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ORGANIZACIÓN SOCIAL
DE LAS DOCTRINAS GUARANÍES
1.— Organización social de las doctrinas guaraníes.— tomo h.
ES PROPIEDAD
MISIONES DEL PARAGUAY
ORGANIZACIÓN
SOCIAL
DE LAS
DOCTRINAS GUARANÍES
DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
OBRA ESCRITA POR EL
P. PABLO HERNÁNDEZ
RELIGIOSO DE LA MISMA COMPAÑÍA
BARCELONA
GUSTAVO GILL Editor
Calle de la Universidad, 45
MCMXIII
imprimí potest
JosEPHus Barrachina, S. J.
Praep. Prov. Aragoniae
Barcelona 15 de Noviembre de 1911
NIHIL OBSTAT
El Censor
Jaime Pons, 5. /.
Barcelona 30 de Diciembre de 1911
IMPRÍMASE
EL VICARIO GENERAL
José Palmarola
18E318
Por mandado de Su Sria.
Lie. Salvador Carreras, Pbro.
Serio. Canc.
LIBRO SEGUNDO
VALOR DE LA OBRA
Sección Primera
EFECTOS
CAPITULO PRIMERO
EFECTOS EN LOS MISMOS INDIOS
1. Fe, religión y piedad cristiana.— 2. Conservación de la raza indígena. —
3. Seguridad y paz del territorio ocupado por los indios.— 4. La libertad de los
indios.— 5. Agricultura é industria. — 6. Mudanza de costumbres. — 7. Hasta qué
punto se perfeccionaron las costumbres.— 8. De la posibilidad de introducir el
celibato y el sacerdocio entre los Guaraníes. — 9. Daños internos y riesgos de las
Reducciones.
Tres cosas pueden dar exacta idea de la eficacia y mérito de un
procedimiento cualquiera: sus efectos absolutamente considerados:
su comparación con otros procedimientos ensayados en la misma
materia: y los juicios que sobre él se han formado, aquilatándolos y
pesando su rectitud. Estos tres medios servirán en el presente libro
segundo, para formar concepto del valor que en sí tuviese el modo
con que los Jesuítas dirigieron las Doctrinas Guaraníes.
Y principiando por los efectos, se examinarán primero los efectos
que produjo el sistema de los Jesuítas en los mismos indios; y des-
pués los efectos en bien del país.
I
FE, RELIGIÓN Y PIEDAD CRISTIANA
El primer efecto favorable para los indios que debe ponderarse
es la fe, religión y piedad cristiana, introducida y conservada en sus
ánimos en virtud del régimen de los Jesuítas. Es verdad que á al-
-8-
gunos parecerá impertinente tratar de este efecto en un estudio
sociológico, y se contentarían nicas con oír entonar himnos al ade-
lanto industrial, á la riqueza agrícola y pecuaria, etc., etc. Pero la
verdad es que entre todos los efectos producidos por los Jesuítas en
el Paraguay, éste es el que merece ocupar el primer lugar, así por-
que fué el primero y principal á que atendieron los Jesuítas y los
Reyes de España que los enviaban, como porque en sí es el de más
importancia )' raíz de todos los otros.
Bien pueden clamar los émulos de los Jesuítas que sus móviles
eran la codicia y la ambición; pero nunca podrán oscurecer esta
verdad: que de los innumerables Jesuítas que de Europa vinieron á
sepultarse en los bosques de estos países, entre peligros é incomo-
didades sin cuento, en un destierro de toda otra sociedad que no
fuese la de los incultos indios; ni uno solo hubiera dado un paso para
moverse de su patria, si no hubiera sido por el motivo que excitaba
todas sus ansias, el de trabajar en la salvación de las almas de estos
nfelices. Y otro tanto se diga de los Jesuítas americanos, que gus-
tosos abandonaban las ciudades )' la comodidad de sus casas y com-
pañía de sus familias, para dedicarse á aquel ministerio de apóstoles.
Del Gobierno de España no hay más que decir sino que en los docu-
mentos se descubre, si no todo el ánimo de los gobernantes, á lo
menos la idea que predomina en ellos. Públicamente profesaba el
Rey de España en sus Cédulas y leyes, que el primer fin á que se
dirigían sus intentos, y que miraba como una gravísima obligación,
era la santa fe católica y su dilatación por medio de la predicación
evangélica entre los infieles. Y de que esto no eran puras palabras,
son argumento cierto las cuantiosas sumas que sin escasear erogaba
el monarca en el avío y decente sustentación de crecido número de
Misioneros. — H03' en las naciones cristianas apenas se ve que los
Gobiernos hablen de estos nobilísimos objetos, ni contribuyan á ellos,
sino á lo más de una manera casi vergonzante: en cambio los docu-
mentos están llenos de elogios de las prosperidades materiales, por-
que esas son las que en efecto se buscan j^ se atienden.
Y á pesar de todo, la religión es el más importante de todos los
intereses y la raíz de los demás. El más importante; porque aunque
la sociedad civil no lo tenga por fin inmediato y directo, sí que lo
tiene por verdadero fin y fin último, como que la sociedad civil no
está ordenada á perfeccionar seres cuyo destino se acaba en esta
vida, sino hombres cuyo destino es inmortal, y no puede conseguirse
isino por medio de la religión verdadera. Raíz de los otros; porque
floreciendo la religión en un país, florecen todas las virtudes, )' con
-9-
ellas el orden, el trabajo y la abundancia. Lo que evidentemente se
verificó en los Guaraníes.
El fruto, pues, que en esta parte sacaron de su diligencia los
Misioneros fué conservar durante ciento cincuenta años una fervo-
rosa cristiandad, en la que los indios cabían y entendían las cosas de
la religión, porque continuamente las repetían y las oían explicar; y
entendidas, las amaban, y profesaban las prácticas religiosas, y
cumplían las obligaciones que la religión impone en cuanto á la vida
moral. Para formar idea de lo que eran aquellas Doctrinas, véase
cuanto llevamos dicho en el capítulo Del gobierno religioso; y obsér-
vese que acerca de lo que fueron ó no fueron, toda persona sensata
deberá dar crédito más bien á los Misioneros, que eran testigos
oculares, más bien á los Obispos, que personalmente visitaban las
Doctrinas y daban claros testimonios de la admirable piedad y sólida
instrucción de los indios; que no á algunos detractores de edad pos-
terior, ó á ciertos doctores de cien años más tarde, todos los cuales
hablan al sabor de su paladar de lo que no han visto, y á su tiempo
se demostrará que saben menos en punto de religión de lo que sabían
aquellos neófitos. — La adhesión á la fe católica, el respeto al sacer-
dote, la constancia en las prácticas religiosas que ho}' mismo se
observan en los descendientes de aquellos indios, son vivo testimo-
nio de cuan profundamente arraigó en ellos la religión.
Con una vida ajustada á las normas cristianas, con una prepara-
ción cuidadosa para la muerte, cual la procuraban aquellos indios,
no es extraño que juzgasen, como juzgaban en efecto, los más expe-
rimentados entre los Misioneros, que apenas había Guaraní de los
que morían en las Doctrinas, de quien no se pudiese afirmar piado-
samente que había muerto asegurando su eterna salvación.
Y así ésta es la maj'or corona de aquellos incansables operarios
de la viña del Señor, que el odio de sus enemigos no pudo ni podrá
arrebatarles, el verse hoy en el cielo rodeados de inedio millón de
almas y quizá más, salvadas por sus afanes y trabajos. Y ésta es
hoy como ha sido en todos tiempos, la gloria que más precia la Com-
pañía de Jesús, la que entusiasma hoy mismo los ánimos de todos
sus hijos, que la desearían para sí; y éstos los tesoros que los Jesuítas
sacaron del Paraguay, en cu^'a comparación tuvieron y tienen por
nada cuanto trabajaron y padecieron.
10-
II
^^^ CONSERVACIÓN DE LA RAZA INDÍGENA
Al juzgar de la obra de los Jesuítas, no faltan escritores que les
niegan la prerrogativa de haber perfeccionado los indios: otros los
censuran porque no enseñaron á sus Guaraníes tal ó tal cosa que,
según ellos, constituía el elemento esencial de la civilización. Pero
lo que ninguno niega, porque es hecho patente y claro como la luz
del día, es, que si alguien ha acertado á conservar la raza indígena,
han sido los Jesuítas: los indios les han debido la subsistencia en su
propia patria.
A vista de la desaparición hoy casi enteramente consumada de
las razas indias que en número de muchos millones poblaban aún en
el siglo XVIII el territorio de los Estados Unidos en la América del
Norte, se ha afirmado como una verdad axiomática que es ley de la
historia el que allí donde alcanza la civilización, hace desaparecer
las razas menos cultas, y por consiguiente, las tribus indias. Y no
que las civilice y haga desaparecer su rudeza; sino que las destruye,
barriéndolas de sobre la haz de la tierra. Mas el hecho de haberse
mantenido pujante durante ciento cincuenta años la raza Guaraní
en presencia de la civilización española del Misionero, parece que
prueba manifiestamente que hay civilización y civilización; y que si
la destrucción de las razas indígenas es efecto de alguna civilización,
será sin duda de aquella que los Sumos Pontífices han estigmatizado
bajo el título de moderna civilización (1), ó de la que en sus desór-
denes, codicia y tiranía se acerque á ella.
Dos causas capitales contribuían ;\ destruir la población en los
territorios poblados por la raza Guaraní. La primera, el hambre,
que sobrevenía de tiempo en tiempo, parte por la corta previsión del
indio, en fuerza de la cual era tan poco lo que sembraban, que sólo
alcanzaba á sustentarlos una parte del año, y en faltando la comida,
habían de andar por los montes en busca de caza, con los daños,
enfermedades y muertes consiguientes al hambre, á las privaciones
y á los asaltos de las fieras: parte también por calamidades que
sobrevienen al agricultor, como sequías ó langosta. La segunda
(1) Syllabus, prop. LXXX.
-11-
causa era la peste, que se cebaba en aquellos infelices de un modo
tanto más terrible, cuanto mayor era su descuido de la higiene y el
abandono con que trataban á los enfermos. Y no era una sola la
forma del contagio. En las anuas del P. Boroa (1) se lee, hablando
de la Reducción de los Mártires hacia 1636: «Vino de hacia el mar
una peste... terrible)^ de... malignas calidades... Comenzaba por
dolores de cabeza tan recios, que privaban de juicio, y andaban como
gente sin sentido, los ojos encarnizados, y como que estuviesen
embriagados... Fuera de esto, les daba una inflamación en la gar-
ganta, y les quitaba [sic, sin sentido], y no podían pasar la comida:
de las llagas que en ella se les hacían, salía un aliento insufrible.
Todo el cuerpo estaba cubierto de una lepra que unos llamaban
sarampión, y otros viruelas, y nadie sabía lo que era. Padecían
dolores intensísimos en el vientre, como de cólico: criábanse [les] en
las tripas unos gusanos tan horribles y peludos, que causaban
espanto: salíanles por los rostros hinchazones muy grandes, como
de landres: y algunas parecían lamparones...» En un año murieron
de esta peste en sola aquella Reducción de Mártires del Caro 852
personas, de ellas 500 adultas, constando toda la Reducción de
cuatro mil almas.
La viruela, introducida desde que llegaron á América los euro-
peos, hacía en los Guaraníes notable estrago, y se repetía con fre-
cuencia. En 1764, siendo la población total de 90.545, murieron de
viruela 7.414: y el año siguiente murieron también 4.615 virulentos,
siendo 85.266 el número total de habitantes (2). Cifras más elevadas
se consignan en algunos escritos, aunque no ofrecen tanta probabi-
lidad de exactitud (3).
Otro contagio menciona el P. Ruiz de Montoya, tratando de los
doce mil transmigrados del Guayrá (4): «Acudió la peste, que en
estas ocasiones nunca es lerda... La disentería... arrebatadamente
los llevaba... Dieron sus almas al cielo dos mil personas de adultos
é infantes, recibidos los capaces los Sacramentos todos...»
De todo lo cual se ve cuan expuestos se hallaban los Guaraníes
á las grandes mortandades, y cuan fácilmente hallaban en ellos
materia las enfermedades contagiosas.
(1) Boroa, 68.
(2) Río-Janeiro: Bibl. nac. Col. Angelis, VIII. 50.
(3) Peramás, De admin. guar. XVIII. not. expresa que en dos años, de 1732
á 1734, murieron de sarampión 18.773 Guaraníes: y en 1737 murieron 30.000 de
viruelas. Este último número no concuerda con la Anua numeración de 1737,
1738 y 1739 que se conservan en Buenos Aires y Río-Janeiro.
(4) Montoya, Conq. esp. § 39.
-12-
Aplicáronse los Jesuítas, en bien de los cuerpos y de las almas
de sus neófitos, á atajar estos daños, poniendo á tales causas el reme-
dio que les era posible. Esto explica el empeño en asegurarles abun-
dante el sustento, y no sólo para los ya reducidos, sino para cuantos
quisieran recogerse al pueblo. La previsión, que faltaba en el ánimo
del indio, la tenía por él el Misionero. Al mismo tiempo que le hacía
cuidar su propia sementera, y le obligaba á que la hiciese abundante
para todo el año, se preocupaba de hacer otras grandes sementeras
comunes (1) de maíz, porotos y raíces, que bastasen á suplir á los
necesitados, las que constituían el tiipauíbaé. Hemos visto igual-
mente (2) las diligencias 3' cuidados que costó el asegurar para
los Guaraníes provisión de vacas para cuando escaseaban los otros
comestibles. Con lo cual no es extraño que acudiesen á ponerse de-
bajo de la dirección de los Padres unos indios que de sí mismos decían,
como lo refiere Xarque (3) «Si queréis tenernos quietos y gustosos,
dadnos mucho que comer, porque nosotros, á modo de bestias, siem-
pre estamos comiendo; no como vosotros, que coméis poco 3' á hora
determinada».
En los daños de la peste no fué tanto lo que pudieron remediar.
Sin embargo, hicieron en ello lo que sus fuerzas permitían, estable-
ciendo hospitales, haciendo que en ellos sirviesen á los enfermos los
congregantes de la Virgen, prove3'éndoles en lo posible de mejores
alimentos, 3^ asistiéndolos personalmente con solicitud (4). Cuando
fué posible, establecieron el aislamiento, como se deduce de la carta
del P. Cattaneo (5). Y no ha3' duda que conocida que hubiera sido la
vacuna, hubieran librado á los indios casi por completo en el siglo xix
de una de las mayores calamidades que los afligió. Y si al dejar los
Jesuítas sus indios, se contaban, á pesar de tantas contrariedades,
cien mil Guaraníes, no será temerario creer que en cien años más
hubieran sido medio millón, y quizá más.
Había otra causa permanente de la diminución de los indios en
los países 3^a conquistados. Este era el servicio personal (de que
después hemos de tratar más de propósito); el cual, agobiando
muchas veces al indio con una fatiga desproporcionada á sus fuer-
zas, exponiéndolo á graves riesgos de la vida, separándolo á veces
de su mujer é hijos, 3' trasportándolo á temples contrarios á su natu-
ral complexión, disminu3'ó de una manera notable el número de los
(1) BoROA, 28, 37.
(2) Supra,61.
(3) Lib. 3. c. 5. núm. 4.
(4) BoKOA, 73: Cardiel, Demorib. c. V.
(5) MuRATOKi, Apead, al tom. 1.
-13-
indígenas. Hasta el último día lucharon los Jesuítas por sustraer á
los indios que habían convertido, y fué ésta una de sus más fatigosas
empresas; pero salieron con su intento, sin que les arredrase el
haber de arrostrar para ello enemistades irreconciliables y grandes
persecuciones.
Finalmente, otra causa de despoblación en estas regiones, con-
sistente en las malocas de los paulistas, y los insultos de las tribus
salvajes confinantes, se removió del modo que diremos en el artículo
siguiente.
Con esta diligencia y empeño, el número de indios en las reduc-
ciones, hablando en general, no sólo no disminuyó, sino que más
bien aumentó desde que se hubieron fijado de una manera estable.
En 1647 halló el Gobernador Láriz algo más de 30.000 indios
en 20 reducciones (1); y si se añaden unos 5.000 de las reducciones de
itatines, que entonces estaban todavía al N., y él no visitó, serán
treinta y cinco mil.
En 1656 hizo Blásquez Valverde numeración de más de 40.000 (2),
En 1677 numeró el Oidor D. Diego Ibáñez de Faria en 22 Doc-
trinas 58.118 personas de todos sexos y edades, según consta de su
padrón citado en la Cédula de Lermo á 2 de Noviembre de 1779 (3).
En 1702 había sido ya necesario desprender varias colonias de
los pueblos más numerosos, y se contaban en 29 Doctrinas ochenta
y nueve mil quinientas almas (4).
En los estados anuales que hoy se conservan en el Archivo Gene-
ral de Buenos Aires (5) se halla expresada la población, empezando
desde 1711 y acabando en 1754, con interrupción de algunos años.
Hemos dado cabida en el Apéndice á estos datos estadísticos. De
ellos resulta que, en 1711, había en 15 reducciones del Uruguay cin-
cuenta y cinco mil doscientas treinta y siete personas, sin contar
con las del Paraná, que no se expresan; en 1714 había en todas las
Doctrinas 110.151 almas. En 1717 llegaron á crecer hasta 122.084.
Pero tres años después, por efecto de la peste que hubo en 1718 (6)
habían disminuido tanto que en aquel año, 1720, se contaban sólo
101.444. Parece que se iba restableciendo y aumentando normal-
mente la población en los años siguientes; y así hallamos en 1724 de
(1) Trelles, Revista del Archivo, I. 360.
(2) BuRGÉs, Memorial de 1708, núm. 26.
(3) Trelles, Anexos, núm. 31.
(4) BuRGÉs, Memorial impreso acerca de los Chiquitos, fol. 17.
(5) Buenos Aires: Arch. gen.: legajo rotulado: 53 / Misiones/ Compañía de
Jesús / Varios años.
(6) Lozano, Conquista, lib. I. cap. II. pág. 41.
-14-
nuevo 117.137 almas en las 30 Doctrinas; y 130.130 en 1728; hasta
que en 1731 se observa el máximo crecimiento que hayan tenido las
Misiones Guaraníes con un número de 139.244 individuos (1). Al
punto comienzan á declinar con una rapidez tan extraña, que dos
años más tarde, en 1733, ya no eran más que 126.384; otros dos años
más allá, en 1735, eran sólo 105.000; y sucesivamente van bajando
á 102.000 en 1736, á 89.000 en 1738, y hasta 74.000 en 1739; sin que'
sepamos el último término de este espantoso descenso, por faltar
las anuas numeraciones de los cuatro años siguientes. Esta terrible
crisis de las Doctrinas parece indudable que debe atribuirse, no sólo
á las causas ordinarias de peste )' hambre, sino juntamente con
ellas, y como preponderantes (y aun causas del hambre, peste
y deserción), á las circunstancias de revueltas de los Comuneros del
Paraguay, que obligaron á vivir ausentes de sus pueblos por años
enteros á millares de Guaraníes movilizados en milicias. El resul-
tado fué desastroso, 3^ se hizo sentir por toda la decena de años
siguientes. En 1744 vemos que de nuevo se va levantando la pobla-
ción de Doctrinas, y alcanza á 84.000, y luego lentamente va
subiendo á 85.000, 87.000, 91.000, 93, 92, 95, 99 mil en 1752 y 103.000
en 1753. Y éste fué otro segundo apogeo, después del cual, con oca-
sión de las transmigraciones y guerras empieza de nuevo la deca-
dencia, contándose en 1754 sólo 101.000; y en 1757, 96.000 habitan-
tes; los cuales no pudieron menos de disminuir mucho más en los
cuatro años que pasaron hasta la rescisión del tratado de límites año
de 1761; así por la falta de mantenimientos en los pueblos á donde
á la fuerza fueron trasportados y amontonados, como por la deser-
ción de muchos á los montes; como también por el gran número de
indios Guaraníes que, embaucados por las artes del general portu-
gués, Gomes Freiré, se fueron con él á Río Pardo á la retirada del
ejército, los cuales no bajarían de diez á once mil (2). Aun así
y todo, es lo cierto que poco á poco se iba restañando aquella terri-
ble herida, y en el año de 1767, según el P. Peramás (3) era el
número de habitantes de las 30 Doctrinas 88.864, á pesar de la epi-
demia de viruela ocurrida en el año de 1764 (4). Este es el último
estado de los Jesuítas que conocemos.
(1) El P. Peramás dice que en 1732 eran, según la anua enumeración 144.252.
(De admin. guar. X\'III. not.)
(2) EscANDÓN, Transmigración de los siete pueblos, art. XXVI §. «Así se lamen-
taba».
(3) De vita et moribus tredecim virorum Paraguycorum, in fine, Descriptio
oppidi Candelariae.
(4) Moussv, Mémoire sur la décadence, pág. 76.
-15-
Podrá formarse idea de la obra de los Jesuítas en haber conser
vado aquellos 89 mil indígenas á través de tan graves riesgos y con-
trariedades, con advertir que treinta años más tarde se fijaba la
población de las dos provincias de Paraguay y Buenos Aires en que
estaban enclavadas las Misiones en 268,312 (1) habitantes, com
prendiendo indios y españoles, negros, mulatos y mestizos, morado-
res de las ciudades }' pueblos en las dos gobernaciones. La tercera
parte, pues, de los habitantes de estas provincias, habían debido su
conservación á la obra de las Misiones.
Este es el resultado absoluto. De su valor comparativo, hablare-
mos más adelante.
III
SEGURIDAD Y PAZ DEL TERRITORIO OCUPADO ^^^
POR LOS INDIOS
Uno de los efectos de más importancia para los indios causado
por el régimen de Doctrinas, fué la paz que se estableció en su terri-
torio, en cuanto era posible tener paz en medio de tantas guerras y
enemigos. El fundamento de esta paz fué la tranquilidad interior
nacida de la fidelidad de los Guaraníes. Ventaja era ésta que el
Monarca deseaba para cualquiera de sus provincias, }' por lo mismo
la estimaba y procuraba para la tierra poblada de indios, como parte
que era de la monarquía española. Y ventaja tanto más estimable,
cuanto habían sido y eran frecuentes los alzamientos de indios en
Sud América y muy espantosos sus estragos. Ardía incesante la
guerra con los araucanos, que producía de vez en cuando tan terri-
bles llamaradas como las que redujeron á pavesas las siete ciudades.
Y sin ir tan lejos, estaba reciente la funesta ruina de Concepción
del Bermejo, y se sublevaban los calchaquíes con el influjo y melo-
sas palabras de Bohórquez. Y los españoles, que, arrojados de la
costa del mar y del paraje de Buenos Aires por los asaltos de los
indígenas, habían navegado río arriba para ir en busca de lugar
sosegado donde fundar su ciudad de la Asunción; ahora ya no se
encontraban seguros allí mismo, como ni en la ciudad de las Corrien-
(1) Azara: Descripción del Paragua}-, cap'. XVI y XVII.
-lo-
tes; haciendo destrozos en ellos, no tan raras veces y á pesar de
innumerables tratados de paz, los payaguás por el río y los guay-
curús por tierra. En todo este dilatado espacio de tiempo, ni Corrien-
tes ni la Asunción, tuvieron que recelar de parte de los Guaraníes
de Misiones, ni sufrieron invasión ni hubieron de prevenirse jamás
para ella.
Y no se puede decir que los Guaraníes eran de suyo más sumi-
sos, que eran de carácter dócil, que eran, como lo pretende
Azara (1), cobardes é ineptos para la guerra. Esa es una pintura de
capricho, que en nada conviene con la realidad, y contradice á la
historia. En su propio lugar lo hemos hecho ver (2), y aquí no hare-
mos sino recordar algunas muestras de su valentía. A la verdad,
Guaraníes eran los que en tiempo de los conquistadores cercaron las
ciudades de españoles, y les dieron harto trabajo para desemba-
razarse de sus asaltos. Guaraníes los que derrotaron la expedición
de Hernandarias compuesta de 500 españoles (3). Guaraníes, los
guayreños y tayaobas, en cuyas regiones nunca penetraban los espa-
ñoles hasta que las abrieron los Misioneros Jesuítas. Guaraníes no
de las'Doctrinas Jesuítas, los que en 1661 se insurreccionaron y tuvie-
ron al Gobernador don Alonso de Sarmiento cercado y á punto de
rendirse ó de perder la vida con los españoles de su comitiva. Y los
altivos paranáes ó canoeros, tan frecuentemente trabados en guerra
con los vecinos de la Asunción, á quienes no sólo no sirvieron, sino
que ni les permitieron nunca asentar el pie en sus dominios, eran
Guaraníes. Sin embargo, todos éstos, después de recibir gustosos el
3'ugo del Evangelio, y comprometer su obediencia al Rey de España,
nunca violaron la fe jurada al español, aunque desde entonces pasa-
ron 150 años. l?azón será, pues, apuntar esta fidelidad y esta paz
interior de la tierra, á cuenta de los Misioneros Jesuítas, que les
enseñaban y entrañaban la doctrina cristiana, y de este modo
hacían que fueran en ellos como una segunda naturaleza las máxi-
mas que enseñó N. D. Redentor, de obediencia y fidelidad á los legí-
timos superiores: haciéndoles reconocer y venerar en el Rey el
lugarteniente de Dios para las cosas temporales, y en el Goberna-
dor al lugarteniente inmediato del Rey.
No bastaba este sosiego de los Guaraníes, ni su paz interior
y fidelidad, obra admirable de la gracia de Dios )' de la religión
cristiana, sin intervención de la violencia del conquistador. Era
(1 ) Descripc. c. 16.
(2) Lib. I, cap. VI. § 1.
(3) Lozano, Conquista. III. 294.
-17-
menester juntamente que pudiesen los Guaraníes defender su terri-
torio de los asaltos de enemigos exteriores. Por falta de esta defensa,
perecieron centenares de miles en el Guayrá; y los que quedaron,
hubieron de abandonar para siempre su patria y sus moradas. Esta
seguridad exterior la obtuvieron también en virtud del sistema de
los Jesuítas.
En la Conquista espiritual delP. Montoya (1) puede verse loque los
Padres hicieron para asegurar la defensa cuanto les fué dable. Asis-
tieron como Capellanes á los indios en el Guayrá. Se interpusieron
para que los paulistas respetasen á los Guaraníes como á cristianos,
instaron para libertar de esclavitud A los ya cautivos, sufriendo
desaires, injurias y atropellos;' caminaron centenares de leguas hasta
San Pablo en pos de los desgraciados indios conducidos en colleras,
con la esperanza de poder conseguir de las autoridades portuguesas
que los pusiesen en libertad. Frustráronseles sus esperanzas; pero
á lo menos sirvieron los Misioneros de amparo y consuelo á los Gua-
raníes en el camino, y lograron rescatar uno que otro. Las nuevas
malocas en el Tape hicieron pensar otra vez en la necesidad de la
defensa y en los medios de hacerla efectiva. No bastaba la resisten-
cia del Guaraní desnudo de medio cuerpo arriba y armado de solas
flechas, para detener ó vencer al Mameluco ó al tupí vestido de algo-
dón colchado, que hacía las flechas inútiles, y armado no sólo de cor-
tantes alfanjes, sino de bocas de fuego. Ni se podían conseguir vic-
torias ciertas, mientras los caudillos fueran sólo caciques indios,
capaces únicamente para ordenar una arremetida, pero no para idear
y llevar á cabo un plan militar. Estas dos necesidades tan sentidas
procuraron remediar con todo empeño los Jesuítas, y ya hemos visto
en parte con qué éxito (2). Los pasos que aseguraron la defensa del
territorio de los indios y su quieta posesión, pueden condensarse en
las jornadas que ahora se expondrán por su orden.
Ya desde los primeros asaltos de los Mamelucos en el Guayrá
habían alentado los Padres á los indígenas á defender sus vidas, sus
familias, su libertad y sus tierras, de aquellos foragidos; pero todas
las diligencias no habían sido bastantes contra el supeí ior arma-
mento é instrucción militar de los invasores. También ahora al
tenerse noticia de los intentos agresivos de los paulistas envió el
P. Provincial Boroa al P. Cristóbal de Mendoza con instrucciones
para que en el pueblo de Jesús María, el más cercano y expuesto
á la furia de aquellos asaltantes, construyese un fuerte donde se
(1) Passim, especialmente §§. 3.5. 36. sqq. 76-77 sqq.
(2; Al tratar de las armas de fuego, cap. VI. § III y sigts. del libro I.
2. Organización social de las doctrinas guaraníes.— tomo ti.
-18-
pudieran resistir los Guaraníes. El fuerte se empezó á construir;
pero no había llegado todavía á su perfección, cuando el día de San
Javier de 1636 llegaron allí los 140 Mamelucos de Raposo de Taba-
res con los 1500 tupís por aliados, y sorprendieron á los indios, quie-
nes después de una valerosa resistencia hubieron de rendirse por no
quedar abrasados vivos; pero fué para experimentar la más bárbara
fiereza que se haya visto en el mundo. «Con espadas, machetes
»y alfanjes derribaban aquellos fieros tigres cabezas, tronchaban bra-
»zos, desjarretaban piernas, atravesaban cuerpos, matando... Pro-
»baban los aceros de sus alfanjes en hender los niños en dos partes,
»en abrirles las cabezas y despedazar sus delicados miembros (1).»
Visto el infeliz resultado en aquel paraje^ donde empezaba á haber for-
taleza, y con licencia del Gobernador tenían los indios algunas armas
de fuego, que todas cayeron en mano de los enemigos; fué preciso reti-
rar también á toda prisa los indios de San Cristóbal, pueblo cercano.
y al punto el Mameluco saqueó la reducción. Mas habiendo vuelto
los indios de San Cristóbal á su pueblo para el día de Navidad, ani-
mados á defenderse con los nuevos refuerzos que les llegaban, aunque
sin armas de fuego, los asaltaron allí mismo los paulistas, y se riñó
nueva pelea que duró cinco horas (2), habiendo tenido por dos veces
los indios tan apretados á los paulistas, á quienes hicieron retirar á un
cerro alto, que casi les tomaron la bandera, gritando ya los portu-
gueses que les dejasen, que no venían para hacerles daño, sino contra
aquellos padres que allí tenían. La noche dividió los combatientes,
y los portugueses la aprovecharon pegando fuego á la iglesia j^ reti-
rándose á su campamento de Jesús María; como los Guaraníes hubie-
ron de retirarse á Santa Ana. De allí todavía retrocedieron más, y se
situaron en Natividad, cuya posición era más fuerte por el estorbo
de un río, que supieron defender convenientemente con daño del
enemigo. Con esto no pasaron adelante los paulistas; y después de
ocupar dos ó tres meses en hacer nuevos esclavos, se volvieron
á San Pablo, tan contentos de su jornada, que inmediatamente echa-
ron bando dos nuevos maloqueros, García Rodríguez y Fernán Díaz
el Mozo, á fin de reunir gente con que asaltar las demás reducciones
en la próxima estación; y todo esto se verificaba en público á cien-
cia y paciencia de las autoridades de la ciudad (3). Setecientos escla-
vos dice el P. Montoya que formaron el diezmo de la gente que se
habían llevado para San Pablo, que por esta cuenta serían 7.000, sin
(1) Conq. esp. § LXXVI.
(2) BoROA, pág-. 80.
(3) Informe del P. Díaz Taño en Brabo, Atlas, pág. 34.
-]Q-
contar los muertos A cuchillo, quemados vivos y muertos de fatiga
en los caminos (1). El Padre Techo señala número mucho mayor,
y dice que fueron 25.000 (2). Y esto comprueba el informe oficial
del P. Boroa al Rey (3).
Tocaba á su fin el año de 1637, cuando ya los Mamelucos esta-
ban otra vez en territorio del Tape, resueltos é llevarse de una vez
para esclavos todos los cristianos de las reducciones. Es indecible
por otra parte lo que en aquel año y los siguientes hubieron de pade-
cer los Misioneros con los mismos indios Guaraníes, que ciegos con
el cariño á su propia tierra, no la querían abandonar para pasarse
á otra región más segura, como lo procuraban los Padres; y unas
veces se alborotaban en el mismo pueblo, acusando al Misionero de
que los había juntado para entregarlos á los enemigos, y llegando
á injurias y denuestos, y aun á maltratarle y poner en peligro su
vida, perdido todo respeto: otras veces, persuadidos de la necesidad,
emprendían la marcha, pero movidos luego de la afición á su terruño,
desertaban y se volvían de enmedio del camino, cuando no del mismo
pueblo donde habían ido á parar; y en estos casos erraban por sus an-
tiguos campos y bosques, y al fin venían á caer en manos de sus mor-
tales enemigos los Mamelucos, que todo lo andaban registrando con
tenacidad. Era el día de Natividad de 1637, aniversario de la batalla
de San Cristóbal, cuando estos foragidos dieron en la reduc-
ción de Santa Teresa; y destrozando y cautivando los indios, asolaron
el pueblo: después se dedicaron á ir recogiendo las tropas de fugiti-
vos, y añadir así nuevos cautivos á los que 5'a tenían hechos. Por
Enero de 1638, hubo aviso de que se disponían á invadir las reduc-
ciones del Uruguay y las restantes del Tape, y aun á pasar el Paraná:
prevínoseles resistencia en el Caazapaguazú (4), pero sobrecogidos de
terror los indios, retrocedieron aun antes de avistar al enemigo en
la mayor confusión, y hubieran caído en manos de los Mamelucos,
á no haberlos dirigido y obligado el Superior de Misiones P.Diego de
Alfaro á que pasaran el Uruguay, asegurándose por lo pronto en la
ribera occidental (5). Con esto los Mamelucos saquearon y destruye-
ron libremente las reducciones de San Carlos del Caapí y Apóstoles
del Caazapaguazú. No tuvo mejor éxito la defensa que por dos días
sostuvieron los indios en el Caró)'luego en Caazapaguazú(6), cuando
(1) Conq. esp. § LXXVII.
(2) Lib. XI, cap. XXXIII.
(3) Brabo Atlas, 37.
(4) Techo, lib. XII, cap. V, VII, XVII, XVIII, XIX.
(5) Cap. XIII.
(6) Cap. XIV.
-20-
los agresores avanzaban al Caazapaminí: á pesar de haber llegado
A prender algunos Mamelucos, tomádoles las banderas y hécholes
fortificarse en un bosque, lograron los paulistas por la astucia lo que
no habían podido por la pelea; y los Guaraníes retrocedieron una
vez más. Dos nuevos combates con infausto éxito en San Nicolás de
Piratiní, obligaron á los indios á abandonar todas sus habitaciones
en aquel territorio (1); todas las reducciones del oriente del Uruguay
quedaban á merced de los Mamelucos, ó por mejor decir, no quedó
en pie ninguno de los pueblos orientales. Fué ésta la última ventaja
de los paulistas y el principio de la reivindicación de los Guaraníes.
Ya los agresores se retiraban con su presa, cuando los Guaraníes,
que, alentados por los Misioneros como las otras veces con nuevos
refuerzos de los pueblos no invadidos, habían llegado á juntar un
ejército notable para estas tierras, que alcanzaba á cuatro mil
hombres de pelea, pasaron el Uruguay, ocuparon á San Nicolás y
siguieron adelante en persecución de los malhechores, deseando no
sólo escarmentarlos, sino también rescatar los muchos esclavos que
se llevaban. Varios días se peleó con incierto éxito, aunque con gran-
des pérdidas de los Mamelucos y Tupíes. La llegada de una nueva
tropa de Guaraníes, que conducía el P. Pedro Romero en número de
mil quinientos, puso en gran consternación á los paulistas, quienes
para disminuir las muchas bajas que se les hacían, hubieron de ence-
rrarse en unas empalizadas. En esta situación los hallaron los once
españoles enviados de socorro por el Gobernador de Buenos Aires
Don Mendo de la Cueva, á petición de los Padres. Al tener noticia
de la llegada de aquellos soldados, que habían recorrido un trayecto
de doscientas leguas, y con cuya presencia y disposiciones habían
cobrado más ánimo y mejor orden los escuadrones Guaraníes, los
Mamelucos se tuvieron por perdidos. Pidieron parlamento; 3" conce-
dido, les intimó el Superior P. Alfaro las excomuniones que habían
incurrido conforme á la sentencia del Obispo de Buenos Aires, y les
hizo prometer que no volverían á asaltar pueblos de indios cristianos.
Intervino también el jefe español, y según el Informe dado por los
militares jurídicamente en Marzo de aquel año 1638 (2) «/os once espa-
ñoles... hallaron que los indios de las reducciones tenían acorrala-
dos en un monte y palizada á muchos portugueses^ de que, después
de tres días de tratar icarios medios en que no quisieron convenir
los Padres, los españoles, los caciques ni los indios, se huyeron
dichos portugueses sin que les pudieran dar alcance,^ Tan claro
(1) Cap. XV.
(2) Bravo, Atlas, pág^. 35.
-21 -
como aparece en este testimonio el estado como de prisioneros á que
los Guaraníes habían reducido á los Mamelucos, acorralados en un
monte y palizada; otro tanto aparece oscuro el escaparse de los por-
tugueses allí cercados, cuando se da á entender que todos, Padres,
militares españoles, caciques é indios, rechazaban las condiciones
propuestas por los paulistas para rendirse, y exigían otras que ase-
gurasen más ;i los indios. Durar tres días en negociaciones en seme
jante caso es extraño, y más extraño aún escaparse sin dificultad
tanto número de enemigos. Mas la relación de los Misioneros es harto
diferente, y aclara lo sucedido. El jefe de los once auxiliares fué alar-
gando de intento las negociacionespara dar lugar de prevenir la huida,
y estando en connivencia con los cercados, los dejó huir, cuando tenía
abundantes medios de haberlos tomado prisioneros si no convenían
en los pactos que les impusiera (1). Los indios quedaron escandaliza-
dos y muy sentidos de tal proceder; y los mamelucos se retiraron sin
haber escarmentado, y dispuestos á volver al año siguiente á ejercitar
sus maldades. Ocurrió este primer descalabro notable de los Mame-
lucos en los campos del Caazapaminí, reducción de Candelaria, donde
más adelante se situó el pueblo de San Luis; y fué en el mes de
Febrero de 1638.
Volvieron según su costumbre los paulistas al acercarse el verano
á sus malocas, y volvieron á recibir fuerte escarmiento. Habían
pedido los Padres de la Compañía socorro al Gobernador de Buenos
Aires Don Mendo de la Cueva, por ser de su jurisdicción las comar-
cas invadidas del Tape y Uruguay; y no habiéndolo conseguido de él,
recurrieron al Gobernador de la vecina provincia del Paraguay, Don
Pedro de Lugo, que acababa de llegar de España y estaba visitando
los pueblos del Paraná. He aquí ahora el suceso referido con las pala-
bras del P. Montoya en su Memorial de 1643 (2): «D. Pedro de Lugo,
caballero de la Orden de Santiago, fué proveído por Gobernador del
Paraguay sólo á fin de que atendiese d reprimir y castigar los por-
tugueses, que hasta hoy infestan aquellas provincias...: además del
orden general sobredicho, recibió orden particular de V. Majestad
para que efectivamente castigase dichos portugueses, en tiempo
que iban entrando por aquellas tierras quinientos, con dos mil indios
Tupis, d acabar de destruir el residuo de Reducciones hechas por
los religiosos de la Compañía de Jesús. Los cuales (habiéndoles
negado el socorro que pidieron al Gobernador del Puerto de Buenos
Ayres, á quien competía el darlo por ser de su jurisdicción) lo pidie
(1) Techo, lib. XII, cap. XVI.
(2) Apead, núm. 52.
-22-
ron al dicho Don Pedro de Ln^o, á que acudió prontamente,
saliendo con setenta españoles; y para ser ayudado de los indios,
les prestó siete mosquetes, que entregó al herniano Antonio Bernal,
religioso de la Compañía, que, seglar, por su mucho valor ocupó
muy honrosos puestos en la guerra de Chile, el cual salió con los
indios acompañando al dicho Gobernador. Puestos ya á media legua
del enemigo, y reconocida su ventaja, no quiso pasar adelante el
Gobernador, antes hubo pareceres de retirarse. •!> Hasta aquí refiere
el Padre Montoya los preparativos. Es de notar que, según los datos
del P. Techo (1), las probabilidades de vencer estaban de parte de
los Guaraníes, quienes con un ejército de cuatro mil indios y el aliento
y orden que les comunicaba la presencia de los españoles, esperaban
derrotar sin dificultad al enemigo. Agregóse un motivo más, que
encendió la justa indignación de los Guaraníes; y fué que el P. Diego
de Alfaro, natural de Panamá, é hijo del famoso Oidor D. Francisco
de Alfaro, que ahora como Superior de las Misiones venía por cape-
llán de los Guaraníes, fué muerto de un balazo que le disparó un
Mameluco que se hallaba escondido, cuando le vio que se había ale-
jado algo del campamento. Esto acabó de colmar la medida al justo
enojo de los Guaraníes, quienes, á pesar de la retirada del goberna-
dor Lugo, trabaron la batalla, como lo podían hacer en defensa de
sus tierras y vidas, y atento á que no pertenecían á la jurisdicción
de aquel Gobernador, sino á la de Buenos Aires, y sólo como auxiliar
y protector lo habían llamado. Prosigue el P. Montoya: Determi-
nóse el hermano Antonio Bernal á acometer al enemigo; matóle
buen número, y hiso presa en diez y siete. Los demás desbaratados
se acogieron d los motiles, por cuyas espesuras perecieron; y consta
de personas que ha poco que vinieron del Brasil d esta Corte, que
solos treinta volvieron d sus tierras. Los diez y siete cautivos entre-
garon los indios al Gobernador, el cual, atemorisado con la nove-
dad del suceso, que nunca imaginó, por no haberse visto en otro, y
temiendo que en venganza volverla todo Portugal á destruir la
tierra, reprehendió severamente á los indios, condenando en esta
acción á los religiosos, que en tan justa defensa hablan ayudado:
dio libertad á los presos, regalólos, honrólos y llevólos consigo á su
gobierno, en donde se pasearon libres. Requirióse al Gobernador
por parte de los indios que los castigase... Hisosele notoria una
Cédula de V. Magestad... en que V. Magestad dice estas palabras:
«Me ha parecido ordenaros y mandaros {como lo hago) procuréis por
(1) Lib. XII. cap. XXXI.
-23-
todas las vías posibles haber ¡i las lítanos y castigar con grandes
demostraciones los delincuentes y personas, qne se ocupany entien-
den en las dichas tales crueldades...^ sobre que os encargo la con-
ciencia etc.y> (1). A todo esto cerró los oidos, abriendo los ojos al des-
pojo de dos mil almas que el enemigo había cautivado, para poner-
las en perpetua esclavitud, como hacen á los negros de A)igola. Esta
presa repartió entre sus soldados, premiando su poco ánimo con
ella, cargando de denuestos á los indios que la ganaron. Cinco de
los delincuentes lucieron fuga, y entre ellos uno que dio la muerte
con un mosquetaso al Padre Diego de Alfaro de la Compañía, Comi-
sario del Santo Oficio y Superior de aquellas Reducciones. ■>■>
Sucedió este escarmiento de los Mamelucos en los campos del
Caazapaguazú, en que había estado situado el pueblo destruido de
Apóstoles, en los primeros meses del año 1639.
Dos años tardaron los mamelucos á tentar nueva invasión. Tan
recelosos los había hecho la última lección; ó fué tanto el tiempo que
necesitaron para reunir mayores fuerzas que las veces pasadas. Y
temerosos al parecer de dar asalto por donde tanto daño habían
experimentado, eligieron nuevo camino, viniendo ahora á las Reduc-
ciones por el norte, como primero las habían acometido por el sur.
A poca distancia al N. del pueblo de San Javier (2), desemboca en el
río Uruguay un río llamado entonces Mbororé, que parece ser sin
duda el que ahora se llama rio de las Nueve Vueltas, 6 rio de las
Once Vueltas. Algo más al N. y á siete leguas de San Javier (3),
entra en el mismo Uruguay otro río, que entonces llevaba el nombre
de Acaragud, y ahora parece ser el que varios mapas denominan
Giiaray guasa, también por la parte del NO. como el Mbororé. A
orillas del Acaraguá fundó en 1630 el P. Cristóbal Altamirano una
Reducción de Guaraníes á la que impuso el nombre de la Asunción,
en memoria de la Reducción de Asunción del lyiií, fundada por
el Padre Roque González y destruida en 1628 por el hechicero
Nezú. Por este punto, el más oriental y septentrional de las Misio-
nes que quedaban en el Uruguay, se dispusieron á acometer los pau*
listas. Emprendida su maloca por las cabeceras del Uruguay, iban
acercándose al empezar el año de 641 á los pueblos de cristianos,
haciendo esclavos entretanto á los infieles esparcidos por los mon-
tes. Escapóseles Nezú, que se había refugiado en aquella comarca, y
huyó con cuatrocientos indios de los suyos. Y aunque de los infieles
(1) Céd. real de 12 de Set. de 1628.
(2) Situado en 27° 50' lat, S. junto al río Uruguay.
(3) Techo, lib. XX. cap. XXVI.
-24- ■
que habían apresado, supieron que ya los Guaraníes habían obtenido
licencia para usar armas de fuego, y las tenían en gran número (y
en efecto, tenían hasta trescientas), despreciaron la noticia, jactán-
dose de que de esta vez habían de destruir todas las Reducciones.
Túvose con tiempo conocimiento de su llegada, y se hicieron las pre-
venciones convenientes Juntáronse de todas las Reducciones hasta
cuatro mil indios. Además de las trescientas armas de fuego, los
indios, industriados por los Hermanos Coadjutores que los dirigían,
habían acertado á fabricar una especie de artillería que se redujo á
unas tacuaras, ó cañas mu}' gruesas, aforradas de cuero, capaces de
resistir hasta disparar tres ó cuatro tiros (1). Desampararon su pue-
blo de Acaraguá los indios, y se retiraron al río Mbororé, en el cual
desde entonces perseveró su Reducción por varios años, con nombre
de Asunción del Mbororé ó La Cruz del Mbororé. Venían los Mame-
lucos en número de quinientos á seiscientos, auxiliados de más de
cuatro mil indios tupís y con setecientas canoas (2), que habían fabri-
cado á las riberas de los ríos, y con las que ocuparon el río Acara-
guá (3), mientras sus tropas se apoderaban del pueblo abandonado.
Por su parte los Guaraníes se adelantaron desde Mbororé, parte por
tierra, parte en doscientas canoas que habían fabricado; y se trabó
el combate en una ensenada del río Uruguay, á once de Marzo de
1641. Fué muy reñida la pelea, que duró todo el día, porque á los
Mamelucos estimulaba su arrogancia con la que despreciaban aque-
llos enemigos, como indignos de su valor y muchas veces vencidos.
A los indios les produjo muy buen efecto su primitiva artillería, pues
aiinqne sólo podía disparar dos ó tres tiros cada cañón, dice el Padre
Lozano (4), los emplearon tan bien y con tanta destreza^ que dejaron
cubierta de muertos la campaña. Ni fué menor la utilidad de otro
artificio nacido también de la práctica militar é industria de los Her-
manos Coadjutores que los gobernaban. A la manera que sobre dos
canoas unidas levantaban sus casitas para formar balsas; construye-
ron en esta ocasión sobre mayor número de canoas un castillo de
tablas con troneras. La madera bastó para defenderles de los dispa-
ros de los enemigos, que no traían artillería, sino sólo sus escopetas,
carabinas y mosquetes. Las troneras sirvieron para disparar sus
armas de fuego, asegurando los disparos. Ocultos en lo interior algu-
nos indios, iban disparando sus balas desde conveniente distancia á
(1) Lozano, Conq. lib. KI. cap. XVI. pág. 429.
(2) Estos números son tomados del Memorial del P, Burgés de 1705, tol. 9. vta.
donde afirma que constan de autos.
(S) Vida MS. del P. Cristóbal Altamirano, § «Gozaron pacíficamente.»
(4) Conq. lib. III. cap. XVI. pág. 429.
- 2^ —
los principales Mamelucos, con tan buen suceso, que muertos muchos,
se aterraron los demás. Saltaron en tierra, esperando quedar allí
con ma3'or ventaja; pero también allí fueron vencidos. El combate,
suspendido durante la noche, continuó el día siguiente hasta las dos
de la tarde, hasta que puestos en retirada los Mamelucos, se reco-
gieron á su campamento, fortiñcado con estacadas. Siguiéronles los
Guaraníes y les tomaron el mismo campamento, obligándoles á huir,
después de haber dejado muertos ciento sesenta Mamelucos y consi-
derable número de tupíes; pasándose otros muchos tupíes al partido
de los indios, para huir las vejaciones de sus amos los paulistas.
Los Mamelucos sobrevivientes á la batalla encontraron, al vol-
verse huyendo al Brasil, una tropa de los suyos que les venía de soco-
rro: y mudado el propósito de retirarse, se dedicaron á cautivar
indios infieles ya que con los cristianos no podían lograr su intento.
Mas aun con ésos sufrieron no pequeños desastres (1). Y mucho
mayor fué el del año siguiente 1642. Porque, habiendo sabido los
Guaraníes que para recoger sus presas y para tomar posesión del
territorio, como solían los portugueses, habían edificado dos fuertes,
de Apiterebí y de Tobatí (que otros llaman Mburicá); acudieron al
más cercano de Tobatí, acaudillados por el cacique de Acaraguá,
Don Ignacio Abiarú, y dando el asalto, mataron buen número de
Mamelucos, y pusieron en libertad á muchos infieles Guaraníes, que
ya estaban en prisiones. Pasaron luego al fuerte de Apiterebí; y
acometiéndolo, pusieron en huida á los Mamelucos, librando también
á los cautivos y quedando dueños de cuantas municiones, provi-
siones y víveres tenía el enemigo, que todas las abandonó en su
precipitada fuga.
Nueve años transcurrieron sin que los paulistas se atreviesen á
llegarse otra vézalas Reducciones. Mas el año de 1651, siendo
Gobernador del Paraguay D. Andrés Garavito de León, tuvo noticia
de que irritados aquellos desalmados aventureros, habían resuelto
destruir de una vez las Reducciones de los indios, que siempre
hallaban como infranqueable barrera, apoderarse de las provincias
de Paraguay y Buenos Aires, y pasar al Perú hasta tomar posesión
de las minas de Potosí, que fué siempre también uno de sus princi-
pales intentos. Para esto habían juntado un crecido ejército, y deter-
minaron acometer por cinco partes á un tiempo las Reducciones
para distraer las fuerzas de los Indios. Dio este aviso á los Guara-
níes el Gobernador para que estuviesen á punto, mientras él pre-
(1) Tkcho: Hist. lib. XIII. cap. VIII.
-26-
venía los tercios españoles para el socorro. Pero antes que éstos
llegasen, ya se había verificado la acometida de los Mamelucos á
un mismo tiempo en los primeros días del mes de Marzo de aquel
año 1651. Por el río Paraná arriba acometieron á la Reducción de
Corpus; por el Uruguay abajo, asaltó otra escuadra la Reducción
de Yapeyú; por el centro del Uruguay, á Santo Tomé; y por Uruguay
arriba, á la Cruz de Mbororé; mientras que otra partida asaltaba los
pueblos de Itatines. En las cuatro primeras partes encontraron tan
gallarda resistencia, que fueron puestos en fuga y obligados á aban-
donar cuanto traían de municiones y bastimentos, rescatándose buen
número de cautivos que ya conducían; y recogiéndoseles los collares
y cadenas de hierro, esposas y grillos, que traían para llevar apri-
sionados los Guaraníes á San Pablo, como también multitud de
papeles, cartas y obligaciones por donde constaron sus designios y
los contratos que tenían celebrados para aquella jornada. Los Itati-
nes, que distaban cien leguas de la Asunción, no llegaron á ser
avisados á tiempo, por lo cual dio en ellos el Mameluco, asaltando el
pueblo un domingo, mientras los indios estaban en Misa, y cauti-
vando á todos, y también al Padre que la decía. Mas noticiosos de
este triste acaecimiento los indios de otra Reducción que doctrina-
ban los Padres Jesuítas, acometieron á los portugueses y los pusieron
en fuga, quitándoles la presa, y obligándolos á pasar al Oeste del
río Paraguay, donde los indios mbayás y payaguás acabaron con
ellos, sin dejar enemigo vivo.
Con esto no se volvieron á ver ejércitos de Mamelucos en las
Reducciones de Guaraníes, y si alguna vez pretendieron invadirlas,
como sucedió el año de 1657, ni siquiera pudieron llegar á ellas; por-
que mientras estaban todavía en tierra de infieles, les acometieron
los Guaraníes, y quitándoles la presa, hicieron siete portugueses
prisioneros, y pusieron en fuga á los demás. Sólo les quedó ánimo
en adelante para acudir á las vaquerías á robar ganado, ó para
asaltar algunas veces en tropas á los vaqueros, como lo hemos visto
en otra parte y lo explica más el P. Cardiel (1).
Esta paz y seguridad de enemigos exteriores, como la paz inte-
rior, la debieron los indios al sistema y orden establecido por los
Jesuítas, que hizo posible la organización de los naturales en nume-
rosas milicias, y logró armarlos con armas de fuego y proporcio-
narles caudillos españoles; arrostrando el odio y maledicencias que
se atrajo de parte de los españoles americanos, que tan infundada-
(1) Declaración de la verdad, núm. 144.
-27-
mente procuraron estorbar esta organización militar; y no menos el
odio de los paulistas, quienes en varias ocasiones atropellaron y
maltrataron á los Misioneros, porque defendían á los indios como á
feligreses suyos; algunas veces estuvieron á punto de matarlos; y de
hecho dieron muerte en odio de tan santa causa al Superior de las
Misiones y Comisario del Santo Oficio, Padre Diego de Alfaro. Si
los Guaraníes no hubiesen tenido el escudo de los Padres Jesuítas y
de los Hermanos Coadjutores de la Compañía y su ordenado método,
el floreciente país, de las Reducciones hubiera quedado reducido á
un árido desierto, como lo quedó cuanto terreno estaba al alcance
de los paulistas, como quedó la provincia del Guayrá y las regiones
infieles del Tape; y como ha quedado finalmente aquella misma
comarca de las Reducciones, una vez arrojados de ella los Jesuítas
y abandonado su modo de regir los Guaraníes.
IV
LA LIBERTAD DE LOS INDIOS *^ '
La defensa de los indios que á costa de tantas solicitudes y fati-
gas, y aun á costa de la vida, procuraron los Jesuítas asegurar á los
Guaraníes, en interés del bien espiritual y salvación de ellos mismos,
era en sí bien mu)- estimable; pero lo era mucho más, atendida la
suerte que les esperaba en manos de los Mamelucos, si de ellos no
hubieran sido enseñados á defenderse. Baste decir que los portugue-
ses invasores, que no eran solamente los de San Pablo, sino también
de otras ciudades del mediodía del Brasil, no destinaban los indios
Guaraníes á otro empleo sino al de esclavos: como esclavos los lle-
vaban á su tierra atados con cadenas: como esclavos los vendían en
San Pablo, en Río Janeiro y en otras ciudades; 3^ como esclavos los
trataban, y con tanta inhumanidad cuanta se podía presumir en
hombres endurecidos y acostumbrados á toda crueldad con los ven-
cidos. Defender, pues, su territorio de las incursiones de tal ene-
migo, era defender y guardar la libertad personal de los indios,
librándolos de caer en la más desgraciada esclavitud.
Pero todavía no bastaba conservar al indio Guaraní libre de la
esclavitud de los brasileros, y defenderle de modo que tuviese tran-
quilo y en paz su territorio; porque aun dentro de él 3^ conservan-
-2S-
dose en paz interior, podía peligrar su libertad 3' de hecho peligraba
de parte de los mismos Gobernadores, ó mejor dicho, de parte de los
españoles americanos, que los incitaban para sujetar los Guaraníes
á servicio personal. Puede verse lo que sobre esta materia hemos
dicho en el Bosquejo histórico de las Doctrinas^ hablando sobre las
encomiendas, y no nos detenemos en explanarlo, porque hemos de
volver á hablar de lo mismo al examinar el sistema de los encomen-
deros. Lo cierto es que ésta constituyó para los Jesuítas una nueva
fuente de calumnias, de persecuciones y sinsabores quizá tan grande
como la precedente; pero, como también aquí se atravesaba la sal-
vación del alma de los Guaraníes, y se defendía su bienestar tempo-
ral, al que tenían derecho, y aun la vida de multitud de ellos; no
vacilaron los Jesuítas en emprender esta nueva lucha para mantener
su libertad á los indios. Y quien registre las fechas, hallará que en
los mismos años en que los Mamelucos pugnaban por esclavizar
á los Guaraníes, se esforzaban por hacer otro tanto los encomende-
ros; de modo que de unos y otros habían de defenderlos al mismo
tiempo los Jesuítas. Baste por ahora para que se advierta que al
sistema entablado por ellos, y á sus abnegados esfuerzos, debieron
los Guaraníes la conservación de su justa libertad.
V
^*^^ AGRICULTURA É INDUSTRIA
Los efectos hasta aquí enumerados muestran el provecho que
resultó para los indios, en el bien espiritual que es lo primero, y en
la conservación de sus vidas, de su paz y libertad natural, que son
todos bienes de subido precio. Debe añadirse á ellos el perfecciona-
miento de los Guaraníes en la medida de que ellos eran capaces, y de
una manera acomodada á su índole y á sus necesidades.
La necesidad urgente de arbitrar medios para sustentar á multi-
tudes numerosas, como lo eran las de los pueblos Guaraníes, 3' la
naturaleza misma del terreno en que radicaban los indios, hacían
que aquel pueblo estuviera destinado á ser eminentemente agrícola
y pastoril. Y éste fué el carácter que tomó en virtud del sistema
aplicado por los Jesuítas. No hemos de explanar más esta verdad,
pues no haríamos sino repetir lo que e.stá dicho en el cap. MU del
-29-
primer libro al tratar de la Agricultura. Pero bueno será hacer notar
como los Jesuítas supieron acertar prácticamente y de hecho con lo
que en teoría se viene pregonando hace años, sin acabar de redu-
cirlo <á obras, y á veces pretendiendo aplicarlo á quienes no es apli-
cable, á saber, que para asegurar el porvenir de los pueblos del Río
de la Plata debe fomentarse la agricultura con un conocimiento
razonado. Así lo hicieron los Jesuítas, utilizando los medios que se
conocían en su tiempo y sacando provechosas lecciones de la expe-
riencia; como que llegaron á cultivar artificialmente el árbol de la
yerba mate en grandes proporciones, haciendo sus plantíos inme-
diatos á los pueblos, para evitar á los Guaraníes los penosos viajes
á tierras apartadas, donde se criaban los yerbales naturales, y librar-
los de tanta fatiga y daños de todas suertes. Adelanto que ni en los
presentes tiempos se ha llegado á reproducir. Fuera de esto, no sólo
las plantas necesarias, sino aun las otras, como pudiesen reportar
alguna utilidad á los indios, se cultivaron en las Misiones en mayor
ó menor escala: así vemos junto con el maíz, mandioca, batatas
y algodón (ramos esenciales), el azúcar, el trigo (que allí se da con
algunos inconvenientes), los frutales, etc. y en los últimos tiempos,
según especial encargo del Gobierno de España, la planta del tabaco.
Y todo esto contando con no atropellar el carácter espacioso y poco
inclinado al trabajo del indio, que á cada rato descansaba, y á media
tarde cesaba del trabajo, de suerte que pudo decir un Misionero: (1)
«Convienen cuantos tienen alguna experiencia de lo que se hace en
Europa, en que el trabajo de todo el día de un indio viene á equiva-
ler al que hace en tres horas un jorinilero en España, y aiin es
quisa menor. »
Junto con la agricultura, (que para los Guaraníes era lo prefe-
rente), y con la ganadería, para la cual les procuraron los Jesuítas
ganado vacuno y lanar, y con tanto trabajo ordenaron las vaque-
rías y estancias; procuróse también desarrollar la industria. De ella
hemos hablado á su tiempo; y ahora en compendio diremos sola-
mente, que era entonces y es hoy juicio de personas competentes,
que ni en agricultura ni en industria podían competir los países limí-
trofes, habitados por españoles ó portugueses americanos, con la
industria y agricultura de las Doctrinas. Y como nadie puede negar
que era más corta la capacidad de los indios de Doctrinas, que la de
los habitantes de las ciudades; resta que la notoria ventaja sea efecto
del sistema y orden que se observaba en las Misiones.
(1) MuRiEL, Historia paraguajensis, App. pág. 545.
-30-
VI
139
MUDANZA DE COSTUMBRES
Junta con la práctica de la verdadera religión va la enmienda de
las costumbres, porque la pureza de la religión católica no sufre en
el hombre la existencia del vicio, y con eficacia los va desarraigando;
de modo que si algunos perseveran en sus vicios, es porque no quie-
ren ejecutar lo que les enseña la religión, 3' siendo cristianos, no
quieren ser buenos cristianos. Habiendo, pues, abrazado los Guara-
níes la religión con sinceridad y ñrme resolución de proceder como
fieles hijos de Dios, fué consecuencia efectiva en ellos la mudanza
en bien de sus costumbres, que los trasformó en un pueblo total-
mente distinto de lo que antes eran.
Cuan abominable fuera su lujuria en el tiempo en que eran infie-
les consta del testimonio de jos escritores de aquel tiempo (1), 3' del
hecho de estar entre ellos arraigada la poligamia, y de no tener en
muchos casos matrimonio verdadero, ni respetar á ningún paren-
tesco fuera del de padres ó hermanos. Mas, una vez hechos cristia-
nos, no sólo abandonaban su bárbara compañía con muchas mujeres,
para tomar en matrimonio una según la le3^ de Dios, sino que ellos
mismos se hacían celadores de la virtud de la castidad, como lo lee
mos del cacique de Corpus (2); 3' no dudaron en dar su vida por ella,
como de varios casos consta (3): 3^ era tal su ordenado proceder, que
de ellos, después de su visita, escribía en 1724 el Sr. Obispo Fajardo:
Las poblaciones, siendo así que son ninclins, numerosas, y com-
puestas de Indios por su natiiralesa propensos á los vicios, ¡usgo
(y creo que jusgo bien) que en ellos no sólo no hay pecados públi-
cos, pero ni aun secretos; porque el cuidado y vigilancia de los
Padres todo lo previene (4). Y si de los secretos no era posible evi-
tarlos con seguridad, es cierto que los públicos habían desaparecido,
porque no se toleraban, 3^ se aplicaban todos los medios prudentes
y dados por las leyes.
(1) Mastrilli Duran, Litt. ann. 1626. 1627. p. 46.
(2) Ibid.p.56.
(3) MoNTOYA, Conq. esp. § §. 20. 38. 62.
(4) Lozano, Revoluciones, lib. I. cap. ^'II. núm. 21.
-31-
Era otro vicio difundido entre los indios de toda América la
embriaguez. Y no se quedaban en esto atrás los Guaraníes (1). Mas
después de su conversión, se logró extinguir entre ellos totalmente
este degradante vicio. «-La embriagues, dice el P. Provincial Manuel
Querini en su Informe al Rey año de 1750, se halla felizmente des-
terrada de la nación Guaraní, y desconocida, aunque parecía cosa
imposible d los principios de su conversión» (2).
Habían desaparecido las antiguas supersticiones, que además de
su malicia, convertían á los indios en míseros esclavos de los hechi-
ceros; y en cambio, florecía en los pueblos la devoción á la Santísima
Virgen y á su patrono San Miguel, y anhelaban todos por pertene
cer á la Congregación, en la cual se veían exhortar y se tenían por
obligados á cumplir cada día mejor con los deberes de su estado.
La primitiva ferocidad que llegaba hasta la antropofagia, se
había ido mitigando, hasta ser sustituida por una mansedumbre
y suavidad de costumbres que dio pie á ciertos observadores super-
ficiales para formar juicios errados sobre la índole nativa de los
Guaraníes.
Hasta la inconstancia genial del indio, de todos y en todo tiempo
reconocida, parecía como que fuera perdiendo su carácter, cuanto
más influjo tomaba en ellos la religión.
Y estas arregladas costumbres, no sólo en sus pueblos las obser-
vaban, sino que también procedían conforme á ellas en las ciudades,
á donde en muchas ocasiones iban ó á conducir sus efectos, ó llamados
para trabajos públicos ú ocupaciones de milicia: viéndose en diver-
sas ocasiones indios que, convidados á beber vino, con gran fuerza
y entereza lo rehusaban, por el odio que tenían ya cobrado á la
borrachera. Y otros «ofreciéndoles los portugueses... permiso libre
de vivir ... con multiplicidad de mujeres,... y los demás vicios que
á la deshonestidad acompañan, para que por este medio se les
entreguen... y aborrezcan á los religiosos,., siempre han huido de
tan perniciosos enemigos, por conservar la ley que recibieron^ (3).
Por lo mismo, causaban en ellos muy mala impresión los ejem-
plos de desorden que á veces observaban en los habitantes de las
ciudades; tnnto más cuanto era mayor el concepto que tenían de los
españoles, á quienes, así como reconocían por superiores en el
entendimiento, en las armas y en la cultura; así esperaban y con
(1) Mastoilli Duran, Annuae. pág'. 58; Lozano, Hist. tom. II. lib. V. cap. XIX.
núm. 4.
(2) Brabo, Inventarios, 643.
(3) MoNTOYA, Memorial de 1643. núm. 16.
-32-
razón, hallarlos más aventajados en la práctica de la religión cató-
lica. Por lo cual refiere el Doctor Jarque en sus Misiones del Para-
guay (2), que habiendo ido una temporada á trabajar en las fortale-
zas de Buenos Aires quinientos indios por mandado del Presidente
Don José Martínez de Salazar, después de unos días, hicieron cargo
con su acostumbrada sencillez algunos de aquellos indios al Padre
Misionero que cuidaba de ellos, diciéndole: «Cómo nos habéis ense-
ñado que no podemos tener más que una mujer; y vemos que los
españoles, siendo cristianos, usan de muchas (1). A que respondió
el prudente Jesuíta: La misma doctrina que á vosotros, predicamos
á los españoles y á todos los fieles: si algunos quebrantaren los divi-
nos preceptos, se condenarán: y porque vosotros alcancéis el cielo,
procuramos que los guardéis.»
VII
140 HASTA QUÉ GRADO SE PERFECCIONARON
LAS COSTUMBRES
Los que oyen explicar con alguna ponderación los efectos de la
conversión y la mudanza de costumbres de los indios, llegan á ima-
ginar que aquellos hombres, sacados de las selvas, llegaron tal vez
en breves años al grado de civilización que hoy se ve en las nacio-
nes europeas; y que hasta cambiaron la condición limitada de su
mente, alcanzando la perfección intelectual comvín en la raza blanca.
Procede esta ilusión de la costumbre casi invencible propia del hom-
bre, de juzgar que todas las cosas son como las que de ordinario
tiene delante de los ojos: de suerte que en tratándose de objetos de
índole diversa, á cada momento 3'erra, hasta que le ha desengañado
muchas veces la experiencia. Fomenta la misma ilusión la necesi-
dad en que se ve el que explica la acción del Evangelio, de contra-
poner las costumbres brutales del estado salvaje, con las que después
se produjeron en fuerza de la religión. Y ha contribuido también
á fomentarla el modo de escribir la historia en los siglos xvii 3' xviii,
narrando solamente lo bueno, y ocultando lo defectuoso, y eso aun
en casos en que no fuera culpable. Por eso no estará de más que, des-
(1) Jarque, Insignes misiones lib. 3. c. 19. núm. 4.
-33-
pués de comparar las costumbres de los Guaraníes convertidos con
las de los salvajes, se comparen en algo con las del hombre civili-
zado.
Los indios juntos en reducciones y ya bautizados, quedaban en
todas las condiciones naturales de indios. Su cortedad de alcances
era la misma: la misma su imprevisión y aversión al trabajo; la misma
su inconstancia: y la misma también su propensión á la embriaguez,
á la crueldad y á la lujuria. — Por tanto, mientras las circunstan-
cias exteriores conservasen el orden que reinaba en los pueblos, la
buena voluntad que engendraba en ellos la religión mantenía la
bondad de las costumbres: pero si las circunstancias cambiaban, y no
refrenaban las malas inclinaciones de la naturaleza (especialmente
si este estado se prolongaba mucho), renacían los vicios, y predomi-
naba la envejecida costumbre. Esto se verificó particularmente en
la guerra, puesto que en la campaña era imposible exigir toda la
regularidad que reinaba en los pueblos: 3^ así de ella se podrán
tomar algunos ejemplos, que muestran cómo retoñaban los malos
instintos, y debajo del cristiano renacía el salvaje.
Habían dado cruel muerte los indios del Tape al santo P. Cris-
tóbal de Mendoza; y alborotados los Guaraníes cristianos de la
reducción de San Miguel, que amaban entrañablemente al Misio-
nero, resolvieron formar escuadrón y salir al pueblo de los matado-
res para vengarle. No fué posible estorbar totalmente su intento;
mas ya que estaban resueltos á ir allá, exhortáronles los Padres con
gran encarecimiento á que no cometiesen ningunas hostilidades, y se
limitasen á recoger y traerse consigo los restos del santo Misionero.
Pero como en el camino les hubiesen acometido los mismos asesinos,
y trabando pelea, los hubiesen derrotado los cristianos de San José,
usaron éstos de la victoria del modo que explica en carta anua el
Padre Manuel Bertot: «Los enemigos comenzaron á huir por unas
peñas; allí cogieron uno por los cabellos y luego lo ahorcaron. Inso-
lentes con la victoria, dan vuelta por muchos pueblos de los enemi-
gos, donde hicieron mucho daño, no perdonando á nadie: que como
son de suj'o crueles, en la ocasión, si no hay quien les vaya á la
mano, hacen mil crueldades y agravios á muchos inocentes» (1).
Este mismo instinto de dureza y crueldad manifestaban y mani-
festaron siempre en los castigos: de forma que era observación de
los Misioneros que, si se les encargaba castigar con azotes á alguno,
era preciso vigilar para que no excediesen en el modo, porque los
(1) BoROA, 52.
3. Organización social de las doctrinas guaraníes.— tomo if.
— 34 -
daban tan sin compasión, que lastimaban y estropeaban al castigado,
aunque éste fuera su propio hijo ó pariente. Y por lo mismo estaba
prohibido dar castigos en el campo, y todos se habían de dar en el
pueblo, donde se pudiesen vigilar.
En las reducciones en que todavía no se podía usar del castigo,
era muy poco lo que se adelantaba }' había que tolerar muchos
males, porque no se podían evitar (1).
Cuando los Guaraníes pasaban largas temporadas en guerra y en
edificaciones fuera de sus pueblos, contraían varios siniestros, per-
dían mucho del orden de sus reducciones, y se volvían insolentes.
Como por otra parte eran de tan cortos alcances, hacían á veces, aun
estando acuartelados, cosas que se hubieran tenido que castigar con
terrible represión, de querer usar con ellos el rigor de la disciplina
militar. He aquí lo que refiere en una información reservada acerca
de ellos el Gobernador Valdés Inclán, dando cuenta de la toma de
la Colonia en 1705, en la que por otra parte prestaron los Guaraníes
valioso servicio, como se verá luego, y atestiguó el mismo Valdés.
Pero una vez huidos los portugueses, no fué posible contener á los
Guaraníes que se hicieron insufribles: «precautando por entonces,
respecto de haber llegado la noche, las minas que debía presumir
dejaría [el enemigo portugués],... puse la caballería en el intermedio
de nuestro cordón y la plaza, con orden de que no dejase pasar de
una á otra parte persona alguna, en particular á los indios, de cuya
brutalidad é insaciable codicia recelaba lo que experimenté breve-
mente; pues desde luego intentaron con el mayor esfuerzo introdu-
cirse dentro, que se les impidió con sumo trabajo, á persuasión de los
oficiales y algunos Padres que solicité... El día diez y seis [de Marzo
de 1705], sin poderlo remediar, avanzaron todos los indios por todas
partes y se introdujeron en la plaza, rempujando las guardias de
caballería hasta el foso, fiados en que no habían de usar las armas
contra ellos...: 3' habiendo acudido al instante personalmente al
reparo de este desacato, y llamado á los Padres para que se los
hiciese salir fuera,... no se pudo conseguir: por lo que me retiré,
dejando á los Padres para que los contuviesen en cuanto estuviera
de su parte. Y con la noticia de que continuaban en sus insolencias,
habiendo entrado en la iglesia, roto el retablo )' altar, deshecho
una cureña y la puerta de la plaza á hachazos por sacarle el hierro,
llevándose hasta las balas, granadas, palas, azadas, una campana,
y todo cuanto encontraban etc.» (2). En resolución, hubo que hacerles
(1) RUYKR, p. 186.
(2) Carta al V^irrey del Perú: Skvilla Arch. de Ind. Charcas, 76. 1. 29.
-35-
emprender en seguida el viaje de vuelta á sus pueblos, á lo que obe-
decieron gustosos. Aunque bien habría que notar aquí alguna exa-
geración, algún hecho que pudieron ejecutar otros y ser atribuido
á los indios; y también la parcialidad del Gobernador, que luego
relata cómo tres soldados españoles asaltaron é incendiaron el pol-
vorín, creyendo que era tesoro, causando el consiguiente estrépito,
daño y desgracias personales, sin parecer que tiene el caso por tan
de importancia como el de los Guaraníes: y sobre todo, la grave
falta de ordenar que no se empleasen las armas contra los Guara-
níes insolentados, cuando uno de éstos que hubiera caído herido
ó muerto por cosa que los Padres les intimaban que estaba mal
hecha, hubiera bastado para retraer á los demás, que con la impu-
nidad se desvergonzaron más; no obstante, el caso muestra bien
cuánto podía labrar la desmoralización en aquellos ánimos, que res-
pecto á las dotes de la naturaleza estaban todavía en un estado de
semibarbarie.
Parecidos ó peores efectos produjo el estado de guerra continua
que obligaron á mantener los Comuneros del Paraguay durante
varios años, por ser forzoso estar prevenidos para los ataques que
se jactaban iban á emprender contra las Doctrinas. Perdióse tanto el
buen espíritu, hubo tantas insolencias y fué tal la indisciplina, que ya
ni los mismos Misioneros podían casi regir aquella multitud alejada
de sus hogares. Lo que parecería increíble es, que en los mismos pue-
blos de Doctrinas, nunca se pudo impedir la voracidad propia de los
indios, ni remediar su imprevisión, de que hay varios ejemplos, y aquí
sólo se apuntará uno que era general. En una información jurada de
los Misioneros más antiguos, que mandó hacer el Provincial Padre
Jaime de Aguilar en 1735, se lee la pregunta siguiente (1): «13.
Digan si saben que dichos indios, no sólo son de poco cuidado é inte-
ligencia para aumentar los ganados y animales, de que carecieron sus
antepasados; pero de tan poca consideración y amor á ellos, general-
mente hablando, que en brevísimo tiempo pierden y destruyen estan-
cias llenas y bien aviadas; los bueyes que les dan para arar los matan;
y las muías y caballos los maltratan y pierden ó dejan perder.» Diez
Misionerosde los más antiguos y experimentados responden afirmati-
vamente á todos los extremos de esta pregunta; y entre ellos el Padre
Antonio de Ribera, Cura de Santiago dice: «y un año le mataron
como quinientos [buej^es de arar para comérselos] por lo cual siempre
es necesario comprar toros que amansar para labrar las tierras.»
(1) Río-Janeiro: Col. Ángelis, XIV. 2.
-36-
Todo lo cual servirá para ir formando cabal y verdadero concepto
del indio y del grado de perfectibilidad que se le puede dar en un
tiempo limitado. La gracia de Dios recibida en la Iglesia no cambia
ni destruye la naturaleza: sino que la va modificando y desbastando
poco á poco. Asegura la salvación del alma, y en cuanto á las cos-
tumbres, las modela gradualmente. Los indios de Doctrinas distaban
mucho de ser un tipo de perfección; y los Misioneros estuvieron
siempre en verdaderas misiones, y tuvieron que padecer mucho con
sus neófitos. Pero no por eso será razón despreciar aquellas pobres
gentes, que en muchas cosas podían dar lecciones á otros más civili-
zados que ellos; y que además prestaron á la sociedad que les rodeaba
eminentes servicios.
VIII
141 DE LA POSIBILIDAD DE INTRODUCIR EL CELIBATO
Y EL SACERDOCIO ENTRE LOS GUARANÍES
Este parece el lugar propio para examinar el punto que algunos
autores han tratado meramente como complemento de sus noticias
históricas (1), y algunos también como cargo hecho á los Jesuítas (2):
á saber, si los indios Guaraníes se hallaban en estado de observar la
castidad perfectísima que pide el celibato cristiano, y aun de ascender
á la dignidad sacerdotal, y si los Jesuítas los inclinaron á seguir este
camino.
Con los datos que se han podido reunir en los párrafos antece-
dentes, podría decirse ya que proponer esta cuestión es darla por
resuelta negativamente. Porque ¿cómo se puede imaginar que se
hallen aptos para seguir desde luego la perfección de los consejos
evangélicos, ni menos para ser investidos del Sacerdocio, unos hom-
bres en quienes concurren los resabios de sus antiguas costumbres
que acaban de verse, y que juntamente dan muestra de tan limita-
das facultades mentales? Pero para disipar toda duda, bueno será
añadir algunos esclarecimientos.
Los Padres Misioneros, que tan asiduamente inculcaban á los
Guaraníes la doctrina de Cristo nuestro Señor, y les explicaban cuál
(1) RoBKRTsoN, Historia de América, lib. VIII, nota 41.
(2) GoTHKiN, Phofenhauer.
-37-
es su significación y sus alcances, les dieron á entender también el
valor de la virtud de la castidad y su hermosura, y cuan necesaria
es en todos los estados de la vida; y tanto con más empeño insistie-
ron en este punto, cuanto mayor era la dificultad que había en ven-
cer los envejecidos hábitos de lujuria de aquel pueblo. Ni ocultaron
tampoco la alteza del estado de los consejos evangélicos, que lleva-
ban patente en sus propias personas y en el proceder de su vida.
«Hízoseles, dice el P. Montoya (1), muy buena relación de la hones-
tidad de los sacerdotes y que por ese fin, lo primero en que habíamos
puesto el cuidado había sido en cercar un breve sitio de palos, para
defender la entrada de mujeres en nuestra casa, acción que les
admiró.» Pero esta explicación produjo entre ellos á los principios el
efecto que se podía presumir de hombres tan encenegados en sus
pasiones. «Como bárbaros», dice el P. Montoya, aunque les admiró
la acción, «pero no la tuvieron por honrosa; porque su autoridad y
honra la tenían en tener muchas mujeres y criadas, falta muy común
entre gentiles.» De suerte que tenían á gala y honra la misma
ostentación de sus vergonzosos vicios.
Que la predicación de la castidad produjera sus efectos, aun
á pesar de tan contraria disposición, no se puede dudar; así por los
que viéndose en enfermedad grave se convertían y renunciaban á la
pluralidad de mujeres, como por los que luego lo hicieron aun estando
sanos; y muy especialmente se ve en un ejemplar de gran edificación
que refiere el mismo misionero. «Es costumbre, dice (2), casarlos en
teniendo edad suficiente, para que el carecer de este remedio no los
dañe. Casóse un mancebo de la Congregación con una moza de su
edad, doncella 5^ de mu}' buenas prendas. El día de su casamiento, el
casto mozo habló á su mujer en estos términos: Si gustas de concu-
rrir á mi determinación, conoceré que me amas, y que de veras me
has escogido por esposo. Sabrás que mi deseo es de conservar la lim-
pieza de mi cuerpo, para que mi alma se conserve pura. Yo no he
llegado á mujer, y deseo no perder esta joya; si te place de que como
dos castos hermanos vivamos hasta acabar la vida, será para mí la
mayor muestra que me puedes dar de que me amas. Ya has oído lo
que los Padres nos dicen de la limpieza, su hermosura y premio; la
fealdad de este vicio, que como á locos trae desenfrenados á los que
en él se embeben. Cordura será, pues, que nosotros nos dediquemos
al perpetuo servicio de la Virgen, Madre de pureza, y amadora de
los que en tan noble virtud la imitan. Míralo bien: que el tiempo de
(1) Montoya, C'onq. esp. § XI.
(2) Montoya, Conquista, § XLVIII.
- 38-
esta vida es breve, el de la otra eterno, el deleite carnal brevísimo,
sin fin su pena; 3^^ si bien el matrimonio es lícito y bueno, mejor es
(así lo dicen los Padres) el vivir en pureza. Bien veo que los Padres
nos amonestan A todos que nuestra perfección está en casarnos al
amanecer del apetito del deleite, antes que nos coja la noche del
pecado; ya hemos cumplido con casarnos en público; ahora somos
herinanos en secreto.» La joven manifestó que aquellos eran también
sus sentimientos; y en efecto, uno y otro vivieron en virginidad, sin
que persona alguna supiese del caso. Murió el mozo después de algún
tiempo, habiendo declarado todo esto en sus últimos días al P. Juan
de Porres, Cura de Itapúa: y por ver el Padre las circunstancias en
que quedaba la viuda, le propuso si sería bien casarse por evitar
peligros. «Respondióle, sigue diciendo el Padre Montoj^a, que pues
»había conservado su pureza con el primer marido, la conservaría
«mejor sin tomar segundo. Instóla el Padre, celoso de los enemigos
»que tiene esta virtud. Ella le respondió que su intento y propósito
«firme era morir como había vivido; pero que si á él como á su Padre
»3' confesor, le parecía que para el bien de su alma le estaba bien
«casarse, lo mirase bien, y lo encomendase al Señor, y le ordenase
»lo que le convenía.» No explica el narrador qué suceso tuvo tan
resuelta determinación: aunque es de creer que, miradas todas las
cosas, se persuadiría el Padre de que un ánimo así dispuesto podía
contrarrestar con la ayuda de Dios á todos los riesgos, por más que
en realidad fuesen grandes; 3^ que aquella joven supo corresponder
con su perseverancia de por vida al favor que el Señor le había hecho
de darle tan gran amor á la castidad. Pero éste, 3' algunos otros
casos que pudieron ocurrir, son excepciones raras; 3' la regla general,
que ninguno podía conocer con tanta seguridad como los Misioneros,
que trataban con los neófitos de continuo, fué, según el constante pa-
recer de éstos, que para la salud de su alma les era necesario casarse
en teniendo edad conveniente. Y así se ve que ni están en la verdad
los que han dicho que los Padres no les propusieron la perfección del
celibato, ni menos los que con calumnia manifiesta acusaron á los
Jesuítas de no dejar á los Guaraníes libertad para el matrimonio.
V si para la vida de castidad perfecta había serias dificultades
durante todo aquel período, ma3'ores es preciso reconocerlas para el
sacerdocio de los indios Guaraníes. El sacerdocio es en la vida cris-
tiana el estado más perfecto, por la santidad de vida que requiere, 3'
por los conocimientos intelectuales que exige para ejercer debida-
mente los ministerios sagrados. El nivel intelectual de los indios era
sumamente bajo: 3" la rectitud de sus costumbres se había de man-
-39-
tener mediante los incesantes afanes y desvelos del Misionero. No
tiene, pues, nada de singular que no alcanzasen los Guaraníes á
llenar las condiciones de cargo tan elevado en siglo y medio que con
ellos estuvieron los Jesuítas.
Los que tocaban de cerca la condición de los indios, no alcanza-
ban á entender cómo se hacía siquiera la propuesta de conferir á los
indios el sacerdocio. El que expresamente discurre sobre ella es el
hermano Frutos en su tratado sobre los indios de Méjico (1); y con-
cluye que mientras no mudasen ex diámetro en sus opuestas las cua-
lidades morales de los indios, aun siendo los que eran después de
reducidos á pueblos cristianos, era el mayor dislate pensar en darles
órdenes sagradas y dedicarlos al santo ministerio, á no ser que se
quisiera establecer por este medio un semillero de pecados y des-
atinos.
Tráiganse asimismo á la memoria los pareceres tan generaliza-
dos sobre la extraña inferioridad de los indios, que llegaban, como
se ha visto al principio, hasta negar, á lo menos con las palabras, la
racionalidad en ellos: y efectivamente los tenían por incapaces de
recibir los Sacramentos, excepto el Bautismo. Cuando se negaba en
todos los reinos del Perú el Santísimo Sacramento del Altar á los
indios, y era necesario decreto del Concilio de Lima para que se les
diese el Viático en la hora de la muerte: y cuando la práctica de los
Jesuítas de darles la Eucaristía por Pascua despertaba los recelos
que constan^de la historia: juzgúese qué impresión podría producir
entre los moradores de raza europea la idea de elevar á los indígenas
al estado sacerdotal, ni qué Prelado habría que se resolviese á impo-
nerles las manos. Por eso el Padre José de Acosta, tratando de pro-
pósito esta materia, concluye que el ordenar los indios de sacerdotes
fuera daño de ellos, daño del pueblo, y no leve agravio del ministerio
mismo (2).
Es cierto que Felipe II por Cédula de 1588 (3), declaró que debían
considerarse como aptos para ser ordenados los mestizos en quienes
concurriesen las calidades requeridas por los cánones, sin que les
fuese estorbo el origen; lo cual igualmente parece que había de
entenderse de los indios: y en efecto, Carlos II renovó expresamente
la declaración de que los indios se habían de tener por hábiles para
todos los cargos, sea eclesiásticos, sea seculares, que exigiesen lim-
(1) Hacia el fin.
(2) Agosta, De promiilgatione Evangelii apud barbaros, sive de procuranda
indorum salute, lib. VI. cap. XIX. De Sacerdotiu.
(3) Ley 7. tít. 7. lib. 1. R. I.
-40-
pieza de sangre, los caciques como nobles é hidalgos, y los simples
indios con la limpieza que se llamaba del estado general (Cédula de
22 de Marzo de 1697). La misma declaración renovó Felipe V por
Cédula de 25 de Febrero de 1725, y Carlos III por la suya de 11 de
Setiembre de 1766, que á su sabor glosó á los Corregidores y Caci
ques el Gobernador Bucareli. Pero como todas estas Cédulas daban
únicamente á los indios la condición exterior de cierto estado legal,
y no podían darles las calidades de ingenio, letras y vida inculpada,
con las demás que exigen los cánones: de aquí es que el asunto de la
ordenación de los indios nada adelantó.
En las Reducciones de los Padres franciscanos (de las cuales
alguna era veinte años anterior á las de los Jesuítas, y todas perse-
veraron después de la extinción de la Compañía), jamás se les ocurrió
ni á los Padres de San Francisco ni á los indios, que se hallasen
éstos con aptitud para cursar estudios y ordenarse de sacerdotes.
Otro tanto sucedió respecto de los indios doctrinados en pueblos por
Padres Mercedarios, ó por clérigos seculares: y en la misma capital
de la provincia del Paraguay no se vio nunca que fuese elevado á las
órdenes sagradas un solo indio Guaraní. Y, lo que más es, á pesar
de los fastuosos planes del Gobernador Bucareli, no se ordenaron de
sacerdotes los indios de Misiones después de expulsados los Jesuítas.
Uno solo, para que no faltase este ejemplo, fué el que enviado á
Buenos Aires por empeño del último Administrador general don
Cayetano Pacheco, siguió en el Seminario de aquella ciudad cursos
regulares de Filosofía y Teología, y se ordenó de sacerdote. Llamá-
base Javier Tubichapotá, y era natural de Santiago (1): sin que apa-
rezca qué destino tuvo luego de ordenado.
Claro está que si con el tiempo se hubiesen modificado algunas
cualidades de los indios y hubieran sido propicias las circunstancias,
se hubieran visto establecidos en Misiones el celibato y el sacerdocio,
como sucede en todo el mundo dentro de la Islesia católica.
142
IX
DAÑOS INTERNOS Y RIESGOS DE LAS REDUCCIONES
Desde que los Guaraníes hubieron conseguido mantener mediante
las armas á buena distancia sus enemigos exteriores, parece que
(1) Sevilla: Arch. de Ind. 124. 2. 11.
-41 -
habrían quedado enteramente tranquilos en sus pueblos: y esto es lo
que ha hecho decir á algunos escritores que todo el período de 1650
á 1767 fué una era de paz interior de las Reducciones, en que los
Jesuítas no tropezaban con dificultad alguna.
Mas, aunque las alteraciones no salieran á lo exterior, no puede
dudarse que hubo dificultades internas, y pudo tenerse alguna vez
como próximo el riesgo de perderse del todo el fruto espiritual allí
conseguido. Así lo revelan los pocos indicios que de este punto han
llegado á nuestro tiempo: y así se podía presumir, dado que aquello
era sociedad, no de ángeles, sino de hombres: y de hombres recién
salidos de la barbarie, y á quienes no pocas circunstancias exteriores
convidaban á volver á ella.
Uno de los más graves daños y dificultades interiores provenía
del carácter voluble de los indios.
Cuan mudable fuera su ánimo, lo muestran los sucesos de las
primeras Reducciones, que son de todos conocidos por el relato del
Padre Montoya. Cristianos fervorosos eran los neófitos del pueblo
de la Encarnación en el Guayrá: habían abandonado muchos sus
tierras nativas para servir á Dios congregándose en aquel paraje
donde asistían los Padres: y se iban entablando todas las santas prác-
ticas que á los Misioneros inspiraba su celo. No obstante, aun entre
ánimos tan bien dispuestos halló traza el demonio para introducir
nuevamente la más horrible superstición é idolatría, de adorar cuatro
cuerpos muertos de antiguos hechiceros, retirándose de los ejercicios
de piedad y aun de obligación los moradores del pueblo: y el daño
era gravísimo y hubiera sido extremo, á no haberlo atajado las
rápidas disposiciones adoptadas por los Padres (1).
Semejantes daños se experimentaron en el Iguazú, en el Paraná
y en el Uruguay, hasta llegar á veces á la matanza de los Misione-
ros. En el Tape, los mismos magos y sus partidarios, además de
haber dado muerte al P. Cristóbal de Mendoza, ejercitaron su antro-
pofagia en los moradores de los pueblos cristianos, poco antes de la
invasión destructora de los Mamelucos, devorando más de trescien
tos niños y muchos adultos (2): y fué menester salir á campaña con-
tra ellos para que no acabasen de asolar las Reducciones.
En el Paraná fueron muchos los que se dejaron engañar de los
embustes y malvadas persuasiones del hechicero Juan Cuará, así en
reducciones de Padres Franciscanos, como en las de los Jesuítas,
(1) MoNTOVA., Conq. esp. §. XXVIII: Jorque, Vida del P. Montoya, lib. II.
cap. 5,
(2) Montoya, Conq. §. LXXIII: Techo, Hist. lib. XI. cap. XXIV.
-42-
hasta que al fin se logró echar mano al que era causa del daño y de
las revueltas (1).
Ni por hacer muchos años que estaban fundadas las Reduccio-
nes, cesaba aquella instabilidad ni la propensión á dar crédito
á cualquier embaucador. Aunque no son abundantes los datos, por
haberse dispersado y destruido los documentos con la expulsión de
los Jesuítas, y no llegar los cronistas más allá de la mitad del
siglo xvii: quedan, sin embargo, todavía bastantes para creer que
en el último tercio de dicho siglo hubo una terrible recrudescencia
de la invasión de hechiceros, quienes entre otras cosas, ejercitaban
ocultamente su maldad en dar j^erbas venenosas para causar la
muerte, y propagaban la más asquerosa lujuria (2).
Aumentaba el daño en ocasiones el inevitable trato con las tri-
bus de indios gentiles confinantes, que fácilmente contagiaban
á unos ánimos tan fáciles, ó les inducían á alguna de sus antiguas
costumbres favorable á las pasiones y enemiga de la religión. Por
lo cual vigilaban los Padres para que las comunicaciones se limita-
sen á lo estrictamente necesario, y las personas que intervinieran
en ellas fuesen de la mayor satisfacción posible: providencias que
disminuían el mal, pero nunca lo evitaban del todo. Y en naturale-
zas tan viciosas en su gentilismo, y para quienes todos los que no
fuesen de su nación parece que tuvieran autoridad )' crédito entre
ellos, los mismos viajes que en expediciones militares ó en utilidad
de su pueblo hacían á las tierras y ciudades de Buenos Aires,
Corrientes ó Santa Fe, eran de peligro para ellos, por ver allí cos-
tumbres y oir máximas de las que de ordinario tomaban lo malo
y dejaban lo bueno.
Los fugitivos causaban también gran daño con el mal ejemplo de
abandonar la reducción, para irse donde no tenían prácticas ni soco-
rros de religión, llevándose también muchas veces mujeres que no
eran suyas, y viviendo en los bosques con tanto desgarro como si
fueran gentiles, ó mezclándose con los gentiles mismos.
En el decenio de 1730 á 1740, fueron tan desastrosas las re-
sultas producidas en las costumbres de los indios Guaraníes por
la movilización que hubo de exigirles el Gobernador Zavala de
seis mil y á veces hasta doce mil soldados, á causa de los in-
cesantes motines y amagos de los sublevados del Paraguay: que
hacia el fin de ese período, habían caído en gran desaliento al-
gunos de los Padres más experimentados de Misiones, juzgando
íl) Techo, Hist. lib. VIL cap. XIX.
(2) Reglamento general de Doctrinas, núni. 53.
-43-
que aquella magnífica obra iba á perecer, y se tendría que aban-
donar del todo. Cosa parecida ocurrió después de las agitaciones
de 1752 á 1758.
A todos estos riesgos y daños de parte de los neófitos, hay que
añadir el haber llegado en ciertas ocasiones el atrevimiento de algu-
nos indios, movidos de pasión contra su Doctrinero, hasta poner con-
tra él acusaciones fingidas de los más feos delitos ante el tribunal
eclesiástico propio del religioso, que era el del Superior de Doctrinas
y el Provincial: urdiendo con tanta habilidad su trama, y buscando
testigos tan concordantes, que los Superiores sentenciaron contra
el Misionero, [¡removiéndole de las Reducciones, é imponiéndole ade-
más gravísimas penas: y sólo más tarde constó de la inocencia del
acusado. Tal fué el caso del P. Miguel Marimón, que refiere el
Padre Escandón en su Tratado de la mudanza de los siete pue-
blos (1): y antes habían ocurrido otros: y aunque no en gran
número, eran golpes terribles para la estabilidad de las Doctrinas,
por el gran escándalo y la desconfianza que naturalmente suscita-
ban, por más reserva que en tramitar la causa se hubiera guar-
dado.
Otro riesgo hubo en las Misiones, procedente de algunos Padres
Doctrineros, quienes contribuían á aumentar el número de fugiti-
vos con el exceso y dureza en la aplicación de los castigos. De esto
se hallan varios rastros en el libro de Ordenes de los Generales
y Provinciales. Por eso mismo anduvieron muy vigilantes los Supe-
riores y reprimieron con mano fuerte á los que así procedían, de lo
cual aparecen aun hoy mismo en los documentos que han sobre-
vivido alguno que otro ejemplar.
Alarmada la Congregación provincial XVII del Paraguay (que
se tuvo en el mes de Octubre de 1717) con los avisos del P. General
de la Compañía y los pareceres de algunos Padres de la provincia,
pidió en la sesión segunda que se procurasen rectificar ante su Pater-
nidad algunas insinuaciones y algunos informes errados que daban
por resultado el oscurecer y manchar la fama de los Misioneros:
resolviendo que así se hiciera en exposición separada (2). A la expo-
sición y defensa respondió el P. Tamburini con fecha de 31 de
Marzo de 1726: «Los actuales Misioneros desvanecen con su reli
giosidad cualesquiera desfavorables sospechas, si las hubo, contia
(1) Escandón, Transmigración §. 8.
(2) «An diluendae essent apud R. P. N. quaedam scintillae et falsae infoima-
tiones, quibiis Missionariorum nostrorum fama dedecorari videbatur. Responde-
runt plerique, in charla separata id faciendum.»
-44-
los anteriores: y esto mismo se espera que harán los que les suce-
dan en adelante» (1).
Otro exceso hubo en los Doctrineros, y fué el de procurar enri-
quecer siempre más )' más la iglesia con nuevos ornamentos y vasos
sagrados, y el guardarropa de fiesta de los indios con nuevos y luci
dos trajes para cabildantes, músicos y militares: en lo cual les ayu-
daba la inclinación misma de los indios, de quienes testifica el Padre
Parras en su visita de las reducciones de San Francisco, que eran
extraordinariamente aficionados á multiplicar las alhajas y aumen-
tar el adorno de cuanto les servía al culto divino, y ponían en ello
todo empeño (2). Este exceso, aunque, como se ve, no participaba de
las pésimas calidades del anterior, de ser contra la justicia, contra
la humanidad y ruinoso para las Doctrinas; se procuró, no obstante
reprimir con varias medidas, que si no lo remediaron del todo,
lograron á lo menos disminuirlo sensiblemente.
Todo esto muestra que, sin contar con la perpetua solicitud en
que estaban los Doctrineros, para lograr de la indolente y aniñada
condición de los indios siquiera el suficiente trabajo para que no
entrase entre ellos la terrible plaga del hambre: brotaba en los
indios reducidos, y en algunos de los mismos Doctrineros, la miseria
y desorden del elemento humano, propio de toda sociedad, constitu-
yendo los daños y peligros interiores: y que sólo merced á una per-
petua vigilancia y resolución de los superiores mayores de no tran-
sigir con el mal, sino perseguirlo y extirparlo por todos los medios
que dictaba la integridad y la prudencia, se pudieron atajar á veces
del todo y prevenir casi siempre (cortando las causas), sus pernicio-
sos efectos.
(1) «Praesentes Missionarii sua relig'iositate diliuint sinistras opiniones, si
quae fuerimt, contra praeteritos: et hoc idem speratur praestandum a futuris».
^2) Parras, Diario y derrotero, cap. V, §. III.
CAPITULO II
EFECTOS EN EL RESTO DEL PAÍS
1. Defensa de las fronteras.— 2. Auxilio militar, primera toma de la Colonia.—
3. Auxilio militar, empresas posteriores contra la Colonia. — 4. Auxilio militar en
varias otras ocasiones. — 5. Auxilio en las obras públicas.— 6. Inmigración euro-
pea.— 7. Dilatación del territorio.
Acabamos de ver que en virtud de los esfuerzos de los Jesuítas,
y gracias á lo concertado de sus disposiciones y del sistema por ellos
entablado, se había logrado, no sólo asegurar la salvación é ins-
trucción cristiana de millares de almas, sino también conservar la
raza indígena, afirmar la paz interior, defender aquel territorio de
enemigos exteriores, resguardar la libertad del indio, y perfeccio-
narlo en cuanto lo permitían sus circunstancias con el ejercicio de la
agricultura é industria. Aunque no se hubieran extendido á más los
efectos del régimen establecido por los Jesuítas, hubieran sido ellos
solos muy dignos de atención; pues de una organización social dada,
lo principal que se pide es que sea conducente al bienestar y prosperi-
dad temporal del pueblo al cual se aplica, con subordinación al último
fin. Vamos, empero, á mostrar en este capítulo otra serie de efec-
tos, que, aunque á veces hayan sido poco reparados, son sin embargo
de gran importancia: y muestran, no tanto el acierto de los Jesuí-
tas, cuanto la admirable fecundidad y beneficio de la religión cris-
tiana, que, habiendo sido instituida para la felicidad eterna, es tan
abundante aun en bienes temporales, como si hubiese sido instituida
para felicidad de este mundo.
I
DEFENSA DE LAS FRONTERAS ^^*^
Podía pensar alguno, y no faltó entre los émulos de los Jesuítas
quien lo dijera, que los Guaraníes eran inútiles al país en cuya juris-
-46 -
dicción vivían y A la Corona de España. Pero seguramente que no
eran de esa opinión los Reyes mismos de España. Felipe III decía
que era interés de todos la conservación de los indios en general,
porque si ellos faltasen, todo perecería (1). Felipe IV reconocía
que debía más reinos á estos indios, que no á sus soldados (2).
Y Felipe V, para omitir otros, después de haber enumerado muchos
servicios de estos mismos indios Guaraníes de Doctrinas en la
Cédula de 1716, (3) concluye que siempre que se ofresca ejecutar
cualquiera facción de mi Real servicio... ó que la... Plasa [de Bue-
nos Aires] se halle necesitada de auxilio,... los que comnás breve-
dad acuden á socorrerla son los Indios de dic/ias Misiones.
En efecto, la situación del territorio de las Doctrinas era tal,
que en solo defender los indios sus tierras y moradas, hacían á la
Corona de España, y A las naciones que de sus posesiones en Amé-
rica se han formado, un servicio positivo y de gran importancia: el
de defenderles las fronteras, y mantener la integridad de su territo-
rio. Las Doctrinas estaban en la frontera oriental de las posesiones
españolas con Portugal: y las tnirasde esta ilación, dice el Virre}'
Arredondo en la Memoria escrita para su sucesor, se han dirigido
siempre á hacerse dueños del continente, y avanzarse después hasta
el Peni..., (4) sistema que desde el principio de la conquista for-
maron con tanto ardor como injusticia... (5) Estas provincias son
el blanco á que hacen su tiro desde principios del siglo XVI, sin
que los haya cansado la fatiga. (6) Ya siglo y medio antes era
patente este designio, y de él decía en su Memorial de 1643 el Padre
Montoya: (7) De sus intentos de conquistar al Pirú, consta por los
papeles auténticos y cartas de la Audiencia de Charcas, y de otras
personas celosas del servicio de V. M.
No pertenece á nuestro intento el exponer esta cuestión de lími-
tes, ni sus diversos incidentes en la línea señalada por el Papa Ale-
jandro VI cien leguas al occidente de las islas de Cabo Verde; en
la línea de Tordesillas, retirada 270 leguas más al occidente; en los
sucesivos movimientos de esta línea de parte de los portugueses,
que unas veces la hacían correr al este y otras al oeste según su
conveniencia; en su empeño de que se contaran leguas más largas
(1) Ordenanza 26 del servicio personal, ley 6. tít. 10. lib. 6. R. I.
(2) Jarque, Insig-nes Misioneros, lib. 3. c. 9. n. 5.
(3) Supra lib. I. c. 13, § 5.
(4) Trelles, Revista de la Biblioteca, líl. 347.
(5) Ibid. 377.
(6) Ibid. 383.
(7) Montoya, Memorial, n. 16.
-47-
de lo ordinario, de 17 y media al grado; en los amaños con que se
negoció el tratado de 1750; concesiones extrañas del de 1777; y per-
petuas dilaciones por más de cincuenta años, en que los comisarios
portugueses nunca llegaron á demarcar la línea divisoria, estable-
ciendo entretanto de hecho fuertes y poblaciones los gobernadores de
Portugal, cada vez más adentro del territorio sujeto á demarcación.
Materia es ésta que otros han examinado largamente, y puede verse
resumida con mucha inteligencia en la Historia argentina de Domín-
guez (1). En todos estos manejos es evidente que los Guaraníes eran
un estorbo perpetuo para realizar el plan explicado por el Virrey
Arredondo; y desde que tuvieron las armas de fuego, constituyeron
una barrera infranqueable; y por sus tierras no volvieron á pasar
los portugueses en dirección al Perú.
Ni se limitaron los Guaraníes, industriados por los Jesuítas y
obedeciendo las órdenes de los gobernadores de estas provincias,
á custodiar aquella frontera, perpetuamente amenazada, con no dejar
penetrar á los enemigos al través del territorio, sino que estable-
cieron guardias en los puntos más avanzados, como lo eran los Pina-
res; y salieron en varias ocasiones á destruir los fuertes que los por-
tugueses levantaban en terreno de España; )' enviaron en cierto
tiempo todos los años sus destacamentos, que recorriesen los para-
jes sospechosos, para prevenir cualquier novedad.
De este modo el sistema de los Jesuítas sirvió para que se man-
tuviesen defendidas las fronteras con el portugués. Y así se echará
bien de ver como no era una palabra vacía ó un vano título el que
daba á los Guaraníes en 1649 el conde de Salvatierra, virrey del
Perú, al declararlos por presidiarios del presidio y opósito de los
Portugueses del Brasil, (2) sino que les confería un cargo que les
costó grandes desvelos, y riesgos de sus personas y de sus vidas. Ya
hemos visto con cuánto encarnizamiento pretendieron los paulistas
durante varios años forzar aquel paso y destruir aquella barrera. Ni
entonces ni después se halla un ejemplar de que los paraguayos
ó españoles americanos de la Asunción midiesen sus fuerzas ú opu-
sieran sus armas á los Mamelucos, observación que ya antes de
ahora se ha hecho: sólo los indios Guaraníes de las Doctrinas son
los que defendieron y mantuvieron inmutable la frontera. Y cuando
más tarde estuvieron fundadas las Misiones de Mojos y Chiquitos,
también allí se hubo de detener y estrellar la ola de la invasión portu-
guesa. Yaun por conocer este efecto del sistema que los Jesuítas enta-
(1) Domínguez, Historia argentina, secc. III. cap. VII.
(2) Provisión de 14 de Febrero de 1649: Apend. núm. 5.
-48-
blaban en sus Misiones, fué por lo que emplearon los portugueses, y
sus aliados los ingleses, tantos manejos antes y después del tratado de
1750, para que de todas aquellas Misiones fueran echados los Jesuí-
tas, y sustituidos por otros, cuyo régimen no les cerrara tan fuerte-
mente el acceso por las fronteras de España; como largamente lo
prueba el P. Escandón (1).
II
*44 AUXILIO MILITAR: PRIMERA TOMA DE LA COLONIA
Grande era el servicio que prestaban los Guaraníes al país, ase-
gurando del enemigo portugués la frontera: pero no se limitó á esto
la acción de aquellos naturales. Organizados militarmente, salieron
de su país como milicias regulares, cuantas veces les llamaron los
Gobernadores de las dos provincias en que radicaban, y llevaron su
valioso auxilio á los españoles, sea contra enemigos exteriores euro-
peos, sea contra indios bárbaros, sea contra subditos sediciosos
y rebeldes. En la imposibilidad de exponer largamente esas expedi-
ciones, que ocupan más de cien años de la vida de las Doctrinas, y de-
ben estudiarse en la Historia particular de estas regiones, nos con-
cretaremos á hablar de las hechas á la Colonia, é insinuar brevemente
las demás.
La ciudad de la Colonia del Santísimo Sacramento, es hoy una
población de 3.000 habitantes (2), perteneciente á la República Orien-
tal del Uruguay, y cuyas coordenadas geográficas son 34° 28' 20"
de latitud S. y 60° 13' 50" de longitud O. de París (3). Á distancia
de poco más de siete leguas del Puerto de Buenos Aires, enfrente
y en la ribera septentrional del río de la Plata, se hallan situadas las
islas de San Gabriel, que son las llamadas del Farallón, San Gabriel,
Lopes del Este (ó Antón López), y López del Oeste (ó Arrebataca-
pas, y también Isla del Inglés). Dejan estas islas entre sí unos cana-
les por los cuales se penetra en un puerto más abrigado y cómodo
que el de Buenos Aires, y tienen media legua alNNO. otras tres
(1) Transmigración de los siete pueblos, Ms. § 1 y sig.'
(2) Orestes Araujo, Geografía de la Rep. Oriental del Uruguaj', 2.^ ed. 1895.
página 194.
(3) Lobo y Riudavets, Manual de la navegación del Río de la Plata, Madrid,
868, pág. 119: Faro de la Colonia.
— 49-
islas llamadas de Hornos. Este fué el paraje que en 1679 eligieron
los portugueses para fundar en territorio indisputablemente espa-
ñol una ciudad con nombre de Colonia del Santísimo Sacramento,
que por espacio de cien años fué un verdadero padrastro del comercio
de España; pues, hallándose á la vista de Buenos Aires, ya se deja
entender el extraordinario contrabando á que se prestaba, y que ni
un instante dejaron de aprovechar los portugueses, y sus aliados los
ingleses. Del intento de los portugueses y de los preparativos que
se hacían en Río Janeiro para trasportar en catorce embarcaciones
gente, con pertrechos de boca y guerra, y con todo lo necesario para
fundar una ciudad en las regiones del Plata, tuvo aviso el mismo
año de 679 el Gobernador de Buenos Aires Don José de Garro, que
acababa de serlo del Tucumán 3^ después lo fué de Chile por diez
años; porque Don Felipe Rege Gorbalán, Gobernador del Paraguay,
que fué á quien primero llegó la noticia, despachó al punto correo
al Gobernador y también á las Doctrinas, por lo mismo que se decía
que los portugueses querían invadirlas, á fin de distraer á los indios
en su defensa, para que no acudiesen á estorbarles el intento.
Dispuso el Gobernador de Buenos Aires que saliesen de los pue-
blos de Doctrinas exploradores, para recorrer los caminos por donde
se sospechaba que pudieran llegar los portugueses; y que se devol-
vieran á los indios las armas de fuego, que por las calumnias suscita-
das contra los religiosos habían ido á parar á la Asunción, dejando
desarmados los pueblos (1). Pero de ochocientas bocas de fuego que
pertenecían á los Guaraníes, la mayor parte de ellas habían sido
distraídas, y apenas alcanzaron á doscientas setenta las que se les
enviaron (2).
Las exploraciones se ejecutaron, enviando tres escuadras de á
cuatrocientos hombres, una hacia el alto Paraná, otra hacia San
Pablo, y la tercera hacia la ribera del mar, por lo que ahora es costa
de la República oriental. Las dos primeras nada encontraron; mas
la tercera tuvo la buena suerte de capturar al Teniente General
Jorge .Suárez Macedo, que, habiendo perdido el buque, caminaba
por tierra con otros veintidós portugueses, dirigiéndose sin saber
los caminos hacia el punto dónde habían resuelto fundar su Colonia.
Tomaron los Guaraníes toda aquella partida, y la condujeron al
primer pueblo de Doctrinas, Yapeyú, cien leguas de allí; de donde
más tarde, á pesar del empeño del portugués en ir á juntarse con su
General, y de ciertas embozadas amenazas, el Superior de Doctrinas
(1) Vid. lib. I. cap. VI. Milicia, § 3.
(2j Xarque, Insignes miss., parte III. cap. X. n. 1.
4 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes. -tomo n.
- 50-
P. Cristóbal Altamirano, natural de Santa Fe, lo remitió con buena
escolta al Gobernador Garro, quien le obsequió como convenía; y
entre otros festejos le hizo presenciar el de la escaramuza ó simula-
cro de los Guaraníes que llevamos referido (1); y últimamente le
detuvo en Buenos Aires.
No se descuidaba entretanto el solícito Gobernador de esta plaza;
y mientras los Guaraníes exploraban por tierra, él hacía explorar
la costa con un bergantín, que recorrió todas las ensenadas de la
costa donde pudo sospechar que hubiesen hecho pie los portugueses.
Pero jamás pensó que dentro del río y á la vista de Buenos Aires
mismo se hubiesen atrevido á establecerse, y así volvió sin haber
hallado rastro de ellos. No habían pasado muchos días, cuando cier-
tos trabajadores españoles que recorrían los campos de la otra banda
para hacer leña, descubrieron la población ya fundada, de lo cual
dieron aviso al Gobernador. Envió entonces éste un barco con
oficiales de toda satisfacción, para enterarse de la verdad del hecho,
y hacer información jurídica; y hallaron efectivamente una ciuda-
dela con su fortaleza y baluarte, artillería, tropa y vecinos, con
cuanto era necesario para el establecimiento definitivo de una ciudad
y plaza fuerte. Con pleno conocimiento del hecho, hizo don José de
Garro un requirimiento á don Manuel Lobo, General portugués, que
aparecía como el jefe de toda la empresa, para preguntarle sobre el
derecho. La respuesta fué que aquel era territorio portugués, y él
venía enviado por el Acuerdo de Río Janeiro á fundar en territorio
propio. Causó estupefacción en Buenos Aires semejante audacia.
Mas el prudente Gobernador, que quería, si pudiese, no entrar en
guerra con Portugal, con quien diez años antes se habían hecho las
paces, después de notorios reveses de los castellanos; 3' caso de
hacer la guerra, quería entrar en ella bien armado de razón y justi-
cia, hizo una junta de las personas de más autoridad y saber en
Buenos Aires, y con parecer de ella, envió comisionados inteligentes,
que mostrasen á don Manuel Lobo el error que había asentado
Mostraron los comisionados con las mejores cartas holandesas 3' de
otros cosmógrafos desapasionados, y aun con las mismas portu-
guesas, que la línea divisoria de Tordesillas caía cien leguas al Este
de la Colonia: alegaron la posesión real, actual 3' aun jurídica de
más de un siglo: recordaron los hechos de haber desalojado los espa-
ñoles á los portugueses cuando quisieron fundar en Santa Catalina,
que está doscientas leguas más cerca del Río Janeiro que la Colonia.
(1) Lib. 1. cap. VI: Milicia, § 5.
-51-
A todas estas razones no halló qué responder Lobo, sino presentar
un mapa recién hecho el año anterior de 1678 en Lisboa, en el que
la línea divisoria se marcaba de suerte que comprendía toda la juris-
dicción de la provincia del Paraguay y la de Buenos Aires, con todas
sus ciudades y poblaciones; y aun algunos de los portugueses de su
comitiva sostuvieron que la divisoria encerraba por la parte de
Portugal las minas de Potosí. Apretado con nuevos requirimientos
sobre aquel mapa falso, respondió que allí estaba por orden de su
Rey, y allí se mantendría mientras su Rey no mandase otra cosa.
Ya el conflicto no tenía avenencia posible. Era una invasión en
plena paz y de mala fe. El Gobernador Garro hizo nuevo requiri-
miento, protestando que el portugués sería responsable de todos los
daños de la guerra defensiva, que se veía obligado á entablar, para
evitar la usurpación manifiesta de los dominios de España. Y multi-
plicando correos, despachó las diligencias obradas á la Audiencia de
Charcas, y al Virrey del Perú, que aprobaron la guerra defensiva;
al mismo tiempo que pedía soldados al Gobernador de Tucumán,
y mandaba juntar los de su provincia procedentes de Corrientes, de
Santa Fe y de la misma ciudad de Buenos Aires. Cuatrocientos sol-
dados le llegaron de Córdoba. Con éstos y con la gente que tenía en
Buenos Aires, se formaba ya un ejército de dos mil españoles. Mas
no fueron éstos los que el Gobernador envió á la empresa, sino que
los reservó para el caso de algún lance adverso.
Los que sitiaron la Colonia y le dieron el asalto, fueron tres mil
indios Guaraníes de la milicia de las Doctrinas, sesenta españoles de
Santa Fe, ochenta de las Corrientes y ciento veinte de Buenos
Aires. Había el Gobernador enviado sus despachos, en que mandaba
á los Corregidores de los pueblos sujetos á su jurisdicción reunir
hasta el número de tres mil indios soldados, que se habían de juntar
en Yapeyú, la más meridional de las reducciones, y esperar allí los
Cabos españoles, que él les enviaría; y juntamente escribió carta de
exhortación en que pedía lo mismo al Padre Superior de las Doc-
trinas. Y fué tanta la diligencia que tuvieron los indios en obedecer,
que en once días desde que llegó el emisario, se hallaron juntos en
Yapeyú los tres mil Guaraníes, no obstante haber de venir algunos
de parajes tan distantes. Y como no llegasen los cabos españoles en
el tiempo que el Gobernador había señalado, resolvieron los indios
irse acercando á la Colonia, que distaba doscientas leguas; como lo
hicieron con sus capellanes Jesuítas, divididos en tres tercios de á
mil, cada uno á cargo de un Maestre de campo, indio valiente y
capaz. Bajó una banda embarcada por el río Urugua3^ y las otras
- 52 -
dos por tierra con gran orden, hasta llegar ;l dos ó tres leguas del
paraje de la Colonia, donde se pusieron á la disposición del Maestre
de Campo general que había nombrado el Gobernador Garro, que
era el santafecino don Antonio de Vera y Mujica. Este los ejercitó
en la disciplina militar, mientras iban llegando las fuerzas españolas
arriba dichas, que al cabo sumaron como hasta trescientos hombres.
Teniendo ya bloqueada el Maestre de Campo Vera la nueva
Colonia, procuró infundir temor á los portugueses, haciendo pasar
revista á todas sus tropas dispuestas en batalla á lo lejos; y porque
todos eran tropa de á pie, y sin artillería, hacía pasar en la reseña
gran cantidad de caballos, que habían traído los Guaraníes, sin
llevar jinetes montados; como igualmente hacía repetir el desfile de
unas mismas compañías como si fuesen distintas. Todo lo cual llegó
á hacer creer á los portugueses que el ejército era mucho más nume-
roso aún de lo que en realidad era; con ser así que ya lo era mucho,
3^ raras veces se juntaban en estos países tropas tan numerosas orde-
nadas. Con esto urgían á su general don Manuel Lobo, para que
cediese á los requirimientos del español, que don Antonio de Vera
continuaba en enviar, porque ellos no podrían contra tantos, y sería
una temeridad el resistir á tan crecido número de tropas. Mas el
capitán lusitano se obstinaba cada día más, esperando el refuerzo
que tenía pedido á Río Janeiro y que nunca le llegó, y quizá figuran,
dose que tantos exhortos y negociaciones significaban algún temor-
Todavía en 13 de Julio de 1680 escribió una carta al Cabildo secular
de Buenos Aires, procurando sincerar su conducta, y advirtiéndoles
que ya se trataba del punto entre las Cortes de Madrid y Lisboa,
porque él había dado aviso, y que debían esperar á que allá se resol-
viese; y de otro modo serían responsables de los daños. Mas el Ca-
bildo brevemente le respondió lo que debía y se refirió en todo á lo
que tenía ordenado el Gobernador Garro (1). Viendo que el invierno,
que por añadidura fué muy riguroso, producía muy mal efecto en
las tropas, el Maestre de Campo pidió al Gobernador licencia de
acometer á la plaza, y el Gobernador le autorizó para ello.
Ordenadas las tropas en la noche del seis de Agosto, se fueron
acercando en silencio á la ciudad. Había resuelto Vera que delante
de todo el ejército fuesen arreados los cuatro mil caballos que para
la campaña habían traído los Guaraníes, }' que precediesen á todos,
sin llevar jinete alguno; porque de este modo los primeros tiros de
la artillería portuguesa se ejercitarían en ellos, é inmediatamente
(1) Véase la carta y la respuesta en Gakcía Mekou, Historia Argentina, Bue-
nos Aires, 1899. tom. I, pág. 213.
-53-
después podrían acometer las demás tropas á su salvo. Pero míen
tras ya comenzaban á marchar, dieron muestras de su sentimiento
los capitanes indios, diciendo que por este medio iban al matadero
y no á la victoria. Preguntados por qué, respondieron que los caba-
llos, espantados de los tiros, habían de revolver contra ellos en des-
orden, y era imposible que no rompiesen las ftlas y produjesen la
confusión, lo que sería entregarlos en manos de sus enemigos los
portugueses, para que los destrozasen y acabasen. Hizo fuerza la
reflexión en el General, y mandó retirar los caballos.
Llegaron los. Guaraníes á la fortaleza poco antes del alba, Y
aunque la orden general era que no acometiesen hasta oír el disparo
de una carabina, que se había de disparar en siendo de día; acaeció
que un indio se atrevió á subir á un baluarte, y hallando al centinela
dormido, lo degolló; con lo que otro centinela de otro baluarte, que
sintió enemigos, disparó su carabina para dar aviso de la presencia
del ejército. Apenas hubo sonado el disparo, cuando los Guaraníes
del tercio más cercano, que era el del Cacique don Ignacio Amandaú,
se precipitaron al asalto como leones, y por aquel mismo punto empe-
zaron á entrar en la fortaleza. Acudieron allí en tropel todos los
portugueses, creyendo que allí estuviera todo el campo castellano;
con lo que dieron ocasión para que los otros dos tercios asaltasen
por puntos diferentes. Los que resistían á Amandaú quisieron abocar
á aquel punto una culebrina, mas no acertaron á ejecutarlo; y que-
brándose la cureña, quedó la pieza con la boca en alto é inutilizada.
No obstante, habiendo cargado allí toda la fuerza de la guarnición
portuguesa, obligaron á aquel tercio de indios á retroceder. Segunda
vez volvió en buen orden al asalto, y segunda vez con lucha encar-
nizada, cuerpo á cuerpo, fué rechazado. Mas entonces el cacique volvió
su espada y sus voces de improperio contra los Guaraníes que retro-
cedían, con tal coraje, que los llenó de la ira que le animaba, y arre-
metiendo con terrible empuje, se llevaron cuanto portugués encon-
traron por delante. En este intermedio, los otros cuerpos habían
penetrado muy adentro 3^ hasta apoderádose de la casa ó almacén de
la pólvora; y aun alguna parte de los tercios españoles, que venían
detrás, habían escalado las murallas, haciendo de escalas los indios
puestos unos sobre otros, porque el ejército no llevaba escalas. Y
uno de los más animosos, que fué el capitán Juan de Aguilera, vecino
de Santa Fe, arrancó de un bastión la bandera portuguesa que en él
estaba izada, y plantó la española, á costa de un brazo que le quebró
una bala enemiga. Muchos portugueses, poseídos de espanto con la
terribilidad del asalto, se arrojaron al agua para salvarse en los
- 54-
barcos, en cuya demanda no pocos perecieron. Los restantes mantu-
vieron la resistencia durante tres horas; pero al fin, vista la inuti-
lidad de sus esfuerzos, hubieron de rendirse.
Murieron cerca de doscientos portugueses. Ca3^eron prisioneros
cuantos quedaron vivos, incluso el general Don Manuel Lobo. De los
Guaraníes murieron treinta y uno, y quedaron heridos más de
sesenta. Es circunstancia reparable que entre los soldados de la
Colonia había no pocos paulistas, que el mismo Lobo y su teniente
Suárez Macedo habían traído, yendo para ello á convidarlos á su
villa de San Pablo. Pasados algunos días, remitió el Gobernador los
Guaraníes á sus pueblos, de donde habían estado ausentes seis meses:
y tanto él, como todos los que presenciaron las acciones de los indios
Guaraníes, dieron honoríficos informes del valor, obediencia, pron-
titud y orden con que habían procedido, atribuyéndolo principalmente
al modo cómo los criaban y al influjo que en ellos ejercían los Jesuí-
tas, de los cuales cuatro vinieron por capellanes en esta jornada. La
noticia de los sucesos de la Colonia, comunicada auténticamente al
Virrey del Perú, y por él al Consejo de Indias y al Rey, hizo que se
esparciese la fama de la milicia de las Doctrinas, reconociéndose
exteriormente lo que ya hacía tiempo que conocían los más avisados:
que en aquellos Guaraníes organizados como lo estaban, se cifraba
una de las mayores fuerzas de defensa del país (Ij.
ni
145
AUXILIO MILITAR: EMPRESAS POSTERIORES SOBRE
LA COLONIA
No surtió el efecto apetecido aquel gran esfuerzo que hicieron
estas provincias para destruir la Colonia portuguesa; porque la situa-
ción en que había puesto á España la enemistad de Luis XIV y de
Inglaterra, hizo que se hubiese de ceder á las injustas exigencias de
Portugal, restituyendo por el tratado provisorio de 1681 las cosas al
estado que tenían antes de Agosto del 80; y estipulando conferencias
^1) La sustancia de este relato se contiene en las certificaciones dadas sobre
él, existentes en el Archivo de Indias de Sevilla y en el general de Buenos Aires:
varias circunstancias particulares se han tomado de Jarque, Insignes misiones,
lib. 3. cap. 10 sqq.
-55-
sobre demarcación de límites. La restitución se hizo efectivamente
dos años después. Las conferencias se verificaron durante más de dos
meses, teniendo lugar la primera en Badajoz y la última en una
isleta del río Caya, que divide á España de Portugal, entre Yelves
y Badajoz, á 22 de Enero de 1682. Pero en ellas no se arribó á nin-
guna resolución. Los portugueses, sin querer admitir otros mapas
sino los que se acababan de fabricar en Portugal, sostuvieron con
tenacidad que los 25° 14' 51" correspondientes A 370 leguas de 17 '/sal
grado, que se habían de contar desde las islas de Cabo Verde al
Oeste, determinaban un meridiano tal que dejaba al oriente la Colo-
nia. La pretensión, examinada hoy que se conocen por determina-
ciones directas y exactas todos los términos, equivalía á sostener que
sumados los 25 grados con otros 26 que sensiblemente distan las islas
de Cabo Verde del meridiano de París, resultaban 60 grados que son
los de la Colonia. Era fabricar los portugueses el mapa de América
de modo que les diera 250 leguas ó 9 grados más de territorios al
Oeste 3^ de Norte á Sur del Continente. Y aun esto era pretensión
moderada, si se compara con las de Lobo, que en su mapa incluía
toda la provincia de Buenos Aires para Portugal, lo cual era tomar
80 leguas más al Oeste; ó con las de quienes hacían pasar la línea al
Oeste de Potosí, que era añadir 7 grados ó 120 leguas al Oeste sobre
las 150 primeras. No habiéndose convenido los peritos, debía, según
el art. 13 del tratado provisional, llevarse la cuestión al Sumo Pon-
tífice, para que como arbitro decidiera, en el término de un año. No
consta si esta parte se cumplió: antes hay motivo de creer que no,
porque la decisión nunca se dio.
Publicábase el Tratado provisional de 1681 en 1685; y cinco años
después prevenía el Key al Provincial de los Jesuítas del Paraguay
que había indicios de que los portugueses, no contentos con la Colo-
nia, querían establecerse en las islas de Maldonado; y que habiendo
advertido al Gobernador de Buenos Aires para que previniese fuer-
zas militares, esperaba que los Guaraníes de Doctrinas acudirían
con prontitud y en el número que el Gobernador pidiese, en cuya
breve unión de fuerzas, añade la Cédula, y su oposición, irá princi-
palmente el buen logro del intento (1). Tal era el concepto que se
habían merecido el valor y disciplina militar de los Guaraníes.
No fué necesario por entonces hacer esta diligencia; aunque sí
hubieron de bajar en 1698 á Buenos Aires dos mil Guaraníes de mili-
cias, por estar en su fuerza la guerra con Francia, y temerse que así
(1) Buenos Aires, Arch. gen. Céd. de 27 Nov. 1690, leg-ajo Compañía de Jesús
Paraguay ii. 10.
— 56 —
como la flota francesa había tomado el puerto de Cartagena de
Indias, quisiera venir á apoderarse también del de Buenos Aires.
Disipado este temor con la paz de Riswick, volvieron los Guaraníes
á sus tierras (1).
Pero el año de 1702 soliviantaron los portugueses de la Colonia A
las tribus de charrúas, yarós y mbohanes, vecinas de las Reduccio-
nes por el sur, para que acometiesen á los Guaraníes, esperando por
su medio debilitar aquella fuerza reglada, que siempre les era eno-
josa. Y como los bárbaros recelasen del daño que ellos mismos
podrían recibir, los animaron los portugueses; 3^ aun en cierta oca-
sión les dieron armas de fuego y salieron con ellos sesenta portugue-
ses (2), aunque después no entraron en acción. Con esto los salvajes
cometieron tales atropellos y muertes en las estancias de los Guara-
níes, é infestaron los caminos de modo, que el Gobernador de Buenos
Aires hubo de enviar cabos españoles á los indios Guaraníes, quienes
en 1702, persiguieron á los salteadores, y habiéndolos alcanzado, los
derrotaron completamente en la batalla del Yí (3).
Declarada en España la guerra á Portugal, que seguía el partido
contrario de Felipe V en la guerra de sucesión, mandó el Rey al
Gobernador de Buenos Aires, Don i\lonso de Valdés Inclán, que á
todo trance tomase la Colonia, desalojando al portugués de estas
comarcas. El despacho, expedido en Madrid á 3 de Noviembre de
1703, llegó acá en 7 de Julio de 1704, remitido por el Duque de la
Moncloa, Virrey del Perú; y al punto dio el Gobernador las disposi-
ciones para juntar todas las tropas de que podía disponer. Mientras
llegaban tres compañías de Santa Fe y tres de Corrientes, que con
las siete de Buenos Aires pasaron á la otra banda del río á las órde-
nes del Maestre de Campo Don Baltasar García Ros; pidió al Supe-
rior de las Misiones y al P. Provincial un contingente de cuatro mil
indios de las Doctrinas. El mismo Provincial se trasladó desde Cór-
doba á las Misiones para que la orden se ejecutase con puntualidad.
Y fué tal la diligencia con que obedecieron, dice el comisionado por
el Gobernador, Andrés Gómez de la Quintana, que por presto que
volvió el chasque (correo, propio) á la dicha Reducción de Santo
Domingo^ ya venían llegando las primeras tropas, y dentro de pocos
días llegaron todas, que se componían de cuatro mil iiuiios; unos
bajaron por el Paraná y Rio Uruguay en balsas, y otros por tierra
(1) BuRGÉs, Memorial de 1705, n. 18.
(2) Bauza, t. I. lib. V. p. 415.
(3) Bauza, tom. I. Documentos, n. 3; y Céd. Real de acción de gracias, 1706,
Charlev. IV.
con muchos caballos, y millas {\) para cargar los bastimentos, no
solo para el viaje, sino para sustentarse todo el tiempo del sitio, y
gran rodeo de Vacas. Venían muy bien armados, unos con diferen-
tes bocas de fuego, con sus frascos y bolsas, bien proveídas de pól-
vora y balas: otros con lanzas, dardos, arcos con mucha cantidad de
fiedlas, macanas, Jiottdas y piedras, armas naturales suyas. Venían
también sus Capellanes... [cuatro Sacerdotes Jesuítas]... y los Her-
manos... [tres hermanos legos]... Cirujanos para curar heridos (2).
Pusiéronse debajo del mando de García Ros; y llegadas nlgo más
tarde las tropas arriba dichas, se formalizó el sitio á diez y ocho de
Octubre del mismo año.
Era jefe de la plaza Sebastián de Veiga Cabral, quien apenas vio
los primeros preparativos del Gobernador, envió á pedir á toda prisa
refuerzos á Río Janeiro, de donde le llegaron 400 soldados; juntán-
dose en todo 700 portugueses para la defensa: y después de haber
perfeccionado las fortificaciones de la plaza, respondió con altivez á
la intimación que se le hizo de rendirse.
Cuatro meses duró el cerco; y en este tiempo llevaron el mayor
peso de la fatiga las milicias Guaraníes; no sólo ejecutando las obras
de las líneas militares, bajo de la dirección del ingeniero español Don
José Bermúdez, hasta tener perfectas seis buenas baterías en el cir-
cuito exterior de la cindadela; sino también interviniendo en varios
ataques con gran valor; y especialmente en el que se dio de noche á
mitad del sitio, que tuvo por resultado la captura de uno de los barcos
portugueses, fondeado al abrigo de los cañones de la fortaleza. INIien-
tras la escuadrilla sutil de los españoles acometía en el mar, fueron
enviados los Guaraníes para hacer un amago de ataque, que distra-
jese las fuerzas de la plaza por tierra. IMas, excitados por los espa-
ñoles que iban con ellos y por su propio ardor, convirtieron el ataque
simulado en verdadero asalto, lanzándose con ímpetu á escalar las
murallas; y habiendo sido rechazados la primera vez, por haber sido
sentidos y no estar la plaza todavía en condiciones para el asalto;
volvieron de nuevo con mayor brío, logrando algunos de ellos pene-
trar en la cindadela, y poniendo en no pequeño apuro al portugués
para rechazarlos. Perdieron en esta ocasión más de treinta muertos
y cien heridos los Gr iraníes (3). Resolvió el Gobernador Inclán
(1) Seis mil caballos 3' dos mil muías. (Memorial del P. Jiménez, Supr. de las
Misiones, al Gobernador Don Baltasar García Ros, año de 1707.) Arch Gen. de
B'. A', leg-ajo, 1600 1750,60. Jesuítas, Guerra guaranítica.
(2) B^uzÁ, I. Documentos, n. 4.
(3) Bauza, Hist. de la dominación española en el Uruguay, tom. I. lib. V. pá-
gina 424.
-58-
acudir personalmente al sitio; y aunque quería dar el asalto general,
la junta de guerra fué de unánime parecer que no convenía exponerse
á sufrir tanto daño, pues era segura la rendición por hambre. Estre-
chó, pues, el cerco hasta tiro de pistola é hizo proposiciones de hon-
rosa capitulación á Cabral; mas éste ni las admitía, ni daba señales
de desfallecer. Esperaba el socorro para huir dejando burlados á los
sitiadores, y en efecto le vino. A mediados de Marzo de 1705 se deja-
ron ver cuatro buques portugueses, que penetraron en el puerto, sin
que las escasas fuerzas marítimas de los españoles pudiesen atajarles
el paso. En ellos embarcó el portugués la guarnición, y cuanto impor-
tante y precioso pudo llevarse, y haciéndose á la vela, se dirigió á
Río Janeiro, abandonando la plaza y salvándose con la fuga. Los
Guaraníes fueron licenciados el día 17 de Marzo, cuando ya el espa-
ñol había tomado posesión de la plaza; y es de notar que aunque por
Cédula real de Jadraque, á 29 de Noviembre de 1679, estaba ordenado
expresamente que se les pagase sueldo competente, desde el día que
salían de sus pueblos hasta el día que volvían á ellos, y más tarde se
había fijado este sueldo en real y medio diario por cada indio: ni en
este sitio, ni en el precedente de la Colonia quisieron los indios recibir
sueldo, sino que tanto en uno como en otro lo cedieron voluntaria-
mente á beneficio de la Real Hacienda, á persuasión desús Capella-
nes, por haber sabido que se encontraban engrandes dificultades las
Cajas Reales para satisfacerles lo que les debían. El solo sueldo de
esta última jornada, que pasó de ocho meses en ida, estada y vuelta,
alcanzaba á ciento ochenta mil pesos de plata de á ocho reales, can-
tidad enorme en provincias tan poco pobladas. Y no contentos con
mantenerse ellos y costear sus armas y pertrechos, militando á
expensas propias; todavía salían en tropas por las campañas á
vaquear y recoger suficiente ganado, para alimentar la tropa espa-
ñola, habiendo traído ett el tiempo que duró el sitio para alimento
de los Españoles más de treinta mil vacas (1). Pero todo esto lo
hacían por los sentimientos de obediencia al Gobernador, de agra-
decimiento y amor al Monarca que les inspiraban los Jesuítas, y
arraigaban tanto en ellos, como lo comprueba el hecho que refiere
Quintana (2): y despidiéiuiome dellos, rendí las gracias d sus Maes-
tres de Campo Bonifacio Capy, Diego Gabipoy,Juan Miñani y Pedro
Abacapov^ Cabos principales, de lo bien que lo habían hecho ^ peleando
y trabajando...: y muy contentos me respondieron que siempre que
mi Gobernador los Jiubiese menester para el Real servicio, bajarían
(1) García Ros, Informe, § Fuera de esto, Charlevoix, W , Doc".
(2; Bauza, I. Docum. n. 4.
-59-
confina voluntad, como bajaron el año de ochenta, que dieron
avance d los Portugueses en la misma Colonia.
Esta vez quedó la Colonia en poder de los españoles por espacio
de once años. Mas al celebrarse la paz de Utrecht en 1713, nueva-
mente consiguieron los portugueses hacer pasar un artículo por el
cual se les concedía como propia la Colonia con su territorio. Y fué
el mismo García Ros que había dirigido el sitio quien se vio con el
triste encargo de entregarla, como Gobernador de Buenos Aires que
era en 1716. Mas era de tal naturaleza la posesión de aquel pedazo
de tierra para los portugueses, que, no contentos con hacer un con-
trabando enorme, que ninguna medida logró cortar del todo; no des-
cansaban mientras no lograsen ocupar, con ocasión de ella, otros nue-
vos dominios. Interpretaba el Gobernador y el Gobierno español
aquella expresión su territorio., entendiéndola en sentido natural por
el ejido ó término de la ciudad, y así había orden de que se midiese
por el espacio á que alcanzaba un tiro de cañón en derredor de la
fortaleza, y no más. Pero los portugueses dijeron que la palabra
territorio significaba todo el país que se extendía desde Colonia
á Río Janeiro.
Por otra parte, nunca habían desistido de sus pretensiones de
que la divisoria de Tordesillas los hacía dueños por lo menos de
toda la Banda Oriental del Uruguay. Así, en 1718, habían estable-
cido ya grandes depósitos para conservar los cueros que de ganado
apresado furtivamente les hacían los minuanes ó guenoas, con quie-
nes siempre trababan alianza. De estos depósitos los tomaban des-
pués los buques ingleses y portugueses, y los vendían en Europa,
arruinando con este comercio fraudulento la industria de corambre
y los ganados del país. El Gobernador D. Bruno Mauricio de Zavala
pidió á las Doctrinas 500 Guaraníes armados que recorriesen aque-
llas barracas y les prendiesen fuego, como lo hicieron con toda feli-
cidad. En Diciembre de 1723 desembarcó una expedición portuguesa
mandada por D. Manuel Freitas Fonseca en la ensenada de Monte-
video, y empezó á establecer población y fortaleza, como lo había
hecho Lobo cuarenta años antes en Colonia. Mas fueron tales las
enérgicas medidas de Zavala, quien, sin descansar un momento, pre-
vino cuanto era necesario para lanzar de allí al portugués, que aun
antes que desembarcasen en la otra ribera las tropas españolas, se
embarcó Freitas con su gente para Río Janeiro, hu3^endo como
en 1705 lo había hecho Cabral; si bien dejó un papel lleno de protes-
tas. También en esta ocasión recurrió el Gobernador á los Guara-
níes, pidiendo mil soldados, los cuales llegaron á 25 de Marzo
-60-
de 1724; y aunque no pudieron combatir, por haber huido pronta-
mente los portugueses, quedaron como guarnición, y juntamente
construyeron las fortificaciones de la nueva población de Montevi-
deo, que allí se estableció.
Renovóse en 1735 el sitio de la Colonia, A consecuencia del rom-
pimiento de guerra, la que declaró Portugal por haber sido apre-
hendidos unos malhechores en la residencia del embajador portu-
gués en Madrid. Eran inexcusables en tales casos las tropas de
Guaraníes. Pidió el gobernador Salcedo cuatro mil indios armados;
y á pesar de llevar tres años continuos sobre las armas y estar pere-
ciendo sus pueblos con la peste y el ham.bre, bajaron puntuales, y se
portaron con el valor y la obediencia de siempre. Los españoles
parece que alcanzaron en esta ocasión á 1500. Empezado el cerco en
Octubre de 1735, no se logró la empresa, lo que se atribuyó á las
escasas dotes militares del General Salcedo, y á las disensiones
entre él y el jefe de la escuadra (1), Don Nicolás Giraldin. Pasóse
todo el año de 1736 en operaciones; y en 1737 llegó la noticia del
arreglo ajustado entre Portugal y España por empeños de Inglaterra,
Francia y Holanda; en el que se estipulaba que se mantuviese un
armisticio de tal calidad que, suprimidas las hostilidades, quedasen
las cosas en el estado en que se hallaran al recibir la noticia, hasta
tanto que se conviniera en el tratado definitivo. En este sitio fué
muerto de un balazo el Jesuíta P. Tomás Werle, mientras se hallaba
asistiendo en el campo á los Guaraníes, de quienes había venido por
capellán.
Sabido es cómo, por el funesto é ignominioso tratado de límites
de 1750, trocaba España el rincón del Ibicuy con sus siete reduccio-
nes (añadiendo además la provincia de Tuy en Galicia, que confi-
naba con Portugal), por la Colonia del Sacramento que habían de
entregar los portugueses. De modo que por una sola población
de 2.600 almas, cual era Colonia, que pertenecía al Rey de España,
por haber sido fundada á sabiendas en territorio español; lograba
Portugal siete florecientes pueblos que contenían cerca de cinco mil
almas cada uno, sin contar con las poblaciones de la provincia de
Tuy; con más una enorme extensión de territorio, que ho}' forma
tres provincias por lo menos de los Estados del Brasil: la del Paraná,
(1) Bauza. Dominación española, tom. II, lib. I, pág. 21 siguientes: Funes,
Ensayo, lib. IV, cap. VIII. A juicio del P. Cardiel. De morib. Guaran, cap. VIII.
§ Militia, la causa del mal resultado fué que Salcedo despidió la tropa Guaraní y se
quedó con sólo la española. El P. Villagarcía, Vida impresa del P, Aguilar,
pliego 5, dice que estuvieron 4 meses: eran más de 3.000 y los españoles no llega-
ban á mil.
-61-
Santa Catalina y Río Grande do Sul. Tanto había producido gra-
ciosamente á Portugal su sistema de usurpar y conservar la
Colonia.
Deshecho aquel tratado en 1761, no sin haber producido daños
irreparables, quedaban las cosas en su estado antecedente; 3' muy
luego vino la guerra y la necesidad de tomar á viva fuerza la Colo-
nia en 1762. Esta vez era el General D. Pedro de Cevallos, Gober-
nador de Buenos Aires, quien dirigía personalmente las operacio-
nes. Tropas veteranas apenas tenía; milicias recogidas de mala
gana, unos dicen mil, otros dos mil hombres; así no se olvidó de los
Guaraníes, que bajasen con sus capellanes Jesuítas, á pesar de estar
reciente la famosa guerra Guaranítica, en que tan calumniados
habían sido éstos de rebeldes. Pidió mil Guaraníes armados, quienes,
después de dos meses de trabajos, que refiere el P. Segismundo
Baur, su Capellán (1), llegaron á Santo Domingo Soriano á fines
de Agosto. A 3 de Setiembre se formalizó el sitio de la Colonia,
y á 28 de Setiembre se rindió la plaza por capitulación. La escua-
dra española no prestó servicio alguno, por la cobardía, si ya no fué
infidencia, de su comandante D. Carlos Sarria, quien á pesar de las
reiteradas órdenes de Cevallos, dejó libre el paso á todo buque por-
tugués, y hasta se retiró del teatro de las operaciones militares. El
buen éxito lo atribu)'ó el General, como á causa de gran importan-
cia, á la asiduidad y abnegación de los trabajadores indios, que con
incansable tesón ejecutaron todas las obras militares del sitio (2).
Lo que no es tan conocido es el importante papel que desempe-
ñaron los Guaraníes en el ataque dado á la Colonia pocos días des-
pués, por la escuadra compuesta de once buques ingleses y portu-
gueses, cuyo comandante era el irlandés Mac Ñamara. He aquí
cómo lo refiere un Misionero de aquel tiempo, el Padre Florián
Pauke (3): «Apenas habían sido desalojados de Colonia los portu-
gueses, cuando se presentó d la vista de la plaza española de Mon-
tevideo un navio de guerra inglés, acompañado de seis bajeles por-
tugueses^ en ademán de acometerla en seguida. Dio órdenes Ceva-
llos para que, sin perder monioito, acudiesen sus artilleros á
Montevideo, pues de otro modo no se hubiera podido defender la
plaza. Partieron: mas, apenas habían acabado de poner todo
d punto para la resistencia, cuando la flotilla de guerra desapare-
(1) Trelles, Revista de la Biblioteca, IV, 352.
(2) Cardiel, De morib. Guaran, cap. IX, § Militia.
(3) Pater Florian Baucke, ein Jesuit in Paraguay von A. Kobler G. J. Regens-
burg, 1870, pág. 492.
- 62 -
ció repentinantente de allí, y d toda vela hiso ritmbo d Colonia. El
buque inglés penetró muy adentro en el puerto, arrimándose d la
costa, y entonces abrió nn vivo fuego con dies cañones. Don Pedro
Cevallos yacía enfermo en el lecho; mas al oir el estampido del
cañón, se levantó esforzadamente; y como casi no le habían que-
dado artilleros, acudió á toda prisa con los indios á las baterías de
la muralla: los instruyó rápidamente en el íuodo de cargar y des-
cargar, y corrió de cañón en cañón, dirigiendo él en persona la
puntería. El cañoneo duró algunas horas, y por fín un tiro más
feliz prendió fuego al navio inglés:... muchos de los tripulantes
saltaron la borda, procurando salvarse á nado, como lo consiguie-
ron los más en los botes de socorro que envió Cevallos... Por la
tarde llegó el fuego á la Santa Bárbara y el navio voló por los
aires hecho pedazos...^
Aquel mismo año de 1763 se hizo la paz, y tuvo el mismo Ceva-
llos que devolver la Colonia á los portugueses. Verificóse una vez
más esta verdad, que los españoles tomaban aquella plaza, que les
era tan nociva, cuantas veces se proponían acometerla seriamente
por las armas, y los portugueses la recobraban otras tantas veces,
por medio de artificiosas negociaciones de paz.
La última vez que se tomó la Colonia, fué en 1777; y fué el mismo
Cevallos quien acabó con aquel funesto establecimiento. Esta vez
no necesitó de los Guaraníes. Pero había venido con 9.000 españo-
les, ejército nunca visto en estas regiones, y acababa de someterlas
fortalezas de Santa Catalina sin disparar un tiro. Bastó presentarse
ante la ciudad de la Colonia intimando la rendición mientras se dis
ponía á sitiarla, para que la plaza se entregase á discreción el 3 de
Junio. Cevallos demolió las fortificaciones, cegó en parte el puerto,
y despobló la ciudad, obligando á sus habitantes á trasladarse á otra
parte, y destru3'endo los edificios, á fin de que los portugueses no
apetecieran más esta plaza; y aun cuando las potencias garantes
la reclamasen, no pudiese servirles para nada.»
IV
146 AUXILIO MILITAR EN VARIAS OTRAS OCASIONES
No pretendemos detallar todos los servicios de importancia que
hicieron fuera de sus pueblos y además de la defensa de su territorio
-63-
las milicias Guaraníes. Sería esto tarea demasiado larga é impropia
de la índole de nuestro estudio. Demás de que, si los trabajos de las
campañas son dolorosamente nuevos cada vez para quienes los han
de soportar, la narración de ellos no suele ofrecer novedad, y así
viene á hacerse monótona y enojosa.
Nuestra tarea, pues, se reducirá á apuntar las expediciones que
han llegado á nuestro conocimiento, en una como lista distribuida
en sus clases, de modo que los curiosos de esta especie de noticias
puedan ir á examinar los detalles en sus fuentes.
Auxilio para sosegar alborotos y sujetar rebeldes, enviado por
mandato de los Gobernadores
1644. D. Gregorio de Henestrosa, 600 Guaranís (1).
1645. D. Gregorio de Henestrosa, 600 (2).
1649. D. Sebastián de León, 1.000 (3).
1660. D. Alonso Sarmiento, 200 (4).
1724. D. Baltasar García Ros, 2.000 (5).
1732 y 1733. D. Bruno Mauricio de Zavala, 7.000, durante IQ
meses (6).
1734. El Virrey Castel fuerte y D. Bruno Mauricio de Zavala,
6.000(7).
1735. D. Bruno Mauricio de Zavala, 12.000 (8).
Auxilio á la Ciudad de la Asunción
1646. Contra los Guaycurús, 600 (9), con Henestrosa.
1650. Contra los Payaguás, con León y Zarate, 900 y 60
canoas (10).
(1) BuRGÉs. 1705: Charlevoix, lib. XI, init. Cítanse gran número de servicios
de los Memoriales del P. Burgés de 1705 y 1708 (el último de los cuales va en el
Apéndice), porque todas sus alegaciones constan de autos. La cifra significa el
número de indios enviados.
(2) BuRGÉs, 1705.
(3) BüRGÉs, 1705 y 1708: Charlevoix, lib. XI, init. Burgés dice itn trozo consi-
derable de soldadesco: el P. Rodero, 1.000 hombres.
(4) BuRGÉs, 1705; Lozano, Conquista, III. 13, 353.
(5) Exhorto del mismo Ros en Lozano, Revol. del Paraguay, lib. I. capítulo X.
núm. 5.
(6) Villagarcía, Vida del P. Jaime de Aguilar, §§. XI y XII.
(7) Id. §. XIII.
(8) Id. §. XIII. «Despacháronse efectivamente seis mil indios armados al
ejército, que S. E. formó en las cercanías del Tebiquarí, y otros seis mil se apron-
taron sin salir de sus pueblos, para lo que pudiese requerir la necesidad.»
(9) Burgés, 1705.
(10) Lozano, Conq. III. 13. 319.
-64-
1652. Contra los Guaycurús con Garavito de León (1).
1656. Contra Guaycurús, Mbayás y Neengás, dos expediciones
con Garay (2).
1661 . ('ontra los Guaycurús con Sarmiento (3).
1662. Contra los Guaj^curús con Sarmiento, 100 (4).
1668. Contra los Guaycurús, de guarnición en el fuerte Tobatí
todo el año, 12 (5).
1670. A la ciudad de la Asunción para defenderla, 60, con
Diez de Andino (6).
1672. Contra los Guaycurús con Rege Gorbalán, 200 (7).
1674. Contra los Guaycurús con Rege Gorbalán, 900 (8).
1675. Contra los Guaycurús con Rege Gorbalán, 100 (9).
1676. Contra los Mamelucos con el comandante enviado por el
Cabildo, 400(10).
1676. Contra los Guaycurús con Rege Gorbalán, (11).
1678. Contra los Payaguás con Rege Gorbalán, (12).
1685 á 1691. Contra los Guaycurús con Monforte, 100 (13).
1685 á 1691. Contra los Guaycurús con Monforte, 600 (14).
1687. Donativo de 600 caballos y 44 fanegas de grano (15).
1688. Expedición á intimar á los Mamelucos el desalojo de
Jerez (16).
1700. Contra los Guaycurús con D. Juan Rodríguez Cota,
220 (17).
1711. Contra los Guaycurús en tiempo de Robles, 250 (18).
1735. Contra Guaycurús y Mocovis á petición de Echauri (19).
(1
(2
(3
(4
(5
(6
(7
(8
(9
(10
(11
(12
(13;
(14
(15
(16;
(17
(18
(19
Id. 322. BuRGBS, 1705.
Id.
Lozano, Conq. III. 363.
ídem Ibid: Burgés, 1705.
ídem.
Burgés, 1705.
ídem; Lozano, Conquista III. 15. 373.
Burgés, ihid; Lozano, ibid.
Lozano, 374.
Burgés, 1705; Lozano. III. 15. 372.
Lozano, ibid. 374.
ídem, 377.
Burgés, 1705: Lozano, III. 383.
Burgés, 1705: Lozano, 383.
Burgés, 1705.
Burgés, 1705: Lozano, IIT. 383.
Burgés, 1708: Lozano, III. 385.
Aguilar, Autos de información de 1735.
FuwEs, lib. V. cap. I. init.
f)5 —
Auxilio á Buenos Aires
1657. A defender el Puerto de Buenos Aires, de orden de Bai-
gorry, 150(1).
1658. A defender el Puerto contra el francés Timoleón Osmat,
300 (2).
1658. Donativo de embarcaciones á los de Corrientes para bajar
á defender el puerto (3).
1671. A la defensa de la ciudad en tiempo de Salazar, 500 (4).
1688. A reconocer las costas del mar y Río de la Plata contra
piratas, 150 (5).
Varios. Cada año repitieron el mismo servicio por lo menos
QUINCE AÑOS (6).
1697. A la defensa de la ciudad por la guerra con los franceses,
2.000 (7).
1698. Donativo de 90,000 pesos del sueldo que voluntariamente
renunciaron (8).
1700. A la defensa de la ciudad contra los Dinamarqueses,
2.000 (9).
Auxilio á Corrientes
1637. Contra caracarás, cupesalos y otros indios, llevando 20
barcas, 236 (10).
1655, Contra los frentones, por llamamiento del Teniente (11).
1673. Contra indios bárbaros fronterizos (12).
1721. A defender la ciudad, que también socorrieron con pól-
vora, 163 (13).
(1) BuEGÉs, 1705.
(2) ídem.
(3) ídem.
(4) ídem.
(5) ídem.
(6;! ídem.
(7) ídem.
(8) Agüilar, Autos de 1735.
(9) BuRGÉs, 1705.
ÜO) Aguilar, Autos; Brabo, Atlas, pág. 38.
(11) BuRGÉs, 1705.
(12) Lozano, Conquista III. 449.
(13) Aguilar, Autos.
5. Organización social de las doctrinas guaraníes.— tomo ii.
- 66 -
Auxilio á Santa Fe
1640. Contra calchaquíes, frentones y otros indios subleva-
dos (1).
1655. Contra los calchaquíes, 600 (2).
Varios otros servicios
1702. Expedición contra los charrúas y otros bárbaros que infes-
taban los caminos, 2.000 (3).
1707. Otra semejante (4).
1715. Tercera expedición (5).
1720"-' Contra los franceses á Castillos (6).
1721. A la exploración del Pilcomayo á petición del Gobernador
de Tucumán Urízar, 73 (7).
1721. A reducir á sus límites los portugueses de Colonia,
200 (8).
1732. Pacifican á los minuanes con los españoles, que ya habían
perdido 50 hombres (9).
1735. Custodian cuatro comuneros presos que les entregó el
Gobernador (10).
1735. Dan embarcación, remeros }' escolta para conducir 15
españoles á Buenos Aires (11).
1740. Dan 500 muías, 300 caballos y gente auxiliar al enviado
del Gobernador Salcedo (12).
1759? Júntase un cuerpo numeroso de Guaraníes para la entrada
al Chaco (13).
1762. Expedición para recobrar la provincia de Río Grande (14).
1766. Auxilian 100 Guaraníes un fuerte español, quedando pri-
sioneros del portugués dos capellanes jesuítas (15).
(1) BuKGÉs, 1705.
(2) BuRGÉs, 1705: Lozano, III. 439.
(3) BuRGÉs, 1705.
(i) P. Rojas, Carta anua de 1707: Río íaneiro. Col. Ang. XX-36.
(5) Lozano, II 1. 470.
(6) Lamas, Introducción al P. Guevara, XXXI.
(7) Agüilar, Autos de 1735.
(8) ídem.
(9) ídem.
(10) ídem.
(11) ídem.
(12) Cardiel, Decl. n. 152.
(13) Comunicaciones originales del Gob^ Cevallos: MS.S. del General Mitre.
(14) Cardiel, Diario de la expedición de 1762, y Cartas en el Arch. gen. de
B». A..
(15) KoBLER, P. Florian Baucke, pág. 493.
— 67 —
Añádanse las batallas 3^a enumeradas en defensa de su territorio,
que juntamente eran defensa de las fronteras; Caazapamirí en 1638,
Caazapaguazú en 1639, Mbororé en 1641, Apiterebí y Mburicá en
1642, quíntupla asalto de 1651 y el postrero de 1657. Añádanse las
empresas también arriba especificadas contra la Colonia (1); dos en
1680; una en 1700, de 150 indios Guaraníes llamados por el Goberna-
dor Prado (2); otra en 1704; otra en 1718 para destruir los depósitos
del contrabando; otra en 1721 para reducir á sus límites los morado-
res de la plaza (3); otra en 1724 para expeler los portugueses de
Montevideo; y finalmente, otras dos en los sitios de 1736 y 1762; con
la circunstancia de haber renunciado siempre voluntariamente los
cuantiosos sueldos que según ley se les debían satisfacer (4). Y se
verá que los Guaraníes distaron mucho de ser un pueblo dócil, apá-
tico y como inútil para el resto del país, carácter con que á veces
han sido representados; siendo así que su perpetua actividad, apro-
vechada en favor de todo el territorio de las tres gobernaciones de
Paragua}^ Tucumán y Río de la Plata, merced al sistema de los
Jesuítas, nos ofrece un ejemplar que no tuvo semejante en ninguna
parte de los dilatados dominios de España, ni en pueblo alguno del
mundo: el de una milicia que, no sólo defiende su propio territorio,
sino que se moviliza, y viajando á doscientas y trescientas leguas,
acude en número de muchos miles á cuantas empresas militares
ocurren durante más de cien años en el vasto ámbito de varias pro-
vincias; y todo esto á su propia costa, y descubriendo en todas oca-
siones un arrojo y valor indomable y una abnegación sin límites. No
era, pues, ponderación, sino estricta realidad lo que de ellos dejó
consignado el Rey Felipe V en .su Cédula de 1743 (5): que estos
indios de las Misiones de la Compañía, siendo el antemural de
aquella Provincia, hacían á mi Real Corona un servicio como nin-
gunos otros, lo que ya mi Real benignidad les manifestó en la ins-
trucción de 1716i> (¡.cualquier novedad... podía quitar... á mi Real
Corona aquellos Vasallos, que le ahorran la Tropa que se necesi-
taría, y no la hay en aquellos parajes; y á las Plasas del Paraguay
y Buenos Ayres una defensa inexpugnable de tantos años d esta
parte. T>
(1) §§ 2 y 3 de este cap.
(2) Aguilar, Autos de 1735.
Í3^ Tdem.
(4) Sólo en 1736 no lo renunciaron, y se cometió contra ellos la injusticia de no
pagarles.
(5) Preámbulo.
68
V
147
AUXILIO EN LAS OBRAS PUBLICAS
Otro capítulo de servicios de los Guaraníes fué el de ocuparse
como trabajadores en obras de utilidad pública.
Y porque pudiera imaginar alguien que no se había de tomar
esto en cuenta como mérito de los indios, ya que en semejantes cir-
cunstancias cobraban su jornal; será bueno atender á las siguientes
circunstancias: 1. que el jornal era tan escaso, que ni aun para el sus-
tento del solo indio era suficiente (1): un real y medio por día; 2. que
habían de ir á trabajar á cincuenta, cien y doscientas y más leguas
de sus pueblos por caminos larguísimos, llenos de incomodidades y
peligros (2); 3. que no iban movidos por el jornal, sino únicamente
por deseo de servir al Rey y obedecer al Gobernador; 4. que tenía
mucho más valor su cooperación, por ser los únicos trabajadores que
se podían juntar en gran número, de modo que sin ellos no se hubie-
ran podido ejecutar las obras; 5. que su constancia, asiduidad y labo-
riosidad eran tanto más de estimar, cuanto no se encontraban en
ningún otro trabajador del país, como lo probaremos luego.
Ahora bien: un ejército de valientes y sufridos militares, que des-
pués de arrostrar las fatigas de la campaña, en vez de retirarse á
gozar del merecido descanso en sus cuarteles, empezasen de nuevo
á trabajar; y dejando las armas de la guerra para tomar las de la
paz, se ocupasen en construir edificios y fortalezas; sería indudable-
mente objeto, no sólo de aplauso, sino de asombro para todos. Y ése
es cabalmente el retrato de los indios tapes ó Guaraníes de las Doc-
trinas de la Compañía.
Vamos á verlo en una sucinta enumeración á modo de lista, como
la que últimamente hemos hecho de las funciones militares.
Obras en la Gobernación del Paraguay
1652. Reedifican la iglesia de Santa Lucía hasta terminar el edi-
ficio (3).
(1) BuRGÉs, Breve Memorial de peticiones, 1705.
(2) BüRGÉs, Memorial separado de 1708.
(3) BuRGÉs, 1705.
-69-
1662. Trabajan en el fuerte Tobatí, 20 (1).
1664. A desmontar las alturas que cercábanla ciudad de la
Asunción (2).
1664. Á fortificar á Tobatí (3).
1667. En el fuerte Tobatí (4).
1669. A la Asunción á hacer barcas, 15 (5).
1670. Varios servicios públicos en la Asunción (6).
1672 á 80. Reparo y fortificación de Tobatí (7).
1672 á 80. Reparo y fortificación del castillo de San Ilde-
fonso (8).
1672 á 80. Reparo y fortificación de los presidios y fuertes del
Río Paraguay (9).
1717. Fabricar el Fuerte de Arecutacuá, 150 (10).
1717. Donativo de su salario (11).
Varios. Fábrica y reparo de la Catedral de la Asunción (12).
Varios. Donativo de su salario en estas ocasiones (13).
Varios. Donativo de las maderas precisas, (14) y otros mate-
riales.
Obras en la Gobernación de Buenos Aires
1660. A trasladar la ciudad de Santa Fe y fundarla 12 leguas
de su primitivo asiento (15).
1664. A fortificar el puerto de Buenos Aires, 150 (16).
1671. A la fortificación de la ciudad de Buenos Aires, 500 (17)
1703. A fortificar el puerto de Buenos Aires, 400 (18)
1704. A trabajar en las fortificaciones de Buenos Aires, 400 (19).
(1) BuRGÉs, 1705.
(2) Aguilar, Autos de 1735.
(3) Id.
(4) BuRGÉs, 1705.
(5) Id.
(6) Id.
(7) Id.
(8) Id.
(9) Id.
(10) Aguilar, Autos.
(11) Id.
(12) NusDORFFER, Informe al Rey sobre el modo de imponer el diezmo á los
Guaranis, 30 Enero 1746.
(13) Id.
(14) Id.
(15) Lozano, Conq. IIT, 445: Funes, Ensayo, Lib. III. cap. Vil.
(16) BuRGÉs, 1705.
(17) Id.
(18) BuRGÉs, 1707.
(19) Id.
-70-
1724. A construir el fuerte y castillo de Buenos Aires, 160 (1).
1725. Lo mismo (2).
1726. Lo mismo f3).
1724. A construir las murallas 5^ fuertes del recinto de Montevi-
deo, 2000 (4).
1725. Lo mismo (5).
1726. Lo mismo (6).
1727. Lo mismo (7).
1728. Lo mismo (8).
1729. Lo mismo (9).
1725. A construir el cerco de Santa Fe, 125 (10).
Varios años. A edificar y reparar la Catedral de Buenos
Aires (11).
Varios. Donativo de su salario en tales ocasiones (12).
Varios. Donativo de maderas y otros materiales para lo mis-
mo (13).
Varios. Edificios públicos en Corrientes (14).
Gobernación de Tucumán
Varios. Edificio de iglesias en Córdoba (15).
Cómo procedieron los Guaraníes en estos trabajos de edificación,
nos lo dice bastante una carta del P. Carlos Cattaneo, escrita el año
de su llegada á estas tierras, 1729, en que refiriéndose á los dos mil
Guaraníes que habían quedado fabricando el cerco y las fortificacio-
nes de Montevideo, habla en los términos siguientes: «^Los Padres
que. llegaron [d Montevideo] ocho días antes que nosotros en el buque
San Francisco, y tuvieron ocasión de desembarcar varias veces
nos informaron de que al presente no se cuentan más que tres
ó cuatro cas/is de ladrillo de un solo piso, y otras cincuenta cabanas
(1) Aguii.ar, Autos de 1755.
(2) Id.
(3) Id.
(4) Id.
(5) Cattanko, Carta de 1729 sobre su viaje desde Europa, inserta en Muratort.
,61 Id.
(7) Id.
(8) Id.
(9) Id.
(10) Ar.uiLAR, Autos de 1735.
(11) NusDORFFER, Informe sobre el diezmo, 30 Enero 1746.
(12) Id.
(13) Id.
(14) Lamas, Introd. al P. Guevara.
(15) Id.
-71 —
de enero de buey, donde habitan las familias venidas últimamente,
hasta que se fabriquen bastantes para alojarlos. Los fabricantes
son los Indios de nuestras Misiones, que vinieron en 1725 [fué
á principios de 1724] por orden del Gobernador de Buenos Aires, en
nmnero de cerca de dos mil, para fabricar, como lo han hecho
hasta ahora, la fortaleza, y debajo del cuidado de dos de nuestros
Misioneros que los asisten predicando, y confesándolos en su len-
gua, pues no entienden la española. Habitan dichos dos Padres en
una de esas cabanas de cuero, y los pobres itulios sin casa ni techo,
expuestos, después de sus fatigas, al aguaya/ viento, y sin sueldo
ni salario, sino solo con el descuento del tributo que deben
pagara (1).
Pero aun más expresivo es el Informe al Rey del mismo Gober-
nador de Buenos Aires, Don Bruno Mauricio de Zavala, en el cual
se ven las cualidades de los Guaraníes descritas al lado de las de
otros trabajadores ocupados en las mismas obras. «Sin ponderación
[dice], (2) si no tuviera á los indios, era imposible proseguir el tra-
bajo empezado para el resguardo y defensa de Montevideo, ni tam-
poco el de este Castillo [de Buenos Aires], cuando ni los Soldados,
ni los demás Españoles quieren reducirse á este género de fatiga.
Y aun los Indios, que andan vagamundos de los Forasteros, sucede
lo propio: y con unos, 5' con otros, si hay alguno que se aplique
á ganar el jornal, cuatro días es puntual en el trabajo: después pre-
tende dinero adelantado, y se huye, si recibió algo, ó no se le dio,
por imitar á los demás, que de ordinario lo ejecutan, sin el menor
escrúpulo, ni miedo: cuya propensión está tan arraigada en los
genios, por su naturaleza floja, y viciada en la libertad, que no hay
humano discurso para remediarlo.
«Esto es lo que pasa con los Españoles, Indios vagamundos y otra
gente; pero los Tapes de las Doctrinas de la Compañía de Jesús,
debo decir á V. M. con una verdad ingenua y sincera, que es impon-
derable la sujeción, la humildad, y la constancia de perseverar en
todo lo que ocurre del servicio de V. M.: y en particular en las obras
de fortificación, en las que se ahorra el logro de su Real Hacienda,
según lo que varias veces he representado á V. M. respecto de que
nadie, con lo que tienen asignado, trabajaría, procediendo la suje-
ción y modo regular de vivir tan observantes en lo que se les impone,
de la buena educación y enseñanza en que están instruidos por los
Padres de la Compañía, atribuyéndose á su gobierno, economía,
(1) MuRATORi, Cristianesimo felice, tom. II. edit. 1752.
(2) Vide supra, lib. I. cap. XIII. § VI.
-72-
política, prudencia, y gran dirección, la conservación de los Pue-
blos, y la pronta obediencia de los Indios á todo lo que se les
manda...» «muy aplicados y sujetos á lo que se les previene han de
hacer: de suerte que causa bastante admiración la puntualidad de
su asistencia, sin faltar indefectiblemente á las horas señaladas.
Y allí mismo dice qué es lo que recibían los Indios como sueldo de
su trabajo: ^los que al presente se hallan en Montevideo... están
empleados en hacer la fagina, y trasportarla para la fortifica-
ción que se construye en aquel puesto, esmerándose en ello con la
mayor diligencia y cuidado, con solo la subsistencia diaria, harto
limitada./)
El mismo Gobernador Zavala reconoció y dijo algunos años des-
pués, cuando en 1733 pacificó el Paraguay rebelado, «que lo que
niás contribuyó á allanar aquella Gobernación y restituirla á la obe-
diencia del católico monarca Don Felipe, fué el buen método que
observaron los indios por la vigilancia de los Misioneros Jesuítas
que les asistían, sirviendo en todo con la mayor prontitud y fideli-
dad que se podía desear, sin que el sentimiento natural de ver sus
pueblos trabajados de la peste y del hambre, fuesen poderosos á enti-
biar el ardor con que siempre estos fidelísimos vasallos se señalaron
en el servicio de !Su Majestad» (1).
Concluiremos esta materia resumiendo lo que hicieron los Gua
raníes en favor del país en empresas militares y en obras de utilidad
pública, con las palabras del juicioso 3^ diligente investigador Don
Andrés Lamas (2): «Encontramos á las Milicias Guaranís encami-
nándose á Castillos para hacer reembarcar á los franceses que
habían aportado á aquella ensenada; al puerto de Montevideo para
expulsar á los portugueses, que allí principiaban á establecerse: á la
Colonia del Sacramento, cuyas fortificaciones salpicaron con su
sangre: á Villarrica para castigar á los portugueses que la saquea-
ron: á la Asunción y á otros puntos para establecer ó mantener el
pendón real. Vemos á los Guaranís trabajando en los edificios públi-
cos de la Asunción, de Corrientes _v de Santa Fe; levantando los
muros de la fortaleza principal de Buenos Aires, 3^ los fortines del
Riachuelo 3' de Lujan: rodeando de murallas y fuertes el recinto de
la ciudad de Montevideo; en cu3^a fundación fueron tan útiles; y con-
curriendo á la edificación de templos en las principales ciudades del
litoral, y en algunas del interior como Córdoba »
No se puede dar un paso en la historia de estas regiones, sin
(1) ViLKAGAKCÍA, Vida del P. Jaime de Ag-iiilar, letra S, pág. 3.
(2) Introducción al P. Guevara, pág. XXXI.
-73-
encontrar al punto la importante acción de los Indios Guaraníes de
las Doctrinas en uno ú otro sentido.
VI
148
INMIGRACIÓN EUROPEA
Un efecto menos observado del sistema empleado por los Jesuí-
tas en las Doctrinas de Guaranís, fué la inmigración. El Misionero
no podía morar solo entre los indios, y así para cada reducción eran
necesarios dos sacerdotes. El número de reducciones y doctrinas iba
aumentando de día en día, como aumentaba el trabajo espiritual
en las ciudades 3' en las campañas, adonde dirigían de tiempo en
tiempo sus excursiones apostólicas. Mas el número de vocaciones
probadas, y con las cualidades especiales requeridas para los minis-
terios de la Compañía de Jesús, no crecía ni podía crecer á propor-
ción, en un país como las provincias de Paraguay, Tucumán y Río
de la Plata, donde la población era tan exigua, y las circunstancias
no favorecían la abundancia de vocaciones. Fué preciso, por tanto,
desde un principio echar mano de los auxilios de fuera.
El primer recurso se hacía, como era natural, á las provincias de
España, de donde había de provenir mayor uniformidad en la acción,
y para cuya inmigración no había de ser tan difícil obtener licencia
de la potestad civil; pues si á los españoles les estaba prohibido
pasar á América sin licencia, era sin comparación más estrecha la
prohibición de admitir á ningún extranjero. Mas pronto se hubo ago-
tado esta fuente. Las provincias del sur de América meridional no
formaban una excepción, sino que eran parte de la regla general:
pues que también las otras provincias de Chile, del Perú, de Colom-
bia, de Méjico y Filipinas sentían la necesidad de Misioneros, y no
pudiendo formarlos en sus propios países, por las mismas razones
que la del Paraguay, acudían á pedirlos á España. De España
habían de salir en primer lugar operarios parala Península; y es
claro que teniendo tantas peticiones, no podían las provincias de
España satisfacer á todas, por masque allí fuesen más abundantes
las vocaciones.
Fué, pues, necesario buscar Misioneros de otras naciones de
Europa, además de los que daba España, que por la gracia de Dios
-74-
y la piedad ingénita de la nación, siempre fueron el ma5^or número.
Claro es que aquí se cruzaban dos dificultades graves: una encontrar
tales Misioneros fuera de España: otra, alcanzar licencia para su
venida. Cómo se venció la primera, consta de lo ya dicho sobre per-
sonal de las Doctrinas (1). La resolución de la segunda fué más tra-
bajosa, y en ella se ofrecieron varios percances y alternativas que
se expondrán ahora.
Los Reyes de España pusieron especial cuidado en que la inmi-
gración á las Indias fuera escogida, y la más conveniente para el
bien de la colonia. Por lo cual, casi desde el descubrimiento de
América se prohibió el paso á las Indias á los que no eran naturales
de los reinos de España, siendo las causas, según las enumera
Solórzano (2), y se ve también en las mismas leyes (3), para evitar
la introducción de sectas heréticas, alejar las personas que se temiera
habían de promover disturbios y revueltas, ó con el conocimiento de
aquellas regiones y de sus puntos débiles comunicado afuera traje-
sen invasiones de naciones extranjeras: y aun para evitar el daño de
los indios, que era probable que en los tratos con los comerciantes
saliesen engañados ó damnificados. Y aunque no todas las razones
comprendiesen á los religiosos, podía tocarles alguna, por el afecto
natural á su patria: 3^ así también ellos estaban comprendidos en la
prohibición (4). De suyo estas leyes «se observaba)i nialr, dice el
Padre Lozano (5), <iCOino sea moralmeute imposible cerrar del totio
puertas tan anchas cuales son las de la Auiéricay>. Mas por lo que
toca á los Jesuítas, los Generales de la Coiiipañía tenían mandado
que se observase la ley inviolablemente, como era justo, sin permi-
tir pasar Jesuíta á las Indias de Castilla, que no fuese de nación
español, sin la particular licencia (6) requerida. Sintiéndose, pues,
la necesidad de auxiliares de que va hecha mención, hicieron dili-
gencias los Procuradores de Indias, y entre otros el P. Diego de
Torres Bollo (7) para conseguir del Consejo facultad con que pasa-
ran al Nuevo Mundo misioneros de otras naciones que tenían voca-
ción para ello. Trató el asunto con el duque de Lerma, que cntonce'í
estaba en privanza, el P. Alonso de Castro, Jesuíta portugués que
tenía gran cabida en la Corte: y aunque no se derogó la ley, ni se
(1) Siipra, cap. X. §§. I. 11. X. XI.
(2) Solórzano, De Indiaruin jure, tom. I. lib. 2. c. 25. m'im. 68. sqq: tom. II.
lib. 2. c. 5. m'im. 49.
(3) Leves 1. 8. 9. 10. tít. 27. lib. 9. R. I.
(4) Ley 12. tít. 14. lib. I.
(5) Lozano, Historia, lib. IV'. cap. XI. m'im. 1.
(6) Ibid.
(7) [bíd.
-75-
concedió facultad general, se mostraron los Consejeros del Consejo
de Indias inclinados á conceder licencias individuales por la satis-
facción que dijeron tener de que sujetos de la Compañía juzgados
aptos para Misiones, guardarían como era debido la fidelidad al Rey
de España. Con esto, el P. Diego de Torres, que como Procurador
regresaba á su provincia del Perú en 1604, pudo lograr permiso para
traer veinte religiosos extranjeros entre los cincuenta que vinieron
con él, é hicieron tan buena prueba como lo muestra el insigne elo-
gio que de ellos hace Hernandarias de Saavedra en carta al Con-
sejo (1); no desemejante de otro que pocos años antes había escrito
el conde de la Gomera (2). En 1609 fué de parecer el Consejo de
Estado, y aun hay indicios que se llegó á expedir Cédula para ello,
de que no convenía ya permitir este paso de religiosos extranjeros,
y hasta se habían de retirar los que ya había en las Indias; pero las
razones presentadas al suplicar debieron hacer que se revocase la
Cédula ó que no se ejecutase (3).
No se removió más esta cuestión hasta que vinieron á suscitarse
de nuevo las sospechas con ocasión del alzamiento de Portugal
de 1640. Justamente por entonces habían abogado ante el Consejo
de Indias y en sentido contrario dos Padres Jesuítas, el P. Alonso
Messía, Procurador por la provincia del Perú (4), y el P. Alonso de
Ovalle, Procurador por la Vice-provincia de Chile, presentando
razones, el uno de que no convenía dejar pasar religiosos extranje-
ros á Indias; el otro, de que eran necesarios. Parece que este último
sentir es el que prevaleció, concediéndose al P. Ovalle algunos her-
(1) «Certifico á V. M. que entiendo no hay modo mejor para la conversión de
los naturales, que el meter entre ellos Padres de la Compañía...: y así se habían
de enviar para sola esta gobernación y provincia de Guayrá cincuenta dellos, si
fuese posible, para que vayan adelante las reducciones y se puedan hacer otras,
que tantos serán menester, porque hay muchos naturales. Y si entre estos Padres
viniesen la mitad dellos italianos, esté V. M. cierto no se haría menor efecto,
porque los que desta nación han entrado en esta provincia, así muchos años ha,
como de poco tiempo á esta parte, se han señalado en el trabajo, y ansí son de
mucha virtud y ejemplo». Hernandarias, carta de 4 de Mayo de 1610. (Sevilla:
Arch. de Indias; 74. 4. 12.)
(2) «.Señor: Los caciques y principales de la provincia de Chucuito que son
encomendados en la Corona Real, me hacen instancia suplique á V. M. se sirva
enviarles muchos sujetos de la Compañía, que acudan á su aprovechamiento espi.
ritual, respecto de que parece que Dios se lo tiene librado por medio de la Com.
pañía, y del ministerio apostólico que con tan universal provecho ejercitan en
esta tierra... Y particularmente suplican á V. M. estos indios se sirva de enviar,
les muchos Padres italianos: porque aunque en todos se muestra gran celo de ayu-
darles, en los de esta nación ha resplandecido más, y ha sido en esta tierra mara-
villoso el fruto que han hecho, y así q lieren gozar de tan apostólicos varones.»
Carta de 6 de Abril de 1607. (Sevilla: Arch. de Indias, 70. 1. 35.)
(3) Apunte de una carta de un Misionero del Paragnay extranjero á otro cas-
tellano, hacia 1653.
(4) Memorial presentado al Consejo de Indias.
-76-
manos Coadjutores extranjeros como oficiales mecíínícos para
llevarlos á Chile. Y no poco hubo de influir en la resolución un pare-
cer escrito del Consejero D. Juan de Solórzano, que á 7 de Enero
de 1640 asentaba que, á su juicio, no se debía poner reparo alguno en
la introducción de los Jesuítas extranjeros (1). Pero, ocurrida á fines
de aquel año la rebelión del duque de Braganza en Lisboa, con las
guerras subsiguientes, renacieron con tal ocasión los antiguos rece-
los y preocupaciones, aumentados con informes llenos de pasión de
los émulos de la Compañía en los años inmediatos, fingiendo que los
Jesuítas querían levantar un Rey en el Paraguay, y para eso arma-
ban sus neófitos y los separaban de los españoles. El efecto no se
hizo esperar.
Era el año de 1647, y al puerto de Sevilla habían concurrido
hasta ochenta y cinco (2) Jesuítas extranjeros, buscados con gran
trabajo por los Procuradores americanos para sus respectivas Misio-
nes, Méjico, Perú, Chile y Paraguay. Dio la casualidad de que los
Padres que habían tenido que pasar por países de herejes andaban
vestidos de seglares, precaución allí necesaria para evitar insultos.
Ya estaban para embarcarse, habiendo obtenido la competente
licencia del Consejo, cuando soplando los vientos de la calumnia,
para sugerir que aquéllos podían ser extranjeros disfrazados, que se
hacían á la vela con siniestros intentos sobre América, se expidió
orden perentoria del Consejo de Indias para que ni uno solo de ellos
fuese admitido á bordo, sino que todos regresaran á su respectivo
país. He aquí cómo relata la parte perteneciente al Paraguay uno
de los cuatro Procuradores que iban á embarcarse, el P. Juan Pas-
tor, escribiendo la carta anua de 1650 á 1652 (3): «Había yo logrado
un buen número de Misioneros extranjeros por la bondad del Padre
General y de otros Padres, señalándose de un modo especial el
Padre Florencio de Montmorency, Asistente de Alemania, quien de
las provincias de su cargo me había concedido diez y nueve sujetos,
seis de ellos hermanos Coadjutores, peritos en variedad de artes
y oficios, y los otros trece sacerdotes, cuatro de los cuales eran pro-
fesos de cuatro votos...: otros diez compañeíos me había dado el
Asistente de Italia, y diez más el de España. Vuelto á Sevilla,
y estando á punto de embarcarme con mis treinta y nueve compa-
(1) SoLÓMZANO, Dictamen escrito dado en favor del P. Ovalle. (Apénd. n." 51.)
(2) Setenta y cinco dice el Memorial del Asistente P. Izquierdo al Consejo
en 1673 y otro de 1676; pero ha parecido que debía preferirse el número que da el
Padre Pastor, testigo del hecho en 1647 que dice: ad quinqué snpra octoginta
extranei reperti siint. (Annuae Paraquariae, triennii ad 1653.)
'3; Ibid.
-77-
ñeros, he aquí que nos asalta una deshecha borrasca en el puerto
mismo.» Y después de explicar lo sobredicho, añadiendo algunas
circunstancias, como la adversa disposición del Presidente de
Indias, el publicarse á voz de pregonero la prohibición á la gente de
mar, pasar lista ante el Presidente de la Casa de Contratación y un
escribano, y obligar á los Superiores de la Compañía á que pusieran
á los Misioneros precepto de obediencia, concluye: «Perdida la espe-
ranza del viaje de tan numerosa expedición, sólo pude traer conmigo
un sacerdote... y otros trece compañeros, parte estudiantes parte
Coadjutores... con los cuales, después de ochenta días de navega-
ción, arribamos á Buenos Aires á 13 de Enero de 1648.» Golpe fué
éste tan desacertado y funesto, que, según hace notar el Padre
Dobrizhoffer (1), retardó un siglo entero, y quizá más, la pacifica-
ción del Chaco, que entonces estaba comenza'a con muy buen pie,
y tuvo que abandonarse por falta de operarios: y sólo á costa de
mucha sangre que se derramó, volvieron los tobas, mocovíes y abi-
pones á entfar en temor, y pedir Misioneros y reducción.
De las mismas causas expuestas arriba procedió una Cédula
expedida hacia 1650, en virtud de la cual se hicieron averiguaciones
en el Río de la Plata sobre quiénes y cuáles eran los Jesuítas extran-
jeros, y se trataba hasta de expulsarlos de América; materia acerca
de la cual escribió al Presidente de Charcas el Illmo. Sr. Maldo-
nado. Obispo de Tucumán, en los siguientes términos, con fecha 24
de Agosto de 1651, enviándole al mismo tiempo una consulta
ó informe que pensaba dirigir al Rey: «De ninguna manera la Com-
pañía, si sacan dichos sujetos, tiene otros que poner, porque está
exhausta de sujetos, y lleva el peso en estas provincias del mayor
y menor de los ministerios, y han menester más religiosos que otras
comunidades... Yo vivo aquí muy atento por mi oficio: y he cono-
cido en la Compañía por la experiencia, que si en sujeto suyo oyera
una leve palabra que no fuera de muy rendido y humilde vasallo
de su Majestad, lo quemara» (2). Y no obstante las diligencias que
se hicieron, empeoraba el asunto de suerte que el Provincial del
Paraguay escribe á 29 de Febrero de 1653 al P. Procurador general
de Indias en Madrid, Julián de Pedraza: «Su Majestad ha mandado
por dos Cédulas que los Padres extranjeros que están en nuestras
Reducciones, salgan de ellas, y los embarquen para Castilla...: y el
señor Virrey ha suspendido su ejecución á grandes ruegos hasta
que el dicho Procurador [P. Simón de Ojeda] informe á su Majestad,
(1) Dobrizhoffer, De Abiponibus, III.
(2) Buenos Aires: Arch. gen. legajo Padres Jesuítas / Varios ai'ios..
- 78 -
y se vea lo que manda últimamente» (1). De hecho, se suspendió la
ejecución para algunos; pero se ejecutaron las Cédulas con un
Padre. francés, Manuel Berthod, y otro portugués, Pablo de Bena-
vides, por ser de nacionalidad más sospechosa (2).
Por fin, entre la cantidad de Cédulas que se despacharon en
junio de 1654 sobre los tan debatidos asuntos del Paraguay, se
registran dos de primero de Junio, dirigidas una al P. General)' otra
al Provincial de Castilla, notificándoles que se ha prohibido estre-
chamente que pase ningún Jesuíta extranjero á las Indias espa-
ñolas (3).
A 10 de Junio de 1654, se mandaba al Presidente de Charcas don
Francisco de Nestares Marín, que nombrase para Visitador del Pa-
raguay al 0\dov de más prudencia y capacidad (lo que hizo eligiendo
al doctor don Juan Blásquez de Valverde), y se le enviaba la Instruc-
ciótt para el nombrado (4), uno de cuyos puntos era.: «Enviará relación
de los religiosos de ¡a Compañía de Jesiis que hay en esas provin-
cias; y más por menor de los que residen y asisten en las Reduccio-
nes y Doctrinas que tienoi á su cargo en las del Paraná y Uruguay
y sott extranjeros: qué nilmero habrá en todos y de qué nación es
cada nno: y sin hacer novedad, avise de los que son y su modo de
proceder.» Y habiendo escrito el Visitador, después de practicadas
todas las diligencias, que todos eran de satisfacción, y que los
extranjeros habían quedado con el desconsuelo de que los tachasen
en el afecto al Rey, de que tantos años habían dado muestras ine-
quívocas; sólo se le respondió que estaba bien y que los dejase sin
molestarlos; pero no admitiese ningún otro extranjero en adelante (5).
A 6 de Diciembre de 1662 se avisaba al Presidente de la Audien-
cia de Buenos Aires, Salazar, que sobre la materia de extranjeros,
bastaba el recuento que se hacía de los Misioneros en Sevilla, y el
segundo al recibirlos en Buenos Aires, sin que fuese necesario
pasarles lista nuevamente en Córdoba, como parece que se había
empezado á hacer (6).
Una representación del P. General Juan Pablo Oliva, con la
súplica del Provincial de Toledo, P. Felipe de Osa, sobre la imposi-
bilidad de atenderá las misiones con solólos sujetos de España, tuvo
(1) Chile: Bibl. Nac. MSS. Jesuítas vol. 275.
(2) Capítulo de carta de ua Padre extranjero de las Doctrinas del Paragua)-
á otro Padre español, hacia 1653.
(3) Sevilla: Arch. de Indias, 122. 3. 2.
(4) Ibid. tom. 6, fol. 118.
(5) Ibid. fol, 227.
(6) 122. 3. 2. vol. 1° fol. 173.
-79-
por efecto la Cédula de 10 de Diciembre de 1664 (1), por la que
se permite que sean extranjeros la cuarta parte de los Misioneros
Jesuítas para América, con condición de ser vasallos de España ó
de los Estados hereditarios de la casa de Austria, y detenerse un
año en la provincia de Toledo. Diez años más tarde, representándose
nuevamente sobre los daños espirituales de este gravamen, se con-
cedió, por Cédula de 12 de Marzo de 1674, que pudieran ser los
extranjeros la tercera parte del número de la expedición, y que no
se hubieran de detener en España.
La cláusula que en esta Cédula se ponía, de que «no se hayan de
emplear en otros usos que los de predicar el santo Evangelio á los
indios»; y lo que exigió otra Cédula de 15 de Noviembre de 1676, que
forzosamente habían de pasar en llegando á América, á los parajes
de Misiones, con otras pretensiones que introdujo el Fiscal del Con-
sejo de Indias (efectos lastimosos del regalismo con que el Estado
quería gobernarlo todo, aun dentro de la Iglesia) hicieron que el
P. General Tirso González dirigiese un Memorial al Consejo de
Indias, en el que, apoyado en sólidos fundamentos exponía ser con
tales condiciones imposible el gobierno de los subditos de la Com-
pañía, el cumplimiento de su Instituto y el fruto de sus ministerios:
y concluía que, si así había de ser, la Compañía hacía dejación desde
luego de las Misiones que tenía en América.
Trajo una nueva dificultad al envío de los Misioneros extranjeros
el cambio de la dinastía de Borbón en lugar de la de Austria en
España y la guerra de sucesión: de suerte que, estando para salir
una expedición para Méjico y Quito con ocho Misioneros alemanes,
y habiéndose obtenido licencia expresa para ellas del Rey Felipe V
en persona, el Consejo les puso dificultades primero, y últimamente
les negó el pase, no obstante el Memorial que no tenía réplica, pre-
sentado por el P. Juan Martínez de Ripalda, Procurador de aquellas
dos provincias de Indias.
Allanáronse las dificultades por Cédula de 27 de Junio de 1703 (2).
en que se desestimaban las pretensiones del Fiscal: y se concedió á
los Jesuítas que pudieran enviar á América la tercera parte de Mi-
sioneros extranjeros, con tal que fueran vasallos del Rey de España.
Más tarde, en Cédula de 18 de Febrero de 1707, se concedieron dos
terceras partes de extranjeros «que precisamente sean vasallos míos,
ó del Estado del Papa, y de las naciones extranjeras que al presente
se hallen afectas á la Corona».
(1) 154. 1. 20.
(2) Sevilla: Arch. de Indias: 154. 1. 21. tom. 13.
-80-
En 1715 concedía Felipe V que pudiesen pasar á América misio"
ñeros Jesuítas de Polonia, Baviera, Bélgica, el Estado pontificio
Venecia, Genova y toda Italia, menos el Milanesado y Ñapóles, que
se exceptuaban expresamente (1). Por Cédula de 17 de Setiembre
de 1734, se concedía que la cuarta parte de la expedición de Misio-
neros pudiera ser de alemanes (2). Y al mencionar esta concesión en
la Cédula grande de 1743, confirmando la misma facultad, se agre-
gaba en elogio de los Jesuítas alemanes la cláusula «que en todas
ocasiones han sido fidelísimos, como se acreditó en la del año de mil
setecientos treinta y siete, que estando sobre la Colonia del Sacra-
mento con cuatro mil indios Guaraníes el P. Tomás Werle, le ma.
taron de un fusilazo» (3). La única prevención que se hizo en esta
circunstancia fué encargar por Cédula especial á los Padres «pongan
sobre este asunto gran cuidado especialmente en sujetos que sean
naturales de potencias que tengan gran fuerza de mar».
La razón de todas estas cautelas, y de las vacilaciones que hubo
en diversos tiempos, es manifiesta: asegurar el dominio de las pose
siones de la monarquía en el Nuevo Mundo, de las cuales las nacio-
nes extranjeras no se habían mostrado sino muy codiciosas: y no
faltaba ejemplar de haber pretendido ganarlas valiéndose de perso-
nas del estado religioso. La nación española, sin embargo, pasó por
encima de todos sus temores y sospechas, con tal de asegurar á los
pueblos americanos el inapreciable beneficio de la fe 3^ de la educa-
ción cristiana.
De este modo, entre los treinta, cuarenta y hasta sesenta Misio-
neros que cada seis años traía consigo el Procurador del Paraguay,
se hallaban siempre, si no una tercera parte, por lo menos un
número competente de extranjeros. Españoles y extranjeros con
tanta fatiga procurados, eran un contingente de inmigración en la
tierra americana. Y si hablando del tiempo presente es tan cierto el
beneficioso influjo de una inmigración bien dirigida, que ha podido
afirmarse en 1886 que todos los progresos de la República Argentina
en los treinta años precedentes debían atribuirse á la inmigración (4):
con mucha mayor razón se deberá atribuir á los inmigrantes un
papel activo en el perfeccionamiento del país en aquellos tiempos
(1) Peramás, Martinus Schmid, pág. 410. not.
(2) § Y últimamente de la Céd. de 28 Dic. 1743.
(3) Ibid.
(4) Carrasco, Descripción de la Prov. de Santa Fe, cap. XI. § V. ed. 1886.
«Todos los adelantos 5' sorprendentes progresos que de treinta años á esta parte
ha hecho la República entera... pueden sintetizarse resumiendo su causa en una
palabra: la inmigración.»
-si-
en que era tan escaso el número de habitantes, que en toda la
ciudad de Buenos Aires y su campaña no se contaban más de cuatro
mil personas (1).
Es verdad que no era crecido el número de inmigrantes de que
ahora se trata: pero no sólo ha de atenderse en esta materia al
número, sino muy especialmente á las cualidades: y en esta parte se
puede afirmar que los sujetos que venían en las expediciones de
Misioneros constituían una inmigración selecta. Preparados con
serias pruebas en la vida religiosa durante muchos años, elegidos á
instancia de ellos mismos 3^ por reconocerse que tenían aptitudes
para las tareas apostólicas en estas regiones, eran gran número de
ellos á propósito no sólo para la enseñanza y gobierno de los indíge-
nas, sino también para plantear y llevar adelante entre ellos las ins-
tituciones de agricultura, de industria y de bellas artes que habían
de mantener en su buen estado los pueblos de Doctrinas.
Señaláronse en estos diversos ramos no menos los extranjeros
que los españoles: y de unos 3^ otros se han consignado ya algunos
nombres (2), y algún otro se pondrá aquí. El P. Andrés de la Rúa
tenía ya establecidos en 1627 dos telares en Itapúa para hacer vesti-
dos de algodón con que cubrir la desnudez de los indios (3). El
P. Antonio Sepp, tirolés, excelente músico, ( t 13 Enero 1733), y que
por su preciosa voz había sido muy estimado en la capilla del Empe-
rador, renovó en el Paraguay las tradiciones de los Vascos y Berger,
instru3'endo á muchos indios en la música, enseñándoles á fabricar
instrumentos, 3" popularizando canciones sagradas (4). Fué también
el que descubrió en las tierras de San Juan las piedrezuelas que
aprovechó para extraer de ellas el hierro, tan necesario á los natu-
rales (5); si bien después de su tiempo no se continuó la extracción,
tal vez por la demasiada dificultad. El P. Antonio Ruiz de Montoya,
militar que había sido en el «iglo, aunque en las Doctrinas no ejer-
citase activamente el oficio de la guerra, conservó su resolución
para las empresas 3' la serenidad para dirigir la resistencia de los
indios contra sus invasores en el Guayrá y en el Tape. El P. Juan
Fecha, distinguido en la música, estableció una lucida capilla entre
los indios del Chaco, á semejanza de las que había en las Misiones
(1) Los datos de Martínez, Estudio... de Bs. As.,pp. 214, sqq. ed. 1889, muestran
que Buenos Aires aumentó desde 500 hasta 4000 habitantes entre los años 1603 y
1664, debió tener 10 mil hacia 1720, y 20 mil hacia 1767.
(2) Principalmente al hablar del Personal lib. I, cap. X.
(3) Mastrilli, Annuae, p. 50.
(4) Noticias que dan las Anuas de 1730 á 1735.
(5) Sepp, Forsetzung, caps. 26, 27.
6 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tOiMO ir.
-82-
de Guaraníes (1): y otro tanto hizo el P. Florián Pauke entre los
Mocovís (2). El P. Francisco Molina, chileno, fué insigne en el arte
de fundir el bronce para campanas é instrumentos de ornato en las
iglesias (3). El P. José Serrano, con su ardor por imprimir la traduc-
ción Guaraní del Temporal y Eterno, fué el introductor de la
imprenta. El P. Segismundo Aperger fué eximio en la Botánica y
Medicina, y su fama es proverbial.
Vese, pues, claramente cuan poderoso elemento de progreso era
la llegada de aquellos hombres inteligentes al hoy desolado Terri-
torio de Misiones, con el propósito de consagrar todas sus energías
y su vida entera á conservar, cultivar y perfeccionar los moradores
del país, 5^ hacer más abundantes todos los recursos de sus poblacio-
nes. Y también se ve cuánta razón tenían los indios para salirlos á
recibir con júbilo, bajando siempre que podían al puerto de Buenos
Aires con sus bandas de música para obsequiar y llevar luego río
arriba en sus canoas aquel gran bien que Dios les enviaba de
Europa (4).
VII
14Q
*^^ DILATACIÓN DEL TERRITORIO
Solían los antiguos españoles manifestar su fidelidad de vasallos
cuando dirigían sus memoriales al Rey con la frase: V. M., cíiya
vida y dominio dilate Dios nuestro Señor, corno ¡a cristiandad lo
ha menester. Esta dilatación de los dominios del Rey Católico, tan
importante y deseada en aquellos tiempos, fué fruto accesorio del
sistema de los Jesuítas en la organización de sus Doctrinas. Y no
por ser accesorio, fué menos real ni menos beneficioso á los indios,
á la ciudad de la Asunción, á la provincia entera, y aun á la corona
de España.
Merece, por tanto, fijar un instante la atención este efecto, sin
dejar de reparar al mismo tiempo en las diferencias entre la con-
quista armada, y esta reducción, consecuencia de la metafórica-
(1) PeramAs, Petrus loan. Andrea, § XLI.
(2) KoBLER, Ein Jesiiit in Paraguay.
(3) Techo, Hist. lib. X, cap. XIII.
(4) Jarque, Insignes Misioneros, lib. II. cap. X. n. 4.
- 83 -
mente llamada conquista espiritual. Porque aquélla se verificaba
con muertes, tropelías, violencias y todas las calamidades que lleva
consigo la guerra; ésta sin furor bélico ni derramamiento de sangre;
aquélla, por fuerza, ésta, de voluntad de los mismos indios: aquélla,
dejándolos resentidos y prontos por mucho tiempo á sublevarse
contra el conquistador; ésta, dejándolos contentos y fundando sólida-
mente la paz interior, como se ha visto.
Ni fué pequeña la porción de tierra adquirida y el número de
pobladores reducidos de este modo á la obediencia del monarca; pues
ocupaba un considerable espacio de lo que fué después el Virreinato
de la Plata; teniendo los Jesuítas la satisfacción de poder entregar
todo aquel territorio á la jurisdicción real, sin que se hubiese derra-
mado para ello una gota de sangre del pueblo sometido, aunque el
efecto se hubo de lograr á costa de la sangre de más de uno de los
Religiosos doctrinantes. Fué toda la extensión del Guayrá, Paraná,
Uruguay y Tape, que son los actuales Estados del Paraná, Santa
Catalina y Río Grande del Sur en el Brasil, con más los Territorios
paraguayo y argentino de Misiones, parte de la provincia de Corrien-
tes, y casi la mitad de la República Oriental del Uruguay.
Y en efecto, en el Uruguay y Tape jamás habían pisado con
sosiego plantas españolas. Los primeros pobladores del Río de la
Plata, después de haber explorado las regiones que se hallan
siguiendo hacia el norte el Río Paraguay, se habían contentado con
establecer los pueblos situados alrededor de la Asunción, y mante-
ner, como lo consiguieron por algún tiempo, las ciudades que funda-
ron en Guaira, en el Itatín y en el Chaco. En el Paraná, sublevados
los naturales desde los primeros tiempos de la conquista, no sólo no
habían llegado á ser dominados por los paraguayos; sino que ni se
podían éstos internar del Tebicuarí para el sur, porque era región
de guerra, y hasta ocupaban los indios paranás con sus canoas todo
el trayecto del río que media entre Itapúa y Corrientes, é infestaban
todo el país, no dejando seguridad en la navegación del Paraná, y ni
aun en la del río Paraguay hasta su confluencia con el Tebicuarí. De
los de la provincia ó comarca del Guaira hay que decir otro tanto.
Alguna vez en tiempos pasados habían estado sujetas ciertas parcia-
lidades. Pero muchos años hacía ya que los vecinos de Ciudad Real
y Villarrica sólo tenían obedientes los indios más inmediatos á sus
poblaciones; los demás estaban alzados y de guerra; y en su región
no entraban los españoles sino bien armados como para emprender
campaña ó facción militar.
Pues bien, esas provincias, parte inaccesibles á las armas espa-
- 84-
ñolas, parte rebeladas después de la conquista: en el corto espacio
que medió de 1610 á 1634, vinieron á quedar con gusto sumisas al
Rey de España, en virtud del sistema de Doctrinas de los Jesuítas.
Supieron y se certificaron bien de que los Jesuítas, á quienes experi-
mentaban siempre afables y cariñosos, les habían conseguido el que,
al hacerse cristianos, no fueran sujetos á servicio personal; vieron
por sus ojos cuan bien hallados estaban sus parientes de las primeras
Reducciones; y ésto abrió puerta al Evangelio, que en poco más de
veinte años sujetó con seguridad inmensos territorios al Rey. Y si
los Gobernadores de las provincias y los vecinos de las ciudades
hubieran puesto empeño en defender aquellas posiciones avanzadas
contra la furia invasora de los Mamelucos, todas esas comarcas se
hubieran conservado para la Corona, y serían hoy parte de la Amé-
rica española. Pero, como se verá, lejos de defender á los nuevos fie-
les, ayudaron á la obra desoladora de los paulistas.
Aun así, quedó todo el floreciente territorio de los treinta pueblos
de Misiones ganado para la corona de España, con la más noble de las
armas, la persuasión por la predicación del Evangelio.
Sección Segunda
LA OBRA
DE LOS ENCOMENDEROS
CAPITULO 111
SISTEMA DE LOS ENCOMENDEROS
DEL PARAGUAY
1. Noticias previas.— 2. La encomienda. — 3. El servicio personal. — 4. Injusti-
cias del servicio personal en las encomiendas. — 5. La Cédula de 160L — 6. Orde-
nanzas de Altaro. — 7. La mita.
Contemporáneamente con el de los Jesuítas en Doctrinas, se
aplicaba otro sistema de gobierno á los Guaraníes en lo restante de
la provincia del Paraguay y en la parte septentrional de la provincia
de Buenos Aires, que eran las comarcas donde había indios sujetos
de aquella raza en número bastante para formar pueblos, y ahora
son el Estado de Paraná en el Brasil, parte de la provincia de
Corrientes en la Argentina, y la parte meridional de la república del
Paraguay. El sistema que allí se aplicaba era el de los encomende-
ros; y siendo esta aplicación la única diferencia que había entre
aquellos pueblos y las Doctrinas, será muy útil para el intento del
presente trabajo estudiar ese sistema y sus efectos. Dásele aquí la
denominación de sistema de los encomenderos del Paraguay, por-
que no se trata de las encomiendas en general, ó de lo que fueron en
otros países, sino precisamente de la índole especial que tuvieron en
las provincias del Río de la Plata.
Mas antes de entrar en este estudio especial, será conveniente
-86-
exponer algunas nociones sobre la materia, y apuntar las vicisitudes
históricíís por donde pasaron el servicio personal y las encomiendas
en América.
150 NOTICIAS PREVIAS
Nada más frecuente en la historia de América que el tratar del
servicio personal de los indios. El nombre de servicio personal fué
impuesto derivándolo de la persona del que lo prestaba; con lo que
se distingue de cualquier otro servicio en frutos ó en moneda, el cual
se llamaba servicio en especies ó en plata, mientras que el servicio
personal era servicio en trabajo de la persona misma del indio.
Y viniendo á la cosa misma, se ha de tener presente que, entrados
los españoles en América, hubo dos clases de poblaciones. Pueblos
de españoles, que en general estaban ocupados en seguir la profesión
de las armas, y pueblos de indios, acostumbrados en su gentilidad á
trabajar los campos y á ejecutar los demás trabajos manuales; y eso
no por salario individual, que entre ellos no era conocido, sino por el
mandato é imposición de sus caciques y siguiendo la dirección que
éstos les daban, ó bien para satisfacer á su propia necesidad y á la
de su familia.
De aquí dimanaba un problema social y moral á la vez; el de si
era lícito obligar al indio (á quien las leyes Reales declaraban de
condición libre como el español), y hacerle trabajar por autoridad
pública, en las faenas indispensables en una población, como son el
laboreo de los campos, la guarda de los ganados, la construcción de
edificios públicos y privados, los trabajos de minas, de obrajes ó
fábricas de paños, el servicio de chasquis ó correos, etc.
Ponderadas las razones en pro y en contra, y atenta en especial
la necesidad del trabajo de los indios en país donde no había otros
trabajadores, su costumbre antecedente, y la necesidad de urgirles
por autoridad pública, pues de otro modo no se movería al trabajo
su innata ociosidad; se resolvía la cuestión afirmativamente, poniendo
ciertas condiciones, que pueden reducirse á las siguientes: 1.° Que
el trabajo sea moderado y acomodado á las fuerzas de los indios. 2."
Que no se obligue sino á los que tienen fuerzas y robustez para tra-
bajar. 3° Que se les pague salario competente, conforme al uso de
-87-
la tierra, y se les dé en su mano, pronto y sin tardanza. 4.® Que se
cuide de que á precio competente y allí mismo donde trabajan hallen
el sustento necesario. 5.°Que no se les saque muy lejos de su pueblo,
ó á clima muy distinto. 6.° Que no padezca el cultivo religioso que
deben tener en la fe y religión cristiana. 7° Que se les deje tiempo
para atender al sustento de su familia y conservación de su pueblo(l).
Estrechamente relacionada con el servicio personal está la enco-
mienda, que muy frecuentemente fué acompañada de él. La en-
comienda^ cuya naturaleza se expondrá plenamente luego, puede
describirse como designación de un número fijo de indios que
concedía el Gobernador á algún sujeto particular, obligándoles á
que le prestasen cierto servicio, en virtud de lo cual se los encomen-
daba ó los depositaba en él , para que los cuidase, defendiese é hiciese
instruir en la religión, premiando con esta designación los méritos
que había contraído.
Las encomiendas empezaron con el Almirante Don Cristóbal
Colón, quien á los españoles sus subordinados de Santo Domingo dio
cierto número de indios que les sirviesen en cultivar los campos y
sacar el metal de los lavaderos de oro de aquella isla. Por desgracia
según el modo como él las estableció, aquellos indios venían á ser
propiamente esclavos, aunque tuviesen nombre de encomendados,
pues, obligándolos al servicio personal, no se cumplían en ellos las
condiciones arriba enunciadas.
En 1.511, un religioso dominico, llamado Fray Antonio Montesi-
nos, predicó en la iglesia mayor de Santo Domingo, condenando con
gran vehemencia como ilícitas las encomiendas tales como allí se
practicaban (2); y aun pasó á la corte de España, que estaba en Bur-
gos, y logró se hiciesen Ordenanzas de reforma. Poco después y sin
haberse obtenido la práctica de las Ordenanzas, tomó el mismo
empeño de obtener remedio Bartolomé de las Casas, entonces clérigo
secular, y más tarde religioso dominico y Obispo de Chiapa, gran
defensor de los indios, pero que, dejándose llevar de su carácter
imaginativo, asienta frecuentemente como verdades hechos falsos
ó imposibles (3). Sus ardientes representaciones hicieron que se tra-
tase con teólogos el asunto; el Cardenal Cisneros envió en 1516 los
(1) SoLÓRZANO, De Indiarum iure, tom. II. lib. I. cap. V. con los autores que
cita en este y en los anteriores capítulos.
(2) Herrera, Hist. gen. de las Indias, Década I. lib. VIII. cap. 11.
(3) Veinte millones de indios muertos violentamente por los españoles desde
1492 hasta 1552, treinta mil ríos en una vega de la isla de Santo Domingo, etc. Pon-
dera él mismo que si es grave delito detraer de una persona, mayor lo es detraer
de una nación entera; debió aplicárselo á sí propio, cuando con fundamentos tales
detrae de personas particulares de los conquistadores y de toda una nación.
tres Visitadores Jerónimos á la Isla Española; el Emperador Carlos V
en las instrucciones de 1518 á Diego Velázquez y en 1523 á Hernán
Cortés, mandó que no se hiciesen ya encomiendas y se quitasen las
hechas; y aunque consultada la materia de nuevo, y visto que se había
tenido que suspender la ejecución, pareció que se podían hacer las
encomiendas, y se reglamentó la sucesión en ellas, limitándola á dos
vidas, la del poseedor 3^ la de su sucesor, por Cédula de 1536; pero
nuevas instancias y representaciones de Las-Casas hacia 1539 hicie-
ron que el Emperador dictase las 30 Ordenanzas de 1542 llamadas
leyes nuevas, la primera de las cuales era la abolición de las enco-
miendas, poniendo á los indios en la Corona Real, luego de fallecido
el actual poseedor, é indemnizando al sucesor. Estas Ordenanzas en
Méjico no se aplicaron, temiendo el efecto que iban á producir; en el
Perú causaron la muerte del Virrey Vela y la formidable insurrec-
ción de Gonzalo Pizarro, y hubieron de ser derogadas en 1545. Con
todo, los Reyes y el Consejo de Indias continuaron urgiendo el buen
tratamiento de los indios y la supresión del servicio personal en
encomiendas, adelantando siempre, aunque lentamente, en esta
tarea; y es la muestra mayor de la firme voluntad que de ello tuvie-
ron el haber dado siempre favorable oído á las Casas, que vivió
hasta 1566, no obstante ser conocido como hombre nada práctico,
acre en sus juicios, caviloso y exagerador, en tanto grado que, para
desacreditar á los primeros conquistadores, no teme afirmar false-
dades tan grandes y manifiestas como las ya notadas y otras seme-
jantes (1).
En el Perú y en Méjico, gracias á las multiplicadas órdenes del
Rey, había desaparecido el servicio personal de las encomiendas
á mitad del siglo xvii. En Filipinas, desde un principio estuvieron
las encomiendas libres de servicio personal, y cada indio entregaba
la paga de su tributo, que con facilidad se procuraba en los lavade-
ros de oro (2): y la ley mandaba que para los servicios personales se
contratasen japoneses y chinos, y no indios (3). En Chile, nunca se
quitó de las encomiendas el servicio personal hasta que se extin-
guieron (4). Otro tanto sucedió en el Río de la Plata.
Por fin, en el decenio de 1790 á 1800, se ejecutaron las Reales
Ordenes que mandaban cesar todas las encomiendas, incorporándo-
las definitivamente en la Corona.
(1) Véase Nuix, Reflexiones iinparcfales, § 1.; Cappa, Colón 3- los españoles
Apénd. XVIII.
(2) Colín, Labor evangélica, I, 5 J (Barcelona, 1900).
(3) R.I. ley 40. tít, 12. lib. 6.
^4) AmunAtegui solar. Las encomiendas de indígenas en Chile, cap. XX.
-89-
Supuestas las precedentes noticias históricas, se entenderá fácil-
mente lo que ahora se ha de decir sobre el carácter de las encomien-
das y del servicio personal, y sobre lo que fueron uno y otro en el
Río de la Plata.
II
LA ENCOMIENDA
Al verificarse el descubrimiento )' conquista de América á fines
del siglo XV y principios del xvi, prodújose en el Nuevo Conti-
nente una situación análoga en parte á la que en Europa había dado
origen al feudalismo. Gobernaban los Reyes de Europa en la Edad
Media una multitud de guerreros á los cuales era debido algún agra-
decimiento y recompensa por su valor y por la fidelidad con que
habían arrostrado los peligros de la campaña; y por otra parte fal-
taban los tesoros y los medios especiales para premiar aquellos ser-
vicios. Las circunstancias mismas aconsejaron el expediente de que
cada barón ó jefe principal recibiese la investidura de señor de ua
territorio y sus moradores, con pleno poder de gobierno, y con la
obligación de auxiliar á su rey, acudiendo á la guerra con tropas
propias. Esto se llamó en el rey entregar en feudo los territorios de
su monarquía, y así quedaron los nobles \\qz\íos feudatarios ó s^;lo-
r^s/^;/(ií//^s. La situación en que se hallaba América dio origen
á otra clase de régimen, que vino á ser el feudalismo de estas regio-
nes; y en virtud del cual sin duda, encontramos en varios documen-
tos de fines del siglo xvii la expresión de vecino feudatario (1).
Los reyes todos de España, empezando desde Isabel la Católica,
atendieron como á fin primero de sus establecimientos en América
á la salvación eterna de los indígenas y á su alivio temporal. Por
más que el modo de pensar de los gobernantes modernos sobre el
fin adonde han de encaminar sus esfuerzos sea tan diferente de
aquél, y que procuren prescindir cuanto pueden de hablar de la reli-
gión, y sustitu3^an el mismo nombre de Dios y la invocación de su
auxilio con expresiones vagas, ó con el recurso á las virtudes pura-
mente naturales y humanas de moralidad, integridad, civismo, etc.;
(1) Informes sobre el trajín de la yerba mate, hechos en Santa Fe: Archivo
General de Buenos Aires, leg. Papeles de Jesuítas.
151
-90-
por más que toda otra conducta reciba de muchos el dictado de
fanatismo; lo cierto es que no hay disposición de Doña Isabel, ni de
Fernando el Católico, de Carlos V, ó de los tres Felipes, ni aun de
los que le sucedieron hasta llegar á Fernando Vil, en cu)'a mano se
perdieron las Américas, que no lleve este sello religioso en cuantos
asuntos se han tratado relacionados con los indios: negarlo sería
ignorancia ó frenesí. Según esto, no era su único intento mirar al
justo premio que se debía á los guerreros españoles por haber asegu-
rado nuevos dominios á la monarquía; sino atender también, y muy
en especial, á los indígenas, cuyo bien espiritual y temporal se
tenían por obligados á procurar. Y para estos dos fines se estable-
cieron las encomiendas. No teniendo el Rey en América cómo satis-
facer á los conquistadores, y habiéndose impuesto á los indios un
tributo que debían pagar al monarca por razón de vasallaje, cedía
él á los conquistadores el tributo de cierto número de indios, descar-
gando al mismo tiempo su cuidado de conciencia en el favorecido,
á quien exigía el compromiso de buscar sacerdote que doctrinase
aquellos indios, y de mantener armas y caballo para defender los
mismos indios y la provincia de toda suerte de enemigos. De este
modo le encargaba 6 encomendaba los indios, y esto se entendió en
leyes y Cédulas por encomienda. La encomienda fué el traspaso á un
particular del derecho que el rey tenía al tributo de uno ó varios
indios, traspasándole también la obligación de cuidar del bien espi-
ritual y temporal del indio. El particular á quien se hacía la merced
se llamó encomendero.
Esto es lo que aparece á cada momento en las disposiciones ofi-
ciales sobre América. Como está ordenado en las leyes, decía Fer-
nando el Católico en 1509 (1), reparta los indios, para que los enco-
menderos los amparen y defiendan de sus enemigos, proveyéndoles
ministros que los doctrinen en nuestra santa fe. Estableciéronse
las encomiendas, dice Carlos V (2), para el bien espiritual de los
indios, su doctrina y ensefuinsa, y para defensa de sus agravios.
Y para premio de los que se han distinguido en la conquista, añade
la ley (3).
Como la encomienda era un premio y una ley excepcional ó pri-
vilegio para recompensar determinados servicios, se puso limitación
en la merced. Una encomienda perseveraba durante la vida del pri-
mer poseedor y durante la de su primer heredero. Esto es lo que
(1) Céd. de 10 de Mayo, ley I. tít. 8. lib. 6. R. I.
(2) Céd. de 10 de Mayo de 1557, ley I. tít. 8. lib. 6.
(3) Ley 14, tít. II, lib. 6. Ley 5. tít. 3. lib. 6.
-91-
se expresaba diciendo que la encomienda era por dos vidas. Extin-
o-uido el primer sucesor, los indios volvían á tributar al rey, y la
encomienda quedaba vaca; pero por lo mismo que apenas había otras
mercedes que se pudiesen hacer, tenían los Gobernadores facultad
de volver á dar aquellas encomiendas á otro que las mereciese
y también por dos vidas. Al tomar posesión de su encomienda, había
de jurar el encomendero que cuidaría del buen tratamiento de los
indios (1). Debía residir en aquella provincia para poder defender
á sus encomendados: mas no había de habitar en el pueblo de su
encomienda, para evitar opresiones: ni podía poner allí poblero
ó escudero (como llamaban), que hiciera sus veces: que todo eran
cautelas para evitar los abusos.
La encomienda establecida con todas estas condiciones, tenía
su semejanza con el feudalismo; pero al mismo tiempo había entre
uno y otra profundas diferencias. El señor feudal tenía jurisdicción
civil y criminal sobre sus vasallos: el encomendero no tenía ningima
de las dos; porque entrambas se administraban por el alcalde, y en
recurso de alzada por el Gobernador. El feudo duraba sin interrum-
pirse en todos los descendientes, á no ser que interviniese traición:
la encomienda se extinguía después déla muerte del primer here-
dero.
Esto era la encomienda después que la fijaron las leyes reales:
y si se hubiese mantenido en estas condiciones, no parece que se
pudiese negar que era justa y legítima. Pero pronto se verá como
las encomiendas vinieron á ser ocasión de los mayores atropellos,
y causa de que fuera execrado el nombre de encomendero como el
de un cruel opresor.
ÍII
EL SERVICIO PERSONAL
Desgraciadamente la encomienda estaba inficionada desde su
principio de un vicio que todas las Ordenanzas y leyes no lograron
hacer desapaiecer en algunas regiones, y era el servicio personal.
Aun cuando la explicación dada en el artículo anterior describa
(1) C.\RLOS V, 20 Abril 1532, ley 37. tít. 9. lib. 6.
152
-■ 92 -
la naturaleza de la encomienda como en derecho debía ser después
que la lijaron las leyes; la verdad es que en su realidad histórica no
fué así. Las encomiendas fueron invento del almirante Don Cristó-
bal Colón, á petición de los descontentos acaudilladas por Roldan:
3' preciso es decir que las entabló con toda la cruda é irritante injus-
ticia del servicio personal. Hallándose en la isla de Santo Domingo
3' viendo ser muy pocos los españoles 3' muchos los indios, tomó por
fundamento la necesidad que había de edificar las casas, labrar los
campos, guardar el ganado, y sacar el oro de las minas, y repar-
tió á cada español cierto número de indios para que los emplease en
estas ocupaciones. Mas recelando prudentemente ser posible que los
Reyes Católicos no aprobasen su proceder, pues tan resueltamente
le habían desautorizado cuando envió indios caribes para vender en
España; por eso no les concedió estos indios trabajadores sino como
jnerced provisoria, mientras los Reyes ó él mismo no dispusieran
otra cosa. Y como en derecho se solia dar el nombre de euconii eli-
das alas gracias ó empleos interinos, de aquí les vino el nombre de
encomiendas á semejantes donaciones ó reparticiones de indios;
aunque este origen histórico no quite la verdad de que eran también
encomiendas por encomendarse en ellas el cargo de conciencia de
doctrinar 3^ defender los indios. Dieron, en efecto, los monarcas de-
cretos para quitar del todo las encomiendas; pero se encontraron con
tal dificultad, que al fin las hubieron de autorizar en el sentido que
va expuesto en el artículo anterior, fijando la ley de sucesión de
encomiendas en 1536, 3" reduciéndolas al pago del tributo en dinero
ó en frutos de la tierra, y más bien estos últimos, para evitar atro-
pellos 3' fraudes en perjuicio de los indios. Mas era tan connatural
á la encomienda, si alguna utilidad había de reportar, el ir unida
con el servicio personal, que atenta la naturaleza humana tan estra-
gada 3' el interés que todo lo domina, no había otro remedio eficaz
de evitar el servicio personal (á lo menos en ciertas provincias), que
suprimir la encomienda.
En efecto, si las encomiendas sehubiesen manejado del modo que
decían las Cédulas reales, no hubiera sido gran cosa el provecho que
hubiera resultado de ellas al encomendero. La costumbre hizo que
se mantuviese en el Paragua3" siempre la tasa de ocho varas de
lienzo, que á cuatro reales de plata son treinta 3' dos reales ó sea
cuatro pesos de plata de á ocho reales. Si suponemos que un enco-
mendero tuviera cien indios de tasa, su renta anual hubiera sido de
cuatrocientos pesos. De aquí había de salir el sínodo ó quinta parte
para poner un doctrinero <1 los indios, 3^ lo necesario para mantener
-93-
equipo de armas y caballos de guerra. Y si miramos que hubo enco-
miendas que por diversas causas de despoblación, particiones, heren-
cias, vinieron á reducirse á ocho ó diez indios; y se añade que estos
cuatrocientos pesos no se habían de cobrar en moneda, porque lo
prohibió la ley, sino en efectos, y con la incertidumbre de recabar-
los de la mano de los indios, quienes consumen cuanto tienen: se ve-
todavía más clara la exigüidad de las ventajas.
Pero en las personas sujetas á encomienda había una ocasión de
abuso y el abuso se dio casi siempre. El indio ya sometido, pusilá-
nime en presenciafde su dominador, fácilmente era inducido á que
le sirviese como criado en faenas domésticas ó agrícolas, unas veces
sin gran repugnancia, otras con repugnancia, pero constreñido por
el temor. El encomendero prefería cobrar los tributos, no en plata
ó en efectos, como mandaba la ley, sino en jornales aun precio bají-
simo. Con eso tenía cien indios á su servicio, y turnando durante el
año, podía tener un número de quince ó diez y seis criados perpe-
tuos que casi no le costaban desembolso ninguno. Claro es que pre-
fería el encomendero este sistema al sistema de tributos prescrito
por las leyes. Y tal sistema de servicio personal en las encomiendas
fué el que prevaleció.
Esos indios á quienes la costumbre había hecho que sirviesen al
encomendero durante dos meses de cada año sin sueldo para satis-
facer el tributo, eran los que en estas tierras se llamaban mitayos
ó niitan'os, porque cumplían en los dos meses con su iiiitu ó turno.
Habían de ser varones de diez y ocho á cincuenta años: y por tanto,
estaban excluidos de este número niños, mujeres y viejos.
Añadiéronse á los encomendados mitayos otros todavía más des-
favorecidos que ellos. Eran los indios capturados en expediciones
dirigidas contra ellos por haberse rebelado ó cometido hostilidades
injustas. Llamábanlos piezas, y con éstos no se guardaba la regla
de que no sirviesen niños, mujeres ni viejos: sino que todos eran
puestos al servicio del encomendero sin retribución. Ni los sujeta-
ban al servicio por dos meses al año, sino por toda su vida; de
manera que en ellos tenía el encomendero otros tantos siervos de
por vida, obligados á obedecer al amo y á darle todo el fruto de su
trabajo sin recompensa, ellos, sus hijos y todos sus descendientes.
Semejantes encomendados llevaron el nombre de indios originarios
6 indios yanacofias.
En lo que acabamos de decir sobre mitayos y originarios ó yana-
conas hablamos de la forma que tomaron las encomiendas en las
regiones del Plata por la costumbre y por las Ordenanzas de Abreu
-94-
é Irala; prescindiendo del sistema de encomiendas en otros países,
donde también estaban en uso los nombres de mitayos y yanaconas^
pero con diferente significación. Así, por ejemplo, se llamaban ;;///«-
yos en el Perú los indios que por turno iban á trabajar" en las minas
del cerro de Potosí, y éstos constituían la mita de Potosí; los que
por turno se empleaban en el cultivo de la coca, ó en el pasto
reo, etc.: y todos ellos cobraban su jornal en dinero. Yanaconas se
llamaban allí mismo los indios á quienes se había impuesto residen-
cia fija en una iiacienda, de la cual no podían salir, pero en lo demás
la ley los hacía libres, trabajaban por salario y tenían propiedad.
IV
^^^ INJUSTICIAS DEL SERVICIO PERSONAL
EN LAS ENCOMIENDAS
Las encomiendas entabladas en la forma á que las redujo la le}',
no eran injustas, mas éralo el servicio personal en ellas, que prohibía
la misma ley: y por estar todas las encomiendas unidas con servicio
personal en el Río de la Plata, eran injustas las encomiendas tales
como se usaban en aquella región.
El indio era libre por su naturaleza. Los Pontífices habían decla-
rado que, como criatura racional, tenía derecho de disponer de su
persona, de poseer sus bienes ó hacienda que tuviese, como lo tenía
de ser instruido en la religión para ser hecho á su tiempo hijo de
Dios por el bautismo de regeneración, y una vez bautizado, tenía
derecho á la participación de los Sacramentos. La reina doña Isabel
la Católica, al punto que tuvo noticia de que Colón había enviado
trescientos indios caribes para venderlos en España, los mandó
poner en libertad, proporcionándoles medios para volver si quisie-
sen á América y diciendo aquellas notables palabras: «¿Quién es
Don Cristóbal Colón para disponer de mis subditos? Los indios son
tan libres como los españoles.» Y Carlos V en 1536 prohibió que nin-
gún indio fuese hecho esclavo, prohibición que confirmaron todos
sus sucesores.
Según esto, era una verdadera injusticia el sujetarlo contra su
voluntad á que no pudiese disponer libremente de su persona, sino
que por fuerza hubiera de ir á servir á la casa ó hacienda de su
— 95 —
encomendero, y esto por dos meses continuos, de suerte que el tri-
buto se le cobrase forzosamente en jornales y trabajo de su propia
persona, siendo así que no sólo le dejaba la ley libertad expresa de
pagarlo en efectos, sino que prohibía que lo pagase en trabajo
y mandaba que lo pagase en especies. Lo cual se verá patente-
mente. Porque mandando la ley que el indio pagase el tributo en
especies y no en plata, se le hubiera hecho injuria al indio en for-
zarlo á pagar en plata, y era injusticia con cargo de restituir todos
los daños que se le seguían de buscar la plata, cosa para él más difí-
cil. Luego también era injusticia el que mandando la le}' que pagase
en especies, le obligasen á pagar en trabajo de su persona, y había
cargo de restitución por los daños, tan graves como eran los de
salir por fuerza de su casa, alterarse su salud, ser forzado dos meses
á hacer el trabajo como lo quisiera el encomendero, tener abando
nada su familia y estragarse las costumbres en tales regiones. Y así
como eran mayores estos daños, era mayor y más odiosa la injusticia.
Esto debía decirse en cuanto á los mitayos. Pero con mucha
mayor iniquidad se atropellaban las leyes de la justicia en los
yanaconas. En efecto, los indios yanaconas ú originarios quedaban
absolutamente privados de la libertad para siempre, ellos, sus hijos
y todos sus descendientes.
Sobre estas injusticias fundamentales é insanables del servicio
personal en las encomiendas se acumulaban otras muchas que lo
hacían aún más áspero é irritante. Emprendíase á veces la guerra
contra indios pacíficos, que en nada habían ofendido á los colonos
y antes por el contrario, les habían dispensado agasajos y servicios;
y derrotados con facilidad los infelices indígenas, hacíanse entre
ellos numerosos prisioneros, los cuales más tarde eran repartidos
como piezas ó yanaconas (1). Vendíanse en ocasiones á los paulistas
por ropas ú otras cosas los mismos indios injustamente cautiva-
dos (2). Separábanse las familias, llevándose un vecino al padre,
otro á la madre y otros á los hijos (3). Comprábanse niños y muje-
res á sus padres y maridos, engañando la simplicidad del indio con
algunas ropas, y aquella chusma constituía otras tantas piezas (4).
En cuanto á los mita)''os, sacábanlos á veces de sus pueblos á regio-
nes distantes, de temple y clima diverso del suyo natural, que les
dañaba la salud y producía la muerte. Sujetábanlos otras al trato
(1) Lozano, Historia, lib. III. cap. 25. núm.6: Montoya, Conq. esp. §. 22.
(2) LoKENZANA, Relación, §. 4.
(3) Id. § 2; Lozano, Hist. lib. VI. c. 12. núm. 20.
(4) Montoya, Conq. esp. §. 6.
-96-
inhumano de pobleros ó escuderos^ que así se llamaron los adminis-
tradores puestos por los encomenderos en los pueblos de indios
donde radicaba su encomienda. Alargábanles el tiempo de la tasa;
y cumplidos sus dos meses, valíanse de diversas ocasiones y pretex-
tos para enredar al indio en deudas, con que le obligaban á nuevo
servicio; y así lo detenían meses y meses, y á veces años sin poder
volver á su pueblo, separado de los suyos y dejando en el abandono
su pobre hacienda, casa y familia. Impedían la libertad de los matri-
monios. Enviábanlos á los lejanos yerbales de Mbaracayú, en que
estaban empleados sin descanso en el laboreo de la yerba mate, que
consumía sus fuerzas y su vida. «Está fundado este pueblo, dice el
Padre Antonio Ruiz de Montoya (1), en un pequeño campo rodeado
de casi inmensos montes,... en que hay manchas de á dos y tres
y más leguas de largo y ancho, de los árboles de que hacen la yerba
que llaman del Paragua3^.. con no pequeño trabajo de los indios,
que sin comer en todo el día más que los hongos, frutas ó raíces sil-
vestres que su ventura les ofrece por los montes, están en continua
acción y trabajo, teniendo sobre sí un cómitre, que apenas el pobre
indio se sentó un poco á tomar resuello, cuando siente su ira envuelta
en palabras, y á veces en muy gentiles palos. Tiene la labor de
aquesta yerba consumidos muchos millares de indios. Testigo soy
de haber visto por aquellos montes osarios bien grandes de indios,
que lastima la vista el verlos, y quiebra el corazón saber que los más
murieron gentiles, descarriados por aquellos montes en busca de
sabandijas, sapos y ^culebras; y como aun de esto no hallan, beben
mucha de aquella yerba, de que se hinchan los pies, piernas y vien-
tre, mostrando el rostro solos los huesos, y la palidez la rigura de la
muerte.»
«Hechos ya en cada alojamiento ó aduar de ellos ciento ó dos-
cientos quintales, con ocho ó nueve indios los acarrean, llevando
acuestas cada uno cinco y seis arrobas diez, quince, veinte y más
leguas, pesando el indio mucho menos que su carga (sin darle cosa
alguna para su sustento)... ¡Cuántos se han quedado muertos recos-
tados sobre sus cargas! y sentir más el español no tener quién se la
lleve, que la muerte del pobre indio! ¡Cuántos se despeñaron con el
peso por horribles barrancos, y los hallamos en aquella profundidad
echando la hiél por la boca! ¡Cuántos se comieron los tigres por
aquellos montes! Un solo año pasaron de sesenta. Clamaron estas
cosas al cielo...»
(1) §. VIL
-97-
Este sistema de encomiendas con servicio personal es el que
entabló el Gobernador Irala; y ciertamente que los elogios que algu-
nos han hecho de sus Ordenanzas, son algo peor que inmerecidos,
porque son aprobación y participación de un sistema violatorio de
la justicia 3^ de la ley natural, y destructor de la libertad y vida de
los indígenas. Sin embargo de todo eso, así obraron los primeros
conquistadores del Paraguay: y sus descendientes, nacidos en Amé-
rica, se adhirieron tan fuertemente á este sistema, que no hubo
medio de hacérselo dejar.
V
LA CÉDULA DE 1601
No andaban mejor las cosas en otras partes de las Indias, y como
todos estos excesos clamaban por remedio; púsose uno que mostró
la firme resolución de atajar tanto daño, expidiendo en 1601 la cédu-
la que llaman del servicio personal (1).
No era aquella la primera vez que se prohibía el servicio perso-
nal, pues ya estaba prohibido casi en todo el siglo anterior; pero se
tomaban disposiciones bien concertadas para que se hiciese efectiva
la ejecución, ya que hasta entonces no había tenido efecto. Señala-
remos y transcribiremos de la Cédula algunas cosas muy dignas de
ser reparadas.
Asienta por principio la libertad civil de los indios. «Para que los
Indios vivan con entera libertad de vasallos, según y de la forma
que los demás que tengo en esos y en estos Reinos, y otros, sin nota
de esclavitud ni de otra sujeción, mas de la que como naturales
vasallos deben...» (Preámb.) Y añade la ley 14. tít. 2. lib. 6. «Porque
son de su naturaleza libres, como los mismos Españoles.»
Da testimonio de los daños causados por los servicios persona-
les: <í Porque son cansa de que los indios se vayan consumiendo
y acabando con las opresiones y malos tratamientos que reciben,
y las ausencias que de sus casas y haciendas hacen, sin quedarles
tiempo desocupado para ser instruidos en las cosas de nuestra
Santa Fe Católica, ni para atender á stis granjerias, ni al sustento
(1) Céd. real de Valladolid á 25 de Noviembre de 1601; leyes 1. 6. título 12,
Hb. 6. R. I.
7 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo ii.
154
-Q8-
de sus mujeres, ni hijos, de donde pende su conservación y
aumento^. (Preámb.)
Luego en el capítulo 2.° se dispone que no se repartan á nadie en
particular indios para el trabajo; sino qiie^ si pareciere convenir ,
compelan á los indios á que trabajen y se salgan d alquilar á las
plazas y lugares públicos y acostumbrados, para que los que los
hubieren menester, así Españoles como otros Indios, ora sean
Ministros Reales, ó Prelados, ó Religiones, Sacerdotes, Doctri-
neros, Hospitales, y otras cualesquier Congregaciones, y personas,
de cualesquier litulo que sean, los concierten, y cojan allí por días,
ó por semanas, y ellos vayan con quien quisieren, y por el tiempo
que les pareciere de su voluntad , y sin que nadie los pueda tener
contra ella, tasándoles los jornales, etc.
Y en el mismo capítulo se ordena «Que de la ¡nisnuí manera sean
compelidos los Españoles de condición servil, y ociosa, que hubiere,
y los Mestizos, Negros, Mulatos y Zambaigos libres y que no ten-
gan otra ocupación, ni oficio, para que todos trabajen, y se ocupen
en el servicio de la Repiíblica» etc. Tomábase esta resolución porque
de antiguo sucedía en América lo que se expresa en la Cédula
de 16 de Mayo de 1609 al Virrey del Perú: <^Marqués de Montes-
claros, etc., cosa sabida es la mucha gente Española, que hay en
esas Provincias, así de la que de acá va de ordinario, como de
Criollos nacidos allá. Y también se tiene entendido, que con ser
mucha de esta gente htmiilde, y pobre, no se inclina á trabajar en
las labores del campo, minas, ni otras granjerias, ni á servir á
otros Españoles, y lo tienen por menos valer, de que resulta haber
tanta gente perdida, y cargar sobre los Indios el peso del traba jo... y>
Con esta providencia, pues, se procaraba atender á dos cosas de
tanta importancia como el alivio de los indios, }' la útil ocupación de
muchos moradores ociosos por tener falsa aprehensión de que el
trabajo agrícola ó mecánico era cosa vil }■ propia sólo de gente baja
y abatida.
En el capítulo 3.° ordena la Cédula que para remediar los excesos
de los encomenderos, no se permita que los indios paguen sus tribu-
tos en trabajo personal, sino en efectos: <^Para cuyo remedio [de los
abusos enumerados] ordeno, y mando, que de aquí adelante no haya,
ni se consienta en esas Provincias, ni en ninguna parte de ellas,
los servicios personales, que se reparten por vía de tributos á los
indios de las Encomiendas: y que los Jueces, y las personas, que
hicieren las tasas de los tributos, no los tasen por ningún caso en
servicio personal, ni le haya en estas cosas, sin embargo de cual-
-99-
quiera introducción, costíiinbre, ó cosa que cerca de ello se haya
permitido: so pena, que el Encomendero, que usare de ellos, y con-
traviniere d esto, por el mismo caso haya perdido, y pierda su
Encomienda: lo cual es mi voluntad que así se cumpla, y ejecute,
y que el tributo de los dichos servicios personales, se conmute y
pague como se tasare, en frutos de los que los mismos indios tuvie-
ren y cogieren en sus tierras, ó en dinero, lo que de esto fuere para
los indios más cómodo, y de nmyor alivio, y menor vejación^.
No examinamos otros puntos de esta Cédula, porque tratan del
servicio forzoso por causa pública de los indios destinados á la agri-
cultura y \\2Lra?iáos, yanaconas en el Perú, distintos de \os yanaconas
del Río de la Plata; y de los indios dedicados á las minas, propias
también del Perú. Pero conviene observar que esta Cédula, como
dirigida al Virrey, y para todas las provincias del Virreinato, com-
prendía expresamente estas tres de Paraguay, Tucumán y Río de la
Plata.
VI
ORDENANZAS DE ALFARO
Entre los medios que se tomaron para cumplimiento de la Cédula
de 1601, y abrogación del servicio personal en los tributos, fué uno
el de enviar un Visitador á las tres provincias de la Plata, de las
cuales eran no pequeñas las quejas en esta materia. Nombróse Visi-
tador en Cédula de Octubre de 1605, al Presidente de la Audiencia
de los Charcas, don Alonso Maldonado de Torres; 3^ no habiendo
podido él ejecutar su comisión y visita, se renovó á 7 de Marzo de
1606 el nombramiento en un Oidor ó Fiscal de la misma Audiencia;
que últimamente fué el Licenciado don Francisco de Alfaro. En 10
de Setiembre de 1610 fué designado, é inmediatamente después
partió para su visita; la cual terminada dentro de un año, habiendo
recorrido todas las ciudades de las tres provincias, excepto la del
Guayrá, dio sus provisiones en 11 de Octubre de 1611; y éstas son
las que han quedado con el título de Ordenanzas de Alfaro en
número de ochenta y cuatro, y pueden verse en el Apéndice (1).
{\) Núm. 54.
155
- 100 -
La existencia del servicio personal de las encomiendas en estas
regiones consta de todas las Ordenanzas, cuyo principal fin, como se
dice en el preámbulo y en la Ordenanza 57, fué para que los indios
fuesen tasados, y con esto cesando el servicio personal, cesasen asi
todos los servicios á los indios. En sólo este servicio personal iban
ya encerradas las injusticias notadas arriba.
Que además de aquellas injusticias, se cometían otros excesos, á
los cuales daba ocasión el servicio personal de encomiendas, resultó
probado primero de las noticias fidedignas que menciona la Cédula
de 1603 (1): «sg ha entendido que se continúan y recrecen estos
daños [de agravios á los indios']., y que son muy grandes é intole-
rables las molestias, agravios, opresiones y vejaciones que reciben
los dichos indios de sus encomenderos, sirvióiidose de ellos en sus
casas y grangerlas, trayendo! es ordinariamente ocupados, y hacién-
doles muchos malos tratamientos, y sacándolos de unas tierras á
otras de diferentes temples, y usando con ellos muy grandes cruel-
dades., que han sido causa de que se han acabado y consutnido
muchos, sin que se castigue tti remedie por las justicias, como ha
constado particularmente por un Memorial y autos... Y esto asi-
mismo comprobó la Visita personal por todo el tiempo de un año, y
las relaciones particulares hechas por personas en quienes no cabía
confabulación, por ser de índole é intereses tan diversos como los
Gobernadores presente y pasado,., todos los religiosos de esta ciu-
dad [de la Asunción] y casi todos los de la Gobernación, y... otros
muchos particulares deltas, y en especial... los diputados que han
nombrado las ciudades de esta Gobernación., en particular los de la
ciudad de la Asunción; y afirmo que cuanto me lian querido hablar
en esta materia he oído (2)... Oídos tanto número de testigos y de
tan diversa calidad, en público y en consultas privadas, dice el
Visitador: de grandes inconvenientes he tenido noticia en esta
Visita, que han resultado del mal uso que ha habido de parte de los
Gobernadores, en el modo de las encomiendas de que han hecho
merced: y de parte de los vecinos, en el exceder en usar del servicio
de los dichos indios, con violencia algunas veces, en más de lo que
han podido y debido llevar, sirviéndose de algunas mujeres, y
muchachos, y viejos, demás del servicio de los varones de trabajo,
travéndoles muy lejos de sus naturales á que les hiciesen mita,
trasladando á otros en sus chácaras, quitándoles la libertad de los
matrimonios, especial á los que tienen en sus casas y chácaras; no
(1) Núm. 56.
(2) Al fin, después del núm. 85
-101-
ddndoles doctrina suficiente, que hay indios de dies años y más
encomendados que sirven, que muchos no son cristianos^ ni aun
están medianamente instruidos en nuestra Santa Fe Católica; de
donde ha venido d estar el nombre de cristiano no con buena opinión
entre los bárbaros^ que algunos no lo han querido recibir, y otros se
han huido diferentes veces, y Idose á ladroneras, por excusarse de
la opresión en que ven que los demás están y ellos mismos han
estado;., por lo cual han venido en notable diminución-» (1). «En
casos de impedimentos de matrimonios, he hallado gravísimos
excesos, y muy grandes en particular» (2).
Y si bien no quiso tomar providencias de Juez por lo pasado,
atendiendo á la pobreza de los vecinos, y remitiéndolo á la Audiencia
y al Consejo; pero no dejó de advertir á todos que esto era tolerar
en el fuero exterior, mas no autorizar y sanar lo hecho de modo que
quedase por legítimo; y así, que cada uno arreglase en esta materia
su conciencia según los dictámenes del confesor (3).
Mas viniendo á lo futuro, prescribió en ocho títulos cuanto pare-
ció convenir para remediar tantos abusos. Los títulos fueron: Del
servicio personal y esclavitud, De reducciones, Del servicio y
jornal de los indios, De Doctrinas, Del Gobierno, De tasa. De los
infieles, De las encomiendas.
En el punto capital para el cual había sido hecha toda la Visita,
que era quitar el servicio personal de encomiendas, declaró auténti-
camente que no era permitido por causa alguna como obligatorio,
señalando graves penas para quien lo decretara ó impusiera. «.Prime-
ramente, dice, declaro no poderse ni deberse hacer encomienda de
indios de servicio personal para que los tales indios sirvan á los
encomenderos personalmente dando por tributos el servicio perso-
nal, ahora se den á titulo de yanaconas, como hasta ahora los han
encomendado algunos gobernadores, ó en otra cualquier manera ni
forma, por cuanto Su Majestad asi lo tiene maridado: y si algún
Gobernador hiciere encomienda de servicio personal, desde ahora la
declaro por ninguna, y al Gobernador por suspenso del oficio, y
perdimiento del salario que de alli adelante le corriere; y al vecino
que usare de tal servicio personal, en privación de la encomienda,
la cual desde luego declaro y pongo en cabeza de Su Majestad: y
esto de no poderse usar el dicho servicio personal entiéndese, no
solo de las encomiendas que de aquí adelante se hicieren, sino de las
(1) Preámbulo, inmediatamente antes del núm. 1.
(2) Ord. 83.
(3; Ord. 85.
-102-
hecJias hasta aquí; pero permito que las tales encomiendas antes de
ahora hechas, se entienda ser de indios tributarios como las demás
lo son-» (1).
Dispuso que las Reducciones no se pudiesen trasladar del paraje
donde estaban entabladas, aunque lo pidiese el encomendero, ó los
indios, ó el doctrinante, ni aunque lo autorizase el Gobernador; sino
que se había de obtener la licencia del Virrey ó de la Audiencia real,
y haciendo mención de esta Ordenanza; /)or^?íí? las más veces los
tales pedimentos son procurados por intereses particulares y no de
los indios; y por haberse mudado los indios... por orden de los enco-
menderos... con color que lo pedían los indios, ó que se hacia por
su comodidad, siendo en realidad de verdad la de los encomende-
ros, la cual se procuraba y conseguía las más veces d costa de la
salud y vida de los i)idiosr> (2).
Renovó el precepto de las Cédulas reales de que «en pueblos de
indios no estén ni se reciban ningún español, ni mestizo, negro ni
mulato» (3).
Y también el de que no estuviesen allí los mismos encomenderos,
lo cual estaba ordenado por Cédulas de 29 de Noviembre de 1563 y
15 de Enero de 1569; añadiendo que <^no pueden hacer ni tener en el
pueblo en que tuvieren indios, casa ni buhio, aunque digan no son
para su vivienda;»^ <íasimismo...nopueden dormir en el pueblo más
de una noche» (4).
Añadió graves penas para los inobservantes de las Cédulas reales
que prohiben poner en pueblo de indios poblero ó sustituto y comi-
sionado del encomendero (5), sea con el mismo título de poblero, sea
con nombre <íde mayordomo, administrador, ni cualesquier títulos
que sean, sopeña de doscientos azotes y cuatro años de galeras al
remo á quien tal oficio aceptare:., y el encomendero incurra en per -
dintiento de tal encomienda:., y lo declaro incapaz de tener indios
por diez años». Disposición es ésta que revela algún exceso mucho
mayor que los ordinarios que llevaban consigo las encomiendas de
servicio personal. Y en efecto, no todo lo que halló el Oidor en la
Visita era para expresado en un documento de Ordenanzas. Pero el
Padre Lozano da la clave de providencia tan rigurosa. «Para su-
plir (los encomenderos) su ausencia, dice (6), se valían del arbitrio
(1)
Ord.
1.
(2)
Ord.
6.
(3)
Ord.
10,
(4)
Ord.
11.
(5)
Ord.
13.
(6) Lozano, Historia, lib. V. c. V, n. 6.
- 103 -
de sustituir en su lugar unos que llamaban Pobleros ó Mayordomos,
que aumentaban la aflicción de los tristes Indios, porque era gente
baja, y muchos de ellos foragidos, que vivían entre los Indios sin
Dios y sin ley; y por sacar para sí algún emolumento, apuraban las
fuerzas, y paciencia de los Indios, é indias, y les hacían enormes
agravios; y en la Visita, que hizo el Visitador don Francisco de
Alfaro..., les averiguó tales delitos, que se hizo increíble los supie-
sen los Encomenderos, ni las Justicias que pudiesen tratar de su
remedio; y por eso prohibió severamente, que en adelante pudiese
haber pobleros en las Encomiendas.»
Los daños notorios del laboreo de yerba en Maracayú le movie-
ron á poner esta prohibición absoluta: «Los indios de su voluntad
pueden concertarse para otros servicios, especial para hogar las
balsas; pero en ninguna numera se les permite que, aunque sea
su voluntad, pueda el indio ir d Maracayú, á sacar yerba, por las
muchas muertes y daños que de ello se siguen; sopeña de cien aso-
tes al indio que fuere: y el español cien pesos, y la justicia que lo
consintiere, privación de oficio^ (1).
Igualmente expresó que renovaba la prohibición de cargar los
indios (2).
Llegando al punto de la tasa, que también era esencial, como
que había de sustituir al servicio personal, halló dificultades, susci-
tadas por los mismos encomenderos, quienes á fin de perpetuar el
servicio personal, deslumhraron á los indios, persuadiéndoles que la
tasa era una ignominia, y que dijesen que no querían tasa, sino ser-
vicio como hasta allí. Declaró, pues, el Visitador que si algún indio
quería pagar tributo en servicio personal, se le permitía y fijaba en
30 días que sirviese á su encomendero (concesión ruinosa, contraria
á la Cédula real, que manda no los tasen por ningún caso en servicio
personal, con que se esterilizó en gran parte la visita y casi se estorbó
su fin principal). Pero que la regla general del tributo había de ser
cinco pesos de la tierra ó pesos huecos, que cada uno se valuaba en
seis reales de plata ó ^/.í partes de un peso de plata de Castilla; y que
lo pagasen los varones de 18 á 50 años, en plata ó en monedas de la
tierra, ó en especies, cuya menuda enumeración y valor especificó (3).
Finalmente, renovó la memoria de las Cédulas que prohiben
entrar con armas cá los infieles para conquista, ni aun con título de
doctrina.
(1) Ord. 31.
(2) Ord. 33.
(3) Ord. 60.
-104-
Otras muchas disposiciones tomó; pero las que acabamos de
reseñar son las que más hacen á nuestro intento.
Las Ordenanzas de Alfaro, firmadas en 11 de Octubre de 1611,
y promulgadas luego en la Asunción, fueron presentadas al Consejo
de Indias, adonde los vecinos del Paraguay enviaron de procurador
á Manuel de Frías para impugnarlas. Examinadas maduramente
con todas las objeciones que se les hicieron, fueron aprobadas en
1618 con algunas modificaciones que van al fin. Entre las modifica-
ciones se puso la de la Ord. 13, en la cual se restituyen los adminis-
tradores con algunas diferencias: pues son de nombramiento del Go-
bernador y no del encomendero, para un distrito )' no para un pueblo;
y que al parecer no han de residir en el pueblo de indios, pues no se
deroga expresamente en esto la Ord. 13, aunque se supone que los
visitan con frecuencia. Esta modificación no fué feliz; y con el
tiempo ayudó no poco á las revueltas de la provincia. Otra modifica-
ción fué la de la Ord. 31 sobre ir á Maracayú; y en ella se decretó:
«El no ir los indios á sacar esta yerba, aunque sea de su voluntad,
se entienda en los tiempos del año que fueren dañosos y contrarios
á su salud, porque en los que no lo fueren lo podrán hacer.,.» En
cuanto á la tasa, se declaró que en vez de cinco pesos huecos, fuesen
seis: y en vez de un mes de servicio, fuesen dos meses para el indio
que no quisiera tasa sino servicio (1).
Así modificadas las Ordenanzas de Alfaro, se incorporaron á la
legislación de Indias (2).
El efecto de estas Ordenanzas en cuanto á la extirpación del ser-
vicio personal de encomiendas en el Paraguay, fué muy limitado.
Por aquel resquicio que se vio obligado el Visitador á dejar abierto
en la Ord. 61, y se agrandó en el Consejo: y por la Declaración 31,
se introdujo, ó por mejor decir, se perpetuó, lo que antes había. No
tenían razón los vecinos del Paraguay que se quejaban agriamente
de Manuel de Frías, pues les había obtenido los dos meses de servi-
cio, el administrador, y el hacer yerba en Maracayú. No obstante,
en varias cosas hubo reforma: arreglaron su conciencia 5^ su proce-
der los hombres más juiciosos: y se alivió en algo la suerte de los
indios, como lo testifica el P. Lozano (3).
(1) Decl. de la Ord. 60 y 61.
(2) Lib. VI, tít. 17. tit. 1. tít. 3, et alibi.
(3) Lozano, Hist. lib. VI. cap. XVI. n. 19.
-105
VII
LA MITA
Mita en lengua quichua significa ves, tanda ó turno: y equivale
á alternación de algún servicio personal. La mita era el servicio
personal obligatorio durante un tiempo fijo cada año, y al cual había
de concurrir todo el pueblo de indios, aunque no todo á la vez, pues
se dividía en partes que eran convocadas sucesivamente, sacando
del pueblo á los unos cuando á los otros se les daba la licencia de
volverse á él. Del nombre de mita provenían las frases repartir la
mita, que significa distribuir el número de indios que se pedían de
una vez, señalando quiénes en particular habían de salir para llenar
aquel número; sacar la mita, que era sacar con efecto del pueblo
á los indios de antemano señalados, y también se llamaba ejecutar la
mita; ir á la mita, que es acudir á prestar el trabajo personal; el
nombre mitayo, que dice indio obligado al servicio de mita; y el
verbo mitar, que significa pagar un pueblo su contingente de indios
para la mita.
La mita en sí prescindía de que al indio se le pagase jornal, ó no
se le pagase, sino que se computara su tarea como satisfacción del
tributo, hasta cumplir el número de días señalados El verdadero
gravamen de la mita consistía en imponer la obligación del trabajo
ejecutado por su propia persona, quisiera ó no quisiera el indio eje-
cutarlo.
Para imponer este gravamen, parece que atendió la le}- de parte
del indio á la necesidad de no permitir en él que tuviese lugar el
ocio, que es origen de todos los males, y entre otros podía ser un
peligro para la dominación española: y si se había de lograr que no
estuviesen ociosos los naturales, era preciso compelerlos al trabajo,
pues la experiencia mostraba que no lo abrazaban sino forzados,
según era de desidiosa su propia inclinación. De parte de los colo-
nos militaba la razón de ser necesario trabajar, ya en el cultivo
del suelo, ya en el laboreo de las numerosas minas que se habían
descubierto; y la de tener que proveerse de servidores para los ofi-
cios domésticos; tareas para las cuales no podían tener los españoles
suficiente número de brazos sin acudir al auxilio de los indígenas;
156
-106-
sin contar con que ningún español, fuese peninsular ó criollo, se
prestaba al trabajo manual ni al servicio.
