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Full text of "Organización social de las doctrinas guaraníes de la Compañía de Jesús .."

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ORGANIZACIÓN  SOCIAL 
DE  LAS  DOCTRINAS  GUARANÍES 


1.— Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  h. 


ES    PROPIEDAD 


MISIONES   DEL   PARAGUAY 

ORGANIZACIÓN 
SOCIAL 

DE  LAS 

DOCTRINAS  GUARANÍES 
DE  LA  COMPAÑÍA  DE  JESÚS 

OBRA    ESCRITA   POR   EL 

P.  PABLO  HERNÁNDEZ 

RELIGIOSO    DE    LA    MISMA   COMPAÑÍA 


BARCELONA 
GUSTAVO  GILL  Editor 

Calle  de  la  Universidad,  45 
MCMXIII 


imprimí  potest 


JosEPHus  Barrachina,  S.  J. 

Praep.  Prov.  Aragoniae 


Barcelona  15  de  Noviembre  de  1911 


NIHIL  OBSTAT 


El  Censor 
Jaime  Pons,  5.  /. 


Barcelona  30  de  Diciembre  de  1911 
IMPRÍMASE 


EL  VICARIO  GENERAL 


José  Palmarola 


18E318 


Por  mandado  de  Su  Sria. 
Lie.  Salvador  Carreras,  Pbro. 

Serio.    Canc. 


LIBRO  SEGUNDO 


VALOR  DE  LA  OBRA 


Sección  Primera 
EFECTOS 


CAPITULO  PRIMERO 

EFECTOS   EN   LOS   MISMOS   INDIOS 


1.  Fe,  religión  y  piedad  cristiana.— 2.  Conservación  de  la  raza  indígena. — 
3.  Seguridad  y  paz  del  territorio  ocupado  por  los  indios.— 4.  La  libertad  de  los 
indios.— 5.  Agricultura  é  industria. — 6.  Mudanza  de  costumbres. — 7.  Hasta  qué 
punto  se  perfeccionaron  las  costumbres.— 8.  De  la  posibilidad  de  introducir  el 
celibato  y  el  sacerdocio  entre  los  Guaraníes. — 9.  Daños  internos  y  riesgos  de  las 
Reducciones. 

Tres  cosas  pueden  dar  exacta  idea  de  la  eficacia  y  mérito  de  un 
procedimiento  cualquiera:  sus  efectos  absolutamente  considerados: 
su  comparación  con  otros  procedimientos  ensayados  en  la  misma 
materia:  y  los  juicios  que  sobre  él  se  han  formado,  aquilatándolos  y 
pesando  su  rectitud.  Estos  tres  medios  servirán  en  el  presente  libro 
segundo,  para  formar  concepto  del  valor  que  en  sí  tuviese  el  modo 
con  que  los  Jesuítas  dirigieron  las  Doctrinas  Guaraníes. 

Y  principiando  por  los  efectos,  se  examinarán  primero  los  efectos 
que  produjo  el  sistema  de  los  Jesuítas  en  los  mismos  indios;  y  des- 
pués los  efectos  en  bien  del  país. 


I 

FE,  RELIGIÓN  Y  PIEDAD  CRISTIANA 

El  primer  efecto  favorable  para  los  indios  que  debe  ponderarse 
es  la  fe,  religión  y  piedad  cristiana,  introducida  y  conservada  en  sus 
ánimos  en  virtud  del  régimen  de  los  Jesuítas.  Es  verdad  que  á  al- 


-8- 

gunos  parecerá  impertinente  tratar  de  este  efecto  en  un  estudio 
sociológico,  y  se  contentarían  nicas  con  oír  entonar  himnos  al  ade- 
lanto industrial,  á  la  riqueza  agrícola  y  pecuaria,  etc.,  etc.  Pero  la 
verdad  es  que  entre  todos  los  efectos  producidos  por  los  Jesuítas  en 
el  Paraguay,  éste  es  el  que  merece  ocupar  el  primer  lugar,  así  por- 
que fué  el  primero  y  principal  á  que  atendieron  los  Jesuítas  y  los 
Reyes  de  España  que  los  enviaban,  como  porque  en  sí  es  el  de  más 
importancia  )'  raíz  de  todos  los  otros. 

Bien  pueden  clamar  los  émulos  de  los  Jesuítas  que  sus  móviles 
eran  la  codicia  y  la  ambición;  pero  nunca  podrán  oscurecer  esta 
verdad:  que  de  los  innumerables  Jesuítas  que  de  Europa  vinieron  á 
sepultarse  en  los  bosques  de  estos  países,  entre  peligros  é  incomo- 
didades sin  cuento,  en  un  destierro  de  toda  otra  sociedad  que  no 
fuese  la  de  los  incultos  indios;  ni  uno  solo  hubiera  dado  un  paso  para 
moverse  de  su  patria,  si  no  hubiera  sido  por  el  motivo  que  excitaba 
todas  sus  ansias,  el  de  trabajar  en  la  salvación  de  las  almas  de  estos 
nfelices.  Y  otro  tanto  se  diga  de  los  Jesuítas  americanos,  que  gus- 
tosos abandonaban  las  ciudades  )'  la  comodidad  de  sus  casas  y  com- 
pañía de  sus  familias,  para  dedicarse  á  aquel  ministerio  de  apóstoles. 
Del  Gobierno  de  España  no  hay  más  que  decir  sino  que  en  los  docu- 
mentos se  descubre,  si  no  todo  el  ánimo  de  los  gobernantes,  á  lo 
menos  la  idea  que  predomina  en  ellos.  Públicamente  profesaba  el 
Rey  de  España  en  sus  Cédulas  y  leyes,  que  el  primer  fin  á  que  se 
dirigían  sus  intentos,  y  que  miraba  como  una  gravísima  obligación, 
era  la  santa  fe  católica  y  su  dilatación  por  medio  de  la  predicación 
evangélica  entre  los  infieles.  Y  de  que  esto  no  eran  puras  palabras, 
son  argumento  cierto  las  cuantiosas  sumas  que  sin  escasear  erogaba 
el  monarca  en  el  avío  y  decente  sustentación  de  crecido  número  de 
Misioneros. — H03'  en  las  naciones  cristianas  apenas  se  ve  que  los 
Gobiernos  hablen  de  estos  nobilísimos  objetos,  ni  contribuyan  á  ellos, 
sino  á  lo  más  de  una  manera  casi  vergonzante:  en  cambio  los  docu- 
mentos están  llenos  de  elogios  de  las  prosperidades  materiales,  por- 
que esas  son  las  que  en  efecto  se  buscan  j^  se  atienden. 

Y  á  pesar  de  todo,  la  religión  es  el  más  importante  de  todos  los 
intereses  y  la  raíz  de  los  demás.  El  más  importante;  porque  aunque 
la  sociedad  civil  no  lo  tenga  por  fin  inmediato  y  directo,  sí  que  lo 
tiene  por  verdadero  fin  y  fin  último,  como  que  la  sociedad  civil  no 
está  ordenada  á  perfeccionar  seres  cuyo  destino  se  acaba  en  esta 
vida,  sino  hombres  cuyo  destino  es  inmortal,  y  no  puede  conseguirse 
isino  por  medio  de  la  religión  verdadera.  Raíz  de  los  otros;  porque 
floreciendo  la  religión  en  un  país,  florecen  todas  las  virtudes,  )'  con 


-9- 

ellas  el  orden,  el  trabajo  y  la  abundancia.  Lo  que  evidentemente  se 
verificó  en  los  Guaraníes. 

El  fruto,  pues,  que  en  esta  parte  sacaron  de  su  diligencia  los 
Misioneros  fué  conservar  durante  ciento  cincuenta  años  una  fervo- 
rosa cristiandad,  en  la  que  los  indios  cabían  y  entendían  las  cosas  de 
la  religión,  porque  continuamente  las  repetían  y  las  oían  explicar;  y 
entendidas,  las  amaban,  y  profesaban  las  prácticas  religiosas,  y 
cumplían  las  obligaciones  que  la  religión  impone  en  cuanto  á  la  vida 
moral.  Para  formar  idea  de  lo  que  eran  aquellas  Doctrinas,  véase 
cuanto  llevamos  dicho  en  el  capítulo  Del  gobierno  religioso;  y  obsér- 
vese que  acerca  de  lo  que  fueron  ó  no  fueron,  toda  persona  sensata 
deberá  dar  crédito  más  bien  á  los  Misioneros,  que  eran  testigos 
oculares,  más  bien  á  los  Obispos,  que  personalmente  visitaban  las 
Doctrinas  y  daban  claros  testimonios  de  la  admirable  piedad  y  sólida 
instrucción  de  los  indios;  que  no  á  algunos  detractores  de  edad  pos- 
terior, ó  á  ciertos  doctores  de  cien  años  más  tarde,  todos  los  cuales 
hablan  al  sabor  de  su  paladar  de  lo  que  no  han  visto,  y  á  su  tiempo 
se  demostrará  que  saben  menos  en  punto  de  religión  de  lo  que  sabían 
aquellos  neófitos. — La  adhesión  á  la  fe  católica,  el  respeto  al  sacer- 
dote, la  constancia  en  las  prácticas  religiosas  que  ho}'  mismo  se 
observan  en  los  descendientes  de  aquellos  indios,  son  vivo  testimo- 
nio de  cuan  profundamente  arraigó  en  ellos  la  religión. 

Con  una  vida  ajustada  á  las  normas  cristianas,  con  una  prepara- 
ción cuidadosa  para  la  muerte,  cual  la  procuraban  aquellos  indios, 
no  es  extraño  que  juzgasen,  como  juzgaban  en  efecto,  los  más  expe- 
rimentados entre  los  Misioneros,  que  apenas  había  Guaraní  de  los 
que  morían  en  las  Doctrinas,  de  quien  no  se  pudiese  afirmar  piado- 
samente que  había  muerto  asegurando  su  eterna  salvación. 

Y  así  ésta  es  la  maj'or  corona  de  aquellos  incansables  operarios 
de  la  viña  del  Señor,  que  el  odio  de  sus  enemigos  no  pudo  ni  podrá 
arrebatarles,  el  verse  hoy  en  el  cielo  rodeados  de  inedio  millón  de 
almas  y  quizá  más,  salvadas  por  sus  afanes  y  trabajos.  Y  ésta  es 
hoy  como  ha  sido  en  todos  tiempos,  la  gloria  que  más  precia  la  Com- 
pañía de  Jesús,  la  que  entusiasma  hoy  mismo  los  ánimos  de  todos 
sus  hijos,  que  la  desearían  para  sí;  y  éstos  los  tesoros  que  los  Jesuítas 
sacaron  del  Paraguay,  en  cu^'a  comparación  tuvieron  y  tienen  por 
nada  cuanto  trabajaron  y  padecieron. 


10- 


II 

^^^  CONSERVACIÓN  DE  LA  RAZA  INDÍGENA 

Al  juzgar  de  la  obra  de  los  Jesuítas,  no  faltan  escritores  que  les 
niegan  la  prerrogativa  de  haber  perfeccionado  los  indios:  otros  los 
censuran  porque  no  enseñaron  á  sus  Guaraníes  tal  ó  tal  cosa  que, 
según  ellos,  constituía  el  elemento  esencial  de  la  civilización.  Pero 
lo  que  ninguno  niega,  porque  es  hecho  patente  y  claro  como  la  luz 
del  día,  es,  que  si  alguien  ha  acertado  á  conservar  la  raza  indígena, 
han  sido  los  Jesuítas:  los  indios  les  han  debido  la  subsistencia  en  su 
propia  patria. 

A  vista  de  la  desaparición  hoy  casi  enteramente  consumada  de 
las  razas  indias  que  en  número  de  muchos  millones  poblaban  aún  en 
el  siglo  XVIII  el  territorio  de  los  Estados  Unidos  en  la  América  del 
Norte,  se  ha  afirmado  como  una  verdad  axiomática  que  es  ley  de  la 
historia  el  que  allí  donde  alcanza  la  civilización,  hace  desaparecer 
las  razas  menos  cultas,  y  por  consiguiente,  las  tribus  indias.  Y  no 
que  las  civilice  y  haga  desaparecer  su  rudeza;  sino  que  las  destruye, 
barriéndolas  de  sobre  la  haz  de  la  tierra.  Mas  el  hecho  de  haberse 
mantenido  pujante  durante  ciento  cincuenta  años  la  raza  Guaraní 
en  presencia  de  la  civilización  española  del  Misionero,  parece  que 
prueba  manifiestamente  que  hay  civilización  y  civilización;  y  que  si 
la  destrucción  de  las  razas  indígenas  es  efecto  de  alguna  civilización, 
será  sin  duda  de  aquella  que  los  Sumos  Pontífices  han  estigmatizado 
bajo  el  título  de  moderna  civilización  (1),  ó  de  la  que  en  sus  desór- 
denes, codicia  y  tiranía  se  acerque  á  ella. 

Dos  causas  capitales  contribuían  ;\  destruir  la  población  en  los 
territorios  poblados  por  la  raza  Guaraní.  La  primera,  el  hambre, 
que  sobrevenía  de  tiempo  en  tiempo,  parte  por  la  corta  previsión  del 
indio,  en  fuerza  de  la  cual  era  tan  poco  lo  que  sembraban,  que  sólo 
alcanzaba  á  sustentarlos  una  parte  del  año,  y  en  faltando  la  comida, 
habían  de  andar  por  los  montes  en  busca  de  caza,  con  los  daños, 
enfermedades  y  muertes  consiguientes  al  hambre,  á  las  privaciones 
y  á  los  asaltos  de  las  fieras:  parte  también  por  calamidades  que 
sobrevienen  al  agricultor,  como  sequías  ó  langosta.   La  segunda 

(1)    Syllabus,  prop.  LXXX. 


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causa  era  la  peste,  que  se  cebaba  en  aquellos  infelices  de  un  modo 
tanto  más  terrible,  cuanto  mayor  era  su  descuido  de  la  higiene  y  el 
abandono  con  que  trataban  á  los  enfermos.  Y  no  era  una  sola  la 
forma  del  contagio.  En  las  anuas  del  P.  Boroa  (1)  se  lee,  hablando 
de  la  Reducción  de  los  Mártires  hacia  1636:  «Vino  de  hacia  el  mar 
una  peste...  terrible)^  de...  malignas  calidades...  Comenzaba  por 
dolores  de  cabeza  tan  recios,  que  privaban  de  juicio,  y  andaban  como 
gente  sin  sentido,  los  ojos  encarnizados,  y  como  que  estuviesen 
embriagados...  Fuera  de  esto,  les  daba  una  inflamación  en  la  gar- 
ganta, y  les  quitaba  [sic,  sin  sentido],  y  no  podían  pasar  la  comida: 
de  las  llagas  que  en  ella  se  les  hacían,  salía  un  aliento  insufrible. 
Todo  el  cuerpo  estaba  cubierto  de  una  lepra  que  unos  llamaban 
sarampión,  y  otros  viruelas,  y  nadie  sabía  lo  que  era.  Padecían 
dolores  intensísimos  en  el  vientre,  como  de  cólico:  criábanse  [les]  en 
las  tripas  unos  gusanos  tan  horribles  y  peludos,  que  causaban 
espanto:  salíanles  por  los  rostros  hinchazones  muy  grandes,  como 
de  landres:  y  algunas  parecían  lamparones...»  En  un  año  murieron 
de  esta  peste  en  sola  aquella  Reducción  de  Mártires  del  Caro  852 
personas,  de  ellas  500  adultas,  constando  toda  la  Reducción  de 
cuatro  mil  almas. 

La  viruela,  introducida  desde  que  llegaron  á  América  los  euro- 
peos, hacía  en  los  Guaraníes  notable  estrago,  y  se  repetía  con  fre- 
cuencia. En  1764,  siendo  la  población  total  de  90.545,  murieron  de 
viruela  7.414:  y  el  año  siguiente  murieron  también  4.615  virulentos, 
siendo  85.266  el  número  total  de  habitantes  (2).  Cifras  más  elevadas 
se  consignan  en  algunos  escritos,  aunque  no  ofrecen  tanta  probabi- 
lidad de  exactitud  (3). 

Otro  contagio  menciona  el  P.  Ruiz  de  Montoya,  tratando  de  los 
doce  mil  transmigrados  del  Guayrá  (4):  «Acudió  la  peste,  que  en 
estas  ocasiones  nunca  es  lerda...  La  disentería...  arrebatadamente 
los  llevaba...  Dieron  sus  almas  al  cielo  dos  mil  personas  de  adultos 
é  infantes,  recibidos  los  capaces  los  Sacramentos  todos...» 

De  todo  lo  cual  se  ve  cuan  expuestos  se  hallaban  los  Guaraníes 
á  las  grandes  mortandades,  y  cuan  fácilmente  hallaban  en  ellos 
materia  las  enfermedades  contagiosas. 

(1)  Boroa,  68. 

(2)  Río-Janeiro:  Bibl.  nac.  Col.  Angelis,  VIII.  50. 

(3)  Peramás,  De  admin.  guar.  XVIII.  not.  expresa  que  en  dos  años,  de  1732 
á  1734,  murieron  de  sarampión  18.773  Guaraníes:  y  en  1737  murieron  30.000  de 
viruelas.  Este  último  número  no  concuerda  con  la  Anua  numeración  de  1737, 
1738  y  1739  que  se  conservan  en  Buenos  Aires  y  Río-Janeiro. 

(4)  Montoya,  Conq.  esp.  §  39. 


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Aplicáronse  los  Jesuítas,  en  bien  de  los  cuerpos  y  de  las  almas 
de  sus  neófitos,  á  atajar  estos  daños,  poniendo  á  tales  causas  el  reme- 
dio que  les  era  posible.  Esto  explica  el  empeño  en  asegurarles  abun- 
dante el  sustento,  y  no  sólo  para  los  ya  reducidos,  sino  para  cuantos 
quisieran  recogerse  al  pueblo.  La  previsión,  que  faltaba  en  el  ánimo 
del  indio,  la  tenía  por  él  el  Misionero.  Al  mismo  tiempo  que  le  hacía 
cuidar  su  propia  sementera,  y  le  obligaba  á  que  la  hiciese  abundante 
para  todo  el  año,  se  preocupaba  de  hacer  otras  grandes  sementeras 
comunes  (1)  de  maíz,  porotos  y  raíces,  que  bastasen  á  suplir  á  los 
necesitados,  las  que  constituían  el  tiipauíbaé.  Hemos  visto  igual- 
mente (2)  las  diligencias  3'  cuidados  que  costó  el  asegurar  para 
los  Guaraníes  provisión  de  vacas  para  cuando  escaseaban  los  otros 
comestibles.  Con  lo  cual  no  es  extraño  que  acudiesen  á  ponerse  de- 
bajo de  la  dirección  de  los  Padres  unos  indios  que  de  sí  mismos  decían, 
como  lo  refiere  Xarque  (3)  «Si  queréis  tenernos  quietos  y  gustosos, 
dadnos  mucho  que  comer,  porque  nosotros,  á  modo  de  bestias,  siem- 
pre estamos  comiendo;  no  como  vosotros,  que  coméis  poco  3'  á  hora 
determinada». 

En  los  daños  de  la  peste  no  fué  tanto  lo  que  pudieron  remediar. 
Sin  embargo,  hicieron  en  ello  lo  que  sus  fuerzas  permitían,  estable- 
ciendo hospitales,  haciendo  que  en  ellos  sirviesen  á  los  enfermos  los 
congregantes  de  la  Virgen,  prove3'éndoles  en  lo  posible  de  mejores 
alimentos,  3^  asistiéndolos  personalmente  con  solicitud  (4).  Cuando 
fué  posible,  establecieron  el  aislamiento,  como  se  deduce  de  la  carta 
del  P.  Cattaneo  (5).  Y  no  ha3'  duda  que  conocida  que  hubiera  sido  la 
vacuna,  hubieran  librado  á  los  indios  casi  por  completo  en  el  siglo  xix 
de  una  de  las  mayores  calamidades  que  los  afligió.  Y  si  al  dejar  los 
Jesuítas  sus  indios,  se  contaban,  á  pesar  de  tantas  contrariedades, 
cien  mil  Guaraníes,  no  será  temerario  creer  que  en  cien  años  más 
hubieran  sido  medio  millón,  y  quizá  más. 

Había  otra  causa  permanente  de  la  diminución  de  los  indios  en 
los  países  3^a  conquistados.  Este  era  el  servicio  personal  (de  que 
después  hemos  de  tratar  más  de  propósito);  el  cual,  agobiando 
muchas  veces  al  indio  con  una  fatiga  desproporcionada  á  sus  fuer- 
zas, exponiéndolo  á  graves  riesgos  de  la  vida,  separándolo  á  veces 
de  su  mujer  é  hijos,  3'  trasportándolo  á  temples  contrarios  á  su  natu- 
ral complexión,  disminu3'ó  de  una  manera  notable  el  número  de  los 

(1)  BoROA,  28,  37. 

(2)  Supra,61. 

(3)  Lib.  3.  c.  5.  núm.  4. 

(4)  BoKOA,  73:  Cardiel,  Demorib.  c.  V. 

(5)  MuRATOKi,  Apead,  al  tom.  1. 


-13- 

indígenas.  Hasta  el  último  día  lucharon  los  Jesuítas  por  sustraer  á 
los  indios  que  habían  convertido,  y  fué  ésta  una  de  sus  más  fatigosas 
empresas;  pero  salieron  con  su  intento,  sin  que  les  arredrase  el 
haber  de  arrostrar  para  ello  enemistades  irreconciliables  y  grandes 
persecuciones. 

Finalmente,  otra  causa  de  despoblación  en  estas  regiones,  con- 
sistente en  las  malocas  de  los  paulistas,  y  los  insultos  de  las  tribus 
salvajes  confinantes,  se  removió  del  modo  que  diremos  en  el  artículo 
siguiente. 

Con  esta  diligencia  y  empeño,  el  número  de  indios  en  las  reduc- 
ciones, hablando  en  general,  no  sólo  no  disminuyó,  sino  que  más 
bien  aumentó  desde  que  se  hubieron  fijado  de  una  manera  estable. 

En  1647  halló  el  Gobernador  Láriz  algo  más  de  30.000  indios 
en  20  reducciones  (1);  y  si  se  añaden  unos  5.000  de  las  reducciones  de 
itatines,  que  entonces  estaban  todavía  al  N.,  y  él  no  visitó,  serán 
treinta  y  cinco  mil. 

En  1656  hizo  Blásquez  Valverde  numeración  de  más  de  40.000  (2), 

En  1677  numeró  el  Oidor  D.  Diego  Ibáñez  de  Faria  en  22  Doc- 
trinas 58.118  personas  de  todos  sexos  y  edades,  según  consta  de  su 
padrón  citado  en  la  Cédula  de  Lermo  á  2  de  Noviembre  de  1779  (3). 

En  1702  había  sido  ya  necesario  desprender  varias  colonias  de 
los  pueblos  más  numerosos,  y  se  contaban  en  29  Doctrinas  ochenta 
y  nueve  mil  quinientas  almas  (4). 

En  los  estados  anuales  que  hoy  se  conservan  en  el  Archivo  Gene- 
ral de  Buenos  Aires  (5)  se  halla  expresada  la  población,  empezando 
desde  1711  y  acabando  en  1754,  con  interrupción  de  algunos  años. 
Hemos  dado  cabida  en  el  Apéndice  á  estos  datos  estadísticos.  De 
ellos  resulta  que,  en  1711,  había  en  15  reducciones  del  Uruguay  cin- 
cuenta y  cinco  mil  doscientas  treinta  y  siete  personas,  sin  contar 
con  las  del  Paraná,  que  no  se  expresan;  en  1714  había  en  todas  las 
Doctrinas  110.151  almas.  En  1717  llegaron  á  crecer  hasta  122.084. 
Pero  tres  años  después,  por  efecto  de  la  peste  que  hubo  en  1718  (6) 
habían  disminuido  tanto  que  en  aquel  año,  1720,  se  contaban  sólo 
101.444.  Parece  que  se  iba  restableciendo  y  aumentando  normal- 
mente la  población  en  los  años  siguientes;  y  así  hallamos  en  1724  de 


(1)  Trelles,  Revista  del  Archivo,  I.  360. 

(2)  BuRGÉs,  Memorial  de  1708,  núm.  26. 

(3)  Trelles,  Anexos,  núm.  31. 

(4)  BuRGÉs,  Memorial  impreso  acerca  de  los  Chiquitos,  fol.  17. 

(5)  Buenos  Aires:  Arch.  gen.:  legajo  rotulado:  53  /  Misiones/ Compañía  de 
Jesús  /  Varios  años. 

(6)  Lozano,  Conquista,  lib.  I.  cap.  II.  pág.  41. 


-14- 

nuevo  117.137  almas  en  las  30  Doctrinas;  y  130.130  en  1728;  hasta 
que  en  1731  se  observa  el  máximo  crecimiento  que  hayan  tenido  las 
Misiones  Guaraníes  con  un  número  de  139.244  individuos  (1).  Al 
punto  comienzan  á  declinar  con  una  rapidez  tan  extraña,  que  dos 
años  más  tarde,  en  1733,  ya  no  eran  más  que  126.384;  otros  dos  años 
más  allá,  en  1735,  eran  sólo  105.000;  y  sucesivamente  van  bajando 
á  102.000  en  1736,  á  89.000  en  1738,  y  hasta  74.000  en  1739;  sin  que' 
sepamos  el  último  término  de  este  espantoso  descenso,  por  faltar 
las  anuas  numeraciones  de  los  cuatro  años  siguientes.  Esta  terrible 
crisis  de  las  Doctrinas  parece  indudable  que  debe  atribuirse,  no  sólo 
á  las  causas  ordinarias  de  peste  )'  hambre,  sino  juntamente  con 
ellas,  y  como  preponderantes  (y  aun  causas  del  hambre,  peste 
y  deserción),  á  las  circunstancias  de  revueltas  de  los  Comuneros  del 
Paraguay,  que  obligaron  á  vivir  ausentes  de  sus  pueblos  por  años 
enteros  á  millares  de  Guaraníes  movilizados  en  milicias.  El  resul- 
tado fué  desastroso,  3^  se  hizo  sentir  por  toda  la  decena  de  años 
siguientes.  En  1744  vemos  que  de  nuevo  se  va  levantando  la  pobla- 
ción de  Doctrinas,  y  alcanza  á  84.000,  y  luego  lentamente  va 
subiendo  á  85.000,  87.000,  91.000,  93,  92,  95,  99  mil  en  1752  y  103.000 
en  1753.  Y  éste  fué  otro  segundo  apogeo,  después  del  cual,  con  oca- 
sión de  las  transmigraciones  y  guerras  empieza  de  nuevo  la  deca- 
dencia, contándose  en  1754  sólo  101.000;  y  en  1757,  96.000  habitan- 
tes; los  cuales  no  pudieron  menos  de  disminuir  mucho  más  en  los 
cuatro  años  que  pasaron  hasta  la  rescisión  del  tratado  de  límites  año 
de  1761;  así  por  la  falta  de  mantenimientos  en  los  pueblos  á  donde 
á  la  fuerza  fueron  trasportados  y  amontonados,  como  por  la  deser- 
ción de  muchos  á  los  montes;  como  también  por  el  gran  número  de 
indios  Guaraníes  que,  embaucados  por  las  artes  del  general  portu- 
gués, Gomes  Freiré,  se  fueron  con  él  á  Río  Pardo  á  la  retirada  del 
ejército,  los  cuales  no  bajarían  de  diez  á  once  mil  (2).  Aun  así 
y  todo,  es  lo  cierto  que  poco  á  poco  se  iba  restañando  aquella  terri- 
ble herida,  y  en  el  año  de  1767,  según  el  P.  Peramás  (3)  era  el 
número  de  habitantes  de  las  30  Doctrinas  88.864,  á  pesar  de  la  epi- 
demia de  viruela  ocurrida  en  el  año  de  1764  (4).  Este  es  el  último 
estado  de  los  Jesuítas  que  conocemos. 


(1)  El  P.  Peramás  dice  que  en  1732  eran,  según  la  anua  enumeración   144.252. 
(De  admin.  guar.  X\'III.  not.) 

(2)  EscANDÓN,  Transmigración  de  los  siete  pueblos,  art.  XXVI  §.  «Así  se  lamen- 
taba». 

(3)  De  vita  et  moribus  tredecim  virorum  Paraguycorum,  in  fine,   Descriptio 
oppidi  Candelariae. 

(4)  Moussv,  Mémoire  sur  la  décadence,  pág.  76. 


-15- 

Podrá  formarse  idea  de  la  obra  de  los  Jesuítas  en  haber  conser 
vado  aquellos  89  mil  indígenas  á  través  de  tan  graves  riesgos  y  con- 
trariedades, con  advertir  que  treinta  años  más  tarde  se  fijaba  la 
población  de  las  dos  provincias  de  Paraguay  y  Buenos  Aires  en  que 
estaban  enclavadas  las  Misiones  en  268,312  (1)  habitantes,  com 
prendiendo  indios  y  españoles,  negros,  mulatos  y  mestizos,  morado- 
res de  las  ciudades  }'  pueblos  en  las  dos  gobernaciones.  La  tercera 
parte,  pues,  de  los  habitantes  de  estas  provincias,  habían  debido  su 
conservación  á  la  obra  de  las  Misiones. 

Este  es  el  resultado  absoluto.  De  su  valor  comparativo,  hablare- 
mos más  adelante. 


III 

SEGURIDAD  Y  PAZ  DEL  TERRITORIO  OCUPADO  ^^^ 

POR  LOS  INDIOS 

Uno  de  los  efectos  de  más  importancia  para  los  indios  causado 
por  el  régimen  de  Doctrinas,  fué  la  paz  que  se  estableció  en  su  terri- 
torio, en  cuanto  era  posible  tener  paz  en  medio  de  tantas  guerras  y 
enemigos.  El  fundamento  de  esta  paz  fué  la  tranquilidad  interior 
nacida  de  la  fidelidad  de  los  Guaraníes.  Ventaja  era  ésta  que  el 
Monarca  deseaba  para  cualquiera  de  sus  provincias,  }'  por  lo  mismo 
la  estimaba  y  procuraba  para  la  tierra  poblada  de  indios,  como  parte 
que  era  de  la  monarquía  española.  Y  ventaja  tanto  más  estimable, 
cuanto  habían  sido  y  eran  frecuentes  los  alzamientos  de  indios  en 
Sud  América  y  muy  espantosos  sus  estragos.  Ardía  incesante  la 
guerra  con  los  araucanos,  que  producía  de  vez  en  cuando  tan  terri- 
bles llamaradas  como  las  que  redujeron  á  pavesas  las  siete  ciudades. 
Y  sin  ir  tan  lejos,  estaba  reciente  la  funesta  ruina  de  Concepción 
del  Bermejo,  y  se  sublevaban  los  calchaquíes  con  el  influjo  y  melo- 
sas palabras  de  Bohórquez.  Y  los  españoles,  que,  arrojados  de  la 
costa  del  mar  y  del  paraje  de  Buenos  Aires  por  los  asaltos  de  los 
indígenas,  habían  navegado  río  arriba  para  ir  en  busca  de  lugar 
sosegado  donde  fundar  su  ciudad  de  la  Asunción;  ahora  ya  no  se 
encontraban  seguros  allí  mismo,  como  ni  en  la  ciudad  de  las  Corrien- 

(1)    Azara:  Descripción  del  Paragua}-,  cap'.  XVI  y  XVII. 


-lo- 
tes; haciendo  destrozos  en  ellos,  no  tan  raras  veces  y  á  pesar  de 
innumerables  tratados  de  paz,  los  payaguás  por  el  río  y  los  guay- 
curús  por  tierra.  En  todo  este  dilatado  espacio  de  tiempo,  ni  Corrien- 
tes ni  la  Asunción,  tuvieron  que  recelar  de  parte  de  los  Guaraníes 
de  Misiones,  ni  sufrieron  invasión  ni  hubieron  de  prevenirse  jamás 
para  ella. 

Y  no  se  puede  decir  que  los  Guaraníes  eran  de  suyo  más  sumi- 
sos, que  eran  de  carácter  dócil,  que  eran,  como  lo  pretende 
Azara  (1),  cobardes  é  ineptos  para  la  guerra.  Esa  es  una  pintura  de 
capricho,  que  en  nada  conviene  con  la  realidad,  y  contradice  á  la 
historia.  En  su  propio  lugar  lo  hemos  hecho  ver  (2),  y  aquí  no  hare- 
mos sino  recordar  algunas  muestras  de  su  valentía.  A  la  verdad, 
Guaraníes  eran  los  que  en  tiempo  de  los  conquistadores  cercaron  las 
ciudades  de  españoles,  y  les  dieron  harto  trabajo  para  desemba- 
razarse de  sus  asaltos.  Guaraníes  los  que  derrotaron  la  expedición 
de  Hernandarias  compuesta  de  500  españoles  (3).  Guaraníes,  los 
guayreños  y  tayaobas,  en  cuyas  regiones  nunca  penetraban  los  espa- 
ñoles hasta  que  las  abrieron  los  Misioneros  Jesuítas.  Guaraníes  no 
de  las'Doctrinas  Jesuítas,  los  que  en  1661  se  insurreccionaron  y  tuvie- 
ron al  Gobernador  don  Alonso  de  Sarmiento  cercado  y  á  punto  de 
rendirse  ó  de  perder  la  vida  con  los  españoles  de  su  comitiva.  Y  los 
altivos  paranáes  ó  canoeros,  tan  frecuentemente  trabados  en  guerra 
con  los  vecinos  de  la  Asunción,  á  quienes  no  sólo  no  sirvieron,  sino 
que  ni  les  permitieron  nunca  asentar  el  pie  en  sus  dominios,  eran 
Guaraníes.  Sin  embargo,  todos  éstos,  después  de  recibir  gustosos  el 
3'ugo  del  Evangelio,  y  comprometer  su  obediencia  al  Rey  de  España, 
nunca  violaron  la  fe  jurada  al  español,  aunque  desde  entonces  pasa- 
ron 150  años.  l?azón  será,  pues,  apuntar  esta  fidelidad  y  esta  paz 
interior  de  la  tierra,  á  cuenta  de  los  Misioneros  Jesuítas,  que  les 
enseñaban  y  entrañaban  la  doctrina  cristiana,  y  de  este  modo 
hacían  que  fueran  en  ellos  como  una  segunda  naturaleza  las  máxi- 
mas que  enseñó  N.  D.  Redentor,  de  obediencia  y  fidelidad  á  los  legí- 
timos superiores:  haciéndoles  reconocer  y  venerar  en  el  Rey  el 
lugarteniente  de  Dios  para  las  cosas  temporales,  y  en  el  Goberna- 
dor al  lugarteniente  inmediato  del  Rey. 

No  bastaba  este  sosiego  de  los  Guaraníes,  ni  su  paz  interior 
y  fidelidad,  obra  admirable  de  la  gracia  de  Dios  )' de  la  religión 
cristiana,   sin  intervención   de  la   violencia  del   conquistador.    Era 

(1 )  Descripc.  c.  16. 

(2)  Lib.  I,  cap.  VI.  §  1. 

(3)  Lozano,  Conquista.  III.  294. 


-17- 

menester  juntamente  que  pudiesen  los  Guaraníes  defender  su  terri- 
torio de  los  asaltos  de  enemigos  exteriores.  Por  falta  de  esta  defensa, 
perecieron  centenares  de  miles  en  el  Guayrá;  y  los  que  quedaron, 
hubieron  de  abandonar  para  siempre  su  patria  y  sus  moradas.  Esta 
seguridad  exterior  la  obtuvieron  también  en  virtud  del  sistema  de 
los  Jesuítas. 

En  la  Conquista  espiritual  delP.  Montoya  (1)  puede  verse  loque  los 
Padres  hicieron  para  asegurar  la  defensa  cuanto  les  fué  dable.  Asis- 
tieron como  Capellanes  á  los  indios  en  el  Guayrá.  Se  interpusieron 
para  que  los  paulistas  respetasen  á  los  Guaraníes  como  á  cristianos, 
instaron  para  libertar  de  esclavitud  A  los  ya  cautivos,  sufriendo 
desaires,  injurias  y  atropellos;'  caminaron  centenares  de  leguas  hasta 
San  Pablo  en  pos  de  los  desgraciados  indios  conducidos  en  colleras, 
con  la  esperanza  de  poder  conseguir  de  las  autoridades  portuguesas 
que  los  pusiesen  en  libertad.  Frustráronseles  sus  esperanzas;  pero 
á  lo  menos  sirvieron  los  Misioneros  de  amparo  y  consuelo  á  los  Gua- 
raníes en  el  camino,  y  lograron  rescatar  uno  que  otro.  Las  nuevas 
malocas  en  el  Tape  hicieron  pensar  otra  vez  en  la  necesidad  de  la 
defensa  y  en  los  medios  de  hacerla  efectiva.  No  bastaba  la  resisten- 
cia del  Guaraní  desnudo  de  medio  cuerpo  arriba  y  armado  de  solas 
flechas,  para  detener  ó  vencer  al  Mameluco  ó  al  tupí  vestido  de  algo- 
dón colchado,  que  hacía  las  flechas  inútiles,  y  armado  no  sólo  de  cor- 
tantes alfanjes,  sino  de  bocas  de  fuego.  Ni  se  podían  conseguir  vic- 
torias ciertas,  mientras  los  caudillos  fueran  sólo  caciques  indios, 
capaces  únicamente  para  ordenar  una  arremetida,  pero  no  para  idear 
y  llevar  á  cabo  un  plan  militar.  Estas  dos  necesidades  tan  sentidas 
procuraron  remediar  con  todo  empeño  los  Jesuítas,  y  ya  hemos  visto 
en  parte  con  qué  éxito  (2).  Los  pasos  que  aseguraron  la  defensa  del 
territorio  de  los  indios  y  su  quieta  posesión,  pueden  condensarse  en 
las  jornadas  que  ahora  se  expondrán  por  su  orden. 

Ya  desde  los  primeros  asaltos  de  los  Mamelucos  en  el  Guayrá 
habían  alentado  los  Padres  á  los  indígenas  á  defender  sus  vidas,  sus 
familias,  su  libertad  y  sus  tierras,  de  aquellos  foragidos;  pero  todas 
las  diligencias  no  habían  sido  bastantes  contra  el  supeí  ior  arma- 
mento é  instrucción  militar  de  los  invasores.  También  ahora  al 
tenerse  noticia  de  los  intentos  agresivos  de  los  paulistas  envió  el 
P.  Provincial  Boroa  al  P.  Cristóbal  de  Mendoza  con  instrucciones 
para  que  en  el  pueblo  de  Jesús  María,  el  más  cercano  y  expuesto 
á  la  furia  de  aquellos  asaltantes,   construyese  un  fuerte  donde  se 

(1)     Passim,  especialmente  §§.  3.5.  36.  sqq.  76-77  sqq. 

(2;    Al  tratar  de  las  armas  de  fuego,  cap.  VI.  §  III  y  sigts.  del  libro  I. 

2.    Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  ti. 


-18- 

pudieran  resistir  los  Guaraníes.  El  fuerte  se  empezó  á  construir; 
pero  no  había  llegado  todavía  á  su  perfección,  cuando  el  día  de  San 
Javier  de  1636  llegaron  allí  los  140  Mamelucos  de  Raposo  de  Taba- 
res  con  los  1500  tupís  por  aliados,  y  sorprendieron  á  los  indios,  quie- 
nes después  de  una  valerosa  resistencia  hubieron  de  rendirse  por  no 
quedar  abrasados  vivos;  pero  fué  para  experimentar  la  más  bárbara 
fiereza  que  se  haya  visto  en  el  mundo.  «Con  espadas,  machetes 
»y  alfanjes  derribaban  aquellos  fieros  tigres  cabezas,  tronchaban bra- 
»zos,  desjarretaban  piernas,  atravesaban  cuerpos,  matando...  Pro- 
»baban  los  aceros  de  sus  alfanjes  en  hender  los  niños  en  dos  partes, 
»en  abrirles  las  cabezas  y  despedazar  sus  delicados  miembros  (1).» 
Visto  el  infeliz  resultado  en  aquel  paraje^  donde  empezaba  á  haber  for- 
taleza, y  con  licencia  del  Gobernador  tenían  los  indios  algunas  armas 
de  fuego,  que  todas  cayeron  en  mano  de  los  enemigos;  fué  preciso  reti- 
rar también  á  toda  prisa  los  indios  de  San  Cristóbal,  pueblo  cercano. 
y  al  punto  el  Mameluco  saqueó  la  reducción.  Mas  habiendo  vuelto 
los  indios  de  San  Cristóbal  á  su  pueblo  para  el  día  de  Navidad,  ani- 
mados á  defenderse  con  los  nuevos  refuerzos  que  les  llegaban,  aunque 
sin  armas  de  fuego,  los  asaltaron  allí  mismo  los  paulistas,  y  se  riñó 
nueva  pelea  que  duró  cinco  horas  (2),  habiendo  tenido  por  dos  veces 
los  indios  tan  apretados  á  los  paulistas,  á  quienes  hicieron  retirar  á  un 
cerro  alto,  que  casi  les  tomaron  la  bandera,  gritando  ya  los  portu- 
gueses que  les  dejasen,  que  no  venían  para  hacerles  daño,  sino  contra 
aquellos  padres  que  allí  tenían.  La  noche  dividió  los  combatientes, 
y  los  portugueses  la  aprovecharon  pegando  fuego  á  la  iglesia  j^  reti- 
rándose á  su  campamento  de  Jesús  María;  como  los  Guaraníes  hubie- 
ron de  retirarse  á  Santa  Ana.  De  allí  todavía  retrocedieron  más,  y  se 
situaron  en  Natividad,  cuya  posición  era  más  fuerte  por  el  estorbo 
de  un  río,  que  supieron  defender  convenientemente  con  daño  del 
enemigo.  Con  esto  no  pasaron  adelante  los  paulistas;  y  después  de 
ocupar  dos  ó  tres  meses  en  hacer  nuevos  esclavos,  se  volvieron 
á  San  Pablo,  tan  contentos  de  su  jornada,  que  inmediatamente  echa- 
ron bando  dos  nuevos  maloqueros,  García  Rodríguez  y  Fernán  Díaz 
el  Mozo,  á  fin  de  reunir  gente  con  que  asaltar  las  demás  reducciones 
en  la  próxima  estación;  y  todo  esto  se  verificaba  en  público  á  cien- 
cia y  paciencia  de  las  autoridades  de  la  ciudad  (3).  Setecientos  escla- 
vos dice  el  P.  Montoya  que  formaron  el  diezmo  de  la  gente  que  se 
habían  llevado  para  San  Pablo,  que  por  esta  cuenta  serían  7.000,  sin 

(1)  Conq.  esp.  §  LXXVI. 

(2)  BoROA,  pág-.  80. 

(3)  Informe  del  P.  Díaz  Taño  en  Brabo,  Atlas,  pág.  34. 


-]Q- 

contar  los  muertos  A  cuchillo,  quemados  vivos  y  muertos  de  fatiga 
en  los  caminos  (1).  El  Padre  Techo  señala  número  mucho  mayor, 
y  dice  que  fueron  25.000  (2).  Y  esto  comprueba  el  informe  oficial 
del  P.  Boroa  al  Rey  (3). 

Tocaba  á  su  fin  el  año  de  1637,  cuando  ya  los  Mamelucos  esta- 
ban otra  vez  en  territorio  del  Tape,  resueltos  é  llevarse  de  una  vez 
para  esclavos  todos  los  cristianos  de  las  reducciones.  Es  indecible 
por  otra  parte  lo  que  en  aquel  año  y  los  siguientes  hubieron  de  pade- 
cer los  Misioneros  con  los  mismos  indios  Guaraníes,  que  ciegos  con 
el  cariño  á  su  propia  tierra,  no  la  querían  abandonar  para  pasarse 
á  otra  región  más  segura,  como  lo  procuraban  los  Padres;  y  unas 
veces  se  alborotaban  en  el  mismo  pueblo,  acusando  al  Misionero  de 
que  los  había  juntado  para  entregarlos  á  los  enemigos,  y  llegando 
á  injurias  y  denuestos,  y  aun  á  maltratarle  y  poner  en  peligro  su 
vida,  perdido  todo  respeto:  otras  veces,  persuadidos  de  la  necesidad, 
emprendían  la  marcha,  pero  movidos  luego  de  la  afición  á  su  terruño, 
desertaban  y  se  volvían  de  enmedio  del  camino,  cuando  no  del  mismo 
pueblo  donde  habían  ido  á  parar;  y  en  estos  casos  erraban  por  sus  an- 
tiguos campos  y  bosques,  y  al  fin  venían  á  caer  en  manos  de  sus  mor- 
tales enemigos  los  Mamelucos,  que  todo  lo  andaban  registrando  con 
tenacidad.  Era  el  día  de  Natividad  de  1637,  aniversario  de  la  batalla 
de  San  Cristóbal,  cuando  estos  foragidos  dieron  en  la  reduc- 
ción de  Santa  Teresa;  y  destrozando  y  cautivando  los  indios,  asolaron 
el  pueblo:  después  se  dedicaron  á  ir  recogiendo  las  tropas  de  fugiti- 
vos, y  añadir  así  nuevos  cautivos  á  los  que  5'a  tenían  hechos.  Por 
Enero  de  1638,  hubo  aviso  de  que  se  disponían  á  invadir  las  reduc- 
ciones del  Uruguay  y  las  restantes  del  Tape,  y  aun  á  pasar  el  Paraná: 
prevínoseles  resistencia  en  el  Caazapaguazú  (4),  pero  sobrecogidos  de 
terror  los  indios,  retrocedieron  aun  antes  de  avistar  al  enemigo  en 
la  mayor  confusión,  y  hubieran  caído  en  manos  de  los  Mamelucos, 
á  no  haberlos  dirigido  y  obligado  el  Superior  de  Misiones  P.Diego  de 
Alfaro  á  que  pasaran  el  Uruguay,  asegurándose  por  lo  pronto  en  la 
ribera  occidental  (5).  Con  esto  los  Mamelucos  saquearon  y  destruye- 
ron libremente  las  reducciones  de  San  Carlos  del  Caapí  y  Apóstoles 
del  Caazapaguazú.  No  tuvo  mejor  éxito  la  defensa  que  por  dos  días 
sostuvieron  los  indios  en  el  Caró)'luego  en  Caazapaguazú(6), cuando 

(1)  Conq.  esp.  §  LXXVII. 

(2)  Lib.  XI,  cap.  XXXIII. 

(3)  Brabo  Atlas,  37. 

(4)  Techo,  lib.  XII,  cap.  V,  VII,  XVII,  XVIII,  XIX. 

(5)  Cap.  XIII. 

(6)  Cap.  XIV. 


-20- 

los  agresores  avanzaban  al  Caazapaminí:  á  pesar  de  haber  llegado 
A  prender  algunos  Mamelucos,  tomádoles  las  banderas  y  hécholes 
fortificarse  en  un  bosque,  lograron  los  paulistas  por  la  astucia  lo  que 
no  habían  podido  por  la  pelea;  y  los  Guaraníes  retrocedieron  una 
vez  más.  Dos  nuevos  combates  con  infausto  éxito  en  San  Nicolás  de 
Piratiní,  obligaron  á  los  indios  á  abandonar  todas  sus  habitaciones 
en  aquel  territorio  (1);  todas  las  reducciones  del  oriente  del  Uruguay 
quedaban  á  merced  de  los  Mamelucos,  ó  por  mejor  decir,  no  quedó 
en  pie  ninguno  de  los  pueblos  orientales.  Fué  ésta  la  última  ventaja 
de  los  paulistas  y  el  principio  de  la  reivindicación  de  los  Guaraníes. 
Ya  los  agresores  se  retiraban  con  su  presa,  cuando  los  Guaraníes, 
que,  alentados  por  los  Misioneros  como  las  otras  veces  con  nuevos 
refuerzos  de  los  pueblos  no  invadidos,  habían  llegado  á  juntar  un 
ejército  notable  para  estas  tierras,  que  alcanzaba  á  cuatro  mil 
hombres  de  pelea,  pasaron  el  Uruguay,  ocuparon  á  San  Nicolás  y 
siguieron  adelante  en  persecución  de  los  malhechores,  deseando  no 
sólo  escarmentarlos,  sino  también  rescatar  los  muchos  esclavos  que 
se  llevaban.  Varios  días  se  peleó  con  incierto  éxito,  aunque  con  gran- 
des pérdidas  de  los  Mamelucos  y  Tupíes.  La  llegada  de  una  nueva 
tropa  de  Guaraníes,  que  conducía  el  P.  Pedro  Romero  en  número  de 
mil  quinientos,  puso  en  gran  consternación  á  los  paulistas,  quienes 
para  disminuir  las  muchas  bajas  que  se  les  hacían,  hubieron  de  ence- 
rrarse en  unas  empalizadas.  En  esta  situación  los  hallaron  los  once 
españoles  enviados  de  socorro  por  el  Gobernador  de  Buenos  Aires 
Don  Mendo  de  la  Cueva,  á  petición  de  los  Padres.  Al  tener  noticia 
de  la  llegada  de  aquellos  soldados,  que  habían  recorrido  un  trayecto 
de  doscientas  leguas,  y  con  cuya  presencia  y  disposiciones  habían 
cobrado  más  ánimo  y  mejor  orden  los  escuadrones  Guaraníes,  los 
Mamelucos  se  tuvieron  por  perdidos.  Pidieron  parlamento;  3"  conce- 
dido, les  intimó  el  Superior  P.  Alfaro  las  excomuniones  que  habían 
incurrido  conforme  á  la  sentencia  del  Obispo  de  Buenos  Aires,  y  les 
hizo  prometer  que  no  volverían  á  asaltar  pueblos  de  indios  cristianos. 
Intervino  también  el  jefe  español,  y  según  el  Informe  dado  por  los 
militares  jurídicamente  en  Marzo  de  aquel  año  1638  (2)  «/os  once  espa- 
ñoles... hallaron  que  los  indios  de  las  reducciones  tenían  acorrala- 
dos en  un  monte  y  palizada  á  muchos  portugueses^  de  que,  después 
de  tres  días  de  tratar  icarios  medios  en  que  no  quisieron  convenir 
los  Padres,  los  españoles,  los  caciques  ni  los  indios,  se  huyeron 
dichos  portugueses  sin  que  les  pudieran  dar  alcance,^   Tan  claro 

(1)  Cap.  XV. 

(2)  Bravo,  Atlas,  pág^.  35. 


-21  - 

como  aparece  en  este  testimonio  el  estado  como  de  prisioneros  á  que 
los  Guaraníes  habían  reducido  á  los  Mamelucos,  acorralados  en  un 
monte  y  palizada;  otro  tanto  aparece  oscuro  el  escaparse  de  los  por- 
tugueses allí  cercados,  cuando  se  da  á  entender  que  todos,  Padres, 
militares  españoles,  caciques  é  indios,  rechazaban  las  condiciones 
propuestas  por  los  paulistas  para  rendirse,  y  exigían  otras  que  ase- 
gurasen más  ;i  los  indios.  Durar  tres  días  en  negociaciones  en  seme 
jante  caso  es  extraño,  y  más  extraño  aún  escaparse  sin  dificultad 
tanto  número  de  enemigos.  Mas  la  relación  de  los  Misioneros  es  harto 
diferente,  y  aclara  lo  sucedido.  El  jefe  de  los  once  auxiliares  fué  alar- 
gando de  intento  las  negociacionespara  dar  lugar  de  prevenir  la  huida, 
y  estando  en  connivencia  con  los  cercados,  los  dejó  huir,  cuando  tenía 
abundantes  medios  de  haberlos  tomado  prisioneros  si  no  convenían 
en  los  pactos  que  les  impusiera  (1).  Los  indios  quedaron  escandaliza- 
dos y  muy  sentidos  de  tal  proceder;  y  los  mamelucos  se  retiraron  sin 
haber  escarmentado,  y  dispuestos  á  volver  al  año  siguiente  á  ejercitar 
sus  maldades.  Ocurrió  este  primer  descalabro  notable  de  los  Mame- 
lucos en  los  campos  del  Caazapaminí, reducción  de  Candelaria,  donde 
más  adelante  se  situó  el  pueblo  de  San  Luis;  y  fué  en  el  mes  de 
Febrero  de  1638. 

Volvieron  según  su  costumbre  los  paulistas  al  acercarse  el  verano 
á  sus  malocas,  y  volvieron  á  recibir  fuerte  escarmiento.  Habían 
pedido  los  Padres  de  la  Compañía  socorro  al  Gobernador  de  Buenos 
Aires  Don  Mendo  de  la  Cueva,  por  ser  de  su  jurisdicción  las  comar- 
cas invadidas  del  Tape  y  Uruguay;  y  no  habiéndolo  conseguido  de  él, 
recurrieron  al  Gobernador  de  la  vecina  provincia  del  Paraguay,  Don 
Pedro  de  Lugo,  que  acababa  de  llegar  de  España  y  estaba  visitando 
los  pueblos  del  Paraná.  He  aquí  ahora  el  suceso  referido  con  las  pala- 
bras del  P.  Montoya  en  su  Memorial  de  1643  (2):  «D.  Pedro  de  Lugo, 
caballero  de  la  Orden  de  Santiago,  fué  proveído  por  Gobernador  del 
Paraguay  sólo  á  fin  de  que  atendiese  d  reprimir  y  castigar  los  por- 
tugueses, que  hasta  hoy  infestan  aquellas  provincias...:  además  del 
orden  general  sobredicho,  recibió  orden  particular  de  V.  Majestad 
para  que  efectivamente  castigase  dichos  portugueses,  en  tiempo 
que  iban  entrando  por  aquellas  tierras  quinientos,  con  dos  mil  indios 
Tupis,  d  acabar  de  destruir  el  residuo  de  Reducciones  hechas  por 
los  religiosos  de  la  Compañía  de  Jesús.  Los  cuales  (habiéndoles 
negado  el  socorro  que  pidieron  al  Gobernador  del  Puerto  de  Buenos 
Ayres,  á  quien  competía  el  darlo  por  ser  de  su  jurisdicción)  lo  pidie 

(1)  Techo,  lib.  XII,  cap.  XVI. 

(2)  Apead,  núm.  52. 


-22- 

ron  al  dicho  Don  Pedro  de  Ln^o,  á  que  acudió  prontamente, 
saliendo  con  setenta  españoles;  y  para  ser  ayudado  de  los  indios, 
les  prestó  siete  mosquetes,  que  entregó  al  herniano  Antonio  Bernal, 
religioso  de  la  Compañía,  que,  seglar,  por  su  mucho  valor  ocupó 
muy  honrosos  puestos  en  la  guerra  de  Chile,  el  cual  salió  con  los 
indios  acompañando  al  dicho  Gobernador.  Puestos  ya  á  media  legua 
del  enemigo,  y  reconocida  su  ventaja,  no  quiso  pasar  adelante  el 
Gobernador,  antes  hubo  pareceres  de  retirarse. •!>  Hasta  aquí  refiere 
el  Padre  Montoya  los  preparativos.  Es  de  notar  que,  según  los  datos 
del  P.  Techo  (1),  las  probabilidades  de  vencer  estaban  de  parte  de 
los  Guaraníes,  quienes  con  un  ejército  de  cuatro  mil  indios  y  el  aliento 
y  orden  que  les  comunicaba  la  presencia  de  los  españoles,  esperaban 
derrotar  sin  dificultad  al  enemigo.  Agregóse  un  motivo  más,  que 
encendió  la  justa  indignación  de  los  Guaraníes;  y  fué  que  el  P.  Diego 
de  Alfaro,  natural  de  Panamá,  é  hijo  del  famoso  Oidor  D.  Francisco 
de  Alfaro,  que  ahora  como  Superior  de  las  Misiones  venía  por  cape- 
llán de  los  Guaraníes,  fué  muerto  de  un  balazo  que  le  disparó  un 
Mameluco  que  se  hallaba  escondido,  cuando  le  vio  que  se  había  ale- 
jado algo  del  campamento.  Esto  acabó  de  colmar  la  medida  al  justo 
enojo  de  los  Guaraníes,  quienes,  á  pesar  de  la  retirada  del  goberna- 
dor Lugo,  trabaron  la  batalla,  como  lo  podían  hacer  en  defensa  de 
sus  tierras  y  vidas,  y  atento  á  que  no  pertenecían  á  la  jurisdicción 
de  aquel  Gobernador,  sino  á  la  de  Buenos  Aires,  y  sólo  como  auxiliar 
y  protector  lo  habían  llamado.  Prosigue  el  P.  Montoya:  Determi- 
nóse el  hermano  Antonio  Bernal  á  acometer  al  enemigo;  matóle 
buen  número,  y  hiso  presa  en  diez  y  siete.  Los  demás  desbaratados 
se  acogieron  d  los  motiles,  por  cuyas  espesuras  perecieron; y  consta 
de  personas  que  ha  poco  que  vinieron  del  Brasil  d  esta  Corte,  que 
solos  treinta  volvieron  d  sus  tierras.  Los  diez  y  siete  cautivos  entre- 
garon los  indios  al  Gobernador,  el  cual,  atemorisado  con  la  nove- 
dad del  suceso,  que  nunca  imaginó,  por  no  haberse  visto  en  otro,  y 
temiendo  que  en  venganza  volverla  todo  Portugal  á  destruir  la 
tierra,  reprehendió  severamente  á  los  indios,  condenando  en  esta 
acción  á  los  religiosos,  que  en  tan  justa  defensa  hablan  ayudado: 
dio  libertad  á  los  presos,  regalólos,  honrólos  y  llevólos  consigo  á  su 
gobierno,  en  donde  se  pasearon  libres.  Requirióse  al  Gobernador 
por  parte  de  los  indios  que  los  castigase...  Hisosele  notoria  una 
Cédula  de  V.  Magestad...  en  que  V.  Magestad  dice  estas  palabras: 
«Me  ha  parecido  ordenaros  y  mandaros  {como  lo  hago)  procuréis  por 

(1)     Lib.  XII.  cap.  XXXI. 


-23- 

todas  las  vías  posibles  haber  ¡i  las  lítanos  y  castigar  con  grandes 
demostraciones  los  delincuentes  y  personas,  qne  se  ocupany  entien- 
den en  las  dichas  tales  crueldades...^  sobre  que  os  encargo  la  con- 
ciencia etc.y>  (1).  A  todo  esto  cerró  los  oidos,  abriendo  los  ojos  al  des- 
pojo de  dos  mil  almas  que  el  enemigo  había  cautivado,  para  poner- 
las en  perpetua  esclavitud,  como  hacen  á  los  negros  de  A)igola.  Esta 
presa  repartió  entre  sus  soldados,  premiando  su  poco  ánimo  con 
ella,  cargando  de  denuestos  á  los  indios  que  la  ganaron.  Cinco  de 
los  delincuentes  lucieron  fuga,  y  entre  ellos  uno  que  dio  la  muerte 
con  un  mosquetaso  al  Padre  Diego  de  Alfaro  de  la  Compañía,  Comi- 
sario del  Santo  Oficio  y  Superior  de  aquellas  Reducciones.  ■>■> 

Sucedió  este  escarmiento  de  los  Mamelucos  en  los  campos  del 
Caazapaguazú,  en  que  había  estado  situado  el  pueblo  destruido  de 
Apóstoles,  en  los  primeros  meses  del  año  1639. 

Dos  años  tardaron  los  mamelucos  á  tentar  nueva  invasión.  Tan 
recelosos  los  había  hecho  la  última  lección;  ó  fué  tanto  el  tiempo  que 
necesitaron  para  reunir  mayores  fuerzas  que  las  veces  pasadas.  Y 
temerosos  al  parecer  de  dar  asalto  por  donde  tanto  daño  habían 
experimentado,  eligieron  nuevo  camino,  viniendo  ahora  á  las  Reduc- 
ciones por  el  norte,  como  primero  las  habían  acometido  por  el  sur. 
A  poca  distancia  al  N.  del  pueblo  de  San  Javier  (2),  desemboca  en  el 
río  Uruguay  un  río  llamado  entonces  Mbororé,  que  parece  ser  sin 
duda  el  que  ahora  se  llama  rio  de  las  Nueve  Vueltas,  6  rio  de  las 
Once  Vueltas.  Algo  más  al  N.  y  á  siete  leguas  de  San  Javier  (3), 
entra  en  el  mismo  Uruguay  otro  río,  que  entonces  llevaba  el  nombre 
de  Acaragud,  y  ahora  parece  ser  el  que  varios  mapas  denominan 
Giiaray  guasa,  también  por  la  parte  del  NO.  como  el  Mbororé.  A 
orillas  del  Acaraguá  fundó  en  1630  el  P.  Cristóbal  Altamirano  una 
Reducción  de  Guaraníes  á  la  que  impuso  el  nombre  de  la  Asunción, 
en  memoria  de  la  Reducción  de  Asunción  del  lyiií,  fundada  por 
el  Padre  Roque  González  y  destruida  en  1628  por  el  hechicero 
Nezú.  Por  este  punto,  el  más  oriental  y  septentrional  de  las  Misio- 
nes que  quedaban  en  el  Uruguay,  se  dispusieron  á  acometer  los  pau* 
listas.  Emprendida  su  maloca  por  las  cabeceras  del  Uruguay,  iban 
acercándose  al  empezar  el  año  de  641  á  los  pueblos  de  cristianos, 
haciendo  esclavos  entretanto  á  los  infieles  esparcidos  por  los  mon- 
tes. Escapóseles  Nezú,  que  se  había  refugiado  en  aquella  comarca,  y 
huyó  con  cuatrocientos  indios  de  los  suyos.  Y  aunque  de  los  infieles 

(1)  Céd.  real  de  12  de  Set.  de  1628. 

(2)  Situado  en  27°  50'  lat,  S.  junto  al  río  Uruguay. 

(3)  Techo,  lib.  XX.  cap.  XXVI. 


-24-  ■ 

que  habían  apresado,  supieron  que  ya  los  Guaraníes  habían  obtenido 
licencia  para  usar  armas  de  fuego,  y  las  tenían  en  gran  número  (y 
en  efecto,  tenían  hasta  trescientas),  despreciaron  la  noticia,  jactán- 
dose de  que  de  esta  vez  habían  de  destruir  todas  las  Reducciones. 
Túvose  con  tiempo  conocimiento  de  su  llegada,  y  se  hicieron  las  pre- 
venciones convenientes  Juntáronse  de  todas  las  Reducciones  hasta 
cuatro  mil  indios.  Además  de  las  trescientas  armas  de  fuego,  los 
indios,  industriados  por  los  Hermanos  Coadjutores  que  los  dirigían, 
habían  acertado  á  fabricar  una  especie  de  artillería  que  se  redujo  á 
unas  tacuaras,  ó  cañas  mu}'  gruesas,  aforradas  de  cuero,  capaces  de 
resistir  hasta  disparar  tres  ó  cuatro  tiros  (1).  Desampararon  su  pue- 
blo de  Acaraguá  los  indios,  y  se  retiraron  al  río  Mbororé,  en  el  cual 
desde  entonces  perseveró  su  Reducción  por  varios  años,  con  nombre 
de  Asunción  del  Mbororé  ó  La  Cruz  del  Mbororé.  Venían  los  Mame- 
lucos en  número  de  quinientos  á  seiscientos,  auxiliados  de  más  de 
cuatro  mil  indios  tupís  y  con  setecientas  canoas  (2),  que  habían  fabri- 
cado á  las  riberas  de  los  ríos,  y  con  las  que  ocuparon  el  río  Acara- 
guá (3),  mientras  sus  tropas  se  apoderaban  del  pueblo  abandonado. 
Por  su  parte  los  Guaraníes  se  adelantaron  desde  Mbororé,  parte  por 
tierra,  parte  en  doscientas  canoas  que  habían  fabricado;  y  se  trabó 
el  combate  en  una  ensenada  del  río  Uruguay,  á  once  de  Marzo  de 
1641.  Fué  muy  reñida  la  pelea,  que  duró  todo  el  día,  porque  á  los 
Mamelucos  estimulaba  su  arrogancia  con  la  que  despreciaban  aque- 
llos enemigos,  como  indignos  de  su  valor  y  muchas  veces  vencidos. 
A  los  indios  les  produjo  muy  buen  efecto  su  primitiva  artillería,  pues 
aiinqne  sólo  podía  disparar  dos  ó  tres  tiros  cada  cañón,  dice  el  Padre 
Lozano  (4),  los  emplearon  tan  bien  y  con  tanta  destreza^  que  dejaron 
cubierta  de  muertos  la  campaña.  Ni  fué  menor  la  utilidad  de  otro 
artificio  nacido  también  de  la  práctica  militar  é  industria  de  los  Her- 
manos Coadjutores  que  los  gobernaban.  A  la  manera  que  sobre  dos 
canoas  unidas  levantaban  sus  casitas  para  formar  balsas;  construye- 
ron en  esta  ocasión  sobre  mayor  número  de  canoas  un  castillo  de 
tablas  con  troneras.  La  madera  bastó  para  defenderles  de  los  dispa- 
ros de  los  enemigos,  que  no  traían  artillería,  sino  sólo  sus  escopetas, 
carabinas  y  mosquetes.  Las  troneras  sirvieron  para  disparar  sus 
armas  de  fuego,  asegurando  los  disparos.  Ocultos  en  lo  interior  algu- 
nos indios,  iban  disparando  sus  balas  desde  conveniente  distancia  á 

(1)  Lozano,  Conq.  lib.  KI.  cap.  XVI.  pág.  429. 

(2)  Estos  números  son  tomados  del  Memorial  del  P,  Burgés  de  1705,  tol.  9.  vta. 
donde  afirma  que  constan  de  autos. 

(S)    Vida  MS.  del  P.  Cristóbal  Altamirano,  §  «Gozaron  pacíficamente.» 
(4)    Conq.  lib.  III.  cap.  XVI.  pág.  429. 


-  2^  — 


los  principales  Mamelucos, con  tan  buen  suceso, que  muertos  muchos, 
se  aterraron  los  demás.  Saltaron  en  tierra,  esperando  quedar  allí 
con  ma3'or  ventaja;  pero  también  allí  fueron  vencidos.  El  combate, 
suspendido  durante  la  noche,  continuó  el  día  siguiente  hasta  las  dos 
de  la  tarde,  hasta  que  puestos  en  retirada  los  Mamelucos,  se  reco- 
gieron á  su  campamento,  fortiñcado  con  estacadas.  Siguiéronles  los 
Guaraníes  y  les  tomaron  el  mismo  campamento,  obligándoles  á  huir, 
después  de  haber  dejado  muertos  ciento  sesenta  Mamelucos  y  consi- 
derable número  de  tupíes;  pasándose  otros  muchos  tupíes  al  partido 
de  los  indios,  para  huir  las  vejaciones  de  sus  amos  los  paulistas. 

Los  Mamelucos  sobrevivientes  á  la  batalla  encontraron,  al  vol- 
verse huyendo  al  Brasil,  una  tropa  de  los  suyos  que  les  venía  de  soco- 
rro: y  mudado  el  propósito  de  retirarse,  se  dedicaron  á  cautivar 
indios  infieles  ya  que  con  los  cristianos  no  podían  lograr  su  intento. 
Mas  aun  con  ésos  sufrieron  no  pequeños  desastres  (1).  Y  mucho 
mayor  fué  el  del  año  siguiente  1642.  Porque,  habiendo  sabido  los 
Guaraníes  que  para  recoger  sus  presas  y  para  tomar  posesión  del 
territorio,  como  solían  los  portugueses,  habían  edificado  dos  fuertes, 
de  Apiterebí  y  de  Tobatí  (que  otros  llaman  Mburicá);  acudieron  al 
más  cercano  de  Tobatí,  acaudillados  por  el  cacique  de  Acaraguá, 
Don  Ignacio  Abiarú,  y  dando  el  asalto,  mataron  buen  número  de 
Mamelucos,  y  pusieron  en  libertad  á  muchos  infieles  Guaraníes,  que 
ya  estaban  en  prisiones.  Pasaron  luego  al  fuerte  de  Apiterebí;  y 
acometiéndolo,  pusieron  en  huida  á  los  Mamelucos,  librando  también 
á  los  cautivos  y  quedando  dueños  de  cuantas  municiones,  provi- 
siones y  víveres  tenía  el  enemigo,  que  todas  las  abandonó  en  su 
precipitada  fuga. 

Nueve  años  transcurrieron  sin  que  los  paulistas  se  atreviesen  á 
llegarse  otra  vézalas  Reducciones.  Mas  el  año  de  1651,  siendo 
Gobernador  del  Paraguay  D.  Andrés  Garavito  de  León,  tuvo  noticia 
de  que  irritados  aquellos  desalmados  aventureros,  habían  resuelto 
destruir  de  una  vez  las  Reducciones  de  los  indios,  que  siempre 
hallaban  como  infranqueable  barrera,  apoderarse  de  las  provincias 
de  Paraguay  y  Buenos  Aires,  y  pasar  al  Perú  hasta  tomar  posesión 
de  las  minas  de  Potosí,  que  fué  siempre  también  uno  de  sus  princi- 
pales intentos.  Para  esto  habían  juntado  un  crecido  ejército,  y  deter- 
minaron acometer  por  cinco  partes  á  un  tiempo  las  Reducciones 
para  distraer  las  fuerzas  de  los  Indios.  Dio  este  aviso  á  los  Guara- 
níes el  Gobernador  para  que   estuviesen  á  punto,  mientras  él  pre- 

(1)    Tkcho:  Hist.  lib.  XIII.  cap.  VIII. 


-26- 

venía  los  tercios  españoles  para  el  socorro.  Pero  antes  que  éstos 
llegasen,  ya  se  había  verificado  la  acometida  de  los  Mamelucos  á 
un  mismo  tiempo  en  los  primeros  días  del  mes  de  Marzo  de  aquel 
año  1651.  Por  el  río  Paraná  arriba  acometieron  á  la  Reducción  de 
Corpus;  por  el  Uruguay  abajo,  asaltó  otra  escuadra  la  Reducción 
de  Yapeyú;  por  el  centro  del  Uruguay,  á  Santo  Tomé;  y  por  Uruguay 
arriba,  á  la  Cruz  de  Mbororé;  mientras  que  otra  partida  asaltaba  los 
pueblos  de  Itatines.  En  las  cuatro  primeras  partes  encontraron  tan 
gallarda  resistencia,  que  fueron  puestos  en  fuga  y  obligados  á  aban- 
donar cuanto  traían  de  municiones  y  bastimentos,  rescatándose  buen 
número  de  cautivos  que  ya  conducían;  y  recogiéndoseles  los  collares 
y  cadenas  de  hierro,  esposas  y  grillos,  que  traían  para  llevar  apri- 
sionados los  Guaraníes  á  San  Pablo,  como  también  multitud  de 
papeles,  cartas  y  obligaciones  por  donde  constaron  sus  designios  y 
los  contratos  que  tenían  celebrados  para  aquella  jornada.  Los  Itati- 
nes, que  distaban  cien  leguas  de  la  Asunción,  no  llegaron  á  ser 
avisados  á  tiempo,  por  lo  cual  dio  en  ellos  el  Mameluco,  asaltando  el 
pueblo  un  domingo,  mientras  los  indios  estaban  en  Misa,  y  cauti- 
vando á  todos,  y  también  al  Padre  que  la  decía.  Mas  noticiosos  de 
este  triste  acaecimiento  los  indios  de  otra  Reducción  que  doctrina- 
ban los  Padres  Jesuítas,  acometieron  á  los  portugueses  y  los  pusieron 
en  fuga,  quitándoles  la  presa,  y  obligándolos  á  pasar  al  Oeste  del 
río  Paraguay,  donde  los  indios  mbayás  y  payaguás  acabaron  con 
ellos,  sin  dejar  enemigo  vivo. 

Con  esto  no  se  volvieron  á  ver  ejércitos  de  Mamelucos  en  las 
Reducciones  de  Guaraníes,  y  si  alguna  vez  pretendieron  invadirlas, 
como  sucedió  el  año  de  1657,  ni  siquiera  pudieron  llegar  á  ellas;  por- 
que mientras  estaban  todavía  en  tierra  de  infieles,  les  acometieron 
los  Guaraníes,  y  quitándoles  la  presa,  hicieron  siete  portugueses 
prisioneros,  y  pusieron  en  fuga  á  los  demás.  Sólo  les  quedó  ánimo 
en  adelante  para  acudir  á  las  vaquerías  á  robar  ganado,  ó  para 
asaltar  algunas  veces  en  tropas  á  los  vaqueros,  como  lo  hemos  visto 
en  otra  parte  y  lo  explica  más  el  P.  Cardiel  (1). 

Esta  paz  y  seguridad  de  enemigos  exteriores,  como  la  paz  inte- 
rior, la  debieron  los  indios  al  sistema  y  orden  establecido  por  los 
Jesuítas,  que  hizo  posible  la  organización  de  los  naturales  en  nume- 
rosas milicias,  y  logró  armarlos  con  armas  de  fuego  y  proporcio- 
narles caudillos  españoles;  arrostrando  el  odio  y  maledicencias  que 
se  atrajo  de  parte  de  los  españoles  americanos,   que  tan  infundada- 

(1)     Declaración  de  la  verdad,  núm.  144. 


-27- 

mente  procuraron  estorbar  esta  organización  militar;  y  no  menos  el 
odio  de  los  paulistas,  quienes  en  varias  ocasiones  atropellaron  y 
maltrataron  á  los  Misioneros,  porque  defendían  á  los  indios  como  á 
feligreses  suyos;  algunas  veces  estuvieron  á  punto  de  matarlos;  y  de 
hecho  dieron  muerte  en  odio  de  tan  santa  causa  al  Superior  de  las 
Misiones  y  Comisario  del  Santo  Oficio,  Padre  Diego  de  Alfaro.  Si 
los  Guaraníes  no  hubiesen  tenido  el  escudo  de  los  Padres  Jesuítas  y 
de  los  Hermanos  Coadjutores  de  la  Compañía  y  su  ordenado  método, 
el  floreciente  país,  de  las  Reducciones  hubiera  quedado  reducido  á 
un  árido  desierto,  como  lo  quedó  cuanto  terreno  estaba  al  alcance 
de  los  paulistas,  como  quedó  la  provincia  del  Guayrá  y  las  regiones 
infieles  del  Tape;  y  como  ha  quedado  finalmente  aquella  misma 
comarca  de  las  Reducciones,  una  vez  arrojados  de  ella  los  Jesuítas 
y  abandonado  su  modo  de  regir  los  Guaraníes. 


IV 

LA  LIBERTAD  DE  LOS  INDIOS  *^  ' 

La  defensa  de  los  indios  que  á  costa  de  tantas  solicitudes  y  fati- 
gas, y  aun  á  costa  de  la  vida,  procuraron  los  Jesuítas  asegurar  á  los 
Guaraníes,  en  interés  del  bien  espiritual  y  salvación  de  ellos  mismos, 
era  en  sí  bien  mu)-  estimable;  pero  lo  era  mucho  más,  atendida  la 
suerte  que  les  esperaba  en  manos  de  los  Mamelucos,  si  de  ellos  no 
hubieran  sido  enseñados  á  defenderse.  Baste  decir  que  los  portugue- 
ses invasores,  que  no  eran  solamente  los  de  San  Pablo,  sino  también 
de  otras  ciudades  del  mediodía  del  Brasil,  no  destinaban  los  indios 
Guaraníes  á  otro  empleo  sino  al  de  esclavos:  como  esclavos  los  lle- 
vaban á  su  tierra  atados  con  cadenas:  como  esclavos  los  vendían  en 
San  Pablo,  en  Río  Janeiro  y  en  otras  ciudades;  3^  como  esclavos  los 
trataban,  y  con  tanta  inhumanidad  cuanta  se  podía  presumir  en 
hombres  endurecidos  y  acostumbrados  á  toda  crueldad  con  los  ven- 
cidos. Defender,  pues,  su  territorio  de  las  incursiones  de  tal  ene- 
migo, era  defender  y  guardar  la  libertad  personal  de  los  indios, 
librándolos  de  caer  en  la  más  desgraciada  esclavitud. 

Pero  todavía  no  bastaba  conservar  al  indio  Guaraní  libre  de  la 
esclavitud  de  los  brasileros,  y  defenderle  de  modo  que  tuviese  tran- 
quilo y  en  paz  su  territorio;   porque  aun  dentro  de  él  3^  conservan- 


-2S- 

dose  en  paz  interior,  podía  peligrar  su  libertad  3'  de  hecho  peligraba 
de  parte  de  los  mismos  Gobernadores,  ó  mejor  dicho,  de  parte  de  los 
españoles  americanos,  que  los  incitaban  para  sujetar  los  Guaraníes 
á  servicio  personal.  Puede  verse  lo  que  sobre  esta  materia  hemos 
dicho  en  el  Bosquejo  histórico  de  las  Doctrinas^  hablando  sobre  las 
encomiendas,  y  no  nos  detenemos  en  explanarlo,  porque  hemos  de 
volver  á  hablar  de  lo  mismo  al  examinar  el  sistema  de  los  encomen- 
deros. Lo  cierto  es  que  ésta  constituyó  para  los  Jesuítas  una  nueva 
fuente  de  calumnias,  de  persecuciones  y  sinsabores  quizá  tan  grande 
como  la  precedente;  pero,  como  también  aquí  se  atravesaba  la  sal- 
vación del  alma  de  los  Guaraníes,  y  se  defendía  su  bienestar  tempo- 
ral, al  que  tenían  derecho,  y  aun  la  vida  de  multitud  de  ellos;  no 
vacilaron  los  Jesuítas  en  emprender  esta  nueva  lucha  para  mantener 
su  libertad  á  los  indios.  Y  quien  registre  las  fechas,  hallará  que  en 
los  mismos  años  en  que  los  Mamelucos  pugnaban  por  esclavizar 
á  los  Guaraníes,  se  esforzaban  por  hacer  otro  tanto  los  encomende- 
ros; de  modo  que  de  unos  y  otros  habían  de  defenderlos  al  mismo 
tiempo  los  Jesuítas.  Baste  por  ahora  para  que  se  advierta  que  al 
sistema  entablado  por  ellos,  y  á  sus  abnegados  esfuerzos,  debieron 
los  Guaraníes  la  conservación  de  su  justa  libertad. 


V 

^*^^  AGRICULTURA  É  INDUSTRIA 

Los  efectos  hasta  aquí  enumerados  muestran  el  provecho  que 
resultó  para  los  indios,  en  el  bien  espiritual  que  es  lo  primero,  y  en 
la  conservación  de  sus  vidas,  de  su  paz  y  libertad  natural,  que  son 
todos  bienes  de  subido  precio.  Debe  añadirse  á  ellos  el  perfecciona- 
miento de  los  Guaraníes  en  la  medida  de  que  ellos  eran  capaces,  y  de 
una  manera  acomodada  á  su  índole  y  á  sus  necesidades. 

La  necesidad  urgente  de  arbitrar  medios  para  sustentar  á  multi- 
tudes numerosas,  como  lo  eran  las  de  los  pueblos  Guaraníes,  3'  la 
naturaleza  misma  del  terreno  en  que  radicaban  los  indios,  hacían 
que  aquel  pueblo  estuviera  destinado  á  ser  eminentemente  agrícola 
y  pastoril.  Y  éste  fué  el  carácter  que  tomó  en  virtud  del  sistema 
aplicado  por  los  Jesuítas.  No  hemos  de  explanar  más  esta  verdad, 
pues  no  haríamos  sino  repetir  lo  que  e.stá  dicho  en   el  cap.  MU  del 


-29- 

primer  libro  al  tratar  de  la  Agricultura.  Pero  bueno  será  hacer  notar 
como  los  Jesuítas  supieron  acertar  prácticamente  y  de  hecho  con  lo 
que  en  teoría  se  viene  pregonando  hace  años,  sin  acabar  de  redu- 
cirlo <á  obras,  y  á  veces  pretendiendo  aplicarlo  á  quienes  no  es  apli- 
cable, á  saber,  que  para  asegurar  el  porvenir  de  los  pueblos  del  Río 
de  la  Plata  debe  fomentarse  la  agricultura  con  un  conocimiento 
razonado.  Así  lo  hicieron  los  Jesuítas,  utilizando  los  medios  que  se 
conocían  en  su  tiempo  y  sacando  provechosas  lecciones  de  la  expe- 
riencia; como  que  llegaron  á  cultivar  artificialmente  el  árbol  de  la 
yerba  mate  en  grandes  proporciones,  haciendo  sus  plantíos  inme- 
diatos á  los  pueblos,  para  evitar  á  los  Guaraníes  los  penosos  viajes 
á  tierras  apartadas,  donde  se  criaban  los  yerbales  naturales,  y  librar- 
los de  tanta  fatiga  y  daños  de  todas  suertes.  Adelanto  que  ni  en  los 
presentes  tiempos  se  ha  llegado  á  reproducir.  Fuera  de  esto,  no  sólo 
las  plantas  necesarias,  sino  aun  las  otras,  como  pudiesen  reportar 
alguna  utilidad  á  los  indios,  se  cultivaron  en  las  Misiones  en  mayor 
ó  menor  escala:  así  vemos  junto  con  el  maíz,  mandioca,  batatas 
y  algodón  (ramos  esenciales),  el  azúcar,  el  trigo  (que  allí  se  da  con 
algunos  inconvenientes),  los  frutales,  etc.  y  en  los  últimos  tiempos, 
según  especial  encargo  del  Gobierno  de  España,  la  planta  del  tabaco. 
Y  todo  esto  contando  con  no  atropellar  el  carácter  espacioso  y  poco 
inclinado  al  trabajo  del  indio,  que  á  cada  rato  descansaba,  y  á  media 
tarde  cesaba  del  trabajo,  de  suerte  que  pudo  decir  un  Misionero:  (1) 
«Convienen  cuantos  tienen  alguna  experiencia  de  lo  que  se  hace  en 
Europa,  en  que  el  trabajo  de  todo  el  día  de  un  indio  viene  á  equiva- 
ler al  que  hace  en  tres  horas  un  jorinilero  en  España,  y  aiin  es 
quisa  menor. » 

Junto  con  la  agricultura,  (que  para  los  Guaraníes  era  lo  prefe- 
rente), y  con  la  ganadería,  para  la  cual  les  procuraron  los  Jesuítas 
ganado  vacuno  y  lanar,  y  con  tanto  trabajo  ordenaron  las  vaque- 
rías y  estancias;  procuróse  también  desarrollar  la  industria.  De  ella 
hemos  hablado  á  su  tiempo;  y  ahora  en  compendio  diremos  sola- 
mente, que  era  entonces  y  es  hoy  juicio  de  personas  competentes, 
que  ni  en  agricultura  ni  en  industria  podían  competir  los  países  limí- 
trofes, habitados  por  españoles  ó  portugueses  americanos,  con  la 
industria  y  agricultura  de  las  Doctrinas.  Y  como  nadie  puede  negar 
que  era  más  corta  la  capacidad  de  los  indios  de  Doctrinas,  que  la  de 
los  habitantes  de  las  ciudades;  resta  que  la  notoria  ventaja  sea  efecto 
del  sistema  y  orden  que  se  observaba  en  las  Misiones. 

(1)    MuRiEL,  Historia  paraguajensis,  App.  pág.  545. 


-30- 


VI 


139 


MUDANZA  DE  COSTUMBRES 

Junta  con  la  práctica  de  la  verdadera  religión  va  la  enmienda  de 
las  costumbres,  porque  la  pureza  de  la  religión  católica  no  sufre  en 
el  hombre  la  existencia  del  vicio,  y  con  eficacia  los  va  desarraigando; 
de  modo  que  si  algunos  perseveran  en  sus  vicios,  es  porque  no  quie- 
ren ejecutar  lo  que  les  enseña  la  religión,  3'  siendo  cristianos,  no 
quieren  ser  buenos  cristianos.  Habiendo,  pues,  abrazado  los  Guara- 
níes la  religión  con  sinceridad  y  ñrme  resolución  de  proceder  como 
fieles  hijos  de  Dios,  fué  consecuencia  efectiva  en  ellos  la  mudanza 
en  bien  de  sus  costumbres,  que  los  trasformó  en  un  pueblo  total- 
mente distinto  de  lo  que  antes  eran. 

Cuan  abominable  fuera  su  lujuria  en  el  tiempo  en  que  eran  infie- 
les consta  del  testimonio  de  jos  escritores  de  aquel  tiempo  (1),  3' del 
hecho  de  estar  entre  ellos  arraigada  la  poligamia,  y  de  no  tener  en 
muchos  casos  matrimonio  verdadero,  ni  respetar  á  ningún  paren- 
tesco fuera  del  de  padres  ó  hermanos.  Mas,  una  vez  hechos  cristia- 
nos, no  sólo  abandonaban  su  bárbara  compañía  con  muchas  mujeres, 
para  tomar  en  matrimonio  una  según  la  le3^  de  Dios,  sino  que  ellos 
mismos  se  hacían  celadores  de  la  virtud  de  la  castidad,  como  lo  lee 
mos  del  cacique  de  Corpus  (2);  3'  no  dudaron  en  dar  su  vida  por  ella, 
como  de  varios  casos  consta  (3):  3^  era  tal  su  ordenado  proceder,  que 
de  ellos,  después  de  su  visita,  escribía  en  1724  el  Sr.  Obispo  Fajardo: 
Las  poblaciones,  siendo  así  que  son  ninclins,  numerosas,  y  com- 
puestas de  Indios  por  su  natiiralesa  propensos  á  los  vicios,  ¡usgo 
(y  creo  que  jusgo  bien)  que  en  ellos  no  sólo  no  hay  pecados  públi- 
cos, pero  ni  aun  secretos;  porque  el  cuidado  y  vigilancia  de  los 
Padres  todo  lo  previene  (4).  Y  si  de  los  secretos  no  era  posible  evi- 
tarlos con  seguridad,  es  cierto  que  los  públicos  habían  desaparecido, 
porque  no  se  toleraban,  3^  se  aplicaban  todos  los  medios  prudentes 
y  dados  por  las  leyes. 


(1)  Mastrilli  Duran,  Litt.  ann.  1626.  1627.  p.  46. 

(2)  Ibid.p.56. 

(3)  MoNTOYA,  Conq.  esp.  §  §.  20.  38.  62. 

(4)  Lozano,  Revoluciones,  lib.  I.  cap.  ^'II.  núm.  21. 


-31- 

Era  otro  vicio  difundido  entre  los  indios  de  toda  América  la 
embriaguez.  Y  no  se  quedaban  en  esto  atrás  los  Guaraníes  (1).  Mas 
después  de  su  conversión,  se  logró  extinguir  entre  ellos  totalmente 
este  degradante  vicio.  «-La  embriagues,  dice  el  P.  Provincial  Manuel 
Querini  en  su  Informe  al  Rey  año  de  1750,  se  halla  felizmente  des- 
terrada de  la  nación  Guaraní,  y  desconocida,  aunque  parecía  cosa 
imposible  d  los  principios  de  su  conversión»  (2). 

Habían  desaparecido  las  antiguas  supersticiones,  que  además  de 
su  malicia,  convertían  á  los  indios  en  míseros  esclavos  de  los  hechi- 
ceros; y  en  cambio,  florecía  en  los  pueblos  la  devoción  á  la  Santísima 
Virgen  y  á  su  patrono  San  Miguel,  y  anhelaban  todos  por  pertene 
cer  á  la  Congregación,  en  la  cual  se  veían  exhortar  y  se  tenían  por 
obligados  á  cumplir  cada  día  mejor  con  los  deberes  de  su  estado. 

La  primitiva  ferocidad  que  llegaba  hasta  la  antropofagia,  se 
había  ido  mitigando,  hasta  ser  sustituida  por  una  mansedumbre 
y  suavidad  de  costumbres  que  dio  pie  á  ciertos  observadores  super- 
ficiales para  formar  juicios  errados  sobre  la  índole  nativa  de  los 
Guaraníes. 

Hasta  la  inconstancia  genial  del  indio,  de  todos  y  en  todo  tiempo 
reconocida,  parecía  como  que  fuera  perdiendo  su  carácter,  cuanto 
más  influjo  tomaba  en  ellos  la  religión. 

Y  estas  arregladas  costumbres,  no  sólo  en  sus  pueblos  las  obser- 
vaban, sino  que  también  procedían  conforme  á  ellas  en  las  ciudades, 
á  donde  en  muchas  ocasiones  iban  ó  á  conducir  sus  efectos,  ó  llamados 
para  trabajos  públicos  ú  ocupaciones  de  milicia:  viéndose  en  diver- 
sas ocasiones  indios  que,  convidados  á  beber  vino,  con  gran  fuerza 
y  entereza  lo  rehusaban,  por  el  odio  que  tenían  ya  cobrado  á  la 
borrachera.  Y  otros  «ofreciéndoles  los  portugueses...  permiso  libre 
de  vivir ...  con  multiplicidad  de  mujeres,...  y  los  demás  vicios  que 
á  la  deshonestidad  acompañan,  para  que  por  este  medio  se  les 
entreguen...  y  aborrezcan  á  los  religiosos,.,  siempre  han  huido  de 
tan  perniciosos   enemigos,  por  conservar  la  ley  que  recibieron^  (3). 

Por  lo  mismo,  causaban  en  ellos  muy  mala  impresión  los  ejem- 
plos de  desorden  que  á  veces  observaban  en  los  habitantes  de  las 
ciudades;  tnnto  más  cuanto  era  mayor  el  concepto  que  tenían  de  los 
españoles,  á  quienes,  así  como  reconocían  por  superiores  en  el 
entendimiento,   en  las  armas  y  en  la  cultura;  así  esperaban  y  con 


(1)  Mastoilli  Duran,  Annuae.  pág'.  58;  Lozano,  Hist.   tom.  II.  lib.  V.  cap.  XIX. 
núm.  4. 

(2)  Brabo,  Inventarios,  643. 

(3)  MoNTOYA,  Memorial  de  1643.  núm.  16. 


-32- 

razón,  hallarlos  más  aventajados  en  la  práctica  de  la  religión  cató- 
lica. Por  lo  cual  refiere  el  Doctor  Jarque  en  sus  Misiones  del  Para- 
guay (2),  que  habiendo  ido  una  temporada  á  trabajar  en  las  fortale- 
zas de  Buenos  Aires  quinientos  indios  por  mandado  del  Presidente 
Don  José  Martínez  de  Salazar,  después  de  unos  días,  hicieron  cargo 
con  su  acostumbrada  sencillez  algunos  de  aquellos  indios  al  Padre 
Misionero  que  cuidaba  de  ellos,  diciéndole:  «Cómo  nos  habéis  ense- 
ñado que  no  podemos  tener  más  que  una  mujer;  y  vemos  que  los 
españoles,  siendo  cristianos,  usan  de  muchas  (1).  A  que  respondió 
el  prudente  Jesuíta:  La  misma  doctrina  que  á  vosotros,  predicamos 
á  los  españoles  y  á  todos  los  fieles:  si  algunos  quebrantaren  los  divi- 
nos preceptos,  se  condenarán:  y  porque  vosotros  alcancéis  el  cielo, 
procuramos  que  los  guardéis.» 


VII 

140  HASTA  QUÉ  GRADO  SE  PERFECCIONARON 

LAS  COSTUMBRES 

Los  que  oyen  explicar  con  alguna  ponderación  los  efectos  de  la 
conversión  y  la  mudanza  de  costumbres  de  los  indios,  llegan  á  ima- 
ginar que  aquellos  hombres,  sacados  de  las  selvas,  llegaron  tal  vez 
en  breves  años  al  grado  de  civilización  que  hoy  se  ve  en  las  nacio- 
nes europeas;  y  que  hasta  cambiaron  la  condición  limitada  de  su 
mente,  alcanzando  la  perfección  intelectual  comvín  en  la  raza  blanca. 
Procede  esta  ilusión  de  la  costumbre  casi  invencible  propia  del  hom- 
bre, de  juzgar  que  todas  las  cosas  son  como  las  que  de  ordinario 
tiene  delante  de  los  ojos:  de  suerte  que  en  tratándose  de  objetos  de 
índole  diversa,  á  cada  momento  3'erra,  hasta  que  le  ha  desengañado 
muchas  veces  la  experiencia.  Fomenta  la  misma  ilusión  la  necesi- 
dad en  que  se  ve  el  que  explica  la  acción  del  Evangelio,  de  contra- 
poner las  costumbres  brutales  del  estado  salvaje,  con  las  que  después 
se  produjeron  en  fuerza  de  la  religión.  Y  ha  contribuido  también 
á  fomentarla  el  modo  de  escribir  la  historia  en  los  siglos  xvii  3'  xviii, 
narrando  solamente  lo  bueno,  y  ocultando  lo  defectuoso,  y  eso  aun 
en  casos  en  que  no  fuera  culpable.  Por  eso  no  estará  de  más  que,  des- 

(1)     Jarque,  Insignes  misiones  lib.  3.  c.  19.  núm.  4. 


-33- 

pués  de  comparar  las  costumbres  de  los  Guaraníes  convertidos  con 
las  de  los  salvajes,  se  comparen  en  algo  con  las  del  hombre  civili- 
zado. 

Los  indios  juntos  en  reducciones  y  ya  bautizados,  quedaban  en 
todas  las  condiciones  naturales  de  indios.  Su  cortedad  de  alcances 
era  la  misma:  la  misma  su  imprevisión  y  aversión  al  trabajo;  la  misma 
su  inconstancia:  y  la  misma  también  su  propensión  á  la  embriaguez, 
á  la  crueldad  y  á  la  lujuria. — Por  tanto,  mientras  las  circunstan- 
cias exteriores  conservasen  el  orden  que  reinaba  en  los  pueblos,  la 
buena  voluntad  que  engendraba  en  ellos  la  religión  mantenía  la 
bondad  de  las  costumbres:  pero  si  las  circunstancias  cambiaban,  y  no 
refrenaban  las  malas  inclinaciones  de  la  naturaleza  (especialmente 
si  este  estado  se  prolongaba  mucho),  renacían  los  vicios,  y  predomi- 
naba la  envejecida  costumbre.  Esto  se  verificó  particularmente  en 
la  guerra,  puesto  que  en  la  campaña  era  imposible  exigir  toda  la 
regularidad  que  reinaba  en  los  pueblos:  3^  así  de  ella  se  podrán 
tomar  algunos  ejemplos,  que  muestran  cómo  retoñaban  los  malos 
instintos,  y  debajo  del  cristiano  renacía  el  salvaje. 

