  pasión  perdida. 

Y  ahora  que  así  las  almas  considero 
Prestándose  placer,  gloria  y  ternura. 
Pararme  un  punto  y  lastimarme  quiero 
De  mi  propio  disgusto  y  desventura; 
Que  ya  gastado  de  mi  ardor  primero 
El  tesoro  riquísimo  se  apura, 

Y  en  mi  amargo  dolor  continuo  lloro 
Perdido  malamente  aquel  tesoro. 

Aunque  por  otra  parte,  me  consuela 
No  tener  ya  que  ir  como  iba  un  día 
A  escape  con  el  alma  y  dando  espuela 
Al  alma  que  en  mi  curso  antecogía; 
Ni  soñada  esperanza  me  desvela, 
Ni  doy  crédito  ya  á  mi  fantasía, 

Y  si  de  amor  no  late  el  pecho  mío 
También  en  cambio  á  mi  placer  me  hastío, 

¡Oh!  ¡bendita  mil  veces  la  esperiencia 

Y  benditos  también  los  desengaños! 


EL   DIABLO    MUNDO.  365 

Piérdese  en  ilusión,  gánase  en  ciencia, 
Gastas  la  juventud,  maduras  años. 
Tanta  profundidad,  tanta  sentencia, 
Tantos  remedios  contra  tantos  daños, 
¿A  qué  los  debes,  mundo,  en  tanta  copia 
Sino  á  la  edad  y  á  la  esperiencia  propia? 

¿Y  habrá  tal  vez  alguno  que  sostenga 
Que  no  vale  la  ciencia  para  nada? 
¿Y  habrá  menguado  que  á  probar  nos  venga 
Que  está  la  dicha  en  la  ilusión  cifrada? 
¿Pues  hay  cosa  que  mas  nos  entretenga 
Que  medir  de  los  astros  la  jornada, 

Y  saber  que  la  luna  es  cuerpo  oscuro, 

Y  aire  ese  cielo  al  paracer  tan  puro? 

Viva  la  ciencia,  viva,  y  si  en  el  mundo 
Perdiste  ya  del  alma  la  energía, 

Y  en  ella  guardas  con  dolor  profundo 
Algún  recuerdo  de  un  dichoso  dia, 
Con  viva  aplicación,  meditabundo 
Engólfate  en  los  libros  á  porfía. 

Que  aunque  ellos  nunca  calmarán  tu  pena, 
Al  menos  te  dirán  que  es  luna  llena. 

Y  entre  tanto,  vosotros  los  que  ahora 
Pinté  embriagados  de  placer  y  amores, 
Gozad  en  tanto  vuestras  almas  dora 
La  primera  ilusión  con  sus  colores: 
Gozad,  que  os  brinda  la  primera  aurora 
Con  el  jardin  de  sus  primeras  flores; 
Coged  de  amor  las  rosas  y  azucenas 

De  granos  de  oro  y  de  perfumes  llenas. 

Y  sed  vosotros  isla  de  verdura 
Donde  reposo  yo,  cansado  y  yerto 


366  EL   DIABLO   MUNDO. 

Del  sol  que  ennegreció  mi  frente  para 

Y  del  árido  viento  del  desierto: 

Idea  de  suavísima  dulzura 

Vosotros  sed  do  el  pensamiento  incierto 

Fije  su  vuelo,  y  vuestro  aroma  blando 

Venga  á  mi  corazón  su  afán  templando. 


FIN   DEL   CANTO   CUARTO, 


CANTO  V. 


CUADRO  I 


Interior  de  una  taberna  en  el  A.vapiés. 

En  un  rincón  junto  á  una  mesa  Adán  con  la  Salada;  ella  con- 
templándole con  recelosa  curiosidad,  él  distraído:  grupo  de 
majos  á  un  lado:  grupo  de  manólos  y  manólas  que  danzan. 
Un  hombre  con  traje  mitad  seglar,  mitad  ecleciástico,  flaco, 
ruin  de  estatura,  chato,  lampiño  y  el  pellejo  arrugado,  pelo 
pobre  y  rojizo,  chisgarabís  repugnante,  toca  la  guitarra.  Su 
edad  cuarenta  años  (1). 

UN   MANOLO. 

Buen  ánimo,  padre  cura, 
Vamos,  otra  seguidilla. 

PRIMERA    MANOLA.       ^ 

¡Que  seria  está  Saladilla! 

SEGUNDA   MANOLA. 

Chica,  por  poco  se  apura. 

PRIMERA   MANOLA   (al  C'ltra), 

Diga  usted,  cara  de  fuelle, 

(1)  Si  modelo  y  dechado  de  todas  las  virtudes  son  el  mayor  número  dr 
nuestros  sacerdotes,  en  todos  tiempos,  y  especiulmenlc  en  los  malavon- 
lurados  que  corren,  ha  habido  y  se  encuentran  al^^unos  miserables,  hez  y 
escoria  de  lan  resi)etable  clase.  El  lector  se  acordará  tan  bien  como  nos- 


:i68  EL   DIABLO   MUNDO. 

¿No  canta  usted? 

EL   CURA. 

(Co/i  ademan  salado  qíie  le  sienta  nmy  mal.) 

¡Salerosa! 

PRIMERA    MANOLA. 

¡Viva  la  gracia! 

SEGUNDA   MANOLA. 

Mohosa, 
Mala  mano  te  desuelle. 

EL  CURA  (apurando  el  xaso). 

¡Sangre  de  Cristo!  al  avío. 

SEGUNDA   MANOLA. 

Vamos  pues,  toque  usté  á  prisa. 

EL   CURA. 

Consumé:  sig'a  la  misa, 
Y  ayúdamela,  hijo  mió. 

(A  lüi  mozalbete  que  alternará  con  él  cantando.) 

(Mientras  rasga  la  guitarra  y  desaparece  la  fisonomía 

del  cura  escuerzo  entre  millares  ele  innoMes gestos.) 

No  hay  religión  mas  santa  (canta.) 

Que  la  de  Cristo, 

Que  señala  á  los  moros 

Como  enemigos. 

Guerra  á  los  cueros, 
Porque  matando  moros 
Se  g-ana  el  cielo.  (Danzan.). 

SALADA . 

¿Estás  triste,  dueño  mió? 
¿No  respondes? 

otros  de  liaber  hallado  en  su  vida  alguno  que,  haciendo  gala  de  su  desver- 
^nienzci.  se  parecía  quizá  al  mezquino  ente  que  aqui  tratamos  de  describrir. 


EL    DIABLO    MUNDO.  369 

ADÁN  [distraído). 

No  sé,  siento 
Una  ansiedad,  un  tormento. 

SALADA . 

Me  matas  con  tu  desvío: 
Mira,  Adán,  me  miro  en  tí 
Como  en  Dios:  ¿qué  mal  te  oprime? 
Por  Dios,  Adán,  por  Dios  díme 
Que  también  me  amas  así. 

ADÁN  [con  frialdad,) 

Sí,  te  amo. 

SALADA  [con  termira), 

¿No  es  verdad? 
Yo  con  locura:  ¿suspiras? 
¿No  respondes?  ¿no  me  miras? 
{Adán  recorre  con  los  dedos  la  mesa,  y  los  ojos  bajos, 
vrofnndamente  pensativo;  ella  con  zozobra  le  mira 
fijamente  y  los  ojos  húmedos  de  lágrimas.  Sigue  la 
danza,) 

PRIMERA  MANOLA  [con  dcsgarro.) 

¡Jalea  de  navidad! 
¿Quién  me  la  compra? 

SEGUNDA   MANOLA. 

(Señalando  á  Adán  y  ala  Salada.) 

¡Qué  par! 
¡La  romántica!  ya  llora: 
Traig-an  ag-ua  á  la  señora, 
Porque  se  va  á  desmayar. 

EL  CURA  [canta). 
La  mujer  y  las  flores 
Son  parecidas, 
Muclia  gala  á  los  ojos 
Y  al  tacto  espinas: 

24 


370  EL   DIABLO    MUNDO. 

Y  yo  que  teng-o 
El  corazón  herido 
Nunca  escarmiento. 

(Corro  de  guapos.) 

PRIMER   GUAPO. 

¿Con  que  es  aquel? 
[Señalando  á  Adán  con  el  gesto.) 

SEGUNDO    GUAPO. 

Aquel  es. 

TERCER    GUAPO. 

Un  trago,  que  pase  el  miedo. 

SEGUNDO   GUAPO. 

Señor  Matorrales,  quedo, 
Que  es  muy  hombre. 

TERCER   GUAPO. 

¿Por  los  pies? 

SECUNDO   GUAPO. 

Y  por  las  manos. 

PRIMER   GUAPO. 

Amigo, 
Dice  el  refrán  que  su  silla 
Pierde  el  que  se  va  á  Sevilla. 

SEGUNDO   GUAPO. 

Y  es  natural. 

TERCER  GUAPO. 

Pues  yo  dig-o 
Que  la  cortaré  la  cara. 

[Manolos  dallando.) 

PRIMER    MANOLO. 

Coja  usted  tierra,  salero. 


EL   DIABLO    MUNDO.  371 

SEGUNDA   MANOLA. 

Estoy  por  decir  no  quiero. 
EL  CURA  (mirando  de  reojo  á  los  relajos.) 
Buena  danza  se  prepara. 

[Canta.) 
Tienes  una  boquirris 
Tan  chiquitirris, 
Yo  me  la  comeriba 
Con  tomatirris. 

EL  CHICO  [canta). 

Y  en  tus  ojillos, 

jAy!  se  me  baila  el  alma. 
Que  me  derrito. 

PRIMER   GUAPO. 

¿No  te  ha  conocido? 

TERCER  GUAPO. 

No: 
Está  ella  muy  distraída. 

SEGUNDO   GUAPO. 

Quien  bien  quiso  tarde  olvida. 

TERCER   GUAPO. 

Pues  ella  pronto  olvidó. 

TABERNERO. 

Una  azumbre  se  me  debe. 

TERCER  GUAPO. 

Eche  usted  otra,  que  quiero 
Que  el  mozo  aquel  tan  salero 

Y  aquella  niña  lo  pruebe. 

ADÁN  [á  la  Salada). 
¡Me  ahog^o!  siento  un  deseo, 


372  EL   DUBLO    MUNDO. 

Salada,  no  sé  de  qué: 
Un  afán 

SALADA . 

Yo  sí  lo  sé; 
No  me  quieres:  bien  lo  veo. 

ADÁN . 

¿Vistes  aquel  pez  dorado 
Que  en  tu  casa  en  un  fanal, 
Breve  lago  de  cristal^ 
Da  vueltas  aprisionado, 

Y  en  la  ventana  al  sol  mira 
Tejiendo  en  torno  colores, 

Y  en  las  macetas  las  flores 
Donde  la  brisa  suspira: 

Y  ya  escucha  su  rumor 

Que  le  encanta,  y  le  suspende 
Ya  la  llama  que  se  enciende, 
Ya  la  beldad  de  la  flor; 

Y  en  su  cárcel  cristalina 
Nada  con  mas  ligereza 
Por  gozar  de  la  belleza 
Que  los  ojos  le  fascina? 
Pues  así  yo,  dueño  mió, 
La  tierra,  la  luz,  el  cielo, 
Disfrutar  con  loco  anhelo, 

Y  sin  saber  cómo,  ansio. 

SALADA. 

Mira,  si  tú,  vida  mía. 
Me  amaras  como  yo  á  tí, 
Todo  eso  hallaras  en  mí 

Y  tu  ansiedad  calmaría. 

Yo,  que  tu  amor  solo  anhelo, 
Para  templar  mis  enojos, 
Busco  mi  luz  en  tus  ojos, 


EL   DIABLO   MUNDO.  373 

Hallo  en  tu  frente  mi  cielo: 

Y  estando  á  tu  lado,  Adán, 
Ni  ese  sol  ni  el  cielo  veo: 
Que  eres  todo  mi  deseo 

Y  eres  tú  todo  mi  afán. 
Decir  ternuras  ignoro, 
Ruda  y  salvaje  nací, 
No  sé  qué  pasa  por  mi 
Ni  tampoco  por  qué  lloro: 
Fuego  en  mi  amargo  dolor. 
Fuego  de  Dios  en  mi  estrella, 
Que  no  me  formó  mas  bella 
Para  aumentarte  tu  amor. 
Mal  haya,  mal  haya  amen 
Cuando  te  vi,  ¿y  quién  te  viera 
Que  al  mirarte  no  aprendiera 
Al  momento  á  querer  bien? 

ADÁN. 

¿Ves  tú  cuando  tornasola 
Los  cielos  la  luz  del  dia, 

Y  huye  la  noche  sombría, 

Y  en  tintas  mil  arrebola 
La  aurora  el  blanco  celaje, 

Y  cantan  á  la  alborada 
La  aves  en  la  enramada, 
Luciendo  el  vario  plumaje? 
Mas  placer,  mas  luz,  mas  vida, 
Mas  amor  vierte  á  torrentes 
Ese  estrépito  de  gentes 

Que  en  multitud  confundida 
Ayer  vi  cuando  á  tu  lado. 
Con  tanto  afán,  tanto  gozo, 
Tanta  gala  y  alborozo, 
Bajaban  tantos  al  Prado. 
Adornos  tan  relucientes, 
Ricos  trajes  y  colores, 


.374  EL    DIABLO     MUNDO. 

Coches,  caballos,  primores, 

Y  gustos  tan  diferentes;  , 

Y  el  lujo  y  la  gentileza 
De  aquellos  tan  altaneros 
Que  llamas  tú  caballeros 

Y  damas  de  la  nobleza; 
¿Cómo  pueden  no  admirar 
Al  que  siquiera  los  mire? 
¿Quién  habrá  que  no  suspire 
Por  su  grandeza  igualar? 

SALADA . 

¿Quién  mejor  que  tú  entre  ellos? 
Por  el  mejor  de  mas  brio 
No  trocara  yo,  Adán  mió, 
Un  rizo  de  tus  cabellos. 

ADÁN  . 

O  estoy  loco,  vive  Dios, 
O  no  me  entiendes,  Salada. 

TERCER  GUAPO. 

[Se  acerca  al  primero  con  el  jarro  de  vino.) 
Vé  y  dales  la  cambiada 

Y  brinda  tú  por  los  dos. 

[(puedan  en  observación  en  el  rincón  opíiesto  tos  dos 
guapos.) 

PRIMER  GUAPO  [á  Adán  y  la  Salada), 
Dios  bendiga  lo  que  cria 
Bueno  y  lo  estoy  yo  mirando. 

LA  SALADA  [con  dcsgarro). 
Vaya  un  don  Necio. 

PRIMER   GUAPO. 

Estimando. 
Mi  alma,  mas  cortesía. 

Mocito,  un  sorbo  siquiera.  [A  Adán.) 
[Adán  sin  mirarle  continúa  distraido.) 


EL   DIABLO    MUNDO.  -^5 

SIGUE   EL   PRIMER    GUAPO. 

¿Y  usted,  niña? 

SALADA . 

Me  hace  mal 
La  espuma. 

PRIMER   GUAPO. 

jViva  la  sal! 
[Acercá7idose  al  oído  de  ella,) 
¿Está  el  gaché  de  quimera? 

SALADA. 

¿Sabe  usted  los  mandamientos? 
Pues  el  quinto  no  moler. 

PRIMER    GUAPO. 

Se  me  olvidan  sin  querer 
A  veces. 

TERCER   GUAPO. 

{A  I  segundo  en  acecho  desde  el  rincón  opuesto.) 
Bebo  los  vientos 
De  pura  cólera. 

SEGUNDO   GUAPO. 

El  majo, 
De  monos  sin  duda  está. 

PRIMERA   MANOLA.    [COTTO  dC  baile.) 

¡Un  soponcio,  que  me  dál 

PRIMER   MANOLO. 

iViva  ese  desparpajo! 

EL  CURA.  (Cania.) 
Nunca  mató  á  los  hombres 
La  pena  neg-ra. 
Desventuras  y  males 
Y  penas  veng-an: 


376  EL   DIABLO   MUNDO. 

¡Ay!  ¡las  mujeres 

A  los  hombres  mejores 

Les  dan  la  muerte! 

PRIMER   GUAPO. 

Mocito,  ¿usted  ha  perdido  [A  Adán.) 
El  habla? 

SALADA. 

Vaya  un  moscón. 

ADÁN. 

No  gasto  conversación. 

PRIMER   GUAPO. 

¿Se  da  usted  por  ofendido? 
Pues  lo  siento. 

ADÁN  {con  calma) . 

Se  acabó. 

SALADA. 

¿Lo  quiere  usted  claro? 

PRIMER   GUAPO. 

Sí. 

SALADA. 