La mita retribuida no era injusta. La mita sin ninguna retribu-
ción no parece que ha3^a sido nunca autorizada por la ley, Á no ser
en raros casos en castigo de algún grave delito, como el de rebelión.
Según esto, el servicio personal era cosa esencial en la mita.
También era esencial que no durase un año entero: y que á ella
saliesen los indios del pueblo que mitaba, por tandas sucesivas y
parciales.
El abuso consistía en que, una vez salido el indio de su pueblo,
era detenido con diversos pretextos en el servicio, aun después de
cumplido el tiempo de su mita; y á veces no le dejaban volver á su
casa en años enteros.
Repartir la mita era oficio propio de los caciques (1), y según
parece, no de todos, sino sólo de alguno principal. Y así, en lle-
gando el aviso de que había de mitar el pueblo por tanto número de
indios, el cacique señalaba 3^ advertía á los que habían de salir en
aquel turno.
Ejecutar la mita pertenecía á la autoridad española que para ello
estaba señalada, y era la justicia mayor del distrito, fuese Gober-
nador, Corregidor ó Teniente: y no pudiendo sacarla él por legítimo
impedimento, debía delegar por necesidad en un alcalde ordinario,
según las Ordenanzas de Alfaro (2). Usábase de esta precaución,
para que siendo los ejecutores personas autorizadas, se evitasen en
lo posible los atropellos á que de suyo se prestaba la ejecución.
Conforme á todo lo que acabamos de exponer, los indios Guara-
níes que salían de las Doctrinas por orden del Gobernador para ir
á trabajar en las fortificaciones, en el edificio de iglesias ó fortale-
zas, ó en cualquier trabajo público, con toda propiedad iban á la
inita.
Ni para mitar, como observa el Licenciado don Diego Ibáñez de
Paria (3) era necesario que los indios estuviesen encomendados en
cabeza de particulares: bastaba que lo estuviesen en la del Rey: Es
diferente el privilegio de no poder ser encomendado, y el de no
mittar, pues aunque los Pueblos sean de la Corona, no por eso se
excusan de la obligación de la niitta., como es notorio.
La mita, como las encomiendas, tuvo diversas formas según la
(1) Ord. 51. — La lej' 10. tít. 17. lib. 6. R. I. dice que había de ser el mayordomo
nombrado por el Gobierno.
(2) Ordenanzas de Alfaro, ord. 50. ley 16. tít. 3. lib. 6; ley 27. tít. 12. lib. 6.
(3) Expediente de la Audiencia de Buenos Aires sobre el informe de Rege
Gorbaián en 1672, fol. 18 (Sevilla: Arch. de Ind.: 74. 4. 5).
- 107-
diversidad de países y circunstancias de América. Así, de hecho
y por derecho consuetudinario, no hubo en el territorio del Río de
la Plata otra mita á particulares fuera del servicio personal que se
daba al encomendero: la costumbre no sólo de nuestros indios, sino
de los que están d cuidado de los religiosos de Sati Francisco es solo
de ir los encomendados á pagar su tasa d los eticomenderos en ser-
vicio personal de dos meses, sin que haya otro género de mita
introducido en aquella provincia (1).
Según las diversas necesidades y regiones, ó la frecuencia de las
tareas á que eran destinados los indios, la mita se sacaba del pueblo
por dozavas partes (2), por séptimas partes (3), ó por terceras par-
tes (4). En el Río de la Plata y Tucumán era por dozavas partes,
A tenor de las Ordenanzas de Alfaro (5). Los indios de mita habían
de ser de los que tenían arriba de 18 y menos de 50 años; pues las
mujeres, viejos y niños hasta edad de tributar, quedaban exentos
de mita.
Cuando, como sucedía en las provincias de esta región argentina,
los mitayos pagaban su tributo en servicio personal, debían contár-
seles los demás jornales confo.me ala tasa establecida, que para
estas provincias era á razón de real y medio de la tierra por
día (6). En cuanto á los jornales de tributo, el Visitador Alfaro
señaló treinta en el año (7), si los indios se empeñaban en pagar en
servicio y no en especies; y el Consejo de Indias, haciendo lugar
á las grandes reclamaciones de los vecinos de estas provincias,
y sobre todo de la Asunción, representados por el procurador Manuel
de Frías (que con ese cargo hizo su viaje á Madrid), señaló sesenta
días en cada año (8); y habiendo tasado el tributo en seis pesos
ó cuarenta y ocho reales de la tierra, venía á salir el valor del jor-
nal á cuatro quintas partes de real por día mientras duraba el pago
del tributo.
(1) Expediente j'a citado (Indias: 74. 4. 5.) fol. 22 v.
(2) Ley 5. tft. 17. lib. 6 y Ord. de Alfaro tt't. del servido. Preamb.
(3) Ley 21. tít 12. lib. 6.
(4) Ley 19. tít. 16. lib. 6.
(5) Ord. ut supra.
(6) Ley 12. tít. 17. lib. 6.
(7) Ord. 60 y 61.
(8) Declaración de la Ord. 60 y 61.
CAPITULO IV
EFECTOS DEL SISTEMA DE LOS
ENCOMENDEROS
1. La falta de doctrina. — ?. Abandono del cuidado de los indios en lo tempo-
ral.— 3. Opresión de los indios. — 4. Obstáculos al Evangelio. — 5. Daños tem-
porales que redundaban á todo el país. — 6. Rebajamiento del carácter de los
indios. — 7. Despoblación. — 8. La gran alarma de 1688. — 9. Estado posterior de
las encomiendas y su definitiva extinción. — 10. Paralelo con los efectos de otras
colonizaciones.
Descrito en sus esenciales lineamentos el sistema empleado por
los encomenderos para gobernar á los indios; resta indagar cuáles
fueron los resultados que produjo, como lo hemos hecho respecto del
sistema entablado por los Jesuítas. Y así como en la exposición
hemos debido limitarnos al cartácter que tuvieron las encomiendas
en las provincias del Río de la Plata; así también á estas regiones
deberá concretarse el estudio de los efectos; prescindiendo de lo
que sucedía en otras partes de América. Con lo cual podrá empezar
á apreciarse por comparación cuál haya sido el valor real de la orga-
nización establecida por los Jesuítas en sus Misiones del Paragua}',
pues en unas mismas regiones y contemporáneamente se aplicaban
á una misma raza de indios Guaraníes el procedimiento de la Com-
pañía y el de los encomenderos.
157 LA FALTA DE DOCTRINA
La primera obligación que contraía el encomendero, era la de
proveer á la cristiana enseñanza de los indios (1); ya que precisa-
(1) Felipe II, instrucción de Toledo á 25 de i\Ia3-o de 15%; ley 24. título 8.
lib. 6. K. I.
-109-
mente era sustituido en lugar de la persona del monarca, así en el
cobro del tributo, como en los deberes que había de cumplir para con
los indígenas; y la conversión á la fe cristiana era el primero de
estos deberes con que se reconocían ligados los reyes.
Sin embargo de eso, puede calcularse cuan desatendido había de
estar este punto en el Río de la Plata, en un tiempo en que apenas
había unos pocos sacerdotes, insuficientes en número para el cultivo
espiritual de los mismos españoles, y que en gran parte ignoraban
el idioma de los indios. Pensar que el encomendero mismo se tomaba
el cuidado laboriosísimo de instruir á los indios en la religión, es
bueno para escrito, pero sobrepuja los límites de la fe humana,
cuando no tiene testigos contemporáneos. Los encomenderos aten-
dían á su interés, y á procurar sacar de los indios el mayor prove-
cho que podían, ocupándolos constantemente ó en el cultivo de sus
chacras, ó en el servicio de casa, ó en el laboreo de la yerba. Tanto
más cuanto por tener muchos encomenderos un corto número de
indios solamente, se apresuraban más á sacar de ellos la ganancia
que esperaban. Casos hubo en que se procuró desempeñar la graví-
sima obligación de reducir aquellos infelices á la fe sin otra diligen-
cia que la de preguntarles si querían ser cristianos, y obtenida su
respuesta afirmativa, echarles el agua del bautismo, sin instruirles
en las obligaciones y doctrina que como cristianos habían de profe-
sar (1). Y esto sucedía cerca del fin del siglo xvi, cuando ya hacía
más de cincuenta años que se habían establecido los españoles en
aquella región.
Es verdad que con el tiempo recorrieron aquellos pueblos de
indios algunos Padres de San Francisco, como Fr. Alonso de San
Buenaventura, Fr. Luis Bolaños, Fr. Gabriel de la Anunciación (2);
y también Padres de la Compañía de Jesús, como el P. Juan Saloni,
el P. Manuel de Ortega y el P. Tomás Filds; pero era de paso:
y aunque los indios acudían con amor y gusto á la doctrina que les
enseñaban, quedando luego sin ningún sacerdote, perdían pronto lo
que habían aprendido, y se volvían á sus malas costumbres, y á sus
supersticiones gentílicas.
Algo mejoró esta situación después de las Ordenanzas de Alfaro,
siquiera en los pueblos de indios menos apartados de la ciudad de la
Asunción, que tuvieron asistiéndoles constantemente un cura seglar
ó regular. Pero entonces se echó más de ver el inconveniente de las
encomiendas. Los encomenderos se llevaban del pueblo sus indios
(1) Lozano, Hist. de la Compañía, lib. I, c. XI. núm. 1.
(2j P. Lorenzana: Carta y Relación de 1621,
- 110-
cuando les convenía. Con esto era seguro que en dos meses del año
faltarían de sus pueblos y estarían sin asistencia espiritual, porque
las más veces salían para ir á hacer yerba á Maracayá. Y todavía
hubiera sido menos mal si los dos meses hubiesen sido exactos; pero
convirtiéndose en muchos meses y á veces en años enteros; se ve
bien cucánto faltaba para proveer A la enseñanza espiritual al sis-
tema de las encomiendas tal como aquí se practicaba.
II
ICO
*^^ ABANDONO DEL CUIDADO DE LOS INDIOS
EN LO TEMPORAL
Era asimismo deber del encomendero cuidar de lo temporal de
los indios, pues dice Felipe II: «Los pueblos de indios est.án enco-
mendados á los españoles con calidad de que los doctrinen y defien-
dan» (1). Y Carlos V: «El motivo y origen de las encomiendas fué el
bien espiritual y temporal de los indios, y su doctrina y enseñanza
en los artículos de nuestra santa fe católica, y que los encomende-
ros los tuviesen á su cargo, y defendiesen á sus personas y hacien-
das, procurando que no reciban algún agravio, y con esta calidad
inseparable les hacemos merced de se los encomendar» (2). Pero
tampoco esta segunda calidad se cumplía.
Y se puede considerar cudl sería la disposición que muchos enco-
menderos tenían para defenderlos de agravios y de invasiones de
enemigos, cuando, pidiendo toda razón que el amo alimente al que
todo el día está ocupado en trabajar para él, se veían encomenderos
ir con sus indios á Maracayú á hacer yerba, y allí haber de buscar
el indio cómo alimentar á su amo y á sí con trabajo sobreañadido (3).
A esta falta de recursos del encomendero había dado lugar el
procedimiento del Gobernador Irala, quien desde el principio repar-
tió los indios en encomiendas muy tenues y de corto número. Cosa
que si pudo ser útil para poder dar á todos y lograr así muchos par-
tidarios, y cómoda para no dejar poderosos que le hiciesen som-
(1) Céd. real de 8 de Octubre de 1560, ley 5. tít. 3. lib. 6.
(2) Céd. real de Valladolid á 10 de Mayo de 1554, ley I. tít. 9. lib. 6.
(3) Carta y relación de 1621, c. 1. 8. 4.
- 111-
bra (1); en cambio fué de gran inconveniente, por dejar á los enco-
menderos empobrecidos, y expuestos á la tentación de forzar á sus
indios á trabajar excesivamente, para suplir así la falta del número;
al mismo tiempo que era contrario al fin de las encomiendas, que
era premiar á los sobresalientes por sus méritos en la pacificación; y
los beneméritos son pocos.
El hecho es que en más de una ocasión, los mismos vecinos de la
ciudad principal, que era la Asunción, abandonaron sin defensa los
indios sus encomendados, como sucedió con \os Itatines, que caye-
ron en manos de los paulistas, sin que jamás los paraguayos midie-
sen sus armas con estos piratas de las tierras interiores. Y los veci-
nos de la Villarrica y de Ciudad- Real tampoco defendieron sus
indios de los mismos invasores, que se llevaron pueblos enteros de
indios encomendados, y por fin destruyeron esas dos mismas pobla-
ciones de españoles.
Y no parecerá extraño que no quisiesen usar de defensa en favor
de sus indios encomendados, ó que cuando lo quisieron ya no pudie-
sen hacerlo, si se considera que ellos mismos habían entrado á los
pueblos de sus indios para cautivarlos, y los habían vendido luego
á los mismos enemigos, quienes más tarde se los arrebataron todos.
Ill
OPRESIÓN DE LOS INDIOS
Como si fuera poco el tener descuidadas las dos primeras obliga-
ciones del encomendero, que eran doctrinar y amparar al indio, cali-
dad inseparable para conservar la encomienda; vióse en las regio-
nes del Paraguay y Río de la Plata, como en otras de América,
convertirse el encomendero, que debía ser el protector nato del
indio, en su mero explotador; y quien había de librarlo de los agra-
vios, fué quien se los hizo mayores con su intolerable opresión.
Para que no quepa duda alguna de esta verdad, basta recordar
que las encomiendas establecidas por Irala en el Paraguay y Río de
la Plata, como las que procedieron de las Ordenanzas de Abreu en
Tucumán, llevaban consigo el servicio personal de los indios, con sus
(1) Ibid. §. 1.
159
- 112-
más irritantes injusticias, que ya hemos examinado, y no haremos
ahora más que enumerar, para que se aprecie su efecto en el con-
junto de ellas.
En virtud del sistema de Irala se emprendían las malocas, que
otros llamaban entradas, hechas á la usanza portuguesa, para escla-
vizar indios, y á veces acometiendo á quienes no habían ejercitado
hostilidad contra el español.
El indio prisionero en maloca, era repartido á alguno de los veci-
nos con titulo de originario, 6 yanacona; quedando sujeto para toda
su vida á servir á su encomendero en lo que éste quisiera ocuparle, sin
tener derecho á recibir la menor paga, ni propiedad alguna, ni liber-
tad de disponer de su persona, pues cuando huía, lo buscaban, lo
volvían á su amo y lo azotaban. Sólo recibía la comida y el vestido.
Sus hijos, cuando los tuviese, quedaban sujetos á la misma condición
que él. Semejante estado se disfrazaba con el honrado nombre de
encomienda; pero en la realidad de la cosa era ni más ni menos que
esclavitud; y ninguna ley lo había autorizado, como se vio en el
examen de las Ordenanzas de Abreu (1); antes al contrario, lo con-
denaban las leyes que declaraban la libertad de los indios, y prohi-
bían hacerlos esclavos.
Decíase que el indio originario ó yanacona no podía ser vendido
ni alquilado por no ser esclavo: pero para que ni esta calidad le fal-
tase, aun esto se ponía en práctica: «Los Gobernadores, dice el
Padre Lorenzana en su Informe al Rey en el Consejo de Indias (2),
«en nombre del Rey nuestro señor daban Cédulas de servicio perso-
nal, que llaman de yanaconas, y estos mdios los tenían los españo-
les en sus chacras, ó en el pueblo en sus casas, con tan gran dominio
sobre ellos, que decían que eran suyos, y como cosa suya los pres-
taban, y daban á quien querían, y por el tiempo que se les anto-
jaba...: cuando casaban algún hijo ó hija se los daban en dote, de
manera que á uno daban el hijo, y á otro la hija, y á otro el padre
y así los iban repartiendo como querían sus amos... No poseía esta
gente tierra ó heredad alguna, ni caballo, ni gallina, cuando no era
de su amo: hasta los vestidos que tenían les quitaban, y los daban
á quien les parecía: tan grande era el dominio:... de manera que para
ser verdaderamente esclavos, no faltaba sino herrarlos y venderlos
á público pregón: pero en lo que es ventas paliadas, hartas hacían».
— Y con ser estos atropellos de la ley de Dios, y del derecho natural
y leyes reales tan patentes; no los quisieron reconocer los encomen-
(1) Lozano, Hist. de la Comp. lib. VI. cap. VI. núm. 13.
(2) LoRHNZANA, Relacióii, cap. I. §. 2,
-113-
deros, sobre todo de la Asunción: y por haber salido los Jesuítas
á la defensa de los indios, dando consejos á particulares y expo-
niendo su parecer al Visitador, y procurando que se cumpliesen las
Ordenanzas de la Visita, se movió contra ellos tan terrible persecu-
ción, que hasta la venta de los artículos necesarios para su sustento
les negaron, aun pagando su justo precio, y les obligaron con esto
á retirarse de la ciudad, donde no podían vivir; y aunque después los
llamó el Cabildo secular, siempre quedó tan vivo el resentimiento,
que en siglo y medio no se acabó de extinguir. Tanto les dolieron
sin razón las justísimas providencias del Licenciado D. Francisco
de Alfaro en sus Ordenanzas 66, 67, 1, 2 y 3, confirmadas sin obser-
vación alguna por el Re}' en su Consejo de Indias, é incorporadas
más adelante en las mismas leyes de Indias (1).
Hasta aquí hemos dicho el sistema opresivo que se seguía con los
yanaconas. No por eso quedaban libres de opresión los mitayos.
Según la intención de los monarcas, la obligación del mitayo enco-
mendado se reducía A pagar á su encomendero el tributo anual
debido al Rey. Según la costumbre que autorizaban los Goberna-
dores, á pesar de las prohibiciones del derecho, el mitayo era cons-
treñido á pagar sirviendo dos meses cada año por su propia persona.
Según el mayor abuso particular de esa misma costumbre abusiva,
los dos meses se iban convirtiendo en cuatro, en seis y á veces en
todo un año, deteniendo el encomendero á los indios fuera de sus
pueblos con diversas artes y pretextos.
No pudiendo el encomendero morar en el pueblo donde tenía
indios, enviaba en su lugar sustitutos con nombre de pobleros, admi-
nistradores ó vtayordoinos, que maltrataban á los indios y daban
lugar á escándalos y excesos que parecen increíbles entre cristianos:
tales, que obligaron al Visitador á decretar la pena de galeras á
quien tuviera la audacia de encargarse de tal oficio (2).
Coartábase á los indios la libertad de casarse, ó estorbándoles
casarse con quien querían, ú obligándoles á casarse muy pronto y
con persona que no era de su elección, por conveniencia de sus amos,
y con tanto mayor violencia y opresión, cuanto mayor influjo habían
tenido á veces en el matrimonio algunas mujeres encargadas de la
encomienda ó consejeras de propia voluntad (3).
Sacábanlos y se los llevaban centenares de leguas de sus pueblos,
(1) Ley 1, tít. 17. lib. 6; ley 7. tít. 2; ley 8. tít. 2; ley 10. tít. 4, lib. 3.
(2) Ordenanzas de Alfaro, Ord. 3; Lozano, Hist. de la Compañía, lib. V. c. V,
número 6.
(3) Preámbulo y Ord. 81. 82. 83.
8 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo ii.
-114-
para que les sirviesen en sus viajes, de donde sólo después de largo
tiempo, y á veces nunca, tornaban á sus pueblos (1).
Sobre todo esto, la condición del indio era tenida por tan despre-
ciable, aun en caso de que no fuese encomendado, como se verá por
el relato del P. Juan José Rico, Procurador de la Provincia del Para-
guay en un Memorial al Consejo de Indias presentado el año de
1743 (2). Refiere que los indios de Doctrinas, cuando bajaban á
Buenos Aires «malvendían y malbarataban sus cosillas, y lo que en
su estada en las Ciudades habían ganado con sus oficios, ó alquilán-
dose con Españoles?» y así al volverse á sus pueblos se encontraban
sin nada por su abandono é imprevisión. «Aunque no deja de suceder
también con bastante frecuencia» sigue diciendo «que después de
haber trabajado el Indio, le niegan la paga, ó se la desminuj'en, no
faltando algún hurto que le levantan, ó falsamente, ó con leves
indicios se le atribuyen al miserable. El cual con eso, en lugar de
paga, lleva por jornal el castigo de algunos azotes, á que le senten-
cia el mismo que le alquiló ó hizo trabajar; 3^ de esto pudiera alegar
no pocos casos, que omito por justas causas. Y aunque en algunos
de ellos, habiéndose acudido á las Justicias, han sido amparados los
indios: pero en los más, ni ellos por su natural cortedad, ni el Pro-
curador Jesuíta por evitar maj^ores inconvenientes, acuden á que-
rellarse:. . . 3' junto con las sobredichas vejaciones de obra, no son por
lo común tratados mejor de palabra, siendo mu3^ frecuente oír la de
perro indio, que no parece sino que por haber nacido tal, ha nacido
para vilipendio y ser despreciado...»
Ni se crea que con la Visita de 1611 y las Ordenanzas desapare-
cieron las opresiones en el Paraguay. Cesaron, es verdad, las más
graves, reprimiéndose desde entonces las malocas, 3' allanándose el
camino para que con el tesón de los Jesuítas en defender á los nuevos
indios reducidos voluntariamente, sentenciasen siempre los tribu-
nales en favor de estos indios, y les conservasen la indemnidad del
servicio personal. Mas en cuanto á los indios que ya estaban repar-
tidos como yanaconas ó como mitayos, los encomenderos trabajaron
tanto en persuadirles con varias artes lo contrario de lo que les con-
venía (3), que la mayor parte se quedaron voluntariamente (á causa
de este fraude y engaño), como antes estaban; y los encomenderos
consideraron como un crimen el que los indios de algunos pueblos
(1) Ord. 18.
(2) Reparos que se han hecho contra la buena conducta y gobierno de los
treinta pueblos Guaranís, Segundo reparo, al fin.
(3) Ordenanzas de Aliare, Ord. 57. Lozano, Hist. lib. VI. c. 8. núin. 14.
— 115-
quisiesen presentar su tributo en especies conforme á la tasa apro-
bada. Y lo que parecerá increíble; después de tantas prohibiciones
del servicio personal que siguieron á la de 1601 y 1611, todavía en
1801, á estar al testimonio de Azara (1), duraba el servicio personal
en el Paraguay, aunque en Buenos Aires, Santa Fe y Corrientes se
había suprimido aquella injusticia, por haber sido obedecidas las
Ordenanzas de Alfaro.
IV
OBSTÁCULOS AL EVANGELIO 1^^
Fácil es de presumir el efecto que semejante proceder de los
encomenderos había de producir en los indios.
Los indios ys. reducidos desde el principio de la conquista, en
más de una ocasión verificaron alzamientos generales para ver de
sacudir aquel pesado yugo que les oprimía. Otras veces, y eran las
más, como los extremos de opresión no eran universales, daban lugar
á fugas de indios; que preferían errar vagando por los montes, ó
juntarse con los indios infieles, más bien que vivir cargados de aquel
insoportable trabajo.
Los indios infieles estaban á la mira de que ninguno de los espa-
ñoles europeos ó americanos penetrase en sus tierras. Aunque bár-
baros, tenían suficientes medios para informarse y discernimiento
para procurar guardarse de la suerte de los indios sometidos; y
celosos de su libertad natural, no había cosa que aborreciesen más
que el trocarla por el servicio de particulares, que era una verda-
dera esclavitud, como lo observaban en los de su misma nación y
parientes suyos, y lo escuchaban de boca de ellos. De aquí resultaba
que viendo que los indios cristianos eran siervos de los encomen
deros, aprehendían que el hacerse ellos cristianos había de ser lo
mismo que hacerse esclavos, trance por el cual en ninguna manera
querían pasar. — De esta manera, el sistema seguido por los enco-
menderos en usar de sus encomiendas en estas regiones, vino á ser
un obstáculo positivo al Evangelio, ahuyentando y privando de
doctrina á sus indios ya encomendados, y creando en los infieles un
prejuicio que invenciblemente los apartaba de la fe católica.
(1) Descripción é historia del Paraguay, cap. XII. núm. 7.
-116-
Y no es que los infieles tuviesen repugnancia á la religión, antes
oyéndola predicar, les parecía muy bien y se disponían á abrazarla.
Ni tampoco que tuviesen dificultad en sujetarse al Rey de España y
formar una nación con sus conquistadores, obedeciendo á las autori-
dades del Gobernador ú otras que les impusiera. A quien no querían
sujetarse era á los particulares, que los trataban como á esclavos; y
de aquí les nacía una desconfianza extraordinaria, cuando veían en
los sacerdotes seculares y religiosos el empeño en inculcarles la
necesidad de abrazar la religión cristiana para su salvación; en tanto
grado, que entre ellos era opinión corriente que los Misioneros eran
espías y como avanzadas de los soldados, para que luego que hubie-
sen dado crédito á los primeros, y admitídolos en sus tierras,
viniesen los segundos, y los tomasen á ellos por esclavos. Así se lo
confesaron los mismos indios del Paraná al P. Marciel de Lorenzana
luego que le hubieron cobrado alguna confianza, como lo refiere
largamente el P Lozano (1), quien entre otras cosas dice: «Llegaron
los Paranás á descubrirle sus sospechas, diciéndole que la traza de
juntarlos en un pueblo era para poder entregarlos mejor á los Espa-
ñoles, quienes los hiciesen sus esclavos. Por más que se esforzaba
en apartarlos de este error pernicioso, enterándolos de la verdad y
sincera intención, no podía, porque al decirles que el fin de nuestra
ida á su país era hacerlos hijos de Dios y enseñarles su Ley Divina
para su salvación, replicaban eficazmente que lo mismo les asegu-
raron á los demás Indios de esta Gobernación los primeros Clérigos
y Religiosos que vinieron de España con los Conquistadores. En esa
fe, decían, se hicieron cristianos, y sin embargo, ahoia lloran sin
remedio su miserable servidumbre, y refieren sin consuelo los agra-
vios que padecen; pues cuando al principio entraron á servir á los
Españoles como amigos, y como parientes de las mujeres con quienes
cesaron, después se apoderaron de ellos, y los fuerzan á servir en
trabajos excesivos y muy superiores á sus fuerzas, viéndose tratados
como enemigos y esclavos.»
Daño era éste tanto más culpable por impedir el Evangelio,
cuanto concurría en los encomenderos la circunstancia agravante de
ser ellos quienes se comprometían á descargar la conciencia del
Soberano en lo que toca á la reducción de aquellas naciones á la fe.
Pero ni siquiera era éste el único obstáculo que ponían. Porque con
lo estragado de las costumbres que observaban, creaban un nuevo
estorbo que labraba mucho en los ánimos de los indios. El desenfreno
(1) Historia, lib. VI. c. VIL
-117 —
del vivir fué tal desde el principio, que sobre ser comunísimo el vicio
de la lujuria, había muchos soldados que vivían amancebados con
dos, tres y más mujeres, como si fueran turcos ó indios gentiles: y
lo peor es que los mismos jefes y Gobernadores daban el ejemplo,
empezando por Irala, como consta de la historia. A este estrago del
vicio de la carne se seguían los demás; de suerte que en los indios
infieles llegó á ser detestado el nombre de español; y con él la reli-
gión católica que el español profesaba; sobre lo cual dice el Padre
Lorenzana (1): «Miran mucho como viven los Españoles, paréceles
muy bien la ley de Dios, pero no los Españoles: y nombrar Español
entre ellos no es sino nombrar un pirata, ladrón, fornicario y adúl-
tero, mentiroso. Y de camino aborrecen los sacerdotes, no porque
les parezca mal su doctrina, sino porque en entrando ellos dicen que
luego va tras ellos esta mala gente. De manera que los agravios,
é insolencias del Español, tienen infamada la ley de Dios. Y así, en
las nuevas entradas que hacemos, la mayor dificultad que hallamos
es la mala fama del Español y dicen: sea muy bien llegada á sus
tierras la palabra de Dios, pero que se temen del Español, y que
nosotros somos sus espías.»
Claro es que el motivo para esta fama no lo daban todos los espa-
ñoles, pero hay que confesar que los casos de buenos ejemplos no
eran sino honrosas excepciones. Ni tampoco eran todos aquellos
hombres que estorbaban la difusión del Evangelio con sus agravios
)' malas costumbres españoles de España, sino españoles america-
nos, nacidos y criados en el país; pues el Padre Lorenzana habla de
1621, ochenta años después de la llegada de los primeros pobladores,
cuando ya todos los conquistadores eran muertos y sólo quedaban
sus descendientes.
De cualquier modo que sea, ello es que se experimentaba lo que
representó el Fiscal de la Audiencia de los Reyes en 1631 (2): «El
mayor estorbo que ha tenido la predicación celosa de la honra de
Dios, ha sido la codicia de los encomenderos particulares, y malos
ministros, que como raíz de todos los males, ha sido la que ha aho-
.gado y ahoga la buena semilla de palabra de Dios, y su santo Evan-
gelio y mandamientos, y hace aborrecida la ley verdadera, haciendo
concepto los Indios, que no tienen otro fin, sino el servicio personal
á los españoles, y enriquecerlos con su sudor, 3^ trabajo y sangre,
hasta dar las vidas, sufriendo todas sus demasías; á que se llega el
(1) Informe de 1621 §.2.
(2) Provisión real sobre la palabra dada en nombre del Rey á los indios de que
no los encomendarían en personas particulares de españoles, Apénd. núm. 58.
-118-
mal ejemplo, y ejercicio de todos los pecados, de que ven usan; y así
sacan contraria conclusión, de que las cosas de la fe que se les pre-
dica, no son practicables, ni tienen el premio de vida y gloria eterna,
sino que es engaño, para que los Indios les sirvan y tributen...»
Agregóse otro daño más á los ya mencionados, nacido de las
mismas raíces de codicia y desorden, y con el que positivamente se
estorbaba el provecho espiritual de los indios ya reducidos á pueblos
y hechos cristianos. Este era el de sacar A los indios mitayos en
cualquier tiempo que le parecía al encomendero, y llevárselos para
su servicio, ó para el laboreo de la yerba, sin que se cumpliese la
devolución obligatoria después de pasados los sesenta días de servi-
cio. Los daños consiguientes están á la vista; la familia del indio y
sus sementeras, abandonadas; su mujer y sus hijos, faltos del nece-
sario sustento, y con la larga ausencia del jefe de la familia, expues-
tos á mil peligros del alma y del cuerpo; y el mismo indio sin el cons-
tante cultivo de la religión que le era necesario, lejos de su pueblo
y de su hogar, y aprendiendo en vez de la ley de Dios y buenas cos-
tumbres, los malos ejemplos que tan amenudo se veían en derredor
suyo. — Este daño perseveró hasta el ñn, y estorbó la prosperidad de
las reducciones mejor entabladas. El Tilmo. Sr. Don Fray José
Peralta, Obispo de Buenos Aires, en su Informe al Rey de 8 de Enero
de 1743 (1), dice: «Los Religiosos del Seráfico Padre San Francisco
tienen también tres Doctrinas de Misiones en la Jurisdicción de mi
Obispado [eran Itatí, Ohomas y Santa Lucía de los Astos], que tam-
bién visité en cumplimiento de mi obligación; y aunque están también
muy arregladas, y los Feligreses muy bien educados é instruidos en
la Doctrina Cristiana, y culto divino; pero hallé en esto último bas-
tante diferencia de las Doctrinas de los Religiosos de la Compañía,
hallando menos gente, y bastante pobreza en las Iglesias; y pregun-
tando la causa, me dijeron que nace de dos males que padecen; uno,
de que los Indios y sus Pueblos son encomendados á particulares per-
sonas del Paraguay, y los Encomenderos sacan siempre que quieren
cantidades considerables de Indios y de Indias, para que sirvan en
sus haciendas; y además de distraerlos de la devoción, y culto Divino,
les quitan el tiempo de hacer sus sementeras, y trabajar en servicio
y fábrica de la Iglesia, y poblar sus Doctrinas, quedando á diferen-
tes represas muchos Indios y Indias en el Paraguay en servicio de
sus Encomenderos...»
De todo lo cual se ve que el efecto de las encomiendas, tales
(1) Charlevoix, Hist. du Paraguay, VI. 313.
119
como los encomenderos las practicaron en estas regiones, en vez de
favorecer á la doctrina, fué de estorbar de varios modos la propa-
gación del Evangelio, con los prejuicios que creaba en los indios su
opresión, con los malos ejemplos, y con la costumbre de alejar á los
indios de los pueblos donde eran doctrinados.
V
DAÑOS TEMPORALES QUE REDUNDABAN A TODO 161
EL PAÍS
No fué solamente pernicioso á los indios el sistema vejatorio de
los encomenderos, causándoles tantos agravios en sus bienesy sosiego
y estorbos en lo espiritual; sino que ocasionó á los mismos que en él
cifraban su prosperidad, y al país entero, daños temporales de mucha
trascendencia. Así suele suceder que castiga la mano de Dios los
desórdenes de las pasiones, en la misma materia en que pensaban
lograr bienes en el orden temporal.
Los indios eran, es verdad, sufridos; y habiendo formado excep-
cional concepto de los conquistadores, en quienes advertían inmensas
ventajas, así por las dotes personales que en ellos reconocían, como
por la calidad de sus armas; aquel respeto les enfrenaba, y alargaba
su sufrimiento mucho más de lo ordinario. Pero toda paciencia tiene
su término; y tanto llegaban á crecer las demasías de los dominado
res, que se hacían del todo insufribles; y exasperados los naturales
hasta el extremo, rotos ya los frenos del respeto y de la obediencia,
prorrumpían en desesperadas sublevaciones, que más de una vez lle-
varon el espanto y el luto á los pueblos de los conquistadores.
Sin negar que en tales movimientos tuviese su parte la natural
inconstancia de los indios; parece cierto é indudable por la historia
que los agravios recibidos tuvieron la principal parte en la formación
de casi todas las tempestades que estallaron contra los españoles en
estas regiones. De este modo á un tiempo producían en los indios el
desorden moral que trae consigo la guerra y la inclinación habitual
al delito de rebelión; y en las ciudades españolas un estado perpetuo
de inseguridad con muertes, carestías, desolación y arrasamiento de
poblaciones.
-120-
Léase en el Memorial del P. Montoya de 1643 (1) la narración de
la ruina de Londres, n. 7, en el alzamiento de los calchaquíes, 5' el fin
que tuvo la ciudad de Concepción del Bermejo, n. 8, y se tendrán
ejemplos palpables de lo dicho. Y sin salir aquí de los indios Guara-
níes de quienes tratamos, bien sabido es el gravísimo riesgo en que
pusieron la recién fundada ciudad de la Asunción para el Jueves
Santo de 1540 con una sublevación general. Y no de menor peligro
fué otro alzamiento general en 1559.
En cuanto á los Guaraníes del Paraná ó canoeros, se mantuvieron
desde el tiempo de la conquista como resueltos enemigos de los espa-
ñoles, dominando, no sólo el rio Paraná, por donde no podía pasar
ninguna embarcación sin su beneplácito, sino también el trayecto del
río Paraguay hasta la embocadura del Tebicuarí, por donde no se
podían aventurar los españoles sin buena escolta, pues todo el terri-
torio entre el Tebicuarí y el Paraná estaba ocupado por indios de
guerra. Varias veces trataron los moradores de la Asunción de suje-
tarlos, haciendo entradas en su territorio, pero en vano; porque no
dominaban más que el terreno que pisaban, y en retirándose, volvían
los paranáes á sus hostilidades; en las cuales más de una vez estu-
vieron á punto de hacer despoblar la ciudad de las Corrientes. Y
así como habían quedado resueltos los indios del Paraná y Uruguay
á no admitir en sus tierras, no sólo á ningún español de guerra, sino
ni aun á un Misionero ó sacerdote; así también continuaron dañando
en cuanto podían á los que tenían por enemigos, de suerte que «se
tenía por fortuna» dice el P. Lozano (2) «cuando se abstenían de las
hostilidades con que perturbaban el reposo público, obligando á
excesivos gastos para reprimirlos y defender las fronteras.» — Tales
habían sido los frutos del modo despótico con que se habían enta-
blado 3' se mantenían las encomiendas. Y mientras no se logró remo-
ver este gran obstáculo y empeñar á los indios del Paraná y Uruguay
la palabra real de que no serían encomendados en cabeza de particu-
lares, sino sólo en cabeza de S. M., 3^ con esto no serían llevados
ellos, sus mujeres y sus hijos á servir á las casas, chacras ó estancias
de los españoles particulares; ni se logró que abrazasen nuestra santa
religión, ni que dejasen el país sosegado 3' pacífico.
(J) Apénd. núm. 52.
(2) Hist. I, V. c. XVIII. n. 2.
121 -
VI
REBAJAMIENTO DEL CARÁCTER DE LOS INDIOS
El efecto natural del sistema de encomiendas que se estableció y
siguió en el Río de la Plata (dejando á un lado por ahora la despobla-
ción, de que trataremos en el artículo siguiente), había de ser y fué
una degradación y envilecimiento de la raza indígena.
En efecto: al indio, antes libre, y sólo sujeto á su cacique, á quien
prestaba sin mayor dificultad algunos servicios que no excedían sus
fuerzas, ni cansaban demasiado á un sujeto inclinado por índole )'
circunstancias del clima á huir del trabajo; se le hacía por la enco-
mienda pasar al estado de esclavo perpetuo de su amo, y se le suje-
taba á trabajos continuos, empleándolo sin darle el suficiente reposo,
y á veces ni el suficiente alimento; ocupándolo en el rudo trabajo de
la yerba en Maracayú, como vimos antes (1); destinándolo á faenas
propias de bestias, como era el andar cargados con los pesados ter-
cios de 3'erba, que se trasportaba toda á hombros de indios. En casa
de su encomendero, como en las faenas, era tratado con el azote en
la mano, y despreciado como un vil esclavo. Apodábanlo de borracho,
de holgazán, de mentiroso y malicioso, de traidor, y la menor palabra
ofensiva que le decían era tratarlo de perro indio, y esto era muy
frecuente. Todo esto no podía menos de influir en hacer al indio cada
día más apocado 3^ rebajar su carácter, hasta persuadirlo que se había
de tener y tratar como un esclavo. Tanto más, cuanto se tenía harto
poco cuidado, como hemos visto, de cultivar su ánimo por medio de
la religión, que en su aflictiva suerte lo hubiera consolado, y ense-
ñándole á reconocer con viveza los premios de la vida venidera, le
hubiera alentado á sobreponerse á todas las miserias de esta vida, y
aun á sus propias viciosas inclinaciones. Y nada diremos del rebaja-
miento de carácter que necesariamente había de producir el ver
fomentada la práctica de todas sus malas costumbres con la proximi-
dad del ejemplo que de ellas veía en aquellos á quienes por todos
títulos miraba como superiores.
El vasallaje directo al Rey de España por medio del encabeza-
(1) Cap. III. § III.
162
-122-
miento en la corona y del tributo, no traía esos inconvenientes del
servicio individual. Por pesadas que fuesen las cargas que soporta-
ron los Guaraníes de Doctrinas en sus múltiples trabajos en obras
públicas y en las continuas expediciones y campañas de sus milicias,
nunca llegaban á la fatigosa tarea del indio sujeto á los caprichos de
su encomendero. Aquellas expediciones se terminaban, y el indio
volvía contento á su casa, donde le esperaba su familia, donde hasta
tenía bien cuidada en el intermedio su chacra, y después de contar
sus hazañas, volvía á su trabajo pacífico, en el cual descansaba de
rato en rato, sin que viniese á forzarlo á continuar el látigo del
poblcro. Y enmedio de las mismas empresas militares, respondía con
legítimo orgullo á quien le preguntaba quién era: ñande Rey solcia-
doniclie: yo so}' soldado del Rey (1). Sabía, en suma, que no era
vasallo del español, esto es, del individuo particular, sino que lo era
del Rey, y en esto era igual al español. Que fué la meditada emba-
jada que propusieron los paranáes al P. Lorenzana por boca de su
Cacique general Tabacambí (2): «Padre... si ese gran sujeto Mbae-
qiiaapara (Consejero), de quien hemos oído que viene á visitar estas
tierras, y trae tanto poder del MhnriihicJiaheté (del Rey), y tantos
Qnatids (Cédulas Reales), quisiese venir en concedernos un grande
Quatiá (Cédula ó privilegio), en que declare que somos Mboyds ó va-
sallos del Rey de España, y que no tenemos obligación de servir á
algún Caray (español), sino que... seamos vasallos suyos, y tan libres
como los mismos Carays (españoles),... desde luego nos daremos muy
gustosos por vasallos ó Mboyds del gran Rey.»
Si con el tiempo han mostrado los paraguayos tanto abatimiento
de carácter hasta soportar y hacer posibles los gobiernos de tiranos
como Francia y el segundo López; tal vez no erraría quien señalase
por causa de este hecho entre las principales, la costumbre obser-
vada por tres siglos enteros de abatir y rebajar cuanto era posible
la raza indígena.
VII
163 DESPOBLACIÓN
La despoblación de las comarcas en que se usó del sistema de los
encomenderos, era otro resultado que había de nacer necesaria-
(1) Cardiel, Decl. n. 67.
(2) Lozano, Hist. lib. VI. c. VIL n. 15.
-123-
mente de aquel sistema, y en efecto se produjo. Hubo en la época de
la conquista regiones donde por fuerza armada no pudieron pene-
trar los españoles; y también indios, como los del Chaco, que, con-
quistados una vez, y sujetos á encomiendas en la ciudad de Concep-
ción del Bermejo, se sublevaron contra el dominador, destruyeron
la ciudad, y no volvieron á ser subyugados. Pero hubo otros muchos
que desde el principio se sujetaron voluntariamente, ó más tarde
fueron sometidos de una manera definitiva por las armas de los cas-
tellanos. Estos quedaron sujetos al servicio del vencedor en enco-
miendas. Veamos con qué efecto para la población.
Que las regiones del Río de la Plata estuvieron muy pobladas de
indios en los tiempos de la conquista, no puede negarse. De sólo la
comarca de Vera ó sea provincia del Guayrá, atestigua la Cédula
Real de 1639 que en el espacio de una veintena de años habían
sacado para la esclavitud los Mamelucos de San Paulo más de tres-
cientos mil indígenas. Si suponemos que fuera de los cautivados
había en Guayrá doble número de indios que lograsen escapar de
aquellos piratas de tierra firme, tendremos el número de un millón.
No sería aventurado suponer otros tantos en el Paraguay propia-
mente dicho: á lo menos no desdice mucho esto de la extensión del
territorio, de los medios de subsistencia en aquella región, y de las
relaciones de los primeros historiadores Schmídel, Ruy Díaz de
Guzmán y Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Y en los territorios del
Paraná, Uruguay y Tape, que son la provincia de Corrientes con
Misiones y Río Grande, fácilmente pudieron pasar de quinientos mil
los indios Guaraníes.
La ruina de todas estas multitudes llegó cuando se acercaron
á ellas los hombres de raza europea. El millón de indígenas del
Guayrá quedó aniquilado y consumido por la durísima esclavitud,
por el arcabuz y el machete del paulista. Y adviértase que en esta
despoblación tuvieron su parte los encomenderos de la Villarrica
y del Guayrá, los cuales, sin contar con lo que consumían los indios
en el trabajo de la yerba en Maracayú; cometían otra iniquidad de
entrar al país donde había indios que ninguna hostilidad les habían
hecho, tomarlos presos y venderlos á los paulistas. Ya en su tiempo
se había'quejado el mismo Irala del abuso é inhumanidad de robar
indios y llevarlos á la gobernación portuguesa de San Vicente,
donde los vendían como esclavos, y como esclavos se les echaba la
marca con hierro candente en la cara ó en la espalda: «Permite el
gobernador de San Vicente que los indios Garios [Guaranís] que de
aquí salen con algunos cristianos foragidos, se vendan y contraten;
— 1'.'4 —
y pónenlos de su hierro y señal; cosa, cierto, en que Dios Nuestro
Señor y V. A. grandemente se desirven» (11. Tales excesos no se
extirparon, sino que siguieron siendo practicados en adelante;
j hacia 161S escribía el P. Marciel de Lorenzana (2): «Aunque están
pregonadas las ordenanzas de D. Francisco de Alfaro en la ciudad
de Guaira, el Teniente García Moreno y los demás ministros de Jus-
ticia no quieren que se guarden, antes se sirven de los indios y los
tratan como si fueran sus esclavos;... entran en este número [de
los indios de servicioj aun los reservados de mita y tributos:... los
vecinos y el Teniente de Guaira venden los indios á los portugueses
por vestidos y otras cosas:... los traen al Paraguay bogando sus bal-
sas de yerba, y en el Paraguay los suelen vender, y otras veces los
dejan de modo que en muchos años no vuelven á su tierra, y otros
nunca vuelven:... admitieron en su pueblo [Guaira] una tropa de por-
tugueses con toda su gente á quienes vendieron indios...»
Los indios del Uruguay y Tape, blanco asimismo de la persecu-
ción y atropellos de los paulistas, quienes sin temor de Dios ni ver-
güenza de los hombres los hacían esclavos, aun después de converti-
dos al cristianismo y formados en pueblos, se retiraron hacia el
Paraná, y hechos fuertes con la presencia y dirección de sus Misio-
neros, lograron, como hemos visto, conservar su raza. Los innume-
rables Guaraníes que no estaban convertidos, fueron, casi en su tota-
lidad, exterminados por el paulista.
En cuanto al nutrido grupo de indios que dependían inmediata-
mente de la ciudad de la Asunción, cuyo número hemos estimado
arriba en un millón; si bien no sufrieron la persecución sistemática
de los paulistas ú otra semejante, quedaron sujetos á las causas de
consunción lentas, pero seguras, que los fueron destruyendo poco
á poco. Los indios originarios ó yanaconas, y mejor diremos, escla-
vos, que servían en la casa ó chacras de los encomenderos, fueron
los que primero perecieron; y no renovándose por estar prohibidas
las malocas ó entradas de guerra, se acabaron casi del todo,
tomando de ello ocasión los encomenderos para quejarse de que no
tenían ya un indio de servicio, y que los mismos miembros de la fami-
lia habían de ocuparse en los quehaceres domésticos cosa entre
ellos tenida sin razón por humillante y abatida); cuando debieran
haberse quejado únicamente de sí mismos, que contra toda justicia
y contra expresas prohibiciones del Rey habían retenido en esclavi-
tud á aquellos infelices, y agregando á la ofensa contra la libertad
(1) Cartas de Indias, Asunción, 24 de Julio de 1555.
(2) Memorial al General Pedro Hurtado.
-125-
natural del indio mayor agravio con su desarreglado gobierno, al
fin los habían venido á consumir. Los demás que lograban escapar
de la furia de las entradas, recibían sin embargo un daño insanable,
causa, y muy rápida, de su despoblación. Porque, como lo advierte
el P. Marciel de Lorenzana (1) «buscaban puestos pantanosos, y difi-
cultosos de entrar, para que los españoles no pudiesen llegar á ellos
sin mucha dificultad, y por lo menos fuesen sentidos con tiempo:
y como estos indios andaban tan descontentos comúnmente huyendo,
y se poblaban en países malsanos, muertos de hambre, porque los
soldados les arrancaban las comidas, venían á perecer los viejos,
niños 3' mujeres, á no multiplicar, y acabarse tan apriesa esta gente,
de modo que de gran chusma de indios han venido á quedar muy
pocos».
Para que se vea en un ejemplo el estrago que causaba en la
población este proceder, convendrá traer á la memoria lo que nos
descubren las Cartas de Indias no ha muchos años publicadas acerca
de los excesos que se cometieron con autorización del entonces
intruso Gobernador Domingo Martínez de Irala, apenas sofocada
en 1545 la insurrección de Guaraníes, á que habían dado lugar los
atropellos inmediatos cometidos luego que audazmente hubo arro-
jado al legítimo gobernante. «Xo contentos [los parciales de Irala]
con estos daños que estos naturales habían pasado, aun no bien esta-
ban en sus casas 3- asientos, cuando los amigos y valedores así del
capitán Irala, como de los oficiales y capitanes, otra vez por la tie-
rra andaban, y algunas lenguas entre ellos, enviadas por el capitán,
á las cuales mandaba que trajesen indias, no tan solamente para sí
pero aun para los que él quería: y de esta manera tornaron otra vez
peor que de primero, á los perseguir y destruir, en tal manera, que
muchos indios quedaban cargados de hijos: y vístose tan trabajados,
de puro pesar se morían, no tan solamente él, pero los hijos, que de
muy niños caían en los fuegos, y como no tuviesen madres, allí se
tostaban y quemaban, por no haber quién los sacase: á otros, por no
tener quién les diese de comer, dábanse á comer tierra, y así acaba-
ban; otros de muy niños, 3' estar á los pechos de las madres al
tiempo que se las llevaban y ellos quedaban en aquellos suelos...
De estas indias que estas lenguas traían, sabrá V. M. que se partían
con el capitán Irala, porque si no le daban la mitad, ó eran sus ami-
gos ó valedores, no quedaban con ninguna... Visto los indios que no
se las tornaban, daban vuelta á sus tierras llorando: y de que alle-
(1) Carta y Relación, %. 1 al fin.
-126-
gaban á sus casas, las madres, tías y parientes, de que sabían que en
poder de los cristianos quedaban, era tanto el llanto de día y de
noche, que de pura pasión y de no comer, se acababan de morir,
así los hombres, como las mujeres... Querer decir y anunciar por
ésta las indias que se han traído á esta ciudad después de la prisión
del Gobernador Cabeza de Vaca, sería nunca acabar: pero paréceme
que serán cincuenta mil indias, antes más que menos: y ahora al pre-
sente estarán entre los cristianos quince mil, y todas las demás son
muertas, las cuales mueren de malos tratamientos y de mal honra-
das...» Hasta aquí el sacerdote Martín González, que añade otras
cosas de gran lástima y escándalo (1). Contesta con él Ruy Diaz
Melgarejo, quien escribe (2): «Llegué á San Vicente, con voluntad
de pasar á España á dar cuenta á V. M. de los insultos, robos, homi-
cidios, alteraciones y disensiones de esta provincia, que luego suce-
dieron después que echaron la justicia de ella, tan á costa de los
pobres indios, que es muy cierto que faltan desde entonces más de
cincuenta mil, y esos que ha)^, la mayor parte viven huidos por los
montes, muertos de hambre, sin mujeres ni hijas, que todas se las
han saqueado». Donde se ve el efecto de una despoblación de más
de cincuenta mi! indios en tan corto espacio de tiempo, que no
hubiera hecho tanto estrago la más rigurosa epidemia.
Con el establecimiento de las ordenanzas de Alfaro se remedió el
daño de las entradas ó malocas; mas no el que causaba el servicio
personal de las encomiendas, y que 3'a antes hemos explicado. Las
encomiendas de servicio continuaron á pesar de prohibirse por Cédu-
las reales una y otra vez; y con ellas continuó la despoblación. Las
mismas Doctrinas encargadas á los Padres de la Orden de San
Francisco, que no pudieron librarse de encomiendas, porque desde
el principio estaban sujetas á esta pensión, nunca pudieron estar
abundantes de gente (como lo testifican ellos mismos, y los señores
Obispos lo advirtieron en sus Visitas), porque no lo permitía el tra-
bajo á que los sacaban los encomenderos, para retenerlos largo
tiempo, ó llevarlos muy lejos, y á veces para nunca más volver.
En 1797, fecha de las estadísticas de Azara (3), habían quedado
reducidos todos los indios Guaraníes existentes en el Paraguay
á ocho mil doscientos (8200); restos infelices, que, de ser exacta
nuestra estimación del principio, darían como resultado del sistema
(1) Cartas de Indias, tom. I, Carta fecha en la Asunción, á 25 de Junio 1556.
(2) Carta de la Asunción á 2 de Julio de 1556.
(3) Voyages daiis lAntérique }iiérid¡onale , París, 1809, t . II. chap. XVI,
XVII; al fin.
-127-
de los encomenderos una despoblación de casi un millón de indios
en doscientos cincuenta años; y en cualquier otra estima que se
haga, siempre llegarán á varios centenares de miles. Los demás
indios Guaraníes, que se mencionan en las citadas tablas de Azara,
no proceden de las encomiendas, sino de parte de las Doctrinas de
la Compañía; y aun esos reducidos en treinta años á la mitad de lo
que habían sido, luego que su régimen se asimiló en gran parte al
sistema de los encomenderos.
VIII
LA GRAN ALARMA DE 1688
El año de 1679 despachaba el Consejo de Indias una Cédula para
el Gobernador del Paraguay, en que le ordenaba que sin dilación
suprimiese todas las encomiendas de originarios que se habían per-
petuado en aquella provincia, convirtiendo los indios en mitayos y
reduciéndolos á pueblos gobernados como todos los otros pueblos de
indios (1).
Recibió la Cédula el íllmo. Sr. Obispo D. Fray Faustino de las
Casas, mientras estaba tomando la residencia al Gobernador Rege
Gorbalán: y difiriendo el ejecutarla, envió inmediatamente informe
al Consejo, representando graves inconvenientes que juzgaba se
seguirían de ponerse aquella medida en práctica. Parece que con
ésto se detuvo la intimación de la Cédula: pero intimada ésta final-
mente al Gobernador D. Francisco de Monforte ocho años más
tarde, la publicó con su obedecimiento, y se dispuso á darle ejecu-
ción (2).
Apoderóse el espanto de los encomenderos, que ya se veían con
la imaginación en la mayor de las calamidades y sumidos en la
miseria por verse privados de los que denominaban sus indios, á los
que miraban como tan propios como pudieran serlo sus campos y sus
animales. Movióse el Cabildo con desusada actividad para obtener
informes contrarios á los motivos expresados en la Cédula, para lo
cual comisionó á su Procurador, el sargento mayor Juan Ortiz de
Zarate, dándole sus instrucciones especiales, que cumplió, acudiendo
(1) Apéndice, núm. 61.
(2") Asunción, Arch. Nac. LX. 4. 5.
164
- 128 -
á las personas cuyo testimonio, á su parecer, pudiera presentarse
como grave autoridad ante el Consejo de Indias, y recabando de
ellas los pareceres y certificaciones que deseaba; provisto de todo lo
cual, interpuso súplica ante el Gobernador para que se suspendiese
la ejecución de la Cédula, mientras se llevaban aquellos informes á
conocimiento del Consejo de Indias. Todos los informantes que había
buscado el Procurador Zarate eran personas eclesiásticas: el Deán
de la Catedral y Gobernador de la diócesis en sede vacante, el
Cabildo eclesiástico, los dos Curas párrocos de naturales, los reli-
giosos del Convento de Santo Domingo de la Asunción, los del
Convento de San Francisco y los del de Nuestra Señora de la
Merced (1).
Las razones producidas por el Procurador y las contenidas en
estos informes 3^ parecer, pueden reducirse á las siguientes: 1.*^ Que
sería en grave daño de la provincia y causaría su total ruina el
reducir á pueblos los originarios, por quedar los vecinos de la Asun-
ción y la Villarrica sin tener quién les cultivase las tierras, de donde
depende todo su sustento, pues ellos estaban ocupados incesante-
mente en el servicio militar, sin poder atender al cultivo, y no había
otra gente de servicio. 2.^ Se quitarían las Indias á las familias, y
habrían de ejercer los ministerios de criadas, salir á traer acuestas
el agua y la leña, las hijas de conquistadores, con mengua de su recato
y de la nobleza de su sangre. 3.^ Perecerían los mismos originarios,
trasportados á diversos climas. 4.^ Se extinguirían los Conventos y
capellanías, y se perdería el esplendor del culto divino, pues todo
ésto se sustentaba con las limosnas de los vecinos, que actualmente
eran pobres, pero quitados los originarios, caerían en la miseria, y
de ningún modo podrían hacer limosna. 5.^ Se impugnan todas las
razones de la Cédula, y se le quita autoridad al informante de cuyo
testimonio resultó, que fué el Gobernador D. Felipe Rege Corbalán,
diciendo que obró como enemigo de los vecinos de la Asunción, por
haberle capitulado en Charcas; y reproduciendo un testimonio suyo
de la Visita de originarios, en que refiere el buen estado de los indios
de aquellas encomiendas, de quienes poco más tarde informó hallarse
en la condición más infeliz. Para deshacer en especial este funda-
mento del mal trato de los indios originarios, se hace tan halagüeña
pintura de lo corto de su trabajo, lo bien alimentados y vestidos que
los tienen sus dueños, la exención de servicios de guerra, boga de
balsas y beneficio de la yerba, la policía y trato civil y la buena
(1) Asunción: Arch. Nac. LXV. 4. 5.
— 129 —
doctrina en las cosas de religión de que se dice gozan los originarios;
que no hay más que desear: sobre todo, cuando al lado de esta des-
cripción se añade otra del modo cómo est.'m los indios mitayos en
sus pueblos, que viene á resultar harto infeliz. Por manera que se
concluye que no sólo sería daño grave para los encomenderos, sino
que los mismos originarios perderían, y se verían 'peor tratados y
con mayores cargas, si se redujeran á pueblos mitayos.
Miradas por junto y superficialmente las razones, parece que
hacen gran fuerza; pero no sucede otro tanto cuando se pesa despa-
cio su valor. La primera es una conclusión voluntaria: porque
habiendo indios mitayos, y aumentándose su número con el de los
originarios libertados, nunca faltaría quien cultivara los campos,
con la única diferencia de cultivarlos actualmente gratis; y después
de hecha la mudanza, por salario. Es, pues, una razón aparente.
— Otro tanto habrá de decirse de la segunda, pues bien podrían tener
criadas las dueñas de casa, tomándolas de las Indias mitayas que se
quisieran contratar, con sólo la pensión de pagarles su salario, y no
tenerlas como esclavas, á quienes nada se paga por su trabajo. — La
tercera es del todo insubsistente, por ser muy cortas las distancias
y nula sensiblemente la variación de climas: y la mejor prueba de la
poca fuerza de esta razón es que uno de los informes la rebate,
cuando en la Cédula se alega, hablando de indios originarios, que son
trasportados á las haciendas de otros encomenderos (1). Sobre todo,
no podía haber variación de clima, haciendo los pueblos en los extre-
mos de las mismas haciendas, donde confinaban las posesiones de dos
ó más vecinos, como estaba ordenado. — La cuarta razón, cuando
fuera verdadero su supuesto, sólo tendría fuerza para autorizar
cosas que no fueran contra la ley de Dios, natural ó positiva; mas no
para injusticias, como la que se encerraba en la conservación de las
encomiendas de servicio personal y de originarios. Pero ya se ha
visto poco ha que el mismo supuesto, de quedar los vecinos arruina-
dos con la ejecución de la Cédula, era gratuito é inexacto. — En el
quinto extremo é impugnación de cada uno de los motivos de la
Cédula, era de desear que la impugnación fuera exacta; pero tam-
bién era mucho de temer que fueran ciertos los motivos de la Cédula:
y cuando hubiese alguna exageración, no era inexacta la sustancia:
pues aquellos cargos habían sido formulados mucho antes de Rege
Gorbalán, y con plena justificación, como sucedió en la Visita del
Oidor Alfaro (2). El alegar que Rege fuera enemigo, tenía poca
(1) Asunción, Arch. Nac. LXV. 4. 5. f. 36.
(2) Ordenanzas de Alfaro, Ord. 5.
9 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo n.
-130-
fuerza. perseverando aquella realidad dicha de la sustancia: y el que
hubiera dado primero informe favorable, sólo probaría que primero
no tenía noticia exacta de todos los hechos, y después la tuvo. Como
ni la pintura del estado de los originarios, mejor que el de los mita-
yos, prueba otra cosa (si era exacto el paralelo), sino que los mitayos
se encontraban tratados peor que esclavos: pues esclavos eran en
resolución los originarios.
Y ésta es la injusticia fundamental de las encomiendas de origi-
narios, por la cual las prohibió el Visitador Alfaro, y de la que no
se dice ni palabra en las defensas. Unos indios á quienes las leyes
Reales declaraban por tan libres como cualquier vecino nacido en
América de descendencia española ó nacido en España, habían sido
arrancados violentamente de sus hogares 5^^ reducidos á esclavitud:
y ahora seguían esclavos ellos, sus hijos y todos sus descendientes.
El Visitador Alfaro, setenta años antes, había ordenado que se
suprimiesen todas las encomiendas de originarios, y se redujesen á
tributarios (1): y concediendo á petición de los interesados que que-
dasen en las haciendas de campo los indios que quisieran, dispuso
que en tal caso se hiciera pueblo allí mismo, dando para él los dueños
de las haciendas colindantes las tierras necesarias, pues ellos eran
los que pedían esta singularidad, y en favor del cultivo de ellos se
decretaba. «Para ello, desde luego se recojan en los confines de las
chácaras [haciendas de campo], y en lugar cómodo, para que los
indios de diferentes chácaras vengan á estar juntos: porque aquéllo
ha de quedar por reducción» (2). Siete años más tarde, y á pesar de
todo el empeño de los encomenderos, que pretendían se derogasen
todas las Ordenanzas, fueron aprobadas estas disposiciones sin
observación alguna, de la misma suerte que en ellas se contiene (3).
La Cédula de 1679, por tanto, no introducía novedad alguna, sino
que venía únicamente á descubrir la inobservancia de lo ya precep-
tuado en cosa tan grave, con ocasión de haberse advertido de nuevo
los excesos á que daba lugar aquel proceder; y á urgir la ejecución
de la ley natural y de la positiva, que eximían de esclavitud á los
indios. Y las reclamaciones contra la Cédula eran nuevo testimonio
de cómo se había perpetuado el abuso. Si el Oidor Alfaro hubiera
previsto que así se había de burlarlo que disponía, prohibiendo dar
encomiendas de yanaconas ú originarios {4), y reduciendo las ya
(1) Alfako, Ordenanzas, núm. 1.
(2) Número 5.
(3) Decisión Real de 10 de Octubre de 1618.
(4) Ordenanzas, núm. 4.
— 131 -
dadas á encomiendas de tributarios ó iii/íayos, y ad virtiendo que los
indios que quedaban en las tierras de labor en ninguna manera eran
originarios ó yanaconas: jamás hubiera condescendido con las ins-
tancias de los interesados (1). Pero éstos cre3"eron parar suficiente-
mente el golpe con pedir primero, y hacer pedir á los indios, que les
permitiese quedar en las tierras de labor: y una vez obtenido esto,
no se trató más de pueblos, cumplimiento de Ordenanzas ni supre-
sión de la esclavitud. Ahora se hacían calurosas representaciones,
pintando como la ruina de la provincia una medida ya considerada y
reconsiderada, y que estaba reclamando á voces la justicia para que
cesase aquel atropello de la ley natural.
Presentados al Gobernador todos los recaudos arriba menciona-
dos, con la certificación de que el Illmo. Casas, el primero que
recibió la Cédula, había hallado en ella tan graves inconvenientes,
que no se había atrevido á intimarla, y había enviado inmediata-
mente al Consejo repiesentación para que la suprimiera, se publicó
el siguiente decreto (2):
«En la ciudad de la Asumpción del Paraguay, en veinte y cuatro
días del mes de Diciembre de mil y seiscientos y ochenta y ocho
años, el señor don Francisco de Monforte, caballero del hábito de
Santiago, Gobernador y Capitán general de esta provincia del
Paragua}^ por S. j\l., que Dios guarde: Habiendo visto todos estos
papeles }- autos, presentados por el sargento mayor Juan Ortiz de
Zarate, con la petición de la súplica que hace la ciudad, y en nombre
de los vecinos encomenderos, de la Real Cédula publicada y obede-
cida que está por cabeza, su fecha en Madrid, de veinticinco de Julio
del año pasado de mil y seiscientos y setenta y nueve, en que su Ma
jestad ordena y manda se reduzcan á pueblo los indios de encomien-
das que llaman originarios: Dijo: que debajo del obedecimiento
que está hecho, suspende la ejecución de la dicha Real Cédula,
hasta que S. M., que Dios guarde, mande lo que fuere servido: y para
ello se le dé cuenta con estos autos. Y lo firmó en este papel común,
á falta del sellado.»
«Don Francisco de Monforte» «Ante mí»
[Rúbrica] «Juan INIéndez de Carvajal»
«escribano de su Majestad»
No consta si en efecto se envió esta súplica 3^ los autos al Consejo
de Indias, pues todos los papeles, y las numerosas firmas, que pasarán
de cincuenta, se hallan originales en la Asunción: como ni tampoco
(1) Núm. 5.
(2) Asunción: Arch. nac. LXV". 4. 5. fol 40.
-132-
se halla rastro de resolución ó respuesta de aquel supremo Tribunal.
Lo cierto es que la Cédula no se ejecutó, y de esta manera se per-
petuó una vez más la esclavitud en el Paraguay, á pesar de Orde
nanzas y disposiciones superiores.
IX
165
ESTADO POSTERIOR DE LAS ENCOMIENDAS,
Y SU DEFINITIVA EXTINCIÓN
Suspendida la Cédula de 1679 del modo que acaba de explicarse,
siguieron las cosas en el Paraguay, en materia de encomiendas, como
estaban la víspera de llegar á aquella gobernación el Visitador
Alfaro. Ni se abolió la esclavitud de los oiiginarios convirtiéndolos
en mitayos; ni se redujeron á pueblo, saliendo de las casas y hacien-
das de sus encomenderos; ni se alzó jamás el servicio personal, que
era el efecto para el cual se había decretado la Visita. Las conce-
siones que, estrechado por las circunstancias y el arte de los enco-
menderos, había creído necesario el Oidor Alfaro hacer temporal-
mente con la cláusula de por ahora (1), vinieron á hacerse perpetuas
mientras duró la encomienda .
Alguna vez, sin embargo, entre los innumerables asuntos que se
agitaban ante el Consejo de Indias, tocó su vez al de las encomien-
das del Paraguay; y entonces se hizo gran reparo en que durase
todavía el servicio personal en el Paraguay.
Las principales ocasiones en que esto se tratara de que ha que-
dado memoria, fueron en 1696, en 1720 y en 1735. En 1696, con fecha
quince de Octubre, se expidió Cédula Real al Gobernador don Juan
Rodríguez Cotta para que en adelante no proveyese más encomien-
das, sino que á medida que fueran vacando, las incorporase en la
Real Corona. La experiencia iba persuadiendo que éste era el único
medio para remediar el mal tratamiento de los indios y el servicio
personal. Publicóse la Cédula á son de caja, é inmediatamente se
presentó al Gobernador el Procurador de la ciudad Juan Méndez de
Carvajal, interponiendo súplica análoga á la arriba referida. Instó
por la ejecución el Oficial Real de la Asunción; replicó y suplicó de
(1) Alfako, Ordenanzas del Paraguay, núms. 5. 57.
-133 —
nuevo el Procurador: y Cotta suspendió la ejecución, sin que se sepa
si luego fueron autos y súplicas al Consejo (1).
En 1720, se despachó Cédula en San Lorenzo, á 12 de Julio, pres-
cribiendo que todas las encomiendas vacas se incorporasen en la
Corona; y por descuido se añadió esta expresión: «Pero en las enco-
miendas que hubiere de servicio personal, no se ha de hacer novedad
alguna, y quedarán en el estado en que hoy se hallan, por ser de
corta entidad, y por los inconvenientes que de lo contrario podían
seguirse al servicio de Dios y mío.» Advirtióse el yerro: y en Cédula
despachada seis meses después, á 4 de Diciembre de 1720, en que se
citaba la anterior, se enmendó así (2): «Pero habiéndose encontrado
después el reparo de que las encomiendas de servicio personal están
extinguidas, y mandado por diferentes leyes y Cédulas Reales que
cese este servicio:... 3^ entre otras, en la Cédula de 1601 se mandó...
que no se consintiesen... en ninguna parte los servicios personales
por vía de tributos, sin embargo de cualesquier introducción, cos-
tumbre ó cosa que sobre ello se hubiese permitido;... y el encomen-
dero que usase de ellas,... por el mismo caso perdiese su enco-
mienda:... y por Cédula de catorce de Abril del año de mil seiscien-
tos treinta y tres se prohibió absolutamente el servicio personal en
el Reino de Chile: y por la ley 1, tít. 16, lib. 6, de la Recopilación
de Indias, se mandó que se anulasen lodos los títulos y derechos que
á él hubiesen pretendido tener los españoles:... HE DECLARADO
no se obligue á los indios á que sirvan personalmente,... y que los
Virreyes, Audiencias, Gobernadores, Corregidores y Oficiales Rea-
les de mis dominios del Perú, atiendan á la puntual observancia de lo
que viene observado; con advertencia que lo contrario me será de
mucho desagrado», «pudiendo, si quisieren de su voluntad, servir
los días del año que bastaren para pagar el tributo».
Finalmente, en 4 de Diciembre de 1735, se expidió nueva Cédula
á todas las autoridades Reales del Perú, y particularmente á las del
Tucumán y Río de la Plata, para que se cumpliese lo que tantas
veces se había ordenado, no cobrando los tributos en servicio perso-
nal, sino en frutos, y para que los indios morasen en sus pueblos
propios, sin ser extraídos de allí (3).
Cuantas providencias se tomaron, habían resultado infructuo-
sas para atajar los daños del mal tratamiento de los indios, que
(1) Asunción, Arch. nac. I. 16. Informe del Gobernador Pinedo en 1777, fol. 7.
(2) Asunción, Arch. nac. Varios: Colección de Cédulas pertenecientes á los
Oficiales Reales.
(3) Citada en la de San Ildefonso, 12 de Agosto de 1740 (Sevilla, Arch. de 4
días, 76. 4. 40 j.
- 134-
parece estaban ligados indisolublemente á las mismas encomiendas:
y así iba predominando la idea de encabezar cuantas encomiendas
hubiese en la Corona Real. Ya se han visto algunas muestras de ello:
y nuevo paso dado en este camino fué la Cédula de 4 de Abril de 1776,
en que se pedía al Gobernador del Paraguay un informe sobre la con-
veniencia de agregar todas las encomiendas á la Corona. Diólo el
Gobernador D. Agustín Fernando de Pinedo en carta al Rey fecha
á 29 de Enero de 1777 (1), explicando las dos clases de encomiendas
que había en su tiempo en el Paraguay, de originarios y mitayos,
mostrando cómo todo redundaba en daño de los indios, y cómo no
cumplían los encomenderos con las obligaciones que habían acep-
tado al tomar la encomienda: y fué de parecer que, habiendo sido
además las encomiendas las que habían causado la ruina de la pro-
vincia y la consunción de la raza india, se debían suprimir todas las
provisiones de encomiendas, y éstas se habían de incorporar en la
Corona; sin que hubiese lugar á dar indemnización alguna á los enco-
menderos, pues merecían ser privados de toda encomienda, por no
cumplir con las cargas de ellas. Como el Consejo de Indias no pro-
cedía de ligero, ni por noticias de una persona sola, todavía se pidie-
ron muchísimos pareceres, enviando á los consultados este informe
de Pinedo. Entre los informes se cuenta uno del Cabildo de la ciu-
dad de la Asunción (2), en que insta sobre la capitulación que dice
hecha con el Rey de que los paraguayos defenderían la provincia
y el Rey como sueldo les daría encomendados los indios: capitula-
ción que no aparece probada, 3^ cuya fuerza, si hubiera existido,
muestra el Gobernador Pinedo que quedaba anulada por faltar los
encomenderos á sus compromisos: instan asimismo sobre la ruina
de la provincia, que nunca vino, aunque de hecho se quitaron las
encomiendas. Otro de estos informes es el del Protector de natura-
les (3), escrito muy digno de atención por los datos que contiene,
y por el juicio desapasionado que emite, bas<indose en hechos que
tenía experimentados y allí refiere, concluyendo que deben seguirse
las propuestas del Gobernador Pinedo, sobre cu3^a carta le pedía
dictamen la Audiencia.
Esta vez se ejecutó por fin lo que tanto tiempo antes se había
decretado, pues desde las Ordenanzas de Alfaro había corrido más
de siglo y medio, y nunca se había suprimido en realidad en el Para-
(1) Asunción: Arch. Nac. XC. 1." m'im. 16.
(2) íbid. 1. fol. 6.
(3) Lamas, Colección de memorias }■ documentos para la Historia y la Geo-
grafía de los pueblos del Río de la Plata, Tom. I. Montevideo, 1840, pág. 456.
-135-
guay la injusticia del servicio personal, ni la esclavitud de las enco-
miendas de originarios. Vino la orden de ir incorporando á la Corona
Real todas las encomiendas á medida que fuesen quedando vacas,
y el Gobernador D. Lázaro de Rivera da testimonio de haber incor-
porado de este modo las encomiendas que había en Caazapá é ítapé:
por decreto de 4 de Marzo de 1801; las de Yaguarón, por decreto
de 16 de Marzo del mismo año; las de Tobatí por decreto de 5 de
Diciembre de 1802; las de Atirá por decreto de 27 de Marzo, las de
Altos en 1.° de Abril; las de Itá en 8 de Julio, Ipané también
en 8 de Julio, y Yutí en 15 de Septiembre: decretos todos estos del
año 1802.
La Cédula Real de 17 de Mayo de 1803 vino á poner término
á todas las encomiendas, de cualquier especie que fuesen: «He
venido asimismo en mandar se incorporen inmediatamente á mi
Real Corona cuantas encomiendas subsistan en el Paraguay contra
mis Reales Cédulas, ejecutadas ya en la mayor parte de mis domi-
nios de América, sin admitir á los detentores recurso que embarace
su efectiva reversión, por no poder asistirles motivo justo para ello,
extendiéndose esta mi soberana resolución á los antiguos mita-
vos» (1).
X
PARALELO CON LOS EFECTOS DE OTRAS 166
COLONIZACIONES
Al terminar este estudio, que pudiera llevarse mucho más ade-
lante, conviene desvanecer una opinión muy divulgada, especial-
mente en el siglo xviii y principios del xix, en que se piocuró des-
acreditar con todos los medios á España y su sistema en colonias;
siendo quienes la censuraban las naciones extranjeras, en cuyos jui-
cios predominaba sobre la verdad y justicia la pasión y rivalidad;
y habiendo sido creídas sus inculpaciones por las nacientes repúbli-
cas hispano- americanas, que en ellas encontraban otros tantos
cargos que echar en cara como para formar proceso á la madre
patria.
(1) Buenos Aires: Bibl. Nac. Coleccióo Seguróla; Cédulas Reales, / 20.
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El sistema de colonización aplicado en la realidad, á pesar de las
leyes, y llevado á la práctica, primero por los conquistadores venidos
de España, después y principalmente, por sus descendientes, que ya
heran americanos (y se denominaban indiferentemente con el nombre
de españoles americanos ó con el de criollos) fué, es verdad, vicioso
en varios puntos. Puesto al lado del sistema aplicado por los Jesuí-
tas, que no era otro sino la realización del plan de las leyes de
Indias, no resiste la comparación. Los efectos hablan por sí mismos:
de un lado la instrucción cristiana, del otro la ignorancia: del uno la
defensa, del otro el abandono: del uno las artes, del otro la indolen-
cia: de una parte múltiples é importantes servicios prestados á la
sociedad española en su vida común, de otra el trabajo absorbido en
provecho de unos pocos particulares: de una la conversión de la raza
indígena, de otra la despoblación, si no total, ciertamente extra-
ordinaria y ruinosa. Estos son los caracteres que diferencian la obra
de los Jesuítas de la obra de los encomenderos del Paraguay.
Mas nadie crea que otro tanto sucede cuando se pone en paran-
gón la colonización española con la de otras naciones. Entonces son
las de los pueblos extranjeros las que no soportan el paralelo. El
proceder de españoles, así de los europeos, como de los españoles
americanos para con los indios, fué mucho más digno de elogio que
el de los demás pueblos que pisaron y dominaron la tierra ame-
ricana.
No conviene perder de vista que la misma conquista espiritual
debe entrar en este paralelo. Los beneficios sin cuento que de los
Misioneros de todas las Ordenes religiosas reportaron, así los mora-
dores de raza europea, como los indígenas del país, en Méjico, en el
Perú, en el Paraguay, en América toda y en Filipinas, y entre ellos
como mínima parte los que del sistema de Doctrinas dimanaban, han
de ponerse á cuenta de España. Era España quien enviaba los Misio-
neros, y quien por mano de ellos favorecía al indio, y por la voz
é influjo del Misionero precavía y defendía al indio de atropellos.
Tampoco hay que olvidar que los abusos que en diversos puntos se
iban notando, eran causa de que á menudo se hiciesen pesquisas
y visitas, de las que dimanaban providencias generales, que, si en
muchos casos no remediaban todo el daño, lo atajaban en gran parte.
Nada de esto nos pueden presentar las demás naciones. Unas, ocu-
padas únicamente en sus intereses, sólo atendían al comercio. Otras,
como Inglaterra, abandonaban á sus colonos, que ya desde el prin-
cipio, en cierto modo, eran independientes. Ninguna tenía ese exqui-
sito cuidado de los indios que se revela en todas las disposiciones
— 137-
de las leyes españolas, y que aunque no fuera con tanta eficacia,
trascendía á todos los moradores de América que se hallaban en
contacto con los indios: el cuidado de la fe y del buen tratamiento de
los indios había de ser lo primero; y de hecho, en las regiones del
Plata, la misma esclavitud de los indios, aunque injusta, tuvo gene-
ralmente, en su aplicación, caracteres de relativa suavidad y blan-
dura.
Hoy mismo, al principiar el siglo xx, quedan en la cuenca del río
de la Plata seguramente más de treinta mil indios, contando única-
mente la raza Guaraní: y muchos de ellos incorporados á la vida
social del país; otros cien mil de raza pampa ó araucana en las
Gobernaciones del Sur; cien mil araucanos en Chile; más de medio
millón de quechuas y aymarás en los territorios de Bolivia y el Perú;
y son varios millones los indios de Méjico. En los Estados Unidos de
Norte América, que tienen tanto mayor extensión, quedaban ochenta
y dos mil, hará setenta y siete años (1835), entre todos los territo-
rios organizados; disminuía ese número rápidamente; y hoy quizá
no alcanza á cinco mil, y ésos sin civilizar, ni mucho menos mez-
clarse con la raza conquistadora. Los demás indios que aun existían
allí fuera de los estados, hasta el número de 400 mil, han ido siendo
empujados hacia el oeste, ocupándoles el territorio; y en el censo
de 1900 se calculan en 266.760 todos los indios de Norte-América sin
distinción alguna.
En cuanto al modo de llegar á una despoblación tal, prescindire-
mos del desprecio con que miran los norteamericanos la vida }' pros-
peridad del indio, y de su sistema empleado en los tiempos antiguos
de saurios á cazar como á fieras, para fijar únicamente la atención
en los hechos del tiempo en que la república que algunos llaman
modelo llevaba sesenta años de constitución. En 1836, entablada la
guerra entre los indios cherokeos y los estados de Alabama y Geor-
gia, se expresaba en estos términos en el Congreso el antiguo presi-
dente de la república J. Q. Adams: «La causa primordial de la gue-
rra que ahora nos vemos forzados á sostener contra los indios no es
otra sino vuestra propia injusticia en sancionar las injusticias de
Alabama y Georgia... Hoy vuestra política con respecto á los indios
se cifra en arrancarlos á todos de la tierra que pisan, unas veces por
la violencia, otras por medio de tratados simulados, para desterrar
los más allá del Misisipí, más allá del Misurí, más allá de Arkansas,
hasta los confines de Méjico; y en lisonjearlos con la mentirosa espe-
ranza de que allí tendrán un asilo inviolable, y un refugio seguro
finalmente contra vuestra rapacidad y persecuciones. Allá empujáis,
— 138 —
quieran ó no quieran, con los tratados ó con la punta de la espada,
los restos de los seminólas, de los creeks, de los choctaws, y de no
sé cuántas otras tribus. En la ejecución de estos inhumanos rigores,
habéis de encontrar la resistencia que son capaces de oponer hom-
bres de este modo reducidos al último extremo: ésa es la causa de la
guerra actual: no hay otra: es la agonía de un pueblo arrancado á
la tiarra donde están sepultados sus padres: la última convulsión de
la desesperación.»
Los hechos que hacían brotar tan graves recriminaciones contra
el Ejecutivo federal de la república, de boca de un personaje de tanta
significación, eran en verdad merecedores de ellas. Los cherokeos,
raza de indios indígenas bastante civilizados, cuyo número llegaba
á diez y ocho mil, ocupaban un territorio propio inmediato al estado
de Georgia, y habían tratado como nación con el gobierno federal,
afianzándose por los tratados la seguridad de que continuarían
rigiéndose por sus propias leyes, y poseyendo el terreno que siem-
pre habían ocupado. De repente el Estado de Georgia declara que
todo aquel territorio no es de los indios, sino suyo; lo reparte entre
sus habitantes, y destina una parte de él á ser obtenida por juego
de lotería. Y como los indios formaban un estado ordenado, y debían
gran parte de su fuerza á la permanencia entre ellos de celosos
é inteligentes Misioneros católicos, la Georgia prohibe por público
decreto que ningún blanco habite entre los indios. Negándose los
Padres á abandonar á los cherokeos, el Gobierno de Georgia intro-
duce tropa armada, prende á los Misioneros y los arroja en los cala-
bozos del Estado, condenándolos á cuatro años de trabajos forza-
dos. Interpúsose apelación á la Corte Suprema de justicia de la repú-
blica, la cual sentenció el año siguiente que la condenación de
Georgia era ilegal, y los decretos con que se arrogaba el teriitorio
de los cherokeos eran nulos, contrarios á las leyes 3' tratados de la
nación. Mas, como el Poder ejecutivo federal no quiso tomar medida
alguna eficaz para llevar á efecto esta sentencia, los Misioneros
siguieron en su condena, y sólo en 1833 fueron puestos en libertad
en virtud de la promesa de no volver á morar con los indios.
Mientras así atrepellaba el Gobierno de un Estado los más solem-
nes tratados 3' el Gobierno federal le dejaba obrar impunemente; los
particulares procedían por su cuenta á las más odiosas expoliaciones
de los miserables cherokeos, hasta arrojarlos de sus casas é insta-
larse en ellas á la fuerza. También ellos, como sus Misioneros, se
vieron forzados á abandonar las tierras que les habían arrebatado,
después de la resistencia inútil que ocasionó la protesta mencionada
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en el Congreso; y emigraron al oeste del Misisipí; y sucesos pareci-
dos habían ocurrido entre los Creeks que eran 22.000 en el Estado
de Alabama (1).
Conocidos son también en la historia americana los luctuosos
recuerdos que de sí dejaron en Venezuela, no los conquistadores
españoles, sino los descubridores alemanes del Dorado.
Y en los tiempos presentes, las revelaciones hechas por la prensa
y confirmadas en las mismas Cámaras de Berlín, sobre el modo cómo
los expedicionarios alemanes efectuaban la obra de reducir á obe-
diencia los indígenas del África, han producido en las personas menos
impresionables estremecimientos de horror; y se han pasmado los
hombres de las crueldades ejercitadas por colonizadores belgas con
los negros del Congo; y han continuado los yankees con su desprecio
de la persona }' de la vida de los indios, habiéndose visto en las calles
de Manila recién sujeta á los Estados-Unidos, militares que por el
más leve motivo empuñaban su revólver y lo disparaban sobre un
indígena, dejándolo muerto ó herido; }' otros que no se curaban de
ocultarse para repetir su adagio de que: el indio es niiilo: el mejor
indio, indio muerto.
Con lo cual se ve cuan lejos están las naciones extranjeras, aun
hoy mismo, de poder erigirse en acusadores de los españoles ó de los
criollos por haber ejercitado crueldades en sus colonias. Injusticias
hubo frecuentes, como las hay en todo el mundo á pesar de las más
sabias leyes; crueldades pudieron cometer algunos particulares, mas
no por sistema, ni aborrecimiento ó menosprecio de los indígenas, tal
como en otros pueblos y razas existe. Y en todos casos, la sabiduría
de las leves acudía al remedio, y urgían su cumplimiento las autori-
dades, con lo cual, ya que no á todos, se ponía coto á los más exorbi-
tantes atropellos; cosa que en otras colonizaciones se echa menos.
Y adviértase que inmediato á ellos tenían los españoles europeos
y americanos de estas tierras un perpetuo mal ejemplo y continua
tentación en el procederdelosportugueses ó Mamelucos de Sin Pablo .
Estos empedernidos destructores de los indios salían de su madri-
guera año tras año, 3^ perseguían por todas partes como á piezas de
caza á aquellos desdichados, hasta que, sin contar el número de los
que mataban en sus asaltos ó en los trabajos del camino, tenían con-
gregada bastante multitud para volver con ella á San Pablo y realizar
su infame granjeria. De nada servía que el territorio donde ejercita-
ban sus latrocinios perteneciese á Castilla; porque ellos afirmaban
(1) Noticias tomadas de la obra de .\I. MiCHEL Chevaliwr, Lettres sur l'Amé-
rique du Nord: Paris, 1836.
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que era de Portugal, con tanta serenidad como más adelante dijeron
los portugueses pertenecerles cuanto quedaba á la banda oriental del
Paraná. Tampoco importaba que el rey de Portugal, por lo menos
desde 1570 (1), tuviese prohibido hacer esclavos á los indios; porque
los paulistas decían que ellos no los esclavizaban, sino que al contra-
rio, los resgataban de quienes los habían hecho cautivos; y así llama-
ban ,á sus expediciones salidas para ejecutar resgates; y tenían como
instrumento de esas compras á los indios tupís, á quienes llamaban
pomberos, como se puede ver en el P. Montoya í2), como si dijéramos,
según la traducción de dicho Padre, los palomeroSj que con un cebo
de ningún valor prenden las palomas. «El instituto de estos hombres
(los paulistas)» dice el mismo Padre «es destruir el género humano (3),
matando hombres»; y verdaderamente lo realizaron; pues sólo en el
Guayrá consumieron el millón de indios que lo habitaba; y en el Tape
y Uruguay, casi otro medio millón; sin contar con los indios de otras
comarcas, y con los cercanos á su ciudad, que mucho tiempo antes
habían exterminado.
Ni la conquista española, ni el sistema de los encomenderos (con
ser muy dañoso) produjeron ese efecto destructor, que ha habido
quien calilique de política, pero que en todo caso no merecería más
nombre que el de política de la iniquidad y del exterminio.
(1) Don '^KBAsriÁx I en 1570: «Mando que de aquí em adiante se nao use mais
em ditas partes do Brasil dos modos que de ante aora usou em fazer captivos os
ditos gentíos, nem os possa captivar per modo nem manera alguma.»
(2) Co)iq. espir. % LXX.
(3) § XXXV.
CAPITULO V
LOS ENCOMENDEROS Y LAS DOCTRINAS
1. La palabra del Rey empeñada á los Guaraníes. — 2. Los encomenderos ante
las Ordenanzas de Altaro. — 3. Reducciones del Giiayrá. — 4. Reducciones del
Paraná y Uruguay. — 5. Las Reducciones y el Illmo. Sr. Cárdenas. — 6. Doctrinas
del Uruguay. — 7. La mita para ir á los yerbales de Maracayú.— 8. Antequera y
Barúa.
Hallándose en contacto necesario dos sistemas tan diferentes y
aun antitéticos como el de las Doctrinas de los Jesuítas y el de los
encomenderos, era de prever que habían de ocurrir conflictos entre
ellos. La prudencia y respeto á la justicia de parte de los gobernan-
tes podían haberlos evitado; pero, una vez que las autoridades se
dejaban dominar por la influencia de los encomenderos, y mucho más
cuando á ella se añadía su interés particular, la parte más justa que
al mismo tiempo era la más débil, necesitaba de constancia y de
recurso á tribunales superiores más imparciales, si no había de
sucumbir. Esta fué la situación de las Doctrinas dirigidas por los
Jesuítas todo el tiempo de su duración. Las Doctrinas eran depen-
dientes de dos jurisdicciones ó gobiernos, porque unas pertenecían á
la provincia de Buenos Aires, otras á la del Paraguay. De parte de
Buenos Aires, las dificultades suscitadas á las Doctrinas no fueron
muy graves. Pero de parte del Paraguay, que se había acostumbrado
á sacar su subsistencia de las encomiendas, y con eso mismo había ido
consumiendo sus indios, las dificultades fueron grandes y mantenidas
con una tenacidad y continuidad fatigosas, como lo vamos á ver.
167
LA PALABRA DEL REY EMPEÑADA A LOS GUARANÍES
Los efectos del sistema de los encomenderos, que hoy sólo imper-
fectamente y merced á atentos discursos y cuidadosa confrontación
— 142 -
de hechos logramos conocer, estaban patentes á la vista de los indí-
genas del país, quienes no sólo los advertían, sino que los experimen-
taban y sentían en su cruda injusticia. Este modo de proceder de la
raza dominadora con ellos tenía á muchos de ellos alejados no sólo del
español que lo empezó á usar, y de sus descendientes los españoles
americanos que lo continuaron, sino también del Evangelio, y de toda
espeVanza de salvación de sus almas. Ya lo hemos visto. Cuando los
Jesuítas persuadían á los indígenas á que se redujesen á pueblos, y los
indígenas tenían bastante confianza en quien les hablaba, la respuesta
era invariablemente que con gusto se juntarían á vivir conforme á
los consejos del Padre; pero que una cosa los detenía, y era el pensar
que el Misionero era únicamente emisario y precursor del amo, y que
tan luego como estuviesen formados en pueblo, entraría la reparti-
ción en encomiendas, y con ella el odiado servicio personal, la sepa-
ración de sus tierras y la ausencia de sus mujeres é hijos. Y al querer
llegar el Padre á sus moradas, le contestaban: Sea uniy bien llegada
d nuestras tierras la palabra de Dios, pero nos tememos del español
y qne tú seas nuo de sns espías (1).
Por esto, cuando en 1611 se trató de formalizar alguna nueva
Reducción además de la ya establecida de San Ignacio Guazú, y para
ello invitó el P. Marciel de Lorenzana á los caciques del Paraná, los
altivos canoeros, que por más de medio siglo habían tenido en jaque
las fuerzas de los vecinos de la Asunción, le enviaron su embajada
por medio del cacique general Tabacambí en la sustancia que arriba
hemos expresado: Que si el Mbaequaapara ó Consejero del Rey les
otorgase un Quatiá ó Cédula muy amplia, en virtud de la cual que-
dasen exentos de servir á ningún Caray ó encomendero particular,
y sólo obligados á servir al Rey como los mismos Carays, pagán-
dole un moderado tributo; ellos estaban prontos á dar la obediencia
al gran Rey de España, y á reducirse á pueblo para oír con sosiego
la palabra de Dios, como les recomendaba el Padre. No se atrevió el
Padre Lorenzana á dar contestación en una materia que no dependía
de él, sino de la autoridad civil; pero les prometió que haría las dili-
gencias posibles con el Visitador. Y en efecto, llegado á la Asunción,
dio cuenta de todo al P. Provincial Diego de Torres, quien juzgó que
el negocio no tenía arreglo. Pero tratándolo con el Visitador Alfaro,
mostró éste cómo era posible conceder aquella exención, así por estar
mandado en la Cédula de 1601 que los indios de las cabeceras, forta-
lezas, puertos y fronteras (como lo eran éstos, que estaban en fron-
(1) LoRHNZANA, Carta-Relación, § 2.
- 143 —
tera del Brasil) se pusiesen en la Corona, y no se encomendasen en
persona particular alguna; como por haber dado facultad Felipe II
en la Cédula de 1576 «que si fuere necesario otorgarles (á los indios)
algunas libertades ó franquezas de todo género de tributos, se les
conceda; y que después que así fuere prometido, se les guarde y cum-
pla muy enteramente sin ninguna falta, aquello que se les prometió».
Y para que la resolución se tomase con más acierto, quiso que se tra-
tase en una junta en que estuvieron el Gobernador Diego Marín
Negrón, su antecesor Hernandarias de Saavedra, y otras personas
doctas y experimentadas de la provincia, junto con el P. Provincial
Diego de Torres y el P. Marciel de Lorenzana. Y propuesta la cues-
tión de si se les había de empeñar la palabra real de encabezarlos en
la Corona, eximiéndolos de ser encomendados en persona particular,
todos fueron de parecer que sí (1).
A consecuencia de ello, presentó el P. Diego de Torres un pedi-
mento al Visitador, para que se sirviese delarar auténticamente esta
exención de los indios que se convirtiesen en las tres regiones
donde entonces había Misioneros Jesuítas, que eran los Guaycurús,
la Tibajiba en Guayrá, y el Paraná en Paraguay. La petición, y el
decreto que en virtud de ella se dio, merecen ser consignados aquí,
por ser el fundamento en que estribaron los Misioneros para empe-
ñar la palabra real, y el paso decisivo }' diligencia que quitó el más
porfiado estorbo que habían tenido los infieles para su conversión, y
aseguró en adelante la prosperidad de las Doctrinas. Son como
sigue, y se conservan hoy en el Archivo general de Buenos
Aires (2).
«Petición: «El P. Diego de Torres, Provincial de la Compañía de
Jesús de estas Gobernaciones, digo: que como á Vmd. le consta por la
Cédula y Sobrecarta de su Majestad de que hago presentación, el Rey
nuestro Señor manda que los indios que se convierten por el Evange-
lio sean libres de tasa y servicio y cualquier tributo, y los indios guay-
curús [de la tibaxiua y parana, se han convertido] á nuestra santa Fe
Católica y obediencia de su Majestad por el santo Evangelio y predi-
cación de los Padres de la Compañía que están entre ellos, parte de lo
cual ha visto Vmd. y de lo demás tiene Vmd. entera relación, y cómo
los dichos indios han estado de guerra hasta ahora, y en ella han
(1) Lozano, Historia, lib. VI. c. VII, n. 24.
(2) Insertos en la Provisión Real de Charcas, 1636, \ega.io 1600-17 50, 60.
Jesuítas, Guerra guaranítica. — Hemos suplido dos veces entre unciales [ ] algu-
nas palabras que evidentemente estaban en la petición original y reclama el
contexto, pero que se le pasaron por alto al escribano que copió para insertar en
la Provisión.
- 144 -
muerto muchos indios y españoles, y se ha gastado mucho, con poco 6
ningún fruto y con muchas ofensas de Dios, porque no se guardan
las instrucciones de su Majestad y así tiene prohibidas las dichas
entradas y malocas. A Vmd. pido y suplico, en nombre de los dichos
indios guaycurús de la Tibaxiua y Paraná, y de los Padres que están
en sus Reducciones y Doctrinas y conversión, sea Vmd. servido de
decUirarlos por libres de los tributos y servicios de que por dicha
Cédula su Majestad los exime y hace exentos; y que ligítimamente
deben gozar de la dicha gracia y merced, que la recibirán de Vmd.
con justicia, que pido. Diego de Torres.»
«Decreto: «Estos indios no se encomienden en persona alguna,
por cuanto está mandado por Cédulas de su Majestad: y si algún
vecino pretendiere derecho á encomendarlos, ó alguna persona pre-
tendiere estar antes de ahora encomendados, ocurra ante el señor
Virrey, ó Real Audiencia, dando noticia de este Decreto, y lo que
de otra suerte se hiciere, sea en sí ninguno, y desde luego lo declaro
por tal, y en pena de mil pesos por incurso al que contraviniere.
«Proveyó lo decretado el señor Oidor y Visitador en la ciudad de
la Asunción, á once de Octubre de mil seiscientos once. Ante mí:
Alonso Navarro, Escribano de visita »
Cédula Real. «El Rey» — «Alonso de Ribera, mi Gobernador
de la provincia del Tucumán, ó la persona que adelante me sirviere
en el dicho cargo: Por que como tenéis entendido, en esas partes
se van haciendo algunos descubrimientos en algunas de las provincias
que ya están descubiertas [y] reducidos los naturales de ellas á
nuestra santa Fe Católica, que como quiera que por las ordenanzas
de los nuevos descubrimientos y poblaciones, está dada la orden que
en ello se ha de tener; conviene y deseo que los indios sean releva-
dos y aliviados en cuanto sea posible: He tenido por bien que de
los que se redujeren de nuevo á nuestra santa Fe Católica y obe-
diencia mía por sólo la predicación del Evangelio, no se cobre tributo
y por tiempo de diez años no se encomienden. Os mando que así lo
hagáis, con gran cuidado del buen tratamiento de los indios, asis-
tiendo á los religiosos que entendieren en su conversión y lo nece-
sario para el bien de sus almas, sin otro fin alguno. Y de lo que en
todo hiciereis, me avisaréis. De Madrid, á treinta de Enero de mil
y seiscientos siete. Yo el Rey. Por mandado del Re)' nuestro Señor.
Gabriel de Hoa.»
Escudados en la autoridad que les daba el Decreto de Alfaro,
los Misioneros anunciaron en adelante á los indios que el Rey com-
prometía su palabra real de que sólo de la Corona serían vasallos.
— 145 —
Tales fueron las bases de la exención procurada por la solicitud de
los Jesuítas en favor de los indios, que poniendo á éstos en su libertad
natural, abrieron la puerta al Evangelio, y en pocos años lograron
la pacificación del Paraná y Uruguay que setenta años de guerra no
habían podido conseguir; y lo que más es, la formación del poderoso
ejército de auxiliares y del cuerpo de incansables trabajadores en
las obras de utilidad pública que en otra parte llevamos des-
critas (1).
II
168
LOS ENCOMENDEROS ANTE LAS ORDENANZAS
DE ALFARO
Al ver promulgadas las Ordenanzas de D. Francisco de Alfaro
en 1611, juzgaron los encomenderos que con ellas había pretendido
el Visitador asestarles un golpe de muerte. Nada menos importaba
aquel Reglamento, que quitarles con un decreto todos los indios de
servicio, que ellos denominaban suyos como pudiera cualquier amo
á su esclavo; 3' estorbar que en adelante juntasen más, prohibiendo
las malocas, y añadiendo aquella Ordenanza 69, que prescribía que
los indios reducidos sin armas durante los diez primeros años no se
encomendasen á particular, y pasados los diez años, no se hiciese
novedad sin obtener antes resolución de la Audiencia. Todo esto no
era sino aplicar disposiciones anteriores dadas para desarraigar
irritantes injusticias y gravísimas iniquidades introducidas, por un
uso que no se podía legitimar como costumbre, sino que era corrup-
tela, contraria á la ley natural.
En tres direcciones se movió la acción de los encomenderos exci-
tada con la aprensión de su agravio y daño: contra las Ordenanzas
para lograr su abolición: hacia los indios para engañarlos de modo
que no se aprovechasen del estado favorable en que los ponía la
ley; y contra los Jesuítas, á quienes acusaban de haber sido los
inventores de todo.
Para obtener la abolición de las Ordenanzas, enviaron Procura-
dor á la Audiencia de Charcas: mas la Audiencia, reconociendo
(1) Libro I, cap. VI. VIL y lib. IL cap. I y 11.
10 Organización social de las doctrinas guaraníes.— tomo ii.
— 146 -
facultades especiales en el Visitador, se inhibió de esta causa, de-
clarándose incompetente y remitiendo á los apelantes al Consejo de
Indias. Y juntamente declaraba que á pesar de la apelación inter-
puesta, debían cumplirse puntualmente las Ordenanzas mientras
su Majestad no dispusiese otra cosa. Pidieron revista de la causa, y
se repitió la misma sentencia. Acudieron al tribunal del Virrey, y
confirmó los autos de vista y revista de la Audiencia de Chuquisaca,
añadiendo graves penas á quien innovase ó dispensase en alguna de
las Ordenanzas, mientras el Rey no dispusiese otra cosa (1). Nom-
braron, finalmente, Procurador para Madrid á Manuel de Frías (2),
por haber renunciado tal cargo Hernandarias, quien primero había
procedido con gran apasionamiento en defensa del servicio personal
y luego, tocado de la gracia de Dios, había reconocido su iniquidad
y no quiso tener parte en semejante negocio. Hizo Frías su viaje á
Madrid, y después de haberse ventilado largamente sus razones y
las Ordenanzas en el Consejo de Indias; finalmente, á 10 de Octubre
de 1618, fueron confirmadas las disposiciones de Alfaro, con las
modificaciones que van apuntadas arriba.
A los indios de sus encomiendas les procuraron persuadir con
artificio que el Visitador les había hecho agravio, señalándoles tasa
y jornal, y que el hacer que fueran á alquilar su trabajo para ganar
jornal, había sido querer tratarlos como animales ó caballos, que se
ponen en la plaza para que los alquilen por precio. Y tan fuerte-
mente les inculcaron este parecer, que la mayor parte de los indios
de la Asunción, examinados en particular por el Visitador, respon-
dían, como lo dice él mismo (3), que ellos no querían tasa, sino servir
como antes, porque la tasa era cosa infamante é ignominiosa. No
obstante, algunos indios de encomiendas más lejanas, como sucedió
en Guarambaré (4), advirtieron lo que les estaba bien, y eligieron
la tasa, negándose al servicio, lo que no poco desazonó á los enco-
menderos.
Contra los Jesuítas fué giande la ira, porque les achacaban que
ellos eran la causa de todo con sus consejos; como si no fuera grande
alabanza el haber contribuido con su parecer por una parte á poner
en salvo la libertad de los indios, y por otra á asegurar la conciencia
de los encomenderos mismos, que no podían estar tranquilos llevando
adelante una injusticia y atropello tan manifiesto y prohibido por
(1) Lozano, Historia, lib. VI. cap. VI. núm. 17.
(2) Cédula confirmatoria al final de las Ordenanzas.
(3) Ordenanza 57.
(4) Lozano, Historia, lib. VHL c. XVII. núm. 6.
-147-
leyes del Reino: ó como si, aun faltando el parecer de los Jesuítas,
no hubiese tenido bastante dirección el Visitador en las Cédulas
reales, ni hubiese habido en el Consejo de Indias quien hubiera recla-
mado por el cumplimiento de lo que tantas veces y tan severamente
estaba ordenado, sobre abolirse el servicio personal. Pero el interés
es ciego: y los vecinos de la Asunción, encomenderos en su mayor
parte, trataron á los Jesuítas con tanta hostilidad, que éstos hubie-
ron de desterrarse voluntariamente por entonces, no pudiendo ni aun
subsistir materialmente en una ciudad donde hasta los víveres paga-
dos por más de su precio se les negaban. Y aunque no faltaban entre
los mismos encomenderos quienes se dolían de tal estado de cosas y
daban la razón á los Padres; pero eran los menos, y hacían también
menos demostraciones exteriores: con lo cual prevalecían los que se
declaraban contra los Jesuítas y los indios, mayormente por tener á
su cabeza á Hernandarias de Saavedra, que en aquel primer tiempo
estuvo apasionado como el que más. Algo más tarde, Hernandarias
reconoció su yerro, y dio tales muestras de ello, cuales podían espe-
rarse de su gran ánimo y entendimiento, no sólo renunciando á cre-
cidos intereses suyos, que tenía en los productos del cultivo de tierras
con el servicio personal de los indios de su encomienda, la cual dejó
del todo; sino reconociendo públicamente que había obrado mal é
injustamente, y piocurando restituir á los indios los daños que se les
habían seguido (1). Y bien sabido es cuánto más difícil es aún reco-
nocer públicamente y confesar el propio error, que renunciar al propio
interés, con no ser esto nada fácil. El Cabildo secular de la Ciudad
dirigió también un auto á los Padres, rogándoles que volviesen de
nuevo para ayudar á todos con sus ministerios, y así se restableció el
colegio de la Asunción.
III
REDUCCIONES DEL GUAYRÁ 169
Conviene recordar que en el distrito del Guayrá sólo dos pobla-
ciones españolas había fundadas, una como de cincuenta vecinos,
que era Ciudad-Real ó simplemente Guayrá, y otra de unas ciento
(1) Lozano, Hist. lib. V, cap. VIII. núm. 21. 22; cap. VI. núm. 17.
-148-
cincuenta,que era Villarríca; hallándose en aquellas dilatadas comar-
cas algunos pueblos de indios repartidos en encomiendas, y muchí-
simos más en estado salvaje é independientes; y aun los mismos ya
de antiguo encomendados, según el informe de Hernandarias, ser-
vían cuando querían, sin que hubiera fuerzas para compelerlos.
Al empezarse allí las Reducciones, estaba en práctica el servicio
personal en toda su crudeza, y ejecutaban igualmente malocas para
recoger piezas los paulistas por una parte, y los guayreños y villa-
rricanos por otra. Llegaron los Padres Simón Mazeta y José Catal-
dino á Guayrá en 1610 para emprender aquella conversión, según el
exhorto que tenían del Gobernador, y con plenas facultades, así de
la potestad eclesiástica, como de la civil. Pero como los vecinos de
Ciudad-Real lenían su granjeria cifrada en los indios, á los cuales,
con título de mitar, sacaban de sus tierras por tiempo indefinido para
hacerlos trabajar en sus casas ó chacras, ó los tomaban como escla-
vos habidos en guerra, para venderlos más tarde á los paulistas;
vinieron á ser estos hombres opresores los maj^ores enemigos de la
conversión de los indios. Habían recibido á los Padres con grande
regocijo, los habían escuchado durante la cuaresma con gran fruto
de sus almas y frecuencia de sacramentos, y aun habían seguido su
consejo, que los salvó en una ocasión en que estuvieron á punto de
perderse (1). Pero cuando después de unos meses de ausencia volvie-
ron á su ciudad los Jesuítas y se dispusieron á seguir río arriba y
entablar las Reducciones, hallaron las voluntades trocadas y del
todo contrarias. Era claro para los Guayreños que, reducidos los
indios á pueblos cristianos, los Misioneros se empeñarían en evitar
los escándalos y ofensas de Dios que llevaban consigo las malocas,
que impedirían retenei- los mitayos pasado el tiempo de su mita: en
suma, que se declararían defensores de la libertad de los indios, y
ya no se podría proceder en los nuevos pueblos con los desafueros
usados en los antiguos; y ante la perspectiva de perder aquellas
ilícitas ganancias, se declararon opuestos al establecimiento del
cristianismo. Atropellando todos los sentimientos de religión y aun
de humanidad y justicia, echaron en la cárcel al cacique enviado de
los indios por embajador para acelerar el viaje de los Padres; é
intercediendo éstos para que cesase aquella inmotivada vejación,
tuvieron los Guayreños el atrevimiento de exigirles como precio de
la libertad del cacique la promesa de que no entrarían á predicar en
aquella región (2). Respondieron los Padres con firmeza evangélica lo
(1) Lozano, Híst. lib. V. cap. XIV. núm. 23.
(2) Libro V. cap. XV. núm. 4.
- 149 -
que debían, amenazándoles además, como ya antes lo habían hecho,
con los. castigos de la justicia divina y humana. Quiso Dios que ter-
minase todo sin grave daño para la misión, sacando de la cárcel al
cacique, y sin mantener éste resentimiento alguno. Al llegar los
Padres á los pueblecitos de los indios, setenta leguas más allá de
Ciudad-Real, encontraron ya los ánimos de los indios prevenidos por
las falsas voces que habían esparcido varios enviados de la ciudad
que se les adelantaron, propalando que los Jesuítas sólo iban para
hacer trabajar mucho á los indios y enriquecerse á costa de sus
fatigas. Un vecino de la misma ciudad que se ofreció á acompañarles
como entendido lenguaraz, anduvo bastantes días á la sombra de los
Padres, engañando á los naturales para que le entregasen indias y
niños, que él llevó para vender en Guayrá: y el haber hecho esto
aquel mal hombre con tanta cautela que no lo conociesen los Jesuítas
hasta después de haberse partido él (1), fué ocasión de descrédito
para el Evangelio, porque juzgaban los indios que aquello se hacía
con anuencia y participación de los Misioneros.
Toda esta abierta guerra contra la religión que hicieron los
encomenderos, movidos de su codicia, no bastó para impedir que se
fundasen dos florecientes reducciones en Loreto y en San Ignacio
de Pirapó; mas ya que no pudieron estorbar que se fundasen, empe
ñáronse en destruirlas.
Los procedimientos fueron los mismos. En los primeros meses
del año 1612 fué al Guayrá el Teniente General D. Antonio de
Añasco con comisión de publicar las Ordenanzas de Alfaro (2).
Remedio inútil, cuando él mismo abiertamente las violaba, no que-
riendo hacer restituir los indios é indias injustamente sacados de sus
pueblos (3), y entrando personalmente á hacer malocas (4). Las
malocas continuaron en adelante, no sólo en los pueblos de gentiles,
sino en los que se querían reducir, y en los dos ya cristianos (5).
«Continuaban [los Gua3^reños] en despachar soldados que sacasen
indios é indias de nuestras Reducciones: y estos infernales minis-
tros, no contentos con ejecutar sin piedad los inicuos órdenes, pasa-
ban á robar la pobreza de los otros indios: y lo que era peor, á dar-
les muy malos ejemplos y consejos, como era quebrantar las fiestas,
y decir á los neófitos que no las guardasen, ni hiciesen caso de la
(1) Mo.vTOYA, Conquista esp. §. VI.
(2) Lozano, Hist. lib. VI. c. XII. núm. 24.
(3) C. XIII. núm. 2.
(4) C. XII. núm. 24.
(5) C. XIII.
- 150 —
doctrina de los Padres... Sin hacer caso de las Ordenanzas, todo lo
querían atrepellar por sus intereses, porque miraban lejos el castigo,
como ellos mismos blasonaban:... que nada más desenfrena á los
malos, que la impunidad. El Teniente de Ciudad Real, que los
debiera contener, era quien daba peor ejemplo» (1). Era éste aquel
de quien dice el mismo autor: «Lo mismo fué empuñar el bastón, que
estrenar su potestad en despachar algunos Guayreños que persua-
diesen á los indios de nuestras Reducciones abandonasen á los
Padres, y se acercasen á Ciudad-Real, ó se esparciesen por los bos-
ques. Porque si no les dais de mano, declan, os han de privar de
vuestro antiguo modo de vida y de vuestras costumbres: pero si
queréis quedar mas seguros, ¡o mejor será que los quitéis de enme-
dio y les deis muerte.^
Ocurrió poco después el viaje de uno de los tres Misioneros á la
Asunción por llamamiento de sus Superiores; y un Visitador sacer-
dote, que llegó á Loreto con facultades extraordinarias, hizo empren-
der por fuerza el mismo viaje al P. Montoya, quedando sólo en los
dos pueblos el P. Simón Mazeta, Creyeron el Visitador y los del
Guayrá, aunados en un mismo odio contra la abolición del servicio
personal y contra los Jesuítas, que ésta era la ocasión de acabar con
aquellas reducciones, molestando al único Misionero que quedaba,
de suerte que él mismo se desterrase de aquellos pueblos. Es increí-
ble lo que trabajaron, ya con falsas nuevas y cartas á la Asunción,
ya con amenazas del Visitador de que arrojaría de allí á todos los
Padres, ya con calumnias divulgadas entre los indios, y persuasiones
para que no comunicasen con los Jesuítas: sin que quedase á éstos ni
aun el medio de comunicarse por cartas con sus Superiores de la
Asunción, pues, violando la correspondencia, inutilizaban ó extra-
viaban las cartas (2); de suerte que hubo tiempo que estuvo resuelto
el P. Lorenzana, Rector de la Asunción y Superior general de las
Misiones, á retirar de allí los Padres, pues por una parte, los Guay-
reños con sus correspondencias esparcían el rumor de que los indios
estaban disgustados de los Jesuítas y huían de ellos, y por otra, nin-
guna noticia directa de ellos llegaba al Superior (3).
Pasó esta tormenta, que ocupó los años de 1613 y 1614; pero no
pasó el mal ánimo de aquellos moradores, como se vio hacia 1618 en
los desafueros del cacique Rodriguillo que refiere un Memorial del
(1) Lib. VIII. c. XXIII,
(2) Lib. VI. c. XIII.
(3) Lozano, Hist. lib. VI. c. XI\^ núm. l.;lib. VIII. c. XII. núm. 19.; c. XIII.
núm. 19.
- 151-
Padre Marciel de Lorenzana, fomentados por el teniente y los veci-
nos de Ciudad-Real «siendo verdad que este indio Rodriguillo, ins-
tigado por los españoles de Guayrá, ha procurado varias veces
echar á los Padres de aquella tierra, quitaba las mujeres á sus mari-
dos, amenazándoles con la muerte si no se las daban, estorbaba los
casamientos con muchas amenazas, y últimamente hizo juntas para
echar á los Padres de aquella tierra, y andaba de pasa en casa soli-
citando los caciques y demás gente para salir con su intento» (1).
Quienes con tanto atrevimiento se ocupaban en malocas después
de promulgadas en sus tierras las Ordenanzas que las prohibían, es
fácil de entender que tampoco respetaban la justicia con los mita-
yos. «Soy testigo, dice el P. Antonio Ruiz de Montoya (2) que en la
provincia de Guayrá, el más ajustado encomendero se servía los seis
meses de cada año de todos los indios que tenía encomendados, sin
paga alguna; y los que no se ajustaban tanto, los detenían diez
y doce meses».
Más adelante fundaron los Jesuítas otras once reducciones en el
Guayrá, á bastante distancia de Ciudad-Real, y encontraron en los
vecinos de Villarrica, que eran los más cercanos, el mismo proce-
der que antes en los guayreños. Sirva de muestra un solo caso suce-
dido en 1627. «Súpose en un pueblo de españoles llamado Villarrica»
son palabras del P. Montoya (3), «que por dos veces me habían
rechazado los indios de la provincia de Tayaoba, y juzgando por
poderosas sus armas para vengar tal desacato, y de camino salir
cargados de indias 3^ de muchachos para su servicio, que es el
común interés de estas entradas, se apercibieron para la jornada.
Bajé á esta villa, compadecido de su poco poder, para que no lo
intentasen. Propúseles la multitud que había de gente, el riesgo
de muchos pasos peligrosos; y viendo que persistían en su intento,
jurídicamente pedí á las justicias que no entrasen, porque tenía por
cierto que ninguno saldría con vida. Subieron 70 españoles con qui-
nientos indios amigos. Juzgué por necesario ir yo con ellos hasta
cierto paraje, para defender de sus manos una partida de gente que
se me había entregado, y por cuyo medio pensaba yo conquistar lo
demás. Estaban ya de paz, y sin duda la darían á los españoles,
y ellos los cautivarían y llevarían presos, y aun para justificar su
negocio ahorcarían algunos. No salió vano mi discurso, como probó
el suceso. Fuimos á este viaje el P. Diego de Salazar 5^ yo». Refiere
(1) Trelles, Anexos, núm. 15.
(2) Conq. esp. § XII.
(3) Ibid. § XXXII.
- 152 -
en seguida aquella entrada, en que cercados de enemigos, ya se die-
ron por muertos los villarricenses, y se tuvieron por bien librados
con salir vivos, aunque con no pocas heridas, y retirarse á su villa.
Mas aquí venía la injusticia de que habían formado hábito con la
práctica del servicio personal. «Los españoles, juzgando por caso de
deshonra volver á sus casas cargados de heridas, y hu3'endo,y sin nin-
guna presa, pusieron la mira en hacerla en aquellas ovejuelas, que
fiadas de nosotros, nos seguían. Tratan de hacer proceso cómo aque-
llos indios me habían querido matar dos veces, y convenía proceder
á castigo. Hízose así, y dan sentencia que dos de ellos, que eran los
caciques, sean ahorcados. Tuve aviso de esto: avisé de esta determi-
nación á los caciques, dándoles por consejo que se trasmontasen por
aquellas sierras con toda su gente, y que de ahí á ocho días volvie-
sen á aquel puesto, donde me hallarían y trataríamos del buen
asiento de sus cosas.» «A media noche con todo silencio salió
aquella pobre gente, huyendo de la justicia, que debía ampararla
y favorecerla...»
Tal era la situación de las Doctrinas del Guayrá en presencia de
los encomenderos. Por una parte hostigadas de continuo por los pau-
listas, por otra vejadas y destruidas por los vecinos de Villarrica
y Guayrá. Y estos últimos tenían trato y contrato de carne humana
con los Mamelucos, y estaban tan dispuestos á juntarse con ellos,
como se vio el año 1613, en el caso de ir á visitarlos el Capitán Juan
Resquín, comisionado por el General Francisco González de Santa
Cruz para remediar los atropellos de las malocas; pues tuvieron ya
todos sus domésticos alojados en los bosques, y se hallaron con la
resolución de dar muerte al Juez pesquisidor, y huir de su ciudad
para trasladarse á San Pablo, que venía á ser el refugio de todos los
malhechores de estas regiones (1). Y lo que entonces no hicieron, lo
ejecutaron gran número de ellos en 1632, quedando hasta el día de
hoy despoblada Ciudad-Real del Guaira.
IV
1 '^ REDUCCIONES DEL PARANÁ Y URUGUAY
Habían sido los paranáes los primeros que lograron la concesión
de ser eximidos de servir á encomenderos particulares, empeñándo-
(í) Lozano, Hist. lib. VIII. c. XI. m'im 10.
— 153 - .
seles la palabra del Re}", de que serían encabezados en la Corona,
y serían vasallos del Rey de España como los mismos castellanos.
Esto los animó á reducirse, por haber cesado el principal estorbo
que los detenía, ya que gustaban de ser cristianos }' tener Padres
en sus tierras, pero los arredraba el haber de servir á personas cuyo
dominio veían ejercitar en otros con tanta injusticia y dureza.
La primera Reducción que se fundó con indios no sujetos á enco-
miendas fué la de Itapúa, establecida en 1615 por el P. Roque Gon-
zález. También en aquel año empezó el mismo Misionero á entablar
en las orillas de la laguna Ibera una Reducción, que por haber pasado
á ser administrada por los Padres franciscanos, uniéndose con Itatí,
no disfrutó de exención. Al año siguiente de 1616, se empezó la reduc-
ción de Yaguapoa, cuatro leguas al oeste de Itapúa, é inmediata al
río Paraná (1). Sólo duró unos pocos años, y no existía ya en 1628.
Seis años después de Yaguapoa, y cuando ya se había asentado la
primera Reducción del Uruguay, que fué Concepción, se logró fun-
dar en el Paraná la tercera de las estables, que fué Corpus. Siguié-
ronse Acaray é Iguazú; y luego Loreto }' San Ignacio Miní, fugitivas
del Guayrá; y hasta el año de 1638, en que, huyendo de los paulistas,
se trasladaron variasDoctrinas de la región del Tape á orillas del Pa-
raná, no tuvo más reducciones la provincia del Paraguay, ya dividida
desde 1620 de la del Río de la Plata, cuya capital era Buenos Aires.
Sobre éstas, pues, quisieron entablar su acción los encomenderos.
Había dado cuenta el Oidor Alfaro á la Audiencia de Charcas de su
decreto sobre la palabra real empeñada á los indios, }' la Audiencia
lo confirmó con Provisión real. Con conocimiento de esta Provisión,
y sabiendo que ya era llegado el tiempo de cumplir diez años algunas
reducciones, pidió el Fiscal de la misma Audiencia que se ejecutase
lo mandado, despachando nueva Provisión de que aquellos indios se
pusieran precisamente en cabeza de Su Majestad, y no se encomen-
dasen á particulares, sino que cumplieran con pagar al Re}' el tributo
que les fuera señalado. La Provisión se despachó en Agosto de 1628.
Mas los encomenderos instaron á Don Luis Céspedes Jeria y á Don
Francisco de Céspedes, aquél Gobernador del Paraguay y éste de
Buenos Aires; y uno y otro suplicaron de la provisión, alegando que
á ellos, como Gobernadores, les tocaba distribuir aquellos indios,
encomendándolos á los vecinos beneméritos. A la verdad, era inco-
rregible la dañada voluntad de mantener las encomiendas tan rui-
nosas en sí, y practicarlas aun en aquellos que como condición para
(1) Carta Relación del P. Lorexza.va, § 8; Techo, Hist. V. 14.
- 154 -
someterse habían puesto el que se les asegurase la palabra real de
no encomendarlos. Y no hacía un año que el mismo Gobernador de
Buenos Aires había renovado solemnemente aquella promesa á los
ciciques del Uruguay, que en compañía delP. Roque González habían
bajado al Puerto. El Fiscal pidió que se cumpliese la palabra real,
dada á los indios, como constaba de autos. Sentenció el Tribunal en
favor de los indios en el juicio de vista; y se ventiló en aquel mismo
tiempo la causa escandalosa de los enormes agravios é iniquidades
cometidas por el Gobernador Céspedes Jeria, quien, teniendo con-
trato hecho con los Mamelucos del Brasil, entraba con ellos á la parte
de las ganancias que producía la venta de los indios que habían
venido á cautivar á su provincia y llevaban á vender como esclavos
al Brasil; 3^ como si éste le pareciese pequeño crimen, añadía el de
obligar por fuerza á que fuesen devueltos á aquellos piratas los infe-
lices indios que con la fuga lograban escaparse de sus manos. El
Gobernador fué depuesto por sentencia judicial, condenado en cuatro
mil pesos y las costas, é inhabilitado para cualquier empleo por seis
años. Su conducta mostraba cuan injustos intereses habían movido
la súplica de la Provisión, de no encomendar los indios convertidos
sin armas; y así, aunque su procurador apeló de la nueva Provisión
dada á la súplica en la vista; se confirmó la misma sentencia en
revista, y se expidió en 23 de Agosto de 1633 la Provisión real que
libraba, así á los indios del Parancá, como á los del Guayrá y Uru-
guay, de ser encomendados (1).
Mientras así se resolvía la causa de los indios en Chuquisaca, los
Padres de la Compañía, que veían bien la grave importancia de aquel
punto para que no se perdiesen las Doctrinas; y sentían la extraor-
dinaria fuerza con que pretendían los encomenderos apoderarse de
aquellos indios después de haber consumido los propios, habían pre-
sentado la causa al Tribunal del Virrey del Perú, Don Luis Jerónimo
Fernández de Cabrera, Conde de Chinchón. Este dio Provisión Real
en Lima á 28 de Mayo de 1631, ordenando que se guardase la palabra
real dada á los indios. Presentada la Provisión en el Consejo de
Indias, fué aprobada por Cédula Real fecha en Madrid á 23 de
Febrero de 1633. Y esta Cédula y Real ejecutoria fué inserta en Pro-
visión posterior del mismo Virre}^ á 13 de Julio de 1634 (2). Todos
estos reparos eran necesarios y ninguno redundaba para poder defen-
der la causa de los indios contra la tenacidad y codicia insaciable
de los encomenderos.
(1) Lozano, Hist. lib. VI. c. XXVII. n. 23; Conq. lib. III. c. XIII.
(2) V'éanse estos documentos en el Apénd. ni'im. 58-59.
- 155 -
Depuesto el Gobernador Céspedes Jeria, que tanto se empeñaba
rn oprimir á los indios, le sucedió en el Paraguay el General Martín
de LeJesma Valderrama, que apoyó con todas sus fuerzas á los
encomenderos. Habiendo recibido orden de la Audiencia de Chuqui-
saca para que visitase y empadronase los indios de Doctrinas, come-
tió en la visita grandes tropelías, que estuvieron á punto de provocar
una sublevación de los indios «por los agravios que recibieron» dice
el P. Montoya (1) «de los soldados que llevó consigo (que siempre son
en buen número) porque no había ni mujer, ni hija, ni cosa segura á
su apetito; y es testigo el suplicante, que por haberle dado éstos y
otros avisos importantes al desempeño de V. Majestad y de la suya,
convocó de secreto los caciques en su casa, y les persuadió á que le
pidiesen en público que echase de allí aquellos padres, é hizo otras
diligencias bien opuestas á su oficio. Estas escandalosas acciones
encendieron más á los indios en el amor de sus Padres.» No contento
con empadronar los indios como se le mandaba, quiso sujetarlos á
encomiendas, para lo cual tenía varias representaciones y requeri-
mientos de los vecinos de la Asunción. Alegaban éstos que aquellas
Doctrinas estaban formadas de indios conquistados por armas. Pro-
bóseles con testimonios, no sólo de los Jesuítas mismos que las habían
formado, sino de religiosos de la Orden de San Francisco, y de las
personas mcás ancianas de la Gobernación, que ni soldados, ni escol-
tas, ni armas, habían acompañado á los Misioneros en la conversión
de los paranás, los cuales, así como habían pasado setenta años sin
sujetarse á los vecinos de la Asunción, así hubieran continuado en
adelante, á no intervenir la predicación de la fe y la palabra real,
que ahora no se les quería cumplir. La Audiencia de Charcas dio pro-
visión para que el Gobernador se limitase al padrón, y no innovase
ni alterase en cuanto á encomendar los indios, sino que los dejase
en la Corona real. Intimósele esta provisión, y más tarde otra del
V^irrey del Perú; mas respondió que él había de encomendar los indios
que no estuviesen encomendados, porque los vecinos de la Asunción
tenían concedidas por el Rey varias mercedes de indios que no se les
habían cumplido. Eran las mercedes de que hablaba encomiendas
que llamaban de noticia, que por abuso habían acostumbrado dar los
Gobernadores, señabmdo un territorio de tantas leguas y atribuyendo
al encomendero los indios comprendidos en aquella demarcación
aunque no estuviesen sujetos ni de paz; abuso que por su enormidad
é injusticia de dar premio al encomendero que nada había hecho para
(1) Memorial de 1643 n. 12.
-156-
reducir aquellos indios, 3" dar lo que no estaba en potestad del mismo
que lo distribuía, había obligado al Visitador Alfaro á declarar nulas
todas las encomiendas de este género, decisión confirmada por el
Rey. Por lo cual, el Fiscal de la Audiencia de Charcas acusó esta
respuesta como formal desobediencia á lo mandado por el Acuerdo;
y se ordenó nuevamente al Gobernador Valderrama que hiciera el
censo de los indios é informara sobre el fundamento de las encomien-
das; pero que se abstuviese de encomendarlos, imponiéndole graves
penas en caso contrario. Solamente movido del temor de una rigu-
rosa ejecución de la Provisión Real, desistió de su intento, é hizo la
visita y padrón con las tropelías que se han dicho (1).
Mas no por eso desistió él y los encomenderos de llevar adelante
su idea. Enviaron procurador á Charcas, y allí instaron para que se
declarasen de encomienda los Guaranís reducidos en Itapúa y Cor-
pus, ya que concedían, como gran merced, que los de Acaray é
Iguazú habían sido reducidos por el Evangelio, y estaban compren-
didos en la palabra real. Mas los de Corpus é Itapúa porfiaban en que
habían sido conquistados por armas. Pueden verse las frivolas razo-
nes que alegaban para convencer este falso aserto, en un Memorial
de fines de 1635 ó principios de 1636, dirigido al Illmo. Sr. Aresti,
Obispo de la Asunción, por el P. Diego de Boroa, quien, siendo
entonces Provincial, emprendió á toda prisa el viaje desde Córdoba
para acercarse al Paraguay, donde pudiese ayudar más eficazmente
á desvanecer aquella nueva tormenta que amenazaba á los indios (2).
Tratado el asunto en la Audiencia de Chuquisaca, alegó el Fiscal
las muchas nulidades y violencias cometidas por el Gobernador en
la instrucción del informe;- y pidió que se suspendiese la resolución
hasta que fuera á visitar la provincia algún Oidor. Mas la Audiencia,
sin hacer aprecio de la petición del Fiscal, sentenció en 16 de Se-
tiembre de 1636, que se encomendasen los indios de Corpus é Itapúa
á los vecinos del Paraguay, si es que alguno tenía título legítimo
para ello (3). Agregó, no obstante, una condición: que no hubieran
de pagar tributos á sus encomenderos en servicio personal, sino que
pagasen en sus mismos pueblos la tasa que se les señalara, sin que
nadie les pudiese obligar A salir de allí ni enterar el tributo en otra
parte. Esta sola condición, que el P. Francisco Díaz Taño hizo que
se declarase muy explícitamente en tres respuestas á sus dudas,
(1) Lozano, Conquista, lib. III. c. XIII.
(2) Buenos Aikes, Museo Mitre, sección Misiones Jesuíticas.
(3) Buenos Aires: Arch. gen. leg. 1600-1750,60 Jesuítas— Gue rra guaranítica.
Libros capitulares de la Asunción, ff. 73, 249 y 250, extractados en un apunte
autógrafo del P. Díaz Taño, Arch. gen. Bs. .As. legajo Misiones I Varios años 1 1^
-157-
bastó para que ninguno de los que con tanto empeño habían litigado
en aquella causa, pretendiera encomienda alguna en Corpus ni en
Itapúa; de suerte que en su carta de 22 de Octubre de 1658, mani-
fiesta con extrañeza al Consejo de Indias el Oidor Valverde que «se
había despachado ejecutoria para que los indios de las Reducciones
de Itapúa y Corpus Christi los encomendase el Gobernador de esas
provincias en personas beneméritas;... pero que no se habían valido
de ella en veintidós años.» Era que lo que pretendían no era la enco-
mienda según le3^ sino el servicio personal, prohibido por todo dere-
cho, el mismo que ahora les estorbó la Audiencia con aquella cláu-
sula conforme á las Cédulas y provisiones reales.
V
LAS REDUCCIONES Y EL ILUSTRÍSIMO SEÑOR CÁRDENAS
A pesar de ¡o explícito de la Provisión real de la Audiencia en
1636, continuaron sosteniendo los encomenderos de la Asunción que
se les hacía agravio, 3^ que los indios de Doctrinas se les habían de
encomendar con servicio personal, repitiendo siempre que ellos los
habían conquistado por armas. Y así, invitados de parte de los indios
á recoger en especie los tributos vencidos, declararon en su Cabildo
secular en el año de 1640 que en ninguna manera se avenían á recibir
el tributo de sus encomendados conforme á las tasas hechas y Orde-
nanzas y Cédula posterior de 1636; sino que se les habían de pagar
en servicio personal.
Poco después llegaba por Obispo á la Asunción el Illmo. Señor
Don Fr. Bernardino de Cárdenas, carácter singular y dominativo,
que desde un principio tiró á reunir en sus manos el bastón de Gober-
nador con el cayado de pastor, y á manejar uno y otro con universal
imperio. Asido á las Cédulas reales que trataban de Patronato, pero
que no hablaban de casos especiales, como era el de las Doctrinas,
tomó el empeño de expulsar de ellas á los Misioneros Jesuítas, y sus-
tituirlos por sacerdotes seculares. El efecto que tuvo este empeño lo
hemos referido en otra parte al tratar del gobierno eclesiástico (1).
Advirtiendo cuan conveniente le sería estribar sobre el partido
171
(1) Lib. I, cap. IX, § XV; y en la Introd. § IX.
- 158 —
de los encomenderos para su pretensión del gobierno, los halagó
repitiendo en todos los tonos que se les hacía injusticia, privándolos
de millares de indios, que les debíati ser encomendados, y no obs-
tante, estaban secuestrados por los Jesuítas en las Doctrinas. Aña-
día que poco había de poder, ó había de restituir á la Iglesia aquellas
parroquias y á los encomenderos aquellos indios detentados. Es
verdad que en otros memoriales decía que había de hacer entrar en
las Cajas reales infinidad de miles de pesos que los indios debían de
tributo al Rey, y que no pagaban por estorbarlo los Jesuítas. Quiz;i
juzgaba que de la inmensa riqueza que, según él, encerraba aquella
comarca de los indios, podría sacarse con que satisfacer á los enco-
menderos y pagar juntamente tributo al Rey. Fomentó asimismo la
calumnia del oro fingido, que por una parte hacía odiosos á los Jesuí-
tas, y por otra lisonjeaba á los encomendeíos, haciéndoles entrever
aquellos tesoros á cuya existencia por largo tiempo se mantuvieron
aferrados. Por sí y por sus procuradores, pintó también el cuadro
desolador del Paraguay en el cual /// //// iinliecito para traer agua
ó leña había quedado á los descendientes de conquistadores, y tenían
que ir las doncellas nobles á buscar agua al río. Pero podía haber
advertido quien con tanta exactitud conocía las Cédulas reales como
la de Carlos V, ya entonces derogada, y las del Patronato, tan fuera
de sazón aplicadas, que había innumerables Cédulas que prohibían
el servicio personal, y entre otras la de Felipe II de 2 de Diciembre
de 1563 que dice: no se consienta que los encomenderos tengan en
sus casas indios de que se sirvan personalmente, ocupados en traer
yerbas para sus caballos, agua, leña, y en la labor de sus huertas
y viñas, etc. La de 1609, declaratoria de la de 1601, que en sus capí-
tulos 20 y 30, decide que ni á eclesiásticos ni á seculares se den
indios de mita forzosa, para servir en ministeriosdoniésticos de casa,
huertas, edificios, leña, yerva y otros semejantes: porque, au/íque
esto sea de alguna descomodidad para los Españoles, pesa más la
libertad y conservación de los Indios. La Ordenanza 1.'"^ de Alfaro
en 1611, confirmada en 1618: Declaro no poderse ni deberse hacer en-
comiendas de servicio personal, etc. Y finalmente la Cédula de 14
de Abril de 1633 al Virrey del Perú: v porque... sin embargo de
esto, he sido informado que en esas provincias duran todavía los
dichos servicios personales;., por la presente ordeno y mando, que
luego que ésta recibáis, tratéis de alsar y quitar precisa é inviola-
blemente el dicho servicio personal, en cualquier parte y en cual-
quier forma que estuviere y se hallare entablado... En cuanto á esta
última Cédula, es cierto que la conoció muy bien el lUmo. Sr. Car
- 159 —
denas, como que en sus memoriales al Rey celebra con encarecidas
frases la benignidad del Soberano, que se esmeraba en mantener la
libertad y procurar el bienestar de los indios. Y, sin embargo, el
mismo Prelado que esto decía, y que por su estado había de ser
defensor nato de los indígenas, era el que en la práctica ponía tanto
empeño en que fuesen reducidos al odioso servicio personal, y se
quejaba de que eran pocos los sujetos á él. Porque bien sabía que
aquellos indiecitos que deseaba tuviesen en mucho número los des-
cendientes de conquistadores, acarreaban el agua y la leña sin nin
gún jornal ni recompensa, que nunca se les pagó en la Asunción,
á pesar de las Ordenanzas.
Hubiera sido razón, además, que reparase que las pinturas de
esta clase, para que muevan á lástima, primero que todo, han de ser
conformes á la verdad. Y la que él presentaba, no lo era; y difícil-
mente podría hallar testigos verídicos que hubiesen visto á tantas
nobles doncellas con su cántaro de agua á la cabeza. Y cuando tal
cosa hubiera sucedido, mejor era resignarse á trabajar en tarea
humilde, pero no deshonrosa, que atropellar la justicia debida á los
indios.
Finalmente, si lo alegado era verdad, eso mismo constituía una
irrefutable demostración de la necesidad de suprimir toda enco-
mienda, ya que en cien años que habían pasado desde la conquista,
habían destruido unos pocos vecinos de la Asunción un número cre-
cidísimo de mis de ochenta mil indios de tributo que se repartieron
en tiempo de Irala, lo que supone bien cuatrocientas mil personas; y
si ahora no se querían acabar de arruinar los indios que quedaban
en las Doctrinas, era preciso no ponerlos en las manos de los enco-
menderos, que ya habían dado cuenta de los precedentes.
No obstante eso, en gracia de los encomenderos, quería el Pre-
lado que se derogase al privilegio otorgado en favor del Evangelio,
y que se faltase á la palabra real dada á los indios, anulando todas
las disposiciones emanadas de los Reyes durante cien años en contra
del servicio personal. Y á la práctica de las Cédulas reales, de las
Provisiones del Virrey y de la Audiencia, que se ejecutaban en las
Doctrinas, llamaba abuso y usurpación de los intereses y derechos
del Rey. Tanto puede la pasión.
El Illmo. Sr. Cárdenas ciertamente no fué el primero que pre-
tendió sujetar las Doctrinas á los encomenderos, como tampoco fué
el primero que quiso sacar de allí á los Jesuítas. Otros le habían
precedido en ambos intentos: y él halló preparado el terreno. Pero
ciertamente excedió á cuantos había habido antes de él por la fogo-
— 160 —
sidad de su empeño y el arrojo en los medios de que usó, los cuales
mantuvieron en estas regiones la inquietud y desconcierto durante
un cuarto de siglo.
No logró ninguna de sus dos pretensiones, por fortuna para los
indios.
Vi
172
^'^ DOCTRINAS DEL URUGUAY
Las Doctrinas de la región del Uruguay, que pertenecían á la
demarcación de la provincia de Buenos Aires, no hubieron de sufrir
tan rudos contrastes. Puede conjeturarse que fué causa de ello el
hallarse muy distantes de las ciudades españolas; pues la menor
distancia de Buenos Aires era de ciento cincuenta leguas, mientras
que de la Asunción sólo distaban las Reducciones más próximas unas
treinta y tres leguas. No obstante, 3'a que no se pretendió entre-
garlas en encomiendas, coirieron otro género de peligros.
Acababa de prometer el Gobernador de Buenos Aires D. Fran-
cisco de Céspedes á los caciques indios, que bajaron con el venerable
Padre Roque González al Puerto, lo que ellos habían exigido para
dar la obediencia al Rey de España, á saber, que no habían de servir
á españoles particulares, ni seles habían de poner en sus pueblos
otras autoridades que los Padres Misioneros, á quienes de su volun-
tad se habían sujetado; 3' la promesa había sido confirmada con
juramento. Sin embargo, en el mismo año destinó á Hernando de
Zayas por Coiregidor de la Reducción de Concepción, á Pedro
Bravo para el mismo cargo en Yape3"ú, 3' á Pedro de Paiva para el
pueblo de San Javier de 3^aguaraitíes, en la margen izquierda del
Urugua3' pocas leguas debajo de Concepción. No podía haber tomado
resolución más imprudente, sobre ser violatoria de tan solemne pro-
mesa. Los infieles de aquella comarca, viendo entrárseles los espa-
ñoles que tanto detestaban, se alzaron contra los indios convertidos
poco había, 3" congregados en las Reducciones, 3^ les intimaron la
guerra, si no expelían los tales Corregidores; 3' aun maltrataron á
alguna partida suelta que hallaron de los Guaranís de Concepción,
enviándolos después al pueblo cargados de baldones. Los indios
cristianos, que no tenían menos recelo que los infieles, á duras penas
sufrían á los recién venidos, m;lxime viendo cómo se les había faltado
-161
á la fe dada en Buenos Aires. Pero cuando Hernando de Zayas des-
cubrió su carácter violento é imperioso, apremiando con duras
órdenes á los indios, y le vieron menos honesto con sus hijas 3^ muje-
res, se exasperaron de tal suerte, que, colmada la medida al verle
descargar una bofetada sobre un niño de uno de los caciques, que no
le obedecía á su gusto, acudieron tumultuosamente á las armas, y le
hubieran dado muerte, á no interponerse los Padres para defender
al Corregidor, que se había refugiado á su amparo. Pero no se sose-
garon hasta que el mismo Zayas dejó de ejercer su oficio. Paya había
ejercido su cargo con tanta aspereza en San Javier, que el cacique
Potirava, que primero estuvo para matarlo, al rin se huyó de la
Reducción y con él se fueron hasta mil indios. Llegando poco des-
pués el Provincial P. Mastrilli Durc4n, los indios de Concepción se le
presentaron, exigiendo que se les cumpliera la palabra que les había
dado el Gobernador, y salieran al punto los Corregidores: pues de
otro modo estaban resueltos á abandonar el pueblo. Hízoles aguardar
el Padre su respuesta hasta otro día, y en sustancia fué, que él no
podía quitar los Corregidores, porque eso tocaba al Gobernador;
pero que haría con él las diligencias y representaciones conducen-
tes; y esperaba que el Gobernador los atendería. Con esto envió un
Padre á Buenos Aires, dando cuenta de todo en sus cartas á Céspe-
des; y el Gobernador, reconociendo el error, removió la causa,
sacando de allí los Corregidores (1). Había manifestado Céspedes la
resolución de establecer ana ciudad en el territorio del Uruguay más
poblado de indios, que en su concepto serviría para sujetar con m;ís
seguridad el país, y en la que había de fundar él el título de un mar-
quesado; pero la experiencia de los Corregidores le dio á entender
en la empresa dificultades que no había sospechado, y la rapidez con
que se fundaban una tras otra las Reducciones y quedaban sometidos
los naturales, mostró que aquel plan no era medio necesario para
tener en paz los indios: y así desistió del primer intento.
Varias veces se propuso más tarde en la Audiencia y en el Con-
sejo la idea de poner Corregidores españoles, que en cierto modo
eran los antiguos pobleros, mayordomos ó administradores, de
quienes tan enormes excesos había averiguado el Visitador Alfaro,
que los prohibió so pena de galeras; si bien el procurador Frías había
alcanzado en Madrid que se modificase la Ordenanza de Alfaro,
permitiendo los administradores, nombrados, no ya por el encomen
dero, sino por el Gobernador. En cuanto á los Corregidores, la ex-
(1) Thcho, Hist. lib. VII, capítulos XXXII. XXXIV; Lozano, Conq. lib. III. ca"
pitillo XVI, CoBDARA, Hist. Soc. lesu. anno 1627, Res Paraquariae.
11. Organización social de las doctrinas guaraníes.— tomo ii.
- 16'J -
periencia perpetua mostró los mismos inconvenientes, tratándose de
indios nuevamente reducidos, y el mismo peligro de quedar aban-
donados los pueblos; y las personas que se consultaron, siempre juz-
garon al establecer tales autoridades por una parte innecesario, y por
otra peligroso; y así, en ciento cuarenta años más, hasta 1768, aun-
que varias veces se trató del asunto, nunca se llegaron á introducir.
Otro peligro tuvieron los indios de parte de los Gobernadores de
Buenos -Aires. Discurriéndose en el Consejo de Indias sobre la
defensa de esta importante plaza, pareció conveniente establecer en
sus cercanías un numeroso pueblo de indios del Paraguay, donde
sin alargarse á viajes, pudiera disponer el Gobernador de varias
compañías de caballería, gobernadas por oficiales españoles, y pron-
tas para acudir á cualquier amago contra el Puerto. Pidióse informe
sobre el punto al Gobernador D. Andrés de Robles: y excusando
él á los indígenas del Paraguay, cargó todo el peso de trasladarse
los indios con sus familias, lejos de sus parientes, á ciento cincuenta
leguas de su país, sobre los indios que doctrinaba la Compañía en el
Uruguay. En este sentido se despachó en el año de 1680, la Cédula
para que bajasen á Buenos Aires mil familias del Uruguay (1) y la
empezó á ejecutar el Gobernador D. José Garro. Representáronle
los Padres sus graves inconvenientes: mas no hubo medio de des-
viarlo de su propósito. Con esto el P. Diego Francisco Altamirano,
que había ido de Procurador de la provincia del Paraguay á Madrid
y á Roma, presentó en 1683 en el Consejo de Indias un Memorial (2),
apoyado en informaciones jurídicas hechas en América, en el que se
proponían las razones para desechar aquel proyecto, y entre otras
la diversidad de clima y el peligro de dejar desamparada la pobla-
ción por el desmedido amor que los indios, más que nación alguna,
tienen á su patria (3). Estas razones decidieron la revocación de la
orden que ya estaba dada conforme á las instancias del Gobernador
Robles, y los Guaraníes quedaron tranquilos en sus tierras.
No ocurrieron en adelante otros sucesos que trajesen notable
gravamen á los indios por parte de los Gobernadores de Buenos
Aires: y ésta fué la causa de que más tarde todas las treinta Misio-
nes fuesen agregadas por el Consejo de las Indias al gobierno de
Buenos Aires, como en el que hallaban mayor seguridad. De este
modo los Guaraníes, libres de servir á particulares en la provincia
(1) Constan estos antecedentes de la relación del Fiscal en el Consejo de
Indias, año 1701 (Sevilla, Arch. de Indias, 76. 5. 7).
(2) Ibid. 74. 6. 40.
(3) Biblioteca Nacional en Buenos Aires, sección de MSS; Cédula Real de 12 de
Noviembre de 1716 á D. Francisco Mauricio de Zavala.
— 163
del Río de la Plata, prestaron en ella, más que en ninguna otra, los
relevantes servicios que en su propio lugar hemos enumerado.
VII
LA MITA PARA IR Á LOS YERBALES DE MARACAYÜ
173
La Provisión real del virrey del Perú, Conde de Salvatierra, dada
en Lima á 21 de Junio de 1649, ejecutoria de la Cédula real de 14 de
Febrero de 1647, con la cual eran declarados los indios de Doctrinas
por peytenecietttes á la real Corona, y por presidiarios del presidio
y opósito de los Portugueses del Brasil, ordenando que por ahora
sean relevados de )iiitas y servicio personal, puesto que asisten en
dicho presidio, en que se juzga estar bastantemente ocupados en el
servicio de Dios y causa pública] debía haber hecho reconocer A los
encomenderos que era tiempo de desistir de sus pretensiones injus-
tas de someter aquellos indios á servicio personal. Mas no fué así.
Mantenían la servidumbre de los demás Guaraníes, aunque tan mer-
mados por efecto de las encomiendas; 3^ dolíales ver á tan lucidos,
pueblos como eran los de Doctrinas, exentos de aquella pensión; que-
jándose sin motivo de que los Guaraníes de las Misiones Jesuítas
eran independientes, porque servían al Rey, y ellos deseaban que
estuviesen al arbitrio de cualquier particular, y les sirviesen á ellos.
La ejecución de estos despachos, cometida al Oidor Don Juan
Blásqucz de Valverde, quien los llevó á efecto en 1657 y 1658, úni-
camente dio lugar á los encomenderos para renovar las antiguas
peticiones de encomiendas en Corpus é Tt apúa ; que trasmitidas al Con-
sejo de Indias en carta de Valverde á 22 de Octubre de 1658, tuvie-
ron por resultado en la Cédula de 1661 (1) el ordenar las pongáis
todas ellas [las Reducciones de Paraná, Uruguay, Itatines y Tape]
en mi Corona Real; y que aunque se hayan encomendado algunos
de los indios de Itapúa y Corpus Christi á personas particulares^
hagáis de ellos la misma incorporación, para que luego que vaquen
se ejecute, sin que se puedan volverá encomendar de nuevo, de
suerte que en todas las Reducciones de esas provincias corra una
misma regla, siendo los indios de ellas tributarios míos...^
Mas, habiendo entrado á gobernar el Paraguay el sargento
mayor D. Juan Diez de Andino en 1663, y llegando á la misma pro-
(1) Apénd. núm, 6.
- 164 -
vincia el Oidor de la recién fundada Audiencia de Buenos Aires,
Don Pedro de Rojas y Luna, que iba á entender en la residencia del
anterior Gobernador Sarmiento, trajo en favor de Andino, su
grande amigo, una Provisión de la Audiencia, en la cual se le daba
facultad para sacar cada año trescientos indios de mita de los dos
pueblos de Itatines, que entonces estaban todavía al norte, de modo
que los pudiese enviar á Maracayú al laboreo de la yerba. La pro-
visión había sido obtenida por los informes y diligencias de Andino;
pero al recibirla éste, le pareció verdadera injusticia enriquecerse
con el sudor de aquellos pobres indios, tanto más cuanto expresa-
mente estaban exceptuados de todo servicio personal por la provi-
sión de 1649 y por la Cédula de 16bl; 3' no quiso usar de ella,
diciendo: Nunca Dios peruiita que yo adquiera bienes con tan grave
daño y perjuicio de los indios miserables (1). Ojalá que, así como
no quiso él usar de la provisión, la hubiera dejado sin valor, ó con
nuevos informes, ó por lo menos, acreditando las nulidades que en
ella había, y las razones porque no se ejecutaba. Pero no lo hizo así,
y aquella provisión sirvió á los encomenderos de medio para moles-
tar á los Itatines durante muchos años, como lo veremos bien pronto.
Por entonces, pasóse algún tiempo sin que se hablase de la tal
provisión. Y, habiéndose llevado los Mamelucos en 1676 cuatro pue-
blos de indios inmediatos á la Villarrica, y obligado á esta población
á cambiar de lugar por tercera vez, y retirarse más á lo interior del
^Paraguay; tomaron ocasión de esta nueva disminución de indios los
encomenderos, para pedir al Virrey de Lima que hiciese ir al tra-
■bajo de la yerba de Maracayú los indios de las Doctrinas de la Com-
pañía. Tuvo noticia de este recurso el P. Diego Francisco Altami-
rano. Provincial entonces del Paraguay, y representó las razones
que había en contrario al mismo Virrey, en carta fecha á 30 de
Mayo de 1678 (2). Hiciéronse autos y diligencias judiciales, que se
enviaron á Lima, para informar sobre el asunto; y el Virrey dio
orden de que la Audiencia de Charcas enviase su parecer. Mas
como se temiese que los Gobernadores ó los encomenderos pasaran
á ejecutar lo que pretendían, hízose nuevo recurso en nombre del
Padre Provincial Altamirano para que, mientras el Gobierno supe-
rior del Virrey resolvía definitivamente, no se hiciese novedad, y así
lo decretó S. E. á 28 de Julio de 1679 (3).
No parece que hubo necesidad de intimar en la Asunción este
(1) Lozano, Conq. lib. III. c. XV.
(2) Buenos Aires: Arch. gen. legajo Compañía de Jesús I Paraguay I mini JO.
(3) Ibid.
— 165 -
Decreto, hasta que con el Gobierno de Vera se renovó la provisión
dada en tiempo de Diez de Andino. Porque habiendo sido nombrado
Gobernador del Paraguay D. Antonio de Vera y Mujica, en el corto
término de algunos días que duró su mando, se dejó dominar del
partido de los encomenderos, entre quienes tenía parientes 3' depen-
dientes. Y fundándose en la provisión antes dicha de la Audiencia de
Buenos Aires, mientras publicaba un auto en que declaraba que los
indios de Doctrinas debían defender las fronteras, y los demás, acu-
dir al socorro de la ciudad de la Asunción; hacía otro segundo auto,
que no publicó por entonces, en el cual disponía que fuesen releva-
dos de ir al servicio de la yerba de Maracayú los demás pueblos,
y que en lugar de ellos acudieran á esta faena, no sólo los de los
pueblos de Itatines, sino también los demás de las Doctrinas que esta-
ban bajo de la jurisdicción del Paraguay. Habiendo sido trasladado
dentro de breves días al gobierno de Tucumán, llevó consigo los dos
autos, y los envió á la Audiencia de Charcas, pidiendo confirmación
de la provisión de la ya entonces extinguida Audiencia de Buenos
Aires, 3" de sus dos autos, inclusa la extensión del servicio de la
yerba á las otras Doctrinas, que en la provisión no estaban mencio-
nadas. Todo lo consiguió como lo pedía, y lo envió á la Asunción, ha-
ciendo diligencias para que se ejecutase; aunque el Gobernador Mon-
forte, que se hizo cargo de las injusticias que encerraban tales dispo-
siciones y del daño que de ellas se seguiría, suspendió por entonces la
ejecución. Sabiendo los Padres de la Compañía la decisión de la Au-
diencia de Charcas, enviaron á ella informes sobre la verdad }' jus-
ticia del caso, y entre otros documentos, presentaron una resolu-
ción del Consejo de Indias, que declaraba privativo del Rey el
conceder semejantes servicios de indios y anulaba una concesión
hecha en aquella forma (1). Con estos informes 3", sobre todo, con
la presentación de aquel documento, la Audiencia revocó su decreto
de 1685.
Hallábase de Procurador de la provincia del Paraguay á Madrid
y á Roma el mismo P.Diego de Altamirano que como Provincial había
recurrido en este asunto al Virrey Liñán; y recibida la noticia de
que se trataba de poner en ejecución la provisión de la Audiencia de
Charcas, acudió al Consejodelndias, representando en su Memorial (2)
nuevamente el cúmulo de razones por las cuales no se debía hacer
(1) Buenos Airrs: Arch. gen. leg. Jesuítas / Paraguay / iiúm. 10. La relación
de este hecho se halla consignada en un apunte del P. Lauro Núñez que se con-
serva en el Archivo general de Buenos Aires, legajo núm. 53 I Misiones ¡ Com-
pañía de Jesús I Varios años.
(2) BuKNOs AtKEs; Arch. gen. \eg. Jesuítas / Paraguay / uúm. 10.
-166-
á los Guaranís de Doctrinas aquel agravio, y el vicio de obrepción
é informe diminuto con que se habían obtenido aquellos despachos,
ocultando que desde la expedición del Decreto de Buenos Aires
hasta la del auto de Vera se habían trasladado los pueblos de Itati-
nes hacia el sur, y estaban á una distancia de cien leguas de Ma-
racayú adonde los querían hacer ir al servicio de la yerba; siendo
así que las Ordenanzas de esta región dadas por el Oidor Alfaro,
señalaban el máximum de treinta leguas (1). Como las razones eran
manifiestas, el Consejo de Indias ordenó que, á pesar de la provisión
de la Audiencia, se les mantuviera á los Guaraníes la exención
de que gozaban, y no fueran obligados á ir á la yerba.
Mas no estaba todo terminado. El Memorial del P. Altamirano
al Consejo de Indias pasó á la Audiencia de Charcas, con una Cé-
dula de 10 de Abril de 1692, que mandaba diese informe aquella
Audiencia sobre la materia de que se trataba. Envió Li Audiencia su
informe á 5 de Jumo de 1699; y en vista de él y de otro del Arzo-
bispo de Charcas, y otros documentos, se expidió Cédula con
fecha 18 de Mayo de 1702, revocando el despacho concedido al
Padre Altamirano (2), y consiguientemente obligando á los Guara-
níes de Santiago, Santa María de Fe y San Ignacio á asistir al labo-
reo de la yerba en Maraca3ai. Recibida esta Cédula en Charcas, se
hizo el obedecimiento y se ordenó la ejecución á 20 de Diciembre
de 1702. El Fiscal en 20 de Junio de 1704 pidió se despachase provi-
sión sobre ella á los Gobernadores de las provincias del Paraguay:
y en 14 de Julio de 1706 se dio decreto conforme á este pedimento,
como todo consta de la misma Provisión (3). Luego que hubo llegado
esta provisión al Paraguay, se trató de reducirla A la práctica. Inti-
móla el Gobernador D. Baltasar García Ros al P. Bartolomé Jimé-
nez, Superior de las Misiones del Paraná con veces de Provincial:
y éste interpuso súplica para que no se ejecutase mientras recurría
á los Tribunales superiores, fundado en las sólidas razones y com-
probantes que pueden verse en su Memorial (4). Despachada favora-
blemente la súplica, no se ejecutó por el momento la ida al laboreo
de la yerba. Entretanto, el P. Francisco Burgés, Procurador á la
sazón á Madrid y Roma, hacía en su Memorial de 1708 (5) la
siguiente representación: «vuelto de Roma á esta Corte el supli-
(1) Ord. 29.
(2) Buenos Aires: Arch. gen. legajo Compañía de Jesús / Paraguay / núin. 10.
(3) Ibid.
(4) Buenos Aires: Arch. gen. legajo 1600, 1750, 1760 I Jesuítas I Guerra
Gnaranítica.
(5) ApénJice, núm. 53.
-167 —
cante, ha recibido cartas de su provincia del Paraguay, en que le
avisan cómo se trataba de imponerles [á los indios de Doctrinas]
nuevas cargas de diezmos, y de aumentarlos tributos, y que obliga-
ban á los indios de tres pueblos de dichas Reducciones, llamados
San Ignacio, Nuestra Señora de Fee y Santiago, á que fuesen
á Maracayú,... en virtud de Reales Cédulas expedidas por informes
de la Audiencia y Arzobispo de los Charcas, y Obispo de Buenos
Aires. ..Las cuales Cédulas le avisan parece no se han ejecutado por
haberse ganado con informes inciertos...» El P. Burgés, en este
Memorial, propone todas las razones en favor de los Guaraníes, y refi-
riéndose á los autos que presentó, demuestra la insubsistencia de los
cargos que se han hecho contra los indios y sus Misioneros, reco-
rriéndolos uno por uno, sin dejar ninguno en que no pruebe clara-
mente cuan sin razón se alegan. El efecto de este Memorial fué la
Cédula de 30 de Mayo de 1708, declarada por otra de 9 de Octu-
bre del mismo año, con la cual se daban por libres del servicio de
la yerba los tres pueblos de San Ignacio guazú, Santiago y Santa
María de Fe, como de hecho siempre lo habían estado.
VIII
ANTEQUERA Y BARÚA I '4
Hase visto al principiar esta obra (1), cuánto padecieron los
Guaraníes de parte de D. José de Antequera: 3' constan los excesos
de este Juez é intruso Gobernador por la Historia del P. Charlevoix,
y mucho más por la recién publicada del P. Lozano, sobre las revo-
luciones del Paraguay desde el año de 1721 hasta el de 1735. Aun-
que el intento prmcipal de Antequera de ocupar el cargo de Gober-
nador, y ejercerlo el mayor tiempo posible, y con el mayor posible
provecho para sus intereses, no tuviese precisamente conexión con
los deseos de los encomenderos; no obstante, siendo éstos en aquella
.provincia numerosos, y deseando él atraerse á todos. Antequera los
halagó, y procuró hacerlos de su partido. Convenía con ellos en el
odio que tuvo á los Jesuítas; y supo además con su elocuencia artifi-
ciosa ponderar lo que tan frecuentemente repetían ellos, la gran
miseria del Paraguay por carecer de suficiente número de indios de
servicio; enigma que no acababan de descifrar, y cu3^a solución
(1) Bosquejo, § 11.
estaba en que los habían consumido con sus encomiendas. La oca-
sión en que más se señaló en esto, fué cuando, perdido j^a todo res-
peto, levantó bandera para salir con ejército contra l;is armas del
Gobernador legítimo D. Baltasar García Ros. Arengó á los suyos
y los excitó entre otras cosas contra los Jesuítas ó teatinos (como
les llamaban), tratándolos de traidores al Re)^ y enemigos de la reli-
gión católica, que querían hacer esclavos á los vecinos de la Asun-
ción; prometió que les quitaría las Doctrinas para que las adminis-
trasen clérigos seculares del país, lo cual era mostrarles al mismo
tiempo á todas las Doctrinas dependientes de la Gobernación del
Paraguay sujetas á las encomiendas y mitas, de que hasta allí se
habían librado; y finalmente, ofreció dar á saco los cuatro pueblos
más cercanos del Tebicuarí. Dada la batalla, en que con su artificio
logró vencer, con muerte de más de trescientos Guaranís, se ade-
lantó con suejército hasta los cuatro pueblos, con intención al pare-
cer de cumplir su intento. Hallólos despoblados, por haberse huido
los indios á los montes. No los dio á saco, ó por considerar de poca
importancia y valor lo que dentro de los pueblos había, ó por otras
causas; y esto hizo que se levantasen algunas murmuraciones y que-
jas entre sus parciales. Pero, aunque se retiró precipitadamente por
miedo de los Guaraníes de los otros pueblos, que en número de cinco
mil según le avisaron, se iban acercando; no dejó que los suyos per-
diesen el fruto del saqueo, pues se llevaron lo que en aquellos pue-
blos podía valer más, arreando para la Asunción cuanto ganado
iban encontrando. Y para que todo tuviese sabor de encomiendas,
los ciento cincuenta Guaraníes que cayeron prisioneros, fueron repar-
tidos, de orden de Antequera, entre diversos amos, como piezas,
ó esclavos que digamos; y á la verdad, fueron tan mal tratados de
sus dueños, que la mayor parte dentro de poco ya eran muertos.
Al Gobernador intruso Antequera, sucedió Don Martín de Barúa,
puesto por D. Bruno Mauricio de Zavala con poco acertada elección;
pues no sirvió sino de mantener la cizaña, y de avivar el fuego que
con la huida de Antequera se había de ir naturalmente resfriando; y
todo esto lo ejecutó con tal cautela y tantas apariencias de rectitud,
que sólo los muy avisados podían comprender el alcance de sus
operaciones. Mantúvose en el Paraguay durante todos los disturbios
de los Comuneros, aunque declinando ya modestamente el título de
Gobernador, pero en realidad sin estorbar muchos excesos, como
hubiera podido y debido, y siendo en secreto el alma y director de
algunos: con todo lo cual hizo hatto sospechosa su fidelidad.
Este hombre astuto y doblado, deseoso de favorecer á los enco-
menderos y de dañar á los Jesuítas y á sus Misiones, contra las cuales
había mostrado no poco su mala voluntad mientras estuvo de teniente
de gobernador en Santa Fe; se valió de la ocasión de pedírsele
noticias de su provincia, y en especial de las Doctrinas, para dar al
Rey un informe, cuyos capítulos principales se enumeran al empezar
la Cédula de 1743, pintando con tan negros colores el estado de las
Doctrinas, que el Rey determinó enviar un Comisionado especial
para enterarse de la verdad. Vuelto este Comisario á España,
examinados los hechos que averiguó, y todo cuanto en más de cien
años se había actuado en el asunto de las Doctrinas, indagación que
duró más de ocho años, vinieron á ser calificados los informes de^
Barúa en la Cédula de 1743 (1) con las palabras formales de falsas
calumnias y imposturas de Barúa.
Pero lo que es menos conocido es que, apenas entrado en su
gobierno, con fecha 9 de Agosto de 1726, escribió una carta é informe
sobre las Misiones al Rey en su Consejo de Indias, pidiendo que se
estableciese en las Doctrinas el servicio de la mita. Tan honda había
quedado en los ánimos de los encomenderos la resolución de no
desaprovechar momento, para conseguir aquel gravamen y verdadera
opresión y agravio de los indios de Doctrinas. La idea pasó desde el
Consejo de Indias á informe del Gobernador de Buenos Aires, Don
Bruno de Zavala, como si todavía se necesitasen nuevas deliberacio
nesen materia tantas veces examinada, y cuya injusticia se convencía
con incontrastables razones, y estaba declarada por aquel mismo
Tribunal real. El Sr. Zavala informó lo que sabía y era constante, }'
la petición de Barúa fué desechada por Cédula de 27 de Agosto de
1730 (2). Ese mismo año enviaba Barúa su nuevo informe lleno de
calumnias é imposturas.
Los atropellos de Antequera y el estado de incertidumbre en que
se hallaban las Doctrinas, por hallarse en la jurisdicción de una pro-
vincia tan propensa á disturbios y á la sazón tan alborotada como era
el Paraguay; movieron al P. Procurador del Paraguay, Jerónimo
Herrán, á suplicar al Rey que desmembrase las ocho Doctrinas que
había en el Paraguay, y las incorporase á la provincia de Buenos
Aires. Otorgósele la petición por Cédula de 26 de Noviembre de
1726; y desde entonces quedó agregado á la provincia del Río de la
Plata todo el territorio comprendido entre el Tebicuarí y el Paraná.
(1) Al fin, § Y ÚLTIMAMENTE.
(2) Consérvase la Cédula de consulta á Zavala y la negativa á Barúa en la co-
lección de MSS. de la Bibl. nacional en Buenos Aires. Colección hecha por el Ca-
nónigo Don Saturnino Seguróla: Cédulas de 1718 á 1739.
Sección Tercera
LA OBRA DE BUCARELI
CAPITULO VI
EL PLAN DE BUCARELI
1. Carácter de Bucareli.— 2. Bucareli fundador. — 3. Las Instrucciones de Bu-
careli. — 4. Instrucción á los Gobernadores interinos. — 5. Adición de 15 de Enero
de 1770. — 6. Ordenanza de Comercio de 1." de Junio de 1770. — 7. Valor de las
Instrucciones de Bucareli.
No fué sólo el régimen de los encomenderos el que se aplicó para
gobernar á los indios Guaraníes en las regiones de la cuenca hidro-
gráfica del Plata; sino también otro sistema, ideado, al parecer, con
gran reflexión para que sustituyese al de los Jesuítas, y evitase los
vicios que en éste se suponían. El de los encomenderos fué contem-
poráneo con el de los Jesuítas, y aplicado á otros indios de la misma
raza Guaraní y de la misma provincia: el sistema de Bucareli fué
aplicado inmediatamente después del de los Jesuítas, y en los mismos
indios Guaraníes de Misiones. Será, pues, muy conveniente estudiar
este nuevo régimen, como hemos estudiado el de los encomenderos,
para hallar en su examen elementos con que apreciar comparativa-
mente el valor de la obra de los Jesuítas. Y en el presente capítulo
empezaremos por exponer el plan en sí mismo.
I
175
CARÁCTER DE BUCARELI
Ayudará no poco para entender y juzgar exactamente del plan,
conocer la persona que lo propuso, tal como la presentan los dato s
- 171 -
de la historia, y darse cuenta de la acción que ejercitó en los países
del Río de la Plata.
D. Francisco de Paula Bucareli y Ursúa (hermano del que en
1767 era Gobernador de la Habana, y fué más tarde Virrey de
Méjico, D. Antonio María Bucareli), fué el sucesor de D. Pedro
Antonio Cevallos en la gobernación de la provincia de Buenos Aires.
Los dos hermanos Bucareli fueron destinados por los que en España
manejaban los hilos de la conjuración contra los Jesuítas, para que
ejecutasen la expulsión de la Compañía de Jesús, cada uno en un
distrito bastante dilatado, y trasmitiesen las órdenes á los países
vecinos: D. Antonio desde las Antillas á Méjico, y D. Francisco
desde las tres provincias de Tucumán, Paraguay y Río de la Plata,
para las cuales fué nombrado inmediatamente, al Virreinato del
Perú y al Gobierno de Chile. La elección de las personas, hecha por
quien las conocía, prueba que había en uno y otro el fondo de animad-
versión contra los Jesuítas que para este caso se requería, y quizá
también los vínculos de sociedades secretas, que fueron la regla
general en los fautores de aquella inicua y antirreligiosa trama. Y
en efecto, los documentos todos emanados de Bucareli acusan un
mal contenido aborrecimiento contra los Jesuítas, origen de sospe-
chas y de interpretaciones siniestras; y su misma correspondencia
particular, cuando ya estaba de vuelta en España, muestra que con
servaba los mismos sentimientos, á no ser que supongamos que los
fingía, pues representaba los asuntos de España manejados por un
partido de los Jesuítas, y prepotente, cuando los Jesuítas estaban
todos en el destierro, y el partido de los que los aborrecían (y con
e.los á la Iglesia), se hallaba triunfante, y á punto de obtener la
total extinción de la Compañía de Jesús.
No era desfavorable el concepto que Bucareli tenía formado de
sus propios méritos, antes bien pecaba de todo lo contrario: y así se
le ve ponderar sus servicios de una manera que raya á veces en
ridicula y pueril, particularmente cuando trata de la ejecución del
extrañamiento, que representa como una empresa formidable, y de
su expedición para sustituir los Misioneros de las Doctrinas, que
describe como una gran operación militar, con tales detalles, que
sin duda provocarían la risa en quienes están enterados de la verdad,
si el asunto no fuese por demás serio y triste. Por esta misma estima
de sí propio, cayó en un error y entabló una pretensión que le costó
serios disgustos. Porque, habiendo sido comisionado para ejecutar
la expulsión en las tres provincias dichas, con autoridad superior á
cualquiera otra, en lo relativo á este asunto y sus inmediatas atin-
- 172 -
gencias, llegó á figurarse que había sido constituido como una espe-
cie de Virrey, que tenía autoridad sobre las tres piovincias en todo
y para todo; y con esta aprensión dio algunas órdenes para fuera de
su provincia de Buenos Aires. Los Gobernadores se negaron á eje-
cutarlas, y las acusaron como una intrusión. Bucareli insistió en su
primera idea, y presentó como prueba incontrovertible el sobre
de una instrucción que se le había dirigido, y en el cual, según decía,
estaba contenido de una manera auténtica su nombramiento para
Gobernador de las tres provincias; pues en aquel sobre se leía,
escrita de puño y letra del mismo Carlos III, la siguiente dirección:
A D. Francisco Bucareli, mi Gobernador y Capitán general de
Buenos Aires, Paraguay y Tucninán.— Buenos Aires. — Llevada la
contienda á Madrid, se le hizo entender á Bucareli, que aquello podía
haber sido una distracción del Rey; pero que su autoridad estaba
limitada á la provincia de Buenos Aires, extendiéndose únicamente
á las otras en las dependencias de la expulsión: 3' que no estando
destituidos los Gobernadores de las otras provincias, como no lo
estaban, no debía entrometerse en mandar fuera de su jurisdic-
ción (1). Vuelto Bucareli á España, tampoco se curó de este humor.
Y así, en sus cartas á alguno de sus íntimos de Buenos Aires, avisa
que es fácil que le nombren Virrey del Perú, pero que no se siente
dispuesto á aceptar, vista la ingratitud de los americanos, etc.
Llegó Bucareli á Buenos Aires á mediados del año 17ób, habiendo
salido de España el 3 de Mayo, cuando ya el plan de la expulsión de
los Jesuítas estaba bien adelantado y hacía días que se había reali-
zado el motín contra Esquilache, concertado para atemorizar al Rey
y hacerle creíbles las calumnias que se forjaron para asegurar la
ruina de aquellos religiosos. Pero la orden de descargar sobre ellos
el último golpe no le vino hasta el año siguiente. Luego que la tuvo
en su poder, procedió con actividad á designar los ejecutores en las
demás ciudades, guardando para sí propio el cumplirla en la ciudad
de Buenos Aires donde residía. Jamás se vio en estas regiones
Gobernador más despótico, que lo fué Bucareli en esta ocasión. Con
frivolos pretextos envió desterradas y embarcó para diversos puntos
á varias personas de la ciudad que le pareció que le podían estor-
bar (2). Tomó preso á D. Miguel García de Tagle, cabeza de una de
las principales familias de Buenos Aires, y sin manifestarle las cau-
sas, ni darle lugar de defensa, lo sentenció á muerte, 3^ estuvo á
(1) Brabo, Colección de documentos relativos á la expulsión de los Jesuítas,
Madrid, 1872, pág. 251.
(2) Bucareli, Carta al conde de Aranda. Buenos Aires, 8 de Abril de 1768.
- 173 -
punto de ejecutarlo (1); y aunque se logró que no llegase á tal
extremo, puede suponerse la congoja y trastorno de las familias y las
impresiones de la víctima, producidas por aquel proceder tiránico.
El bando que dio para que los que tuviesen efectos pertenecientes á
los Jesuítas, ó deudas con ellos, lo declarasen ante él en el término
de tres días, llevaba como sanción la pena de muerte (2). Y por el
mismo estilo son varias otras de sus disposiciones. Así, aunque no
tuvo más que cuatro años de mando, sin llegar á cumplir los cinco
que eran de costumbre en estas provincias, no hubo gobernante que
fuera más antipático que él á los moradores del país, exceptuados
algunos favorecidos suyos, que nunca faltan del todo los amigos á
quienes disfrutan del poder. El mismo, ya vuelto á España, escribía
fulminando amenazas de que si llegaba á ir de nuevo á América,
proveído por Virrey del Perú, haría ahorcar á tales ó tales personas
de Buenos Aires (3).
Atravesóse con el Cabildo secular de Buenos Aires, por haber
distraído Bucareli ciertos fondos de que debía disponer el Cabildo, y
haberlos empleado en adornar su morada particular. En este asunto
se declaró que había obrado indebidamente Bucareli por Cédula de
Madrid á 24 de Octubre de 1784 (4).
Dejóse engañar de los portugueses, quienes en su gobierno, res-
pondiendo con muy buenas palabras á sus exhortos, adelantaron
notablemente por la parte de Río-Grande, dando harto quehacer en
los gobiernos subsiguientes.
Finalmente, puede decirse que Bucareli fué la antítesis de Don
Pedro Cevallos, quien durante los diez años que estuvo de Goberna-
dor del Río de la Plata, se conquistó el afecto de los habitantes del
país por sus excelentes cualidades; y cuando más tarde volvió como
primer Virrey del nuevo Virreinato, causó tanta alegría con su lle-
gada como fué grande el sentimiento de verle partir pocos meses
después, de suerte que el Cabildo secular de la ciudad de Buenos
Aires presentó súplica al Rey para que se le prolongase el mando,
por lo muy necesario que parecía ser para el bien de estas provin-
cias.
La única cosa provechosa que ejecutó Bucareli durante su gobier-
no, que fué hacer desalojar á los ingleses las islas Malvinas, donde in-
debidamente se habían establecido; no fué del agrado de la Corte.
(1) Cédula real del Pardo, 20 de Febrero de 1775. (Sevilla, Arch. de Indias
124. 2. 10.)
(2) Ibid.
(i) Bucareli, Cartas autógrafas, col. part.
(4) Buenos Aires, Bibl. nac. MSS. Col. Seguyóla, 1780-1790.
— 174 —
Añadiremos para terminar la reseña de los hechos de este gober-
nante lo que más largamente trató D. Juan María Gutiérrez en un
artículo de la Revista del Rio de la Plata (1). A pesar de estar pro-
hibido por las le3'es que los Gobernadores ú otros oficiales públicos
negociasen por sí ó por medio de otras personas; Bucareli trajo en
su viaje á Buenos Aires mercancías prestadas por valor de cien mil
pesos con el compromiso de devolver esta cantidad luego de llegado
á América. Y en efecto, habiendo arribado el Gobernador á Buenos
Aires en 22 de Julio en 1766; antes de pasar un año, embarcaba ya
en 24 de Mayo de 1767, 45.000 pesos plata en el navio La Venus, y
en 5 de Julio de 1767 la cantidad restante, en el mismo. Había escri-
tura pública firmada en Cádiz del préstamo hecho á Bucareli, y
constó del embarco de los cien mil pesos en Buenos Aires; pero ni lo
uno ni lo otro estaba hecho á nombre del mismo Gobernador, sino á
nombre de su apoderado y agente en Buenos Aires, D. Domingo
Basavilbaso. Para que á nadie se le ocurra si semejante cantidad de
cien mil pesos en numerario podría proceder, n¡ aun parcialmente,
de empréstito ú otro cualquiera negocio con la esperanza de los cau-
dales que se pensaba encontrar en manos de los Jesuítas (quienes
precisamente en esos días, 3 y 12 de Julio de 1767, fueron sorpren-
didos, ocupándoseles libros, papeles y efectos), añade el Sr. Gutié-
rrez que <ila conducta privada de Bucareli nada absolutamente tiene
que ver con la causa que le traía d América.-»
El concepto general que Bucareli ha merecido á los que hoy escri-
ben en el Río de la Plata, se expresa en las siguientes palabras de
los autores del Diccionario biográfico nacional impreso en Buenos
Aires año de 1877 (2): Fué cruel, arbitrario y desconfiado. Temeroso
de una sublevación, desterró bajo su gobierno, sin forma de pro-
ceso,un sinnúmero devecinosrespetables,haciendo pesar todo género
de violencias y vejaciones sobre sus enemigos personales, y los
adictos á la administración anterior. t>
II
1 ' t) BUCARELI FUNDADOR
La obra que ha hecho que sea conocido y recordado el nombre de
Bucareli, es la expulsión de los Jesuítas. Pero no todos saben que
(1) Tom. I, pág. 201. Bs. As. 1871.
(2) Arrotea, Dice, biogr. nac. art. Bucareli.
- 17-) -
este Gobernador no se contentó con desterrar á los Misioneros, lo
cual hizo con gran satisfacción suya; sino que además, persuadido
de que los Jesuítas no tenían celo, ni habían fundado en aquellas
regiones misión alguna (1), ni habían tenido entendimiento ni buen
método para gobernar las que, según él, recibieron de otras manos;
tomó el empeño de establecer una reducción de infieles, y la hizo
gobernar con régimen especial distinto del general que establecía
para las Doctrinas antiguas. No convenía menor empresa á la capa-
cidad del personaje, y así se acreditaría que no era en daño de la fe
y religión el haber expulsado á los Jesuítas, sino en aumento de las
conversiones, que ellos tenían estacionadas. Sacando, pues, de la
Doctrina de Corpus una porción de indios guayanás, que los Jesuítas
iban agregando allí porque se reducían muy bien, á causa de tener en
el pueblo sus parientes; los estableció unas leguas más arriba, afir-
mando que aquél sería un punto avanzado, estratégica, militar y evan-
gélicamente hablando. Porque á un tiempo serviría para defender el
territorio contra los bárbaros de las inmediaciones, y atraería á los
demás guayanás por allí esparcidos: pudiéndose adelantar con el
tiempo más y más hacia el norte las conversiones y los pueblos con
que se había de tomar posesión de aquel país. En lugar de dos sacer-
dotes, que tenían las demás reducciones, púsoles un solo cura, que
fué Fr. Bonifacio Ortiz, dominico, á quien dejó como administrador
temporal, no obstante que con sumo empeño urgía en todos los demás
pueblos la práctica de no dejar nada temporal á cargo de los religio-
sos. A la reducción se le dio el nombre de Sun Francisco de Paula,
en honor del fundador D. Francisco de Paula Bucareli.
Mas á pesar de todos los buenos pronósticos y del equívoco celo
del Gobernador, la reducción empezó con malos auspicios. El cura á
los pocos meses hubo de abandonar el pueblo por enfermedad, sin
dejar á nadie que cuidase de él. Desde el Corpus, donde se recogió,
participó su indisposición á D. Francisco Bruno de Zavala, quien
tropezó con bastantes dificultades para hallarle sustituto (2). Dentro
de poco, los habitantes se alborotaron por haber reclamado los del
Corpus ciertos terrenos que unos y otros pretendían ser suyos. E
Gobernador Zavala procuró dejar contento al Gobernador principal
Bucareli, dando la razón á los de la nueva Reducción (3).
Pero como el defecto no estaba en intereses particulares, sino en
(1) Bucareli, Carta de 14 de Octubre de 1768. (Brabo, 197.)
(2) Zavala, Informe (Bs. As. Arch. gen. legajo Misiones 1770.)
(3) Zavala, Auto dado en Candelaria á 2 de Mayo de 1770. (Bs. As. Arch. gen.
gleajo Misiones (Varios anos).
- 17h-
la raíz de haber fundado reducción allí donde los Jesuítas por justas-
causas habían estimado que no se podía fundar, en paraje desacomo-
dado (1), en que no estaba sazonada la mies, aquella nueva fundación
continuó yendo de mal en peor; y quince años más tarde, según la
relación de Doblas (2), estaba convertida en puro lugar de cita para
las tribus infieles cercanas, que acudían en tiempo de la cosecha,
y se detenían hasta consumir los frutos recogidos. En habiéndose
acabado el alimento, se volvían á sus bosques; quedando en el pueblo
sólo unas pocas familias; pues siendo 50 personas todas las que for-
maban la reducción (3), ni aun ésas perseveraban en el pueblo, sino
que muchas se ausentaban en compañía de sus parientes infieles.
Pueden verse algunos pocos detalles más en el mismo Doblas y en
Alvear (4).
Por fin, los pocos habitantes que quedaron de aquella flamante
fundación, huyeron de su pueblo, donde encontraban demasiadas difi-
cultades para vivir; y se refugiaron en la primitiva doctrina de donde
habían salido, que era el Corpus; aprobando el Gobierno de Buenos
Aires esta espontánea reincorporación. La gloria que pensó haber
reportado el reformador del gobierno de las Doctrinas quedó tan
oscurecida, que nunca se contaron más que treinta Reducciones, que
eran las que habían dejado los Jesuítas. La fundación de Bucareli
únicamente se hace reparar en las listas de pago de los sínodos; y
muchos hay que han leído bastantes escritos acerca de las Doctrinas,
y no tienen siquiera noticia, ó se les ha desvanecido por su poca
importancia, si alguna vez la tuvieron, de la reducción de San Fran-
cisco de Paula.
III
177
* ' ' LAS INSTRUCCIONES DE BUCARELI
Tan luego como el Gobernador D. Francisco de Paula Bucareli
hubo determinado llevar á cabo el extrañamiento de los Misioneros
Jesuítas de Doctrinas (el cual no tuvo lugar sino más de un año
(1) Doblas, Memoria histórica de Misiones, en Angelis. III. 52.
(2) Ibid.
(3) Memoria histórica, Ángf.lis, III. 52.
(4) Relación de Misiones, Áng. IV. p. 77.
— 177-
después que todos los otros Jesuítas habían sido expulsados), nombró
para ejecutarlo cinco comisionados especiales, porque él no quiso
ver á los Padres ni entrar en los pueblos hasta que ya estuviesen
fuera los Jesuítas expatriados. La Instrucción que dio á estos comi-
sionados fué y-á. una parte principal de su sistema, como lo fué asi-
mismo la Instrucción para los administradores particulares.
Salidos los Padres de las Doctrinas, y verificadas las primeras
diligencias de recibir los inventarios, establecer administradores,
dar la institución á los nuevos Curas, etc.; pasó á designar, no un
Gobernador interino de aquellos pueblos, como la Adición á la Ins-
trucción para el extrañamiento por lo tocante á Indias y Filipinas
del Conde de Aranda le prevenía, y hubiera correspondido al único
Superior que tenían los Jesuítas; sino dos, que fueron D. Juan Fran-
cisco de la Riva Herrera, á quien sujetó veinte pueblos, y D. Fran-
cisco Bruno de Zavala, á cuyo cargo puso los diez restantes de la
parte oriental. A estos dos Gobernadores interinos dio en 23 de
Agosto de 17Ó8 una Instrucción propia bien extensa (1), que com-
prendía á su juicio todos los puntos necesarios para establecer en las
Doctrinas su nuevo plan de gobierno.
Pero todavía no había trascurrido un año, cuando se vio que las
Doctrinas amenazaban ruina total, si pronto no se les acudía con el
remedio. Entonces agregó otra instrucción de mucho mayor número
de artículos, que llamó Adición, y está fechada en Buenos Aires, á
15 de Enero de 1770.
Ya para entonces había tenido que aplicar también un remedio
radical en las personas, quitando de un golpe todos los treinta Admi-
nistradores que el año anterior había puesto de su mano; y admi-
tiendo la renuncia de uno de los dos Gobernadores interinos, «asi por
los motivos que expone pararlo continuar, como por otros que he teni-
do presentesT> (2). Y uno délos motivos fué el de que, según se ex-
presa él mismo «/)or medio de... los misinos hechos .^noticias y sucesos
ulteriores, he venido á conocer perfectamente la necesidad , que no
se presentó á primera vista, de variar aquel primordial estableci-
miento de dos Gobernadores; y que siendo uno el de todos los pue-
blos, es mucho más conducente aumentar tres subalternos, que con
título de Tenientes, y bajo las órdenes de dicho Gobernador obren
en los puestos y pueblos que designará esta providencia^) (3).
(1) Brabo, Colección, pág. 200.
(2) BuCARELLi, Auto de 27 de Diciembre de 1769 (Buenos Aires: Arch. gen.
Papeles sueltos).
(3) Ibid.
12. Organización social de las doctrinas guaraníes.— tomo \\-
Quitó, pues, uno de los dos Gobernadores, extendiendo la jurisdic-
ción del otro, que fué D. Francisco Bruno de Zavala, de modo que
tuviera sujetos á sí todos los pueblos de Doctrinas. Dividió todo el
territorio en cuatro departamentos. El de Candelaria, que com-
prendía doce de los quince pueblos situados entre los dos ríos
Paraná y Uruguay, con más los tres de Itapúa, Trinidad y Jesús, lo
puso al cuidado inmediato del Gobernador. Los tres pueblos restan-
tes entre los dos ríos, á saber, Yapeyú, la Cruz, y Santo Tomé, aña-
diendo el de San Borja, formaron el departamento de Yapeyú, que
fué confiado al Teniente D. Francisco Pérez, con residencia ordina-
ria en Yape3^ú. El departamento de San Miguel se formó de los seis
pueblos al oriente del Uruguay restantes, y fué encomendado al
Teniente D. Gaspar de la Plaza, con residencia ordinaria en San
Miguel. El último departamento fué el de Santiago para los cuatro
pueblos del Tebicuarí, añadiéndoles el de San Cosme, y fué puesto
al cuidado de D. José Barbosa, con residencia en Santiago ó en San
Ignacio Guazú.
Seis meses más tarde, á I.'' de Junio de 1770, añadió Bucareli
una extensa Ordenanza para arreglar el comercio de los españoles
con los indios Tapes y Guaranis del Paraná y Uruguay.
A mediados de Agosto de 1770, dejó el gobierno de esta provin-
cia del Río de la Plata, y se embarcó para España, después de haber
trazado un plan tan perfecto á su parecer, que nada tenían que
hacer ya los que le sucedieran; pues dice: «.Determinadas y estable-
cidas con el nombramiento de los distintos empleados en los pue-
blos de Misiones., las reglas conducentes á su gobierno, subsisten-
cia, adelantanuento, comercio y administración de sus frutos y
bienes^ y las respectivas d la aplicación de las iglesias d parroquias,
y las casas, reducida la habitación del Gobernador, sus tenientes,
la de los curas, compañeros y administradores, á escuelas, obrajes
y ahnacenes de efectos de los indios, que siempre han tenido en
ellas, co)no edificios propios suyos, fabricados, adornados y entre-
tenidos á su costo y continuado trabajo, cosa alguna queda V. S. y
á la Junta que practicar ó disponer en ésto» (1).
Las Instrucciones de Bucareli se pusieron desde luego en ejecu-
ción como interinas. En el Archivo General de Buenos Aires se
encuentra una copia auténtica de estas Instrucciones, que com-
prende la Instrucción á los Gobernadores interinos, la Adición de
(1) Memoria del Gobernador Bucareli ti su sucesor D. Juan José de Vértiz.
15 de Agosto de 1770, al fin. (Publicada en Tkelles, Revista de la Bibliote'a.
tomo IV'. BuKNos AiRts 1880. pág. 265).
-179-
Enero de 1770 y la Ordenanza de comercio. Estos tres documentos
son los que corrieron en Doctrinas con el título común de Ordenan-
zas. En la copia, á cada uno de los acápites corresponde un número
de orden, habiendo tres series: una desde el número 1 hasta el 29
para la Instrucción: otra del 1 al 50 para la Adición: y otra
de 1 á 50 para las Ordenanzas de comercio. Con estos números se
citarán en el examen que va á hacerse. En cuanto al texto mismo,
en nada diñere del publicado por Brabo (1).
IV
LA INSTRUCCIÓN Á LOS GOBERNADORES INTERINOS 178
Prescindimos en este resumen y estudio de la perpetua costum-
bre de Bucareli, quien á cada paso intercalaba una censura sobre el
proceder de los Jesuítas, ó una nueva inculpación sin fundamento,
práctica que, si podía ser útil para congraciarse con sus patrocina-
dores y aun con el Monarca, ciegamente hostil á la Compañía de
Jesús, es del todo impertinente en un legislador. A su tiempo habre-
mos de hacernos cargo de algunos de los juicios de Bucareli; mas
aquí tratamos sólo de la parte dispositiva.
La Instrucción de 23 de Agosto dirigida á los Gobernadores, con
su complemento, que es la Instruccióti para los administradores
particulares de los pueblos (2), establece en primer lugar el modo de
gobierno que han de tener en adelante los Guaraníes. Señala dos
gobernadores que los rijan conforme á las leyes de Indias, y un
Administrador que cuide de los intereses temporales de los indios en
cada pueblo, prohibiendo que conserven cosa alguna de administra-
ción temporal los párrocos.
El cargo del Administrador es enteramente nuevo, y conviene
reparar bien en cuáles son las atribuciones que se le señalan. Dos
facultades solamente se le dan en su Instrucción. La primera, la de
guardar una de las tres llaves bajo las cuales se han encerrado y se
han de conservar siempre en el almacén los efectos del común del
(1) Brabo, Col. Instrucción, p. 200; Adición, p. 300; Ordenanza de comercio,
página 324.
(2) Brabo, Col. Instrucción para los Gobernadores, pág. 200; Instrucción para
los Administradores, pág. 297.
— 180-
pueblo, los cuales no pueden ser extraídos sin acuerdo del Cabildo,
y relación firmada del mismo Cabildo, del mayordomo y del Admi-
nistrador [A]. La segunda, de repartir los trabajos comunes con
acuerdo del corregidor y de un mayordomo [B].
A cada uno de los dos Gobernadores interinos, empieza por reco-
mendarles que en cuanto al conocimiento y práctica de la santa fe
que se ha de procurar en los indios, defieran á las disposiciones del
Obispo, y por su parte se esmeren en que se mantenga el debido
respeto á los sacerdotes [2]: Dos son: y luego les traza la norma que
deben seguir en el gobierno económico y político.
En la parte económica establece que los fundamentos de la
futura prosperidad de las Doctrinas son el idioma castellano, el
cultivo de las tierras y el comercio [3] [9] [19].
Por lo que hace al idioma, introduce una novedad, cual es cargar
á los Curas con la tarea personal de enseñar en la escuela, impo-
niendo á los pueblos la obligación de sustentar al Cura, como esti-
pendio de la enseñanza [4]. Y decimos tarea personal, porque eso
suenan las palabras de la Instrucción «^estará á cargo de los Curas
y sus Compañeros esta primera educación de los inucJiachos-» «se
dedicarán con loable esmero á este importante encargo^; adem;1s de
que si en la Instrucción se supusiera que el Cura había de valerse
de otro para desempeñar esta tarea, le obligaría sin justicia á cer-
cenar de su sínodo para dar estipendio al Maestro, y sería irrisoria
la cláusula que expresa que se le acrece algo al sínodo por ser
«á cargo del pueblo suministrar á ambos religiosos la manutención
necesaria en reconocimiento de este beneficio^ (ibid.). Los niños,
además, tendrán obligación de no hablar sino en castellano en las
horas de escuela [4], lo cual no puede conseguirse sin usar de cas-
tigo; y así, ésta es otra noved.id que añade: pues hasta entonces
estaba expresamente declarado que los Padres cumplían con el pre
cepto é intención de las leyes enseñando el idioma castellano del
modo que lo hacían, sin obligar á los indios por medio del castigo,
conforme lo dice la Cédula de 1743: y que aseguran los Padres de
la Compañía que sólo les ha faltado el usar de los medios de rigor,
los que ni la Ley previene, ni les ha parecido conveniente (1).
Agrega Bucareli algunos medios de civilidad conformes á lo que
acostumbraban los Padres de la Compañía, como son tratar con
alguna mayor honra á caciques y cabildantes [5]; arbitrar los medios
para que en una misma casa no habiten distintas familias [6]; y pres-
(1) Cédula de 28 de Diciembre de 1743, punto 3."
-181-
cribe dos novedades que debieran parecerle de pequeña importancia
3^ fáciles de conseguir, y son el abandono del traje acostumbrado
entre los indios y particularmente del tipo y en las mujeres y la obli-
gación de usar de calzado [7].
Por lo tocante al cultivo de las tierras, encarga que se expongan
á los indios las razones que deben persuadirlos á trabajar [9]; y luego
prescribe varias cosas que )^a en el régimen de los Jesuítas ejecuta-
ban los Guaraníes, como son llevar cuenta del número del ganado
para reponerlo cuando falta [10], cuidar de que haya suficientes peo-
nes y caballos [11], procurar el aumento del ganado mayor [12] y
menor [13]; dar tiempo á los indios para sus sementeras [15], enviar
al almacén los frutos comunes. Añade la novedad de que los Gober-
nadores aumenten las siembras y plantíos [14], lo cual ha de ser por
necesidad exigiendo mayort rabajo común de parte de losGuaraníes;
y la de que los administradores particulares envíen al Gobernador
una relación minuciosa de todos los plantíos así comunes como par-
ticulares año por año [16].
Finalmente, en cuanto al comercio, que era el tercer medio de
prosperidad propuesto por Bucareli, manda que en toda compra y
venta, sea de bienes comunes, sea de bienes de indios particulares,
intervenga el Administrador [20]; y que se alejen los géneros inúti-
les, y en particular las bebidas que causan la embriaguez [23]; pre-
venciones ambas no sólo establecidas j^^a en cuanto al precepto por
los Jesuítas, sino lo que importa más, llevadas á la práctica en Doc-
trinas, como allí mismo lo atestigua Bucareli. Ordena asimismo que
las compras y ventas de los frutos comunes sobrantes se hagan sólo
en Buenos Aires ó en Santa Fe [21], de manera que viene á prohibir
el comercio interior de las Doctrinas que se hallaba establecido de
pueblo á pueblo. Señala en seguida las formalidades que, supuesto el
establecimiento de los administradores particulares, eran necesarias
en el desempeño de su oficio; y entre ellas establece una que, como
veremos luego, merece tenerse presente, y es la de la cuenta
anual [22].
En cuanto á la parte política, se acomoda á la ya existente al
disponer la elección anua de cabildantes y oficiales [28], y en reco-
mendar el buen tratamiento de los indios [29]. Pero introduce varias
cosas nuevas; pues quiere que se admitan españoles á habitar de
asiento en los pueblos, derogando las leyes 21 y 22, tít. 3, libro 6 de
la R. I. [24], lo cual expresa que hace «í// consecuencia de lo que
últiniainente ha dispuesto S. 31.»; manda que se fomenten los matri-
monios de indios y españoles [25] ordena que aquel mismo año se
— 182-
haga padrón general [26]; quiere que se renueven las hasta entonces
frustradas averiguaciones sobre las minas [27], y dispone que se eje-
cuten las penas de muerte y mutilación, que de hecho estaban allí
suprimidas [28].
V
17Q
LA ADICIÓN DE 15 DE ENERO DE 1770
Por bien entablada que creyese Bucareli haber dejado la admi-
nistración de las Misiones del Paraná y Uruguay, como lo muestran
sus comunicaciones al conde de Aranda henchidas de alabanzas pro-
pias (1), y el tono mismo de su Instrucción, que aparece como reme-
dio infalible del tristísimo estado á que, según él, habían reducido
sus Doctrinas los Jesuítas; ello es que, antes de trascurrido un año,
el desconcierto en aquel territorio fué tan grande, que Bucareli
mismo se vio enredado en graves dificultades para retirar, como
quería, al Gobernador Riva Herrera, poniendo en su lugar á Don
José de Añasco, y de hecho hubo de renunciar á la ejecución de sus
propios decretos, haciendo retirarse también á Añnsco y dejando un
solo Gobernador, que fué Zavala. Pero después del primer lance,
fué preciso enviar dos Jueces Visitadores, y muy luego hubieron de
ser despedidos los treinta administradores particulares de las Reduc-
ciones; 3' ésto con tanta urgencia, que según escribía á Bucareli un
confidente suyo, á poco que se hubiese tardado en tomar aquella
providencia, la ruina total de los pueblos Guaraníes no hubiera te-
nido remedio (2).
Aleccionado por estos sucesos, y siguiendo además nuevas ins-
trucciones que le habían llegado de Madrid, formó Bucareli un
nuevo plan y una nueva Constitución de Misiones, que lleva la fecha
de 15 de Enero de 1770, y el título de Adición á mi Instrucción de
23 de Agosto de 1768, que dejé en los pueblos del Paraná y Uru-
guay.
Después del preámbulo [1] y [4], empieza por señalar el carácter
de las nuevas autoridades españolas [2] [3]. Acababa de establecer,
en 27 de Diciembre de 1769, un solo Gobernador, en vez de dos que
(1) Brabo, Colección^ 194, 195.
1^2) Buenos Aires: Arch. %^n. legajo Misiones I Varios años i 1.
-183-
antes había, con residencia en Candelaria, con el cuidado inmediato
de quince pueblos y autoridad sobre los demás, y sobre los Tenientes
A cuyo cargo inmediato quedaban, que eran tres: uno en San Miguel
con seis pueblos, que había de guardar la frontera de los portugue-
ses: otro en Yapeyú con cuatro pueblos, en frontera de charrúas,
minuanes y otros infieles del Uruguay; y el tercero en San Ignacio
Guazú ó en Santiago indiferentemente, con cinco pueblos, frontera
del Chaco. Gobernador y Tenientes eran todos militares. Aunque
se denominaban Gobernador y Tenientes de Gobernador, no era el
Gobernador propiamente sino lo que en las leyes de Indias es un
Corregidor ó Alcalde mayor de pueblos de indios, con jurisdicción
civil 3' criminal en asuntos de españoles, de indios, y de españoles
con indios; de tal modo empero, que su jurisdicción no fuera la supe-
rior en su territorio, como lo es la del Gobernador en su provincia;
sino subordinada á la del Gobernador de Buenos Aires, de cuya
provincia formaban parte los treinta pueblos de Guaraníes. Los
Tenientes ejercían esa misma jurisdicción, cada uno en su distrito,
pero subordinada á la del Gobernador de Doctrinas.
Trata luego la Instnicción de varias materias, que reduciremos
á los siguientes capítulos: cuidado de la religión: libertad de los
indios en cuanto á ser exentos del servicio personal á particulares;
dominio de los indios; prohibición del tráfico; sínodo y obligaciones
de los Curas; cabildo indio; y desde el número 42 al 50, disposicio-
nes varias.
Cuidado de la Religión. Gobernador y Tenientes avisen al
Gobernador de Buenos Aires como á Vice-Patrono cuando hay falta
de doctrina, ó de ministros que la enseñen }■ administren los Sacra-
mentos [5]; y no permitan á los Curas intervenir en gobierno ni en
administración temporal de bienes, velando para que al mudar los
párrocos de un pueblo á otro, no lleven consigo alhajas de igle-
sia [6].
Libertad de los indios. Protéjanla con celo [7]. No pueden
obligar á los indios á trabajar en provecho particular, ni permitir
que otras personas les obliguen á ello; pero bien pueden los indios
alquilarse por jornal [8]. Tampoco se permita á los doctrineros que
los ocupen, si no es pagándoles jornal, ni que los saquen de un pueblo
á otro [9].
Dominio de los indios. Defiéndanlos de agravios en su propiedad,
3' no se les prohiba tener, como los españoles, cualquiera clase de
ganado mayor ó menor [10]. Cuídese de su buen tratamiento, pero
sean obligados á trabajar [11]. No permitan que los doctrineros
— 184 -
tengan cárceles, prisiones, grillos ni cepos para los indios, ni que los
azoten, como ha sucedido [12].
Tráfico. El tráfico se espera que no lo tendrá el Gobernador ni
sus Tenientes, y se les apercibe con penas [13]. Si lo hubiere en los
Administradores, sean removidos, castigados y obligados á satisfa-
cer el perjuicio [14]. Si en los Doctrineros, avisen Gobernador y
Tenientes al Gobernador de Buenos Aires para el remedio [15], A
tráfico pertenece obligar al indio á hacer ropas para los que cuidan
de él, ó comprarles más de lo necesario para el uso de la casa [16.]
Ni excusa el que en otras provincias haya licencia para hacer
repartimientos [17]. Hay obligación de pagar á ios indios los viajes
de las visitas [18].
Obligaciones y sínodo de los doctrineros. La presentación
toca al Gobernador de Buenos Aires como Vice-patrono de los
treinta pueblos [29]. Gobernador, Tenientes, Doctrineros y Admi-
nistradores se han de alojar en la casa de los expulsos, designando
el Gobernador ó los Tenientes la parte de cada uno, sin perjuicio de
las demás oficinas [30]. El sínodo será de 300 pesos anuales al Cura
y 250 al compañero, dándoles además el pueblo los alimentos [20].
Han de aplicar la Misa por el pueblo los días de fiesta, y por los
difuntos han de cantar una el día del entierro y otra cada lunes [21].
De los diezmos, cobrarán las cajas reales cinco novenos y medio [26].
No se permita que se ausenten los doctrineros, ni que lleven cuando
van de viaje indios y medios de conducción propios de las Doctiinas,
como ha sucedido [19]. No podrán percibir el sínodo sin presentar
certificación del Gobernador ó Teniente y del Cabildo, de haber cum-
plido con la residencia, con la doctrina de los indios y el ejercicio
de su ministerio [27]. No pueden llevar derechos de estola ni obligar
á ofertorio [28].
Cabildo de indios. Propondrá el Gobernador ó Teniente en cada
pueblo un cacique para que sea Corregidor por tres años, corres-
pondiendo al Gobernador de Buenos Aires darle el título [31]. Los
demás cargos de alcaldes, regidores, mayordomo, etc., provéanse
como se acostumbraba, refundiendo el de alférez real en uno de los
regidores [32]. Los alcaldes pueden prender, imponer algunos azotes,
ó un día de prisión. El cabildo cuida de las cosas generales del muni-
cipio: júntese cada ocho días, asistiendo el Administrador [33]. El
cabildo nombrará un sacristán, dos fiscales de doctrina y tres can-
tores [35]. Sígase la costumbre ya establecida de sacar cada año el
pendón Real la víspera y el día de la fiesta señalada [38]. Cuide el
Gobernador y Tenientes del estado general de los pueblos, y de que
-185-
todos trabajen, aunque sea necesario compelerlos á ello [36]. No sean
molestados los indios por deudas ú omisiones cuando van á Misa en
los días de fiesta [34]. Tengan libertad de poner sus hijos en apren
dizaje: y cuando para esto los hubieren de sacar de los pueblos, sea
con licencia del Gobernador, y volviendo los varones antes de los
18 años, y las mujeres antes de los 14 [37].
Disposiciones varias. Los indios particulares no pueden usar
espada, puñal ó daga; y sí sólo los de oficio, con licencia del Gober-
nador [39]. Haya depósito de armas en las cuatro capitales [40], }' su
valor lo pagarán todos los pueblos en común; pudiendo haber en
cada uno de los pueblos algunas armas para los ejercicios militares
[41]. No se permita que habiten ni menos que comercien en Doctrinas
los extranjeros [42]. Los indios huidos á Río Pardo }' Viamont, que
hayan vuelto, intérnense lejos de las fronteras [43]. Foméntese el
beneficio de las abundantes minas que ya se han descubierto, pagando
los quintos reales [44]. Hágase luego el padrón, que es extraño no se
haya hecho en casi dos años á pesar de lo mandado [45]. Y para él
téngase presente que las indias casadas y sus hijos son del pueblo
del marido [46], que están exentos de tributos los caciques, sus primo-
génitos, doce indios de cada pueblo por oficios, y los que son mayo-
res de cincuenta y menores de diez y ocho años [48]. Traten bien á
los indios, y cada año se enviará al Rey una relación después de la
Junta general [49], en que se ha de discurrir sobre el estado de los
pueblos, sus frutos y estancias; y sin presentar dicha relación, no
podrán percibir sus sueldos el Gobernador, los Tenientes ni los
Administi adores [50].
VI
LA ORDENANZA DE COMERCIO DE 1.° DE JUNIO DE 1770 *^^
Todavía encontró incompleta Bucareli la legislación provisoria
establecida hasta entonces para las Doctrinas del Paraná y Uruguay,
y en 1 .^ de Junio de 1770 agregó nuevas disposiciones con el título
de Ordenansas para arreglar el comercio.
Después de un largo preámbulo sobre la felicidad que había sobre-
venido á los indios Guaraníes desde que él se había encargado de
organizarlos, y sobre la necesidad 3- utilidad del comercio [1], esta-
-18b-
blece por preliminares que el comercio actual de los indios sólo puede
ser por medio de permutas [2], y que los indios son incapaces de
ejercer el comercio por sí solos, porque á causa de su ignorancia
serán engañados por los comerciantes [3], como lo vuelve á repetir
varias veces en lo sucesivo [6], [15], [28]; y por tanto, han de ser
tratados como menores que necesitan de tutor, ó como personas
defectuosas en el uso de su razón [4].
Entra luego en el título primero á tratar en general del comercio
de los indios con los españoles; y prescribe que, por lo dicho, inter-
venga en todos los contratos, pena de nulidad, el Administrador, y
si es dentro de los pueblos, el Teniente ó Gobernador [6]. El comer-
cio podrá ser de todos los efectos necesarios ó útiles á los indios,
excluyéndose con comiso y penas la venta de las bebidas que em-
briagan [5]. Los comerciantes podrán entrar en Doctrinas por todo
el mes de Febrero, Marzo y Abril; mas deberán salir en lo restante
del año [7]. Si algún indio quiere hacerse comerciante, sea ayudado
con fondos de la Comunidad [9]. Asimismo han de ser preferidos los
indios en darles lugar en los buques para remitir lo que quieran
vender [10]. Pero tanto los efectos de particulares como los del
común, han de ir con propias guías, y con licencia del Gobernador
para no caer en comiso [12]. Y como necesaria al comercio, establéz-
case escuela de leer, escribir y contar, con maestro, cuyo sueldo
pagará el pueblo [13].
El título segundo comprende los oficios del Administrador gene-
ral. Este es una persona puesta en Buenos Aires por el Gobernador
de la provincia (que á su arbitrio también lo puede remover, sin que
la remoción induzca deshonor [14]), para que comercie en vez de los
indios, por ser éstos incapaces [15]. Como curador dativo, debe pre-
sentar fianzas, que serán por valor de diez mil pesos [17]. Se le
señalan los libros que ha de llevar [18]. Se le impone la obligación
de dar cuenta bienal al Gobernador [19]. Ha de intervenir en todo
trato que en Buenos Aires celebre el común, ó cualquier indio parti-
cular de Doctrinas [20]. Paga anualmente el tributo, valiéndose de
los fondos que le han remitido [21]. No puede comprar cosa alguna
sin testimonio de la orden expresa del Corregidor y Cabildo [22]. Y
si el pueblo no tiene efectos ó fondos en Buenos Aires, para pagar al
contado, no puede el Administrador comprar al fiado, sin orden ex-
presa para que así lo haga [23], No puede enviar efectos de su propia
tienda [24]. Debe enviar con la remesa factura por duplicado, firmada
por el vendedor [25]. Su sueldo es el ocho por ciento de lo que recibe
del pueblo y el dos por ciento de lo que para el pueblo compra [26].
— 187 -
El título tercero trata de los Administradores particulares. Ha
de haber Administradores particulares en las ciudades, con 4.000
pesos de fianza en la Asunción y en Corrientes y 2.000 en Santa Fe
[27]. Ha de haber además en cada uno de los treinta pueblos un
Administrador particular que dirija las faenas, remisión y comer-
cio [28]. Del almacén tendrá una llave el Corregidor, otra el Mayor-
domo y otra el Administrador [30]. Llevará los libros de sus cuentas
y el de acuerdos del Cabildo [31]. Ha de asistir al Cabildo cuando se
tratan asuntos de comercio [29]. Los Administradores de las ciuda-
des se rigen por el título del Administrador general [32]. Todos los
Administradores son de nombramiento del Gobernador de Buenos
Aires á propuesta del Administrador general [33]. El sueldo de
los Administradores particulares de los pueblos es de 300 pesos
anuales [34].
VII
VALOR DE LAS INSTRUCCIONES DE BUCARELI
Acabamos de exponer en resumen el plan de Bucareli, compren-
dido en sus tres instrucciones principales, y hemos de estudiarlo muy
pronto en sus efectos, que son el más seguro criterio para juzgar del
mérito de un plan. Pero aun sin llegar á ese examen, podemos ade-
lantar algunos conceptos acerca del plan en sí mismo tal como fué
propuesto por su autor.
Bucareli no se qued(') corto en legislar para los Guaraníes.
Considerado su reglamento por entero, gana mucho con ser presen-
tado en un resumen, despojado de las incesantes recriminaciones
contra los Jesuítas, 3^ de las citas impertinentes de las leyes de Indias,
que sobrecargan el original de cincuenta y ocho fojas, y hacen inso-
portable y soporífera su lectura.
En cuanto al tono, puede aplicarse casi sin modificación alguna á
la Instriiccióii , Ai/ic/ón y Ordcnansa de Bucareli lo que de las pro-
clamas liberales dice un autor moderno, describiéndolas gráfica-
mente (1): «Primero fué desmembrada del departamento de Santa-
Cruz la provincia de Mojos, á fin de que constituyera provincia inde-
(1) Rene Moreno, Biblioteca boliviana ¡ Catálogo del archivo de Mojos y Chi-
quitos I ':iSiX\úago de Chile, 1888. Introd. pág. 107.
181
-188-
pendiente. Muy poco después, se creó con tres provincias... el depar-
tamento del Beni. Los indios fueron elevados á la calidad de ciuda-
danos con el goce de todos los. . . etc.(l). En adelante los indios habrán
de ser esto, senán lo otro... etc.. Habrá en Mojos una ciudad...
etc.. Y ¡cuidado con que alguien vuelva en lo sucesivo á engañar,
á oprimir ó á estafar á los indios!»
«...El aspecto caligráfico es lo que más resalta en estos decretos
inconsultos sobre un ignoto país. Esto puede advertirse aun igno-
rándose el hecho ulterior del ningún resultado obtenido. Tienen el
estro característico de una proclama Improbatorio desdén á una
tiranía antecedente, gran impetuosidad liberalesca, vertical aplomo
gubernamental, resplandecen en esta solemne declaración de los
derechos...» — Es lo que hizo Bucareli. Primero estableció dos gobier-
nos á manera de provincias, después un solo gobierno con cuatro
departamentos. Los indios, según él, salieron de la esclavitud. Los
caciques fueron declarados hidalgos de Castilla, etc. Ningún resul-
tado provechoso. Desdén y reprobación del régimen antecedente de
los Jesuítas, y abundantes citas de las leyes de Indias. En cuanto á
la ignorancia en que estaba del país, él mismo la tuvo que confesar
cuando, al publicar su Adic/ón,a.\ año después del primer reglamento,
reconoció que los «hechos, noticias y sucesos ulteriores» le habían
desengañado de varias cosas, y hecho reconocer necesidades «que
no se presentaron á primera vista».
En los reglamentos de Bucareli algunos artículos se tomaron de
las leyes de Indias, que ya se guardaban en Doctrinas; y otros de
las costumbres introducidas en tiempo de los Jesuítas; y no fueron
tan pocos, que no vengan á constituir casi el fundamento de todo el
sistema. De los que Bucareli añadió, hay algunos que no pueden
menos de parecer ridículos, por ejemplo, el suponer <¡-peysiuididos
los indios [á trabajar] por unos interesantes discursos», (2) y seña-
lar las materias que en ellos deberían desarrollar los Gobernado-
res (3); el de hacer que el cabildo secular elija los cantores, sacris-
tán y fiscales de doctrina, etc. (4). — Otros adolecen de manifiesta
injusticia, como ya lo hemos hecho notar acerca del que obliga á los
Curas á desempeñar personalmente la escuela (5); lo cual era además
imposible en pueblos como los Guaraníes, donde solía haber de tres-
cientos niños para arriba capaces de la instrucción escolar. Y sin
(1) Los puntos suspensivos son del autor del Catálogo.
(2) Instr. núm. 14.
(3) Número 9.
(4) Núm. 35 de la Adición.
(5) Instrucción, núm. 4.
-189-
duda debió reconocerlo así el mismo legislador, cuando en las Orde-
nmisas de comercio suprimió este artículo y puso un maestro de
escuela con sueldo (1). Otros hay demasiado restrictivos, como el
prohibir el comercio de unos pueblos con otros (2). Otros dañosos é
imprevisores, como el de registrar las minas (3) el de limitar en
extremo las facultades del Administrador particular (4); y dar dema-
siada autoridad al Administrador general (5); el de exigir que se
aumentasen los plantíos sobre los que antes había (6), lo cual llevaba
consigo forzar á los indios á mayor trabajo; y otros. Pero estos se
conocerán en el capítulo siguiente por los frutos que produjeron.
(1) Ordenanza núm. 13.
(2) Instrucción núm. 21.
(3) Número 27.
(4) Ordenanza núm. 28 y 30.
(5) Número 33.
(6) Instrucción núm. 14.
CAPITULO VII
EFECTOS DEL PLAN DE BUCARELI
1, Los efe^Uos en general. — 2. Daños en el orden temporal. — 3. Daños en el
orden espiritual. — 4. Promesas de Bticareli. — 5. — Frústranse las promesas. — 6. Lo
que fué de las tres decantadas bases de civilización.
Vamos á examinar en el presente capítulo cuáles fueron los efec-
tos producidos por la aplicación del plan de D. Francibco de Paula
Bucareli, los cuales, con más seguridad que otro cualquier indicio,
nos darán la medida de la perfección del plan, y nos harán conocer
su valor. Así se ha procedido al tratar del plan de los Jesuítas y del
sistema de los encomenderos. Con más razón habrá de hacerse así
tratándose de un plan que, al sustituirse al existente (considerado
hasta entonces como sabiamente ideado y en alto grado provechoso)
lo llamaba detestable, y aseguraba ser el nuevo sistema fruto de
madura reflexión, y propio para llevar las Doctrinas á una prosperi-
dad nunca vista. De tal plan habrá derecho de exigir resultados
favorables extraordinarios, y no satisfacernos con una medianía.
Tanto más, que el plan de Bucareli empezó á ser aplicado durante
dos años por su propio autor, revestido de plena autoridad para
hacer y decretar cuanto acerca de aquella materia le pareciera con
veniente, en virtud de las cláusulas I, ÍI y XII de la Adición del
Conde de Aranda para el extrañamiento en Indias, y del encargo de
1,1 carta especial para Bucareli; y continuó después en vigor por más
de medio sielo.
-191
LOS EFECTOS EN GENERAL
Es un hecho constante que todos cuantos observadores fijaron su
atención en las Misiones del Paraguay, á partir del día en que se esta-
bleció el plan de Bucareli, clamaron publicando decadencia y no
pocas veces peligro de ruina inevitable.
Era el primer año del establecimiento de su flamante plan, y ya
recibió tales avisos el mismo Gobernador Bucareli, como se ve parte
insinuado, parte afirmado en su Adición, y más claramente en la
representación del Administrador general D. Francisco de Sangi-
nés; que se determinó á ejecutar lo que éste le proponía: Que halla
por preciso que se nombren dos individuos de cuenta y razón, é inte-
ligencia en las faejias de aquellos pueblos j para que con nombre de
Visitadores ó Jueces de los Administradores, vayan examinando las
operaciones de aquellos, el estado de los intereses de los pueblos,...
y en fin, que sirvan éstos como de Jueces de pesquisa, de f orina que
informen de todo lo )nás mínimo (1).
Los Visitadores nombrados fueron D. Antonio García Álvarez y
D. Vicente de Goitia; y del estado en que hallaron los pueblos da
testimonio el informe confidencial del intérprete Lucas Cano á Buca-
reli: «.Según el conocido descuido de los Adjninistradores» dice «a/
cumplimiento de las obligaciones de sus empleos, d no haber orde-
nado V. E. la venida de los señores Visitadores, presto se verííin
en un estado jniserable los pueblos, sin tener un pedazo de carne
que comer, pues se ha verificado en el pueblo de San Ignacio
Guasú que está pidiendo limosna á otros pueblos para mante-
nerse, y así éste como el de Santa María de Fe, y Santiago, tienen
sus estancias en tal desdicha, que d faltar las providencias tan
arregladas d mi entender que ahora se han dado por dichos Visita-
dores, en breve se perderían (2).
Efecto de la Visita fué remover á todos los Administradores,
poniendo otros nuevos, quienes no entendían á los indios, ni eran de
ellos entendidos, porque no sabían la lengua. — Ni fueron tan atina-
(1) Buenos Aires. Arch. gen. legajo Misionesl Varios años/ .
(2) Ibid. legajo Misiones! Varios años/ 1. Carta fecha en Itapúa, 3 de Nov. de
1769.
182
- 19'J -
das y rectas las providencias de los Visitadores, quienes en algunos
pueblos subsanaron todos los desperfectos con firmar los inventarios
tales como el Administrador los quiso presentar, sin que nunca se
pudiesen liquidar aquellas cuentas, y quedando perdidas las cosas
para el pueblo (1).
No debió de ser tampoco muy eficaz la mudanza de los Adminis-
tradores; pues en 1772 hubieron de ser sustituidos en varios pueblos
por otros nuevos, y uno de ellos, que era el de Trinidad, llamado
Bernardo Hidalgo, expresa en estos términos el modo cómo había
encontrado las cosas de aquella Doctrina (2): «Se me entregó el pue-
blo, ahora año,- mes y v^einte días [en 20 de Agosto de 1772, pues
escribía á 11 de Octubre del 73] con sólo nombre de pueblo, porque
en la realidad, estaba despoblado; las Estancias desiertas y despo-
bladas; los almacenes, con el nombre, pero lo interior unos cuar-
tos con unos vestidos viejos, y una poca de ropa:... las oficinas
hallándose con muy pocos oficiales, ni á quien enseñar, por no haber
muchachos ni aun para las faenas precisas del pueblo Aun los
Curas se mantienen con escasez: aun el Sacramento muchas veces
sin luz porque no alcanza más el pueblo...» — Y en el Memorial con
que acompaña este informe el Administrador general D. Juan Án-
gel de Lazcano, añade los siguientes datos: «Digo, que se halla el
pueblo de la Trinidad, sumamente destituido de ganados y demás
víveres para la subsistencia de aquellos moradores, como acredita la
carta del Administrador de dicho pueblo:... y lo mismo me previenen
en otra de dos del próximo pasado [Octubre de 1773] el Teniente
Corregidor y Secretario de Cabildo de dicho Pueblo... y como mani-
fiestan otras cartas, que aun en muchos días no tienen con qué alum-
brar el Santísimo Sacramento (por lo que se colige la última miseria
en que se hallan aquellos habitantes); cuya expresión me ha hecho
tomar informe de D. Francisco de la Villa y de D. Juan de la
Torre (sujetos que acaban de llegar de los pueblos), y unánimes ratifi-
can lo mismo, añadiendo que llegó dicho pueblo á no tener más de
treinta y un individuos, y aun para éstos no había con qué susten-
tarlos; obligando la necesidad á todas las mujeres que cargasen con
sus hijos, abandonasen el pueblo, y se abrigasen á las montañas
desiertas, sucediendo lo mismo con los indios en vista de estas cala-
midades: se vio aquel Administrador en la precisión de mendigar en
los pueblos inmediatos» (3).
(1) Buenos Aires. Arch. gen. Carta citada ya, de Itapúa, 3 de Novbre. de 1769.
(2) Ibid.
(3) Arch. Gen. de Buenos Aires, legajo Misio>ies (Varios años) 1.
- 193-
Semejante situación de Trinidad en este tiempo no era un caso
aislado; pues una larga memoria del Administrador general Lazcano,
de fecha del año 1774, muestra la decadencia de todos los pueblos de
Doctrinas en general, y se encabeza con este título: «Estado gene-
ral de los pueblos; y délos medios que el Administrador General
halla por convenientes para el fomento y conservación de ellos, en
atención á... que los pueblos amenazan una total ruina.» (1)
A fines de 1776, promovió el Teniente de Gobernador de Cande-
laria, D. Juan Valiente, una información sobre catorce de los treinta
pueblos (2), cuyas piezas son documentos interesantes, para formar
idea, no sólo del estado de las Mi'^iones en aquella época, sino también
del carácter de los indios, y de la capacidad y recursos de quienes
inmediatamente los dirigían. Todos los informantes acusan una gran
decadencia, y lo que es más triste, la pintan como irremediable. Y
el mismo documento que se pone por cabeza de toda la información,
dice: «Habiendo visto y reconocido los catorce pueblos de esta Pro-
vincia, y haberlos encontrado en una total decadencia, tanto en las
labores y tareas, como en todos los demás asuntos concernientes á
el bien común de los pueblos...»
De la misma clase es otra Memoria del Administrador General,
de fecha de 1778, que lleva este título: «Medios que halla el Adminis-
trador por convenientes para socorrer los pueblos de Misiones, y
reparar por ahora la ruina, que amenazan (3).»
En 1788, se inició un larguísimo expediente sobre el comercio en
Misiones, que se prolongó hasta 1795. En el curso de este expediente
se produjeron varios informes; y entre ellos notaremos algunas espe-
cies contenidas en el escrito del Administrador general de aquel
tiempo D. Diego Cassero (4): «Pero sí me admira que la luz de la
razón que distingue los objetos hasta el grado más inmediato, no
hubiese recordado en la memoria de uno solo el rápido incremento
que tomaron los pueblos, después de las fatigas de su formación; la
forma de adquirirlo que observaron sus autores,... el estado flore-
ciente en que los dejaron; y la decadencia con que hoy se miran...
unos progresos, que si en aquel tiempo se hicieron dignos de recor-
dación por sus ventajas, ahora lo son también por el triste y doloroso
espectáculo que representan.» Y va prosiguiendo el examen de esta
materia.
(1) Arch. gen. de B.' A.» leg-. Misiones / varios años 1 1.
(2) Ibid. legajo Misiones / Varios años / a.
(3) Arch. gen. Legajo Misiones ¡ Varios años I a.
(4) Arch. gen. ibid-.
13 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo ii.
- 194-
Terminaba hacia mediados de 1801 su Virreinato el Marqués de
Aviles, y en la Memoria que trasmite á su sucesor D. Joaquín del
Pino, entre otras cosas pertenecientes á este asunto, escribe:
«Teniendo mi corazón bien afligido por las exactas noticias que tenía
del deplorable estado de estas Misiones, en que estaba bien instruido
desde el Reino de Chile, traté del remedio de estos males (1).»
Finalmente, los informes oficiales de los tiempos siguientes hablan
de un modo semejante; y en especial muestran con pesar cuánta difi-
cultad se hallaba en abolir, como se mandó en 1803, el sistema ya
entonces tan arraigado, de comunidad, que en realidad no se abolió
en los afios restantes de dominación española, esto es, hasta 1810; ni
tampoco después, sino que continuaron gobernándose los pueblos
conforme á sus reminiscencias del sistema de Bucareli, y tomando
parte en las guerras de aquel tiempo con desorden increíble, hasta
que de las Doctrinas, unas fueron totalmente destruidas; otras, que
quedaron en la República del Paraguay, conservaron el sistema hasta
1848, en que lo abolió el primer López.
II
183
DAÑOS EN EL ORDEN TEMPORAL
Habiendo expuesto el hecho de que la decadencia y malestar de
las Doctrinas de Guaraníes duró continuamente por todo el tiempo
que se aplicó el sistema de Bucareli, conviene examinar algunos de
los puntos particulares en que se echaba de ver el daño y atraso.
En primer lugar, los edificios de los pueblos desmerecían extra-
ordinariamente, y se iban arruinando; unas veces porque los in-
dios se iban en gran número á vivir en las sementeras (2); otras,
porque desertaban al Paraguay, á Corrientes ó á varios otros
parajes (3); otras porque los mismos habitantes contribuían á des-
truirlas. «Desde mi ingreso en la Administración», decía en 1776 el
Administrador de Candelaria Francisco de la Colina (4), «todos los
(1) Trelles, Revista de la Biblioteca, tom. III, pág. 465.
(2) Informe del pueblo de San Ignacio Mirí (Buenos Aikhs: Arch. gen. legajo
Misiones /Varios años I a.
(3) Informe de Bernardo Hidalgo, Administrador de Trinidad. (Ibid. legajo
Misiones I Varios años f 1.
(4) Ibid. leg. Misiones ¡Varios años I a.
-1% -
días ha sido mi principal tarea encargar al Corregidor y Cabildo el
celo y cuidado de las casas,... que á los Caciques se les haga cuidar
que en sus respectivas cuadras sus boyas (1) no las quemen;... nada
he conseguido; más bien, si una casa se quebranta por uno ó dos cuar-
tos, luego el Cacique, y todos los mandarines (2), le sacan las maderas
y las queman...» Hasta las casas principales é iglesias, edificadas más
sólidamente, se fueron inutilizando con el abandono y descuido en
repararlas. En 1811, según relación del general Belgrano, que pasó
por Candelaria (3), el Colegio ó casa parroquial con los talleres,
estaba casi inhabitable, las casas de la plaza se estaban acabando de
derruir, y la iglesia misma no ofrecía seguridad.
La diminución de la población fué constantemente en aumento.
Al salir los Jesuítas había en los treinta pueblos al pie de noventa
mil indios (88-864) (4). El padrón de Larrazábal, cuatro años después
en 1772, halló sólo 80.952 almas (5). En 1785, diez y siete años des-
pués de la expulsión, fijaba Doblas el número en 70 mil. A los 30
años, en 1797, Azara enumeraba 54.388 (6). A los 33 años y á princi-
pios de 1801, era toda la población de los treinta pueblos de 42.885
almas (7). En este año Portugal se apoderó de los siete pueblos á la
izquierda del Uruguay. Comprendían, según el censo portugués que
entonces se hizo, 14.000 indios (8). En 1814 pueden calcularse con
fundamento unos 21.000 habitantes en los 23 pueblos del Paraguay
y la Argentina, y se sabe por el censo que los portugueses tenían en
los siete pueblos 7.200 indios (9). En los años siguientes de 1817, 18
y 19 fueron destruidos quince pueblos. La población de los restantes
fué mermando; y los últimos datos que es posible averiguar después
de la destrucción de los siete pueblos de la ribera izquierda de Uru-
guay en 1828, es de menos de 300 Guaraníes en el Brasil (10) y unos
5.000 en el Paraguay (11) cuando llegó el año de 1848, en que por fin
cesó el régimen de Bucareli.
Las estancias ó dehesas pobladas de ganado se menoscabaron de
tal modo, que en algunos pueblos se habían consumido á los pocos
(1) Boyas ó Mbo}'ás: vasallos.
(2) Mandarines: los cabildantes, oficiales militares y superintendentes de
faenas.
(3) MoussY, Mémoire, § Vil.
(4) Peramás, Estadísticaagregadaá la lámina «Descriptio oppidiCandelariae».
(5) Buenos Aires: Arch. gen. leg. Misiones/ Varios años 1 1.
(6) Azara, Descr. cap. XVI-XVII.
(7) Datos oficiales del Virrey Aviles, en Trelles, Rev. de la Bibl. III. 405.
(8) MoussY, Mémoire, § VII.
(9) Ibid.
(10) En 1835 eran 318 individuos, Moussy, Mémoire, § IX.
(11) Ibid. § X.
- 196 -
años todos los anímales de rodeo. Así lo leemos en el informe del
Administrador del pueblo de Apóstoles, quien á 28 de Diciembre de
1776 escribe lo siguiente (1): «H¡ciei-on este Coiregidor, Cabildo y
Caciques para el gobierno del pueblo como llevo dicho... Comenza-
ron á hacer perder las reses y fomento del pueblo... Comenzaron á
dar en las estancias, acabaron cuarenta mil cabezas de ganado en el
tiempo de cuatro años, robando, y en malas disposiciones acabaron
esta piedra ó llave de sus pueblos...» Y así, nada más frecuente en
los Archivos, que las quejas del Administrador general y de los pue-
blos porque les faltan ganados; los contratos para comprar ganado
á cambio de yerba ó lienzo;y los arbitrios, ya para introducir ganado,
ya para resistir al robo continuo que en esta materia padecía aquel
territorio de parte de los portugueses, 3^ de parte también de muchos
paisanos desmandados, que sustentaban faenas de cueros en la Banda
Oriental para varios particulares, quienes daban salida á sus pro-
ductos en cantidad extraordinaria por el puerto de Montevideo.
Desaparecían asimismo los otros medios de subsistencia de los
indios, de los cuales dice el ya citado Administrador de Apóstoles (2):
«Comenzaron á hacer... criar la haraganería, y no hacer trabajar,
sino gastar y perder las chacras... Perdieron catorce algodonales que
losRegulares dejaron; de los dichos sólo uno se me entregó á mi reci-
bo del dicho tiempo; este Renglón tan necesario se perdió, que des-
pués al pueblo le ha hecho la falta que se puede ver.» Y en suma, en
la parte material sucedía, unas veces con más, otras con menos inten-
sidad, lo que apuntó el Administrador general Cassero: «En poco
tiempo, abandonada la industria y la agricultura, consumieron lo que
con desvelo adelantaron sus antecesores, destruyeron las estancias
de ganado, se aniquilaron los yerbales de cultivo; vinieron en fin con
más una epidemia de viruelas á conocer la última desdicha (3).»
III
1^^ DAÑOS EN EL ORDEN ESPIRITUAL
Lo más triste de todo es que al mismo tiempo se fueron destru-
yendo muy aprisa las antiguas buenas costumbres de los Guaraníes;
(1) Buenos Aires; Arch. gen. leg. Misiones I Varios años I a.
(2) Buenos Aires; Arch. gen. legajo Misiones/ Varios años I a.
(3) Ibid.
-1Q7-
y en lugar de la docilidad y el arreglo, sobrevnnieron la insolencia y
todos los vicios. He aquí algunas muestras tomadas de los informes
ya dichos de 1776, y de algunos otros, Don Miguel Jerónimo Gra-
majo, Administrador de Apóstoles: «También este Corregidor,
Cabildo y Caciques abandonaron lo espiritual, perdiéndolas buenas
costumbres que los expulsos mantenían con lo absoluto; de ahí que
ha dimanado el castigo que Dios nuestro Señor ha mostrado desde
que estos dichos Regulares salieron (1).» Don Felipe Díaz Colodrero,
Administrador de San Ignacio Mirí, con el Cabildo y Corregidor:
«Los más de ellos (de los indios) que en él residen, viven en sus chá-
caras, y cuando vienen, no hay cuarto donde deje de haber cinco
familias cuando menos. De esto se sigue la ruina de las casas, los
robos, no entrar á la iglesia, á Misa, ni al Rosario, no hacer caso de
lo que se les manda, porque no acuden al trabajo de la comunidad, ni
hacen sus chácaras particulares, entregados á la holgazanería, y
enredando, para destruir de una vez lo que ha)' (2).» El Administra-
dor de la Candelaria, don Francisco de la Colina: «Digo... que desde
mi ingreso en la Administración, . . si es en cuanto al chacarerío, están
tan sobre sí los mandarines (y más si son Caciques), que jamás quieren
trabajar bien las tierras:., y al sembrar roban la mitad, )- al recoger,
casi todo, poniendo todo esfuerzo en ser absolutos, y destruir el
común, que es con el que únicamente se pueden conservar:., princi-
palmente cuando tienen el pasto espiritual tan escaso, que no ven los
indios más que vicios, mal ejemplo, y escandalosa vida... (3)» El
Administrador de San Ignacio Mirí ya citado, añade: «Queriéndoles
imponer en sus antiguas buenas costumbres de obediencia y trabajo
el año de 72, estaban tan sobre sí ya, que después del padrón gene-
ral y desde él, empezaron las deserciones, que hasta ahora no han
parado, pues se van, y se vienen cuando, y como les parece, tra5'endo
cuanta miseria y malos vicios pueden adquirir en la provincia del
Paragua)', y Corrientes, que es donde los aquerencian, y aun los
venden como esclavos (4).» El Administrador de Apóstoles sobre lo
mismo: «Hallan abrigo en los pueblos }' estancias, que los amparan
para criados, y éstos los ocultan para sus fines particulares, )^ si el
Administrador les hace cargo, y poniendo la orden que los gober-
nantes tienen mandado, dan de disculpa que acaban de llegar, ó que
vino enfermo: y éstos {cómo viven? traen una mujer de su pueblo con-
(!) Buenos Aires: Arch. gen. legajo Misioues I Varios años i a.
(2) Ibid.
v3) Ibid.
(4) Ibid.
- 198 -
sigo y dicen que es su esposa, no siéndolo, como se ha descubierto, y
éstos se mantienen sin oír Misa, ni confesarse cuando se debe, y éstos
no pueden salir á luz, porque el Administrador no los vea; y estas jus-
ticias no entienden de reparar esta mala vida, que tanto se ofende la
divina Majestad, sino á ocultarla (1).» El Virrey Marqués de Loreto
con fecha 15 de Diciembre de 1788, en orden que dirigía á la Aduana
de Buenos Aires para evitar el comercio clandestino con Misiones:
«Sus naturales (de los pueblos Guaraníes) usando con libertad y sin
la templanza de los vinos y aguardientes, resultan graves ofensas á
Dios, y al buen orden de gobierno y policía de dichos pueblos (2).»
Y en lo que habremos de ir exponiendo se encontrarán más y más
pruebas de este daño; y mucho más numerosas son las que de él
existen.
Por lo cual, discurriendo con reflexión cristiana, reconocían algu-
nos de los informantes que los graves daños temporales que se esta-
ban experimentando en aquella comarca, eran un verdadero castigo
de Dios por los vicios que se consentían; y que si los azotes no eran
mayores, se debía esto á la menor malicia que siempre había en los
indios: «Las pestes y castigos que el poderoso Señor ha mandado,
han sido uno de los mayores atrasos, como han sido los gusanos,
muchas lluvias, seca, langosta, viruelas, chucho, que no han dejado
alzar á los pueblos seguido los años» (3). «A esto se añaden las con-
troversias entre lo espiritual y lo temporal, criándolos á estos pobres
(contra todo el estilo en que los tenían los Regulares sujetos en
el santo temor de Dios) en todo vicio pecaminoso, de cu3'as resultas,
ofendida la Justicia Divina, descargad azote que debía caer á nues-
tras culpas, contra estos miserables, en los años tan estériles que
han pasado; y estoy á decir, que las continuadas oraciones que estos
pobres inocentes rezan (aunque como la cotorra) diariamente en la
Iglesia, preservan á estos pueblos de que no los trague la tierra,
por tanta secta de vicios como tenemos sus habitadores españoles.
Y mientras en lo espiritual no se ponga la madura medicina para su
remedio, tengo por imposible su curación, y la convalecencia de los
pueblos» (4).
(1) Buenos Aires, Arch. gen. leg. Misiones / Varios años/a.
(2) Ibid.
(3) Ibid.
(4) Ibid.
199
IV
PROMESAS DE BUCARELI ^^^
Si fué largo y exuberante Bucareli en legislar, no se quedó corto
en prometer. A oírle, y creer lo que decía, todas las prosperidades
iban á venir sobre los indios Guaraníes, en vii tud del plan por él
ideado.
Prometía mayor abundancia de ios f lutos en el fértilísimo terreno
de Misiones, y esto aliviando el trabajo que hasta entonces tenían
los indios. Iba á aumentarse la riqueza con las minas que allí se
habían descubierto.
Ponderaba la fingida indecencia del vestido de los Guaraníes,
que ni siquiera usaban calzado; y la miseria de las habitaciones
ó casas de los indios, siendo así que el mismo Brigadier Viana'
Gobernador de Montevideo, había reconocido que apenas había en
estas tierras poblaciones que pudieran competir con las Guaraníes-
Y como esta falta de calzado, vestido y casas procedía, según Buca-
reli, del mal comportamiento de los Jesuítas con los Guaraníes, á
quienes oprimían; expulsados los Jesuítas, y abolido su régimen, con
sólo entablar el nuevo plan, todo iba á quedar remediado.
Prometía la repartición de los bienes que tenía el común de
pueblo.
Prometía á los caciques que en poco tiempo les haría aprender
castellano. Entonces podrían tratar como á iguales á los caballeros
españoles; porque el Rey había hecho á todos los caciques hidalgos
de Castilla. Y en efecto, poco tiempo antes de expulsar á los Jesuí-
tas, expidió Carlos III la Cédula real en que decretaba este título
honorífico. Y así podían usar espada y daga.
Prometía establecer en Doctrinas una Universidad, en que los
hijos de los caciques pudiesen seguir carrera ; y ellos mismos
los verían ordenados ya de sacerdotes, y puestos como Curas a
frente de sus pueblos.
Prometía á los caciques todo valimiento y facilidad para que
pudiesen desempeñar cualquier cargo de la Monarquía, sea en Amé-
rica, sea en España, sin exceptuar los de Gobernadores, ó Virreyes,
ó Ministros en la corte del Rey.
- 200 ~
De esta manera les prometía sacarlos de la esclavitud en que
hasta entonces los habían tenido los Jesuítas.
Finalmente, con los medios que en su plan dejó señalados, afir-
maba que se lograría eficazmente y sin mucho trabajo establecer el
uso de la lengua castellana, el más adelantado cultivo de las tierras,
y un provechoso comercio entre los Guaraníes; 3^ siendo éstas, según
él, las bases de la civilización y prosperidad, no había duda de que
iba á empezar una era de dicha y grandezas para la raza Guaraní.
<íLa obra se había principiado muy felisinente con la expulsión
de los Jesuítas, que ocupaban las fértiles provincias del Uruguay y
Paraná, y reducción de sus naturales á la nuís perfecta obediencia
de nuestro soberano» (1), y había que <í^perfeccionarlay>. <¡.Lus natu-
rales habían recuperado la libertada, y mediante el comercio efec-
tuado conforme á los reglamentos que ahora se les dan «~no sólo se
civilizarán y gosarán del beneficio de la racional sociedad, sino
que reportarán también las ventajas y utilidades de hacer valer los
frutos que la naturaleza les produjo-a (2).
Y sin incurrir en temeridad, se puede creer que otras muchas
promesas hizo Bucareli á los indios, que no han llegado á nuestra
noticia.
Por inverosímiles que parezcan las apuntadas, es lo cierto que
las hizo, y de todas existen aún las pruebas, que iremos exponiendo
en el curso de nuestro estudio. Ahora vamos á examinar cuál fué la
realidad que correspondió á tan halagüeñas promesas. Los tres
artículos precedentes ya dicen bastante; pero todavía veremos más.
V
l"t) REALIZACIÓN DE LAS PROMESAS
La abundancia de frutos para el sustento de la vida que produjo
el sistema de Bucareli, la hemos visto demasiado en los informes
arriba transcritos de testigos intachables; era tanta, que los pueblos
se morían de hambre: y las familias se retiraban á los bosques para
hallar algún alimento en la caza, ó en miserables sementeras, con-
forme á su antigua usanza.
(1) Bucareli, Preámbulo á la Ordenanza de comercio.
(2) Ibid.
— 201 —
Del alivio del trabajo en los indios, dan cuenta los Administra-
dores, que confiesan que el trabajo se luce menos, pero que no es
porque no le haya, pues los indios trabajan más que en tiempo de
los Regulares. «El Administrador... se contenta con hacer trabajar
mucho, para que quede algo, porque no hay duda que en el día se
trabaja, con los pocos que hay, más que cuando en tiempo de los
Jesuítas había muchos, y con todo no luce, y entonces había
más...» (1) «Luce poco el trabajo... En tiempo de los Regulares
expatriados,., aunque se trabajaba mucho menos que en el tiempo
presente, rendía el producto del corto trabajo, respecto á que sólo
se reducía al bien común del mismo pueblo...» (2) Veremos más
adelante cómo el trabajo llegó hasta hacer de los Guaraníes verda-
deros esclavos.
La añagaza de las minas no aumentó ciertamente la riqueza del
país; pero en cambio sirvió para hacer trabajar más á los indios, y
más arruinar sus pueblos.
Había ponderado falsamente la miseria de las habitaciones, y
creía el hombre vano que, con una palabra suya puesta en las Ins
trucciones, iba á quedar cada casa de Guaraníes hecha una vivienda
de ciudad, con numerosos departamentos, para una reducida familia
que pasaba todo el día en el campo. Mas no fué así. Ocho años más
tarde decían los testigos: «La decadencia es visible en la ruina de
las casas:., los más [de los indios] que en él [en el pueblo] residen,
viven en sus chácaras, y cuando vienen, no hay cuarto donde deje de
haber cinco familias cuando menos. De esto se sigue la ruina de las
casas, los robos, no entrar á la Iglesia, á Misa, ni al rosario... « (3)
Ciertamente que semejante causa de relajación no existía ni se
hubiera permitido en tiempo de los Jesuítas. Todavía algunos años
más tarde, escribía Doblas: «Como á los principios de nada se cui-
daba, y después fué preciso atender solamente á poblar de ganados
las estancias, se descuidaron los otros objetos... Se ha desatendido
la reparación y aumento de los edificios, así de las casas principa-
les llamadas colegios, como de las particulares de los indios; de modo
que los pueblos se han arruinado...» «Tampoco se ha cuidado de
introducir el aseo en las personas y casas de estas gentes, ni el que
se traten con honestidad: descuidando también el suministrarles aun
(1) Informe del Administrador de San Ignacio Mirí en 1776 (Buenos Aires
Arch. gen. leg. Misiones / Varios años I a.)
(2) Informe del Administrador del pueblo de Jesús. (Ibid.)
(3) Administrador de San Ignacio Miri (Buenos Aiaes: Arch. gen. leg. Misio-
nes I Varios años I a.)
— 202 —
lo preciso para su subsistencia...» (1) «En sus casas se tratan con
mucha indecencia y desaseo... y no tan solamente los de una fami-
lia, sino también los de otras que viven dentro de una sola habita-
ción... la tienen tan inmunda, negra, llena de humo y hediondez, que
es repugnante entrar en ellas; y contribu3'e no poco á su desaseo y
abatimiento» (2).
Prometió Bucareli mudar el vestido y hasta poner calzado; mas
he aquí cómo describe el mismo Doblas el estado en que se hallaban
las Doctrinas diez }' seis años después de entablado el famoso plan:
«En sus casas se tratan con mucha indecencia: regularmente andan
desnudos los padres y las madres delante de los hijos é hijas, aun
siendo adultos, y éstos lo mismo delante de sus padres...» (3) Y el
brigadier Alvear, hacia 1795, cuenta como desórdenes envejecidos y
reinantes en todas las Doctrinas «el desaseo y continua necesidad
en que viven los ciu/umís [adolescentes], la porquería y torpe inde-
cencia conque se crían las cuñatais [niñas y doncellas], la pobreza
suma de los naturales, todos sacrificados siempre y desatendidos...
y por último, el gran libertinaje y escandaloso desarreglo de cos-
tumbres...» (4) Es asimismo instructivo el expediente que resultó de
la carta sobre el lastimoso estado de Trinidad arriba citada (5),
donde se ve la miseria con que se presentaban en Buenos Aires los
infelices Guaraníes, y las licencias y consejos que habían de interve-
nir antes de darles un pedazo de lienzo con que cubrir sus carnes,
para evitar el riesgo de verse comprometido el mismo Administra-
dor general, y sujeto á un embargo en los efectos de su propiedad,
acción que de hecho se intentó ejecutar, y no una vez sola.
La prometida repartición de bienes comunes no se efectuó; y
tuvo Bucareli el suficiente discernimiento, cuando hubo tratado á los
Guaraníes, para reconocer que lo que habían hecho los Jesuítas en
esta parte estaba bien hecho, era necesario, y no se podía mudar sin
producir un desastre inmediato. — ¡Ojalá que así como dejó los bienes
de propios, que todas las poblaciones tienen, no hubiera introducido
un comunismo, en que nunca pensaron los Jesuítas! Mas de esto
hablaremos algo más adelante.
Del aprendizaje del castellano, de la ida á la corte de Madrid, de
las espadas y dagas, y título de caballeros é hijosdalgo, podrían
haber dado testimonio aquellos burlados Caciques y Corregidores de
(1) Doblas, Memoria, ed. Ángelis 1836, pág. 20. 21.
(2) Ibid. pág. 12.
(3) íbid.
(4) Relación de Misiones, ed. de Ángelis 1836, pág. 105.
(5) Buenos Aires: Arch. gen. leg. Misiones < Varios años / 1.
- 203 -
los treinta pueblos algunos años después. — Seguramente no hubo
de estar entre ellos el que once años más tarde era Corregidor del
pueblo de Santa María de Fe, uno de los que tenían más comunica-
ción con los españoles, y sin embargo ni siquiera sabía firmar, como
se ve en las diligencias del padrón, donde hubo de firmar otro de los
asistentes por él (1). No se encontraban ejemplos semejantes en
tiempo de los Jesuítas, cuando <íhabía en cada idio de los Pueblos...
un mímero muy grande de Indios muy hábiles en escribir., y leer
EspañoU (2); ni se dará caso semejante en todos los Inventarios de
Doctrinas de 1768 (3). — Pero cuando los niños no llegaron á apren-
der castellano, como vamos á ver en seguida, mucho menos se podía
esperar esto de los adultos, y menos de hombres formados.
La Universidad de Candelaria, los indiecitos educados en Semina-
rio, y luego ordenados, y luego hechos Curas de aquellos pueblos; los
caciques ascendidos á Gobernadores, á Virreyes, á Ministros de
Indias; fueron sueños que disipó el día; fueron ilusiones y fantasías
que desvanecióla triste realidad.
Lo que Bucareli trajo á los Guaraníes, para cumplir sus ilusorias
promesas, fué una verdadera esclavitud, como también lo veremos
pronto.
VI
LAS TRES BASES DE CIVILIZACIÓN
Tres eran los puntos principales, al decir de Bucareli en su Ins-
trucción, de los que se había de seguir todo bien, y en que se cifraba
la civilización y prosperidad de las Doctrinas Guaraníes: el idioma
castellano, el cultivo de las tierras, y el comercio; y para los tres se
lisonjeaba de haber dado providencias suficientes en su sistema.
De la felicidad á que podía conducir el cultivo de las tierras en el
estado á que quedaron reducidas en virtud del plan de Bucareli, y
casi á sus mismos ojos, en el tiempo de los Administradores puestos
por él, puede juzgarse por lo hasta aquí expuesto. Las tierras de labor
estaban abandonadas; los algodonales destrozados; arruinados los
(1) Buenos Aires. Arch. gen. leg. Misiones ¡Varios años I a.
(2) Cédula de 28 de Dic. de 1743, punto 3."
(3) Brabo, Inventarios.
187
-204-
plantíos de yerba mate que con tanto trabajo se habían establecido
junto á los pueblos; las estancias, despobladas de ganado. Y no fué
muy notable la mejoría nunca en adelante. Los indios estaban des-
moralizados; trabajaban de mala gana; y los que los dirigían en los
trabajos, muchas veces no eran inteligentes en ellos.
De los otros dos medios, idioma y comercio, diremos en breve lo
que en 1791 decía el Administrador general en su Informe al Virrey
Loreto: «ni se observa la civilización de los Indios con el trato de los
Españoles, ni los progresos de su utilidad que se pronosticaron por
medio de su comercio» (1).
Del aprendizaje de la lengua española se prometía Bucareli tan
gran adelanto, que lo llamó la base fundamental de la civilización
de los indios (2). Erraba en esto, como lo tenemos ya demos-
trado (3). Pero no menos erraba en representar como fácil el intro
ducir entre los Guaraníes el idioma castellano; como si viviera per-
suadido de que lo que no habían logrado los Jesuítas empleando todos
los medios excepto el del riguroso castigo, lo había de conseguir la
autoridad del reformador, con sólo dejarlo escrito en una Instrucción
y una Ordenanza.
El maestro de escuela se puso, aunque no en todos los pueblos;
pues de las treinta Doctrinas, nueve solamente eran las que tenían
maestro en 1776. Gravóse la pobreza de los pueblos, obligándoles á
pagar el sueldo de 250 pesos á cada maestro, y á suministrarle 1o.d
alimentos para él 3^ su familia. Pero el aprender los mdios el caste-
llano, nunca se vio. En el Archivo General de Buenos Aires se con-
servan las muestras é informes de los exámenes de varios años,
Solíanse revestir estos actos de alguna solemnidad, así para halagar
á los indios, como para poder informar satisfactoriamente á la Capi-
tal. Pero el resultado del examen se reducía á enviar seis ú ocho pla-
nillas de escritura en castellano, elegidas entre las mejores que
habían escrito los alumnos (lo que probaba que alcanzaban á adqui-
rir destreza de pendolistas, habilidad ya común antes de Bucareli), y
á enumerar las varas de ropa que en premio se habían dado á cada
uno. Del progreso en hablar castellano, no se decía ni palabra, por-
que no lo había. —En el mismo Archivo de Buenos Aires se conser-
van no pocas solicitudes é informes de los Cabildos Guaraníes al
Virrey escritas en Guaraní, y algunas sin el acompañamiento de
la traducción castellana. Y como en cierta ocasión hubiese enviado el
(1) Buenos Aires. Arch. gen. leg. Misiones i Varios años / 1-
(2) Instrucción, núm. 3-
(8) Lib. I. c IX. § X.
-205-
Virrey un oficio de respuesta en que extrañaba que, después de tan-
tos años no fuese aún usual el castellano, ni siquiera para despachos
oficiales, parece que se enmendó algo por entonces el defecto. Mas
no fué por existir mayor sabiduría; pues en 28 de Enero de 1791
decía en su Informe el Administrador General: «La misma incapaci-
dad... en cuanto cá sus acciones se observa hoy sin diferencia en los
Pueblos de esta Nación [que en tiempo de los Jesuítas]: porque si enton-
ces no hablaban ni escribían, ni entendían el Idioma Castellano, ahora
sucede lo mismo, siendo preciso que en todas las operaciones, en que
los Cabildos deben tener inteligencia por Ordenanza, se les explique
la materia en lengua Guaraní, y que si acaso escriben á sus Superio-
res, sea en la misma, }' en tan rústico estilo, que parece están en el
centro de su primitiva barbaridad» (1). Y hacia 1795 testificaba el
brigadier Alvear: [«ha sido] la mente del Rey en la erección de este
empleo [de maestros de escuela] que los naturales aprendan la len-
gua nacional, para cuyo efecto se fian expedido reiteradas órdenes,
hasta ahora sin fruto» (2). Y lo mismo aconteció en todos los
ochenta años que duró el sistema de Bucareli hasta 1848.
A juzgar con el criterio que Bucareli, plagiando al libelista de la
Rel(U-áo abreviíida RpUcó á los jesuítas, sería preciso decir que la
idea del mismo Bucareli «de no consentirles hablar el castellano y...
los tenia en estado de necesitar intérprete, pudiendo hallarse más
hacía de [setenta años] aptos para girar por si solos, mayormente
cuando repetidas veces había maridado S. M. que se les enseñase y
pusiese escuela para ello, lo que... ¡lo se había cumplido» (3) «jv éste
hubiera sido uno de los sentimientos que )nanif estaran los indios
contra [Bucareli], luego que se les hubiese hecho entender-»; que todo
lo había hecho pura (^poseer y go3ary> él y sus favorecidos, puestos
allí por Gobernadores y Administradoras, «aquel país y el sudor de
aquellos miserables:» indios (4). Por eso había elegido Administrado-
res paraguayos y correntinos como lo hizo (5), «con la idea de emba-
razar que entrasen allí los españoles». Que por eso había dejado de
Gobernador áZavala, quien usando del mismo sistema, se perpetuó
en Misiones tremta años.