Habían  dado  cruel  muerte  los  indios  del  Tape  al  santo  P.  Cris- 
tóbal de  Mendoza;  y  alborotados  los  Guaraníes  cristianos  de  la 
reducción  de  San  Miguel,  que  amaban  entrañablemente  al  Misio- 
nero, resolvieron  formar  escuadrón  y  salir  al  pueblo  de  los  matado- 
res para  vengarle.  No  fué  posible  estorbar  totalmente  su  intento; 
mas  ya  que  estaban  resueltos  á  ir  allá,  exhortáronles  los  Padres  con 
gran  encarecimiento  á  que  no  cometiesen  ningunas  hostilidades,  y  se 
limitasen  á  recoger  y  traerse  consigo  los  restos  del  santo  Misionero. 
Pero  como  en  el  camino  les  hubiesen  acometido  los  mismos  asesinos, 
y  trabando  pelea,  los  hubiesen  derrotado  los  cristianos  de  San  José, 
usaron  éstos  de  la  victoria  del  modo  que  explica  en  carta  anua  el 
Padre  Manuel  Bertot:  «Los  enemigos  comenzaron  á  huir  por  unas 
peñas;  allí  cogieron  uno  por  los  cabellos  y  luego  lo  ahorcaron.  Inso- 
lentes con  la  victoria,  dan  vuelta  por  muchos  pueblos  de  los  enemi- 
gos, donde  hicieron  mucho  daño,  no  perdonando  á  nadie:  que  como 
son  de  suj'o  crueles,  en  la  ocasión,  si  no  hay  quien  les  vaya  á  la 
mano,  hacen  mil  crueldades  y  agravios  á  muchos  inocentes»  (1). 

Este  mismo  instinto  de  dureza  y  crueldad  manifestaban  y  mani- 
festaron siempre  en  los  castigos:  de  forma  que  era  observación  de 
los  Misioneros  que,  si  se  les  encargaba  castigar  con  azotes  á  alguno, 
era  preciso  vigilar  para  que  no  excediesen  en  el  modo,   porque  los 

(1)    BoROA,  52. 

3.    Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  if. 


—  34  - 

daban  tan  sin  compasión,  que  lastimaban  y  estropeaban  al  castigado, 
aunque  éste  fuera  su  propio  hijo  ó  pariente.  Y  por  lo  mismo  estaba 
prohibido  dar  castigos  en  el  campo,  y  todos  se  habían  de  dar  en  el 
pueblo,  donde  se  pudiesen  vigilar. 

En  las  reducciones  en  que  todavía  no  se  podía  usar  del  castigo, 
era  muy  poco  lo  que  se  adelantaba  }'  había  que  tolerar  muchos 
males,  porque  no  se  podían  evitar  (1). 

Cuando  los  Guaraníes  pasaban  largas  temporadas  en  guerra  y  en 
edificaciones  fuera  de  sus  pueblos,  contraían  varios  siniestros,  per- 
dían mucho  del  orden  de  sus  reducciones,  y  se  volvían  insolentes. 
Como  por  otra  parte  eran  de  tan  cortos  alcances,  hacían  á  veces,  aun 
estando  acuartelados,  cosas  que  se  hubieran  tenido  que  castigar  con 
terrible  represión,  de  querer  usar  con  ellos  el  rigor  de  la  disciplina 
militar.  He  aquí  lo  que  refiere  en  una  información  reservada  acerca 
de  ellos  el  Gobernador  Valdés  Inclán,  dando  cuenta  de  la  toma  de 
la  Colonia  en  1705,  en  la  que  por  otra  parte  prestaron  los  Guaraníes 
valioso  servicio,  como  se  verá  luego,  y  atestiguó  el  mismo  Valdés. 
Pero  una  vez  huidos  los  portugueses,  no  fué  posible  contener  á  los 
Guaraníes  que  se  hicieron  insufribles:  «precautando  por  entonces, 
respecto  de  haber  llegado  la  noche,  las  minas  que  debía  presumir 
dejaría  [el  enemigo  portugués],...  puse  la  caballería  en  el  intermedio 
de  nuestro  cordón  y  la  plaza,  con  orden  de  que  no  dejase  pasar  de 
una  á  otra  parte  persona  alguna,  en  particular  á  los  indios,  de  cuya 
brutalidad  é  insaciable  codicia  recelaba  lo  que  experimenté  breve- 
mente; pues  desde  luego  intentaron  con  el  mayor  esfuerzo  introdu- 
cirse dentro,  que  se  les  impidió  con  sumo  trabajo,  á  persuasión  de  los 
oficiales  y  algunos  Padres  que  solicité...  El  día  diez  y  seis  [de  Marzo 
de  1705],  sin  poderlo  remediar,  avanzaron  todos  los  indios  por  todas 
partes  y  se  introdujeron  en  la  plaza,  rempujando  las  guardias  de 
caballería  hasta  el  foso,  fiados  en  que  no  habían  de  usar  las  armas 
contra  ellos...:  3'  habiendo  acudido  al  instante  personalmente  al 
reparo  de  este  desacato,  y  llamado  á  los  Padres  para  que  se  los 
hiciese  salir  fuera,...  no  se  pudo  conseguir:  por  lo  que  me  retiré, 
dejando  á  los  Padres  para  que  los  contuviesen  en  cuanto  estuviera 
de  su  parte.  Y  con  la  noticia  de  que  continuaban  en  sus  insolencias, 
habiendo  entrado  en  la  iglesia,  roto  el  retablo  )'  altar,  deshecho 
una  cureña  y  la  puerta  de  la  plaza  á  hachazos  por  sacarle  el  hierro, 
llevándose  hasta  las  balas,  granadas,  palas,  azadas,  una  campana, 
y  todo  cuanto  encontraban  etc.»  (2).  En  resolución,  hubo  que  hacerles 

(1)  RUYKR,  p.    186. 

(2)  Carta  al  V^irrey  del  Perú:  Skvilla  Arch.  de  Ind.  Charcas,  76.  1.  29. 


-35- 

emprender  en  seguida  el  viaje  de  vuelta  á  sus  pueblos,  á  lo  que  obe- 
decieron gustosos.  Aunque  bien  habría  que  notar  aquí  alguna  exa- 
geración, algún  hecho  que  pudieron  ejecutar  otros  y  ser  atribuido 
á  los  indios;  y  también  la  parcialidad  del  Gobernador,  que  luego 
relata  cómo  tres  soldados  españoles  asaltaron  é  incendiaron  el  pol- 
vorín, creyendo  que  era  tesoro,  causando  el  consiguiente  estrépito, 
daño  y  desgracias  personales,  sin  parecer  que  tiene  el  caso  por  tan 
de  importancia  como  el  de  los  Guaraníes:  y  sobre  todo,  la  grave 
falta  de  ordenar  que  no  se  empleasen  las  armas  contra  los  Guara- 
níes insolentados,  cuando  uno  de  éstos  que  hubiera  caído  herido 
ó  muerto  por  cosa  que  los  Padres  les  intimaban  que  estaba  mal 
hecha,  hubiera  bastado  para  retraer  á  los  demás,  que  con  la  impu- 
nidad se  desvergonzaron  más;  no  obstante,  el  caso  muestra  bien 
cuánto  podía  labrar  la  desmoralización  en  aquellos  ánimos,  que  res- 
pecto á  las  dotes  de  la  naturaleza  estaban  todavía  en  un  estado  de 
semibarbarie. 

Parecidos  ó  peores  efectos  produjo  el  estado  de  guerra  continua 
que  obligaron  á  mantener  los  Comuneros  del  Paraguay  durante 
varios  años,  por  ser  forzoso  estar  prevenidos  para  los  ataques  que 
se  jactaban  iban  á  emprender  contra  las  Doctrinas.  Perdióse  tanto  el 
buen  espíritu,  hubo  tantas  insolencias  y  fué  tal  la  indisciplina,  que  ya 
ni  los  mismos  Misioneros  podían  casi  regir  aquella  multitud  alejada 
de  sus  hogares.  Lo  que  parecería  increíble  es,  que  en  los  mismos  pue- 
blos de  Doctrinas,  nunca  se  pudo  impedir  la  voracidad  propia  de  los 
indios,  ni  remediar  su  imprevisión,  de  que  hay  varios  ejemplos,  y  aquí 
sólo  se  apuntará  uno  que  era  general.  En  una  información  jurada  de 
los  Misioneros  más  antiguos,  que  mandó  hacer  el  Provincial  Padre 
Jaime  de  Aguilar  en  1735,  se  lee  la  pregunta  siguiente  (1):  «13. 
Digan  si  saben  que  dichos  indios,  no  sólo  son  de  poco  cuidado  é  inte- 
ligencia para  aumentar  los  ganados  y  animales,  de  que  carecieron  sus 
antepasados;  pero  de  tan  poca  consideración  y  amor  á  ellos,  general- 
mente hablando,  que  en  brevísimo  tiempo  pierden  y  destruyen  estan- 
cias llenas  y  bien  aviadas;  los  bueyes  que  les  dan  para  arar  los  matan; 
y  las  muías  y  caballos  los  maltratan  y  pierden  ó  dejan  perder.»  Diez 
Misionerosde  los  más  antiguos  y  experimentados  responden  afirmati- 
vamente á  todos  los  extremos  de  esta  pregunta;  y  entre  ellos  el  Padre 
Antonio  de  Ribera,  Cura  de  Santiago  dice:  «y  un  año  le  mataron 
como  quinientos  [buej^es  de  arar  para  comérselos]  por  lo  cual  siempre 
es  necesario  comprar  toros  que  amansar  para   labrar  las  tierras.» 

(1)     Río-Janeiro:  Col.  Ángelis,  XIV.  2. 


-36- 

Todo  lo  cual  servirá  para  ir  formando  cabal  y  verdadero  concepto 
del  indio  y  del  grado  de  perfectibilidad  que  se  le  puede  dar  en  un 
tiempo  limitado.  La  gracia  de  Dios  recibida  en  la  Iglesia  no  cambia 
ni  destruye  la  naturaleza:  sino  que  la  va  modificando  y  desbastando 
poco  á  poco.  Asegura  la  salvación  del  alma,  y  en  cuanto  á  las  cos- 
tumbres, las  modela  gradualmente.  Los  indios  de  Doctrinas  distaban 
mucho  de  ser  un  tipo  de  perfección;  y  los  Misioneros  estuvieron 
siempre  en  verdaderas  misiones,  y  tuvieron  que  padecer  mucho  con 
sus  neófitos.  Pero  no  por  eso  será  razón  despreciar  aquellas  pobres 
gentes,  que  en  muchas  cosas  podían  dar  lecciones  á  otros  más  civili- 
zados que  ellos;  y  que  además  prestaron  á  la  sociedad  que  les  rodeaba 
eminentes  servicios. 


VIII 


141  DE  LA  POSIBILIDAD  DE  INTRODUCIR  EL  CELIBATO 

Y  EL  SACERDOCIO  ENTRE  LOS  GUARANÍES 

Este  parece  el  lugar  propio  para  examinar  el  punto  que  algunos 
autores  han  tratado  meramente  como  complemento  de  sus  noticias 
históricas  (1),  y  algunos  también  como  cargo  hecho  á  los  Jesuítas  (2): 
á  saber,  si  los  indios  Guaraníes  se  hallaban  en  estado  de  observar  la 
castidad  perfectísima  que  pide  el  celibato  cristiano,  y  aun  de  ascender 
á  la  dignidad  sacerdotal,  y  si  los  Jesuítas  los  inclinaron  á  seguir  este 
camino. 

Con  los  datos  que  se  han  podido  reunir  en  los  párrafos  antece- 
dentes, podría  decirse  ya  que  proponer  esta  cuestión  es  darla  por 
resuelta  negativamente.  Porque  ¿cómo  se  puede  imaginar  que  se 
hallen  aptos  para  seguir  desde  luego  la  perfección  de  los  consejos 
evangélicos,  ni  menos  para  ser  investidos  del  Sacerdocio,  unos  hom- 
bres en  quienes  concurren  los  resabios  de  sus  antiguas  costumbres 
que  acaban  de  verse,  y  que  juntamente  dan  muestra  de  tan  limita- 
das facultades  mentales?  Pero  para  disipar  toda  duda,  bueno  será 
añadir  algunos  esclarecimientos. 

Los  Padres  Misioneros,  que  tan  asiduamente  inculcaban  á  los 
Guaraníes  la  doctrina  de  Cristo  nuestro  Señor,  y  les  explicaban  cuál 

(1)  RoBKRTsoN,  Historia  de  América,  lib.  VIII,  nota  41. 

(2)  GoTHKiN,  Phofenhauer. 


-37- 

es  su  significación  y  sus  alcances,  les  dieron  á  entender  también  el 
valor  de  la  virtud  de  la  castidad  y  su  hermosura,  y  cuan  necesaria 
es  en  todos  los  estados  de  la  vida;  y  tanto  con  más  empeño  insistie- 
ron en  este  punto,  cuanto  mayor  era  la  dificultad  que  había  en  ven- 
cer los  envejecidos  hábitos  de  lujuria  de  aquel  pueblo.  Ni  ocultaron 
tampoco  la  alteza  del  estado  de  los  consejos  evangélicos,  que  lleva- 
ban patente  en  sus  propias  personas  y  en  el  proceder  de  su  vida. 
«Hízoseles,  dice  el  P.  Montoya  (1),  muy  buena  relación  de  la  hones- 
tidad de  los  sacerdotes  y  que  por  ese  fin,  lo  primero  en  que  habíamos 
puesto  el  cuidado  había  sido  en  cercar  un  breve  sitio  de  palos,  para 
defender  la  entrada  de  mujeres  en  nuestra  casa,  acción  que  les 
admiró.»  Pero  esta  explicación  produjo  entre  ellos  á  los  principios  el 
efecto  que  se  podía  presumir  de  hombres  tan  encenegados  en  sus 
pasiones.  «Como  bárbaros»,  dice  el  P.  Montoya,  aunque  les  admiró 
la  acción,  «pero  no  la  tuvieron  por  honrosa;  porque  su  autoridad  y 
honra  la  tenían  en  tener  muchas  mujeres  y  criadas,  falta  muy  común 
entre  gentiles.»  De  suerte  que  tenían  á  gala  y  honra  la  misma 
ostentación  de  sus  vergonzosos  vicios. 

Que  la  predicación  de  la  castidad  produjera  sus  efectos,  aun 
á  pesar  de  tan  contraria  disposición,  no  se  puede  dudar;  así  por  los 
que  viéndose  en  enfermedad  grave  se  convertían  y  renunciaban  á  la 
pluralidad  de  mujeres,  como  por  los  que  luego  lo  hicieron  aun  estando 
sanos;  y  muy  especialmente  se  ve  en  un  ejemplar  de  gran  edificación 
que  refiere  el  mismo  misionero.  «Es  costumbre,  dice  (2),  casarlos  en 
teniendo  edad  suficiente,  para  que  el  carecer  de  este  remedio  no  los 
dañe.  Casóse  un  mancebo  de  la  Congregación  con  una  moza  de  su 
edad,  doncella  5^  de  mu}'  buenas  prendas.  El  día  de  su  casamiento,  el 
casto  mozo  habló  á  su  mujer  en  estos  términos:  Si  gustas  de  concu- 
rrir á  mi  determinación,  conoceré  que  me  amas,  y  que  de  veras  me 
has  escogido  por  esposo.  Sabrás  que  mi  deseo  es  de  conservar  la  lim- 
pieza de  mi  cuerpo,  para  que  mi  alma  se  conserve  pura.  Yo  no  he 
llegado  á  mujer,  y  deseo  no  perder  esta  joya;  si  te  place  de  que  como 
dos  castos  hermanos  vivamos  hasta  acabar  la  vida,  será  para  mí  la 
mayor  muestra  que  me  puedes  dar  de  que  me  amas.  Ya  has  oído  lo 
que  los  Padres  nos  dicen  de  la  limpieza,  su  hermosura  y  premio;  la 
fealdad  de  este  vicio,  que  como  á  locos  trae  desenfrenados  á  los  que 
en  él  se  embeben.  Cordura  será,  pues,  que  nosotros  nos  dediquemos 
al  perpetuo  servicio  de  la  Virgen,  Madre  de  pureza,  y  amadora  de 
los  que  en  tan  noble  virtud  la  imitan.   Míralo  bien:  que  el  tiempo  de 

(1)  Montoya,  C'onq.  esp.  §  XI. 

(2)  Montoya,  Conquista,  §  XLVIII. 


-  38- 

esta  vida  es  breve,  el  de  la  otra  eterno,  el  deleite  carnal  brevísimo, 
sin  fin  su  pena;  3^^  si  bien  el  matrimonio  es  lícito  y  bueno,  mejor  es 
(así  lo  dicen  los  Padres)  el  vivir  en  pureza.  Bien  veo  que  los  Padres 
nos  amonestan  A  todos  que  nuestra  perfección  está  en  casarnos  al 
amanecer  del  apetito  del  deleite,  antes  que  nos  coja  la  noche  del 
pecado;  ya  hemos  cumplido  con  casarnos  en  público;  ahora  somos 
herinanos  en  secreto.»  La  joven  manifestó  que  aquellos  eran  también 
sus  sentimientos;  y  en  efecto,  uno  y  otro  vivieron  en  virginidad,  sin 
que  persona  alguna  supiese  del  caso.  Murió  el  mozo  después  de  algún 
tiempo,  habiendo  declarado  todo  esto  en  sus  últimos  días  al  P.  Juan 
de  Porres,  Cura  de  Itapúa:  y  por  ver  el  Padre  las  circunstancias  en 
que  quedaba  la  viuda,  le  propuso  si  sería  bien  casarse  por  evitar 
peligros.  «Respondióle,  sigue  diciendo  el  Padre  Montoj^a,  que  pues 
»había  conservado  su  pureza  con  el  primer  marido,  la  conservaría 
«mejor  sin  tomar  segundo.  Instóla  el  Padre,  celoso  de  los  enemigos 
»que  tiene  esta  virtud.  Ella  le  respondió  que  su  intento  y  propósito 
«firme  era  morir  como  había  vivido;  pero  que  si  á  él  como  á  su  Padre 
»3'  confesor,  le  parecía  que  para  el  bien  de  su  alma  le  estaba  bien 
«casarse,  lo  mirase  bien,  y  lo  encomendase  al  Señor,  y  le  ordenase 
»lo  que  le  convenía.»  No  explica  el  narrador  qué  suceso  tuvo  tan 
resuelta  determinación:  aunque  es  de  creer  que,  miradas  todas  las 
cosas,  se  persuadiría  el  Padre  de  que  un  ánimo  así  dispuesto  podía 
contrarrestar  con  la  ayuda  de  Dios  á  todos  los  riesgos,  por  más  que 
en  realidad  fuesen  grandes;  3^  que  aquella  joven  supo  corresponder 
con  su  perseverancia  de  por  vida  al  favor  que  el  Señor  le  había  hecho 
de  darle  tan  gran  amor  á  la  castidad.  Pero  éste,  3'  algunos  otros 
casos  que  pudieron  ocurrir,  son  excepciones  raras;  3'  la  regla  general, 
que  ninguno  podía  conocer  con  tanta  seguridad  como  los  Misioneros, 
que  trataban  con  los  neófitos  de  continuo,  fué,  según  el  constante  pa- 
recer de  éstos,  que  para  la  salud  de  su  alma  les  era  necesario  casarse 
en  teniendo  edad  conveniente.  Y  así  se  ve  que  ni  están  en  la  verdad 
los  que  han  dicho  que  los  Padres  no  les  propusieron  la  perfección  del 
celibato,  ni  menos  los  que  con  calumnia  manifiesta  acusaron  á  los 
Jesuítas  de  no  dejar  á  los  Guaraníes  libertad  para  el  matrimonio. 

V  si  para  la  vida  de  castidad  perfecta  había  serias  dificultades 
durante  todo  aquel  período,  ma3'ores  es  preciso  reconocerlas  para  el 
sacerdocio  de  los  indios  Guaraníes.  El  sacerdocio  es  en  la  vida  cris- 
tiana el  estado  más  perfecto,  por  la  santidad  de  vida  que  requiere,  3' 
por  los  conocimientos  intelectuales  que  exige  para  ejercer  debida- 
mente los  ministerios  sagrados.  El  nivel  intelectual  de  los  indios  era 
sumamente  bajo:  3"  la  rectitud   de  sus  costumbres  se  había  de  man- 


-39- 

tener  mediante  los  incesantes  afanes  y  desvelos  del  Misionero.  No 
tiene,  pues,  nada  de  singular  que  no  alcanzasen  los  Guaraníes  á 
llenar  las  condiciones  de  cargo  tan  elevado  en  siglo  y  medio  que  con 
ellos  estuvieron  los  Jesuítas. 

Los  que  tocaban  de  cerca  la  condición  de  los  indios,  no  alcanza- 
ban á  entender  cómo  se  hacía  siquiera  la  propuesta  de  conferir  á  los 
indios  el  sacerdocio.  El  que  expresamente  discurre  sobre  ella  es  el 
hermano  Frutos  en  su  tratado  sobre  los  indios  de  Méjico  (1);  y  con- 
cluye que  mientras  no  mudasen  ex  diámetro  en  sus  opuestas  las  cua- 
lidades morales  de  los  indios,  aun  siendo  los  que  eran  después  de 
reducidos  á  pueblos  cristianos,  era  el  mayor  dislate  pensar  en  darles 
órdenes  sagradas  y  dedicarlos  al  santo  ministerio,  á  no  ser  que  se 
quisiera  establecer  por  este  medio  un  semillero  de  pecados  y  des- 
atinos. 

Tráiganse  asimismo  á  la  memoria  los  pareceres  tan  generaliza- 
dos sobre  la  extraña  inferioridad  de  los  indios,  que  llegaban,  como 
se  ha  visto  al  principio,  hasta  negar,  á  lo  menos  con  las  palabras,  la 
racionalidad  en  ellos:  y  efectivamente  los  tenían  por  incapaces  de 
recibir  los  Sacramentos,  excepto  el  Bautismo.  Cuando  se  negaba  en 
todos  los  reinos  del  Perú  el  Santísimo  Sacramento  del  Altar  á  los 
indios,  y  era  necesario  decreto  del  Concilio  de  Lima  para  que  se  les 
diese  el  Viático  en  la  hora  de  la  muerte:  y  cuando  la  práctica  de  los 
Jesuítas  de  darles  la  Eucaristía  por  Pascua  despertaba  los  recelos 
que  constan^de  la  historia:  juzgúese  qué  impresión  podría  producir 
entre  los  moradores  de  raza  europea  la  idea  de  elevar  á  los  indígenas 
al  estado  sacerdotal,  ni  qué  Prelado  habría  que  se  resolviese  á  impo- 
nerles las  manos.  Por  eso  el  Padre  José  de  Acosta,  tratando  de  pro- 
pósito esta  materia,  concluye  que  el  ordenar  los  indios  de  sacerdotes 
fuera  daño  de  ellos,  daño  del  pueblo,  y  no  leve  agravio  del  ministerio 
mismo  (2). 

Es  cierto  que  Felipe  II  por  Cédula  de  1588  (3),  declaró  que  debían 
considerarse  como  aptos  para  ser  ordenados  los  mestizos  en  quienes 
concurriesen  las  calidades  requeridas  por  los  cánones,  sin  que  les 
fuese  estorbo  el  origen;  lo  cual  igualmente  parece  que  había  de 
entenderse  de  los  indios:  y  en  efecto,  Carlos  II  renovó  expresamente 
la  declaración  de  que  los  indios  se  habían  de  tener  por  hábiles  para 
todos  los  cargos,  sea  eclesiásticos,  sea  seculares,  que  exigiesen  lim- 

(1)  Hacia  el  fin. 

(2)  Agosta,  De  promiilgatione  Evangelii  apud  barbaros,  sive  de  procuranda 
indorum  salute,  lib.  VI.  cap.  XIX.  De  Sacerdotiu. 

(3)  Ley  7.  tít.  7.  lib.  1.  R.  I. 


-40- 

pieza  de  sangre,  los  caciques  como  nobles  é  hidalgos,  y  los  simples 
indios  con  la  limpieza  que  se  llamaba  del  estado  general  (Cédula  de 
22  de  Marzo  de  1697).  La  misma  declaración  renovó  Felipe  V  por 
Cédula  de  25  de  Febrero  de  1725,  y  Carlos  III  por  la  suya  de  11  de 
Setiembre  de  1766,  que  á  su  sabor  glosó  á  los  Corregidores  y  Caci 
ques  el  Gobernador  Bucareli.  Pero  como  todas  estas  Cédulas  daban 
únicamente  á  los  indios  la  condición  exterior  de  cierto  estado  legal, 
y  no  podían  darles  las  calidades  de  ingenio,  letras  y  vida  inculpada, 
con  las  demás  que  exigen  los  cánones:  de  aquí  es  que  el  asunto  de  la 
ordenación  de  los  indios  nada  adelantó. 

En  las  Reducciones  de  los  Padres  franciscanos  (de  las  cuales 
alguna  era  veinte  años  anterior  á  las  de  los  Jesuítas,  y  todas  perse- 
veraron después  de  la  extinción  de  la  Compañía),  jamás  se  les  ocurrió 
ni  á  los  Padres  de  San  Francisco  ni  á  los  indios,  que  se  hallasen 
éstos  con  aptitud  para  cursar  estudios  y  ordenarse  de  sacerdotes. 
Otro  tanto  sucedió  respecto  de  los  indios  doctrinados  en  pueblos  por 
Padres  Mercedarios,  ó  por  clérigos  seculares:  y  en  la  misma  capital 
de  la  provincia  del  Paraguay  no  se  vio  nunca  que  fuese  elevado  á  las 
órdenes  sagradas  un  solo  indio  Guaraní.  Y,  lo  que  más  es,  á  pesar 
de  los  fastuosos  planes  del  Gobernador  Bucareli,  no  se  ordenaron  de 
sacerdotes  los  indios  de  Misiones  después  de  expulsados  los  Jesuítas. 
Uno  solo,  para  que  no  faltase  este  ejemplo,  fué  el  que  enviado  á 
Buenos  Aires  por  empeño  del  último  Administrador  general  don 
Cayetano  Pacheco,  siguió  en  el  Seminario  de  aquella  ciudad  cursos 
regulares  de  Filosofía  y  Teología,  y  se  ordenó  de  sacerdote.  Llamá- 
base Javier  Tubichapotá,  y  era  natural  de  Santiago  (1):  sin  que  apa- 
rezca qué  destino  tuvo  luego  de  ordenado. 

Claro  está  que  si  con  el  tiempo  se  hubiesen  modificado  algunas 
cualidades  de  los  indios  y  hubieran  sido  propicias  las  circunstancias, 
se  hubieran  visto  establecidos  en  Misiones  el  celibato  y  el  sacerdocio, 
como  sucede  en  todo  el  mundo  dentro  de  la  Islesia  católica. 


142 


IX 

DAÑOS  INTERNOS  Y  RIESGOS  DE  LAS  REDUCCIONES 

Desde  que  los  Guaraníes  hubieron  conseguido  mantener  mediante 
las  armas  á  buena  distancia  sus  enemigos  exteriores,   parece  que 

(1)     Sevilla:  Arch.  de  Ind.  124.  2.  11. 


-41  - 

habrían  quedado  enteramente  tranquilos  en  sus  pueblos:  y  esto  es  lo 
que  ha  hecho  decir  á  algunos  escritores  que  todo  el  período  de  1650 
á  1767  fué  una  era  de  paz  interior  de  las  Reducciones,  en  que  los 
Jesuítas  no  tropezaban  con  dificultad  alguna. 

Mas,  aunque  las  alteraciones  no  salieran  á  lo  exterior,  no  puede 
dudarse  que  hubo  dificultades  internas,  y  pudo  tenerse  alguna  vez 
como  próximo  el  riesgo  de  perderse  del  todo  el  fruto  espiritual  allí 
conseguido.  Así  lo  revelan  los  pocos  indicios  que  de  este  punto  han 
llegado  á  nuestro  tiempo:  y  así  se  podía  presumir,  dado  que  aquello 
era  sociedad,  no  de  ángeles,  sino  de  hombres:  y  de  hombres  recién 
salidos  de  la  barbarie,  y  á  quienes  no  pocas  circunstancias  exteriores 
convidaban  á  volver  á  ella. 

Uno  de  los  más  graves  daños  y  dificultades  interiores  provenía 
del  carácter  voluble  de  los  indios. 

Cuan  mudable  fuera  su  ánimo,  lo  muestran  los  sucesos  de  las 
primeras  Reducciones,  que  son  de  todos  conocidos  por  el  relato  del 
Padre  Montoya.  Cristianos  fervorosos  eran  los  neófitos  del  pueblo 
de  la  Encarnación  en  el  Guayrá:  habían  abandonado  muchos  sus 
tierras  nativas  para  servir  á  Dios  congregándose  en  aquel  paraje 
donde  asistían  los  Padres:  y  se  iban  entablando  todas  las  santas  prác- 
ticas que  á  los  Misioneros  inspiraba  su  celo.  No  obstante,  aun  entre 
ánimos  tan  bien  dispuestos  halló  traza  el  demonio  para  introducir 
nuevamente  la  más  horrible  superstición  é  idolatría,  de  adorar  cuatro 
cuerpos  muertos  de  antiguos  hechiceros,  retirándose  de  los  ejercicios 
de  piedad  y  aun  de  obligación  los  moradores  del  pueblo:  y  el  daño 
era  gravísimo  y  hubiera  sido  extremo,  á  no  haberlo  atajado  las 
rápidas  disposiciones  adoptadas  por  los  Padres  (1). 

Semejantes  daños  se  experimentaron  en  el  Iguazú,  en  el  Paraná 
y  en  el  Uruguay,  hasta  llegar  á  veces  á  la  matanza  de  los  Misione- 
ros. En  el  Tape,  los  mismos  magos  y  sus  partidarios,  además  de 
haber  dado  muerte  al  P.  Cristóbal  de  Mendoza,  ejercitaron  su  antro- 
pofagia en  los  moradores  de  los  pueblos  cristianos,  poco  antes  de  la 
invasión  destructora  de  los  Mamelucos,  devorando  más  de  trescien 
tos  niños  y  muchos  adultos  (2):  y  fué  menester  salir  á  campaña  con- 
tra ellos  para  que  no  acabasen  de  asolar  las  Reducciones. 

En  el  Paraná  fueron  muchos  los  que  se  dejaron  engañar  de  los 
embustes  y  malvadas  persuasiones  del  hechicero  Juan  Cuará,  así  en 
reducciones  de  Padres  Franciscanos,   como  en  las  de  los  Jesuítas, 

(1)  MoNTOVA.,   Conq.   esp.  §.  XXVIII:   Jorque,  Vida   del   P.   Montoya,  lib.  II. 
cap. 5, 

(2)  Montoya,  Conq.  §.  LXXIII:  Techo,  Hist.  lib.  XI.  cap.  XXIV. 


-42- 

hasta  que  al  fin  se  logró  echar  mano  al  que  era  causa  del  daño  y  de 
las  revueltas  (1). 

Ni  por  hacer  muchos  años  que  estaban  fundadas  las  Reduccio- 
nes, cesaba  aquella  instabilidad  ni  la  propensión  á  dar  crédito 
á  cualquier  embaucador.  Aunque  no  son  abundantes  los  datos,  por 
haberse  dispersado  y  destruido  los  documentos  con  la  expulsión  de 
los  Jesuítas,  y  no  llegar  los  cronistas  más  allá  de  la  mitad  del 
siglo  xvii:  quedan,  sin  embargo,  todavía  bastantes  para  creer  que 
en  el  último  tercio  de  dicho  siglo  hubo  una  terrible  recrudescencia 
de  la  invasión  de  hechiceros,  quienes  entre  otras  cosas,  ejercitaban 
ocultamente  su  maldad  en  dar  j^erbas  venenosas  para  causar  la 
muerte,  y  propagaban  la  más  asquerosa  lujuria  (2). 

Aumentaba  el  daño  en  ocasiones  el  inevitable  trato  con  las  tri- 
bus de  indios  gentiles  confinantes,  que  fácilmente  contagiaban 
á  unos  ánimos  tan  fáciles,  ó  les  inducían  á  alguna  de  sus  antiguas 
costumbres  favorable  á  las  pasiones  y  enemiga  de  la  religión.  Por 
lo  cual  vigilaban  los  Padres  para  que  las  comunicaciones  se  limita- 
sen á  lo  estrictamente  necesario,  y  las  personas  que  intervinieran 
en  ellas  fuesen  de  la  mayor  satisfacción  posible:  providencias  que 
disminuían  el  mal,  pero  nunca  lo  evitaban  del  todo.  Y  en  naturale- 
zas tan  viciosas  en  su  gentilismo,  y  para  quienes  todos  los  que  no 
fuesen  de  su  nación  parece  que  tuvieran  autoridad  )'  crédito  entre 
ellos,  los  mismos  viajes  que  en  expediciones  militares  ó  en  utilidad 
de  su  pueblo  hacían  á  las  tierras  y  ciudades  de  Buenos  Aires, 
Corrientes  ó  Santa  Fe,  eran  de  peligro  para  ellos,  por  ver  allí  cos- 
tumbres y  oir  máximas  de  las  que  de  ordinario  tomaban  lo  malo 
y  dejaban  lo  bueno. 

Los  fugitivos  causaban  también  gran  daño  con  el  mal  ejemplo  de 
abandonar  la  reducción,  para  irse  donde  no  tenían  prácticas  ni  soco- 
rros de  religión,  llevándose  también  muchas  veces  mujeres  que  no 
eran  suyas,  y  viviendo  en  los  bosques  con  tanto  desgarro  como  si 
fueran  gentiles,  ó  mezclándose  con  los  gentiles  mismos. 

En  el  decenio  de  1730  á  1740,  fueron  tan  desastrosas  las  re- 
sultas producidas  en  las  costumbres  de  los  indios  Guaraníes  por 
la  movilización  que  hubo  de  exigirles  el  Gobernador  Zavala  de 
seis  mil  y  á  veces  hasta  doce  mil  soldados,  á  causa  de  los  in- 
cesantes motines  y  amagos  de  los  sublevados  del  Paraguay:  que 
hacia  el  fin  de  ese  período,  habían  caído  en  gran  desaliento  al- 
gunos de  los   Padres   más  experimentados  de   Misiones,   juzgando 

íl)     Techo,  Hist.  lib.  VIL  cap.  XIX. 

(2)     Reglamento  general  de  Doctrinas,  núni.  53. 


-43- 

que  aquella  magnífica  obra  iba  á  perecer,  y  se  tendría  que  aban- 
donar del  todo.  Cosa  parecida  ocurrió  después  de  las  agitaciones 
de  1752  á  1758. 

A  todos  estos  riesgos  y  daños  de  parte  de  los  neófitos,  hay  que 
añadir  el  haber  llegado  en  ciertas  ocasiones  el  atrevimiento  de  algu- 
nos indios,  movidos  de  pasión  contra  su  Doctrinero,  hasta  poner  con- 
tra él  acusaciones  fingidas  de  los  más  feos  delitos  ante  el  tribunal 
eclesiástico  propio  del  religioso,  que  era  el  del  Superior  de  Doctrinas 
y  el  Provincial:  urdiendo  con  tanta  habilidad  su  trama,  y  buscando 
testigos  tan  concordantes,  que  los  Superiores  sentenciaron  contra 
el  Misionero, [¡removiéndole  de  las  Reducciones,  é  imponiéndole  ade- 
más gravísimas  penas:  y  sólo  más  tarde  constó  de  la  inocencia  del 
acusado.  Tal  fué  el  caso  del  P.  Miguel  Marimón,  que  refiere  el 
Padre  Escandón  en  su  Tratado  de  la  mudanza  de  los  siete  pue- 
blos (1):  y  antes  habían  ocurrido  otros:  y  aunque  no  en  gran 
número,  eran  golpes  terribles  para  la  estabilidad  de  las  Doctrinas, 
por  el  gran  escándalo  y  la  desconfianza  que  naturalmente  suscita- 
ban, por  más  reserva  que  en  tramitar  la  causa  se  hubiera  guar- 
dado. 

Otro  riesgo  hubo  en  las  Misiones,  procedente  de  algunos  Padres 
Doctrineros,  quienes  contribuían  á  aumentar  el  número  de  fugiti- 
vos con  el  exceso  y  dureza  en  la  aplicación  de  los  castigos.  De  esto 
se  hallan  varios  rastros  en  el  libro  de  Ordenes  de  los  Generales 
y  Provinciales.  Por  eso  mismo  anduvieron  muy  vigilantes  los  Supe- 
riores y  reprimieron  con  mano  fuerte  á  los  que  así  procedían,  de  lo 
cual  aparecen  aun  hoy  mismo  en  los  documentos  que  han  sobre- 
vivido alguno  que  otro  ejemplar. 

Alarmada  la  Congregación  provincial  XVII  del  Paraguay  (que 
se  tuvo  en  el  mes  de  Octubre  de  1717)  con  los  avisos  del  P.  General 
de  la  Compañía  y  los  pareceres  de  algunos  Padres  de  la  provincia, 
pidió  en  la  sesión  segunda  que  se  procurasen  rectificar  ante  su  Pater- 
nidad algunas  insinuaciones  y  algunos  informes  errados  que  daban 
por  resultado  el  oscurecer  y  manchar  la  fama  de  los  Misioneros: 
resolviendo  que  así  se  hiciera  en  exposición  separada  (2).  A  la  expo- 
sición y  defensa  respondió  el  P.  Tamburini  con  fecha  de  31  de 
Marzo  de  1726:  «Los  actuales  Misioneros  desvanecen  con  su  reli 
giosidad   cualesquiera  desfavorables  sospechas,  si  las  hubo,  contia 


(1)  Escandón,  Transmigración  §.  8. 

(2)  «An  diluendae  essent  apud  R.  P.  N.  quaedam  scintillae  et  falsae  infoima- 
tiones,  quibiis  Missionariorum  nostrorum  fama  dedecorari  videbatur.  Responde- 
runt  plerique,  in  charla  separata  id  faciendum.» 


-44- 

los  anteriores:  y  esto  mismo  se  espera  que  harán  los  que  les  suce- 
dan en  adelante»  (1). 

Otro  exceso  hubo  en  los  Doctrineros,  y  fué  el  de  procurar  enri- 
quecer siempre  más  )'  más  la  iglesia  con  nuevos  ornamentos  y  vasos 
sagrados,  y  el  guardarropa  de  fiesta  de  los  indios  con  nuevos  y  luci 
dos  trajes  para  cabildantes,  músicos  y  militares:  en  lo  cual  les  ayu- 
daba la  inclinación  misma  de  los  indios,  de  quienes  testifica  el  Padre 
Parras  en  su  visita  de  las  reducciones  de  San  Francisco,  que  eran 
extraordinariamente  aficionados  á  multiplicar  las  alhajas  y  aumen- 
tar el  adorno  de  cuanto  les  servía  al  culto  divino,  y  ponían  en  ello 
todo  empeño  (2).  Este  exceso,  aunque,  como  se  ve,  no  participaba  de 
las  pésimas  calidades  del  anterior,  de  ser  contra  la  justicia,  contra 
la  humanidad  y  ruinoso  para  las  Doctrinas;  se  procuró,  no  obstante 
reprimir  con  varias  medidas,  que  si  no  lo  remediaron  del  todo, 
lograron  á  lo  menos  disminuirlo  sensiblemente. 

Todo  esto  muestra  que,  sin  contar  con  la  perpetua  solicitud  en 
que  estaban  los  Doctrineros,  para  lograr  de  la  indolente  y  aniñada 
condición  de  los  indios  siquiera  el  suficiente  trabajo  para  que  no 
entrase  entre  ellos  la  terrible  plaga  del  hambre:  brotaba  en  los 
indios  reducidos,  y  en  algunos  de  los  mismos  Doctrineros,  la  miseria 
y  desorden  del  elemento  humano,  propio  de  toda  sociedad,  constitu- 
yendo los  daños  y  peligros  interiores:  y  que  sólo  merced  á  una  per- 
petua vigilancia  y  resolución  de  los  superiores  mayores  de  no  tran- 
sigir con  el  mal,  sino  perseguirlo  y  extirparlo  por  todos  los  medios 
que  dictaba  la  integridad  y  la  prudencia,  se  pudieron  atajar  á  veces 
del  todo  y  prevenir  casi  siempre  (cortando  las  causas),  sus  pernicio- 
sos efectos. 

(1)     «Praesentes  Missionarii  sua  relig'iositate  diliuint  sinistras  opiniones,  si 
quae  fuerimt,  contra  praeteritos:  et  hoc   idem  speratur  praestandum  a  futuris». 
^2)     Parras,  Diario  y  derrotero,  cap.  V,  §.  III. 


CAPITULO  II 

EFECTOS  EN  EL  RESTO  DEL  PAÍS 


1.  Defensa  de  las  fronteras.— 2.  Auxilio  militar,  primera  toma  de  la  Colonia.— 
3.  Auxilio  militar,  empresas  posteriores  contra  la  Colonia. — 4.  Auxilio  militar  en 
varias  otras  ocasiones. — 5.  Auxilio  en  las  obras  públicas.— 6.  Inmigración  euro- 
pea.— 7.  Dilatación  del  territorio. 

Acabamos  de  ver  que  en  virtud  de  los  esfuerzos  de  los  Jesuítas, 
y  gracias  á  lo  concertado  de  sus  disposiciones  y  del  sistema  por  ellos 
entablado,  se  había  logrado,  no  sólo  asegurar  la  salvación  é  ins- 
trucción cristiana  de  millares  de  almas,  sino  también  conservar  la 
raza  indígena,  afirmar  la  paz  interior,  defender  aquel  territorio  de 
enemigos  exteriores,  resguardar  la  libertad  del  indio,  y  perfeccio- 
narlo en  cuanto  lo  permitían  sus  circunstancias  con  el  ejercicio  de  la 
agricultura  é  industria.  Aunque  no  se  hubieran  extendido  á  más  los 
efectos  del  régimen  establecido  por  los  Jesuítas,  hubieran  sido  ellos 
solos  muy  dignos  de  atención;  pues  de  una  organización  social  dada, 
lo  principal  que  se  pide  es  que  sea  conducente  al  bienestar  y  prosperi- 
dad temporal  del  pueblo  al  cual  se  aplica,  con  subordinación  al  último 
fin.  Vamos,  empero,  á  mostrar  en  este  capítulo  otra  serie  de  efec- 
tos, que,  aunque  á  veces  hayan  sido  poco  reparados,  son  sin  embargo 
de  gran  importancia:  y  muestran,  no  tanto  el  acierto  de  los  Jesuí- 
tas, cuanto  la  admirable  fecundidad  y  beneficio  de  la  religión  cris- 
tiana, que,  habiendo  sido  instituida  para  la  felicidad  eterna,  es  tan 
abundante  aun  en  bienes  temporales,  como  si  hubiese  sido  instituida 
para  felicidad  de  este  mundo. 


I 

DEFENSA  DE  LAS  FRONTERAS  ^^*^ 

Podía  pensar  alguno,  y  no  faltó  entre  los  émulos  de  los  Jesuítas 
quien  lo  dijera,  que  los  Guaraníes  eran  inútiles  al  país  en  cuya  juris- 


-46  - 

dicción  vivían  y  A  la  Corona  de  España.  Pero  seguramente  que  no 
eran  de  esa  opinión  los  Reyes  mismos  de  España.  Felipe  III  decía 
que  era  interés  de  todos  la  conservación  de  los  indios  en  general, 
porque  si  ellos  faltasen,  todo  perecería  (1).  Felipe  IV  reconocía 
que  debía  más  reinos  á  estos  indios,  que  no  á  sus  soldados  (2). 
Y  Felipe  V,  para  omitir  otros,  después  de  haber  enumerado  muchos 
servicios  de  estos  mismos  indios  Guaraníes  de  Doctrinas  en  la 
Cédula  de  1716,  (3)  concluye  que  siempre  que  se  ofresca  ejecutar 
cualquiera  facción  de  mi  Real  servicio...  ó  que  la...  Plasa  [de  Bue- 
nos Aires]  se  halle  necesitada  de  auxilio,...  los  que  comnás  breve- 
dad acuden  á  socorrerla  son  los  Indios  de  dic/ias  Misiones. 

En  efecto,  la  situación  del  territorio  de  las  Doctrinas  era  tal, 
que  en  solo  defender  los  indios  sus  tierras  y  moradas,  hacían  á  la 
Corona  de  España,  y  A  las  naciones  que  de  sus  posesiones  en  Amé- 
rica se  han  formado,  un  servicio  positivo  y  de  gran  importancia:  el 
de  defenderles  las  fronteras,  y  mantener  la  integridad  de  su  territo- 
rio. Las  Doctrinas  estaban  en  la  frontera  oriental  de  las  posesiones 
españolas  con  Portugal:  y  las  tnirasde  esta  ilación,  dice  el  Virre}' 
Arredondo  en  la  Memoria  escrita  para  su  sucesor,  se  han  dirigido 
siempre  á  hacerse  dueños  del  continente,  y  avanzarse  después  hasta 
el  Peni...,  (4)  sistema  que  desde  el  principio  de  la  conquista  for- 
maron con  tanto  ardor  como  injusticia...  (5)  Estas  provincias  son 
el  blanco  á  que  hacen  su  tiro  desde  principios  del  siglo  XVI,  sin 
que  los  haya  cansado  la  fatiga.  (6)  Ya  siglo  y  medio  antes  era 
patente  este  designio,  y  de  él  decía  en  su  Memorial  de  1643  el  Padre 
Montoya:  (7)  De  sus  intentos  de  conquistar  al  Pirú,  consta  por  los 
papeles  auténticos  y  cartas  de  la  Audiencia  de  Charcas,  y  de  otras 
personas  celosas  del  servicio  de  V.  M. 

No  pertenece  á  nuestro  intento  el  exponer  esta  cuestión  de  lími- 
tes, ni  sus  diversos  incidentes  en  la  línea  señalada  por  el  Papa  Ale- 
jandro VI  cien  leguas  al  occidente  de  las  islas  de  Cabo  Verde;  en 
la  línea  de  Tordesillas,  retirada  270  leguas  más  al  occidente;  en  los 
sucesivos  movimientos  de  esta  línea  de  parte  de  los  portugueses, 
que  unas  veces  la  hacían  correr  al  este  y  otras  al  oeste  según  su 
conveniencia;  en  su  empeño  de  que  se  contaran  leguas  más  largas 


(1)  Ordenanza  26  del  servicio  personal,  ley  6.  tít.  10.  lib.  6.  R.  I. 

(2)  Jarque,  Insig-nes  Misioneros,  lib.  3.  c.  9.  n.  5. 

(3)  Supra  lib.  I.  c.  13,  §  5. 

(4)  Trelles,  Revista  de  la  Biblioteca,  líl.  347. 

(5)  Ibid.  377. 

(6)  Ibid.  383. 

(7)  Montoya,  Memorial,  n.  16. 


-47- 

de  lo  ordinario,  de  17  y  media  al  grado;  en  los  amaños  con  que  se 
negoció  el  tratado  de  1750;  concesiones  extrañas  del  de  1777;  y  per- 
petuas dilaciones  por  más  de  cincuenta  años,  en  que  los  comisarios 
portugueses  nunca  llegaron  á  demarcar  la  línea  divisoria,  estable- 
ciendo entretanto  de  hecho  fuertes  y  poblaciones  los  gobernadores  de 
Portugal,  cada  vez  más  adentro  del  territorio  sujeto  á  demarcación. 
Materia  es  ésta  que  otros  han  examinado  largamente,  y  puede  verse 
resumida  con  mucha  inteligencia  en  la  Historia  argentina  de  Domín- 
guez (1).  En  todos  estos  manejos  es  evidente  que  los  Guaraníes  eran 
un  estorbo  perpetuo  para  realizar  el  plan  explicado  por  el  Virrey 
Arredondo;  y  desde  que  tuvieron  las  armas  de  fuego,  constituyeron 
una  barrera  infranqueable;  y  por  sus  tierras  no  volvieron  á  pasar 
los  portugueses  en  dirección  al  Perú. 

Ni  se  limitaron  los  Guaraníes,  industriados  por  los  Jesuítas  y 
obedeciendo  las  órdenes  de  los  gobernadores  de  estas  provincias, 
á  custodiar  aquella  frontera,  perpetuamente  amenazada,  con  no  dejar 
penetrar  á  los  enemigos  al  través  del  territorio,  sino  que  estable- 
cieron guardias  en  los  puntos  más  avanzados,  como  lo  eran  los  Pina- 
res; y  salieron  en  varias  ocasiones  á  destruir  los  fuertes  que  los  por- 
tugueses levantaban  en  terreno  de  España;  )'  enviaron  en  cierto 
tiempo  todos  los  años  sus  destacamentos,  que  recorriesen  los  para- 
jes sospechosos,  para  prevenir  cualquier  novedad. 

De  este  modo  el  sistema  de  los  Jesuítas  sirvió  para  que  se  man- 
tuviesen defendidas  las  fronteras  con  el  portugués.  Y  así  se  echará 
bien  de  ver  como  no  era  una  palabra  vacía  ó  un  vano  título  el  que 
daba  á  los  Guaraníes  en  1649  el  conde  de  Salvatierra,  virrey  del 
Perú,  al  declararlos  por  presidiarios  del  presidio  y  opósito  de  los 
Portugueses  del  Brasil,  (2)  sino  que  les  confería  un  cargo  que  les 
costó  grandes  desvelos,  y  riesgos  de  sus  personas  y  de  sus  vidas.  Ya 
hemos  visto  con  cuánto  encarnizamiento  pretendieron  los  paulistas 
durante  varios  años  forzar  aquel  paso  y  destruir  aquella  barrera.  Ni 
entonces  ni  después  se  halla  un  ejemplar  de  que  los  paraguayos 
ó  españoles  americanos  de  la  Asunción  midiesen  sus  fuerzas  ú  opu- 
sieran sus  armas  á  los  Mamelucos,  observación  que  ya  antes  de 
ahora  se  ha  hecho:  sólo  los  indios  Guaraníes  de  las  Doctrinas  son 
los  que  defendieron  y  mantuvieron  inmutable  la  frontera.  Y  cuando 
más  tarde  estuvieron  fundadas  las  Misiones  de  Mojos  y  Chiquitos, 
también  allí  se  hubo  de  detener  y  estrellar  la  ola  de  la  invasión  portu- 
guesa. Yaun  por  conocer  este  efecto  del  sistema  que  los  Jesuítas  enta- 

(1)  Domínguez,  Historia  argentina,  secc.  III.  cap.  VII. 

(2)  Provisión  de  14  de  Febrero  de  1649:  Apend.  núm.  5. 


-48- 

blaban  en  sus  Misiones,  fué  por  lo  que  emplearon  los  portugueses,  y 
sus  aliados  los  ingleses,  tantos  manejos  antes  y  después  del  tratado  de 
1750,  para  que  de  todas  aquellas  Misiones  fueran  echados  los  Jesuí- 
tas, y  sustituidos  por  otros,  cuyo  régimen  no  les  cerrara  tan  fuerte- 
mente el  acceso  por  las  fronteras  de  España;  como  largamente  lo 
prueba  el  P.  Escandón  (1). 


II 


*44  AUXILIO  MILITAR:  PRIMERA  TOMA  DE  LA  COLONIA 

Grande  era  el  servicio  que  prestaban  los  Guaraníes  al  país,  ase- 
gurando del  enemigo  portugués  la  frontera:  pero  no  se  limitó  á  esto 
la  acción  de  aquellos  naturales.  Organizados  militarmente,  salieron 
de  su  país  como  milicias  regulares,  cuantas  veces  les  llamaron  los 
Gobernadores  de  las  dos  provincias  en  que  radicaban,  y  llevaron  su 
valioso  auxilio  á  los  españoles,  sea  contra  enemigos  exteriores  euro- 
peos, sea  contra  indios  bárbaros,  sea  contra  subditos  sediciosos 
y  rebeldes.  En  la  imposibilidad  de  exponer  largamente  esas  expedi- 
ciones, que  ocupan  más  de  cien  años  de  la  vida  de  las  Doctrinas,  y  de- 
ben estudiarse  en  la  Historia  particular  de  estas  regiones,  nos  con- 
cretaremos á  hablar  de  las  hechas  á  la  Colonia,  é  insinuar  brevemente 
las  demás. 

La  ciudad  de  la  Colonia  del  Santísimo  Sacramento,  es  hoy  una 
población  de  3.000  habitantes  (2),  perteneciente  á  la  República  Orien- 
tal del  Uruguay,  y  cuyas  coordenadas  geográficas  son  34°  28'  20" 
de  latitud  S.  y  60°  13'  50"  de  longitud  O.  de  París  (3).  Á  distancia 
de  poco  más  de  siete  leguas  del  Puerto  de  Buenos  Aires,  enfrente 
y  en  la  ribera  septentrional  del  río  de  la  Plata,  se  hallan  situadas  las 
islas  de  San  Gabriel,  que  son  las  llamadas  del  Farallón,  San  Gabriel, 
Lopes  del  Este  (ó  Antón  López),  y  López  del  Oeste  (ó  Arrebataca- 
pas,  y  también  Isla  del  Inglés).  Dejan  estas  islas  entre  sí  unos  cana- 
les por  los  cuales  se  penetra  en  un  puerto  más  abrigado  y  cómodo 
que  el  de   Buenos  Aires,   y  tienen  media  legua  alNNO.  otras  tres 

(1)  Transmigración  de  los  siete  pueblos,  Ms.  §  1  y  sig.' 

(2)  Orestes  Araujo,  Geografía  de  la   Rep.  Oriental  del  Uruguaj',  2.^  ed.  1895. 
página  194. 

(3)  Lobo  y  Riudavets,  Manual  de  la  navegación  del  Río  de  la  Plata,  Madrid, 
868,  pág.  119:  Faro  de  la  Colonia. 


—  49- 

islas  llamadas  de  Hornos.  Este  fué  el  paraje  que  en  1679  eligieron 
los  portugueses  para  fundar  en  territorio  indisputablemente  espa- 
ñol una  ciudad  con  nombre  de  Colonia  del  Santísimo  Sacramento, 
que  por  espacio  de  cien  años  fué  un  verdadero  padrastro  del  comercio 
de  España;  pues,  hallándose  á  la  vista  de  Buenos  Aires,  ya  se  deja 
entender  el  extraordinario  contrabando  á  que  se  prestaba,  y  que  ni 
un  instante  dejaron  de  aprovechar  los  portugueses,  y  sus  aliados  los 
ingleses.  Del  intento  de  los  portugueses  y  de  los  preparativos  que 
se  hacían  en  Río  Janeiro  para  trasportar  en  catorce  embarcaciones 
gente,  con  pertrechos  de  boca  y  guerra,  y  con  todo  lo  necesario  para 
fundar  una  ciudad  en  las  regiones  del  Plata,  tuvo  aviso  el  mismo 
año  de  679  el  Gobernador  de  Buenos  Aires  Don  José  de  Garro,  que 
acababa  de  serlo  del  Tucumán  3^  después  lo  fué  de  Chile  por  diez 
años;  porque  Don  Felipe  Rege  Gorbalán,  Gobernador  del  Paraguay, 
que  fué  á  quien  primero  llegó  la  noticia,  despachó  al  punto  correo 
al  Gobernador  y  también  á  las  Doctrinas,  por  lo  mismo  que  se  decía 
que  los  portugueses  querían  invadirlas,  á  fin  de  distraer  á  los  indios 
en  su  defensa,  para  que  no  acudiesen  á  estorbarles  el  intento. 

Dispuso  el  Gobernador  de  Buenos  Aires  que  saliesen  de  los  pue- 
blos de  Doctrinas  exploradores,  para  recorrer  los  caminos  por  donde 
se  sospechaba  que  pudieran  llegar  los  portugueses;  y  que  se  devol- 
vieran á  los  indios  las  armas  de  fuego,  que  por  las  calumnias  suscita- 
das contra  los  religiosos  habían  ido  á  parar  á  la  Asunción,  dejando 
desarmados  los  pueblos  (1).  Pero  de  ochocientas  bocas  de  fuego  que 
pertenecían  á  los  Guaraníes,  la  mayor  parte  de  ellas  habían  sido 
distraídas,  y  apenas  alcanzaron  á  doscientas  setenta  las  que  se  les 
enviaron  (2). 

Las  exploraciones  se  ejecutaron,  enviando  tres  escuadras  de  á 
cuatrocientos  hombres,  una  hacia  el  alto  Paraná,  otra  hacia  San 
Pablo,  y  la  tercera  hacia  la  ribera  del  mar,  por  lo  que  ahora  es  costa 
de  la  República  oriental.  Las  dos  primeras  nada  encontraron;  mas 
la  tercera  tuvo  la  buena  suerte  de  capturar  al  Teniente  General 
Jorge  .Suárez  Macedo,  que,  habiendo  perdido  el  buque,  caminaba 
por  tierra  con  otros  veintidós  portugueses,  dirigiéndose  sin  saber 
los  caminos  hacia  el  punto  dónde  habían  resuelto  fundar  su  Colonia. 
Tomaron  los  Guaraníes  toda  aquella  partida,  y  la  condujeron  al 
primer  pueblo  de  Doctrinas,  Yapeyú,  cien  leguas  de  allí;  de  donde 
más  tarde,  á  pesar  del  empeño  del  portugués  en  ir  á  juntarse  con  su 
General,  y  de  ciertas  embozadas  amenazas,  el  Superior  de  Doctrinas 

(1)    Vid.  lib.  I.  cap.  VI.  Milicia,  §  3. 

(2j     Xarque,  Insignes  miss.,  parte  III.  cap.  X.  n.  1. 

4    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes. -tomo  n. 


-  50- 

P.  Cristóbal  Altamirano,  natural  de  Santa  Fe,  lo  remitió  con  buena 
escolta  al  Gobernador  Garro,  quien  le  obsequió  como  convenía;  y 
entre  otros  festejos  le  hizo  presenciar  el  de  la  escaramuza  ó  simula- 
cro de  los  Guaraníes  que  llevamos  referido  (1);  y  últimamente  le 
detuvo  en  Buenos  Aires. 

No  se  descuidaba  entretanto  el  solícito  Gobernador  de  esta  plaza; 
y  mientras  los  Guaraníes  exploraban  por  tierra,  él  hacía  explorar 
la  costa  con  un  bergantín,  que  recorrió  todas  las  ensenadas  de  la 
costa  donde  pudo  sospechar  que  hubiesen  hecho  pie  los  portugueses. 
Pero  jamás  pensó  que  dentro  del  río  y  á  la  vista  de  Buenos  Aires 
mismo  se  hubiesen  atrevido  á  establecerse,  y  así  volvió  sin  haber 
hallado  rastro  de  ellos.  No  habían  pasado  muchos  días,  cuando  cier- 
tos trabajadores  españoles  que  recorrían  los  campos  de  la  otra  banda 
para  hacer  leña,  descubrieron  la  población  ya  fundada,  de  lo  cual 
dieron  aviso  al  Gobernador.  Envió  entonces  éste  un  barco  con 
oficiales  de  toda  satisfacción,  para  enterarse  de  la  verdad  del  hecho, 
y  hacer  información  jurídica;  y  hallaron  efectivamente  una  ciuda- 
dela  con  su  fortaleza  y  baluarte,  artillería,  tropa  y  vecinos,  con 
cuanto  era  necesario  para  el  establecimiento  definitivo  de  una  ciudad 
y  plaza  fuerte.  Con  pleno  conocimiento  del  hecho,  hizo  don  José  de 
Garro  un  requirimiento  á  don  Manuel  Lobo,  General  portugués,  que 
aparecía  como  el  jefe  de  toda  la  empresa,  para  preguntarle  sobre  el 
derecho.  La  respuesta  fué  que  aquel  era  territorio  portugués,  y  él 
venía  enviado  por  el  Acuerdo  de  Río  Janeiro  á  fundar  en  territorio 
propio.  Causó  estupefacción  en  Buenos  Aires  semejante  audacia. 
Mas  el  prudente  Gobernador,  que  quería,  si  pudiese,  no  entrar  en 
guerra  con  Portugal,  con  quien  diez  años  antes  se  habían  hecho  las 
paces,  después  de  notorios  reveses  de  los  castellanos;  3'  caso  de 
hacer  la  guerra,  quería  entrar  en  ella  bien  armado  de  razón  y  justi- 
cia, hizo  una  junta  de  las  personas  de  más  autoridad  y  saber  en 
Buenos  Aires,  y  con  parecer  de  ella,  envió  comisionados  inteligentes, 
que  mostrasen  á  don  Manuel  Lobo  el  error  que  había  asentado 
Mostraron  los  comisionados  con  las  mejores  cartas  holandesas  3'  de 
otros  cosmógrafos  desapasionados,  y  aun  con  las  mismas  portu- 
guesas, que  la  línea  divisoria  de  Tordesillas  caía  cien  leguas  al  Este 
de  la  Colonia:  alegaron  la  posesión  real,  actual  3'  aun  jurídica  de 
más  de  un  siglo:  recordaron  los  hechos  de  haber  desalojado  los  espa- 
ñoles á  los  portugueses  cuando  quisieron  fundar  en  Santa  Catalina, 
que  está  doscientas  leguas  más  cerca  del  Río  Janeiro  que  la  Colonia. 

(1)     Lib.  1.  cap.  VI:  Milicia,  §  5. 


-51- 

A  todas  estas  razones  no  halló  qué  responder  Lobo,  sino  presentar 
un  mapa  recién  hecho  el  año  anterior  de  1678  en  Lisboa,  en  el  que 
la  línea  divisoria  se  marcaba  de  suerte  que  comprendía  toda  la  juris- 
dicción de  la  provincia  del  Paraguay  y  la  de  Buenos  Aires,  con  todas 
sus  ciudades  y  poblaciones;  y  aun  algunos  de  los  portugueses  de  su 
comitiva  sostuvieron  que  la  divisoria  encerraba  por  la  parte  de 
Portugal  las  minas  de  Potosí.  Apretado  con  nuevos  requirimientos 
sobre  aquel  mapa  falso,  respondió  que  allí  estaba  por  orden  de  su 
Rey,  y  allí  se  mantendría  mientras  su  Rey  no  mandase  otra  cosa. 

Ya  el  conflicto  no  tenía  avenencia  posible.  Era  una  invasión  en 
plena  paz  y  de  mala  fe.  El  Gobernador  Garro  hizo  nuevo  requiri- 
miento,  protestando  que  el  portugués  sería  responsable  de  todos  los 
daños  de  la  guerra  defensiva,  que  se  veía  obligado  á  entablar,  para 
evitar  la  usurpación  manifiesta  de  los  dominios  de  España.  Y  multi- 
plicando correos,  despachó  las  diligencias  obradas  á  la  Audiencia  de 
Charcas,  y  al  Virrey  del  Perú,  que  aprobaron  la  guerra  defensiva; 
al  mismo  tiempo  que  pedía  soldados  al  Gobernador  de  Tucumán, 
y  mandaba  juntar  los  de  su  provincia  procedentes  de  Corrientes,  de 
Santa  Fe  y  de  la  misma  ciudad  de  Buenos  Aires.  Cuatrocientos  sol- 
dados le  llegaron  de  Córdoba.  Con  éstos  y  con  la  gente  que  tenía  en 
Buenos  Aires,  se  formaba  ya  un  ejército  de  dos  mil  españoles.  Mas 
no  fueron  éstos  los  que  el  Gobernador  envió  á  la  empresa,  sino  que 
los  reservó  para  el  caso  de  algún  lance  adverso. 

Los  que  sitiaron  la  Colonia  y  le  dieron  el  asalto,  fueron  tres  mil 
indios  Guaraníes  de  la  milicia  de  las  Doctrinas,  sesenta  españoles  de 
Santa  Fe,  ochenta  de  las  Corrientes  y  ciento  veinte  de  Buenos 
Aires.  Había  el  Gobernador  enviado  sus  despachos,  en  que  mandaba 
á  los  Corregidores  de  los  pueblos  sujetos  á  su  jurisdicción  reunir 
hasta  el  número  de  tres  mil  indios  soldados,  que  se  habían  de  juntar 
en  Yapeyú,  la  más  meridional  de  las  reducciones,  y  esperar  allí  los 
Cabos  españoles,  que  él  les  enviaría;  y  juntamente  escribió  carta  de 
exhortación  en  que  pedía  lo  mismo  al  Padre  Superior  de  las  Doc- 
trinas. Y  fué  tanta  la  diligencia  que  tuvieron  los  indios  en  obedecer, 
que  en  once  días  desde  que  llegó  el  emisario,  se  hallaron  juntos  en 
Yapeyú  los  tres  mil  Guaraníes,  no  obstante  haber  de  venir  algunos 
de  parajes  tan  distantes.  Y  como  no  llegasen  los  cabos  españoles  en 
el  tiempo  que  el  Gobernador  había  señalado,  resolvieron  los  indios 
irse  acercando  á  la  Colonia,  que  distaba  doscientas  leguas;  como  lo 
hicieron  con  sus  capellanes  Jesuítas,  divididos  en  tres  tercios  de  á 
mil,  cada  uno  á  cargo  de  un  Maestre  de  campo,  indio  valiente  y 
capaz.  Bajó  una  banda   embarcada  por  el    río  Urugua3^  y  las  otras 


-  52  - 

dos  por  tierra  con  gran  orden,  hasta  llegar  ;l  dos  ó  tres  leguas  del 
paraje  de  la  Colonia,  donde  se  pusieron  á  la  disposición  del  Maestre 
de  Campo  general  que  había  nombrado  el  Gobernador  Garro,  que 
era  el  santafecino  don  Antonio  de  Vera  y  Mujica.  Este  los  ejercitó 
en  la  disciplina  militar,  mientras  iban  llegando  las  fuerzas  españolas 
arriba  dichas,  que  al  cabo  sumaron  como  hasta  trescientos  hombres. 

Teniendo  ya  bloqueada  el  Maestre  de  Campo  Vera  la  nueva 
Colonia,  procuró  infundir  temor  á  los  portugueses,  haciendo  pasar 
revista  á  todas  sus  tropas  dispuestas  en  batalla  á  lo  lejos;  y  porque 
todos  eran  tropa  de  á  pie,  y  sin  artillería,  hacía  pasar  en  la  reseña 
gran  cantidad  de  caballos,  que  habían  traído  los  Guaraníes,  sin 
llevar  jinetes  montados;  como  igualmente  hacía  repetir  el  desfile  de 
unas  mismas  compañías  como  si  fuesen  distintas.  Todo  lo  cual  llegó 
á  hacer  creer  á  los  portugueses  que  el  ejército  era  mucho  más  nume- 
roso aún  de  lo  que  en  realidad  era;  con  ser  así  que  ya  lo  era  mucho, 
3^  raras  veces  se  juntaban  en  estos  países  tropas  tan  numerosas  orde- 
nadas. Con  esto  urgían  á  su  general  don  Manuel  Lobo,  para  que 
cediese  á  los  requirimientos  del  español,  que  don  Antonio  de  Vera 
continuaba  en  enviar,  porque  ellos  no  podrían  contra  tantos,  y  sería 
una  temeridad  el  resistir  á  tan  crecido  número  de  tropas.  Mas  el 
capitán  lusitano  se  obstinaba  cada  día  más,  esperando  el  refuerzo 
que  tenía  pedido  á  Río  Janeiro  y  que  nunca  le  llegó,  y  quizá  figuran, 
dose  que  tantos  exhortos  y  negociaciones  significaban  algún  temor- 
Todavía  en  13  de  Julio  de  1680  escribió  una  carta  al  Cabildo  secular 
de  Buenos  Aires,  procurando  sincerar  su  conducta,  y  advirtiéndoles 
que  ya  se  trataba  del  punto  entre  las  Cortes  de  Madrid  y  Lisboa, 
porque  él  había  dado  aviso,  y  que  debían  esperar  á  que  allá  se  resol- 
viese; y  de  otro  modo  serían  responsables  de  los  daños.  Mas  el  Ca- 
bildo brevemente  le  respondió  lo  que  debía  y  se  refirió  en  todo  á  lo 
que  tenía  ordenado  el  Gobernador  Garro  (1).  Viendo  que  el  invierno, 
que  por  añadidura  fué  muy  riguroso,  producía  muy  mal  efecto  en 
las  tropas,  el  Maestre  de  Campo  pidió  al  Gobernador  licencia  de 
acometer  á  la  plaza,  y  el  Gobernador  le  autorizó  para  ello. 

Ordenadas  las  tropas  en  la  noche  del  seis  de  Agosto,  se  fueron 
acercando  en  silencio  á  la  ciudad.  Había  resuelto  Vera  que  delante 
de  todo  el  ejército  fuesen  arreados  los  cuatro  mil  caballos  que  para 
la  campaña  habían  traído  los  Guaraníes,  }'  que  precediesen  á  todos, 
sin  llevar  jinete  alguno;  porque  de  este  modo  los  primeros  tiros  de 
la  artillería  portuguesa  se  ejercitarían   en  ellos,  é  inmediatamente 

(1)    Véase  la  carta  y  la   respuesta  en  Gakcía  Mekou,    Historia  Argentina,  Bue- 
nos Aires,  1899.  tom.  I,  pág.  213. 


-53- 

después  podrían  acometer  las  demás  tropas  á  su  salvo.  Pero  míen 
tras  ya  comenzaban  á  marchar,  dieron  muestras  de  su  sentimiento 
los  capitanes  indios,  diciendo  que  por  este  medio  iban  al  matadero 
y  no  á  la  victoria.  Preguntados  por  qué,  respondieron  que  los  caba- 
llos, espantados  de  los  tiros,  habían  de  revolver  contra  ellos  en  des- 
orden, y  era  imposible  que  no  rompiesen  las  ftlas  y  produjesen  la 
confusión,  lo  que  sería  entregarlos  en  manos  de  sus  enemigos  los 
portugueses,  para  que  los  destrozasen  y  acabasen.  Hizo  fuerza  la 
reflexión  en  el  General,  y  mandó  retirar  los  caballos. 

Llegaron  los.  Guaraníes  á  la  fortaleza  poco  antes  del  alba,  Y 
aunque  la  orden  general  era  que  no  acometiesen  hasta  oír  el  disparo 
de  una  carabina,  que  se  había  de  disparar  en  siendo  de  día;  acaeció 
que  un  indio  se  atrevió  á  subir  á  un  baluarte,  y  hallando  al  centinela 
dormido,  lo  degolló;  con  lo  que  otro  centinela  de  otro  baluarte,  que 
sintió  enemigos,  disparó  su  carabina  para  dar  aviso  de  la  presencia 
del  ejército.  Apenas  hubo  sonado  el  disparo,  cuando  los  Guaraníes 
del  tercio  más  cercano,  que  era  el  del  Cacique  don  Ignacio  Amandaú, 
se  precipitaron  al  asalto  como  leones,  y  por  aquel  mismo  punto  empe- 
zaron á  entrar  en  la  fortaleza.  Acudieron  allí  en  tropel  todos  los 
portugueses,  creyendo  que  allí  estuviera  todo  el  campo  castellano; 
con  lo  que  dieron  ocasión  para  que  los  otros  dos  tercios  asaltasen 
por  puntos  diferentes.  Los  que  resistían  á  Amandaú  quisieron  abocar 
á  aquel  punto  una  culebrina,  mas  no  acertaron  á  ejecutarlo;  y  que- 
brándose la  cureña,  quedó  la  pieza  con  la  boca  en  alto  é  inutilizada. 
No  obstante,  habiendo  cargado  allí  toda  la  fuerza  de  la  guarnición 
portuguesa,  obligaron  á  aquel  tercio  de  indios  á  retroceder.  Segunda 
vez  volvió  en  buen  orden  al  asalto,  y  segunda  vez  con  lucha  encar- 
nizada, cuerpo  á  cuerpo,  fué  rechazado.  Mas  entonces  el  cacique  volvió 
su  espada  y  sus  voces  de  improperio  contra  los  Guaraníes  que  retro- 
cedían, con  tal  coraje,  que  los  llenó  de  la  ira  que  le  animaba,  y  arre- 
metiendo con  terrible  empuje,  se  llevaron  cuanto  portugués  encon- 
traron por  delante.  En  este  intermedio,  los  otros  cuerpos  habían 
penetrado  muy  adentro  3^  hasta  apoderádose  de  la  casa  ó  almacén  de 
la  pólvora;  y  aun  alguna  parte  de  los  tercios  españoles,  que  venían 
detrás,  habían  escalado  las  murallas,  haciendo  de  escalas  los  indios 
puestos  unos  sobre  otros,  porque  el  ejército  no  llevaba  escalas.  Y 
uno  de  los  más  animosos,  que  fué  el  capitán  Juan  de  Aguilera,  vecino 
de  Santa  Fe,  arrancó  de  un  bastión  la  bandera  portuguesa  que  en  él 
estaba  izada,  y  plantó  la  española,  á  costa  de  un  brazo  que  le  quebró 
una  bala  enemiga.  Muchos  portugueses,  poseídos  de  espanto  con  la 
terribilidad  del   asalto,   se  arrojaron  al  agua  para   salvarse  en  los 


-  54- 

barcos,  en  cuya  demanda  no  pocos  perecieron.  Los  restantes  mantu- 
vieron la  resistencia  durante  tres  horas;  pero  al  fin,  vista  la  inuti- 
lidad de  sus  esfuerzos,  hubieron  de  rendirse. 

Murieron  cerca  de  doscientos  portugueses.  Ca3^eron  prisioneros 
cuantos  quedaron  vivos,  incluso  el  general  Don  Manuel  Lobo.  De  los 
Guaraníes  murieron  treinta  y  uno,  y  quedaron  heridos  más  de 
sesenta.  Es  circunstancia  reparable  que  entre  los  soldados  de  la 
Colonia  había  no  pocos  paulistas,  que  el  mismo  Lobo  y  su  teniente 
Suárez  Macedo  habían  traído,  yendo  para  ello  á  convidarlos  á  su 
villa  de  San  Pablo.  Pasados  algunos  días,  remitió  el  Gobernador  los 
Guaraníes  á  sus  pueblos,  de  donde  habían  estado  ausentes  seis  meses: 
y  tanto  él,  como  todos  los  que  presenciaron  las  acciones  de  los  indios 
Guaraníes,  dieron  honoríficos  informes  del  valor,  obediencia,  pron- 
titud y  orden  con  que  habían  procedido,  atribuyéndolo  principalmente 
al  modo  cómo  los  criaban  y  al  influjo  que  en  ellos  ejercían  los  Jesuí- 
tas, de  los  cuales  cuatro  vinieron  por  capellanes  en  esta  jornada.  La 
noticia  de  los  sucesos  de  la  Colonia,  comunicada  auténticamente  al 
Virrey  del  Perú,  y  por  él  al  Consejo  de  Indias  y  al  Rey,  hizo  que  se 
esparciese  la  fama  de  la  milicia  de  las  Doctrinas,  reconociéndose 
exteriormente  lo  que  ya  hacía  tiempo  que  conocían  los  más  avisados: 
que  en  aquellos  Guaraníes  organizados  como  lo  estaban,  se  cifraba 
una  de  las  mayores  fuerzas  de  defensa  del  país  (Ij. 


ni 


145 


AUXILIO  MILITAR:  EMPRESAS  POSTERIORES  SOBRE 
LA  COLONIA 

No  surtió  el  efecto  apetecido  aquel  gran  esfuerzo  que  hicieron 
estas  provincias  para  destruir  la  Colonia  portuguesa;  porque  la  situa- 
ción en  que  había  puesto  á  España  la  enemistad  de  Luis  XIV  y  de 
Inglaterra,  hizo  que  se  hubiese  de  ceder  á  las  injustas  exigencias  de 
Portugal,  restituyendo  por  el  tratado  provisorio  de  1681  las  cosas  al 
estado  que  tenían  antes  de  Agosto  del  80;  y  estipulando  conferencias 


^1)  La  sustancia  de  este  relato  se  contiene  en  las  certificaciones  dadas  sobre 
él,  existentes  en  el  Archivo  de  Indias  de  Sevilla  y  en  el  general  de  Buenos  Aires: 
varias  circunstancias  particulares  se  han  tomado  de  Jarque,  Insignes  misiones, 
lib.  3.  cap.  10  sqq. 


-55- 

sobre  demarcación  de  límites.  La  restitución  se  hizo  efectivamente 
dos  años  después.  Las  conferencias  se  verificaron  durante  más  de  dos 
meses,  teniendo  lugar  la  primera  en  Badajoz  y  la  última  en  una 
isleta  del  río  Caya,  que  divide  á  España  de  Portugal,  entre  Yelves 
y  Badajoz,  á  22  de  Enero  de  1682.  Pero  en  ellas  no  se  arribó  á  nin- 
guna resolución.  Los  portugueses,  sin  querer  admitir  otros  mapas 
sino  los  que  se  acababan  de  fabricar  en  Portugal,  sostuvieron  con 
tenacidad  que  los  25°  14' 51"  correspondientes  A  370  leguas  de  17  '/sal 
grado,  que  se  habían  de  contar  desde  las  islas  de  Cabo  Verde  al 
Oeste,  determinaban  un  meridiano  tal  que  dejaba  al  oriente  la  Colo- 
nia. La  pretensión,  examinada  hoy  que  se  conocen  por  determina- 
ciones directas  y  exactas  todos  los  términos,  equivalía  á  sostener  que 
sumados  los  25  grados  con  otros  26  que  sensiblemente  distan  las  islas 
de  Cabo  Verde  del  meridiano  de  París,  resultaban  60  grados  que  son 
los  de  la  Colonia.  Era  fabricar  los  portugueses  el  mapa  de  América 
de  modo  que  les  diera  250  leguas  ó  9  grados  más  de  territorios  al 
Oeste  3^  de  Norte  á  Sur  del  Continente.  Y  aun  esto  era  pretensión 
moderada,  si  se  compara  con  las  de  Lobo,  que  en  su  mapa  incluía 
toda  la  provincia  de  Buenos  Aires  para  Portugal,  lo  cual  era  tomar 
80  leguas  más  al  Oeste;  ó  con  las  de  quienes  hacían  pasar  la  línea  al 
Oeste  de  Potosí,  que  era  añadir  7  grados  ó  120  leguas  al  Oeste  sobre 
las  150  primeras.  No  habiéndose  convenido  los  peritos,  debía,  según 
el  art.  13  del  tratado  provisional,  llevarse  la  cuestión  al  Sumo  Pon- 
tífice, para  que  como  arbitro  decidiera,  en  el  término  de  un  año.  No 
consta  si  esta  parte  se  cumplió:  antes  hay  motivo  de  creer  que  no, 
porque  la  decisión  nunca  se  dio. 

Publicábase  el  Tratado  provisional  de  1681  en  1685;  y  cinco  años 
después  prevenía  el  Key  al  Provincial  de  los  Jesuítas  del  Paraguay 
que  había  indicios  de  que  los  portugueses,  no  contentos  con  la  Colo- 
nia, querían  establecerse  en  las  islas  de  Maldonado;  y  que  habiendo 
advertido  al  Gobernador  de  Buenos  Aires  para  que  previniese  fuer- 
zas militares,  esperaba  que  los  Guaraníes  de  Doctrinas  acudirían 
con  prontitud  y  en  el  número  que  el  Gobernador  pidiese,  en  cuya 
breve  unión  de  fuerzas,  añade  la  Cédula,  y  su  oposición,  irá  princi- 
palmente el  buen  logro  del  intento  (1).  Tal  era  el  concepto  que  se 
habían  merecido  el  valor  y  disciplina  militar  de  los  Guaraníes. 

No  fué  necesario  por  entonces  hacer  esta  diligencia;  aunque  sí 
hubieron  de  bajar  en  1698  á  Buenos  Aires  dos  mil  Guaraníes  de  mili- 
cias, por  estar  en  su  fuerza  la  guerra  con  Francia,  y  temerse  que  así 

(1)    Buenos  Aires,  Arch.  gen.  Céd.  de  27  Nov.  1690,  leg-ajo  Compañía  de  Jesús 
Paraguay  ii.  10. 


—  56  — 

como  la  flota  francesa  había  tomado  el  puerto  de  Cartagena  de 
Indias,  quisiera  venir  á  apoderarse  también  del  de  Buenos  Aires. 
Disipado  este  temor  con  la  paz  de  Riswick,  volvieron  los  Guaraníes 
á  sus  tierras  (1). 

Pero  el  año  de  1702  soliviantaron  los  portugueses  de  la  Colonia  A 
las  tribus  de  charrúas,  yarós  y  mbohanes,  vecinas  de  las  Reduccio- 
nes por  el  sur,  para  que  acometiesen  á  los  Guaraníes,  esperando  por 
su  medio  debilitar  aquella  fuerza  reglada,  que  siempre  les  era  eno- 
josa. Y  como  los  bárbaros  recelasen  del  daño  que  ellos  mismos 
podrían  recibir,  los  animaron  los  portugueses;  3^  aun  en  cierta  oca- 
sión les  dieron  armas  de  fuego  y  salieron  con  ellos  sesenta  portugue- 
ses (2),  aunque  después  no  entraron  en  acción.  Con  esto  los  salvajes 
cometieron  tales  atropellos  y  muertes  en  las  estancias  de  los  Guara- 
níes, é  infestaron  los  caminos  de  modo,  que  el  Gobernador  de  Buenos 
Aires  hubo  de  enviar  cabos  españoles  á  los  indios  Guaraníes,  quienes 
en  1702,  persiguieron  á  los  salteadores,  y  habiéndolos  alcanzado,  los 
derrotaron  completamente  en  la  batalla  del  Yí  (3). 

Declarada  en  España  la  guerra  á  Portugal,  que  seguía  el  partido 
contrario  de  Felipe  V  en  la  guerra  de  sucesión,  mandó  el  Rey  al 
Gobernador  de  Buenos  Aires,  Don  i\lonso  de  Valdés  Inclán,  que  á 
todo  trance  tomase  la  Colonia,  desalojando  al  portugués  de  estas 
comarcas.  El  despacho,  expedido  en  Madrid  á  3  de  Noviembre  de 
1703,  llegó  acá  en  7  de  Julio  de  1704,  remitido  por  el  Duque  de  la 
Moncloa,  Virrey  del  Perú;  y  al  punto  dio  el  Gobernador  las  disposi- 
ciones para  juntar  todas  las  tropas  de  que  podía  disponer.  Mientras 
llegaban  tres  compañías  de  Santa  Fe  y  tres  de  Corrientes,  que  con 
las  siete  de  Buenos  Aires  pasaron  á  la  otra  banda  del  río  á  las  órde- 
nes del  Maestre  de  Campo  Don  Baltasar  García  Ros;  pidió  al  Supe- 
rior de  las  Misiones  y  al  P.  Provincial  un  contingente  de  cuatro  mil 
indios  de  las  Doctrinas.  El  mismo  Provincial  se  trasladó  desde  Cór- 
doba á  las  Misiones  para  que  la  orden  se  ejecutase  con  puntualidad. 
Y  fué  tal  la  diligencia  con  que  obedecieron,  dice  el  comisionado  por 
el  Gobernador,  Andrés  Gómez  de  la  Quintana,  que  por  presto  que 
volvió  el  chasque  (correo,  propio)  á  la  dicha  Reducción  de  Santo 
Domingo^  ya  venían  llegando  las  primeras  tropas, y  dentro  de  pocos 
días  llegaron  todas,  que  se  componían  de  cuatro  mil  iiuiios;  unos 
bajaron  por  el  Paraná  y  Rio  Uruguay  en  balsas,  y  otros  por  tierra 


(1)  BuRGÉs,  Memorial  de  1705,  n.  18. 

(2)  Bauza,  t.  I.  lib.  V.  p.  415. 

(3)  Bauza,  tom.  I.  Documentos,  n.  3;  y  Céd.  Real  de  acción  de  gracias,  1706, 
Charlev.  IV. 


con  muchos  caballos,  y  millas  {\)  para  cargar  los  bastimentos,  no 
solo  para  el  viaje,  sino  para  sustentarse  todo  el  tiempo  del  sitio,  y 
gran  rodeo  de  Vacas.  Venían  muy  bien  armados,  unos  con  diferen- 
tes bocas  de  fuego,  con  sus  frascos  y  bolsas,  bien  proveídas  de  pól- 
vora y  balas:  otros  con  lanzas,  dardos,  arcos  con  mucha  cantidad  de 
fiedlas,  macanas,  Jiottdas y  piedras,  armas  naturales  suyas.  Venían 
también  sus  Capellanes...  [cuatro  Sacerdotes  Jesuítas]...  y  los  Her- 
manos... [tres  hermanos  legos]...  Cirujanos  para  curar  heridos  (2). 
Pusiéronse  debajo  del  mando  de  García  Ros;  y  llegadas  nlgo  más 
tarde  las  tropas  arriba  dichas,  se  formalizó  el  sitio  á  diez  y  ocho  de 
Octubre  del  mismo  año. 

Era  jefe  de  la  plaza  Sebastián  de  Veiga  Cabral,  quien  apenas  vio 
los  primeros  preparativos  del  Gobernador,  envió  á  pedir  á  toda  prisa 
refuerzos  á  Río  Janeiro,  de  donde  le  llegaron  400  soldados;  juntán- 
dose en  todo  700  portugueses  para  la  defensa:  y  después  de  haber 
perfeccionado  las  fortificaciones  de  la  plaza,  respondió  con  altivez  á 
la  intimación  que  se  le  hizo  de  rendirse. 

Cuatro  meses  duró  el  cerco;  y  en  este  tiempo  llevaron  el  mayor 
peso  de  la  fatiga  las  milicias  Guaraníes;  no  sólo  ejecutando  las  obras 
de  las  líneas  militares,  bajo  de  la  dirección  del  ingeniero  español  Don 
José  Bermúdez,  hasta  tener  perfectas  seis  buenas  baterías  en  el  cir- 
cuito exterior  de  la  cindadela;  sino  también  interviniendo  en  varios 
ataques  con  gran  valor;  y  especialmente  en  el  que  se  dio  de  noche  á 
mitad  del  sitio,  que  tuvo  por  resultado  la  captura  de  uno  de  los  barcos 
portugueses,  fondeado  al  abrigo  de  los  cañones  de  la  fortaleza.  INIien- 
tras  la  escuadrilla  sutil  de  los  españoles  acometía  en  el  mar,  fueron 
enviados  los  Guaraníes  para  hacer  un  amago  de  ataque,  que  distra- 
jese las  fuerzas  de  la  plaza  por  tierra.  IMas,  excitados  por  los  espa- 
ñoles que  iban  con  ellos  y  por  su  propio  ardor,  convirtieron  el  ataque 
simulado  en  verdadero  asalto,  lanzándose  con  ímpetu  á  escalar  las 
murallas;  y  habiendo  sido  rechazados  la  primera  vez,  por  haber  sido 
sentidos  y  no  estar  la  plaza  todavía  en  condiciones  para  el  asalto; 
volvieron  de  nuevo  con  mayor  brío,  logrando  algunos  de  ellos  pene- 
trar en  la  cindadela,  y  poniendo  en  no  pequeño  apuro  al  portugués 
para  rechazarlos.  Perdieron  en  esta  ocasión  más  de  treinta  muertos 
y  cien  heridos  los  Gr  iraníes  (3).   Resolvió  el   Gobernador  Inclán 

(1)  Seis  mil  caballos  3'  dos  mil  muías.  (Memorial  del  P.  Jiménez,  Supr.  de  las 
Misiones,  al  Gobernador  Don  Baltasar  García  Ros,  año  de  1707.)  Arch  Gen.  de 
B'.  A',  leg-ajo,  1600  1750,60.  Jesuítas,  Guerra  guaranítica. 

(2)  B^uzÁ,  I.  Documentos,  n.  4. 

(3)  Bauza,  Hist.  de  la  dominación  española  en  el  Uruguay,  tom.  I.  lib.  V.  pá- 
gina 424. 


-58- 

acudir  personalmente  al  sitio;  y  aunque  quería  dar  el  asalto  general, 
la  junta  de  guerra  fué  de  unánime  parecer  que  no  convenía  exponerse 
á  sufrir  tanto  daño,  pues  era  segura  la  rendición  por  hambre.  Estre- 
chó, pues,  el  cerco  hasta  tiro  de  pistola  é  hizo  proposiciones  de  hon- 
rosa capitulación  á  Cabral;  mas  éste  ni  las  admitía,  ni  daba  señales 
de  desfallecer.  Esperaba  el  socorro  para  huir  dejando  burlados  á  los 
sitiadores,  y  en  efecto  le  vino.  A  mediados  de  Marzo  de  1705  se  deja- 
ron ver  cuatro  buques  portugueses,  que  penetraron  en  el  puerto,  sin 
que  las  escasas  fuerzas  marítimas  de  los  españoles  pudiesen  atajarles 
el  paso.  En  ellos  embarcó  el  portugués  la  guarnición,  y  cuanto  impor- 
tante y  precioso  pudo  llevarse,  y  haciéndose  á  la  vela,  se  dirigió  á 
Río  Janeiro,  abandonando  la  plaza  y  salvándose  con  la  fuga.  Los 
Guaraníes  fueron  licenciados  el  día  17  de  Marzo,  cuando  ya  el  espa- 
ñol había  tomado  posesión  de  la  plaza;  y  es  de  notar  que  aunque  por 
Cédula  real  de  Jadraque,  á  29  de  Noviembre  de  1679,  estaba  ordenado 
expresamente  que  se  les  pagase  sueldo  competente,  desde  el  día  que 
salían  de  sus  pueblos  hasta  el  día  que  volvían  á  ellos,  y  más  tarde  se 
había  fijado  este  sueldo  en  real  y  medio  diario  por  cada  indio:  ni  en 
este  sitio,  ni  en  el  precedente  de  la  Colonia  quisieron  los  indios  recibir 
sueldo,  sino  que  tanto  en  uno  como  en  otro  lo  cedieron  voluntaria- 
mente á  beneficio  de  la  Real  Hacienda,  á  persuasión  desús  Capella- 
nes, por  haber  sabido  que  se  encontraban  engrandes  dificultades  las 
Cajas  Reales  para  satisfacerles  lo  que  les  debían.  El  solo  sueldo  de 
esta  última  jornada,  que  pasó  de  ocho  meses  en  ida,  estada  y  vuelta, 
alcanzaba  á  ciento  ochenta  mil  pesos  de  plata  de  á  ocho  reales,  can- 
tidad enorme  en  provincias  tan  poco  pobladas.  Y  no  contentos  con 
mantenerse  ellos  y  costear  sus  armas  y  pertrechos,  militando  á 
expensas  propias;  todavía  salían  en  tropas  por  las  campañas  á 
vaquear  y  recoger  suficiente  ganado,  para  alimentar  la  tropa  espa- 
ñola, habiendo  traído  ett  el  tiempo  que  duró  el  sitio  para  alimento 
de  los  Españoles  más  de  treinta  mil  vacas  (1).  Pero  todo  esto  lo 
hacían  por  los  sentimientos  de  obediencia  al  Gobernador,  de  agra- 
decimiento y  amor  al  Monarca  que  les  inspiraban  los  Jesuítas,  y 
arraigaban  tanto  en  ellos,  como  lo  comprueba  el  hecho  que  refiere 
Quintana  (2):  y  despidiéiuiome  dellos,  rendí  las  gracias  d  sus  Maes- 
tres de  Campo  Bonifacio  Capy,  Diego  Gabipoy,Juan  Miñani y  Pedro 
Abacapov^  Cabos  principales,  de  lo  bien  que  lo  habían  hecho ^  peleando 
y  trabajando...:  y  muy  contentos  me  respondieron  que  siempre  que 
mi  Gobernador  los  Jiubiese  menester  para  el  Real  servicio,  bajarían 

(1)     García  Ros,  Informe,  §  Fuera  de  esto,  Charlevoix,  W ,  Doc". 
(2;     Bauza,  I.  Docum.  n.  4. 


-59- 

confina  voluntad,  como  bajaron  el  año  de  ochenta,  que  dieron 
avance  d  los  Portugueses  en  la  misma  Colonia. 

Esta  vez  quedó  la  Colonia  en  poder  de  los  españoles  por  espacio 
de  once  años.  Mas  al  celebrarse  la  paz  de  Utrecht  en  1713,  nueva- 
mente consiguieron  los  portugueses  hacer  pasar  un  artículo  por  el 
cual  se  les  concedía  como  propia  la  Colonia  con  su  territorio.  Y  fué 
el  mismo  García  Ros  que  había  dirigido  el  sitio  quien  se  vio  con  el 
triste  encargo  de  entregarla,  como  Gobernador  de  Buenos  Aires  que 
era  en  1716.  Mas  era  de  tal  naturaleza  la  posesión  de  aquel  pedazo 
de  tierra  para  los  portugueses,  que,  no  contentos  con  hacer  un  con- 
trabando enorme,  que  ninguna  medida  logró  cortar  del  todo;  no  des- 
cansaban mientras  no  lograsen  ocupar,  con  ocasión  de  ella,  otros  nue- 
vos dominios.  Interpretaba  el  Gobernador  y  el  Gobierno  español 
aquella  expresión  su  territorio.,  entendiéndola  en  sentido  natural  por 
el  ejido  ó  término  de  la  ciudad,  y  así  había  orden  de  que  se  midiese 
por  el  espacio  á  que  alcanzaba  un  tiro  de  cañón  en  derredor  de  la 
fortaleza,  y  no  más.  Pero  los  portugueses  dijeron  que  la  palabra 
territorio  significaba  todo  el  país  que  se  extendía  desde  Colonia 
á  Río  Janeiro. 