Que  está  usted  de  mas  aquí. 

PRIMER   GUAPO. 

(Se  rasca  con  sorna  y  meneos  tnüíanescos,) 
No  entiendo  indirectas  yo. 

TERCER  GUAPO  [al  scgundo,) 
El  demonio  me  retienta, 
Compañero,  [Continúan  en  acecho.) 

SEGUNDO   GUAPO. 

Crie  usted  pecho. 

^  PRIMER   GUAPO. 

¡Tengo  una  sangre! 


EL   DIABLO    MUNDO.  377 

SEGUNDO   GUAPO. 

El  despecho. 

PRIMER   GUAPO. 

Y  la  indina  que  lo  aumenta. 
[Corro  de  taile.) 

PRIMERA   MANOLA. 

Pae  cura,  usté  se  enronquece. 

SEGUNDA   MANOLA. 

Hija,  dale  un  caramelo. 

EL   CURA. 

De  verte  á  tí  me  amartelo, 
Pichona, 

SEGUNDA   MANOLA. 

Me  lo  parece. 

EL  CURA.  [Canta.) 
Arrecógete  y  brinca, 
Menéate  y  salta. 
Porque  tanto  meneo 
Me  lleva  el  alma. 

EL  CHICO.  [Canta,) 
iJesus,  qué  liga! 
Y  es  lo  bueno  que  nunca 
Miente  la  pinta. 

SALADA. 

¿Con  qué  no? 

PRIMER   GUAPO. 

Pues,  por  supuesto. 
[Adán  se  levanta  y  lolcoge  con  fuerza  del  brazo.) 

ADÁN. 

Buen  amigo,  basta  ya. 
[L(^  separa  sujetándole  sin  trabajo  y  Ticelve  d  sentarse.) 


378  EL   DIABLO    MUNDO. 

PRIMER  GUAPO.  [Eclia  mauo  á  la  navaja.) 

Un  demonio  bastará, 

Que  el  brazo  me  ha  descompuesto. 

TERCER  GUAPO. 

(4 1  segundo,  echándose  ya  en  medio.) 
Compañero,  me  perdí. 

SEGUNDO  GUAPO.  [SiguiéndoU.) 
Ya  se  armó. 

TERCER   GUAPO. 

[Desembozándose  y  presentándose  á  la  Salada.) 

Mala  caxcoma, 
Di,  ¿me  conoces?  pues  toma. 

[Le  tira  una  navajada  á  la  cara  que  no  le  da.) 

SALADA. 

Esas  se  dan  siempre  así. 
{Le  entra  el  cuchillo  junto  al  corazón.) 

TERCER  GUAPO. 

¡La  unción!  ¡favor!  ¡me  han  herido! 

TABERNERO. 

¡En  mi  casa! 

EL   CURA. 

Las  lió. 

{Tira  la  guitarra  y  sale  á  escape.) 
{Iluj/en  todos  precipitadamente;  coge  á  Adán  la  Salada 
del  brazo,  y  salen  juntos  por  la  puerta  de  la  trastienda.) 

ADÁN. 

¿Qué  has  hecho  tú? 


EL   DIABLO   MUNDO.  379 

SALADA. 

¿Qué  sé  yo? 
Corre  pronto. 

TABERNERO. 

Me  han  perdido. 
[(Tente,  justicia  q%ie  acude,  etc.) 


FIN    DEL    CUADRO, 


Tu  el  espíritu,  amor,  tú  eres  la  vida 
De  la  mujer  que  en  tu  ilusión  se  ceba, 

Y  halla  en  tí  solo  su  ansiedad  cumplida 
La  que  tu  dardo  penetrante  prueba: 

El  viento  en  remolinos  sacudida 
Acá  y  allá  inconstante  el  alma  lleva 
Del  hombre,  y  pasajero  devaneo 
Eres  no  mas  de  su  primer  deseo. 

Inmenso  mar  que  brinda  al  naveg-ante 
Con  mansas  olas  y  sereno  viento, 

Y  una  playa  riquísima  y  distante 

Que  ilumina  á  su  gusto  el  pensamiento, 

Y  una  luz  que  se  pierde  rutilante 

Y  brilla  con  inquieto  movimento, 
(rlorias,  tesoros,  la  esperanza  ofrece 

A  su  ambición  que  en  su  delirio  crece. 


380  EL   DIABLO   MUNDO. 

¡Cuánto  en  la  juventud  la  vida  es  bella! 
Con  músicas  regala  nuestro  oido, 
Los  ojos  guia  reluciente  estrella, 
Brinda  la  flor  aromas  al  sentido: 
Lánzase  el  hombre  con  ardor  tras  ella, 
Como  al  dejar  el  águila  su  nido 
Buscando  al  sol,  y  con  seguro  vuelo 
Volando  á  hallarle  en  el  remoto  cielo. 

¿Quién  parará  su  rápida  carrera? 
¿Quién  pondrá  coto  á  su  afanar  ardiente*í^ 
Corre  campo  á  buscar  como  la  fiera 
Que  se  lanza  en  el  circo  de  repente : 
x\rrebata  tal  vez  en  su  primera 
Locura  al  que  se  opuso,  indiferente 
Lo  abandona  después.  ¡Ay!  ¡desdichada 
La  mujer  que  se  oponga  á  su  pasada! 

Flor  que  arrebata  de  su  tallo  el  viento, 
La  roba  enamorado  y  se  la  lleva. 
Bésala  y  acaricíala  violento 
Con  nuevo  ardor  y  con  locura  nueva: 
Bebe  su  aroma  de  su  olor  sediento, 

Y  las  hojas  la  arranca;  en  ella  ceba 
Su  amoroso  furor,  y  al  fin  la  arroja 
Cuando  marchita  y  sin  olor  le  enoja. 

Y  sigue,  y  allá  va,  y  allá  se  lanza, 

Y  allá  acomete,  la  región  buscando, 
Que  la  imaginación  apena  alcanza 
A  pintarse,  su  vuelo  remontando: 

Y  él  allá  va,  y  ardiente  se  abalanza, 
Cayendo  y  despeñado,  y  tropezando, 
A  merced  de  su  propia  fantasía^ 
Tras  la  engañosa  estrella  que  le  guia. 


CUADRO  11. 


ESCENA  PRIMERA, 


Habitación  de  la  Salada. 


ADÁN  Y  LA  SALADA. 

SALADA  {acariciándole). 

Gachón  mió,  di,  ¿no  das 
Un  beso  á  tu  pobre  amante? 

ADÁN. 

¿Por  qué  has  herido  á  aquel  hombre? 

SALADA . 

¿Por  qué?  porque  yo  á  mi  padre 
Le  he  oido  decir,  que  aquel  gana 
El  pleito  que  pega  antes. 

ADÁN. 

No  sé  por  qué  no  me  gusta 
Ver  esas  manos  con  sangre: 


^^82  EL   DIABLO    MUNDO. 

¡Son  tan  lindas!  llevar  flores 
Mejor  que  un  puñal  les  cae. 

SALADA. 

Bien  puede  ser,  y  si  quisieres, 
Tan  solo  por  agradarte, 
Nunca  cogeré  un  cuchillo, 

Y  aun  dejaré  que  me  maten. 

[Con  gachonería.) 

ADÁN. 

;Qué  hermosa  es!  [La  da  un  heso,) 
(La  Salada  juega  con  sus  rizos,)' 

SALADA . 

¡Cómo  en  ondas 
Los  negros  rizos  le  caen! 
Quisiera  tener  millones 
De  almas  para  adorarte, 

Y  en  cada  cabello  tuyo 
Enredar  una.  ¡No  sabes 
Cómo  te  amo,  Adán  mió! 

Y  en  esos  ojos  que  arden, 
Quisiera  ser  mariposa 
Para  en  su  luz  abrasarme: 
Échate,  Adán,  en  mi  falda, 
Así.  ¿Estás  bien?  ¡Cuál  te  late 
El  corazón!  ¿no  es  verdad 
Que  es  solo  mió?  ¡Ah!  dame 
Otro  beso,  mas  ¿qué  tienes? 
No  me  escuchas? 

ADÁN  [entre  si), 

¿Por  qué  nacen 
Pobres  como  yo  los  unos, 

Y  nacen  los  otros  grandes? 


EL    DIABLO    MUNDO.  383 

SALADA . 

¿Qué  murmuras? 

ADÁN  . 

Tú  que  has  visto 
Esos  ricos  tan  galanes, 
Que  en  poderosos  caballos, 
Con  jaeces  tan  brillantes 
Galopan,  ó  reclinados 
En  mag-níficos  carruajes, 
Parece  que  se  desdeñan 
En  su  soberbia  insultante 
De  mirar  á  los  que  cruzan 
A  pié  como  yo  las  calles; 
Tú,  en  fin,  que  el  mundo,  aunque  en  vano 
Quisiste  ayer  explicarme; 
Mundo  que  en  mil  confusiones 
Mas  m.e  enreda  á  cada  instante, 
Díme,  ¿esas  damas  tan  bellas 
Con  esos  g-arbos  y  trajes. 
Viven  así?  díme,  ¿hablan 
Como  nosotros?  ¿qué  hacen? 

SALADA  {con  gesto  desaínelo). 

Dueño  mió,  somos  hijas 
Toditas  de  un  mismo  padre, 
Y  la  mejor  es  tan  buena 
Como  yo,  y  igracias! 

ADÁN. 

Me  hablaste 
De  eso  de  un  padre  común 
También  ayer. 

SALADA . 

Son  de  carne 


384  EL   DIABLO    MUNDO. 

Y  hueso  como  tú  y  yo. 

ADÁN. 

Es  inútil  que  me  canse: 
Ni  yo  te  acierto  á  entender, 
Ni  tú  aciertas  á  explicarte. 
Pero  dime,  ¿cuáles  son 
Sus  diversiones,  sus  bailes, 
Su  vida,  sus  aleg-rias, 
Sus  casas?  ¿cómo  se  hace 
Para  juntarse  con  ellos. 
Con  ellos  vivir,  hablarles, 

Y  en  lujo,  poder  y  galas 
A  su  grandeza  igualarse? 

SALADA. 

¿Te  acuerdas,  Adán,  del  pez 
Dorado,  que  entre  cristales 
Gira  admirando  del  sol 
Los  rayos  en  que  se  parte, 

Y  oyendo  el  rumor  del  aura 
Entre  las  flores  suave. 
Embebecido  en  su  música 
Ansia  quebrantar  su  cárcel 
Por  gozar  de  la  armonía 
De  luces,  flores  y  aires? 
Pues,  pobre  pez  si  cumpliera 
Su  voluntad,  que  al  hallarse 
En  otro  ajeno  elemento 

Del  elemento  en  que  nace, 
Céñros,  luces  y  flores 
Le  dieran  muerte  al  instante. 
Sueños  son  esos,  Adán, 
Los  que  tu  mente  distraen, 
Aire  que  anhelas  coger, 
Porque  los  sueños  son  aire: 
Entre  esas  gentes  altivas 


EL    DIABLO    MUNDO.  385 

Quien  mas  de  nosotros  vale, 
No  alcanza  sino  desprecios 
En  premio  de  su  donaire. 
Nuestros  enemig-os  son, 
Y  el  modo  de  ser  ig-uales, 
Es  en  la  misma  moneda 
En  que  nos  pagan  pagarles. 
¥  piensa...  pero  no  quiero 
Pensar  en  ello,  ni  caben 
Pensamientos  de  otro  amor 
En  tu  corazón  de  ángel; 
Pero...  si  acaso  esas  damas... 

{Con  ira  celosa,) 

Las  de  las  blondas  y  encajes... 
Tal  vez...  si  tú  en  tu  delirio 
De  mí  olvidado...  no  sabes, 
Adán,  de  lo  que  es  capaz 
Una  mujer  por  vengarse; 
Pero  no,  no:  no  es  verdad: 
Tu  amor  es  mió:  Adán,  dame 
Mil  besos,  uno  tan  solo 
Que  mis  inquietudes  calme. 

ADÁN. 

Puede  ser;  pero  ¿por  qué 
Riquezas  que  son  palpables. 
Galas  que  miran  mis  ojos. 
No  lian  de  estar  nunca  á  mi  alcance? 
Tanta  ansiedad  me  fatiga. 
Mil  pensamientos  combaten 
Dentro  de  mí,  pasan,  huyen... 
Un  beso,  mi  bien. 

[Le  hesa  la  Salada  con  amor.) 

Regale 
Tu  boca  mi  corazón: 
Y  entre  tus  brazos  descanse 

25 


386  EL    DIABLO    MUNDO. 

De  tanto  afán.  {Se  duei^me,) 
[La  Salada  le  contempla  dormido  con  ternura  intima, 
y  le  hace  aire  con  un  aMnico,  mientras  le  guarda  el 
sueño.  Besa  de  cuando  en  cuando  la  frente  hermosa  y 
serena  de  Adán,  y  le  separa  los  rizos  que  el  aire  sue- 
le traer  d  vagar  solre  ella.) 

SALADA. 

Se  lia  dormido. 
iQué  hermoso  es!  ¡qué  suaves 
Sobre  sus  cerrados  ojos 
Las  negras  pestañas  caen! 
¡Cómo  respira!  No  hay  flores 
Que  tan  rico  olor  exhalen 
Como  para  mí  su  boca: 
jCómo  en  su  frente  se  esparce 
Tanta  belleza,  reunida 
A  tan  varonil  y  grave 
Majestad!  ¡Qué  diferente 
De  los  otros  hombres!  ¡Nadie 

Mas  feliz  que  yo! ¡amor  mió! 

jAh!  ¡Déjame  que  te  ame 
Toda  mi  vida,  y  me  muera, 
Mi  bien,  así,  contemplándote! 
Pero  ¿por  qué  esta  zozobra 
Con  que  el  corazón  me  late? 
¿Por  qué  de  súbito  siento 
Ira  y  locura,  y  matarle, 
A  veces  cuando  le  miro. 
Quisiera,  y  luego  matarme 
A  mí  también?  ¿Porque  sea 
Mío  solo?  ¿Quién  robarme 
Mi  dicha  y  su  amor  intenta? 
Él  es  mío,  no  ama  á  nadie. 
Ni  puede  amar  sino  á  mí: 
A  mí  sola,  á  mí;  ¿y  quién  sabe 
Si  siempre  así  me  amará? 


EL    DIABLO    MUNDO.  387 

¡Oh!  ¡El  corazón  se  me  parte 
De  solo  dudarlo!  entonces... 
¡Triste  la  que  me  arrebate 
Su  corazón!  ¡Oh!  ¡morir 
Solo  me  queda  en  tal  trance! 
¡Matarle  y  morir,  y  luego 
Idolatrar  su  cadáver! 
¿Y  qué  mujer  de  mis  brazos 
Será  capaz  de  robarte, 
Adán  mió?  [Con  íermira.) 
¡Cómo  suda! 

[Le  enjuga  la  frente  con  im  pañuelo  blanco.) 

¡Oh!  sean  mis  manos  cárcel 
De  ese  corazón  que  es  mió; 
Que  no  me  lo  robe  nadie. 

[Le  pooie  amMs  manos  sodre  el  pecho,  como  para  apri- 
sionarle  el  corazón.) 

¡Oh!  deshojad  sobre  su  frente  flores 

Del  noble  mozo  en  su  primer  mañana, 

Guardad  su  sueño,  amores, 

Mimad  conmigo  su  beldad  temprana, 

Dejadme  en  mi  alegría 

Cuidar  yo  sola  de  la  flor  que  es  mia. 

ADÁN  [despierta), 
¡Qué  calor!  ¿dónde  estoy? 

SALADA. 


¿No  me  ves?  á  mi  lado. 

ADÁN. 


Aquí,  bien  mió, 


¡Oh!  si,  soñaba; 
Pero  un  sueño  tan  dulce,  un  desvarío 
Tan  alegre,  que  el  alma  me  robaba. 


388  EL    DIABLO    MUNDO. 

SALADA. 

[Reconviniéndole  dnlcemeníe, ) 

Iso  hay  sueño  alg-uno  por  feliz  que  sea, 
Que  yo  no  cambie  por  mirar  tus  ojos, 

Y  tú  el  sueño  al  dejar  que  te  recrea, 
Viéndome  al  despertar  sientes  enojos. 

ADÁN. 

Era  un  sueño...  Sabrás,  hermosa  mia, 
Que  era  una  tarde  en  el  florido  Abril, 
Cuando  viste  del  campo  la  alegría 
Hojas  al  bosque,  flores  al  jardin: 

Vagaba  solo  yo  por  la  ribera 
Del  Manzanares:  lo  que  fué  de  tí 
No  sé,  Salada  mia,  ni  siquiera 
Como  yo  solo  me  encontraba  allí.   - 

Cuando  de  pronto,  á  la  azulada  cumbre 
De  un  monte  lejos  me  sentí  volar, 

Y  un  hilo  suelto  al  aire  en  viva  lumbre 
Vi  ante  mis  ojos  fúlgido  ondear. 