Y SI alguien replicara que bien patentes eran los mandatos de
poner escuela, y la persuasión de ser el castellano la base de la pros-
(1) Buenos Aires; Arch. gen. legf». Misiones I Varios años/ 1.
(2) Alvkar, Relación (Ánghlis, i V^ 91.)
(3) Carta de Bucareli al Conde de Aranda, fecha 14 de Octubre de 1768.
(4; Ibid.
(5) Representación del Administrador general Sanginés, (Buenos Aires. Arch.
gen. leg. Misiones/ Varios años la.)
-206-
peridad en Doctrinas; sería fácil responder lo que respondía Buca
reli y los enemigos de los Jesuítas en semejantes casos, que eso eran
apariencias para deslumhrar á la Corte, pero que detrás de esas órde-
nes públicas había dejado otras secretas para que se estorbase la
ejecución, y por eso no se habían puesto escuelas sino en contados
pueblos, ni aprendieron nunca los Guaraníes el castellano.
Pero como esto no es sino un criterio absurdo, suministrado sólo
por la ignorancia y la pasión, deberemos más bien discurrir conforme
á la verdad, deduciendo de ese hecho innegable que no era tan fácil
como soñaban los utópicos autores de planes como el de Bucareli, el
enseñar castellano á los Guaraníes; pues ni los Jesuítas sin azote, ni
Zavala y los demás ejecutores del nuevo plan con azote, y con todas
las recomendaciones posibles, lograron introducirlo.
Hoyes, y después de 140 años que han pasado de Bucareli acá,
no se habla castellano en aquellas regiones, ni en el Paragua3^ entre
la gente del campo, sino Guaraní; como en Cataluña y en Vizcaya
no habla la gente del pueblo castellano, sino catalán y vascuence.
La civilización reportada por los indios con la introducción del
comercio, que fué el otro de los decantados medios de la Instrucció)i,
era nula. En el expediente promovido de 1788 á 1795 j siguientes
sobre este asunto, decía el Administrador general D.Diego Cassero:
«La materia del comercio con los pueblos de Misiones ha estado tan
problemática, que han sido tantas las opiniones, como los sujetos
que la trataron... Se expidió una orden á los Tenientes de Goberna-
dores con fecha á 13 de Agosto de 1783 para que informasen... Los
informes que remitieron los Tenientes... llegaron,... y el Excelentí-
simo Señor Marqués de Loreto les dio curso en la de Oct." del refe-
rido año, dirigiéndolos al Gobernador D. Francisco Bruno de Zavala,
para que sobre ellos continuara el suyo, como lo verificó... La con-
cordancia que se advierte en los insinuados informes, está reducida á
conceder de plano la actual incapacidad de los Indios para comerciar
por sí solos 3^ manejar los bienes...» (1). — «El comercio establecido
por Ordenanza para los Pueblos de Misiones, no se puede dudar» que
fué elegido como el medio «más favorable... para reconciliar aun
tiempo la cultura de la nación Guaraní con las conveniencias y ade-
lantamientos que se esperaban conseguir con la nueva forma de
gobierno. Estos dos objetos, que prometieron á la vista la mayor
felicidad, no han correspondido á las rectas intenciones (?j con que
fueron animados, porque ni se observa la civilización de los Indios
(1) Buenos Aires. Arch. gen. leg. Misiones I Varios años 1 1.
-207 —
con el trato de los Españoles, ni los progresos de utilidad que se pro-
nosticaban por medio de su comercio».
El provecho imaginado de civilizar y enriquecer no se había
obtenido. Y al lado de este fracaso de un éxito seguro tan ponderado,
habían sobrevenido gravísimos daños.
Los comerciantes entraban allí, no solo en los meses de febrero,
marzo y abril, como decía el título 1.°, sino en todos los meses del
año. Expresar la limitación había sido muy fácil; pero cumplirla, sin
duda no lo era tanto, cuando en una larga serie de años no se había
cumplido; y cuando el mismo Gobernador elegido por Bucareli, 5^ de
tanta confianza de la Corte, que se mantuvo en el cargo por más de
treinta años hasta su muerte, explicaba ahora el motivo de no guardar
la Ordenanza, y usaba de términos que daban á entender dificultad
graveiy aun casi imposibilidad de limitar el comercio precisamente á
aquel plazo. — Entraban los comerciantes, y con ellos los vicios, los
tratos ilícitos y las ofensas de Dios que de antemano estaban previstas,
y que había mostrado en todas las comarcas de indios la experiencia.
Sucedía que los indios particulares se daban vergüenza de que los
tuviesen por lo que eran, por incapaces de contratar (1), y por otra
parte hallaban duro sujetarse á todas las formalidades de recurrir al
Administrador, obtener la aprobación de su trato, etc., y buscaban
la manera de eludir la vigilancia de sus superiores. Coadyuvaban á
su intento con gran gusto los mercaderes, y salía hecho el trato
clandestino, y engañado el indio por su simplicidad con lesiones gra-
ves en sus cortos haberes. No teniendo el indio apenas cosa propia,
parte por su indolencia, parte porque ya no se le dejaba tiempo de
trabajar para sí; ocurría otro daño gravísimo, que al mismo tiempo
era causa de introducirse el mayor desorden 3^ atrevimiento entre
los indios 3' de arruinarse los bienes de comunidad, 3' era el que
explican las palabras del Virre3^ Marqués de Loreto: «Sin embargo
de que tengo tomadas todas las providencias más ajustadas 3' confor-
mes á precaver el clandestino comercio de géneros 3' bebidas que se
hace en los Pueblos de Misiones Guaranís 3' su jurisdicción á cambio
de cueros, grasa 3" sebo, para lo cual destruyen sus naturales, 3" otros
advenedizos que se introducen con ellos, los ganados ma3'ores que
sirven á su conservación 3' fomento; 3' lo que es más, que usando con
libertad 3^ sin la templanza de los vinos 3' aguardientes, resultan gra-
ves ofensas á Dios...» (2). Por manera que el comercio hacía que el
indio robase para comerciar, 3' había introducido la borrachera, que
(1) Doblas, Memoria histórica, ed. Ángelis 1836, pág. 11.
(2) Buenos Aires. Arch. gen. leg. Misiones I Varios años/ 1.
-208-
felizmente habían desarraigado los Jesuítas, según confesó el mismo
Bucareli (1).
Ni paraba todo en esto; pues, como lo informaba el Teniente de
Concepción, Doblas: «La entrada de los comerciantes en estos pue-
blos es en extremo perjudicial, aun limitándola á los tiempos de la
Ordenanza: ellos por más celo que haya, han de engañar á los indios:
les han de causar distracciones: han de tener alianzas ilícitas con
notable escándalo: han de introducir bebidas clandestinamente, cau-
sando embriaguez á los indios: se mantienen en la mayor parte á
costa de los pueblos: y por último, á su retirada se llevan indios
muchachos y aun indias, sacándolos de los pueblos para nunca vol-
ver á ellos» (2). Por manera que la promesa de introducir la civiliza-
ción por medio del comercio se había tornado ilusoria; y en vez de
ella, se había introducido el fraude, el robo de los bienes del pueblo,
la. embriaguez y la disolución.
(1) Instrucción, núm. 23.
(2) B.' A." Arch. gen. leg. cit.
CAPITULO VIII
LAS CAUSAS EN PARTICULAR
1. El haber infatuado á los indios. — 2. Las promesas de Bncareü. — 3. El
Administrador particular. — 4. La autoridad de éste. — 5. El Comunismo de
Bucareli. — 6. Otras prescripciones de Bucareli. — 7. Esclavitud de los indios. —
8. Valor de la obra entera de Bucareli.
Hemos enumerado los desastrosos efectos del plan de Bucareli,
que prometiendo mentida felicidad, condujo las Doctrinas Guaraníes
á una decadencia próxima á su ruina. Pero pudiera dudar alguno, si
aquéllos son verdaderamente efectos y deben referirse al plan como
á su causa: ó si más bien es un discurso engañoso el que hacemos,
atribuyéndolos á aquel sistema, sólo porque vinieron después de
planteado, é incurriendo en el sofisma de post Jioc, ergo propter hoc.
Bastaría para desvanecer esta duda considerar la seguridad y aire
infalible de las promesas de Bucareli, cuando asentaba que, deste-
rrados los Jesuítas, vendría toda la felicidad y la más espléndida
civilización á las Doctrinas, porque ellos solos eran la causa de la
miseria y rudeza de los indios; y el aplomo con que aseveraba que
con sólo el extrañamiento, se habían conquistado para la Religión y
para el dominio de España cien mil habitantes (1); y ver que, en
efecto, se había cumplido el extrañamiento, y los cien mil habitan-
tes se hallaban aniquilados y reducidos á menos de la mitad, y jun-
tamente, habían retrogradado en la senda de la civilización, habién-
doseles introducido todos los vicios. Pero á mayor abundamiento,
vamos á estudiar las causas inmediatas de tanto mal, y veremos que
se encuentran en las disposiciones del Reglamento de Bucareli.
(I) BucAREí,!, Carta de 14 de Octubre de 1768 al conde de Aranda (Brabo, 195).
14 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes— tomo ii.
210
188
EL HABER INFATUADO Á LOS INDIOS
Cuando se trata de investigar las causas inmediatas que produ-
jeron éxito tan desastroso en las Doctrinas á partir del día en que
fueron expatriados los Jesuítas; vienen á descubrirse muy diversas
opiniones. Alarmados Gobernadores, Visitadores y Virreyes, no
menos que los Administradores particulares de buena intención, y
Administradores generales, se preguntaron en varias ocasiones cuál
era el origen de aquel desquicio de toda una región, manifestado en
lo exterior por una decadencia material, miseria y despoblación que
ninguna providencia alcanzaba á contener, mientras en lo interior
fermentaban la relajación y los vicios; y en qué punto existía la
enfermedad, para aplicar el remedio. Los Administradores echaban
la culpa á la desobediencia, flojedad y haraganería de los indios: los
Visitadores, á la impericia de los Administradores ó á su negocia-
ción: el Gobernador Zavala al dominio que á su juicio se arrogaba
el Administrador general y á la insuboidinación de los Tenientes,
quienes procedían como dueños absolutos, usando de malos trata-
mientos en general, y hasta perseguían con partidas armadas á los
indios cuando querían recurrir al Gobernador (1): los Tenientes al
comercio y al Gobernador: el Administrador general, á todos, empe-
zando por el Gobernador, porque no cumplían las Instrucciones
dadas por Bucareli, «/)or cuanto en ellas» decía «consta todo cnanto
conviene para la subsistencia y fomento de los pnehlosT> (2).
Pareceres todos incompletos, y el último manifiestamente erró-
neo, pues, como vamos á ver, en las Instrucciones de Bucareli pre-
cisamente estaba el vicio intrínseco origen de tantos daños.
Entre los innumerables testimonios del empeño que pusieron las
autoridades españolas del Río de la Plata en sostener las Misiones
que se derrumbaban, se encuentra el expediente promovido en
Diciembre de 1776 por el Teniente de Candelaria D. Juan Valiente
para averiguar las causas de la decadencia de los pueblos.
(1) Buenos Aires: Arch. gen. leg. Misiones I Varios años / a.
(2) Ibid.
-211-
Allí discurren los catorce Administradores que fueron consulta
dos, y para responder á la pregunta, alega cada uno varios capítu-
los. Pero no puede menos de sentirse la fuerza de la verdad en la
afirmación que uniformemente estampan todos ó casi todos ellos
sobre el principio de la decadencia. «Les informaron á los principios
á estos Naturales (cuya capacidad más experta debe reputarse como
la de un muchacho de doce años, poco experto), que ellos eran due-
ños absolutos de todas las haciendas de los pueblos y su manejo,
que el Rey había hecho caballeros á los Caciques, y que con esta
mutación salían del cautiverio en que dichos expatriados los tenían,
á una suma libertad, con otras muy á su favor á este tenor, cu va
primera causa es la primera piedra fundamental de su ruina.» Así
Don Lorenzo de ligarte, Administrador del pueblo de Loreto (1).
Y explicando más el alcance de esta causa, prosigue: «Los indios,
por naturaleza arrogantes y noveleros, dando entero crédito á
estas persuasiones, esperando que el Rey les señalase algunas ren-
tas de su Real Erario para mantenerlos holgando, se dejaron estar
caballeros, abandonando sus trabajos, y destrozando las haciendas
que quedaron^ hasta dejarlas destruidas.»
Y el Administrador de Apóstoles: «Salieron e^tos expulsos [los
Jesuítas], les hablaron [los Ejecutores del extrañamiento] á los mora-
dores de este pueblo, según todos lo dicen, que les dijeron que habían
de vivir como españoles, que los Caciques eran hidalgos, y que no
eran esclavos, que ya se les acabó los azotes: estas palabras se
publicaron á voces por la plaza y calles para que sepan todos esta
disposición... Me parece no tenía más que exponer que lo dicho, para
venir en conocimiento cuál es el atraso de los pueblos, pues de ahí
nace todo mal que en el día se experimenta» (2).
El Administrador de Candelaria: «Digo que su decadencia prin-
cipal consiste en haberles impresionado, al tiempo de la expulsa de
los expatriados, que todos los bienes que tenían eran suyos para usar
de ellos libremente; que los Caciques, como hidalgos, eran los que
debían gobernar; que podían ir adonde quisieran á tratar con los
españoles: de que nació la destrucción de estancias, de Boyadas, y
Cavalladas, la fuerza á desertarse, la repartición de Chacras,
y Capillas, que antes estaban agregadas á la Comunidad:., á mí me
sucede que, habiendo la Corregidora tomado cuatro animales de la
hacienda, para ir á vaquear, al tiempo de quitárselos me respondió
que podía y quería llevarlos, y darlos ó venderlos, que para eso eran
(í) B." A.' Arch. gen. leg. Misiones / Varios años / a.
(2) Ibid.
-212-
suyos, y ella con los demás Caciques y Cacicas eran hidalgos de
Castilla. En conformidad, que con esto, y con haber dado orden en
los pueblos que no se castigase á nadie, principalmente á los Caci-
ques y Cabildantes, han criado tantas alas, dándose tanto á la hara-
ganería...» (1)
Pudiéramos todavía añadir más testimonios; pero nos contenta-
remos con el que da el Padre Provincial de la Orden de San Fran-
cisco, Fray José Blas de Aguirre, quien, por decreto de 31 de Octubre
de 1777, fué comisionado para visitar las Doctrinas de Guaraníes
é informar de lo que necesitase urgente remedio; y en desempeño de
su comisión dice lo siguiente: «El Gobierno de las Misiones que
acaba de visitarse, es un edificio político, que no solamente ha per-
dido el buen orden y la hermosura con que lo hemos conocido cuantos
hemos vivido en estas partes, sino que en el día se presenta á la
vista con un aspecto tan desfigurado, que está indicando hallarse
próximo el momento fatal de una ruina tan escandalosa, que deberá
atribuirse á los mismos que, con ciencia y justicia, han sido autoriza-
dos por el Rey y sus Ministros para sostenerlo.
«Consistía la felicidad de estos pueblos en su abundancia misma,
y ésta se afianzaba en la prudente distribución del tiempo para arre-
glar el trabajo de los indios; en el acopio de sus cosechas deposita-
das en almacenes comunes, para distribuirlas oportunamente: en el
crecido número de ganados, que se sustentaban en los pueblos sin la
menor escasez; y consistía finalmente en una cristiana economía
con que á sanos y enfermos, chicos y grandes, hombres y mujeres,
se socorría, con aquella puntualidad con que lo hace un próvido padre
de familia en su misma casa.
»Esta felicidad desapareció ya, 3' yo no sé si para siempre. Se
han inspirado á los indios unas nuevas ideas de libertinaje muy per-
judiciales, y sobre toJo se ha trabajado demasiadamente en persua-
dirles que son verdaderos señores de sus tierras, de sus ganados, de
todo el producto de uno y otro, y de la recompensa que corresponde
al personal y rudo trabajo en que se ocupan.» (2)
Se ve por todos estos informes, que á los indios Guaraníes, en el
momento de la expulsión de los Jesuítas se les inculcaron pública-
mente y con repetición, para que empezasen á vivir como pueblo
civilizado, las siguientes máximas: 1. Que antes, debajo de la direc-
ción de los Jesuítas, solemnemente aprobada y confirmada por
F'elipe V, el gran favorecedor de los indios, en su Cédula expedida
(1) B.' A.. Arch. g'en. \eg. Jesuítas / Varios años I a.
(2) MoNNER Sans, Pinceladas históricas. 193.
-213-
no mucho antes en 1743; vivían, no obstante, los Guaraníes en un
estado infeliz y de esclavitud, bajo del dominio despótico de los Jesuí-
tas, quienes les usurpaban los bienes, puesto que habían procurado
que, además de la propiedad que cada indio tenía de sus cosas par-
ticulares, hubiese otros bienes comunes del pueblo para el soco-
rro de necesidades urgentes. 2. Que todos los bienes que había
en las Doctrinas, incluso los bienes comunes, eran propios suyos y
de cada particular, en especial de los Caciques, de modo que libre-
mente podían disponer de ellos, y se les hacía injuria en no dejarles
gastarlos á su arbitrio. 3. Que esta esclavitud había cesado ya, y
con la ida de los Jesuítas habían cesado de ser esclavos, sin podér-
seles poner estorbo en el uso de estos bienes. 4. Que ya no había de
haber más castigo de azotes. 5. Que los Caciques y Cacicas eran
todos nobles é hidalgos de Castilla, )' podían tratarse como los hidal-
gos españoles, ir donde quisieran, comerciar como quisieran, con
esperanzas de llegar á ser Gobernadores, Virreyes ó cosa parecida.
La liquidación universal con que sueñan los socialistas, difícilmente
podía ser estímulo que más despertase el apetito.
Todas estas instigaciones, brotadas de un odio insensato contra
los Jesuítas, y fundadas en una supina ignorancia de la realidad de
las cosas y del carácter de los indios (si 3^a no es que digamos en
una satánica voluntad de envenenarlos ánimos con la calumnia, aun-
que para ello fuese necesario perder los cuerpos y las almas de aquel
pueblo), eran muy suficientes para indisponer los ánimos de los natu-
rales con sus antecedentes Doctrineros; pero al mismo tiempo
aptas para trastornar el orden y concierto en cualquier socie-
dad, por bien organizada que estuviera, mayormente procediendo
de arriba.
Porque que procediesen de arriba, no hay manera de dudarlo,
cuando todas estas máximas las vemos trasparentarse continua-
mente en las Instrucciones de Bucareli. Más aún, está expresamente
ordenado por Bucareli que tales máximas se pregonen como el
insigne beneficio que les viene á traer el Gobernador. He aquí las
palabras de su «^Instriicción á los Comisionad ost> enviados á intimar
el extrañamiento en cada pueblo:
«Asimismo el Comisionado hará entender al Cabildo el amor del
Rey á su Nación, y que consiguiente á él, se ha dignado habilitarlos
para que puedan obtener en todos sus dominios los empleos más dis-
tinguidos igualmente que los españoles, prometiéndose S. M. que,
educados según su Real intención, llegará el caso de que vean á sus
hijos Curas de sus Pueblos, y deque perciban manifiestamente las
-214-
consiguientes ventajas de su Real resolución, así en lo espiritual,
como en toda otra clase de adelantamiento» (1 ).
Y siendo esta Instrucción parte esencial de las disposiciones
legislativas del plan de Bucareli, como que contenía la intimación
del extrañamiento, y el paso decisivo para entablar todo su sistema;
con razón hemos dicho que suplan estaba inti ínsecamente viciado,
pues encerraba la enormidad de infatuar é hinchar de soberbia á los
pobres indios; y que en el mismo plan estaba la raíz del enorme
desconcierto que luego sobrevino.
11
189
LAS PROMESAS DE BUCARELI
Hemos ofrecido en artículos anteriores demostrar que Bucareli
hizo, en efecto, á los Guaraníes las absurdas é inverosímilespromesas
que allí quedan consignadas (2); y estamos desempeñando nuestra
palabra.
El artículo «Asimismo» de la Instrucción al Comisionado muestra
lo que en público Cabildo se dijo á las autoridades Guaraníes. Pero
algo más se les dijo, cuando los informes que acabamos de citar (3)
nos dicen que «■'^e publicó á voces por la plaza y calles, para que sepan
todos esta disposición,., que habían de vivir como españoles, que
los caciques eran hidalgos, y que no eran esclavos, que ya se les
acabó los azotes...» «que ellos eran dueños absolutos de todas las
haciendas de los pueblos }' su manejo... que con esta mutación salían
del cautiverio en que dichos expatriados los tenían...» «que todos
los bienes que tenían eran suyos para usar de ellos libremente, que
los caciques como hidalgos eran los que debían gobernar, que podían
irá donde quisieran...» Y añade el Administrador de Apóstoles:
«¿Quiénes fueron los que lo publicaron? Los mismos Cabildantes, á
quienes se lo dijeron» (4).
No podía menos de ser así, y de descubrirse en las palabras de
los Comisionados al Cabildo, trasmitidas á los indios por los Cabil-
(1) Brabo, Colección, pág. 53.
(2) Capítulo VII, § IV.
(3) §1.
(4) Buenos Aires, Arch. gen. leg. Misioftes I Vanos años I a.
- 215 —
dantes, el sentimiento que rebosaba en las cartas de Bucareli al
Conde de Aranda, y aparecía consignado en su Adición, número I,
*su libertad, dominio y contercio, de que Jian estado privados [los
Guaraníes], en manifiesta trasgresión de todos los derechos», «que
hasta estos tiempos se les hizo sufrir una efectiva esclavitud^) ,
v-sus labores y trabajos se convertían por la mayor parte en apro-
vechainiento de otros-», núm. 4, etc. etc.
Ni dejaría de salir allí la promesa de mayor abundancia de los
frutos para el sustento (1); y la de trabajar menos (2), con la de
enriquecerse por medio de las minas, insinuada con la debida cau-
tela (3), y la de que en adelante habían de tener comodidad en sus
casas (4), en sus vestidos (5), y en todas las cosas. El mismo se
gloría mucho de los vestidos que repartió en Yapeyú (6), como
indicio de hi nueva era que comenzaba con su llegada.
A la verdad, sin necesitar de que se las renovasen los Comisio-
nados, podían repetir los Caciques y Corregidores á sus paisanos
aquellas extrañas promesas que durante un año les había estado
inculcando á ellos el Gobernador Bucareli en Buenos Aires.
Porque al recibir Bucareli, el 7 de Junio de 1767, los pliegos en
que el Conde de Aranda le comisionaba para la expulsión de los
Jesuítas, luego se preocupó en hacer bajar á Buenos Aires todos
los Corregidores de los treinta pueblos de Guaraníes, con más uno
de los Caciques principales de cada pueblo. Habían estado el año
antecedente los Corregidores á dar la bienvenida y profesar su obe-
diencia al Gobernador á su entrada, como lo hacían con todos los
demás Gobernadores; pero en exigir la venida presente se proponía
Bucareli mu}^ diversos fines. El primero, explorar si los Jesuítas le
obedecerían, haciendo de ellos concepto tan injurioso, sin haberle
dado motivo alguno, como de que tal vez faltarían á un encargo
hecho de oficio. El segundo, instruirles, dice él, de cómo iban á salir
de la «esclavitud y de la ignorancia^. El tercero, tener rehenes para
el caso de una insurrección de los indios, que el hombre perverso
suponía que habían de promover los Jesuítas: «he mandado al Padre
Superior de Misiones envíe aquí d mi disposición un cacique y un
Corregidor de caía pueblo, con fas ideas de examinar por este
medio cómo piensa, y también con la de que, si obedece y los re¡)iite,
(1) Instrucción, núm. 15.
(2) Ibid.
(3) Instrucción, núm. 27.
(4) Ibid. núm. 6.
(5) Ibid. núm. 7.
(6j Carta de 14 de Octubre de 1768, Brabo, Colección, pág. 196.
- 216-
Jiacerles conocer la benigna piedad con que el Rey ha mirado por
ellos, sacándolos de la esclavitud ó ignorancia en que vivían, é igual-
mente para que vayan en rehenes, cuando llegue el caso de mar-
char á extraer á los Padres» (1). A 22 de Julio contestó el Superior
de Misiones P. Lorenzo Balda que iba á remitir los Caciques y Co-
rregidores (2); y en 14 de Setiembre llegaban á Buenos Aires con sus
pajes (3). <íLos he aloiadoy>, dice Bucareli , «con más comodidad de la
que antes les dieron los de la Compañía: les haré vestir á la espartó-
la, asistiéndolos y tratándolos de modo que conozcan la mejora de su
suerte, conservándolos aquí hasta imponerlos como conviene...-» (4).
Y efectivamente, los vistió como caballeros españoles, dándoles
el trato y nombre de caballeros. Llevólos el día 4 de Noviembre,
fiesta del santo del Rey, á la Catedral, donde pontificó el Ilustrísimo
Sr. Latorre, Obispo de Buenos Aires, asistiendo al lado del Goberna-
dor los obsequiados Guaraníes como acompañantes suyos. Condújolos
luego al fuerte, que era la residencia del Gobernador; y allí los sentó
á la mesa con el Señor Obispo, los canónigos, clérigos y caballeros,
quienes se esmeraban en regalar á los nuevos hidalgos de Castilla.
Todo esto lo refieren con su sencillez los Corregidores y Caciques en
su carta á Carlos III (5).
No se descuidaba mientras tanto Bucareli en «imponerles como
convenía» . Juntábalos en conferencias reservadas, y allí por medio
de intérprete les sugería todas aquellas perspectivas tan falsas como
halagüeñas de sus promesas, llenas de odio y desprecio de los Padres
de la Compañía de Jesús que les asistían, y henchidas de esperanzas
imposibles en grandezas é independencia para lo porvenir. Que les
repartiría las tierras y los ganados comunes, que se tratarían siempre
como caballeros, que aprenderían luego castellano é irían á la corte
á ver al Rey; que los Jesuítas les habían estorbado el aprender el
idioma español y los tenían hechos unos esclavos, pero ahora ya. no
sería así: ellos gobernarían en todo: y él, con consulta del Rey, les
pondría Universidad y Seminario, donde sus hijos estudiasen y llega-
sen á ser Curas de los pueblos. A esto llamaba declarar las mercedes
que la bondad del Rey les había hecho.
Sabemos hoy esto con certidumbre, como sabemos también el
encono que produjo en el ánimo de los engañados indios, el ver que,
después de tan lisonjeras palabras, no se les cumplían los sueños con
(1) Brabo, Colección, pág. 31.
(2) ídem, 44.
(3) ídem, 81,
(4) Ibid.
(5) Brabo, Colección, 102.
-217-
que los había entretenido el Gobernador, según expresan los
informes arriba citados, de vivir como hidalgos sin trabajar, espe-
rando que el Rey les señalase renta de su Real Erario, y de disponer
á su arbitrio de las estancias, animales y bienes todos que había en
el pueblo. ¿Qué hubieran dicho los deslumhrados Caciques y Corre-
gidores, si mientras el Gobernador los llamaba caballeros, y los
vestía á la española, los sentaba á su mesa y les explanaba tan
brillantes promesas, hubiesen penetrado la pérfida intención con que
los había hecho venir, y que tan claramente expresa él mismo, para
asegurarse de sus personasy llevarlos bien custodiados como rehenes,
por si entre los indios ocurría algún movimiento? ¿Y qué, si hubie-
sen podido entrever la espantosa ruina y desolación que aquellas
arteras promesas habían de traer á su raza entera?
De la infatuación de los Caciques y Corregidores por las suges-
tiones del Gobernador, da claro testimonio la carta colectiva que
escribieron al Rey (1), que sin esta clave no tendría explicación
racional. Dicen en ella una y otra vez que le dan tantas gracias por
haber tenido lástima de ellos y sacádolos del miserable estado en
que se hallaban, donde iban ú morir como unos esclavos; que confían
en que sus hijos llegarán á ser sacerdotes; que ya los caballeros de
Buenos Aires los han tratado como á sus iguales; y que ellos mismos,
todos sin faltar uno, van á aprender castellano para ir luego á la
Corte de Madrid á ver al Rey y ser sus cortesanos. Semejantes con-
ceptos de ningún modo podían ocurrirse á los indios, siendo tan sin
fundamento y tan desproporcionados con su condición, sino en virtud
de las artificiosas persuasiones que estaban oyendo.
Pero todavía consta más claramente de las falsas promesas de
Bucareli, 3' consta además del desencanto de los Caciques y Corre-
gidores, por un documento que original se conserva en el Archivo
General de Buenos Aires. Es la carta confidencial en que explica lo
uno y lo otro el mismo intérprete de que se valió Bucareli para estas
conferencias, y á quien señaló después por intérprete de la visita que
á fines de 1769 fué cometida á los Jueces Goytia y Alvarez para
deponer á los Administradores, cuya conducta era ya intolerable. En
esa carta, después de manifestar el intérprete, Lucas Cano, que le
había costado no pequeño trabajo de sosegar á los indios, que no
sabían cómo entenderse con los nuevos Administradores, porque
ignoraban la lengua Guaraní, añade: «El punto más difícil y de
mayor trabajo para mí, ha sido el darme en cara con las órdenes del
(1) Brabo, Colección, 102.
- 'J18 —
Rey, QUE YO les expliqué de orden de V. E. en Buenos Aires,
que no se les han cumplido, el haberles prometido repartirles
sus haciendas y señalarles sus tierras, para que cada cual
conozca y cuide lo que es suyo: que en atención de ello están
temerosos de quedar lo mismo que antes y aún peor: estos son
los dichos de los Indios» (1).
Esto escribía Cano á 3 de Noviembre de 1769 desde Itapúa. Afir-
maba entonces que estas voces no eran de todos los indios, porque
«la mayor parte no tiene... ni aun noticias de tales órdenes»: tanto
era sin duda el secreto que se les había encargado. Atribuía aquella
inquietud á sugestiones de algunos otros; y se lisonjeaba de que con
algunas buenas razones los había logrado sosegar. Pero á la verdad,
no necesitaban de sugestiones ajenas los Caciques y Corregidores á
quienes durante un año entero había estado dando batería el Gober-
nador en Buenos Aires.. Ni lo podían ignorar los demás indios cuando
á son de trompeta lo publicaban en las plazas los Cabildantes. En
cuanto á su seguridad de dejar tranquilizados en esta materia los
ánimos de los indios, si por el momento la pudo abrigar Cano, bien
pronto se desengañó: y tres años de experiencia en el oficio de Admi-
nistrador, desde 1773 hasta 1776, le persuadieron de que aquel conta-
gio que á primera vista le parecía limitado á sólo unos pocos, había
cundido por todo el pueblo, y tal vez era ya irremediable. Así lo dice
él en su informe del pueblo de Jesús, atribuyendo tanta desdicha al
abandono del antiguo régimen de los Jesuítas; y explicando más en
especial en qué había consistido este antagonismo entre el nuevo y
el antiguo régimen, lo hace consistir sobre todo en la soberbia que
se había inspirado á los Guaraníes, que antes no la tenían: «La prin-
cipal causa de la decadencia de este pueblo proviene... del des-
acierto de abandonar enteramente su antiguo establecimiento, buen
régimen, y gobierno económico... Cuya falta es el más lamentable
caso, en la estación presente, en consideración de ser ya muy dificul-
toso el poder conseguir su remedio... No hubiera sucedido nada de lo
acaecido, á no ser la desgracia de haberles dado á entender á los
indios que eran señores absolutos de sus acciones, y haciendas,
donde tomaron los indios la sobi rbia...» (2).
Atestiguando el brigadier Alvear los destrozos causados á con-
secuencia de tales persuasiones, atribuye el daño á la corta inteli-
gencia de los indios, que interpretaron erradamente las palabras que
se les dirigían. «Padecieron los pueblos notablemente, ya por el des-
(1) Buenos Aires, .'Yrch. gen. leg. Misiones / Varios aiios / 1.
(2j Buenos Aires, Arch. gen, leg. Misiones ¡ Varios años, I a.
— 21^) —
trozo casi universal é inevitable de las tropas (que acompañaban á
Bucareli), ya por el de los mismos naturales, que, mal aconsejados,
y sin inteligencia alguna de la suprema disposición de S. M., entra-
ron los primeros <á derrochar todo cuanto había, á diestro y siniestro,
sin miramiento ni atención, como en campo enemigo (1).» Mas el
documento de Cano muestra que los naturales no entendieron mal,
sino que entendieron precisamente lo que les decía Bucareli, que
bajo los Jesuítas habían sido esclavos, y su esclavitud consistía en
que los bienes que, además de los particulares, había comunes en el
pueblo, no estuviesen á disposición de cualquiera, especialmente si
era Cacique y, como tal, hidalgo de Castilla. Y como lo entendieron,
así lo quisieron practicar. El mismo Cano, en el informe que acaba-
mos de citar, echa la culpa de este daño á D. Francisco Bruno de
Zavala: «la culpa de este venenoso defecto todo le cabe al Señor
Gobernador de esta provincia, el que justificaremos con prueba sufi-
ciente cuando se nos pida (2).» Mas ésta no era completa explicación;
y aunque por su cualidad de Gobernador hiciese mucho daño Zavala,
la causa estaba más arriba en el venenoso origen de las promesas de
Bucareli.
Era Bucareli, Bucareli mismo que se vanagloriaba de que iba á
poner aquellos pueblos en el más próspero estado, á sacarlos de su
ruina, á fomentar con ellos una floreciente provincia, y juntamente
acusaba la ineptitud y la tiranía de los Jesuítas en el gobierno de los
Guaraníes; el que había infatuado las débiles cabezas de los indios,
pintándoles como suma infelicidad el estado verdaderamente prós-
pero en que se hallaban, y deslumhrándolos con halagüeñas promesas
de cosas imposibles; sólo por hacerles prorrumpir en expresiones de
detestación de los Jesuítas que los regían. La igualdad absoluta de
los indios con los españoles, el manejo expedito y ordenado de sus
haciendas, el pronto uso del idioma castellano, la probabilidad de
presentarse en Madrid los ancianos caciques y de ordenar á sus hijos
de sacerdotes y ponerlos por Curas de las Doctrinas, con los vislum-
bres de una Universidad literaria en los pueblos agrícolas de los
Guaraníes: cosas eran todas que los Jesuítas no podían dar á los
Guaraníes, porque los conocían muy bien por incapaces de ellas; y
por eso nunca se las prometieron. El prometérselo Bucareli, era una
de aquellas iniquidades que claman al cielo; era burlarse de su buena
fe^ para hacerlos caer luego en la más amarga decepción. Era infun-
(1) Relación de Misiones, 92.
(2) BuKNos AiKEs; Arch. gen. leg-. Misiones! Varios años I a.
- 220 —
dirles todos los principios de la rebelión y soberbia, que les habían
de arruinar y hacer infelices.
Desengaño grande hubo de ser para el hombre orgulloso, si
alguna vez pensó de veras en la repartición de los bienes comunes,
el persuadirse con el trato de los indios, de que los Jesuítas tenían
razón en decir que no eran capaces de gobernar su hacienda, y el
conocer que, si no era produciendo universal desquicio, no podía
andar el régimen de las Doctrinas como él había soñado y repetido
por tanto tiempo á Caciques y Corregidores en odio de los Jesuítas,
y que necesitaban tutores y administradores, como finalmente se los
puso en la Instrucción. Pero más amargo hubo de ser el desengaño
cuando viera en la carta de persona tan poco sospechosa como su fiel
intérprete, que los indios ya murmuraban quejándose de él, que les
había entretenido con lindas palabras y no les cumplía lo ofrecido; y
que ya se temían que después de tan ponderadas promesas, se iban
á encontrar peor que antes en el régimen de los Jesuítas. Y no se
engañaban.
Las instigaciones insidiosas de Bucareli en el año que detuvo á
los Caciques y Corregidores en Buenos Aires, explican también cómo
sucedió que los indios de su)'o mudables y noveleros, creyendo en
sus palabras, no diesen más muestras de sentimiento en la partida de
los Padres de la Compañía, que el astuto Gobernador les había pin-
tado como un obstáculo para su felicidad. Pero semejante proceder
hizo sentir sus amargas consecuencias ya sobre su mismo autor, y
mucho más en adelante sobre el bienestar de toda aquella comarca,
que no se restauró nunca más, ni nunca se repuso del nocivo efecto
de aquellas deletéreas insinuaciones.
El mayor culpable, según esto, en la ruina de los pueblos de Misio-
nes, fué el hombre imprudente, que dejándose cegar de su odio des-
apoderado contra los Misioneros, despreció los consejos de la expe-
riencia de ciento cincuenta años, y quiso enmendar por medio de cons-
tituciones postizas una obra madurada por la reflexión y sabiduría
práctica dehombres encanecidos en la administración de lasMisiones.
Y si Bucareli quisiera derivar la culpabilidad, achacándola al
mismo Rey Carlos III, y presentara pruebas, que él vería si podía
tener, sabríamos que Carlos III había sido el que, mientras con una
mano arrancaba violentamente á los Guaraníes sus antiguos doctri-
neros y padres de sus almas, con la otra les había propinado el
veneno de la soberbia, que es la sustancia del liberalismo, para con-
sumar así su ruina, apartándolos de las normas antiguas y naturales
de su gobierno.
221
TU
EL ADMINISTRADOR PARTICULAR a"^
Desde el momento en que Bucareli trató de realizar la expulsión
de los Doctrineros Jesuítas, estableció el principio de que en los Doc-
trineros entrantes de otras órdenes religiosas no había de quedar
administración temporal alguna. Este artículo ocupa lugar preemi-
nente en los reglamentos de que consta su plan; se intima en la Ins-
triicción del Comisionado, en la Instrucción á los Gobernadores
interinos y en la Adición. No nos toca tratar aquí de la expulsión,
pero habiendo de examinar el régimen que quiso sustituir el Gober-
nador Bucareli al sistema de los jesuítas, razón será que nos demos
cuenta de la novedad por él introducida al separar por primera vez,
en el gobierno de los indios, el cuidado espiritual del temporal. Tal
separación no era exigida por la Instrucción del Conde de Aranda
para los Comisionados de Indias; y de hecho no se introdujo en las
Misiones de Mojos ni en las de Chiquitos; de modo que fué una inven-
ción de Bucareli. É invención suya fué, de consiguiente, el cargo de
Administrador con su reglamento 5^ atribuciones propias. Pero, si á
él se le debe atribuir el privilegio de invención, cabe ahora pregun-
tar si el invento era bueno ó malo, si era útil ó más bien perjudicial,
atendido el estado de los Guaraníes á quienes se iba á aplicar, y la
circunstancia de concurrir con la repentina pérdida de sus antiguos
Doctrineros.
Desde luego verá cualquiera que tantas mudanzas á un tiempo no
eran nada conformes con las reglas de la prudencia. Los sabios acon-
sejan que las leyes se muden lo menos posible (1), no sólo por los
desórdenes y alborotos que pueden ocasionar las mudanzas, sino
también porque, habiendo de ser la ley acomodada á las circunstan-
cias del subdito á quien se impone, no es creíble que estas circuns-
tancias varíen de pronto notablemente, sino que lo ordinario es que
cambien poco á poco. La costumbre corriente entre los Guaraníes
de acudir con todos sus asuntos al Cuia, tampoco se podía mudar de
repente. Si el apartar los antiguos Doctrineros, que ya de por sí era
(1) S. Thom. 1-2. q. 97. art. 1. 2.
- 222 -
una mudanza grave, no consentía dilación; eso era motivo de más
para no introducir una nueva modificación que no fuese estrictamente
necesaria, como no lo era la presente. En efecto, la dirección con-
junta estaba aprobada con pleno conocimiento de causa por los Reyes
de España; y en los últimos años había sido confirmada solemne-
mente por la Cédula de 28 de Diciembre de 1743; y, como se acaba
de ver, no se le mandaba á Bucareli que separase estas dos cosas.
La separación podía habei se preparado para un plazo posterior
por los medios que hubieran parecido convenientes; pero no pa-
rece que hubiera de producir buen efecto su repentina intro-
ducción.
La experiencia lo mostró así: «Los indios» dice Doblas, «acostum-
brados á obedecer solamente á sus Curas, miraban al principio con
indiferencia cuanto sus Administradores les dictaban; de modo que
nada se hacía sin consultarlo primero al Padre. De estos principios
nacieron las grandes discordias entre Curas y Administradores, que
contribuyeron en gran parte á la ruina de los pueblos, como de ello
se queja Don Francisco Bruno de Zavala en la representación que
hizo á Su Majestad el año de 1774... Procuróse poner remedio á las
imprudentes pretensiones de los religiosos con algunas provisiones de
gobierno; pero no se adelantaba un paso en ello sin ocasionar á los
indios muchas vejaciones y molestias, porque, adictos siempre á
obedecer A los religiosos,., era preciso usar con ellos del rigor para
sujetarlos al gobierno. Consiguióse al fin hacer conocer á los indios
que sólo en las cosas concernientes á su salvación debían prestar
atentos oídos á sus Curas, y en lo demás á sus Administradores (1).»
El juicio de Doblas en lo referido y en lo que sigue, no es del todo
exacto, y le sucede lo que en otras partes de su Memoria, que sabe
bien los hechos que pasaban á su vista, pero equivoca los que suce-
dieron antes; y en el asignar las causas, descuida también algunas
que son principales. Pero aunque todo lo que Doblas afirma fuese
exacto, era deber de un buen legislador prever lo que, atenta la mise-
ria de la naturaleza humana era posible y aun probable que suce-
diese, y no poner con sus propias disposiciones la causa de la dis-
cordia. La razón de la costumbre de los indios era muy real; y no
era menos verdad que los Curas tenían á la vista el ejemplo de todos
los demás pueblos de indios de las dos Gobernaciones del Paragua}^
y Río de la Plata, que sin alteración continuaban gobernándose por
párrocos con cargo de lo espiritual y de lo temporal, como lo eran
(1) Memoria histórica ed. Angelis, pág. 25.
- 223 -
los Padres franciscanos de Yutí y Caazapá, el clérigo seglar de
Itapé, etc. (1),
De todo lo cual se concluye que la raíz de las discordias (que fue-
ron muy reales, y de que todos dan testimonio, como de sus pésimos
resultados para los indios y sus pueblos) fué la temeridad del plan
de Bucareli, en introducir de repente la separación entre el cuidado
de lo temporal y el de lo espiritual, sin mirar si á la índole y estado de
los Guaraníes era ó no aplicable, y en su desacordado prurito de
innovar, que contribuyó en gran manera á la ruina de los pueblos.
Y si la resolución general de establecer Administradores repen-
tinamente, fué desacertada, no fueron más acertadas las providencias
particulares que la siguieron. Suélese decir que el don de gobierno
se descubre especialmente en el tino para escoger los auxiliares que
han de tener algún cargo. Pero en Bucareli, al elegir los Adminis-
tradores, que puso por sí mismo en los treinta pueblos, faltó esta pri-
mera calidad de gobernante. Eran todos del distrito de Corrientes y
de la provincia del Paraguay; y teniendo á sus parientes tan cerca-
nos, parece como si hubieran logrado alguna ocasión deseada para
disfrutar todos de lo que había en las Doctrinas. Porque con motivo
del deudo con el Administrador, se trasladaban allí, y hacían gran
número de contratos con el pueblo, en los que era muy dudoso que
fuera éste quien saliera ganancioso. Lo cierto es que apenas había
pasado un año, cuando ya los clamores de desorden, ruina y descon-
cierto llegaban á Buenos Aires, y el Administrador general D. Fran-
cisco de Sanginés dirigía una urgente representación á Bucareli, en
que expone los daños, y le pide que se envíen á las Doctrinas dos
Comisionados con el decoroso nombre de Visitadores, pero con las
atribuciones de Jueces de pesquisa, para indagar sobre la conducta
de los Administradores, y dar cuenta de todo en Buenos Aires.
«Hace presente... 1.*^ Que con el motivo de los Administradores que
se pusiero)i en cada pueblo, son todos Correntinos y Paraguayes, y
de que por consiguiente, inmediatos á sus patrias, ha llegado á su
noticia frecuentan la entrada d aquellos pueblos sus hermanos,
parientes y a))iigos, con quienes han verificado varios ajustes por
ganados á cambio de frutos de dichos pueblos, con conocido perjui-
cio de mis partes, y para evitar cualquiera fraude,., con ningún
mercader no le sea facultativo á los Administradores el contratar,
antes s¿ deben quedar sin ningún efecto los ajustes que hasta el
día se hayan verificado, por ser perjudiciales á mis partes... Qtie
(1) Reconocimiento del Tebicuart en 1784, col. Angelis, tom. 11.
191
— 224 —
llalla por preciso el que se nombre dos itidividitos de cuenta y razón ^
é inteligencia en las faenas de aquellos pueblos para que con nom-
bre de Visitadores ó Jueces de los Administradores,., sirvan...
cotno de Jueces de pesquisa., de Jornia que injormen al Administra-
dor general de todo lo más niUiimo, para que éste tome las provi-
dencias necesarias... y> (1).
Los Visitadores fueron nombrados, y con más facultades aún de
las que pedía Sanginés, pues se les autorizó para remover los Admi-
nistradores si lo hallaban necesario. Del efecto que produjo la Visita
hemos hablado más arriba (2).
Todos estos hechos y los que luego se siguieron (pues hubo pue-
blo donde en seis años fué preciso cambiar cuatro veces el Adminis-
trador) muestran que si Bucareli no anduvo acertado en instituir el
cargo, tampoco lo anduvo en la elección de las personas.
IV
LA AUTORIDAD DEL ADMINISTRADOR PARTICULAR
Al mismo tiempo que Bucareli tomaba las medidas más aptas
para soliviantar el ánimo de los indios, seduciéndolos por medio de
promesas halagüeñas que luego frustró, como la de repartición de
los bienes, los Curatos de los pueblos y los viajes á la Corte; quitaba
de aquellos pueblos todo freno que pudiese contener en respeto y
obediencia á los naturales, en cuyos ánimos infiltraba una soberbia
desmedida y el espíritu de rebelión.
No hay cómo dudar de esta verdad, si se examina atentamente
el plan en las Instrucciones , Adición y Ordenanzas; y menos aún
si se consultan los testimonios de la experiencia, que ho}^ duran en
los informes dados por los testigos de aquella mudanza.
En el plan se quita toda autoridad acerca de las cosas tempora-
les al Cura. Y otro tanto se hace con el Administrador, por más que
éste quede nombrado para fomentar el trabajo de los indios. Porque
para lograr este fin, queda enteramente desarmado. En efecto, al
Administrador no se le concede ninguna autoridad, sino que todo
cuanto él ha3M de emprender es preciso que obtenga el acuerdo del
(1) BüKNOs Aires; Arch. gen. leg. Misiones I Varios años I a.
(2) Siipra, cap. VIL § 1.
- 225 -
Cabildo. Juntamente con esto, se le quita la facultad de castigar, ya
que según hemos visto, se promulgó á voces en la plaza pública que
en adelante ya no había de haber más azote. Tal vez creyera Buca-
reli que el Administrador podría obligar á los Guaraníes á ejecutar
los trabajos que les había de <¡~r e partir ,.. sin pertnitir decadencia en
este importante puntoy> (1), <ípersuadiendo á los indios por unos
interesantes discursos cuan útil les será el trabajo, y perjudicial
la ociosidady> (2), como recomienda que lo hagan el Gobernador y
los Tenientes. Y en efecto, al fin de su primer artículo hace al
Administrador la advertencia de <ípersiiadirles á los mismos indios
los ventajosos efectos que les reportarán de su aplicación al tra-
bajo y> (3).
Si después de reparada semejante enormidad en el plan, atende-
mos á los testimonios, oiremos al Administrador de Trinidad, que
con eficacísimas razones persuade no ser él responsable, ni de la
ruina en que se hallaba el pueblo, ni de los desafueros que se come-
tiesen en él ó del no trabajar los indios; porque al fin, dice gráfica-
mente, «sólo soy un tercer yabero [llavero]» (4), esto es, no se me ha
dejado más autoridad que la de custodiar la tercera llave de las que
cierran el Almacén, y de las que según la Instrucción, tiene la pri-
mera el Corregidor, la segunda el Mayordomo, y la tercera el
Administrador. Y por tanto «hacerme cargo de los atrasos del pue-
blo, no me parece regular. Porque, Señor, si ninguno me asegura
para que los indios se sujeten á todas mis disposiciones, ni para que
concurran todos á los trabajos que se emprenden, y que no hagan
hurtos, cómo he de obligarme yo á lo que es contingente? pues,
Señor, esto [los atrasos, hurtos, etc.] es irremediable, no digo en
este pueblo, sino en todos». Oiremos al de Api')Stoles, que retrata así
la autoridad del Administrador: «Quedó en cada pueblo un Admi-
nistrador sin ningún arreglo para cuidar las haciendas y trabajos,
sin ninguna facultad:., los indios... hacían burla de este Administra-
dor, y con razón, pues siendo ellos absolutos, hacen lo que quieren,
y no somos más que unos testigos» (5). Y finalmente, para no alar-
garnos demasiado, el Administrador de San Javier usaba de un símil
muy expresivo, aunque no sobresalga en él la nobleza y cultura:
«Pues hay un símil muy adecuado como comparar á dicho Adminis-
trador, que es darle una yunta de bueyes con un arado, y que coja
(1) Instrucción para los Administradores particulares art. T.
(2; instrucción á los Gobernadores núm. 14.
(3) Instrucción d ¡os Administradores núm. 1.
(4) Buenos Aires: Arch. gen. leg. Misiones I Varios años I 1.
(5) Ibid.
15 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo ii.
- 226 —
la mancera, y le dicen que ha de llevar el surco muy derecho, y la
picana ó picanas que guían estos bueyes la tienen muchos, y uno
pica de un lado, y los otros del otro: y uno solo, el que lleva dicha
mancera, parece materia imposible, que lleve el surco derecho...» (1).
En donde se hacía á sí mismo boyero ó arador; á los indios, bueyes;
y la picana, que había de ser la autoridad fundada en algún castigo,
la suponía puesta en manos de los caciques ó cabildantes; conven-
ciendo que por más que las Instrucciones de Bucareli, que habían
creado tal situación, le recomendasen cuanto tuvieran por conve-
niente, era imposible que saliese derecho el surco ó recto proceder
y prosperidad del pueblo; pues la dirección estaba en otros, y la res-
ponsabilidad era lo que únicamente se le atribuía á él.
V
192
EL COMUNISMO DE BUCARELI
Guiado Bucareli de su ánimo de sectario, y del propósito siste-
mático de hacer que en los documentos oficiales que habían de lle-
gar á Carlos III sonase repetidamente la acusación de maldades y
crímenes atribuidos á los Jesuítas, con que paliar la iniquidad de la
expatriación; pintó el régimen de la Compañía de Jesús en las Doc-
trinas como un comunismo que hacía á los individuos esclavos; por
cuanto, según él, nada trabajaban para sí ni disfrutaban de su pro
pió trabajo, sino que en todo sudaban y se afanaban para su comu-
nidad; añadiendo que, con pretexto de comunidad, todos los prove-
chos iban á los Jesuítas, y al indio no se le daba más que el vestido
y el sustento, y eso con suma miseria, y escatimándolo con avaricia.
Calumnia tan desaforada, que no la podía proferir sino alguno de
los más declarados 3^ furiosos enemigos de la Compañía. Porque
Bucareli tuvo á la mano más que ningún otro los medios de conven-
cerse de que toda la muchedumbre de sandeces que traía concerta-
das desde España, era una solemne impostura; así porque pudo ver
por sus propios ojos las iglesias y los pueblos, mejor fabricados que
no pocas poblaciones de españoles en estos países, y en los que se
consumía si algo sobraba después de atender á las necesidades de
(1) Buenos Aires: Arch. gen. leg. Misiones I Varios años / a.
- 227 -
los habitantes; como porque en sus manos tuvo todos los documen-
tos, hasta los más secretos, de los Jesuítas, de donde debían haber
constado aquellos supuestos aprovechamientos, que con embuste y
calumnia les atribuía, y sin embargo, jamás aparecieron las prue-
bas, como que no puede haber pruebas de una falsedad é invención
fabulosa. Encerraba además esta afirmación una insigne ignorancia
del método de las Doctrinas, que nunca fué comunista.
Pero el comunismo que allí no existió en tiempo de los Jesuítas,
vino á introducirlo el plan de Bucareli, y con circunstancias tales,
que realizaron la más completa opresión de los indios. Vamos á
verlo.
En las Doctrinas, en tiempo de los Jesuítas, no había comu-
nismo. Había sí algunos bienes comunes, para obtener los cuales se
empleaba por breve tiempo el trabajo en común, y que servían para
socorrer á los necesitados y para satisfacer el tributo. El primer fin
lo habían introducido los Padres, viendo que sin este recurso era
imposible mantener los pueblos formados y evitar que se desbanda-
sen. El segundo fin procedía de la necesaria imposición de las leyes.
Había sido necesario imponer aquel tributo y aquel arbitrio
comunal en trabajo, porque de otro modo era imposible obtenerlo de
unas gentes entre las cuales no corría la moneda, y que, abandona-
das á su propio arbitrio, ni siquiera cosechaban lo necesario para su
sustento, á causa de su nativa desidia. Y así, no pudiéndose exigir
la prestación en dinero ni en especies, se exigía en trabajo. Pero
este trabajo era breve. Ocupaba sólo una parte del año, y en esa sólo
dos días á la semana, dejando los cuatro libres para los trabajos de
cada cual (1). Y la sola temporada en que se verificaba esto era
cuando llegaba la época de trabajar las chacras ó sementeras, que
venía á ser de Corpus á Navidad (2).
Fuera de este servicio al pueblo y al Rey, todo lo demás del
tiempo era libre para los indios. Poseía cada cabeza de familia su
sementera y todos los frutos que en ella quisiera cultivar. Los Misio-
neros procuraban que cada indio se acostumbrase á tener algunos
animales de labranza y vacas lecheras, á cultivar algunas plantas
especiales, como la yerba mate, ú otra; aunque de muy pocos lo
consiguieron (3).
No había en todo este sistema más comunismo; ó para expresar
la verdad, nunca hubo comunismo, como no lo hay en una ciudad
(1) Cardiel, De nioribti& gtiaraniortim, c. III.
(2) Cardiel, Decl. 113.
(3) Cardiel, De moribus, c. III.
— 228 —
por tener sus bienes de propios y sus impuestos comunales; ni lo hay
en una nación porque posea terrenos fiscales y edificios públicos y
haya de levantar cargas comunes.
Mas al implantarse la reforma de Bucareli, se extendió de tal
manera este trabajo común, que la propiedad particular quedó casi
totalmente abolida. Las leves huellas parecidas á comunismo que la
necesidad había hecho antes tolerar, se llevaron al último extremo
por Bucareli y por los ejecutores de su plan.
Mandaba Bucareli que se hiciesen plantíos en mayor abundancia
que los que antes había para los bienes del pueblo (1): y como esto
no se podía hacer sin obligar á los indios á trabajar más días de los
que al principio trabajaban, claro es que el solo prescribirlo acen-
tuaba el comunismo.
Antes no tenían que satisfacer los pueblos sino su tributo y
mayor servicio, con lo cual había suficiente para sínodo de los Doc-
trineros, y todavía sobraba para el Real Erario. Ningún sueldo per-
cibía el Superior de Doctrinas, ni había otra atención que satisfa-
cer. Ahora el sínodo mismo era mayor (2); y se había añadido una
multitud de sueldos: sueldo del Gobernador, 1200 pesos; sueldo de
cada Teniente, 500 pesos; sobresueldo de cada Ayudante, 100 pesos;
sueldo de cada cirujano, 320 pesos; sueldo de cada maestro de
escuela, 250 pesos; por cada uno de los treinta administradores, 300
pesos; por cada uno de los treinta Capataces españoles, 300 pesos.
Todo esto había de salir del trabajo de los indios, haciendo producir
á la tierra doble cantidad de frutos para el común: y así había que
aumentar todavía los días de trabajo en común.
Antes el pueblo no sustentaba á nadie: pues el Cura recibía su
sustento del Superior de Candelaria, quien se lo procuraba por medio
del sínodo: y si alguna cosa tomaba en el pueblo, la pagaba (3). Con
el plan de Bucareli, cada pueblo tuvo que alimentar á su costa, no
sólo á los dos Doctrineros, sino también al Administrador con su
familia, al maestro con su familia, al capataz, á los mineros, y á
cuantos huéspedes llegaban allí; de lo cual no nos permite dudar el
brigadier Alvear, quien nos da cuenta de «la mesa diaria en que
jamás se sienta el indio que la surte, y está siempre franca al pasa-
jero, extraño y traficante, que con este motivo se detiene muchos me-
ses en los pueblos» (4); y Doblas, quien dice que «los comerciantes se
(1) Instrucción, núm. 10.
(2) El sínodo sumaba 550 pesos y antes era sólo 466 i/a-
(3) Cardikl, De moribus Guaraniorum, c. V.
(4) Relación de Misiones, ed. Angelis, 105.
-229-
mantienen en la mayor parte, á costa de los Pueblos» (1). Sin contar
con «las francachelas y gastos enormes, llamados indebidamente de
conuinidad, que se hacen en los colegios, no sólo en las fiestas de
tabla, sino también, con cualquier leve pretexto que ocurra á los
empleados» (2). Es manifiesto que el sustento de tanto número de
sujetos, que no habían de ser tratados como cualquier indio, había
de agravar los gastos; y como todo salía del trabajo común de los
indios, había de aumentar el trabajo de comunidad. — Hubo tiempo
en que las quejas sobre esta disposición acerca de los alimentos
movieron al Virrey de Buenos Aires á dar orden de que en adelante
los pueblos no diesen alimentos anadie (3). Esto causó general sor-
presa 3' aun alarma: 3^ al punto se representó y consultó sobre la ma-
teria. La respuesta fué que no se trataba sino de gastos excesivos é
indebidos. Los ánimos se tranquilizaron, y las cosas siguieron como
estaban.
Antes se procuraba con empeño que cada uno trabajase para sí
su propia chacra: se hacían tentativas para que tuviesen propiedad
de animales ó de plantíos con caudal su3'o: y para todo esto se les
daba tiempo abundante; pues sólo dos días, lunes y sábado, yeso
durante la éppca del chacarerío, eran llamados á trabajos comunes.
Ahora todo se había convertido en trabajo de comunidad, para sub-
venir á tantas nuevas cargas que les echó encima Bucareli. Baste
decir que entre las prescripciones detalladas que se dieron con las
Ordenanzas de Bucareli, estaba señalada la de que á los indios se
concediesen dos días de la semana para trabajar en sus chacras
particulares; 3- ni aun esta exigua parte de tiempo se les otorgaba,
sino que los hacían trabajar cinco días, y á veces toda la semana en
las haciendas del pueblo. El Administrador general Lazcano repre-
sentaba á mediados de 1774 el «estado de los pueblos y medios...
para el fomento y conservación de ellos, en atención á que... los
pueblos amenazan una total ruina» (4) y entre otras prevenciones
expresa lo siguiente: «Se deberá observar darles á los indios los dos
días en la semana, que previene la Ordenanza, para que trabajen 3^
cultiven para sí sus haciendas particulares.» — Pero el abuso ya intro-
ducido continuó, porque podía más en los Administradores la instan-
cia con que en virtud de las Ordenanzas se les reclamaban de Bue-
(1^ Doblas, Respuesta al Virrey Loreto sobre el comercio de Misiones. Bue-
nos Aires. Arch, gen. legf. Misiones I Varios años I a.
(2) Alvear recién citado.
(■3) Decreto del Virrey de Buenos Aires, á 19 de Mayo de 1800 (Buenos Aires
Arch. gen. Misiones 117881 1800).
(4) Arch. Gen. de B.' A.' leg. Misiones I Varios añosl 1.
-230-
nos Aires las remesas para el tributo y sueldos, y de los pueblos los
efectos para alimento de los empleados, que la fría recomendación
de designar y conceder á los indios el tiempo que hubieren menester
para cultivar sus heredades, consignada en otra Ordenanza, cuyo
cumplimiento nadie urgía. Y así dice el Virrey Aviles en el Informe
que dejó á su sucesor casi treinta años más tarde; en 1801: «A los
pueblos [de Guaraníes] se les hacen cargos crecidísimos, que los tie-
nen en una deuda que no puede comprenderse su legítimo origen.
Realmente, es incomprensible que la hayan causado unos hombres y
mujeres y aun niños, que trabajan por constitución, para lo que
SE LLAMA COMUNIDAD, CINCO DÍAS Á LA SEMANA; á quicnCS nO Se IcS
da vestuario regular, y sólo una escasa ración de alimento en los
días que trabajan, con la cual el padre de familia ha de mantener á
toda ella los siete días de la semana» (1).
Esta fué la miseria y el comunismo introducidos por el plan de
Bucareli: ésto lo que vieron cuantos pasaron en aquellos tiempos por
las Doctrinas, y lastimándose de los indios, clamaron por la aboli-
ción de semejante régimen de comunidad; si bien algunos errada-
mente atribuían á los Jesuítas aquel sistema, que no era obra sino
del pretendido reformador. A los treinta años de impuesto tal comu-
nismo, cuando ya la ruina estaba consumada, y el desbande era uni-
versal, se trató ahincadamente de poner remedio; pero en diez años
de tentativas nada se logró; y entretanto sobrevino la independencia
de las colonias hispano-americanas.
VI
OTRAS PRESCRIPCIONES DE BUCARELI
Acabamos de ver el influjo necesario y desastroso que habían de
tener y tuvieron en efecto para trastornar el orden admirable de las
Doctrinas Guaraníes, aquellos envalentonamientos con que durante
un año infatuó Bucareli á los indios en Buenos Aires, la separación
repentina de las dos administraciones: espiritual y temporal; la nuli-
dad á que redujo las atribuciones de los Administradores; y el comu-
nismo, que á él se debe en toda su crudeza. Vamos á estudiar la
(1) Trei^i^rs, Revista de la Biblioteca, tom. lll. p. A64.
- 231 -
acción ejercida por algunas otras novedades establecidas en su plan.
Sea una la incuria en señalar sueldo á los Administradores. Fue-
ron menester dos solicitudes del primer Administrador general San-
ginés (1), más de un año después de establecido el régimen y funcio-
narios de Misiones, para que el Gobernador Bucareli se moviese A
pedir los informes que le habían de guiaren la determinación del
sueldo. Cualquiera ve en esta conducta un desorden de no pequeña
trascendencia, que directamente cedía en detrimento de los indios;
pues unos empleados á quienes no se fija sueldo, y que por otra parte
están colocados en oficio en que pueden tomarlo de los bienes de sus
subordinados, fácil es de ver que están en continua tentación de
dañar en sus haberes á aquellos mismos de quienes tienen cargo.
Mas ya que determinó fijar sueldo á los Administradores, como
lo hizo en 1.'' de Junio de 1770 (2), fué la determinación tan corta,
que se redujo á asignarles 300 pesos anuales, honorario bien poco
correspondiente para un sujeto que tuviese las circunstancias de
capacidad y carácter tales como se requerían para manejar un pue-
blo de Misiones, resignándose á vivir en aquellos parajes alejado de
toda otra sociedad, y en acción y fatiga continua, si había de conser-
var y adelantar el pueblo. Así lo hacía reparar en 1778 el Adminis-
trador general Lazcano: «.dtendie/ido» son sus palabras «c/íte por el
corto sueldo de trescientos pesos, tío se encuentran sujetos de la
calidad que puedan ocupar el lugar de los antiguos Doctrine-
rosi> (3). Así es como el siguiente Administrador general, Cassero, se
queja en 1791 de que los Administradores son ignorantes en el
comercio, en que deben dirigir á los indios y evitar que sean perju-
dicados (4); y el brigadier Alvear afirma que «los más de ellos igno-
ran el manejo de caudales, están ajenos de lo que es agricultura y
fábricas, y no saben ni aun ajustar nna cuenta, todos conocimien-
tos esenciales á su empleo^ (5). Y en 19 de Febrero de 1797 explica
el Virrey Meló de Portugal «/« confusión, y desorden, que infería
la forma de llevarse los libros de Cuentas de los intereses que mane-
jan los Administradores de aquellos pueblos, insuficientes á poder
realizarse el producto de la agricultura, é inversión de la indus-
íria, ni poderse absorber cualquier duda, y que i)nposibilitaban
una liquidación de cuentas de un pueblo con otro, y aun de los par-
ticulares, cuanto más las generales que deben rendirse anual-
(1) BuF.NOs Aires: Arch. gen. legajo Misiones ¡Varios años j 1,
(2) Ordenanzas de comercio, ni'im. 34.
(3) B.' A.' Arch. gen. leg. I Misiones Varios años I a.
(4) Ibid.
(5) Alvear, Relación, 105.
-232-
mente» (1). Agregúese á todas estas circunstancias de los Adminis-
tradores, que forzosamente redundaban en detrimento de los indios,
la de que hubo veces que se quedaban en los pueblos después de
haber cesado de su empleo, y se mantenían á costa de sus haberes
de comunidad (2).
Será otra de las disposiciones sobre la que es preciso llamar la
atención, aquélla con que mostró Bucareli el empeño en hacer descu
brir minas, previniendo en \2i Instrucción (3), la cautela en interrogar
á los indios, para que no ocultasen los parajes de donde sacaban los
pedazos de mineral que á veces llevaban á sus Doctrineros. Duraba
todavía en la imaginación de Bucareli, á pesar de tantos desengaños
precedentes en contrario, la especie absurda de las minas de oro y
plata con que se hubiesen enriquecido los Jesuítas. Descubiertas en
Candelaria unas minas de cobre, encarga encarecidamente en la
Adición (4) que se beneficien, sin olvidar los quintos reales. Los quin-
tos nunca se cobraron, ni de las tales minas pudo sacarse cosa de
provecho, como lo hemos visto en su lugar (5); pero su laboreo fué
causa de notables atrasos al vecino pueblo de Santa Ana, extrayendo
los beneficiadores muchos indios de los trabajos comunes para ocu-
parles en las minas, con lo cual aumentaban la fatiga de los restantes,
y cometiendo con los Guaraníes empleados en minas la injusticia de
no pagarles como era debido sus salarios (6).
Entre los capítuíos de la Adición, hay uno en que se recomienda
con énfasis que no se prohiba á los indios el tener cualquiera clase de
ganado, mayor ó menor, al igual de los españoles, cá quienes ya se
hallan equiparados (7). La experiencia había enseñado cuan dañoso
era permitir á los indios particulares el tener caballos propios, y la
ley se lo tenía prohibido (8). Mas en virtud de la derogación de Buca-
reli, les fueron permitidos los caballos. No pasó mucho tiempo sin
que se notase un destrozo enorme en las estancias, donde los indios
acometían sobre todo al terneraje, y lo destruían para comer; una
facilidad extraordinaria en desertar de sus pueblos, valiéndose del
conocimiento que tenían de los caminos, pues para ellos lo mismo
(1) B." A." Arch. gen. leg-. Misiones I Varios años I 1.
(2) Lazcano, Administrador general, Notas (Buenos Aires), Archivo general
leg. Misiones i Varios años I 1.
(3) Número 27.
(4) Número 44.
(5) Lib. I. cap. VIH. § I.
(6) Zavala, Gobernador, Informe sobre minas en 1785: Buenos Aires, Archivo
gen. leg. Misiones I Varios años I a.
(7) Núm. 10.
(8) Leyes 33. 34. tít. 1. lib. 6.
- 233 -
era viajar de noche, que si anduvieran de día; y un escándalo en
robar y llevarse consigo mujeres; que obligaron á clamar en conti-
nuados informes para que se quitase de nuevo tan imprudente
licencia (1).
Otra disposición en que derogó también Bucareli las leyes de
Indias, fué la que prescribe que se dé entrada á los españoles para
avecindarse en los pueblos de indios ^2). Declara nuevamente la
igualdad de los indios con los españoles, y encarga que se fomenten
los matrimonios entre españoles é indios. No es de suponer que fuera
tan poco avisado Bucareli, que creyese que con sólo su Instrucción
de 1768 se iban á multiplicar los matrimonios entre españoles é
indias, los cuales siempre fueron raros }' difíciles, por estorbarlos
la gran diferencia de condición entre unos y otros. Mas si acaso lo
creyó, ahí está la experiencia para convencer su error. En ochenta
años que duró la aplicación de su sistema, hasta 1848, y en treinta
pueblos, cítense los matrimonios de esta clase que se han contraído;
y se verá cuan contados son, si hay algunos.
En cambio jcuán espantosamente se difundieron las ofensas de
Dios, abriéndose por este camino ancha puerta á la lujuria! ¡Cuántos
escandalosos amancebamientos!
La introducción de los españoles á vivir y poseer en territorio de
Misiones, trajo consigo otro nuevo daño para los indios. Los espa-
ñoles ó criollos tenían traza cómo denunciar varios terrenos al
Gobernador de Buenos Aires por ser vacantes ó realengos; y en tal
caso el Gobernador los adjudicaba al suplicante Con el tiempo, }'
cuando ya éste había ejecutado actos de posesión, lo que hacía bien
pronto, venía á averiguarse que el tal terreno denunciado como
valdío, pertenecía en realidad á los indios, y era parte de sus estan-
cias, ó se reservaba para hacer sementeras más adelante. Mas no por
eso se rescataba ya aquella propiedad de manos del poseedor espa-
ñol europeo ó americano^ quien se valía de todos los medios para
enredar ó dilatar el asunto, y á lo último se quedaba con la finca. De
e5te modo fueron despojados los indios, particularmente en Yapeyú,
de tanta extensión de terrenos, que cuando el Virrey Aviles quiso
señalar haciendas privadas á cada uno, )^a no encontró en algunos
parajes tierras con que poder realizar su intento. Tanta era esta que
él llama fundadamente «invasión que, de no atajarla en su princi-
(1) laforine del Coronel Larrazábal en 1773 (Buenos Aires Arch. gen. legajo
Misiones 1770i). La.zc\no. Advertencias de 1778 (Buenos Aires Arch. gen. leg. Mi-
siones ¡Varios años/a.
(2) Instrucción, núm. 25.
-234-
pio [iba á llegar], ¡insta los umbrales tjti sitios de las reducidas chu-
sas de los infelices indios, á quienes dejarían sin un palmo de
tierras, si se tolerasen tales denuncias en el interior de aquel
gohiernoT> (1).
Estas fueron las ventajas que tanto había ponderado Bucareli de
la introducción de los españoles europeos y americanos á vivir en los
pueblos de indios: <ítanta secta de vicios como tenemos sus habita-
dores españoles» , como decía en 1776 el Administrador de Loreto (2);
«el gran libertinaje y escandaloso desarreglo de costumbres» como
atestiguaba el brigadier Alvear hacia 1795 (3); y con eso, los agra-
vios y depredaciones de los indios. Opresión del indio é inmoralidad,
que eran precisamente los efectos, en todo tiempo comprobados por
la experiencia, en virtud de los cuales tenían prohibida las sabias
leyes de Indias tal habitación (4).
Vil
194
ESCLAVITUD DE LOS INDIOS
Afirmó Bucareli que su voluntad era que el trato de los indios
Guaraníes fuese enteramente contrario al que habían experimentado
en tiempo de los Jesuítas. <-<El tratamiento de los indios... debe, ser
en todo contrario al que experimentaron de los Regulares» (5).
Según esto, su plan debía haber sido exactamente contrario á la
práctica entablada por los Jesuítas. Mas no fué así. Con extrañeza
se advierte que una gran parte de los artículos de su Instrucción y
de la Adición, y aun de la Ordenanza de comercio, son mera copia
de las disposiciones establecidas en tiempo de los vituperados Regu-
lares, como él mismo no tiene reparo en confesarlo, diciendo según
se acostumbra, como liasta aquí, ó frases equivalentes. Era que,
á pesar de su odio sectario, no podía menos de reconocer la necesidad
de prácticas entabladas en virtud de una experiencia más que secu-
lar, y qaería incorporarlas en aquel reglamento, que no había de
(1) Informe del Virrey Aviles, [Trellks, Rev. de la Bibl. III. 469].
(2) Informe (B' A') Arch. gen. leg. Misiones I Varios años / a.
(3) Relación de Misiones, ed. Angklis, 1836, pág. 105.
(4) Vid. lib. I. c. 8. § 7.
(5) Carta de Bucareli, fecha en B" A" á 2 de Marzo de 1769. Arch. gen. legajo,
Misiones 1769-70 73-74 79.
- 235 -
servir 3'a para deslumhrar á los indoctos, sino para ser presentado
al Rey con apariencias de seriedad y madurez; además de que muchas
de las disposiciones adoptadas por los Jesuítas no eran sino la
estricta ejecución de Reales Cédulas y Le3'es de Indias. Es verdad
que la levadura que él puso de suyo bastaba para destruir los buenos
efectos de cualquier plan por perfecto que fuese, como lo hemos
demostrado, examinando algunos puntos, en los artículos anteriores.
Pero este proceder extraño de conservar las prescripciones anti-
guas, nos da pleno derecho para confundir las falsedades que
enunció contra los Jesuítas, valiéndonos de argumentos sacados de
las mismas obras del reformador, ó para convencerle de tirano, des
pota y esclavizador de los indios Guaraníes. Según Bucareli, era
esclavitud no tener repartidos los bienes comunales, efectos del
pueblo, estancias, ganados, tierras del común. Y todo esto lo dejó
sin repartir, cometiendo además el enorme desacierto de llenarles
la cabeza á los indios de sus falsas ideas. Era esclavitud no poder
comerciar sin intervención de tutor que velase por los intereses del
indio y del pueblo. Y de la misma manera dejó arreglado el comercio.
Era ser esclavos el no poder disponer de sus personas y estar sujetos
en el trabajo á los Jesuítas. Y él los dejó en la sujeción de los Admi-
nistradores. Por tanto, si todo eso era esclavitud, Bucareli, después
de insultar á cada instante á los Jesuítas, 3' engañar con fingidas
promesas á los Guaraníes, constitu3^ó á éstos, por medio de su plan,
en indigna y miserable esclavitud.
Por el bien de los infelices indios nos alegraríamos de que el
estado en que Bucareli los puso en virtud de su plan, no hubiese sido
sino igual al que tenían en manos de los Jesuítas, porque entonces
su esclavitud no hubiera sido sino una fantasía del reformador, un
nombre injurioso inventado por odio sectario, 3" no hubiera llegado
al orden real; nuestro discurso hubiera sido un mero argumento ad
hoininein para confundir las imposturas de Bucareli. Pero desgra-
ciadamente no es así. Lo que hasta aquí llevamos expuesto hace ver
que si la esclavitud que tantas veces ponderó Bucareli sólo estaba
en la boca de los enemigos de la Compañía de Jesús como él, 3' no en
el orden real, en cambio, la esclavitud en que él colocó á los Guara-
níes fué una tristísima realidad.
Los Administradores, tales como los estableció Bucareli, privados
de toda autoridad, no pudieron subsistir. Los destrozos que los indios
particulares causaban en los bienes del pueblo, el uso arbitrario é
injusto que de la autoridad hacían los cabildantes, la imposibilidad
en que se veía el Administrador de hacer obedecer á los trabajado-
-236-
res; fueron causa de que por providencias gubernativas se diesen á
los Administradores las facultades que el plan de Bucareli les
negaba (1). Vinieron con esto á ser los Administradores los verda-
deros superiores del pueblo, á quienes estaba subordinado el mismo
Corregidor y el Cabildo, que no servían sino de ejecutores de las
órdenes que el Administrador les diese. «Siendo el Adniinistyador,
cojjio lo es en las presentes circunstancias, el que hace de superior
en el pueblo, él determina por sí solo todo cnanto se lia de Jiacer: d
él se le presenta el Corregidor y Cabildo como subditos: de él reciben
las órdenes, y d él dan cuenta de la ejecución y resultas» , dice
Doblas (2); quien igualmente demuestra que los intereses del pueblo
están librados á la voluntad y buena fe del Administrador, de suerte
que si él quiere cometer fraudes, no hay medio de estorbarlos, por-
que se provee fácilmente de toJos los justificativos legales, ya que el
Cabildo firma con gusto cuantos documentos le presenta el Adminis
trador, y asimismo firmará los que acreditan la legítima inversión
de los caudales.
Semejante potestad en manos de perdonas tales como hemos visto
que tenían que ser y eran los Administradores, dió lugar á que se
repitiese lo que con los primeros h;ibia sucedido y de que se quejaba
el Administrador general Sanginés: <^que se sacrifiquen los frutos
que producen dichos Pueblos con ventas y compras dolosas, como
las que tengo noticia se han hecho» (3j. La cuenta anua creía Buca-
reli que se daría por parte de cada Administrador con sólo orde-
narla en su instrucción (4); pero la verdad es que ni siquiera las
cuentas generales de su administración al dejar el oficio se podían
obtener de ellos: «síji que se haya conseguido ver formales cuetitas
de la inversión de los productos de las cosechas de aquella feraz
provincia» dice el Virrey Aviles (5). Y no era extraño, pues hemos
visto que muchos de ellos ni siquiera sabían llevar las cuentas.
La realidad de la aplicación del plan de Bucareli, ya desde el
primer día, fué que, si bien se había dicho que quedaba suprimido el
azote, entonces precisamente fué cuando empezaron á llover sobre
el pobre indio los azotes. Antes el castigo no se daba sino por la
autoridad, y reconocida la causa suficiente por el Padre. Ahora le
venía el azote al indio de tres partes; azotábale el Administrador
(1) Doblas, Memoria histórica, ed. Ángelis, 1836, pág. 21.
(2) Ibid. pág:. 22.
(3) Representación á Bucareli, 1769, Buenos Aires, Arch. gen. leg. Misiones
I Varios años / a.
(4) Bravo, 323.
(5) Informe, Trelles, Rev. de la Bibl. II. 464.
- 237-
cuando obedecía al Cura, azotábale el Cura porque obedecía al
Administrador (1), y le azotaba el Corregidor ó cualquier Cabil-
dante, que le había tomado por criado sin salario, cuando no le
trabajaba la sementera á su gu^to (2).
La autoridad que se dio á los Administradores hizo que proce-
diesen en su cargo con desmedido imperio. «£"/ Administrador,
desde el punto que lo cubre la investidura de su empleo, cuida de
obstentaise con absoluto dotninio, hasta sobre los Cabildos; por-
que la práctica de recibir los indios las órdenes diarias de este
para los trabajos, tareas y demás ocupaciones en que se ejercitan,
les hace conocer que tiene sobre todos una especie de superiori-
dad.-» Así lo dice el Administrador general D. Diego Cassero (3). Y
el Virrey Aviles habla de la «utilidad que dejaba á estos Adminis-
tradores el tiránico é inhumano gobierno abusivo que les sugirió
la codicia» (4).
Además de soportar el indio en su persona esta tiranía y despo-
tismo, y no menos la de sus caciques, se había de resignar á ver que
su trabajo se convertía en utilidad de otros, proveyendo de abun-
dantes frutos aquella mesa, que, como dice Alvear, el indio surte
siempre sin que nunca participe de ella (5) y se había de resignar á
verse privado de las cosas que más apetecía, y de que á su vista dis-
frutaban otios merced al trabajo empleado por él. <íLns bienes de
los indios» dice Doblas hablando como testigo «son tratados como
sus personas; distribuyéndose éstos con la mayor escases entre los
indios necesitados, y aun en/err}ws, se gastan can la mayor profu-
sión, no tan solamente entre los españoles empleados, sino también
con cuantos pasajeros llegan, y que tal ves sin motivo ninguno se
detienen en los pueblos los días que quieren, facilitándoles cuantas
comodidades se les antoja; lo que reciben como cosa de justicia que
se les debe:... y aunque el gobierno ha dado algunas disposiciones
sobre esto, ningún efecto han surtido-» (6). «De los efectos y frutos
más preciosos que se recogoi y almacenan, no tienen más parte en
ellos [los indios], que el haberlos cultivado y recogido; ellos siein-
brait, cultivan y benefician la cuña para la miel y asücar: lo mismo
el tabaco y trigo: ellos ven ó saben que de Buenos Aires mandan
(1) Doblas, Memoria, 20.
(2i Informe de Ugarte, Administrador de Loreto en 1776: B' A% Arch. gene-
ral, leg. Misiones / Varios años ¡ a.
(3) Informe, B." A.' Arch. gen. leg. Misiones I Varios años I a.
(4) Informe, Trkllhs, Rev. de la Bibl. III, 464.
(5) Relación 105.
(6) Memoria, '11.
-2J8-
sal, que ellos tanto apetecen, y otros efectos comprados con el
importe de los frutos qiit produce su trabajo, y que todo se guarda
en los almacenes, de donde no vuelve d salir para ellos» (1).
Añadíase á todo esto la autoridad absoluta que se arrogaban los
Tenientes de Gobernador, así para disponer de los bienes de Doctri-
nas, como para tratar mal á los indios, y aun perseguirlos, si se
atrevían á recurrir al Gobernador. Poníanse á las indias tres tareas
de hilar por semana, en vez de dos que habían tenido siempre, aun
después de los expatriados; con lo cual, atento su modo espacioso de
trabajar, se les quitaba el tiempo para las faenas domésticas; y hasta
se les hacía trabajar en las fiestas. De todo esto se queja el Gober
nador Zavala. «Con pleno conocimiento» dice «de lo que por aquí
se ha practicado... con las absolutas [facultades] que los Tenientes
de Gobernador tenían en los bienes de Comunidad, sin que á este
Gobierno... se le diese noticia alguna de sus tratos con españoles,
extracción de sus haciendas, ni remesas que se les hacia... impi-
diendo d los indios sus recursos y quejas, despachando en su
seguimiento partidas, y aun castigándoles por haber venido á mi
presencia á quejarse, oprimiendo á las indias cotí tres tareas de
hilanza d la semana, contra la antigua costumbre de ser solamente
dos para que les quedase tiempo para su propia utilidad, pues con
las tres no lo tenían, y aun no guardaban el día del domingo...» (2).
El indio había llegado á estar absorbido continuamente por los
trabajos de comunidad, que duraban cinco de los seis días de la
semana (3j.
El hambre, la desnudez, el trabajo forzado sin tener sosiego para
trabajar en su propia utilidad, y los malos tratamientos, iban consu-
miendo una parte de la población y hacían que otra parte no pequeña
huyese de los pueblos, emigrando á las poblaciones cercanas de espa-
ñoles y aun de portugueses, donde aunque mal tratados, creían que
no lo serían tanto como en sus pueblos, y á veces refugiándose en
los montes. Semejantes fugas traían consigo los daños espirituales
y relajación de costumbres que se pueden presumir, como hemos
visto (4), y lo confirma Doblas (5).
Esta opresión fué también la que produjo el disgusto contra los
españoles, y facilitó en los siete pueblos de la ribera izquierda del
Uruguay la invasión que verificaron los portugueses del Brasil
(1) Doblas, Memoria, 34.
(2) Buenos Aires, Arch. gen. leg. Misiones / Varios años I a.
(3) Aviles, Informe en Trelles, Rev. de la bibl. III. 464.
(4) Cap. Vil. § III.
(5) Memoria, 36.
— 239 —
en 1801. Pintando á los indios mayores ventajas en estar sujetos á
Portugal, no dejaron de encontrar partido entre ellos, y no teniendo
empeño los indios, la capital San Miguel cayó en poder de los inva-
sores, 3^ con ella quedaron los otros seis pueblos hasta el día de hoy.
V^éase, pues, si hemos podido afirmar sin hipérboles ni exagera,
clones que la situación en que quedaron las Doctrinas de resultas del
plan de Bucareli, fué una verdadera esclavitud.
VIH
VALOR DE LA OBRA ENTERA DE BUCARELI
Acabamos de ver cuál fué el éxito de la obra á que se refería
Bucareli cuando decía «/a obra que tan feli3)}iente se Jia principiado
con la expulsión de los Jesuítas^ que ocupaban las fértiles provin-
cias del Uruguay y Paraná, y reducción de sus naturales d la más
perfecta obediencia de su soberano (1).» Esa obra se compone del
plan de Bucareli, de las modificaciones que hubieron de añadírsele
después por los errores que en él se iban descubriendo, y de los efec-
tos que todo ello produjo. La obra habla por sí misma.
En 1791, á los veinte años poco más de haber empezado Bucareli
por sí mismo á poner en ejecución .su plan; y después de oídos todos
los pareceres, tentados todos los caminos, aplicados todos los reme-
dios, probadas todas las mudanzas que se pudieron ocurrir á los
gobernantes del Rio de la Plata; el estado de las treinta Doctrinas
de Guaraníes había venido á ser el que resulta del informe del Admi-
nistrador general D. Diego Cassero }' de todo el expediente trami-
tado ante el Virrey en materia de comercio de Misiones {2).
Los indios no entendían palabra de castellano. Los pueblos se ha-
llaban desiertos porhaber huido sus moradores. Los ganados se habían
perdido. Los indios que quedaban en los pueblos estaban en gran
parte dados á la licencia de costumbres y á la embriaguez. De parte
de las autoridades que los dirigían eran muchos los tráficos prohibi-
dos, las opresiones y los ejemplos de vida disoluta. Las fronteras de
Portugal estaban seriamente amenazadas. Las antiguas milicias
(1) Orde)tansas de comercio, preámbulo.
(2) Buenos Aires: Arch. gen. leg'. Misiones I Varios años I a.
-240-
Guaraníes se habían reducido á la nada. Portugueses y paisanos á
modo de bandoleros, llamados gauderios, robaban gruesas partidas
del ganado que quedaba.
No ha sido necesario acudir ni á las personas de los Administra-
dores ó de los Curas y sus mutuas discordias, ni á los excesos par-
ticulares del Gobernador y de los Tenientes, con que comúnmente
se pretende explicar la decadencia y ruina de los pueblos de Guara-
níes. Esas son causas parciales é incompletas. La verdadera causa
está en el plan mismo de Bucareli, con el cual, ni los Jesuítas mis-
mos, si hubieran perseverado en Misiones, hubiesen podido sostener
la primitiva prosperidad. Hemos demostrado que esos efectos son
obra suya, consecuencia necesaria de su plan.
Y esos efectos hablan con una elocuencia que superó á la de toda
palabra humana. El divino Maestro nos ha dicho: Por sus frutos los
conoceréis (1). Los frutos de ios hombres son sus obras; los frutos de
los planes, son sus efectos.
Al plan de Bucareli para sustituir el de los Jesuítas, puede apli-
carse el juicio que un autorizado escritor brasilero (2) formuló acerca
del Directorio de Pombal, expedido once años antes con el mismo
intento. Era de presumir que las Instrucciones fueran copia más ó
menos retocada del Directorio, sabiendo que fueron unos mismos los
que ejecutaron las dos expulsiones de España y de Portugal, empu.
jando más unas veces la una, otras la otra, según se les presentaba
la oportunidad. Y en efecto, en uno y otro se encuentran las mismas
falsas inculpaciones de esclavitud de los indios, de impiedad, de
indecencia en casas y vestidos; el mismo establecimiento de Admi-
nistradores, que en Portugal se llamaron Directores, etc., etc. De
uno y otro se puede decir, pues, con razón lo que el citado autor dijo
de solo el Directorio: «Jamás ley alguna prometió tanto, exhibiendo
sus pomposas teorías, ni patentizó más cuan poco era lo que en la
práctica podía conseguir, por no haber querido tomar por base
la experiencia de dos siglos y medio de Reducciones de indios, con la
que tan copiosos frutos habían recogido en sus ensa3'os los Nobregas
y Anchietas, legando á los naturales largos días de prosperidad y de
paz. El Directorio [y otro tanto puede decirse del plan de Bucareli]
sobre no ser más que una rapsodia de las leyes publicadas anteceden-
temente acerca de los indios, está todo repleto de utopias, y lleno
(1) Matth. VIL 16.
(2) foACHiM NoRBERTO DK Sou?A Silva, Memoria histórica e documentada das
aldeas de indios da Provincia de Rio Janeiro. Laureada com o premio imperial.
(Revista do instituto brazileiro, XV'IIL 153. año 1854.
-241-
de nuevas disposiciones que coartan las mismas garantías, de que ya
gozaban los hijos de las selvas... En virtud de él, las Reducciones
vinieron á quedar convertidas en viveros de esclavos.»
La jurisdicción de un Gobernador y varios Tenientes en el terri-
torio de Doctrinas, había sido confirmada por decreto de Carlos III,
fecha 25 de Julio de 1771 (1). El plan entero no obtuvo la aprobación
hasta Abril de 1778; y entonces se aprobó únicamente como estatuto
provisorio (2).
(1) .Suvilla: Arch. de Indias; 125-7-6,
(2) Ibid. 125-7-7. «A consulta de mi Consejo de las Indias de 27 de Abril de
1778, me serví aprobar con calidad de por ahora las Ordenanzas [de Bucareli]»
Céd. Real de 17 de Mayo de 1803.
16. — Organización social de las doctrinas guaraníes— tomo ii.
CAPITULO IX
RUINA TOTAL DE LAS DOCTRINAS
1. Decadencia de las Misiones hasta su primera desmembración. — 2. Apodé-
rase Portug'al de los siete pueblos orientales. — 3. Segunda desmembración.
— 4. Destrucción de quince Doctrinas. — 5. Ruina de siete Doctrinas más. — 6. Las
ocho Doctrinas al Norte del río Paraná. — 7. Vicisitudes ulteriores de los Guara-
níes de Misiones. — 8. Pueblos de Misiones y ruinas de Misiones.
Hemos llegado en el bosquejo histórico que encabeza nuestro
estudio, al punto en que los Jesuítas expulsados y expatriados por
Carlos III, hubieron de abandonar á los Guaraníes; porque hasta allí
se extiende con toda propiedad la organización social que los Jesuítas
dieron á sus Doctrinas. Pero cuando se trata de una institución sim-
pática, el ánimo se interesa en tener noticia de todos los percances
que le han sobrevenido, de los estados por los que ha pasado y de su
paradero final ó á lo menos de la situación en que actualmente se
halla. Ninguna ocasión mejor que la presente para llenar este deseo.
El estudio del plan de Bucareli con sus efectos hace observar una
decadencia que presagia la ruina total. Y así, será oportuno inter-
calar este capítulo de historia, en que se verá el modo cómo pere-
cieron las Doctrinas, y los restos y huellas que han dejado, que es lo
que únicamente queda hoy de aquella insigne y bienhechora fun-
dación.
*^^ DECADENCIA DE LAS MISIONES HASTA SU PRIMERA
DESMEMBRACIÓN
Es constante el hecho de que desde el extrañamiento de los
Jesuítas, fueron las Misiones decayendo con rapidez. No será nece-
-243-
sario insistir en este punto, que ha formado la materia de los capí-
tulos anteriores.
La población había disminuido tan notablemente, que antes de
cumplirse treinta años, había faltado más de la mitad; y al empezar
el año 1801 quedaban sólo 42 885 (1) almas de las 88.864 que mani-
fiestan las listas de los párrocos Jesuítas en 1767. Las causas que
producían la despoblación eran tan continuas, que se ha podido for-
mar la ley con tanta seguridad como en otros casos se averigua la
ley del crecimiento; y aplicada á los núcleos que se conservaron, se
encuentra casi matemáticamente exacta. Hacíase con más ó menos
uniformidad el recuento anual de los pueblos, y en los censos que se
conservan aparece todos los años una partida de indios huidos de sus
pueblos, que dista de ser despreciable.
Los recursos materiales de los pueblos no sólo no eran abundan-
tes, sino que hubo pueblos de donde los naturales huían porque se
veían perecer de hambre; y otros hubieron de recurrir al Rey pidién-
dole que los relevase de los tributos que adeudaban por no alcanzar,
no sólo con qué satisfacer los tributos, sino ni aun con qué sustentar
la vida (2). Ya hemos visto la triste pintura del c-tado á que quedó
reducida Trinidad en 1772 con treinta habitantes y sin sustento sufi-
ciente para ellos (3). Los yerbales plantados al lado de los pueblos,
cuyo cultivo se descuidó, y en cambio se hacía en ellos yerba dos
años seguidos, en poco tiempo se inutilizaron, y nunca se volvieron
á reponer. Cosa parecida sucedió con los algodonales. El ganado
vacuno, que era uno de los principales artículos para el sustento de
los pueblos, se consumió casi totalmente hasta 1772. El Administra
dor general Lazcano, que trabajó con empeño en restaurarlo desde
1772 hasta 1785 en que salió del cargo, lo dejó en bastante buen pie;
mas inmediatamente volvió á decaer este ramo. Los pueblos donde
fijaba su residencia el Gobernador Zavala, vinieron á ser los más
castigados y afligidos de miseria por los inmoderados gastos que se
veían obligados á hacer, así para el Gobernador, como para los
muchos forasteros que allí acudían. De este modo dejó casi destruidos
los pueblos de Candelaria, Itapúa y Concepción (4).
Faltando lo material, los indios andaban también mal en lo espi-
ritual; verdad que la experiencia de muchos años había enseñado á
los Jesuítas. La entrada de los comerciantes por temporadas, y la de
(1) Virrey Aviles, Informe en Trelles, Rev. de la Bíbl. III. 405.
(2) Exposición de los siete pueblos del Uruguay á Carlos III en 21 de Junio de
1777. MoNNER Sans, Pinceladas históricas, 196.
(3) Cap. VII, §1.
(4) Carta de Buenos Aires á 23 de Marzo de 1774, en MuRiEL-Charlevoix, p. 595.
- 244 -
españoles europeos ó americanos para avecindarse en los pueblos,
con el séquito de vicios y malos ejemplos que en ellos se veían,
fueron de desastroso resultado, tanto más, cuanto no era raro
observarlos en los mismos encargados del gobierno.
La lengua castellana nunca se llegó á introducir. Los edificios
materiales de los pueblos se iban ariuinando. Las personas bien
intencionadas que deseaban el remedio, tenían en boca continua-
mente la mención de los antiguos Doctrineros, indagaban su modo
de proceder en los cuadernos ó manuscritos que de ellos habían
quedado, ponderaban su economía, y deploraban que tan inconsulta-
mente se hubiese abandonado aquel sistema que había hecho felices
á los naturales y prósperos á los pueblos.
La pobreza traía consigo la falta de vestido conveniente, y la
incuria producía el desaseo. No puede darse cosa más lastimosa que
el cuadro que traza el brigadier Alvear de las Misiones hacia 1795,
hablando como testigo de vista.
«Las enfermedades más comunes en los naturales» dice «son las
viruelas, de que mueren seguramente la cuarta parte; las calentu-
ras pútridas, á que llaman peste, por el estrago que hacen; las inter-
mitentes conocidas por chucho; el pasmo, las sarnas rebeldes y gáli-
cas, y el mal venéreo multiforme, principalmente en los españoles y
europeos.»
«La impericia de los Administradores,... la crasa ignorancia de
los maestros de escuela, de que muchos sólo tienen el título: la poca
ó ninguna armonía que suele reinar entre ellos y los Curas: las fran-
cachelas y gastos enormes llamados indebidamente de coiniiuidad
que se hacen en los colegios, no sólo en las fiestas de tabla, sino
también con cualquier leve pretexto que ocurra á los empleados: la
mesa diaria, en que jamás se sienta el indio que la surte, y está siem-
pre franca al pasajero, extraño y traficante, que con este motivo se
detiene muchos meses en los pueblos: el desaseo y continua necesi-
dad en que viven los ciiiiiDnis [muchachos]: la porquería }' torpe
indecencia con que se crían las ciiñatais [muchachas]: la pobreza
suma de los naturales, todos sacrificados siempre y desatendidos por
las comunidades; y por último, el gran libertinaje y escandaloso des-
arreglo de costumbres, frecuentemente autorizados hasta de perso-
nas consagradas á Dios, son los desórdenes envejecidos y reinantes
en todas las Doctrinas» (1).
(1) Relación de Misiones, ed. Ángelis, 1836, 92 y 105.
245
II
APODÉRASE PORTUGAL 197
DE LOS SIETE PUEBLOS ORIENTALES
Siempre habían estado expuestas las Misiones Guaraníes á los
asaltos de tropas de las provincias meridionales del Brasil, como
que estaban declaradas pueblos de la Corona en frontera portu-
guesa, y lo eran en realidad; mas, debilitado el vigor de aquellas
milicias que en otros tiempos habían defendido el territorio , y en
ocasiones aun sin recibir auxilio de tropas regulares, vinieron á caer
en poder de Portugal los siete pueblos más cercanos, que estaban
situados ala parte oriental del Uruguay.
Durante el largo período que gobernó D. Francisco Bruno de
Zavala, que fué más de treinta años, desde 1768 hasta su muerte
con una breve interrupción, hubo dos principales alarmas causadas
por los portugueses. Una tuvo lugar en 1770 con la entrada en
Misiones de una partida de diez y seis portugueses al mando
del capitán Peixoto y con subordinación á la empresa del coronel
Alonso Botello de Sampayo (1), que pretextaba pasar á reducir á los
indios infieles á nuestra santa religión: todos los de la partida fue-
ron tomados presos y remitidos á Buenos Aires, con los papeles que
se les encontraron y que demostraban el ánimo de apoderarse de
aquella región. Otra fueron los avances de 1775 y 76 desde Río
Pardo y Viamont, que obligaron á Zavala á situarse en los siete
pueblos orientales con tropas, y no cesaron hasta después de la gran
expedición de Cevallos en 1777. En adelante no hubo otras invasio-
nes formales; pero nunca cesaron las entradas de partidas sueltas á
robar ganado. La estancia de partidas de demarcación con sus comi-
sionados portugueses por los años de 87, hizo también harto daño,
porque sin cesar convidaban á los naturales de aquellos pueblos á
pasarse á los dominios portugueses donde les ofrecían más comodi-
dades y menos trabajo. Y en efecto, iba creciendo notablemente la
deserción (2). Agregáronse en los últimos años del siglo xviii los
malos tratamientos que experimentaron los Guaraníes de aquellos
(1) Funes, Ensayo, lib. V. c. XI.
(2) Doblas, Apéndice á su Memoria, núm. 10.
— 246-
pueblos de parte del Teniente Gobernador de San Miguel, D. Fran-
cisco Rodrigo, debajo de cuya jurisdicción caían los siete pueblos.
Declarada en Mayo de 1801 la guerra entre España y Portugal,
á causa del convenio que había impuesto el primer cónsul Bona-
parte á España de hacer la guerra, si Portugal no quería dejar la
alianza de los ingleses; aprovechó la noticia el Gobernador de Río
Grande; y en el mes de Julio, cuando en Europa ya se había firmado
la paz de aquella guerra de diez y siete días, invadió las posesiones
españolas, y se apoderó de varios puntos fortificados. Uno de los
siete pueblos, San Lorenzo, desprovisto de defensa por parte del
Teniente gobernador y temeroso de la invasión, se ofreció á los por-
tugueses para pasar á su dominio; ofrecimiento que fué aceptado
inmediatamente por el comandante de la frontera portuguesa,
Pereira Pinto. Presentóse al mismo tiempo al Gobernador de Río
Grande uno de los bandoleros que se ocupaban en robar ganado, por
nombre José Borges do Canto, y se acogió al indulto que se había
promulgado para los desertores; ofreciéndose á defender á San
Lorenzo )' ganar para Portugal los otros seis pueblos, porque sabía
que estaban muy descontentos. Aprobada su empresa, tuvo la auda-
cia de ir, con no más de 40 hombres, á poner sitio al Teniente de
Gobernador Rodrigo, quien, abandonando todo lo demás, se había
concentrado en San Miguel, que estaba algo más fortificado y donde
tenía los víveres y municiones. Canto promovió una deserción uni-
versal entre los Guaraníes, muy disgustados del Teniente, quien los
había tenido por algún tiempo desarmados como á sospechosos, y los
había tratado continuamente con imperio; y Rodrigo, creyendo que
eran grandes las tropas que le cercaban, y viéndose al frente sola-
mente de unos cuantos soldados de tropa regular, pidió capitulación
y la obtuvo, entregando la plaza y saliendo en libertad; aunque al
retirarse hacia las otras Misiones, le encontr(') una partida distinta,
y le tom(3 prisionero. San Juan y Santo Ángel se rindieron dentro de
poco, y las imitaron San Luis y San Borja. Sólo San Nicolás se
resistió por algún tiempo, en virtud de la actividad y energía de un
oficial llamado Rubio Dulce; quien hasta llegó á intentar un ataque
contra San Borja. Frustrado el ataque, y asediado Rubio Dulce
cada día por mayores fuerzas portuguesas que iban acudiendo,
mientras que no aparecían socorros españoles, hubo de rendirse. Las
tropas que al fin envió el Virre)'' Pino, tuvieron un choque C(m
las portuguesas, y en él perdieron 3 piezas de artillería, varios
muertos y 75 prisioneros Todos estos hechos se verificaron desde el
mes de Julio hasta el de Diciembre.
— 247 —
Licuada oficialmente en Diciembre de 1801 la noticia de la paz
de Badajoz, las mismas autoridades portuguesas fueron las que
urgieron para que cesasen las hostilidades. En el tratado de la pa z
se había estipulado que las cosas quedaran como antes de la guerra,
devolviéndose las poblaciones ocupadas en virtud de ella. Mas los
portugueses del Brasil alegaron que nada se había dicho en Europa
sobre los siete pueblos; como si hubiera sido posible que un tratado
firmado en 6 de Junio hablase especificando la invasión que se
emprendió en el mes de Julio; y se prevalieron del descuido, cierta-
mente censurable del Virrey Pino, quien aceptó la paz sin haber exi-
gido antes la devolución de los siete pueblos ocupados. De este modo
pasaron de hecho á Portugal las siete Misiones uruguayas orienta-
les. Eran las mismas que tanto habían padecido cuando fueron
objeto del tratado de 1750.
Hizose por los portugueses el censo de la población, y se encontra-
ron catorce mil almas en todos los siete pueblos. En ellos entablaron
el plan que para las reducciones había compuesto Pombal, en el que,
si por una parte se suprimía el tributo, por otra había algunas dis-
posiciones que hacían todavía más dura la suerte del indio, que con
el sistema de Bucareli. Así, los Guaraníes, que pensaron haber
mejorado de fortuna, se encontraron peor tratados que antes. «^Los
administradores portugueses^^ dice Moussy «eran tan codiciosos
como los españoles^ y más ásperos en su trato. Las siete Misiones
hechas portuguesas continuaron despoblándose de día en día-» (1).
III
1Q8
SEGUNDA DESMEMBRACIÓN
Era Gobernador interino de las Doctrinas en aquel año Don
Joaquín de Soria, nombrado por el Virrey de Buenos Aires, por
haber fallecido en 1800 el antiguo Gobernador D. Francisco Bruno
de Zavala. El año 1802 fué nombrado también como interino Don
Santiago Liniers, más tarde Virrey de Buenos Aires, quien pasó á
residir entre los Guaraníes; y finalmente por Cédula de 17 de Mayo
de 1803 nombró el Rey Gobernador propietario al Coronel D. Ber-
(1) Mémoire sur la décadence, § VII.
- 'J4S -
nardo de Velasco, separando totalmente el Gobierno de los treinta
pueblos del de Buenos Aires y del de Paraguay, 3^ creando «//;/
Gobierno militar y político que comprenda todas las Misiones de
ellos [los Guaraníes], como lo están las de Maynas, Mojos y Chiqui-
tos» (1). Dos años después, y mientras Velasco se hallaba gober-
nando á los Guaraníes, y procurando entablar el nuevo plan de
gobierno de 1803 (que no pudo nunca llegar á ejecutarse), fué nom-
brado Gobernador del Paraguay, de forma que reuniese los dos
gobiernos de Paraguay y de Misiones. El decreto, de fecha 12 de
Setiembre de 1805 (2), fué ejecutado, tomando Velasco posesión en
la Asunción á 5 de Mayo de 1806.
Cuando en 1810 se constituyó en Buenos Aires la Junta de
gobierno que se atribuyó las facultades sobre todo el Virreinato,
expidió sus circulares á todas las provincias y autoridades, exi-
giendo que la reconociesen en este carácter. Velasco respondió
negando el reconocimiento {3J «hasta tanto que S. M. resuelva lo
que sea de su soberano agrado, en vista de los pliegos que la expre-
sada Junta Provisional dice haber enviado con un oficial al
Gobierno Soberam legítini imente establecido en España». Era
Teniente Gobernador de Misiones ó segundo de Velasco, el Coronel
D. Tomás Rocamora; y recibida la misma circular, reconoció á la
Junta como suprema autoridad del Virreinato (4). La Junta de Bue-
nos Aires declaró á Rocamora Gobernador de Misiones con autori-
dad independiente del Paraguay (5); con lo que vio este Coronel
cumplidos los deseos que desde 1805 expresaba en sus solicitudes, de
obtener alguna Gobernación (6). Mientras tanto, Velasco daba contra
el mismo Rocamora orden de prisión por perturbar públicamente la
paz y hacer traición á la patria y al Rey con sus circulares, en que
exigía á todas las autoridades del territorio de Misiones, listas de los
sujetos capaces de tomar las armas, de los españoles allí residentes,
de las tropas efectivas, del armamento y de los caudales que tuvie-
sen en caja (7). Poco después, emprendía el general Belgrano su
campaña contra el Paraguay, para la cual le auxilió Rocamora con
una tropa de 400 Guaraníes de Misiones. Retirado Belgrano, á fines
de Marzo de 1811, el Paraguay hizo lo que había hecho Buenos Aires
(1) Céd. de 17 de Mayo de 1803, en Trelles, Anexos, núm. 69.
(2) Ibid. núm. 7('.
(3) Registro oficial de la República Argentina, Buenos Aires 1879, t. I. n.° '
(4) Ibid. núm. 40.
(5) Ibid. núm. 134, 16 Setiembre 1810.
(6) Trelles, Anexos, núm. 72.
(7) AuDiBRRT, los límites del Paraguay (Buenos Aires 1893), c. XVIII. p. 345.
— 249 -
él año anterior: depuso al Gobernador, formando en 14 de Mayo una
Junta, que, puesta en comunicación con la de Buenos Aires, nego-
ció un tratado de alianza con ella; y en el art. 4.*^ estipuló los límites
en esta forma: «debicmh:) en lo donas qneiiar también por a/iora los
limites de esta prozuncia del Paraguay en la forma en que actual-
mente se hallan, encargándose consiguientemente su gobierno de
custodiar el departamettto de Candelarias^ (1). De este modo se veri-
ficaba una nueva separación de las Doctrinas; pues las siete orienta-
les del Uruguay, de hecho estaban en poder de Portugal, las ocho
al norte del Paraná, con más las cinco de las vertientes del mismo
Paraná por el sur, se declaraban por entonces sujetos al Paraguay,
y quedaban las diez restantes á Buenos Aires; declarándose que el
Paragua}' era enteramente independiente, aunque amigo, de Bue-
nos Aires
Este fué el estado de las Doctrinas que reconoció la Asamblea
Constituyente Argentina de 1813, cuando en su decreto fecha 13 de
Noviembre se expresó en estos términos: «La Asamblea General
ordena que los diez pueblos de Misiones de la dependencia de las Pro-
vincias Unidas, nombren un diputado que concurra á representarlos
en esta Asamblea General (2).»
IV
DESTRUCCIÓN DE QUINCE DOCTRINAS *^"
El bienio de 1816 á 1818 fué tan funesto para las Doctrinas de los
Guaraníes, que en él quedaron reducidos á escombros y despoblados
totalmente quince de los antiguos pueblos de Misiones.
Desde que en 1810 empezaron á sublevarse las colonias españolas
del Río de la Plata, pugnando por separarse del gobierno de la
Península, fijó sus ojos en ellas el Reino de Portugal; y nada omitió
para realizar su perseverante empeño que hacía tres siglos iba lle-
vando adelante, de apoderarse á lo menos del territorio situado al
oriente del Río Uruguay. Negociaciones diplomáticas, auxilios ofre-
cidos á unos, protección á otros, aparato de tropas á punto para
(1) Convención de 12 de Octubre de 1811, Registro oficial de la República
Argentina, t. I. núm. 254.
(2) Registro of. de la Rep. Arg. B'. A'. 1879, t. I. n. 58.
- 250 -
cualquier empresa, todo lo empleó. Al cabo, el año 1816, un ejército
portugués á las órdenes del general Federico Lecor, invadió la por-
ción que hoy forma la República oriental del Uruguay, con la inten-
ción publicada de pacificar aquel territorio, y venciendo las resis-
tencias que se le ofrecieron, entró en la ciudad de Montevideo á 20
de Enero de 1817. La resistencia en todos los puntos del territorio
no había faltado desde que se empezó la invasión á mediados de
Agosto de 1816, y continuó aun después de tomada la capital, alar-
gándose la guerra por años enteros en los distritos lejanos. Acau-
dillábala D. José Artigas. Hijo de una de las mejores familias de
Montevideo, había empleado su juventud en las faenas de las estan-
cias, habiendo sido elevado al cargo de capitán de las milicias orga-
nizadas contra las bandas de gauchos, que en combinación con los
portugueses, robaban los ganados. Por su arrojo y prendas persona-
les, acomodadas para ejercer superioridad en el país, había llegado á
ser un ídolo de sus paisanos; y las circunstancias revueltas de los años
14, 15 y siguientes, hicieron que su influjo fuera efectivo para dirigir
el movimiento, no sólo en el territorio de Montevideo, sino también
en las provincias de Santa Fe, Entrerríos y Córdoba, que reconocie-
ron su superioridad dándole el título de Protector . Al tener Artigas
noticia cierta de la invasión de los portugueses á principios de 1816,
trazó su plan de campaña, que consistía en no esperar que ellos entra-
sen en la provincia Oriental, sino acometerlos en su propia casa, pa-
sando el Uruguay, y entrando en la provincia de Río-Grande. Dispo-
nía para esto de cinco á seis mil hombres, parte de los cuales dirigía
él mismo, y los demás estaban distribuidos entre varios tenientes
suyos. Uno de éstos, destinado á operar en el alto Uruguay, era el
indio Andrés Guacararí, más conocido por el nombre de Aiidresito.
Era natural de San Borja; y habiendo tenido Artigas ocasión de tra-
tarle en 1811, fijó la atención de un modo especial en él, así por la
adhesión que el indio le tenía, como por las cualidades que ya mos-
traba, y le hacían hombre apto para acaudillar á sus paisanos.
Como Andresito era huérfano de padre, Artigas le adoptó por hijo;
hízole Comandante general de Misiones y desde entonces se denomi-
naba Andresito en sus proclamas Andrés Guacararí y Artigas, ciu-
dadano Capitán de Blandengues y Comandante general de la pro-
vincia de Misiones; viviendo persuadido de que estaba destinado á
ser el libertador de sus compatriotas los Guaraníes del oriente y del
occidente del río Uruguay. El año de 1815 le había enviado Artigas
á apoderarse de los cinco pueblos del Paraná, en los cuales tenía
puesta Francia su guardia, afirmando que le pertenecían en virtud
- 251 -
del tratado de 1811; y pretendiendo Artigas que eran propios de la
Liga de provincias de que él llevaba el título de Protector. Andre-
sito, sin más apoyo que su crédito entre los naturales, y la coopera-
ción de un religioso Fr. José Acevedo, que le acompañaba y ani-
maba, juntó en las diez Misiones de la ribera derecha del Uruguay
un ejército que disciplinó á su modo; y en el mes de Setiembre,
intimó desde el pueblo de San Carlos el abandono y entrega de la
Candelaria al comandante paraguayo D. José Isasi, que con 300 hom-
bres 3' dos piezas de campaña guarnecía aquella población. Como el
comandante diese largas, Andresito ordenó á su teniente que lle-
vase adelante las hostilidades, y los 250 Guaraníes que acometieron
el pueblo, lo rindieron después de tres horas de combate, recogiendo
104 fusiles, dos cañones, y gran número de lanzas. Caída Candela-
ria, fueron sometidos igualmente Santa Ana, Loreto, San Ignacio
Miní y Corpus. La toma de las Misiones del Paraná tenía grande-
mente alentado á Andresito y sus indios, cuando el año siguiente
de 1816 y por el mismo tiempo, quiso hacer otro tanto con las siete
Misiones orientales del Uruguay, conforme á las instrucciones de su
padre adoptivo Artigas.
Hallábase de comandante de aquellas Misiones el Brigadier bra-
silero D. Francisco das Chagas Santos, quien tenía su cuartel gene-
ral en San Francisco de Borja, y estaba bien ajeno de pensar en una
invasión por aquella parte. Andresito envió delante un emisario que
esparciese entre los Guaraníes una proclama en la que los exhortaba
á que sacudiesen el dominio de los portugueses, que tan injustamente
los mantenían sujetos, y se ofrecía á libertarlos, poniéndolos en
situación de que ellos solos se gobernasen, sin que los hubiera de
dominar ningún español, portugués ú otro que no fuera de los mis-
mos Guaraníes (1 j. Semejantes exhoi taciones produjeron gran efecto
entre los naturales, de suerte que no sólo engrosaron notablemente
sus filas en la banda occidental del Uruguay; sino que aun el regi-
miento de milicias Guaraníes que tenían los portugueses para guar-
dar la frontera oriental, se pasó en su mayor parte á la expedición
del caudillo. Con un ejército de 2.000 hombres, cruzó Andresito el
Uruguay á principios de Setiembre de 1817, por Itaquí, donda
pereció toda la guardia brasilera del paso; dispersó una avanzada
de 300 caballos, que Chagas había enviado para detenerle; y el día 21
puso sitio al comandante brasilero en San Borja, encerrándolo con
sus 200 soldados de caballería, 200 infantes y 14 piezas. Al segundo
(1) Véase el documento en Bauza, Historia de la dominación española en el
Uriígiia}', tomo III. Apénd. de docum. n.° 17.
día de asedio, un buen tiro de uno de los artilleros portugueses des-
montó la pieza de los sitiadores que más daño hacía cá la plaza (1).
El día 28 de Setiembre, los Guaraníes acometieron á la caballería
portuguesa en las afueras con tal brío, que la obligaron á encerrarse
en el pueblo, 3' continuando el asalto, rompieron una de las puertas
más fuertes y se lanzaron á pelear cuerpo á cuerpo con la tropa de
dentro; mas el vivo fuego que les hizo la infantería y artillería, los
obligó á desistir del asalto. Reforzados todavía los sitiadores con la
llegada de una nueva división, se preparaban para dar asalto gene-
ral el día 3 de Octubre al amanecer. Ese mismo día llegaba á San
Borja el Teniente Coronel brasilero Abreu, quien, habiendo recibido
noticia del apuro de Chagas por un emisario, que logró burlar la
vigilancia de los sitiadores, acudió precipitadamente con su división
de 800 hombres. Rechazada la caballería Guaraní, que Andresito
había desprendido para resistirle al advertir su llegada, se trabó un
combate general en que tomaron parte también las fuerzas de
Chagas; y los Guaraníes fueron completamente derrotados, con pér-
dida de 500 hombres entre muertos 3' prisioneros, dejando un cañón
en poder del enemigo. Las otras divisiones de Artigas padecieron
igualmente derrotas por parte de los portugueses; 3^ él mismo fué
deshecho en el Arape3"; con lo cual el plan de adelantarse á la inva-
sión, llevando la guerra al Brasil, quedó frustrado.
Mas, á pesar de su descalabro, Andresito estaba rehaciendo su
ejército en las Misiones occidentales, y otro tanto hacía Artigas en
Entrerríos. El Capitán general de la pj-ovincia de Río Grande, Mar-
qués de Alégrete, que dirigía las tropas brasileras de invasión en
aquellas comarcas, dio orden á Chagas de pasar el Urugua3' , pene-
trar en las Misiones occidentales, quemar y arrasar todos los pue-
blos, capillas, estancias, 3' cuanto pudiera en algún tiempo servir de
morada ó refugio á los Guaraníes; 3^ trasportar toda la población á
la ribera oriental del Urugua3' . Chagas ejecutó desde mediados de
Enero hasta mediados de Marzo de 1817 este acto de ferocidad con
el mayor empeño. Al frente de unos mil hombres de tropas escogi-
das, pasó el 17 de Enero al otro lado del Urugua3\ Quedándose él
en el pueblo de la Cruz, despachó sus subalternos á destruir los
demás. El ma3'or Gama arrasó á Yapeyú, y después de vencer con
el oportuno auxilio de Chagas á Andresito, que le salió al encuentro,
continuó su marcha 3" destruyó á Santo Tomé. Carvallo arrasó el
pueblo de Mártires, 3' saqueó los de Apóstoles, San Carlos 3^ San
(1) Almeida Coelho, Memoria histórica do regimentó de Santa Catharina,
pág. 29.
- 253 -
¡osé. Cardoso arrasó á Concepción, Santa María la Mayor y San
Javier. No contento con haber enviado sus tenientes, quiso Chagas
certificarse por sí mismo de que la tarea estaba bien desempeñada,
y lanzó sobre el territorio su caballería de reserva, subiendo con ella
hasta los pueblos del Paran;1, saqueando, asolando é incendiando si
algo había quedado en pie. Después de esto, obligó á los habitantes
que no habían podido huir, á que pasasen á la banda oriental del
Uruguay, 3' pasó él con sus tropas el 13 de Marzo. El número de
Guaraníes muertos en esta expedición, según los partes de Chagas,
era de 3 190, los prisioneros 360, con más 5 cañones, 160 sables
y 15.000 caballos.
«Hemos destruido y saqueado los siete pueblos de la ribera occi-
dental del Uruguay; saqueado solamente los de Apóstoles, San José
y San Carlos. Hemos recorrido y devastado la campaña entera adya-
cente á estos pueblos, en un radio de cincuenta leguas; sin contar con
que nuestro cuerpo de caballería que mandaba Carvallo, ha caminado
80 leguas en persecución de los insurgentes. Hemos saqueado y traí--
portado á la ribera izquierda del río 50 arrobas de plata, hermosos
y buenos ornamentos de iglesia. Hemos recogido excelentes cara-
panas, 3.000 caballos, otras tantas yeguas, 1.130.000 reis acuñados
(1.924 pesos oro).» Tal era el parte de Chagas al Marqués de Alé-
grete en 13 de Febrero de 1817; y las cifras fueron creciendo, como
se observa en los partes subsiguientes. La plata trasportada dice m<ás
tarde que alcanzó á 80 arrobas. Las alhajas de iglesia principales
fueron á parar primeramente á Porto Alegre, y más tarde á Río
Janeiro. Las imágenes de santos, campanas y otros objetos no pre-
ciosos, á San Borja.
<íCometiéronse en la ejecución indescriptibles actos de horror»
dice Almeida Coelho, que asistió como militar en estas campañas,
<i~Vióse íin Teniente Guaraní del ejército brasilero, Luis Mairá,
estrangular más de un niño, y jactarse de ello: vióse la intiiora-
lidad , el robo y el estupro en su auge; vióse, finalmente, la religión
católica ofendida en todas partes (1).» «Es preciso,-» añade <i~retro-
ceder á la historia de los tiempos más remotos para encontrar
ejemplos de órdenes semejantes á la del marqués de Alégrete, cuyos
efectos, y el resultado de su fiel ejecución, no podía ser otro sino
el que fué, bárbaro^ inhumano, impolítico, y aun anticristiano. La
guerra por sí misma es ya horrorosa, y uno de los mayores azotes
de la humanidad , por más que muchas veces sea necesaria. Mas el
(1) Memoria histórica do regimentó d'infautaiia de Santa Catharina,
pág. 35.
- 254 -
invadir un territorio extranjero, devastar] saquear las poblaciones
inertjies, arrasar, reducir á cenizas los templos y las habitaciones;
forzar á sus habitantes á presenciar tales actos de horror y exter-
minio, y d trasladarse luego á país extraño, es sólo propio de las
naciones bárbaras (1).»
Al tener noticia de los saqueos y destrozos ejecutados por los
brasileros, Francia, que el año anterior se había hecho elegir dic-
tador perpetuo, hizo pasar tropas suyas al Sur del Paraná, y ejecutó
con las cinco Doctrinas de Candelaria, vSanta Ana, Loreto, San
Ignacio Miní y Corpus, algo parecido á lo que habían hecho los por-
tugueses con las demás. Cargó en carretas cuantos objetos precio-
sos ó útiles pudo hallar, y los trasportó al Paraguay, hizo pegar
fuego á los edificios, y ordenó que también los habitantes atrave-
sasen el río y fueran á establecerse á la banda del Norte. Así que-
daron establecidas muchas familias en el Paragua}', mientras que
los padres y maridos estaban en gran número entre las tropas de
Artigas y Andresito. Sea que quisiese evitar guerras con los portu-
gueses, como algunos dicen, sea que estuviese disgustado de la
intromisión de Artigas, que, como él, pretendía pertenecerle aque-
llos pueblos; es lo cierto que el dictador, al arruinar los pueblos,
quemar casas é iglesias, disponer á su antojo de las cosas sagradas,
separar las familias, y trasportar los moradores, sacándolos de su
país nativo, cometió uno de los más inicuos actos de despotismo que
señalaron su largo gobierno de casi treinta años.
Quedaban aún en pie San José, Apóstoles y San Carlos; y Andre-
sito, que no había desistido de su resolución de llevar la guerra á
las Misiones orientales, y librarlas del dominio portugués, había
puesto su cuartel general en Apóstoles, donde estaba juntando
tropas; adhiriéndosele cada día mayor número de aquellos infelices
Guaraníes, exacerbados al ver el estado en que el enemigo había
dejado sus pueblos. Chagas, envanecido con su obra de destrucción,
creyó que sería fácil deshacer aquel principio de ejército; y pasando
el Uruguay con setecientos hombres de tropa, fué á acometer lo que
juzgaba que no era más que un pelotón de gente. Andresito tenía
800 Guaraníes, y se había fortificado bien en el pueblo. Al dar Cha-
gas el asalto, fué recibida su tropa con un fuego tan vivo, que sin-
tiendo el jefe que le hacían muchas bajas y que no había de lograr
su objeto, se vio obligado á tocar retirada y volverse á San Borja.
El asalto de Apóstoles tuvo lugar el 2 de Julio de 1817 (2j.
(1) Ibid. pág. 34.
(2j Almeida Coelho, Memoria, pág. 36.
-255-
Era plan de Artigas en el mes de Marzo de 1818, sorprender el
ejército del general Francisco Xavier Curado en el Rincón de las
Gallinas; para lo cual, entre otros recursos, se estaba aprestando un
tercio de Guaraníes por orden de Andresito en el pueblo de San
Carlos, que conservaba aún todos sus edificios. Noticioso Chagas
de aquella junta de indios, pasó tercera vez el Uruguay, poco después
de mediar Marzo, con un cuerpo de ochocientos hombres de las tres
armas. El 29 acampaba junto á la capilla de San Alonso, y el 30
puso sitio al pueblo, apoderándose en seguida de las casas, porque
no se le hizo resistencia, habiéndose refugiado en el colegio y la
iglesia los Guaraníes armados, en número de cerca de seiscientos, y
la chusma de niños y mujeres, que eran como otras trescientas per-
sonas. Los Guaraníes abrieron 140 aspilleras en las paredes de la
iglesia; y desde allí tiraban á su salvo á los brasileros que estaban
en la plaza. Estos arrimaron leña á las puertas de la iglesia y le
pegaron fuego. El 2 de Abril rechazaron una fuerza de caballería
que á las órdenes del comandante correntino Aranda había acudido
á socorrer á los sitiados. El 3 dieron el asalto general, y acudiendo
al edificio del colegio, unos por delante rompieron la puerta á hacha-
zos, otros por detrás escalaron el tejado, desde donde lanzaron el
fuego á la media naranja de la iglesia, produciendo un espantoso
incendio. Los sitiados se resistieron valerosamente, esforzándose al
mismo tiempo para apagar el incendio, como lo consiguieron dos
veces; pero soplando un recio viento Sud, al fin no lo pudieron con-
tener; y después de haber perecido en el asalto trescientas personas,
parte quemadas, parte combatiendo; capitularon los restantes. Los
presos fueron conducidos á San Borja. El pueblo de San Carlos fué
inmediatamente incendiado y arrasado, como lo habían sido el año
anterior los siete antecedentes. En los días inmediatos pasó la tropa
de Chagas á arrasar é incendiar también el pueblo de Apóstoles,
que ya el año antes había saqueado. Eran 3'a nueve los pueblos de
Misiones de esta manera destruidos por Chagas.
Al pueblo de San José fueron, al decir de los historiadores brasi-
leros, los mismos Guaraníes quienes le prendieron fuego (1): mas
no fué sino después de haberlo saqueado los portugueses, lleván-
dose todos los muebles y alhajas, y cuanto de utilidad había en los
edificios.
Estaba consumada la ruina de todas las Doctrinas Guaraníes
comprendidas entre los ríos Paraná y Uruguay. Como á las del Tape
(1) Almeida CoELHO, MetHoria, pág. 41, nota (67).
-256-
y del Guayrá, cien años antes, así á éstas las redujo la ambición
invasora de los portugueses á escombros y cenizas. Los pueblos no
se han vuelto á levantar. Duran en cada punto algunas ruinas, que
dan testimonio de cuan terrible fué el asolamiento.
V
200
RUINA DE SIETE DOCTRINAS MÁS
Hasta 1820 duró sin cesar la resistencia de los orientales á la
dominación de Portugal. Andresito, al año siguiente de la destruc-
ción de San Carlos, hizo nueva incursión en las Misiones orientales,
y con una expedición rápida y atrevida se apoderó de San Nicolás,
donde halló pertrechos de guerra, pólvora, balas y algunos cañones.
Acudió allá inmediatamente Chagas con artillería, caballería é
infantería, y se decidió á tom?ir el pueblo el mismo día que llegó por
la tarde, 9 de Mayo de 1819. Después de haber cañoneado las casas
de la plaza, sin recibir respuesta alguna, como si allí nadie hubiese;
aunque hubo sus vacilaciones al principio, finalmente se decidió á
hacer avanzar la infantería. Mas, apenas hubo penetrado un poco
en la población, cuando caj'ó sobre ella una lluvia de balas y metra-
lla que le causó muchas bajas; y entre otros, cayó del caballo, mor-
talmente herido, el Teniente Coronel que dirigía el ataque: y aquella
misma tarde falleció. Chagas dio orden de retirarse; y los Guaraníes
siguieron por un buen trecho el alcance. Mas aquí se acabaron las
felicidades del caudillo indígena. Dejando seiscientos hombres en
San Nicolás, salió al frente de otros 1.200 con intento de pasar el
Camacuá y reunirse con Artigas. Pocos días después del asalto de
San Nicolás, se hallaba con muy poca tropa en el paso de Itazurubí,
cuando fué sorprendido por Abreu, quien con 800 hombres acudía
para reunirse con Chagas. Los Guaraníes fueron derrotados, y
Andresito hecho prisionero, y remitido á Río Janeiro, donde al cabo
de poco tiempo murió en un calabozo. No mucho después fué derro-
tado también Artigas en Tacuarembó; y perseguido incesantemente
de los brasileros, y en pugna con Ramírez, que antes había estado á
sus órdenes, se vio tan aniquilado después de su última derrota en
Cambay, que hubo de refugiarse en el Paragua}^ donde pasó los
treinta últimos años de su vida.
-257 —
Con esto parecía extinguida toda resistencia de la Banda orien-
tal; y en 1821, el Congreso que se reunió en Montevideo, decretó la
anexión de aquel territorio al reino de Portugal, Brasil y Algarbes,
con el título de Provincia Cisplatiiia. Mas como la mayoría del país
no tenía deseo sino de formar un estado independiente, muy luego
se dejaron sentir y se repitieron los conatos para sacudir el yugo del
Brasil. Uno de ellos fué el de los Treinta y Tres orientales emigra-
dos en Buenos Aires, que exaltados con la noticia de la batalla dada
el año de 1824 en Ayacucho, se decidieron á pasar al territorio del
Uruguay, como lo hicieron, inaugurando á 19 de Abril de 1825 la
guerra que ya no había de acabar sino reconociéndose la indepen-
dencia de la República Oriental del Uruguay, en Agosto de 1828.
Duraba todavía esta guerra, en que tomó parte principal la
República Argentina contra el Brasil, cuando en 1827 se verificó el
hecho que dejó desiertas las siete Doctrinas Orientales del Uruguay,
y fué causa de que luego se fueran arruinando sus pueblos. El gene-
ral Fructuoso Rivera, valiéndose de varias trazas, logró penetrar
al frente de gente armada en aquellos siete pueblos, y persuadir á
la mayor parte de sus habitantes Guaraníes que le siguiesen, para
establecerse en la República del Uruguay, donde estarían libres de
la sujeción al Brasil. Procuró llevar consigo la chusma de mujeres y
niños, y el ganado vacuno, del cual llegó á juntar hasta 50.000
cabezas. Con esto no se le desbandaban nunca los hombres, siguién-
dole por no separarse de su familia 5" por el interés de sus ganados.
Los que eran capaces de manejar armas, se incorporaban á su ejér-
cito. Proveyóse de gran cantidad de carretas, donde conducía las
estatuas de los santos, los ornamentos y las campanas de las iglesias.
Todo el pueblo Guaraní de aquellas Misiones se trasladaba á nueva
región, y el enorme convoy había pasado ya el río Ibicuí, cuando
le atajó una fuerza brasilera como de 3.000 hombres de caballería.
El general Barreto, que la comandaba, intimó á Rivera que dejase
las haciendas ó ganados, pues no tenía derecho de llevárselos,
habiéndose ya firmado la paz. Respondió él que aquellos ganados
pertenecían á las familias que llevaba consigo, y puesto que ellas se
querían transmigrar, nadie podía estorbarles que sacaran consigo lo
que era suyo; y si el ejército brasilero se oponía, en el instante mismo
rompía el fuego y pasaba adelante con los 3.000 hombres que llevaba
(apenas tenía la mitad) (1). Convinieron al fin los brasileros en dejar
pasar las haciendas, y después de varios días de disputas sobre los
(1) Revista de Buenos Aires, tomo VII.
17 Organización social de las doctrinas guaraníes. —tomo ii.
- 258 -
límites, le dejaron establecer el nuevo pueblo de Bella Vista al Sud
del Cuareim, aun cuando los brasileros defendían que el límite era
el Arapey. Con parte de los indios fundó algo más al Sud el pueblo
de Belén.
De este modo las siete Doctrinas orientales del Uruguay queda-
ron tan abandonadas y desiertas, que en el recuento hecho por el
gobierno brasilero en 1835, no se encontraron más que 318 indivi-
duos (1). Los edificios, desatendidos, se fueron cayendo, y parte han
sido destruidos con varios fines, aunque no se observa ruina tan com-
pleta como en las Misiones de la Banda occidental, que de propósito
fueron incendiadas y asoladas. En países de tan escasa población
relativa, ni unos ni otros pueblos volvieron en mucho tiempo á reedi-
ficarse ni á ser habitados.
VI
LAS OCHO DOCTRINAS AL NORTE DEL RÍO PARANÁ
En la ruina universal de las Doctrinas Guaraníes, las ocho que
se encontraban al Norte del Paraná, más lejanas, por tanto, de las
contiendas civiles y guerras nacionales, fueron las que salieron
mejor libradas.
La emancipación por la cual quedó la República del Paraguay
separada de España, se efectuó sin conmoción alguna general; é
inmediatamente después de ella, se siguió un período de casi treinta
años, durante el cual no hubo lugar ni para una sola de las frecuen-
tes revueltas, que desolaban los países vecinos. El Paraguaj- estaba
enteramente cerrado, y sujeto á la voluntad de un solo hombre, el
Dictador Francia, quien lo gobernó como tirano y dueño despótico
hasta su muerte, ocurrida en 1840.
Los pueblos de indios enclavados en aquel territorio, no se vieron
expuestos á las agitaciones que arruinaron los del Paraná y Uru-
guay. Mantuviéronse pobres y esclavizados, conforme al sistema de
Bucareli; mas no perecieron del todo. La única novedad que en ellos
ocurrió, fué la de recibir á los habitantes de los cinco pueblos del Sud
del Paraná, que el Dictador hizo abandonar, saquear 3' destruir,
incendiándolos en 1817.
(1) Moussv, Memoria, § IX.
-259-
Así habían continuado, influyendo en ellos como antes, las causas
de despoblación en su lugar apuntadas; y por consiguiente, disminu-
yendo cada día el número de sus moradores.
En 1848 quedaban en las ocho Doctrinas Guaraníes unas 6.600
almas por toda población.
A 17 de Octubre de 1848, el sucesor de Francia, D. Carlos López,
publicó un decreto por el cual abolía el régimen de comunidad en
estos ocho pueblos, y en otros once que había, gobernados por
clérigos seglares. Hízose aplaudir mucho esta determinación;
mas, á la verdad, la abolición tal como se ejecutó, no fué sino
un despojo en que quedaron privados los indios de sus bienes.
El Gobierno se apoderó de todo el territorio de las Misiones, de
las tierras de cultivo, de los edificios, de las iglesias, y sobre
todo, de las estancias, que encerraban gran cantidad de ganados.
En cambio de todo esto, que habían heredado de sus antepasados,
no dio á los indios más que algunos bueyes de labor y vacas lecheras
para cada familia; instrumentos de arar prestados, simiente para
una sola vez, campo prestado, cuya propiedad quedaba bajo del poder
del Gobierno, y exención de diezmos por ocho años. Al mismo tiempo
los sujetaba al servicio militar, que en aquel país era muj' riguroso,
y á las prestaciones personales, que ocupan á los paraguayos la
mitad del año. Más aún; una de las Doctrinas, que fué la de Itapúa,
fué sacada cinco años antes de su antiguo pueblo y trasportada ocho
leguas al Oeste, poniendo allí en una aldea, con nombre del Carmen,
todos los indios que quedaban, á fin de que la villa de Itapúa ó Encar-
nación quedase exclusivamente para los paraguayos.
El decreto de 17 de Octubre de 1848, puede decirse que puso fin
á las Doctrinas ó Misiones en el Paraguay, haciendo entrar á los
indios en el régimen común, así como la despoblación efectuada por
Rivera en 1828 había concluido con las Doctrinas orientales del
Uruguay; y los incendios y saqueos de 1817, ejecutados por Chagas
}• Francia, habían dejado inhabitables las quince del Paraná sur y
Uruguay occidental.
VII
VICISITUDES ULTERIORES DE LOS GUARANÍES 202
DE MISIONES
Al ser arruinadas las quince Doctrinas entre Paraná y Uruguay,
los Guaraníes que las habitaban se habían adherido aún con mavor
-260-
tesón á Andresito y Artigas, que incesantemente los conducían á
pelear con los portugueses. Mas, preso Andrés en 1819, y relegado
Artigas en 1820 al Paraguay, las familias se dispersaron, y fueron á
engrosar la población de Corrientes, del Entrerríos, y aun del Brasil.
Quedaron, no obstante, en el territorio desolado algunas bandas,
que se distribuyeron, siguiendo á tres jefes principales, á quienes
obedecían como á sus antiguos caciques: Una ocupó la sierra al
norte de San Javier, dirigida por Carahypí. Otra, á las órdenes de
un Cabanas, indio zambo del Corpus, se estableció en CadcaraJiy
(Monte bendito), en las ruinas de los pueblos del Paraná. La tercera,
mandada por el indio Ramoncito, se estableció en las orillas de la
laguna Ibera.
Otra banda subió por el alto Paraná, cincuenta leguas de su anti-
gua morada, y se estableció unas diez leguas al sur del Iguazú; sin
que nadie tuviese noticia de ella, hasta que por casualidad la encon-
tró una partida de Paraguayos que iban á hacer yerba en 1851. Es
la población que se llamó Pira Piiytain, y hoy lleva el nombre de
Villa Asara.
Al occidente, en el distrito de Pay Ubre y á la ribera del Miri-
ñay se formó un pueblo con el nombre de San Roqiiito\ al norte,
otros dos en los puntos de San Miguel y Loreto (1), que antigua-
mente habían sido aldeítas con capilla. No pasaban tampoco de ser
unas miserables aldehuelas formadas de chozas aquellos tres pue-
blos; pero en ellos fueron Juntándose bastante número de Guaraníes,
con sus Cabildos organizados como antiguamente. Había indios con-
gregados en Caá-Carahy, y otros en Concepción. Otros dos puebleci-
tos con los nombres de Yatebú y Tupantuba, albergaron asimismo
cierto número de indios por la parte de San Roquito. Finalmente,
en las ruinas del pueblo de la Cruz, se colocó otro grupo de natura-
les que también tuvieron su representación.
El caudillo Ramírez, que había derrotado completamente á Arti-
gas á mediados del año 1820, invadió luego á Corrientes, y ejerci-
tando supremo predominio, como lo había hecho Artigas, decretóla
fundación de lo que llamó República de Entrerríos, que comprendía
el Entrerríos como Provincia, y el distrito de Corrientes con título
de Comandancia, y asimismo el de Misiones, también como Coman-
dancia; nombrando Comandante general de Corrientes á D. Eva-
risto Carriego, y Comandante de Misiones al Coronel D. Félix Agui-
rre. Este arreglo duró cuanto duró su autor, quien en 10 de Julio
(1) Manifiesto del Gobernador Ferré á 12 de Noviembre de J827 (Tkelles Ane-
xos, ni'im. 75).
- 261 -
de 1821, fué derrotado y muerto. Corrientes dentro de poco nombró
Gobernador, y procedió como provincia; y Misiones igualmente fué
llamado provincia, dándose á D. Félix Aguirre el título de Gober-
nador, como se ve en varios documentos de la época. Al juntarse
el Congreso general constitu3"ente de 1824, el territorio de Misiones
figuró como provincia, cuyo Gobernador era Aguirre, y envió dos
diputados, que fueron D. Manuel Pintos y D. Francisco Ignacio
Martínez. Esto suponía una población de más de 10.000 habitantes,
los cuales, aunque no eran todos Guaraníes, pero lo eran en su
mayor parte.
Aguirre continuó gobernando con grandes dificultades aquellas
gentes, desmoralizadas con tantas guerras, fugas y miseria. Cuando
en 1827 acometió el general Rivera la empresa de invadir las Misio-
nes orientales del Uruguay, Aguirre trabajó por decidir á los prin-
cipales jefes á que se uniesen á las tropas que iban á pelear contra
los portugueses, y lo consiguió de Carahypí y de Ramoncito; pero
no de Cabanas.
Finalmente, al acabar el año 1827, la provincia de Corrientes,
que hacía tiempo andaba procurando apoderarse de aquel territorio,
se aprovechó de la ocasión de los disturbios allí producidos, en que
primero habían depuesto y aprisionado al Gobernador Aguirre,
nombrando por nuevo Gobernador a Aulestia; más tarde, el coronel
Don Pedro Gómez se había alzado contra Aulestia; yá lo último, el
mismo Aulestia había sido puesto preso por otros revoltosos, y ase-
sinado en la prisión. El Gobernador de Corrientes, D. Pedro Ferré,
intervino con tropas para contener á aquellos foragidos, y de hecho
anexionó el territorio á la provincia de Corrientes, al mismo tiempo
que en un Manifiesto á todas las demás provincias, fecha 12 de No-
viembre del mismo año 1827, se deshacía en protestas de que no te-
nía intención de apoderarse de Misiones. En 1832 por primera vez, se
apoyó esta ocupación en un antiguo decreto del Director Posadas,
fecha de 1814, que nadie había alegado hasta entonces, 5^ que ade-
más de haber perdido su valor, si alguno hubiera tenido, por haber
renunciado Corrientes á su donativo, reconociendo en el tratado
cuadrilátero de 1822 la independencia de Misiones; no había conse-
guido nunca la aprobación del Congreso nacional, circunstancia que
el mismo decreto expresamente requería; y, lo que es más, había
sido derogado por el Congreso de 1824, que recibió en su seno á los
dos diputados enviados por Misiones, como provincia independiente,
y con Gobernador propio.
No obstante la falta de derecho, la provincia de Corrientes man-
-262-
tuvo de hecho las Misiones como si fueran territorio suyo hasta 1881,
si bien en varios parajes de ellas no pudo ejercer tranquila posesión.
El Gobierno del Paraguay alegaba tener derecho, no sólo á aquellos
quince pueblos, sino también á los siete orientales, en virtud del
iiti possidetis de 1810, pues al romperse la dependencia de las auto-
ridades españolas, los treinta pueblos efectivamente se hallaban
incorporados á la provincia del Paraguay. Por este motivo, Francia
mandó retirar los pobladores al norte del Paraná en 1817, y no cre-
yéndose fuerte para defenderlos derechos que alegaba, hizo quemar
y destruir los únicos cinco pueblos que habían quedado en pie. Más
tarde, en 1822, hizo que sus tropas repasasen el Paraná, y estable-
ciesen en la ribera sur una gran trinchera que impedía el paso á
aquellos cinco pueblos, después de haber expulsado á los Guaraníes
sujetos á Aguirre, que ocupaban aquellas ruinas. Llamóse la fortifi-
cación Trinchera de Loreto. Más al este, levantó otra gran fortifica-
ción en la parte sur enfrente de Itapúa, que se llamó Tri lichera de
los paraguayos. Y finalmente, en las ruinas de Candelaria, puso un
destacamento de tropa fijo. De este modo dominaba el país, é impe-
día el acceso hasta el río Aguapey. Y era tanta su resolución de
mantener el dominio de los treinta pueblos, que hasta llegó á enviar
un mensaje al Gobernador de Corrientes, ofreciéndose á venderle los
dos pueblos de la Cruz y Yapeyú, á los cuales Francia no alcanzaba
con sus providencias militares. Con el tiempo se fué poblando algo
el territorio desierto junto al Uruguay; pero en 1849, los paragua-
yos tuvieron contestaciones con el gobierno de Corrientes, é inme-
diatamente lanzaron su tropa sobre todo el territorio devastado, y
expelieron de él á cuantos lo habían ocupado, que todos eran gente
de paz. Desde entonces continuó el terreno desierto. Después de la
guerra de 1866 contra el Paraguay, el tratado de 3 de Febrero
de 1876 quitó cualquier ocasión de litigio internacional, declarando
en su art. 1." que «/a República del Paraguay se divide por la parte
del Este y Sud de la República Argentina por la mitad de la
corriente del canal principal del rio Paraná, desde su confluencia
con el río Paraguay , hasta encontrar por su margen izquierda los
limites del imperio del Brasil; perteneciendo la isla de Apipé d la
República Argentina, y la isla de Yaciretá á la del Paraguay,
como se declaró en el tratado de 1856t>.
Entonces empezaron las contestaciones en lo interior de la Repú-
blica Argentina. Los pueblos de Yapeyú, la Cruz y Santo Tomé, que
se habían ido formando con habitadores de raza europea, deseaban
constituir provincia aparte de Corrientes, con el territorio de Misio-
— 263 -
nes definitivamente recuperado. Corrientes alegaba derechos á
aquellos pueblos y A todo el territorio. Se discutió mucho, y con
mucho calor por ambas partes. Corrientes nombró una Comisión ofi-
cial que publicó un tomo con el título de Colección / de / datos y
documentos ¡ referentes I d I Misiones / como parte integrante del
territorio / de ¡ la provincia de Corrientes. El inspector de Adua-
nas D. Samuel Navarro escribió en los diarios una serie de bien
razonados artículos, que luego formaron un volumen, en que des-
hacía los fundamentos de la Comisión, y sostenía no pertenecer á
Corrientes las Misiones. El Congreso argentino en 1881 resolvió el
pleito, dando los pueblos ya formados á la provincia de Corrientes,
y estableciendo con la parte despoblada un Territorio nacional con
el nombre de Misiones. Así, los reducidos grupos de Guaraníes que
todavía quedan, se hallan en alguno que otro paraje del Norte del
Territorio Nacional de Misiones.
Los Guaraníes de Misiones en el Brasil son en número insignifi-
cante. De los que fueron trasladados por Rivera al territorio orien-
tal, duran todavía los pueblos de Belén y Santa Rosa; este último
con 1600 habitantes, y Belén con unos 400; pero los moradores son
de raza europea y no indios. Los Guaraníes del Paraguay, después
del decreto de López que los dejó sin bienes comunes, continuaron
en estado más infeliz del que tenían; porque á causa de su indolencia
é incuria nativa, no alcanzaban á trabajar lo preciso para su sus-
tento; y así vivían en gran miseria y la población iba decreciendo
entre ellos mucho más que antes. Los que se apoderaban del terreno
y prosperaban, eran los mestizos, y descendientes de españoles.
Estos indios Guaraníes parece fueron de los soldados que con más
entusiasmo pelearon en la guerra de 1866 á 1870; en la que murieron
de los paraguayos gran número de miles. En el día, además de los
que viven en pueblos, que ya son pocos, hav Guaraníes montara-
ces, que tienen algún trato con los reducidos, pero no quieren ser
cristianos ni vivir en pueblo, porque ven, dicen, la demasiada suje-
ción y obligaciones de los que se resuelven á vivir así.
VIII
203
PUEBLOS DE MISIONES Y RUINAS DE JVIISIONES
En el artículo anterior se ha tratado de las personas de los indios
Guaraníes que formaron las Doctrinas, siguiéndolos en sus vicisitu-
- 264 -
des, y viendo cómo por guerras, dispersión, emigraciones y miseria
llegaron á su extinción casi completa. Resta sólo averiguar qué
queda hoy día de las construcciones materiales de sus pueblos, y
qué destino ha cabido á los parajes en que estaban edificados.
Lo que persevera en 1912 de las antiguas Doctrinas, lo dice el
título de este artículo: en algunas partes quedan pueblos, y en otras,
ruinas solamente.
Para desvanecer la extrañeza que á alguien puede causar la aser-
ción de que hay todavía pueblos de las antiguas.Misiones Jesuíticas,
conviene hacer notar la insubsistencia de dos persuasiones bastante
comunes. Es idea de muchos creer que todos los pueblos de las anti-
guas Doctrinas quedaron destruidos: como lo es el figurarse que la
salida de los Jesuítas del territorio de Misiones trajo una decaden-
cia tan rápida, que inmediatamente perecieron ó se desbandaron
todos sus habitantes. Lo uno y lo otro es inexacto, y procede de
ciertas narraciones más poéticas que históricas, en que empleando
la síntesis, se procura pintar con viveza el desastre, que fué muy
real, pero se exagera el colorido. Lo que hasta aquí va expuesto
muestra que el decrecimiento fué, sí, rápido, mas no repentino: y
que si bien de resultas de la salida de los Jesuítas se iban arruinando
aquellos pueblos, y aun cayendo algunas iglesias, mas ninguno llegó
á perder enteramente sus edificios, hasta que las sangrientas acome-
tidas de Chagas con sus brasileros en 1817, esparcieron por todo el
territorio la desolación, añadiéndose á los desastres propios de la
guerra, el incendio y arrasamiento meditado y voluntario, lo mismo
de las habitaciones particulares, que de las iglesias y edificios ma}^©-
res. Otro tanto sucedió en los cinco pueblos que mandó arrasar el
Dictador Francia: y algo semejante en los siete del Urugua)', que
quedaron abandonados, y consiguientemente se fueron arruinando,
á causa de la emigración promovida por el general Rivera.
Mas donde no intervinieron estas causas de destrucción, conti-
nuaron existiendo los pueblos, y continúan hoy en más ó menos prós-
pero estado. Esto es lo que ha sucedido en la zona que se extiende
del Tebicuarí al Paraná. Duran en 1912 la primera Doctrina de todas
en tiempo de fundación, San Ignacio guazú: las dos de los Itatines,
Santiago y Santa María de Fe: la filial de Santa María de Fe,
Santa Rosa: Itapúa ó Villa Encarnación y San Cosme: habiendo sido
arruinados del todo por miseria y despoblación únicamente Trinidad
y el Jesús. Y lo que parecerá más singular, excepto Itapúa, duran
las demás reducciones casi en la misma forma que tenían á la salida
de los Jesuítas, ciento cuarenta años ha. La razón es muy sencilla.
— 265-
Lo que hoy forma la república del Paraguay (y sólo es un extremo
de la primitiva provincia del Paraguay, denominada por su inmensa
extensión gigante meridional)^ es un país mediterráneo, en que no
abundan los medios de comunicación, ni ha tomado auge el comer-
cio. Añádese á esto el aislamiento en que lo tuvieron Francia y
López. Por lo mismo, las costumbres se conservan sin experimentar
alteraciones sensibles: y el modo de ser, de vestir y de edificar de
los moradores, no ya indios sino blancos, es casi idéntico á lo que
era en tiempos pasados. Ni tampoco se habla apenas en los pueblos
de la campaña otro idioma que el Guaraní.
Estos son los únicos pueblos de Doctrinas que han quedado en
pie. — Los demás no conservan sino las ruinas; pero de tal manera
que, ó cerca de ellas, ó en el mismo paraje que ocupó el pueblo anti-
guo, han ido surgiendo pueblos nuevos ó principios de pueblo, con
excepción de Mártires, Santa María la Mayor y San Juan, en los
cuales no queda edificio alguno antiguo ni nuevo. Esto muestra cuan
bien elegidos estuvieron los parajes de las Misiones: pues á medida
que ha ido creciendo la población, no ha hallado puntos más cómodos
para establecerse, que aquellos en que estuvieron las antiguas
reducciones.
En la República Argentina quedan las ruinas de quince pueblos.
Cuatro de ellos, Santo Tomé, la Cruz, Yape3"ú y San Carlos, perte-
necen á la provincia de Corrientes: y excepto San Carlos, que sólo
tiene un corto número de casitas, son poblaciones bien formadas: y
Santo Tomé tiene el título de ciudad. — Las otras once Doctrinas
quedan enclavadas en el Territorio nacional de Misiones. Mártires
es un bosque en lo alto de una montaña, donde no hay poblado, y
apenas quedan más restos de lo antiguo que unos paredones ocultos
en medio de la espesa selva. Santa María la Mayor es otro bosque,
con algunas ruinas. En los parajes de las nueve reducciones restan-
tes, hay pueblos. — Los cinco de la ribera del Paraná (Corpus, Lo-
reto, San Ignacio Miní, Santa x^na y Candelaria) son pueblecitos
pequeños. También lo son San José y San Javier. El mayor es Concep-
ción, municipio autónomo: y también es notable Apóstoles, flore-
ciente colonia de polacos.
El territorio de los siete pueblos al oriente del Uruguay perte-
nece al Estado de Río Grande do Sul en el Brasil. — De los siete, hay
tres que son municipios principales: San Borja; Santo Ángel, villa; y
San Luis, ciudad. Son justamente los que se han edificado en el
paraje de las ruinas; de suerte que la plaza ma)^or del pueblo nuevo
es la misma que la antigua, y en el mismo terreno de la antigua
-266-
iglesia se halla la nueva, aunque más pequeña. — Los otros tres, San
Miguel, San Lorenzo y San Nicolás, vienen á ser como pueblecitos
incipientes, con un caserío muy poco nutrido, diseminado sin forma
aparente de calles, aunque en realidad están las calles trazadas y se
van formando. El séptimo, San Juan, ni siquiera está poblado: hay
únicamente dos casas al lado de las ruinas.
Algunas noticias más podrán verse en Ambrosetti, Queirel, el
Padre Gambón (1), la revista Razón y Fe (2), Mouss)^ (3), y en el
Apéndice al presente capítulo.
(1) Citados en la lista de autores.
(2) Junio, Agosto y Octubre de 1903.
(3) Vide lista de autores.
APÉNDICE AL CAP. IX
ALGUNAS NOTICIAS PARTICULARES SOBRE
EL ESTADO DE LOS ANTIGUOS PUEBLOS
DE MISIONES Y SUS RUINAS
Paraguay. — Provincia de Corrientes. — Territorio nacional de Misiones en la
República Argentina. — Brasil. — Colección del Museo de la Plata.
PARAGUAY
En el territorio en que estuvieron situadas las Doctrinas, que es
la zona comprendida entre el Tebicuarí y el Paraná, cada uno de los
ocho pueblos arriba mencionados es cabeza de un departamento, que
lleva su mismo nombre; excepto los dos últimos, arruinados entera-
mente en cuanto á edificios antiguos, 5^ que juntos forman un solo
departamento de y^síísv Trinidad .^n el mismo territorio hay diez de-
partamentos más, algunos con su capital donde antes hubo capilla de
Doctrinas: mas de éstos nada se dirá, por ser fundaciones entera-
mente nuevas, que pueden estudiarse en las Geografías.
Exceptuando Villa Encarnación ó Itapúa, que puede tenei- unos
tres mil habitantes, los demás pueblos no alcanzan á encerrar qui-
nientas almas en el casco de la población: algunos ni siquiera tres-
cientas: 3^ en cuanto á Trinidad 3^ Jesús, en la primera hay dos ó
204
-268- ■
tres casitas: y en Jesús, una docena de habitaciones de caña ó palos
embarrados con techo de paja.
Aun los más infelices tienen su pobrecita capilla para cuando
puede asistirles el párroco: pues es tanta la escasez de clero, que
sólo dos Párrocos con uno ó dos Tenientes administran estos ocho
pueblos y alguno más: con hallarse á veces en distancia de siete y
aun de doce leguas, la sede principal de la parroquia, que es San
Ignacio para los del norte y Villa Encarnación para los del sur.
La disposición de los pueblos es la descrita enellib. I. cap. II: plaza
principal en que se halla la iglesia con el cementerio y el colegio, si
se conserva, convertido en jefatura de policía: y luego, manzanas de
varias casitas de un solo piso, que forman las calles con bastante
regularidad. Donde mejor puede observarse esto, es en los cuatro
pueblos del norte: San Ignacio, Santa María, Santiago y Santa Rosa.
Y los tres primeros conservan las mismas iglesias del tiempo de los
Jesuítas, si bien muy deterioradas, pero mantenidas en pie á lo me-
nos, por la solicitud y empeño de los moradores, que las van reparando
con su pobreza, y oponiéndose á las múltiples causas que tienden á
destruirlas. El cuarto pueblo de Santa Rosa perdió en un incendio,
año de 1883, su iglesia, la más rica en alhajas y de mayor magnificencia
en su ornato interior. Hoy quedan únicamente las columnas que seña-
lan dónde estuvo la puerta; alguno que otro resto de columna de ma-
dera en lo interior, ya consumida por el fuego: y un torreón de piedra
labrada cercano á la iglesia, que parece era torre destinada á colocar
las campanas. Consérvase igualmente, á ocho ó diez metros de las
paredes de la iglesia, una capilla de nuestra Señora de Loreto con
las dimensiones de la santa Casa, como las prescribía el P. Provin-
cial Diego de Torres (1): y es la que hoy sirve de Iglesia.
El templo de San Cosme, que se había empezado á edificar en
tiempo de los Jesuítas, por estar recién mudado de sitio el pueblo, y
se terminó después de la expulsión, sufrió un incendio en 1899. Hoy
queda sin la pared del ábside, y consumido el techo hasta el centro de
la iglesia. La iglesia de Itapúa ó Villa Encarnación, que era magní-
fica, permaneció en pie hasta 1848, época en la cual un comandante
inepto informó que se iba á venir abajo, por haber observado que las
columnas salomónicas que sustentaban el techo empezaban á tor-
cerse. De resultas de este informe, se demolió la iglesia, siendo así
que era tarea muy fácil la de reparar las columnas, como se había
hecho en San Ignacio y Santa María de Fe (2). — La mejor de todas
(1) Lozano, Historia, lib. V. cap. XIV. núm- 3.
(2) MoussY, Mémoire, § XIII.
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— 269 -
las iglesias de este territorio había sido sin disputa la de Trinidad,
construida hacia 1745 por el insigne arquitecto Juan Bautista Prí-
moli, hermano Coadjutor de la Compañía. Era únicamente de piedra,
sin trabazón de cal (pues hasta ese tiempo no se había hallado cal en
Misiones), y sólidamente construida: mas la impericia y desconcierto
de un Administrador de los que se pusieron al expulsar los Jesuítas,
hizo que se viniese al suelo, por haber derribado una arquería que
daba consistencia á toda la fábrica (1). Aun caída por el suelo, mues-
tran sus restos la perfección de la arquitectura que en ella reinaba:
y son hoy mismo las ruinas de Trinidad de las más interesantes, por
hallarse todavía la gran plaza circuida de casas de indios de piedra
labrada, un torreón que sirvió de campanario, las pilastras de lo inte-
rior de la iglesia empleadas en otro edificio como apoyos exteriores
de un corredor, etc. — Finalmente, en el pueblo del Jesús, que no
tiene sino una pobrísima capilla, se encuentra, expuesta al sol y á la
intemperie desde hace casi ciento cincuenta años, una iglesia de pie-
dra y cal á medio construir, que es la que, en el paraje adonde se iba
á trasladar la reducción, estaban edificando los Jesuítas en el mo-
mento en que fueron expatriados. Alcanzan las paredes á una altura
de cinco ó seis metros: y la torre, construida en un ángulo, tendrá
hasta nueve ó diez. En lo interior, se ve toda la parte inferior de las
columnas: y en su propio lugar, el asiento de dos pulpitos uno enfrente
de otro. En la fachada aparecen las aberturas para tres puertas: y
en sus intermedios, dos hornacinas para recibir estatuas. Toda la
obra es de piedra de sillería, trabada con cal, que ya para aquel
tiempo se había hallado en Doctrinas, aunque de mediana calidad '2):
3" quizá se empleó la misma en construcciones sobreañadidas á la
primitiva construcción de Trinidad, pues el inventario de la expul-
sión señala esta iglesia como construida de piedra y cal (3): El edifi-
cio entero del Jesús está invadido por la vegetación semitropical del
país, creciendo los arbolitos hasta en las junturas de las piedras, y en
lo alto de las paredes 3^ de la torre.
La población actual de estos siete departamentos, según el censo
oficial de 1899 es de 10.375 habitantes para los cuatro primeros,
situados en las lomas, que envían sus aguas en gran parte al Tebi-
cuari(Santa Rosa, 1.709; San Ignacio, 3.780; Santa María, 1.580; San-
tiago, 3.306); 3^ 15.916 para los otros tres, de los cuales dos se hallan
(1) Véase lo que se dice más adelante al tratar de Gutiérrez cap. XV. § 2.
(2) Mi'RiEL, Historia paraguajensis, Appendix. De moribus guaraniorum,
página 562, not. c.
(3) Brabo, Inventarios, pág. 416.
205
-270 —
en la parte baja, inmediatos al Paraná; y el tercero de Jesús y Tri-
nidad, aunque no lejos tampoco del Paraná, participa más de terreno
montañoso (Villa Encarnación, 10.721; San Cosme, 4.120; Jesús y
Trinidad, 1.075).
Provincia de Corrientes
Las Doctrinas que estuvieron en el territorio hoy propio de la
República Argentina, son las más arruinadas de todas, porque fueron
incendiadas y asoladas de propósito. Más tarde han contribuido á
poner las ruinas en peor estado los muchos que han ido á cavar en
ellas, con la ilusoria esperanza de hallar tesoros enterrados; hecho
que no es exclusivo de las ruinas de la parte argentina, sino común
á éstas con las del Paraguay 3^ el Brasil. «Ha de saberse» dice el
señor Queirel (1), «que los sótanos de las ruinas (que todas tienen
uno que servía de despensa) han dado motivo á una porción de
leyendas, no pocas espeluznantes. Ni ha faltado quien supusiera la
existencia en ellas de talegas ó botijuelas llenas de oro y plata, ó
siquiera pergaminos con curiosas revelaciones sobre tesoros ente-
rrados por los Jesuítas cuando la expulsión. Esta creencia en entie-
rros tiene todavía mucha parte en el estado lastimoso en que se
encuentran las ruinas: pues con frecuencia se ven al pie de los muros
excavaciones hechas con la esperanza de descubrir tesoros, pero
cuyo resultado real ha sido desnivelar aquéllas, y causar su ruina.»
Yapeyú es hoy pueblo de la provincia de Corrientes con nombre
de San Martín, á la orilla del Urugua)'^, exactamente en el paraje
del antiguo pueblo, y á distancia de legua 3^ media de la estación
nombrada Yapeyú en el ferrocarril á Santo Tomé. Tiene, según el
censo oficial de 1895, 1330 habitantes. De las ruinas no queda resto
alguno de consideración; sólo ha3' memoria del paraje en que estuvo
la iglesia, en uno de los lados de la plaza, formando ángulo con la
capilla actual. Entre los edificios particulares, subsisten las paredes
de la casa en que nació el general D. José de San Martín, de quien
toma su nombre el pueblo. A poca distancia, y ya. en las afueras,
hay rastros de una zanja que tal vez sirvió para defensa del pueblo
contra invasiones repentinas de los indios infieles; 3' á ma3^or distan-
cia, dentro del bosque, se ven señales de otra zanja, que proba-
blemente era de las que se abrían para retener el ganado de los
rodeos.
(1) Queirel, Las ruinas de Misiones. § VI.
— 271 —
La Cruz es también población de Corrientes, cabeza del depar-
tamento de su nombre, en que se contaron 10.920 habitantes, teniendo
el pueblo mismo 196S. Consérvase todavía en lo que fué patio de los
Padres una columna de asperón rojo de 2"i,5 de altura, en cuya
parte superior está el cuadrante solar de la antigua Reducción, Es
ecuatorial: y la base de la columna se aseguró tan sólidamente en el
suelo, y tan bien se fijó la tabla del cuadrante sobre la columna, que
ho}' mismo no se halla desviado ni movido ninguno de sus elementos:
y conservando todavía su estilo hacia 1848, época en que escribió
Moussy, era el único reloj de las Reducciones que marcaba las horas
como las marcó en tiempo de los Jesuítas. Hoy no existe el estilo.
Lleva por inscripción alrededor de la columna la siguiente: A solis
ortii itsqíie ad occasiun, laiidabile nometi Doniini (1). Anuo Dotnini
1736, 27 Mavt . Consérvase igualmente en poder de una familia par-
ticular (2) una bandera de tela de seda roja, al parecer, en la que el
anverso lleva los castillos y leones de España, con banderas á los
lados: y el reverso, una gran cruz iluminada con rayos de luz. Sus
dimensiones son de l"i,10 de alto y I™, 15 de ancho.
Santo Tomé es la tercera población agregada á Corrientes,
cabeza también de departamento. En todo el departamento se cuen-
tan 4.423 almas, de las cuales 3.853 habitan en la capital, que tiene
el título de ciudad, y es población de comercio bastante activo, á
causa del ferrocarril, que desde Buenos Aires va á la Asunción del
Paraguay, y también á causa del movimiento de su puerto en el Uru-
guay; y de la vecindad de San Borja, que cae enfrente, en la ribera
brasilera. Hállanse algunas paredes de las ruinas, aunque ningún
edificio ó memoria importante ha quedado en pie: y en el solar de la
antigua iglesia, dentro de la cual se va construyendo la nueva, se
han hecho excavaciones en busca de los soñados tesoros. Pueden
recordarse una pileta, que parece fué del lavatorio de la sacristía, 3^
se halla en poder de un vecino: y una ó dos campanas antiguas de
las Reducciones, pero que no consta si eran del mismo Santo Tomé.
San Carlos, territorio adjudicado á Corrientes, en el que se ha
levantado un pueblecito á distancia de un cuarto de legua de las
ruinas, contiene 960 habitantes en su distrito. Apenas queda ruina
alguna; pero se reconoce el solar de la antigua iglesia y del colegio,
que hoy están ocupados con pobres casitas de dos ó tres vecinos.
Todo el terreno que ocupaba el antiguo pueblo en lo alto de una
loma, se halla cubierto de espeso bosque.
(1) Psalm. 112.
(2) La de la señora D.^ Crispina Garay.
206
272
Territorio nacional de Misiones (República Argentina)
El territorio de Misiones contiene once de las localidades que
antiguamente fueron Doctrinas, á saber: dos en el centro, San José
y Apóstoles; cuatro en la ribera derecha del Uruguay ó cerca de
ella, Concepción, Santa María la Mayor, Mártires 5' San Javier; y
cinco en la ribera izquierda del Alto Paraná: Corpus, Loreto, San
Ignacio Miní, Santa Ana 3^ Candelaria.
Centro
San José tiene un pueblecito con 450 habitantes, y ha}' otros 1.880
en su distrito. De la antigua Reducción no quedan sino ruinas
informes, en un bosque á unos veinte minutos de la población actual.
Apóstole.s, según el censo de 1895, tenía 295 habitantes en el
pueblo y 968 en la campaña, Bn Apóstoles se conservan algunas
ruinas interesantes. Vense grandes lienzos de pared con puertas y
ventanas que tienen todavía sus marcos, habiéndose conservado en
buen estado la madera, á pesar de hallarse expuesta á la intemperie
con la gran humedad del clima. A distancia de unos diez minutos del
antiguo pueblo, existen dos estanques comunicados entre sí,}' alimen-
tados por un manantial. Juzga el canónigo Gay que allí estaba la
fuente del pueblo; pero más bien parece que aquello era el lavadero.
Tirada cerca de aquellos estanques se ve una pila muy bien traba-
jada con mascarones esculpidos en tres de sus costados y una aber-
tura para el desagüe: la gente la llama chafaris, nombre que en
algunas provincias de España significa la pileta estrecha y larga que
se pone al lado de las fuentes públicas para abrevadero de las caba-
llerías. También se encontraba allí un capitel de grandes dimensio-
nes, pieza suelta que pudo ser de alguna de las columnas de la
iglesia ó del colegio, y que Mr. de Saussure, ayudante del Sr. Quei-
rel, califica del siguiente modo: «Ese capitel tallado en asperón ama-
rillo, es una curiosa mezcla de renacimiento español y de inÜuen-
cia indígena por su macicez, sus dos caras planas, su perfil ensan-
chado y bastardo, y esa factura ingenua y lujuriante que trae á la
memoria las esculturas mejicanas» (1) Las ruinas se hallan á dis-
tancia de unos diez minutos del pueblo actual, y el abandono en
que todo quedó, ha hecho crecer allí un bosque difícilmente penetra-
(1) QuKiREL, ¡Misiones.
í
-273-
ble, como no sea por las pocas sendas en él abiertas, predominando
notablemente en él los naranjos, de cuya fruta, de gran tamaño y
buena calidad, hay abundancia no sólo para las necesidades de aque-
llos moradores, sino aun para proveer á las poblaciones vecinas. El
hecho de reconocerse por un naranjal los antiguos pueblos destruidos
ó cambiados de sitio, no es propio de Apóstoles, sino común á
muchos otros de las Misiones, é igualmente de la república del Pa-
raguay.
Apóstoles es uno de los pocos pueblos que conservan en la plaza,
frente á la iglesia destruida, restos bien distinguibles de lo que lla-
man casas de Cabildo, de que se dará alguna noticia al tratar de
San Nicolás.
Ribera del Uruguay
San Javier tiene 394 habitantes en e1 pueblecito, y 3.345 más en
la campaña, El bosque dominante en las ruinas de San Javier está
formado de un espeso naranjal dulce. Entre los paredones que sub-
sisten de la iglesia, se encuentra una pileta de piedra fijada en la
pared, de figura de concha y capacidad de unos cincuenta litros. En
la piedra á que está adherida se notan tres agujeros que deben haber
servido para dar paso al agua del depósito, cu3^a cavidad se advierte
detrás: así como también se conoce que ha habido un conducto de
desagüe. Todo lo cual hace creer que aquellos restos son del lava-
torio para las manos que se suele poner en la sacristía. A unos 300
metros al SO. de las ruinas se encuentra un estanque rectangular,
de superficie de unos 16 metros cuadrados, con un metro de profun-
didad, actualmente lleno de agua clara, fresca y potable. El piso del
estanque es empedrado, aunque el suelo está ya cubierto de una
capa de 40 centímetros de lodo. Más arriba dicen que hay otro estan-
que también: y más abajo, otro igual á los dos primeros: y del pri-
mero al segundo y de éste al tercero pasa el agua por conductos
cubiertos. Parece haber sido la fuente pública y lavadero. Existe
todavía la despensa ó sótano, aunque obstruido y arruinándose cada
vez más. Merece leerse la descripción de la visita del Sr. Queirel á
este sótano, las dificultades que le representaban los moradores del
pueblo, y el resultado de su exploración (1). «En fin, concluye,
seguido de mis peones, que no las tenían todas consigo,... bajé al
sótano... A la luz de las linternas pude ver que me encontraba en
(1) Queirel, Misiones, cap. XXXII.
18 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo ii.
-274-
una pieza de 5 por 4 por 3 metros, que comenzaba á desmoronarse
por el centro de su bóveda. Levantado el guano [el estiércol, de que
dice inmediatamente antes que habían formado una gruesa capa
lodosa y mal oliente los muchos murciélagos que allí se albergaban]
con una pala, se nos apareció el piso empedrado. En cada uno de los
costados Norte y Sur encontramos cuatro alacenas, como nichos,
sin puertas y completamente vacías. Pude comprobar que el sótano
no tiene comunicación, contra lo que todos suponían, con ningún
otro subterráneo: él debe haber servido para despensa.» Tal resultó
el soñado depósito de los tesoros.
Dista San Javier un cuarto de legua del río Uruguay.
Santa María la Mayor no es ya pueblo, sino terreno enclavado
en una propiedad particular; pero hay cierto número de habitantes:
y el censo asigna á la localidad de Santa María 2.896 personas con
el agregado de población rural. La iglesia se incendió casualmente
en 1738: y reconstruida después, padeció, como las demás, los incen-
dios de 1817. Consérvase en este pueblo una construcción que no se
ha observado en otros, y que los habitantes creen ser la cárcel, y
por lo mismo le dan el nombre de cadeia (palabra portuguesa equi-
valente á cadena y á prisión). El estado actual de ese resto es el
que da á conocer la siguiente descripción del Sr. Queirel (1) : «Esa
construcción está junto á la iglesia; y se compone de siete celdas
corridas, especie de zaguanes, de 3 metros de fondo por 1'30 de
ancho, separadas por paredes de 60 centímetros de espesor. Esas
celdas se abren á un vestíbulo ó pequeña galería, que tiene dos
ventanas que dan á la iglesia, y una puerta por donde se entra á él.
Por debajo de las celdas, en el fondo, y en sentido trasversal á
ellas, corre un sótano ó zanja que comunica con otra del templo,
y que tiene 50 centímetros de ancho por 1 metro de hondura, con
piso y costados empedrados.» Cárcel había en todos los pueblos;
pero á la observación bien fundada y demostrada del Sr, Queirel de
no haber tenido nunca puerta las celdas en cuestión, debe añadirse
que, según las memorias del tiempo, la cárcel estaba separada de la
iglesia; y los encarcelados, al ser llevados á misa, se escapaban más
de una vez por la poca vigilancia de las guardas: todo lo que parece
probar que no está bien aplicado allí el nombre de cárcel.
Actualmente se halla colocada la escuela de primeras letras en
lo que fué plaza del pueblo, cerca de las ruinas de la iglesia: y con
este motivo se ve algo despejado el terreno: los niños acuden á
(!) Queirel, Misiones, cap. XX.
— 275 —
caballo de una }' dos leguas alrededor. Dista Santa María como una
legua del río Urugua}'.
Mártires, como se ha dicho de Santa María la Mayor, tampoco
tiene pueblo. Apenas quedan tampoco ruinas del antiguo. En lo alto
de una serranía, unas tres leguas del río Uruguay, estaba edificado
el antiguo, }' ahora hay únicamente un espeso bosque, dentro del
cual muestran los habitantes dos ó tres paredones informes que fue-
ron de la iglesia. Sufrió el incendio y devastaciones de Chagas. Hoy
ni siquiera forma distrito, ni lo menciona el censo.
Concepción, con 847 habitantes en el pueblo y 1.045 más en su dis-
trito, es la única población del territorio que se gobierna por su
municipio autónomo. Es cabeza del departamento de su nombre, que
cuenta con 6.659 habitantes. Hoy se llama Concepción de la Sierra,
para distinguirla de Concepción del Uruguay: y antiguamente Con-
cepción de Ihitiraciiá, nombre del paraje en que la fundó el ilustre
mártir P. Roque González de Santa Cruz. La iglesia y el pueblo
padecieron el incendio, saqueo y devastación de Chagas en 1817.
Volvióse á establecer un pueblecito en tiempo de la dominación de
Corrientes, y el actual se delineó en 1878. En 1872 duraban todavía
la fachada de la iglesia antigua y las dos torres, y se conservaba
parte de lo interior. En la fachada se encontraban hasta seis esta-
tuas de santos, dispuestas en dos series escalonadas, y ante ellas
solía acudir la gente á hacer sus rezos y devociones, ya que lo inte-
rior de la iglesia estaba inutilizado. Pero en 1882 un funcionario
local empezó á demoler la fachada: y para que fuese mayor la enor-
midad, hizo caer al suelo las estatuas, haciéndolas enlazar y derri-
bar á tirones, con pretexto de que se habían de llevar á algún
Museo. Algunas fueron conducidas á Posadas: y alguna también,
maltratada y tronca como quedó del atropello, se conserva en el dis-
trito. El pueblo actual se halla situado en el mismo paraje del anti-
guo. De lo antiguo apenas quedan más restos que algunos objetos
que adquirió y donó al Museo Histórico de Buenos Aires el señor
Queirel (1), entre los cuales es el principal la cruz de hierro que
coronaba la fachada. Vense al NO. de la plaza actual, ya dentio de
una propiedad particular, trozos de paredes que por su distribución
muestran haber pertenecido al colegio y talleres. En medio de la
plaza yace una piedra prismática de 1™ X 60^™ X 55^'", que fué el
antiguo cuadrante; y en cuanto parece por sus trazos consistía en
tres cuadrantes verticales, uno para el norte y dos respectivamente
(1) Queirel, Misiones, cap. XX: Las ruinas de Misiones, % VI.
-276-
para el este y oeste. Faltan todos los estilos; y ni la piedra misma
está en debida posición. De la iglesia, cuyo solar en parte ocupa
otra nueva, nada queda sino algunos escombros que debieron ser la
sacristía ó dependencias de ella. Hase buscado el cuerpo ó más bien
los huesos que se recogieron del santo mártir P. Roque González y
de sus compañeros, que con los del P. Diego de Alfaro se guarda-
ban en la sacristía, pero infructuosamente: y llegando á la conclu-
sión de que, por estar guardados en una caja aparte, y no enterrados,
debieron ser trasladados por los indios á otro lugar, ó quizá profana-
dos en la época de la devastación general.
Concepción fué la primera reducción que se fundó en la comarca
del Uruguay: madre de las demás y llave del territorio para los via-
jes. Dista del río Uruguay legua y media ó dos leguas.
RIBERA DEL PARANÁ
Candelaria tiene un pueblo en el que hay 466 habitantes,
y 1.287 más en su distrito. Mu)' poco ha quedado de las ruinas de
este pueblo, antigua residencia del Superior de Misiones. Hasta las
piedras han sido sacadas de allí, primero para construir la trinchera
de los paraguayos, y luego para los edificios de Posadas. A distan-
cia de cinco minutos del pueblo está el bosque de las ruinas, y en él
se ven algunas paredes de la iglesia y pilares mu}' robustos, que
parecen ser de los tránsitos exteriores que la rodeaban. Pueblo anti-
guo y nuevo están inmediatos al río Paraná.
Santa Ana tiene pueblo con 280 habitantes, á los cuales ha}^ que
añadir 1.844 residentes en la campaña. Sus ruinas han tenido suerte
análoga á las de Candelaria. No obstante, se conservan algunas más,
situadas en un bosque y naranjal, en la ladera de una colina, á dis-
tancia de un cuarto de legua del pueblecito actual. De la iglesia,
apenas se conoce nada. Algo más ha quedado del colegio, en cuya
entrada principal se conserva en pie una columna que suelen repro-
ducir las fotografías de Misiones. Otras varias columnas que pare-
cen haber sido de la iglesia, han sido trasportadas al pueblecito
actual, donde forman notable contraste con las casas, sencillas y
rebajadas. Asimismo aparecen algunos rastros de los talleres. Que-
dan también, aunque muy deteriorados, dos cuerpos de edificio que
parecen corresponder á lo que se ha llamado cdsas de Cabildo, y
que, por hallarse algo más completos en San Nicolás, se describirán
al tratar de aquel pueblo. Hay además un estanque antiguo, como lo
hay también en Concepción.
-277-
Dista Santa Ana del Paraná una legua.
Corpus tiene su pueblecito: y en toda la campaña se hallaron
según el censo de 1895, 1.192 habitantes. Dista unos veinte minutos
del río Paraná: y diez minutos menos distan las ruinas, situadas en
un bosque. Muy poco es lo que se puede percibir de la que fué igle-
sia. Existe aún la fuente pública con su brocal de piedra labrada.
En LoRETO hay un pueblo pequeño, siendo la población rural
de 659 almas. En medio de un bosque enmarañado se conservan
algunos trozos de la pared de la iglesia y de sus robustas columnas.
Circunstancia especial, y en la que no se ha reparado, es que en
aquella iglesia están enterrados los restos del gran apóstol de los
Guaraníes, P. Antonio Ruiz de Montoya.
San Ignacio Miní tiene un pueblo pequeño inmediato á las rui-
nas. Hay 854 habitantes en la campaña. Es sin disputa, de todas las
reducciones del territorio argentino, la que conserva ruinas más
importantes. Queda en pie la iglesia, aunque destechada y sin las
columnas que debieron separar las naves: sus dimensiones son 63
metros de largo por 30 de ancho. Del colegio y talleres, así como de
las casas de la plaza, quedan rastros apreciables. Distingüese bien
la situación del cementerio. De tres ó cuatro puertas que subsisten
con adornos esculturales característicos, han sacado fotografías
varios visitantes. En el frente de la iglesia y en su parte infe-
rior, hubo dos grandes lajas de piedra colocadas á uno y otro
lado de la puerta, llevando esculpido la una el monograma de Jesús
y la otra el de María. La que tenía el JHS, larga de 2,20 metros,
ancha 1,40 metros, gruesa de 0,12 centímetros, desenterrada de las
ruinas, fué conducida á fines de 1901 á Buenos Aires por el Paraná,
con dirección al Dr. Carlos Pellegrini. El Gobierno argentino ha
puesto en San Ignacio un custodio de las ruinas, para evitar que se
deterioren ó disminuyan más, y para mantenerlas limpias de la exu-
berante vegetación, que de otra manera todo lo invade y destruye.
Nada puede dar idea más exacta del estado de las ruinas, y de lo
que por ellas se ve que fué el pueblo, que la descripción del agri-
mensor nacional D. Juan Queirel, publicada en su opúsculo Las
Ruinas de Misiones^ que se ha puesto entre los Apéndices.
BRASIL
San Borja, ciudad capital del municipio del mismo nombre, en
el cual se calculan como 21.000 habitantes. Dista una legua del río
Uruguay, y está situada frente á Santo Tomé, de la provincia de
207
Corrientes. En 1856 ya casi no quedaba nada de la antigua población
de los indios. La iglesia, que empezó á amenazar ruina en 1820, fué
demolida algo después de 1827; sólo se veían alguna que otra casa
en la plaza y el colegio, que servía de cuartel al batallón de la fron-
tera. Pero como la población había sido el asiento principal del
comercio con el Paragua}^, que hasta 1852 se hacía por San Borja é
Itapúa, se habían ido levantando nuevos edificios, y su estado era
floreciente (1). Hoy no queda de lo antiguo, sino la memoria de estar
la iglesia edificada dentro del solar de la primitiva; y alguna que
otra estatua, en especial la del altar mayor, que es un San Francisco
de Borja de gran talla, arrodillado en actitud de adorar la Euca-
ristía y de muy buena escultura; fáltale la custodia que indudable-
mente hubo de tener. La población misma tendrá unos tres mil habi-
tantes.
El Santo Ángel, villa capital de su municipio, que tiene como
26.000 habitantes, y abraza además de la antigua suya, la demarca-
ción de los antiguos pueblos de San Juan y San Miguel, siendo su
extensión 11.329 kilómetros cuadrados, lo que lo constituye el
segundo departamento en grandeza del Estado de Río Grande do
Sul. En 1856 duraba todavía la iglesia antigua, que era mu}' her-
mosa y grande, con sus altares, aunque sin techo, y la vegetación
invadía todo el edificio y el mismo coro (2). De la fachada, que es lo
último que desapareció, se conservan fotografías. Derribóse todo lo
que quedaba, para edificar la nueva iglesia hacia 1885. De las anti-
guas memorias, nada se ve, sino un par de columnas de diverso estilo
que han quedado fijas en la plaza, )' una piedra de gran tamaño por
el estilo de las dos de San Ignacio Miní, que lleva esculpido el
Sagrado Corazón de Jesús, y hoy está en lo alto de la fachada.
San Juan no es pueblo, ni tiene más habitadores que los que
residen en dos casas inmediatas á las ruinas. En el bosque, formado
como en todas las antiguas Reducciones sobre los escombros, se ven
restos abundantes de basamentos 3^ trozos de columnas. Mantiénense
en pie las paredes de la iglesia, pero completamente ha invadido la
vegetación el espacio comprendido en ellas y todos los alrededores,
formando un espeso matorral. Se han ido sacando de allí muchísimas
piedras para trasportarlas lejos y construir con ellas, y quedan
muchas más. A la puerta de la iglesia, como extraordinarias por su
labor, se han puesto, sostenidas por otras piedras informes, dos lajas
parecidas á las de que se ha hecho mención en San Ignacio Miní, y
(1) MoussY, Mémoire, XII. Gay, República Jesuitica, 387. cap. 22. § 7.
(2) Moussv, ibid.
Ruinas de las misiones del Pakaguay. — San Miguel (hoy Brasil)
Fotografía de la iglesia, torre y pórtico. — 1904. — Arcos destruidos. — Vegetación sobre
la torre y las paredes
Ruinas de las misiones del Paraguav — San Nicolás (hoy en el Brasil)
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Actual estado de las dos que llaman casas de Cabildo: vista tomada á unos cien metros
de distancia, desde la puerta de la iglesia. — 1904.
- 279 -
que debieron tener antiguamente la colocación de aquéllas, con los
monogramas de Jesús y de María, pero con la diferencia de que en
San Ignacio Miní sólo existen las líneas precisas para formar las le-
tras; y en San Juan está cada monograma incluso en su escudo,
adornado con profusión de dibujos.
San Miguel es hoy parroquia, y como San Juan, forma parte del
municipio del Santo Ángel. En el pueblecito habrá apenas 200 per-
sonas. La iglesia 3^ colegio, que están tocando á las calles habitadas»
por la parte del oeste, ofrecen ruinas muy dignas de consideración.
La iglesia, á pesar de estar en gran parte arruinada, es un monu-
mento lleno de majestad. De estilo greco-romano, sobria en ador-
nos, autorizábala en especial, á fines del siglo xix, su grandiosa
pórtico de cinco arcadas, que puede verse en algunas fotografías.
Por ese tiempo se desplomó casi todo él; y no obstante, aun en sus
restos pueden echarse de ver sus rectas proporciones y solidez. El
arquitecto, hermano coadjutor Juan Bautista Prímoli, hubo de luchar
con la dificultad inherente á las Doctrinas, de falta de cal. El
remate de los arcos del atrio, dice Gay (1), «era una vistosa balaus-
trada; y sobre una gradería, también de piedra, que coronaba el
frontispicio, elevábase la imagen de San Miguel, acompañada de las
de seis apóstoles á sus dos lados. El cuerpo de la iglesia era de tres
naves, con su crucero y media naranja; tenía 350 palmos (73 metros)
de largo, por 120 í25 metros) de ancho, con cinco altares de talla
dorados.» «Todas las paredes, dice Ambrosetti (2), aun la del frente,
son de tres metros de ancho, y tienen en su interior galerías con
escaleras. Admirable es el ajuste de las piedras, bien aplomadas y
trabajadas con mucho esmero. Los arcos del interior del templo tam-
bién son de piedra labrada, formados por cuñas que encajan unas en
las otras. La torre, de la que aun se conservan tres cuerpos, tiene
también escaleras en el interior de las paredes; los trozos de piedra
están simplemente ajustados sin trabazón alguna.» «Los arcos, cor-
nisas, capiteles, balaustradas, adornos, nichos, columnas, todo está
hecho con gusto y con una gran prolijidad.» «La vegetación ha inva-
dido el templo; en su interior han crecido árboles gruesos; 3' en
muchas partes se ven grandes excavaciones hechas por los vecinos
con el fin de sacar tesoros, hasta ahora sin resultado» Este afán
extraordinario de buscar lo que toda razón persuade que no hay, es
el que más ha contribuido á que se arruinen del todo las últimas
memorias que se conservan. En el día la torre está cuarteada, 3' otro
(1) Gav, Rep. Jesuítica, cap. 22. pág. 368.
(2) Ambkosetti, Viaje á las Misiones por el Alto Uruguay, pág. 52.
-280-
tanto sucede con los pocos arcos que quedan; de los tres cuerpos de
la torre, el superior se va destruyendo. El colegio conserva bastan-
tes restos de las paredes de los aposentos, por donde se podría deli-
near casi toda su planta; pero también va pereciendo. Ambrosetti
halló en 1894 un gran salón sin techo, con las paredes intactas y
blanqueadas aún: hoy ya no existe. En las ruinas habitan alguno ó
algunos colonos, y parte de lo que fueron patios está cultivado. En
el cementerio hav una cruz antigua de piedra de unos tres metros
de alto. .
San Luis Gonzaga, ciudad con 2 á 3 mil habitantes, y en todo el
municipio y parroquia, que comprende también á San Lorenzo y San
Nicolás, se calculan unas 19 mil almas. i\lu\' poco es lo que recuerda
en esta población la antigua Doctrina, como no sea el estar edificada
en el mismo punto, y el haber pasado muchos de sus materiales á
formar parte de los edificios de las casas. La policía, que se halla
donde estuvo el antiguo colegio, tiene aún en su corredor delantero
las columnas de piedra de asperón rojo que debieron formar parte de
alguno de los claustros interiores. En la nueva iglesia, muy pequeña,
y no correspondiente á la ciudad, se conservan algunas estatuas
antiguas, y particularmente la del patrón San Luis Gonzaga, muy
grande y de buena factura.
San Lorenzo, pueblecito pequeño, que puede tener poco más de
50 moradores, se encuentra á corta distancia al este de las ruinas.
De estas no quedan más que algún trozo de la fachada de la iglesia,
que muestra dónde estuvo la puerta, y un ángulo donde por las pro
porciones parece que hubo una torre. Del colegio se ven algunas
paredes 3'a rebajadas hasta no levantarse más de un metro sobre el
suelo, y aun ésas interrumpidas. El portón, que todavía duraba
en 1894, hoy ha desaparecido. Queda una hilera de aposentos sin
techo, que parece eran las habitaciones de los Padres. Cada uno
tiene por un lado una puerta, y por otro puerta y ventana; en la pri-
mera se ve en el umbral la cifra jhs; }• en las otras dos, las de ma
y JPH.
San Nicolás es otro poblado poco ma)'Or que San Lorenzo.
Hasta 1904 se conservaron una porción de estatuas de la antigua
iglesia, todas de madera, en una casa particular, donde concurrían
los vecinos á hacer sus devociones y venerarlas, pues ni aun una
pobre capilla tienen. Ese año en tiempo de Semana Santa se que-
maron todas las imágenes. Hoy no quedan más que trozos de las
paredes de la iglesia, tan arruinados por una parte, y tan grandiosos
por otra en su conjunto, que causan un sentimiento de melancolía y
Ruinas de las misiones del Paraguay — San Nicolás
(hoy Brasil)
Túmulo de forma singular, vacío, situado en el cementerio y que parece
del tiempo de los Jesuítas, y remeda un estilo egipcio ó incásico.
(1904. Fotografía.)
- 281 -
desolación. Al noroeste de la iglesia, subsisten las ruinas de un edi-
ficio que pudo ser el asilo ó casa de recogidas. En el cementerio,
situado al este, se descubre un túmulo singular. Una casilla cilindrica,
de gruesas piedras de sillería, en que el diámetro de la base podrá
tenei- unos dos metros, y tres la altura, sustenta en la parte superior,
junto con la cruz de piedra, varias figurillas que por su estructura
remedan las figuras egipcias ó las mejicanas. Delante de la puerta
del túmulo, se ve una estatua yacente, como de metro y medio de
longitud, groseramente esculpida, y de la misma piedra de que se
hizo la estatua se erigió á sus pies una cruz que lleva entallada la
inscripción inri. El túmulo está vacío, 3^ la abertura carece de puerta.
Frente á la iglesia, y correspondiendo á los dos extremos de la gran
plaza, aparecen los dos torreones que la gente llama Casas del
Cabildo. Parecen iguales. Su estructura por la parte sur que mira á
la iglesia, es la de un rectángulo de piedra de sillería, que tendrá de
cinco á seis metros de altura, con un arco en el tramo inferior, que
debió servir para la puerta, y dos grandes ventanas rectangulares
terminadas en arco de medio punto en el que parece debió ser piso
superior. La pared delantera ha permanecido intacta; las laterales
están á medio deshacer; la posterior ha desaparecido del todo. Es el
espécimen mejor conservado de esta construcción que 3'a se ha notado
en Santa Ana y en Apóstoles. Pudo ser el uno casa de Cabildo, y el
otro quizá cárcel del pueblo; si ya no es que fueran dos Capillas que
según el P. Per.imás solían ponerse frente á la iglesia.
ALGUNOS OBJETOS DE MISIONES EN EL MUSEO
DE LA PLATA
Procedentes sin duda de donativos de viajeros, aunque no lo poda-
mos saber con certidumbre, é ignoremos quiénes han sido los donan-
tes, se encuentran reunidos en el rico Museo de la Plata, capital de
la provincia de Buenos Aires, una porción de objetos de las antiguas
Misiones Guaraníes.
El carácter con que allí se encuentran parece que es doble; como
recuerdos históricos, y como colección de objetos que den testimonio
de las costumbres y del arte que han llegado á adquirir los indígenas
del país; y atenta la índole del establecimiento, que también abarca
los objetos de arte, pudiera dudarse si acaso se han conservado como
objetos artísticos, pues casi todos son objetos de arte religioso
y algunos bastante perfectos.
208
— 282-
No hallándose clasificados en el Museo, como fuera de desear, y
ni siquiera ordenados, nos limitaremos .4 hacer una simple enumera-
ción de ellos, sin entrar en su estudio ni en el examen de su valor.
La mayor parte de estos objetos están colocados en los departa-
mentos superiores, en la sección que puede llamarse de antigüedades
ó de etnografía regional, donde se conservan los vasos, obras de
arte, instrumentos y restos calchaquíes, y asimismo diferentes uten-
silios que pueden servir para el estudio de la civilización Guaraní.
Los objetos de Misiones situados en este departamento se subordinan,
según parece, al título que lleva escrito: Ruinas de Trinidad. Según
esto, serán despojos recogidos de las ruinas de la antigua Doctrina
de Guaraníes denominada Trinidad, que está situada en el Para-
guay, vecina por el sud y el oeste al río Paraná.
Estos objetos son:
Estatua de un santo de la Compañía de Jesús, que representa un
Misionero con sotana, sobrepelliz y estola en actitud de predicar, y
parece ser San Juan Francisco Regis. Altura: 1,"^50. Sobre un plinto-
de 0,™08.
Estatua de pie con sotana y sobrepelliz. Altura: O, '^70. Altura del
plinto sobre el que está colocado: 0,™12.
Estatua de un niño con vestidura de paje. Alto: 0,"i90.
Silla laboreada de madera, de la figura de los sillones antiguos de
baqueta. Altura: 1,™15. Través: O, "^60. Dimensión de atrás ade-
lante: O, •"SO. Falta el asiento.
Arquitrabe de piedra con labores. Alto: 1,'"15. Ancho: 0,'ii70.
Trozo de pared con bajo-relieve de escudo en que se ven los cas-
tillos, leones y barras. Dimensiones del escudo: O, ""35 de alto por
O, '^20 de ancho. Dimensiones de todo el objeto: 0,™65 de alto por
O, '"70 de ancho.
Cabeza y alas extendidas de una estatua de ángel hecha de
madera. Anchura: O, '"65.
Otro semejante.
Otra estatua semejante.
Estatua de madera que representa la Santísima Trinidad. El
Padre y el Hijo aparecen sentados. A los lados hay dos ángeles.
Altura: 0,'"85. Ancho: l,n^50.
Busto de un Pontífice. Dos ángeles guardan las llaves. Altura:
O.n^o. Anchura: O.^^SS. Colocado sobre un pedestal de O, «"70. El
material es de estuco.
Otro parecido.
Un trozo de columna con su basa.
— 283 —
Columnilla de madera sostenida por un trípode. Altura del trí-
pode: 0,™65. Altura de la columnilla: 1,™35. Lleva un rótulo que
dice: «Pedestal de pulpito»; pero la construcción parece indicar más
bien un gran candelabro.
La segunda serie de los objetos de Misiones se halla como aban-
donada y arrinconada en uno de los departamentos de la planta baja;
más descuidada que los objetos de la primera, y sin más orden que
haber arrimado á lo largo de las paredes los objetos, que todos son
de piedra y de bastante peso. Son los siguientes, en que van enume-
rados casi todos.
— Escudo de piedra con el nombre de JHS. Tiene varias labo-
res y adornos. Altura del monograma: O, '"SO. Ancho: O, '"37. Altura
del escudo: 0,'"90. Ancho: 0,^58.
—Pila de piedra que tal vez fué baptisterio. En la parte de detrás-
lleva fijada su cruz de piedra de 1,™40 de alto y 0,80 de brazo tra-
vesero. Tiene distintamente esculpidas las cinco llagas, el titula
Inri, y la corona de espinas. Dimensiones de la taza: l,i"20 por
0,^80.
— Frontispicio triangular de piedra, con la inscripción Santa
Barbara... itemboe anga ore rehe (palabras guaraníes que signifi-
can: Santa Bárbara... rogad por nosotros). Pudo estar colocado en la
puerta de alguna ermita de la Santa. El triángulo es muy rebajado.
Altura de todo el trozo: 1™. Anchura de la base del triángulo, que
es la misma de todo el frontis: 1,™60.
— Pedestal y trozo de columna de piedra. Altura del pedes
tal O, •"40. Altura de la columna: 1,'"50. Su diámetro: 0,30.
— Ánfora de piedra. Altura: 0,60. Diámetro: 0,25.
— Estatua de piedra de la Santísima Virgen. Altura: 1,™70.
— Estatua de piedra de un santo con el Niño Jesús en los brazos.
Altura: l,m62.
— Estatua de piedra de una Santa. Altura: 1,"'40.
Ninguno de los objetos de esta serie lleva indicación alguna por
donde se pueda conocer su origen; y así, no es dable saber si pro-
ceden, como los de arriba, del pueblo de Trinidad, ó son de alguna
otra de las Doctrinas; mas todos tienen el sello característico que
los hace reconocer como procedentes de las Misiones de Guaraníes.
De estos objetos que existían en el Museo en 1901, algunos se han
removido ó trasportado á otra parte, y no aparecen ya en 1912.
En el último decenio del siglo xix se suscitó en Buenos Aires la
cuestión de si los restos artísticos de las ruinas de las Misiones, y
particularmente la portada de la iglesia de San Ignacio miní, que
— 2S4 -
tanto despertó la atención, se habían de trasladar á la Capital
para conservarlos en los Museos, ó más bien dejarlos en el paraje
donde están, y procurar conservar las ruinas que lo merezcan, como
objeto de arte. La opinión de los diarios fue esta segunda; y en
efecto, se desistió del intento (en que parece se había puesto gran
empeño) de hacer el traslado; pero en cuanto á señalar cuáles se
hayan de conservar y proveer á la conservación, nada se ha hecho.
Es fácil de ver cuánta dificultad ha de ofrecer el conservar cual-
quiera de esos objetos, situados á tanta distancia, con muy poca faci-
lidad de comunicaciones, y ciue por las circunstancias en que se ha
verificado su abandono, todos están al descubierto. El tiempo, las
vicisitudes atmosféricas y hasta las plantas, que en aquella región
tropical se extienden por todas partes con extraordinario empuje y
lozanía, van adelantando la obra de hacer desaparecer los pocos res-
tos que ya quedan de las en otro tiempo afortunadas Doctrinas
Guaraníes.
Al presente Apéndice acompañan la vista de las ruinas de la igle-
sia de San Miguel en 1904, la del monumento extraño descrito del
cementerio de San Nicolás, y de lo que llaman allí casas de Cabildo,
frente á la iglesia arruinada, y la del torreón de Santa Rosa inme-
diato á la iglesia, que antiguamente fué campanario.
Sección cuarta
PLANES Y JUICIOS
CAPITULO X
PLANES DIVERSOS
1. Plan del Virrey Aviles.— 2. Plan contenido en la Cédula de 1803.— 3. Plan
del expulso Ibáñez de Echevarri. — 4. Plan de Doblas. — 5. Arbitristas.
Hasta aquí se han examinado los varios sistemas que de hecho se
aplicaron al gobierno y trato de la raza Guaraní, estudiándolos en
sí y en sus efectos, para formar cabal idea del valor de cada uno.
Será complemento de este examen la noticia de algunos otros planes
que se propusieron, prometiéndose sus autores remediar los daños
que descubrían, y asegurar el bien espiritual y temporal de las Doc-
trinas. No es dable exponerlos todos: pues en asunto como el de los
Guaraníes, que ha llamado la atención de tantos observadores, y en
que con tanta facilidad se proponen medios que se dice pudieran
haberse empleado, sería esto tarea interminable. Pero se darán á
conocer algunos de los más divulgados, como muestra de los demás:
empezando por los que se hallan consignados en documentos oficiales.
286
209 PLAN DEL VIRREY AVILES
Por mucho que se hubiera disimulado á los principios para man-
tener engañado á Carlos III, no pudo á la larga permanecer oculta la
espantosa decadencia producida en Doctrinas por la expulsión de
los Jesuítas: y aunque desde tan lejos resonó al fin en sus oídos el
clamor que denunciaba una ruina inminente. Hubo de ser ocasión
especial para ello la venida del general Cevallos como primer Virrey
al Río de la Plata, y algún informe que él diera del verdadero estado
de las cosas: pues en 1780 se expidió una Real Orden en que se
expresaba al Virrey Vértiz, que el monarca había experimentado
gran disgusto por el deplorable estado de las Misiones Guaraníes:
encargándole muy apretadamente, que trabajase por cortar todos los
abusos y desórdenes allí introducidos, mantener los naturales en paz
y justicia, y asegurar su buen tratamiento (1).
Cuatro años más tarde, se despachaba nueva Real Orden, á todos
los Virreyes, Presidentes, Gobernadores, Arzobispos y Obispos de
América, pidiendo informe especialísimo de cuanto pertenecía á lo
temporal y espiritual de las Misiones que habían tenido los expatria-
dos en cada comarca, de su estado actual, mejor ó peor que en tiempo
de los Jesuítas, y de las reformas que pareciesen oportunas (2).
Entre los muchos informes á que dio lugar esta orden, figura el
del Obispo del Paraguay Fr. Luis de Velasco, dado en carta de 15 de
Diciembre de 1784. En él parece ya la idea capital de todos los pla-
nes posteriores de reforma, cuyo valor habrá ocasión de examinar:
y es atribuir toda la ruina al sistema de comunidad con que dice se
gobiernan los indios, y proponer su abolición. — Es digno de notar
que al mismo tiempo tuvo la prudencia de proponer varios medios
conducentes á atenuar los graves daños que de otro modo entendía
se iban á seguir de la novedad (3).
Pero el que puso manos á la obra de introducir, siquiera parcial-
mente esta innovación, fué el Marqués de Aviles, séptimo Virrey de
(1) Apénd. núm. 65.
(2) Apénd. núm, 66.
(3) Sevilla. Arch. de Indias: 124. 2. 11.
— 287-
Buenos Aires, que tomó posesión de su cargo en 14 de Marzo de 1799.
En un informe enviado al Ministerio en 8 de Marzo de 1800, para satis-
facer á nuevas órdenes de explicar el estado de las Doctrinas de Gua-
raníes, maltrata por igual la historia, á los jesuítas, á todos los Gober-
nadores del Paraguay, y aun á ios de Buenos Aires, y nominalmente
al Gobernador D. Lázaro de Ribera (1): y después de pintar un cuadro
de fantasía de lo que habían sido las reducciones, propone su plan
para remediar los daños universalmente lamentados, reducido á dar
á todo indio su tierra propia, suprimiendo todo trabajo de comuni-
dad, y establecer el libre comercio con los españoles. Mientras espe-
raba la aprobación, empezó á poner en ejecución parcialmente su pro-
yecto, como se ve en el Informe de 21 de Mayo de 1801 trasmitido á
su sucesor (2). Describe el triste estado á que habían quedado redu-
cidos los indios por la aplicación del sistema de Bucareli, y el reme-
dio que puso, eximiendo de todo trabajo de comunidad á trescientos
padres de familia Guaraníes, con sus hijos, y con los parientes que
estuviesen bajo de su dependencia. «Los Tenientes de Gobernador»
dice, «que se establecieron encincodepartamentos, para que adminis
trasen justicia, muchos de ellos se metieron en el reprobado comercio
de los administradores, cuidando casi todos los de ambas clases sola-
mente de enriquecerse con la sangre de estos infelices, muy dignos
de la atención del gobierno.» «Al Estado se le ha disminuido por estas
extorsiones un considerable número de vasallos, como se convence
de que, constando por padrones del año 766 que el número de sus
almas era de 96.381, la existencia actuales de solas 42.885; resul-
tando de este cotejo la considerable disminución de 53.496; que, aña-
diendo una regular propagación, se viene en conocimiento de la nota-
ble decadencia de su población, lo que, si no se ataja, reducirá á un
desierto el terreno que ocupan treinta y tres poblaciones, que produ-
ciendo ingentes caudales á los Jesuítas (3), tenían pueblos hermosos
é iglesias magníficas; y hoy se puede decir que ni uno ni otro se
encuentra; llegando á tal estado de decadencia, que en el pueblo de
Yapeyú, cabecera de Departamento, ha sido preciso abandonar la
iglesia por su estado ruinoso y colocar á Su Divina Majestad en la
(1) .Sevilla Arch. de Indias; 123. 1. 15.
(2) Aviles, Informe, en Trelles, Rev. de laBibl. III, p. 464.
(3) Hay que entender «producían ingentes caudales cuando las administraban
los Jesuítas». Pero los caudales eran para los indios. A los Jesuítas no les produ-
cían ningún caudal grande ni pequeño. Lo único que tenían en Doctrinas, era el
sínodo preciso para el sustento: y ése lo pagaba la Hacienda real. Si hubieran
sacado algo de allí, no se hubiera encontrado lo que se encontró, iglesias magní-
ficas y hermosos pueblos.
- 288 —
casa de Cabildo, que aunque por el nombre suena algo, en la realidad
será una cosa bien indecente.»
Explica ya el remedio. «Teniendo el corazón bien afligido por las
exactas noticias que tenía del deplorable estado de estas Misiones,
en que estaba instruido desde Chile, traté del remedio de estos
males...» «Todas estas consideraciones rae estimularon á propender
al alivio de estos miserables. Mas considerando que el medio de con-
seguirlo era ponerlos en su natural libertad (1^; y que de verificarlo
absolutamente con todos á un mismo tiempo, podría por esta repen-
tina mutación resultar algún trastorno, á que podrían ocultamente
contribuir algunos que se interesan en la continuación del opresivo
estado actual; y que también hallándose los pueblos con crecidos
empeños, no debía desentenderse la satisfacción de ellos, dejando al
juicio divino el discernimiento de la legítima ó injusta causa de que
provienen; tomé el medio que juzgué prudente para ir logrando el
intentado beneficio de estos pobres indios, y fué adquirir noticia de
los indios de cada pueblo que se reputaban capaces de gobernarse
por sí, á pesar del método de embrutecerlos que se había seguido
con ellos hasta ahora (2). A consecuencia de estas noticias, expedí
órdenes á los respectivos Tenientes Gobernadores, mandándoles que
á los indios que comprendía la relación que les acompañaba [eran
trescientos, según dice la Cédula], los pusiesen libres de la comuni-
dad, y [también] á sus hijos y parientes que dependiesen de aquellas
cabezas de familias, dándoles en propiedad á cada una de ellas una
suerte de tierras, que se considerase competente á la manutención
de su familia, comprendiéndose chacra y una proporcionada estan-
cia para sus ganados; encargando á los Curas que estén á la mira
del exacto cumplimiento. Y que de estas tierras repartidas se for-
mase libro en que se asentasen; individualizando los linderos de lo
que á cada uno se distribuyese, firmando esa diligencia el Cura.
Y para que no hubiese disminución en los tributos, dispuse igual-
mente que cada libertado que por su edad y circunstancia deba con-
tribuirlo, pague un peso anual, que es el de la tasa. Y como en estos
pueblos, en equivalente de diezmos, satisface cada uno anualmente
cien pesos con título de mayor servicio (cu)'as cantidades se invier-
(1) El medio parece hubiera sido volverlos al estado que tenían en tiempo de
1os Jesuítas, que era un régimen acreditado por la experiencia. Mas no era buen
medio echarse á tentar un nuevo plan que nadie sabia cómo saldría.
(2) Esta trase no tiene verdad sino aplicada al sistema de Bucareli. En cuanto
á los Jesuítas, que habían sacado á los Guaraníes de sus selvas, lejos estaban de
embrutecer á aquellos infelices, á quienes por el contrario, habían hecho hijos de
Dios por el bautismo, y buenos cristianos por la fe 3' práctica de la virtud: y en el
orden civil los elevaron cuanto su índole y capacidad permitían.
- 289 -
ten en sínodos de Curas y sueldos de su Teniente), mandé que los
libertados pagasen aquella cuota que les correspondiese (1); para
que de ningún modo se perjudicase á los que quedaban aún en comu-
nidad, si se les recargaba la parte perteneciente á los libres.»
Resulta, según esto, que por libertad de los indios no entendía
el Virre3^ otra cosa sino el eximirlos de todo trabajo común. Este
concepto era erróneo y dañoso: pues aunque, como ya se ha hecho
ver, fuera verdadera esclavitud el trabajo en común obligatorio por
cinco días en cada semana; no lo era algún moderado trabajo obli-
gatorio: antes bien, era un gran beneficio, y cosa necesaria, atenta
la indolencia del indio: como que de otro modo, faltaba en los pue-
blos el sustento material, 3^ se perdía consiguientemente el buen
estado espiritual. La tal libertad, pues, era un remedio semejante
al que los impíos de nuestros tiempos emplean cuando quieren supri-
mir algunas cosas buenas que les e^>torban sus planes, y les dan en
ojos. Primero procuran que las obras que aborrecen se hagan mal
hechas, quitándoles los medios de subsistir, ó bien extremándolas en
el modo: en seguida ponderan mucho más de lo que son los abusos ó la
inutilidad: y finalmente suprimen lo que se habían propuesto. El tra-
bajo para la comunidad era cosa no sólo útil, sino moralmente nece-
saria en el estado en que se hallaban los indios: El reglamento de
Bucareli tuvo por consecuencia convertirlo en tarea inhumana y
propia de esclavos: y este nuevo plan daba en el extremo contrario,
y lo suprimía del todo.
Lo? encomenderos habían hecho á los Guaraníes esclavos suyos,
pues les obligaban á trabajar perpetuamente sin aprovecharse de su
propio trabajo, que todo cedía en beneficio del amo, y sin ninguna
retribución, ni más utilidad que la que reporta el esclavo de su
dueño, que es el sustento y vestido: y aun ese, según se ha visto,
había veces que no era el dueño quien lo daba al indio, sino el indio
quien lo procuraba para su amo. Los Jesuítas lograron libertar de
esta durísima esclavitud, si no á todos los indios, por lo menos á los
cien mil de las Doctrinas, que habían sido reducidos sin auxilio de
armas de conquistadores, por la sola eficacia del Evangelio. Ensa-
yaron varias veces 3' con varios sujetos el hacerles manejar propie-
dad particular inmueble, ó siquiera mueble de ganados: 3^ no logra-
ron ni aun esto último, sino en mu3' contados casos, que venían á ser-
(1) En mandarlo no había dificultad, como ni en mandar pagar el tributo. La
dificultad estaba en cobrarlo de un indio que no tiene gobierno, ni siquiera para
allegar con qué sustentarse. Lo probable es ó que los Administradores lo exigie-
sen de los que quedaron sujetos al trabajo, ó que la Hacienda lo perdiese.
19 Organización social de las doctrinas guaraníes.— tomo h.
-290 —
rarísimas excepciones. Pero con los Jesuítas, tanto si el indio tra-
bajaba en su propiedad particular, como si trabajaba en común, veía
y palpaba que trabajaba para sí, y disfrutaba del fruto de su tra-
bajo. Bucareli, alardeando de grandes reformas, detestando á cada
palabra lo bueno que hallaba establecido, introdujo con su plan una
esclavitud análoga á la de los encomenderos: pues la multitud de
empleados creados por él, hizo que para pagar sus sueldos, fuera
menester recargar el trabajo común hasta cinco días por semana: y
los indios veían por sus ojos que otros disfrutaban abundantemente
de las cosas adquiridas con el trabajo de ellos, y ellos se quedaban
en la miseria, sin tener siquiera el tiempo material para cultivar lo
necesario para su sustento. El presente plan les regalaba, con nom-
bre de libertad un estado que ya había mostrado la experiencia ser-
les nocivo, y no servir sino para acarrearles la miseria.
Sígnense los inconvenientes ocurridos en la ejecución. «Aunque
esta providencia fué de mucha complacencia para los indios benefi-
ciados, como me lo manifestaron los Cabildos y los párrocos; pero
como en toda providencia general no puede dejar de ofrecerse algún
tropiezo, resultó que, ó por mala inteligencia, ó por exceso de com-
pasión, ó por algún otro motivo, tal vez dirigido ocultamente á que
resultasen algunos efectos contrarios á mis ideas, hubo pueblo en
que, reconociendo el libro bautismal, cuantos resultaban parientes
del agraciado fueron puestos en libertad. Aunque procuré corregir
este abuso, no sé si habré podido remediarlo. Hasta ahora, sólo Don
Feliciano del Corte, Teniente Gobernador de Concepción, me ha
enviado la relación de la distribución de tierras, con los nombres de
los individuos á quienes se han adjudicado. Otros Tenientes, aunque
contestaron el obedecimiento, si acaso han puesto en práctica mis
órdenes, no lo han comunicado en los términos que debían, y ejecutó
Corte. El Teniente Gobernador de Yapeyú significó no tener tierras
que distribuirles, por las intrusiones de algunos españoles, que con
ocasión de ser arrendatarios, ó sólo por ser poderosos, se han pose-
sionado, usurpando aquellos terrenos, sin otro título que el de la pre-
potencia, 3" de la indefensión de los pobres indios, á quienes todos se
creen con derecho de oprimir» (1).
Hasta aquí el Virrey, que duda si habría logrado atajar el grave
inconveniente enunciado. En realidad, se halló enredado en varias
dificultades, aun en la misma ejecución, que vinieron á agravar los
daños que en sí mismo llevaba el plan. Así se ve por las comunica -
(1) Aviles, Informe citado.
— 29] —
ciones de sus subalternos en un expediente sobre la materia (1).
Sobrevino entonces mismo la invasión de los portugueses, que se
apoderaron de los siete pueblos orientales de Misiones, é introduje-
ron mayor desconcierto.
De la infausta resulta del ensayo de Aviles, da noticia el Gober-
nador D. Lázaro Rivera, que dirigiéndose desde el Paraguay al
mismo Virrey, le suplica, exponiéndole los daños ocurridos, que
revoque sus providencias (2). Rivera no tenía por entonces noticia
de los cargos que contra él había expresado el Virrey Aviles, que le
hicieron escribir un nervioso Memorial, en que juntamente se vindica
5^ deshace casi todas las afirmaciones históricas del Virrey (3): y sin
embargo, ya entonces juzgaba tan grande el daño de la mudanza,
que á ella achacaba la pérdida de los siete pueblos.
Igualmente da testimonio del mal éxito el brigadier Alvear,
en su Informe sobre la libertad de indios Guaraníes de 1802, di-
ciendo (4): «Todas las providencias y disposiciones del Virrey Aviles,
por otra parte muy eficaces y arregladas, vinieron á ser más perju-
diciales que provechosas por no haber provisto de oportuno remedio
á estos dos inconvenientes.» Eran los inconvenientes, de cuyo reme-
dio pendía el éxito del plan, la simplicidad de índole de los Guara
níes, y la dureza con que los trata la comunidad.
TI
PLAN CONTENIDO EN LA CÉDULA DE 1803
Con fecha 17 de Mayo de 1803, expidió el Rey Carlos IV una
real Cédula en Madrid, nombrando Gobernador de los treinta pue-
blos de Guaraníes á D. Bernardo Velasco. En ella declaraba que
aquella Gobernación de Misiones no había de estar sujeta á Buenos
Aires ni al Paraguay, sino que se había de gobernar independiente-
mente, como se gobernaban Mojos y Chiquitos; y por lo mismo se
había creado por decreto de 28 de Marzo de 1803 un Gobierno polí-
tico y militar en Doctrinas. Al mismo tiempo mandaba que se redu-
(1) Sevilla: Arch. de Indias, 125. 1. 15.
(2) Ibid. 123. 1. 15.
(3) Ibid.
(4) Doña Sabina de Alvear y Ward, Historia de D. Diego de Alvear, Madrid
1891, Apénd. pág. 476.
210
-292-
j ^sen las Doctrinas Guaraníes «íí/ nuevo sistema de libertad... pro-
puesto y principiado d ejecutar... por el Virrey Marqués de Aviles^.
Cuál sea este nuevo sistema, puede verse en la misma Cédula (1),
que toda versa sobre la exposición y prescripción de él. Aquí no
haremos sino analizar algunos capítulos de su contenido.
La unión de todos los pueblos bajo de un oobierno, y la calidad de
que éste se hallase independiente en lo político y militar de las dos
provincias vecinas, era muy conveniente, como lo patentizaban las
continuas competencias de los últimos años sobre jurisdicción en Doc-
trinas; pero era medida deficiente, mientras no se sujetasen también
al Gobernador las cuestiones de hacienda; porque en ellas quedaba
independiente el Administrador general, y por este medio disponía
más que el Gobernador, de los Administradores particulares, lo cual
era disponer de todas las operaciones de los pueblos, pues los Cabil-
dos se gobernaban por lo que les insinuaba su Administrador.
El ordenar que se incorporasen á la Corona las encomiendas que
hubiese en el Paraguay, si se refería á las Doctrinas, era disposi-
ción inútil, porque no había ninguna. Precisamente había sido este
el objeto por el cual habían batallado los Jesuítas durante siglo y
medio, defendiendo la libertad de los indios, y, si bien no la consi-
guieron para lo restante del Paraguay, la consiguieron á lo menos,
y á costa de grandes fatigas, calumnias y persecuciones la defen-
dieron para las Doctrinas. No quedaron sino unos pocos mitayos r n
San Ignacio guazú: y aun éstos fueron incorporados definitivamente
á la Corona por Cédula de 1728. Si hablaba de encomiendas de fuera
de las Doctrinas, era justísima prescripción (2).
v.Qne á todos se repartan sin escases tierras y ganados de los
sobrantes^) supone que los había. Lo cual hubiera sido muy de
desear; pero ya hemos visto el hambre y falta de medios, que con
otras causas concurrían, no como las de menos influjo, para promo-
ver la deserción de los indios. Y en cuanto á las tierras, esta misma
Cédula expresa cómo los españoles, europeos y americanos, «co// el
tiempo se habían alsado con todas ó la mayor parte de las [tierras]
de los indios^). Y así, es de admirar que con tan pocos renglones de
distancia se contradiga hablando ahora de «/os sobrantes^) y diciendo
que (íabuuda terreno para todos-».
El plan establecía la vinculación de la tierra en cada familia;
pero no advertía las mil imposibilidades para hacerla efectiva,
()) Apénd. núm. 69.
(2) Lamas, Colección de Memorias y documentos, tomo I, Montevideo 1849,
página 457.
— 293 —
cuando toda la familia se huía, cuando le promovían un pleito sobre
la legitimidad de la distribución con que había sido favorecida;
cuando el mismo indio enajenaba su propiedad, y no había quien
reclamase en contra. Dejando aparte la conveniencia de la vincula-
ción en sí, era un remedio de obtener el ejercicio de propiedad de
parte de los indios, más difícil que el mismo fin.
Con prohibirles vender las tierras, pensaba que se aplicarían á
cultivarlas, y tenerlas pobladas de ganado. Mas esto era desconocer
lo más fundamental, é ignorar la índole del indio, ociosa é imprevi-
sora, incapaz de cuidar ni de un par de bueyes para su labranza.
Quería que se estableciese en todas las Doctrinas escuela de
castellano, que era la panacea universal de Bucareli. Mas j-a para
la fecha de la Cédula hacía tiempo que se había establecido la
escuela en todos los pueblos; y por cierto que no había servido sino
para aumentar la miseria y la inmoralidad por la condición de los
maestros y el gravamen del sueldo; y así clamaban contra los tales
Doblas(l) y Alvear (2);y era de opinión el Administrador Lazcano (3)
que sólo en los pueblos menos alcanzados se había de sustentar
maestro de fuera; y en los otros había de ser maestro uno de los
mismos indios. Las dos prescripciones de que el maestro no reciba
presente ni gratificación; y que sea persona de instrucción, probidad
3' conducta, eran tan fáciles de escribir en el papel, como imposibles
de cumplir. Porque, como en análoga materia, hablando de los
Administradores, decía Lazcano (4), había que proceder «.atendiendo,
que poi' el corto sueldo de [IbO] pesos no se encuentran sujetos de
la calidad que puedan» tener todas las dotes que la ley se com-
plazca en exigir.
La prevención de que <íCon igual esmero se provean los curatos
de dichos pueblos en sujetos de conocida suficiencia, virtud y demás
buenas prendas con la carga de mantener los Vicarios necesarios-!),
era también un legislar en el aire, olvidando la escasez de clero en
estos países, la lejanía y molestias de las Doctrinas, que hacía que
aun para los Religiosos fuesen carga pesada, el sínodo mezquino que
t enían señalado de 200 pesos anuales, inferior al de un maestro y aun
de un capataz; y la exigüidad de los tributos, que no bastaban para
atender á tantos gastos, si no era gravando todavía más á los indios,
(1) Adiciones á la Memoria sobre Misiones MS. núm. 13.
(2; Relación, ed. Ángelis, 1836, págs. 91 y 105.
(3) Medios... para socorrer los pueblos de Misiones. (Bs. As. Arch. gen, leg
Misiones I Varios años / a).
(4) Estado general de los pueblos. Arch. Gen. de Bs. As. legajo Misiones
Varios años I 1.
- 294-
y exigiéndoles mis trabajo; y finalmente, lo aéreo é inverosímil de
la perspectiva que les proponía, de llegar por aquellas parroquias á
las Prebendas y Dignidades de las Iglesias Catedrales.
Hasta aquí los accesorios. La medida sustancial consistía en qne
cá aquellos naturales «S6^ les diese libertad como á los españoles, res-
tituyéndoles sus propiedades individuales, la patria potestad,...
gobernándose según ellas (las leyes), y observando las ordenanzas
del país en lo que sean adaptables, y las del Capitán general Buca-
reli en lo que convengan á las criticas circunstancias de pasar de
un estado ignorante y rudo á otro ilustrado y libre.-» Con sólo este
último inciso, harto más confuso de lo que conviene á una ley, en
que se manda que los Guaraníes se sujeten á las leyes comunes, á
las Ordenanzas del país y á las Instrucciones de Bucareli en cuanto
lo pidan las críticas circunstancias, etc.; había bastante para volver
á enredar de nuevo á los Guaraníes en el pasado sistema, que tan
malo había mostrado la experiencia. «Darles libertad como á los
españoles» comprendía dos cosas: la una el eximirles del absurdo
sistema de comunismo que había resultado del Reglamento de Buca-
reli; la otra dejarles que trabajasen conforme á su arbitrio, sin urgir-
Íes ni aun para lo propio, ni dirigirles en nada. Lo primero lo exigía
la humanidad y la justicia, para que no viviese el indio trabajando
cinco días de la semana para su comunidad. Lo segundo derogaba á
las leyes de Indias, que mandaban obligar á los indios á que traba-
jasen; contrariaba á la experiencia secular de los Jesuítas, que
habían comprobado que el indio abandonado á sí mismo no trabajaba
ni aun lo preciso para comer él, y que así se arruinaban los pueblos;
y contrariaba asimismo al testimonio de los que trataban á los indios
en el momento de darse la le}", y aseguraban que los indios eran
actualmente tan incapaces de manejarse como lo eran treinta años
atrás. En una palabra, era autorizar el error de que los Guaraníes
tenían todas las cualidades propias de los españoles europeos 3^ ame-
ricanos; y arrostrar voluntariamente todas sus consecuencias que
enumera Doblas. <íRestituir á los indios sus propiedades indivi-
duales^> supone que las habían tenido, lo cual, en cuanto al hecho,
es inexacto, hablando de propiedad de inmuebles ó territorial. «Res-
tituirles la patria potestad-» supone que estaban privados de ella, lo
cual era igualmente inexacto; 5' acaso procedió de las declamaciones
de Doblas, que luego referiremos.
El plan, pues, en las cosas útiles que enunciaba, era impractica-
ble En las que mandaba ejecutar y se podían poner por obra, había
de producir necesariamente consecuencias lastimosas para todos, y
— 295 -
primero para los pobres indios. Era inspirado este plan por las
enormidades á que había conducido el de Bucareli, que ahora todas
se achacaban al trabajo de comunidad , sin reparar que, así como la
exageración de éste había producido la ruina material y esclavitud
de los indios, así el quitarlo del todo iba á hacer imposible el soste-
nimiento de las cargas comunes, y la vida ordenada de los mismos
particulares.
Ni abonan el nuevo plan los efectos que de él enumera la Cédula.
Estos parecen ser de tres clases. Primero «que era inexplicable el
júbilo de aquellos pueblos por la libertad que se había dado á tres-
cientos padres de familias por auto de diez y ocho de Febrero de
dicho año (1800), según lo habían informado los Curas y cabil-
dos.» El segundo, que «se habían dedicado á reedificar sus habita-
ciones, al abono de sus terrenos particulares y demás servicios de
agricultura é industria.» El tercero, que «se hallaban ya en posesión
de la exención de los trabajos de comunidad seis mil doscientos doce
de ambos sexos y de todas edades, viviendo con sus respectivas fami-
lias.» (1^
La alegría de los indios no prueba la bondad del sistema; prueba,
sí, que una de las cosas contenidas en el sistema es muy agradable;
cual es, el libertar á los agraciados de la sujeción á trabajar. Por
otra parte, nadie más fácil de inducir á alegría que los indios, sabién-
doles ponderar los grandes provechos que reportarán de alguna
disposición, aunque no sean verdad; precisamente porque tienen poca
penetración, y así no ven la realidad, si no está muy manifiesta, y
se contentan con la apariencia. El dedicarse á reedificar sus habita-
ciones, al abono de sus tierras particulares, y á los demás trabajos de
agricultura é industria, era en el primer fervor del entusiasmo, pues
el auto de exención había salido de Buenos Aires á diez y ocho de
Febrero de 1800, y el Virrey cesó en Mayo de 1801; siendo la carta
á que se refiere ia Cédula bastante anterior á la cesación del Virrey,
Pero era necesario saber si no había sucedido con los eximidos lo
mismo que en tiempo de Bucareli, cuando se celebró también con
grandes regocijos-la dolosa libertad que él les ofrecía, é inmediata-
mente después los indios se dejaron estar caballeros sin trabajar,
aguardando quizá que el Rey les señalase para vivir alguna renta
de su real Erario. Esto parece que es lo que sucedió. Por lo menos
así lo da á entender un expediente que se conserva hoy en la Secre-
taría de la Curia'Arzobispal de Buenos Aires, en que con fecha de
(1) Cédula de 17 de Mayo de 1803. (Apénd. niim. 69).
-296-
1809 y por orden del Sr. Obispo Lúe, da cuenta detallada el Cura
de la doctrina de San Francisco Javier, del estado de aquel pueblo;
y lodescribe sumido en la miseria, siendo una de las causas principales
la increíble indolencia y abandono del trabajo de parte délos indios.
En cuanto á entrar en posesión de la exención, es claro que queda-
rían exentos los indios, si el auto les concedía la gracia. Pero el que
fueran 6.212 los agraciados, en vez de ser una recomendación del
sistema, es, como bien lo nota el Virrey, un error muy dañoso en la
ejecución; pues si eran 300 los jefes de familia, y sólo habían de que-
dar exentos sus hijos y los que, siendo parientes, estuvieran bajo de su
dependencia en cuanto cabezas de familia; será forzoso decir que los
exentos no debían ser más de 1.500, calculando cada familia de cinco
individuos. Los 4.712 restantes habían sido eximidos por error. Y no
era este error de poca importancia; pues por una parte el volverlos
á sujetar al trabajo en común no era fácil, ni se podía hacer sin gran-
des disgustos, una vez que ya habían sido declarados exentos }'
empezado á tratarse como tales. Y por otra parte, eran ineptos para
manejarse por sí, pues de otro modo, ya hubieran sido comprendidos
en las listas pasadas al Virrey, en las que, sin embargo, ninguno de
ellos estaba anotado.
La Cédula se había expedido teniendo á la vista multitud de
informes emanados de América, entre los cuales se hallaban los del
Gobernador del Paraguay Rivera y un Reglamento suyo con ideas
y providencias muy diversas de las que se adoptaron (1); pero nada
se estimó útil, sino el plan contenido en el Informe de 8 de Marzo
de 1800 del Virrey Aviles (2), cuyos puntos se reproducen literal-
mente.
Al deliberarse en Buenos Aires sobre el modo de aplicar la
Cédula de 1803, se pidió parecer al Protector de naturales, Don
Manuel Genaro Villota. Su dictamen, publicado por Zinny (3), aun-
que inspirado en la mejor voluntad, agravaba sin embargo aún más
las miserias de los indios, asignando nuevos empleos, como eran un
Asesor con quinientos pesos de sueldo, y un Secretario con otros qui-
nientos; ordenando la erección de hospitales, aumentando (como era
de justicia) el sínodo á los Curas; y todo esto á costa de los pueblos;
y finalmente, elevando el tributo á dos pesos, cuando siempre había
sido de uno. Y es cosa digna de notarse que el buen juicio del Pro-
tector de indios le dictó ser necesario algún trabajo de todos, para
(1) .Sevilla: Arch. de Indias: 123. 1. 15.
(2) Ibid. Informe del Virrey, núm. 37. sqq.
(3) Zinny, Gobernantes del Parag'uay, 1887. Bs. As. pág. 211.
- i'97 -
conservar los bienes comunes. Lo cual era volver á lo que hacían los
Jesuítas, quienes en tanto emplearon el trabajo en común, en cuanto
fué necesario para servicio del pueblo. Mas ahora se requería
inmenso más trabajo, habiéndose aumentado cada vez más las aten-
ciones á que se había de acudir con este fondo común; de suerte que,
si en tiempo de los Jesuítas era necesario que trabajasen durante me
dio año dos días por semana para el procomún, ahora habían de ser
necesarios mucho mayor número de días. Con esto volvía la obligación
del trabajo común, y harto agravada, aunque parezca que la Cédula
quería quitarla del todo. De manera que no se podía pensar en una
aplicación racional de la Cédula, sin que se viniera á obrar, sin pre-
tenderlo ni pensarlo, de un modo análogo al que empleaban los
Jesuítas. He aquí el parecer del Protector en cuanto hacía necesario
el trabajo en común:
«Habiendo de quedar los pueblos reatados á varias cargas en
beneficio común de los indios, como son el sueldo de algunos em-
pleados, el establecimiento de hospital y escuela, el socorro de viejos
é inhábiles, y el auxilio que pueden necesitar los indios en los pri-
meros años del nuevo sistema: es indispensable también que se
establezcan bienes de comunidad, capaces con su producto de sufrir
este gravamen, á cuyo objeto pueden destinarse las 'principales
estancias de los pueblos que no admiten cómoda división, las caleras
y hornos de ladrillo, algunos algodonales, los yerbales y montes de
madera inmediatos, y otras fincas comunes acomodadas, según las
circunstancias locales de los pueblos; á cuya conservación y trabajo
deberán destinarse todos los indios de cada comunidad en alguna
parte del año, repartiéndose esta carga con la posible igualdad,
según sea más á propósito para la oportuna labor, faena, corte y
cosecha, en los términos que lo hacen los demás indios del Perú, y
los vecinos de los lugares de España con respecto á sus propios
bienes comunes, sin perjuicio del tiempo que necesitan para emplearlo
en sus peculiares labores, y adoptando el gobierno los medios pru-
dentes para que no queden abandonadas las haciendas de su propie-
dad» (1). «Los indios, en el nuevo sistema, han de quedar exentos...,
con sola la carga de cultivar los bienes que se destinen á las aten-
ciones comunes por el tiempo preciso para esta faena, según parezca
más oportuno al gobernador ó subdelegados» (2).
El sistema de la Cédula de 1803 no llegó á ponerse en ejecución. El
dictamen citado del fiscal es de fecha 22 de Febrero de 1804. Puesto
(1) ZiNNY, Gobernantes del Paragua}', Buenos Aires, 1887, pág. 215.
(2) ídem, pág. 216.
- 298 -
Velasco el mismo año en posesii'm del Gobierno de Misiones, quiso
empezar á entablar el nuevo sistema; pero tropezó con varias dificul-
tades, y en especial con la oposición de algunas personas interesadas
en que no se llevase adelante la mudanza. Y es cosa singular que
entre los que le dificultaron la empresa, aquel de quien más repeti-
damente se queja en sus comunicaciones el Virrey, es precisa-
mente D. Gonzalo de Doblas, quien, relevado de su cargo de
Teniente de Concepción, se quedó varios años en Doctrinas, dando
origen A algunos disgustos; y ahora, según los informes de Velasco,
se oponía al planteamiento de la libertad de los indios con varias
artes. Lo cual es tanto más de admirar, cuanto en sus escritos se
manifiesta ardiente partidario de la inmediata exención.
Entretanto le llegó á Velasco, por Marzo de 1806, su nombra-
miento para Gobernador del Paraguay, sin dejar de serlo de Misio-
nes, y pasó á tomar posesión del nuevo gobierno, como lo verificó en
la ciudad de la Asunción á 5 de Mayo de 1806. Con esto se interrum-
pieron las diligencias empezadas. Vino en seguida la invasión inglesa,
en que Velasco fué llamado á Buenos Aires y bajó á este puerto; y
pronto se siguió la independencia, sin que hubiese tenido aplicación
la Cédula de 1803.
Pero si se hubiese llegado á poner en práctica, se puede conje-
turar fundadamente que hubiera producido el efecto que produjo el
decreto de abolición del régimen de trabajo común dado en 1848 por
el presidente D. Carlos López, cuyas consecuencias describe Moussy
en los siguientes términos: «La condición de los indios vino á ser
indudablemente peor; porque con el régimen de que salieron, obte-
nían el albergue, mantenimiento y vestidos en cambio del trabajo en
común; mientras que hoy [ocho años después], abandonados á sí
propios, han caído en la más profunda miseria. En efecto, no siendo
muy inteligentes, y sólo medianamente laboriosos, una vez sustraídos
de la dirección á que estaban acostumbrados, no han sabido cons-
truirse más que miserables ranchos en^medio del campo mal cercado,
en que cultivan maíz, mandioca, calabazas y tabaco, como los demás
paraguayos, y todavía con menos actividad que éstos: y fuera de
este cultivo, no han acertado á dedicarse á industria alguna lucra-
tiva. Desde que ha sido abandonada á sí misma, la población Guaraní
disminuye más rápidamente todavía, á causa de la alimentación
insuficiente, y sobre todo, irregular, á que se ve sujeta, por conse-
cuencia de su imprevisión é incuria.»
299
III
PLAN DEL EXPULSO IBÁÑEZ DE ECHAVARRI
El año de 1755 llegaba al Río de la Plata una expedición de Misio-
neros, de las que frecuentemente enviaban los monarcas españoles á
sus dominios, con grandes gastos del Real Erario, para propagar y
mantener en su vigor la fe y religión católica. Entre ellos venía esta
vez el sacerdote Bernardo Ibáñez de Echavarri, quien, despedido de
la Compañía de Jesús en España, hubo de dar muestras de arrepen-
timiento 3' enmienda, puesto que habiendo solicitado nuevamente su
ingreso, fué admitido otra vez en ella. Pero dentro de poco tiempo
de haber llegado á América, fué de nuevo expulsado. Hallóse des-
pués en Misiones, como capellán de una de las partidas de demarca-
ción de límites, y ciego por el despecho de su expulsión, se dedicó á
recoger cuanto en su concepto podía denigrar é infamar á los Jesuí-
tas; formando de todo ello un venenosísimo libelo, lleno de calumnias
y falsedades; en que ni de sí misn^o se olvida, y se cita con presun-
ción manifiesta, dándose por sabio en teología, y fingiendo como
causa de su expulsión en América el haber él aconsejado en 1753 al
marqués de Valdelirios en Buenos Aires que prosiguiese sin levantar
mano el negocio de la entrega de los siete pueblos, poique era mu}^
fácil y hacedero, aunque los Jesuítas lo pintasen difícil. Mentira tan
manifiesta, como que Ibañez no llegó á Buenos y\ires hasta 1755, y
por consiguiente, finge que estaba aquí dos años antes de llegar. Es
verdad que no fué él quien publicó el escandaloso libelo, sino que,
según se dice, al sentirse enfermo para morir, lo encargó á un sacer-
dote de conciencia, para que obrase como juzgara convenir; mas
cuando el sacerdote lo buscó en el lugar que Ibañez le había seña-
lado entre sus libros, ya no lo pudo encontrar, porque lo habían sus-
traído; y fué uno de los muchísimos libros que contra los Jesuítas
se imprimieron por instigación del conde de Aranda en seguida del
extrañamiento, pretendiendo cubrirlos de ignominia y hacerlos infa-
mes con sus calumnias, privándolos de la honra, así como los había
privado de la patria y de todos los bienes. Por lo mismo, no es fácil
averiguar qué cosas eran del expulso, y cuáles inventadas ó añadi-
das por los editores; aunque es verdad que uno y otros tenían, y des-
211
-300-
cubren á la simple lectura, un profundo encono contra la Compañía
de Jesús.
En este libelo, titulado Reyno Jesuítico, después de pintar l.is
Reducciones Guaraníes del tiempo de los Jesuítas con los más negros
colores, se presenta con gran suficiencia un plan, en virtud del cual
en muy breve tiempo se convertirán aquellos pueblos, trastornados,
empobrecidos y pervertidos, según él, por la maldad de sus Doctri-
neros, en una provincia floreciente, morigerada, y tan rica, que de
ella podrá sacar el Rey tributos por centenares de miles, y aun por
millones de pesos. He aquí el plan en sustancia. Lo primero que se
ha de hacer es expulsar de aquellas Misiones á los Jesuítas. Luego
se han de poner empleados seglares que administren los bienes tem-
porales de los indios. Se ha de establecer el comercio, dejando entrar
libremente á los comerciantes, como en las otras provincias, de la
monarquía. Se ha de establecer la lengua castellana, lo cual es de
capital importancia, y muy fácil. Se ha de esparcir la población de
las Doctrinas, que ya es demasiada en cada Doctrina, sacando de
ellas varias colonias, con lo que se podrá formar una y aun varias
provincias. Con estas medidas, dentro de poco alcanzarán á verse
allí trescientas mil almas, y cobrará el Real erario cincuenta mil
pesos anuales de solo tributos, siendo un millón de pesos oro anual
lo que producirá el país para los indios.
Las líneas generales de e.ste plan son las mismas que las del plan
de Bucareli; tanto, que, al leerlo, ocurre el pensamiento de que ó
Bucareli siguió punto por punto á Ibáñez en la ejecución del extra-
ñamiento y aun en las Instrucciones; 6 las insinuaciones del libelo
de Ibáñez, impresas en 1770, son copia de lo que ya Bucareli había
hecho y decretado. Por tanto, habiendo examinado ya el plan de
Bucareli, nonos detendremos en el de Ibáñez, sino para hacer al-
guna que otra observación; pues lo dicho acerca de lo irracional
del plan de Bucareli y de sus funestos efectos, cuadra todo al de
Ibáñez.
Es de notar la largueza en las pijípmesas á las cuales correspon-
dieron resultados grandes, sí, pero por lo desastrosos. La población
subirá á trescientos mil habitantes: ya la hemos visto de cien mil
bajar en treinta y cuatro años á cuarenta y cinco mil; y continuar
luego bajando siempre. Los tributos serán cincuenta mil pesos anua
les: sin duda, poniendo más contribuyentes que moradores. Los pro
ductos anuales para los indios, más de un millón de pesos: 3' por eso
se morían de hambre y miseria. Idos los Jesuítas, se moralizarán los
indios: 3' sabemos por Alvear que las Doctrinas en 1795 ofrecían un
-301-
espectáculo nauseabundo de inmoralidad (1), y que este mal era
inveterado y sin esperanza de remedio. Dice Ibáñez que en un año
aprenderían todos los Guaraníes castellano: y sabemos que á los
treinta años estaban tan ignorantes del castellano como al princi-
pio (2), y hoy lo están los que quedan como entonces.
No duda en asentar contra los Jesuítas las falsedades nicas paten-
tes con suma desvergüenza: así, dice, que los estados anuales que
hacían los Jesuítas, y que él había registrado desde el de 1660 hasta
el de 1760, presentaban todos los años cien mil almas: falsedad cuya
mentira se podía convencer al momento, como se puede convencer
hoy con sólo presentarle ante los ojos dos ó tres de las muchas
numeraciones anuas que originales todavía se conservan (3). Pero
esto le importaba decir, para acreditar su disparatada calumnia de
que los Jesuítas procuraban que no aumentase ni disminuyese la
población, á fin de mantener el soñado reino, poruña parte no deján-
dolos crecer tanto que no los pudiesen sujetar; por otra, no dejándo-
los disminuir de modo que no tuviesen en ellos tropa bastante para
imponerse á los españoles. Y así esta calumnia se apoya en la ante-
rior falsedad: y el autor miente descaradamente para poder calum-
niar con más furor.
No menos extravagante es la idea de que el madrugar á la salida
del sol é ir á rezar las oraciones del Catecismo á la iglesia los niños
3' niñas, era causa de una gran mortalidad en ellos (que también
achaca á los Jesuítas); y así Ibáñez prescribe que no vayan á rezar
el Catecismo.
Finalmente, para no alargarnos demasiado en éste, que resulta
el más grotesco y desatinado de cuantos planes han elaborado los
arbitristas para reformar á los pobres Guaraníes, diremos una pala-
bra de las colonias de Ibáñez. Afirma él que es el negocio más fácil
sacar de los pueblos de Guaraníes una porción de ellos para fundar
nueva estación en otra parte. No importa que la experiencia haya
probado que la generalidad de los indios preferían exponerse á todos
los riesgos y aun á la muerte, por no abandonar sus tierras; que se
volvían del camino; que se escapaban de los pueblos donde ya esta-
ban; cosas que se vieron en la transmigración del Guayrá, en la del
Tape, en los tobatines, y en la formación de las cinco ó seis nuevas
colonias que en 150 años llegaron á fundar los Jesuítas. La voz de
(1) Relación, ed. Ángklis, 1836, pág. 105.
(2) Capítulo VII, § VI.
(3) Buenos Aires: Arch. gen.: leg. tuím. 35 I Misiones I Compañía de Jesús /
Varios años.
- 302 -
Ibáñez tiene más autoridad que la de la experiencia: Ibáñez lo dice:
iiay que darle crédito. Pero es curioso su modo de poblar. Tómense
para cualquier distrito, aunque sea del Chaco, cien blandengues con
sus familias: establézcanse en un punto, llevando algunos indios
como convenga; levanten casas: ya tenemos un pueblo sólidamente
formado, que se defenderá maravillosamente de todos los indios.
Con quinientos ó seiscientos blandengues distribuidos de este modo,
estará poblado y conquistado en pocos años el Chaco, que en más de
cien años no han podido arreglar los Jesuítas. Traslado á las autori-
dades que quieran poblar las comarcas desiertas ú ocupadas por los
bárbaros. Pero bueno será que sepan el hecho que no debió ignorar
Ibáñez, de que por haber observado el Gobernador Andonaegui que
la población de Lujan había logrado arraigar al oeste de Buenos
Aires con sólo la iniciativa individual, á pesar de estar frontera á
los indios, se animó á fundar tres poblaciones, precisamente con la
circunstancia de que fuesen en los puntos donde estaban las compa-
ñías de blandengues (Salto, Laguna Brava y la Matanza); y aunque
algo más tarde, por Cédula de 7 de Setiembre de 1760 se concedió
la solicitud que él había hecho, señalando para la fundación efica-
ces auxilios y medios, nunca llegaron á formalizarse estas poblacio-
nes (1). Ni tampoco las que con las mismas circunstancias se traza
ron en los boquetes de la Sierra (2). Los pueblos de San Gabriel
de Batoví 3^ San Félix de la Esperanza, que más tarde se fundaron
con grandes empeños de Azara y copioso auxilio de blandengues en
frontera portuguesa {3\ apenas alcanzaron á durar uno ó dos años.
Y lo mismo les hubiera sucedido á las colonias que soñaba la fanta-
sía del no menos presuntuoso que maldiciente é ignoiante Ibáñez.
IV
212
^*^ PLAN DE DOBLAS
Otro plan generalmente conocido es el que más tarde ideó
y expuso D. Gonzalo de Doblas en 1785, siendo Teniente de
(1) [SalvaireJ, Historia de Nuestra Señora de Lujan, Buenos Aires 1885, capí-
tulo VII, número XV.
(2) Ibid.
(3; Informe del Virrey Aviles en Trelles, Revista de la Biblioteca, Buenos
Aires 188, tom. III. pág. 455.
-303-
Gobernador del Departamento de Concepción, }' ocupa toda la
segunda parte de su Memoria histórica, geográfica, política y eco-
nóniica sobre la provincia de Misiones de indios Giiaranis (1). No
contento con lo mucho que allí había escrito, compuso otra nueva
Memoria, que no ha visto la luz pública, en la que modificaba su pri-
mitivo plan, en virtud de las objeciones que le hizo Azara, y la tituló:
Disertación que trata del estado decadente en que se hallan los
pueblos de Misiones^ con los medios convenientes para su repara-
ción (2). Y dirigiendo su plan al Comisario D. José de Várela y
Ulloa, le agregó un Apéndice con título de Adiciones d la Memo-
ria histórica, etc., en que... D. Gonzalo de Doblas... ha corregido
algunos de sus tratados en la forma siguiente (3): )' en él hizo las
últimas observaciones que se le habían ocurrido hasta fines del
año 1787 ó principios de 1788. Tiene especial importancia el plan de
Doblas, porque sus clamores contra lo que llamaba comunidad, que
había sido el comunismo opresor creado por Bucareli, y su dictamen
desacertado de que se había de suprimir todo trabajo común, y de
repente, tuvieron no poco influjo para que se expidiese la Cédula de
1803, que 3'a hemos analizado. Doblas pidió encarecidamente á Várela
que pusiera su plan en conocimiento del Re}' 3' de sus ministros (4),
y Várela al volver á España lo hizo así (5), y dispuso los ánimos
favorablemente respecto á la mudanza.
El intento de Doblas es, según él mismo lo explica, procurar «el
bien de estos naturales, facilitándoselo con algún nuevo método de
gobierno, que los saque de la miseria, sujeción y abatimiento en
que se hallan-» en 1785. Era en sustancia lo mismo que había pro
metido Bucareli que se conseguiría, con sólo poner en práctica el
plan ideado por él; y ahora, después de diez y siete años de aplicar
el plan, estaban de veras los indios en «^miseria, sujecióny abati-
miento», pues Doblas no es testigo sospechoso, sino más bien des-
afecto á los Jesuítas; y hemos visto que los otros testigos concuer
dan con él.
Después de haber expuesto en la primera parte tanta «.¡m'seria,
sujeción, abatimiento é igiioranciar», y de haber atribuido todo esto
al trabajo en común indistintamente, en lo cual veremos en otra
parte cuánto se engañó, tomando una cosa por otra, )' apoyándose
en un fundamento particular verdadero, para sacar conclusión gene-
(1) ÁxGELis, tom. III. ed. 1836, 116 págs.
(2) Ibid. Proemio ó Disc. prelim.
(?>) MS. comprende unas 14 páginas iguales á las impresas de Angelis.
(4) Adiciones, núm. 23.
(5j Angelis, Disc. prelim. cit. .MSS. de Seguróla.
-304-
ral contra todo trabajo en común; pasa Doblas á representar el tras-
torno que se había de seguir en el caso de dejar á los Guaraníes
entregados de repente á sí mismos, después de un sistema de tanta
esclavitud que cinco días de la semana estaban trabajando para la
comunidad, y mal tratados; sin entender de manejo de cosas propias
ni de comercio. No tienen «luces para saber proporcionarse los auxi-
lios y socorros necesarios á la vida; y esta incapacidad es nn pode-
roso estorbo para franquearles la libertad-» <í^de que cada tuio tra-
baje para su propia utilidad, comercie con los frutos y efectos de
su trabajo ó industria, y en todo vivan y sean tratados cotno los
denuis vasallos». <i.Parece imposible el franquearles la libertad, sin
exponerlos d su total ruina; siendo cosa evidente para todos los que
los conocemos, que el franquearles la libertad serla lo mismo que si
á cada individuo lo colocasen en un desierto sin ninguna compa-
ñía, y allí tuviese que proporcionarse por si solo todos los socorros
necesarios á la vida, que seria lo mismo que ponerlo á perecer. Y no
le parezca á usted ponderación. La falta de inteli gencia en todo lo
que es ayudarse mutuamente, el no saber vender ni permutar unos
bienes por otros, ni valerse unos de la habilidad de los otros, los
reduciría al más miserable estado. Se imposibilitarla la recauda-
ción de los reales tributos, se minoraría y aun acabaría el culto de
los templos, y aun se dispersarían los pueblos, ocasionando tal ves
la total ruina de los pueblos. Y [en caso de no arruinarse las Doc-
trinas]... se llenarían estos pueblos de espaíioles vagabundos ó de
pocas obligaciones, que, con pretexte de poblar la tierra, ó de entrar
á tratar y contratar, se aprovecharían del trabajo de los indios,
poniéndolos en más opresión y menos asistencia que la que ahora
tienen, y les quitarían por cuatro bagatelas todo lo que á costa de
muclio trabajo hubieran adquirido, sin que el gobierno pudiera
remediarlo, con otras peores consecuencias que pudieran espe-
rarse-» (1).
Hasta aquí se ve discurrir al hombre práctico y de buen sentido,
que juzga por lo que tiene delante de los ojos (y todos ven como él),
lo que va á resultar en el momento en que de pronto sean abando-
nados los indios á sí mismos. Cualquiera estará esperando que
Doblas va á proponer un temperamento con el cual, sin precipitar á
los indios en esa ruina que tan claramente ha sabido percibir y des-
cribir, los va3"a disponiendo poco á poco á gobernarse á sí propios.
Pero el desencanto es inmediato A renglón seguido del hombre que
(1) Ed. Ángelis, 1836, pág. 78.
-305-
ve con claridad lo que tiene delante de los ojos, aparece el arrojado
y temerario que se deja arrebatar de la fantasía y de una idea pre-
concebida; y no dudaría en lanzar toda una provincia á su ruina,
haciendo en ella un experimento como in anima vili. <i.Yo^^ , dice
«.sin que me atemoricen tantos inconvenientes, tengo por cosa faci-
lísima la ejecncióti del reglamento qne voy á proponer, y por infa-
libles las favorables consecnencias de que él se compone. Sin
embargo de los riesgos é inconvenientes que he manifestado á
usted pueden seguirse [algo más que posibilidad ha mostrado arriba:
ha hecho ver que necesariamente deben seguirse los inconvenien-
tes] de dar á los indios entera libertad, ésta deberá ser la base
DE toda la obra. Los iudios, en mi Reglamento, deberán quedar
libres enteramente, con libertad absoluta [de toda dirección y de
todo trabajo común], como la tenemos todos los españolcsy> (1). Basta
con este rasgo para juzgar á Doblas y su plan, y echar de ver el
enorme desconcierto que había de introducir semejante sistema,
cualesquiera que fuesen los remedios que quisiera aplicar, que, en
realidad eran nulos, y aun propios para agravar el mal. No necesita-
ban más los pobres Guaraníes para caer en su ruina completa, que
inventores de planes desconcertados como Bucareli y Doblas. Buca-
reli exaltó el espíritu de soberbia é independencia en los indios, al
mismo tiempo que dejaba sin vigor y ataba las manos á toda auto-
ridad que los pudiese refrenar. Echó además las bases para que
el trabajo en común de los indios, antes de él moderado y llevadero,
vnniese á degenerar en esclavitud, y la autoridad que inconsulta-
mente había querido mermar, se convirtiese en despotismo, Y ahora
que esclavitud y despotismo estaban arraigados, se empeña Doblas
en que de repente cese, no lo que había de abusivo (que éso era muy
justo que se suprimiese), sino todo trabajo común. Y eso «s/;z em-
bargo de los inconvenientes-», que eran nada menos que la ruina
total, ó por lo menos la opresión de los indios, y el estrago de las cos-
tumbres procedentes de una invasión de advenedizos.