Por  otra  parte,  nunca  habían  desistido  de  sus  pretensiones  de 
que  la  divisoria  de  Tordesillas  los  hacía  dueños  por  lo  menos  de 
toda  la  Banda  Oriental  del  Uruguay.  Así,  en  1718,  habían  estable- 
cido ya  grandes  depósitos  para  conservar  los  cueros  que  de  ganado 
apresado  furtivamente  les  hacían  los  minuanes  ó  guenoas,  con  quie- 
nes siempre  trababan  alianza.  De  estos  depósitos  los  tomaban  des- 
pués los  buques  ingleses  y  portugueses,  y  los  vendían  en  Europa, 
arruinando  con  este  comercio  fraudulento  la  industria  de  corambre 
y  los  ganados  del  país.  El  Gobernador  D.  Bruno  Mauricio  de  Zavala 
pidió  á  las  Doctrinas  500  Guaraníes  armados  que  recorriesen  aque- 
llas barracas  y  les  prendiesen  fuego,  como  lo  hicieron  con  toda  feli- 
cidad. En  Diciembre  de  1723  desembarcó  una  expedición  portuguesa 
mandada  por  D.  Manuel  Freitas  Fonseca  en  la  ensenada  de  Monte- 
video, y  empezó  á  establecer  población  y  fortaleza,  como  lo  había 
hecho  Lobo  cuarenta  años  antes  en  Colonia.  Mas  fueron  tales  las 
enérgicas  medidas  de  Zavala,  quien,  sin  descansar  un  momento,  pre- 
vino cuanto  era  necesario  para  lanzar  de  allí  al  portugués,  que  aun 
antes  que  desembarcasen  en  la  otra  ribera  las  tropas  españolas,  se 
embarcó  Freitas  con  su  gente  para  Río  Janeiro,  hu3^endo  como 
en  1705  lo  había  hecho  Cabral;  si  bien  dejó  un  papel  lleno  de  protes- 
tas. También  en  esta  ocasión  recurrió  el  Gobernador  á  los  Guara- 
níes,  pidiendo  mil  soldados,    los   cuales  llegaron   á   25  de   Marzo 


-60- 

de  1724;  y  aunque  no  pudieron  combatir,  por  haber  huido  pronta- 
mente los  portugueses,  quedaron  como  guarnición,  y  juntamente 
construyeron  las  fortificaciones  de  la  nueva  población  de  Montevi- 
deo, que  allí  se  estableció. 

Renovóse  en  1735  el  sitio  de  la  Colonia,  A  consecuencia  del  rom- 
pimiento de  guerra,  la  que  declaró  Portugal  por  haber  sido  apre- 
hendidos unos  malhechores  en  la  residencia  del  embajador  portu- 
gués en  Madrid.  Eran  inexcusables  en  tales  casos  las  tropas  de 
Guaraníes.  Pidió  el  gobernador  Salcedo  cuatro  mil  indios  armados; 
y  á  pesar  de  llevar  tres  años  continuos  sobre  las  armas  y  estar  pere- 
ciendo sus  pueblos  con  la  peste  y  el  ham.bre,  bajaron  puntuales,  y  se 
portaron  con  el  valor  y  la  obediencia  de  siempre.  Los  españoles 
parece  que  alcanzaron  en  esta  ocasión  á  1500.  Empezado  el  cerco  en 
Octubre  de  1735,  no  se  logró  la  empresa,  lo  que  se  atribuyó  á  las 
escasas  dotes  militares  del  General  Salcedo,  y  á  las  disensiones 
entre  él  y  el  jefe  de  la  escuadra  (1),  Don  Nicolás  Giraldin.  Pasóse 
todo  el  año  de  1736  en  operaciones;  y  en  1737  llegó  la  noticia  del 
arreglo  ajustado  entre  Portugal  y  España  por  empeños  de  Inglaterra, 
Francia  y  Holanda;  en  el  que  se  estipulaba  que  se  mantuviese  un 
armisticio  de  tal  calidad  que,  suprimidas  las  hostilidades,  quedasen 
las  cosas  en  el  estado  en  que  se  hallaran  al  recibir  la  noticia,  hasta 
tanto  que  se  conviniera  en  el  tratado  definitivo.  En  este  sitio  fué 
muerto  de  un  balazo  el  Jesuíta  P.  Tomás  Werle,  mientras  se  hallaba 
asistiendo  en  el  campo  á  los  Guaraníes,  de  quienes  había  venido  por 
capellán. 

Sabido  es  cómo,  por  el  funesto  é  ignominioso  tratado  de  límites 
de  1750,  trocaba  España  el  rincón  del  Ibicuy  con  sus  siete  reduccio- 
nes (añadiendo  además  la  provincia  de  Tuy  en  Galicia,  que  confi- 
naba con  Portugal),  por  la  Colonia  del  Sacramento  que  habían  de 
entregar  los  portugueses.  De  modo  que  por  una  sola  población 
de  2.600  almas,  cual  era  Colonia,  que  pertenecía  al  Rey  de  España, 
por  haber  sido  fundada  á  sabiendas  en  territorio  español;  lograba 
Portugal  siete  florecientes  pueblos  que  contenían  cerca  de  cinco  mil 
almas  cada  uno,  sin  contar  con  las  poblaciones  de  la  provincia  de 
Tuy;  con  más  una  enorme  extensión  de  territorio,  que  ho}'  forma 
tres  provincias  por  lo  menos  de  los  Estados  del  Brasil:  la  del  Paraná, 

(1)  Bauza.  Dominación  española,  tom.  II,  lib.  I,  pág.  21  siguientes:  Funes, 
Ensayo,  lib.  IV,  cap.  VIII.  A  juicio  del  P.  Cardiel.  De  morib.  Guaran,  cap.  VIII. 
§  Militia,  la  causa  del  mal  resultado  fué  que  Salcedo  despidió  la  tropa  Guaraní  y  se 
quedó  con  sólo  la  española.  El  P.  Villagarcía,  Vida  impresa  del  P,  Aguilar, 
pliego  5,  dice  que  estuvieron  4  meses:  eran  más  de  3.000  y  los  españoles  no  llega- 
ban á  mil. 


-61- 

Santa  Catalina  y  Río  Grande  do  Sul.  Tanto  había  producido  gra- 
ciosamente á  Portugal  su  sistema  de  usurpar  y  conservar  la 
Colonia. 

Deshecho  aquel  tratado  en  1761,  no  sin  haber  producido  daños 
irreparables,  quedaban  las  cosas  en  su  estado  antecedente;  3'  muy 
luego  vino  la  guerra  y  la  necesidad  de  tomar  á  viva  fuerza  la  Colo- 
nia en  1762.  Esta  vez  era  el  General  D.  Pedro  de  Cevallos,  Gober- 
nador de  Buenos  Aires,  quien  dirigía  personalmente  las  operacio- 
nes. Tropas  veteranas  apenas  tenía;  milicias  recogidas  de  mala 
gana,  unos  dicen  mil,  otros  dos  mil  hombres;  así  no  se  olvidó  de  los 
Guaraníes,  que  bajasen  con  sus  capellanes  Jesuítas,  á  pesar  de  estar 
reciente  la  famosa  guerra  Guaranítica,  en  que  tan  calumniados 
habían  sido  éstos  de  rebeldes.  Pidió  mil  Guaraníes  armados,  quienes, 
después  de  dos  meses  de  trabajos,  que  refiere  el  P.  Segismundo 
Baur,  su  Capellán  (1),  llegaron  á  Santo  Domingo  Soriano  á  fines 
de  Agosto.  A  3  de  Setiembre  se  formalizó  el  sitio  de  la  Colonia, 
y  á  28  de  Setiembre  se  rindió  la  plaza  por  capitulación.  La  escua- 
dra española  no  prestó  servicio  alguno,  por  la  cobardía,  si  ya  no  fué 
infidencia,  de  su  comandante  D.  Carlos  Sarria,  quien  á  pesar  de  las 
reiteradas  órdenes  de  Cevallos,  dejó  libre  el  paso  á  todo  buque  por- 
tugués, y  hasta  se  retiró  del  teatro  de  las  operaciones  militares.  El 
buen  éxito  lo  atribu)'ó  el  General,  como  á  causa  de  gran  importan- 
cia, á  la  asiduidad  y  abnegación  de  los  trabajadores  indios,  que  con 
incansable  tesón  ejecutaron  todas  las  obras  militares  del  sitio  (2). 

Lo  que  no  es  tan  conocido  es  el  importante  papel  que  desempe- 
ñaron los  Guaraníes  en  el  ataque  dado  á  la  Colonia  pocos  días  des- 
pués, por  la  escuadra  compuesta  de  once  buques  ingleses  y  portu- 
gueses, cuyo  comandante  era  el  irlandés  Mac  Ñamara.  He  aquí 
cómo  lo  refiere  un  Misionero  de  aquel  tiempo,  el  Padre  Florián 
Pauke  (3):  «Apenas  habían  sido  desalojados  de  Colonia  los  portu- 
gueses, cuando  se  presentó  d  la  vista  de  la  plaza  española  de  Mon- 
tevideo un  navio  de  guerra  inglés,  acompañado  de  seis  bajeles  por- 
tugueses^ en  ademán  de  acometerla  en  seguida.  Dio  órdenes  Ceva- 
llos para  que,  sin  perder  monioito,  acudiesen  sus  artilleros  á 
Montevideo,  pues  de  otro  modo  no  se  hubiera  podido  defender  la 
plaza.  Partieron:  mas,  apenas  habían  acabado  de  poner  todo 
d  punto  para  la  resistencia,  cuando  la  flotilla  de  guerra  desapare- 


(1)  Trelles,  Revista  de  la  Biblioteca,  IV,  352. 

(2)  Cardiel,  De  morib.  Guaran,  cap.  IX,  §  Militia. 

(3)  Pater  Florian  Baucke,  ein  Jesuit  in  Paraguay  von  A.  Kobler  G.  J.  Regens- 
burg,  1870,  pág.  492. 


-  62  - 

ció  repentinantente  de  allí,  y  d  toda  vela  hiso  ritmbo  d  Colonia.  El 
buque  inglés  penetró  muy  adentro  en  el  puerto,  arrimándose  d  la 
costa,  y  entonces  abrió  nn  vivo  fuego  con  dies  cañones.  Don  Pedro 
Cevallos  yacía  enfermo  en  el  lecho;  mas  al  oir  el  estampido  del 
cañón,  se  levantó  esforzadamente;  y  como  casi  no  le  habían  que- 
dado artilleros,  acudió  á  toda  prisa  con  los  indios  á  las  baterías  de 
la  muralla:  los  instruyó  rápidamente  en  el  íuodo  de  cargar  y  des- 
cargar, y  corrió  de  cañón  en  cañón,  dirigiendo  él  en  persona  la 
puntería.  El  cañoneo  duró  algunas  horas,  y  por  fín  un  tiro  más 
feliz  prendió  fuego  al  navio  inglés:...  muchos  de  los  tripulantes 
saltaron  la  borda,  procurando  salvarse  á  nado,  como  lo  consiguie- 
ron los  más  en  los  botes  de  socorro  que  envió  Cevallos...  Por  la 
tarde  llegó  el  fuego  á  la  Santa  Bárbara  y  el  navio  voló  por  los 
aires  hecho  pedazos...^ 

Aquel  mismo  año  de  1763  se  hizo  la  paz,  y  tuvo  el  mismo  Ceva- 
llos que  devolver  la  Colonia  á  los  portugueses.  Verificóse  una  vez 
más  esta  verdad,  que  los  españoles  tomaban  aquella  plaza,  que  les 
era  tan  nociva,  cuantas  veces  se  proponían  acometerla  seriamente 
por  las  armas,  y  los  portugueses  la  recobraban  otras  tantas  veces, 
por  medio  de  artificiosas  negociaciones  de  paz. 

La  última  vez  que  se  tomó  la  Colonia,  fué  en  1777;  y  fué  el  mismo 
Cevallos  quien  acabó  con  aquel  funesto  establecimiento.  Esta  vez 
no  necesitó  de  los  Guaraníes.  Pero  había  venido  con  9.000  españo- 
les, ejército  nunca  visto  en  estas  regiones,  y  acababa  de  someterlas 
fortalezas  de  Santa  Catalina  sin  disparar  un  tiro.  Bastó  presentarse 
ante  la  ciudad  de  la  Colonia  intimando  la  rendición  mientras  se  dis 
ponía  á  sitiarla,  para  que  la  plaza  se  entregase  á  discreción  el  3  de 
Junio.  Cevallos  demolió  las  fortificaciones,  cegó  en  parte  el  puerto, 
y  despobló  la  ciudad,  obligando  á  sus  habitantes  á  trasladarse  á  otra 
parte,  y  destru3'endo  los  edificios,  á  fin  de  que  los  portugueses  no 
apetecieran  más  esta  plaza;  y  aun  cuando  las  potencias  garantes 
la  reclamasen,  no  pudiese  servirles  para  nada.» 


IV 


146  AUXILIO  MILITAR  EN  VARIAS  OTRAS  OCASIONES 

No  pretendemos  detallar  todos  los  servicios   de   importancia  que 
hicieron  fuera  de  sus  pueblos  y  además  de  la  defensa  de  su  territorio 


-63- 

las  milicias  Guaraníes.  Sería  esto  tarea  demasiado  larga  é  impropia 
de  la  índole  de  nuestro  estudio.  Demás  de  que,  si  los  trabajos  de  las 
campañas  son  dolorosamente  nuevos  cada  vez  para  quienes  los  han 
de  soportar,  la  narración  de  ellos  no  suele  ofrecer  novedad,  y  así 
viene  á  hacerse  monótona  y  enojosa. 

Nuestra  tarea,  pues,  se  reducirá  á  apuntar  las  expediciones  que 
han  llegado  á  nuestro  conocimiento,  en  una  como  lista  distribuida 
en  sus  clases,  de  modo  que  los  curiosos  de  esta  especie  de  noticias 
puedan  ir  á  examinar  los  detalles  en  sus  fuentes. 

Auxilio  para  sosegar  alborotos  y  sujetar  rebeldes,  enviado  por 
mandato  de  los  Gobernadores 

1644.  D.  Gregorio  de  Henestrosa,  600  Guaranís  (1). 

1645.  D.  Gregorio  de  Henestrosa,  600  (2). 

1649.  D.  Sebastián  de  León,    1.000  (3). 
1660.     D.  Alonso  Sarmiento,  200  (4). 
1724.     D.  Baltasar  García  Ros,  2.000  (5). 

1732  y  1733.  D.  Bruno  Mauricio  de  Zavala,  7.000,  durante  IQ 
meses  (6). 

1734.  El  Virrey  Castel fuerte  y  D.  Bruno  Mauricio  de  Zavala, 
6.000(7). 

1735.  D.  Bruno  Mauricio  de  Zavala,  12.000  (8). 

Auxilio  á  la  Ciudad  de  la  Asunción 

1646.  Contra  los  Guaycurús,  600  (9),  con  Henestrosa. 

1650.  Contra  los  Payaguás,  con  León  y  Zarate,  900  y  60 
canoas  (10). 

(1)  BuRGÉs.  1705:  Charlevoix,  lib.  XI,  init.  Cítanse  gran  número  de  servicios 
de  los  Memoriales  del  P.  Burgés  de  1705  y  1708  (el  último  de  los  cuales  va  en  el 
Apéndice),  porque  todas  sus  alegaciones  constan  de  autos.  La  cifra  significa  el 
número  de  indios  enviados. 

(2)  BuRGÉs,  1705. 

(3)  BüRGÉs,  1705  y  1708:  Charlevoix,  lib.  XI,  init.  Burgés  dice  itn  trozo  consi- 
derable de  soldadesco:  el  P.  Rodero,  1.000  hombres. 

(4)  BuRGÉs,  1705;  Lozano,  Conquista,  III.  13,  353. 

(5)  Exhorto  del  mismo  Ros  en  Lozano,  Revol.  del  Paraguay,  lib.  I.  capítulo  X. 
núm.  5. 

(6)  Villagarcía,  Vida  del  P.  Jaime  de  Aguilar,  §§.  XI  y  XII. 

(7)  Id.  §.  XIII. 

(8)  Id.  §.  XIII.  «Despacháronse  efectivamente  seis  mil  indios  armados  al 
ejército,  que  S.  E.  formó  en  las  cercanías  del  Tebiquarí,  y  otros  seis  mil  se  apron- 
taron sin  salir  de  sus  pueblos,  para  lo  que  pudiese  requerir  la  necesidad.» 

(9)  Burgés,  1705. 

(10)  Lozano,  Conq.  III.  13.  319. 


-64- 

1652.     Contra  los  Guaycurús  con  Garavito  de  León  (1). 
1656.     Contra  Guaycurús,  Mbayás  y  Neengás,  dos  expediciones 
con  Garay  (2). 

1661 .  ('ontra  los  Guaycurús  con  Sarmiento  (3). 

1662.  Contra  los  Guaj^curús  con  Sarmiento,  100  (4). 

1668.  Contra  los  Guaycurús,  de  guarnición  en  el  fuerte  Tobatí 
todo  el  año,  12  (5). 

1670.  A  la  ciudad  de  la  Asunción  para  defenderla,  60,  con 
Diez  de  Andino  (6). 

1672.     Contra  los  Guaycurús  con  Rege  Gorbalán,  200  (7). 

1674.  Contra  los  Guaycurús  con  Rege  Gorbalán,  900  (8). 

1675.  Contra  los  Guaycurús  con  Rege  Gorbalán,  100  (9). 

1676.  Contra  los  Mamelucos  con  el  comandante  enviado  por  el 
Cabildo,  400(10). 

1676.     Contra  los  Guaycurús  con  Rege  Gorbalán,  (11). 
1678.     Contra  los  Payaguás  con  Rege  Gorbalán,  (12). 
1685  á  1691.  Contra  los  Guaycurús  con  Monforte,  100  (13). 
1685  á  1691.  Contra  los  Guaycurús  con  Monforte,  600  (14). 

1687.  Donativo  de  600  caballos  y  44  fanegas  de  grano  (15). 

1688.  Expedición  á  intimar  á  los  Mamelucos  el  desalojo  de 
Jerez  (16). 

1700.  Contra  los  Guaycurús  con  D.  Juan  Rodríguez  Cota, 
220  (17). 

1711.  Contra  los  Guaycurús  en  tiempo  de  Robles,  250  (18). 

1735.  Contra  Guaycurús  y  Mocovis  á  petición  de  Echauri  (19). 


(1 

(2 

(3 

(4 

(5 

(6 

(7 

(8 

(9 

(10 

(11 

(12 

(13; 

(14 
(15 

(16; 

(17 
(18 
(19 


Id.  322.  BuRGBS,  1705. 

Id. 

Lozano,  Conq.  III.  363. 

ídem  Ibid:  Burgés,  1705. 

ídem. 

Burgés,  1705. 

ídem;  Lozano,  Conquista  III.  15.  373. 

Burgés,  ihid;  Lozano,  ibid. 

Lozano,  374. 

Burgés,  1705;  Lozano.  III.  15.  372. 

Lozano,  ibid.  374. 

ídem,  377. 

Burgés,  1705:  Lozano,  III.  383. 

Burgés,  1705:  Lozano,  383. 

Burgés,  1705. 

Burgés,  1705:  Lozano,  IIT.  383. 

Burgés,  1708:  Lozano,  III.  385. 

Aguilar,  Autos  de  información  de  1735. 

FuwEs,  lib.  V.  cap.  I.  init. 


f)5  — 


Auxilio  á  Buenos  Aires 

1657.  A  defender  el  Puerto  de  Buenos  Aires,  de  orden  de  Bai- 
gorry,  150(1). 

1658.  A  defender  el  Puerto  contra  el  francés  Timoleón  Osmat, 
300  (2). 

1658.  Donativo  de  embarcaciones  á  los  de  Corrientes  para  bajar 
á  defender  el  puerto  (3). 

1671.     A  la  defensa  de  la  ciudad  en  tiempo  de  Salazar,  500  (4). 

1688.  A  reconocer  las  costas  del  mar  y  Río  de  la  Plata  contra 
piratas,  150  (5). 

Varios.     Cada  año  repitieron  el  mismo  servicio  por  lo  menos 

QUINCE  AÑOS  (6). 

1697.  A  la  defensa  de  la  ciudad  por  la  guerra  con  los  franceses, 
2.000  (7). 

1698.  Donativo  de  90,000  pesos  del  sueldo  que  voluntariamente 
renunciaron  (8). 

1700.  A  la  defensa  de  la  ciudad  contra  los  Dinamarqueses, 
2.000  (9). 

Auxilio  á  Corrientes 

1637.  Contra  caracarás,  cupesalos  y  otros  indios,  llevando  20 
barcas,  236  (10). 

1655,     Contra  los  frentones,  por  llamamiento   del  Teniente  (11). 

1673.     Contra  indios  bárbaros  fronterizos  (12). 

1721.  A  defender  la  ciudad,  que  también  socorrieron  con  pól- 
vora, 163  (13). 


(1)  BuEGÉs,  1705. 

(2)  ídem. 

(3)  ídem. 

(4)  ídem. 

(5)  ídem. 
(6;!  ídem. 

(7)  ídem. 

(8)  Agüilar,  Autos  de  1735. 

(9)  BuRGÉs,  1705. 

ÜO)  Aguilar,  Autos;  Brabo,  Atlas,  pág.  38. 

(11)  BuRGÉs,  1705. 

(12)  Lozano,  Conquista  III.  449. 

(13)  Aguilar,  Autos. 


5.    Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  ii. 


-  66  - 

Auxilio  á  Santa  Fe 

1640.  Contra  calchaquíes,  frentones  y  otros  indios  subleva- 
dos (1). 

1655.     Contra  los  calchaquíes,  600  (2). 

Varios  otros  servicios 

1702.  Expedición  contra  los  charrúas  y  otros  bárbaros  que  infes- 
taban los  caminos,  2.000  (3). 

1707.     Otra  semejante  (4). 

1715.     Tercera  expedición  (5). 

1720"-'     Contra  los  franceses  á  Castillos  (6). 

1721.  A  la  exploración  del  Pilcomayo  á  petición  del  Gobernador 
de  Tucumán  Urízar,  73  (7). 

1721.  A  reducir  á  sus  límites  los  portugueses  de  Colonia, 
200  (8). 

1732.  Pacifican  á  los  minuanes  con  los  españoles,  que  ya  habían 
perdido  50  hombres  (9). 

1735.  Custodian  cuatro  comuneros  presos  que  les  entregó  el 
Gobernador  (10). 

1735.  Dan  embarcación,  remeros  }'  escolta  para  conducir  15 
españoles  á  Buenos  Aires  (11). 

1740.  Dan  500  muías,  300  caballos  y  gente  auxiliar  al  enviado 
del  Gobernador  Salcedo  (12). 

1759?  Júntase  un  cuerpo  numeroso  de  Guaraníes  para  la  entrada 
al  Chaco  (13). 

1762.     Expedición  para  recobrar  la  provincia  de  Río  Grande  (14). 

1766.  Auxilian  100  Guaraníes  un  fuerte  español,  quedando  pri- 
sioneros del  portugués  dos  capellanes  jesuítas  (15). 

(1)  BuKGÉs,  1705. 

(2)  BuRGÉs,  1705:  Lozano,  III.  439. 

(3)  BuRGÉs,  1705. 

(i)  P.  Rojas,  Carta  anua  de  1707:  Río  íaneiro.  Col.  Ang.  XX-36. 

(5)  Lozano,  II 1.  470. 

(6)  Lamas,  Introducción  al  P.  Guevara,  XXXI. 

(7)  Agüilar,  Autos  de  1735. 

(8)  ídem. 

(9)  ídem. 

(10)  ídem. 

(11)  ídem. 

(12)  Cardiel,  Decl.  n.  152. 

(13)  Comunicaciones  originales  del  Gob^  Cevallos:  MS.S.   del   General  Mitre. 

(14)  Cardiel,  Diario  de  la  expedición  de  1762,  y  Cartas  en  el  Arch.  gen.  de 
B».  A.. 

(15)  KoBLER,  P.  Florian  Baucke,  pág.  493. 


—  67  — 

Añádanse  las  batallas  3^a  enumeradas  en  defensa  de  su  territorio, 
que  juntamente  eran  defensa  de  las  fronteras;  Caazapamirí  en  1638, 
Caazapaguazú  en  1639,  Mbororé  en  1641,  Apiterebí  y  Mburicá  en 
1642,  quíntupla  asalto  de  1651  y  el  postrero  de  1657.  Añádanse  las 
empresas  también  arriba  especificadas  contra  la  Colonia  (1);  dos  en 
1680;  una  en  1700,  de  150  indios  Guaraníes  llamados  por  el  Goberna- 
dor Prado  (2);  otra  en  1704;  otra  en  1718  para  destruir  los  depósitos 
del  contrabando;  otra  en  1721  para  reducir  á  sus  límites  los  morado- 
res de  la  plaza  (3);  otra  en  1724  para  expeler  los  portugueses  de 
Montevideo;  y  finalmente,  otras  dos  en  los  sitios  de  1736  y  1762;  con 
la  circunstancia  de  haber  renunciado  siempre  voluntariamente  los 
cuantiosos  sueldos  que  según  ley  se  les  debían  satisfacer  (4).  Y  se 
verá  que  los  Guaraníes  distaron  mucho  de  ser  un  pueblo  dócil,  apá- 
tico y  como  inútil  para  el  resto  del  país,  carácter  con  que  á  veces 
han  sido  representados;  siendo  así  que  su  perpetua  actividad,  apro- 
vechada en  favor  de  todo  el  territorio  de  las  tres  gobernaciones  de 
Paragua}^  Tucumán  y  Río  de  la  Plata,  merced  al  sistema  de  los 
Jesuítas,  nos  ofrece  un  ejemplar  que  no  tuvo  semejante  en  ninguna 
parte  de  los  dilatados  dominios  de  España,  ni  en  pueblo  alguno  del 
mundo:  el  de  una  milicia  que,  no  sólo  defiende  su  propio  territorio, 
sino  que  se  moviliza,  y  viajando  á  doscientas  y  trescientas  leguas, 
acude  en  número  de  muchos  miles  á  cuantas  empresas  militares 
ocurren  durante  más  de  cien  años  en  el  vasto  ámbito  de  varias  pro- 
vincias; y  todo  esto  á  su  propia  costa,  y  descubriendo  en  todas  oca- 
siones un  arrojo  y  valor  indomable  y  una  abnegación  sin  límites.  No 
era,  pues,  ponderación,  sino  estricta  realidad  lo  que  de  ellos  dejó 
consignado  el  Rey  Felipe  V  en  .su  Cédula  de  1743  (5):  que  estos 
indios  de  las  Misiones  de  la  Compañía,  siendo  el  antemural  de 
aquella  Provincia,  hacían  á  mi  Real  Corona  un  servicio  como  nin- 
gunos otros,  lo  que  ya  mi  Real  benignidad  les  manifestó  en  la  ins- 
trucción de  1716i>  (¡.cualquier  novedad...  podía  quitar...  á  mi  Real 
Corona  aquellos  Vasallos,  que  le  ahorran  la  Tropa  que  se  necesi- 
taría, y  no  la  hay  en  aquellos  parajes; y  á  las  Plasas  del  Paraguay 
y  Buenos  Ayres  una  defensa  inexpugnable  de  tantos  años  d  esta 
parte. T> 

(1)  §§  2  y  3  de  este  cap. 

(2)  Aguilar,  Autos  de  1735. 
Í3^    Tdem. 

(4)  Sólo  en  1736  no  lo  renunciaron,  y  se  cometió  contra  ellos  la  injusticia  de  no 
pagarles. 

(5)  Preámbulo. 


68 


V 

147 

AUXILIO  EN  LAS  OBRAS  PUBLICAS 

Otro  capítulo  de  servicios  de  los  Guaraníes  fué  el  de  ocuparse 
como  trabajadores  en  obras  de  utilidad  pública. 

Y  porque  pudiera  imaginar  alguien  que  no  se  había  de  tomar 
esto  en  cuenta  como  mérito  de  los  indios,  ya  que  en  semejantes  cir- 
cunstancias cobraban  su  jornal;  será  bueno  atender  á  las  siguientes 
circunstancias:  1.  que  el  jornal  era  tan  escaso,  que  ni  aun  para  el  sus- 
tento del  solo  indio  era  suficiente  (1):  un  real  y  medio  por  día;  2.  que 
habían  de  ir  á  trabajar  á  cincuenta,  cien  y  doscientas  y  más  leguas 
de  sus  pueblos  por  caminos  larguísimos,  llenos  de  incomodidades  y 
peligros  (2);  3.  que  no  iban  movidos  por  el  jornal,  sino  únicamente 
por  deseo  de  servir  al  Rey  y  obedecer  al  Gobernador;  4.  que  tenía 
mucho  más  valor  su  cooperación,  por  ser  los  únicos  trabajadores  que 
se  podían  juntar  en  gran  número,  de  modo  que  sin  ellos  no  se  hubie- 
ran podido  ejecutar  las  obras;  5.  que  su  constancia,  asiduidad  y  labo- 
riosidad eran  tanto  más  de  estimar,  cuanto  no  se  encontraban  en 
ningún  otro  trabajador  del  país,  como  lo  probaremos  luego. 

Ahora  bien:  un  ejército  de  valientes  y  sufridos  militares,  que  des- 
pués de  arrostrar  las  fatigas  de  la  campaña,  en  vez  de  retirarse  á 
gozar  del  merecido  descanso  en  sus  cuarteles,  empezasen  de  nuevo 
á  trabajar;  y  dejando  las  armas  de  la  guerra  para  tomar  las  de  la 
paz,  se  ocupasen  en  construir  edificios  y  fortalezas;  sería  indudable- 
mente objeto,  no  sólo  de  aplauso,  sino  de  asombro  para  todos.  Y  ése 
es  cabalmente  el  retrato  de  los  indios  tapes  ó  Guaraníes  de  las  Doc- 
trinas de  la  Compañía. 

Vamos  á  verlo  en  una  sucinta  enumeración  á  modo  de  lista,  como 
la  que  últimamente  hemos  hecho  de  las  funciones  militares. 

Obras  en  la  Gobernación  del  Paraguay 

1652.  Reedifican  la  iglesia  de  Santa  Lucía  hasta  terminar  el  edi- 
ficio (3). 

(1)  BuRGÉs,  Breve  Memorial  de  peticiones,  1705. 

(2)  BüRGÉs,  Memorial  separado  de  1708. 

(3)  BuRGÉs,  1705. 


-69- 

1662.     Trabajan  en  el  fuerte  Tobatí,  20  (1). 

1664.  A  desmontar  las  alturas  que  cercábanla  ciudad  de  la 
Asunción  (2). 

1664.     Á  fortificar  á  Tobatí  (3). 
1667.     En  el  fuerte  Tobatí  (4). 

1669.  A  la  Asunción  á  hacer  barcas,  15  (5). 

1670.  Varios  servicios  públicos  en  la  Asunción  (6). 
1672  á  80.     Reparo  y  fortificación  de  Tobatí  (7). 

1672  á  80.  Reparo  y  fortificación  del  castillo  de  San  Ilde- 
fonso (8). 

1672  á  80.  Reparo  y  fortificación  de  los  presidios  y  fuertes  del 
Río  Paraguay  (9). 

1717.     Fabricar  el  Fuerte  de  Arecutacuá,  150  (10). 

1717.     Donativo  de  su  salario  (11). 

Varios.     Fábrica  y  reparo  de  la  Catedral  de  la  Asunción  (12). 

Varios.     Donativo  de  su  salario  en  estas  ocasiones  (13). 

Varios.  Donativo  de  las  maderas  precisas,  (14)  y  otros  mate- 
riales. 

Obras  en  la  Gobernación  de  Buenos  Aires 

1660.  A  trasladar  la  ciudad  de  Santa  Fe  y  fundarla  12  leguas 
de  su  primitivo  asiento  (15). 

1664.     A  fortificar  el  puerto  de  Buenos  Aires,  150  (16). 

1671.  A  la  fortificación  de  la  ciudad  de  Buenos  Aires,  500  (17) 

1703.  A  fortificar  el  puerto  de  Buenos  Aires,  400  (18) 

1704.  A  trabajar  en  las  fortificaciones  de  Buenos  Aires,  400  (19). 

(1)  BuRGÉs,  1705. 

(2)  Aguilar,  Autos  de  1735. 

(3)  Id. 

(4)  BuRGÉs,  1705. 

(5)  Id. 

(6)  Id. 

(7)  Id. 

(8)  Id. 

(9)  Id. 

(10)  Aguilar,  Autos. 

(11)  Id. 

(12)  NusDORFFER,  Informe  al  Rey  sobre  el  modo  de  imponer  el  diezmo  á  los 
Guaranis,  30  Enero  1746. 

(13)  Id. 

(14)  Id. 

(15)  Lozano,  Conq.  IIT,  445:  Funes,  Ensayo,  Lib.  III.  cap.  Vil. 

(16)  BuRGÉs,  1705. 

(17)  Id. 

(18)  BuRGÉs,  1707. 

(19)  Id. 


-70- 

1724.  A  construir  el  fuerte  y  castillo  de  Buenos  Aires,  160  (1). 

1725.  Lo  mismo  (2). 

1726.  Lo  mismo  f3). 

1724.  A  construir  las  murallas  5^  fuertes  del  recinto  de  Montevi- 
deo, 2000  (4). 

1725.  Lo  mismo  (5). 

1726.  Lo  mismo  (6). 

1727.  Lo  mismo  (7). 

1728.  Lo  mismo  (8). 

1729.  Lo  mismo  (9). 

1725.     A  construir  el  cerco  de  Santa  Fe,  125  (10). 

Varios  años.  A  edificar  y  reparar  la  Catedral  de  Buenos 
Aires  (11). 

Varios.     Donativo  de  su  salario  en  tales  ocasiones  (12). 

Varios.  Donativo  de  maderas  y  otros  materiales  para  lo  mis- 
mo (13). 

Varios.     Edificios  públicos  en  Corrientes  (14). 

Gobernación  de  Tucumán 

Varios.     Edificio  de  iglesias  en  Córdoba  (15). 

Cómo  procedieron  los  Guaraníes  en  estos  trabajos  de  edificación, 
nos  lo  dice  bastante  una  carta  del  P.  Carlos  Cattaneo,  escrita  el  año 
de  su  llegada  á  estas  tierras,  1729,  en  que  refiriéndose  á  los  dos  mil 
Guaraníes  que  habían  quedado  fabricando  el  cerco  y  las  fortificacio- 
nes de  Montevideo,  habla  en  los  términos  siguientes:  «^Los  Padres 
que.  llegaron  [d  Montevideo]  ocho  días  antes  que  nosotros  en  el  buque 
San  Francisco,  y  tuvieron  ocasión  de  desembarcar  varias  veces 
nos  informaron  de  que  al  presente  no  se  cuentan  más  que  tres 
ó  cuatro  cas/is  de  ladrillo  de  un  solo  piso,  y  otras  cincuenta  cabanas 

(1)  Aguii.ar,  Autos  de  1755. 

(2)  Id. 

(3)  Id. 

(4)  Id. 

(5)  Cattanko,  Carta  de  1729  sobre  su  viaje  desde  Europa,  inserta  en  Muratort. 
,61  Id. 

(7)  Id. 

(8)  Id. 

(9)  Id. 

(10)  Ar.uiLAR,  Autos  de  1735. 

(11)  NusDORFFER,  Informe  sobre  el  diezmo,  30  Enero  1746. 

(12)  Id. 

(13)  Id. 

(14)  Lamas,  Introd.  al  P.  Guevara. 

(15)  Id. 


-71  — 

de  enero  de  buey,  donde  habitan  las  familias  venidas  últimamente, 
hasta  que  se  fabriquen  bastantes  para  alojarlos.  Los  fabricantes 
son  los  Indios  de  nuestras  Misiones,  que  vinieron  en  1725  [fué 
á  principios  de  1724]  por  orden  del  Gobernador  de  Buenos  Aires,  en 
nmnero  de  cerca  de  dos  mil,  para  fabricar,  como  lo  han  hecho 
hasta  ahora,  la  fortaleza,  y  debajo  del  cuidado  de  dos  de  nuestros 
Misioneros  que  los  asisten  predicando,  y  confesándolos  en  su  len- 
gua, pues  no  entienden  la  española.  Habitan  dichos  dos  Padres  en 
una  de  esas  cabanas  de  cuero,  y  los  pobres  itulios  sin  casa  ni  techo, 
expuestos,  después  de  sus  fatigas,  al  aguaya/  viento,  y  sin  sueldo 
ni  salario,  sino  solo  con  el  descuento  del  tributo  que  deben 
pagara  (1). 

Pero  aun  más  expresivo  es  el  Informe  al  Rey  del  mismo  Gober- 
nador de  Buenos  Aires,  Don  Bruno  Mauricio  de  Zavala,  en  el  cual 
se  ven  las  cualidades  de  los  Guaraníes  descritas  al  lado  de  las  de 
otros  trabajadores  ocupados  en  las  mismas  obras.  «Sin  ponderación 
[dice],  (2)  si  no  tuviera  á  los  indios,  era  imposible  proseguir  el  tra- 
bajo empezado  para  el  resguardo  y  defensa  de  Montevideo,  ni  tam- 
poco el  de  este  Castillo  [de  Buenos  Aires],  cuando  ni  los  Soldados, 
ni  los  demás  Españoles  quieren  reducirse  á  este  género  de  fatiga. 
Y  aun  los  Indios,  que  andan  vagamundos  de  los  Forasteros,  sucede 
lo  propio:  y  con  unos,  5'  con  otros,  si  hay  alguno  que  se  aplique 
á  ganar  el  jornal,  cuatro  días  es  puntual  en  el  trabajo:  después  pre- 
tende dinero  adelantado,  y  se  huye,  si  recibió  algo,  ó  no  se  le  dio, 
por  imitar  á  los  demás,  que  de  ordinario  lo  ejecutan,  sin  el  menor 
escrúpulo,  ni  miedo:  cuya  propensión  está  tan  arraigada  en  los 
genios,  por  su  naturaleza  floja,  y  viciada  en  la  libertad,  que  no  hay 
humano  discurso  para  remediarlo. 

«Esto  es  lo  que  pasa  con  los  Españoles,  Indios  vagamundos  y  otra 
gente;  pero  los  Tapes  de  las  Doctrinas  de  la  Compañía  de  Jesús, 
debo  decir  á  V.  M.  con  una  verdad  ingenua  y  sincera,  que  es  impon- 
derable la  sujeción,  la  humildad,  y  la  constancia  de  perseverar  en 
todo  lo  que  ocurre  del  servicio  de  V.  M.:  y  en  particular  en  las  obras 
de  fortificación,  en  las  que  se  ahorra  el  logro  de  su  Real  Hacienda, 
según  lo  que  varias  veces  he  representado  á  V.  M.  respecto  de  que 
nadie,  con  lo  que  tienen  asignado,  trabajaría,  procediendo  la  suje- 
ción y  modo  regular  de  vivir  tan  observantes  en  lo  que  se  les  impone, 
de  la  buena  educación  y  enseñanza  en  que  están  instruidos  por  los 
Padres  de  la  Compañía,   atribuyéndose  á  su  gobierno,   economía, 

(1)  MuRATORi,  Cristianesimo  felice,  tom.  II.  edit.  1752. 

(2)  Vide  supra,  lib.  I.  cap.  XIII.  §  VI. 


-72- 

política,  prudencia,  y  gran  dirección,  la  conservación  de  los  Pue- 
blos, y  la  pronta  obediencia  de  los  Indios  á  todo  lo  que  se  les 
manda...»  «muy  aplicados  y  sujetos  á  lo  que  se  les  previene  han  de 
hacer:  de  suerte  que  causa  bastante  admiración  la  puntualidad  de 
su  asistencia,  sin  faltar  indefectiblemente  á  las  horas  señaladas. 
Y  allí  mismo  dice  qué  es  lo  que  recibían  los  Indios  como  sueldo  de 
su  trabajo:  ^los  que  al  presente  se  hallan  en  Montevideo...  están 
empleados  en  hacer  la  fagina,  y  trasportarla  para  la  fortifica- 
ción que  se  construye  en  aquel  puesto,  esmerándose  en  ello  con  la 
mayor  diligencia  y  cuidado,  con  solo  la  subsistencia  diaria,  harto 
limitada./) 

El  mismo  Gobernador  Zavala  reconoció  y  dijo  algunos  años  des- 
pués, cuando  en  1733  pacificó  el  Paraguay  rebelado,  «que  lo  que 
niás  contribuyó  á  allanar  aquella  Gobernación  y  restituirla  á  la  obe- 
diencia del  católico  monarca  Don  Felipe,  fué  el  buen  método  que 
observaron  los  indios  por  la  vigilancia  de  los  Misioneros  Jesuítas 
que  les  asistían,  sirviendo  en  todo  con  la  mayor  prontitud  y  fideli- 
dad que  se  podía  desear,  sin  que  el  sentimiento  natural  de  ver  sus 
pueblos  trabajados  de  la  peste  y  del  hambre,  fuesen  poderosos  á  enti- 
biar el  ardor  con  que  siempre  estos  fidelísimos  vasallos  se  señalaron 
en  el  servicio  de  !Su  Majestad»  (1). 

Concluiremos  esta  materia  resumiendo  lo  que  hicieron  los  Gua 
raníes  en  favor  del  país  en  empresas  militares  y  en  obras  de  utilidad 
pública,  con  las  palabras  del  juicioso  3^  diligente  investigador  Don 
Andrés  Lamas  (2):  «Encontramos  á  las  Milicias  Guaranís  encami- 
nándose á  Castillos  para  hacer  reembarcar  á  los  franceses  que 
habían  aportado  á  aquella  ensenada;  al  puerto  de  Montevideo  para 
expulsar  á  los  portugueses,  que  allí  principiaban  á  establecerse:  á  la 
Colonia  del  Sacramento,  cuyas  fortificaciones  salpicaron  con  su 
sangre:  á  Villarrica  para  castigar  á  los  portugueses  que  la  saquea- 
ron: á  la  Asunción  y  á  otros  puntos  para  establecer  ó  mantener  el 
pendón  real.  Vemos  á  los  Guaranís  trabajando  en  los  edificios  públi- 
cos de  la  Asunción,  de  Corrientes  _v  de  Santa  Fe;  levantando  los 
muros  de  la  fortaleza  principal  de  Buenos  Aires,  3^  los  fortines  del 
Riachuelo  3'  de  Lujan:  rodeando  de  murallas  y  fuertes  el  recinto  de 
la  ciudad  de  Montevideo;  en  cu3^a  fundación  fueron  tan  útiles;  y  con- 
curriendo á  la  edificación  de  templos  en  las  principales  ciudades  del 
litoral,  y  en  algunas  del  interior  como  Córdoba  » 

No  se  puede  dar  un  paso  en  la  historia  de  estas  regiones,   sin 

(1)  ViLKAGAKCÍA,  Vida  del  P.  Jaime  de  Ag-iiilar,  letra  S,  pág.  3. 

(2)  Introducción  al  P.  Guevara,  pág.  XXXI. 


-73- 

encontrar  al  punto  la  importante  acción  de  los  Indios  Guaraníes  de 
las  Doctrinas  en  uno  ú  otro  sentido. 


VI 

148 

INMIGRACIÓN  EUROPEA 

Un  efecto  menos  observado  del  sistema  empleado  por  los  Jesuí- 
tas en  las  Doctrinas  de  Guaranís,  fué  la  inmigración.  El  Misionero 
no  podía  morar  solo  entre  los  indios,  y  así  para  cada  reducción  eran 
necesarios  dos  sacerdotes.  El  número  de  reducciones  y  doctrinas  iba 
aumentando  de  día  en  día,  como  aumentaba  el  trabajo  espiritual 
en  las  ciudades  3'  en  las  campañas,  adonde  dirigían  de  tiempo  en 
tiempo  sus  excursiones  apostólicas.  Mas  el  número  de  vocaciones 
probadas,  y  con  las  cualidades  especiales  requeridas  para  los  minis- 
terios de  la  Compañía  de  Jesús,  no  crecía  ni  podía  crecer  á  propor- 
ción, en  un  país  como  las  provincias  de  Paraguay,  Tucumán  y  Río 
de  la  Plata,  donde  la  población  era  tan  exigua,  y  las  circunstancias 
no  favorecían  la  abundancia  de  vocaciones.  Fué  preciso,  por  tanto, 
desde  un  principio  echar  mano  de  los  auxilios  de  fuera. 

El  primer  recurso  se  hacía,  como  era  natural,  á  las  provincias  de 
España,  de  donde  había  de  provenir  mayor  uniformidad  en  la  acción, 
y  para  cuya  inmigración  no  había  de  ser  tan  difícil  obtener  licencia 
de  la  potestad  civil;  pues  si  á  los  españoles  les  estaba  prohibido 
pasar  á  América  sin  licencia,  era  sin  comparación  más  estrecha  la 
prohibición  de  admitir  á  ningún  extranjero.  Mas  pronto  se  hubo  ago- 
tado esta  fuente.  Las  provincias  del  sur  de  América  meridional  no 
formaban  una  excepción,  sino  que  eran  parte  de  la  regla  general: 
pues  que  también  las  otras  provincias  de  Chile,  del  Perú,  de  Colom- 
bia, de  Méjico  y  Filipinas  sentían  la  necesidad  de  Misioneros,  y  no 
pudiendo  formarlos  en  sus  propios  países,  por  las  mismas  razones 
que  la  del  Paraguay,  acudían  á  pedirlos  á  España.  De  España 
habían  de  salir  en  primer  lugar  operarios  parala  Península;  y  es 
claro  que  teniendo  tantas  peticiones,  no  podían  las  provincias  de 
España  satisfacer  á  todas,  por  masque  allí  fuesen  más  abundantes 
las  vocaciones. 

Fué,  pues,  necesario  buscar  Misioneros  de  otras  naciones  de 
Europa,  además  de  los  que  daba  España,  que  por  la  gracia  de  Dios 


-74- 

y  la  piedad  ingénita  de  la  nación,  siempre  fueron  el  ma5^or  número. 
Claro  es  que  aquí  se  cruzaban  dos  dificultades  graves:  una  encontrar 
tales  Misioneros  fuera  de  España:  otra,  alcanzar  licencia  para  su 
venida.  Cómo  se  venció  la  primera,  consta  de  lo  ya  dicho  sobre  per- 
sonal de  las  Doctrinas  (1).  La  resolución  de  la  segunda  fué  más  tra- 
bajosa, y  en  ella  se  ofrecieron  varios  percances  y  alternativas  que 
se  expondrán  ahora. 

Los  Reyes  de  España  pusieron  especial  cuidado  en  que  la  inmi- 
gración á  las  Indias  fuera  escogida,  y  la  más  conveniente  para  el 
bien  de  la  colonia.  Por  lo  cual,  casi  desde  el  descubrimiento  de 
América  se  prohibió  el  paso  á  las  Indias  á  los  que  no  eran  naturales 
de  los  reinos  de  España,  siendo  las  causas,  según  las  enumera 
Solórzano  (2),  y  se  ve  también  en  las  mismas  leyes  (3),  para  evitar 
la  introducción  de  sectas  heréticas,  alejar  las  personas  que  se  temiera 
habían  de  promover  disturbios  y  revueltas,  ó  con  el  conocimiento  de 
aquellas  regiones  y  de  sus  puntos  débiles  comunicado  afuera  traje- 
sen invasiones  de  naciones  extranjeras:  y  aun  para  evitar  el  daño  de 
los  indios,  que  era  probable  que  en  los  tratos  con  los  comerciantes 
saliesen  engañados  ó  damnificados.  Y  aunque  no  todas  las  razones 
comprendiesen  á  los  religiosos,  podía  tocarles  alguna,  por  el  afecto 
natural  á  su  patria:  3^  así  también  ellos  estaban  comprendidos  en  la 
prohibición  (4).  De  suyo  estas  leyes  «se  observaba)i  nialr,  dice  el 
Padre  Lozano  (5),  <iCOino  sea  moralmeute  imposible  cerrar  del  totio 
puertas  tan  anchas  cuales  son  las  de  la  Auiéricay>.  Mas  por  lo  que 
toca  á  los  Jesuítas,  los  Generales  de  la  Coiiipañía  tenían  mandado 
que  se  observase  la  ley  inviolablemente,  como  era  justo,  sin  permi- 
tir pasar  Jesuíta  á  las  Indias  de  Castilla,  que  no  fuese  de  nación 
español,  sin  la  particular  licencia  (6)  requerida.  Sintiéndose,  pues, 
la  necesidad  de  auxiliares  de  que  va  hecha  mención,  hicieron  dili- 
gencias los  Procuradores  de  Indias,  y  entre  otros  el  P.  Diego  de 
Torres  Bollo  (7)  para  conseguir  del  Consejo  facultad  con  que  pasa- 
ran al  Nuevo  Mundo  misioneros  de  otras  naciones  que  tenían  voca- 
ción para  ello.  Trató  el  asunto  con  el  duque  de  Lerma,  que  cntonce'í 
estaba  en  privanza,  el  P.  Alonso  de  Castro,  Jesuíta  portugués  que 
tenía  gran  cabida  en  la  Corte:  y  aunque  no  se  derogó  la  ley,   ni  se 

(1)  Siipra,  cap.  X.  §§.  I.  11.  X.  XI. 

(2)  Solórzano,  De  Indiaruin  jure,  tom.  I.  lib.  2.   c.  25.  m'im.  68.  sqq:   tom.   II. 
lib.  2.  c.  5.  m'im.  49. 

(3)  Leves  1.  8.  9.  10.  tít.  27.  lib.  9.  R.  I. 

(4)  Ley  12.  tít.  14.  lib.  I. 

(5)  Lozano,  Historia,  lib.  IV'.  cap.  XI.  m'im.  1. 

(6)  Ibid. 

(7)  [bíd. 


-75- 

concedió  facultad  general,  se  mostraron  los  Consejeros  del  Consejo 
de  Indias  inclinados  á  conceder  licencias  individuales  por  la  satis- 
facción que  dijeron  tener  de  que  sujetos  de  la  Compañía  juzgados 
aptos  para  Misiones,  guardarían  como  era  debido  la  fidelidad  al  Rey 
de  España.  Con  esto,  el  P.  Diego  de  Torres,  que  como  Procurador 
regresaba  á  su  provincia  del  Perú  en  1604,  pudo  lograr  permiso  para 
traer  veinte  religiosos  extranjeros  entre  los  cincuenta  que  vinieron 
con  él,  é  hicieron  tan  buena  prueba  como  lo  muestra  el  insigne  elo- 
gio que  de  ellos  hace  Hernandarias  de  Saavedra  en  carta  al  Con- 
sejo (1);  no  desemejante  de  otro  que  pocos  años  antes  había  escrito 
el  conde  de  la  Gomera  (2).  En  1609  fué  de  parecer  el  Consejo  de 
Estado,  y  aun  hay  indicios  que  se  llegó  á  expedir  Cédula  para  ello, 
de  que  no  convenía  ya  permitir  este  paso  de  religiosos  extranjeros, 
y  hasta  se  habían  de  retirar  los  que  ya  había  en  las  Indias;  pero  las 
razones  presentadas  al  suplicar  debieron  hacer  que  se  revocase  la 
Cédula  ó  que  no  se  ejecutase  (3). 

No  se  removió  más  esta  cuestión  hasta  que  vinieron  á  suscitarse 
de  nuevo  las  sospechas  con  ocasión  del  alzamiento  de  Portugal 
de  1640.  Justamente  por  entonces  habían  abogado  ante  el  Consejo 
de  Indias  y  en  sentido  contrario  dos  Padres  Jesuítas,  el  P.  Alonso 
Messía,  Procurador  por  la  provincia  del  Perú  (4),  y  el  P.  Alonso  de 
Ovalle,  Procurador  por  la  Vice-provincia  de  Chile,  presentando 
razones,  el  uno  de  que  no  convenía  dejar  pasar  religiosos  extranje- 
ros á  Indias;  el  otro,  de  que  eran  necesarios.  Parece  que  este  último 
sentir  es  el  que  prevaleció,  concediéndose  al  P.  Ovalle  algunos  her- 

(1)  «Certifico  á  V.  M.  que  entiendo  no  hay  modo  mejor  para  la  conversión  de 
los  naturales,  que  el  meter  entre  ellos  Padres  de  la  Compañía...:  y  así  se  habían 
de  enviar  para  sola  esta  gobernación  y  provincia  de  Guayrá  cincuenta  dellos,  si 
fuese  posible,  para  que  vayan  adelante  las  reducciones  y  se  puedan  hacer  otras, 
que  tantos  serán  menester,  porque  hay  muchos  naturales.  Y  si  entre  estos  Padres 
viniesen  la  mitad  dellos  italianos,  esté  V.  M.  cierto  no  se  haría  menor  efecto, 
porque  los  que  desta  nación  han  entrado  en  esta  provincia,  así  muchos  años  ha, 
como  de  poco  tiempo  á  esta  parte,  se  han  señalado  en  el  trabajo,  y  ansí  son  de 
mucha  virtud  y  ejemplo».  Hernandarias,  carta  de  4  de  Mayo  de  1610.  (Sevilla: 
Arch.  de  Indias;  74.  4.  12.) 

(2)  «.Señor:  Los  caciques  y  principales  de  la  provincia  de  Chucuito  que  son 
encomendados  en  la  Corona  Real,  me  hacen  instancia  suplique  á  V.  M.  se  sirva 
enviarles  muchos  sujetos  de  la  Compañía,  que  acudan  á  su  aprovechamiento  espi. 
ritual,  respecto  de  que  parece  que  Dios  se  lo  tiene  librado  por  medio  de  la  Com. 
pañía,  y  del  ministerio  apostólico  que  con  tan  universal  provecho  ejercitan  en 
esta  tierra...  Y  particularmente  suplican  á  V.  M.  estos  indios  se  sirva  de  enviar, 
les  muchos  Padres  italianos:  porque  aunque  en  todos  se  muestra  gran  celo  de  ayu- 
darles, en  los  de  esta  nación  ha  resplandecido  más,  y  ha  sido  en  esta  tierra  mara- 
villoso el  fruto  que  han  hecho,  y  así  q  lieren  gozar  de  tan  apostólicos  varones.» 
Carta  de  6  de  Abril  de  1607.  (Sevilla:  Arch.  de  Indias,  70.  1.  35.) 

(3)  Apunte  de  una  carta  de  un  Misionero  del  Paragnay  extranjero  á  otro  cas- 
tellano, hacia  1653. 

(4)  Memorial  presentado  al  Consejo  de  Indias. 


-76- 

manos  Coadjutores  extranjeros  como  oficiales  mecíínícos  para 
llevarlos  á  Chile.  Y  no  poco  hubo  de  influir  en  la  resolución  un  pare- 
cer escrito  del  Consejero  D.  Juan  de  Solórzano,  que  á  7  de  Enero 
de  1640  asentaba  que,  á  su  juicio,  no  se  debía  poner  reparo  alguno  en 
la  introducción  de  los  Jesuítas  extranjeros  (1).  Pero,  ocurrida  á  fines 
de  aquel  año  la  rebelión  del  duque  de  Braganza  en  Lisboa,  con  las 
guerras  subsiguientes,  renacieron  con  tal  ocasión  los  antiguos  rece- 
los y  preocupaciones,  aumentados  con  informes  llenos  de  pasión  de 
los  émulos  de  la  Compañía  en  los  años  inmediatos,  fingiendo  que  los 
Jesuítas  querían  levantar  un  Rey  en  el  Paraguay,  y  para  eso  arma- 
ban sus  neófitos  y  los  separaban  de  los  españoles.  El  efecto  no  se 
hizo  esperar. 

Era  el  año  de  1647,  y  al  puerto  de  Sevilla  habían  concurrido 
hasta  ochenta  y  cinco  (2)  Jesuítas  extranjeros,  buscados  con  gran 
trabajo  por  los  Procuradores  americanos  para  sus  respectivas  Misio- 
nes, Méjico,  Perú,  Chile  y  Paraguay.  Dio  la  casualidad  de  que  los 
Padres  que  habían  tenido  que  pasar  por  países  de  herejes  andaban 
vestidos  de  seglares,  precaución  allí  necesaria  para  evitar  insultos. 
Ya  estaban  para  embarcarse,  habiendo  obtenido  la  competente 
licencia  del  Consejo,  cuando  soplando  los  vientos  de  la  calumnia, 
para  sugerir  que  aquéllos  podían  ser  extranjeros  disfrazados,  que  se 
hacían  á  la  vela  con  siniestros  intentos  sobre  América,  se  expidió 
orden  perentoria  del  Consejo  de  Indias  para  que  ni  uno  solo  de  ellos 
fuese  admitido  á  bordo,  sino  que  todos  regresaran  á  su  respectivo 
país.  He  aquí  cómo  relata  la  parte  perteneciente  al  Paraguay  uno 
de  los  cuatro  Procuradores  que  iban  á  embarcarse,  el  P.  Juan  Pas- 
tor, escribiendo  la  carta  anua  de  1650  á  1652  (3):  «Había  yo  logrado 
un  buen  número  de  Misioneros  extranjeros  por  la  bondad  del  Padre 
General  y  de  otros  Padres,  señalándose  de  un  modo  especial  el 
Padre  Florencio  de  Montmorency,  Asistente  de  Alemania,  quien  de 
las  provincias  de  su  cargo  me  había  concedido  diez  y  nueve  sujetos, 
seis  de  ellos  hermanos  Coadjutores,  peritos  en  variedad  de  artes 
y  oficios,  y  los  otros  trece  sacerdotes,  cuatro  de  los  cuales  eran  pro- 
fesos de  cuatro  votos...:  otros  diez  compañeíos  me  había  dado  el 
Asistente  de  Italia,  y  diez  más  el  de  España.  Vuelto  á  Sevilla, 
y  estando  á  punto  de  embarcarme  con   mis  treinta  y  nueve  compa- 

(1)  SoLÓMZANO,  Dictamen  escrito  dado  en  favor  del  P.  Ovalle.  (Apénd.   n."  51.) 

(2)  Setenta  y  cinco  dice  el  Memorial  del  Asistente  P.  Izquierdo  al  Consejo 
en  1673  y  otro  de  1676;  pero  ha  parecido  que  debía  preferirse  el  número  que  da  el 
Padre  Pastor,  testigo  del  hecho  en  1647  que  dice:  ad  quinqué  snpra  octoginta 
extranei  reperti  siint.  (Annuae  Paraquariae,  triennii  ad  1653.) 

'3;    Ibid. 


-77- 

ñeros,  he  aquí  que  nos  asalta  una  deshecha  borrasca  en  el  puerto 
mismo.»  Y  después  de  explicar  lo  sobredicho,  añadiendo  algunas 
circunstancias,  como  la  adversa  disposición  del  Presidente  de 
Indias,  el  publicarse  á  voz  de  pregonero  la  prohibición  á  la  gente  de 
mar,  pasar  lista  ante  el  Presidente  de  la  Casa  de  Contratación  y  un 
escribano,  y  obligar  á  los  Superiores  de  la  Compañía  á  que  pusieran 
á  los  Misioneros  precepto  de  obediencia,  concluye:  «Perdida  la  espe- 
ranza del  viaje  de  tan  numerosa  expedición,  sólo  pude  traer  conmigo 
un  sacerdote...  y  otros  trece  compañeros,  parte  estudiantes  parte 
Coadjutores...  con  los  cuales,  después  de  ochenta  días  de  navega- 
ción, arribamos  á  Buenos  Aires  á  13  de  Enero  de  1648.»  Golpe  fué 
éste  tan  desacertado  y  funesto,  que,  según  hace  notar  el  Padre 
Dobrizhoffer  (1),  retardó  un  siglo  entero,  y  quizá  más,  la  pacifica- 
ción del  Chaco,  que  entonces  estaba  comenza'a  con  muy  buen  pie, 
y  tuvo  que  abandonarse  por  falta  de  operarios:  y  sólo  á  costa  de 
mucha  sangre  que  se  derramó,  volvieron  los  tobas,  mocovíes  y  abi- 
pones á  entfar  en  temor,  y  pedir  Misioneros  y  reducción. 

De  las  mismas  causas  expuestas  arriba  procedió  una  Cédula 
expedida  hacia  1650,  en  virtud  de  la  cual  se  hicieron  averiguaciones 
en  el  Río  de  la  Plata  sobre  quiénes  y  cuáles  eran  los  Jesuítas  extran- 
jeros, y  se  trataba  hasta  de  expulsarlos  de  América;  materia  acerca 
de  la  cual  escribió  al  Presidente  de  Charcas  el  Illmo.  Sr.  Maldo- 
nado.  Obispo  de  Tucumán,  en  los  siguientes  términos,  con  fecha  24 
de  Agosto  de  1651,  enviándole  al  mismo  tiempo  una  consulta 
ó  informe  que  pensaba  dirigir  al  Rey:  «De  ninguna  manera  la  Com- 
pañía, si  sacan  dichos  sujetos,  tiene  otros  que  poner,  porque  está 
exhausta  de  sujetos,  y  lleva  el  peso  en  estas  provincias  del  mayor 
y  menor  de  los  ministerios,  y  han  menester  más  religiosos  que  otras 
comunidades...  Yo  vivo  aquí  muy  atento  por  mi  oficio:  y  he  cono- 
cido en  la  Compañía  por  la  experiencia,  que  si  en  sujeto  suyo  oyera 
una  leve  palabra  que  no  fuera  de  muy  rendido  y  humilde  vasallo 
de  su  Majestad,  lo  quemara»  (2).  Y  no  obstante  las  diligencias  que 
se  hicieron,  empeoraba  el  asunto  de  suerte  que  el  Provincial  del 
Paraguay  escribe  á  29  de  Febrero  de  1653  al  P.  Procurador  general 
de  Indias  en  Madrid,  Julián  de  Pedraza:  «Su  Majestad  ha  mandado 
por  dos  Cédulas  que  los  Padres  extranjeros  que  están  en  nuestras 
Reducciones,  salgan  de  ellas,  y  los  embarquen  para  Castilla...:  y  el 
señor  Virrey  ha  suspendido  su  ejecución  á  grandes  ruegos  hasta 
que  el  dicho  Procurador  [P.  Simón  de  Ojeda]  informe  á  su  Majestad, 

(1)  Dobrizhoffer,  De  Abiponibus,  III. 

(2)  Buenos  Aires:  Arch.  gen.  legajo  Padres  Jesuítas  /  Varios  ai'ios.. 


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y  se  vea  lo  que  manda  últimamente»  (1).  De  hecho,  se  suspendió  la 
ejecución  para  algunos;  pero  se  ejecutaron  las  Cédulas  con  un 
Padre. francés,  Manuel  Berthod,  y  otro  portugués,  Pablo  de  Bena- 
vides,  por  ser  de  nacionalidad  más  sospechosa  (2). 

Por  fin,  entre  la  cantidad  de  Cédulas  que  se  despacharon  en 
junio  de  1654  sobre  los  tan  debatidos  asuntos  del  Paraguay,  se 
registran  dos  de  primero  de  Junio,  dirigidas  una  al  P.  General)'  otra 
al  Provincial  de  Castilla,  notificándoles  que  se  ha  prohibido  estre- 
chamente que  pase  ningún  Jesuíta  extranjero  á  las  Indias  espa- 
ñolas (3). 

A  10  de  Junio  de  1654,  se  mandaba  al  Presidente  de  Charcas  don 
Francisco  de  Nestares  Marín,  que  nombrase  para  Visitador  del  Pa- 
raguay al  0\dov  de  más  prudencia  y  capacidad  (lo  que  hizo  eligiendo 
al  doctor  don  Juan  Blásquez  de  Valverde),  y  se  le  enviaba  la  Instruc- 
ciótt  para  el  nombrado  (4), uno  de  cuyos  puntos  era.:  «Enviará  relación 
de  los  religiosos  de  ¡a  Compañía  de  Jesiis  que  hay  en  esas  provin- 
cias; y  más  por  menor  de  los  que  residen  y  asisten  en  las  Reduccio- 
nes y  Doctrinas  que  tienoi  á  su  cargo  en  las  del  Paraná  y  Uruguay 
y  sott  extranjeros:  qué  nilmero  habrá  en  todos  y  de  qué  nación  es 
cada  nno:  y  sin  hacer  novedad,  avise  de  los  que  son  y  su  modo  de 
proceder.»  Y  habiendo  escrito  el  Visitador,  después  de  practicadas 
todas  las  diligencias,  que  todos  eran  de  satisfacción,  y  que  los 
extranjeros  habían  quedado  con  el  desconsuelo  de  que  los  tachasen 
en  el  afecto  al  Rey,  de  que  tantos  años  habían  dado  muestras  ine- 
quívocas; sólo  se  le  respondió  que  estaba  bien  y  que  los  dejase  sin 
molestarlos;  pero  no  admitiese  ningún  otro  extranjero  en  adelante  (5). 

A  6  de  Diciembre  de  1662  se  avisaba  al  Presidente  de  la  Audien- 
cia de  Buenos  Aires,  Salazar,  que  sobre  la  materia  de  extranjeros, 
bastaba  el  recuento  que  se  hacía  de  los  Misioneros  en  Sevilla,  y  el 
segundo  al  recibirlos  en  Buenos  Aires,  sin  que  fuese  necesario 
pasarles  lista  nuevamente  en  Córdoba,  como  parece  que  se  había 
empezado  á  hacer  (6). 

Una  representación  del  P.  General  Juan  Pablo  Oliva,  con  la 
súplica  del  Provincial  de  Toledo,  P.  Felipe  de  Osa,  sobre  la  imposi- 
bilidad de  atenderá  las  misiones  con  solólos  sujetos  de  España, tuvo 


(1)  Chile:  Bibl.  Nac.  MSS.  Jesuítas    vol.  275. 

(2)  Capítulo  de  carta  de  ua  Padre  extranjero  de  las  Doctrinas  del  Paragua)- 
á  otro  Padre  español,  hacia  1653. 

(3)  Sevilla:  Arch.  de  Indias,  122.  3.  2. 

(4)  Ibid.  tom.  6,  fol.  118. 

(5)  Ibid.  fol,  227. 

(6)  122.  3.  2.  vol.  1°  fol.  173. 


-79- 

por  efecto  la  Cédula  de  10  de  Diciembre  de  1664  (1),  por  la  que 
se  permite  que  sean  extranjeros  la  cuarta  parte  de  los  Misioneros 
Jesuítas  para  América,  con  condición  de  ser  vasallos  de  España  ó 
de  los  Estados  hereditarios  de  la  casa  de  Austria,  y  detenerse  un 
año  en  la  provincia  de  Toledo.  Diez  años  más  tarde,  representándose 
nuevamente  sobre  los  daños  espirituales  de  este  gravamen,  se  con- 
cedió, por  Cédula  de  12  de  Marzo  de  1674,  que  pudieran  ser  los 
extranjeros  la  tercera  parte  del  número  de  la  expedición,  y  que  no 
se  hubieran  de  detener  en  España. 

La  cláusula  que  en  esta  Cédula  se  ponía,  de  que  «no  se  hayan  de 
emplear  en  otros  usos  que  los  de  predicar  el  santo  Evangelio  á  los 
indios»;  y  lo  que  exigió  otra  Cédula  de  15  de  Noviembre  de  1676,  que 
forzosamente  habían  de  pasar  en  llegando  á  América,  á  los  parajes 
de  Misiones,  con  otras  pretensiones  que  introdujo  el  Fiscal  del  Con- 
sejo de  Indias  (efectos  lastimosos  del  regalismo  con  que  el  Estado 
quería  gobernarlo  todo,  aun  dentro  de  la  Iglesia)  hicieron  que  el 
P.  General  Tirso  González  dirigiese  un  Memorial  al  Consejo  de 
Indias,  en  el  que,  apoyado  en  sólidos  fundamentos  exponía  ser  con 
tales  condiciones  imposible  el  gobierno  de  los  subditos  de  la  Com- 
pañía, el  cumplimiento  de  su  Instituto  y  el  fruto  de  sus  ministerios: 
y  concluía  que,  si  así  había  de  ser,  la  Compañía  hacía  dejación  desde 
luego  de  las  Misiones  que  tenía  en  América. 

Trajo  una  nueva  dificultad  al  envío  de  los  Misioneros  extranjeros 
el  cambio  de  la  dinastía  de  Borbón  en  lugar  de  la  de  Austria  en 
España  y  la  guerra  de  sucesión:  de  suerte  que,  estando  para  salir 
una  expedición  para  Méjico  y  Quito  con  ocho  Misioneros  alemanes, 
y  habiéndose  obtenido  licencia  expresa  para  ellas  del  Rey  Felipe  V 
en  persona,  el  Consejo  les  puso  dificultades  primero,  y  últimamente 
les  negó  el  pase,  no  obstante  el  Memorial  que  no  tenía  réplica,  pre- 
sentado por  el  P.  Juan  Martínez  de  Ripalda,  Procurador  de  aquellas 
dos  provincias  de  Indias. 

Allanáronse  las  dificultades  por  Cédula  de  27  de  Junio  de  1703  (2). 
en  que  se  desestimaban  las  pretensiones  del  Fiscal:  y  se  concedió  á 
los  Jesuítas  que  pudieran  enviar  á  América  la  tercera  parte  de  Mi- 
sioneros extranjeros,  con  tal  que  fueran  vasallos  del  Rey  de  España. 
Más  tarde,  en  Cédula  de  18  de  Febrero  de  1707,  se  concedieron  dos 
terceras  partes  de  extranjeros  «que  precisamente  sean  vasallos  míos, 
ó  del  Estado  del  Papa,  y  de  las  naciones  extranjeras  que  al  presente 
se  hallen  afectas  á  la  Corona». 

(1)  154.  1.  20. 

(2)  Sevilla:  Arch.  de  Indias:  154.  1.  21.  tom.  13. 


-80- 

En  1715  concedía  Felipe  V  que  pudiesen  pasar  á  América  misio" 
ñeros  Jesuítas  de  Polonia,  Baviera,  Bélgica,  el  Estado  pontificio 
Venecia,  Genova  y  toda  Italia,  menos  el  Milanesado  y  Ñapóles,  que 
se  exceptuaban  expresamente  (1).  Por  Cédula  de  17  de  Setiembre 
de  1734,  se  concedía  que  la  cuarta  parte  de  la  expedición  de  Misio- 
neros pudiera  ser  de  alemanes  (2).  Y  al  mencionar  esta  concesión  en 
la  Cédula  grande  de  1743,  confirmando  la  misma  facultad,  se  agre- 
gaba en  elogio  de  los  Jesuítas  alemanes  la  cláusula  «que  en  todas 
ocasiones  han  sido  fidelísimos,  como  se  acreditó  en  la  del  año  de  mil 
setecientos  treinta  y  siete,  que  estando  sobre  la  Colonia  del  Sacra- 
mento con  cuatro  mil  indios  Guaraníes  el  P.  Tomás  Werle,  le  ma. 
taron  de  un  fusilazo»  (3).  La  única  prevención  que  se  hizo  en  esta 
circunstancia  fué  encargar  por  Cédula  especial  á  los  Padres  «pongan 
sobre  este  asunto  gran  cuidado  especialmente  en  sujetos  que  sean 
naturales  de  potencias  que  tengan  gran  fuerza  de  mar». 

La  razón  de  todas  estas  cautelas,  y  de  las  vacilaciones  que  hubo 
en  diversos  tiempos,  es  manifiesta:  asegurar  el  dominio  de  las  pose 
siones  de  la  monarquía  en  el  Nuevo  Mundo,  de  las  cuales  las  nacio- 
nes extranjeras  no  se  habían  mostrado  sino  muy  codiciosas:  y  no 
faltaba  ejemplar  de  haber  pretendido  ganarlas  valiéndose  de  perso- 
nas del  estado  religioso.  La  nación  española,  sin  embargo,  pasó  por 
encima  de  todos  sus  temores  y  sospechas,  con  tal  de  asegurar  á  los 
pueblos  americanos  el  inapreciable  beneficio  de  la  fe  3^  de  la  educa- 
ción cristiana. 

De  este  modo,  entre  los  treinta,  cuarenta  y  hasta  sesenta  Misio- 
neros que  cada  seis  años  traía  consigo  el  Procurador  del  Paraguay, 
se  hallaban  siempre,  si  no  una  tercera  parte,  por  lo  menos  un 
número  competente  de  extranjeros.  Españoles  y  extranjeros  con 
tanta  fatiga  procurados,  eran  un  contingente  de  inmigración  en  la 
tierra  americana.  Y  si  hablando  del  tiempo  presente  es  tan  cierto  el 
beneficioso  influjo  de  una  inmigración  bien  dirigida,  que  ha  podido 
afirmarse  en  1886  que  todos  los  progresos  de  la  República  Argentina 
en  los  treinta  años  precedentes  debían  atribuirse  á  la  inmigración  (4): 
con  mucha  mayor  razón  se  deberá  atribuir  á  los  inmigrantes  un 
papel  activo  en  el  perfeccionamiento  del  país  en    aquellos  tiempos 

(1)  Peramás,  Martinus  Schmid,  pág.  410.  not. 

(2)  §  Y  últimamente  de  la  Céd.  de  28  Dic.  1743. 

(3)  Ibid. 

(4)  Carrasco,  Descripción  de  la  Prov.  de  Santa  Fe,  cap.  XI.  §  V.  ed.  1886. 
«Todos  los  adelantos  5'  sorprendentes  progresos  que  de  treinta  años  á  esta  parte 
ha  hecho  la  República  entera...  pueden  sintetizarse  resumiendo  su  causa  en  una 
palabra:  la  inmigración.» 


-si- 
en que   era   tan  escaso  el   número  de  habitantes,   que  en   toda   la 
ciudad  de  Buenos  Aires  y  su  campaña  no  se  contaban  más  de  cuatro 
mil  personas  (1). 

Es  verdad  que  no  era  crecido  el  número  de  inmigrantes  de  que 
ahora  se  trata:  pero  no  sólo  ha  de  atenderse  en  esta  materia  al 
número,  sino  muy  especialmente  á  las  cualidades:  y  en  esta  parte  se 
puede  afirmar  que  los  sujetos  que  venían  en  las  expediciones  de 
Misioneros  constituían  una  inmigración  selecta.  Preparados  con 
serias  pruebas  en  la  vida  religiosa  durante  muchos  años,  elegidos  á 
instancia  de  ellos  mismos  3^  por  reconocerse  que  tenían  aptitudes 
para  las  tareas  apostólicas  en  estas  regiones,  eran  gran  número  de 
ellos  á  propósito  no  sólo  para  la  enseñanza  y  gobierno  de  los  indíge- 
nas, sino  también  para  plantear  y  llevar  adelante  entre  ellos  las  ins- 
tituciones de  agricultura,  de  industria  y  de  bellas  artes  que  habían 
de  mantener  en  su  buen  estado  los  pueblos  de  Doctrinas. 

Señaláronse  en  estos  diversos  ramos  no  menos  los  extranjeros 
que  los  españoles:  y  de  unos  3^  otros  se  han  consignado  ya  algunos 
nombres  (2),  y  algún  otro  se  pondrá  aquí.  El  P.  Andrés  de  la  Rúa 
tenía  ya  establecidos  en  1627  dos  telares  en  Itapúa  para  hacer  vesti- 
dos de  algodón  con  que  cubrir  la  desnudez  de  los  indios  (3).  El 
P.  Antonio  Sepp,  tirolés,  excelente  músico,  ( t  13  Enero  1733),  y  que 
por  su  preciosa  voz  había  sido  muy  estimado  en  la  capilla  del  Empe- 
rador, renovó  en  el  Paraguay  las  tradiciones  de  los  Vascos  y  Berger, 
instru3'endo  á  muchos  indios  en  la  música,  enseñándoles  á  fabricar 
instrumentos,  3"  popularizando  canciones  sagradas  (4).  Fué  también 
el  que  descubrió  en  las  tierras  de  San  Juan  las  piedrezuelas  que 
aprovechó  para  extraer  de  ellas  el  hierro,  tan  necesario  á  los  natu- 
rales (5);  si  bien  después  de  su  tiempo  no  se  continuó  la  extracción, 
tal  vez  por  la  demasiada  dificultad.  El  P.  Antonio  Ruiz  de  Montoya, 
militar  que  había  sido  en  el  «iglo,  aunque  en  las  Doctrinas  no  ejer- 
citase activamente  el  oficio  de  la  guerra,  conservó  su  resolución 
para  las  empresas  3'  la  serenidad  para  dirigir  la  resistencia  de  los 
indios  contra  sus  invasores  en  el  Guayrá  y  en  el  Tape.  El  P.  Juan 
Fecha,  distinguido  en  la  música,  estableció  una  lucida  capilla  entre 
los  indios  del  Chaco,  á  semejanza   de  las  que  había  en  las  Misiones 


(1)  Los  datos  de  Martínez,  Estudio...  de  Bs.  As.,pp.  214,  sqq.  ed.  1889,  muestran 
que  Buenos  Aires  aumentó  desde  500  hasta  4000  habitantes  entre  los  años  1603  y 
1664,  debió  tener  10  mil  hacia  1720,  y  20  mil  hacia  1767. 

(2)  Principalmente  al  hablar  del  Personal  lib.  I,  cap.  X. 

(3)  Mastrilli,  Annuae,  p.  50. 

(4)  Noticias  que  dan  las  Anuas  de  1730  á  1735. 

(5)  Sepp,  Forsetzung,  caps.  26,  27. 

6    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tOiMO  ir. 


-82- 

de  Guaraníes  (1):  y  otro  tanto  hizo  el  P.  Florián  Pauke  entre  los 
Mocovís  (2).  El  P.  Francisco  Molina,  chileno,  fué  insigne  en  el  arte 
de  fundir  el  bronce  para  campanas  é  instrumentos  de  ornato  en  las 
iglesias  (3).  El  P.  José  Serrano,  con  su  ardor  por  imprimir  la  traduc- 
ción Guaraní  del  Temporal  y  Eterno,  fué  el  introductor  de  la 
imprenta.  El  P.  Segismundo  Aperger  fué  eximio  en  la  Botánica  y 
Medicina,  y  su  fama  es  proverbial. 

Vese,  pues,  claramente  cuan  poderoso  elemento  de  progreso  era 
la  llegada  de  aquellos  hombres  inteligentes  al  hoy  desolado  Terri- 
torio de  Misiones,  con  el  propósito  de  consagrar  todas  sus  energías 
y  su  vida  entera  á  conservar,  cultivar  y  perfeccionar  los  moradores 
del  país,  5^  hacer  más  abundantes  todos  los  recursos  de  sus  poblacio- 
nes. Y  también  se  ve  cuánta  razón  tenían  los  indios  para  salirlos  á 
recibir  con  júbilo,  bajando  siempre  que  podían  al  puerto  de  Buenos 
Aires  con  sus  bandas  de  música  para  obsequiar  y  llevar  luego  río 
arriba  en  sus  canoas  aquel  gran  bien  que  Dios  les  enviaba  de 
Europa  (4). 


VII 

14Q 

*^^  DILATACIÓN  DEL  TERRITORIO 

Solían  los  antiguos  españoles  manifestar  su  fidelidad  de  vasallos 
cuando  dirigían  sus  memoriales  al  Rey  con  la  frase:  V.  M.,  cíiya 
vida  y  dominio  dilate  Dios  nuestro  Señor,  corno  ¡a  cristiandad  lo 
ha  menester.  Esta  dilatación  de  los  dominios  del  Rey  Católico,  tan 
importante  y  deseada  en  aquellos  tiempos,  fué  fruto  accesorio  del 
sistema  de  los  Jesuítas  en  la  organización  de  sus  Doctrinas.  Y  no 
por  ser  accesorio,  fué  menos  real  ni  menos  beneficioso  á  los  indios, 
á  la  ciudad  de  la  Asunción,  á  la  provincia  entera,  y  aun  á  la  corona 
de  España. 

Merece,  por  tanto,  fijar  un  instante  la  atención  este  efecto,  sin 
dejar  de  reparar  al  mismo  tiempo  en  las  diferencias  entre  la  con- 
quista armada,   y  esta  reducción,  consecuencia  de   la   metafórica- 

(1)  PeramAs,  Petrus  loan.   Andrea,  §  XLI. 

(2)  KoBLER,  Ein  Jesiiit  in  Paraguay. 

(3)  Techo,  Hist.  lib.  X,  cap.  XIII. 

(4)  Jarque,  Insignes  Misioneros,  lib.  II.  cap.  X.  n.  4. 


-  83  - 

mente  llamada  conquista  espiritual.  Porque  aquélla  se  verificaba 
con  muertes,  tropelías,  violencias  y  todas  las  calamidades  que  lleva 
consigo  la  guerra;  ésta  sin  furor  bélico  ni  derramamiento  de  sangre; 
aquélla,  por  fuerza,  ésta,  de  voluntad  de  los  mismos  indios:  aquélla, 
dejándolos  resentidos  y  prontos  por  mucho  tiempo  á  sublevarse 
contra  el  conquistador;  ésta,  dejándolos  contentos  y  fundando  sólida- 
mente la  paz  interior,  como  se  ha  visto. 

Ni  fué  pequeña  la  porción  de  tierra  adquirida  y  el  número  de 
pobladores  reducidos  de  este  modo  á  la  obediencia  del  monarca;  pues 
ocupaba  un  considerable  espacio  de  lo  que  fué  después  el  Virreinato 
de  la  Plata;  teniendo  los  Jesuítas  la  satisfacción  de  poder  entregar 
todo  aquel  territorio  á  la  jurisdicción  real,  sin  que  se  hubiese  derra- 
mado para  ello  una  gota  de  sangre  del  pueblo  sometido,  aunque  el 
efecto  se  hubo  de  lograr  á  costa  de  la  sangre  de  más  de  uno  de  los 
Religiosos  doctrinantes.  Fué  toda  la  extensión  del  Guayrá,  Paraná, 
Uruguay  y  Tape,  que  son  los  actuales  Estados  del  Paraná,  Santa 
Catalina  y  Río  Grande  del  Sur  en  el  Brasil,  con  más  los  Territorios 
paraguayo  y  argentino  de  Misiones,  parte  de  la  provincia  de  Corrien- 
tes, y  casi  la  mitad  de  la  República  Oriental  del  Uruguay. 

Y  en  efecto,  en  el  Uruguay  y  Tape  jamás  habían  pisado  con 
sosiego  plantas  españolas.  Los  primeros  pobladores  del  Río  de  la 
Plata,  después  de  haber  explorado  las  regiones  que  se  hallan 
siguiendo  hacia  el  norte  el  Río  Paraguay,  se  habían  contentado  con 
establecer  los  pueblos  situados  alrededor  de  la  Asunción,  y  mante- 
ner, como  lo  consiguieron  por  algún  tiempo,  las  ciudades  que  funda- 
ron en  Guaira,  en  el  Itatín  y  en  el  Chaco.  En  el  Paraná,  sublevados 
los  naturales  desde  los  primeros  tiempos  de  la  conquista,  no  sólo  no 
habían  llegado  á  ser  dominados  por  los  paraguayos;  sino  que  ni  se 
podían  éstos  internar  del  Tebicuarí  para  el  sur,  porque  era  región 
de  guerra,  y  hasta  ocupaban  los  indios  paranás  con  sus  canoas  todo 
el  trayecto  del  río  que  media  entre  Itapúa  y  Corrientes,  é  infestaban 
todo  el  país,  no  dejando  seguridad  en  la  navegación  del  Paraná,  y  ni 
aun  en  la  del  río  Paraguay  hasta  su  confluencia  con  el  Tebicuarí.  De 
los  de  la  provincia  ó  comarca  del  Guaira  hay  que  decir  otro  tanto. 
Alguna  vez  en  tiempos  pasados  habían  estado  sujetas  ciertas  parcia- 
lidades. Pero  muchos  años  hacía  ya  que  los  vecinos  de  Ciudad  Real 
y  Villarrica  sólo  tenían  obedientes  los  indios  más  inmediatos  á  sus 
poblaciones;  los  demás  estaban  alzados  y  de  guerra;  y  en  su  región 
no  entraban  los  españoles  sino  bien  armados  como  para  emprender 
campaña  ó  facción  militar. 

Pues  bien,  esas  provincias,   parte   inaccesibles  á  las  armas  espa- 


-  84- 

ñolas,  parte  rebeladas  después  de  la  conquista:  en  el  corto  espacio 
que  medió  de  1610  á  1634,  vinieron  á  quedar  con  gusto  sumisas  al 
Rey  de  España,  en  virtud  del  sistema  de  Doctrinas  de  los  Jesuítas. 
Supieron  y  se  certificaron  bien  de  que  los  Jesuítas,  á  quienes  experi- 
mentaban siempre  afables  y  cariñosos,  les  habían  conseguido  el  que, 
al  hacerse  cristianos,  no  fueran  sujetos  á  servicio  personal;  vieron 
por  sus  ojos  cuan  bien  hallados  estaban  sus  parientes  de  las  primeras 
Reducciones;  y  ésto  abrió  puerta  al  Evangelio,  que  en  poco  más  de 
veinte  años  sujetó  con  seguridad  inmensos  territorios  al  Rey.  Y  si 
los  Gobernadores  de  las  provincias  y  los  vecinos  de  las  ciudades 
hubieran  puesto  empeño  en  defender  aquellas  posiciones  avanzadas 
contra  la  furia  invasora  de  los  Mamelucos,  todas  esas  comarcas  se 
hubieran  conservado  para  la  Corona,  y  serían  hoy  parte  de  la  Amé- 
rica española.  Pero,  como  se  verá,  lejos  de  defender  á  los  nuevos  fie- 
les, ayudaron  á  la  obra  desoladora  de  los  paulistas. 

Aun  así,  quedó  todo  el  floreciente  territorio  de  los  treinta  pueblos 
de  Misiones  ganado  para  la  corona  de  España,  con  la  más  noble  de  las 
armas,  la  persuasión  por  la  predicación  del  Evangelio. 


Sección  Segunda 

LA  OBRA 
DE   LOS  ENCOMENDEROS 


CAPITULO   111 

SISTEMA  DE   LOS   ENCOMENDEROS 
DEL  PARAGUAY 


1.  Noticias  previas.— 2.  La  encomienda. — 3.  El  servicio  personal. — 4.  Injusti- 
cias del  servicio  personal  en  las  encomiendas. — 5.  La  Cédula  de  160L — 6.  Orde- 
nanzas de  Altaro. — 7.  La  mita. 

Contemporáneamente  con  el  de  los  Jesuítas  en  Doctrinas,  se 
aplicaba  otro  sistema  de  gobierno  á  los  Guaraníes  en  lo  restante  de 
la  provincia  del  Paraguay  y  en  la  parte  septentrional  de  la  provincia 
de  Buenos  Aires,  que  eran  las  comarcas  donde  había  indios  sujetos 
de  aquella  raza  en  número  bastante  para  formar  pueblos,  y  ahora 
son  el  Estado  de  Paraná  en  el  Brasil,  parte  de  la  provincia  de 
Corrientes  en  la  Argentina,  y  la  parte  meridional  de  la  república  del 
Paraguay.  El  sistema  que  allí  se  aplicaba  era  el  de  los  encomende- 
ros; y  siendo  esta  aplicación  la  única  diferencia  que  había  entre 
aquellos  pueblos  y  las  Doctrinas,  será  muy  útil  para  el  intento  del 
presente  trabajo  estudiar  ese  sistema  y  sus  efectos.  Dásele  aquí  la 
denominación  de  sistema  de  los  encomenderos  del  Paraguay,  por- 
que no  se  trata  de  las  encomiendas  en  general,  ó  de  lo  que  fueron  en 
otros  países,  sino  precisamente  de  la  índole  especial  que  tuvieron  en 
las  provincias  del  Río  de  la  Plata. 

Mas  antes  de  entrar  en  este  estudio  especial,   será  conveniente 


-86- 

exponer  algunas  nociones  sobre  la  materia,  y  apuntar  las  vicisitudes 
históricíís  por  donde  pasaron  el  servicio  personal  y  las  encomiendas 
en  América. 


150  NOTICIAS  PREVIAS 

Nada  más  frecuente  en  la  historia  de  América  que  el  tratar  del 
servicio  personal  de  los  indios.  El  nombre  de  servicio  personal  fué 
impuesto  derivándolo  de  la  persona  del  que  lo  prestaba;  con  lo  que 
se  distingue  de  cualquier  otro  servicio  en  frutos  ó  en  moneda,  el  cual 
se  llamaba  servicio  en  especies  ó  en  plata,  mientras  que  el  servicio 
personal  era  servicio  en  trabajo  de  la  persona  misma  del  indio. 

Y  viniendo  á  la  cosa  misma,  se  ha  de  tener  presente  que,  entrados 
los  españoles  en  América,  hubo  dos  clases  de  poblaciones.  Pueblos 
de  españoles,  que  en  general  estaban  ocupados  en  seguir  la  profesión 
de  las  armas,  y  pueblos  de  indios,  acostumbrados  en  su  gentilidad  á 
trabajar  los  campos  y  á  ejecutar  los  demás  trabajos  manuales;  y  eso 
no  por  salario  individual,  que  entre  ellos  no  era  conocido,  sino  por  el 
mandato  é  imposición  de  sus  caciques  y  siguiendo  la  dirección  que 
éstos  les  daban,  ó  bien  para  satisfacer  á  su  propia  necesidad  y  á  la 
de  su  familia. 

De  aquí  dimanaba  un  problema  social  y  moral  á  la  vez;  el  de  si 
era  lícito  obligar  al  indio  (á  quien  las  leyes  Reales  declaraban  de 
condición  libre  como  el  español),  y  hacerle  trabajar  por  autoridad 
pública,  en  las  faenas  indispensables  en  una  población,  como  son  el 
laboreo  de  los  campos,  la  guarda  de  los  ganados,  la  construcción  de 
edificios  públicos  y  privados,  los  trabajos  de  minas,  de  obrajes  ó 
fábricas  de  paños,  el  servicio  de  chasquis  ó  correos,  etc. 

Ponderadas  las  razones  en  pro  y  en  contra,  y  atenta  en  especial 
la  necesidad  del  trabajo  de  los  indios  en  país  donde  no  había  otros 
trabajadores,  su  costumbre  antecedente,  y  la  necesidad  de  urgirles 
por  autoridad  pública,  pues  de  otro  modo  no  se  movería  al  trabajo 
su  innata  ociosidad; se  resolvía  la  cuestión  afirmativamente,  poniendo 
ciertas  condiciones,  que  pueden  reducirse  á  las  siguientes:  1.°  Que 
el  trabajo  sea  moderado  y  acomodado  á  las  fuerzas  de  los  indios.  2." 
Que  no  se  obligue  sino  á  los  que  tienen  fuerzas  y  robustez  para  tra- 
bajar. 3°  Que  se  les  pague  salario  competente,  conforme  al  uso  de 


-87- 

la  tierra,  y  se  les  dé  en  su  mano,  pronto  y  sin  tardanza.  4.®  Que  se 
cuide  de  que  á  precio  competente  y  allí  mismo  donde  trabajan  hallen 
el  sustento  necesario.  5.°Que  no  se  les  saque  muy  lejos  de  su  pueblo, 
ó  á  clima  muy  distinto.  6.°  Que  no  padezca  el  cultivo  religioso  que 
deben  tener  en  la  fe  y  religión  cristiana.  7°  Que  se  les  deje  tiempo 
para  atender  al  sustento  de  su  familia  y  conservación  de  su  pueblo(l). 

Estrechamente  relacionada  con  el  servicio  personal  está  la  enco- 
mienda,  que  muy  frecuentemente  fué  acompañada  de  él.  La  en- 
comienda^ cuya  naturaleza  se  expondrá  plenamente  luego,  puede 
describirse  como  designación  de  un  número  fijo  de  indios  que 
concedía  el  Gobernador  á  algún  sujeto  particular,  obligándoles  á 
que  le  prestasen  cierto  servicio,  en  virtud  de  lo  cual  se  los  encomen- 
daba ó  los  depositaba  en  él ,  para  que  los  cuidase,  defendiese  é  hiciese 
instruir  en  la  religión,  premiando  con  esta  designación  los  méritos 
que  había  contraído. 

Las  encomiendas  empezaron  con  el  Almirante  Don  Cristóbal 
Colón,  quien  á  los  españoles  sus  subordinados  de  Santo  Domingo  dio 
cierto  número  de  indios  que  les  sirviesen  en  cultivar  los  campos  y 
sacar  el  metal  de  los  lavaderos  de  oro  de  aquella  isla.  Por  desgracia 
según  el  modo  como  él  las  estableció,  aquellos  indios  venían  á  ser 
propiamente  esclavos,  aunque  tuviesen  nombre  de  encomendados, 
pues,  obligándolos  al  servicio  personal,  no  se  cumplían  en  ellos  las 
condiciones  arriba  enunciadas. 

En  1.511,  un  religioso  dominico,  llamado  Fray  Antonio  Montesi- 
nos, predicó  en  la  iglesia  mayor  de  Santo  Domingo,  condenando  con 
gran  vehemencia  como  ilícitas  las  encomiendas  tales  como  allí  se 
practicaban  (2);  y  aun  pasó  á  la  corte  de  España,  que  estaba  en  Bur- 
gos, y  logró  se  hiciesen  Ordenanzas  de  reforma.  Poco  después  y  sin 
haberse  obtenido  la  práctica  de  las  Ordenanzas,  tomó  el  mismo 
empeño  de  obtener  remedio  Bartolomé  de  las  Casas,  entonces  clérigo 
secular,  y  más  tarde  religioso  dominico  y  Obispo  de  Chiapa,  gran 
defensor  de  los  indios,  pero  que,  dejándose  llevar  de  su  carácter 
imaginativo,  asienta  frecuentemente  como  verdades  hechos  falsos 
ó  imposibles  (3).  Sus  ardientes  representaciones  hicieron  que  se  tra- 
tase con  teólogos  el  asunto;  el  Cardenal  Cisneros  envió  en  1516  los 

(1)  SoLÓRZANO,  De  Indiarum  iure,  tom.  II.  lib.  I.  cap.  V.  con  los  autores  que 
cita  en  este  y  en  los  anteriores  capítulos. 

(2)  Herrera,  Hist.  gen.  de  las  Indias,  Década  I.  lib.  VIII.  cap.  11. 