Yo  asido  al  hilo  trepo  á  la  montaña, 
¡Oh!  ícuánto  entonces  á  mis  plantas  vi! 
jCaántos  acentos  y  algazara  extraña 
Alzarse  alegre  de  repente  oí! 

Haciendo  generosa  gentileza. 
Cien  caballeros  rápidos  pasar. 
Ágiles  vi,  domando  la  fiereza 
De  sus  caballos  que  al  galope  van. 

Y  entre  la  luz  de  remolinos  de  oro 
Que  deslumhran  los  ojos  como  el  sol, 


EL    DIABLO   MUNDO.  389 

Mujeres,  de  beldad  rico  tesoro. 
Brindando  glorias,  y  vertiendo  amor: 

Y  danzas,  jueg'os,  y  alg'azara  y  vida. 
Magnífico  tropel  y  movimiento, 
Riqueza  abandonada  y  esparcida 
Cuanta  puede  crear  el  pensamiento. 

Y  yo  también  con  ellos  me  juntaba, 

Y  con  oro  y  con  trajes  de  colores 
Ya  cual  aquella  gente  me  adornaba, 

Y  era  también  señor  entre  señores. 

Y  también  mis  caballos  á  mi  brio... 

SALADA. 

;Y  ni  un  recuerdo  para  mí  entre  tanto, 
Ni  un  recuerdo  g-uardabas,  Adán  mío, 
A  esta  pobre  mujer  que  te  ama  tanto! 

ADÁN. 

Y  en  un  caballo  con  la  crin  tendida, 
La  cola  suelta  vagarosa  al  viento, 

Y  la  abierta  nariz  de  fuego  henchida. 
En  alas  iba  yo  de  mi  contento. 

Y  zanjas,  montes,  valles  y  espesuras, 

Y  ramblas,  y  torrentes  traspasaba, 

Y  otros  montes  después,  y  otras  llanuras, 

Y  nunca  fin  á  mi  carrera  hallaba. 

Y  siguiendo  á  mi  loca  fantasía, 
.linete  alborozado  en  mi  bridón, 
Latiendo  de  entusiasmo  y  de  alegría. 
Mi  anhelo  redoblaba  su  furor  : 

Aíi  frente  sudorosa  palpitando. 
Azotaba  mi  rostro  el  huracán. 


300  EL   DIABLO   MUNDO. 

Mis  ojos  fuego  en  su  inquietud  lanzando, 
Campo  adelante  devorando  van. 

¡Ohl  iqué  placerl  En  medio  al  torbellino, 
Oir  el  trueno  rebramar  y  el  viento, 
Siguiendo  en  polvoroso  remolino 
El  ímpetu  veloz  del  pensamiento: 

Y  en  incesante  vértigo  y  locura, 
Desvanecida  en  confusión  la  mente. 
Cuanto  el  deseo  y  la  ilusión  figura 
Arrojarse  á  alcanzarlo  de  repente! 

¡Ohl  yo  entendía  voces  y  cantares, 

Y  vi  mujeres  ante  mí  volar, 

Y  atrás  quedaban  gentes  á  millares, 

Y  encontraba  otras  gentes  mas  allá. 

¡Ohl  si  me  amas,  si  tu  amor  es  cierto. 

Llévame  al  punto  donde  yo  soñé: 

¡ün  caballol  ¡un  caballo!  ¡campo  abierto! 

Y  déjame  frenético  correr. 

Viento  que  en  torno  de  mi  frente  brame, 
Rayos  que  sienta  sobre  mí  tronar, 
Triunfos,  y  glorias,  y  riquezas  dame 
Que  derramen  mis  manos  sin  cesar. 

SALADA. 

¡Oh!  ¡Idanl  ¡Adán!  ¡Tu  corazón  no  es  mió! 
;0h!  Tu  ambicioso  corazón  delira; 
¡Ayl  ¡que  me  lo  robó  tu  desvarío, 

Y  por  solo  mi  amor  ya  no  suspira! 

Pobre  mujer,  ¿qué  puedo  yo  ofrecerte. 
Ni  qué  te  puedo  en  mi  desdicha  dar?      ^ 


EL   niABLO    MUNDO.  391 

Ten  compasión  de  mí,  dame  la  muerte; 
¡Oh!  no  me  dejes  sin  tu  amor  llorar. 

¡Ah!  dime  ¿dónde,  dónde  yo  podria 
Hallar  esas  ventaras  para  ti? 
^,Dónde?  mas  ;ah!  que  la  desdicha  mia 
En  mi  impotencia  me  arrojó  á  morir! 

¡Jamás,  jamás,  Adán,  nunca  hasta  ahora 
Mi  bajeza  en  el  mundo  he  conocido. 
Mi  corazón  que  desg^arrado  llora 
Tan  amarg-o  dolor  nunca  ha  sentido! 

¡Oh!  ¿qué  me  da  mi  condición  villana? 
Despreciable  mujer,  jug-uete  vil, 
Arrojada  en  el  mundo  una  mañana 
Cuando  la  luz  entre  miserias  vi. 

¡Cuando  entre  bosques  que  el  viajante  ig*nora 
Mi  madre  moribunda  me  parió. 
Nacida  al  mundo  en  maldecida  hora, 
Fruto  podrido,  hija  de  un  ladronl 

¿Sabes,  Adán,  lo  que  le  gfuarda  el  mundo 

A  la  que  nace  como  yo  nací? 

En  una  cárcel  un  rincón  inmundo, 

Y  un  hospital  quizá  donde  morir: 

Una  belleza,  infame  mercancía, 
Que  una  pobre  mujer  por  oro  trueca, 

Y  g-ozando  en  su  propia  villanía 
Un  corazón  que  el  infortunio  sece. 

Y  en  pecado  y  verg-ilenza  concebida, 

Y  en  la  frente  el  escándalo,  marchar 
A  abrirse  campo  en  su  azarosa  vida 
Con  lucha  eterna  é  incesante  afán. 


392  EL    DIABLO    MUNDO. 

¡Miserable  de  mí!  ¡yo  habia  vivido 

Contenta  con  mi  orgullo  en  mi  bajeza! 

Tú  no  lo  sabes,  pero  tú  has  herido 

Un  alma,  en  fin,  que  á  comprenderse  empieza 

Tú,  Adán  mió,  sin  querer  has  hecho 
Pedazos  mi  amargado  corazón. 
Perdida  ya  la  que  guardó  mi  pecho 
Ilusión  dulce  de  un  dichoso  amor. 

jOh!  ven  acá,  te  estreche  entre  mis  brazos; 
Déjame  en  mi  dolor  llorar  asi: 
¡Fueran,  Adán,  eternos  estos  lazos, 

Y  yo  llorara  en  mi  aflicción  feliz! 

¡Déjame  que  te  bese  con  locura. 
Déjame  que  te  apriete  al  corazón! 
No  sé  qué  voz  secreta  en  mi  amargura, 
Adán,  me  dice  que  á  perderte  voy. 

¡Perderte!  ¡y  para  siempre!  ¿y  yo  que  nada 
Quiero  ya,  sino  á  tí,  voy  á  perderte? 
Déjame  así  morir,  así  abrazada, 
¡Muriendo  yo  bendeciré  mi  muerte! 

Mira,  Adán  mió,  alma  de  mi  vida, 
Yo  no  soy  mas  que  una  infeliz  mujer, 
Pobre  en  el  mundo,  una  mujer  perdida, 
Con  solo  desventuras  que  ofrecer. 

No  tengo  nada;  ¡pero  te  amo  tanto! 
¡Tengo  un  tesoro  para  tí  de  amor! 
¡Oh!  no  me  dejes,  muévate  mi  llanto, 
Muévate  mi  afligido  corazón. 

¡Oh!  ¡no  me  dejes!  y  pues  ansias  oro 

Y  dichas  que  no  alcanzo  á  darte  yo^ 


EL    DIABLO    xMUNDO.  393 

El  mundo  te  prodig'ue  su  tesoro, 

Y  yo,  tu  esclava,  te  daré  mi  amor. 

Yo  sufriré  en  silencio  tus  desvíos, 
Yo,  tu  criada,  partiré  tu  pan, 

Y  una  mirada  de  esos  ojos  míos 
Hará  mi  dicha,  premiará  mi  afán. 

¡Ay!  ¡no  me  dejes  nunca! 

ADÁN. 

¿Yo  dejarte? 
¿Y  para  qué,  y  por  qué?  ¡tú,  mi  querida! 
¿Ni  cómo,  aunque  quisiera  abandonarte, 
Juntos  til  y  yo  lanzados  en  la  vida? 

Tu  desdicha  en  tus  quejas  adivino: 
?,Y  habrá  de  ser  eterno  tu  dolor? 
¡Qué  poderosa  mano  á  ese  destino 
Pf:ra  siempre,  Salada,  te  amarró! 

¡Oh!  en  esas  tierras  donde  yo  soñaba. 
Allí,  do  todo  es  glorias  y  placer, 
Allí,  do  nunca  de  gozar  se  acaba. 
Ven,  mi  Salada,  ven  y  te  amaré. 

Un  caballo,  un  camino,  y  á  ese  cielo 
Yo  escalaré;  yo  siento  dentro  en  mí 
Fuerza  bastante  en  mi  ambicioso  anhelo 
Para  cambiar,  ¡quién  sabe!  el  porvenir. 

SALADA. 

[Dejándose  arrebatar  del  entusiasmo  de  Adán.) 

¡Juntos!  ¡juntos  los  dos!  ¡Oh!  sí,  marchem.os, 
Rompamos  del  destino  las  cadenas: 
El  mundo  no  es  Madrid,  juntos  volemos 
A  otras  gentes  hallar  y  otras  escenas: 


;^94  EL    DIABLO   MUNDO. 

¿Qué,  adonde  quiera  llevaré  en  mi  frente 
Grabado  el  sello  de  vergüenza?  No: 
l^ue  en  otras  tierras,  y  entre  nueva  gente 
Ennoblecida  brillará  en  tu  amor. 

Huyamos,  si,  de  la  laguna  impura 
Donde  entre  cieno  sin  tu  amor  viví; 
Huyamos  á  esas  tierras  de  ventura 
Que  á  entrambos  nos  ofrece  el  porvenir. 

¡Gracias!  ¡gracias!  amor,  bendito  seas, 
Que  mi  bajeza  me  revelas  tú: 
Huyamos  luego,  Adán,  donde  deseas, 
A  otro  país  que  alumbrará  otra  luz!! 


ESCENA  n. 


Dichos  y  el  Cura 


(Poco  después  hasta  seis  hombres  de  malas  cataduras  y  modales  rústicos.^ 


EL  CURA  [frotándose  las  manos), 

¡Albricias!  ¡no  hemos  salido 
De  mala!  por  la  tetilla 
Derecha  le  entró,  y  si  acierta 
A  entrarle  mas  una  línea. 


EL    DIABLO    MUNDO.  395 

Pax  Christi, 

ADÁN  {aparte  á  la  Salada). 

,No  sé  por  qué 
Me  irrita  solo  la  vista 
De  ese  sapo. 

SALADA. 

Adán,  huvamos. 
¡Y  yo  contenta  vivia!  (Apa^^ie.) 

EL  CURA  {con  toíio  tniJianesco) . 

Vive  Dios,  señor  Adán, 
Que  tiene  usted  una  niña, 
Que  da  la  vida  á  un  cristiano, 
Lo  mismo  que  se  la  quita: 
Tan  buena  para  un  barrido 
Como  un  fregado:  ¡qué  vivan 
Esos  ojuelos  que  matan, 
Princesa,  y  esas  manitas! 

ADÁN  {con  impaciencia). 
;Ea!  basta  ¿qué  queréis? 

EL   CURA. 

Si  incomoda  mi  visita 

Me  iré:  mas  ya  me  hago  cargo, 

La  gente  se  divertía 

Como  Dios  manda:  ¡solitos! 

¡El  demonio  me  maldiga! 

Mas  siento  yo  interrumpir 

Pero vamos yo  creia 

Que  para  todo  liabia  tiempo 

Luego  como  corre  prisa 
Nuestro  negocio,  y  los  otros 

Van  á  acudir  á  la  cita 

Y  según  me  lian  dicho,  usted 


Es  también  de  la  partida. 


396  EL    DIABLO   MUNDO. 

Yo,  por  eso La  señora, 

Que  me  conoce  hace  dias, 
Sabe  muy  bien  que  no  soy 
Yo  mosca  nunca:  en  mi  vida 

La  he  estorbado  para  nada 

Cada  cual  allá  se  avía, 

Y  á  vivir.  ¿Qué,  no  es  verdad, 
Señora  Salada? 

SALADA  [aparte]. 

Grima 
Me  da  de  oirle. 

EL    CURA. 

Lo  otro 
No  es  cosa  que  á  usted  le  aflija: 
Él  ya  habrá  muerto  á  estas  horas, 

Y  la  señora  justicia, 
Como  no  sabe  quién  fué 
Quien  le  apago,  ni  en  su  vida 
Sabrá  tampoco  á  quién  tiene 
Que  acudir,  queda  per  islayn: 
Aquí  no  hay  nada  qué  hacer 
Sino  apandarse  unos  dias, 

Y  ag'uardar  que  Dios  mejore 
Sus  horas.  Tiberio  viva, 

Y  el  pan  á  dos  cuartos.  ¡Prenda! 

[Acercándose  al  oído  con  instancia  y  picar  di g  ¡hela.) 

Vamos,  una  preguntilla: 
¿Qué  le  ha  dado  usté  al  mocito 
Que  está  que  parece  quina? 

SALADA  [con  desaJjrimiento). 

Oiga  usted,  padre  curiana, 
A  un  ladito,  que  me  tizna. 

[Entran  los  seis.) 


EL    DIABLO    MUNDO.  397 

PRIMERO. 

La  paz  de  Dios,  caballeros. 
( l^a//  entrando,  unos  se  sientan,  otros  se  quedan  de  pié. 
algunos  sacan  tadaco.) 

EL   CURA. 

Ya  está  la  gente  reunida. 
[Da  tm  silbido,  y  se  asoma  á  una  reja  donde  acude  %m 
chico  con  quien  habla.) 

Pupas,  ya  sabes  la  seña, 
Corre  á  tu  puesto  y  avisa. 

SEaUNDO. 

¿Con  qué  es  la  cosa  esta  noche? 

TERCERO. 

\A  I  primero,  señalando  a  A  dan,) 
¿Es  este  el  mocito,  Chispas, 
Que  recomendó  su  padre? 

PRIMERO. 

Pues,  el  mesmo. 

CUARTO. 

A  Saladilla 
El  diablo  le  ha  vuelto  el  juicio. 

TERCERO. 

Padre  cura,  ¿qué  noticias 
Tiene? 

EL   CURA. 

Muchas  y  muy  buenas. 

PRIMERO . 

Pues  desembuche. 


398  EL   DIABLO   MUNDO. 

QUINTO  [seüalimdo  á  Adán), 

La  pinta 
Es  de  un  elefante  en  leche. 
Mocito  ¿hay  ánimo? 

ADÁN. 

Y  diga, 
¿Para  qué  me  ha  de  faltar? 

REXTO. 

Como  es  la  primer  cabrita 
*     Que  desuella 

ADÁN. 

La  primera 
Vez  que  he  pensado  en  mi  vida, 
Pensé  alcanzar  con  la  mano 
Donde  alcanzaba  la  vista. 

PRIMERO. 

Bien  dicho. 

[El padre  cura  entre  tanto  lia  estado  liallando  d  los^ 
otros,) 

CUARTO. 

¿Y  en  eso  está? 

EL   CURA. 

Luego  que  quedó  Chiripas 
En  abrir  por  la  cochera 

Y  darnos  entrada  arriba, 
Dije  para  mi  capote: 
Recemos  la  letanía, 

Y  entonemos  un  Te  Beiim, 
Porque  la  ocasión  la  pintan 
Calva;  y  para  sosegar 


EL   DIABLO    MUNDO.  399 

Mi  conciencia  dije  á  un  quidan 
Que  en  la  taberna  de  enfrente 
Estaba,  que  hiciese  esquina 
Sin  quitar  ojo  á  la  casa, 

Y  pagara  por  Chiripas 
Cuanto  bebiese,  que  yo 
Esta  noche  volverla 

Con  mi  guitarra  y  mi  acólito, 
A  echar  cuatro  seguidillas 

Y  alegrar  el  barrio. 

TERCERO. 