Doblas no reparte los bienes de comunidad, ni total ni parcial-
mente, sino que quiere que todos ellos queden, bajo de inventario y
tasación, á cargo de un administrador, á quien no quiere que se llame
sino factor, como la comunidad se ha de \\a.vcva.r factoría, así para
abolir los odiosos nombres de comunidad y administrador (2), como
«porque le parece mejor convenirles estos nonibres-f. El factor viene
á resultar en el sistema de Doblas un comerciante que ejerce mono-
(1) Ed. Ángelis, pág. 79.
i2) Pág. 8L
20 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo ii.
-306-
polio en las Doctrinas: compra á los comerciantes de fuera, y vende
á los indios. Juntamente es una especie de administrador casi pro-
pietario de los bienes de comunidad, para cultivar los cuales, alquila
á los indios y les paga jornal; ó puede arrendar las fincas, y los
arrendatarios cultivan las tierras, valiéndose de los indios como de
jornaleros (1). Tiene una tienda ó pulpería, en que por medio de un
hombre asalariado, despacha á los indios las cosas de consumo dia-
rio, sean comestibles ú otras cualesquiera cosas (2). Por medio de
otro hombre asalariado tiene carnicería (3). Debe tener tahona (4).
Ha de dar jornal y ocupación á cuantos se la pidieren (5): ha de
comprar lo que los indios le quieren vender del fruto de su trabajo,
aunque él no lo necesite (6); y si algún indio no trabaja ni para la
factoría, ni para sí, «se le debía compeler por aquellos medios más
oportunos y eficaces que se tuviera por conveniente» (7). Se ha de
introducir la moneda (8).
Arreglado su plan económico en esta forma, se promete Doblas
que desde el primer año, y aun en la situación decadente de los pue-
blos, se han de recoger en la factoría 300 mil pesos plata líquidos
entre todas las treinta Doctrinas, ó lo que es lo mismo, diez mil pesos
de utilidades en cada pueblo; y, como si ya los tuviera en la mano,
se pone á hacer la distribución en sueldos para el Gobernador, para
el Teniente, para el factor, etc. etc.; y establece todo el plan nece-
sario para formar una provincia con capital, Universidad y Obispado
en Candelaria, teniendo por ciudad subordinada á Corrientes; y
detalla cuanto se ha de hacer en el orden político, en el militar y
hasta en los asuntos eclesiásticos. Castillos en el aire.
Quien se tomase el trabajo de examinar una por una las partidas
de que se componen los 10.000 ó 10.500 pesos anuales de utilidad
anuales en cada pueblo; las hallaría erradas. Y aun cuando algunas
fueran exactas, vería que estaban sujetas á mil contingencias, incer-
tidumbres y desastres. Con lo cual quedaría sin sueldo, ó con sueldo
incierto, todo el ejército de empleados creado por Doblas, y sin recur-
sos las atenciones más necesarias y que no dan espera. Los cálculos
de Doblas eran muy seductores á primera vista: pero examinados
(1)
Doblas, Adiciones, núm. 20.
(2)
Mem. pág. 85.
(3)
Pág-. 86.
(4:
Fág. 87.
(5)
Pág-. 79.
(6)
Pág. 87.
(7)
Pág. 80.
(8)
Pág. 81.
-307-
con detención, se ve que no sabía calcular, y que hubiera arruinado
las Doctrinas, aun sólo mirada la parte económica, como se cargó
él mismo de deudas.
Pero deja por otra parte estupefacto el ánimo aquel poder colo-
sal que se levanta en el factor, en cuya mano se ponen todos los bie-
nes del pueblo, }' el dinero, y la autoridad de contratar, de
arrendar y comerciar, con exclusión de otro cualquiera, y aun de
compeler los ociosos al trabajo: cuando se considera además qué
calidad de personas eran las que se podían emplear en tales cargos:
«debe/i buscarse para factores uiosos instruidos en casas de conier-
cio, ú oficinas de Real hacienda:... conviene no sean tan mozos que
bajen de 30 años, ni pasen de los 50. Es preciso en ellos )uucha
viveza de genio y robustez, un trato dulce para con los indios, y
que estén libres de vicios, principalmente de los de incontinencia,
embriaguez y del juego de naipesy> (1). La dificultad de encontrar
sujetos de tales cualidades que quisieran ir á aquellos retirados pue-
blos, 3" los abusos que, aun estando dotados de ellas, podían temerse
en las personas y en los bienes de los indios, son patentes. Y el
advertirlos algo más, hizo que dos años más tarde, modificase Doblas
en sus Adiciones algunas de las primitivas facultades que atribuía á
los factores.
En cambio, los indios, á quienes se halaga con el especioso nom-
bre de libertad, parece que únicamente quedaban libres de morirse
de miseria, pues en realidad habían de venir á ser esclavos del fac-
tor; y con la mayor serenidad representa Doblas, como un gran pro-
greso, á los Guaraníes trabajando á jornal sus propios bienes comu-
nales, para el aprovechamiento y al arbitrio de un arrendatario cual-
quiera venido de fuera.
El plan de Doblas no tuvo aplicación ninguna. Si la hubiese tenido,
hubiera convertido el gobierno de las Doctrinas en una empresa
comercial, acarreando efectos desastrosos, que quizá hubieran sido
ma3^ores que los producidos por el sistema de Bucareli.
V
ARBITRISTAS
No conocemos, fuera de los enumerados, ningún otro plan que
haya sido propuesto detallada y seriamente para arreglar las Doctri-
(1) Doblas, Memoria, Página 82.
213
-308-
nas Guaraníes. Lo único que se encuentra; en una materia de que
tantos han hablado y en que todos presumen tener suficiente compe-
tencia para proponer reformas que se pudieran haber hecho; es la
designación de algún medio determinado como fuente del bien de los
naturales y de toda la sociedad de la cual dependían.
Así por ejemplo, el libelista que en 1715 presentó su acusación
contra los Jesuítas á Felipe V, y renovó el mismo libelo en 1732 (1),
cifraba la felicidad y buen régimen de las Doctrinas en que se qui-
taran las armas de fuego á los Guaraníes y se introdujeran en los
pueblos Corregidores españoles. Con lo primero, según él, se aleja-
ría un perpetuo peligro de la tranquilidad de los países comarcanos,
que podían ser invadidos por los indios si se rebelasen. Con lo
segundo se rendirían doce millones anuales de pesos al Real Era-
rio (2). — A lo primero respondía el P. Rodero que, siendo los Guara-
níes milicia de frontera portuguesa, las armas de fuego eran pura
necesidad, si no habían de salir con lanza y flecha á resistir cá enemi-
gos armados de bocas de fuego; y que el guardarse bajo de la orden
del Gobernador y del Superior las tales armas, aseguraba el temor de
cualquier abuso. Hemos expuesto en su lugar estas razones; y la
experiencia perpetua las confirmó. Pero los vecinos de la Asunción,
en cu3"0 nombre y por cuyos agentes fué presentado este segundo
libelo (3), veían y pretendían otro efecto muy distinto del que pre-
textaba el recurso; y era el que les descubrió el Gobernador D. Bruno
de Zavala en su Carta al Rey de 25 de Agosto de 1735 (4): <!.¡qs prin-
cipales movedores de los escándalos de esta provincia [en las sedi-
ciones de Antequera y del Común] desean, con aparentes ficciones
del servicio de V. M., reducir d los Indios de las Misiones d que no
tengan armas ofensivas, para lograr sus ideas sin oposición, por lo
renioto de este paraje-» (5).— A lo de los Corregidores satisfacía el
mismo religioso con recordar que, por más de 130 años, se habían sus-
tentado las Doctrinas sin Corregidores ó Administradores seglares,
y con gran aumento; mientras los otros pueblos de indios que tenían
Corregidores españoles, se habían consumido y arruinado. Que segu-
ramente no pondrían á los indios en lo cristiano, político y militar, en
mejor estado que el que tenían. No dilatarían más los dominios del
Rey. No tendrían á los indios más sujetos á la autoridad real. Y de
los doce millones anuos de pesos para el Erario, hacía burla diciendo:
(1) Memorial del P. Rodero, lib. 1. c. XIII. § 1. n. 2. 3.
(2) Rodero, Memorial, n. 29.
(3) Núm. 3.
(4) Lozano, Revoluciones, lib, V. cap. XI. n. 8.
(5) RoDHRO, Memorial, n. 30.
-309-
«/ Estos son los pueblos en que hallarán grandes conveniencias los
Corregidores, donde no se halla la congrua y decente sustentación
de un Cura, y por eso no liay Clérigo secular que los apetezca!-» (1).
La experiencia, ya que no se quiso creer á la razón, confirmó todos
sus asertos. Pusiéronse Corregidores (que no otra cosa fueron los
Administradores de Bucareli, aunque con diverso nombre), y no
aumentaron los indios, sino que se consumieron. Su estado en lo
cristiano, político y militar vino á ser tan deplorable como hemos
visto. En vez de dilatar los dominios de España, los perdieron para
enriquecer á Portugal. Los indios perdieron la antigua sujeción y
fidelidad. Y en lugar de los doce millones de pesos anuales, apare-
ció una espantosa miseria, y hubo pueblos á quienes el Rey tuvo que
perdonar su pobre tributo de un peso por muchos años. — Pero tam-
bién esta insidiosa idea obedecía á una intención no confesada, que en
la predicha carta desenmascaró Zavala, diciendo: <ídesean, con apa-
rentes ficciones del servicio de V. M., que se les altere [á los Guara
níes] su regular gobierno, para que con la certidumbre de su confu-
sión en este caso, puedan dominarlos, y servirse de ellos como de
unos míseros esclavos, como lo han hecho con los indios de los pue-
blos de esta Provincia, que habiendo sido opulentos y numerosos,
están reducidos cada uno de estos á un pobre Hospital de pocos con-
valecientes».
Por el estilo de aquellos arbitristas se encuentran otros que dis-
curren con gran seguridad sobre lo que los Guaraníes hubieran
podido llegar á ser con tal ó cual medio que á ellos se les ofrece. Y
así, nada más común que el oír ó leer: «Si los Jesuítas hubieran
hecho esto, ó lo otro... los Guaraníes, en el estado de docilidad en
que se encontraban, con la abundancia y fertilidad de su país,
hubieran llegado á ser...»; y en lugar de los puntos suspensivos pone
cada uno aquella condición ó circunstancia que más le ha herido la
fantasía. Hay quien dice: «-Si los Jesuítas se hubieran empeñado en
enseñarles la lengua castellana». Como si creyeran el absurdo de
Ibáñez de Echavarri, de que era tan fácil esta tarea, que sin duda en
un año habrían aprendido ya todos los Guaraníes el castellano; ó
como si el castellano fuera la perfección universal. Los Jesuítas tra-
bajaron por hacer que los Guaraníes hablasen castellano, usando de
todos los medios prudentes y enseñándolos en las escuelas; aunque
no usaron del castigo de azote, porque ni estaba mandado, ni era
prudente. A pesar de todo, no lograron introducir el idioma ei^pañol,
(1) Rodero, Memorial, núm. 30.
-210-
porque esto no era fácil, sino difícil. No lo logró Bucareli con ochenta
años que duró su sistema. No lo consigue hoy mismo el gobierno de
la República del Paragua}^ ni el de la .provincia de Corrientes. Ni
aunque lo consiguiera, estaría cifrada en eso la civilizacián. Los
Guaraníes de Misiones aprenden hoy el portugués, y no por eso son
más civilizados que los que lo ignoran. Los indios del Chaco apren-
den el castellano, y se entienden con los misioneros y los paisanos;
pero no por eso son menos salvajes.
Otros dicen: «5/ ¡os /cs/iítas hubiesen preparat/o á los indios
para la civilisación...-» — Pero además de lo vago de la frase, que
nada concreto significa; era menester saber si los indios eran capa-
ces de esa preparación inmediata. Los misioneros dicen que los pre-
paraban para vivir como los demás subditos de España: que hacían
varias pruebas con ellos, pero que por entonces no daban resultado;
3' así, habían salido de la barbarie; pero estaban todavía lejos del
estado de los europeos. Y la verdad es que habían sido sacados del
estado salvaje y vivían como fervorosos cristianos, que es lo que
les era esencial, sin que les faltase el bienestar temporal. — Los arbi
tristas dicen que en aquel espacio de tiempo ya podían haber sido
como los europeos. Entre los misioneros que hablan de lo que ven y
tocan, y los autores de planes aéreos, que hablan de lo que ignoran,
fácil es decidir á quién se debe creer.
Algunos añaden: «S/ los Jesuítas no hubiesen tratado á los Gua-
raníes como á niños grandes ...» —Y)e']Sínáo aparte las metáforas,
esto viene á signifiear que si, á pesar de ser los Guaraníes incons-
tantes, los Jesuítas los hubieran tratado como á varones constantes;
á pesar de ser inexpertos é imprevisores, les hubieran fiado todas las
cosas de más trascendencia con toda confianza, como á personas cau-
tas y de gran juicio; á pesar de ser enemigos del trabajo y amigos de
juegos y de diversiones, los hubiesen dejado proceder á su arbitrio y
no los hubiesen urgido con medios prudentes para el trabajo; en una
palabra, si á pesar de ser noveleros, indolentes, fáciles de engañar ,
incapaces de proveer suficientemente ni aun para su propio sustento,
los hubiesen tratado como lo que no eran, y no los hubiesen tratado
como lo que eran; entonces hubieran acertado, y los indios de un
salto hubieran llegado á la civilización europea. El dislate es tan
enorme, que pocos habrá que le igualen, á pesar de ocultarse detrás
de la metáfora de los niños grandes: pero los Jesuítas sabían bien lo
que hacían, é hicieron bien, puesto que para acertar, cada uno debe
ser tratado como lo que es, y no como lo que no es.
No han faltado quienes asentaran que el medio cierto de conser-
- 31 1 -
var y civilizar á los indios, era favorecer el cruzamiento de las razas:
y que los Jesuítas pusieron trabas á este proceso, aislando los pue-
blos. Aserciones ambas contrarias á la verdad. Porque ó los que tal
afirman hablan de algún cruzamiento ó mestizaje á la usanza de los
animales: y ése no es apto para civilizar, sino para embrutecer: y
por lo mismo, obraban muy bien los misioneros estorbándolo: en lo
cual no hacían más que cumplir los preceptos de la ley natural y del
Evangelio, y las leyes civiles españolas, que penaban gravemente
tales desórdenes. O tratan de matrimonios legítimos: y entonces es
claro que, aun suponiendo que fuera eficaz para civilizar al indio,
era medio utópico é impracticable: pues nunca fueron, ni podían
ser; en gran número tales matrimonios. Podrá verse patentemente
lo fantástico de ese medio, aplicándolo á un problema de actualidad.
Todavía están por civilizar en la República Argentina, y en sus
confinantes, los indios del Chaco; pero no se les ocurre á los que tra-
tándose de los Guaraníes tienen por eficaz ese arbitrio, el persuadir
á los habitantes de las ciudades ó de los campos, que vayan á con-
traer matrimonios con los tobas, matacos, etc., para civilizarlos. Ni
da para ello decretos el Gobierno: si lo hiciera provocaría una re-
chifla universal.
Demás de que, no es verdad cierta y averiguada, sino aserción
voluntaria, que en estos cruzamientos se mejorasen las cualidades
intelectuales y morales de las razas. Observadores hay que, funda-
dos en hechos concretos, sostienen lo contrario, y desaconsejan con
gran empeño tales uniones, como lo hace Augusto deSaint-Hilaire(l).
Finalmente, el aislamiento de las Doctrinas, al cual se alude
como á estorbo de los matrimonios de indios con españoles, se ha
visto ya en su propio lugar que no lo inventaron los Jesuítas, sino
que estaba sabiamente preceptuado por las leyes españolas.
En general, todos los arbitristas suelen quedar sin saber qué res-
ponder cuando se les dirigen seriamente estas dos preguntas: si el
plan que preconizan era (en las circunstancias de tiempo, lugar, per-
sonas y leyes en que se hallaron las Doctrinas) posible y práctico; y
si dado que se hubiese aplicado, iban á llegar con él los indios Gua-
raníes á igualar en perfección la civilización cristiana de Europa.
Una de las dos preguntas viene á dar en tierra con el sistema pro-
ducto de la imaginación; y á veces la destrucción procede por igual
de una y otra.
(1) Saint-Hilaire, Auguste Prouvesal de, Voyage á Rio Grande do Siil (Brésil),
1887, pág-. 267-349.
CAPITULO XI
JUICIOS DE ESPECIAL AUTORIDAD
1. Los Reyes.— 2. El estado eclesiástico. — 3. Extraordinario juicio favorable
de dos Obispos. — 4. Prosiguen los dos testimonios extraordinarios. — 5. Los Gober-
nadores.— 6. Plebiscito de los indios.
Interminables nos haríamos, si hubiésemos de dar cabida en esta
sección á todos los juicios que se han pronunciado acerca de las
famosas Reducciones del Paragua}', pues aun los que no tienen
buena opinión de ellas han de reconocer que han sido renombradas
en todo el mundo; y como dice un escritor (1), «lo que ha dado cele-
bridad en Europa á las regiones del Paraguay, han sido las vicisitu
des de los Jesuítas, de quienes [por causa de sus Reducciones ó Doc
trinas], tantas calumnias se han esparcido.» Por otra parte, no
conviene prescindir de este elemento, que, junto con los demás,
hasta aquí examinados, ha de contribuir á esclarecer la verdad 3^ for-
mar cabal concepto del valor real de la organización dada por los
Jesuítas á sus Doctrinas Guaraníes. Dividiremos, por tanto, los
juicios en ciertas clases, aduciendo los más oportunos, para suplir
los que se omiten, sin dejar de dar suficiente conocimiento de la ma-
teria. En el presente capítulo van reunidos aquellos que son de espe-
cial autoridad, unos por proceder de testigos inmediatos, á quienes
no se les puede negar fe sin graves razones en contrario; otros
porque los dieron quienes tenían gran interés en estar bien informa-
dos, 3' en no autorizar sino lo que constase con mucha certidumbre.
(1) BuscHiNG, Geografía nova, Venecia, 1781, tom. XXXIIL Art. Governo de
Buenos Aires, § Paraguay.
313-
214
LOS REYES
Cargo esencial de su gobierno juzgaron los Reyes de España el
promover las Misiones á infieles en América, y el mantenerlas en
buen estado; 3^ no fut-ron descuidadas en esta razón las ¡Misiones de
Guaraníes del Paraguay, sino antes por el contrario, estimadas en
gran manera, y atendidas con interés y solicitud.
Tres monarcas de la dinastía de Austria alcanzaron á vivir desde
el tiempo en que se fundaron las Doctrinas, y los tres foi marón gran
concepto del acieito de los Jesuítas en dirigir aquellas Misiones, y
favorecieron con grandes mercedes á los indios, para que se pudiese
entablar en sus tierras el sistema que ya hemos expuesto.
Felipe III fué quien dio ocasión cá Remandarlas de Saavedra
para instar al P. Provincial Diego de Torres á que enviase Misione-
ros al Guayrá, al Paraná y á los Guaycurús. Porque, habiéndole
dado cuenta Hernandarias, entonces Gobernador de la provincia de
Paraguay y Río de la Plata, de que no había en el país fuerzas espa-
ñolas bastantes para tener sujetos á los indios; la respuesta fué:
«Acerca de esto, ha parecido advertiros y ordenaros que, cuando
hubiere fuerzas bastantes para conquistar dichos indios, no se ha de
hacer sino con sola la Doctrina, y predicación del Santo Evangelio,
valiéndoos de los religiosos [de la Compañía] que han ido para este
efecto (1).» El mismo fué quien por Cédula de 20 de Noviembre
de 1611 (2), ordenó la forma que se debía guardar en cuanto á la
congrua sustentación de los Misioneros, disposición que sin mudanza
alguna se observó hasta el extrañamiento. Él aprobó en 10 de Octu-
bre de 1618 las Ordenanzas de Alfaro (3), relativas al modo de arre-
glar los pueblos de indios, las cuales fueron acertada aplicación de
lo que ya antecedentemente estaba ordenado acerca de esta materia,
y vienen á ser en gran parte el régimen de Doctrinas, que los Padres
no hicieron más sino aplicar.
Felipe IV continuó las mercedes de su padre para con los Jesuí-
(1) Céd. real de 5 de Julio de 1608.
(2) Tráela entera Lozano. Hist. lib. VL c. V^III. n. 6.
(3) Apénd. m'im. 56.
- 314 -
tas del Paraguay, renovándoles la concesión para que se pagasen ñ
costa del tesoro real las medicinas }' médico de que tuvneran necesi-
dad (1); enviando lucidas expediciones de Misioneros (2), y dando
apretadísimas órdenes para que se reprimiesen los desmanes de los
paulistas (3). Oyó muy de. propósito al P. Montoya, que algo más
tarde fué á instar sobre lo mismo, dando noticia cumplida de las
Doctrinas y de su régimen, en el libro que entonces imprimió de la
Conquista espiritual; y le concedió grandes privilegios en favor de
aquellos indios, empeñándose por momentos más en defender aque-
llas Reducciones, y facilitando las cosas para que se les pudiesen
permitir las armas de fuego. Y habiéndose suscitado por entonces
los grandes disturbios del Illmo. Sr. Obispo Cárdenas, con terribles
acusaciones del mal régimen de los Jesuítas en las Doctrinas, y
calumnias de que usurpaban la jurisdicción real y otras muy graves;
hizo Felipe IV examinar el negocio con toda diligencia y dió solemne
aprobación del proceder de los Misioneros en las Doctrinas y de
cuan satisfecho estaba del modo como las administraban. Porque
«vistos los autos-» dice el Dr. Xarque «con nmdiwo acuerdo^ hicieron
los Ministros Reales consulta á la Majestad de Felipe Cuarto...
Mandó Su Majestad por resulta se impusiese perpetuo silencio á
todos los émulos; y á los Prelados de los sujetos que en la conjura-
ción se liabían señalado, que los castigasen severamente, con des-
tierro y clausura^ etc. Y para que la merced que recibió la esclare-
cida Compañía de Jesús fuese muy de la Católica y Real grandeza,
resolvieron aquellos gravísimos y nobilísimos Senadores [del Con-
sejo de Indias], que dos señores de su gremio fuesen al Colegio
hnperial, y en nonihre de Su Majestad, diesen al P . Provincial, y
á la Comunidad sapientísima, tan numerosa como observante, los
parabienes del feliz suceso, que habían tenido los Operarios Evan-
gélicos, tan injustameate perseguidos; y asimismo las gracias del
religioso y santo celo con que promulgaban el Evangelio en las
remotas provincias del Paraguay.» (4)
En el reinado siguiente de Carlos II, hecha indagación sobre el
modo de proceder de los Jesuítas en estas Misiones, por medio de
un Visitador destinado expresamente para este efecto, «Doña Ma-
ri atm de Austria, Gobernadora de España^ dice el Dr. Xarque,
mandó despachar cuatro Cédulas muy hijas de la clemencia Real.
(1) Céds. de 18 de Set. 1623 y 26 Febrero 1628. Arch. Gen. Bs. As. legajo n.» 53.
Compañía de Jesús / Vario.t años.
(2) El P. Sobrino trajo en 16-7 42 Misioneros, y el P. Taño en 1640 trajo 30.
(3) Céd. de 12 Set. 1628, y otras.
(4) Xakque. Insignes Misioneros, lib. II. c. XXXIV.
-315-
En ellas califica y defiende ¡a vida inculpable de los Ministros
Evangélicos de aquella Provincia, y sns Redncciones (1). Con esto
se aprobaba y daba por bueno y conforme á las leyes de la nación y
provechoso á los naturales, el modo de regirlos que usaban los
Padres; y como confirmación de este juicio, dentro de poco se les
mandaron devolver á los indios bajo de la custodia de los Misioneros
las armas de fuego, que por siniestros informes habían sido retiradas
de las Doctrinas, como queda expuesto en su lugar (2). El valor y
disciplina con que procedieron en este reinado los tres mil Guara-
níes que tomaron por asalto la Colonia, dio tanto crédito á estas
Misiones y á la bondad del régimen con que eran gobernados (pues
al influjo de él atribuían todos el buen estado de los indios), que al
dar el Rey orden en 1690 al Gobernador del Río de la Plata para
que estorbase cualquier intento de los portugueses de poblar en
iVlaldonado, envió juntamente Cédula de ruego 3^ encargo al Provin-
cial de los Jesuítas para que, si el Gobernador lo requiriese, hiciera
bajar de las Doctrinas el número de hombres de armas que fuera
posible, para juntarse á las tropas que tuviera el Gobernador, v^en
cuya breve unión de fuerzas y su oposición^ dice la Cédula «/rrt
principalmente el buen logro del intentoy> (3). Y por los mismos
años aprobaba lo hecho por el Gobernador del Paraguay, quien le
informaba del buen estado de las Doctrinas á causa del desvelo de
los Padres, y de la diligencia y celo con que habían entablado la
nueva doctrina de Jesús (4).
No fué menor la aceptación que mereció el método y administra-
ción de los Jesuítas á los tres reyes de la casa de Borbón á cuyos
reinados se extendió, hasta 1768, sin excluir á Carlos III, el último
de los tres.
Felipe V, informado con presentación de multitud de documen-
tos auténticos de los grandes servicios que en todo tiempo habían
prestado los Guaraníes de Doctrinas á la Corona, y de que conti-
nuaban prestándolos, habiendo salido en 1701 en número de dos mil
debajo de la conducta del Sargento Mayor Alejandro de Aguirre, por
orden del Gobernador de Buenos Aires, á rebatir á los indios infieles
(protegidos y estimulados por los portugueses de la Colonia), y á
estorbar sus robos é insultos; dirigió al P. Provincial del Paraguay
en 26 de Noviembre de 1706, Cédula de ruego y encargo para que se
(1) ídem. lib. II. cap. LV.
(2) Libro I. cap. VI. § III.
(3) Archivo Gen. de Buenos Aires, legajo / ttihn 10 I Compañía / de Jesús I
Paraguay.
(4) Ibid. Céd. de 19 de Abril de 1693.
— Sló —
diesen gracias á los indios por su amor, celo y lealtad, alentándolos
á continuar y aun á esforzarse más en adelante, y asegurándoles de
que para cuanto pudiera serles de consuelo, alivio 3' conservación,
los tendría presentes el Monarca. Y, aprobando y alabando el régi
men con que eran gobernados, añade: <íY debiéndose atribuir las
operaciones de estos Indios d la dirección y buena conducta de los
Padres de esa Religión, he querido también daros las gracias d
vosotros, por la aplicación, celo y asistencia, con que los nmntenéis
y dirigís, industriándolos en toda policía, y en el manejo de las
armas... Y asi se lo daréis á entender á los Religiosos que se
emplean con el fervor que pide tan santo ministerioy (1). Posterior-
mente, en la Cédula al Gobernador de Buenos Aires á 12 de Noviem-
bre de 1716, que se ha puesto al fin del libro I, hace enumeración de
los servicios de los Guaraníes y les confirma las mercedes ya hechas;
y refiriéndose á la Cédula anterior dice: «deque informado, fui ser-
vido de dar gracias... al Prefecto y demás Superiores de aquellas
Misiones, atribuyendo á su dirección y buena conducta las operado
nes de los Indios de ellas»; y añade, exhortando al Gobernador:
(¡.conviene á mi Real servicio, que con los Superiores de la Coni-
pafiía que cuidan de sus Reducciones, tengáis y paséis una tan
sincera y amistosa correspondencia, que los asegure». Y para no
alargarnos más en este punto, la Cédula de 28 de Diciembre de
1743 (2), muestra el juicio decisivo de mayor aprobación que se podía
dar. Porque después de discutidos durante tres años todos los puntos
en los cuales era tildado de vicioso ó inconveniente el modo con que
los Jesuítas gobernaban aquellas Doctrinas, examinados los antece-
dentes de más de cien años, )' hecha indagatoria expresa por un
Comisionado que vino al Río de la Plata ocho años antes sólo para
ese objeto; la resolución final de todos los doce puntos, conforme á
la consulta del Consejo de Indias es que nada se innove; lo cual es
decir que todo está bien establecido, y que se lleve adelante el mismo
régimen. Juicio más solemne y aprobación más cumplida no se podía
haber emitido. «La Consulta é informe del Consejo», dice en sus
apuntaciones manuscritas el P. Rico, Procurador en aquel entonces
de la Provincia del Paraguay á Madiid y Roma, «constaba de más
de 44 pliegos, con la que confortnándose el Rey nuestro Señor,
mandó expedir de oficio su Real Decreto, y que se despachase á
todos los Virreyes, y Audiencias, Obispos y Gobernadores de la
América meridional, y que un ejemplar del mismo Decreto se le
(1) Charlevoix, tom. I\'. pág. 369.
{'!) Libro I, cap. XIII, § V.
-317 —
enviase en su iioiubre y en testimonio de sn Real complacencia á
nuestro P. General, que en correspondencia de esta Real benigni-
dad, triando decir tres misas y otras tantas Coronas en toda nuestra
Conipaiíia para Su Majestadr> (1).
Fernando VI mostró tal satisfacción del modo como los Jesuítas
regían aquellas Doctrinas, que habiéndose empeñado los portugueses
negociadores del tratado de 1750 (dirigidos por Carvalho, uno de
los conjurados para destruir la Compañía), en que ante todo, había
que proceder á quitar los Jesuítas de las Doctrinas para empezar á
ejecutar el tratado; nunca quiso venir en ello; y lo único que hizo
fué avisar al P. General para que se dispusiese todo para dicha
ejecución. La ejecución se frustró, á pesar de las diligencias posi-
tivas y de gran trabajo y padecimientos para ellos que pusieron los
Misioneros; y la estorbaron principalmente las prisas y exigencias
intemperantes de los Comisarios, que no quisieron dar tiempo á los
indios, como lo concedía el Rey, para ejecutar con sosiego acomo-
dado á su natural espacioso aquella mudanza, ansiosos de volverse
pronto á la Corte á disfrutar de los premios de su comisión, y, como
se averiguó después, deseosos de tener en qué acusar á los Jesuítas,
de los cuales enviaron los más siniestros informes. Por ellos quedó
mal impresionado de los Jesuítas Fernando VI, v engañado por
consejeros infieles, consideró como traidores á los Misioneros. Pero
dos años más tarde se hizo lugar la verdad; y el libelo en que
se contenían las calumnias contra los Padres, fingiendo resistencias
que no habían existido, fué quemado públicamente en Madrid por
mano del verdugo, en 5 de Abril de 1759.
Y, lo que parecerá más extraño, Carlos III, durante sus veinte
últimos años enemigo jurado de los Jesuítas, desde que se dejó per-
suadir las infames calumnias de que éstos eran los que habían inten-
tado manchar la honra de su buena madre y la suya propia, hacién-
dole hijo de adulterio, quitarle el trono de España para dárselo á
su hermano D. Luis, 3^ aun arrancarle la vida á él y á su familia, en
el día de Jueves Santo de 1766; este Rey cuyo juicio ciertamente
estaba torcido 3'a é inclinado á lo malo por Tanucci, desde su reinado
en Ñapóles; no sólo no dio jamás muestra alguna de desaprobación de
los Jesuítas del Paraguay ni de su régimen; sino que estimó como
un gran servicio á la monarquía el tesón con que habían informado
sobre los grandes daños que habían de seguirse del tratado de 1750;
y tan luego como subió al trono, rescindió aquel tratado de que
( 1) Ms. col. part.
-318-
habían tomado ocasión los conjurados para hacer pasar á los Jesuí-
tas por traidores. Es más: dio positivas muestras de estar satisfecho
del régimen de los Padres en aquellas Misiones, cuando, al conceder
la expedición de sesenta Misioneros Jesuítas que habían de salir en
1762, con el P. Procurador Juan de Escandón, para el Paraguay,
añadió la significativa cláusula siguiente, que no se estilaba al con-
ceder las antecedentes expediciones: <!^que se coHduscati los [Misio-
neros] últimamente pedidos, para que dicha provincia del Paraguay
atienda con el esmero y celo que hasta aquí á las conversiones de
que está encargada, enviados por cuenta de mi Real hacienda, y en
¡a forma regular, según y como se ha /lecho Jmsía aquí-» (1).
II
215
EL ESTADO ECLESIÁSTICO
Siendo el primer intento de los Jesuítas, y el que siempre en su
régimen y en su intención obtuvo el principal lugar, la cristiana
formación de los Guaraníes, blanco y fin al cual se ordenaba todo lo
demás; ninguna cosa debía consolarles tanto, y asegurarles en el
ejercicio de su mmisterio sin peligro de error, como el ver aproba-
dos sus desvelos por los que son Pastores de la Iglesia de Dios. Este
era el juicio que, si les era favorable, había de sosegarlos, á pesar de
tantos otros adversos como oían de malévolos detractores, puesto
que «rt los Obispos puso el Espíritu Santo para regir la Iglesia de
Dios» (2), y en darles el cargo, les dio prendas de acierto y juicio
autorizado, ante el cual no son mucho para temer los juicios contra-
rios. Y este juicio no faltó á los Jesuítas en favor del método que
empleaban en las Reducciones.
No hubo Obispo que visitara las Misiones del Paraguay, que no
aprobase el régimen de los Padres: más aún, que no lo aplaudiese y
elogiase. Y ya se ha visto al tratar del régimen eclesiástico que
fueron muchas las visitas de los Prelados (3).
No tenemos á mano los informes textuales de los Obispos más
antiguos; pero sí los testimonios de autores fidedignos que los han
(1) Escandón, Trasmigración de los siete pueblos, Ms. col. part. § 26, al fin.
(2) Act. XX. 28.
(3) Lib. I. cap. IX. § XVII.
-319-
visto. <í Don Fray Cristóbal de Aresti»^ dice el P. Montoj'a <i-fué á
visitar las Doctrinas y poblaciones de su jurisdicción, de cuya
visita dio cuenta por sus cartas al Real Consejo de Indias, en que
escribe con honor ificencia los trabajos de los Religiosos, cuan bien
dotrinadas tenían sus ovejas, la música en la celebración de las
Alisas y culto divino, aseo y linipiesa de los templos^ (1). El Doctor
Xarque, hablando de un Señor Obispo, que sintió y habló menos
bien en algún tiempo de las Doctrinas Guaraníes de la Compañía,
dice: <íCudn diferente sentir tuvieron los Ilustrisinios y Reverendí-
simos Señores Don Fray Pedro Carranza, púrpura del esclarecido
Carmelo, Obispo de el Puerto de la Trinidad, el Señor Don Fray
Melchor Maldonado, hijo de la Lumbrera africatuí San Agustín;
el Señor Don Fray Cristóbal de Aresti, de la I/ustrísinuí y esclare-
cida Religión de San Benito; padre de la vida monástica, Obispo
del Paraguay primero, y después de Buenos Aires, que escribieron
muchas cartas al Rey nuestro Señor, y d sus Reales Consejos, que
yo he tenido en las manos, y leído, en singular crédito del celo
santo de los conquistadores evangélicos, de su mucha religión,
observancia, desnudes y pobreza y de lo que padecen en la conver-
sión de los infieles, con manifiesto, y m.uy cotidiano peligro de la
vida-» (2). Y más adelante: «£"« años atrás, los Obispos más antiguos
confirmaron d los indios; y hallaron en ellos y en sus pueblos tal
cristiaiuiad, en costumbres, tal devoción en los templos, tal obser-
vancia de las leyes eclesiásticas, y obediencia á sus Obispos y Curas,
que bañados en lágrimas de espiritual consuelo, con ternura de
padres, daban á Dios nuestro Señor infinitas gracias, protestando
que su diestra sola pudiera haber transformado en corderos tan
humildes los que tan poco antes eran leones, comedores de carne
hiunana: Dextera Domini fecit virtutem (3): dejando expresa esta
su admiración en los libros de cada pueblo, con autos sunuimente
honoríficos para los Padres de aquella nueva Iglesia, á quienes
después apoyaban de palabra, en las ocasiones que se ofrecía
tratar de las Reducciones, y por escrito, con informes al Sumo Pon-
tífice, al Rey nuestro Señor y á sus Tribunales» (4).
Del lUmo. Sr. Cárdenas se dirá en el artículo siguiente.
El Tilmo. Sr. Guillestigui, que le sucedió, «emprendió, dice
Charlevoix, la trabajosa visita de las Doctrinas, como celoso pastor
(1) Memorial de 17 43, n. 11.
(2) Insignes Misioneros, lib. II. cap. XXXIII.
(3) Ps. 117. V. 16.
(4) Xarquü, Insignes Misioneros, parte III. cap. VII.
-320-
acostumbrado á los trabajos apostólicos, y nada encontró que no
confirmase el alto concepto que ya antes había formado de aquella
cristiandad. Conformes con este conocimiento fueron las cartas que
escribió al Rey y al Consejo de Indias», «cartas, añade el P. Muriel,
en las cuales, al leerlas, hallé entre otras cosas expresado que las
causas de las persecuciones que se movieron contra la Compañía de
Jesús se reducían únicamente al amor que los Padres tenían á los
Guaraníes, y al esfuerzo que empleaban en defenderlos» (1).
El lUmo. Sr. Azcona Imberto, Obispo de Buenos Aires, visitó
las Reducciones en 1681, }■ en su informe al Rey dio testimonio de
que las había encontrado «todas muy numerosas de gente, bien asis-
tidas de los Religiosos en lo espiritual, con Templos capaces, decen-
temente adornados; y los indios bien instruidos en las Doctrinas y
costumbres,... con que no hubo más que hacer, que confirmar veinte
y cuatro mil muchachos de ambos sexos* (2).
El Illmo. Sr. Palos, Obispo del Paraguay, acababa de visitar
en 1724 las Doctrinas de Yapeyú, la Cruz, San Borja, Santo Tomás,
San Carlos, Candelaria, San Cosme, Santa Ana, San Ignacio miní,
Corpus, Trinidad y Jesús; y desde esta última escribía al Rey su
Informe, que puede verse en el 5.'^ tomo de Charlevoix (3j, en el que
entre otras cosas dice estas notables palabras: «Debo certificar á
Vuestra Majestad que no he podido ver sin admiración con cuánto
esmero y atención gobiernan estos Religiosos sus Doctrinas, la
buena educación que dan á los Guaraníes, de qué manera les pro-
porcionan el alimento del alma y del cuerpo, el amor y la fidelidad
que les inspiran para con V. M., y la vida civilizada que entre ellos
han establecido. Porque, aunque todo esto sea público y notorio en
todo el mundo, no podía yo persuadirme, ni se persuadirá quien no
lo haya presenciado como testigo, que todo esto se halle con tanta
perfección como yo lo estoy viendo con mis ojos.»
La carta del Illmo. Sr. Fajardo, Obispo de Buenos Aires, que
en 1724, con ocasión de unas comunicaciones que le había enviado
Antequera con mil calumnias contra la Compañía de Jesús, habló
como testigo de vista en su pastoral Visita que antes había hecho
por las Doctrinas, contiene un cumplido elogio del modo con que los
Padres las regían, que el Obispo propuso con estas palabras: «-Puedo
testificar á V. M., como quiert corrió por todas las Misiones, que no
(1) Charlevoix, Historia Paragiinjetisis, cnni, a)iitnadversiotiibus et Sitp-
plemento. Vetiefiis, MDCCLXXXIX.
(2) BuRGÉs. Memorial de 1708, mim. 9.
(3) Ed. de París, MDCCLVII, pág. 2.
-321-
he visto en mi vida cosa más bien ordenada, que aquellos pueblos,
ni desinterés semejante al de los Padres Jesuítas^) (1). Y luego fué
declarándolo y especificando cada uno de los puntos.
El Informe del Illnio. Sr. Peralta, Obispo de Buenos Aires se ha
podido ver entre los anexos de la Cédula de 1743 (2). En él describe
largamente el régimen de las Doctrinas, y el estado en que se halla-
ban por ese tiempo, reconociendo el uno por tan acertado y el otro
por tan feliz, que atestigua que se separó con pena de aquellos pue-
blos, donde todo respiraba religión, trabajo ordenado, paz y quietud;
y de los cuales juzga de este modo: «En fin, Señor, estas Doctrinas
y estos indios son lina alhaja del Peal patrimonio de V.M., tan
cumplida y correspondiente d su Real celo y piedad, que si se Jialla
otra igual, no será mejor» (3).
Estos uniformes testimonios de los Obispos, y las demás noticias
verídicas que llegaban á Europa por conductos fidedignos, esparcie-
ron el conocimiento y la fama de los indios Guaraníes; á quienes en
dos ocasiones celebró con gran elogio el sabio Pontífice Bene-
dicto XIV, y los propuso á todos los católicos como ejemplar digno
de ser considerado é imitado. Una fué cuando en su obra De las fies-
tas de Nuestro Señor Jesucristo y de la Santísima Virgen, hace
mención del modo cómo los Guaraníes celebraban la fiesta del Cor-
pus y dice: «Con razón se lastima Gretser de la desdicha de los
griegos, quienes, confesando la presencia real de Cristo en el Sacra-
mento de la Eucaristía, }' reconociendo que debe ser adorado con
culto público, carecen, no obstante, de procesión solemne en este
día. Mucho más felices son los cristianos del Paraguay, cuya insigne
piedad en la Fiesta y Procesión del Corpus Christi, difícilmente se
hallará quien la lea, sin sentir su ánimo conmovido de íntimo y suave
afecto. Expúsola muy bien Luis Antonio Muratori en su Kelación de
las Misiones del Paraguay, publicada el año de 1748, capítulo 15(4).
La otra vez fué cuando, al exhortar con ocasión del año santo á que
se fomentase el esplendor del culto divino, se expresó en su Epístola
encíclica Anntis qui hunc vertentem, de 19 de Febrero de 1749 (5),.
(1) Lozano, Revoluciones del Paraguay, I, 102.
(2) Lib. I. cap. XIII. § VII.
(3) § Y porque no se falte. Veinte años después de la expulsión de los Jesuí-
tas visitaba las Doctrinas el Illmo. Sr. Malvar, y al dar cuenta de la lastimosa
decadencia de aquellas Misiones, un día tan floreciente, *hizo un grande informe
diciendo que no se podía dar arreglo igual como el que habían tenido los Je-
suítas en dichos pueblos, así en lo espiritual como en lo temporal'. Carta áe
D. Isidro Lorea, vecino de Buenos Aires, al P. Diego Iribarren, en Faenza, fecha
de Buenos Aires, Octubre í.° de 1788.
(4) Ben. XIV, Defestis D. N. I. C. lib. I. c. XIII. núm. 11.
(5) Ben. XIV, Bullarium, vol. III. pars. I. núm. III. § 5. in fine.
21 Organízación Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo ii.
— 322 —
en los siguientes términos: «Tanto se ha extendido el uso del canto
armónico ó figurado, que aun en las Misiones del Paraguay se ve
establecido. Porque teniendo aquellos nuevos fieles de América
excelente índole y felices dotes naturales, así para la música vocal,
como para tañer los instrumentos, y aprendiendo fácilmente todo lo
que pertenece al arte de la música: tomaron ocasión de esto los
Misioneros, para acomodarse á su propensión, valiéndose de piado-
sos y devotos cánticos para reducirlos á la fe de Cristo: de suerte
que actualmente casi no hay diferencia ninguna entre las Misas y
Vísperas de nuestros países, y las que allí se cantan: como, fundado
en verídicos relatos, lo expone Muratori en su descripción de las
Misiones del Paraguay, capítulo 12.»
III
2lb EXTRAORDINARIO JUICIO FAVORABLE
DE DOS OBISPOS
De extraordinario deberá calificarse el juicio de los dos Obispos
que se ha reservado para este artículo, por haber dicho ambos
mucho mal de la Compañía, y en particular, de sus Doctrinas del
Paraguay: y por lo mismo será de otra tanta autoridad, si con las
reglas de la crítica se halla que es juicio pronunciado en circunstan-
cias normales, y con perfecto conocimiento de causa.
Es el primero el del Illmo. Sr. Cárdenas. Cuanto dijo, escribió é
hizo en contra de las Doctrinas y de sus Misioneros, es mu}^ cono-
cido. Pero no lo es tanto lo que dijo en favor de unos y otras, como
en el presente artículo se verá.
Hállase contenido el juicio de que ahora se trata en cuatro docu-
mentos, á saber: un testimonio satisfactorio sobre el buen estado de
la reducción de San Ignacio guazú, que acababa de visitar el Ilustrí-
simo Prelado: dos cartas afectuosas remitiendo el dicho testimonio al
Padre José Cataldino, Superior de las Misiones (1), y una carta-
informe al Rey Felipe IV, con insignes elogios de los Jesuítas del
Paraguay, especialmente de los que se hallaban en las Doctrinas.
El anua de la Doctrina de San Ignacio guazú correspondiente al
(1) Así consta del título que lleva la copia autorizada que se conserva en
Chile (Bibl. Nac. MSS. Archivo de Jesuítas, vol. 273).
-323-
año 1643, que insertó el primer documento (1), empieza con la siguiente
frase: «Por lo de este año, dejando todo lo demás que puedo decir ,
que no es poco, referiré solamente lo que escribió el Illnio. y Rmo.
Sr. D. Fr. Bernardina de Cárdenas^ Obispo del Paraguay, á uno
de los Padres de la reducción^ luego que, después de haber visi-
tado la reducción como Obispo, llegó al pueblo de Yagiiarón: que
dice así y toda es de mano de S. Illma,y> Razón tenía en omitir todo
lo demás y conservar ese testimonio auténtico de lo que eran las
Doctrinas. Porque en él afirma el Prelado: 1.° Que ha visitado la
reducción de San Ignacio de indios Guaraníes, puesta al cargo de
la Compañía de Jesús. 2.° Que ha visitado también á sus Curas en
lo que están sujetos al Ordinario. 3.° Que los Padres estuvieron muy
prontos y obedientes ala. yisita. 4° Que los Padres á cuyo cargo
estaba la reducción, Adriano Crespo y Luis Cobo, son y han sido
buenos y útiles Curas para bien y salvación de las almas y para
descargo de la conciencia de S. M. y de la de los Obispos. 5.° Que
no son y han sido útiles en cualquier grado, sino en superlativo
grado, útilísimos, apostólicos, ejemplares, celosos, caritativos, pru-
dentes, amables d los indios, vi gilantisimos para su salvación y
para el servicio de Dios Nuestro Señor. 6.° Que de ello «son prue-
bas evidentes el aseo y curiosidad en las iglesias y altares, el
esmero en el culto divino y sus alabanzas, con música y cantares, tan
diestros; tan bien enseñados, que es cosa digna de admiración...^
7.° Que otro tanto se ha de decir de los demás religiosos anteceden-
tes á ellos «/)o;' buena consecuencia y buenos efectos^». 8.^ Que los
indios son admirables '•<en su vida y buenas costumbres-» , en úa fre-
cuencia de sacramentos y devociones y la cristiandad en que viven
sin anmncebamientos, borracheras ni hurtos, ni otros vicios».
9." Que las buenas costumbres de los indios son tales que «dan espe-
ranza segura de su salvación». 10.° Que después de dar gracias á
Dios, las da á la Compañía y á los dos Padres Curas. 11." Que les
comunica toda su autoridad y facultad.
En la primera carta al P. Cataldino dice que da gracias á Dios
<icn especial de los regalos espirituales que ha recibido mi alma de
ver [en las Doctrinas] tanta virtud y santidad, y cosas dignas
de eternas alabanzas»; que en favor de la Compañía de Jesús «voy
haciendo y haré cosas de mucha importancia d su honor y defensa,
en orden á desmentir calumnias y testimonios falsísimos, é infor-
maré de estas verdades puras que voy viendo, hechas en tanto ser-
vicio de Dios y del Rey, y salvación de las almas»; que el salir á la
(1) Río-Janeiro, Bibl. Nac. MSS. (Col. Angelis, XIX-44).
-324-
defensa de la Compañía de Jesús, é informar del gran servicio que
hace á Dios y al Rey «es el principal motivo de venir al Paraná».
Que los habitantes de la Asunción piensan que él se gobierna por
consejos de la Compañía; «-y vo» añade, «pienso que no errara,
haciéndolo así». Y concluye con un gran elogio del fervor y ejemplo
del P. Silverio Pastor, que había de conducir la carta. La segunda
es una esquela remisiva del testimonio: y aun allí, con escribir tan
pocas líneas, extrema los conceptos para mostrar aprecio de las
Doctrinas y de la Compañía, diciendo que escribe aquel testimonio
<íContra los que quieren borrar las virtudes de la Compañía de
Jesús»: que ha sido providencia de Dios que él haya cuidado de visi-
tar el Parauíá «para el servicio, alabanza y honor de la Compañía»'.
y que aunque cualquiera será afecto á la Compañía, «^pero Jiinguno
tanto como yo».
En el cuarto documento, que es la carta-informe al Rey sobre la
necesidad de enviar Misioneros Jesuítas de España, y es muy pro-
bable que la diese al P. Pastor, que por aquel tiempo había sido
nombrado Procurador á Europa, é iba á pedir Misioneros: no es
menos favorable el juicio que emite el Prelado sobre todos los Padres
de la Compañía de Jesús en el Paraguay, y en especial sobre los que
cuidaban de las Doctrinas. Su lectura deja el ánimo asombrado al
pensar en lo que muy poco después dijo de aquellos mismos sujetos.
Llámalos aquí «celosos y apostólicos religiosos de la sagrada y apos-
tólica Religión de la Compañía de Jesús de esta provincia del Para-
guay, pocos en Jiúmero, pero equivalentes á muchos en el celo y
trabajos, y en el fruto copioso con que han acrecentado d la Corona
de V. Real Majestad gran cantidad de naciones y número de indios,
y á la Iglesia de Cristo fieles hijos, sacándolos de la esclavitud del
demonio y de la vida bárbara que tenían, sujetándolos al yugo
suave de Cristo, buen gobierno y policía de ¿"s/xí/zí?». Elogia á los
Padres con expresiones muy encarecidas, y afirma que son irenova-
dores del celo y espíritu de sus primeros Padres San Ig juicio y San
Francisco Javier» .
Habla de las Reducciones del Paraná y Uruguay, hechas «no sin
costas de vida y sangre, que derranuiron algunos de los religiosos:
fortnadas de indios que antes ni conocían Dios ni Rey , y eran ene-
migos de los españoles, y tenían atemorizada esta tierra», y ahora
«están ya domesticados, y de bárbaros é incultos, hechos Jiombres,
buenos cristianos j fieles vasallos de V. M.» Agrega que además de
lo bien que instruyen á los indios en la religión y la vida civil, son
necesarios los Padres para la defensa de los indios contra los portu-
- 325 -
gueses. <i^Yes del todo conveniente al servicio de Dios y seguridad
de esta provincia que las dichas Reducciones é indios estén á cargo
de los dichos Padres de la Compañía, porque, además de lo dicho,
los dejienden con valor é incansable trabajo-»; y en esta razón afirma
que si no fuera por los Padres, se destruyeran no sólo sus Reduccio-
nes, sino también las otras de la Provincia, y peligrara la misma ciu-
dad de la Asunción.
Tal era el juicio de este Prelado en 1643 y 1644, ora escribiendo cá
los Misioneros, ora informando al Rey. Y si más tarde acriminó
á los Jesuítas y sus Doctrinas, es muy cierto que sus cargos salieron
convencidos de falsos, como en especial se vio con la mayor eviden-
cia y publicidad en el asunto de las minas y en el Catecismo; y cierto
es también que procedió con pasión en sus escritos; lo cual no puede
decirse de los presentes; y así entre los dos juicios, el que tiene indi-
cios patentes de conformarse con la realidad de las cosas, es sin duda
el que va expresado en los documentos que se acaban de analizar.
El segundo testimonio es el del Illmo. Sr. D. Manuel Antonio de
la Torre, último Obispo del Paraguay en tiempo de los Jesuítas, que
lo fué también de Buenos Aires en la época de la expulsión. Las cir-
cunstancias de este Prelado fueron dignas de reparar. El haber sido
elegido para el Obispado del Paraguay cuando no era más que
párroco de una aldea, siendo así que era costumbre en España tomar
los Obispos ó de las dignidades de una Catedral ó de los claustros, y
elegido en un tiempo en que se andaba buscando quién era enemigo
de los Jejiuítas para elevarlo á las prebendas ó á los puestos de
gobierno, es indicio de que había dado claras muestras de aversión
á la Compañía. Además, al salir de España, le imbuyó en una porción
de prejuicios un personaje que no se dice quién era, pero puede con-
jeturarse que fué el duque de Alba, á quien tuvo por especial protec-
tor; Y entre otras cosas le dio la idea falsa de que el último informe
hecho por el lUnio. Peralta, Obispo de Buenos Aires, no había sido
escrito por él, sino presentado por los Jesuítas, y él no había hecho
más que poner la firma; patraña de que por sus ojos se desengañó
el Sr. la Torre, pues por una casualidad, se había conservado el borra-
dor autógrafo todo del Illmo. Sr. Peralta, y se le pudo presentar.
Otros prejuicios semejantes traía; y en particular venía señalado para
ejecutar la expulsión total ó parcial de los Jesuítas de las Doctrinas,
que se había resuelto en tiempo de la rebelión de los Guaraníes; y así
se le notificaba al general Cevallos, que al Illmo. Sr. la Torre se
había dado comisión de visitar no sólo las Doctrinas de la diócesis de
la Asunción, sino también las otras, para que resolviera y preparara
- 326 -
la ejecución de acuerdo con el mismo Cevallos; y se había fiado de él
esta tarea «porque se tiene satisfacción de su conducta é indiferen-
cia», expresión que tiene la significación dicha arriba (1).
Hizo el Illmo. Sr. la Torre su Visita, y juzgó en presencia de la
realidad muy de otra manera de lo que esperaban los que le habían
enviado para ruina de los Jesuítas; y así hizo dar verbalmente su
informe al General Cevallos, de que no convenía se sacasen de Misio-
nes los Jesuítas, ni en todo, ni en parte. Y pidiéndole el prudente
General le diese el mismo informe por escrito, le envió la carta que
va en el Apéndice, por donde se pudo saber con todos sus detalles
este juicio favorable. Agregan los cronistas que después de haber
visitado las Doctrinas, dijo el Illmo. la Torre: «Me condeno si no
informo en este sentido» [2).
Habiendo completado la Visita de toda su diócesis, envióla rela-
ción de ella al Consejo de Indias, acompañada de otros doce informes
sobre varios puntos; y allí quedó sepultada, sin que se trasluciese
palabra favorable á las Doctrinas y á los Jesuítas. Al enviarla, escri-
bía el mismo Obispo á un su confidente, el P. Sebastián Manjón:
«Contiene (la Relación de la Visita), en más de ochenta pliegos, cuanto
he visto y palpado en este Nuevo Mundo; y hablo de la Compañía lo
que he experimentado, como de sus Doctrinas, cuanto he notado, sir-
viendo de auténtico testimonio, que se podía imprimir para la poste-
ridad. V.R. primero que yo oirá lo que sonare; y lo que fuere
sonará» (3).
Caída la Compañía, el Illmo. la Torre habló muy diferentemente
de ella, como en seguida se verá.
IV
217
PROSIGUEN LOS DOS TESTIMONIOS EXTRAORDINARIOS
Nunca habían desaparecido del todo los adversos sentimientos que
trajo el Illmo. Sr. la Torre de España; pero los excitaron y exacer-
baron algunas circunstancias. Habiéndose persuadido al principio de
que él era el hombre llamado á componer los asuntos del Paragua)^
(1) Despacho de Wall á Cevallos, 17 de Junio de 1758. Bibl. Nac. de B. A. MSS.
(2) P. Calatayud, al fin de su Tratado del Paraguay.
(3) Carta de la Asunción, Oct. 6 de 1761. Arch. de la prov. de Toledo.
- 327 -
que tanto ruido hacían en Europa, parece que se empeñó con Don
Pedro Cevallos en que además de las facultades reservadas que el
Obispo había traído, le comunicase las civiles que él tenía, para pro-
ceder á la visita de los pueblos; á lo que el prudente General se negó
con buen modo; pero desde entonces fué mirado con disgusto por el
Obispo (1).
Lo que no puede dudarse es que, habiendo aparecido en el proceso
de la rebelión de Corrientes el nombre del Sr. la Torre, y el de su
Vicario el Dr. Martínez de Ibarra, como de personas por cuyos con-
sejos se había arrojado la gente al exceso de prender, deponer y mal-
tratar al Teniente de Gobernador; achacó el lUmo. Obispo tal acusa-
ción á malquerencia del Gobernador Cevallos; y con este prejuicio es
increíble el odio que le cobró; siendo así que Cevallos no tuvo en el
hecho parte alguna; practicando las indagaciones un sujeto que nunca
fué sospechoso al Obispo, el Dr. D. Manuel de Labardén, sin haber
intervenido Cevallos para nada, como que el proceso todavía no se
había llevado á estado de sentencia. Por lo cual, sea que fuese real
el hecho que resultaba, sea que no fuera más que una de las sindica-
ciones falsas con juramento, que tan frecuentes eran allí, no había
motivo fundado para el enojo contra Cevallos, ni contra Morphy, que
por su parte se supo defender muy bien (2). Pero pasando más allá,
el Obispo echó la culpa de todo á los Jesuítas, acusándolos gratuita-
mente de haberse conjurado con el Gobernador para perder al Obispo.
Con esto ya no tuvo límites su enojo contra ellos.
Ocurrió en seguida la venida de Bucareli, quien al decir de Bou-
gainville venía ya industriado sobre la cabala que se estaba tra-
mando en España para expulsar á los Jesuítas. Con esto, y con el odio
que desde su llegada manifestó contra Cevallos, y contra cuanto éste
había hecho, se formó estrechísima amistad entre el Illmo. la Torre
y Bucareli. Y así, llegada la expulsión, se desató el Prelado en
hablar mal de los Jesuítas de una manera que muestra en todos sus
informes la pasión. Agregóse á todo que, al ir á poner en posesión á
los nuevos Curas, echó de ver el Dr. Martínez de Ibarra unas notas
puestas en un libro parroquial, por un Jesuíta de San Borja, á los avi-
sos de Visita del Illmo. la Torre, en las que se defendía usando al
mismo tiempo de sátira y mordacidad. Esto agrió extraordinaria-
mente al Obispo, como se ve en sus cartas de 3 y 21 de Octubre de
1768 (3) en las que, además de rebajarse hasta comparar á los Jesuí-
(1) Escandón: Trasmigración, § último ó Apénd.
(2) Rev. de B. A. tom. XXII.
(3) Brabo, Col. J63. 178.
- 328 -
tas con los galeotes, afirrna (lo que era contra la verdad) que en
todos los pueblos se habían hallado los libros con notas despreciati-
vas del Obispo, cuando no se trataba sino de un pueblo solo, y en él
fué un solo libro el que constó contener notas satíricas. Con esto
tomó seguridad para tachar calumniosamente á todos los Jesuítas de
la falta cometida por uno solo.
Y es de notar que esta falta fué sólo de no haber observado la
debida reverencia en la forma, pues en cuanto á la sustancia, es una
legítima defensa en la mayor parte de los cargos, en los cuales el
Obispo se había entrometido á sentenciar en materias morales sin
tener razón: y en cuanto á los hechos, se había dejado prevenir de
informes errados, de suerte que en la mayor parte de los cargos
tenía razón el que se defendía, y á más de uno se le pudo ocurrir que
aquellos apuntes habían sido puestos allí á última hora, para que no
pareciese que los cargos del Obispo en la Visita, con ánimo ya pre-
ocupado, tenían fundamento en la realidad: si bien era vituperable la
forma.
Poseído de los sobredichos sentimientos, escribió varios informes
y cartas el Illmo. la Torre, y en ellos habló cuanto mal pudo de los
Jesuítas: y lo que es más triste, sin respetar la verdad. Veráse esto
en una resolución que por su carácter fué muy conocida, como que se
insertó en las Ordenanzas de Bucareli (1).
Consultado el Illmo. Sr. la Torre por Bucareli sobre el sínodo que
se debería señalar á los Curas de Doctrmas, que había puesto en sus-
titución de los Jesuítas, respondió el Prelado con una determinación
verdaderamente mezquina, asignando 300 pesos por año á los Curas,
y 250 á los Compañeros. Y sin que viniera mayormente á propósito,
hizo cuatro cargos á los Jesuítas en el informe, con la particularidad
de ser todos cuatro falsos, y muy injuriosos á los beneméritos misio-
neros.— Es el primero el decir que usurpaban los bienes de los indios:
^todo el fruto del trabajo de los indios se lo llevaban los Jesnítas»:
calumnia intolerable, como se ha probado ya, y constaba de indaga-
ciones y sentencias jurídicas, y sobre la cual no podía alegar el acu-
sador ignorancia.
En segundo lugar los acusa de no aplicar la Misa por el pueblo
el día de la fiesta: y dice que «/a teología de sus antiguos Curas
tenía arbitrios para dispensarse de estas obligaciones-». Ignoraba
ó aparentaba ignorar el Illmo. la Torre que hasta la Constitución
de Benedicto XIV cum semper de 1744, la doctrina común de los Teó-
(1) Brauo, Col. pág. 311.
— 329 —
logos con los Saltnaticenses (1) era que los párrocos tenían obliga-
ción de aplicar la Misa por el pueblo algunas veces en el año, pero
no precisamente todos los domingos y fiestas. De modo que hasta
aquel tiempo estaban los Jesuítas en muy buena compañía, practi-
cando, como practicaban, la orden que ciento treinta años antes
daba el P. Provincial Diego de Torres primer fundador de las
Misiones (2). <iD¿ga cada semana cada Padre una Misa por los
indios»: y eso que no eran todavía párrocos: ni el compañero lo fué
nunca. — Publicada la Constitución sobredicha, se zanjaron todas las
dudas ó pareceres contrarios, como nota San Ligorio, pues en ella
decía el Pontífice <i-et quatenits opiis sii, auctoritate Apostólica,-»
«.tenor e praesentiiun, decernimus et declaranms qnod» <i~eadein Missa
diebiis dominicis et festis ab ipsis debeat applicarÍT>. Si el Prelado
encontró algún Jesuíta que la ignorase, ó no la practicase, estaría
muy bien que le advirtiera de ello: y hallando falta en él, que fuera
cierta, le reprendiese: mas no que sacara á relucir la falta de alguno
como si fuera de todos, como lo hace y eso fuera de propósito. Y
que, si por acaso hubo descuido en alguno en no aplicar más que una
Misa semanal, se había remediado el daño en todos en general, se
probaba precisamente con uno de los documentos que envió Buca-
reli á Madrid como acusatorios contra los Jesuítas, siendo más bien
defensa de ellos (3) y son los Postulados de la Congregación 23 del
Paraguay al M.R P. General de la Compañía, de loscualesell.°(,13de
Febrero de 1766) dice así: <íPostiilat Cong. nt i?. A. P. N. dignetur
gratianí a suis Praedecessoribus factam renovare, qiia PP. Indo-
rum Missionarii deobligentnr ab aliquibus Missis in Catalogo
Missarnm et orationiim praescriptis. Deductis quippe Missis iuxta
Constitiitioneni Benedicti XIV datain 9 Augusti 1744 pro populo
offerendis, offereudis etianipro Rege Catholico, iis etiam quas pro
defunctis ueopJiytis qnot-inensibns, et pro iis qui quoque die
moriuntur, offerre debent, vix ulla quae ad libituin vel pro aliis
necessitatibus applicari possit, reliqua est». Este papel lo vio el
Illmo. la Torre: y por él constaba la aplicación dicha )' que apenas
quedaba ninguna Misa libre á los misioneros; y así no se explica
cómo se atrevió á escribir la sangrienta calumnia de que o-privabau
d estos miserables (indios) de semejantes gracias y sufragios^.
Cúlpalos en tercer lugar de que ««o cantasen una Misa solemne
todos los lunes por las almas de los difuntos» y dice <^no tenían día
(1) Tom. I. Tract. V. cap. V. punct. II. n. 53.
(2) Instr. gen. de 1610. iiiim. 13.
(3) B. A. leg. 63/ Correspondencia con el Conde de Aranda.
-330-
(ilguno (le la semana para ¡lacer el sufragio de una Misa solemne
por los fifiados». Y á esto llama «^obligaciones-». — No se sabe de dónde
saldrían esas obligaciones, ni cuál sería la Teología del acusante
para imponerlas. La primera, no está en ninguna parte. La segunda
era absurda en las Misiones: porque la Misa solemne es la que se dice
con Ministros, diácono y subdiácono, cosa imposible allí, donde no
había más que dos sacerdotes de ordinario.— En vez de proferir car
gos imaginarios contra los Jesuítas, podía el Illmo. la Torre haberlos
alabado de que cada mes por lo menos se aplicaba una Misa cantada
por todos los difuntos del pueblo, lo que consta por el postulado Licita-
do arriba: y también por testimonio del P. Escanden en 1760 en su Re-
lación de las Misiones de Guaraníes, dirigida al P, Burriel, que origi-
nal existe hoy en el Archivo Histórico de Madrid, en que dice § IV:
<iCadn mes tin día, suele también cantarse una Misa por tocios los
difuntos del pueblo». Y en algunas partes se hacía esto cada lunes:
como consta de Jarque (1) y del P. Peramás (2).
Añade la cuarta culpa y es que «deben cantar una Misa según el
Ritual rofuano en el entierro de cada cuerpo»: y no enterraban los
cuerpos con Misa «cantada ni resada». — Lo primero es tan erróneo
como lo de cantar Misa solemne de arriba: pues el Ritual (3) pres-
cribe sólo que se celebre Misa solemne; pero cuando, como en Doc-
trinas, era imposible celebrar Misa solemne, no prescribe el Ritual
Misa cantada. Y de hecho, los rubricistas ponen el oficio y Misa can-
tada ó rezada. — Lo segundo se convence de falsedad por el postulado
citado arriba, sin añadir otros testimonios que seria fácil citar,
empezando por el núm. 13 de la segunda Instr. del P. Torres: «cuando
alguno muriese, le dirán (cada Padre) otra Misa».
Fundado en dichas cuatro falsedades, trata el desinterés de los
Jesuítas de «superchería». De modo que el hecho referido por el
Padre Lozano (4), que consta por la Cédula de 20 de Noviembre de
1611, de haber sido ofrecidos á los Padres, no 600 pesos, como dice
el Informe erradamente, sino 933 y unos reales (que tanto valían los
600 pesos ensayados,, sínodo mínimo de cuantos se daban en el Perú):
y no haberlos aceptado el P. Diego de Torres, recibiendo sólo la
mitad, no para uno sino para dos misioneros: hecho que llenó siem-
pre de edificación á cuantos lo oyeron relatar: eso viene á ser decla-
rado fraude, engaño y arte de la «mónita^» por el Prelado mal impre-
(1) Insignes misión. III, cap. 16.
(2) Deadmin. §23.
(3) Título VI. cap. III.
(4) Hist. lib. 6. cap. 7.
-- 331 -
sionado contra los Padres. Y su razón es que en lugar de sínodo
usurpaban los Jesuítas todos los bienes de los indios: y que no cum-
plían con las obligaciones que ha enumerado. — La pasión ciega
extrañamente.
En cuanto al gran provecho espiritual que, según el informe, iban
á reportar los indios, 3^ de que antes carecían por descuido de los
Jesuítas, da de él razón la siguiente noticia del Administrador gene-
ral, en un papel de advertencias con el título de «Puntos sobre el
remedio de muchos abusos que hay en los pueblos» y es del
año 1774 (1). «Hasta el presente está en uso en todos los pueblos»
el que después que fallecen los enfermos, no se les dice Misa cantada
de cuerpo presente el día de su entierro, ó si no, el día siguiente con
vigilia y responso, según el Ritual romano. Alegan los párrocos en
primer lugar que ellos saben lo que se hacen, y que este negocio,
como cosa espiritual, no le toca al Administrador repararlo: otros
alegan que están solos (y esto es verdad), y que no pueden acudir á
todo: los más responden que no les pagan su sínodo, y que mediante
eso, no están obligados á hacer más que lo que su voluntad les dicte.»
Esa era la gran ventaja que ponderaba el Tilmo. Sr. la Torre, en vez
de lo que ocurría en tiempo de los Jesuítas, cuando tenían todos los
sufragios efectivos y cumplidos.
Nadie extrañará que haya sido preciso recusar el testimonio del
Illmo. Sr. la Torre, aun cuando tan expresamente afirma lo que dice,
habiéndose demostrado que versa sobre falsedades tan manifiestas.
La explicación del hecho de su afirmación, quedará para que la den
otros, sea que se haya de reducir á precipitación en el juzgar sin
haber examinado bastante, sea que haya de atribuirse á credulidad
ó á pasión. En todo caso, si es difícil la explicación, no es menos
difícil el concordar al mismo Obispo con su propio testimonio que va
á verse ahora.
El Informe dado á Bucareli data de principios de 1769. Siete años
antes, á 28 de Setiembre de 1761, había enviado al Consejo otro
Informe muy diverso, de más de 80 pliegos, del que decía su mismo
autor lo que se ha visto arriba: <<Hablo de la Compañía lo que he
experimentado, como de sus Doctrinas-», «sirviendo de auténtico
testimonio que se pudiera imprimir ^)\ y hasta ahora ha quedado en
el Archivo de Indias (2) desconocido.
Tratando en él de los Padres Je.suítas del colegio de la Asunción,
los alaba 3^ escribe: <íno puedo menos de decir: que los RR. PP. de
(1) ButNos AiKEs leg. <Misiones 1 1770>.
(2) Arch. de Jnd. 123. 2. 11.
- 332 -
este colegio son mis especiales coadjutores: descansando^ como
en firme basa, el grave peso del pastoral ministerio, que abruma
y abate á otros hombros más gigantes^. Enumera luego con mues-
tras de gran aprobación los ministerios de los Padres: y cuando
llega á tratar de las Doctrinas, se expresa en los siguientes tér-
minos:
«Pueblos encomendados á los RR. PP. Jesuítas,
»Los trece pueblos antiguos que están encomendados al celo
y cuidado de los RR. PP. de la Compañía de Jesús, todos se
hallan con especialísimo orden y viva observancia de su primer esta-
blecimiento.» «84. Lo material de estos pueblos, Señor, es muy espe-
cial y distinto de los demcás que van referidos: porque todos estos se
hallan con formadas y bien ordenadas espaciosas calles: y sus casas,
según el genio de los indios, muy decentes.» «La iglesia nueva del
pueblo de la Santísima Trinidad, toda de la misma piedra, 3^ tan
capaz, que puede ser iglesia Catedral para cualquiera de estas par-
tes.» «85. El socorro y asistencia de los indios, así en vestidos, como
en alimentos, igualmente muy singular: porque todos, así indios,
como indias, se hallan cabalmente equipados á su usanza: teniendo
varios vestidos para los Capitulares.» «Cada día por lo común, sue-
len repartirles carne, teniendo muy particular atención á las viudas
y pupilos; celando en que todos cultiven sus chacaritas para ayu-
darse, además de las sementeras comunes que laborean para el soco-
rro de todos y de cada uno: cuyas conveniencias temporales no
logran el común de los españoles en esta provincia. No siendo meno-
res los espirituales como principal objeto del apostólico celo de estos
Padres.» —Describe aquí el orden religioso délas Reducciones cada
día, los días de fiesta, asistencia á los enfermos, frecuencia de
Sacramentos: canto é instrumentos en la iglesia, riqueza de orna-
mentos, aprobándolo y alabándolo todo, como puede verse en el
Apéndice, núm. 74. Y después de hablar de la tristeza y desbande
de los refugiados del Urugua}^ confinados en aquellos pueblos,
repite lo que escribió al Sr. Cevallos, quien le pedía parecer sobre
sacar ó no los Jesuítas de aquellos pueblos y dice: «fui de dictamen
Señor jno ser conveniente, en todo ni en parte, la remoción de Padres
Curas Jesuítas^ .
Expone luego el estado de los dos nuevos pueblos de San Joaquín
y San Estanislao: y en el núm. 99 refiere la nueva conversión de los
Mbayás: la prontitud con que salieron á la empresa los Misioneros
Jesuítas: y especialmente la vocación y abnegación del P. Sánchez
Labrador: el gran bien que esto era para toda la provincia del Para-
-333-
guay, que tenían asolada y atemorizada aquellos bárbaros. El domi-
nio de la lengua mbayá que había adquirido el P. Sánchez Labrador,
quien ya tenía hecho catecismo: 3^ la nueva conversión de los gua-
nas, que se iba presentando: que todo muestra el celo y tareas apos-
tólicas de los Misioneros del Paraguay en estos últimos años antes
de la expulsión.
No es menos interesante la carta que un año antes había escrito
al General Cevallos, citada en este Informe al Rey, 3' que va en el
Apéndice núm. 75, y se conserva hoy en Simancas,
En ella expresa su dictamen de arriba, de «;/o ser conveniente en
todo ni en parte la remoción de Padres Curas Jesuítas», fundándola
en razones. Describe igualmente la constitución de los pueblos de
Doctrinas que ya había visitado, acerca de la cual en lo espiritual
dice: «Y siendo las atenciones episcopales que pide el Espíritu Santo,
en los alimentos espirituales de sus ovejas, he visto las más des-
empeñadas por los celosos Padres Curas en todos estos pueblos. Yo
he notado con grande edificación y buen ejemplo una tan cristiana
distribución, que parecían haberse convertido los pueblos en otro
tanto número de monasterios.» Conforme á esto funda su parecer, así
en ese buen régimen espiritual 3' temporal, como en el hecho de ser
necesario que sean los Jesuítas los que atiendan á los infelices tras-
migrados del Uruguay: en no haber número de sacerdotes idóneos
en el Paraguay para suplir á los Jesuítas, ni entre los seculares, ni
entre los Regulares: y finalmente en que, aun cuando hubiera tal
número, no se deberían remover los Jesuítas en las presentes cir-
cunstancias, porque fuera exponer los indios á su ruina, con alguna
sublevación general, con máximas de insubordinación promovidas
por los indios refugiados, con imposibilidad de establecerse los nue-
vos pueblos por la resistencia de los indios, y con tal miseria, que
nadie había de poder remediarla, como no fuese el buen gobierno de
los Jesuítas.
Tal es, en compendio, la carta del Illmo. Prelado, que queda
pálida y sin vida en este resumen, siendo necesario leerla para for-
marse idea de la fuerza de sus razones 3" de la eficacia de la verdad,
que le hizo hablar en sentido del todo contrario de lo que sus protec-
tores esperaban.
Cuál fuese, pues, el parecer del Illmo. Sr. la Torre, de resultas
de aquella Visita, en que según él dice, anduvo con cien ojos, 3" cuan
diverso del que emitió en el informe á Bucareli, lo muestran todos
los conceptos dichos, y las palabras que añade, que son las siguien-
tes: «Y aunque los Padres Doctrineros de la Compañía se aconto-
-334-
dan con doscientos pesos de plata cada sujeto», pero siendo este
sínodo tan corto, sólo se explica el hecho porque «^s notoria su dis-
tinguida parsimonia, pobre y regn/ar vestido, sin tener que poner
casa ni sustentar criados, sin más padre ni madre que su mortifi-
cada persona^ {\). Aquí halla, como hallaron todos, desinterés,
pobreza y mortificación religiosa.
Que este juicio y los otros dos de 1759 y 1761 son contradictorios
con el manifestado en 1769 á Bucareli sobre usurpar los Jesuítas lo
que era de los indios, etc., es muy cierto. No pudiéndose concordar
los pareceres del Illmo. Sr. la Torre en las dos épocas, quien examine
las circunstancias de una y otra, verá cuál de los dos dictámenes
es el verdadero y conforme á la realidad: y cuál fué pronunciado
con ánimo desapasionado y en condiciones aptas para acertar. Que es
lo que ha sido preciso decir antes acerca del juicio del Illmo. Señor
Cárdenas.
V
218
LOS GOBERNADORES
A su tiempo hemos probado que los Gobernadores de estas regio-
nes tenían muy bien conocidas las Doctrinas Guaraníes de los Jesuí-
tas, como que frecuentemente entraban en ellas, ó para hacer
padrones, ó para ejecutar visitas; y más frecuentemente aún, llama-
ban de allí las tropas que necesitaban para las guerras, ó las cua-
drillas de trabajadores que empleaban en obras públicas, recibienda
y tratando inmediatamente á los indios, ó conduciéndolos también
por su propia persona á la batalla. Con este conocimiento, dieron
testimonio un gran número de veces del orden, obediencia y buen
gobierno que reinaban en las Doctrinas, del buen estado y aumentos
de sus naturales, y de la fidelidad al Monarca y subordinación á sus
ministros que les infundían los Misioneros: afirmando que no tenía
la nación más prontos y decididos soldados, ni más eficaces auxilia-
res para las obras de utilidad pública, que los indios Guaraníes: y
en virtud de tales informes pudo decir Felipe IV: «-que á estos Misio-
(1) Informe separado sobre Administradores seculares, núm. 14. (Sevilla
Arch. de Indias, 123. 2, 14).
- 335 -
nevos Jesuítas debía más Reinos la Monarquía, queásns armas» (1);
y Felipe V «qne estos indios de las Misiones de la Compañía, siendo
el antemural de aquella Provincia, hacían d mi Real Corona un
servicio como ningunos otros, lo que ya mi Real benignidad les
manifestóy>: y eran «á las Plazas del Paraguay y Buenos Aires
una defensa inexpugnable de muchos aíios á esta parte» (2).
No vamos á enumerar los muchos testimonios que de estos efec-
tos del buen régimen de las Doctrinas dieron en tantos años los
Gobernadores. Baste recordar que el Memorial presentado por el
Padre Burgés al Consejo de Indias, en 1705, en que se referían los
servicios de los Guaraníes que hemos compendiado más arriba (3),
iba acompañado de autos y documentos para justificar cada hecho,
y la mayor parte eran procedentes de los Gobernadores. No hubo
Gobernador que no aprobara y alabara aquel régimen, palpando sus
buenos resultados. Pueden verse en el Apéndice algunos de estos
juicios, sea sobre el buen régimen de los pueblos, sea sobre los ser-
vicios militares de los Guaraníes. Ahora no haremos sino citar algu-
nos de las últimas épocas.
Don Baltasar García Ros, Gobernador del Paraguay, escribía
en un informe al Rey, año de 1707: «No tuve cosa alguna que pre-
venir ó advertir á los Indios [Guaraníes de Misiones] así en lo espi-
ritual, como en lo temporal, sino ordenarles y encargarles que man-
tengan y conserven el buen estado en que se hallan con el régimen
que tienen, mediante la educación, celo y trabajo de los Reverendos
Padres de la Compañía de jesús, á cuyo cargo digna, y debida-
mente se hallan, con copiosos frutos de su fervorosa caridad y pre-
dicación evangélica, con tan feliz efecto en los dichos pueblos, en
cuanto á la cristiandad y modestia, que edifica y causa admiración á
cualquiera persona, que entrase, y viese cualquiera de los dichos
pueblos: con tal modo, que sólo á la vista se hace verisímil, y queda
la explicación corta para los que no llegaren cá ver dichas Reduc-
ciones» (4).
Don Bruno de Zavala, Gobernador de Buenos Aires, decía al
Rey en carta de 28 de Mayo de 1724: «Debo decir á V. M. con una
verdad ingenua y sincera, que es imponderable la sujeción, la
humildad, la constancia de perseverar en todo lo que ocurre en ser-
vicio de V. M. [de los Guaraníes de Doctrinas],., procediendo la
(1) Xarque, Insignes Misioneros, lib. III. cap. IX. núm. 5.
(2) Cédula de 28 de Diciembre de 1743, preámbulo, hacia el fin.
(3j Cap. II. §§ I. 11. III. IV. V.
(4) Charlevoix, Hist. dii Paraguay, t. W. pág. 375, ed. París. M. DCC. LVII.
-336 —
sujeción, y modo de vivir tan observantes en lo que se les impone,
de la buena educación, en que están instruidos por los Padres de la
Compañía, atribuyéndose á su gobierno, economía, política, pruden-
cia, y gran dirección, la conservación de los Pueblos, y la pronta
obediencia de los Indios... Y cuantos sujetos han transitado por ellas
[por las Doctrinas], no acaban de alabar esto mismo... Y aun añado
á su Real consideración, que pudieran ser muy dichosos los tres
Pueblos de Indios, que V. M. tiene en la inmediación de esta Ciudad,
si llevasen el método de los Padres de la Compañía de Jesús...» (1).
Don Juan Vázquez de Agüero, Comisionado especial en 1735
para indagar, viniendo al Río de la Plata, las acusaciones lanzadas
contra los Jesuítas, escribía desde Buenos Aires en 1736 al primer
Ministro D. José Patino: «No es dudable. Señor Excelentísimo, que
el Gobierno de dichos Pueblos [los treinta de Doctrinas Guaraníes],
así por lo perteneciente á lo espiritual, como por lo respectivo á lo
temporal, es el más á propósito para el aumento de aquellos natu-
rales, lográndose á costa de poca fatiga la salvación de muchas
almas, y crecimiento de sus individuos, con el modo con que los
sobrellevan para los trabajos, corrigiéndolos con moderación, y
castigándolos sin exceso, anhelando por la extirpación de los vicios,
sobre que están en continua vigilancia los Padres; y tengo por sin
duda, que cualquier novedad en orden al Gobierno, turbaría mucho
el sosiego, y la sujeción con que viven; y acaso ocasionaría daños
irreparables, en deservicio de ambas Majestades» (2). ¡Ojalá que
Agüero no hubiese salido profeta!
Ciertos informes del Marqués de Valdelirios y de su gran auxi-
liar D. Joaquín de Viana, fraguados primero en Madrid, y expe-
didos luego desde el Río de la Plata á Madrid, para lograr allí la rui-
na de los Jesuítas al mismo tiempo y aun antes que en Portugal (3),
determinaron el mandato de quitar las Doctrinas de las manos de
los Padres de la Compañía, porque repentinamente habían averi-
guado los informantes, y con sus informes había entendido clara-
mente la Corte de Madrid, «qii-e los Padres no cuidaban bien de los
pueblos, ni en lo espiritual, ni en lo teniporaU. Dióse noticia de lo
resuelto á Valdelirios, quien, celoso de facilitar la gran obra, pro-
curó tener prevenidos clérigos seculares y religiosos de San Fran-
cisco, para sustituir á los Jesuítas; y para este fin escribió desde
Doctrinas á Buenos Aires, á fin de pedirlos al Señor Obispo y al Pro-
(1) Supra, lib. I, cap. XIII, § VI.
(2) Chaklf.v. VI. 220.
(3) Supra, Introducción histórica, § ú!t.
-337-
vincial de San Francisco (1). Pero quien estaba encargado de ejecu-
tar la orden, que no era sino condicional, era el mismo que la traía,
que fué el Gobernador y nicas tarde Virrey primero de Buenos Aires
Don Pedro Antonio de Cevallos, el cual, suspendiéndola hasta
evacuar la información que se le había encomendado, resistió tam-
bién á las instancias importunas y reiteradas de Valdelirios, para que
enviase embarcados á España como criminales los once Jesuítas que
tenía en lista, ó por lo menos á alguno de ellos, con lo cual quería
que tuviesen siquiera algún viso de verdad sus precedentes infor-
mes; pues en cuanto á reconocer que habían sido exagerados, clara-
mente lo confesó á un amigo suyo (2). Mas Cevallos respondió que
á él se le mandaba cumplir las dos órdenes, si hallase que las cosas
eran como se había informado; y en especial, en cuanto á enviar á
uno ó varios como criminales, ó culpables de rebelión, tenía instruc-
ción de no ejecutarlo, si los encontraba ó del todo inocentes, ó sólo
con leve responsabilidad, después de ejecutada la investigación.
Hízose ésta, como en su lugar se ha dicho (3), y Cevallos la envió
original al primer Ministro Wall, uno de los autores de las noticias,
y de los más empeñados en la conjuración. La indagación judicial
era de 1759, y al enviarla, escribe Cevallos en 4 de Enero de 1760:
«Por todos los documentos que tengo remitidos á V. E., parece
quedan convencidas con evidencia de inciertas las proposiciones con
que el Marqués de Valdelirios ha intentado imputar á los Jesuítas
de esta provincia la culpa que no tienen, para evadirse por este
medio de los cargos que teme que se le hagan, por la conducta que
ha observado en este negocio» (4). Respondió Valdelirios á los
cargos que se le hacían, pero como la respuesta no satisfacía á los
cargos, y los documentos ponían el asunto mu}^ en claro, Cevallos
escribió nuevamente á Wall, con fecha 26 de Febrero, desde San
Borja: que de los documentos y cartas que con ésta enviaba, y de la
copia de su respuesta al Marqués de Valdelirios, se veía claro que los
informes enviados á Madrid y las voces que por toda esta región se
habían esparcido eran una impostura y una trama de falsedades.
«Conocerá V. E.» son sus palabras textuales «que todo lo que se ha
escrito y esparcido contra estos Religiosos es un puro tejido de
enredos y embustes» (5). Cevallos había enviado igualmente el infor-
me ya dicho del Obispo del Paraguay D. Manuel Antonio de la Torre,
(1) EscANDÓN, Transmigración de los siete pueblos, § XXVI. circa raed.
(2) MuRiEL, Hist. Parag-uaj. Documentos: núm. LXIII. pág. 542.
(3) Supra, Introd. § últ.
(4) Simancas, Estado. 1404.
(5) Simancas, Estsdo, 1404.
22.— Organización social de las doctrinas guaraníes.— tomo ii.
-338-
fechado en la Asunción á 12 de Noviembre de 1759, en el cual el
Obispo expresa que el separar á los Jesuítas de las Doctrinas, aun
en el caso de que se tuviesen á mano otros eclesiásticos para susti-
tuirles, no le parece acertado (1), Y añadió el Gobernador su propio
parecer, de que era tan bueno y conveniente su modo de proceder en
lo espiritual y temporal, que, miradas todas las circunstancias, él
los consideraba necesarios en las Doctrinas. Nueve años después, )■
cuando 3'a se había ejecutado el decreto de extrañamiento de los
Jesuítas, duraba todavía la ira que semejantes declaraciones produ-
jeron en los que estaban conjurados contra la Compañía (2); no obs-
tante que debían considerar que al declarar el General la bondad de
aquel régimen, no había hecho más que expresar lo que durante tres
años tenía experimentado, y lo que habían afirmado contestes cuan-
tos Ministros reales le habían precedido.
VI
219
PLEBISCITO DE LOS INDIOS
Como una especie de censura presentaban algunos el hecho de
que los Jesuítas procurasen librar á los Guaraníes de cuantas cargas
les era posible (3), diciendo que lo hacían por afecto que les tenían. A
lo primero respondían los Jesuítas que se presentase alguna prueba
de haber procurado ellos alivio á los indios por medios no regulares,
y sin justísimos motivos. A lo segundo, concedían llanamente el
afecto, y negaban que el profesarlo fuera culpa de ninguna especie.
«A lo que se dice, respondía el P. Rico en el Consejo de Indias» del
amor que los Jesuítas tienen á sus Indios Guaraníes, desde luego lo
confieso; porque á la verdad, son hijos que engendraron en Cristo á
costa de muchos trabajos, sudores y aun sangre, y conservan hasta
hoy, no á menor costa de pesares y tribulaciones, con la continua
guerra que les hace el infierno» (4).
Si los Jesuítas amaban á los Guaraníes, los Guaraníes á su vez
amaban á los Jesuítas, y estaban contentos y eran felices con su
régimen, mostrándolo en cuantas ocasiones se ofrecían.
(1) Simancas, Est. leg. 1405.
(2) Ibáñez Echavarri, Reino Jesuítico, part. III. art. I.
(3) P. BuRGÉs, Memorial de 1707, ni'im. 8 y 3.
(4) P. Rico, Memorial de 1743, Reparo cuarto.
-339-
El emprender la vida civil, y juntarse muchos en un pueblo, modo
•de vivir tan distinto de su usanza, en la cual cada diez ó doce fami-
lias, y aun menos, formaban tribu aparte; lo hicieron impulsados del
afecto que cobraban á los Padres con la suavidad de su trato. Y una
vez salidos de sus selvas, y empezados á cultivar para que dejasen
sus costumbres bárbaras, se pusieron en manos de los Misioneros
■con tanta voluntad como !o muestran estos hechos, narrados por el
Padre Mastrilli Duran al escribir el anua de 1626, y referir lo que
sucedía comúnmente en todas las Reducciones ya establecidas:
«Cada día, por la mañana, aguardan los Alcaldes y Regidores á que
el Padre acabe su oración, para enterarse de él si hay algo que hacer,
ó para las obras necesarias de la iglesia, ó para utilidad común del
pueblo. Luego que éstos están despachados, acuden los que se han
de ausentar para alguna parte (á no ser á sus chacras, adonde suelen
ir todos los días), para pedir licencia al Padre; y no se ausentan sin
que el Padre lo sepa. Lo cual á todos pone gran admiración, de ver
que unos indios poco ha tan bárbaros, y que ni aun hacían caso de
ley alguna de la naturaleza, en tan breve espacio de tiempo, y con
tanta suavidad, hayan venido á tanto arreglo, que ni los niños de las
escuelas de primeras letras en Europa tienen tanto respeto á sus
maestros, como el que guardan éstos, poco ha salidos de la barbarie,
á los Padres, y á cualesquiera disposiciones quede ellos dimanan,
porque ninguno de ellos se atreve á infringirlas ni en un ápice; no
tanto guiados de temor, cuanto del afecto que tienen á los Padres(l).»
«Es también para ellos el Padre el sumo juez en todas sus contro-
versias y discordias. De modo que cuando alguna de estas cosas se
ofrece, al momento acuden á él con gran confianza; y goza con ellos
el Padre de tanta autoridad, y tienen todos formada tan recta opinión
de la incorruptibilidad de sus juicios, que lo que él decide en favor ó
en contra, eso ejecutan ellos sin dificultarlo ni murmurar (2).» «Los
niños no solamente son de gran satisfacción para sus padres, sino que
sirven de gran consuelo á los Misioneros. Son sumamente dóciles...
A cualquiera de la Compañía, aunque nunca le hayan visto antes, le
aman con increíble afecto y ternura, y á su menor significación obe-
decen; siendo en esto tan eximios, que muchas veces antes que se lo
manden ya tienen hecha la cosa (3).»
Mostrábase de un modo especial este afecto en el gozo con que
recibían á los nuevos Misioneros que llegaban de Europa, y en el
(1) Mastrilli Duran, Litt. ann. pág. 41.
(2) Ibid. p. 43.
<3) Ibid. p. 44.
- 340 -
trabajo que con gran gusto emprendían para conducirlos á sus pue-
blos. Para recibir á cuarenta y tres Misioneros que venían con el
Padre Procurador Gaspar Sobrino el año de 1626, y de los cuales
varios habían de pasar á las Doctrinas, «había ordenado yo» dice el
Padre Provincial «que bajase de la Reducción de San Ignacio del
Paraná, navegando doscientas leguas río abajo, el P. Pedro Comen-
tai, quien emprendió su viaje, acompañado de veinte indios, parte
cantores, parte citaristas. Llegaron muy á punto para obsequiar con
sus cantos, instrumentos, danzas, y otras señales de alegría y con-
gratulación á los expedicionarios. Estos músicos, con otra gran por-
ción de indios de toda edad y condición, repartidos en varias cuadri-
llas y divisiones, luego que llegaron á la orilla del río, corrían unos
á abrazar á los Padres, otros á besarles la mano, ó á pedirles la ben-
dición puestos de rodillas, ó á dar otras muestras de gozo 5' venera-
ción. Saltábanseles á algunos de los Misioneros las lágrimas, con la
abundancia del consuelo, así por ver que una gente hasta poco ha
desconocedora de Cristo nuestro Señor, ahora ejercitaba estas obras
tan propias de cristiano para con los sacerdotes; como por experi-
mentar que los inflamados deseos con que se habían expuesto á tama-
ños riesgos de viajes y navegaciones, hallaban tan pronto estos
gozos por recompensa. Por estos indios fueron los Padres conducidos
al colegio, estando los ánimos de todos llenos de alborozo. Los músi-
cos rivalizaban por obsequiarlos con sus instrumentos y danzas; como
continuaron haciéndolo los días inmediatos siguientes, con gran
admiración de los que presenciaban tanta destreza en gente ayer
tan rústica y bárbara (1).»
Esta costumbre, más ó menos modificada, duraba un siglo más
tarde, como lo vemos en la carta del P. Carlos Cattaneo de 25 de
Abril de 1730 (2j. «Partimos de Buenos Aires» dice «el 13 de Julio
de 1729. Fuimos por tierra á un riacho distante diez y ocho millas,
que llaman las Conchas, y sirve de puerto ordinario á las balsas de
los indios. Quince eran las balsas que nos esperaban, con veinte y
más indios en cada una, los cuales, aunque de diferentes naciones,
eran sin embargo cor nnutn et anima tina, y nos recibieron en son
de fiesta con sus pífanos y tamboriles, extraordinariamente conten-
tos de poder conducir Misioneros á sus tierras.»
Podrá formarse igualmente idea de la resuelta voluntad con que
los Guaraníes querían ser dirigidos en lo temporal, bien así como en
lo espiritual, por los Jesuítas, por la declaración que ante el Gober-
(1) Mastrilli, Litt. ann. p. 15.
(2) MuRATORi, II Cristianesimo felice, vol. I. in fin.
- 341 -
íiador Don Francisco de Céspedes hicieron en 1627 el cacique prin-
cipal con otros indios de cuenta del pueblo recién fundado de la Con-
cepción, á quienes por empeño de aquel Gobernador había conducido
á Buenos Aires el Misionero P. Roque González de Santa Cruz, á
fin de entablar relaciones de paz con los españoles. Hizo con ellos
Céspedes ostentación del poder militar y de la magnificencia de los
españoles, y cuando juzgó sus ánimos bien impresionados, después de
algunos días, los llamó á conferenciar, y entrando á hablarles de lo
•que convenía á los pueblos del Urugua}^ los convidó á que recono-
ciesen el vasallaje á aquel gran Rey de cuyo poder habían visto una
corta muestra. «Respondió, dice el P. Cordara (1), en nombre de todos
el Cacique con libertad y sin rodeos, que lo harían, y con gusto; pero
con la condición de que no se habían de enviar á sus pueblos Corre-
gidores ó autoridades civiles españolas. Que con toda buena fe jura-
rían el vasallaje al Rey de España, y obedecerían al Gobernador de
la Provincia; mas que no querían que se les enviasen otros jueces ni
administradores más que los Padres de la Compañía, que era á quie-
nes vínicamente se habían rendido. Que si se les otorgaba esto, se
hallaban prontos á pronunciar en seguida la fórmula del juramento.»
A nadie puede admirar que propusieran condiciones para reconocer
•el vasallaje al Rey de España, con todos los gravámenes que de él se
les podían seguir, y de hecho se les siguieron, unos indios que nunca
habían sido sujetados por las armas, antes por el contrario, habían
tenido á los españoles en respeto; máxime cuando, por la comunica-
ción con los indios del Paraná, se hallaban enterados de las vejaciones
■que los llamados Corregidores de indios, Administradores ó pueble-
ros, hacían en los pueblos confiados á su cuidado; por las cuales llegó
á juzgar el Oidor D. Francisco Alfaro que eran merecedores de que
los sentenciase á galeras (2); y el Gobernador D. Bruno Mauricio de
Zavala dio testimonio de que «se habían servido de los indios como
»de unos míseros esclavos en los pueblos de indios de la provincia
»del Paraguay, que habiendo sido numerosos y opulentos, están redu-
»cidos (escribía en 1735) cada uno de ellos á un hospital de pocos con-
»valecientes (3).» Así ofrecieron su vasallaje los indios del Uruguay;
y en efecto, así lo querían conservar, y no de otro modo; lo que se
vio muy pronto, cuando el Gobernador Céspedes tuvo la desacertada
idea de enviarles Corregidores españoles para tres Reducciones que
3"a se habían fundado, á pesar de la palabra que solemnemente les
(1) Hist. Soc. les. p. 6. 1. 12. n. 24. Vid. supra, cap. V, § VI.
(2) Ord. 13.
(3) Buenos Aires; Arch. gen. Jesuítas, legajo / Varios/ 1.
-342-
acababa de dar. Puede leerse en el P. Techo ó en el P. Charlevoix
el alboroto de los indios, que estuvieron á punto de matar á los
Corregidores españoles, porque en efecto empezaban á proceder
como era su costumbre; y hubieran sido causa de que se retirasen
definitivamente los indios á sus antiguos refugios, si pronto no les
hubiera sacado de allí el Gobernador. Más claro no podían mostrar
los indios que estaban contentos con ser gobernados por los Misio-
neros, y no por otros algunos; lo cual procedía de tener experimen-
tado que para ellos el gobierno de otros era siempre verdadera opre-
sión y esclavitud.
Este amor de los Guaraníes á los Jesuítas, con la voluntad de
seguir gobernados por ellos, no se desmintió en todo el tiempo que
residieron los Jesuítas en América, Y así, además del hecho referido
al tratar de las encomiendas en el Paraná (1), en que los indios
tanto más se encendieron en el amor de sus Doctrineros, cuanto
mayor empeño se puso en hacer que los desechasen; refiere otro el
Deán del Paraguay D. Gabriel de Peralta, ocurrido en 1647 durante
la visita de Láriz (2). Porque, sospechando los indios que aquel cape-
llán que iba en compañía del Gobernador, se quedaba en alguna de las
reducciones, y con esto se empezaba á sacar de allí á los religiosos,
fué tal el alboroto é irritación que se excitó, que tuvo por bien Láriz
ordenar que se retirase el capellán de las Doctrinas, y volviese atrás
de su viaje. — Y en las alteraciones ocasionadas por el tratado de 1750
en los pueblos del Uruguay, hicieron junta sus caciques, y en ella
resolvieron, y así lo participaron á los indios vasallos de cada uno,
que en todas las cosas tocantes á lo temporal del pueblo se había de
obedecer al P. Cura y cumplir puntualmente sus órdenes, como
siempre desde tiempos antiguos lo habían hecho: y sólo en una cosa
no le habían de escuchar ni hacer caso, que era en lo que les persua-
diese ó mandase en orden á la mudanza y transmigración. Y alga
más adelante, habiendo averiguado que por la orden que había dado
el P. Altamirano, iban á salirse los Padres de sus pueblos y dejarlos
abandonados á su torcida voluntad, tomaron tan á pechos el conser-
var á sus Doctrineros que los gobernasen y les administrasen los
Sacramentos, que entre otras medidas bien ásperas que decretaron,
fué una la de ponerles guardias que de día y de noche les vigilasen,
y no les dejasen ir de una parte á otra sino acompañados de gente
armada (3). Y de esta constante práctica de gobernarse voluntaria-
(1) Supra, cap. V. 5 IV.
(2) Charlevoix, III, Documentos, p. 317.
(3j P. EscANDÓN, Transmigración, § 14.
-343-
mente por la dirección de los misioneros, procedió lo que nota
Doblas (1), cuando refiere que costó mucho acostumbrar á los indios
á que obedeciesen al Gobernador, porque todo lo iban á consultar al
Cura, para saber en cada prescripción cuál era su voluntad.
Los modernos, que tantas veces apelan á la voluntad del pueblo,
y se complacen, al parecer, en resolver las cuestiones por plebisci-
tos, tienen en el caso de los Guaraníes un ejemplo de la verdadera
voluntad de todo un país, que escogía por sus directores á los misio-
neros, dando el más abonado testimonio del acierto de su régimen:
testimonio que, siendo en sí de mucho valor, por ser unánime y con-
tinuado durante ciento cincuenta años, habrá de tener más fuerza
para los que tanto estriban en la voluntad popular.
Y ésta es la solución de uno al parecer grave problema, que ha
preocupado á algunos: el de saber cómo dos solos hombres en cada
pueblo, que venían á ser de sesenta á setenta para más de cien mil
habitantes en las treinta Doctrinas, hallándose inermes, sin cuerpo
alguno de ejército á sus órdenes, eran con todo respetados, mante-
nían la paz, y no experimentaron en siglo y medio sino rarísima vez
las alteraciones de la plebe, que en todo país se dejan sentir. — Con lo
cual coincide el parecer de la curiosa consulta de la Audiencia de
Charcas referida en el libro I, capítulo III, al tratar de los Corregi-
dores españoles: pues sin resolverse á una parte ni á otra sobre poner-
los ó no, pondera las razones por una y otra hipótesis, y al llegar á la
de que no se pongan, muestra que no acierta á entender cómo pueda
estar bien gobernada tanta multitud de gente por unos pobres reli
giosos, é insinúa la especie de que no parece que pueda ser esto, sin
haber en el seno de aquella sociedad crímenes y enorme desconcierto.
La verdad del hecho fué siempre la misma. Lejos estaban de suce-
der aquellos excesos: y con razón decía el Illmo. Sr. Fajardo, Obispo
de Buenos Aires, que no había escándalos públicos, y creía que ni
tampoco privados delitos: pues así era en cuanto á la regla general.
Si algún particular los cometió, se le aplicaron los castigos que com-
portaba la índole de los indios. Y la solución del extraño problema
estaba en el amor de la nación Guaraní á los misioneros. De su mano
recibían con gusto las órdenes, y de ella aceptaban también los cas-
tigos, hasta el mayor, que era el de prisión por largo tiempo: y con
los castigos se enmendaba el culpable y escarmentaban los demás,
sin que dejasen nunca de amar á su Doctrinero, á quien aun en los
castigos reconocían como á padre.
(1) Doblas, Memoria, 26.
CAPITULO XII
LOS LIBELOS
1. Libelos del tiempo de Garavito. — 2. El libelo del abate francés.— 3. El libelo
de Barúa. — 4. El pseudo-Anglés. — 5. El libelo de Pombal. — 6. Libelo del Reino
Jesuítico
Con el nombre de Libelos se examinarán, en este capítulo, los
escritos que tratan de las cosas de Doctrinas, pero en que se falsean
y desfiguran los hechos y se desacreditan los indios ó los misioneros,
conociéndose ser éste el objeto principal de la obra. Es imposible
analizarlos todos: cosa que ni aun el P. Sommervogel ó el P. Ca-
rayón han llegado á hacer en cuanto á la enumeración" porque la
materia del Paraguay ha ocupado infinitas plumas. Mucho menos
hay que creer que sea el actual trabajo completa refutación de
ellos. Se limitará únicamente á mencionar y dar noticia de algunos
de los que fueron más ruidosos en su tiempo, haciendo breves ob-
servaciones sobre ellos.
220
LIBELOS DEL TIEMPO DE GARAVITO
En el tiempo en que el Oidor D. Andrés Garavito de León fué
Visitador, para apaciguar los disturbios del Paraguay, por los años
de 1651 y siguientes, dio decreto de que se testasen é inutilizasen
ciertos acuerdos del Cabildo secular de la Asunción con otras actúa-
- 345 -
ciones que habían dado ocasión á ellos, como escritos calumniosos,
indignos de estar en los libros capitulares. La sentencia se cumplió:
y hoy mismo pueden verse los libros originales en la Asunción, donde
aparece bien clara la ejecución de lo mandado. Pero aquellos acuer-
dos no desaparecieron, sino que se conservaron como oro en paño en
manos de los enemigos de los Jesuítas, 3^ se imprimieron: é impresos
se volvieron á divulgar en Madrid cuando la expulsión de Car-
los III.
Lo que decían de las Doctrinas contenía varios capítulos.
Que en ellas había oro 3" minas que los Padres disfrutaban y
escondían: de que se ha dicho n. 68.
Que los Padres damnificaban á la provincia del Paragua3", porque
tenían secuestrados muchos indios que eran de encomienda, núme-
ros 169 y 172.
Que no se guardaba el Patronato, nn. 96 3^97.
Que no se pagaban diezmos, n. 101.— Y era extraño que no repa-
rasen que ni la forma de patronato que pretendían, ni los diezmos,
eran observados tampoco (porque en efecto ninguna de estas dos
cosas obligaba por entonces) en las doctrinas de los PP. Francisca-
nos,que estaban á las puertas de la Asunción.
Que había cien mil indios. — De la visita que entonces mismo aca-
baba de ejecutnr el Gobernador Láriz resultaron sólo treinta 3' cinco
mil, n. 135.
Que habían defraudado al Re3^ cuatrocientos mil pesos huecos,
por cobrar sínodo veinte años sin ser Curas de Doctrinas por falta
de la misma forma de Patronato, nn. 96 y 97. — Sacaban la cuenta de
que cada año se cobrasen veinticinco mil pesos huecos, que en veinte
años de 1624 á 1644 son 200 mil. Ni aun la aritmética andaba bien,
pues ni había igual número de reducciones desde 1624: ni cuando
más sínodo hubo, que sería desde 1635, llegó á siete mil pesos de
plata, que hacen 21 mil de los huecos. — Y fueran pocos ó muchos,
eran dados por voluntad del Re3', y á quienes eran legítimos párro-
cos, 3'' no tenían otro medio de sustentación: y por renuncia de ellos,
se les daba sólo la tercera parte de lo acostumbrado.
Que defraudaban otro millón 3' medio de pesos, echando la cuenta
más corta, en otras varias partidas, que se enumeraban por antojo:
diez mil indios de tributo (que todavía no era obligatorio) (n. 46) á
cinco pesos, son cien mil pesos por año: en veinte años, dos millo-
nes, etc.
Cuentas del gran Capitán. — Cuanto mayor pobreza, más fantasía
de riqueza.
346
II
221
EL LIBELO DEL ABATE FRANCÉS
A principios del siglo xviii escribió cierto abate francés una Me-
moria ó Relación en que describía á su modo, falsamente en cuanto
á los hechos, y torcidamente en cuanto á las interpretaciones, las
Misiones del Paraguay, y la presentó á lo que se dice, á Mr. de Pont-
chartrain. Después procuró introducirla con los artificios y mala
suerte que narra el P. Rodero, n. 111, en la Corte del Rey de España.
Publicóla en francés y en latín en Holanda; y también en Holanda
se reimprimió en francés al final de los viajes de Mr. Frézier á la
América meridional, aunque advirtiendo que no era obra del mismo
Frézier. — El libelo está calculado para desacreditar á los Jesuítas y
hacerlos sospechosos al Monarca de la nación donde habitaban, en las
cosas que son más delicadas de todas: los tributos á laRealHacienda
defraudados, y la usurpación de jurisdicción, y aun alzamiento
armado para formar un estado independiente. Con fruición aco-
gieron el libelo los jansenistas: lo reprodujeron en sus publica-
ciones de «Z,t's Jésiiites marchands, etc.»; y anduvo corriendo por
varias naciones una gran parte del siglo xviii, hasta que vino á des-
hancarlo y dejarlo como anticuado el folleto de Rombal, que no era
sino repetición de la mayor parte de sus calumnias.
Pueden verse los asertos de ese libelo refutados en el P. Rodero
ya citado, núm. 127. Aquí se enumerarán las principales falsedades
que contiene: Que los pueblos eran cuarenta 3^ dos.
Que había trescientas mil familias.— Serían un millón y quinientas
mil almas: cifra que hubieran deseado fuera verdad los Jesuítas;
pero de la cual había que quitar el millón y cuatrocientas mil.
Que la casa parroquial con la huerta tenia una extensión de
sesenta arpents, ó sesenta hectáreas, cuando la realidad es que
apenas tendrían dos ó tres.
Que cada familia de las trescientas mil rentaba por lo menos á
los Padres unos cincuenta francos anuales: cuando la renta no era
sino de pesadumbres y solicitudes. Y por un nuevo prodigio de arit-
mética, aun admitidos los datos falsos de las trescientas mil familias
\' cincuenta libras anuales: al multiplicar estas dos cantidades entre
- 347 -
sí, resultaban, según el libelista, no un millón y medio, sino cinco
millones de pesos, renta anual.
Que otro millón por lo menos sacaban los Padres vendiendo
3'erba del Paraguay. — Contando que fuera de la crt«mm/,á tres pesos
arroba, necesitaban bajar á los puertos cada año más de trescientas
mil arrobas: número que ni en cincuenta años se llegaba á cumplir.
Que podían poner en ocho días sesenta mil hombres sobre las
armas.— Para lo cual no bastaba armar aun á los niños de pechos:
sino que era menester enviar á la guerra á las mismas mujeres.
Pero como éstas eran las sandeces que se devoraban en Europa,
con tal que fueran contra los Jesuítas. Y éstas se entretenían en
propagar y reimprimir en castellano los rebelados de la Asunción
hacia 1733.
III
222
EL LIBELO DE BARÚA
Por el mismo tiempo se esparcía una carta del Gobernador Don
Martín de Barúa al Consejo, la cual, por no parecer tan desaforadas
las falsedades que enuncia, y por ser la persona que la escribía
Gobernador del Paraguay, podía esperar más crédito, y en realidad
tenía más apariencias de verdad. Su contexto está reproducido al
principio de la Cédula grande, núm. 108: y la refutación completa y
contundente puede verse en el Memorial del P. Provincial Jaime
Aguilar, entre los Documentos de Charlevoix.
Finge que los indios de tributo eran cuarenta mil. — No llegaban
á quince mil: y lo podía él saber fácilmente; pero prefirió discurrir
torcido.
Que los indios no tenían reconocimiento al Rey ni á sus Gober-
nadores.— Cuánta fuese por el contrario su obediencia, y cuan útil,
se ha mostrado, nn. 41 á 45, y 143 á 150.
Que los Misioneros habían puesto las Doctrinas distantes de las
ciudades por evitar el trato de los españoles —Era mucha malicia
junta con vergonzosa ignorancia de la Historia: pues los Misioneros
fundaron en los mismos parajes donde moraban los indios bárbaros:
y más bien, con ocasión de las invasiones de los paulistas, habían
acercado los pueblos á la Asunción.
Que había prohibición de tratar con los españoles,— lo que era
una impostura.
- 34S -
Que en el pueblo de San Ignacio guazú había puerta para que no
entrase nadie sin licencia del Párroco, — lo que era otra impostura.
Que los indios de la jurisdicción del Paraguay, hacía mucho
tiempo que no habían hecho servicios al Rey: — siendo así que habían
estado dos años con las armas en la mano contra los rebeldes del
Paragua}^: aunque quizá esto no lo contaría por servicio un ánimo
como el suyo, según le arguye el P. Aguilar.
Que en las Cajas de Buenos Aires se habían dejado de pagar del
tributo de los indios nada menos que tres millones de pesos 3' dos-
cientos mil pesos más. — Pura falsedad que fácilmente pudo compro-
bar el mismo informante, si hubiera querido, pues constaba en
dichas Cajas, y se exhibió certificado, de haber pagado año por año
el tributo que se debía.
Que los Padres del Paraguay mantenían inteligencias para estor-
bar la acción de los legítimos ministros reales: y expresamente acu-
saba como culpables de favorecer injustamente á los Padres, al
Virrey del Perú, y al Obispo del Paraguay. — Acusaciones indignísi-
mas y sin pruebas: é injurias contra personas de tanto respeto, máxi-
me saliendo de un hombre como lo eraBarúa, de sospechosa fidelidad.
Examinada maduramente la causa, como se ha dicho, núm. 108,
fueron declaradas estas sindicaciones por «/«/sas calumnias é impos-
turas de Baritas .
Otros libelos de menos fama esparciéronlos vecinos rebelados de
la Asunción por aquellos años: entre los cuales es uno el auto de 7 de
Agosto de 1724, trazado en borrador en el momento de salir á hacer
resistencia á las tropas del Rey, y escrito y firmado muchos días
después (1), en donde se amontonan cuantas falsedades y conceptos
injuriosos contra la Compañía podía producir la malevolencia y la
pasión. Otro, la carta del Cabildo secular enviada al Illmo. Fajardo,
que dio ocasión á su Informe al Consejo de Indias en 1724. Pero estos
escritos no tuvieron resonancia sino dentro del mismo Paragua}-.
IV
^^^ EL PSEUDO-ANGLES
Algo más conocido fué, aunque tampoco lo fué mucho, un
Informe atribuido á D. Matías Anglés y Gortari, Juez examinador
(1) Declaración del escribano Ortiz de \'ergara.
- 349 -
de testigos, enviado por la Audiencia de Lima, para recibir las últi-
mas probanzas sobre los hechos de D. José de Antequera en la ciu-
dad misma de la Asunción. Supónese en este Informe que, despa-
chada su comisión, y remitidas las declaraciones de los treinta
testigos que hoy paran en el Archivo de Indias (1); tuvo escrúpulos
de conciencia sobre lo que había actuado: y en vez de dirigirse á
quien debía para remediar el daño, se dirigió á la Inquisición, con
un memorial ó Informe, en que dice las mayores maldades de la Com-
pañía y del Obispo Illmo. Sr. Palos. Lo más probable es que el
Informe no es del autor á quien se atribuye. Sea de quien quiera,
está plagado de falsedades.
Que los indios son ciento sesenta mil, que jamás hubo.
Los pueblos treinta y cinco ó treinta y seis, no siendo sino treinta.
En el pueblo de San Juan del Uruguay había treinta mil habi-
tantes, cuando apenas habrá habido ocasión en que tuviera cinco
mil.
Que cada año vendían ciento veinte mil arrobas de yerba, siendo
así que rara vez llegaban á nueve mil.
Que difícilmente habría mercader de tanto tráfico en todo el
Reino. — Lo cual es por virtud de las partidas que él finge, no por
virtud de la verdad.
Que llevaban los Procuradores á Roma como cuatrocientos mil
pesos. — Sería preciso suplir trescientos setenta mil de la fantasía ó
del caudal del autor; pues lo que llevaban era unos treinta mil pesos
cada seis años, como se puede ver hoy en las cuentas existentes en
el Archivo general de Buenos Aires.
Que los indios no tenían propiedad ni uso de nada: — se ha mos-
trado lo contrario nn. 62, 64, 65.
Que eran indios cobardes: — por eso les buscarían los Gobernado-
res para las funciones de guerra, 3^ les temerían los rebelados de la
Asunción, nn. 143-147.
Que los indios no saben lo que se vende ni lo que produce: — siendo
todo al revés, como se vio en los nn. 76. 129, 4°
Que la provincia religiosa del Paraguay era la más rica de la
Compañía; — cuando aun los mismos enemigos más declarados de los
Jesuítas, como el expulso Ibáñez, la llaman la más pobre de América.
Que los indios están mal enseñados en la religión:— y no los vio:
V los Obispos, que los visitaban, dan testimonio de que en ninguna
parte hallaban más instrucción, ni más práctica de la religión.
<í) Sevilla, 123. 5. 14.
- 350-
Que los religiosos extranjeros vienen sin licencia del Rey y contra
Cédulas:— en que muestra su mucha ignorancia; v. n. 148.
Que eran incapaces de aprender el idioma:— justamente dicen los
que tenían experiencia que eran los que más se señalaban en él: y lo
prueban los ejemplos del P. Bandini, Aragona, Pompeyo, Restivo.
Que visten, y se tratan con suma miseria los Jesuítas por avaricia:
— y sin embargo afirma que viven con gran regalo y comodidades.
Que de su propia autoridad mueven guerras:— y se ha visto que
nunca se movieron sino por autoridad de los Gobernadores, nn. 144
á 147.
Que los Jesuítas españoles de Europa están enredados en todas
las dichas usurpaciones 3' crímenes: los extranjeros vienen contra las
leyes y son inútiles en las Misiones: y sólo los españoles criollos son
los útiles; pero están excluidos de cargos:— impostura tan manifiesta,
como que siendo los naturales del país apenas la quinta parte de toda
la provincia del Paraguay, había de ellos un crecido número de
Superiores.
Propone al fin algunos que llama remedios: entre los cuales, uno
es que no se permita que vengan Misiones de Europa: — medio sin
duda propio para que se arruinasen las Doctrinas, y no se pudiesen
llevar adelante las nuevas conversiones, que entonces mismo se esta-
ban verificando en el Chaco: lo que prueba la poca religión y mucha
impiedad de quien escribió el libelo.
Lleva el libelo la fecha de 1731: y se dice dirigido á la Inquisición
de Lima, y comunicado por ésta á la Suprema Inquisición de Madrid,
en cuyos Archivos se había hallado.
Y es muy de reparar que el tal Informe se publicó, no en España,
sino en Portugal, á raíz de la expulsión de los Jesuítas de aquel reino,
é inmediatamente se tradujo al italiano, y muy luego al alemán: de
suerte que aparece ya en el año 1761 en la colección de libelos titu-
lada Sammlung der neuesten schriften welche die Jesuiten in
Portugal betreffen, tom. III, pág. 226 y sigg. Ocho años des-
pués se publicaba en Madrid en la Colección general de Documentos
contra los Jesuítas, año 1769, al fin del tomo III.— No deja de ser
sugestivo el hecho de que Pombal dispusiera tanto tiempo antes de
los Archivos secretos de España; y no de cualesquiera Archivos,
sino de los mismos de la Inquisición, cuando se trató de infamar á
los Jesuítas del Paragua}-.
-351
V
224
EL LIBELO DE ROMBAL
El libelo escrito con el título de Relacao abreviada da repú-
blica QUE os Religiosos Jesuítas das provincias de Portugal e
Hespanha estabelecerao nos dominios ultramarinos das duas
MoNARCHiAS, fué el que más cundió por todo el mundo, reproducido
en millares de ejemplares, y vertido en todos los idiomas.
No es de pequeña importancia tener presentes los falsos cargos
que acumuló contra los Jesuítas del Paraguay ese libelo famoso,
publicado por el ministro de Portugal, Sebastián Carvallo, marqués
de Pombal; pues á pesar de renovar especies mil veces condenadas
en juicio como falsas, y aun habiendo sido condenado, en España pri-
mero por el Consejo Real de Castilla, después por la Inquisición, y
últimamente por decreto Real de Carlos III; fué no obstante una
centella voraz que empeñosamente se esparció por todas las nacio-
nes, vertido á todos los idiomas, sin perdonar á gastos: y sus false-
dades y hasta sus palabras vinieron á constituir el Evangelio de los
enemigos de los Jesuítas: y aparecen reproducidas á cada paso en
muchos de los juicios posteriores.
Titúlase el libelo: <í-Relación abreviada de la república que los
religiosos Jesuítas de Portugal y España Jian establecido en los
doininios ultramarinos de entrambas monarquías; y de la gíierra
que han movido y sustentado contra los ejércitos españoles y portu-
gueses: formada conforme á los registros de los secretarios de los
dos principales Comisarios y plenipotenciarios y á otros documen-
tos auténticos^) «(RELAgAO abreviada da república que os religiosos
Jesuítas das provincias de Portugal e Hespanha estabelecerao nos
dominios ultramarinos das duas monar chías: e da guerra que nelles
tem movido e sustentado contra os exercitos hespanhoes e portugue
ses, formada pelos registros dos secretarios dos dous respectivos
principaes commissarios e plenipotenciarios e por outros documen-
tos auténticos. >■>)
El solo título, como se ve, contiene tres calumniosas imposturas:
la de haber establecido los Jesuítas estados independientes dentro
- 352 -
de los dominios de España y Portugal: de haber movido guerra con-
tra españoles y portugueses: y de haberla sustentado. — Falsedades
desvergonzadas, como la mayor parte de las que se contienen en el
libelo: pero muy acomodadas para ir realizando el plan convenido
casi á un mismo tiempo en Madrid y en Roma por los impíos (1), de
los cuales era como vocero aquí el despótico ministro Pombal, de
abrumar de acusaciones á la Compañía de Jesús, procurando indis-
ponerla con los soberanos temporales y con los superiores eclesiás-
ticos, representándola como enemiga de unas y otras autoridades.
Efecto de este plan fué que el libelo infamatorio, con no con-
tener sino 28 páginas en 4.*^ mayor, con más siete en que se enume-
ran cinco capítulos llamados Pontos Principaes, de fingidos excesos
de los Jesuítas; y con no tratar sino en la mitad de su contenido de
los Jesuítas del Paraguay, influyese no obstante en contra de los
Jesuítas más que ningún otro escrito de los muchos que se publica-
ron con aquel dañado intento: parte por presentarse como pieza
oficial de la Corte portuguesa, y con la apariencia de haber sido
tomada de fuentes verídicas, mezclando con arte las más desafora-
das falsedades con las correspondencias que realmente existieron ó
pudieron existir; parte por valerse, para acreditar las impostu-
ras, de la lejanía de las tierras desde donde se referían los hechos, lo
que ayuda por la ignorancia que de remotas partes hay; parte por la
dificultad de procurarse informes verídicos, acrecentada en aquella
ocasión de industria, con los estorbos que se pusieron para que no
llegasen á Europa los informes de los Jesuítas. Y en efecto, sin con-
tar con la frenética divulgación que se procuró de él por toda Europa,
y aun ordenando que quedase en el Archivo municipal de todos los
pueblos de los dominios portugueses: éste fué el Memorial que se
presentó al Sumo Pontífice Benedicto XIV para que nombrase Visi-
tador que corrigiera los excesos calumniosamente atribuidos á los
Jesuítas.
No es lugar este de hacer la refutación de las calumnias de la Re-
lación Abreviada. Puede verse bien cumplida en la Declaración
DE la Verdad del P. Cardiel; y también en el Apéndice de Docu-
mentos del P. Charlevoix adicionado por el P. Muriel, n. LXIII, con
el título de Recurso de los Jesuítas del Paraguay al Tribunal
de la Inocencia y de la Verdad, donde juntamente se ponen de
manifiesto las sandeces que encierran los Puntos Principales, que
son un indigesto fárrago de textos en que campea la ignorancia y la
(1) Nonkll: El P. Pignatelli, lib. T. cap. IL
-353-
mala fe.— Lo único que aquí se hará será dar breve noticia de los
cargos que en el libelo se hacían, y que después fueron repetidos y
lo son aún en el día por los enemigos de los Jesuítas, á pesar de estar
patentemente convencida su insubsistencia.
Según el libelo, establecieron los Jesuítas tres cosas que llama
Máximas, con suma impropiedad, pues no eran dictámenes algunos
prácticos del entendimiento, sino prácticas ó costumbres que falsa-
mente les atribuye: 1° Prohibición de que entrase en las Doctrinas
ningún Obispo, Gobernador ni persona que tuviese representaciói\
de las autoridades civiles ó eclesiásticas: y que igualmente se pro-
hibió la entrada á cualquier español particular. 2.° Prohibición de
hablar idioma español, ó cualquier otro que no fuera el Guaraní. 3.**
Catecismo en que enseñaban á los Guaraníes que en la tierra no
había más superior á quien se hubiese de obedecer, que los mismos
Jesuítas: de modo que los indios no tenían noticia de que hubiese
Rey, ni vasallaje, ni leyes, y creían que sólo había obligación de
obedecer á lo que les mandasen los Padres. — Estupendas y descara-
das falsedades, pues acababan de ser declaradas públicamente por el
Re}' Felipe V en la Cédula grande las continuas Visitas que hacían
á las Doctrinas los Obispos y Gobernadores; y el mismo Rey expresa
en dicha Cédula que nunca habían prohibido los Jesuítas el idioma
español, sino que los indios hablaban el suyo Guaraní, por apego
natural que le tenían; y que en ninguna parte de sus Estados era
mejor observado el vasalbije y la jurisdicción así real como eclesiás-
tica: y la obediencia al Re}^ constaba á los portugueses por los sitios
de la Colonia, en los que nunca habían faltado los Guaraníes, que más
de una vez decidieron la toma de aquella plaza.
A continuación de las tres desaforadas falsedades decoradas con
el título de Máximas, pone el libelo otras tres cosas, que denomina
Axiomas inculcados incesantemente por los Jesuítas á los indios.
1.*^ Que todos los blancos seculares eran hombres sin ley, sin leli-
gión, sin más Dios que el oro; que llevaban el demonio en el cuerpo, y
eran enemigos de los indios y destruidores de las imágenes. — Seme-
jantes dislates no los enseñaron nunca los Jesuítas: ni los Guaraníes
de Doctrinas tenían por tales indistintamente á los blancos; pero
fuerza es confesar que la fingida descripción es un retrato bastante
parecido de lo que, no ya los Jesuítas, sino una tristísima experien-
cia de largos años había hecho que viesen los indios en los Mamelu-
cos del Brasil, que eran éntrelos portugueses á quienes más cono-
cían: y en quienes la enemistad contra los indios, la inhumanidad, la
codicia y la irreligión corrían parejas. Habían asolado comarcas
23 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo ii.
- 3Ó4 -
enteras; habían dado muerte y cautivado centenares de miles de
indios: habían destruido y pegado fuego á sus iglesias, y convertido-
las en letrinas, y se habían ensañado con las imágenes de los santo>.
No era mucho si de tales blancos tenían los indios Guaraníes un con
cepto semejante al que expresa el libelista. — 2.° Que los Jesuítas
enseñaron á los indios por principios generales un odio implacable
contra los blancos seculares, como consecuencia de la idea que les
habían hecho formar de ellos: y que en virtud de tal odio, les enseña-
ban entre otras cosas á que al verlos muertos, les cortasen la cabeza
para que no revivieran, porque si los dejaban con cabeza, les hacían
creer que cobrarían otra vez la vida por arte diabólica. — Paparrucha
más estólida y pueril no puede inventarse. Harto sabían los por-
tugueses que los Guaraníes no tenían odio, sino gran amistad con el
español, en cuya compañía tantas veces militaron contra el portu-
gués. Y si á los portugueses tenían aversión, era justificada por sus
perpetuas invasiones y atropellos: y no pasaba de la aversión con
que se miran los enemigos de la patria, ni era inspirada por los
Jesuítas, sino por las malas obras que de los portugueses del Brasil
habían recibido. En cuanto á la curiosa especie del cortar la cabeza
á los enemigos, sólo la supina ignorancia ó la refinada malicia del
libelista podía achacársela á los Jesuítas. Antes que viniera ningún
Jesuíta á Sud América, y antes que hubiera Jesuítas en el mundo,
era ya costumbre arraigada entre los indios cortar la cabeza al ene-
migo para triunfar con ella. Y eso no sólo cuando el enemigo era
blanco, sino del mismo modo cuando era indio ú otro cualquiera. Y
no sólo estaba introducida esta costumbre en la raza Guaraní, sino en
todas las del continente sud-americano; y lo que más es, en las tri-
bus de negros del África. Quizá podría persuadir el libelista á sus lec-
tores que también á todas estas regiones habían ido los Jesuítas á
inculcar la portentosa razón que alegó. — 3.° Que los Jesuítas
habían industriado á los indios en el manejo de las armas de fuego,
y en tal cual género de defensa de sus tierras. — Mas esto no era
misterio para nadie, ni introducción de los Jesuítas, sino mandato del
Rey de España, pues en virtud de su Cédula de 14 de Febrero de 1647
fueron declarados soldados fronterizosparacontenerlas invasiones de
los portugueses del Brasil; y en otras posteriores les mandaba ejer-
citarse en el manejo de las armas, inclusas las de fuego. — Agrega
aquí el libelista una calumnia nueva, que jamás tuvo más pruebas ni
fundamento sino el ánimo dañado de infamar á los Jesuítas, diciendo
que«/^s introdujeron ingenierosdisf razados conla sotana, par a que
formasen á los indios campos, y les fortificasen los pasos más difí-
- 355 -
ciles^ del mismo modo que se practica en las guerras de
Europa-». Ni hubo ingenieros, ni campos, ni fortificaciones al estilo
de Europa en toda la resistencia armada de los indios á transmi-
grarse; sino defensas que hicieron reír á los militares entendidos, en
parajes donde con poca diligencia se podía haber detenido á cualquier
ejército, por numeroso y bien pertrechado que fuera; de suerte que
justamentejiel poco partido que sacaron de las defensas naturales,
colegían los peritos la falta de cabeza que había entre los indios.
Después de la peregrina invención de las mal llamadas Máximas
y de los titulados Axiomas, sigue la narración de los hechos de 1753
á 1756 en el Paraguay, que se presentan unos falsamente inventados,
otros desfigurados, otros abultados, como lo demuestran los autores
citados arriba.
Vienen luego los puntos principales anexos á la rela^ao abre-
viada, y son los cinco capítulos siguientes. — 1.^ Que los Jesuítas
usurpan la libertad de los Guaraníes, y los han hecho esclavos. Se
necesita atrevimiento para sostener tal afirmación sin pruebas: y
aparentando ser pruebas de ella las Bulas de los Sumos Pontífices y
Cédulas de los Reyes de España, cuando precisamente muchas de
ellas fueron dadas contra los portugueses del Brasil que esclavizaban
los indios Guaraníes, reducidos y defendidos por los Jesuítas. Des-
vergonzada é inicua impostura en que el reo acusa á la víctima. —
2.° Que usurpan los bienes de los indios. — Por toda prueba se citan
las leyes que prohiben usurpar los bienes de otros. Debió persua-
dirse el libelista de que sus lectores verían con suma claridad este
raciocinio: las leyes prohiben usurpar los bienes de los indios: luego
los Jesuítas son unos usurpadores. Vergüenza y hastío causa el leer
tales enormidades. — El cargo, después de averiguado judicialmente
largos años, había sido declarado falso, y calificado de impostura en
la sentencia del Rey D. Felipe V de 1743, punto 4.'^: en que se declara
como todos aquellos bienes se emplean en beneficio de los indios: y
además de tener cada indio sus bienes particulares propios, llevan
los mismos indios exacta cuenta de la administración de los bienes
comunes del pueblo: «j' asegura el Reverendo Obispo que fué de
Buenos Aires D. Pedro Fajardo, que visitó dichas Doctrinas, no
haber visto en su vida cosa más bien ordenada que aquellos pueblos,
ni desinterés semejante al de los Padres Jesuítas; pues para su
sustento ni para vestirse, de cosa de los indios se aprovechan: con-
viniendo con este informe otras noticias no de menor fidelidad^. —
3." Que usurpan la perpetua cura de las parroquias. — Igual prueba
que para las anteriores, es decir, ninguna. Cita las prescripciones,
— 356 —
bien ó mal interpretadas, que, según él, les prohiben en ciertas cir-
cunstancias ser párrocos; pero en cuanto á la existencia de las cir-
cunstancias, se calla, porque habría de confesar que los Jesuítas
nunca fueron pcárrocos perpetuos, sino amovibles: y que en las regio
nes del Río de la Plata, no sólo no había clero secular bastante para
tomar las Doctrinas de los regulares, sino que ni aun había el sufi-
ciente para las parroquias decristianos viejos. — Además, los Jesuítas
estaban en las Doctrinas no como usurpadores, sino por presentación
del legítimo patrono, que era el Rey de España; é instituidos por el
Obispo de cada diócesis. — 4.° Que usurpan el gobierno temporal de
los indios. Sigue el mismo método cómodo, de probar que los Jesuítas
son malos, puesto que en el mundo existen leyes que prohiben á los
hombres ser malos, sin otra prueba más. — Parece que en esto como
en todo, se empeñó el libelista portugués en menospreciar la senten-
cia que, después de un maduro examen de ocho años, había pronun-
ciado poco antes el Rey Felipe V, con presencia de \o^, expedientes
antiguos y de los informes presentes, tomados en los mismos parajes:
en la cual se declara que los indios Guaraníes tienen sus autoridades
de entre ellos mismos, nombradas unas por su propio Cabildo seglar;
otras por el Gobernador de la provincia puesto por el Rey; y que
aunque en estos nombramientos intervengael consejo de los Jesuítas,
no por eso son éstos los gobernantes, ni ejercitan jurisdicción alguna
temporal: como igualmente declara con respecto á la administración
temporal que quiere «s^ continúe lo practicado desde la primera
reducción de estos indios ^con cuyo consentifniento,y con tanto bene-
ficio de ellos, se han manejado los bienes de comunidad , sirviendo
sólo los Curas Doctrineros de directores, tnediante cuya dirección
se embaraza la mala distribución y mala versación que se experi-
menta en casi todos los pueblos de indios de uno y otro reino». —
5.^ Finalmente, que los Jesuítas usurpan el comercio terrestre y
marítimo de los mismos indios. — No necesitaba de refutación este
último capítulo, porque como los demás, no tiene más prueba sino la
cita de textos, pertinentes ó no, que á juicio del libelista lo prohiben:
textos, que á mayor abundamiento, están mal interpretados y peor
aplicados, como lo demuestra individualmente el autor del recurso
citado arriba, y por tanto, para una afirmación sin pruebas, basta
una simple negación. — Ni á los Jesuítas del Paraguay se les probó
nunca que ejerciesen comercio ó negociación prohibida; )' eso que no
faltó quien lo intentase judicialmente, pero le faltaba la verdad y las
pruebas; ni fué otra cosa lo que hacían en las Doctrinas sino vender
lo superfino para comprar lo necesario; ni fué en provecho suyo, sino
- 3ó7 -
•en provecho de los indios, de los cuales por leyes reales estaban cons-
tituidos tutores y protectores. No merecía esta obra de caridad
haber sido tan impíamente desfigurada, presentándola como delito.
Pero es que el anónimo libelista aparentaba estar persuadido de que
los indios no necesitaban de semejante tutela ni dirección; y que
eran tan constantes, hábiles y expertos para manejar y administrar
todos sus bienes, como cualesquiera europeos; porque así lo dijo Pli-
nio, según él dice en el punto cuarto. Y si Phnio lo dijo, sin duda que
hicieron mu}^ mal los Reyes de España cuando sin hacer caso de
autoridad tan respetable, encomendaron á los Jesuítas el cuidado
temporal de los indios; por más que la experiencia mostrase que <íine-
diante aquella dirección se euibarasa la mala distribución y mal-
versación que se experimenta en casi todos los demás pueblos de
indios de uno y otro reino-» . — Lo lastimoso es ver insertas todas
estas inepcias, indignas de un hombre de razón, en la Pastoral del
Cardenal Patriarca de Lisboa, condenatoria de los Jesuítas, exacta-
mente como están en el libelo, sin añadir ni quitar.
Tan enormes eran los despropósitos contenidos en el monstruoso
folleto de la Relación Abreviada, que no faltaron quienes pensa-
ran en un principio en estos países de América, donde se veían tan
patentes las falsedades, que había sido obra de alguien que se había
querido divertir, inventando acusaciones disparatadas contra los
Jesuítas, para dar á entender que no tenían más fundamento los
otros cargos que se divulgaban contra ellos. Pero bien pronto
les desengañó de ser en verdad el libelo propalado por la corte de
Lisboa, el empeño como frenético que ponían los portugueses en
difundirlo, inundando con sus ejemplares el campamento español de
Don Pedro de Cevallos en el territorio de Misiones Guaraníes; y
experimentaron cuan estupenda es la credulidad vulgar en los desas-
trosos efectos que aquellas calumnias producían.
Lo que hacía en este caso el Comisario portugués Freiré en
América, lo estaba ejecutando asimismo en España y en toda
Europa el mismo Rombal, disponiendo que se distribuyese profusa-
mente aquel escrito, y enviándolo á todos los ministros extranjeros, y
á las comunidades religiosas de los dominios de Portugal; y que se
remitiese también un buen número de ejemplares á Roma, para
ofrecerlos á todos los Cardenales, además del que hizo presentar al
Papa por su embajador Almada,
El Consejo Real de Castilla, deseoso de prevenir las resultas de
tan descaradas calumnias, ordenó que se quemase públicamente el
libelo por mano del verdugo. Este decreto lleva la fecha de 4 de
-358-
Abril de 1759. Y existe el testimonio de haberse verificado la quema
el día siguiente, 5 de Abril.
En 13 de Mayo siguiente, el Inquisidor general, D. Manuel Quin-
tan© Bonifaz, prohibió la lectura de la Relación Abreviada so
pena de excomunión.
Acordó además el Gobierno español que se imprimiese la infor-
mación auténtica recibida de oficio en el Río de la Plata por D. Juan
Ignacio de Lacoizqueta, Vicario general de Santa Fe, en la que se
prueba con testigos de vista, ser verdad todo lo contrario de lo que
la Relación Abreviada afirma.
El mismo Carlos III, luego que ocupó el trono de España, con-
denó el infame libelo por su decreto de 19 de Febrero de 1761 (1).
VI
225
LIBELO DEL REINO JESUÍTICO
Por el mismo tiempo se estaba fraguando otro engendro mons-
truoso de la falsedad y del odio. Bernardo Ibáñez de Echavarri,
natural de Vitoria, admitido en la Compañía de Jesús, había dado
tan mala muestra de sí, por su carácter díscolo y su lengua maldi-
ciente, que fué expulsado de la Religión en España. Arrepentido de
su proceder, acudió al P. General, quien le volvió á recibir, vistas
las muestras de enmienda, con condición de que pasase á las Misio-
nes de Indias; y así vino al Paraguay en la expedición de Misioneros
del año de 1755. Pero vuelto á sus mismas faltas, fué nuevamente
despedido; de lo que se quejó agriamente, y puso todos los medios
que le parecieron oportunos para dejar sin efecto la dimisión, acu-
diendo al Obispo, al Comisario P. Altamirano, y al mismo marqués
de Valdelirios, aunque todo sin fruto. Poseído de grandísimo enojo,
aprovechó las ocasiones de dañar á los Padres de la provincia del
Paraguay, para lo cual halló sazón oportuna en la terrible persecu-
ción que contra ellos se había desencadenado. Cayóle en las manos
el libro de las Visitas y Ordenes de los Provinciales á las Doctrinas,
que, como expresa el P. Cardiel (2), había en todos los pueblos, y
con este libro y con algunas noticias superficiales que adquirió en su
(1) Zarandona, i. 42. 43.
(2) Brkv. Rkl. VI, 4.
-359-
breve estancia en Doctrinas, escribió un gran volumen contra los
Jesuítas del Paraguay (1), con los cuales procura involucrar A todos
los Jesuítas, \^ en particular al P. General de la Compañía.
Pretende probar en él que el Paraguay es, en el estricto sentido
de la palabra, un reino independiente, cuyo rey es el P. General de
la Compañía de Jesús.
Que por eso tiene rentas: y éstas son de un millón de pesos
anuales por sólo las Misiones ó Doctrinas. Lo prueba: porque el
producto de Doctrinas es más de un millón de pesos al año: el gasto
en pro de las mismas Doctrinas apenas llega á veinte mil pesos:
luego el millón entero va al P. General. Dos imposturas en la mayor
y en la menor, que conocía Ibañez bien ser falsas; para concluir una
desaforada calumnia de que los Misioneros se trasforman en otros
tantos sacrilegos u.surpadores. Sus cuentas para sacar el millón son
que cada año se vendían ciento cincuenta mil cueros. Ya se ha visto,
número 72, que no se vendían cada año ni mil quinientos. De modo
que los cuatrocientos cincuenta mil pesos de Ibáñez no llegan ni á
cuatro mil quinientos. De yerba dice que se venden cada año cin-
cuenta mil arrobas: impostura manifiesta, cuando constaba por tes-
tigos y por registros de Oficiales reales que apenas llegaban á nueve
mil arrobas anuales, teniendo licencia para doce mil. Otra vez sus
ciento cincuenta mil pesos se desvanecían, convirtiéndose en veinti-
siete mil y menos. Y aunque se les agregase otro tanto de artículos
que allí enumera, algodón, tabaco, etc., que jamás daban tanto como
la yerba, suman todas las partidas juntas cincuenta y nueve mil
pesos: y éste es el millón soñado por el libelista. Alargando los
cálculos de la Cédula grande, por ser algunos informes exagerados,
se da como producto ordinario el de cien mil pesos; que todos se
consumen en las Doctrinas y en beneficio de los Indios. Pero al falso
calumniador le convenía fingir, para herir.
Discurre luego el libelista con igual fidelidad empeñándose en
probar con citas unas veces truncadas, otras mal interpretadas, que
el P. General de la Compañía dispone lo que se ha de hacer en las
Doctrinas como suprema autoridad civil, criminal y militar. Inútil
es ir siguiéndole en sus divagaciones. En su propio lugar se ha
demostrado cómo en Doctrinas se guardaba toda subordinación al
Rey de España y á sus autoridades en lo temporal: y cómo, después
de examinada la materia en juicio contradictorio, el mismo Rey se
declaró satisfecho, y dio testimonio de que <^con hechos verídicos se
(1) Ibáñez DE EcHAVARRi, Reino Jesuítico del Paraguay, por siglo y medio
negado y oculto, hoy demostrado y descubierto. Madrid, 1770.
— 360 —
justifica no haber en parte alguna de las Indias mayor reconoci-
miento á mi dominio y vasallaje, que el de estos pueblos: ni el real
patronato y jurisdicción eclesiástica y real tan radicadas». Foco
importa que ánimos cavilosos como el del expulso, torturen los textos
para sacar de ellos lo que no hay, y declaren que ellos no están satis-
fechos, estándolo el Monarca.
Aunque con distinto orden, 3^ valiéndose de distintos raciocinios,
se ve que Ibáñez, á quien es imposible aquí seguir en su difuso libro,
pretendió hacer verídicas las mismas falsas aseveraciones del libelo
de Pombal: del cual él mismo dice al principio de su Reino, que «wo
probaba tanto como se proponía». Pero se lisonjea el expulso de que
él tenía demostraciones con que «le dejase totalmente bien probado
su intento». Y siendo, como en efecto son, todas sus demostraciones
del g-énero de la que se acaba de analizar del millón, fundadas en
hechos fingidos por la acalorada fantasía, cuando no salen del abuso
de los textos, lo que es muy frecuente: bien se ve que poco auxilio
le había de haber traído á la Relación Abreviada la cooperación
de Ibáñez.
El expulso mismo atestigua que escribió el libro en San Nicolás,
donde se hallaba como capellán de una de las partidas demarcado-
ras. Es muy probable que en su composición tuviera alguna parte el
marqués de Valdelirios, que allí se hallaba entonces, á quien no
dejaría Ibáñez de comunicar, como á protector suyo, lo que iba
trabajando: y verdaderamente que algunos de los párrafos del libro
se resienten del espíritu de suspicacia que domina en toda la corres-
pondencia de aquel ministro, que tuerce las obras más santas 3' las
más sencillas palabras de los Jesuítas para encontrar en ellas miste-
rios de iniquidad. Lo que sí es cierto que Ibáñez, ya vuelto á España,
mostró su libro á D. Ricardo Wall, que todos saben cuánta parte
tuvo en la conjuración contra los Jesuítas: y éste no pudo menos de
reconocer en el nuevo libelo un instrumento sumamente acomodado
para sus fines: por lo cual lo retuvo: 3' quizá también puso en él
algo de su cosecha. Hallándose en este tiempo Ibáñez á la muerte,
tuvo remordimiento de lo que había escrito, 3^ quiso inutilizarlo,
para lo cual dio autoridad á su confesor á fin de que, registrando
sus papeles, tomase el manuscrito y lo entregase á las llamas. Pero
muerto el enfermo, el confesor no halló el libro, que acaso nunca le
había devuelto Wall. Llegó el año de la expulsión de España, y poco
después, en 1770, por diligencias de Wall, se imprimió el libro en la
imprenta Real. Pronto fué traducido al francés, al italiano 3' al
alemán: 3' se difundió como tantos otros escritos divulgados en gran
-361 -
número contra los Jesuítas. Las precedentes noticias en cuanto al
arrepentimiento de Ibáñez fueron publicadas por el P. Diosdado
Caballero en su obra Gloria Posthuma Societatis, pág. 94, ed.
Romae, 1814, donde añade: «De esta sincera mudanza de ánimo de
Ibáñez tuve noticia en Madrid por N. Alaba, agustino, varón de
grandísima autoridad, y que había sido amigo de Ibáñez, y testigo
de lo dicho.»
No es de callar que en el libelo se trata muy mal á los extranjeros
que con vocación de Dios iban á las Misiones, mostrando suma igno-
rancia de las disposiciones con que el Rey de España los admitía.
Ni tampoco la enormidad de afirmar que fué comprado el insigne
Muratori para que escribiese en alabanza del Paraguay: «se alquiló
una pluma de luds alio vuelo en la persona del célebre Muratori,
bibliotecario del Duque de Módena, y dio á luz en italiano una obra
titulada «11 Cristianesinio Felice-», etc.y>. Así entendía el maldi-
ciente libelista todo lo que tocaba á los Jesuítas.
Del libelo del Reino Jesuítico hizo una plena refutación, desme-
nuzándolo punto por punto, el P. José Cardiel, aunque varias inves-
tigaciones hechas con el objeto de encontrarla, no han tenido hasta
ahora éxito favorable. De la existencia de ella consta, así por el bre-
vísimo compendio que de ella imprimió el P. Domingo Muriel en su
Historia Paraguajensis, como por la descripción detallada que hace
el P. Luengo en sus Papeles Varios, donde afirma que con senti-
miento suyo no pudo trascribirla por ser escrito demasiado largo.
Otros muchos escritos acerca de las cosas del Paraguay son
igualmente susceptibles de ser considerados como libelos; y entre
ellos algunos cuvos asertos se examinarán después entre los juicios.
El último de los que han escrito por el estilo de Ibáñez y juntamente
usando del mismo libro que él como documento de prueba, es el abo
gado paraguayo Dr. Blas Garay, sobre el cual puede verse la Intro-
ducción al P. Cardiel. Pero sería interminable tarea la de examinar-
los y aun enumerarlos todos.
CAPÍTULO XIII
POETAS
]. El P. Vaniére.— 2. El P. Florentino de Bourges.— 3. Chateaubriand. —
4. Otros poetas.— 5. Pauw.— 6. Estrada.— 7. El consejero de Bucareli.
Otro género de escritos es necesario examinar que versan sobre
las Doctrinas del Paraguay, y pueden dar lugar á engañarse en el
verdadero concepto que se ha de formar de ellas. Son los que, al tra-
tar del estado en que se hallaban los Guaraníes de Doctrinas, ó de lo
que de ellos se podía conseguir, se han dejado llevar de la fantasía,
en vez de tomar por norma la fría realidad; y, de este modo han pin-
tado de lo que fué ó hubiera sido un cuadro, en el que todo está exa-
gerado en bien ó en mal, é induce á errar al que lee, como involun-
tariamente erró el autor. De éstos tratará el presente capítulo.
226
EL P. VANIERE
Al hablar de poetas que tratan del Paraguay, no puede menos
de ofrecerse al pensamiento el celebrado P. Jaime Vaniére. En su
conocida obra Praedimn Rusticuiii dedica el final del canto XIV á
ensalzar á los cristianos de las Misiones del Paraguay, que, siendo
antes feroces salvajes, han venido á ser un modelo de piedad cris-
-363-
tiana, y un ejemplar admirable de gobierno político. Y en esta
segunda parte en especial es donde la poesía desfigura la realidad.
En versos verdaderamente virgilianos hace mención el poeta de
los Guaraníes de Doctrinas, y dice que al tratar en lo que lleva
escrito del libro XIV de las abejas, cualquiera que conozca las Doc-
trinas del Paraguay, habrá creído que de ellas estaba hablando. Y en
efecto, toda su descripción y elogio supone que los Guaraníes vivían
en comunismo, como el de la república de las abejas: idea equivo-
cada, como consta de los números 58 y 60. Por eso dice que no tenían
linderos en los campos, cuando cada uno tenía su campo propio. Que
todo lo llevaban á los graneros comunes, siendo así que lo que cada
uno cultivaba para sí, no tenía nada que comunicar con los bienes
del pueblo.
Afirma que el gobierno lo tienen los más ancianos: lo que no es
exacto: pues el gobierno pertenecía al Cabildo secular y al Corre-
gidor, que eran nombrados con autoridad del Gobernador: y así
tampoco es exacto que se rija aquella gente puramente por consejo
y prudencia y no por derecho, como dice: «Consilio, non iure, senes
dominantHry>\ ni que la única potestad fuera la que daban la expe-
riencia y los años: ««& anuís una potestatem facit experientia
rertunyy, como no lo es la frase poética, pero no verdadera, de «/zo-
ntines proprinm qiii nil potiiintiir et nsn-Cnnctatenent^ .
Inexacta es la razón que da de educarse los niños en la escuela:
pues lo primero, no era aquél algún modo nuevo ó extraño de edu-
car, para que se le note como cosa especial; siendo así que era el
modo ordinario de todas las naciones, que envían los niños á la
escuela por algunas horas, y las demás los tienen con sus propias
familias: y aun el llamar «prendas comunes» á los niños no parece
digno ni exacto: pues en ningún sentido eran ni se considera-
ban los hijos de cada familia como cosa común. La razón de edu-
carlos con más cuidado de lo que se suele en otras gentes en la
escuela, era, no la dada por el poeta, ^para que no se fie á la dili-
gencia privada de los padres de familia lo que constituye la espe-
ranza de todo el pueblo-»; sino otra menos poética, la de que si se
fiaba al cuidado de cada familia, su desidia y flojedad dejaba al niño
sin educación: y así era menester suplir lo que á los propios educa-
dores faltaba.
Inexacto es asimismo que hubiera absoluta igualdad entre todos
<íaeqiia, pares inter, sunt oninia^: pues había nobleza de los caci-
ques, autoridad de los oficiales civiles y militares: dignidad de los
empleos que tenían relación con la iglesia.
-364-
En lo que acertaba plenamente el poeta era en resumir el estado
de las Doctrinas con aquellas frases ^Fausta sibi... saecla fliiiint ,
regnantque per illos. ¡ Alma fides, pax et pietas et copia rernui».
lí
EL P. FLORENTINO DE BOURGES
En el tomo VIII de las Cartas edificantes francesas, página 535)'
siguientes se publicó una relación de las Misiones del Paragua}',
escrita por un religioso que viajaba para pasar á otro continente.
Era un Padre Capuchino, quien lleno de la mejor voluntad de elo-
giar aquellas Misiones, se fió de las noticias que le hubieron de dar
personas no bien informadas: y entre las cosas edificantes que des-
cribe, mezcla errores grandes y conocidos de geografía, que pueden
hacer temer á los lectores que, así como se equivoca en lo que está
más á la vista, así suceda otro tanto en cuanto á las noticias de reli-
giosidad y piedad que refiere. Ésta debió ser la causa por la que en
alguna nueva edición se suprimió esta carta. Por lo menos la tra-
ducción castellana del P. Davín (1), se explica en estos términos:
«Omití en el tomo antecedente una carta que hace mucha honra, en
particular á nuestros Misioneros y Misiones del Paraguay. Su autor,
religioso de una orden sumamente respetable y digna de venera-
ción, es piadosamente pródigo desús elogios: se exhala su afecto en
cada rasgo de su pluma: y llegan á faltarle términos para explicar
el celo de los Misioneros y la piedad de los indios. No entibia mi
silencio el agradecimiento, ni disuena la omisión de la buena armo-
nía. Entregó el autor su original mismo al P. Bouchet en las Indias
orientales, y éste remitió copia de él al Padre encargado de recopi-
lar las cartas. Son muchas las faltas que contiene de geografía. Sus
cómputos de distancia no concuerdan entie sí, ni con los mapas más
modernos. Hizo últimamente el mismo viaje desde Buenos Aires á
Chile un caballero de mucha erudición y verdad: y por su amor á las
buenas letras y á la obra de las cartas edificantes y curiosas, tan
útil al público como aplaudida de los sabios, me convenció de las
muchas faltas de la carta: 3' me determinó con sus razones (que
(1) Cartas edificantes. Tomo IX, Madrid, 1755, pág. 4.
- 365 -
puedo producir) á suprimirla. Sacrifico, pues, á la verdad el lisonjero
gusto que nos .resulta de sus elogios, quedando muy impreso en el
corazón el reconocimiento y el afecto». (Pág. IV).
De la sobredicha carta sacó un trozo de descripción que tras-
cribe en su Genio del Cristianismo (Chateaubriand), al tratar de las
Misiones del Paraguay.
Tuvo la misma entre las manos Muratori, cuando componía su
Cristianesimo felice, y no quiso usar de sus noticias, por juzgarla
demasiado pintoresca y poética y no tener seguridad de que concor-
dase con los hechos.
III
CHATEAUBRIAND
Con saber que el Genio del Ci-istianisíno de Chateaubriand es una
obra que, si bien escrita en prosa, participa en gran parte de poesía:
y que en él, al hablar de las Misiones, dedica un largo capítulo de
dos párrafos á las del Paraguay, parece que estaba dicho que su
pintura había de ser poética más que histórica. Empero, aunque á
primera vista aparezca así, 3' entren en el cuadro escenas que pro-
ducen la impresión de hacer creer que fueran pinturas ideadas por la
fantasía: es lo cierto que todos sus relatos son conformes á la realidad,
tal como la muestran los documentos, salvo alguna que otra inexacti-
tud de menor importancia. Ha de atribuirse al parecer esta especia-
lidad al esmero del autor en tomar todos sus datos de la Historia
del P. Charlevoix, como puede verse haciendo el cotejo: y aun buena
parte del capítulo está copiada literalmente de dicha obra. Sólo aña-
dió, pues, Chateaubriand el tinte poético, el cual, callando lo defec-
tuoso, hace formar idea más alta de lo que luego revelan los hechos.
Equivocaciones notables son la de estar prohibido aprender la
lengua española, que nunca se prohibió; la de confundir al Fiscal,
que era el que convocábala gente á la doctrina, con no sé qué empleo,
encargado de llevar registro de los guerreros y elegido por los
ancianos: y el Teniente, que era el segundo del Corregidor, con el
Alcalde de niños. Para algunas otras, le ha dado fundamento el
Padre Charlevoix. tales son la de la propuesta hecha por los prime-
ros Jesuítas Cataldino y Mazeta al Rey de España, del plan de las
228
-366-
Misiones, plan y propuesta que nunca existieron; la de la penitencia
pública; la de presentar el texto del Illtno. Fajardo como si afirmara
que ni en un año se comete un pecado mortal.
IV
22Q
^^^ OTROS POETAS
Pudieran citarse algunos otros poetas, aunque no lo sean en toda
su exposición ó relato: y en general, puede decirse que todos los que
escribían sobre las Misiones sin pasión y después de haberlas visto,
tenían algo de esto. A la verdad, el espectáculo que ofrecía aquel
pueblo (tan diferente de lo que suelen ser los demás de naciones civi-
lizadas) con sus costumbres especiales descritas por los historiadores,
y que se han analizado en esta obra, y muy distintas de las de una
tribu salvaje; arrebataba la admiración, para no atender más que á lo
bueno, y no dejaba reparar en los defectos. Estos sólo eran adver-
tidos por los que allí iban con mala voluntad contra los Padres, quie-
nes por desacreditarles, pintaban las faltas mucho mayores de lo
que eran. De aquí, y de la costumbre corriente de enviar á Europa
cartas edificantes, refiriendo sólo las cosas que podían producir
buena impresión y excitar directamente á la virtud (manera de escri-
bir que trascendía en aquel tiempo aun á la historia misma, como no
se tratase de faltas públicas y manifiestas), procedió el que se enu-
merasen las buenas cualidades de los habitantes de Doctrinas, sin
referirse apenas sus defectos. Y esto llegó á hacer imaginar que
aquélla era una región encantada, y formó el ideal poético de las
Reducciones, que, si bien encerraba líneas verdaderas, era, no obs-
tante, en el conjunto, pintura no conforme con la realidad.
V
^^^ PAUW
Hasta aquí se ha dado alguna muestra de la poesía y descripción
ideal, que elogiando desmedidamente las Doctrinas, hizo formar de
- 367 -
ellas concepto equivocado por exceso. Ahora se verán ejemplos del
caso contrario.
Será el primero el del literato que oculto bajo del seudónimo de
P***, dio á luz en 1768 y 1769 dos tomos intitulados, Investigaciones
acerca de los americanos: y más tarde se supo ser el holandés
Mr. Cornelio Pauw.
Habla el autor con gran desenfado de los escritores que han tra-
tado la materia antes que él: y propone sus juicios con un dogma-
tismo tal, que no parece sino que tuviera asegurado el don de la
infalibilidad. — Cuando en el cuerpo de la obra pretende explicar
el modo como se formó la provincia del Paraguay, emite la más pe-
regrina de las teorías, dándola por hecho averiguado y corriente. —
Dice que el Paraguay estaba desierto hasta que llegaron á él los
Jesuítas. Debieron hallar que era territorio acomodado para ensa-
yar sus planes: y tomando varias multitudes de indios que había en
el Gua3"rá, en el Paraná, en el Uruguay, los empujaron hacia donde
habían resuelto fijarse: y no pararon hasta colocarlos en el centro
del Paraguay. Pugnaban aquellas tribus (que á lo que dice el autor
componían hasta sesenta mil almas) por escapar y volverse á sus
tierras nativas; pero la reconocida sagacidad de los Jesuítas halló
modo de imposibilitárselo, cerrando todas las salidas. Después de
matarlos de hambre á puros ayunos, lograron obligarlos á trabajar
la tierra: y de esta manera, en el trascurso de unos cincuenta años,
organizaron una nación, si bien ésta no ha salido todavía de la infan-
cia.— Véase si podía resultar el género más poético.
No contento con la lección magistral que en esta parte había dado
sobre los orígenes del Paragua}^ á todos los historiadores pasados
y venideros, y excitado por un amigo, que le persuadió, dice él, que
no podía omitir un artículo sobre las Misiones del Paraguay en una
Historia de América y de los americanos; dedicó á este punto una
carta especial, número 4. Y si precedentemente se había mostrado
admirable en el manejo de la fantasía, no lo fué menos en esta se-
gunda ocasión.
La geografía de Pauw es enteramente nueva, como recién fra-
guada en su imaginación. Según él, en el Paraguay, Uruguay }'
Guayrá, no había Guaraníes: y fueron los Jesuítas los que los tra-
jeron al Paraguay, sin que el autor diga de dónde, ni sea posible
saberlo. Los Guaraníes, molestados por los Jesuítas, iban á presen-
tar sus quejas en el Cuzco. Los Chiquitos fueron traídos por los
Jesuítas al Paraguay, para aumentar el número de los habitantes de
sus reducciones. Varias de las Doctrinas guaraníes se hallaban
- 368 -
situadas en el Obispado de Santiago del Estero. La ciudad de Cuensa
(parece que quiso decir Cuenca), vistió de luto por la muerte de
Antequera.
No menos asombrosas son las noticias históricas de PauAv. —
Empezando por los números, en que parece que tiene menos lugar
la invencii'm, y se acredita más la diligencia del escritor, afirma Pauw
que en 1609 había en el Paraguay ciento diez y seis Jesuítas, cuando
según los catálogos que aun ho}'' se conservan, no pasaban de se-
tenta y cinco entre Chile, Tucumán y Paraguay, que entonces esta-
ban juntos: y dice que tenían ocho conventos (colegios) y dos
residencias, cuando no había más que un colegio, el de Santiago de
Chile. Dice que se consumía anualmente en América meridional la
yerba del Paraguay en cantidad de ciento sesenta mil arrobas, cuando
lo ordinario era no pasar ni aun llegará cien mil. Que la yerba se
vendía á precio de veintisiete pesos fuertes arroba, cuando no pasaba
de dos pesos la ordinaria, y tres la excelente. Dice que las ciento
sesenta tnil arrobas eran exportadas por los Jesuítas, cuando de las
Doctrinas no salían sino de nueve á doce mil arrobas, y las demás,
de cuarenta á ochenta mil, eran puestas en el mercado por los veci-
nos de la Asunción.
Ya no parecerá extraño que haj'a menos exactitud en otras
materias en que tiene más libre el campo la fantasía. Pauw afirma
que los Jesuítas fueron los que pusieron la ley de que no pudiese
entrar en Paraguay ningún extranjero; siendo así que eso estaba
prohibido por la ley española antes que los Jesuítas pensaran en ir
al Paraguay. Sobre este falso supuesto, dirige á los Jesuítas mil
improperios, llama á la ley bárbara y contraria al derecho de gentes,
etcétera. — Pero lo más curioso, 3' en que se juntan á un tiempo las
fantasías históricas con las geográficas, es la relación de Pauw sobre
los sucesos de don José de Antequera. Según él, Antequera salió de
Chuquisaca con una Provisión de la Real Audiencia en que se le daba
comisión paia visitar las Doctrinas de los Jesuítas, 3' corregir los
abusos, de que había graves quejas en aquel Tribunal. Acompañábale
su Alguacil mayor, Juan de Mena. Llegado á las cercanías de las
Doctrinas, envió avisó á los misioneros, haciéndoles presentar junta-
mente la copia de la Provisión. Respondiendo los Padres que no le
querían recibir, persistió en entrar; pero se encontró con una tropa
de indios armados que le acometieron, hirieron malamente á Juan
de Mena, y hubieran muerto á Antequera, si no se hubiera escapada
con toda celeridad. Así que, sin haber podido entrar en el Paragua3'',
tuvo que retirarse: é inmediatamente después fué sentenciado á
- 3Ó9 -
muerte, por los informes de los Jesuítas.— Fabricada en la fantasía
esta patraña, en que todo es falso y desatinado, sin haber en ello un
átomo de verdad, desahof^a Pauw su facundia en una serie de excla-
maciones é interrogaciones contra los Jesuítas, combatiéndolos no
de otra suerte que pudiera hacer el hidalgo manchego con los moli-
nos de viento, después de habérselos imaginado feroces gigantes. —
Quien ha tenido fantasía para poetizar de esta manera sobre un
suceso conocido de cuantos han saludado al menos los elementos de
la historia americana, no es extraño que leyera en las Bulas de
Benedicto XIV la peregrina especie de que este Papa condena á los
Jesuítas por haber esclavizado á los indios guaraníes.
A pesar de todo lo que acaba de verse, Pauw afirma con mucha
seriedad que no ha asentado ni asentará en su trabajo más que he-
chos ciertos, incontestablemente verdaderos, que nadie podrá jamás
desmentir.
Pauwr se queja de que se haya hecho caso de la relación del
P. Florentino de Bourges, que califica de piesa lastimosa: pero sin
duda que no pensó que se le haría mucho favor en colocarle á él
mismo en el género de aquella relación; pues al fin el P. Florentino,
si desbarró en la geografía, no lo hizo así en lo demás, que es lo que
se observa en el escritor de Amsterdam. Piensa que la posteridad se
asombrará le3^endo su historia: y acierta en ello; aunque por
diverso motivo del que él asigna. En su tiempo el P. Francisco
Iturri hizo terrible anatomía de los asertos de Pauw sobre los indí-
genas americanos, al rebatir el primer tomo de Muñoz. Por lo que
toca á sus noticias del Paraguay, ha sido necesario ponerlo entre
los poetas, para no suponer que fué un voluntario engañador.
VI
ESTRADA ^*
Otro ejemplo será el escritor argentino Don José Manuel Estrada.
Doloroso es para el que esto escribe haber de sombrear en algo la
memoria de tan insigne varón, que al fin de la vida fué en su patria
el abnegado y glorioso adalid de la causa católica. Pero es forzoso
hacerlo, una vez lanzadas á la publicidad sus obras, escritas por la
mayor parte en sus primeros años, y saturadas de ideas malsanas, de
24. Orcíaxizacióx social de las doctrinas guaraníes.— tomo ii.
— 370-
que por desgracia no estuvo exento el autor hasta mucho más tarde.
Y no es dudable que él mismo, si viviendo se hubiese hallado en el
caso de dar á luz nuevamente sus obras, jamás las hubiera publicado
tales como estaban, sino que por su propia mano hubiera corregido
lo que con menos consejo escribió primero; ó no pudiéndolo corregir
él, hubiera agradecido que otro hiciese reparar las inexactitudes y
errores, que, donde quiera que se encontrasen, no podían menos de
producir perniciosos efectos en sus lectores, expuestas, como lo están,
con todo el ardor de una equivocada convicción, y con todo el ímpetu
de una facundia arrebatadora, y acompañadas de las más sinceras
protestas de amor al catolicismo.
Fué Don José Manuel Estrada en su juventud ardiente partidario
de las doctrinas liberales; y todas sus obras escritas en aquella época
están resabiadas del funesto influjo de tales ideas, que en ciertos
puntos desviaron su entendimiento de la verdad, ayudando á ello la
viveza de la fantasía. En varios de sus trabajos ha tratado de las
Misiones del Paraguay; y aun tenía intención de publicar una His-
toria del territorio de Misiones, obra para la cual iba acopiando
materiales, pero que no llegó á terminar, ni aun la tenía muy ade-
lantada, habiendo quedado de ella sólo alguno que otro capítulo des-
arrollado. Donde más largamente examina la materia es en sus
Lecciones de Historia Argentina, en Los Comuneros del Para-
guay, y en Conferencias sobre Historia Argentina.
Empieza Estrada por entonar un himno de alabanzas al Misio-
nero Jesuíta, que en el Paraguay se expone á todos los peligros de la
naturaleza y de la barbarie del hombre, para lograr su fin de reducir
las almas á Dios, introduciéndolas en el gremio de la santa Iglesia ca-
tólica. A renglón seguido declara que el régimen de las Misiones era
substancialmente vicioso, comunista, monstruoso, contrario á la na-
turaleza, que quitó el vigor y atrofió las energías de la raza Guaraní.
Asienta dogmáticamente los hechos sin dar prueba, ni referir
autoridad, sino á lo más enunciando que podría probarlos. Así afirma
que el sistema de los Jesuítas era una máquina montada sobre el
comunismo. Que los Jesuítas se empeñaban en demostrar la bondad
del comunismo forzoso en la sociedad, con textos de la Sagrada
Escritura. Que tenían aquel régimen por absolutamente perfecto y
aplicable á todas las sociedades. Que no había estímulo para el tra-
bajo. Que la Compañía de Jesús era un instituto degenerado. False-
dades todas, pero que da como supuestos verdaderos, y de ellas se
sirve para formar raciocinios y deducir consecuencias con el mismo
aplomo que si fueran verdades incontrovertibles.
-371-
Dice que los Misioneros eran unos santos: y que eran de moral
relajada, aprobando ó consintiendo los excesos para atraer á los
neófitos. Que estaban llenos de caridad evangélica, y que oprimían
á los indios con despotismo siempre creciente, y despojaban de
los bienes á sus doctrinados. Y aunque es opinión de todos que los
Jesuítas, no eran en modo alguno ignorantes ó necios, sino muy avi-
sados y diestros para acomodarlos medios á sus fines; el señor Es-
trada juzga lo contrario, y dice que, obsesos por el fin, estaban casi
ciegos para penetrar en el espíritu esencial de sus medios: y que su
sistema era una utopia, íiua quimera, un delirio.
El entendimiento no puede conciliar esos extremos: santidad y
moral pervertida: caridad evangélica y opresión y despojo: talento
práctico y delirios: sociedad viciada y héroes de sacrificio y abnega-
ción: porque son cosas contradictorias entre sí. Pero lo que no puede
en esta materia el entendimiento, lo puede la fantasía. Antes bien,
esta diversidad tan grande de conceptos, tomándolos por separado,
ha dado ocasión al escritor para inspirarse en entusiasmos líricos
por los Misioneros, para execrar con todas las energías de su alma
el comunismo, y dolerse de la triste suerte de los indios, y lanzar su
anatema contra un régimen tan duro, contrario á la humanidad y á
la ley natural.
Ni sólo son las Misiones del Paraguay las que se han visto tratar
de régimen opresor, delirio y quimera: ni la Compañía de Jesús la
que ha salido de la pluma del señor "Estrada como manchada por
la misma herejía protestante que combatía, y ejecutora de las utopias
comunistas de Múnster: sino que al igual de ellas, resultan repre-
sentadas la Orden de San Francisco, y en general, las Ordenes men-
dicantes, como si fueran principios naturales de las sectas comunis-
tas. La España del siglo xvi, en que florecían la industria y la
navegación, que asombraba al mundo con la sabiduría de sus Doc-
tores, y lo llenaba con el esfuerzo y las empresas de sus guerreros;
es á juicio del señor Estrada, una nación sin vida y sin fuerzas, en
pleno estado de decadencia.
Los prejuicios liberales y el culto de la forma democrática, á la
cual todo lo subordinaba, habían ocupado de tal manera la mente del
señor Estrada, que no le dejaban emplear el entendimiento, y sobre
todo la imaginación, sino para acomodar á su ideal los hechos, sea
acertando, sea errando. Ojalá que como se ha dicho arriba, hubiera
revisado él mismo sus estudios en los últimos tiempos, en que iba
rectificando cada vez más sus ideas, y asegurándose en la verdad
católica. Por falta de esta última corrección, su juicio sobre los
— 372 -
Jesuítas, que prometía ser, y debía serlo en la intención del autor, ud
sólido estudio histórico, ha resultado un amontonamiento de para-
dojas, pura obra de fantasía.
VII
^'^^ EL CONSEJERO DE BUCARELI
Hase visto en su propio lugar cuan lleno de falsas ponderaciones
y utópicas promesas estaba el plan de Bucareli y sus ofrecimientos
á los caciques Guaraníes: y cómo parecía increíble que un hombre
siquiera de mediana experiencia y juicio se atreviese á hablar con
tal desahogo en una materia en que obraba sin conocimiento de
causa. Pero se disminuye este asombro para dar lugar á otro mayor,
cuando se lee el documento que hasta hoy ha permanecido ignorado,
y aun ahora mismo conserva incógnito el nombie de su autor, con-
sejero sin duda que inspiró á Bucareli aquellas promesas 3' sueños
dorados, que en su misma presencia se convirtieron en tristísimas
realidades. Hállase este documento en la colección de Ángelis de
Río- Janeiro: y lleva por título principal el solo vocablo de Planta,
añadiendo más abajo otros tres: «Medio que parece facilita lo ivipo-
sible ó dificultoso de la empresa.» «Principios del nuevo estableci-
iniento de los pueblos de la provincia del Paraná y Uruguay» y
9. Principian los pueblos d convertirse y quedar en pueblos de espa-
ñoles.» El primero de estos apartes enumera varios arbitrios que
parece fueron los primeros que quiso probar Bucareli; el segundo los
cambia sustancialmente, poniendo en lugar de ellos justamente las
prescripciones que por fin quedaron en el plan: y el tercero expresa
los frutos portentosos que por este medio se iban á conseguir. Y para
que aparezca en toda su luz la ficción poética que en este prenuncio
se encerraba, será conveniente ponerlo aquí á la letra.
«Frutos del nuevo establecimiento de los pueblos de la provincia
del Paraná y Uruguay
«Establecidos los pueblos con arreglados y bien considerados esta-
tutos, se espera el fruto, así como se espera de unas tierras limpias
y desiertas, que entran los hortelanos á cultivarlas }' labrarlas,
-373-
<:ogiendo en término de pocos meses las legumbres, al año las mines
tras, y la fruta de los frutales árboles en sus respectivos tiempos,
según sus especies. En término de pocos meses después del estable-
cimiento de los pueblos, se hallarán ya aquellas gentes con las pri-
meras luces de la lengua castellana: y al año, sabrán rezar las ora-
ciones y Doctrina cristiana: á los tres años, habrá buenos lectores,
escribientes y contadores: á los seis, buenos gramáticos: y á los trece
ó catorce, muchos sacerdotes, muchos instruidos en la mercancía,
otros de Corregidores: y en el Cabildo toda la Justicia y Regimiento
y demás Jefes militares. Y por lo que toca al mujerío, del mismo
modo: porque aquellas primeras que fueron traídas á esta ciudad y
remitidas ya á sus pueblos, instruirán á otras: y así irá la instrucción
abrazando al pueblo.»
«Principian los pueblos á convertirse y quedar en pueblos
de españoles
«Todos los indios jóvenes é indias que se sacaron de sus pueblos
para la educación y enseñanza, como se tiene dicho, y fueron remi-
tidos á sus respectivos pueblos, los debemos precisamente considerar
á unos de Corregidores de sus pueblos, otros de Justicias, otros de
Regidores, otros de Administradores, y otros de Jefes y Oficiales
militares: y últimamente á otros en la alta dignidad sacerdotal.
¿Quién, pues, ya en estos tiempos y términos no considerará y llana-
mente confesará que lo más de lo que tenemos dicho en los puntos
antecedentes de la desidia de los indios, sea ya incompatible con la
nueva crianza y educación, y mucho más con el alto carácter del
estado sacerdotal? ¿Quién se persuadirá que aquel sacerdote haya de
sufrir, disimular y llevar á bien, ver á sus padres tener por lecho
de descanso el suelo, y por colchón un cuero, y por asiento ó escaño
el suelo ó un trozo de palo: y por vaso de beber el mismo porongo
en que traen agua: y el que todo el día tengan la olla al fuego si
tienen que cocinar: y el que anden las indias atravesando calles
metidas como en saco dentro de cinco varas de lienzo sobre las car-
nes, descalzas de pie y pierna, y con poca diferencia, lo mismo de
los padres? Y últimamente, ¿quién se persuadirá que aquel sacerdote
haya de sufrir ver casarse á sus hermanas, ó sobrinas, ó parientas con
indios del mismo pueblo, sino con españoles? A que también las
mujeres por su parte aspirarán: y en ese caso el español tratará á su
mujer como española; y ni le faltarán tierras, que antes escaseaban,
para sus haciendas: y de este modo seguirán las demás familias: de
- 374 -
suerte que con el tiempo sólo quedarán algunos pocos indios, y éstos
servirán de peones ó conchavados de los principales de aquellos
pueblos, convertidos en pueblos de españoles.»...
La experiencia mostró cuan vanos eran aquellos sueños. Pasaron
los meses que el anónimo pedía para que ya casi supiesen hablar en
castellano: los tres años para los buenos compositores en castellano,
lectores y contadores: los seis para gramáticos latinos: y los trece
ó catorce para muchos sacerdotes: y ninguna de estas cosas se vio,
sino extrema miseria, y ruina en lo espiritual y temporal: porque en
efecto, el árbol da sus frutos; y los frutos de aquel sistema, fundado
en el desprecio de la práctica enseñada por la observación, y en la
ignorancia ó desconocimiento de la índole de los Guaraníes, y de las
circunstancias del país, no podían ser otros sino el aniquilamiento de
aquel feliz estado de las Misiones. De todos los faustos augurios del
plan anónimo, no quedó sino la memoria de una elucubración más
basada en la pura fantasía del autor.
CAPITULO XIV
LOS DEMARCADORES
1. Demarcadores de 1750. — 2. Los demarcadores de 1777.— 3. Alvear. — 4. Aza-
ra: conceptos favorables. — 5. Conceptos adversos. —6. Juicio de Azara sobre el
régimen de los Jesuítas. — 7. Enormidades é invenciones de Azara. — 8. — Medios
seglares y medios eclesiásticos. — 9. — Valor de los juicios de Azara. — 10. Examí-
nase el fundamento capital de Azara. — 11. Estado religioso de las Doctrinasen
tiempo de los Jesuítas. — 12. Doblas.
Toda la última mitad del siglo xviii estuvieron ocupadas' España
y Portugal en arreglos geográficos para fijar los límites entre sus
posesiones de América Meridional; aunque por diversas causas no
se llegó nunca á conclusión alguna definitiva. En este tiempo vinie-
ron de España al Río de la Plata cantidad de hombres peritos en las
ciencias matemáticas, como era necesario para la demarcación. Y
como la línea de demarcación había de pasar unas veces por dentro,
y otras por las cercanías de las Misiones que tenían los Jesuítas
entre los Guaraníes, que eran las fronteras mismas, tuvieron los
demarcadores ocasión de enterarse con mayor ó menor exactitud dz
lo que pasaba en las Doctrinas, y del modo de administración y
gobierno que allí se observaba: y sobre todo ello emitieron, de
pasada ó de propósito, sus propios juicios. En el presente capítulo se
examinarán los principales juicios de esta clase.
I
DEMARCADORES DE 1750
Aquellos de los demarcadores de 1750 de cuyo juicio ha quedado
algún rastro son el marqués de Valdelirios, Don Juan de Echava-
233
— 376 —
rría, Jefe de la 2.'^ partida de demarcación; D. Bruno Francisco de
Zavala, Oficial entonces de dragones, que anduvo en los cuerpos
auxiliares de demarcación, y es el que más tarde fué Gobernador
de Misiones por treinta años: )' algún otro. Ateniéndonos á los
datos consignados en la breve relación del P. Cardiel, y en el
RECURSO de los JeSUÍTAS AL TRIBUNAL DE LA InOCENCL\, que Se
publicó entre las aclaraciones del Charlevoix latino; hallaban estos
demarcadores que era desacertado el cuidar de los indios como lo
hacían los Padres con tanto trabajo: que se hacía preciso dejarlos
más á sí mismos, dando á cada uno sus animales, su chacra ó campo
y su casa, de modo que fuese él el responsable de sus adelantos ó
pérdidas, y no tuviese la seguridad de que había de ser socorrido
de bienes comunales, porque esto era excitarlos á la vagancia; así
como el vigilar tanto sobre ellos para que trabajasen, era sujetarlos
demasiado, y extinguir en ellos toda iniciativa. A esto parece que se
reducían los reparos que ponían al sistema de los Jesuítas aquellos
primeros demarcadores; añadiendo que, junto con esto, se había de
fomentar el comercio con los españoles, hecho directamente por los
indios sin intervención de nadie, con lo cual se acostumbrarían más
á manejarse por sí mismos.
Ambos conceptos están examinados ya largamente en el discurso
del presente estudio: y uno y otro se fundan en dos supuestos que la
experiencia convenció de erróneos. El primero, el de la capacidad
del indio para gobernarse por sí mismo, cumpliendo con los deberes
de su familia, con las obligaciones civiles y con las de la religión.
De propósito se hace mención expresa de este cumplimiento: pues
si se trata únicamente de la parte material de proveerse bien ó mal
de sustento del cuerpo, buscado parte en su sementera, parte en la
vida del monte cazando, ó por los ríos pescando, y sin alcanzar ape-
nas á sustentar á los suyos, ésa no se les puede negar á los indios
Guaraníes. Pero aquella otra, nunca la tuvieron, por más que los
Jesuítas se empeñaron en desarrollarla en ellos. Léase el P. Cardiel,
testigo irrecusable por haber vivido más de treinta y cuatro años en
aquellos pueblos: examínese lo que refiere núm. 1 12, 1 13, 1 16 de su de-
claración, 3^ á cada paso en toda ella: y se verá de qué modo trataban
á los animales, cómo arreglaban sus sementeras: cómo se comporta-
ban aun los que se huían á las ciudades: cómo devoraban cuanto se les
venía á las manos, sin pensar jamás en el día de mañana, etc., «y
nunca he encontrado diversidad en ellos» añade. Siendo ésta, como lo
es, indestructible verdad, acreditada por la experiencia continua, y re-
conocida universalmente, era forzoso ó resignarse á verlos abandonar
-377-
sus pueblos, y vivir como en su gentilidad en los_,bosques, olvidados
de toda vida cristiana y civil (cosa que no podían]consentir los Jesuí-
tas, que se habían dedicado á aquel rudo trabajo por reducirlos á
vida cristiana, ni la permitían las leyes españolas, que querían la
conversión y vida civil del indio), ó tratarlos como lo hacían los
Padres, procurando ver si lentamente se desarrollaba aquel espíritu
de iniciativa propia: y entretanto asegurándoles del mejor modo
posible los beneficios de la vida civil, y sobre todo los del alma.
Bien podían venir los demarcadores desde Europa con otras
ideas; pero mientras no cambiaran la naturaleza de las cosas, no
pasaban tales ideas de ser utopias y sueños irrealizables. Y la mejor
prueba de ello es, que no en solas las Doctrinas de los Jesuítas se
seguía este proceder, sino también en cuantos pueblos había fuera
de ellas, ora los administrasen los religiosos de San Francisco, ora
los clérigos seculares, ora tuviesen administradores seculares. En
todos había que recurrir en gran parte á los bienes comunes, y
apurar al indio para que trabajase, si no se quería ver la ruina de
los pueblos. El remedio para desengañar á los demarcadores de su
error, habría sido obligarles á ellos mismos á que en un plazo de
diez años, suficientes para que se viesen los efectos de su sistema,
realizasen ellos la mejora indigne que se prometían de sus planes.
No eran ellos los primeros que habían examinado el problema
de los Guaraníes 3' discurrido sobre él. El P. Diego de Torres,
primer Provincial del Paraguay, hombre de experiencia, por haber
tratado otros indios en el Perú y en Quito como Misionero y como
Superior, creyó al dar sus primeras instrucciones á los Misioneros,
que se había de seguir el método que ciento cuarenta años después
preconizaban los demarcadores; porque creía que los Guaraníes eran
de la misma índole que los indios del Perú: mas la experiencia com-
probó que no era así: y ya en su segunda Instrucción, un año más
tarde, se observa gran mudanza. En el tiempo mismo en que libre-
mente daban su parecer los demarcadores, y cuando se fraguó en la
Corte de Madrid el proyecto de expulsar de las Doctrinas á los
Jesuítas, se daban instrucciones al General Cevallos, en las cuales se
le prescribía lo que debería hacer en cuanto á entablar nuevo
gobierno: y en el punto del régimen de tener bienes comunes, se le
ordenaba que nada mudase, sino que lo dejase como estaba: yeso
que erróneamente creía Wall que i-entre aquellos indios no hay dis-
tinción de hacienda y propiedad, sino que cultivan de comunidad
sus campos, y ponen sus cosechas en un común depósito d la direc-
ción de los Padres: en cuyo caso veréis lo que más conviene: si con
- 378 -
servarlo del mismo modo que al presente, ó distribuirles las tierras á
proporción de las familias: Lo primero parece lo mejor» (1). Tam-
bién Bucareli llenó á los indios la cabeza durante un año en Buenos
Aires con las promesas de que les repartiría las tierras del común,
los animales de las estancias, etc.: y sin embargo de no faltarle
arrojo, pues tantas cosas innovó inconsultamente, en ésta no se
atrevió, luego que hubo visto un poco de cerca la realidad de las
cosas. Algo observaría que le hiciese volver atrás de sus primeros
designios: y aun arrostrando el riesgo de que le tuvieran por embus-
tero los caciques, como después en efecto sucedió.
Lo dicho, y lo que otras veces se ha expuesto, basta igualmente
para responder al segundo falso supuesto de los demarcadores, á
saber, que el comercio libre y el trato indistinto con los españoles
era un beneficio para los indios. Era esto un prejuicio que perpetua-
mente mostró la experiencia ser falso. Y también en este punto
retrocedió Bucareli de sus primeros intentos; poniendo por el con-
trario á los indios más intervenciones para comerciar, que las que
tenían en tiempo de los Jesuítas. Y si les dejó entrar españoles, la
experiencia acreditó una vez más, que no había sido sino para su
ruina espiritual y temporal.
II
234
LOS DEMARCADORES DE 1777
Rotas las negociaciones de límites, y anulado por el convenio de
1761, cuanto se había hecho hasta entonces; perseveró sin resolverse
la línea divisoria, hasta que en 1777 se emprendió de nuevo la demar-
cación, en virtud de nuevo Tratado concluido en ese año.
Como había sucedido la primera vez en 1750, no fueron ahora
todos los demarcadores los que repararon en el modo de gobernar de
los indios Guaraníes, que al fin era cosa accesoria á su comisión. Pero
esta vez aquellos que examinaron el punto, consignaron sus juicios
en escritos, que han llegado hasta los actuales tiempos. Fueron éstos
el primer Comisario de la segunda sección, capitán entonces de fra-
gata D. Diego de Alvear: y el primer Comisario de la tercera sec-
(1) Simancas, Estado 7383.
-379-
ción, D. Félix de Azara, que era entonces capitán de navio. — A los
cuales hay que agregar á D. Gonzalo de Doblas, Teniente de
Gobernador del departamento de Concepción, quien, aunque no fué
demarcador, mantuvo con ellos relaciones, y se valió del apoyo
que le podían prestar para poner en ejecución las mudanzas, que juz-
gaba necesarias en el régimen de Misiones.
Consideradas en conjunto las opiniones de estos escritores, vie-
nen á resumirse en los dos puntos sobre que insistían los demarca-
dores de 1750, el de la repartición de terrenos, suprimiendo el
Tiipamhaé: y el de la introducción del libre comercio y del indistinto
trato con españoles. De los extranjeros no hay que decir, pues su
presencia en las colonias españolas se hallaba prohibida, como la de
los españoles en las colonias de las otras naciones. — Esta insistencia
en las mismas ideas, que la experiencia había hecho ver eran ruino-
sas para los indios, y que hombres tan innovadores como Bucareli na
se habían atrevido á poner en planta, llegados al terreno de la rea-
lidad, muestra el camino que se iba abriendo en Europa ya enton-
ces el desenfrenado individualismo, que ha traído como consecuencia
el capitalismo, y el problema obrero 3^ social para el siglo xx; pera
no ofrece ninguna novedad en el estudio de los indios Guaraníes, ni
pide ningún nuevo examen en cuanto á la sustancia. Siempre las
mismas afirmaciones de que el Guaraní era, como el europeo, capaz
de gobernarse á sí mismo, y de proceder de modo que no fuese
atropellado ni engañado en el comercio: asertos que perpetuamente,
ahora como antes, falsificaba la experiencia.
Es de notar sin embargo una circunstancia, que podía inclinar á
los demarcadores de 1777 hacia su opinión, con más apariencia de
razón que á los de 1750. Era ésta el no presenciar ya ellos el régi-
men de los Jesuítas, en el que todavía quedaba bastante campo á la
iniciativa individual: sino el implantado por Bucareli, y reducido á
la práctica por los Administradores: sistema que aumentando los
gastos, que todos habían de salir del trabajo de los indios, había
aumentado de tal modo el trabajo común, que ante él desaparecía la
libertad para trabajar algo el indio de por sí: y observar juntamente
la miseria y despoblación que tal sistema había producido en los pue-
blos de Doctrinas.
Ofreció asimismo diferente carácter el plan de cada uno de los
que expresaron sus juicios acerca del sistema que tenían ante los
ojos, confundiéndolo sin razón con el de los Jesuítas; y las diferen-
cias fueron acomodadas al genio de cada uno, como se verá al exa-
minar los juicios en particular.
— 3^0 --
Otra cosa es digna de repararse también: y es que estos juicios,
consignados varias veces por escrito, y dados como dictámenes de
los escritores, en un tiempo en que el Consejo de Indias se hallaba
preocupado con la ruina que había sobrevenido á las Misiones desde
la expulsión de los Jesuítas, 3' arbitrando recursos para implantar
algún régimen que remediase tanto daño; tuvo una eficacia práctica
mucho mayor que elparecer de los demarcadores de 1750: y sin vaci-
lar debe atribuirse á estos escritos la decisión tomada más tarde por
la Cédula de 17 de Mayo de 1803, de repartir á los indios las tierras
comunales, y tratarlos con el mismo régimen que á todos los demás
subditos españoles, de que se ha tratado en su lugar.
III
235
ALVEAR
Examina el brigadier Don Diego de Al vear el sistema de Doctrinas
en su RELACIÓN GEOGRÁFICA É HISTÓRICA DE LA PROVINCIA DE MISIO-
NES, publicada en el tomo 4." de la Colección de Ángelis; y en tres
Memorias breves en que responde á consultas de los Virreyes, una
sobre los indios tupís, otra sobre los indios del Chaco, y otra sobre el
modo de aplicar la orden de poner á los Guaraníes en propiedad de
las tierras: fechas las dos primeras en 15 de Octubre de 1797, y la
tercera en 27 de Agosto de 1802: y publicadas en los Apéndices de la
«Historia de D. Diego de Alvear» escrita por su hija D.'"^ Sabina de
Al vear y Ward.
Su juicio sobre el sistema de los Jesuítas es, que fué muy acertado,
y acomodado á la índole de los indios, y á su estado y necesidades.
En su capítulo V, Gobierno y estado de las Misiones en tiempo
de los Jesuítas, se expresa en los siguientes términos: «Conociendo
los Padres tan bien el carácter de los Guaranís, como que los habían
criado á segunda naturaleza, sacándolos de la barbarie y soledad del
bosque á la cultura de una vida social y racional, acertaron á esta-
blecer un sistema de gobierno civil tan adecuado al genio de la
nación, como raro y nuevo en el mundo.»
«La ruta de los misioneros en el régimen espiritual... no es menos
particular y admirable que el político 3' económico.»
Expone luego en todo el capítulo el sistema de los Jesuítas, siem-
pre con bastante exactitud: 3^ hablando del culto divino y de los
-381 —
indios instruidos para él, dice: «ejercían todas sus funciones con tal
circunspección y gravedad, que hasta el día de hoy, que todo ha
declinado mucho de su antigua observancia, edifican á la gente más
hábil, confunden á los menos instruidos, y causan notable devoción al
pueblo. » — De las Iglesias dice: «Las iglesias son muy capaces y bien
fabricadas: todas ellas de tres naves, sobre arcos y pilares de ma-
dera, y algunas sobre columnas dobles de gusto jónico, con su her-
mosa cúpula ó media naranja de bastante elevación: interiormente se
hallan adornadas de lindas cornisas y otras molduras, doradas desde
arriba abajo, ó costosíunente pintadas y con mucha decencia Los
retablos correspondientes, de talla moderna, y las imágenes de bulto
nada inferiores, muy devotas y de preciosa escultura: cuadros y lien-
zos de buen pincel: y por último tan ricamente alhajadas, etc.» «Lo
mds admirable en esta materia y que llama la atención de todos, es
ser toda esta obra pura de indios recién convertidos, y acabados de
sacar de la selva: circunstancia que no da á la verdad poco realce a'
concepto que se debe á sus directores y maestros.»
«...De este modo tenían todos ocupación honesta, y no se daba
entrada á la ociosidad y los vicios; reinaba por todas partes la abun
dancia de los comestibles y frutos,...» «El sobrante de estos frutos,...
se remitían á Santa Fe y Buenos Aires, donde tenían los Jesuítas
sus procuradores particulares que los expendían, y enviaban á cada
pueblo sus retornos en géneros de Castilla y déla tierra, conforme
necesitaban, no sólo para aquellas ocurrencias de necesidad común,
sino también para dar á cada uno de sus hijos lo preciso, y aun lo
conveniente á su porte y decencia, pues en la inversión de este fondo
público, que se hacía siempre con arreglo y oportunidad, todo se tenía
presente.» «Con tan sabia política, pudo la Compañía de Jesús for"
mar los treinta y tres pueblos de Misiones que hoy subsisten, en que
se contaban más de treinta mil familias el año de 1734, fuera de cua-
renta reducciones que destruyeron los portugueses: todo esto sin
salir de los límites de esta provincia.»
«... Vimos el buen pie en que pusieron los Jesuítas estas Misiones,
con un buen régimen y particular economía en el manejo de cau-
dales.»
Completa su juicio con el cotejo que hace, pintando en seguida el
estado infeliz en que veía las Doctrinas cuando escribía su Memoria,
que era hacia 1795, y diciendo que «las Misiones, en el pie que se
hallan, son muy gravosas al Estado» (1).
(1) Alvear, Relación, pág. 101.
-382-
Acerca del aislamiento de las Doctrinas en tiempo de los Jesuí-
tas, dice (pág. 104): <íLos Jesuítas seguían la nidx/via (fe no dejar
entrar d los españoles en sus Doctrinas: que en aquel tiempo pudo
ser conveniente, hasta radicar d sus neófitos en la religión y bue-
nas costumbres^ retirando toda ocasión de mal ejemplo.-»
Hace notar entre otras cosas dos efectos deplorables de las Orde-
nanzas de Bucareli, aquí y en la Memoria sobre los tupís: uno el de
haberse cortado el comercio interior de los pueblos, siguiéndose
de ello gran miseria: otro de no tener armas en cada pueblo, siendo
más fáciles los insultos de los bárbaros.
Alvear había sido educado por los Jesuítas en el colegio de Mon-
tilla: y se ve que siempre conservó buenos recuerdos de sus antiguos
maestros. Pero lo que en concepto de algunos pudiera quitar de
autoridad á sus testimonios este antiguo afecto: se lo da, y con ven-
taja, el escribir en unos tiempos en que era moda decir mal de los
Jesuítas, ó no nombrarlos siquiera con su nombre, sabiendo que el
solo parecer que se aprobaban las cosas de los Jesuítas, era ya una
pobre recomendación para con los ministros. Era preciso, pues, que
estuviese muy á la vista la excelencia del régimen de los Jesuítas
comparada con la aplicación del de Bucareli y con sus tristísimos
efectos, para decidir aun á quien tuviese inclinación á los Jesuítas, á
hablar como lo hace Alvear. Por otra parte, es conocido el buen jui-
cio y la integridad de este jefe; por lo cual, así como no se puede
dudar de que en sus obras expresó lo que entendía: así su parecer
no puede menos de ser de gran autoridad.
IV
2S6
^^^ AZARA: CONCEPTOS FAVORABLES
Don Félix de Azara permaneció en Río de la Plata veinte años,
desde 1781 hasta 1801, ocupado lo más del tiempo en las tareas de la
demarcación. Habla de las Doctrinas Guaraníes y de la obra de los
Jesuítas en ellas, en casi todos sus libros: y principalmente en la
Descripción, en los Voyages, en los Viajes Inéditos, y en algunos
manuscritos no publicados aún.
En un MS. que se conserva en la Biblioteca Nacional de Río-
- 383 -
Janeiro (1), enumera Azara varias acusaciones que algunos han
hecho contra los Jesuítas, y las rebate de la siguiente manera:
«Atribuyeron algunos la repugnancia de los Padres para que
entrasen los españoles en sus Misiones á que había en ellos ricos
minerales: pero hoy vemos que allí no hubo más tesoros, que la
industria 3^ economía.» (2)
... «También se ha escrito que los Jesuítas extraían grandes
sumas adquiridas por el comercio y manufacturas.» Refuta el cargo,
diciendo que los tejidos eran bastos y de ningún valor: y la yerba
sólo en partidas mu}' moderadas se sacaba para la venta. Y añade:
«Últimamente, se viene en conocimiento de la poca ambición de los
Padres, sabiendo que no hostigaban á los trabajadores (3), conten-
tándose con lo que buenamente hacían en poco más del tercio del
día» (4): «que no se aprovecharon como pudieron de grandes canti-
dades que invirtieron en alhajas y ornamentos de los templos, y en
los preciosos vestidos de tisú bordado ó galoneados de que usaban
los indios en sus fiestas» (,5).
... «Se figuraron muchos que los Padres eran verdaderos monar-
cas de sus Misiones, y que aspiraban al imperio de estos países.» Lo
refuta diciendo, «que bien sabían los jesuítas que sus indios, por
mucho que los armaran, eran incapaces de sujetar á nadie». (Es ésta
una de sus grandes temas: la incapacidad de los Guaranís para la
guerra.)
... «No han faltado quienes dijesen que los Jesuítas practicaban
medios ilícitos contra la propagación de los indios, trayendo á consi-
deración lo poco que multiplicaban» (6). Azara juzga la especie en
los siguientes términos: «Esto es una calumnia insufrible: pues es
constante que los Jesuítas amaban á sus neófitos con la ternura de
padres, que los casaban en la edad competente sin dejar un celibato,
que los cuidaban y alimentaban grandemente, poniendo particular
cuidado en los huérfanos, viudas é impedidos» (7). Explica el poco
aumento, diciendo que la raza Guaraní de suyo era muy poco fe-
cunda.
(1) Col. Ángelis, 'Descripción del Paraguay* * Autógrafo de Asara» Un
tomo folio español en holandesa de 4 págs. + 268 págs. + 8 págs. Con cuatro
planos.
(2) Pág. 135.
(3) Pág. 136.
(4) Pág. 133.
(5) Pág. 136.
(6) Es una de las calumnias del expulso Ibáñez, quien dice que los Jesuítas
procuraban que muriesen muchos niños, haciéndolos ir á rezar por la mañana,
con lo que perecían del frío.
(7) Pág. 136.
— 384-
He aquí algunos otros conceptos de esta especie contenidos en
sus demás escritos.
«Los Jesuítas eran... hábiles, moderados 3^ económicos; miraban
ásus pueblos como obra suya... los amaban y procuraban mejorar.» (1)
«Los Jesuítas son sin contradicción, entre todos los eclesiásticos,
los que más se aplicaron á aprenderlas lenguas de los indios.» (2)
«Es menester convenir en que, aunque los Padres mandaban allí
en todo, usaron de su autoridad con una suavidad y moderación que
no puede menos de admirarse. A todos daban su vestuario y ali-
mento abundantes. Hacían trabajar á los varones sin hostigarlos
poco más de la mitad del día. Aun esto se hacía á modo de fiesta:
porque iban siempre en procesión á las labores del campo, llevando
siempre músicos y una imagencita en andas: para la cual ante todo
se hacía una enramada, y la música no cesaba hasta regresar al pue-
blo como habían ido. Les daban muchos días de fiesta, bailes y tor-
neos, vistiendo á los actores 3' á los del Ayuntamiento de tisú, y con
otros trajes los más preciosos de Europa... Los Padres Curas 3' com-
pañero ó sotacuros tenían sus habitaciones, que no pasaban de regu-
lares...» «Todas sus iglesias eran las ma3'ores 3' más magníficas de
aquellas partes, llenas de grandísimos altares, de cuadros 3' dora-
dos. Los ornamentos no podían ser mejores ni más preciosos en
Madrid ni en Toledo. Todo eso convence que en templos 3^ sus acce-
sorios, en vestir los días de fiesta á los actores 3^ Ayuntamientos,
gastaron los Padres los grandísimos caudales que pudieran apro-
piarse si hubieran sido ambiciosos. Lo mismo digo de otros muebles,
como relojes de mesa 3" de cuarto, de los que había muchos mu3'
buenos en todos sus colegios: 3' de contentarse con el poco trabajo
que sin hostigarlos querían hacer los indios.» (3)
V
2«^7 CONCEPTOS ADVERSOS
Al lado de alguno que otro concepto favorable á los Jesuítas
como los que van enumerados, se hallan en gran número los desven-
(1) Dksck. XIII, 19.
(2) VOYAGFS, ch. XI
(3) Drscr. XII, 17, 18.
-385-
tajosos; y eso aun cuando A veces se ponga el escritor en contradic-
ción consigo mismo.
Asegura que «los motivos que los Jesiiitas alegaron-a cuando se
trató del servicio personal en el Río de la Plata «.eran calumnias
positivas-» contra los encomenderos. No repara en que los atropellos
del servicio personal constaron por testimonio de toda suerte de
personas, y fueron averiguados de oficio por un Visitador, que dio
testimonio de ellos: siendo ya antes patentes en las ordenanzas de
los Gobernadores, y hasta en las decisiones délos sínodos provincia-
les: cosas todas que ni eran calumnias, ni tenían en ellas parte los
Jesuítas (1).
Que «los Jesuítas miraro)i co)no inútiles y menospreciaron ente-
ramente los medios de persuasión, y recurrieron á los medios tem
porales^-)^ que según Azara, eran los de la violencia y terror, para
formar sus reducciones. Y que «ocultaron con mucho cuidado su
proceder en esta materia: como era natural: porque en su calidad
de eclesiásticos, querían pasar por tales en todas sus acciones (2).
Falsedades manifiestas, desmentidas por los documentos; y para
darles alguna apariencia de verdad, inventa Azara el grosero equí-
voco que se verá en el § VIII.
Que, aunque estuvieron como Misioneros entre los indios del
Chaco, «nunca pudieron formar gramática^ diccionario ni cate-
cismo de las lenguas toba, pitilaga, abipona, mocoví , pampa, etc.,
en veinte años ó más que pasaron entre estas tribus» (3). — Hoy las
van hallando y publicando los eruditos, entre los manuscritos de
aquellos Misioneros que no se han destruido ó extraviado.
Que «frecuentemente el Cura Jesuíta no sabía el idioma Gua-
raní,sieiuio Cura de las Reducciones Guaraníes» (4).— Enormidad que
desmienten los exámenes y aprobación de idioma de todos los Curas
hechos por el Obispo, de que aun hoy se conservan algunos (5).
Que «tuvieron pocos Curas Jesuítas capaces de predicar el Evan-
gelio en Guaraní» (6). — Los mismos documentos citados prueban
que eran capaces todos: pues no eran aprobados de lengua sino
habiendo hecho un ejercicio de sermón ó plática, que mostrase poder
predicar el Evangelio.
Que «no entraban nunca, por motivo ninguno, en la Reducción
(1) Vov. XIII. p. 237.
(2) Voy. XIII. p. 228.
(3) Voy. XII. p. 213.
K^) Voy. XIII. p. 233.
(5) Río-Janeiro. Col. Ang. IX. 8.
(6) Descr. XIII. 18,
25 Organización social de las doctrinas guaraníes.— tomo ii
238
- 38(1 -
eu que estaban, ni en las casas de los indios, sitio que se mantenían
encerrados en sns colegios ó /lahitaciones» (1). — Especie que con
sólo enunciarla descubre su absurdo: y manifiestan ser falsas todas
las relaciones de testigos que se conservan.
Que «todavía es un problema el de si pretendían hacerse inde-
pendientes en el Paraguay ó nor> (2). — El mismo Azara ha dicho (3):
«Se figuraron algunos que los Padres eran verdaderos monarcas
de sus Misiones, y que aspiraba// al imperio de estos países»: des-
preciando 3' refutando tal patraña.
Que «con intento de asegurar su independencia , cerraron el
acceso de sns Reducciones, haciendo cavar fosos profundos, que for-
tificaron cotí gruesas estacas ó fuertes palizadas, con puertas y
cerrojos^ en los parajes por donde forsosamente había que pasar:
y pusieron allí guardias y centinelas para vigilar.»— Que es la
calumnia de Barúa reproducida: sin contar con que el mismo Azara
en la Descr. MS. (4) pág. 133, dice que «las zanjas y tronqueras
eran para evitar la d eserción-» .
Que no dejaban entrar á los Gobernadores ni á los Visitadores en
Doctrinas, ni cá los Obispos (5j. — Falsedad que consta por lo dicho en
su lugar, y por los documentos de Visitas y padrones hoy existentes.
Otros muchos conceptos adversos y denigrativos de los Jesuítas
se pudieran citar, pues de ellos están llenas las obras de este escritor.
VI
JUICIO DE AZARA SOBRE EL RÉGIMEN DE LOS JESUÍTAS
La multitud de conceptos desfavorables de Azara acerca de los
Jesuítas, es indicio de que su juicio acerca de la obra de los Padres
en las Reducciones había de ser contrario al régimen establecido por
ellos.
Azara juzga que fué desacierto establecer el sistema de comuni-
dad entre los Guaraníes. — Su razón es la siguiente: El régimen de
bienes comunales establecido por los Jesuítas «quitaba todos los estí-
(1) Voy. XIÍI. p. 250.
(2) \ OY. XIII. p. 246.
(3) MS. de Kío Janeiro, p. 136.
(4) Río-Jan. Col. Aiig.
(5) Voy. XIII. p. L'45.
- 387 -
millos de ejercitar Ja razón y los taletitos: pites lo misino había de
comer, vestir y gosar el más aplicado^ /lábil y virtuoso, que el más
malvado, torpe y /lolgasán.» «Este gobierno... hacia que todo tra-
bajo fuese lánguido, no importándole nada al indio que su comuni-
dad fuese ricar> (1).
A la razón que siempre dieron los Jesuítas, y se ha expuesto en
el presente estudio al tratar del Tupambaé, de la propiedad y del
carcácter del indio, responde Azara: <i.Este gobierno de los indios,
mereció los mayores elogios de algunos sabios de Europa, que cre-
yeron ser los indios incapaces de alimentar d sus familias, por su
ninguna economía, ni previsión para conservar nada para los tiem-
pos de escases: en suma, los creyeron como unos niños, á quienes no
podía convenir otra especie de gobierno , y que con él eran felices. y>
Responde Azara que la incapacidad y niñez no existieron: pues
bien se sustentaron los indios á sí y á sus familias durante un siglo
sin bienes de comunidad: y lo que más es, con la carga de las enco-
miendas. Bien se sustentaban también cuando gentiles sin ese sis-
tema: «Zos pueblos de indios del capitulo precedente, que eran de
la misma nación que los jesuíticos, existieron un siglo vistiendo y
alimentando sus familias particularmente cada uno, sin necesidad
de ecónomo que almacenase su trabajo, que no era completo, porque
el de dos meses al año pertenecía á un encomendero... Los indios
jesuíticos, como todos, cuando eran silvestres, trabajaban y tenían
previsión y economía bastante: pues que alimentaban cada uno d
su familia. No hubo, pues, tal niñez é incapacidad en los indios-» (2).
Agrega que aun dado y no concedido que los Guaraníes fueran
tan imprevisores, había que rechazar el sistema de los Jesuítas. «Y
cuando quiera suponerse (la niñez é incapacidad), lo cierto es que el
gobierno en comunidad no se las quitó en más de siglo y medio,
persuadiendo claramente que semejante conducta embotaba los
talentos» (3). «Aun cuando iiubiera sido real (la niñez é incapacidad)
el no haber bastado más de siglo y medio para corregir estos defec-
tos de los indios, parece que autoriza á concluir una de dos: ó que
la administración de los Jesuítas era contraria á la civilización de
los indios, ó que estos pueblos son esencialmente incapaces de salir
de ese estado de infancia (4).»
Finalmente, se esfuerza el argumento en el Informe sobre la
(1) Descripc. XIII. 9.
(2) Descr. XIII. 10.
í3) Descr. XIII. 10,
(4j Voy. III. p. 236.
-388-
libertad de los indios tupís y guaraníes de 1806 (1) con la experiencia
de haber prosperado los cuatro pueblos de Santo Domingo Soriano,
Quilmes, Baradero y Calchaquí, de la jurisdicción de Buenos Aires,
por no haber sido sujetos nunca á comunidad (2).
De estos argumentos concluye Azara que «í?/ gobierno en coinii-
iiidad de los pueblos, es lo peor en niateria gubernativa (3); que el
gobierno que entre ellos establecieron los Jesuítas es el más
absurdo, despótico y malo que pudiera idearse (4); el gobierno más
singular y extraordinario que ha visto el mundo. Un gobierno en
comunidad en que no se permite la menor propiedad particular , en
que nadie puede sacar la menor ventaja ni utilidad de su talento,
industria, habilidad y virtudes, ni de sus facultades físicas: en que
nadie es dueño de si mismo ^ ni del tiempo, ni de su trabajo, ni del
de su mujer y familia: en que la desnudes, el hambre y miserias
oprimen á todos: y en que V. M. no saca ni ha sacado jamás un peso
fuerte por los justos derechos debidos á la soberanía y á la defensa
que ésta les franquea-!) (5).
Otras veces se muestra más benigno con el sistema, como cuando
escribe: <.<~Los Guaraníes que cayeron en poder de los paraguayos y
Jesuítas españoles fueron felices, porque se han conservado, multi-
plicado y adquirido alguna civilisación, aunque no la que pudie-
ran-» (6).
Nada importa que esta conclusión sea contradictoria de la de
arriba. Así es Azara. ^En cuanto á sus razones, están ya examina-
das, y en su mayor parte se fundan en confusión de sistemas, en
raciocinios viciosos, y en supuestos falsos, como se verá luego.
Vil
239
ENORMIDADES É INVENCIONES DE AZARA
Increíble parecería, si no estuvieran escritas é impresas sus
obras, el cúmulo de afirmaciones falsas, absurdas é inventadas que
amontonó D. Félix de Azara, tratándose de los Jesuítas.
(1) Mkmorias de Azara, p. 110.
(2) P. 122.
(3) Descr. XIII. 13.
(4) Voy. XIII. p. 242.
(5) Informk sobre... la libertad de los... Guaraníes... p. 110.
(6) Descr. MS. de Río Janeiro, Col. Angelis, p. 124,
-389-
Azara defiende abiertamente el sistema de encomiendas de ser-
vicio personal, tales como se usaron en el Paraguay, no obstante que
las de originarios eran una verdadera esclavitud, como se ha visto,
número 132, y en las de mitayos, se cometieron los abusos que justi-
ficó la visita del Oidor Alfaro, número 134. Sin embargo de eso, á
este sistema opuesto <á la ley natural y al derecho innato de los indios,
lo aprueba, lo alaba, y lo que más es, de tal manera lo ensalza, contra-
poniéndolo al régimen de los Jesuítas, que dice de él «-fué el mayor
esfnerso de la prudencia Jinutana^^ (1). El mismo Azara había dicho
de estas encomiendas, aun de las de mitayos: «.eran ima de las clases
de esclavitud^ (2). No obstante, en la misma obra dice: «.Juzgo que
era imposible combinar mejor el auinento de las conquistas, la
civil i sac ion y libertad de los indios, con la recompensa debida á
los particulares que todo lo hacían á sus expensas» (3). Y en la
Descripción (4)': «Reunió Ir ala en este punto cuanta reflexión, pru-
dencia, humanidad y política cabe en un hombre^. La libertad de
los indios debía consistir, según Azara, en ser esclavos; y la huma-
nidad del conquistador en atrepellar el derecho natural del indí-
gena.
En todo esto presenta Azara á Irala, como si Irala hubiese sido
el inventor de las encomiendas. Pero las encomiendas estaban vigen-
tes antes de nacer Irala, pues ya se ha dicho que fué Colón quien las
introdujo. Supone que Irala fué quien limitó las encomiendas á dos
vidas. Pero antes que Irala pusiera los pies en el Paraguay, y mucho
antes de que fuera gobernador, estaba dictada la ley de las dos
vidas, que es de fecha de 26 de Mayo de 1536. Supone que Irala tenía
establecido que acabadas las dos vidas, quedaban los indios encabe-
zados en la Corona real, de modo que en adelante ya no se podían
encomendar en particulares. Cosa que ni hizo Irala, ni la podía
hacer, porque no tenía facultades para mudar las leyes de España,
que mandaban, sí, que volviesen los indios á quedar vacos después
de las dos vidas, pero que se pudiesen encomendar á otro. De modo
que á la enormidad de defender y aplaudir con elogios la esclavitud,
y las malocas ó entradas para hacer esclavos, á usanza de los mame-
lucos, añade Azara esas invenciones con que falsea la historia.
Otra enormidad de Azara es confundir el sistema de los Jesuítas
con el triste estado á que tenían reducidos los pueblos de Guaraníes
(1) Descripción. XIII. 13.
(2) Voy. XIII. pág. 237.
(3) Voy. XII. pág. 203.
(4) Descripción. XIII. 5.
-3%-
las Ordenanzas de Bucareli, ó con un sistema fantástico, cuando
escribe: ^A na lie permitían los Jesuítas trabujdr en particular» (1).
«No daban los Padres Caras licencia d nadie para trabajar en utili-
da I propia,... cuidando el mismo Cara de alimentar y vestir igual-
mente á todos. Para esto almacenaban todos los frutos de la agri-
cultura y lo -i productos de la industria» (2). «Los mencionados
indios, casi desde su reducción, hace tres siglos , lian tenido y tienen
el gobierno m ís singular y extraordinario que Jia visto el mundo.
Un gobierno en comunidad, en que no se permite la menor propie-
dad particular, en que nadie puede sacar la menor ventaja ni iiti-
lidad de su talento, industria, habilidad y virtudes, ni de sus
facultades físicas: en que nadie es dueño de sí mismo, ni del
tiempo, ni de su traba/o, ni del de su mujer y familia: en que la
desnudez, la lumbre y miserias oprimen á todos: y en que V. M. no
saca ni ha sacado jamás tin peso fuerte por los justos derechos
debidos á la soberanía^ (3). El trabajo particular y propiedad de los
indios se han probado, núms. 5S, 60; la preservación de la miseria,
número 117, y en otras partes; el tributo consta de los números 48 y
128; y la utilidad del Erario real de los números 128, 131, 146, 147, y
del Apéndice número 7. Si Azara no creía á los Jesuítas y á
otros testigos intachables en estos puntos, debió consultar la Cé-
dula grande de 1743: y no vender estas enormes falsedades por
verdad.
De ellas nació la ocasión de otra invención de Azara.
Presupuesta la falsedad antecedente, asienta Azara que la Corte
de España trató con los Jesuítas: «L« Corte notificó á los Padres que
después de siglo y medio empleados en educar á sus indios, debían
éstos saberse gobernar por sí y tratar con los españoles, saliendo
de la sujeción del gobierno en comunidad, y conociendo la propie-
dad particular» (4). Agrega que los Jesuítas pusieron dificultad: y
al fin propusieron dar á cada indio alguna tierra para que la cultivase
y así se acostumbrase á tener propiedad: y la Corte quedó satisfe-
cha, etc. No tiene más inconveniente esta historieta sino el de ser
falsa sin rastro de verdad; ni se citará jamás Cédula ó documento de
donde conste cosa tan singular. Los indios tuvieron su chacra ó
tierra de cultivo desde el primer tiempo que estuvieron con los
Jesuítas, y la continuaron teniendo siempre, sin que nunca tuviese
(1) Voy. XIII. pág. 233.
(2) Descripción. XIII. 8.
(3) Informe, sobre el gobierno 3' libertad de los indios Guaraníes, pág. 110.
(4) Desc:<ipción, Xlll. 15.
-391-
necesidad de hacer la Corte tan inútil diligencia como se refiere, que
no es sino una invención más de Azara.
Nueva enormidad asienta en el MS. de Río Janeiro (1). <^Tauihién
puede llevarse á mal en los Jesuítas el no haber adelantado un paso
la ¿nstyucción de sus neófitos en dos siglos que los gobernaron, sin
enseñarles artes ni cietícias». Y añade (2): «no han adelantado un
cabello á lo que dejó hecho Irala oi artes ^ ciencias y civilización: y
más bien es de creer que los indios han olvidado lo que el sabio
viscalno les enseñó^. No es de lo más matemático el hallar dos
siglos de diferencia desde el año 1610 hasta el de 1768; y no honra
mucho á Azara este yerro de cuenta. Pero en cuanto á artes, se ha
visto en su lugar que se hallaban en mejor estado las Doctrinas que
las ciudades mismas de españoles, cuanto más que los otros pueblos
de indios: y ninguna de ellas tenían cuando los sacaron los Jesuítas
de las selvas. Ciencias no tenían, porque no se halló capacidad para
tanto. Ahora sería curioso saber si Irala enseñó á aquellos indios ó á
otros á tejer, ser plateros, carpinteros, fundidores, músicos, fabricar
órganos, etc.: y qué ciencias les enseñaría, que Azara sospecha
habían olvidado, si serían las naturales ó las exactas. Como también
de qué fuente sacó Azara la sabiduría de Irala, que hasta que Azara
la descubrió, era ignorada de todos.
Lo que causará más extrañeza todavía, es que tales invenciones
use Azara tratándose de números, materia en que podía ser conven-
cido facilísimamente de engañador. Escribe en su descripción (3).
<iNo es difícil cotejar los padrones ó listas de los indios que había
cuando se fundaron los pueblos, que existen y he visto en aquellos
archivos (del Paraguay), con los individuos que tienen en el día, y
se hallará^ como yo he hallado, que los iridios netos ]uj)i aumen-
tado^. Esto se escribía á fines del siglo xviii, y se preparaba para la
imprenta á principios del xix: y en la misma fecha escribía Azara
un INFORME al marqués de Aviles sobre el gobierno de los indios en
el Paraguay, en el cual pone el estado de la población de 48 pueblos
de indios en dos fechas diferentes: y dividiendo los pueblos en dos
series, en una serie halla una disminución de la quinta parte en cien
años: y en la otra, disminución de la mitad en treinta y cinco años:
todo conforme á los padrones cuyas cifras cita para cada uno de los
cuarenta y ocho pueblos (4). Aumentar y disminuir: no puede haber
(1) Descripción del Paraguay, Col. Angelis, pág. 137.
(2) Pág. 124.
(3) Dbscr. XIII. 13.
(4) Sevilla, Arch. de Indias, 123. 6. 14.
— 302 —
oposición más manifiesta. «Eran, dice en otra parte (1), casi todos
los Jesuítas del Paraguay ingleses, italianos ó alemanes». Con los
Catálogos en la mano se ve que de 330 sacerdotes, sólo 41 eran
extranjeros, entre los cuales sólo uno era inglés.
Interminable sería la tarea si hubieran de notarse todos sus
errores: pues sin equivocación puede decirse que apenas ha}^ afirma-
ción de Azara en lo que toca á Jesuítas y Guaraníes, que no sea
errónea.
VIII
MEDIOS SEGLARES Y MEDIOS ECLESIÁSTICOS
Se ha visto á Azara confundir y tergiversar los hechos, cuando
á su intento convenía, ofreciendo invenciones su3'as como si fueran
realidades: esto es lo que hizo en el caso de Irala, á quien de repente
convirtió en sabio, en inventor de las encomiendas, legislador de las
dos vidas, y autor de que después de dos vidas quedasen para siem-
pre los indios en Corona Real: que todas son estupendas falsedades.
De semejante manera tergiversa }' confunde también cuando le
conviene las nociones usuales, como se verá en este párrafo.
Tenían mandado por diversas Cédulas los Reyes de España
que la reducción de los indios á pueblos se hiciese, no por medio de
armas, sino por medio de la predicación del Evangelio, echando
mano de las armas sólo en el último extremo de verse los españoles
insultados y acometidos por los naturales. Nadie ha dudado jamás de
lo que estos mandatos significaban. Reducir una tribu de indios
POR MEDIO DEL EVANGELIO Y NO POR LAS ARMAS, han entendido todos
que era abstenerse de la guerra, y emplear todos los medios que la"
caridad cristiana sugiere á los sacerdotes y religiosos, que eran los
llamados á esta clase de tarcas. De forma, que, excluyendo la
guerra, todos los medios que dicta la prudencia, sea de dones, sea
de recomendación por medio de otros infieles parientes ó conocidos
de los que se trataba de reducir, sea por otro cualquiera de los mil
medios lícitos que pueden ofrecerse: todo esto, empleado por sacer-
dotes ó religiosos, era reducir por medio del Evangelio. Pero Azara
(1) VoYAGEs, Xin. 247.
-393-
quiso acomodar á estas expresiones, ya de uso corriente, una nueva
significación, 5" confundir la noción de palabras que tanto él como
los demás empleaban. Y así describió la predicación por medio del
Evangelio, que él denomina método eclesiástico, poniendo no la ver-
dadera reducción, sino una caricatura de ella, que según él, consiste
en que un sacerdote se vaya á vivir entre los indios, dándoles de
comer por medio de los rebaños de vacas y medios que se le fran-
quean, se esté entre ellos cobrando una renta, y sin hablar con ellos
ni siquiera entenderlos. Todo lo que no sea esto no es, según
Azara, medio eclesiástico, sino medio secídar: y así, hablando de los
Jesuítas, dice que en la formación de sus pueblos, «despreciaron y
miraron como inútiles las vías de persuasión y recurrieron á los
medios temporales... Es verdad que ocultaron co7t gran cuidado su
proceder á este respecto: cosa i^atural, pues en su cualidad de ecle-
siásticos, querían pasar por tales en todas sifs acciones^ (1). Siendo
así que los medios de que se sirvieron los Jesuítas fueron siempre
medios eclesiásticos y evangélicos, y no medios de armas ó de gue-
rra, que son los que se contraponen á aquellos eii las Cédulas. V los
Jesuítas y los demás eclesiásticos que iban á reducir los infieles,
hacían algo más de lo que ridiculamente pinta Azara, de convertirse
en simples repartidores de comida: y se valían de todos los medios
de comunicación que estaban á su alcance para tratar, suavizar y
persuadir á los indios.
Asienta Azara con su frase hinchada y absoluta, que «el celo
de los eclesiásticos desde San Pedro acá no ha surtido buen
efecto-» (2). «No conozco ni una sola Reducción india que exista
hoy, y haya sido fonnada de esta manera (por medios de eclesiás-
ticos)» (3). «Me consta que ninguna Reducción de iridios se hafor-
malisado sin ella (sin la fuerza secular)» (4). Debió Azara saber,
pues estaba muy á su alcance la noticia, que los Jesuítas habían fun-
dado sin auxilio de la fuerza secular más de setenta pueblos, de los
cuales cuarenta y cuatro subsistían en tiempo de Azara. Y si dice,
como en efecto lo dice, que no fueron fundados por medios eclesiás-
ticos (5), le contradirán innumerables testigos que asistieron á la
fundación y declaran en los procesos lo contrario: y las Cédulas
reales que en virtud de ello concedieron exención á los indios, no
obstante el interés que tenían, y el empeño que pusieron en probar lo
(1) Voy. XIII, pág. 227.
(2) Viaj. Inéd. núm. 47.
(3) Voy. XIII, 211.
(4) Descripción. XII, 13.
\5) Voy. XII, 212.
- 394 -
contrario los encomenderos: y ;i los testigos 3' á las Cédulas será
razón creer más que á las huecas aserciones de Azara.
Mas insta Azai-a, aseverando dogmáticamente, como suele, que la
Reducción sin la fuerza secular, por medios eclesiásticos, es absolu-
tamente imposible. Para lo cual se funda en hechos que alega, y que
va á verse son nuevas invenciones suyas. <íl¡i(iepcndienteinente,
dice(l) de una experiencia tan larga y costosa {\2i de doscientos
años, cuyos efectos ha falseado Azara, como acaba de verse,
diciendo que no hay ni una Reducción que no haya sido enta-
blada por la fuerza secular): se convencerá cnalqiiicra de la insufi-
ciencia de los medios eclesiásticos, fijando la atención en la imposi-
bilidad, que liay para un s xcerdote ó religioso de hablar la lengua
de tales indios, excepto el Guaraní, que es lengua del Para-
guay » .
A esta decantada imposibilidad se puede responder, presentando
«el imposible vejtcido» por tantos Padres Jesuítas, como Misioneros
de indios hubo, que todos aprendieron la lengua de los indios de quie-
nes cuidaban. Y de ello quedan por testigos vivientes las gramáti-
cas, vocabularios, confesonarios, etc., que ho}' mismo duran.
Pero, agrega Azara, aunque se venciera este primer imposible,
quedaba otro: ^Era imposible redactar catecismo en lenguas tan
pobres, y á las que faltan palabras para explicar las ideas abstrac-
tas, y /lista para contar nuis allá de tres ó cz/íiíro».— Búrlase Azara
de sus lectores cuando propone tal imposibilidad, teniendo delante
el catecismo de la lengua Guaraní, que era precisamente una de
aquellas en que no se podía contar masque hasta cuatro. De suerte
que ya está otra vez el imposible vencido. Y lo mismo sucedió en
las otras lenguas, escribiéndose en todas ellas catecismos, de los
cuales quedan hoy muchos.
Pero, insta, se puede desconfiar de que estos catecismos sean exac-
tos (2). ^Puede desconfiar uno que sea desconfiado sin razón como
Azara, y no sepa, como él, el idioma; pero no puede desconfiar quien
sabe que estaban esos catecismos aprobados por personas peritas del
idioma.
Pero, aun suponiendo que por imposible hubiesen llegado los
Misioneros á saber la lengua, no hubieran podido comunicar á otros
lo que sabían: y así se hubiera acabado la instrucción con el primer
Misionero. «Cuando hubiesen llegado á entenderlas y hablarlas
perfectamente, no era posible trasmitir á otros lo que ellos supie-
(1) Voy. XIII, pág-. 212.
(2) Descripción, XII. núm. 14.
— 39f) —
sen (1). La razón es peregrina. <íPo¡qut casi todos estos idiomas
usan de sonidos que no pueden escribirse en nuestro alfabetor> (2).
— Pero no advirtió Azara, que si esto sucedía en «casi todos estos
idiomas», desaparecería por lo menos la imposibilidad en aquellos
que se salvasen del casi. Además, si el Misionero entendía y hablaba
perfectamente el idioma incapaz de ser representado por escrito á
causa de la extrañeza de los sonidos; no se ve porqué no lo había de
poder enseñar á otro Misionero de viva voz. Ni porqué este otro
Misionero no lo pudiera aprender con el solo trato con los indios,
como lo había hecho el primero. — En cuanto á la imposibilidad
misma de representación, es nueva invención de Azara, porque no ha
habido lengua que no se pudiese representar por escrito, á lo menos
con alguna imperfección, y aunque fuese necesario recurrir á signos
convencionales.
Finalmente, dice, la mejor prueba de la imposibilidad es que
«aunque hay en América tantos idiomas diferentísimos, y que en
grande número de ellos se ha intentado traducir nuestro Catecismo
por los Misioneros, no creo que se puedan mostrar sino cuatro tra-
ducciones, á saber: en las lenguas aimará, quíchoa, mejicana y gua-
raní» (3). Y refiriéndose al Padre Dobrizhoffer, dice (4): <¡^En San
Jerónimo estuvo veinte años el Jesuíta alenuln que vuelto d su
patria, escribió en latín en un tomo en cuarto la historia ó descrip-
ción DE Abiponibus; pero no pudo etitender su idionuí lo bastante
para tra lucir en él nuestro Catecismo: porque es muy difícil, gutu-
ral y diferente de todos». Donde es de notar que en los Voyages
consta haber dicho Azara que el P. Dobrizhoffer nunca había pisado
tierra de Abipones (5). Y entrambas cosas son falsas: pues ni estuvo
veinte años, ni escribió sin haber estado: porque estuvo siete años,
como él mismo lo dice. Ni la historia de Abiponibus está en un tomo,
sino en tres. En cuanto al Catecismo y á la supuesta imposibilidad,
responde el Sr. Lafone Quevedo en su monografía el idioma Abipón:
«Podemos estar muy seguros, que si el Padre Misionero no hubiese
podido reducir sus enseñanzas á las fórmulas de un Catecismo, no
hubiese permanecido un solo día en esa Misión. La presente mono- '
grafía reproduce el Catecismo, oraciones, etc., del P. Brigniel, que
el Sr. Lamas atribuía al mismo Dobrizhoffer: y allí están las prue-
bas de que tan fácil es catequizar en Abipón, como en cualquiera
(1) Descripción, XII. núm. 14.
(2) Ibid.
(3) Descripción, XII. núm. 14.
(4) Descripc. X. núm. 43.
(5) \'0Y. tom. 1. pág. 27. not.
- 396 -
otra lengua que Dios ha permitido que se evolucione sobre la
tierra.»
Con éste tiene Azara un catecismo además de los cuatro, fuera
de los cuales no creía que hubiera ninguno. — Si Azara viviera ho}',
podría tener el gusto de comprar una cantidad de esos catecismos
imposibles, que en 1904 ofrece en venta W. Hiersemann de Leipzig
en su Catálogo n. 301: el araucano, del Jesuíta P. Febrés: el de la
lengua Cahita del Jesuíta P. Velasco: el de la lengua Chiquita del
Padre Jesuíta Camaño: ly por el P. Peramás se sabe que había
escrito otro el P. Chomé): el de la cumanagota, de Fr. N. de Tauste:
el guaraní del Jesuíta P. Montoya, distinto del que Azara conocía
del P. Bolaños: el lule y el tonocote del Jesuíta P. Machoni: el huax-
teco de Tapia Zenteno, 1767; el de la lengua de los Kariris por Ber-
nardo de Montes; el de la lengua de los Mojos por el Jesuíta Padre
Marbán, el Otomí del P. Pérez: el de la lengua Tacana de Ant. Gilí:
el de la lengua Zapoteca de E. Levanto.
Y sin duda faltan muchos. Sólo de la región del Río de la Plata
es cierto que se escribieron el Guanana del Jesuíta P. Montoya (1):
lule, tonocote, guaraní y abipón ya citados; mocoví; toba que arre-
glaba el P. Arto: Mbayá del P. Sánchez Labrador; Kaka: lengua de
los negros de Angola importados en el Río de la Plata (estos dos úl-
timos estaban para imprimirse) (2); y otros que se ignoran. — He aquí
otros tantos hechos que Azara daba por imposibles: y que sin embargo
son tan reales, que se pueden ver con los ojos y tocar con las manos.
Pero todas estas imposibilidades se habían de inventar á trueque
de desacreditar y pintar como imposible el método eclesiástico de
reducir los infieles, y hacer creer que el método de la guerra y vio-
lencia empleado por los seculares <íera infaliblemente eficaz^ y se
liahla de preferir, porque era el íntico (3).»
IX
241 VALOR DE LOS JUICIOS DE AZARA
Fácil será ya estimar qué mérito tengan los juicios de Azara tras-
critos arriba sobre el régimen de los Jesuítas en la administración
de los indios Guaraníes.
(1) Jauque. Vida tom. 2. pág. L'54.
(2) Congr. 5.^ de la Prov. del Paraguay en 1632.
(3) Voy. XII. p. 212.
-397-
Se ha visto que Azara tergiversa ó inventa los hechos ó sus cir-
cunstancias esencialmente, como sucede en los de Irala y del Padre
Dobrizhoffer: que no son casos aislados, sino meros ejemplos de un
modo de proceder que se repite bastantes veces.
Afirma con asombrosa facilidad é increíble sangre fría lo que es
enteramente falso: y eso aun cuando él mismo lo contradiga luego
con igual aplomo, y aun tratándose de números y fechas donde es
tan fácil la confrontación: como se ha visto en cuanto al crecimiento
ó decrecimiento de los indios, y puede verse probado en cuanto á las
fechas y á gran número de pueblos fantásticos, en la Introducción al
Padre Cíirdiel (1).
Confunde y tergiversa igualmente las nociones ó conceptos reci-
bidos por todos, á fin de probar sus erróneos asertos: como se ha
visto en el concepto de la reducción por armas y reducción por el
Evangelio, ó como él dice, método secular y método eclesiástico.
Semejante escritor carece de autoridad, según la recta crítica; y
no merece crédito en nada de lo que dice, si no consta de la verdad
por otros medios. Sus juicios son evidentemente obra de la fantasía
ó de la impresión del momento, no obstante la tenacidad con que
ordinariamente los defiende, como puede comprobarse en los errores
que conservó en el cap. XVIIÍ de su Descr. aun después de las ati-
nadas reflexiones del Dr. Leiva, que publica la Revista de Buenos
Aires, 1865, tom. 8.« p. 488.
En su juicio acerca del sistema de los Jesuítas interviene otra cir-
cunstancia que debe tenerse presente. Azara nació y vivió en una
época en que era lo corriente decir todo el mal posible de los Jesuítas:
y no tuvo correctivo alguno en su familia de esa tendencia que tanto
podía inclinar al error en esta materia: antes al contrario, tuvo por
hermano, á quien respetaba mucho, á D. Nicolás de Azara, que se
cuenta entre los más encarnizados enemigos de los Jesuítas. Venido
á América, vivió muchos años en la Asunción del Paragua}^ donde
estaban arraigados los encomenderos, Todo esto explica que sus jui-
cios respecto de los Jesuítas sean los de un enemigo.
Hasta le llevó su ligereza á dispensar alabanzas desmedidas,
cuando le parecía que había de sacar provecho de la alabanza. Así
asienta que los paraguayos «aventajan á los de Buenos Aires en
sagacidad^ actividad, estatura y proporciones (2),» y después de
decir, que casi todos los paraguayos son descendientes de mestizos,
añade: «son muy astutos, sagaces, activos, de luces más claras, de
(r^ Decl. § XI y XII.
^2) Descr. XIV. 6.
-398-
raayor estatura, de formas más elegantes y aun más blancos, no sólo
que los ciíoUos é hijos de español y española en América, sino también
que los españoles de Europa.» De la misma manera, escribiendo su
Memoria sobre límites, año de 1805, la termina con los conceptos
siguientes en alabanza del favorito Godo}^: «Necesitamos absoluta-
mente de un hombre cual lo veo en el Excmo. Sr. Príncipe de la Paz,
para que con su penetración, sagacidad y sabiduría... contenga tan-
tos daños 3" perjuicios como han causado á la monarquía nuestros
pasados ministros. Sólo dicho señor príncipe es quien puede emplear
nuestros esfuerzos unidos á su talento y luces superiores para que
nos restituyan los portugueses lo que nos tomaron... Y sólo S. E. es
capaz de conocer que admitir dilaciones y pensar en cesiones por el
bien de la paz, Síría arruinar para siempre nuestro imperio» (Ij. —
Véase cuan acertados eran sus juicios.
Lo singular es que, estando tan á la vista las faltas de este escri-
tor, se le haya dado la importancia y el crédito que ha alcanzado
durante el siglo xix.
No obstante, los que han querido hacer algún estudio serio sobre
historia, han dado testimonio de que no se podía fiar en los datos de
Azara. El meritísimo ilustrador de las lenguas indígenas del Río de
la Plata, D. Samuel Lafone Quevedo, buscando noticias sobre los
Abipones, recorrió todas las fuentes de información, apreciándolas
en lo que valen: y llegando á D. Félix de Azara, después de trascri-
bir los datos que ofrece en su Descr. y Voyages sobre dicha nación
los califica de «noticias inexactas^) y llama corta y poco satisfactoria
su relación (2), agregando: «Lo que dice este autor acerca del número
de los Abipones debe ser tan digno de crédito como aquello otro
acerca de Dobrizhoffer. Son noticias de esas que se dan para llenar
un párrafo.» Y en seguida refuta como se ha visto arriba el aserto
de ser imposible el catecismo en abipón.
El historiador D. Francisco Bauza, en su acreditada Historia de
LA Dominación Española en el Uruguay, Reseña preliminar, n. 6,
después de elogiar la parte geográfica de los escritos de Azara,
añade: «La parte histórica está lejos de merecer los elogios que tan
largamente se le han discernido. Escaso valer tienen sus observacio-
nes sobre los indígenas del Plata... Igual insignificancia asume su
método crítico, que consiste en negar sin pruebas lo que otros han
afirmado á la luz de documentos irrefutables.» «Afirmaciones indeci-
bles y negativas rotundas asienta por cuenta propia.» «Desmiente ese
(1) .Memorias, pág. 8L
(2) Idioma Abihón, cap. 25. pág^. 57.
-399-
hecho coaocido y comprobado hasta la saciedad, [y dice] «S. Francisco
Solano jamás llegó al Río de la Plata» (1). Cita otros varios ejemplos,
y concluye: «Sería largo enumerar la cantidad de ejemplos similares
á los ya citados, que se encuentran á cada página del libro, y de los
cuales hemos tomado al acaso los que acaban de leerse. No es de
admirar, pues, que con tal menosprecio al criterio admitido, sustitu-
yese Azara contra los hechos mejor comprobados, sus apreciaciones
antojadizas.»
Por donde con razón afirma el escritor paragua3'o Dr. Manuel
Domínguez, que: «La crítica ha despedazado á Azara, y tan despe
dazado le ha dejado, que entre los entendidos, es de mal agüero
tomarle por guía, así en etnología como en historia» (2).
Ni aun la forma cortés acertó á guardar Azara en sus impugna
clones: y así trata á todos los historiadores que le han precedido con
extraño desprecio y altanería: Ejemplos: «Rui Díaz falta á la
verdad» (3). «Alvar Núñez dice..., pero no le creo» (4). «Todo lo que
dice es supuesto» (5). «Schmidel hace una descripción toda tan apó-
crifa como la historia de las Amazonas» (6), «el criminal Lozano» (7).
«Barco y su copiante Lozano» (8), «creo que cuanto dicen es forjado
por ellos» (9).
De suerte que el editor francés de sus obras se vio obligado á
calificar «su estilo de extraño á las formas que la cortesía europea
mira como indispensables». En efecto, en su Descripción de los
pájaros llega hasta llamar á una carta de un naturalista «llena de
falsedades, de mentiras, y que absolutamente ha de ser desecha-
da» (10). Y de los viajeros que han visto variedades determinadas,
dice: «los viajeros que dicen que las han visto en aquellos países,
pueden haber mentido, cosa que es demasiado común». A que justa-
mente replica el traductor: «{Cómo no se le ha ocurrido al autor de
inculpación tan ásperamente expresada que se le podía retorcer,
aplicándola á sus propias observaciones?» (11).
(1) Descr. tom. II. § 150.
(2) Estudio SOBRE la Atlávtida. Asunción, 1901. pág. 11.
(3) Descripción, XV^Ill. núm. 63.
(41 Núm. 55,
(5) Núm. 58.
(,6) Núm. 68.
(7) Núm. 27.
(8) Núm. 137.
(9) Núm. 146.
(10) Voy. IV. pág. 28.
(11) Voy. III. pág. 30.
400-
X
-^42 EXAMÍNASE EL FUNDAMENTO DE AZARA
Funda Azara su condenación del sistema de los Jesuítas en que
no dejaba bienes propios á nadie. Ya se ha hecho notar que esto es
una de sus enormidades, contraria á la verdad de los hechos: pues
cada indio tenía su chacra ó sementera, siendo suyo y sin tener nada
que ver con los bienes comunales cuanto en ella quisiera cosechar: y
los Padres incitaban de todos modos A los indios á que tuviesen pro
piedad, y les daban tiempo abundante para su cuidado, como en su
lugar está probado. Por tanto, la censura de Azara cae por sí misma,
por apo3^arse en un falso supuesto: y con ella el aserto de que se
quitaba el estímulo del trabajo: y se seguía el hambre: y cuanto
agrega. Todo es batallar con el sistema de Bucareli, que confunde
con el de los Jesuítas; ó mejor dicho, batallar con un fantasma
ideado por él, pues ni aun en el sistema de Bucareli estaban entera-
mente desprovistos de propiedad los indios: sino que además de
cultivar lo propio, estaban obligados á cultivar lo de bienes
comunes.
La incapacidad de los indios que los Jesuítas afirmaban, era, no
de sustentarse bien ó mal, sino de sustentarse de modo que pudieran
vivir en pueblo-, civil y cristianamente, sin tener que irse á vivir en
los montes por largas temporadas, perdiendo así el cultivo espiri-
tual: y sin que se violase el derecho que tenían, imponiéndoles el
servicio personal, con la consiguiente disminución que los padrones
hacen confesar al mismo Azara. Y esta incapacidad no la desmiente
ninguno de los ejemplos de Azara. El ejemplo de los indios que
vivían encomendados sólo hace ver que, sujetándolos á servicio
personal, prohibido por las leyes, y consumiéndolos por la despobla-
ción, alcanzaban á vivir. Pero ni lo uno ni lo otro querían las le3'es,
ni debió querer Azara, si hubiese sido humano. El ejemplo de los
infieles en su gentilidad prueba que andando por montes y ríos con
una vida salvaje, podían vivir: }• aun eso, destruyéndose con perpe-
tuas guerras. Pero también eso era cosa que querían evitar las
leyes, y con ellas los Jesuítas.
— 401 —
El relato de que la Corte procurase que los Jesuítas dieran alguna
propiedad á los indios, es in\^entado.
Igualmente es otra de las invenciones de Azara lo que escribió
sobre las Reducciones de Quilmes, Baradero, Santo Domingo
Soriano y Calchaquí, cuyos indios afirma vivían como los espa-
ñoles: y eran sumamente felices por esta razón.— La prosperidad
de estos pueblos era tan grande, que en el de Calchaquí había
hasta veinte familias: y en cada uno de los tres de Quilmes, Bara-
dero y Santo Domingo Soriano, llegaban las familias de diez y seis
á veinte. Tanta prosperidad como ésa parece que deseaba Azara
para cada uno de los pueblos de las Doctrinas, que solían tener de
quinientas familias para arriba y los había que pasaban mucho de
mil familias. El que da el número de familias de los cuatro pueblos
celebrados por Azara es el P. Cardiel hacia 1771, en su Breve rela-
ción, cap. I. Y el P. Lorenzo Casado, que como Misionero del par
tido, había recorrido todos los poblados del Río de la Plata, dice en
su Memoria escrita á petición del P. Calatayud, y conservada hoy
en Loyola, pág. 92: «Por este pueblo de Calchaquí , jurisdicción de
Santa Fe, he pasado varias veces: apenas tendrá como diez y seis
á veinte ranchos de paja». Y de Santo Domingo Soriano. «Es, con
nombre de indios, pueblo de mestizos, mulatos y portugueses adve-
nedizos:... es pueblo infeliz y de ninguna consideración, trato ni
comercio».
El mismo Azara reconoce (1) que «.so/z raros los indios netos que
haíi quedado en estos cuatro pueblos»: lo cual no se compagina muy
bien ni con la prosperidad de los indios, ni con el aserto de que «por
los padrones que existen y he visto en aquellos archivos... se hallará,
como yo he hallado, que los indios netos han aumentado».
En cuanto al fundamento de comparación de sistemas, en que se
afirma «que se gobernaron sin pagar tributo, y sin la menor diferen-
cia con los españoles», es tan poco exacto, que en el Archivo de
Indias (2), se puede registrar hoy la participación oficial del Gober-
nador de Buenos Aires, Herrera de Sotomayor, de haber empadro-
nado en el año de 1690 los pueblos de indios de Quilmes y del Bara-
dero, imponiendo á cada indio cinco pesos y medio de tributo.
Y si la prosperidad material no era extraordinrria, tampoco lo
era la formal, de la que se lee en el informe del Gobernador Zavala
en 1724, trascrito en el número 113: «Pudieran ser muy dichosos los
tres pueblos de indios que V. M. tiene en la inmediación de esta
(1) Mkmokia sobre la libertad, etc., pág. 123.
(2j Sevilla, Charcas, 76, 3, S.
26. Organización social de las doctrinas guaraníes.— tOíMO ii.
— 402 —
ciudad, si llevasen el método de los Padres de la Compañía de Jesús,
pues sien lo de cortísimo número, cada punto se experimentan disen-
siones entre el Cura, Corregidor y Alcaldes: y finalmente es un
tropel de discordias, que se fraguan en competencia de unos con
otros: habiéndome costado suficiente trabajo la solicitud para que se
nombrasen Curas de los pueblos, por la poca permanencia de los
antecedentes». Estos son los modelos que Azara proponía para
demostrar que el sistema de los Jesuítas era absurdo; 5' el que él
proponía, inmejorable.
Su gran dilema, de que el no haber llegado los Guaraníes en dos
siglos, según su errada cuenta, que son siglo y medio según la reali-
dad, á despojarse de aquella su incapacidad, es prueba de que ó el
sistema de los Jesuítas era contrario á la civilización, ó los indios
eran esencialmente incapaces de salir del estado de incapaces: no
conclu)^e; porque la disyuntiva no es perfecta. Queda el término
medio de que los indios no habían estado bastante tiempo sometidos
á aquel régimen: y por eso no se había borrado su imprevisión 5' su
incapacidad; pero se habían quitado muchos de los vicios que tenían
en el estado salvaje: se había hecho de ellos ciudadanos útilísimos A
su patria, morigerados, trabajadores en cuanto lo comportaba su
índole, y buenos cristianos: como todo se ha probado antecedente-
mente: y esto era esperanza para creer que también se lograría lo
demás, dando cá la obra el tiempo necesario: que si para perfeccionar
los individuos se mide por años, para las razas no puede medirse sino
por siglos.
Y aunque se admitiese, en el peor caso, la consecuencia de que los
indios eran incapaces para salir de aquella su niñez; era irracional
el abominar de aquel régimen, que tanto bien había traído á los mis-
mos indios y á toda la sociedad, y empeñarse en cambiarlo por otro,
que no produjo otro efecto sino la extinción de la raza.
XI
^-íO ESTADO RELIGIOSO DE LAS DOCTRINAS
No es de los menores cargos que Azara hace á los Jesuítas, el de
que los indios de Misiones no estaban bien instruidos ni fundados en
religión; añadiendo que eso era por culpa de los Padres.
-403-
<.<Dicen los que lian reetnplasado á los Padres^ que había poco
fondo de religióny> (1),— Cargo es este genérico y vago, que es impo-
sible entender qué quiere significar; sólo se ve en él una acusación
contra los Guaraníes de poco religiosos, ó contra los Padres de des-
cuidados. Acusación vaga, confirmada con testigos tan vagos y gené-
ricos como la misma acusación: «los que han reetnplasado á los
Padres», presentada por Azara, que, aun apoyándose á su parecer
en documentos, asienta con tanta facilidad hechos falsos: no mere
cería más refutación que negarla. Otros enemigos hay que, por el
contrario, acusan á los Jesuítas de haber impreso tan indeleblemente
en los Guaraníes las prácticas de la religión, que dicen que mientras
haya Guaraníes, no se les borrará lo que ellos llaman fanatismo que
les infundieron los Jesuítas.
En otra parte (2) refiere, como única explicación del poco fondo
de religión, un cuentecillo que tomó de la Memoria de Doblas, sobre
que los indios de aquel tiempo se ingeniaban para saberlo que des
agradaba al Cura cuando se habían de confesar, y se acusaban de
cosa diferente. Esto, que Doblas cuenta de oídas, y de un solo caso,
y de su tiempo que era hacia 1784, Azara lo extiende á todos los
Guaraníes, á todos los pueblos, y al tiempo de los Jesuítas. Muy
falto de fundamentos, aun aparentes, debió de estar, cuando para
confirmar su acusación, hubo de recurrir á ese expediente de mala
lógica 5' de mala le}'.
En la Descr. (3) presenta una causa culpable de haber poca reli-
gión en el fondo. «Y no es extraño», dice «cuando dicen los mismos
indios que tuvieron pocos Curas capaces de predicar el Evangelio.»
Ya se ha hecho ver arriba que esto es una falsedad; y que todos los
Curas eran examinados de idioma, y no entraban al Curato sino
aprobados de idioma por el Obispo. Así, la falsa imputación de haber
poca religión, se propala sobre la fe de testigos anónimos, y se apoya
en otra falsedad.— Y para confirmar esta segunda falsedad de Azara,
aparece otra invención suya. Se ha explicado en su lugar que, des-
pués de hacer el domingo la plática el Cura Jesuíta á sus feligreses,
la repetía un indio de razón á los hombres y otro á las mujeres.
Azara, que nunca vio un Jesuíta en Doctrinas, y sólo de paso estuvo
allí, veinte años después que ellos ya habían salido, inventa la fábula
de que los Jesuítas, por no saber predicar en guaraní, hacían que un
indio aprendiese algunas pláticas de memoria, y se las hacían repetir
(1) Dkscr. XIII. 18.
(2) Voy. XIII. p. 253.
(3; XIII. 18.
-404-
delante de todo el pueblo. Cualquiera pensará que por lo menos
debería esta plática hacerse los días de fiesta después de Misa; pero
para que lleve más patente el sello de la invención, Azara la pone
después de algún juego. «Para remediar este inconveniente (de no
predicar los Jesuítas) hicieron los Jesuítas que algunos indios ladinos
aprendiesen algunas piezas y que las predicasen en la plaza después
de alguna pieza ó torneo» (1). — Una fábula más.
Con esto, ya no es extraño que acuse Azara á los Jesuítas con
acritud en su MS. de Río Janeiro (2). «También puede llevarse á mal
en los Jesuítas el no haber adelantado un paso la instrucción de sus
neófitos en dos siglos.., sin enseñarles... ni aun religión, de la que
cuidaban poco, como se ve palpablemente, y acredita el que la mayor
parte de sus Curas no sabían el idioma; el que para predicar enseña-
ban de memoria algunas pláticas á los indios, de quienes las apren-
dían otros, y bien ó mal, ellos las pronunciaban en las plazas en los
intermedios de las fiestas; sin que los Padres se detuviesen en esto.»
A todas estas falsedades añade otra, sobre el viático: «ni en llevar
el viático á las casas de los enfermos, porque los hacían conducir
para ello á un cuarto que tenían para este fin, enfrente del colegio.»
A su tiempo se ha visto que el Viático se administraba, como los
sacramentos de la confesión y extremaunción, en las casas de los
enfermos; y que las capillas de la plaza eran, en tiempo de los Jesuí-
tas, para depositar los cadáveres.
Finalmente, exponiendo Azara el estado religioso de los indios
que no eran dirigidos por los Jesuítas, aunque dice que no era como
fuera de desear, afirma no obstante que era superior al de los indios
jesuíticos. La razón es siempre la misma. Los Jesuítas Curas no
sabían guaraní; y los Curas clérigos, como naturales del país lo
sabían; y así, podían instruir mejor á los indios. Olvida siempre
Azara que muchos de los Curas Jesuítas eran paraguayos; y sobre
todo, que ninguno era puesto en el Curato sin haber sido aprobado
de idioma en el examen hecho de orden del Obispo. Pero se ve que
saca todo el partido que puede de una falsedad, como la de la
supuesta ignorancia del idioma.
Ahora, para edificación de Azara, que habla de lo que no vio ni
estudió donde debía, que es en las fuentes y testigos, se citará un
solo testimonio de los muchos que se pudieran presentar, cuya auto-
ridad es verdadera, como que de oficio, por ser el Obispo, visitó las
Doctrinas, y se enteró de lo que pasaba en ellas; y tanto más atendi-
(1) Drscr. XIII. 1.3.
(2) Pág. 137.
- 405 —
ble, cuanto vino á estas tierras sumamente prevenido contra los
Jesuítas. Es éste el lUmo Sr. D. Antonio de la Torre, último Obispo
del Paraguay }■ de Buenos Aires en tiempo de los Jesuítas.
«Pueblos encomendados á los RR. PP. Jesuítas. — Los trece pue-
blos antiguos que están encomendados al a3'udarse, de los RR. PP. de
la Compañía de Jesús, todos se hallan con especialísimo orden y viva
observancia de su primer establecimiento, celando en que todos
cultiven sus chacaritas para ayudarse, además de las sementeras
comunes que laborean para el socorro de todos y de cada uno; cuyas
conveniencias temporales no logra el común de los españoles en toda
esta provincia; no siendo menores las espirituales, como principal
objeto del apostólico celo de estos Padres.»
«Porque todas las mañanas á hora del alba, todo el pueblo con-
curre á la iglesia: la juventud canta la Doctrina cristiana y otras
divinas alabanzas: oyen todos Misa..; por la tarde vuelven al ejerci-
cio del Santísimo Rosario; y después de decir el Alabado, vuelven á
tomar 3'erba los que han venido de su tarea.»
«En los días festivos se les predica y explica la Doctrina cristiana,
reprendiéndoles sus defectos y estimulándoles á la virtud, observan
cia de la divina ley y frecuencia de los santos Sacramentos, los que
así practican...»
«Para los pobres enfermos, todos los días se cocina aparte, y se
les asiste con todo lo necesario... con los demás medicamentos;
socorriéndolos puntualmente con los espirituales á cualquier hora y
en cualquier tiempo que les sean necesarios. . .» «Celebran sus festivi-
dades y hacen sus oficios con tan dulce y armoniosa solemnidad, que
no la he oído igual hasta hoy en este Nuevo Mundo.»