(3)  Veinte  millones  de  indios  muertos  violentamente  por  los  españoles  desde 
1492  hasta  1552,  treinta  mil  ríos  en  una  vega  de  la  isla  de  Santo  Domingo,  etc.  Pon- 
dera él  mismo  que  si  es  grave  delito  detraer  de  una  persona,  mayor  lo  es  detraer 
de  una  nación  entera;  debió  aplicárselo  á  sí  propio,  cuando  con  fundamentos  tales 
detrae  de  personas  particulares  de  los  conquistadores  y  de  toda  una  nación. 


tres  Visitadores  Jerónimos  á  la  Isla  Española;  el  Emperador  Carlos  V 
en  las  instrucciones  de  1518  á  Diego  Velázquez  y  en  1523  á  Hernán 
Cortés,  mandó  que  no  se  hiciesen  ya  encomiendas  y  se  quitasen  las 
hechas;  y  aunque  consultada  la  materia  de  nuevo,  y  visto  que  se  había 
tenido  que  suspender  la  ejecución,  pareció  que  se  podían  hacer  las 
encomiendas,  y  se  reglamentó  la  sucesión  en  ellas,  limitándola  á  dos 
vidas,  la  del  poseedor  3^  la  de  su  sucesor,  por  Cédula  de  1536;  pero 
nuevas  instancias  y  representaciones  de  Las-Casas  hacia  1539  hicie- 
ron que  el  Emperador  dictase  las  30  Ordenanzas  de  1542  llamadas 
leyes  nuevas,  la  primera  de  las  cuales  era  la  abolición  de  las  enco- 
miendas, poniendo  á  los  indios  en  la  Corona  Real,  luego  de  fallecido 
el  actual  poseedor,  é  indemnizando  al  sucesor.  Estas  Ordenanzas  en 
Méjico  no  se  aplicaron,  temiendo  el  efecto  que  iban  á  producir;  en  el 
Perú  causaron  la  muerte  del  Virrey  Vela  y  la  formidable  insurrec- 
ción de  Gonzalo  Pizarro,  y  hubieron  de  ser  derogadas  en  1545.  Con 
todo,  los  Reyes  y  el  Consejo  de  Indias  continuaron  urgiendo  el  buen 
tratamiento  de  los  indios  y  la  supresión  del  servicio  personal  en 
encomiendas,  adelantando  siempre,  aunque  lentamente,  en  esta 
tarea;  y  es  la  muestra  mayor  de  la  firme  voluntad  que  de  ello  tuvie- 
ron el  haber  dado  siempre  favorable  oído  á  las  Casas,  que  vivió 
hasta  1566,  no  obstante  ser  conocido  como  hombre  nada  práctico, 
acre  en  sus  juicios,  caviloso  y  exagerador,  en  tanto  grado  que,  para 
desacreditar  á  los  primeros  conquistadores,  no  teme  afirmar  false- 
dades tan  grandes  y  manifiestas  como  las  ya  notadas  y  otras  seme- 
jantes (1). 

En  el  Perú  y  en  Méjico,  gracias  á  las  multiplicadas  órdenes  del 
Rey,  había  desaparecido  el  servicio  personal  de  las  encomiendas 
á  mitad  del  siglo  xvii.  En  Filipinas,  desde  un  principio  estuvieron 
las  encomiendas  libres  de  servicio  personal,  y  cada  indio  entregaba 
la  paga  de  su  tributo,  que  con  facilidad  se  procuraba  en  los  lavade- 
ros de  oro  (2):  y  la  ley  mandaba  que  para  los  servicios  personales  se 
contratasen  japoneses  y  chinos,  y  no  indios  (3).  En  Chile,  nunca  se 
quitó  de  las  encomiendas  el  servicio  personal  hasta  que  se  extin- 
guieron (4).  Otro  tanto  sucedió  en  el  Río  de  la  Plata. 

Por  fin,  en  el  decenio  de  1790  á  1800,  se  ejecutaron  las  Reales 
Ordenes  que  mandaban  cesar  todas  las  encomiendas,  incorporándo- 
las definitivamente  en  la  Corona. 

(1)  Véase  Nuix,  Reflexiones  iinparcfales,  §  1.;  Cappa,  Colón  3-  los  españoles 
Apénd.  XVIII. 

(2)  Colín,  Labor  evangélica,  I,  5  J  (Barcelona,  1900). 

(3)  R.I.  ley  40.  tít,  12.  lib.  6. 

^4)     AmunAtegui  solar.  Las  encomiendas  de  indígenas  en  Chile,  cap.  XX. 


-89- 

Supuestas  las  precedentes  noticias  históricas,  se  entenderá  fácil- 
mente lo  que  ahora  se  ha  de  decir  sobre  el  carácter  de  las  encomien- 
das y  del  servicio  personal,  y  sobre  lo  que  fueron  uno  y  otro  en  el 
Río  de  la  Plata. 


II 


LA  ENCOMIENDA 

Al  verificarse  el  descubrimiento  )'  conquista  de  América  á  fines 
del  siglo  XV  y  principios  del  xvi,  prodújose  en  el  Nuevo  Conti- 
nente una  situación  análoga  en  parte  á  la  que  en  Europa  había  dado 
origen  al  feudalismo.  Gobernaban  los  Reyes  de  Europa  en  la  Edad 
Media  una  multitud  de  guerreros  á  los  cuales  era  debido  algún  agra- 
decimiento y  recompensa  por  su  valor  y  por  la  fidelidad  con  que 
habían  arrostrado  los  peligros  de  la  campaña;  y  por  otra  parte  fal- 
taban los  tesoros  y  los  medios  especiales  para  premiar  aquellos  ser- 
vicios. Las  circunstancias  mismas  aconsejaron  el  expediente  de  que 
cada  barón  ó  jefe  principal  recibiese  la  investidura  de  señor  de  ua 
territorio  y  sus  moradores,  con  pleno  poder  de  gobierno,  y  con  la 
obligación  de  auxiliar  á  su  rey,  acudiendo  á  la  guerra  con  tropas 
propias.  Esto  se  llamó  en  el  rey  entregar  en  feudo  los  territorios  de 
su  monarquía,  y  así  quedaron  los  nobles  \\qz\íos  feudatarios  ó  s^;lo- 
r^s/^;/(ií//^s.  La  situación  en  que  se  hallaba  América  dio  origen 
á  otra  clase  de  régimen,  que  vino  á  ser  el  feudalismo  de  estas  regio- 
nes; y  en  virtud  del  cual  sin  duda,  encontramos  en  varios  documen- 
tos de  fines  del  siglo  xvii  la  expresión  de  vecino  feudatario  (1). 

Los  reyes  todos  de  España,  empezando  desde  Isabel  la  Católica, 
atendieron  como  á  fin  primero  de  sus  establecimientos  en  América 
á  la  salvación  eterna  de  los  indígenas  y  á  su  alivio  temporal.  Por 
más  que  el  modo  de  pensar  de  los  gobernantes  modernos  sobre  el 
fin  adonde  han  de  encaminar  sus  esfuerzos  sea  tan  diferente  de 
aquél,  y  que  procuren  prescindir  cuanto  pueden  de  hablar  de  la  reli- 
gión, y  sustitu3^an  el  mismo  nombre  de  Dios  y  la  invocación  de  su 
auxilio  con  expresiones  vagas,  ó  con  el  recurso  á  las  virtudes  pura- 
mente naturales  y  humanas  de  moralidad,  integridad,  civismo,  etc.; 

(1)    Informes  sobre  el  trajín  de  la  yerba  mate,  hechos  en  Santa  Fe:   Archivo 
General  de  Buenos  Aires,  leg.  Papeles  de  Jesuítas. 


151 


-90- 

por  más  que  toda  otra  conducta  reciba  de  muchos  el  dictado  de 
fanatismo;  lo  cierto  es  que  no  hay  disposición  de  Doña  Isabel,  ni  de 
Fernando  el  Católico,  de  Carlos  V,  ó  de  los  tres  Felipes,  ni  aun  de 
los  que  le  sucedieron  hasta  llegar  á  Fernando  Vil,  en  cu)'a  mano  se 
perdieron  las  Américas,  que  no  lleve  este  sello  religioso  en  cuantos 
asuntos  se  han  tratado  relacionados  con  los  indios:  negarlo  sería 
ignorancia  ó  frenesí.  Según  esto,  no  era  su  único  intento  mirar  al 
justo  premio  que  se  debía  á  los  guerreros  españoles  por  haber  asegu- 
rado nuevos  dominios  á  la  monarquía;  sino  atender  también,  y  muy 
en  especial,  á  los  indígenas,  cuyo  bien  espiritual  y  temporal  se 
tenían  por  obligados  á  procurar.  Y  para  estos  dos  fines  se  estable- 
cieron las  encomiendas.  No  teniendo  el  Rey  en  América  cómo  satis- 
facer á  los  conquistadores,  y  habiéndose  impuesto  á  los  indios  un 
tributo  que  debían  pagar  al  monarca  por  razón  de  vasallaje,  cedía 
él  á  los  conquistadores  el  tributo  de  cierto  número  de  indios,  descar- 
gando al  mismo  tiempo  su  cuidado  de  conciencia  en  el  favorecido, 
á  quien  exigía  el  compromiso  de  buscar  sacerdote  que  doctrinase 
aquellos  indios,  y  de  mantener  armas  y  caballo  para  defender  los 
mismos  indios  y  la  provincia  de  toda  suerte  de  enemigos.  De  este 
modo  le  encargaba  6  encomendaba  los  indios,  y  esto  se  entendió  en 
leyes  y  Cédulas  por  encomienda.  La  encomienda  fué  el  traspaso  á  un 
particular  del  derecho  que  el  rey  tenía  al  tributo  de  uno  ó  varios 
indios,  traspasándole  también  la  obligación  de  cuidar  del  bien  espi- 
ritual y  temporal  del  indio.  El  particular  á  quien  se  hacía  la  merced 
se  llamó  encomendero. 

Esto  es  lo  que  aparece  á  cada  momento  en  las  disposiciones  ofi- 
ciales sobre  América.  Como  está  ordenado  en  las  leyes,  decía  Fer- 
nando el  Católico  en  1509  (1),  reparta  los  indios,  para  que  los  enco- 
menderos los  amparen  y  defiendan  de  sus  enemigos,  proveyéndoles 
ministros  que  los  doctrinen  en  nuestra  santa  fe.  Estableciéronse 
las  encomiendas,  dice  Carlos  V  (2),  para  el  bien  espiritual  de  los 
indios,  su  doctrina  y  ensefuinsa,  y  para  defensa  de  sus  agravios. 
Y  para  premio  de  los  que  se  han  distinguido  en  la  conquista,  añade 
la  ley  (3). 

Como  la  encomienda  era  un  premio  y  una  ley  excepcional  ó  pri- 
vilegio para  recompensar  determinados  servicios,  se  puso  limitación 
en  la  merced.  Una  encomienda  perseveraba  durante  la  vida  del  pri- 
mer poseedor  y  durante  la  de  su  primer  heredero.  Esto  es  lo  que 

(1)  Céd.  de  10  de  Mayo,  ley  I.  tít.  8.  lib.  6.  R.  I. 

(2)  Céd.  de  10  de  Mayo  de  1557,  ley  I.  tít.  8.  lib.  6. 

(3)  Ley  14,  tít.  II,  lib.  6.  Ley  5.  tít.  3.  lib.  6. 


-91- 

se  expresaba  diciendo  que  la  encomienda  era  por  dos  vidas.  Extin- 
o-uido  el  primer  sucesor,  los  indios  volvían  á  tributar  al  rey,  y  la 
encomienda  quedaba  vaca;  pero  por  lo  mismo  que  apenas  había  otras 
mercedes  que  se  pudiesen  hacer,  tenían  los  Gobernadores  facultad 
de  volver  á  dar  aquellas  encomiendas  á  otro  que  las  mereciese 
y  también  por  dos  vidas.  Al  tomar  posesión  de  su  encomienda,  había 
de  jurar  el  encomendero  que  cuidaría  del  buen  tratamiento  de  los 
indios  (1).  Debía  residir  en  aquella  provincia  para  poder  defender 
á  sus  encomendados:  mas  no  había  de  habitar  en  el  pueblo  de  su 
encomienda,  para  evitar  opresiones:  ni  podía  poner  allí  poblero 
ó  escudero  (como  llamaban),  que  hiciera  sus  veces:  que  todo  eran 
cautelas  para  evitar  los  abusos. 

La  encomienda  establecida  con  todas  estas  condiciones,  tenía 
su  semejanza  con  el  feudalismo;  pero  al  mismo  tiempo  había  entre 
uno  y  otra  profundas  diferencias.  El  señor  feudal  tenía  jurisdicción 
civil  y  criminal  sobre  sus  vasallos:  el  encomendero  no  tenía  ningima 
de  las  dos;  porque  entrambas  se  administraban  por  el  alcalde,  y  en 
recurso  de  alzada  por  el  Gobernador.  El  feudo  duraba  sin  interrum- 
pirse en  todos  los  descendientes,  á  no  ser  que  interviniese  traición: 
la  encomienda  se  extinguía  después  déla  muerte  del  primer  here- 
dero. 

Esto  era  la  encomienda  después  que  la  fijaron  las  leyes  reales: 
y  si  se  hubiese  mantenido  en  estas  condiciones,  no  parece  que  se 
pudiese  negar  que  era  justa  y  legítima.  Pero  pronto  se  verá  como 
las  encomiendas  vinieron  á  ser  ocasión  de  los  mayores  atropellos, 
y  causa  de  que  fuera  execrado  el  nombre  de  encomendero  como  el 
de  un  cruel  opresor. 


ÍII 


EL  SERVICIO  PERSONAL 

Desgraciadamente  la  encomienda  estaba  inficionada  desde  su 
principio  de  un  vicio  que  todas  las  Ordenanzas  y  leyes  no  lograron 
hacer  desapaiecer  en  algunas  regiones,  y  era  el   servicio  personal. 

Aun  cuando  la  explicación  dada  en  el  artículo   anterior  describa 

(1)     C.\RLOS  V,  20  Abril  1532,  ley  37.  tít.  9.  lib.  6. 


152 


-■  92  - 

la  naturaleza  de  la  encomienda  como  en  derecho  debía  ser  después 
que  la  lijaron  las  leyes;  la  verdad  es  que  en  su  realidad  histórica  no 
fué  así.  Las  encomiendas  fueron  invento  del  almirante  Don  Cristó- 
bal Colón,  á  petición  de  los  descontentos  acaudilladas  por  Roldan: 
3'  preciso  es  decir  que  las  entabló  con  toda  la  cruda  é  irritante  injus- 
ticia  del  servicio  personal.  Hallándose  en  la  isla  de  Santo  Domingo 
3'  viendo  ser  muy  pocos  los  españoles  3'  muchos  los  indios,  tomó  por 
fundamento  la  necesidad  que  había  de  edificar  las  casas,  labrar  los 
campos,  guardar  el  ganado,  y  sacar  el  oro  de  las  minas,  y  repar- 
tió á  cada  español  cierto  número  de  indios  para  que  los  emplease  en 
estas  ocupaciones.  Mas  recelando  prudentemente  ser  posible  que  los 
Reyes  Católicos  no  aprobasen  su  proceder,  pues  tan  resueltamente 
le  habían  desautorizado  cuando  envió  indios  caribes  para  vender  en 
España;  por  eso  no  les  concedió  estos  indios  trabajadores  sino  como 
jnerced  provisoria,  mientras  los  Reyes  ó  él  mismo  no  dispusieran 
otra  cosa.  Y  como  en  derecho  se  solia  dar  el  nombre  de  euconii eli- 
das alas  gracias  ó  empleos  interinos,  de  aquí  les  vino  el  nombre  de 
encomiendas  á  semejantes  donaciones  ó  reparticiones  de  indios; 
aunque  este  origen  histórico  no  quite  la  verdad  de  que  eran  también 
encomiendas  por  encomendarse  en  ellas  el  cargo  de  conciencia  de 
doctrinar  3^  defender  los  indios.  Dieron,  en  efecto,  los  monarcas  de- 
cretos para  quitar  del  todo  las  encomiendas;  pero  se  encontraron  con 
tal  dificultad,  que  al  fin  las  hubieron  de  autorizar  en  el  sentido  que 
va  expuesto  en  el  artículo  anterior,  fijando  la  ley  de  sucesión  de 
encomiendas  en  1536,  3"  reduciéndolas  al  pago  del  tributo  en  dinero 
ó  en  frutos  de  la  tierra,  y  más  bien  estos  últimos,  para  evitar  atro- 
pellos 3'  fraudes  en  perjuicio  de  los  indios.  Mas  era  tan  connatural 
á  la  encomienda,  si  alguna  utilidad  había  de  reportar,  el  ir  unida 
con  el  servicio  personal,  que  atenta  la  naturaleza  humana  tan  estra- 
gada 3'  el  interés  que  todo  lo  domina,  no  había  otro  remedio  eficaz 
de  evitar  el  servicio  personal  (á  lo  menos  en  ciertas  provincias),  que 
suprimir  la  encomienda. 

En  efecto,  si  las  encomiendas  sehubiesen  manejado  del  modo  que 
decían  las  Cédulas  reales,  no  hubiera  sido  gran  cosa  el  provecho  que 
hubiera  resultado  de  ellas  al  encomendero.  La  costumbre  hizo  que 
se  mantuviese  en  el  Paragua3"  siempre  la  tasa  de  ocho  varas  de 
lienzo,  que  á  cuatro  reales  de  plata  son  treinta  3'  dos  reales  ó  sea 
cuatro  pesos  de  plata  de  á  ocho  reales.  Si  suponemos  que  un  enco- 
mendero tuviera  cien  indios  de  tasa,  su  renta  anual  hubiera  sido  de 
cuatrocientos  pesos.  De  aquí  había  de  salir  el  sínodo  ó  quinta  parte 
para  poner  un  doctrinero  <1  los  indios,  3^  lo  necesario  para  mantener 


-93- 

equipo  de  armas  y  caballos  de  guerra.  Y  si  miramos  que  hubo  enco- 
miendas que  por  diversas  causas  de  despoblación,  particiones,  heren- 
cias, vinieron  á  reducirse  á  ocho  ó  diez  indios;  y  se  añade  que  estos 
cuatrocientos  pesos  no  se  habían  de  cobrar  en  moneda,  porque  lo 
prohibió  la  ley,  sino  en  efectos,  y  con  la  incertidumbre  de  recabar- 
los de  la  mano  de  los  indios,  quienes  consumen  cuanto  tienen:  se  ve- 
todavía  más  clara  la  exigüidad  de  las  ventajas. 

Pero  en  las  personas  sujetas  á  encomienda  había  una  ocasión  de 
abuso  y  el  abuso  se  dio  casi  siempre.  El  indio  ya  sometido,  pusilá- 
nime en  presenciafde  su  dominador,  fácilmente  era  inducido  á  que 
le  sirviese  como  criado  en  faenas  domésticas  ó  agrícolas,  unas  veces 
sin  gran  repugnancia,  otras  con  repugnancia,  pero  constreñido  por 
el  temor.  El  encomendero  prefería  cobrar  los  tributos,  no  en  plata 
ó  en  efectos,  como  mandaba  la  ley,  sino  en  jornales  aun  precio  bají- 
simo.  Con  eso  tenía  cien  indios  á  su  servicio,  y  turnando  durante  el 
año,  podía  tener  un  número  de  quince  ó  diez  y  seis  criados  perpe- 
tuos que  casi  no  le  costaban  desembolso  ninguno.  Claro  es  que  pre- 
fería el  encomendero  este  sistema  al  sistema  de  tributos  prescrito 
por  las  leyes.  Y  tal  sistema  de  servicio  personal  en  las  encomiendas 
fué  el  que  prevaleció. 

Esos  indios  á  quienes  la  costumbre  había  hecho  que  sirviesen  al 
encomendero  durante  dos  meses  de  cada  año  sin  sueldo  para  satis- 
facer el  tributo,  eran  los  que  en  estas  tierras  se  llamaban  mitayos 
ó  niitan'os,  porque  cumplían  en  los  dos  meses  con  su  iiiitu  ó  turno. 
Habían  de  ser  varones  de  diez  y  ocho  á  cincuenta  años:  y  por  tanto, 
estaban  excluidos  de  este  número  niños,  mujeres  y  viejos. 

Añadiéronse  á  los  encomendados  mitayos  otros  todavía  más  des- 
favorecidos que  ellos.  Eran  los  indios  capturados  en  expediciones 
dirigidas  contra  ellos  por  haberse  rebelado  ó  cometido  hostilidades 
injustas.  Llamábanlos  piezas,  y  con  éstos  no  se  guardaba  la  regla 
de  que  no  sirviesen  niños,  mujeres  ni  viejos:  sino  que  todos  eran 
puestos  al  servicio  del  encomendero  sin  retribución.  Ni  los  sujeta- 
ban al  servicio  por  dos  meses  al  año,  sino  por  toda  su  vida;  de 
manera  que  en  ellos  tenía  el  encomendero  otros  tantos  siervos  de 
por  vida,  obligados  á  obedecer  al  amo  y  á  darle  todo  el  fruto  de  su 
trabajo  sin  recompensa,  ellos,  sus  hijos  y  todos  sus  descendientes. 
Semejantes  encomendados  llevaron  el  nombre  de  indios  originarios 
6  indios  yanacofias. 

En  lo  que  acabamos  de  decir  sobre  mitayos  y  originarios  ó  yana- 
conas hablamos  de  la  forma  que  tomaron  las  encomiendas  en  las 
regiones  del  Plata  por  la  costumbre  y  por  las  Ordenanzas  de  Abreu 


-94- 

é  Irala;  prescindiendo  del  sistema  de  encomiendas  en  otros  países, 
donde  también  estaban  en  uso  los  nombres  de  mitayos  y  yanaconas^ 
pero  con  diferente  significación.  Así,  por  ejemplo,  se  llamaban  ;;///«- 
yos  en  el  Perú  los  indios  que  por  turno  iban  á  trabajar"  en  las  minas 
del  cerro  de  Potosí,  y  éstos  constituían  la  mita  de  Potosí;  los  que 
por  turno  se  empleaban  en  el  cultivo  de  la  coca,  ó  en  el  pasto 
reo,  etc.:  y  todos  ellos  cobraban  su  jornal  en  dinero.  Yanaconas  se 
llamaban  allí  mismo  los  indios  á  quienes  se  había  impuesto  residen- 
cia fija  en  una  iiacienda,  de  la  cual  no  podían  salir,  pero  en  lo  demás 
la  ley  los  hacía  libres,  trabajaban  por  salario  y  tenían  propiedad. 


IV 

^^^  INJUSTICIAS  DEL  SERVICIO  PERSONAL 

EN  LAS  ENCOMIENDAS 

Las  encomiendas  entabladas  en  la  forma  á  que  las  redujo  la  le}', 
no  eran  injustas,  mas  éralo  el  servicio  personal  en  ellas,  que  prohibía 
la  misma  ley:  y  por  estar  todas  las  encomiendas  unidas  con  servicio 
personal  en  el  Río  de  la  Plata,  eran  injustas  las  encomiendas  tales 
como  se  usaban  en  aquella  región. 

El  indio  era  libre  por  su  naturaleza.  Los  Pontífices  habían  decla- 
rado que,  como  criatura  racional,  tenía  derecho  de  disponer  de  su 
persona,  de  poseer  sus  bienes  ó  hacienda  que  tuviese,  como  lo  tenía 
de  ser  instruido  en  la  religión  para  ser  hecho  á  su  tiempo  hijo  de 
Dios  por  el  bautismo  de  regeneración,  y  una  vez  bautizado,  tenía 
derecho  á  la  participación  de  los  Sacramentos.  La  reina  doña  Isabel 
la  Católica,  al  punto  que  tuvo  noticia  de  que  Colón  había  enviado 
trescientos  indios  caribes  para  venderlos  en  España,  los  mandó 
poner  en  libertad,  proporcionándoles  medios  para  volver  si  quisie- 
sen á  América  y  diciendo  aquellas  notables  palabras:  «¿Quién  es 
Don  Cristóbal  Colón  para  disponer  de  mis  subditos?  Los  indios  son 
tan  libres  como  los  españoles.»  Y  Carlos  V  en  1536  prohibió  que  nin- 
gún indio  fuese  hecho  esclavo,  prohibición  que  confirmaron  todos 
sus  sucesores. 

Según  esto,  era  una  verdadera  injusticia  el  sujetarlo  contra  su 
voluntad  á  que  no  pudiese  disponer  libremente  de  su  persona,  sino 
que  por  fuerza  hubiera  de  ir  á  servir   á  la  casa  ó  hacienda   de   su 


—  95  — 

encomendero,  y  esto  por  dos  meses  continuos,  de  suerte  que  el  tri- 
buto se  le  cobrase  forzosamente  en  jornales  y  trabajo  de  su  propia 
persona,  siendo  así  que  no  sólo  le  dejaba  la  ley  libertad  expresa  de 
pagarlo  en  efectos,  sino  que  prohibía  que  lo  pagase  en  trabajo 
y  mandaba  que  lo  pagase  en  especies.  Lo  cual  se  verá  patente- 
mente. Porque  mandando  la  ley  que  el  indio  pagase  el  tributo  en 
especies  y  no  en  plata,  se  le  hubiera  hecho  injuria  al  indio  en  for- 
zarlo á  pagar  en  plata,  y  era  injusticia  con  cargo  de  restituir  todos 
los  daños  que  se  le  seguían  de  buscar  la  plata,  cosa  para  él  más  difí- 
cil. Luego  también  era  injusticia  el  que  mandando  la  le}'  que  pagase 
en  especies,  le  obligasen  á  pagar  en  trabajo  de  su  persona,  y  había 
cargo  de  restitución  por  los  daños,  tan  graves  como  eran  los  de 
salir  por  fuerza  de  su  casa,  alterarse  su  salud,  ser  forzado  dos  meses 
á  hacer  el  trabajo  como  lo  quisiera  el  encomendero,  tener  abando 
nada  su  familia  y  estragarse  las  costumbres  en  tales  regiones.  Y  así 
como  eran  mayores  estos  daños,  era  mayor  y  más  odiosa  la  injusticia. 

Esto  debía  decirse  en  cuanto  á  los  mitayos.  Pero  con  mucha 
mayor  iniquidad  se  atropellaban  las  leyes  de  la  justicia  en  los 
yanaconas.  En  efecto,  los  indios  yanaconas  ú  originarios  quedaban 
absolutamente  privados  de  la  libertad  para  siempre,  ellos,  sus  hijos 
y  todos  sus  descendientes. 

Sobre  estas  injusticias  fundamentales  é  insanables  del  servicio 
personal  en  las  encomiendas  se  acumulaban  otras  muchas  que  lo 
hacían  aún  más  áspero  é  irritante.  Emprendíase  á  veces  la  guerra 
contra  indios  pacíficos,  que  en  nada  habían  ofendido  á  los  colonos 
y  antes  por  el  contrario,  les  habían  dispensado  agasajos  y  servicios; 
y  derrotados  con  facilidad  los  infelices  indígenas,  hacíanse  entre 
ellos  numerosos  prisioneros,  los  cuales  más  tarde  eran  repartidos 
como  piezas  ó  yanaconas  (1).  Vendíanse  en  ocasiones  á  los  paulistas 
por  ropas  ú  otras  cosas  los  mismos  indios  injustamente  cautiva- 
dos (2).  Separábanse  las  familias,  llevándose  un  vecino  al  padre, 
otro  á  la  madre  y  otros  á  los  hijos  (3).  Comprábanse  niños  y  muje- 
res á  sus  padres  y  maridos,  engañando  la  simplicidad  del  indio  con 
algunas  ropas,  y  aquella  chusma  constituía  otras  tantas  piezas  (4). 
En  cuanto  á  los  mita)''os,  sacábanlos  á  veces  de  sus  pueblos  á  regio- 
nes distantes,  de  temple  y  clima  diverso  del  suyo  natural,  que  les 
dañaba  la  salud  y  producía  la  muerte.  Sujetábanlos  otras  al  trato 

(1)  Lozano,  Historia,  lib.  III.  cap.  25.  núm.6:  Montoya,  Conq.  esp.  §.  22. 

(2)  LoKENZANA,  Relación,  §.  4. 

(3)  Id.  §  2;  Lozano,  Hist.  lib.  VI.  c.  12.  núm.  20. 

(4)  Montoya,  Conq.  esp.  §.  6. 


-96- 

inhumano  de  pobleros  ó  escuderos^  que  así  se  llamaron  los  adminis- 
tradores puestos  por  los  encomenderos  en  los  pueblos  de  indios 
donde  radicaba  su  encomienda.  Alargábanles  el  tiempo  de  la  tasa; 
y  cumplidos  sus  dos  meses,  valíanse  de  diversas  ocasiones  y  pretex- 
tos para  enredar  al  indio  en  deudas,  con  que  le  obligaban  á  nuevo 
servicio;  y  así  lo  detenían  meses  y  meses,  y  á  veces  años  sin  poder 
volver  á  su  pueblo,  separado  de  los  suyos  y  dejando  en  el  abandono 
su  pobre  hacienda,  casa  y  familia.  Impedían  la  libertad  de  los  matri- 
monios. Enviábanlos  á  los  lejanos  yerbales  de  Mbaracayú,  en  que 
estaban  empleados  sin  descanso  en  el  laboreo  de  la  yerba  mate,  que 
consumía  sus  fuerzas  y  su  vida.  «Está  fundado  este  pueblo,  dice  el 
Padre  Antonio  Ruiz  de  Montoya  (1),  en  un  pequeño  campo  rodeado 
de  casi  inmensos  montes,...  en  que  hay  manchas  de  á  dos  y  tres 
y  más  leguas  de  largo  y  ancho,  de  los  árboles  de  que  hacen  la  yerba 
que  llaman  del  Paragua3^..  con  no  pequeño  trabajo  de  los  indios, 
que  sin  comer  en  todo  el  día  más  que  los  hongos,  frutas  ó  raíces  sil- 
vestres que  su  ventura  les  ofrece  por  los  montes,  están  en  continua 
acción  y  trabajo,  teniendo  sobre  sí  un  cómitre,  que  apenas  el  pobre 
indio  se  sentó  un  poco  á  tomar  resuello,  cuando  siente  su  ira  envuelta 
en  palabras,  y  á  veces  en  muy  gentiles  palos.  Tiene  la  labor  de 
aquesta  yerba  consumidos  muchos  millares  de  indios.  Testigo  soy 
de  haber  visto  por  aquellos  montes  osarios  bien  grandes  de  indios, 
que  lastima  la  vista  el  verlos,  y  quiebra  el  corazón  saber  que  los  más 
murieron  gentiles,  descarriados  por  aquellos  montes  en  busca  de 
sabandijas,  sapos  y  ^culebras;  y  como  aun  de  esto  no  hallan,  beben 
mucha  de  aquella  yerba,  de  que  se  hinchan  los  pies,  piernas  y  vien- 
tre, mostrando  el  rostro  solos  los  huesos,  y  la  palidez  la  rigura  de  la 
muerte.» 

«Hechos  ya  en  cada  alojamiento  ó  aduar  de  ellos  ciento  ó  dos- 
cientos quintales,  con  ocho  ó  nueve  indios  los  acarrean,  llevando 
acuestas  cada  uno  cinco  y  seis  arrobas  diez,  quince,  veinte  y  más 
leguas,  pesando  el  indio  mucho  menos  que  su  carga  (sin  darle  cosa 
alguna  para  su  sustento)...  ¡Cuántos  se  han  quedado  muertos  recos- 
tados sobre  sus  cargas!  y  sentir  más  el  español  no  tener  quién  se  la 
lleve,  que  la  muerte  del  pobre  indio!  ¡Cuántos  se  despeñaron  con  el 
peso  por  horribles  barrancos,  y  los  hallamos  en  aquella  profundidad 
echando  la  hiél  por  la  boca!  ¡Cuántos  se  comieron  los  tigres  por 
aquellos  montes!  Un  solo  año  pasaron  de  sesenta.  Clamaron  estas 
cosas  al  cielo...» 

(1)    §.  VIL 


-97- 

Este  sistema  de  encomiendas  con  servicio  personal  es  el  que 
entabló  el  Gobernador  Irala;  y  ciertamente  que  los  elogios  que  algu- 
nos han  hecho  de  sus  Ordenanzas,  son  algo  peor  que  inmerecidos, 
porque  son  aprobación  y  participación  de  un  sistema  violatorio  de 
la  justicia  3^  de  la  ley  natural,  y  destructor  de  la  libertad  y  vida  de 
los  indígenas.  Sin  embargo  de  todo  eso,  así  obraron  los  primeros 
conquistadores  del  Paraguay:  y  sus  descendientes,  nacidos  en  Amé- 
rica, se  adhirieron  tan  fuertemente  á  este  sistema,  que  no  hubo 
medio  de  hacérselo  dejar. 


V 


LA  CÉDULA  DE  1601 

No  andaban  mejor  las  cosas  en  otras  partes  de  las  Indias,  y  como 
todos  estos  excesos  clamaban  por  remedio;  púsose  uno  que  mostró 
la  firme  resolución  de  atajar  tanto  daño,  expidiendo  en  1601  la  cédu- 
la que  llaman  del  servicio  personal  (1). 

No  era  aquella  la  primera  vez  que  se  prohibía  el  servicio  perso- 
nal, pues  ya  estaba  prohibido  casi  en  todo  el  siglo  anterior;  pero  se 
tomaban  disposiciones  bien  concertadas  para  que  se  hiciese  efectiva 
la  ejecución,  ya  que  hasta  entonces  no  había  tenido  efecto.  Señala- 
remos y  transcribiremos  de  la  Cédula  algunas  cosas  muy  dignas  de 
ser  reparadas. 

Asienta  por  principio  la  libertad  civil  de  los  indios.  «Para  que  los 
Indios  vivan  con  entera  libertad  de  vasallos,  según  y  de  la  forma 
que  los  demás  que  tengo  en  esos  y  en  estos  Reinos,  y  otros,  sin  nota 
de  esclavitud  ni  de  otra  sujeción,  mas  de  la  que  como  naturales 
vasallos  deben...»  (Preámb.)  Y  añade  la  ley  14.  tít.  2.  lib.  6.  «Porque 
son  de  su  naturaleza  libres,  como  los  mismos  Españoles.» 

Da  testimonio  de  los  daños  causados  por  los  servicios  persona- 
les: <í Porque  son  cansa  de  que  los  indios  se  vayan  consumiendo 
y  acabando  con  las  opresiones  y  malos  tratamientos  que  reciben, 
y  las  ausencias  que  de  sus  casas  y  haciendas  hacen,  sin  quedarles 
tiempo  desocupado  para  ser  instruidos  en  las  cosas  de  nuestra 
Santa  Fe  Católica,  ni  para  atender  á  stis  granjerias,  ni  al  sustento 

(1)    Céd.   real  de  Valladolid  á  25  de  Noviembre  de  1601;  leyes   1.  6.  título   12, 
Hb.  6.  R.  I. 

7    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  ii. 


154 


-Q8- 

de  sus  mujeres,  ni  hijos,  de  donde  pende  su  conservación  y 
aumento^.  (Preámb.) 

Luego  en  el  capítulo  2.°  se  dispone  que  no  se  repartan  á  nadie  en 
particular  indios  para  el  trabajo;  sino  qiie^  si  pareciere  convenir , 
compelan  á  los  indios  á  que  trabajen  y  se  salgan  d  alquilar  á  las 
plazas  y  lugares  públicos  y  acostumbrados,  para  que  los  que  los 
hubieren  menester,  así  Españoles  como  otros  Indios,  ora  sean 
Ministros  Reales,  ó  Prelados,  ó  Religiones,  Sacerdotes,  Doctri- 
neros, Hospitales,  y  otras  cualesquier  Congregaciones,  y  personas, 
de  cualesquier  litulo  que  sean,  los  concierten,  y  cojan  allí  por  días, 
ó  por  semanas,  y  ellos  vayan  con  quien  quisieren,  y  por  el  tiempo 
que  les  pareciere  de  su  voluntad ,  y  sin  que  nadie  los  pueda  tener 
contra  ella,  tasándoles  los  jornales,  etc. 

Y  en  el  mismo  capítulo  se  ordena  «Que  de  la  ¡nisnuí  manera  sean 
compelidos  los  Españoles  de  condición  servil,  y  ociosa,  que  hubiere, 
y  los  Mestizos,  Negros,  Mulatos  y  Zambaigos  libres  y  que  no  ten- 
gan otra  ocupación,  ni  oficio,  para  que  todos  trabajen,  y  se  ocupen 
en  el  servicio  de  la  Repiíblica»  etc.  Tomábase  esta  resolución  porque 
de  antiguo  sucedía  en  América  lo  que  se  expresa  en  la  Cédula 
de  16  de  Mayo  de  1609  al  Virrey  del  Perú:  <^Marqués  de  Montes- 
claros,  etc.,  cosa  sabida  es  la  mucha  gente  Española,  que  hay  en 
esas  Provincias,  así  de  la  que  de  acá  va  de  ordinario,  como  de 
Criollos  nacidos  allá.  Y  también  se  tiene  entendido,  que  con  ser 
mucha  de  esta  gente  htmiilde,  y  pobre,  no  se  inclina  á  trabajar  en 
las  labores  del  campo,  minas,  ni  otras  granjerias,  ni  á  servir  á 
otros  Españoles,  y  lo  tienen  por  menos  valer,  de  que  resulta  haber 
tanta  gente  perdida,  y  cargar  sobre  los  Indios  el  peso  del  traba  jo...  y> 
Con  esta  providencia,  pues,  se  procaraba  atender  á  dos  cosas  de 
tanta  importancia  como  el  alivio  de  los  indios,  }'  la  útil  ocupación  de 
muchos  moradores  ociosos  por  tener  falsa  aprehensión  de  que  el 
trabajo  agrícola  ó  mecánico  era  cosa  vil  }■  propia  sólo  de  gente  baja 
y  abatida. 

En  el  capítulo  3.°  ordena  la  Cédula  que  para  remediar  los  excesos 
de  los  encomenderos,  no  se  permita  que  los  indios  paguen  sus  tribu- 
tos en  trabajo  personal,  sino  en  efectos:  <^Para  cuyo  remedio  [de  los 
abusos  enumerados]  ordeno,  y  mando,  que  de  aquí  adelante  no  haya, 
ni  se  consienta  en  esas  Provincias,  ni  en  ninguna  parte  de  ellas, 
los  servicios  personales,  que  se  reparten  por  vía  de  tributos  á  los 
indios  de  las  Encomiendas:  y  que  los  Jueces,  y  las  personas,  que 
hicieren  las  tasas  de  los  tributos,  no  los  tasen  por  ningún  caso  en 
servicio  personal,  ni  le  haya  en  estas  cosas,   sin    embargo  de  cual- 


-99- 

quiera  introducción,  costíiinbre,  ó  cosa  que  cerca  de  ello  se  haya 
permitido:  so  pena,  que  el  Encomendero,  que  usare  de  ellos,  y  con- 
traviniere d  esto,  por  el  mismo  caso  haya  perdido,  y  pierda  su 
Encomienda:  lo  cual  es  mi  voluntad  que  así  se  cumpla,  y  ejecute, 
y  que  el  tributo  de  los  dichos  servicios  personales,  se  conmute  y 
pague  como  se  tasare,  en  frutos  de  los  que  los  mismos  indios  tuvie- 
ren y  cogieren  en  sus  tierras,  ó  en  dinero,  lo  que  de  esto  fuere  para 
los  indios  más  cómodo,  y  de  nmyor  alivio,  y  menor  vejación^. 

No  examinamos  otros  puntos  de  esta  Cédula,  porque  tratan  del 
servicio  forzoso  por  causa  pública  de  los  indios  destinados  á  la  agri- 
cultura y  \\2Lra?iáos,  yanaconas  en  el  Perú,  distintos  de  \os  yanaconas 
del  Río  de  la  Plata;  y  de  los  indios  dedicados  á  las  minas,  propias 
también  del  Perú.  Pero  conviene  observar  que  esta  Cédula,  como 
dirigida  al  Virrey,  y  para  todas  las  provincias  del  Virreinato,  com- 
prendía expresamente  estas  tres  de  Paraguay,  Tucumán  y  Río  de  la 
Plata. 


VI 


ORDENANZAS  DE  ALFARO 

Entre  los  medios  que  se  tomaron  para  cumplimiento  de  la  Cédula 
de  1601,  y  abrogación  del  servicio  personal  en  los  tributos,  fué  uno 
el  de  enviar  un  Visitador  á  las  tres  provincias  de  la  Plata,  de  las 
cuales  eran  no  pequeñas  las  quejas  en  esta  materia.  Nombróse  Visi- 
tador en  Cédula  de  Octubre  de  1605,  al  Presidente  de  la  Audiencia 
de  los  Charcas,  don  Alonso  Maldonado  de  Torres;  3^  no  habiendo 
podido  él  ejecutar  su  comisión  y  visita,  se  renovó  á  7  de  Marzo  de 
1606  el  nombramiento  en  un  Oidor  ó  Fiscal  de  la  misma  Audiencia; 
que  últimamente  fué  el  Licenciado  don  Francisco  de  Alfaro.  En  10 
de  Setiembre  de  1610  fué  designado,  é  inmediatamente  después 
partió  para  su  visita;  la  cual  terminada  dentro  de  un  año,  habiendo 
recorrido  todas  las  ciudades  de  las  tres  provincias,  excepto  la  del 
Guayrá,  dio  sus  provisiones  en  11  de  Octubre  de  1611;  y  éstas  son 
las  que  han  quedado  con  el  título  de  Ordenanzas  de  Alfaro  en 
número  de  ochenta  y  cuatro,  y  pueden  verse  en  el  Apéndice  (1). 

{\)    Núm.  54. 


155 


-  100  - 

La  existencia  del  servicio  personal  de  las  encomiendas  en  estas 
regiones  consta  de  todas  las  Ordenanzas,  cuyo  principal  fin,  como  se 
dice  en  el  preámbulo  y  en  la  Ordenanza  57,  fué  para  que  los  indios 
fuesen  tasados,  y  con  esto  cesando  el  servicio  personal,  cesasen  asi 
todos  los  servicios  á  los  indios.  En  sólo  este  servicio  personal  iban 
ya  encerradas  las  injusticias  notadas  arriba. 

Que  además  de  aquellas  injusticias,  se  cometían  otros  excesos,  á 
los  cuales  daba  ocasión  el  servicio  personal  de  encomiendas,  resultó 
probado  primero  de  las  noticias  fidedignas  que  menciona  la  Cédula 
de  1603  (1):  «sg  ha  entendido  que  se  continúan  y  recrecen  estos 
daños  [de  agravios  á  los  indios'].,  y  que  son  muy  grandes  é  intole- 
rables las  molestias,  agravios,  opresiones  y  vejaciones  que  reciben 
los  dichos  indios  de  sus  encomenderos,  sirvióiidose  de  ellos  en  sus 
casas  y  grangerlas,  trayendo! es  ordinariamente  ocupados,  y  hacién- 
doles muchos  malos  tratamientos,  y  sacándolos  de  unas  tierras  á 
otras  de  diferentes  temples,  y  usando  con  ellos  muy  grandes  cruel- 
dades., que  han  sido  causa  de  que  se  han  acabado  y  consutnido 
muchos,  sin  que  se  castigue  tti  remedie  por  las  justicias,  como  ha 
constado  particularmente  por  un  Memorial  y  autos...  Y  esto  asi- 
mismo comprobó  la  Visita  personal  por  todo  el  tiempo  de  un  año,  y 
las  relaciones  particulares  hechas  por  personas  en  quienes  no  cabía 
confabulación,  por  ser  de  índole  é  intereses  tan  diversos  como  los 
Gobernadores  presente  y  pasado,.,  todos  los  religiosos  de  esta  ciu- 
dad [de  la  Asunción]  y  casi  todos  los  de  la  Gobernación,  y...  otros 
muchos  particulares  deltas,  y  en  especial...  los  diputados  que  han 
nombrado  las  ciudades  de  esta  Gobernación.,  en  particular  los  de  la 
ciudad  de  la  Asunción;  y  afirmo  que  cuanto  me  lian  querido  hablar 
en  esta  materia  he  oído  (2)...  Oídos  tanto  número  de  testigos  y  de 
tan  diversa  calidad,  en  público  y  en  consultas  privadas,  dice  el 
Visitador:  de  grandes  inconvenientes  he  tenido  noticia  en  esta 
Visita,  que  han  resultado  del  mal  uso  que  ha  habido  de  parte  de  los 
Gobernadores,  en  el  modo  de  las  encomiendas  de  que  han  hecho 
merced:  y  de  parte  de  los  vecinos,  en  el  exceder  en  usar  del  servicio 
de  los  dichos  indios,  con  violencia  algunas  veces,  en  más  de  lo  que 
han  podido  y  debido  llevar,  sirviéndose  de  algunas  mujeres,  y 
muchachos,  y  viejos,  demás  del  servicio  de  los  varones  de  trabajo, 
travéndoles  muy  lejos  de  sus  naturales  á  que  les  hiciesen  mita, 
trasladando  á  otros  en  sus  chácaras,  quitándoles  la  libertad  de  los 
matrimonios,  especial  á  los  que  tienen  en  sus  casas  y  chácaras;  no 

(1)  Núm.  56. 

(2)  Al  fin,  después  del  núm.  85 


-101- 

ddndoles  doctrina  suficiente,  que  hay  indios  de  dies  años  y  más 
encomendados  que  sirven,  que  muchos  no  son  cristianos^  ni  aun 
están  medianamente  instruidos  en  nuestra  Santa  Fe  Católica;  de 
donde  ha  venido  d  estar  el  nombre  de  cristiano  no  con  buena  opinión 
entre  los  bárbaros^  que  algunos  no  lo  han  querido  recibir,  y  otros  se 
han  huido  diferentes  veces,  y  Idose  á  ladroneras,  por  excusarse  de 
la  opresión  en  que  ven  que  los  demás  están  y  ellos  mismos  han 
estado;.,  por  lo  cual  han  venido  en  notable  diminución-»  (1).  «En 
casos  de  impedimentos  de  matrimonios,  he  hallado  gravísimos 
excesos,  y  muy  grandes  en  particular»  (2). 

Y  si  bien  no  quiso  tomar  providencias  de  Juez  por  lo  pasado, 
atendiendo  á  la  pobreza  de  los  vecinos,  y  remitiéndolo  á  la  Audiencia 
y  al  Consejo;  pero  no  dejó  de  advertir  á  todos  que  esto  era  tolerar 
en  el  fuero  exterior,  mas  no  autorizar  y  sanar  lo  hecho  de  modo  que 
quedase  por  legítimo;  y  así,  que  cada  uno  arreglase  en  esta  materia 
su  conciencia  según  los  dictámenes  del  confesor  (3). 

Mas  viniendo  á  lo  futuro,  prescribió  en  ocho  títulos  cuanto  pare- 
ció convenir  para  remediar  tantos  abusos.  Los  títulos  fueron:  Del 
servicio  personal  y  esclavitud,  De  reducciones,  Del  servicio  y 
jornal  de  los  indios,  De  Doctrinas,  Del  Gobierno,  De  tasa.  De  los 
infieles,  De  las  encomiendas. 

En  el  punto  capital  para  el  cual  había  sido  hecha  toda  la  Visita, 
que  era  quitar  el  servicio  personal  de  encomiendas,  declaró  auténti- 
camente que  no  era  permitido  por  causa  alguna  como  obligatorio, 
señalando  graves  penas  para  quien  lo  decretara  ó  impusiera.  «.Prime- 
ramente, dice,  declaro  no  poderse  ni  deberse  hacer  encomienda  de 
indios  de  servicio  personal  para  que  los  tales  indios  sirvan  á  los 
encomenderos  personalmente  dando  por  tributos  el  servicio  perso- 
nal, ahora  se  den  á  titulo  de  yanaconas,  como  hasta  ahora  los  han 
encomendado  algunos  gobernadores,  ó  en  otra  cualquier  manera  ni 
forma,  por  cuanto  Su  Majestad  asi  lo  tiene  maridado:  y  si  algún 
Gobernador  hiciere  encomienda  de  servicio  personal,  desde  ahora  la 
declaro  por  ninguna,  y  al  Gobernador  por  suspenso  del  oficio,  y 
perdimiento  del  salario  que  de  alli  adelante  le  corriere;  y  al  vecino 
que  usare  de  tal  servicio  personal,  en  privación  de  la  encomienda, 
la  cual  desde  luego  declaro  y  pongo  en  cabeza  de  Su  Majestad:  y 
esto  de  no  poderse  usar  el  dicho  servicio  personal  entiéndese,  no 
solo  de  las  encomiendas  que  de  aquí  adelante  se  hicieren,  sino  de  las 

(1)  Preámbulo,  inmediatamente  antes  del  núm.  1. 

(2)  Ord.  83. 
(3;    Ord.  85. 


-102- 

hecJias  hasta  aquí;  pero  permito  que  las  tales  encomiendas  antes  de 
ahora  hechas,  se  entienda  ser  de  indios  tributarios  como  las  demás 
lo  son-»  (1). 

Dispuso  que  las  Reducciones  no  se  pudiesen  trasladar  del  paraje 
donde  estaban  entabladas,  aunque  lo  pidiese  el  encomendero,  ó  los 
indios,  ó  el  doctrinante,  ni  aunque  lo  autorizase  el  Gobernador;  sino 
que  se  había  de  obtener  la  licencia  del  Virrey  ó  de  la  Audiencia  real, 
y  haciendo  mención  de  esta  Ordenanza; /)or^?íí?  las  más  veces  los 
tales  pedimentos  son  procurados  por  intereses  particulares  y  no  de 
los  indios; y  por  haberse  mudado  los  indios...  por  orden  de  los  enco- 
menderos... con  color  que  lo  pedían  los  indios,  ó  que  se  hacia  por 
su  comodidad,  siendo  en  realidad  de  verdad  la  de  los  encomende- 
ros, la  cual  se  procuraba  y  conseguía  las  más  veces  d  costa  de  la 
salud  y  vida  de  los  i)idiosr>  (2). 

Renovó  el  precepto  de  las  Cédulas  reales  de  que  «en  pueblos  de 
indios  no  estén  ni  se  reciban  ningún  español,  ni  mestizo,  negro  ni 
mulato»  (3). 

Y  también  el  de  que  no  estuviesen  allí  los  mismos  encomenderos, 
lo  cual  estaba  ordenado  por  Cédulas  de  29  de  Noviembre  de  1563  y 
15  de  Enero  de  1569;  añadiendo  que  <^no  pueden  hacer  ni  tener  en  el 
pueblo  en  que  tuvieren  indios,  casa  ni  buhio,  aunque  digan  no  son 
para  su  vivienda;»^ <íasimismo...nopueden  dormir  en  el  pueblo  más 
de  una  noche»  (4). 

Añadió  graves  penas  para  los  inobservantes  de  las  Cédulas  reales 
que  prohiben  poner  en  pueblo  de  indios  poblero  ó  sustituto  y  comi- 
sionado del  encomendero  (5),  sea  con  el  mismo  título  de  poblero,  sea 
con  nombre  <íde  mayordomo,  administrador,  ni  cualesquier  títulos 
que  sean,  sopeña  de  doscientos  azotes  y  cuatro  años  de  galeras  al 
remo  á  quien  tal  oficio  aceptare:.,  y  el  encomendero  incurra  en  per - 
dintiento  de  tal  encomienda:.,  y  lo  declaro  incapaz  de  tener  indios 
por  diez  años».  Disposición  es  ésta  que  revela  algún  exceso  mucho 
mayor  que  los  ordinarios  que  llevaban  consigo  las  encomiendas  de 
servicio  personal.  Y  en  efecto,  no  todo  lo  que  halló  el  Oidor  en  la 
Visita  era  para  expresado  en  un  documento  de  Ordenanzas.  Pero  el 
Padre  Lozano  da  la  clave  de  providencia  tan  rigurosa.  «Para  su- 
plir (los  encomenderos)  su  ausencia,  dice  (6),   se  valían  del  arbitrio 


(1) 

Ord. 

1. 

(2) 

Ord. 

6. 

(3) 

Ord. 

10, 

(4) 

Ord. 

11. 

(5) 

Ord. 

13. 

(6)    Lozano,  Historia,  lib.  V.  c.  V,  n.  6. 


-  103  - 

de  sustituir  en  su  lugar  unos  que  llamaban  Pobleros  ó  Mayordomos, 
que  aumentaban  la  aflicción  de  los  tristes  Indios,  porque  era  gente 
baja,  y  muchos  de  ellos  foragidos,  que  vivían  entre  los  Indios  sin 
Dios  y  sin  ley;  y  por  sacar  para  sí  algún  emolumento,  apuraban  las 
fuerzas,  y  paciencia  de  los  Indios,  é  indias,  y  les  hacían  enormes 
agravios;  y  en  la  Visita,  que  hizo  el  Visitador  don  Francisco  de 
Alfaro...,  les  averiguó  tales  delitos,  que  se  hizo  increíble  los  supie- 
sen los  Encomenderos,  ni  las  Justicias  que  pudiesen  tratar  de  su 
remedio;  y  por  eso  prohibió  severamente,  que  en  adelante  pudiese 
haber  pobleros  en  las  Encomiendas.» 

Los  daños  notorios  del  laboreo  de  yerba  en  Maracayú  le  movie- 
ron á  poner  esta  prohibición  absoluta:  «Los  indios  de  su  voluntad 
pueden  concertarse  para  otros  servicios,  especial  para  hogar  las 
balsas;  pero  en  ninguna  numera  se  les  permite  que,  aunque  sea 
su  voluntad,  pueda  el  indio  ir  d  Maracayú,  á  sacar  yerba,  por  las 
muchas  muertes  y  daños  que  de  ello  se  siguen;  sopeña  de  cien  aso- 
tes  al  indio  que  fuere:  y  el  español  cien  pesos,  y  la  justicia  que  lo 
consintiere,  privación  de  oficio^  (1). 

Igualmente  expresó  que  renovaba  la  prohibición  de  cargar  los 
indios  (2). 

Llegando  al  punto  de  la  tasa,  que  también  era  esencial,  como 
que  había  de  sustituir  al  servicio  personal,  halló  dificultades,  susci- 
tadas por  los  mismos  encomenderos,  quienes  á  fin  de  perpetuar  el 
servicio  personal,  deslumhraron  á  los  indios,  persuadiéndoles  que  la 
tasa  era  una  ignominia,  y  que  dijesen  que  no  querían  tasa,  sino  ser- 
vicio como  hasta  allí.  Declaró,  pues,  el  Visitador  que  si  algún  indio 
quería  pagar  tributo  en  servicio  personal,  se  le  permitía  y  fijaba  en 
30  días  que  sirviese  á  su  encomendero  (concesión  ruinosa,  contraria 
á  la  Cédula  real,  que  manda  no  los  tasen  por  ningún  caso  en  servicio 
personal,  con  que  se  esterilizó  en  gran  parte  la  visita  y  casi  se  estorbó 
su  fin  principal).  Pero  que  la  regla  general  del  tributo  había  de  ser 
cinco  pesos  de  la  tierra  ó  pesos  huecos,  que  cada  uno  se  valuaba  en 
seis  reales  de  plata  ó  ^/.í  partes  de  un  peso  de  plata  de  Castilla;  y  que 
lo  pagasen  los  varones  de  18  á  50  años,  en  plata  ó  en  monedas  de  la 
tierra,  ó  en  especies,  cuya  menuda  enumeración  y  valor  especificó  (3). 

Finalmente,  renovó  la  memoria  de  las  Cédulas  que  prohiben 
entrar  con  armas  cá  los  infieles  para  conquista,  ni  aun  con  título  de 
doctrina. 

(1)  Ord.  31. 

(2)  Ord.  33. 

(3)  Ord.  60. 


-104- 

Otras  muchas  disposiciones  tomó;  pero  las  que  acabamos  de 
reseñar  son  las  que  más  hacen  á  nuestro  intento. 

Las  Ordenanzas  de  Alfaro,  firmadas  en  11  de  Octubre  de  1611, 
y  promulgadas  luego  en  la  Asunción,  fueron  presentadas  al  Consejo 
de  Indias,  adonde  los  vecinos  del  Paraguay  enviaron  de  procurador 
á  Manuel  de  Frías  para  impugnarlas.  Examinadas  maduramente 
con  todas  las  objeciones  que  se  les  hicieron,  fueron  aprobadas  en 
1618  con  algunas  modificaciones  que  van  al  fin.  Entre  las  modifica- 
ciones se  puso  la  de  la  Ord.  13,  en  la  cual  se  restituyen  los  adminis- 
tradores con  algunas  diferencias:  pues  son  de  nombramiento  del  Go- 
bernador y  no  del  encomendero,  para  un  distrito  )'  no  para  un  pueblo; 
y  que  al  parecer  no  han  de  residir  en  el  pueblo  de  indios,  pues  no  se 
deroga  expresamente  en  esto  la  Ord.  13,  aunque  se  supone  que  los 
visitan  con  frecuencia.  Esta  modificación  no  fué  feliz;  y  con  el 
tiempo  ayudó  no  poco  á  las  revueltas  de  la  provincia.  Otra  modifica- 
ción fué  la  de  la  Ord.  31  sobre  ir  á  Maracayú;  y  en  ella  se  decretó: 
«El  no  ir  los  indios  á  sacar  esta  yerba,  aunque  sea  de  su  voluntad, 
se  entienda  en  los  tiempos  del  año  que  fueren  dañosos  y  contrarios 
á  su  salud,  porque  en  los  que  no  lo  fueren  lo  podrán  hacer.,.»  En 
cuanto  á  la  tasa,  se  declaró  que  en  vez  de  cinco  pesos  huecos,  fuesen 
seis:  y  en  vez  de  un  mes  de  servicio,  fuesen  dos  meses  para  el  indio 
que  no  quisiera  tasa  sino  servicio  (1). 

Así  modificadas  las  Ordenanzas  de  Alfaro,  se  incorporaron  á  la 
legislación  de  Indias  (2). 

El  efecto  de  estas  Ordenanzas  en  cuanto  á  la  extirpación  del  ser- 
vicio personal  de  encomiendas  en  el  Paraguay,  fué  muy  limitado. 
Por  aquel  resquicio  que  se  vio  obligado  el  Visitador  á  dejar  abierto 
en  la  Ord.  61,  y  se  agrandó  en  el  Consejo:  y  por  la  Declaración  31, 
se  introdujo,  ó  por  mejor  decir,  se  perpetuó,  lo  que  antes  había.  No 
tenían  razón  los  vecinos  del  Paraguay  que  se  quejaban  agriamente 
de  Manuel  de  Frías,  pues  les  había  obtenido  los  dos  meses  de  servi- 
cio, el  administrador,  y  el  hacer  yerba  en  Maracayú.  No  obstante, 
en  varias  cosas  hubo  reforma:  arreglaron  su  conciencia  5^  su  proce- 
der los  hombres  más  juiciosos:  y  se  alivió  en  algo  la  suerte  de  los 
indios,  como  lo  testifica  el  P.  Lozano  (3). 

(1)  Decl.  de  la  Ord.  60  y  61. 

(2)  Lib.  VI,  tít.  17.  tit.  1.  tít.  3,  et  alibi. 

(3)  Lozano,  Hist.  lib.  VI.  cap.  XVI.  n.  19. 


-105 


VII 


LA  MITA 

Mita  en  lengua  quichua  significa  ves,  tanda  ó  turno:  y  equivale 
á  alternación  de  algún  servicio  personal.  La  mita  era  el  servicio 
personal  obligatorio  durante  un  tiempo  fijo  cada  año,  y  al  cual  había 
de  concurrir  todo  el  pueblo  de  indios,  aunque  no  todo  á  la  vez,  pues 
se  dividía  en  partes  que  eran  convocadas  sucesivamente,  sacando 
del  pueblo  á  los  unos  cuando  á  los  otros  se  les  daba  la  licencia  de 
volverse  á  él.  Del  nombre  de  mita  provenían  las  frases  repartir  la 
mita,  que  significa  distribuir  el  número  de  indios  que  se  pedían  de 
una  vez,  señalando  quiénes  en  particular  habían  de  salir  para  llenar 
aquel  número;  sacar  la  mita,  que  era  sacar  con  efecto  del  pueblo 
á  los  indios  de  antemano  señalados,  y  también  se  llamaba  ejecutar  la 
mita;  ir  á  la  mita,  que  es  acudir  á  prestar  el  trabajo  personal;  el 
nombre  mitayo,  que  dice  indio  obligado  al  servicio  de  mita;  y  el 
verbo  mitar,  que  significa  pagar  un  pueblo  su  contingente  de  indios 
para  la  mita. 

La  mita  en  sí  prescindía  de  que  al  indio  se  le  pagase  jornal,  ó  no 
se  le  pagase,  sino  que  se  computara  su  tarea  como  satisfacción  del 
tributo,  hasta  cumplir  el  número  de  días  señalados  El  verdadero 
gravamen  de  la  mita  consistía  en  imponer  la  obligación  del  trabajo 
ejecutado  por  su  propia  persona,  quisiera  ó  no  quisiera  el  indio  eje- 
cutarlo. 

Para  imponer  este  gravamen,  parece  que  atendió  la  le}-  de  parte 
del  indio  á  la  necesidad  de  no  permitir  en  él  que  tuviese  lugar  el 
ocio,  que  es  origen  de  todos  los  males,  y  entre  otros  podía  ser  un 
peligro  para  la  dominación  española:  y  si  se  había  de  lograr  que  no 
estuviesen  ociosos  los  naturales,  era  preciso  compelerlos  al  trabajo, 
pues  la  experiencia  mostraba  que  no  lo  abrazaban  sino  forzados, 
según  era  de  desidiosa  su  propia  inclinación.  De  parte  de  los  colo- 
nos militaba  la  razón  de  ser  necesario  trabajar,  ya  en  el  cultivo 
del  suelo,  ya  en  el  laboreo  de  las  numerosas  minas  que  se  habían 
descubierto;  y  la  de  tener  que  proveerse  de  servidores  para  los  ofi- 
cios domésticos;  tareas  para  las  cuales  no  podían  tener  los  españoles 
suficiente  número  de  brazos   sin  acudir  al  auxilio  de  los  indígenas; 


156 


-106- 

sin  contar  con  que  ningún  español,  fuese  peninsular  ó  criollo,  se 
prestaba  al  trabajo  manual  ni  al  servicio. 

La  mita  retribuida  no  era  injusta.  La  mita  sin  ninguna  retribu- 
ción no  parece  que  ha3^a  sido  nunca  autorizada  por  la  ley,  Á  no  ser 
en  raros  casos  en  castigo  de  algún  grave  delito,  como  el  de  rebelión. 

Según  esto,  el  servicio  personal  era  cosa  esencial  en  la  mita. 
También  era  esencial  que  no  durase  un  año  entero:  y  que  á  ella 
saliesen  los  indios  del  pueblo  que  mitaba,  por  tandas  sucesivas  y 
parciales. 

El  abuso  consistía  en  que,  una  vez  salido  el  indio  de  su  pueblo, 
era  detenido  con  diversos  pretextos  en  el  servicio,  aun  después  de 
cumplido  el  tiempo  de  su  mita;  y  á  veces  no  le  dejaban  volver  á  su 
casa  en  años  enteros. 

Repartir  la  mita  era  oficio  propio  de  los  caciques  (1),  y  según 
parece,  no  de  todos,  sino  sólo  de  alguno  principal.  Y  así,  en  lle- 
gando el  aviso  de  que  había  de  mitar  el  pueblo  por  tanto  número  de 
indios,  el  cacique  señalaba  3^  advertía  á  los  que  habían  de  salir  en 
aquel  turno. 

Ejecutar  la  mita  pertenecía  á  la  autoridad  española  que  para  ello 
estaba  señalada,  y  era  la  justicia  mayor  del  distrito,  fuese  Gober- 
nador, Corregidor  ó  Teniente:  y  no  pudiendo  sacarla  él  por  legítimo 
impedimento,  debía  delegar  por  necesidad  en  un  alcalde  ordinario, 
según  las  Ordenanzas  de  Alfaro  (2).  Usábase  de  esta  precaución, 
para  que  siendo  los  ejecutores  personas  autorizadas,  se  evitasen  en 
lo  posible  los  atropellos  á  que  de  suyo  se  prestaba  la  ejecución. 

Conforme  á  todo  lo  que  acabamos  de  exponer,  los  indios  Guara- 
níes que  salían  de  las  Doctrinas  por  orden  del  Gobernador  para  ir 
á  trabajar  en  las  fortificaciones,  en  el  edificio  de  iglesias  ó  fortale- 
zas, ó  en  cualquier  trabajo  público,  con  toda  propiedad  iban  á  la 
inita. 

Ni  para  mitar,  como  observa  el  Licenciado  don  Diego  Ibáñez  de 
Paria  (3)  era  necesario  que  los  indios  estuviesen  encomendados  en 
cabeza  de  particulares:  bastaba  que  lo  estuviesen  en  la  del  Rey:  Es 
diferente  el  privilegio  de  no  poder  ser  encomendado,  y  el  de  no 
mittar,  pues  aunque  los  Pueblos  sean  de  la  Corona,  no  por  eso  se 
excusan  de  la  obligación  de  la  niitta.,  como  es  notorio. 

La  mita,  como  las  encomiendas,  tuvo  diversas  formas  según  la 

(1)  Ord.  51. — La  lej'  10.  tít.  17.  lib.  6.  R.  I.  dice  que  había  de  ser  el  mayordomo 
nombrado  por  el  Gobierno. 

(2)  Ordenanzas  de  Alfaro,  ord.  50.  ley  16.  tít.  3.  lib.  6;  ley  27.  tít.  12.  lib.  6. 

(3)  Expediente  de  la  Audiencia  de  Buenos   Aires  sobre   el   informe   de   Rege 
Gorbaián  en  1672,  fol.  18  (Sevilla:  Arch.  de  Ind.:  74.  4.  5). 


-  107- 

diversidad  de  países  y  circunstancias  de  América.  Así,  de  hecho 
y  por  derecho  consuetudinario,  no  hubo  en  el  territorio  del  Río  de 
la  Plata  otra  mita  á  particulares  fuera  del  servicio  personal  que  se 
daba  al  encomendero:  la  costumbre  no  sólo  de  nuestros  indios,  sino 
de  los  que  están  d  cuidado  de  los  religiosos  de  Sati  Francisco  es  solo 
de  ir  los  encomendados  á  pagar  su  tasa  d  los  eticomenderos  en  ser- 
vicio personal  de  dos  meses,  sin  que  haya  otro  género  de  mita 
introducido  en  aquella  provincia  (1). 

Según  las  diversas  necesidades  y  regiones,  ó  la  frecuencia  de  las 
tareas  á  que  eran  destinados  los  indios,  la  mita  se  sacaba  del  pueblo 
por  dozavas  partes  (2),  por  séptimas  partes  (3),  ó  por  terceras  par- 
tes (4).  En  el  Río  de  la  Plata  y  Tucumán  era  por  dozavas  partes, 
A  tenor  de  las  Ordenanzas  de  Alfaro  (5).  Los  indios  de  mita  habían 
de  ser  de  los  que  tenían  arriba  de  18  y  menos  de  50  años;  pues  las 
mujeres,  viejos  y  niños  hasta  edad  de  tributar,  quedaban  exentos 
de  mita. 

Cuando,  como  sucedía  en  las  provincias  de  esta  región  argentina, 
los  mitayos  pagaban  su  tributo  en  servicio  personal,  debían  contár- 
seles los  demás  jornales  confo.me  ala  tasa  establecida,  que  para 
estas  provincias  era  á  razón  de  real  y  medio  de  la  tierra  por 
día  (6).  En  cuanto  á  los  jornales  de  tributo,  el  Visitador  Alfaro 
señaló  treinta  en  el  año  (7),  si  los  indios  se  empeñaban  en  pagar  en 
servicio  y  no  en  especies;  y  el  Consejo  de  Indias,  haciendo  lugar 
á  las  grandes  reclamaciones  de  los  vecinos  de  estas  provincias, 
y  sobre  todo  de  la  Asunción,  representados  por  el  procurador  Manuel 
de  Frías  (que  con  ese  cargo  hizo  su  viaje  á  Madrid),  señaló  sesenta 
días  en  cada  año  (8);  y  habiendo  tasado  el  tributo  en  seis  pesos 
ó  cuarenta  y  ocho  reales  de  la  tierra,  venía  á  salir  el  valor  del  jor- 
nal á  cuatro  quintas  partes  de  real  por  día  mientras  duraba  el  pago 
del  tributo. 

(1)  Expediente  j'a  citado  (Indias:  74.  4.  5.)  fol.  22  v. 

(2)  Ley  5.  tft.  17.  lib.  6  y  Ord.  de  Alfaro  tt't.  del  servido.  Preamb. 

(3)  Ley  21.  tít  12.  lib.  6. 

(4)  Ley  19.  tít.  16.  lib.  6. 

(5)  Ord.  ut  supra. 

(6)  Ley  12.  tít.  17.  lib.  6. 

(7)  Ord.  60  y  61. 

(8)  Declaración  de  la  Ord.  60  y  61. 


CAPITULO  IV 

EFECTOS  DEL  SISTEMA  DE  LOS 
ENCOMENDEROS 

1.  La  falta  de  doctrina. — ?.  Abandono  del  cuidado  de  los  indios  en  lo  tempo- 
ral.— 3.  Opresión  de  los  indios. — 4.  Obstáculos  al  Evangelio. — 5.  Daños  tem- 
porales que  redundaban  á  todo  el  país. — 6.  Rebajamiento  del  carácter  de  los 
indios. — 7.  Despoblación. — 8.  La  gran  alarma  de  1688. — 9.  Estado  posterior  de 
las  encomiendas  y  su  definitiva  extinción. — 10.  Paralelo  con  los  efectos  de  otras 
colonizaciones. 

Descrito  en  sus  esenciales  lineamentos  el  sistema  empleado  por 
los  encomenderos  para  gobernar  á  los  indios;  resta  indagar  cuáles 
fueron  los  resultados  que  produjo,  como  lo  hemos  hecho  respecto  del 
sistema  entablado  por  los  Jesuítas.  Y  así  como  en  la  exposición 
hemos  debido  limitarnos  al  cartácter  que  tuvieron  las  encomiendas 
en  las  provincias  del  Río  de  la  Plata;  así  también  á  estas  regiones 
deberá  concretarse  el  estudio  de  los  efectos;  prescindiendo  de  lo 
que  sucedía  en  otras  partes  de  América.  Con  lo  cual  podrá  empezar 
á  apreciarse  por  comparación  cuál  haya  sido  el  valor  real  de  la  orga- 
nización establecida  por  los  Jesuítas  en  sus  Misiones  del  Paragua}', 
pues  en  unas  mismas  regiones  y  contemporáneamente  se  aplicaban 
á  una  misma  raza  de  indios  Guaraníes  el  procedimiento  de  la  Com- 
pañía y  el  de  los  encomenderos. 


157  LA  FALTA  DE  DOCTRINA 

La  primera  obligación  que  contraía  el  encomendero,   era  la  de 
proveer  á  la  cristiana  enseñanza  de  los  indios  (1);  ya  que  precisa- 

(1)     Felipe  II,  instrucción  de  Toledo  á  25  de   i\Ia3-o   de   15%;   ley  24.  título  8. 
lib.  6.  K.  I. 


-109- 

mente  era  sustituido  en  lugar  de  la  persona  del  monarca,  así  en  el 
cobro  del  tributo,  como  en  los  deberes  que  había  de  cumplir  para  con 
los  indígenas;  y  la  conversión  á  la  fe  cristiana  era  el  primero  de 
estos  deberes  con  que  se  reconocían  ligados  los  reyes. 

Sin  embargo  de  eso,  puede  calcularse  cuan  desatendido  había  de 
estar  este  punto  en  el  Río  de  la  Plata,  en  un  tiempo  en  que  apenas 
había  unos  pocos  sacerdotes,  insuficientes  en  número  para  el  cultivo 
espiritual  de  los  mismos  españoles,  y  que  en  gran  parte  ignoraban 
el  idioma  de  los  indios.  Pensar  que  el  encomendero  mismo  se  tomaba 
el  cuidado  laboriosísimo  de  instruir  á  los  indios  en  la  religión,  es 
bueno  para  escrito,  pero  sobrepuja  los  límites  de  la  fe  humana, 
cuando  no  tiene  testigos  contemporáneos.  Los  encomenderos  aten- 
dían á  su  interés,  y  á  procurar  sacar  de  los  indios  el  mayor  prove- 
cho que  podían,  ocupándolos  constantemente  ó  en  el  cultivo  de  sus 
chacras,  ó  en  el  servicio  de  casa,  ó  en  el  laboreo  de  la  yerba.  Tanto 
más  cuanto  por  tener  muchos  encomenderos  un  corto  número  de 
indios  solamente,  se  apresuraban  más  á  sacar  de  ellos  la  ganancia 
que  esperaban.  Casos  hubo  en  que  se  procuró  desempeñar  la  graví- 
sima obligación  de  reducir  aquellos  infelices  á  la  fe  sin  otra  diligen- 
cia que  la  de  preguntarles  si  querían  ser  cristianos,  y  obtenida  su 
respuesta  afirmativa,  echarles  el  agua  del  bautismo,  sin  instruirles 
en  las  obligaciones  y  doctrina  que  como  cristianos  habían  de  profe- 
sar (1).  Y  esto  sucedía  cerca  del  fin  del  siglo  xvi,  cuando  ya  hacía 
más  de  cincuenta  años  que  se  habían  establecido  los  españoles  en 
aquella  región. 

Es  verdad  que  con  el  tiempo  recorrieron  aquellos  pueblos  de 
indios  algunos  Padres  de  San  Francisco,  como  Fr.  Alonso  de  San 
Buenaventura,  Fr.  Luis  Bolaños,  Fr.  Gabriel  de  la  Anunciación  (2); 
y  también  Padres  de  la  Compañía  de  Jesús,  como  el  P.  Juan  Saloni, 
el  P.  Manuel  de  Ortega  y  el  P.  Tomás  Filds;  pero  era  de  paso: 
y  aunque  los  indios  acudían  con  amor  y  gusto  á  la  doctrina  que  les 
enseñaban,  quedando  luego  sin  ningún  sacerdote,  perdían  pronto  lo 
que  habían  aprendido,  y  se  volvían  á  sus  malas  costumbres,  y  á  sus 
supersticiones  gentílicas. 

Algo  mejoró  esta  situación  después  de  las  Ordenanzas  de  Alfaro, 
siquiera  en  los  pueblos  de  indios  menos  apartados  de  la  ciudad  de  la 
Asunción,  que  tuvieron  asistiéndoles  constantemente  un  cura  seglar 
ó  regular.  Pero  entonces  se  echó  más  de  ver  el  inconveniente  de  las 
encomiendas.  Los  encomenderos  se  llevaban  del   pueblo  sus  indios 

(1)     Lozano,  Hist.  de  la  Compañía,  lib.  I,  c.  XI.  núm.  1. 
(2j    P.  Lorenzana:  Carta  y  Relación  de  1621, 


-  110- 

cuando  les  convenía.  Con  esto  era  seguro  que  en  dos  meses  del  año 
faltarían  de  sus  pueblos  y  estarían  sin  asistencia  espiritual,  porque 
las  más  veces  salían  para  ir  á  hacer  yerba  á  Maracayá.  Y  todavía 
hubiera  sido  menos  mal  si  los  dos  meses  hubiesen  sido  exactos;  pero 
convirtiéndose  en  muchos  meses  y  á  veces  en  años  enteros;  se  ve 
bien  cucánto  faltaba  para  proveer  A  la  enseñanza  espiritual  al  sis- 
tema de  las  encomiendas  tal  como  aquí  se  practicaba. 


II 


ICO 

*^^  ABANDONO  DEL  CUIDADO  DE  LOS  INDIOS 

EN  LO  TEMPORAL 


Era  asimismo  deber  del  encomendero  cuidar  de  lo  temporal  de 
los  indios,  pues  dice  Felipe  II:  «Los  pueblos  de  indios  est.án  enco- 
mendados á  los  españoles  con  calidad  de  que  los  doctrinen  y  defien- 
dan» (1).  Y  Carlos  V:  «El  motivo  y  origen  de  las  encomiendas  fué  el 
bien  espiritual  y  temporal  de  los  indios,  y  su  doctrina  y  enseñanza 
en  los  artículos  de  nuestra  santa  fe  católica,  y  que  los  encomende- 
ros los  tuviesen  á  su  cargo,  y  defendiesen  á  sus  personas  y  hacien- 
das, procurando  que  no  reciban  algún  agravio,  y  con  esta  calidad 
inseparable  les  hacemos  merced  de  se  los  encomendar»  (2).  Pero 
tampoco  esta  segunda  calidad  se  cumplía. 

Y  se  puede  considerar  cudl  sería  la  disposición  que  muchos  enco- 
menderos tenían  para  defenderlos  de  agravios  y  de  invasiones  de 
enemigos,  cuando,  pidiendo  toda  razón  que  el  amo  alimente  al  que 
todo  el  día  está  ocupado  en  trabajar  para  él,  se  veían  encomenderos 
ir  con  sus  indios  á  Maracayú  á  hacer  yerba,  y  allí  haber  de  buscar 
el  indio  cómo  alimentar  á  su  amo  y  á  sí  con  trabajo  sobreañadido  (3). 

A  esta  falta  de  recursos  del  encomendero  había  dado  lugar  el 
procedimiento  del  Gobernador  Irala,  quien  desde  el  principio  repar- 
tió los  indios  en  encomiendas  muy  tenues  y  de  corto  número.  Cosa 
que  si  pudo  ser  útil  para  poder  dar  á  todos  y  lograr  así  muchos  par- 
tidarios, y  cómoda  para  no  dejar  poderosos  que  le   hiciesen  som- 

(1)  Céd.  real  de  8  de  Octubre  de  1560,  ley  5.  tít.  3.  lib.  6. 

(2)  Céd.  real  de  Valladolid  á  10  de  Mayo  de  1554,  ley  I.  tít.  9.  lib.  6. 

(3)  Carta  y  relación  de  1621,  c.  1.  8.  4. 


- 111- 

bra  (1);  en  cambio  fué  de  gran  inconveniente,  por  dejar  á  los  enco- 
menderos empobrecidos,  y  expuestos  á  la  tentación  de  forzar  á  sus 
indios  á  trabajar  excesivamente,  para  suplir  así  la  falta  del  número; 
al  mismo  tiempo  que  era  contrario  al  fin  de  las  encomiendas,  que 
era  premiar  á  los  sobresalientes  por  sus  méritos  en  la  pacificación;  y 
los  beneméritos  son  pocos. 

El  hecho  es  que  en  más  de  una  ocasión,  los  mismos  vecinos  de  la 
ciudad  principal,  que  era  la  Asunción,  abandonaron  sin  defensa  los 
indios  sus  encomendados,  como  sucedió  con  \os  Itatines,  que  caye- 
ron en  manos  de  los  paulistas,  sin  que  jamás  los  paraguayos  midie- 
sen sus  armas  con  estos  piratas  de  las  tierras  interiores.  Y  los  veci- 
nos de  la  Villarrica  y  de  Ciudad- Real  tampoco  defendieron  sus 
indios  de  los  mismos  invasores,  que  se  llevaron  pueblos  enteros  de 
indios  encomendados,  y  por  fin  destruyeron  esas  dos  mismas  pobla- 
ciones de  españoles. 

Y  no  parecerá  extraño  que  no  quisiesen  usar  de  defensa  en  favor 
de  sus  indios  encomendados,  ó  que  cuando  lo  quisieron  ya  no  pudie- 
sen hacerlo,  si  se  considera  que  ellos  mismos  habían  entrado  á  los 
pueblos  de  sus  indios  para  cautivarlos,  y  los  habían  vendido  luego 
á  los  mismos  enemigos,  quienes  más  tarde  se  los  arrebataron  todos. 


Ill 


OPRESIÓN  DE  LOS  INDIOS 

Como  si  fuera  poco  el  tener  descuidadas  las  dos  primeras  obliga- 
ciones del  encomendero,  que  eran  doctrinar  y  amparar  al  indio,  cali- 
dad inseparable  para  conservar  la  encomienda;  vióse  en  las  regio- 
nes del  Paraguay  y  Río  de  la  Plata,  como  en  otras  de  América, 
convertirse  el  encomendero,  que  debía  ser  el  protector  nato  del 
indio,  en  su  mero  explotador;  y  quien  había  de  librarlo  de  los  agra- 
vios, fué  quien  se  los  hizo  mayores  con  su  intolerable  opresión. 

Para  que  no  quepa  duda  alguna  de  esta  verdad,  basta  recordar 
que  las  encomiendas  establecidas  por  Irala  en  el  Paraguay  y  Río  de 
la  Plata,  como  las  que  procedieron  de  las  Ordenanzas  de  Abreu  en 
Tucumán,  llevaban  consigo  el  servicio  personal  de  los  indios,  con  sus 

(1)    Ibid.  §.  1. 


159 


-  112- 

más  irritantes  injusticias,  que  ya  hemos  examinado,  y  no  haremos 
ahora  más  que  enumerar,  para  que  se  aprecie  su  efecto  en  el  con- 
junto de  ellas. 

En  virtud  del  sistema  de  Irala  se  emprendían  las  malocas,  que 
otros  llamaban  entradas,  hechas  á  la  usanza  portuguesa,  para  escla- 
vizar indios,  y  á  veces  acometiendo  á  quienes  no  habían  ejercitado 
hostilidad  contra  el  español. 

El  indio  prisionero  en  maloca,  era  repartido  á  alguno  de  los  veci- 
nos con  titulo  de  originario,  6  yanacona;  quedando  sujeto  para  toda 
su  vida  á  servir  á  su  encomendero  en  lo  que  éste  quisiera  ocuparle,  sin 
tener  derecho  á  recibir  la  menor  paga,  ni  propiedad  alguna,  ni  liber- 
tad de  disponer  de  su  persona,  pues  cuando  huía,  lo  buscaban,  lo 
volvían  á  su  amo  y  lo  azotaban.  Sólo  recibía  la  comida  y  el  vestido. 
Sus  hijos,  cuando  los  tuviese,  quedaban  sujetos  á  la  misma  condición 
que  él.  Semejante  estado  se  disfrazaba  con  el  honrado  nombre  de 
encomienda;  pero  en  la  realidad  de  la  cosa  era  ni  más  ni  menos  que 
esclavitud;  y  ninguna  ley  lo  había  autorizado,  como  se  vio  en  el 
examen  de  las  Ordenanzas  de  Abreu  (1);  antes  al  contrario,  lo  con- 
denaban las  leyes  que  declaraban  la  libertad  de  los  indios,  y  prohi- 
bían hacerlos  esclavos. 

Decíase  que  el  indio  originario  ó  yanacona  no  podía  ser  vendido 
ni  alquilado  por  no  ser  esclavo:  pero  para  que  ni  esta  calidad  le  fal- 
tase, aun  esto  se  ponía  en  práctica:  «Los  Gobernadores,  dice  el 
Padre  Lorenzana  en  su  Informe  al  Rey  en  el  Consejo  de  Indias  (2), 
«en  nombre  del  Rey  nuestro  señor  daban  Cédulas  de  servicio  perso- 
nal, que  llaman  de  yanaconas,  y  estos  mdios  los  tenían  los  españo- 
les en  sus  chacras,  ó  en  el  pueblo  en  sus  casas,  con  tan  gran  dominio 
sobre  ellos,  que  decían  que  eran  suyos,  y  como  cosa  suya  los  pres- 
taban, y  daban  á  quien  querían,  y  por  el  tiempo  que  se  les  anto- 
jaba...: cuando  casaban  algún  hijo  ó  hija  se  los  daban  en  dote,  de 
manera  que  á  uno  daban  el  hijo,  y  á  otro  la  hija,  y  á  otro  el  padre 
y  así  los  iban  repartiendo  como  querían  sus  amos...  No  poseía  esta 
gente  tierra  ó  heredad  alguna,  ni  caballo,  ni  gallina,  cuando  no  era 
de  su  amo:  hasta  los  vestidos  que  tenían  les  quitaban,  y  los  daban 
á  quien  les  parecía:  tan  grande  era  el  dominio:...  de  manera  que  para 
ser  verdaderamente  esclavos,  no  faltaba  sino  herrarlos  y  venderlos 
á  público  pregón:  pero  en  lo  que  es  ventas  paliadas,  hartas  hacían». 
— Y  con  ser  estos  atropellos  de  la  ley  de  Dios,  y  del  derecho  natural 
y  leyes  reales  tan  patentes;  no  los  quisieron  reconocer  los  encomen- 

(1)  Lozano,  Hist.  de  la  Comp.  lib.  VI.  cap.  VI.  núm.  13. 

(2)  LoRHNZANA,  Relacióii,  cap.  I.  §.  2, 


-113- 

deros,  sobre  todo  de  la  Asunción:  y  por  haber  salido  los  Jesuítas 
á  la  defensa  de  los  indios,  dando  consejos  á  particulares  y  expo- 
niendo su  parecer  al  Visitador,  y  procurando  que  se  cumpliesen  las 
Ordenanzas  de  la  Visita,  se  movió  contra  ellos  tan  terrible  persecu- 
ción, que  hasta  la  venta  de  los  artículos  necesarios  para  su  sustento 
les  negaron,  aun  pagando  su  justo  precio,  y  les  obligaron  con  esto 
á  retirarse  de  la  ciudad,  donde  no  podían  vivir;  y  aunque  después  los 
llamó  el  Cabildo  secular,  siempre  quedó  tan  vivo  el  resentimiento, 
que  en  siglo  y  medio  no  se  acabó  de  extinguir.  Tanto  les  dolieron 
sin  razón  las  justísimas  providencias  del  Licenciado  D.  Francisco 
de  Alfaro  en  sus  Ordenanzas  66,  67,  1,  2  y  3,  confirmadas  sin  obser- 
vación alguna  por  el  Re}'  en  su  Consejo  de  Indias,  é  incorporadas 
más  adelante  en  las  mismas  leyes  de  Indias  (1). 

Hasta  aquí  hemos  dicho  el  sistema  opresivo  que  se  seguía  con  los 
yanaconas.  No  por  eso  quedaban  libres  de  opresión  los  mitayos. 
Según  la  intención  de  los  monarcas,  la  obligación  del  mitayo  enco- 
mendado se  reducía  A  pagar  á  su  encomendero  el  tributo  anual 
debido  al  Rey.  Según  la  costumbre  que  autorizaban  los  Goberna- 
dores, á  pesar  de  las  prohibiciones  del  derecho,  el  mitayo  era  cons- 
treñido á  pagar  sirviendo  dos  meses  cada  año  por  su  propia  persona. 
Según  el  mayor  abuso  particular  de  esa  misma  costumbre  abusiva, 
los  dos  meses  se  iban  convirtiendo  en  cuatro,  en  seis  y  á  veces  en 
todo  un  año,  deteniendo  el  encomendero  á  los  indios  fuera  de  sus 
pueblos  con  diversas  artes  y  pretextos. 

No  pudiendo  el  encomendero  morar  en  el  pueblo  donde  tenía 
indios,  enviaba  en  su  lugar  sustitutos  con  nombre  de  pobleros,  admi- 
nistradores ó  vtayordoinos,  que  maltrataban  á  los  indios  y  daban 
lugar  á  escándalos  y  excesos  que  parecen  increíbles  entre  cristianos: 
tales,  que  obligaron  al  Visitador  á  decretar  la  pena  de  galeras  á 
quien  tuviera  la  audacia  de  encargarse  de  tal  oficio  (2). 

Coartábase  á  los  indios  la  libertad  de  casarse,  ó  estorbándoles 
casarse  con  quien  querían,  ú  obligándoles  á  casarse  muy  pronto  y 
con  persona  que  no  era  de  su  elección,  por  conveniencia  de  sus  amos, 
y  con  tanto  mayor  violencia  y  opresión,  cuanto  mayor  influjo  habían 
tenido  á  veces  en  el  matrimonio  algunas  mujeres  encargadas  de  la 
encomienda  ó  consejeras  de  propia  voluntad  (3). 

Sacábanlos  y  se  los  llevaban  centenares  de  leguas  de  sus  pueblos, 

(1)  Ley  1,  tít.  17.  lib.  6;  ley  7.  tít.  2;  ley  8.  tít.  2;  ley  10.  tít.  4,  lib.  3. 

(2)  Ordenanzas  de  Alfaro,  Ord.  3;  Lozano,  Hist.  de  la  Compañía,  lib.  V.  c.  V, 
número  6. 

(3)  Preámbulo  y  Ord.  81.  82.  83. 

8    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  ii. 


-114- 

para  que  les  sirviesen  en  sus  viajes,  de  donde  sólo  después  de  largo 
tiempo,  y  á  veces  nunca,  tornaban  á  sus  pueblos  (1). 

Sobre  todo  esto,  la  condición  del  indio  era  tenida  por  tan  despre- 
ciable, aun  en  caso  de  que  no  fuese  encomendado,  como  se  verá  por 
el  relato  del  P.  Juan  José  Rico,  Procurador  de  la  Provincia  del  Para- 
guay en  un  Memorial  al  Consejo  de  Indias  presentado  el  año  de 
1743  (2).  Refiere  que  los  indios  de  Doctrinas,  cuando  bajaban  á 
Buenos  Aires  «malvendían  y  malbarataban  sus  cosillas,  y  lo  que  en 
su  estada  en  las  Ciudades  habían  ganado  con  sus  oficios,  ó  alquilán- 
dose con  Españoles?»  y  así  al  volverse  á  sus  pueblos  se  encontraban 
sin  nada  por  su  abandono  é  imprevisión.  «Aunque  no  deja  de  suceder 
también  con  bastante  frecuencia»  sigue  diciendo  «que  después  de 
haber  trabajado  el  Indio,  le  niegan  la  paga,  ó  se  la  desminuj'en,  no 
faltando  algún  hurto  que  le  levantan,  ó  falsamente,  ó  con  leves 
indicios  se  le  atribuyen  al  miserable.  El  cual  con  eso,  en  lugar  de 
paga,  lleva  por  jornal  el  castigo  de  algunos  azotes,  á  que  le  senten- 
cia el  mismo  que  le  alquiló  ó  hizo  trabajar;  3^  de  esto  pudiera  alegar 
no  pocos  casos,  que  omito  por  justas  causas.  Y  aunque  en  algunos 
de  ellos,  habiéndose  acudido  á  las  Justicias,  han  sido  amparados  los 
indios:  pero  en  los  más,  ni  ellos  por  su  natural  cortedad,  ni  el  Pro- 
curador Jesuíta  por  evitar  maj^ores  inconvenientes,  acuden  á  que- 
rellarse:. . .  3'  junto  con  las  sobredichas  vejaciones  de  obra,  no  son  por 
lo  común  tratados  mejor  de  palabra,  siendo  mu3^  frecuente  oír  la  de 
perro  indio,  que  no  parece  sino  que  por  haber  nacido  tal,  ha  nacido 
para  vilipendio  y  ser  despreciado...» 

Ni  se  crea  que  con  la  Visita  de  1611  y  las  Ordenanzas  desapare- 
cieron las  opresiones  en  el  Paraguay.  Cesaron,  es  verdad,  las  más 
graves,  reprimiéndose  desde  entonces  las  malocas,  3'  allanándose  el 
camino  para  que  con  el  tesón  de  los  Jesuítas  en  defender  á  los  nuevos 
indios  reducidos  voluntariamente,  sentenciasen  siempre  los  tribu- 
nales en  favor  de  estos  indios,  y  les  conservasen  la  indemnidad  del 
servicio  personal.  Mas  en  cuanto  á  los  indios  que  ya  estaban  repar- 
tidos como  yanaconas  ó  como  mitayos,  los  encomenderos  trabajaron 
tanto  en  persuadirles  con  varias  artes  lo  contrario  de  lo  que  les  con- 
venía (3),  que  la  mayor  parte  se  quedaron  voluntariamente  (á  causa 
de  este  fraude  y  engaño),  como  antes  estaban;  y  los  encomenderos 
consideraron  como  un  crimen  el  que  los  indios  de  algunos  pueblos 


(1)  Ord.  18. 

(2)  Reparos   que  se  han  hecho  contra  la  buena  conducta  y   gobierno  de  los 
treinta  pueblos  Guaranís,  Segundo  reparo,  al  fin. 

(3)  Ordenanzas  de  Aliare,  Ord.  57.  Lozano,  Hist.  lib.  VI.  c.  8.  núin.   14. 


—  115- 

quisiesen  presentar  su  tributo  en  especies  conforme  á  la  tasa  apro- 
bada. Y  lo  que  parecerá  increíble;  después  de  tantas  prohibiciones 
del  servicio  personal  que  siguieron  á  la  de  1601  y  1611,  todavía  en 
1801,  á  estar  al  testimonio  de  Azara  (1),  duraba  el  servicio  personal 
en  el  Paraguay,  aunque  en  Buenos  Aires,  Santa  Fe  y  Corrientes  se 
había  suprimido  aquella  injusticia,  por  haber  sido  obedecidas  las 
Ordenanzas  de  Alfaro. 


IV 

OBSTÁCULOS  AL  EVANGELIO  1^^ 

Fácil  es  de  presumir  el  efecto  que  semejante  proceder  de  los 
encomenderos  había  de  producir  en  los  indios. 

Los  indios  ys.  reducidos  desde  el  principio  de  la  conquista,  en 
más  de  una  ocasión  verificaron  alzamientos  generales  para  ver  de 
sacudir  aquel  pesado  yugo  que  les  oprimía.  Otras  veces,  y  eran  las 
más,  como  los  extremos  de  opresión  no  eran  universales,  daban  lugar 
á  fugas  de  indios;  que  preferían  errar  vagando  por  los  montes,  ó 
juntarse  con  los  indios  infieles,  más  bien  que  vivir  cargados  de  aquel 
insoportable  trabajo. 

Los  indios  infieles  estaban  á  la  mira  de  que  ninguno  de  los  espa- 
ñoles europeos  ó  americanos  penetrase  en  sus  tierras.  Aunque  bár- 
baros, tenían  suficientes  medios  para  informarse  y  discernimiento 
para  procurar  guardarse  de  la  suerte  de  los  indios  sometidos;  y 
celosos  de  su  libertad  natural,  no  había  cosa  que  aborreciesen  más 
que  el  trocarla  por  el  servicio  de  particulares,  que  era  una  verda- 
dera esclavitud,  como  lo  observaban  en  los  de  su  misma  nación  y 
parientes  suyos,  y  lo  escuchaban  de  boca  de  ellos.  De  aquí  resultaba 
que  viendo  que  los  indios  cristianos  eran  siervos  de  los  encomen 
deros,  aprehendían  que  el  hacerse  ellos  cristianos  había  de  ser  lo 
mismo  que  hacerse  esclavos,  trance  por  el  cual  en  ninguna  manera 
querían  pasar. — De  esta  manera,  el  sistema  seguido  por  los  enco- 
menderos en  usar  de  sus  encomiendas  en  estas  regiones,  vino  á  ser 
un  obstáculo  positivo  al  Evangelio,  ahuyentando  y  privando  de 
doctrina  á  sus  indios  ya  encomendados,  y  creando  en  los  infieles  un 
prejuicio  que  invenciblemente  los  apartaba  de  la  fe  católica. 