Y  oiga ; 
¿Entra  en  el  ajo  Chiripas? 

EL   CURA. 

Él,  como  es  natural. 
No  quiere  que  nunca  digan 
Que  fué  capaz  de  vender 
Ni  hacer  una  alevosía 
A  la  que  le  da  su  pan  : 
Eso  no,  bueno  es  Chiripas... 
No  digo  yo  á  su  ama,  á  nadie 
Hará  una  mala  partida. 

PRIMERO. 

Y  hace  bien. 

EL   CURA. 

Pero  es  distinto 
Que  en  estando  ya  dormida 
La  gente,  que  entréis  vosotros 

Y  le  atéis,  y  luego  os  sirva, 
Llevándoos  sin  hacer  ruido. 
Ni  ver  á  nadie,  á  la  misma 
Alcoba  donde  su  ama, 

Que  no  espera  la  visita, 
Dormirá :  y  asi  ha  quedado 


400  EL    DIABLO    MUNDO. 

En  que  la  cosa  se  haria, 
Para  no  tener  que  ver 
Después  él  con  la  justicia, 
Cumplir  como  buen  criado 

Y  hombre  de  bien.  Yo  en  la  esquina 
Mientras,  liaré  la  deshecha, 

Y  allí  con  mi  guitarrilla, 

[Hace gestos  dejaleador.) 

Y  cuatro  coplas,  y  alza 
Que  te  se  vé  hasta  la  liga, 

Y  toma  y  vuelve  por  otra. 
Tendré  la  gente  reunida 
De  la  calle:  por  si  acaso 
Cacarea  la  gallina 

Que  no  se  oiga  y  que  en  paz 
Vosotros  hagáis  la  limpia. 

TERCERO. 

¿Y  habrá  fango? 

EL   CURA. 

Hasta  los  codos : 
Es  la  condesa  de  Alcira 
Viuda  con  muchos  millones, 

Y  alhajas  y  piedras  finas, 

Y  mas  condados  y  rentas 

Y  tierras  que  el  mapa  pinta. 

PRIMERO. 

Moneda  acuñada,  padre, 

Y  déjese  de  baratijas. 

SEGUNDO  (refregándose  las  manos), 
¿Y  es  buena  moza? 

TERCERO. 

Me  gusta 
La  pregunta ;  que  sea  rica 


EL   DIABLO    MUNDO.  401 

Y  haya  donde  entrar  la  mano, 

Y  mas  que  tenga  comida 
La  cara  de  lamparones. 

ADÁN  [con  mterés.) 

¿Y  es  de  esas  damas  que  habitan 
Palacios? 

EL   CURA. 

Uno  tan  grande, 
Que  entrando  no  se  atina 
A  salir:  pero  no  hay  miedo, 
Que  para  eso  está  Chiripas, 
El  lacayo  incorruptible 

Y  fiel,  que  hallara  salida 
Al  laberinto  de  Creta. 

(Se  va  haciendo  de  noche.  La  Salada  entra  con  un  velón 
encendido,) 

ADÁN. 

¿Tendrá  coches? 

'    EL   CURA. 

Y  berlinas, 

Y  cabriolés,  y  oro  y  plata 
Mas  que  producen  las  Indias. 

PRIMERO. 

¡El  chibato!  de  oirlo  solo 
Los  ojos  se  le  encandilan. 

LA  SALADA  [aparte). 
(Con  los  ojos  llenos  de  lágrimas.) 
¡Pobre  de  mí! 

PRIMERO. 

Chica,  ¿lloras? 

SEGUNDO. 

¿Por  qué  llora  usted,  mi  vida? 

2() 


402  EL   DIABLO   MUNDO. 

ADÁN  {sin  reparar  e7i  ella). 

Vamos  pronto,  vean  mis  ojos 
Cuanto  vio  mi  fantasía: 
Toquen  mis  manos  en  fin 
Los  sueños  de  mi  codicia. 

TERCERO. 

Buen  pollo;  que  á  este  le  pongan 
Donde  haya. 

PRIMERO. 

Bien  se  explica. 
SEGUNDO  {d  la  Salada). 
Pero  ¿por  qué  llora  usted? 

PRIMERO. 

Cosas  de  mujeres. 

QUINTO. 

Niña, 
¿Le  duele  á  usted  alg-o? 

SALADA. 

El  alma 
Y  el  corazón;  ^dan,  mira, 

(Se  adelanta  con] energía  á  Adán.) 
¿Ves  estas  lágrimas?  son 
Las  primeras  que  en  mi  vida 
Me  ha  hecho  derramar  un  hombre; 
No  hagas  tíi  que  mi  desdicha 
Se  trueque  en  rabia,  y  se  cambie, 
Adán,  mi  ternura  en  ira: 
No  quiero,  no,  tú  no  irás 
Porque  yo  no  quiero. 

EL   CURA. 

¡Chispas! 


EL   DIABLO   MUNDO.  403 

¡Que  mala  yerba  ha  pisado 
La  mocita! 

SALADA . 

Tú  imaginas 
Que  esa  mujer  es  hermosa: 
¿Pensabas  que  yo  querria, 
Que  lo  imagino  también, 
Dejarte  ir?  ¡Ah!  ¿tú  olvidas 
Que  yo  te  amo  y  te  finges 
Ilusiones  y  alegrías 
En  otra  parte,  sin  mi, 
Con  otra  mujer?  ¿La  hija 
Del  ladrón  cambiar  presumes 
Con  desprecio  por  la  altiva 
Condesa,  por  la  señora 
Que  arrastra  coche?  deliras. 
Sí,  tú  te  has  dicho  á  tí  mismo: 
Es  una  mujer  perdida; 
La  que  ha  nacido  en  el  fango 
Que  llore  en  el  fango  y  viva. 
Tú  has  olvidado  mi  amor. 

Mi  delirio^  mis  caricias 

¡Ingrato!  que  sin  tu  amor, 

(Con  lermira  y  saltmcloseU  las  lágrimas.) 

Sin  tí  detesto  la  vida, 
Que  no  tengo  mas  que  á  tí. 
Que  te  amo:  ¡oh!  de  rodillas 
Yo  te  lo  ruego,  Adán  mió, 
No  vayas,  te  lo  suplica 

Tu  pobre  Salada,  no 

Perdona,  Adán,  alma  mía. 
No  vayas,  no,  el  corazón 
Me  da  que  alguna  desdicha 

Nos  va  á  suceder no  vayas. 

¿No  harás  lo  que  yo  te  pida? 


404  EL   DIABLO   MUNDO. 

ADÁN. 

¿No  ir?  Salada,  ¿no  ir  yo 
Cuando  fortuna  me  brinda, 
Y  en  realidades  mis  sueños, 
En  verdad  mi  fantasía 
Trueca?  ¿quién?  ¿yo,  yo  no  ir? 
¿Yo  no  ir? tú  desvarías. 

PRIMERO. 

Pero  ven  acá,  ¿tú  quieres 
Que  tu  galán  sea  un  gallina? 

SALADA . 

¿Tú  á  qué  has  de  ir?  [Si  supieras. 
Adán  mío,  cuan  indigna 
Hazaña  van  á  emprender 
Estos  hombres!  ¡Ah!  tú  huirías 
De  ellos.  Tu  corazón 
Noble,  di,  ¿no  te  avisa 
De  la  bajeza  del  hecho? 

EL   CURA. 

Vaya  una  rara  salida: 

El  demonio  predicándonos 

Un  sermón  de  moralista. 

ADÁN. 

Mira,  Salada,  no  sé 
Si  la  acción  que  se  medita 
Es  buena  ó  mala,  ni  entiendo 
Qué  es  mal  ni  bien  todavía: 
Yo  allá  voy:  cualquiera  sea 
El  hecho,  dicha  ó  desdicha 
Nos  traiga,  yo  he  de  seguir 
La  inspiración  que  me  anima. 
¿Acaso  he  nacido  yo 


EL  DIABLO   MUNDO.  405 

Para  vivir  en  continua 
Agitación?  ¿No  podré 
Seguir  á  mi  fantasía 
Jamás?  No,  Salada  mia: 
Glorias  y  triunfos  me  pinta 
Mi  deseo;  la  fortuna 
A  mi  anhelo  campo  brinda 
Donde  cumplirlo:  yo  quiero 
Ver,  palpar  cuanto  imagina 
Mi  mente:  de  una  ojeada 
Ver  todo  el  mundo  que  gira 
A  mi  alredor:  allí  luego 
Tú  vendrás:  donde  yo  elija 
Un  sitio  para  los  dos. 
iOh!  Si  me  amaras,  tú  misma 
Me  llevarías. — ¿Y  quién 
Habrá  jamás  que  me  impida 
Volar  donde  yo  desee? 
¡Fuera  injusto!  y  romperían 
Mis  manos,  sí,  las  cadenas 
Que  aprisionaran  mis  iras. 

PRIMERO. 

Bien  dicho. 

SALADA  {con  mimo). 

Díme,  Adán  mío, 
¿Me  amas?  ¿Por  qué  te  irritas? 
;0h!  ¡no  te  enojes  conmigol 
Dame  un  beso,  una  caricia: 

Ya  que  te  empeñas  en  ir 

Otro  beso.  ¿No  podrías 
Ir  otra  vez,  dueño  mío, 
Dejarlo  para  otro  dia? 
Las  horas  se  me  hacen  siglos 
Sin  tí,  todo  me  fastidia. 
¡Yo  que  pensaba  esta  noche 


406  EL   DIABLO   MUNDO. 

Pasarla  en  tu  compañía 

Tan  feliz,  y  acariciarte 

Tanto!  no  hay  mayor  desdicha, 

Tú  ya  lo  sabes,  Adán, 

Que  una  esperanza  fallida. 

Si  te  vas  ¿qué  haré?  llorar. 

Otro  beso:  no  hay  delicia 

Ig'ual:  los  dos  aquí  solos 

Entre  amores  y  caricias 

Corriendo  las  horas:  yo 

Te  contaré  mis  fatigas. 

Mi  amor  cuando  estabas  preso. 

¡A  tí  no  te  cansa  oirías! 

¿No  es  verdad^  mi  bien?  ;Ah!  dame 

Otro  beso 

ADÁN  [conmovido), 

¡Vida  mía! 

No  llores,  no,  yo  te  amo 

Yo  haré  lo  que  tú  me  pidas. 

TERCERO. 

Eso  es,  ya  está  hecho  un  mandria. 

SEGUNDO . 

¡Y  lo  que  sabe  la  indina!... 

EL   CURA. 

Señores,  aquí  se  quede 
El  que  quiera,  que  maldita 
La  falta  que  nadie  hace. 
Nuestra  condesa  de  Alcira 

(Con  intención  á  Adán,) 

Nos  aguarda  con  sus  coches, 
Su  palacio  y  joyerías: 
Nosotros  vamos  allá. 


EL   DIABLO   MUNDO.  407 

Conque,  amig'o,  hasta  la  vista. 
(Dándole  á  Adán  en  el  Jiomlro,) 

SALADA . 

¡Maldita  sea  tu  lengua 
Que  me  arrebata  mi  dicha! 

ADÁN. 

¡Oh,  es  verdad!  y  yo  olvidaba 

SALADA  {arrojándose  en  sus  irazos). 
¡Adán  mió! 

ADÁN  [con  aspereza). 

Mujer,  quita. 

(Se  arranca  de  ella,  la  Salada  cae  desplomada  de  dolor 
en  %na  silla.  Salen  los  Mndidos,  y  Adán  el  primero,) 


FIN   DEL   CUADRO. 


CANTO  VI. 


Era  noche  de  danza  y  de  verbena, 
Cuando  alegra  las  calles  el  gentío, 

Y  en  grupos  mil  estrepitosos  suena 
Música  alegre  y  sordo  vocerío. 

Sonó  pausada  en  el  reló  la  una. 
La  paz  reinaba  en  el  sereno  azul; 
Bañaba  en  tanto  la  dormida  luna 
Las  altas  casas  con  su  blanca  luz. 

Y  en  un  palacio,  alcázar  opulento 
De  soberbia  fachada^,  en  un  balcón 
Penetraba  su  rayo  macilento 
Entreabierto  el  cristal  por  el  calor. 

Lámparas  de  oro,  espejos  venecianos. 
Áureos  sofás  de  blanco  terciopelo. 
Sillas  de  nácar  y  marfil  indianos. 
Los  pabellones  del  color  del  cielo. 

Caprichos  raros  de  la  industria  humana, 
Relieves  y  elegantes  doraduras, 
Jarrones  de  alabastro  y  porcelana. 
Magníficas  estatuas  y  pinturas, 

Ornan  confusas  la  soberbia  estancia 
Que  allá  se  pierde  en  mágica  crujía, 


EL   DIABLO  MUNDO.  409 

Salones  tras  salones  y  á  distancia 
Se  abre  de  mármol  ancha  gradería. 

Y  allá  á  un  jardín,  mansión  encantadora 
De  las  fadas,  conduce,  y  mil  olores  . 
Esparce  en  los  salones  voladora 
La  brisa  que  los  roba  de  las  flores. 

¿Quién  la  deidad,  el  ídolo  dichoso 
De  aquel  templo  magnífico  será? 
¡Templo  soberbio,  alcázar  grandioso 
Que  con  oro  amasó  la  vanidad! 

Bella  como  la  luz  de  la  serena 
Tarde  que  á  la  ilusión  de  amor  convida, 
El  alma  acaso  de  amarguras  llena, 
Hermosa  en  el  verano  de  la  vida, 

Una  mujer  dormida  sobre  un  lecho 
Riquísimo  allí  está,  los  brazos  fuera; 
Palpítale  desnudo  el  blanco  pecho. 
Vaga  suelta  su  negra  cabellera; 

La  almohada  á  un  lado,  la  cabeza  hermosa 
En  un  escorzo  lánguido  caida. 
Turbios  ensueños  á  su  frente  ansiosa 
Vuelan  tal  vez  desde  su  alma  herida. 

Una  velada  lámpara  destella 
Su  tibia  luz  en  rayos  adormidos. 
En  desorden  brillando  en  torno  de  ella 
Mil  lujosos  adornos  esparcidos. 

Aquí  un  vestido  de  francesa  blonda. 
La  piocha  allí  de  espléndidos  brillantes. 
La  diadema  de  piedras  de  Golconda, 
Sobre  el  sofá  los  aromados  guantes: 


410  EL   DIABLO   MUNDO. 

De  flores  ya  marchita  la  guirnalda, 
Allí  sortijas  de  oro  y  pedrería, 
Arrojada  en  la  alfombra  rica  banda 
Bordada  de  vistosa  argentería 

Bandas^  sortijas,  trajes,  g-uantes,  flores, 
No  os  quejéis  si  os  arroja  con  desden: 
iEl  placer,  la  esperanza  y  los  amores 
Ella  arrojó  del  corazón  también! 

;Ay!  que  los  años  de  la  edad  primera 
Pasaron  luego  y  la  ilusión  voló, 

Y  al  partirse  dejó  la  primavera 
Al  sol  de  Julio  que  agostó  la  flor. 

Y  al  alma  solo  le  quedó  un  deseo 

Y  un  sueño  le  quedó  á  su  fantasía, 
Loco  afán  y  engañoso  devaneo 

Que  en  vano  en  este  mundo  hallar  porfía: 

Y  el  corazón  que  palpitaba  ufano 
Henchido  de  esperanza  y  de  ventura, 
Donde  placer  halló,  lo  busca  en  vano, 
Perdida  para  siempre  su  frescura: 

Y  en  vano  en  lechos  de  plumón  mullidos, 
En  rica  estancia  de  dorado  techo. 

Se  reclinan  sus  miembros  adormidos 
Mientras  despierto  la  palpita  el  pecho: 

Y  en  él  inquieto  el  corazón  se  agita, 

Y  un  tropel  de  deseos  y  memorias 
Su  mente  á  trastornar  se  precipita, 
Volando  ansiosa  tras  mentidas  glorias: 

Y  en  vanó  busca  con  avaro  empeño 
Paz  para  el  corazón  en  sus  rigores; 


EL   DIABLO    MUNDO.  411 

Sus  ojos  cerrará  piadoso  el  sueño, 
Pero  no  el  corazón  á  sus  dolores. 

Despierta,  cuenta  con  mortal  hastío 
Las  horas  en  su  espléndida  mansión, 
Lánzase  al  mundo  y  con  afán  sombrío 
Huye  otra  vez  de  su  enojoso  ardor: 

Todo  la  cansa,  en  su  delirio  inventa 
Cuanto  el  capricho  forja  á  su  placer; 

Y  ya  cumplido,  su  fastidio  aumenta 

Y  arroja  hoy  lo  que  anhelaba  ayer. 