Y pues la audacia é invenciones del crítico fuerzan á declarar
todas las cosas, aun en el caso de haber comparación, servirán al
intento de saber si estaban ó no instruidos en la religión los Guara-
níes de Doctrinas las palabras de otro Obispo, que igualmente había
visitado las Doctrinas: el Illmo. Sr. D. Faustino Casas, quien escri-
bía al Rey en carta de 31 de Marzo de 1678 (1). «En cuanto á la edu-
cación y gobierno espiritual de siete pueblos que pertenecen á este
Obispado, convienen todos que excede al que tienen los españoles en
esta provincia: Y que la Doctrina la pueden enseñar, según la clari-
dad con que la explican y la entienden.»
Estas afirmaciones de testigos intachables destruyen los cargos
anónimos de Azara, nacidos de su ignorancia voluntaria, y de su
(1) Archivo de Indias: Charcas, 75. núm. 9.
- 406 -
animadversión contra los Jesuítas y contra los indios doctrinados
por ellos.
XIT
244
^^^ DOBLAS
El teniente de Gobernador de Concepción por diez años, Don
Gonzalo de Doblas, fué el que suministró gran número de datos á
Azara para sus escritos sobre Misiones; para lo cual compuso una
MEMORIA que puede verse en la Colección de Angelis, 3^ cuya primera
sección publicó también el Boletín de la Academla de la Histo-
ria de Madrid. Siendo en su mayor parte semejantes á los de Azara
sus conceptos y su juicio, no será menester emplear mucho tiempo
en examinarlos.
Asienta lo primero que «estos pueblos, desde su reducción, se
han mantenido y mantienen en comunidad;... este método de
gobierno sería útil á los principios». «Explica cómo andaban vagando
por los montes, y añade: «fué preciso, para reducirlos á pueblos y
educarlos en nuestra santa fe el proporcionarles el sustento fuera de
los montes, donde antes lo encontraban. Para esto, parece no se pre-
sentaba mejor método, atendiendo á su rudeza, que el que eligieron
aquellos Doctrineros: que fué constituirse cada uno en su Reducción
como padre temporal de sus neófitos, persuadiéndoles 3" obligándoles
á sembrar de común, recoger y guardar sus frutos, y distribuírselos
con economía, de modo que no les faltase en todo el año; 3' así en
todo lo demás que establecieron con el tiempo, 3' que uniformemente
practicaban en todos estos pueblos.»
Da testimonio de la subordinación al diocesano, 3" del conoci-
miento de la lengua Guaraní necesario para la canónica colación,
pues dice: «En tiempo de los Jesuítas, tenía cada uno de estos pueblos
un Cura, que presentaba el Gobernador de Buenos Aires, como
vicepatrono de los treinta pueblos: al que daba la colación y cañó
nica institución el Obispo de Buenos Aires á los de los diez 3^ siete
pueblos del Uruguay: y el del Paragua3^ á los trece del Paraná».
Igualmente atestigua que conformándose con la práctica antigua
que tenían los pueblos», «todos los domingos 3' días festivos del año»
«se junta la gente en la iglesia... rezan las oraciones de la doctrina
-407-
cristiana... Después va el Cura ó Compañero, les explica algún punto
de doctrina, empleando algún poco de moral sobre el mismo punto,
en lo que regularmente gasta media hora»: donde resalta la frecuen-
cia de predicación que habían introducido los Jesuítas, tanto, que
duraba aún después de salidos ellos: y lo absurdo de la especie de los
que les negaron conocimiento del idioma.
Apunta el parecer de que este sistema fué bueno para pupilos ó
para menores. «Ya ve usted, amigo mío, que éste era un régimen
excelente practicado con pupilos, ó por un padre con sus hijos, entre-
tanto están bajo la patria potestad.» Y si Doblas hubiese tenido
bastante ciencia y discernimiento para observar que las le)^es tenían
á los indios por tales, y la realidad les daba razón, hubiera aprobado
de lleno el régimen de los Jesuítas.
Pero empieza por ir asentando hechos falsos, parte que no dice
de dónde los toma, y parte que admite de los que traen otros: 3^ á
poner principios erróneos: de donde sale al fin su juicio tal como se
puede suponer.
Asegura que á los indios «en tiempo de los Jesuítas no se les
permitía propiedad en cosa alguna». Ya se ha demostrado ser ésto
falso. Pero, dice él «aunque á todos se les obligaba cá tener chacras
propias, y se les daba tiempo para que las cultivasen, éstas habían
de ser del tamaño que el Padre quería, y en el paraje que señalaba,
y sus frutos los habían de consumir y gastar conforme á la voluntad
del Padre». Esto es un puro dislate inventado por capricho, y al
parecer procedente sólo de malevolencia: que Doblas no tiene como
probar, ni siquiera lo intenta. Medrado estaba el Cura si hubiera de
haber andado señalando lugar para sementera á cada una de las
quinientas familias del pueblo, y avisándoles de cuando habían de
comer lo que tenían en casa: afirmación increíble en sí de puro
ridicula. Pero además de eso, existen los testigos que explican cómo
se hacía la distribución de la tierra, 3' á cada cacique se le señalaba
tanto terreno dentro del término del pueblo, que todos sus subditos
pudiesen tomar el trozo que mejor les cuadrase para sementera, 3'
que lo que únicamente hacía vigilar el Cura, era que no hubiese
algunos, que por su desidia tomasen tan poca tierra, que no les bas-
tase para sustento de todo el año: 3" se han citado en su lugar.
Afirma que «los muchachos 3^ muchachas corrían, hasta que se
casaban, cá cargo del Padre, así en el alimento y vestido, como en
la educación 3- aplicación al trabajo». Error enorme, pues, como en
su lugar se ha visto, en mucho tiempo del año, los hijos estaban con
sus padres en el campo: y aun cuando estaban en el pueblo, pasaban
- 408 -
parte del día en su casa, después de la escuela ó trabajos comunes:
y los vestían, 3' sustentaban sus padres: dándoseles sólo alimento
cuando iban á faenas comunes.
Que ponían absoluta igualdad entre los indios, )' tenían empeño
en deprimir á los caciques: es invención de Doblas. La prueba que
alega es un hecho falso. «No los ocupaban en empleo alguno». Abrase
el libro de los Inventarios de Misiones, entre lo poco que existe
que pueda convencer la ficción: y se encontrarán no menos de quince
caciques de quienes consta que en 1768 y bajo de los Jesuítas, tenían
cargos, y de los más principales de sus pueblos, como Teniente de
Corregidor, ma3"ordomo, etc.: y eso que allí no aparecen para nada
los Corregidores, que estaban ausentes con Bucareli: ni firman sino
dos ó tres indios en cada pueblo: y en algunos pueblos no firma
ningún indio. Todos estos quince prueban cuánta verdad sea que
«no los ocupaban en empleo alguno». De los quince, los once fií-man
por sí mismos, y solos cuatro no sabían firmar. Así que estos quince,
con los treinta caciques más que firman de por sí en el documento
publicado en Brabo, Col. p. 106, son cuarenta y una pruebas más de
la verdad con que afirma Doblas que «rcij-o es de los de aquel tieuif^o
el que sabe Icer^. Y sobre la fe de semejantes escritores se ha dis-
currido largo tiempo acerca de los Jesuítas.
En lo demás, Doblas, que en todo manifiesta la displicencia que
le producía cuanto tenía relación con los Jesvu'tas, reproduce las
paparruchas del libelo de Rombal sobre el abatimiento calculado de
los Guaraníes; y las acusaciones falsas del Tilmo, la Torre, que en su
lugar han sido ventiladas acerca de aplicación de Misas, etc.: agre-
gando de suyo que el mismo lUmo. la Torre en el informe á Buca-
reli dice que no llevaban los Jesuítas el Viático á los enfermos, sino
que hacían llevar los enfermos á las capillas frente á la iglesia para
administrárselo: y aun añade que con esto habían muerto algunos de
frío, pág. 58. Si tan exacto es el hecho que en seguida refiere, de que
en su tiempo se había hecho alguna vez ésto, preciso será decir que
no se le ha de dar crédito alguno, pues en el informe del Illmo. la
Torre, que se inserta entero en la Adición de Bucareli, no dice el
Prelado semejante cosa. Entretiénese asimismo Doblas en discursos
impertinentes sobre si se debió poner plata en las coronas ó aureolas
de los santos, y si era mejor que se hubieran hecho con más gusto
artístico los grupos de Semana Santa: y asevera que los Jesuítas
<¡.no ponían gran cuidado en lo que pertenecía al bien espiritual de
las almas de sus feligreses». Véase sobre esto lo dicho en el párrafo
anterior.
- 40Q -
El juicio general de Doblas sobre el régimen de los Jesuítas es,
que «no era bueno para formar pueblos con ánimo de que sus habi-
tadores adelantaran en cultura y policía, según ha sido en todos
tiempos la voluntad del Rey» (1). Juicio erróneo, que no tiene más
prueba sino las falsedades aducidas por su autor. El Rey se dio
siempre por muy bien servido de los Guaraníes, que ciertamente
hicieron grandes servicios á la monarquía. Los Guaraníes con el
sistema de los Jesuítas adelantaron en cultura y policía, pues pasa
ron del estado salvaje al estado próspero en que los hallaron en
tiempo de Bucareli: y ni los indios ni el Rey tuvieron nada que agra-
decer á Doblas, y á los que como él no hicieron sino desacreditar lo
antiguo, y formar planes que acabaron de arruinar á los indios, ya
decaídos en tanto grado con el sistema de Bucareli.
(1) Pág. 16.
CAPITULO XV
ESCRITORES DEL RIO DE LA PLATA
1. Escritores argentinos: el Deán Funes y el Dr. Domínguez. — 2. Dr. Juan
María Gutiérrez. — 3. Valor del juicio de Gutiérrez: examínase el argumento de la
desigual resistencia. — 4. El General Mitre. — 5. Trelles. — 6. Lamas. — 7. D, Vicente
Fidel López. — 8. Bauza. — 9. Observaciones sobre los escritores del Rio de la Plata.
Después de los contemporáneos, ó á lo menos inmediatos al
tiempo de los Jesuítas, es de razón indagar los juicios de los escrito-
res de la misma región donde tuvo lugar el florecimiento de las
Misiones de Guaraníes: quienes por la inmediación de los parajes, el
trato con los moradores del país, y la existencia y conocimiento de
los Archivos, parece han de hallarse en situación de dar su parecer
con mayor acierto.
Nada ó casi nada hay que decir de la primera mitad del siglo xix;
en la que, ocupados en guerras, ora de emancipación, ora de trastor-
nos interiores, carecían del sosiego necesario para el estudio de la
historia. — Pero después de la caída de Rosas, se despertó en las
repúblicas del Plata extraordinaria afición á publicar trabajos histó-
ricos; y como es imposible penetrar en el campo de la historia anti-
gua de estas regiones, sin encontrar las huellas de la obra de los
Jesuítas en las Doctrinas, directa ó indirectamente, hubieron de pro-
nunciar su fallo sobre ellas cuantos se dedicaban á escribir sobre esta
materia. En el presente capítulo se reseñarán los juicios de algunos
de los escritores más conocidos; pues hacerlo con todos fuera largo
y enojoso.
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ESCRITORES ARGENTINOS: EL DEÁN FUNES
Y EL DOCTOR DOMÍNGUEZ
Dos son los más acreditados escritores que emprendieron en el
siglo xjx la tarea de trazar la historia completa del Río de la Plata:
el Deán Funes y el Dr. Domínguez
El Deán Don Gregorio Funes (1749-1829), publicó su obra con
el título de <iEnsayo de la Historia civil de Buenos Aires, Tiiciimdn
y Paraguay T>, entre los años 1815, 16 y 17, en tres tomos en cuarto.
Sus relatos están basados especialmente en Lozano }' en la edición
del P. Chailevoix hecha por el P. Muriel; pero á ellos agregó, par-
ticularmente en cuanto á la última época, sus laboriosas investiga-
ciones en los Archivos del Virreinato.
Hablando en el tom. IJ. cap. VIII, de la expulsión de los Jesuítas,
dice: «El demasiado poder que daban d los Jesuítas sus virtudes y
sus luces, véase aquí su crimen. y> «El crédito de esta Orden, bien
establecido en estas partes, la importancia de sus servicios con que
había hecho dependiente de su existencia la felicidad conu'in, su
prudencia siempre atenta d consultar lo pasado, dirigir con acierto
lo presente y esperar lo venidero, la fama de sus riquezas ó verda-
deras ó exageradas, el gran número de sus secuaces en unos pite
blos donde tenía la primera influencia por la educación, por el
consejo, por el interés; en fin, más de ciento cincuenta mil neófitos
que gozaban bajo sus leyes la situación más feliz de la vida
humana, etc.^
En el cap. XV del lib. II expone el método seguido en el gobierno
de las Misiones. — Cita á Raynal que lo hace derivar de imitación del
sistema de los incas; }' hace ver que se equivoca. — Examina el juicio
de Azara sobre el origen de las Reducciones, y lo refuta; como asi-
mismo desecha sus asertos de que el sistema de Misiones amorti-
guase los estímulos del trabajo: siendo así que en él tenían su propio
lugar los premios, el destinar á cada uno á la ocupación que más le
convenía, y el empeño de los Padres, que no podía menos de ser gran
estímulo para los indios, á causa de la extraordinaria veneración y
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amor que les tenían. «Convendremos», dice «en que la libertad de
estos indios para el uso de sus bienes no era cual convenía á una
república en el estado de su perfección. Nada hubiera sido más
absurdo que una libertad que era excluida por el carácter 3^ condi-
ción de estos indios. Era preciso que corriesen algunos siglos de
infancia social para que llegasen á adquirir esa madurez que exige
el pleno ejercicio de la libertad. Este momento no era llegado aún;
y así era preciso que estos indios fuesen gobernados por unas insti-
tuciones acomodadas más bien á las de un padre que gobierna su
familia.» En seguida refuta el parecer de Azara que pretendía que en
siglo y medio hubiesen quedado los Guaraníes á la altura de los pue-
blos europeos; como también la imputación de los que atribuían el
régimen de las Misiones á voluntad de enriquecerse con los productos
del trabajo de los indios.
De la misma manera hace su paralelo entre el sistema implantado
por Bucareli en las Misiones y el de los Jesuítas, y muestra como éste
era el acomodado á los indios, con el que se sentían ellos contentos;
y cómo el de Bucareli había de producir por necesidad los estragos
que de hecho produjo.
El Dr. Luis L. Domínguez publicó en 1861 su «Historia Argen-
tina» que ha tenido varias ediciones.
Después de haber hablado de las Doctrinas y sus vicisitudes en
los capítulos II, VIII, X y XII, formula su juicio sobre el régimen en
ellas seguido, al narrar la expulsión de los Jesuítas, en el cap. XIII.
«De este modo, dice, fueron arrancados violentamente de estas
colonias españolas los Misioneros que siglo y medio antes hablan
sido enviados á civilizar el Nuevo Mundo, y de quienes Felipe IV
decía que les debía más reinos la monarquía que d sus armas. Su
conducta, como cuerpo colectivo, en las tres provincias argentinas,
queda sencillamente expuesta en las páginas de este libro. De sus
liedlos personales, no era posible hablar con particularidad en los
estrechos límites que le he dado. Los trabajos, privaciones y enfer-
medades que afrontaban con constancia inquebrantable, los Jiacen
aparecer ante la posteridad superiores al común de los mortales: y
si las palabras heroísmo y santidad no se han inventado para cali-
ficar sus hcc/ios y sus virtudes, yo no sé á qué puedan aplicarse con
más precisión y más verdad.-» <íLa República Cristiana fundada
por ellos, ha sido juzgada de diversos modos. Los unos la lian
ensalzado como una constitución perfecta; los otros la condenan de
la manera más absoluta. Un espíritu im parcial no puede participar
del entusiasmo de los unos, ni de la absoluta reprobación de los
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otros. Bajo el putito de vista económico y social, la república Jesuí-
tica era una institución imperfecta: porque sin propiedad indivi-
dual, la sociedad civil no puede constituirse y mucho menos perpe-
tuarse; y porque la vida común aniquila la actividad creadora y la
fecundante espontaneidad. Por eso no la considero digna de todos
los elogios que la han tributado escritores eminentes. Pero si se
toma en cuenta que los hombres con que fué organizada eran sal-
vajes, ignorantes y holgazanes, se convendrá en que los fundado-
res no son tan dignos de censura; mucho más si se admite que el
sistema que adoptaron no era sino el primer paso para llegar á una
organización más perfecta, y nuis conforme á la naturaleza
humana.-» «~El trabajo común los ponía á cubierto del hambre. Nin-
guno podía ser rico; pero ninguno era pobre; y esta igualdad de for-
tunas suprimía uno de los más fitertes estímulos de la discordia,
que apela muy pronto á la violencia y termina siempre en la
disolución.^
Juzga que siguieron como modelo el régimen de los incas y el
ejemplo de loá primeros cristianos referido en los Hechos de los
Apóstoles; y que en adoptar la comunidad de bienes se parecieron á
los colonos de Virginia y de Nueva Plymouth.— Y añade: «Cuando
los Guaraníes Jiubieran alcanzado un grado más alto de civiliza-
ción, habrían abandonado por sí propios el comunismo, si sus Doc-
trineros hubieran pretendido mantenerlos siempre en él.» «De todas
numeras, preciso es convenir en que se había hecho un gran bien á
la humanidad , domesticando por aquel medio 93 inil indios que los
Jesuítas doctrinaban en 30 pueblos con buena policía, con liermosos
templos en que sus neófitos adquirían el conocimiento de Dios,
ejercían la agricultura, las primeras artes mecánicas, aprendían la
lectura, la música, y Jinalfnente el arte de la guerra, para defender
su libertad personal contra los trajlcantes de carne hunuina, y las
fronteras de la patria que el gobierno les Jiabía confiado, y que se
perdieron apenas ellos faltaron.» — Juicios en que no hay que repa-
rar más que en la equivocación con que supone que el régimen de las
Doctrinas fué el comunismo ó exclusión de la propiedad.
II
DOCTOR JUAN MARÍA GUTIÉRREZ
Sólo ocasionalmente trató de las Doctrinas; pero lo hizo con bas-
tante claridad para que no se pudiese dudar de su juicio.
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No es posible encontrar en todos sus escritos un concepto favo-
rable á los Jesuítas. Alguna vez elogia á un individuo particular,
como lo hace con el P. Quiroga (1): ó con el P. Buenaventura Suá-
rez (2), y con Aperger: mas nunca la Compañía: antes por el con-
trario, con hostilidad sistemática, suele tomar motivo de esas ala-
banzas particulares para presentar cargos, falsos en las más de las
ocasiones, contra la Orden religiosa.
Su juicio general sobre las Misiones de los Guaraníes está redu-
cido á reproducir el de Azara, de quien afirma que no tenía preocu-
paciones algunas contra los Jesuítas, sino que «sii juicio era com
pletauíente iuiparcial y desapasiouadoy> , <i.Jia conquistado su crédito
de imparcial en esta materia^ (3). Seguramente que Azara no era
tan enemigo de los Jesuítas como Gutiérrez: pero ya se ha visto lo
que hay que pensar de su imparcialidad. Y como, aun dado caso que
hubiera sido imparcial, fué tan desatinado en sus juicios: Gutiérrez,
que lo toma servilmente por guía, no puede menos de dar conti-
nuamente traspiés en el campo de la verdad histórica.
Repite la invención de Azara de la comunidad ó comunismo, sin
propiedad alguna individual. Deriva de ella la falta de estímulo
para el trabajo. Asegura que era imposición de los Jesuítas el aisla-
miento: que prohibían aprender la lengua española, é igualmente
reproduce las otras invenciones de Azara, de mostrarse los Jesuítas
siempre qne estaban en el templo con suma ostentación: y la de no
predicar. Atribuye á los Jesuítas el haber hecho imposible la fusión
de las razas europea y americana, como si la separación de los indiosen
sus pueblos no fuera una prescripción de las leyes: siendo además
en todas partes rarísimos los matrimonios legítimos de españoles é
indios, por la falsa aprensión corriente acerca de la bajeza de condi-
ción del indio. Finalmente, se lamenta y echa en cara á los Jesuítas
el haber juzgado que los indios eran nada más que niños grandes:
como si pudieran los Padres juzgar lo contrario de lo que cada día
experimentaban.
Con empeño particular insiste en que los Jesuítas nada útil hicie
ron en Doctrinas en materia de ciencias ni artes. De las ciencias, no
habrá de ser largo el capítulo: pues ni los Padres tenían allí paz para
su cultivo: ni era ese su ministerio: ni los indios tenían capacidad
para ellas. No obstante, algo se hizo en favor de ellas en trabajos
(1) "Historia de la Educación Superior» , <Sección MAXKMÁncAS».
(2) Ibid. y en el artículo reproducido en la Revista de Buenos Aires, t. 18,
1869, pág. 191. 'La ejtseñattza superior ett Buenos Aires^.
(3) Pág. 204.
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individuales: de los que algunos reconoce á manera de salvedad el
mismo Gutiérrez: y otros se podían citar. De las artes, ya se ha
visto en la exposición de la primera parte qne se cultivaron así las
bellas artes, como las artes útiles y mecánicas. Y como, perfectas ó
no perfectas que fuesen (en lo cual á quien menos que á nadie se
puede creer es á D. Félix de Azara, que ni era imparcial, ni consta
que fuera competente en esta materia): ello es que estaban á mayor
altura en las Misiones, que en ninguna población de los habitantes
españoles americanos. Si esto no es hacer algo por las artes, es
preciso que el Sr. Gutiérrez haya perdido la vista con la mucha
pasión.
Va siguiendo los detalles que se complació en apuntar Azara en
su rápido paso por las Doctrinas: y los da por juicios irrefragables.
Pero Azara censuró todas las obras de las iglesias de Misiones con
una constancia tan sistemática, que aun en el menos enterado des-
piertan recelos de ser sus juicios efectos del mal humor y de la
enemistad contra los Jesuítas. Y la conjetura se cambia en realidad
cuando se leen los testimonios de otros contemporáneos, como
Alvear, acerca de las mismas iglesias: y mucho más, cuando se con-
sidera el mérito que revelan algunas construcciones que hoy mismo
se mantienen en pie en sus ruinas suficientemente para desmentir
las grotescas pinturas que á Azara le plugo hacer de aquellas obras
de arquitectura: como son la iglesia de San Miguel, la de Trinidad
y la obra á medio construir del Jesús. Y á propósito de la iglesia de
Trinidad, parece que triunfa el Sr. Gutiérrez, atribuyendo su caída
y ruina total á la impericia del arquitecto constructor: «.el templo
del pueblo de la Trinidad, que fué según la tradición el mejor de
Misiones, se arruinó á pocos años de levantado, porque Juibiendo
sido construido de sillería con bóvedas de ladrillo y con barro, fué
calado por las aguas llovedizas: y poco á poco se convirtió en ruinas
por imprevisión del arquitecto». Realmente había de estar muy mal
construida una iglesia que, terminada hacia 1750, ya estaba por los
suelos en 1776. Pero en cuanto á la realidad de la causa, Gutiérrez
se dejó engañar malamente por Azara. También Azara dice que
«la iglesia era de sillería y barro», y que «la bóveda era de bóvedas
de rosca de ladrillo y mésela, no pudieron los muros sostener mucho
tiempo el empuje, porque algunas goteras se insinuaron en el
barro>^ (1). Y en efecto, ni la iglesia era de sillería y barro, sino «de
sillería y cal», como pudo leerlo Azara y también Gutiérrez en el
(1) Viajes inéd. núm. 214.
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Inventario de Trinidad hoy ya publicado (Brabo, Inv. 416): ni la
causa de caerse fueron las goteras, sino el trabajo destructor de un
Administrador que con grandes esfuerzos y dificultad destruyó pri-
mero una arquería que aseguraba la construcción, por tener piedras
para hacer una casa, como ya se ha dicho en su lugar (1). Con lo
que se ve una vez más á qué guía tan infiel se entregaba Gutiérrez,
que aun en cosas tan especificadas como ésta cometía los más gro-
seros errores.
No parece que entre las artes bellas contase el Sr. Gutiérrez la
música: pues ni una palabra dice de ella; siendo verdad que era uno
de los más hermosos adornos de las Doctrinas.
Pero viniendo á las artes útiles, afirma que ninguna fué debida á
los Jesuítas, «no fueron, sin duda, ni importadas ni perfeccionadas
por los Jesuítas». Y cita el cultivo de la yerba mate y la ganadería.
Precisamente se ha visto que sólo los Jesuítas llegaron á cultivar en
los pueblos la yerba: y ellos fueron los que llevaron el ganado
vacuno al Guayrá: formaron las grandes estancias del Uruguay
é introdujeron en los pueblos el ganado lanar. De las demás artes
mecánicas se ha dicho en el cap. VIH, lib. I.: y si no las introdujeron
los Jesuítas entre los indios, resta que explique el Sr. Gutiérrez
quién fué su introductor; 3'a que los indios no las tenían.
Declara que los Jesuítas habían esclavizado á los indios, á quienes
continuamente llama á boca llena esclavos; que «inventaron... la
explotación del sudor del hombre americano en provecho del euro-
peo»; que «dieron ocasión para que todos sus actos como maestros y
como Misioneros se atribuyan exclusivamente á sed de riquezas
temporales y de predominio». Asertos á cuál más contrario á la
verdad, como varias veces se ha evidenciado ya.
Y concluye felicitándose de haber tomado por guía á Azara, á
quien pinta «annado con la vara )uágica del buen sentido y del
juicio recto-» ^ en virtud de lo cual «siempre halló la verdad, porque
la persiguió incansable con la observación y el compás». Había
recomendado antes el exacto conocimiento de Azara, que «visitó
una á lina esas Misiones cuando no eran aún ruinas del todo^ (mer-
mado conocimiento por cierto, el de un observador que tiene prejui-
cios, y sólo ve el objeto cuando está cerca de su ruina, aunque «no
sea ruina del todo»): y «cuando vivían casi como en la época de los
Padres las comunidades de indígenas». Si se pudiera quitar este
«casi», podría fiarse algo en el conocimiento. Pero el hecho es que
(1) Supra. cap. IX, Apéndice. Río Janeiro. Col. Angf. XV, 65.
-417-
cl «6Y7.S/» equivalía á un abismo de diferencia. Azara visitó las Misio-
nes en 1784, diez y seis años después de expulsados los jesuítas: y es
sabido que en sólo los cuatro primeros años experimentaron una
decadencia tan asombrosa aquellos pueblos, que con razón se creyó
que iban á arruinarse del todo, En cuanto al régimen, había sido
sustancialmente viciado por Bucareli.
III
247
VALOR DEL JUICIO DE GUTIÉRREZ. EXAMINASE EL
ARGUMENTO DE LA RESISTENCIA
El juicio de Gutiérrez se ha visto que no puede ser más desfavo-
rable. «El sistema adoptado por los Misioneros Jesuítas... fué
erróneo, intencional ó involuntariamente .y> «Sin dignificar al hom-
bre, sin instruirle seriamente , sin despertar en él el amor á la
independencia personal, sin inspirarle la aspirado)! á comnni-
carse por medio del comercio y del cambio de servicios con sus
semejantes.^ no puede fundarse un pueblo ni constituirse una socie-
dad de seres racionales.-»
La cualidad del juez dista mucho de ser intachable. Hácese sentir
en todo el escrito un encono que se complace en ir rebuscando todas
las circunstancias que puedan deprimir á los Jesuítas, aunque de
ordinario la indagación tiene éxito infeliz, y va á parar en un nuevo
error. Con trabajo se disimula la preocupación debajo del ropaje del
estilo correcto y al parecer sosegado, propio del Dr. Gutiérrez.
Pero examinado el juicio en sí mismo, se ve que es absolutamente
erróneo, como fundado sobre datos falsos enteramente. En efecto,
Gutiérrez ha reproducido todas las falsedades del libelo portugués,
y todas las de Azara: comunismo, usurpación de bienes, despotismo,
falta de enseñanza religiosa, etc., etc. Y asentados como verdad
estos inventos calumniosos, pronuncia su fallo: «el sistema fué
erróneo». Si los antecedentes fuesen verdad, cualquier católico pro-
nunciaría fallo más duro. Pero culpa es voluntaria del Dr. Gutiérrez
el haberse fiado de guías tan infieles como Azara, Doblas, Pombal.
Cuando Azara no alcanzó á distinguir la cal de la iglesia de Trini-
dad, que tenía ante los ojos, no hay que esperar que acertase en las
27 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo n.
- 41S -
otras cosas tocantes A los Jesuítas, que no eran tan fáciles de averi-
guar como esa.
Un argumento emplea el Dr. Gutiérrez que conviene examinar,
porque otros varios lo han repetido y amplificado cada uno á su
manera. Es el de haber sido destruidos los pueblos de los Jesuítas,
mientras los fundados por los conquistadores han perseverado.
«Los pueblos fundados bajo las reglas ordinarias por los Gober-
nadores, ó lo que es lo mismo por los medios puramente civiles, han
sobrevivido á las creaciones tan decantadas del comunismo jesuítico,
las cuales, como se sabe, desaparecieron á la salida de los Curas,
tal cual se deshacen las colmenas cuando muere la abeja, que encie-
rra en su organización los misteriosos secretos de la comunidad de
que es reina.» Hay en estas líneas más inexactitudes y falsas apre-
ciaciones de las que á primera vista parece.
La primera inexactitud consiste en afirmar que los pueblos de
Misiones «desaparecieron d la salida de los C/tras» Jesuítas. Esto
será bueno como figura retórica ó desahogo literario, sobre todo,
viniendo luego el símil de las abejas; pero históricamente es falso.
Los pueblos duraron todavía cuarenta y ocho años, hasta que inten
cionalmente fueron devastados, incendiados y destruidos. Lo que se
experimentó en ellos al desaparecer los Jesuítas, fué decadencia en
todo sentido. Pero la decadencia en una sociedad no prueba error en
los que la han organizado, sino por el contrario, prueba que ellos
tenían ciertas buenas cualidades para gobernarla, de que no han
estado adornados sus sucesores. Redunda en elogio de los expatria-
dos. Y así lo reconocían los hombres más sensatos y de más recta
voluntad, que procuraban volver á poner en planta los procedimien-
tos de los Jesuítas, y en efecto remediaron en parte la rápida deca-
dencia.
Dice además el autor que los pueblos fundados por los Goberna-
dores, etc., «han sobrevivido». Lo que es otra errata de importan-
cia. Diez de esos pueblos de indios perseveraron en el Paraguay,
donde siempre subsistieron y subsisten hoy mismo también ocho de
los fundados por los Jesuítas; y de los fundados por los Gobernado-
res, perecieron veinticinco, si se ha de creer á Azara (poco digno de
crédito en esto como en todo) mucho antes de que se arruinaran
ninguno de los Jesuítas. La proporción de 25 : 10, es poco halagüeña
para la ponderada supervivencia.
Añade que Azara prueba esta supervivencia «co?i la historia en
la mano y con el sincronismo de los hechos». — Instrumentos son esos
que manejaba harto mal Azara; pero es el caso que no los empleó ni
-419-
pensó emplearlos para probar que sobrevivían los pueblos fundados
por los Gobernadores á los fundados por los Jesuítas. En el tiempo
de Azara subsistían aún en pie todos los pueblos de los Jesuítas, y
Azara no tenía porqué empeñarse en explicar una destrucción que
no se había verificado. — Mas avisado el autor de la Descripción geo-
gráfica del Paraguay, y pretendiendo hacer admitir su explicación
de los medios eclesiásticos y medios seglares, falseó el modo de fun-
dación de los pueblos jesuíticos, y afirmó que éstos habían sido fun-
dados por medios seglares, aunque los Jesuítas lo disimulaban por
bien parecer. De modo que, en concepto del Dr. Gutiérrez, debían
haber perseverado como los de los Gobernadores, pues habían sido
fundados, «bajo las reglas ordinarias, ó lo que es lo mismo, por los
medios puramente civiles». Así, los mismos asertos del maestro
Azara, han enredado á su discípulo, que le atribuye lo que nunca
dijo.
A todas estas tres aserciones les llama «verdades conquistadas
ya para la historia». Si la historia no tiene otras verdades y otras
conquistas, preciso es reconocer que pocos serán sus medros.
Otros escritores que han instado en este argumento, lo esfuerzan
diciendo que es patente la mala construcción del edificio social de
los Guaraníes por los Jesuítas, pues que no pudo resistir al embate
de las guerras de la emancipación; cuando las poblaciones que esta-
ban bien organizadas resistieron. — La prueba parece perentoria.
Mas, examinada de cerca, se ve que flaquea por su base, como fla-
quearía el argumento aducido en un terremoto de que estaban mal
construidos los edificios que se han derrumbado, pues otros han que-
dado en pie. Cuando se demuestre que los estragos de la guerra fue-
ron iguales en todas partes, entonces empezará á cobrar fuerza el
argumento. Será preciso además probar que el mismo alcance inte-
lectual 3^ cualidades morales para defenderse tiene el indio, que el
europeo que habitaba las ciudades del Río de la Plata, con quienes
se ha querido instituir la comparación. Yeso será menester probarlo
con hechos; no con afirmaciones dogmáticas. Entonces se verá que
no sólo no se puede llegar á la prueba de un hecho que desmiente la
experiencia; sino que el simple enunciado de querer equiparar al
indio con el americano descendiente de europeo, hace sonreír y por
ventura subleva la indignación en el ánimo del que lo escucha, y
piensa que el indio al fin es indio. Mientras no se prueben estas dos
paridades, que en realidad no existen, no puede tener fuerza el
argumento.
A la verdad, examinando los hechos tales como sucedieron, y no
— 420 —
tales como los puede forjar la imaginación; los pueblos de las Doc-
trinas se hubieran mantenido en el mismo pie en que se mantuvieron
todos los pueblos de indios que había en el Virreinato de la Plata.
Prueba de ello son los ocho pueblos de Doctrinas enclavados hoy en
la República del Paraguay. Por no haber llegado á ellos ni la saña
destructora de Chagas, ni la calculada destrucción de Francia, que-
daron en pie, y en pie se conservan hoy día, excepto el Jesús y Tri-
nidad. Los indios quedaron allí no sólo como en los otros pueblos,
sino en estado comparativamente más próspero. Eran los más nume-
rosos de la provincia, como puede verse aún en las tablas del mismo
Azara; si bien estaban en decadencia con respecto al tiempo de los
Jesuítas.
Preciso será además añadir que si acaso fuera verdad el hecho de
que estos pueblos, más fácilmente que otros análogos á ellos, hubie-
ran sido destruidos en igualdad de las demás circunstancias; ni aun
en ese caso podía hacerse responsable al sistema de los Jesuítas de
la falta de solidez. Después de los Jesuítas había sucedido el sistema
de Bucareli, cuyo desastroso influjo queda examinado en su lugar. Y
este sistema había sido aplicado durante cuarenta años. No sería,
pues, tanto desdoro del sistema de los Jesuítas, como del sistema que
se le sustituyó. A los Jesuítas habría que admirar de que, á pesar de
aquel sistema, hubiese quedado un solo pueblo en pie. — Así se ha visto
ya no ser deshonra del que construyó la iglesia de Trinidad el que
pocos años después se viniese al suelo; sino del imprudente y osado
que derribó la arquería de que dependía la construcción. — Argüir de
otra manera es falsear á sabiendas la verdad; vicio que no bastan á
cubrir cuantas declamaciones y figuras retóricas se amontonen.
IV
248
EL GENERAL MITRE
El General D. Bartolomé Mitre no ha dedicado escrito alguno al
estudio directo del plan de los Jesuítas; pero ha manifestado con toda
claridad su juicio cuando hablando de la sociedad argentina (1) se
expresa en los siguientes términos: <íConcíiryi6... á esta decadencia
(1) Historia de Belgrano, t. I. cap. I. 6 VII. pag-. 20. ed. 1887.
-421-
[del Paraguay aislado después de la división de 1617] otro elemento
de descomposición, el cual, aunque condenado d eterna esterilidad ,
se inoculó por entonces á su sociabilidad. Nos referimos á las famo-
sas Misiones fesuiticas, que en aquel tiempo (1617) ya constituían
un imperio teocrático, compuesto exclusivamente de elementos indí-
genas, sujetos á un régimen comunista y á una disciplina monás-
tica. La influencia de estas Reducciones, favorable hasta cierto
punto en el sentido de oponer un dique á las invasiones del Brasil ,
fué funesta al Paraguay. Ella detuvo el impulso de la colonización ,
por el predominio del elemento europeo, el tínico que llevaba en sus
entrañas el don de la reproducción. Puso un obstácido á la fusión
de las rasas, que operaba la conquista pacífica, y sustrajo á los
indígenas del contacto con la inmigración europea. Ocupó una gran
parte del país con una población inconsistente y una civilisación
artificial, que entrañaba toda la debilidad y todos los vicios de la
barbarie, combinados con los del gobierno eclesiástico. Paralizó así
sus fuerzas eficientes, creó un nuevo antagonismo, y enervó la
constitución de la naciente sociabilidad:., las semillas vivaces de la
civilización europea en el Paraguay , fueron del todo sofocadas por
la semi-barbarie disciplinada del jesuitismo.» — Y en la Historia de
San Martín (1) nombra «la supremacía teocrática de los Jesuítas del
.Paraguay, que lo barbarizaban y explotaban. y>
xA.ntes de valuar este juicio, preciso será que se rectifiquen los
errores de hecho que contiene, que no son pocos. Según el autor,
había en las Misiones un «imperio teocrático», «Teocrático>y, no es
la palabra propia ni exacta. Porque ó se toma en el sentido primor-
dial de gobierno directo de Dios mismo, como lo fué el del pueblo
judío, cuando Dios le nombraba por sí propio los jueces y le daba
sus leyes: y el gobierno ó administración de los Jesuítas no era tal.
O se toma en la segunda significación, de gobierno supremo ejercido
por sacerdotes: 3^ ni aun en este sentido es exacto: pues los Padres
no ejercitaban allí el poder supremo, que correspondía al Rey de
España: ni siquiera el superior, como que estaban subordinados en
lo temporal al Gobernador, quien los visitaba y dirigía como y
cuando bien le parecía. No era pues imperio, ni era teocrático, el
gobierno de las Misiones: ni pueden explicarse estos términos, si
no es como medios retóricos de despertar animadversión contra los
Jesuítas.
Agrega que este gobierno tendía á ejercer la «supreiiuicia teo-
(1) Tom. I. cap. T. § VIII. pág-. 38.
— 422 —
crética en el Payagunyy> ó que la ejercía ya: porque el pasaje no
está bastante claro: y que Antequera resistió á tal supremacía. Como
éste es un cargo sin pruebas, mera afirmación de que los Jesuítas
quisieran hacerse gobernadores del Paraguaj-, que ni al mismo Ante-
quera, ni á los maj^ores enemigos de los jesuítas se les ocurrió
nunca: no necesita ser refutado: él por sí mismo se refuta. Los
Jesuítas nunca pretendieron hacerse gobernadores del Paraguay:
ni por ello les hubo de resistir Antequera. A quien re.'^istió Ante-
quera por no dejar el bastón de Gobernador, fué á D. Baltasar Gar-
cía Ros, nombrado por el Virrey, Gobernador legítimo del Para-
guay: contra él hizo armas, con muerte de muchos subditos del Rey:
y por estos delitos, como traidor, fué ajusticiado en la plaza mayor
de Lima.
Que los indios estuviesen «sujetos d un régimen co))iitnistay> es
una falsedad ya varias veces convencida de erroi".
Que estuviesen sujetos á «una disciplina monástica»^ no es
menos falso. No se pueden sacar los términos de su significado,
sopeña de introducir la confusión en el campo de las ideas, y caer
en los vicios de los sofistas. «Monástico^ es lo propio de los monjes:
y para ser monástica la disciplina de los Guaraníes le faltaba la vida
común, la comida en común, la habitación en común, la castidad, la
clausura: condiciones todas ellas de la vida monástica, y que no
pueden en modo alguno mostrarse en la sociedad de los Guaraníes.
Cuál sea ese elemento i-condenado d eterna esterilidad ^^ ^ tam-
poco aparece bastante del contexto de este pasaje: aunque parece
que el elemento estéril son las Misiones. Aquí sería preciso explicar
cómo puede ser estéril ese elemento. Si se trata de esterilidad física,
no hay razón alguna para afirmarla en un pueblo como el Guaraní
de Doctrinas, en que había mucha más población que en el resto de
la provincia. Si la esterilidad se toma en sentido figurado, por inca-
pacidad de aquel régimen para cambiar las costumbres de los salva-
jes, é introducir entre ellos los trabajos 5' las artes útiles: la expe-
riencia muestra que no lo fué. Si quiere decir que la población
entera de las Misiones resultaba infructífera con respecto al resto
de la colonia: también esto es erróneo: 3^ basta para persuadirse de
ello recordar lo dicho en los capítulos de los servicios militares 3^
civiles de los Guaraníes.
No menos errado resulta el concepto de que la «.injluencia de las
Reducciones fuese funesta al Paraguay-», siendo la verdad por el
contrario que le fué de gran utilidad. Sin ella, la misma ciudad de
la Asunción en más de un caso hubiera sido víctima de sus constan-
- 4L'3 -
tes enemigos los Guaycunís y los payaguás. Y así como sirvieron
para defender la provincia de sus enemigos; así también le presta-
ron otro servicio que, no por ser poco agradecido, deja de tener
grande valor, cual fué el defenderla de sí misma, ó por mejor decir,
de las resoluciones mal aconsejadas de algunos de sus hijos, empe-
ñados en arrastrarla por el camino de las revueltas y motines. Ni
son eficaces las razones que se alegan. Asienta el autor que las
Misiones i-pusieron un obstáculo á la fusión de las rasas». Pero
esto es un error. No fueron las Misiones ni los Misioneros los que die-
ron las leyes que excluían á los europeos de cualquier pueblo de
indios: antes de las Misiones estaban promulgadas. Afirma que
<í-el elemento europeo era el único que llevaba en sus entrañas el don
de la reproducción-»: aserto gratuito y contrario además á la expe-
riencia, que nos muestra ho}^ mismo las razas indígenas en algunos
pases de América en número de muchos millones, sin haberse mez-
clado al elemento europeo. Dice que «detuvo el impulso de la colo-
nización», cuando es cierto que la colonización había cesado, porque
no había medio de seguir adelante, hallándose declarados por ene
migos todos los pueblos comarcanos, sin haber fuerzas para suje-
tarlos por las armas, como lo sabía y escribía Hernandarias. Cuando,
pues, la potestad civil era impotente para fundar poblaciones, ya que
de paz no era admitida, y de guerra no podía penetrar en el país del
indio; es una figura donosa que se llama desagradecimiento enorme,
el condenar á los que incorporan aquellas gentes enemigas á la
sociedad paraguaya. Ni es más fundada la aserción de haber ocu-
pado el país. No parece sino que los Guaraníes de Misiones acudie-
ron á posesionarse del territorio paraguayo: cuando lo que hicieron
fué continuar viviendo en las tierras de sus mayores, donde nunca
habían podido penetrar los paraguayos: y desde allí auxiliar á los
que antes miraban como enemigos, y y2í ahora tenían por hermanos,
que profesaban una misma religión, y eran subditos de un mis-
mo Rey.
El juicio definitivo del General es que el sistema de los Jesuítas
produjo «una población inconsistente», y «una civilisación artifi-
cial», que era una «semi barbarie». Y mientras tanto y con esto, los
Jesuítas «barbarizaban y explotaban el Paraguay»: «tenían en las
Misiones una explotación ntercantil» y ihabian realisado en aque-
llas regiones la centralización de gobierno en lo espiritual, lo tem-
poral y lo económico, especulando con los cuerpos, las conciencias
y el trabajo de la comunidad». No es lisonjero el retrato; pero como
está apoyado en los datos falsos del comunismo, despojo de los
-424-
indios, imperio, poder arbitrario, y otros, tantas veces desmentidos,
no es de temer que la fealdad de la pintura dañe á las Misiones tan
mal retratadas en el concepto de las personas sensatas: ni que juz-
guen con el autor que Misiones como las Doctrinas sean «un ele-
mento de descomposición-» para la sociedad.
Al lado de estos juicios del general Mitre, estampados en sus
obras más vulgarizadas, conviene colocar otro menos conocido. Es
el que emite al juzgar en una carta el estudio del Sr. Monner Sans
titulado «-Misiones guaraniticas — Pinceladas históricas». «TVo puede
ponerse en duda» escribe en él, «que la condición de los indígenas
fué mejor bajo el régimen jesuítico, que bajo el de los primeros
conquistadores, ni que ella fuese relativitmenic felis bajo el sistema
comunista de las Misiones».
«Ni tampoco puede ser punto de cuestión que bajo el régimen de
las Misiones secularizadas, la suerte de los indios fué peor. Así
también, la restauración del régimen de los encomenderos que le
siguió, es otro retroceso»... «pero de aquí no se sigue ni la excelen-
cia del régimen jesuítico, ni la necesidad de sus antecedentes his-
tóricos, ni la conveniencia de su perpetuación». Según esto, la con-
dición de los indígenas bajo de los Jesuítas fué mejor que bajo de los
primeros conquistadores y mejor también que con el sistema de
Bucareli, el cual «es un retroceso». Y como el autor asienta en sus
obras, siguiendo á Azara, que Irala, director de los primeros con-
quistadores, realizó una obra maestra en sus disposiciones para regir
la colonia, resulta que el régimen de los Jesuítas viene á quedar por
encima de lo mejor que se ha ensayado en estas regiones antes y
después de ellos. Cómo se compagine esto con aquel «elemento de
descomposición» , con el «barbarizar» á los indios, con el «explotar-
les los cuerpos, las conciencias y el trabajo de comunidad» y tener
los «en una semibarbarie con todos los vicios de la barbarie» y
finalmente con el «no ser excelente» el régimen jesuítico, no es
cuestión que toque resolver al autor del presente libro, sino al autor
de la carta.
Lo que sí puede decirse que, aunque la carta data de 5 de Junio
de 1892, y pOr consiguiente, como posterior á las ediciones comple-
tas de la Historia de Belgrano de 1887, y de la de San Martín
de 1890, pudiera tomarse como una mudanza de parecer; es lo más
probable que el juicio de la carta quede escondido en el desconoci-
miento de la mayor parte de los lectores, mientras que los juicios
arriba examinados corren como la verdadera opinión del autor, que
no los corrige ni muda en las ediciones posteriores. Daño es este
-425-
para él mismo, que no pone sus juicios en conformidad con la verdad,
ni siquiera en conformidad con los que él mismo emite en cartas des-
tinadas á la publicidad.
V
249
TRELLES
No era posible omitir en esta serie al laborioso director del
Archivo Nacional, que tan copiosamente ha ilustrado la historia del
país, con la publicación de importantes documentos.
Don Manuel Ricardo Trelles dedicó una incansable actividad á
dar á conocer los documentos inéditos que se encierran en el Archivo
y en los manuscritos de la Biblioteca nacional de Buenos Aires.
Su trabajo en esta parte es digno de aplauso. En sus cuatro tomos
de Revista del Archivo, en los otros cuatro de Revista de la Biblio-
teca: en los cinco de Revista patriótica del pasado argentino, en los
varios del Registro estadístico, ha suministrado abundantes mate-
riales para hacer conocer auténticamente los tiempos antiguos; inci-
tando con su ejemplo á otros á continuar la meritoria tarea, y seguir
dando á conocer aquellas fuentes, que distan mucho de estar
agotadas.
Rara vez se entretiene en disquisiciones históricas; pues su ordi-
nario proceder es dar una breve noticia del documento, y publicarlo
en seguida. Y quizá habrá pocos que hayan conocido más de tales
documentos viejos que él; y ciertamente nadie ha publicado tantos.
Y por lo mismo que toda la historia antigua de estas comarcas se
halla entremezclada con la de las Misiones, es incalculable el número
de documentos que sobre Misiones ha conocido y publicado. Por eso
mismo es más de extrañar que llegase á formar juicios tan singula-
res como los que emite acerca de las Doctrinas.
Sin extenderse en ello de propósito, Trelles muestra un ánimo
adverso á los Jesuítas y á los indios de Misiones.
Se inclina á creer que obraron mal los Padres en retirarse del
Guayrá. — Consta que su retirada fué aprobada por la Audiencia de
Charcas; )' sin pedir aprobación á nadie, podían y debían ejecutar
aquella fuga, cuando estaba á las puertas un ejército de portugueses,
- 4-Jo -
y los habitantes de Ciudad-Real protestaban que no les podían
defender.
Dice que los indios guiados por los Padres emprendían Malocas
contra los mbohanes, minuanes y charrúas. — Xo hay cosa más ajena
de la verdad. Maloca es en sentido propio una invasión armada
ofensiva dirigida á hacer cautivos; v consta que si alguna vez fueron
los Guaraníes de Doctrinas A pelear con los infieles comarcanos, fué
siempre en defensa, por haber éstos invadido los caminos, robando
V matando como bandoleros, y no dejando transitar por ellos; }• siem-
pre con encargo de los Gobernadores. Acusar de malocas semejantes
expediciones, es injuriar gratuitamente á los Padres \' a los indios.
Otros reparos hace á veces que muestran su desfavorable ánimo
3' concepto; pero hay uno en particular en que lo dio á conocer más
de propósito que nunca.
Publicaba Trelles el toni. 2.'' de su Rivistd lii' ¡a Biblioteca.
cuando le pareció conveniente intercalar entre los documentos el
relato de una de las expediciones Guaraníes, emprendidas para con-
tener los desmanes de los indios gentiles.
El relato está escrito en forma de novela, refiriendo los diálogos,
las exclamaciones de los personajes, y pintando, como se suele hacer
en semejantes composiciones; todo lo cual no dice muy bien con una
publicación dedicada á estampar documentos. Pero Trelles dice que
lo escribió para un álbum, después se lo reprodujeron dos perió-
dicos; y últimamente lo ha insertado en la Ríiistii, prometiendo
publicar en el siguiente tomo los documentos de donde se sacó el
relato, del cual dice «Xada invcntiimos ni e.wigcrdiiios^.
Explana en este relato la acción del Yí de 1702, en que los Gua-
raníes de Doctrinas, que por orden del Gobernador D. Manuel de
Prado Maldonado, y debajo de la conducta del maestro de campo Ale-
jandro de Aguirre, habían salido contra los charrúas coligados de los
portugueses de Colonia, los acometieron y derrotaron en una pelea
de cinco días, acabándolos todos, menos la multitud de mujeres }'
niños, por no haber querido aquellos salvajes rendirse en modo algu-
no, sino perecer más bien todos; lo que se observó también en otros
combates con soldados solamente españoles. De esta acción se tenía
noticia por la Cédula de 1706, en que se refiere el hecho como consta
de autos en el Consejo de Indias, y se dan por él las gracias á los
Guaraníes por su valor, disciplina y fidelidad yl).
Pero el Sr. Trelles, siguiendo á sus innominados guías, lo presenta
l": Véase el documento en Charlevoix, Hist. dii Paraguay, I\". Apéndice.
-427-
todo con un aspecto contrario. En su relato, el maestre de campo
Aguirre se muestra receloso y descontento. Los indios Guaraníes
son cobardes. A los charrúas se les presenta como los más eficaces
auxiliares de la toma de la Colonia en 1680, atribuyéndoles justa-
mente loque hicieron en ella los Guaraníe.s en favor de los dominios
del Rey de España; la única diferencia es que los servicios de los
Guaraníes constan de documentos de testigos aun hoy existentes del
Archivo de indias; y esas repentinas hazañas de los charrúas en
aquella guerra no han salido á luz hasta doscientos años después, y
eso en forma de novela y sin justificativo. Entre los charrúas aparece
un español Monzón, que .se dice ser emisario del Gobernador á los
charrúas. Píntanse los charrúas como vencedores en el primer com-
bate, y como resistiendo en el último sin que se le vea fácil salida
al conflicto. El español les persuade á que se rindan con condición de
que les respeten las vidas, y cuando se han rendido, los Guaraníes
los maniatan y los degüellan á todos, y también matan al español,
Y para acentuar más el contraste, se cuentan los unos y los otros, y
resulta que los Guaraníes que no pudieron rendir á los charrúas,
y que después á mansalva los degollaron, eran cuatro mil; 3' los cha-
rrúas eran doscientos.
Trelles no publicó los documentos prometidos; y es lástima, por-
que de haberlos publicado, habría un problema de crítica histórica,
y una comparación entre documentos y documentos, testigos y tes-
tigos; mientras que ahora sólo pueden compararse los documentos
que apoyan la Cédula de 1706 con una relación novelesca.
El relato histórico de la batalla del Yí puede leerse en Bauza 'l¡.
Las circunstancias de Trelles son contradictorias con la certificación
de Alejandro de Aguirre, jefe militar de aquel cuerpo de tropas. Los
Guaraníes, según Aguirre, eran dos mil y no cuatro mil que dice
Trelles. Los charrúas no se rindieron, ni de por sí, ni persuadidos,
según Trelles asienta por base de su relato. «5e hicieron fuertes, y
pelearon con desesperación por espacio de cinco días hasta perecer
casi todos (i la fuerza de nuestras bocas de fuego y demás ar)nas»,
dice textualmente Alejandro de Aguirre. Con toda la mala voluntad
que se tenga á los Guaraníes, no queda aquí resquicio para introdu-
cir la pretensa degollación. Los Guaraníes se portaron con gran
valor. «£■« dicha batalla pelearon nuestros indios con gran valor y
bizarría;., peleando con igual valor que riesgo;., entraron con biza-
rría d buscar y pelear con el enemigo todos los dichos cinco días
i\¡ Dominación española, lib. V. pág. 41.5. ed. 1S95.
- 428 -
hasta acabarlo, como de JiecJio lo acabaron y coiisiiiiiieron^ por el
singular valor con (¡ite en esta batalla se ha?! mostrado. y> Estos
testimonios del jefe que dirigió la batalla parece que deben^prevale-
cer sobre todas las denigrativas censuras de cobardía, que abundan-
temente distribuye el Sr. Trelles en su artículo á los Guaraníes;
y más si se reflexiona que los charrúas eran no doscientos contra mil.
sino setecientos contra dos mil como con los documentos demuestra
Bauza. Quien además explica el misterio de aquel español Monzón
que murió entre los charrúas, 3' al que Trelles representa como
enviado del Gobernador de Buenos Aires: <i-Los iiidlgenas perdieron
300 hombres muertos; y entre ellos un tal Monzón, español, que
combatía en sus Jilas. y> No había porqué hacer tan interesante como
lo quiere presentar la novela, á un español desertor que iba á hacer
armas en lavor de los bandoleros bárbaros que infestaban los cami-
nos y eran aliados de los poitugueses, para combatir contra España,
patria del fugitivo.
Por de contado, que no subsisten las otras insinuaciones contra
los Jesuítas, de que ellos retardaron intencionalmente las operaciones
del maestre de campo Aguirre; ó de que inspiraban á los Guaraníes
odio á los charrúas. No tienen más fundamento que los antiguos
asertos del odio á todos los blancos. Los Jesuítas inspiraban á los
indios de Doctrinas la verdadera caridad que nos enseñó Jesucristo,
de socorrer al prójimo, principalmente procurando su conversión y
favoreciéndole luego en lo temporal; y así los llevaban consigo como
útiles auxiliare? en sus excursiones á convertir los infieles. Lo cual
no quita que les enseñasen también su obligación, de portarse con
valor cuando hubieran de combatir á los enemigos,, contra quienes
los enviaban las autoridades.
Bastará lo dicho, para que se vea cuan sin razón se pretendió
manchar la memoria de los fieles y valientes Guaraníes, en una acción
por la cual el Rey, bien informado con los documentos de testigos 3'
las certificaciones de los cabos y el Gobernador, los juzgó dignos de
que en su nombre se les diesen las gracias, como se ve de la Cédula
expresamente dirigida á este fin, que se ha citado.
Gran auxiliar de la historia argentina fué el Sr. Trelles; pero lo
fué cuando se ajustó á la verdad y publicó los innumerables documen-
tos que su diligencia sacó del olvido 3' libró de la destrucción; 3' no
cuando, siguiendo preocupaciones propias ó ajenas, abandonó el
campo de la historia, para desfigurar la verdad con narraciones nove-
lescas 3' fabulosas.
- 42C)
VT
LAMAS 250
El escritor urugua3'o D. Andrés Lamas, aficionadísimo como el
que más á las antigüedades históricas del Plata, ha dejado consig"
nado también su sentir acerca de las Misiones Guaraníes. De ellas
ha tratado en su Introducción á la Historia de la Conquista del
Paraguay del P. Guevara.
Con no ser su dictamen favorable al régimen de los Jesuítas,
según luego se verá, tiene conceptos de mucha alabanza y estima,
nacidos de su juicio práctico recto, que le había dado la mucha expe-
riencia. «£"/ rol de la Compañía de Jesús en la conquista de estos
países es altísimo; porque ella representa en nuestra historia uno
de los dos sistemas ensayados para someter y civilizar á los indí-
genas: y esto^ que era entonces una cuestión primordial, es todavía
hoy lina cuestión de primer orden »
<íEn la historia de la conquista, nada hay más helio, más impo-
nente, ni más edificante , que las imágenes de ¡os Jesuítas que, apo-
yados en un bastón coronado por la crus^ con el breviario debajo del
braso^ y sin nuis propósito que el de atraer los salvajes al gremio
de su Iglesia, penetraban resueltamente los misterios de una natu-
raleza agreste y desconocida, sin que los detuvieran los bosques
casi impenetrables, los torrentes casi invadeables, los peñascos altí-
simos, las tierras bajas y cenagosas que se hundían debajo de sus
pies: arrostrando todas las fatigas y todas las inclemencias: entre-
gando su vida á las fieras como iban á entregarla á los salvajes: no
retrocediendo ante el martirio, y aceptándolo tranquiUunente en el
servicio y para gloria de su religión.-»
« Y nada más respetable tampoco que la conducta personal de los
Jesuítas en contacto con las costumbres depravadas de los conquis-
tadores. Ninguna liviandad , ninguna lujuria los manchó: y la casta
severidad de su vida fué una de las bases más visibles de la auto-
ridad que ejercieron sobre los neófitos de sus Reducciones.»
«A^o abonamos sus propósitos mundanos en el pasado, ni nos con-
tamos entre sus partidarios en el presente; pero, cuando los encon-
tramos en la historia aniericana, nos inclinamos reverentemente
-430-
ante ellos, como ante los más verdaderos y más animosos apóstoles
de la civilización en la época de la conquista.-»
(íEllos demostraron lo que ya habían sabido los griegos y los
romanos, que es la religión, y no la fuerza ni las abstracciones de
la razón liiimaiui, el poder elemental que, obramio sobre el hombre
inculto, lo atrae, lo amansa, lo mejora, lo civiliza.-»
«i Las Misiones del Paraná y del Uruguay lo comprueban. Lo
que no pudo /lacer la espada del soldado, lo hizo la cruz del Je-
suíta.»
Supone que al principio las posesiones eran comunes, y después
se dio á cada uno su chacra que cultivar; que es uno de los tantos
asertos erróneos de Azara.
«El poder efectivo estaba en los Padres de la Compañía: y no
podía estar en otra parte, por un tiempo más ó mergos largo.»
«Los salvajes en el estado de la naturaleza^ son niños con el
crecimiento físico y la fuerza de hombres. Puer robustus, según la
expresión de Hobbes.»
«Como d un niño no puede confiársele sensatamente el gobierno
de si mismo, tampoco podían dárselo á los Guaranís en el estado
en que los tomaron los Jesuítas.»
«El Rey, ó sus delegados en estos países tuvieron que recurrir
á los Jesuítas para realizar con su cooperación obras públicas impor-
tantes, para combatir al extranjero ó para reprinür sediciones,
imponiendo por la fuerza el respeto de la autoridad real.»
«Encontramos á las milicias Guaranís encaminándose á Casti-
llos.^ para hacer reembarcar á los franceses que habían aportado á
aquella ensenada: al puerto de Montevideo, para expulsar á los por-
tugueses que allí principiaban á establecerse: á la Colonia del Sacra
mentó., cuyas fortificaciones salpicaron con su sangre: d Villa rica,
para castigar á los portugueses que la saquearon; d la Asunción y
1 otros puntos, para restablecer ó mantener el pendón real.»
« Vemos á los Guaranís trabajando en los edificios públicos de
la Asunción, de Corrientes y de Santa Fe: levantando los muros de
la fortaleza principal de Buenos Aires y los fortines del Riachuelo
y de Lujan: rodeando de murallas y de fuertes el recinto de la
ciudad de Montevideo, en cuya fundación fueron tan i'ttiles: y con-
curriendo d la edificación de templos en las principales ciudades del
litoral y en alguna del interior, como Córdoba.-»
Habla de la necesidad de estudiar las crónicas de las Ordenes reli-
giosas para conocer la historia del Río de la Plata, y concluj^e:
«Además de esto, que es genérico, en las crónicas de los Jesui-
-431-
tas está, y palpitdiite todavía, la lucha que sostuvieron para redi-
mir á los indígenas de la esclavitud á que los reducían los con-
quistadores y los encomenderos. y>
<aPor cálculo de ambición, como dicen sus enemigos, ó sabe Dios
por qué, el hecho es que ellos sostuvieron el derecho humano, y que
más consecuentes que el célebre Obispo de Chiapa, Fr. Bartolomé
de las Casas, lo sostuvieron en absoluto. r>
Al llegar á juzgar el régimen establecido en las Misiones, afirma
que fué muy bueno el establecido, mientras se trató de catequizar á
los indios; pero que una vez catequizados, ya no fué apto aquél régi-
men: que debieron los Jesuítas introducir autoridades civiles entre
los indios: porque es imposible que en unas mismas manos esté el
poder espiritual y el civil.
<.'~Esta reglamentación debió ir relajándose y desapareciendo,
á medida que la razón se despertaba, y que los hábitos se for-
maban.
»S/ así no se hiciese, [sic, por se hubiera hecho] contrariaría el
fin que la explicaba y sustituiría la inmovilidad al progreso, y ha-
ría meramente automático lo que debÍR llegar á ser libre y cons-
ciente.
»E7i este punto, los Jesuítas desconocieron de hecho en el régi-
men de sus Misiones la ley humana, que es ley de desarrollo y de
perfeccionamiento: y habiendo creado un organismo social, lo atro-
fiaron por la inmutabilidad de las condiciones primitivas en que lo
niantuvierott.^
Este es el juicio definitivo del Sr. Lamas.
Reconoce la buena voluntad de los Jesuítas; pero les achaca el no
haber conocido cuál era el proceder conveniente.
Al cargo formulado aquí por Lamas de no haberse separado los
Padres del gobierno temporal de los Guaraníes, da don Vicente
Fidel López una respuesta especial, que se verá más tarde. Pero
para pesar cuánto valor tenga este cargo, es preciso saber aquí dos
cosas. La primera, si acaso podían los Jesuítas introducir esa modi-
ficación que parece esencial al Sr. Lamas. El responde que sí; por-
que piensa que «los Jesuítas crearon un Estado dentro del Estado^:
eran omnipotentes é independientes. Pero esto es una ilusión. Los
Jesuítas estaban dependientes de las decisiones del Soberano. La
cuestión de introducir ó no autoridades civiles; esto es, seglares
españoles, se había promovido varias veces durante el tiempo de las
Misiones: y la última vez se suscitó en 1743, pocos años antes de la
expulsión. La resolución del Rey, miradas todas las razones, fué
-432
siempre negativa. Liicgo el introducirlas, era imposible A los
Jesuítas.
Pero, aunque hubiera sido posible, falta saber si era conveniente
hacerlo, en el estado en que se hallaban los indios. Los Jesuítas cre-
yeron que no. Los indios no habían adelantado en cuanto al gobierno
de sí propios: en el trato con las autoridades que se introdujesen
habían de ser fácilmente oprimidos: como en el comercio con los que
indistintamente entrasen en Misiones habían de ser engañados: y
eso dado el caso que los indios, alborotados como en otras ocasiones
por los excesos que se presumían, no se rebelasen ó se huyesen á los
montes: cuidado que siempre preocupó á los Padres. La experiencia
de lo sucedido con la mudanza que introdujo Bucareli, vino á darles
la razón. La afirmación de que el gobierno de sacerdotes es impo-
sible que sea gobierno civil, es inexacta, pues se ha verificado lo
contrario en la historia en el gobierno de los Papas y de tantos prín-
cipes eclesiásticos: Cisneros y Richelieu bastarían para hacer ver
cuan grande es este error. Pero además, tal aserto no hace al caso:
pues los Jesuítas no ejercían la potestad ó jurisdicción civil entre
los Guaraníes, sino que eran meros directores ó consejeros de
ellos.
Decir que los Jesuítas mantuvieron en inmovilidad el régimen de
los Guaraníes, es inexacto: pues lo modificaron cuantas veces les
pareció requerirlo la índole de las circunstancias: y estaban dispues-
tos á modificarlo siempre que se lo ordenase quien podía. Ni es más
acertado suponer que atrofiaron la sociedad de los Guaraníes. Una
sociedad atrofiada, que vale tanto como herida de muerte por falta
del conveniente sustento, ó paralizada por falta de nutrición, no da
las muestras de vida que siempre dieron los Guaraníes mientras
estuvieron bajo de la dirección de los Jesuítas: y continuaron dando,
con más intensidad en su línea que los pueblos no jesuíticos coloca-
dos en circunstancias semejantes, á pesar de habérseles separado sus
directores, y habérseles introducido un régimen contrario á su
naturaleza.
Así, la censura del Sr. Lamas se desvanece, porque supone que
los Guaraníes en estando catequizados, ya estaban maduros para las
mismas prácticas que los pueblos europeos: y que es esencialmente
imposible el gobierno civil por medio de sacerdotes: cosas entram-
bas equivocadas.
433
VII
D. VICENTE FIDEL LÓPEZ
Trata expresamente del régimen de las Doctrinas en su «Manual
de la historia argentina» lección XX (pág. 156, ed. 1896).
No son pocas las inexactitudes que contiene su exposición; pero
importa en especial hacer notar una que sobresale notablemente
entre las demás. Hablando del régimen y Gobierno interno.
asienta que «Cada Misión estaba al cuidado de cuatro Padres: el
RECTOR era el gobernador: el doctrinero, que era, diremos así , el
cura y maestro de escuela, que enseñaba también la parte de artes
y oficios mecánicos: el despensero 6 ecónomo, encardado de tomar
cuenta de las cosechas, de distribuir los mantenimientos y las
ropas, de recoger los tejidos y obras de las mujeres, distribuyendo
todo por igual, y mandando lo restante á la capital misionera,
donde se acumulaba y se extraía al exterior para hacer dinero: y
un coadyutor para todo aquello en que lo emplease el Rector, y
dedicado especialmente á aprender con perfección las lenguas de
todos los indígenas del territorio. Por lo general este sacerdote...-»
No es posible saber de d(')nde ha sacado el Dr. López noticias tan
peregrinas. No hay ni una que sea exacta. Particularmente es pura
invención el número de los cuatro sacerdotes y los cargos que les
atribuye. Allí no había sino lo que se ha explicado en el § 95 ^El
Cura y el Compañeroy> . Ni los nombres de rector, despensero y
COADYUTOR, sonaron jamás en Doctrinas designando á los Padres:
dado que el de doctrinero era lo mismo que cura, y se empleaba
para designar al superior de cada pueblo en lo espiritual y tempo-
ral. Muy contentos hubieran estado los Padres con tener suficientes
sujetos para poner cuatro en cada Doctrina, pero el caso es que no
los tuvieron nunca.
El Dr. López al fin de esta lección desestima á los Jesuítas en
general como una institución anticuada y sin vigor, inepta para los
tiempos presentes, como no sea para enseñar lenguas clásicas. No
obstante este juicio, que no peca de lisonjero, los defiende en cuanto
al gobierno de las Reducciones hasta cierto punto, de la manera
siguiente: «5^ nos dirá contra este sistema, que el periodo de la
28 Organización social df las doctrinas guaraníes —tomo ii.
251
-434-
niñes termina con la emancipación de la juventud y con las liber-
tades individuales de la virilidad: mientras que el sistema de los
PP . Jesuítas era vitalicio y fundado en la niñes perpetua del indio
misionero. No hay duda. Pero como las cosas no deben sacarse de
su tiempo y de sus fines ^ es menester tener presente que cuando los
niños dejan de ser niños, cuentan con familias libres, y con un
orden social que los recibe y los proteje. Mientras que los indios en
aquellas circunstancias no contaban con nada parecido en la vida
civil. De manera que si salían de las manos de los Jesuítas, caían
irremisiblemente en el dominio atroz de los encomenderos, y, que
daban expuestos, no sólo á ser presas de líts correrías, sino á morir,
no ya como niños, caritativamente tratados y felices en su misnia
inocencia, sino bajo las tarcas abrumadoras de las bestias sin valor.
De ahí la permanencia en el régimen de las elisiones como alum-
nos protegidos por la vida común. Se ha dicho que el sistcnux de los
Jesuítas era nada más que el comunismo de los niveladores
modernos, sansimonianos, furieristas, socialistas. Nada menos
cierto: base de estos sistemas es la renuncia forzosa del hombre
libre á no tener nada que no sea común con los demás. El sis-
tema de los Jesuítas reposaba sobre la protección de los derechos
individuales de los indios y de sus Jamilias, garantidos por el régi-
men sacerdotal y por la agrupación doméstica de los protegidos, sin
atacar la propiedad del común.»
Después de esta defensa, viene su propio juicio sobre el régimen.
Piensa el Sr. López que el civilizar y moralizar al indio es sencilla-
mente problema imposible: y que los Jesuítas ensayaron para vencer
esta imposibilidad un medio que merece grandes elogios por razón
de ser lo mejor en las circunstancias en que se encontraban; pero que
en sí es vicioso: porque era incapaz de admitir la idea del progreso
y de la emancipación del hombre libre después de educado. — Si no
tiene más inconveniente que ése, claro es que ése no subsiste, 3' que
el indio, con tal que mejorase de capacidad y deseo de trabajar,
tenía con el régimen de los Jesuítas camino abierto para vivir como
hombie ya educado y emancipado. Esto queda demostrado al tratar
de la propiedad en Misiones. — La imposibilidad afirmada por el señor
López, si la ha}', se habrá de refundir no en el régimen de los Jesuítas,
ni en la legislación española, sino en el defecto irremediable, si lo
es, de la incapacidad del indio para elevarse á ser más que un niño
con desarrollo físico de un hombre.
He aquí los términos de la crítica del autor. «La verdad es que
no se ha descubierto ni se conoce medio alguno de asimilar á los
- 435 -
salvajes con la moral y con las tareas de la vida civilisada. Los
pueblos civilÍBados no conocen ni emplean otro que la sumisión
legal ó el exterminio por la fuerza. Los Jesuítas ensayaron el de la
SUMISIÓN POR LA ENSEÑANZA V EL TRABAJO COMÚN. En SU ticUlpO CSO
fué admirable; pero no hay dnda de que era vicioso, porque era
ESTACIONARIO. La idea del progreso y de la emancipación del
hombre libre después de educado, no podía entrar en el sistema, por
el vicio fundamental del orden civil y económico que los Padres
Jesuítas encontraron planteado en España. Era aquella, en suma,
la misma cuestión de la esclavatura de los Jtegros. Sin ella perecían
las labores agrícolas; con ella prevalecía la gangrenay el retroceso
moral de los pueblos cristianos. Los Jesuítas curaron el mal pre-
sente en la medida desús medios. ^>
Preciso será añadir también que si lo que llama el autor civili-
zación no fuera en realidad asequible nunca para los indios, no por
eso dejarían los Jesuítas, ni puede dejar ninguna nación cristiana,
de trabajar para que el indio consiguiese lo que es cierto que puede
conseguir, el conocimiento y la práctica de sus obligaciones mora-
les y la religión que ha de salvar su alma.
VIII
BAUZA 252
Uno de los más recientes escritores que ha tratado expresamente
de las Doctrinas como historiador en estas regiones es el oriental
D. Francisco Bauza, quien ha dedicado un libro entero de su impor-
tante obra sobre la Dominación española en el Uruguay al estudio
del régimen de los Jesuítas (1).
Hace Bauza una exposición del principio de las Redvicciones }' de
su régimen: en la cual no deja de haber inexactitudes que reparar,
fiándose el autor á veces del mismo Azara, á quien tan bien calificó
en su Introducción, y que es el peor de los guías en materia de
hechos. Entre otras cosas es reparable el poner casas que son cua-
dras enteras, cuando consta que desde los primeros tiempos hubo
una casa pequeña para cada familia. Iglesias <.<de construcción irre-
gular y materiales débiles-a siendo así que precisamente las iglesias
(1) Tomo L lib. II.
-436 -
del Uruguay fueron de muy buena arquitectura y de piedra de
sillería. Representa como muy difícil y trabajosa la confesión de los
Guaraníes: en lo cual parece se fió de los cuentecillos de Doblas: y
sabemos por el P. Cardiel (1) que sucedía todo lo contrario. La idea
de imponer la carencia de calzado y la de que se deprimiese á los
caciques (cuando por el contrario, se procuraba mantenerlos en el
respeto que correspondía á su estado y eran los primeros á quienes
se enseñaba A leer 3' escribir), proceden de Bucareli y de Doblas. La
de que los Jesuítas fundasen pueblos conjuntamente con los francis-
canos ó recibiesen algún pueblo de los fundados por ellos, es simple-
mente inexacta: 3^ no se puede aducir prueba seria alguna que la
justifique. Todo esto manifiesta que aun el historiador diligente 3'
asiduo en compulsar las fuentes de información, puede incurrir en
errores, que sólo el tiempo 3^ el concurso de muchos alcanzan á disi-
par:3' que Bauza hubiera rectificado, á tener ocasión de publicar
nuevamente su libro.
Al llegar al juicio que le merece el sistema de las Reducciones,
habla de los Jesuítas que rigieron las Doctrinas en estos términos:
«Apesar de los bienes que ¡labiaii Jiecho y siguieron liaciendo,
todavía no han encontrado la justificación que merecen. La His-
toria debe, por lo tanto, preparar el fallo de la posteridad con su
juicio desinteresado y circunspecto^ (2).
Llama á las Doctrinas «aquella sólida armazón que con el nom-
bre de Misiones Jesuíticas resistió los ataques del extranjero y
salvó incólume, durante casi dos centurias , nuestro legitimo
dominio sobre las tierras poseídas^ (3).
«Las Misiones jesuíticas», continúa, «per los intereses que crea-
ron y las simpatías que supieron inspirar, han sido violejitamente
atacadas y lo son aún; pero si las faltas de que adoleció su organi-
zación justijican la critica, en los resultados que se obtuvieron hay
ancha base para una discidpa. Comparados los medios de exter-
minio que los conquistadores emplearon para sujetar á los natu-
rales de estos países, con las medidas de piadoso celo dictadas por
los Jesuítas para convertirles, no hay vacilación respecto al juicio
resultante de ese paralelo. Entre los que matan y los que defienden
la vida de las víctinms: entre los que exterminan una rasa y los
que tratan de conservarla, la religión, la filosofía y la historia se
decidirán por los i'iltimos» (4).
(1) Breve reí. c. VIL n. 24.
(2) Hist. de la dominación española en el Uruguay, t. I. Pág. 382.
(.3) Pág. 348.
(4) r-Ág. 382.
- 437 -
«Tratábase de conquistar para la causa de la civilización gran-
des porciones territoriales pobladas de tribus salvajes, y cada uno
empleó el medio que le dictó su talento y su conciencia. Los hom-
bres de gobierno, d imitación de lo practicado en Portugal, propu-
sieron poblar el Río de la Plata con presidarios para fomentar el
idioma y la rasa (2). Los conquistadores militares creyeron que los
indios eran bestias de carga, y les impusieron la organización de
las encomiendas, el vejamen de las malocas, v el tributo de la
MITA. Los misioneros franciscanos entendieron que se podía tran-
sar con las preocupaciones de la época, fusionando la piedad con la
codicia, y admitieron en sus reducciones las encomiciídas. Los
Jesuítas, por caridad y por instinto político protestaron contra todo
esto, y no admitieron entre sus indios ni presidiarios, ni mitas, ni
encomiendas, ni malocas. t>
Deshace luego el prejuicio de que los Jesuítas prolongasen la
infancia de los Guaraníes ó los apartaran del contacto de la civili-
zación por dominarlos. «Esta objeción», escribe, «se destruye por sí
misma, en presencia de los hechos visibles, Los Jesuítas introdu-
jeron en sus Reducciones los elementos más avanzados de la civili-
zación. Todos los oficios mecánicos, todas las artes útiles fueron
enseñadas á los indígenas. La imprenta vulgarizó entre ellos, á par
de su propia lengua, estudiada y reducida á principios científicos,
las maravillas de la religión y las concepciones del arte. No se trata
de esta manera á los pueblos que se quiere esclavizar.» Y en seguida
explica como el aislamiento de las Doctrinas, en la parte que es
exacto y no fabuloso, tuvo por fin la guarda de las costumbres.
Rechaza la idea de que las Reducciones se modelasen en el modo
de gobierno de los antiguos incas, y atribuye por su parte el régimen
á una imitación del modo de vivir de los primeros cristianos. — En su
lugar, al tratar de los orígenes de las Doctrinas, va dicho breve-
mente lo que parece se ha de juzgar de estas derivaciones.
IX
OBSERVACIONES SOBRE LOS ESCRITORES 253
DEL RÍO DE LA PLATA
Es á primera vista muy extraña la tendencia que se observa en
no pocos escritores del Río de la Plata á juzgar desfavorablemente
(2) Arch. de Indias, tom. XIX.
-438-
la obra de los Jesuítas, en las Misiones de los Guaraníes. Si se excep-
túan el Deán Funes y Domínguez entre los argentinos, y también
los orientales Lamas y Bauza, los demás tienen el régimen de Doc
trinas por desacertado; y algunos no ocultan su aversión contra los sa-
cerdotes que lo aplicaron, ni escasean los dicterios contra el sistema.
El que más, se contenta con excusarlo por virtud de las circunstan-
cias; pero declarándolo al mismo tiempo herido de vicio insanable de
incapacidad de progresar, como lo hace D. Vicente Fidel López.
Estudiando cuál pueda ser la causa de este fenómeno, se viene
luego en conocimiento de que todos esos autores estaban imbuidos
de las erróneas ideas del liberalismo que han imperado en el
siglo XIX, las cuales jamás se han visto sin que las acompañe la ten-
dencia contra la Iglesia y la religión católica, de cuya doctrina son
violación, y á la cual, como á segura maestra que descubre sus erro-
res 3^ da firmeza á las verdades contrarias, hacen la guerra en una
ú otra forma. Con tal disposición de ánimo, no era posible que deja-
sen de tener tema contra la Compañía de Jesús: y la volun-
tad mal afecta ha llevado tras sí el entendimiento en sus juicios, de
forma que, siendo por su posición geográfica é histórica los que más
facilidad han tenido de estudiar la verdad de los hechos, y conocer
en sus fuentes los documentos, son los que más han errado en sus
juicios acerca del régimen de las Misiones.
Los que han figurado como escritores importantes en la Repú-
blica Argentina, habían bebido las Doctrinas del conocido Dogma
Socialista de Mayo, obra de un entendimiento como el de Echeve-
rría, cuyas ideas estaban fundamentalmente trastornadas: 5^ que pre-
conizaba la religión cristiana, pero la explicaba en el artículo IV
como religión herética, estampando la herejía de que la libertad de
dar á Dios el culto que cada uno quiera es un derecho del individuo;
herejía que ha anatematizado llamándola «delirio» el Sumo Pontí-
fice (1): y le agrega la blasfemia de que «el Evangelio ha procla-
mado la independencia de la razón 3' la libertad de conciencia»
cuando en el Evangelio está expresa la palabra de nuestro Divino
Redentor que dice: «el que creyere 3' se bautizare, se salvará: mas
el que no creyere, se condenará eternamente.» Proclamaba con la
herejía el cisma entre los católicos: 3' echaba en cara á la Iglesia
argentina el haber obedecido al Sumo Pontífice, usando de la innoble
frase de que se había dejado embozalar (2). Y correspondientes á
éstas eran sus demás ideas. Renegaba de todas las tradiciones de su
(1) Encicl. MiRARi Vos.
(2) Dogma socialista, art. IV.
-439-
patria, por mirarlas como obra de España, cuyas memorias todas,
dice, es preciso destruir. Y á éstas correspondían (1) sus demás ideas.
El influjo de semejantes ideas se ha dejado sentir en los escritores
citados. El General Mitre, francmasón, y que ha sido Gran Maestre
de la masonería, de la que, hallándose ya cercano á la muerte, tuvo
la dicha de separarse para volver al gremio de la Iglesia católica:
el Dr. Vicente Fidel López, que ha sentado la tesis (que parecería
increíble por lo absurda), de que ningún verdadero sabio ha existido
en los tiempos pasados ó en los presentes, como no haya sido iniciado
en lassociedades secretas (2); D. Juan María Gutiérrez, que ha llegado
á la extravagante afirmación de que los indígenas americanos no
eran salvajes: «Si de un estudio combinado de esta materia resul-
tara, como no lo dudamos, que el americano primitivo, en mayor ó
menor proporción, conoció y cultivó las artes y facultades que
inmortalizaron á la Grecia, y á las naciones de su escuela , no habría
razón para que continuasen mereciendo como titulo del vocabulario
histórico de los pueblos cristianos, el epíteto de Bárbaros (3).» Ni
ha faltado entre esos escritores quien sostuviera con seriedad que
la España, cuando descubrió la América, era una nación en deca-
dencia; mientras llenaba el mundo de sus sabios, de sus capitanes,
de su influjo, civilizaba el Nuevo Continente 5^ dejaba fama impe-
recedera de su grandeza y vitalidad. A hombres predispuestos de
esa manera, no había de inspirar simpatías la Compañía de Jesús,
orden religiosa fundada por un español, y eminentemente católica;
y lo singular es verdaderamente que en ellos haya encontrado to-
davía alguna reserva el juicio condenatorio. Así Mitre reconoce que
relativamente fueron útiles las Misiones para defender los límites
con Portugal; Lamas enumera estos servicios y reverencia á los
?ilisioneros; y López dice que hicieron lo mejor que se podía hacer:
pero siempre protestando que no son partidarios de los Jesuítas.
Ni se puede replicar que entre ellos está Estrada, quien no era
enemigo de la Iglesia ni de las instituciones católicas; pues Estrada
en aquel tiempo era ardiente liberal; y sus escritos de aquella época
revelan en cada página el mismo daño causado en él por tan funesta
doctrina.
De que ésta sea la causa radical de tales juicios, se persuadirá
quien observe que quitada ella en el Dr. Bauza, y no obstante que
enumera varios hechos erróneos (teniéndolos por verdaderos) en que
(1) Dogma socialista, nn. VII-VIII.
(2) Rev. de Buenos Aires.
(3) Rkv. de Buenos Aires, t. 19, p. 458, año 1869.
— 440 -
hacen hincapié los demás, él sin embargo, por faltarle aquella pre-
ocupación, los interpreta en favor de las Misiones.
A semejante disposición de los ánimos vino muy bien la obra de
Azara, llena de prejuicios y falsedades contra los Jesuítas, de la que
hizo á América un presente griego con su traducción D. Bernardino
Rivadavia. El influjo de Azara en todos estos escritores ha sido tan
grande, que todos dan como subsistentes y reales los hechos inventa-
dos por él: y repiten sus juicios y sus razones. Hasta Bauza ha caído
algunas veces en este escollo, á pesar de estar bien prevenido contra
las artes del mencionado escritor.
Pasado el fervor de las contiendas con España, se ha dismniuído
entre los que escriben la animosidad contia las Misiones del Para-
guay. De ello es prueba el mismo enunciado de los programas oficia-
les de Historia argentina, en los cuales, al dedicar un capítulo á la
organización de las Misiones, se indaga cuál fuera ésta en particular,
5^ cuáles los «Servicios reales de la Orden».
No han entrado en esta reseña los escritos varios de periódicos,
entre los cuales podría citarse un buen artículo del Dr. A. C. Casa-
bal en la «América del Snch del miércoles 31 de Julio de 1878; ni los
escritos sueltos como el excelente trabajo de las «Misiones guaraní-
ticas» del Sr. Monner Sans, ú otros consagrados principalmente al
actual territorio de Misiones, como el del Sr. Queirel: pudiéndose
poner otros únicamente entre los libelos, que repiten los cargos ya
convencidos de falsos, y no tienen autoridad alguna, porque ninguna
prueba traen de sus asertos (1).
(1) Uno de los libros de este género publicado en estos últimos años es el que
se titula El imperio jesuítico, escrito por el .Sr. Leopoldo Lugones. Díjose que
había sido fruto de un estudio emprendido por encargo oficial; y que para gastos
del viaje por el territorio de Misiones se habían señalado al autor diez mil duros
c/1, dándole asimismo un fotógrafo que le acompañara y estuviera á sus órdenes
para asegurar las oportunas ilustraciones á su obra. Otras cosas se diieron que
no hay para que referir aquí: algunas de las cuales pueden verse en el diario de
Buenos Aires Ei. Pukblo (*).
El lector que hojea el libro no halla en sus 600 ó más páginas indicio, ni de las
abundantes noticias, ni de las escogidas ilustraciones que, según sus antecedentes,
se podían esperar. Bien es verdad que respectode las ilustraciones, dice el autor ex-
presamente que nunca ha sido su intento acreditar la publicación con el número de
fotografías, procedimiento que censura en otros autores y halla muy inconveniente.
Respecto de las noticias, es asombroso que el Sr. Lugones haya creído poder
persuadir á sus lectores que las doscientas páginas, poco más ó menos, que vie-
nen á ser la tercera parte de todo el libro, y ofrece al principio, discurriendo en
ellas según sus ideas sobre la literatura española antigua, tienen intima conexión
con los indios Guaraníes de las Misiones; y que el Lazarillo de Tormes, ó el Guz-
mán de Alfarache y las coplas de los ciegos de España, sean la suprema explica-
ción del proceso y carácter de la conquista de América y del sistema adoptado por
los Jesuítas en Doctrinas. Algún ingenio maleante podría sospechar que faltaba
materia apropiada, y se trajo de otra parte no poco fárrago para ocupar espacio.
(*) -Ariículos de los primeros meses del año 1906.
-441-
Cuando el autor se determina por fin á tratar algo de veras el asunto de su
título, aparece en su exposición el más lamentable desconocimiento de las cosas.
Ni un documento, ni una visita á Archivo alguno, ni siquiera á los de Buenos
Aires, que estaban á la mano; en un materia que es puramente histórica, j en un
tiempo en que tanta facilidad hay para esta clase de trabajos, y tantos investiga-
dores acuden al Archivo á buscar sus noticias, aun para asuntos de importancia
relativamente escasa. Claro es que, procediendo de este modo, los monumentos
vivos de lo ocurrido en Misiones en el periodo estudiado en su libro, se han esca-
pado todos al conocimiento del Señor Lugones, pues en el mismo territorio de
Misiones no quedan documentos, y todos están en los Archivos de Buenos Aires,
la Asunción, l-íío Janeiro, Chile, Peni, en varios de Europa, y sobre todo en el
Archivo General de Indias de Sevilla. Con esto, el Sr. Lugones ha tenido que
tomar todos las noticias de segunda mano, como se ve en la Bibliografía, nada
selecta ni abundante, en la que se echan menos las obras inglesas y alemanas.
Ni siquiera el viaje de las Misiones ha realizado por completo, omitiendo la
visita á la parte brasilera y á la paraguaya, por dificultades que abulta en el
libro, pero que no son reales, como lo saben los que lo han probado por experien-
cia; pues cada una de las dos secciones se puede visitar en poco más de una
semana, sin más inconveniente que las molestias inherentes á un viaje á caballo
por comarcas de escasa población. La aprehensión de tamañas dificultades le ha
privado del conocimiento de ruinas importantes, como las de Trinidad y San
Miguel, y sobre todo, de la vista de pueblos enteros que se hallan en cierto modo
como en los tiempos antiguos, y vienen á ser retrato de lo que fueron las Reduc-
ciones, como sucede en algunos del Paraguay. — Aunque, si se ha de juzgar por
su modo de describir lo que ha visto, poco habrá que lamentar que no conociera
las sobredichas regiones, de las que hubiera formado y hecho formar á sus lecto-
res un falso concepto, como lo hace respecto de la parte argentina, luego que se
resuelve á dar algunas noticias concretas. Refiriéndose á San Carlos, asevera
que las ruinas allí existentes son las más importantes del Territorio Nacional de
Misiones; y presenta un plano general del terreno, y otro en escala mayor de la
parte que, según dice, estuvo edificada. Increíble parece que con tanto arrojo se
pueda escribir sobre cosa tan patente, en que la falsedad de la afirmación está á la
vista de todos, y se puede comprobar al punto; pero en su lugar se verán en efecto
los dos planos, y la afirmación de ser las ruinas más importantes; siendo la verdad
que de las ruinas de San Carlos apenas hay cosa que se levante un metro sobre
el suelo; y no ya sólo las ruinas de San Ignacio Miní (que son como todos saben las
principales de la sección argentina), ni las de Apóstoles, Santa Ana y Candelaria,
sino aun las de varios otros pueblos en que se conservan restos de lo antiguo,
representan más que las de San Carlos, población que tampoco tuvo nunca impor-
tancia ni significación especial. Respecto de los planos, basta decir que no son
sino dibujos voluntarios, subsistentes sólo en la imaginación del que los trazó,
sin ninguna correspondencia con la realidad. La mejor prueba de ello es su abso-
luta discordancia respecto del plano verdadero levantado en 1818 por el jefe bra-
silero Almeida Coelho (v. en el lib. I. cap. III), quien reproducía con perfección
técnica el pueblo, cuando todavía estaban los edificios en pie y no era necesario
rastrear la planta por medio de las ruinas. Ni se puede decir que el pueblo varió
desde aquel tiempo, pues aquel mismo año 1818 quedó destruido, y nunca ha
vuelto á edificarse en el mismo lugar.
Lo sobredicho es una simple muestra de la exactitud de las noticias. En reali-
dad, el Imperto Jesuítico no tiene carácter histórico, porque le falta la principal
condición de la Historia, que es la verdad. Considerado como libelo, poco daño
puede hacer á los Jesuítas, á no ser entre las personas muy ignorantes ó muy
prevenidas. Como obra de fantasía, no ofrece más novedad que la invención del
nombre de Imperio ¡esiiítico para designar las Doctrinas guaraníes. En boca de
Pombal fueron República que los religiosos de la Compañía establecieron; en el
libro del expulso Ibáñez aparecieron como Reino jesuítico: y ahora han subido á
ser Imperio jesuítico. El libro del Sr. Lugones es de aquellos que el hombre estu-
dioso que haya tenido la paciencia de leer por entero, se apresura á dejar á un
lado, lamentando el tiempo perdido en una lectura en que no ha hallado sino
vaguedades y noticias equivocadas, muestras de la incuria con que se han reco-
gido y ordenado los materiales.
CAPITULO XVI
LOS FILOSOFANTES Ó IMPÍOS DEL SIGLO XVIII
1. \'oltaire. — 2. D'AIembert. — 3. Montesquieu. — 4. Raynal. — 5. Observación.
Aunque el juicio de los impíos en un asunto de la naturaleza de
las Misiones no sea muy de estimar; no obstante, porque en varias
ocasiones son citados, 3' porque á veces la verdad arranca confesio-
nes de importancia aun á sus enemigos, ó sucede que hombres habi-
tualmente empeñados en hacerle guerra, alguna vez la reconocen
guiados de la luz natural; será bien registrar aquí los juicios de
algunos de los que á sí mismos se denominaron filósofos en el siglo
xviii. Veráse en ellos que estos mismos, con razón apellidados mal-
hechores INTELECTUALES, mientras se esforzaban como los que más
en destruir á los Jesuítas, como de ello se jactaron, no podían menos
de reconocer la utilidad, y aplaudir los saludables efectos del régi-
men establecido por los Jesuítas en el Paraguay: y tanto ma3'or
valor tendrá su testimonio, cuanto de más encarnizados enemigos
procede.
I
254 VOLTAIRE
Habla Voltaire del Paragua}^ ó mejor de las Misiones de los
Jesuítas del Paraguay de propósito en el cap. cliv de su ensayo
SOBRE LAS COSTUMBRES (1).
(1) EssAi s';r i-i-s mceuks, ed. París 1878, t. 12, 2°, pAg. 423.
-443-
No faltan en el discurso del capítulo conceptos favorables. «El
establecimiento hecho en el Paraguay» dice «por los Jesuítas espa-
ñoles, se asemeja bajo de ciertos respectos á un triunfo de la humani-
dad: y parece bastante á expiar las crueldades de los primeros con-
quistadores.»... «Es el Paragua}^ un vasto país entre el Brasil, el
Perú, y Chile. Los españoles se habían apoderado de la costa, donde
fundaron la población de Buenos Aires, ciudad de gran comercio, á
la ribera del Plata; pero por poderosos que fuesen, se hallaban en
mu}^ corto número para sujetar tantas naciones como habitaban en
medio de los bosques... En esta conquista fueron auxiliados por los
Jesuítas mucho más que lo hubieran sido por soldados. Estos misio-
neros penetraron de comarca en comarca á principios del siglo xvii
hasta lo interior del país. Sirvieron de guías é intérpretes algunos
salvajes cautivados desde su infancia y criados en Buenos Aires.
Sus fatigas y penalidades igualaron á las de los conquistadores del
Nuevo Mundo. El valor de la religión es tan grande por lo menos
como el valor guerrero. Jamás dieron lugar al desaliento. He aquí
ahora cómo obtuvieron su feliz éxito.» Entra aquí en la narración
de las particularidades de la conversión, que explica á su manera, 3'
del gobierno, del cual dice: «Si algo puede dar idea de este gobierno,
es el antiguo gobierno de Lacedemonia. Todo es común en la
comarca de las Misiones. Estando vecinos del Perú, no conocen oro
ni plata. La esencia de un espartano era la obediencia A las le3"es de
Licurgo: y la esencia de un paragua3'o ha sido hasta ahora la obe-
diencia á las le3''es de los Jesuítas. Todo se parece, con la leve dife
rencia de que los paraguayos no tienen esclavos para sembrar sus
tierras y cortar madera de sus bosques, como los tenían los esparta-
nos...» «gobierno único sobre la tierra...» «Los mismos principios
que formaron de estos pueblos los más sumisos vasallos, hicieron de
ellos excelentes soldados. Creen cumplir con una obligación obede-
ciendo y combatiendo. Más de una vez ha sido preciso su auxilio
contra los portugueses del Brasil, contra los bandoleros á quienes se
da el nombre de mamelucos...» «siempre combatieron con orden,
con valor y con buen éxito.» «Los Jesuítas del Paragua3' fueron á la
vez fundadores, legisladores, pontífices 5' soberanos.»
«Civilizaron los indios del Paragua3': los hicieron industriosos, 3'
llegaron á gobernar un vasto país... considerando como virtud el sub-
3'ugar los salvajes valiéndose de la instrucción 3' de la persuasión.»
Semejante modo de presentar las cosas, haría presumir que el
juicio de Voltaire es aprobativo del régimen establecido por los
Jesuítas en el Paraguay. Pero lo único que prueba es que la opinión
- 444 -
corriente en Europa era tan fuerte en favor de ellos en este punto,
que no creyó este corifeo délos impíos lograr su tiro, si escribía
demasiado abiertamente contra ella. En lo demás no omite ninguno
de sus artificios acostumbrados para desvirtuar la simpatía que tal
descripción pudiera despertar en el ánimo del lector: y usa también
de vez en cuando de las chocarrerías que constituyen parte de su ca-
rácter, á pesar de haber pretendido para esta obra escribir en el tono
serio propio de la historia. Al decir que los Jesuítas civilizaron por
la persuasión 3- la enseñanza, les opone el ejemplo de los cuáqueros,
que, según él, civilizaron á los indios en la América del Norte,
valiéndose del comercio, sin pretender sujetarlos: y los prefiere
manifiestamente á los Jesuítas. Nada le importaba á Voltaire que
los indígenas del Paraguay aprendiesen ó no religión, para lo cual
era preciso juntarlos en pueblos y tenerlos subordinados: ni que
guardasen ó no paz con los españoles vecinos, para lo que era
moralmente necesario que los considerasen como subditos de un
mismo Rey, 3^ así se hiciesen vasallos del Rey de España: 3' á sus
ojos valía más cualquier barniz de civilización y suavidad de cos-
tumbres.
Cuando los compara con el estado de los espartanos, lo que para
aquellos tiempos parece que había de ser la suma alabanza, parece
terminado su juicio: pero para que no quede la impresión demasiado
favorable, agrega una antítesis pueril en el estilo, tanto como vene-
nosa en el efecto: 3" al decir que era leve la diferencia entre el Para-
gua3'' y Esparta, 3' consistía en no tener los paraguayos como los
espartanos esclavos que les hiciesen los trabajos, agrega: «porque
ellos mismos son los esclavoá de los Jesuítas».
Llena su relato de todas las falsedades que se dijeron contra los
Jesuítas del Paraguaj': como esta misma de que habían quitado á
los indios la libertad: la de que no reconocían autoridad de Gober-
nadores ni Obispos: que no dejaban entrar en las Misiones á nadie:
que los mismos oficiales enviados por el Gobernador eran rechaza-
dos: y en esta razón inventa un caso que dice fué á parar al Consejo
de Indias, en el que se hubiera visto harto enredado ante quien le
hubiera pedido las pruebas de la ficción, que según los términos de
su relato no podían menos de encontrarse en el Archivo de Indias.
Pero estaba bien seguro de que nadie le había de exigir la responsa-
bilidad de pruebas.
En lo demás, conclu3'e acumulando á los Jesuítas todos los deli-
tos que falsamente se les achacaron por los perseguidores: la suble-
vación de los indios Guaraníes, el abuso del poder contra la autori-
- 445 -
dad del Re}' de España, y otros: y cierra triunfalmente el capítulo
para dejar bien asentada la impresión final, enumerando la expulsión
de España, la de Portugal, la de Francia, y la extinción de la Santa
Sede.
La parte del juicio favorable á los Jesuítas del Paraguay, parece
que puede tomarse como una confesión de adversario. La parte
diversa habrá de graduarse por las leyes de la crítica. Fundada en
hechos falsos, como se ha visto, no merece crédito. Además, en ella
muestra á un mismo tiempo Voltaire extraordinaria ignorancia de
la geografía y de la cronología. De la geografía, pues dice que el
único Obispado y Gobernador, que había en el Paraguay, era el de
Buenos Aires: de manera, que hasta ignora la existencia de la ciu-
dad de la Asunción, primitiva cabeza del gobierno eclesiástico y de
la provincia: asegura que las Misiones de los Guaraníes eran paso
para ir de Buenos Aires al Perú: etc. De la cronología, pues, hecho
tan sonado como la primera toma de la Colonia, lo pone en 1662, unos
veinte años antes de que se fundase. Flaco andaba en el conocimiento
de entrambas ramas, que son llamadas los dos ojos de la historia. Y
no más adelantada estaba su crítica, pues por las referencias que
hace, se ve que no se fatigaba mucho en registrar documentos feha-
cientes, sino que propinaba á sus lectores como verdades averi-
guadas lo que encontraba en despreciables libelos como el del abate
innominado, que rebatió el P. Rodero: ó en narraciones que por sus
indicios de poesía é inverosimilitud rechazaban los buenos críticos
como Muratori: ya que el sofista francés cita como una de sus fuentes
el Padre Florentín de Bourses.
II
255
D'ALEMBERT
También este aprovechado discípulo del patriarca de la impiedad
y más taimado si cabe que él, habló de las Misiones del Paraguay para
explicarlas á su modo, y dar su parecer sobre ellas; aunque no lo
hizo de propósito, sino como término de comparación, en otro asunto
que se proponía dilucidar en pro de sus perversas doctrinas.
Escribiendo un relato de la destrucción de los Jesuítas en Fran-
- 446 - ■
cia (1) menciona algunas veces á los Jesuítas del Paraguay }' su
gobierno; )■ á lo último explica en qué consiste el secreto de haber
reducido los Jesuítas á los salvajes de aquella región.
Llama en este escrito á los Jesuítas «genízaros del Sumo Pontí
fice» y «falange macedónica». «Los Jesuítas, dice, eran las tropas
regulares, estrechamente unidas y disciplinadas debajo de la bandera
de la superstición» [léase Religión] «era la falange macedónica la
que importaba á la razón [léase I.vipiedad] ver rota y destruida»: y
se jacta de que Voltaire y sus adherentes son los que en realidad han
causado la ruina de los Jesuítas, aunque en lo exterior figuren única-
mente los Parlamentos y los jansenistas. Y refiriéndose expresa-
mente á los Jesuítas del Paragua3\ dice que allí han procedido con
mucha bondad: y añade: «útiles y respetados en el Paraguay, donde
no hallaron más que docilidad y mansedumbre...»
«Por medio de la religión», dice «adquirieron los Jesuítas en el
Paraguay una autoridad monárquica, fundándose... en la sola per-
suasión 3' en la suavidad de su gobierno. Soberanos en aquel país,
hacen.,, dichosos... los pueblos que les obedecen, y que han logrado
subyugar sin emplear la violencia. El cuidado con que alejan á los
extranjeros es causa de que no se puedan conocer las particularida-
des de esa singular administración: pero lo poco que se ha descu
bierto de ella, basta para formar su elogio; y sería quizá de desear...
que tantas otras regiones bárbaras donde los pueblos son oprimidos
5^ desgraciados, hubiesen tenido como el Paraguay por maestros y
apóstoles á los Jesuítas.»
Hace luego una pintura tan despreciativa del pueblo de cualquier
nación y del régimen de servidumbre que se le ha de imponer, que
deberían meditarla los que de maestros tales como estos hombres
incrédulos toman sus ideas, y pregonan que ellos son los que han
devuelto .sus derechos á todos los ciudadanos. «El pueblo», — dice «no
conoce más que una cosa, á saber; las necesidades de la natu-
raleza y la precisión de satisfacerlas. Tan luego como por su situa-
ción se ve al abrigo de la miseria y de los padecimientos, está con-
tento y se siente dichoso. La libertad es un bien que no se ha hecho
para él: cu3'as ventajas ignora, 3^ que únicamente posee para abusar
de ella en perjuicio de sí propio. Es un niño que cae 3" se lastima tan
luego como le dejan andar solo; y que no se levanta sino para apa-
lear á su ama de cría: es preciso alimentarlo bien, ocuparlo sin abru
marlo, y conducirlo sin que se le dejen ver demasiado sus cadenas.»
(1) De la DfisrRucnoN de.s Jésuites en France. MDCCLXV. S." de 126 pp.
— 447 —
Terminada esta curiosa lección, agrega: «He aquí... lo que los
Jesuítas han hecho en el Paraguay.»
También de los conceptos de d'Alembert pudiera presumirse que
él aprobaba con elogio las Reducciones del Paraguay. Y de él, como
del anterior, hay que decir, según la verdad, que hace cuanto puede
por desacreditar un régimen que parece que todos estimaban. Por-
que no pone simplemente el elogio, sino que en todos los pasajes en
que se enuncian los hechos de la suavidad del gobierno de los Padres,
de la felicidad de los indígenas, etc., añade la expresión que des-
pierta la duda de ser verdad, con las frases «se dice» «á lo que se
dice» «si es verdad lo que se cuenta» «si las narraciones son ñeles»
allí donde de propósito al citar los textos antecedentes se ha dejado
el blanco de los puntos suspensivos. Proceder muy propio .del escép-
tico d'Alembert. — De este modo, en las cosas que pueden ser favora
bles al crédito de los Jesuítas, excita las desconfianzas, para que no
se acabe de creer lo bueno.
En cambio, cuando se trata de lo que puede infamar, insiste en
ello y lo acentúa, aunque sea falso. Así, afirma la extravagante tesis
de que los Jesuítas tienen por fin propio el dominar á todo el mundo:
y que el mostrar celo de la religión es únicamente para poder domi-
nar. Miserable espíritu, que no pudiendo negar que los Jesuítas prac-
tican la religión y se esfuerzan para que otros sirvan á Dios también,
lo tuerce hasta acusarlos de que la religión en ellos no es sino el
medio de que abusan para saciar su ambición. Y siguiendo adelante
en este camino, afirma que se habían propuesto hacer en Europa lo
que habían hecho en el Paraguay: y al acabar la descripción tan
lisonjera que se ha copiado arriba de las buenas cualidades y capaci-
dad del pueblo, y decir que ese gobierno del pueblo es el que los
Jesuítas realizan en el Paraguay, según se dice: pone la siguiente
epifonema: «He aquí lo que hubieran hecho los Jesuítas en todas las
demás naciones, si les hubieran querido dejar obrar.» Pero como les
han resistido, dice, «esta resistencia, tan natural, irritó A los Jesuítas
y los hizo perversos...: y siendo útiles 3^ respetados en el Paraguay,
donde no hallaban sino mansedumbre y docilidad, llegaron a ser peli-
grosos y turbulentos en Europa...» Y así dice que han sido destruí-
dos por «el justo odio que había excitado su ambición». — Poco
importa que haya contradicción entre estas afirmaciones y las otras
de haber sido destruidos por decreto de la impiedad, cuyo mayor
interés era romper aquella falange macedónica y destrozar aquellas
tropas regulares, valiéndose como de instrumentos de la inquina de
los Parlamentos y de los jansenistas, de la soberbia de Choiseul 5" la
— 448 -
lujuria de la Pompadour (que todo eso dice él): y que sea absurda la
idea de cuidar de los europeos como los Misioneros cuidaban de los
pobres indígenas del Paraguay, idea que no hubiera llegado á inven-
tar un Jesuíta, aun acumulando ficciones, en todos los días de su
vida. El intento es formar con verdades ó falsedades opinión ene-
miga de los Jesuítas: y por experiencia sabía el hombre taimado que
en efecto se forma la opinión con tales medios.
III
2S6
MONTESQUIEU
He aquí el juicio de otro de estos hombres conjurados en el
siglo xviii contra la religión, quien alaba á los Jesuítas del Para-
guay, afirmando resueltamente que lo merecen, por haber hecho feli-
ces á los indios y por haber fomentado la industria, cuando en todo
lo demás se les hubiera de acusar. A pesar de haber sido de los pri-
meros que escribieron, }' por lo mismo el que con más cautela pro-
curó no descubrir sus baterías contra la religión, se verá en lo poco
que de él ha de citarse, que era incapaz de escribir algo sin hacer
trasparentar las malas doctrinas que pretendía inocular. Es éste el
barón de Montesquieu.
Hablando de ciertas leyes singulares que hicieron los griegos,
para proveer, según dice, al intento de elevar todos los ciudadanos
á la virtud, agrega como nuevo ejemplo el del Paraguay y dice (1):
«El Paraguay puede suministrarnos otro ejemplo de ello. Hase que-
rido imputar su régimen como un crimen á la Compañía, que consi-
dera el placer de mandar como el único hien de la vida; pero será
siempre hermoso gobernar los hombres haciéndolos más felices.»
(«Los indios del Paraguay no dependen de ningún señor particular,
no pagan más que la quinta parte de los tributos y tienen armas de
fuego para defenderse,»)
«Es una fortuna para la Compañía de Jesús el haber sido la
primera que ha mostrado en aquellas regiones la idea de la religión
unida con la de la humanidad. Reparando las desvastaciones de los
(1) EspRiT DHs Lois, liv. IV. cap. VI.
— 449 —
españoles, ha comenzado á curar una de las mayores heridas que ha
recibido hasta ahora el linaje humano.
»Un exquisito sentimiento que tiene esta Compañía para todo lo
que llama honor, y su celo por una religión que Jiiitnilla harto más
d los que la cscucJian que á los que la predican^ le han hecho aco-
meter grandes empresas y en ellas ha logrado éxito feliz. Sacó de
los bosques unos pueblos dispersos: les proporcionó sustento seguro:
los vistió: y aun cuando con ello no hubiera logrado más que
aumentar la industria entre los hombres, hubiera sido grande su
obra.
»Los que en adelante quieran formar instituciones semejantes,
establecerán la comunidad de bienes de la república de Platón, el
respeto que exigía á los dioses, el alejamiento de los extranjeros
para conservar las buenas costumbres, y el comercio ejercitado por
la ciudad y no por los ciudadanos: y comunicarán nuestras artes sin
nuestro lujo y nuestras necesidades sin nuestros apetitos.
«Proscribirán la plata, cuyo efecto es de engrosar la fortuna de
los hombres más allá de los límites que prescribe la naturaleza, y
enseñar á conserv^ar inútilmente lo que inútilmente se había adqui-
rido, y multiplicando los deseos hasta lo infinito, suplir á la natura-
leza, que nos había dado medios muy limitados de irritar nuestras
pasiones, y corrompernos unos á otros.»
Vese por este elogio que no ha acertado Montesquieu á aprobar
á los Jesuítas lo que habían hecho en el Paraguay, sin desfigurar al
mismo tiempo sus propósitos y falsear sus intentos, y sin ofender la
religión católica, que era lo principal que los Jesuítas amaban, y por
inspirar la cual se habían desterrado de sus patrias y expuesto á
tantos riesgos y fatigas. Deja subsistente la falsísima y gratuita
acusación de que la Compañía de Jesús haya tomado por fin suyo el
buscar el placer de mandar á otros. Atribuyele un empeño grande
por una cosa que da á entender que no es honor, sino que errada-
mente considera la Compañía como honor. Y blasfema de la religión
católica instituida por Dios. Su blasfemia es una pura falsedad,
envuelta en una palabra ambigua. Porque si la palabra humillar
significa lo que la religión católica entiende por humildad, es falso
que predique más la humildad á los fieles que á los predicadores,
habiendo dicho á éstos nuestro Señor Jesucristo: Si no os hiciereis
tan humildes como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Y á
todos indistintamente: Aprended de mí, que soy manso y humilde
de corazón. Y si humillar se toma en sentido de abatir ó rebajar,
es una desvergonzada afirmación la de que la religión católica rebaja
29 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo ii.
-450-
niás á los que la siguen que á los que la predican: siendo la verdad
que á unos y otros eleva y ennoblece.
Pero ése era el barón de Montesquieu. Barruel fluctúa indeciso
sin acabar de resolverse en si fué 6 no de los conjurados con Vol-
taire, aunque d'Alembert pretenda hacer creer que sí; pero sea de
esto lo que fuere, lo cierto es que sus obras son perniciosas por su
doctrina, estando llenas de errores mu}^ bien disimulados: y razón
grande tuvo la Iglesia en condenarlas.
Otra vez da testimonio Montesquieu de que «los indios del Para-
guay, desde que han sido convertidos por los misioneros, son muy
constantes en la religión»; aunque atribuye el hecho á una causa
frivola, como suele hacer en otros casos con cierta apariencia de
verdad.
IV
257
RAYNAL
Es extraño que este hombre, ex-jesuíta, enemigo de la religión
y de las autoridades legítimas de su patria, colaborador de la Enci-
clopedia, mostrase tanta estima como la que parece tener en su obra
<íHistoire philosopJnqiie et politique dn commerce et des établisse-
ineiits des eiir opeáis daiis les denx ludes-».
Al tratar de las colonias de los españoles en el Río de la Plata (1),
hace un panegírico de ellos, en que aplaude sus misiones y el régi-
men con que gobernaron á sus neófitos.
«Un siglo», dice, «hacía que era devastada la América, cuando
los Jesuítas llevaron allá su actividad, que tan singularmente los
había hecho notables desde su origen.»... «Su plan era sacar [á los
indios] de sus selvas y juntarlos para formar cuerpo de nación: pero
lejos de los parajes habitados por los opresores del nuevo hemisferio.
Un buen éxito más ó menos grande coronó sus intentos en Califor-
nia, en los Mojos, en los Chiquitos, en el Amazonas y en algunas
otras regiones. Pero ninguno de estos establecimientos resplandeció
tanto como el que se formó en el Paraguay, porque se le dieron por
(1) Tom. IV. pág. 233. ed. Avignon, 1786: Hb. VIII n. XIII.
— 451-
base las máximas que seguían los incas en el gobierno de su imperio
y en sus conquistas »
Sigue luego, á su modo, esta comparación que le pareció exacta,
recorriendo los siguientes puntos:
Método de las conquistas. «Los jesuítas, que no tenían ejército,
se limitaron á la persuasión. Aventurábanse en la profundidad de
las selvas hasta encontrar algunos salvajes, y los determinaban á
renunciar á sus costumbres y á sus preocupaciones, para abrazar
una nueva religión y gu.star de las dulzuras de la sociedad que ellos
ignoraban.»
Orden en la admisión al cristianismo. «Los misioneros tuvieron
la prudencia de civilizar hasta cierto punto los salvajes antes de
pensar en convertirlos. No probaron á hacerlos cristianos sino des-
pués de haberlos hecho hombres. Apenas los hubieron decidido á
congregarse, cuando les hicieron disfrutar de todos los bienes que
les habían prometido. Hiciéronles abrazar el cristianismo cuando á
fuerza de hacerlos felices, los habían hecho dóciles.»
División de las tierras de labor, y otros medios. «La división de
las tierras en tres partes, una para los templos, otra para el pueblo
y otra para los particulares; el trabajo para los huérfanos, los viejos
5' los soldados: el premio dado á las buenas obras; la inspección ó
censura de las costumbres, el poderoso auxiliar de la benevolencia:
las fiestas mezcladas con los trabajos: los ejercicios militares: la
subordinación: las precauciones contra la ociosidad: el respeto á la
religión y á las virtudes: todo cuanto se admiraba en los incas, se
reprodujo en el Paraguay, ó fué allí todavía más perfecto.»
Diminución de los castigos. «Habían establecido un orden que
prevenía los crímenes y excusaba los castigos. Nada había tan raro
en el Paraguay como los delitos. Las costumbres eran bellas y puras
por medios suaves.» «Las leyes depusieron su severidad entre los
Guaraníes. Allí no se temían los castigos: lo único que se temía era
la propia conciencia.»
Pone aquí una afirmación extraña, que carece de todo funda-
mento sólido: y es que la confesión sacramental sirviese de medio de
obtener el conocimiento de los delitos por acudir á descubrirlos y
recibir castigo el mismo culpable; absurdo enorme, que nunca se dio.
Y prosigue: «Los pueblos del Paragua}^ carecían de leyes civiles,
porque no conocían la propiedad, y de leyes criminales, porque cada
uno se acusaba y castigaba voluntariamente: todas sus leyes eran
preceptos de religión.» Ya se ha expresado más de una vez cuan
errado es este aserto. Véase el núm. 64.
- 452 —
«Los misioneros españoles habían llevado demasiado lejos sus
ideas y sus costumbres monásticas. No obstante, quizá nunca se hizo
tanto bien á los hombres con tan poco mal.»
Artes. «Hubo más artes y comodidades en la república de los
Jesuítas que las que había entre los incas en el Cuzco mismo: sin que
existiese en ella más lujo. Hasta el uso de la moneda era descono-
cido allí. El relojero, el tejedor, el cerrajero, el sastre, depositaban
sus trabajos en los almacenes públicos. Dábanles cuanto les era
necesario: porque el labrador había trabajado para ellos. [Ya se ha
visto que no existía este comunismo que aquí se pinta: y cómo se
gobernaba esta materia, núms. 70, 107.] Los religiosos directores
proveían á las necesidades de todos en unión de magistrados elegi-
dos por el pueblo mismo.»
«No había distinción entre los estados [también esto es erróneo],
y es ésta la única sociedad sobre la tierra en que los hombres han
gozado de esa igualdad que es el segundo de los bienes: 3-3 que el
primero es la libertad.»
Culto. «Hicieron respetar la religión por la pompa y aparato
imponente del culto público.» «Las iglesias del Paraguay son real-
mente muy hermosas. Una música que se dirigía al corazón, cánticos
conmovedores, pinturas que hablaban á los ojos, la majestad de las
ceremonias: todo atraía y retenía á los indios en aquellos lugares
sagrados, en que el placer se confundía para ellos con la piedad.»
Examina en seguida el problema del aumento de población: pon-
derando mucho las circunstancias que á su juicio debieran haberla
acrecentado notablemente: y afirmando que esto no fué así, indaga
las causas. — 1.''^ Que se sospechó que los Jesuítas aparentasen haber
menor número del verdadero, para excusar la mayor paga de tribu-
tos. Mas, dice el autor, «¿era posible que una Compañía cu3^o ídolo
fué siempre la gloria, sacrificase á un interés oscuro y bajo, un sen-
timiento de magnitud tan grande como la majestad del edificio que
levantaba con tanta solicitud y fatigas?» Reflexión que atribuj'e á los
Jesuítas como fin de sus empresas la gloria humana: falsa como otras
tantas que presenta el autor. Pero hay otra prueba más sólida. «La
corte de Madrid mostró, acerca de este punto, algunas sospechas:
pero indagaciones exactas disiparon sospecha tan injuriosa como mal
fundada.»
2.^ Causa que alegaron otros: que los Guaraníes se consumían en
los trabajos de las minas. «Esta acusación, lanzada hace más de un
siglo, se perpetuó por consecuencia de la avaricia, de la envidia y de
la malignidad que la habían formado. Cuanto más hizo buscar esta
-453-
clase de riquezas el Ministerio español, tanto se convenció más de
que era una quimera. Si los Jesuítas hubiesen descubierto semejan-
tes tesoros, se hubieran guardado bien de abrir aquella puerta á
todos los vicios, que hubieran desolado bien pronto su imperio y
arruinado su poderío.» [No por el imperio, que no había, ni por el
poderío, que no era su fin, sino por la religión y el bien de los indios,
que siempre pretendieron, hubieran procurado que no fuesen emplea-
dos los indios en las minas.]
3.'*^ «Dicen otros que la opresión de un gobierno monacal debió
detener la población de los Guaraníes. Pero jamás hay opresión en
una sumisión voluntaria de los ánimos, ni en la inclinación }' afecto
de los corazones en quienes opera la persuasión y precede el amor:
que no hacen más que lo que tienen gusto en hacer, ni aman sino
lo que hacen. Allí está ese dulce imperio de la opinión, el único quizá
que sea permitido á hombres ejercer sobre otros hombres» [aquí el
sofista predica la negación de la autoridad] «porque hace felices á los
que á él se abandonan. Tal fué sin duda el de los Jesuítas en el Para-
guay: pues que naciones enteras acudían por sí mismas á incorpo-
rarse á su gobierno, y no se vio ni una de sus Reducciones que sacu-
diese el yugo. Nadie se atrevería á afirmar que cincuenta IVIisioneros
hubiesen podido forzar á la esclavitud á cien mil indios, que podían
ó asesinar á sus pastores, ó escaparse á los desiertos. Tan extraña
paradoja levantaría contra sí por igual los ánimos débiles y los carac-
teres audaces.»
4.^ «Sospecharon algunos que los Jesuítas habían esparcido en
sus Reducciones el amor del celibato. Nada más lejos de la verdad.
Ni idea siquiera de celibato dieron aquellos Misioneros á sus neó-
fitos.» [Exageración, como otras. Diéronles idea; pero aconsejaron
siempre el matrimonio, atentas las circunstancias de las personas.]
5.^ «En la falta de propiedad creyeron hallar nuestros políticos
un obstáculo insuperable á la población de los Guaraníes.» «No se
puede dudar que la máxima que nos hace considerar la propiedad
como la fuente de la multiplicación de los hombres y de las subsis-
tencias, es una verdad incontestable. Empero, tal es la calidad de las
mejores instituciones, que nuestros errores llegan casi á destruirlas.
Aun allí donde está en vigor la ley de la propiedad, se ven dominar
con ella la codicia, la ambición, el lujo, una multitud de necesidades
facticias, y mil otros desórdenes originados de los vicios de nuestros
gobiernos; y los límites de nuestras posesiones unas veces demasiado
restringidas, otras demasiado extensas, detienen á un tiempo la
fecundidad de nuestras tierras y la de nuestra especie. Tales incon-
-454-
venientes no existían en el Paraguay. Todos tenían -en él la subsis-
tencia asegurada: todos gozaban por consiguiente de las grandes
ventajas del derecho de propiedad, aunque á pesar de ello no tuviesen
propiamente este derecho. No fué, pues, precisamente por estar pri-
vados de él por lo que no hizo allí grandes progresos la población.»
[El autor concede llanamente que en Doctrinas no había propiedad,
lo que se ha visto que no es verdadero: n.° 64.]
6.^ Reproduce aquí el cargo del expulso Ibáñez, sin nombrarlo, de
que no crecía la población porque los Jesuítas aconsejaban á los
indios que abandonasen á los niños, sin cuidarlos, cuando había peste
de viruelas ó de sarampión, y enviándolos á rezar á la iglesia muy
de mañana, con que dice que se morían de frío; y que los Jesuítas
excitaban este modo de obrar para tener más protectores en el cielo.
Contra tan absurda imputación se levanta indignado el autor y apos-
trofa así á Ibáñez, á quien llama «escritor mercenario ó cegado por
su odio»: «Hombre ó demonio, quien quiera que seas, ¿has reflexio-
nado sobre la atrocidad, sobre la extravagancia de tu acusación.^
¿Has reparado en el insulto que hacías á tus maestros, á tus conciu-
dadanos, calculando que obtendiías su favor ó su estimación por
tales medios? ¡Cuánto sería menester que hubiese decaído tu nación
de la generosidad y nobleza de su carácter, si no participase aquí de
mi indignación!»
Eliminadas las causas anteriores, que califica de «quimeras», pasa
á establecer las verdaderas causas según su parecer:
1.'^ La persecución perpetua de los paulistas: y con ocasión de
ella explica la introducción de armas de fuego en Doctrinas.
2.^ La costumbre de enviar cada año indios á doscientas leguas
á recolectar la yerba del Paraguay, pereciendo en estas expedicio-
nes de hambre y de fatiga varios de los enviados: y acometiendo en
el entretanto los pueblos otras tribus salvajes errantes.
3.^ La viruela.
4.''^ El clima, que califica de nebuloso y malsano,
5.^ Las inclinaciones y voracidad de los indígenas, quienes
«herederos de la voracidad que sus padres habían traído del fondo
de los bosques, se alimentaban de frutas verdes, comían los manjares
casi crudos, sin que ni la razón, ni la autoridad ni la experiencia
pudiesen desarraigar aquellas costumbres inveteradas. De este modo
la masa de la sangre, alterada por el aire y por los alimentos no
podía formar familias numerosas, ni generaciones de alguna dura-
ción.»
De las causas alegadas por el autor, la 1.'^ cesó con el tiempo: la
— 455-
2.^^ no podía tener notable influjo, y también se remedió con los yer-
bales hortenses; la 3.* y la 5.^ son las de verdadero influjo: y á la pre-
gunta del autor de si «los Jesuítas ignoraban los saludables efectos
de la inoculación en las riberas del Amazonas, ó se negaron á una
práctica cuyas ventajas están tan bien probadas» es manifiesta la
contestación de que lo ignoraban, y no conocían otro medio que el
del aislamiento. La vacuna se empezó á dar á conocer por la propa-
ganda de Jenner en 1776, cuando ya no había Jesuítas en el Para-
guay. Los ensayos hechos antes eran ó aislados ó desconocidos.
Examina luego Raynal tres cargos hechos á los misioneros según
él, y concluye:
tíCuando en 1768 salieron las misiones de manos de los Jesuí-
tas, hablan llegado á un grado de civilización quisa el mayor á
que puedan ser conducidas las naciones nuevas: y ciertamente
superior á todo cuanto existía en el resto del nuevo hemisferio . Allí
se observaban las leyes. Reinaba una exacta policía. Las costum-
bres eran puras. Una di diosa frater tildad unía los corazones.
Todas las artes de necesidad se habían perfeccionado allí; y eran
conocidas algunas de las de adorno. La abundancia era universal.,
y nada faltaba en los depósitos públicos. El número de ganado
vacuno subía á 769 ,353; el de las tnulas y caballos., á 94,983; el
de las ovejas, á 221,537 ; sin contar algunos otros animales domés-
ticos . »
Cualquiera verá que el concepto general de este autor es apro-
batorio y encomiástico en sumo grado del sistema de los Jesuítas en
el Paraguay. Aun admitiendo hechos falsos por los cuales otros los
incriminan, él los aplaude por los mismos ó los defiende. — Pero al
examinar expresamente los tres cargos de que se ha hablado arriba,
procede, como lo tienen por costumbre los sofistas que á sí mismos
se dieron el título de filósofos, afirmando en una parte lo que niegan
en otra, y defendiendo con igual brío las dos partes contradictorias
de una misma cuestión; y cuando más no pueden, imprimiendo en el
ánimo su escepticismo para que el que no piensa mal, llegue por lo
menos á dudar.
Pone por cargos la codicia 3^ usurpación, la superstición y el
conato de independencia. Para explicar el origen de la primera,
supone que los Jesuítas pidieron y obtuvieron de la corte de Madrid
la exclusión de todos los españoles, Pero no fueron los Jesuítas, sino
las leyes ya existentes, las que prohibieron la comunicación de los
españoles con los indios en sus pueblos, como en su lugar se ha
hecho ver.
— 456 —
Dice que el enojo causado por esta medida hizo acusar á los
Jesuítas de mercaderes, y de comerciar con los bienes de los indios
y apropiarse el sobrante. Raynal se inclina á creerlo. — Ya se ha
hablado del comercio y del sobrante que nunca había. — Y además,
una usurpación de bienes tan escandalosa, que jamás se ha probado,
no se puede atribuir á los Jesuítas sino por calumnia. — Con ocasión
de este cargo hace mención el autor de dos épocas en la historia de
los Jesuítas del Paraguay, una de santidad y otra de móviles bajos
y humanos; recurso ya gastado y aplicado igualmente por los malos
á la Iglesia, en que nunca se determina cuándo empezó el daño 3^
quiénes fueron sus autores, porque es imposible fijar lo que nunca
existió. Pero recurso juntamente á que aun hoy se acude, y á que se
acudirá en adelante.
Al cargo de superstición, responde: «Si los Guaraníes debieron
sus felices instituciones á la superstición, será la primera vez que la
superstición habrá hecho bien á los hombres.» — Respuesta que no
deja en muy buen lugar á los Jesuítas, pues admite ó permite que
hayan usado de un mal medio para lograr la felicidad de los Guara-
níes: y renueva el modo insultante de hablar de estos hombres
impíos, en cu3^o lenguaje la verdadera religión era calificada de
superstición.
Al resolver ó aparentar que resuelve la tercera dificultad del
conato de sublevarse contra España, vacía toda la malicia de su
ánimo para difamar á los Jesuítas de Europa y á los de América.
Dice que «los Jesuítas del Paraguay se aprovecharon del mal que su
Compañía había hecho en Europa para establecer un bien sólido en
América». El mal que les atribuye en Europa es inventado por él.
Investiga luego si realmente eran felices los indios del Paragua)^ Y
aquí, empezando por dudar, concluj^e por desdecirse ó contradecir
todo lo que había defendido arriba con tanto esfuerzo, y se empeña
en probar que los Guaraníes estaban siempre tristes: que el ser igua-
les desterraba de entre ellos toda emulación: que no teniendo propie-
dad, no podían hacer bien á los suyos ni á los otros. Que todo el que
tuviera pasiones había de ser infeliz allí; y no hay hombre sin pasio-
nes en el mundo. Que continuamente sentían el despotismo de sus
legisladores sin apreciar gran cosa sus beneficios: y así debieron
persuadirse, al ver que los Jesuítas eran desterrados, de que no serían
menos felices sin ellos, porque se verían en libertad. Y que por eso
fueron pocas las muestras de sentimiento que dieron. — Ficciones
todas á que él mismo en su ma3^or parte ha contestado antes; pero
que, puestas á última hora con vehemencia 3^ en montón, dejan el
-457-
ánirtio del lector ó confundido ó persuadido de que la obra que tanto
había ponderado de los Jesuítas era obra mala y aborrecible: pues
todo su fundamento había sido la felicidad de los Guaraníes, que
ahora derriba por el suelo.— Lo que dice de las pocas muestras de
tristeza de los indios al despedirse de los Jesuítas, es contrario á la
verdad: y han llegado hasta el tiempo presente suficientes datos,
á pesar del empeño que pusieron en ocultarlos Bucareli y los suyos,
para poderse probar con ellos que fueron muy llorados los Jesuítas
al ser arrancados de entre aquellos que habían civilizado y ense-
ñaban (1).
V
OBSERVACIÓN
A pesar de sus incoherencias y contradicciones, parece claro que
el juicio de estos hombres es, en general, aprobatorio del sistema y
gobierno de los Jesuítas del Paraguay. Y es un fenómeno digno
de notarse, como antes lo era el de la desaprobación de los autores
del Río de la Plata, que unos escritores enemigos de la religión
católica, perseguidores de los Jesuítas, quienes no estuvieron
satisfechos sino viéndolos destruidos y dispersos, aplaudan, sin
embargo, á los Jesuítas del Paraguay. Antes hemos visto autores
que hallándose con medios para conocer bien lo sucedido, interesa-
dos en cierto modo por lo que era una honra del país que habitaban,
vituperaban, no obstante, loque parecía digno de aplauso: ahora
aparecen otros aplaudiendo lo que parece que es contrario á su gusto
y tendencias.
Y nótese que, siendo según parece indudable, la obra de Raynal
una compilación á modo de plagio, en que el autor ahorró trabajo
tomando de otros cuanto le pareció, sin hacer diferencia exterior
entre lo suyo y lo ajeno, ni aun reparar si lo uno contradecía á lo
otro, siendo tal vez una tercera parte de la obra, especialmente los
pasajes más importantes, es.^ritos por Diderot (2); puede ser lo
que se acaba de trascribir en el último párrafo, doctrina no sólo de
Raj'nal, que lo prohijó, sino también de Diderot, que lo compusiera.
(1) Vid. PERAMÁs, Vita Emmanuelis de Vergara.
(2) BiOGKAPHíE uNivERSKLLE, par MicHAUD, art. Raynal.
258
— 458 —
— Y así serían los más principales corifeos de la impiedad y de
la conjuración anticristiana, Voltaire, d'Alembert y Diderot, los
panegiristas de los Jesuítas del Paraguay.
Descúbrese ya en los escritos de estos hombres la perpetua con-
tradicción que se ha observado, y hoy mismo se sigue observando, en
la conducta de los gobernantes de Francia, enemigos de la religión,
quienes persiguen á los Jesuítas y en general á los misioneros en
Francia, y los favorecen en las naciones de infieles.
Sean empero, aquellas aprobaciones efecto de que no se sentían
los incrédulos resistidos por los misioneros que estaban á larga dis-
tancia, ocupados en su obra de conversión y conservación de los
indios: y así desahogaban todo su coraje contra los que tenían á la
vista y sentían que eran fuerte defensa de la buena doctrina, contra
sus sofismas y ataques á la religión: sea que, difundidas por Europa
las noticias de aquellas misiones con cartas edificantes de tantos
Padres de diversas naciones, creyeran imposible escribir negando
los hechos; ó cualquiera otra que fuere la causa; lo cierto es que tes-
timonio de enemigos tan manifiestos en favor del sistema de las
Misiones, á pesar de estar interesados en desacreditar á los misio-
neros, tuvo grande influjo en el tiempo en que se dio para formar
opinión, por lo mucho que inmerecidamente eran estimados sus auto-
res; y considerado en sí mismo; conserva también no pequeño valor,
como confesión arrancada por la verdad á los mismos sofistas sus
enemigos.
CAPITULO XVII
OTROS ESCRITORES EXTRANJEROS:
VIAJEROS
1, Italia: Muratori. — 2. Ingleses: Robertson. — 3. Southey.— 4. Parish: Marshall:
Graham. — 5. Franceses: Charlevoix.— 6. Bonpland: Moussy: Gay: Demersay. — 7.
Alemanes: Murr. — 8. Gothein: Pfotenhauer. — 9. Viajeros: UUoa: Frézier: Bou.
gainville. — 10. Saint-Hilaire: D'Orbigny: Page.
Suerte ha sido especial la de las Misiones del Paraguay, la de
que no sólo no haya nación importante en Europa, sino ni siquiera
escritor importante de historia, que no haya tratado de ellas, dando
su juicio favorable ó adverso; así como es hecho digno de repararse
el que apenas se halle Archivo alguno importante en Europa, que no
contenga documentos originales de Jesuítas del Paraguay. Dejando
á otros el explicar la causa del hecho, es manifiesta consecuencia de
él que sería tarea inmensa empeñarse en presentar juicios de todos
los que han tratado de esta materia. Lo que se hará en este capítulo
será únicamente aducir como muestra algunos juicios de escritores
de diversas naciones, con lo cual habrá también ocasión de rectificar
ciertos conceptos equivocados, y asentar más sólidamente los verda-
deros.
ITALIA: MURATORI
Luis Antonio Muratori (1672 1750) historiador, arqueólogo y crí-
tico modenés, pasó toda su vida en el estudio de las fuentes y en el
259
- 460 -
trabajo de acumular materiales para la historia de su patria. Célebre
ya A los veinte años por su vasto saber y sólida erudición, no cesó de
trabajar durante toda su vida en multitud de escritos y fructuosas
indagaciones de documentos, con tan recto juicio, que hoy mismo
son un copioso arsenal para los historiadores: habiéndose merecido
el insigne escritor no sólo un ilustre nombre en los anales de la cien-
cia histttrica, sino el dictado también de Padre de la Crítica, en
su país.
Advirtiendo con sentimiento que en Italia eran casi del todo des-
conocidas las Misiones del Paraguay, de las cuales él había formado
alta estima, resolvió escribir sobre ellas, procurando adquirir las
noticias m;is ciertas en sus propias fuentes. Para este fin se dedicó
antes de emprender su tarea, á recoger cuantos documentos origina-
les estuvieron á su alcance. La enumeración de libros, memorias y
apuntes que hace al principio del primer tomo de su obra, muestra
que escribía con pleno conocimiento de causa, y provisto de recursos
que pocos otros autores han tenido. Estos elementos, puestos cá dis-
posición de un hombre tan maduro en los trabajos históricos como
Muratori, habían de producir una obra de capital importancia }' de
extraordinaria fama. Y así sucedió.
Para no omitir medio alguno de obtener abundante y buena infor-
mación, aprovechó Muratori la presencia en Italia del Príncipe de
Santo-Bono, quien, habiendo sido Virrey del Perú, y estando de
vuelta á Europa, se detuvo bastante tiempo en Bolonia, donde Mura-
tori tuvo largas conferencias con él, enterándose de las noticias que
deseaba saber sobre América. M;ls tarde aprovechó asimismo la
venida á Europa del P. Ladislao Orosz, austríaco, que del Paraguay
había sido enviado como Procurador á buscar en Europa nuevo con-
tingente de Misioneros para los indios: y recogió de él en 1746 y 1747
importantes noticias y documentos para el segundo tomo de su obra
y para confirmar ó aumentar lo expuesto en el primero: sin que olvi-
dase el solicitar siempre miyores noticias, recurriendo entre otros
al cardenal de Nazianzo, Mons. Enrique Enríquez, quien en su cali-
dad de Nuncio de Madrid iba á verse en aptitud de tener exactos
informes de aquellas apartadas iglesias, pertenecientes A los domi-
nios de España.
Finalmente, en 1743 publicó su libro, titulado II Cristianesimo
Felice: obra que en razón del crédito del autor, y de la materia his-
tórica que contenía, fué extraordinariamente estimada por todos los
sabios de Europa: traducida A todos los idiomas: y mereció verse
citada del Sumo Pontífice Benedicto XIV en dos ocasiones impor-
-461-
tantes, como se ha dicho en su lugar. Lástima que en his ediciones
modernas se hayan suprimido las cartas de los Misioneros que el
autor puso, y eran documentos fehacientes que al mismo tiempo con-
tenían noticias imposibles de adquirir por otro medio.
Varias de las circunstancias dichas, y ciertamente no las menos
importantes, son hoy conocidas merced á una publicación del sabio
historiador de la Compañía P. Pedro Tacchi-V'^enturi, en que se con-
tiene la correspondencia inédita de Muratori con dos Padres Jesuítas
literatos de Italia, uno de los cuales es el célebre P. Lagomarsini; y
también su correspondencia con el sobredicho Padre Orosz (1).
En esta colección, compuesta de 33 cartas, que abarcan el período
de 1735 A 1749, se ve con toda claridad que la idea y resolución de
elaborar su obra acerca del Paraguay fué espontánea en el célebre
crítico é historiador, pues escribe á 23 de Marzo de 1742 desde
Módena al P. Contuccio Contucci: «Siempre he creído la más útil á
la Iglesia y la más gloriosa para la Compañía la misión del Para-
gua}'. Y sin embargo, de ella poco ó nada se sabe en Italia. Y aun
entre los pocos que dicen de ella dos palabras, algunos pintan á los
Padres como príncipes de aquellas regiones, con agravio maniñesto
de la verdad. Confieso á V. R. que estoy enamorado de aquellas
Misiones, porque me parece encontrar allí la primitiva Iglesia. Por
esto acudo á V. R. en primer lugar, participándole que mi deseo
sería poder hacer una descripción de aquellas Misiones.» Al mismo
tiempo que le manifiesta su plan, le pide que le diga si será esto de su
aprobación y de los otros Padres: y que le procure los datos que
estén á su alcance: aunque por su parte no se descuidaba de reunir-
los el mismo Muratori de cuantos podía esperar se los comunicasen.
Más tarde da gracias en repetidas cartas de los documentos que por
medio de los Padres de la Compañía obtuvo, entre ellos de un escrito
del P. Nusdorffer, y de una Relación que parece le vino de España.
Qué juzgue Muratori del sistema de los Jesuítas en el gobierno
de los indios, lo expresa bastante el solo titulo de su libro. Era
menester trasladarlo íntegro en este lugar, para igualar su aproba-
ción y su religioso fervor: y el libro es bien conocido.
Su parecer va compendiado en la carta que acaba de citarse: y no
es menos expresivo el que emite en el Prólogo «A los Lectores» de
su primera parte: «El segundo placer propio de mi narración está
reservado á todos los buenos católicos, quienes al ver con cuánta
felicidad y amplitud se ha propagado la religión de Cristo en tantas
(1) Tacchi-Venturi, Corrispondenza inédita di Lodovico Antonio Muratori con
i Padri Contucci, Lagomarsini e Orosz della Compagina di Gesü-Roma 190L
-462-
poblaciones de la América meridional, que yacían antes sumergidas
en las tinieblas de la infidelidad, y considerando el envidiable estado
en que actualmente se hallan aquellas cristiandades nuevas, no podrán
menos de regocijarse de que el reino de Jesucristo y la verdadera fe
se vayan dilatando siempre más y más sobre la tierra. Me atrevo á
decir que no hay santas Misiones de la Iglesia católica que puedan
igualarse con las felicísimas del Paragua}^- y espero que no formará
de ellas diverso concepto quien quisiere leer este m¡ escrito.»
II
INGLESES: ROBERTSON
Puede decirse en general que los mgleses, á pesar de ser protes
tantes, han hecho justicia, en la mayor parte de las ocasiones, al régi-
men de los Jesuítas en el Paraguay, guiándose por la luz natural y
el buen sentido.
De ellos es uno el autor de la relación que se publicó anónima en
Edimburgo año de 1762, sin nombre de autor, y fué traducida al año
siguiente en italiano. Titúlase Relación de los Establecimientos
Españoles en América («An account of the Spanish settlements
in America») y al tratar del Paraguay y de sus renombradas Misio-
nes, expone primero sus datos, que por cierto son bien erróneos,
tomando del libelo del abate francés el número de 300 mil familias,
añadiendo que no hay ninguna propiedad: que tienen los indios odio
á los extranjeros, asertos del libelo de Pombal: y que es muy proba-
ble que allí haya minas. No obstante estos precedentes falsos, que
podían hacer presumir un juicio muy desfavorable, el autor se
expresa en los siguientes términos: «Algunos han descrito con negros
colores el proceder de los Jesuítas: pero sus observaciones no me
parece que estén conformes á la experiencia de donde las quieren
derivar. Para juzgar rectamente de los servicios que hayan prestado
los Jesuítas á aquellos pueblos, no se han de poner en comparación
con otras naciones adelantadas de Europa, sino con sus vecinos sal-
vajes de Sud-América, y con los indios comarcanos que gimen bajo
el 3'ugo español. Y si discurrimos de este modo, es claro que la
sociedad humana debe estarles infinitamente agradecida de que
hayan juntado 300 mil familias en una sociedad muy bien ordenada.
-463 —
donde antes sólo había unos salvajes incultos y errantes. Y á la ver-
dad, es difícil de entender cómo este régimen no tenga alguna extra-
ordinaria perfección, cuando encierra en sí tal raíz de crecimiento,
que no sólo atrae a otros para que vengan á ponerse bajo de él, sino
que de sí mismo desprende nuevos retoños. En ninguna manera pode-
mos tampoco desaprobar un sistema que tan saludables efectos pro-
duce, y que ha hallado aquel tan difícil y suave medio, aquel gran
desiderátum del arte de gobernar, que es el juntar una completa
sumisión y al mismo tiempo un contento y placer completo del pue-
blo. Es ésta una materia de tal calidad, que sería de desear que la
estudiásemos con más interés, en lugar de divertirnos con ánimo
dañado de enemigos que ultrajan y calumnian lo que debieran amar,
ensalzar é imitar: v en vez de proceder así, deberíamos aprender á
usar en nuestros gobiernos nuevos medios distintos de los actuales,
que son la violencia y el dinero.»
• RoBERTSON, pastor protestante escocés, autor de una historia de
América y otra del Emperador Carlos V (obra esta última que hubo
de ser puesta en el índice de los libros prohibidos, por la audacia
sectaria con que desfigura los hechos relativos á la Iglesia católica),
nada dijo del Paraguay en su Historia de América; pero habló de
él en la Historia de Carlos V.
Tratando en ella de la Compañía de Jesús, explica su acción de
la siguiente manera (1): «Siendo el fin á que ostensiblemente aspi-
raba el trabajar con incansable celo para promover la salvación de
los hombres, éste la empeñó en muy activas empresas. Desde su
primera institución consideraron los Jesuítas la educación de la
juventud como su ocupación peculiar: tuvieron también afición á ser
guías espirituales y confesores: predicaron con frecuencia para ins-
truir al pueblo: enviaron misioneros para convertir las naciones
infieles.» ...«la humanidad, preciso es confesarlo, sacó de ellos con-
siderables ventajas.»...
Trata luego de la América y en especial del Paraguay, y dice:
«Pero en el Nuevo Mundo es donde los Jesuítas han dado la más
admirable muestra de sus especiales talentos, y han contribuido con
gran eficacia á hacer bien á la especie humana... Solamente los
Jesuítas han tenido la humanidad por blanco de sus establecimientos
en América. Desde el principio de la pasada centuria [siglo xvii],
habían obtenido licencia de entrar en !a fértil provincia del Para-
(1) Lib. VI, año 1540.
- 464 -
guay, que se extiende á través del continente de la América meri-
dional desde el fondo de las montañas de Potosí, hasta los confines
de las colonias de España y Portugal en las riberas del río de la
Plata. Hallaron á aquellos habitantes en un estado poco diferente
del que tienen los hombres cuando empiezan á congregarse en socie-
dad: extraños á las artes: subsistiendo precariamente de la pesca ó
de la caza: y apenas familiarizados con los primeros principios de
subordinación al gobierno. Pusiéronse los Jesuítas á instruir por sí
mismos y civilizar á estos salvajes, enseñáronles á cultivar la tierra,
á criar animales domésticos, y levantar edificios. Lleváronlos á vivir
en casas. Ejercitáronlos en las artes y manufacturas. Hiciéronles
gustar las comodidades de la sociedad; y les acostumbraron á las
ventajas de la seguridad y del orden. Aquellos pueblos se hicieron
subditos de sus bienhechores; quienes los gobernaron con tierno cui-
dado, semejante al que tiene un padre para con sus hijos. Respeta-
dos y amados casi hasta la adoración, unos pocos Jesuítas estaban
al frente de algunos centenares de miles de indios. Mantenían per-
fecta igualdad entre todos los miembros de la Comunidad. Obligá-
base á cada uno de ellos á trabajar no para sí solo, sino para el
público. El producto de sus campos, y los frutos de su industria de
todas clases eran depositados en almacenes comunes, de donde cada
individuo recibía todo lo necesario para atender á sus necesidades.
Con esta institución, casi todas las pasiones que turban la paz de la
sociedad, y hacen á sus miembros infelices, quedaban extinguidas.
Unos pocos magistrados, elegidos por los indios mismos, velaban
por la pública tranquilidad y aseguraban la obediencia á las le3'es.
Los castigos de sangre, frecuentes en otra clase de gobiernos, eran
aquí desconocidos. Una amonestación de un Jesuíta, una leve señal
de infamia, ó, en alguna contada ocasión, algunos pocos golpes con
un azote, eran suficientes para mantener el buen orden entre aquel
inocente y feliz pueblo.»
Aunque yerra Robertson en representar las Doctrinas como si
profesasen el comunismo, y en eso se aparta de Charlevoix, á quien
cita: en lo demás no parece que tenga formado juicio desfavorable
del régimen de aquellas Misiones; antes por el contrario, las ensalza
como una grande y acertada obra.
Hasta aquí, tratándose del hecho, y en el terreno de la realidad,
no ha podido menos de sentirse impresionado por la felicidad de los
indígenas de América, y la grandeza de la empresa de civilizarlos
realizada por los misioneros; como al hablar de Europa no ha podido
dejar de reconocer la grandeza de la Compañía en su instituto y en
- 465 —
sus obras. Pero, poniéndose á indagar las causas y el carácter de uno
y otro, desbarra lastimosamente. Y así como asegura que el impulso
que movía al santo Patriarca fundador de la Compañia, era el fana-
tismo ó la ambición; y que el fin de todos los actos de cada Jesuíta
era el crédito de la Compañía; que los Jesuítas habían llegado á
dominar á los Papas, siendo culpables de todos los desaciertos come-
tidos en Roma, etc.; así también, al acabar su pintura del Paraguay,
le da por causa con toda seriedad la resolución de establecer un
imperio independiente en el Paraguay. Y repite en seguida los aser-
tos del libelo de Pombal, dándolos como medios para el tal imperio.
Semejantes enormidades en un hombre estudioso, que se preciaba de
discurrir conforme á razón, proceden no sólo del fanatismo de secta,
sino de haber olvidado aquí la primera regla de la crítica, que es no
contentarse con los informes de otros cuando se puede recurrir á las
fuentes. En vez de estudiar las Constituciones de la Compañía de
Jesús, cosa que no le hubiera sido difícil, acude á los libelos de la
Chalotais y Rippert de Mondar, 5' á sus infieles citas. En vez de
usar de los documentos originales como la Cédula de 1743, con sus
Informes, recurre á fuentes tan cenagosas como la Relación abre-
viada. Sus vergonzosos yerros al inquirir las causas no merecen
disculpa.
III
SOUTHEY 2ol
Roberto Southey, poeta, historiador y crítico inglés (1774-1843j,
escribió una Historia del Brasil, publicada de 1810 á 1819, en tres
tomos. No hubiera sido necesario, en rigor, tratar en ella de los
Jesuítas del Paraguay; pero, tomando ocasión de la vecindad de las
reducciones con el país que describía, de las invasiones de los paulis-
tas, y otros puntos, habló largamente de los Jesuítas de aquella
región y de sus Doctrinas.
Pocos escritores habrán dispuesto de un arsenal de documen-
tos (no pocos de ellos inéditos), tan abundante como Southey para
dilucidar esta materia. El citado historiador los va utilizando según
las ocasiones: y en los más de los casos sale á la defensa de los
Jesuítas en los cargos de hecho que se les dirigen, mostrando fria-
mente la resulta de su investigación histórica.
30 Organización SOCIAL DE LAS DOCTRINAS GUARANÍES. —TOMO II
-466-
Juzí^a de los Jesuítas al principio de su libro (1) que «ninguna de
las dotes propias del misionero les faltaba. Estabm animados de
ferviente celo, lo habían abandonado todo en el mundo por seguir
su estado, y tenían fe en su misión».
Refiere los desastres que ocasionó en las Reducciones la bárbara
é inhumana pertinacia de los paulistas, empeñados en extirparlas
de raíz, 3^ las victorias que sobre ellos consiguieron los Guaraníes de
Doctrinas, una vez provistos de armas de fuego. Y al llegar á des-
cribir el gobierno establecido por los Jesuítas, escribe:
«Maduró para esta época (1642) el sistema de los Jesuítas, que ha
sido objeto tanto de panegíricos como de calumnias.»
Expone la exención de encomiendas, la propiedad, el gobierno
municipal, la construcción de los pueblos. Sobre la calumnia de pro-
hibir el idioma español, observa que en todas partes del Paraguay
hablaban los europeos mismos el Guaraní desde niños. Sobre las
artes en Doctrinas dice así: «Tanto en las artes útiles como en
las de adorno, se habían hecho considerables progresos. Además de
carpinteros, albañiles y herreros, había torneros, escultores y dora-
dores. Fundíanse campanas y fabricábanse órganos.» «De la mecá-
nica sabían los indios cuanto bastaba para construir molinos movidos
por caballos, y de la hidráulica, lo preciso para elevar el agua para
irrigación de los campos, y abastecimiento de los pozos y cisternas
públicas para lavandería. Por más delicado que fuese el mecanismo,
sabía el Guaraní imitar lo que le ponían delante de los ojos. Había
en cada reducción diferentes tejedores, etc.»
«El precepto que excluía de esta república á los españoles, exci-
taba tanta sospecha y enemistad, que no fué posible mantenerlo
mucho tiempo con el rigor que los Jesuítas querían. Permitióse por
tanto, la entrada en las seis Reducciones del Norte del Paraná,
entrando también los moradores de Corrientes en la de Candelaria,
que queda al lado del Sur... Conviene tener presentes las circunstan-
cias de la sociedad que se hallaba en derredor de las Reducciones,
con la que se pretendía incorporar á estos indios, y quien viere des-
arrollado á sus ojos ese cuadro, tendrá por justificados á los Jesuítas.»
Explica cómo la cantidad de yerba que bajaba de las Reducciones
cada año era de sólo 12 rail arrobas, y la de la Asunción era de casi
130 mil arrobas: y concluye: «Tan infundada como otras acusaciones
que se les hicieron, era ésta de enriquecerse los Jesuítas con el grande
tráfico que hacían de este artículo.»
(1) SOÚTHEY, t. I, C. 8.
-467-
Al responderá otra calumnia, explica el carácter de los Curas de
Misiones: «Entre las innumerables calumnias de qu¿ fueron blanco
los Jesuítas, se aseguraba que vivían como príncipes en su imperio
del Paraguay, engolfados en todas las sensualidades prohibidas á sus
conversos. Nada sería más monstruoso que suponer á aquellos Misio-
neros movidos por otro impulso que el del deber para con Dios y
para con el prójimo. Los hombres escogidos para este servicio
habían dado pruebas de su entusiasmo con entrar en la Compañía
y pedir semejante misión... Al tiempo de juzgar á un Jesuíta com-
petente para encargarse de una Reducción, estaban ya fijados sus
hábitos intelectuales y morales: había pundonor en sustentar la dig-
nidad del propio carácter y la de la Compañía: y existía el imperio
todavía más poderoso de los principios y de la fe.»
En otra parte, hablando del libelo de Pombal y de sus fuentes
juzga en los siguientes términos la acusación del imperio: «La más
ligera noción de la historia de estos religiosos en América, hubiera
evidenciado que no procedían ellos según el plan premeditado de
engrandecimiento que se les atribuyó.» Y añade, dando á entender
que obraban como lo hacían, por parecerles que así lo exigía la
índole de los naturales: «Era eso tan cierto, que según eran diver-
sos sus establecimientos, era también diversa la economía y consti-
tución en ellos empleada. Adaptaban en el Nuevo Mundo sus institu-
ciones á las circunstancias locales y carácter de varias tribus, como
en Europa acomodaban su proceder á las costumbres de los diferen-
tes países.»
Al describir la educación que daban los Jesuítas á los niños, el
modo de vivir en las Reducciones, y las precauciones que se tomaban
para prevenir desórdenes, desaprueba este modo de obrar, qu,e cali-
fica de medios errados que conservaban á los indios en perpetuo estado
de niñez. Bastantemente se ha demostrado ya en la presente obra el
error de ese juicio, que supone á los indios de la misma calidad que
el hombre europeo, contradiciendo á la experiencia; y quiere negar
la conveniencia de ese proceder, que reconocían ser del todo necesa-
rio los Misioneros que se hallaban presentes.
Southey yerra en los principios é insulta en su obra á la Iglesia
católica; por lo cual no era de esperar que aprobase la obra de los
Jesuítas. Al juzgarla, incurre igualmente en errores graves, y aun
entre sus mismos conceptos hay contradicción. «Jamás hubo des-
potismo más absoluto, dice, pero jamás tampoco existió otra socie
dad en la que el bienestar temporal y eterno de los subditos fuera el
único fin del gobierno. Erraban, es verdad, los gobernantes grosera-
— 468 —
mente en el ideal que de uno y otro se proponían; pero á pesar de
ello, merecen la maj'or admiración la santidad del fin, y el heroísmo
y perseverancia con que se procuraba conseguirlo.» La verdad es
que en las Doctrinas no había despotismo, que no existe cuando los
actos del gobernante son ajustados á las leyes como allí lo eran; ni
fué erróneo el ideal del bienestar eterno, pues era el que enseñó
Nuestro Señor Jesucristo y enseña su santa Iglesia; ni tampoco fué
errado el ideal del bienestar temporal, y verdaderamente fueron
felices los Guaraníes con el régimen de los Jesuítas.
IV
PARISH; MARSHALL: GRAHAM
Sir Woodbine Parish, encargado de negocios de S. M. B. en
Buenos Aires, tuvo especial afición á enterarse de la historia del
país, y recogió cantidad de documentos originales, de varios de los
cuales hizo donación más tarde al Museo Británico, y se registran en
sus catálogos.
En su libro publicado en 1838 <íBuenos Aires y las Provincias del
Rio de la Platas , habla así de las antiguas Doctrinas:
«Al Este de Corrientes se encuentran las despobladas ruinas,
únicos restos de las famosas Misiones de los Jesuítas. La mayor
parte de ellas estaban situadas á orillas del Paraná y Uruguay,
por donde estos ríos se aproximan más en su curso. Cuando la Orden
fué expulsada de la América del Sur en el año de 1767, se contaban
100 mil habitantes en los 30 pueblos que gobernaban. En el año de
1825 no quedaban mil almas en los pueblos situados al E. del Paraná,
según me informó un oficial que mandaba allí en aquel tiempo, y
estoy persuadido de que estos restos se han acabado de disipar des-
pués, durante la guerra del Brasil, por la ocupación de la Banda
Oriental. Los pueblos del otro lado del Paraná pertenecientes á la
jurisdicción del Paraguay, han tenido poco mejor suerte bajo la mano
del Dr. Francia.»
«Este era el Imperium in Imperio que excitó en otro tiempo el
asombro del mundo y los celos de los príncipes. Cuan poco fundados
fuesen, nada lo prueba mejor que el haber caído deshecho el edificio
-469-
con la sola separación de unos pocos sacerdotes ancianos. Esta
comunidad, la más inocente que existió jamás, no era en verdad sino
un ensayo hecho en escala mayor, é inspirado por el más puro espí-
ritu del Cristianismo, para domesticar y hacer útiles hordas de sal-
vajes, que sin esto, habrían sido miserablemente exterminados en la
guerra ó en la esclavitud, como el resto de los aborígenes, por los
conquistadores de la tierra. »
«El notable buen suceso que los Jesuítas lograron, despertó la
envidia y los celos: y dio lugar á mil cuentos absurdos acerca de sus
miras políticas en la fundación de aquellos establecimientos, que
obteniendo un crédito fácil en aquella edad crédula, aceleraron sin
duda la caída de su Orden. Su verdadero crimen, si tal puede lla-
marse, consistía en el poder é influencia moral que poseían, como
una consecuencia natural de sus conocimientos y de su sabiduría,
muy superior á la de los tiempos en que vivían.»
«Con respecto á sus Misiones en la América del Sud, nada más
contradictorio que cuanto se alega contra ellos. Acusados por un
lado de aspirar al establecimiento de una supremacía poderosa, é
independiente, son vituperados al mismo tiempo de haber mantenido
sistemáticamente á los indios en un estado de pupilaje infantil. Y
¿cuáles habrían sido las consecuencias en un sistema diverso? ¿Por
cuánto tiempo habrían conservado los españoles su autoridad en
aquellos países, si los Jesuítas hubiesen instruido y educado á cien
mil indios, dueños naturales en aquel suelo, en el conocimiento prác-
tico de los derechos del hombre? ¿Por cuánto tiempo habrían conser-
vado los mismos Jesuítas su influencia?» [El autor usa de un argu-
mento algo propio de hombre político, y de exactitud discutible:
siendo cierto que la verdadera razón de que no fuesen elevados más
los indios, no fué el temor, sino la incapacidad de su entendimiento,
evidenciada por la experiencia. Pero de todos modos son ciertas sus
observaciones sobre las exigencias contrarias en punto á los
jesuítas.]
«Los indios amaban á los Jesuítas, los miraban como á Padres
suyos, y grandes fueron sus lamentos cuando se los quitaron, y se los
reemplazaron por frailes franciscanos ignorantes [es verdadera inju-
ria nacida del concepto protestante, el tachar de ignorantes á los
franciscanos sucesores en las Doctrinas], enviados por Bucareli,
Capitán general en Buenos Aires. Los memoriales siguientes diri-
gidos al mismo desde las Misiones de San Luis y de los Santos Már-
tires, darán alguna luz sobre los sentimientos de aquella gente con
respecto á sus antiguos y á sus nuevos pastores. [Copia aquí el
- 470 -
núm. 64 del Apénd.] [Luego otro Memorial de los Mártires en que se
queja el Cabildo de los procedimientos de su Cura.]
«Bucareli, luego que recibió el primero de estos candorosos docu-
mentos, lo envió á España con el ridículo anuncio de que le conside-
raba como prenuncio de un levantamiento en favor de los Jesuítas:
y ordenó en consecuencia que un cuerpo escogido de tropas salieran
inmediatamente del Paragua}^ y Corrientes á apostarse en las cer-
canías de las Misiones, en actitud de sofocar la insurrección que se
esperaba: después se puso en campaña el Gobernador en perdona
contra los rebeldes.»
«Encontrólos no en armas, sino en lágrimas. Los Jesuítas, por
más que él no llegase á creerlo, habían educado los indios en la obe-
diencia y en el amor á su Rey, como en el de Dios: y los indios, des-
pués de haber representado su parecer, se sometieron humildemente
A las órdenes de sus nuevos Superiores, dando gracias al Rey de
haber enviado un personaje como Bucareli á cuidar de ellos. De
hecho Bucareli no encontró ni la más leve oposición de parte de los
indios para el establecimiento de su sistema propio en lugar del de
los Jesuítas, que habían sido los primeros en cristianizar los indios.
Empero, la eficacia de sus providencias se puede juzgar por el efecto
que de ellas se siguió. Envióles Administradores seglares y frailes
franciscanos para Curas.» [Los religiosos que sustituyeron á los
Jesuítas fueron 20 Padres franciscanos, 22 dominicos y 15 merceda-
rios.] «El desgobierno de los unos y el poco respeto que inspiraron
los otros, comparándolos con las vidas uniformes y ejemplares de
sus antecesores, produjeron en menos de 25 años la ruina entera y
despoblación de aquellas comunidades antes tan prósperas y felices.
Los indios, como se lo habían predicho en la última carta, cuando
ya no vieron en sus gobernantes la prudencia necesaria para preve-
nir sus daños, se perdieron para Dios y para el Rey.»
«Cuando digo esto, no es mi ánimo negar que las instituciones de
los Jesuítas fuesen defectuosas en muchos puntos, como lo son las
obras todas de los hombres. Pero es preciso no olvidar que sus insti-
tuciones se formaron en circunstancias muy singulares y nuevas: y
que por lo tanto se han de hacer muchas reservas al querer cotejar-
las con los sistemas sociales de Europa.»
«En fin, si atendemos al bien que hicieron, con preferencia al que
no hicieron, veremos que los Jesuítas en el curso de siglo y medio
hicieron cristianos m;'is de un millón de indios: y les enseñaron á
vivir felices y contentos debajo del dulce y pacífico gobierno de sus
ilustrados y admirables pastores. Dichosa suerte, si se compara con
-471-
la condición salvaje de las tribus refractarias A la conversión que los
rodeaban.»
En 1862 publicó el caballero inglés convertido Tomás Guillermo
Marshall su obra titulada Las Misiones Cristianas: sus Ministros:
su Método: y sus efectos (1). En ella examina el carácter de los
Misioneros católicos, el procedimiento que emplean en las conver-
siones y los frutos que han obtenido: y pone todo en comparación con
lo que se observa en las Misiones protestantes. Su libro tuvo varias
ediciones, fué traducido á otros idiomas, y despertó la ira y recri-
minaciones de los protesítantes, que se empeñaron en desacreditar al
autor, pero sin que hayan logrado levantar los cargos que con datos
fehacientes les dirige, ni desvirtuar un punto la palmaria demos-
tración de la esterilidad de sus Misiones que resulta de toda la obra.
Al tratar de las Misiones del Paraguay i^2), expone en tres párra-
fos sucesivamente la historia de las Misiones y de sus protagonistas,
insistiendo de un modo especial en aquellos que, después de haber
evangelizado, recibieron por premio de sus fatigas la corona del
martirio: en los efectos admirables que se obtuvieron en las Doctri-
nas: y en el testimonio que dan los mismos autores protestantes, vin-
dicando á los Misioneros de las numerosas acusaciones que contra
ellos se han producido, junto con el desastre que sobrevino en aquella
cristiandad cuando se les removieron repentinamente sus doctri-
neros.
Marshall es uno de los pocos escritores que ha hecho reparar corao
se merece el hecho providencial de la aparición de la Compañía de
Jesús que había de dar una legión de Misioneros á la Iglesia para
ayudar á conquistar el Nuevo Mundo á la fe católica, justamente
cuando las naciones del Norte apostataban de ella: y el carácter
sobrenatural de toda la obra llevada á cabo en el Paraguay. «Había
llegado el tiempo, dice, en que la divina Providencia quería enviar
á todos los países, desde las populosas ciudades del remoto Oriente
hasta las soledades del Occidente desconocido, una multitud de
apóstoles: en que con omnipotente inspiración henchía á un tiempo
de su espíritu á millares de hombres, y los conducía á conseguir vic-
torias hasta entonces reputadas por imposibles. Era el momento en
que un pueblo, de origen sajón, recién separado de la Iglesia, á la
cual debía toda su felicidad pasada, todas sus nobles instituciones,
(1) Marshall, T. W. M., Christian Missions; — Their agents; — Theirmethod; —
and Their results. London, Brussels, 1862, 3 vol. 8.° mayor.
(2) Ibid. ch. X, tom. III. pág. 112-162.
— 472 —
toda su ciencia y toda su civilización, llenaba el aire de imprecacio-
nes contra la Iglesia sobre la que el Todopoderoso, á la faz de los
gentiles, imprimía el sello de su sanción...» Enumera las blasfemias
que los protestantes anglicanos proferían contra la Iglesia católica,
justamente mientras los más insignes Misioneros de la Compañía
de Jesús evangelizaban en todas las regiones del globo, con fruto y
milagros extraordinarios; y prosigue: «En este instante, largo tiempo
esperado por el mundo pagano, pero que la Inglaterra había elegido
para realizar su apostasía, resolvió el Señor criar dos veces diez mil
apóstoles, que habían de congregar del oriente y del occidente, de
países desconocidos hasta entonces, una nueva muchedumbre de con-
vidados para aquel celestial banquete al cual no serían ya admitidos
los Invitados. Habían de predicar en su nombre á naciones sumer-
gidas en las sombras de la muerte el misterio de la salvación recha-
zado por Inglaterra: habían de elevar enmedio de ellas la Iglesia
misma que Inglaterra se esforzaba en vano por desarraigar. Y para
que todos los hombres pudiesen conocer á Aquél de quienes eran
enviados, los revistió de una armadura tomada del más íntimo san-
tuario del cielo, y los enriqueció con dones de que hubieran deseado
participar los serafines. El mundo vio este ejército de Misioneros,
llenos del celo de San Pablo, de la paterna solicitud de San Pedro y
de la caridad de San Juan: austeros como San Juan Bautista, que se
sustentaba de langostas y miel silvestre, y juntamente misericordio-
sos para con los flacos y enfermos: prontos á morir como San Este-
ban, por la palabra de su maestro: recompensados en la muerte con
la misma visión beatífica que consoló la agonía del protomártir. Por
primera vez en su historia había comenzado Inglaterra á lanzar mal-
diciones contra la Iglesia: y esa fué la respuesta divina...»
Y hablando expresamente de la obra del Paragua}^, añade: «Inú-
til sería reproducir las reflexiones que suscitan en toda alma cris-
tiana las acciones de aquella gran sociedad de apóstoles y de sus
imitadores: reflexiones que nacían aún en el corazón del salvaje
caníbal errante por las riberas del Paraná y el Uruguay. Mas es
bien advertir, ante el espectáculo de las virtudes sobrenaturales
cuyos frutos hemos visto, que éstas eran la señal de la presencia
ÍNTIMA É INMEDIATA DE Dios, con tanta certidumbre como la nube
orlada de franjas de oro revela, por más que lo oculte, al astro
inmenso cuyo esplendor tiene encubierto, templando la viveza de
sus rayos. Aquellos hombres eran poderosos; pero no lo eran eviden-
temente por su propia fuerza. Valerosos, porque no temían sino el
pecado: pacientes porque caminaban siguiendo las huellas del Cruci-
— 473-
ficado: y sabios con sabiduría superior á la de los hijos de Adán,
porque habían oído de los labios de Aquél que en otro tiempo dio la
misma seguridad á otros misioneros más antiguos: «No sois vos-
otros QUIENES HABLÁIS, SINO EL ESPÍRITU DE VUESTRO PADRE ES EL
QUE HABLA EN VOSOTROS.»
Queriendo servirse, según su costumbre, no de testimonios de
católicos, sino de los que toma de los mismos protestantes para asen-
tar sin sombra de duda los hechos, hace una importante advertencia
sobre el carácter de Southe}", á quien va á citar. <i-Soiit/ie\\ á juicio
de un protestante inglés (1), usa de tan poca mesura en su lenguaje,
que es imposible dejar circular su libro. Presenta á los Padres
Baraza, Vieyra, Cavallero, como hombres que jamás tienen escrú-
pulo de onplear la mentira si puede servir para un fin piadoso.
Afirma que Paraguay ofrecía el espectáculo de la pura monstruosi-
dad de la superstición romana. Describe los misterios sagrados del
altar cristiano con términos difíciles de repetir sin profanación, y
que no se atreverían á emplear los espíritus del abismo, porque esos
creen y se estremecen. y> — De tal escritor con todo son los testimo-
nios que entre otros cita: «Hallábase entonces establecida una
cadena de misiones en todas las partes del gran continente. Las
misiones de los españoles de Quito se ligaban á las de los portugue-
ses del Para, poniendo así en comunicación el Pacífico con el Atlán-
tico. Las misiones del Orinoco comunicaban con las del Río Negro
y Orellana. Las de Mojos comunicaban con las de Chiquitos, las de
Chiquitos con las Reducciones del Paraguay: y desde este punto,
los infatigables Jesuítas enviaban sus exploradores al Chaco, y á
las tribus que estaban en posesión de las vastas llanuras del Sur y
del Oeste de Buenos Aires. Si no hubieran sido interrumpidos en su
carrera por disposiciones tan injustas como impolíticas, es posible
que hubieran completado la conversión y civilización de todas las
tribus indias; y probablemente hubieran salvado las colonias espa-
ñolas de los horrores 5^ desastrosas consecuencias de la guerra
civil» (2). «Jamás ha existido otra sociedad en que se haya visto al
gobierno que no tenía otro fin sino el del bienestar temporal y
eterno de sus subditos.» — ^«Durante gran número de generaciones,
los habitantes se hallaron más exentos de males físicos 5^ morales,
que cualquier otra población de la tierra.» (3)
Otro de los testimonios que cita Marshall es el protestante inglés
(1) Lady Calcott, Voyage to Brazil, p. 13.
(2) SouTHEY, History of Brazil, TIL 372.
(3) Ibid. IL 350.
— 474 —
Howitt, quien, retractando noblemente los juicios contrarios á los
Jesuítas que había emitido en otro tiempo, los elogia en los térmi-
nos siguientes: «Había yo puesto antecedentemente los actos de
estos religiosos en el Paraguay y en el Brasil entre los de su más
reprensible ambición; pero una indagación más cuidadosa me ha
convencido de que en este caso, como en varios otros, había come-
tido contra ellos una grave injusticia... Su conducta en aquellos paí-
ses es uno de los más ilustres ejemplos de que haya memoria de
abnegación cristiana, de paciencia cristiana, de caridad cristiana y
de virtud desinteresada.» — Y tratando de los que fueron expulsados
y del daño de la expulsión, añade: «No hay hombres que pudieran
obrar jamás con igualdad de ánimo como la que tuvieron los últi-
mos Jesuítas al recibir el golpe de su inmerecida desgracia. La
supresión de su Orden fué una grave pérdida para la literatura, un
gran mal para el mundo católico, y un perjuicio irreparable para las
tribus de la América del Sur.» (1)
El juicio de Marshall, enunciado con tanto conocimiento de causa
como ha podido verse, es, no sólo que la obra de los Jesuítas fué
acertada y de gran utilidad para los Guaraníes, sino que fué ade-
más una de las más gloriosas que han realizado los misioneros cató-
licos. «Réstanos, dice, visitar la vasta región que dio nombre á la
misión que quizá es la más notable que haya formado jamás la reli-
gión cristiana desde los días de los Apóstoles. Allí, entre las razas
bárbaras y crueles, consideradas como indomables por los intrépidos
guerreros de España, se obtuvo uno de los raros triunfos de la gra-
cia que constituye una época en la historia de la Iglesia. Allí fueron
agregadas á la familia de Cristo, y reducidas á los hábitos de la vida
civilizada, tribus que en su gentilismo parecían competir unas con
otras sobre cuál de ellas mostraría mayor ferocidad. Allí vivió y
murió un ejército de apóstoles, que parece surgió en el instante en
que naciones antiguas se arrojaban á la apostasía, para mostrar que
la hora misma que ellas elegían para romper con la Iglesia, estaba
señalada en el cielo como época en la que se había de derramar un
torrente de gracias nuevas. Allí, en medio de un pueblo que poco
había era el juguete de los demonios, las más sublimes virtudes lle-
garon á ser virtudes comunes... Tal era la misión del Paraguay.»
R. B. CuNNiNGHAME Gr.aham, pubUcista escocés, ha dado á luz en
1901 un nuevo estudio sobre las Misiones del Paraguay, al cual ha
(1) Howitt, Colonisation and Christianit}', ch. X. p. 121, 141.
- 475 -
puesto el título de « Uita Arcadia desvanecida^ (A vanishcd ArcadiaJ.
El autor, no sólo conoce y maneja con tino la literatura propia del
asunto; sino que además ha hecho por sí mismo indagaciones en una
larga residencia en América meridional, morando ti^mbién en el
Paragua}^ y ha recogido documentos en los Archivos de Madrid y
de Simancas.
Examina Graham toda la historia de los Jesuítas del Paraguay y
la refiere con los documentos antiguos y modernos en la mano, des-
pués de haber dado alguna noticia del país y de sus habitantes. En
el decurso de su narración mueve varias cuestiones interesantes; y
en los capítulos VI y VII describe el sistema de gobierno de las
Misiones, y da su juicio acerca de él.
De Azara escribe así: «Educado como lo estaba en la escuela de
los enciclopedistas, entre los más estrictos de los fariseos del libera-
lismo, para él el solo nombre de Jesuíta era un anatema. Con seme-
jante predisposición, era incapaz de hallar diversidad entre los astu-
tos Jesuítas de las cortes de Europa, y los simples y activos misio-
neros del Paragua3^ Todos eran abominados: y consiguientemente
todos sus sistemas eran repugnantes para él.» «Para él la libertad
era, como lo es para muchos hombres de teoría, una cosa abstracta,
con cuya posesión un hombre, aunque se estuviera muriendo de
hambre, hallaría la completa felicidad. Él nunca se detuvo á averi-
guar, como lo hizo Bucareli, si los Guaraníes podrían retener lo
suyo, expuestos á la libre competencia de la «sagacidad», de los veci-
nos españoles circundantes. Cuando Azara declama contra su semi-
comunismo, los modernos liberales palmean con regocijo, y no
parece sino que un Daniel en pequeño hubiera venido á dar sentencia
en este juicio.» «Azara olvida enteramente lo que dice el Deán Funes,
que «El sentimiento de propiedad era muy flojo entre los indios», y
que sus ánimos «no estaban degradados con el vicio de la avaricia».
Hace notar que los Jesuítas fueron condenados y desterrados, no
sólo sin ser convencidos de crímenes, sino lo que es más, sin ser
siquiera interrogados ni oídos.
Llama la atención sobre el hecho «curioso cuanto puede haber
otro, de que, en general, los más acerbos enemigos de los Jesuítas
fueron católicos, y los protestantes han escrito á menudo como apo-
logistas» (cap. 7). Pasando á indagar las causas de la enemistad, las
reduce principalmente á dos: la idea de las minas ocultas y la de
apoderarse los encomenderos de los indios. — Habla del problema de
como dos solos Jesuítas eran bastantes para tener tranquilos á milla-
res de indios: y dice que es un dislate creer que los indios, como
— 47b-
algunos han dicho, eran tratados como esclavos: y que la mejor
prueba es esta tranquilidad. Y mirando á la cosa en sí misma, «la
verdadera esencia del esclavo consiste en ser obligado á trabajar
por otro hombre sin remuneración. Nada había más lejos de los
indios que ese estado de cosas. Su trabajo se hacía para la comuni-
dad; 3' aunque los Jesuítas, sin duda, tenían la plena disposición de
toda la moneda adquirida con las ventas, y de la distribución de los
bienes, ni la moneda ni los bienes eran empleados para su propio
engrandecimiento, sino que eran empleados en beneficio de la comu-
nidad.»— Dos cosas en especial dice que hacían amasen los indios á
los Jesuítas: una era «el persuadirles que la tierra en que vivían con
sus misiones, iglesias, ganado mayor y menor, y todo lo demás, era
propiedad de los indios». La segunda, que «eran verdaderamente
libres, y que en confirmación de su libertad había Cédula del Re}^ de
España: de manera que nunca podían ser hechos esclavos». Y estas
dos cosas, añade el escritor, «por el verdadero conocimiento que
tenían los Jesuítas de la humanidad, sabían que eran propias para
atraer tanto á los indios, cuanto á cualquier otra raza de hombres».
En cuanto al juicio general que le merece el sistema, explica su
intento en el prólogo, diciendo: «No puedo entrar en la cuestión
íntegra de los Jesuítas... Pero en América y mucho más en el Para-
guay, espero demostrar que la Orden hizo mucho bien, y que traba-
jaron entre los indios como apóstoles, recibiendo una verdadera
recompensa de apóstoles en las calumnias, azotes, heridas y via-
jes con hambre, con sed, á pie, enmedio de frecuentes peligros,
desde la gran catarata del Paraná hasta las retiradas selvas del
Tarumá. Poco me importa personalmente del aspecto político de su
república, ni de cómo actuaron con respecto á los establecimientos
españoles: ó si fué ó no de provecho su acción para la Corte de España. . .
Mi único interés es averiguar en este punto como obró el régimen
de los Jesuítas sobre los indios mismos: y si los hizo felices, más
felices ó menos felices que aquellos indios que estaban gobernados
inmediatamente por los españoles. En cuanto á las teorías del pro-
greso y á ciertos sistemas arbitrarios sobre los derechos del hombre,
explicados en general por los que en sus personas y en sus vidas son
la negación de todos los derechos, no doy por ellos un comino.» «Y
que los Jesuítas hicieron felices á los indios, es cierto.» «Lo que
sé es que yo mismo, en aquellas misiones desiertas, veinticinco años
hace, oí muchas veces á ancianos que hablaban con sentimiento de
los tiempos de los Jesuítas, que recordaban con amor todas sus cos-
tumbres perdidas con la Compañía; y aunque hablaban de segunda
— 477 —
mano, no haciendo más que repetir las historias que habían oído en
su juventud, conservaban la ilusión de que las Misiones en tiempo
de los Jesuítas habían sido un paraíso.» «En la gran controversia que
empeñó las plumas de muchos de los mejores escritores del mundo
el siglo XVIII, después que los Jesuítas fueron expulsados de España
)' de sus posesiones coloniales (que entonces eran casi la mitad del
globo), se hallará que entre tanto lodo como libremente se les arrojó,
é insultos que se dieron y recibieron, difícilmente hubo alguien,
como no fueran algunos pocos ex-jesuítas, que tuviesen maldad algu-
na que acusar sobre los actos de esta Orden durante su largo reinado
en el Paraguay. Ninguno de los Jesuítas fué procesado jamás: nin-
gunos crímenes se alegaron contra ellos: y ni aun en el decurso
del tiempo se dieron nunca las razones de su expulsi(')n al público.»
«Que el sistema interior de gobierno de los Jesuítas en el Para-
guay fuese perfecto, ó que fuese conveniente para los hombres que
en el día se llaman «civilizados», de eso no se trata. Que fuera no
sólo conveniente, sino quizá el mejor que consideradas todas las
circunstancias podía haberse ideado para las tribus indias doscientos
años hace, cuando no hacían justamente más que salir del estado
de seminomadismo, es, á mi juicio, cosa clara, cuando se refle-
xiona en qué estado de miseria y desesperación pasaban la vida los
indios de las encomiendas y de las mitas. Que el semicomunismo con
la sujeción de quien dirigía los asuntos administrativos produjera
muchos hombres superiores, ó tales que llegasen á ser eminentes en
los tiempos modernos, no lo puedo creer; pero también preguntaré
yo á mi vez ¿dónde están hoy día los hombres superiores, ó qué
virtui tiene el régimen de las sociedades modernas para hacer que
se eleven sobre el nivel vulgar? El fin que se proponían los Jesuítas
era tener contenta la gran masa de indios que estaban á su cargo...»
«El sistema de gobierno interior en las Misiones era una figura
de democracia, es decir, que había oficiales como los mayores y
consejeros ingleses, aunque influidos por los Jesuítas. Esta especie
de representación gobernada por otro era la más á propósito para los
indios en aquel tiempo.»
«La libertad de que los indios gozaban debajo del gobierno de los
Jesuítas puede no haber parecido excesiva á los ánimos modernos, y
á los que estén aficionados á la blanda regla de los emperadores
del momento presente en África. Tal como ella era, pareció sufi-
ciente á los Guaraníes, }' aunque en grado limitado, los colocó sin
embargo sobre los indios de los establecimientos españoles, quienes
por la ma3'or parte pasaban sus vidas en la esclavitud.»
-478 —
Nótese que este autor es uno de los jefes de los socialistas en
Escocia: y así sus ideas en punto á religión son la incredulidad é
indiferencia: por lo cual no alcanza el maj'or bien que se les hizo á
los indios con la cuidadosa educación religiosa: y pone únicamente
su empeño en estudiar los efectos temporales del gobierno. El mismo
había publicado en 1894 un artículo en la «The Neenteenth Century»
de Londres, comentando el relato de un misionero que de las selv^as
del Tarumá había recogido tres indios infieles, agregándolos á la
reducción de San Joaquín: y concluye el escritor inglés: «Si la política
de aislamiento de los Jesuítas fué ejeicitada sólo por el principio de
que más vale un perro vivo que un león muerto, no fué ninguna cosa
mala, porque á lo menos conservó indios que se pudiesen gobernar.»
V
263
Franceses: Charlevoix
No se mencionaría en este lugar la Historia del P. Charlevoix,
como no se mencionan el P. Techo, Lozano, Jarque, Crétineau y
otros que tienen mejor su propio lugar entre las fuentes utilizadas
para este trabajo: si no fuera porque importa hacer notar algunas
inexactitudes que, en razón de la mucha autoridad y difusión de esta
obra,- pueden ser más dañosas que las de cualquiera otro.
El P. Francisco Javier de Charlevoix, Jesuíta francés, histo-
riador eximio, (1682-17ól) emprendió su Historia del Paragua}' des-
pués de haberse ejercitado y señalado yñ con dos obras importantes y
aplaudidas, la Historia del Canadá, y la Historia del Japón, además de
otros trabajos especiales. Proveyóse de Memorias originales de los
Padres del Paraguay, y de documentos oficiales en abundancia, como
lo muestran los muchos que publicó, }' han sido hasta ahora la fuente
más auténtica adonde han acudido los doctos tratándose de esta
materia. Y guiado por su práctica ya adquirida, y por su ojo certero
y don particular para la historia, escribió de manera que es difícil
mejorarle siempre que se apoya en documentos.
Empero, al tratar de explicar el régimen observado en las Doc-
trinas, no en todos los puntos pudo disponer de bastante información:
y no habiendo tenido tampoco la experiencia personal de los sujetos
y lugares, hubo de afirmar ciertas cosas que le parecieron las más
verosímiles, errando en algunas ocasiones.
— 479 —
Aquí sólo se habrán de notar y rectificar sus afirmaciones res-
pecto á las penitencias públicas, al plan atribuido á los PP. Cataldino
y Maceta, á la época de la primera entre todas las reducciones y á
las reducciones franciscanas.
Dice el P. Charlevoix que «se estableció en las reducciones el
uso de las penitencias públicas, como se practicaba en la primitiva
iglesia con leve diferencia». «Cuando sorprenden á un indio en
alguna falta que pueda causar escándalo, empiezan por vestirle el
hábito de penitente: luego lo conducen á la iglesia, donde le obligan
á confesar públicamente su crimen: y de allí lo conducen á la plaza
donde lo hacen azotar» (1). De toda esta práctica de penitencia canó-
nica, es el P. Charlevoix el único autor que habla; sin que nin-
guna Memoria, no sólo de las que él cita, sino tampoco de las
muchas otras que se conservan manuscritas é impresas, de indicio
alguno de la existencia de tal costumbre. Lo que prueba que hubo
de ser alguna equivocada inteligencia cuanto se dice de la peni-
tencia pública y confesión. Había, sí, castigos para el acusado y
convicto, que muchas veces él mismo reconocía su culpa: pero esto
no tiene nada que ver con la confesión canónica ni la penitencia
pública antigua: pues no era sino el acto del poder judicial que
ejercían las autoridades indias, dirigidas por el misionero.
Refiere en el mi^mo libro que los PP. misioneros tenían órdenes
y facultades para «oponerse en nombre del Rey á quien quisiera
sujetar los nuevos cristianos al servicio personal de los españoles
bajo cualquier pretexto que se pudiera alegar.» Y conforme á estas
facultades pone en boca de ellos un razonamiento para aquietar á
los vecinos de Ciudad Real. Tales facultades no las tenían por
entonces los misioneros, pues sólo más tarde se fueron obteniendo: y
de hecho los vecinos de Ciudad-Real entraron durante muchos años
en las reducciones de Loreto y San Ignacio á sacar indios de enco-
mienda: así es que el razonamiento no fué sino como los que pone
Tito Livio en boca de sus personajes, un adorno histórico: y hubo de
versar sobre alguna otra materia.
Atribuye á los dos Padres haber formado y representado al Rey
en el Consejo de Indias un plan que contenía el germen de la
organización que tuvieron las doctrinas del Paraguay: 5^ en sustan-
cia era, que se comprometían á someter y hacer vasallos del Rey de
España á los indios para quienes se les concediera que no estuviesen
sujetos á encomenderos, y que quedasen aislados de los malos ejemplos
(!) Charlevoix cit., Lib. 5.
- 480 -
de los cristianos antiguos. Mas de esta representación de dichos dos
Padres, no se da prueba alguna, ni se alega autoridad en su compro-
bación. Los autores citados por Charlevoix nada dicen de ella. Nada
dice el P. Montoya en la Conquista espiritual: y el P. Lozano, que
en su Historia de la Compañía escribió con todos sus pormenores
estos principios de las Doctrinas, tomándolos de una relación copiosa
de los doce primeros años hecha por el P. Montoya, que intervino
en todo desde seis meses después de entabladas las de Loreto y San
Ignacio, no hace la menor mención de acto de tanta importancia,
que era imposible hubiera omitido. Además, es sumamente invero-
símil que, si se hubiera presentado tal plan, lo hubieran presentado
los dos misioneros citados, que no eran más que subditos, con misión,
sí, para catequizar, pero sin representación alguna para obrar
públicamente ante el Consejo de Indias en nombre de la provincia,
cosa que tocaba al Provincial ó Procurador enviado á Europa. Así,
pues, la propuesta del plan no fué sino una equivocación fácil de
cometer en una materia que, como él mismo lo hace notar (1) «no
llegó á su estado perfecto sino por grados». El asunto de encabezar
los indios de Doctrinas en la Corona Real tuvo grandes vicisitudes
durante largos años, y no fué aprobado por Cédula Real sino en
1633 por primera vez.
Presenta asimismo el P. Charlevoix las dos reducciones de
Guayrá como las dos primeras, y modelo de donde se tomó ejemplo
para el régimen de las demás. — Pero en realidad, la primera de
todas las Reducciones fué la que todavía hoy subsiste en el pueblo
de San Ignacio guazú ó San Ignacio del Paraguay. Basta para esto
advertir, siguiendo la relación del P. Lozano (2) que el P. Loren-
zana, fundador de San Ignacio, salió de la Asunción el día 16 de
Diciembre de 1609, y el día de Natividad 25 de Diciembre, ya estaba
en el pueblo del cacique Arapizandú, fijándose definitivamente á 29
Diciembre en Itaquí, tierra del cacique Abacatú, con que se podía dar
por entablada la reducción, como lo escribe en carta de 4 de Enero
de 1610 (3). Mientras que los Padres Cataldino y Maceta, salidos de
la Asunción ocho días antes, fiesta de la Inmaculada Concepción, 8
de Diciembre de 1609, no llegaron á Ciudad-Real hasta el día de la
Purificación, 2 de Febrero de 1610 (4): y á primeros de Julio eligieron
el sitio de Pirapó para asentar en él Reducción, partiéndose de allí
(1) Charlhvoin-, Hist. du Paraguay, liv. V, pág. 36, tom. 2.°
(2) Lozano, Historia, lib. V. cap. XVIII.
(3) Ibid. n. 10, cap. XIX, n. 1.
(4) Lib. V, cap. XIV.
-481-
á los veinte días, día de Sta. María Magdalena, 22 de Julio de 1610,
á registrar los pueblos y convidar los indios del Paranapané y alto
Tibagí: y habiendo estado día de la Asunción, 15 de Agosto, en
Maracaná, no hubieron de estar de vuelta antes de mitad de Setiem-
bre, que fué cuando definitivamente se resolvió fijar una reducción
en Pirapó y otra en Atiguayé (1). De manera que la reducción de
San Ignacio guazú se entabló en 25 de Diciembre de 1609; y la de
Loreto con San Ignacio miní, á mediados ó fines de Septiembre del
año siguiente: ó si se quiere tomar por fecha de origen el día de la
llegada, en 2 de Julio de 1610. Claro es que San Ignacio es más de
medio año más antiguo por lo menos.
Finalmente, el haberse juntado indios ya reducidos por los Padres
Franciscanos con los que redujeron los PP. Jesuítas, ó haberse en-
cargado los PP. de la Compañía de alguna reducción hecha por
los PP. Franciscanos, cosas que insinúa el Padre Charlevoix. y la pri-
mera á lo menos dice ser cierta (2), se ha demostrado al tratar de los
Orígenes de las Reducciones que era enteramente inexacto: sin que
se sepa qué fundamento pudo tener el escritor para afirmarlo.
VI
264
BONPLAND: MOUSSY: GAY: DEJVIERSAY
Amado Bonpland, naturalista y botánico francés, compañero de
Humboldt, arribó al Río de la Plata en 1817, y cuando quería insta-
larse en las Doctrinas que acababan de ser arruinadas por los portu-
gueses, fué arrebatado por los soldados de Francia, dictador del
Paraguay, quienes lo trasladaron a Santa María de Fe, y allí estuvo
confinado doce años. Vuelto á la libertad en 1830, se estableció en
San Borja, donde moró trece años. Últimamente pasó á vivir y hacer
sus plantaciones y tentativas en Santa Ana, donde falleció en 1858.
Sus escritos trabajados en Sud-América no han sido publicados: y lo
que en este capítulo va á producirse de él, no consta con más auten-
ticidad que la de un simple apunte conservado en el Archivo del co-
legio del Salvador de Buenos Aires que termina con estas palabras:
«Hasta aquí Bonpland.» Puede verse el apunte completo en el
Apéndice n.*' 67.
(1) Lib. V, capp. XVI y XVII.
(2) Lib. V, tom. 2, pág. 23.
31. Organización social de las doctrinas guaraníes.— tomo ii-
-482-
Tratando la Memoria del modo de restablecer los siete pueblos
de la parte oriental del río Uruguay, que caen en la jurisdicción del
Brasil, dice:
«Antes de entrar en los pormenores que considero indispensables
para determinar al Gobierno al restablecimiento de dichos pueblos,
me parece absolutamente necesario recordar su origen, posición,
las épocas de su prosperidad, decadencia y su estado actual.»
«Los pueblos conocidos en todo el mundo ilustrado con el nombre
de pueblos de Misiones, Misiones de la Compañía ó Misiones Jesuíti-
cas, componen el número de treinta.» «La formación de todos estos
pueblos es debida á la santa y sabia Compañía y al gobierno de Espa-
ña. Los misioneros enviados de Roma á América con el fin de propa-
gar la santa religión, de reducir y civilizar la multitud de indios que
vivían en el estado salvaje, son dignos de los mayores elogios por
los sacrificios de toda naturaleza que hicieron para llevar á cabo la
santa, sublime y difícil empresa que les había sido confiada por la
Compañía de Jesús. Estos dignos misioneros penetraron en aquellas
inmensas selvas vírgenes, habitadas solamente por los salvajes y por
las bestias más feroces, y atrepellando por todo género de peligros,
venciendo dificultades al parecer insuperables, lograron su noble in-
tento. La ciudad de Buenos Aires fué el centro de sus operaciones.
Sucesivamente fueron formando una línea de pueblos que sobre la
anchura de 'dos grados representa á lo menos una superficie de
cuatro mil leguas. Este inmenso terreno estaba ocupado principal-
mente por indios Guaraníes, los cuales, con las otras tribus de menos
consideración, hostilizaban á los españoles continuamente. Esta línea
de pueblos no sólo separó á los salvajes de los cristianos, y libró á
éstos de continuas invasiones, sino también proporcionó una frontera
para facilitar nuevas conquistas, que se hubiesen hecho, á no haberse
verificado la expulsión que hizo la corte de España de todos los
miembros de la Compañía de Jesús del territorio de la monarquía
española.»
...«La época más floreciente de aquellos pueblos fué positiva-
mente en tiempo de los Jesuítas. Desde el principio de la reducción
conocieron estos dignos misioneros la inclinación de los indios á la
religión, y el sistema de gobierno que exigía su carácter. Sobre
estas dos bases principales fueron erigidas estas misiones tan flore-
cientes, que hoy día no ofrecen sino ruinas y escombros. Sería cosa
muy importante tener á la vista el estado de los pueblos que se hizo
en la época de la expulsión. De este estado consta: 1° Que la pobla-
ción de cada uno de estos pueblos era de 3 á 7 mil almas, y tomando
— 483 —
por término medio 4 mil á cada pueblo, resulta un total de 120 mil
almas, á lo menos en el conjunto de las Misiones. 2.^ Que en todos
los pueblos tenían los indígenas casas cómodas, cubiertas de teja,
con hermosos templos ricamente adornados, }'" abundantísimamente
provistos de vasos sagrados y preciosos ornamentos. 3.° El colegio
donde vivían los Padres y hospedaban á los viajantes, estaba edifi-
cado con la mayor solidez y ofrecía mil comodidades. 4.*^ En jardi-
nes inmensos bien cultivados se veían plantas útiles, traídas la ma-
yor parte de Europa, muchas de la India, y algunas indígenas, que
daban un lucro positivo. 5.° Así es que cada pueblo tenía un yerbal
plantado, que producía yerba más barata y de mejor calidad que la
que se trabajaba en los montes con mucho trabajo y costo. 6.° El
sistema de agricultura tan bien calculado, que al paso que suminis-
traba á los indios el sustento vegetal, y materiales necesarios para el
vestuario, dejaba un sobrante considerable, que se vendía en beneficio
de la comunidad. 7.° Cada pueblo tenía millares de cabezas de ganado
vacuno, cría de yeguas, muías, caballos y ganado lanar. La cifra
de todos estos haberes enunciada en el referido estado, que es un mo-
numento histórico que prueba evidentemente lo que la nación españo-
la y todo el mundo deben á la ilustre y santa Congregación de Jesús».
La precedente memoria está copiada de mano del P. Miguel Ca-
beza, que fué después de salir de Buenos Aires en 1841, Superior
del colegio de Santa Catalina hasta 1848, y desde 1848 era Vice-
superior de las Misiones de Indios en el Brasil, aunque no tiene
fecha ni firma. Suponiendo la copia exacta, como parece que no se
puede dudar que lo sea, se ve que el juicio de Bonpland es no sólo
de aprobación, sino de gran elogio del sistema usado por los Jesuítas
del Paraguay con los indios, como el más apropiado á su índole y á
sus necesidades.
El Dr. Martín de Moüssy, médico y naturalista, fué invitado
oficialmente en 1855, cuando ya llevaba trece años de residencia y
de estudios del país en Montevideo, á hacer una descripción com-
pleta de la República Argentina; y después de cuatro años de viajes
y observaciones, se encaminó á París, donde la publicó en 1860 con
el título de «Description géographique et statistique de la Confédé-
ration argentine» en tres tomos, con un Atlas. — Al final del tercer
tomo de esta obra agregó una Memoria especial sobre la decadencia
y ruina de las Misiones después de la salida de los Jesuítas; opúsculo
que también se imprimió aparte. Esta misma relación había sido pu-
blicada antes en castellano.
-484-
No obstante la diligencia empleada en sus investigaciones, sólo
los últimos párrafos desde el VIII en adelante son exactos en la
parte histórica. Los primeros, que tratan de la fundación y gobierno
de las Misiones en tiempo de los Jesuítas, están llenos de errores: y
Moussy reproduce con todo candor las descripciones inventadas por
los enemigos de los Jesuítas, aceptándolas como verdades histó-
ricas.— Con todo esto, juzga bien, no sólo de la rectitud de intencio-
nes de los Jesuítas, sino también del acierto de su sistema.
Este hecho, que no deja de ofrecer su singularidad, parece
que tiene explicación fácil. Mouss}^ escribió antes que Trelles y
otros investigadores publicasen los muchos documentos antiguos
que "hoy se conocen de la época de los Jesuítas: y tomó por
guía de su parte histórica antigua únicamente á Azara. De ahí que
repita todos los dislates que Azara, por incuria ó por malevolencia,
dijo de los Jesuítas. Por otra parte, Moussy trató con las personas
que todavía conservaban recuerdos del bien que habían hecho los
Padres, estuvo en los parajes mismos de las Misiones, y vio las obras
que aún quedaban en pie; tocó de cerca las cosas y conoció el carácter
de los naturales de aquel país: y así, no es tan extraño que, reprodu-
ciendo datos falsos de Azara, diese al mismo tiempo testimonio de
los excelentes efectos obtenidos por los Jesuítas. En lo restante de
su opúsculo, al hablar de la época moderna, y cuando sus informa-
ciones procedían de testigos no apasionados, como también en la
parte de geografía y estadística, es su memoria mu}^ exacta é inte-
resante.
Explica el empeño con que debe estudiarse el punto de la con-
versión y gobierno de los indígenas, diciendo: «La cuestión de la
conquista de los indios á la vida civilizada está siempre á la orden
del día; y no es indiferente, cuando se trata de la vida práctica,
el saber cómo procedieron en este punto unos religiosos cuyo celo é
inteligencia nadie ha puesto en duda jamás.»
Defiende á los Jesuítas de las imputaciones que se les hicieron
sobre minas, riquezas, armamento, etc.
Al tratar de la expulsión de los Jesuítas la califica de la siguiente
manera: «Difícilmente podría explicarse la conducta del gobierno
español en esta ocasión, si no fuera cosa sabida que los gobiernos,
como los pueblos, se sienten poseídos de tiempo en tiempo de ciertos
accesos de vértigo, de error y de injusticia, los cuales causan risa
en la edad siguiente, cuando los desastrosos efectos han venido á
castigar severamente aquellas locuras, y el tiempo ha vuelto á dejar
obrar al buen sentido y á la equidad.»
— 485 —
Hablando del método general de los Jesuítas, dice que los que su-
cedieron lo adoptaron porque: «Habían reconocido que el único medio
de hacer trabajar á los indios y de proveer seriamente á sus necesi-
dades, era seguir lo que otros llamaban yerros de los Jesuítas; quie-
nes seguramente que, con la inteligencia que tenían, no hubiesen
establecido semejante régimen, si no hubiera sido por necesidad.
En lo demás, el efecto demostró que no se habían equivocado.»
Y hablando del tiempo de los Jesuítas mismos, nota cómo logra-
ron hermanar el trabajo fructuoso con la felicidad de los indios:
«En un país en que la holgazanería y el desperdicio constituían el
carácter principal de los habitantes, los Jesuítas habían llegado á
hacer trabajar á los indios de tal manera, que sin durar nunca más
de medio día, su trabajo era muy productivo. Alimentábanlos bien,
les asistían en sus enfermedades, los trataban con bondad y afecto, y
por lo mismo también eran adorados de sus feligreses.»
El Sr. Canónigo Juan Pedro Gay, nacido en Francia, pero que
pasó una gran parte de su vida en el Brasil, siendo por largos años
Cura del pueblo de San Borja, uno de los que pertenecían á las anti-
guas Doctrinas, publicó en 1863, con la protección del Instituto his-
tórico de Río-Janeiro, un tomo de 500 páginas en 4.*^, con el título de
«Historia da República Jesuitica do Paraguay». — Examina en su
libro el territorio de las Misiones y el gobierno de los Jesuítas por
todos sus conceptos, y copia sobre esta materia gran cantidad de
noticias.
Desgraciadamente hay que decir de él lo mismo que del trabajo
de Moussy, y todavía en mayor escala. Gay tuvo á mano la obra del
Doctor Jarque, la cual cita y aprovecha, Al mismo tiempo se valió
de lo escrito por Azara, en quien tiene fe ciega, y de la Memoria de
Doblas. Ni falta quien diga que copió mucho de los manuscritos
de Bonpland. Usó también de un MS. guaraní que pone en el
capítulo V parcialmente, y puede ser citado como muestra del
espíritu de invención y embuste de los indios, que escribieron ó
contaron todas aquellas patrañas al que las escribió, si fué europeo;
y todavía dice Gay que dejó de publicar otra parte del MS., por pa-
recerle que contenía cosas más inverosímiles aún y llenas de supers-
ticiones. Todos estos elementos, agrupados sin bastante discerni-
miento ni crítica, forman un conjunto en que los errores en sucesos
y fechas son mucho más numerosos que los aciertos, y en que es á
veces difícil entender qué es lo que juzga el autor. Muéstrase extra-
ñamente crédulo en materia de minas y entierros (cap. XIV).
— 486-
Su juicio general acerca del método de los Padres parece que
está resumido en estos términos (1): «Las Misiones de América del
Sur, tanto portuguesas como españolas, por el influjo de los Jesuítas
y su administración, llegaron al más alto grado de prosperidad,
y apenas cayeron en otras manos fueron arruinadas: consiguiendo
ellos con la unción de sus palabras, con las armas blandas de la
religión, que los indios trabajasen etc., empresa harto ardua en
verdad, considerada la indomable pereza y la aversión á un trabajo
metódico y continuado que se observa en todas las razas americanas,
y muy particularmente en las tribus errantes y pastoriles, como
eran las del Uruguay, Paraná, Paraguay, y las que se extendían por
el inmenso litoral del Brasil.»
El Sr. Alfredo Demersay, que había visitado el Paraguay para
escribir una descripción completa de él, casi en la misma época en
que Moussy hacía los estudios para la suya, publicó en 1860 dos
tomos de su obra con el título de «Histoire physique, économique et
politique du Paraguay et des établissements des Jésuites». Lástima
que, terminados los dos tomos, en que estudia las diversas cues-
tiones agrícolas, comerciales, sanitarias y otras de aquel país, no
llegase á dar á luz el tercero, al que correspondía la historia; si bien
publicó su Atlas ilustrativo, en que había varias muestras del arte y
fábricas de Misiones. Su parecer acerca de la obra de los jesuítas lo
dejó suficientemente expresado en el primer tomo (Introd.):
«Es preciso que se sepa, sea cual quisiere la opinión que se forme
sobre la influencia, las intenciones políticas ó los secretos planes de
la célebre Compañía de Jesús en Europa, que no se pueden desco-
nocer sin injusticia los grandes servicios que ha hecho en el Nuevo
Mundo á la causa de la humanidad. Enviados para sustraer los in-
dios de la codicia de los conquistadores y de las providencias vejatorias
de los gobernadores, por causa de las protestas enérgicas del Obispo
de Chiapa, los Jesuítas cumplieron su ruda tarea, á través de obs-
táculos sin número, y de peligros que en sus filas formaron á más de
un mártir. Su austeridad desafió todas las acusaciones, todas las
calumnias: y su administración dejó entre los indígenas recuerdos
de perfección y florecimiento del país, que no pudieron igualar los
que les sucedieron.»
«Se ha criticado vivamente, lo sé bien, el régimen de las Misio-
nes; y no he de pretender yo que convendría á una sociedad como la
(1) Gay, Rep. jesuit., nota 34, pág. 39.
-487-
nuestra. Pero un pueblo nuevo, unos hombres sin previsión, sin
cuidado del mañana, habían de ser gobernados por los medios más
propios que convienen á la juventud de los pueblos. Por eso, la des-
trucción de esta Orden dejó en América un vacío inmenso, que los
viajeros unánimemente reconocen. En todos los parajes desapareció
su obra social, para no restablecerse en mucho tiempo: en casi todos
está acabando de desaparecer aun la obra material. Veráse luego
cómo en pocos años se produjo la soledad en el seno de aquellos
magníficos establecimientos; los indios tomaron el camino de los
desiertos, ó se dispersaron en las selvas, que sus antepasados habían
abandonado á la voz persuasiva de hombres cuya reputación de
mansedumbre y caridad había llegado hasta ellos.»
Habla luego de la mudanza recién introducida por el presidente
D. Carlos López que suprimió el antiguo régimen de los indios, y
añade: «No será para él cosa fácil y sencilla trastornar de arriba
abajo y anonadar la obra secular de excelentes observadores, de
hombres profundamente hábiles, á quienes los escritores, los sabios y
los viajeros de todos los países concuerdan en alabar con una una-
nimidad demasiado completa, para que sea efecto de la casualidad,
ó expresión de una opinión preconcebida».
VII
ALEMANES: MURR 265
Cristóbal Teófilo Murr, sabio y laborioso escritor y arqueó-
logo de Nuremberg (1733- 1811), á pesar de ser protestante, y aun al
decir de su biógrafo, deísta, mostró extraña simpatía á los Jesuítas
en un tiempo en que de todos parecía que eran perseguidos: y durante
muchos años no cesó de elogiar las obras de ellos como misioneros,
de mantener correspondencia con algunos de ellos (para lo cual le
ayudaba é incitaba su gran conocimiento de las lenguas), y de publi-
car relaciones de sus misiones y viajes: tanto que hasta se dice que
hubo quien le atribuyese ser algún Jesuíta oculto.
Con ocasión de la extinción de la Compañía por el Breve Dorninus
ac Redernptor de Clemente XIV, publicó una serie de cartas (1). De
(1) Briefe zur Aufhebung des Jesuiten-Ordens.
-488 —
23 cartas, trece están dedicadas á enumerar los daños que se seguían
á las Misiones y los bienes que en ellas hacían los Jesuítas. La 11.*
y 12. '^ tratan de las Misiones en general; la 13. '^ del Japón; la 14.*^,
15.* y 16. '^ de las misiones de la China; la 17.* de las del Tonkín,
Malabar, Cochinchina, Tibet, Amboino; la 18.* de las de Etiopia,
Congo y Angola; la 19.* de las de Brasil, Perú y Chile; la 20.*, 21.*
y 22.* de las del Paraguay y la 23.* de las de Méjico, Filipinas, Cali-
fornia 3' Canadá. Como protestante, asienta y deñende no raras
veces principios no sólo erróneos sino heréticos: injuria á los reli-
giosos de España, etc. Por eso mismo, y por ser, al decir de su bió-
grafo, un deísta, es más de admirar que elogiase á los Jesuítas.
Hablando de las Misiones del Paraguay, en la carta 20 de la
3.* serie, dice así:
«La Misión de los Jesuítas en el Paraguay, vasta región en cuyo
centro está el Chaco, no explorado hasta ahora, fué una de las más
prósperas de esta Orden. La última obra del sabio Muratori trata
de la historia de la conversión de aquellos renombrados gentiles; y
más largamente escribió sobre ellos el P. Nicolás Techo ó du Toit
en su Historia Provinciae Paraquariae, Leodii, 1673, fol. (había sido
este Padre Superior de las Misiones del río Paraná y Uruguay),
como lo hizo también en estos últimos tiempos el P. Francisco Javier
de Charlevoix. De estas obras se desprende claramente que todas
las persecuciones que han tenido que padecer los Jesuítas de parte
de los moradores del Paraguay, y todas las calumnias que contra
ellos se han levantado, con las preocupaciones que alimentan contra
ellos muchas personas, han nacido de la constancia de dichos Padres
en defender la libertad de los indios, quienes habían sido privile-
giados por el Monarca para que no hubiesen de servir personalmente
á los encomenderos; así como tampoco permitían esos Padres que
sus indios convertidos tuviesen trato alguno con españoles [entién-
dase vagos y de malas costumbres] para que no fueran seducidos y
pervertidos». «Y para esto parece que había puesto Dios, al decir del
P. Sepp, aquel Salto grande del Uruguay, cuyos agudos y espu-
mosos escollos vienen á ser un non plus ultra á la codicia de los
españoles.»
Ni faltaron en su tiempo algunos otros eminentes escritores que
hablaron con elogio de las Misiones del Paragua}^ entre los cuales
son de mencionar Müller en su Historia universal, y Herder en su
Kalliffona.
489 —
VIII
GOTHEIN: PFOTENHAUER 266
En 1883 publicó el Dr. E. Gothein, de la Universidad de Breslau,
un estudio sobre las Doctrinas, en la Revista de ciencias políticas y
sociales dirigida por Gustavo Schmoller, que después se reprodujo
aparte con el título de «El Estado cristiano-social de los Jesuítas en
el Paraguay» (1).
El autor se muestra enterado de la literatura acerca de las
Misiones, y sucesivamente discute las cuestiones que estima más
importantes: carácter de los indios, bienes urbanos y rústicos, go-
bierno religioso, orden económico, gobierno civil, efectos.
Asienta Gothein que los Jesuítas en las misiones del Paraguay
pusieron en práctica lo mismo que en teoría había escrito el domi-
nico Tomás Campanella en su imaginaria ciudad del Sol. Que los
indios no eran de índole pueril, sino muy capaces de gobernarse á
sí propios, y que el no haber fomentado entre ellos el individualismo
fué un error capital, aunque involuntario, de los Jesuítas.
Al empezar, protesta en el Prefacio que «/a crítica, por acerba
que sea, que pueda hacerse de un principio, no incluye como parti-
cipantes de ella á los hombres que lo han puesto en práctica. Quien
ha empleado toda su energía en servicio de un ideal, es acreedor
al reconocimiento de la historia de la civilización, aun cuando su
ideal sea erróneo^. Y al examinar las cualidades de los Jesuítas que
actuaron en el Paraguay, hace notar cuánto mérito tenían aquellos
400 hombres por lo que abandonaban, y por la renunciación absoluta
que hacían á ser conocidos en el mundo, siendo asi, dice, que á
juicio de Montesquieu^ el ansia de la fama era su gran pasión.
Enumera entre ellos almas de fuego, hombres llenos de prudencia,
sabios consumados: todos con gran tacto é invencible constancia, y
de todos ellos dice:
<íEn ellos el principio y el fin, el cimiento en que todo lo demás
estriba., y el fin adonde quieren dirigir todas las cosas, es siempre
el sentimiento religioso.-» «Ni uno solo de estos hombres hay que
(1) Der christlich-sociale Staat der Jesuiten in Paraguay.
- 490 -
no lleve perpetuamente grabada en el alma la itnagen y deseo del
martirio .•>•>
Y al fin, comparándolos con los que les sucedieron, «Los Jesuítas
obtuvieron un gran éxito (juzgue cada uno la naturaleza de este
éxito como quisiere) porque se gobernaron con consecuencia: porque
todos sus medios fueron proporcionados al fin.-»
Parecería que el autor ó juzgaba bien de la obra de los Jesuítas,
ó á lo menos, tendría buena opinión de las personas, si acaso tenía
por desacertado el sistema. Ni lo uno ni lo otro.
De los religiosos dice que fueron unos desvergonzados usurpa-
dores de la hacienda de los indios (1); unos osados transgresores de
los preceptos de la Iglesia contra el comercio de los eclesiásticos.
Las pruebas no aparecen. La consecuencia con su juicio acerca
de las personas, menos. Será curioso oír sus explicaciones, cuando
muestre cómo se concilia el tener siempre por principio y por fin el
cumplimiento de sus deberes religiosos y siempre desear el martirio,
con la transgresión de las leyes eclesiásticas y la descarada usur-
pación de que va hablando. Otros cargos les hace con tanta justicia
como estos dos.
De la obra, como que le faltaba, según erróneamente piensa el
autor, la tendencia á desarrollar la individualidad, pronuncia (2):
«Queríase obtener una construcción artística perfecta^ y sólo se
llegaba á una deslumbrante fábrica artificial, en la que faltaba el
apoyo interior. La culpa, empero, estaba no tanto en los hombres,
quienes sacrificaban para lograr este fin su vida con un entu-
siasmo cual raras veces lo ha visto la historia; cuanto en la falsa
idea, de la cual se dejaban guiar forzadamente por una prepo-
tente necesidad histórica-». Y así atribuye á esto la ruina de las
Misiones luego que salieron los Jesuítas. Ya se ha respondido á este
cargo (n. 247); y el autor necesitaría también aquí concordarse con-
sigo mismo, pues si la ruina, como él afirma (3) procedió de la culpa
de los sucesores de los Jesuítas^ que no supieron ser consecuentes
como éstos, es claro que no procedía la ruina del método de los
Jesuítas.
En lo demás, las pruebas de aquellos tres grandes asertos enu-
merados al principio sobre Campanella, sobre la índole pueril y
sobre el individualismo, asertos que son la llave de toda la Memoria
de Gothein, no aparecen en ninguna parte. Y como nota el Padre
(1) Gothein cit. Pág. 41.
(2) Pág. 22.
(3) Pág. 61.
-491-
Cathrein , al juzgar este escrito en los « Stimmen aus Maria-
Laach» (1883), quien se presenta en público con una idea tan nueva
y curiosa como la del influjo de Campanella en las Misiones del
Paraguay, que nadie había sospechado hasta ahora, á pesar de ser
conocidísima la materia de esas Misiones; era necesario que trajera
pruebas incontrovertibles, so pena de aparecer como un burlador de
sus lectores. De la gran capacidad de los Guaraníes, tampoco se ofre-
cen pruebas, sino sólo algunas presunciones que no pasan de leves.
Y entretanto cree con gran tranquilidad Gothein que los Jesuítas
del Paraguay, á quienes ha descrito como hombres de gran talento,
notable prudencia y exquisito tacto, y que estuvieron al lado de los
Guaraníes durante ciento setenta años, tratándolos, enseñándoles y
sufriéndolos, no tuvieron bastante discernimiento para conocer lo
que él conoce á distancia de dos mil leguas y ciento cincuenta años:
y erraron miserablemente en los medios para lo que deseaban, que
era el verdadero bien de los indios. No se puede negar que hay
entendimientos muy perspicaces entre los hombres del tiempo pre-
sente.
Reseñando en particular los resultados obtenidos por los Jesuítas,
halla Gothein que el sistema religioso establecido por ellos era com-
pleto y capaz de haberse sustentado por sí mismo (1). Enumera
luego los resultados en lo moral, social, económico, y los llama
deficientes: pero las pruebas ó son nulas, ó son tan demostrativas
como una sola que es razón examinar para muestra.
«Extraño es, dice, (2) que en periodos de pleno sosiego y de
extraordinario florecimiento, como el de 1718 á 1732, la cifra de la
población permanezca casi invariable^. — En 1717 era la población de
121,168 almas (y no se cita la de 1718, porque no hay datos de ella),
y en 1732, era de 141.232 almas. Los datos son de Moussy (III, 728) y
el de 1732 está reproducido por Gothein en la pág. 52. La diferencia
es de 20.054 almas que respecto de 121.000 que había en 1718 son la
sexta parte, aumentadas en un espacio de quince años: de manera
que con igual aumento, se duplicaría la población en noventa años.
Y á un aumento de esta clase, en un país sin inmigración, llama
Gothein nulo ó imperceptible; y le mueve á admiración que perma-
nezca el número «casi invariabley>\ y lo atribuye á defecto del
sistema de los Jesuítas. Cuando llegaran los noventa años, hallaría el
nuevo calculista la población duplicada; pero sostendría que todo
el tiempo había permanecido casi invariable.
(1) Gothein cit. "Pág. 32.
(2) Pág. 53.
— 492 —
Pero es más significativo que ese aumento se produjese en
tiempos de tantas calamidades y desasosiego como fueron esos años.
Porque en ellos ocurrieron los disturbios de Antequera: y éstos
fueron de tal calidad, que obligaron á huirse á los montes á muchas
familias, sin que después se volviesen á encontrar: y tuvieron en
temor las reducciones, que se decía iban á ser invadidas á cada
níomento por los rebeldes de la Asunción: habiendo permanecido
largo tiempo fuera de sus casas fuertes tropas de Guaraníes: pade-
ciendo el descalabro del Tebicuarí: pasando más tarde sobre las
armas casi dos años enteros hasta doce mil hombres, por mandado
de D. Bruno Zavala: y habiéndose verificado la expedición y trabajo
continuo para fundar á Montevideo: cosas todas que no podían
menos de influir desfavorablemente en el crecimiento de la pobla-
ción. Y no obstante, este tiempo elige Gothein para prueba. Pero lo
que ésto prueba son dos cosas. La primera, lo contrario de lo que pre-
tende Gothein: esto es, que el régimen de los Jesuítas era muy
favorable al crecimiento de la población: porque si á pesar de tantas
causas perturbadoras, se verificaba un aumento no despreciable,
mayor había de ser el que hubiera en circunstancias normales. Lo
segundo, que Gothein se dejó llevar de sus prejuicios, y escribió sin
tener bastante fundamento para aseverar lo que decía, pues llama
«período de pleno sosiego y de extraordinario florecimiento» al que
era afligido de tantas calamidades.
Gothein reproduce todas las acusaciones que se han hecho contra
los Jesuítas del Paragua}^, sin pruebas, ó con pruebas por el estilo
de la que se acaba de discutir: particularmente las del libelo de
Pombal, al que da gran crédito.
Por el contrario, si alguno ha juzgado algo en favor de los
Jesuítas, se esfuerza en quitarle la autoridad, con explicaciones
insubsistentes, y á veces con medios nada honrosos para el que los
emplea.
Hallando que los impíos del siglo xviii elogiaron la obra de los
Jesuítas del Paraguay, afirma que lo hicieron por cierta <ípredi-
leccióuT) para con los Jesuítas. Indudable que debía ser grande la
predilección de Voltaire, d'Alembert, Raynal y otros tales para
con los Jesuítas.
Hablando del viajero español D. Antonio de Ulloa, que también
los elogia, dice que i-no visitó las Doctrinas^) . Según eso, si nadie
puede tener conocimiento de las cosas para comunicarlas á otros
sino cuando las ha visto, podía haberse ahorrado la molestia de es-
cribir el autor, pues él ni ha visto lo que refiere, ni siquiera los para-
-493-
jes donde sucedió. La respuesta que él dé para acreditar que puede
hablar y sabe lo que dice, esa misma servirá para hacer creíble la
narración del viajero UUoa. Y cierto, que los que como Ulloa llevan
el encargo de recoger todas las noticias aun las más secretas y cer-
tificarse de ellas, pueden saber las cosas con alguna mayor seguri-
dad que Gothein, aun sin ir por sí mismos á verlas.
De Muratori dice que «/os Jesuítas ganaron su plumas, (1)
que «SM obra es de poco interés en cnanto al contenido^] que <íél
misino había afirmado en círculos familiares que la tal obra
no era historia, sino novela. •!> Las injurias y manifiestas falsedades
no necesitan refutación. Muratori fué el primero que publicó el De-
creto de Felipe V y las cartas del P. Cattaneo: su libro explica la
vida entera de las reducciones, fundándose en escritos de tanta auto-
ridad como el Dr. Jarque, y esto es lo que desdeña Gothein. En
cuanto al impulso que le movió á escribir, véase lo dicho al hablar
de su libro.
En cambio, el autor á quien atribuye gran importancia Gothein
es el expulso Ibáñez. Era natural, por su encono contra los Jesuítas,
y en él aprendió Gothein á injuriar y á errar.
J. Pfotenhauer, pastor protestante, publicó en Gutersloh, año
de 1891, una obra con el título de «Las Misiones de los Jesuítas en
el Paraguay <í.(Die Missionen der Jesuiten in ParagtiayJ»^ en tres
tomos en 8.° mayor, que contienen en todo casi setecientas páginas.
Lo curioso en este libro es que, mostrándose el autor bastante bien
enterado de la historia y de la vida y modo de proceder en las reduc-
ciones, que son los objetos que desarrolla en el primero y segundo
tomo con una prolijidad y paciencia laudables; nada de cuanto halla
en su exposición le parezca bien. Ni son buenos los misioneros, ni los
indios, ni los medios de catequizar, ni hay cosa alguna buena en las
Doctrinas: para lo temporal y para lo eterno son detestables; y todo
eso lo va procurando probar á su modo en el tercer tomo, para
acabar diciendo que la ruina en que vinieron á parar los pueblos de
Doctrinas es la voz de la justicia de Dios, que ha castigado á los
misioneros, )'■ es el juicio de Dios que reprueba, no sólo la obra de los
Jesuítas, sino igualmente á la Iglesia católica y todas sus misiones,
pues dice que precisamente por eso ha querido hacer su estudio en
las del Paraguay, que son las más brillantes de la Iglesia católica.
Juicios de tan exaltada pasión no merecen examen, Baste decir
(1) «Gewinnen zu ihrem Zweck eine noch berühmtere Feder, die Miiratoris»;
pág. 55.
— 494 —
que la obra de Pfotenhauer sigue como norma los principios de
Gothein en lo secular; y en lo eclesiástico y en sus teorías de los
medios que se habrían de emplear para convertir las almas, repro-
duce gran parte de las aserciones del jansenista Arnauld en sus
libelos contra la Compañía. En hechos históricos es demasiado cré-
dulo, y á veces estruja los datos para sacar lo que ni pensó en decir
el autor, con tal de sacar reos á los Jesuítas. — El juicio de tal libro
no puede hacer gran daño á los Jesuítas en el concepto de los lec-
tores cuerdos; y el libro mismo, más que entre los estudios razona-
dos, merece ser colocado entre los libelos.
IX
267
VIAJEROS: ULLOA: FRÉZIER: BOUGAINVILLE
Pondrá término á esta serie de juicios el que formaron diferentes
viajeros, cuyos viajes, publicados luego, han sido estimados como
obras útiles, por las noticias que contenían, y dignas de crédito por
razón de las personas de sus autores.
Don Antonio de Ulloa, español, capitán de fragata de la Real
Armada, y enviado á la América meridional para efectuar en com-
pañía de D. Jorge Juan y de los astrónomos franceses Bouguer y la
Condamine, la medición de algunos grados de meridiano, publicó
en 17481a relación de su viaje, con el título de <!-Relación histórica
del viaje á la América nieridiouah, en cuatro tomos en folio menor,
con abundancia de planos y dibujos representativos de los objetos del
Nuevo Mundo.
Tratando del 4.° Obispado de la Audiencia de Charcas, que es el
del Paraguay, se propone en el capítulo XV de la parte II hablar
«de las Misiones de la Compañía que hay eji los gobiernos de Para-
guay y Buenos Aires, con el método de su gobierno y economía^.
Enumera primero los países á donde se extiende el trabajo y celo
de los misioneros, antes de pasar á tratar de las Misiones más
importantes, que son las de los Guaraníes: y dice de los guanoas y
charrúas (n. 389): «^ A cosa de cien leguas distante de las Misiones
hay una nación de infieles llamados guangas: los cuales son difí-
ciles de atraer á la lus del Evangelio: asi porque aman mucho la
vida licenciosa^ como porque se han mese lado con ellos muchos
-495-
tnestisos^ y aun algunos españoles, huidos por sus maldades délos
pueblos de cristianos, librándose por este medio de las penas que
correspondían á sus delitos: el mal ejemplo de éstos indispone á
los indios d prestar la atención á lo que se les predica.» «Lo misino
casi sucede con los charrúas, los cuales habitan las tierras que
median entre el rio Paraná y el Uruguay.»
Expone Ulloa detalladamente el régimen económico, guberna-
tivo, militar y religioso de las Doctrinas guaraníes, manifestando
su aprobación: y al tratar del comercio ó venta de los productos
comunes, nota la diversidad de proceder de los Jesuítas según las
capacidades diversas de las ti ibus que evangelizaban: «Los Padres
de la Compañía cuidan solamente de los efectos y géneros que en
ellos se fabrican y sirven para comerciar, por lo que corresponde á
las de los indios Guaraníes, por ser el genio de ellos naturalmente
amante de la ociosidad y desperdiciado, no sabiendo guardar lo que
adquieren; y sin el cuidado de los Padres se dejarían abandonar á la
pereza y carecerían de un todo. No sucede lo mismo con las Misiones
de los Chiquitos, porque son trabajadores, guardosos, aprovechados,
y gastan lo que tienen con economía, tratando por sí, sin necesidad
de que otros intervengan en sus negociados.»
Y explicando el motivo por el cual celaban los Jesuítas que se
cumpliesen las leyes que prohibían el trato de los que no eran indios
con los indios en sus pueblos, escribe: (1) «Los Padres misioneros no
consienten que ninguno de los que habitan el país, españoles ó de otra
nación, mestizos, y ni aun indios, entren en las Misiones que tienen
á su cargo en el Paraguay [en su lugar se vio con qué limitaciones
debe entenderse esto]; no por embarazar el que se reconozca y sepa
lo que allí se comprende, ni porque se recelen perder la oportunidad
de ser los únicos en el comercio de los frutos que allí se producen,
ni por ninguna otra de las causales que aún con menos fundamento
presumen muchos de sus émulos, adelantando la malicia hasta cerrar
el paso á la razón; sino porque aquellos indios, que no hicieron más
que salir de la rusticidad de las selvas, y entrar en la doctrina y
documentos que les enseñaron, se mantienen en tal estado de inocen-
cia y simplicidad, que no tienen noticia de otros vicios que los comu-
nes entre ellos; y aun esos los han ido abominando con las continuas
amonestaciones, consejo y dirección de los Padres: de tal modo que
muchos los han olvidado enteramente, y los demás ios reparan con
horror en sus antiguos, y los notan en ellos con vergüenza. Esos
(1) Ulloa cit. Num. 410.
-496-
indios no conocen la inobediencia, el rencor, la envidia, ni otras
pasiones, que son la lima sorda con que se destruyen y aniquilan los
pueblos. Si entraran allí otras gentes, no bien habrían dado los pri-
meros pasos en la tierra, cuando les empezarían con el ejemplo á dar
lecciones de lo que ignoran; y perdida la vergüenza y el respeto con
que ahora miran los documentos de los Curas, dentro de muy breve
tiempo se perdería el fruto de tantas almas como dan el más debido
culto al verdadero Dios, y de tantos vasallos como reconocen al
Soberano sin violencia por su único señor natural.»
«Estos indios viven ahora con total confianza de que todo lo que
sus Curas les aconsejan es bueno, y malo lo que les reprenden»
[«(1) y así, aunque sienten el castigo, como es natural, cuando llega
la ejecución, lo reciben con humildad y resignación conociendo que
es él mismo quien se lo ha impuesto; y no llega el caso de que cobren
odio á los Curas, ni que se alboroten contra ellos: antes bien, por el
contrario, es tanto el amor y veneración que les tienen, que aun
cuando sin razón les impusiesen alguna pena, la tendrían por mere-
cida, según la confianza y seguridad de que no les han de hacer
castigar sin bastante causa.»] Lo que no sucedería tan fácilmente
si viesen otras gentes en quienes hacía menos efecto la doctrina del
Evangelio, y que sus operaciones eran opuestas á lo que se les pre-
dicaba. Están ahora persuadidos á que en los tratos y comercio se
debe obrar con legalidad y no conocen el engaño, la falta de corres-
pondencia ni la mala fe; siendo cosa cierta que, si se permitiese el
que todos entrasen á tratar con ellos, sería el primer efecto de este
comercio que, procurando unos tener los efectos que comprasen por
menos precio, y vender los suyos con la mayor reputación, dentro
de poco los harían caer en esta malicia, y con ella en otras muchas
que le son accesorias: á cuyo respeto sucedería lo mismo en todos los
demás asuntos de otra naturaleza; y perdido una vez el pie del buen
gobierno, nunca lo volverían á recuperar.» «Este es el fundamento
que los padres han tenido siempre y conservan para no admitirlos
[los forasteros] allí, en que los debe confirmar la lastimosa experien-
cia de lo que por iguales causas se padece en otras Doctrinas del
Perú.» — No parece sino que pronosticase Ulloa lo que había de acae-
cer en las Doctrinas con la práctica del sistema de Bucareli.
Este mismo viajero dio un insigne testimonio de la regularidad 3^
limpieza de vida de los Jesuítas del Paraguay, hablando en general
de los del Virreinato del Perú en sus «Noticias secretas de América».
(1) Ulloa cit. núm. 397.
— 497 —
Amadeo Francisco Frézier, ingeniero y viajero (1682-1773),
publicó en 1716 un tomo en 4.° con el título de «Relation du voyage
de la mer du Sud aux cotes du Chili et du Pérou, faite pendant les
années 1712, 1713 et 1714», libro que se tradujo al inglés y al ho-
landés.
Si era perito Frézier en su profesión de ingeniero, no era menos
irrespetuoso en el hablar de los religiosos. Habla mal de todos los
del Perú: y si sus informes acerca de ellos son como los que muestra
tener áe los Jesuítas, preciso será decir que habla de cosas que son
falsas, contándolas como verdaderas. — Después de haber des-
acreditado á los demás religiosos en la materia del pedir limosna,
pasa á los Jesuítas, á quienes mientras parece que justifica en este
punto, procura con burlona ironía hacer aparecer culpables de usur-
pación del dominio de la jurisdicción secular. «Los Jesuítas dice (2),
en sus misiones del Perú, usan del pedir limosna con más juicio y
destreza. Conocen el arte de hacerse dueños de los indios, y con sus
buenas maneras, hallan el secreto de sujetarlos de forma que dispo-
nen de ellos como quieren; y como dan bastante buen ejemplo, aque-
llos pueblos aman el yugo, y muchos de ellos se hacen cristianos.
Serían, en verdad, estos misioneros dignos de aplauso, si no hubieran
sido acusados de no trabajar más que para sí: como lo han hecho
cerca de la Paz con los Yungos y los Mojos, entre los cuales hacen
algunas conversiones á la fe y ganan muchos subditos para la Com-
pañía, de manera que ya no sufren á ningún español». — Frézier
manifiesta bien patentemente su malevolencia y su ignorancia. La
malevolencia, en condenar á los religiosos por el mero hecho de que
«han sido acusados». Debía estudiar los fundamentos de la acusación,
y ver si el hecho era verdad, y si además era hecho contrario á las
leyes. Su ignorancia: pues ignora que no era cosa de los Jesuítas,
sino disposición de las leyes españolas, el que no se sufriese ningún
español en los pueblos de indios.
Añade luego como término de comparación: «como lo han hecho
en el Paraguay. Puédanse ver sus razones en las Cartas edificantes,
tomo 8.°». — Copia en seguida el texto que cita de las Cartas edifi-
cantes en el cual se explica la razón moral del aislamiento de las
Doctrinas, agregando que los Padres han obtenido un decreto para
que se practique: donde es de reparar que el decreto, si se obtuvo,
no pudo ser más que para confirmar una vez más lo que mucho antes
estaba prescrito en la ley: y la razón alegada es verdadera y sólida.
(2) Frézier, Voyage, tom. II, pág. 467. ed. Amsterdam, 1749.
32 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo ii.
-498 —
No obstante, de la razón dice luego Frézier: «Tal pretexto es espe-
cioso, pero el ejemplo del Paraguay parece que indica otro fin: por-
que se sabe que esta Compañía se ha apoderado como soberana de
un gran reino situado entre el Brasil y el Río de la Plata, donde
han establecido tan buen gobierno, que jamás han podido penetrar
allí los españoles, aunque para ello han hecho los Gobernadores de
Buenos Aires muchas tentativas por orden de la Corte de España.
En efecto, además de la buena disciplina, han introducido allí obre-
ros europeos para las armas, y para toda clase de oficios necesarios
en una república, y aquellos obreros han formado otros del país.
Educan la juventud como en Europa, haciéndoles aprender latín,
música, danza, y otros ejercicios convenientes, como lo he sabido de
buena tinta. No entro en las particularidades de aquel gobierno, del
cual no puedo hablar sino por relación ajena, y también para no dis-
traerme de mi objeto.» — He aquí con qué descaro miente la calum-
nia. Habla Frézier por informes que llama «de buena tinta», pero
que son de quien no se atreve á nombrar, mientras las falsedades
que relata estaban desmentidas por los «continuos informes de los
Obispos y Gobernadores que visitaban aquellas Doctrinas», como lo
expresa el rey Felipe V, y por ellos constaba «no estar tan bien ob-
servado el vasallaje real y la subordinación como en aquellas Doc-
trinas», como se dice en la misma Cédula de 28 de Diciembre de 1743.
De modo que le podían responder lo que de la Corte se dijo á cierto
Virrey que se había dejado persuadir aquellas patrañas: No pase
pena por ello^ porque aquí estamos ^niiy bien enterados de todo lo
contrario. Falsedad es que los Jesuítas hubiesen tomado la sobera-
nía; falsedad que los Gobernadores hubiesen hecho pocas ni muchas
tentativas inútiles para entrar en Doctrinas, pues entraron cuando
quisieron; falsedad que entrasen obreros europeos, pues no entraban
más obreros que los mismos Jesuítas, habiendo sido de la Compañía,
y sacerdotes por añadidura^ hasta los que enseñaron á tejer, y tam-
bién son falsas otras cosas que afirma Frézier «por relación ajena»,
desdorando é injuriando con responsabilidad propia, pues que adopta
todas esas calumnias, la fidelidad y honra de una corporación de
religiosos, cual era la Compañía de Jesús. — La verdad de las cosas
se ha tratado ya en su propio lugar; y será de desear que las noticias
geográficas y de costumbres que en su libro consignó Frézier no
sean tan contrarias á la verdad, como lo que dice de los Jesuítas, así
del Paraguay, como del Perú.
Luis Antonio de Bougainville, navegante francés (1729-1811),
-499 —
publicó en 1771 un tomo en 4.° mayor de la relación de su viaje alre-
dedor del mundo, hecho en los años de 1766, 67, 68 y 69, con el título
de «Voyage autour du monde». Su obra tuvo extraordinaria acepta-
ción, y fué luego reimpresa, traduciéndose también á otras lenguas.
El capítulo VII de la primera parte versa todo sobre las Doctri-
nas. Precisamente mientras Bougainville se hallaba en Buenos Aires
preparando la continuación de su viaje hacia el Sur, tuvo lugar la
expulsión de los Jesuítas de estas Misiones, y él presenció la llegada
de los caciques y corregidores á Buenos Aires. Habiéndose hecho
informar de varios, hace una relación del régimen de las Misiones.
Dice al principiar que hablará sin enemiga ni afición: siiie ira et stu-
dio, y la lectura de su relato parece mostrarlo, en efecto. Pero para
referir con exactitud, no basta estar desprovisto de pasión, si además
no se da su justo valor á los informes, en cosas que el narrador no ha
podido ver por sí mismo, y se desconfía de los testigos apasionados.
Asegura que los detalles que cuenta «le han sido referidos unánime-
mente por cien testigos oculares.» Lo de ciento y lo de unánimes es
manifiestamente una amplificación retórica, y se disminuirían mucho
si se hubiese visto obligado á presentarlos en juicio. La unanimidad
sería también difícil de persuadir, habiéndole dicho cosas tan falsas
y que eran fáciles de saber, como que los indios eran trescientos
mil, y los pueblos treinta y siete, etc. Ciertos detalles maliciosos
muestran que los testigos eran enemigos de los Padres, y bastaría la
dicha unanimidad para conocerlo, puesto que uno de los testigos, 3^
con quien se ve que sin precaución defirió Bougainville, era el Gober-
nador de Montevideo Viana, que era enemigo de los Jesuítas y no lo
disimulaba. Así cuenta, entre otras, la patraña de que los Jesuítas
recibían de sínodo sesenta mil pesos anuales, y eso desde el principio.
No hubo quien le mostrara los documentos que aun hoy se leen, en
que el Gobernador Láriz se quejaba al Rey, de que era una enormi-
dad que cada año se diesen á los Jesuítas los siete mil pesos que se
les daban de sínodo por todas las Doctrinas, y que en efecto el Gober-
nador Villacorta suspendió el sínodo durante algún tiempo. — Otro
tanto se ha de decir de la afirmación de que los indios estaban des-
contentos de los Jesuítas, y se querían ir con las tropas del ejército,
que le persuadió Viana, sabiéndose el empeño que tuvo este jefe y
las artes que puso en práctica para llevar consigo algunos indios;
y aunque no hubiera otro motivo de dudar, era fácil entender que
no podía dejar de haber algunos indios mal hallados con el orden
que reinaba en las Doctrinas; pero que tampoco podía ser el descon-
tento de unos pocos regla general, pues en tal caso no hubiera durado
-500-
la estada de los Padres, siendo ellos uno ó dos en cada pueblo, y los
indios innumerables.
El cuadro, pues, que pinta Bougainville, aun cuando no sea por
pasión, es falso; y así no es responsable la verdad ni el régimen de
los Jesuítas de la mala impresión que muestra él tener, ni de la que
causa en sus lectores.
Más exacto se manifiesta en lo que refiere como testigo de vista:
<íLa Compañía de Jesús dirigía sus cuidados d extender las tnisio-
nes, cuando el efecto de sucesos ocurridos en Europa vino d des-
truir en el Nuevo Mundo la obra de tantos años y paciencia. La
Corte de España determinó desterrar d los Jesuítas.» Explica las
medidas tomadas por Bucareli, á quien llama Marqués, aunque no lo
fué nunca. Habla del día de la prisión en Buenos Aires/ «A las dos
de la mañana todos los correos habían salido, y las dos casas de
los Jesuítas en Buenos Aires hablan sido asaltadas .y> «La mañana
siguiente se publicó en la ciudad un bando que infligía pena de
muerte á quien tuviese comunicación con los Jesuítas.» «En todas
partes se ejecutaron las órdenes del Rey con igual facilidad.»
tPoco tiempo después de la llegada de los caciques á Buenos Aires,
habiendo llegado la nueva de la expulsión de las Misiones, reci-
bió el marqués de Bucareli una carta del Provincial que á la sazón
se encontraba allí, en la cual le aseguraba su sumisión y la de
todas las Doctrinas d las órdenes del Rey.» «Juzgábase que al
apoderarse de los bienes de los Jesuítas en esta provincia, se halla-
rían en sus casas considerables sumas de dinero: pero se halló
muy poco.» «Resístese mi pluma á consignar todas las particula-
ridades de lo que la gente en Buenos Aires pretendía haberse
encontrado en los papeles tomados á los Jesuítas. Los odios son
demasiado recientes todavía para poder discernir las injputa-
dones falsas de las verdaderas. Prefiero hacer justicia á la mayor
parte de los rnieinbros de esta Compañía., que no participaban del
secreto de sus miras temporales. Si en este cuerpo había algunos
intrigantes, la mayoría, religiosos de buena fe, no veían en el
Instituto más que la piedad de su fundador , y servían en espíritu
y en verdad al Dios d quien se habían consagrado.» Este juicio
honra al viajero: y da á conocer la enorme injusticia que no quiso
ver Carlos IIT, aun poniéndoselas delante de los ojos el Sumo Pontí-
fice, de condenar á innumerables inocentes por causa de unos pocos
culpados, si los había. Si Bougainville hubiera visto después de ciento
cuarenta años no producirse contra aquellos Jesuítas ni una prueba
seria de culpabilidad, hubiera suprimido del todo su condicional.
-501-
X
SAINT-HILAIRE: D'ORBIGNY: PAGE 268
Augusto Prouvensal de Saint-Hilaire, viajero francés, visitó
hacia 1817, la provincia de Río Grande de Brasil, permaneciendo
en ella por algún tiempo 3^ recorriéndola en varias direcciones, y
publicó una breve reseña de su viaje en 1823 con el título de «Aper^u
cfun voy age daiis Vmtérieíir dii Brésil.^ Las noticias completas
recogidas en aquella su expedición no se han publicado sino mucho
después de su muerte, en 1887, en un tomo en 4.° con el título de
«iVoyage aii Rio Gi'íuide do Siíl (Brésil)^.
Estudió Saint Hilaire el carácter de los Guaraníes y el estado
de las Misiones, entre las otras cosas que fueron objeto de su
atención.
Sobre el carácter de los Guaraníes, se expresa en los siguientes
términos.
«Hablé largamente con el Cura de San Borja [era Fr. Martin
Céspedes, anciano de más de 70 años'] que vive en medio de los
indios desde hace gran número de años: Y voy á referir aquí lo
que de él oí, combinándolo con mis propias reflexiones y las de
otras personas dignas de fe.» — <íLa imprevisión que caracteriza á
todos los indios, se halla, en los Guaraníes, acompañada de los
defectos que son su consecuencia, en igual grado que en las demás
naciones indias.-» <i.Los Guaraníes no tienen idea alguna de lo por-
venir. Aprenden con facilidad lo que les enseñan, pero nada ima-
ginan ni combinan. Son de carácter pacifico y obedecen sin difi-
cultad, pero no tienen fijeza alguna; no pensando más que en lo
presente, no pueden ser fieles á las promesas que han hecho. No
tienen elevación alguna de alma.-» «No tienen ambición alguna,
ningún apetito, ningiln amor propio. Si alguna ves economizan,
es únicamente por breve tiempo. Un Guaraní, por ejemplo, llegará
á procurarse con sus ahorros un vestido, que podría resguar-
darle durante largo tiempo de las intemperies del clima; pero
apenas lo tenga en su poder, cuando lo cambiará por una vaca, de
la cual nada quedará al cabo de pocos dias.-» <í No hay ni uno solo
-502-
de estos indios» (dice hablando de los refugiados entre los portu-
gueses hacia 1820) <t^qiie posea cosa alguna» (1).
«No es posible evitar el asombro de que se siente penetrado el
viajero^» (dice hablando de lo que hicieron en tiempo de los Jesuítas)
tal pensar que todos los pueblos de las Misiones y los edificios que
encierran fueron obra de un pueblo salvaje, dirigido por unos
cuantos religiosos. Es preciso que tuviesen conocimiento de todos
los oficios é inmensa paciencia para con los indios-» (2). Y no es
menor la aprobación que da á los misioneros por haber acertado á
conocer el carácter de los indios y acomodádose á él, atrayéndolos
de una manera particular por medio de las cosas sensibles y de la
música (3).
Representa en su «Reseña^ (4) los desastrosos efectos de la
expulsión de los Jesuítas. «Desde 1768», dice, <íf nerón entregados
los Guaraníes á hombres que en ellos no vieron sino los instru-
mentos de una rápida fortuna. Muy pronto se empobreció el país,
y concluyó por caer en completa decadencia. Los portugueses
trataron á los Guaraníes todavía peor que lo habían hecho los espa-
ñoles. Parecía que la corte de Lisboa y la de Río Janeiro hubiesen
olvidado que la provincia de las Misiones formaba parte de la
monarquía portuguesa, según la dejaban arruinar por los empleados
subalternos. En 1768, la población de los siete pueblos, hoy portu-
guesa, se elevaba á 30 mil habitantes. Cuando en 1801 se retiraron
los españoles, dejaron todavía 14 mil almas. En 1814, ya no había
más que 6,395; y por fin, yo mismo asistí al censo de 1821, y en
toda la provincia no se halló más población de indios que 3 mil.»
«Lo que digo aquí de las Misiones no concuerda enteramente con
las opiniones de D. Félix de Azara. Pero este escritor, que merece
los mayores elogios como observador y como pintor de costumbres,
estaba imbuido en algunos de los prejuicios que á menudo traían á
América los españoles, y se puso en contradicción consigo mismo al
hablar de los Guaraníes. Por otra parte, un historiador amigo de su
patria, el Dr. Funes, le ha refutado victoriosamente en su -¿"/¿srtjy o
de la Historia civil del Paraguay.»
Alcides D'Orbigny, naturalista y viajero francés, enviado á la
República Argentina por el Museo francés para estudiar el país,
(1) -Saint-hilaire, Voyage, pág. 357 y 284.
(2) Pág. 345.
(3) Pág. 285,
(4) Apekcu, pág. 69.
- 503 -
permaneció en ella dos años, 1826 y 1827, y publicó luego su «Voyage
DANs l'Amérique du Sud», en que estudia principalmente el aspecto
de la historia natural, y de paso trata también de la historia del
país.
Su especial preparación para los estudios de etnografía le llevó
á examinar con cuidado las diversas tribus indígenas durante los
largos viajes que hizo, no sólo por la República Argentina, sino por
gran parte de la América meridional, y mostró que podía juzgar
con la debida información y madurez de juicio publicando su trabajo
titulado «L'homme araéricain», que aun hoy tiene que ser consultado
por los especialistas de la materia.
Al reseñar en la primera parte de la obra principal la historia de
estas regiones, detiénese el escritor con gusto en los sucesos de las
Doctrinas Guaraníes. «En las Misiones del Paraguay», dice, «en
favor y en contra de las cuales tantos escritos se han publicado, no
cabe dudar que los indios, acostumbrados á verse maltratar por
los gobernadores militares, se sintieron dichosos con aquella forma
de gobierno que les aseguraba una vida tranquila, sin trabajo exce-
sivo, y sobre todo, alimentos y vestidos, que fabricaban ellos
en común: por eso todas las tribus inmediatas á los Jesuítas se les
incorporaron en poco tiempo con extraordinaria afición (1)».
Hablando del período de 1612 á 1628, se expresa así: «Estaban
las Misiones florecientes, y los indios Guaraníes, divididos en nume-
rosas y prósperas poblaciones, gozaban en paz del paternal gobierno
de los Jesuítas.»
Observa luego que, además de los asaltos de los paulistas, inter-
venía una causa que retardaba el progreso de las Misiones, y las
exponía frecuentemente á la corrupción, cual eran las expediciones
en servicio del Rey; y hace reparar que, á pesar de esto, hacia 1650
«estaban de día en día más florecientes, y se convertían en objeto de
envidia para todos los gobernadores inmediatos.»
Explica luego algunos servicios de los Guaraníes á la Corona;
refiere lo ocurrido en el Tratado con Portugal del año 1750, y final-
mente habla de la expulsión de los Jesuítas, y se detiene á examinar
el efecto que produjo en las Doctrinas, siendo la conclusión á que le
lleva su examen la siguiente: «Con tal régimen vióse desaparecer
casi del todo la provincia de las Misiones, de la que no quedó más
que un montón de ruinas.»
Pasa por fin á establecer su juicio acerca del sistema de los
(1) Partik Historiquk, Cap. IX. S IV.
-504-
Jesuítas, y dice: «He aquí en qué han venido á parar aquellos her-
mosos establecimientos que tanta materia dieron á las considera-
ciones de todos los filósofos de Europa; he aquí cuál fué para ellos
el resultado del desorden que sucedió á aquel tiempo de sosiego, en
que cada indio, exento de ambición, cumplía con la suave tarea que
se le había impuesto, veía su familia conservada, albergada, susten-
tada y libre de todo cuidado, sin haber de ocuparse de lo porvenir.
Cierto es que los neófitos no gozaban más que de una libertad muy
limitada; cierto que estaban bajo de una tutela permanente; pero creo
que este sistema les convenía más que el que le reemplazó con los
administradores. He podido estudiarlo largamente y en todos sus
pormenores en las Misiones de Mojos y Chiquitos, donde se con-
serva todavía, y lo creo preferible á todos los demás.»
Añade una observación muy digna de repararse: «Creo que sería
difícil juzgar con exactitud á los Jesuítas por sólo el éxito que
alcanzaron en las Misiones del Paraguay.» «El presente relato histó-
rico ha mostrado cuántas veces se vieron estorbados en su camino,
cuántas veces fueron arrojados y hubieron de ser nuevamente rein-
tegrados en sus funciones: cosas que, unidas á las requisiciones de
tropas que diariamente recibían de los Gobernadores del Paraguay
ó de Buenos Aires, durante los ciento cincuenta años de su admi-
nistración, habían de retardar necesariamente mucho los adelantos.
Por lo mismo nunca serán demasiados los elogios que se tributen á
la perseverancia y talento de hombres á quienes tantos obstáculos no
alcanzaron á impedir que obtuviesen éxito tan satisfactorio como
incontestable, á pesar de cuanto hayan podido decir adversarios en
quienes era menos visible el desinterés que la parcialidad» (1).
Vese, pues, que el viajero naturalista, cuya autoridad es de todos
reconocida, con pleno conocimiento de causa se pronuncia en favor
del régimen de los Jesuítas, que estima el más acomodado de todos
para el bienestar y la civilización de la raza Guaraní.
Tomás Jefferson Page^ marino y oficial comisionado por el
gobierno de los Estados Unidos para explorar las corrientes fluviales
tributarias del Río de la Plata y los países ad5^acentes, lo verificó en
los años 1853, 54, 55 y 56, y publicó la narración de su viaje en un
tomo en 4.°, Londres, 1859, con el título de «La Plata, Argentina
Confederation and Paraguay.» — En su obra habla á menudo de los
Jesuítas del Paraguay, y se detiene en narrar su historia, é igual-
(1) D'Orbigny, Part. hist. chap. IX. § IV.
-505-
mente describe y examina su método de gobierno en las Mi-
siones.
Tratando del influjo de la educación de los Jesuítas sobre los
Guaraníes, cuya importancia etnológica por su inmensa extensión
en el continente sud-americano hace notar, dice: <¡.Mostraron estos
admirable obediejtciay docilidad á las instrucciones de los Jesuítas;
llegaron á ser excelentes soldados, gracias á la instrucción militar
de ellos, y con honor para los Padres {por más que muchos de los
escritores españoles hayan agotado contra ellos todas las aspe-
rezas de su estilo), evidenciaron tal sumisión y fidelidad d la
monarquía española, que tomaron parte en muchas de sus guerras,
así contra sus enemigos extranjeros, como contra los domésticos;
contribuyendo en gran parte á sus victorias, y librando de graves
daños, y aun de la total ruina, al país en más de una de las insu-
rrecciones muy ramificadas y bien maquinadas» (1).
Juzga el autor que es punto dudoso si los salvajes americanos
son ó no son aptos para una civilización superior; porque á la civi-
lización introducida por los Jesuítas, que reconoce por admirable,
atento el estado de los indios á la sazón, no se le dio tiempo de des-
arrollarse hasta entablar otra en que los indios fuesen más indepen-
dientes. «La capacidad del salvaje americano para la alta civilización
nunca se ha demostrado plenamente. No se ha ensayado una
amplia y bien ordenada policía, que les otorgase la instrucción espi-
ritual junta con los derechos políticos y la libertad personal. Por
mucho que deploren todavía la humanidad y la religión el precipi-
tado y forzoso abandono de las Misiones de la Plata por los Jesuítas;
admirable como era la administración de los Padres, y extraordina-
rios como fueron los progresos de los indios en muchas de las artes;
sus «Reducciones» empero no eran más que comunidades religiosas,
gobernadas cada una de ellas por dos ó tres débiles hombres.
Fueron desoladas por feroces merodeadores, turbadas por la intro-
misión de gobiernos oficiales, que pretendían divisar en ellas los
gérmenes de un imperio independiente, miradas con celos por los
eclesiásticos, y cercadas de una población blanca que ansiaba hacer
esclavos sus neófitos. Empero, no se puede echar en cara á los Je-
suítas el que la condición de los indios viniese á ser, en resumen, la
de un pupilo. Ni nos debemos admirar si tan luego como estuvieron
expuestos á influencias reaccionarias, separados de sus paternos
gobernantes, y sujetos á la caprichosa y discordante tiranía de
(1) PAGE cit. pág. 157, cap. IX.