(1)     Descripción  é  historia  del  Paraguay,  cap.  XII.  núm.  7. 


-116- 

Y  no  es  que  los  infieles  tuviesen  repugnancia  á  la  religión,  antes 
oyéndola  predicar,  les  parecía  muy  bien  y  se  disponían  á  abrazarla. 
Ni  tampoco  que  tuviesen  dificultad  en  sujetarse  al  Rey  de  España  y 
formar  una  nación  con  sus  conquistadores,  obedeciendo  á  las  autori- 
dades del  Gobernador  ú  otras  que  les  impusiera.  A  quien  no  querían 
sujetarse  era  á  los  particulares,  que  los  trataban  como  á  esclavos;  y 
de  aquí  les  nacía  una  desconfianza  extraordinaria,  cuando  veían  en 
los  sacerdotes  seculares  y  religiosos  el  empeño  en  inculcarles  la 
necesidad  de  abrazar  la  religión  cristiana  para  su  salvación;  en  tanto 
grado,  que  entre  ellos  era  opinión  corriente  que  los  Misioneros  eran 
espías  y  como  avanzadas  de  los  soldados,  para  que  luego  que  hubie- 
sen dado  crédito  á  los  primeros,  y  admitídolos  en  sus  tierras, 
viniesen  los  segundos,  y  los  tomasen  á  ellos  por  esclavos.  Así  se  lo 
confesaron  los  mismos  indios  del  Paraná  al  P.  Marciel  de  Lorenzana 
luego  que  le  hubieron  cobrado  alguna  confianza,  como  lo  refiere 
largamente  el  P  Lozano  (1),  quien  entre  otras  cosas  dice:  «Llegaron 
los  Paranás  á  descubrirle  sus  sospechas,  diciéndole  que  la  traza  de 
juntarlos  en  un  pueblo  era  para  poder  entregarlos  mejor  á  los  Espa- 
ñoles, quienes  los  hiciesen  sus  esclavos.  Por  más  que  se  esforzaba 
en  apartarlos  de  este  error  pernicioso,  enterándolos  de  la  verdad  y 
sincera  intención,  no  podía,  porque  al  decirles  que  el  fin  de  nuestra 
ida  á  su  país  era  hacerlos  hijos  de  Dios  y  enseñarles  su  Ley  Divina 
para  su  salvación,  replicaban  eficazmente  que  lo  mismo  les  asegu- 
raron á  los  demás  Indios  de  esta  Gobernación  los  primeros  Clérigos 
y  Religiosos  que  vinieron  de  España  con  los  Conquistadores.  En  esa 
fe,  decían,  se  hicieron  cristianos,  y  sin  embargo,  ahoia  lloran  sin 
remedio  su  miserable  servidumbre,  y  refieren  sin  consuelo  los  agra- 
vios que  padecen;  pues  cuando  al  principio  entraron  á  servir  á  los 
Españoles  como  amigos,  y  como  parientes  de  las  mujeres  con  quienes 
cesaron,  después  se  apoderaron  de  ellos,  y  los  fuerzan  á  servir  en 
trabajos  excesivos  y  muy  superiores  á  sus  fuerzas,  viéndose  tratados 
como  enemigos  y  esclavos.» 

Daño  era  éste  tanto  más  culpable  por  impedir  el  Evangelio, 
cuanto  concurría  en  los  encomenderos  la  circunstancia  agravante  de 
ser  ellos  quienes  se  comprometían  á  descargar  la  conciencia  del 
Soberano  en  lo  que  toca  á  la  reducción  de  aquellas  naciones  á  la  fe. 
Pero  ni  siquiera  era  éste  el  único  obstáculo  que  ponían.  Porque  con 
lo  estragado  de  las  costumbres  que  observaban,  creaban  un  nuevo 
estorbo  que  labraba  mucho  en  los  ánimos  de  los  indios.  El  desenfreno 

(1)    Historia,  lib.  VI.  c.  VIL 


-117  — 

del  vivir  fué  tal  desde  el  principio,  que  sobre  ser  comunísimo  el  vicio 
de  la  lujuria,  había  muchos  soldados  que  vivían  amancebados  con 
dos,  tres  y  más  mujeres,  como  si  fueran  turcos  ó  indios  gentiles:  y 
lo  peor  es  que  los  mismos  jefes  y  Gobernadores  daban  el  ejemplo, 
empezando  por  Irala,  como  consta  de  la  historia.  A  este  estrago  del 
vicio  de  la  carne  se  seguían  los  demás;  de  suerte  que  en  los  indios 
infieles  llegó  á  ser  detestado  el  nombre  de  español;  y  con  él  la  reli- 
gión católica  que  el  español  profesaba;  sobre  lo  cual  dice  el  Padre 
Lorenzana  (1):  «Miran  mucho  como  viven  los  Españoles,  paréceles 
muy  bien  la  ley  de  Dios,  pero  no  los  Españoles:  y  nombrar  Español 
entre  ellos  no  es  sino  nombrar  un  pirata,  ladrón,  fornicario  y  adúl- 
tero, mentiroso.  Y  de  camino  aborrecen  los  sacerdotes,  no  porque 
les  parezca  mal  su  doctrina,  sino  porque  en  entrando  ellos  dicen  que 
luego  va  tras  ellos  esta  mala  gente.  De  manera  que  los  agravios, 
é  insolencias  del  Español,  tienen  infamada  la  ley  de  Dios.  Y  así,  en 
las  nuevas  entradas  que  hacemos,  la  mayor  dificultad  que  hallamos 
es  la  mala  fama  del  Español  y  dicen:  sea  muy  bien  llegada  á  sus 
tierras  la  palabra  de  Dios,  pero  que  se  temen  del  Español,  y  que 
nosotros  somos  sus  espías.» 

Claro  es  que  el  motivo  para  esta  fama  no  lo  daban  todos  los  espa- 
ñoles, pero  hay  que  confesar  que  los  casos  de  buenos  ejemplos  no 
eran  sino  honrosas  excepciones.  Ni  tampoco  eran  todos  aquellos 
hombres  que  estorbaban  la  difusión  del  Evangelio  con  sus  agravios 
)'  malas  costumbres  españoles  de  España,  sino  españoles  america- 
nos, nacidos  y  criados  en  el  país;  pues  el  Padre  Lorenzana  habla  de 
1621,  ochenta  años  después  de  la  llegada  de  los  primeros  pobladores, 
cuando  ya  todos  los  conquistadores  eran  muertos  y  sólo  quedaban 
sus  descendientes. 

De  cualquier  modo  que  sea,  ello  es  que  se  experimentaba  lo  que 
representó  el  Fiscal  de  la  Audiencia  de  los  Reyes  en  1631  (2):  «El 
mayor  estorbo  que  ha  tenido  la  predicación  celosa  de  la  honra  de 
Dios,  ha  sido  la  codicia  de  los  encomenderos  particulares,  y  malos 
ministros,  que  como  raíz  de  todos  los  males,  ha  sido  la  que  ha  aho- 
.gado  y  ahoga  la  buena  semilla  de  palabra  de  Dios,  y  su  santo  Evan- 
gelio y  mandamientos,  y  hace  aborrecida  la  ley  verdadera,  haciendo 
concepto  los  Indios,  que  no  tienen  otro  fin,  sino  el  servicio  personal 
á  los  españoles,  y  enriquecerlos  con  su  sudor,  3^  trabajo  y  sangre, 
hasta  dar  las  vidas,  sufriendo  todas  sus  demasías;   á  que  se  llega  el 

(1)  Informe  de  1621  §.2. 

(2)  Provisión  real  sobre  la  palabra  dada  en  nombre  del  Rey  á  los  indios  de  que 
no  los  encomendarían  en  personas  particulares  de  españoles,  Apénd.  núm.  58. 


-118- 

mal  ejemplo,  y  ejercicio  de  todos  los  pecados,  de  que  ven  usan;  y  así 
sacan  contraria  conclusión,  de  que  las  cosas  de  la  fe  que  se  les  pre- 
dica, no  son  practicables,  ni  tienen  el  premio  de  vida  y  gloria  eterna, 
sino  que  es  engaño,  para  que  los  Indios  les  sirvan  y  tributen...» 

Agregóse  otro  daño  más  á  los  ya  mencionados,  nacido  de  las 
mismas  raíces  de  codicia  y  desorden,  y  con  el  que  positivamente  se 
estorbaba  el  provecho  espiritual  de  los  indios  ya  reducidos  á  pueblos 
y  hechos  cristianos.  Este  era  el  de  sacar  A  los  indios  mitayos  en 
cualquier  tiempo  que  le  parecía  al  encomendero,  y  llevárselos  para 
su  servicio,  ó  para  el  laboreo  de  la  yerba,  sin  que  se  cumpliese  la 
devolución  obligatoria  después  de  pasados  los  sesenta  días  de  servi- 
cio. Los  daños  consiguientes  están  á  la  vista;  la  familia  del  indio  y 
sus  sementeras,  abandonadas;  su  mujer  y  sus  hijos,  faltos  del  nece- 
sario sustento,  y  con  la  larga  ausencia  del  jefe  de  la  familia,  expues- 
tos á  mil  peligros  del  alma  y  del  cuerpo;  y  el  mismo  indio  sin  el  cons- 
tante cultivo  de  la  religión  que  le  era  necesario,  lejos  de  su  pueblo 
y  de  su  hogar,  y  aprendiendo  en  vez  de  la  ley  de  Dios  y  buenas  cos- 
tumbres, los  malos  ejemplos  que  tan  amenudo  se  veían  en  derredor 
suyo. — Este  daño  perseveró  hasta  el  ñn,  y  estorbó  la  prosperidad  de 
las  reducciones  mejor  entabladas.  El  Tilmo.  Sr.  Don  Fray  José 
Peralta,  Obispo  de  Buenos  Aires,  en  su  Informe  al  Rey  de  8  de  Enero 
de  1743  (1),  dice:  «Los  Religiosos  del  Seráfico  Padre  San  Francisco 
tienen  también  tres  Doctrinas  de  Misiones  en  la  Jurisdicción  de  mi 
Obispado  [eran  Itatí,  Ohomas  y  Santa  Lucía  de  los  Astos],  que  tam- 
bién visité  en  cumplimiento  de  mi  obligación;  y  aunque  están  también 
muy  arregladas,  y  los  Feligreses  muy  bien  educados  é  instruidos  en 
la  Doctrina  Cristiana,  y  culto  divino;  pero  hallé  en  esto  último  bas- 
tante diferencia  de  las  Doctrinas  de  los  Religiosos  de  la  Compañía, 
hallando  menos  gente,  y  bastante  pobreza  en  las  Iglesias;  y  pregun- 
tando la  causa,  me  dijeron  que  nace  de  dos  males  que  padecen;  uno, 
de  que  los  Indios  y  sus  Pueblos  son  encomendados  á  particulares  per- 
sonas del  Paraguay,  y  los  Encomenderos  sacan  siempre  que  quieren 
cantidades  considerables  de  Indios  y  de  Indias,  para  que  sirvan  en 
sus  haciendas;  y  además  de  distraerlos  de  la  devoción,  y  culto  Divino, 
les  quitan  el  tiempo  de  hacer  sus  sementeras,  y  trabajar  en  servicio 
y  fábrica  de  la  Iglesia,  y  poblar  sus  Doctrinas,  quedando  á  diferen- 
tes represas  muchos  Indios  y  Indias  en  el  Paraguay  en  servicio  de 
sus  Encomenderos...» 

De  todo  lo  cual  se  ve  que  el  efecto  de  las  encomiendas,  tales 

(1)    Charlevoix,  Hist.  du  Paraguay,  VI.  313. 


119 


como  los  encomenderos  las  practicaron  en  estas  regiones,  en  vez  de 
favorecer  á  la  doctrina,  fué  de  estorbar  de  varios  modos  la  propa- 
gación del  Evangelio,  con  los  prejuicios  que  creaba  en  los  indios  su 
opresión,  con  los  malos  ejemplos,  y  con  la  costumbre  de  alejar  á  los 
indios  de  los  pueblos  donde  eran  doctrinados. 


V 


DAÑOS  TEMPORALES  QUE  REDUNDABAN  A  TODO     161 

EL  PAÍS 

No  fué  solamente  pernicioso  á  los  indios  el  sistema  vejatorio  de 
los  encomenderos,  causándoles  tantos  agravios  en  sus  bienesy  sosiego 
y  estorbos  en  lo  espiritual;  sino  que  ocasionó  á  los  mismos  que  en  él 
cifraban  su  prosperidad,  y  al  país  entero,  daños  temporales  de  mucha 
trascendencia.  Así  suele  suceder  que  castiga  la  mano  de  Dios  los 
desórdenes  de  las  pasiones,  en  la  misma  materia  en  que  pensaban 
lograr  bienes  en  el  orden  temporal. 

Los  indios  eran,  es  verdad,  sufridos;  y  habiendo  formado  excep- 
cional concepto  de  los  conquistadores,  en  quienes  advertían  inmensas 
ventajas,  así  por  las  dotes  personales  que  en  ellos  reconocían,  como 
por  la  calidad  de  sus  armas;  aquel  respeto  les  enfrenaba,  y  alargaba 
su  sufrimiento  mucho  más  de  lo  ordinario.  Pero  toda  paciencia  tiene 
su  término;  y  tanto  llegaban  á  crecer  las  demasías  de  los  dominado 
res,  que  se  hacían  del  todo  insufribles;  y  exasperados  los  naturales 
hasta  el  extremo,  rotos  ya  los  frenos  del  respeto  y  de  la  obediencia, 
prorrumpían  en  desesperadas  sublevaciones,  que  más  de  una  vez  lle- 
varon el  espanto  y  el  luto  á  los  pueblos  de  los  conquistadores. 

Sin  negar  que  en  tales  movimientos  tuviese  su  parte  la  natural 
inconstancia  de  los  indios;  parece  cierto  é  indudable  por  la  historia 
que  los  agravios  recibidos  tuvieron  la  principal  parte  en  la  formación 
de  casi  todas  las  tempestades  que  estallaron  contra  los  españoles  en 
estas  regiones.  De  este  modo  á  un  tiempo  producían  en  los  indios  el 
desorden  moral  que  trae  consigo  la  guerra  y  la  inclinación  habitual 
al  delito  de  rebelión;  y  en  las  ciudades  españolas  un  estado  perpetuo 
de  inseguridad  con  muertes,  carestías,  desolación  y  arrasamiento  de 
poblaciones. 


-120- 

Léase  en  el  Memorial  del  P.  Montoya  de  1643  (1)  la  narración  de 
la  ruina  de  Londres,  n.  7,  en  el  alzamiento  de  los  calchaquíes,  5'  el  fin 
que  tuvo  la  ciudad  de  Concepción  del  Bermejo,  n.  8,  y  se  tendrán 
ejemplos  palpables  de  lo  dicho.  Y  sin  salir  aquí  de  los  indios  Guara- 
níes de  quienes  tratamos,  bien  sabido  es  el  gravísimo  riesgo  en  que 
pusieron  la  recién  fundada  ciudad  de  la  Asunción  para  el  Jueves 
Santo  de  1540  con  una  sublevación  general.  Y  no  de  menor  peligro 
fué  otro  alzamiento  general  en  1559. 

En  cuanto  á  los  Guaraníes  del  Paraná  ó  canoeros,  se  mantuvieron 
desde  el  tiempo  de  la  conquista  como  resueltos  enemigos  de  los  espa- 
ñoles, dominando,  no  sólo  el  rio  Paraná,  por  donde  no  podía  pasar 
ninguna  embarcación  sin  su  beneplácito,  sino  también  el  trayecto  del 
río  Paraguay  hasta  la  embocadura  del  Tebicuarí,  por  donde  no  se 
podían  aventurar  los  españoles  sin  buena  escolta,  pues  todo  el  terri- 
torio entre  el  Tebicuarí  y  el  Paraná  estaba  ocupado  por  indios  de 
guerra.  Varias  veces  trataron  los  moradores  de  la  Asunción  de  suje- 
tarlos, haciendo  entradas  en  su  territorio,  pero  en  vano;  porque  no 
dominaban  más  que  el  terreno  que  pisaban,  y  en  retirándose,  volvían 
los  paranáes  á  sus  hostilidades;  en  las  cuales  más  de  una  vez  estu- 
vieron á  punto  de  hacer  despoblar  la  ciudad  de  las  Corrientes.  Y 
así  como  habían  quedado  resueltos  los  indios  del  Paraná  y  Uruguay 
á  no  admitir  en  sus  tierras,  no  sólo  á  ningún  español  de  guerra,  sino 
ni  aun  á  un  Misionero  ó  sacerdote;  así  también  continuaron  dañando 
en  cuanto  podían  á  los  que  tenían  por  enemigos,  de  suerte  que  «se 
tenía  por  fortuna»  dice  el  P.  Lozano  (2)  «cuando  se  abstenían  de  las 
hostilidades  con  que  perturbaban  el  reposo  público,  obligando  á 
excesivos  gastos  para  reprimirlos  y  defender  las  fronteras.» — Tales 
habían  sido  los  frutos  del  modo  despótico  con  que  se  habían  enta- 
blado 3'  se  mantenían  las  encomiendas.  Y  mientras  no  se  logró  remo- 
ver este  gran  obstáculo  y  empeñar  á  los  indios  del  Paraná  y  Uruguay 
la  palabra  real  de  que  no  serían  encomendados  en  cabeza  de  particu- 
lares, sino  sólo  en  cabeza  de  S.  M.,  3^  con  esto  no  serían  llevados 
ellos,  sus  mujeres  y  sus  hijos  á  servir  á  las  casas,  chacras  ó  estancias 
de  los  españoles  particulares;  ni  se  logró  que  abrazasen  nuestra  santa 
religión,  ni  que  dejasen  el  país  sosegado  3'  pacífico. 


(J)     Apénd.  núm.  52. 

(2)    Hist.  I,  V.  c.  XVIII.  n.  2. 


121  - 


VI 


REBAJAMIENTO  DEL  CARÁCTER  DE  LOS  INDIOS 

El  efecto  natural  del  sistema  de  encomiendas  que  se  estableció  y 
siguió  en  el  Río  de  la  Plata  (dejando  á  un  lado  por  ahora  la  despobla- 
ción, de  que  trataremos  en  el  artículo  siguiente),  había  de  ser  y  fué 
una  degradación  y  envilecimiento  de  la  raza  indígena. 

En  efecto:  al  indio,  antes  libre,  y  sólo  sujeto  á  su  cacique,  á  quien 
prestaba  sin  mayor  dificultad  algunos  servicios  que  no  excedían  sus 
fuerzas,  ni  cansaban  demasiado  á  un  sujeto  inclinado  por  índole  )' 
circunstancias  del  clima  á  huir  del  trabajo;  se  le  hacía  por  la  enco- 
mienda pasar  al  estado  de  esclavo  perpetuo  de  su  amo,  y  se  le  suje- 
taba á  trabajos  continuos,  empleándolo  sin  darle  el  suficiente  reposo, 
y  á  veces  ni  el  suficiente  alimento;  ocupándolo  en  el  rudo  trabajo  de 
la  yerba  en  Maracayú,  como  vimos  antes  (1);  destinándolo  á  faenas 
propias  de  bestias,  como  era  el  andar  cargados  con  los  pesados  ter- 
cios de  3'erba,  que  se  trasportaba  toda  á  hombros  de  indios.  En  casa 
de  su  encomendero,  como  en  las  faenas,  era  tratado  con  el  azote  en 
la  mano,  y  despreciado  como  un  vil  esclavo.  Apodábanlo  de  borracho, 
de  holgazán,  de  mentiroso  y  malicioso,  de  traidor,  y  la  menor  palabra 
ofensiva  que  le  decían  era  tratarlo  de  perro  indio,  y  esto  era  muy 
frecuente.  Todo  esto  no  podía  menos  de  influir  en  hacer  al  indio  cada 
día  más  apocado  3^  rebajar  su  carácter,  hasta  persuadirlo  que  se  había 
de  tener  y  tratar  como  un  esclavo.  Tanto  más,  cuanto  se  tenía  harto 
poco  cuidado,  como  hemos  visto,  de  cultivar  su  ánimo  por  medio  de 
la  religión,  que  en  su  aflictiva  suerte  lo  hubiera  consolado,  y  ense- 
ñándole á  reconocer  con  viveza  los  premios  de  la  vida  venidera,  le 
hubiera  alentado  á  sobreponerse  á  todas  las  miserias  de  esta  vida,  y 
aun  á  sus  propias  viciosas  inclinaciones.  Y  nada  diremos  del  rebaja- 
miento de  carácter  que  necesariamente  había  de  producir  el  ver 
fomentada  la  práctica  de  todas  sus  malas  costumbres  con  la  proximi- 
dad del  ejemplo  que  de  ellas  veía  en  aquellos  á  quienes  por  todos 
títulos  miraba  como  superiores. 

El  vasallaje  directo  al  Rey  de  España  por  medio  del  encabeza- 

(1)    Cap.  III.  §  III. 


162 


-122- 

miento  en  la  corona  y  del  tributo,  no  traía  esos  inconvenientes  del 
servicio  individual.  Por  pesadas  que  fuesen  las  cargas  que  soporta- 
ron los  Guaraníes  de  Doctrinas  en  sus  múltiples  trabajos  en  obras 
públicas  y  en  las  continuas  expediciones  y  campañas  de  sus  milicias, 
nunca  llegaban  á  la  fatigosa  tarea  del  indio  sujeto  á  los  caprichos  de 
su  encomendero.  Aquellas  expediciones  se  terminaban,  y  el  indio 
volvía  contento  á  su  casa,  donde  le  esperaba  su  familia,  donde  hasta 
tenía  bien  cuidada  en  el  intermedio  su  chacra,  y  después  de  contar 
sus  hazañas,  volvía  á  su  trabajo  pacífico,  en  el  cual  descansaba  de 
rato  en  rato,  sin  que  viniese  á  forzarlo  á  continuar  el  látigo  del 
poblcro.  Y  enmedio  de  las  mismas  empresas  militares,  respondía  con 
legítimo  orgullo  á  quien  le  preguntaba  quién  era:  ñande  Rey  solcia- 
doniclie:  yo  so}'  soldado  del  Rey  (1).  Sabía,  en  suma,  que  no  era 
vasallo  del  español,  esto  es,  del  individuo  particular,  sino  que  lo  era 
del  Rey,  y  en  esto  era  igual  al  español.  Que  fué  la  meditada  emba- 
jada que  propusieron  los  paranáes  al  P.  Lorenzana  por  boca  de  su 
Cacique  general  Tabacambí  (2):  «Padre...  si  ese  gran  sujeto  Mbae- 
qiiaapara  (Consejero),  de  quien  hemos  oído  que  viene  á  visitar  estas 
tierras,  y  trae  tanto  poder  del  MhnriihicJiaheté  (del  Rey),  y  tantos 
Qnatids  (Cédulas  Reales),  quisiese  venir  en  concedernos  un  grande 
Quatiá  (Cédula  ó  privilegio),  en  que  declare  que  somos  Mboyds  ó  va- 
sallos del  Rey  de  España,  y  que  no  tenemos  obligación  de  servir  á 
algún  Caray  (español),  sino  que...  seamos  vasallos  suyos,  y  tan  libres 
como  los  mismos  Carays  (españoles),...  desde  luego  nos  daremos  muy 
gustosos  por  vasallos  ó  Mboyds  del  gran  Rey.» 

Si  con  el  tiempo  han  mostrado  los  paraguayos  tanto  abatimiento 
de  carácter  hasta  soportar  y  hacer  posibles  los  gobiernos  de  tiranos 
como  Francia  y  el  segundo  López;  tal  vez  no  erraría  quien  señalase 
por  causa  de  este  hecho  entre  las  principales,  la  costumbre  obser- 
vada por  tres  siglos  enteros  de  abatir  y  rebajar  cuanto  era  posible 
la  raza  indígena. 


VII 

163  DESPOBLACIÓN 

La  despoblación  de  las  comarcas  en  que  se  usó  del  sistema  de  los 
encomenderos,  era  otro  resultado  que  había  de  nacer  necesaria- 

(1)  Cardiel,  Decl.  n.  67. 

(2)  Lozano,  Hist.  lib.  VI.  c.  VIL  n.  15. 


-123- 

mente  de  aquel  sistema,  y  en  efecto  se  produjo.  Hubo  en  la  época  de 
la  conquista  regiones  donde  por  fuerza  armada  no  pudieron  pene- 
trar los  españoles;  y  también  indios,  como  los  del  Chaco,  que,  con- 
quistados una  vez,  y  sujetos  á  encomiendas  en  la  ciudad  de  Concep- 
ción del  Bermejo,  se  sublevaron  contra  el  dominador,  destruyeron 
la  ciudad,  y  no  volvieron  á  ser  subyugados.  Pero  hubo  otros  muchos 
que  desde  el  principio  se  sujetaron  voluntariamente,  ó  más  tarde 
fueron  sometidos  de  una  manera  definitiva  por  las  armas  de  los  cas- 
tellanos. Estos  quedaron  sujetos  al  servicio  del  vencedor  en  enco- 
miendas. Veamos  con  qué  efecto  para  la  población. 

Que  las  regiones  del  Río  de  la  Plata  estuvieron  muy  pobladas  de 
indios  en  los  tiempos  de  la  conquista,  no  puede  negarse.  De  sólo  la 
comarca  de  Vera  ó  sea  provincia  del  Guayrá,  atestigua  la  Cédula 
Real  de  1639  que  en  el  espacio  de  una  veintena  de  años  habían 
sacado  para  la  esclavitud  los  Mamelucos  de  San  Paulo  más  de  tres- 
cientos mil  indígenas.  Si  suponemos  que  fuera  de  los  cautivados 
había  en  Guayrá  doble  número  de  indios  que  lograsen  escapar  de 
aquellos  piratas  de  tierra  firme,  tendremos  el  número  de  un  millón. 
No  sería  aventurado  suponer  otros  tantos  en  el  Paraguay  propia- 
mente dicho:  á  lo  menos  no  desdice  mucho  esto  de  la  extensión  del 
territorio,  de  los  medios  de  subsistencia  en  aquella  región,  y  de  las 
relaciones  de  los  primeros  historiadores  Schmídel,  Ruy  Díaz  de 
Guzmán  y  Alvar  Núñez  Cabeza  de  Vaca.  Y  en  los  territorios  del 
Paraná,  Uruguay  y  Tape,  que  son  la  provincia  de  Corrientes  con 
Misiones  y  Río  Grande,  fácilmente  pudieron  pasar  de  quinientos  mil 
los  indios  Guaraníes. 

La  ruina  de  todas  estas  multitudes  llegó  cuando  se  acercaron 
á  ellas  los  hombres  de  raza  europea.  El  millón  de  indígenas  del 
Guayrá  quedó  aniquilado  y  consumido  por  la  durísima  esclavitud, 
por  el  arcabuz  y  el  machete  del  paulista.  Y  adviértase  que  en  esta 
despoblación  tuvieron  su  parte  los  encomenderos  de  la  Villarrica 
y  del  Guayrá,  los  cuales,  sin  contar  con  lo  que  consumían  los  indios 
en  el  trabajo  de  la  yerba  en  Maracayú;  cometían  otra  iniquidad  de 
entrar  al  país  donde  había  indios  que  ninguna  hostilidad  les  habían 
hecho,  tomarlos  presos  y  venderlos  á  los  paulistas.  Ya  en  su  tiempo 
se  había'quejado  el  mismo  Irala  del  abuso  é  inhumanidad  de  robar 
indios  y  llevarlos  á  la  gobernación  portuguesa  de  San  Vicente, 
donde  los  vendían  como  esclavos,  y  como  esclavos  se  les  echaba  la 
marca  con  hierro  candente  en  la  cara  ó  en  la  espalda:  «Permite  el 
gobernador  de  San  Vicente  que  los  indios  Garios  [Guaranís]  que  de 
aquí  salen  con  algunos  cristianos  foragidos,  se  vendan  y  contraten; 


—  1'.'4  — 

y  pónenlos  de  su  hierro  y  señal;  cosa,  cierto,  en  que  Dios  Nuestro 
Señor  y  V.  A.  grandemente  se  desirven»  (11.  Tales  excesos  no  se 
extirparon,  sino  que  siguieron  siendo  practicados  en  adelante; 
j  hacia  161S  escribía  el  P.  Marciel  de  Lorenzana  (2):  «Aunque  están 
pregonadas  las  ordenanzas  de  D.  Francisco  de  Alfaro  en  la  ciudad 
de  Guaira,  el  Teniente  García  Moreno  y  los  demás  ministros  de  Jus- 
ticia no  quieren  que  se  guarden,  antes  se  sirven  de  los  indios  y  los 
tratan  como  si  fueran  sus  esclavos;...  entran  en  este  número  [de 
los  indios  de  servicioj  aun  los  reservados  de  mita  y  tributos:...  los 
vecinos  y  el  Teniente  de  Guaira  venden  los  indios  á  los  portugueses 
por  vestidos  y  otras  cosas:...  los  traen  al  Paraguay  bogando  sus  bal- 
sas de  yerba,  y  en  el  Paraguay  los  suelen  vender,  y  otras  veces  los 
dejan  de  modo  que  en  muchos  años  no  vuelven  á  su  tierra,  y  otros 
nunca  vuelven:...  admitieron  en  su  pueblo  [Guaira]  una  tropa  de  por- 
tugueses con  toda  su  gente  á  quienes  vendieron  indios...» 

Los  indios  del  Uruguay  y  Tape,  blanco  asimismo  de  la  persecu- 
ción y  atropellos  de  los  paulistas,  quienes  sin  temor  de  Dios  ni  ver- 
güenza de  los  hombres  los  hacían  esclavos,  aun  después  de  converti- 
dos al  cristianismo  y  formados  en  pueblos,  se  retiraron  hacia  el 
Paraná,  y  hechos  fuertes  con  la  presencia  y  dirección  de  sus  Misio- 
neros, lograron,  como  hemos  visto,  conservar  su  raza.  Los  innume- 
rables Guaraníes  que  no  estaban  convertidos,  fueron,  casi  en  su  tota- 
lidad, exterminados  por  el  paulista. 

En  cuanto  al  nutrido  grupo  de  indios  que  dependían  inmediata- 
mente de  la  ciudad  de  la  Asunción,  cuyo  número  hemos  estimado 
arriba  en  un  millón;  si  bien  no  sufrieron  la  persecución  sistemática 
de  los  paulistas  ú  otra  semejante,  quedaron  sujetos  á  las  causas  de 
consunción  lentas,  pero  seguras,  que  los  fueron  destruyendo  poco 
á  poco.  Los  indios  originarios  ó  yanaconas,  y  mejor  diremos,  escla- 
vos, que  servían  en  la  casa  ó  chacras  de  los  encomenderos,  fueron 
los  que  primero  perecieron;  y  no  renovándose  por  estar  prohibidas 
las  malocas  ó  entradas  de  guerra,  se  acabaron  casi  del  todo, 
tomando  de  ello  ocasión  los  encomenderos  para  quejarse  de  que  no 
tenían  ya  un  indio  de  servicio,  y  que  los  mismos  miembros  de  la  fami- 
lia habían  de  ocuparse  en  los  quehaceres  domésticos  cosa  entre 
ellos  tenida  sin  razón  por  humillante  y  abatida);  cuando  debieran 
haberse  quejado  únicamente  de  sí  mismos,  que  contra  toda  justicia 
y  contra  expresas  prohibiciones  del  Rey  habían  retenido  en  esclavi- 
tud á  aquellos  infelices,  y  agregando  á  la  ofensa  contra  la  libertad 

(1)  Cartas  de  Indias,  Asunción,  24  de  Julio  de  1555. 

(2)  Memorial  al  General  Pedro  Hurtado. 


-125- 

natural  del  indio  mayor  agravio  con  su  desarreglado  gobierno,  al 
fin  los  habían  venido  á  consumir.  Los  demás  que  lograban  escapar 
de  la  furia  de  las  entradas,  recibían  sin  embargo  un  daño  insanable, 
causa,  y  muy  rápida,  de  su  despoblación.  Porque,  como  lo  advierte 
el  P.  Marciel  de  Lorenzana  (1)  «buscaban  puestos  pantanosos,  y  difi- 
cultosos de  entrar,  para  que  los  españoles  no  pudiesen  llegar  á  ellos 
sin  mucha  dificultad,  y  por  lo  menos  fuesen  sentidos  con  tiempo: 
y  como  estos  indios  andaban  tan  descontentos  comúnmente  huyendo, 
y  se  poblaban  en  países  malsanos,  muertos  de  hambre,  porque  los 
soldados  les  arrancaban  las  comidas,  venían  á  perecer  los  viejos, 
niños  3'  mujeres,  á  no  multiplicar,  y  acabarse  tan  apriesa  esta  gente, 
de  modo  que  de  gran  chusma  de  indios  han  venido  á  quedar  muy 
pocos». 

Para  que  se  vea  en  un  ejemplo  el  estrago  que  causaba  en  la 
población  este  proceder,  convendrá  traer  á  la  memoria  lo  que  nos 
descubren  las  Cartas  de  Indias  no  ha  muchos  años  publicadas  acerca 
de  los  excesos  que  se  cometieron  con  autorización  del  entonces 
intruso  Gobernador  Domingo  Martínez  de  Irala,  apenas  sofocada 
en  1545  la  insurrección  de  Guaraníes,  á  que  habían  dado  lugar  los 
atropellos  inmediatos  cometidos  luego  que  audazmente  hubo  arro- 
jado al  legítimo  gobernante.  «Xo  contentos  [los  parciales  de  Irala] 
con  estos  daños  que  estos  naturales  habían  pasado,  aun  no  bien  esta- 
ban en  sus  casas  3-  asientos,  cuando  los  amigos  y  valedores  así  del 
capitán  Irala,  como  de  los  oficiales  y  capitanes,  otra  vez  por  la  tie- 
rra andaban,  y  algunas  lenguas  entre  ellos,  enviadas  por  el  capitán, 
á  las  cuales  mandaba  que  trajesen  indias,  no  tan  solamente  para  sí 
pero  aun  para  los  que  él  quería:  y  de  esta  manera  tornaron  otra  vez 
peor  que  de  primero,  á  los  perseguir  y  destruir,  en  tal  manera,  que 
muchos  indios  quedaban  cargados  de  hijos:  y  vístose  tan  trabajados, 
de  puro  pesar  se  morían,  no  tan  solamente  él,  pero  los  hijos,  que  de 
muy  niños  caían  en  los  fuegos,  y  como  no  tuviesen  madres,  allí  se 
tostaban  y  quemaban,  por  no  haber  quién  los  sacase:  á  otros,  por  no 
tener  quién  les  diese  de  comer,  dábanse  á  comer  tierra,  y  así  acaba- 
ban; otros  de  muy  niños,  3'  estar  á  los  pechos  de  las  madres  al 
tiempo  que  se  las  llevaban  y  ellos  quedaban  en  aquellos  suelos... 
De  estas  indias  que  estas  lenguas  traían,  sabrá  V.  M.  que  se  partían 
con  el  capitán  Irala,  porque  si  no  le  daban  la  mitad,  ó  eran  sus  ami- 
gos ó  valedores,  no  quedaban  con  ninguna...  Visto  los  indios  que  no 
se  las  tornaban,  daban  vuelta  á  sus  tierras  llorando:  y  de  que  alle- 

(1)     Carta  y  Relación,  %.  1  al  fin. 


-126- 

gaban  á  sus  casas,  las  madres,  tías  y  parientes,  de  que  sabían  que  en 
poder  de  los  cristianos  quedaban,  era  tanto  el  llanto  de  día  y  de 
noche,  que  de  pura  pasión  y  de  no  comer,  se  acababan  de  morir, 
así  los  hombres,  como  las  mujeres...  Querer  decir  y  anunciar  por 
ésta  las  indias  que  se  han  traído  á  esta  ciudad  después  de  la  prisión 
del  Gobernador  Cabeza  de  Vaca,  sería  nunca  acabar:  pero  paréceme 
que  serán  cincuenta  mil  indias,  antes  más  que  menos:  y  ahora  al  pre- 
sente estarán  entre  los  cristianos  quince  mil,  y  todas  las  demás  son 
muertas,  las  cuales  mueren  de  malos  tratamientos  y  de  mal  honra- 
das...» Hasta  aquí  el  sacerdote  Martín  González,  que  añade  otras 
cosas  de  gran  lástima  y  escándalo  (1).  Contesta  con  él  Ruy  Diaz 
Melgarejo,  quien  escribe  (2):  «Llegué  á  San  Vicente,  con  voluntad 
de  pasar  á  España  á  dar  cuenta  á  V.  M.  de  los  insultos,  robos,  homi- 
cidios, alteraciones  y  disensiones  de  esta  provincia,  que  luego  suce- 
dieron después  que  echaron  la  justicia  de  ella,  tan  á  costa  de  los 
pobres  indios,  que  es  muy  cierto  que  faltan  desde  entonces  más  de 
cincuenta  mil,  y  esos  que  ha)^,  la  mayor  parte  viven  huidos  por  los 
montes,  muertos  de  hambre,  sin  mujeres  ni  hijas,  que  todas  se  las 
han  saqueado».  Donde  se  ve  el  efecto  de  una  despoblación  de  más 
de  cincuenta  mi!  indios  en  tan  corto  espacio  de  tiempo,  que  no 
hubiera  hecho  tanto  estrago  la  más  rigurosa  epidemia. 

Con  el  establecimiento  de  las  ordenanzas  de  Alfaro  se  remedió  el 
daño  de  las  entradas  ó  malocas;  mas  no  el  que  causaba  el  servicio 
personal  de  las  encomiendas,  y  que  3'a  antes  hemos  explicado.  Las 
encomiendas  de  servicio  continuaron  á  pesar  de  prohibirse  por  Cédu- 
las reales  una  y  otra  vez;  y  con  ellas  continuó  la  despoblación.  Las 
mismas  Doctrinas  encargadas  á  los  Padres  de  la  Orden  de  San 
Francisco,  que  no  pudieron  librarse  de  encomiendas,  porque  desde 
el  principio  estaban  sujetas  á  esta  pensión,  nunca  pudieron  estar 
abundantes  de  gente  (como  lo  testifican  ellos  mismos,  y  los  señores 
Obispos  lo  advirtieron  en  sus  Visitas),  porque  no  lo  permitía  el  tra- 
bajo á  que  los  sacaban  los  encomenderos,  para  retenerlos  largo 
tiempo,  ó  llevarlos  muy  lejos,  y  á  veces  para  nunca  más  volver. 

En  1797,  fecha  de  las  estadísticas  de  Azara  (3),  habían  quedado 
reducidos  todos  los  indios  Guaraníes  existentes  en  el  Paraguay 
á  ocho  mil  doscientos  (8200);  restos  infelices,  que,  de  ser  exacta 
nuestra  estimación  del  principio,  darían  como  resultado  del  sistema 

(1)  Cartas  de  Indias,  tom.  I,  Carta  fecha  en  la  Asunción,  á  25  de  Junio   1556. 

(2)  Carta  de  la  Asunción  á  2  de  Julio  de  1556. 

(3)  Voyages  daiis  lAntérique  }iiérid¡onale ,  París,  1809,  t .  II.  chap.  XVI, 
XVII;  al  fin. 


-127- 

de  los  encomenderos  una  despoblación  de  casi  un  millón  de  indios 
en  doscientos  cincuenta  años;  y  en  cualquier  otra  estima  que  se 
haga,  siempre  llegarán  á  varios  centenares  de  miles.  Los  demás 
indios  Guaraníes,  que  se  mencionan  en  las  citadas  tablas  de  Azara, 
no  proceden  de  las  encomiendas,  sino  de  parte  de  las  Doctrinas  de 
la  Compañía;  y  aun  esos  reducidos  en  treinta  años  á  la  mitad  de  lo 
que  habían  sido,  luego  que  su  régimen  se  asimiló  en  gran  parte  al 
sistema  de  los  encomenderos. 


VIII 


LA  GRAN  ALARMA  DE  1688 

El  año  de  1679  despachaba  el  Consejo  de  Indias  una  Cédula  para 
el  Gobernador  del  Paraguay,  en  que  le  ordenaba  que  sin  dilación 
suprimiese  todas  las  encomiendas  de  originarios  que  se  habían  per- 
petuado en  aquella  provincia,  convirtiendo  los  indios  en  mitayos  y 
reduciéndolos  á  pueblos  gobernados  como  todos  los  otros  pueblos  de 
indios  (1). 

Recibió  la  Cédula  el  íllmo.  Sr.  Obispo  D.  Fray  Faustino  de  las 
Casas,  mientras  estaba  tomando  la  residencia  al  Gobernador  Rege 
Gorbalán:  y  difiriendo  el  ejecutarla,  envió  inmediatamente  informe 
al  Consejo,  representando  graves  inconvenientes  que  juzgaba  se 
seguirían  de  ponerse  aquella  medida  en  práctica.  Parece  que  con 
ésto  se  detuvo  la  intimación  de  la  Cédula:  pero  intimada  ésta  final- 
mente al  Gobernador  D.  Francisco  de  Monforte  ocho  años  más 
tarde,  la  publicó  con  su  obedecimiento,  y  se  dispuso  á  darle  ejecu- 
ción (2). 

Apoderóse  el  espanto  de  los  encomenderos,  que  ya  se  veían  con 
la  imaginación  en  la  mayor  de  las  calamidades  y  sumidos  en  la 
miseria  por  verse  privados  de  los  que  denominaban  sus  indios,  á  los 
que  miraban  como  tan  propios  como  pudieran  serlo  sus  campos  y  sus 
animales.  Movióse  el  Cabildo  con  desusada  actividad  para  obtener 
informes  contrarios  á  los  motivos  expresados  en  la  Cédula,  para  lo 
cual  comisionó  á  su  Procurador,  el  sargento  mayor  Juan  Ortiz  de 
Zarate,  dándole  sus  instrucciones  especiales,  que  cumplió,  acudiendo 

(1)    Apéndice,  núm.  61. 

(2")     Asunción,  Arch.  Nac.  LX.  4.  5. 


164 


-  128  - 

á  las  personas  cuyo  testimonio,  á  su  parecer,  pudiera  presentarse 
como  grave  autoridad  ante  el  Consejo  de  Indias,  y  recabando  de 
ellas  los  pareceres  y  certificaciones  que  deseaba;  provisto  de  todo  lo 
cual,  interpuso  súplica  ante  el  Gobernador  para  que  se  suspendiese 
la  ejecución  de  la  Cédula,  mientras  se  llevaban  aquellos  informes  á 
conocimiento  del  Consejo  de  Indias.  Todos  los  informantes  que  había 
buscado  el  Procurador  Zarate  eran  personas  eclesiásticas:  el  Deán 
de  la  Catedral  y  Gobernador  de  la  diócesis  en  sede  vacante,  el 
Cabildo  eclesiástico,  los  dos  Curas  párrocos  de  naturales,  los  reli- 
giosos del  Convento  de  Santo  Domingo  de  la  Asunción,  los  del 
Convento  de  San  Francisco  y  los  del  de  Nuestra  Señora  de  la 
Merced  (1). 

Las  razones  producidas  por  el  Procurador  y  las  contenidas  en 
estos  informes  3^  parecer,  pueden  reducirse  á  las  siguientes:  1.*^  Que 
sería  en  grave  daño  de  la  provincia  y  causaría  su  total  ruina  el 
reducir  á  pueblos  los  originarios,  por  quedar  los  vecinos  de  la  Asun- 
ción y  la  Villarrica  sin  tener  quién  les  cultivase  las  tierras,  de  donde 
depende  todo  su  sustento,  pues  ellos  estaban  ocupados  incesante- 
mente en  el  servicio  militar,  sin  poder  atender  al  cultivo,  y  no  había 
otra  gente  de  servicio.  2.^  Se  quitarían  las  Indias  á  las  familias,  y 
habrían  de  ejercer  los  ministerios  de  criadas,  salir  á  traer  acuestas 
el  agua  y  la  leña,  las  hijas  de  conquistadores,  con  mengua  de  su  recato 
y  de  la  nobleza  de  su  sangre.  3.^  Perecerían  los  mismos  originarios, 
trasportados  á  diversos  climas.  4.^  Se  extinguirían  los  Conventos  y 
capellanías,  y  se  perdería  el  esplendor  del  culto  divino,  pues  todo 
ésto  se  sustentaba  con  las  limosnas  de  los  vecinos,  que  actualmente 
eran  pobres,  pero  quitados  los  originarios,  caerían  en  la  miseria,  y 
de  ningún  modo  podrían  hacer  limosna.  5.^  Se  impugnan  todas  las 
razones  de  la  Cédula,  y  se  le  quita  autoridad  al  informante  de  cuyo 
testimonio  resultó,  que  fué  el  Gobernador  D.  Felipe  Rege  Corbalán, 
diciendo  que  obró  como  enemigo  de  los  vecinos  de  la  Asunción,  por 
haberle  capitulado  en  Charcas;  y  reproduciendo  un  testimonio  suyo 
de  la  Visita  de  originarios,  en  que  refiere  el  buen  estado  de  los  indios 
de  aquellas  encomiendas,  de  quienes  poco  más  tarde  informó  hallarse 
en  la  condición  más  infeliz.  Para  deshacer  en  especial  este  funda- 
mento del  mal  trato  de  los  indios  originarios,  se  hace  tan  halagüeña 
pintura  de  lo  corto  de  su  trabajo,  lo  bien  alimentados  y  vestidos  que 
los  tienen  sus  dueños,  la  exención  de  servicios  de  guerra,  boga  de 
balsas  y  beneficio  de  la  yerba,  la   policía  y  trato  civil  y  la  buena 

(1)     Asunción:  Arch.  Nac.  LXV.  4.  5. 


—  129  — 

doctrina  en  las  cosas  de  religión  de  que  se  dice  gozan  los  originarios; 
que  no  hay  más  que  desear:  sobre  todo,  cuando  al  lado  de  esta  des- 
cripción se  añade  otra  del  modo  cómo  est.'m  los  indios  mitayos  en 
sus  pueblos,  que  viene  á  resultar  harto  infeliz.  Por  manera  que  se 
concluye  que  no  sólo  sería  daño  grave  para  los  encomenderos,  sino 
que  los  mismos  originarios  perderían,  y  se  verían 'peor  tratados  y 
con  mayores  cargas,  si  se  redujeran  á  pueblos  mitayos. 

Miradas  por  junto  y  superficialmente  las  razones,  parece  que 
hacen  gran  fuerza;  pero  no  sucede  otro  tanto  cuando  se  pesa  despa- 
cio su  valor.  La  primera  es  una  conclusión  voluntaria:  porque 
habiendo  indios  mitayos,  y  aumentándose  su  número  con  el  de  los 
originarios  libertados,  nunca  faltaría  quien  cultivara  los  campos, 
con  la  única  diferencia  de  cultivarlos  actualmente  gratis;  y  después 
de  hecha  la  mudanza,  por  salario.  Es,  pues,  una  razón  aparente. 
— Otro  tanto  habrá  de  decirse  de  la  segunda,  pues  bien  podrían  tener 
criadas  las  dueñas  de  casa,  tomándolas  de  las  Indias  mitayas  que  se 
quisieran  contratar,  con  sólo  la  pensión  de  pagarles  su  salario,  y  no 
tenerlas  como  esclavas,  á  quienes  nada  se  paga  por  su  trabajo. — La 
tercera  es  del  todo  insubsistente,  por  ser  muy  cortas  las  distancias 
y  nula  sensiblemente  la  variación  de  climas:  y  la  mejor  prueba  de  la 
poca  fuerza  de  esta  razón  es  que  uno  de  los  informes  la  rebate, 
cuando  en  la  Cédula  se  alega, hablando  de  indios  originarios,  que  son 
trasportados  á  las  haciendas  de  otros  encomenderos  (1).  Sobre  todo, 
no  podía  haber  variación  de  clima,  haciendo  los  pueblos  en  los  extre- 
mos de  las  mismas  haciendas,  donde  confinaban  las  posesiones  de  dos 
ó  más  vecinos,  como  estaba  ordenado. — La  cuarta  razón,  cuando 
fuera  verdadero  su  supuesto,  sólo  tendría  fuerza  para  autorizar 
cosas  que  no  fueran  contra  la  ley  de  Dios,  natural  ó  positiva;  mas  no 
para  injusticias,  como  la  que  se  encerraba  en  la  conservación  de  las 
encomiendas  de  servicio  personal  y  de  originarios.  Pero  ya  se  ha 
visto  poco  ha  que  el  mismo  supuesto,  de  quedar  los  vecinos  arruina- 
dos con  la  ejecución  de  la  Cédula,  era  gratuito  é  inexacto. — En  el 
quinto  extremo  é  impugnación  de  cada  uno  de  los  motivos  de  la 
Cédula,  era  de  desear  que  la  impugnación  fuera  exacta;  pero  tam- 
bién era  mucho  de  temer  que  fueran  ciertos  los  motivos  de  la  Cédula: 
y  cuando  hubiese  alguna  exageración,  no  era  inexacta  la  sustancia: 
pues  aquellos  cargos  habían  sido  formulados  mucho  antes  de  Rege 
Gorbalán,  y  con  plena  justificación,  como  sucedió  en  la  Visita  del 
Oidor  Alfaro  (2).  El  alegar  que  Rege  fuera  enemigo,  tenía  poca 

(1)  Asunción,  Arch.  Nac.  LXV.  4.  5.  f.  36. 

(2)  Ordenanzas  de  Alfaro,  Ord.  5. 

9    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  n. 


-130- 

fuerza.  perseverando  aquella  realidad  dicha  de  la  sustancia:  y  el  que 
hubiera  dado  primero  informe  favorable,  sólo  probaría  que  primero 
no  tenía  noticia  exacta  de  todos  los  hechos,  y  después  la  tuvo.  Como 
ni  la  pintura  del  estado  de  los  originarios,  mejor  que  el  de  los  mita- 
yos, prueba  otra  cosa  (si  era  exacto  el  paralelo),  sino  que  los  mitayos 
se  encontraban  tratados  peor  que  esclavos:  pues  esclavos  eran  en 
resolución  los  originarios. 

Y  ésta  es  la  injusticia  fundamental  de  las  encomiendas  de  origi- 
narios, por  la  cual  las  prohibió  el  Visitador  Alfaro,  y  de  la  que  no 
se  dice  ni  palabra  en  las  defensas.  Unos  indios  á  quienes  las  leyes 
Reales  declaraban  por  tan  libres  como  cualquier  vecino  nacido  en 
América  de  descendencia  española  ó  nacido  en  España,  habían  sido 
arrancados  violentamente  de  sus  hogares  5^^  reducidos  á  esclavitud: 
y  ahora  seguían  esclavos  ellos,  sus  hijos  y  todos  sus  descendientes. 
El  Visitador  Alfaro,  setenta  años  antes,  había  ordenado  que  se 
suprimiesen  todas  las  encomiendas  de  originarios,  y  se  redujesen  á 
tributarios  (1):  y  concediendo  á  petición  de  los  interesados  que  que- 
dasen en  las  haciendas  de  campo  los  indios  que  quisieran,  dispuso 
que  en  tal  caso  se  hiciera  pueblo  allí  mismo,  dando  para  él  los  dueños 
de  las  haciendas  colindantes  las  tierras  necesarias,  pues  ellos  eran 
los  que  pedían  esta  singularidad,  y  en  favor  del  cultivo  de  ellos  se 
decretaba.  «Para  ello,  desde  luego  se  recojan  en  los  confines  de  las 
chácaras  [haciendas  de  campo],  y  en  lugar  cómodo,  para  que  los 
indios  de  diferentes  chácaras  vengan  á  estar  juntos:  porque  aquéllo 
ha  de  quedar  por  reducción»  (2).  Siete  años  más  tarde,  y  á  pesar  de 
todo  el  empeño  de  los  encomenderos,  que  pretendían  se  derogasen 
todas  las  Ordenanzas,  fueron  aprobadas  estas  disposiciones  sin 
observación  alguna,  de  la  misma  suerte  que  en  ellas  se  contiene  (3). 
La  Cédula  de  1679,  por  tanto,  no  introducía  novedad  alguna,  sino 
que  venía  únicamente  á  descubrir  la  inobservancia  de  lo  ya  precep- 
tuado en  cosa  tan  grave,  con  ocasión  de  haberse  advertido  de  nuevo 
los  excesos  á  que  daba  lugar  aquel  proceder;  y  á  urgir  la  ejecución 
de  la  ley  natural  y  de  la  positiva,  que  eximían  de  esclavitud  á  los 
indios.  Y  las  reclamaciones  contra  la  Cédula  eran  nuevo  testimonio 
de  cómo  se  había  perpetuado  el  abuso.  Si  el  Oidor  Alfaro  hubiera 
previsto  que  así  se  había  de  burlarlo  que  disponía,  prohibiendo  dar 
encomiendas  de  yanaconas  ú  originarios  {4),  y  reduciendo  las  ya 


(1)  Alfako,  Ordenanzas,  núm.  1. 

(2)  Número  5. 

(3)  Decisión  Real  de  10  de  Octubre  de  1618. 

(4)  Ordenanzas,  núm.  4. 


—  131  - 

dadas  á  encomiendas  de  tributarios  ó  iii/íayos,  y  ad virtiendo  que  los 
indios  que  quedaban  en  las  tierras  de  labor  en  ninguna  manera  eran 
originarios  ó  yanaconas:  jamás  hubiera  condescendido  con  las  ins- 
tancias de  los  interesados  (1).  Pero  éstos  cre3"eron  parar  suficiente- 
mente el  golpe  con  pedir  primero,  y  hacer  pedir  á  los  indios,  que  les 
permitiese  quedar  en  las  tierras  de  labor:  y  una  vez  obtenido  esto, 
no  se  trató  más  de  pueblos,  cumplimiento  de  Ordenanzas  ni  supre- 
sión de  la  esclavitud.  Ahora  se  hacían  calurosas  representaciones, 
pintando  como  la  ruina  de  la  provincia  una  medida  ya  considerada  y 
reconsiderada,  y  que  estaba  reclamando  á  voces  la  justicia  para  que 
cesase  aquel  atropello  de  la  ley  natural. 

Presentados  al  Gobernador  todos  los  recaudos  arriba  menciona- 
dos, con  la  certificación  de  que  el  Illmo.  Casas,  el  primero  que 
recibió  la  Cédula,  había  hallado  en  ella  tan  graves  inconvenientes, 
que  no  se  había  atrevido  á  intimarla,  y  había  enviado  inmediata- 
mente al  Consejo  repiesentación  para  que  la  suprimiera,  se  publicó 
el  siguiente  decreto  (2): 

«En  la  ciudad  de  la  Asumpción  del  Paraguay,  en  veinte  y  cuatro 
días  del  mes  de  Diciembre  de  mil  y  seiscientos  y  ochenta  y  ocho 
años,  el  señor  don  Francisco  de  Monforte,  caballero  del  hábito  de 
Santiago,  Gobernador  y  Capitán  general  de  esta  provincia  del 
Paragua}^  por  S.  j\l.,  que  Dios  guarde:  Habiendo  visto  todos  estos 
papeles  }-  autos,  presentados  por  el  sargento  mayor  Juan  Ortiz  de 
Zarate,  con  la  petición  de  la  súplica  que  hace  la  ciudad,  y  en  nombre 
de  los  vecinos  encomenderos,  de  la  Real  Cédula  publicada  y  obede- 
cida que  está  por  cabeza,  su  fecha  en  Madrid,  de  veinticinco  de  Julio 
del  año  pasado  de  mil  y  seiscientos  y  setenta  y  nueve,  en  que  su  Ma 
jestad  ordena  y  manda  se  reduzcan  á  pueblo  los  indios  de  encomien- 
das que  llaman  originarios:  Dijo:  que  debajo  del  obedecimiento 
que  está  hecho,  suspende  la  ejecución  de  la  dicha  Real  Cédula, 
hasta  que  S.  M.,  que  Dios  guarde,  mande  lo  que  fuere  servido:  y  para 
ello  se  le  dé  cuenta  con  estos  autos.  Y  lo  firmó  en  este  papel  común, 
á  falta  del  sellado.» 
«Don  Francisco  de  Monforte»  «Ante  mí» 

[Rúbrica]  «Juan  INIéndez  de  Carvajal» 

«escribano  de  su  Majestad» 

No  consta  si  en  efecto  se  envió  esta  súplica  3^  los  autos  al  Consejo 
de  Indias,  pues  todos  los  papeles,  y  las  numerosas  firmas,  que  pasarán 
de  cincuenta,  se  hallan  originales  en  la  Asunción:  como  ni  tampoco 

(1)  Núm.  5. 

(2)  Asunción:  Arch.  nac.  LXV".  4.  5.  fol  40. 


-132- 

se  halla  rastro  de  resolución  ó  respuesta  de  aquel  supremo  Tribunal. 
Lo  cierto  es  que  la  Cédula  no  se  ejecutó,  y  de  esta  manera  se  per- 
petuó una  vez  más  la  esclavitud  en  el  Paraguay,  á  pesar  de  Orde 
nanzas  y  disposiciones  superiores. 


IX 

165 

ESTADO   POSTERIOR   DE   LAS  ENCOMIENDAS, 
Y   SU   DEFINITIVA   EXTINCIÓN 

Suspendida  la  Cédula  de  1679  del  modo  que  acaba  de  explicarse, 
siguieron  las  cosas  en  el  Paraguay, en  materia  de  encomiendas,  como 
estaban  la  víspera  de  llegar  á  aquella  gobernación  el  Visitador 
Alfaro.  Ni  se  abolió  la  esclavitud  de  los  oiiginarios  convirtiéndolos 
en  mitayos;  ni  se  redujeron  á  pueblo,  saliendo  de  las  casas  y  hacien- 
das de  sus  encomenderos;  ni  se  alzó  jamás  el  servicio  personal,  que 
era  el  efecto  para  el  cual  se  había  decretado  la  Visita.  Las  conce- 
siones que,  estrechado  por  las  circunstancias  y  el  arte  de  los  enco- 
menderos, había  creído  necesario  el  Oidor  Alfaro  hacer  temporal- 
mente con  la  cláusula  de  por  ahora  (1),  vinieron  á  hacerse  perpetuas 
mientras  duró  la  encomienda  . 

Alguna  vez,  sin  embargo,  entre  los  innumerables  asuntos  que  se 
agitaban  ante  el  Consejo  de  Indias,  tocó  su  vez  al  de  las  encomien- 
das del  Paraguay;  y  entonces  se  hizo  gran  reparo  en  que  durase 
todavía  el  servicio  personal  en  el  Paraguay. 

Las  principales  ocasiones  en  que  esto  se  tratara  de  que  ha  que- 
dado memoria,  fueron  en  1696,  en  1720  y  en  1735.  En  1696,  con  fecha 
quince  de  Octubre,  se  expidió  Cédula  Real  al  Gobernador  don  Juan 
Rodríguez  Cotta  para  que  en  adelante  no  proveyese  más  encomien- 
das, sino  que  á  medida  que  fueran  vacando,  las  incorporase  en  la 
Real  Corona.  La  experiencia  iba  persuadiendo  que  éste  era  el  único 
medio  para  remediar  el  mal  tratamiento  de  los  indios  y  el  servicio 
personal.  Publicóse  la  Cédula  á  son  de  caja,  é  inmediatamente  se 
presentó  al  Gobernador  el  Procurador  de  la  ciudad  Juan  Méndez  de 
Carvajal,  interponiendo  súplica  análoga  á  la  arriba  referida.  Instó 
por  la  ejecución  el  Oficial  Real  de  la   Asunción;  replicó  y  suplicó  de 

(1)     Alfako,  Ordenanzas  del  Paraguay,  núms.  5.  57. 


-133  — 

nuevo  el  Procurador:  y  Cotta  suspendió  la  ejecución,  sin  que  se  sepa 
si  luego  fueron  autos  y  súplicas  al  Consejo  (1). 

En  1720,  se  despachó  Cédula  en  San  Lorenzo,  á  12  de  Julio,  pres- 
cribiendo que  todas  las  encomiendas  vacas  se  incorporasen  en  la 
Corona;  y  por  descuido  se  añadió  esta  expresión:  «Pero  en  las  enco- 
miendas que  hubiere  de  servicio  personal,  no  se  ha  de  hacer  novedad 
alguna,  y  quedarán  en  el  estado  en  que  hoy  se  hallan,  por  ser  de 
corta  entidad,  y  por  los  inconvenientes  que  de  lo  contrario  podían 
seguirse  al  servicio  de  Dios  y  mío.»  Advirtióse  el  yerro:  y  en  Cédula 
despachada  seis  meses  después,  á  4  de  Diciembre  de  1720,  en  que  se 
citaba  la  anterior,  se  enmendó  así  (2):  «Pero  habiéndose  encontrado 
después  el  reparo  de  que  las  encomiendas  de  servicio  personal  están 
extinguidas,  y  mandado  por  diferentes  leyes  y  Cédulas  Reales  que 
cese  este  servicio:...  3^  entre  otras,  en  la  Cédula  de  1601  se  mandó... 
que  no  se  consintiesen...  en  ninguna  parte  los  servicios  personales 
por  vía  de  tributos,  sin  embargo  de  cualesquier  introducción,  cos- 
tumbre ó  cosa  que  sobre  ello  se  hubiese  permitido;...  y  el  encomen- 
dero que  usase  de  ellas,...  por  el  mismo  caso  perdiese  su  enco- 
mienda:... y  por  Cédula  de  catorce  de  Abril  del  año  de  mil  seiscien- 
tos treinta  y  tres  se  prohibió  absolutamente  el  servicio  personal  en 
el  Reino  de  Chile:  y  por  la  ley  1,  tít.  16,  lib.  6,  de  la  Recopilación 
de  Indias,  se  mandó  que  se  anulasen  lodos  los  títulos  y  derechos  que 
á  él  hubiesen  pretendido  tener  los  españoles:...  HE  DECLARADO 
no  se  obligue  á  los  indios  á  que  sirvan  personalmente,...  y  que  los 
Virreyes,  Audiencias,  Gobernadores,  Corregidores  y  Oficiales  Rea- 
les de  mis  dominios  del  Perú,  atiendan  á  la  puntual  observancia  de  lo 
que  viene  observado;  con  advertencia  que  lo  contrario  me  será  de 
mucho  desagrado»,  «pudiendo,  si  quisieren  de  su  voluntad,  servir 
los  días  del  año  que  bastaren  para  pagar  el  tributo». 

Finalmente,  en  4  de  Diciembre  de  1735,  se  expidió  nueva  Cédula 
á  todas  las  autoridades  Reales  del  Perú,  y  particularmente  á  las  del 
Tucumán  y  Río  de  la  Plata,  para  que  se  cumpliese  lo  que  tantas 
veces  se  había  ordenado,  no  cobrando  los  tributos  en  servicio  perso- 
nal, sino  en  frutos,  y  para  que  los  indios  morasen  en  sus  pueblos 
propios,  sin  ser  extraídos  de  allí  (3). 

Cuantas  providencias  se  tomaron,  habían  resultado  infructuo- 
sas para  atajar  los  daños   del  mal  tratamiento  de  los  indios,   que 

(1)  Asunción,  Arch.  nac.  I.  16.  Informe  del  Gobernador  Pinedo  en  1777,  fol.  7. 

(2)  Asunción,  Arch.  nac.  Varios:  Colección  de  Cédulas  pertenecientes  á  los 
Oficiales  Reales. 

(3)  Citada  en  la  de  San  Ildefonso,  12  de  Agosto  de  1740  (Sevilla,  Arch.  de  4 
días,  76.  4.  40 j. 


-  134- 

parece  estaban  ligados  indisolublemente  á  las  mismas  encomiendas: 
y  así  iba  predominando  la  idea  de  encabezar  cuantas  encomiendas 
hubiese  en  la  Corona  Real.  Ya  se  han  visto  algunas  muestras  de  ello: 
y  nuevo  paso  dado  en  este  camino  fué  la  Cédula  de  4  de  Abril  de  1776, 
en  que  se  pedía  al  Gobernador  del  Paraguay  un  informe  sobre  la  con- 
veniencia de  agregar  todas  las  encomiendas  á  la  Corona.  Diólo  el 
Gobernador  D.  Agustín  Fernando  de  Pinedo  en  carta  al  Rey  fecha 
á  29  de  Enero  de  1777  (1),  explicando  las  dos  clases  de  encomiendas 
que  había  en  su  tiempo  en  el  Paraguay,  de  originarios  y  mitayos, 
mostrando  cómo  todo  redundaba  en  daño  de  los  indios,  y  cómo  no 
cumplían  los  encomenderos  con  las  obligaciones  que  habían  acep- 
tado al  tomar  la  encomienda:  y  fué  de  parecer  que,  habiendo  sido 
además  las  encomiendas  las  que  habían  causado  la  ruina  de  la  pro- 
vincia y  la  consunción  de  la  raza  india,  se  debían  suprimir  todas  las 
provisiones  de  encomiendas,  y  éstas  se  habían  de  incorporar  en  la 
Corona;  sin  que  hubiese  lugar  á  dar  indemnización  alguna  á  los  enco- 
menderos, pues  merecían  ser  privados  de  toda  encomienda,  por  no 
cumplir  con  las  cargas  de  ellas.  Como  el  Consejo  de  Indias  no  pro- 
cedía de  ligero,  ni  por  noticias  de  una  persona  sola,  todavía  se  pidie- 
ron muchísimos  pareceres,  enviando  á  los  consultados  este  informe 
de  Pinedo.  Entre  los  informes  se  cuenta  uno  del  Cabildo  de  la  ciu- 
dad de  la  Asunción  (2),  en  que  insta  sobre  la  capitulación  que  dice 
hecha  con  el  Rey  de  que  los  paraguayos  defenderían  la  provincia 
y  el  Rey  como  sueldo  les  daría  encomendados  los  indios:  capitula- 
ción que  no  aparece  probada,  3^  cuya  fuerza,  si  hubiera  existido, 
muestra  el  Gobernador  Pinedo  que  quedaba  anulada  por  faltar  los 
encomenderos  á  sus  compromisos:  instan  asimismo  sobre  la  ruina 
de  la  provincia,  que  nunca  vino,  aunque  de  hecho  se  quitaron  las 
encomiendas.  Otro  de  estos  informes  es  el  del  Protector  de  natura- 
les (3),  escrito  muy  digno  de  atención  por  los  datos  que  contiene, 
y  por  el  juicio  desapasionado  que  emite,  bas<indose  en  hechos  que 
tenía  experimentados  y  allí  refiere,  concluyendo  que  deben  seguirse 
las  propuestas  del  Gobernador  Pinedo,  sobre  cu3^a  carta  le  pedía 
dictamen  la  Audiencia. 

Esta  vez  se  ejecutó  por  fin  lo  que  tanto  tiempo  antes  se  había 
decretado,  pues  desde  las  Ordenanzas  de  Alfaro  había  corrido  más 
de  siglo  y  medio,  y  nunca  se  había  suprimido  en  realidad  en  el  Para- 


(1)  Asunción:  Arch.  Nac.  XC.  1."  m'im.  16. 

(2)  íbid.  1.  fol.  6. 

(3)  Lamas,  Colección  de  memorias  }■  documentos  para  la  Historia  y   la  Geo- 
grafía de  los  pueblos  del  Río  de  la  Plata,  Tom.  I.  Montevideo,  1840,  pág.  456. 


-135- 

guay  la  injusticia  del  servicio  personal,  ni  la  esclavitud  de  las  enco- 
miendas de  originarios.  Vino  la  orden  de  ir  incorporando  á  la  Corona 
Real  todas  las  encomiendas  á  medida  que  fuesen  quedando  vacas, 
y  el  Gobernador  D.  Lázaro  de  Rivera  da  testimonio  de  haber  incor- 
porado de  este  modo  las  encomiendas  que  había  en  Caazapá  é  ítapé: 
por  decreto  de  4  de  Marzo  de  1801;  las  de  Yaguarón,  por  decreto 
de  16  de  Marzo  del  mismo  año;  las  de  Tobatí  por  decreto  de  5  de 
Diciembre  de  1802;  las  de  Atirá  por  decreto  de  27  de  Marzo,  las  de 
Altos  en  1.°  de  Abril;  las  de  Itá  en  8  de  Julio,  Ipané  también 
en  8  de  Julio,  y  Yutí  en  15  de  Septiembre:  decretos  todos  estos  del 
año  1802. 

La  Cédula  Real  de  17  de  Mayo  de  1803  vino  á  poner  término 
á  todas  las  encomiendas,  de  cualquier  especie  que  fuesen:  «He 
venido  asimismo  en  mandar  se  incorporen  inmediatamente  á  mi 
Real  Corona  cuantas  encomiendas  subsistan  en  el  Paraguay  contra 
mis  Reales  Cédulas,  ejecutadas  ya  en  la  mayor  parte  de  mis  domi- 
nios de  América,  sin  admitir  á  los  detentores  recurso  que  embarace 
su  efectiva  reversión,  por  no  poder  asistirles  motivo  justo  para  ello, 
extendiéndose  esta  mi  soberana  resolución  á  los  antiguos  mita- 
vos»  (1). 


X 


PARALELO  CON  LOS  EFECTOS  DE  OTRAS  166 

COLONIZACIONES 

Al  terminar  este  estudio,  que  pudiera  llevarse  mucho  más  ade- 
lante, conviene  desvanecer  una  opinión  muy  divulgada,  especial- 
mente en  el  siglo  xviii  y  principios  del  xix,  en  que  se  piocuró  des- 
acreditar con  todos  los  medios  á  España  y  su  sistema  en  colonias; 
siendo  quienes  la  censuraban  las  naciones  extranjeras,  en  cuyos  jui- 
cios predominaba  sobre  la  verdad  y  justicia  la  pasión  y  rivalidad; 
y  habiendo  sido  creídas  sus  inculpaciones  por  las  nacientes  repúbli- 
cas hispano- americanas,  que  en  ellas  encontraban  otros  tantos 
cargos  que  echar  en  cara  como  para  formar  proceso  á  la  madre 
patria. 

(1)     Buenos  Aires:  Bibl.  Nac.  Coleccióo  Seguróla;  Cédulas  Reales,  /  20. 


—  136- 

El  sistema  de  colonización  aplicado  en  la  realidad,  á  pesar  de  las 
leyes,  y  llevado  á  la  práctica,  primero  por  los  conquistadores  venidos 
de  España,  después  y  principalmente,  por  sus  descendientes,  que  ya 
heran  americanos  (y  se  denominaban  indiferentemente  con  el  nombre 
de  españoles  americanos  ó  con  el  de  criollos)  fué,  es  verdad,  vicioso 
en  varios  puntos.  Puesto  al  lado  del  sistema  aplicado  por  los  Jesuí- 
tas, que  no  era  otro  sino  la  realización  del  plan  de  las  leyes  de 
Indias,  no  resiste  la  comparación.  Los  efectos  hablan  por  sí  mismos: 
de  un  lado  la  instrucción  cristiana,  del  otro  la  ignorancia:  del  uno  la 
defensa,  del  otro  el  abandono:  del  uno  las  artes,  del  otro  la  indolen- 
cia: de  una  parte  múltiples  é  importantes  servicios  prestados  á  la 
sociedad  española  en  su  vida  común,  de  otra  el  trabajo  absorbido  en 
provecho  de  unos  pocos  particulares:  de  una  la  conversión  de  la  raza 
indígena,  de  otra  la  despoblación,  si  no  total,  ciertamente  extra- 
ordinaria y  ruinosa.  Estos  son  los  caracteres  que  diferencian  la  obra 
de  los  Jesuítas  de  la  obra  de  los  encomenderos  del  Paraguay. 

Mas  nadie  crea  que  otro  tanto  sucede  cuando  se  pone  en  paran- 
gón la  colonización  española  con  la  de  otras  naciones.  Entonces  son 
las  de  los  pueblos  extranjeros  las  que  no  soportan  el  paralelo.  El 
proceder  de  españoles,  así  de  los  europeos,  como  de  los  españoles 
americanos  para  con  los  indios,  fué  mucho  más  digno  de  elogio  que 
el  de  los  demás  pueblos  que  pisaron  y  dominaron  la  tierra  ame- 
ricana. 

No  conviene  perder  de  vista  que  la  misma  conquista  espiritual 
debe  entrar  en  este  paralelo.  Los  beneficios  sin  cuento  que  de  los 
Misioneros  de  todas  las  Ordenes  religiosas  reportaron,  así  los  mora- 
dores de  raza  europea,  como  los  indígenas  del  país,  en  Méjico,  en  el 
Perú,  en  el  Paraguay,  en  América  toda  y  en  Filipinas,  y  entre  ellos 
como  mínima  parte  los  que  del  sistema  de  Doctrinas  dimanaban,  han 
de  ponerse  á  cuenta  de  España.  Era  España  quien  enviaba  los  Misio- 
neros, y  quien  por  mano  de  ellos  favorecía  al  indio,  y  por  la  voz 
é  influjo  del  Misionero  precavía  y  defendía  al  indio  de  atropellos. 
Tampoco  hay  que  olvidar  que  los  abusos  que  en  diversos  puntos  se 
iban  notando,  eran  causa  de  que  á  menudo  se  hiciesen  pesquisas 
y  visitas,  de  las  que  dimanaban  providencias  generales,  que,  si  en 
muchos  casos  no  remediaban  todo  el  daño,  lo  atajaban  en  gran  parte. 
Nada  de  esto  nos  pueden  presentar  las  demás  naciones.  Unas,  ocu- 
padas únicamente  en  sus  intereses,  sólo  atendían  al  comercio.  Otras, 
como  Inglaterra,  abandonaban  á  sus  colonos,  que  ya  desde  el  prin- 
cipio, en  cierto  modo,  eran  independientes.  Ninguna  tenía  ese  exqui- 
sito cuidado  de  los  indios  que  se  revela  en  todas  las  disposiciones 


—  137- 

de  las  leyes  españolas,  y  que  aunque  no  fuera  con  tanta  eficacia, 
trascendía  á  todos  los  moradores  de  América  que  se  hallaban  en 
contacto  con  los  indios:  el  cuidado  de  la  fe  y  del  buen  tratamiento  de 
los  indios  había  de  ser  lo  primero;  y  de  hecho,  en  las  regiones  del 
Plata,  la  misma  esclavitud  de  los  indios,  aunque  injusta,  tuvo  gene- 
ralmente, en  su  aplicación,  caracteres  de  relativa  suavidad  y  blan- 
dura. 

Hoy  mismo,  al  principiar  el  siglo  xx,  quedan  en  la  cuenca  del  río 
de  la  Plata  seguramente  más  de  treinta  mil  indios,  contando  única- 
mente la  raza  Guaraní:  y  muchos  de  ellos  incorporados  á  la  vida 
social  del  país;  otros  cien  mil  de  raza  pampa  ó  araucana  en  las 
Gobernaciones  del  Sur;  cien  mil  araucanos  en  Chile;  más  de  medio 
millón  de  quechuas  y  aymarás  en  los  territorios  de  Bolivia  y  el  Perú; 
y  son  varios  millones  los  indios  de  Méjico.  En  los  Estados  Unidos  de 
Norte  América,  que  tienen  tanto  mayor  extensión,  quedaban  ochenta 
y  dos  mil,  hará  setenta  y  siete  años  (1835),  entre  todos  los  territo- 
rios organizados;  disminuía  ese  número  rápidamente;  y  hoy  quizá 
no  alcanza  á  cinco  mil,  y  ésos  sin  civilizar,  ni  mucho  menos  mez- 
clarse con  la  raza  conquistadora.  Los  demás  indios  que  aun  existían 
allí  fuera  de  los  estados,  hasta  el  número  de  400  mil,  han  ido  siendo 
empujados  hacia  el  oeste,  ocupándoles  el  territorio;  y  en  el  censo 
de  1900  se  calculan  en  266.760  todos  los  indios  de  Norte-América  sin 
distinción  alguna. 

En  cuanto  al  modo  de  llegar  á  una  despoblación  tal,  prescindire- 
mos del  desprecio  con  que  miran  los  norteamericanos  la  vida  }'  pros- 
peridad del  indio,  y  de  su  sistema  empleado  en  los  tiempos  antiguos 
de  saurios  á  cazar  como  á  fieras,  para  fijar  únicamente  la  atención 
en  los  hechos  del  tiempo  en  que  la  república  que  algunos  llaman 
modelo  llevaba  sesenta  años  de  constitución.  En  1836,  entablada  la 
guerra  entre  los  indios  cherokeos  y  los  estados  de  Alabama  y  Geor- 
gia, se  expresaba  en  estos  términos  en  el  Congreso  el  antiguo  presi- 
dente de  la  república  J.  Q.  Adams:  «La  causa  primordial  de  la  gue- 
rra que  ahora  nos  vemos  forzados  á  sostener  contra  los  indios  no  es 
otra  sino  vuestra  propia  injusticia  en  sancionar  las  injusticias  de 
Alabama  y  Georgia...  Hoy  vuestra  política  con  respecto  á  los  indios 
se  cifra  en  arrancarlos  á  todos  de  la  tierra  que  pisan,  unas  veces  por 
la  violencia,  otras  por  medio  de  tratados  simulados,  para  desterrar 
los  más  allá  del  Misisipí,  más  allá  del  Misurí,  más  allá  de  Arkansas, 
hasta  los  confines  de  Méjico;  y  en  lisonjearlos  con  la  mentirosa  espe- 
ranza de  que  allí  tendrán  un  asilo  inviolable,  y  un  refugio  seguro 
finalmente  contra  vuestra  rapacidad  y  persecuciones.  Allá  empujáis, 


—  138  — 

quieran  ó  no  quieran,  con  los  tratados  ó  con  la  punta  de  la  espada, 
los  restos  de  los  seminólas,  de  los  creeks,  de  los  choctaws,  y  de  no 
sé  cuántas  otras  tribus.  En  la  ejecución  de  estos  inhumanos  rigores, 
habéis  de  encontrar  la  resistencia  que  son  capaces  de  oponer  hom- 
bres de  este  modo  reducidos  al  último  extremo:  ésa  es  la  causa  de  la 
guerra  actual:  no  hay  otra:  es  la  agonía  de  un  pueblo  arrancado  á 
la  tiarra  donde  están  sepultados  sus  padres:  la  última  convulsión  de 
la  desesperación.» 

Los  hechos  que  hacían  brotar  tan  graves  recriminaciones  contra 
el  Ejecutivo  federal  de  la  república,  de  boca  de  un  personaje  de  tanta 
significación,  eran  en  verdad  merecedores  de  ellas.  Los  cherokeos, 
raza  de  indios  indígenas  bastante  civilizados,  cuyo  número  llegaba 
á  diez  y  ocho  mil,  ocupaban  un  territorio  propio  inmediato  al  estado 
de  Georgia,  y  habían  tratado  como  nación  con  el  gobierno  federal, 
afianzándose  por  los  tratados  la  seguridad  de  que  continuarían 
rigiéndose  por  sus  propias  leyes,  y  poseyendo  el  terreno  que  siem- 
pre habían  ocupado.  De  repente  el  Estado  de  Georgia  declara  que 
todo  aquel  territorio  no  es  de  los  indios,  sino  suyo;  lo  reparte  entre 
sus  habitantes,  y  destina  una  parte  de  él  á  ser  obtenida  por  juego 
de  lotería.  Y  como  los  indios  formaban  un  estado  ordenado,  y  debían 
gran  parte  de  su  fuerza  á  la  permanencia  entre  ellos  de  celosos 
é  inteligentes  Misioneros  católicos,  la  Georgia  prohibe  por  público 
decreto  que  ningún  blanco  habite  entre  los  indios.  Negándose  los 
Padres  á  abandonar  á  los  cherokeos,  el  Gobierno  de  Georgia  intro- 
duce tropa  armada,  prende  á  los  Misioneros  y  los  arroja  en  los  cala- 
bozos del  Estado,  condenándolos  á  cuatro  años  de  trabajos  forza- 
dos. Interpúsose  apelación  á  la  Corte  Suprema  de  justicia  de  la  repú- 
blica, la  cual  sentenció  el  año  siguiente  que  la  condenación  de 
Georgia  era  ilegal,  y  los  decretos  con  que  se  arrogaba  el  teriitorio 
de  los  cherokeos  eran  nulos,  contrarios  á  las  leyes  3'  tratados  de  la 
nación.  Mas,  como  el  Poder  ejecutivo  federal  no  quiso  tomar  medida 
alguna  eficaz  para  llevar  á  efecto  esta  sentencia,  los  Misioneros 
siguieron  en  su  condena,  y  sólo  en  1833  fueron  puestos  en  libertad 
en  virtud  de  la  promesa  de  no  volver  á  morar  con  los  indios. 

Mientras  así  atrepellaba  el  Gobierno  de  un  Estado  los  más  solem- 
nes tratados  3'  el  Gobierno  federal  le  dejaba  obrar  impunemente;  los 
particulares  procedían  por  su  cuenta  á  las  más  odiosas  expoliaciones 
de  los  miserables  cherokeos,  hasta  arrojarlos  de  sus  casas  é  insta- 
larse en  ellas  á  la  fuerza.  También  ellos,  como  sus  Misioneros,  se 
vieron  forzados  á  abandonar  las  tierras  que  les  habían  arrebatado, 
después  de  la  resistencia  inútil  que  ocasionó  la  protesta  mencionada 


—  139  — 

en  el  Congreso;  y  emigraron  al  oeste  del  Misisipí;  y  sucesos  pareci- 
dos habían  ocurrido  entre  los  Creeks  que  eran  22.000  en  el  Estado 
de  Alabama  (1). 

Conocidos  son  también  en  la  historia  americana  los  luctuosos 
recuerdos  que  de  sí  dejaron  en  Venezuela,  no  los  conquistadores 
españoles,  sino  los  descubridores  alemanes  del  Dorado. 

Y  en  los  tiempos  presentes,  las  revelaciones  hechas  por  la  prensa 
y  confirmadas  en  las  mismas  Cámaras  de  Berlín,  sobre  el  modo  cómo 
los  expedicionarios  alemanes  efectuaban  la  obra  de  reducir  á  obe- 
diencia los  indígenas  del  África,  han  producido  en  las  personas  menos 
impresionables  estremecimientos  de  horror;  y  se  han  pasmado  los 
hombres  de  las  crueldades  ejercitadas  por  colonizadores  belgas  con 
los  negros  del  Congo;  y  han  continuado  los  yankees  con  su  desprecio 
de  la  persona  }'  de  la  vida  de  los  indios,  habiéndose  visto  en  las  calles 
de  Manila  recién  sujeta  á  los  Estados-Unidos,  militares  que  por  el 
más  leve  motivo  empuñaban  su  revólver  y  lo  disparaban  sobre  un 
indígena,  dejándolo  muerto  ó  herido;  }'  otros  que  no  se  curaban  de 
ocultarse  para  repetir  su  adagio  de  que:  el  indio  es  niiilo:  el  mejor 
indio,  indio  muerto. 

Con  lo  cual  se  ve  cuan  lejos  están  las  naciones  extranjeras,  aun 
hoy  mismo,  de  poder  erigirse  en  acusadores  de  los  españoles  ó  de  los 
criollos  por  haber  ejercitado  crueldades  en  sus  colonias.  Injusticias 
hubo  frecuentes,  como  las  hay  en  todo  el  mundo  á  pesar  de  las  más 
sabias  leyes;  crueldades  pudieron  cometer  algunos  particulares,  mas 
no  por  sistema,  ni  aborrecimiento  ó  menosprecio  de  los  indígenas,  tal 
como  en  otros  pueblos  y  razas  existe.  Y  en  todos  casos,  la  sabiduría 
de  las  leves  acudía  al  remedio,  y  urgían  su  cumplimiento  las  autori- 
dades, con  lo  cual,  ya  que  no  á  todos,  se  ponía  coto  á  los  más  exorbi- 
tantes atropellos;  cosa  que  en  otras  colonizaciones   se   echa  menos. 

Y  adviértase  que  inmediato  á  ellos  tenían  los  españoles  europeos 
y  americanos  de  estas  tierras  un  perpetuo  mal  ejemplo  y  continua 
tentación  en  el  procederdelosportugueses  ó  Mamelucos  de  Sin  Pablo . 
Estos  empedernidos  destructores  de  los  indios  salían  de  su  madri- 
guera año  tras  año,  3^  perseguían  por  todas  partes  como  á  piezas  de 
caza  á  aquellos  desdichados,  hasta  que,  sin  contar  el  número  de  los 
que  mataban  en  sus  asaltos  ó  en  los  trabajos  del  camino,  tenían  con- 
gregada bastante  multitud  para  volver  con  ella  á  San  Pablo  y  realizar 
su  infame  granjeria.  De  nada  servía  que  el  territorio  donde  ejercita- 
ban sus  latrocinios  perteneciese  á  Castilla;   porque  ellos   afirmaban 

(1)  Noticias  tomadas  de  la  obra  de  .\I.  MiCHEL  Chevaliwr,  Lettres  sur  l'Amé- 
rique  du  Nord:  Paris,  1836. 


-  140  - 

que  era  de  Portugal,  con  tanta  serenidad  como  más  adelante  dijeron 
los  portugueses  pertenecerles  cuanto  quedaba  á  la  banda  oriental  del 
Paraná.  Tampoco  importaba  que  el  rey  de  Portugal,  por  lo  menos 
desde  1570  (1),  tuviese  prohibido  hacer  esclavos  á  los  indios;  porque 
los  paulistas  decían  que  ellos  no  los  esclavizaban,  sino  que  al  contra- 
rio, los  resgataban  de  quienes  los  habían  hecho  cautivos;  y  así  llama- 
ban ,á  sus  expediciones  salidas  para  ejecutar  resgates;  y  tenían  como 
instrumento  de  esas  compras  á  los  indios  tupís,  á  quienes  llamaban 
pomberos,  como  se  puede  ver  en  el  P.  Montoya  í2),  como  si  dijéramos, 
según  la  traducción  de  dicho  Padre,  los  palomeroSj  que  con  un  cebo 
de  ningún  valor  prenden  las  palomas.  «El  instituto  de  estos  hombres 
(los  paulistas)»  dice  el  mismo  Padre  «es  destruir  el  género  humano  (3), 
matando  hombres»;  y  verdaderamente  lo  realizaron;  pues  sólo  en  el 
Guayrá  consumieron  el  millón  de  indios  que  lo  habitaba;  y  en  el  Tape 
y  Uruguay,  casi  otro  medio  millón;  sin  contar  con  los  indios  de  otras 
comarcas,  y  con  los  cercanos  á  su  ciudad,  que  mucho  tiempo  antes 
habían  exterminado. 

Ni  la  conquista  española,  ni  el  sistema  de  los  encomenderos  (con 
ser  muy  dañoso)  produjeron  ese  efecto  destructor,  que  ha  habido 
quien  calilique  de  política,  pero  que  en  todo  caso  no  merecería  más 
nombre  que  el  de  política  de  la  iniquidad  y  del  exterminio. 

(1)  Don '^KBAsriÁx  I  en  1570:  «Mando  que  de  aquí  em  adiante  se  nao  use  mais 
em  ditas  partes  do  Brasil  dos  modos  que  de  ante  aora  usou  em  fazer  captivos  os 
ditos  gentíos,  nem  os  possa  captivar  per  modo  nem  manera  alguma.» 

(2)  Co)iq.  espir.  %  LXX. 

(3)  §  XXXV. 


CAPITULO  V 


LOS  ENCOMENDEROS  Y  LAS  DOCTRINAS 

1.  La  palabra  del  Rey  empeñada  á  los  Guaraníes. — 2.  Los  encomenderos  ante 
las  Ordenanzas  de  Altaro. — 3.  Reducciones  del  Giiayrá. — 4.  Reducciones  del 
Paraná  y  Uruguay. — 5.  Las  Reducciones  y  el  Illmo.  Sr.  Cárdenas.  — 6.  Doctrinas 
del  Uruguay. — 7.  La  mita  para  ir  á  los  yerbales  de  Maracayú.— 8.  Antequera  y 
Barúa. 

Hallándose  en  contacto  necesario  dos  sistemas  tan  diferentes  y 
aun  antitéticos  como  el  de  las  Doctrinas  de  los  Jesuítas  y  el  de  los 
encomenderos,  era  de  prever  que  habían  de  ocurrir  conflictos  entre 
ellos.  La  prudencia  y  respeto  á  la  justicia  de  parte  de  los  gobernan- 
tes podían  haberlos  evitado;  pero,  una  vez  que  las  autoridades  se 
dejaban  dominar  por  la  influencia  de  los  encomenderos,  y  mucho  más 
cuando  á  ella  se  añadía  su  interés  particular,  la  parte  más  justa  que 
al  mismo  tiempo  era  la  más  débil,  necesitaba  de  constancia  y  de 
recurso  á  tribunales  superiores  más  imparciales,  si  no  había  de 
sucumbir.  Esta  fué  la  situación  de  las  Doctrinas  dirigidas  por  los 
Jesuítas  todo  el  tiempo  de  su  duración.  Las  Doctrinas  eran  depen- 
dientes de  dos  jurisdicciones  ó  gobiernos,  porque  unas  pertenecían  á 
la  provincia  de  Buenos  Aires,  otras  á  la  del  Paraguay.  De  parte  de 
Buenos  Aires,  las  dificultades  suscitadas  á  las  Doctrinas  no  fueron 
muy  graves.  Pero  de  parte  del  Paraguay,  que  se  había  acostumbrado 
á  sacar  su  subsistencia  de  las  encomiendas,  y  con  eso  mismo  había  ido 
consumiendo  sus  indios,  las  dificultades  fueron  grandes  y  mantenidas 
con   una  tenacidad  y  continuidad  fatigosas,   como   lo   vamos  á  ver. 


167 

LA  PALABRA  DEL  REY  EMPEÑADA  A  LOS  GUARANÍES 

Los  efectos  del  sistema  de  los  encomenderos,  que  hoy  sólo  imper- 
fectamente y  merced  á  atentos  discursos  y  cuidadosa  confrontación 


—  142  - 

de  hechos  logramos  conocer,  estaban  patentes  á  la  vista  de  los  indí- 
genas del  país,  quienes  no  sólo  los  advertían,  sino  que  los  experimen- 
taban y  sentían  en  su  cruda  injusticia.  Este  modo  de  proceder  de  la 
raza  dominadora  con  ellos  tenía  á  muchos  de  ellos  alejados  no  sólo  del 
español  que  lo  empezó  á  usar,  y  de  sus  descendientes  los  españoles 
americanos  que  lo  continuaron,  sino  también  del  Evangelio,  y  de  toda 
espeVanza  de  salvación  de  sus  almas.  Ya  lo  hemos  visto.  Cuando  los 
Jesuítas  persuadían  á  los  indígenas  á  que  se  redujesen  á  pueblos,  y  los 
indígenas  tenían  bastante  confianza  en  quien  les  hablaba,  la  respuesta 
era  invariablemente  que  con  gusto  se  juntarían  á  vivir  conforme  á 
los  consejos  del  Padre;  pero  que  una  cosa  los  detenía,  y  era  el  pensar 
que  el  Misionero  era  únicamente  emisario  y  precursor  del  amo,  y  que 
tan  luego  como  estuviesen  formados  en  pueblo,  entraría  la  reparti- 
ción en  encomiendas,  y  con  ella  el  odiado  servicio  personal,  la  sepa- 
ración de  sus  tierras  y  la  ausencia  de  sus  mujeres  é  hijos.  Y  al  querer 
llegar  el  Padre  á  sus  moradas,  le  contestaban:  Sea  uniy  bien  llegada 
d  nuestras  tierras  la  palabra  de  Dios,  pero  nos  tememos  del  español 
y  qne  tú  seas  nuo  de  sns  espías  (1). 

Por  esto,  cuando  en  1611  se  trató  de  formalizar  alguna  nueva 
Reducción  además  de  la  ya  establecida  de  San  Ignacio  Guazú,  y  para 
ello  invitó  el  P.  Marciel  de  Lorenzana  á  los  caciques  del  Paraná,  los 
altivos  canoeros,  que  por  más  de  medio  siglo  habían  tenido  en  jaque 
las  fuerzas  de  los  vecinos  de  la  Asunción,  le  enviaron  su  embajada 
por  medio  del  cacique  general  Tabacambí  en  la  sustancia  que  arriba 
hemos  expresado:  Que  si  el  Mbaequaapara  ó  Consejero  del  Rey  les 
otorgase  un  Quatiá  ó  Cédula  muy  amplia,  en  virtud  de  la  cual  que- 
dasen exentos  de  servir  á  ningún  Caray  ó  encomendero  particular, 
y  sólo  obligados  á  servir  al  Rey  como  los  mismos  Carays,  pagán- 
dole un  moderado  tributo;  ellos  estaban  prontos  á  dar  la  obediencia 
al  gran  Rey  de  España,  y  á  reducirse  á  pueblo  para  oír  con  sosiego 
la  palabra  de  Dios,  como  les  recomendaba  el  Padre.  No  se  atrevió  el 
Padre  Lorenzana  á  dar  contestación  en  una  materia  que  no  dependía 
de  él,  sino  de  la  autoridad  civil;  pero  les  prometió  que  haría  las  dili- 
gencias posibles  con  el  Visitador.  Y  en  efecto,  llegado  á  la  Asunción, 
dio  cuenta  de  todo  al  P.  Provincial  Diego  de  Torres,  quien  juzgó  que 
el  negocio  no  tenía  arreglo.  Pero  tratándolo  con  el  Visitador  Alfaro, 
mostró  éste  cómo  era  posible  conceder  aquella  exención,  así  por  estar 
mandado  en  la  Cédula  de  1601  que  los  indios  de  las  cabeceras,  forta- 
lezas, puertos  y  fronteras  (como  lo  eran  éstos,  que  estaban  en  fron- 

(1)    LoRHNZANA,  Carta-Relación,  §  2. 