¡Oh!  que  no  hay  artífice  en  el  mundo 
Que  sepa  fabricar  un  corazón, 
Ni  sabio  hay,  ni  químico  profundo 
Que  encuentre  medicina  á  su  dolor! 

Los  trajes,  bandas  y  aromosas  flores, 
Aquellos  oros  por  allí  esparcidos. 
Extranjeros  riquísimos  primores 
A  que  eligiese  á  su  placer  traídos, 

Viólos  apenas  y  arrojólos  luego 
Acá  y  allá  lanzados  con  desden; 
Que  harta  su  alma  y  el  sentido  ciego 
Todo  le  cansa  cuanto  en  torno  ve: 

Y  duerme  ahora,  y  su  entreabierta  boca 
Donde  entre  rosas  se  entrevé  el  marfil. 
Respira  del  afán  que  la  sofoca 

Fuego  que  el  corazón  lanza  al  latir; 

Sus  labios  mueve  y  en  su  hermosa  frente 
Rasgos  inquietos  crúzanse  en  montón; 
Cual  detrás  de  la  nube  trasparente 
Sus  rayos  lanza  moribundo  el  sol; 


412  EL   DIABLO   MUNDO. 

Y  acaso  entre  una  lánguida  sonrisa 
Resbalar  una  lág-rima  se  ve, 

Cual  suele  al  movimiento  de  la  brisa 
Diáfana  gota  por  la  flor  correr. 

¿Por  qué  esa  angustia  y  respirar  violento? 
¿Por  qué  soñando  con  dolor  suspira? 
Tan  hermosa  y  con  tanto  sentimiento, 
¡Ay!  ¿por  qué  al  corazón  lástima  inspira? 

Un  hombre  en  tanto  de  feroz  semblante, 
De  repugnante  y  rústico  ademan, 

Y  en  la  diestra  un  puñal,  con  vigilante 
Faz  cuidadosa  y  temeroso  andar, 

Súbito  entró  en  la  estancia  y  silencioso 
A  la  dormida  dama  se  acercó. 
Contemplóla  un  momento  receloso 

Y  por  sus  pasos  á  salir  volvió. 

«Duerme  como  un  lirón,»  dijo  en  voz  baja 
A  otros  que  afuera  y  en  aguardo  están, 

Y  añadió  mientras  cierra  su  navaja: — 
«Manos  pues  á  la  obra  y  despachar.» 

Y  con  destreza  y  silencioso  tino 
Abren  y  descerrajan  á  porfía. 
Alegre  el  corazón  del  buen  destino 
Que  sus  intentos  favorece  y  guia: 

Y  aquí  amontonan,  y  acullá  recogen, 
Rompen  allí  y  arrojan  con  desden, 

Y  aquí  los  unos  con  cuidado  escogen, 
Despedazan  los  otros  cuanto  ven; 

Y  con  ansia  brutal  oro  buscando 
Con  insaciables  ojos  la  codicia, 


EL   DIABLO    MUNDO.  413 

Riquezas  y  tesoros  anlielando. 
Riquezas  y  tesoros  desperdicia. 

Estremécese  el  alma  al  menor  ruido 
De  temeroso  sobresalto  llena, 
Páranse  un  punto,  aplican  el  oido, 

Y  vuelven  otra  vez  á  su  faena, 

Y  en  medio  á  su  azaroso  y  mudo  empeño 
Rompe  el  silencio  súbito  rumor, 

Y  vuelven  todos  con  airado  ceño 
Los  ojos  con  afán  donde  sonó; 

Y  lleno  de  infantil  sandia  alegría, 
Miran  á  Adán  que  escucha  embelesado 
La  estrepitosa  súbita  armonía 

Que  oculta  en  un  reló  de  pronto  hallado. 

De  g-ozo  el  alma  y  de  esperanzas  llena 

Y  ávido  de  sorpresa  el  corazón. 
Indiferente  actor  de  aquella  escena 
Registra  todo  con  pueril  candor: 

Y  aquí  contempla  y  palpa  los  colores 
Del  rico  pabellón  de  oro  bordado; 
Allí  admira  los  nítidos  primores 

Del  limpio  nácar  y  el  marfil  labrado: 

Mas  allá  en  la  pared  le  maravilla 
Aparecida  mágica  figura, 
En  cuyos  ojos  animados  brilla 
Cándida  luz  de  celestial  dulzura: 

Formas  aéreas  que  copió  en  el  cielo 
La  mente  de  Murillo  y  Rafael, 
Virgen  divina,  celestial  consuelo 
Que  trasladó  á  la  tierra  su  pincel. 


414  EL   DIABLO    MUNDO. 

Y  un  caballero  vio  que  le  miraba, 
Que  vivo  allí  lo  trasladó  Van  Dyck, 
Que  altivo  y  con  desden  le  contemplaba, 
De  noble  aspecto  y  ademan  gentil; 

Y  el  tierno  amor  que  el  rostro  de  hermosura 
De  la  virgen  purísima  le  inspira, 

Trocó  luego  en  orgullo  la  bravura 
Del  caballero  aquel  que  adusto  mira. 

Intrépidos  en  él  clavó  sus  ojos 
Brillantes  de  belleza  y  juventud, , 

Y  provocar  queriendo  sus  enojos 
Llegóse  á  él  y  le  acercó  la  luz. 

Tocóle  en  fin  é  imaginóse  luego 
Que  sombra  nada  mas  la  imagen  era; 

Y  al  irse  despechado  y  con  despego 
Lanzó  al  retrato  una  mirada  fiera. 

Y  volviendo  la  espalda,  vio  arrogante 
Un  mancebo  galán  que  hacia  él  venia, 
De  negros  ojos  y  gentil  semblante 
Que  al  suyo  reparó  se  parecía; 

Y  sonrióse,  y  vio  con  gusto  estraño 
Su  figura  airosísima  allí  dentro, 

Que  tan  terso  cristal  de  aquel  tamaño 
Nunca  hasta  entonces  la  copió  en  su  centro. 

Y  alegre  el  corazón  miróse  al  punto 
De  sí  agradado  y  reparó  en  su  traje, 

Y  volviendo  al  retrato  cejijunto 
Luego  lo  comparó  con  su  ropaje: 

Y  parecióle  que  mejor  cayera 
Aquel  vestido  en  él  que  el  que  tenia, 


EL    DIABLO    MUNDO.  415 

Y  mejor  que  su  daga  considera 
Aquella  larga  espada  que  cenia. 

Y  una  ninfa  después  blanca  y  desnuda 
Al  aire  ve  que  suelta  se  desprende. 
Gentil  guirnalda  que  su  salto  ayuda 
En  sus  manos  purísimas  suspende; 

Suavísima  figura  y  hechicera 
En  escog'ido  mármol  de  Carrara, 
Que  al  aire  desprendida  va  ligera, 
El  juicio  pasma  y  los  sentidos  para. 

Todo  lo  mira  Adan^,  todo  lo  toca; 
Todo  lo  corre  con  prolijo  afán, 

Y  allá  en  los  sueños  de  su  mente  loca 
Ser  gran  señor  imaginando  está: 

Y  carrozas,  y  triunfos,  y  contentos, 
Raudos  caballos  de  indomables  bríos, 

Y  raros  y  magníficos  portentos 
Brindan  á  su  ansiedad  sus  desvarios. 

Y  esto  deja  entre  tanto,  aquello  toma, 
Destapa  un  pomo  de  dorada  china. 
Viértese  encima  su  fragante  aroma^ 
Allá  á  otro  objeto  su  atención  inclina; 

Toca  y  enciende  un  rico  pebetero, 
Báñase  en  ámbar  súbito  la  estancia; 

Y  en  un  sillón  sentándose  frontero 
Gózase  en  su  dulcísima  fragancia. 

Mas  allá  relumbrante  joyería 
Sobre  una  mesa  derramada  está, 

Y  se  prende  una  flor  de  pedrería; 
Luego  al  espejo  á  contemplarle  va: 


416  EL   DIABLO   MUNDO. 

Niño  inocente  que  encantado  vaga 

En  medio  al  crimen  que  acompaña  ciego^ 

Que  cuanto  en  torno  ve  todo  le  halaga 

Y  á  todo  codicioso  acude  luego: 

Que  de  la  cárcel  á  los  dulces  lazos 
Pasó  encantado  en  su  primer  amor, 

Y  la  bella  Salada  entre  sus  brazos 
Enamorada  de  él  le  aprisionó: 

Que  luego  el  mundo  apareció  á  sus  ojos 
Adornado  de  gala  y  de  alegría, 

Y  su  vista  creó  nuevos  antojos, 
Nuevos  ensueños  que  gozar  ansia: 

Y  libre  allí  cual  caprichoso  niño, 
Que  alegre  corre  y  libre  se  figura, 
Si  burló  acaso  el  maternal  cariño 

Y  por  campo  y  ciudad  va  á  la  ventura; 

Así  la  dulce  libertad  sentida, 
Adán  huyó  de  su  infeliz  manóla; 

Y  allí  en  su  gozo  embebecido  olvida 
La  que  le  llora  enamorada  y  sola: 

Y  así  mirando  y  revolviendo  todo 
Párase  ante  un  magnífico  reló, 

Y  de  gozarlo  imaginando  modo. 
Toca,  y  la  oculta  música  sonó. 

Al  impensado  estrépito  los  ojos 
Volvieron  todos,  y  mirando  á  Adán 
Saltaron  á  sus  rostros  los  enojos 

Y  aun  alguno  echó  mano  á  su  puñal: 

— «Clávale  ahí:  maldita  sea  la  hora 
Que  ese  menguado  con  nosotros  vino.» 


EL    DIABLO    MUNDO.  417 

—«Por  poco,  señor  curro,  se  acalora,» — 
Repuso  Adán  mirando  al  asesino. 

Y  con  sereno  rostro  y  con  desdeño 
Señalando  al  puñal  se  sonrió, 
Dobló  el  bandido  á  su  sonrisa  el  ceño 

Y  colérico  á  herirle  se  arrojó. 

Trabárase  la  lid  si  un  alarido. 
Un  ag*udo  chillido  penetrante 
Parando  el  movimiento  al  forag-ido, 

—«Alto,  dijo,  volviéndose,  hablar  quedo, 
Voy  á  tapar  la  boca  á  esa  mujer: 
Nadie  se  mueva,  no  hay  que  tener  miedo; 
Hacer  el  hato  vivo  y  recoger.» 

¡Favor,  favor!  con  afanoso  acento 
Una  mujer  en  su  desorden  bella, 
Súbito  en  el  salón  falta  de  aliento, 

Y  que  en  sus  propios  pasos  se  atropella, 

Preséntase,  y  mirando  á  los  bandidos 
Siente  la  voz  helársele  y  suspira, 

Y  piedad  implorando  entre  gemidos 
Los  bellos  ojos  temerosos  gira. 

Ojos  que  vierten  lágrimas,  que  velan 
Su  clara  luz  realzando  su  ternura, 
Mientras  suspiros  de  sus  labios  vuelan 
Con  fatiga  que  aumenta  su  hermosura; 

Y  mientras  caen  los  agitados  rizos 
Que  la  sofocan  á  su  ansiosa  faz. 
Aumenta  en  su  congoja  sus  hechizos 
La  blanca  mano  que  á  apartarlos  va: 

Y  su  voz  que  se  ahoga  entre  suspiros 
Simpática  enternece  el  corazón, 


418  EL    DIABLO    MUNDO. 

Ecos  suaves,  regalados  tiros 

Que  al  corazón  de  Adán  lanza  el  amor: 

Sintió  piedad  mirándola  afligida, 
Que  era  su  hermoso  rostro  como  el  cielo^ 
Cuando  si  llueve  en  la  estación  florida 
Colora  el  sol  el  trasparente  velo. 

¿Qué  ciegos  ojos  la  beldad  no  encanta? 
¿Qué  duro  corazón  no  vuelven  blando 
Los  ojos  lastimeros  que  levanta 
Al  cielo,  la  mujer  que  está  llorando? 

Los  ladrones  allí  y  en  torno  de  ella, 
Los  estúpidos  rostros  agitados, 

Y  ella  postrada  y  en  extremo  bella 
Los  ojos  y  los  brazos  levantados. 

— «¡Silencio,  juro  á  Dios! — Con  mano  ruda 
Dijo  asiéndola  un  brazo  el  capataz. 
Átale  ese  pañuelo,  atrás  lo  anuda, 

Y  que  hable  para  sí  si  quiere  hablar.» 

Díjole  á  otro  que  á  la  dama  hermosa 
Un  pañuelo  doblando  se  acercó. 
Mientras  el  capataz  con  su  callosa 
Mano,  la  boca  á  la  infeliz  tapó. 

Miraba  Adán,  miraba  á  la  hermosura 
De  la  gentil  y  dolorida  dama; 
Miraba  luego  á  la  cuadrilla  impura 
Que  su  belleza  con  su  aliento  infama. 

Y  cuando  al  bruto  bandolero  mira 
Poner  su  mano  rústica  en  su  boca. 
Arrebatado  en  generosa  ira 

Que  á  fiera  lid  su  corazón  provoca. 

Tira  de  su  cuchillo  v  se  adelanta 
Saltando  en  medio  al  círculo,  y  cogió 


EL    DIABLO   MUNDO.  419 

Del  cuello  al  capataz  con  fuerza  tanta 
Que  en  el  suelo  de  espaldas  le  arrojó: 

Y  en  la  diestra  el  puñal,  la  izquierda  tiende 
Describiendo  una  línea  circular, 

Y  la  turba  que  al  verle  se  sorprende 
Dos  ó  tres  pasos  échace  Mcia  atrás. 

¡Oh!  ¡Cuan  hermoso  en  su  g-allardo  empeño 
Palpitante  la  faz,  vivos  los  ojos, 
Vuelve  el  bizarro  mozo,  y  cuál  su  ceño 
Añade  gentileza  á  sus  enojos! 

Aquellos  rizos  que  en  sus  hombros  flotan, 
Tirada  atrás  la  juvenil  cabeza, 
Las  venas  que  en  su  frente  se  alborotan, 
Su  ademan  de  bravura  y  ligereza, 

Y  aquella  dama  que  postrada  llora, 
Yerta  á  sus  pies  y  la  razón  perdida, 

Y  que  azorada  y  temerosa  ahora 
Yace  temblando  á  su  rodilla  asida; 

Y  en  torno  de  él  las  levantadas  diestras 
De  sus  contrarios,  del  cuchillo  armadas. 
Con  ademanes  y  feroces  muestras 

Su  muerte  á  un  tiempo  amenazando  airadas; 

En  medio  aquel  desorden  y  el  despojo, 
Cuan  grande  en  ardimiento  y  g-allardia 
Muestran  al  mozo,  que  en  su  noble  arrojo 
Un  genio  fabuloso  parecía. 

Alzase  en  tanto  la  navaja  en  mano, 
Los  labios  comprimidos  de  la  ira. 
Como  pisada  víbora  el  villano 
Que  cayó  al  suelo  y  que  rencor  respira: 

Y  él  y  los  otros  al  mancebo  saltan, 
Salta  el  mancebo  que  los  ve  llegar. 


420  EL   DIABLO   MUNDO. 

Y  antes  que  á  él  lleguen  los  que  así  le  asaltan 
Logra  la  espalda  en  la  pared  g-uardar. 

Quieto  allí  contra  el  ángulo,  resiste 
Ojo  avizor  el  ímpetu  primero, 

Y  á  veces  salta  y  en  la  turba  embiste 
Con  presto  brinco  y  con  puñal  certero. 

Y  en  silencio  que  solo  algún  rugido 
Sordo  rompe  ó  mascada  maldición, 
Sigue  la  lucha,  y  al  mancebo  ardido 
La  vil  canalla  acosa  en  derredor. 

Como  trailla  de  feroces  perros 
Sobre  el  cerdoso  jabalí  que  espera, 
Con  diente  avaro  y  encrespados  cerros 
Se  arrojan  á  cebar  su  saña  fiera; 

Y  aquí  y  allá  con  ávida  porfía 
Le  acosan,  y  el  colérico  animal 
En  cada  horrible  dentellada  envía 
La  muerte  al  enemigo  mas  audaz. 