— 506 —
los gobernantes civiles y eclesiásticos, se vieron forzados á buscar
otra vez su salvaje libertad en los bosques» (1).
De los trabajos de los Jesuítas, en general, en las Misiones de
estas comarcas, dice así: «La parte de la historia de los Jesuítas que
se ha de considerar aquí, tiende toda hacia un juicio favorable de la
misión ejercida por muchos de los Padres. Ha3'an sido las que se
quiera sus contiendas en Europa, con dificultad alcanzan á sus reduc-
ciones de América. Por bajas que hayan podido ser sus intrigas de
corte referidas por escritores bien ó mal informados para suplantar
ministros y pretender puestos en el gobierno, en el Paraguay les
aguardaba una elevada misión. A esta parte del Atlántico^ su
obra fué santa» (2).
Al final de su libro habla de la expulsión de los Jesuítas en el
Paraguay; y después de exponer los recursos que tenían si hubieran
querido resistir, añade: «Yo entiendo que todo su proceder fué
gobernado por un sentimiento de simple obediencia al decreto del
monarca español, y nos fuerza la justicia á inclinarnos á su causa,
y simpatizar con sus infortunios. No se descubre ^ desde su entrada
en América hasta el fin, señal de movimiento alguno contrario. En
toda su historia, con dificultad se hallará un solo acto desleal,
aunque trazamos su historia d través de una serie de conmociones
populares y revueltas en medio de un pueblo aventurero y aficio-
nado á desordenadas intrigas. Con frecuencia tomaron las armas
en favor del Rey: nunca en contra de él; y puede añadirse con ver-
dad que ningún otro pueblo, orden ó cuerpo adelantó jamás tanto
los intereses de España en el continente americano .y>
«Su extrañamiento ni fué acertado ni político. Ni sirvió á los
fines ni á los intereses del pueblo español ni del rey de España. La
vida de misio)iero era preeminentemente la esfera del Jesuíta. Su
goiio, sus adquisiciones, las aficiones que hacían peligrosa su pre-
sencia en las cortes del Continente, le hacían eminentemente apto
entre los salvajes del Plata. En arrancarlos de las misiones de
Chiquitos, del Paraná, del Uruguay y todas las otras, echajnos de
ver un empeño inconsiderado^ contrario á la caridad y anticristiano,
en llevar d cabo su completa extinción, casi sinfín alguno. El an-
ciano Papa Clemente declaraba esta Orden útil, piadosa y santa;
y estas tres cualidades se verificaban en las reducciones de los mi-
sioneros de América, cuanto quiera que faltasen en cualquier otra
parte.»
(1) Page, La Plata, etc. Pág. 191, c. XI.
(2) Pág. 466, c. XXVlí.
-507 —
«Asara los hostiliza con perpetua enemistad en todas sus dispo-
siciones»; «> aunque sin fundamento, desprecia los beneficios de
los misioneros Jesuítas. Ningún conquistador peleó con éxito igual
al de los Padres, ni pudo presentar como hecha por él conquista de
mayor extensión. Pero los Paulistas y los Comuneros, enemigos en-
trambos de la Corona, completaron gradualmente la obra de su
destrucción.»
<íAñadamos otra consideración. Vamos á indagar si las ense-
ñanzas de los Jesuítas tendían más que cualesquiera otras al bien
en el estado temporal y espiritual de las muchas tribus indígenas
que se dejaron á su cargo desde su barbarie primitiva. Hay quienes
condenan, sin probarla empero., la codicia de los Jesuítas, la ambi-
ción de los Jesuítas, y la condición de minoridad en que en suma
eran mantenidos los indígenas. Si nada había en el régimen jesuí-
tico capas de excitar la emulación, á lo menos los indígenas vivían
dichosos, con él alcanzaban considerable civilización, y retrograda-
ron rápidamente hacia el barbarismo con el régimen temporal y
espiritual que reemplazó al de los Padres. Díidamos que en aquel
tiempo hubiera podido sustituirse un sistema más amplio de ins-
trucción en vez del de los Jesuítas, y la humanidad tiene que deplo-
rar la destrucción de aquella fundación cristiana, sobre la cual
hubiera podido alcanzarse, en su período ulterior , una noble estruc-
tura superior de civilización del indio, un desenvolvimiento del
entendimiento del indio todavía desconocido para nosotros.»
Establece una comparación entre el sistema de los encomenderos
y el de los Jesuítas, en que resaltan más los beneficios hechos por los
Padres á los indios, y pregunta después: <i-Los encomenderos guia-
ban sus esclavos á la ynuerte; los Jesuítas tomaban todas las provi-
dencias que podían hacer á sus neófitos felices y darles contento.
El un sistema era instrumento de civilización presente y de futura
ilustración; el otro, una injuria al progreso y á la humanidad.
Nunca sobrecargados en el trabajo del campo, y siempre anirnados
allí con la incitación de la música, remediados en todo cuanto les
faltaba, sin solicitud, instruidos por los Jesuítas mismos, admiti-
dos á los «.misterios» de la Iglesia, instruidos en el uso de las armas
y en el arte de la guerra: ¿de dónde podían ellos haber obtenido
todo esto, sino de la energía, sagacidad, abnegación y unidad de la
Orden de Loyola? Era esta verdadera, civilización la que con cierta
razón inspiraba tan fundados temores entre los españoles, y á pro-
porción hacía el ministerio délos misioneros Jesuítas más hermoso
y más digno de ser admirado. Las numerosas tribus de los Guara-
- 508 -
ufes hubieran llegado 7nucho tiempo antes al extremo de su extin-
ción, sin el establecimiento de las misiones de los Jesuítas: colocadas
entre los fuegos cruzados de españoles, portugueses y paulistas, no
les quedaba finalmente sino poquísima esperanza de existencia. Esta
gran rasa, de la cual hoy sólo la sombra queda, hubiera desapare-
cido rápidamente centenares de años ha. El sistema de los Jesuítas
y el seglar tío tienen comparación. y> <íCon la ausencia de los Padres.,
cayeron las misiottes en la más irremediable confusión.-» <íFaltaba
la armonía y disciplina de los Jesuítas., y sin armonía y disciplina^
no hay misión que pueda formarse. Los indios huyeron á las sel-
vas.t> «.En 1801 hizo el censo de la población D. Joaquín de Soria.
Quedaban en aquel tiempo en las Misiones 45.639 almas, 98.358
menos que en el año 1767 . En aquel espacio de treinta y cuatro
años habían desaparecido más de los dos tercios del número origi-
nal: las vacas, ovejas y caballos se habían aniquilado; la antigua
energía de la república cristiana estaba consumida, hasta quedar
apenas un esqueleto de aquellas florecientes misiones de los Jesuí-
tas. Aquí y allá, alguna espaciosa iglesia que se está derruínbando,
con sus descoloridos frescos, habla de aquella riqueza y civilización
que desaparecieron .y>
CONCLUSIÓN
Hanse aplicado en este segundo libro, con la posible diligencia,
todos los criterios objetivos aptos para conducir á apreciar el siste-
ma de las Doctrinas según los méritos de la obra; sus efectos ya
dentro de las mismas Doctrinas, ya saliendo de ellas para redundar
en beneficio de la sociedad á la cual pertenecían; el paralelo con los
sistemas aplicados á la misma raza y en idénticas circunstancias,
consultando á la razón en cuanto á la diversidad de procedimientos
y á la experiencia en cuanto á los frutos obtenidos; el examen pon-
derado de otros planes propuestos para el mismo gobierno, aunque
no llevados á ejecución; los juicios de crecidísimo número de obser-
vadores, cuya atención é interés en acertar había despertado lo insó-
lito del hecho que miraban realizado en las Doctrinas, y en ocasio-
nes también la responsabilidad que les imponía su oficio de velar por
el bienestar espiritual y temporal de aquellos subditos. Los efectos,
la comparación y el examen de otros planes han mostrado en la
esfera de los hechos la excelencia del régimen de las Doctrinas:
siendo pruebas tanto más ciertas, cuanto según la enseñanza del
divino Salvador, en nada se conoce con más evidencia la natura-
leza de los árboles que en la calidad de sus frutos (1). Los juicios
vienen á corroborar la misma conclusión. Es verdad que ha habido
diversidad en ellos, ni han faltado juicios contrarios: circunstancias
que no se verán jamás ausentes de cualquier colección de juicios de
los hombres sobre un hecho ó institución determinada. Pero, ante
todo, los juicios capitales, los que son de mayor estimación, dados
por los testigos inmediatos de toda la obra de los Jesuítas, que por
el cargo que la conciencia les imponía en razón de su ministerio, se
sentían obligados á escudriñarlo todo hasta encontrar la verdad, y
á reprobar si algo hubiera de vicioso, resultan de tal manera favo-
rables y llenos de elogios, aun en los casos en que más obstinada-
(1) Matth. VIL 16.
-510-
mente habían sido acusados los Jesuítas, y en que se habían hecho
las más cuidadosas pesquisas: que es de maravillar cómo ante tales
fallos haya habido audacia para repetir los mismos cargos contra los
misioneros. Estos solos juicios bastan á los apreciadores imparciales
para dar por buena la obra. — Además, considerados los juicios res-
tantes, se puede afirmar que, en número, igualan si no superan los
que juzgan favorablemente á los adversos: y en calidad, ciertamente
les exceden. Analizados atentamente los cargos de los que hallan
errado el sistema, se ha visto que, de ordinario, se fundan en inexac-
tas descripciones de los hechos que llegan á desfigurarlos entera-
mente, y á veces son efecto de la pasión.
Preciso es, pues, reconocer que en las Doctrinas jesuíticas del
Paraguay, en medio de las deficiencias que acompañan á toda em-
presa humana, se realizó una obra de inmenso beneficio para los
mismos indios y para la sociedad civil á que fueron incorporados; y
se vio uno de aquellos hechos que rara vez acaecen en la vida de las
naciones, y obligan á reconocer el dedo de Dios que los dirige. No
han faltado escritores arrojados que afirmaran haber tentado los
Jesuítas un vasto experimento de lo que podría obtenerse aplicando
un plan preconcebido á una vasta multitud compuesta de centenares
de miles de criaturas racionales. El experimento jamás existió sino
en la fantasía de esos escritores; ni los Jesuítas tuvieron otro intento
que el de reducir aquellas almas á Dios su Criador. Pero sobre el
intento de los Jesuítas había otro designio mayor: el plan de la Pro-
videncia divina, que quería dar una muestra de la omnipotencia de
su gracia, aun actuando por medio de débiles instrumentos, como
eran los misioneros, pocos, inermes, extranjeros, delante de una mul-
titud inmensa de salvajes; y aun teniendo por materia unos ánimos
tan degradados é incapaces, como con su barbarie é infidelidad habían
llegado á ser los Guaraníes. Por mano de aquellos instrumentos se
había cumplido la obra de la misericordia de Dios, levantando á un
pueblo caído hasta hacerlo vivir con la verdadera vida, que es la de
la fe y de la gracia; y por la misma estaba preparada su conserva-
ción y perfeccionamiento aun en el orden de la civilización, si no
hubiera sido atajada brusca y violentamente la obra.
APÉNDICE
SIGUEN LOS
DOCUMENTOS
Y ACLARACIONES
PROSIGUEN
LOS DOCUMENTOS Y ACLARACIONES
Nüm. 46.
DOS TESTIMONIOS
sobre la excelencia del opúsculo inédito que se sigue.
Y comprobación de su autenticidad.
(Arch. de la prov. de Castilla.)— (Roma, Bibl. Val. col. lat. 8215.)
«El autor de esta obra es el P. N. Cardiel. Entró en nuestra provincia
de Castilla. Fué en ella discípulo en Filosofía del P. Pedro Calatayud.
Pasó á la provincia del Paraguay; y en el día es sujeto grande de ella: ya
bastante anciano, docto, de piedad y de mucha práctica en las célebres
Misiones de los Guaraníes en el Paraguay. El mismo Padre ha respondido
muy á la larga al libro del expulso Bernardo Ibáñez, intitulado Reino
Jesuítico del Paraguay. He leído esta respuesta: pero no pude trasladarla.
Está no menos sencilla que esta historia: y pone á la luz del mediodía la
malignidad y bribonería del desbaratado Ibáñez.»
«Para dar alguna tal cual autoridad á este traslado, me ha parecido
firmarle al fin, como lo hago. Bolonia y Julio 17 de 1774.
Manuel Luengo (rúb)».
(Luengo, Papeles varios, tomo 4.**)
«Después de escrito ese Tratado año 1770 en Bolonia, en este año
de 1771 he recibido, leído, y se ha leído con singular aprobación de las
provincias de Castilla y Paraguay' y remitido á Roma una copia fiel, la
Relación que formó el P. Josef Cardiel (discípulo mío en la Filosofía por
los años de 1722, 23 y 24 en Medina) que trabajó en las Misiones, Reduc-
ciones y conversiones de indios desde el año de 173 [0] en la provincia del
Paraguay hasta el de 176S por Diciembre, en que salió de ella exterminado
para España, y después de España para Italia, en donde formó dicha Rela-
ción. Y es de advertir que, aunque el exterminio se intimó en el Paraguay
á los PP. todos el año 1767, no obstante á los PP. Jesuítas Curas de los
Guaraníes y Curatos, los detuvieron por un año, dando pasto espiritual de
33 Organización social de las doctrinas guaraníes.— tomo ii.
-514-
doctrina y sacramentos á los indios, mientras disponían religiosos y clé-
rigos que supliesen por los Jesuítas. Bien entendido, que si en algo lo
escrito por mí no se conformase con lo que va en esta Relación del
P. Cardiel, se ha de estar á ésta para hacerse más creíble.»
(Autógrafo del P. Pedro Calatayud, al principio de su Tratado del
Paraguay.)
Núm. 47.
CARDIEL, P. JOSÉ, S. I. Breve relación de las Misiones del Paraguay
«JHS / BREVE RELACIÓN / DE LAS / MjSIONES DEL PARAGUAY»
«MI MUY VENERADO P. PeDRO DE CaLATAYUD:
«Uno de los principales puntos que V. R. me encarga, es una relación
universal de las decantadas Misiones del Paraguay, por haber yo habitado
en ellas dos veces: la primera, doce años: y la segunda, después de algún
tiempo, diez y seis: en que estuve en todos sus pueblos y territorios muchas
veces, ya con oficio de párroco, que lo fui en seis pueblos sucesivamente:
ya de Compañero de los Curas, y con otros muchos empleos, con ocasión
de las revueltas que allí ha habido en estos años.
«Haré lo que pudiere para satisfacer á V. R., á quien tanto debo.
«Y para que mejor se entienda lo que de ellas dijere, trataré primero
algo de las conquistas y población de los primeros españoles, y de la
extensión de la provincia Jesuítica del Paraguay. Por no tener en este
destierro libros é Historia á mano, no podré señalar el año fijo de algunos
pasajes con toda certeza, pero sí á corta diferencia. Va también un mapa
para mayor claridad.
«CAPITULO I
«POBLACIÓN DE LOS PRIMEROS ESPAÑOLES
DEL PARAGUAY
Llegan más «Hacia el año 1530 fueron los primeros españoles al río de la
demilespa- . i t-> a • -i
ñoies al Río Plata. Hicieron el tuerte de Buenos Aires, y otros no arriba,
de la ata Fundaron la ciudad de la Asunción en la región de Paraguav.
Forman ^ " , ,
ciudades JLos españoles que llegaron eran mu y tantos que, después de
muchas guerras con los indios, quedaron en cuatrocientos. Estos, gozando
de algún sosiego é intimidados los indios de sus armas, se dividieron á
formar varias poblaciones, á distancia de cien leguas, y otras mucho más,
de la ciudad, quedando en ésta la mayor y más noble parte. A cada pobla-
ción de éstas iban sesenta ó setenta españoles. Formaban sus casas de
-515-
paredes de palos y cañas, y barro metido entre ellas, y cubiertas de paja.
De esta manera fundaron en el Río de la Plata y Paraná á Buenos Aires,
Santa Fe de Paraná y Corrientes: y hacia el Brasil, las poblaciones de
Ciudad Real, Jerez y Villarrica. Y á estas poblaciones tan cortas y pobres
llamaban ciudades. De ellas dos, que son Ciudad Real y Jerez se asolaron:
Lo mucho las demás perseveran, pero con poco aumento. Sólo Buenos
cMoBueríos Aires ha crecido tanto, que tiene una legua de largo, y como
Aires media de ancho, con casas de ladrillo, cubiertas de teja todas,
aunque casi todas son de un suelo, y con mucho comercio y abundancia de
víveres, al modo de las buenas ciudades de Europa.
Fundan dos «Redujeron todas estas poblaciones á una gobernación y
Obispado;, Obispado, cuyas cabezas residían en el Paraguay. Después
las redujeron á dos, añadiendo la de Buenos Aires, que comprende á
Santa Fe y Corrientes, y á una nueva ciudad que se formó en este siglo.
Formóse llamada Montevideo. Todas á una y otra orilla del gran río
una ciudad , , r», r-» - r^ - i i t i i
Río de la ^^ ^^ rlata y Paraná, h-ste no de tan esplendido nombre, es
Plata el mismo que Paraná, que significa en aquella lengua pariente
del mar. Desde su nacimiento hasta el río Uruguay, que entra en él seis
leguas antes de Buenos Aires, se llama Paraná. Desde ahí hasta el mar en
los cabos de Santa María y San Antonio, llámase Río de la Plata. Véase bien
ese mapa de toda la América meridional. Llamáronle de la Plata por
juzgar había mucha en él, engañados por ciertas señas; pero no tiene más
plata que el Ebro ó el Tajo.
«Como sujetaron por armas muchas naciones, se les impuso tributo en
señal de vasallaje. Y para premiar á los conquistadores, repartió el Rey
entre ellos el tributo, señalando para cada conquistador cierto número
de tributarios, según sus ma3'ores ó menores méritos, con obligación de
cuidar de ellos en lo cristiano y político. Y como á poco tiempo viesen que
los indios con gran dificultad pagaban el tributo, no porque fuese mucho,
sino por su gran desidia, paró el punto en que los tributarios sirviesen
personalmente al conquistador dos meses al año en lugar del tributo. A
estos conquistadores llamaban encomenderos., y á los tributarios, 77iitayos, y
al servir los dos meses, pagar la mita. Pero no se contentaron con los dos
meses. Los más se hacían servir del mitayo todo el año, sin pagarle los
diez meses: y el más escrupuloso, seis ó siete meses. Los Nuestros en
particular y en público en los pulpitos procedían con celo contra este impío
abuso; y por ello fueron tan perseguidos que llegaron en algunas partes á
echarlos de los colegios. La ciudad que más se señaló en esta persecución
fué la del Paraguay. Pero al fin, después de muchos años y trabajos, como
iban adargados con las leyes y Cédulas Reales, prevaleció la verdad y el
verdadero celo. A que se añadió el haber venido de Europa más gente y
más jueces, que pusieron en razón y equidad este asunto. Y ya ha muchos
años que sólo sirven los dos meses, pero con gran diminución de los indios,
que perecieron muchos en las vejaciones antiguas: de tal manera, que
habiendo en aquellos tiempos en la jurisdicción de la ciudad del Paraguay
cincuenta mil indios matriculados, según consta de los libros de Cabildo,
estos años no pasaban de ocho mil de todas edades y sexos, según consta
de la matrícula que traía el Sr. Obispo Torres de resulta de su Visita. Y
aunque en lo antiguo eran muchos pueblos, ahora sólo son diez, y de casas
-516 —
de paia: los seis á cargo de clérigos Curas, y los cuatro de religiosos de
San Francisco. En este estado están las cosas del Paraguay, sin haber
más indios, ni más adelantamiento en aquel Obispado, sino sólo unas nue-
vas misiones de infieles que los Nuestros iban entablando estos años. En
el Obispado y gobernación de Buenos Aires, hay en la jurisdicción de las
Corrientes, dos pueblos á cargo de los PP. de S. Francisco: uno de dos-
cientas familias, otro de quince ó diez y seis. En la jurisdicción de Santa Fe
hay uno de veinte familias. Y en la de Buenos Aires, tres de diez y siete á
veinte familias No hay más que esta poquedad: y los treinta de Jesuítas,
asunto principal de este escrito.
«CAPITULO II
«EXTENSIÓN DE LA PROVINCIA JESUÍTICA DEL PARA-
GUAY, CON OTRAS PARTICULARIDADES
«1. En aquel vastísimo continente de la América, hay reinos y goberna-
ciones. Los reinos son Perú, Chile, Quito y Nuevo Reino. Las gobernacio-
nes, Buenos Aires, Paraguay, Tucumán y Santa Cruz de la Sierra. Todo
se declara en el mapa. En estos cuatro Reinos y cuatro gobernaciones
tenían los Jesuítas cinco provincias: la del Perú, de Chile, de Quito, de
Nuevo Reino y la del Paraguay: además de la otra grande provincia de
Méjico, que tenían en la América Septentrional, En todas estas provincias
tenían muchas misiones. Las principales eran las del Orinoco, las de Mara-
ñón en Mainas, las de Mojos y las de Araucanos. La del Paraguay com-
prendía en su extensión las cuatro gobernaciones: que vienen á ser tanto
espacio como España, Francia, Italia é Inglaterra: y además de las famosas
misiones de los Chiquitos y otras en las tres gobernaciones, contiene las
de nuestro asunto, que vulgarmente se llaman del paraguay, aunque
las Cédulas Reales las llaman doctrinas, no misiones: porque misiones
sólo llaman á las que no tienen Cura colado: y éstas ha muchos años que
lo tienen con presentación Real y canónica institución. Y todas pertenecen
á la gobernación del Paraguay.
«2. En tan largo espacio de estas cuatro gobernaciones no hay más
que 15 poblaciones de españoles (españoles llaman allí á todos los que
descienden de esta sangre, aunque sean nacidos allí). En Buenos Aires
son cuatro: la de este nombre, Montevideo, Santa Fe y Corrientes: y más
los tres pueblecitos de indios, que arriba apunté. En el Paraguay, tres: la
Asunción (que ya dije llaman vulgarmente Paraguay) , la Villa Rica, y la
villa del Curuguatí. En Tucumán, siete: Salta, Córdoba, Santiago, San
Miguel, Jujuí, Riüja y San Fernando. Y en Santa Cruz de la Sierra, sola
la de este nombre. Todas estas jurisdicciones tienen tal cual pueblo de
indios cristianos, pobres y pequeños. En todas estas ciudades tenían los
Jesuítas colegio: y en las de Montevideo, San Fernando y Jujuí, residencia.
Las distancias de estas poblaciones son entre sí tan largas, como se puede
considerar en tan dilatada extensión, de cien y más leguas: y los interme-
— 517-
dios están en parte poblados de pastores de ganados, y parte de indios
infieles, ya de paz, ya de guerra. En el mapa no se ponen todas, sino la
capital de cada gobierno, por estar en punto reducido: y tal cual de las
más nombradas.
«3. Todas estas ciudades y villas son de muy humilde fábrica, y de
poca vecindad y comercio, excepto la de Buenos Aires, de quien ya apunté
algo. En tan largas distancias de caminos, que se hacen en carros, ó en
muías cuando la tierra fragosa no los permite: como no hay ventas, ni
posadas, se lleva todo lo necesario, como en el mar, desde la sal, hasta la
agua, que ésta falta también en parte, ó es mala. Los ríos no tienen puen-
tes: y algunos son muy caudalosos. Para pasarlos se llevan prevenidos
cueros de toro. Se hace una pelota, ó un cuadro de un cuero de éstos. Se
levantan alrededor las orillas como una tercia, y se afianzan con un cordel,
para que estén tiesas. Métese el hombre y las cargas dentro, á la orilla del
río: y otro nadando va tirando de un cordel la débil barca hasta la otra
orilla, ó va desnudo encima de un caballo nadador. Sufre cada cuero de
éstos doce ó catorce arrobas: y pasa y vuelve á pasar hasta más de una hora,
sin que se ablande. Así caminan los Jesuítas y toda gente de alguna dis-
tinción. Los indios y gente baja pasan los ríos nadando al lado ó encima de
sus caballos, y sus alforjitas en la cabeza. Todos, en aquellos países, cami-
nan á caballo, porque las cabalgaduras son muy barat3,s, á peso ó dos pesos
cada caballo, y á dos ó tres pesos las muías. Están aquellos desiertos llenos
de yeguas y caballos sin dueño, y no cuesta más que cogerlos. Así mismo
las vacas son á peso; y si es gorda, á dos: y las ovejas, á uno ó dos reales
de plata. Allí no hay vellón. La menor moneda es medio real de plata: y
por la mayor abundancia de este metal que hay allí, se estima un peso
como en España un real. Las cosas que van de España son las que allí
valen mucho. Los Jesuítas de esta tan dilatada provincia eran cuatrocien-
tos y tantos: ahora, después de tantos muertos en tantos trabajos de mar y
tierra, hemos quedado en 330. Dada ya alguna noticia de los principios
políticos del Paraguay, y de la extensión de la provincia Jesuítica, vamos
á las antiguas Misiones.
«CAPITULO III
«PRINCIPIOS DE LAS MISIONES DEL PARAGUAY
«1. Habiendo reducido á la obediencia del Rey los primeros españoles
todas las naciones de indios infieles del río Paraguay y parte de las del
Paraná á fuerza de armas; no alcanzó su valor á sujetar las del Guayrá,
ni las del Paraná abajo. Las primeras estaban encima del gran Salto del
Paraná en su banda oriental. Las segundas, hacia la junta que hacen los
dos ríos Paraná y Paraguay: y estando sin esta sujeción, estaban consi-
guientemente sin sujeción al Rey del cielo. Dos Jesuítas, deseosos de ganar
para Dios aquellas pobres almas, salieron del Paraguay hacia el año 1610,
y con grandes peligros de la vida entraron en las del Paraná abajo.
- 518 -
«2. Casi al mismo tiempo entraron otros dos Jesuítas á las del Salto,
sin más escolta ni más armas, entre gente tan feroz, que una cruz en la
mano, que servía de báculo. Unas y otras naciones tenían y tienen en los
escritos el nombre de guaraníes, y son de una lengua, aunque los españo-
les y portugueses han dado en llamarlos tapes, por la equivocación de la
nación del tape. V^ulgarmente son entendidos por las misiones del para-
guay esas naciones y las demás que después se les juntaron, y componen
treinta grandes pueblos: y por eso en el mapa les doy este título, y en esta
relación.
«3. Hallaron los Misioneros unos indios los más bárbaros, sangrientos
é incultos del mundo. No tenían pueblos en forma, sino algunos aduares de
cabanas de paja debajo de algún cacique, á quien daban alguna obedien-
cia. No sembraban sino una cosa corta, que les duraba pocos días. Vivían
de caza y de la pesca. Andaban casi del todo desnudos: tenían continuas
guerras unos caciques contra otros. A los que mataban, luego los asaban
y se los comían. A los prisioneros engordaban primero como á cebones, y
después los mataban y hacían banquetes de sus carnes. Sus vicios domi-
nantes eran la lascivia y lujuria de bestias, la embriaguez, la venganza y
la hechicería.
«4. Recibieron de paz á los Padres: y entre continuos trabajos y peli-
gros de la vida, lograron domesticar aquellas fieras, reduciéndolos pri-
mero á racionalidad en pueblos grandes, y después á vida cristiana. En 20
años de trabajos apostólicos, tenían ya formados en el Paraná abajo algunos
pueblos tan numerosos, que en ellos se recogieron las gentes de cincuenta
y sesenta leguas en contorno, que entonces estaban muy poblados aquellos
países. Y en el Paraná arriba, encima del Salto, que llaman la provincia
del Guayrá, los dos Misioneros, con otros que se les fueron juntando, for-
maron al mismo tiempo trece pueblos con cincuenta mil almas, en que
había como diez mil familias. (A cada casado con su mujer é hijos llamamos
familia: una con otra suele haber cinco personas ó almas. En el anua nume-
ración que se hace de las Misiones del Paraguay siempre salen más de
cuatro almas por familia, y nunca llegan á cinco.)
«4. [sic] Pasados veinte años, en que }^a había en los trece pueblos del
Guayrá no sólo justicia y cultura, con Corregidores, Alcaldes, oficios mecá-
nicos, bienes de comunidad, etc., sino también iglesias magníficas, cada
una con su capilla de músicos bien diestros, cuya facultad les enseñó un
Padre que había sido músico del Emperador, cosa que causaba grande
admiración ver á los que antes eran sangrientas fieras, tan mudados en lo
racional y cristiano; vinieron á infestarles los Mamelucos de San Pablo
hasta acabarlos. Hay en el Brasil, no lejos de Río Janeiro, una ciudad lla-
mada San Pablo (que entonces más merecía el nombre de Saulo). Los
portugueses que la fundaron, habiendo sujetado por armas los indios en
contorno, que llaman Tupíes, se casaron con las indias. Como era ciudad
retirada hacia los confines de los dominios del Rey de España, según la
línea de territorios echada por el Papa Alejandro VI (que se pone en el
Mapa) en que se convinieron los dos Reyes, y además de esto, tenía cami-
rk)s y entradas difíciles: se refugiaban á ella muchos hombres facinerosos,
la drones, homicidas y lujuriosos. Vivían con gran libertad, sin que la jus-
ticia pudiese sujetarlos. Estos salían en gruesas tropas acompañados y ayu-
-519-
dados de los Tupíes, que les servían de criados ó esclavos, á coger indios
infieles para servirse de ellos como esclavos en sus ingenios de azúcar y
demás labranzas. Había excomunión pontificia de que no se hiciesen seme-
jantes violencias; pero ellos no hacían caso de eso, diciendo que iban á
misión para traer aquellos infieles á que se hiciesen cristianos: siendo así
que á los que se resistían en entregárseles, los mataban, y á los que traían,
los herraban como esclavos, y aun los vendían por tales. Pusiéronles este
nombre de Mamelucos, á lo que parece, á imitación de los Mamelucos de
Egipto, con quienes tuvieron sus peleas los portugueses en el Mar Rojo: y
allí llaman Mamelucos á los que en Turquía llaman Geni'zaros.
«5. Estos, á los principios, se contenían en coger infieles. Hicieron
varias correrías en las cercanías de los trece pueblos: y servía de algún
provecho, porque muchos, por huir de los Mamelucos, se acogían á los pue-
blos, y se hacían cristianos. Entraban también los Mamelucos á los pue-
blos, y afectaban devoción á los templos y á los Misioneros. Mas viendo que
la caza de los infieles iba despacio, por estar separados y en pequeños
aduares (que allí llaman Rancherías), y que los cristianos y catecúmenos
eran muchos millares y juntos: picándoles la infernal codicia, y destituidos
de toda piedad y cristiandad, entraron de mano armada en los pueblos,
matando á cuantas se resistían, por la ventaja de las armas de fuego, y
maniatando á todos los demás, y amenazando con la muerte, y aun hiriendo
á los Misioneros, que defendían como podían sus ovejas. Hicieron en esto
estragos inauditos. De este modo destruyeron los trece pueblos casi del
todo. Los que pudieron escapar, fueron transmigrados por los Padres á los
pueblos del Paraná abajo, casi doscientas leguas distantes: y después de
excesivos trabajos, por bosques y sierras, cargados de sus tiernos hijos,
llegaron como cuatro mil almas, residuo de cincuenta mil. Va en el mapa
apuntada al grado 22 la provincia del Guayrá, de donde salieron y eran
naturales.
«6. Como los Padres de los trece pueblos eran veintiséis ó más (que
procuran estar dos juntos á lo menos), y no eran menester tantos para las
cuatro mil almas, oyendo decir en el discurso de la transmigración que
hacia el poniente, á orillas del río Paraguay, había muchos indios no mal
dispuestos para el Evangelio en el país de los Itatines, se encaminaron allá
algunos. Fueron bien recibidos: y á costa de muchos sudores, penurias,
fatigas y peligros (que de todo esto hay siempre mucha cosecha en Misio-
nes nuevas, pero que lo endulza Dios con muchos consuelos del alma), en
algunos años formaron ocho pueblos. Supiéronlo los impíos Mamelucos, y
por el camino que por bosques 3^ sierras habían abierto los Padres para
ganar aquellas almas, fueron ellos á destruirlas. Hicieron lo que en el
Guayrá, y aun mataron un Padre á balazos. Los que pudieron escapar fue-
ron transmigrados á los pueblos dichos del Paraná abajo. Con los cuatro
mil que escaparon del Guayrá, hicieron los pueblos de Loreto y San Igna-
cio Mirí: y con estos Itatines el de Ntra. Sra. de Fe, que se ven en el
mapa.
«7. Como el diablo por medio de los Mamelucos iba destruyendo indios,
iba Dios dando otros muchos en diversos países. A este tiempo descubrió
Dios la provincia del Tape, muy poblada de indios. Está este país en las
cabeceras del río Ibicuí, que es el que el mapa pone que entra en el río
-520-
Uruguay cerca de Yapeyú. No se apunta esta provincia, porque lo estorba
el letrero de las notas, en donde pertenecía ponerla. Aquí en pocos años
fundaron los Misioneros nueve pueblos grandes, que había pueblo de dos
mil familias, en que suele haber diez mil almas. Aquí también vinieron los
Mamelucos. No era factible resistirles, porque todos venían con armas de
fuego y espadas: 3' los indios, aunque eran muchos más, sólo tenían garro-
tes y saetas de hueso de que se burlaban con sus broqueles y Escupilks.
Llaman Escupiles á unas sotanas colchadas apretadamente de algodón;
que no pasan las saetas. No obstante, con una estacada que hicieron en el
pueblo de Jesús María, pensaron defenderse: y estando en la defensa un
hermano Coadjutor con los indios, le dio una bala en una medalla que tenía
al pecho, sin más daño que estampársela sin mucha molestia. Y á dos
Padres que estaban resguardándose con unos maderos, les hirieron, aun-
que no de muerte. Salieron vencedores los Mamelucos, y prosiguieron
hasta asolar los nueve pueblos, con muerte de muchos indios, y cautiverio
de muchos millares. El residuo transmigraron los Padres á los pueblos de
Uruguay, hasta donde habían llegado los Padres del Paraná formando
pueblos.
«8. Cebados los Mamelucos con tanto botín, como la codicia aumenta
las ganas de tener más, según el otro: Crhscit amor nummi quantum ipsa
PECUNIA CRESCiT, prosiguieron detrás de los trasmigrados hasta el río Uru-
guay. Viendo los Padres que no había más defensa en los indios, que la
muralla de aquel gran río, y temiendo que ésta la venciesen los agresores;
enviaron á España al venerable P. Ruiz de Montoya, que se había hallado
en estas irrupciones del Guayrá y Tape, para alcanzar de la Corte algún
remedio. Diéronse algunas providencias que no tuvieron efecto por las difi-
cultades de aquellas tan distantes partes. Una de ellas fué permitir que los
indios tuviesen armas de fuego, cosa que estaba vedada á todos los de toda
la América. Como esto no costaba dificultad á otros, se puso en ejecución.
Compráronse luego de los bienes de la comunidad de cada pueblo armas
y municiones. Adiestráronse los indios en ellas. Vinieron los Mamelucos,
y antes de llegar al Uruguay y cercanías de los pueblos, les salían al
encuentro. Fueron vencidos los indios en varias refriegas, hasta que el año
de 1644, habiendo juntado todo su poder en un ejército de cuatro mil y
novecientos hombres portugueses y tupíes, con intento de asolar los pue-
blos todos, fueron del todo derrotados y nunca más volvieron. Desde
entonces respiraron los pobres indios, y fueron creciendo en toda cultura
y cristiandad hasta este siglo.
«CAPITULO IV
«ESTADO PRESENTE DE LOS PUEBLOS, SU FÁBRICA, ETC.
«1 . Hablaremos aquí del Estado y porte que tenían antes del año 1768,
en que fueron desterrados los Jesuítas por orden del Rey, y puestos en su
lugar, para lo espiritual, religiosos de otras órdenes: y para lo temporal,
-521-
admiaistradores seglares. Y trataremos sus cosas como si estuviesen pre-
sentes. Hay al presente treinta pueblos (como se ve en el mapa) en las
orillas y cercanías de los dos grandes ríos Paraná y Uruguay. Son com-
puestos de los indios que vivían en los países circunvecinos de esos ríos, y
de los transmigrados del Guayrá, Itatines y Tape. Tienen como cien mil
almas. Los pueblos de Itapúa, Corpus y Santa Ana, San Miguel y San
Ángel, pasan de mil familias: el de Yapeyú pasa de mil setecientas: los
otros tienen de 600 á 700.
«2. La planta de ellos es uniforme en todos. Todas las calles están
derechas á cordel, y tienen de ancho diez y seis ó diez y ocho varas. Todas
las casas tienen soportales de tres varas de ancho ó más, de manera que
cuando llueve, se puede andar por todas partes sin mojarse, excepto al
atravesar de una calle á otra. Todas las casas de los indios son también
uniformes: ni hay una más alta que otra, ni más ancha ó larga; y cada
casa consiste en un aposento de siete varas en cuadro como los de nues-
tros colegios, sin más alcoba, cocina ni retrete. En él está el marido con
la mujer y sus hijos: y alguna vez el hijo mozo con su mujer, acompa-
ñando á su padre. Todos duermen en hamaca, no en cuja, cama ó suelo.
Hamaca es una red de algodón, de cuatro ó cinco varas de largo, que cuel-
gan por las puntas de dos largas estacas, ó pilares, ó de los ángulos de la
pared, levantada como tres cuartas ó media vara de la tierra: y les sirve
también en lugar de silla para sentarse ó conversar. Y es cosa tan
cómoda, que muchos españoles, aun de conveniencias, las usan. Si es
verano, es cosa fresca. Si hace frío, ponen encima de ella alguna ropa. En
este aposento hacen sus alcobas con esteras para dormir con decencia. No
quieren aposento mayor para toda su familia, ni aun para dos. Gustan
mucho de lo pequeño y humilde. Nunca se pasean por el aposento. Siem-
pre están sentados ó en su hamaca ó en una sillita (que siempre las hacen
muy chicas, ó en el suelo, que es lo más ordinario, ó en cuclillas. Si á ellos
los dejan, no hacen más que un aposento de paredes de palos, cañas y
barro como un jeme de anchas, con cuatro horcones más recios á los cua-
tro lados para mantener el techo, y cubiertas de paja; y de capacidad no
más que cinco varas en cuadro. De ésto gustan mucho: y en sus semente-
ras todas las tienen así: que además de la casa del pueblo, tienen otras en
sus tierras. La del pueblo es de paredes de tres cuartas ó de vara de ancho,
de piedra ó de adobes: y los pilares de los soportales también de piedra; y
de una solo cada uno en muchas partes; y todas cubiertas de teja. Estas se
las han hecho hacer así los Padres, por meterles en mayor cultura, de que
hay Cédulas Reales; que, por su genio, no hicieran más que la de paja. Y
en el pueblo de la Santísima Trinidad, son las casas de piedra de sillería,
de piedras grandes, labradas en cuadro: y los soportales, de arcos de la
misma piedra y labor. Y encima de cada puerta hay alguna piedra labo-
reada con alguna flor por ser piedra blanda, fácil de labrar. Los demás
pueblos que hay en el Paraguay y otras partes á cargo de clérigos ó otros
religiosos, son de casas de paja y paredes de barro y palos, como las de las
sementeras de nuestros indios.
«3. Todos los pueblos tienen una plaza de 150 varas en cuadro, ó más:
toda rodeada por los tres lados de las casas más aseadas, y con soportales
más anchos que las otras: y en el cuarto lado está la Iglesia con el cemen-
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terio á un lado y la casa de los Padres al otro. Además de esto, hay en
cada pueblo casa de recogidas, cuyos maridos están por mucho tiempo
ausentes, ó que se huyeron y no se sabe de ellos: y con ellas están las viu-
das, especialmente si son mozas y no tienen padre ó madre, ó pariente de
confianza que pueda cuidar de ellas, y se sustentan de los bienes comunes
del pueblo. Hay almacenes y graneros para los géneros del común, y algu-
nas capillas. Estas son las fábricas del pueblo.
«4. La iglesia no es más que una: pero tan capaz como las Catedrales
de España. Son de tres naves: y la del pueblo de la Concepción, de cinco.
Tienen de largo setenta, ochenta y aun más varas: de ancho, entre 26 y 30.
Hay dos de piedra de sillería: las demás, son los cimientos y parte de lo
que á ellos sobresale, de piedra: lo restante, de adobes; y todo el techo,
que es de madera, estriba en pilares de madera. Primero se hace el techo
y teiado, y después las paredes: de este modo: En la parte de las paredes
y en la de las naves del medio, se hacen unos hoyos profundos de tres
varas y de dos de diámetro. Estos se enlosan bien con piedras fuertes.
Córtanse para pilares unos árboles que allí hay más fuertes que la encina
y roble de Europa: y no se cortan del todo, sino que se sacan con mucha
parte de sus raíces. Tráense al pueblo con '-'O ó 30 juntas de bueyes por su
mucha longitud y peso. Acomódase la parte de sus raíces para que pueda
entrar al hoyo: y se chamuscan bien con fuego para que resistan bien á la
humedad. Loque ha de sobresalir al hoyo, se labra redondo en columna
con su pedestal, cornisas, etc., ó en cuadro, ó cilindrico. Hácense los
cimientos de grandes piedras, dejando en ellos los ho3'os para pilares: y
regularmente están de ocho en ocho varas. Métense éstos en los hoyos y
alrededor, hasta llenar el hoyo, se le echa cascajo de teja y ladrillos que-
brados, después piedras, y al fin tierra, apelmazándolo todo, y nivelando
el pilar. Así se ponen los pilares de las paredes y de las naves del medio.
Después se ponen los tirantes, soleras y tijeras, y el tejado. Hecho esto, se
prosiguen las paredes desde el cimiento: y como dije, son de adobes, y de
cuatro ó cinco cuartas de ancho: y en medio de ellas quedan los pilares;
aunque en algunas partes, en la caja de la pared, de manera que se ve la
mitad de ellos. De este modo carga toda la fábrica del tejado en los pilares
y nada en la pared. Del mismo modo se fabrican las casas de los Padres
y las del pueblo. No se halló cal en aquellos países: y per eso se halló
este modo de fabricar. Las dos magníficas iglesias que dije son de piedra
de sillería hasta el tejado, y son las de San Miguel y la Trinidad, las hizo
sin cal un hermano Coadjutor, grande arquitecto y ésas no tienen pila-
res, sino que están al modo de Europa: y todo se blanquea muy bien.
«CAPITULO V
«SU GOBIERNO POLÍTICO Y ECONÓMICO
«1. En cada pueblo hay un Corregidor, dos Alcaldes mayores, de pri-
mero y segundo voto. Teniente de Corregidor, Alférez Real, cuatro Regi-
dores, Alguacil mayor. Alcalde déla Hermandad, Procurador y Escri-
— 523 —
baño, que componen su Cabildo ó Ayuntamiento: aunque el Teniente de
Corregidor no es propiamente de él. Hay Cédulas Reales que prohiben
al español, mulato, negro, mestizo, á todo el que no es indio, tener domi-
cilio en el pueblo de indios, y esto para toda la América; y cuando es
menester pasar por algún pueblo, mandan que no estén más que tres días
en él, y que no anden por las casas de los indios: «para que no inquieten á
las indias» . Esta razón añade. Son los indios de genio humilde, pueril y
apocado. Se reconocen por inferiores á todas las demás castas, y se dejan
avasallar por cualquier maligno: de que hay mucha cosecha en aquel
Nuevo Mundo, tan apartado de sus cabezas eclesiástica y real; y por eso
puso la real providencia esas precauciones. Ojalase cumplieran. Ahora
por el orden real se pusieron administradores españoles de la hacienda de
los indios, como ya dije, con sus mujeres y familias. En lo antiguo, aparta-
ron los españoles y demás castas de los indios, porque los destruían, como
lo insinué algo en los de los encomenderos. Ahora los vuelven á poner:
Dios les dé luz y acierto para su santo servicio.
«2. El modo de nombrar su Cabildo es éste. El primer día del año se
juntan los Cabildantes para co iferenciar en la elección. Escriben los elec-
tos en un papel: tráenselo al Cura para tomar su parecer, porque hay ley
para toda la América que se haga el Cabildo con dirección del Párroco. El
Cura quita ó pone según le parece más conveniente para el bien del pue-
blo (pues ni tiene parientes, ni cosa en que pueda prender la pasión), ó los
deja como están. Pregunta á los electores qué les parece de su dictamen,
y comúnmente todos convienen en lo que el Cura dice. Va este papel al
Gobernador, y lo aprueba y firma. Como no tiene conocimiento particular
de los indios, y sabe que todo se hace con dirección del Cura, nunca muda
cosa, por vía de buen gobierno. Sólo en tal cual ocasión, cuando ha tenido
noticia que en alguna función militar ó política, alguno se ha portado con
especial servicio, le suele dar algún oficio perpetuo. La Cédula de Felipe V
del año de 1743 dice, que el Alcalde de Corte y Juez N. Agüero, que por
los años de 1735 y 36 estuvo por aquellas partes, y que afirma se informó
de diez personas las más calificadas, de lo que pasaba en los pueblos, dice
que el Cabildo de los indios se hace sobre consulta del Cura, y que le
parece muy bien esta práctica: porque el Cura los conoce mejor, mira al
bien del pueblo, y el Rey se conforma con este dictamen de su ministro.
«3. Hecho ya esto, se junta todo el pueblo delante del pórtico de la
Iglesia antes de Misa. En él ponen los sacristanes una silla ordinaria para
el Cura, una gran mesa al lado, donde se pone el bastón del Corregidor,
las varas de los Alcaldes y todas las demás insignias de los Cabildantes, y
también ponen el compás del maestro de música, que es una banderilla de
seda, las llaves de la puerta de la Iglesia, que pertenecen al sacristán, las
de los almacenes, que tocan al mayordomo, 3^ otras insignias de oficios
económicos: y con ellas los bastones y banderas, y demás insignias de los
oficiales de guerra: que todos éstos los ponen también los Cabildantes en
su papel, y se confirman ó mudan como los del Cabildo, aunque sin confir-
mación del Gobernador. Y delante de todo se ponen á un lado y á otro los
bancos del Cabildo vacíos, para irse sentando los nuevos Cabildantes,
cabos militares etc., según se fueren nombrando.
«4. Dispuesto ya todo, sale el Cura con su Compañero ó Compañeros
- 524 —
(que en algunos pueblos son tres, y aun cuatro Padres, aunque lo ordina-
rio es dos), y desde su silla, tomando por texto el Evangelio de aquel día,
enderezándolo á la función presente, va explicando las obligaciones del
Corregidor, Alcalde y demás oficiales: el gran mérito que tendrán delante
de Dios en cumplirlas, los bienes espirituales y temporales que se seguirán
al pueblo: los grandes males que acarrea el no cumplirlas, y los grandes
castigos que tendrán de Dios en no cumplirlas etc. Acabada esta exhorta-
ción, nombra el Corregidor, y luego los músicos con sus chirimías y clari-
nes celebran la elección con una corta tocata, pero alegre. Nombra los
Alcaldes, y hacen lo mismo los músicos: y los nombrados, haciendo una
genuflexión al SSmo. Sacramento con gran reverencia, van tomando de
la mano del Cura sus insignias: y con ellas se van sentando en los bancos
de Cabildo. En sus elecciones no hay pendencias, ni bullas, ni disputas. En
el oficio que se les da alto ó bajo, nunca muestran repugnancia: todo se
hace con gran paz. ¿Quién creyera esto de gente que en su gentilismo era
tan sangrienta y fiera? Acabados de nombrar todos los del Cabildo, nom-
bra los que pertenecen á la Iglesia: sacristán, maestro de Capilla, etc. y
otros jefes de otros oficios políticos y económicos: y últimamente los de la
milicia. Y después entra la Misa con toda la solemnidad.
«5. Además de los oficios de Cabildo, hay otros muchos para el buen
orden del pueblo, á quienes se da la vara de Alcalde: cuya insignia usan
los días de fiesta, y los demás cuando vienen á la Iglesia, y en otras funcio-
nes públicas. Los tejedores tienen su Alcalde, que vela sobre su oficio, y
da cuenta al Cura de su proceder. Otro los herreros, y carpinteros y demás
oficios de monta y más necesarios. Las mujeres tienen también sus Alcal-
des viejos y los más ejemplares y devotos, que cuidan de todas sus faenas,
y avisan de todos sus desórdenes. Asimismo tienen otro los muchachos,
que de siete años arriba se les obliga vayan juntos á la Doctrina, rezo y
demás funciones de su bien espiritual: y á trabajar en las sementeras
y otros menesteres del común del pueblo; para que desde niños aprendan
lo que es necesario para su manutención en adelante. Exhortan las Rea-
les Cédulas á que no se les deje estar ociosos, por ser mucha su natural
desidia y flojedad, aun para lo muy necesario. Hasta las muchachas de
siete años hasta casarse I que suele ser á los 15 años) tienen sus ayas de
edad, que sirven de Alcaldes; y van con ellas á las funciones de Iglesia y
faenas temporales del pueblo, en cuanto sufre su edad y su sexo: y siempre
van juntas, como los muchachos, aunque nunca con ellos, sino apartadas.
«6. Para mayor concierto, está dividido el pueblo en varias parcialida-
des con sus nombres: la de Santa María, S. Josef, S. Ignacio, etc., hasta
ocho ó diez, según el pueblo mayor ó menor: y cada una tiene cuatro ó
seis cacicazgos, de que es jefe ó mayoral algún Cabildante. Los caciques
son nobles declarados por el Rey, y tienen Don. Cada uno tiene treinta,
cuarenta ó más vasallos, que suelen ir con él á las faenas públicas, pres-
tándole obediencia y respeto: y le ayudan á hacer su casa, sementeras etc.;
pero no tiene el vasallaje de tributo y servicio que se suele tener en la
Europa al señor de vasallos. Ni por ser nobles se eximen de trabajar, como
sucedía con los hebreos del tiempo de Saúl y David, y en otras naciones
cultas: antes bien, entre estos indios, el tener oficio de trabajo, como car-
pintero, estatuario, pintor, etc., es nobleza. Ni los de estos oficios, nobles
-525-
y plebeyos, desde el Corregidor hasta el último, dejan de cultivar sus tie-
rras en el tiempo de su labranza y cosecha, que es allí desde Junio hasta
Diciembre. Cuando van á hacer 3^erba del Paraguay, ó á conducir alguna
carretería del trajín del pueblo, ó traer maderas del monte para fábri-
cas, etc., va una parcialidad de éstas con su mayoral.
7. Hay todo género de oficios mecánicos necesarios en una población
de buena cultura. Herreros, carpinieros, tejedores, estatuarios, pintores,
doradores, rosarieros, torneros, plateros, materos, ó que hacen mates, que
es la vasija en que se toma la yerba del Paraguay llamada mate; y hasta
campaneros y organeros hay en algunos pueblos. Sastres lo son todos los
indios para sí, Y para los ornamentos de la Iglesia, vestidos de gala de
Cabildantes, y cabos militares, lo son los sacristanes. Y para el calzado
de éstos, hay sus zapateros. Para sí poca sastrería necesitan: porque como
es tierra cálida, y sólo en los meses de Junio y Julio hace algún frío, usan
poca ropa, y nada ajustada. No usan más que camisa, jubón de color ó
blanco de algodón, calzoncillos y calzones, y un poncho, en invierno de
lana, y en verano, que lo es casi todo el año, de algodón. Poncho es una
pieza como una sobremesa, de dos varas y media de largo y dos de ancho,
con una abertura en el medio para meter por ella la cabeza; y éste les sirve
de capa. Y es tan usual allí, y aun en Chile y Perú, y aun entre españoles,
que no se desdeñan de ella aun los más ricos, y algunos la tienen con
tanta bordadura y adorno, que vale un poncho 300 y 400 pesos. Los indios,
como pobres, lo usan llano. Para la cabeza usan comúnmente algún gorro,
y los que más pueden, sombrero ó montera. No usan medias ni zapatos,
como sucede en el reino de Tunquín junto á la China, siendo en lo demás
gente de mucha cultura. Algunos pocos usan medias ó calcetas, y las sue-
len traer caídas ó sin atar. Pero zapatos, por más que les exhortemos á
ello, especialmente cuando andan en las faenas del monte entre espinas,
no hay modo de reducirse á ello. Sólo en sus festividades y funciones públi-
cas, cuando están de gala, los usan para la gala los principales.
«8. Para su mantenimiento, á cada uno se le señala una porción de
tierra para sembrar maíz, mandioca, batatas, legumbres (que es lo ordina-
rio que siembran), y lo que quisieren. Mandioca es un género de raíces
como zanahorias, pero mejor que ellas: que comen, ya asadas, ya crudas;
y de ellas secas y molidas hacen también pan. No son aficionados al trigo.
Son pocos los que lo siembran; y se lo comen ó cocido, ó moliéndolo y
haciendo tortitas sin levadura, que tuestan en unos platos, como hacen con
el maíz. Algunos saben hacer muy buen pan, por haber sido panaderos en
casa de los Padres, donde se hace pan para ellos y para los enfermos dos
ó tres veces á la semana, y suelen mudarse, entrando otros de nuevo para
este oficio: y así hay varios fuera. Con todo eso, nunca hacen pan de trigo,
sino tal cual en alguna principal fiesta. Es una filosofía para el indio moler
el trigo, masarlo, echarle sal y levadura, esperar á que fermente, y se
levante, arroparlo, y cocerlo. No hace eso sino obligado.
<9. Alguno que otro suele plantar caña dulce y algunos árboles fruta-
les; pero son raros. Para estas labranzas se les señalan seis meses, en que
aran, siembran, escardillan y cogen su cosecha. Con cuatro semanas efec-
tivas que trabajen, tienen bastante para lograr el sustento para todo el
año, como sucede con los más capaces y trabajadores, porque la tierra es
— 526 —
fértil; pero generalmente es tanta la desidia del indio, que, atenta ella, es
menester todo este tiempo. Y con todo eso, el mayor trabajo que tienen los
Curas es hacerles que siembren 3' labren lo necesario para todo el año
para su familia; y es menester con muchos usar de castigo para que lo
hagan, siendo para sólo su bien, y no para el común del pueblo. Procuran
los Curas visitar con frecuencia sus sementeras, y envían indios fieles que
les den cuenta de ellas. Algunos Curas hacen medir con un cordel lo que
les parece suficiente para el sustento anual de su casa: y les imponen pena
de tantos azotes, si no lo labran todo: porque el indio es muy amigo de
poquitos por sus cortos espíritus, y su vista intelectual no alcanza hasta el
fin del año, ni le hacen fuerza las razones, ni la experiencia de la hambre
que sintió el año antecedente por haber sembrado poco. Otros Padres les
hacen labrar y escardillar la tierra por junto, todos los de un cacique ó de
una parcialidad juntos: hoy tantas sementeras y mañana otras tantas, con
una espía como censor ó contador, que les haga hacer su deber, además de
los caciques y mayorales: que lus cuente, y dé razón de todo al Cura; y
con todo este cuidado no se suele conseguir que cojan lo necesario.
«10. Lo que cuesta más es hacer que cada uno tenga su algodonar
para vestirse. Es el algodón una planta que crece hasta dos varas en alto:
y da por fruto unas perillas del tamaño de una nuez con su cascara, que
llegando á su madurez, se abre, y descubre el algodón en capullos con sus
semillas, que son del tamaño de un grano de pimienta. Siémbrase arando
la tierra, y haciendo surcos de dos varas en ancho y echando en ellos tres
ó cuatro semillas á distancia de dos varas ó dos y media: y cubriéndolas de
tierra sin hacer hoyos. El primer año no da algodón: el segundo da algo:
el tercero da con fuerza: y de ahí en adelante. Duran estas plantas
30 y 40 años como la viña, y se podan cada año y separan, reemplazando
las plantas que el arado destruyó, ó los soles y tempestades secaron. En
tierras cálidas con exceso como es el Paraguay, y otras, al primer año da
sus frutos, y lo arrancan y lo vuelven á sembrar como el maíz. Dase bien
en estos pueblos el lino: pero el arrancarlo, quitarle la semilla, ponerlo en
remojo, secarlo al sol, macearlo, peinarlo con el peine de fierro, apartar la
estopa, etc., es ciencia tan alta y espaciosa, que excede mucho á la esfera
del indio, más que hacer pan de trigo. Ya lo hemos probado muchas veces:
y sólo teniendo al lado al indio, y estando siempre con él, y haciendo jun-
tamente con él la maniobra, se consigue algo; pero para esto no hay
tiempo. El algodón no le cuesta más á la india, que traerlo de la mata á la
rueca, cosa propia para la poquedad del indio.
«11. No basta el hacerles labrar algodonal 3' la demás sementera. Es
menester también hacérselo coger. El algodón no madura todo de una vez.
Cada día van reventando con el sol varias perillas, y así prosigue por tres
meses. Es menester cogerlo cada día; si no, cae al suelo, se entrevera con la
espesura, ó los aguaceros, que son frecuentes, lo mezclan con la tierra \^
barro; y se pierde. La india coge lo que necesita para hilar lo presente,
y á veces algo para adelante: pero no recoge para todo lo que necesita en
el discurso del año, y lo deja perder. Viendo esto algunos Curas, envían la
turba de las muchachas con sus Ayas ó Mayoralas á coger lo que su dueño
no coge: y lo ponen en el conjunto del común del pueblo. Con el maíz, que
es su encanto, pues lo estiman mucho más que el trigo, y hacen de él sus
-527-
tortas, y lo usan ya tierno, ya duro, asado, ó cocido, y entra en todos los
guisados, sucede también que si tiene buena cosecha, deja perder mucho
sin cogerlo. Guardar para el año siguiente, no hay que pensarlo. Otras
veces, por no guardarlo de los loros, pierde lo más. Los loros de todas
especies, chicos y grandes, colorados, azules, amarillos, y de mezcla mu}-
vistosa de estos colores, son muchos con exceso en grandes bandadas, y
hacen mucho más daño á los maizales, que los gorriones en España á los
trigales.
«12. Ni basta el hacerle coger toda su cosecha. Lo más que cogerá un
indio ordinario es tres ó cuatro fanegas de maíz. Bien pudiera coger veinte,
si quisiera. Si esto lo tiene en su casa, desperdicia mucho, y lo gasta luego,
ya comiendo sin regla, ya dándolo de valde, ya vendiéndolo por una baga-
tela, lo que vale diez por lo que vale uno. Por esto se le obliga á traerlo á
los graneros comunes, cada saco con su nombre: y se le deja uno solo en
su casa, y se le va dando conforme se le va acabando. Toda esta diligencia
es necesaria para su desidia. Estas cosas con otras de economía temporal
cuestan mucho más á los Padres que los ministerios espirituales. Se pone
mucho cuidado en ellas, porque cuando lo temporal y necesario al sustento
va bien, todo lo espiritual va con mucho aumento y fervor, asistiendo con
grande puntualidad y alegría á todas las funciones de iglesia, y frecuencia
de sacramentos: y celebrando con grande esplendor y devoción todo lo que
toca al culto divino. Si hay hambre ú otro trabajo, no acude el indio á Dios
y los Santos, como hace la gente de cultura y de entendimiento, con devo-
ciones, y novenas, etc.; sino que se huye á buscar qué comer por los
montes, ó á matar vacas y terneras á los pastoreos, ó dehesas del común
del pueblo, que llaman estancias (á las terneras tienen excesiva afición), y
destruyen con eso el pueblo. Esto no es por no estar bien arraigados en la
fe, pues lo están tanto, que aun los que se huyen á los infieles (que entre
tanta multitud no falta quien lo haga aunque son muy pocos), nunca pierden
la fe, aunque envejezcan entre ellos; sino por su capacidad de niños. Lo
mismo sucedía con nosotros cuando niños, que no hacíamos votos, ni nove-
nas, ni acudíamos por el remedio de nuestras necesidades á la iglesia, si
nuestros padres ó madres no nos llevaban. Y en estas ocasiones se están
los pobres huidos por muchos meses (y algunos por años), sin misa, sermones
ni sacramentos: y algunos mueren en las garras de los tigres (de que hay
muchos y muy feroces y sangrientos como los leones de la África), ó de
enfermedades y miserias, sin auxilio alguno espiritual.
«13. Para remediar tan grande desidia, están entabladas sementeras
comunes de maíz, legumbres y algodón: y estancias de ganado mayor
y menor. A las sementeras van en los seis meses de su tiempo los lunes y
sábados, excepto los tejedores, herreros, y demás oficiales mecánicos, que
no van á las faenas de comunidad en todo el año: y se remudan para la
labor de sus tierras, una semana á ella, otra á su oficio. Todos sus oficios
los ejercen no afuera en sus casas, que nada harían de provecho, sino en
los patios, que para ello hay en casa de los Padres; y es tanta su sinceridad,
que todos estos oficios los hacen sin paga, aunque de los bienes comunes
se remunera más á éstos por trabajar más, que á los demás. Los visita el
Padre con frecuencia para que hagan bien su oficio. Pónese en cada oficio
el que al Cura le parece más apropósito para él, y no repugnan á ello;
— 528 -
antes algunos los pretenden, porque como 3'a se dijo, se tiene por nobleza
el tener algún oficio. Sólo el ser tamborilero ó flautero no se dan. Se mete
á ello el que tiene afición, y hay pueblo que tiene diez, doce ó veinte. Y
los flauteros siempre tocan dos, uno por tercera arriba, otro por tercera
abajo, con un tamboril ó tambor en medio; y con sus débiles, flautas, que
son de caña ordinaria, tocan fugas, arias, minuetes, y cuantas cosas oyen
á los músicos: y gustan mucho de este vil instrumento; de manera que no
hay viaje por río con embarcaciones, por tierra con carreterías, ni ocasión
en que vaya alguna tropilla de gente ó alguna parcialidad á alguna fun-
ción ó faena, en que no lleven uno ó dos tamborileros con sus flauteros: y
algunos son caciques, que no se desdeñan de eso con todo su Don. No
siente el indio honra ni punto por su cortedad, como sucedía con nosotros
cuando muchachos.
«14. Estos bienes comunes sirven para dar que sembrar al que no
tiene, por habérselo comido ó perdido; para el sustento de la casa de las
recogidas, de que se habló algo en el cap. 4, n. 3.; para avío y provisión de
los viajes en pro del pueblo; para dar de comer á los muchachos y mucha-
chas cuando van á las sementeras comunes, ú otras faenas; para los cami-
nantes para agasajarlos, y á los huéspedes, que á todos, sea español,
mulato, mestizo, negro ó indio, esclavo ó libre, se le hospeda y da de
comer, y aun se le pasa en embarcaciones por los ríos grandes, que no tie-
nen puente, con toda liberalidad, de valde, gratis et amore, sin pedirle
nada, sino que él liberalmente quiera dar algo á algún indio; pero el indio
nada pide: y finalmente se emplean estos bienes en socorrer todo enfermo,
viejo y necesitado; y como están á cuenta del Padre, que los visita con fre-
cuencia, y no se expenden sino por su orden, suelen durar de un año para
otro y más.
«15. Los algodonales comunes sirven para vestir á todos los muchachos
de uno y otro sexo: que si el Padre no los viste, los más andarían del todo
desnudos, por la incuria de sus padres naturales; y son tantos en pueblos
tan numerosos, que cuidando yo del pueblo de Yapeyú, que es el ma3'or, el
año de 55, serían tres mil. El pueblo tenía entonces 1600 3^ tantas familias.
Dase también del lienzo que del algodón se hace á los que van á hacer
yerba del Paraguay, á las viudas, 3^ recogidas, viejos é impedidos; y por
premio en las fiestas y funciones militares y políticas á los que mejor se
portan. Y se guarda una gruesa porción para enviar á vender á Buenos
Aires y á Santa Fe del Paraná, y comprar con ello lo necesario de fierro,
paños, herramientas, etc., para el pueblo, y sedas 3^ adorno para las igle-
sias. Hácese lienzo blanco de varias calidades, delgado, grueso, de cordon-
cillo, torcido y de varios colores de listados.
«16. El modo que en eso se tiene es éste. A cada india se le da media
libra de algodón el sábado para que traiga el miércoles la tercera parte en
hilo; porque de las tres partes las dos pesa la semilla. El miércoles se le da
otra media libra para que lo traiga el sábado. Vienen todas al corredor
externo de la casa del Padre, 3^ allí sus viejos Alcaldes pesan el ovillo de
cada una y le ponen un pedacito de caña con el nombre de la india, para
lo que se dirá. Y van poniendo en el suelo los ovillos en hilera de diez en
diez, hasta hacer un cuadro igual de ciento: 3^ más allá otro ciento: hasta
concluir con todos; 3' luego pesan el conjunto. Si algún ovillo no vino
- 529 -
igual, se lo vuelven hasta que complete la tercera parte: si viene el hilo
muy grueso, ó muy mal hilado, dan alguna penitencia á la india. Después
vienen con la cuenta de todo escrita al Padre, que lo hace almacenar al
mayordomo de casa. No asisten los Padres á estas funciones de mujeres,
porque es mucho el recato que se guarda con ese sexo. Los tejedores son
muchos. En Yapeyú tenía yo 38 ordinarios. Los ocho eran de listados. Se
les da cuatro arrobas de hilo: y traen de ello una pieza de 200 varas, de
vara ó cerca, de ancho: y se les da 6 varas por su trabajo: porque aunque
es para el común del pueblo, y de él se da al mismo tejedor por premio en
otras funciones cuando entra en ellas, y á sus hijos de vestir con el conjunto
de los demás muchachos; no obstante, por ser cosa de mayor trabajo que
lo ordinario de los demás, está ordenado que se les dé este alivio.
«17. Cuando va urdiendo el tejedor, tiene los ovillos con aquella cañita
del nombre de la india; y cuando al medio del ovillo encuentra con tierra,
trapos ú otro engaño que puso la hilandera para sisar del hilo, ó hilar poco,
viene luego con ello al mayordomo, y éste al Padre, para dar alguna
reprensión ó penitencia á la india. Estas trampas las suelen hacer las
recién casadas (que hasta casarse no se les da tarea), que ignoran para qué
es aquella cañita con su nombre. En sabiéndolo, se enmiendan, y es cosa
de tan poco trabajo, que en cuatro ó cinco horas se hace, el hilar media
libra de algodón. La pieza se le pesa al tejedor, para ver si viene bien con
lo que se le dio de hilo. Todo se hace por medio de los mayordomos, que se
escogen de los más capaces: y vela sobre ellos el Padre. De los algodonales
particulares, que se les hace labrar para su familia, hila la india lo que
quiere según su mayor ó menor cuidado, y lo trae á casa del Padre; y por
medio del mayordomo [va] á otros tejedores, que además de los del común
del pueblo hay para los particulares; y de lo que trae suelen salir ocho ó
diez varas de lienzo: no tienen los cortos espíritus de la india ni de su marido
valor para más. Y al tejedor le da en premio alguna torta de maíz, ó man-
dioca, ó algún dijecillo, ó nada: que aunque nada le den, hace su deber, y
no son interesados: y más siendo puestos por el Padre. Todo este concierto
en esto y en todas las demás cosas, es instituido por los Padres: que el indio
de su cosecha no pone orden, economía ni concierto alguno. El Padre es el
alma de todo: y hace en el pueblo lo que el alma en el cuerpo. Si descuida
algo en velar, todo va de capa caída. Dios nuestro Señor, por su altísima
providencia, dio á estos pobrecitos indios un respeto y obediencia muy
especial para con los Padres; de otra manera era imposible gobernarlos:
por ella pueden escoger los más apropósito para oficios y para sobrestan-
tes, que entre tanta multitud se encuentran algunos, para por medio de
ellos dirigirlos en su bien, velando sobre los mismos sobrestantes.
«18. Los otros bienes comunes y más principales son el ganado maj^or
y menor. Los indios no tienen en particular vacas, ni bueyes, ni caballos,
ni ovejas, ni muías: sino gallinas, porque no son capaces de más. Hemos
hecho en todos tiempos muchas pruebas para ver si les podemos hacer tener
y guardar algo de ganado mayor y menor y alguna cabalgadura, y no lo
hemos podido conseguir. En teniendo un caballo, luego lo llena de mata-
duras: no le da de comer, ni aun lo deja ir á buscarlo: y luego se le muere.
El burro es más propio para su genio; pero lo suele tener tres y cuatro días
atado al pilar del corredor de su casa, sin comer ni beber, sin echarlo al
34 Organización social dh las doctrinas guaraníes.— tomo ii.
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campo, por no tener el trabajo de ir á cogerlo allá: y luego se le acaba.
Les damos un par de vacas lecheras con sus terneras, para que las ordeñen
y tengan leche: y por el corto trabajo de ordeñarlas, no las ordeñan: las
dejan andar perdidas por los campos y sembrados, ó matan las terneras y
se las comen. Lo mismo sucede con los bueyes, que los pierden ó matan y
comen. Sólo en tal cual de los más principales y capaces podemos lograr
que tengan alguna muía ó bueyes, y que lo conserve. Todo esto está de
común.
<'19. Para esto tiene cada pueblo sus dehesas, pastoreos ó estancias de
todo ganado, vacas, caballos, muías, burros y ovejas. Y va el Cura á visi-
tar estas estancias, y dar orden en su conservación y aumento dos veces al
año, aunque disten 20 y 30 leguas del pueblo, como distan algunas, y otras
más: porque del buen estado de estas estancias depende el bien ó mal del
pueblo en lo temporal y espiritual. Si el año es algo estéril, como el indio
no siembra sino lo preciso, y con escasez; á los fines del año no hay maíz
ni otra cosecha en forma, y aprieta el hambre. Si viene seca (y suele venir
cada tres ó cuatro años), apenas hay que comer para seis meses: con que es
menester acudir á las vacas. Seis ó ocho pueblos hay que tienen las sufi-
cientes para poder dar á cada familia cuatro ó cinco libras de carne todos
los días sin disminución en su estancia. Y así lo hacen. Los demás no tie-
nen sino para dar ración dos, tres y cuatro días á la semana: y guardan
con gran cuidado lo que hay, para dar cada día en tiempo de hambre ó de
epidemia, que suele picar varias veces.
«'JO. La distribución de la carne es de esta manera. Después del Rosa-
rio (que suele ser como una hora antes de ponerse el sol), se hace señal con
el tambor. V^ienen las mujeres, una de cada familia. Cogen los Secreta-
rios (que así llaman á los que cuentan la gente y leen las listas) sus libros:
van llamando á todas por sus cacicazgos y parcialidades: y otros les dan la
ración. Para prevenir éstas, traen las reses por la mañana al palio 3^
oficinas de casa de los Padres. Allí las matan y hacen las raciones, y
ajustan los Secretarios la cuenta de ellas. Todas llevan por igual, excepto
las de los Cabildantes, y otros principales, que se les da doblado.
«21. Para arar, llevar carros, traer maderas del monte, etc., se les
dan toros de cuatro ó cinco años para que los domen ante?. Cogen el
toro con un lazo, en que son diestros. Átanlo á algún horcón ó árbol. Tié-
nenlo allí ayunando dos ó tres días, y ya debilitado con el ayuno, le atan
pesados ramos para que los arrastre. Así con la docilidad, cansancio y
ayuno los amansan: y luego los usan. Para amansar ó domar un caballo,
ó muía, no hacen más que enlazarlo con uno ó dos lazos, con que le hacen
caer en el suelo sin poderse levantar. Allí caído le ponen la silla con sus
estribos. Monta en él el domador con sus espuelas. Suéltale las ataduras
para que se levante. Corcovea y brinca el caballo, y á veces se echa en el
suelo: y el ginete está en él como clavado sin caer. Es grande la destreza
que en esto tienen. Al echarse ó tirarse el caballo al suelo, ensancha el
indio las piernas, para que no le coja alguna, y si á espuelazos no se quiere
levantar, se apea: y con algún látigo ó vara hace que se ponga en pie: y
luego vuelve á montar. Así en tres ó cuatro días doma un caballo feroz.
En estas y otras cosas mecánicas, se adelantan lo que se atrasan en las
intelectuales.
-531-
«22. Cuando es tiempo de arar, traen al corral (que los hay grandes al
lado del pueblo) bOO ú 800 bueyes, que así llaman á los toros ya amansados,
castrados ó enteros, y vienen á cogerlos los que han de ir á arar. Pénense
á la puerta los Secretarios con su papel, apuntando todos los que sacan
bueyes y van con ellos á sus sementeras. A la tarde vuelven los Secreta-
rios y van apuntando todos los que los vuelven, para ver si alguno los
perdió, mató ó comió: que lo suelen hacer algunas veces (y si no hubiera
esta diligencia, lo hicieran cada día), y dan luego razón al Padre si están
bien los bueyes. Al día siguiente traen otros tantos, no los mismos, porque
éstos descansan, porque el día que los lleva el indio, no les da de comer
ni beber por su grande incuria, y no tener compasión alguna con el ani-
mal, ni discurso para su conservación, Estando yo cuidando un pequeño
pueblo de indios, que poco había se habían hecho cristianos, tenían 800
bueyes en la estancia. Hacía traer sólo 400 á las cercanías del pueblo:
éstos los tenía pastoreando en dos campos: los 200 del uno venían un día
al corral del pueblo, y allí los tomaban los indios para su labranza, con la
cuenta de los Secretarios, como se ha dicho: y al día siguiente venían los
otros 200. Y por ser malo el trato que les dan los indios, y por ser poco
fértiles de pasto las cercanías del pueblo, pasados tres meses, los hacía
volver á la estancia, y traían los otros 400. De esta manera conservaba
los 800, reemplazando los que se morían: y de los 800 no podíamos
tener más que 200 para cada día. De estas trazas, de esta economía
nos valemos para la conservación de estos pueblos en esta y las demás
materias, de que es incapaz la inadvertencia, incuria y cortedad del
indio.
«23. Con las ovejas se tiene mucho cuidado, por ser muy estimada de
los indios la lana para su vestuario. Pero como es ganado tan delicado, y
el indio que las guarda tan descuidado, y el Padre no puede estar en todo:
no hay modo de aumentarla. Sabemos el modo de criarlas, porque tenemos
libros y escritos que tratan de esto, y de todo género de economía natural
y casera: y nos aplicamos á ello por el bien de aquellos pobres. Les damos
lecciones de todo lo que deben hacer. A todo dice que sí el indio, como
acostumbra por su mucha humildad; pero á espaldas del Cura no hace
cosa de provecho: y así enferman, se mueren y disminuyen las ovejas. No
obstante, con el mucho cuidado délos Padres, en algunas partes hay abun-
dancia, á que ayuda ser los pastos mejores; y en otras compran la lana de
los que más tienen.
«24. Trasquílanse á su tiempo. Dase á hilar la lana al modo y con el
orden y circunstancias que el algodón á las hilanderas y tejedores: y al
principio del invierno se reparte todo el tejido á todo el pueblo, hombres y
mujeres; y el pueblo que alcanza á dar cinco varas á cada individuo, se
tiene por dichoso: porque el indio siente mucho el frío, y por poco que sea,
está como inhabilitado para trabajar: y no hay cosa que estime como un
poco de tela de lana para abrigarse; y los Padres, por lo mucho que desea-
mos su alivio, nos consolamos notablemente cuando los vemos con este ali-
vio. No se hacen telas delicadas, sino paño burdo, ó cordellate, como man-
tas de caballo, excepto algunas piezas que se hacen de listados de varios
colores para los músicos, sacristanes. Cabildantes y caciques para los pon-
chos. Y este paño tan burdo, si se le da á escoger al indio con una tela de
-532-
tisú, es tan estimado de él, que antes escoge á el paño que el tisú: porque
aquél le abriga más. No mira el indio el aseo y lucimiento, sino á la con-
veniencia y necesidad. El frío de aquellas partes es poco: pocas veces
llega á helar el agua* y éso en tal cual invierno, y con hielo muy delgado:
y no dura más que dos ó tres meses, Junio, julio, y parte de Agosto (por
estar aquellas partes en el hemisferio opuesto al nuestro), y no es todos los
días: pues en esos tres meses, por estar en mayor cercanía de sol (pues
están los pueblos entre 26 grados y medio y 30, cuando España está entre
86 y medio y 44) viene muchas veces de repente calor por algunos días.
Con todo eso, siente mucho el indio este poco frío, que más parece prima-
vera de acá. Debe de ser de complexión muy fría, como es de flemático,
según vemos. El calor, que es mucho, no lo siente. Cuando aprieta mucho
el sol en el estío, sucede estar carpinteando al sol maderos para fábricas ó
cosa semejante, sin cubrir la cabeza con su gorro ó sombrero aunque haya
sombra cerca: y exhortándoles á que se libren del sol, metiendo los palos
á la sombra, se ríen, prosiguiendo al sol. Lo más que hacen es desnudarse
de medio cuerpo arriba, tostándoles el sol aquellas carnes. Y comúnmente
están alegres en estas faenas, y no falta alguno en cada tropilla que tiene
genio de decir chanzas: y á cada dicho ríen y carcajean con mu}" poca
causa.
«25. Como desde el principio conocieron los Misioneros que gente de
tan poca economía no se podría mantener sin vacas; en los primeros años
llevaron, aunque con grande trabajo, algunas vacas á la primera misión
de Guayrá, desde el Paraguay, adonde los primeros españoles las habían
traído de España, que en aquella América no las había. Destruyeron los
portugueses aquellos trece pueblos, como se ha dicho, y quedaron allí per-
didas las vacas. Llevaron otras á la misión del Tape: y como los mismos
asolaron aquellos nueve pueblos, y se trasmigraron los habitadores, como
se dijo en el cap. 3, núm. 6 y 7, y las vacas que dejaron se amontaron é
hicieron cerriles, y esparcieron por aquellos campos, que son de los mejo-
res pastos, por espacio de más de cien leguas entre el río Uruguay y el
mar hasta el río de la Plata: allí multiplicaron mucho.
«26. Fueron vencidos los portugueses, como queda dicho en el cap. 3.
núm. 8; y sosegadas y limpias de enemigos aquellas tierras, iban los indios
de cada pueblo á traer vacas: que cuesta no poco, cuando son cerriles, que
allá llaman cimarronas. Van 50 ó 60 indios con cinco caballos cada uno.
Ponen en un alto una pequeña manada de bueyes y vacas mansas, para
ser vistas de las cerriles, y á competente distancia las rodean ó acorralan
treinta ó cuarenta hombres para su guarda. Los demás van á traer allí las
más cercanas, que vienen corriendo como cerriles; y viendo las de su espe-
cie, dándoles ancha puerta los del corral, se entreveran con ellas. Vuel-
ven por otras: y del mismo modo las van entreverando, hasta que no hay
más en aquella cercanía. Júntanse todos los jinetes: y yendo uno ó dos
delante por guías, cerrando los demás todo lo que cogieron, van condu-
ciéndolo adonde hay más, teniendo cuidado de no acercarse mucho: que
si se acercan, y las estrechan, suelen romper por la rueda y esparramarse.
En el segundo paraje, hacen lo propio. Llegada la noche, rodean su
ganado, y hacen fuego por todas partes, y de este modo en medio de la
campaña está quieto. Si no hacen fuego, rompen y se van por medio de
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los jinetes. De este modo, 50 indios, en dos meses ó tres, suelen coger y
traer á su pueblo de distancia de cien leguas, cinco mil ó seis mil vacas.
De los caballos mueren algunos, ya á cornadas de los toros, que arremeten
á cornadas á caballo y jinete: ya del mucho cansancio, y mal trato que les
da el indio. Los demás quedan tales, que no pueden servir en todo el año:
y se ponen en lozanos pastos á convalecer y engordar. Todo esto cuesta
esta faena. Mientras duraron estas vacas, que llamaban la Vaquería del
MAR, por estar á sus orillas, estaban los indios muy bien asistidos, sin que
necesitasen dehesas de ganado manso. Todo el cuidado estaba en tener
muchos caballos para ir á la vaquería: y ésta era la dehesa y estancia de
los treinta pueblos: y aunque por los malos tiempos se perdiesen las cose-
chas, aquí hallaban refugio para todo: porque el indio es muy aficionado
á la carne, y más de vaca: y en teniendo ésta, ya lo tiene todo.
<27. Así perseveraron los indios con abundancia más de oOaños: hasta
que, hacia los años de 1720, un español benemérito de las Misiones, pidió
licencia para ir á vaquear para sí á esta vaquería del mar. Llaman
VAQUEAR á este modo de coger vacas. Es de advertir que de las vacas que
se llevaron de España á Buenos Aires, en espacio de 80 ó más años, se
llenaron de ellas sus campos (que toda es tierra llana, como la tierra de
Campos, de V^alladolid, etc.: y esto por más de cien leguas: y son de
bellos pastos). Y los campos que hay entre el río Paraná y Uruguay
enfrente de Santa Fe por cien leguas en largo y 500 en ancho, estaban
también llenos de vacas, todas sin dueño. Cogían de ellos los españoles, no
sólo para comer, sino mucho más para lograr sus cueros y grasas y sebo.
En comer, como eran pocos, gastaban poco. Para los cueros, y también
para las lenguas, de que tenían mucho comercio con un asiento de ingle-
ses, que por tratados con los Reyes había, y comerciaba en Buenos Aires,
mataban sin medida, dejaban perder las carnes, de suerte que cuando este
español pidió licencia, ya no había vacas cerriles en las jurisdicciones de
dichas ciudades: todas las acabó la codicia. Sólo había algunas mansas en
las tierras y estancias de particulares.
«28. Pidió licencia este español, porque sabía que no eran vacas comu-
nes sino originadas de las que en su transmigración dejaron los indios, y
multiplicadas en tierras no de particulares, sino en que se habían criado
los indios en su gentilismo, que Á natura eran suyas: y mandan las leyes
Reales que no se quiten á los indios que se convierten. Diósele licencia, y
cogió como treinta mil: que para las muchas que había en tan largos espa-
cios, no era cosa sensible: pues los indios de los treinta pueblos en un año
solían traer cerca de cien mil: y con todo eso, no se disminuían, antes iban
en aumento. Pidió después licencia otro español, y se le negó: juzgando
que, si se concedía á muchos, harían lo que hicieron con las vacas de sus
tierras.
«29. Formó con esto queja la ciudad de Buenos Aires. Siguióse el
pleito: y sentenció el Gobernador que podía entrar quien quisiese á
vaquear. Entraron de tropel con muchas carretas por varias partes, sin
orden ni concierto. Mataban vacas sin número. Enviaban los cueros,
lenguas, sebo y grasa á los ingleses de Buenos Aires, cargando de ellos
las carretas: y mientras unas volvían, otras se estaban en la faena para
cargar segunda vez. Y de este modo, en sólo diez años, acabaron, no
-534-
sólo millares, sino millones de vacas, asolando del todo la vaquería del
mar de los indios, como habían asolado las suyas de Santa Fe y Buenos
Aires.
«30. Luego que el Gobernador dio franca licencia, presumiendo los
Padres lo que había de suceder, que dentro de algunos años, no habría
vacas; y viendo que los indios no podían subsistir sin aquel socorro: como
tan celosos del bien de estas pobres criaturas, procuraron hacer luego,
antes que se acabasen las del mar, otra vaquería común, á que no pudie-
ran alegar derecho, ni en cuanto á las tierras, ni en cuanto á las vacas.
Para lo cual, buscaron una campaña hacia el oriente, distante cerca de 80
leguas de los pueblos, y espaciosa por 60 ó más leguas, que no pertenecía
á ningún particular, sino á sus abuelos cuando eran infieles: y de las vacas
que algunos pueblos tenían mansas, ó aquerenciadas en sus estancias, (por-
que viendo que los españoles entraban en la vaquería del mar, se habían
dado á coger cuanto antes de ella lo que pudiesen, y formar estancias en
las cercanías de los pueblos), sacaron hasta ochenta mil: y haciendo camino
primero por un bosque espeso de tres leguas, y después por otro de cinco,
metieron por aquella puerta las ochenta mil, y las dejaron cerradas por
todas partes, para que multiplicasen, esparcidas por todo aquel espacio,
que por todas partes estaba cercado de sierras y de muy dilatados bosques
y muy espesos: y después ir allá todos los pueblos á vaquear, como iban á
la vaquería del mar: porque de solas las estancias de los pueblos, aunque
todos las tuviesen, juzgaban que por la incuria del indio en cuidar el
ganado, no se podrían mantener sin que hubiese estancia ó vaquería
común, de que se cebasen y supliesen las particulares. Esta segunda
vaquería se llamó de los pinares, por los muchos pinos que en ella
había. Sintieron los portugueses hacia cuyas tierras caía, lo que había:
y luego abrieron camino, aunque con mucho trabajo, por aquellos espesos
bosques y sierras, para meter caballos por ellos: y en poco tiempo acaba-
ron con todas esas vacas, ajenas y en tierra ajena, matándolas por la
misma codicia de los cueros para llevarlos á Europa, y del sebo, grasa y
lenguas.
«31 . A este tiempo llegué yo á las Misiones, que fué el año de 31 . Con-
sultamos el modo de tener vaquería común, de manera que ni los españoles
pudiesen alegar derecho á ella; ni ellos, ni los portugueses la pudiesen des-
truir, sin ser sentidos y defendida. Determinóse que la estancia del pueblo
de Yapeyú, que empieza á una legua del pueblo, y se dilata hasta cincuenta
leguas de largo y treinta de ancho, y estaba llena de vacas, no mansas,
sino cerriles y alzadas, ó cimarronas, pero propias del pueblo, que las
metió en aquellas sus tierras, sacándolas de la vaquería del mar, y guar-
dándolas con sus indios por los confines para que no se vayan á otras tie-
rras: Determinóse, pues, que en esta grande estancia se buscase un paraje
capaz de 2U0 mil vacas: para lo cual es menester un espacio de veinte
leguas de largo y diez de ancho. Que de la estancia grande, se cogiesen
hasta cuarenta mil, del modo que se cogen las cimarronas, como se ha
explicado en el núm. 26, y se metiesen en esta pequeña estancia, y se aman-
sasen bien en tres ó cuatro vacadas o rodeos, como allí dicen. Que para su
guarda se pusiesen los indios pastores ó estancieros, como allí llaman, que
fuesen de confianza y mayor cuidado. Y que para llevar esto adelante, y
— 535 —
prevenir cualquier desorden, injusticia y destrozo en lo futuro, se pusiese
allí un Padre Capellán con su decente capilla, y un hermano Coadjutor.
Que se esperase hasta ocho años, en cuyo tiempo las cuarenta mil vacas,
bien guardadas, podían multiplicar, según dictaba la experiencia, has'alas
200 mil. Que desde este tiempo se empezasen á gastar, no yendo los pue-
blos á cogerlas, como cosa común y sin dueño, pues eran del pueblo de
Yapeyú, sino vendiéndolas el pueblo á quien las quisiese comprar: ponién-
dolas á su costa en las cercanías del pueblo comprador. Y por cuanto eran
vacas ya mansas, y hechas á vivir con sosiego, valiese cada cabeza un real
de plata más que las otras cimarronas recién sacadas, cuyo precio era enton-
ces de solos tres reales de plata cada una, fuese vaca ó toro, gorda ó flaca.
«32. ítem, que en la estancia del pueblo de San Miguel, que tiene cua-
renta leguas de largo, y como veinte de ancho, y donde también había
muchas cimarronas propias del pueblo y guardadas á la larga al modo de
las de Yapeyú, se buscase otro paraje de las mismas circunstancias: y se
metiesen en él otras cuarenta mil: y se pusiese un Padre y un hermano, y
se vendiesen del mismo modo. Todo se hizo así: y quedaron socorridos los
pueblos: porque de otra parte no se hallaban vacas ni aun á mayor precio.
El pueblo, que como dije, es el mayor, suele gastar al año diez mil vacas
en la ración ordinaria: pues matan cada día en el pueblo entre treinta y
cuarenta. Estas las cogen en la estancia grande á fuerza de caballos y tra-
bajo, como se dijo: y de esta nueva estancia vendía á los demás. Lo mismo
hacía el de San Miguel. Ya veo que á cualquiera que no está enterado de
las cosas de la América, se le hará imposible estancia de cincuenta leguas:
gasto de diez mil vacas al año en un pueblo de mil y setecientos vecinos:
precio de ellas de solo tres reales de plata, etc. Pero es otro mundo aquél.
La misma admiración nos causaba á nosotros á los principios. O pensará
que las vacas son chicas como carneros: y otras cosas á este modo. Son tan
grandes como las de España, ó más. Ni las leguas son chicas. Se miden á
razón de seis mil varas. Son de aquellas que veinte entran en un grado,
con corta diferencia. Las estancias de Yapeyú y San Miguel son las mayo-
res: las demás son de á ocho, diez, ó á lo más veinte leguas de largo.
«33. El modo de hacer las vacas de cimarronas mansas, es éste: Des-
pués de cogidas del modo dicho, se ponen en la estancia del pueblo cerrada
por todas partes con arroyos, pantanos, ó zanjas hechas á mano: aunque
ninguna está tan cerrada, por la incuria de los indios, que no tenga muchas
partes por donde salirse. Allí las dividen en tropas de á cinco mil ó seis
mil: y colocan cada tropa en sitio determinado algo cerrado, para que no se
junten con otra tropa. Y esto llaman Rodeo. Juntan este rodeo á los prin-
cipios cada día para que no se esparzan, que forcejean á ello, para volverse
por donde vinieron, y para que se hagan á aquel paraje: }' porque este tan
frecuente rodeo no les da tiempo para pacer á gusto: después de algunas
semanas juntan el rodeo sólo dos veces á la semana, y las tienen en él en
alguna loma algo alta dos ó tres horas, rodeándolas por todas partes: y en
partes las meten y hacen el rodeo en un grande corral de palos. Todos son
allí de palos. No hay ninguno de piedra ó pared, ni aun en las tierras de
las ciudades más adelantadas. De este modo se hacen mansas y procrean
más, y con facilidad las sacan sin gasto de caballos y las llevan á cual-
quiera parte.
-530-
«34. Con estas dos estancias prosiguieron los pueblos, comprando de
ellas, sosteniendo, conservando, y aun aumentando sus estancias particu-
lares, hasta que vino la línea divisoria nueva, que lo acabó todo. Esta tan
sonada línea en estos tiempos se originó de los excesos de los portugueses.
Al principio de sus conquistas en el Brasil, teniendo algunas diferencias
con los castellanos, acudieron al Papa Alejandro Vi para que señalase
límites. Señalólos: y después de grandes disputas, quedaron las dos Coronas
en que la línea se señalase por el grado de longitud 330. Con esto el portu-
gués quedaba con todo lo conquistado, y el español también: y les quedaba
por conquistar. Este grado 330, tomado el primer meridiano del pico de
Tenerife, pasa, según común sentir, por la boca del Marañón al norte del
Brasil: y entra en la mar por la isla de Santa Catalina al sur. Divide el
globo terráqueo en dos partes iguales: y allá por los antípodas, que corres-
ponde al grado 150, pasa por las islas Filipinas.
«35. En la América se fueron entrando los portugueses tierra adentro,
pasando esta línea, y cultivando minas de oro muy dentro de lo que tocaba
á España. De manera que por el río Marañón entraron estos últimos años
más de cuatrocientas leguas, poblando una y otra banda. Quejóse España
de tanto exceso. No pudieron negar su adelantamiento: pero alegaron que
también España poseía las islas Filipinas, que según la línea les tocaba á
ellos: y lo habían disimulado tantos años: que, dejando España todo aquello
sin poblar, bien podían poblarlo ellos. Finalmente, por medio de nuestra
Reina, hija de su Rey, consiguieron una nueva línea, en que se les dejaba
con lo adquirido por el Marañón, ex;cepto un pequeño territorio en que caía
un nuevo pueblo de indios: y con todos los territorios de minas de oro y dia-
mantes que habían poblado hacia el Paraguay y el Perú: y ellos cedían el
derecho á Filipinas, y entregaban la fortaleza de la Colonia del Sacramento
enfrente de Buenos Aires á la otra parte del río de la Plata: (como se ve
en el mapa) y por eso y por la cesión, se les daban los siete pueblos de los
indios Guaraníes, ó Tapes, llamados comúnmente Misiones del Paraguay,
cuyos nombres se ven en el mapa. Mas con esta diferencia: que á los por-
tugueses de la Colonia se les daba libertad para que se quedasen en la
plaza con los vasallos del Rey de Castilla, ó se fuesen á los dominios de su
Rey con sus bienes muebles, y vendiendo los inmuebles. Pero que los indios
de los siete pueblos, que eran como treinta mil almas, habían de pasar á
los dominios de España, formando nuevos pueblos, llevando consigo los
ganados y bienes muebles: y dejando para los portugueses sus casas, tie-
rras, huertas, algodonales, yerbales y todo bien inmoble: y en recompensa
de esto se daría á cada pueblo cuatro mil pesos. Esta diferencia se hizo
para no dar tanto indio á Portugal, con los cuales en aquellas partes nos
pudiese hacer guerra en tiempo que la hubiese.
«36. Intimóse á los indios el tratado. Al principio consintieron algu-
nos: pero apretándoles en su ejecución, resistieron todos. Instábamosles
los Padres considerando el empeño de la Corte, y que, si no obedecían,
había de ser peor; y mal de su grado por armas les harían obedecer, con
pérdida de sus bienes muebles é inmobles, y también de muchas vidas, si
resistían. Lo que perdían en este tratado era mucho más que lo que en la
Corte se pensó: que no lo consultó con nosotros, juzgándonos apasionados
por los indios. Juzgaron que con los cuatro mil pesos se resarcían de las
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pérdidas de los edificios y demás bienes. Pero era tan al contrario, que
había pueblo que perdía más de setecientos mil pesos.
«37. Estando yo cuidando por orden del Gobernador y Capitán general
y mis Superiores del pueblo de San Nicolás, uno de los del tratado, ins-
tando en la transmigración de los indios de él: no queriendo dejar sus tie-
rras, vino un grueso destacamento de soldados. Salieron al opósito
los indios, no pudiendo yo estorbarlo. Mataron á un capitán español: y los
españoles á cuatro indios en las calles, con que huyeron los demás y se
apoderaron del pueblo. Perseveré en él con el destacamento algunos
meses. En este tiempo, ante mí hicieron cómputo de lo que perdía el pueblo.
Hallaron 700 casas. De su valor, unos decían que cada una valía 500 pesos:
otros, que 400: y el que menos, que 300. Eran todas de cimiento, y una vara
en alto, de piedra: lo demás, de adobes. El techo con buenos tejados: y los
corredizos y soportales con columnas de piedra, y de una piedra cada una.
La suma de 700 á razón de 300 monta doscientos y diez mil pesos. La igle-
sia, que es de piedras labradas, junto con la torre, y ocho ó diez campanas
que tiene, con la casa y patio del Padre, que son muy grandes, por servir
á todo el pueblo en varios usos; y la casa de las recogidas, almacenes, gra-
neros 3' capillas de fuera, decían que valía tanto como todo el pueblo, esto
es, todas las 700 casas. De árboles de yerba del Paraguay, de que se con-
taban como cuarenta mil plantas en dos grandes planteles ó yerbales,
como allí dicen, que valuaban en cinco pesos cada árbol, por la parte que
menos, pues decían que en otras partes cada olivo se vendía á diez pesos:
y que á lo menos valía la mitad cada árbol de yerba, sacaban doscientos
mil pesos. De los alg'odonales comunes y particulares que daban cinco ó
seis mil arrobas de algodón al año: y de las huertas comunes de melocoto-
nes, que es propia tierra para ellos, y de otras frutas, sacaban crecidas
sumas, que montaban por la parte que menos, setecientos mil pesos.
«38. La iglesia del pueblo de San Miguel, én que trabajaron mil indios
por diez años, de que ya se tocó algo, la valuó el ingeniero mayor del ejérci-
to y otros arquitectos en un millón de pesos: y el General portugués, luego
que la vio, dijo que sólo los cimientos valían más que lo que el Rey de Cas-
tilla daba por todo el pueblo, eso es, los cuatro mil pesos: y todo esto era de
los indios, que lo hicieron sin jornal alguno, con grandes sudores y fatigas.
«39. Como perdía todo esto el pobre indio, y con la circunstancia muy
agravante para ellos, de haberse de dar á los portugueses, que en lo anti-
guo les hicieron tantos daños, y en lo presente se los hacían también muy
frecuentes, con continuos hurtos de sus ganados en las estancias, y con
pendencias frecuentes, y aun muertes, por defender su hacienda, por lo que
los tenían por enemigos: como consideraban esto, y hacían refleja de lo
que les había costado; 3' ahora les obligaban á hacer de nuevo todo esto
con nuevos sudores }■ trabajos, cosa tan sensible á su genio tan perezoso;
y sobre todo se les mandaba dejar su patrio suelo, é ir á tierras muy distan-
tes, que es lo que más siente el indio; no pudieron sufrir tan pesada obe-
diencia: y así, aunque siempre nos habían obedecido en todo, excepto en
algunas transmigraciones que en tiempos antiguos fué preciso hacer con
algunos particulares pueblos; habiendo aquí mayores dificultades, no hicie-
ron caso de nuestros esfuerzos, y aun algunos Padres corrieron riesgo de
la vida, por instar mucho en esta transmigración.
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«40. Los españoles, sabiendo el respeto que nos tenían, juzgaron que
si les mandábamos que se transmigrasen, obedecerían luego: y así, que el
no hacerlo era señal de que nosotros los amotinábamos. Pero iban muy
errados. Ya después que entraron en los pueblos, trataron con los indios,
y vieron lo que se les mandaba, y lo que perdían, nos decían lo muy erra-
dos que habían andado: y que ellos mismos, si se les mandase lo que á los
indios, resistirían hasta la última gota de su sangre; pero que como eran
mandados en lo que hacían, no podían menos de proseguir en la ejecución
del tratado. Mejor hicieran en obedecer en todo según las máximas del
Evangelio en caso de mandarles lo que al indio: y de estas máximas, como
SI QUIS AUFERT TIBÍ PALLIUM, PRAEBE El ET TUNICAM, nOS valíamOS para
que cedieran á lo que se les mandaba. Fué esto de tal manera, que des-
pués, tomando juramento jurídicamente el General D. Pedro Cevallos, no
sólo á los Corregidores, indios principales y caciques, sino también á sus
oficiales que se habían hallado en las refriegas de los indios, que eran
muchos, de lo que había habido en este punto, testificaron todos que los
indios, no los Padres, habían sido la causa de la resistencia. Este testimo-
nio tan autorizado lo envió á la Corte. N^o obstante, muchos están en que
nosotros fuimos la causa de todos los males. Cuando se dé lugar á la luz,
se descubrirá la verdad.
«41. Finalmente, los indios á fuerza de armas fueron echados de los
siete pueblos. Recibiéronlos los otros 23 de la banda occidental del río
Uruguay. El General portugués, que había venido á esta campaña auxi-
liando á los españoles, y estaba persuadido á que en aquellos siete pueblos
había muchas riquezas, de manera que hay testigo muy autorizado que
afirmó haberle oído decir antes de esta conquista, que los Padres para sus
colegios sacaban cada año millón y medio de pesos de los 30 pueblos, viendo
ahora por sus ojos el engaño, comenzó á mostrar disgusto del tratado: pare-
ciéndole que de la Colonia, por vía de contrabando, sacaba Portugal más
plata que la que se podía sacar de aquellos pueblos. El General español
juzgaba que á España se le seguía mucho daño y mengua de aquel tratado:
aunque como tan fiel, obedecía en lo que se le mandaba. Había también
que sacar de los montes millares de indios que, por miedo del ejército, y
por no dejar su país, se habían metido en ellos: y decía el portugués que
mientras el español no sacaba aquellos indios, y los conducía á la otra parte
del Uruguay en los demás pueblos, no podía él poner en los siete del trata-
do, ya evacuados, las familias portuguesas, que para ello estaban preveni-
das: porque los del monte con continuas irrupciones los irían destruyendo.
El General español, D. Pedro Cevallos, envió varios destacamentos á sacar
estos indios. Cada uno llevaba un Jesuíta: y ya con el terror de las armas,
ya con las persuasiones del Padre, sacó á todos, y los condujo al sitio des-
tinado. En estas cosas se gastaron tres años: y en todo este tiempo estuve
yo con el General en los pueblos de San Juan y San Miguel, como cape-
llán y Misionero del ejército. Acabados de sacar los indios amontados,
murió nuestro Rey D. Fernando VI y la Reina. Entró á reinar D. Carlos.
Y teniendo por injusto el tratado, luego lo anuló, y mandó que los indios
volviesen á sus casas, y se les resarciese todo lo que habían perdido. Yol.
vieron, y no hallaron ganados ni cosa que comer: pero con la ayuda de los
otros pueblos, fueron volviendo en sí: y cuando vino el arresto de los
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Misioneros, que fué por Agosto de 68, 3^a estaban con bastante lustre, aun-
que les faltaba mucho para llegar al primero. El mandato del Rey de que
todo se les resarciese, no se ejecutó, como suele suceder con otros manda-
tos reales en tierras tan distantes: y no fué por incuria del General. Hecha
esta digresión, prosigamos con lo político y económico del pueblo.
«43. Además de los bienes comunes de vacas, algodón, etc., hay otro
muy particular y cuantioso, que es el de la yerba del Paraguay, que común-
mente llaman yerba, sin más ádito. Hay en los montes de aquellas Misio-
nes, y en los de la gobernación del Paraguay, por toda ella, unos árboles
propios de aquel territorio, del tamaño de un naranjo, y de hoja parecida
á él, que llaman Árbol de yerba. Cógense las ramas no grandes de este
árbol: chamúscanse a la llama: pónense en unos zarzos algo altos: y por
debajo se les da humo toda una noche: después se muelen y se ensacan.
Esta es la yerba tan usada en aquellas tierras entre ricos y pobres, libres
y esclavos, como el pan y como el vino en España. Usase lo mismo que el
té ó cha, como dicen los portugueses, tomado de los chinos. Caliéntase
el agua: échase como un puñado de 3^erba en el Mate, que es la vasija en
que se toma, y es de calabazo pintado, de figura de una canoa ó pesebre, ó
de coco grande, que los ricos lo tienen guarnecido de plata, ó de palo santo,
madera muy medicinal; no de estaño, plata, ni barro: encima de la yerba
se echa el agua caliente templada, no hirviendo, que así hace que amargue
la yerba: y la gente de algún ser la echa azúcar, y aun agrio de naranja y
pastillas de olor. La gente ordinaria sin cosa de estas. Hay dos modos de
yerba (no digo especies): una que llaman Caamini, ó yerba menuda: otra
Caá Ivirá, ó yerba de palos. La diferencia entre las dos sólo es que la
yerba de palos, para molerla, la meten en un hoyo, barriendo con ella tierra
y otras cosas que había debajo de los zarzos adonde la echaron después de
ahumada, y no tapan el hoyo: allí la majan, cayendo y entreverándose con
ella la tierra de los lados del hoyo: y no la ciernen en cribas, sino quitando
los palos mayores, dejan en ella los menores. La Caamirí, ó menuda, se
muele en canoas, ó en ho3'o bien dispuesto que no se le mezcle tierra: y
se criba, dejándola sin palitos. Esta vale casi doblado que la otra. De ésta
hacen los treinta pueblos. La otra de palos la hacen los españoles del Para-
guay, y los indios de los diez pueblos que tienen allí.
«44. Antiguamente iban nuestros indios á hacer esta yerba á los mon-
tes, distantes de los pueblos 50 ó 60 leguas: porque no había á menor dis-
tancia. Los siete de la banda oriental del Uruguay iban por tierra con
carretas: los demás por los ríos Uruguay y Paraná en balsas hechas de
canoas, río arriba, que no se cría río abajo: y no se podía ir por tierra por
las sierras y montañas intermedias. Los de tierra volvían con sus carros
cargados después de muchos meses. Y los de agua, después de hecha la
yerba, la llevaban á hombros desde el sitio donde se cría hasta el río, que
en partes estaba lejos como de tres ó cuatro leguas.
«45. Viendo los Padres tanta pérdida de tiempo fuera del pueblo, sin
los socorros espirituales de él, y tanto trabajo de los pobres indios, se apli-
caron á hacer 3'erbales en el pueblo como huertas de él. Costó mucho tra-
bajo, porque la semilla que se traía no prendía. Es la semilla del tamaño
de un grano de pimienta, con unos granitos dentro rodeados de goma.
Finalmente, después de muchas pruebas se halló que aquellos granitos,
-540-
limpios de aquella goma, nacían: y trasplantando las plantas muy tiernas
del semillero bien estercolado á otro sitio, y dejándolas allí hacer recias,
después se trasplantaban al yerbal, y regándolas dos ó tres años, prendían y
crecían bien: y después de ocho ó diez años, se podía hacer yerba. Es planta
muy delicada: y con toda esta industria y trabajo, se logra: y se han hecho
yerbales tan grandes en casi todos los pueblos, que no es menester que los
pobres indios vayan con tantos afanes á los montes. Es grande el empleo
que los Padres ponen siempre en librar de trabajos á aquellos pobrecitos,
en su conservación y alivio, que en todas las otras partes son perseguidos,
afligidos y maltratados, y yendo en gran disminución, como lo testifican
las historias de eclesiásticos y seglares, y ratifican los que caminan mucho
por las provincias de la América, excepto en algunas de indios más capaces
que se gobiernan por sí solos, de que habla el P. Gumilla en su bella Histo-
ria del Orinoco. Por lo que el Rey Felipe V, informado de ésto por medio
de los Obispos en sus Visitas, y de los Gobernadores y Jueces, alabó mucho
este cuidado en los Padres en la Cédula del año 43, punto 4.*' (tiene 12 pun-
tos) exhortándonos á que prosigamos en este negocio de lo temporal: y aña-
de: «Ojalá que así se hiciera en los pueblos del Perú: que no se experimenta-
ría en ellos tan mala versación de sus haciendas.» Ya se ha visto el cui-
dado, celo y empeño que se puso en las vaquerías para la conservación de
estos pobres. Los españoles viendo estos yerbales, han pretendido hacer
lo mismo en sus casas y granjas para librarse del muclio consumo de
muías que hacían por sierras y montes, haciendo y trayendo yerba: y
yo les he dado semilla y receta para que lo hagan: mas nunca lo consi-
guen, aun siendo las tierras del Paraguay más apropósito para esta planta
que las de otros países.
«46, Esta es la finca principal de los pueblos para comprar lo necesa-
rio de Buenos Aires, y para dar al pueblo. Envía el pueblo anualmente á
Buenos Aires 400 arrobas de yerba con los indios del mismo pueblo en
barcas por los ríos, á manos de un Padre Procurador de Misiones que
allí hay. Otros á Santa Fe á otro Padre que también hay allí: aunque por
de menor comercio aquella ciudad, es poco frecuentada aquella Procura-
. duría. Vende el Procurador la yerba v. g. á 4 pesos la arroba, según los
tiempos, poco más ó menos: y con su valor compra lo que el Cura pide, que
suele ser tela, y aderezos para la iglesia, cuchillos, tijeras, hachas, fierro
en bruto para muchos usos de los herreros, (cuchillos, tijeras y hachas se
ha experimentado que es más útil comprarlos que hacerlos en el pueblo)
armas de fuego, avalónos, y dijes para sus fiestas, adornos, tela de paño,
y otras especies, lienzos de lino para los altares, y otras mil cosas necesa-
rias, que á sus tiempos con toda economía y equidad se reparten entre
todos.
«47. Hay orden del Rey de que no se vendan para Buenos Aires y
Santa Fe más de doce mil arrobas de yerba entre los 30 pueblos, que tocan
á 400 cada uno. Esta orden se dio á petición de los españoles del Paragua}^
que son los únicos que tienen este comercio, y bajan á Buenos Aires como
cincuenta mil arrobas cada año, por el río de su nombre y el Paraná. No se
pueden bajar más que estas doce mil aunque se despreciase el orden (que
nunca se desprecia alguno, aunque sea de mucho trabajo, antes bien se
pone mucho cuidado cumplirlos), porque es preciso pasar la embarcación
— 541-
por dos ó tres parajes que están llenos de guardas de confianza, que lo
registran todo y dan su pasaporte. De esta yerba dice el papel de aquel
Prelado que todos sabemos, que sacamos tantas riquezas, que de ellas en-
viamos cada año un millón de pesos á N. P. General. A tanto ha llegado
en estos tiempos la ceguedad, sueños y delirios de personas, aun de la
mayor santidad, á vista de tantos Gobernadores, Oficiales militares, guar-
das y otros mil particulares, que saben ó ven lo contrario.
«48. Siémbrase también en todos los pueblos tabaco para el común.
De éste envían también algunos pueblos á las ciudades, que allí se usa mu-
cho para fumar y mascar. Es muy común en estos dos usos entre la gente
baja, y no pocos de distinción. Los indios no usan sino para mascar, que
dicen les da así mucha fortaleza para el trabajo, especialmente en tiempo
de frío. No se usa en polvo por las prohibiciones reales. El de polvo viene
de España, y vale lo más barato á cuatro pesos libra. Todo lo que va de
Europa es á este tenor: el quintal de fierro á 16 pesos (alli no hay senci-
llos): el paño, de Segovia á 8 pesos vara: el barril de vino de Andalucía
de 4 arrobas ó cántaras, ó 32 frascos ordinarios, á 30 pesos: y así lo demás.
«49. De todos los bienes de comunidad dichos, sólo salen de los pue-
blos el lienzo y algo de hilo para pábilos, la yerba y el tabaco: dejando lo
necesario para el consumo de los vecinos. Los demás bienes quedan para
el gasto, y para contratar unos con otros: porque en unos abunda el algo-
dón, en otros escasea; de manera que con dificultad se coge lo necesario
para el pueblo: 5^ lo mismo sucede con el maíz y legumbres: y con los gana-
dos: y acuden á tiempos varias plagas de gusano, langosta, etc. en algunas
partes, dejando otras: por lo que hay mucha comunicación de unos con otros
en compras y ventas. No corre dinero en esto. Y lo que es de maravillar,
en toda la gobernación del Paraguay, ciudad de las Corrientes (aunque
pertenece á la de Buenos Aires), ni en algunas otras ciudades de otras pro-
vincias. Todo se hace por trueques. En el Paraguay tiene la ciudad puesto
precio fijo imaginario á las cosas: el algodón, la arroba á dos pesos: el
tabaco en hoja, á seis: la arroba de yerba, á dos, las vacas, á seis, etc.
Y así el que tiene mucha yerba, y nada de algodón, para comprarlo, se
informa del que lo tiene, (que allí no hay tiendas, ni plazas de cosas ven-
dibles), y ve si se lo quiere vender por yerba: y como ya saben los precios,
sólo ajustan lo que corresponde á un género por otro. Los géneros de
Europa, que llegan allá desde Buenos Aires están señalados por la ciudad
á cuatro por uno, lo que costó en Buenos Aires uno allí se paga cuatro: y
lo que costó 100 se paga 400: y así se hace comúnmente en todo.
«50. A este modo, en nuestros pueblos están señalados los precios de
todas las cosas: y cada Cura tiene su papel de ellos: y cuando le sobra algo,
da lo que le sobra por lo que necesita. Y estos precios nunca se varían,
haya carestía, ó abundancia. Y los géneros que vienen de Buenos Aires,
como están más cerca que del Paraguay, están señalados á 25 por 100 por
los costes y peligros de la conducción. Y por esto, el Procurador envía lista
del precio á que compró allá los géneros, porque aunque no se compran
para revenderlos con lucro (que esto sería negociación prohibida á todo
eclesiástico), sucede á veces estar sumamente necesitado un Cura de algo-
dón para el vestuario de los indios, porque se lo destruyó el gusano (que
aun más que la langosta arrasa): ó de maíz, porque la seca en su territorio
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lo perdió: y entonces da lo que tenía en prevención aun para el adorno de
la iglesia, para socorrer la mayor necesidad de sus indios. Con estos res-
guardos y órdenes que se cumplen al pie de la letra, se evita la demasiada
solicitud y codicia que podía haber con inquietudes corporales. Todos estos
tratos los hacen los Padres al modo que los hace un padre de familia en su
casa, por no ser los indios capaces de ello.
«51. Por la misma causa los indios no disponen las faenas, viajes por
tierra y agua, y demás menesteres del común: ni su avío y matalotaje: que
el indio no tiene talento para prevenir sustento más que para 4 ó 6 días,
aunque tenga con que prevenirlo, y aunque sepa que el viaje ha de durar
meses enteros. El Padre llama al Corregidor y Mayordomo, y conferencia
con ellos cuántos indios son menester para tal tropa de carros, y para tal
barco que es menester despachar para el bien del pueblo: cuántos bueyes,
caballos, muías, vacas, maíz, legumbres, yerba, y tabaco se necesitan para
su sustento y guardar lo que lleven unos y otros. Escógelos el Corregidor,
y vienen á la presencia del Padre. Este admite ó desecha los que le pare-
ce. Ve si les falta vestuario, según la calidad del viaje y del tiempo de frío,
lluvia, etc. Socórreles del vestuario del común: y así aviados en todo, cami-
nan: y como saben esto, ningunos repugnan.
»No se da sueldo, porque lo hacen para el común, tanto para ellos, como
para los demás: y mientras éstos están en el viaje, los demás les están com-
poniendo y haciendo su casa, labrando los maizales, y demás sementeras
comunes para ellos y para todos: y para los particulares también, si acaso
tardan mucho; y haciendo todo lo demás que sirve para ellos y para los
que quedan. Solo en caso de ser mayor trabajo el de los viajantes que el
de los que quedan en el pueblo, ó de haber hecho su viaje con especial
cuidado y utilidad, se les remunera á la vuelta: y el premio suele ser rosa-
rios, lienzo de listado (de que gustan mucho), cuchillos, espuelas, frenos,
hachas y cuñas. El Corregidor y Mayordomo son á modo del Ministro y el
Procurador en un colegio: y el Cura es como el Rector. El Compañero del
Cura no cuida de estas cosas, sino de aj'udar en lo espiritual. Asimismo
los demás oficiales, y plateros, pintores, herreros, etc., no llevan sueldo por
la misma causa: y están muy contentos con este gobierno, por ser el más
propio para su genio, de manera que los hombres más prudentes y experi-
mentados, que conocen el genio de este gentío, como son los señores Obis-
pos en sus Visitas, los Gobernadores y Visitadores, han hecho en todos
tiempos informes al Rey muy honoríficos de este concierto y economía:
afirmando ser, atenta la capacidad de la gente, el más conforme al servicio
de Dios, del Rey y de la República, como lo dice el mismo Felipe V en la
Cédula citada de 43, apuntando en particular algunos de estos informes,
exhortándonos, como se dijo, á proseguir en este gobierno. Y es de advertir
que afirma S. M. que esta Cédula se hizo después de haber visto y reflexio-
nado despacio y con toda atención en Junta particular de los más califica-
dos ministros todos los papeles de los afectos y desafectos, enemigos y
amigos de los Jesuítas, que se habían hecho en más de un siglo sobre este
asunto, y enviado á la Corte: careando los acusadores con las defensas:
sobre cuyo acuerdo se hicieron los doce puntos de ella. Y despachó con ella
otra Cédula en que mandaba que en adelante, si se hiciese alguna acusa-
ción contra las Doctrinas del Paraguay, no se viese ni atendiese, sin leer
- 543 -
primero esta Cédula de los doce puntos. Parece que no cabe mayor auto-
ridad, verdad y certificación. No obstante, sucede lo que estamos experi-
mentando.
«52. Los que en la línea divisoria venían por Demarcadores, y algunos
otros del ejército, los cuales venían muy empeñados en la ejecución del
tratado, diciendo era muy útil para España, y á quienes se habían prometido
honoríficos ascensos en caso de efectuarse, decían que todo este gobierno
era errado: que cada indio debía tener sus vacas lecheras y otra tropilla
más, que comer, como hacen los españoles del campo: un 3^erbal por huerta:
un tabacal: sus caballos y muías: y hacer yerba y tabaco en abundancia, y
venir los españoles á comerciar con ellos, y los Padres sólo enseñar la
Doctrina cristiana. Qué más quisiéramos nosotros, que poder conseguir
esto, por estar libres de tanto cuidado temporal. Muchas pruebas se han
hecho para conseguir algo de esto en diversos tiempos: más nada se ha po-
dido alcanzar. Si estos indios fueran como los españoles, ó como los indios
del Perú y Méjico, que antes de la conquista vivían con gobierno de Reyes
y leyes, con economía y concierto, con abundancia de víveres, adquiri-
dos labrando sus tierras, en pueblos y ciudades: si fueran de esta raza, casta
y calidad, se podía decir eso. Pero son muy diversos. Eran en su gentilismo
fieras del campo como se ha dicho. La experiencia ha mostrado que el cul-
tivo de 150 años, que ha que empezaron sus primeras conversiones, sólo
ha podido conseguir el amansarlos y reducirlos á concierto, como se ha
dicho, de que se admiran mucho los Obispos y otros, considerando lo que
eran, teniendo por mucho lo que se ha hecho y conseguido de su brutalidad.
«53. Decían más: que si los españoles estuvieran mezclados con los
indios, dispensando en la ley que lo prohibe, tendrían más luces, entrarían
en alguna codicia, lo agenciarían más bien, haciéndose a guardarlo. La
ley se puso con mucha consideración, y después de mucha experiencia de
lo que pasaba. Experimentóse que los indios, aun los de mayor cultura,
como los de Méjico y Perú, no adelantaban en la economía y puntos de
hacienda por la comunicación con los Españoles, antes cada día eran más
pobres sobre otros daños que se les seguían, y por eso se puso la ley de
que el que no fuese indio, no tuviese domicilio en sus pueblos: y otra de
que si pasaba alguno de paso por ellos, no se le permitiese estar en ellos
más de tres días: y la otra de que no se les permitiera andar por las casas
de ellos.
«54. Son muchos los indios, que se huyen á los pueblos de los españo-
les. Aunque no sea más que de ciento uno, como son cosa de cien mil, ya
son un millar. Unos se huyen porque les castigan por no hacer suficiente
sementera para su familia: otros, por matadores de bueyes y terneras, á
que son muy aficionados, y no se pasa sin castigo, porque no se destruya el
pueblo: otros por pecados de lujuria, y temen los azotes que hay señalados
por ellos, porque para todo género de pecados hay castigo señalado, pero
castigo paternal, no judicial y hay también fiscales. Alcaldes, Mayordo-
mos, etc., que celan sobre ellos, que con dificultad quedan sin castigo: y se
huyen solos, sin su mujer, ó con mujer ajena: y como saben que allá todos
estos pecados los pueden hacer sin castigo, porque en estos desiertos, y más
en las granjas y estancias de ganados, adonde ellos comúnmente huyen,
los pueden ocultar mejor que en su pueblo: es ésta una tentación vehe-
- 544 —
mente para los malignos. Y no es mucho que de cien haya uno de estos
malignos: y quizás no se hallará cosa que en la República más culta se
hallará, sin que por eso se tenga por defectuosa. De estos, unos vuelven;
los más se quedan, y no saben vivir sino alquilándose por jornaleros. Les
da su amo cinco ó seis pesos cada mes, y de comer: que es el jornal de un
peón ordinario: y para que cumpla, es menester que el amo esté sobre él.
Pasado el mes, se va á jugar y emplear la paga, (1) que se aficionan hasta
embriagarse, cosa que jamás vieron en sus pueblos, donde no se hace este,
licor, ni viene de otra parte: y aquí luego lo aprenden. Ni aun se hace en
sus pueblos vino que pueda embriagar: sino una como aloja, que llaman
CHICHA, de maíz, que todos usan en lugar de vino: cuya maniobra, ó BO-
QUiOBRA es mascar el maíz: y con la mascadura y sarro, echarlo en un
barreñón de agua: y dejarlo allí dos ó tres días hasta que se aceda algo: y
entonces lo usan: si se deja algunas semanas, toma fuerza y embriaga:
pero nuestros indios, aunque hacían esto en su gentilismo, y se embriaga-
ban con él, nunca lo hacen después de cristianos. Quitóse este vicio.
Después de gastar el peón (así se llaman allí los jornaleros), sus cinco
pesos, vuelve á alquilarse. Así pasan toda la vida, y no paran en un sitio.
Unos días están en las estancias de Buenos Aires ó en la ciudad: á poco
tiempo se van á Santa Fé: luego de allí al Paraguay, distante 200 leguas:
y andan vagueando sin instrucción y sin cuidado alguno de su bien espi-
ritual.
«55. Entre los españoles, ven bueno y malo: y más de esto; porque el
indio no trata sino con la gente más soez: mulatos, mestizos, negros y escla-
vos: en quienes reinan más los vicios: no aprende cosa buena de lo que ve,
é imita luego todo lo malo. Y así con los que vuelven al pueblo, tenemos
harto trabajo en quitarles las mañas que allí aprendieron, para que no infi-
cionen á los demás. Y en algunos pueblos no los quieren admitir, por el
daño que han experimentado que hacen con los vicios que traen: y aun
suelen volver á huir con una ó dos mozuelas, mujeres ajenas. Lo que la
prudencia y solicitud real pretende, es que tengan alguna comunicación ó
comercio con los españoles, para que vivan con alguna hermandad como
vasallos de un mismo Rey, sin odio ni extrañeza; pero no de modo que se
sigan los daños insinuados y otros con la comunicación cuotidiana. La pre-
tendida comunicación ya la tienen, y siempre han tenido en frecuentes
viajes por agua, que hacen con sus haciendas, y por tierra á hacer edificios
públicos, como fortalezas; á pelear en compañía de los españoles contra los
portugueses é infieles. Cuatro veces han puesto sitio á la Colonia, yendo
cada vez millares de ellos. Las tres la ganaron: y después por tratados de
paz fué restituida. Más de cincuenta servicios de éstos se cuentan que han
hecho con los españoles desde sus principios.
«56. A los Demarcadores instruidos en los documentos dichos, que
saben cómo se vive fuera del pueblo, les preguntábamos: qué adelanta-
miento se veía en él, después de 20 ó 30 años de habitar con los españoles,
y ver su economía, solicitud y codicia por recoger y guardar hacienda, si
habían visto indio alguno que supiese guardar cincuenta pesos, siendo así,
que cualquier mulato ó negro los adquiere y guarda con el trabajo de un
(1) Sic. Parece que debe suplirse en aguardiente, d
— 545 —
año. Y respondían que ni diez. Con todo eso, quedan muchos con sus dicta,
menes. Es lo mismo que si dijéramos que era errada la administración de
un tutor que cuida de dos ó tres pupilos, y de la hacienda que les dejaron
sus padres: que el pupilo ha de gobernar su hacienda, hacer tratos y con-
tratos: y el tutor sólo ha de cuidar de enseñarle la doctrina y buenas cos-
tumbres. Todos, y ellos con todos, confiesan que el indio es un niño que
no sabe cuidar de sí mismo; que es menester tratarle como á tal, y no de
Usted, como á los niños: luego es menester gobernarle como á un niño.
«57. Bien pudiera el indio hacer todo lo que dicen, y el Cura le ayuda-
ría. Un Corregidor hubo en el pueblo de la Candelaria que plantó un yer-
bal en sus tierras. Hacía cada año dos tercios de yerba, que son unos zurro-
nes de cuero de vaca, de siete arrobas, poco más ó menos, que se acomodan
bien en cargas. Llevaba sus dos tercios al Cura, al tiempo de despachar
el barco con la hacienda del pueblo, lienzos, tabaco y yerba. Pedíale que
despachase sus tercios á Buenos Aires, y que con el producto le hiciese
traer lo que necesitaba para su casa: que suele ser ba5'eta, paño, cuchillos
y abalorios. Señalaba el Cura los dos tercios; advertía al P. Procurador de
quién eran y para qué; decía puntualmente todo lo que el Corregidor pedía.
Conocí uno que era Comisario de guerra en su pueblo, el cual plantó un
cañaveral de caña dulce; hacía de él cada año tres ó cuatro arrobas de
azúcar; llevábalas al Cura para que fuesen con la hacienda del pueblo, y
le traían lo que pedía. Algunos años se iba con el barco, según iba seña-
lado, y por medio del P. Procurador vendía y compraba. Y todos podían
hacer lo que éstos hacían, y mucho más, y los Padres se alegrarían mucho
de ello. Pero no hay caletre para eso. En treinta y ocho años que estuve,
en dos veces, en los pueblos, no supe que otro hiciese otro tanto. Estos eran
más capaces que los demás; pero entre muchos millares no se encuentra
uno como ellos.
«58. Un mulato, á quien traté mucho, siendo mozo, se casó con una
cacica, cuyo cacicazgo había perdido la línea varonil: que es cosa que no
sé que haya sucedido otra vez, porque las indias nunca se casan sino con
los indios. Admitiósele en el pueblo para cuidar de sus vasallos. Sabía leer
y escribir; portábase bien, 3^ así casi siempre fué Mayordomo de la casa
de los Padres, que es serlo de todo el pueblo; y los Padres de los demás
pueblos le llamaban para visitar estancias, y otros encargos de monta,
valiéndose de él como de un hermano Coadjutor. Este, en un ángulo de la
estancia de su pueblo, tenia su manada de vacas para su casa, y caballos,
y muías, y los guardaba muy bien. Hizo su tabacal y cañaveral, y el tabaco y
el azúcar que de ellos hacía, le enviaba á Buenos Aires del modo que
hacían los dos que acabamos de decir, dejando lo necesario para su casa.
Otras veces lo vendía al hermano Coadjutor que tenía el Superior de todos
los Misioneros para cuidar de proveerlos de vestuario y todo lo necesario.
Y de esta manera andaba muy abastecido de todo. Era de la capacidad,
economía y honra de un español de mediano entendimiento. Su Cura y los
demás Padres le ayudaban para que así se portase. Todo esto veían los
indios, y ninguno le imitaba. En las Misiones que estaban á cargo nuestro
en Méjico y en el Perú, no cuidaban los Padres Misioneros de esta suerte
de lo temporal, porque aquellos indios son de mayor capacidad y economía,
y no necesitan de tanto para su conservación y para que vivan como cris-
35 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo ii.
— 546 —
tianos. Ni en la misma provincia del Paraguay se hacía esto con todos los
indios, porque en la nación de los Pampas de Buenos Aires, donde yo estuve
muchas veces, viendo los primeros Padres que los convirtieron que sabían
buscar por sí el mantenimiento temporal sin mucho cuidado de los Misione-
ros, y que guardaban lo que adquirían sin desperdiciarlo, y que en los trati-
llos de sus cosas con los españoles no se dejaban engañar, les dejaban
gobernar por sí mismos. Y eran Padres que habían sido Curas de las Misio-
nes de nuestro asunto. Los religiosos de San Francisco que tienen á su
cargo cuatro pueblos de la Gobernación del Paraguay, y dos en la de las
Corrientes, con ser que es más impropio de ellos manejar hacienda, hacer
tratos y contratos, etc., por la rígida pobreza de su Instituto; cuidan de lo
temporal de sus indios del mismo modo que nosotros, por ser aquellos indios
déla misma calidad. Y en otro pueblecillo que tienen en la jurisdicción de
Santa Fe de la nación Calchaquí, no cuidan de ese modo: porque son indios
más próvidos. Luego yerran los señores Demarcadores Reales en sus dic-
támenes contra el sentir de señores Obispos, Gobernadores, Visitadores y
de los mismos Reyes, que se guían por la experiencia. Los hijos del mulato
que dijimos (vivió muchos años, ya murió) salieron más capaces y econó-
micos que los demás indios, pero no tanto como su padre; y así vemos que
sucede en otras generaciones. Cásase una india de las huidas á los españo-
les con un indio de su nación. Aunque vivan los hijos y los nietos de la
huida con los españoles, no salen de su cortedad, incuria y falta de habili-
dad para lo temporal. Cásase con un español, que tal cual vez sucede, por-
que se enredó con ella, y quiere salir de aquel mal estado sin dejarla. Sus
hijos salen más hábiles, por lo que participan de su padre; los nietos salen
mejores y los biznietos no se distinguen de los demás españoles. Este era
el único remedio para que estos indios se pudiesen portar del modo que
quieren nuestros Demarcadores. Pero tiene el español por tan vil y bajo al
indio, que antes se casará con una bastarda, con una mulata, con una negra
que con una india. Yerran mucho en su dictamen los españoles, porque el
indio es tan libre como el español; y por lo que toca á la sangre, no tienen
impedimento para oficio alguno político ni aun económico. Pero el bas-
tardo, el mulato, el negro, son viles por sangre, é incapaces de esos oficios.
Pero como los ven unos pobrecitos en su porte, no hay sacarlos de su error.
El indio, pues, no tiene á su mandar sino el producto de su sementera, y
algunas gallinas, á que son algo aplicados, y el poco lienzo que sacó su
mujer de su particular hilado. Todo lo demás está de común y á disposición
del Cura. El Corregidor, Alcaldes, etc., á nadie castigan ni envían á via-
jes ni faena, sin orden del Cura: y no más.
«59. Todos los indios de 18 años hasta 50 pagan su tributo al Rey,
excepto los caciques, sus primogénitos, el Corregidor (que no es siempre
cacique), y doce que exceptúa el Rey para el servicio de la iglesia, huerta
de los Padres y demás oficios domésticos. El tributo es sólo de un peso, por
no haber sido estos indios conquistados con armas, sino con sólo la cruz.
No pagan sisas ni alcabalas, cosas que pagan los españoles, aunque no
pagan tributo. Pagan también diezmos, aunque no los paguen otros indios
de más crecido tributo. Se compusieron con el Rey en que fuesen cien
pesos por cada pueblo, fuese grande ó chico. En toda la América, los diez-
mos son del Rey por concesión pontificia, con obligación de dar renta á los
- 547 -
eclesiásticos, como se hace. Todos los órdenes Reales comunes ó particu-
lares, se cumplen al pie de la letra en estos pueblos, ya los que están en
las leyes de Indias, ya los que están en las Cédulas, aunque no se cumplan
entre los españoles; como es el no sacar aguardiente de miel de caña dulce:
que aunque lo sacan los españoles del Paraguay y Corrientes, donde se
hace la azúcar, y á los Jueces de residencia dan por razón que no tienen
otro licor para vino; con todo eso, no se saca en los pueblos aunque es
harto necesario para remedio de frialdades, para los indios, que padecen
mucho de eso. Hácese algo de duraznos y otras frutas, de que no hay
prohibición; pero de caña se podía hacer con mucha mayor facilidad y
abundancia.
»Más se pudiera decir sobre el título de este capítulo; pero va tan largo
que no juzgué llegase á la mitad: y así vamos á otro. No hablé del Rey
Nicolás cuando traté de la línea divisoria, porque ya se descubrió ser todo
una pura patraña, como una novela ó sueño. El indio Nicolao, después de
haberse atribuido á un Jesuíta, con los delirios de la moneda de oro, etc.,
fué después mi feligrés en el pueblo de la Concepción.
«CAPÍTULO VI
«GOBIERNO TEMPORAL, ECONÓMICO Y RELIGIOSO
DE LOS MISIONEROS
«1. Bien es que tratemos del porte en lo temporal y espiritual de
los Misioneros, para mejor entender lo que luego se dirá de los indios.
En el pueblo de la Candelaria, que está en medio, tiene su asiento
ordinario un Misionero que es el Superior de todos los demás, con la
autoridad de un Rector de un colegio. Él cuida como en los colegios, de
las necesidades temporales y espirituales de todos. Como el Rey, por
percibir diezmos, da renta á los eclesiásticos, como ya se dijo, la da á estos
treinta Curas, y es 466 pesos y cinco reales á cada uno, sea grande ó
pequeño el pueblo, con uno ó con más compañeros. Esta renta no la perci-
ben los Curas, por ajustamos más al voto de pobreza: percíbela el Supe-
rior. Este tiene en aquel pueblo, además del Cura y su Compañero, un
hermano Coadjutor como administrador de esta renta, que hace traer
con ella de Buenos Aires vestuario interior y exterior para todos, calzado,
aceite y vinagre, vino y cuanto se suele gastar en un colegio, que no se
halla en aquellos pueblos; y si se halla, lo compra como si lo comprara á
un español, y lo pone con el conjunto de la comunidad. Tiene en su pueblo
bodega y almacén; ocho indios sastres y zapateros, que hacen sus oficios
para todos á la medida del pie y cuerpo de cada particular, á los cuales les
paga cumplidamente su trabajo; y en los meses de sementera, se remudan
cada semana con otros tantos. No da el Rey sínodo para el Procurador ni
Superior, ni para dos ó tres Coadjutores más que entienden de cirugía y
botica, y son los únicos médicos que allá tenemos; ni para algún otro pin-
tor ó arquitecto, que de tiempo en tiempo suele haber, para enseñar á los
-548-
indios. Sólo lo da á los treinta Curas; y de esta renta se sustenta el Supe-
rior con los otros cinco ó seis: la que bien manejada en manos de uno,
basta para todos. Al principio señaló el Rey por sínodo doblada renta: nove-
cientos treinta y tres pesos y dos reales, por ser la que se da en el Perú á
los Curas, así seculares como regulares, de que hay muchos de varias reli-
giones; pero los Nuestros no quisieron admitir más de la mitad, alegando
que, en el ejercicio de nuestros ministerios, no solíamos tomar más que lo
preciso para vestido y alimento; y que en aquella tierra donde las cosas
eran más baratas que en el Perú, bastaba la mitad. Pasando por la Cande-
laria conduciendo tres Demarcadores, mostré al principal la Cédula Real
que esto decía, y tuvo harto que admirar, atenta la fama común de los
Jesuítas.
«2. Cada mes envían los Curas por vino, y con esa ocasión piden la
ropa interior ó exterior que necesitan para sí y sus compañeros, y cual-
quiera otra cosa de que hubiera necesidad, y son proveídos prontamente.
Se envía un frasco ordinario para cada semana para cada uno; vino para
todo el mes para Misas, y como no son bebedores, hay bastante con esto.
No se toma del pueblo cosa ninguna de éstas: sólo se toma lo que no puede
dar el hermano Coadjutor que hace de Procurador (que dista de algunos
pueblos más de 50 leguas), como son huevos, pescado, hortaliza, legumbres,
y trigo. Lo que se puede comprar, como son huevos, se compran con las
cosas que más estiman los indios, no porque ellos pidan paga: que sin ella
lo dieran todo por agradecidos que están al bien que se les hace, y andamos
tras los Mayordomos para que no pidan á los indios cosa alguna sin pagar;
los que, sabiendo que es para los Padres, todo lo dan luego. Las demás
cosas que se hacen de comunidad, como legumbres, trigo, etc., se las paga-
mos ó resarcimos de otro modo. Para eso, envía el Superior por Navida-
des á cada Cura una buena cantidad de cuchillos, tijeras, agujas, abalo-
rios, sal, que no la hay allí y se compra de fuera, y es cosa de que gusta
mucho el indio; jabón, y otras cosillas, para que á cada uno se vaya dando,
no sólo al que le lavó la ropa, al sacristán que le remendó algo, á los horte-
lanos, á los que le trasladaron algo por escrito, que algunos hacen muy
buena letra, sino á todos los demás que tuvieron parte en lo que hicieron
por junto- Y estas cosas las compra el P. Superior con la renta sinodal. En
todo esto se mira á hacer por caridad puramente lo que se hace por ellos,
y el sínodo del Rey miramos como la renta que tiene un colegio de su fun-
dador. Los seglares de entidad, de razón y equidad, que algunas veces van
á estos pueblos por negocios del Gobernador, ó por otro título, viendo ese
desinterés, exclaman: Pues ¿no está el Padre cuidando de toda la hacienda
como un tutor de sus pupilos, como un capataz, como un mayordomo, y
finalmente con el afán de un padre de familia en una casa? ¿Pues esto, no
es cosa estimable? El sínodo del Rey es por oficio de Cura meramente,
como se da á los Curas de otras partes, en que no cuidan de lo temporal: no
por ser capataz, mayordomo, pi'ocurador, etc. Cualquiera de nosotros que
hiciera lo que el Cura, no sería bien pagado con 700 ú 800 pesos al año.
¿Cómo no dan eso los pueblos á sus Curas, pues esto lo pide la justicia?
«3. Como hombres de mundo, que no tratan de perfección, y su norte
en sus acciones y oficios es adquirir riquezas y honras, les es tan difícil
esto, como á nosotros fácil: y así les respondemos: ¿No ven en Buenos Aires
-549-
al Padre que es maestro de escuela, de Gramática, y Filosofía, que están
quebrantándose la cabeza tarde y mañana con aquellos muchachos, traba-
jando tanto para su bien? Ya ven que nada piden ni reciben. Bien vemos
que en todo rigor debían dar los indios al Cura por su trabajo temporal, á
que no está obligado, 500 ó 600 pesos al año, pues sin él, nada tuvieran.
Bien sabemos que si dijéramos á los indios que queríamos tomar esa paga
de la hacienda del pueblo, luego darían el si. Pero así como aquellos oficios
de los colegios se hacen sin interés, por mera caridad; así hacemos esto
por lo mismo, para tener mérito para el cielo. Y como vemos que sin ese
trabajo no podemos conseguir el provecho de aquellos pobrecitos, que es
nuestro primario objeto, nos es esto nuevo motivo para el desinterés.
Felipe V, en la Cédula citada de 43, dice que el Obispo Fajardo de la Orden
de la Merced (conocíle en Buenos Aires) de resulta de la Visita de los 30
pueblos, pues visitó también los 13 que pertenecían al Obispado del Para-
guay, á petición de su Sede-V^acante, le dice que en los días de su vida vio
desinterés semejante al que veía en aquellos Padres: pues ni para su ves-
tido, calzado ni otra cosa se valían de los indios, siendo así que ellos esta-
ban continuamente afanados no sólo por su bien espiritual, sino también
temporal. Esto piensan los hombres de seso, los prudentes y bien intencio-
nados que ven aquello. Pero los malignos, los que hablan sin examen, ó no
han visto lo que hay, y que, si lo han visto, ha sido sólo de paso, sin ente-
rarse de la materia, y que todo lo sospechan y echan á mala parte, piensan
que sacamos de allí mil intereses. De esta calidad serían los que encajaron
al General portugués, que sacábamos millón y medio de pesos anualmente;
y los que quisieron hacer creer al Prelado [el Arzobispo de Burgos, Señor
Arellanol que de sola yerba sacábamos cada año un millón de pesos para
nuestro P. General. Y el que poco ha sacó á luz un tomo de Reino Jesuí-
tico, que desde la primera hasta la última palabra es una falsedad, una
pura sospecha y juicios temerarios, sin pruebas ni razones, más que porque
él lo dice. La verdad de todo, con toda sinceridad, es lo que aquí se dice.
Convido á todo el mundo á que envíe á aquellos pueblos los jueces más
justos y rigurosos y, prevenidos de intérpretes muy peritos y fieles, exami-
nen con este papel en la mano todo lo que se ha dicho y dirá.
«4. Dicho ya con toda brevedad el gobierno económico y temporal de
los Padres, digamos algo del espiritual y regular. Tiene el Superior cuatro
Consultores, y Admonitor, como en los colegios: éste para que le avise de
sus defectos, aquéllos para consultar con ellos todas las cosas de monta, y
son de aquellos que habitan más cerca de la Candelaria, y los más graves
y experimentados. Hay un libro de Ordenes hecho por los Provinciales, que
fueron Misioneros muchos años, y por eso muj- prácticos en el asunto: en
él se trata de nuestro porte religioso y del gobierno de los indios en lo
espiritual, político y económico y militar; y se ordenan y mandan en él las
cosas más menudas y particulares. Este libro lo tienen los Curas y Compa-
ñeros, y se lee por media hora cada semana en presencia de los dos ó tres,
ó más, que hubiere en el pueblo. El Superior anda con frecuencia visitando
los pueblos todos, y examinando con suavidad si se cumplen; y si eso no
basta, con penitencia y rigor. Como todos obran según ese libro. }' ninguno
puede por su cabeza hacer cosa distinta, sin que haya reprensión ó peni-
tencia, todo anda uniforme. De que se pasman los españoles que pasan.
- 550 -
viendo que las modas, costumbres, usos y distribuciones son las mismas en
cada pueblo que en otro. No sabe el libro que hay de ello y lo que se cela
su observancia. Cuando el P. Superior reprende á alguno, no estando en
el pueblo del culpado, envía el papel de reprensión al Compañero, si es
algún anciano, ó á otro del pueblo más cercano, con orden de que vaya á
leérselo al reo á su pueblo; el cual lo oye de rodillas, como en los colegios,
y después le despacha por todos los pueblos para que todos le vean. Hay
órdenes repetidas de los Generales para que no envíen á aquellos pueblos
ni á otras Misiones á cualquiera, sino á sujetos muy probados en virtud.
Esto debía bastar para que todo fuese muy regular; y para ayudar á que
así sea, hay la frecuente visita de los Superiores y la continua práctica de
avisos, reprensiones y penitencias, con la mucha caridad que las usa nues-
tra religión. Y si alguno no se porta como debe, luego el Provincial lo quita
de Cura, y le pone por subdito de otro (que los Curas son Superiores de los
que están en su pueblo) ó le saca á los colegios. Y ésta es la causa porque
hay pocos expulsos de los Misioneros: de que se jacta el autor de aquel des-
atinado libro que acabamos de insinuar, suponiendo que hay muchos deli-
tos, y no menos que de homicidios, de hurtos muy crecidos y de lujuria, y
que se permiten sin expeler á nadie. No trae pruebas de ellos, sino sólo
sospechas temerarias; pues de lo poco que alega para ellas, se infiere lo
contrario de lo que dice, en el juicio de cualquiera hombre cuerdo. Tal
cual expulso suele haber, aunque él dice que ninguno.
«5. El oficio de Cura es algo impropio de todo religioso, que entró en
la religión para servir en el Monasterio debajo de un Superior presente.
De la nuestra no es tan impropio por ser religión de clérigos. No obstante,
[por] no ser cosa tan conforme, hubo á los principios mucha contradicción
de los nuestros en orden á recibir Curatos, de manera que quebraron con
el Virrey, que instaba á que los recibieran en el Perú. Convertían muchas
naciones de indios, ya de alguna cultura, que cultivaban la tierra, y se sus-
tentaban en forma de república en pueblos, ya de otros muy bárbaros,
como los de nuestro asunto. Después de reducidos á vida racional, política
y cristiana, los entregaban al Obispo para que pusiese Curas clérigos.
Como la pobreza del indio, especialmente de los que son de la calidad de
nuestro asunto, más necesitan de Cura que les sustente, afanándose en bus-
car bienes temporales sobre los espirituales sin interés ninguno, que de
quien busque de ellos rentas y obvenciones para enriquecerse á sí ó á sus
parientes: y éstos les pedían de sus pobres cosechas y alhajas estipendio
por Misas, casamientos, entierros y demás ministerios, se volvían á su gen-
tilismo, desamparando los pueblos, y los Curas á su casa. Viendo nuestros
Misioneros estas desgracias repetidas en muchas partes, y juntándose á ello
el orden ó exhortación del Rey, admitieron los Curatos, por no perder sus
trabajos, en que varios derramaban su sangre, y porque no se perdiese
aquella cristiandad.
«6. En todos tiempos mueren mártires varios Misioneros á manos de
los bárbaros. En mi tiempo han muerto de esta suerte cinco de mis compa-
ñeros; y yo he estado algunas veces destinado y buscado para este sacrifi-
cio, pero no lo han merecido mis pecados. En los Guaraníes de que habla-
mos, murieron á sus bárbaras manos á los principios hasta cinco, y otros
fueron heridos. De los que hemos venido ahora desterrados á Italia, han
-551-
venido dos con las cicatrices de las saetas, con que les hirieron los infieles,
entendiendo en su conversión; porque ya de los Misioneros de los Guara-
níes, ya de los que estaban en los colegios, no cesaban las Misiones á los
infieles, siempre que se abría puerta para ellas. Los Provinciales, por pri-
vilegios pontificios _v Cédulas reales, pueden remover de los Curatos á sus
subditos sin dar razón del motivo para ello: porque son amovibiles ad
NUTUM suPERiORis; el mismo privilegio tienen las demás religiones, pero
no pueden poner otro. Es menester para eso presentación real y canónica
colación. En toda la América el Rey es el patrón que presenta los Curatos
y demás oficios eclesiásticos, y en su lugar el Virrey ó Gobernador de cada
Obispado. Cuando el Obispo quiere poner algún Cura, presenta al Gober-
nador tres en primero, segundo y tercero lugar, para que elija como Vice-
Patrono Real; éste presenta el electo al Obispo, y [el Obispo] le da la co-
lación y elección canónica. El Provincial regular presenta tres del mismo
modo, primero, segundo y tercero al Gobernador; y éste al Obispo el que eli-
gió; y el Obispo le da la colación, y el Cura hace la protestación de la fe,
toma posesión de las llaves de la iglesia, con todas las demás ceremonias ca-
nónicas. Como nuestros pueblos son muchos, y á tiempos está el Provincial
distante 300 y 400 leguas del pueblo ó Curato que vacó, y el Gobernador y
Obispo algunos centenares de leguas, pide licencia á estos dos Superiores,
para poner interino por medio del Superior, mientras él se puede informar
de más cerca, para ver á quien puede y debe presentar, y siempre se la
dan. El viene en su trienio (que muchas veces en la América es cuadrienio
por privilegio, y de ahí no pasa) una ó dos veces á todos los pueblos. Acaba-
da su Visita, en que se informó de todo, hace presentación al Vice-Patrón;
y suele ser de muchos Curas, unos que quita, otros que muda, de que han
tomado ocasión los inconsiderados para publicar que el Provincial es Gober-
nador, y Obispo, y que quita y pone Curas á su antojo. El Gobernador,
como ve que no hay oposición, ni pretensión: que un Curato no es renta
más pingüe que otro, y no los conoce bien, apenas cuida de los sujetos; por-
que para tales Curatos no bastan letras y virtud solamente, sino también
son menester otras prendas de gobierno y economía que el Provincial sabe;
y está satisfecho que éste no desea más que el bien de aquellos pueblos, y
que le propone los más aptos, por vía de prudencia y buen gobierno elige
siempre al que va en primer lugar, aunque pudiera elegir otro, y lo mismo
hace el Obispo; y así es verdad que en el Provincial consiste que éste y no
aquél sea Cura, pero es porque así lo quieren para el bien común los que
gobiernan, y con toda subordinación á ellos.
«7. Estos puntos no examinados, los émulos é imprudentes los llevan á
mal, censurando á los Superiores. El Marqués de Valdelirios, superior de
los Demarcadores de la línea divisoria, sujeto de muchas prendas, estaba
impresionado de estos delatores, en varios puntos, especialmente en que no
se cumplían las regalías dichas en la colación de los Curatos, ó que se hacía
una pura ceremonia. Informándole yo en una larga conferencia de dos horas
de todo lo que va dicho, y cómo constaba todo de las firmas de los Obispos y
Gobernadores, }' tratándole juntamente de lo que acababa de suceder con
uno de sus principales Demarcadores, conociendo y confesando éste no
haber querido nosotros admitir todo el sínodo, á lo primero quedó admirado,
y mostraba que se gozaba de ello: y á lo segundo, admirándose mucho más.
— 552 —
exclamó: pues allá en el Perú (es natural de aquel Reino) averiguamos que
un Provincial (y nombró la religión que yo callo) sacó de la V^isita de cua-
tro Curatos que tienen sus frailes, treinta mil pesos; y prosiguió ponde-
rando la codicia de aquellas partes. Este su Demarcador, que también es
peruano, me afirmó que eran imponderables las sumas de dinero que saca-
ban de aquellos indios, que no son como nuestros Guaraníes, sino indios
muy capaces y de economía y gobierno, como descendientes de los ingas
del Perú, en otro tiempo, entre quienes corre plata y oro, como quienes
están en medio de estos estimados metales. Decía también que el Provin-
cial insinuado, el día de su elección, cada Cura de los cuatro le daba mil
pesos; y así lo confirmaban también los familiares de un Obispo que con él
vinieron del Perú; y añadió que comúnmente estaban dando dinero al Pro-
vincial para que no les sacase del Curato, y que en él mantenían á sus
padres y parientes. Yo no creo todo esto: sino que hay mucha exageración
en los relatores, aunque no se mostraban desafectos á la tal religión; pero
prueba aún algo muy distinto del desinterés de nuestras Misiones, de donde
nada se saca, ni para Provincial, ni para colegios, ni para sí, ni para sus
parientes, sino que después de poner todo cuidado en lo espiritual de los
indios, como en lo que más importa, se afana por buscarles hacienda como
á pobres pupilos, como medio para lo espiritual.
«8. Hay renovación de votos con su triduo, oración mental, y demás
ejercicios espirituales, como en el colegio: para eso junta el Superior en
dos ó tres pueblos á los que han de renovar; va allá; hace su plática, ó la
encarga á algún Padre de los más graves, y toma cuenta de conciencia,
3^ se leen en presencia de todos, al fin de los tres días, las faltas que en cada
uno se han notado, para que se enmiende; para todo lo cual, y para la
confesión general que se hace desde los seis meses antecedentes, lleva
consigo uno ó dos Padres ancianos. Se hacen ejercicios de ocho días, y en
ésos, 3^ el triduo, nunca se dispensa, aunque sean muchas y mu3' parti-
culares las ocupaciones. El Cura los hace en otro pueblo, para que no le
distraigan las ocupaciones del suyo. En ese tiempo se da de mano á toda
ocupación 3' cuidado. El Compañero, que no tiene ese cuidado, los hace
en el suyo, ó en otro. Todo está así ordenado, y se practica.
«9. Por Cuaresma se mudan todos los Curas, 3' todos hacen misión
por ocho días á otro pueblo, así para afervorizar más á los indios, como
para que tengan libertad de confesarse, sin la vergüenza que suele causar
hacerlo con el que ve y trata cada día. Todos los domingos hay plática
doctrinal á todo el pueblo; 3' todos los días de precepto hay sermón en
forma. Todos los días, excepto los jueves, el sábado y los días de fiesta,
se enseña la doctrina á los muchachos de ambos sexos. El sábado por la
tarde, después del Rosario, hay Salve cantada con toda la música, 3' por
eso no hay doctrina. Guárdase clausura en las casas como en los colegios;
de manera que jamás entra mujer alguna, ni en el principio de los patios.
Hay dos patios: uno principal que tiene al oriente, y en algunos pueblos
al poniente, todo lo largo de la iglesia; al sur ó mediodía, una hilera de
aposentos de nuestra vivienda, que regularmente son seis y ante-refec-
torio y refectorio. A poniente, la cocina, almacenes de los mavordomos,
sala donde se guardan los vestidos de los Cabildantes, militares 3' dan-
zantes, y la armería de bocas de fuego, lanzas, flechas 3' saetas y el apo-
— 553 —
sentó del portero, que siempre es un viejo, el cual cierra las puertas desde
las Avemarias hasta un cuarto de hora antes de acabarse la oración, y
desde examen antes de comer hasta después de las dos; y también están
allí las escuelas de leer y escribir, de música y danzas. Los nuestros son
tantos, por los huéspedes que frecuentemente pasan y para las fiestas ecle-
siásticas, especialmente la del patrón del pueblo, que se hace'con singular
solemnidad, y se convida de otro pueblo al predicador, y los tres de la
Misa, con otros, y suelen estar de dos en dos en los aposentos. Cuando
viene el P. Provincial, suele haber durante la Visita ocho ó diez Padres:
su Secretario, su Coadjutor y el Superior, que siempre anda con él,
y algunos otros qué vienen á consultar negocios. Algunos del ejército
de la línea divisoria murmuraban de que, para dos sujetos, hubiese seis ó
siete aposentos, hasta que se informaron de la necesidad de ello. Cuando
no hay estas necesidades, están ocupados por pintores y escribientes. Al
norte está la portería con su pared y ancho corredor ó soportal, por dentro
y fuera, sin aposentos y oficinas: suele ser este patio de 70 á 80 varas en
cuadro.
«10. El segundo y menos principal patio es en el que se matan las
vacas y se hacen las raciones; alrededor, con soportal ancho, están todas
las oficinas con sus oficiales mecánicos, de que hemos hablado; y es mayor
que el primero. Todos estos aposentos y oficinas, con todas las demás
fábricas del pueblo, son de un suelo: no hay altos; y lo mismo sucede en
todas las demás ciudades de españoles, excepto Buenos Aires, en que van
haciendo algunas casas de ün alto; y no porque haya terremotos, como en
el Perú y Chile, sino por mera conveniencia. Lo mismo es en las ciudades
de la China.
«11. No salen los Padres á las casas de los indios á visitar, sino á admi-
nistrar sacramentos. Cuando se va á alguna confesión de enfermos, sale
el Padre con un Santo Cristo al cuello y una Cruz en la mano de dos
varas de alto, y grueso como el dedo pulgar, que le sirve de báculo: y
acompañado de un enfermero que llaman Curuzuyá, porque siempre
anda con una cruz como la del Padre, y son los médicos de que hablaré
después. El enfermero lleva una pequeña estera debajo del brazo; un
monacillo, una silla de las que se doblan, un candelero con su vela y un
vaso de agua bendita con su hisopo; la silla es para que se siente el Padre
á oir la confesión, que raro indio usa ni tiene silla; la estera para poner
debajo de los pies, porque el indio enfermo suele tener fuego debajo y al
lado de la cama, y está aquello sucio con ceniza y rescoldo, que es donde
el Padre se sienta; la vela para encenderla, si es mujer la enferma: que
suelen tener oscuros sus aposentos. No dan poco que admirar estas cosas
tan santas á los españoles cuerdos, que pasan por allí y cuentan á los
suyos con edificación; pero los émulos, apasionados y maldicientes todo lo
echan á mala parte.
«12. Los demás sacramentos de Viático y Extremaunción se les admi-
nistran con grande devoción y con aderezos muy lucidos, y con mucho
cuidado y prontitud, de día y de noche, según la necesidad; de manera
que si por culpa de sus domésticos, ó de los médicos, por no haber avisado
con tiempo, murió alguno sin alguno de ellos, luego sin remedio lleva el
culpado una vuelta de azotes, que es el castigo ordinario. Se le dice tam-
— 554 —
bien la recomendación del alma, aunque no'tan necesaria, con mucho cui-
dado, y los monacillos saben muy bien responder á su contenido. Los Bap-
tismos se hacen con solemnidad los domingos. Hay pueblos en que hay
cada domingo 16 y 20 Baptismos solemnes; hácense á las dos y tres de la
tarde, y es función bien larga. Hay para este sacramento en todos los
pueblos vasos de plata harto preciosos, y el baptisterio está con mucho
adorno de dorado y pintura. Remúdanse el Cura y el Compañero por
semanas en estos ministerios; aunque como el Cura tiene tanto que cui-
dar en lo temporal, el Compañero suele llevar la mayor carga en lo espi-
ritual, haciendo lo que toca al Cura en su semana. Nunca hay contienda
en esto: antes bien lo ordinario es andar el Cura tras el Compañero para
que no trabaje tanto, y que deje algo para él. En echar la bendición y
acción de gracias en el refectorio, decir la misa en el altar mayor, leer el
libro moral y el de órdenes lunes y viernes, como no es cosa de trabajo
especial, ni que impida al Cura sus cuidados, se mudan por semanas.
«13. En el conversar con mujeres se ha puesto aquí más cuidado y
recato que el que usamos en otras partes con las españolas, por haber
advertido que este recato (aunque nimio si lo hay en la materia) les edi-
fica aún más, que á la gente culta. Nunca se visita mujer alguna. Nunca se
le da en la mano cosa alguna. Si es menester darlas un rosario, medalla,
etcétera, se la da el Padre al indio que está al lado para que éste se lo dé
á la india: nunca se habla con mujer alguna á solas. Si alguna trae algún
negocio, da cuenta al Alcalde viejo; éste avisa al Padre: y en la iglesia ó
en la portería hacia la plaza en público la oye, estando presente el
Alcalde: si de suyo pide secreto, lo hace á la vista, lo más cerca que se
puede: y no habla con ella sino es en estos dos parajes.
«14. La distribución cuotidiana es ésta: A las 4 en verano, se toca á
levantar. A las 5 en invierno. A las 4 y media en otoño y primavera. A las
4 y media toca la campana de la torre á las Avemarias: á las 4 y media á
oración mental. A las cinco y cuarto abre la puerta el portero para que
entren los sacristanes y cocinero. A las 5 y media, á salir de oración con
la campana chica de los Padres, y con la de la torre, á Misa. Dice inmedia-
tamente Misa uno en el altar mayor, el otro en el colateral. Acabada ésta,
va á dar el Viático ó Extremaunción al que lo necesita, ó hace algún entie-
rro, y como son pueblos grandes, pocas veces falta. Si corre prisa, antes,
aunque sea á media noche, se va con toda presteza. Después de esto, á rezar
horas menores, confesiones de enfermos, de sanos en la iglesia: á las diez
y cuarto, á examen: después á comer, quiete ó conversación, en que tam-
bién se toca á salir: siesta hasta las dos: á las dos se toca la campana grande
á vísperas. Se abre la portería, y entran los sacristanes con los oficiales
mecánicos, maestros de escuela con sus discípulos, etc. A las 5, á rezarlos
muchachos, y pregúntales la Doctrina un Padre: acabada ésta, toca la cam-
pana grande al rosario, viene el pueblo, y se reza á coros, asistiendo los
Padres. Al fin se dice el Acto de contrición y cantan los músicos el Bendito
y alabado, respondiendo todo el pueblo á cada cláusula, un día en su lengua
y otro día en castellano. Hecho esto, se van los Padres á su rezo del Oficio,
haciendo antes algún ministerio de confesión de enfermos, Viático, etc., que
se hacen en estos dos tiempos, después de Misa y Rosario, cuando no hay
priesa. Después á su lección espiritual, etc., hasta cenar, á que se toca á
— 555 —
las 7 en verano y á las 8 en invierno; después á quiete, leer los puntos para
la oración, y acostar á las 9. De suerte que en todo el día se toca once veces
la campana de los Padres á todas las distribuciones que en los colegios, lo
que se practica puntualmente. Causa esto tanta edificación á los buenos,
que hallándome 3'o en tiempo de la línea divisoria en un pueblo con uno de
los principales oficiales del ejército que estuvo allí unos días, á negocios
de su General; y siguiendo y ajustándose él á esta distribución en lo que
podía, no acababa de alabar nuestro particular método y concierto: diciendo
que no había cosa más prudentemente dispuesta, no sólo para el alma, sino
también para el cuerpo, con tiempo para orar, rezar y parlar con toda
moderación y cristiandad. Aunque haya muchos huéspedes, nunca se deja
esta distribución.
«15. En la Cuaresma es mucho lo que hay que trabajar en los ministe-
rios espirituales. Dos veces á la semana se predica el ejemplo, además de
la plática doctrinal el domingo. Desde Septuagésima hasta la octava del
Corpus se da por privilegio para cumplir con la iglesia: y el mismo tienen
los Curas rurales de españoles por la penuria de sacerdotes. Vienen á con-
fesarse para cumplir con el precepto por parcialidades ó cacicazgos por su
lista. Cada Padre suele confesar cada día 40 ó 50. Pídeles con mucha cuenta
la Cédula de confesión y comunión. Todos los días hay esas tareas de con-
fesiones de precepto, que suelen llegar á tres mil, y en pueblos grandes á
cuatro y cinco mil. Y como se confiesan muchos en cada fiesta por devo-
ción, suelen llegar al año á diez mil: lo que se sabe por las formas de la
comunión, que se apuntan. Así sucede en Yapeyú 3- en otros, que en los
años pasados casi le igualaban en lo grande. Este es el gobierno, obser-
vancia regular, y ministerios de los Padres. Ya es tiempo que volvamos á
los indios.
«CAPITULO VII
«GOBIERNO ECLESIÁSTICO Y ESPIRITUAL DE LOS INDIOS
«1. En el capítulo 4. n. 4. dijimos cómo se fabrican las iglesias, y su
grandeza. Todas están por dentro con mucho adorno y hermosura: no sólo
los retablos de cinco altares que suele haber, sino también en muchas igle-
sias las columnas ó pilares de las naves, y los marcos de las vidrieras y todo
el techo y bóvedas, está dorado y pintado, entreverado uno en otro: de
manera que abriendo las puertas de la iglesia, tres á la plaza, que hacen
cara, y caen en medio, y dos á los lados (la una á la parte del cementerio
y dos al patio de los Padres) con la claridad y resplandor del sol que los
baña, hacen una hermosa vista. En algunos pueblos, hay siete puertas: dos
al cementerio y dos al patio dicho: además de las otras dos que van á la
sacristía á los dos lados del altar mayor.
«2. Las tres puertas de la plaza son para entrar las mujeres, que en la
iglesia no se entreveran con los hombres. El orden que siempre se guarda
es este: Por las puertas dichas entran las mujeres, y muchachas. Por las
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del cementerio y patio, los hombres. Y son todas bien grandes. En el pres-
biterio, que es muy capaz, está el que oficia ó los que ofician, con la turba
de monacillos que ayudan y sacristanes que atienden á todo lo que allí se
ofrece. Después de las barandillas, hasta el pulpito, están los bancos de los
Cabildantes y militares principales á un lado y otro de la nave principal,
que suele ser de 13 ó 14 varas de ancho: y en medio, los muchachos, senta-
dos en el suelo, con sus Alcaldes ó Mayorales en pie y con sus varas gordas
para castigar con ellas al que enreda, habla ó se duerme. Desde éstos hay
un vacío como de tres varas, división de ellos á las muchachas, que se
siguen después: y tras ellas las mujeres. En las naves colaterales están los
demás indios, desde el presbiterio hasta el pulpito; y desde allá á las muie-
res, que siguen, hay otro vacío como el de los muchachos. En medio del
presbiterio hasta la puerta, hay una calle de dos varas de ancho, para entrar
y salir en las necesidades ocurrentes. Así están, no sólo en las solemnida-
des y sermones, sino también todos los días, y todos con gran quietud y
silencio, de que se maravilla mucho el mismo Obispo que los visitó.
«3. Todos los Altares están con candeleros de plata: de cada uno de los
cinco colores de la Misa hay frontales y casullas ricas para los días de pri-
mera clase, de fiestas menores, y de días ordinarios, todos bien galoneados.
Los de 1.^ clase, algunos son de tisú. Los demás, de brocado, terciopelo,
persiana y damasco. Las lámparas, todas de plata, son grandes. Hay dos
ciriales para las Misas cantadas, que se celebran todos los días de fiesta de
nuestros santos, y los sábados de la Virgen. En las Misas cantadas, minis-
tran siempre seis monacillos ó acólitos, dos que responden, dos con incen-
sarios y navetas de plata, y los dos últimos con sus ciriales. En las de cada
día en el altar mayor siempre ayudan á Misa cuatro: en los colaterales, dos,
y nunca uno solo. Todos están vestidos y calzados y con sotanas coloradas,
y en Misa de violado y negro, de este color, y con roquetes. Estos roquetes
en días ordinarios son llanos, con un encaje ordinario: pero los que usan
en las fiestas, ya que nosotros por la decencia religiosa no los usamos, sino
como los de los colegios, ellos los usan cual conviene para la celebridad
de la fiesta, con muchos y preciosos encajes.
«4. Acabada la oración mental de los Padres, luego se toen á Misa.
Viene mucha gente á oírla. En algunos pueblos está entablado qae todos
vayan á ella, lo mismo que el día de precepto, y se cuentan para ver si falta
alguno, y se reprende al que falta. Está ordenado que no se dé mayor cas-
tigo, por no ser cosa de obligación. Al fin de la Misa empiezan dos músicos
de más clara voz el Acto de contrición rezado, respondiendo todos á cada
cláusula, y acabado, cantan dos tiples á dúo el Alabado, acompañado de
todos los instrumentos, y repitiendo todos cada cláusula cantando. A este
tiempo ya han acabado los Padres de mudarse las vestiduras sacerdotales;
y están dando gracias en la barandilla del presbiterio. Allí vienen á besar
la mano todos los cabildantes y caciques principales y cabos de milicia: y
con esto se van todos estos á la puerta del aposento del Cura, á esperar allí
que acabe de dar gracias. Si rehusa el Padre que le besen la mano, lo sien-
ten mucho: y así es menester tener paciencia, esperando á que toda aquella
procesión la bese, para darles ese consuelo. En llegando el Cura á su apo-
sento, abre el Mayordomo una arca grande que hay al lado de la puerta,
con yerba: y va dando á todos los que asistieron á Misa un puñado de aque-
— 557 —
lia yerba con una medida que hay para ello. El Corregidor pregunta al
Cura, y consulta sobre las faenas de aquel día, si no se previnieron antes;
y según sus órdenes, va cada uno á lo que le toca, y primero á su casa, á
tomar aquella bebida de la yerba que el Padre les dio como queda dicho.
«5. Por la tarde vienen al Rosario: y acabado, y rezado el acto de con-
trición, y cantado el Alabado como por la mañana, van todos á la puerta
del Cura, á tomar yerba, y con ella en la bolsa, van de allí á la carnicería
á tomar su ración de carne; y aunque son centenares, se hace con buen
orden, y quietud y silencio: y con esto se hace de noche. A los oficiales
mecánicos del patio del Padre, además de lo dicho, se les da 3.'"^ vez yerba
cuando van á comer á su casa. Esta es la distribución de cada día. En los
seis meses de sementeras, acabada la Misa y la distribución de la yerba, se
van á sus labranzas. En lo restante del año, á hacer casas ó edificios de
nuevo, y remendar otros, componer corrales, abrir ó aderezar zanjas para
resguardo de las sementeras comunes, (y mucho más las estancias, en que
son algunas leguas de largo para sujetar el ganado que no salga), compo-
ner puertas, empedrar pantanos, y aderezar caminos: cortar y traer ma-
dera del monte; hacer yerba, llevar tropa de carretas para el trajín del
común: barcos á Buenos Aires, que se hace todo el año, y otras muchas
faenas del pueblo. Todo esto se hace por orden del Cura, conferenciando
con el Corregidor su Ministro ó ayudante, que le obedece puntualmente,
y los demás á él, cuando se intima de parte del Padre. Si Dios no les
hubiera dado esta obediencia y sujeción para tanto bien suyo, era imposi-
ble gobernar uno solo tanto gentío.
«6. En la crianza de los muchachos de uno y otro sexo se pone mucho
cuidado, como lo ponen todas las Repúblicas bien ordenadas; pues de su
educación depende todo el bienestar de la República. Hay escuelas de leer
y escribir, de música y de danzas para las fiestas eclesiásticas, que no se
usan en cosas profanas. Vienen á la escuela los hijos de los caciques, de
los Cabildantes, de los músicos, de los sacristanes, de los mayordomos, de
los ofií-iales mecánicos; todos los cuales componen la nobleza del pueblo,
en su modo de concebir, y también vienen otros si lo piden sus padres. En
cada pueblo suele haber 20, 30 ó 40 caciques. Estas escuelas ya se dijo que
están en el primer patio de los Padres, para poder cuidar mejor de ellas:
no porque los Padres sean sus maestros inmediatos, que esto no puede ser,
habiendo otros muchos ministerios en tanto número. Tienen sus maestros
indios; aprenden algunos á leer con notable destreza, y leen la lengua
extraña mejor que nosotros. Debe de consistir en la vista, que la tienen
perspicaz, y la memoria, que la tienen muy buena: ojalá fuera así el enten-
dimiento. También hacen la letra harto buena: algunos, que se dan á
hacer letra de molde, la hacen con tanta perfección, que nos engañan ser
de alguna bella imprenta.
«7. De los de la escuela se escogen los de mejor voz para cantores de
la música, y los de más esfuerzo para los instrumentos de boca. Tienen su
maestro de capilla, que les enseña su facultad del modo que lo hacen en
las Catedrales de España; pero no se halla hasta ahora maestro que sepa
componer. Toda su felicidad está en entender el papel que le dan, y can-
tarlo más ó menos presto, pues algunos no cantan de repente, sino que lo
van repasando despacio, y enterados de él cantan y tocan, y nunca añaden
-558-
cosa alguna, ni trinado, hermosata ó cosa semejante, como hace cualquiera
músico, aunque no pase de mediano talento: todo lo canta y toca liso y
llano como está en el papel: no alcanza más su entendimiento. Ni en la
poesía jamás se ha encontrado indio que aprenda sus reglas de asonantes
y consonantes ni para hacer coplas de ciego. No obstante, con el continuo
ejercicio desde niños, en que tienen mucha más paciencia que nosotros y
constancia, tocan muy bien los violines y demás instrumentos: y entre
tanta multitud de muchachos como se escogen, se encuentran muy buenos
tiples, que después quedan tenores.
«8. En cada pueblo hay una música de 30 ó 40 entre tiples y tenores,
altos, contraltos, violinistas y los de los otros instrumentos. Los instrumen-
tos comunes á todos los pueblos son violines, de que hay cuatro ó seis: ba-
jones, chirimías, seis ú ocho: violones, dos ó tres: arpones, tres ó cuatro: y
uno ó dos órganos y dos ó tres clarines, en casi todos los pueblos. En algu^
nos pueblos hay otros instrumentos más: les buscamos papeles de los mejo-
res músicos de España y aun de Roma para cantar y tocar. Todas las
vísperas de fiestas de precepto, y la de nuestro Santo Padre y San Javier,
y las de sus Congregaciones, y del patrón del pueblo (de que hablaré) hay
vísperas solemnes. Repícanse todas las campanas, que suelen ser ocho ó
diez, con toda solemnidad. Viene toda la música plena, sin que falten los
clarines. Viene todo el Cabildo y Cabos militares de gala, con vestidos de
seda: todo lo cual se guarda como se ha apuntado, en casa del Padre: que
si estuviera en su casa, todo lo llenaran de humo y destruyeran. Es más
barato que estos vestidos sean de seda, que de paño: porque aunque la seda
vale más (aunque el paño es bien caro en estas tierras), pero la seda dura
mucho más: y se ahorra.
«9. Puestos ya en sus bancos los dichos, y el pueblo en su lugar, sale
el Preste que oficia y preside, con sobrepelliz, estola y capa pluvial rica, y
el Compañero, ó los que hubiere, con sobrepelliz. Entona el Preste y prosi-
guen los músicos con todo el devoto estruendo de instrumentos de cuerda y
boca, y los clarines, al punto de la música, y así van sucediendo las Antífo-
nas y Salmos correspondientes, le inciensan etc. Acabadas las Vísperas;
salen todos al patio de la iglesia, y delante de él se hacen unas cuantas dan-
zas una tras otra en honra del santo de la fiesta. Las fiestas de los indios y
todo neófito, son solas diez, por concesión del Papa Paulo III: cinco de nues-
tro Señor, cuatro de la Virgen, y la de San Pedro y San Pablo. Acabadas
las danzas, van á tomar yerba y carne y los Cabildantes etc., vuelven los
vestidos á su lugar, y el maestro de danzas los de los discípulos.
«10. Todos los días cantan y tocan en la Misa. Dícese la del Cura y
Compañero á un tiempo, excepto los días de fiesta de precepto, en que
para que puedan venir los que estuvieren cuidando enfermos ú otra cosa
y los convalecientes, que se levantan tarde, dice la Misa un Padre más
tarde. El orden cotidiano es éste. Al empezar la Misa tocan instrumentos
de boca y á veces de cuerdas: y tal vez unos y otros, hasta el Evangelio.
Al empezar este, cantan un Salmo de Vísperas. Lunes, dixit dominus:
martes, confitebor: y por este orden hasta la Misa solemne de la Virgen
el sábado. Una semana, los Salmos de una composición, y otra de otra.
A la consagración, ó poco después, se acaba el Salmo, excepto el de laú-
date PUERi, y alguna composición de algún otro, que suelen durar hasta
— 559 —
el fin de la Misa. Como son de los mejores maestros de Europa, suelen
estar compuestos al sentido de la letra, causando notable devoción. En el
LAÚDATE, comienzan los tenores y demás músicos grandes con los clarines
y chirimías, instando á los niños tiples: laúdate pueri, pueri laúdate,
LAÚDATE NOMEN DOMiNi: repitiendo é instando que alaben á nuestro Dios.
Comienzan los niños tiples: sit nomen domini benedictum, etc. etc., y des-
pués de algunos versículos vuelven los grandes á instar con devotísimo
estruendo de instrumentos: pueri laúdate nomen domini (No se maravi-
llen si va mojado de lágrimas este papel). Vuelven á repetir que alaben á
Dios; y esto hacen cuatro ó cinco veces hasta que se acaba el Psalmo. Al
gloria PATRi, todos juntos, altos, contraltos, tiples, clarines, bajones, chiri-
mías, violines, arpas, órganos, cantan el Gloria. Cantan con tal armonía,
majestad y devoción, que enternecerá el corazón más duro. Y como ellos
nunca cantan con vanidad y arrogancia, sino con toda modestia, y los niños
son inocentes, y muchos de voces que pudieran lucir en las mejores Ca-
tedrales de Europa, es mucha la devoción que causan. Acabado el Psalmo,
después de la consagración vuelven á tocar un poco; y luego entonan algún
himno: jEsu dulcís MEMORIA, ave maris stella,ú otra alguna letrilla á
Nuestro Señor, á la V^irgen, á San Ignacio nuestro Padre, ó al Santo de
aquel día: y en lo que resta, tocan. Dícese el Acto de contrición del modo
dicho: cántase el Alabado con toda solemnidad de instrumentos, y se van
todos á prevenir en la sala de música para lo que han de tocar y cantar el
día siguiente, y después van á tomar la yerba, los grandes á su casa, y los
chicos se quedan en la escuela con sus maestros.
«11. Como los Misioneros primitivos vieron que estos indios eran tan
materiales, pusieron especial cuidado en la música, para traerlos á Dios;
y como vieron que esto les traía y gustaba, introdujeron también regocijos
y danzas modestas. Hay maestros de éstas en cada pueblo. Escógense para
discípulos los chicos de cuerpos más proporcionados. Hay vestidos para todo
género de naciones. Españoles, húngaros, moscovitas, moros, turcos, per-
sas y otros orientales y vestidos de Angeles, ó como pintan á los Angeles
cuando los pintan garbosos, ya con alas, ya sin ellas. Danzan en todos
estos trajes. Nunca entra en danza mujer alguna ni muchacha, ni hay en
ella cosa que no sea honesta y muy cristiana. Usanse después de Vísperas
solemnes, como se ha dicho; para mayor regocijo de la fiesta, y entonces
solas cuatro: y en la procesión de Corpus; y principalmente en la fiesta del
patrón del pueblo, y cuando vienen Obispos y Gobernadores.
«12. La primera danza suele ser uno solo á la española, haciendo 16 ó
20 diferencias de algún son de palacio; al compás de arpas y violines. Des-
pués salen ocho ó diez á lo turco, ó otra nación: ya con espadas en forma de
pelear, siguiendo el compás con los golpes, ya con banderas ú otra insig-
nia. Otros salen hasta 16 ó 20, todos con instrumentos músicos en la mano:
dos con violines, dos con cítaras, dos con guitarras: bandurrias: y otros
arpas pequeñas, puesto lo de arriba abajo, amarradas al cuerpo con cintas:
otros con otros instrumentos. Los de un instrumento traen el traje espa-
ñol: los de otro, persa: otro de turco: variando los colores y trajes. Tocan
y danzan al mismo tiempo, sin que en esta danza les toquen los músicos,
haciendo muchas mudanzas, ya en dos filas, ya en una, ya en cuadro, ya en
cruz, ya en círculo, que realmente es cosa muy vistosa.
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«14. [sic] Otra sale luego de nueve Angeles, príncipes de las 9 jerar-
quías, con San Miguel por caudillo, con espadas y broqueles muy vistosos,
en que está esculpido el timbre Quis sicut Deus? Al opósito salen otros
tantos diablos con sus negras adargas, lanzas, y traje lleno de serpientes y
llamas, y Lucifer por su capitán. Encuéntranse, y traban su coloquio los
jefes: y al ensoberbecerse Lucifer, claman al arma. Tocan no violines,
sino clarines, 3' cajas de guerra. A compás danzan y pelean, haciendo las
mudanzas militares en fila, el escuadrón en dos trozos ó en uno. Vencen
los Angeles: tienden en el suelo los diablos á estocadas. Vuelven á levan-
tarse y á proseguir con la pelea. Finalmente los echan al infierno: de que
hay allí cerca una tramoya, pintada en lienzos que lo representan, y humo
que de dentro sale. Cogen los Angeles las lanzas y adargas que quitaron
á sus enemigos, y cargados con ellas y las su3'as, dan vuelta al campo,
donde aparece un Niño Jesús de bulto sobre una mesa. Allí cantan el Jesu
dulcís memoria, en triunfo de la victoria, que varios de ellos son músicos;
y van de dos en dos presentando las armas enemigas á Jesús, con muchas
vueltas, reverencias y genuflexiones: siempre danzando con gran variedad
de mudanzas y sin cesar los clarines y las cajas.
«15. Otras danzas hay de Angeles, que al empezar, cada uno dice una
copla en honra del Santo de la fiesta, especialmente en las festividades de
la Virgen; y sacan en triunfo á Su Majestad y San Rafael con banderas:
y alto los llevan danzando, en círculo por todo el espacio de esta función.
Otras en que salen los cuatro Reyes que representan las cuatro partes del
mundo, con sus coronas y trajes que les corresponden, y rinden adoración
al de España. Otras son á lo burlesco. Danzan de negros, Tíñense cara y
manos: y sale cada uno con su pandero ó tamboril ó sonajas, haciendo mil
monadas, pero todas con algunos indios graciosos, á hacer su género de
entremés, que el auditorio celebra mucho. Y de esta manera, con esta
variedad de cosas, están muy contentos y hallados en el pueblo. En estas
danzas artificiosas tienen mucha parte algunos Padres extranjeros, que
fueron colegiales en los colegios de nobles, donde aprendieron esas y otras
habilidades caballerescas: y al enseñar al indio, hacen con las manos lo
que se hace con los pies, por mirar á la modestia religiosa.
«16. Los demás muchachos, que no son de esas tres escuelas, se van á
las labores de sementeras y otras cosas comunes del pueblo. La distribu-
ción cuotidiana de todos los muchachos y muchachas es esta. Al oír la cam-
pana de las Avemarias, un cuarto de hora después de tocar á levantar los
Padres, suenan en la plaza los tamboriles de los muchachos, y sus Alcaldes
ó Mayorales, esparcidos por las calles, comienzan á gritar: «Hermanos,
ya es hora de levantar: ya han tocado á la oración: enviad luego vuestros
hijos é hijas á rezar y encomendarse á Dios: no seáis flojos y dormilones.*
que vengan á la iglesia á oír la Misa, para que Dios eche la bendición á
las labores del día.»
«17. A estas voces y al ruido de los tamboriles, van saliendo de sus
casas y encaminándose al patio de la iglesia, á un lado los muchachos, y á
otro las muchachas. En juntándose, comienzan las oraciones dos voces las
mejores, y responden ó alternan todos. Las muchachas hacen lo mismo en
competente distancia. Acabados sus rezos, que como son en voz alta, y
tantos, se oye de todo el pueblo: si sobra tiempo, cantan alguna letrilla
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empezando algunos tiples y respondiendo todos. Estas letrillas y canciones
todas son muy santas, una á Cristo nuestro Señor: otras á la Virgen,
á San Josef, San Ignacio, San Javier, etc. Son hechas en verso por los
Padres: que ellos (como se dijo) no atinan con la poesía. Las aprenden
de memoria, y después las cantan cuando grandes en sus viajes. Cuando
digo muchacho, entiendo desde 7 años hasta casarse, que suele ser de 17 y
las muchachas á los 15: y sólo los de esta edad tienen estos alcaldes. Todos
se casan. Su corta capacidad y mucha materialidad no son capaces de celi-
bato. Acabada la oración mental de los Padres, á cuyo tiempo por lo regu-
lar acaban ellossu rezo, abren los sacristanes todas las puertas de la iglesia.
Dan vuelta los muchachos para entrar por la puerta de los varones, que,
como se dijo, es la que cae al patio de los Padres, á la que es menester
entrar por la portería; y las muchachas entran por las tres puertas del
pórtico: ellas y ellos cantando el Alabado. Lo restante del pueblo entran
por las puertas correspondientes, y salen los Padres á su Misa: que
aunque no se percibe por ella cosa alguna, se dice siempre indefectible-
mente, si no es que esté impedido por enfermedad.
«19. Acabada la Misa, entra el Acto de contrición y Alabado con todo
género de instrumentos (hasta con clarines lo cantan en algunos pueblos,
aunque lo regular es guardar los clarines para el sábado, Misa de la Vir-
gen y las fiestas). Acabado esto, salen los muchachos al patio de los
Padres: vuelven allí á rezar un poco y cantar alguna de sus canciones
(todas estas canciones son en su lengua): se les da de almorzar, que suele
ser un perol de carne cocida, ó de maíz en pueblo de pocas vacas. Después
cargan con la comida de medio día, los peroles para cocerla, los escardillos
para escardillar los sembrados, que es faena muy frecuente, ú otros instru-
mentos para otros trabajos, y una pequeña estatua de San Isidro labrador
en sus andas, con su caja para resguardo cuando llueve. Tocan sus tambo-
riles y flautas: y al son de estos rudos instrumentos van alegres á su labor
que se les manda, con sus Alcaldes. Las muchachas hacen lo mismo por
otro lado, haciendo otra faena, y nunca se juntan con los muchachos. Los
de leer, escribir, cantar y danzar, van á sus escuelas. Los de danza, tal cual
vez, que no es menester tanto ejercicio, y comúnmente es un día á la sema-
na, los que ya saben: y en los restantes van con la turba magna á sus labo-
res. No van con sus padres, porque no saben cuidar de ellos, como lo han
mostrado muchas experiencias: y andan vagos y ociosos, sin alimento ni
vestido: por esto han tomado estos medios los Padres. Algunos seglares sin
práctica, aunque de buena intención, murmuran de que no vayan con sus
padres, especialmente las muchachas, y les ayuden en varias cosas, como
en traerles agua, leña cuando está cerca, y otros oficios domésticos. Pero
para esto tienen el tiempo que les sobra, después del Rosario, que espe-
cialmente en verano es algunas horas, y mucho más en los días de precepto
para los españoles que no lo son para ellos: porque en éstos, después de la
Misa, van á su casas, no se les manda labor alguna: ni aun á los oficia-
les mecánicos, aunque no están obligados á cesar del trabajo.
«20. Por la tarde tocan una de las campanas de la torre, que ellos
llaman tain tain, á venir á la iglesia: para lo cual, si están distantes del
pueblo, ponen una espía. Vienen con su santo y tamboriles y flautas; van
de presto á su casa á dejar su poncho de trabajo (ya se dijo qué vestidura
36. Organización social de las doctrinas guaraníes.— tomo ii.
-562-
es), y se ponen otro mejor para la iglesia. Vienen en verano á las 5, y
en invierno á las 4: que allí en este tiempo no son tan cortos los días
como en España.
«21 Colocados en su lugar, empiezan los de las más claras voces el
Padre nuestro y demás oraciones, repitiendo todos. Después empieza el
Catecismo con preguntas y respuestas entre cuatro: y hacen dos coros.
El un coro pregunta ¿Hay Di06? y responde el otro: Sí hay: y así van
hasta el fin. El Catecismo es breve, compuesto á su modo por un Concilio
Límense. Acabado el Catecismo, viene un Alcalde de los su^^os que
siempre está con ellos, á avisar al Padre que ya se ha acabado el Cate-
cismo, para que vaya á enseñar la doctrina. Al ir á la iglesia, comienza
á tocar la campana á Rosario, para que mientras dura la Doctrina, pueda
venir el pueblo. Enséñala el padre con una cruz en la mano, y es aquélla
que dije se llevaba á los enfermos, cuando van á confesar. Pregunta á
unos y á otros, y da sus premios como en España. Acabada ésta, entra el
Rosario y lo demás, como se dijo. Van los muchachos al patio: rezan otro
poco: dáseles ración de carne, y diciendo á voz en grito todos juntos:
Tupa tandekaaró cheruba, Dios te guarde padre mío, se van á sus
casas. Este es el modo que se tiene en todos los pueblos con esta inocente
infantería. Este es el porte de padres y madres que tienen los Misioneros
con ellos. El autor del libro nuevo que antes cité, dice que en tiempo de
invierno, como están tan de mañana rezando y cantando, con tan poco
vestido, mientras están los Padres repantigados en su cama, mueren
muchos de frío: y ésta es la causa porque no se multiplican más aquellas
gentes. A tanto puede llegar la ciega pasión: Y añade que los Padres
son homicidas, pues les obligan á la causa de su muerte. Ya sabe V. R. que
éste fué expulso de nuestra religión en España por revoltoso, alocado y
díscolo: que fué después de algún tiempo recibido en otra Provincia, con
condición de que había de venir á las Misiones de la América: pues su
arrepentimiento daba esperanzas de que se portaría bien en ellas: que se
le detuvo mucho tiempo en Buenos Aires, antes de enviarlo á la labor.
Que en este tiempo fué segunda vez expulso por desobediente y otros
escándalos. Que después de esta segunda expulsión fué á estas Misiones,
capellán de los oficiales demarcadores Reales: Que pasó de priesa por los
cinco pueblos con la turba de dichos demarcadores: en que no pudo obser-
var cosa de monta. Y aunque estuvo en los siete pueblos de la línea divi-
soria, fué cuando no había indios en ellos, cuando estaban evacuados: y
que llegó á ellos mostrando mucha pasión, ira y enojo contra los Jesuítas,
por haberle expulsado segunda vez. Le vi en ellas, traté y comuniqué.
Era de genio mordaz, gran decidor, motejador y despreciador de sus pro
jimos. En ésto mismo estaban todos los que trataban con él y le oyeron. Ya
murió: Dios le haya perdonado: y quiera S. M. que le hayan aprovechado
las oraciones que hacíamos por su bien, que no eran pocas. Factible es
que haga mucho mal su libro á los que ignoran quién fué. En hacer y
sacar á luz este libro, aunque fuera verdad lo que dice, faltó á las órdenes
Reales, que ninguno hable ni en favor ni en contra de los Jesuítas. Vol-
vamos á los indios adultos y de mayor edad.
«23. Hay en todos los pueblos dos Congregaciones: una de la V^irgen
y otra de San Miguel. Se admiten congregantes adultos de uno y otro
-563-
sexo. No se admite á cualquiera. Se hacen pruebas antes de sus costum-
bres. Confiesan y comulgan por regla cada mes. El día de su advocación
se celebra con gran solemnidad, con vísperas solemnes y danzas, Misa
solemne y sermón; y á la tarde se les hace una plática, les lee el Padre
sus reglas y se las explica: firman los papeles de su entrada á los que
entran de nuevo: porque hacen su protesta de vivir de tal y tal modo, y de
cumplir las reglas. Este papel traen al cuello en una curiosa bolsa, para
ser conocidos por esclavos de la Virgen, y los otros por especiales venera-
dores de San Miguel. Da el oficio de Prefecto, entregando en manos del
electo un estandarte de la Virgen: y ésto con la celebridad de chirimías }■
clarines, como dije que se daban los oficios de Cabildo: y con él dan los
demás oficios de consultor, fiscal, portero y enfermero, que asisten á conso-
lar los enfermos, llevarles agua, leña y algunos regalos.
«24. Los demás del pueblo confiesan y comulgan varias veces al año.
No hay fiestas en que no se confiesen muchos, especialmente en las que
son de precepto para ellos. Y como son centenares: y no pueden dos Padres
solos (y á temporadas no es más que uno) con tantos en un día: empiezan
las confesiones dos ó tres días antes: hay mucho orden y resguardo en
ellas: no son á cualquiera hora, que sería cosa insoportable. Son de este
modo. Después de la Misa, á hora regular, y de dar gracias, se van los
Padres á sus ministerios de Viático, Extremaunción, etc., que por no estar
lejos los enfermos, y haber mucha prevención y orden, se hace con breve-
dad: y de ahí á rezar Horas menores. Entretanto, se van disponiendo en
la iglesia los que se han de confesar. De su concierto y orden, cuidan
los prefectos de la Congregación, dejándoles con toda libertad que se apli-
quen al Confesonario que quisieren. Estos son preciosos, grandes, dorados,
y pintados, que parecen un retablo. No sólo las mujeres, sino también los
varones se confiesan por la rejilla: éstos á un lado y ellas á otro. Viene
uno de los prefectos á avisar á los Padres: «para ti. Padre, ó en tu confe-
sonario, hay tantos hombres ó tantas mujeres, ó tantos muchachos y tantas
muchachas. Coge el Padre una cestica que para este fin tiene llena de
tablitas como un dedo de largas, en que con un hierro ardiendo se graba
este letrero: Confesió?i. y va á la iglesia. A cada uno que da la absolución
da una de aquellas tablillas por un agujero que hay para eso en el confeso-
nario. Al que no absuelve no se le da: y le advierte que no puede comul-
gar, aunque por la Doctrina cuotidiana, cuando muchachos, y por las
pláticas dominicales, ya lo saben. Si tiene que reconciliarse, vuelve al otro
día: aunque es rarísimo el que vuelve, por la crasitud de sus conciencias ó
entendimiento. No tienen escrúpulos ni delicadezas: y desde que le dieron
la tablilla, se guarda mucho de hacer cosa que sea materia de confesión.
Sus confesiones son muy breves, sin relaciones, ni historias, ni conviene
decirles mucho, sino poco y bueno. Son muchos los que vienen sin materia
de confesión, por más que los examine: y dicen que vienen á que los ben-
diga. Cuando van á comulgar, estando todos á la barandilla, va el sacristán
mayor con una gran fuente, recogiendo en ella las tablillas. Si alguno no
la trae, que sucede rarísima vez, lo echa de allí. Si dice que se le perdió, le
dice que se confiese otra vez y la traiga. Las barandillas son tan grandes
que en algunas cabe una hilera de 80 personas, y en algunas partes está
con mucho adorno de dorado y pintado, y con muy vistosos paños ó lienzos.
-564-
Siempre que van á viaje, que ha de durar algunos meses, como á Buenos
Aires en barcos, ó á función de fabricar fuertes, ó de milicia, confiesan y
comulgan todos: y cuando vuelven, confiesan otra vez. Cuando enferman,
luego se confiesan y quieren que se les dé el Viático y Extremaunción,
aunque no sea muy grave la enfermedad. No siempre se puede condescen-
der con ellos, sino arréglamenos al Ritual. No hay aquel horror á estos
sacramentos, como con tanto daño suyo lo tienen muchos cristianos. En
dándoles todos los Sacramentos, quedan muy contentos. Cuando repetimos
las visitas, si se les pregunta si quieren confesar, rara vez lo hacen. Suelen
decir: Ya te lo dije todo: no tengo cosa alguna. No muestran horror ni turba-
ción á la muerte: ni tienen escrúpulos, ni congojas. Mueren con mucha
devoción, y mostrando la confianza de que se han de salvar. Juzgamos que
por su cortedad, Dios no permite al demonio que los tiente en aquella hora.
Por esto es común sentir de los Padres que todos los que mueren en el
pueblo se salvan: y un Padre muy santo y muy devoto y de grande expe-
riencia, decía además: que atenta la piedad de Dios, su mucha cortedad, y
la fe y devoción que muestran, todos se salvan. También son de sentir los
experimentados que el indio, aunque haga cosas que de suyo sean pecados
mortales, rara vez comete pecado mortal formalmente, sino venial por falta
de conocimiento, como decimos de los muchachos.
«28. Sus viajes se hacen muy cristianamente. Confiesan y comulgan
todos. Después, prevenido el matalotaje para él, tocan sus tamboriles á
juntarse. Vienen á la iglesia con un retrato de la V^irgen ú otro santo de
su devoción, que por lo regular es del patrón del pueblo. Pónenlo sobre
una mesa: y ante él rezan y cantan: y suelen acudir allí algunos músicos
con sus instrumentos á ayudarles. Salen á la puerta del Cura: bésanle
la mano: háceles una corta plática sobre el fin de su viaje. Cargan con el
santo: llévanle en procesión alrededor de la plaza al son de chirimías, cajas
y flautas, y una ó dos campanillas que llevan para todo el viaje: y uno
que hace oficio de sacristán cuidando de él. Tan cristianamente se portan.
Siempre llevan el santo, su sacristán, campanillas, tamboril y flauta, y un
médico con su botica de medicinas para cuando hubiere enfermos.
«29. Cada tarde, antes de ponerse el sol, se paran, sea por agua, sea por
tierra, y hacen como una enramada y altar á su santo: rezan allí el rosario
y cantan algo: y de ahí á cenar. El indio en viajes y en su pueblo y casa,
cena al caer la tarde, se acuesta al anochecer, y se levanta con las galli-
nas muy de mañana, no á trabajar; sino á tomar la bebida de la 3'erba, al-
morzar y parlar. Cuando ya salió el sol, rezan ante su santo, que para eso
lo dejaron por la noche en su enramada ó altar, y cantan una canción: y
casi siempre ha}' alguno ó algunos músicos jubilados entre ellos: y ya tarde
empiezan la jornada. Comienzan tarde y acaban temprano. Así lo hacen
siempre que van sin algún Padre: que es más común ir sin él. Si llevan
algún Misionero, le obedecen en el modo de caminar, aunque cuesta difi-
cultad sacarlos de su paso. Al indio nada se le da en tardar. Otros Padres
se atemperan á su modo, si no hay especial priesa. Cuando vuelven de su
viaje, se confiesan y comulgan otra vez. Si no se hallaron en ocasión de
pecar, no traen materia: porque al indio, si no está en la ocasión, nada
se le ofrece.
«30. El cuidado en lo espiritual de los enfermos, y la caridad en lo
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temporal es grande. Para esto hay en el pueblo tres ó cuatro indios, que
como apunté llaman curuzuyá, el de la cruz, porque siempre lleva como
por báculo una cruz de dos varas en alto, y gruesa como el dedo pulgar.
Estos desde pequeños aprenden á curar y hacer medicamentos ó medici-
nas: tienen papeles de esta facultad, hechos por algunos hermanos Coadju-
tores, enfermeros en aquellas Misiones, que fueron en el siglo Cirujanos
y boticarios, y se aplicaron mucho en las Misiones á la medicina. No van
con los demás á las faenas del pueblo: antes los otros les hacen lo que han
de menester, para que ellos cuiden mejor de su ministerio,
«31. Todas las mañanas vienen temprano. Salen por las calles á visitar
los enfermos y ver si hay alguno de nuevo. Al abrir la portería, un cuarto
de hora antes de acabar la oración, entran en casa de los Padres junta-
mente con los sacristanes, mayordomos y cocinero, y no se abre antes á
nadie, sino que sea algún repentino ministerio. Aguardan á que toquen
á salir de oración, y dan cuenta al Padre de todo. N. á quien confesaste
a3'er, está de este modo, hoy necesita de viático después de Misa. N. nece-
sita de la Extremaunción. Murió un párvulo, etc.: y á la hora competente
están con el Padre en estos ministerios como directores de los demás que
asisten. Acabadas estas funciones, vienen á disponer la comida de los enfer-
mos, que hacen en casa de los Padres. Al salir de comer éstos, tienen pre-
venida 3'a en sus platos esta comida, y con un pedazo de pan de trigo
en cada uno, que por orden del Padre le pone el refitolero. Bendícelos el
Padre semanero, y va con ellos á los enfermos. Esto se hace porque los de
su casa les dan la comida á medio guisar, casi cruda y dura, que así la
quieren y comen ellos: y dicen que si está muy cocida y como nosotros
la comemos, no dura en su estómago. Tienen buche de avestruz, que todo
lo digieren. Pero á los enfermos no les puede hacer provecho,
«32. Después de comer, vuelven los enfermeros ó médicos á visitar sus
enfermos, y á las dos están en la portería: y entran con los demás á dar
cuenta de su ministerio: y entonces piden la medicina, que en su casa no
la tienen, de que los Padres están prevenidos. Medicinas y visitas todo se
da y se hace de valde,del mismo modo que nuestros ministerios espirituales.
Los Padres van aun sin ser llamados, á visitar los enfermos, y ven si los
médicos cumplen bien con su oficio. Por este orden y concierto es llevadero
y sin mucho trabajo el andar bien de lo espiritual de un pueblo, aunque sea
grande y aunque haya un solo Padre. Si estuviéramos á su antojo, sería
harto difícil, que ni cuatro Padres pudieran dar satisfacción. Para mayor
distinción prosigamos por títulos lo que resta del porte eclesiástico y espi-
ritual y lo que á él se allega.
Procesión de Corpus
«33. Esta se hace con notable solemnidad y devoción. Días antes van
indios á los campos y montes, á coger fieras, y pájaros y flores. Alrededor de
la plaza hacen una gran calle por donde ha de rodear la procesión. Toda
la plaza que coge esta calle está llena de arcps de vistosas ramas y flores,
y á los lados hay el mismo adorno. Estos arcos y lados los adornan con
muchos loros, y pájaros de varios colores, y otros varios pájaros, á que
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añaden á trechos monos, y venados, y otros animales bien amarrados. Los
sacristanes, á los cuatro ángulos, adornan cuatro capillas con sus chapiteles
muy aderezados, con muchos frontales y otras alhajas de la iglesia. Están
prevenidos los músicos y danzantes, muy ensayados en su facultad. Después
de la misa, sale el Preste con su custodia (que es vistosa y rica), al sonoro
y devoto estruendo de cuantos instrumentos hay en el pueblo: violines,
arpas, bajones, clarines, tambores, tamboriles y flautas. Van siempre dos
acólitos con ricos roquetes y sotanas, incensando con dos incensarios de
plata, y otros con una vistosa cestilla llena de flores, echándolas por toda la
procesión á los pies del sacerdote.
«34. Al llegar á la primera capilla, pone la custodia en el altar: incien-
san, cantan los músicos alguna devota letrilla y el versículo: y el Preste
su oración. Luego se sienta delante de la capilla en una rica silla de las
tres que sirven para las vísperas solemnes, que por lo común son de ter-
ciopelo carmesí con galones de oro: y los Cabildantes y Cabos con sus
vestidos de gala, en los asientos correspondientes. Salen las danzas. Ocho,
diez ó más danzan alguna de las más devotas danzas delante del SSmo., ya
de Angeles, ya de naciones. Diré tal cual. Salen vestidos diez de asiáticos
con cazoletas de incienso de su tierra, y en ellas un grano grande como
una nuez en cada una para que dure toda la danza. Puestos de hilera, co-
mienzan á incensar al Señor, con reverencias hasta el suelo, al uso de su
tierra: y al mismo tiempo cantan lauda sion salvatorem: y con bellísi-
mas voces, que casi todos son tiples. Esto lo cantan despacio, al compás de
la incensación. Repiten todos más apriesa, danzando y cantando, y prosi-
guen dos ó tres mudanzas. Cantan segunda vez dos de ellos quantum
POTES TANTUM AUDE etc, incensando y cantando con pausa, y repiten
todos lauda sion salvatorem etc.: danzan y cantan más apriesa. Con este
orden van cantando todo el sagrado himno. Al fin van de dos en dos suce-
sivamente al altar, con muchas vueltas y genuflexiones^ y dejan allí delante
en orden todas sus cazoletas con sus pebetes.
«35. Otra vez salen cuatro Reyes, que representan las cuatro partes
del mundo, con sus coronas y cetros, y un corazón de palo oculto pintado
en el seno. Estos suelen ser tenores, y traen el traje correspondiente á su
país ó región. Pónense en fila delante del Señor: y con gran gravedad can-
tan el Sacris solsmniis. Acabados estos primeros versos, danzan algunas
mudanzas con majestad de Reyes. Paran, y vuelven á cantar los segundos,
y vuelven á danzar sus mudanzas. Al fin van los dos primeros al Santísimo
con grandes reverencias: danzan, y allí ofrecen la corona, y vuelven por el
mismo orden de vueltas á sus compañeros. Estos van del mismo modo, y
ofrecen del mismo modo. Después de alguna mudanza, vuelven los prime-
ros, y ofrecen los cetros: y después de otra, arrancan á un tiempo el cora-
zón y con él en la mano, con festivas vueltas y reverencias le ofrecen á
aquel Señor, dejando allí corona, cetro y corazón. ¿Qué dirán á esto los
cristianos viejos, que con tanta profanidad y aun peligro de sus almas usan
sus danzas?
«36. Prosiguen desde esta primera capilla á la segunda: y allí se hace
lo mismo, con sus letrillas, motetes y danzas: y lo mismo en la tercera y
cuarta: y como la gente va con tanto silencio y devoción (cosa que usan en
todas las procesiones, y de que se admiran y edifican mucho los españoles
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virtuosos), y sobre todo, va la música repitiendo el Tantum ergo: y es tanto
el estrépito de las campanas, clarines, clarinetes y demás instrumentos de
boca y de cuerdas, tambores, tamboriles, cajas, flautas, que parece cosa
de la gloria. Acabada la procesión, reparte el Padre á los más necesitados
gran multitud de mandiocas y batatas, tortas de maíz y otros comestibles,
que pusieron en los adornos de la procesión: y después se van á prevenir
su convite, que este día es grande.
Semana Santa
«37. Celébranse las tinieblas con la música, pero no se usan violines,
sino violones y flautas de coro y espinetas, ó clavicordios, y en algunas par-
tes liras, instrumento de arco muy dulce y sonoro y devoto, que en lo suave
y grave imita algo al clavicordio. Al Miserere se azotan con un rigor sin-
gular. El Jueves Santo por la noche hay sermón de Pasión. Después
empieza la procesión. Esta es tan devota, que no se puede explicar sin
lágrimas. Es de este modo:
«38. Previénense treinta y tantos niños de nueve á diez años con sota-
nas y muy decentes vestidos talares, con un paso de la Pasión cada uno: y
dos muchachos á los dos lados con linternas puestas en alto para ser mejor
vistos de todos. Todos estos se ponen por su orden en el patio de los Padres,
cerrada la puerta de la iglesia que cae á aquella parte. Sale el Preste con
su capa pluvial, y se sienta frente á aquella puerta. Ábrenla, y va entrando
el primer niño con la soga ó lazo con que prendieron á Jesucristo hasta el
centro de la iglesia, en que el mucho gentío tiene hecha una espaciosa calle
hasta la puerta principal, para que desde allí se encaminen todos; y al
entrar, va cantando en tono muy lastimero al son de bajones y chirimías
roncas: Esta es la soga con que prendieron á Jesús nuestro Reden-
tor: CON QUE se dejó ATAR EL SeÑOR POR NUESTROS PECADOS: Ay, AY,
Cristo mi Bien y Señor. Con este orden y esta explicación del paso, y el
santo estribillo ¡ay, ay!, van entrando todos, que como son tantos, es larga
la función: y prosiguen después en medio de la función sin cantar.
«39. Esta va alrededor de la plaza como la del Corpus: y todas las pro
cesiones se hacen por el mismo estilo, no por las calles. Los músicos van
cantando el Miserere: y acabado, cantan y repiten las coplas de los pasos
que cantaban los niños. Llévanse muchos pasos de bulto, y al salir el de
Jesucristo á la columna y el de la Virgen llorando, levantan las mujeres el
grito, llantos y alaridos, que enternecerían á las mismas piedras. Van
cesando estos alaridos ó llantos, y no se oyen sino cajas roncas, clarines
roncos, el Miserere, y un grande confuso ruido de azotes, porque nadie
habla una palabra. Azótanse casi todos los que no van ocupados en llevar
los pasos ú otro misterio. Su azote es una penca de cuero de vaca, sembrada
de clavos, con las puntas hacia afuera, al modo de peine para apartar el
hilo de la estopa, aunque no tan espeso. Con este tan horroroso instrumento
se azotan tan sin tiento, como si fuera disciplina de algodón, y al día
siguiente, de las muchas heridas que se hacen con mucho derramamiento
de sangre, están ya con costras, sin haberles aplicado medicina alguna.
Son muy diversas las carnes del indio de las nuestras, á semejanza de los
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brutos. No se tapan la cara para azotarse, que en ellos no hay vanidad ni
otros reparos.
«40. Jueves, Viernes y Sábado santo se hacen las funciones de Misa,
Profecías y demás ceremonias, como en las colegiatas de canónigos. Como
aquellas iglesias son parroquias, se bendice la pila bauptismal con mucho
adorno y majestad, la mañana del Sábado santo: sacan nuevo fuego. El
fuego lo hace el sacristán con un eslabón: hace una gran fogata en el ante-
patio y en el pórtico. Bendice el párroco el fuego según el Ritual: y lo
mismo es bendecirlo, rociarlo, é incensarlo, que con grande algazara
echarse todos á coger los tizones, y con grande alegría lleva cada uno su
tizón á casa, como fuego santo para tener nuevo fuego. No hay desorden
ninguno en esta función.
«41. La mañana de resurrección es cosa de la gloria. Al alba, ya está
toda la gente en la iglesia. Por calles, plazas y pórticos de la iglesia, todo
está lleno de luces: todo es resonar cajas y tambores, tamboriles y flautas,
tremolar banderas, flámulas, estandartes, y gallardetes en honra de las
estatuas de bulto entero colocadas en medio, de Cristo resucitado y de su
Santísima Madre: haciéndolas grande y sonora música los bajones, clari-
nes, chirimías, órganos y todo género de instrumentos, que todos juntos,
con muy alegres sones, concurren á causar una alegría del cielo. Los Cabil-
dantes, los militares, los danzantes, con las mejores galas y todas sus ban-
deras y banderillas de varios colores.
«42. Sale el Preste con el más rico ornamento, de capa pluvial, etc.
Inciensa á las dos estatuas. Sale la imagen de Jesucristo por un lado con
todos los varones, el Preste y la música, y por el otro lado la Virgen, la
música y todas las mujeres. En toda la plaza todo es batir y tremolar aque-
lla multitud de banderas y gallardetes. Los músicos se deshacen cantando
y repitiendo Regina coeli laetare. Los clarines con las chirimías corres-
ponden con tal destreza, que parece las hacen hablar. El Laetare Lae-
tare es lo que repiten muchas veces con muchos gorjeos. Es composición
muy alegre. Después de haber acabado las tres caras de la plaza, al enca-
rarse las dos imágenes en la cuarta, la de la Virgen se viene á encontrar
con su SSmo. Hijo en medio de tres muy profundas reverencias á trechos,
arrodillándose á ellas todo el pueblo. Ya á este tiempo repiten mucho más
y con más estruendo y gorjeos de voces é instrumentos el Regina y el
Laetare.
«43. Juntas las dos santas imágenes, sale una danza de Angeles que
son muchos músicos, al son de arpas y violones. Comienzan á danzar y can-
tar á un mismo tiempo el Regina coeli delante de las dos imágenes. Des-
pués de algunas mudanzas lo repiten en su lengua: y así alternando en latín
y en su idioma, prosiguen y acaban todas sus mudanzas. Sale otra de nacio-
nes, hasta cuatro. Acabadas las danzas, vuelve la procesión con las dos
imágenes por medio de la plaza, después de la incensación, que hace el
Preste, cantando la oración correspondiente. Va por el mismo orden de
alegres cánticos detrás é instrumentos, y el grande estrépito de repique
de campanas y campanillas, que los monacillos van repicando al lado de las
imágenes. Acabada la precesión, empieza la Misa solemne, y su sermón al
Evangelio: y acabado todo, van á tomar la yerba, á bebería en su casa, y
á prevenirse para el banquete ó convite. Este día, por la circunstancia de
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procesión tan larga y sermón, no hay rezo y catecismo de cada domingo.
Ahora me ocurre que dejé de poner la distribución eclesiástica del domingo
donde le tocaba, que es después de la distribución cuotidiana. No es bien
que la dejemos en blanco: pues es cosa de singular edificación.
Distribución eclesiástica del Domingo
<4-i. Cada domingo al amanecer, mientras los Padres están en oración,
júntanse todos de todas edades y sexos en la plaza, divididos y apartados
los hombres de las mujeres, los muchachos de las muchachas, como se hace
siempre. Al tocar á salir de la oración los Padres, abren las puertas; entran
las mujeres en la iglesia por las tres puertas del pórtico: y los varones
por las de los costados. Los muchachos se quedan en el patio de los Padres:
y las muchachas van al cementerio. En medio de la iglesia, entre los hom-
bres y las mujeres, dando la espalda á éstas, se ponen en pie cuatro indios
de las más claras voces, y todos los demás están de rodillas. Los cuatro
comienzan el Padre nuestro y demás oraciones, que repiten todos. Acaba-
das éstas, se sientan, quedando en pie los cuatro. Estos comienzan el
Catecismo. Dos de ellos dicen ,iHay Dios? Responden dos: Sí hay. Prosi-
guen los dos: t'Ciiántos Dioses hay?' Responden los otros dos: Uno no más.
Responden todos lo mismo: y por este orden va todo lo demás, como se
dijo hablando de la Doctrina de los muchachos. Supónese que todo va en
su lenguaje: que si fuera en lengua latina ó castellana, que no la entien-
den, poco les aprovecharía.
«45. Acabadas las oraciones y el Catecismo, dicen los cuatro: «Este es
el modo de contar: ¡¿no.» Y responden todos: iíno. — «Dosy>:j responden dos.
— « Tres», y responden todos tres: y así van hasta ciento, y de ahí á 200, etcé-
tera, hasta mil. De uno á cuatro inclusive cuentan en su lengua, y es: pe-
tey, mocoy, mbohapí, iriindi. De ahí adelante, en castellano, porque en su
lenguaje sólo cuentan hasta cuatro. Para cinco, dicen: una mano: peteipó, y
muestran los cinco dedos. Para seis: U7ia mano y un dedo, etc. Para diez:
dos manos. Para veinte: manos y pies: y de ahí arriba dicen: eíá, muchos:
y no saben más: tan corto quedó su entendimiento. Acabado el modo de
contar, dicen: estos son los meses del año, Enero: y responden todos: Enero,
y así hasta Diciembre. En su lengua no tienen nombre de meses, sino una
luna, dos lufias. etc. — Después dicen: estos son los días de la semana: lunes:
y responden lunes: y así hasta el domingo: todo en castellano: aunque á
estos días les han puesto nombres en su lengua. Al lunes, mbayapoipí, tra-
bajo primero: al martes, mbayapomocoi, trabajo segundo, etc. Al jueves
llaman teique, entrada, porque á los principios, no solólos Domingos entra-
ban en la iglesia, sino también el jueves. Al sábado, víspera de _/iesta: y al
Domingo, día de Jiesta. Todo esto que hacen los hombres y mujeres en la
iglesia, hacen los muchachos aparte con sus alcaldes en el patio, y las mu-
chachas en el cementerio.
«46. Acabado todo esto, entra un Padre, el semanero, á hacerles una
plática doctrinal, habiendo entrado para esto los niños y las niñas. Acabada
la plática, se reviste el Padre con capa pluvial, y sale al Asperges, que
entona en las gradas del altar mayor: salen con él los Acólitos con el calde-
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rillo del agua bendita y el hisopo, uno y otro de plata: prosigue asperjando
por toda la iglesia: y los músicos entretanto cantan lo que corresponde.
Vuelve á las gradas del Altar, y dice los versículos del Ritual, cantando
todos. Después entra la Misa con toda solemnidad. Cantan los músicos lo
que les toca, Gloria, Credo, etc., en varias composiciones que tienen: un
domingo una, otro otra. Desde la Septuagésima á Pascua, cantan en tono
gregoriano, según la rúbrica. Acabada la Misa, salen todos adonde les
toca: los hombres y muchachos al patio del Padre: las mujeres y muchachas
al cementerio: y luego, en el patio, uno de los Cabildantes más hábiles re-
pite á todos la plática: y el día del sermón repite el sermón: y algunos tienen
tal memoria, que la repiten puntualmente toda. Otros que no llegan á
tanto, repiten lo que pueden, y añaden otras cosas santas: pero nunca se
paran, ni les falta qué decir por media hora y más. Kl exordio es muchas
veces: «Ya veis, hermanos míos, que estos Padres están quebrantándose
la cabeza con nosotros, en busca de nuestro bien espiritual primeramente,
y después del temporal: de manera que sin ellos nada tuviéramos: ya veis
como nada buscan de nosotros para sí, sino que antes bien están bus-
cando para nosotros. Vienen con sus estampas, medallas y abalorios que
reparten entre nosotros; y después de haber trabajado mucho, se van según
el orden de su Superior, y nada llevan. Y sabéis como dejaron sus padres,
sus madres, sus parientes y sus países: aquellas tierras tan fértiles y deli-
ciosas de la otra parte del mar, y con tantos peligros, por un mar tan dila-
tado vinieron á hacernos tanto bien: por tanto debemos respetarlos, hon-
rarlos y obedecerlos, etc.» — No hay cosa que les mueva tanto, como esto
de dejar sus padres y su país por ellos. A las mujeres repite la plática un
Alcalde viejo.
«48 Acabada la plática, los Secretarios de cada parcialidad cuentan á
todos de toda edad y sexo por sus listas, para ver si ha faltado alguno
á Misa: dan cuenta al Cura, y él averigua si estuvo impedido. Si fué cul-
pado, se le busca y castiga. El castigo son 25 azotes. Luego se dice la Misa
segunda para los convalecientes, é impedidos en la primera. Después se
reparten las faenas de toda la semana, y se van á comer 3^ á jugar á la
pelota, que es casi su único juego. Pero no la juegan como los españoles:
no la tiran y revuelven con la mano. Al sacar, tiran la pelota un poco en
alto, y la arrojan con el empeine del pie del mismo modo que nosotros con
la mano: y al volverla los contrarios lo hacen también con el pie: lo demás
es falta. Su pelota es de cierta goma, que salta mucho más que nuestras
pelotas. Júntanse muchos á este juego y ponen sus apuestas de una y otra
parte. A la tarde se ejercitan en la plaza al blanco con flechas, y con esco-
peta cuando hay pólvora y balas, que de uno y otro suele haber mucha
carestía; y con esto se acabó el domingo.
Sus convites
«49. Casi en cada fiesta y venida de viajes, hay banquetes: y en todas
las bodas. Rácenlos, no dentro de sus casas, sino en los soportales. Dispo-
nen varias mesas en diversos sitios: de cada una cuida uno de los princi-
pales, que señala el Padre. Dales el Padre por la mañana una vaca para
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cada mesa. Ellos la aderezan en su casa: y añaden de sus bienes batatas,
mandiocas y legumbres. Algunos que fueron panaderos en casa del Padre,
hacen algunos panes de trigo, pero pocos. Compuesto ya todo, vienen los
de cada mesa á casa de los Padres con el santito de bulto ó pintura sobre
una mesita, y en ella vienen algunas gallinas asadas, los panes y algunas
tortas de mandioca. Pone cada uno su mesa con su santo y viandas en el
patio enfrente del refectorio de los Padres, mientras ellos están comiendo,
y en el suelo, delante de la mesa, ponen unos grandes calabazos de chicha
de maíz ó aloja, que es su vino, y de quien ya dije que la hacen floja, que
nunca embriague. El mayordomo, por orden del Padre, pone al lado de los
calabazos un barreñón de sal, otro de yerba, otro de miel de caña dulce,
otro de tabaco para mascar en manojos: un saco de melocotones pasos ó
secos, de que se hace mucha provisión con tiempo: otro saco con naranjas
de la China, de que hay mucho: y algunas otras cosas, según el tiempo.
Hacia la portería están prevenidos los tamboriles }' flautas, los Capitanes
de milicia con sus picas largas, y los Alféreces con sus banderas, y en las
mayores fiestas añaden clarines y chirimías. Todo eso se hace sin bulla y
con gran silencio.
«50. Luego que salen los Padres del refectorio, bendice uno con una
corta oración todas aquellas mesas, y los muchachos músicos, que con otros
están prevenidos, cantan una breve canción en su lengua, que es bendición
y acción de gracias: y al punto que la acaban, resuenan todos los tambores
y demás instrumentos. Tremolan y juegan las picas los Capitanes, baten
las banderas los Alféreces, y cargan con sus santos en las mesas y los
demás comestibles los que los trajeron: y con festejo, llevan todo aquello á
la plaza, donde les espera un trozo de caballería militar: y parando un
poco los de los santos, hacen con sus caballos varios festejos en honra
suya: y los de las picas y banderas, vuelven á jugarlas otra vez. De aquí
se encaminan al lugar del convite: precediendo los tamboriles y flautas: y
ponen al Santo por cabecera de la mesa.
«51 . Siéntanse en sus bancos: que estos son sus sillas. No usan cuchara,
y tenedor, ni manteles, ni servilletas. Ponen á cada uno un puñado de sal.
No echan sal en la olla. Sacan su guisado, no en fuentes, sino á cada uno
en su plato. Van comiendo y mojando en la sal, al modo que nosotros
hacemos con la salsa: y de cuando en cuando van dando sus vasos de chicha.
Es muy ordinario en estos convites estar parte de los músicos tocando y
cantando, 3^a en latín, ya en español, ya en su lengua, algunos motetes en
honra del Santo. Acabada esta mesa, entra la segunda y tercera, y se
acaba todo con mucho sosiego, quietud y alegría cristiana. Aquellos mucha-
chos que dije á la bendición, son los monacillos, los tiples de la música y
los que aprenden instrumentos, los hijos de los caciques, cabildantes
y mayordomos. A éstos se les da de comer en casa del Padre. A la noche
se van á sus casas.
Matrimonios y bodas
«52. Ya dije en otra parte que llegando los varones á 17 años, y las
hembras á 15, todos se casan. No puede ser de uno en uno, ni de dos en dos.
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porque como son pueblos grandes, y no hay más de una parroquia, no
habría días de fiesta para echar en ellos las amonestaciones según el Ritual,
tres veces. Cásanse muchos juntos. Léense á todo el pueblo los impedi-
mentos del matrimonio: hacen al pueblo la lista de los que se quieren casar.
En la iglesia van llamando á cada uno de ambos sexos, y pregúntale en
secreto si viene de su voluntad, considerada la cosa, á casarse, ó violentado
de sus padres, ó de su cacique, ú otro: y si ha pensado bien lo que hace.
Rara vez sucede en este lance no encontrar uno ó dos que dicen le han vio-
lentado, y que no se quiere casar con el asignado en la lista. Y si el Padre
no hiciera esta diligencia, callaría y se casaría. Enterado ya el Cura de
que aquello es voluntario, lee las amonestaciones los tres días de fiesta
contiguos, que dice el Ritual y encarga mucho que el que supiere algún
impedimento, lo venga á decir: y repite aquellos más obvios. Visto ya que
no hay impedimento, se ponen todos en hilera delante de las puertas de la
iglesia por la lista que tiene el Secretario mayor, que los pone en gran
orden. Acuden los Cabildantes y gran parte del pueblo. Sale el Cura con
sobrepelliz, y capa pluvial de las más ricas: y los acólitos con su cruz, cal-
derilla é hisopo, todo de plata: y una rica fuente con los anillos, y los trece
reales de plata ensartados en hilo de plata. Todos están callando durante
la función, sin gracias, ni chanzas, ó cosa equivalente: considéranla como
cosa sagrada. Toma el Padre el mutuo consentimiento á cada uno, y los
asperja. Pero antes les hace una plática, en que les explica muy bien qué
cosa sea aquel sacramento, y las obligaciones de él, y pregunta á los Cabil-
dantes, á todo el pueblo asistente si hay algún impedimento.
«54. Después les da los anillos y los trece reales que son las arras, y
el novio se los pone y da á la novia, según el Ritual. No los traen de su
casa. Están guardados siempre en casa del Padre: y unos anillos y arras
sirven para todos. Dadas y recibidas estas prendas en señal de matrimonio,
las vuelven á la fuente. Tómanlas los segundos, y así van pasando de unos
á otros. Acabadas estas ceremonias, entran en la iglesia hasta las gradas
de la barandilla, y mientras entran, cantan los músicos en tono alegre el
psalmo UxoR tua sicut vins abundans, filii tui sicut novhllae oli-
VARUM, etc. Díceles el Padre las oraciones del Ritual. Sigúese la Misa con
todas las ceremonias del caso. Péneseles á todos, ya en la barandilla, el
collar, y la banda, cosa muy vistosa, que se guarda para todos, como las
arras. Después comulgan y dan gracias. Para dar gracias en éstas y en
todas las comuniones de todos los demás, hay una oración devotísima, en
una tabla. Esta la coge uno de clara voz, y por ella va dictando á los
demás lo que han de decir: y ellos responden. De otra suerte, el indio esta-
ría allí sin saber qué hacerse. No son capaces de oración mental: como nos-
otros cuando muchachos: sino de vocal: y decir lo que les dictan.
«55. Dadas las gracias, vienen todos los novios á besar la mano al
Cura. A cada uno le da una hacha y un cuchillo: instrumentos necesarios
para sus labores: porque desde que se casan, empiezan á hacer sementeras:
y á las novias hace dar abalorios. Van á sus casas, y los padres y parientes
de la novia la conducen á la de su marido, que vive con su padre, hasta
algunos años que haya aprendido á cuidar de lo doméstico. Uno le lleva la
hamaca: otro los mates: otro las ollas y alguna alhajuela: que á esto se
reduce todo el ajuar y éste es el dote. Luego se previene el convite de las
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bodas, dando el Padre las vacas. Llevan el santico con algo de comida á la
bendición, dándoles allí de las cosas de la casa, y con el festejo de tambo-
ril, etc., que ya dije. La boda se hace con gran modestia. Para que se vea
cómo son, diré un caso. Estando yo cuidando de un pueblo que pasa de mil
familias, casé una vez 90 pares. Como eran tantos, repartí el convite en
cuatro partes del pueblo, con cuatro vacas, al cuidado de los principales
indios. Al tiempo del convite, quise ir ocultamente á ver lo que hacían.
Llegué de repente, sin saberlo ellos, al primero: y estaban los novios á un
lado y las novias enfrente, comiendo con gran sosiego y modestia, allí
delante una mesa: y en ella una devota estatua de la Virgen, y los músicos
cantando los gozos de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza: Pues á
España como aurora, en castellano, al son de arpas, y violines. Cierto
que no pude contener las lágrimas de gozo, viendo un modo tan cristiano
y devoto. Voy á otro convite, y encuentro lo mismo con otros músicos
tocando otras cosas. Aprendan de aquí los cristianos europeos de tanta
cultura á celebrar sus profanas bodas.
Fiesta del patrón del pueblo
«57. Esta la celebran con singular solemnidad y cristiandad. Previé-
nense días antes para la confesión y comunión, en que hay mucho concurso.
Convídanse Padres de otros pueblos para el sermón, y los tres de la Misa,
y algunos otros. Los indios tienen preparados muchos caballos de los más
gordos, llenos de cintas, cascabeles y plumajes de varios colores. Están
alerta para cuando vienen los convidados. El Cura y su Compañero los
salen á recibir á caballo á cierta distancia del pueblo: y con ellos aquella
turba de caballería galana, con sus ginetes de gala; y si esto no se les per-
mitiera, sería el mayor sentimiento para ellos. Entran los huéspedes en el
pueblo: y se apean en la puerta de la iglesia, con mucho estrépito de cajas
y todo género de instrumentos: entran en ella, y con éstos todo lo principal
del pueblo, y gran parte del vulgo. Hacen oración, y cantan los músicos
con toda solemnidad el Te deum laadamus.
«58. La víspera, al punto de mediodía, estando ya preparados en la
puerta de la iglesia el Alférez Real (que lo hay en todos los pueblos), con
el estandarte Real, 3' su paje á la gineta, acompañado de todo el Cabildo y
militares, todos de gala, salen todos los Padres á la puerta. Allí el Padre
más condecorado echa agua bendita al Alférez, y entran todos, y con ellos
casi todo el pueblo, echándoles agua bendita al entrar. Entonan los músi-
cos el ¡Magníficat con cuantos instrumentos hay. No queda aquel día caja,
tamboril, flauta, pífano, pandero ni sonaja que no salga: y todos estos rudos
instrumentos resuenan con los suaves al llegar al Gloria patri. Acabado
éste, sale el Alférez con toda su comitiva, y se le da agua bendita, y á lo
restante del pueblo. Va acompañado de toda la milicia á poner el estan-
darte en un castillo postizo, que á este fin está preparado en la plaza.
Luego toda la milicia de á caballo y de á pie, hace varias correrías, zuizas
y mudanzas, primero en honra del Santo, Patrón del pueblo: y después del
Estandarte del Rey.
«59. Hecho esto, viene el Alférez con toda su comitiva de Cabildo y
-574-
gentes militares, y se sientan en sus bancos de Cabildo, enfrente del pór-
tico de la iglesia. Los Padres toman asiento en el pórtico. Salen los dan-
zantes, y empieza la primera danza el paje de gineta solo con la insignia
de plata del Alférez en la mano. Después de esta danza, salen los demás
danzantes, haciendo hasta cuatro danzas diversas, de ocho y más danzantes
en cada una: y con esto se acaba esta primera función.
«60, A las cuatro ó cinco de la tarde, repican todas las campanas á
vísperas. Vienen todos á la puerta de la iglesia. Salen los Padres á recibir
al Alférez, que es el que preside en todo, con agua bendita, como al me-
diodía. Revístese el Preste con capa pluvial, y el Diácono y Subdiácono con
dalmáticas, todo lo más rico que hay. Lo ordinario son estos ornamentos
de brocado de oro. En algunos pueblos, de tisú. Los demás Padres se ponen
sobrepelliz. Todos los monaguillos van con roquetes muy guarnecidos de
encajes. Entona el preste el deus in adiutorium meum tntende: dale la
Antífona el Diácono y el Subdiácono, después de una profunda genuflexión
al SSmo. y reverencia al Preste. Hácense las Vísperas, no en el coro alto,
sino en medio de la iglesia, y para asientos, hay tres sillas muy ricas,
aforradas de terciopelo carmesí galoneado de oro: y para los monacillos
ha}^ otras sillas muy vistosas y lucidas. Los demás Padres se asientan en
las sillas ordinarias, como las de sus aposentos. Danse después las demás
antífonas al Diácono y Subdiácono y demás Padres, para que las entonen.
Hácense todas las Vísperas según el Ritual, echando el resto de toda la
solemnidad. Acabadas ellas, y dejados los ornamentos de los sacerdotes,
se saca al Alférez hasta el pórtico, siéntase en él con toda la comitiva
como al mediodía, y los Padres dentro. Comienzan las compañías de dan-
zantes, después de festejar el Estandarte, y danzar cuatro de las mejores
danzas, entreveradas con graciosos entremeses, que hacen los indios hábiles
para eso. Danzan y entredanzan con gran gusto del pueblo, que gusta de
ello aun más que de las mismas danzas: y jamás hay entre ellos una menos
decente.
«61. A la noche, á cosa de las nueve, hay también su festejo. Previe-
nen ante el pórtico de la iglesia lucientes hogueras y gran multitud de
campanas. Vienen los Cabildantes (que aquellos días siempre andan con
sus galas de seda), acompañados de 30 ó 40 danzantes en diversos trajes, á
lo español, á lo turco, á lo asiático, y otras naciones, y algunos con vestido
cómico, á convidar á los Padres: y todos los danzantes vienen con linter-
nas en alto, sobre unos palos muy pintados y vistosos. Llevan á los Padres
al pórtico. Siéntanse los principales en sus bancos, y sale á danzar aquella
grande turba de lucientes danzantes, todos con sus linternas, con gran va-
riedad de posituras 3^ mudanzas, y con grande artificio, formando motetes,
y aun versos de alabanza al Santo Patrón, con las letras que en sus positu-
ras hacen. Sale otra danza de 20 ó 30, cada uno con su instrumento mú-
sico, danzando y tocando: así prosiguen hasta cuatro diversas danzas, y
con sus entremeses entre una y otra: y como son de muchos y artificiosos
geroglíficos, duran mucho.
«62. A la mañana después de haber salido de oración los Padres (que
ni aun en estos días de tanto trabajo se deja ni se acorta), repican las cam-
panas; resuenan todos los instrumentos ruidosos, y en la plaza todo es al-
gazara, carreras de caballos y remedos militares, festejando al santo
-575-
Patrón, y honrando el Estandarte Real, cuyo Alférez lo conduce ala Misa.
Van todos los Padres á recibirle por lo que representa. Danle agua ben-
dita, y con grande autoridad le introducen á su asiento, que es una silla
rica, y bien guarnecida, y con su cojín cerca de las barandillas, presidiendo
á los bancos de Cabildo. Comenzada la Misa, y al Evangelio, desenvaina
la espada, y levantándola en alto con brío, se mantiene así todo el tiempo
del Evangelio, dando á entender el deseo y prontitud para defenderlo.
Sigúese el sermón, y lo restante de la Misa. Dicen los Padres sus Misas,
habiendo acompañado antes al Alférez y su comitiva hasta el pórtico.
«63. Mientras duran las Misas rezadas, previenen en la plaza sus fun-
ciones militares y festejos. Vienen á avisar que ya está todo prevenido.
Salen los Padres al pórtico, y allí se ven ocho compañías de soldados con
sus uniformes y armas, con banderas muy vistosas, cuatro de caballería y
cuatro de infantería. Están éstas formadas en medio de la plaza: aquéllas
en las cuatro esquinas. Sale por un ángulo el maestre de campo, y por otro
el Sargento mayor de uno y otro cuerpo, dando sus cargas, y haciendo sus
escaramuzas, con las que se desafían. Dispara uno contra otro una pistola:
y á esta señal sale con gran furia toda la caballería por las cuatro partes
á carrera abierta, rodeando la infantería, haciendo ademán de quererla
romper: pero ellos se defienden mucho con lanzas, ^ los costados, y espa-
das con rodelas por todos lados: y desde el centro con muchos tiros de esco-
peta, y en algunos pueblos con piezas de campaña, y algunas veces arrojan
cohetes á los pies de los caballos. Finalmente, después de muchas vueltas,
de romper, y acometimientos, abre calle por la infantería. Allí son los
tiros, las defensas y los esfuerzos. Arrebátanles una bandera, y con ella
fuertemente amarrada (que son grandes), va á carrera abierta el que la
cogió, corriendo alrededor de la plaza, como cantando la victoria, á quien
siguen todos los suyos: y no la lleva recogida, sino desplegada, que es me-
nester mucho esfuerzo para mantenerla con tanta violencia en el correr.
Vuelve la caballería á hacer esfuerzos y acometimiento para romper: y
por mucho que se esfuerzan para la defensa los infantes, les van quitando
la segunda, tercera y cuarta banderas: y al fin, desbaratados y vencidos,
los llevan en cuatro trozos, rodeados de la caballería, y los meten por
los ángulos de la plaza. Es función realmente digna de verse, porque
son excelentes ginetes; y el indio á caballo parece otro hombre. Y más
con los vestidos, y uniformes y otros adornos que llevan, y con tantas cin-
tas, y cascabeles, y plumajes de los caballos, Después de esta función mili-
tar, se acercan al pórtico y se hacen cuatro danzas como las dichas, pero
diversas, porque son tantas, que no es menester repetir alguna. Y con
esto se van á prevenir los convites, que son tantos este día, que casi no
caben en el patio del Padre las mesas, con sus santos á bendecir. Casi no
hay cacique, ni Cabildante ni mayoral que no tenga su convite aparte.
Mácenlos con la circunstancia ya dicha de los demás: pero hoy añaden á
ellos más solemnidad: y aquella bendición cantada que echan los mucha-
chos después de la del Padre, es hoy á punto de música, con arpas, violi-
nes, etc., y con su banderilla, que es de seda, hacen el compás.
«64. Para esta tarde, que es la sustancia de la fiesta, previene el Padre
gran multitud de premios, cuchillos, navajas, peines, rosarios, medallas,
lienzo llano, lienzo de varios colores, de algodón, bayeta, pañete, paño de
— 576 —
sempiterna, paños de manos, sombreros, monteras, botones de metal y
otras materias, agujas, alfileres, abalorios, cuentas de vidrio de varios
tamaños y colores, yerba, tabaco, sal y otras cosuelas; cosas todas que
ellos estiman mucho. Para cada convidado se pone cantidad de estas cosas,
para que vayan repartiendo: y para el Cura, como quien ha de repartir
más, mucho más.
«65. Previénese un tablado junto al castillo del Estandarte Real, con
los asientos necesarios para todos los Padres, ó junto al pórtico de la igle-
sia. A cosa de las tres vienen los principales á convidar y conducir á los
Padres. Van al tablado, y en algunos pueblos á esta hora, ó la noche antes,
hacen una ópera al modo italiano, con su vistoso teatro, cantada toda al
son de la espineta, con las personas correspondientes, y en castellano. Son
devotas las que saben; y una hay de la renuncia que hizo de su reinado
Felipe V, entrando por personas Felipe V y su hijo D. Luís, varios gran-
des de España, y otros: y ni en ésta, ni en las demás, hay papel de mujer.
Todos están con el vestido correspondiente al personaje que representan:
y todo va de memoria, no por el papel.
«66. Al ejército del General D. Pedro Cevallos, aposentado en el pue-
blo de San Borja, ya evacuado de indios, por ser uno de los de la línea
divisoria, llamamos por insinuación mía (hallábame 3'o con S. E.), algunos
músicos y danzantes de otro pueblo para celebrar ó ayudar á los del ejer-
cito, á celebrar las fiestas Reales de la coronación del señor Don Carlos III.
Duraron las fiestas veinte y un días. Al principio hacían los indios cuatro
danzas todos los días: y gustaban tanto de ellas los españoles, que prosi-
guieron haciendo seis. Sabían 70 danzas diversas. Hicieron algunas óperas,
y entre ellas esta de la renuncia de Felipe V. Admirábanse notablemente
de la destreza de la música, y aun más de la propiedad en representar las
óperas: y no podían entender cómo sin saber castellano, hablaban y accio-
naban con tanta propiedad. Todo lo hace la constancia en enseñarles, su
buena memoria y mucha paciencia. \"olvamos al tablado.
«67. Delante de la silla de cada Padre se ponen unos cestos de los pre-
mios dichos. Empieza la función la milicia en forma de batalla, al modo de
la mañana; pero ahora con más célebres circunstancias. Acabada ésta,
salen las compañías de danzantes, y aquí echan el resto de toda especie de
danzas de blancos, negros, moros, cristianos, ángeles, diablos, serias y bur-
lescas. Van los Padres repartiendo premios, no sólo á los de la fiesta, sino
á todos los demás beneméritos. Van llamando á los carpinteros, horneros,
rosarieros, estatuarios, y todo género de oficios: á los sacristanes, á los
mayordomos ó mayorales, y todo indio de alguna distinción. Como sabe el
Cura quién lo merece mejor, suele llevar una lista, y por ella va llamando
á los que más han trabajado en bien del pueblo. Para los restantes del pue-
blo se van arrojando aquella multitud de rosarios, medallas, agujas, alfile-
res, peines, mates, navajas, abalorios, botones, tabaco en manojos, etc. Y
no obstante la bulla, algazara, y gresca como hay en estas cosas, nunca
hay pendencias, desgracias ni riñas, sino risas y alegría. Es gentío pacífico
y humilde.
«68. Después entra el correr la sortija. Ponen una sortija en medio de
la plaza, colgada de un palo atravesado, que estriba en dos pilares. Toma
el Corregidor un palo de lanza, 3^ á carrera abierta va á meterlo por aque-
-577-
11a sortija. Si lo mete, prende de tal modo la sortija, que se desprende y va
metida en el palo. Si de la primera vez no la llevó, vuelve á correr hasta
tres veces. Vuelven á ponerla: y le sigue el Alférez Real: después los
demás Cabildantes y cabos militares: y á cada uno que llevó la sortija, toda
la caballería da unas cuantas carreras alrededor de la plaza, gritando v
apellidando el nombre del santo Patrón. Y con eso se acabó al entrar la
noche esta tan solemne función.
Castigos, Jueces y Pleitos
«[68. 2."] En cada pueblo hay dos cárceles: para hombres y mujeres.
La de los hombres suele estar en una esquina de la plaza, frente á la igle-
sia. La de las mujeres, en la casa de las recogidas. No están encarceladas,
sino libres. Andan de beatas: aunque no salen sino juntas y con su Supe-
riora. Allí se ponen, con grillos ó sin ellos, las mujeres delincuentes. Aun-
que este gentío es de genio humilde, pacífico y quieto, especialmente des-
pués de cristianos, no puede menos de haber en tanta multitud algunos
delitos dignos de castigo. En toda la América, los Curas, clérigos y regu-
lares, castigan á sus feligreses indios. Para todos los delitos hay castigo
señalado en el libro de Ordenes: todos muy proporcionados á su genio pue-
ril, y á lo que puede el estado sacerdotal. No hay más castigo que cárcel,
cepo, y azotes. Los azotes para los varones son como para los muchachos.
A las mujeres se les azota en las espaldas y como en oculto, en la casa de
las recogidas, por mano de otra mujer, que ordinariamente es superiora
suya. El verdugo de los hombres es el Alguacil mayor. Entre ellos es honra
este oficio. Los azotes nunca pasan de 25. Si el delito es grande, se repiten
los 25 algunas veces en diversos días. Todos los encarcelados de ambos
sexos vienen cada día á Misa y Rosario con sus grillos, acompañados de su
Alguacil y Superiora: y á vísperas solemnes cuando las hay: y á las demás
funciones públicas de iglesia. Como el castigo es de Padre y no de juez
profano, no les vale la iglesia.
«[68. 3.°] El Cura es su padre y su madre, juez eclesiástico y todas las
cosas. Ca^ó uno en un descuido ó delito: luego le traen los Alcaldes ante
el Cura á la puerta de su aposento: y no atado y agarrado, por grande que
sea su delito. No hacen sino decirle: X'^amos al Padre: y sin más apremio
viene como una oveja: y ordinariamente no le traen delante de sí, ni en
medio, sino detrás, siguiéndoles: y no se hu3"e. Llegan á la presencia del
Cura. «Padre, dicen los Alcaldes ó el Alguacil: éste no cuidó de sus bue-
yes que llevó para arar sus tierras. Se los dejó solos junto al maizal de
esotro: y se fué á otra parte. Entraron al maizal é hicieron un grande des-
trozo en él.» Averigua el Padre cuánto fué el daño, la culpa que tuvo,
03^endo los descargos, etc. Pónele delante su delito al delincuente, ponde-
rándolo con una paternal reprensión, y concluye: «Pues has de dar tantos
almudes de maíz á éste tu prójimo: y ahora vete, hijo, que te den tantos
azotes», 25, v. g. y encarga al Alcalde la ejecución de la paga. Siempre se
les trata de hijos. El delincuente se va con mucha humildad á que le den
los azotes, sin mostrar jamás resistencia: y luego viene á besar la mano al
Padre, diciendo: Aguyebete, cheruba,chemboara chera haguera rehe:
37 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomoii.
- 57S -
Dios te lo pagfue, Padre, porque me has dado entendimiento. Nunca con-
ciben el castigo del Padre como cosa nacida de cólera ú otra pasión, sino
como medicina para su bien, y en persuadirles esto inculcan los Cabildan-
tes cuando los domingos repiten la plática del Padre. Es tanta la humildad
que muestran en estos casos, que á veces nos hacen saltar las lágrimas de
confusión. Con lo que dijo el Padre todos quedan contentos: no hay réplica
ni apelación. Y no es esto de tal cual vez: siempre sucede así.
«[68. 4.°] Traen otro: «Padre: éste mató un buey manso de los dos que
le dieron para su labor: y no teniendo leña, cogió la hacha, é hizo pedazos
el arado, ó el mortero de majar maíz, y con ella se lo asó y comió.» Seme-
jantes delitos suceden. Hácele cargo el Padre: «Pues ¿porqué hiciste, hijo,
un desatino como este?» Y comúnmente calla ó responde: Che ta liramo:
CHE TA liramo: cpor ser yo un tonto». «Pues si tú matas un buey, y el otro,
otro y otro, ya no tendremos bueyes en el pueblo»: y suele responder; «pues
mi cuerpo lo comió, que mi cuerpo lo pague.» «Pues vete, hijo, que te den
25.» Va con grande mansedumbre, y recibe sus azotes, y viene á besar la
mano dando gracias por ello. Estos son los juzgados que allí se hacen,
atenta la capacidad de la gente y el amor de padres que se usa.
«[68. 5."] Ocurren algunas diferencias y pleitos. Los más ordinarios
son sobre límites de tierras: porque aunque hay títulos de ellas, dados y
firmados de los Gobernadores en nombre del Rev, suelen con el tiempo
mudarse los nombres de ríos ó cerros, etc., linderos de las tierras, de que
se siguen dudas y diferencias. Los indios comprometen en lo que dijeren
los Padres, sin acudir á la Audiencia de Chuquisaca, 600 leguas distante,
como hacen los españoles con tantos gastos. Sucede en una ciudad que dos
hombres de razón tienen su diferencia ó pleito sobre tierras, casa, ú otro
interés. Para evitar re^'ertas y gastos, se conciertan en ir á un ciudadano
inteligente y de mucha equidad, prometiendo estar á lo que él dijere. Esto
nadie puede condenar, sino alabar. Esto es lo que hacen los indios con los
Padres.
«[68. 6."] Para esto hay tres Padres que deciden lospleitosdel ríoUru-
guay, que son 17 pueblos: y otros 3 para los del Paraná: de modo que los
del Paraná juzgan los pleitos del Uruguay: y los de Uruguay los del Para-
ná. Y no puede ser juez el que ha sido Cura en alguna de las partes. Esto
se hace para que el afecto no incline á más de lo justo: y cuando el pleito
es de un pueblo de un río con el de otro; entra un juez de cada río, y el
Superior es el 3.^'" juez: y éstos son los más experimentados: y tienen los
libros que tratan de las leyes de las Indias, Cédulas Reales, etc. por donde
se guían. Hacen su papel los indios: hace el Cura el suyo: preséntanlo á
los jueces: cotejan las dos partes, y deciden á pluralidad de votos: y con
eso, sin más gastos, se acaba todo.
«[68. 7.°] Entre los treinta pueblos, hay seis que son colonias de otros:
porque, pasando un pueblo de mil quinientos vecinos, es difícil el gober-
narlo, y así se suele dividir y suele ser mitad por mitad. El modo que en
esto se tiene es éste. Llega un pueblo á L600 vecinos: trátase de dividirlo:
buscan territorio á propósito de buenas aguas para beber, río ó arroyo para
lavar y bañarse: abundancia de bosques para leña, tierra fructífera de
migajón: y un sitio algo eminente y llano para el asiento del pueblo, sin
pantallas de montes altos ó sierras que le estorben, en tierras tan cálidas.
— 579 —
el ser bien batido de los vientos. De las estancias de ganado del pueblo le
dan como la mitad de su territorio, si se puede dividir: ó buscan otro, com-
prándolo. Señalan la mitad de las familias, con sus caciques.
«[68, 8.*^] Envían dos Padres de los más ancianos y prácticos al repar-
timiento de tierras. Registran los almacenes, trojes y graneros, y van sepa-
rando la mitad de todo. Van á los vestidos de Cabildantes, militares y dan-
zantes, y hacen lo mismo. A los ornamentos sagrados, frontales, casullas,
la mitad de cada color. Las sillas, candeleros, mesas de los aposentos,
domésticos, instrumentos de cocina, la herrería, carpintería, platería, etcé-
tera, todo lo dividen, mitad por mitad en cuanto á la cantidad y calidad.
Toman razón de todo el ganado mayor y menor que ha}- en el pueblo y en
Jas estancias: y asimismo lo dividen por la mitad. No para aquí este punto.
Como la iglesia, casas de los Padres, y del pueblo, son tanto de los que se
han de ir, como de los que se quedan, todo lo valúan los dos Padres, hacién-
dose cargo de los materiales, de todas sus partes y valor de cada cosa en
aquella tierra, etc. Por eso escogen á los que entienden muy bien de la
materia: y como los Misioneros están trazando frecuentemente poblaciones
nuevas, casas y templos nuevos, por haberse envejecido los primeros, se
aplican á libros y tratados de arquitectura, y muchos de ellos han sido
directores y maestros de esto; se encuentran quienes puedan hacer esta
tasa con toda cuenta y razón. La mitad del valor de la iglesia, casas, etcé-
tera, queda á deber el pueblo que queda á los que se van: como que hicie-
ron por junto con todos los demás esas cosas, tanta parte tienen ellos, como
los otros á quienes se las dejan. El pueblo que queda va pagando á los nue-
vos colonos poco á poco lo que queda á deber, que no se les aprieta: y en
algunos es tanto, que ni en 20 años puede pagar. Con toda esta equidad,
cuenta y razón hacen estas cosas. Y como caen en manos de sujetos de
tanta conciencia, que este es el norte de todas sus acciones, se repara en
las cosas más menudas: y va todo con toda justicia y legalidad, con toda
equidad y sosiego, sin inquietud y pleitos. La mayor dificultad está en mu-
darse. Muchos se vuelven atrás contra lo que prometieron. Lloran y más
lloran, por no dejer su nativo suelo, se agarran á los pilares de la iglesia
y se están sobre las sepulturas de sus abuelos y parientes, no queriendo
apartarse de sus huesos. Es menester mucho de Dios y de fuerza y vio-
lencia para hacerlos caminar: y aun después de vencida esta dificultad, se
vuelven muchos de la colonia á su pueblo: y son menester castigos y vio-
lencias para hacerlos volver. Tanto como esto cuesta: siendo como es,
parabién suyo: pues siendo el pueblo tan grande, es menester que muchos
tengan sus sementeras tres y cuatro leguas distantes del pueblo, según el
modo que tienen de hacerlas, y que no se pueden disponer más cerca,
atenta la calidad del terreno y cortedad y falta de habilidad del gentío: y el
ir y volver, }' más á pie, y tan frecuentemente, á tanta distancia, es un tra-
bajo muy considerable: á que se allega que no pudiendo visitarse bien tales
sementeras, no hacen cosa de provecho, por su innata desidia, que necesi-
tan de tanto cuidado, de estímulo, y aun de castigo, como ya se dijo, hasta
para las cosas de tanta utilidad suya. Sígnenseles también otros muchos
daños de no dividir los pueblos, que seria largo expresarlos. Después de
años que están ya de asiento, como experimentan las conveniencias que
tienen, que muchas veces son mayores que las que tienen los que se queda-
-580-
ron, )^a se aquietan. Aunque en las demás cosas son tan obedientes á los
Padres, en esta de dejar sus tierras, cuesta mucho hacerles obedecer. Por
eso cuando en fuerza de la línea divisoria se les mandó transmigrar, pade-
cimos tanto en este punto por su resistencia. Y como se les mandaba (ade-
más de su destierro) dar á los portugueses (que los tenían por enemigos
antiguos) sus casas, sus iglesias, tierras, planteles de yerba, etc., que por
tantos años habían sudado: creció más esta dificultad, hasta hacérseles
imposible.
Visita del señor Obispo
«69. Los señores Obispos, aunque no pueden ir á visitar á los regula-
res de vita et 7noribus, por privilegios pontificios y Reales; deben no obs-
tante, visitarlos cuando son Curas, en lo tocante á sus oficios: si doctrinan
á sus feligreses: qué ornamentos hay, y con qué decencia: cómo estala pila
bautismal y demás vasos sagrados: en qué estado están las cofradías. Recí-
bese con toda autoridad. Salen los Cabildantes y militares todos de gala á
recibirle, una legua y más, del pueblo, con sus instrumentos bélicos y mú-
sicos, con bajones y chirimías, todos á caballo. Llega ala entrada del pue-
blo, donde lo recibe el Cura revestido, con las ceremonias de su Ritual.
Por donde pasa, todos se arrodillan, recibiendo la bendición. Llega al
templo, y cantan los músicos el Tedeum, siguiéndose las oraciones y demás
ceremonias.
«70. El día siguiente visita la iglesia, ornamentos y todo lo demás.
Después hace las confirmaciones, que como no viene sino después de
muchos años, son muchos centenares y aun millares. El año 1763 fué la
última visita del pueblo en que yo estaba, y hacía 21 años que no había
habido otra. A otras Misiones suelen tardar más en ir: y á alguna nunca
van. Se excusan por sus ocupacionos, sus años, sus achaques, y la longitud,
aspereza, é incomodidades de los caminos. Los aliviamos cuanto podemos,
dándoles carruaje, cabalgaduras, etc., y haciendo todos los gastos, aunque
se detengan mucho más de lo decretado; y todo de valde, sin paga ni
recompensa alguna: y siempre le hace el pueblo un presente de valor de
cien pesos ó más: y se le da un Misionero que siempre le acompaña, para
dirigir los indios sirvientes, y todo lo perteneciente al viaje, para que sea
con la comodidad posible.
«71. Por esta tardanza, el Papa Benedicto XIV dio facultad de admi-
nistrar el sacramento de la Confirmación á todos los Superiores de nues-
tras Misiones, cuando vienen á la visita de sus subditos: y á todos los Curas
en la hora de la muerte, para que ninguno se prive de este saludable sacra-
mento. El modo de administrárselo es este: Juntos ya en la iglesia los
confirmandos con los padrinos, van trayéndolos con mucho orden al señor
Obispo. El Cura á un lado con su lista le va dictando los nombres. Pronun-
cia la forma con las ceremonias, y otros dos Padres limpian la frente y
enjugan el óleo: toman la cinta y la vela, y la dan á los que van siguiendo:
y con eso, dos ó tres velas y cintas sirven para todos, aunque sean cente-
nares: no percibe vela ni cinta por cada uno: por la pobreza del indio:
Y aun esas pocas las pone la iglesia y guarda.