-  143  — 

tera  del  Brasil)  se  pusiesen  en  la  Corona,  y  no  se  encomendasen  en 
persona  particular  alguna;  como  por  haber  dado  facultad  Felipe  II 
en  la  Cédula  de  1576  «que  si  fuere  necesario  otorgarles  (á  los  indios) 
algunas  libertades  ó  franquezas  de  todo  género  de  tributos,  se  les 
conceda;  y  que  después  que  así  fuere  prometido,  se  les  guarde  y  cum- 
pla muy  enteramente  sin  ninguna  falta,  aquello  que  se  les  prometió». 
Y  para  que  la  resolución  se  tomase  con  más  acierto,  quiso  que  se  tra- 
tase en  una  junta  en  que  estuvieron  el  Gobernador  Diego  Marín 
Negrón,  su  antecesor  Hernandarias  de  Saavedra,  y  otras  personas 
doctas  y  experimentadas  de  la  provincia,  junto  con  el  P.  Provincial 
Diego  de  Torres  y  el  P.  Marciel  de  Lorenzana.  Y  propuesta  la  cues- 
tión de  si  se  les  había  de  empeñar  la  palabra  real  de  encabezarlos  en 
la  Corona,  eximiéndolos  de  ser  encomendados  en  persona  particular, 
todos  fueron  de  parecer  que  sí  (1). 

A  consecuencia  de  ello,  presentó  el  P.  Diego  de  Torres  un  pedi- 
mento al  Visitador,  para  que  se  sirviese  delarar  auténticamente  esta 
exención  de  los  indios  que  se  convirtiesen  en  las  tres  regiones 
donde  entonces  había  Misioneros  Jesuítas,  que  eran  los  Guaycurús, 
la  Tibajiba  en  Guayrá,  y  el  Paraná  en  Paraguay.  La  petición,  y  el 
decreto  que  en  virtud  de  ella  se  dio,  merecen  ser  consignados  aquí, 
por  ser  el  fundamento  en  que  estribaron  los  Misioneros  para  empe- 
ñar la  palabra  real,  y  el  paso  decisivo  }'  diligencia  que  quitó  el  más 
porfiado  estorbo  que  habían  tenido  los  infieles  para  su  conversión,  y 
aseguró  en  adelante  la  prosperidad  de  las  Doctrinas.  Son  como 
sigue,  y  se  conservan  hoy  en  el  Archivo  general  de  Buenos 
Aires  (2). 

«Petición:  «El  P.  Diego  de  Torres,  Provincial  de  la  Compañía  de 
Jesús  de  estas  Gobernaciones,  digo:  que  como  á  Vmd.  le  consta  por  la 
Cédula  y  Sobrecarta  de  su  Majestad  de  que  hago  presentación,  el  Rey 
nuestro  Señor  manda  que  los  indios  que  se  convierten  por  el  Evange- 
lio sean  libres  de  tasa  y  servicio  y  cualquier  tributo,  y  los  indios  guay- 
curús [de  la  tibaxiua  y  parana,  se  han  convertido]  á  nuestra  santa  Fe 
Católica  y  obediencia  de  su  Majestad  por  el  santo  Evangelio  y  predi- 
cación de  los  Padres  de  la  Compañía  que  están  entre  ellos,  parte  de  lo 
cual  ha  visto  Vmd.  y  de  lo  demás  tiene  Vmd.  entera  relación,  y  cómo 
los  dichos  indios  han  estado  de  guerra  hasta  ahora,  y  en  ella  han 

(1)  Lozano,  Historia,  lib.  VI.  c.  VII,  n.  24. 

(2)  Insertos  en  la  Provisión  Real  de  Charcas,  1636,  \ega.io  1600-17 50,  60. 
Jesuítas,  Guerra  guaranítica. — Hemos  suplido  dos  veces  entre  unciales  [  ]  algu- 
nas palabras  que  evidentemente  estaban  en  la  petición  original  y  reclama  el 
contexto,  pero  que  se  le  pasaron  por  alto  al  escribano  que  copió  para  insertar  en 
la  Provisión. 


-  144  - 

muerto  muchos  indios  y  españoles,  y  se  ha  gastado  mucho,  con  poco  6 
ningún  fruto  y  con  muchas  ofensas  de  Dios,  porque  no  se  guardan 
las  instrucciones  de  su  Majestad  y  así  tiene  prohibidas  las  dichas 
entradas  y  malocas.  A  Vmd.  pido  y  suplico,  en  nombre  de  los  dichos 
indios  guaycurús  de  la  Tibaxiua  y  Paraná,  y  de  los  Padres  que  están 
en  sus  Reducciones  y  Doctrinas  y  conversión,  sea  Vmd.  servido  de 
decUirarlos  por  libres  de  los  tributos  y  servicios  de  que  por  dicha 
Cédula  su  Majestad  los  exime  y  hace  exentos;  y  que  ligítimamente 
deben  gozar  de  la  dicha  gracia  y  merced,  que  la  recibirán  de  Vmd. 
con  justicia,  que  pido.  Diego  de  Torres.» 

«Decreto:  «Estos  indios  no  se  encomienden  en  persona  alguna, 
por  cuanto  está  mandado  por  Cédulas  de  su  Majestad:  y  si  algún 
vecino  pretendiere  derecho  á  encomendarlos,  ó  alguna  persona  pre- 
tendiere  estar  antes  de  ahora  encomendados,  ocurra  ante  el  señor 
Virrey,  ó  Real  Audiencia,  dando  noticia  de  este  Decreto,  y  lo  que 
de  otra  suerte  se  hiciere,  sea  en  sí  ninguno,  y  desde  luego  lo  declaro 
por  tal,  y  en  pena  de  mil  pesos  por  incurso  al  que  contraviniere. 

«Proveyó  lo  decretado  el  señor  Oidor  y  Visitador  en  la  ciudad  de 
la  Asunción,  á  once  de  Octubre  de  mil  seiscientos  once.  Ante  mí: 
Alonso  Navarro,  Escribano  de  visita  » 

Cédula  Real.  «El  Rey»  — «Alonso  de  Ribera,  mi  Gobernador 
de  la  provincia  del  Tucumán,  ó  la  persona  que  adelante  me  sirviere 
en  el  dicho  cargo:  Por  que  como  tenéis  entendido,  en  esas  partes 
se  van  haciendo  algunos  descubrimientos  en  algunas  de  las  provincias 
que  ya  están  descubiertas  [y]  reducidos  los  naturales  de  ellas  á 
nuestra  santa  Fe  Católica,  que  como  quiera  que  por  las  ordenanzas 
de  los  nuevos  descubrimientos  y  poblaciones,  está  dada  la  orden  que 
en  ello  se  ha  de  tener;  conviene  y  deseo  que  los  indios  sean  releva- 
dos y  aliviados  en  cuanto  sea  posible:  He  tenido  por  bien  que  de 
los  que  se  redujeren  de  nuevo  á  nuestra  santa  Fe  Católica  y  obe- 
diencia mía  por  sólo  la  predicación  del  Evangelio,  no  se  cobre  tributo 
y  por  tiempo  de  diez  años  no  se  encomienden.  Os  mando  que  así  lo 
hagáis,  con  gran  cuidado  del  buen  tratamiento  de  los  indios,  asis- 
tiendo á  los  religiosos  que  entendieren  en  su  conversión  y  lo  nece- 
sario para  el  bien  de  sus  almas,  sin  otro  fin  alguno.  Y  de  lo  que  en 
todo  hiciereis,  me  avisaréis.  De  Madrid,  á  treinta  de  Enero  de  mil 
y  seiscientos  siete.  Yo  el  Rey.  Por  mandado  del  Re)'  nuestro  Señor. 
Gabriel  de  Hoa.» 

Escudados  en  la  autoridad  que  les  daba  el  Decreto  de  Alfaro, 
los  Misioneros  anunciaron  en  adelante  á  los  indios  que  el  Rey  com- 
prometía su  palabra  real  de  que  sólo  de  la  Corona  serían  vasallos. 


—  145  — 

Tales  fueron  las  bases  de  la  exención  procurada  por  la  solicitud  de 
los  Jesuítas  en  favor  de  los  indios,  que  poniendo  á  éstos  en  su  libertad 
natural,  abrieron  la  puerta  al  Evangelio,  y  en  pocos  años  lograron 
la  pacificación  del  Paraná  y  Uruguay  que  setenta  años  de  guerra  no 
habían  podido  conseguir;  y  lo  que  más  es,  la  formación  del  poderoso 
ejército  de  auxiliares  y  del  cuerpo  de  incansables  trabajadores  en 
las  obras  de  utilidad  pública  que  en  otra  parte  llevamos  des- 
critas (1). 


II 

168 

LOS  ENCOMENDEROS  ANTE  LAS  ORDENANZAS 
DE  ALFARO 

Al  ver  promulgadas  las  Ordenanzas  de  D.  Francisco  de  Alfaro 
en  1611,  juzgaron  los  encomenderos  que  con  ellas  había  pretendido 
el  Visitador  asestarles  un  golpe  de  muerte.  Nada  menos  importaba 
aquel  Reglamento,  que  quitarles  con  un  decreto  todos  los  indios  de 
servicio,  que  ellos  denominaban  suyos  como  pudiera  cualquier  amo 
á  su  esclavo;  3'  estorbar  que  en  adelante  juntasen  más,  prohibiendo 
las  malocas,  y  añadiendo  aquella  Ordenanza  69,  que  prescribía  que 
los  indios  reducidos  sin  armas  durante  los  diez  primeros  años  no  se 
encomendasen  á  particular,  y  pasados  los  diez  años,  no  se  hiciese 
novedad  sin  obtener  antes  resolución  de  la  Audiencia.  Todo  esto  no 
era  sino  aplicar  disposiciones  anteriores  dadas  para  desarraigar 
irritantes  injusticias  y  gravísimas  iniquidades  introducidas,  por  un 
uso  que  no  se  podía  legitimar  como  costumbre,  sino  que  era  corrup- 
tela, contraria  á  la  ley  natural. 

En  tres  direcciones  se  movió  la  acción  de  los  encomenderos  exci- 
tada con  la  aprensión  de  su  agravio  y  daño:  contra  las  Ordenanzas 
para  lograr  su  abolición:  hacia  los  indios  para  engañarlos  de  modo 
que  no  se  aprovechasen  del  estado  favorable  en  que  los  ponía  la 
ley;  y  contra  los  Jesuítas,  á  quienes  acusaban  de  haber  sido  los 
inventores  de  todo. 

Para  obtener  la  abolición  de  las  Ordenanzas,  enviaron  Procura- 
dor á  la  Audiencia  de   Charcas:   mas  la   Audiencia,  reconociendo 

(1)     Libro  I,  cap.  VI.  VIL  y  lib.  IL  cap.  I  y  11. 

10    Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  ii. 


—  146  - 

facultades  especiales  en  el  Visitador,  se  inhibió  de  esta  causa,  de- 
clarándose incompetente  y  remitiendo  á  los  apelantes  al  Consejo  de 
Indias.  Y  juntamente  declaraba  que  á  pesar  de  la  apelación  inter- 
puesta, debían  cumplirse  puntualmente  las  Ordenanzas  mientras 
su  Majestad  no  dispusiese  otra  cosa.  Pidieron  revista  de  la  causa,  y 
se  repitió  la  misma  sentencia.  Acudieron  al  tribunal  del  Virrey,  y 
confirmó  los  autos  de  vista  y  revista  de  la  Audiencia  de  Chuquisaca, 
añadiendo  graves  penas  á  quien  innovase  ó  dispensase  en  alguna  de 
las  Ordenanzas,  mientras  el  Rey  no  dispusiese  otra  cosa  (1).  Nom- 
braron, finalmente,  Procurador  para  Madrid  á  Manuel  de  Frías  (2), 
por  haber  renunciado  tal  cargo  Hernandarias,  quien  primero  había 
procedido  con  gran  apasionamiento  en  defensa  del  servicio  personal 
y  luego,  tocado  de  la  gracia  de  Dios,  había  reconocido  su  iniquidad 
y  no  quiso  tener  parte  en  semejante  negocio.  Hizo  Frías  su  viaje  á 
Madrid,  y  después  de  haberse  ventilado  largamente  sus  razones  y 
las  Ordenanzas  en  el  Consejo  de  Indias;  finalmente,  á  10  de  Octubre 
de  1618,  fueron  confirmadas  las  disposiciones  de  Alfaro,  con  las 
modificaciones  que  van  apuntadas  arriba. 

A  los  indios  de  sus  encomiendas  les  procuraron  persuadir  con 
artificio  que  el  Visitador  les  había  hecho  agravio,  señalándoles  tasa 
y  jornal,  y  que  el  hacer  que  fueran  á  alquilar  su  trabajo  para  ganar 
jornal,  había  sido  querer  tratarlos  como  animales  ó  caballos,  que  se 
ponen  en  la  plaza  para  que  los  alquilen  por  precio.  Y  tan  fuerte- 
mente les  inculcaron  este  parecer,  que  la  mayor  parte  de  los  indios 
de  la  Asunción,  examinados  en  particular  por  el  Visitador,  respon- 
dían, como  lo  dice  él  mismo  (3),  que  ellos  no  querían  tasa,  sino  servir 
como  antes,  porque  la  tasa  era  cosa  infamante  é  ignominiosa.  No 
obstante,  algunos  indios  de  encomiendas  más  lejanas,  como  sucedió 
en  Guarambaré  (4),  advirtieron  lo  que  les  estaba  bien,  y  eligieron 
la  tasa,  negándose  al  servicio,  lo  que  no  poco  desazonó  á  los  enco- 
menderos. 

Contra  los  Jesuítas  fué  giande  la  ira,  porque  les  achacaban  que 
ellos  eran  la  causa  de  todo  con  sus  consejos;  como  si  no  fuera  grande 
alabanza  el  haber  contribuido  con  su  parecer  por  una  parte  á  poner 
en  salvo  la  libertad  de  los  indios,  y  por  otra  á  asegurar  la  conciencia 
de  los  encomenderos  mismos,  que  no  podían  estar  tranquilos  llevando 
adelante  una   injusticia  y  atropello  tan   manifiesto  y  prohibido  por 


(1)  Lozano,  Historia,  lib.  VI.  cap.  VI.  núm.  17. 

(2)  Cédula  confirmatoria  al  final  de  las  Ordenanzas. 

(3)  Ordenanza  57. 

(4)  Lozano,  Historia,  lib.  VHL  c.  XVII.  núm.  6. 


-147- 

leyes  del  Reino:  ó  como  si,  aun  faltando  el  parecer  de  los  Jesuítas, 
no  hubiese  tenido  bastante  dirección  el  Visitador  en  las  Cédulas 
reales,  ni  hubiese  habido  en  el  Consejo  de  Indias  quien  hubiera  recla- 
mado por  el  cumplimiento  de  lo  que  tantas  veces  y  tan  severamente 
estaba  ordenado,  sobre  abolirse  el  servicio  personal.  Pero  el  interés 
es  ciego:  y  los  vecinos  de  la  Asunción,  encomenderos  en  su  mayor 
parte,  trataron  á  los  Jesuítas  con  tanta  hostilidad,  que  éstos  hubie- 
ron de  desterrarse  voluntariamente  por  entonces,  no  pudiendo  ni  aun 
subsistir  materialmente  en  una  ciudad  donde  hasta  los  víveres  paga- 
dos por  más  de  su  precio  se  les  negaban.  Y  aunque  no  faltaban  entre 
los  mismos  encomenderos  quienes  se  dolían  de  tal  estado  de  cosas  y 
daban  la  razón  á  los  Padres;  pero  eran  los  menos,  y  hacían  también 
menos  demostraciones  exteriores:  con  lo  cual  prevalecían  los  que  se 
declaraban  contra  los  Jesuítas  y  los  indios,  mayormente  por  tener  á 
su  cabeza  á  Hernandarias  de  Saavedra,  que  en  aquel  primer  tiempo 
estuvo  apasionado  como  el  que  más.  Algo  más  tarde,  Hernandarias 
reconoció  su  yerro,  y  dio  tales  muestras  de  ello,  cuales  podían  espe- 
rarse de  su  gran  ánimo  y  entendimiento,  no  sólo  renunciando  á  cre- 
cidos intereses  suyos,  que  tenía  en  los  productos  del  cultivo  de  tierras 
con  el  servicio  personal  de  los  indios  de  su  encomienda,  la  cual  dejó 
del  todo;  sino  reconociendo  públicamente  que  había  obrado  mal  é 
injustamente,  y  piocurando  restituir  á  los  indios  los  daños  que  se  les 
habían  seguido  (1).  Y  bien  sabido  es  cuánto  más  difícil  es  aún  reco- 
nocer públicamente  y  confesar  el  propio  error,  que  renunciar  al  propio 
interés,  con  no  ser  esto  nada  fácil.  El  Cabildo  secular  de  la  Ciudad 
dirigió  también  un  auto  á  los  Padres,  rogándoles  que  volviesen  de 
nuevo  para  ayudar  á  todos  con  sus  ministerios,  y  así  se  restableció  el 
colegio  de  la  Asunción. 


III 


REDUCCIONES  DEL  GUAYRÁ  169 

Conviene  recordar  que  en  el  distrito  del  Guayrá  sólo  dos  pobla- 
ciones españolas  había  fundadas,  una  como  de  cincuenta  vecinos, 
que  era  Ciudad-Real  ó  simplemente  Guayrá,  y  otra  de  unas  ciento 

(1)    Lozano,  Hist.  lib.  V,  cap.  VIII.  núm.  21.  22;  cap.  VI.  núm.  17. 


-148- 

cincuenta,que  era  Villarríca;  hallándose  en  aquellas  dilatadas  comar- 
cas algunos  pueblos  de  indios  repartidos  en  encomiendas,  y  muchí- 
simos más  en  estado  salvaje  é  independientes;  y  aun  los  mismos  ya 
de  antiguo  encomendados,  según  el  informe  de  Hernandarias,  ser- 
vían cuando  querían,  sin  que  hubiera  fuerzas  para  compelerlos. 

Al  empezarse  allí  las  Reducciones,  estaba  en  práctica  el  servicio 
personal  en  toda  su  crudeza,  y  ejecutaban  igualmente  malocas  para 
recoger  piezas  los  paulistas  por  una  parte,  y  los  guayreños  y  villa- 
rricanos  por  otra.  Llegaron  los  Padres  Simón  Mazeta  y  José  Catal- 
dino  á  Guayrá  en  1610  para  emprender  aquella  conversión,  según  el 
exhorto  que  tenían  del  Gobernador,  y  con  plenas  facultades,  así  de 
la  potestad  eclesiástica,  como  de  la  civil.  Pero  como  los  vecinos  de 
Ciudad-Real  lenían  su  granjeria  cifrada  en  los  indios,  á  los  cuales, 
con  título  de  mitar,  sacaban  de  sus  tierras  por  tiempo  indefinido  para 
hacerlos  trabajar  en  sus  casas  ó  chacras,  ó  los  tomaban  como  escla- 
vos habidos  en  guerra,  para  venderlos  más  tarde  á  los  paulistas; 
vinieron  á  ser  estos  hombres  opresores  los  maj^ores  enemigos  de  la 
conversión  de  los  indios.  Habían  recibido  á  los  Padres  con  grande 
regocijo,  los  habían  escuchado  durante  la  cuaresma  con  gran  fruto 
de  sus  almas  y  frecuencia  de  sacramentos,  y  aun  habían  seguido  su 
consejo,  que  los  salvó  en  una  ocasión  en  que  estuvieron  á  punto  de 
perderse  (1).  Pero  cuando  después  de  unos  meses  de  ausencia  volvie- 
ron á  su  ciudad  los  Jesuítas  y  se  dispusieron  á  seguir  río  arriba  y 
entablar  las  Reducciones,  hallaron  las  voluntades  trocadas  y  del 
todo  contrarias.  Era  claro  para  los  Guayreños  que,  reducidos  los 
indios  á  pueblos  cristianos,  los  Misioneros  se  empeñarían  en  evitar 
los  escándalos  y  ofensas  de  Dios  que  llevaban  consigo  las  malocas, 
que  impedirían  retenei-  los  mitayos  pasado  el  tiempo  de  su  mita:  en 
suma,  que  se  declararían  defensores  de  la  libertad  de  los  indios,  y 
ya  no  se  podría  proceder  en  los  nuevos  pueblos  con  los  desafueros 
usados  en  los  antiguos;  y  ante  la  perspectiva  de  perder  aquellas 
ilícitas  ganancias,  se  declararon  opuestos  al  establecimiento  del 
cristianismo.  Atropellando  todos  los  sentimientos  de  religión  y  aun 
de  humanidad  y  justicia,  echaron  en  la  cárcel  al  cacique  enviado  de 
los  indios  por  embajador  para  acelerar  el  viaje  de  los  Padres;  é 
intercediendo  éstos  para  que  cesase  aquella  inmotivada  vejación, 
tuvieron  los  Guayreños  el  atrevimiento  de  exigirles  como  precio  de 
la  libertad  del  cacique  la  promesa  de  que  no  entrarían  á  predicar  en 
aquella  región  (2).  Respondieron  los  Padres  con  firmeza  evangélica  lo 

(1)  Lozano,  Híst.  lib.  V.  cap.  XIV.  núm.  23. 

(2)  Libro  V.  cap.  XV.  núm.  4. 


-  149  - 

que  debían,  amenazándoles  además,  como  ya  antes  lo  habían  hecho, 
con  los.  castigos  de  la  justicia  divina  y  humana.  Quiso  Dios  que  ter- 
minase todo  sin  grave  daño  para  la  misión,  sacando  de  la  cárcel  al 
cacique,  y  sin  mantener  éste  resentimiento  alguno.  Al  llegar  los 
Padres  á  los  pueblecitos  de  los  indios,  setenta  leguas  más  allá  de 
Ciudad-Real,  encontraron  ya  los  ánimos  de  los  indios  prevenidos  por 
las  falsas  voces  que  habían  esparcido  varios  enviados  de  la  ciudad 
que  se  les  adelantaron,  propalando  que  los  Jesuítas  sólo  iban  para 
hacer  trabajar  mucho  á  los  indios  y  enriquecerse  á  costa  de  sus 
fatigas.  Un  vecino  de  la  misma  ciudad  que  se  ofreció  á  acompañarles 
como  entendido  lenguaraz,  anduvo  bastantes  días  á  la  sombra  de  los 
Padres,  engañando  á  los  naturales  para  que  le  entregasen  indias  y 
niños,  que  él  llevó  para  vender  en  Guayrá:  y  el  haber  hecho  esto 
aquel  mal  hombre  con  tanta  cautela  que  no  lo  conociesen  los  Jesuítas 
hasta  después  de  haberse  partido  él  (1),  fué  ocasión  de  descrédito 
para  el  Evangelio,  porque  juzgaban  los  indios  que  aquello  se  hacía 
con  anuencia  y  participación  de  los  Misioneros. 

Toda  esta  abierta   guerra  contra  la  religión  que  hicieron  los 
encomenderos,  movidos  de  su  codicia,  no  bastó  para  impedir  que  se 
fundasen  dos  florecientes  reducciones  en  Loreto  y  en  San  Ignacio 
de  Pirapó;  mas  ya  que  no  pudieron  estorbar  que  se  fundasen,  empe 
ñáronse  en  destruirlas. 

Los  procedimientos  fueron  los  mismos.  En  los  primeros  meses 
del  año  1612  fué  al  Guayrá  el  Teniente  General  D.  Antonio  de 
Añasco  con  comisión  de  publicar  las  Ordenanzas  de  Alfaro  (2). 
Remedio  inútil,  cuando  él  mismo  abiertamente  las  violaba,  no  que- 
riendo hacer  restituir  los  indios  é  indias  injustamente  sacados  de  sus 
pueblos  (3),  y  entrando  personalmente  á  hacer  malocas  (4).  Las 
malocas  continuaron  en  adelante,  no  sólo  en  los  pueblos  de  gentiles, 
sino  en  los  que  se  querían  reducir,  y  en  los  dos  ya  cristianos  (5). 
«Continuaban  [los  Gua3^reños]  en  despachar  soldados  que  sacasen 
indios  é  indias  de  nuestras  Reducciones:  y  estos  infernales  minis- 
tros, no  contentos  con  ejecutar  sin  piedad  los  inicuos  órdenes,  pasa- 
ban á  robar  la  pobreza  de  los  otros  indios:  y  lo  que  era  peor,  á  dar- 
les muy  malos  ejemplos  y  consejos,  como  era  quebrantar  las  fiestas, 
y  decir  á  los  neófitos  que  no  las  guardasen,  ni   hiciesen  caso  de  la 


(1)  Mo.vTOYA,  Conquista  esp.  §.  VI. 

(2)  Lozano,  Hist.  lib.  VI.  c.  XII.  núm.  24. 

(3)  C.  XIII.  núm.  2. 

(4)  C.  XII.  núm.  24. 

(5)  C.  XIII. 


-  150  — 

doctrina  de  los  Padres...  Sin  hacer  caso  de  las  Ordenanzas,  todo  lo 
querían  atrepellar  por  sus  intereses,  porque  miraban  lejos  el  castigo, 
como  ellos  mismos  blasonaban:...  que  nada  más  desenfrena  á  los 
malos,  que  la  impunidad.  El  Teniente  de  Ciudad  Real,  que  los 
debiera  contener,  era  quien  daba  peor  ejemplo»  (1).  Era  éste  aquel 
de  quien  dice  el  mismo  autor:  «Lo  mismo  fué  empuñar  el  bastón,  que 
estrenar  su  potestad  en  despachar  algunos  Guayreños  que  persua- 
diesen á  los  indios  de  nuestras  Reducciones  abandonasen  á  los 
Padres,  y  se  acercasen  á  Ciudad-Real,  ó  se  esparciesen  por  los  bos- 
ques. Porque  si  no  les  dais  de  mano,  declan,  os  han  de  privar  de 
vuestro  antiguo  modo  de  vida  y  de  vuestras  costumbres:  pero  si 
queréis  quedar  mas  seguros,  ¡o  mejor  será  que  los  quitéis  de  enme- 
dio  y  les  deis  muerte.^ 

Ocurrió  poco  después  el  viaje  de  uno  de  los  tres  Misioneros  á  la 
Asunción  por  llamamiento  de  sus  Superiores;  y  un  Visitador  sacer- 
dote, que  llegó  á  Loreto  con  facultades  extraordinarias,  hizo  empren- 
der por  fuerza  el  mismo  viaje  al  P.  Montoya,  quedando  sólo  en  los 
dos  pueblos  el  P.  Simón  Mazeta,  Creyeron  el  Visitador  y  los  del 
Guayrá,  aunados  en  un  mismo  odio  contra  la  abolición  del  servicio 
personal  y  contra  los  Jesuítas,  que  ésta  era  la  ocasión  de  acabar  con 
aquellas  reducciones,  molestando  al  único  Misionero  que  quedaba, 
de  suerte  que  él  mismo  se  desterrase  de  aquellos  pueblos.  Es  increí- 
ble lo  que  trabajaron,  ya  con  falsas  nuevas  y  cartas  á  la  Asunción, 
ya  con  amenazas  del  Visitador  de  que  arrojaría  de  allí  á  todos  los 
Padres,  ya  con  calumnias  divulgadas  entre  los  indios,  y  persuasiones 
para  que  no  comunicasen  con  los  Jesuítas:  sin  que  quedase  á  éstos  ni 
aun  el  medio  de  comunicarse  por  cartas  con  sus  Superiores  de  la 
Asunción,  pues,  violando  la  correspondencia,  inutilizaban  ó  extra- 
viaban las  cartas  (2);  de  suerte  que  hubo  tiempo  que  estuvo  resuelto 
el  P.  Lorenzana,  Rector  de  la  Asunción  y  Superior  general  de  las 
Misiones,  á  retirar  de  allí  los  Padres,  pues  por  una  parte,  los  Guay- 
reños con  sus  correspondencias  esparcían  el  rumor  de  que  los  indios 
estaban  disgustados  de  los  Jesuítas  y  huían  de  ellos,  y  por  otra,  nin- 
guna noticia  directa  de  ellos  llegaba  al  Superior  (3). 

Pasó  esta  tormenta,  que  ocupó  los  años  de  1613  y  1614;  pero  no 
pasó  el  mal  ánimo  de  aquellos  moradores,  como  se  vio  hacia  1618  en 
los  desafueros  del  cacique  Rodriguillo  que  refiere  un  Memorial  del 


(1)  Lib.  VIII.  c.  XXIII, 

(2)  Lib.  VI.  c.  XIII. 

(3)  Lozano,  Hist.  lib.  VI.  c.  XI\^  núm.  l.;lib.  VIII.  c.  XII.  núm.    19.;   c.    XIII. 
núm.  19. 


-  151- 

Padre  Marciel  de  Lorenzana,  fomentados  por  el  teniente  y  los  veci- 
nos de  Ciudad-Real  «siendo  verdad  que  este  indio  Rodriguillo,  ins- 
tigado por  los  españoles  de  Guayrá,  ha  procurado  varias  veces 
echar  á  los  Padres  de  aquella  tierra,  quitaba  las  mujeres  á  sus  mari- 
dos, amenazándoles  con  la  muerte  si  no  se  las  daban,  estorbaba  los 
casamientos  con  muchas  amenazas,  y  últimamente  hizo  juntas  para 
echar  á  los  Padres  de  aquella  tierra,  y  andaba  de  pasa  en  casa  soli- 
citando los  caciques  y  demás  gente  para  salir  con  su  intento»  (1). 

Quienes  con  tanto  atrevimiento  se  ocupaban  en  malocas  después 
de  promulgadas  en  sus  tierras  las  Ordenanzas  que  las  prohibían,  es 
fácil  de  entender  que  tampoco  respetaban  la  justicia  con  los  mita- 
yos. «Soy  testigo,  dice  el  P.  Antonio  Ruiz  de  Montoya  (2)  que  en  la 
provincia  de  Guayrá,  el  más  ajustado  encomendero  se  servía  los  seis 
meses  de  cada  año  de  todos  los  indios  que  tenía  encomendados,  sin 
paga  alguna;  y  los  que  no  se  ajustaban  tanto,  los  detenían  diez 
y  doce  meses». 

Más  adelante  fundaron  los  Jesuítas  otras  once  reducciones  en  el 
Guayrá,  á  bastante  distancia  de  Ciudad-Real,  y  encontraron  en  los 
vecinos  de  Villarrica,  que  eran  los  más  cercanos,  el  mismo  proce- 
der que  antes  en  los  guayreños.  Sirva  de  muestra  un  solo  caso  suce- 
dido en  1627.  «Súpose  en  un  pueblo  de  españoles  llamado  Villarrica» 
son  palabras  del  P.  Montoya  (3),  «que  por  dos  veces  me  habían 
rechazado  los  indios  de  la  provincia  de  Tayaoba,  y  juzgando  por 
poderosas  sus  armas  para  vengar  tal  desacato,  y  de  camino  salir 
cargados  de  indias  3^  de  muchachos  para  su  servicio,  que  es  el 
común  interés  de  estas  entradas,  se  apercibieron  para  la  jornada. 
Bajé  á  esta  villa,  compadecido  de  su  poco  poder,  para  que  no  lo 
intentasen.  Propúseles  la  multitud  que  había  de  gente,  el  riesgo 
de  muchos  pasos  peligrosos;  y  viendo  que  persistían  en  su  intento, 
jurídicamente  pedí  á  las  justicias  que  no  entrasen,  porque  tenía  por 
cierto  que  ninguno  saldría  con  vida.  Subieron  70  españoles  con  qui- 
nientos indios  amigos.  Juzgué  por  necesario  ir  yo  con  ellos  hasta 
cierto  paraje,  para  defender  de  sus  manos  una  partida  de  gente  que 
se  me  había  entregado,  y  por  cuyo  medio  pensaba  yo  conquistar  lo 
demás.  Estaban  ya  de  paz,  y  sin  duda  la  darían  á  los  españoles, 
y  ellos  los  cautivarían  y  llevarían  presos,  y  aun  para  justificar  su 
negocio  ahorcarían  algunos.  No  salió  vano  mi  discurso,  como  probó 
el  suceso.  Fuimos  á  este  viaje  el  P.  Diego  de  Salazar  5^  yo».  Refiere 

(1)  Trelles,  Anexos,  núm.  15. 

(2)  Conq.  esp.  §  XII. 

(3)  Ibid.  §  XXXII. 


-  152  - 

en  seguida  aquella  entrada,  en  que  cercados  de  enemigos,  ya  se  die- 
ron por  muertos  los  villarricenses,  y  se  tuvieron  por  bien  librados 
con  salir  vivos,  aunque  con  no  pocas  heridas,  y  retirarse  á  su  villa. 
Mas  aquí  venía  la  injusticia  de  que  habían  formado  hábito  con  la 
práctica  del  servicio  personal.  «Los  españoles,  juzgando  por  caso  de 
deshonra  volver  á  sus  casas  cargados  de  heridas,  y  hu3'endo,y  sin  nin- 
guna presa,  pusieron  la  mira  en  hacerla  en  aquellas  ovejuelas,  que 
fiadas  de  nosotros,  nos  seguían.  Tratan  de  hacer  proceso  cómo  aque- 
llos indios  me  habían  querido  matar  dos  veces,  y  convenía  proceder 
á  castigo.  Hízose  así,  y  dan  sentencia  que  dos  de  ellos,  que  eran  los 
caciques,  sean  ahorcados.  Tuve  aviso  de  esto:  avisé  de  esta  determi- 
nación á  los  caciques,  dándoles  por  consejo  que  se  trasmontasen  por 
aquellas  sierras  con  toda  su  gente,  y  que  de  ahí  á  ocho  días  volvie- 
sen á  aquel  puesto,  donde  me  hallarían  y  trataríamos  del  buen 
asiento  de  sus  cosas.»  «A  media  noche  con  todo  silencio  salió 
aquella  pobre  gente,  huyendo  de  la  justicia,  que  debía  ampararla 
y  favorecerla...» 

Tal  era  la  situación  de  las  Doctrinas  del  Guayrá  en  presencia  de 
los  encomenderos.  Por  una  parte  hostigadas  de  continuo  por  los  pau- 
listas,  por  otra  vejadas  y  destruidas  por  los  vecinos  de  Villarrica 
y  Guayrá.  Y  estos  últimos  tenían  trato  y  contrato  de  carne  humana 
con  los  Mamelucos,  y  estaban  tan  dispuestos  á  juntarse  con  ellos, 
como  se  vio  el  año  1613,  en  el  caso  de  ir  á  visitarlos  el  Capitán  Juan 
Resquín,  comisionado  por  el  General  Francisco  González  de  Santa 
Cruz  para  remediar  los  atropellos  de  las  malocas;  pues  tuvieron  ya 
todos  sus  domésticos  alojados  en  los  bosques,  y  se  hallaron  con  la 
resolución  de  dar  muerte  al  Juez  pesquisidor,  y  huir  de  su  ciudad 
para  trasladarse  á  San  Pablo,  que  venía  á  ser  el  refugio  de  todos  los 
malhechores  de  estas  regiones  (1).  Y  lo  que  entonces  no  hicieron,  lo 
ejecutaron  gran  número  de  ellos  en  1632,  quedando  hasta  el  día  de 
hoy  despoblada  Ciudad-Real  del  Guaira. 


IV 

1 '^        REDUCCIONES  DEL  PARANÁ  Y  URUGUAY 

Habían  sido  los  paranáes  los  primeros  que  lograron  la  concesión 
de  ser  eximidos  de  servir  á  encomenderos  particulares,  empeñándo- 

(í)    Lozano,  Hist.  lib.  VIII.  c.  XI.  m'im   10. 


—  153  -    . 

seles  la  palabra  del  Re}",  de  que  serían  encabezados  en  la  Corona, 
y  serían  vasallos  del  Rey  de  España  como  los  mismos  castellanos. 
Esto  los  animó  á  reducirse,  por  haber  cesado  el  principal  estorbo 
que  los  detenía,  ya  que  gustaban  de  ser  cristianos  }'  tener  Padres 
en  sus  tierras,  pero  los  arredraba  el  haber  de  servir  á  personas  cuyo 
dominio  veían  ejercitar  en  otros  con  tanta  injusticia  y  dureza. 

La  primera  Reducción  que  se  fundó  con  indios  no  sujetos  á  enco- 
miendas fué  la  de  Itapúa,  establecida  en  1615  por  el  P.  Roque  Gon- 
zález. También  en  aquel  año  empezó  el  mismo  Misionero  á  entablar 
en  las  orillas  de  la  laguna  Ibera  una  Reducción,  que  por  haber  pasado 
á  ser  administrada  por  los  Padres  franciscanos,  uniéndose  con  Itatí, 
no  disfrutó  de  exención.  Al  año  siguiente  de  1616,  se  empezó  la  reduc- 
ción de  Yaguapoa,  cuatro  leguas  al  oeste  de  Itapúa,  é  inmediata  al 
río  Paraná  (1).  Sólo  duró  unos  pocos  años,  y  no  existía  ya  en  1628. 
Seis  años  después  de  Yaguapoa,  y  cuando  ya  se  había  asentado  la 
primera  Reducción  del  Uruguay,  que  fué  Concepción,  se  logró  fun- 
dar en  el  Paraná  la  tercera  de  las  estables,  que  fué  Corpus.  Siguié- 
ronse Acaray  é  Iguazú;  y  luego  Loreto  }'  San  Ignacio  Miní,  fugitivas 
del  Guayrá;  y  hasta  el  año  de  1638,  en  que,  huyendo  de  los  paulistas, 
se  trasladaron  variasDoctrinas  de  la  región  del  Tape  á  orillas  del  Pa- 
raná, no  tuvo  más  reducciones  la  provincia  del  Paraguay,  ya  dividida 
desde  1620  de  la  del  Río  de  la  Plata,  cuya  capital  era  Buenos  Aires. 

Sobre  éstas,  pues,  quisieron  entablar  su  acción  los  encomenderos. 
Había  dado  cuenta  el  Oidor  Alfaro  á  la  Audiencia  de  Charcas  de  su 
decreto  sobre  la  palabra  real  empeñada  á  los  indios,  }'  la  Audiencia 
lo  confirmó  con  Provisión  real.  Con  conocimiento  de  esta  Provisión, 
y  sabiendo  que  ya  era  llegado  el  tiempo  de  cumplir  diez  años  algunas 
reducciones,  pidió  el  Fiscal  de  la  misma  Audiencia  que  se  ejecutase 
lo  mandado,  despachando  nueva  Provisión  de  que  aquellos  indios  se 
pusieran  precisamente  en  cabeza  de  Su  Majestad,  y  no  se  encomen- 
dasen á  particulares,  sino  que  cumplieran  con  pagar  al  Re}'  el  tributo 
que  les  fuera  señalado.  La  Provisión  se  despachó  en  Agosto  de  1628. 
Mas  los  encomenderos  instaron  á  Don  Luis  Céspedes  Jeria  y  á  Don 
Francisco  de  Céspedes,  aquél  Gobernador  del  Paraguay  y  éste  de 
Buenos  Aires;  y  uno  y  otro  suplicaron  de  la  provisión,  alegando  que 
á  ellos,  como  Gobernadores,  les  tocaba  distribuir  aquellos  indios, 
encomendándolos  á  los  vecinos  beneméritos.  A  la  verdad,  era  inco- 
rregible la  dañada  voluntad  de  mantener  las  encomiendas  tan  rui- 
nosas en  sí,  y  practicarlas  aun  en  aquellos  que  como   condición  para 

(1)     Carta  Relación  del  P.  Lorexza.va,  §  8;  Techo,  Hist.  V.  14. 


-  154  - 

someterse  habían  puesto  el  que  se  les  asegurase  la  palabra  real  de 
no  encomendarlos.  Y  no  hacía  un  año  que  el  mismo  Gobernador  de 
Buenos  Aires  había  renovado  solemnemente  aquella  promesa  á  los 
ciciques  del  Uruguay,  que  en  compañía  delP.  Roque  González  habían 
bajado  al  Puerto.  El  Fiscal  pidió  que  se  cumpliese  la  palabra  real, 
dada  á  los  indios,  como  constaba  de  autos.  Sentenció  el  Tribunal  en 
favor  de  los  indios  en  el  juicio  de  vista;  y  se  ventiló  en  aquel  mismo 
tiempo  la  causa  escandalosa  de  los  enormes  agravios  é  iniquidades 
cometidas  por  el  Gobernador  Céspedes  Jeria,  quien,  teniendo  con- 
trato hecho  con  los  Mamelucos  del  Brasil,  entraba  con  ellos  á  la  parte 
de  las  ganancias  que  producía  la  venta  de  los  indios  que  habían 
venido  á  cautivar  á  su  provincia  y  llevaban  á  vender  como  esclavos 
al  Brasil;  3^  como  si  éste  le  pareciese  pequeño  crimen,  añadía  el  de 
obligar  por  fuerza  á  que  fuesen  devueltos  á  aquellos  piratas  los  infe- 
lices indios  que  con  la  fuga  lograban  escaparse  de  sus  manos.  El 
Gobernador  fué  depuesto  por  sentencia  judicial,  condenado  en  cuatro 
mil  pesos  y  las  costas,  é  inhabilitado  para  cualquier  empleo  por  seis 
años.  Su  conducta  mostraba  cuan  injustos  intereses  habían  movido 
la  súplica  de  la  Provisión,  de  no  encomendar  los  indios  convertidos 
sin  armas;  y  así,  aunque  su  procurador  apeló  de  la  nueva  Provisión 
dada  á  la  súplica  en  la  vista;  se  confirmó  la  misma  sentencia  en 
revista,  y  se  expidió  en  23  de  Agosto  de  1633  la  Provisión  real  que 
libraba,  así  á  los  indios  del  Parancá,  como  á  los  del  Guayrá  y  Uru- 
guay, de  ser  encomendados  (1). 

Mientras  así  se  resolvía  la  causa  de  los  indios  en  Chuquisaca,  los 
Padres  de  la  Compañía,  que  veían  bien  la  grave  importancia  de  aquel 
punto  para  que  no  se  perdiesen  las  Doctrinas;  y  sentían  la  extraor- 
dinaria fuerza  con  que  pretendían  los  encomenderos  apoderarse  de 
aquellos  indios  después  de  haber  consumido  los  propios,  habían  pre- 
sentado la  causa  al  Tribunal  del  Virrey  del  Perú,  Don  Luis  Jerónimo 
Fernández  de  Cabrera,  Conde  de  Chinchón.  Este  dio  Provisión  Real 
en  Lima  á  28  de  Mayo  de  1631,  ordenando  que  se  guardase  la  palabra 
real  dada  á  los  indios.  Presentada  la  Provisión  en  el  Consejo  de 
Indias,  fué  aprobada  por  Cédula  Real  fecha  en  Madrid  á  23  de 
Febrero  de  1633.  Y  esta  Cédula  y  Real  ejecutoria  fué  inserta  en  Pro- 
visión posterior  del  mismo  Virre}^  á  13  de  Julio  de  1634  (2).  Todos 
estos  reparos  eran  necesarios  y  ninguno  redundaba  para  poder  defen- 
der la  causa  de  los  indios  contra  la  tenacidad  y  codicia  insaciable 
de  los  encomenderos. 

(1)  Lozano,  Hist.  lib.  VI.  c.  XXVII.  n.  23;  Conq.  lib.  III.  c.  XIII. 

(2)  V'éanse  estos  documentos  en  el  Apénd.  ni'im.  58-59. 


-  155  - 

Depuesto  el  Gobernador  Céspedes  Jeria,  que  tanto  se  empeñaba 
rn  oprimir  á  los  indios,  le  sucedió  en  el  Paraguay  el  General  Martín 
de  LeJesma  Valderrama,   que   apoyó  con   todas   sus   fuerzas   á  los 
encomenderos.  Habiendo  recibido  orden  de  la  Audiencia  de  Chuqui- 
saca  para  que  visitase  y  empadronase  los  indios  de  Doctrinas,  come- 
tió en  la  visita  grandes  tropelías,  que  estuvieron  á  punto  de  provocar 
una  sublevación  de  los  indios  «por  los  agravios  que  recibieron»  dice 
el  P.  Montoya  (1)  «de  los  soldados  que  llevó  consigo  (que  siempre  son 
en  buen  número)  porque  no  había  ni  mujer,  ni  hija,  ni  cosa  segura  á 
su  apetito;  y  es  testigo  el  suplicante,   que  por  haberle  dado  éstos  y 
otros  avisos  importantes  al  desempeño  de  V.  Majestad  y  de  la  suya, 
convocó  de  secreto  los  caciques  en  su  casa,   y  les  persuadió  á  que  le 
pidiesen  en  público  que  echase  de   allí  aquellos  padres,  é  hizo  otras 
diligencias   bien  opuestas  á  su  oficio.  Estas  escandalosas  acciones 
encendieron  más  á  los  indios  en  el  amor  de  sus  Padres.»  No  contento 
con  empadronar  los  indios  como   se   le  mandaba,  quiso  sujetarlos  á 
encomiendas,  para  lo  cual   tenía  varias  representaciones  y  requeri- 
mientos de  los  vecinos  de  la  Asunción.  Alegaban  éstos   que  aquellas 
Doctrinas  estaban  formadas  de  indios  conquistados  por  armas.  Pro- 
bóseles  con  testimonios,  no  sólo  de  los  Jesuítas  mismos  que  las  habían 
formado,  sino  de  religiosos  de  la  Orden  de   San  Francisco,  y  de  las 
personas  mcás  ancianas  de  la  Gobernación,  que  ni  soldados,  ni  escol- 
tas, ni  armas,  habían  acompañado  á  los  Misioneros  en  la  conversión 
de  los  paranás,  los  cuales,  así  como  habían  pasado  setenta   años  sin 
sujetarse  á  los  vecinos  de  la  Asunción,   así  hubieran   continuado  en 
adelante,  á  no  intervenir  la  predicación  de   la   fe  y  la  palabra  real, 
que  ahora  no  se  les  quería  cumplir.  La  Audiencia  de  Charcas  dio  pro- 
visión para  que  el  Gobernador  se  limitase   al  padrón,  y  no  innovase 
ni  alterase  en  cuanto  á  encomendar  los  indios,   sino   que   los   dejase 
en  la  Corona  real.  Intimósele  esta  provisión,   y  más  tarde  otra  del 
V^irrey  del  Perú;  mas  respondió  que  él  había  de  encomendar  los  indios 
que  no  estuviesen  encomendados,  porque  los  vecinos  de  la  Asunción 
tenían  concedidas  por  el  Rey  varias  mercedes  de  indios  que  no  se  les 
habían  cumplido.  Eran  las  mercedes  de  que  hablaba  encomiendas 
que  llamaban  de  noticia,  que  por  abuso  habían  acostumbrado  dar  los 
Gobernadores,  señabmdo  un  territorio  de  tantas  leguas  y  atribuyendo 
al   encomendero   los  indios  comprendidos  en   aquella   demarcación 
aunque  no  estuviesen  sujetos  ni  de  paz;  abuso  que  por  su  enormidad 
é  injusticia  de  dar  premio  al  encomendero  que  nada  había  hecho  para 

(1)    Memorial  de  1643  n.  12. 


-156- 

reducir  aquellos  indios,  3"  dar  lo  que  no  estaba  en  potestad  del  mismo 
que  lo  distribuía,  había  obligado  al  Visitador  Alfaro  á  declarar  nulas 
todas  las  encomiendas  de  este  género,  decisión  confirmada  por  el 
Rey.  Por  lo  cual,  el  Fiscal  de  la  Audiencia  de  Charcas  acusó  esta 
respuesta  como  formal  desobediencia  á  lo  mandado  por  el  Acuerdo; 
y  se  ordenó  nuevamente  al  Gobernador  Valderrama  que  hiciera  el 
censo  de  los  indios  é  informara  sobre  el  fundamento  de  las  encomien- 
das; pero  que  se  abstuviese  de  encomendarlos,  imponiéndole  graves 
penas  en  caso  contrario.  Solamente  movido  del  temor  de  una  rigu- 
rosa ejecución  de  la  Provisión  Real,  desistió  de  su  intento,  é  hizo  la 
visita  y  padrón  con  las  tropelías  que  se  han  dicho  (1). 

Mas  no  por  eso  desistió  él  y  los  encomenderos  de  llevar  adelante 
su  idea.  Enviaron  procurador  á  Charcas,  y  allí  instaron  para  que  se 
declarasen  de  encomienda  los  Guaranís  reducidos  en  Itapúa  y  Cor- 
pus, ya  que  concedían,  como  gran  merced,  que  los  de  Acaray  é 
Iguazú  habían  sido  reducidos  por  el  Evangelio,  y  estaban  compren- 
didos en  la  palabra  real.  Mas  los  de  Corpus  é  Itapúa  porfiaban  en  que 
habían  sido  conquistados  por  armas.  Pueden  verse  las  frivolas  razo- 
nes que  alegaban  para  convencer  este  falso  aserto,  en  un  Memorial 
de  fines  de  1635  ó  principios  de  1636,  dirigido  al  Illmo.  Sr.  Aresti, 
Obispo  de  la  Asunción,  por  el  P.  Diego  de  Boroa,  quien,  siendo 
entonces  Provincial,  emprendió  á  toda  prisa  el  viaje  desde  Córdoba 
para  acercarse  al  Paraguay,  donde  pudiese  ayudar  más  eficazmente 
á  desvanecer  aquella  nueva  tormenta  que  amenazaba  á  los  indios  (2). 

Tratado  el  asunto  en  la  Audiencia  de  Chuquisaca,  alegó  el  Fiscal 
las  muchas  nulidades  y  violencias  cometidas  por  el  Gobernador  en 
la  instrucción  del  informe;- y  pidió  que  se  suspendiese  la  resolución 
hasta  que  fuera  á  visitar  la  provincia  algún  Oidor.  Mas  la  Audiencia, 
sin  hacer  aprecio  de  la  petición  del  Fiscal,  sentenció  en  16  de  Se- 
tiembre de  1636,  que  se  encomendasen  los  indios  de  Corpus  é  Itapúa 
á  los  vecinos  del  Paraguay,  si  es  que  alguno  tenía  título  legítimo 
para  ello  (3).  Agregó,  no  obstante,  una  condición:  que  no  hubieran 
de  pagar  tributos  á  sus  encomenderos  en  servicio  personal,  sino  que 
pagasen  en  sus  mismos  pueblos  la  tasa  que  se  les  señalara,  sin  que 
nadie  les  pudiese  obligar  A  salir  de  allí  ni  enterar  el  tributo  en  otra 
parte.  Esta  sola  condición,  que  el  P.  Francisco  Díaz  Taño  hizo  que 
se  declarase  muy  explícitamente  en  tres  respuestas    á  sus  dudas, 

(1)  Lozano,  Conquista,  lib.  III.  c.  XIII. 

(2)  Buenos  Aikes,  Museo  Mitre,  sección  Misiones  Jesuíticas. 

(3)  Buenos  Aires:  Arch.  gen.  leg.  1600-1750,60  Jesuítas— Gue  rra  guaranítica. 
Libros  capitulares  de  la  Asunción,  ff.  73,  249  y  250,  extractados  en  un  apunte 
autógrafo  del  P.  Díaz  Taño,  Arch.  gen.  Bs.  .As.  legajo  Misiones  I  Varios  años  1 1^ 


-157- 

bastó  para  que  ninguno  de  los  que  con  tanto  empeño  habían  litigado 
en  aquella  causa,  pretendiera  encomienda  alguna  en  Corpus  ni  en 
Itapúa;  de  suerte  que  en  su  carta  de  22  de  Octubre  de  1658,  mani- 
fiesta con  extrañeza  al  Consejo  de  Indias  el  Oidor  Valverde  que  «se 
había  despachado  ejecutoria  para  que  los  indios  de  las  Reducciones 
de  Itapúa  y  Corpus  Christi  los  encomendase  el  Gobernador  de  esas 
provincias  en  personas  beneméritas;...  pero  que  no  se  habían  valido 
de  ella  en  veintidós  años.»  Era  que  lo  que  pretendían  no  era  la  enco- 
mienda según  le3^  sino  el  servicio  personal, prohibido  por  todo  dere- 
cho, el  mismo  que  ahora  les  estorbó  la  Audiencia  con  aquella  cláu- 
sula conforme  á  las  Cédulas  y  provisiones  reales. 


V 


LAS  REDUCCIONES  Y   EL  ILUSTRÍSIMO  SEÑOR  CÁRDENAS 

A  pesar  de  ¡o  explícito  de  la  Provisión  real  de  la  Audiencia  en 
1636,  continuaron  sosteniendo  los  encomenderos  de  la  Asunción  que 
se  les  hacía  agravio,  3^  que  los  indios  de  Doctrinas  se  les  habían  de 
encomendar  con  servicio  personal,  repitiendo  siempre  que  ellos  los 
habían  conquistado  por  armas.  Y  así,  invitados  de  parte  de  los  indios 
á  recoger  en  especie  los  tributos  vencidos,  declararon  en  su  Cabildo 
secular  en  el  año  de  1640  que  en  ninguna  manera  se  avenían  á  recibir 
el  tributo  de  sus  encomendados  conforme  á  las  tasas  hechas  y  Orde- 
nanzas y  Cédula  posterior  de  1636;  sino  que  se  les  habían  de  pagar 
en  servicio  personal. 

Poco  después  llegaba  por  Obispo  á  la  Asunción  el  Illmo.  Señor 
Don  Fr.  Bernardino  de  Cárdenas,  carácter  singular  y  dominativo, 
que  desde  un  principio  tiró  á  reunir  en  sus  manos  el  bastón  de  Gober- 
nador con  el  cayado  de  pastor,  y  á  manejar  uno  y  otro  con  universal 
imperio.  Asido  á  las  Cédulas  reales  que  trataban  de  Patronato,  pero 
que  no  hablaban  de  casos  especiales,  como  era  el  de  las  Doctrinas, 
tomó  el  empeño  de  expulsar  de  ellas  á  los  Misioneros  Jesuítas,  y  sus- 
tituirlos por  sacerdotes  seculares.  El  efecto  que  tuvo  este  empeño  lo 
hemos  referido  en  otra  parte  al  tratar  del  gobierno  eclesiástico  (1). 

Advirtiendo  cuan  conveniente  le   sería   estribar  sobre  el  partido 


171 


(1)    Lib.  I,  cap.  IX,  §  XV;  y  en  la  Introd.  §  IX. 


-  158  — 

de  los  encomenderos  para  su  pretensión  del  gobierno,  los  halagó 
repitiendo  en  todos  los  tonos  que  se  les  hacía  injusticia,  privándolos 
de  millares  de  indios,  que  les  debíati  ser  encomendados,  y  no  obs- 
tante, estaban  secuestrados  por  los  Jesuítas  en  las  Doctrinas.  Aña- 
día que  poco  había  de  poder,  ó  había  de  restituir  á  la  Iglesia  aquellas 
parroquias  y  á  los  encomenderos  aquellos  indios  detentados.  Es 
verdad  que  en  otros  memoriales  decía  que  había  de  hacer  entrar  en 
las  Cajas  reales  infinidad  de  miles  de  pesos  que  los  indios  debían  de 
tributo  al  Rey,  y  que  no  pagaban  por  estorbarlo  los  Jesuítas.  Quiz;i 
juzgaba  que  de  la  inmensa  riqueza  que,  según  él,  encerraba  aquella 
comarca  de  los  indios,  podría  sacarse  con  que  satisfacer  á  los  enco- 
menderos y  pagar  juntamente  tributo  al  Rey.  Fomentó  asimismo  la 
calumnia  del  oro  fingido,  que  por  una  parte  hacía  odiosos  á  los  Jesuí- 
tas, y  por  otra  lisonjeaba  á  los  encomendeíos,  haciéndoles  entrever 
aquellos  tesoros  á  cuya  existencia  por  largo  tiempo  se  mantuvieron 
aferrados.  Por  sí  y  por  sus  procuradores,  pintó  también  el  cuadro 
desolador  del  Paraguay  en  el  cual  ///  ////  iinliecito  para  traer  agua 
ó  leña  había  quedado  á  los  descendientes  de  conquistadores,  y  tenían 
que  ir  las  doncellas  nobles  á  buscar  agua  al  río.  Pero  podía  haber 
advertido  quien  con  tanta  exactitud  conocía  las  Cédulas  reales  como 
la  de  Carlos  V,  ya  entonces  derogada,  y  las  del  Patronato,  tan  fuera 
de  sazón  aplicadas,  que  había  innumerables  Cédulas  que  prohibían 
el  servicio  personal,  y  entre  otras  la  de  Felipe  II  de  2  de  Diciembre 
de  1563  que  dice:  no  se  consienta  que  los  encomenderos  tengan  en 
sus  casas  indios  de  que  se  sirvan  personalmente,  ocupados  en  traer 
yerbas  para  sus  caballos,  agua,  leña,  y  en  la  labor  de  sus  huertas 
y  viñas,  etc.  La  de  1609,  declaratoria  de  la  de  1601,  que  en  sus  capí- 
tulos 20  y  30,  decide  que  ni  á  eclesiásticos  ni  á  seculares  se  den 
indios  de  mita  forzosa,  para  servir  en  ministeriosdoniésticos  de  casa, 
huertas,  edificios,  leña,  yerva  y  otros  semejantes:  porque,  au/íque 
esto  sea  de  alguna  descomodidad  para  los  Españoles,  pesa  más  la 
libertad  y  conservación  de  los  Indios.  La  Ordenanza  1.'"^  de  Alfaro 
en  1611,  confirmada  en  1618:  Declaro  no  poderse  ni  deberse  hacer  en- 
comiendas de  servicio  personal,  etc.  Y  finalmente  la  Cédula  de  14 
de  Abril  de  1633  al  Virrey  del  Perú:  v  porque...  sin  embargo  de 
esto,  he  sido  informado  que  en  esas  provincias  duran  todavía  los 
dichos  servicios  personales;.,  por  la  presente  ordeno  y  mando,  que 
luego  que  ésta  recibáis,  tratéis  de  alsar  y  quitar  precisa  é  inviola- 
blemente el  dicho  servicio  personal,  en  cualquier  parte  y  en  cual- 
quier forma  que  estuviere  y  se  hallare  entablado...  En  cuanto  á  esta 
última  Cédula,  es  cierto  que  la  conoció  muy  bien  el  lUmo.  Sr.  Car 


-  159  — 

denas,  como  que  en  sus  memoriales  al  Rey  celebra  con  encarecidas 
frases  la  benignidad  del  Soberano,  que  se  esmeraba  en  mantener  la 
libertad  y  procurar  el  bienestar  de  los  indios.  Y,  sin  embargo,  el 
mismo  Prelado  que  esto  decía,  y  que  por  su  estado  había  de  ser 
defensor  nato  de  los  indígenas,  era  el  que  en  la  práctica  ponía  tanto 
empeño  en  que  fuesen  reducidos  al  odioso  servicio  personal,  y  se 
quejaba  de  que  eran  pocos  los  sujetos  á  él.  Porque  bien  sabía  que 
aquellos  indiecitos  que  deseaba  tuviesen  en  mucho  número  los  des- 
cendientes de  conquistadores,  acarreaban  el  agua  y  la  leña  sin  nin 
gún  jornal  ni  recompensa,  que  nunca  se  les  pagó  en  la  Asunción, 
á  pesar  de  las  Ordenanzas. 

Hubiera  sido  razón,  además,  que  reparase  que  las  pinturas  de 
esta  clase,  para  que  muevan  á  lástima,  primero  que  todo,  han  de  ser 
conformes  á  la  verdad.  Y  la  que  él  presentaba,  no  lo  era;  y  difícil- 
mente podría  hallar  testigos  verídicos  que  hubiesen  visto  á  tantas 
nobles  doncellas  con  su  cántaro  de  agua  á  la  cabeza.  Y  cuando  tal 
cosa  hubiera  sucedido,  mejor  era  resignarse  á  trabajar  en  tarea 
humilde,  pero  no  deshonrosa,  que  atropellar  la  justicia  debida  á  los 
indios. 

Finalmente,  si  lo  alegado  era  verdad,  eso  mismo  constituía  una 
irrefutable  demostración  de  la  necesidad  de  suprimir  toda  enco- 
mienda, ya  que  en  cien  años  que  habían  pasado  desde  la  conquista, 
habían  destruido  unos  pocos  vecinos  de  la  Asunción  un  número  cre- 
cidísimo de  mis  de  ochenta  mil  indios  de  tributo  que  se  repartieron 
en  tiempo  de  Irala,  lo  que  supone  bien  cuatrocientas  mil  personas;  y 
si  ahora  no  se  querían  acabar  de  arruinar  los  indios  que  quedaban 
en  las  Doctrinas,  era  preciso  no  ponerlos  en  las  manos  de  los  enco- 
menderos, que  ya  habían  dado  cuenta  de  los  precedentes. 

No  obstante  eso,  en  gracia  de  los  encomenderos,  quería  el  Pre- 
lado que  se  derogase  al  privilegio  otorgado  en  favor  del  Evangelio, 
y  que  se  faltase  á  la  palabra  real  dada  á  los  indios,  anulando  todas 
las  disposiciones  emanadas  de  los  Reyes  durante  cien  años  en  contra 
del  servicio  personal.  Y  á  la  práctica  de  las  Cédulas  reales,  de  las 
Provisiones  del  Virrey  y  de  la  Audiencia,  que  se  ejecutaban  en  las 
Doctrinas,  llamaba  abuso  y  usurpación  de  los  intereses  y  derechos 
del  Rey.  Tanto  puede  la  pasión. 

El  Illmo.  Sr.  Cárdenas  ciertamente  no  fué  el  primero  que  pre- 
tendió sujetar  las  Doctrinas  á  los  encomenderos,  como  tampoco  fué 
el  primero  que  quiso  sacar  de  allí  á  los  Jesuítas.  Otros  le  habían 
precedido  en  ambos  intentos:  y  él  halló  preparado  el  terreno.  Pero 
ciertamente  excedió  á  cuantos  había   habido  antes  de  él  por  la  fogo- 


—  160  — 

sidad  de  su  empeño  y  el  arrojo  en  los  medios  de  que  usó,  los  cuales 
mantuvieron  en  estas  regiones  la  inquietud  y  desconcierto  durante 
un  cuarto  de  siglo. 

No  logró  ninguna  de  sus  dos   pretensiones,  por  fortuna  para  los 
indios. 


Vi 

172 

^'^  DOCTRINAS  DEL  URUGUAY 

Las  Doctrinas  de  la  región  del  Uruguay,  que  pertenecían  á  la 
demarcación  de  la  provincia  de  Buenos  Aires,  no  hubieron  de  sufrir 
tan  rudos  contrastes.  Puede  conjeturarse  que  fué  causa  de  ello  el 
hallarse  muy  distantes  de  las  ciudades  españolas;  pues  la  menor 
distancia  de  Buenos  Aires  era  de  ciento  cincuenta  leguas,  mientras 
que  de  la  Asunción  sólo  distaban  las  Reducciones  más  próximas  unas 
treinta  y  tres  leguas.  No  obstante,  3'a  que  no  se  pretendió  entre- 
garlas en  encomiendas,  coirieron  otro  género  de  peligros. 

Acababa  de  prometer  el  Gobernador  de  Buenos  Aires  D.  Fran- 
cisco de  Céspedes  á  los  caciques  indios,  que  bajaron  con  el  venerable 
Padre  Roque  González  al  Puerto,  lo  que  ellos  habían  exigido  para 
dar  la  obediencia  al  Rey  de  España,  á  saber,  que  no  habían  de  servir 
á  españoles  particulares,  ni  seles  habían  de  poner  en  sus  pueblos 
otras  autoridades  que  los  Padres  Misioneros,  á  quienes  de  su  volun- 
tad se  habían  sujetado;  3'  la  promesa  había  sido  confirmada  con 
juramento.  Sin  embargo,  en  el  mismo  año  destinó  á  Hernando  de 
Zayas  por  Coiregidor  de  la  Reducción  de  Concepción,  á  Pedro 
Bravo  para  el  mismo  cargo  en  Yape3"ú,  3'  á  Pedro  de  Paiva  para  el 
pueblo  de  San  Javier  de  3^aguaraitíes,  en  la  margen  izquierda  del 
Urugua3'  pocas  leguas  debajo  de  Concepción.  No  podía  haber  tomado 
resolución  más  imprudente,  sobre  ser  violatoria  de  tan  solemne  pro- 
mesa. Los  infieles  de  aquella  comarca,  viendo  entrárseles  los  espa- 
ñoles que  tanto  detestaban,  se  alzaron  contra  los  indios  convertidos 
poco  había,  3"  congregados  en  las  Reducciones,  3^  les  intimaron  la 
guerra,  si  no  expelían  los  tales  Corregidores;  3'  aun  maltrataron  á 
alguna  partida  suelta  que  hallaron  de  los  Guaranís  de  Concepción, 
enviándolos  después  al  pueblo  cargados  de  baldones.  Los  indios 
cristianos,  que  no  tenían  menos  recelo  que  los  infieles,  á  duras  penas 
sufrían  á  los  recién  venidos,  m;lxime  viendo  cómo  se  les  había  faltado 


-161 

á  la  fe  dada  en  Buenos  Aires.  Pero  cuando  Hernando  de  Zayas  des- 
cubrió su  carácter   violento    é    imperioso,    apremiando   con    duras 
órdenes  á  los  indios,  y  le  vieron  menos  honesto  con  sus  hijas  3^  muje- 
res, se  exasperaron  de  tal   suerte,   que,   colmada  la  medida  al  verle 
descargar  una  bofetada  sobre  un  niño  de  uno  de  los  caciques,  que  no 
le  obedecía  á  su  gusto,  acudieron  tumultuosamente  á  las  armas,  y  le 
hubieran  dado  muerte,  á  no  interponerse  los   Padres  para  defender 
al  Corregidor,  que  se  había  refugiado  á  su  amparo.  Pero  no  se  sose- 
garon hasta  que  el  mismo  Zayas  dejó  de  ejercer  su  oficio.  Paya  había 
ejercido  su  cargo  con  tanta  aspereza  en  San  Javier,  que  el  cacique 
Potirava,  que  primero  estuvo   para   matarlo,   al   rin   se   huyó  de   la 
Reducción  y  con  él  se  fueron  hasta  mil  indios.  Llegando  poco  des- 
pués el  Provincial  P.  Mastrilli  Durc4n,  los  indios  de  Concepción  se  le 
presentaron,  exigiendo  que  se  les  cumpliera  la  palabra  que  les  había 
dado  el  Gobernador,  y  salieran  al  punto  los  Corregidores:  pues  de 
otro  modo  estaban  resueltos  á  abandonar  el  pueblo.  Hízoles  aguardar 
el  Padre  su  respuesta  hasta  otro  día,   y  en  sustancia   fué,  que  él  no 
podía  quitar  los  Corregidores,   porque   eso  tocaba   al   Gobernador; 
pero  que  haría  con  él  las  diligencias  y  representaciones  conducen- 
tes; y  esperaba  que  el  Gobernador  los  atendería.  Con  esto  envió  un 
Padre  á  Buenos  Aires,  dando  cuenta  de  todo  en  sus  cartas  á  Céspe- 
des; y  el  Gobernador,  reconociendo  el  error,   removió    la  causa, 
sacando  de  allí  los  Corregidores  (1).  Había  manifestado  Céspedes  la 
resolución  de  establecer  ana  ciudad  en  el  territorio  del  Uruguay  más 
poblado  de  indios,  que  en  su  concepto  serviría  para  sujetar  con  m;ís 
seguridad  el  país,  y  en  la  que  había  de  fundar  él  el  título  de  un  mar- 
quesado; pero  la  experiencia  de  los  Corregidores  le  dio  á  entender 
en  la  empresa  dificultades  que  no  había  sospechado,  y  la  rapidez  con 
que  se  fundaban  una  tras  otra  las  Reducciones  y  quedaban  sometidos 
los  naturales,   mostró  que  aquel  plan  no  era  medio  necesario  para 
tener  en  paz  los  indios:  y  así  desistió  del  primer  intento. 

Varias  veces  se  propuso  más  tarde  en  la  Audiencia  y  en  el  Con- 
sejo la  idea  de  poner  Corregidores  españoles,  que  en  cierto  modo 
eran  los  antiguos  pobleros,  mayordomos  ó  administradores,  de 
quienes  tan  enormes  excesos  había  averiguado  el  Visitador  Alfaro, 
que  los  prohibió  so  pena  de  galeras;  si  bien  el  procurador  Frías  había 
alcanzado  en  Madrid  que  se  modificase  la  Ordenanza  de  Alfaro, 
permitiendo  los  administradores,  nombrados,  no  ya  por  el  encomen 
dero,  sino  por  el  Gobernador.  En  cuanto  á  los  Corregidores,  la  ex- 

(1)     Thcho,  Hist.  lib.  VII,  capítulos  XXXII.  XXXIV;  Lozano,  Conq.  lib.  III.  ca" 
pitillo  XVI,  CoBDARA,  Hist.  Soc.  lesu.  anno  1627,  Res  Paraquariae. 

11.    Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  ii. 


-  16'J  - 

periencia  perpetua  mostró  los  mismos  inconvenientes,  tratándose  de 
indios  nuevamente  reducidos,  y  el  mismo  peligro  de  quedar  aban- 
donados los  pueblos;  y  las  personas  que  se  consultaron,  siempre  juz- 
garon al  establecer  tales  autoridades  por  una  parte  innecesario,  y  por 
otra  peligroso;  y  así,  en  ciento  cuarenta  años  más,  hasta  1768,  aun- 
que varias  veces  se  trató  del  asunto,  nunca  se  llegaron  á  introducir. 

Otro  peligro  tuvieron  los  indios  de  parte  de  los  Gobernadores  de 
Buenos  -Aires.  Discurriéndose  en  el  Consejo  de  Indias  sobre  la 
defensa  de  esta  importante  plaza,  pareció  conveniente  establecer  en 
sus  cercanías  un  numeroso  pueblo  de  indios  del  Paraguay,  donde 
sin  alargarse  á  viajes,  pudiera  disponer  el  Gobernador  de  varias 
compañías  de  caballería,  gobernadas  por  oficiales  españoles,  y  pron- 
tas para  acudir  á  cualquier  amago  contra  el  Puerto.  Pidióse  informe 
sobre  el  punto  al  Gobernador  D.  Andrés  de  Robles:  y  excusando 
él  á  los  indígenas  del  Paraguay,  cargó  todo  el  peso  de  trasladarse 
los  indios  con  sus  familias,  lejos  de  sus  parientes,  á  ciento  cincuenta 
leguas  de  su  país,  sobre  los  indios  que  doctrinaba  la  Compañía  en  el 
Uruguay.  En  este  sentido  se  despachó  en  el  año  de  1680,  la  Cédula 
para  que  bajasen  á  Buenos  Aires  mil  familias  del  Uruguay  (1)  y  la 
empezó  á  ejecutar  el  Gobernador  D.  José  Garro.  Representáronle 
los  Padres  sus  graves  inconvenientes:  mas  no  hubo  medio  de  des- 
viarlo de  su  propósito.  Con  esto  el  P.  Diego  Francisco  Altamirano, 
que  había  ido  de  Procurador  de  la  provincia  del  Paraguay  á  Madrid 
y  á  Roma,  presentó  en  1683  en  el  Consejo  de  Indias  un  Memorial  (2), 
apoyado  en  informaciones  jurídicas  hechas  en  América,  en  el  que  se 
proponían  las  razones  para  desechar  aquel  proyecto,  y  entre  otras 
la  diversidad  de  clima  y  el  peligro  de  dejar  desamparada  la  pobla- 
ción por  el  desmedido  amor  que  los  indios,  más  que  nación  alguna, 
tienen  á  su  patria  (3).  Estas  razones  decidieron  la  revocación  de  la 
orden  que  ya  estaba  dada  conforme  á  las  instancias  del  Gobernador 
Robles,  y  los  Guaraníes  quedaron  tranquilos  en  sus  tierras. 

No  ocurrieron  en  adelante  otros  sucesos  que  trajesen  notable 
gravamen  á  los  indios  por  parte  de  los  Gobernadores  de  Buenos 
Aires:  y  ésta  fué  la  causa  de  que  más  tarde  todas  las  treinta  Misio- 
nes fuesen  agregadas  por  el  Consejo  de  las  Indias  al  gobierno  de 
Buenos  Aires,  como  en  el  que  hallaban  mayor  seguridad.  De  este 
modo  los  Guaraníes,  libres  de  servir  á  particulares  en   la   provincia 

(1)  Constan  estos  antecedentes  de  la  relación  del  Fiscal   en   el  Consejo  de 
Indias,  año  1701  (Sevilla,  Arch.  de  Indias,  76.  5.  7). 

(2)  Ibid.  74.  6.  40. 

(3)  Biblioteca  Nacional  en  Buenos  Aires,  sección  de  MSS;  Cédula  Real  de  12  de 
Noviembre  de  1716  á  D.  Francisco  Mauricio  de  Zavala. 


—  163 


del  Río  de  la  Plata,  prestaron  en  ella,  más  que  en  ninguna  otra,  los 
relevantes  servicios  que  en  su  propio  lugar  hemos  enumerado. 


VII 


LA  MITA  PARA  IR  Á  LOS  YERBALES  DE  MARACAYÜ 


173 


La  Provisión  real  del  virrey  del  Perú,  Conde  de  Salvatierra,  dada 
en  Lima  á  21  de  Junio  de  1649,  ejecutoria  de  la  Cédula  real  de  14  de 
Febrero  de  1647,  con  la  cual  eran  declarados  los  indios  de  Doctrinas 
por  peytenecietttes  á  la  real  Corona,  y  por  presidiarios  del  presidio 
y  opósito  de  los  Portugueses  del  Brasil,  ordenando  que  por  ahora 
sean  relevados  de  )iiitas  y  servicio  personal,  puesto  que  asisten  en 
dicho  presidio,  en  que  se  juzga  estar  bastantemente  ocupados  en  el 
servicio  de  Dios  y  causa  pública]  debía  haber  hecho  reconocer  A  los 
encomenderos  que  era  tiempo  de  desistir  de  sus  pretensiones  injus- 
tas de  someter  aquellos  indios  á  servicio  personal.  Mas  no  fué  así. 
Mantenían  la  servidumbre  de  los  demás  Guaraníes,  aunque  tan  mer- 
mados por  efecto  de  las  encomiendas;  3^  dolíales  ver  á  tan  lucidos, 
pueblos  como  eran  los  de  Doctrinas,  exentos  de  aquella  pensión;  que- 
jándose sin  motivo  de  que  los  Guaraníes  de  las  Misiones  Jesuítas 
eran  independientes,  porque  servían  al  Rey,  y  ellos  deseaban  que 
estuviesen  al  arbitrio  de  cualquier  particular,  y  les  sirviesen  á  ellos. 

La  ejecución  de  estos  despachos,  cometida  al  Oidor  Don  Juan 
Blásqucz  de  Valverde,  quien  los  llevó  á  efecto  en  1657  y  1658,  úni- 
camente dio  lugar  á  los  encomenderos  para  renovar  las  antiguas 
peticiones  de  encomiendas  en  Corpus  é  Tt  apúa ;  que  trasmitidas  al  Con- 
sejo de  Indias  en  carta  de  Valverde  á  22  de  Octubre  de  1658,  tuvie- 
ron por  resultado  en  la  Cédula  de  1661  (1)  el  ordenar  las  pongáis 
todas  ellas  [las  Reducciones  de  Paraná,  Uruguay,  Itatines  y  Tape] 
en  mi  Corona  Real;  y  que  aunque  se  hayan  encomendado  algunos 
de  los  indios  de  Itapúa  y  Corpus  Christi  á  personas  particulares^ 
hagáis  de  ellos  la  misma  incorporación,  para  que  luego  que  vaquen 
se  ejecute,  sin  que  se  puedan  volverá  encomendar  de  nuevo,  de 
suerte  que  en  todas  las  Reducciones  de  esas  provincias  corra  una 
misma  regla,  siendo  los  indios  de  ellas  tributarios  míos...^ 

Mas,  habiendo  entrado  á  gobernar  el  Paraguay  el  sargento 
mayor  D.  Juan  Diez  de  Andino  en  1663,  y  llegando  á  la  misma  pro- 

(1)    Apénd.  núm,  6. 


-  164  - 

vincia  el  Oidor  de  la  recién  fundada  Audiencia  de  Buenos  Aires, 
Don  Pedro  de  Rojas  y  Luna,  que  iba  á  entender  en  la  residencia  del 
anterior  Gobernador  Sarmiento,  trajo  en  favor  de  Andino,  su 
grande  amigo,  una  Provisión  de  la  Audiencia,  en  la  cual  se  le  daba 
facultad  para  sacar  cada  año  trescientos  indios  de  mita  de  los  dos 
pueblos  de  Itatines,  que  entonces  estaban  todavía  al  norte,  de  modo 
que  los  pudiese  enviar  á  Maracayú  al  laboreo  de  la  yerba.  La  pro- 
visión había  sido  obtenida  por  los  informes  y  diligencias  de  Andino; 
pero  al  recibirla  éste,  le  pareció  verdadera  injusticia  enriquecerse 
con  el  sudor  de  aquellos  pobres  indios,  tanto  más  cuanto  expresa- 
mente estaban  exceptuados  de  todo  servicio  personal  por  la  provi- 
sión de  1649  y  por  la  Cédula  de  16bl;  3'  no  quiso  usar  de  ella, 
diciendo:  Nunca  Dios  peruiita  que  yo  adquiera  bienes  con  tan  grave 
daño  y  perjuicio  de  los  indios  miserables  (1).  Ojalá  que,  así  como 
no  quiso  él  usar  de  la  provisión,  la  hubiera  dejado  sin  valor,  ó  con 
nuevos  informes,  ó  por  lo  menos,  acreditando  las  nulidades  que  en 
ella  había,  y  las  razones  porque  no  se  ejecutaba.  Pero  no  lo  hizo  así, 
y  aquella  provisión  sirvió  á  los  encomenderos  de  medio  para  moles- 
tar á  los  Itatines  durante  muchos  años,  como  lo  veremos  bien  pronto. 

Por  entonces,  pasóse  algún  tiempo  sin  que  se  hablase  de  la  tal 
provisión.  Y,  habiéndose  llevado  los  Mamelucos  en  1676  cuatro  pue- 
blos de  indios  inmediatos  á  la  Villarrica,  y  obligado  á  esta  población 
á  cambiar  de  lugar  por  tercera  vez,  y  retirarse  más  á  lo  interior  del 
^Paraguay;  tomaron  ocasión  de  esta  nueva  disminución  de  indios  los 
encomenderos,  para  pedir  al  Virrey  de  Lima  que  hiciese  ir  al  tra- 
■bajo  de  la  yerba  de  Maracayú  los  indios  de  las  Doctrinas  de  la  Com- 
pañía. Tuvo  noticia  de  este  recurso  el  P.  Diego  Francisco  Altami- 
rano.  Provincial  entonces  del  Paraguay,  y  representó  las  razones 
que  había  en  contrario  al  mismo  Virrey,  en  carta  fecha  á  30  de 
Mayo  de  1678  (2).  Hiciéronse  autos  y  diligencias  judiciales,  que  se 
enviaron  á  Lima,  para  informar  sobre  el  asunto;  y  el  Virrey  dio 
orden  de  que  la  Audiencia  de  Charcas  enviase  su  parecer.  Mas 
como  se  temiese  que  los  Gobernadores  ó  los  encomenderos  pasaran 
á  ejecutar  lo  que  pretendían,  hízose  nuevo  recurso  en  nombre  del 
Padre  Provincial  Altamirano  para  que,  mientras  el  Gobierno  supe- 
rior del  Virrey  resolvía  definitivamente,  no  se  hiciese  novedad,  y  así 
lo  decretó  S.  E.  á  28  de  Julio  de  1679  (3). 

No  parece  que  hubo  necesidad   de  intimar  en  la   Asunción  este 

(1)  Lozano,  Conq.  lib.  III.  c.  XV. 

(2)  Buenos  Aires:  Arch.  gen.  legajo  Compañía  de  Jesús  I  Paraguay  I  mini  JO. 

(3)  Ibid. 


—  165  - 

Decreto,  hasta  que  con  el  Gobierno  de  Vera  se  renovó  la  provisión 
dada  en  tiempo  de  Diez  de  Andino.  Porque  habiendo  sido  nombrado 
Gobernador  del  Paraguay  D.  Antonio  de  Vera  y  Mujica,  en  el  corto 
término  de  algunos  días  que  duró  su  mando,  se  dejó  dominar  del 
partido  de  los  encomenderos,  entre  quienes  tenía  parientes  3'  depen- 
dientes. Y  fundándose  en  la  provisión  antes  dicha  de  la  Audiencia  de 
Buenos  Aires,  mientras  publicaba  un  auto  en  que  declaraba  que  los 
indios  de  Doctrinas  debían  defender  las  fronteras,  y  los  demás,  acu- 
dir al  socorro  de  la  ciudad  de  la  Asunción;  hacía  otro  segundo  auto, 
que  no  publicó  por  entonces,  en  el  cual  disponía  que  fuesen  releva- 
dos de  ir  al  servicio  de  la  yerba  de  Maracayú  los  demás  pueblos, 
y  que  en  lugar  de  ellos  acudieran  á  esta  faena,  no  sólo  los  de  los 
pueblos  de  Itatines,  sino  también  los  demás  de  las  Doctrinas  que  esta- 
ban bajo  de  la  jurisdicción  del  Paraguay.  Habiendo  sido  trasladado 
dentro  de  breves  días  al  gobierno  de  Tucumán,  llevó  consigo  los  dos 
autos,  y  los  envió  á  la  Audiencia  de  Charcas,  pidiendo  confirmación 
de  la  provisión  de  la  ya  entonces  extinguida  Audiencia  de  Buenos 
Aires,  3"  de  sus  dos  autos,  inclusa  la  extensión  del  servicio  de  la 
yerba  á  las  otras  Doctrinas,  que  en  la  provisión  no  estaban  mencio- 
nadas. Todo  lo  consiguió  como  lo  pedía,  y  lo  envió  á  la  Asunción,  ha- 
ciendo diligencias  para  que  se  ejecutase;  aunque  el  Gobernador  Mon- 
forte,  que  se  hizo  cargo  de  las  injusticias  que  encerraban  tales  dispo- 
siciones y  del  daño  que  de  ellas  se  seguiría,  suspendió  por  entonces  la 
ejecución.  Sabiendo  los  Padres  de  la  Compañía  la  decisión  de  la  Au- 
diencia de  Charcas,  enviaron  á  ella  informes  sobre  la  verdad  }' jus- 
ticia del  caso,  y  entre  otros  documentos,  presentaron  una  resolu- 
ción del  Consejo  de  Indias,  que  declaraba  privativo  del  Rey  el 
conceder  semejantes  servicios  de  indios  y  anulaba  una  concesión 
hecha  en  aquella  forma  (1).  Con  estos  informes  3",  sobre  todo,  con 
la  presentación  de  aquel  documento,  la  Audiencia  revocó  su  decreto 
de  1685. 

Hallábase  de  Procurador  de  la  provincia  del  Paraguay  á  Madrid 
y  á  Roma  el  mismo  P.Diego  de  Altamirano  que  como  Provincial  había 
recurrido  en  este  asunto  al  Virrey  Liñán;  y  recibida  la  noticia  de 
que  se  trataba  de  poner  en  ejecución  la  provisión  de  la  Audiencia  de 
Charcas,  acudió  al  Consejodelndias,  representando  en  su  Memorial  (2) 
nuevamente  el  cúmulo  de  razones  por  las  cuales  no  se  debía  hacer 

(1)  Buenos  Airrs:  Arch.  gen.  leg.  Jesuítas  /  Paraguay  /  iiúm.  10.  La  relación 
de  este  hecho  se  halla  consignada  en  un  apunte  del  P.  Lauro  Núñez  que  se  con- 
serva en  el  Archivo  general  de  Buenos  Aires,  legajo  núm.  53  I  Misiones  ¡  Com- 
pañía de  Jesús  I  Varios  años. 

(2)  BuKNOs  AtKEs;  Arch.  gen.  \eg.  Jesuítas  /  Paraguay  /  uúm.  10. 


-166- 

á  los  Guaranís  de  Doctrinas  aquel  agravio,  y  el  vicio  de  obrepción 
é  informe  diminuto  con  que  se  habían  obtenido  aquellos  despachos, 
ocultando  que  desde  la  expedición  del  Decreto  de  Buenos  Aires 
hasta  la  del  auto  de  Vera  se  habían  trasladado  los  pueblos  de  Itati- 
nes  hacia  el  sur,  y  estaban  á  una  distancia  de  cien  leguas  de  Ma- 
racayú  adonde  los  querían  hacer  ir  al  servicio  de  la  yerba;  siendo 
así  que  las  Ordenanzas  de  esta  región  dadas  por  el  Oidor  Alfaro, 
señalaban  el  máximum  de  treinta  leguas  (1).  Como  las  razones  eran 
manifiestas,  el  Consejo  de  Indias  ordenó  que,  á  pesar  de  la  provisión 
de  la  Audiencia,  se  les  mantuviera  á  los  Guaraníes  la  exención 
de  que  gozaban,  y  no  fueran  obligados  á  ir  á  la  yerba. 

Mas  no  estaba  todo  terminado.  El  Memorial  del  P.  Altamirano 
al  Consejo  de  Indias  pasó  á  la  Audiencia  de  Charcas,  con  una  Cé- 
dula de  10  de  Abril  de  1692,  que  mandaba  diese  informe  aquella 
Audiencia  sobre  la  materia  de  que  se  trataba.  Envió  Li  Audiencia  su 
informe  á  5  de  Jumo  de  1699;  y  en  vista  de  él  y  de  otro  del  Arzo- 
bispo de  Charcas,  y  otros  documentos,  se  expidió  Cédula  con 
fecha  18  de  Mayo  de  1702,  revocando  el  despacho  concedido  al 
Padre  Altamirano  (2),  y  consiguientemente  obligando  á  los  Guara- 
níes de  Santiago,  Santa  María  de  Fe  y  San  Ignacio  á  asistir  al  labo- 
reo de  la  yerba  en  Maraca3ai.  Recibida  esta  Cédula  en  Charcas,  se 
hizo  el  obedecimiento  y  se  ordenó  la  ejecución  á  20  de  Diciembre 
de  1702.  El  Fiscal  en  20  de  Junio  de  1704  pidió  se  despachase  provi- 
sión sobre  ella  á  los  Gobernadores  de  las  provincias  del  Paraguay: 
y  en  14  de  Julio  de  1706  se  dio  decreto  conforme  á  este  pedimento, 
como  todo  consta  de  la  misma  Provisión  (3).  Luego  que  hubo  llegado 
esta  provisión  al  Paraguay,  se  trató  de  reducirla  A  la  práctica.  Inti- 
móla el  Gobernador  D.  Baltasar  García  Ros  al  P.  Bartolomé  Jimé- 
nez, Superior  de  las  Misiones  del  Paraná  con  veces  de  Provincial: 
y  éste  interpuso  súplica  para  que  no  se  ejecutase  mientras  recurría 
á  los  Tribunales  superiores,  fundado  en  las  sólidas  razones  y  com- 
probantes que  pueden  verse  en  su  Memorial  (4).  Despachada  favora- 
blemente la  súplica,  no  se  ejecutó  por  el  momento  la  ida  al  laboreo 
de  la  yerba.  Entretanto,  el  P.  Francisco  Burgés,  Procurador  á  la 
sazón  á  Madrid  y  Roma,  hacía  en  su  Memorial  de  1708  (5)  la 
siguiente  representación:    «vuelto   de  Roma  á  esta  Corte  el  supli- 

(1)  Ord.  29. 

(2)  Buenos  Aires:  Arch.  gen.   legajo  Compañía  de  Jesús  /  Paraguay  /  núin.  10. 

(3)  Ibid. 

(4)  Buenos  Aires:  Arch.  gen.  legajo  1600,   1750,  1760  I  Jesuítas  I  Guerra 
Gnaranítica. 

(5)  ApénJice,  núm.  53. 


-167  — 

cante,  ha  recibido  cartas  de  su  provincia  del  Paraguay,  en  que  le 
avisan  cómo  se  trataba  de  imponerles  [á  los  indios  de  Doctrinas] 
nuevas  cargas  de  diezmos,  y  de  aumentarlos  tributos,  y  que  obliga- 
ban á  los  indios  de  tres  pueblos  de  dichas  Reducciones,  llamados 
San  Ignacio,  Nuestra  Señora  de  Fee  y  Santiago,  á  que  fuesen 
á  Maracayú,...  en  virtud  de  Reales  Cédulas  expedidas  por  informes 
de  la  Audiencia  y  Arzobispo  de  los  Charcas,  y  Obispo  de  Buenos 
Aires. ..Las  cuales  Cédulas  le  avisan  parece  no  se  han  ejecutado  por 
haberse  ganado  con  informes  inciertos...»  El  P.  Burgés,  en  este 
Memorial,  propone  todas  las  razones  en  favor  de  los  Guaraníes, y  refi- 
riéndose á  los  autos  que  presentó,  demuestra  la  insubsistencia  de  los 
cargos  que  se  han  hecho  contra  los  indios  y  sus  Misioneros,  reco- 
rriéndolos uno  por  uno,  sin  dejar  ninguno  en  que  no  pruebe  clara- 
mente cuan  sin  razón  se  alegan.  El  efecto  de  este  Memorial  fué  la 
Cédula  de  30  de  Mayo  de  1708,  declarada  por  otra  de  9  de  Octu- 
bre del  mismo  año,  con  la  cual  se  daban  por  libres  del  servicio  de 
la  yerba  los  tres  pueblos  de  San  Ignacio  guazú,  Santiago  y  Santa 
María  de  Fe,  como  de  hecho  siempre  lo  habían  estado. 


VIII 

ANTEQUERA  Y  BARÚA  I '4 

Hase  visto  al  principiar  esta  obra  (1),  cuánto  padecieron  los 
Guaraníes  de  parte  de  D.  José  de  Antequera:  3'  constan  los  excesos 
de  este  Juez  é  intruso  Gobernador  por  la  Historia  del  P.  Charlevoix, 
y  mucho  más  por  la  recién  publicada  del  P.  Lozano,  sobre  las  revo- 
luciones del  Paraguay  desde  el  año  de  1721  hasta  el  de  1735.  Aun- 
que el  intento  prmcipal  de  Antequera  de  ocupar  el  cargo  de  Gober- 
nador, y  ejercerlo  el  mayor  tiempo  posible,  y  con  el  mayor  posible 
provecho  para  sus  intereses,  no  tuviese  precisamente  conexión  con 
los  deseos  de  los  encomenderos;  no  obstante,  siendo  éstos  en  aquella 
.provincia  numerosos,  y  deseando  él  atraerse  á  todos.  Antequera  los 
halagó,  y  procuró  hacerlos  de  su  partido.  Convenía  con  ellos  en  el 
odio  que  tuvo  á  los  Jesuítas;  y  supo  además  con  su  elocuencia  artifi- 
ciosa ponderar  lo  que  tan  frecuentemente  repetían  ellos,  la  gran 
miseria  del  Paraguay  por  carecer  de  suficiente  número  de  indios  de 
servicio;  enigma   que  no  acababan   de   descifrar,   y  cu3^a  solución 

(1)    Bosquejo,  §  11. 


estaba  en  que  los  habían  consumido  con  sus  encomiendas.  La  oca- 
sión en  que  más  se  señaló  en  esto,  fué  cuando,  perdido  j^a  todo  res- 
peto, levantó  bandera  para  salir  con  ejército  contra  l;is  armas  del 
Gobernador  legítimo  D.  Baltasar  García  Ros.  Arengó  á  los  suyos 
y  los  excitó  entre  otras  cosas  contra  los  Jesuítas  ó  teatinos  (como 
les  llamaban),  tratándolos  de  traidores  al  Re)^  y  enemigos  de  la  reli- 
gión católica,  que  querían  hacer  esclavos  á  los  vecinos  de  la  Asun- 
ción; prometió  que  les  quitaría  las  Doctrinas  para  que  las  adminis- 
trasen clérigos  seculares  del  país,  lo  cual  era  mostrarles  al  mismo 
tiempo  á  todas  las  Doctrinas  dependientes  de  la  Gobernación  del 
Paraguay  sujetas  á  las  encomiendas  y  mitas,  de  que  hasta  allí  se 
habían  librado;  y  finalmente,  ofreció  dar  á  saco  los  cuatro  pueblos 
más  cercanos  del  Tebicuarí.  Dada  la  batalla,  en  que  con  su  artificio 
logró  vencer,  con  muerte  de  más  de  trescientos  Guaranís,  se  ade- 
lantó con  suejército  hasta  los  cuatro  pueblos,  con  intención  al  pare- 
cer de  cumplir  su  intento.  Hallólos  despoblados,  por  haberse  huido 
los  indios  á  los  montes.  No  los  dio  á  saco,  ó  por  considerar  de  poca 
importancia  y  valor  lo  que  dentro  de  los  pueblos  había,  ó  por  otras 
causas;  y  esto  hizo  que  se  levantasen  algunas  murmuraciones  y  que- 
jas entre  sus  parciales.  Pero,  aunque  se  retiró  precipitadamente  por 
miedo  de  los  Guaraníes  de  los  otros  pueblos,  que  en  número  de  cinco 
mil  según  le  avisaron,  se  iban  acercando;  no  dejó  que  los  suyos  per- 
diesen el  fruto  del  saqueo,  pues  se  llevaron  lo  que  en  aquellos  pue- 
blos podía  valer  más,  arreando  para  la  Asunción  cuanto  ganado 
iban  encontrando.  Y  para  que  todo  tuviese  sabor  de  encomiendas, 
los  ciento  cincuenta  Guaraníes  que  cayeron  prisioneros,  fueron  repar- 
tidos, de  orden  de  Antequera,  entre  diversos  amos,  como  piezas, 
ó  esclavos  que  digamos;  y  á  la  verdad,  fueron  tan  mal  tratados  de 
sus  dueños,  que  la  mayor  parte  dentro  de  poco  ya  eran  muertos. 

Al  Gobernador  intruso  Antequera,  sucedió  Don  Martín  de  Barúa, 
puesto  por  D.  Bruno  Mauricio  de  Zavala  con  poco  acertada  elección; 
pues  no  sirvió  sino  de  mantener  la  cizaña,  y  de  avivar  el  fuego  que 
con  la  huida  de  Antequera  se  había  de  ir  naturalmente  resfriando;  y 
todo  esto  lo  ejecutó  con  tal  cautela  y  tantas  apariencias  de  rectitud, 
que  sólo  los  muy  avisados  podían  comprender  el  alcance  de  sus 
operaciones.  Mantúvose  en  el  Paraguay  durante  todos  los  disturbios 
de  los  Comuneros,  aunque  declinando  ya  modestamente  el  título  de 
Gobernador,  pero  en  realidad  sin  estorbar  muchos  excesos,  como 
hubiera  podido  y  debido,  y  siendo  en  secreto  el  alma  y  director  de 
algunos:  con  todo  lo  cual  hizo  hatto  sospechosa  su  fidelidad. 