Así,  pero  no  así,  sino  mas  fieros, 
Con  mayor  furia  y  sin  igual  rencor 
Acometen  á  Adán  los  bandoleros, 
Crece  la  lucha  y  crece  su  furor; 

Y  cual  ligero  corzo  que  parece 
Saltando  zanjas  que  en  el  aire  va, 

Salta  si  un  golpe  á  su  intención  se  ofrece, 

Y  vuelve  á  la  pared  cuando  lo  da: 

Y  entre  ellos  luchando,  en  medio  de  ellos 

Revuélvese  y  barájase  y  desliza 
Su  cuerpo,  y  fatigados  los  resuellos 
Pueden  apenas. sostener  la  liza, 

Y  aquí  derriba  al  uno,  al  otro  hiere, 

Y  como  terne  diestro  se  repara, 


EL   DIABLO    MUNDO.  421 

Y  á  todos  á  uso  de  la  cárcel  quiere 
Marcarles  las  heridas  en  la  cara; 

Y  unos  turbados  de  manejo  tanto, 

Y  otros  caidos  de  vencida  van, 
Cuando  los  gritos  á  aumentar  su  espanto 
Lleg*an  de  gentes  que  se  acercan  ya. 

«La  justicia,»  dijeron,  y  el  violento 
Choque  suspenden,  corren  al  balcón, 

Y  Adán  corre  también,  y  huye  al  momonto 
Que  la  palabra  ^q  justicia  oyó. 

¡Fatal  palabra!  La  primera  ha  sido 
Que  oyó  en  su  vida  pronunciar  tal  vez; 
Hospedado  en  la  cárcel  la  ha  aprendido 

Y  ni  en  sus  sueños  la  olvidó  después. 

Oyó  justicia  y  olvidó  á  la  hermosa 
Dama  que  generoso  defendió. 
Riquezas,  lujo,  estancia  suntuosa, 

Y  allá  á  la  calle  del  balcón  saltó. 

Y  sin  pensar,  sin  calcular  la  altura 
Unos  tras  otros  á  la  calle  van: 
Ninguno  allí  del  compañero  cura, 
Sálvase  como  puede  cada  cual; 

Pero  hubo  alguno  que  en  tamaño  aprieta 
Mas  práctico  y  sereno,  haciendo  un  lio 
De  cuanto  recoger  pudo  en  secreto 
Sin  curar  las  palabras  tuyo  y  mió. 

Saltó  á  la  calle  con  sagaz  donaire 
Apretada  su  prenda  al  corazón; 

Y  desprendido  se  soltaba  al  aire 
Cuando  la  gente  en  el  salón  entró. 


Cuenta  la  historia  que  el  audaz  mancebo, 
Como  en  Madrid  tan  nuevo, 


422  EL    DIABLO    MUNDO. 

Corrió  dos  ó  tres  calles  sin  destino, 

Y  huyendo  acá  y  allá  y  á  la  ventura 
Solo  se  halló  y  en  una  calle  oscura 
Al  saltar  del  balcón  perdido  el  tino. 

Y  luego  se  asegura, 

Y  mira  en  derredor  si  alguien  le  sigue, 

Y  tranquilo  prosigue. 

Mas  sin  saber  adonde  su  camino 
Iba  despacio  andando. 

Súbita  hirió  su  oido 

La  bulla  y  bailoteo 

De  una  cercana  casa,  y  al  ruido 

Dirigió  nuestro  héroe  su  paseo. 

Rumor  de  gente  y  música  se  oia 

Y  voces  en  confusa  algarabía, 

Y  al  estrépito  alegre  se  juntaba 
Choque  gentil  de  vasos  y  botellas, 

Y  al  son  de  la  guitarra  acompañaba 
Alguno  que  cantaba, 

Y  con  lascivos  movimientos  ellas. 

Dio  la  vuelta  á  la  esquina, 

Y  en  la  casa  del  baile  y  la  jarana 

Vio  con  sorpresa  que  á  calmar  no  atina 
De  par  en  par  abierta  una  ventana, 

Y  en  una  estancia  solitaria  y  triste 
Entre  dos  hachas  de  amarilla  cera 
Un  fúnebre  ataúd,  y  en  él  tendida 
Una  joven  sin  vida, 

Que  aun  en  la  muerte  interesante  era. 
Sobre  su  rostro,  del  dolor  la  huella 
Honda  grabado  habia 
Doliente  el  alma  al  arrancarse  de  ella 
Eu  su  congoja  y  última  agonía. 

Y  allí  cual  rosa  que  pisó  el  villano 

Y  de  barro  manchó  su  planta  impura^ 
Marcada  está  la  mano 


EL   DIABLO    MUNDO.  423 

"Que  la  robó  su  aroma  y  su  frescura. 

Una  mujer  la  vela, 
Vieja  la  pobre,  y  llora  dolorida 
Junto  al  cadáver,  y  volverle  anhela 
Con  besos  á  la  vida: 

Y  ora  llorando  olvida 

Hasta  el  estruendo  y  fiesta  bulliciosa, 
Que  á  alterar  de  la  estancia  dolorosa 
La  lúg'ubre  paz  viene, 

Y  en  darla  dulces  nombres  cariñosa 

Y  en  besar  á  la  muerta  se  entretiene; 

Y  á  veces  abren  súbito  la  puerta 

Que  adentro  lleva  adonde  suena  danza, 

Y  sin  respeto  y  de  tropel  se  lanza 

Un  escuadrón  de  mozos  que  la  muerta 
Con  impureza  loca  contemplando 
Búrlanse  de  la  vieja,  profanando 
Con  torpes  agudezas,  la  sombría 
Mísera  imagen  de  la  muerte  fria. 

Y  ella  es  de  ver,  la  vieja  codiciosa 
En  medio  de  su  amarg-a 

Y  sincera  aflicción,  cual  la  rugosa 
Mano  al  dinero  alarga, 

Y  á  los  mozos  impíos 

Los  llama  entre  sollozos  Mjos  mios, 

Y  de  llorar  ya  rojos 

Enjuga  en  tanto  sus  hinchados  ojos. 

Y  entre  suspiros  mil  echa  su  cuenta, 

Y  luego  se  lamenta 

De  nuevo,  y  á  su  m.ísero  quebranto 
Volviendo  la  infeliz,  vuelve  á  su  llanto. 

Y  en  tanto  alegre  suena 

En  la  cercana  sala  el  vocerío, 
La  danza,  el  canto  y  bacanal  faena, 
Regocijo,  guitarra  y  desvarío. 
Miraba  Adán  escena  tan  extraña 


424  EL   DIABLO    MUNDO. 

Coa  piadoso  interés  desde  la  reja, 

Y  á  la  cuitada  vieja, 

Que  en  ag^radar  sus  huéspedes  se  amaña,. 
A  par  que  en  llanto  de  amargura  baña 
El  cadáver  aquel  que  parecía 
Que  con  toda  su  alma  lo  queria. 

Y  el  baile  y  la  alegría 

De  la  cercana  estancia  le  admiraba, 

Y  el  bullicioso  y  placentero  ruido 
Que  confuso  llegaba 

A  mezclarse  á  deshora  á  su  gemido. 

Y  de  saber  y  averiguar  curioso 
El  caso  doloroso 

Que  unos  celebran  tanto, 

Y  aquella  mujer  llora 
Con  tan  amargo  llanto, 

Llamó  luego  á  la  puerta,  y  desfadada 
Una  moza  le  abrió  toda  escotada, 
El  traje  descompuesto. 
Con  desgarrado  modo  y  deshonesto. 

Y  entró  en  un  cuarto  donde  vio  una  mesa 
Entre  la  niebla  espesa 

De  humo  de  los  cigarros  medio  envueltos, 

Seis  hombres  asentados 

Con  otras  tantas  mozas  acoplados, 

En  liviana  postura. 

Que  beben  y  alborotan  á  porfía, 

Y  aquel  el  vaso  apura, 

Y  el  otro  canta  y  en  inmunda  orgía, 
Con  loco  desatino 

Al  aire  arrojan  vasos  y  botellas 
Ellos  gritando,  y  en  desorden  ellas, 

Y  con  semblantes  que  acalora  el  vino. 

Y  aquel  perdido  el  tino 
Tiéndese  allí  en  el  suelo, 

Y  este  bailando  con  la  moza  á  vuelo 


EL    DIABLO    MUNDO.  422 

A  las  vueltas  que  traen 

Tropezando  en  su  cuerpo  de  repente, 

Ella  y  él  juntamente 

Sobre  él  riendo  á  cr.rcajadas  caen. 

Bebe  tranquilo  aquel,  disputan  otros, 

Brincan  aquellos  como  ardientes  potros 

Que  roto  el  freno  por  los  campos  botan, 

Y  mientras  todos  juntos  alborotan, 
Alg'uno  con  el  juicio  ya  perdido 
Murmura  en  un  rincón  medio  dormido. 

Solícita  una  moza  al  forastero 
Llegóse  y  preguntóle  qué  queria. 
Llamándole,  buen  mozo,  lo  primero. 
«Quisiera  yo,  alma  mia, 
Adán  le  respondió,  si  se  me  deja, 
Ver  á  esa  pobre  vieja 
Que  está  en  ese  aposento 
Velando  á  la  difunta.»— «¡Ay,  es  su  hija! 
A  las  seis  se  murió:  buen  sentimiento 
Nos  lia  dado  la  pobre:  era  una  rosa: 
¡Todas  nosotras  la  queríamos  tanto! 
Dios  la  tenga  consigo:  tan  hermosa 

Y  ahora  muerta,  vea  usted,  ¡pobre  Lucía! 
Razón  tiene  en  llorar  doña  María. 

líntre  usted  por  aquí.»— Y  abrió  una  puerta 

Y  hallóse  Adán  con  la  afligida  madre, 

Y  el  cadáver  miró,  y  á  hablar  no  acierta. 
Reina  siempre  enredor  del  cuerpo  muerto 
Una  tan  honda  soledad  y  olvido. 

Tan  inmensa  orfandad,  allí  tendido 
Desamparado  ya  del  trato  humano. 
Sin  voluntad,  sin  voz,  sin  movimiento, 
(¿ue  en  vano  el  pensamiento 
Presume  ahondar  tan  misterioso  arcano, 

Y  recogido  en  ambicioso  giro 

Pliégase  al  corazón  que  ahoga  un  suspiro. 


426  EL   DIABLO    MUNDO. 

Miraba  Adán,  miraba  los  despojos 

De  aquella  un  tiempo  que  animó  la  vida, 

Sobre  el  cadáver  los  inmobles  ojos 

Y  el  alma  con  angustia  y  dolorida: 

Y  turbia  y  embebida 

La  mente  contemplándola  allí  atento, 
Embargó  sus  sentidos 
Un  mudo  inexplicable  sentimiento 
En  el  vacío  del  no  ser  perdidos. 

Y  olvidó  donde  estaba, 

Parado  y  aturdido  el  pensamiento, 

Y  miraba  y  callaba 

Sin  hacer  ademan  ni  movimiento. 

Mas  que  de  cuando  en  cuando  suspiraba. 

Rompió  el  silencio  la  angustiada  vieja 
Con  lastimada  voz,  y  entre  quebrantos, 
Que  encuentra  eco  á  su  doliente  queja 

Y  halla  un  consuelo  entre  pesares  tantos, 
Viendo  al  mancebo  aquel  desconocido 
Lloroso  como  ella  y  dolorido. 

— «¡Véala  usted,  señor,  cuando  cumplía 
Apenas  quince  años! ¡hija  mía!» 

— «Buena  mujer,  repuso  con  ternura 
Volviendo  Adán  en  sí  de  su  letargo, 
¿Cómo  en  tanta  tristura. 
En  tanto  duelo  y  sentimiento  amargo, 
Permitís  ese  estrépito  á  deshora 

Y  danza  y  bulla  tanta. 

Mientras  dolor  tan  íntimo  quebranta 
Vuestro  llagado  corazón  que  llora?» 

• — «¡Ay,  respondió  la  vieja  desolada, 
Vivo  de  eso,  señor;  no  tienen  nada 
Que  hacer  esos  señores 
Conmigo  y  mis  dolores! 


EL   DIABLO    MUNDO.  427 

Vivan  ellos  allá  con  sus  placeres, 

Y  mientras  besan  el  ardiente  seno 
De  esas  locas  mujeres, 

Yo  con  el  corazón  de  ang-ustias  lleno 

Beso  aquí  solitaria  en  mi  ag'onía 

La  boca  de  mi  hija  muda  y  fria. 

¡Hija  mia,  hija  mia! 

¡A.h,  para  el  mundo  demasiado  buena! 

Dios  te  llevó  consigo: 

Mas  es  dura  mi  pena, 

Y  cruel,  aunque  justo,  mi  castig*o.» 

Dijo,  y  rompió  con  tan  amarg*o  llanto 
Que  la  voz  le  robó  su  sentimiento, 

Y  en  su  mortal  quebranto. 
Convertido  en  sollozo  su  lamento, 
El  llanto  que  hilo  ahilo  le  caia 
Por  sus  mejillas  pálidas  corria. 

—-«Yo,  buena  madre,  ignoro. 

Nuevo  en  el  mundo  auD,  lo  que  es  la  muerte, 

Adán  le  respondió;  pero  ¿quién  pudo 

Arrebatar  sañudo 

La  que  fué  vuestro  encanto  de  esa  suerte? 

¿Será  imposible  ya  darla  la  vida? 

La  antorcha  ahora  encendida 

Si  la  apaga  mi  soplo  de  repente. 

Juntándola  otra  luz,  resplandeciente 

Torna  al  punto  á  alumbrar:  ¿y  aquella  llama 

Que  en  la  existencia  de  esa  niña  ardía 

No  hay  otra  luz  que  renovarla  pueda? 

¿Acaso  inmóvil  para  siempre  y  fria 

Con  el  aliento  de  la  muerte  queda? 

Vos  sois  pobre  tal  vez ¡ah!  con  dinero 

Quizá  se  compre;  débil  y  afligida. 

Los  muchos  años  vuestro  ardor  primero 

Gastaron  ya,  y  el  elíxir  de  vida 

Se  halla  lejos  de  aquí decidme  dónde, 


428  EL   DIABLO   MUNDO. 

Decidme  do  se  esconde, 

Y  3^0  allá  volaré,  sí,  yo  un  tesoro 
TIobaré  al  mundo  y  compraré  la  vida, 

Y  la  apag-ada  luz,  luego  encendida, 
Veréis  brillar,  y  enjugaré  ese  lloro. 
Volviendo  al  mundo  la  que  os  fué  querida, 

íí.Dónde,  decidme,  encontraré  yo  fuego 
Que  haga  á  esos  ojos  recobrar  su  ardor, 
Dónde  las  aguas  cuyo  fértil  riego 
Levante  fresca  la  marchita  flor?» 

Dijo  asi  Adán  con  entusiasmo  tanto, 

Con  tan  profunda  fe^  con  tanto  celo, 

Que  la  vieja,  á  pesar  de  su  quebrantOj 

Alzó  á  él  los  ojos  con  curioso  anhelo. 

— «¡Pobre  mozo,  delira! 

Si  comprar  esa  vida  se  pudiera. 

Esta  vieja  infeliz  que  yerta  miras, 

Por  un  hora  siquiera. 

Por  un  solo  momento 

De  ver  abrir  los  ojos  celestiales, 

Y  otra  vez  escuchar  el  dulce  acento 
De  la  hija  querida  de  su  alma, 
¿Qué  puedes  figurarte  que  no  haria? 
¿Qué  crimen,  qué  castigo 

Por  recobrarla  yo  no  arrostrarla, 

Y  otra  vez  verla  palpitar  conmigo? 
¿Sabes  tú  que  una  hija  es  un  pedazo 
De  las  entrañas  mismas  de  su  madre? 
Por  un  beso  no  mas,  por  un  abrazo, 

Y  morirme  después,  el  mundo  entero 
Pidiendo  una  limosna  correrla, 

Y  con  los  pies  desnudos  y  mi  llanto, 
Piedras  enterneciera  en  mi  quebranto 

Y  al  mundo  mi  dolor  lastimarla. 
iOh!  ¡que  del  alma  mia 

Pobre  Lucía,  te  arrancó  la  muerte, 


EL   DIABLO    MUNDO.  429 

Y  el  corazón  contig-o  de  mi  pecho 

A.rrancó  de  esa  suerte, 

A  tantos  males  y  aflicciones  hecho! 

¡Hora  fatal,  maldita 

Por  siempre  la  hora  aquella 

Que  el  hombre  aquel  te  contempló  tan  bellall 

jEl  Señor  me  la  dio  y  él  me  la  quita! 

iCómo  ha  de  ser!!...» — Y  el  corazón  partido, 

Secos  los  ojos  exhaló  un  g-emido. 

En  remolinos  mil  su  pensamiento 
Vagando  Adán  por  su  cabeza  siente, 
Que  no  acierta  á  esplicarse  el  sentimiento 
Que  á  par  que  el  corazón  turba  su  mente. 
— ¡El  Señor  me  la  dio  y  él  me  la  quita' 
Repite  luego  en  su  delirio  insano, 

Y  penetrar  tan  insondable  arcano 

Su  mente  embarga  y  su  ansiedad  irrita. 