-581 —
«72. Los gastos que se hacen, los costea el pueblo los hechos allí: los
demás, en embarcaciones ó por tierra hasta su Catedral, los pagan todos,
haciendo una prorrata. Las dos veces que en 28 años estuve en aquellos pue-
blos, hubo sólo dos \'isitas. En el tiempo antecedente hubo otras varias,
como consta de los libros de la parroquia: y en ellas dejan siempre muchas
alabanzas de los Curas, sus ministerios, y el buen porte de los indios. Con
todo esto, el libelo portugués, que con ocasión de la línea divisoria salió
contra nosotros, dice que jamás llegó á aquellos pueblos Obispo alguno,
porque lo estorbaban siempre los Jesuítas para ocultar sus codicias y mara-
ñas. Y el expulso citado, como no puede negar estas visitas ó Infoi'mes, que
los vería también citados en las Cédulas reales, dice en su libro, que todos
esos Informes de esos Obispos son falsos, y que fueron sobornados de los
Jesuítas para hacerlos. Sea Dios bendito por todo. Habiendo ya hablado
del gobierno político, y eclesiástico, sólo resta que hablemos del militar.
CAPITULO ÚLTIMO
^GOBIERNO MILITAR DE LOS INDIOS
«1. En cada pueblo hay 8 compañías de militares, con su Maestre de
campo, su Sargento mayor, Comisario, 8 Capitanes, Tenientes, Alféreces
y Sargentos correspondientes. Todos tienen sus insignias de bastones, ban-
deras y alabardas. Hay algunas bocas de fuego, pero pocas, porque no se
alcanzan, y con gran dificultad se consiguen por cualquier precio. El pue-
blo que más tiene, serán 50: y es menester gran cuidado con ellas: porque
el descuido y desaseo del indio luego las echa á perder. Pólvora se hace
casi en todos los pueblos; pero muy poca, porque no hay mina alguna de
salitre, ni molino, ni azufre. Hácese el salitre de las raspaduras de la tierra
en que hubo orines, dándole punto á fuerza de fuego; y con esto, y algo de
azufre que se alcanza en Buenos Aires, se hacen algunas libras al año, que
sirven para cohetes y tiros en sus fiestas: y casi nada sobra para ensayo de
las armas. No obstante, los émulos dicen que hay molinos, fábricas y mucho
armamento para levantarnos con el Reino Jesuítico. Las lanzas y flechas
se hacen en el pueblo: y de esto ha}' lo suficiente.
«2. Son más de 50 los servicios militares que le han hecho al Rey estos
indios: están todos apuntados. Unas veces poniendo sitio á plazas: otras,
ayudando á los españoles contra los enemigos de la Corona, y contra indios
infieles. Casi siempre han ido con españoles, comandados de ellos. En los
alborotos antiguos del Paraguay, ellos casi solos introdujeron al Goberna-
dor D. Sebastián de León, que se les enviaba por orden del Rey, en lugar
del intruso que tenían: y entraron con él á la ciudad, que salió á la resis-
tencia, venciendo y matando. En los más modernos (en que me hallé yo
con los indios el año 1732), el Gobernador de Buenos Aires con 6 mil de
ellos y unos cien soldados españoles, prendieron á los culpados: ajustició
algunos delante de los 6 mil indios, y lo sosegó todo. A la Colonia del
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Sacramento (plaza tan nombrada de los portugueses), llamados de los
Gobernadores á auxiliar á los españoles, la han sitiado cuatro veces. La
primera la ganaron, entrando por asalto. La segunda, no pudiendo resistir
los cercados al sitio de cuatro meses, ocultamente la desampararon. La
.tercera después de algún tiempo, despachó el Gobernador los indios: y se
quedó con solos españoles: y no la pudieron tomar. La cuarta fué la de esta
última guerra del Portugal, en que fueron llamados mil, no para soldados,
sino para gastadores: ganóse la plaza: y el Gobernador atribuyó la victoria
á los indios, que en una sola noche cubrieron todo el ejército con una zanja
grande que hicieron de mar á mar, dejándolos casi todos cercados: pues
decía que sin aquéllos, que fué sin muertes, no la h' (bieran ganado. Las tres
veces que se ganó fué restituida por tratados de paz.
«3. Cuando el Gobernador quiere indios para éstas y otras funciones,
no escribe á los indios, ni envía oficiales para intimarles sus órdenes, por-
que sabe quiénes son, y cómo se gobiernan. Escribe á nuestros Provincia-
les: «necesito tres mil indios, v. g. para tal expedición: estimaré á \'. R.
como tan servidor de Dios y del Rey, disponga que vengan á tal paraje
con todo lo necesario para tal empresa». Esto es en sustancia lo que escribe.
El Provincial al punto escribe al Superior, declarándole lo que dice el
Gobernador: y ordenándole que disponga luego todo lo necesario. El Supe-
rior toma la lista de todos los pueblos: y repartiendo la carga según el
número mayor ó menor de cada pueblo, hace un papel, en que en sustan-
cia dice: «El señor Gobernador en nombre del Rey nuestro Señor, manda
que vayan tantos indios á tal expedición. Del pueblo N. irán doscientos:
cada uno llevará tres caballos para sí: cincuenta llevarán escopetas con
tanta pólvora: cien llevarán lanzas: }' los cincuenta restantes llevarán tan-
tas flechas cada uno, y dos ó tres hondas.» (Usan piedras contra la caballe-
ría contraria de un modo que tiran el guijarro con la honda juntamente,
que es un solo ramal, con una borla: y prosiguiendo el guijarro con gran
violencia, se queda allí la honda cerca del que la tira, y la coge otra vez.]
«Para cargas llevarán tantas muías, en que irá tanta yerba y tanto tabaco.
Todos irán bien vestidos del común del pueblo. Saldrán tal día. Llevarán
para el camino tantas vacas para su sustento, hasta tal parte, en que encon-
trarán al Padre N., que cuidará de todo el cuerpo y lo conducirá hasta
entregarlo al señor Gobernador»: y así prosigue para los demás pueblos.
«4. Este papel va por todos los pueblos tiempo antes de la marcha,
para dar lugar á que se prevenga todo lo necesario. Cada Cura copia lo
que le toca: y pasa adelante. Llama el Cura al Corregidor y maestre de
campo: intímales el orden del Gobernador: y como para aquel pueblo están
señalados tantos, con tales y tales armas: ordénales que escojan los más
á propósito y se los traigan allí para verlos: y que con los herreros y demás
oficiales prevengan las armas señaladas. Vienen los señalados: y ve el
Cura si conviene desechar alguno. Jamás he visto (y han sucedido varias
funciones de estas en mi tiempo) ni he oído que haya habido resistencia en
alguna ocasión á estas empresas, cuando las manda el Gobernador, ni
repugnancia alguna de parte de los Padres, ni de los indios. A todo se obe-
dece puntualmente por el orden que aquí se dice. El indio nada pone de su
casa: todo se lo da el común. En llegando al sitio señalado por el Gober-
nador, ordena }• dispone de los indios por sí y sus oficiales, valiéndose de
Primer mapa que puede suplir loü del P. Cat di<^I, .jue n .>
■■-.-■í<í!'" '3
T
y a /a
Segundo mapa á fin de suplir los del P. Cardíel, que no se han hallado.
- 583 -
los Padres, que siempre suelen ser dos ó tres como intérpretes, para intimar
sus órdenes, y para todos los usos de economía que allí se ofrecen. El Go-
bernador de Buenos Aires y Teniente general D. Bruno Zavala estuvo dos
veces en los pueblos con ocasión de expediciones militares, y alabó mucho
este método de los Padres en su gobierno militar, como en las demás cosas.
»Queda, pues, declarado el gobierno político, eclesiástico y militar, y
lo adherente á esto, aunque con mucha mayor extensión de la que pide un
compendio, y de la que yo me imaginé al principio: y va con toda aquella
claridad, llaneza y sinceridad que pide mi estado y mi ministerio.
»¿Dónde está aquí el Reino jesuítico, el despotismo, las codicias y los
inmensos intereses que decían los herejes: y con ellos los émulos, que pro-
fesan ser católicos, y que los Jesuítas son Obispos, son Gobernadores, son
Reyes y son Papas? No ven aquí la subordinación á los Obispos, á los Reyes
y Gobernadores? Y que con aprobación suya, 3' aun alabanzas, se hace, y
aun se prosigue ese modo de gobierno? Quedan dos ó tres niños huérfanos
de padre hacendados: un hombre de bien toma á su cargo cuidar de sus
haciendas, ó por amistad que tuvo con sus padres, ó meramente por Dios,
sin sueldo, ni interés alguno. Gobiérnalos en todo: enséñales la doctrina
cristiana y buenas costumbres: castígales en sus travesuras: se afana por
conservarles su hacienda y aun aumentarla: haciendo esta obra de caridad
para aumentar mérito para el cielo. En lo demás está este tutor sujeto y
obediente con sus pupilos á sus superiores Reales y de gobierno espiritual
y político. {Quién podrá poner dolo ó mancha en esta obra? Pues esto es lo
que han hecho los Jesuítas con aquellos pobres pupilos: exhortándolos á
ello los Reyes: y aprobándolo y alabándolo los más inmediatos superiores
que lo ven: Obispos, Gobernadores, etc.
[Aquí parece que debió venir el mapa, que en la copia de donde se tomó
ésta no existe: en su lugar se han puesto los dos adjuntos].
«Para mayor claridad de lo que dije de la fábrica de los pueblos, va
con el mapa un dibujo de ellos.»
[Aquí una hoja con una planta de un pueblo en general. No designa
cuál es: la planta es semeiante á las de Candelaria, San Carlos y S. Borja
que se han puesto en el Cap. III.]
«Causa porque se añaden las dudas siguientes
«Esta relación se ha tenido algunos días sin enviarla á V. R., por no
hallar sujeto de confianza con quien poderlo hacer. Entretanto, varios
de los nuestros me han hecho varias preguntas sobre sus puntos: he leído
también algunos papeles de los émulos. Hago refleja de que \'. R., no
sólo quiere esta relación para sí, sino para desengañar á otros, y querrá
enterarse de raíz de algunas dudas que se le ofrecerán para dar más cabal
noticia. Por lo cual he determinado añadir estos cuadernos de dudas.»
«Duda primera
«1. Cómo habiendo tantos testigos de lo que aquí se ha dicho, hay tanto
descaro en levantar tantos falsos testimonios?— No es nuevo esto. El mundo
siempre ha sido mundo: falso, mendaz, envidioso: y lo será. En el siglo
-584-
pasado, un indio de las Misiones, llamado Ventura, que andaba fugitivo
por su mala vida entre los españoles, presentó al Gobernador de Buenos
Aires, D. Jacinto Láriz, á inducción de su amo, un papel de ciertas minas
de oro y plata, con sus castillos que decía tenían los Misioneros Jesuítas
del Paraguay, de donde sacaban grandiosas riquezas. Y afirmaba haber
estado él en ellas. ítem, cierto predicador sacó este punto en el pulpito, y
para que lo creyeran, mostró allí á los oyentes una piedra veteada de
plata, afirmando que era sacada de las minas de los Jesuítas,
«2 Como el buen Gobernador era recién venido de España, y no sabía
los fraudes de aquel Nuevo Mundo, luego lo creyó todo. Toma un buen
destacamento de soldados y con ellos al Ventura y su mapa. Se encami-
naron alas Misiones, con pretexto de visitarlas. Llega al primer pueblo: y
desaparece Ventura. Búscanle por todas partes: y le hallan. Hácele
cargo el Gobernador porque se había huido sin descubrir las minas: res-
ponde: No hay tales minas. ¿Pues cómo me presentaste este mapa
diciendo que habías estado en ellas? Yo no te he dicho tal cosa, responde:
y si te lo dije, sería estando borracho. Ahórquenle luego: prorrumpió el
Gobernador lleno de cólera. ¿En mis barbas te atreves á hacerme men-
tiroso'-" Acuden los Padres: alegan su cortedad pueril: quítanselo de las
manos, y se contentó con darle 200 azotes.»
«3. Prosiguió su averiguación á instancia de los Padres, alegando que
para S. S. y para ellos estaba muy bien el que del todo y por todas partes
se averiguase aquel punto. Esparció los soldados por todos los pueblos y
sus rincones con prevención de 600 pesos y un vestido completo al que
trajese verdaderas noticias de las minas. Nada se halló: y el Gobernador
avergonzado pidió perdón al P. Romero, Superior, y á los demás. Averi-
guóse el sujeto que le había dado al indio aquel mapa, [y la piedra], se
halló ser de la peana de la estatua de un Santo, que para adorno tenía
aquella y otras piedras traídas de Potosí: y no era de los Jesuítas.»
«4. Parece que no había más que pedir en este asunto. Pero no paró
aquí la malicia. El Gobernador, que era antes enemigo de los Jesuítas por
lo que oía contar de ellos, sin tratarlos, se hizo tan amigo suyo con el
trato que tuvo en la Visita de los pueblos, y por lo mucho que vio bueno
en el gobierno político y espiritual de los indios, y observancia regular de
los Padres, que todo era alabarlos en Buenos Aires. El tomo intitulado
ELOGIA sociETATis lEsu trae varios elogios suyos. Era caballero del hábito
de Santiago, y debía de ser hombre muy de bien: pues daba tanto lugar á
la razón sin el sonrojo do retractarse.
«5. Como los émulos vieron tanta mudanza, luego sospecharon ó fin-
gieron que á él y á sus soldados habían sobornado los Jesuítas con el oro de
sus ricas minas: ocultamente dieron cuenta á la Corte. Pintaron las calum-
nias con tales visos, que el Rey mandó que fuese á averiguar este punto
Donjuán Blásquez V^alverde, Oidor de Chuquisaca, á cuya Audiencia
pertenecen aquellas tierras, con instrucciones de lo que pasó y de lo que
debía hacer. Como el Oidor era hombre antiguo y práctico, fué tomando
informes ocultos por el camino. Averiguó quiénes eran los delatores.
Llegó á Buenos Aires: y allí tomó un buen número de soldados y obligó á
los delatores á que fueran á mostrarle las minas. En la ciudad de Santa
Fe le dijo cierto religioso que él había visto dos zurrones de cuero de toro
— 585 —
llenos de oro en polvo que los indios habían traído en una embarcación á
aquel puerto para el Provincial Jesuíta y que el Provincial dio el uno al
colegio de Córdoba y el otro al del Paraguay. Como el Oidor era práctico
hizo burla de esta delación, reparando en las circunstancias.
«6. Llegó á los pueblos: repartió por ellos y por sus territorios á los
soldados, á los delatores, y á un minero del Perú llamado D. Cristóbal
Vera, muy inteligente de territorios de minas. Volvieron diciendo que no
habían encontrado nada. El minero testificó que aquellas tierras, según su
positura, y su temperamento, no eran tierras de minas de plata y oro. Fué
el Oidor preguntando jurídicamente á cada uno de los delatores porqué
había hecho aquella delación contra los Padres y contra el Gobernador.
Uno respondía que porque lo había oído así. Otro que lo había hecho por
odio á los Padres. Condenólos á cortarles las orejas y las narices: mas
por intercesión de los Padres se contentó con pena pecuniaria, en que les
multó: y publicó un manifiesto de todo lo sucedido, que impreso lo esparció
por la América y por la Europa. Todo esto lo trae el P. Techo en su histo-
ria latina dedicada al Consejo de las Indias, intitulada Hi.-í.toria Para-
guaya, que anda por todas las librerías de alguna monta: y D. Francisco
Jarque, Cura que fué de Potosí, y anduvo hacia estos tiempos por Buenos
Aires y Paraguay, y después fué Dean de Albarracín en España, en su
historia intitulada Misioxks del Paraguay. Como en este destierro no
tenemos estos libros no puedo citar libro, párrafo ni página, como
lo hiciera si lo tuviera; pero lo he leído algunas veces y me acuerdo
bien.
«7. Después de todos estos, son muchos aun de los no vulgares, que
están en que hay estas minas. Va dije como el General portugués de la
línea divisoria afirmaba antes de la expedición que de aquellos pueblos
sacaban los Padres cada año millón y medio para sus colegios. El Padre
Alonso Fernández me dice que en Buenos Aires le mostraron una carta
de uno de los cuatro Coroneles que llevaba dicho General, su fecha en el
pueblo de San Ángel, escrita á un amigo suyo, que le decía: «Amigo,
hemos venido muy engañados: ya hace tanto tiempo que estamos en estos
pueblos haciendo muchas averiguaciones: y no hay tales minas.» ¡Mise-
rables hombres, que ni piensan, ni hablan sino en la tierra! Pues si anti-
guamente había tanta desvergüenza en levantar falsos testimonios á vista
de los que sabían y veían todo lo contrario, ¿qué mucho que ahora los haya,
no habiendo mudado el mundo? No quiero acabar esto, sin decir lo que
pasó estos años, cuidando yo del pueblo de la Concepción. Vinieron
ciertos españoles al pueblo á comprar lienzo por vacas. Diles despacho á
su satisfacción. Vieron la iglesia: su adorno, y otras cosas de que se admi-
raron. Y después de algunos días, se volvieron á su ciudad. Allí empe-
zaron á exagerar las riquezas de la Concepción: y entre otras cosas decían
que por las puertas del colegio (así llaman ellos á nuestra casa), pasaba
un arroyo lleno de pepitas de oro: y que el Cura tenía allí un viejo que
con un cedazo sacaba cada día mucha riqueza. Así me lo afirmó el Notario
eclesiástico de aquella ciudad: y decía que muchos lo creían firmemente, y
corría como cosa sentada. Por en medio de la huerta hay un socavón como
zanja, por donde corre el agua cuando llueve, y en lo demás del tiempo
siempre está seco: y no hay más. El pueblo no tenía deudas, pero no era
-586-
de los más acomodados. Son aquellas tierras un hervidero de semejantes
fábulas.
«Duda segunda
«8. ¿De dónde nace que los Padres son Obispos, y aun Papas, Goberna-
dores y Reyes? —Ya insinué algo antes. Ahora lo diré. Ven el respeto que
los indios les tienen: ese nace del ejemplo y recato con que viven con ellos.
Cuando ven á cualquiera otro eclesiástico ó seglar con ejemplo y devoción
también le muestran mucho respeto. Pero si le ven con liviandades }■ que
no acude á Misa y Rosario cada día, no hacen caso de él. Ven que no
acuden al Obispo para dispensas matrimoniales: ni aun para lo tocante á
los preceptos eclesiásticos, porque ignoran los privilegios que tenemos del
Papa, sin que sea necesario acudirá esos señores: si lo saben, se lo callan.
Ven que el Provincial quita y pone Curas, sin acudir para cada uno al
Vice-Patrón ni al Obispo, y no examinan las facultades y el beneplácito
quédelos dos tienen. Pero ya se explicó la dependencia que tienen al
Papa, Obispo, Re\' y Gobernador.
«Duda tercera
«9. De donde toman motivo para exagerar tanto las riquezas de
aquellos pueblos, y afirmar que los Jesuítas y no los indios las logran? — Nace
de lo que ven en las iglesias, y los vestidos de los Cabildantes y danzantes.
Lo de los templos se reduce á esto. Una lámpara de dos ó Ires arrobas
de plata. Una ó dos piezas que hay de cinco ó seis (sic): dos blandones altos
para los monacillos en las misas cantadas: 6 candeleros de vara ó más de
alto para los días solemnes, y dos menores para cada altar en las Misas
rezadas: caldero de agua bendita y hisopo: 6 ó 7 cálices: 2 copones: una
Custodia para el día del Corpus y jubileo del mes: algunas vinajeras con
sus platos: tal cual campanilla: y los vasos del Baptismo y Extremaunción.
Esto es lo ordinario de plata, ya sola, ya sobredorada. Raro pueblo excede
de esto: y si excede, es poco. Todo ello podrá valer, inclusa la hechura,
como cinco mil pesos. Allá, como abunda más la plata, hay muchas alhajas
de este metal en los templos de las ciudades, y en las casas de los seglares,
aunque no sean más que de medianas conveniencias, casi todas las piezas
son de plata, hasta las bacinillas que sirven de orinal. Y así, para aquellas
tierras, no es mucho lo dicho en una iglesia ordinaria.
«10. Los frontales y vestidos sacerdotales de capas, casullas, dalmáti-
cas, etc., no son de tisú, sino en tal ó cual pueblo, que tienen un solo orna-
mento de esto para el día de Corpus y fiesta del patrón del pueblo: son de
brocado para los días de fiesta, y de telas llanas, pero lucidas y limpias,
para los días ordinarios, como dije en otra parte: y para cada color hay un
ornamento. Lo de plata y estos ornamentos, podrán valer diez mil pesos.
Ven los templos tan majestuosos; todos los retablos dorados; los pilares y
las bóvedas doradas y pintadas, entreverando lo uno con lo otro: y aun los
marcos de las ventanas y puertas en algunas partes _v todo muy lucido,
- 587 -
limpio y resplandeciente. Ven de gala el Cabildo y danzantes, vestidos de
seda, y á los Cabos militares en sus fiestas, aunque de sedas llanas. No ven
más. Porque los aposentos de los Padres son como en los colegios, y sin
más adorno que en ellos. El vestido y porte, como en las ciudades, y aún
más basto. Las casas de los indios, un aposento para toda la familia, del
grandor de los nuestros, sin más adorno, con sus alcobitas de estera en los
rincones: y unos platos de barro, unos calabazos para vasos, sin sillas, ni
aun bancos, sino tal cual. De esto sólo no se puede argüir que hay riqueza.
«11. En el pueblo varias veces se ofrece hablar con españoles capaces,
de este asunto. Decíales yo: Es menester saber que los más de estos pue-
blos tienen más de cien años de fundación: y el que menos, tiene 60. Nos
hemos de hacer cargo que las alhajas de plata duran in perpetuum: que las
de brocado, que no son más que para los días de fiesta; duran cien y más
años. Las demás de seda, 50 y 60 años. Lo tienen comprado. Demos que el
pueblo tenga 800 familias, con un real de plata que dé cada familia, 3'a
tenemos los cien pesos. Pues ¿quién hay que diga que por poder dar el
indio un real de plata al año, está muy rico el pueblo? ¿Y más en la Amé-
rica, donde un real de plata se estima como dos ó tres cuartos en España?
Luego de la riqueza tal cual que se ve en los templos, no se puede argüir
que esté mu^- sobrado el pueblo, á más de que algunos años en que los frutos
cosechas y ganados multiplicaron mucho, como se hallaron con abundan-
cia, compraron estas cosas: y en muchos años de decadencia ó penuria,
compran muy poco ó nada. ¿Cuántas casas de nobles se ven con las alhajas
competentes á la nobleza, y el dueño está pobre? Lo que se infiere es que
en algún tiempo estuvo acomodado, pues tuvo con qué comprar aquello: ó
que no obstante su pobreza, cada año fué comprando un poco; pero no el
que sea habitualmente rico. A esto callaban; pero los apasionados, como
no se guían por la razón, claman y gritan sin ella.
« 12. V^en también los clamadores de las riquezas que hay yerbales en
las cercanías del pueblo, y grandes algodonales del común: muchos milla-
res de vacas en las estancias. Del resplandor de los templos, arguyen
comúnmente las riquezas: pero los más considerados lo sacan de aquí. Lo
que hay en el caso es que de estos yerbales se sacan 400 arrobas de yerba
que se envía á Santa Fe para pagar el tributo del pueblo y el diezmo, y
comprar con el sobrante hierro, cuchillos, paños, sempiternas, y otras mil
cosas necesarias á un pueblo. Y no pueden ir más de 400 arrobas, por estar
así mandado por Cédula Real para que los españoles del Paraguay tengan
mayor comercio en este género. Lo restante que se beneficia de estos yer-
bales, se gasta en la ración de yerba, que tarde y mañana se da á cada
indio; y no hay más comercio de ella.
«13. El lienzo que sale de los algodonales se gasta, como se dijo, en
vestir á todos los muchachos de ambos sexos, que son tantos, que en un
pueblo tenía yo tres mil: y como ven el algodonal grande, y no ven la mul-
titud que se ha de vestir de él, les parece gran riqueza. Se da también de
vestir á las recogidas, á los viejos, viejas y pobres. Y lo que sobra, que es
harto poco, se envía á Buenos Aires para comprar con él lo que queda
dicho: pero no son todos los que envían este género: y muchos pueblos que
aun no cogen lo necesario para sí, por ser terreno menos á propósito, lo
compran de otros: y así nada envían.
-588-
«14. Las vacas no son tantas como juzgan ó publican los émulos. Son
pocos los pueblos que tienen para dar ración de carne todos los días.
Algunos dan tres ó cuatro veces á la semana, otros, sólo dos. Y en pueblo
estuve yo, donde no se daba carne más de un día ala semana, porque no
había para más: y se componían con su maíz, legumbres (de éstas pocas), y
batatas. Vi también ea este pueblo que un año que hubo carestía de estos
frutos, se daba ración de carne todos los días. Lo que hace el Cura es esto.
Visita la estancia una vez al año, si está muy lejos (algunas distan 30 ó
40 leguas del pueblo): y si está cerca, dos veces. Cuenta todo el ganado:
porque en esto, no se puede fiar délos indios, que hay muchos fraudes en
ello. Considera el multiplico de terneras, cotejado con el del año antece-
dente, y con el gasto del pueblo. Si ve que puede dar una buena ración
cada día, sin que este gasto, junto con los avíos de los viajes, consumo de
los estancieros, ó pastores, etc., sea mayor que el multiplico anual, la da.
Si tiene poco, da uno ó dos días á la semana cuando los indios tienen sufi-
ciente sustento de sus sementeras, y lo demás lo guarda para dar cada día
cuando hay carestía ó epidemia. Las vacas no es finca que se venda, por-
que no hay para vender, excepto aquellos dos pueblos Yapeyú y S. Mi-
guel, de quienes dije tenían tan grandes estancias de vacas alzadas y
ariscas, que cuesta tanto el cogerlas. Estos venden á los demás pueblos.
Todos los demás tienen sus vacas todas de rodeo ó mansas.
«15. No hay más géneros que los dichos de yerba y lienzo con que se
hacen las compras y ventas con españoles, y los pueblos entre sí: y esto con
la moderación que queda expuesta: porque aunque algunos pueblos ven-
den tabaco en hoja y polvillo, y otros algunas muías, caballos, ovejas; son
pocos, y en corta cantidad. Esta es la riqueza de aquellos pueblos, y no hay
más. Todo lo demás que se diga son ignorancias ó equivocaciones de gente
de poco entender, ó envidia y malicia de los hombres apasionados: ó sueño
y delirios de los más inconsiderados. Y así aquellos pueblos no están ricos.
El culto divino, á quien más que á todo lo demás, debemos todos atender,
si tenemos fe, más que al adorno de nuestras casas y cuerpos: ese sí que
está con lucimiento: de manera que dice Felipe V en la Cédula citada, que
hasta los mismos émulos confiesan que está en su punto. Y hizo una Cédula
particular para los Misioneros, en que les da las gracias por ello. Pero ya
queda declarado como ésta no es tanta riqueza como se dice, y que no
arguye ser rico el pueblo. Los pueblos tienen lo necesario y no más: por-
que de la poquedad del gentío no se puede sacar más sin oprimirlos ó
acabarlos, como lo han hecho los seculares en otras partes, queriendo sacar
más de lo que se puede, llevados de su codicia. Y el que tenga ó no tenga,
comúnmente consiste en el Cura: no por falta de voluntad (que todos la
tienen muy buena de enriquecer su pueblo): no por falta de trabajo, pues
vemos que todos trabajan no poco, en buscarle lo que ha menester: sino
por falta de talento y habilidad. Vemos cada día en los mercaderes vian-
dantes que todos desean enriquecer: todos trabajan con continuos viajes,
al agua, al frío y al calor, con molestias, y malos días y peores noches, y
aun peligro de la vida por la cercanía de los infieles. Muchos de éstos no
emplean su caudal en fausto, en el juego, ni en otros vicios; sí en lo que
toca á su destino: Y con todo eso, no crecen algunos. Por más que traba-
jen, suelen menguar, y aun quebrar }■ perderse. Otros vemos con menos
— 589-
trabajo que enriquecen y crecen. En qué va eso? En que éstos tienen cabe-
za y pies: y los otros sólo los pies: éstos habilidad y talento: y los otros no.
Sujetos hemos visto en estas Misiones de grande entendimiento: que des-
pués de ser maestros insignes de facultades mayores, fueron á ellas, y
metiéndolos en cuidado de regir un pueblo, no acertaron con ello. Mucho
ayuda ser de mucha capacidad intelectual: pero esto no lo hace todo.
«17 [sic]. Este encanto de las riquezas no es sólo para con los Misione-
ros. Lo mismo dicen de nuestros colegios: aunque no tanto. Por qué? Porque
ven nuestras iglesias con lucidos ornamentos más que las demás. Prueba
de esto es lo que sucedió poco ha en el arresto de los PP. del colegio de
Córdoba del Tucumán. Llegó allá desde Buenos Aires, 120 leguas distante,
un grueso destacamento de soldados, con voz de apaciguar ciertos distur-
bios de seglares, que por allí había. Arrestaron á la mañana ó á media
noche improvisamente á todos los Padres. Metiéronlos á todos en el refec-
torio, que eran 130: y allí los tuvieron 11 días, sin dejarlos salir ni aun para
las necesidades comunes. De los soldados, que eran los únicos con quienes
hablaban, supieron que era tanta la fama de riquezas que tenía el colegio
máximo, que el Comandante traía orden [del Gobernador] de enviarle
luego medio millón de pesos, y después lo demás. Ellos se hicieron due-
ños de todas las llaves, y de las cosas más secretas. No hallaron más que
un talego con 4 mil pesos, y un papel dentro que decía ser prestados del
Deán de aquella Catedral: y otro menor con algunos pesos, yotro papel
dentro que decía: «Aquí se pusieron cincuenta pesos para limosnas».
«18. Vino el Comandante al refectorio, instó mucho al P. Rector que
dijese dónde estaba el gran tesoro de aquel colegio: pues no hallaba más que
cuatro mil pesos y poco más para limosnas. Dijo el P. Rector que no había
más: Volvió á instar más: «Padre, mire que se pierde á sí y á toda esta comu-
nidad. Diga la verdad de lo que hay». — Afirmaba el Padre que era el único
dinero que tenía el colegio, y que los 4 mil pesos había pocos días que los
había prestado el Deán, como lo diría el papel que tenía dentro. Fuese el co-
mandante bien amostazado. Volvió después con otra llavecita que tenía un
pedazo de pergamino y en él escrito «secreto» — «No ve. Padre, cómo yo
tenía razón en lo que decía, y que había mucho más? Qué significa este
secreto, sino el tesoro escondido? De dónde es esta llave?» — Sonrióse el
Padre Rector, porque era la llave de la naveta donde estaba el pliego de
gobierno del General en que se señala 2.° y 3.^»" Provincial en caso de
muerte del primero, con precepto de que ninguno lo vea. Explicóle el
Padre Rector lo que era: y exhortóle á que fuera á verlo. Y viendo ser
verdad, quedó admirado, diciendo que él no había creído semejantes rique-
zas, como se decía. Aquel colegio tenía en sus tierras la carne, pan,
legumbres, y frutas: y así no suele tener á tiempos plata en moneda. Unos
años está con mucha abundancia, y otros con penuria, y no pocos con deu-
das. De estos casos hay muchos; pero los callan.
«19. De lo dicho se ve cuan engañados están estos hombres con la
aprensión de las riquezas. No están ricas las Misiones, vuelvo á decir.
Los indios tienen lo que han menester según su calidad. En la comida,
maíz, legumbres, mandiocas, y batatas y un pedazo de carne, donde hay,
para todos los días: y donde no hay, alguno á la semana, y todos los días
cuando hay carestía de frutos. En el vestido, poncho, que sirve de capa,
— 590 —
jubón de lana y de algodón, camisa, calzones, calzoncillos, sombrero, mon-
tera y gorro: y no usan más. Aunque estén en temples más fríos, en ciu-
dades de españoles y tengan con qué comprar más, por haberlo ganado con
su trabajo: y su trabajo es de alquiler: que allí no saben vivir de otro modo:
y les dan 5 pesos al mes y de comer: y á algunos más trabajadores, 6 y 7
pesos. Y allí, ni en sus pueblos usan medias ni zapatos: sino tal cual, que
se ponen medias algunos días, pero no zapatos; y las medias las suelen
traer sin atar; caídas hasta el pie. No buscan ni quieren más: con esto
están contentos. No tienen espíritus ni pensamientos para mayores cosas.
No buscan oro ni plata, sino comida y vestido. Si adquieren algún real de
plata, le hacen un agujero, le meten en una cuerda y se lo cuelgan al
cuello. Con esto están más contentos que una pascua, sin pensar en más.
Entre millares de indios, apenas se encontrará uno, aunque sea de los que
se huyeron á las ciudades, que tenga pensamientos más altos que éstos,
por su genio pueril. Como nosotros cuando muchachos, que con un real
que tuviéramos, estábamos más contentos que el rey Creso con sus rique-
zas y Salomón con las suyas.
«20. El adquirir esto que desean, y lo del culto divino, se puede hacer
sin mucho gravamen suyo Si se quiere sacar más, es gravarlos mucho y
oprimirlos. De que se seguirían enfermedades, muertes, y el huirse muchos
á los montes y otras partes, huyendo del trabajo, y el disminuirse y aca-
barse. Por esto los señores Obispos y otros personajes, que conocen el
genio del indio, alaban tanto su gobierno, según dice Felipe \' en la Cédula
citada: pues ven que no conviene otro. El decir que los PP. por debajo de
cuerda, con sagacidad, sacan de ellos cantidades grandísimas, para su
General y los colegios, son miras sospechosas y de gente maliciosa, sin
prueba alguna de ello: como las minas de oro y plata con sus castillos, los
cueros de toro llenos de oro en polvo: el millón de pesos anuales para el
General, sacado de las 12 mil arrobas de yerba á 3 pesos que cada año
bajan á Buenos Aires: el millón y medio de pesos que decía el portugués
que sacaban los PP. cada año para sus colegios: el millón que dice el autor
moderno expulso de quien hablé: y otras cosas á este modo, antiguas y
modernas. Harta merced les hago en decir que son sospechas: porque
muchos de estos saben que todo es falso.
«21. Ya ven que vuelve el Provincial de la Visita, que nada lleva con-
sigo: ó á lo más, algunos rosarios, que le dieron en algunos pueblos (en
todos hay fábrica de rosarios) para dar á algunos españoles y demás castas
por el camino, y á los Misioneros del partido: y algunos aun esto rehusan
recibir de los Curas. Ven cuando algunos van á los colegios, que tampoco
llevan más que esto. Los Corregidores y Alcaldes, cuando les repiten el
sermón, suelen inculcar en esto: «Ya veis, hermanos, les dicen, que estos
santos Padres nada buscan de nosotros, sino el bien de nuestras almas, y
cuidarnos en las necesidades corporales. Vemos que cuando se van, nada
llevan del pueblo. Ya veis que cuando vuelve el barco que llevó yerba y
lienzo á Buenos Aires, trae hierro, cuchillos, bayeta, hachas, paños y sem-
piternas, abalorios y otras mil cosas en trueque de lo que se llevó, que se
reparte entre nosotros, por tanto etc.» Eso ven y lo saben muchos de los
émulos, por lo que oyen á los que lo palparon, que intervinieron en los
viajes de los Provinciales y demás sujetos: luego hablan contra lo que vie-
— 591-
ron ó contra lo que sienten. Otros tienen más excusa por no haber oído más
que á la parte contraria. Con que se concluye que no puede ir á cuidar
como tutor de aquellas pobres criaturas, sino persona que no lleve otro
intento después de lo espiritual, que socorrerles y ampararles en sus nece-
sidades, sin cuidar de enriquecer ni aun de acomodarse con su trabajo. Si
lleva este intento, perderá á los indios, porque ellos no son para enriquecer
al que les rige, quedándose ellos acomodados: sino á lo más para quedar
acomodados, si el que rige cuida y afana por su bien, sin cuidar del suyo, y
tiene talento para ello.
«22. Otros que se precian de no hablar tan sin fundamento, acuden
luego al comercio de toros y vacas, de que tanto se lleva á Buenos Aires.
Como ven que en algunos pueblos se da ración de carne todos los días, y
en otros algunos días á la semana, ó piensan que en todos se da todos los
días.- dicen que de allí sacan centenares de millares de duros. X'ayan al
Paraguay, Corrientes y Santa Fe, que son las ciudades más confinantes y
con quienes hay alguna comunicación de compras y ventas, que con las
demás no hay ninguna: examinen qué es lo que allá envían los Padres, ó
llevan los españoles que vinieron á comprarles.
«23. No hay comercio ni venta de cueros, sino de yerba, lienzo y algo-
dón, como ya expliqué. Tal cual vez el pueblo de Yapeyú ha hecho trato
de cueros de toro con los de Buenos Aires, enviando para ello á su estan-
cia de ganado arisco y alzado á matar los toros que sirven más de daño que
de provecho á su estancia: y eso en muchos años apenas una vez. Tal cual
otro ha enviado también muy pocas veces este género en su barco con la
yerba, lienzo y algodón: mas viendo que en tan larga distancia no les tiene
cuenta, lo han dejado. De cuatro pueblos que hay confinantes al Paraguay,
los españoles, que van á ellos á comprar lienzos de algodón, suelen com-
prarles algunos cueros, pero pocos. No hay más comercio que este, como
lo saben los que van por allá á vender algunos géneros.
«24. Pues {en qué se emplean tantos centenares de millares de cueros?
Esta pregunta ó admiración, nace como otras muchas de la falta de refle-
xión, de no hacer examen de las cosas. En un pueblo de mil familias, y en
que se matan diez vacas tres días á la semana, de que se da ración de 4
libras para 4 ó 5 personas, que suele tener cada familia, saliendo de cada
vaca como cien raciones: éstas al cabo del año hacen 1500. Allí no hay
cuerdas ni sacas, ni otra cosa de estopa ni lino ni cáñamo. Todas las cuer-
das, lazos, cercos de sementeras para que no entren los animales, que se
hacen clavando unos palos á distancia de 2 ó 3 varas y atravesando cuerdas
de palo á palo: todas son de cueros. Todos los sacos de maíz, legumbres y
yerba para el común y los particulares, aforro de las piezas de lienzo que
van á Buenos Aires y todas las cajas, y arcas ó cofres ó cajitas para guar-
dar la ropa, que ellos llaman Petacas: y todas las alfombras, que allá dicen
Pozuelos, y las esteras ó alfombras que usan en sus casas contra la hume-
dad del suelo, y para encima de la basura, ceniza y rescoldo, y para alhajar
sus alcobitas: y cuantas espuertas, cestos, banastas se usan, son de cuero
de vacas y toros. En el pueblo dicho, de los 1500 cueros, tocan á cuero y
medio por familia: y sacando los que se necesitan para la hacienda del
común, tocan á menos: y si mata menos bueyes, como hay algunos en que
no se matan tantos, tocan á mucho menos. Vean ahora en qué se gastan ó
— 592 -
emplean. Antes siempre falta de esto. Como estos hombres inconsiderados
sólo miran el conjunto de cueros, yerba, lienzo, etc.: y no consideran la
multitud de gente: y no hacen cuenta de lo que toca á cada uno, repartido
entre tantos: hablan tan imprudentemente como quien ve mil pesos para
pagar el sueldo de un año de diez mil soldados, que por su inconsideración
le parece una cosa exorbitante.
«25. Si los pueblos fueran de 40 ó 50 vecinos, como las aldeas de España,
podían decir que estaban ricos con tantos cueros, yerba, algodón, etc.: pero
si son lo que son, que ellos mismos exageran la multitud del gentío? Ya
veo que me podrán decir que, á lo menos, del pueblo de Yapeyú, de quien
ya dije que mataba al año cosa de diez mil vacas, tienen grande riqueza en
cueros. Es de saber que este pueblo, poco antes del destierro de los Padres,
tenía 1719 familias, ó vecinos: y en ellas 7974 almas, como consta de la anua
numeración que tengo en mi poder. Mátanse en este pueblo cosa de 30
vacas cada día. Ahí son siempre pequeñas, por circunstancias que ocurren,
y las raciones son doblado mayores que en los demás pueblos, porque hay
más vacas, y el terreno es poco á propósito para maíz, legumbres, y raíces:
de manera que apenas salen 50 raciones de cada vaca: y lo más del año casi
no hay otra cosa que carne. A la cuenta dicha salen 1500 raciones, que
aunque no llega al número de familias, son suficientes, por estar muchos
fuera del pueblo, cuidando de las estancias y otras cosas del común. En
este pueblo necesitan de más cueros cada familia por ser más chicos, y por
ser mucho mayor el tráfico con los demás pueblos en trasporte de hacien-
das y su comunicación con Buenos Aires: conque sacados tantos cueros
como se necesitan para sacos, petacas, forros, etc., de los bienes del común,
véanse cuántos tocan á cerca de ocho mil personas que tiene dicho pueblo:
y más si se considera el descuido del indio, nada guardador y gran desper-
diciador. Antes en este pueblo, además de los cueros, que se dan á cada
familia, suelen hurtar más que en otros de los que el Padre guarda para
zurrones de yerba, para sacar el maíz del común, y otros menesteres del
bien de todos: porque no les bastan los que se les dan. ¿Qué dirán á esto los
inconsiderados? Váyanlo á averiguar con este papel. El autor expulso dice
que de estos cueros sacan para sí los Padres una infinidad de pesos: otra in-
finidad de la yerba; otra del lienzo; y que á lo menos medio millón de pesos
sacan cada año. Así deliran estos pobres hombres. No hay pobre español,
mulato ó negro que no tengan más cueros que los indios, porque todos tie-
nen vacas, y la gente de servicio, especialmente de campo, casi no come
otra cosa que carne y más carne, por haber tantas vacas, y ser tan baratas.
«'26. Otros acuden al sínodo del Rey, y dicen que de aquél, que es
muy cuantioso, sacamos mucha riqueza, ó ahorramos de él. Uno de éstos
dice que de este sínodo no se da más que un frasco ordinario de vino para
cada semana á cada sujeto, y otro para misas cada mes, y que visten pobre-
mente los Misioneros para ahorrar lo del vino y vestido. Es verdad que
hay una Cédula Real que dice que en la primera fundación de estos curatos
los Padres no quisieron recibir del Rey lo que les ofreció, que era el
sínodo que se daba á los Curas clérigos y regulares del Perú, alegando
que como nosotros no tenemos en nuestra compañía padres ni parientes,
ni buscamos estipendio alguno en nuestros ministerios, y nos contentamos
con lo preciso para nuestra manutención, bastaba la mitad. Esta Cédula
-5Q3-
con las razones de los Padres la trae el P. Techo en su Historia Ya toqué
este punto en otra parte y lo que sobre él me sucedió con el marqués de
Valdelirios, pero aquí lo tocaré más latamente. Mostré esta Cédula á
D. N. Árguedas, principal Demarcador Real de tres que iba yo condu-
ciendo por los pueblos. Admitió el Rey esta propuesta* y nos quedamos con
466 pesos y 5 rs. de plata por cada pueblo, haya uno, dos ó tres en él; y eso
es lo que se ha dado hasta ahora. De que se infiere que lo que ofreció eran
933 pesos y 2 rs. La Cédula sólo dice que se ofrecieron 600 pesos ensa-
yados, y que no admitieron más que la mitad; y como la mitad son lo
dicho, se sigue que estos 600 equivalen á 933 pesos y 2 rs.
«27. Manda también el Rey que cuando entre los Regulares el Supe-
rior percibe el sínodo, les dé vino necesario (y lo expresa), y las demás con-
veniencias de vestido, comida, etc., que tienen un Monasterio acomodado.
En estas Misiones, el Superior percibe el sínodo para los 30 Curas.
Cuando nos arrestaron, éramos 80 religiosos. Los 466 pesos 5 rs. por 30
suman 13998 pesos y 6rs. de plata, esto es, 14 mil menos diez rs., ó diga-
mos 14 mil. Por 80, tocan 175 pesos: para que se vean las riquezas que
quedan. I^os 5 frascos de vino para cada mes son 60 al año (dejo las dos
semanas más en las 52 del año para ir por lo menos). Cada frasco, puesto
en los pueblos, (pues se trae de treinta leguas), es á peso y algo más. Ya
tenemos 70 pesos. Se da tabaco en polvo, y es á 4 pesos la libra en Buenos
Aires, 300 leguas distante de la Candelaria, á donde va, por ser asiento
del Superior. No se permite otro tabaco que el de este precio, por ser con-
trabando cualquiera otro; y á tiempos va mucho más caro (yo lo vi en un
tiempo á 6 pesos la libra) mas digamos á solos 4, y no hagamos cuenta
del flete de 300 leguas. Los Padres, uno con otro, gastan cada mes media
libra. Tenemos ya seis libras, que valen 24 pesos. Se da toda ropa interior
y exterior, de lino y lana, como en los colegios y calzado y allí, ya insinué
en otro lugar, vale 3 ó 4 veces más que en España: y así el gasto anual de
ésto sea 50 pesos. Da también el Superior servilletas, toallas, platos para
el refectorio. ítem, especería, papel y plumas. ítem, azúcar á cada uno
para el mate ó bebida de la yerba. Ya dije que esta bebida la usan todos,
ricos y pobres, libres y esclavos, todos los clérigos, religiosos y toda gente
de mediana estofa la usa con azúcar, que sin ella es algo amarga. Los muy
pobres la usan sola; y es cosa harto necesaria en aquellas tierras. Los bien
acomodados usan chocolate: esto no lo da el Superior, porque no le alcan-
zaría para ello el sínodo; pues vale en Buenos Aires el de más baja calidad
á 4 rs. de plata la libra.
«28. Envía también el Superior á cada pueblo arroz, nueces, peras,
aceitunas, anís y otras cosas comestibles para postres de comida 3' otros
menesteres, en consecuencia de la Cédula Real. ítem, por cuanto no puede
dar pescado, huevos, ni otras cosas comestibles; por estar su asiento y
almacén 60 leguas y más de algunos pueblos, y por ser esto preciso que los
Padres lo busquen en el pueblo, envía cada año para Navidad buena can-
tidad de cuchillos, tijeras, anzuelos, cuentas de vidrio, agujas, etc., á cada
sujeto: y sal y jabón para que vayan dando de estas cosas á los más bene-
méritos, y comprando con ellas lo que han menester, según la moderación
religiosa: y que el Superior lo debe enviar para resarcir de este modo lo
que nos dan, y no tomarles cosas de valde. ítem, esto llaman repartición.
38 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes. — tomo ii.
— 594 -
Un Superior me dijo que esta repartición entre los 30 pueblos montaba dos
mil pesos, que repartidos en 80 tocan á 25. Hagan pues, la cuenta del gasto
de 175 pesos. 70 para vino: 50 para vestido y calzado: 24 para tabaco:
25 para repartición, ya tenemos 169 pesos. Valúese ahora el azúcar, el
aderezo del refectorio, los postres: y la especiería, papel y plumas: y
llévese después todo el sobrante para enriquecer.
«29. La realidad es que cuando hay variedad en los transportes, ó se
avinagra el vino, no alcanza el sínodo y se empeña el Superior. Yo lo he
conocido bien empeñado, y en una temporada por infortunios, faltó tanto
el vino, que no sólo no hubo para beber, sino que en algunos pueblos
dejaron de decir misa los días de trabajo por falta de él. En este tiempo
me duró á mí un cuartillo de vino como tres meses. Se ha probado en
muchos pueblos hacer vino para estas necesidades; pero se da muy malo,
ó nada. No es tierra para ello. Cuando no hay infortunios, aguanta el
sínodo, por la economía que hay en el manejarlo. Vese aquí bien claro de
donde toman motivos para imaginar tantas riquezas: y las riquezas que
sacan los Padres ocultamente de la yerba, lienzo, cuero y sínodo. Hombres
mundanos, que ni habláis ni pensáis ni soñáis sino en riquezas: mirad que
aquellos Padres están muy lejos de vuestros terrenos pensamientos. Sus
pensamientos son servir á Dios. Sus riquezas, trabajar para el bien de aque-
llos pobres redimidos con la sangre de Jesucristo, por aquel Señor á quien
son tan agradables estos servicios, á quien debemos infinito. Esta es la
realidad; lo demás son ensueños y delirios vuestros.
«Duda cuarta
«30. ¿Por qué estas Misiones están más adelantadas en lo espiritual y
temporal que las demás de Méjico, del Nuevo Reino, del Perú y de Chile,
y aun más que las del Chaco y otras de la misma provincia, según leemos
en la Historia? — No es otra la causa sino porque los indios de ellas están
más obedientes y sujetos á los Padres que los de otras partes. A que ayuda
también el ser el terreno más abundante y á propósito que el de algunas
Misiones, no todas. Gobiérnanse por los Padres al modo que los pupilos por
su tutor, ó los hijos por su padre natural, y los demás se gobiernan por su
cabeza. Y como no la tienen, va su gobierno muy menguado. Por lo demás
los indios son como éstos. Algunas naciones son de más capacidad. Y los
Padres son como éstos ó mejores.
«Duda quinta
«31. ¿Si los Padres de estas Misiones están siempre en ellas por
hallarse bien acomodados, ó si salen á conversiones de infieles, donde
se padece tanto?— Eso de comodidades no es lo que algunos piensan. Tienen
muy buenos contrapesos. En orden á la comida, hay la suficiente; pero
mal guisada, como de un indio bárbaro. Mucho mejor está en los colegios,
con el cuidado que allá tiene el hermano Coadjutor. El vino se pone con la
medida dicha. En los colegios se pone sin medida para que se beba lo que
— 595 —
se necesita. x\unque los Jesuítas beben poco, según lo que pide nuestro
Instituto en este punto: y es que nos portemos como clérigos honestos. En
los colegios lo consiguen: aquí suele andar más escaso á veces. El vestido
es peor ordinariamente que en los colegios, porque no alcanza el sínodo á
comprarlo de la calidad que allá, y porque los que los hacen, que es un
hermano con 8 indios alquilados, están distantes, y no pueden hacer las
cosas como de presente. Sobre todo, aquello de estar con uno ó dos, á
temporadas solo, es un grande trabajo. Los pobrecitos indios no son para
hacer compañía á hombres prudentes y literatos, por su genio pueril:
comúnmente no hablan con los Padres sino preguntados. ¿Qué haría un
hombre grave metido entre una tropa de muchachos? Que consuelo reci-
biría de su compañía? Pues esto es estar entre indios^ cuyo genio pueril y
pensamientos son de niños, y no tienen la viveza y prontitud de los
niños europeos; y así algunos no pueden aguantar esta soledad. En
los colegios hay muchos con quien tratar: hombres de razón, literatura
y prudencia, que causan mucho consuelo. ítem, tienen tantos exter-
nos, eclesiásticos y seglares, de juicio, prudencia, con cuyas visitas y
comunicación moderada, como debe ser, alivian la melancolía. Xu sabe
bien lo que es esto sino el que lo experimenta: y si Dios no hiciera la
costa, como la hace por su infinita misericordia con aquellos que por su
amor se desterraron y desprendieron de otras comodidades, no se podría
tolerar tantos años; pero nuestro Señor consuela 3" vivifica mucho en los
trabajos y melancolías.
«32. Muchos de aquellos Padres van á Misiones de infieles. Poco des-
pués que yo llegué á aquellos pueblos, el Cura del pueblo de S. Ángel,
P. Julián Lizardi, ángel en las costumbres, y de una alegría espiritual
muy singular, y el P. Pons, Cura del pueblo de los Apóstoles, sujeto apos-
tólico, y el P. Chomé, Compañero, que además de ser gran religioso, era
de notable ingenio, gran matemático y tan erudito, que sabía once lenguas.
Estos tres compañeros fueron á los infieles Chiriguanos. Iban convirtiendo
á muchos: y el angélico P. Julián fué muerto en esta demanda por los mis-
mos infieles con 32 ñechas que le clavaron. Los otros dos prosiguieron
entre muchos peligros de la vida. Conocí mucho á los tres.
«33. En los bosques y montes del Oriente y Norte de los 30 pueblos
hay algunos infieles escondidos; pero tan pocos, como los racimos que
quedan en una viña después de vendimiada. Unos que llaman caribes,
otros GUANANAS y otros guayaquíes. Los caribes son lo mismo que los
osos y los tigres. Andan del todo desnudos: No labran ni siembran.
Viven en aquellas espesuras de lo que cazan. En viendo algunos que no
son de su nación, luego los matan y se los comen. Se han hecho muchas
diligencias para reducir estas fieras; pero, como en viendo persona, luego
acometen sin oír palabra, ó huyen, pareció imposible. No obstante, el
P. Antonio Planes, Cura del pueblo de la Cruz, instó en que había de ir
con los indios y probar fortuna. Metióse por aquellas espesuras: y después
de muchos cansancios y trabajos entre aquellas espinas, llegó á donde por
las señas parecía haber algunos. Apenas los Caribes divisaron gente
extraña, comenzaron á pelear, sin querer oír: y hubo muchos heridos para
defenderse los indios cristianos, con harto peligro del Padre, y los Caribes
huyeron. Algunos cogen los indios cazándolos, aunque con grande peli-
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gro. Traídos al pueblo, muchos no quieren comer de rabia, y se mueren.
Otros están tan fieros y furiosos, que es menester atarlos. Parecen faunos
ó sátiros. Vi un muchacho como de 16 años, que porque no huyese, ó por
no tenerlo atado, lo enviaron á un pueblo muy distante de sus tierras.
Tenía dos bocas: una natural: y otra debajo de ésta en el labio inferior, por
donde sacaba la lengua como por la de arriba. No sabemos qué intento
tienen en abrírsela. Un día después de haber enterrado un niño en el
cementerio, y yéndose la gente del entierro, le hallaron desenterrando
el difunto para comérselo. Estos por su carácter rabioso de fieras quedan
sin remedio.
"34. Los Guayaquis andan también del todo desnudos los de ambos
sexos, y siempre metidos en las espesuras. No son comedores de carne
humana, ni fieros como los caribes. En viendo gente, luego huyen como
los monos, y se sustentan de la caza, frutas y miel, que hay mucha en sus
montes. El P. Lucas Rodríguez, Compañero de un Cura, anduvo haciendo
grandes diligencias en muy trabajosos viajes por estos pobres: no podía
conseguir nada: porque luego que oían gente, se huían, emboscándose en
aquella espesura. El escritor de estos borrones fué á cuidar de un pueblo
fronterizo á esos. El medio que tomó para su remedio, fué poner espías de
los pastores de las estancias, que avisasen cuando se veían humos de lo
interior de los bosques, que es señal de haber allí gente. En viéndose,
luego enviaban indios. Estos se metían por las espesuras, que son bien
tupidas, hasta llegar á los humos ó sus cercanías, y con gran silencio
registraban si había gente. En divisándola, los cercaban sin ser vistos:
que para esto se envían muchos. Y así cogían tropillas de ellos, desli-
zándose muchos en el cerco y acometida, pero sin pelear, como sucede con
los monos.
«35. Sacábanlos al campo raso, y luego se amansaban y mostraban
amor como un perrillo al que lo cogió y da de comer. A los adultos de
ambos sexos los visten los cazadores con parte de sus ropas, y así los traen
al pueblo. La admiración que les causaba ver pueblo, oir campanas é ins-
trumentos músicos era rara. Lo gracioso era cuando se les mostraba un
espejo. Luego iban á coger con las manos al que allí veían y pensaban
estaba detrás. Cuando gritaban ó lloraban los muchachos, parecían monos
que aullaban, de que hay muchos en aquellos bosques. Era menester
abreviar mucho el Catecismo para enseñarles lo preciso para el bautismo
á los adultos; porque, como hechos á vivir en la espesura de sus bosques,
les hacía mucho daño el vivir en descampado: y así enfermaban y luego se
morían; y en la enfermedad y al morir, estaban risueños. Los chicos per-
severan.
«36. Los Guananas están en las cercanías del Paraná, como 60 leguas
del pueblo del Corpus, metidos también en los montes. Estos tienen algún
vestidillo hecho de ortigas con que hacen hilo. Siembran algo de maíz. El
modo de sembrarlo es éste. Pegan fuego á un cañaveral de los muchos que
hay en aquellos bosques, y siembran algunos granos haciendo hoyos con
un palo; y vanse á cazar y buscar frutas y miel. En pareciéndoles que ya
está maduro el maíz, vuelven allí á buscarlo. Para convertir á éstos se han
hecho en todos tiempos exquisitas diligencias, yendo los Padres en su
busca. Aunque no son tan feroces como los caribes, huyen también en
— 597-
viendo gente, no queriendo oir la embajada de los Padres. El P. Pons,
catalán, de quien hablamos arriba, hizo esfuerzo en su conversión, y el
P. Nusdorffer siendo Cura. Este fué después Provincial. Otros probaron
su celo en esta expedición. Algo se hacía; y por medio de nuestros indios,
que iban á hacer yerba en los yerbales silvestres, se les procuraba cauti-
var las voluntades. Con estas diligencias se atrajo al pueblo de Corpus,
que es el más cercano á ellos, un buen número de familias, de que se formó
un barrio, que cuando salimos de allí perseveraba.
«37. Pues como el celo de los Padres no se contentaba con esto sin
convertirlos todos: es á saber que estando un indio entre cristianos, jamás
resiste al bautismo. Toda su resistencia es al salir de la vida de fieras á la
vida de racionales, á vivir en un sitio con orden y justicia. Ni jamás se les
ofrece cosa contra los misterios de nuestra santa fe. Todo lo cree luego,
como nosotros cuando niños. Si les dijeran que hay cinco dioses, y que
uno se llama tal y otro cuál, todo lo creyera luego porque lo dice el Padre,
á quien considera por un ente muy superior á lo que ellos son. Así son
todos los infieles de aquellas tierras, ó regiones. No alcanza á más su corto
entendimiento. Son muy distintos de los infieles chinos y japones y demás
orientales, que tienen tantos argumentos contra nuesta santa fe. No con-
tentándose, digo, los Padres con esto, determinaron formar un pueblo
dentro de sus mismos bosques con indios del Corpus, para de este modo
amansarlos á todos en sus tierras, y después atraerlos suavemente á este
pueblo, pues no son como los guayaquis, que se mueren estando al sol ó al
descampado: porque tienen en sus tierras algunos descampados y campa-
ñas por donde andan.
«3S. A esta empresa fueron los dos Padres Diego Palacios y Lucas
Rodríguez por el Paraná, que por tierra no se puede, por lo impenetrable
de los bosques. Llevaban todo lo necesario para la fundación, que se había
de llamar de San Estanislao, habiéndolo buscado de limosna en los pue-
blos para aquellos pobres. Llegaron á sus bosques: hicieron varios viajes:
pero padecieron tantas avenidas de naufragios y tantos trabajos en tierra,
y agua, que no se pudo hacer cosa de monta, y se dejó aquella empresa
para otro tiempo: nunca se dejan de tentar cuantos medios ha}^ para reme-
diar estas pobrecitas almas. Están estas tres naciones al Este y Nordeste
de los pueblos.
«39. Había otros indios de algún mayor número al Norte y Norueste,
de que se tenía alguna confusa noticia, y que eran labradores: que encon-
trando de estos, como paran en un sitio, son más fáciles de convertir. Des-
pués de muchos viajes de ir los Padres en su busca, al fin se hallaron hacia
el año de 1750. Han trabajado en su conversión muchos Curas y Compañe-
ros. Los Padres Planes, Gutiérrez, Matilla, Enis, Flechaber, Cea y otros.
Al tiempo de nuestro arresto, había ya dos pueblos de ellos, casi todos
cristianos, San Joaquín, y San Estanislao, con 3777 almas. No sabemos en
qué han parado; porque arrestaron á los cuatro Padres que había en ellos.
¿Qué dirán á esto los que piensan ó sin pensarlo publican, que los Padres
de las Misiones del Paraguay no salen de sus pueblos: y habiendo tantos
infieles, en contorno, se están repantigados, gozando de los regalos de sus
pueblos?
«40. Hay otros infieles cercanos al rumbo del Sur en las campañas, que
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son allí muy dilatadas, y con pocos, pequeños bosques. Estos tales son de á
caballo, y sus campos son abundantes de caballos silvestres ó Cimarrones,
como allí dicen, y no son distintos de los domésticos: y en cogiéndolos y
domándolos, sirven lo mismo que éstos. No son labradores. Se sustentan de
las vacas de las estancias de nuestros indios, en cuyos confines se suelen
arranchar. Sus ranchos ó casas, son como una alcoba nuestra: y sólo forma-
das de cueros, y se mudan con frecuencia de un territorio á otro. Hurtan
caballos mansos, bueyes, y aun ropa de las estancias de los españoles y de
nuestros indios: y por esta causa ha habido muchas guerras. He estado
algunas veces entre ellos. Juzgo que en casi 200 leguas que cogen los cam-
pos donde andan mudándose, no llegarán á 300 de tomar armas. Tienen sus
tratillos con los españoles, llevándoles raíces coloradas para teñir, de que
hay mucho en sus tierras, plumajes de avestruces, de que abundan aquellos
campos, botas de pierna de yegua para la gente de servicio, y riendas y
lazos de cuero de toro. Con esto les compran vino, aguardiente y algo de
ropa de lana, y barajas de naipes, yerba y tabaco.
«41. El indio cuando está entre españoles ó trata con ellos, no aprende
lo mucho bueno que en ellos ve: el rezar al levantarse, y el Rosario por la
tarde, el oír Misa, hacer limosna, criar bien á sus hijos, etc.: y esto aunque
sea cristiano: nada de esto se le queda. Lo que se le imprime es el jugar
á naipes hasta la camisa, el emborracharse, á que es muy inclinado todo
indio: el andar en bailes con las mujeres: y toda deshonestidad y disolución
que ven en la gente baja, mulatos y esclavos, que él por su poquedad, no
se acompaña con otros. Estos infieles aprenden todo eso: y por esto son muy
difíciles de convertir. No hay en aquellos reinos indios que tengan templos,
dioses ni cosa que lo valga. Eso se queda para los indios del Perú y para
los de Méjico. Estos no piensan en otra cosa que en comer y beber yerba,
jugar á los naipes, emborracharse, lujuriar y hurtar, y algunas niñerías
que hacen sin reflexión ni culto.
«42. No obstante esto, en todos tiempos se ha trabajado en la conver-
sión de éstos. El P. Francisco García se esmeró mucho en reducirlos á pue-
blo. Logrólo, formando uno con nombre de Jesús María. Duró algún
tiempo: mas, no pudiendo subsistir por su inconstancia, se agregó al de San
Borja, y allí perseveró y persevera en un barrio: Sobre el residuo continua-
mente se hacen diligencias, y se suelen agregar varios al pueblo de San Bor-
ja y al de Yapeyú. En este último bapticé yo varios adultos el año de 55.
Estos son los indios que hay confinantes con las Misiones del Paraguay, á
larga distancia de sus tierras hacia el Oriente, Norte y Sur. Esta sola cor-
tedad es la que ha quedado después de la conversión de los treinta pueblos.
«43. A la parte de poniente ú occidente, pasado el gran río Paraná,
hay unas naciones de indios todos á caballo, llamados Mocovís, Abipones
3'^ Tobas. Están en las gobernaciones de Tucumán, Buenos Aires y Para-
guay. Su instituto es destruir el género humano. Andan haciendo guerra
á todos: cristianos y gentiles, españoles é indios. No paran en un sitio. No
siembran ni tienen casas, gobierno, ni sujeción. Sólo para hacer mal se
suelen someter á un capitán. Antiguamente fueron nuestros Padres á con-
vertirlos en varios tiempos. A unos mataron, á otros los desampararon,
porque como viven del hurto, y de caza, en acabándose lo que había en el
contorno, se iban á otras tierras.
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«44. Los años pasados de 1720 fueron más sangrientos en sus irrupcio-
nes contra los españoles. Los despojaban de sus ganados y de sus vidas en
sus estancias. Salían á la defensa y al castigo, y había muchas muertes de
una y otra parte: tocando la peor parte comúnmente á los españoles. A los
que quedaban vivaos, los obligaban en la jurisdicción de Santa Fe á deste-
rrarse 60 ó 70 leguas al abrigo de Buenos Aires, desamparando sus estan-
cias 3' tierras; los caminos del Potosí y otras ciudades estaban llenos de
sangre de cristianos. A este tiempo quiso Dios dar algún alivio á los espa-
ñoles por medio de un español que cogieron los enemigos cuando mucha-
cho. Este, creciendo en edad, fué capitán de ellos, de gran valor y destreza
en las irrupciones y hurtos contra los cristianos, sin saber él que lo era,
según después decía. En una refriega fué cogido bien herido. Volviendo
en sí, y reconociendo sus parientes y quién era (era de buena sangre),
comenzó á portarse muy cristianamente y con honradez. Tomáronlo sus
paisanos por guía (era de Santa Fe\ y por medio suyo lograron grandes
ventajas contra los infieles: de manera que viéndose con tantos muertos, y
siendo derrotados en varios choques, se redujeron á paces. Fropúsoseles
por condición principal el que se redujesen á pueblo, en donde los Padres
Jesuítas les enseñarían la ley de Dios: y vinieron en ello. Poco después
sucedió lo mismo con los infieles del sur de Buenos Aires, bandoleros como
éstos: los cuales, después de gran matanza que hicieron los españoles, se
redujeron á paces; y puesta la misma condición, fueron allá los Padres
Manuel Quirini, Cura de la Candelaria, y Matías Strobel, Cura de San
Josef, y los redujeron á pueblo en que trabajaron mucho. El primero fué
después Provincial.
«45. Á éstos de Santa Fe fué el que esto escribe, á quien dieron por
Compañero un Padre mozo del colegio de Córdoba, señalado por sus bue-
nas prendas para catedrático de la Universidad; pero él quiso venir antes
á padecer por Cristo trabajos, y peligros de la vida entre aquellos bando-
leros y sayones, que lograr los honores de las cátedras.
«46. Hízose un pueblo con la advocación de San Javier, que proseguía
en aumento. Después vinieron á estas naciones los Padres Bonenti, Cura
que fué de San Borja, Cea, Cura de la Cruz, Brigniel, Cura de San Javier,
y otros Compañeros, á quienes se les juntaron, no de las Misiones, sino de
los colegios: y unos en un paraje, otros en otro, hicieron cinco pueblos de
estas gentes salteadoras, dejando sosegada toda la tierra á costa de sus tra-
bajos y peligros (que en muchas ocasiones se vieron) de la vida. Después
que se fundó el primer pueblo de San Javier, los pobres españoles deste-
rrados comenzaron á venir y recobrar sus estancias. Al segundo pueblo,
que fué San Jerónimo, ya se atrevieron á venir todos: y á una y otra parte
de Santa Fe, al Norte y al Sur, que todo estaba despoblado, quedó habitado
ya todo: y los caminos de las demás ciudades, libres del susto de tan fiera
gente. Después más arriba, en la jurisdicción del Paraguay, se fundaron
otros dos pueblos por los Padres de las Misiones y uno de los colegios.
Vea V. R. ahora si los de las Misiones salen y van á Misiones de infieles.
He individuado mucho, nombrando sujetos (lo que no hago tan fácilmente
en otras partes), porque el que quiera lo averigüe.
«47. Fueron en aumento estos 7 pueblos de gente tan inquieta y feroz,
cgn grande admiración de los españoles que los veían, y sin quererlo creer
- 600 -
los que no lo veían, hasta que se certificaron con sus ojos. Quedaban al
tiempo de nuestro arresto como 4 mil almas, los más ya cristianos, los res-
tantes catecúmenos, y con esperanzas muy bien fundadas en que todos se
reducirían al baptismo, según los muchos que iban viniendo y guarecién-
dose á los pueblos cada día. En qué estado estarán ahora no lo sabemos.
Sólo sabemos que con sacar los Padres y poner clérigos y religiosos que
no sabían su lengua, se alborotaron los ya cristianos, y muchos desampara-
ron el pueblo, y se fueron á sus antiguas tierras. Y estando nosotros déte
nidos cuarenta días en Buenos Aires, nos dijeron que habían hecho una
irrupción en las estancias de los españoles: que éstos salieron contra los
indios, que hubo una grande pelea: y quedaron muertos 150 españoles con
poca ó ninguna pérdida de los indios. Los agresores no serían de los ya
cristianos; serían los catecúmenos, ó los parientes de éstos. Esto nos con-
taron los españoles que vinieron al Puerto. Después vinieron cartas al
Puerto de .Santa María, que decían estar aquello alborotado; pero no se
explicaban más. Parece que estaba prohibido el escribir de estas cosas.
Nuestro Señor lo remedie, y se compadeza de aquella cristiandad y de aque-
llos pobres españoles. Los medios que han tomado para convertir estos
indios, los gastos imponderables que se han hecho llevándoles gran canti-
dad de tabaco, ovejas, vestidos, y todo lo necesario para que parasen en un
sitio (lo que no se hacía antiguamente, sino que se les predicaba el Evan-
gelio, como á las naciones quietas, por lo que no surtía efecto), los peligros
de la vida, grandes trabajos, pues á uno de mis conmisioneros que adelant(')
con los otros mucho estas misiones y conversión, le dieron un flechazo en
un brazo: á otro un macanazo en la cabeza y á otro le quitaron la vida á
lanzadas, poco antes de nuestro arresto.
«Duda sexta
«48. Si el modo de predicar el Evangelio y reducir estas gentes es
distinto del que se tiene en las naciones quietas?— Es muy diverso. Las
naciones quietas son de á pie; y por lo común, labran y siembran. Cuando
se descubre alguna de éstas, se previene el misionero con hachas, cuñas,
cuchillos, y abalorios. Son estos dones más estimados de ellos que el oro y
plata en las naciones políticas: les ganan la voluntad, y le oyen con gusto:
y si sabe curar y lleva medicinas, los cautiva mucho más. Entabla su Cate-
cismo; y después de nuestra santa fe, y de la necesidad de ella para sal-
varse, empieza á afearles la pluralidad de mujeres, la borrachera y hechi-
cería, que son los tres vicios dominantes. Aquí es el trabajo. El que crean
las obligaciones de nuestra santa fe, sus misterios y verdades, no cuesta
mucho. Mas poco á poco con la oración y penitencia, con gran paciencia, y
espera, y con un infatigable trabajo que Dios palpablemente lo endulza
con muchos consuelos espirituales, se consigue su conversión. El misio-
nero se sustenta de maíz, batatas y mandioca, ó algún pedazo de caza: y
como el Padre á cada cosa de éstas que le traen, les regala con algo, le
proveen bien de estos bastos alimentos. Después, puestos en todo gobierno
espiritual, y económico, van introduciendo vacas, ovejas, caballos y muías:
y haciendo las sementeras europeas de trigo, cebada, etc. En donde no.se
-601 -
da el trigo, como en los temples muv cálidos, comen pan de maíz, y para
hostias, traen la harina de muy lejos. Así se convirtieron en esta provincia
del Paraguav los Chiquitos, que son diez pueblos numerosos: y tan adelan-
tados, que iban igualando en el culto divino de adornos, música, etc., á los
30 pueblos de nuestro asunto: y aun en lo económico; pero no en los edifi-
cios. De este modo se convirtieron otros once pueblos en los desiertos in-
termedios de las ciudades; y así otras muchas naciones de las demás pro-
vincias, pues casi todas son de á pie.
«19. Con las naciones de á caballo, que todas son inquietas y guerreras,
sin saber parar en un sitio, inquietando al mundo con sus hurtos y muer-
tes, se tomaron desde los principios estos mismos medios, pero no surtieron
efecto. En acabándoseles la caza del paraje en que estaban con el Misio-
nero y lo que habían hurtado, luego se iban á otra parte á hurtar y cazar.
Se decía que el único medio para éstos era hacerles guerra viva, pues la
tenían bien merecida; y á los prisioneros, trasladarlos á tierras de donde
no pudiesen huir y tenerlos allí como diez ó más años, sirviendo á su
patrón, por los gastos hechos con ellos: y de este modo se lograrían estos
prisioneros; pues el indio, estando sujeto, luego sigue la religión de su amo
sin dificultad alguna. Y aun para los que quedaban muertos en la guerra
era provecho; pues quedando vivos, habían de proseguir en sus maldades
con tanto daño de la República, y habían de morir en su pecado con más
infierno. Los españoles, medios tenían para esto: pues son más en número
que los indios; las armas de fuego muy ventajosas á las lanzas de los indios,
los pertrechos, número de caballos, ardides militares por su mayor capa-
cidad, avío de viajes, valor y esfuerzo, cuando se escogen y ejercitan en
las armas, excede á la barbarie de estos bandoleros. Pero no se unían,
ni tomaban los medios proporcionados. Tal cual Gobernador que ha
tomado con empeño este punto, vemos que ha hecho prodigios, sujetando á
los indios en su jurisdicción; pero como no le ayudaban las otras, no se
acababa el mal.
«50. Últimamente, á mediados de este siglo se tomaron otros medios,
que aunque muy costosos, eran muy suaves. Fueron los Padres ya mencio-
nados Manuel Quirini y Matías Strobel, Curas de las Misiones, á los indios
de la parte del Sur de Buenos x*\ires llamados Pampas, Aucáes y Serra-
nos; y el que esto dice, á los del Norte, aún más bandoleros y feroces que
éstos. Recogiéronse limosnas de los ciudadanos, y la gente de las estan-
cias, de nuestros colegios y de nuestras Misiones. Se llevó buena cantidad
de vacas, ovejas, ropa y varios comestibles: se alquilaron jornaleros, que
allí llaman peones, para hacerles las casas y sementeras. Viéndolos indios
tantas cosas para la manutención, no trataban de ir á otra parte, ni aun
de cazar.
«51. Hiciéronseles casas y sementeras; pero á nada se movían, ni á
ayudar á hacer sus casas, ni aun sus sementeras; no hacían sino mirar á lo
que los peones hacían. Cogía el Misionero un hacha: empezaba á cortar
un palo para su casa. Toma, hijo, decía, esta hacha: y corta como yo. Res-
pondía: no: que hace mal á las manos. Entraba en el aposento, y viendo
la silla desocupada, luego se sentaba en ella, y comenzaba á bailar los
pies. Cansábase el Padre de estar tanto tiempo en pie (á los principios no
hay más que una silla) y le decía: mira que me canso mucho: déjame sen-
- 602-
tar: y respondía: no: que esto está bueno. Veía la cama, y se echaba en
ella; y los pies los ponía en la almohada, y la cabeza donde corresponden
los pies. Si uno le decía que se levantase: respondía: que aquello estaba
BUENO. Pedía que le diese un poco de maíz: dábaselo. Luego decía: dame
un poco de bizcocho: dábaselo. Luego pedía higos: también se los daba. El
darle no era motivo para que no pidiese más, sino incentivo para pedir:
Proseguía: dame una hoja de tabaco: también se la daba. Y así iba
pidiendo seis ú ocho cosas. Y si se le negaba una por no haberla, dando la
razón de ello, luego decía: mentira: mentira: padre malo: padre miente:
NO sirve: y se iba enojado, como si nada le hubiera dado. Qué novedad
causaba esto en los que venían de aquellas mansas, humildes y agradeci-
das ovejas á esta desagradecida barbarie!
«52. No era esto lo peor. Comenzaban á tocar sus trompetas (que no
son otra cosa que unos calabazos largos) con un son tan lúgubre, que al
más risueño llenaría de melancolía: y era señal de que venían enemigos.
Venían algunas veces varios nuncios diciendo cómo venían á matar los
Padres, que eran espías de los españoles: y con un pedazo de carne y otras
cosillas los tenían engañados, y que en descuidándose avisarían á los espa-
ñoles para que en venganza de las guerras pasadas los mataran una noche.
Y de hecho algunas noches llegaron con este intento á las cercanías del
pueblo, y al mismo pueblo: y unas veces los que los encontraban en el
camino los retraían; y otras los mismos del pueblo salían á la defensa y los
intimidaban. La casa del Padre era una cabana de paja sin ventana: y un
cuero de vaca por puerta. Estos y otros muchos eran los trabajos de los
Padres á los principios.
«53. Comenzóse desde luego el Catecismo. Venían sin mucha difi-
cultad á la iglesia cada mañana. Al salir se les daba todos los días algún
agasajo, un día un puñado de maíz, otro un poco de bizcocho, otro tabaco,
otro legumbres, variando casi toda la semana. Con estos medios, mucha
paciencia, sufrimiento, tesón, y espera y muchos gastos, fueron entrando
en vida racional y cristiana: de suerte que á los tres años ya entraron á
hacer sementeras de común: y los vicios reinantes se quitaron del todo.
Después de esto, el que esto afirma fué á fundar, más tierra adentro, otro
pueblo. Llamamos estas naciones Mocovíes y Abipones: y el vulgo español
las llama Guaycurúes:y así llaman también á las demás que como ésta,
tenían por oficio matar y robar. Sus conmisioneros lo hicieron mucho
mejor: fundando por aquellas partes otros 3 pueblos de la misma gente con
los mismos costosos medios: y otros dos más arriba, dentro de la jurisdic-
ción del Paraguay. Además de ganar estas almas para Dios, se hizo un
bien imponderable á la República, quedando los caminos seguros, el
comercio libre, las sisas y alcabalas Reales que á trechos se pagaban,
corrientes: y los pobres españoles contentos y sin susto en sus tierras y
casas.
«Duda séptima
«54. ¿De dónde nace el que de las Misiones del Paraguay se diga más
contra los Padres que- de las demás Misiones?— Nace de que juzgan ó juz-
gaban que estaban más ricas: y los émulos aspiran á gozar de estas rique-
- 603 -
zas: V de haber sido vencidos de los indios, que por orden del Rey fueron
contra ellos. Todas las demás Misiones de Méjico, del Perú, etc., tienen
sus persecuciones cuando juzgan que hay algo que agarrar de ellas. Las
del Perú por las fincas de plata, cacao y otras cosas que los Padres han
instituido en su pueblos al modo de los yerbales del Paraguay. El cacao
es la fruta de un árbol grande silvestre, que se cría como en unas mazor-
cas de maíz, que los Misioneros lo han hecho hortense. No se cría sino en
climas que nunca hiela, como son las Misiones de los Mojos y otras de la
zona tórrida. Las de Méjico por el oro que dicen hay en Sonora, y rique-
zas, aunque soñadas, de las Californias. ¿
«55. Entre los españoles, hay muchos que, contentos con lo que Dios
les da mediante su trabajo, no piensan en desordenadas riquezas y codi-
cias. Otros hay muy codiciosos. Estos comúnmente están en el errado dic-
tamen de que el indio, á manera de esclavo, no ha nacido sino para servir
al español, mientras él está triunfando, paseando, ociando, banqueteando
y aun en puros vicios. Estos son los que levantan tantos falsos testimo-
nios: y que no pocas veces logran el impresionar á los constituidos en dig-
nidad, aunque no sean de tan malas propiedades. A las Misiones que son
pobres, ó que saben que no tengan algo de monta, las dejan en paz, como
las del Quito, ó del Orinoco, ó las de Chile; pero á las que juzgan ser
ricas, las persiguen en extremo.
«56. Si no están tan lejos sus territorios, aunque no piensen están
ricas, las persiguen para lograr los indios para sus granjerias: y como los
Nuestros luego se ponen á defender los derechos de los pobres indefensos,
asestan toda la batería contra ellos. Qué extorsiones, opresiones, vejacio-
nes, no hicieron los de esta calidad contra los pobres indios desde los prin-
cipios. Véase además del Obispo de Chiapa (que lo tienen por nimio), al
Obispo de Santa Fe de Bogotá, Piedrahita, clérigo,}^ natural de aquellas
partes. Véase al de Quito, el Sr. Montenegro, también clérigo: y á otros
varios historiadores, y en las cosas del Paragua3% la Conquista espiritual
del Ven. P. Ruiz de Montoya. Ya se dijo en la Relación como no estando
obligados los indios del Paraguay más que á servir dos meses al año á su
encomendero, les obligaban á servir toda la vida sin paga; contra las
Cédulas Reales: que predicando los Nuestros contra este abuso, fueron
por esta causa echados de varios colegios. Después, en cualquiera ocasión
que se ofrecía defender á los miserables pupilos en sus injustas preten-
siones, prorrumpían en injurias y vituperios, de que en varias ocasiones
llenaban procesos, que despachaban á la Corte.
«57. Sus delaciones se reducen á que en las Misiones no había sujeción
eclesiástica, ni vasallaje Real: que los Padres eran Obispos y Papas,
Gobernadores y Reyes; que las grandísimas sumas de hacienda que el Rey
y la República podían sacar, se las llevaban ocultamente los Padres, y que
los indios estaban muy mal instruidos en la fe, doctrina cristiana, y en
noticias políticas, sin saber que hay Papa ni Rey, sino sólo sus Curas; y
sus Provinciales, etc. Pero, como estos indios, por haber sido conquista-
dos por sola la cruz, y no por armas, están exentos por el Rey de todo
servicio á cualquier particular, sólo tienen obligación de acudir á los ser-
vicios públicos del Rey, como á la guerra y á la fábrica de castillos y
fuertes. Y en tal caso, manda S. M. que desde el primer día que salen de
— ()U4 —
sus pueblos hasta que vuelven, se les dé su sueldo, real y medio de plata
por día, V nunca se han negado á semejantes servicios, aunque se han
dejado de pagar los más; y no por defecto del Rey, sino de los inmediatos
ministros; y son más de 50 los servicios de esta especie que han hecho con
mil y 2 mil y hasta 6 mil indios de una vez: y en varias veces han defen-
dido á los mismos vecinos del Paraguay de muy apretadas invasiones de
sus enemigos los Guaycurús y Payaguas. Como son tantos los servicios y
méritos de estos pobres, nunca desisten los Padres de su constante defensa,
sufriendo con heroica paciencia todas sus injurias y calumnias.
«58. Otro motivo particular mueve á los émulos del Paraguay para
perseguir á los indios y sus Padres: y es que por tres veces han ido los
ministros Reales y militares á sujetarlos en sus alborotos. La primera fué
cerca del año de 1650, en que fueron 600 con el Gobernador D. Sebastián
de León á introducirlo en la ciudad; y no queriendo los ciudadanos obe-
decer á sus provisiones, que pregonó ante su ejército una legua de la
ciudad, tocó al arma. Arremetieron les indios: y hiriendo y matando,
entraron hasta la plaza con el Gobernador: donde se hizo obedecer de los
vecinos. Murió un indio y 18 españoles. Así lo refieren los procesos de
aquel tiempo y el Dr. Jarque en su historia.
«59. La segunda fué el año de 723, en que un tal Antequera sublevó
á los vecinos. Fué por parte del Re}' á sujetarlos el Teniente de Rey de
Buenos Aires, D. Baltasar García Ros. Llevó consigo 3 mil indios. Salie-
ron los sublevados en ejército formado con su Antequera, fingiendo toda
lealtad y obediencia á las órdenes del Rey. Y viéndole descuidado con los
indios, acometieron á traición. Huyeron los indios y el Teniente Rey.
Murieron en la huida muchos. De estos faltaron hasta 300, entre los que
desaparecieron y murieron: y de los españoles murieron 20, por haber
resistido unos pocos indios que estaban con sus armas. El Antequera des-
pués de algunos años fué degollado en Lima por estos alborotos.
«60. La tercera fué el año 734, en que, habiendo echado á los Padres
del colegio (esta es la tercera expulsión: porque en el primero y segundo
motín también los echaron, y después de sujetos á las órdenes Reales,
fueron restituidos por el Rey con mucha honrad habiendo muerto antes
al Gobernador N. Ruiloba. Anduvieron amotinados con varias preten-
siones contra las órdenes Reales; entre ellas era una el apoderarse de
aquellos pueblos más confinantes con el Paraguay para que les sirviesen.
Fué á sujetarlos el Teniente General y Gobernador de Buenos Aires, don
Bruno Mauricio de Zavala. Tomó 6 mil indios, á quienes gobernaba por
medio de unos pocos oficiales y soldados que traía consigo. Cogió con este
ejército á las principales cabezas, que pasó por las armas delante de los
indios. Azotó á otros; y desterró muy lejos á muchos: mas sin haberse
atrevido á resistir los amotinados; y con esto introdujo luego á los Padres
en su colegio, y gobernó con toda paz y prudencia. El segundo motín, su
refriega, y sus traiciones, me lo refirió con todas sus circunstancias el
P. Antonio Rivera, que se halló presente, por capellán de los indios, con
el P. Policarpo Dufo: y al huir fueron presos, y llevados al Paraguay. En
el tercer motín anduve yo por capellán de los indios. El dicho P. Rivera
era un sujeto tenido de todos por un hombre santo. Viví con él algún
tiempo.
— 605 —
«61. Como en todas estas funciones van los PP. con los indios: y los
ministros Reales que los gobiernan, hacen mucho caso de los Padres, con-
sultándolos en lo que no es cosa de castigos y sangre, y valiéndose de ellos
para intérpretes y para intimaciones; juzgan los vecinos del Paraguay que
todos los castigos que se han hecho vienen de los Padres: y el sonrojo de
ser sujetos por los indios, á quien ellos tienen por gente vil, les aumenta
más estos sentimientos. En el Paraguay hay, y siempre ha habido, gente
buena, así eclesiásticos como seculares, y afectos á nuestra religión, aun
en medio de los motines. Estos bien saben que los Padres no se meten en
guerras ni en cosas de razón de estado, sino únicamente hacen obedecer
á las órdenes Reales, y aprontar los indios que el Gobernador señala: y
conducirlos hasta ponerlos en su presencia y á sus órdenes: y en lo demás,
servirles de capellanes y misioneros; pero como el atrevimiento de pocos
malos puede más que muchos buenos, se han visto obligados á ceder á la
fuerza callando.
«62. Es de notar, que estos delatores contra los Padres, comúnmente
son hombres de mala vida. Dos nombra Felipe V en la Cédula citada de
743: los Gobernadores Aldunate y Barúa. El primero fué de tan malas
calidades, que mató una mujer en Buenos Aires aun antes de llegar á su
gobierno del Paraguay: y desde allí por oídas hizo un informe perverso
contra los Padres. Huyó á los dominios de Portugal, donde anduvo fugi-
tivo mucho tiempo. El segundo era gran jugador, bebedor, y lujurioso.
Dejó varios hijos bastardos. Yo conocí á uno. Sólo digo lo que es muy pú-
blico. Este también escribió por oídas contra los Padres: porque no visitó
los pueblos, aunque gobernó algunos años. De éstos dice el Rey estas for-
males palabras: «He resuelto se expida Cédula al Provincial, manifestando
la gratitud con que quedo de haberse desvanecido con tantas justificaciones
las falsas calumnias é imposturas de Aldunate y Barúa, etc.» No tuve esta
Cédula cuando hice estos días la Relación. Ya la hallé, y otras dos del
mismo asunto. En Buenos Aires las tenía el Gobernador y Oficiales Rea-
les En cuantos papeles hay de delaciones de este asunto, no se encuentra
uno de un hombre particular ó de oficio público, que tenga fama de buen
cristiano. Al contrario, todos los informes en favor son de sujetos calificados
en cristiandad y toda rectitud y justicia.
«63. Estas delaciones y calumnias empezaron ha más de cien años,
desde que empezaron las Misiones á tener Curatos con las leyes del
Patronato Real. Rebatíanse con los informes de los Obispos, Gobernadores
y Visitadores en sus Visitas. Pero como no había castigo para los falsos
testimonios: después de muchos años, en ofreciéndose algún disgusto, vol-
vían á resucitar las mismas, ya convencidas y condenadas. Hasta que últi-
mamente el año de 1743 mandó Felipe V que se liquidase este punto que
jamás volviese á reverdecer. Lleváronse del Archivo de Simancas á
Madrid todos los papeles desde el principio. Formó el Rey un Consejo y
Junta particular para considerarlos. Leyóse en muchos días todo lo que se
decía en pro y en contra de los Jesuitas é indios del Paraguay y después
de tan largo y riguroso examen, despachó tres Cédulas, su fecha, 28 de
Diciembre de dicho año. Una larga de muchos pliegos, que en doce puntos
en que la divide, toca todo cuanto se ha dichoy aun diría de aquellas nues-
tras Misiones. Las otras dos son pequeñas, una al Provincial, mostrando
-606-
la gratitud con que queda S. M. por haberse declarado tan patentemente la
verdad, y exhortándole al cumplimiento de los doce puntos. Otra al mismo
y á todos los Misioneros, dándoles gracias por el grande aseo del culto
divino, que está muy caba!, aun por confesión de los mismos émulos.
«64. El P. Chárlevoix, que anda por todas partes, trae esas Cédulas
en castellano. Las dos pequeñas las tradujo en francés: la grande está sólo
en castellano; pero trae en francés muchos de sus pasajes en el discurso de
la Historia. Yo sólo pondré aquí algunos fragmentos en confirmación délo
que voy diciendo. En una de las pequeñas dice S. M. al Provincial: «R. y
devoto P . Provincial: En mi Consejo de Indias se han visto y examinado
todos los autos y demás documentos que de más de un siglo á esta parte se
habían causado, pertenecientes al estado y progreso de las Misiones y ma-
nejo de los pueblos en que existen: y reflexionando sobre todas las circuns-
tancias de este expediente con la más seria y prolija especulación, me hizo
patente etc.. En esta atención he querido manifestaros, como lo hago en
esta Cédula, la gratitud con que quedo de vuestro celo, y de los demás
Prelados é individuos de esas Misiones en cuanto conduce á educar y man-
tener esos indios en el santo temor de Dios, en la debida sumisión á mi
Real servicio, y en su bienestar y vida civil; habiéndose desvanecido con
tantas justificaciones }' verídicas noticias las calumnias é imposturas espar-
cidas en el pueblo y denunciadas á Mí por varias vías con capa de celo y
realidad de malicia etc. — Y más clara y más expresamente al ñn de la
Cédula grande dice: «Y finalmente, reconociéndose de lo que queda refe-
rido en los puntos expresados y de los demás papeles antiguos y modernos
vistos en mi Consejo con la reflexión que pedía negocio de circunstancias
tan graves, que con hechos verídicos se justifica no haber en parte alguna
de las Indias mayor reconocimiento á mi dominio y vasallaje, que el de
estos pueblos, y el Real Patronato y jurisdicción eclesiástica y Real tan
radicadas, como se verifica por las continuas visitas de losPreladoseclesiás-
ticos y Gobernadores, y la ciega obediencia con que están á sus órdenes
cuando son llamados para la defensa de la tierra, ú otra cualquier empre-
sa, aprontándose cuatro ó seis mil indios armados para acudir adonde se
les mande: He resuelto se expida Cédula manifestando al Provincial la
gratitud con que quedo de haberse desvanecido las falsas calumnias é im-
posturas etc.».
«66. Parece que no cabe ni mayor examen ni mayor defensa de los
Padres de los indios, ni mayor aprobación. Quisieron los señores del Con-
sejo hacer un castigo ejemplar y ruidoso en los del Paraguay, para que
escarmentasen una vez: y sabiéndolo N. P. General, pidió con todo empe-
ño perdón para los calumniadores, protestando que renunciaba la religión
todo su derecho; y el gran bien que le podían hacer era condescender con
su petición. Viendo esto, los Consejeros desistieron del castigo; pero dije-
ron entre edificados y enojados: «Pues verán: después de algunos años vol-
verán á inquietar la Corte con las mismas calumnias.» Así me lo aseguró
el P. Rico, Procurador de este punto en Madrid.
«67. Así ha sucedido. Pues habiéndose excitado un pleito pocos años
ha sobre los yerbales silvestres del pueblo de Jesús, alegando los del Para-
guay pertenecer á su jurisdicción, y estar dentro del territorio adonde lle-
gan sus órdenes: y los Padres ser de los indios, por ser nativo suelo de sus
-607-
abuelos,ensu gentilismo: y por este motivo y otros estar según Cédulas Rea-
les apropiados á los indios, hicieron un papel llenando de calumnias á los Pa-
dres y lo despacharon á la Corte: y habrá ayudado al trabajo que todos los
PP. están padeciendo. Es de saber que así como en Buenos Aires y otras
partes destruyeron no digo millares, sino millones de vacas silvestres, que
había en aquellas inmensas campiñas, matándolas por solos los cueros,
lenguas y sebo, dejando perder la carne, sin que hubiese orden ni concierto
ni moderación alguna, por la mucha ganancia que tenían, vendiendo todo
esto á los extranjeros por darse prisa en enriquecer, como dije en la Rela-
ción: así también por la misma codicia de enriquecer de una vez, van aca-
bando en la jurisdicción del Paraguay los muchos yerbales que allí tenían.
Porque para hacer nueva yerba en poco tiempo, cortan del todo los árbo-
les; y los más no vuelven á brotar: ó aunque broten, con tanto brotar y
cortar por el tronco, se pierden. Y así como allá, los de las vacas, en aca-
bando con ellas, dieron sobre las que eran de los indios; así éstos, como
van acabando sus yerbales con tanto desorden, dan sobre los que son de
los indios. Ellos mismos me confesaban á mí, que en el invierno iban á
hacer yerba en los yerbales de los indios, porque en aquel tiempo no iban
los indios á hacer yerba. Los indios no van más que cuando los Padres los
envían; y porque los fríos que allí hay (que aunque no grandes, que allí
nunca llegan á los de España, dañan mucho á la delicada complexión del
indio, no los envían en ese tiempo, por cuidar de su salud. Cualquier frío,
por corto que sea, sienten mucho estos indios: y el calor, nada.
«68. Después de esto, viéndonos caídos, y con prohibición de defen-
dernos, han sacado otros diversidad de escritos, renovando las mismas
calumnias. Tal es el tomo del expulso Ibáñez, intitulado Reino Jesuítico
DEL Paraguay', cuyo tema es las delaciones y calumnias dichas: que los
Jesuítas son gobernadores. Reyes, Obispos y Papas. En una palabra: que
el General de la Compañía es Rey verdadero: los Provinciales, príncipes,
y los indios, vasallos tributarios. Mas á este hombre, expulsado primera y
segunda vez por revoltoso, escandaloso, inconstante y alocado, como
todos saben: qué le hemos de decir si le careamos con los informes de per-
sonas tan calificadas que el Rey alega sobre este mismo asunto?
«69. Añadiré aquí unas pocas palabras del punto 4.°: « Y asegura el
Obispo que fué de Buenos Aires (no es antiguo: yo le conocí) que visitó dichas
Doctrijias, no haber visto en su vida cosa más bien ordenada que aquellos
pueblos: ni desinterés semejante al de los PP. Jesuítas: y conviniendo con
este informe otras noticias de no menor fidelidad» etc.; y prosigue exhor-
tando á los mismos misioneros á que continúen en aquel gobierno, en lo
espiritual y temporal: y concluye este punto diciendo: ^mediante cuya direc-
ción se embaraza la mala distribución y mala versación que se experimenta en
casi todos los pueblos de uno y otro Reinos etc. esto es, en Méjico y Perú.
Hasta el Obispo presente de Buenos Aires, con ser que venía de España
impresionado contra estas misiones, luego que las vio, como es sujeto
de tanta conciencia, hizo un informe muy honorífico de ellas, que despachó
á la Corte. Visitó dos veces todos los 30 pueblos. En el que yo estaba tuve
la honra de verlo 15 días: on los demás estuvo 7 ú 8.
«70. Qué diremos, pues, de este hombre? Este ha infamado (ya murió)
de escandalosos los informantes Obispos y Gobernadores antiguos y mo-
- é08 —
dernos, acreditados y muy prudentes y juiciosos. Este no vio más que cinco
pueblos, que son Yapeyú, la Cruz, Sto. Tomé, Stos. Apóstoles, y la Con-
cepción. Porque aunque vio los siete de la línea divisoria, era cuando
estaban 3^a sin indios, en fuerza del tratado, que para el intento era lo
mismo que si no los viese. Y estos cinco los vio muy de corrida, pasando
de camino, haciendo mediodía en uno, y noche en otro. Los informantes
los vieron todos: y por muchos días cada uno, y haciendo visita de ellos
inmediatamente. Después que pasó por los 5 pueblos, estuve yo con él en
una misma casa cinco días en el pueblo de San Nicolás, evacuado de los
indios, donde vivían los Demarcadores Reales con parte de la infantería:
y allí le traté mucho: y después por cartas. Este no es más que uno. Los
informantes son muchos. Si de los informantes de las calidades dichas no
hubiera más que uno, y de los de las calidades de Ibáñez hubiera muchos,
en todo juzgado recto, habían de sentenciar por éste solo. Qué será siendo
tantos como ya cita por su nombre, ya insinúa el Rey? No pasemos en
silencio que éste era un hombre iracundo, inclinado á la venganza. Cuando
yo le traté, venía echando fuego de indignación contra el Provincial y
Rector que le expulsaron, y contra otros Padres. Y aun contra toda la
Compañía. Aumentaba su indignación la persuasión (aunque falsa) de que
los Jesuítas eran la causa de que no se efectuase la línea divisoria. Habían
prometido á los Demarcadores, según voz pública, que si hacían que se
efectuase el tratado, á cada uno le darían una promoción honorífica y cuan-
tiosa. Eran tres: y cada uno tenía dos tenientes ó subalternos. Uno de estos
tres era pariente del Ibáñez y venía por su capellán. El Marqués de Valde-
lirios, consejero de Indias, era el jefe de todos. Como él con los demás
estaba persuadido á esto, y consiguientemente temían no alcanzar sus hono-
res por trazas y mañas de los Jesuítas, y el Ibáñez pretendía mucho los
ascensos de su pariente, que cedían en tanto bien temporal SU30: crecía
más su enemistad contra los Jesuítas. Considérense, pues, tantas nulida-
des para no ser atendido en tribunal alguno.
«72 [sic]. Digámoslas todas en pocas palabras. Este era un hombre solo
contra muchos. Un alocado contra tantos juiciosos: un escandaloso contra
tantos ejemplares; un hombre sin experiencia contra tantos experimenta-
dos; uno que habla sin examen contra tantos examinadores y visitadores;
uno tan lleno de indignación y venganza contra tantos pacíficos é indife-
rentes; un hombre ciego con la pasión, contra tantos desapasionados; un
hombre ordinario contra tantos constituidos en los más altos empleos. Qué
dirán á esto los que se han dejado impresionar con la lectura de Ibáñez?
Pues aquí no se dice más que lo que es muy público en España 3' en la
América: no se cita sino lo que el Rey dice y anda impreso en manos de
los Gobernadores, ministros y otros muchos particulares. Todo lo que este
hombre dice contra los Jesuítas estaba 3^a escrito en cuanto ala sustancia,
en los papeles que hizo él examinar tan despacio, y con tanto vigor:
oyendo á las dos partes, y todo lo condenó por falso y por inicuo y mali-
cioso. ¿Qué diremos pues, vuelvo á decir, de esle hombre, sino que la pasión
y venganza le cegó para que no viese tantas falsedades?
«74. Otro escrito vi estos días. Es un manuscrito que dicen ser su autor
(aunque falsamente) D. Matías Anglés, que fué por Juez al Paraguay por
los años 1726 ó 27: y que lo dio á la Santa Inquisición de Lima para que
-609-
ésta lo enviase á la Suprema de Madrid: y ésta diese noticia al Rey: y ase-
gura que tomó este medio por no ser descubierto: pues si lo fuera, había
de ser muy oprimido por el poder de los Jesuítas. No puede ser de Anglés
la obra, por los estilos diversos, y en diversos pasajes y párrafos. ítem:
habla atrozmente contra los Padres que van de Europa, atribuyéndoles
infames delitos: y de los Padres americanos dice estas palabras: «Pero
como no encuentra en éstos aquella fuerte, imprudente y temeraria reso-
lución para emprender y conseguir cosas injustas y directamente opuestas
á la profesión religiosa de su Instituto y de las misiones; y como falta á los
mismos aquella perfidia y aquella temeridad para confundir entre sí las
obligaciones y las injusticias, y proceder sin detenerse ni reflexionar si
están bien ó mal dispuestos sus pasos y sus acciones: por esto los Superio-
res hacen muy poca estimación de los mismos, y los tienen separados del
gobierno y prelaturas.»
«75. Hasta aquí son sus palabras. A ningún europeo vemos hablar allá
mal de los europeos y bien de los americanos, que vulgarmente llaman
criollos: antes al contrario, todo es hablar mal de los hombres y de las
cosas de la América; y ensalzar por las nubes las cosas de Europa: en lo
que hacen harto mal: que hay allí mucho que alabar. En los más de los
criollos vemos también este defecto ensalzando mucho sus cosas, y depre-
ciando las de Europa. Uno y otro es mucho desacierto: pues de unos y otros
vemos muchos sujetos eclesiásticos y seglares aventajados en virtud, letras
y buen gobierno. Don Matías Anglés era europeo, natural de Navarra.
{Cómo era posible que hablase de esa manera contra los europeos? En
orden á las prelacias, es de advertir que los sacerdotes Jesuítas del Para-
guay son por la mayor parte europeos: La 5.^ ó á lo más la 4.''^ parte son
americanos: y así, si tuvieran la 4.^ parte de las prelacias, ya eran iguales
con los europeos. Son 11 los Rectorados: y ordinariamente suele haber
3 ó 4 Rectores americanos: y á esta cuenta casi siempre tienen más prela-
turas en su número que los europeos. Y lo mismo sucede en las cátedras.
Cuando D. Matías Anglés andaba por el Paraguay, había muchos Padres
americanos en aquellas Misiones: y el Superior de todos los 30 pueblos
que tiene toda la potestad de un Rector del colegio Máximo, y algo más,
era uno de ellos, el P. Josef Insaurralde, natural de la ciudad de la Asun-
ción del Paraguay, sujeto de mucha virtud y literatura. Cómo, pues, se
puede pensar de un hombre como éste, que tan á las claras y á la vista
de todos mintiese tanto? Además que este sujeto trataba mucho con los
Jesuítas, no sólo en el Paraguay, sino también en Buenos Aires y Tucu-
mán: porque en Tucumán fué Teniente de Gobernador; y no podía ignorar
estas cosas como el Gobernador Aldunate y el Gobernador Barúa, que sin
ver cosa, ni tratar con Jesuítas informaron de oídas.
«76. Últimamente, este hombre alaba de muy fieles á los del Para-
guay: dice «que puede apostar fidelidad con la nación más fiel del mundo».
Si entresacara los muchos buenos que hay allí y me los pusiera aparte,
bien pudiera decir de ellos ésto. Pero siendo tan públicos los motines que
allí ha habido desde el principio de su fundación, con prisiones y muertes
de sus Gobernadores, atropellando tantas veces las órdenes Reales, y esto
á vista de la fidelidad de las otras provincias confinantes, donde no ha
habido sino quietud y obediencia, ¿cómo se puede pensar que haya com-
39 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— to.mo ii.
^ —610-
puesto este papel otro que alguno ó algunos de los naturales de la tierra,
apasionados por su patria?
«77. V no dejemos en silencio una reflexión. Si este hombre escribía á
la Inquisición de Lima para que ésta pusiese el papel en la Suprema: y
ésta en manos del Rey: ¿cómo ha estado estancado este papel cerca de 40
años en Lima? de donde parece dan á entender que se sacó ahora. ¿Cómo
de Lima no se envió á Madrid? Y si se envió, ¿cómo la Suprema no le dio
al Rey? Y si se lo dio, ¿cómo el Rey en la citada Cédula de 74J, que salió
muchos después que Anglés le presentó el papel á la Inquisición de
Lima, no hace mención de Anglés, haciéndola tanto de Aldunate y Barúa?
Luego no podemos decir otra cosa, sino que este papel tiene alguna parte
de algún informe que haría Anglés, que hace poco al caso contra los
Jesuítas. Que éste le cogieron algunos émulos del Paraguay, que fueron
ingiriendo en sus pasajes todas las calumnias é imposturas de que está
lleno. Que fingieron haberle enviado Anglés á la Inquisición por los frivo-
los motivos que allí se dicen. Y pareciéndoles ahora que no se podía descu-
brir la verdad, lo sacaron al público en nombre suyo. Dicen que anda por
estas ciudades traducido al italiano, y dedicado al P. Francisco Antonio
Zacarías, en retribución de los papeles que este Padre celoso sacó en
abono de los Jesuítas de aquellas partes; pero todas cuantas cosas se dicen
en él, están, en cuanto á la sustancia, vistas, revistas, consideradas y muy
reflexionadas por muchos días en muchas sesiones, según dice la Cédula
de los doce puntos: y después de esto, condenadas por calumnias, impos-
turas, falsos testimonios, llenos de malicia. Y después de esta Cédula hizo
el Rey otra en que manda que, en adelante, nunca se trate en su Consejo
cosa perteneciente á las Misiones del Paraguay sin que primero se lea
esta Cédula.
«Duda octava
«78. ¿Si los indios siempre han sido tan fieles, cómo ahora resistieron
al ejército del Rey? — Es menester acordarnos de lo que se dijo en la rela-
ción: que el tratado de la línea divisoria se hizo en esta forma. Que los
moradores de la Colonia y de un pueblo de indios llamado S Cristóbal, de
allá del Marañón, que también se daba á España, fuesen libres en que-
darse en sus casas por España con todos sus bienes, ó en irse, vendiéndolos.
Y que los de otros dos nuevos y pequeños pueblos de nuestras Misiones de
los Mojos que se daban á Portugal, tuviesen la misma libertad. Pero que
los siete pueblos que se daban de las ^Misiones del Paraguay, no se habrían
de dar con estas condiciones, sino que habían de ir á otras tierras fuera de
la línea: y habían de dejar todos sus bienes inmobles á los portugueses:
y por recompensa se les habían de dar cuatro mil pesos. Este fué el tratado.
Como los indios de los siete pueblos eran cerca de 30 mil almas, de todas
edades y sexos, temió el Rey prudentemente dejar tanta gente á Portugal,
y en frontera: con la cual en tiempo de guerra podía hacer mucho daño á
España. Y con el deseo de que los indios nada perdieran, les señaló los
4 mil pesos: pareciéndole una plena recompensa, según lo que informaron.
Informaría alguno que juzgó serían como los tres pueblos que hay cerca
-611-
de Buenos Aires, llamados el Baradero, los Quilines, y Santo Domingo
Soriano, que cada uno consta de 16 ó 18 cabanas de paja, con una capilla
cubierta de teja, una campana y nada más.
«79. Nos escribieron desde Madrid que el Rey había puesto en con-
sulta de Teólogos este caso: si era lícito dar á Portugal unos pueblos de
indios por otras poblaciones y tierras de Portugal: por haberse conside-
rado era cosa muy necesaria para el bien y sosiego de la Monarquía, y la
buena armonía con Portugal: y que esto se hacía sin detrimento alguno
de los indios, resarciéndoles cumplidamente de las pérdidas y menguas
que pudieran tener en ello. En estos términos fué la consulta: y todos res-
pondieron que sí. Al oirlo nosotros, todos dijimos que responderíamos lo
mismo, si no se nos daban más noticias. El Rey, como tan bueno, y
deseoso del bien de los indios, juzgó que de este modo miraba bien por su
conciencia, y por el bien de sus vasallos. No sabemos quién ó quiénes
fueron los informantes.
«80. Acordémonos también que allá dijimos que los militares valuaron
en mi presencia los bienes inmobles del pueblo de S. Nicolás, donde está
bamos: y que su importe, por la parte que menos, era de cerca de 800 mil
pesos: y estos sin contar las pérdidas grandes de los bienes muebles, en
especial de ganados, que habían de tener en el camino, al pasar á nado el
gran río Uruguay. Cuya pérdida también intentaba resarcir el Rey con
los 4 mil pesos. Los cuales bienes inmobles consisten primeramente en las
casas de los indios en la iglesia, casa de los Padres con sus patios, y ofi-
cinas públicas, casa de recogidas y otros edificios públicos: los yerbales
hortenses, que son muy cuantiosos, y los silvestres, que también se dejaban
á los portugueses, como sus bosques y sus montes, las huertas frutales, y
algodonales del común, que son muy grandes: juntamente con los de los
particulares. Viendo, pues, los indios que por 800 mil pesos les daban
4 mil solamente, y que se les mandaba desamparar su patrio suelo, que
para el genio del indio es la cosa más sensible: que todos sus bienes se
habían de dar á los portugueses, á quienes tenían por sus mayores ene-
migos, por los gravísimos daños que les habían causado en todos tiempos,
como consta de las historias, no querían creer que el Rey mandase tal
cosa: y la tenían por insoportable. Si hubieran obedecido á una cosa tan
difícil, se hubiera conseguido de ellos lo sumo de la fidelidad. Pero querer
conseguir de unos bárbaros lo más perfecto, es mucho pedir. Si á la
nación más culta, más política y más fiel, se le hubiera pedido lo que á los
indios, considérese lo que hubiese sucedido.
«Duda nona
«81. ¿De dónde se originó la fábula del Rey Nicolás? En la relación se
dijo que no se trataba de este punto por tenerle ya todos por fábula. Pero
veo que varios desean saber de donde se originó. No es éste el primer Rey
del Paraguay. En el siglo pasado hubo otro. Este fué el P. Antonio Man-
quiano, hombre apostólico. Este sujeto fué Procurador en el Paraguay, en
los pleitos del Sr. Cárdenas. Confundía á los contrarios con sus papeles en
defensa de la verdad. Estos en venganza hicieron contra él un libelo infa-
— 612-
matorio que despacharon al Perú, <iOU leguas distante. En él decían que el
P. Manquiano se había levantado por Rey del Paraguay con un grande
ejército de indios: que se había casado sacrilegamente con una cacica; y
que cansado de ella, se había casado segunda vez, como otro Lutero, con
una monja del Paraguay, donde nunca ha habido monjas. Esta fábula la
deshizo luego con su informe al Virrey y á la Audiencia, el Obispo con-
finante del Tucumán. Todo esto se refiere á la larga en un tomo de \^aro-
nes ilustres del Paraguay, que salió á luz años ha. Y uno de ellos es el
dicho P. Juan Antonio Manquiano.
«82. El origen de nuestro Rey Nicolao fué éste. En el pueblo de la
Concepción era Corregidor un indio llamado Nicolao Nenguirú, que había
sido gran músico. Era locuaz: de grande facilidad para hacer arengas. A
éste le nombraron por Comisario general en la plaza del pueblo de San
Juan en tiempo que los indios se resistieron á los españoles. Así me lo
afirmó el General mayor (Sic) del ejército español, que tomó informaciones
de unos indios que cogieron prisioneros: asegurándome que testificaron no
haber sido nombrado por Rey, sino sólo por Comisario general. Él jamás
fué ni Capitán general, ni aun Comisario general con ejercicio: porque en
la resistencia que hicieron, que fueron los indios de unos seis ó siete pue-
blos, obedecían los de cada pueblo al jefe suyo, no de otro pueblo: y así
iban con grande desorden y desconcierto, sin tener una cabeza para todos;
sino muchas, y harto malas.
«83. Los españoles, que sabían algo de la lengua de los indios, que
eran la gente más baja del ejército, les preguntarían con instancia por el
que se había levantado por Rey: y el indio comúnmente dice aquello que
quiere el español que le digan; porque como son de genio aniñado, se les
da muy poco el mentir: y como el dicho Nicolao tenía fama y algún séquito,
les dirían que éste era el Rey. Esta gente baja lo diría á los capitanes y
otros oficiales, que decían los prisioneros que había un Rey llamado Nico-
lás Nenguirú, y -éstos lo escribirían á España. No sabemos que de otra
causa haya nacido esta fábula. Después de haber entrado el ejército y ha-
ber echado á los indios de los 7 pueblos, el Nicolás se quedó quieto y sose-
gado en el suyo, que no pertenecía á los de la línea. Asi perseveró por
diez años hasta el arresto de los Padres: y en este tiempo le tuve yo por
feligrés cuatro años. Lo de las monedas de oro y que el Rey era un Jesuí-
ta, fueron imposturas añadidas en España: que en la América jamás se
dijo eso. Al que hizo las monedas en España para calumniar más á los
Jesuítas, oímos decir que le tuvieron preso en Toledo, y que á petición de
los Jesuítas, que perdonaban la injuria, le soltaron.
«Duda décima
«84. Si los Jesuítas pueden defraudar los tributos de los indios?— Esta
sospecha nace de ignorancia en los menos malignos. Los Jesuítas no hacen
padrón. No numeran los tributarios. Esto toca al Gobernador por las Rea-
les leyes, y Cédulas. Al principio, después de entablados en economía
política, el Virrey hizo numerar los tributarios. Según aquel número
fueron pagando los tributos por más de 50 años, fuesen más, ó fuesen me.
-613-
nos, hasta el año de 1734, en que habiendo llegado á Buenos Aires un Al-
calde de Corte llamado D. Juan Vázquez de Agüero, con unas comisiones
acerca de estas Doctrinas, se le suplicó con mucha insistencia con escrito
auténtico por parte de los PP. }' en muchas ocasiones, que viniese á visitar
aquellos indios, porque no se habían empadronado desde el año 1677: y
corría el tributo según aquella cuenta, en que podía haber en tan largo
tiempo alguna mengua, en lo que tocaba al Rey. Esta petición é instancia
la refirió el Rey en el principio de la Cédula de los doce puntos, porque
así lo confesaba el mismo Alcalde de Corte. No vino el Alcalde en la peti-
ción, excusándose por varios motivos: y se contentó con pedir á los 30 Cu-
ras que enumerasen todos lo5 tributarios desde los 18 años hasta los 50:
excepto los caciques, sus primogénitos, y doce indios para la iglesia y casa
de los PP. Quiso que la numeración fuese jurada; y así todos los Curas
con toda diligencia hicieron la numeración de sus feligreses tributarios,
y le enviaron el testimonio jurado. Y se cobra el tributo real desde en-
tonces por esta numeración que es mucho mayor que el que daba la nume-
ración del año 1677. Y aunque mandó S. M. que cada seis años fuese el
Gobernador de Buenos Aires á empadronar los indios para el tributo, no
se ha ejecutado por varios pretextos que alegan los señores Gobernadores.
Cada año con grande exacción se hace en cada pueblo la numeración de
familias, viudos, viudas, personas, casamientos, entierros de adultos, de
párvulos, baptismos, etc. Ya se propuso á la Corte si querían guiarse por
esta anual numeración: y no hubo respuesta de ello.
ÍNDICE
Capítulo I Población de los primeros españoles del Paraguay.
» II Extensión de la provincia jesuítica del Paraguay con otras
particularidades .
» III Principio de las Misiones del Paraguay.
» IV Estado presente de los pueblos, su fábrica, etc.
» V Su gobierno político y económico.
» VI Gobierno temporal, económico y religioso de los Misioneros.
» VII Gobierno eclesiástico y espiritual de los indios. — Proce?ión-
del Corpus — Semana Santa — Distribución del domingo—
Sus convites -Matrimonios y bodas — Fiesta del patrón del
pueblo — Castigos, jueces y pleitos — Visita del Sr. Obispo.
Capítulo último. Gobierno militar de los indios.
Duda 1.^ Cómo, habiendo tantos testigos de lo que se ha dicho, hay tanto
descaro para levantar falsos testimonios.
» 2.^ De dónde nace el decir que los PP. son Obispos y aun Papas,
Gobernadores y Reyes.
» 3.'^ De dónde toman motivo para exagerar tanto las riquezas de
aquellos pueblos, y afirmar que los Jesuítas, y no los indios,
las gozan.
» 4.''^ Porqué estas Misiones están más adelantadas en lo espiritual y
temporal que las demás de Méjico, del Nuevo Reino, del
Perú, y de Chile, y aun más que las del Chaco y otras de la
misma provincia, según lo que leemos en las historias.
-614-
Duda5.''^ Si los Padres de estas Misiones se están siempre en ellas por
hallarse bien acomodados: ó si salen á conversiones de infie-
les, donde se padece tanto.
» b." Si el modo de predicar el Evangelio y reducir á estas gentes
belicosas es distinto del que se tiene con las naciones quietas-
) 1 .^ De dónde nace que de las Misiones del Paraguay se diga más
contra los PP. y demás misioneros.
» 8.'^ Si los indios han sido siempre tan fieles, como resistieron ahora
al ejército del Rey.
» '^.^ De dónde se originó la fábula del Rey Nicolás.
», 10.''^ Si los Jesuítas pueden defraudar los tributos de los indios.
Nüm. 48.
SUPERIORES DE LAS MISIONES DE GUARANIS
1 p.
, Marcelo de Lorenzana. (1)
27 P
2 »
Josef Cataldino.
28 »
3 »
Antonio Ruiz de Montoya.
29 .
4 »
Roque González de Santa
30 ^
Cruz.
31 »
5 í>
Diego de Boroa.
32 .
■6 '
Diego de Alfaro.
33 r>
7 ^
Pedro Romero.
34 »
8 »
Franc'sco Díaz Taño.
35 »
9»
Cristóbal Mendoza.
36 »
10 »
Cristóbal Altamirano.
11 »
Silverio Pastor.
37 »
12 »
Hernando de Santa Cruz.
38 »
13 ^
Ignacio de Feria.
14 »
Pedro Comental.
39 »
15 »
Francisco Molina.
40 »
16 »
Luis Harnolh.
17 »
Nicolás del Techo.
41 »
18 »
Juan Suárez de Toledo.
IQ .
Diego Suárez.
42 »
20 »
Tomás de Baeza.
21 »
Alejandro Balaguer
43 »
22 »
Alonso del Castillo.
23 »
Juan Moran ge.
44 »
24 «
Salvador Rojas.
25 ^
Josef Serrano.
45 »
26 »
Leandro Salinas.
Josef Sarabia.
Bernardo de la Vega.
Luis Gómez.
Sebastián Toledo.
Angelo Petragrossa.
Tomás Bruno.
Mateo Sánchez.
Juan Bautista Cea.
Bartolomé Jiménez.
Juan Paulo Castañeda, 1.°
Abril 1718. (2)
PauloRestivo,l.°Marzo719.
Pablo Benitez, 16 Febrero
721.
Tomás Rosa, 18 Abril 724.
Josef de Insaurralde, 16 Se-
tiembre 726.
Jaime de Aguilar, 7 Julio
730.
Bernardo Nusdorffer, 8 Fe-
brero 734.
Rafael Caballero, 17 Se-
tiembre 730.
Josef Iberaquer, 13 Agosto
743.
Teodoro Valenchana, 4 Oc-
tubre 746.
(1) Es el mismo P. Marciel de Lorenzana, de quien varias veces se ha habla-
do en el texto, y de quien dice el P. Nieremberg en su VMda § V: «Pudo el Padre
.Marcial, como Viceprovincial que era, y Superior de todas las Misiones, ir á las
del Guaira á visitarlas». Marciel y Marcelo son dos formas de un mismo nombre.
(2) Hasta aquí no hay fecha alguna en este Catálogo, que es autógrafo del
P. Diego González, lo que muestra que careció de datos para fijarlas: y menos
pueden fijarse hoy día.
46 P,
47 »
48 »
49 »
Bernardo Nusdorffer, 20 No-
viembre 747.
Matías Strobel, 15 Junio 752.
Teodoro Valenchana, 7 Fe-
brero 754.
Antonio Gutiérrez, 10 Fe-
brero 756.
615 -
50 P. Jaime Passino, 19 Agosto
757.
51 Vice-Superior P. Roque de Ri-
vas, 10 Febrero 762.
52 Vice-Superior P. Esteban Fi-
na, 14 Febrero 763.
53 P. Lorenzo Balda.
(MS. autógrafo del P. Diego González, misionero del Paraguay, que
sobrevivió muchos años á la expulsión. Arch. de la provincia de Toledo.)
Nüm. 49
1647-1682-1730.— Estadística de doctrinas.— Dos enumeraciones antiguas
y forma de la anual numeración.
ENUMERACIÓN TOMADA DE LA VISITA DE DON JACINTO
DE LÁRIZ, AÑO 1647 (SEVILLA: Arch. de Indias 74.6.29).
1.
Pueblos
Almas
Candelaria .... 1 077
San Cosme. . . . 1.075
Santa Ana .... 779
San Carlos .... 1.701
San José .... 1.334
Itapúa 1.700
Loreto 1.700
San Ignacio-mí . 1.708
Corpus 1.300
San Ignacio guazú . 1.150
indios de
guerra
350
352
250
665
334
490
430
460
400
340
Pueblos
Concepción
San Miguel .
Mártires . .
Apóstoles. . .
San Nicolás .
San Javier . .
La Cruz. . .
Santa M.'MaMay
Santo Tomé .
Yapeyú . . .
or
Almas
1.469
1.165
1.186
1.144
1.854
1.340
1 .472
2.000
1.960
1.600
indios de
guerra
800
502
293
460
568
328
486
500
750
422
Total. 28.714 9.180
Veinte pueblos visitados.
Las dos reducciones de Itatines al norte no fueron visitadas.
2.' ENUMERACIÓN DE LAS DOCTRINAS DE LA DIÓCESIS DE
BUENOS AIRES EN 1682.
(Contiénese en una carta del Superior de Doctrinas, P. Alejandro Bala-
guer, al limo. Sr. Obispo Azcona, fecha en Candelaria, 26 Agosto 1682.)
(Papeles de D. José Manuel Estrada.)
Apóstoles .
San Nicolás
Mártires. .
La Cruz. .
Yapeyú . .
San Aliguel
San José. .
Concepción.
Familias
Almas
2.780
Familias
Almas
589
San Javier. . .
656
3.029
814
3.548
Santo Tomé . .
1 .395
5.243
400
1 .980
Candelaria. . .
466
1.868
556
2.251
San Cosme. . .
297
1.283
610
2.477
Santa María . .
1.057
5.171
919
3.740
Santa Ana . . .
358
1.415
482
2.272
San Carlos. . .
1.006
4.420
1.706
7.014
15 reducciones
11.310
48.491
616
3.0 «CATALOGO DE LA NUMERACIÓN ANUAL DE
Pueblos
San Ignacio Guazú
Nuestra Señora de Fe.
Santa Rosa ....
Santiago
Itapúa
Candelaria ....
Santos Cosme y Damián
Santa Ana
Loreto
San Ignacio mirí . .
Corpus
Jesús
Trinidad
San José
San Carlos . . . .
Santos Apóstoles . .
Concepción . . . .
Santa Marta la Mayor
San Francisco Javier.
Santos Mártires. . .
San Nicolás . . . .
San Luis
San Lorenzo . . . .
San Miguel . . . .
San Juan Baptista . .
Santo Ángel . . . .
Santo Tomé . . . .
San Borja . . - .
La Cruz
Yapeyú
Suma dkl Uruguay
Suma oel Paraná
Suma Total. . .
Familias
Viudos
Viudas
Muchach
454
14
255
409
432
9
226
651
460
00
193
402
838
9
190
1.209
439
18
190
696
352
1
117
336
228
5
116
330
922
14
172
1.170
446
3
103
344
464
12
202
314
630
8
133
638
438
0
43
547
456
27
112
472
NUMERACIÓN ANUAL DE LOS
289
248
306
364
135
292
723
419
393
165
.081
,071
102
275
450
420
.315
8.948
6.929
15.877
11
13
O
49
22
7
4
5
30
86
11
42
70
49
7
26
30
462
130
592
125
167
156
174
50
144
111
240
189
69
228
221
195
241
406
199
342
3.2.57
2.452
5.309
293
222
288
427
165
448
611
328
491
236
1.272
1.246
1 .315
407
820
551
1.332
10 456
7.518
17.974
(1) En esta misma forma se hicieron todos los catálogos de los que en el número
táiogo en 1711 y acabó en 1767. (BUENOS AIRES: Arch. gen. leg. Compañía de
617
LAS DOCTRINAS DEL RÍO PARANÁ, AÑO DE 1739^ (1)
Muchachas
Bautismos
378
156
553
287
401
126
1.057
202
809
140
345
146
329
40
1.197
264
314
142
393
1)3
628
183
456
155
556
106
Casa-
Difuntos
mientos
adultos
25
22
45
46
49
26
72
38
37
98
.29
13
61
32
42
35
53
17
63
148
42
20
91
50
70
143
Difuntos
párvulos
66
98
56
57
164
06
14
89
50
80
52
45
85
Comuniones
PUEBLOS DEL RÍO URUGUAY
2.031
3.575
4.180
3.93b
3.331
3.557
1.268
4.723
2.437
2.695
4.035
2.662
3.317
Almas
1.964
2.903
1.916
4.081
2.591
1.503
1 .236
4.397
1.756
1.84Q
2.6f)7
1.962
2.149
331
41
114
19
47
2.843
1.338
341
27
99
6
23
1.148
1.239
285
35
12
15
18 .
1.382
1.341
291
30
175
102
46
2.338
1.669
203
44
60
1.047
232
2.750
711
527
65
153
99
48
2.160
1.710
608
132
154
388
207
3.440
•'.777
361
54
229
1.050
658
3.774
1.77'>
482
88
166
1.457
988
4.740
1.978
253
160
122
1.655
1.026
4.530
974
1.068
216
76
68
78
5.298
4.741
1.298
323
70
241
135
5.727
4.949
1.379
258
83
137
121
5.349
5.163
452
62
48
332
139
3.314
1.699
931
139
51
76
53
3.438
3.244
548
65
198
1.086
519
4.492
2.167
1.379
399
50
45
163
7.810
5.713
10.737
2.118
1.864
7.746
4.501
64.733
42.808
7.416
2.060
679
690
922
42.751
30.972
18.153
3.178
2.543
8.436
5 423
107.484
73.762
2.° se ha tomado s<Slo el número de familias y el de almas. Empezó este modo de ca-
Jesús. Varios años).
618-
Núm. 50.
1707 á 1768.— Estadística del número de familias y almas en Doctrinas.
Familias Almas Familias Almas
1702. Uruguay, 10.349 41.483 j 22.857 89.501
Doctrinas del Paraná, 12.508 48.018 )
1707. Doctrinas del Uruguay, 10.881 43.801 . .r¿.762 98.188
Doctrinas del Paraná, 12.881 o4.d87 )
1711 [55.237]
1714. Doctrinas del Uruguay, 13.605 57.600 i o:^ ív;e nnit^i
Doctrinas del Paraná,' 12.023 52.551 1 -^•'^^^ ^^^'^^
1715. Doctrinas del Uruguay, 15.617 67.243 ¡ 26.942 116.485
Doctrinas del Paraná, 11.325 49.242 I
1716. Doctrinas del Uruguay, 14.650 54.990 \ oí oír-, ioi q:^7
Doctrinas del Paraná," 12.625 66.367 ) "^-^^^ ^-'•'^'
1717 28.514 121.168
1719. Doctrinas del Uruguay, 12.500 56.065 ¡ 22.Q85 103.163
Doctrinas del Paraná, 10.485 4/ .098 )
1720. Doctrinas del Uruguay, 13.501 55.896 i 93.900 105.104
Doctrinas del Paraná, 10.399 49.52o I
1724 25.447 117.164
1728 28.484 125.365
1731 30.116 138.934
1733 27.865 126.389
1735 22.863 108.228
1736 20.685 102.721
1737 21.729 104.473
1738 18.080 90.287
1739 16.330 74.336
1740 16.823 73.910
1741 17.868 76.960
1744 20.032 84.046
1745 20.586 87.240
1746 21.031 90.679
1747 21.288 91.681
1748 , 21.723 94.166
1749 21.623 92.834
17.53. . 22.631 99.545
1757 21.442 96.055
1762 22.683 102.988
1765 19.249 85.266
1766 20.151 87.026
(RÍO JANEIRO, Col. Ángelis, VIII-50).
-619
Nüm. 51.
164®.— Parecer del Sr. Solórzano acerca de los Jesuítas
extranjeros en Indias
«Traslado de un parecer que dio el Doctor señor Don Juan de Solór-
zano y le tiene de su letra del mismo señor Doctor y su firma el P. Vice-
Provincial Juan de Albiz.
»E1 P. Alonso de Ovalle, de la Compañía de Jesús, me ha consultado
si hay ejemplares de que se les permitan llevar para las misiones que les
concede el Consejo, algunos religiosos extranjeros, como sean de provin
cias obedientes á su Majestad (que Dios guarde): — Y digo que he visto que
esto se les suele conceder: y que me consta que los religiosos dichos son
los que con más facilidad aprenden la lengua de los indios, y más fruto
hacen con los indios en sus santas y apostólicas misiones: y los más que
han padecido martirio en sus misiones han sido extranjeros. Y esta prohi-
bición de pasar extranjeros á las Indias, no se ha practicado en tales per-
sonas. Y el peligro era que no diesen á las naciones extrañas cuenta y
relación de ella y de sus fuerzas: y eso lo tienen hoy mejor sabido que
nosotros: y hecha la pazcón Holanda, no hay que recelar. Y en particular
se deben conceder los dos religiosos carpinteros y arquitectos de que me
ha dado cuenta: porque por haberse arruinado totalmente la ciudad de
Santiago de Chile con el temblor, serán allí de mucho provecho, así
para las obras que hubiere de hacer la Compañía como para otras. Esto es
lo que siento en todo, y salvo otro más acertado parecer. Fecha en Madrid
á 7 de Enero de 1640 años.— Doctor Don Juan de Solókzano.
» Confirma (sic, por concuerda) este parecer á la letra con su original,
que queda en mi poder.— Juan de Albiz.
!>Por hacer tanto al caso el parecer del Sr. Doctor Donjuán de Solór-
zano para lo que pretendemos y tanto importa de que pasen tales sujetos
extranjeros á Chile, he trasladado de mi mano lo que arriba queda escrito:
y en 50 años que he estado en Tucumán y Chile, cuando todo era una pro-
vincia, tengo sabido por experiencia de que es muy acertado de que vengan
extranjeros á ayudar en estas provincias, en especial en estas misiones,
adonde acuden mejor que otros; y si se hacen las paces que se pretenden
con Francia y demás naciones, no hay que recelar, porque yo he visto, aun
habiendo guerras, andar de una parte á otra franceses: y han sido bien
tratados y honrados de los caballeros españoles, dándoles de comer á sus
mesas, y vestuarios con que pasar en estas tierras: y como hay tierras que
sobran, hay para todos, cuanto más para religiosos. Santiago, 20 de Enero
de 1658.— Juan de Albiz.
» Certifico que toda esta letra y la firma es de mano del Padre Juan de
Albiz.— Juan López.»
- 6':o -
Núm. 52.
1643. -Memorial del P. Antonio Ruiz de Montoya
^ Señor»
«1. Antonio Ruiz de Montoya, de la Compañía de Jesús, Procurador
de la provincia del Paraguay y Río de la Plata, dice:
«Que don Pedro de Lugo, caballero de la orden de Santiago, fué pro-
veído por Gobernador del Paraguay, sólo á fin de que atendiese á repri-
mir y castigar los portugueses, que hasta hoy infestan aquellas provincias,
habiéndose reconocido en él en esta Corte gran virtud, que fué suplemento
á los años y experiencia. Porque para tomar aquel gobierno, dejó el man-
teo y sotana de estudiante. Procedió en su gobierno ajustadamente. El
cual, además del orden general sobredicho, recibió orden particular de
V. AI. para que efectivamente castigase dichos portugueses, en tiempo en
que iban entrando por aquellas tierras quinientos, con dos mil indios tupís,
á acabar de destruir el residuo de reducciones hechas por los religiosos
de la Compañía de Jesús: los cuales, habiéndoles negado el socorro que
pidieron al Gobernador de Buenos Aires (á quien competía darlo, por ser
su jurisdicción), lo pidieron al dicho D. Pedro de Lugo: á que acudió pron-
tamente, saliendo con setenta españoles. Y para ser ayudado de los indios,
les prestó siete mosquetes, que entregó al hermano Antonio Bernal, reli-
gioso de la Compañía, que, seglar, por su mucho valor, ocupó muy hon-
rosos puestos en la guerra de Chile: el cual salió con los indios, acompa-
ñando al mismo Gobernador. Puestos ya á media legua del enemigo, y
reconocida su ventaja, no quiso pasar adelante el Gobernador; antes
hubo pareceres de retirarse. (Hace mención la carta para S. M. del
Cabildo ecco. de la Asunción.) Determinóse el hermano Antonio Bernal
á acometer al enemigo: matóle un buen número, y hizo presa en diez y
siete: los demás desbaratados, se acogieron á los montes, por cuyas espe-
suras perecieron: y consta de personas que ha poco que vinieron de Brasil
á esta Corte que solos treinta volvieron á sus tierras.
«2. Los diez y siete cautivos entregaron los indios al Gobernador: el
cual, atemorizado por la novedad del suceso, que nunca imaginó, por no
haberse visto en otro, y temiendo que en venganza volvería todo Portugal
á destruir la tierra, reprendió severamente á los indios, condenando en
esta acción á los religiosos, que en tan justa defensa habían ayudado: dio
libertad á los presos: regalólos, honrólos y llevólos consigo á su gobierno,
en donde se pasearon libres. Requirióse al Gobernador por parte de los
indios que los castigase ó los remitiese á la Audiencia de los Charcas, que
ya prevenida con sus Provisiones Reales, había mandado que con rigor
fuesen ejemplarmente castigados semejantes delincuentes. Hízosele noto-
ria una Cédula de V. M. despachada á los Gobernadores de aquellas pro-
vincias en que V. M. dice estas palabras: * Me ha parecido ordenaros y
mandaros [Como lo hago), procuréis por todas las vías posibles haber á las manos
- 621 -
V castigar con grandes demostraciones los delincuentes y personas que se ocupan
y entienden en las dichas crueldades ^" otras cualesquiera, con que se perturba
la pa^ y quietud de la república, y por el consiguiente cesa la propagación del
Evangelio: haciendo para la mejor ejecución de lo que se desea todas las diligen-
cias que convengan, sin perdonar ninguna, de suerte que se consiga lo que se
pretende: sobre que os encargo la conciencia, etc.» [Cédula Real de 12 de
Setiembre de 1628]. {A quién, Señor, por pusilánime que fuera, no movie-
ran palabras tan demostrativas del Real y cristianísimo celo de V. M., en
ocasión tan nacida á hacer un acto celoso de justicia, ó por lo menos de
obediencia á tan ajustado precepto? A todo esto cerró los oídos, abriendo
los ojos al despojo de dos mil almas que el enemigo había cautivado, para
ponerlos en perpetua esclavitud, como hacen á los negros de Angola.
Esta presa repartió entre sus soldados, premiando su poco ánimo con ella,
cargando de denuestos los indios que la ganaron. Cinco de los delincuen-
tes hicieron fuga: y entre ellos uno que dio la muerte con un mosquetazo
al P. Diego de Alfaro, de la Compañía, Comisario del Santo Oficio y Supe-
rior de aquellas reducciones.
Pretende el Gobernador por disculparse, que se quiten las armas
á los indios y las doctrinas á la Compañía
«3. Apretado el Gobernador con los requerimientos dichos, trató de
anticipar su defensa con informes é informaciones para V. M. y Real
Consejo de Indias, en que según corrió allá voz, reprueba con aparentes
razones el manejo de armas de los indios, que poco antes efectivamente
había aprobado, entregándoselas en sus manos: sacando por ilación que
aquellos alborotos y muertes de portugueses, los han ocasionado los reli-
giosos de la Compañía: y quizá lo confirmará con la destrucción que los
portugueses hicieron de tres ciudades, de cuatro que formaban la provin-
cia y gobierno: á cuyas calumnias satisface el venerable Cabildo Sede
vacante de la ciudad de la Asunción, en una carta escrita á V. M., de
cuyo traslado auténtico, que de allá se remitió, hace [presentación el
suplicante: la cual, cuanto más se libra de pasiones, tanto más acredita sus
verdades. Y la acción misma de haber rechazado á los rebeldes portu-
gueses, queda muy calificada con las palabras referidas de la Real Cédula
que apoyan el servicio que dichos religiosos hicieron á V. M.
; 4. Y si la remisión del Gobernador hubiera prevalecido, quedaban
los portugueses con más fuerza para proseguir su intento de apoderarse
de la ciudad de la Asunción, de donde con suma facilidad se apoderarían de
los ríos Paraná y Paraguay: y navegando por ellos, se harían señores
de toda la tierra y mar, desde Buenos Aires á Lisboa y Holanda: y traji-
narían azúcar y otros frutos de aquella fértil tierra: y con cascabeles,
cuentas, alfileres y otras cosillas, ganarían (que lo saben hacer) infinidad
de gentiles que habitan aquellas extendidas tierras, con que se harían inex-
pugnables, é irían abriendo camino fácil al Perú. Y si estos lances reco-
noció el Gobernador, no se debe juzgar por acción fiel á V. M., quitar las
armas á los que con tanto valor rechazan al enemigo. Si no lo reconoció,
podráse excusar con la poca experiencia, falta que en los que gobiernan
- 622 -
no es pequeña. Las conveniencias de estas armas tienen el suplicante
propuesto á Y. M., y respondió á sus objeciones en el Consejo Real de
Indias, en el de Guerra, en dos Juntas particulares y en el Consejo de
Estado: cuya ejecución tiene V. M. remitida al Virrey del Perú.
«5. Consultando el Gobernador con los émulos de la Compañía el
remedio para que cesen los alborotos de los portugueses, hallan por con-
veniente se quiten aquellas Doctrinas á los que con su sangre las han
fabricado, ó que por lo menos se haga estanco de ellas, para que se den á
los religiosos de otras órdenes que más baja hicieren en la limosna
que V. M. da á los Curas: porque habrá religioso que sin tanto gasto
como V. M. hace con la Compañía, con sola la natural sustentación las
servirán (así lo dicen). Cuanto á lo primero, véase lo que el Gobernador
hizo, y lo que los indios animados de los religiosos hicieron, y queda refe-
rido en el n. 1 y 2, donde consta quien fué leal vasallo de V. M., ejecutor
de sus Reales mandamientos, y de ahí se sacará si merecen dichos reli-
giosos ser privados de dichas Doctrinas. Cuanto á lo segundo, hicieron mal
la cuenta: y así piden mucho más de lo que \'. M. da á la Compañía. Y
pruébase así. Da \'. M. la limosna para diez reducciones á menos de cua-
trocientos pesos corrientes á cada una. Tiene hoy la Compañía, sin las que
han destruido los portugueses, veinticinco: y en ellas tiene empleados
cincuenta sacerdotes, sin otros religiosos legos de que se ayudan. Repar-
tida esta limosna entre los cincuenta sujetos, cabe á cada uno á menos de
sesenta pesos: los cuales, es claro que no bastan á la natural sustentación,
pues da V. M. en otras partes y á otros religiosos á setecientos, á mil y á
mil y quinientos pesos á cada uno. Además que este dinero se ha empleado
en hierro y herramientas, que se dan gratis á los indios para sus labranzas;
en anzuelos, cuentas y alfileres para atraer á la fe á los gentiles, y en
ornamentos para el culto divino: y para esto se va reservando parte de
esta limosna, para que los procuradores que vienen á esta Corte, lleven
de acá lo referido más barato, en mayor cantidad y mejor. Así lo ha eje-
cutado el suplicante, haciendo aquí ornamentos varios, imágenes de bulto
y pincel, en buen número, instrumentos músicos para las iglesias, órganos,
cosa allá nunca vista de aquella gente: con que se espera que á su novedad
se convertirán á nuestra santa fe muchos gentiles, como se ha hecho con
la música eclesiástica: y ayudados de limosnas, imprimió en esta Corte
tres libros de aquella generalísima lengua, muy importantes para apren-
derla, para predicar y para que los indios aprendan la Doctrina cristiana
y juntamente el idioma castellano, como tiene mandado V. M.: de que
sacó mil y cuatrocientos cuerpos, que ya encuadernados tiene para llevar
á su provincia. Y afirma con toda verdad que ni un hilo de ropa ha com-
prado, ni tiene ya con qué, para el vestuario de los Padres, que es el título
con que se da y recibe esta limosna. Conteníanse los Padres con vestirse
de lienzo de algodón, cosa vil, que con barro y ciertas hojas se tiñe con
facilidad, y con la misma se destiñe.
Acusaciones contra los Misioneros: Cargos
«6. Halla el Gobernador y sus secuaces para apoyo del destierro y
privaciones de Doctrinas que desean, graves delitos contra dichos reli-
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giosos: de que sin asco han hecho, siendo laicos, cabeza de procesos cri-
minales, con denunciaciones en forma, como consta de los papeles que
exhibe el suplicante; y se reducen á nueve: 1 Que tienen oculto un gran
tesoro de que se aprovechan. — 2 Que ponen mal á los españoles con los
indios.— 3 Que no quieren que los Obispos visiten sus Doctrinas.— 4 Que
no quieren que los Gobernadores visiten. — 5 Que tratan y contratan. —
6 Que no quieren que los indios sirvan á los españoles. — 7 Que los indios
que ha convertido la Compañía á la Iglesia, ha sido por armas. — 8 Que
dan armas de fuego á los indios. — 9 Que despueblan las reducciones de
indios sin licencia de \'. M. (1) A éstos se reducen los pecados y crímenes
de dichos religiosos. Y aunque cada punto pedía respuesta muy lata por ha-
ber materia, será fuerza ceñir este Memorial.
1. El tesoro
«El primer fingido crimen es que el suplicante, como quien ha pene-
trado tanto por aquellas tierras, en busca de gentiles, halló un tesoro
muy grande de oro, que tiene escondido. Y según el suplicante vio en una
carta de un religioso poco afecto á la Compañía, escrita á D. Pedro Este-
ban Dávila, Gobernador de Buenos Aires, afirma que el suplicante,
enviaba de noche á sacarlo con indios muy confidentes, y de secreto: y que
por no tener donde poner tanto oro, lo echaba en un aposento, y de este
oro se aprovechaba toda la Religión. — A esta antigua calumnia respondió
el suplicante en un libro que imprimió en esta Corte, convenciendo la
falsedad de invención tan ajena de toda verdad. Y el Gobernador don
Pedro Esteban Dávila, habiendo dado aviso con toda aseveración de este
tesoro escondido, ya bien desengañado, volvió á escribir á V. M. que
había sido falsa invención de los émulos de la Compañía, como consta de
su carta, que el suplicante imprimió en su libro. La eficacia deste Gober-
nador fué tanta en la averiguación deste caso, que enviaba un Alcalde
ordinario al desembarcadero á visitar las alhajas y aun los ornamentos de
los Padres que iban á su gobierno: molestia que llevaron con sufrimiento,
sin saber entonces el fin. ¿Vio por ventura alguno de los delatores algún
grano de oro en indio? Cien años ha y más qne es habitada aquella tierra:
y hasta ho}' no se ha visto cosa semejante, y mucho menos es de creer que
tienen oro indios que por una planchuela vieja de latón ó de cobre troca-
rían un hijo: porque estiman ponerse por ornato en el pecho alguna cosa
destas. Otras muchas razones se dejan que convencen. Pero si ya no basta
la simple afirmación, dice el suplicante que por la reverencia que debe al
venerabilísimo Sacramento del Altar, que como sacerdote (aunque indigno)
ofrece cada día, jura con toda la solemnidad necesaria, que es invención
de gente de depravada intención. Dieron por testigo de esto á Pedro de
Alvarado Bracamonte (2) que perdido por aquellos campos, dio en
(1) P. Miguel de Ampuero en su requerimiento, presentado al Consejo Real
de Indias. El dicho Padre en otra petición contra Gavilán presentada al Consejo
de Indias.
(2) Declaración de Pedro de Alvarado, que se presentó en el Consejo de
Indias.
- 524 -
unas reducciones de la Compañía, el cual en una deoiaración jurídica que
el suplicante presentó, declara haber sido falsa imposición ésta y otra que
le ahijaron: declara el buen tratamiento que le hicieron los Padres y los
indios (porque corrió voz que le habían muerto), declara la cristiandad de
los indios, la limpieza, ornato y música de las iglesias: declara cuan lejos
están los Padres de servirse de los indios, declara que no se les vio esco-
petas (porque aun no las había prestado D. Pedro de Lugo): declara otras
cosas imputadas de émulos, á que se remite el suplicante.
2.° Poner mal los españoles con los indios
«7. La segunda calumnia es que los religiosos ponen mal á los espa-
ñoles con los indios: y traen en prueba la guerra que hay vúva en la pro-
vincia del Calchaquí, haciéndolos causadores de ella. Y pudieran traer la
historia de los indios Guaycurús, que han sido inconquistables: de quienes
hace mención la carta de la Sede-vacante del Paraguay, punto muy repa-
rable. La historia de Calchaquí conviene explicarla, porque ha muchos
años que se empezó, y muchos de los émulos, por ser entonces de poca edad,
no saben la historia, que pasó así. La provincia de Calchaquí fué incon-
quistable, por las tierras tan agrias, que para su habitación escogió aquel
gentío. Acudían á los valles cuando y como querían á servir á los españo-
les, llevados de algún interés, como lo hacen cuando se les antoja los Guay-
curús en el Paraguay. Entró por estas montañas el apostólico varón Padre
Juan Darío con un compañero, que fueron los primeros que echaron la hoz
á aquella mies, reduciéndola á poblaciones. De toda aquella gente fabrica-
ron cinco. Aprendieron con incansable porfía su lengua, en que les predi-
caron, enseñaron y bautizaron. Del trabajo é inusitadas comidas y crecida
edad, estuvo este fervoroso varón para rendir la vida. Acudieron luego
los españoles por el servicio personal. (Juzgan, Señor, algunos, que en re-
cibiendo el gentil el agua del bautismo, es ya oveja que se ha de dejar
desollar aunqne le pese, y que el cura ha de cerrar los ojos; y si reprende
ó habla, él saldrá mordido.) Persuadieron los PP. á los indios que acudie-
sen al servicio de los españoles. Ibaseles cada día aumentando el detes-
table servicio personal (no se disputa aquí si se debía), con ausencias largas
de sus mujeres y hijos, y pérdida de sus labranzas. Los españoles frecuen-
taban los pueblos, á título de que cualquier desmán de los indios había de
cargar sobre los pobres Curas. Tratarles de que hay Cédulas de los seño-
res Reyes, y Ordenanzas confirmadas de D. Francisco de Toledo, que pro-
hiben estas entradas, era sacrilegio y crimen para tratar de la expulsión
de los Curas. Creció la libertad hasta la impudicicia contra las mujeres y
hijas de los indios, que \a atosigados, zaherían á los PP. que por su causa
tenían tan pesado yugo, y que el de Dios era insufrible: pues gentiles, vi-
vieron con desahogo y libertad: y ya cristianos, experimentaban una into-
lerable servidumbre. Por otra parte los españoles, mostrándose ofendidos,
se quejaban de los Padres, diciendo que se alzaban con sus indios: y así
trataron de que los religiosos dejasen aquellos pueblos. Así se ejecutó con
harto sentimiento de los indios, que declararon bien sus lágrimas y llantos.
Los españoles, juzgando por de ovejas aquel rebaño, ya sin pastor, subie-
- 625 -
ron á la sierra. Halláronlos tan fieros tigres, que algunos quedaron muer-
tos á sus manos, y otros escaparon apenas con las vidas. Encarnizados los
indios, bajaron á los valles, asolaron con rabiosa furia la ciudad de Lon-
dres: mataron los españoles, los negros, los indios, las mujeres y niños que
pudieron haber á las manos, sin perdonar á cosa viviente. Ni perdonaron
las viñas: abrasaron las mieses, robaron cuantiosos números de hacienda
de las casas, ropa de los obrajes, sin dejar en las estancias cabeza de gana-
do. Salieron desvergonzadamente ufanos con los afortunados sucesos á
campo con los españoles varias veces, saliendo vencedores: impidieron el
paso del Puerto de Buenos Aires al Perú, con que causaron muchos daños.
Proveyó de socorro la Audiencia de los Charcas con soldados, y sesenta y
dos mil pesos corrientes de la Real Hacienda de V. M. y por cabo áD. An-
tonio de Ulloa, que á la sazón hacía oficio de Fiscal. El cual, aunque hizo
su esfuerzo para alcanzar el remedio, no consiguió nada. El escarmiento
hace que los españoles deseen con insistencia que estos indios se recojan
de paz, y vivan y gocen della á su antiguo modo. El Presidente D. Juan
de Lizarazu, buscando medios para esta pacificación, le parece único que
la Compañía vuelva á recoger de nuevo esta gente, y así lo ha propuesto.
Donde se concluye claramente cuan poco ajustados andan á la verdad los
que ahijan esta guerra á la Compañía. Mejor dijeran que la ruina que se
ve hoy, y miserable consumo de noventa mil indios, que ha treinta años,
poco más, que matriculados se reconocieron sirviendo á los españoles, ya
hoy reducidos á mil, les ha inducido á buscar el logro de su conservación.
«8. La misma calumnia pudieran haber puesto en el suceso de la na-
ción Guaycurús, que son cuatrocientos indios, que habitan las tierras fron-
terizas del Paraguay que divide el río: y confinan con la nación Itatí, que
son de la jurisdicción del Perú. Esta nación no la han podido sujetar los
españoles; antes aquéllos tienen á éstos muy amedrentados, por ser suma-
mente belicosos, haciéndoles continuos daños, robándoles los ganados, des-
truyéndoles sus labores y sementeras, llevándose hurtadas las mujeres, y
entre ellas una hermana del más insigne Gobernador que tuvo aquella
tierra, que fué Hernandarias de Saavedra. El cual invitó á la Compañía se
encargase de domesticar aquella gente: en que fundó la paz de aquella
república, ofreciendo en nombre de V. M. cuatrocientos pesos para el sus-
tento de dos religiosos. Ejecutóse así. Entraron dos Padres por aquellas
tierras de tan bestiales indios, que sin hacer sementeras, sembrar ni recoger
cosas, andan vagando por aquellos campos, llevando consigo unos pellejos
que les sirven de casas, y arman á las orillas de las lagunas para susten-
tarse de pescado y caza. Hay por toda aquella tierra para cada hora del
día su especie de mosquitos, y para la noche otras. Esta gente trataron
estos religiosos de reducir. Las incomodidades, trabajos y necesidades que
padecieron, no puede la imaginación llegar á imaginarlo. No fué más fácil
de vencer la contradicción de los indios, que, recelosos de los españoles,
concebían descrédito de los Padres. A cuya perseverancia vencidos ya los
indios, se redujeron á población casi á vista de la ciudad, el río en medio.
Cesaron los robos de caballos, destrucciones de estancias, ruinas de semen-
teras: abrieron puerta á que los españoles entrasen seguros por sus tierras
á recoger el ganado vacuno de que abunda aquella tierra. Con esta paz
cesaron centinelas: dormían con seguridad los españoles: iban sin los pa-
40 Organiz.vcióx Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo ii.
-626-
sados recelos á sus labranzas: quedaban seguras en ellas sus mujeres.
Duró este sosiego y paz todo el tiempo que á los religiosos les fué per-
mitido estar entre los indios, con harto fruto de los hijos y gente moza: que
los ya de edad, envejecidos en su modo de vivir antiguo, dábales en rostro
la virtud. Hicieron los PP. arte de la lengua, para facilitar su estudio: es-
cribieron la Doctrina cristiana, compusieron sermones, con que corría la
fe con prósperos sucesos. Llegó un Prelado á aquella iglesia, ignorando los
trabajos pasados que habían causado aquellos indios á la república. Vio
sólo la paz presente: puso los ojos en los cuatrocientos pesos.
«9. Sirva de confirmación de esta verdad el caso siguiente: La ciudad
de la Concepción del Río Bermejo era una, quizá la más florida, de más
comercio y expectación de aumentos que hubo en aquellas provincias, por
la abundancia de algodón, cera, lienzos, cáñamo y otras cosas, que traían
mucho número de marchantes. Tenía allí V. M. una muy lucida población
de indios, que daba á la Real Hacienda numerosas entradas de dinero en
obrajes; y al paso que se iba acrecentando el comercio, se iba acrecentando
el trabajo de los indios de este pueblo y otros, que estaban á cargo de sus
encomenderos, todos doctrinados por varios sacerdotes. Rendidos ya total-
mente los indios al trabajo, intentaron sacudir el yugo de sus hombros.
Convocaron los indios gentiles sus vecinos: y dando de repente en los espa-
ñoles, mataron algunos, y uno ó dos sacerdotes. A otros pusieron una
rueca para que hilasen, ejercicio en que decían haberlos molestado. Apo-
deráronse de la ciudad y haciendas, haciendo gran destrozo. La gente espa-
ñola se recogió toda á un convento de religiosos, donde guarecieron sus
vidas, zahiriéndoles los indios con los agravios que publicaban haber reci-
bido de ellos. El único remedio fué huir: porque las ciudades vecinas rece-
laban en sí el mismo daño, y así no pudieron socorrerlos. Salieron huyendo
y lastimosamente: las mujeres y niños á pie descalzo por aquellos campos,
necesitados del abrigo y del sustento, quedando sus enemigos ricos de des-
pojos. A quien cegó con providencia el cielo para que no los siguiesen,
que les hubiera sido fácil despojarlos también de las vidas. Con este afán
llegaron á la ciudad de San Juan de Vera, donde el suplicante los vio, bien
lastimado de verlos ayer tan prósperos, y ya tan miserables que pedían
limosna. El Gobernador del Puerto envió dos veces gente en buen número
al castigo de los delincuentes y reedificación de la ciudad; pero ni lo uno
ni lo otro tuvo efecto. Antes volvieron huyendo los soldados, dejando á los
enemigos ochocientos caballos, con que se fortalecieron y quedó toda aque-
lla tierra perdida. Pregúntese si se halló aquí alguno de la Compañía? ¿Si
tenía á su cargo alguna Doctrina? ¿Si en la ciudad tenía algún colegio?
¿Si tuvo alguna vez alguno de ellos trato ó conversación con aquellos
indios, para poderse presumir que, por haber puesto mal á los españoles
con los indios se rebelaron? No causan. Señor, aquellos alborotos religio-
sos que por su instituto profesan evitarlos.
«10. Amplíese más este punto. A los Césares pretendieron conquis-
tar los españoles. Entraron con grandioso aparato por sus tierras. Pero
escarmentados en los indios de Chile sus vecinos, no quisieron recibir el
yugo: y no hubo allí religioso de la Compañía que les hablase mal, é indu-
jese á no recibir á los que pretendían conquistarles. Y así despidieron los
españoles de sus tierras, los cuales usando de cordura, dejaron la empresa
-627-
como imposible. A la provincia del Chaco entraron también conquistado-
res. Dejáronlos vivir los indios en sus tierras todo el tiempo que no expe-
rimentaron pesadumbres. Pero viendo sus tierras penetradas, trasegadas
sus haciendas, apetecidas sus hijas y mujeres: se juntaron en tan grande
número, que reconocido por el gobernador de aquella conquista, dando una
gran palmada dijo: Vive el cielo que de esta vez pongo en España doce mil
ducados de renta. Entendiendo mal que los indios venían á darle la paz.
Cuando llegando á su presencia los embajadores, le dijeron que ya había
diez años que estaba en sus tierras: que tratase de salir dellas, y dejarlos
gozar de su libertad. Y aunque el gobernador, mostrando esfuerzo, les
mostró mucha pólvora y balas, valióle poco la estratagema. Porque aquella
noche le cogieron k;s indios todos los ganados, caballos y muías; con que
les fué fuerza hacer su retirada á pie. Y no hubo entre los indios religioso
alguno de la Compañía, á cuya persuasión pudiesen hacer este desacato.
El pueblo de los indios Chañas que estos años se levantó, y desvergonzada,
mente negó la obediencia á los españoles, que tantos años había conservado-
y ya libre del yugo, por sus tierras les hacía daños, no se levantó por poner
mal con ellos á los españoles los religiosos de la Compañía: porque nunca
esos los doctrinaron, sino otros religiosos.
3.'^ Visitas de los Obispos
«11. La tercera calumnia es que no quieren los de la Compañía que los
Obispos visiten sus Doctrinas. ^Esto es sin fundamento. Porque el Obis-
pado del Paraguay ha sido desgraciado en sus Obispos, porque casi siempre
vive viuda aquella iglesia. Don Lorenzo de Grado estuvo allí tan poco,
que apenas tuvo lugar de visitar sus arrabales. Siguióle D. Fr. Tomás de
Torres: y apenas puso allí el pie, cuando fué fuerza acudir al concilio que
se convocó en los Charcas: y no volvió más, porque se quedó, y murió
electo Obispo de Tucumán. Después de otra vacante, fué D. Cristóbal de
Aresti, el cual llamado de los religiosos, y aun importunado, por el escrú-
pulo de tener tanta gente en sus reducciones por confirmar, fué luego á
visitar las Doctrinas de su jurisdicción. De cu^'a \^isita dio cuenta por sus
cartas al Real Consejo de Indias, en que escribe con honorificencia los tra-
bajos de los religiosos: cuan bien doctrinadas tenían sus ovejas, la música
en la celebración de las misas y culto divino: aseo, limpieza de los templos.
Luego que el suplicante bajó de la Provincia de Tayaoba al Paraná con
once mil almas sacadas de las uñas de los portugueses, volvió el dicho
Obispo á hacer su \"isita á estos indios advenedizos, y á los ya antiguos
habitadores de aquella tierra. Celebró su Visita, con justos sentimientos de
ver aquella iglesia perseguida y acosada de los portugueses. No tuvo más
tiempo para otra A'isita, porque fué promovido al Obispado de Buenos
Aires: y desde entonces está vacante aquella silla: porque á Fr. Bernar-
dino de Cárdenas, Obispo electo años ha de aquella iglesia, el año pasado
le fueron las Bulas. Á don Fr. Cristóbal de Aresti, ya en su Obispado de
Buenos Aires, es testigo el suplicante se le pidió varias veces fuese á visi-
tar las reducciones de su jurisdicción: y el suplicante le instó algunas veces
á ello: los mismos indios bajaron al Puerto con sus embarcaciones á lie-
-628-
varlo (para obligarle): de que se excusó por los peligros del río, por su
mucha edad y poca salud. En lo que se funda la calumnia es en el siguiente
caso que pasó así. Tomó la Compañía dos puestos en los indios Itatines,
fronterizos á tierra del Perú, para ir ganando aquella inmensa gentilidad
al gremio de la Iglesia y servicio y devoción de V. M. Pusiéronse allí tres
sacerdotes. Corrió la voz entre los gentiles: y entre los que acudieron á la
novedad, fué una nación ferocísima llamada Payaguá, crueles enemigos de
los españoles, en quienes han ejecutado atroces muertes, cautivando sacer-
dotes, sirviéndose dellos desnudos con bárbara inhumanidad: con que se
han hecho terror de toda aquella tierra, sin ser posible sujetarlos por las
armas: y aun se desesperaba poderlos domesticar por el Evangelio: tanta
fué siempre su barbaridad y dureza. Estos reconocieron en el religioso
trato de los Padres que debían ser otra especie de hombres: viendo la ense-
ñanza de los indios, frecuentes sermones y doctrinas, se aficionaron á la
virtud, que aun á las bestias rinde. Comunican ya mucho á aquellos Padres
(aunque los dos rindieron ya las vidas en lo más florido de la edad á manos
de trabajos: para suplir esta falta dejó un religioso la cátedra de Artes que
leía, prueba del concepto que hace la Compañía de la conversión de los
gentiles). Estos Pa3'a2:uás, han pedido á los Padres que quieren ser cristia-
nos y reducirse á pueblos, deseosos de que sus hijos gocen de la enseñanza
que los demás habitadores de aquellos pueblos. Pidieron los religiosos y su
Provincial al Obispo fuese á confirmar los ya cristianos: deseó hacerlo; pero
es testigo el suplicante que no hubo clérigo ni secular que quisiese acom-
pañarle de miedo de los Payaguás. El P. Justo Mansilla (á cuyo religioso
trato y de sus compañeros se habían rendido aquellos bárbaros) pidió con
instancia varias veces al Obispo esta Visita, asegurándole su vida y las de
todos los que le acompañasen: y aun se obligó á que los mismos indios de
quien tanto temor tenían, los llevarían y volverían con toda seguridad. Lo
cual se echó á engaño, interpretando que dificultad tan grande la minoraba
la Compañía con traza de que no dando crédito á ella, cesase la X'isita.
Mal infirieron: y antes se saca la consecuencia clara que no impiden los de
la Compañía las visitas de los Obispos, pues con tanto ahinco procuraron
ésta, y consiguieron las otras antes dichas.
4." Visita de los Gobernadores
«12. Dice la cuarta calumnia que los religiosos no dejan que los Go-
bernadores vayan á visitar los indios.— No es creíble. Señor, que Goberna-
dores en las Indias, y tan lejos de V. M., sean tan humildes, que se dejen
sujetar de unos pobres religiosos, y tan sujetos á cualquiera señal de los
mandatos de \'. M. y sus ministros, principalmente siendo ya cosa bien
conocida que los Gobernadores, mientras más se apartan de la soberana
grandeza de V. M., en cuya presencia son invisibles, van aumentando más
su estimación: en tanto grado y con tanta soberanía, que cualquiera simple
proposición á sus órdenes, aunque no sean ajustadas, se reputa por resis-
tencia á la justicia. Y si hubiesen sucedido algunos agravios, quitándoles
á los indios sus embarcaciones, haciéndoselas llevar muchas leguas á ellos
mismos, costeándose ellos mismos su sustento, sin que el Gobernador les
— 629-
gratifique ni el trabajo de llevarlas, ni el precio dellas, que les quitan
para sus intereses: no se puede decir que es resistencia el avisarle deste
agravio, ni del mal ejemplo que se sigue de él: ni del impedimento que
estas acciones y otras peores, ponen al Evangelio: ni por esto ha de decir
el Gobernador que le vedan la visita de su distrito. Poder tiene el sacer-
dote para reprender los vicios: y á ningún Gobernador se ha hecho con
descortesía. Algunos, sí, la han afectado con los sacerdotes. Que hayan
visitado las veces que hayan querido, es infalible verdad. El Gobernador
Hernando Arias visitó á S. Ignacio é Itapúa, luego que se fundaron por la
Compañía: y en su gobierno no se fundaron otras. Manuel de Frías, don
Luis de Céspedes, las visitaron sin contradicción: y siendo éste llevado
preso á Chuquisaca, y privado del gobierno, envió la Audiencia de Char-
cas otro en su lugar, Martín de Valderrama. El cual, lo primero á que
atendió fué á empadronar los indios: á que el suplicante se halló y trabajó
en sosegarlos, por los agravios que recibieron de los soldados que llevó
consigo (que siempre son en buen número), porque no había ni mujer, ni
hija, ni cosa segura á su apetito: y es testigo el suplicante que por haberle
dado éstos y otros avisos importantes al desempeño de la conciencia
de V. M. y de la suya, convocó de secreto los caciques en su casa, y les
persuadió á que le pidiesen en público que echase de allí aquellos Padres,
e hizo otras diligencias bien opuestas á su oficio. Estas escandalosas accio-
nes encendieron más á los indios el amor de sus Padres, confesando
deberles todo el ser que tenían de cristianos. A este Gobernador siguió
don Pedro de Luso: y con haber poco que se había hecho el padrón, lo
volvió á hacer, sin contradicción de nadie, antes con mucho aplauso y fiesta
que le hicieron: y sin replicar los indios á los agravios que reciben, y gastos
excesivos á su pobreza, con tanto acompañamiento de soldados que llevan
consigo los Gobernadores. Todo lo cual consta por las Visitas que hicie-
ron y padrones. Luego, falso es decir que los religiosos no quieren que
visiten los Gobernadores. Los Gobernadores dichos lo han sido del Para-
guay. Los del Puerto de Buenos Aires nunca los han visitado, porque
nunca han salido de aquel puerto: y rara vez alguno ha visitado las pobla-
ciones de españoles de su gobierno.
5.° Tratos y contratos
«13. La quinta calumnia es que los Padres tienen tratos y contratos
y con esto tienen ocupados los indios. =Sea testigo de la falsedad desto la
Majestad de aquel Señor que es Juez de vivos y muertos, á cuyo tribunal
fuerza [sic] la pasión que lo ha inventado. Sea testigo entre otros que pre-
sentará el suplicante si se le mandare, D. Lorenzo Hurtado de Mendoza,
Obispo electo del Río Janeiro, persona que ha habitado el Occidente
muchos años. El cual, movido de la extrema necesidad de dichos religiosos
que con mucha razón se pueden llamar apóstoles de aquella gentilidad,
les juntó socorros de limosnas, siendo administrador en los Chichas. Y
avecinándose más, siendo Prelado en la jurisdicción del Río Janeiro, vio
algunas veces los dichos religiosos caminar á pie muchas leguas en busca
de los indios, descalzos, rotos, sin llevar otro ajuar ó repuesto que una
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hamaca ó red para dormir, sustentándose con raíces de mandioca: tan
flacos, tan descoloridos y acabados, que más parecían retratos de la muerte
que hombres vivos. Mal dice tanta pobreza con el interés de contratos que
publican émulos, si bien lo que su malicia finge, aprueba la verdad. Cóm-
pranles los Padres á los indios la voluntad á precio de trabajos para que
se reduzcan, á costa de continuos desvelos para doctrinarlos y hacerlos
tan doctos como son en la doctrina: con ajustarse hombres tan letrados á
la pequenez de sus ingenios: con perseverancia en sufrirlos y sobrelle-
varlos. Con esto los rescatan del gentilismo para hacerlos esclavos del
demonio, hijos libres de Dios. Será bien. Señor, que sean examinados
testigos: y pregúnteseles ¿qué casas habitan estos religiosos? Son unas
pobres chozas pajizas. ¿Qué ajuar poseen? El Breviario y Manual para
bautizar y administrar Sacramentos. ¿Qué sustento tienen? Raíces de man-
dioca, habas, legumbres: y es testigo la Majestad de Dios, que en pueblos
de gentiles se pasaban veinticuatro horas en que el suplicante y sus com-
pañeros, ni aun raíces comían, por no pedirlas á los indios, recatando el
serles cargosos, trabajando con ellos todo el día, en catequizar, predicar,
bautizar, confesar, y curar sus almas y cuerpos: á cuyos trabajos rindió el
alma en manos del suplicante, el P. Martín de Urtazum, nobilísimo nava-
rro, que renunció, por morir en los brazos de tan apostólica pobreza: la
cual al suplicante y sus compañeros tuvo ya á pique de entregarlos á la
muerte. A la misma rindió al P. Diego Ferrer, y P. Nicolás Ignacio esta
pobreza, y otros muy lucidos sujetos, á quien no la edad, porque eran
mozos, sino la misma miseria de dormir sobre un poco de paja ó algún
pellejo, los arrebató. Averigüese, Señor, esta verdad: saqúese en limpio.
¿Quién sirve á V. M. con veras? ¿Quién le reduce vasallos á costa de su
vida? ¿Quién le ofrece los tributos, ajenos de intereses propios? ¿Quién le
defiende sus tierras sin estipendio? ¿Quién le busca soldados indios
que las amparen? Cuántas veces, encontrándose el suplicante con tro-
pas de portugueses, fué maltratado de ellos , y puesto ya para ser
peloteado con sus arcabuces, no por otro delito que defender las tie-
rras de V. M. y sus vasallos indios, sin otro interés que el amor tan
debido á V. M.: y por confesar el debido vasallaje que se le debe, negán-
dolo ellos, y afirmando tener su rey. De que dos años antes del alzamiento
de Portugal, puesto el suplicante á los Reales pies de V. M. la primera
vez, dijo estas palabras: Señor, desde aquellas remotas provincias he dado
voces con carias á esta Corte, manifestando los intentos de los portugueses^ y
por la distancia que hay de tantas leguas no he sido oído: y así vengo á los
reales pies de V. M. á pedir el remedio de los males gravísimos que justamente
se temen. Pretenden Señor, quitar á V. M., la mejor pie^a de la Corona que
son las Indias. Dentro de dos años se rebeló Portugal, y ha cuatro que el
suplicante asiste en esta Corte, con hartos sufrimientos, sin otro interés
que hacer servicios á V. M. Averigüese, Señor, y sépase quien apoya las
acciones portuguesas, quién contradice las armas de fuego que el supli-
cante ha pedido con instancia para los indios (ya único remedio, como se
ve en el n. 1 y 2), para lo cual ha ofrecido el suplicante que la limosna
que V. M. da á los religiosos se emplee en eso. Y si fuere necesario, tiene
ofrecido en sus memoriales vender los ornamentos de las casas de su pro-
vincia, para el mismo fin, con deseo de que toda aquella tierra conserve
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la lealtad á V. M., pues de ella depende el conservarse en la fe católica.
V conocidos quien son claramente, se conocerá que son los inventores de
estas calumnias.
«14. Averiguada ya, Señor, no la pobreza que oprime á los religiosos,
sino la miseria y desnudez con que sirven á Dios y á V. M.: averigüese el
tesón y cuidado con que aprenden en todas las Indias las varias lenguas
que hay, con tanta perfección que les parecen nativas. Todos cuantos suje-
tos hay allá y V. M. con su Real liberalidad envía, aprenden las lenguas:
y hay sujetos que saben dos y tres de indios: y en partes donde hay fre-
cuencia de negros, como en Buenos Aires, Córdoba y otras partes, hay
lenguas de negros: de que han hecho artes y libros, para que se vaya con-
servando este santo arbitrio: con que se ganan muchas almas de negros:
que, si son ladinos se confiesan más claramente y sin empacho; si bozales,
se averiguan sus bautismos, se catequizan y saben la doctrina, en que se
han hecho muy grandes servicios á Dios. Y para que conste de esta verdad,
hay órdenes de los PP. Generales, que inviolablemente se guardan, que
ningún sacerdote de la Compañía haga su solemne profesión, aunque sea
aptísimo para ella, si no supiere alguna lengua de indios ó negros. Y el
suplicante ha impreso los libros que en el número 5 dice, haciendo fundir
caracteres diversos para diversas pronunciaciones. Y no se atribuirá á
inmodestia el referir estos servicios, cuando no se atiende al interés y
premio, sino á satisfacer á calumnias, que una religión ofendida á los
Reales ojos de V. M., tan benemérita de su Real servicio, acosada de
calumnias (que vestidas de religioso traje pretenden arrebatarle el cré-
dito), haga reseña de servicios, usando de violencia en reprimir lo que en
descrédito de sus émulos pudiera lícitamente publicar.
6.° Servicio de los españoles
«15. La sexta calumnia es que los religiosos no quieren que los indios
sirvan á los españoles en servicio personal. =Esta queja. Señor, no es ya
contra la Compañía, sino contra V. M,, contra los señores Reyes sus pro-
genitores, contra sus Reales Cédulas, contra Ordenanzas de Visitadores
Reales, que son casi infinitas, y á ellos les son muy notorias, en las cuales
expresamente manda \^. M. se quite el servicio personal, descargando su
Real conciencia con las de los Obispos y Gobernadores: mandando asimis-
mo que, pagando los indios el tributo que se les impusiere, vivan libres en
sus pueblos, como los demás vasallos de V. M. Con que está respondido á
este punto. Y cuanto al tributo, los indios que la Compañía ha reducido,
nunca han sido tasados. Porque cuando Don Francisco de Alfaro^ Oidor
que fué de los Charcas, con mandato de V . M., visitó aquellas provincias,
no habían entrado dichos Padres á la espiritual conquista de dichos indios.
Y habiendo ya pasado los diez años que V. M. concede libres de tributo á
los convertidos á nuestra santa fe desde su conversión: siendo D. Pedro de
Lugo Gobernador, le hizo notorio por parte de la Compañía el P. Diego de
Alfaro, rector del colegio de la Asunción, como habían ya cumplido algu-
nos los diez años: pidiéndole diese orden que pagasen el debido tributo
á V. M., y el dicho Gobernador respondió que no le pertenecía á él eso,
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sinó al Visitador que V. M. enviase á la Visita y tasa de dichos indios.
Y pues el Gobernador se excusó con tan justa causa, de que ningún cuerdo
le pondrá culpa; mucho menos la pondrá él á los religiosos, á quienes sólo
incumbe buscarlos por los montes, reducirlos á pueblos, enseñarles nuestra
santa ley, bautizarlos y conservarlos en ella, y tenerlos expuestos á la
Real voluntad de V. M., á quien reconocen por su señor. Pero para que
de todo punto se deshaga esta calumnia, consta de Memoriales, y de quince
veces que el suplicante, en espacio de cuatro años que asiste en esta
Corte, entre otras cosas ha pedido á W M., que se nombre Visitador
[¿y Comisario?] que los visite y tase. Y mostrándose V. M. tan señor de
aquellas Indias cuanto desinteresado de ellas, en tres años no ha querido
responder á este punto, hasta que, instando el suplicante se tasen y tribu-
ten: pidiendo que con estos tributos sean gratificados algunos vecinos, hijos
de conquistadores, teniendo atención á sus servicios: V. M. se ha servido
de remitir la Visita al Obispo y Gobernador, añadiendo con su real benigni-
dad que los indios, los ya convertidos, como los que se convirtieren, no
paguen tributo alguno en veinte años. Con lo cual parece que queda des-
liecha esta calumnia.
7." Conquista por armas
«16. La séptima, que los dichos religiosos conquistan los indios por
armas. ^No dejará de dudar ya aquí alguno que tan atentos reparos en
ajenas acciones, dejen de llevar algún interesado fin ó de desdoro ajeno, ó
de interés propio. Léanse las historias de los religiosos que en aquella pro-
vincia han padecido martirio: léanse las informaciones que por orden del
Ordinario se han hecho: y se verá claramente que sin ayuda de español
alguno, se entraron por aquellas tierras de gentiles, llevando por armas
unas cruces en las manos, que juntamente sirven de báculos. Y si después
de haber experimentado agravios de los gentiles, poca fe en su palabra de
recibir pacíficamente á los predicadores del Evangelio, llevan indios ami-
gos que los defiendan: quién dudará que eso sea muy lícito? Si absoluta-
mente dicen que los religiosos hacen guerra á los indios, para forzarlos á
recibir nuestra santa fe, es intolerable ignorancia ó sobrada malicia juzgar
que aquellos religiosos ignoran el modo que Cristo nuestro Señor dejó á
sus Apóstoles de predicar y introducir su Evangelio (Suar. de Fid. tract. 1
disp. 18. sect. 1. n. 10. Id. disp. 18. De bell, sect. 5. nn. 7 et 8. IMaior, in 2.
dist. 44. q. 2.) Si alguna apariencia tiene esta calumnia, fúndase en que
habiendo el suplicante varias veces solo y sin armas, con solos quince
indios amigos, acometido á la grandiosa provincia de Tayaoba (que fué el
mayor cacique que se vio en aquella región, inexpugnable por las frago-
sas sierras, arrebatados ríos, montañas muy espesas) á hacer rostro, con la
verdad del Evangelio, al mentiroso culto con que el demonio se hacía
adorar en huesos secos de indios, que en vida fueron sus discípulos y en
muerte los hacía honrar por dioses en templos que les fabricaban los gen-
tiles, donde colocados acudían á sus falsas adoraciones y sacrificios,
pidiendo á tan mentidos dioses el remedio de sus necesidades: donde en
guerras se mataban y comían tan frecuentemente, que discurriendo por
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aquellas partes el suplicante, topando ollas grandes de carne ya cocida,
juzgando ser de javalís, comió alguna vez, y sus compañeros, carne
humana: hallando después los pies, manos y cabeza de hombres: donde
finalmente era imposible que las armas abriesen camino á sujetarlos, como
el suceso mostró algunas veces. A esta provincia acometió con el Evan-
gelio vanas veces con peligro de la vida, de que fué repelido, escapando
por muy espesos montes con pérdida del ornamento portátil, su único
ajuar, sin que correspondiese á tan justo y repetido deseo buen suceso
alguno. Buscó prestadas cinco escopetas, y con veinte indios amigos volvñó
á aquella leonera. Fabricó con toda diligencia en un descollado campo, que
señoreaba gran parte de aquellas tierras, un fuerte de madera á la usanza
de la tierra. Fabricó dentro casas pajizas, y un largo galpón, para ostenta-
ción de fuerza. Al silencio de la noche hacía disparar á compás las esco-
petas; y en buen número de tiros, que resonaban por aquellos campos y
montes. Entraron en cuidado con esta estratagema los gentiles, juzgando
había en el fuerte grandes prevenciones, y fuerza inexpugnable. Jun-
táronse como número de tres mil flecheros, que acudieron á reconocer el
fuerte: y atemorizados con la apariencia, se retiraron. Ya por curiosidad
de ver al suplicante, acudieron particulares caciques, que los recibía en la
puerta, por no hacer patente su poca fuerza. Estos convencidos con fuertes
y amorosas razones, y algunas cortas dádivas de anzuelos y cuentas, dieron
oídos á que el fin de esta estratagema y prevenciones no pretendían más
que su salud eterna por medio del santo Evangelio. Conocido este intento,
dieron en acudir muy grandes tropas de hombres mujeres, y niños, llevando
su pobre ajuar para poblar allí, dejando sus quebradas, sus cuevas, y sus
escondidos alojamientos; con que en muy breve tiempo se fundó una lucida
villa de mil vecinos. A cuya emulación, sin ser necesario repetir estrata-
gemas, venían de las interiores provincias á pedir que en ellas se fundasen
semejantes poblaciones. Y así se hicieron algunas más numerosas, de á
dos mil y tres mil vecinos. Este fundamento tiene esta calumnia; de que
librara al caso cualquier juez desnudo de pasiones. Y si la ceguedad de los
émulos no les privara de la razón, bien pudieran reparar en tan heroico
acto de caridad, en la terrible hambre que se padeció en aquel fuerte: pues
el sustento de muchos días fueron yerbas silvestres, y raicillas aun no usa-
das por las bestias. En el alojamiento tan pobre, que las camas eran un
poco de paja, en un bien riguroso invierno. En los recelos continuos de
perder la vida: pues si el cielo no les hubiera cegado á los gentiles, treinta
solos bastaban para quitársela. En el premio que la fe podía esperar en
tierras tan remotas, tan sin testigos. Y no es pequeña providencia del
cielo el permiso de esta acusación, para que estas verdades, que ocultas
quedaban ya en las manos del olvido, las libre de él tan justa defensa.
8." Armas de fuego á los indios
«Hacen mucha fuerza diciendo que la Compañía comete grave caso
en dar armas de fuego á los indios, que es la total ruina de aquella tierra:
sobre que se han actuado papeles. =La proposición en parte es falsa. Por-
que si bien la Compañía ha procurado que las dé el que puede, porque
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con verdad juzga el único remedio para resistir á los rebeldes; el Go-
bernador D. Pedro de Lugo se las dio: y nadie condenará el hecho, sino
la facilidad en concederlas para resistir al enemigo y la inconstancia con
que, felizmente resistido, condena su misma acción de haberlas dado, exa-
gerando el caso con decir que los indios tienen fraguas en que se forjan
escopetas y se labran armas. — A esta calumnia está en parte respondido
en el número 1 y 2; pero será necesario añadir algo en éste. De la lealtad
á V. M. de los portugueses de S. Pablo, siempre se dudó. De sus intentos de
conquistar el Pirú, consta por los papeles auténticos y cartas de la Audien-
cia de los Charcas, y de otras personas celosas del servicio de V. M., por
las cuales consta haber llegado al paso de Sta. Cruz de la Sierra, tierra ya
vecina á Potosí. Que la villa de S. Pablo y otras circunvecinas echen
cuatro ó cinco compañías de cuatrocientos y quinientos hombres mos-
queteros con cuatro mil y más indios flecheros, gente muy belicosa y bes-
tial, es cierto: porque el suplicante y otros religiosos sus compañeros los
han visto varias veces por aquellos campos marchar con mucho orden de
guerra, en que están muy ejercitados: y tanto en andar á pie y descalzos,
que, como pudieran andar por las calles de esta Corte, caminan por aque-
llas tierras, montes y valles, sin ningún estorbo, trescientas y cuatrocien-
tas leguas: sin que jamás les falte la comida, porque saben coger el tiempo
en que los piñones están sazonados y los parajes donde han de hacer pro-
visión: saben las poblaciones de los gentiles, de cuyas labranzas se susten-
tan y previenen para adelante. La miel silvestre es mucha, y la diligencia
de los Tupis en buscarla es rara. Con que caminan con regalo. Y ansí ha
sucedido á estos portugueses estar tantos años ausentes de sus casas, que
juzgados ya por muertos á manos de los indios, se casaron sus mujeres; y
volviendo vivos, hallaron ajenos hijos, llevando ellos los que en las indias
gentiles procrearon. La resistencia á esta gente se refunde en sola la
ciudad de la Asunción, que sola ella y otros pocos españoles, residuo de
tres ciudades, que los portugueses destruyeron, forman un Obispado y un
gobierno. Los españoles que incluye este gobierno se duda si pasan de
cuatrocientos: y cuando de éstos haya trescientos que puedan manejar
armas, será mucho. Son mny buenos tiradores de escopetas, pero nada
ejercitados en caminos: porque son buenos jinetes, y á pie no dan un paso.
El ocio y paz con que han vivido, atendiendo sólo á defenderse de los indios
guaycurús y payaguás, y el agasajo y regalo de sus casas, les es impedimento
para discurrir por pantanos, breñas y montañas en busca del enemigo: y el
ber éste tan pujante, como ya se ha dicho, hace temeridad acometerle ó
seguirle, cuando es imposible con tan corto número de soldados hacerle
resistencia. Y si cuando reputados estos portugueses por vasallos de V. M.
se hacía este discurso para la seguridad de aquella tierra, ahora que tan
libremente ya han hecho plaza de sus dañados designios, '^qué juicio se hará
en tan apretado caso que obliga á buscar remedio ó entregar la tierra? De
la lealtad de los vasallos de V. M. en aquel gobierno, no hay lugar á duda,
horque primero ofrecerán sus cuellos al cuchillo, que macular su lealtad,
deredada de la noble sangre de sus progenitores. Que por este fin perezcan,
ningún útil se halla al servicio de V. M., principalmente pudiendo dar me-
dio en la seguridad de sus vidas y de aquella tierra, sirviéndose V. M, de
sus vasallos indios armándolos con instrumentos de fuego, que sus armas
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antiguas de flechas, garrotes, piedras y otras ningún daño pueden hacer al
enemigo. Si de su valor se duda, ya se vio en el n. 1 y 2 cuan bien se mani-
fiestan. Si de su lealtad, que es el reparo común, no parece hay duda, por-
que gente que con tantas veras abrazó nuestra fe Católica, conservándose
en ella tantos años con tan gran firmeza, que hasta hoy se ha visto alguno
que haya apostatado, antes han muerto algunos á manos de sus mismos pa-
rientes gentiles, en confirmación de la ley que recibieron. Y no pocas veces
ha sucedido que, entendiendo el precepto divino de no matar á la letra, pu-
diendo ellos matar muchas veces á sus enemigos, portugueses, se dejaron
antes cautivar y hacer esclavos, y padecer división de sus mujeres é hijos,
pérdida de sus haciendas, destierro de sus patrias, por no quebrantar (así lo
pensaban) el quinto precepto del Decálogo. Afírmalo así el suplicante como
testigo de vista, y experiencia que tiene de casi treinta años. Y no es me-
nor argumento de esta fidelidad, que ofreciendo los portugueses á estos
indios cristianos libertad de conciencia, y permiso libre de vivir al modo
que vivieron en su gentilidad, con multiplicidad de mujeres (así dejan vivir
á los Tupís de que se sirven), y los demás vicios que á la deshonestidad
acompañan; á que por este medio se les entreguen, y concibiendo horror
á un bautismo, un matrimonio, y á una sola mujer, desamparen nuestra fe
y aborrezcan á los religiosos, que con yugo suave los unen á su Criador
(consta de los papeles que se presentaron en la Junta): siempre han huido
de tan perniciosos enemigos, por conservar la ley que recibieron. Prueba es
esta, Señor, de gran lealtad á Dios: y quien al Rey del cielo muestra esta
fineza, no hay duda que la guarde al de la tierra. No ha sido el menor motivo
para reducirse á pueblos la noticia que tienen de la grandeza de V. M., su
justicia, su benignidad y el amparo que da á los que se amparan de su Real
nombre. Y es tan asentada verdad ésta, que á sola esta voz de un Gober-
nador: El Rey me envía: se humillan, rinden y sujetan de manera, que cual-
quier agravio que éste les haga lo llevan en paciencia: y ni aun á pensar
mal contra los Gobernadores se atreven, aunque los desuellen, por vene-
ración sola del que los envía. Véanse las historias, y ellas digan si algunos
indios se rebelaron é hicieron daño á los españoles antes de haber sufrido
de éstos insufribles agravios. En el Tucumán noventa mil indios que se
entregaron á los españoles perecieron en treinta años á sus manos; y unos
pocos que habitan aquellos campos, libres de este yugo, se conservan hoy,
y aun se aumentan. Y en las demás provincias se puede hacer el mismo
cómputo: pues casi no hay parte ó lugar de toda la América donde no
estén dando testimonios de esa verdad las poblaciones de indios des-
hechas, consumidas sus vecindades, acabadas sus familias, y muchos pue-
blos y lugares que, habiendo sido muy numerosos pocos años ha, están hoy
tan despoblados y destruidos, que apenas ha quedado en los paredones
y ruinas de sus casas rastro de lo que fueron. Todo el Pirú prueba esta ver-
dad: y muy en particular el Reino de Chile, donde en toda la tierra de paz
que poseen los españoles, sirviéndose de los indios, apenas han quedado
muy pocos; y los que sacudieron el yugo de su pesada servidumbre, sin
embargo de lo que les ha consumido la guerra, que han sustentado más de
cuarenta y cinco años, se han conservado y aumentado en tanto número,
que según consta de la relación que envió á V. M. el año pasado el mar-
qués de Baldes, Gobernador y Capitán general de aquel Reino, pasan de
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cien mil los que dan la paz, fuera de otros muchos que en la tierra más
adentro aun no la han dado. Y ninguno huye de la sujeción y amor que
deben á V. M., sino del pernicioso tratamiento con que los consumen.
Y dado caso que la voluntad de los indios flaquease contra los españoles,
hoy no necesitan de escopetas, sino sólo de convocarse solos los cristianos,
que son en muy buen número. Y si solos cuatrocientos guaycurús gentiles
tienen á raya á los españoles, y aun si quisieran los hubieran ya consu-
mido y muerto: qué harían si se juntasen cristianos y gentiles? Y dado caso
que necesitasen ó quisiesen usar de los mosquetes, esles imposible: como
muy bien advierte el Cabildo ecco. del Paraguay en su carta, y el Padre
Miguel de Ampuero, Rector de la Asunción, en sus escritos, de que de todo
se hace presentación. Y el suplicante también tiene hecho informe á cinco
Tribunales que ha sido remitido. Porque totalmente faltan los materiales
para fabricar la pólvora: y plomo no le hay en toda aquella tierra. Esto
está ya confirmado en el Reino de Chile: donde los indios han cogido
buena cantidad de escopetas: y hasta hoy se ha visto usar de alguna de
ellas, con tener consigo cautivos españoles y mestizos, que saben hacer
pólvora, por no tener la materia de su fábrica. Y la experiencia enseña que
los indios leales defienden las tierras de V. M. con estas armas. En el
puerto del Callao de Lima las usan contra los holandeses y otros enemi-
gos, en donde sirven dos compañías de indios con capitanes y oficiales de
la misma nación, En Trigopampa, provincias de Tomina, en Pilaya, en
Paspaya, fronteras de infieles, usan destas armas los indios en defensa de
los españoles contra sus mismos naturales, de que se ven muy bien defen-
didos los españoles, sin que se haya experimentado abuso en el uso de ellas.
De donde evidentemente se siguen algunas conclusiones. La primera que
la Compañía no dio las armas. La segunda, que el Gobernador las dio. La
tercera, que hizo bien en darlas. La cuarta, que hace mal en contradecir-
las. La quinta; que en todo caso conviene que V. M. mande se les den, ó
el Virrey del Perú, á quien V. M. lo tiene remitido.
«17. El tener una ciudad ó villa una fragua, no es delito; antes la
improvidencia de no tenerla fuera falta, como cosa tan necesaria para
la vida humana: si no es que, como obligaron los españoles otros tiemoos á
los indios gentiles á que de ciento y más leguas acudiesen á aderezar sus
cuchillejos y herramientas á sus pueblos, para detenerlos con esto muchos
meses y aun años en su servicio, se intentó ahora esto en gente ya cristiana,
que de su voluntad se han entregado por vasallos de V. M. Fuera esto muy
reprensible. En cuatro pueblos de veinte y cinco que tiene hechos la Com-
pañía, hay cuatro fraguas, en trecho acomodado para que acudan á ade-
rezar sus herramientas. Pero convendrá advertir que los inventores de
esta calumnia dan á entender que estas fraguas son al modo de las de Viz-
caya: porque oficina donde se fabrican armas (como ellos dicen) de fuerza
ha de ser muy cumplida.— Estas que ellos llaman fraguas, no contienen
más que unos fuelles pequeños, dos martillos y dos tenazas en una cho-
zuela bien corta, donde apenas se pueden aderezar las herramientas sin
las cuales es imposible labrar la tierra. Y no se diga que en habiendo
fragua ha de haber tanto hierro, que se puedan fabricar armas. En toda
aquella tierra del Paraguay, ni en el Brasil, ni en el Perú, hay minas
de este metal. Y si en las ciudades despobladas por los portugueses se
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halló alguna, está ya hoy esa mina en poder de los portugueses. Supuesto,
pues, que no hay hierro en las Indias, y que el que va de acá á allá es
muy caro, y que al Paraguay pasa muy poco por pasar casi todo al Potosí:
y que los indios son tan pobres, que el que puede acaudalar un hacha para
su labranza, es rico, ¿dónde está la fábrica de estas escopetas, que estos
émulos fingen? Y caso negado que la hubiese, ¿era pequeño servicio
á V. M., que ahora se labrasen allí muchas armas, y que por allí hallase
el portugués rebelde resistencia al pertinaz intento que tiene de pasar al
Perú? Repítase, Señor, el caso referido en el núm. 1 y 2, que con siete
escopetas que dio D. Pedro de Lugo, vencieron los indios vasallos
de V. M., quinientos portugueses bien armados, y les quitaron por des-
pojo dos mil indios cautivos que llevaban. ¿Qué hicieran, Señor, si tuvie-
ran dos mil mosquetes? ¿Si se vieran honrados de V. Al, y amparados por
semejante servicio? Cierre este párrafo una conjetura: que el que trata de
quitar las armas á aquellos indios, fieles vasallos de V. M., da indicios de
amistad con los portugueses, y de neutral en la debida obediencia y amor
á V. M.
9.° Despoblar reducciones
«18. La nona calumnia es que la Compañía despuebla las reducciones
sin licencia, y esconde los indios de los españoles. ^El fundamento de esta
calumnia es que, habiendo los portugueses asaltado tres ciudades de espa-
ñoles (de que consta en el Real Consejo de Indias) y llevádose consigo
parte de los españoles y casi todos los indios sujetos á dichas ciudades: inten-
taron también llevarse los pueblos que la Compañía tenía y había fundado-
Defensa no la había á tan insolente enemigo: y así era fuerza retirar los
dichos pueblos. La licencia para este retiro se había de pedir á la Real
Audiencia de Chuquisaca: ésta distaba setecientas leguas: el enemigo
estaba ya casi á vista de los pueblos. Y así el suplicante y sus compañeros
se determinaron á recoger la más gente que pudieron, y retirarse con
ella, que fueron en número de once mil almas: y por varios caminos y
desiertos, montes y ríos, los bajaron al río Paraná, jurisdicción del Para-
guay, en donde algunos distaban doscientas ó trescientas leguas, y hoy no
distan más que cuarenta ó cincuenta leguas: en donde han sido visitados
y empadronados dos veces por dos Gobernadores que ha habido después
que bajaron de tan lejanas tierras, que por serlo tanto, pretendían los por-
tugueses ser de su jurisdicción. La Audiencia de Chuquisaca, á quien se
dio aviso de todo, aprobó la dicha mudanza: y la estimó por servicio hecho
á V. M. muy calificado, y tal que cualquier Gobernador que la hubiera
ejecutado, con sólo este servicio, viniera á esta Corte á pedir mercedes
á V^. M. Ocultólo la Compañía con esperar las del cielo, hasta hoy, que la
razón le obliga á amparar acción tan noble, cuanto ultrajada de la emu-
lación. Y quitada ésta, se verá claro el servicio que á V. M. se ha hecho.
Porque si estos indios los hubieran llevado los portugueses, hoy estuvie-
ran con ellos fortificando sus fronteras: tuvieron ayuda y guía en ellos para
las entradas que pretenden al Perú: fueran finalmente amigos de los ene-
migos de V. M.; que sólo haberlos conservado en esta devoción, es esti-
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mable servicio. Pero adelántase más: pues hoy están con muy gran
voluntad ofreciendo tributos y juntamente sus personas é industria para
la defensa de aquella tierra, sin estipendio ni esperanza de otro premio
que el real agrado y servicio de V. M. De todo lo cual consta la falsedad
de esta calumnia.
«19. Para prueba del intento de este Memorial, hace presentación el su-
plicante de un exhortatorio que el P. Miguel de Ampuero, Rector del cole-
gio de la Asunción, hizo al Gobernador D. Pedro de Lugo, en razón de la
conveniencia que había de no prohibir las armas á los indios después de
haber obrado tan felizmente con ellas. Otro del dicho rector al Cabildo
contra Francisco Rivas Gavilán, sobre la denunciación criminal que hizo
en el juzgado laico contra los religiosos que defendieron las tierras
de V. M. contra sus rebeldes enemigos. Una petición del dicho Rector al
Cabildo, en que contradice la dicha denunciación criminal: por donde
aparece no haberle querido dar traslado de dicha querella. Otro exhorta-
torio del mismo al dicho Cabildo, por donde consta la malicia con que bus-
caban firmas de vecinos, solicitándolas por caminos torcidos, para auto-
rizar sus informes é informaciones contra la Compañía, en razón de las
armas que pretenden contra los rebeldes portugueses. Un requerimiento
del P. Francisco Clavijo, protector de los indios, digno de que ^^ M. lo
vea, porque por él consta la invasión de los portugueses, el destrozo que
dellos hicieron los indios, y la remisión del Gobernador. Una carta de la
Sede vacante del Paraguay en que sin pasión informa de la verdad del
caso. Un testimonio del escribano del Cabildo, en que da fe que el Gober-
nador no le quiso dar los papeles, para que no diese traslado de ellos, con
ánimo de que sólo los suyos pareciesen en esta Corte: y vese clara la mali-
cia del dicho Gobernador en que dichos papeles vienen autorizados por
el Provincial de la Compañía, y no escribano real.
«20. Las reducciones que la Compañía tiene son poblaciones que desde
sus principios fabricaron sus hijos, reduciendo aquellas gentes bárbaras
que imitando á las bestias, vivían por los riscos, valles y quebradas; sacán-
dolos de aquí á poblaciones que dellos se han hecho, donde los sacerdotes
que los juntan, siendo por sus prendas y talentos merecedores de puestos,
pulpitos y cátedras, se han sabido ajustar á tanta pequenez, que, dejando
aparte la diligencia con que los doctrinan para la vida eterna, aun para la
temporal les han enseñado todos los oficios que forman una república:
sastres, carpinteros, herreros, con los demás oficios: y no ha sido menos
útil el de labrar la tierra con arados: cuyos instrumentos y su uso se lo
han enseñado los mismos religiosos con la práctica, con que sustentan sus
familias con abundancia. El aseo y limpieza de los templos suple su
pobreza. La música é instrumentos con que se celebran los divinos oficios
remedan mucho á los de Europa. Y si en la devoción ya justa debida ex-
cede, atribuyese á los auxilios con que Dios fomenta aquella nueva planta,
siendo instrumentos deste bien los sujetos que V. M. con tanta liberalidad
envía á costa de sus reales tesoros. Este fruto tan brevemente referido,
trata el Gobernador y mal afectos hombres, que cese. El fin es para que
los indios sean siempre bestias: para que sin quejarse sufran los trabajos
con que los afligen: de que los Reyes pasados y \'. M. , advertidos, han
enviado casi infinitas Cédulas en su remedio. El medio es el reparo que
-639-
hacen en el gasto que V. M. hace con los religiosos Curas: sin atención á
que la liberalidad con que de las Indias envía Dios á V^. M. tan grandes
tesoros, es por la franqueza con que V. M. los emplea en su servicio, repar-
tiendo de los tesoros de las Indias ricas del Perú con los pobres del
Paraguay: y aun sin reparo de que quizá cesando aquellos gastos, cesen
aquellos emolumentos.
«21. Y aunque el Gobernador proponga que sin este gasto habrá
quien se encargue destas Doctrinas con el sustento natural que dicen, no
es posible que sin grave detrimento de su honor se atreva alguno al cultivo
de mies que no sembró. Y si sin interés se oírece á ello, es cierto que
su sustento ha de salir de los mismos indios: conque se les acrecerá nueva
carga, y no la menos grave. Si por trabajar en servicio de la Iglesia,
aquellas regiones están llenas de gentiles en que podrán ejercitar sus
fervorosos deseos, como este año pasado hicieron dos de la Compañía, que
despedazados á manos de gentiles acabaron gloriosamente. El año de
treinta y uno, con ocasión de un Informe de ministros celosos del servicio
de Y. M,, se trató de que la Compañía tomase algunas Doctrinas que se
pretendían quitar: á que en ninguna manera asintió su modestia. Pero ya
que el arbitrio del Gobernador y Cabildo seglar del Paraguay es que se
ponga estanco de Doctrinas, á rebaja de la limosna que V. M. da, se haya
de admitir: se debe. Señor, advertir, que la conquista de aquellos indios
costó á la Compañía diez y seis hijos sacerdotes de aventajados talentos,
que han muerto los siete dellos con atroces muertes á manos de gentiles,
en odio de nuestra santa Fe: otro á escopetazos de portugueses, cuya
muerte ha calificado la Universidad de Salamanca y la de Alcalá, y otros
particulares maestros, por martirio. Y aunque los demás no murieron al
rigor del cuchillo, pasaron desta vida por grandísimos trabajos, desterra-
dos de sus deudos y de sus patrias en tierras tan remotas; además para
buscar cincuenta sacerdotes lenguas, será menester esperar algunos años
que la aprendan, cuya dificultad aprende sólo el que con suficiencia
ha aprendido alguna.
«Últimamente pide y suplica á Y. JM. que en caso que haya de haber
mudanza ó postura en las dichas Doctrinas, el suplicante en nombre de
su provincia las toma por el tanto que otro bajare. Y si V. M. se sirviere
de quitar desde luego el estipendio, con toda sumisión acepta el mandato
de V. M., que toda su provincia está muy sujeta y obediente, y servirá de
valde las dichas Doctrinas: porque hijos engendrados con tanto dolor,
cualquier intereses poco para su rescate. Otrosí, pide y suplica á V. M. se
sirva mandar que el Consejo Real de Indias mande hacer información de
todos los puntos que contiene este Memorial. Y si fuere necesario para
mayor satisfacción de las verdades que representa, se remita este ¡Memo-
rial al Virrey del Perú y á la Audiencia de los Charcas: para que por él
como por interrogatorio, sean examinados los testigos: Que en ello reci-
birá merced etc.»
640
Núm. 53.
'1708.— Memorial del P. Francisco Burgés al Rey. Responde á varios
cargos. Enumera los servicios de los Guaraníes
«Señor»
«1. Francisco dk Burgés, de la Compañía de Jesús, y su Procurador
general de la Provincia del Paraguay (cu^'os religiosos por orden de V. M.
y" de sus progenitores los Reyes Católicos, doctrinan los indios de las
Reducciones del Paisana y Uruguay, que son soldados presidiarios de aque-
llas provincias):
«En nombre de dichos indios, pone en la noticia de V. M. los grandes
y continuos servicios que los dichos indios han hecho }' continúan haciendo
á V. M., no sólo defendiendo sus pueblos de los indios bárbaros y de los
portugueses y mamelucos del Brasil, sino también impidiendo á éstos el
paso para que no penetren á los Reinos del Perú y minas de Potosí (porque
por la mano derecha y á la banda del norte del Río de la Plata no hay pue-
blo alguno de españoles que se lo pueda estorbar, sino solas las Reduccio-
nes de los indios de los ríos Paraná y Uruguay que doctrina la Compañía,
como se ve en los mapas): y á más de esto, socorriendo las ciudades y pobla-
ciones de españoles de los gobiernos de Paragua}' y Buenos Aires, siempre
que han sido llamados de los Gobernadores para defenderlas de los ene-
migos europeos, y de los indios bárbaros y rebeldes, lo cual consta de ins-
trumentos presentados por el suplicante á V. M. el año de mil setecientos
cinco.
«2. Habiendo ido á Roma el suplicante con licencia de V. M. á tratar
los negocios de su Provincia: tuvo noticia que el año setecientos y cuatro,
por orden del Gobernador de Buenos Aires, cuatro mil indios presidiarios
de dichas Reducciones, armados, aviados y sustentados á su costa, sin
gasto alguno de la Real Hacienda, bajaron á Buenos Aires para desalojar
segunda vez al Portugués (el año de seiscientos ochenta lo hicieron la pri-
mera vez), como por Marzo de setecientos cinco lo desalojaron de la colonia
del Sacramento, que está á la parte del norte, enfrente de la ciudad de Bue-
nos Aires, mediando sólo el río de la Plata entre las dos poblaciones. Y
cuando los dichos indios con sus Doctrineros, y el suplicante, esperaban
por éste y los demás servicios que V. M. los premiase, confirmándoles las
gracias concedidas por sus antecesores, como se han conservado y aumen-
tado hasta ahora, y concediéndoles otras de nuevo para animarse á servir
á V. M. con mayor empeño, vuelto de Roma á esta Corte el suplicante, ha
recibido cartas de su provincia del Paraguay en que le avisan cómo se tra-
taba de imponerles nuevas cargas de diezmos, y de aumentar los tributos:
y que obligaban á los indios de tres pueblos de dichas Reducciones, llama-
dos San Ignacio, Ntra. Sra. de Fe, y Santiago, á que fueran á Maracayú
-641 -
al beneficio de la yerba (es ésta la más pesada carga del servicio personal
á los españoles que se les puede imponer), en virtud de Reales Cédulas
expedidas por informes de la Audiencia y Arzobispo de los Charcas y
Obispo de Buenos Aires (que V. M. remite estas materias á la dicha
Audiencia y al Oidor que va á visitar las Reducciones, como quienes tie-
nen las cosas más presentes). Las cuales Cédulas le avisan parece no se
han ejecutado, por haberse ganado con informes inciertos: y si se llegan á
ejecutar, será para ruina espiritual y temporal, no sólo de los indios de los
dichos tres pueblos, sino de todos los demás de dichas Reducciones, y aun
de las ciudades y pueblos de los españoles de los gobiernos del Paraguay
y Buenos Aires: con que los portugueses del Brasil tendrán el camino
franco y también los mamelucos, para apoderarse de los Reinos del Perú,
y minas de Potosí, y se cerrará la puerta á la conversión de los infieles y
á la manutención de los ya convertidos en el Paraguay.
«3. Los fundamentos en cuya virtud se despachó la primera Cédula,
por quince de Octubre de seiscientos noventa y cuatro, á Don Antonio
Martínez Lujan y á D. Miguel Antonio de Ormaza, Oidores de la Real
Audiencia de la Plata, para que visiten las reducciones de indios Guaranís
que doctrina la Compañía en los Obispados de Buenos Aires y del Para-
guay: parece son por informe del Obispo de Buenos Aires (como consta
de la narrativa de dicha Real Cédula, diciendo: «\'isitó quince pueblos ó
Reducciones de indios Guaraníes, todos muy numerosos de gente, v que
toda aquella muchedumbre era inútil á su iglesia, por no haberla recono-
cido la contribución de diezmos y primicias de los frutos que coge, que son
copiosos, especialmente la yerba del Paraguay: 3^ crecía cada día su gente
esta nación, por ser la más ociosa y libre de servidumbre que había en
todas las Indias: y nunca cesaban los religiosos, por el cariño que tienen á
estos indios, de solicitarles nuevas exenciones: pero era veneno para el
indio: que no estando sujeto á servidumbre, nunca está seguro: porque no
lo estaban éstos, así por su natural inconstancia, como por no haber poder
para sujetarlos: pues en gente y armas, excedían mucho al resto de aquellas
provincias: y así pendían de su arbitrio.» Hasta aquí las palabras de la
narrativa de la dicha Real Cédula. Con que las quejas del dicho Obispo
son sospechosas, por ser parte interesada en los diezmos: y se reducen á
cuatro. La primera, que dichos indios no pagan diezmos de los frutos copio-
sos que cogen. La segunda, que es gente ociosa }■ libre de servidumbre"
La tercera, que los Padres de la Compañía les buscan exenciones, que son
veneno para los indios. La cuarta, que no estando sujetos á servidumbre
no están seguros.
«4. A la primera queja, que los indios no pagan diezmos, se responde,
que pagando los indios encabezados en la Real Corona tributo á V. M., de
que se saca el sínodo para los Curas, que los doctrinan (como en estos pre-
sidiarios indios se ejecuta), y cuidando ellos mismos de los edificios de las
iglesias y su ornato, se cumple con el fin porque Dios mandó pagar los
diezmos, que es el sustentar los Curas que los doctrinan, administran
los Sacramentos y hacen las demás funciones conexas con el oficio de
párrocos. Por lo cual parece que no hay obligación en las dichas circuns-
tancias de pagar otro diezmo fuera del que se paga en el tributo con que
sustenta V. M. los Curas. Allégase á esto que los diezmos se han de pagar
41 Organización social de las doctrinas guaraníes.— tomo ii.
— 642-
conforme los usos y costumbres de las provincias (así lo sienten común
mente los Doctores): y no habiendo uso ni costumbre en la provincia del
Paraguay que los indios paguen otro diezmo fuera del incluido en el tri-
buto que pagan á V. M. ó á sus encomenderos, desde que por los años de
quinientos cuarenta la conquistaron y poblaron los españoles hasta ahora:
en la cual están amparados en contradictorio juicio por las Audiencias de
los Reyes y la Plata (consta de tres instrumentos que presenta el supli-
cante): de aquí es que satisfacen los indios de dichas reducciones á la obli-
gación de los diezmos con el tributo que pagan á V. M., de que se saca el
sínodo para sus Curas. Y no es razón que siendo tan beneméritos por los
muchos servicios hechos á V. M. (que se expresan en este Memorial),
paguen más diezmos que los otros indios no tan beneméritos de dicha Pro-
vincia. Y parece que así lo manda la ley 13. tít. 16. lib. I de la Recopila-
ción de Indias, que dice así: «Ordenamos y mandamos que en cuanto á los
diezmos que deben pagar los indios, de cuáles cosas, en qué cantidad (sobre
que hay variedad en algunas provincias de nuestras Indias), no se haga
novedad por ahora, y se guarde lo que en cada provincia estuviere en cos-
tumbre. Y si en alguna conviniere hacer novedad, nuestra Real Audiencia
de la Provincia y el Prelado diocesano, cada uno en su Obispado, infor-
men en nuestro Consejo de las Indias de lo que se guarda y debe guardar,
para que visto, Nos proveamos lo que más convenga al servicio de Dios
nuestro Señor y bien de los indios.»
«5. A lo que se dice, que los frutos que cogen dichos indios son copio-
sos, especialmente la yerba del Paraguay, se responde que los frutos que
cogen, apenas bastan para su sustento, como es maíz, judías y otras legum-
bres, raíces de mandioca ó yuca, camotes, etc.: y para vestirse, algodón.
Y si el Doctrinero no hiciera una buena sementera de los dichos frutos para
darles semilla que siembren el año siguiente (pues siendo todos labrado-
res, raro de ellos tiene providencia de reservarla), y socorrer á los impedi-
dos y enfermos, y á los que se les acabó la comida que cogieron, no pocos
dejarían sus pueblos y se irían á buscar su vida por los montes y bosques
de donde los sacaron los Misioneros; con que se destruirían las reduccio-
nes. De lo mismo sirve el algodón para vestir á los impedidos y necesitados,
y para mantillas de las criaturas que nacen, para que por falta de abrigo
no se mueran. Y si el Doctrinero no se las da, no tiene el indio de donde
sacarlas. La yerba del Paraguay, que unos pueblos la tienen de cosecha y
otros la buscan con el trueque de otros frutos: es para su uso (con que no
se conoce embriaguez entre ellos, siendo tan universal en los demás indios),
y para pagar el tributo á V. M. y comprar lo necesario para alhajar y
adornar sus iglesias. Y la Audiencia que existió en Buenos Aires dio per-
miso, pudiendo bajar cada año doce mil arrobas: y ningún año han llegado
á dicho número (consta de la información que con ésta se presenta). Y así,
estos frutos, si se atiende que con ellos se ha de acudir en lo dicho á todo
un pueblo de tres mil á cuatro mil, y á veces de cinco mil almas, antes bien
son limitados, que no alcanzan para socorrer á tantos necesitados que no
tienen más refugio que el Doctrinero: y con la yerba se satisface á las obli-
gaciones expresadas, pertenecientes á los diezmos.
«6. A la segunda queja, de que los indios es gente ociosa y libre de
servidumbre: se responde: Que no se hallará nación de indios en todas
-643-
aquellas provincias que haya hecho tantos servicios á V. M. á su costa,
como la de los Guaraníes, así en defender aquellas provincias de los ene-
migos de la Corona, como en socorrer las provincias de los españoles de
las ciudades de Buenos Aires y del Paraguay, siempre que los Gobernado-
res se lo han mandado, como se ve en los números 17 y 18: y así es la gente
más ocupada y útil al bien común de aquellas provincias, y aun de los Rei-
nos del Perú, que hay en todos aquellos países. Por otra parte, estos indios,
con su trabajo de labrar los campos, se sustentan y visten, sin que para
ello necesiten de que les socorra V. M. ó los españoles de aquellas provin-
cias. Y si esto no basta para que no sea gente ociosa, con el mismo funda-
mento se podría decir que los soldados y labradores españoles, así de las
Indias, como de España, son gente ociosa: lo cual, por ser grande absurdo,
no se puede admitir.
«7. Y á lo que se añade, que son los más libres de servidumbre que
hay en las Indias, se responde ser verdad, si se comparan con los encomen-
dados á los españoles de aquellas provincias, lo cual no es delito alguno,
sino sólo gozar la libertad que Dios les dio, criándolos libres, y que los
Sumos Pontífices por sus Bulas Apostólicas y los Reyes Católicos por sus
Reales Cédulas han declarado que son tan libres como los demás, y man-
dado que se les trate como á tales: y por eso prohibido con graves penas su
esclavitud y servidumbre, bastándoles que estén sujetos á Dios, á Su San-
tidad, á V. M. y á sus Gobernadores, como presidiarios en aquellas provin-
cias contra los portugueses y mamelucos del Brasil: y de ir con copiosos
socorros á las ciudades del Paraguay y Buenos Aires para defenderlas de
los enemigos. Ni son solos estos indios Guaraníes los que están libres de
servidumbre de las encomiendas á los españoles, mitas, etc.; sino otras
muchas naciones de indios que por sus servicios lo merecen, como son los
indios de guerra de Chile, desde la defensiva (consta de las leyes 6y 7 título
16. lib. 6. de la Recopilación de Indias): en el Cuzco los indios Cañaris; en
el districto de la Real Audiencia de Panamá, los indios del Darien y
Guabi: lo cual también estos indios Guaraníes supieron merecer, sujetán-
dose á Dios y á V. M. por sola la predicación del Evangelio, sin ser con-
quistados por armas: y con otros servicios hechos á V. M, que se ven en
los núms. 17 y 18 de este Memorial: y dicha gracia consta de la ley 43, tít. 8.
lib. 6 de la Recopilación de Indias.
«8. A la tercera queja, se responde que los religiosos de la Compañía
sólo solicitan que se cumpla lo que V. M. tiene mandado en el tít. 10
del lib. 6 de la Recopilación de Indias, especialmente en las leyes
1, 6, 7, 22, y 23, que se cuide del buen tratamiento de los indios, y que no
reciban agravio de los españoles, ni de otras personas. Y en la ley 15,
tít. 14, lib. 3 de ella, se manda á los Virreyes y Presidentes, tengan muy
particular cuidado de su buen tratamiento, y den cuenta á V. M. de lo que
en esto se faltare. O si no, dígase qué exenciones han solicitádoles
que no estén en las leyes de la Recopilación de Indias, ó conforme á lo que
en ella se manda. — Y esto no es por cariño que tienen á los indios (y aun-
que fuera así, no era culpable, pues el hacerlos cristianos y conservarlos
les ha costado y cuesta mucho trabajo, sudor y aun sangre que han derra-
mado, perdiendo la vida no pocos á manos de los bárbaros); sino porque
cumplan con las obligaciones de cristianos, sean leales vasallos de V. M.,
- 644 —
defiendan sus pueblos y aquellas provincias, de los enemigos de la fe y de
la corona: lo cual no solamente es de utilidad de dichos indios y de los espa-
ñoles de aquellas provincias, sino también de toda la Monarquía.
«9. De donde se infiere la respuesta á la cuarta queja: y se añade que
sin fundamento se añade ser veneno para el indio solicitarle las dichas
que llama exempciones, y que no estando sujeto á servidumbre no está
seguro. Porque la experiencia enseña lo contrario: pues con éstas que
llama exempciones, se han conservado desde su reducción y conversión á
la fe, hasta ahora (que á lo menos pasan de setenta años), y han ido en
aumento, así en lo temporal como en lo espiritual, como lo dice el mismo
Obispo por estas palabras, hablando de las Reducciones que visitó: «Todas
muy numerosas de gente^ bien asistidas de los religiosos en lo espiritual, con tem-
plos capaces, decentemente adornados; y los indios bien instruidos en las doctrinas
y costumbres, etc., etc., con que no turo más que hacer que confirmar veinti-
cuatro mil muchachos de ambos sexos, f Lo cual no acontece así en otros
pueblos de indios encomendados en su diócesis, que no tienen dichas que
llama exempciones, ni están al cuidado de la Compañía, que pide el
Obispo en su informe que se extingan, y se incorporen sus indios en otros
pueblos.
«10. Ni obsta á lo dicho la natural inconstancia del indio, que se vence
con el buen tratamiento que les hacen los doctrineros de la Compañía, y
con instruirlos y fundarlos en el santo temor de Dios, y las demás obli-
gaciones de cristianos, y en la obediencia y sujeción que deben tener
á V. M. como á su Rey, y á los Gobernadores como á sus ministros. Con-
que aunque sean superiores en número y armas, no son necesarias otras
para sujetarlos, sino las dichas del buen tratamiento, etc., como se ha visto,
pues nunca se han rebelado, antes bien siempre han acudido á la defensa
de aquellas provincias y ciudades de los españoles, que si no fuera por
ellos, ya los enemigos de la Corona se hubieran apoderado de ellas. Con-
que las que llama exempciones y el estar sujetos á servidumbre, no son
veneno para el indio, sino triaca que causa su conservación y aumento
y también de los españoles de aquel país. Y al contrario, el estar sujeto el
indio á servidumbre, es su veneno y destrucción en lo temporal y espiritual,
yendo cada día á menos, huyéndose unos de los pueblos á sus montes y
selvas, ó á los infieles, viviendo como ellos, por librarse de la servidumbre:
rebelándose otros, 5^ juntándose con los indios enemigos y bárbaros que
infestan las haciendas y ciudades de los españoles; teniéndoles en continua
inquietud, de que hay no pocos ejemplares en el Paraguay y Tucumán,
como son los indios Guaycurús, Payaguás, Calchaquís y los del Chaco,
que los autos de sus guerras paran en la Secretaría.
«11. Omítese la respuesta á otras quejas ó calumnias contra dichos
indios y sus Doctrineros, por constar lo contrario de instrumentos presen-
tados por el suplicante el año de 705. La primera, de que no pagaban tri-
buto á V. M. Y consta de tres de los dichos instrumentos presentados por
Septiembre ó Octubre, que lo habían pagado hasta el año de 703, que salió
el suplicante de Buenos Aires. La segunda, que los Obispos y Goberna-
dores no visitaban los pueblos ó Reducciones de dichos indios, por estor-
barlo sus Doctrineros. Y consta lo contrario de cinco instrumentos pre-
sentados por Marzo, que son las Visitas que han hecho los Obispos del
- 645 -
Paragua}', y Buenos Aires: y cómo éste, convidado por los Padres para
la Visita, se excusó dos veces: El quinto es de solas las Visitas del Gober-
nador del Paraguay. Y otros que se presentan ahora del modo que reciben
los Gobernadores cuando van a visitarlos. El Gobernador de Buenos
Aires nunca las ha visitado, ni las otras ciudades de su gobierno (porque
dicen tiene orden de que no salga del presidio de dicho puerto) (1). La
tercera, que los Curas de dichos indios no guardan el patronazgo Real,
por no ser presentados del Patrón, etc. Y consta de los instrumentos pre-
sentados por Marzo de sus presentaciones por el Patrón y colación canó-
nica por el Ordinario ó por su comisión. La cuarta, que los Doctrineros
no enseñan la sujeción á V. M. y á sus Gobernadores. Y de los números
17, IS y 41, consta lo contrario, por los muchos instrumentos de copiosos
servicios que á su costa han hecho y hacen, presentados por Marzo, y por
otros dos con este Memorial, en que siempre va con ellos algunos de los
Padres por sus capellanes.
«12. Los fundamentos en que estriba la segunda Real Cédula, de
obligar á los indios al beneficio de la yerba, son los informes que por
orden de V. M. dieron el Arzobispo y Audiencia de los Charcas: y se
reducen á cuatro. El primero que los indios de dichos tres pueblos, San
Ignacio, N.''^ S.'^ de Fe y Santiago, han acudido al beneficio de la yerba,
desde el tiempo que existió la Audiencia de Buenos Aires (que fué desde el
año 663 hasta el de 672 ó 673): y que siendo dichos tres pueblos de la Gober-
nación del Paraguay, no había razón de eximirlos de dicho beneficio más
que á los otros indios del mismo gobierno. El segundo, que el beneficio de
la yerba es tan necesario, que sin él no se pueden mantener aquellas pro-
vincias de Indias, por ser el único fruto la yerba, que está en lugar de ali-
mento: pues con su comercio y trueque consiguen lo necesario para la
vida política. Y por la gran diminución que ha habido de indios con las gue-
rras de los portugueses y mamelucos del Brasil, insinúa que no puede dicho
beneficio conservarse, sin que acudan los indios de dichos tres pueblos.
El tercero, que dicho beneficio de la yerba es conforme á las Ordenanzas
de D. Francisco Alfaro, confirmadas por la ley 3, tít. 17, lib. 6 de la Reco-
pilación de Indias. El cuarto, que el beneficio de la yerba no es tan gra-
voso como se presenta, yendo los indios á su tiempo, pagándoles sus jorna-
les, y estando bien asistidos. Conque no hay inconveniente en que los
dichos tres pueblos vayan al beneficio de la yerba. Estos, Señor, son los
fundamentos.
«13. Al primero responde el suplicante que la Audiencia de Buenos
Aires en 13 de Enero de 1666 mandó fuesen al beneficio de la yerba los
indios de los pueblos Caaguazú y Aguaranambí, que llaman los Itatines
(y ahora después de la mudanza de dichos pueblos, hecha el año 669 con
licencia del Gobernador del Paraguay, D. Juan Diez de Andino, que soli-
citó la dicha provisión, se llaman N.^ S.^ de Fe y Santiago): más los indios
de dichos pueblos, como soldados presidiarios, suplicaron de dicha provi-
(1) Esta aserción se ha de entender de la generalidad de los Gobernadores
de Buenos Aires: de otro modo no sería exacta: pues aun antes del P. Francisco
Burgés, había ido hacer visita muy de propósito en 1747, el Gobernador don Jacin-
to Láriz, y después del mismo Padre estuvieron en Doctrinas, los Gobernadores
Zavala, Andonaegui, Cevallos y Bucareli. Véase el §. 44.
— 646-
sión, y se les admitió la súplica (consta de los autos de esta causa, á fs. 15
que presenta el suplicante), pues ni antes ni después de dicha provisión
han ido los indios presidiarios de los dichos pueblos al beneficio de la yerba
del Paraguay, como consta de las informaciones en las respuestas á las
preguntas 4 y 11, que con ésta presenta, hechas en la ciudad de la Asun-
ción, donde asiste el Gobieriio del Paraguay, quien manda ir á los indios
á Maracayú al beneficio de la yerba, que todo suele parar en la dicna ciu-
dad: y los testigos son oculares que tienen las cosas presentes, por ser
vecinos de la Asunción, interesados en el beneficio de la yerba; los cuales
con juramento afirman que nunca han ido los indios presidiarios de dichos
tres pueblos, al beneficio de la yerba del Paraguay: á cuyo informe se ha
de estar, y no al de los Charcas, que como dista óOO ó 700 leguas del Para-
guay, y falta la comunicación de los correos, carece de las noticias necesa-
rias y ajustadas.
«14. Y parece que la Audiencia de Buenos Aires el año de 6o8 implí-
citamente revocó su provisión del año 665, cuando en contradictorio jui-
cio mandó que los dichos dos pueblos de Caaguazú y Aguaranambí se
encabezasen á la Real Corona, y corriesen como todos los demás que doc-
trina la Compañía de Jesús en el Paraguay en virtud de una Real Cédula
de 661 qne así lo ordena, que parece en la foja 75 de los autos presentados;
y también parece se colige de dichos autos. Porque la Audiencia de
Charcas revoca los decretos de la Audiencia de Buenos Aires del año
de 666 en que confirmaba los autos del Gobernador del Paraguay, por
faltarles jurisdicción para imponer mitas nuevas ó cargas á dichos indios;
y que las partes ocurriesen á V. M. que podía imponerlas; y en el ínterin
que lo resuelva, ninguno de los Gobernadores del Paraguay, con ningún
pretexto los saque de las reducciones ni haga novedad en esta materia.
La cual Provisión por Julio de 688 se intimó al Gobernador del Paraguay,
quien la obedeció: y respondió que en su conformidad se guarde, cumpla
y ejecute lo que S. A. manda, como consta de los autos presentados desde
la f. 90 hasta 93. Porque si dichos indios presidiarios hubieran asistido al
beneficio de la yerba desde el año de 666 que lo mandó la Audiencia que
asistió en Buenos Aires, ¿para qué fin el Gobernador del Paraguay el
año de 684 y la Audiencia de Charcas el año de 685, confirmando los autos
de dicho Gobernador lo habían de mandar, sino sólo porque no se había
ejecutado la Provisión de la Audiencia de Buenos Aires?
«15. La razón porque los indios presidiarios de los dichos pueblos
nunca han ido al beneficio de la _verba, aunque sean del gobierno del Para-
guay, yendo los demás indios encomendados de dicho gobierno, es porque
los indios de los dichos tres pueblos no fueron conquistados de los espa-
ñoles, y sólo los misioneros de la Compañía los redujeron á la fe de J. C. y
al vasallaje de V. M., dándoles palabra de que no habían de servir á los
españoles, ni ser sus encomendados, sino que sólo habían de estar en la
Real Corona. (Esta palabra se les dio, porque en mucho tiempo no quisie-
ron convertirse á la fe ni dar la obediencia á V. M., recelosos de que los
habían de obligar á servir á los españoles y ser sus encomendados, porque
padecían muchos trabajos, superiores á sus fuerzas (como lo veían en los
otros indios convertidos, pasados los primeros diez ó veinte años de su
conversión): y está confirmada primero del Vicerey del Perú y Audien-
— 6-17 —
cia de los Charcas, y después por Cédula de V. M , de 23 de Febrero de
633, y de 20 de Noviembre de 647, en que juntamente los señalan y dedi-
can por soldados presidiarios de las fronteras de aquellas provincias para
defenderlas de los portugueses y mamelucos del Brasil, y con ésto impe-
dirles el Paso á los Reinos del Perú y minas del Potosí, como consta de
los autos presentados desde f. 38 y 4U hasta 48. y en la f 57, 69 vta. y 70
hasta 72.
«16. Y en la f. 71, el Vice Rey del Perú, habiendo dado vista á
los fiscales de la Audiencia de Lima y al Protector de los indios, con
Acuerdo de la Audiencia y Oficiales de la Real Hacienda, en su decreto
dice estas palabras: '^ Di la presente, por la cual en nombre de S. M, y en
virtud de loa poderes que para ello tengo (es la Cédula de 14 de Febrero
de 1647 en que S. M. le comete esta materia, y empieza á f. 57 de los autos
presentados), recibo por sus vasallos dichos indios nuevamente convertidos de
tas provincias del Uruguav, Tapes, río Paraná y de Itaíines de la gobernación
del Paraguay, y los declaro por tales y pertenecientes á la Real Corona, y por
partidarios y opósitos de los portugueses del Brasil, y mando que por ahora
sean relevados de mitas y servicio personal, puesto que asisten en dicho presidio,
en que se ju^ga estar bastantemente ocupados en el Real servicio y causa pública,
etcétera^). Lo cual siempre han ejecutado dichos indios presidiarios como
leales y vasallos de V. M. que después de su conversión nunca se han
rebelado, defendiendo aquellas provincias de los enemigos de la Corona.
Como consta de instrumentos presentados por el suplicante el año de 705.
Y si estos indios á su costa no sirvieran de presidiarios, V. M. había de
gastar cada año algunos centenares de millares de pesos para defender
aquellas provincias, más dilatadas que toda España y Francia, como gasta
en mantener los presidios de Buenos Aires y del Reino de Chile, más de
cuatrocientos mil pesos al año, no obstante que sus vecinos españoles se
pueden }• deben defender; y fuera de esto, siempre á su costa han acudido
á los socorros de Buenos Aires y del Paraguay, cuando han sido llamados
de sus Gobernadores, como se ve en los dos números que siguen.
«17. Por orden del Gobernador D. Gregorio de Hinestrosa, el año de
644 vinieron 600 indios armados á la Asunción, para resguardo de su
persona y quietud de la ciudad. Y el año de 645 repitieron el mismo soco-
rro: y el de 646 otro gran trozo de ellos entró en las tierras de los Guay-
curús por mandado del Gobernador [conducidos por el maestre de campo]
D. Sebastián de León. El año de 649 vino un socorro considerable de di-
chos indios armados para seguridad de su vida [del Gobernador] y de la
ciudad: y el de 650 fué otro gran socorro contra los indios Payaguás. Por
llamamiento del Gobernador D. Andrés Garavito de León, Oidor de los
Charcas, fueron el año de 652 dichos indios contra el enemigo Guaycurú,
y reedificaron la iglesia de Santa Lucía. Por mandamieMo del Goberna-
dor D. Cristóbal de Garay el año de 6.56 fueron en dos ocasiones á hacer la
guerra á los indios enemigos Guaycurús y otros sus coligados. Gobernan-
do D. Alonso Sarmiento el año de 660 en el Paraguay, fueron 220 indios á
socorrerlo y librarlo del aprieto en que le tenían sitiado los indios rebeldes
de Arecayá, de que se dirá en el núm. 20. Y en el de 61 por su orden fué
un gran trozo contra los Guaycurús, de quienes alcanzaron victoria, y en-
trando en sus tierras, castigaron sus insultos; y lo mismo repitieron el año
-648 —
siguiente de 662. Gobernando D. Juan Diez de Andino, desde el año de 664
hasta el de 671, fueron dichos indios en cinco ocasiones al Paraguay para
lo que se les ordenó. Por mandado del Gobernador D. Felipe Rege Gorba-
lán, desde el año de 672 hasta 680, en una ocasión fueron 200, y en otra 900
contra los Guaycurús: también tercera vez 400 contra los mamelucos del
Brasil: y acudieron varias veces al reparo y fortificación de los presidios.
En el gobierno de D. P'rancisco Monfortc fueron dos socorros de indios
contra los Guaycurús, de 300 el uno, y el otro de 100: é hicieron donación
de 600 caballos dichos indios, y de cuarenta y cuatro fanegas de grano
(cada fanega allí son por lo menos dos de acá) para el bastimento y avío de
las milicias. Y el año de 688 fué otro socorro de indios contra los ma-
malucos y los portugueses que habían fundado en Jerez (ciudad que fué de
los castellanos del gobierno de Paraguay, que destriiyeron dichos mama-
lucos) desde donde hacen muchas correrías contra los indios fieles é infie-
les de los Chiquitos y de otras naciones, haciéndolos esclavos; y por éso
convenía echarlos de allí. Cuando fué el Gobernador D. Juan Rodríguez
Cota, el año de 700 vinieron por su orden 200 indios armados contra los
Guaycurús.
«18. No son menores los servicios con que han acudido al gobierno de
Buenos Aires, en especial á su cabeza el puerto de Buenos Aires, que es
la puerta de la América meridional. Por orden de su Gobernador D. Men-
do de la Cueva, el año de 640 y 641, fueron 230 de dichos indios presidiarios
armados á las ciudades de Sta. Fe de la Vera Cruz y á S. Juan de Vera
de las Siete Corrientes (ambas del gobierno de Buenos Aires), para el cas
tigo de los indios enemigos calchaquís, caracarás y otros que las infesta-
ban. Siendo Gobernador D. Pedro Baygorri, fueron en dos ocasiones el
año de 655 á las dichas dos ciudades 300 indios presidiarios para sujetarlos
indios rebeldes calchaquíes y frentones, como lo consiguieron. Y el año
de 657 y 658 vinieron una vez 150 indios y otra 300 armados á la ciudad de
Buenos Aires para defenderla de los enemigos europeos: y dieron embar
caciones al socorro de españoles que bajaban de la ciudad de las Corrien-
tes para el mismo efecto. Siendo Gobernador y Presidente de la Audiencia
que existió en Buenos Aires D. José Martínez Salazar, el año de 664 vi-
nieron 150 indios á trabajar en las fortificaciones: y el año de 671 bajaron
500 indios armados para defensa de dicho Puerto. Por mandamiento de
D. José Garro el año de 680 bajron 3000 indios armados, para desalojar
(como desalojaron) el portugués de la Colonia del Sacramento. El año de
688 gobernando D. José de Herrera, vinieron 150 indios armados á recono-
cer el río de la Plata y la costa del Mar, observando si había enemigos y
piratas (este servicio lo ejecutan todos los años por orden de dichos Gober-
nadores, como también por el río de la Plata arriba y otros que desaguan
en él, para ver si vienen los mamelucos del Brasil á infestar aquellas pro-
vincias.) Por llamamiento del Gobernador D. Agustín de Robles, el año
de 697 vinieron 2 mil indios. Por orden del Gobernador D. Manuel de
Prado Maldonado, el año de 702 bajaron 2 mil indios con cabos españoles
señalados del mismo Gobernador, contra los infieles enemigos confedera-
dos y ayudados de los portugueses de la Colonia del Sacramento, con
quienes pelearon cinco días, en que quedaron muertos casi todos los de
guerra, y prisionera toda la chusma enemiga. Y el año de 704, vinieron
— 649-
4 mil indios armados por mandamiento del Gobernador D. Alonso Valdés,
para desalojar (como desalojaron por segunda vez) al portugués de la
Colonia del Sacramento; habiendo antes venido por su orden 300 indios el
año de 703, y 400 indios el de 704 á trabajar en las fortificaciones de aquella
plaza, lo cual consta de documentos presentados el año de 705.
«19. Nada de esto milita en los demás pueblos de indios encomenda-
dos del gobierno del Paraguay, los cuales fueron conquistados de los espa-
ñoles: no se les dio palabra de que no habían de servirlos ni ser sus enco-
mendados: y así no están encabezados en la Real Corona, sino encomen-
dados á los españoles beneméritos. No son constituidos soldados presidiarios
de aquellas provincias contra los portugueses y mamalucos del Brasil y
otros enemigos: no han sido siempre leales vasallos de V. M.: porque
después de conquistados y convertidos á la te, se han rebelado varias veces:
y así son muchas las razones porque los indios presidiarios de dichos tres
pueblos no vayan al beneficio de la yerba, y acudan los demás que son
encomendados, aunque unos y otros sean del gobierno del Paraguay. Y
en el paraje que los indios presidiarios de dichos tres pueblos están desde
el año de 669, por la gran distancia de Maracayú y sus yerbales, aunque
no fuesen soldados presidiarios, y quisiesen ir al dicho beneficio, no se les
podía permitir: }' mucho menos obligar, como se verá en este Memorial en
los números 30 y 31.
«20. A esto se añade que los indios presidiarios de los dos pueblos
llamados ahora N.^ S.^ de Fe y Santiago, á I.*' de Noviembre del año
de 660 socorrieron con unos 220 soldados al maestre de campo D. Alonso
Sarmiento de Figueroa, Gobernador del Paraguay, á quien, con los espa-
ñoles que lo acompañaban, tenían sitiados los indios encomendados del
pueblo de Areca)'á, con otros sus aliados, que se amotinaron contra el
dicho Gobernador y sus españoles, y los combatieron cinco días, con ánimo
de acabar con ellos, y levantar la tierra, como lo tenían entre sí concertado.
Los cuales 220 indios presidiarios, con su llegada retiraron al enemigo,
y libraron al Gobernador y á sus españoles, y con ellos á todo el gobierno
d^l Paraguay, del manifiesto peligro en que se hallaban (como consta este
servicio de instrumento presentado por el suplicante el año de 705). Por
el cual (caso negado que no hubiese otros) habían de ser relevados del
servicio personal en el beneficio de la yerba, aunque antes estuviesen
obligados á él; cuanto más no estando jamás: Antes bien en la f. 71 y 75
están expresados dichos pueblos con el nombre de Itatines, en que se
reservan de todo servicio personal y mitas: y se mandan encabezar en la
Real Corona, y ser soldados presidiarios de aquellas provincias.
«21. De lo alegado hasta aquí se infiere que no se puede compadecer
el ir á Maracayú al beneficio de la yerba del Paraguay y estar en la Real
Corona: y por consiguiente, ni ser encomendados ni servir á los españoles.
Porque la causa de poner estos indios en la Real Corona, es que cumplan
con pagar tributo á V. M., sin que hayan de ser encomendados ni servir á
los españoles y pagar la tasa ó tributo personal á sus encomenderos, como
se usa en el Paraguay. Así lo expresa la prohibición del \'ice-Rey del
Perú, hecha con vista del Fiscal de la Audiencia de Lima, y parecer del
Oidor D. Alonso Pérez de Salazar, y está confirmado por la Real Cédula
en los autos presentados desde f . 40 hasta 48, donde hablando de la pala-
— boO —
bra dada por los jesuítas, que, si se convertían á la fe y daban la obedien-
cia á S. M., habían de estar encabezados en la Real Corona, y ser libres
de servir á los españoles y ser sus encomendados, dice estas palabras en
la f. 47: «se cumpla también mi voluntad, que su conversión no sea por fuerza
de armas sino por medio de la predicación del Evangelio: y su buen trata-
tamiento: que no le puede haber donde el tributo se reduce por los encomenderos
á servicio personal, prohibido por mis Reales Céctulas, que el Dr. D. Francisco
Alfaro, siendo Oidor de mi Real Audiencia de la Plata fué á ejecutar á esas pro-
vincias; V que los que estuviesen en mi Real Corona estarán menos sujetos á
esos agravios, fué acordado etc.-» En el beneficio de la yerba no sólo sirven
á los españoles, sino que son peor tratados que si fueran sus encomen-
dados.
«22. Tampoco se compadece con acudir á Alaraca3'ú al beneficio de la
yerba el ser soldados presidiarios de las fronteras de aquellas dilatadas
provincias contra los portugueses y mamelucos del Brasil, y el ocurrir á
los socorros del Puerto de Buenos Aires. Porque las 150 ó 200 leguas que
ha}' desde sus pueblos á los yerbales, como se dirá en el núm. 31, los ale-
lan de las fronteras para defenderlas de los portugueses y mam.elucos del
Brasil: y también de Buenos Aires para ir á los socorros tan numerosos
que tantas veces se ofrecen, como se ve en los mapas de aquellas provin-
cias.—Al segundo fundamento se responde que la provincia de Indias del
Paraguay se ha conservado y se conservará con el comercio de la yerba,
sin que los indios presidiarios de dichos tres pueblos vayan ni hayan ido á
su beneficio. Pues del mismo hecho consta que se ha conservado hasta
ahora, por subsistir dicha provincia del Paraguay, y con dicho beneficio
que baja con grande abundancia á la ciudad de Santa Fe, donde por los
años de 690 se vendió á nueve ó diez reales la arroba, (siendo su precio
asentado en la Asunción del Paraguay doce reales de plata) que bajada á
5anta Fe, tiene de flete tres ó cuatro reales de plata, por distar más
de 200 leguas de la Asunción. Y en Buenos Aires, distante de la Asun-
ción 300 leguas, se vendió el año de 702 á once, reales de plata la arroba.
Y por esos tiempos los indios de los dichos tres pueblos no iban al bene-
ficio de la yerba, como se probó en el n. 13 y 14.
«23 Ni la yerba es el único fruto, como se quiere decir, con que se
conserva la provincia del Paraguay: y así, aunque faltara su beneficio
con tanta abundancia como al presente se beneficia, se conserv^ará. Por-
que en él se produce mucho algodón, que reducido á lienzos, conduce á
poca costa á las provincias de Buenos Aires y Cuyo, donde tiene buen
expediente. Más: se da bastante tabaco y azúcar, que no sólo en las dichas
provincias de Buenos Aires _v Cuyo, sino también en la del Tucumán,
tienen buena salida, por carecer de dichos géneros. Fuera de ésto, hacen
muchos cueros de ante, por haber allí muchas antas y ciervos: que curti-
dos, los conducen á dichas tres provincias y á los reinos del Perú y de
Chile, donde son mu}- estimados 3- se venden con mucha ganancia. A más
de estos frutos propios, produce los de Europa, trigo, cebada, maíz, etcé-
tera y todo género de legumbre y frutos. Más: abunda de vacas, ovejas y
ganado de cerda, etc., lo cual es notorio, y si fuese necesario dar informa-
ción, se dará.
«24. Y si la yerba fuera el único fruto del Paraguay y que sin ello no
-651 -
puede subsistir: y por otra parte su beneficio no es tan gravoso como se
representa, ¿por qué no plantan los árboles que la producen en sus here-
dades, ó en sus vecindades (que son muy estimadas, y hay tierra para
todo), donde prueban muy bien, como se ha experimentado en algunas
partes del Paraguay? {Y por qué no envían á sus esclavos negros (que en
el Paraguay también prueban bien) á Maracayú á buscarla, conque se
beneficiarían con más abundancia? (pues raro ó ningún negro va á Aíara-
cayú dicho á beneficiarla); sino porque ven el riesgo de morirse ó de hacerse
inhábiles para el trabajo, y así les dan otras ocupaciones en que no peligre
su vida ni salud. De donde se infiere un medio fácil para beneficiar la
yerba del Paraguay sin menoscabo ni gravamen de los indios, á que los
negros podrán acudir sin riesgo de la vida. Y es que se mande plantar
dichos árboles en sus haciendas ó en las tierras vecinas, como plantan el
algodón ó caña dulce: y como benefician éstos sin inconveniente alguno los
negros é indios, podrán beneficiar la yerba. Conque se excusará el gran
trabajo de los pobres indios en ir á beneficiarla á Maracayú, tan distante
de sus pueblos, 3' de temple tan dañoso á su salud como se verá en el
número 32.
«25. Alegan que con las guerras de los portugueses y mamelucos del
Brasil se han disminuido notablemente los indios del Paraguay. Si se
entiende de los indios que los Jesuítas han conquistado con sólo el Evan-
gelio para Dios y V. M., es mucha verdad. Pues consta de Cédula de 17
de Septiembre de 1639 (estando aún unida la Corona de Portugal con la
de Castilla) que hasta entonces pasaban de 300 mil almas de esos indios
que se habían llevado los mamelucos del Brasil, porque en aquel tiempo
no tenían más armas que arcos y flechas: y los mamelucos venían con
escopetas, carabinas, pistolas, espadas y alfanjes, etc. Mas después de los
años 640 que se les han concedido algunas armas de fuego para defenderse
de los indios, mamelucos y otros enemigos, siempre han ido en grande
aumento, como consta de las Visitas hechas de orden de V. M.
«26. El Gobernador de Buenos Aires, D. Jacinto Láriz, las visitó por
los años de 648: y halló más de treinta mil personas. Y después el año
de 656 poco más ó menos D. Juan Blásquez de Yalverde, Oidor de las
Charcasi Visitador y Gobernador que fué del Paraguay, halló más de cua-
renta mil almas más ó menos. Y D. Diego Ibáñez de Faria, Fiscal que
fué de la Audiencia que estuvo en Buenos Aires, las visitó el año de 677,
y halló en ellas más de 58 mil almas, las cuales Visitas paran en la Secre-
taría. Y el año de 70 habían crecido hasta ochenta y nueve mil quinien-
tas una personas, como consta de la numeración de ellas que con éste se
presenta, la cual se pone en este Memorial en el núm. 46. Y la causa
es por vivir libres del servicio personal. También es cierta la diminución
de los indios encomendados; mas no es causada de las guerras de los
mamelucos, sino del servicio personal, pues todos los pueblos de los indios
que en aquella provincia están encomendados, que les hacen servir perso-
nalmente, cada año han ido y van á menos, como se ve en los padrones que
Se hacen todos los años de ellos: y en el núm. 9 de este Memorial, donde pide
el Obispo de Buenos Aires se extingan cinco reducciones. Porque muchos
enferman y mueren por excesivo trabajo personal: y no pocos, por librarse
de él, se huyen á partes remotas, donde nunca más parecen en sus pueblos.
— 652 —
«27. Y es de notar que la última instancia hecha para este fin el año
de 684 por el Gobernador del Paraguay en dos autos (que no se ejecuta-
ron), remitidos á la Audiencia de los Charcas para que Jos confirmase, en
el uno obliga á los indios presidiarios de los tres pueblos, S. Ignacio,
N.^ S.^ de Fe y Santiago, y en el otro reserva de dicho beneficio siete
pueblos encomendados, llamados Tobatí, los Altos, Atirá, Yaguarón,
Guarambaré, Ipané é Itá (consta de la foja 4, 5 y 7 de autos presen-
tados), los cuales han ido hasta ahora al beneficio de la yerba. Luego por
su mismo auto consta de los indios presidiarios de los dichos tres pueblos
de la Real Corona, para hacerlos ir al beneficio de la yerba, como si
hubieran faltado á su obligación alguna vez que han sido llamados de los
Gobernadores ó sus Tenientes, así para socorrer á las necesidades del
Paraguay y defenderlas de los indios enemigos, como para hacer entradas
á sus tierras y castigarlos etc., lo cual no consta, antes bien lo contrario,
de los instrumentos presentados por el suplicante el año 705, cuyo resu-
men se puso en los números 7 y 13.
«28. Motiva el Gobernador dicha disposición lo primero: porque los
indios encomendados de los dichos pueblos están vecinos al enemigo Guay-
curú, y los dichos tres pueblos de indios presidiarios están en tierra pacífica.
Esto segundo es siniestro: pues son fronterizos á los maraalucos del Brasil,
de quienes en varias ocasiones han sido acometidos, y también de los
Guaycurús: (consta de testimonios presentados por el suplicante el año de
7ü5, cuyo resumen se puso en los núms. 17 y 18). Y aunque no están cerca-
nos á los Guajxurús como los dichos siete pueblos encomendados, siempre
han acudido á la defensa como se dijo en el núm. 17. Lo segundo, lo motiva
con decir que los tres pueblos de los dichos indios presidiarios de S. Ignacio,
N.^ S.^ de Fe, etc., están vecinos á los yerbales. Lo cual carece de funda-
mento, pues distan ciento cincuenta de algunos, y de otros doscientas leguas.
Y aunque están vecinos á la Villa Rica del Espíritu Santo, ésta dista de los
yerbales mucho más de cien leguas, después que el año de 676 ó 77 se mudó
al puesto donde hoy está. Y los siete pueblos encomendados están mucho
más cerca de los yerbales que los tres pueblos presidiarios de S. Ignacio, etc.
y que la misma Villa Rica, como consta del mapa de aquella Provincia.
«29. Y así no hay razón para obligar al beneficio de la yerba los dichos
tres pueblos presidiarios, y con eso desobligar á los siete pueblos enco-
mendados del mismo beneficio. Y sólo subsiste la razón que se dá en el folio 3
de los autos presentados, y es que los indios de los siete pueblos encomen-
dados puedan pagar los tributos á todos los españoles encomenderos suyos.
Pero como éstos hacen satisfacer los tributos en servicio personal á los
dichos indios, teniéndolos casi todo el año fuera de sus pueblos, ocupados
en sus conveniencias, no podrán defenderlos, ni menos la ciudad de la
Asunción, de los enemigos Guaycurús (que es el fin porque dicho Gober-
nador los reserva del beneficio de la yerba). Y por la misma razón, obli-
gando á los dichos tres pueblos de indios presidarios de S. Ignacio, etc.,
puestos en la Real Corona y tributarios de V. M., no podrán pagar los
tributos, ni acudir á defender aquellas provincias de los portugueses y ma-
malucos del Brasil, ni menos socorrer las ciudades de la Asunción y
Buenos Aires. Lo cual prepondera al inconveniente de no pagar los tribu-
tos ó tasa á sus encomenderos.
-653-
«30. El tercer fundamento es que dicho beneficio de la yerba es con-
forme á las Ordenanzas del Visitador D. Francisco Alfaro, confirmadas
por la 2.^ parte de la ley 3. tit. 17. lib. 6. de la Recopilación de Indias, que
dice así: <i Pero en los tiempos gue Jio fueren daíiosos, podrán ir los indios á
sacar la yerba, y el Gobernador proveerá co7i el cuidado y atención conveniente
á su bien, conservación y salud.» — A que responde que desde el año de 669
dichos pueblos de Nuestra Señora de Fe y Santiago, con licencia del Go-
bernador del Paraguay, se mudaron desde Pirapó al puesto que hoy están
junto á las Reducciones del Paraná (donde unidas las fuerzas, pueden
resistir á los mamelucos, que por estar solos en el Pirapó les es imposible)
no pueden cumplir la segunda parte de la ley: y que yendo al dicho bene-
ficio de la yerba, contravendrían á la primera parte de ella que dice así:
y> Y ordenarnos á los indios del Paraguay que aun voluntarios no puedan ir á
Maracayá á sacar la yerba llamada del Paraguaya en los tiempos del año que
fueren dañosos y contrarios á su salud, por las muchas enfermedades, muertes
y otros perjuicios que desto se siguen, pena de cien acotes al indio que fuere, y
de cien pesos al español que lo llevare ó enviare, y de privación de o/icio á la
justicia que lo consintiere.» Y los indios de los tres pueblos, aunque no fue-
ran presidiarios, no podían ir á Maracayú á sacar dicha 3'erba, sin que de
ida, estada ó vuelta les cogiesen los tiempos contrarios y dañosos á su
salud.
«31. Y es la razón, porque dichos tres pueblos de indios presidiarios
distan de los yerbales de Maracayú 150 leguas y de algunos 200 (las 40
hasta la Asunción, )■ las 110 ó 160 hasta los yerbales de Maracayú): con que
en ir, estar beneficiando la yerba y volver, tardan once ó doce meses, como
consta de la Información presentada á la pregunta séptima, á f. 7. Y como
en este espacio de once ó doce meses se incluyen todos los tiempos, dañosos
y no dañosos, contrarios y no contrarios, á la salud de los indios: de aquí es
que no pueden ir los indios presidiarios de dichos tres pueblos al beneficio
de la 3'erba, sin que de ida, estada ó vuelta les cojan los tiempos dañosos
y contrarios á su salud, de que se siguen muchas enfermedades, muertes,
y otros perjuicios que V. M. manda por dicha ley se eviten.
«32. El P. Antonio Ruiz, Misionero apostólico que vivió y murió con
fama de santidad, en la Conquista espiritual del Paraguay, en el §. 7.° explica
las causas de estas enfermedades, muertes, etc. por estas palabras: «Los
gajos de estos árboles (habla de los que dan la yerba del Paraguay) se
ponen en unos zarzos y á fuego manso los tuestan: y la hoja la muelen con
no pequeño trabajo de los indios, que sin comer en todo el día más que los
hongos, frutas y raíces silvestres que su ventura les ofrece por los montes,
están en continua acción y trabajo, teniendo sobre sí un cómitre, que ape-
nas el pobre indio se sentó un poco á tomar resuello, cuando siente su ira
envuelta en palabras, y á veces en muy gentiles palos. Tiene la labor de
esta yerba consumidos muchos millares de indios. Testigo soy de haber
visto por aquellos montes osarios bien grandes de indios, que lastima la
vista el verlos, y quiebra el corazón saber que los más murieron gentiles
descarriados por aquellos montes en busca de sabandijas, sapos y culebras:
y como aun desto no hallan, beben mucho de aquella yerba, de que se
hinchan los pies, piernas y vientre, mostrando el rostro sólo los huesos y
la palidez la figura de la muerte. Hechos ya en cada alojamiento ó aduar
— 654-
de éstos cien ó doscientos quintales, con ocho ó nueve indios los acarrean,
llevando cada uno cinco ó seis arrobas» (ahora los sacos ó costales son de
siete á ocho arrobas) «diez, quince veinte ó más leguas, pesando el indio
mucho menos que sus cargas, sin darles cosa alguna para su sustento...
Cuántos se han quedado muertos, recostados sobre sus cargas: y sentir más
el español no tener quien se la lleve, que la muerte del pobre indio. Cuán-
tos se despeñaron por horribles barrancos, y los hallamos echando la hiél
por la boca! Cuántos se comieron los tigres por aquellos montes! Un solo
año pasaron de sesenta. Clamaron estas cosas al cielo: envió S. M. Cató-
lica al remedio de estos males al Doctor D. Francisco Alfaro... Prohibió
con grandes penas el forzar los indios al beneficio de la yerba, y á los
mismos indios mandó que ni aun con su voluntad la hiciesen los cuatro
meses de año desde Diciembre hasta Marzo inclusive, por ser toda aquella
región tiempo enfermizo. Así lo mandó este rectísimo juez. Mas no se
cumple, habiendo S. M. confirmado todas sus Ordenanzas.» Hasta aquí
dice el Padre. Lo cual sucedía cuando los pueblos de indios encomendados
estaban junto á Maraca^ú, sólo distantes cinco, diez, quince ó veinte
leguas. Y estando ahora los dichos tres pueblos de indios presidiarios 150
y 200 leguas distantes de los yerbales de Maracayú, qué se puede esperar
sucederá, si se les manda ir á dicho beneficio, sino su total ruina?