Este  hombre  astuto  y  doblado,  deseoso  de   favorecer  á  los  enco- 


menderos  y  de  dañar  á  los  Jesuítas  y  á  sus  Misiones,  contra  las  cuales 
había  mostrado  no  poco  su  mala  voluntad  mientras  estuvo  de  teniente 
de  gobernador  en  Santa  Fe;  se  valió  de  la  ocasión  de  pedírsele 
noticias  de  su  provincia,  y  en  especial  de  las  Doctrinas,  para  dar  al 
Rey  un  informe,  cuyos  capítulos  principales  se  enumeran  al  empezar 
la  Cédula  de  1743,  pintando  con  tan  negros  colores  el  estado  de  las 
Doctrinas,  que  el  Rey  determinó  enviar  un  Comisionado  especial 
para  enterarse  de  la  verdad.  Vuelto  este  Comisario  á  España, 
examinados  los  hechos  que  averiguó,  y  todo  cuanto  en  más  de  cien 
años  se  había  actuado  en  el  asunto  de  las  Doctrinas,  indagación  que 
duró  más  de  ocho  años,  vinieron  á  ser  calificados  los  informes  de^ 
Barúa  en  la  Cédula  de  1743  (1)  con  las  palabras  formales  de  falsas 
calumnias  y  imposturas  de  Barúa. 

Pero  lo  que  es  menos  conocido  es  que,  apenas  entrado  en  su 
gobierno,  con  fecha  9  de  Agosto  de  1726,  escribió  una  carta  é  informe 
sobre  las  Misiones  al  Rey  en  su  Consejo  de  Indias,  pidiendo  que  se 
estableciese  en  las  Doctrinas  el  servicio  de  la  mita.  Tan  honda  había 
quedado  en  los  ánimos  de  los  encomenderos  la  resolución  de  no 
desaprovechar  momento,  para  conseguir  aquel  gravamen  y  verdadera 
opresión  y  agravio  de  los  indios  de  Doctrinas.  La  idea  pasó  desde  el 
Consejo  de  Indias  á  informe  del  Gobernador  de  Buenos  Aires,  Don 
Bruno  de  Zavala,  como  si  todavía  se  necesitasen  nuevas  deliberacio 
nesen  materia  tantas  veces  examinada,  y  cuya  injusticia  se  convencía 
con  incontrastables  razones,  y  estaba  declarada  por  aquel  mismo 
Tribunal  real.  El  Sr.  Zavala  informó  lo  que  sabía  y  era  constante,  }' 
la  petición  de  Barúa  fué  desechada  por  Cédula  de  27  de  Agosto  de 
1730  (2).  Ese  mismo  año  enviaba  Barúa  su  nuevo  informe  lleno  de 
calumnias  é  imposturas. 

Los  atropellos  de  Antequera  y  el  estado  de  incertidumbre  en  que 
se  hallaban  las  Doctrinas,  por  hallarse  en  la  jurisdicción  de  una  pro- 
vincia tan  propensa  á  disturbios  y  á  la  sazón  tan  alborotada  como  era 
el  Paraguay;  movieron  al  P.  Procurador  del  Paraguay,  Jerónimo 
Herrán,  á  suplicar  al  Rey  que  desmembrase  las  ocho  Doctrinas  que 
había  en  el  Paraguay,  y  las  incorporase  á  la  provincia  de  Buenos 
Aires.  Otorgósele  la  petición  por  Cédula  de  26  de  Noviembre  de 
1726;  y  desde  entonces  quedó  agregado  á  la  provincia  del  Río  de  la 
Plata  todo  el  territorio  comprendido  entre  el  Tebicuarí  y  el  Paraná. 


(1)  Al    fin,    §  Y  ÚLTIMAMENTE. 

(2)  Consérvase  la  Cédula  de  consulta  á  Zavala  y  la  negativa  á  Barúa  en  la  co- 
lección de  MSS.  de  la  Bibl.  nacional  en  Buenos  Aires.  Colección  hecha  por  el  Ca- 
nónigo Don  Saturnino  Seguróla:  Cédulas  de  1718  á  1739. 


Sección  Tercera 
LA   OBRA   DE  BUCARELI 


CAPITULO  VI 

EL    PLAN    DE  BUCARELI 

1.  Carácter  de  Bucareli.— 2.  Bucareli  fundador. — 3.  Las  Instrucciones  de  Bu- 
careli. — 4.  Instrucción  á  los  Gobernadores  interinos. — 5.  Adición  de  15  de  Enero 
de  1770. — 6.  Ordenanza  de  Comercio  de  1."  de  Junio  de  1770. — 7.  Valor  de  las 
Instrucciones  de  Bucareli. 

No  fué  sólo  el  régimen  de  los  encomenderos  el  que  se  aplicó  para 
gobernar  á  los  indios  Guaraníes  en  las  regiones  de  la  cuenca  hidro- 
gráfica del  Plata;  sino  también  otro  sistema,  ideado,  al  parecer,  con 
gran  reflexión  para  que  sustituyese  al  de  los  Jesuítas,  y  evitase  los 
vicios  que  en  éste  se  suponían.  El  de  los  encomenderos  fué  contem- 
poráneo con  el  de  los  Jesuítas,  y  aplicado  á  otros  indios  de  la  misma 
raza  Guaraní  y  de  la  misma  provincia:  el  sistema  de  Bucareli  fué 
aplicado  inmediatamente  después  del  de  los  Jesuítas,  y  en  los  mismos 
indios  Guaraníes  de  Misiones.  Será,  pues,  muy  conveniente  estudiar 
este  nuevo  régimen,  como  hemos  estudiado  el  de  los  encomenderos, 
para  hallar  en  su  examen  elementos  con  que  apreciar  comparativa- 
mente el  valor  de  la  obra  de  los  Jesuítas.  Y  en  el  presente  capítulo 
empezaremos  por  exponer  el  plan  en  sí  mismo. 


I 

175 

CARÁCTER  DE  BUCARELI 

Ayudará  no  poco  para   entender  y  juzgar  exactamente  del  plan, 
conocer  la  persona  que  lo  propuso,   tal  como  la  presentan  los  dato  s 


-  171  - 

de  la  historia,  y  darse  cuenta  de  la  acción  que  ejercitó  en  los  países 
del  Río  de  la  Plata. 

D.  Francisco  de  Paula  Bucareli  y  Ursúa  (hermano  del  que  en 
1767  era  Gobernador  de  la  Habana,  y  fué  más  tarde  Virrey  de 
Méjico,  D.  Antonio  María  Bucareli),  fué  el  sucesor  de  D.  Pedro 
Antonio  Cevallos  en  la  gobernación  de  la  provincia  de  Buenos  Aires. 
Los  dos  hermanos  Bucareli  fueron  destinados  por  los  que  en  España 
manejaban  los  hilos  de  la  conjuración  contra  los  Jesuítas,  para  que 
ejecutasen  la  expulsión  de  la  Compañía  de  Jesús,  cada  uno  en  un 
distrito  bastante  dilatado,  y  trasmitiesen  las  órdenes  á  los  países 
vecinos:  D.  Antonio  desde  las  Antillas  á  Méjico,  y  D.  Francisco 
desde  las  tres  provincias  de  Tucumán,  Paraguay  y  Río  de  la  Plata, 
para  las  cuales  fué  nombrado  inmediatamente,  al  Virreinato  del 
Perú  y  al  Gobierno  de  Chile.  La  elección  de  las  personas,  hecha  por 
quien  las  conocía,  prueba  que  había  en  uno  y  otro  el  fondo  de  animad- 
versión contra  los  Jesuítas  que  para  este  caso  se  requería,  y  quizá 
también  los  vínculos  de  sociedades  secretas,  que  fueron  la  regla 
general  en  los  fautores  de  aquella  inicua  y  antirreligiosa  trama.  Y 
en  efecto,  los  documentos  todos  emanados  de  Bucareli  acusan  un 
mal  contenido  aborrecimiento  contra  los  Jesuítas,  origen  de  sospe- 
chas y  de  interpretaciones  siniestras;  y  su  misma  correspondencia 
particular,  cuando  ya  estaba  de  vuelta  en  España,  muestra  que  con 
servaba  los  mismos  sentimientos,  á  no  ser  que  supongamos  que  los 
fingía,  pues  representaba  los  asuntos  de  España  manejados  por  un 
partido  de  los  Jesuítas,  y  prepotente,  cuando  los  Jesuítas  estaban 
todos  en  el  destierro,  y  el  partido  de  los  que  los  aborrecían  (y  con 
e.los  á  la  Iglesia),  se  hallaba  triunfante,  y  á  punto  de  obtener  la 
total  extinción  de  la  Compañía  de  Jesús. 

No  era  desfavorable  el  concepto  que  Bucareli  tenía  formado  de 
sus  propios  méritos,  antes  bien  pecaba  de  todo  lo  contrario:  y  así  se 
le  ve  ponderar  sus  servicios  de  una  manera  que  raya  á  veces  en 
ridicula  y  pueril,  particularmente  cuando  trata  de  la  ejecución  del 
extrañamiento,  que  representa  como  una  empresa  formidable,  y  de 
su  expedición  para  sustituir  los  Misioneros  de  las  Doctrinas,  que 
describe  como  una  gran  operación  militar,  con  tales  detalles,  que 
sin  duda  provocarían  la  risa  en  quienes  están  enterados  de  la  verdad, 
si  el  asunto  no  fuese  por  demás  serio  y  triste.  Por  esta  misma  estima 
de  sí  propio,  cayó  en  un  error  y  entabló  una  pretensión  que  le  costó 
serios  disgustos.  Porque,  habiendo  sido  comisionado  para  ejecutar 
la  expulsión  en  las  tres  provincias  dichas,  con  autoridad  superior  á 
cualquiera  otra,  en  lo  relativo  á  este  asunto  y  sus  inmediatas  atin- 


-  172  - 

gencias,  llegó  á  figurarse  que  había  sido  constituido  como  una  espe- 
cie de  Virrey,  que  tenía  autoridad  sobre  las  tres  piovincias  en  todo 
y  para  todo;  y  con  esta  aprensión  dio  algunas  órdenes  para  fuera  de 
su  provincia  de  Buenos  Aires.  Los  Gobernadores  se  negaron  á  eje- 
cutarlas, y  las  acusaron  como  una  intrusión.  Bucareli  insistió  en  su 
primera  idea,  y  presentó  como  prueba  incontrovertible  el  sobre 
de  una  instrucción  que  se  le  había  dirigido,  y  en  el  cual,  según  decía, 
estaba  contenido  de  una  manera  auténtica  su  nombramiento  para 
Gobernador  de  las  tres  provincias;  pues  en  aquel  sobre  se  leía, 
escrita  de  puño  y  letra  del  mismo  Carlos  III,  la  siguiente  dirección: 
A  D.  Francisco  Bucareli,  mi  Gobernador  y  Capitán  general  de 
Buenos  Aires,  Paraguay  y  Tucninán.— Buenos  Aires. — Llevada  la 
contienda  á  Madrid,  se  le  hizo  entender  á  Bucareli,  que  aquello  podía 
haber  sido  una  distracción  del  Rey;  pero  que  su  autoridad  estaba 
limitada  á  la  provincia  de  Buenos  Aires,  extendiéndose  únicamente 
á  las  otras  en  las  dependencias  de  la  expulsión:  3'  que  no  estando 
destituidos  los  Gobernadores  de  las  otras  provincias,  como  no  lo 
estaban,  no  debía  entrometerse  en  mandar  fuera  de  su  jurisdic- 
ción (1).  Vuelto  Bucareli  á  España,  tampoco  se  curó  de  este  humor. 
Y  así,  en  sus  cartas  á  alguno  de  sus  íntimos  de  Buenos  Aires,  avisa 
que  es  fácil  que  le  nombren  Virrey  del  Perú,  pero  que  no  se  siente 
dispuesto  á  aceptar,  vista  la  ingratitud  de  los  americanos,  etc. 

Llegó  Bucareli  á  Buenos  Aires  á  mediados  del  año  17ób,  habiendo 
salido  de  España  el  3  de  Mayo,  cuando  ya  el  plan  de  la  expulsión  de 
los  Jesuítas  estaba  bien  adelantado  y  hacía  días  que  se  había  reali- 
zado el  motín  contra  Esquilache,  concertado  para  atemorizar  al  Rey 
y  hacerle  creíbles  las  calumnias  que  se  forjaron  para  asegurar  la 
ruina  de  aquellos  religiosos.  Pero  la  orden  de  descargar  sobre  ellos 
el  último  golpe  no  le  vino  hasta  el  año  siguiente.  Luego  que  la  tuvo 
en  su  poder,  procedió  con  actividad  á  designar  los  ejecutores  en  las 
demás  ciudades,  guardando  para  sí  propio  el  cumplirla  en  la  ciudad 
de  Buenos  Aires  donde  residía.  Jamás  se  vio  en  estas  regiones 
Gobernador  más  despótico,  que  lo  fué  Bucareli  en  esta  ocasión.  Con 
frivolos  pretextos  envió  desterradas  y  embarcó  para  diversos  puntos 
á  varias  personas  de  la  ciudad  que  le  pareció  que  le  podían  estor- 
bar (2).  Tomó  preso  á  D.  Miguel  García  de  Tagle,  cabeza  de  una  de 
las  principales  familias  de  Buenos  Aires,  y  sin  manifestarle  las  cau- 
sas, ni  darle  lugar  de  defensa,   lo  sentenció  á  muerte,  3^  estuvo  á 

(1)  Brabo,  Colección  de  documentos  relativos  á  la  expulsión  de  los  Jesuítas, 
Madrid,  1872,  pág.  251. 

(2)  Bucareli,  Carta  al  conde  de  Aranda.  Buenos  Aires,  8  de  Abril  de  1768. 


-  173  - 

punto  de  ejecutarlo  (1);  y  aunque  se  logró  que  no  llegase  á  tal 
extremo,  puede  suponerse  la  congoja  y  trastorno  de  las  familias  y  las 
impresiones  de  la  víctima,  producidas  por  aquel  proceder  tiránico. 
El  bando  que  dio  para  que  los  que  tuviesen  efectos  pertenecientes  á 
los  Jesuítas,  ó  deudas  con  ellos,  lo  declarasen  ante  él  en  el  término 
de  tres  días,  llevaba  como  sanción  la  pena  de  muerte  (2).  Y  por  el 
mismo  estilo  son  varias  otras  de  sus  disposiciones.  Así,  aunque  no 
tuvo  más  que  cuatro  años  de  mando,  sin  llegar  á  cumplir  los  cinco 
que  eran  de  costumbre  en  estas  provincias,  no  hubo  gobernante  que 
fuera  más  antipático  que  él  á  los  moradores  del  país,  exceptuados 
algunos  favorecidos  suyos,  que  nunca  faltan  del  todo  los  amigos  á 
quienes  disfrutan  del  poder.  El  mismo,  ya  vuelto  á  España,  escribía 
fulminando  amenazas  de  que  si  llegaba  á  ir  de  nuevo  á  América, 
proveído  por  Virrey  del  Perú,  haría  ahorcar  á  tales  ó  tales  personas 
de  Buenos  Aires  (3). 

Atravesóse  con  el  Cabildo  secular  de  Buenos  Aires,  por  haber 
distraído  Bucareli  ciertos  fondos  de  que  debía  disponer  el  Cabildo,  y 
haberlos  empleado  en  adornar  su  morada  particular.  En  este  asunto 
se  declaró  que  había  obrado  indebidamente  Bucareli  por  Cédula  de 
Madrid  á  24  de  Octubre  de  1784  (4). 

Dejóse  engañar  de  los  portugueses,  quienes  en  su  gobierno,  res- 
pondiendo con  muy  buenas  palabras  á  sus  exhortos,  adelantaron 
notablemente  por  la  parte  de  Río-Grande,  dando  harto  quehacer  en 
los  gobiernos  subsiguientes. 

Finalmente,  puede  decirse  que  Bucareli  fué  la  antítesis  de  Don 
Pedro  Cevallos,  quien  durante  los  diez  años  que  estuvo  de  Goberna- 
dor del  Río  de  la  Plata,  se  conquistó  el  afecto  de  los  habitantes  del 
país  por  sus  excelentes  cualidades;  y  cuando  más  tarde  volvió  como 
primer  Virrey  del  nuevo  Virreinato,  causó  tanta  alegría  con  su  lle- 
gada como  fué  grande  el  sentimiento  de  verle  partir  pocos  meses 
después,  de  suerte  que  el  Cabildo  secular  de  la  ciudad  de  Buenos 
Aires  presentó  súplica  al  Rey  para  que  se  le  prolongase  el  mando, 
por  lo  muy  necesario  que  parecía  ser  para  el  bien  de  estas  provin- 
cias. 

La  única  cosa  provechosa  que  ejecutó  Bucareli  durante  su  gobier- 
no, que  fué  hacer  desalojar  á  los  ingleses  las  islas  Malvinas,  donde  in- 
debidamente se  habían    establecido;  no  fué  del  agrado  de  la  Corte. 

(1)  Cédula  real  del  Pardo,  20  de   Febrero  de  1775.   (Sevilla,   Arch.  de    Indias 
124.  2.  10.) 

(2)  Ibid. 

(i)     Bucareli,  Cartas  autógrafas,  col.  part. 

(4)     Buenos  Aires,  Bibl.  nac.  MSS.  Col.  Seguyóla,  1780-1790. 


—  174  — 

Añadiremos  para  terminar  la  reseña  de  los  hechos  de  este  gober- 
nante lo  que  más  largamente  trató  D.  Juan  María  Gutiérrez  en  un 
artículo  de  la  Revista  del  Rio  de  la  Plata  (1).  A  pesar  de  estar  pro- 
hibido por  las  le3'es  que  los  Gobernadores  ú  otros  oficiales  públicos 
negociasen  por  sí  ó  por  medio  de  otras  personas;  Bucareli  trajo  en 
su  viaje  á  Buenos  Aires  mercancías  prestadas  por  valor  de  cien  mil 
pesos  con  el  compromiso  de  devolver  esta  cantidad  luego  de  llegado 
á  América.  Y  en  efecto,  habiendo  arribado  el  Gobernador  á  Buenos 
Aires  en  22  de  Julio  en  1766;  antes  de  pasar  un  año,  embarcaba  ya 
en  24  de  Mayo  de  1767,  45.000  pesos  plata  en  el  navio  La  Venus,  y 
en  5  de  Julio  de  1767  la  cantidad  restante,  en  el  mismo.  Había  escri- 
tura pública  firmada  en  Cádiz  del  préstamo  hecho  á  Bucareli,  y 
constó  del  embarco  de  los  cien  mil  pesos  en  Buenos  Aires;  pero  ni  lo 
uno  ni  lo  otro  estaba  hecho  á  nombre  del  mismo  Gobernador,  sino  á 
nombre  de  su  apoderado  y  agente  en  Buenos  Aires,  D.  Domingo 
Basavilbaso.  Para  que  á  nadie  se  le  ocurra  si  semejante  cantidad  de 
cien  mil  pesos  en  numerario  podría  proceder,  n¡  aun  parcialmente, 
de  empréstito  ú  otro  cualquiera  negocio  con  la  esperanza  de  los  cau- 
dales que  se  pensaba  encontrar  en  manos  de  los  Jesuítas  (quienes 
precisamente  en  esos  días,  3  y  12  de  Julio  de  1767,  fueron  sorpren- 
didos, ocupándoseles  libros,  papeles  y  efectos),  añade  el  Sr.  Gutié- 
rrez que  <ila  conducta  privada  de  Bucareli  nada  absolutamente  tiene 
que  ver  con  la  causa  que  le  traía  d  América.-» 

El  concepto  general  que  Bucareli  ha  merecido  á  los  que  hoy  escri- 
ben en  el  Río  de  la  Plata,  se  expresa  en  las  siguientes  palabras  de 
los  autores  del  Diccionario  biográfico  nacional  impreso  en  Buenos 
Aires  año  de  1877  (2):  Fué  cruel,  arbitrario  y  desconfiado.  Temeroso 
de  una  sublevación,  desterró  bajo  su  gobierno,  sin  forma  de  pro- 
ceso,un  sinnúmero  devecinosrespetables,haciendo  pesar  todo  género 
de  violencias  y  vejaciones  sobre  sus  enemigos  personales,  y  los 
adictos  á  la  administración  anterior. t> 


II 

1 '  t)  BUCARELI  FUNDADOR 

La  obra  que  ha  hecho  que  sea  conocido  y  recordado  el  nombre  de 
Bucareli,  es  la  expulsión  de  los  Jesuítas.   Pero  no  todos  saben  que 

(1)  Tom.  I,  pág.  201.  Bs.  As.  1871. 

(2)  Arrotea,  Dice,  biogr.  nac.  art.  Bucareli. 


-  17-)  - 

este  Gobernador  no  se  contentó  con  desterrar  á  los  Misioneros,  lo 
cual  hizo  con  gran  satisfacción  suya;  sino  que  además,  persuadido 
de  que  los  Jesuítas  no  tenían  celo,  ni  habían  fundado  en  aquellas 
regiones  misión  alguna  (1),  ni  habían  tenido  entendimiento  ni  buen 
método  para  gobernar  las  que,  según  él,  recibieron  de  otras  manos; 
tomó  el  empeño  de  establecer  una  reducción  de  infieles,  y  la  hizo 
gobernar  con  régimen  especial  distinto  del  general  que  establecía 
para  las  Doctrinas  antiguas.  No  convenía  menor  empresa  á  la  capa- 
cidad del  personaje,  y  así  se  acreditaría  que  no  era  en  daño  de  la  fe 
y  religión  el  haber  expulsado  á  los  Jesuítas,  sino  en  aumento  de  las 
conversiones,  que  ellos  tenían  estacionadas.  Sacando,  pues,  de  la 
Doctrina  de  Corpus  una  porción  de  indios  guayanás,  que  los  Jesuítas 
iban  agregando  allí  porque  se  reducían  muy  bien,  á  causa  de  tener  en 
el  pueblo  sus  parientes;  los  estableció  unas  leguas  más  arriba,  afir- 
mando que  aquél  sería  un  punto  avanzado,  estratégica,  militar  y  evan- 
gélicamente hablando.  Porque  á  un  tiempo  serviría  para  defender  el 
territorio  contra  los  bárbaros  de  las  inmediaciones,  y  atraería  á  los 
demás  guayanás  por  allí  esparcidos:  pudiéndose  adelantar  con  el 
tiempo  más  y  más  hacia  el  norte  las  conversiones  y  los  pueblos  con 
que  se  había  de  tomar  posesión  de  aquel  país.  En  lugar  de  dos  sacer- 
dotes, que  tenían  las  demás  reducciones,  púsoles  un  solo  cura,  que 
fué  Fr.  Bonifacio  Ortiz,  dominico,  á  quien  dejó  como  administrador 
temporal,  no  obstante  que  con  sumo  empeño  urgía  en  todos  los  demás 
pueblos  la  práctica  de  no  dejar  nada  temporal  á  cargo  de  los  religio- 
sos. A  la  reducción  se  le  dio  el  nombre  de  Sun  Francisco  de  Paula, 
en  honor  del  fundador  D.  Francisco  de  Paula  Bucareli. 

Mas  á  pesar  de  todos  los  buenos  pronósticos  y  del  equívoco  celo 
del  Gobernador,  la  reducción  empezó  con  malos  auspicios.  El  cura  á 
los  pocos  meses  hubo  de  abandonar  el  pueblo  por  enfermedad,  sin 
dejar  á  nadie  que  cuidase  de  él.  Desde  el  Corpus,  donde  se  recogió, 
participó  su  indisposición  á  D.  Francisco  Bruno  de  Zavala,  quien 
tropezó  con  bastantes  dificultades  para  hallarle  sustituto  (2).  Dentro 
de  poco,  los  habitantes  se  alborotaron  por  haber  reclamado  los  del 
Corpus  ciertos  terrenos  que  unos  y  otros  pretendían  ser  suyos.  E 
Gobernador  Zavala  procuró  dejar  contento  al  Gobernador  principal 
Bucareli,  dando  la  razón  á  los  de  la  nueva  Reducción  (3). 

Pero  como  el  defecto  no  estaba  en  intereses  particulares,  sino  en 

(1)  Bucareli,  Carta  de  14  de  Octubre  de  1768.  (Brabo,  197.) 

(2)  Zavala,  Informe  (Bs.  As.  Arch.  gen.  legajo  Misiones  1770.) 

(3)  Zavala,  Auto  dado  en  Candelaria  á  2  de  Mayo  de  1770.  (Bs.  As.  Arch.  gen. 
gleajo  Misiones  (Varios  anos). 


-  17h- 

la  raíz  de  haber  fundado  reducción  allí  donde  los  Jesuítas  por  justas- 
causas  habían  estimado  que  no  se  podía  fundar,  en  paraje  desacomo- 
dado (1),  en  que  no  estaba  sazonada  la  mies,  aquella  nueva  fundación 
continuó  yendo  de  mal  en  peor;  y  quince  años  más  tarde,  según  la 
relación  de  Doblas  (2),  estaba  convertida  en  puro  lugar  de  cita  para 
las  tribus  infieles  cercanas,  que  acudían  en  tiempo  de  la  cosecha, 
y  se  detenían  hasta  consumir  los  frutos  recogidos.  En  habiéndose 
acabado  el  alimento,  se  volvían  á  sus  bosques;  quedando  en  el  pueblo 
sólo  unas  pocas  familias;  pues  siendo  50  personas  todas  las  que  for- 
maban la  reducción  (3),  ni  aun  ésas  perseveraban  en  el  pueblo,  sino 
que  muchas  se  ausentaban  en  compañía  de  sus  parientes  infieles. 
Pueden  verse  algunos  pocos  detalles  más  en  el  mismo  Doblas  y  en 
Alvear  (4). 

Por  fin,  los  pocos  habitantes  que  quedaron  de  aquella  flamante 
fundación,  huyeron  de  su  pueblo,  donde  encontraban  demasiadas  difi- 
cultades para  vivir;  y  se  refugiaron  en  la  primitiva  doctrina  de  donde 
habían  salido,  que  era  el  Corpus;  aprobando  el  Gobierno  de  Buenos 
Aires  esta  espontánea  reincorporación.  La  gloria  que  pensó  haber 
reportado  el  reformador  del  gobierno  de  las  Doctrinas  quedó  tan 
oscurecida,  que  nunca  se  contaron  más  que  treinta  Reducciones,  que 
eran  las  que  habían  dejado  los  Jesuítas.  La  fundación  de  Bucareli 
únicamente  se  hace  reparar  en  las  listas  de  pago  de  los  sínodos;  y 
muchos  hay  que  han  leído  bastantes  escritos  acerca  de  las  Doctrinas, 
y  no  tienen  siquiera  noticia,  ó  se  les  ha  desvanecido  por  su  poca 
importancia,  si  alguna  vez  la  tuvieron,  de  la  reducción  de  San  Fran- 
cisco de  Paula. 


III 

177 

*  '  '  LAS  INSTRUCCIONES  DE  BUCARELI 

Tan  luego  como  el  Gobernador  D.  Francisco  de  Paula  Bucareli 
hubo  determinado  llevar  á  cabo  el  extrañamiento  de  los  Misioneros 
Jesuítas  de  Doctrinas  (el  cual   no  tuvo   lugar  sino  más  de  un   año 

(1)  Doblas,  Memoria  histórica  de  Misiones,  en  Angelis.  III.  52. 

(2)  Ibid. 

(3)  Memoria  histórica,  Ángf.lis,  III.  52. 

(4)  Relación  de  Misiones,  Áng.  IV.  p.  77. 


—  177- 

después  que  todos  los  otros  Jesuítas  habían  sido  expulsados),  nombró 
para  ejecutarlo  cinco  comisionados  especiales,  porque  él  no  quiso 
ver  á  los  Padres  ni  entrar  en  los  pueblos  hasta  que  ya  estuviesen 
fuera  los  Jesuítas  expatriados.  La  Instrucción  que  dio  á  estos  comi- 
sionados fué  y-á.  una  parte  principal  de  su  sistema,  como  lo  fué  asi- 
mismo la  Instrucción  para  los  administradores  particulares. 

Salidos  los  Padres  de  las  Doctrinas,  y  verificadas  las  primeras 
diligencias  de  recibir  los  inventarios,  establecer  administradores, 
dar  la  institución  á  los  nuevos  Curas,  etc.;  pasó  á  designar,  no  un 
Gobernador  interino  de  aquellos  pueblos,  como  la  Adición  á  la  Ins- 
trucción para  el  extrañamiento  por  lo  tocante  á  Indias  y  Filipinas 
del  Conde  de  Aranda  le  prevenía,  y  hubiera  correspondido  al  único 
Superior  que  tenían  los  Jesuítas;  sino  dos,  que  fueron  D.  Juan  Fran- 
cisco de  la  Riva  Herrera,  á  quien  sujetó  veinte  pueblos,  y  D.  Fran- 
cisco Bruno  de  Zavala,  á  cuyo  cargo  puso  los  diez  restantes  de  la 
parte  oriental.  A  estos  dos  Gobernadores  interinos  dio  en  23  de 
Agosto  de  17Ó8  una  Instrucción  propia  bien  extensa  (1),  que  com- 
prendía á  su  juicio  todos  los  puntos  necesarios  para  establecer  en  las 
Doctrinas  su  nuevo  plan  de  gobierno. 

Pero  todavía  no  había  trascurrido  un  año,  cuando  se  vio  que  las 
Doctrinas  amenazaban  ruina  total,  si  pronto  no  se  les  acudía  con  el 
remedio.  Entonces  agregó  otra  instrucción  de  mucho  mayor  número 
de  artículos,  que  llamó  Adición,  y  está  fechada  en  Buenos  Aires,  á 
15  de  Enero  de  1770. 

Ya  para  entonces  había  tenido  que  aplicar  también  un  remedio 
radical  en  las  personas,  quitando  de  un  golpe  todos  los  treinta  Admi- 
nistradores que  el  año  anterior  había  puesto  de  su  mano;  y  admi- 
tiendo la  renuncia  de  uno  de  los  dos  Gobernadores  interinos,  «asi  por 
los  motivos  que  expone  pararlo  continuar,  como  por  otros  que  he  teni- 
do presentesT>  (2).  Y  uno  délos  motivos  fué  el  de  que,  según  se  ex- 
presa él  mismo  «/)or  medio  de... los  misinos  hechos  .^noticias  y  sucesos 
ulteriores,  he  venido  á  conocer  perfectamente  la  necesidad ,  que  no 
se  presentó  á  primera  vista,  de  variar  aquel  primordial  estableci- 
miento de  dos  Gobernadores;  y  que  siendo  uno  el  de  todos  los  pue- 
blos, es  mucho  más  conducente  aumentar  tres  subalternos,  que  con 
título  de  Tenientes,  y  bajo  las  órdenes  de  dicho  Gobernador  obren 
en    los    puestos  y  pueblos  que    designará    esta  providencia^)    (3). 


(1)  Brabo,  Colección,  pág.  200. 

(2)  BuCARELLi,  Auto  de  27  de   Diciembre  de   1769  (Buenos  Aires:  Arch.   gen. 
Papeles  sueltos). 

(3)  Ibid. 

12.    Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  \\- 


Quitó,  pues,  uno  de  los  dos  Gobernadores,  extendiendo  la  jurisdic- 
ción del  otro,  que  fué  D.  Francisco  Bruno  de  Zavala,  de  modo  que 
tuviera  sujetos  á  sí  todos  los  pueblos  de  Doctrinas.  Dividió  todo  el 
territorio  en  cuatro  departamentos.  El  de  Candelaria,  que  com- 
prendía doce  de  los  quince  pueblos  situados  entre  los  dos  ríos 
Paraná  y  Uruguay,  con  más  los  tres  de  Itapúa,  Trinidad  y  Jesús,  lo 
puso  al  cuidado  inmediato  del  Gobernador.  Los  tres  pueblos  restan- 
tes entre  los  dos  ríos,  á  saber,  Yapeyú,  la  Cruz,  y  Santo  Tomé,  aña- 
diendo el  de  San  Borja,  formaron  el  departamento  de  Yapeyú,  que 
fué  confiado  al  Teniente  D.  Francisco  Pérez,  con  residencia  ordina- 
ria en  Yape3^ú.  El  departamento  de  San  Miguel  se  formó  de  los  seis 
pueblos  al  oriente  del  Uruguay  restantes,  y  fué  encomendado  al 
Teniente  D.  Gaspar  de  la  Plaza,  con  residencia  ordinaria  en  San 
Miguel.  El  último  departamento  fué  el  de  Santiago  para  los  cuatro 
pueblos  del  Tebicuarí,  añadiéndoles  el  de  San  Cosme,  y  fué  puesto 
al  cuidado  de  D.  José  Barbosa,  con  residencia  en  Santiago  ó  en  San 
Ignacio  Guazú. 

Seis  meses  más  tarde,  á  I.''  de  Junio  de  1770,  añadió  Bucareli 
una  extensa  Ordenanza  para  arreglar  el  comercio  de  los  españoles 
con  los  indios  Tapes  y  Guaranis  del  Paraná  y  Uruguay. 

A  mediados  de  Agosto  de  1770,  dejó  el  gobierno  de  esta  provin- 
cia del  Río  de  la  Plata,  y  se  embarcó  para  España,  después  de  haber 
trazado  un  plan  tan  perfecto  á  su  parecer,  que  nada  tenían  que 
hacer  ya  los  que  le  sucedieran;  pues  dice:  «.Determinadas  y  estable- 
cidas con  el  nombramiento  de  los  distintos  empleados  en  los  pue- 
blos de  Misiones.,  las  reglas  conducentes  á  su  gobierno,  subsisten- 
cia, adelantanuento,  comercio  y  administración  de  sus  frutos  y 
bienes^  y  las  respectivas  d  la  aplicación  de  las  iglesias  d  parroquias, 
y  las  casas,  reducida  la  habitación  del  Gobernador,  sus  tenientes, 
la  de  los  curas,  compañeros  y  administradores,  á  escuelas,  obrajes 
y  ahnacenes  de  efectos  de  los  indios,  que  siempre  han  tenido  en 
ellas,  co)no  edificios  propios  suyos,  fabricados,  adornados  y  entre- 
tenidos  á  su  costo  y  continuado  trabajo,  cosa  alguna  queda  V.  S.  y 
á  la  Junta  que  practicar  ó  disponer  en  ésto»  (1). 

Las  Instrucciones  de  Bucareli  se  pusieron  desde  luego  en  ejecu- 
ción como  interinas.  En  el  Archivo  General  de  Buenos  Aires  se 
encuentra  una  copia  auténtica  de  estas  Instrucciones,  que  com- 
prende la  Instrucción  á  los  Gobernadores   interinos,    la  Adición  de 

(1)  Memoria  del  Gobernador  Bucareli  ti  su  sucesor  D.  Juan  José  de  Vértiz. 
15  de  Agosto  de  1770,  al  fin.  (Publicada  en  Tkelles,  Revista  de  la  Bibliote'a. 
tomo  IV'.  BuKNos  AiRts  1880.  pág.  265). 


-179- 

Enero  de  1770  y  la  Ordenanza  de  comercio.  Estos  tres  documentos 
son  los  que  corrieron  en  Doctrinas  con  el  título  común  de  Ordenan- 
zas. En  la  copia,  á  cada  uno  de  los  acápites  corresponde  un  número 
de  orden,  habiendo  tres  series:  una  desde  el  número  1  hasta  el  29 
para  la  Instrucción:  otra  del  1  al  50  para  la  Adición:  y  otra 
de  1  á  50  para  las  Ordenanzas  de  comercio.  Con  estos  números  se 
citarán  en  el  examen  que  va  á  hacerse.  En  cuanto  al  texto  mismo, 
en  nada  diñere  del  publicado  por  Brabo  (1). 


IV 


LA  INSTRUCCIÓN  Á  LOS  GOBERNADORES  INTERINOS        178 

Prescindimos  en  este  resumen  y  estudio  de  la  perpetua  costum- 
bre de  Bucareli,  quien  á  cada  paso  intercalaba  una  censura  sobre  el 
proceder  de  los  Jesuítas,  ó  una  nueva  inculpación  sin  fundamento, 
práctica  que,  si  podía  ser  útil  para  congraciarse  con  sus  patrocina- 
dores y  aun  con  el  Monarca,  ciegamente  hostil  á  la  Compañía  de 
Jesús,  es  del  todo  impertinente  en  un  legislador.  A  su  tiempo  habre- 
mos de  hacernos  cargo  de  algunos  de  los  juicios  de  Bucareli;  mas 
aquí  tratamos  sólo  de  la  parte  dispositiva. 

La  Instrucción  de  23  de  Agosto  dirigida  á  los  Gobernadores,  con 
su  complemento,  que  es  la  Instruccióti  para  los  administradores 
particulares  de  los  pueblos  (2),  establece  en  primer  lugar  el  modo  de 
gobierno  que  han  de  tener  en  adelante  los  Guaraníes.  Señala  dos 
gobernadores  que  los  rijan  conforme  á  las  leyes  de  Indias,  y  un 
Administrador  que  cuide  de  los  intereses  temporales  de  los  indios  en 
cada  pueblo,  prohibiendo  que  conserven  cosa  alguna  de  administra- 
ción temporal  los  párrocos. 

El  cargo  del  Administrador  es  enteramente  nuevo,  y  conviene 
reparar  bien  en  cuáles  son  las  atribuciones  que  se  le  señalan.  Dos 
facultades  solamente  se  le  dan  en  su  Instrucción.  La  primera,  la  de 
guardar  una  de  las  tres  llaves  bajo  las  cuales  se  han  encerrado  y  se 
han  de  conservar  siempre   en   el  almacén  los  efectos  del  común  del 

(1)  Brabo,  Col.  Instrucción,  p.  200;  Adición,  p.  300;  Ordenanza  de  comercio, 
página  324. 

(2)  Brabo,  Col.  Instrucción  para  los  Gobernadores,  pág.  200;  Instrucción  para 
los  Administradores,  pág.  297. 


—  180- 

pueblo,  los  cuales  no  pueden  ser  extraídos  sin  acuerdo  del  Cabildo, 
y  relación  firmada  del  mismo  Cabildo,  del  mayordomo  y  del  Admi- 
nistrador [A].  La  segunda,  de  repartir  los  trabajos  comunes  con 
acuerdo  del  corregidor  y  de  un  mayordomo  [B]. 

A  cada  uno  de  los  dos  Gobernadores  interinos,  empieza  por  reco- 
mendarles que  en  cuanto  al  conocimiento  y  práctica  de  la  santa  fe 
que  se  ha  de  procurar  en  los  indios,  defieran  á  las  disposiciones  del 
Obispo,  y  por  su  parte  se  esmeren  en  que  se  mantenga  el  debido 
respeto  á  los  sacerdotes  [2]:  Dos  son:  y  luego  les  traza  la  norma  que 
deben  seguir  en  el  gobierno  económico  y  político. 

En  la  parte  económica  establece  que  los  fundamentos  de  la 
futura  prosperidad  de  las  Doctrinas  son  el  idioma  castellano,  el 
cultivo  de  las  tierras  y  el  comercio  [3]  [9]  [19]. 

Por  lo  que  hace  al  idioma,  introduce  una  novedad,  cual  es  cargar 
á  los  Curas  con  la  tarea  personal  de  enseñar  en  la  escuela,  impo- 
niendo á  los  pueblos  la  obligación  de  sustentar  al  Cura,  como  esti- 
pendio de  la  enseñanza  [4].  Y  decimos  tarea  personal,  porque  eso 
suenan  las  palabras  de  la  Instrucción  «^estará  á  cargo  de  los  Curas 
y  sus  Compañeros  esta  primera  educación  de  los  inucJiachos-»  «se 
dedicarán  con  loable  esmero  á  este  importante  encargo^;  adem;1s  de 
que  si  en  la  Instrucción  se  supusiera  que  el  Cura  había  de  valerse 
de  otro  para  desempeñar  esta  tarea,  le  obligaría  sin  justicia  á  cer- 
cenar de  su  sínodo  para  dar  estipendio  al  Maestro,  y  sería  irrisoria 
la  cláusula  que  expresa  que  se  le  acrece  algo  al  sínodo  por  ser 
«á  cargo  del  pueblo  suministrar  á  ambos  religiosos  la  manutención 
necesaria  en  reconocimiento  de  este  beneficio^  (ibid.).  Los  niños, 
además,  tendrán  obligación  de  no  hablar  sino  en  castellano  en  las 
horas  de  escuela  [4],  lo  cual  no  puede  conseguirse  sin  usar  de  cas- 
tigo; y  así,  ésta  es  otra  noved.id  que  añade:  pues  hasta  entonces 
estaba  expresamente  declarado  que  los  Padres  cumplían  con  el  pre 
cepto  é  intención  de  las  leyes  enseñando  el  idioma  castellano  del 
modo  que  lo  hacían,  sin  obligar  á  los  indios  por  medio  del  castigo, 
conforme  lo  dice  la  Cédula  de  1743:  y  que  aseguran  los  Padres  de 
la  Compañía  que  sólo  les  ha  faltado  el  usar  de  los  medios  de  rigor, 
los  que  ni  la  Ley  previene,  ni  les  ha  parecido  conveniente  (1). 

Agrega  Bucareli  algunos  medios  de  civilidad  conformes  á  lo  que 
acostumbraban  los  Padres  de  la  Compañía,  como  son  tratar  con 
alguna  mayor  honra  á  caciques  y  cabildantes  [5];  arbitrar  los  medios 
para  que  en  una  misma  casa  no  habiten  distintas  familias  [6];  y  pres- 

(1)    Cédula  de  28  de  Diciembre  de  1743,  punto  3." 


-181- 

cribe  dos  novedades  que  debieran  parecerle  de  pequeña  importancia 
3^  fáciles  de  conseguir,  y  son  el  abandono  del  traje  acostumbrado 
entre  los  indios  y  particularmente  del  tipo  y  en  las  mujeres  y  la  obli- 
gación de  usar  de  calzado  [7]. 

Por  lo  tocante  al  cultivo  de  las  tierras,  encarga  que  se  expongan 
á  los  indios  las  razones  que  deben  persuadirlos  á  trabajar  [9];  y  luego 
prescribe  varias  cosas  que  )^a  en  el  régimen  de  los  Jesuítas  ejecuta- 
ban los  Guaraníes,  como  son  llevar  cuenta  del  número  del  ganado 
para  reponerlo  cuando  falta  [10],  cuidar  de  que  haya  suficientes  peo- 
nes y  caballos  [11],  procurar  el  aumento  del  ganado  mayor  [12]  y 
menor  [13];  dar  tiempo  á  los  indios  para  sus  sementeras  [15],  enviar 
al  almacén  los  frutos  comunes.  Añade  la  novedad  de  que  los  Gober- 
nadores aumenten  las  siembras  y  plantíos  [14],  lo  cual  ha  de  ser  por 
necesidad  exigiendo  mayort  rabajo  común  de  parte  de  losGuaraníes; 
y  la  de  que  los  administradores  particulares  envíen  al  Gobernador 
una  relación  minuciosa  de  todos  los  plantíos  así  comunes  como  par- 
ticulares año  por  año  [16]. 

Finalmente,  en  cuanto  al  comercio,  que  era  el  tercer  medio  de 
prosperidad  propuesto  por  Bucareli,  manda  que  en  toda  compra  y 
venta,  sea  de  bienes  comunes,  sea  de  bienes  de  indios  particulares, 
intervenga  el  Administrador  [20];  y  que  se  alejen  los  géneros  inúti- 
les, y  en  particular  las  bebidas  que  causan  la  embriaguez  [23];  pre- 
venciones ambas  no  sólo  establecidas  j^^a  en  cuanto  al  precepto  por 
los  Jesuítas,  sino  lo  que  importa  más,  llevadas  á  la  práctica  en  Doc- 
trinas, como  allí  mismo  lo  atestigua  Bucareli.  Ordena  asimismo  que 
las  compras  y  ventas  de  los  frutos  comunes  sobrantes  se  hagan  sólo 
en  Buenos  Aires  ó  en  Santa  Fe  [21],  de  manera  que  viene  á  prohibir 
el  comercio  interior  de  las  Doctrinas  que  se  hallaba  establecido  de 
pueblo  á  pueblo.  Señala  en  seguida  las  formalidades  que,  supuesto  el 
establecimiento  de  los  administradores  particulares,  eran  necesarias 
en  el  desempeño  de  su  oficio;  y  entre  ellas  establece  una  que,  como 
veremos  luego,  merece  tenerse  presente,  y  es  la  de  la  cuenta 
anual  [22]. 

En  cuanto  á  la  parte  política,  se  acomoda  á  la  ya  existente  al 
disponer  la  elección  anua  de  cabildantes  y  oficiales  [28],  y  en  reco- 
mendar el  buen  tratamiento  de  los  indios  [29].  Pero  introduce  varias 
cosas  nuevas;  pues  quiere  que  se  admitan  españoles  á  habitar  de 
asiento  en  los  pueblos,  derogando  las  leyes  21  y  22,  tít.  3,  libro  6  de 
la  R.  I.  [24],  lo  cual  expresa  que  hace  «í//  consecuencia  de  lo  que 
últiniainente  ha  dispuesto  S.  31.»;  manda  que  se  fomenten  los  matri- 
monios de  indios  y  españoles  [25]  ordena  que  aquel  mismo  año  se 


—  182- 

haga  padrón  general  [26];  quiere  que  se  renueven  las  hasta  entonces 
frustradas  averiguaciones  sobre  las  minas  [27],  y  dispone  que  se  eje- 
cuten las  penas  de  muerte  y  mutilación,  que  de  hecho  estaban  allí 
suprimidas  [28]. 


V 

17Q 

LA  ADICIÓN  DE  15  DE  ENERO  DE  1770 

Por  bien  entablada  que  creyese  Bucareli  haber  dejado  la  admi- 
nistración de  las  Misiones  del  Paraná  y  Uruguay,  como  lo  muestran 
sus  comunicaciones  al  conde  de  Aranda  henchidas  de  alabanzas  pro- 
pias (1),  y  el  tono  mismo  de  su  Instrucción,  que  aparece  como  reme- 
dio infalible  del  tristísimo  estado  á  que,  según  él,  habían  reducido 
sus  Doctrinas  los  Jesuítas;  ello  es  que,  antes  de  trascurrido  un  año, 
el  desconcierto  en  aquel  territorio  fué  tan  grande,  que  Bucareli 
mismo  se  vio  enredado  en  graves  dificultades  para  retirar,  como 
quería,  al  Gobernador  Riva  Herrera,  poniendo  en  su  lugar  á  Don 
José  de  Añasco,  y  de  hecho  hubo  de  renunciar  á  la  ejecución  de  sus 
propios  decretos,  haciendo  retirarse  también  á  Añnsco  y  dejando  un 
solo  Gobernador,  que  fué  Zavala.  Pero  después  del  primer  lance, 
fué  preciso  enviar  dos  Jueces  Visitadores,  y  muy  luego  hubieron  de 
ser  despedidos  los  treinta  administradores  particulares  de  las  Reduc- 
ciones; 3'  ésto  con  tanta  urgencia,  que  según  escribía  á  Bucareli  un 
confidente  suyo,  á  poco  que  se  hubiese  tardado  en  tomar  aquella 
providencia,  la  ruina  total  de  los  pueblos  Guaraníes  no  hubiera  te- 
nido remedio  (2). 

Aleccionado  por  estos  sucesos,  y  siguiendo  además  nuevas  ins- 
trucciones que  le  habían  llegado  de  Madrid,  formó  Bucareli  un 
nuevo  plan  y  una  nueva  Constitución  de  Misiones,  que  lleva  la  fecha 
de  15  de  Enero  de  1770,  y  el  título  de  Adición  á  mi  Instrucción  de 
23  de  Agosto  de  1768,  que  dejé  en  los  pueblos  del  Paraná  y  Uru- 
guay. 

Después  del  preámbulo  [1]  y  [4],  empieza  por  señalar  el  carácter 
de  las  nuevas  autoridades  españolas  [2]  [3].  Acababa  de  establecer, 
en  27  de  Diciembre  de  1769,  un  solo  Gobernador,  en  vez  de  dos  que 

(1)     Brabo,  Colección^  194,  195. 

1^2)    Buenos  Aires:  Arch.  %^n.  legajo  Misiones  I  Varios  años  i  1. 


-183- 

antes  había,  con  residencia  en  Candelaria,  con  el  cuidado  inmediato 
de  quince  pueblos  y  autoridad  sobre  los  demás,  y  sobre  los  Tenientes 
A  cuyo  cargo  inmediato  quedaban,  que  eran  tres:  uno  en  San  Miguel 
con  seis  pueblos,  que  había  de  guardar  la  frontera  de  los  portugue- 
ses: otro  en  Yapeyú  con  cuatro  pueblos,  en  frontera  de  charrúas, 
minuanes  y  otros  infieles  del  Uruguay;  y  el  tercero  en  San  Ignacio 
Guazú  ó  en  Santiago  indiferentemente,  con  cinco  pueblos,  frontera 
del  Chaco.  Gobernador  y  Tenientes  eran  todos  militares.  Aunque 
se  denominaban  Gobernador  y  Tenientes  de  Gobernador,  no  era  el 
Gobernador  propiamente  sino  lo  que  en  las  leyes  de  Indias  es  un 
Corregidor  ó  Alcalde  mayor  de  pueblos  de  indios,  con  jurisdicción 
civil  3'  criminal  en  asuntos  de  españoles,  de  indios,  y  de  españoles 
con  indios;  de  tal  modo  empero,  que  su  jurisdicción  no  fuera  la  supe- 
rior en  su  territorio,  como  lo  es  la  del  Gobernador  en  su  provincia; 
sino  subordinada  á  la  del  Gobernador  de  Buenos  Aires,  de  cuya 
provincia  formaban  parte  los  treinta  pueblos  de  Guaraníes.  Los 
Tenientes  ejercían  esa  misma  jurisdicción,  cada  uno  en  su  distrito, 
pero  subordinada  á  la  del  Gobernador  de  Doctrinas. 

Trata  luego  la  Instnicción  de  varias  materias,  que  reduciremos 
á  los  siguientes  capítulos:  cuidado  de  la  religión:  libertad  de  los 
indios  en  cuanto  á  ser  exentos  del  servicio  personal  á  particulares; 
dominio  de  los  indios;  prohibición  del  tráfico;  sínodo  y  obligaciones 
de  los  Curas;  cabildo  indio;  y  desde  el  número  42  al  50,  disposicio- 
nes varias. 

Cuidado  de  la  Religión.  Gobernador  y  Tenientes  avisen  al 
Gobernador  de  Buenos  Aires  como  á  Vice-Patrono  cuando  hay  falta 
de  doctrina,  ó  de  ministros  que  la  enseñen  }■  administren  los  Sacra- 
mentos [5];  y  no  permitan  á  los  Curas  intervenir  en  gobierno  ni  en 
administración  temporal  de  bienes,  velando  para  que  al  mudar  los 
párrocos  de  un  pueblo  á  otro,  no  lleven  consigo  alhajas  de  igle- 
sia [6]. 

Libertad  de  los  indios.  Protéjanla  con  celo  [7].  No  pueden 
obligar  á  los  indios  á  trabajar  en  provecho  particular,  ni  permitir 
que  otras  personas  les  obliguen  á  ello;  pero  bien  pueden  los  indios 
alquilarse  por  jornal  [8].  Tampoco  se  permita  á  los  doctrineros  que 
los  ocupen,  si  no  es  pagándoles  jornal,  ni  que  los  saquen  de  un  pueblo 
á  otro  [9]. 

Dominio  de  los  indios.  Defiéndanlos  de  agravios  en  su  propiedad, 
3'  no  se  les  prohiba  tener,  como  los  españoles,  cualquiera  clase  de 
ganado  mayor  ó  menor  [10].  Cuídese  de  su  buen  tratamiento,  pero 
sean  obligados  á  trabajar   [11].   No   permitan  que  los  doctrineros 


—  184  - 

tengan  cárceles,  prisiones,  grillos  ni  cepos  para  los  indios,  ni  que  los 
azoten,  como  ha  sucedido  [12]. 

Tráfico.  El  tráfico  se  espera  que  no  lo  tendrá  el  Gobernador  ni 
sus  Tenientes,  y  se  les  apercibe  con  penas  [13].  Si  lo  hubiere  en  los 
Administradores,  sean  removidos,  castigados  y  obligados  á  satisfa- 
cer el  perjuicio  [14].  Si  en  los  Doctrineros,  avisen  Gobernador  y 
Tenientes  al  Gobernador  de  Buenos  Aires  para  el  remedio  [15],  A 
tráfico  pertenece  obligar  al  indio  á  hacer  ropas  para  los  que  cuidan 
de  él,  ó  comprarles  más  de  lo  necesario  para  el  uso  de  la  casa  [16.] 
Ni  excusa  el  que  en  otras  provincias  haya  licencia  para  hacer 
repartimientos  [17].  Hay  obligación  de  pagar  á  ios  indios  los  viajes 
de  las  visitas  [18]. 

Obligaciones  y  sínodo  de  los  doctrineros.  La  presentación 
toca  al  Gobernador  de  Buenos  Aires  como  Vice-patrono  de  los 
treinta  pueblos  [29].  Gobernador,  Tenientes,  Doctrineros  y  Admi- 
nistradores se  han  de  alojar  en  la  casa  de  los  expulsos,  designando 
el  Gobernador  ó  los  Tenientes  la  parte  de  cada  uno,  sin  perjuicio  de 
las  demás  oficinas  [30].  El  sínodo  será  de  300  pesos  anuales  al  Cura 
y  250  al  compañero,  dándoles  además  el  pueblo  los  alimentos  [20]. 
Han  de  aplicar  la  Misa  por  el  pueblo  los  días  de  fiesta,  y  por  los 
difuntos  han  de  cantar  una  el  día  del  entierro  y  otra  cada  lunes  [21]. 
De  los  diezmos,  cobrarán  las  cajas  reales  cinco  novenos  y  medio  [26]. 
No  se  permita  que  se  ausenten  los  doctrineros,  ni  que  lleven  cuando 
van  de  viaje  indios  y  medios  de  conducción  propios  de  las  Doctiinas, 
como  ha  sucedido  [19].  No  podrán  percibir  el  sínodo  sin  presentar 
certificación  del  Gobernador  ó  Teniente  y  del  Cabildo,  de  haber  cum- 
plido con  la  residencia,  con  la  doctrina  de  los  indios  y  el  ejercicio 
de  su  ministerio  [27].  No  pueden  llevar  derechos  de  estola  ni  obligar 
á  ofertorio  [28]. 

Cabildo  de  indios.  Propondrá  el  Gobernador  ó  Teniente  en  cada 
pueblo  un  cacique  para  que  sea  Corregidor  por  tres  años,  corres- 
pondiendo al  Gobernador  de  Buenos  Aires  darle  el  título  [31].  Los 
demás  cargos  de  alcaldes,  regidores,  mayordomo,  etc.,  provéanse 
como  se  acostumbraba,  refundiendo  el  de  alférez  real  en  uno  de  los 
regidores  [32].  Los  alcaldes  pueden  prender,  imponer  algunos  azotes, 
ó  un  día  de  prisión.  El  cabildo  cuida  de  las  cosas  generales  del  muni- 
cipio: júntese  cada  ocho  días,  asistiendo  el  Administrador  [33].  El 
cabildo  nombrará  un  sacristán,  dos  fiscales  de  doctrina  y  tres  can- 
tores [35].  Sígase  la  costumbre  ya  establecida  de  sacar  cada  año  el 
pendón  Real  la  víspera  y  el  día  de  la  fiesta  señalada  [38].  Cuide  el 
Gobernador  y  Tenientes  del  estado  general  de  los  pueblos,  y  de  que 


-185- 

todos  trabajen,  aunque  sea  necesario  compelerlos  á  ello  [36].  No  sean 
molestados  los  indios  por  deudas  ú  omisiones  cuando  van  á  Misa  en 
los  días  de  fiesta  [34].  Tengan  libertad  de  poner  sus  hijos  en  apren 
dizaje:  y  cuando  para  esto  los  hubieren  de  sacar  de  los  pueblos,  sea 
con  licencia  del  Gobernador,  y  volviendo  los  varones  antes  de  los 
18  años,  y  las  mujeres  antes  de  los  14  [37]. 

Disposiciones  varias.  Los  indios  particulares  no  pueden  usar 
espada,  puñal  ó  daga;  y  sí  sólo  los  de  oficio,  con  licencia  del  Gober- 
nador [39].  Haya  depósito  de  armas  en  las  cuatro  capitales  [40],  }'  su 
valor  lo  pagarán  todos  los  pueblos  en  común;  pudiendo  haber  en 
cada  uno  de  los  pueblos  algunas  armas  para  los  ejercicios  militares 
[41].  No  se  permita  que  habiten  ni  menos  que  comercien  en  Doctrinas 
los  extranjeros  [42].  Los  indios  huidos  á  Río  Pardo  }'  Viamont,  que 
hayan  vuelto,  intérnense  lejos  de  las  fronteras  [43].  Foméntese  el 
beneficio  de  las  abundantes  minas  que  ya  se  han  descubierto,  pagando 
los  quintos  reales  [44].  Hágase  luego  el  padrón,  que  es  extraño  no  se 
haya  hecho  en  casi  dos  años  á  pesar  de  lo  mandado  [45].  Y  para  él 
téngase  presente  que  las  indias  casadas  y  sus  hijos  son  del  pueblo 
del  marido  [46],  que  están  exentos  de  tributos  los  caciques,  sus  primo- 
génitos, doce  indios  de  cada  pueblo  por  oficios,  y  los  que  son  mayo- 
res de  cincuenta  y  menores  de  diez  y  ocho  años  [48].  Traten  bien  á 
los  indios,  y  cada  año  se  enviará  al  Rey  una  relación  después  de  la 
Junta  general  [49],  en  que  se  ha  de  discurrir  sobre  el  estado  de  los 
pueblos,  sus  frutos  y  estancias;  y  sin  presentar  dicha  relación,  no 
podrán  percibir  sus  sueldos  el  Gobernador,  los  Tenientes  ni  los 
Administi  adores  [50]. 


VI 

LA  ORDENANZA  DE  COMERCIO  DE  1.°  DE  JUNIO  DE  1770  *^^ 

Todavía  encontró  incompleta  Bucareli  la  legislación  provisoria 
establecida  hasta  entonces  para  las  Doctrinas  del  Paraná  y  Uruguay, 
y  en  1  .^  de  Junio  de  1770  agregó  nuevas  disposiciones  con  el  título 
de  Ordenansas  para  arreglar  el  comercio. 

Después  de  un  largo  preámbulo  sobre  la  felicidad  que  había  sobre- 
venido á  los  indios  Guaraníes  desde  que  él  se  había  encargado  de 
organizarlos,  y  sobre  la  necesidad  3-  utilidad  del  comercio  [1],  esta- 


-18b- 

blece  por  preliminares  que  el  comercio  actual  de  los  indios  sólo  puede 
ser  por  medio  de  permutas  [2],  y  que  los  indios  son  incapaces  de 
ejercer  el  comercio  por  sí  solos,  porque  á  causa  de  su  ignorancia 
serán  engañados  por  los  comerciantes  [3],  como  lo  vuelve  á  repetir 
varias  veces  en  lo  sucesivo  [6],  [15],  [28];  y  por  tanto,  han  de  ser 
tratados  como  menores  que  necesitan  de  tutor,  ó  como  personas 
defectuosas  en  el  uso  de  su  razón  [4]. 

Entra  luego  en  el  título  primero  á  tratar  en  general  del  comercio 
de  los  indios  con  los  españoles;  y  prescribe  que,  por  lo  dicho,  inter- 
venga en  todos  los  contratos,  pena  de  nulidad,  el  Administrador,  y 
si  es  dentro  de  los  pueblos,  el  Teniente  ó  Gobernador  [6].  El  comer- 
cio podrá  ser  de  todos  los  efectos  necesarios  ó  útiles  á  los  indios, 
excluyéndose  con  comiso  y  penas  la  venta  de  las  bebidas  que  em- 
briagan [5].  Los  comerciantes  podrán  entrar  en  Doctrinas  por  todo 
el  mes  de  Febrero,  Marzo  y  Abril;  mas  deberán  salir  en  lo  restante 
del  año  [7].  Si  algún  indio  quiere  hacerse  comerciante,  sea  ayudado 
con  fondos  de  la  Comunidad  [9].  Asimismo  han  de  ser  preferidos  los 
indios  en  darles  lugar  en  los  buques  para  remitir  lo  que  quieran 
vender  [10].  Pero  tanto  los  efectos  de  particulares  como  los  del 
común,  han  de  ir  con  propias  guías,  y  con  licencia  del  Gobernador 
para  no  caer  en  comiso  [12].  Y  como  necesaria  al  comercio,  establéz- 
case escuela  de  leer,  escribir  y  contar,  con  maestro,  cuyo  sueldo 
pagará  el  pueblo  [13]. 

El  título  segundo  comprende  los  oficios  del  Administrador  gene- 
ral. Este  es  una  persona  puesta  en  Buenos  Aires  por  el  Gobernador 
de  la  provincia  (que  á  su  arbitrio  también  lo  puede  remover,  sin  que 
la  remoción  induzca  deshonor  [14]),  para  que  comercie  en  vez  de  los 
indios,  por  ser  éstos  incapaces  [15].  Como  curador  dativo,  debe  pre- 
sentar fianzas,  que  serán  por  valor  de  diez  mil  pesos  [17].  Se  le 
señalan  los  libros  que  ha  de  llevar  [18].  Se  le  impone  la  obligación 
de  dar  cuenta  bienal  al  Gobernador  [19].  Ha  de  intervenir  en  todo 
trato  que  en  Buenos  Aires  celebre  el  común,  ó  cualquier  indio  parti- 
cular de  Doctrinas  [20].  Paga  anualmente  el  tributo,  valiéndose  de 
los  fondos  que  le  han  remitido  [21].  No  puede  comprar  cosa  alguna 
sin  testimonio  de  la  orden  expresa  del  Corregidor  y  Cabildo  [22].  Y 
si  el  pueblo  no  tiene  efectos  ó  fondos  en  Buenos  Aires,  para  pagar  al 
contado,  no  puede  el  Administrador  comprar  al  fiado,  sin  orden  ex- 
presa para  que  así  lo  haga  [23],  No  puede  enviar  efectos  de  su  propia 
tienda  [24].  Debe  enviar  con  la  remesa  factura  por  duplicado,  firmada 
por  el  vendedor  [25].  Su  sueldo  es  el  ocho  por  ciento  de  lo  que  recibe 
del   pueblo  y  el  dos  por  ciento  de  lo  que  para  el  pueblo  compra  [26]. 


—  187  - 

El  título  tercero  trata  de  los  Administradores  particulares.  Ha 
de  haber  Administradores  particulares  en  las  ciudades,  con  4.000 
pesos  de  fianza  en  la  Asunción  y  en  Corrientes  y  2.000  en  Santa  Fe 
[27].  Ha  de  haber  además  en  cada  uno  de  los  treinta  pueblos  un 
Administrador  particular  que  dirija  las  faenas,  remisión  y  comer- 
cio [28].  Del  almacén  tendrá  una  llave  el  Corregidor,  otra  el  Mayor- 
domo y  otra  el  Administrador  [30].  Llevará  los  libros  de  sus  cuentas 
y  el  de  acuerdos  del  Cabildo  [31].  Ha  de  asistir  al  Cabildo  cuando  se 
tratan  asuntos  de  comercio  [29].  Los  Administradores  de  las  ciuda- 
des se  rigen  por  el  título  del  Administrador  general  [32].  Todos  los 
Administradores  son  de  nombramiento  del  Gobernador  de  Buenos 
Aires  á  propuesta  del  Administrador  general  [33].  El  sueldo  de 
los  Administradores  particulares  de  los  pueblos  es  de  300  pesos 
anuales  [34]. 


VII 


VALOR  DE  LAS  INSTRUCCIONES  DE  BUCARELI 

Acabamos  de  exponer  en  resumen  el  plan  de  Bucareli,  compren- 
dido en  sus  tres  instrucciones  principales,  y  hemos  de  estudiarlo  muy 
pronto  en  sus  efectos,  que  son  el  más  seguro  criterio  para  juzgar  del 
mérito  de  un  plan.  Pero  aun  sin  llegar  á  ese  examen,  podemos  ade- 
lantar algunos  conceptos  acerca  del  plan  en  sí  mismo  tal  como  fué 
propuesto  por  su  autor. 

Bucareli  no  se  qued(')  corto  en  legislar  para  los  Guaraníes. 
Considerado  su  reglamento  por  entero,  gana  mucho  con  ser  presen- 
tado en  un  resumen,  despojado  de  las  incesantes  recriminaciones 
contra  los  Jesuítas,  3^  de  las  citas  impertinentes  de  las  leyes  de  Indias, 
que  sobrecargan  el  original  de  cincuenta  y  ocho  fojas,  y  hacen  inso- 
portable y  soporífera  su  lectura. 

En  cuanto  al  tono,  puede  aplicarse  casi  sin  modificación  alguna  á 
la  Instriiccióii ,  Ai/ic/ón  y  Ordcnansa  de  Bucareli  lo  que  de  las  pro- 
clamas liberales  dice  un  autor  moderno,  describiéndolas  gráfica- 
mente (1):  «Primero  fué  desmembrada  del  departamento  de  Santa- 
Cruz  la  provincia  de  Mojos,  á  fin  de  que  constituyera  provincia  inde- 

(1)  Rene  Moreno,  Biblioteca  boliviana ¡  Catálogo  del  archivo  de  Mojos  y  Chi- 
quitos I ':iSiX\úago  de  Chile,  1888.  Introd.  pág.  107. 


181 


-188- 

pendiente.  Muy  poco  después,  se  creó  con  tres  provincias...  el  depar- 
tamento del  Beni.  Los  indios  fueron  elevados  á  la  calidad  de  ciuda- 
danos con  el  goce  de  todos  los. . .  etc.(l).  En  adelante  los  indios  habrán 
de  ser  esto,  senán  lo  otro...  etc..  Habrá  en  Mojos  una  ciudad... 
etc..  Y  ¡cuidado  con  que  alguien  vuelva  en  lo  sucesivo  á  engañar, 
á  oprimir  ó  á  estafar  á  los  indios!» 

«...El  aspecto  caligráfico  es  lo  que  más  resalta  en  estos  decretos 
inconsultos  sobre  un  ignoto  país.  Esto  puede  advertirse  aun  igno- 
rándose el  hecho  ulterior  del   ningún  resultado  obtenido.  Tienen  el 

estro  característico  de  una  proclama Improbatorio  desdén  á  una 

tiranía  antecedente,  gran  impetuosidad  liberalesca,  vertical  aplomo 
gubernamental,  resplandecen  en  esta  solemne  declaración  de  los 
derechos...» — Es  lo  que  hizo  Bucareli.  Primero  estableció  dos  gobier- 
nos á  manera  de  provincias,  después  un  solo  gobierno  con  cuatro 
departamentos.  Los  indios,  según  él,  salieron  de  la  esclavitud.  Los 
caciques  fueron  declarados  hidalgos  de  Castilla,  etc.  Ningún  resul- 
tado provechoso.  Desdén  y  reprobación  del  régimen  antecedente  de 
los  Jesuítas,  y  abundantes  citas  de  las  leyes  de  Indias.  En  cuanto  á 
la  ignorancia  en  que  estaba  del  país,  él  mismo  la  tuvo  que  confesar 
cuando,  al  publicar  su  Adic/ón,a.\  año  después  del  primer  reglamento, 
reconoció  que  los  «hechos,  noticias  y  sucesos  ulteriores»  le  habían 
desengañado  de  varias  cosas,  y  hecho  reconocer  necesidades  «que 
no  se  presentaron  á  primera  vista». 

En  los  reglamentos  de  Bucareli  algunos  artículos  se  tomaron  de 
las  leyes  de  Indias,  que  ya  se  guardaban  en  Doctrinas;  y  otros  de 
las  costumbres  introducidas  en  tiempo  de  los  Jesuítas;  y  no  fueron 
tan  pocos,  que  no  vengan  á  constituir  casi  el  fundamento  de  todo  el 
sistema.  De  los  que  Bucareli  añadió,  hay  algunos  que  no  pueden 
menos  de  parecer  ridículos,  por  ejemplo,  el  suponer  <¡-peysiuididos 
los  indios  [á  trabajar]  por  unos  interesantes  discursos»,  (2)  y  seña- 
lar las  materias  que  en  ellos  deberían  desarrollar  los  Gobernado- 
res (3);  el  de  hacer  que  el  cabildo  secular  elija  los  cantores,  sacris- 
tán y  fiscales  de  doctrina,  etc.  (4). —  Otros  adolecen  de  manifiesta 
injusticia,  como  ya  lo  hemos  hecho  notar  acerca  del  que  obliga  á  los 
Curas  á  desempeñar  personalmente  la  escuela  (5);  lo  cual  era  además 
imposible  en  pueblos  como  los  Guaraníes,  donde  solía  haber  de  tres- 
cientos niños  para  arriba  capaces  de  la  instrucción  escolar.  Y  sin 

(1)  Los  puntos  suspensivos  son  del  autor  del  Catálogo. 

(2)  Instr.  núm.  14. 

(3)  Número  9. 

(4)  Núm.  35  de  la  Adición. 

(5)  Instrucción,  núm.  4. 


-189- 

duda  debió  reconocerlo  así  el  mismo  legislador,  cuando  en  las  Orde- 
nmisas  de  comercio  suprimió  este  artículo  y  puso  un  maestro  de 
escuela  con  sueldo  (1).  Otros  hay  demasiado  restrictivos,  como  el 
prohibir  el  comercio  de  unos  pueblos  con  otros  (2).  Otros  dañosos  é 
imprevisores,  como  el  de  registrar  las  minas  (3)  el  de  limitar  en 
extremo  las  facultades  del  Administrador  particular  (4);  y  dar  dema- 
siada autoridad  al  Administrador  general  (5);  el  de  exigir  que  se 
aumentasen  los  plantíos  sobre  los  que  antes  había  (6),  lo  cual  llevaba 
consigo  forzar  á  los  indios  á  mayor  trabajo;  y  otros.  Pero  estos  se 
conocerán  en  el  capítulo  siguiente  por  los  frutos  que  produjeron. 

(1)  Ordenanza  núm.  13. 

(2)  Instrucción  núm.  21. 

(3)  Número  27. 

(4)  Ordenanza  núm.  28  y  30. 

(5)  Número  33. 

(6)  Instrucción  núm.  14. 


CAPITULO  VII 


EFECTOS  DEL  PLAN  DE  BUCARELI 


1,  Los  efe^Uos  en  general. — 2.  Daños  en  el  orden  temporal. — 3.  Daños  en  el 
orden  espiritual. — 4.  Promesas  de  Bticareli. — 5. — Frústranse  las  promesas. — 6.  Lo 
que  fué  de  las  tres  decantadas  bases  de  civilización. 

Vamos  á  examinar  en  el  presente  capítulo  cuáles  fueron  los  efec- 
tos producidos  por  la  aplicación  del  plan  de  D.  Francibco  de  Paula 
Bucareli,  los  cuales,  con  más  seguridad  que  otro  cualquier  indicio, 
nos  darán  la  medida  de  la  perfección  del  plan,  y  nos  harán  conocer 
su  valor.  Así  se  ha  procedido  al  tratar  del  plan  de  los  Jesuítas  y  del 
sistema  de  los  encomenderos.  Con  más  razón  habrá  de  hacerse  así 
tratándose  de  un  plan  que,  al  sustituirse  al  existente  (considerado 
hasta  entonces  como  sabiamente  ideado  y  en  alto  grado  provechoso) 
lo  llamaba  detestable,  y  aseguraba  ser  el  nuevo  sistema  fruto  de 
madura  reflexión,  y  propio  para  llevar  las  Doctrinas  á  una  prosperi- 
dad nunca  vista.  De  tal  plan  habrá  derecho  de  exigir  resultados 
favorables  extraordinarios,  y  no  satisfacernos  con  una  medianía. 
Tanto  más,  que  el  plan  de  Bucareli  empezó  á  ser  aplicado  durante 
dos  años  por  su  propio  autor,  revestido  de  plena  autoridad  para 
hacer  y  decretar  cuanto  acerca  de  aquella  materia  le  pareciera  con 
veniente,  en  virtud  de  las  cláusulas  I,  ÍI  y  XII  de  la  Adición  del 
Conde  de  Aranda  para  el  extrañamiento  en  Indias,  y  del  encargo  de 
1,1  carta  especial  para  Bucareli;  y  continuó  después  en  vigor  por  más 
de  medio  sielo. 


-191 


LOS  EFECTOS  EN  GENERAL 

Es  un  hecho  constante  que  todos  cuantos  observadores  fijaron  su 
atención  en  las  Misiones  del  Paraguay,  á  partir  del  día  en  que  se  esta- 
bleció el  plan  de  Bucareli,  clamaron  publicando  decadencia  y  no 
pocas  veces  peligro  de  ruina  inevitable. 

Era  el  primer  año  del  establecimiento  de  su  flamante  plan,  y  ya 
recibió  tales  avisos  el  mismo  Gobernador  Bucareli,  como  se  ve  parte 
insinuado,  parte  afirmado  en  su  Adición,  y  más  claramente  en  la 
representación  del  Administrador  general  D.  Francisco  de  Sangi- 
nés;  que  se  determinó  á  ejecutar  lo  que  éste  le  proponía:  Que  halla 
por  preciso  que  se  nombren  dos  individuos  de  cuenta  y  razón,  é  inte- 
ligencia en  las  faejias  de  aquellos  pueblos j  para  que  con  nombre  de 
Visitadores  ó  Jueces  de  los  Administradores,  vayan  examinando  las 
operaciones  de  aquellos,  el  estado  de  los  intereses  de  los  pueblos,... 
y  en  fin,  que  sirvan  éstos  como  de  Jueces  de  pesquisa,  de  f orina  que 
informen  de  todo  lo  )nás  mínimo  (1). 

Los  Visitadores  nombrados  fueron  D.  Antonio  García  Álvarez  y 
D.  Vicente  de  Goitia;  y  del  estado  en  que  hallaron  los  pueblos  da 
testimonio  el  informe  confidencial  del  intérprete  Lucas  Cano  á  Buca- 
reli: «.Según  el  conocido  descuido  de  los  Adjninistradores»  dice  «a/ 
cumplimiento  de  las  obligaciones  de  sus  empleos,  d  no  haber  orde- 
nado V.  E.  la  venida  de  los  señores  Visitadores,  presto  se  verííin 
en  un  estado  jniserable  los  pueblos,  sin  tener  un  pedazo  de  carne 
que  comer,  pues  se  ha  verificado  en  el  pueblo  de  San  Ignacio 
Guasú  que  está  pidiendo  limosna  á  otros  pueblos  para  mante- 
nerse,  y  así  éste  como  el  de  Santa  María  de  Fe,  y  Santiago,  tienen 
sus  estancias  en  tal  desdicha,  que  d  faltar  las  providencias  tan 
arregladas  d  mi  entender  que  ahora  se  han  dado  por  dichos  Visita- 
dores, en  breve  se  perderían  (2). 

Efecto  de  la  Visita  fué  remover  á  todos  los  Administradores, 
poniendo  otros  nuevos,  quienes  no  entendían  á  los  indios,  ni  eran  de 
ellos  entendidos,  porque  no  sabían  la  lengua. — Ni   fueron  tan  atina- 

(1)  Buenos  Aires.  Arch.  gen.  legajo  Misionesl  Varios  años/ . 

(2)  Ibid.  legajo  Misiones!  Varios  años/ 1.  Carta  fecha  en  Itapúa,  3  de  Nov.  de 
1769. 


182 


-  19'J  - 

das  y  rectas  las  providencias  de  los  Visitadores,  quienes  en  algunos 
pueblos  subsanaron  todos  los  desperfectos  con  firmar  los  inventarios 
tales  como  el  Administrador  los  quiso  presentar,  sin  que  nunca  se 
pudiesen  liquidar  aquellas  cuentas,  y  quedando  perdidas  las  cosas 
para  el  pueblo  (1). 

No  debió  de  ser  tampoco  muy  eficaz  la  mudanza  de  los  Adminis- 
tradores; pues  en  1772  hubieron  de  ser  sustituidos  en  varios  pueblos 
por  otros  nuevos,  y  uno  de  ellos,  que  era  el  de  Trinidad,  llamado 
Bernardo  Hidalgo,  expresa  en  estos  términos  el  modo  cómo  había 
encontrado  las  cosas  de  aquella  Doctrina  (2):  «Se  me  entregó  el  pue- 
blo, ahora  año,- mes  y  v^einte  días  [en  20  de  Agosto  de  1772,  pues 
escribía  á  11  de  Octubre  del  73]  con  sólo  nombre  de  pueblo,  porque 
en  la  realidad,  estaba  despoblado;  las  Estancias  desiertas  y  despo- 
bladas; los  almacenes,  con  el  nombre,  pero  lo  interior  unos  cuar- 
tos con  unos  vestidos  viejos,  y  una  poca  de  ropa:...  las  oficinas 
hallándose  con  muy  pocos  oficiales,  ni  á  quien  enseñar,  por  no  haber 

muchachos  ni  aun  para  las  faenas  precisas  del  pueblo Aun   los 

Curas  se  mantienen  con  escasez:  aun  el  Sacramento  muchas  veces 
sin  luz  porque  no  alcanza  más  el  pueblo...»  —  Y  en  el  Memorial  con 
que  acompaña  este  informe  el  Administrador  general  D.  Juan  Án- 
gel de  Lazcano,  añade  los  siguientes  datos:  «Digo,  que  se  halla  el 
pueblo  de  la  Trinidad,  sumamente  destituido  de  ganados  y  demás 
víveres  para  la  subsistencia  de  aquellos  moradores,  como  acredita  la 
carta  del  Administrador  de  dicho  pueblo:...  y  lo  mismo  me  previenen 
en  otra  de  dos  del  próximo  pasado  [Octubre  de  1773]  el  Teniente 
Corregidor  y  Secretario  de  Cabildo  de  dicho  Pueblo...  y  como  mani- 
fiestan otras  cartas,  que  aun  en  muchos  días  no  tienen  con  qué  alum- 
brar el  Santísimo  Sacramento  (por  lo  que  se  colige  la  última  miseria 
en  que  se  hallan  aquellos  habitantes);  cuya  expresión  me  ha  hecho 
tomar  informe  de  D.  Francisco  de  la  Villa  y  de  D.  Juan  de  la 
Torre  (sujetos  que  acaban  de  llegar  de  los  pueblos),  y  unánimes  ratifi- 
can lo  mismo,  añadiendo  que  llegó  dicho  pueblo  á  no  tener  más  de 
treinta  y  un  individuos,  y  aun  para  éstos  no  había  con  qué  susten- 
tarlos; obligando  la  necesidad  á  todas  las  mujeres  que  cargasen  con 
sus  hijos,  abandonasen  el  pueblo,  y  se  abrigasen  á  las  montañas 
desiertas,  sucediendo  lo  mismo  con  los  indios  en  vista  de  estas  cala- 
midades: se  vio  aquel  Administrador  en  la  precisión  de  mendigar  en 
los  pueblos  inmediatos»  (3). 

(1)  Buenos  Aires.  Arch.  gen.  Carta  citada  ya,  de  Itapúa,  3  de  Novbre.  de  1769. 

(2)  Ibid. 

(3)  Arch.  Gen.  de  Buenos  Aires,  legajo  Misio>ies  (Varios  años)  1. 


-  193- 

Semejante  situación  de  Trinidad  en  este  tiempo  no  era  un  caso 
aislado;  pues  una  larga  memoria  del  Administrador  general  Lazcano, 
de  fecha  del  año  1774,  muestra  la  decadencia  de  todos  los  pueblos  de 
Doctrinas  en  general,  y  se  encabeza  con  este  título:  «Estado  gene- 
ral de  los  pueblos;  y  délos  medios  que  el  Administrador  General 
halla  por  convenientes  para  el  fomento  y  conservación  de  ellos,  en 
atención  á...  que  los  pueblos  amenazan  una  total  ruina.»  (1) 

A  fines  de  1776,  promovió  el  Teniente  de  Gobernador  de  Cande- 
laria, D.  Juan  Valiente,  una  información  sobre  catorce  de  los  treinta 
pueblos  (2),  cuyas  piezas  son  documentos  interesantes,  para  formar 
idea,  no  sólo  del  estado  de  las  Mi'^iones  en  aquella  época,  sino  también 
del  carácter  de  los  indios,  y  de  la  capacidad  y  recursos  de  quienes 
inmediatamente  los  dirigían.  Todos  los  informantes  acusan  una  gran 
decadencia,  y  lo  que  es  más  triste,  la  pintan  como  irremediable.  Y 
el  mismo  documento  que  se  pone  por  cabeza  de  toda  la  información, 
dice:  «Habiendo  visto  y  reconocido  los  catorce  pueblos  de  esta  Pro- 
vincia, y  haberlos  encontrado  en  una  total  decadencia,  tanto  en  las 
labores  y  tareas,  como  en  todos  los  demás  asuntos  concernientes  á 
el  bien  común  de  los  pueblos...» 

De  la  misma  clase  es  otra  Memoria  del  Administrador  General, 
de  fecha  de  1778,  que  lleva  este  título:  «Medios  que  halla  el  Adminis- 
trador por  convenientes  para  socorrer  los  pueblos  de  Misiones,  y 
reparar  por  ahora  la  ruina,  que  amenazan  (3).» 

En  1788,  se  inició  un  larguísimo  expediente  sobre  el  comercio  en 
Misiones,  que  se  prolongó  hasta  1795.  En  el  curso  de  este  expediente 
se  produjeron  varios  informes;  y  entre  ellos  notaremos  algunas  espe- 
cies contenidas  en  el  escrito  del  Administrador  general  de  aquel 
tiempo  D.  Diego  Cassero  (4):  «Pero  sí  me  admira  que  la  luz  de  la 
razón  que  distingue  los  objetos  hasta  el  grado  más  inmediato,  no 
hubiese  recordado  en  la  memoria  de  uno  solo  el  rápido  incremento 
que  tomaron  los  pueblos,  después  de  las  fatigas  de  su  formación;  la 
forma  de  adquirirlo  que  observaron  sus  autores,...  el  estado  flore- 
ciente en  que  los  dejaron;  y  la  decadencia  con  que  hoy  se  miran... 
unos  progresos,  que  si  en  aquel  tiempo  se  hicieron  dignos  de  recor- 
dación por  sus  ventajas,  ahora  lo  son  también  por  el  triste  y  doloroso 
espectáculo  que  representan.»  Y  va  prosiguiendo  el  examen  de  esta 
materia. 


(1)  Arch.  gen.  de  B.'  A.»  leg-.  Misiones  /  varios  años  1 1. 

(2)  Ibid.  legajo  Misiones  /  Varios  años  /  a. 

(3)  Arch.  gen.  Legajo  Misiones  ¡  Varios  años  I  a. 

(4)  Arch.  gen.  ibid-. 

13    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  ii. 


-  194- 

Terminaba  hacia  mediados  de  1801  su  Virreinato  el  Marqués  de 
Aviles,  y  en  la  Memoria  que  trasmite  á  su  sucesor  D.  Joaquín  del 
Pino,  entre  otras  cosas  pertenecientes  á  este  asunto,  escribe: 
«Teniendo  mi  corazón  bien  afligido  por  las  exactas  noticias  que  tenía 
del  deplorable  estado  de  estas  Misiones,  en  que  estaba  bien  instruido 
desde  el  Reino  de  Chile,  traté  del  remedio  de  estos  males  (1).» 

Finalmente,  los  informes  oficiales  de  los  tiempos  siguientes  hablan 
de  un  modo  semejante;  y  en  especial  muestran  con  pesar  cuánta  difi- 
cultad se  hallaba  en  abolir,  como  se  mandó  en  1803,  el  sistema  ya 
entonces  tan  arraigado,  de  comunidad,  que  en  realidad  no  se  abolió 
en  los  afios  restantes  de  dominación  española,  esto  es,  hasta  1810;  ni 
tampoco  después,  sino  que  continuaron  gobernándose  los  pueblos 
conforme  á  sus  reminiscencias  del  sistema  de  Bucareli,  y  tomando 
parte  en  las  guerras  de  aquel  tiempo  con  desorden  increíble,  hasta 
que  de  las  Doctrinas,  unas  fueron  totalmente  destruidas;  otras,  que 
quedaron  en  la  República  del  Paraguay,  conservaron  el  sistema  hasta 
1848,  en  que  lo  abolió  el  primer  López. 


II 


183 


DAÑOS  EN  EL  ORDEN  TEMPORAL 

Habiendo  expuesto  el  hecho  de  que  la  decadencia  y  malestar  de 
las  Doctrinas  de  Guaraníes  duró  continuamente  por  todo  el  tiempo 
que  se  aplicó  el  sistema  de  Bucareli,  conviene  examinar  algunos  de 
los  puntos  particulares  en  que  se  echaba  de  ver  el  daño  y  atraso. 

En  primer  lugar,  los  edificios  de  los  pueblos  desmerecían  extra- 
ordinariamente, y  se  iban  arruinando;  unas  veces  porque  los  in- 
dios se  iban  en  gran  número  á  vivir  en  las  sementeras  (2);  otras, 
porque  desertaban  al  Paraguay,  á  Corrientes  ó  á  varios  otros 
parajes  (3);  otras  porque  los  mismos  habitantes  contribuían  á  des- 
truirlas. «Desde  mi  ingreso  en  la  Administración»,  decía  en  1776  el 
Administrador  de  Candelaria  Francisco  de  la  Colina  (4),  «todos  los 

(1)  Trelles,  Revista  de  la  Biblioteca,  tom.  III,  pág.  465. 

(2)  Informe  del  pueblo  de  San  Ignacio  Mirí  (Buenos  Aikhs:  Arch.  gen.   legajo 
Misiones  /Varios  años  I  a. 

(3)  Informe  de  Bernardo  Hidalgo,   Administrador  de  Trinidad.   (Ibid.   legajo 
Misiones  I  Varios  años  f  1. 

(4)  Ibid.  leg.  Misiones  ¡Varios  años  I  a. 


-1%  - 

días  ha  sido  mi  principal  tarea  encargar  al  Corregidor  y  Cabildo  el 
celo  y  cuidado  de  las  casas,...  que  á  los  Caciques  se  les  haga  cuidar 
que  en  sus  respectivas  cuadras  sus  boyas  (1)  no  las  quemen;...  nada 
he  conseguido;  más  bien,  si  una  casa  se  quebranta  por  uno  ó  dos  cuar- 
tos, luego  el  Cacique, y  todos  los  mandarines  (2),  le  sacan  las  maderas 
y  las  queman...»  Hasta  las  casas  principales  é  iglesias,  edificadas  más 
sólidamente,  se  fueron  inutilizando  con  el  abandono  y  descuido  en 
repararlas.  En  1811,  según  relación  del  general  Belgrano,  que  pasó 
por  Candelaria  (3),  el  Colegio  ó  casa  parroquial  con  los  talleres, 
estaba  casi  inhabitable,  las  casas  de  la  plaza  se  estaban  acabando  de 
derruir,  y  la  iglesia  misma  no  ofrecía  seguridad. 

La  diminución  de  la  población  fué  constantemente  en  aumento. 
Al  salir  los  Jesuítas  había  en  los  treinta  pueblos  al  pie  de  noventa 
mil  indios  (88-864)  (4).  El  padrón  de  Larrazábal,  cuatro  años  después 
en  1772,  halló  sólo  80.952  almas  (5).  En  1785,  diez  y  siete  años  des- 
pués de  la  expulsión,  fijaba  Doblas  el  número  en  70  mil.  A  los  30 
años,  en  1797,  Azara  enumeraba  54.388  (6).  A  los  33  años  y  á  princi- 
pios de  1801,  era  toda  la  población  de  los  treinta  pueblos  de  42.885 
almas  (7).  En  este  año  Portugal  se  apoderó  de  los  siete  pueblos  á  la 
izquierda  del  Uruguay.  Comprendían,  según  el  censo  portugués  que 
entonces  se  hizo,  14.000  indios  (8).  En  1814  pueden  calcularse  con 
fundamento  unos  21.000  habitantes  en  los  23  pueblos  del  Paraguay 
y  la  Argentina,  y  se  sabe  por  el  censo  que  los  portugueses  tenían  en 
los  siete  pueblos  7.200  indios  (9).  En  los  años  siguientes  de  1817,  18 
y  19  fueron  destruidos  quince  pueblos.  La  población  de  los  restantes 
fué  mermando;  y  los  últimos  datos  que  es  posible  averiguar  después 
de  la  destrucción  de  los  siete  pueblos  de  la  ribera  izquierda  de  Uru- 
guay en  1828,  es  de  menos  de  300  Guaraníes  en  el  Brasil  (10)  y  unos 
5.000  en  el  Paraguay  (11)  cuando  llegó  el  año  de  1848,  en  que  por  fin 
cesó  el  régimen  de  Bucareli. 

Las  estancias  ó  dehesas  pobladas  de  ganado  se  menoscabaron  de 
tal  modo,  que  en  algunos  pueblos  se  habían  consumido   á  los  pocos 

(1)  Boyas  ó  Mbo}'ás:  vasallos. 

(2)  Mandarines:   los  cabildantes,    oficiales    militares  y  superintendentes  de 
faenas. 

(3)  MoussY,  Mémoire,  §  Vil. 

(4)  Peramás,  Estadísticaagregadaá  la  lámina  «Descriptio  oppidiCandelariae». 

(5)  Buenos  Aires:  Arch.  gen.  leg.  Misiones/  Varios  años 1 1. 

(6)  Azara,  Descr.  cap.  XVI-XVII. 

(7)  Datos  oficiales  del  Virrey  Aviles,  en  Trelles,  Rev.  de  la  Bibl.  III.  405. 

(8)  MoussY,  Mémoire,  §  VII. 

(9)  Ibid. 

(10)  En  1835  eran  318  individuos,  Moussy,  Mémoire,  §  IX. 

(11)  Ibid.  §  X. 


-  196  - 

años  todos  los  anímales  de  rodeo.  Así  lo  leemos  en  el  informe  del 
Administrador  del  pueblo  de  Apóstoles,  quien  á  28  de  Diciembre  de 
1776  escribe  lo  siguiente  (1):  «H¡ciei-on  este  Coiregidor,  Cabildo  y 
Caciques  para  el  gobierno  del  pueblo  como  llevo  dicho...  Comenza- 
ron á  hacer  perder  las  reses  y  fomento  del  pueblo...  Comenzaron  á 
dar  en  las  estancias,  acabaron  cuarenta  mil  cabezas  de  ganado  en  el 
tiempo  de  cuatro  años,  robando,  y  en  malas  disposiciones  acabaron 
esta  piedra  ó  llave  de  sus  pueblos...»  Y  así,  nada  más  frecuente  en 
los  Archivos,  que  las  quejas  del  Administrador  general  y  de  los  pue- 
blos porque  les  faltan  ganados;  los  contratos  para  comprar  ganado 
á  cambio  de  yerba  ó  lienzo;y  los  arbitrios,  ya  para  introducir  ganado, 
ya  para  resistir  al  robo  continuo  que  en  esta  materia  padecía  aquel 
territorio  de  parte  de  los  portugueses,  3^  de  parte  también  de  muchos 
paisanos  desmandados,  que  sustentaban  faenas  de  cueros  en  la  Banda 
Oriental  para  varios  particulares,  quienes  daban  salida  á  sus  pro- 
ductos en  cantidad  extraordinaria  por  el  puerto  de  Montevideo. 

Desaparecían  asimismo  los  otros  medios  de  subsistencia  de  los 
indios,  de  los  cuales  dice  el  ya  citado  Administrador  de  Apóstoles  (2): 
«Comenzaron  á  hacer...  criar  la  haraganería,  y  no  hacer  trabajar, 
sino  gastar  y  perder  las  chacras...  Perdieron  catorce  algodonales  que 
losRegulares  dejaron;  de  los  dichos  sólo  uno  se  me  entregó  á  mi  reci- 
bo del  dicho  tiempo;  este  Renglón  tan  necesario  se  perdió,  que  des- 
pués al  pueblo  le  ha  hecho  la  falta  que  se  puede  ver.»  Y  en  suma,  en 
la  parte  material  sucedía,  unas  veces  con  más,  otras  con  menos  inten- 
sidad, lo  que  apuntó  el  Administrador  general  Cassero:  «En  poco 
tiempo,  abandonada  la  industria  y  la  agricultura,  consumieron  lo  que 
con  desvelo  adelantaron  sus  antecesores,  destruyeron  las  estancias 
de  ganado,  se  aniquilaron  los  yerbales  de  cultivo;  vinieron  en  fin  con 
más  una  epidemia  de  viruelas  á  conocer  la  última  desdicha  (3).» 


III 

1^^  DAÑOS  EN  EL  ORDEN  ESPIRITUAL 

Lo  más  triste  de  todo  es  que  al  mismo  tiempo   se   fueron  destru- 
yendo muy  aprisa  las  antiguas  buenas  costumbres  de  los  Guaraníes; 

(1)  Buenos  Aires;  Arch.  gen.  leg.  Misiones  I  Varios  años  I  a. 

(2)  Buenos  Aires;  Arch.  gen.  legajo  Misiones/  Varios  años  I  a. 

(3)  Ibid. 