El  Dios,  ese  que  habita 
Omnipotente  en  la  región  del  cielo, 
¿Quién  es  que  inunda  á  veces  de  alegría, 

Y  otras  veces  cruel,  con  mano  impía. 
Llena  de  angustia  y  de  dolor  el  suelo? 
Nombrar  le  oye  doquiera, 

Y  á  todas  horas  el  mortal  le  invoca. 
Ora  con  ruego  ó  queja  lastimera. 
Ora  también  con  maldiciente  boca. 
Tal  devanaba  Adán  su  pensamiento 
Que  en  vano  ansioso  comprender  desea, 

Y  en  medio  al  rudo  afán  que  le  marea 
Los  hombros  encogió:  dudas  sin  cuento 
De  su  ignorancia  y  su  candor  nacidas, 
No  del  alma  lloradas  y  sentidas. 
Sueños  de  su  confuso  entendimiento, 
Su  mente  asaltan,  y  por  vez  primera 
Adán  súbito  siente 

Volar  queriendo,  sin  saber  adonde. 


430  EL    DIABLO    MUNDO. 

Del  corazón  ardiente 

La  perpetua  ansiedad  qae  en  él  se  esconde. 

—«¿Cómo  en  vuestro  dolor,  dijo  inocente, 

Madre  infeliz,  la  cana  cabellera 

Tendida  al  aire,  los  quemados  ojos 

Con  muestra  lastimera, 

Y  bañados  de  lágrimas,  de  hinojos 

No  os  postráis  ante  Dios?  ¡Ah!  si  él  os  viera 
Desdichada  á  sus  pies  cual  yo  á  los  mios 

Y  los  ojos  de  lágrimas  dos  rios, 

Y  ese  del  corazón  hondo  lamento 
De  amarga  y  melancólica  querella 
Oyera,  y  el  profundo  sentimiento 
Que  en  esa  seca  faz  marcó  su  huella, 

Y  en  vuestro  corazón  fijó  su  asiento. 
Contemplara  cual  yo:  ¿por  qué  á  la  rosa 
Que  súbito  secó  ráfaga  impura 

No  renovara  su  color  hermosa, 

Y  volviera  su  aroma  y  su  frescura? 
Desdichada  mujer,  ¡oh!  ven  conmigo, 
Juntos  lloremos  á  sus  pies  tus  penas, 
Él  nos  dará  su  bondadoso  abrigo; 

A  la  fuente  volemos 

Eterno  manantial  de  eterna  vida, 

Y  la  rica  simiente  allí  escondida 
Juntos  recogeremos. 

Seca,  buena  mujer  tu  inútil  llanto, 
Vuélvate  la  esperanza  tu  energía, 

Y  el  cuadro  de  tu  mísero  quebranto, 
Soledad  y  agonía. 

Muestra  á  ese  Dios,  y  con  humilde  ruego 

Que  no  será,  confía. 

Sordo  á  tus  quejas,  ni  á  tu  llanto  ciego.» 

La  vieja  en  tanto  levantó  los  ojos 
Al  techo,  y  murmuró  luego  entre  dientes 
Quizá  sordas  palabras  maldicientes, 
O  quizá  una  oración;  el  mas  sufrido 


EL    DIABLO    MUNDO.  431 

Suele  echar  en  olvido 

A  veces  la  paciencia,  y  darse  al  diablo, 

Y  usar  por  desahogo 
Refunfuñando  como  perro  dogo 

De  algún  blasfemador  rudo  vocablo: 

Mas  todo  se  compone 

Con  un  Dios  me  perdone, 

Que  así  mil  veces  yo  salí  del  paso 

Si  falto  de  paciencia  juré  acaso, 

Y  cierto,  vive  Dios,  si  no  jurara 
Que  el  diablo  me  llevara, 

Que  cuando  ahoga  el  pecho  un  sentimiento 

Y  el  ánimo  se  achica,  porque  crezca, 

Y  el  corazón  se  ensanche  y  se  engrandezca, 
No  hay  suspiro  mejor  que  un  juramento. 

Y  aun  es  mejor  remedio 
Para  aliviar  el  tedio. 
Mezclarlo  con  humildes  oraciones. 
Como  al  son  blando  de  acordada  lira 
La  voz  de  melancólicas  canciones, 
Confundida  suspira; 

Y  así  también  se  dobla  la  esperanza. 
Que  adonde  falta  Dios,  el  diablo  alcanza. 
Yo  á  cada  cual  en  su  costumbre  dejo. 
Que  á  nadie  doy  consejo, 

Y  así  como  el  placer  y  la  tristeza 
Mezclados  vagan  por  el  ancho  mundo, 

Y  en  su  cauce  profundo 

A  un  tiempo  arrastran  flores  y  maleza, 
Así  suelen  también  mezclarse  á  veces 
Maldiciones  y  preces, 

Y  yo  tan  solo  lo  que  observo  cuento, 

Y  á  fe  no  es  culpa  mia 
Que  la  gente  sea  impía 

Y  mezcle  á  una  oración  un  juramento. 
Testigo  aquella  vieja 

De  la  antigua  conseja 


432  EL   DIABLO   MUNDO. 

Que  á  san  Mig'uel  dos  velas  le  ponia, 

Y  dos  al  diablo  que  á  sus  pies  estaba. 
Por  si  el  uno  fallaba 

Que  remediase  el  otro  su  agonía. 

Mas  juro,  vive  Dios,  que  estoy  cansado 
Ya  de  seguir  á  un  pensamiento  atado 

Y  referir  mi  historia  de  seguida, 

Sin  darme  á  mis  queridas  digresiones, 

Y  sabias  reflexiones 

Verter  de  cuando  en  cuando,  y  estoy  harto 

De  tanta  gravedad,  lisura  y  tino 

Con  que  mi  historia  ensarto. 

¡Oh,  cómo  cansa  el  orden!  no  hay  locura 

Igual  á  la  del  lógico  severo; 

Y  aquí  renegar  quiero 
De  la  literatura 

Y  de  aquellos  que  buscan  proporciones 
En  la  humana  figura 

Y  miden  á  compás  sus  perfecciones. 

¿La  música  no  oís  y  la  armonía 
Del  mundo,  donde  al  apacible  ruido 
Del  viento  entre  los  árboles  y  flores, 
Se  oye  la  voz  del  agua  y  melodía, 

Y  del  grillo  y  las  ranas  el  chirrido, 

Y  al  dulce  ruiseñor  cantando  amores, 

Y  las  de  mil  colores. 

Nubes  blancas,  y  azules,  y  de  oro. 
Que  el  cielo  á  trechos  pintan; 
La  blanca  luna,  el  estrellado  coro 
No  veis,  y  negras  sombras  á  lo  lejos, 

Y  entre  luz  y  tinieblas  confundidos 
El  horizonte  terminar  perdidos 
Negros  velos  y  espléndidos  reflejos? 

Y  la  noche  y  la  aurora 

Pues  entonces Mas  basta,  que  yo  ahora 


EL    DIABLO    MUNDO.  A'SA 

Del  rezo  ó  juramento 

Que  allá  entre  dientes  pronunció  la  vieja. 

Así  como  el  que  deja 

Senda  escabrosa  que  acabó  su  aliento, 

Al  lleg-ar  á  este  punto  me  prevalgo 

Y  de  este  canto  y  de  su  historia  salo;'o. 


FRAGMENTOS 

DEL    CANTO    VI    DE    El    Dioblo    Mufido 


«¡Ven  mas  cerca  de  mí,  mas  cerca...  ahora! 
¡Tú  eres,  oh  joven,  mi  mayor  consuelo! 
¡Triste  del  alma  cuando  sola  llora! 
¡Tú  aun  no  has  probado  tan  amarg-o  duelo! 
¡Ojalá  que  con  mano  veladora 
Tus  pasos  guie  providente  el  cielo, 
Y  nunca  aislado  en  tu  dolor  profundo 
Solo  te  mires  en  mitad  del  mundo! 


»¡Solo!...  ¡Si  tú  supieras  que  amarg*ura 
Esta  palabra  encierra.  Horarias!... 
¡Mi  abandono,  mi  mal,  mi  desventura 
Y  mi  inmenso  dolor  comprenderlas!... 
¡A  esa  gente  que  en  torno  se  apresura 
Qué  le  importa  jamás  las  penas  mias!... 
¡Solo  está  el  corazón,  blasfeme  ó  llore, 
Maldiga  áDios,  ó  su  piedad  implore! 

»¡Y  yo  mas  sola!...  Que  el  que  á  mí  me  vea, 
A  mí,  maldita,  á  mí,  cieno  del  mundo, 
Segura  estoy  de  que  en  mi  pena  crea, 
-Ni  compadezca  mi  dolor  profundo! 
¡No  me  verá  ninguno,  sin  que  sea 
Para  tratar  como  animal  inmundo 
A  esta  pobre  mujer,  que  esconde  herida 
Un  alma  solitaria  y  dolorida! 


DEL   DIABLO   MUNDO.  435 

»jDame  tu  mano,  déjame,  hijo  mió, 
Que  la  bañe  en  mi  llanto  y  que  te  mire, 

Y  te  llame  mi  hijo,  y  que  en  mi  impío 
Tormento  contemplándote  respire!... 
¡Tú  eres  bueno,  tú  lloras,  y  desvío 
;Ah!  no  me  muestras;  deja  que  delire 

Y  me  llame  tu  madre;  y  no  te  infame 
Que  una  mujer  tan  vil  su  hijo  te  llame! 

»¿Quién  eres  tú,  que  á  descifrar  no  acierto. 
Joven,  de  tus  palabras  el  sentido? 
¿Cómo  presumes  tú  dar  vida  á  un  muerto. 
Ni  hablar  con  Dios,  si  el  juicio  no  has  perdido?:.. 
Si  en  medio  á  tu  lenguaje  y  desconcierto 
No  respirara  un  corazón  herido. 
Creyera  acaso  que  con  burla  impía 
Viniste  aquí  á  mofar  de  mi  agonía!... 

»¡Ah!  ¡que  estoy  ya  tan  avezada  á  eso!... 
¡A  causar  risa  con  mi  amargo  llanto!... 
¡A  llevar  sola  y  de  continuo  el  peso 
De  mi  arrastrada  vida  y  mi  quebranto!... 
A  ser  juguete  vil,  del  que  en  su  exceso 
Desprecia  y  escarnece  dolor  tanto'... 
¡Que  si  tu  voz  de  mí  también  mofara. 
Ni  me  doliera  mas,  ni  me  estrañara! 

»;Ni  qué  burla  tampoco  ya  podría 
Herir  mi  alma  de  amarguras  llena!... 
¡Ahora  que  agota  en  mí  la  suerte  impía 
Sa  rabia  y  la  esperanza  me  envenena!... 
Ahora  que  te  perdí,  ¡dulce  hija  mia! 
Habrá  pena  tal  vez  que  sea  pena. 
Ni  otro  mayor  pesar,  ni  otro  quebranto 
Para  tu  madre,  que  te  amaba  tanto!!!... 

»¡0h,  no!  ¡ninguno!...  Que  ningún  tormento 
Cabe  en  mi  pecho  ya,  ni  nunca  impío 


436  FflAaMENTOS    DEL    CANTO    VI 

Sentimiento  ig-ualó  á  mi  sentimiento, 
Ni  otro  ning*un  dolor  al  dolor  mió!... 
¡Mas  tú  lloras  oyendo  mi  lamento, 
Lloras  mirando  su  cadáver  frió!... 
jDios  te  bendig-a,  oh  joven,  que  la  queja 
Oyes  piadoso,  de  esta  pobre  vieja!... 


»Ella  otro  tiempo,  cuando  Dios  quería, 
Con  dulce  voz  su  madre  me  llamaba, 

Y  mi  pecho,  llamándola  ¡liija  mia! 
De  cualquiera  pesar  se  desahogaba. 
Abrazándome  ayer  ¡ah!  todavía 
Moribunda,  su  madre  me  llamaba: 
¡Ayer!  ¡Ayer  aun!  ¡Mísera!  ¡Hoy 
Madre  tan  solo  de  un  cadáver  soy! 

»Dime,  ¿comprendes  todo  mi  quebranto. 
Mi  desesperación,  toda  mi  pena? 
¡Verla  morir  yo  que  la  amaba  tanto 
Sin  poderla  valer,  de  angustias  llena 
Mis  ojos,  escaldados  con  el  llanto, 
AI  cielo  levantando,  y  con  faena 
Mortal  ansiando  á  su  respiro  frió 
Prestar  calor  con  el  aliento  mió! 

»Era  mi  corazón  que  se  rompía, 
Era  mi  vida  la  que  en  mi  locura 
Con  mis  esfuerzos  detener  quería, 

Y  era  mi  alma  y  toda  mi  ventura, 
La  hija  de  mis  entrañas,  mi  alegría, 
Mi  única  esperanza  y  la  flor  pura, 
L'nico  mimo  de  mi  pobre  huerto, 
Ahora  sin  ella  lúgubre  y  desierto.» 


DEL    DIABLO    MUNDO.  487 

Tal  hablaba  la  vieja,  y  entre  tanto 
Callando  Adán  confuso  la  miraba, 
Dejándose  abrazar  y  en  tierno  llanto 
8iis  manos  inundar  que  ella  besaba: 

Y  tregua  dando  á  su  mortal  quebranto 
El  llanto  que  la  triste  derramaba, 
Antes  que  Adán  interrumpirla  intente, 
Á  proseg-uir  volvió  con  voz  doliente: 

«Solo  una  madre  ¡oh  joven!  solo  sabe 
Cuánto  á  su  hijo  se  ama;  solo  ella 
Cuánto  es  al  corazón  su  amor  suave 
Saber  puede  y  sentir.  La  lumbre  bella 
De  los  cielos  es  sombra,  y  triste  el  ave 
Que  canta  al  sol  cuando  su  luz  destella. 
Si  las  comparo  á  la  delicia  pura 
Que  inspira  una  inocente  criatura. 

»Verla  dormida  en  el  regazo  blando 
Con  un  ceño  pueril  como  reposa, 
Sus  entreabiertos  labios  respirando 
El  olor  de  azucena  y  de  la  rosa; 

Y  verla  sonreírse  despertando 
Al  beso  de  la  madre  cariñosa 

Que  inquieta  vela  siempre,  y  siempre  cuida^ 
La  vida  en  ella  de  su  propia  vida. 

»¡OhI  ¡no  hay  placer  igual! 


ENTIERRO 


DE 


ESPRONCEDA 


(1) 


Según  ayer  anunciamos,  á  la  hora  de  las  cuatro  y  media  de  la 
tarde  se  reunió  en  la  ig'lesia  de  San  Sebastian,  donde  se  hallaba 
depositado  el  cadáver  del  malogTado  joven,  un  concurso  nume- 
rosísimo, que  sin  duda  pasarla  de  mil  personas,  con  el  obj  eto  pia- 
doso de  tributar  al  distinguido  literato  y  diputado  los  últimos 
honores.  Hallábanse  allí  casi  todas  las  notabilidades  literarias 
de  la  capital,  inmensa  mayoría  de  los  diputados  á  Cortes,  algu- 
nossenadores,  oficiales  de  lamilicia  nacional,  los  principales  ac- 
tores de  ambos  teatros,  y  otra  porción  de  personas  de  todas  las 
clases  del  pueblo.  En  el  concurso  distinguimos  al  apreciable  es- 
critor francés  Mr.  Viardot,  esposo  de  la  célebre  Paulina  García, 
el  cual,  amante  siempre  de  las  glorias  españolas,  quiso  mostrar 
sin  duda,  que  así  como  para  el  verdadero  mérito  no  hay  distin- 
ción de  partidos,  tampoco  hay  diferencia  de  naciones. 

A  las  cinco  se  puso  en  marcha  el  cortejo  funeral,  compuesto 
de  dos  largas  filas  de  los  referidos  asistentes,  y  presidido  por  los 
señores  presidente  del  Congreso  y  patriarca  de  las  Indias,  tio  del 
difunto,  á  quienes  llevaban  en  medio  el  señor  conde  de  las  Na- 
vas y  otros  cercanos  amigos  de  aquél. 

Cerraba  las  filas  la  banda  de  música  del  tercer  batallón  de  na- 
cionales, que  fué  todo  el  tránsito  tocando  una  marcha  patética, 
y  seguía  una  larguísima  fila  de  coches  de  respeto. 

(1)    Ese  articulo  se  publicó  en  el  l-iro  ilcl Comerrio,  el  25  d?  ^ía yo  de  ISl'i, 


440  ENTIERRO  DE  ESPRONCEDA. 

El  cadáver  iba  en  un  ataúd  cerrado,  colocado  sobre  un  carro 
fúnebre  con  cuatro  caballos  enlutados.  Sobre  el  féretro  se  veían 
esparcidas  algunas  ñores  arrojadas  de  los  balcones  de  la  car- 
vera. 