«33. El cuarto fundamento es que el beneficio de la yerba no es tan
trabajoso como se representa: yendo los indios á su tiempo, pagándoles sus
jornales, estando bien asistidos, con lo que parece que no hay inconve-
niente que vayan á dicho beneficio los indios de los dichos tres pueblos de
San Ignacio, etc. A que se responde: lo primero, lo dicho en los números
25, 31 y 32. Lo segundo se responde que para los indios presidiarios de los
dichos tres pueblos, nunca acontece el poder ir á su tiempo, estar y volver,
por la gran distancia que hay de ellos á los yerbales, y gastar once ó doce
meses, como se dijo en el número 31, en que necesariamente se han de
incluir todos los cuatro meses de Diciembre, Enero, Febrero y Marzo,
ó á lo menos los tres tan dañosos á la salud de los indios, como se dijo en el
número 32.
«34. Respóndese lo tercero que se siguen muchos inconvenientes, en
ir dichos indios al beneficio de la yerba de Maracayú. El primero, es un
temor bien fundado que se pierdan dichos tres pueblos de indios presidia-
rios, porque es tanto el aborrecimiento que estos indios tienen al servicio
personal del español, y en especial al del beneficio de la yerba, que pri-
mero se huyeran de sus pueblos ó del camino de los yerbales á los montes
ó á otras partes donde nunca más parezcan en sus pueblos que ir á Mara-
cayú á sacar la yerba. Pues estos indios por los años de 632 se hicieron
cristianos, y vasallos de V. M. con la palabra que les dieron los Misioneros
Jesuítas, que no habían de servir á los españoles ni ser sus encomendados,
confirmada con Reales Cédulas. Y porque el Gobernador del Paraguay en
el año de 636 intentó fuesen á servir á los españoles de la Asunción, (aun-
que no tuvo efecto), luego que lo entendieron los dichos indios, se inquie-
taron de suerte, que desampararon sus pueblos, y se fueron á los montes }•
á los infieles, donde perseveraron hasta que salieron en su busca los Misio-
neros Jesuítas para persuadirles volviesen á sus pueblos, asegurándoles de
nuevo no habían de servir á los españoles (porque así lo mandaba la
— hó5 —
Audiencia), en que pasaron muchos trabajos y peligros de la vida, hasta
que con la perseverancia en fin redujeron muchos de ellos. Consta lo dicho
de la Historia del Paraguay escrita por el P. Nicolás del Techo en el libro
X, cap. 36, y en el lib. Xt, cap. 27.
«3ñ. Lo mismo, con fundamento, se puede temer vuelvan á hacer estos
mismos pueblos, porque no se les cumple la palabra que se les dio de no
servir á los españoles (obligándoles al dicho beneficio de la yerba), debajo
de la cual se sujetaron á Dios y á V. M.: y está confirmada de Reales
Cédulas y Provisiones que expresan los dichos pueblos con nombre de
Itatines, como consta en el folio 71 de los autos presentados, y en el 76, en
que la Audiencia que existió en Buenos Aires manda lo mismo fundada en
una Real Cédula de 16 de Octubre de 661, en que se ordena que todas las
Reducciones del Paraguay doctrinadas por la Compañía corran una misma
forma de no ser encomendadas ni servir á españoles, etc.
«36. El segundo inconveniente es que se inquietarán los demás pueblos
que doctrina la Compañía en el Paraguay: pues por las mismas causas
expresadas arriba se les dio la misma palabra y concedieron las dichas
gracias. Y viendo que los indios presidiarios de los dichos tres pueblos San
Ignacio, etc., á quienes se dio la misma palabra, confirmada por V^. M., no
obstante ella, son obligados á ir al beneficio de la yerba, temerán no les
suceda lo mismo, constándoles las diligencias que han hecho y hacen los
españoles del Paraguay para que los dichos presidiarios les sirvan: con
que para librarse de dicho riesgo, es de temer no se huyan á los montes ú á
otras partes, donde se junten con los enemigos de la Corona, y se pierda
tan florida cristiandad de vasallos de V . M. que con tanto desinterés y leal-
tad le sirven, de que no se hallará ejemplar semejante en toda la América.
«37. De aquí se infiere que se perderán las provincias del Paraguay y
Buenos Aires: y los mamelucos y portugueses del Brasil no tendrán quien
les impida el paso para apoderarse del paso de la provincia de Santa Cruz
déla Sierra; y aun de las minas del Potosí. Porque solos dichos indios
como soldados presidiarios desde el año de 641 les han estorbado el paso,
para que no se apoderen de dichas provincias: y faltando estos indios, no
ha\" fuerzas para resistir á estos enemigos. Así lo confiesa la Audiencia de
los Charcas en la carta escrita el año de 697 al P. Provincial de la Com-
pañía de Jesús del Paraguay para que los dichos indios estorbasen á los
portugueses el paso para el Perú, la cual dice enviaba á V. M. Y también
se vio antes del año 640, (cuando los dichos indios no tenían armas de fuego
para defenderse á sí y á las ciudades españolas) que los portugueses des-
truyeron las ciudades de Jerez, la Ciudad Real del Guayrá, y la Villa
Rica del Espíritu Santo. O si no, diga alguno, cuándo los españoles del
Paraguay han peleado con los mamelucos y portugueses del Bra>-il. Y
aunque algunas veces han ido en su seguimiento, ¿si les han dado alcance,
ó quitado las presas de indios vasallos de V'^. M. que llevaban cautivos? si
no es solos los indios presidiarios, después que se les han concedido algu-
nas armas de fuego, en las muchas ocasiones que han invadido las provin-
cias de Buenos Aires, y del Paraguay, peleando con ellos, venciéndolos,
quitándoles los indios que llevaban cautivos, y siguiendo su alcance hasta
no dejar enemigo en toda aquella tierra, como consta de los instrumentos
presentados el año de 705.
— 656 —
«38. El tercero y mayor inconveniente es que se cerrará la puerta á
la propagación del Evangelio en las provincias del Paraguay, lo cual se
opone al más principal cuidado _v obligación que V, M. tiene en las Indias
de introducir la fe, y propagarla y conservarla, no perdonando á gastos,
por excesivos que sean para conseguir este fin. El cual se puede temer no
conseguirá V'. M. en las provincias del Paraguay, si obliga á los indios
presidiarios de los dichos tres pueblos á que vayan á Maracayú al beneficio
de la yerba. Porque el medio único que en aquella provincia se ha hallado
para convertir los indios á la fe y después conservarlos en ella, es la pala-
bra que les dan los Misioneros Jesuítas que no servirán á los españoles,
confirmada por Reales Cédulas, (cuyo servicio es el mayor estorbo para
que se conviertan). Y si con el ejemplo presente ven que con el tiempo no
se les cumple, no se fiarán de dicha palabra y promesa, y perseverarán en
su gentilismo, con irreparable daño de sus almas }• las de sus descen-
dientes, y continua inquietud de aquellas provincias, como se dijo en el
número 10.
«39. Por lo cual los Vice-Reyes del Perú, con parecer del fiscal de la
Audiencia de Lima y acuerdo de los Oidores de ella, Oficiales Reales y
otras personas, determinaron poner dichos indios en la Real Corona, como
lo mandaron los años de 631 y 649, que no sirviesen ni se encomendasen á
los españoles. Y después el año de 633 se confirmó por Real Cédula que
está en la ley 43, título 8, libro 6, de la Recopilación de Indias. Y ahora
militan las mismas razones é inconvenientes que entonces y aun mayores.
Pues las provincias del Paraguay y Buenos Aires están amenazadas por
mar y por tierra de tantos enemigos que tiene la monarquía, que poseen el
Brasil, confinante con dichas provincias, y pueden por mar y por tierra
enseñorearse de ellas, y aun de los reinos del Perú, aunque haya paces
con Portugal: (pues el año de 1680 se apoderaron los portugueses de la
tierra é isla de San Gabriel que posee Buenos Aires, cuando estaba en paz
con Castilla) por ser dichos indios la única defensa de aquellas provincias,
como se dijo en el número 37, y los que socorren al Puerto de Buenos
Aires. Pues cuando el año de 680 se desalojaron la primera vez de la
Colonia del Sacramento, y la segunda vez el año de 705, el socorro del
Tucumán y de las otras ciudades del gobierno de Buenos Aires, sólo fué de
500 ó 600 soldados; y el de los indios presidiarios, la primera vez fué de
tres mil, y la segunda de cuatro mil soldados: y sin éstos no se hubiera
logrado la función. Y los dichos 500 ó 600 soldados españoles no se avia-
ron, armaron y sustentaron á su costa de ida, estada y vuelta, como lo
hicieron lo indios presidiarios en los dos socorros, en los cuales y otros dos
de dos mil soldados cada uno, ahorraron á las Cajas Reales más de 500 mil
pesos, como consta de dichos servicios presentados el año de 705 y ahora,
omitiendo las ventajas de los cabos y oficiales y los demás servicios porme-
nores, que todo junto suma una gran cantidad.
«40. Estas razones y los inconvenientes dichos militan aunque á solo
un pueblo de los dichos indios presidiarios se obligue al beneficio de la
yerba. Porque en todos y en cada uno de ellos corren las razones dichas
hasta aquí. Y así se deben temer los mismos inconvenientes obligando á
un solo pueblo á el dicho beneficio de la yerba, como si á todos los pueblos
de los dichos indios presidiarios se les obligara. Y ver que si los vecinos
— 657 —
del Paraguay consiguen ahora su intento, no cesarán hasta alcanzar vayan
á la dicha yerba todos los pueblos de su jurisdicción,
«41. Y si lo alegado hasta aquí no es suficiente para que V. M. se
sirva mandar recoger dichas Cédulas y que no se use de ellas, ni que se
les impongan las dichas nuevas cargas, espera el suplicante hade inclinar
y mover Vuestro Real ánimo la fineza, presteza y desinterés con que han
servido á V. M. en el último socorro hecho en Buenos Aires, de cuatro mil
indios que por orden del Gobernador bajaron á la Colonia del Sacramento
para desalojar al portugués, distando de ella algunos pueblos 200, otros
250 y no pocos 300 leguas. Pues habiendo llegado su orden á los dichos
pueblos á 13 de Agosto de 704, se alistaron con tanta presteza los cuatro
mil indios con todo lo necesario de armas, bastimentos y bagajes, etc., que
á 8 de Septiembre estaban todos fuera de sus pueblos, divididos en tres trozos
para bajar á la Colonia portuguesa: donde llegaron los primeros á 14 de
Octubre y los últimos á 4 de Noviembre, trayendo consigo seis mil caba-
llos, dos mil muías y cuarenta balsas de dos canoas, yerba, tabaco en hoja,
maíz, legumbres y la carne necesaria para su sustento, de venida, estada
V vuelta á sus pueblos. Y en los cuatro meses y medio que duró el sitio de
la Colonia, trajeron de las campañas y guardaron con sus caballos más de
treinta mil vacas para el sustento del ejército: y asistieron á todas las fae-
nas que se les mandaron, cortando y acarreando ellos solos toda la fajina
v estacas, llevando á los ataques los cestones, herramientas y los demás
instrumentos necesarios: y la artillería hasta las mismas baterías, y reti-
rándola cuando fué necesario y se les mandó. Entraron sus guardias en
los ataques armados con armas de fuego, lanzas, macanas, etc.: y pelearon
en las refriegas que se ofrecieron con los enemigos, en que quedaron
muertos ciento treinta y heridos doscientos. Y finalmente, cuando á 17 de
Marzo de 705, después de desalojado el portugués, les dio el Gobernador
licencia para volverá sus pueblos, no pidieron satisfacción de los crecidos
gastos de sus avíos, mantenimientos, balsas, muías, caballos y armas que
trajeron (que suma una gran cantidad), é hicieron cesión de todos sus suel-
dos, que por orden de \'. ^I. se les habían asignado cuando ocurren á fun-
ciones de guerra, y montan ciento ochenta mil pesos en los ocho meses
que gastaron de ida, estada y vuelta á sus pueblos, sin haber en todo este
tiempo hecho gasto alguno á la Real Hacienda, aun del pan de munición
que se daba á los demás del ejército, como todo consta de tres instrumen-
tos que con este presenta el suplicante: del Gobernador de Buenos Aires,
D. Juan Valdés, de los Oficiales Reales y de D. Baltasar García Ros, Sar-
gento Mayor del presidio de Buenos Aires, y Cabo principal de todo el
ejército que desalojó al portugués de la Colonia, quien como testigo ocu-
lar todo el tiempo que duró el sitio, testifica todo lo referido.
«42. Por lo cual, en nombre de dichos indios presidiarios, pide el
suplicante á V. M., en remuneración de los servicios expresados, se sirva
de hacerles algunas mercedes, que les sirvan de alivio: y no se les impon-
gan las cargas que se intentan, sirviéndose V. M. de mandar recoger
dichas Reales Cédulas y que no se use de ellas: librando á aquellos pobres
indios presidiarios de la pesada carga que les amenaza del servicio perso-
nal á los españoles en el servicio de la yerba del Paraguay: y que no se
les aumenten los tributos que pagan á V. M.; pues con los servicios hechos
42 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo n
— 658 -
á su costa han ahorrado muchos centenares de millares de pesos á la Real
Hacienda, que suman más que los tributos que se les pueden aumentar. Y
también que no se les obligue á pagar otros diezmos que los que se inclu-
yen en el tributo que pagan á V. M., pues así se ha acostumbrado más ha
de 160 años, desde que los españoles poblaron la provincia del Paraguay!
y en esta costumbre están amparados por vuestras Reales Audiencias: y
con esto cuidando juntamente del beneficio, reparo y ornato de las iglesias,
se cumple con el precepto de pagar diezmos.
«43. Para conservación de dichos indios, suplica á V. M. no se les
pongan Corregidores españoles, sino indios señalados por los Gobernado-
res, como hasta ahora se han acostumbrado, y se han gobernado con mucha
paz y quietud, conservándose y aumentándose sus pueblos. Y de lo contra-
rio se pueden temer muchas inquietudes y alborotos, causados por la codi-
cia y otros excesos de los Corregidores españoles: como se vio en los que
pusieron los Gobernadores de Buenos Aires y Paraguay por los años de
626 (que refiere el P. Nicolás del Techo, lib. 7, cap. 35, de la Historia del
Paraguay): y se vieron obligados á quitar dichos Corregidores españoles.
Lo cual es conforme á las Ordenanzas y Provisión de la Real Audien-
cia que existió en Buenos Aires, fecha en 13 de Enero de 666, en que
manda al Gobernador del Paraguay no pongan Corregidores en los
pueblos de los indios, la cual está á f. 12 de los autos presentados;
«44, Y para el mismo fin, y conservación de los infieles (que hay
muchos por uno y otro lado del río Paraguay arriba), parecía conve-
niente que V. M. se sirviese de mandar desalojar á los portugueses pobla-
dos en Jerez (que fué antiguamente ciudad de castellanos del gobierno del
Paraguay, que destruyeron los mamelucos del Brasil), entre los ríos del
Paraná y Paraguay: los cuales, dándose la mano con los mamalucos de
S. Pablo, todos los años hacen sus correrías en dichas tierras de estos
indios, vecinos del río Paraguay, llevándolos cautivos al Brasil: y se podía
ejecutar con poco ó ningún gasto de la Real Hacienda (que sería de pól-
vora y balas), mandando ir á la facción con mil ó más indios presidiarios
señalándoles el Gobernador del Paraguay un buen Cabo español (y no
sea hijo ó nieto de portugués), con lo cual se facilitaría la conversión de
muchas naciones de infieles que habitan por dicho río Paraguay arriba,
extendidas por más de 300 leguas.
«45. Y consiguiendo los dichos indios estas gracias, y mercedes,
que esperan recibir de la grandeza y piedad de V. M., se darán por
remunerados de sus muchos y grandes servicios: y con nuevo fervor
se conservarán como soldados presidiarios de aquellas provincias contra
los portugueses y mamelucos del Brasil: y acudirán al Puerto de Buenos
Aires llevando tan copiosos socorros camo hasta ahora han hecho á su
costo.»
«Francisco Burgés.»
(Río-Janeiro Col. Ángelis, XI. 50.)
659-
Núm 54.
1605.— Comisión al Presidente de Charcas para visitar el Paraguay
«El Rey.— Licenciado Alonso Maldonado de Torres, mi Presidente
de mi Audiencia Real de las provincias de los Charcas, á quien he pro-
veído á una plaza de Consejero de las Indias:
«Aunque POR DIVERSAS cartas y Cédulas mías he ordenado que se
visitasen las provincias de Tucumán y Paraguay por uno de los Oidores de
esa Audiencia, que por su turno deben salir á la Visita de la tierra, para
que se remedien los agravios que reciben los naturales, no se ha cumplido
hasta ahora; antes se ha entendido que se continúan y recrecen estos
daños, que son muy grandes é intolerables las molestias, agravios, opre-
siones y vejaciones que reciben los dichos indios de sus encomenderos, sir-
viéndose de ellos en sus casas y granjerias, trayéndoles ordinariamente
ocupados y haciéndoles muchos malos tratamientos, y sacándolos de unas
tierras á otras y de diferentes temples; y usando con ellos muy grandes
crueldades, que han sido causa de que se han acabado y consumido muchos,
sin que se castigue ni remedie por las justicias, como ha constado parti-
cularmente por un Memorial y autos, testimonios, y recaudos que se han
visto en mi Consejo de las Indias (de que se os enviará con ésta, relación
sacada de ellos):
»Y POR ser casos dignos de breve y eficaz remedio, y de tanta obli-
gación mía: por la satisfacción que tengo de vuestra persona, celo, cuidado
y diligencia: he acordado de cometeros y encargaros la \ isita de las dichas
provincias de Tucumán y el Paraguay. Y así os mando que, pues en
llegando el sucesor á ese cargo, habéis de venir á servir en dicho mi Con-
sejo, y por ahí es el viaje más breve, visitéis de camino las dichas provin-
cias de Tucumán y el Paraguay, y procuréis entender lo que hay y pasa
cerca de lo que contiene la dicha relación. Y habiéndoos enterado de los
agravios y malos tratamientos que reciben los dichos indios de los Gober-
nadores y otras personas, los desagraviéis y pongáis en libertad. Y si no
estuvieren hechas las tasas de los tributos que hubieren de pagar á sus
encomenderos, las hagáis: y en caso que lo estén, veréis aquellas tasas, y
si fueren excesivas, las haréis de nuevo con la justificación y consideración
que conviene, respecto de la calidad y sustancia de la tierra y de los natu-
rales della: y de lo que pagan en otras partes de la provincia del Pirú:
de manera que ellos ni sus encomenderos no reciban agravios. Y todo lo
que pasa en las dichas provincias, así en el trato de sus naturales, su doc-
trina y conversión, como en el gobierno y administración de la justicia,
población y conversión de la tierra, labor de las minas y administración de
mi Hacienda; y de lo que para ello conviene preveerse, y todo lo demás, os
informaréis y traeréis relación muy particular, para que se pueda proveer
y ordenar en todo lo que más convenga. Que para todo lo susodicho, y cada
- 660 -
cosa y parte della, os doy tan bastante comisión, poder y facultad, como
de derecho y en tal caso se requiere. Y mando á mis Gobernadores de las
dichas mis provincias de Tucumán y Par^aguay, y á otras cualesquier jus-
ticias, que os asistan y den todo el favor y ayuda que les pidiéredes y hubié-
redes menester para lo susodicho. Y que ellos y otras cualesquier personas
estantes y habitantes en las dichas provincias, guarden y cumplan y ejecu-
ten lo que proveyéredes y ordenáredes para cumplimiento y ejecución de
lo susodicho. Y parezcan ante vos á vuestros llamamientos y emplazamien-
tos: y digan y declaren lo que les preguntáredes: sin poner en ello ni en
parte dello excusa, dificultad ni dilación alguna, so las penas que les
pusiéredes. Las cuales ejecutaréis en sus personas y bienes, lo contrario
haciendo. Y es mi voluntad que desde el día que saliéredes de la ciudad de
la Plata para hacer dicha Visita, tasa y desagravios de los indios de las
dichas provincias de Tucumán y Paraguay, y todo el tiempo que os ocu-
páredes en ella, gocéis del salario que al presente tenéis en la plaza de
Presidente de esa mi Audiencia. Y mando á los Oficiales Reales de mi
Hacienda de la provincia de los Charcas, que de la de su cargo paguen el
dicho salario, como lo hacían y deben hacer siendo vos Presidente de la
dicha Audiencia, habiendo tomado razón de esta mi Cédula mis Contadores
de cuentas de mi Consejo de las Indias.— Fecha en Madrid á diez de Octu-
bre de mil seiscientos y cinco años.
«Yo EL Rey»
«Por mandado del Rey nuestro Señor, Gabriel de Hoa».
(Sevilla: Arch. de Indias: 74-4-4.)
Núm. 55.
1606.— C. R. Comisión al oidor de Charcas que sustituya al Presidente
en visitar la provincia de Paraguay
«El Rey. — Licenciado Don Ñuño M. de Villavicencio, mi Presidente
de mi Audiencia Real de las provincias de los Charcas, ó á la persona que
hiciere el dicho oficio:
«Habiendo entendido los muchos agravios, opresiones y vejámenes
que reciben los indios de la provincia de Tucumán, y la mucha necesidad
que hay de visitar toda aquella tierra, para desagraviar los indios, y hacer
la tasa de los tributos y poner las cosas en razón: mandé cometer esta
Visita al licenciado Maldonado de Torres, mi Presidente que ha sido de
esa Audiencia, juzgándose que, habiendo de venir á España podría hacer
su viaje para allá y el Río de la Plata, como entenderéis por la comisión
que para hacer esta X'isita le mandé dar, que es del tenor siguiente:
(Aquí el núm. 54.)
«Y HABIENDO CONSIDERADO que por algún impedimento ó por falta de
salud, ó por otra causa, ó por haber partido primero para venir á estos Rei-
- 661 -
nos, no pudiese hacer esta Visita el dicho licenciado Alonso Maldonado de
Torres, ó se excusase de hacerla: teniendo por conveniente que con efecto
se haga, he acordado de ordenaros y mandaros, como lo hago, que, no
habiendo ido el licenciado Maldonado de Torres á entender en la dicha
Vi^ta, nombréis luego uno de los Oidores ú Oficiales de esa Audiencia, el
que vos pareciere, que la vaya á hacer y cumplir todo lo que está cometido
al dicho licenciado Alonso Maldonado de Torres: y que Yo por la presente
se lo cometo al que así nombráredes, y le doy poder y facultad cual en tal
caso se requiere para que haga la dicha Visita en virtud y conforme á la
comisión suso incorporada, y las demás Cédulas y despachos que se habían
dado al dicho licenciado Alonso Maldonado de Torres sobre negros y cosas
tocantes á las dichas provincias de Tucumán y Río de la Plata, como si
particularmente hablaran con el Oidor ó Fiscal de esa Audiencia que así
nombráredes. Y en virtud de la presente le ordeno y mando que haga la
dicha Visita y cumpla lo susodicho, descargando los indios en cuanto sea
posible; y procure acabarlo con mucha brevedad. Y al Oidor ó Fiscal que
así nombráredes, le señalaréis por el tiempo que en ello se ocupare el sala-
rio que os pareciere que sea justo y moderado. Y para el cumplimiento de
lo dicho daréis la orden que convenga: y de lo que hiciereis en todo me
avisaréis.— Fecha en Madrid á veinte y siete de Marzo de mil seiscientos y
seis años.
«Yo EL Rey».
Por mandado del Rey nuestro señor: Gabriel de Hoa».
(Sevilla. Arch. de Indias: 74-4-4.)
Ntim. 56.
I6U.— Ordenanzas de Alfaro
«El Licenciado D. Francisco de Alfaro, Oidor de S. M. en la Real
Audiencia de la Plata, Visitador de estas provincias y Gobernación del
Paraguay y Rio de la Plata, y de la del Tucumán por el Rey nuestro
Señor:
«Por cuanto S. M. por particular Cédula ha mandado se haga esta
Visita, por muchas causas precisas que para ello ha habido: y el principal
efecto que quiere que tenga es para que se quite el servicio personal que
en estas provincias se ha usado: y los indios que en ella hay sean tasados,
para que paguen la tasa justa y moderada que pareciere convenir, como
se usa y acostumbra en los Reinos y provincias del Pirú; como todo consta
y parece por la Real Cédula firmada de su Real mano y refrendada de
Gabriel de Hoa su Secretario, su fecha en Madrid, á veinte y siete de
Marzo de mil y seiscientos y seis años, cuyo tenor es el siguiente:
(Aquí el núm. 55 con el núm. 54 en él inserto).
«Y POR HABERSE EXCUSADO el señor Licenciado Alonso Maldonado de
-662-
Torres de hacer la Visita, me nombró para hacerla el señor D. Diego de
Portugal, Presidente de la Real Audiencia, en diez de Setiembre del año
pasado de seiscientos y diez, ante Juan Bautista de la Gasea, Escribano de
Cámara, y me fueron entregadas algunas Cédulas Reales y otras Provi-
siones de la dicha Real Audiencia en la dicha razón. Porque la Real Cé-
dula no decide cosa de nuevo en cuanto á declarar no haberse podido
llevar el servicio personal; antes ejecuta el derecho antiguo fundado en
derecho canónico y natural y en Cédulas y Provisiones de S. M, Respecto
de lo cual, y de los grandes inconvenientes de que he tenido noticia en esta
Visita, que han resultado del mal uso que ha habido de parte de los Gober-
nadores en el modo de las encomiendas que han hecho merced: y de parte
de los vecinos en el exceder en usar del servicio de los dichos indios, con
violencia algunas veces, en más de lo que han podido y debido llevar: sir-
viéndose de algunas mujeres y muchachos y viejos, demás del servicio de
los varones de trabajo; trayéndolos muy lejos de sus naturales á que les
hiciesen mita; trasladando á otros en sus chácaras, quitándoles la libertad
de los matrimonios, especial á los que tienen en sus casas y chácaras; no
dándoles doctrina suficiente: que hay indios de diez años y más encomen-
dados que sirven, que muchos no son cristianos, ni aun están mediana-
mente instruidos en nuestra santa fe Católica: De donde ha venido á estar
este nombre de cristiano no en buena opinión entre los bárbaros: que algu-
nos no lo han querido recibir: y otros se han huido diferentes veces, y ídose
á ladroneras, por excusarse de la opresión en que ven que los demás están
y ellos mismos han estado: y con este color han sido maloqueados y debe
lados contra las expresas Cédulas de S. M.: por lo cual han venido en nota-
ble disminución. -Y aunque yo pudiera y debiera proceder en las dichas
causas con todo rigor, y hacer satisfacer á los indios en lo que injusta-
mente se les ha llevado, ó parte dello: porque aun para hacer moderada
satisfacción no hay hacienda en poder de los herederos interesados común-
mente, por la pobreza de la tierra: dejo esto para que S. E. del señor Virrey
ó su Real Audiencia mande lo que más convenga en cuanto á lo pasado.
«■Pero para que en cuanto á lo porvenir cesen los inconvenientes y se
cumpla lo que S. M. manda, y los Gobernadores sepan lo que pueden y en
la forma que ha de encomendar: y los dichos lleven con alguna moderación
los tributos, ordeno y mando que en lo susodicho y en lo demás tocante á
esto y al tratamiento, se guarde y tenga el orden siguiente:
«1. Primeramente, declaro no poderse ni deberse hacer encomiendas
de indios de servicio personal, ahora se den á título de yanaconas, como
hasta ahora los han encomendado algunos Gobernadores, ó en otra cual-
quier manera ni forma: por cuanto S. M. así lo tiene mandado. Y si algún
Gobernador hiciere encomienda de servicio personal, desde agora la
declaro por ninguna, y al Gobernador por suspenso del oficio, y perdi-
miento del salario que de allí adelante le corriere: y al vecino que usare
de tal servicio personal, en privación de la encomienda. La cual desde
luego declaro y pongo en cabeza de S. M. Y esto de no poderse usar el
dicho servicio personal, entiéndese no sólo de las encomiendas que de aquí
adelante se hicieren; sino en las hechas hasta aquí. Pero permito que las
tales encomiendas antes de agora hechas se entiendan ser de indios tribu-
tarios como los demás lo son.
-663-
«2. ítem, por cuanto S. M. tiene prohibido hacer indios esclavos, de-
claro lo mesmo. Y que si de hecho hay algunos indios que se hayan ven-
dido por los Guaycurús, ó por otros indios que han estado ó están de gue-
rra; ó otros indios que se han traído de malocas, ó trocados ó comprados
entre españoles, ó de otra manera: que todos los susodichos son libres: y
se debe entender con ellos lo que en estas Ordenanzas se dispone con los
indios del repartimiento, porque no ha de haber diferencia de unos á otros.
Y las penas puestas contra los que maltratan á los indios, ó usan mal de
ellos, se entienden asimismo con los dichos indios vendidos, ó traídos de
malocas, ó adquiridos en cualquiera otra manera.
«3. ítem, porque los indios Guaycurús han acostumbrado á vender
algunos indios, y con la codicia de lo que les dan han ido á hacer guerras
y muerto mucha gente: y lo mismo han hecho y podrían hacer otras nacio-
nes: y aun españoles perdidos acostumbran sacar y hurtar indios, y traellos
de unas partes á otras, y vendellos con la misma color: con lo cual, demás
de la gravedad del delito que hacen, destruyen la tierra: Prohibo las tales
ventas: y mando que en ninguna manera ni con ningún color se compren
los dichos indios, que hasta agora han llamado rescate: sopona que el que
tal compre, pierda la plata ó moneda que dio, y á más cien pesos, por ter-
ceras partes aplicados á la Cámara de S. M., juez y denunciador: y que no
pueda servirse del tal indio, ni tenerle en su casa, chácara, estancia ni
pueblo, aunque el indio quiera. Y cualquiera español, mestizo, negro ó
mulato que los indios vendieren, ó jugaren ó trocaren, ó cambiaren, sea
condenado, si fuere persona de bajo estado, en seis años de galeras, y si
fuere de más considetación, que sirva el dicho tiempo en el Reino de
Chile.
«Título de reducciones
«ítem, por cuanto la buena doctrina y pulecía de los indios, y poder
ellos acudir con comodidad á sus obligaciones, y para que no sean agra-
viados, depende de que estén reducidos en pueblos y tierras donde con
comodidad puedan sustentarse, respecto de lo cual yo he dado orden con
algunos Cabildos y Justicias: y para que conste á todos, mando se procu-
ren y hagan las dichas reducciones en la forma siguiente:
«4. En el Puerto de Buenos Aires, los indios de las islas se procuren
reducir en las que con comodidad pudieren: y los de la Pampa, en la que
tienen comenzada á hacer y va haciendo de Mbagual en el río de Lujan, ó
donde se hiciere, conforme trató conmigo en el Puerto de Buenos Aires.
En la ciudad de S.^ Fe, respecto de ser pocos los indios que han quedado,
se vaya á hacer reducción cerca, ó en las mismas tierras que hoy están. Y
porque por fuerza han de ser reducciones de muy pocos indios, he dado
orden que como pareciese al Perlado, y Gobernador, se hagan cuatro pa-
rroquias, en partes cómodas, para que de allí acudan de las tales reduccio-
nes á ser doctrinados. En la ciudad de Vera, así mismo se procuren poner
los indios en la misma forma con parroquias, en paraje cómodo, de donde
puedan ser doctrinados los indios. En la ciudad de la Asunción están
hechas reducciones, y otras se van haciendo: y lo mesmo en las ciudades
-664-
de arriba. En la ciudad de la Concepción del río Bermejo, demás de las
dichas reducciones, mando que en cada pueblo de españoles se haga una
reducción á un lado de la ciudad: para que en ella estén los indios que he
permitido por mi Visita que asistan en las tales ciudades, por ser de tierras
muy lejos, y haber mucho tiempo que están en las tales ciudades, ó por no
tenerse noticia de sus naturales. Y á estos mismos se les señalen tierras
para ellos y sus descendientes, para que puedan continuar la tal asisten-
cia en las ciudades, aprendiendo oficios, y sirviendo á los españoles en sus
casas ó haciendas.
«5. ítem, por cuanto en esta ciudad de la Asunción los más de los
indios que sirven en casas y chácaras de los españoles, me han pedido que
quieren continuar el servirles, y yo lo he permitido por la comodidad de
las chácaras: Ordeno y mando que los indios que quisieren puedan perse-
verar en las chácaras 3- estancias. Aunque si dentro de dos años quisieren
irse á las reducciones hechas, de donde son originarios, ó á la de la ciu-
dad, puedan hacerlo. Y pasado el término de dos años, queden reducidos,
y tengan por reducción la tal hacienda donde hoy estuvieren. Y para ello
desde luego se recojan en los confines de las chácaras y lugar cómodo, para
que los indios de diferentes chácaras vengan á estar juntos: porque aquéllo
ha de quedar por reducción. Pero no por esto se ha de entender que que-
dan por yanaconas de las chácaras, como en el Pirú se han dicho yanaco-
nas; antes desde luego declaro que las tales reducciones ó juntas se han de
tener por pueblo y reducción: y entenderse con los indios que en ellas
estuvieren lo que con las demás reducciones. Lo cual hago á instancia de
los mismos interesados en esto: y porque me han dicho que les quieren dar
tierras en sus chácaras; y así señalo todo el año de doce y trece para que
de ellas los indios que quisieren va3"an á otras reducciones, y los que tuvie-
ren derecho á las chácaras los puedan echar: porque si se quedaren, han
de tener tierras suficientes perpetuas para sí en las dichas tierras junto á
sus buhios, y siguiendo de allí todo lo que pudieren sembrar entre año.
«6. ítem, por cuanto de haberse mudado los indios de donde estaban
por orden de sus encomenderos, y muchas veces por mandado de los
Gobernadores, socolor de que lo pedían los indios, ó que se hacía por su
comodidad, siendo en realidad de verdad la de los encomenderos, la cual
se procuraba y conseguía las más veces á costa de la salud y vida de los
indios; ordeno y mando que de aquí adelante, ninguna Justicia de esta
Gobernación, aunque sea el Gobernador que por tiempo fuere, no pueda
alterar las reducciones ó pueblos que por la dicha orden que dejo se hicie-
ren de nuevo, ni las que de los antiguos dejo concertadas, ni las que nue-
vamente reducidas se van haciendo y hicieren por la forma de Ordenanza
que desto dispone. Y las dichas reducciones queden, sin que se puedan
mudar, ni muden sin orden expresa que el señor Visorrey ó Real Audien-
cia despachare. Lo cual ejecuten, sin embargo que los encomenderos, doc-
trinantes ó indios pidan la tal mudanza, y quieran dar ó den relación de
utilidad. Y cuando la mudanza se hubiere de hacer, se dé razón de esta
Ordenanza: y la Provisión que sin esto se sacare, se entienda ser subrep-
ticia. Porque las más veces los tales pedimentos son procurados por inte-
reses particulares, y no de los indios. Sopeña de mil pesos al juez ó enco-
mendero que contraviniere á esta Ordenanza.
— 665-
«7. ítem, mando que en cualquiera reducción, por pequeña que sea,
dentro de seis meses se haya de hacer y haga iglesia, donde con decencia
se pueda decir Misa, y que tenga puerta con llave. Lo cual sea precisa-
mente, sin embargo de que la tal reducción sea sujeta á parroquia, y no
esté apartada de ella; porque sin embargo de esto, en cada reducción ha
de haber iglesia.
«8. ítem, para que los indios vayan entrando en policía, mando que en
cada pueblo haya un alcalde que sea indio de la misma reducción. Y si
pasare de ochenta casas, habrá dos alcaldes, y dos regidores. Y aunque
sea el pueblo más grande, no ha de poder haber más de dos alcaldes y cua-
tro regidores. Y si el pueblo fuere de menos de ochenta indios, que llegan
á cuarenta, no ha de haber más de un alcalde, y un regidor. Los cuales
han de elegir por año nuevo á otros, como se usa en los pueblos de espa-
ñoles y en los de indios del Pirú.
«9. ítem, declaro que se les ha de dar á entender á los indios que los
tales alcaldes de los tales pueblos de indios sólo tienen jurisdicción para
prender delincuentes y buscar los que lo fueren, y traellos á la cárcel del
pueblo de españoles en cuya jurisdicción cayeron. Pero pueden castigar
con un día de prisión y seis ú ocho azotes al indio que faltare á Misa en día
de fiesta, ó se emborrachare, ó hiciere otra cosa semejante. Porque si fuere
borrachera de muchos, se ha de castigar con mayor rigor.
«10. ítem, conforme á Cédulas Reales, ordeno y mando que en pue-
blos de indios no estén ni se reciban ningún español, ni mestizo, negro ni
mulato. Y especialmente se entiende esto con las mujeres: y más precisa-
mente con los padres y madres, mujeres y hijos, deudos y güéspedes y
criados de encomenderos ó doctrinantes. Sopeña de veinte pesos cada vez
que contravinieren, la mitad para el juez que lo sentenciare, y la otra
mitad para la iglesia del tal pueblo: y si fuere persona baja, cincuenta
azotes.
«11. ítem, ordeno y mando que los encomenderos que hoy son, y ade-
lante fueren, no puedan hacer ni tener en el pueblo que tuviesen indios
casa ni buhio, aunque digan no son para su vivienda, sino para bodega ó
granjeria, y que la darán después de sus días ó desde luego á los indios,
sopeña de perdida la tal casa ó bodega y aplicada á los indios, y otro tanto
á la Cámara de S. M. Y asimismo se provee que los tales encomenderos
no pueden dormir en el pueblo más de una noche, sopeña de veinte pesos
por cada vez que contravinieren, para la Cámara de S. M. , juez y denun-
ciador.
«12. ítem, por cuanto han resultado mayores inconvenientes de entrar
mujeres y hijos de encomenderos en los tales pueblos, y S. M. lo tiene pro-
hibido: ordeno y mando que ninguna mujer ni hijo pueda entrar en el pue-
blo que tiene indios de encomienda su marido ó padre; aunque digan que
van por utilidad de los indios, á curarlos ó curarse, y que no hay otro tem-
ple donde puedan acudir á su salud. Porque sin embargo de todo, se ha de
guardar precisamente esta Ordenanza; sopeña de cincuenta pesos aplica-
dos en la forma susodicha.
«13. ítem; que aunque de lo dicho está bien claro que no ha de haber
pobleros de los indios, y así lo tiene mandado S. M. por muchas Cédulas
Reales: con todo, á mayor abundamiento, de nuevo ordeno y mando que
-666-
no haya en los dichos pueblos de los indios pobleros, con el dicho título de
poblero, de mayordomo, administrador, ni cualesquier títulos que sean,
sopeña de doscientos azotes y cuatro años de galeras al remo á quien tal
oficio aceptare. Y para ello cualquier Justicia lo prenda y lo envíe ala
cárcel de la Real Audiencia. Y el encomendero que tal nombrare, incurra
en perdimiento de tal encomienda, que desde luego la pongo en cabeza
de S. M.: y al vecino declaro por incapaz de tener indios por diez aíios.
«14. ítem, declaro que todos los daños que hicieren á los indios cuales-
quier hijos, deudos, güéspedes, criados, esclavos de los encomenderos, sean
á cargo de los tales encomenderos, y hayan de pagar el interés al indio: y
cualquiera condenación que por esta causa se haga, aunque la condena
ción no sea interés sino pena.
«15. ítem, mando que en contorno del pueblo de indios, ni de chácaras
suyas, no puedan haber chácaras de españoles en distancia de media legua.
Lo cual se entienda de las que ya están pobladas. Y en cuanto á las reduc-
ciones que adelante se hicieren, ha de ser el término una legua. Y declaro
que se tengan por pueblos y reducciones nuevas todas las que se hicieren
en esta ciudad, excepto la de Itá y Yaguarón, los Altos y Tobatí. Porque
aunque las otras se van haciendo, no tienen españoles cercanos poblados,
y parece que conviene estén en la dicha distancia de una legua las cháca-
ras de españoles, si algunos se vinieren á poblar fuera de los pagos que
hay en esta ciudad de la Asunción; y en las demás ciudades se tengan por
reducciones nuevas las que se hicieren después de esta Ordenanza.
«16. ítem, mando que las estancias de ganado mayor no puedan estar
ni estén legua y media de las dichas reducciones antiguas; y las de ganado
menor, media legua. Y en las reducciones nuevas que digo en la Orde-
nanza pasada, haya de ser el término dos tantos. Sopeña de perdida la
estancia y la mitad del ganado que en ella se metiere. Y todos los que
enviaren ganados, los tengan con buena guarda, sopeña de pagar el daño
que hicieren: y de que el que entrare en tierra de los indios lo puedan
matar sin pena alguna.
«17. Ítem, mando que á las reducciones de los indios se les señale un
egido junto á su pueblo, que tenga de largo una legua: donde puedan
tener sus ganados sin que se les revuelvan con otros de los españoles.
«18. ítem, por cuanto el mayor daño de las reducciones procede de
sacar indios de sus pueblos á título de trajines, ó por servir á los caminan-
tes, mando que en ninguna manera, persona de cualquier estado y condi-
ción que sea, no puedan sacar ni saquen india ninguna, si no fuere que
vaya con su marido; ni ningún indio salga de esta gobernación por ninguna
causa, si no fuere los del Río Bermejo hasta los pueblos de Santiago: y los
de Santa Fe hasta Buenos Aires y hasta Córdoba en la misma gobernación
puedan pasar más de hasta la primera población de españoles. De suerte
que los indios de la Villarrica no pasen de Guayrá: y los de Guayrá ó
Jerez no pasen de la Asunción. Ni los de la Asunción pasen de las Co-
rrientes: ni los de las Corrientes puedan ir por tierra más de hasta el Río
Bermejo, ó hasta Santa Fe por el río: y los de Santa Fe hasta Buenos Aires»
ó hasta Córdoba ó Santiago de la Gobernación de Tucumán. Y lo mismo se
entienda el río arriba. Porque no se han de sacar de ninguna parte indios
mas que hasta el primer punto de españoles, y se les ha de pagar en propia
-667-
mano: y registrarlos ante las Justicias. Y llegados, como se ha dicho, se
les ha de dar avío para volverse sin que les detengan. Y por cuanto al pre-
sente hay muy pocos indios en la ciudad de las Corrientes, será posible
que, llegando allí cantidad de balsas, no hallen avío de indios: se permite
que con voluntad de los indios puedan pasar de allí al pueblo más cercano.
Y fuera de este caso, se guarde en todo la dicha Ordenanza, pena de cin-
cuenta pesos á quien la quebrantare, por tercias partes: y al indio que la
quebrantare, veinte azotes.
«19. ítem, para que los españoles tengan más servicio, y avíen sus
haciendas, se permite que los indios que quisieren, puedan alquilarse con
españoles por días ó por un año: con que siendo por un año, no pueda
bajar el concierto de veinte pesos.
«20. ítem, por cuanto conviene que los indios de esta tierra se enseñen
á alquilarse, se procurará que den la mita siquiera la duodécima parte.
Pero en esto no ha de haber compulsión, por lo que se dirá en el título de
las tasas. Y ansí son menester medios de mucha suavidad hasta que el
tiempo que les enseñe. Asimismo los que vinieren se han de poder con-
certar con quien quisieren, sin que las justicias los repartan contra su
voluntad.
«21. ítem, se manda que ningún indio pueda sembrar para sí fuera de
su reducción, aunque sea en chácara de españoles; si no los que por esta
Visita es permitido puedan estar en ellas. Lo cual se manda precisamente,
aunque el indio alegue que le está mejor, y que por su comodidad hace lo
susodicho.
«22. ítem, por el daño que la experiencia ha mostrado que resulta de
admitir probanzas en materia de filiaciones de indios, y por ser así de dere-
cho, declaro que los hijos que fueren de indias casadas se tengan por del
marido: sin que se pueda admitir probanza en contrario. Y como hijo de
tal indio, haya de seguir el pueblo del padre, y traiga hábito de indio; aun-
que se diga ser hijo de español.
«23. ítem, los hijos de las indias solteras, hayan de seguir y sigan el
pueblo de la madre.
«24. ítem, se declara y manda que la india casada vaya al pueblo de
su marido 3' resida en él, aunque el marido se diga anda huido. Siendo
muerto el dicho su marido, podrá la india viuda quedar en el mismo pueblo
de su marido ó volver á su natural, cual más quisiere: con que, volviendo
á su natural, haya de dejar los hijos en el pueblo de su marido. Porque el
modo de poblaciones hasta agora de la nación guaraní, es que cada caci-
que esté con sus subjetos en un galpón grande, se manda que en caso que
el indio y la india sean de una reducción, pero de diferentes caciques, la
madre pueda tener consigo los hijos hasta que se casen.
«25. ítem, por impedir los inconvenientes que han resultado de aman-
cebamientos de indias, se manda que las que hubiere sospecha, las justi-
cias las compelan á que vayan á sus pueblos, ó las compelan á servir,
señalándoles su salario.
«26. ítem, se manda que en ningún pueblo haya indios de otro, so pena
al indio que faltare de su reducción de veinte azotes: y al cacique, de cua-
tro pesos para la iglesia cada vez que lo consintiere.
66S
«Título del servicio personal y jornal de los indios
«27. Y porque para el buen gobierno de las repúblicas y beneficio de
las tierras, conviene que haya indios de mita que las labren y beneficien,
aunque quisiera dar mita competente, pero por las causas que diré cuando
trate de las tasas, por agora señalo que se dé de cada doce, de mita uno:
aunque la mita se entienda ser de los indios de tasa, que son desde los diez
y ocho hasta cincuenta años: porque no se ha de dar de viejos ni mucha-
chos ni mujeres: y agora no ha de haber compulsión hasta que la tasa se
pague en especies, que entonces se dará de seis indios uno de mita, y se
podrá poner algún rigor en que se cumpla.
«ítem, señalo á los indios que sirvieren de mita ó por jornal, real y
medio por cada un día, de moneda de la tierra: y á los que sirvieren ó
bogaren por el río bajando en balsas, se les ha de dar desde la ciudad de la
Asunción á las Corrientes cuatro pesos en cuatro varas de sayal ó lienzo:
y desde las Corrientes á Santa Fe, seis: y otro tanto de Santa Fe á Buenos
Aires: y otro tanto desde la Asunción á Guayrá.
«28. ítem, porque no haya dificultad en las monedas de la tierra por
cuanto en ellas se ha de hacer la paga de tasas y tributos contenidos en
estas Ordenanzas, declaro que las monedas de la tierra han de ser de
especies, que lo que se tasa por un peso vaya á justa y común estimación
de seis reales de moneda de Castilla.
«29. ítem, para cuando la mita sirva, se ha de advertir que no han de
poder venir indios más de treinta leguas, y sin mudar temple, ni pasar
ríos que tengan riesgo.
«30. Los indios que se dieren de mita sólo han de poder ser ocupados
en chácaras, estancias, edificios y traer agua y leña.
«31. Los indios de su voluntad pueden concertarse para otros servi-
cios, especial para bogar las balsas: pero en ninguna manera se les per-
mite que, aunque sea su voluntad, pueda el indio ir á Maracayú á sacar
yerba, por las muchas muertes y daños que dello se siguen: sopeña de cien
azotes al indio que fuere: y el español de cien pesos: y la justicia que lo
consintiere, privación de oficio.
«32. ítem, por cuanto conviene que en esta ciudad haya atahonas ó
molinos para moler el trigo ó maíz, y aunque ha tantos años que se ha
poblado la ciudad de la Asunción, hasta agora no los hay en ella, ni tam-
poco atahonas: y eso mismo faltan en otras algunas: se manda que dentro
de seis meses se acaben las así comenzadas, ó hagan otras donde convenga:
con apercibimiento que, pasado el dicho término de seis meses, hechas ó
no hechas las atahonas ó los molinos, desde luego se mandan quitar los
molinillos de mano, y que los indios no los traigan. Y lo mismo se entienda
de los pilones que están en los pueblos de los indios con que muelen la
mandioca, que éstos se permiten quedar. Y aunque de su voluntad se per-
mite que los indios puedan concertarse para bogar balsas; en ninguna
manera han de ser compelidos á esto, sopeña de cien pesos al juez por cada
indio que compeliese y al español que le llevare, otro tanto.
«33. ítem, por cuanto S. M. tiene prohibido que se carguen los indios,
-669 —
de nuevo se manda que no puedan ser cargados ni se consientan cargar,
aunque sea para traer leña para casa de su amo: porque para el efecto han
de tener caballos ó carreta: pena de seis pesos por cada vez que los consin-
tieren cargar. Y esto se entienda con más rigor en Jerez y Guayrá, para
sacar la yerba, para lo cual no han de poder ser cargados, pena de cin-
cuenta pesos al encomendero, mercader ó pasajero que sea que tal consin-
tiere: y los que cargaren los dichos indios para sacar la yerba de Mara-
cayú, á cien pesos por cada vez. Los cuales se repartan para la Cámara
de S. M , juez y denunciador, por tercias partes. Pero bien se permite que,
por estar los pueblos de esta gobernación sobre el río, puedan cargar agua
para el servicio de la casa.
«34. ítem, por los grandes daños que han resultado de sacar indias de
los pueblos para que sean amas, se manda que ninguna india que tenga su
hijo vivo pueda venir á criar hijo de español, especialmente de su enco-
mendero, con pena de perdimiento de la encomienda al que tal hiciere, y
quinientos pesos á la justicia que lo mandare. Pero bien se permite que,
habiéndosele muerto á la india su criatura, pueda criar la del español.
«35. Ninguna india casada pueda concertarse para servir en casa del
español, aunque sea compelida á ello, si no fuere sirviendo en la tal casa
su marido ni las solteras ser compelidas, queriéndose estar eti sus pueblos:
y que ninguna que tenga padre ó madre vivos, puedan concertarse sin
voluntad de su padre.
«36. Los indios y indias que se concertaren para servir, no pueden
hacer concierto por más de un año. Pero permítese por esta primera vez
que puedan concertarse por lo que resta del año y por todo el de doce.
«37. El indio que trabajare en su casa, sea por mita, ó concierto de
días, meses ó año, demás de los jornales ó pagas, les han de dar doctrina,
y de comer y cenar, y curarlos en sus enfermedades, y enterrarlos si mu-
rieren: y á los que fueren bogando, se les ha de dar comida para la vuelta.
«38. Si el indio que sirviere cayere enfermo y quisiere irse á curar
fuera de donde está su amo, lo podrá hacer, dejándolo libre: y su amo sea
compelido á ello, y á que le dé y pague lo que le debiere, sin que sea com-
pelido á cumplir después de sano el concierto.
«39. Ningún indio se le pueda concertar ni pagar su trabajo en vino,
chicha, miel ni yerba: y todo lo que en este género se pagare, sea perdido,
sin que el indio lo deba recibir en cuenta: y al español que lo pretendiere
dar por paga, á veinte pesos de pena por cada vez.
«40. Las mitas, cuando las haya, se tendrá cuidado de que se acomo-
den las religiones. Si en algún tiempo hubiere repartición de mita de
indios, se dará á cada convento que tuviere dos religiosos tantos mitayos
cuantos religiosos tuviere, con tal que no pasen de ocho.
«Título de Doctrinas
«41. Por cuanto lo principal que S. M. manda es la doctrina de los
indios, y para que esta se haga con comodidad, mando que ninguna doc-
taina pueda tener ni tenga más de cuatrocientos indios, salvo si hubiese á
la doctrina dos religiosos, que entonces podrá haber más número.
— 670 -
"42. Todos los muchachos y muchachas, de cinco hasta once años, acu-
dan todos los días, media hora después de salido el sol, y media antes de
ponerse, y recen la doctrina cada vez media hora; y lo demás del dicho
tiempo los Curas los dejen servir á sus padres.
«43. Los Gobernadores no presenten ningún sacerdote para cura, si
no tuviere aprobación de la lengua en que hubiere de doctrinar.
«44. A cada Cura se le dará un muchacho ó dos de siete á catorce
años que le sirvan: y un indio mitayo, y una vieja para la cocina: á los cua-
les ha de dar de comer y vestir: y no ha de poder sacar indio de un pueblo
á otro: ni compeler para nada á los indios: y cualquiera otra cosa que les
mandare, los ha de pagar como otro particular.
«45. A los Curas se les pagará de estipendio por cada un indio de tasa
la doctrina un peso, como hasta aquí se les ha pagado: mientras la tierra
da lugar á que se les satisfaga mejor; que por agora no se les hace nove-
dad en su paga.
«46. En cualquier pueblo que haya, antiguo ó nuevo, en cualquier
reducción, por pequeña que sea, ha de haber particular cuidado que haya
quien enseñe la doctrina.
«47. En cada pueblo de hasta cien indios, haya un fiscal que junte á la
doctrina. Y si pasare de cien indios, haya dos fiscales. Y por muchos indios
que tenga el pueblo, no ha de haber más de dos fiscales: y éstos han de ser
de cincuenta á sesenta años de edad: y los curas no han de poder ocupar-
los fuera de su oficio, si no es pagándoselo.
«48. En cada pueblo que pasare de cien indios, ha de haber cuatro
cantores. Y si llegare á doscientos indios, cinco cantores. Y en cada
reducción por pequeña que sea, ha de haber un sacristán que tenga cui-
dado de guardar el ornamento y barrer la iglesia. Todos han de ser libres
de tasas y tributos personales.
«49. Cualquiera persona que tenga en su casa y servicios indios infie-
les por jornales ó por años, les enviarán todas las mañanas en tocándose
las campanas en la Compañía de Jesús ó en otra iglesia donde esto se
hiciere; para que allí estén una hora rezando: sopeña de que quien aquesto
no lo cumpliere, se le quite el servicio del tal indio: y no se les permita
servir, aunque sea con paga muy aventajada, y demás de eso pague cuatro
pesos de pena cada día que no lo cumpliere: la mitad para la cofradía de
los indios, y la otra mitad para el juez que lo sentenciare.
«Título del gobierno
«50. El gobierno de los pueblos de los indios está á cargo de los Alcal-
des y Regidores de indios en cuanto á lo universal, dejando á los caciques
el repartimiento de las mitas.
«51. La ejecución de mitas y cobranza de las tasas es un cargo del
justicia mayor ó Alcalde ordinario de cada pueblo de españoles: porque
en caso que la Justicia mayor no vaya á esto, ha de enviar precisamente
un Alcalde ordinario, y no otra persona. Y el ir á cobrarla, ha de ser al
tiempo que se haya de cobrar la tasa ó mita, cuando los indios quisieren
que se entable el dicho modo de gobierno. Y entonces se pagará á la Jus-
-671-
ticia Mayor dos reales por la cobranza de tasa: y en ninguna manera se
han de nombrar Corregidores de los pueblos de los indios, por los incon-
venientes que de ellos han resultado en el Perú: y la Justicia que así
cobrare la tasa, ha de tener cargo de pagar al sacerdote y al enco-
mendero.
«52. El Alcalde ni Alcaldes de la Hermandad no puede conocer ni
conozcan de pleitos de indios; pero puede hacer la causa y remitirla á la
ordinaria, salvo en hurtos de ganados: que en tal caso, procederá como los
ordinarios.
«53. La Justicia mayor y ordinaria puedan proceder en causas de
indios: y ellos y los de la Hermandad en caso procedente no pueden sen-
tenciar á ningún indio sin traerlo á la cárcel de la ciudad, y allí sustanciar
la causa, lo cual se manda por los grandes agravios que á título de Justi-
cias se han hecho á los indios,
«54. Ningún indio se pueda sentenciar en destierro que pase del dis-
trito de la ciudad á que su pueblo fuere sujeto. Y si fuere en algún servi-
cio, no pueda ser sino de convento ó de la república. Pero por esto no se
prohibe dar al indio pena de muerte mereciéndola.
«55. Las elecciones de cabildos de indios se hagan por los del cabildo
que saliere, en presencia del Cura.
«56. El año que el indio fuere Alcalde, no debe tasa ni servicio per-
sonal en caso que se reparta.
«Título de tasa
«57. La principal causa porque S. M. mandó hacer esta Visita, fué
para que los indios fuesen tasados: y con esto, cesando el servicio personal,
cesasen así todos los agravios á los indios: cómo es fácil conocer el que
medianamente discurre por los agravios que á los indios se han hecho, que
son muchos por el poco orden que en esta Gobernación ha habido. Aunque
la materia está tan indigesta, que con mucha dificultad se puede entablar
lo susodicho. Porque los más de los indios, en la Visita que he hecho, espe-
cialmente en esta ciudad de la Asunción, dicen que no quisieran tasa;
unos, ó los más, porque no saben lo que es, aunque se les ha procurado
dar á entender: otros, porque son pobres; otros, porque dicen que ellos
sirven cuando quieren y como quieren, y les dan alguna gratificación los
españoles: otros, que vienen á ayudar á los españoles no á título de tasa y
servicio, sino como á parientes. Y esto último también se me alegó por el
Procurador general de esta ciudad por una petición. Y aunque las dichas
excusas son de tan poco fundamento, como parece: y entiendo que las más
han procedido de inducciones y engaños que á los indios se han hecho;
todavía obliga á usar de traza en las ejecuciones de la tasa que S. M. manda
se ponga: que así por esto, como para asegurar las conciencias, parece
preciso ponerla. Respecto de lo cual, ante todas cosas, declaro que la tasa
la deben pagar los varones desde diez y ocho años de edad hasta que ten-
gan cincuenta. Aunque si algunos tuvieren los impedimentos que no pue-
dan pagar tasa por enfermedad que tengan, la Justicia lo declare así para
que no la paguen.
-672-
«58. Las mujeres, de ninguna edad que sean, no deben pagar tasa: y
así se declara.
«59. Aunque en el Pirú los indios casados antes de diez y ocho años
pagan la tasa, esto parece tiene alguna dificultad especial en esta provin-
cia, donde tanto desorden ha habido en impedir los matrimonios de los
indios. Y así se declara que, aunque el indio sea casado, no debe tasa hasta
la dicha edad de los diez y ocho años.
«60. Aunque yo quisiera hacer tasas para cada pueblo en particular,
no he podido hasta el presente por las razones referidas: porque en cada
pueblo hay indios de diferentes encomenderos: que los más tienen tan
pequeño número, que no son de consideración. Porque aun en esta ciudad
de la Asunción, cabeza de la Gobernación, hay muchos que no tienen á
diez indios de reducción. Y he visitado pueblo que, aunque era bastante
para doctrinante, hallé indios de cincuenta encomenderos. Respecto de lo
cual, parece más conveniente que las tasas sean en general. Y así taso los
indios de esta Gobernación (á los que son de tasa, conforme á lo dicho en
este título) que cada uno pague á su encomendero cinco pesos corrientes
en cada año en moneda de la tierra: y que las dichas monedas, como está
dicho, se hayan de reducir y reduzcan á cosas que si se hubieran de vender
á real de plata, valiesen seis reales de plata lo que en moneda de la tierra
es un peso. Y así el indio ha de ser obligado á pagar en cada un año cinco
pesos de tasa en moneda de la tierra, ó en seis reales de plata por cada
peso, ó en especie de maíz ó trigo, ó algodón hilado ó torcido, ó madres de
mecha. Y porque no haya dificultad en las dichas especies, declaro las
dichas especies. Una fanega de maíz, un peso. Una gallina, dos reales. Una
madre de mecha que tenga diez y seis palmos, un peso. Tres libras de
garabatá, un peso. Una arroba de algodón, sin sacar la pepita, desta tierra,
cuatro pesos: y del Río Bermejo ó de Tucumán, cinco pesos. Una vara de
lienzo de algodón, un peso. Una fanega de frisóles, tres pesos. En las cua-
les dichas especies puedan pagar y paguen los indios la tasa, aunque en el
año no tenga obligación el encomendero de recibir más de una fanega de
maíz y dos gallinas, en los precios que van puestos: y la demás tasa haya
de ser en las demás especies ó monedas de Castilla ó de la tierra, como va
declarado. La cual dicha tasa se ha de pagar la mitad cogidas las cosechas
por Navidad, y la otra mitad por San Juan.
«61. Por cuanto, como está dicho, por agora los indios rehusan de
pagar la tasa, les mando que los que no la quieran pagar sirvan, como
ellos han dicho, á sus encomenderos, como hasta aquí, Y el encomendero
entienda que en lugar de tasa, puede llevar treinta días de tributo en cada
un año: y que los demás que trabajare con él el indio, que es lo más ordi-
nario, en especial en los pueblos de la Asunción, que ha sido la principal
parte del año, ha de gratificar al indio, como está dicho, á real y medio de
jornal en moneda de la tierra ó cosas que lo valgan. Y lo mesmo ha de ser
si de su voluntad le sirviere algún indio que por su edad no deba tasa.
«62. Cada año la Justicia Mayor ó Alcalde que nombrare, vaya á visitar
los indios después de cogidas las cosechas, para proveer el número de tasa,
los que llegaren á diez y ocho años, y sacar los que llegaren á cincuenta.
«63. Por estos padrones, en que se han de poner también los hijos, es
fácil averiguar las edades y obligación de tasa. Y en esto haya muy buena
-673-
cuenta de excusarse de los padrones de los Curas: porque no entiendan en
ninguna manera los bárbaros que los padrones que los eclesiásticos hacen
son en orden á interés de los españoles, y formen concepto diferente de lo
que es y hacen la Iglesia y sus ministros.
«64. Aunque el indio quiera pagar la tasa en servicio personal como
está dicho, no se les ha de impedir que el demás tiempo del año puedan
concertarse con el español que quisieren para ganar jornal ó salario.
«65. Los indios que desde luego quieren pagar la tasa, la paguen: y
con esto sirvan ó trabajen con quien quisieren: y no sean compelidos á mita,
porque en tan poco número como hasta agora hay, no se puede entablar la
mita: hasta que conozcan los indios que les está bien pagar la tasa: y
entonces se entablen como es razón.
«Título de los infieles
«66. Por Cédula de S. M. está prohibido que los Gobernadores hagan
nuevas entradas en pueblos y tierras de indios, aunque sea por vía de Doc-
trinas, y menos por vía de conquista no puedan hacer las dichas entradas,
porque lo susodicho está reservado á la persona del señor Virrey: decla-
rólo así: y mando que de aquí adelante el Gobernador ni otra Justicia no
las hagan, sopeña de privación de oficio, y más dos mil pesos para la Cá-
mara de S. M.
«67. Ningún Teniente ni Alcalde pueda enviar ni envíe gente armada
á los indios, á título de que los reduzcan ó vengan á hacer mita, ni en otra
manera, so la misma pena. Pero bien se permite que si algunos indios
hicieren daño al pueblo ó á indios de paz en sus personas ó haciendas, pue-
dan luego hasta tres meses, enviar personas que los castiguen con armas
ó traigan presos; con que los que se prendieren no se ejecute pena contra
ellos en el campo, si no es que la dilación traiga daño irreparable: y en
ninguna manera se puedan repartir las dichas piezas de los indios como
hasta agora se ha hecho, sopeña de mil pesos el que lo contrario hiciere.
«68. En casos que los excesos de los tales indios obliguen á demostra-
ción, y pasen los tres meses de la Ordenanza sesenta y siete, podrá el Go-
bernador solo y no otra Justicia, determinar cerca del dicho castigo: con
que en lo demás se guarde la Ordenanza precedente.
«69. Por Cédula de S. M. está mandado que los infieles que se redu-
jeren é hicieren cristianos no puedan ser encomendados ni paguen tasa los
infieles por diez años. Y pasado el dicho término, no se innove sin orden
expresa del señor Virrey ó Audiencia. Declarólo así: y mando que durante
el dicho término de los diez años, no puedan ser compelidos á servicio nin-
guno. Pero bien podrán de su voluntad concertarse para servir: y las Jus-
ticias tendrán cuidado de que no se les hagan agravios.
«70. El Cura de indios, en especial de nuevamente reducidos, no
pueda sacar ni saque ninguna india casada ni soltera, aunque sea de poca
edad, ni dalla á que vaya á servir fuera: 3^ el que tal hiciere., no pueda ser
presentado á otro beneficio.
«71. La justicia y doctrinante tengan particular cuidado de que se
encaminen los indios á labrar las tierras y tener bueyes para ello: y hagan
43 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo ii.
-674-
vestidos: de manera que en todo se vaya introduciendo la decencia y poli-
cía española.
«72. Todas las reducciones que se hicieren de indios, sean en sus pro-
pias tierras y temples, y en las partes dellas á su comodidad, y donde
puedan tener y tengan agua, leña, pescado; y donde puedan tener cómodo
para sementeras: y no sólo respecto del estado presente, pero del aumento
que se puede esperar, teniendo atención al bien de los indios y que sea con
su gusto, para que con él acudan á la doctrina: y si los pueblos ó reduc-
ciones fueren tan pequeñas, que no pueda estar doctrinante en solo uno,
se procurará poner en distancia convenible el dicho trabajo, para que en
medio esté la parroquia, de donde se les pueda acudir á todos y que con
comodidad sean doctrinados por las reducciones. Y aunque estén divididos,
y no siendo de su natural, no se procuren juntar en ningún pueblo siendo
muchos: porque se excusen las discordias que entre ellos puedan haber,
especial las envidias y diferencias de tierras: y en todo se les quiten las
ocasiones de discordias, hasta que el trato y los casamientos y especial
conocimiento de Dios les haga fáciles estas cosas.
«73. Los indios que se han convertido, aunque no han de ser compe-
lidos á mitas y tasas por el tiempo que está dicho; es bien que desde los
cinco años vayan entendiendo lo susodicho por modos suaves, aficionándose
á ganar jornales y trabajar para esto.
«74. Asimismo es bien que los recién convertidos vayan conociendo el
modo de gobierno político de los indios, dándoles alcaldes y fiscal y otros
oficiales.
«75. Por cuanto es muy necesario para la conversión de los indios y
crédito del Evangelio para con los bárbaros que no entiendan que por
interés se les predica y administran los sacramentos, es bien que no se les
pida á los indios cosa ninguna por pequeña que sea: y de esto sean adver-
tidos los Curas en particular.
«Título de las encomiendas»
«76. Una de las causas más principales que ha habido para la diminu-
ción de estos indios de esta Gobernación y la de Tacumán, ha sido las
muchas divisiones de encomiendas, partiéndolas y haciéndolas algunas de
treinta indios y de veinte, y menos, de que se han seguido grandísimos
inconvenientes, que algunos se han representado á S. M. y despachado
Cédulas Reales sobre esto: Y así ordeno y mando que de aquí adelante no
se dividan ni partan las encomiendas del número que hoy tienen en esta
Gobernación por vacación ni dejación para que tengan efecto casamien-
tos, ni en ninguna otra manera, aunque se diga no se dividen familias ni
hábitos: porque generalmente se manda que en ninguna manera ni por
ninguna causa se haga división ninguna ni partición de los que hoy están
en una encomienda en poder de un encomendero: sopeña de mil pesos al-
Gobernador que contraviniere, y la división sea en sí ninguna, y la enco-
mienda desde luego se pone en cabeza de S. M.
«77. Asimismo ordeno y mando, como S. M. tiene mandado y proveído,
que los indios que estuvieren divididos padres de hijos, se reduzcan y jun-
-675-
ten para las ciudades que no he visitado, que son las de la Asunción
para arriba: porque en las demás he proveído á satisfacción de los natu-
rales.
«78. ítem, mando que como fueren vacando las encomiendas de una
parcialidad y natural ó pueblo, se vayan juntando, de suerte que en la
ciudad de la Asunción y en las de arriba las encomiendas se reduzcan en
número de ochenta indios, diez más ó menos: en la ciudad de Santa Fe, de
treinta y cinco más ó menos: la ciudad del Río Bermejo, al mismo res-
pecto: y la de las Corrientes, y Buenos Aires, á doce poco más ó menos: y
que en este número se vayan reduciendo, agregándose unas á otras sin
que al que así se le anexare se le aumente vida ninguna, sino que goce lo
nuevamente adquirido como lo que antes poseía. Y desde que una vez se
anexó, se quedará sin dividir. Lo cual se entienda en encomiendas peque-
ñas. Porque en las encomiendas mayores del dicho número no se han de
bajar al menor; antes han de ir con su aumento: pues es justo que haya
encomiendas grandes para personas de mayor mérito.
«79. Y por cuanto en esa ciudad ha}^ vecinos que tienen encomiendas
pequeñas y divididas y en diferentes pueblos: ordeno y mando que en tal
caso, vacando la tal encomienda, se anexe cada parte en su pueblo, de
suerte que las encomiendas estén juntas y no divididas. Y si el encomen-
dero que muere tiene indios en dos pueblos y se deben anexar, los de un
pueblo se anexen en uno de los encomenderos de allá, y el otro en el enco-
mendero del otro.
«80. Así como conviene para el buen gobierno que las encomiendas no
sean muy pequeñas: así también conviene que no se den á uno muchas
encomiendas. Por lo cual y por ser conforme á derecho, ordeno y mando
que quien tuviere encomienda de mayor cantidad de la referida ó de menor
en diferentes pueblos, de suerte que no se puedan anexar como está dicho,
no se pueda referir, ni se le encomiende otra encomienda sin hacer dejación
déla primera. Y caso que lo haga sólo para aceptar la segunda, doy la
primera por vaca, y la pongo en cabeza de S. M.
«81. Como está dicho en las Ordenanzas antes desta, la india que se
casare con indio de otros repartimientos, ha de seguir á su marido. Y por-
que no cause inconveniente una Ordenanza que se suele entender mal en
el Pirú, declaro que la india siga á su marido, ora se case persuadida ó
inducida por el indio ó no. De suerte que esta Ordenanza se guarde sin
excepción ninguna: para que todos los estorbos de los casamientos se
quiten y queden con la libertad que es justo. Y cualquier encomendero
que impidiere matrimonio de indio de su encomienda ó servicio, incurra
en perdimiento y privación de la encomienda: la cual desde luego se ponga
en cabeza de S. M.: y prosiga á castigar este delito cualquier juez seglar.
Demás de lo cual, sea bastante recaudo para la ejecución de esta Orde-
nanza cualquier pena que el juez eclesiástico pusiere al tal encomendero
por haber impedido el matrimonio. Y encárgase á los Curas que no casen
indio ó india de una misma casa, cuando el dueño de ella se la llevare,
porque ansí van atemorizados, ó á lo menos no con plena libertad.
«82. Y porque algunas veces los encomenderos hacen las contradic-
ciones á los casamientos de sus indias, y lo mismo hacen los que las tienen
en casa, con color de que las defienden: y ansí hacen que algunos jueces
— 676 —
eclesiásticos, que no siempre son letrados en las Indias, los nombren por
defensores, ordeno y mando que la pena de la Ordenanza precedente se
entienda asimismo en este caso: porque en ninguna vía, directa ni indi-
recta, es bien el encomendero ó persona que tuviere india en casa tenga
mano ni hable en impedir matrimonios de las indias, ni aun en casarlas:
porque en los mesmos matrimonios que pretenden hacer se da incluso
impedimento de matrimonio.
«83. Y porque mujeres suelen exceder mucho en lo susodicho, mando
que las Ordenanzas precedentes se entiendan con las mujeres que tuvieren
encomiendas: y si no las tuvieren, incurran en cien pesos de plata, en que
no se les permita jamás servirse de india ninguna; aunque las indias quie-
ran. Esto mismo se guarde con los hombres no encomenderos. Y en estos
casos de impedimentos de matrimonio, quisiera poner jueces muy rigorosos
para ejecutarlos, porque he hallado gravísimos excesos, y muy grandes en
particular.
«84. En jornales de mujeres no he puesto precio ninguno, porque le
reservo á la voluntad de las partes.
«85. Aunque he remitido al señor Virrey y á la Audiencia el castigo
de los excesos pasados; esto se entiende en el fuero exterior. Y así advierto
á los confesores y á las personas que han tenido y tienen indios, que vayan
componiendo sus conciencias con mucho cuidado: que todo será menester:
y plega á Dios que acierten.
«S. M. y el señor Virrey y la Real Audiencia proveerán acerca de no
llevar derechos á los indios que se quieren casar. Entretanto, pido con
mucho encarecimiento que en esto se haya el recato que es razón. Pues
demás de que los indios no deben derechos, es tan sabido los estorbos que
los indios tienen para los matrimonios cuando tienen que pagar derechos:
y cuan perjudicial es cualquiera dilación en esto.
<'Las cuales dichas ordenanzas he hecho como entiendo conviene,
respecto de lo que me ha constado por las Visitas, y mucho más por rela-
ciones particulares: porque en esta tierra todos quieren que se entienda é
informe lo que les conviene: que á tanto ha llegado la desorden de esta
tierra. En particular, he comunicado estas Ordenanzas con los Goberna-
dores presente y pasado: y con todos los religiosos de esta ciudad, y con
casi todos los de la Gobernación: y con otros muchos particulares de ellas,
en especial con los diputados que han nombrado las ciudades de esta Gober-
nación, y en particular los de la ciudad de la Asunción. Y afirmo que
cuanto me han querido hablar en esta materia he oído. Y aunque estas
Ordenanzas se han de llevar al Consejo Real de las Indias, para que Su
Majestad las mande ver, y entre tanto se ha de estar por lo que mandare
el señor Virrey ó Real Audiencia de la Plata; pero mientras S. E. ó Real
Audiencia otra cosa no mandaren, mando que todas las Justicias y vecinos,
estantes y habitantes en esta Gobernación y sus términos y jurisdicción, y
los que adelante estuvieren, las guarden y cumplan todas, en todo y por
todo, según que en ellas se contiene: so las penas en ellas contenidas, y
más quinientos pesos para la Cámara de S. M. en que desde luego doy por
condenado lo contrario haciendo. En que las justicias procederán con el
mayor rigor contra los rebeldes é inobedientes.
«Fué dada en la Asunción, cabeza de la Gobernación del Paraguay y
-677-
Río de la Plata, en doce días del mes de Octubre de mil seiscientos y
once años.»
«El licenciado Don Francisco de Alfaro.»
«Por mandado del señor Oidor Visitador. — Alonso Navarro, Secretario
de la Visita.»
(Sevilla: Arch. de Ind. 74-4-4.)
Ntim. 57.
1618 -DECISIÓN REAL EN EL CONSEJO DE INDIAS, APROBATO
ría de las ordenanzas de ALFARO, CON LAS MODIFICA
CIONES EN ELLAS INTRODUCIDAS.
[Insértanse las Ordenanzas con las Cédulas: y al final de todo, se dice:]
«Y HABIÉNDOSE requerido ejecutar las dichas Ordenanzas por el dicho
D. Francisco de Alfaro, los vecinos de las dichas provincias del Paraguay
y Río de la Plata hicieron algunas contradicciones á ellas, pretendiendo
no se había de innovar en nada de la costumbre que se había tenido por lo
pasado, sino que se habían de gobernar de la misma manera que antes que
se hiciesen. Sobre lo cual por su parte se acudió á mi Consejo de las Indias
con la dicha pretensión, suplicándome así lo mandase proveer y ordenar, ó
que en caso que sin embargo de ellos se hubiesen de mandar guardar las
dichas Ordenanzas, se moderasen y revocasen algunas dellas, conforme á
las advertencias que presentaron:
«Y HABIÉNDOSE VISTO lo uno y lo otro por los del dicho mi Consejo: y
las informaciones, certificaciones y otros recaudos por su parte presen-
tados, y lo que el Licenciado Bernardino Ortiz de Figueroa, mi Fiscal en
el dicho Consejo, dijo y alegó en la dicha razón: y oído sobre ello particu-
larmente á Manuel de Frías, Procurador general de dichas provincias:
«He TENIDO POR BIEN DE ORDENAR y mandar, como por la presente
ordeno y mando, que las dichas Ordenanzas que aquí van incorporadas se
guarden y observen en las dichas provincias del Paraguay y Río de la
Plata, las catorce dellas según se advierte y dice en las declaraciones que
van puestas al pie de cada una: y todas las demás de la misma suerte que
en ellas se contiene: y que contra su tenor no se vaya ni pase en manera
alguna: y mando á los mis Gobernadores y otros jueces y justicias de las
dichas provincias las guarden, hagan guardar, cumplir y ejecutar, según
y como en ellas y cada una dellas se declara, so las penas en ellas conteni-
das, en que desde luego doy por condenados á los transgresores. Que así
es mi voluntad. Y que se pregonen públicamente en las dichas provincias,
para que venga á noticia de todos, y no se pueda pretender ignorancia.—
Fecha en Madrid, á diez de Octubre de mil y seiscientos y diez y ocho
años.»
«Yo EL Rey» «Por mandado del Rey nuestro Señor: Pedro de Le-
desma.»
-678-
«Declaración de la Ordenanza 13
«Y porque los indios no pueden vivir cristiana y políticamente sin tener
quien los administre y gobierne, y encamine las cosas de policía, y justa
ocupación y trabajo, que deben tener para poderse sustentar y pagar sus
tasas, y acudir á otras obligaciones, los Gobernadores nombrarán personas
de toda satisfacción y confianza y desinteresadas, que con título de admi-
nistradores ó mayordomos tengan cuidado de que los indios acudan á las
cosas sobredichas: y le señalarán un moderado salario á costa de los enco-
menderos, á quien toca la mayor parte de la utilidad y beneficio que desto
ha de resultar: y les darán las instrucciones necesarias, )' señalarán el
distrito y número de los pueblos de indios que cada uno ha de tener á cargo
y cómodamente pueda administrar: y procurarán con todo cuidado que las
personas que así se eligieren y nombraren sean tales cuales conviene, y
que hagan el deber, traten bien á los indios y les den buen ejemplo, y no
tengan con ellos en sus pueblos tratos ni contratos algunos ó granjerias:
informándose con toda diligencia de cómo proceden, para castigar con
rigor las veces que hicieren, y removerlos de la administración y oficio y
elegir otros que cumplan con sus obligaciones.
«Declaración de la Ordenanza 18
«Cuando á los vecinos, mercaderes ú otras personas que tuvieren trato
y comercio en las dichas provincias se les ofreciere ir de unas partes á
otras dentro dellas, y tuvieren necesidad de algunos indios para el viaje,
no los puedan sacar ni llevar en poca ni en mucha cantidad, aunque sea de
su voluntad, sin que preceda licencia expresa del Gobernador por escrito:
el cual, habiendo visto y examinado el efecto para que se pide, la podrá
conceder: y conforme á ello, señalar á los indios que le pareciere, y el
tiempo que se han de ocupar, y jornales que les han de pagar, y tomará
fianzas y seguridad de la parte, que los volverán á sus pueblos al plazo que
señalare, so las penas que le pareciere: y que con toda puntualidad les
pagarán en sus manos los jornales de todos los días que se ocuparen en la
ida, estada y vuelta á sus pueblos.
«Declaración de la Ordenanza 20
«Que la duodécima parte que han de dar los pueblos de indios para mita
de los vecinos que no tienen indios de encomienda )' es necesario se les den
algunos para que hagan mita en ministerios manuales de sus casas, por
tiempo y jornal señalado, está bien, y así se cumpla y ejecute: con tanto
que esto se entienda habiendo cumplido los indios las obligaciones y tasas
de sus encomenderos, y suyas, y del tiempo que desto les sobrare; y no de
otra manera. Y los que así vinieren y se hubieren de dar para la dicha mita
y ministerios, las justicias los repartan con toda justificación y á personas
— 679 —
más necesitadas: procurando se les haga todo buen tratamiento y paga: y
que, habiendo cumplido con su mita, no los detengan por ningún caso, y se
vuelvan á sus reducciones: y que las justicias y alcaldes tengan particular
cuidado de informarse de los dichos indios, aparte y secretamente, como
más convenga, de la forma y cosas en que ha consistido la paga: y si
hallaren en ello algún agravio, lo reformen en favor del indio: y de lo que
proveyeren, no haya lugar á apelación ni suplicación, ni sobre ello se
escriba, por excusar dilaciones.»
«Declaración de la Ordenanza 28
«El jornal de real y medio señalado por el Visitador se pague por ahora,
como lo manda esta Ordenanza, atento á que por parte de la provincia se
alega que la tasación de estos jornales es crecida ó de mucho gravamen
para los vecinos y habitadores de la tierra, respecto del poco trabajo de los
indios y la pobreza general de la tierra, y otras causas que representan
para que estos jornales se moderen, se manda que el Audiencia de la Plata
averigüe con particular cuidado y diligencia la justificación que esto tiene:
y estando bien informada de la verdad de lo que contiene, tase y modere
lo que pareciere ser justo, y eso se cumpla y ejecute; y de lo que sobre ello
hubiere, me dé cuenta en el dicho mi Consejo: advirtiendo que en la tasa
de los dichos jornales, se ha de tener consideración los días que los indios
han de ocupar en la venida y vuelta á sus pueblos, á la costa que han de
hacer; conforme á la distancia de donde vinieren, y en los de ida y vuelta
el jornal ha de ser la mitad que se tasare en días de servicio.
< Declaración de la Ordenanza 31
«El no ir los indios á sacar esta yerba, aunque sea de su voluntad, se
entienda en los tiempos del año que fueren dañosos y contrarios de su
salud. Porque en los que no lo fueren, lo podrán hacer. Lo cual el Gober-
nador proveerá y mirará con el cuidado que conviene al bien y conserva-
ción de los indios y su salud.
«Declaración de la Ordenanza 33
«Como quiera que esta Ordenanza se confirmase, encargo al Goberna-
dor que, atento á lo que se alega por las ciudades, en la ejecución de esta
Ordenanza, provea y ordene cómo los indios acudan como de razón á las
cosas que precisamente fueren necesarias é inexcusables, particularmente
en la ciudad de Jerez, Ciudad-Real y Villa Rica: de manera que se consiga
el beneficio de la causa pública, y la conservación del trato, trajín, y
comercio de los caminos, y que no sean los indios vejados ni cargados,
y cuando lo hubieren de ser, como en caso necesario y forzoso, se haga con
tal moderación, que puedan tolerarlo sin ofensa y se consiga el bien público:
sobre lo que se le carga la conciencia.
680-
« Declaración de la Ordenanza 37
«En cuanto á que tenga obligación á curar los indios que enfermaren y
enterrar los que se murieren, se cumplan y ejecuten entretanto que las
dichas ciudades no dieren orden de que se funde y haga hospital donde los
indios se curen y tengan la hospitalidad que conviene, lo cual se encarga
al Gobernador y Obispo, para que con todo cuidado procuren y den orden
como con brevedad se hagan y tengan efecto: y el Gobernador hará dar
para esta obra los indios necesarios de los pueblos de indios del distrito de
la tal ciudad, pagándoles sus jornales.
«Declaración de la Ordenanza 48
«En cada pueblo que pasare de cien indios, ha de haber cuatro canto-
res: y si llegare á doscientos indios, cinco cantores: confírmase esta Orde-
nanza con que los cantores sean dos ó tres 3' no más.
«Declaración de la Ordenanza 51
«En cuanto á esta Ordenanza, se mande se guarde lo que está proveído
en la Ordenanza 13.
«Declaración de la Ordenanza 54
«Confírmase, con que en cuanto dispone que el destierro de los indios
no pueda ser para fuera del distrito de la ciudad donde se hiciere el des-
tierro, se entienda que puede hacerse para fuera del, conforme el Gober-
nador y justicias juzgaren que conviene, según la gravedad y calidad de
los delitos, y para su castigo y ejemplo.
«Declaración de las Ordenanzas 60 y 61
«De la plata y tributo que los indios han de pagar en cada un año á sus
encomenderos, se manda que se guarde y ejecute lo que por ella se ordena,
con que los cinco pesos que se tasan que pague cada indio de tasa en fru-
tos de la tierra, sean seis pesos en los mismos frutos, que computado cada
peso en el valor de los dichos frutos por ocho reales, montan cuarenta y
ocho reales. Y habiéndolos de pagar en moneda de Castilla, paguen por
cada uno de los dichos seis pesos seis reales, que hacen treinta y seis rea-
les: y con que los treinta días que señala para que en cada un año los
indios puedan servir á sus encomenderos en lugar y por paga del tributo
de un año, en caso que así lo elijan, sean sesenta días: y en esta manera:
que la sexta parte de los indios de cada encomienda sirva al encomendero
-681-
por su turno los dichos sesenta días; y ellos queden libres por los diez
meses restantes para acudir á sus labores y sementeras y granjerias que
tuvieren. Lo cual parece que se ajusta y acomoda con lo que es bien hagan
los indios de su parte, y con las obligaciones ó cargas que los encomende-
ros tienen de doctrinar, gobernar y sustentar la tierra poblada y cultivada
en paz, y defenderla de los enemigos para bien y conservación de todos.
Lo cual así se guarde y cumpla por ahora, y entretanto que la Audiencia
de la Plata, á quien se somete, informe con su parecer muy particular-
mente acerca de lo contenido en estas dos Ordenanzas, y lo que sobre ellas
se alega y pide por parte de las dichas provincias. Y se ordena asimismo
que en caso que los indios elijan pagar la dicha tasa en frutos de la tierra
ó en reales, como está dicho, porque el encomendero no quede sin algún
servicio para los ministerios de la casa, el Gobernador provéale de algu-
nos indios de mita de la dicha su encomienda, atendiendo á la calidad y
número de ella, que lo acuda por el tiempo y de la forma que por estas
Ordenanzas se mandan, y pagándoles sus jornales como quedan señalados
á real y medio en cada un día de trabajo, en frutos de la tierra.
«Declaración de la Ordenanza 65
«Que se guarde lo prevenido en la Ordenanza 20.»
(Sevilla: Arch. de Indias, 74. 4. 4.)
Nüm. 58.
1631— Primera provisión del Virrey
sobre poner las doctrinas en Corona Real
«Don Felipe, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de
Aragón, etc.
«A vos, mis Gobernadores de las provincias del Paraguay y Río de la
Plata, y á los que adelante fuéredes; á cada uno y cualquier de vos en
vuestro distrito y jurisdicción:
«Sabed: Que ante D. Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Boba-
dilla, conde de Chinchón, de mis Consejos de Estado y Guerra, gentil hom-
bre de mi Cámara, mi Virrey y Gobernador y Capitán general de las pro-
vincias del Perú, se presentó un Memorial, cuyo tenor, con lo á él decre-
tado, y el parecer que en su virtud dio el licenciado D. Alonso Pérez de
Salazar, Oidor de mi Real Audiencia de la ciudad de los Reyes, con lo
que sobre ello se proveyó, es como sigue:
«El LICENCIADO LUIS Henríquez, Fiscal de S, M. en esta Audiencia
de los Reyes, Dice: Que á su noticia ha venido que en la Gobernación del
Paraguay y en la del Río de la Plata, los Padres de la Compañía de Jesús
han fundado más de veinte Reducciones y pueblos de infieles, indios, que
-682-
han reducido á nuestra santa Fe Católica con su predicación é industria,
expuestas sus vidas á evidentes peligros, y sufriendo inmensos trabajos,
como sin amparo de escoltas ni ayudas de fuerzas humanas, fundando en
cada residencia iglesia decente y buena, con provisión de ornamentos y lo
necesario al culto divino y administración de sacramentos, con ornato de
música, voces é instrumentos, teniendo escuela de niños, como la acostum-
bran para dar buen principio á la educación de tan nuevas plantas; con
solo cuatrocientos y sesenta y seis pesos que da S. M. en doce ó trece
Residencias á cada una, en que hay más de mil y quinientas almas de con-
fesión y quinientas de comunión: y en todas, más de setenta mil: y se
espera y puede tener por cierto que, favorecida esta obra por el Espíritu
Santo como suya, se han de conservar dichas Reducciones, é irse agre-
gando y aumentando otras, mayormente si no se encomendasen en particu-
lar, pues en ellas no han puesto doctrinas, industria, hacienda ni trabajo,
y sólo esta obra es de Dios y de S. M , á quien hizo esta gracia por medio
de sus Pontífices, desde Alejandro Sexto; haciéndolos libres de todo género
de tributos los primeros diez años de su ingreso á la fe y Iglesia católica:
pues el mayor estorbo que ha tenido la predicación celosa de la honra de
Dios, ha sido la codicia de los encomenderos particulares y malos minis-
tros que, como raíz de todos los males, ha sido la que ha ahogado y ahoga
la buena semilla de la palabra de Dios y su santo Evangelio y mandamien-
tos, y hace aborrecida la ley verdadera, haciendo concepto los indios que
no tienen otro fin sino el servicio personal á los españoles, y enriquecerlos
con su sudor, trabajo y sangre, hasta dar las vidas, sufriendo todas sus
demasías, á que se llega el mal ejemplo y ejercicio de todos pecados de
que ven usar. Y así sacan contraria conclusión de que las cosas de la fe
que se les predica, no son practicables, ni tienen el premio de gloria y vida
eterna, sino que es engaño para que los indios les sirvan y tributen; y así
conviene que sólo se pongan y encomienden á S. M. y Real Corona. Y en
ley de contrato es obligación precisa, por haberle hecho los Padres de la
Compañía con los indios de las Reducciones, de que no se encomendarían
á otros, que S. M. Y de no se les guardar, es notorio el daño y riesgo de la
conciencia, y su restitución, y el castigo justo que se puede temer y espe-
rar que ha de hacer N. S. por tal injusticia y injuria. Atento á lo cual, y al
principal fin de la Providencia divina con estas gentes, como setenta años
antes de su descubrimiento lo dijo en profecía el Burgense, declarando el
lugar de Isaías Ite Angeli: y lo declaró así el insigne Maestro Fray Luis de
León en sus comentarios á Abdías profeta, de que enviaría Dios á los
españoles á estas partes occidentales á publicar el Evangelio para justifi-
car su causa: y que el sonido de su palabra se había de oír y salir hasta lo
último de la tierra.
«A V. E. piuE Y SUPLICA por el celo que debe á cristiano, y á la fideli-
dad de su oficio, el cual consiste más en ese verdadero fin, que en lo tem-
poral de las riquezas, las cuales todas se han de reducir á nada, y ahora
sirven de vía, y no haber quien use de ella: y cualquier ánima del más
mínimo de los racionales tiene más valor que cielos y planetas (porque
éstos han de cesar en sus operaciones, y la alma inmortal competir en
duración con las eternidades): que, usando de la superioridad del gobierno
y poderíos Reales que tiene para hacer lo mismo que S. M. si se hallara
— 683 —
presente, en consideración de lo mandado por nuestros señores los Reyes
Católicos D. Fernando y D.^ Isabel y los demás señores sus Hijos y des-
cendientes nuestros Reyes y señores, que heredaron con estos Reinos el
mesmo celo, piedad y cristiandad y la concesión de las Bulas Apostólicas:
despache su Provisión con Sello Real, para que el Gobernador del Para-
guay y el del Río de la Plata no encomienden los indios destas nuevas
Reducciones y que se redujeren á nuestra santa fe por los mismos religio-
sos de la Compañía de Jesús, aunque sean pasados los diez años de su con-
versión y reducciones, en persona alguna, y los amparen y conserven en la
Corona y protección Real, en cuanto específicamente la Real Persona no
mandare otra cosa: pues siempre y en todos tiempos, desde los primeros
descubrimientos, ha mandado hacer este amparo, y consultado y hecho jun-
tas de las personas de más religión, ciencia y conciencia que ha habido en
sus Reinos, procurando la mayor gloria y honra de Dios nuestro Señor:
pues con este celo por más que crezcan los enemigos de la fe, y su rabia
con armadas, armas, gente, municiones y aparatos, con una niebla, con un
ventecito, con agotar la agua, ú otro medio muy pequeño y de uno solo,
siendo fieles á Dios, S. M. D. lo ha sido á sus criaturas, desbaratando en
un momento ejércitos y armadas al parecer invencibles: y peleará por nos-
otros cumpliendo su palabra, que no puede faltar; trayendo á la memoria
un capítulo de carta escrita núm. 10, al señor príncipe de Esquilache en
materia de gobierno eclesiástico, su fecha en Madrid, á 28 de Marzo de
1626, que dice hablando con la Compañía de Jesús: «Como quiera que os
encargo procuréis siempre mostraros muy grato con los Prelados de esta
Orden, y darles el confidente y fácil despacho que se requiere, por el buen
ejemplo que con su honestidad y vida ejemplar conservan con tanta edifi-
cación de las almas.» Y pido justicia etc. y que se me den tres duplicados
de la Provisión que se despachare.— El Licenciado, Luis Enríquez.
«En Lima , á 20 de Mayo de seiscientos y treinta y uno, proveyó S. E. Llé-
vese esta petición al Sr. D. Alonso Pérez de Salazar, para que habiendo
hablado primero á S. E. sobre lo que contiene, dé su parecer.— Lucas de
Cabdevilla.
«Como de palabra he informado á V. E., tengo por conveniente y
justo que se sirva mandar despachar la provisión que el señor Fiscal pide,
porque demás que se debe cumplir lo que por los PP. de la Compañía de
Jesús se convino con los indios, se cumple también la voluntad de S. M. de
que su conversión no sea por fuerza de armas, sino por el medio de la pre-
dicación del Evangelio y su buen tratamiento, que no le puede haber donde
el tributo se reduce por los encomenderos á servicio personal, prohibido
por Cédulas Reales, que el Sr. Dr. D. Francisco de Alfaro, siendo Oidor
de la Real Audiencia de la Plata fué á ejecutar á aquellas provincias; y
los que estuvieren en la Real Corona, estarán menos sujetos á este agrá
vio; mandándolo V. E. así, y despachando la Provisión para que se incor-
poren en ella, y no se incorporen á personas particulares, según y como se
pide por el señor Fiscal, inserto su Memorial y el Decreto. Este es mi
parecer. V. E. mandará lo que más se sirva. Reyes, 24 de Mayo de seis-
cientos treinta y un años.— El Licenciado D. Alonso Pérez ue Sa-
lazar.
«Lima, á 26 de Mayo de seiscientos treinta y uno. Proveyó S.E.: Hágase
-684-
como lo pide el señor Fiscal y le parece al Sr. D. Alonso Pérez de Sala-
zar.— Lucas de Cabdevilla.
«En cuya conformidad, y porque demás de que se debe cumplir lo que
por los PP. de la Compañía de Jesús se convino con los indios referidos en
el dicho Memorial suso incorporado; cerca de lo en él contenido, se cumple
también mi voluntad, de que su conversión no sea por fuerza de armas,
sino por el medio de la predicación del Evangelio y su buen tratamiento,
que no le puede haber donde el tributo se reduce por los encomenderos á
servicio personal, prohibido por mis Cédulas Reales, que el Dr. D. Fran-
cisco de Alfaro, siendo Oidor de mi Real Audiencia de la Plata, fué á eje-
cutar á esas provincias; y que los que estuvieren en mi Real Corona, esta-
rán menos sujetos á este agravio, fué acordado por el dicho mi Virrey que
debía de mandar dar esta mi Carta y Provisión Real en la dicha razón: é
Yo túvelo por bien:
«Por la cual os mando no encomendéis los indios de las dichas reduc-
ciones nuevas contenidas en el dicho Memorial, y que se redujeren á nues-
tra santa Fe por los religiosos de la Compañía de Jesús, aunque sean
pasados los diez años de su conversión y reducción, en personas particula-
res; y los incorporéis en mi Real Corona, amparándolos y conservándoos
en mi defensa y protección Real, en cuanto específicamente mi Real Per-
sona no mandare otra cosa, por las causas y según y como se contiene en
el dicho Memorial, Parecer y Decreto suso incorporados; y no dejéis de lo
así cumplir en manera alguna, pena de la mi merced, y de mil pesos de oro
para mi Real Cámara. Dado en Lima, á veinte y ocho días del mes de
Mayo de mil y seiscientos y treinta y un años.— El Conde de Chinchón.
«Yo D. JosEF de Cáceres y Ulloa, Secretario Mayor de la Goberna-
ción de estos Reinos, del Perú, por el Rey nuestro Señor, la hice escribir
por su mandado, con acuerdo de su Virrey. D. Josef de Cáceres y Ulloa. —
Registrada de oficio.— Diego Morales de Aramburu.— Chanciller, Diego
de Morales de Aramburu.»
(Sevilla: Arch. de Indias: 122-3-8.)
Núm. 59.
1633 -C. R. Incorpórense los indios de Doctrinas en la Corona Real
«D. Felipe, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de Ara-
gón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Portugal, de Navarra, de Grana-
da, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cer-
defta, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de
Algeciras, de Gibraltar, de las Islas de Canarias, de las Indias Orienta-
les y Occidentales, Islas y Tierra Firme del Mar Océano, Archiduque de
Austria, Duque de Borgoña, y de Brabante, y de Milán, Conde de Abs-
purg, de Flandes, del Tirol, y de Barcelona, Señor de Vizcaya y de
Molina:
-685-
«PoR CUANTO Alonso Mesía, de la Compañía de Jesús, ha hecho rela-
ción que los religiosos de la dicha Compañía, sin escolta de soldados, ni
más fuerza que la del santo Evangelio, han entrado en la Gobernación del
Río de la Plata conquistando provincias y reduciendo naturales de ellas á
poblaciones, con iglesias, venciendo, para conseguirlo, grandes imposibles,
con ofrecérseles serán puestos en mi Corona Real, en que procedieron con
tan gran desvelo y cuidado, que al presente están reducidos más de setenta
mil en las dichas provincias del Río de la Plata, Paraguay y Villa del Es-
píritu Santo. Y que habiendo entendido el conde de Chinchón, mi Virrey
del Perú, que los Gobernadores de las dichas provincias contravenían al
dicho ofrecimiento, dio provisión despachada en mi nombre, para que no
se pudiesen encomendar ningunos indios de los nuevamente convertidos ni
de los que se fuesen convirtiendo, cuyo tenor es como se sigue: [Aquí el
número 58.]
«Suplicándome que, pues es medio importante para el aumento de la
cristiandad, y con el tiempo también vendrá á seguirse beneficio á mi
Real Hacienda, fuese servido de mandar confirmar lo proveído en esta
razón por el dicho Virrey.
«Y visto por los del mi consejo Real de las Indias, lo he tenido por
bien. Y mando al dicho mi Virrey y Gobernadores de las dichas provin-
cias del Río de la Plata, Paraguay y otras cualesquier mis Justicias de
ellas y de la dicha Villa del Espíritu Santo, vean la dicha provisión aquí
inserta: y cada uno por lo que le tocare, guarden, cumplan y ejecuten, y
hagan guardar, cumplir y ejecutar lo en ella dispuesto y ordenado: que
así es mi voluntad. Dada en Madrid, á veinte y tres de Febrero de mil y
seiscientos y treinta y tres años.
«Yo el Rey.»
«Yo D. Fernando Ruiz de Contreras, Secretario del Rey nuestro
Señor, la fice escribir por su mandado.
«Registrada.— D. Antonio Aguiar y Acuña.
«Por el gran Chanciller.— D. Antonio Aguiar y Acuña.»
(Sevilla: Arch. de Indias: 122-3-8.)
Nüm. 60.
1634— Ejecutoria de la incorporación de los indios en corona real
«Don Felipe por la gracia de Dios, Rey de Castilla, etc.:
«x\ vos MIS gobernadores de las provincias del Paraguay y Río de la
Plata, y á los que adelante fuéredes, á cada uno y cualquiera de vos en
vuestro distrito }- jurisdicción:
«Sabed: Que ante Don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Boba-
dilla, conde de Chinchón, de mis Consejos de Estado y Guerra, Gentil-
hombre de mi Cámara, mi Virrey, Gobernador y Capitán General de las
- 686 -
Provincias del Perú, se presentó un Memorial, cuyo tenor, con lo á él
decretado, respuesta de mi Fiscal de la Real Audiencia de la ciudad de los
Reyes, y Parecer que dio el Licenciado Don Alonso Pérez de Salazar,
Oidor de ella, y último Decreto que proveyó, y Provisión citada en el
dicho Memorial, es como sigue:
«ExcMO. Señor: El Padre Alonso Fuertes de Herrera, Procurador
General de la Compañía de Jesús, dice: Que por el año de seiscientos y
treinta y uno V. E. fué servido despachar Provisión Real, mandando á los
Gobernadores de las provincias del Paraguay y Río de la Plata no enco-
mendasen en persona alguna, si no fuese en la Real Corona, los indios
que en las dichas provincias iban reduciendo y habían reducido los Padres
de la Compañía de Jesús, atento á ser capitulación que con ellos se había
hecho, y que de su voluntad y sin fuerza de armas ni otras ayudas, iban en
gran aumento. La cual dicha Real Provisión se presentó en el Real Con-
sejo de Indias, y se mandó guardar todo lo que V. E. con su santo celo fué
servido de mandarse. Y de ella se despachó la Real Ejecutoria que presenta.
Y porque no tiene más de este original y se le podría perder, suplica
á V. E. se sirva mandar se despache Provisión, insértala Real Ejecutoria,
mandando á los dichos Gobernadores la guarden y cumplan, y cualquiera
persona que sepa leer y escribir la puede notificar con testigos, y que se
le den dos duplicados y se le vuelva el original, quedando un traslado de
la dicha ejecutoria en poder del Secretario de Gobierno. En que recibirá
merced. Lima, 29 de Mayo de 1634.
«Proveyó S. E.: se dé vlsta al señor Fiscal, y con lo que dijere dará
su parecer el señor Don Alonso Pérez de Salazar, Don Josef de Cáceres.
[Aquí el n.° 59.]
[E inserto en él el n.° 58.]
El fiscal consiente en todo lo que pide el P. Alonso Fuertes de He-
rrera por ser justicia, la cual pide. El Licenciado Varona y Encinillas.
«Mi parecer es que se dé al P. Procurador de la Compañía de Jesús
la Provisión en la forma y para el efecto que la pide. Reyes, veinte y
cuatro de Junio de 634 años. El licenciado don Alonso Pérez de Salazar.
«Lima, veinte y seis de Junio de seiscientos treinta y cuatro años. Pro-
veyó S. E.: HÁGASE COMO PARECE al señor Don Alonso Pérez de Salazar.
Don Josef de Cáceres.
«Y POR EL DICHO MI VIRREY FUÉ ACORDADO que debía mandar de dar
esta mi Carta y Provisión Real en la dicha razón, é yo túvelo por bien.
«Por la cual os mando guardéis y cumpláis lo que de suso va incorpo-
rado, según y como en ella se contiene y declara, sin exceder en cosa
alguna, pena de la mi merced y de un mil pesos de oro para mi Real
Cámara. Y mando á cualquiera persona que sepa leer y escribir que fuere
requerido con ésta mi Provisión, os la notifique con día, mes y año en pre-
sencia de dos testigos. Dada en Lima, á trece de Julio de mil y seiscientos
treinta y cuatro años. El conde de Chinchón. Yo Don Josef de Cáceres y
UUoa, Secretario de la Gobernación de estos Reinos del Perú, por el Rey
nuestro Señor, la hice escribir por su mandado, con acuerdo de su Virrey.
Chanciller: Diego de Morales Aramburu. Registrada: Diego de Morales
Aramburu.»
(IND. 76-3-8.)
— 087
60.
bis
1633— C. R. Que se quite el servicio personal en
todo el Virreinato del Perú
«Conde de Cinchón, pariente, de mi Consejo de Estado y Guerra, gen-
til-hombre de mi Cámara, mi Virrey, Gobernador y Capitán general de las
provincias del Perú; ó á la persona ó personas á cuyo cargo fuere su
gobierno:
«Bien sabéis que por muchas Cédulas y Ordenanzas mías y de los seño-
res Reyes mis progenitores, se ha mandado que los indios naturales de
esas provincias tengan y gocen entera libertad, y me sirvan como los
demás vasallos libres destos mis Reinos. Y asimismo sabéis que, por repug-
nar á esto el servicio personal en que en algunas partes los han tasado en
vez del tributo que pagan y deben pagar á sus encomenderos, está ordenado
y mandado apretada y repetidamente que cese y se quite del todo el dicho
servicio personal, y se hagan tasas de los dichos tributos, reduciéndolos á
dinero, trigo, maíz, yuca, gallinas, pescado, ropa, algodón, grana, miel, ó
otros frutos, legumbres y especies que hubiere, y cómodamente se cogie-
ren y pudieren pagar por los dichos indios, según el temple, calidad y
naturaleza de las tierras y lugares en que habitan, pues ninguna deja de
llevarlas tales que sean estimables, y de algún provecho para el uso,
comercio y necesidades humanas. Y porque sin embargo desto, he sido
informado que en esas provincias y en otras duran todavía los servicios
personales, con graves daños y vejaciones de los indios, pues los encomen-
deros, con este título, los tienen y tratan como esclavos y aún peor, y no
los dejan gozar de su libertad, ni acudir á sus sementeras, labranzas y
granjerias, trayéndolos siempre ocupados en las suyas, con codicia desor-
denada: por cuya causa los dichos indios se huyen, enferman y mueren, y
han venido en gran diminución, y se acabarán del todo muy presto, si en
ello no se provee de breve y eficaz remedio: Y habiéndose visto en mi
Consejo Real de las Indias muchas cartas, relaciones y memoriales que
sobre esto se han escrito y presentado por personas celosas del servicio de
Dios y mío, y del bien y conservación de los dichos indios; y lo que los Fis-
cales del dicho mi Consejo han pedido en diferentes tiempos en esta razón
y consultádoseme lo que ha parecido convenir:
«He tenido por bien de ordenar y mandar, como por la presente ordeno
y mando, que luego que ésta recibáis, tratéis de alzar precisa é inviolable-
mente el dicho servicio personal, en cualquier parte y en cualquiera
forma que estuviere y se hallare entablado en esas provincias, persua-
diendo y dando á entender á los dichos indios y encomenderos que esto
es lo que les está bien, y es lo que más conviene: y disponiéndolo con
la mayor suavidad que fuere posible, os juntaréis con el Arzobispo, Ofi-
ciales Reales, Prelados de las Religiones y otras personas entendidas
-688-
y desinteresadas de esa provincia, y platicaréis y conferiréis en qué
frutos, cosas y especies se pueden tasar cómodamente los tributos de
los dichos indios, que correspondan y equivalgan al interés que justa y
legítimamente les pudiere importar el dicho servicio personal, si no exce-
dieren del uso, exacción y cobranza del: y hecha esta conmutación, haréis
que se reparta á cada indio lo que así ha de dar y pagar en los dichos
frutos, dinero y otras especies, haciendo nuevo padrón dellos y de la dicha
tasa, en la forma que se ha referido, y que tengan entendido los encomen-
deros que lo que ésta montare y no más han de poder llevar y cobrar de
los dichos indios, como se hace en el Perú y en la Nueva España.
«Y esta tasa la habéis de hacer dentro de seis meses como esta Cédula
recibiéredes, y ponerla luego en ejecución; salvo si halláredes y se os
ofrecieren tan grandes é inexcusables inconvenientes particulares, que
acá no se tenga noticia, y convenga dármela primero que lo comencéis á
ejecutar y platicar: porque sólo en este caso lo podréis suspender y sobre-
seer; avisándome luego dello, y de las causas y motivos que á ello os hubie-
ren obligado.
«Y si sucediere caso de vacar alguna encomienda de las así tasadas en
servicio personal, suspenderéis el proveerla, hasta que con efecto esté
hecha la tasa: y el que la entrare á gozar de nuevo la reciba con ese cargo,
y sepa que se ha de contentar con los frutos y especies della.
«Y de haberlo así hecho y ejecutado, me avisaréis en la primera ocasión,
y me enviaréis la relación y padrón de los dichos indios y nuevas tasas:
con apercibimiento que de cualquier tardanza, omisión ó disimulación que
en esto hubiere, me tendré por deservido: y demás de que se os hará cargo
grave dello en la residencia que se os tomare, correrán por el de vuestra
conciencia los danos, agravios y menoscabos que por esta causa recibieren
los indios, y se cobrará la satisfacción dellos de vuestros bienes y hacienda.
«Fecha en Madrid, á catorce de Abril de mil y seiscientos }• treinta y tres
años.
«YO EL REY
«Por mandado del Rey nuestro Señor:
«Don Fernando Ruiz de Contreras.»
[Sevilla: Arch. de Indias: 123. 3. 2.]
Ntim. 61
1679— Cédula Real. Redúzcanse los indios originarios á mitayos,
y júntense como los demás en pueblos
«El rey — Mi Gobernador y Capitán general de la provincia del Para-
guay: En carta que Don Felipe Rege Gorbalán, sirviendo ese gobierno, me
escribió en veinte de Octubre de mil seiscientos y setenta y siete, me dio
cuenta de las hostilidades que los enemigos habían ejecutado en ella,
-689-
y todo lo que se le ofrecía, refiriendo, entre otras cosas, que los indios
padecían muchas molestias, especialmente los que llaman originarios, por
causa de tenerlos sus encomenderos agregados en sus chácaras y casas, de
las cuales, en vacando una encomienda, iban á la del que se le hacía
la merced, por no ser de los reducidos á pueblos; y esta mudanza, aun-
que no era de mucha distancia, les era contra su conservación y aumento:
porque su natural la extraña, así por ser otro territorio, como por la
diferencia de aguadas que les era perjudicial á su salud: estorbándoles
los encomenderos se casasen las indias con indios de pueblo y de otros
originarios, porque no siguiese la india á su marido llevados de tenerla
siempre en casa, como si fuesen esclavas: y por esto mismo tenían entre
ellos, aunque fuesen deudos muy cercanos, grandes disgustos, por decir-
se las persuaden á que se casen por llevarlas su servicio. Para cuyo
remedio, el Obispo de la Iglesia Catedral de esa provincia hizo publicar
auto con penas pecuniarias y censuras á todos los vecinos encomenderos
que incurriesen en embarazarlas la libertad de los matrimonios. A que se
agregaba la continua fatiga del ejercicio de la hilanza y otras granjerias:
permitiéndolas primero estar amancebadas con indios de otras encomien-
das, por valerse de su trabajo, olvidados de los matrimonios, del temor de
Dios, y de la falta que hacían á su origen: quedando por esta razón tan
opresos, cuanto se deja entender: con otros graves inconvenientes: y
viviendo las indias de puertas adentro con sus encomenderos, de que resul-
taba tener sus hijos ocasión próxima de aprovecharse la facilidad de las
chinas para saciar su liviandad: y aun sus mismos padres, padeciéndolo
las legítimas mujeres, no haciendo caso de ellas. Y le parecía que lo más
conveniente para su remedio sería que los dichos indios se agregasen á los
pueblos, y en ellos tuviesen vecindad, y no en las chácaras y casas de sus
encomenderos; de donde pagasen la mita como los demás reducidos á ellos.
Demás de que ninguno cumplía con la obligación del feudo en el amparo,
buen ejemplo y doctrina que debían dar á sus encomendados: y muchos
morían sin el pasto espiritual, por estar las chácaras seis y ocho leguas de
donde se les podían administrar los santos Sacramentos en caso de nece-
sidad. Y este desconsuelo, con el del continuo trabajo, los tenía tan moles-
tados como lo experimentó en los indios de la Villa Rica del Espíritu
Santo, volviéndose contra ellos y entregándose de su voluntad á los portu-
gueses, porque estaban en la última desesperación: y muchos de ellos se
huían á los despoblados, quedando sus hijos infieles, y siguiéndose otros
perjuicios. Y habiéndose visto por los de mi Consejo de las Indias, con lo
que sobre ello dijo y pidió mi Fiscal en él; he tenido por bien ordenaros
y mandaros (como lo hago) que luego que recibáis ésta mi Cédula, hagáis
que los indios que llaman originarios se reduzcan á pueblos donde vivan
doctrinados y con toda conveniencia, y en la forma que viven los demás
encomendados: acudiendo en lo que deben á sus encomenderos. Y daréis
la orden que fuere necesaria para que no se permita vivan con ellos en
sus chácaras y estancias, ni en otra parte que no sea en sus pueblos. Y
castigaréis con toda severidad á los encomenderos y otras cualesquier per-
sonas que impidan los matrimonios entre los indios: y asimismo los aman-
cebamientos y otros delitos públicos que cometieren. Que lo mismo encargo
en cuanto á este punto al Obispo de la Iglesia Catedral de esa provincia,
44 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo ii.
-690-
para que por su parte cumpla con lo que le toca. Y es mi voluntad que si
algún encomendero cometiere algún exceso ó mal tratamiento contra
cualquier indio de su encomienda, por el mismo hecho quede privado de
ella. Y vos justificaréis los dichos excesos: Y justificándolos en forma, eje-
cutaréis la privación sin embargo de apelación: y remitiréis luego los
autos que sobre esto hiciéredes al dicho mi Consejo, para que se reconozca
la justificación con que hubiéredes obrado. Y esta orden se entienda, así con
los indios que están poblados, como en los originarios que se han de poblar.
Fecha en Madrid, á veinte y cinco de Julio de mil y seiscientos y setenta y
nueve años.»
«YO EL REY»
«Por mandado del Rey nuestro Señor. Francisco Fernández de Ma-
drigal»
«Al Gobernador del Paraguay, ordenándole lo que ha de ejecutar en
cuanto á las vejaciones que los encomenderos hacen á los indios de aquella
provincia »
(Sevilla arch. de Indias: 122, 3-6.)
Núm. 62.
1775— Cédula real sobre el atropello de Bucareli contra
D. Miguel Tagle
«El Rey. —Virreyes, Gobernadores y demás Justicias de mis dominios
de América: A mi noticia ha llegado, con documentos que lo justifican,
que, habiéndose publicado en la Capital de una de las provincias de esos
mis Reinos, con motivo de la expulsión de los que fueron individuos de la
Religión llamada Compañía de Jesús, un bando para que todos los que
tuviesen bienes pertenecientes á ellos, los declarasen bajo de gravísimas
penas, y exhibiesen dentro de tercero día: lo ejecutó al segundo uno de
aquellos vecinos. Que sin embargo, en el mismo día se le prendió, de
orden del Gobernador de la provincia, por un oficial militar con doce gra-
naderos, que con bayoneta calada, lo condujeron amarrado, y lo colocaron
con centinela de vista en una prisión muy húmeda: en la que, pasada una
hora, le intimó un Escribano de orden del Gobernador que se dispusiese
para morir, y señalase Padres espirituales que le asistiesen, como lo hizo.
Que en el mismo día se le embargaron sus bienes, libros y papeles: se
encerró á su mujer (que se hallaba embarazada en seis meses, y con dos
hijos menores), en un cuarto de su casa con centinelas de vista, y privada
de comunicación. Que al tercer día se le dio noticia al referido preso de
que se le perdonaba la vida por intercesión y ruegos del Rdo. Obispo de
la Diócesis: y á los veinte y seis se le soltó bajo de fianza, la que posterior-
mente se canceló. Que todo este violento procedimiento se ejecutó sin
formar autos, oírle ni tomarle declaración, ni en la prisión ni fuera de ella.
-691-
Enterado de este tan atropellado exceso, mandé al mencionado Goberna-
dor me informase lo que se le ofreciese sobre los motivos en que pudo
fundar un modo de proceder tan irregular, extraordinario y aun escanda-
loso á primera vista. Con el informe que hizo, procurando disculpar seme-
jante tropelía, remití todo el expediente á mi Consejo en el Extraordinario,
para que me consultase lo que considerase justo y expediente: lo que,
después de oído el Fiscal, y conformándose con su dictamen, ejecutó en
cinco de Noviembre de mil setecientos setenta y cuatro, manifestando el
escandaloso atentado que, en violación y quebrantamiento de las leyes, y
contra mis piadosas intenciones, cometió el enunciado Gobernador, lle-
gando al extremo de condenar á muerte }■ poner en capilla á un vasallo
mío, sin motivo, sin formar causa, y sin guardar los trámites y formali-
dades que, aun cuando hubiera cometido el ma3'or delito, debieran obser-
varse. Que para prevenir á mis vasallos de América de que se repita tan
pernicioso ejemplo, convendría dar noticia de él á todos vosotros, con
expresa orden de que por ningún motivo se cometa atentado de igual clase;
sino que siempre se sigan las causas y negocios que ocurran conforme á
derecho y con arreglo: tratando á esos mis fieles amados vasallos con la
benignidad y suavidad que son propias de mi glorioso gobierno: en inteli-
gencia de que no disimularé la menor infracción ni perjuicio que se les
ocasionare: y antes tomaré la severa providencia que corresponde contra
cualquiera que faltare al puntual cumplimiento de esta tan justa severa
resolución. Asimismo me propuso el referido mi Consejo en el Extraordi-
nario las providencias que en rigurosa justicia podría dignarme tomar
para reponer al mencionado mi vasallo en el honor y buena opinión que le
corresponde, y resarcirle en el modo posible los daños que de semejante
violento procedimiento se le hayan ocasionado en sus bienes, y la adver-
tencia que debería hacer al mencionado Gobernador, manifestándole mi
Real desagrado por el referido exceso. Enteramente me conformé con el
dictamen del dicho mi Consejo en el Extraordinario, y comuniqué al de
Indias esta mi Real resolución, para que hiciese expedir esta Cédula
circulará todos esos mis dominios. Y visto en él, con lo expuesto por mi
Fiscal, he resuelto despacharla en los términos que quedan expresados, á
fin de que como estrechamente os lo mando, la tengáis siempre presente,
y os arregléis puntualmente á su contenido. Fecha en el Pardo, á diez y
nueve de Febrero de mil setecientos setenta y cinco.
«Yo EL Rey»
«Por mandado del Rey nuestro Señor.— Miguel de San Martín Cueto.»
«Para que los V^irreyes, Gobernadores y demás Justicias de los Reinos
de Indias se arreglen á las leyes en la formación de procesos criminales: y
no se repita el atentado que se expresa de prender y sentenciar á ningún
vasallo de S. M. sin formar autos ni oirle.»
(Sevilla: Arch, de Indias. 124-2-10.)
692
Núm. 63.
1790— Carta remisiva de la Cédula anterior, en que se expresan
los nombres que en la Cédula se callan
«(Reservado.)
«ExcMo. Señor: La adjunta representación instruida por D. Miguel de
Tagle, vecino de esta ciudad, contiene el recurso á la piedad del Rey, en
que recordando el funesto cuanto notorio lance, á que fué expuesto el año
pasado de 1767 por el Teniente General Gobernador entonces de esta pro-
vincia, D. Francisco Bucareli y Ursúa, solicita se le haga la gracia por el
tiempo de su vida del cargo de Administrador general de los treinta pue-
blos de Misiones del Uruguay y Paraná, para poder subsistir y repararse
en parte de los ingentes atrasos y perjuicios sobrevenidos por aquel suceso
á su casa y familia: y cuyo resarcimiento, habiéndose prevenido en Real
Cédula, librada sobre el asunto en 19 de Febrero de 1775, no se ha verifi-
cado aún, sin embargo de haberse mandado atender al interesado en otras
posteriores Reales Ordenes .
«Buenos Aires, 31 de Marzo de 1790.
«ExcMO. Señor: Nicolás de Arredondo», (rúbrica).
«Excmo. Sr. D. Antonio Porlier.»
(Sevilla: Archivo de Indias: 124-2-10.)
Núm. 64.
1768— Memorial del pueblo de San Luis al Gobernador Bucareli,
pidiendo les deje por curas á los Jesuítas
«Señor Gobernador: Dios te guarde, te decimos nosotros, el Cabildo
y los Caciques, con los indios, las mujeres y los niños de este pueblo de
San Luis. El Corregidor Santiago Pindó y D. Pantaleón Cayuarí nos han
escrito á nosotros tus hijos desde esa ciudad á donde fueron á visitar tu
persona: y por eso nosotros, llenos de confianza te escribimos con toda
verdad que en cuanto á ese mandato de nuestro Rey de que les enviemos
varios pájaros para nuestro Rey, tenemos gran sentimiento de no podér-
selos enviar: porque ellos viven únicamente en los bosques donde Dios los
crió, 3^ se apartan huyendo de nosotros, por lo cual no hemos logrado darles
caza. No obstante eso, nosotros permanecemos fieles vasallos de Dios y de
nuestro Rey, prontos siempre á cumplir cualquier mandato suyo, habiendo
-693-
ido tres veces como auxiliares á la Colonia, y trabajando con afán para
pagar el tributo. Y ahora pedimos á Dios con instancia que envíe la más
hermosa de las aves, que es el Espíritu Santo, á ti y á nuestro Rey, ilumi-
nándoos los ojos, y que os asista el Ángel de la guarda.
«Después de esto, te decimos con plena confianza: ¡Ah Señor Gober-
nador! nosotros, que verdaderamente somos tus hijos, humillándonos ante
ti, te rogamos con las lágrimas en los ojos, que permitas que permanezcan
siempre con nosotros los Padres sacerdotes de la Compañía de Jesús, y
que para lograr esto, lo representes y lo pidas á nuestro buen Rey, en
nombre de Dios y por amor suyo. Esto te piden con sus semblantes bañados
en lágrimas el pueblo entero: indios y mujeres, mozos y muchachas: y par-
ticularmente los pobres: y en fin, todos. Padres frailes ó Padres clérigos,
no gustamos de ellos. El Apóstol Santo Tomás, santo ministro de Dios,
predicó en estas tierras á nuestros antepasados: y estos Padres frailes ó
Padres clérigos no se tomaron interés por nosotros: Los hijos de San
Ignacio vinieron y cuidaron con solicitud de nuestros antepasados: y los
instruyeron, criándolos obedientes á Dios y al Rey de España: por lo cual
no gustamos de Padre fraile ó Padre clérigo. Los Padres de la Compañía
de Jesús saben soportar nuestro pobre natural, conllevándonos: y así vivi-
mos una vida feliz para Dios y para el Rey. Y nos ofrecemos á pagar
mayor tributo en yerba caaminí, si así lo quieres. Ea, pues, buen señor
Gobernador, oye nuestras pobres súplicas, y haz que las veamos cum-
plidas.
«Además, tenemos que decirte que nosotros no somos en modo alguno
esclavos, ni lo fueron nuestros antepasados; ni es de nuestro gusto el modo
de vivir parecido al de los españoles, que miran cada uno solamente por
sí, sin ayudarse ni favorecerse unos á otros. Esto es sencillamente la
verdad: te lo decimos. ¿Quieres que te lo digamos todo? Pues este pueblo,
y otros también, se perderán en breve tiempo para ti y para el Rey y para
Dios: y prestamente nos iremos nosotros á nuestra condenación: y enton-
ces, cuando estemos para morir, ;á quién tendremos que nos dé los Santos
Sacramentos? A nadie ciertamente. Nuestros hijos que andan por los
campos ó por los bosques, cuando vuelvan al pueblo, y no vean á los Padres
sacerdotes hijos de San Ignacio, se dispersarán por los despoblados, ó se
huirán á los bosques á hacer mala vida. Ya los pueblos de San Joaquín,
San Estanislao, San Fernando y Timbó, se han perdido: lo sabemos bien,
y te lo hacemos presente: porque ha de llegar día que los del Cabildo no
podrán restaurar de nuevo el pueblo para Dios y para nuestro Rey. Por
tanto, buen señor Gobernador, haz esto que te suplicamos: y nuestro Señor
te lo premiará auxiliándote. El te guarde otra y otra vez.
«Es cuanto tenemos que decirte.
«De San Luis, á 28 de Febrero de 1768.
«Tus HUMILDES HIJOS: TODO EL PUEBLO Y EL CaBILDO.»
(Siguen las firmas.)
(Del original Guaraní, publicado por sir Woodbine Parish.)
694-
Núm. 65.
1780 -Disgusto de Carlos III por la decadencia de Doctrinas
«Con sumo disgusto ha entendido el Rey el deplorable estado en que se
hallan los pueblos de Misiones de los indios Guaraníes por la codicia y
excesos de los Administradores. Y no pudiendo el piadoso y justo corazón
de S. M. sufrir que aquellos infelices indios y vasallos suyos sean tan mal
tratados, cuando nada desea tanto como su felicidad y ventajas: manda que
V. E. provea desde luego de pronto remedio, de acuerdo con el Inten-
dente D. Manuel Ignacio Fernández, en cuanto V. E. lo considere nece-
sario, cortando todos los abusos y desórdenes que en el manejo de los
caudales ó frutos de las Comunidades, su distribución y en todo lo demás
de su gobierno, se hayan introducido, cuidando V. E. muy atentamente de
que se les mantenga en paz y justicia: y que en todo se les trate con la
benignidad y dulzura que S. M. quiere sean atendidos sus vasallos. De su
Real orden y muy eficaz encargo lo prevengo á V. E. para que disponga
su cumplimiento. Dios guarde á V. E. muchos años. El Pardo, á 1 de
Febrero de 1780.
«JOSEF DE GÁLVEZ»
(rúbrica).
(Río Janeiro: Col. Angelis, VII-14.)
Núm. 66.
1784— Real Orden. Pide informes del estado de las Misiones
que fueron de los Jesuítas
«El Rey desea saber con toda individualidad el estado actual de las
Misiones que estaban á cargo de los religiosos extinguidos, á fin de tomar
eficaces providencias para el mejor arreglo de su administración. Manda,
pues, S. M. que V. E., de acuerdo con el Intendente de ejército y Real
Hacienda, forme y me remita con la mayor brevedad posible una relación
clara y metódica que trate de todas las Misiones establecidas en el territo-
rio de su mando: expresando en cada una de ellas la provincia en que se
halla: su extensión: las naciones de indios y pueblos de que se compone:
qué gente tiene cada pueblo, con distinción de clase, estado, edad y sexo:
si entienden y usan generalmente la lengua española, ó sólo su antiguo
idioma: y si es uno mismo ó diferente en todas las naciones.
«Se informará después, de la administración espiritual, exponiendo qué
-695-
sacerdotes están encargados de la Misión, si seculares: en qué número, y
con qué título ó nombramiento: cómo desempeñan su ministerio: y si están
suficientemente instruidos del idioma de sus feligreses: y qué sínodo ó
salario gozan: de qué ramo se paga, y si perciben obvenciones ó derechos:
cómo se han introducido ó arreglado, y cuánto importan: si las iglesias se
mantienen con decencia: qué gastos se hacen en su culto, y de dónde salen:
si hay cofradías ó hermandades: cuántas son: cuándo se establecieron: con
qué regla, qué aprobación tienen y cómo subsisten.
«En orden á lo temporal, se averiguará qué gobierno y policía llevan
entre sí los mismos indios: quién lo formó ó autorizó: con qué estatutos
municipales se rige: qué propios fondos ó rentas gozan los pueblos en
común: de qué ramos se componen, con qué destino, y quién los maneja:
dónde se liquidan sus cuentas: y cuál es su producto.
«Se describirán asimismo las costumbres de los indios: su aplicación á
la agricultura ó artes: qué frutos da el país: de qué estimación: y qué
expendio ó comercio se hace de ellos: si convendrá adelantarlo ó variarlo
para que se mejore: de qué modo. Si las tierras se les han repartido por
familias ó personas, ó si libremente cultiva cada uno el territorio que puede,
según sus fuerzas. Finalmente, cómo se habilitan para sus labores: y si
tienen algún ramo de industria: en qué consiste, y dónde se expenden sus
obras: por qué manos, y si se procede á satisfacción con legalidad y pureza.
«En todos estos puntos se explicará con individualidad, no sólo lo que
conduzca á hacer patente el estado actual, como también el que tenían al
tiempo del extrañamiento, para que se conozcan los progresos hasta el
presente y en caso de decadencia, ó que convenga variar, se propondrá lo
que se considere más acertado. Para adquirir esta noticia, y poder formar
juicio seguro, se instruirá V. E. de personas de probidad, carácter y cono-
cimiento práctico de los mismos países, evitando autos y diligencias judi-
ciales: pues S. M. sólo quiere una exposición clara, sencilla y verdadera,
sin el volumoso aparato de piezas justificativas. Prevengo á V. E. que el
Rey espera de su actividad y celo que atenderá este negocio con todo el
cuidado que merece su importancia, por sus grandes resultas en aumento
de la religión y del estado, y en beneficio de los mismos indios.
«Dios guarde á V. E. muchos años.— El Pardo, á 31 de Enero de 1784.
«D. Josef de Gálvez.
«Sr. Virrey de Buenos Aires. »
(Río- Janeiro: Col. Ángelis: Missoes: 1-14.)
Núm. 67.
18...— Noticias dadas por Mr. Amado Bonpland sobre las Misiones
de los Jesuítas del Paraguay
<Los pueblos conocidos en todo el mundo ilustrado con el nombre de
Misiones, Misiones de la Compañía, ó Misiones Jesuíticas, componen el
número de treinta. Están situados en la dirección de Oriente á Poniente
-696-
entre los 26° y 30' y los 28° y 3C' de latitud, á excepción de los pueblos de
la Cruz y Yapeyú, que están entre los 29° y 30°. Ocho de estos pueblos
están al Oeste del Paraná: quince entre el Paraná y el Uruguay: y los siete
restantes al Oriente del Uruguay, que son los pertenecientes al Brasil, y
que deben ocuparnos en esta Memoria.
«La formación de todos estos pueblos es debida á la santa y sabia Com-
pañía de Jesús, y al gobierno de España. Los misioneros, enviados de
Roma á América con el fin de propagar la santa religión, de reducir y
civilizar la multitud de indios que vivían en el estado salvaje, son dignos
de los mayores elogios, por los sacrificios de toda naturaleza que hicieron
para llevar á cabo la santa, sublime y difícil empresa que les había sido
confiada por la Compañía de Jesús. Estos dignos misioneros penetraron en
aquellas inmensas selvas vírgenes, habitadas solamente por los salvajes y
por las bestias más feroces: y atrepellando por todo género de peligros,
venciendo dificultades al parecer insuperables, lograron su noble intento.
La ciudad de Buenos Aires fué el centro de sus operaciones. Sucesiva-
mente fueron formando una línea de pueblos que sobre la anchura de dos
grados representa á lo menos una superficie de mil leguas. Este inmenso
terreno estaba ocupado principalmente por indios guaraníes, los cuales
con las otras tribus de menos consideración, hostilizaban á los españoles
continuamente. Esta línea de pueblos no sólo separó á los salvajes de los
cristianos, y libró á éstos de continuas invasiones; sino que también pro-
porcionó una frontera para facilitar nuevas conquistas, que se hubieran
hecho, á no haberse verificado la expulsión que hizo la corte de España de
todos los miembros de la Compañía de Jesús del territorio de la monarquía
española.
«Todos los pueblos de Misiones se hallan situados bajo un clima hermo-
sísimo, preferible en todo al tan celebrado de la Italia. La mayor parte de
su terreno se compone de tierras coloradas muy fértiles: ofrece llanuras
más ó menos extensas, cortadas por lomas más ó menos elevadas, cerritos,
algunos cerros de consideración, bañados y arenales. Resulta que el clima
y la naturaleza de los terrenos hacen esta porción hermosa de la América
susceptible de una multitud de especies de plantas útiles, que sería difícil
ó imposible reunir en otro país en igual superficie de terreno.
«La época más floreciente de aquellos pueblos fué positivamente en el
tiempo de los Jesuítas. Desde el principio de la reducción conocieron estos
dignos misioneros la inclinación de los indios á la religión y el sistema de
gobierno que exigía su carácter. Sobre estas dos bases fueron establecidas
estas Misiones tan florecientes, que hoy día no ofrecen sino ruinas y es-
combros. Sería cosa muy importante tener á la vista el estado de los pueblos
que se hizo en la época de la expulsión. De este estado consta: 1.° Que la
población de cada uno de estos pueblos era de 3 á 7 mil almas: y tomando
por término medio cuatro mil á cada pueblo, resulta un total de 108 mil
almas, á lo menos, en todas las Misiones. 2.^ Que en todos los pueblos tenían
los indígenas casas cómodas cubiertas de teja, un hermoso templo ricamente
adornado, y abundantísimamente provisto de vasos sagrados y preciosos
ornamentos. 3.° El colegio donde vivían los Padres y hospedaban á los via-
jantes, estaba edificado con la mayor solidez, y ofrecía mil comodidades.
4.** En jardines inmensos bien cultivados se veían plantas útiles, traídas la
- 6Q7 —
mayor parte de Europa, muchas de la India, y algunas indígenas, que da-
ban un lucro positivo: así es que cada pueblo tenía un yerbal plantado que
producía yerba más barata y de mejor calidad que la que se trabajaba en los
montes con mucho trabajo y costo. 5.° El sistema de agricultura, tan bien
calculado, que al paso que suministraba á los indios el sustento vegetal, y
materiales necesarios para el vestuario, dejaba un sobrante considerable,
que se vendía en beneficio de la comunidad, ó."^ Cada pueblo tenía millares
de cabezas de ganado vacuno, cría de yeguas, muías, caballos y ganado
lanar. La cifra de todos estos haberes enunciada en el referido estado, es
un monumento histórico que prueba evidentemente lo que la nación espa-
ñola y todo el mundo debía á la ilustre y santa Congregación de Jesús.
«Después de la expulsión, el Gobierno español quiso continuar el mismo
orden de administración que habían establecido los Padres de la Compa-
ñía: pero era imposible seguirlo totalmente. Se reemplazó la autoridad de
los Padres, que se reducía á un solo jefe, por dos autoridades. Se nombró
un Cura en cada pueblo, que debía cuidar únicamente de lo espiritual; y
un mayordomo, de lo temporal. Estas dos autoridades en ninguna época se
limitaron al círculo de sus deberes: el Cura y el Mayordomo estuvieron
siempre discordes, y empezaron los pueblos á sufrir en el producto de sus
trabajos y en su población. Si no se perdieron luego del todo, fué porque
se conservó el gobierno interior de los pueblos establecido por los Jesuí-
tas, que consistía en un Corregidor y el Cabildo. A estos primeros males,
sucedió la emancipación de América. Algunas provincias dieron la liber-
tad á los indios. Estos se esparramaron por todas partes: llevando una vida
infeliz. Los pueblos que estaban entre el Uruguay y Paraná, fueron aban-
donados y destruidos. Los que están situados al occidente del Paraná, per-
tenecientes al Paraguay, subsisten, porque el Gobierno comprendió la
necesidad de conservarlos: sin embargo, todos ellos se han resentido consi-
derablemente de la mudanza de administración. Así es que su población es
muy reducida: sus productos, muy inferiores á los del tiempo de los Jesuí-
tas. Los siete que están al oriente del Uruguay se conservaron hasta el
año 1827 ó 28, época en que los indígenas fueron trasladados con sus gana-
dos á la República oriental. Esta invasión dejó estas Misiones desiertas:
quedaron sin vecinos: los edificios abandonados: así es que, hoy en día, de
estos pueblos no existen sino ruinas y tristes recuerdos. Sobre estos siete
pueblos quiero yo fijar la atención del Gobierno imperial. Dos de ellos
están inmediatos al río Uruguay, que son San Nicolás y San Borja. Este
último tiene una población regular, reunida con ocasión del comercio con
el Paraguay, después que desapareció la de los indígenas. En estos últi-
mos años se desmembró una parte muy considerable de la población: y
formó otro pueblo sobre la misma barranca del Uruguay, para facilitar así
el comercio y proporcionarse algunas comodidades. El pueblo primitivo de
San Borja ha perdido su primer aspecto. De sus antiguos edificios, no se
ven más que los que rodean la plaza, y las paredes de su magnífico templo,
que parecen suspendidas en el aire, y ofrecen ruinas majestuosas. El
comercio consiste en la yerba mate, que se trae de los yerbales de Santo
Ángel, Cruz Alta, Butu-carahy, y de otros yerbales de menor importan-
cia. Este pueblo será un centro muy ventajoso de comercio, si el Gobierno
imperial restablece algunos de estos pueblos, y mira con la atención que
-698-
se merecen los inmensos yerbales que posee. El pueblo de San Nicolás no
ofrece sino escombros cubiertos de montes, formados principalmente de na-
ranios, duraznos, escora (especie de seda) chilca (especie de molina [sic]). El
templo de San Nicolás ha sido enteramente destruido por las llamas; pero
todavía se ve en el patio del colegio un cuadrante solar de una construc-
ción hermosa, con la particularidad de indicar sobre una misma piedra la
hora de San Nicolás, de Madrid y de Roma. Los pueblos de Santo Ángel,
San Juan y San Miguel están situados á quince leguas del Uruguay,
siguiendo la dirección de este interesante y hermoso río. Los otros dos
pueblos de San Luis y San Lorenzo, están en la misma dirección que San
Nicolás y San Miguel. El templo de San Luis está regularmente conser-
vado por los cuidados del mayordomo Federico, que restableció la iglesia,
el colegio y los edificios del pueblo.
«En medio de estos escombros se encuentran todavía materiales útiles,
como piedras, ladrillos, baldosas, marcos de puertas y ventanas, maderas,
que podrán emplearse útilmente en el restablecimiento de algunos pue-
blos. En los inmensos bosques que rodean estos pueblos, se encuentran
maderas sobrantes, no sólo para el restablecimiento de todos ellos, sino
para toda especie de construcción civil ó naval.
«Reduciré á tres los pueblos que por de pronto deben restablecerse, á
saber, San Nicolás, San Luis y Santo Ángel. Este último presenta dos
ventajas: l.''^ Su inmediación á yerbales inmensos. 2.^ Que por su posición
será una frontera respecto de los indios salvajes que habitan los montes al
norte y al nordeste, y un centro de operaciones para reducir estos infelices
á la vida civil y cristiana. El pueblo de San Nicolás ofrece á sus inmedia-
ciones dos puertos de embarque. El de San Luis facilitaría la comunica-
ción entre Santo Ángel y San Nicolás; pero en este caso sería menester
abandonar el antiguo camino, que da una vuelta grande, y pasa por los
pueblos de San Juan y San Miguel.»
[Nota marginal] «Hasta aquí Mr. Amado Bonpland.»
Buenos Aires: (Archivo del colegio del Salvador.)
Núm. 68.
1901— Descripción de las ruinas de San Ignacio Miní
«Mi permanencia en esta localidad, donde he delineado un centro
agrícola que hará renacer de sus cenizas al incendiado y arruinado pueblo
de San Ignacio Miní, me ha permitido visitar con alguna detención las
interesantes ruinas de dicho pueblo, que, como bien se deja ver por ellas,
fué una de las más importantes y prósperas reducciones.
«Por propia satisfacción he recorrido las ruinas midiendo y observando:
y después de muchas horas así empleadas, he podido levantar el plano
adjunto. Por temor de inventar, he puesto en él solamente lo que hay en
el terreno. Asimismo ciertos lienzos de pared que represento por una línea
- 699 -
seguida, no son de hecho sino escombros diseminados que, en vez de guiar'
confunden sobre la verdadera dirección que tuvieron las antiguas hileras
de casas, cuartos, etc.
«Ha_v que saber que las ruinas están entre un monte espeso y salvaje
(con muchos naranjos) en que los árboles, lianas }■ demás plantas han
tomado por asalto casas, iglesia, colegio, etc.
«Los pueblos délas misiones argentinas fueron, como es sabido, incen-
diados y destruidos, unos por los portugueses, otros por los paraguayos, y
por eso sus ruinas están en mucho peor estado que las de las Misiones bra-
sileñas y paraguayas, en las cuales se conservaban edificios completos que
son aún habitados, como en Villa Encarnación sucede.
«No obstante que en estas últimas ruinas se puede estudiar mejor las
antigüedades jesuíticas, yo he creído útil hurgar en las ruinas que tenía á
mi alcance, aunque más no fuera, para confirmar las descripciones
antiguas.
«Aun en el estado en que se encuentra aquel viejo pueblo en escom-
bros, es muy interesante.
«Si de mí dependiera, esas ruinas, esas piedras labradas y esculpidas
que representan el arte de los Jesuítas y la atención, la perseverancia, el
sudor de millares de Guaraníes; esas piedras que han escuchado tantos
cánticos, tantas plegarias cristianas pronunciadas con una lengua primi-
tiva: que han asistido á tantas escenas de una civilización única en la his-
toria: si de mí dependiera, lo repito, esas ruinas serían respetadas, cuida-
das, conservadas, para que fueran, como dice Ambrosetti, un atractivo
más de Misiones, y no el menor, un punto de cita para los turistas futuros.
«Advierto que en el plano he suprimido el bosque para hacerlo menos
confuso. Las distancias que á él se refieren, son tomadas incluyendo corre-
dores.
«El pueblo
«El pueblo se extendía delante de la iglesia y el colegio, dejando la
plaza por medio, hacia el norte magnético, que, como se verá después, era
en tiempo de los Jesuítas distinto del que es hoy.
«El pueblo se componía de grupos de casas, ó mejor, de cuartos de cinco
metros por 6, dispuestos en hilera y formando rectángulos de 60 metros,
más ó menos, de largo. Dichos rectángulos estaban situados ora paralela-
mente, ora perpendicularmente unos á otros, ya de norte á sur, yá de este
á oeste, dejando entre sí calles de 13 y de 20 metros, incluyendo los corre-
dores ó galerías cubiertas, de 2/10 ó 2/40 de ancho.
«Los corredores, con techo de teja sostenido por columnas ó pilares de
piedra, á la vez que daban sombra á las casas, hacían el papel de veredas.
Los mismos corredores se ven aún hoy en los pueblos y ciudades del Para-
guay: y en Corrientes han desaparecido casi , barridos por la moda.
Para los habitantes de las Reducciones eran de gran valor, dado lo calu-
roso del clima, y lo reducido de las casas, que constaban de un solo cuarto.
Bajo de ellos se sentarían después de la siesta, las mujeres Guaraníes, con
el «blanco tipoy» ó camisón sin mangas ceñido á la cintura, á hilar las diez
- 700-
y seis onzas de algodón, que para aquel objeto se distribuía semanalmente
á todas las del pueblo.
«En una misma calle de éste he encontrado diferencias en el ancho.
Así, la que pasa frente al colegio, tiene junto á la plaza 22 metros, y en el
extremo Este, 20 metros solamente.
«No se puede juzgar de la total extensión del pueblo por la que ocupan
las ruinas existentes, pues éstas son las de una parte de él, de las casas
mejores, que eran de piedra, habiendo desaparecido completamente ó
siendo sumamente difícil encontrar las ruinas de las otras casas, de mate-
rial más deleznable (ranchos de adobes, cuyos vestigios son montones de
tierra y uno que otro puntal clavado), casas que indudablemente se exten-
dían alrededor de lo que llamaré el núcleo del pueblo, formado por las
dichas casas de piedra.
«No podía ser de otro modo, porque en el reducido espacio que ocupaba
el que he llamado núcleo, no podían caber con la holgura necesaria los
habitantes que llegó á tener San Ignacio, que en 1767 fueron 8,300,
habiendo sido 34 años antes de esa fecha la población total de las Reduc-
ciones un 40 por 100 mayor que en aquel año.
«Sea como sea, la mayor extensión edificada que abarcan las ruinas
actuales, es de 515 metros de norte á sur, de los que 220 corresponden al
colegio, y los restantes al pueblo propiamente dicho.
«Frente mismo á la iglesia, como mostrando que ésta debía regularlo,
presidirlo todo, estaba la plaza, cuya medición me ha dado 125 metros de
Norte á Sur, por 108 metros de Este á Oeste. Sorprende ver que mucha
parte de la plaza está libre de vegetación arbórea, mientras que el resto y
el pueblo todo está cubierto de ella.
«Los corredores de las casas que rodeaban la plaza, encerraban á ésta
en un circuito de recovas, de lo agradable de cuyo aspecto no se puede
dudar.
«Detrás de la gran huerta del colegio, terminaba el pueblo por el Sur
y por el Este, con una calle ó una trinchera.
«Las casas
«Las casas, como he dicho, estaban dispuestas en hileras hasta de diez
cuartos, los cuales no se comunicaban entre sí, lo que quiere decir que
cada uno servía para una familia: era una casa completa. Por ambos lados
tenían corredor y también delante de los mojinetes en que terminaban los
rectánerulos. Los pilares que sostenían los corredores eran enterizos, ó de
dos, tres y más fracciones, y tenían en lo alto un cornisamento. Las pare-
des, de piedra labrada, y de un metro de ancho, eran exterior é interior-
mente lisas, sin ningún dibujo esculpido.
«Los techos, de dos aguas (hoy todos en el suelo) eran de una sola clase
de tejas, las llamadas españolas, que se colocaban, como aún se hace,
sobre un cañizo embarrado para que asentaran bien y no se movieran.
Además, el cañizo hacía que se sintiera menos el calor del sol.
«Los cuartos tenían una ventana y una puerta al frente, y una puerta en
el fondo.
- 701 -
«No he encontrado en ellos vestigios de revoque ni cal, contra lo que
me ha sucedido en el colegio.
«El piso era formado por baldosas de barro cocido.
«No se conservan maderas en las casas, ya porque se pudrieran, ya por-
que se quemaran todas en el incendio del pueblo ordenado por el dictador
Francia, no mucho después de las fechorías de Chagas en las Misiones del
Uruguay para quedar en paz y armonía con los portugueses.
«La Iglesia
«La iglesia cuyo imponente frontispicio en ruinas se columbra por entre
el follaje al sur de la plaza, está por lo tanto mirando al norte, teniendo á
la derecha el colegio y á la izquierda el cementerio. Mide entre pare-
des 63 metros por 30: y era, por consiguiente, una enorme iglesia, adecuada
á aquellas poblaciones en que no había un individuo que dejara de oír
Misa todos los días. Su fachada debió ser muy hermosa, según lo que
queda de ella.
«Tres puertas dan acceso á su recinto, correspondientes á otras tantas
naves, que hoy forman una sola, por la falta de las columnas, probable-
mente de madera, que las separaban. La puerta principal tenía de luz tres
metros 27. Delante había varias gradas para descender al nivel de la calle.
«Los muros, aun en pie, han sido construidos con la piedra arenisca
amarilla ó rojiza, que allí tanto abunda, tallada en trozos cúbicos y lajas,
entre las cuales no se ve más cemento que el barro arenoso común del
lugar, y donde las junturas no han salido perfectas, por la talla irregular
de las piedras, éstas han sido calzadas por medio de piedritas chatas y
finas. Sobre la piedra se aplicaba una capa de revoque amarillo de tierra
de Misiones, y dicho revoque era blanqueado con cal.
«Del revoque y la cal quedan muestras en la iglesia y en el colegio.
Aquélla estaba pavimentada con baldosas de barro cocido.
«Su pared Oeste no presenta más abertura que una puerta en el fondo
para dar acceso á una habitación que ponía en comunicación la iglesia con
el cementerio. En esa pared se ven, de 5 en 5 metros, unos canales ó hue-
cos verticales que fueron ocupados por vigas ó columnas de madera en las
que se apoyaba el armazón del techo, que no menos de diez metros de alto
debió tener. El ancho de los huecos muestran que las vigas debieron
medir 35 centímetros en cuadro. Hoy no se encuentran ejemplares de ellas,
porque fueron destruidas por el incendio.
«En la pared Este se encuentran los mismos huecos, así como en algu-
nos cuartos. Dicha pared presenta varias aberturas, de las que la primera
es una puerta, y da al bautisterio. Sigue una ventana, una puerta, y dos
ventanas más que daban al claustro, hoy destruido, que corría por todo ese
lado de la iglesia, limitando el patio del colegio. Ese claustro ó galería
tenía 2 metros 50 de ancho, y sus intercolumnios 4 metros 40 de luz.
«Miradas las puertas y ventanas desde afuera, vense á su alrededor
hermosos dibujos en relieve, algunos representando racimos de uvas con
hojas. De esas aberturas, unas tienen 1 metro 70, y otras 1 metro 65: y sus
formas difieren. La puerta tiene en lo alto una gran piedra semicircular,
-702-
toda esculpida. La puerta cuya fotografía se adjunta, y que ha sido tam-
bién descripta por el Sr. Ambrosetti, puede dar idea de los dibujos.
«Me ha llamado la atención la insistencia con que en éstos aparecen,
tanto en San Ignacio, como en otras ruinas, el fruto y las hojas de la vid.
¿Por qué este tema ornamental enamoraba tanto á los Jesuítas? En las
Reducciones se cultivaba la vid, y se hacía vino, el cual era llamado
Cang-uí.
<A la derecha de la iglesia, al fondo, está la sacristía, que con la otra
pieza de la izquierda, de que ya hablé, y el cuerpo principal de la iglesia,
forma cruz.
«Del campanario no he hallado rastros, lo cual se explica, pues era de
madera. Estaba á la derecha del templo, entre su entrada y la del colegio.
«El Colegio
«Al salir de la iglesia, por la puerta lateral de que hace poco hablé, se
tiene en frente un espacioso corralón, como allí le llaman, de unos cin-
cuenta y cinco metros de N. á S. por unos 145 metros de E. á O., el cual
está actualmente plantado de maíz. Es nada menos que el recinto del anti-
guo colegio, cuyas principales habitaciones quedan á la derecha y se ven
aún, y cuyos muros exteriores se alzan, a medias, á nuestra derecha y á
nuestra izquierda. El muro del frente tiene 3 metros 50 de alto. De las
demás construcciones, de piedra y de adobes, que ese vasto recinto ence-
rraba, y cuya situación marco en el plano, no quedan sino restos informes.
Tales son las hileras de cuartos situados al Norte, al Este, y en medio del
corralón.
«A la sacristía da acceso la magnífica puerta ya citada: y después sigue
una pieza con muchos dibujos esculpidos, quizás la más admirable de
todas.
«Tras esa, en el mismo rumbo, vienen siete más, iguales, de cinco
metros 60, en sentido E. O., por 7 metros 15 en sentido N. S. No se comu-
nican entre sí, pero todas tienen una puerta al patio del colegio, y opues-
tamente, hacia la huerta, una ventana y una puerta. Por dentro y arriba de
la ventana, hay en todas un nicho circular, que debió servir para alojar la
efigie de algún santo.
«Todas tienen, en los mismos sitios, señales de haberse colgado hama-
cas; que eran las camas de los Padres.
« La última de esas piezas comunica por una puerta chica con la
siguiente, la cual difiere de las anteriores en tamaño y número de abertu-
ras, pues tiene 7 metros de E. á O. por 7 metros 15, ancho general: y dos
puertas en cada frente.
«Por estas y otras circunstancias, juzgo que haya sido el refectorio del
colegio; y también porque la pieza que sigue, menor, parece haber sido
despensa, pues tiene un sótano que descubrí por un tragaluz exterior.
«Desobstruyendo la entrada con mucho trabajo y bajando una escalera
de piedra de seis peldaños, pude llegar al piso del sótano, repartición, que,
tratándose de ruinas jesuíticas, está forzosamente rodeada de misterios, á
consecuencia de las leyendas sobre tesoros escondidos, y otras que allí
-703-
circulan. En este, que tiene, 2,50 metros por 3, y está encajado entre muros,
encontré algo como para dar pábulo á las leyendas. Al lado de restos huma-
nos muy antiguos, vi un cántaro roto, y debajo de uno de sus fragmentos,
un'coKTADO, de plata. Alrededor, la tierra removida de muchos años atrás.
Cualquiera se imagina el cántaro lleno de monedas de oro y plata, desen-
terrado y vaciado de su precioso contenido. Los restos dejan presumir un
drama, {dónde no daremos con alguno?
«La puerta interior del refectorio, que comunica con la pieza del sótano,
que yo creo despensa, ostenta magníficos relieves semejantes á los que se
hallan en otras partes de las ruinas.
«Las puertas exteriores tienen delante una amplia y hermosa escali-
nata, con gradas de piedra de una sola pieza, por donde se baja al patio y
á la huerta, respectivamente.
«Por fin, después de la despensa, viene una última pieza que juzgo fuera
la cocina, pues comunica con la anterior por sólo una ventana de 1 metro
cuadrado y á un metro del suelo, por donde se pasaba la comida, que de
allí era llevada al refectorio.
«Galerías
«Tanto en frente como detrás de los cuartos, corrían galerías de 2
metros 50 de ancho, y á 1 metro 10 sobre el nivel del patio y la huerta. Esa
elevación era artificialmente procurada por medio de terraplenes que aun
subsisten, y otro tanto sucedía con las demás galerías.
«Todas eran cubiertas con techo de tejas, sostenido con columnas de
piedra, y delante y atrás de las habitaciones principales del colegio, había,
además, y aun se conserva en parte, una barandilla de 1 metro 10 de alto,
sostenida por balaustres de piedra labrada de diferentes formas. Las esca-
linatas de que ya hablé, están limitadas también á los lados por hermosas
balaustradas de piedra.
«En el ángulo que forma la sacristía con el colegio al Sur, he descu-
bierto una escalera de piedra, subiendo la cual, y caminando por un pasillo
sobre las paredes, he ido á dar cerca de la puerta principal de la iglesia.
¿Qué objeto tenían esa escalera y pasillo? ¿Conducir al coro ó al pulpito?
Pero, ¿por qué usar para eso una escalera exterior y hacer tanto camino?
Al campanario, según el Padre Gay, se subía por una escalera que había
en el patio del colegio.
«Este patio tenía unos 50 metros por 90, incluso corredores; y estaba
limitado, menos por el lado de la iglesia, por hileras de habitaciones, unas
de piedra y otras de adobes. Estas últimas eran las que corrían de Norte á
Sur, dejando al Este un segundo patio rodeado de cuartos de adobes. En
estos cuartos tenían los Jesuítas sus escuelas y talleres, pues los indios
recibían cierta instrucción elemental, en Guaraní exclusivamente, y una
parte de ellos era iniciada en diversos oficios manuales.
«Es curioso que el patio del colegio no tenga piedra en O metro 50 de
profundidad, pues todos estos terrenos la tienen en forma de pedregullo.
Es indudable que los Jesuítas la extrajeron. En dicho patfo no se ve tam-
poco un solo naranjo, mientras que en la huerta y en el pueblo los hay á
-704-
millares: y es su fruta, en la época propicia, un recipiente henchido del
más aromático y exquisito almíbar.
«La Huerta
«Detrás del colegio, la iglesia y parte del cementerio, existe en una
superficie algo mayor de tres hectáreas, la que fué huerta de los Padres,
hacia la cual miraban las aberturas de los cuartos que ellos habitaban. La
imaginación, transportándonos á un siglo y medio atrás, nos muestra á los
reverendos respirando la fresca brisa de las tardes estivales, apoyados en
la barandilla de piedra de la galería, mientras sus ojos se recreaban en la
vista de los árboles y demás lozanas plantas de la huerta.
«Hoy conserva ésta su carácter de tal, porque los pobladores de San
Ignacio la han hallado propia para sus plantíos, pero la brisa ya no orea la
frente sudorosa de los Padres, sino que con un no sé qué de sarcástico,
juega con los heléchos que crecen en las grietas de la galería arruinada y
desierta. Los Jesuítas duermen en lejanas tierras adonde fueron expulsa-
dos, el último sueño: y las cenizas de los indios se confunden con la madre
tierra.
«El Cementerio
«El Cementerio se halla á la izquierda de la iglesia, formando un corra-
lón del mismo fondo que ella, por 65 metros de frente. Según Gay, estaba
cruzado por calles de árboles. Yo he encontrado cruces y restos humanos.
Según Doblas, los restos de los Guaraníes se consumían rápidamente y
completamente y lo atribuía á que los indios «no comían sal por no tener,
pues eran muy glotones de ella». Las losas eran mu}^ simples, de piedra ó
ladrillo, con el nombre del difunto y la fecha de la muerte grabados.
«He aquí una de esas inscripciones: Juliana Aray oma/no a 19
Novíe/mbre. Año,' 1705. Otra: Año 1760/ Atanasio Mba/racayá.
«Si se trabajara un poco en sacar la espesa capa de tierra y detritus
que cubre todo, se encontrarían muchas losas. Pero para eso, como para
las demás investigaciones que podrían hacerse hasta restaurar por com-
pleto el antiguo pueblo, se necesita tiempo y dinero,
«El Cementerio comunicaba con la calle por un portón; y con la iglesia
por una pieza de que ya hablé.
«A la izquierda del Cementerio se ven las ruinas del Asilo-hospital que
tenían todos los pueblos. En él eran recogidos todos los ancianos y las
viudas y doncellas sin amparo.
«Las construcciones
«No he encontrado en las ruinas el ladrillo común que entra en todos
nuestros edificios. En las paredes entra la piedra labrada y sin labrar: las
lajas, que, como se sabe, son naturalmente planas por dos de sus lados y se
— 705 —
sacan de la cantera por simple separación: y el adobe grande, de una sola
clase, empleado en edificios de menor cuantía.
«En cambio, he encontrado tejas, tejuelas y baldosas de barro cocido.
>Las últimas son pentagonales, exagonales ú octogonales; y para llenarlas
soluciones de continuidad se fabricaban otras más pequeñas con las formas
convenientes.
«El piso de las iglesias y el de todos los cuartos tenían esa clase de
baldosa. En el techo de aquél había tejuelas debajo de las tejas, pues bajo
la tierra y los detritus, en el suelo, se encuentran mezcladas unas y otras.
«Creo de más decir que todos los materiales de construcción eran fabri-
cados en «los pueblos».
«De tres clases son los muros que se encuentran en San Ignacio. 1.°
muro de piedra labrada, empleado en el colegio y casas: 2.", muro de piedra
sin labrar empleado en la huerta: 3.*^, muro mixto de piedra labrada y
lajas, que se ve en el fondo de la iglesia y en el colegio.
«Defensas
«Es indudable, y Gay lo dice, que los Jesuítas atrincheraban y foseaban
sus pueblos, lo cual no lo hacían ciertamente por lujo, sino por la necesidad
de defenderlos contra los ataques de los indios salvajes, que tanto perjudi-
caron á las Reducciones, ya juntos á los paulistas, ya solos.
«Alrededor de San Ignacio existen rastros de trinchera y foso, habiendo
sido la primera de adobes, ó simplemente de tierra amontonada. También
en Apóstoles hay una línea de defensas.
«Orientación del Pueblo
«Mis observaciones sobre ella me han demostrado dos cosas: que los
Jesuítas se guiaron, para el arrumbamiento de sus pueblos, por la brújula;
y que la declinación magnética era, cuando la fundación de San Ignacio,
año de 1696, de 8° 28' oriental, mientras que hoy es sólo de 3° 20'.
«No puede haber sido de otro modo; pues desde que las calles y muros,
que tienen todos la misma orientación, no están orientados al Norte verda-
dero, es porque los Jesuítas tomaron otro rumbo: y ése fué el que les mar-
caba la brújula, y no uno arbitrario.»
(QuEiREL, Ruinas, pág. 17.)
Nüm. 69.
1803— Nuevo Gobierno de las Doctrinas
«El Rey. — Virrey, Gobernador y Capitán general de las provincias del
Río de la Plata y Presidente de mi Real Audiencia de Buenos Aires:— A
45 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.— tomo ii.
-706-
consulta de mi Supremo Consejo de Indias de '_*7 de Abril de 1778, me
serví aprobar, con la calidad de por ahora, las Ordenanzas é instrucciones
formadas por el Capitán general de esas provincias para el sucesivo
gobierno de los treinta pueblos de indios Guaraníes y Tapes, situados en
las riberas de los ríos Paraná y Uruguay, con las adiciones y prevenciones
que me propuso el referido mi Consejo, en virtud de los expedientes que
se le habían pasado del Extraordinario: siendo una de ellas que el Gober-
nador diese cuenta de los efectos que produjera, sin que desde entonces se
hubiese recibido noticia de las resultas, hasta que en veinticinco de Enero
de mil setecientos noventa y cinco, el Superintendente de la extinguida
Dirección de Temporalidades expresó que en el espacio de doce años, úni-
camente se había expedido una sola providencia circular, en treinta y uno
de Enero de mil setecientos ochenta y cuatro, dirigida al \'irrey, al Supe-
rintendente y Reverendo Obispo de Buenos Aires y Paraguay, para que
informaran individualmente del gobierno espiritual y temporal de las
Misiones que estuvieron á cargo de los Regulares de la Compañía: no
habiendo llegado el caso de que se evacuasen dichos informes, me serví
resolver que el mencionado mi Consejo me consultase lo que se le ofre-
ciera y pareciera, teniendo presentes los antecedentes que existían en él,
acerca del gobierno espiritual y temporal de los referidos pueblos, y cuál
sea el que más les convenga.
«De las cartas é informes que se han tenido presentes del Virrey que
fué de esas provincias Marqués de Aviles, vSuperintendente D. Francisco
de Paula Sanz, Reverendo Obispo del Paraguay, su Cabildo, y el Admi-
nistrador general D. Manuel Cayetano Pacheco; resulta que el funesto
gobierno de comunidad, con que se han dirigido hasta ahora dichos pueblos,
es el más ruinoso para ellos, y que subsistiendo, jamás tendrán conocido
adelantamiento. El mencionado Virrey, evacuando el informe que estaba
pedido, en su carta de ocho de Marzo.de mil ochocientos, después de pro-
poner los medios convenientes que le parecieron corresponder á la natural
constitución civil de aquellos naturales, propuso se les diese libertad como
á los españoles, restituyéndoles sus propiedades individuales, la patria
potestad, y que viviesen con la seguridad establecida por las leyes, gober-
nándose según ellas, y observando las Ordenanzas del país, en lo que sean
adaptables, y las del capitán general Bucareli, en lo que convengan á las
críticas circunstancias de pasar de un estado ignorante y rudo, á otro ilus-
trado y libre: extinguiéndose las encomiendas del Paraguay y de los pue-
blos mitayos, de las Misiones del Paraná y Uruguay: habiéndose resuelto
dicho mi Virrey en consecuencia de mi Real orden de treinta de Noviem-
bre de noventa y ocho, á dar libertad á trescientos padres de familias, á
quienes se adjudicaron tierras y ganados, con la única moderada carga de
un peso, que había tiempo se les señaló: con cuya providencia esperaba
lograr avivar la energía de espíritu de los demás. Y en efecto, continuando
las noticias que comunicó dicho Virrey en su carta referida de ocho de
Marzo de mil ochocientos, expuso que era inexplicable el júbilo de aque-
llos pueblos por la libertad que dio á trescientos padres de familias por
auto de diez y ocho de Febrero de dicho año, según se lo habían informado
los Curas y Cabildo, habiéndose dedicado á reedificar sus habitaciones, al
abono de sus terrenos particulares, y demás servicios de agricultura é
- 707 -
industria, hallándose ya en la posesión de la exención de los trabajos de
comunidad, y de los demás derechos de que habían carecido aquellos
indios, seis mil doscientos doce de ambos sexos y de todas edades, viviendo
con sus respectivas familias. Y concluyó expresando las varias providen-
cias que había tomado para llevar adelante el sistema de libertad de los
referidos pueblos.
«Visto en el expresado mi Consejo, con lo informado por su Contaduría
general, y lo que expuso mi Fiscal, y consultádome sobre ello en veinte
y tres de Noviembre del año último: He venido en mandar se reduzcan
dichos pueblos al nuevo sistema de libertad de los indios Guaraníes pro-
puesto y principiado á ejecutar con buen suceso por mi Virrey que fué de
esas provincias. Marqués de Aviles. Y para que aquél se verifique con las
ventajas que son consiguientes, es muy conveniente la reunión de dichos
pueblos bajo de un solo gobierno, que comprenda todas las Misiones de
ellos, como lo están las de Maynas, Mojos y Chiquitos. A cuyo fin he venido
en conferir el gobierno militar y político, que he tenido á bien crear por mi
Real decreto de veinte y ocho de Marzo de este año, al Teniente Coronel
D. Bernardo de Velasco, para que tenga el mando de los treinta pueblos
de Misiones Guaraníes y Tapes, con total independencia de los gobiernos
del Paraguay y Buenos Aires, bajo los cuales se hallan divididos en el día,
por ser tan importante la creación de un gobierno en aquel paraje. Y he
venido asimismo en mandar se incorporen inmediatamente á mi Real
Corona cuantas encomiendas subsistan en el Paraguay contra mis Reales
Cédulas, ejecutadas ya en la mayor parte de mis dominios de América, sin
admitir á los detentores recurso que embarace su efectiva reversión, por
no poder asistirles motivo justo para ello. Extendiéndose esta mi soberana
resolución á los antiguos mitayos: procurando persuadir con suavidad á
los indios el pago del tributo en la cuota establecida. Que á todos se repar-
tan sin escasez tierras y ganados de los sobrantes para su subsistencia y
la de sus familias, y para fomento de su agricultura é industria; y además
se señalen las competentes para propios ó bienes de comunidad, ejidos,
dehesas y demás necesidades, con arreglo á las leyes y Ordenanzas de
población, sin limitarse una legua por cada viento, puesto que abunda
terreno para todos. Que se cuide mucho de que en sus límites no adquieran
haciendas los españoles, por haber acreditado la experiencia que con el
tiempo se han alzado con todas ó la mayor parte de las de los indios. Y
mando se prohiba á éstos vender las que se les repartan, para que perse-
veren como vinculadas en sus familias, y se apliquen á tenerlas cultivadas
y pobladas de ganados. Que en todos los pueblos se establezca escuela de
idioma castellano, situando el salario de los maestros sobre los propios ó
bienes de comunidad, con prohibición absoluta de recibir interés, gratifi-
cación ni adehala en frutos ni especies, para que ninguno se retraiga de
asistir ó enviar á los que de él dependan, cuidando de poner esta ense-
ñanza tan cristiana en lo esencial, civil y político á cargo de personas de
instrucción, probidad y conducta, por el influjo grande que puede tener en
los discípulos por su tierna edad. Que con igual esmero se provean los
Curatos de dichos en sujetos de conocida suficiencia, virtud y demás buenas
prendas, con la carga de mantener los Vicarios necesarios á la buena admi-
nistración espiritual de todos los fieles de su distrito: asignando vos, con
-708-
acuerdo de los Prelados de Buenos Aires y Paraguay, el sínodo compe-
tente para su honesta sustentación, sobre el ramo de tributos: dándoles á
entender que el mérito y servicios que contraigan, será atendido y recom-
pensado con su promoción á otros beneficios más apreciables, sin exclusión
de prebendas y dignidades de las iglesias Catedrales, procurando proveer
siempre estos Curatos en personas de legítimo nacimiento, educación é
instrucción correspondiente. Y últimamente, he venido en aprobar las
providencias del citado mi Virrey, Marqués de Aviles, y en haceros el más
estrecho encargo de que hasta que se logre el total arreglo y nuevo plan
del gobierno de dichos pueblos, deis cuenta anualmente de su estado y pro-
gresos, proponiendo cuanto creáis apropósito para su adelantamiento y
perfección. Todo lo cual os participo para que, como os lo mando, tenga su
puntual cumplimiento la referida Real resolución, que comunicaréis á los
Gobernadores del Paraguay y el de los citados pueblos, y demás á quienes
corresponda, por ser así mi voluntad. Fecha en Aranjuez, á diez y siete de
Mayo de mil ochocientos tres.
«Yo EL Rey»
«Por mandado del Rey nuestro Señor, — Silvestre Collar.»
(Sevilla: Arch. de Indias: 125. 7-6.)
Ntim. 70.
1643— Testimonio laudatorio del Illmo. Cárdenas en favor
de los Misioneros
«Padre mío: Ese papel sacado en limpio, acabado, sellado y autori-
zado, querría enviarle ahora: pero no ha podido ser con la priesa de los
indios, y no detenerlos. Harélo más de espacio. Y así ahora envío este
borrador contra los que quieren borrar las virtudes de la Compañía de
Jesús, para que le vea nuestro P. Provincial, y alabe la providencia de
Dios, que para cuando los Virreyes mal informados habían de enviar orden
que visitase con cuidado al Paraná, el Obispo le tuvo tan apropósito para
el servicio, honor 3^ alabanza de la Compañía, que aunque cualquiera lo
fuera, pero ninguno tanto como yo. Esto es seguro. Y firmo de mi nombre.
— Siervo de V. P.
«Jesús. Fr. Bernardino, Obispo del Paraguay.
709-
Núm. 71.
1643— Grandes alabanzas que á las Doctrinas da el Illmo. Sr. Cárdenas
Obispo del Paraguay, en carta al P. José Cataldino
«Jesús, María, Josef. Padre mío: Llegué á esta reducción de mi glo-
rioso San Ignacio, donde sus hijos de V. P. y Padres míos Adriano, y Sil-
verio y Luis, me han hecho tantas honras y regalos, cual no sabré expli-
car: que estimo como es razón; y en especial los espirituales que ha
recibido mi alma de ver tanta virtud y santidad, y cosas dignas de eternas
alabanzas, de que las doy infinitas á Dios y á toda la Compañía de Jesús,
en cuyo servicio voy haciendo y haré cosas de mucha importancia á su
honor y defensa, en orden á desmentir calumnias y testimonios falsísimos,
é informaré de estas verdades puras que voy viendo, hechas en tanto ser-
vicio de Dios y del Rey y salvación de tantas almas, de las cuales conviene
dar noticia y relación fidedigna al Sr. Virrey, y á la Real Audiencia y
Tribunales mal informados, j Y éste es el principal motivo de venir al
Paraná. Aunque no sé si las cosas tan exorbitantes del Paraguay me han
de dejar pasar tan presto. Porque ayer tuve aviso de puntos que piden for-
zoso remedio: y para esto es fuerza enviar mensajero y esperar la res-
puesta y resulta: de la cual depende necesariamente mi determinación de
pasar á esas Reducciones ó volver al Paraguay, por la obligación tan
grande que hay de defender la jurisdicción de la Iglesia.
En este punto dejé esta carta hasta ver la resulta del Paraguay. Y ha
sido tal, que me fuerza el ir luego allá, y diferir con dolor de mi alma la
ida á esas Reducciones santas, y gozar de la vista de V. P. muy Reverenda
y de todos esos mis PP., para ocasión de más gusto y de espacio, y libre de
inconvenientes como los hay ahora en particular. Yo tengo que ordenar
algunas cosas odiosas al Paraguay: y no quiero que resulten en mayor
odio del que tienen á la Compañía los de esta tierra, si pensasen que eran
consejos de la Compañía, por los cuales piensan que me gobierno: y yo
pienso que no errara haciéndolo así. En lo demás me remito al que dejo ir
con dolor y contra mi voluntad, porque quisiera tenerle al lado de mi
corazón para calentarme al calor de su fervor y ejemplo, que es mi P. Sil-
verio Pastor, que dará razón á V. P. como carta viva. Estelo su persona
de V. P. y de todos esos mis Padres por muchos años, como deseo. De San
Ignacio, cinco de Octubre de mil seiscientos y cuarenta y tres. — Besa la
mano de V. P. su siervo y Capellán.— Jesús, Fr. Bernardino, Obispo del
Paraguay.»
(Chile: Bibl. Nac— Mss. Archivo de Jesuítas, vol. 273.)
-710
Núm. 72.
1643— Juicio muy favorable del Illmo. Sr. Cárdenas, después de visitar
la Reducción de los Jesuítas llamada San Ignacio del Paraguay
«Annua de la Reducción de San Ignacio del Paraguay, año 1643.»
«Pax Christi. Por este año, dejando todo lo demás que puedo decir,
que no es poco, referiré solamente lo que escribió el Illmo. y Rmo. señor
don Fr. Bernardino de Cárdenas, Obispo del Paraguay, á uno de los Padres
de la Reducción, luego que, después de haber visitado la dicha Reducción
como Obispo, llegó al pueblo de Yaguarón: que dice así, y es todo de mano
de S. lUma.
«Nos, D. Fr. Bernardino de Cárdenas, por la misericordia divina y
de la Santa Sede Apostólica Obispo del Paraguay, del Consejo de S. M.
«Habiendo visitado el pueblo y reducción del glorioso Patriarca San
Ignacio, que está á cuidado de la sagrada Compañía de Jesús, y al pre-
sente de los RR. PP. Adriano Crespo y Luis Cobo, á los cuales también
visitamos en lo que tiene declarado y ordenado el Rey nuestro Señor y su
Real Consejo, y se practica en el Reino del Perú y en el de Nueva Espa-
ña, á que estuvieron muy prontos y obedientes:
«Hallamos que debemos declarar y declaramos que los dichos PP. Adria-
no Crespo y Luis Cobo, y por buena consecuencia y buenos efectos, los
demás religiosos antecedentes á ellos, son y han sido no sólo buenos y
útiles Curas para bien y salvación de las almas, y para descargo de la
conciencia de S. M. y de la de los Obispos: sino en superlativo grado, boní-
simos, útilísimos, apostólicos, ejemplares, celosos, caritativos, prudentes,
amables á los indios, vigilantisimos para su salvación y para el servicio de
Nuestro Señor, de que son pruebas evidentes el aseo y curiosidad de las
iglesias y altares, el esmero en el culto divino, y sus alabanzas, con música
y cantares, tan diestros, tan bien enseñados, con tantas diferencias de ins-
trumentos, que es cosa digna de admiración: y más la vida y buenas cos-
tumbres de los indios, la frecuencia de los Sacramentos y devociones, la
cristiandad en que viven, sin amancebamientos, sin borracheras, ni hurtos,
ni otros vicios: sino en tan buenas costumbres, que nos dan segura espe-
ranza de su salvación. Por lo cual damos mil gracias á Nuestro Señor, y á
la Compañía de Jesús, y á los dos PP. Adriano Crespo y Luis Cobo. Y en
señal de agradecimiento, ya que no podemos mostrarle en cosas tan gran-
des como quisiéramos, les damos toda nuestra autoridad y facultad, cuanta
de derecho podemos, para todos los casos en que la hubieren menester y
vieren que conviene:
«Y hacemos nuestro Vicario foráneo al dicho P. Adriano Crespo, con
toda nuestra facultad, y de discernir y absolver censuras y dispensar en
los casos á Nos reservados.»
«Hasta aquí son palabras de S. lUma.»
(Río Janeiro, Col. Angelis, XIX-44.)
-711
Nüm. 73.
1644— Carta del lUmo. Sr. Cárdenas, Obispo del Paraguay, en abono de las
Doctrinas y de todos los ministerios de los Jesuítas en su Obispado
«Señor: Por ser lo principal de mi oficio de Obispo y Pastor de estas
Provincias del Paraguay, el atender con cuidado á informar á V. Real
Majestad, (que Dios guarde muchos y felices años) del modo y más eficaces
medios para conservar y aumentar en ellas la ley y fe divina, procurando
con todas veras adelantarla y ensancharla en estas extendidas provincias
con nuevas conversiones de infieles naturales dellas, empresa propia y
dedicada por los sucesores (sic) de Cristo nuestro Señor y Romanos Pontí-
fices al católico ardiente pecho y celo de V. M. Católica, purísimo y finí-
simo defensor de la fe en toda la Iglesia, y única columna della en todos
estos reinos, y Nuevo Mundo; me ha parecido necesario como cosa debida
á mi oficio y al descargo de la Real conciencia de V. M. y de la mía, pro-
poner con brevedad y llaneza el medio más eficaz y casi único para todo lo
dicho, y para conservar y poseer V, M. en paz y quietud estas provincias
del Paraguay, suplicando á V. M. lleve adelante como hasta aquí lo ha
hecho, á imitación de sus antecesores y padres de gloriosa memoria, el
ayudar, fomentar y amparar con su Real patrocinio y socorro á los celosos
y apostólicos Religiosos de la sagrada y apostólica Religión de la Compa-
ñía de Jesús desta provincia del Paraguay, pocos en número, pero equiva-
lentes á muchos en el celo y trabajos, y en el fruto copioso con que han
acrecentado á la Corona de V. M. Real gran cantidad de naciones, y
número de indios, y á la Iglesia de Cristo fieles hijos, sacándolos de la
esclavitud del demonio y de la vida bárbara y como de bestias que tenían,
sujetándolos al suave yugo de Cristo, buen gobierno y policía de España,
trabajando no menos en conservar los reducidos, que en reducir los que
faltan y habitan como salvajes los montes, campos y desiertos destas dilata-
dísimas provincias.
«Digo, pues, Señor, en conformidad de lo que otras veces tengo dicho é
informado á V. M. y Consejeros, de los Religiosos de la Compañía de Jesús,
que tiene V. M. en esta provincia, en el poco número de ellos, unos reno-
vadores del celo y espíritu de sus primeros Padres San Ignacio y San Fran-
cisco Javier, coadjutores incansables de los Pontífices de la Iglesia, fieles
servidores y vasallos de V. M., y que aseguran y descargan su conciencia
en las partes donde asisten, con el trabajo continuo y fruto copioso de la
conversión y conservación en buena doctrina de las almas.
«Pero llegando más en particular, digo. Señor, que en los dos ríos del
Paraná y Uruguay, y otras partes de estas provincias, tienen los Religiosos
de la Compañía de Jesús veinte y dos Reducciones de indios muy numero-
sas: y de las que están en el Paraná y Uruguay, casi todas son convertidas
y hechas de poco tiempo á esta parte por los dichos Religiosos: y asimesmo
-712-
reducidos á la obediencia de V. M.: que antes ni conocían Dios ni Rey, y
eran enemigos de españoles, y tenían atemorizada esta tierra, haciendo
asaltos á los pasajeros y á los pueblos de los vasallos de V. M.: y por la
doctrina y trabajos de los dichos Religiosos están ya domesticados, y de
bárbaros é incultos, hechos hombres y buenos cristianos y fieles vasallos
de V. M., no sin costas de vidas y sangre, que gloriosamente derramaron
por la exaltación de la santa fe algunos de ellos.
«En estas Reducciones asisten continuamente unos cincuenta Religiosos
de la dicha Compañía, gloriosamente ocupados en los ministerios dichos,
descargando seguramente la conciencia de V. M. y mía en aquellas par-
tes, reduciendo ellos y los demás de la dicha Religión cada día nuevos
indios.
«Y es del todo conveniente al servicio de Dios y de V. M. y Seguridad
de esta provincia, que las dichas Reducciones é indios estén á cargo de los
dichos Padres de la Compañía, porque además de lo dicho, las defienden
con valor é incansable trabajo de las continuas guerras, invasiones y robos
que los Portugueses de la villa de San Pablo de) estado del Brasil hacen y
han hecho amenudo en aquellas provincias de la corona de Castilla: para
cuya defensa han hecho y hacen los" dichos Religiosos grandes gastos á su
costa, con armas, municiones y demás pertrechos de guerra: por cuya dili-
gencia y medio se han defendido de algunos años á esta parte: y se tiene
por cierto que en faltando esta defensa, fácilmente serían destruidas las
dichas Reducciones y las demás destas provincias del Paraguay, 3^ sus
naturales reducidos á esclavitud: y con algún riesgo de esta ciudad de la
Asunción; que son no pequeña defensa, y como fronteras de tales enemigos
las dichas Reducciones del Paraná y Uruguay, con sus indios y armas, y con
la asistencia de los dichos Padres de la Compañía: que sin ellos no podría
sustentarse aquello, por estar necesariamente muy distantes de los pueblos
de españoles, y no poder tener ni haber tenido ayuda ó defensa de parte
alguna. Y como la experiencia ha mostrado, mientras los dichos Padres no
estuvieron allí con armas resistiendo, los Portugueses fueron señores de
aquellas partes, captivando innumerable número de almas de los natura-
les, y estorbando con eso la predicación evangélica y conversión de aque-
llas naciones, con destrucción también de algunos pueblos de españoles.
Pero después que los dichos Padres sirven allí de defensa y muro, no han
salido con los robos que solían, aunque han sido continuas las invasiones,
que ahora también de nuevo amenazan, con que se ve ser totalmente nece-
sarias tales prevenciones; y más con la alteración presente de Portugal, y
verse sin el castigo que V. M. por sus Cédulas amenaza dar á los que en
semejantes empresas ó robos anduvieren.
«Las poblaciones de estas tres gobernaciones y provincias del Paraguay,
Río de la Plata y Tucuman, que todo eso abraza la dicha provincia de los
dichos religiosos, son muy cortas: y los hijos naturales dellas más apropó-
sito para otros estados, y comúnmente poco aplicados al estado de Reli-
gión, en especial á la Compañía de Jesús: y así no hay recibo alguno: y á
esta causa no se pueden sustentar las precisas obligaciones de acudir á las
dichas Reducciones y conversiones de indios infieles y á los ministerios de
los naturales, indios, negros y españoles de todas las dichas provincias, á
los cuales también acuden con sus ministerios apostólicos y continuas
-713-
Misiones, en que se ocupan muchos sujetos: y así para sustentar todo lo
dicho, siento y es mi parecer que debe V. M. fomentar estas Misiones, y
st)Correr á esta provincia, y proveer de los Padres dichos de ella, como
siempre lo ha hecho, poniendo su Real autoridad para que venga á ella
nuevo socorro de Religiosos de las provincias de España, para que con su
celo y vocación apostólica conserven y lleven adelante con nuevos aumen-
tos, como siempre lo han hecho, la cristiandad y conversión de estas pro-
vincias.
«Y por cuanto la dicha provincia de los dichos Religiosos es muy pobre,
pues en muchos de los colegios que tiene, apenas hay con que sustentar los
sujetos y ocupaciones dellos; y las Reducciones y Misiones, si no se sus-
tentan con el Real socorro y limosna bien empleada que V. M. les da, por
ser los indios en extremo pobrísimos, y que no tienen otro caudal que un
poco de maíz y raíces para su sustento: juzgo debe V. M. ayudar á los que
tan bien descargan su conciencia, con el continuo socorro y limosna, así
para el sustento de las dichas Reducciones, como para el avío que V. M.
suele dar á los Religiosos de la dicha Compañía que para esta provincia y
su conservación vienen de España.
«De la Provincia del Paraguay, de la ciudad de la Asunción, en 6 de
Marzo de 1644 años.
JHS-Bernardino, Obispo del Paraguay.
«Por mandado del Obispo mi señor, Lorenzo Ávalos de Mendoza, Nota-
rio y Secretario.»
(Ind. Charcas, 7o-único-8.)
Niím. 74.
1761 — Elogio de los Jesuítas del Paraguay y de sus Misiones,
hecho por el Illmo. Sr. D. Manuel Antonio de la Torre,
al dar cuenta al Rey de su Visita
«Compañía de Jesús
«50. Antes de llegar, Señor, á este otro mundo, oí que las cosas de
acá sólo se parecían a las de España en los huevos y en los RR. PP. de la
Compañía. Y si bien he reconocido alguna diferencia en la substancia de
aquéllos; pero en éstos, ni en substancia ni en accidentes he notado distin-
ción alguna de los celebrados colegios de España. Y aunque con esto tenía
manifestado á V. M. cuanto puedo y debo informar; no puedo menos de
decir: que los RR. PP. de este colegio son mis especiales coadjutores:
descansando, como en firme basa, el grave peso de el pastoral ministerio,
que abruma y abate otros hombros más gigantes.
«51. La fábrica de su colegio es la más aseada de esta provincia: mejo-
rándose cada día en cuanto da de sí el terreno. Su iglesia está con espe-
— 714-
cial adorno, y es la más frecuentada de todo género de personas, no sólo
por la gravedad con que celebran sus funciones y ejercicios espirituales
muy continuos; sino también por hallarse siempre á cualquiera hora dis-
puestos los Padres para oír confesiones, y distribuir la sagrada Comunión
á todos los fieles.
«52. Todos los años sale por la provincia una Misión con notorio fruto,
además de explicar la Doctrina cristiana los más de los domingos en algu-
nas parroquias y en la iglesia de la chácara de San Lorenzo, en donde
celebran todos los domingos y fiestas, con notable utilidad de el gentío de
aquel valle: y en distintos tiempos del año dan los ejemplares y útilísimos
ejercicios de San Ignacio á cuantos los desean, en una capilla espaciosa
que tienen en lo desierto de la campaña: sin que sean privadas de este
beneficio las mujeres, quienes congregadas y clausuradas en una cómoda
casa particular, tienen los dichos espirituales Ejercicios: concurriendo por
la mañana para oír el punto de meditación y su distribución á la capilla
pública de Nuestra Señora de la Concepción, dentro de la iglesia del cole-
gio: de donde se las ministra la comida y demás necesario en todos aque-
llos días de su ejemplar recogimiento. Y para fomentar la virtud y su
perseverancia, celebran en el colegio varias devotísimas novenas, con
innumerables confesiones y comuniones.
«53. Compónese este colegio de doce sujetos Confesores y predicado-
res, y cuatro Hermanos Coadjutores: además de dos sacerdotes que asisten
en una su estancia llamada Paraguarí: adonde concurre toda aquella espa-
ciosa vecindad á oir Misa y Doctrina cristiana, que explican todas las fies-
tas, confesando continuamente, y socorriendo con los santos Sacramentos
á los enfermos y moribundos, con la licencia de sus remotísimos párrocos:
logrando grandísimo beneficio espiritual todos los feligreses de aquel con-
torno, en cuanto pueden aquellos celosos Padres.
«54. Y en consecuencia de su sagrado Instituto, educan la juventud en
las públicas aulas que tiene el colegio para Teología escolástica y Moral,
Filosofía, Gramática }' escuela de niños, con especiales correspondientes
maestros: consiguiéndose con este favor desterrar la ignorancia que ha
reinado tanto en esta extraviada Provincia, que hoy se halla con bastantes
distinguidos Doctores y eclesiásticos capaces, instruidos y adelantados con
el celo y doctrina de estos RR. PP.»
«Pueblos encomendados á los RR. PP. Jesuítas
«83. Los trece pueblos antiguos que están encomendados al celoso cui-
dado de los RR. PP. de la Compañía de Jesús, todos se hallan con espe-
cialísimo orden y viva observancia de su primer establecimiento: y
logrando piadosa y justamente la exención de gravosas encomiendas, están
muy poblados de indios, como tengo dicho en mi informe general, y muy
fértiles y abundantes de los frutos de su trabajo, con copiosa cría de gana-
dos, á influjos, celo, dirección y cuidado de sus Curas.
«84. Lo material de estos pueblos. Señor, es muy especial y distinto
de los demás que van referidos. Porque todos estos se hallan con forma-
-715-
das y bien ordenadas espaciosas calles: y sus casas, según él genio de los
indios, muy decentes. En muchos, son todas casas de piedra y teja: y el de
la Santísima Trinidad es muy aventajado en este punto por la vistosa sime-
tría que tiene su espaciosa plaza, formada de iguales lienzos de piedra
sillería: sus portales ó corredores de medio punto, enarqueados, con sus
flores de talla en las pechinas: sirviendo para un costado la iglesia nueva,
toda de la misma piedra: y tan capaz, que puede ser iglesia Catedral para
cualquiera de estas partes.
«85. El socorro y asistencia de los indios, así en vestidos, como en ali-
mentos es igualmente muy singular: porque todos, así indios como indias,
se hallan cabalmente equipados á su usanza: teniendo varios vestidos luci-
dos para los capitulares y oficiales que dicen militares, según la instruc-
ción de los Padres. Cada día, por lo común, suelen repartirles carne, á pro-
porción de las familias: teniendo muy particular atención á las viudas y
pupilos: celando en que todos cultiven sus chacaritas para ayudarse, ade-
más de las sementeras comunes, que laborean para el socorro de todos y
de cada uno: cuyas conveniencias temporales no logran el común de los
españoles en toda esta provincia. No siendo menores los espirituales, como
principal objeto del apostólico celo de estos Padres.
«86. Porque todas las mañanas á hora del alba, todo el pueblo concu-
rre á la iglesia: la juventud canta la Doctrina cristiana y otras divinas ala-
banzas. Oyen todos Misa: después de la cual se reparte yerba á los indios
para irse al trabajo que se les ordena. Por la tarde vuelven al ejercicio
del santo Rosario: y después de decir el Alabado, vuelven á tomar yerba
los que han venido de su tarea.
«87. En los días festivos, se les predica y explica la Doctrina cristiana,
reprendiéndoles sus defectos, y estimulándoles á la virtud y observancia de
la divina ley, y frecuencia de los santos Sacramentos: los que así practican,
especialmente en las solemnes festividades: habiendo distribuido yo en una
de María Santísima la sagrada Comunión á más de cuatrocientos indios é
indias en el pueblo de Santa Rosa.
«88. Y para que la mala vida de algunos no escandalice y corrompa á
los demás, hay en estos pueblos casas que llaman de recogidas, para custo-
diar á aquellas mujeres en que reconocen algún vicio ó fragilidad de su
honestidad ó fidelidad, por ausencia de sus maridos: estando cuidadas por
una matrona de probada virtud y ejemplar vida, para que á su imitación
aborrezcan la suya escandalosa.
»89. Para los pobres enfermos, todos los días se cocina aparte, y se los
asiste con todo lo necesario, sin faltarles diariamente el dulce, á que todos
son muy inclinados: con los demás medicamentos: socorriéndolos con los
espirituales á cualquier hora y en cualquier tiempo que les sean nece-
sarios.
«90. Tienen muchos de estos pueblos escuela de labor de aguja, para
algunas jóvenes indias que descubren inclinación y habilidad, en la que
aprenden á bordar, cuidando del reparo y aseo de la ropa blanca de la
iglesia. Y asimismo todos mantienen escuela de música, criando varios
muchachos de sonoras voces, diestros en el canto, habilitando á oti*os en el
manejo del órgano, y varios músicos instrumentos, con cuya religiosa pro-
videncia celebran sus festividades, y hacen los oficios eclesiásticos con tan
-716-
dulce y armoniosa solemnidad, que no la he visto igual hasta hoy en este
Nuevo Mundo.
«91. Las iglesias de todas estas jesuíticas Doctrinas son á competencia
espaciosas, con una santa emulación en sus adornos, aseo, preciosidad en
los vasos, y demás alhajas sagradas: con correspondientes ricos ornamen-
tos de todos colores y clases: fina ropa blanca en abundancia; con unas
sacristías tan esmeradas, que parecen relicarios. Solamente los pueblos de
Jesús y San Cosme (poco ha trasladados), se hallan con las débiles primi-
tivas iglesias: y para despicarse, con santa competencia, se están fabri-
cando en cada uno de dichos pueblos iglesias de piedra sillería, con una
hermosa planta: y espero que, aunque últimas, serán de las primeras.
«92. Hice, Señor, inventario en cada pueblo de todas las sagradas
alhajas, conforme á la disposición de vuestras Reales leyes, y en su conse-
cuencia, tuve el gusto de formar el adjunto sumario mapa de todas, para
mirar y admirar en suma todo cuanto tiene cada una de estas iglesias.
[Aquí hay una hoja suelta donde están numeradas y especificadas las hala-
jas de iglesia de cada pueblo.]
«93. En los más de estos pueblos. Señor, reconocí mucho número de
indios agregados de aquellos siete que estaban para entregarse á la Majes-
tad Fidelísima: pasando en algunos el número de trescientas familias,
abrigados en sus ranchos de paja, que formaban como arrabales de los pue-
blos: y atendiendo á sus semblantes, como dice el Espíritu Santo, les con-
sideré y noté en una lastimosa y melancólica constitución: padeciendo el
sonrojo de comer lo que otros pobres trabajaban: con las duras expresiones
de algunos inconsiderados indios, que no disimulaban el descontento de
esta transeúnte agregación: sin que la caridad y paternal amor con que
los Padres Curas les atendían igualmente que á los propios del pueblo,
pudiese desterrar de sus corazones las penas, desconsuelos y suspiros que
continuamente daban por su natural solar, como los israelitas por su Sión
amada: lo que, siendo muy natural á todos, es en esta gente más disimula-
ble, por la menos capacidad para la debida conformidad con la voluntad
de ambas Majestades.
«94. Este aburrimiento inspiraba á muchos la deserción, faltando en
algunos pueblos mucho número de sus agregados, que entregados á la
brutal vida de los bosques, hostilizaban los fieles pueblos que los mante-
nían, como en el tiempo de mi actual Visita lo palpé. En cuya atención, y
considerando que con cualquiera mutación de estos Curas, crecería más
y más esta desgracia, hasta la total perdición de los pueblos: y teniendo
muy presente la connatural piadosa propensión con que las Católicas
Majestades han deseado siempre la mayor felicidad y conservación de estos
naturales, como en las Reales Ordenes comunicadas se me expresaba: y
atendiendo sobre todo á que la piadosa Católica Majestad del Sr. D. Fer-
nando Sexto, de buena memoria, se dignó confiar y poner á mi fiel cuidado
la particular especulación sobre estos puntos, antes de aventurar cual-
quiera providencia; fui de dictamen, Señor, no ser conveniente en todo ni
en parte la remoción de Padres Curas Jesuítas. Lo que expresé á vuestro
General D. Pedro de Cevallos, en respuesta de su consulta de 27 de Octu-
bre de 1759: exponiéndole con toda extensión las razones y fundamentos
en que estribaba mi desapasionado dictamen, regulado por las atenciones
— 717-
de mi pastoral ministerio: las que me obligan á la espiritual y témpora
conservación de mi grey: y más especialmente por los miserables indios,
s^egún me lo intimaba el Espíritu Santo en el núm. 69 referido. [«5í íieties
ganado ó reses, atiéndelas».]
«Pueblos del Tarumá
«95. Los pueblos del Tarumá, intitulados San Joaquín y San Estanis-
lao, distante uno de otro más de veinte leguas, por asperísimos caminos y
montes impenetrables, se hallan ya formalizados con el método y reglas
que los demás encargados á la sagrada Compañía de Jesús: y cada día se
van aumentando con la reducción de muchos infieles monteses que se van
extrayendo de los montes, á costa del apostólico celo de aquellos Padres.
«96. En el de San Joaquín, se confirmaron novecientos: siendo el
número de los varones, mozos y muchachos, trescientos cuarenta y cinco:
é igualmente el de las mozas y muchachas [quinientas cuarenta y cinco]: y
en el de San Estanislao se confirmaron setecientos setenta y uno, esperán-
dose que en pocos años sean estos dos pueblos muy famosos por los espe-
ciales pastos de aquel terreno para ganado vacuno y caballar: hallándose
hoy conveniente pie de estas especies: además del buen terreno para chá-
caras: logrando asimismo á poca distancia buenos yerbales, aunque por
caminos no muy llanos.
«97. Y habiéndose pasado ya el decenio de estas Reducciones, provi-
dencié y mandé que dentro de seis meses recurriesen los Curas á su Reve-
rendo Provincial para que, haciendo la presentación conforme á las leyes
de vuestro Real Patronato, ante el correspondiente Vice-Patrono, se pre-
sentasen los nominados á recibir la institución canónica y hacer la profe-
sión de fe, según derecho y Reales disposiciones: habiéndoles dado para
entretanto título de Curas interinarios: y á los respectivos compañeros la
debida aprobación, con la licencia de sustituir y hacer el oficio de Curas,
en el caso de faltar por muerte ú otro caso extraordinario los interinarios
nominados, conforme á la especial disposición de V. M. en Cédula de 7 de
Julio de 1691.
«98. Hállanse con las primitivas iglesias techadas de paja, como las
casas de los Curas y demás habitaciones del pueblo, por haber andado los
indios algo variables (conforme á su genio) en aquella situación: pero hoy
que se ha descubierto en lo rozado próximo á los pueblos, unas espaciosas
y llanas lomadas, están los Padres en ánimo de comenzar á fundamentar
en ellas las iglesias parroquiales, y formar los pueblos: especialmente hoy
que han cesado los temores de los indios infieles Mbayás, que eran sus
enemigos más vecinos.
«99. Porque queriendo la divina Providencia que ninguno se pierda,
sino que todos se salven: ha dispuesto que estos temidos enemigos de toda
esta provincia á quien tanto han perseguido (con crueles muertes y robos
de sus animales) como Sanios y carniceros lobos, apareciesen en esta ciudad
como Pablos y apacibles corderos, balando por dos Padres de la Compañía
para su reducción, y abrazar y profesar nuestra Católica religión con su
catequística instrucción: á cuyo fin fueron elegidos y asignados puntual-
-718-
mente por su Reverendo P. Provincial dos apostólicos operarios señalados
en celo, espíritu, virtud y ciencia, y el uno, llamado el Padre Josef Sán-
chez Labrador, en vocación: pues estando actualmente leyendo sagrada
Teología, con generales aplausos en cátedra y pulpito, les renunció devo
tamente, y solicitó ser uno de los enviados á esta católica empresa. A la
que salieron de aquí día del glorioso Patriarca Santo Domingo del año
próximo pasado, embarcados en dos botes, con parte de estos infieles, que
tenían sus tolderías sesenta leguas de esta ciudad río arriba: lo que ha
motivado indecible gozo á todos los hijos de la Iglesia, y con especialidad á
los paraguayos: por quienes (mediante un general edicto que expedí) se
dan incesantes alabanzas á Dios: suplicándole la eficacia y complemento
de esta vocación por medio de su Santísima Madre nuestra Patrona y
Titular, y otros Santos de especial devoción y patrones de esta Provincia:
la que se ha animado y esforzado á contribuir lo posible para el estableci-
miento de esta nueva y no esperada reducción: no obstante hallarse hoy
(después de muchas necesidades por la plaga de langostas continuada por
tres años) combatida, insultada y perseguida de una multitud de infieles
Mocovís, que la tienen despojada de caballos y puesta en consternación:
haciendo cada día muertes, quemando casas y cautivando gente: esperando
en la divina Clemencia perfeccione esta singular obra, tan de la diestra
de su Omnipotencia: con cuyo feliz logro se aumentarán las trojes místicas
de la Iglesia, dilatándose por muchos centenares de leguas los católicos
dominios de V, M.
«100. Los Padres Misioneros fueron bien recibidos, según lo han avi-
sado: y han hecho ya algunos bautismos de párvulos: habiendo llevado
después veinte familias de indios Tapes para hacer sus ranchos y capilla, y
comenzar á laborear y hacer sementeras: rezando los chicos y chicas las
oraciones y Doctrina cristiana todos los días; y los adultos confesando y
comulgando: para que con este cristiano ejemplar se vayan docilizando y
amansando aquellos bárbaros, tomando amor y devoción á lo divino: é incli-
nación, como hijos de Adán, al trabajo, que no es la menor dificultad que
se experimenta en este gentío, tan vago, desidioso y ocioso todos los días
de su vida: dedicados únicamente á correr caballos (de que abunda aquel
paraje), para cazar diferentes animales, de que se sustentan, con los frutos
silvestres y algunos robos.
«101. Se pondera por los Padres Misioneros lo fértil de aquellos cam-
pos, con pastos muy especiales para ganado vacuno, en cuya atención se
les ha remitido más de mil reses: para que dándoles algún sustento, se
retraigan de la caza poco á poco. Pero respecto de la multitud de indios,
esto parece nada, si la piadosa liberalidad de V. M. no dispone algún
socorro: el que ha dado con apostólico celo, en cuanto puede, este colegio
de la Sagrada Compañía, y á su imitación algunos particulares, habién-
dose distinguido D. Jaime de San Just, vuestro Gobernador de esta
provincia.
«102. Y no dudo. Señor, que si hubiera temporales subsidios se hicie-
ran (mediante la divina misericordia) muchas Reducciones en aquellas
bárbaras tierras, en atención á los singulares modales de los apostólicos
operarios: habiéndose congeniado tanto con los infieles el P. Josef Sánchez,
que lo solicitan á competencia otras tolderías, habiéndole hecho su distin-
-719 -
guida comprensión tan dueño de aquella bárbara obscura lengua, que está
componiendo ya Arte para su más clara inteligencia, con lo que se espera
haga este celoso Labrador íértil sementera para nuestra católica religión.»
(Sevilla: Arch. de Indias, 123. 2-14.)
Núm. 75.
1759— No conviene sacar de Doctrinas los Curas Jesuítas, ni en todo
ni en parte: Parecer del limo. Sr. Obispo D. Manuel Antonio de
la Torre.
«ExcMO. Sr.: Recibo la de V. E. de 27 de Octubre en que se digna
exponerme que, no obstante la relación que á V. E. hizo de mi orden el
R. P. Parras, sobre los puntos que en resulta de mi general Visita me
pareció prevenir á V. E., me sirva declarar abiertamente el dictamen que
yo había formado, sobre si convendrá que estas Doctrinas de indios se con-
tinúen y conserven bajo la dirección de los Religiosos de la Compañía de
Jesús, ó lo que yo advierta sobre la determinada materia de su remoción:
en la inteligencia de que habiendo mandado el Rey que procedamos de
acuerdo, se digna V. E. dar este paso para en su virtud hacer el Real ser-
vicio con todo el acierto que V. E. desea.
«Para dar á V. E. una respuesta categórica sobre el asunto que se me
consulta, debo suponer lo mismo que en las Reales Ordenes se manifiesta,
es á saber: que la orden de S. M. sobre este punto no es absoluta y defini-
tivamente, porque en tal caso sería irreverente curiosidad cualquier modo
de opinar que embarazase los mayores esfuerzos de la ejecución. Pero
siendo la Real disposición virtual y aun expresamente condicionada, con
piadosas, discretas y prudentísimas circunstancias, dejadas y remitidas á
nuestra consideración (mediante la variedad con que las cosas se figuran
y desfiguran en tan larga distancia como está la Corte), debemos atender á
la natural propensión con que S. M. desea la mayor felicidad de estos natu-
rales, y á la particular conmiseración, con que en todo tiempo se ha mirado
por la mísera condición de ellos, y por la más feliz subsistencia de tan
humildes vasallos. Y en esta atención diré cuanto he concebido, y cuanto
con ánimo pastoral he considerado sobre este gravísimo negocio, tan con-
fiado en parte á mi imparcial conducta.
«Para este efecto, estoy hecho cargo de la suma solicitud con que por
derecho divino y positivo eclesiástico soy obligado á mirar por el más feliz
estado de mis subditos; y éste es el blanco de una general Visita, en la que
me he conducido sobre las católicas y religiosas máximas que por todos
derechos se me ordenan: y no contento con esto, he aplicado para con los
indios la muy particular atención que quiere el Espíritu Santo y explica
muy bien el Cardenal de Hugo para con aquellos subditos fieles cuya
humilde fortuna y tolerancia hacen que como brutos sirvan á todos para
- 720 -
todo, y que necesitan de pastor al modo de irracionales, descripción verda-
dera de esta gente.
«Fundado en esta precisa reflexión y máxima católica, he mirado despa-
cio todo lo que debe mirarse para el dictamen que \'^. E. pide: He hallado
unos templos cuya suntuosidad en estas partes no puede verse sin admira-
ción, y cualquiera de ellos excede incomparablemente á mi iglesia Catedral
que es su matriz. Cuyo exceso corre igualmente en el crecido número de
ornamentos preciosos y grandiosas alhajas de plata con que están surtidas.
Extendiéndose la curiosidad y el adorno en lo material del templo á los
costosos retablos, bóvedas, cornisas y columnas, en que respectivamente
se ve lucir á competencia el oro con la pintura, sobresaliendo uno y otro á
diligencia de la limpieza y aseo, en que son extremados los indios por incli-
nación, que ya es nativa por una antigua educación y enseñanza. De todo
tuvo orden de informar á V.. E. mi teólogo de Cámara el R. P. Parras, por
cuya mano dirigí á V. E. el sumario de ornamentos y alhajas que constan
de los respectivos inventarios que tomé en mi Visita, en conformidad de
las leyes del Real Patronato. Y sólo añado que en los pueblos de Trinidad
y Jesús se edifican actualmente dos iglesias de piedra de sillería que podrán
competir con las mayores iglesias de la América: y en la del primero falta
únicamente la media naranja para su cabal conclusión y cumplimiento.
Voy refiriendo todo esto, porque sin la debida reflexión sobre cada una de
estas circunstancias, no pudiera dar el dictamen con la entereza que corres-
ponde á las sagradas obligaciones de mi dignidad.
«A correspondencia de las iglesias son las antiguas casas de los Padres
Curas, bastante cómodas para observar en ellas las mismas distribuciones
religiosas á que son obligados por instituto de su Religión, y para lograr
más libertad en la ocupación de sus espirituales ejercicios, sirven sus vallas
de rigurosa clausura, sin que mujer alguna de cualquier estado ó condición
haya pasado jamás los umbrales de sus porterías, de lo que se origina en
las indias un respeto y veneración profunda.
«Los pueblos están divididos en muchas calles espaciosamente forma,
das, con tan bella proporción é idea, que sobre hacerse agradables á la
vista, logran el despejo y precisa ventilación, para precaverlos de muchos
contagios y epidémicas enfermedades, á que son muy expuestos estos mo-
radores por su naturaleza. Las habitaciones son algún tanto reducidas;
mas con todo esto exceden á las que regularmente tienen los españoles en
el Paraguay, cuya mayor parte se domicilia en pequeños ranchos de paja y
cueros por los montes y bosques más enmarañados.
«Ha establecido también en muchas de estas Doctrinas la curiosidad
celosa de los Padres casas de labor, donde algunas doncellas pasan la
mayor parte del día ocupadas en coser y bordar muchas ropas y lienzos que
son destinados al divino culto. Hay también casas que llaman de recogi-
miento, donde mandan poner algunas mujeres libres, en quienes se ha
notado, ó de quienes puede temerse algún escándalo; y en unas y otras de
las dichas casas tienen indias y indios ancianos de aprobada vida, á cuya
dirección están en aquellas faenas que se les destinan.
«Y siendo las atenciones episcopales que pide el Espíritu Santo, en los
alimentos espirituales de sus ovejas: he visto las más desempeñadas por los
celosos Padres Curas en todos estos pueblos. Yo he notado con grande
-721 -
edificación y buen ejemplo una tan cristiana distribución, que parece'
haberse convertido los pueblos en otro tanto número de monasterios. Todos
los días es indefectible el concurso de todos á la Misa. La juventud. con-
curre tarde y mañana al rezo del Catecismo y á la diaria explicación de la
Doctrina cristiana. Reza el pueblo por la tarde á coros el santísimo Rosa-
rio: cantan devotamente aquellas oraciones que son comunes á todos:
celebran sus funciones de iglesia con bello canto y bien concertada música,
cual no la tengo vista en esta América.
«Y en cuanto á lo temporal, es igual el cuidado que los Padres tienen
para el socorro de las necesidades temporales de los indios, de tal manera
que ninguno deja de estar bien vestido á la usanza del país. Dos veces en
el día se les distribuye la yerba, de que usan para confeccionar la ordina-
ria bebida á que llamamos mate: una vez por la tarde se le da á cada una
familia carne fresca para todo un día. Se saca de la misma cocina de los
Padres abundante comida para los enfermos, como lo tengo visto. Y final-
mente, puedo asegurar á V. E. que en esta parte son más felices los
indios que los españoles, cuyo mayor número en esta Provincia del Para^
guay no logran una vida tan cómoda para la precisa manutención de sus
familias.
«Para convencerme de todo lo dicho, me he valido de toda la preven-
ción de un Salomón, reconociendo cuidadosamente el semblante de aquellas
mansas ovejas, á fin de observar el que tenían, en unas circunstancias tan
funestas en que no fuera extraño que aquellas Doctrinas se viesen redu-
cidas á una intolerable necesidad y miseria. He visto, Sr. Excmo., en los
pueblos de mi jurisdicción mucho número de indios agregados, naturales
de aquellos siete pueblos que deben entregarse á S. M. Fidelísima. Hay en
algunos 300 familias, 250 en otros, y en el que menos, 200: y esta excesiva
sobrecarga de huéspedes ocasiona en unos y otros una lastimosa y melan-
cólica constitución, que no basta á desterrarla la caridad y paternal amor
con que los PP. atienden igualmente por la feliz subsistencia, socorro y
manutención de todos juntos: ni el celo con que diariamente les persuaden
y excitan á la precisa y debida conformidad con la voluntad de ambas
Majestades. A los patricios aflige el gravamen de mantener tan exorbi-
tante número de advenedizos: y á éstos les constituye en una vida amar-
guísima el amor dulce de la amada patria, que perdieron, el sonrojo de
comer y vestir lo que otros pobres trabajan, las duras expresiones de
algunos desconsiderados indios que no disimulan el descontento de esta
agregación: y últimamente los lamentos de sus desgraciadas familias, que
se ven fuera de su patrio suelo.
«Estas consideraciones han inspirado la deserción á muchos: y hay pue-
blo en que falta un buen número de los agregados: los que entregados á la
vida brutal de los bosques, hostilizan á los fieles pueblos que los mante-
nían. Otros de ellos se han incorporado con bárbaras naciones enemigas, á
quienes sirven de espías para las continuas invasiones con que insultan á
los pueblos que sirven de frontera: cuyos insultos se han repetido algunas
veces en el discurso de mi general Visita, causándome indispensable dolor
la pérdida de tantas almas, temiéndome igual peligro de que este mal tan
sensible no vaya en aumento cada día.
*Yo no extraño, Señor, Excmo., la indisimulable pena de estos misera-
46. Organización social de las doctrinas guaraníes.— tomo n.
-722-
bles transmigrados. Porque por una parte, conozco los gravísimos dolores
que siempre causa cualquiera dislocación: y por otra creo que sólo en la
aprobada famosa santidad é inmutable obediencia de un Abraham puede
hallarse aquella conformidad de abandonar su casa y solar con ánimo ale-
gre, al percibir con su ilustrado entendimiento la voluntad de Dios inti-
mada con la seca y áspera expresión de aquel egredere.
«En esta miserable gente no sólo falta aquella ilustración, y tan extra"
ordinarios fondos de virtud, sino aun la precisa capacidad que es necesaria
á sostener una competente resignación. Por lo que, prevaleciendo en ellos
los fuertes impulsos de la parte animal (como se dice vulgarmente), se
dejan arrastrar del violento amor á su terreno nativo, con todo aquel impe-
rio que en los mismos irracionales advertimos, sin que pueda vencerlo
diligencia humana: pues nada importa que á un pájaro en magníficas salas
y doradas jaulas se le proporcione su competente regalo, para que no haga
los mayores esfuerzos por ganar las selvas.
«Estas y otras innumerables circunstancias he visto, tocado y palpado
en mi general Visita. Este es el semblante que con toda diligencia he con-
siderado y conocido en mi grey. Y atendiendo muy por menor al presente
estado de las cosas, como también á la grave incumbencia de mi ministe-
rio, tan interesado en evitar la pérdida de cualesquiera almas, cuya con-
servación han puesto la Iglesia y el Rey á mi cuidado, soy de parecer: Que
no conviene remover á los PP. Jesuítas de semejantes Doctrinas.
«Para este dictamen me precisan las mismas órdenes de S. M. Pues-
cuando no me hiciese cargo de todas las circunstancias referidas, hallo
expresa la voluntad y mente del Soberano para que solamente se ejecute
esta separación, cuando haya igual número de ministros eclesiásticos ó
Regulares igualmente idóneos para sustituir el ministerio de párrocos. En
esta inteligencia, debo exponer á V. E. que en toda la Provincia del Para-
guay es extrema la necesidad de eclesiásticos: pues fuera del Cabildo no
pasan de 36, de los que hay muchos inhábiles, ó por falta de salud, ó por su
ancianidad. Y ha llegado esta inopia á tan lastimoso extremo, que en la
villa de Curuguatí no hay eclesiástico alguno: ni en dos años y repetidos
edictos se ha hallado quien haga oposición á su Curato. Y á no servirme
del cristiano celo con que las sagradas Religiones trabajan en beneficio de
las almas, me vería en los mayores apuros.
«Si vuelvo la vista á esas mismas Religiones, hallo que éstas carecen
de número necesario para los precisos empleos de sus monasterios. La
Orden de San Francisco, cuyo número suele ser excesivo á las demás, se
halla sin los que requiere el desempeño de su Instituto. No cesan sus Supe-
riores de instarme para que les separe de cuatro Doctrinas que tienen á
su cargo en mi Obispado: y tengo visto que, cuando por razón de vacante
deben proponer un nuevo Cura, se hallan sus discretos Prelados bien per-
plejos para hacerlo cual conviene al referido cargo. Y como para traer
Misiones de España con frecuencia, no da lugar su característica pobreza,
se hallan imposibilitados á surtirse de los religiosos que aun para los mi-
nisterios del claustro necesitan. Y aunque en él hay algunos buenos Reli-
giosos buenos para el claustro, no son proporcionados para Curas, ni para
un paraje distante de la precisa y continua inspección de sus Prelados.
«Y aun cuando hubiese igual número de sustitutos en el clero y las
-723-
demás Religiones, no debería removerse á los Padres Jesuítas en las cir-
cunstancias presentes, atendido el piadoso ánimo de S. M. Lo 1." porque
habiéndose criado á los pechos de los dichos Padres, que los engendraron
en Jesucristo, por medio del Evangelio, puede conceptuarse y temerse
muy probablemente una general conmoción y desagrado en estos indios.
Lo 2.°: Porque hallándose en compañía de los agregados, que es un crecido
número de descontentos, pudieran fácilmente sugerirles éstos algunas
especies opuestas á la gran fidelidad con que en estas Doctrinas de mi
cargo se vive para con Dios y con el Rey. Lo 3.^, porque siendo indispen-
sable la separación de dichos indios y nueva fundación de muchos pueblos,
no es posible que otros puedan allanar las casi insuperables dificultades
que necesariamente han de intervenir; pues para que los indios vayan á
domiciliarse á un nuevo páramo, se necesita de una obediencia muy ciega:
y ésta sólo puede esperarse de la antigua veneración con que se han ren-
dido á la discreta dirección de los Religiosos de la Compañía. Fuera de
que es evidente á los indios que hay pocos parajes cómodos en estos países
conocidos para el nuevo establecimiento, que forzosamente, según las apa-
riencias del sistema, se habrá de ejecutar, porque se necesita de paraje de
abundantes aguas, de robustas maderas para la construcción de sus iglesias
y casas: terreno competente para sus cosechas, dilatadas campiñas para
sus ganados, etc. y la evidencia de no hallarse parajes de esta naturaleza,
los tiene tan sumergidos en una profunda cobardía, que si los PP. Jesuítas
no la vencen, juzgo por imposible que bajo del mando y dirección de otros,
tenga la diligencia buen efecto: antes bien fundadamente me inclino á
que, entregados al desorden por un efecto de desesperación, se vea la
general ruina que en el juicio de todos los prudentes amenaza.
«A eso debe añadirse la reflexión de que en la expulsión de sus anti-
guos pueblos han perdido todos sus ganados, han abandonado sus algodo-
nales y los yerbales hortenses, que producían la yerba de su uso. Y en esta
atención, Sr. Excmo., no sé qué industria ni economía pueda ni quiera
encargarse de conducir tantos millares de indios por espantosos desiertos á
buscar domicilio: con la seguridad de que han de ser víctimas de una nece-
sidad tan cierta como evidente: y que sólo hallarán la debida tolerancia en
el paternal amor de aquellos Padres que los han criado.
«Y siendo todo esto tan palpable, se ha de seguir que, separando á los
PP. Jesuítas de dichas Doctrinas, nos exponemos notoriamente á una des-
ventura ó aventurada providencia, contra lo mismo que nos previene el
Real ánimo de S. M., como se nos previene por su Ministro de Estado en
carta de... Por lo cual, no obstante que los PP. deban sólo ocuparse en
Misiones vivas, debe mantenérseles al presente en sus respectivos Curatos,
observando en ellos las leyes del Real Patronato, á que son obligados, sin
inducir contra ellos novedad alguna. Este es mi parecer, el que rendida-
mente sujeto á cualquiera contraria disposición que sobre ellos se sirva
expedir S. M.
«Nuestro Señor guarde á V. E. — Pueblo de Santa Rosa, 8 de Noviem-
bre de 1759.-EXCMO. Sr.-B. L. M. de V. E.
«Manuel, Obispo del Paraguay.
«Excmo. Sr. Don Pedro Cevallos.»
(Simancas, Estado, 7405.)
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Las citas corresponden á los números marginales
Abacapoy, 145.
Abacatú^ 263.
Abad Illana, 13.
Abiarú, 56. 136.
Abreu ;Gobemador , 152, 159.
Abren Teniente Coronel^ 199,
200.
Aceredo, 199.
Acosta. 15. 77.
A^ero, 37, 42, 4S, 81, 128, 218.
Agnilar (capataz , 75.
Agnilar, S. I. P. Jaime\ 19, 75,
81, 140.
Agnirre Alejandro de), 8, 214,
249.
Aguirre Fr. Blas de), 188.
Agruirre D. Félix', 202.
AgTiirre. S. I. P. José', 55.
Alaba, 225.
Alba vduque de), 13.
Aldunate, 37, 128.
Alégrete ^marqués de), 199.
Aleiandro M. 143.
-\lembert D'\ 255, ÍS6, 258, 266.
Alfaro. S. I. ,P. Die^o de\ 1(»,
118, 136, 206.
Alfaro (Visitador Don Francisco
del. 32, 34, 3S. 47, 4S, US. 136,
155, 156, 159, 164, 167-172, 214,
239.
Almeida Coelho. 31. 199.
Fr. Alonso de San Bnenaventu-
ra. 157.
Altamirano. S. I. P. Cristóbal).
136, 144.
Altamirano, S. I. P. Diego Fran-
cisco , 110, 172, 173.
Airear, 2^4, 2^.
Amandaú, 127, 144,
Ampuero, 125.
Anchieta, 126. 195,
Andino, vide Die^ Je Andino.
Andonaegni, 13, 44, 66.
Andresito. 199. 200, 202.
Ajigelis, 67.
pseudo-Anglés. 223.
Angnlo, 2.
Aniequera. 8, 10. 11. 44. 174. 230,
248, 266.
Añasco, 169, 179.
Aperger. 83. 106. 148, 246.
Aquaviva. 2, 95, 122, 124.
Aragón, 44, 125.
Aragona, 82, 223.
Aranda comandante . 199.
Aranda conde de . 13, 177, 179,
1S9, 211.
Arapizandii. 3. 263.
Arce, 2, 105.
Arellano. 81,
Aresti, 7, 77, 100, 170, 215.
Arias. 105.
Arias de Saavedra Juan, 56.
Amauld. 266.
726 -
Arredondo, 143,
Arregui (D. Fr. Gabriel de), 100.
Arregui (D. Fr. Juan), 81, 100,
Artigas, 199, 200, 202.
Arto, 240.
Astudillo, 106.
Atienza, 77.
Austria (D.-"^ Mariana de), 214.
Aviles (marqués de), 193, 209, 210,
239.
Azara (D. Félix), 14, 20, 211, 212,
234-236, 247, 250, 251, 262,
264, 268.
Azara (D. Nicolás), 241.
Azcona, 81, 100, 101, 215.
B
Baeza, 44, 50, 79, 98.
Balda, 189.
Bandini, 223.
Baraza, 262.
Bárbara de Braganza (la Reina
Doña), 12, 13.
Barbosa, 177.
Barreda, 98.
Barreto, 200.
Barruel, 256.
Barúa, 45, 81, 128, 174, 222.
Barzana, 2, 19, 23.
Basavilbaso, 175.
Baur, 145.
Bauza, 252, 253.
Baygorri, 146.
Bazán de Pedraza, 39, 44.
Belgrano, 183, 198.
Benavides, 148.
Benedicto XIV, 83, 215, 230.
Berger, 86, 106, 148.
Bermúdez, 145.
Bernal, 56, 106, 136.
P. Bernardo, vide Nusdorffer.
Berthod, 148.
Bianchi, 106.
Blanqui, vide Bianchi.
Blásquez, vide Valverde.
Blende, 105,
Bohórquez, 136.
Bolaños, 77, 157, 240.
Bonpland, 264.
Borges, 197.
Boroa, 21, 31, 37, 74, 105, 109, 118,
136, 170.
Boschére, 111.
Botello, 197.
Bouchet, 227.
Bougainville, 267.
Bouguer, 267.
Brasaneli, 83, 85, 106.
Bravo, 172.
Brigniel; 240.
Brizuela, 44.
Bucareli (D. Antonio María), 175.
Bucareli (D. Francisco), 13, 16,
35, 37, 68, 141, 175, 177, 195, 201,
209-213, 217, 232-234, 239, 242,
247, 250, 257, 262, 267.
Buenaventura (indio), 68.
Burgés, 111, 173, 218.
e
Caballero, 225.
Cabanas, 202.
Cabeza de Vaca, 4.
Cabral, 40, 61.
Cabrera (capitán Francisco Luis
de), 50.
Cabrera (Gobernador D. Jeróni-
mo Luis de) , 56.
Camaño, 240.
Campanella, 126, 266.
Cano, 182, 189.
Capy, 145.
Carahypí, 202.
Cárdenas (lUmo. Sr. D. Fr. Ber-
nardino de) 7-10, 53, 68, 96, 100,
171, 214-216.
Cárdenas, S. I. (H.Juan), 56, 106.
Cardeñosa, 106.
Cardiel, 19, 27, 60, 64, 87, 102, 104,
225, 233.
Cardoso, 199.
Carlos V (Emperador), 18, 45, 121,
150, 151, 153, 158, 171,260.
Carlos II, 141, 214.
727-
Carlos III, 12, 13, 35, 141, 175, 185,
189, 192, 209, 224.
Carlos IV, 210.
Carrafa, 40, 98.
Carranza, 111, 214.
Carreras, ób.
Carriego, 202.
Carvajal (D. José de), 12.
Carvajal (Juan Méndez), 164.
Carvallo, 199.
Carvallo (Sebastián), vide Pom-
bal.
Casabal, 253.
Casado, 30, 242.
Casas (tilmo. Sr. D. Fray Barto-
lomé de las), 150, 250.
Casas (Illmo. Sr. D. Fr. Faustino
délas), 100, 112, 164.
Cassero, 182, 193, 195.
Castillo, S. I. (P. Alonso del), 53.
Castillo, S. I. (P. Juan del), 105.
Castro, 148.
Cataldino, 4, 39, 118, 123, 126, 169,
215, 263.
Cattaneo, 86, 108, 147.
Cavallero, 262.
Cervín, 100.
Céspedes (D. Francisco de), 37,
56, 111, 170, 172,219.
Céspedes (Fr. Martín de), 268.
Céspedes Jeria (D. Luis de), 7, 44,
170.
Cevallos, 13, 44, 87, 145, 175, 197,
209, 217, 218, 224, 233.
Cisneros, 14, 150,250.
Colón, 150, 152, 153, 239.
Condamine (la), 267.
Conde, 100.
Contucci, 259.
Cornejo, 100.
Corte, 209 .
Cota, 146, 165.
Couto, 20.
Craus, 106.
Cuará, 142.
Cueva (Hernando de la), 3.
Cueva (D. Mendo de la), 136.
Cumandeyú, 50.
Curado, Í99.
en
Chagas, 199, 200, 201, 206.
Chalotais (la), 260.
Charle voix, 29, 65, 263.
Chateaubriand, 227, 228.
Chinchón (conde de), 128.
Choiseul, 255.
Chomé, 240.
Danesí, 66.
Darwin, 24.
Dávila, 4, 68.
Davín, 227.
Demersay, 264.
Díaz Taño, 6, 46-50, 58, 110, 111,
125, 170.
Diderot, 258.
Diez de Andino, 3, 44, 48, 53, 173.
Doblas, 27, 67, 210, 212, 234, 243,
244.
Dobrizhoffer, 240.
Domingo (indio), 68.
Domínguez, 20, 245, 253.
Donvidas, 110, 125.
Duhr, 67.
Duran, vide Mastrilli.
Echauri, 146.
Echa var ría, 233.
Echeverría^ 253.
Enrich, 15.
Enríquez, 259.
Escandón, 61, 110,214, 217.
Escobar Osorio, 68.
Espinosa, 105.
Estanislao de Lorena, 65.
San Esteban, 262.
Estrada, 16,231.
Fajardo, 73, 100, 127, 128, 139, 215,
219, 222, 224, 227.
Febrés, 240.
728-
Fecha, 148.
Felipe IT, 17, 45, 76, 77, 96, 120,
121, 141, 151, 158, 171.
Felipe III, 45, 74, 120, 121, 143,
151, 214, 216, 218.
Felipe IV, 17, 45, 47, 53, 121, 143,
151,214, 216, 218.
Felipe V, 11, 45, 50, 100, 121,
127-131, 141, 143, 145, 146, 148,
188, 213, 214, 218, 224, 267.
Fernán Díaz, 136.
Fernández de Cabrera, 170.
Fernando el Católico, 151,
Fernando VI, 11, 13, 214.
Ferré, 202.
Filds, 2, 4, 118, 126, 157.
Florentino de Bourges, 227, 230.
Forcada, 106.
Franck, 66, 85, 106.
Francia, 162, 199, 201, 202, 262,
264.
Freiré, 8, 12, 13,5', 135.
Freitas, 146.
Frézier, 267.
Frías, (Manuel), 44, 155, 156, 168,
Frías, S. I. (P. Ignacio), 55.
Frutos, 39.
Fuenleal (Ramírez de), 68,
Funes, 245, 253, 268.
Giraldín. 145.
Godoy, 241.
Gomera (conde de la), 148.
Gomes, vide Freiré.
Gómez S. I. (P. Cristóbal), 50,
125.
Gómez Pedro (procurador), 10.
Gómez (D. Pedro), 202.
González de Santa Cruz (Fran-
cisco), 169.
González de Santa Cruz, S. I.
(P. Roque), 3, 6, 30, 105, 109,
114, 116, 136, 170, 172, 206, 219.
Gothein, 16, 265.
Goytia, 182, 189.
Graham, 262.
Gregorio XIII, 96.
Gregorio XIV, 96.
Gregorio XV, 96.
Grimau, 106.
Guacararí, 199.
Guardia, 79.
Guerra, 2.
Guillestigui, 100, 118, 215.
Guiraverá, 4.
Gutiérrez, S. I. (P. Antonio), 4.
Gutiérrez, S. I. (H. Blas), 83.
Gutiérrez (D. Juan María;, 246,
247, 253.
G
Gabipoy, 145.
Fr. Gabriel de la Asunción, 157.
Gallardo, 60.
Gama, 199.
Garavito, 35, 44, 46, 47, 48, 68,
127, 128, 136, 146, 220.
Garay, 2f
García (Francisco), 115.
García, S. I. (P. Tomás), 105.
García Alvarez, 182, 189.
García Rodríguez, 136.
García Ros, 11, 44, 128, 145, 146,
173, 174, 218, 248.
Garriga, 55.
Garro, 144, 172.
Gay, 264.
Gilí, 240.
H
Henart, 5.
Henestrosa, 9, 53, 56, 127, 146.
Hernandarias, 2, 3, 20, 105, 110,
118,136,148,168,248.
Herrán, 55, 174.
Herrera (Antonio de), 4, 79.
Herrera (D. José de), 79, 242.
Herrera, S. J. (P Miguel de), 105.
Hidalgo, 182.
Hinostrosa, vide He?iestrosa.
Holguin, 98, 118.
Horski, 106.
Howitt, 262.
Ibáñez de Echavarri, 211, 213, 266.
-729
Ibáñez de Faria, 44, 45, 48, 128,
135, 156, 225, 257.
San Ignacio de Loyola, 106, 119,
127.
Insaurralde, 100.
Irala, 24, 152, 153, 158 - 160, 163,
239.
Isabel la Católica, 17, 151, 153.
Isasi, 199.
Jacci, 13.
Jarque, 36, 55.
Javier (San Francisco), 103.
Jenig, 106.
Jenner, 257.
Jiménez (capataz), 75.
Jiménez, S. I. (P. Francisco), 113.
Jiménez, S. I. (P. Bartolomé), 173.
San Juan, 262.
San Juan Bautista, 262.
Juan (D. Jorge), 267.
K
Keene, 12, 13.
Kormaer, 106.
Lacoizqueta, 224.
Lafone, 20, 241.
Lagomarsini, 259.
Lamas, 250, 253.
Landau, vide Amandaú.
Láriz, 9, 32, 34, 38, 40, 44, 46, 47,
55, 68, 100, 127, 135, 219, 220,
267.
Larrazábal, 183.
Latorre, vide Torre.
Lazcano, 61, 182, 196,210.
Ledesma Valderrama, 7, 10, 44,
74, 170.
Leiva, 241.
León (D. Sebastián de), 9, 44, 53,
127, 146.
Levanto, 240.
Liniers, 198.
Liñán, 173.
Lizardi, 105.
Lizarraga, 3, 20, 112, 118.
Lobo, 55, 144.
López (D. Carlos Antonio), 201
202, 210.
López (D. Francisco Solano), 162.
López (D. Vicente Fidel),251. 253.
Lorenzana, 3, 4, 20, 32, 98, 109,
113, 118, 160, 167, 169,263.
Loreto (marqués de), 184, 187.
Loyola, 21.
Lozano, 18, 27, 30, 39.
Lúe, 210.
Lugas, 106.
Lugo (Cardenal Francisco de), 25.
Lugo (D. Pedro de), 7, 44, 47, 53,
56, 136.
Luis XIV, 145.
M
Maceta, 4, 27, 39, 118, 123, 126,
169, 263.
Machoni, 38, 55, 240.
Mac-namara, 145.
Maldonado, 148, 215.
Mancera (marqués de), 128.
Mancha, 100, 127.
Mansilla, 5.
Maracaná, 26.
Maranges, 112.
Marbán, 240.
Marimón, 105, 142.
Marín de Negrón, 118.
Marsellano, 100.
Marshall, 262.
Martínez (D. Francisco Ignacio),
202.
Martínez, S. I. (P. Ignacio), 5.
Martínez Carvajal, 128.
Mastrilli Duran, 26, 27, 32, 36, 38,
81, 125, 172, 219.
Mata, 100.
Mayer, 22.
Medina, 67.
Melgarejo, 2, 163.
Mena, 230.
Mendoza, 6, 105, 136, 140, 142,
-730-
Mercado Villacorta, 48, 53, 267.
Mesía, S. I. (P. Alonso), 148.
Mesía (Diego, Presidente de Char-
cas), 124.
Miñani, 145.
Miranda, 22.
Mitre, 248, 253.
Molina, 148.
Moncloa (duque de la), 145.
Monforte, 44, 80, 146, 164, 173.
Montealegre, 106.
Montenegro (lUmo. Sr. D. Alonso
de la Peña), 17, 22.
Montenegro, S. I. (H. Pedro), 83,
106.
Montes, 240.
Montesinos, 150.
Montesquieu, 256.
Montmorency, 148.
Montoya, 4, 5, 6, 20, 23, 40, 47, 49,
53, 56, 66-68, 100, 105, 110, 113,
114, 117, 118, 125, 148. 153,206,
214, 240, 263.
Monzón, 249.
Morales, 106.
A-Ioreira, 75.
Moreno, 106.
Moussy, 264.
Mujica, 56.
Muratori, 225, 227, 259, 266.
Muriel, 22, 29, 40, 65, 66, 78, 110.
Murr, 265.
N
Nieremberg, 67.
Níkel, 56.
Nobrega, 195.
Novaes, 30.
Nusdorffer, 55, 259.
N
Ñeenguirú, 56.
e
Oberá, 23.
Ojeda, 98, 148.
Oliva, 148.
Orbigny (D'), 268.
Orosz, 259.
Ortega, 2, 4, 118, 126, 157.
Ortiz rFr. Bonifacio), 176.
Ortiz (Illmo. Fr. Tomás) 14, 22.
Osa, 148.
Osmat, 146.
Osuna, 118.
Ovalle, 148.
Páez, 2.
San Pablo, 262.
Page, 268.
Paiva, 172.
Palacios, 105.
Palos, 99, 100, 215, 222.
Paravisino, 100.
Parodi, 59.
Parra, S. I. (P. Juan Sebastián de
la), 23.
Parish, 262.
Parras, 29, 30, 39.
Pastor, S. I. (P. Juan), 40, 44, 47,
56, 98, 148, 216.
Pastor, S.I. (P. Silverio), 41.
Patino, 218.
Pauke, 145, 148.
Paulo III, 15, 18.
Pauw, 230.
Pedraza, 98, 148.
San Pedro, 262.
Pedro, cacique, 36.
Peixoto, 197.
Pellegrini, 206.
Peralta, 99, 100, 128, 133, 215, 219.
Peramás, 31, 65, 66.
Pereira, 197.
Pérez, 177.
Pfotenhauer, 266.
Pinedo, 100, 165.
Pino (virrey don José del), 197
Pino (Julián), 106.
Pintos, 202.
San Pío V, 96, 97, 98, 100.
Pizarro, 150.
Platón, 256.
731
Plaza, 177.
Plinio, 224.
Pombal, 12, 195, 223, 224, 261.
Pompadour, 255.
Pompeyo, 223.
Pontchartrain, 221.
Porcel, 94.
Porres, 141.
Posadas, 202.
Poveda, 80.
Prado, 146.
Prímoli, 85, 106, 207.
Q
Queirel, 30, 31,94, 206.
Querini, 55, 139.
Quesa, 7.
Quintana, 145.
Quintano, 224.
Quirini, vide Querini,
Quiroga, 246,
Rivera (D. Lázaro), 185, 209.
Robertson, 260.
Robles (D. Agustín), 131.
Robles (D. Andrés), 42, 44, 79, 131,
172.
Robles (D. Manuel), 146.
Roca, 55, 106.
Rocamora, 198.
Rodero, 127, 128.
Rodríguez, 128.
RodriguiUo, 169.
Rodrigo, 197.
Rogado, 75.
Rojas, 44, 68, 173.
Romero (capataz), 75.
Romero, S. I. (P.Juan), 110.
Romero, S. I. (P. Pedro), 105, 136.
Ros, vide García Ros.
Rúa (de la), 148.
Rubio, 1^7.
Ruiz de Montoya, vide Montoya.
Ruyer, 27, 39, 109, 113, 125.
R
Rada, 53, 98, 125.
Raffay, 12.
Ramírez, 200, 202.
Ramoncito, 202.
Ranzonier, 107,
Raposo de Tabares, 136, 140.
Rávago, 12, 13.
Raynal, 245, 257, 258, 266.
Rege Gorbalán, 44,53, 80, 112, 144,
146, 164.
Resquín, 169.
Restivo, 67, 223.
Retz, 55, 125, 127.
Reyes, 11, 44.
Ribera, 140.
Rico, 72, 159.
Richelieu, 250.
Ríos, 81.
Ripalda, 148.
Rippert de Mondar, 260.
Riva Herrera, 177, 179.
Rivera, S. I. (P. Antonio de), 19.
Rivera (D. Fructuoso), 200, 201,
202.
Saint-Hilaire, 213, 268.
Salazar (Agustín), 64.
Salazar, S. I. (P. Diego de), 169.
Salazar (D. José Martínez de), 44,
139, 146, 147.
Salcedo, 145, 146.
Saloni, 2, 157.
Salvatierra (conde de), 47, 48, 53,
128, 143, 173.
Sánchez Labrador, 102, 113, 217,
240.
Sanginés, 182, 190, 193, 194.
Sanjust, 118.
San Martín, S. I. (P. Francisco), 3.
San Martín (D. José de), 205.
Santo-Bono (príncipe de), 250,
Sarmiento, 7, 44, 118, 127, 136, 146
173.
Sarria, 145,
Schmídel, 19.
Sebastián, vide Parra.
Seña, 82, 105.
Sepp, 67, 69, 106, 148.
Serrano, 67, 148.
-732
Smith, 106.
Sobrino, 219.
Solórzano, 14, 148.
Soria, 198.
Southey, 261, 262.
Spelder, 111.
Spencer, 24.
Staes, 106.
Stattler, 22.
Suárez, 67, 95, 246.
Suárez Cordero, 100.
Suárez Macedo, 55, 144.
Subelía, vide Zubeldia.
van Surk, vide Mansilla,
Tabacambi, 162, 167.
Tacchi-Venturi, 259.
Tagle, 175.
Talhamer, 106.
Tamburini, 40, 142.
Taño, vide Día^ Taño.
Taparí, 56.
Tapia, 240.
Tavera, 15, 18.
Tejadas, 69.
Tirso González, 39, 40, 125, 148.
Toledo, 17, 35.
Tomás Apóstol (Santo), 23, 113.
Torre, S. I. (H. Domingo de la),
106.
Torre (D. Juan de la), 182.
Torre (Illmo. Sr. D. Manuel An-
tonio de la), 3, 21, 30, 36, 106,
118, 123, 124, 126, 148, 167, 204,
218, 233.
Torres Maldonado, 155.
Trelles, 249.
Tubichapotá, 141.
Valdelirios (marqués de), 13, 98,
211, 218,225, 233.
Valderrama, vide Ledesma Val-
derrama.
Valdés Inclán, 131, 140, 145.
Valiente, 182, 188.
Valverde (Oidor D. Juan Blásquez
de), 35, 38, 40, 41, 42, 44-46, 48,
49, 53, 68, 127, 135, 148, 171, 173.
Vaniére, 65, 226.
Várela, 212.
Vaseo, 86, 148.
Vega, 15.
Veiga, 145.
Vela, 150.
Velasco (Gobernador D, Bernardo
de), 198, 210.
Velasco (Sargento mayor Juan de),
55.
Velasco (Illmo. Sr. D. Fr. Luis
de), 240.
Velázquez, 150.
Vera y Mujica, 127, 144, 173.
Vergara, 13.
Vértiz, 209.
Viana (D. Joaquín), 13, 30, 74, 185,
218, 267.
Viana, S. I. (P.Juan), 106, 111.
Vieyra, 262.
Villa, 182.
Villacorta, vide Mercado Villa-
corta.
Villagarcía, 128.
Villanueva, 128.
Villegas, 50.
Villodas,8.
Villota, 210.
Vitelleschi, 96, 106, 107, 125.
Voltaire, 254-256, 258, 266.
ü
w
Ulloa, 267.
Urbano VIII, 25, 96
Urízar, 146.
Urtazún, 82, 105.
Waldin, 31.
Wall, 13, 218, 225.
Werle, 128, 146, 148.
Wolff, 106.
-733-
Z . 68, 132, 176, 177, 179, 187, 188,
196-198, 233.
Zayas, 172.
Zavala (D. Bruno Mauricio de), Zea, 55.
11, 44, 45, 55, 127, 128, 131, 142, Ziulak, 106.
145-147, 174, 213, 243, 266. Zubeldia, 83, 106.
Zavala (D. Francisco Bruno de), Zumé (Pay), 23.
índice del tomo II
LIBRO SEGUNDO
Valor de la obra
SECCIÓN PRIMERA: Efectos
Capítulo L — Efectos en los mismos indios
134. I. Fe, religión y piedad cristiana 7
135. lí. Conservación de la raza indígena 10
136. III. Seguridad y paz del territorio ocupado por los indios . 15
137. IV. La libertad de los indios 27
138. V. Agricultura é industria 28
139. VI. Mudanza de costumbres 30
140. VIL Hasta qué grado se perfeccionaron las costumbres . . 32
141. VIH. De la posibilidad de introducir el celibato y el sacerdo-
cio entre los guaraníes 36
142. IX. Daños internos y riesgos de las reducciones ... 40
Capítulo II.— Efectos en el resto del país
143. I. Defensa de las fronteras 45
144. II. Auxilio militar: primera toma de la Colonia ... 48
145. III. Auxilio militar: empresas posteriores sobre la Colonia . 54
146. IV. Auxilio militar en varias otras ocasiones .... 62
147. V. Auxilio en las obras públicas 68
148. VI. Inmigración europea 73
149. VIL Dilatación del territorio 82
SECCIÓN SEGUNDA: La obra de los encomenderos
Capítulo IIL— Sistema de los encomenderos del"Paraguay
150. I. Noticias previas 86
151. 11. La encomienda 89
-736-
PÁGS.
152. III. El servicio personal 91
153. IV. Injusticias del servicio personal en las encomiendas . 94
154. V. La Cédula de 1601 97
155. VI. Ordenanzas de Alfaro 99
156. VIL La mita 105
Capítulo IV.— Efectos uel sistema de los encomenderos
157. I. La falta de doctrina 108
158. II. Abandono del cuidado de los indios en lo temporal . . 110
159. III. Opresión de los indios 111
160. IV. Obstáculos al Evangelio 115
161. V. Daños temporales que redundaban a todo el país . . 119
162. VI. Rebajamiento del carácter de los indios 121
163. VIL Despoblación 122
164. VIII. La gran alarma de 1688 127
165. IX. Estado posterior de las encomiendas y su definitiva ex-
tinción 132
166. X. Paralelo con los efectos de otras colonizaciones. . . 135
Capítulo V.— Los encomenderos y las doctrinas
La palabra del Rey empeñada á los guaraníes . . . 141
Los encomenderos ante las ordenanzas de Alfaro . . 145
Reducciones del Guayrá 147
Reducciones del Paraná y Uruguay 152
Las reducciones y el Ilustrísimo Señor Cárdenas . . 157
Doctrinas del Uruguay 160
La mita para ir á los yerbales de Maracayú. . . . 163
Antequera y Barúa 167
SECCIÓN TERCERA: La obra de Bucareli
Capítulo VI.— El plan de Bucareli
Carácter de Bucareli 170
Bucareli fundador °. 174
Las instrucciones de Bucareli 176
La instrucción á los Gobernadores interinos . . . 179
La adición de 15 de Enero de 1770 182
La ordenanza de comercio de 1.^ de Junio de 1770 . . 185
181. VIL Valor de las instrucciones de Bucareli 187
Capítulo VIL— Efectos del plan de Bucareli
182. I. Los efectos en general 191
183. II. Daños en el orden temporal 194
184. III. Daños en el orden espiritual 196
185. IV. Promesas de Bucareli 199
167.
I.
168.
II.
169.
III.
170.
IV.
171.
V.
172.
VI.
173.
VIL
174.
VIII.
175.
I.
176.
11.
177.
III.
178.
IV.
179.
V.
180.
VI.
-737-
PÁGS.
186. V. Realización de las promesas 200
187. VI. Las tres bases de civilización 203
Capítulo VIÍl.— Las causas en particular
188. 1. El haber infatuado á los indios 210
189. II. Las promesas de Bucareli 214
190. III. El Administrador particular. . . . . . . .221
191. IV. La autoridad del Administrador particular .... 224
192. V. El comunismo de Bucareli 226
193. VI. Otras Prescripciones de Bucareli 230
194. VIL Esclavitud de los indios 234
195. VIII. V^alor de la obra entera de Bucareli 239
CAt'ÍTULO IX. — Ruina total de las doctrinas
196. I. Decadencia de las Misiones hasta su primera desmem-
bración 242
197.11. Apodérase Portugal de los siete pueblos orientales. 245
198. III. Segunda desmembración 247
199. IV. Destrucción de quince Doctrinas 249
200. V. Ruina de siete Doctrinas más 256
201. VI. Las ocho Doctrinas al norle del río Paraná .... 258
202. VIL Vicisitudes ulteriores de los guaraníes de Misiones. . 259
203. VIH. Pueblos de Misiones v ruinas de Misiones .... 263
APÉNDICE al cap. IX
Algunas noticias particulares sobre el estado actual de los antiguos pueblos
de Misoines y sus ruinas
204. Paraguay 267
205. Provincia de Corrientes 270
206. Territorio nacional de Misiones (República Argentina). 272
207. Brasil 277
208. Algunos objetos de Misiones en el Museo de la Plata . 281
SECCIÓN CUARTA: Planes y juicios
Capítulo X. — Planes diversos
209. I. Plan del Virrey Aviles 286
210. II. Plan contenido en la Cédula de 1803 291
211. IIL Plan del expulso Ibañez de Echevarri 299
212. IV. Plan de Doblas 302
213. V. Arbitrias 307
47. Organización social de las doctrinas guaraníes.— tomo ii.
- 738 -
Capítulo XI.— Juicios or especial autoridad
PÁGS.
214. I. Los Reyes 313
215. II. El estado eclesiástico 318
216. III. Extraordinario juicio favorable de dos Obispos . . . 322
217. IV. Prosiguen los dos testimonios extraordinarios. . . . 326
218. V. Los Gobernadores 334
219. VI. Plebiscito de los indios 338
Capítulo XII. -Los libelos
220. I. Libelos del tiempo de Caravito 344
221.it. El libelo del abate francés 346
222. III. El libelo de Barúa 347
223. IV. El pseudo An.olés 348
224. V. El libelo del Pompal 351
225. VI. Libelo del Reino jesuítico 358
Capítulo XIII.— Poetas
226. I. El P. Vaniére 362
227. II. El P. Florentino de Bourges 364
228. III. Chateaubriand 365
229. I\^ Otros poetas 366
230. V. Pauw .366
231. VI. Estrada 369
232. VII. El consejero de Bucareli . 372
Capítulo XIV. — Los demarcadores
233. I. Demarcadores de 1750. 370
234. II. Los demarcadores de 1777 375
235. III. Alvear 382
236. IV. Azara: conceptos favorables. . . . ,. . . . 338
237. V. Conceptos adversos §84
238. VI. Juicio de Azara sobre el régimen de los Jesuítas . . 386
239. VIL Enormidades é invenciones de Azara 3S8
240. VIII. Medios seglares y medios eclesiásticos 392
241. IX. Valor délos juicios de Azara 396
242. X. Examínase el fundamento de Azara 400
243. XI. Estado religioso de las Doctrinas en 402
244. XII. Doblas 406
Capítulo XV.— Escritores del Río de la I'lata
245. I. Escritores argentinos: El Deán Funes y el Dr. Domín-
guez 411
246.
II.
247.
III.
248.
I\^
249.
V.
250.
VI.
251.
VIL
252.
VIII.
253.
IX.
-739-
PÁGS.
Dr Juan María Gutiérrez 413
Valor del juicio de Gutiérrez. Examínase el argumento
de la resistencia 417
El General Mitre 420
Trelles 425
Lamas 429
D. Vicente Fidel Lópsz 433
Bauza 435
Observaciones sobre los escritores del Rio de la Plata . 437
Capítulo XV^I— Los filosofantes ó impíos del siglo xvm
254. I. Voltaire 442
255. II. D'Alembert 445
256. III. Montesquieu 448
257. IV. Raynal 450
258. V. Observación 457
Capítulo XV^It.— Otros escritorios extranjeros-viajeros
259. I. Italia: Muratori 459
260. II. Ingleses: Robertson 462
261. III. Southey 465
262. IV. Parish: Marshall: Graham 468
263. \". Franceses: Charle voix 478
264. \'I. Bonpland: Moussy: Gay: Demersay 481
265. VIL Alemanes: Murr 487
266. VIII. Gothein: Pfotenhauer. 489
267. IX. Viajeros: Ulloa: Frézier: Bougainville 494
268. X. Saint-Hilaire: D'Orbigny: Page 501
269. Conclusión 509
APÉNDICE: SIGUEN LOS DOCUMENTOS Y ACLARACIONES
Núni. 46. — Dos testimonios sobre la excelencia del opúsculo inédito
que se sigue. Y comprobación de su autenti-
cidad 513
Núm. 47.— CARDIEL, P. JOSÉ, S. I. Breve relación de las Misio-
nes del Paraguay 514
Núm. 48.— Superiores de las misiones de Guaranís 614
Núm. 49.— Estadística de Doctrinas en 1647, 1682 y 1730. ... 615
Núm. 50. — Estadística de Doctrinas desde 1707 hasta 1768 . . . 618
Núm. 51. — Parecer del Sr. Solórzano acerca de los Jesuitas 1640. . 619
Núm. 52.— [1643]-Memorialdel P. Montoya 620
\'úm. 53. -[1708] -Memorial del P. Burgés 640
' n. 54. — Comisión al Presidente de Charcas para visitar el Para-
guay 659
— 740 —
pAgs.
Núm. 55. — C. R. Comisión á un Oidor para lo mismo .... 660
Núm. 56. — 1611.— Ordenanzas de Alfaro 661
Núm. 57. — 1518. — Decisión real contirmatoria 677
Núm. 58.— 1631.— Primera Provisión del Virrey sobre poner las
Reducciones en Corona Real ()81
Núm. 59. — 1633. — C. R. Que se incorporen los indios de Doctrinas
en la Corona Real 684
Núm. 60. — Ejecutoria de la incorporación 685
Núm. 60 bis. — 1633. — C. R. Que se quite todo servicio personal. . 687
Núm. 61.-1679. — C. R. Redúzcanse los indios originarios á mitayos
y júntense en pueblos 688
Núm. 62. — 1775.— C R. sobre el atropello de Bucareli contra don
Miguel Tagle ()90
Núm. 63. — 1790. — Carta remisiva de la Cédula anterior, en que se
expresan los nombres que se omitieron en la
Cédula 692
Núm. 64. — 1768. — Memorial del pueblo de San Luis á Bucareli para
que les deje por Curas á los Jesuítas . . . 692
Núm. 65. — 1780.— Disgustos de Carlos III por la decadencia de
Doctrinas 694
Núm. 66. — 1784. — Real Orden para que se envíen informes sobre
las Misiones que fueron de los Jesuítas. . . 694
Núm. 67.— 18...— BONPLANT, Noticias sobre las Misiones de los
Jesuítas del Paraguay 695
Núm. 68.— 1901. -QÚEIREL, Ruinas de S. Ignacio miní ... 698
Núm. 69.— 1803. ~C.R. Nuevo Gobierno de Doctrinas .... 705
Núm. 70. — 1643. — Testimonio laudatorio del lUmo. Cárdenas en
favor de los misioneros 708
Núm. 71. — 1643. — Gran el-^gio dado alas Doctrinas por el II Im o. señor
Cárdenas en carta al P. Cataldino .... 709
Núm. 72. — 1463.— Testimonio de la \"isita del Illmo Sr. Cárdenas á
la Doctrina de S. Ignacio Guazú; elogio insig-
ne de ella y de los Jesuítas sus misiones y
Curas 710
Núm. 73. — 1644. —Carta del Illmo. Sr. Cárdenas al Rey. con insig-
nes elogios de los Jesuítas del Paraguay 3' sus
Doctrinas 711
Núm. 74. — 1761.— Illmo. Sr. Latorre: elogios de los Jesuítas del
Paraguay y de sus Doctrinas de resultas de la
X'isita que á ellas hizo 713
Núm. 75. — 1759. —Parecer de que no conviene quitar los Jesuítas de
las Doctrinas, con gran alabanza de las Doctri-
nas V de los Padres 719
m