La  cual  fué  por  la  plazuela  del  Ángel,  calles  del  Prado,  Prín- 
cipe, Carrera  de  San  Jerónimo  y  todo  el  Prado  hasta  la  puerta 
de  Atocha,  desde  donde  se  dirigió  al  cementerio  de  la  sacra- 
mental de  San  Sebastian. 

Descendido  el  ataúd  en  medio  del  gentío  que  llenaba  el  recin- 
to, y  depositado  en  el  sitio  en  que  ha  de  reposar  para  siempre, 
se  cantó  el  responso,  y  en  seguida  el  Sr.  Gil  (D.  Enrique),  íntimo 
amigo  deldifanto,  lleno  de  profundaemocion  queapenasleper- 
mitia  articular,  leyó  la  siguiente  composición,  oida  con  reli- 
gjoso  silencio  y  aplaudida  vivamente  por  el  concurso: 

Á  ESPRONCEDA. 

¿Y  tú  también,  lucero  milagroso, 
Roto  y  sin  luz  bajaste 
Del  firmamento  azul  y  esplendoroso, 
Donde  en  alas  del  genio  te  ensalzaste? 

¡Gloria,  entusiasmo,  juventud,  belleza. 
De  tu  gallardo  pecho  la  hidalguía 
;,Cómo  no  defendieron  tu  cabeza 
De  la  guadaña  impía? 

;.Cómo,  cómo  en  el  alba  de  la  gloria,  . 
En  la  feliz  mañana  de  la  vida. 
Cuando  radiantes  páginas  la  historia 
Con  solícita  mano  preparaba, 
Súbito  deshojó  tormenta  brava 
Esta  tlor  de  los  céfiros  querida? 


Águila  hermosa  que  hasta  eJ  sol  subías, 
Que  los  torrentes  de  su  luz  bebías, 
Y  luego  en  raudo  vuelo 
Rastro  de  luz  é  inspiración  traías 
Al  enlutado  suelo; 
¿Quién  llevará  las  glorias  españolas 
Por  los  tendidos  ámbitos  del  mundo? 


ENTIEPaiO    DE   ESPRONCEDA.  441 

¿Quién  las  hambrientas  olas 
Del  olvido  y  su  piélago  profundo 
Bastará  á  detener?  Tus  claros  ojos 
No  lanzan  ya  celestes  resplandores: 
Frios  yacen  tus  ínclitos  despojos: 
Faltó  el  impulso  al  corazón  y  al  alma: 
En  las  ramas  del  sauce  de  tu  tumba 
El  arpa  enmudeció  de  los  amores, 

Y  de  tu  noche  en  el  silencio  y  calma 
Trémula  y  dolorida  el  aura  zumba! 

jYyo  te  canto,  pájaro  perdido, 
Yo  á  quien  tu  amor  en  sus  potentes  alas 
Sacó  de  las  tinieblas  del  desierto. 
Que  ornar  quisiste  con  tus  ricas  galas, 
Que  gozó  alegre  en  tu  encumbrado  nido 
De  tus  cantos  divinos  al  concierto! 
¿Qué  teago  yo  para  adornar  tu  losa? 
Flores  de  soledad,  llanto  del  alma, 
Flores  ¡ay!  sin  fragancia  deleitosa, 
Hiedra  que  sube  oscura  y  silenciosa 
Por  el  gallardo  tronco  de  la  palma. 

¡Oh  mi  Espronceda!  ;oh  generosa sombral 
¿Por  qué  mi  voz  se  anuda  en  mi  garganta 
Cuando  el  labio  te  nombra? 
¿Por  qué  cuando  tu  planta 
Campos  huella  de  luz  y  de  alegría, 

Y  tornas  á  la  patria  que  perdiste, 
Torna  doliente  á  la  memoria  mia, 
A  mi  memoria  triste. 

De  tu  voz  la  suavísima  armonía? 

¡Ay!  si  el  velo  cayera 
Con  que  cubre  el  dolor  mis  yertos  ojos, 
Alenos  triste  de  tí  me  despidiera: 
Blanca  luz  templaría  mis  enojos 
Cuando  siguiese  tu  sereno  vuelo 
Hasta  el  confín  del  azulado  cielo. 
¡Adiós,  adiós!  la  angélica  morada 
De  par  en  par  sus  puertas  rutilantes 


442  ENTIERRO   DE   ESPRONCEDA. 

Te  ofrece,  sombra  amada; 
Vé  á  g-ozar  extasiad  a 
La  g-loria  inmaculada 
De  Calderón,  de  Lope  y  de  Cervantes. 


DISCURSO 
DE  D.  JOAQUÍN  MARÍA  LÓPEZ, 

CON   MOTIVO   DE    LA   MUERTE    DE   ESPRONCEDA. 


«¡Qué  triste  es,  señores,  el  destino  del  hombre  sobre  la  tier- 
ra! Apenas  hace  seis  meses  que  la  voz  de  Espronceda  resonó 
sobre  las  tumbas  en  versos  melancólicos,  para  celebrar  el  valor 
y  la  g-loria  del  infortunado  Guardia.  Entonces  mi  palabra  se 
unió  á  la  suya  en  honor  del  héroe,  y  hoy  tengo  que  dirigirla  al 
malogrado  compañero.  No  es  estrauo;  porque  si  es  triste  la 
suerte  del  hombre,  mas  triste  es  sin  duda  la  suerte  del  genio. 
Este  destello  de  la  divinidad  aparece  de  vez  en  cuando  como 
una  antorcha  para  alumbrar  al  mundo;  pero  atraviesa  rápida- 
mente el  espacio  como  una  exhalación  luminosa,  sin  dejar  en 
pos  de  sí  mas  que  una  miserable  pavesa  y  el  doloroso  recuerdo 
de  su  pasado  resplandor. 

»Amarga  es,  por  cierto,  la  prueba  de  esta  verdad  que  hoy  te- 
nemos á  la  vista.  Buscamos  ansiosos  al  amigo,  al  compañero 
que  ayer  se  sentaba  á  nuestro  lado,  que  compartía  nuestras  ta- 
reas parlamentarias,  y  no  encontramos  otra  cosa  que  sus  frios 
restos  que  nos  guarda  ese  enlutado  ataúd.  Cuarenta  y  ocho  ho- 
ras han  bastado  para  segar  en  flor  nuestras  esperanzas  y  las  de 
país;  cuarenta  y  ocho  horas  han  bastado  para  poner  entre  él  y 
nosotros  nada  menos  que  un  mundo  entero  y  el  mar>  sin  límites 
de  la  eternidad. 

»Espronceda  no  habla  nacido  ciertamente  para  vivir  mucho. 
Su  extremada  sensibilidad  debia  hacer  que  sus  impresiones 


ENTIERRO    DE   ESPRONCEDA.  443 

fuesen  mas  continuas  y  mas  profundas.  Y  las  cosas  que  pasan 
por  el  alma  de  los  hombres  comunes  rozando  apenas  y  como 
resbalándose  sobre  su  tosca  superficie,  hacían  en  el  alma  del 
que  lloramos  una  ancha  herida,  que  ni  el  tiempo  mismo  podia 
cerrar,  porque  la  alimentaba  siempre  viva  con  el  culto  miste- 
rioso que  daba  á  los  recuerdos.  Su  imaginación  era  un  volcan, 
y  su  corazón  un  abismo.  Él  estaba  fuera  de  su  centro,  porque  ni 
el  mundo  lo  comprendía,  ni  acaso  él  se  hallaba  bien  en  el  mun- 
do en  la  forma  en  que  por  su  desgracia  lo  habia  comprendido. 

»Ya  al  fin  no  existe,  y  hé  aquí,  señores,  otra  idea  bien  des- 
consoladora. Sobre  esa  cabeza,  por  la  cual  han  cruzado  tantas 
ideas  atrevidas,  tantas  imágenes  felices  y  tantos  rasgos  de  una 
profundidad,  tal  vez  inconmensurable,  reposa  ahora  la  muerte 
como  haciendo  alarde  de  su  triunfo,  pareciéndose  á  una  digni- 
dad maléfica  y  vengativa,  ó  á  un  verdugo  enemigo  y  sangriento 
que  se  sonrie  y  goza  á  la  vista  de  la  víctima  á  quien  acaba  de 
inmolar. 

»¿Y  qué  podré  yo  decir  en  merecido  elogio  de  nuestro  perdi- 
do amigo?  Como  poeta  sublime,  él  ha  colocado  su  pluma  al  lado 
de  la  de  Homero  y  de  tantos  otros  escritores  justamente  céle- 
bres en  el  género  épico,  pero  con  la  notable  ventaja  de  que  Es- 
pronceda,  después  de  arrebatarnos  con  los  vuelos  de  su  ardien- 
te fantasía,  se  plegaba  con  una  facilidad  admirable  á  todas  las 
otras  clases  de  composiciones,  pintándonos  del  modo  mas  feliz 
las  gracias  de  la  belleza,  los  placeres  y  dulces  arrullos  del  amor, 
y  los  goces  inefables  de  la  naturaleza  en  los  momentos  en  que 
esta  se  muestra  amiga  del  hombre  y  hace  alarde  de  su  poder  y 
de  su  gala  en  la  serenidad  de  los  cielos  y  en  la  apacible  quietud 
del  mundo  satisfecho  y  feliz.  Esa  alma  que  ha  volado  de  entre 
nosotros  tenia  un  tipo  de  creación  á  ningún  otro  parecido.  Sus 
obras  llevan  un  sello  que  las  distingue  de  todas  las  otras  con- 
cepciones del  entendimiento  humano.  Los  fragmentos  que  con- 
servamos del  P^^'/í^yo,  que  sirvieron  de  entretenimiento  á  sus 
años  juveniles,  y  El  Diablo  Míindo,  que  habia  empezado  á  escri- 
bir en  edad  mas  adulta,  pasarán  á  la  posteridad  entre  la  admi- 
ración y  el  aplauso,  y  ciertamente  las  generaciones  venideras 
harán  mas  justicia  al  mérito  del  autor  que  la  que  le  han  hecho 
sus  contemporáneos. 

»Como  patriota,  la  pluma,  la  espada  y  la  lengua  de  Espron- 


444  ENTIERRO  DE  ESPHONCEDA. 

ceda  marcharon  siempre  unidas  en  defensa  de  los  intereses  y 

de  los  derechos  del  pueblo. 

»Como  particular,  amigo  sincero,  siempre  franco  y  siempre 
g-eneroso,  cautivaba  las  voluntades,  y  bastaba  acercársele  para 
quererlo  con  entusiasmo.  Esta  especie  de  adoración  se  aumen- 
taba en  las  almas  sensibles  al  notar  ese  barniz,  ese  opaco  colo- 
rido de  melancolía  que  traspiraba  por  todas  sus  acciones  y  por 
todas  sus  palabras.  Se  conocia  que  el  mundo  le  habia  despeda- 
zado el  corazón,  y  que  no  encontraba  en  la  historia  de  su  vida 
sino  punzantes  recuerdos.  La  naturaleza  se  habia  mostrado  pró- 
diga con  él  concediéndole  todos  sus  dones;  pero  la  desgracia  se 
habia  apresurado  á  tomar  posesión  de  su  existencia,  y  le  ha 
perseguido  hasta  el  último  momento,  pues  hasta  su  muerte  ha 
sido  extremadamente  dolorosa.  Él  pintaba  ese  vacío  del  cora- 
zón, esa  esterilidad  del  alma,  ese  abandono  que  hace  creerse  al 
hombre  estranjero  y  solo  en  medio  del  mundo,  en  aquellos, 
tristísimos  versos 

Para  mí  los  amores  acabaron; 
Todo  en  el  mundo  para  mí  acabó; 
Los  lazos  que  á  la  tierra  me  ligaron 
El  cielo  para  siempre  desató. 

»Tal  era  la  vida  de  nuestro  amigo.  Feliz  él  que  ha  encontrada 
en  el  sepulcro  la  paz  y  el  sosiego  que  en  vano  buscara  sobre  la 
tierra.  Como  diputado,  apenas  empezaba  á  pisar  la  arena  parla- 
mentaria, cuando  le  ha  interceptado  en  su  carrera  el  destino, 
arrancándolo  de  nuestro  lado.  Habia  emprendido  una  senda  pe- 
ligrosa, y  la  seguía  con  gloria.  La  muerte  le  ha  sustraído  al  tor- 
mento de  perder  un  día  todas  las  esperanzas  y  todas  las  ilusio- 
nes. Morir  con  ellas  es  siempre  una  ventaja  y  un  consuelo. 

»Duerme,  pues,  en  paz,  joven  desgraciado,  en  tu  último  asilo, 
seguro  de  que  te  acompañarán  constantemente  en  él  nuestros 
recuerdos  y  nuestras  lágrimas.  De  tí  podemos  , decir  como  ha 
dicho  Chateaubriand,  cuya  brillante  imaginación  puede  llamar 
se  hermana  de  la  tuya:  su  sepulcro  está  en  su  patria,  con  el  sol 
puesto,  con  los  llantos  de  sus  amigos  y  con  los  encantos  de  la 
religión.  Los  que  te  lloramos,  acaso  no  debamos  esperar  esa  di- 
cha, y  acaso  la  mano  carifjosa  de  la  amistad  ó  del  amor  no  ven- 


ENTIERRO  DE  ESPROKCEDA.  445 

^an  á  cerrar  nuestros  ojos.  Vela  pues  desde  la  reg-ion  afortuna- 
da en  que  ya  existes  sobre  el  destino  de  esta  pobre  patria,  de  la 
cual,  mientras  vivias,  has  sido  uno  de  los  mas  firmes  apoyos  y 
uno  de  los  mas  leales  y  decididos  defensores.» 

Varias  veces  fué  interrumpido  el  oradoi-  con  las  cordiales 
muestras  de  aprobación  de  los  oyentes,  y  al  final  del  discurso 
que  acabamos  de  copiar,  se  redoblaron  los  aplausos,  y  las  mues- 
tras de  conmoción  del  auditorio. 


lax 


Prólofío 


ÍNDICE 

Págs. 


D 


Biografía  de  D.  José  de  Espronceda 9 

Ensayo  ^>cí?. -Fragmentos  de  un  poema  titula- 
do el  Pelayo 

El  áng-el  y  el  poeta *    *         g. 

Serenata 

Serenata.    ... 

-Las  quejas  ae  su  amor 

A  una  dama  burlada. . 

A  Matilde.. ^ 

A Madrigal •    •    •    .         ^^ 

A  la  noche,  Jtomance 

Romance.  .  '* 

75 

El  pescador 

Osear  y  Malvina •     •    .     .         ^ 

El  combate.    .  "^ 

Oí> 

Al  sol,  himno .    . 

Qjj 

La  cautiva 

La  vuelta  del  cruzado.    .    .     .     '     ' ^^ 

Canción  del  pirata.  

El  Templario "     ' ^^    ' 

El  canto  del  cosaco.    ...  

El  mendigo.   ....         ^^ 

A  una  ciega 

El  reo  de  muerte.  .     .  ^^\ 

El  verdugo ^^ 

A  D.  Diego  de  Alvear,  sobre  la  muerte  de' su 

amado  padre 

Octava  real ^^^ 

AlaseñoradeTorrijos/.^a;;mí^,,.   .' J¡,^ 

A  la  muerte  de  Torrijos  y  sus  compañeros.'     '    *       120 
A  la  muerte  de  D.  Joaquín  de  Pablo  (Chapalan- 
j-jarraj. 

121 


448  ÍNDICE. 

A  la  traslación  de  las  cenizas  de  Napoleón  .     .    .  1*¿3 
Despedida  del  patriota  g-rieg-o  de  la   hija    del 

apóstata 125 

Improvisación 130 

Fragmento. 131 

¡Guerra! .  132 

El  Dos  de  Mayo.     . 135 

A  la  patria,  elegía 139 

2.  ^oneto 141 

A  un  ruiseñor 142 

A  Carolina  Coronado 142 

Canción  Báquica 143 

A  Guardia,  /Soneto.  .     , 144 

A Dedicándole  estas  2)oesias 145 

A  una  estrella 147 

;.  A  Jarifa  en  una  org-ía 150 

AvvQ^QVLiimiQnio,  (á  mi  madre] 154 

Desesperación 15S) 

Cuento. — El  estudiante  de  Salamanca 163 

Poema.— Wí  Diablo  Mundo 224 

Fragmentos  del  canto  vi  de  El  Diahlo  M%mdo.     .  434 

Entierro  de  Espronceda.     .....:...  430 


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