-1Q7- 

y  en  lugar  de  la  docilidad  y  el  arreglo,  sobrevnnieron  la  insolencia  y 
todos  los  vicios.  He  aquí  algunas  muestras  tomadas  de  los  informes 
ya  dichos  de  1776,  y  de  algunos  otros,   Don  Miguel  Jerónimo  Gra- 
majo,    Administrador    de   Apóstoles:    «También    este   Corregidor, 
Cabildo  y  Caciques  abandonaron  lo  espiritual,  perdiéndolas  buenas 
costumbres  que  los  expulsos  mantenían  con  lo   absoluto;  de  ahí  que 
ha  dimanado  el  castigo  que  Dios  nuestro  Señor  ha   mostrado  desde 
que  estos  dichos  Regulares  salieron  (1).»  Don  Felipe  Díaz  Colodrero, 
Administrador  de  San  Ignacio  Mirí,   con  el  Cabildo  y  Corregidor: 
«Los  más  de  ellos  (de  los  indios)  que  en  él  residen,  viven  en  sus  chá- 
caras, y  cuando  vienen,  no  hay  cuarto  donde  deje  de  haber  cinco 
familias  cuando  menos.  De  esto  se  sigue  la  ruina  de  las  casas,  los 
robos,  no  entrar  á  la  iglesia,  á  Misa,  ni  al  Rosario,  no  hacer  caso  de 
lo  que  se  les  manda,  porque  no  acuden  al  trabajo  de  la  comunidad,  ni 
hacen  sus  chácaras  particulares,   entregados  á  la  holgazanería,  y 
enredando,  para  destruir  de  una  vez  lo  que  ha)'  (2).»  El  Administra- 
dor de  la  Candelaria,  don  Francisco  de  la  Colina:  «Digo...  que  desde 
mi  ingreso  en  la  Administración, . .  si  es  en  cuanto  al  chacarerío,  están 
tan  sobre  sí  los  mandarines  (y  más  si  son  Caciques),  que  jamás  quieren 
trabajar  bien  las  tierras:.,  y  al  sembrar  roban  la  mitad,  )-  al  recoger, 
casi  todo,  poniendo  todo  esfuerzo  en  ser  absolutos,  y  destruir  el 
común,  que  es  con  el  que  únicamente  se  pueden  conservar:.,  princi- 
palmente cuando  tienen  el  pasto  espiritual  tan  escaso,  que  no  ven  los 
indios  más  que  vicios,   mal  ejemplo,  y  escandalosa  vida...   (3)»  El 
Administrador  de  San  Ignacio  Mirí  ya  citado,  añade:  «Queriéndoles 
imponer  en  sus  antiguas  buenas  costumbres  de  obediencia  y  trabajo 
el  año  de  72,  estaban  tan  sobre  sí  ya,  que  después  del  padrón  gene- 
ral y  desde  él,  empezaron  las  deserciones,   que  hasta  ahora  no  han 
parado,  pues  se  van,  y  se  vienen  cuando,  y  como  les  parece,  tra5'endo 
cuanta  miseria  y  malos  vicios  pueden  adquirir  en  la  provincia  del 
Paragua)',  y  Corrientes,  que  es  donde  los  aquerencian,   y  aun  los 
venden  como  esclavos  (4).»  El  Administrador  de  Apóstoles  sobre  lo 
mismo:  «Hallan  abrigo  en  los  pueblos  }'  estancias,  que  los  amparan 
para  criados,  y  éstos  los  ocultan  para  sus  fines  particulares,  )^  si  el 
Administrador  les  hace  cargo,  y  poniendo  la  orden  que  los  gober- 
nantes tienen  mandado,  dan  de  disculpa  que  acaban  de  llegar,  ó  que 
vino  enfermo:  y  éstos  {cómo  viven?  traen  una  mujer  de  su  pueblo  con- 

(!)  Buenos  Aires:  Arch.  gen.  legajo  Misioues  I  Varios  años  i  a. 

(2)  Ibid. 

v3)  Ibid. 

(4)  Ibid. 


-  198  - 

sigo  y  dicen  que  es  su  esposa,  no  siéndolo,  como  se  ha  descubierto,  y 
éstos  se  mantienen  sin  oír  Misa,  ni  confesarse  cuando  se  debe,  y  éstos 
no  pueden  salir  á  luz,  porque  el  Administrador  no  los  vea;  y  estas  jus- 
ticias no  entienden  de  reparar  esta  mala  vida,  que  tanto  se  ofende  la 
divina  Majestad,  sino  á  ocultarla  (1).»  El  Virrey  Marqués  de  Loreto 
con  fecha  15  de  Diciembre  de  1788,  en  orden  que  dirigía  á  la  Aduana 
de  Buenos  Aires  para  evitar  el  comercio  clandestino  con  Misiones: 
«Sus  naturales  (de  los  pueblos  Guaraníes)  usando  con  libertad  y  sin 
la  templanza  de  los  vinos  y  aguardientes,  resultan  graves  ofensas  á 
Dios,  y  al  buen  orden  de  gobierno  y  policía  de  dichos  pueblos  (2).» 

Y  en  lo  que  habremos  de  ir  exponiendo  se  encontrarán  más  y  más 
pruebas  de  este  daño;  y  mucho  más  numerosas  son  las  que  de  él 
existen. 

Por  lo  cual,  discurriendo  con  reflexión  cristiana,  reconocían  algu- 
nos de  los  informantes  que  los  graves  daños  temporales  que  se  esta- 
ban experimentando  en  aquella  comarca,  eran  un  verdadero  castigo 
de  Dios  por  los  vicios  que  se  consentían;  y  que  si  los  azotes  no  eran 
mayores,  se  debía  esto  á  la  menor  malicia  que  siempre  había  en  los 
indios:  «Las  pestes  y  castigos  que  el  poderoso  Señor  ha  mandado, 
han  sido  uno  de  los  mayores  atrasos,  como  han  sido  los  gusanos, 
muchas  lluvias,  seca,  langosta,  viruelas,  chucho,  que  no  han  dejado 
alzar  á  los  pueblos  seguido  los  años»  (3).  «A  esto  se  añaden  las  con- 
troversias entre  lo  espiritual  y  lo  temporal,  criándolos  á  estos  pobres 
(contra  todo  el  estilo  en  que  los  tenían  los  Regulares  sujetos  en 
el  santo  temor  de  Dios)  en  todo  vicio  pecaminoso,  de  cu3'as resultas, 
ofendida  la  Justicia  Divina,  descargad  azote  que  debía  caer  á  nues- 
tras culpas,  contra  estos  miserables,  en  los  años  tan  estériles  que 
han  pasado;  y  estoy  á  decir,  que  las  continuadas  oraciones  que  estos 
pobres  inocentes  rezan  (aunque  como  la  cotorra)  diariamente  en  la 
Iglesia,  preservan  á  estos  pueblos  de  que  no  los  trague  la  tierra, 
por  tanta  secta  de  vicios  como  tenemos   sus  habitadores  españoles. 

Y  mientras  en  lo  espiritual  no  se  ponga  la  madura  medicina  para  su 
remedio,  tengo  por  imposible  su  curación,  y  la  convalecencia  de  los 
pueblos»  (4). 


(1)  Buenos  Aires,  Arch.  gen.  leg.  Misiones /  Varios  años/a. 

(2)  Ibid. 

(3)  Ibid. 

(4)  Ibid. 


199 


IV 

PROMESAS  DE  BUCARELI  ^^^ 

Si  fué  largo  y  exuberante  Bucareli  en  legislar,  no  se  quedó  corto 
en  prometer.  A  oírle,  y  creer  lo  que  decía,  todas  las  prosperidades 
iban  á  venir  sobre  los  indios  Guaraníes,  en  vii  tud  del  plan  por  él 
ideado. 

Prometía  mayor  abundancia  de  ios  f lutos  en  el  fértilísimo  terreno 
de  Misiones,  y  esto  aliviando  el  trabajo  que  hasta  entonces  tenían 
los  indios.  Iba  á  aumentarse  la  riqueza  con  las  minas  que  allí  se 
habían  descubierto. 

Ponderaba  la  fingida  indecencia  del  vestido  de  los  Guaraníes, 
que  ni  siquiera  usaban  calzado;  y  la  miseria  de  las  habitaciones 
ó  casas  de  los  indios,  siendo  así  que  el  mismo  Brigadier  Viana' 
Gobernador  de  Montevideo,  había  reconocido  que  apenas  había  en 
estas  tierras  poblaciones  que  pudieran  competir  con  las  Guaraníes- 
Y  como  esta  falta  de  calzado,  vestido  y  casas  procedía,  según  Buca- 
reli, del  mal  comportamiento  de  los  Jesuítas  con  los  Guaraníes,  á 
quienes  oprimían;  expulsados  los  Jesuítas,  y  abolido  su  régimen,  con 
sólo  entablar  el  nuevo  plan,  todo  iba  á  quedar  remediado. 

Prometía  la   repartición   de   los  bienes  que  tenía   el   común  de 
pueblo. 

Prometía  á  los  caciques  que  en  poco  tiempo  les  haría  aprender 
castellano.  Entonces  podrían  tratar  como  á  iguales  á  los  caballeros 
españoles;  porque  el  Rey  había  hecho  á  todos  los  caciques  hidalgos 
de  Castilla.  Y  en  efecto,  poco  tiempo  antes  de  expulsar  á  los  Jesuí- 
tas, expidió  Carlos  III  la  Cédula  real  en  que  decretaba  este  título 
honorífico.  Y  así  podían  usar  espada  y  daga. 

Prometía  establecer  en  Doctrinas  una  Universidad,  en  que  los 
hijos   de   los   caciques   pudiesen   seguir   carrera ;    y    ellos    mismos 
los  verían  ordenados  ya  de  sacerdotes,  y  puestos  como   Curas  a 
frente  de  sus  pueblos. 

Prometía  á  los  caciques  todo  valimiento  y  facilidad  para  que 
pudiesen  desempeñar  cualquier  cargo  de  la  Monarquía,  sea  en  Amé- 
rica, sea  en  España,  sin  exceptuar  los  de  Gobernadores,  ó  Virreyes, 
ó  Ministros  en  la  corte  del  Rey. 


-  200  ~ 

De  esta  manera  les  prometía  sacarlos  de  la  esclavitud  en  que 
hasta  entonces  los  habían  tenido  los  Jesuítas. 

Finalmente,  con  los  medios  que  en  su  plan  dejó  señalados,  afir- 
maba que  se  lograría  eficazmente  y  sin  mucho  trabajo  establecer  el 
uso  de  la  lengua  castellana,  el  más  adelantado  cultivo  de  las  tierras, 
y  un  provechoso  comercio  entre  los  Guaraníes;  3^  siendo  éstas,  según 
él,  las  bases  de  la  civilización  y  prosperidad,  no  había  duda  de  que 
iba  á  empezar  una  era  de  dicha  y  grandezas  para  la  raza  Guaraní. 
<íLa  obra  se  había  principiado  muy  felisinente  con  la  expulsión 
de  los  Jesuítas,  que  ocupaban  las  fértiles  provincias  del  Uruguay  y 
Paraná,  y  reducción  de  sus  naturales  á  la  nuís  perfecta  obediencia 
de  nuestro  soberano»  (1),  y  había  que  <í^perfeccionarlay>.  <¡.Lus  natu- 
rales habían  recuperado  la  libertada,  y  mediante  el  comercio  efec- 
tuado conforme  á  los  reglamentos  que  ahora  se  les  dan  «~no  sólo  se 
civilizarán  y  gosarán  del  beneficio  de  la  racional  sociedad,  sino 
que  reportarán  también  las  ventajas  y  utilidades  de  hacer  valer  los 
frutos  que  la  naturaleza  les  produjo-a  (2). 

Y  sin  incurrir  en  temeridad,  se  puede  creer  que  otras  muchas 
promesas  hizo  Bucareli  á  los  indios,  que  no  han  llegado  á  nuestra 
noticia. 

Por  inverosímiles  que  parezcan  las  apuntadas,  es  lo  cierto  que 
las  hizo,  y  de  todas  existen  aún  las  pruebas,  que  iremos  exponiendo 
en  el  curso  de  nuestro  estudio.  Ahora  vamos  á  examinar  cuál  fué  la 
realidad  que  correspondió  á  tan  halagüeñas  promesas.  Los  tres 
artículos  precedentes  ya  dicen  bastante;  pero  todavía  veremos  más. 


V 

l"t)  REALIZACIÓN  DE  LAS  PROMESAS 

La  abundancia  de  frutos  para  el  sustento  de  la  vida  que  produjo 
el  sistema  de  Bucareli,  la  hemos  visto  demasiado  en  los  informes 
arriba  transcritos  de  testigos  intachables;  era  tanta,  que  los  pueblos 
se  morían  de  hambre:  y  las  familias  se  retiraban  á  los  bosques  para 
hallar  algún  alimento  en  la  caza,  ó  en  miserables  sementeras,  con- 
forme á  su  antigua  usanza. 

(1)  Bucareli,  Preámbulo  á  la  Ordenanza  de  comercio. 

(2)  Ibid. 


—  201  — 

Del  alivio  del  trabajo  en  los  indios,  dan  cuenta  los  Administra- 
dores, que  confiesan  que  el  trabajo  se  luce  menos,  pero  que  no  es 
porque  no  le  haya,  pues  los  indios  trabajan  más  que  en  tiempo  de 
los  Regulares.  «El  Administrador...  se  contenta  con  hacer  trabajar 
mucho,  para  que  quede  algo,  porque  no  hay  duda  que  en  el  día  se 
trabaja,  con  los  pocos  que  hay,  más  que  cuando  en  tiempo  de  los 
Jesuítas  había  muchos,  y  con  todo  no  luce,  y  entonces  había 
más...»  (1)  «Luce  poco  el  trabajo...  En  tiempo  de  los  Regulares 
expatriados,.,  aunque  se  trabajaba  mucho  menos  que  en  el  tiempo 
presente,  rendía  el  producto  del  corto  trabajo,  respecto  á  que  sólo 
se  reducía  al  bien  común  del  mismo  pueblo...»  (2)  Veremos  más 
adelante  cómo  el  trabajo  llegó  hasta  hacer  de  los  Guaraníes  verda- 
deros esclavos. 

La  añagaza  de  las  minas  no  aumentó  ciertamente  la  riqueza  del 
país;  pero  en  cambio  sirvió  para  hacer  trabajar  más  á  los  indios,  y 
más  arruinar  sus  pueblos. 

Había  ponderado  falsamente  la  miseria  de  las  habitaciones,  y 
creía  el  hombre  vano  que,  con  una  palabra  suya  puesta  en  las  Ins 
trucciones,  iba  á  quedar  cada  casa  de  Guaraníes  hecha  una  vivienda 
de  ciudad,  con  numerosos  departamentos,  para  una  reducida  familia 
que  pasaba  todo  el  día  en  el  campo.  Mas  no  fué  así.  Ocho  años  más 
tarde  decían  los  testigos:  «La  decadencia  es  visible  en  la  ruina  de 
las  casas:.,  los  más  [de  los  indios]  que  en  él  [en  el  pueblo]  residen, 
viven  en  sus  chácaras,  y  cuando  vienen,  no  hay  cuarto  donde  deje  de 
haber  cinco  familias  cuando  menos.  De  esto  se  sigue  la  ruina  de  las 
casas,  los  robos,  no  entrar  á  la  Iglesia,  á  Misa,  ni  al  rosario... «  (3) 
Ciertamente  que  semejante  causa  de  relajación  no  existía  ni  se 
hubiera  permitido  en  tiempo  de  los  Jesuítas.  Todavía  algunos  años 
más  tarde,  escribía  Doblas:  «Como  á  los  principios  de  nada  se  cui- 
daba, y  después  fué  preciso  atender  solamente  á  poblar  de  ganados 
las  estancias,  se  descuidaron  los  otros  objetos...  Se  ha  desatendido 
la  reparación  y  aumento  de  los  edificios,  así  de  las  casas  principa- 
les llamadas  colegios,  como  de  las  particulares  de  los  indios;  de  modo 
que  los  pueblos  se  han  arruinado...»  «Tampoco  se  ha  cuidado  de 
introducir  el  aseo  en  las  personas  y  casas  de  estas  gentes,  ni  el  que 
se  traten  con  honestidad:  descuidando  también  el  suministrarles  aun 


(1)  Informe  del  Administrador  de  San  Ignacio  Mirí  en   1776  (Buenos  Aires 
Arch.  gen.  leg.  Misiones  /  Varios  años  I  a.) 

(2)  Informe  del  Administrador  del  pueblo  de  Jesús.  (Ibid.) 

(3)  Administrador  de  San  Ignacio  Miri  (Buenos  Aiaes:   Arch.  gen.  leg.  Misio- 
nes I  Varios  años  I  a.) 


—  202  — 

lo  preciso  para  su  subsistencia...»  (1)  «En  sus  casas  se  tratan  con 
mucha  indecencia  y  desaseo...  y  no  tan  solamente  los  de  una  fami- 
lia, sino  también  los  de  otras  que  viven  dentro  de  una  sola  habita- 
ción... la  tienen  tan  inmunda,  negra,  llena  de  humo  y  hediondez,  que 
es  repugnante  entrar  en  ellas;  y  contribu3'e  no  poco  á  su  desaseo  y 
abatimiento»  (2). 

Prometió  Bucareli  mudar  el  vestido  y  hasta  poner  calzado;  mas 
he  aquí  cómo  describe  el  mismo  Doblas  el  estado  en  que  se  hallaban 
las  Doctrinas  diez  }'  seis  años  después  de  entablado  el  famoso  plan: 
«En  sus  casas  se  tratan  con  mucha  indecencia:  regularmente  andan 
desnudos  los  padres  y  las  madres  delante  de  los  hijos  é  hijas,  aun 
siendo  adultos,  y  éstos  lo  mismo  delante  de  sus  padres...»  (3)  Y  el 
brigadier  Alvear,  hacia  1795,  cuenta  como  desórdenes  envejecidos  y 
reinantes  en  todas  las  Doctrinas  «el  desaseo  y  continua  necesidad 
en  que  viven  los  ciu/umís  [adolescentes],  la  porquería  y  torpe  inde- 
cencia conque  se  crían  las  cuñatais  [niñas  y  doncellas],  la  pobreza 
suma  de  los  naturales,  todos  sacrificados  siempre  y  desatendidos... 
y  por  último,  el  gran  libertinaje  y  escandaloso  desarreglo  de  cos- 
tumbres...» (4)  Es  asimismo  instructivo  el  expediente  que  resultó  de 
la  carta  sobre  el  lastimoso  estado  de  Trinidad  arriba  citada  (5), 
donde  se  ve  la  miseria  con  que  se  presentaban  en  Buenos  Aires  los 
infelices  Guaraníes,  y  las  licencias  y  consejos  que  habían  de  interve- 
nir antes  de  darles  un  pedazo  de  lienzo  con  que  cubrir  sus  carnes, 
para  evitar  el  riesgo  de  verse  comprometido  el  mismo  Administra- 
dor general,  y  sujeto  á  un  embargo  en  los  efectos  de  su  propiedad, 
acción  que  de  hecho  se  intentó  ejecutar,  y  no  una  vez  sola. 

La  prometida  repartición  de  bienes  comunes  no  se  efectuó;  y 
tuvo  Bucareli  el  suficiente  discernimiento,  cuando  hubo  tratado  á  los 
Guaraníes,  para  reconocer  que  lo  que  habían  hecho  los  Jesuítas  en 
esta  parte  estaba  bien  hecho,  era  necesario,  y  no  se  podía  mudar  sin 
producir  un  desastre  inmediato.  —  ¡Ojalá  que  así  como  dejó  los  bienes 
de  propios,  que  todas  las  poblaciones  tienen,  no  hubiera  introducido 
un  comunismo,  en  que  nunca  pensaron  los  Jesuítas!  Mas  de  esto 
hablaremos  algo  más  adelante. 

Del  aprendizaje  del  castellano,  de  la  ida  á  la  corte  de  Madrid,  de 
las  espadas  y  dagas,  y  título  de  caballeros  é  hijosdalgo,  podrían 
haber  dado  testimonio  aquellos  burlados  Caciques  y  Corregidores  de 

(1)  Doblas,  Memoria,  ed.  Ángelis  1836,  pág.  20.  21. 

(2)  Ibid.  pág.  12. 

(3)  íbid. 

(4)  Relación  de  Misiones,  ed.  de  Ángelis  1836,  pág.  105. 

(5)  Buenos  Aires:  Arch.  gen.  leg.  Misiones  <  Varios  años  /  1. 


-  203  - 

los  treinta  pueblos  algunos  años  después.  —  Seguramente  no  hubo 
de  estar  entre  ellos  el  que  once  años  más  tarde  era  Corregidor  del 
pueblo  de  Santa  María  de  Fe,  uno  de  los  que  tenían  más  comunica- 
ción con  los  españoles,  y  sin  embargo  ni  siquiera  sabía  firmar,  como 
se  ve  en  las  diligencias  del  padrón,  donde  hubo  de  firmar  otro  de  los 
asistentes  por  él  (1).  No  se  encontraban  ejemplos  semejantes  en 
tiempo  de  los  Jesuítas,  cuando  <íhabía  en  cada  idio  de  los  Pueblos... 
un  mímero  muy  grande  de  Indios  muy  hábiles  en  escribir.,  y  leer 
EspañoU  (2);  ni  se  dará  caso  semejante  en  todos  los  Inventarios  de 
Doctrinas  de  1768  (3).  — Pero  cuando  los  niños  no  llegaron  á  apren- 
der castellano,  como  vamos  á  ver  en  seguida,  mucho  menos  se  podía 
esperar  esto  de  los  adultos,  y  menos  de  hombres  formados. 

La  Universidad  de  Candelaria,  los  indiecitos  educados  en  Semina- 
rio, y  luego  ordenados,  y  luego  hechos  Curas  de  aquellos  pueblos;  los 
caciques  ascendidos  á  Gobernadores,  á  Virreyes,  á  Ministros  de 
Indias;  fueron  sueños  que  disipó  el  día;  fueron  ilusiones  y  fantasías 
que  desvanecióla  triste  realidad. 

Lo  que  Bucareli  trajo  á  los  Guaraníes,  para  cumplir  sus  ilusorias 
promesas,  fué  una  verdadera  esclavitud,  como  también  lo  veremos 
pronto. 


VI 


LAS  TRES  BASES  DE  CIVILIZACIÓN 

Tres  eran  los  puntos  principales,  al  decir  de  Bucareli  en  su  Ins- 
trucción, de  los  que  se  había  de  seguir  todo  bien,  y  en  que  se  cifraba 
la  civilización  y  prosperidad  de  las  Doctrinas  Guaraníes:  el  idioma 
castellano,  el  cultivo  de  las  tierras,  y  el  comercio;  y  para  los  tres  se 
lisonjeaba  de  haber  dado  providencias  suficientes  en  su  sistema. 

De  la  felicidad  á  que  podía  conducir  el  cultivo  de  las  tierras  en  el 
estado  á  que  quedaron  reducidas  en  virtud  del  plan  de  Bucareli,  y 
casi  á  sus  mismos  ojos,  en  el  tiempo  de  los  Administradores  puestos 
por  él,  puede  juzgarse  por  lo  hasta  aquí  expuesto.  Las  tierras  de  labor 
estaban  abandonadas;  los  algodonales  destrozados;    arruinados  los 

(1)  Buenos  Aires.  Arch.  gen.  leg.  Misiones  ¡Varios  años  I  a. 

(2)  Cédula  de  28  de  Dic.  de  1743,  punto  3." 

(3)  Brabo,  Inventarios. 


187 


-204- 

plantíos  de  yerba  mate  que  con  tanto  trabajo  se  habían  establecido 
junto  á  los  pueblos;  las  estancias,  despobladas  de  ganado.  Y  no  fué 
muy  notable  la  mejoría  nunca  en  adelante.  Los  indios  estaban  des- 
moralizados; trabajaban  de  mala  gana;  y  los  que  los  dirigían  en  los 
trabajos,  muchas  veces  no  eran  inteligentes  en  ellos. 

De  los  otros  dos  medios,  idioma  y  comercio,  diremos  en  breve  lo 
que  en  1791  decía  el  Administrador  general  en  su  Informe  al  Virrey 
Loreto:  «ni  se  observa  la  civilización  de  los  Indios  con  el  trato  de  los 
Españoles,  ni  los  progresos  de  su  utilidad  que  se  pronosticaron  por 
medio  de  su  comercio»  (1). 

Del  aprendizaje  de  la  lengua  española  se  prometía  Bucareli  tan 
gran  adelanto,  que  lo  llamó  la  base  fundamental  de  la  civilización 
de  los  indios  (2).  Erraba  en  esto,  como  lo  tenemos  ya  demos- 
trado (3).  Pero  no  menos  erraba  en  representar  como  fácil  el  intro 
ducir  entre  los  Guaraníes  el  idioma  castellano;  como  si  viviera  per- 
suadido de  que  lo  que  no  habían  logrado  los  Jesuítas  empleando  todos 
los  medios  excepto  el  del  riguroso  castigo,  lo  había  de  conseguir  la 
autoridad  del  reformador,  con  sólo  dejarlo  escrito  en  una  Instrucción 
y  una  Ordenanza. 

El  maestro  de  escuela  se  puso,  aunque  no  en  todos  los  pueblos; 
pues  de  las  treinta  Doctrinas,  nueve  solamente  eran  las  que  tenían 
maestro  en  1776.  Gravóse  la  pobreza  de  los  pueblos,  obligándoles  á 
pagar  el  sueldo  de  250  pesos  á  cada  maestro,  y  á  suministrarle  1o.d 
alimentos  para  él  3^  su  familia.  Pero  el  aprender  los  mdios  el  caste- 
llano, nunca  se  vio.  En  el  Archivo  General  de  Buenos  Aires  se  con- 
servan las  muestras  é  informes  de  los  exámenes  de  varios  años, 
Solíanse  revestir  estos  actos  de  alguna  solemnidad,  así  para  halagar 
á  los  indios,  como  para  poder  informar  satisfactoriamente  á  la  Capi- 
tal. Pero  el  resultado  del  examen  se  reducía  á  enviar  seis  ú  ocho  pla- 
nillas de  escritura  en  castellano,  elegidas  entre  las  mejores  que 
habían  escrito  los  alumnos  (lo  que  probaba  que  alcanzaban  á  adqui- 
rir destreza  de  pendolistas,  habilidad  ya  común  antes  de  Bucareli),  y 
á  enumerar  las  varas  de  ropa  que  en  premio  se  habían  dado  á  cada 
uno.  Del  progreso  en  hablar  castellano,  no  se  decía  ni  palabra,  por- 
que no  lo  había. —En  el  mismo  Archivo  de  Buenos  Aires  se  conser- 
van no  pocas  solicitudes  é  informes  de  los  Cabildos  Guaraníes  al 
Virrey  escritas  en  Guaraní,  y  algunas  sin  el  acompañamiento  de 
la  traducción  castellana.  Y  como  en  cierta  ocasión  hubiese  enviado  el 

(1)  Buenos  Aires.  Arch.  gen.  leg.  Misiones  i  Varios  años  /  1- 

(2)  Instrucción,  núm.  3- 
(8)     Lib.  I.  c  IX.  §  X. 


-205- 

Virrey  un  oficio  de  respuesta  en  que  extrañaba  que,  después  de  tan- 
tos años  no  fuese  aún  usual  el  castellano,  ni  siquiera  para  despachos 
oficiales,  parece  que  se  enmendó  algo  por  entonces  el  defecto.  Mas 
no  fué  por  existir  mayor  sabiduría;  pues  en  28  de  Enero  de  1791 
decía  en  su  Informe  el  Administrador  General:  «La  misma  incapaci- 
dad... en  cuanto  cá  sus  acciones  se  observa  hoy  sin  diferencia  en  los 
Pueblos  de  esta  Nación  [que  en  tiempo  de  los  Jesuítas]:  porque  si  enton- 
ces no  hablaban  ni  escribían,  ni  entendían  el  Idioma  Castellano,  ahora 
sucede  lo  mismo,  siendo  preciso  que  en  todas  las  operaciones,  en  que 
los  Cabildos  deben  tener  inteligencia  por  Ordenanza,  se  les  explique 
la  materia  en  lengua  Guaraní,  y  que  si  acaso  escriben  á  sus  Superio- 
res, sea  en  la  misma,  }'  en  tan  rústico  estilo,  que  parece  están  en  el 
centro  de  su  primitiva  barbaridad»  (1).  Y  hacia  1795  testificaba  el 
brigadier  Alvear:  [«ha  sido]  la  mente  del  Rey  en  la  erección  de  este 
empleo  [de  maestros  de  escuela]  que  los  naturales  aprendan  la  len- 
gua nacional,  para  cuyo  efecto  se  fian  expedido  reiteradas  órdenes, 
hasta  ahora  sin  fruto»  (2).  Y  lo  mismo  aconteció  en  todos  los 
ochenta  años  que  duró  el  sistema  de  Bucareli  hasta  1848. 

A  juzgar  con  el  criterio  que  Bucareli,  plagiando  al  libelista  de  la 
Rel(U-áo  abreviíida  RpUcó  á  los  jesuítas,  sería  preciso  decir  que  la 
idea  del  mismo  Bucareli  «de  no  consentirles  hablar  el  castellano  y... 
los  tenia  en  estado  de  necesitar  intérprete,  pudiendo  hallarse  más 
hacía  de  [setenta  años]  aptos  para  girar  por  si  solos,  mayormente 
cuando  repetidas  veces  había  maridado  S.  M.  que  se  les  enseñase  y 
pusiese  escuela  para  ello,  lo  que...  ¡lo  se  había  cumplido»  (3)  «jv  éste 
hubiera  sido  uno  de  los  sentimientos  que  )nanif estaran  los  indios 
contra  [Bucareli],  luego  que  se  les  hubiese  hecho  entender-»;  que  todo 
lo  había  hecho  pura  (^poseer y  go3ary>  él  y  sus  favorecidos,  puestos 
allí  por  Gobernadores  y  Administradoras,  «aquel  país  y  el  sudor  de 
aquellos  miserables:»  indios  (4).  Por  eso  había  elegido  Administrado- 
res paraguayos  y  correntinos  como  lo  hizo  (5),  «con  la  idea  de  emba- 
razar que  entrasen  allí  los  españoles».  Que  por  eso  había  dejado  de 
Gobernador  áZavala,  quien  usando  del  mismo  sistema,  se  perpetuó 
en  Misiones  tremta  años. 

Y  SI  alguien  replicara  que  bien  patentes  eran  los  mandatos  de 
poner  escuela,  y  la  persuasión  de  ser  el  castellano  la  base  de  la  pros- 

(1)  Buenos  Aires;  Arch.  gen.  legf».  Misiones  I  Varios  años/ 1. 

(2)  Alvkar,   Relación  (Ánghlis,  i  V^  91.) 

(3)  Carta  de  Bucareli  al  Conde  de  Aranda,  fecha  14  de  Octubre  de  1768. 
(4;  Ibid. 

(5)  Representación  del  Administrador  general  Sanginés,  (Buenos  Aires.  Arch. 
gen.  leg.  Misiones/  Varios  años  la.) 


-206- 

peridad  en  Doctrinas;  sería  fácil  responder  lo  que  respondía  Buca 
reli  y  los  enemigos  de  los  Jesuítas  en  semejantes  casos,  que  eso  eran 
apariencias  para  deslumhrar  á  la  Corte,  pero  que  detrás  de  esas  órde- 
nes públicas  había  dejado  otras  secretas  para  que  se  estorbase  la 
ejecución,  y  por  eso  no  se  habían  puesto  escuelas  sino  en  contados 
pueblos,  ni  aprendieron  nunca  los  Guaraníes  el  castellano. 

Pero  como  esto  no  es  sino  un  criterio  absurdo,  suministrado  sólo 
por  la  ignorancia  y  la  pasión,  deberemos  más  bien  discurrir  conforme 
á  la  verdad,  deduciendo  de  ese  hecho  innegable  que  no  era  tan  fácil 
como  soñaban  los  utópicos  autores  de  planes  como  el  de  Bucareli,  el 
enseñar  castellano  á  los  Guaraníes;  pues  ni  los  Jesuítas  sin  azote,  ni 
Zavala  y  los  demás  ejecutores  del  nuevo  plan  con  azote,  y  con  todas 
las  recomendaciones  posibles,  lograron  introducirlo. 

Hoyes,  y  después  de  140  años  que  han  pasado  de  Bucareli  acá, 
no  se  habla  castellano  en  aquellas  regiones,  ni  en  el  Paragua3^  entre 
la  gente  del  campo,  sino  Guaraní;  como  en  Cataluña  y  en  Vizcaya 
no  habla  la  gente  del  pueblo  castellano,  sino  catalán  y  vascuence. 

La  civilización  reportada  por  los  indios  con  la  introducción  del 
comercio,  que  fué  el  otro  de  los  decantados  medios  de  la  Instrucció)i, 
era  nula.  En  el  expediente  promovido  de  1788  á  1795  j  siguientes 
sobre  este  asunto,  decía  el  Administrador  general  D.Diego  Cassero: 
«La  materia  del  comercio  con  los  pueblos  de  Misiones  ha  estado  tan 
problemática,  que  han  sido  tantas  las  opiniones,  como  los  sujetos 
que  la  trataron...  Se  expidió  una  orden  á  los  Tenientes  de  Goberna- 
dores con  fecha  á  13  de  Agosto  de  1783  para  que  informasen...  Los 
informes  que  remitieron  los  Tenientes...  llegaron,...  y  el  Excelentí- 
simo Señor  Marqués  de  Loreto  les  dio  curso  en  la  de  Oct."  del  refe- 
rido año,  dirigiéndolos  al  Gobernador  D.  Francisco  Bruno  de  Zavala, 
para  que  sobre  ellos  continuara  el  suyo,  como  lo  verificó...  La  con- 
cordancia que  se  advierte  en  los  insinuados  informes,  está  reducida  á 
conceder  de  plano  la  actual  incapacidad  de  los  Indios  para  comerciar 
por  sí  solos  3^  manejar  los  bienes...»  (1).  —  «El  comercio  establecido 
por  Ordenanza  para  los  Pueblos  de  Misiones,  no  se  puede  dudar»  que 
fué  elegido  como  el  medio  «más  favorable...  para  reconciliar  aun 
tiempo  la  cultura  de  la  nación  Guaraní  con  las  conveniencias  y  ade- 
lantamientos que  se  esperaban  conseguir  con  la  nueva  forma  de 
gobierno.  Estos  dos  objetos,  que  prometieron  á  la  vista  la  mayor 
felicidad,  no  han  correspondido  á  las  rectas  intenciones  (?j  con  que 
fueron  animados,  porque  ni  se  observa  la  civilización  de  los  Indios 

(1)     Buenos  Aires.  Arch.  gen.  leg.   Misiones  I  Varios  años  1 1. 


-207  — 

con  el  trato  de  los  Españoles,  ni  los  progresos  de  utilidad  que  se  pro- 
nosticaban por  medio  de  su  comercio». 

El  provecho  imaginado  de  civilizar  y  enriquecer  no  se  había 
obtenido.  Y  al  lado  de  este  fracaso  de  un  éxito  seguro  tan  ponderado, 
habían  sobrevenido  gravísimos  daños. 

Los  comerciantes  entraban  allí,  no  solo  en  los  meses  de  febrero, 
marzo  y  abril,  como  decía  el  título  1.°,  sino  en  todos  los  meses  del 
año.  Expresar  la  limitación  había  sido  muy  fácil;  pero  cumplirla,  sin 
duda  no  lo  era  tanto,  cuando  en  una  larga  serie  de  años  no  se  había 
cumplido;  y  cuando  el  mismo  Gobernador  elegido  por  Bucareli,  5^  de 
tanta  confianza  de  la  Corte,  que  se  mantuvo  en  el  cargo  por  más  de 
treinta  años  hasta  su  muerte,  explicaba  ahora  el  motivo  de  no  guardar 
la  Ordenanza,  y  usaba  de  términos  que  daban  á  entender  dificultad 
graveiy  aun  casi  imposibilidad  de  limitar  el  comercio  precisamente  á 
aquel  plazo. — Entraban  los  comerciantes,  y  con  ellos  los  vicios,  los 
tratos  ilícitos  y  las  ofensas  de  Dios  que  de  antemano  estaban  previstas, 
y  que  había  mostrado  en  todas  las  comarcas  de  indios  la  experiencia. 
Sucedía  que  los  indios  particulares  se  daban  vergüenza  de  que  los 
tuviesen  por  lo  que  eran,  por  incapaces  de  contratar  (1),  y  por  otra 
parte  hallaban  duro  sujetarse  á  todas  las  formalidades  de  recurrir  al 
Administrador,  obtener  la  aprobación  de  su  trato,  etc.,  y  buscaban 
la  manera  de  eludir  la  vigilancia  de  sus  superiores.  Coadyuvaban  á 
su  intento  con  gran  gusto  los  mercaderes,  y  salía  hecho  el  trato 
clandestino,  y  engañado  el  indio  por  su  simplicidad  con  lesiones  gra- 
ves en  sus  cortos  haberes.  No  teniendo  el  indio  apenas  cosa  propia, 
parte  por  su  indolencia,  parte  porque  ya  no  se  le  dejaba  tiempo  de 
trabajar  para  sí;  ocurría  otro  daño  gravísimo,  que  al  mismo  tiempo 
era  causa  de  introducirse  el  mayor  desorden  3^  atrevimiento  entre 
los  indios  3'  de  arruinarse  los  bienes  de  comunidad,  3'  era  el  que 
explican  las  palabras  del  Virre3^  Marqués  de  Loreto:  «Sin  embargo 
de  que  tengo  tomadas  todas  las  providencias  más  ajustadas  3'  confor- 
mes á  precaver  el  clandestino  comercio  de  géneros  3'  bebidas  que  se 
hace  en  los  Pueblos  de  Misiones  Guaranís  3'  su  jurisdicción  á  cambio 
de  cueros,  grasa  3"  sebo,  para  lo  cual  destruyen  sus  naturales,  3"  otros 
advenedizos  que  se  introducen  con  ellos,  los  ganados  ma3'ores  que 
sirven  á  su  conservación  3'  fomento;  3'  lo  que  es  más,  que  usando  con 
libertad  3^  sin  la  templanza  de  los  vinos  3'  aguardientes,  resultan  gra- 
ves ofensas  á  Dios...»  (2).  Por  manera  que  el  comercio  hacía  que  el 
indio  robase  para  comerciar,  3'  había  introducido  la  borrachera,  que 

(1)  Doblas,  Memoria  histórica,  ed.  Ángelis  1836,  pág.  11. 

(2)  Buenos  Aires.  Arch.  gen.  leg.  Misiones  I  Varios  años/ 1. 


-208- 

felizmente  habían  desarraigado  los  Jesuítas,  según  confesó  el  mismo 
Bucareli  (1). 

Ni  paraba  todo  en  esto;  pues,  como  lo  informaba  el  Teniente  de 
Concepción,  Doblas:  «La  entrada  de  los  comerciantes  en  estos  pue- 
blos es  en  extremo  perjudicial,  aun  limitándola  á  los  tiempos  de  la 
Ordenanza:  ellos  por  más  celo  que  haya,  han  de  engañar  á  los  indios: 
les  han  de  causar  distracciones:  han  de  tener  alianzas  ilícitas  con 
notable  escándalo:  han  de  introducir  bebidas  clandestinamente,  cau- 
sando embriaguez  á  los  indios:  se  mantienen  en  la  mayor  parte  á 
costa  de  los  pueblos:  y  por  último,  á  su  retirada  se  llevan  indios 
muchachos  y  aun  indias,  sacándolos  de  los  pueblos  para  nunca  vol- 
ver á  ellos»  (2).  Por  manera  que  la  promesa  de  introducir  la  civiliza- 
ción por  medio  del  comercio  se  había  tornado  ilusoria;  y  en  vez  de 
ella,  se  había  introducido  el  fraude,  el  robo  de  los  bienes  del  pueblo, 
la. embriaguez  y  la  disolución. 

(1)  Instrucción,  núm.  23. 

(2)  B.'  A."  Arch.  gen.  leg.  cit. 


CAPITULO  VIII 


LAS  CAUSAS  EN  PARTICULAR 


1.  El  haber  infatuado  á  los  indios. — 2.  Las  promesas  de  Bncareü. — 3.  El 
Administrador  particular.  —  4.  La  autoridad  de  éste. — 5.  El  Comunismo  de 
Bucareli. — 6.  Otras  prescripciones  de  Bucareli. — 7.  Esclavitud  de  los  indios. — 
8.     Valor  de  la  obra  entera  de  Bucareli. 

Hemos  enumerado  los  desastrosos  efectos  del  plan  de  Bucareli, 
que  prometiendo  mentida  felicidad,  condujo  las  Doctrinas  Guaraníes 
á  una  decadencia  próxima  á  su  ruina.  Pero  pudiera  dudar  alguno,  si 
aquéllos  son  verdaderamente  efectos  y  deben  referirse  al  plan  como 
á  su  causa:  ó  si  más  bien  es  un  discurso  engañoso  el  que  hacemos, 
atribuyéndolos  á  aquel  sistema,  sólo  porque  vinieron  después  de 
planteado,  é  incurriendo  en  el  sofisma  de  post  Jioc,  ergo  propter  hoc. 
Bastaría  para  desvanecer  esta  duda  considerar  la  seguridad  y  aire 
infalible  de  las  promesas  de  Bucareli,  cuando  asentaba  que,  deste- 
rrados los  Jesuítas,  vendría  toda  la  felicidad  y  la  más  espléndida 
civilización  á  las  Doctrinas,  porque  ellos  solos  eran  la  causa  de  la 
miseria  y  rudeza  de  los  indios;  y  el  aplomo  con  que  aseveraba  que 
con  sólo  el  extrañamiento,  se  habían  conquistado  para  la  Religión  y 
para  el  dominio  de  España  cien  mil  habitantes  (1);  y  ver  que,  en 
efecto,  se  había  cumplido  el  extrañamiento,  y  los  cien  mil  habitan- 
tes se  hallaban  aniquilados  y  reducidos  á  menos  de  la  mitad,  y  jun- 
tamente, habían  retrogradado  en  la  senda  de  la  civilización,  habién- 
doseles introducido  todos  los  vicios.  Pero  á  mayor  abundamiento, 
vamos  á  estudiar  las  causas  inmediatas  de  tanto  mal,  y  veremos  que 
se  encuentran  en  las  disposiciones  del  Reglamento  de  Bucareli. 

(I)     BucAREí,!,  Carta  de  14  de  Octubre  de  1768  al  conde  de  Aranda  (Brabo,  195). 
14    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes— tomo ii. 


210 


188 

EL  HABER  INFATUADO  Á  LOS  INDIOS 


Cuando  se  trata  de  investigar  las  causas  inmediatas  que  produ- 
jeron éxito  tan  desastroso  en  las  Doctrinas  á  partir  del  día  en  que 
fueron  expatriados  los  Jesuítas;  vienen  á  descubrirse  muy  diversas 
opiniones.  Alarmados  Gobernadores,  Visitadores  y  Virreyes,  no 
menos  que  los  Administradores  particulares  de  buena  intención,  y 
Administradores  generales,  se  preguntaron  en  varias  ocasiones  cuál 
era  el  origen  de  aquel  desquicio  de  toda  una  región,  manifestado  en 
lo  exterior  por  una  decadencia  material,  miseria  y  despoblación  que 
ninguna  providencia  alcanzaba  á  contener,  mientras  en  lo  interior 
fermentaban  la  relajación  y  los  vicios;  y  en  qué  punto  existía  la 
enfermedad,  para  aplicar  el  remedio.  Los  Administradores  echaban 
la  culpa  á  la  desobediencia,  flojedad  y  haraganería  de  los  indios:  los 
Visitadores,  á  la  impericia  de  los  Administradores  ó  á  su  negocia- 
ción: el  Gobernador  Zavala  al  dominio  que  á  su  juicio  se  arrogaba 
el  Administrador  general  y  á  la  insuboidinación  de  los  Tenientes, 
quienes  procedían  como  dueños  absolutos,  usando  de  malos  trata- 
mientos en  general,  y  hasta  perseguían  con  partidas  armadas  á  los 
indios  cuando  querían  recurrir  al  Gobernador  (1):  los  Tenientes  al 
comercio  y  al  Gobernador:  el  Administrador  general,  á  todos,  empe- 
zando por  el  Gobernador,  porque  no  cumplían  las  Instrucciones 
dadas  por  Bucareli,  «/)or  cuanto  en  ellas»  decía  «consta  todo  cnanto 
conviene  para  la  subsistencia  y  fomento  de  los  pnehlosT>  (2). 

Pareceres  todos  incompletos,  y  el  último  manifiestamente  erró- 
neo, pues,  como  vamos  á  ver,  en  las  Instrucciones  de  Bucareli  pre- 
cisamente estaba  el  vicio  intrínseco  origen  de  tantos  daños. 

Entre  los  innumerables  testimonios  del  empeño  que  pusieron  las 
autoridades  españolas  del  Río  de  la  Plata  en  sostener  las  Misiones 
que  se  derrumbaban,  se  encuentra  el  expediente  promovido  en 
Diciembre  de  1776  por  el  Teniente  de  Candelaria  D.  Juan  Valiente 
para  averiguar  las  causas  de  la  decadencia  de  los  pueblos. 

(1)  Buenos  Aires:  Arch.  gen.  leg.  Misiones  I  Varios  años  /  a. 

(2)  Ibid. 


-211- 

Allí  discurren  los  catorce  Administradores  que  fueron  consulta 
dos,  y  para  responder  á  la  pregunta,  alega  cada  uno  varios  capítu- 
los. Pero  no  puede  menos  de  sentirse  la  fuerza  de  la  verdad  en  la 
afirmación  que  uniformemente  estampan  todos  ó  casi  todos  ellos 
sobre  el  principio  de  la  decadencia.  «Les  informaron  á  los  principios 
á  estos  Naturales  (cuya  capacidad  más  experta  debe  reputarse  como 
la  de  un  muchacho  de  doce  años,  poco  experto),  que  ellos  eran  due- 
ños absolutos  de  todas  las  haciendas  de  los  pueblos  y  su  manejo, 
que  el  Rey  había  hecho  caballeros  á  los  Caciques,  y  que  con  esta 
mutación  salían  del  cautiverio  en  que  dichos  expatriados  los  tenían, 
á  una  suma  libertad,  con  otras  muy  á  su  favor  á  este  tenor,  cu  va 
primera  causa  es  la  primera  piedra  fundamental  de  su  ruina.»  Así 
Don  Lorenzo  de  ligarte,  Administrador  del  pueblo  de  Loreto  (1). 
Y  explicando  más  el  alcance  de  esta  causa,  prosigue:  «Los  indios, 
por  naturaleza  arrogantes  y  noveleros,  dando  entero  crédito  á 
estas  persuasiones,  esperando  que  el  Rey  les  señalase  algunas  ren- 
tas de  su  Real  Erario  para  mantenerlos  holgando,  se  dejaron  estar 
caballeros,  abandonando  sus  trabajos,  y  destrozando  las  haciendas 
que  quedaron^  hasta  dejarlas  destruidas.» 

Y  el  Administrador  de  Apóstoles:  «Salieron  e^tos  expulsos  [los 
Jesuítas],  les  hablaron  [los  Ejecutores  del  extrañamiento]  á  los  mora- 
dores de  este  pueblo,  según  todos  lo  dicen,  que  les  dijeron  que  habían 
de  vivir  como  españoles,  que  los  Caciques  eran  hidalgos,  y  que  no 
eran  esclavos,  que  ya  se  les  acabó  los  azotes:  estas  palabras  se 
publicaron  á  voces  por  la  plaza  y  calles  para  que  sepan  todos  esta 
disposición...  Me  parece  no  tenía  más  que  exponer  que  lo  dicho,  para 
venir  en  conocimiento  cuál  es  el  atraso  de  los  pueblos,  pues  de  ahí 
nace  todo  mal  que  en  el  día  se  experimenta»  (2). 

El  Administrador  de  Candelaria:  «Digo  que  su  decadencia  prin- 
cipal consiste  en  haberles  impresionado,  al  tiempo  de  la  expulsa  de 
los  expatriados,  que  todos  los  bienes  que  tenían  eran  suyos  para  usar 
de  ellos  libremente;  que  los  Caciques,  como  hidalgos,  eran  los  que 
debían  gobernar;  que  podían  ir  adonde  quisieran  á  tratar  con  los 
españoles:  de  que  nació  la  destrucción  de  estancias,  de  Boyadas,  y 
Cavalladas,  la  fuerza  á  desertarse,  la  repartición  de  Chacras, 
y  Capillas,  que  antes  estaban  agregadas  á  la  Comunidad:.,  á  mí  me 
sucede  que,  habiendo  la  Corregidora  tomado  cuatro  animales  de  la 
hacienda,  para  ir  á  vaquear,  al  tiempo  de  quitárselos  me  respondió 
que  podía  y  quería  llevarlos,  y  darlos  ó  venderlos,  que  para  eso  eran 

(í)    B."  A.'  Arch.  gen.  leg.  Misiones  /  Varios  años  /  a. 
(2)    Ibid. 


-212- 

suyos,  y  ella  con  los  demás  Caciques  y  Cacicas  eran  hidalgos  de 
Castilla.  En  conformidad,  que  con  esto,  y  con  haber  dado  orden  en 
los  pueblos  que  no  se  castigase  á  nadie,  principalmente  á  los  Caci- 
ques y  Cabildantes,  han  criado  tantas  alas,  dándose  tanto  á  la  hara- 
ganería...» (1) 

Pudiéramos  todavía  añadir  más  testimonios;  pero  nos  contenta- 
remos con  el  que  da  el  Padre  Provincial  de  la  Orden  de  San  Fran- 
cisco, Fray  José  Blas  de  Aguirre,  quien,  por  decreto  de  31  de  Octubre 
de  1777,  fué  comisionado  para  visitar  las  Doctrinas  de  Guaraníes 
é  informar  de  lo  que  necesitase  urgente  remedio;  y  en  desempeño  de 
su  comisión  dice  lo  siguiente:  «El  Gobierno  de  las  Misiones  que 
acaba  de  visitarse,  es  un  edificio  político,  que  no  solamente  ha  per- 
dido el  buen  orden  y  la  hermosura  con  que  lo  hemos  conocido  cuantos 
hemos  vivido  en  estas  partes,  sino  que  en  el  día  se  presenta  á  la 
vista  con  un  aspecto  tan  desfigurado,  que  está  indicando  hallarse 
próximo  el  momento  fatal  de  una  ruina  tan  escandalosa,  que  deberá 
atribuirse  á  los  mismos  que,  con  ciencia  y  justicia,  han  sido  autoriza- 
dos por  el  Rey  y  sus  Ministros  para  sostenerlo. 

«Consistía  la  felicidad  de  estos  pueblos  en  su  abundancia  misma, 
y  ésta  se  afianzaba  en  la  prudente  distribución  del  tiempo  para  arre- 
glar el  trabajo  de  los  indios;  en  el  acopio  de  sus  cosechas  deposita- 
das en  almacenes  comunes,  para  distribuirlas  oportunamente:  en  el 
crecido  número  de  ganados,  que  se  sustentaban  en  los  pueblos  sin  la 
menor  escasez;  y  consistía  finalmente  en  una  cristiana  economía 
con  que  á  sanos  y  enfermos,  chicos  y  grandes,  hombres  y  mujeres, 
se  socorría,  con  aquella  puntualidad  con  que  lo  hace  un  próvido  padre 
de  familia  en  su  misma  casa. 

»Esta  felicidad  desapareció  ya,  3'  yo  no  sé  si  para  siempre.  Se 
han  inspirado  á  los  indios  unas  nuevas  ideas  de  libertinaje  muy  per- 
judiciales, y  sobre  toJo  se  ha  trabajado  demasiadamente  en  persua- 
dirles que  son  verdaderos  señores  de  sus  tierras,  de  sus  ganados,  de 
todo  el  producto  de  uno  y  otro,  y  de  la  recompensa  que  corresponde 
al  personal  y  rudo  trabajo  en  que  se  ocupan.»  (2) 

Se  ve  por  todos  estos  informes,  que  á  los  indios  Guaraníes,  en  el 
momento  de  la  expulsión  de  los  Jesuítas  se  les  inculcaron  pública- 
mente y  con  repetición,  para  que  empezasen  á  vivir  como  pueblo 
civilizado,  las  siguientes  máximas:  1.  Que  antes,  debajo  de  la  direc- 
ción de  los  Jesuítas,  solemnemente  aprobada  y  confirmada  por 
F'elipe  V,  el  gran  favorecedor  de  los  indios,  en  su  Cédula  expedida 

(1)  B.'  A..  Arch.  g'en.  \eg.  Jesuítas  /  Varios  años  I  a. 

(2)  MoNNER  Sans,  Pinceladas  históricas.  193. 


-213- 

no  mucho  antes  en  1743;  vivían,  no  obstante,  los  Guaraníes  en  un 
estado  infeliz  y  de  esclavitud,  bajo  del  dominio  despótico  de  los  Jesuí- 
tas, quienes  les  usurpaban  los  bienes,  puesto  que  habían  procurado 
que,  además  de  la  propiedad  que  cada  indio  tenía  de  sus  cosas  par- 
ticulares, hubiese  otros  bienes  comunes  del  pueblo  para  el  soco- 
rro de  necesidades  urgentes.  2.  Que  todos  los  bienes  que  había 
en  las  Doctrinas,  incluso  los  bienes  comunes,  eran  propios  suyos  y 
de  cada  particular,  en  especial  de  los  Caciques,  de  modo  que  libre- 
mente podían  disponer  de  ellos,  y  se  les  hacía  injuria  en  no  dejarles 
gastarlos  á  su  arbitrio.  3.  Que  esta  esclavitud  había  cesado  ya,  y 
con  la  ida  de  los  Jesuítas  habían  cesado  de  ser  esclavos,  sin  podér- 
seles poner  estorbo  en  el  uso  de  estos  bienes.  4.  Que  ya  no  había  de 
haber  más  castigo  de  azotes.  5.  Que  los  Caciques  y  Cacicas  eran 
todos  nobles  é  hidalgos  de  Castilla,  )'  podían  tratarse  como  los  hidal- 
gos españoles,  ir  donde  quisieran,  comerciar  como  quisieran,  con 
esperanzas  de  llegar  á  ser  Gobernadores,  Virreyes  ó  cosa  parecida. 
La  liquidación  universal  con  que  sueñan  los  socialistas,  difícilmente 
podía  ser  estímulo  que  más  despertase  el  apetito. 

Todas  estas  instigaciones,  brotadas  de  un  odio  insensato  contra 
los  Jesuítas,  y  fundadas  en  una  supina  ignorancia  de  la  realidad  de 
las  cosas  y  del  carácter  de  los  indios  (si  3^a  no  es  que  digamos  en 
una  satánica  voluntad  de  envenenarlos  ánimos  con  la  calumnia,  aun- 
que para  ello  fuese  necesario  perder  los  cuerpos  y  las  almas  de  aquel 
pueblo),  eran  muy  suficientes  para  indisponer  los  ánimos  de  los  natu- 
rales con  sus  antecedentes  Doctrineros;  pero  al  mismo  tiempo 
aptas  para  trastornar  el  orden  y  concierto  en  cualquier  socie- 
dad, por  bien  organizada  que  estuviera,  mayormente  procediendo 
de  arriba. 

Porque  que  procediesen  de  arriba,  no  hay  manera  de  dudarlo, 
cuando  todas  estas  máximas  las  vemos  trasparentarse  continua- 
mente en  las  Instrucciones  de  Bucareli.  Más  aún,  está  expresamente 
ordenado  por  Bucareli  que  tales  máximas  se  pregonen  como  el 
insigne  beneficio  que  les  viene  á  traer  el  Gobernador.  He  aquí  las 
palabras  de  su  «^Instriicción  á  los  Comisionad ost>  enviados  á  intimar 
el  extrañamiento  en  cada  pueblo: 

«Asimismo  el  Comisionado  hará  entender  al  Cabildo  el  amor  del 
Rey  á  su  Nación,  y  que  consiguiente  á  él,  se  ha  dignado  habilitarlos 
para  que  puedan  obtener  en  todos  sus  dominios  los  empleos  más  dis- 
tinguidos igualmente  que  los  españoles,  prometiéndose  S.  M.  que, 
educados  según  su  Real  intención,  llegará  el  caso  de  que  vean  á  sus 
hijos  Curas  de  sus  Pueblos,  y  deque  perciban  manifiestamente  las 


-214- 

consiguientes  ventajas  de  su  Real   resolución,  así  en  lo  espiritual, 
como  en  toda  otra  clase  de  adelantamiento»  (1 ). 

Y  siendo  esta  Instrucción  parte  esencial  de  las  disposiciones 
legislativas  del  plan  de  Bucareli,  como  que  contenía  la  intimación 
del  extrañamiento,  y  el  paso  decisivo  para  entablar  todo  su  sistema; 
con  razón  hemos  dicho  que  suplan  estaba  inti  ínsecamente  viciado, 
pues  encerraba  la  enormidad  de  infatuar  é  hinchar  de  soberbia  á  los 
pobres  indios;  y  que  en  el  mismo  plan  estaba  la  raíz  del  enorme 
desconcierto  que  luego  sobrevino. 


11 


189 


LAS  PROMESAS  DE  BUCARELI 

Hemos  ofrecido  en  artículos  anteriores  demostrar  que  Bucareli 
hizo,  en  efecto,  á  los  Guaraníes  las  absurdas  é  inverosímilespromesas 
que  allí  quedan  consignadas  (2);  y  estamos  desempeñando  nuestra 
palabra. 

El  artículo  «Asimismo»  de  la  Instrucción  al  Comisionado  muestra 
lo  que  en  público  Cabildo  se  dijo  á  las  autoridades  Guaraníes.  Pero 
algo  más  se  les  dijo,  cuando  los  informes  que  acabamos  de  citar  (3) 
nos  dicen  que  «■'^e  publicó  á  voces  por  la  plaza  y  calles,  para  que  sepan 
todos  esta  disposición,.,  que  habían  de  vivir  como  españoles,  que 
los  caciques  eran  hidalgos,  y  que  no  eran  esclavos,  que  ya  se  les 
acabó  los  azotes...»  «que  ellos  eran  dueños  absolutos  de  todas  las 
haciendas  de  los  pueblos  }'  su  manejo...  que  con  esta  mutación  salían 
del  cautiverio  en  que  dichos  expatriados  los  tenían...»  «que  todos 
los  bienes  que  tenían  eran  suyos  para  usar  de  ellos  libremente,  que 
los  caciques  como  hidalgos  eran  los  que  debían  gobernar,  que  podían 
irá  donde  quisieran...»  Y  añade  el  Administrador  de  Apóstoles: 
«¿Quiénes  fueron  los  que  lo  publicaron?  Los  mismos  Cabildantes,  á 
quienes  se  lo  dijeron»  (4). 

No  podía  menos  de  ser  así,  y  de  descubrirse  en  las  palabras  de 
los  Comisionados  al  Cabildo,  trasmitidas  á  los  indios  por  los  Cabil- 


(1)  Brabo,  Colección,  pág.  53. 

(2)  Capítulo  VII,  §  IV. 

(3)  §1. 

(4)  Buenos  Aires,  Arch.  gen.  leg.  Misioftes  I  Vanos  años  I  a. 


-  215  — 

dantes,  el  sentimiento  que  rebosaba  en  las  cartas  de  Bucareli  al 
Conde  de  Aranda,  y  aparecía  consignado  en  su  Adición,  número  I, 
*su  libertad,  dominio  y  contercio,  de  que  Jian  estado  privados  [los 
Guaraníes],  en  manifiesta  trasgresión  de  todos  los  derechos»,  «que 
hasta  estos  tiempos  se  les  hizo  sufrir  una  efectiva  esclavitud^) , 
v-sus  labores  y  trabajos  se  convertían  por  la  mayor  parte  en  apro- 
vechainiento  de  otros-»,  núm.  4,  etc.  etc. 

Ni  dejaría  de  salir  allí  la  promesa  de  mayor  abundancia  de  los 
frutos  para  el  sustento  (1);  y  la  de  trabajar  menos  (2),  con  la  de 
enriquecerse  por  medio  de  las  minas,  insinuada  con  la  debida  cau- 
tela (3),  y  la  de  que  en  adelante  habían  de  tener  comodidad  en  sus 
casas  (4),  en  sus  vestidos  (5),  y  en  todas  las  cosas.  El  mismo  se 
gloría  mucho  de  los  vestidos  que  repartió  en  Yapeyú  (6),  como 
indicio  de  hi  nueva  era  que  comenzaba  con  su  llegada. 

A  la  verdad,  sin  necesitar  de  que  se  las  renovasen  los  Comisio- 
nados, podían  repetir  los  Caciques  y  Corregidores  á  sus  paisanos 
aquellas  extrañas  promesas  que  durante  un  año  les  había  estado 
inculcando  á  ellos  el  Gobernador  Bucareli  en  Buenos  Aires. 

Porque  al  recibir  Bucareli,  el  7  de  Junio  de  1767,  los  pliegos  en 
que  el  Conde  de  Aranda  le  comisionaba  para  la  expulsión  de  los 
Jesuítas,  luego  se  preocupó  en  hacer  bajar  á  Buenos  Aires  todos 
los  Corregidores  de  los  treinta  pueblos  de  Guaraníes,  con  más  uno 
de  los  Caciques  principales  de  cada  pueblo.  Habían  estado  el  año 
antecedente  los  Corregidores  á  dar  la  bienvenida  y  profesar  su  obe- 
diencia al  Gobernador  á  su  entrada,  como  lo  hacían  con  todos  los 
demás  Gobernadores;  pero  en  exigir  la  venida  presente  se  proponía 
Bucareli  mu}^  diversos  fines.  El  primero,  explorar  si  los  Jesuítas  le 
obedecerían,  haciendo  de  ellos  concepto  tan  injurioso,  sin  haberle 
dado  motivo  alguno,  como  de  que  tal  vez  faltarían  á  un  encargo 
hecho  de  oficio.  El  segundo,  instruirles,  dice  él,  de  cómo  iban  á  salir 
de  la  «esclavitud y  de  la  ignorancia^.  El  tercero,  tener  rehenes  para 
el  caso  de  una  insurrección  de  los  indios,  que  el  hombre  perverso 
suponía  que  habían  de  promover  los  Jesuítas:  «he  mandado  al  Padre 
Superior  de  Misiones  envíe  aquí  d  mi  disposición  un  cacique  y  un 
Corregidor  de  caía  pueblo,  con  fas  ideas  de  examinar  por  este 
medio  cómo  piensa,  y  también  con  la  de  que,  si  obedece  y  los  re¡)iite, 

(1)  Instrucción,  núm.   15. 

(2)  Ibid. 

(3)  Instrucción,  núm.  27. 

(4)  Ibid.  núm.  6. 

(5)  Ibid.  núm.  7. 

(6j     Carta  de  14  de  Octubre  de  1768,  Brabo,  Colección,  pág.  196. 


-  216- 

Jiacerles  conocer  la  benigna  piedad  con  que  el  Rey  ha  mirado  por 
ellos,  sacándolos  de  la  esclavitud  ó  ignorancia  en  que  vivían,  é  igual- 
mente para  que  vayan  en  rehenes,  cuando  llegue  el  caso  de  mar- 
char á  extraer  á  los  Padres»  (1).  A  22  de  Julio  contestó  el  Superior 
de  Misiones  P.  Lorenzo  Balda  que  iba  á  remitir  los  Caciques  y  Co- 
rregidores (2);  y  en  14  de  Setiembre  llegaban  á  Buenos  Aires  con  sus 
pajes  (3).  <íLos  he  aloiadoy>,  dice  Bucareli ,  «con  más  comodidad  de  la 
que  antes  les  dieron  los  de  la  Compañía:  les  haré  vestir  á  la  espartó- 
la, asistiéndolos  y  tratándolos  de  modo  que  conozcan  la  mejora  de  su 
suerte,  conservándolos  aquí  hasta  imponerlos  como  conviene...-»  (4). 

Y  efectivamente,  los  vistió  como  caballeros  españoles,  dándoles 
el  trato  y  nombre  de  caballeros.  Llevólos  el  día  4  de  Noviembre, 
fiesta  del  santo  del  Rey,  á  la  Catedral,  donde  pontificó  el  Ilustrísimo 
Sr.  Latorre,  Obispo  de  Buenos  Aires,  asistiendo  al  lado  del  Goberna- 
dor los  obsequiados  Guaraníes  como  acompañantes  suyos.  Condújolos 
luego  al  fuerte,  que  era  la  residencia  del  Gobernador;  y  allí  los  sentó 
á  la  mesa  con  el  Señor  Obispo,  los  canónigos,  clérigos  y  caballeros, 
quienes  se  esmeraban  en  regalar  á  los  nuevos  hidalgos  de  Castilla. 
Todo  esto  lo  refieren  con  su  sencillez  los  Corregidores  y  Caciques  en 
su  carta  á  Carlos  III  (5). 

No  se  descuidaba  mientras  tanto  Bucareli  en  «imponerles  como 
convenía» .  Juntábalos  en  conferencias  reservadas,  y  allí  por  medio 
de  intérprete  les  sugería  todas  aquellas  perspectivas  tan  falsas  como 
halagüeñas  de  sus  promesas,  llenas  de  odio  y  desprecio  de  los  Padres 
de  la  Compañía  de  Jesús  que  les  asistían,  y  henchidas  de  esperanzas 
imposibles  en  grandezas  é  independencia  para  lo  porvenir.  Que  les 
repartiría  las  tierras  y  los  ganados  comunes,  que  se  tratarían  siempre 
como  caballeros,  que  aprenderían  luego  castellano  é  irían  á  la  corte 
á  ver  al  Rey;  que  los  Jesuítas  les  habían  estorbado  el  aprender  el 
idioma  español  y  los  tenían  hechos  unos  esclavos,  pero  ahora  ya.  no 
sería  así:  ellos  gobernarían  en  todo:  y  él,  con  consulta  del  Rey,  les 
pondría  Universidad  y  Seminario,  donde  sus  hijos  estudiasen  y  llega- 
sen á  ser  Curas  de  los  pueblos.  A  esto  llamaba  declarar  las  mercedes 
que  la  bondad  del  Rey  les  había  hecho. 

Sabemos  hoy  esto  con  certidumbre,  como  sabemos  también  el 
encono  que  produjo  en  el  ánimo  de  los  engañados  indios,  el  ver  que, 
después  de  tan  lisonjeras  palabras,  no  se  les  cumplían  los  sueños  con 

(1)  Brabo,  Colección,  pág.  31. 

(2)  ídem,  44. 

(3)  ídem,  81, 

(4)  Ibid. 

(5)  Brabo,  Colección,  102. 


-217- 

que  los  había  entretenido  el  Gobernador,  según  expresan  los 
informes  arriba  citados,  de  vivir  como  hidalgos  sin  trabajar,  espe- 
rando que  el  Rey  les  señalase  renta  de  su  Real  Erario,  y  de  disponer 
á  su  arbitrio  de  las  estancias,  animales  y  bienes  todos  que  había  en 
el  pueblo.  ¿Qué  hubieran  dicho  los  deslumhrados  Caciques  y  Corre- 
gidores, si  mientras  el  Gobernador  los  llamaba  caballeros,  y  los 
vestía  á  la  española,  los  sentaba  á  su  mesa  y  les  explanaba  tan 
brillantes  promesas,  hubiesen  penetrado  la  pérfida  intención  con  que 
los  había  hecho  venir,  y  que  tan  claramente  expresa  él  mismo,  para 
asegurarse  de  sus  personasy  llevarlos  bien  custodiados  como  rehenes, 
por  si  entre  los  indios  ocurría  algún  movimiento?  ¿Y  qué,  si  hubie- 
sen podido  entrever  la  espantosa  ruina  y  desolación  que  aquellas 
arteras  promesas  habían  de  traer  á  su  raza  entera? 

De  la  infatuación  de  los  Caciques  y  Corregidores  por  las  suges- 
tiones del  Gobernador,  da  claro  testimonio  la  carta  colectiva  que 
escribieron  al  Rey  (1),  que  sin  esta  clave  no  tendría  explicación 
racional.  Dicen  en  ella  una  y  otra  vez  que  le  dan  tantas  gracias  por 
haber  tenido  lástima  de  ellos  y  sacádolos  del  miserable  estado  en 
que  se  hallaban,  donde  iban  ú  morir  como  unos  esclavos;  que  confían 
en  que  sus  hijos  llegarán  á  ser  sacerdotes;  que  ya  los  caballeros  de 
Buenos  Aires  los  han  tratado  como  á  sus  iguales;  y  que  ellos  mismos, 
todos  sin  faltar  uno,  van  á  aprender  castellano  para  ir  luego  á  la 
Corte  de  Madrid  á  ver  al  Rey  y  ser  sus  cortesanos.  Semejantes  con- 
ceptos de  ningún  modo  podían  ocurrirse  á  los  indios,  siendo  tan  sin 
fundamento  y  tan  desproporcionados  con  su  condición,  sino  en  virtud 
de  las  artificiosas  persuasiones  que  estaban  oyendo. 

Pero  todavía  consta  más  claramente  de  las  falsas  promesas  de 
Bucareli,  3'  consta  además  del  desencanto  de  los  Caciques  y  Corre- 
gidores, por  un  documento  que  original  se  conserva  en  el  Archivo 
General  de  Buenos  Aires.  Es  la  carta  confidencial  en  que  explica  lo 
uno  y  lo  otro  el  mismo  intérprete  de  que  se  valió  Bucareli  para  estas 
conferencias,  y  á  quien  señaló  después  por  intérprete  de  la  visita  que 
á  fines  de  1769  fué  cometida  á  los  Jueces  Goytia  y  Alvarez  para 
deponer  á  los  Administradores,  cuya  conducta  era  ya  intolerable.  En 
esa  carta,  después  de  manifestar  el  intérprete,  Lucas  Cano,  que  le 
había  costado  no  pequeño  trabajo  de  sosegar  á  los  indios,  que  no 
sabían  cómo  entenderse  con  los  nuevos  Administradores,  porque 
ignoraban  la  lengua  Guaraní,  añade:  «El  punto  más  difícil  y  de 
mayor  trabajo  para  mí,  ha  sido  el  darme  en  cara  con  las  órdenes  del 

(1)     Brabo,  Colección,  102. 


-  'J18  — 

Rey,  QUE  YO  les  expliqué  de  orden  de  V.  E.  en  Buenos  Aires, 
que  no  se  les  han  cumplido,  el  haberles  prometido  repartirles 
sus  haciendas  y  señalarles  sus  tierras,  para  que  cada  cual 
conozca  y  cuide  lo  que  es  suyo:  que  en  atención  de  ello  están 
temerosos  de  quedar  lo  mismo  que  antes  y  aún  peor:  estos  son 
los  dichos  de  los  Indios»  (1). 

Esto  escribía  Cano  á  3  de  Noviembre  de  1769  desde  Itapúa.  Afir- 
maba entonces  que  estas  voces  no  eran  de  todos  los  indios,  porque 
«la  mayor  parte  no  tiene...  ni  aun  noticias  de  tales  órdenes»:  tanto 
era  sin  duda  el  secreto  que  se  les  había  encargado.  Atribuía  aquella 
inquietud  á  sugestiones  de  algunos  otros;  y  se  lisonjeaba  de  que  con 
algunas  buenas  razones  los  había  logrado  sosegar.  Pero  á  la  verdad, 
no  necesitaban  de  sugestiones  ajenas  los  Caciques  y  Corregidores  á 
quienes  durante  un  año  entero  había  estado  dando  batería  el  Gober- 
nador en  Buenos  Aires..  Ni  lo  podían  ignorar  los  demás  indios  cuando 
á  son  de  trompeta  lo  publicaban  en  las  plazas  los  Cabildantes.  En 
cuanto  á  su  seguridad  de  dejar  tranquilizados  en  esta  materia  los 
ánimos  de  los  indios,  si  por  el  momento  la  pudo  abrigar  Cano,  bien 
pronto  se  desengañó:  y  tres  años  de  experiencia  en  el  oficio  de  Admi- 
nistrador, desde  1773  hasta  1776,  le  persuadieron  de  que  aquel  conta- 
gio que  á  primera  vista  le  parecía  limitado  á  sólo  unos  pocos,  había 
cundido  por  todo  el  pueblo,  y  tal  vez  era  ya  irremediable.  Así  lo  dice 
él  en  su  informe  del  pueblo  de  Jesús,  atribuyendo  tanta  desdicha  al 
abandono  del  antiguo  régimen  de  los  Jesuítas;  y  explicando  más  en 
especial  en  qué  había  consistido  este  antagonismo  entre  el  nuevo  y 
el  antiguo  régimen,  lo  hace  consistir  sobre  todo  en  la  soberbia  que 
se  había  inspirado  á  los  Guaraníes,  que  antes  no  la  tenían:  «La  prin- 
cipal causa  de  la  decadencia  de  este  pueblo  proviene...  del  des- 
acierto de  abandonar  enteramente  su  antiguo  establecimiento,  buen 
régimen,  y  gobierno  económico...  Cuya  falta  es  el  más  lamentable 
caso,  en  la  estación  presente,  en  consideración  de  ser  ya  muy  dificul- 
toso el  poder  conseguir  su  remedio...  No  hubiera  sucedido  nada  de  lo 
acaecido,  á  no  ser  la  desgracia  de  haberles  dado  á  entender  á  los 
indios  que  eran  señores  absolutos  de  sus  acciones,  y  haciendas, 
donde  tomaron  los  indios  la  sobi  rbia...»  (2). 

Atestiguando  el  brigadier  Alvear  los  destrozos  causados  á  con- 
secuencia de  tales  persuasiones,  atribuye  el  daño  á  la  corta  inteli- 
gencia de  los  indios,  que  interpretaron  erradamente  las  palabras  que 
se  les  dirigían.  «Padecieron  los  pueblos  notablemente,  ya  por  el  des- 

(1)     Buenos  Aires,  .'Yrch.  gen.  leg.  Misiones  /  Varios  aiios  /  1. 
(2j    Buenos  Aires,  Arch.  gen,  leg.  Misiones  ¡  Varios  años,  I  a. 


—  21^)  — 

trozo  casi  universal  é  inevitable  de  las  tropas  (que  acompañaban  á 
Bucareli),  ya  por  el  de  los  mismos  naturales,  que,  mal  aconsejados, 
y  sin  inteligencia  alguna  de  la  suprema  disposición  de  S.  M.,  entra- 
ron los  primeros  <á  derrochar  todo  cuanto  había,  á  diestro  y  siniestro, 
sin  miramiento  ni  atención,  como  en  campo  enemigo  (1).»  Mas  el 
documento  de  Cano  muestra  que  los  naturales  no  entendieron  mal, 
sino  que  entendieron  precisamente  lo  que  les  decía  Bucareli,  que 
bajo  los  Jesuítas  habían  sido  esclavos,  y  su  esclavitud  consistía  en 
que  los  bienes  que,  además  de  los  particulares,  había  comunes  en  el 
pueblo,  no  estuviesen  á  disposición  de  cualquiera,  especialmente  si 
era  Cacique  y,  como  tal,  hidalgo  de  Castilla.  Y  como  lo  entendieron, 
así  lo  quisieron  practicar.  El  mismo  Cano,  en  el  informe  que  acaba- 
mos de  citar,  echa  la  culpa  de  este  daño  á  D.  Francisco  Bruno  de 
Zavala:  «la  culpa  de  este  venenoso  defecto  todo  le  cabe  al  Señor 
Gobernador  de  esta  provincia,  el  que  justificaremos  con  prueba  sufi- 
ciente cuando  se  nos  pida  (2).»  Mas  ésta  no  era  completa  explicación; 
y  aunque  por  su  cualidad  de  Gobernador  hiciese  mucho  daño  Zavala, 
la  causa  estaba  más  arriba  en  el  venenoso  origen  de  las  promesas  de 
Bucareli. 

Era  Bucareli,  Bucareli  mismo  que  se  vanagloriaba  de  que  iba  á 
poner  aquellos  pueblos  en  el  más  próspero  estado,  á  sacarlos  de  su 
ruina,  á  fomentar  con  ellos  una  floreciente  provincia,  y  juntamente 
acusaba  la  ineptitud  y  la  tiranía  de  los  Jesuítas  en  el  gobierno  de  los 
Guaraníes;  el  que  había  infatuado  las  débiles  cabezas  de  los  indios, 
pintándoles  como  suma  infelicidad  el  estado  verdaderamente  prós- 
pero en  que  se  hallaban,  y  deslumhrándolos  con  halagüeñas  promesas 
de  cosas  imposibles;  sólo  por  hacerles  prorrumpir  en  expresiones  de 
detestación  de  los  Jesuítas  que  los  regían.  La  igualdad  absoluta  de 
los  indios  con  los  españoles,  el  manejo  expedito  y  ordenado  de  sus 
haciendas,  el  pronto  uso  del  idioma  castellano,  la  probabilidad  de 
presentarse  en  Madrid  los  ancianos  caciques  y  de  ordenar  á  sus  hijos 
de  sacerdotes  y  ponerlos  por  Curas  de  las  Doctrinas,  con  los  vislum- 
bres de  una  Universidad  literaria  en  los  pueblos  agrícolas  de  los 
Guaraníes:  cosas  eran  todas  que  los  Jesuítas  no  podían  dar  á  los 
Guaraníes,  porque  los  conocían  muy  bien  por  incapaces  de  ellas;  y 
por  eso  nunca  se  las  prometieron.  El  prometérselo  Bucareli,  era  una 
de  aquellas  iniquidades  que  claman  al  cielo;  era  burlarse  de  su  buena 
fe^  para  hacerlos  caer  luego  en  la  más  amarga  decepción.  Era  infun- 


(1)  Relación  de  Misiones,  92. 

(2)  BuKNos  AiKEs;  Arch.  gen.  leg-.  Misiones!  Varios  años  I  a. 


-  220  — 

dirles  todos  los  principios  de  la  rebelión  y  soberbia,  que  les  habían 
de  arruinar  y  hacer  infelices. 

Desengaño  grande  hubo  de  ser  para  el  hombre  orgulloso,  si 
alguna  vez  pensó  de  veras  en  la  repartición  de  los  bienes  comunes, 
el  persuadirse  con  el  trato  de  los  indios,  de  que  los  Jesuítas  tenían 
razón  en  decir  que  no  eran  capaces  de  gobernar  su  hacienda,  y  el 
conocer  que,  si  no  era  produciendo  universal  desquicio,  no  podía 
andar  el  régimen  de  las  Doctrinas  como  él  había  soñado  y  repetido 
por  tanto  tiempo  á  Caciques  y  Corregidores  en  odio  de  los  Jesuítas, 
y  que  necesitaban  tutores  y  administradores,  como  finalmente  se  los 
puso  en  la  Instrucción.  Pero  más  amargo  hubo  de  ser  el  desengaño 
cuando  viera  en  la  carta  de  persona  tan  poco  sospechosa  como  su  fiel 
intérprete,  que  los  indios  ya  murmuraban  quejándose  de  él,  que  les 
había  entretenido  con  lindas  palabras  y  no  les  cumplía  lo  ofrecido;  y 
que  ya  se  temían  que  después  de  tan  ponderadas  promesas,  se  iban 
á  encontrar  peor  que  antes  en  el  régimen  de  los  Jesuítas.  Y  no  se 
engañaban. 

Las  instigaciones  insidiosas  de  Bucareli  en  el  año  que  detuvo  á 
los  Caciques  y  Corregidores  en  Buenos  Aires,  explican  también  cómo 
sucedió  que  los  indios  de  su)'o  mudables  y  noveleros,  creyendo  en 
sus  palabras,  no  diesen  más  muestras  de  sentimiento  en  la  partida  de 
los  Padres  de  la  Compañía,  que  el  astuto  Gobernador  les  había  pin- 
tado como  un  obstáculo  para  su  felicidad.  Pero  semejante  proceder 
hizo  sentir  sus  amargas  consecuencias  ya  sobre  su  mismo  autor,  y 
mucho  más  en  adelante  sobre  el  bienestar  de  toda  aquella  comarca, 
que  no  se  restauró  nunca  más,  ni  nunca  se  repuso  del  nocivo  efecto 
de  aquellas  deletéreas  insinuaciones. 

El  mayor  culpable,  según  esto,  en  la  ruina  de  los  pueblos  de  Misio- 
nes, fué  el  hombre  imprudente,  que  dejándose  cegar  de  su  odio  des- 
apoderado contra  los  Misioneros,  despreció  los  consejos  de  la  expe- 
riencia de  ciento  cincuenta  años,  y  quiso  enmendar  por  medio  de  cons- 
tituciones postizas  una  obra  madurada  por  la  reflexión  y  sabiduría 
práctica  dehombres  encanecidos  en  la  administración  de  lasMisiones. 

Y  si  Bucareli  quisiera  derivar  la  culpabilidad,  achacándola  al 
mismo  Rey  Carlos  III,  y  presentara  pruebas,  que  él  vería  si  podía 
tener,  sabríamos  que  Carlos  III  había  sido  el  que,  mientras  con  una 
mano  arrancaba  violentamente  á  los  Guaraníes  sus  antiguos  doctri- 
neros y  padres  de  sus  almas,  con  la  otra  les  había  propinado  el 
veneno  de  la  soberbia,  que  es  la  sustancia  del  liberalismo,  para  con- 
sumar así  su  ruina,  apartándolos  de  las  normas  antiguas  y  naturales 
de  su  gobierno. 


221 


TU 


EL  ADMINISTRADOR  PARTICULAR  a"^ 

Desde  el  momento  en  que  Bucareli  trató  de  realizar  la  expulsión 
de  los  Doctrineros  Jesuítas,  estableció  el  principio  de  que  en  los  Doc- 
trineros  entrantes  de  otras  órdenes  religiosas  no  había  de  quedar 
administración  temporal  alguna.  Este  artículo  ocupa  lugar  preemi- 
nente en  los  reglamentos  de  que  consta  su  plan;  se  intima  en  la  Ins- 
triicción  del   Comisionado,   en  la   Instrucción  á  los  Gobernadores 
interinos  y  en  la  Adición.  No  nos  toca  tratar  aquí  de  la  expulsión, 
pero  habiendo  de  examinar  el  régimen  que  quiso  sustituir  el  Gober- 
nador Bucareli  al  sistema  de  los  jesuítas,  razón  será  que  nos  demos 
cuenta  de  la  novedad  por  él  introducida  al  separar  por  primera  vez, 
en  el  gobierno  de  los  indios,  el  cuidado  espiritual  del  temporal.  Tal 
separación  no  era  exigida  por  la  Instrucción  del  Conde   de   Aranda 
para  los  Comisionados  de  Indias;  y  de  hecho  no  se  introdujo  en  las 
Misiones  de  Mojos  ni  en  las  de  Chiquitos;  de  modo  que  fué  una  inven- 
ción de  Bucareli.  É  invención  suya  fué,  de  consiguiente,  el  cargo  de 
Administrador  con  su  reglamento  5^  atribuciones  propias.  Pero,  si  á 
él  se  le  debe  atribuir  el  privilegio  de  invención,    cabe  ahora  pregun- 
tar si  el  invento  era  bueno  ó  malo,  si  era  útil  ó  más  bien  perjudicial, 
atendido  el  estado  de  los  Guaraníes  á  quienes   se  iba  á  aplicar,  y  la 
circunstancia  de  concurrir  con  la  repentina  pérdida  de  sus  antiguos 
Doctrineros. 

Desde  luego  verá  cualquiera  que  tantas  mudanzas  á  un  tiempo  no 
eran  nada  conformes  con  las  reglas  de  la  prudencia.  Los  sabios  acon- 
sejan que  las  leyes  se  muden  lo  menos  posible  (1),  no  sólo  por  los 
desórdenes  y  alborotos  que  pueden  ocasionar  las  mudanzas,  sino 
también  porque,  habiendo  de  ser  la  ley  acomodada  á  las  circunstan- 
cias del  subdito  á  quien  se  impone,  no  es  creíble  que  estas  circuns- 
tancias varíen  de  pronto  notablemente,  sino  que  lo  ordinario  es  que 
cambien  poco  á  poco.  La  costumbre  corriente  entre  los  Guaraníes 
de  acudir  con  todos  sus  asuntos  al  Cuia,  tampoco  se  podía  mudar  de 
repente.  Si  el  apartar  los  antiguos  Doctrineros,  que  ya  de  por  sí  era 

(1)    S.  Thom.  1-2.  q.  97.  art.  1.  2. 


-  222  - 

una  mudanza  grave,  no  consentía  dilación;  eso  era  motivo  de  más 
para  no  introducir  una  nueva  modificación  que  no  fuese  estrictamente 
necesaria,  como  no  lo  era  la  presente.  En  efecto,  la  dirección  con- 
junta estaba  aprobada  con  pleno  conocimiento  de  causa  por  los  Reyes 
de  España;  y  en  los  últimos  años  había  sido  confirmada  solemne- 
mente por  la  Cédula  de  28  de  Diciembre  de  1743;  y,  como  se  acaba 
de  ver,  no  se  le  mandaba  á  Bucareli  que  separase  estas  dos  cosas. 
La  separación  podía  habei  se  preparado  para  un  plazo  posterior 
por  los  medios  que  hubieran  parecido  convenientes;  pero  no  pa- 
rece que  hubiera  de  producir  buen  efecto  su  repentina  intro- 
ducción. 

La  experiencia  lo  mostró  así:  «Los  indios»  dice  Doblas,  «acostum- 
brados á  obedecer  solamente  á  sus  Curas,  miraban  al  principio  con 
indiferencia  cuanto  sus  Administradores  les  dictaban;  de  modo  que 
nada  se  hacía  sin  consultarlo  primero  al  Padre.  De  estos  principios 
nacieron  las  grandes  discordias  entre  Curas  y  Administradores,  que 
contribuyeron  en  gran  parte  á  la  ruina  de  los  pueblos,  como  de  ello 
se  queja  Don  Francisco  Bruno  de  Zavala  en  la  representación  que 
hizo  á  Su  Majestad  el  año  de  1774...  Procuróse  poner  remedio  á  las 
imprudentes  pretensiones  de  los  religiosos  con  algunas  provisiones  de 
gobierno;  pero  no  se  adelantaba  un  paso  en  ello  sin  ocasionar  á  los 
indios  muchas  vejaciones  y  molestias,  porque,  adictos  siempre  á 
obedecer  A  los  religiosos,.,  era  preciso  usar  con  ellos  del  rigor  para 
sujetarlos  al  gobierno.  Consiguióse  al  fin  hacer  conocer  á  los  indios 
que  sólo  en  las  cosas  concernientes  á  su  salvación  debían  prestar 
atentos  oídos  á  sus  Curas,  y  en  lo  demás  á  sus  Administradores  (1).» 

El  juicio  de  Doblas  en  lo  referido  y  en  lo  que  sigue,  no  es  del  todo 
exacto,  y  le  sucede  lo  que  en  otras  partes  de  su  Memoria,  que  sabe 
bien  los  hechos  que  pasaban  á  su  vista,  pero  equivoca  los  que  suce- 
dieron antes;  y  en  el  asignar  las  causas,  descuida  también  algunas 
que  son  principales.  Pero  aunque  todo  lo  que  Doblas  afirma  fuese 
exacto,  era  deber  de  un  buen  legislador  prever  lo  que,  atenta  la  mise- 
ria de  la  naturaleza  humana  era  posible  y  aun  probable  que  suce- 
diese, y  no  poner  con  sus  propias  disposiciones  la  causa  de  la  dis- 
cordia. La  razón  de  la  costumbre  de  los  indios  era  muy  real;  y  no 
era  menos  verdad  que  los  Curas  tenían  á  la  vista  el  ejemplo  de  todos 
los  demás  pueblos  de  indios  de  las  dos  Gobernaciones  del  Paragua}^ 
y  Río  de  la  Plata,  que  sin  alteración  continuaban  gobernándose  por 
párrocos  con  cargo  de  lo  espiritual  y  de  lo  temporal,  como  lo  eran 

(1)    Memoria  histórica  ed.  Angelis,  pág.  25. 


-  223  - 

los  Padres  franciscanos  de  Yutí  y  Caazapá,  el  clérigo  seglar  de 
Itapé,  etc.  (1), 

De  todo  lo  cual  se  concluye  que  la  raíz  de  las  discordias  (que  fue- 
ron muy  reales,  y  de  que  todos  dan  testimonio,  como  de  sus  pésimos 
resultados  para  los  indios  y  sus  pueblos)  fué  la  temeridad  del  plan 
de  Bucareli,  en  introducir  de  repente  la  separación  entre  el  cuidado 
de  lo  temporal  y  el  de  lo  espiritual,  sin  mirar  si  á  la  índole  y  estado  de 
los  Guaraníes  era  ó  no  aplicable,  y  en  su  desacordado  prurito  de 
innovar,  que  contribuyó  en  gran  manera  á  la  ruina  de  los  pueblos. 

Y  si  la  resolución  general  de  establecer  Administradores  repen- 
tinamente, fué  desacertada,  no  fueron  más  acertadas  las  providencias 
particulares  que  la  siguieron.  Suélese  decir  que  el  don  de  gobierno 
se  descubre  especialmente  en  el  tino  para  escoger  los  auxiliares  que 
han  de  tener  algún  cargo.  Pero  en  Bucareli,  al  elegir  los  Adminis- 
tradores, que  puso  por  sí  mismo  en  los  treinta  pueblos,  faltó  esta  pri- 
mera calidad  de  gobernante.  Eran  todos  del  distrito  de  Corrientes  y 
de  la  provincia  del  Paraguay;  y  teniendo  á  sus  parientes  tan  cerca- 
nos, parece  como  si  hubieran  logrado  alguna  ocasión  deseada  para 
disfrutar  todos  de  lo  que  había  en  las  Doctrinas.  Porque  con  motivo 
del  deudo  con  el  Administrador,  se  trasladaban  allí,  y  hacían  gran 
número  de  contratos  con  el  pueblo,  en  los  que  era  muy  dudoso  que 
fuera  éste  quien  saliera  ganancioso.  Lo  cierto  es  que  apenas  había 
pasado  un  año,  cuando  ya  los  clamores  de  desorden,  ruina  y  descon- 
cierto llegaban  á  Buenos  Aires,  y  el  Administrador  general  D.  Fran- 
cisco de  Sanginés  dirigía  una  urgente  representación  á  Bucareli,  en 
que  expone  los  daños,  y  le  pide  que  se  envíen  á  las  Doctrinas  dos 
Comisionados  con  el  decoroso  nombre  de  Visitadores,  pero  con  las 
atribuciones  de  Jueces  de  pesquisa,  para  indagar  sobre  la  conducta 
de  los  Administradores,  y  dar  cuenta  de  todo  en  Buenos  Aires. 
«Hace  presente...  1.*^  Que  con  el  motivo  de  los  Administradores  que 
se  pusiero)i  en  cada  pueblo,  son  todos  Correntinos  y  Paraguayes,  y 
de  que  por  consiguiente,  inmediatos  á  sus  patrias,  ha  llegado  á  su 
noticia  frecuentan  la  entrada  d  aquellos  pueblos  sus  hermanos, 
parientes  y  a))iigos,  con  quienes  han  verificado  varios  ajustes  por 
ganados  á  cambio  de  frutos  de  dichos  pueblos,  con  conocido  perjui- 
cio de  mis  partes,  y  para  evitar  cualquiera  fraude,.,  con  ningún 
mercader  no  le  sea  facultativo  á  los  Administradores  el  contratar, 
antes  s¿  deben  quedar  sin  ningún  efecto  los  ajustes  que  hasta  el 
día  se  hayan  verificado,  por  ser  perjudiciales  á  mis  partes...  Qtie 

(1)     Reconocimiento  del  Tebicuart  en  1784,  col.  Angelis,  tom.  11. 


191 


—  224  — 

llalla  por  preciso  el  que  se  nombre  dos  itidividitos  de  cuenta  y  razón  ^ 
é  inteligencia  en  las  faenas  de  aquellos  pueblos  para  que  con  nom- 
bre de  Visitadores  ó  Jueces  de  los  Administradores,.,  sirvan... 
cotno  de  Jueces  de  pesquisa.,  de  Jornia  que  injormen  al  Administra- 
dor general  de  todo  lo  más  niUiimo,  para  que  éste  tome  las  provi- 
dencias necesarias... y>  (1). 

Los  Visitadores  fueron  nombrados,  y  con  más  facultades  aún  de 
las  que  pedía  Sanginés,  pues  se  les  autorizó  para  remover  los  Admi- 
nistradores si  lo  hallaban  necesario.  Del  efecto  que  produjo  la  Visita 
hemos  hablado  más  arriba  (2). 

Todos  estos  hechos  y  los  que  luego  se  siguieron  (pues  hubo  pue- 
blo donde  en  seis  años  fué  preciso  cambiar  cuatro  veces  el  Adminis- 
trador) muestran  que  si  Bucareli  no  anduvo  acertado  en  instituir  el 
cargo,  tampoco  lo  anduvo  en  la  elección  de  las  personas. 


IV 


LA  AUTORIDAD  DEL  ADMINISTRADOR  PARTICULAR 

Al  mismo  tiempo  que  Bucareli  tomaba  las  medidas  más  aptas 
para  soliviantar  el  ánimo  de  los  indios,  seduciéndolos  por  medio  de 
promesas  halagüeñas  que  luego  frustró,  como  la  de  repartición  de 
los  bienes,  los  Curatos  de  los  pueblos  y  los  viajes  á  la  Corte;  quitaba 
de  aquellos  pueblos  todo  freno  que  pudiese  contener  en  respeto  y 
obediencia  á  los  naturales,  en  cuyos  ánimos  infiltraba  una  soberbia 
desmedida  y  el  espíritu  de  rebelión. 

No  hay  cómo  dudar  de  esta  verdad,  si  se  examina  atentamente 
el  plan  en  las  Instrucciones ,  Adición  y  Ordenanzas;  y  menos  aún 
si  se  consultan  los  testimonios  de  la  experiencia,  que  ho}^  duran  en 
los  informes  dados  por  los  testigos  de  aquella  mudanza. 

En  el  plan  se  quita  toda  autoridad  acerca  de  las  cosas  tempora- 
les al  Cura.  Y  otro  tanto  se  hace  con  el  Administrador,  por  más  que 
éste  quede  nombrado  para  fomentar  el  trabajo  de  los  indios.  Porque 
para  lograr  este  fin,  queda  enteramente  desarmado.  En  efecto,  al 
Administrador  no  se  le  concede  ninguna  autoridad,  sino  que  todo 
cuanto  él  ha3M  de  emprender  es  preciso  que  obtenga  el  acuerdo  del 

(1)  BüKNOs  Aires;  Arch.  gen.  leg.  Misiones  I  Varios  años  I  a. 

(2)  Siipra,  cap.  VIL  §  1. 


-  225  - 

Cabildo.  Juntamente  con  esto,  se  le  quita  la  facultad  de  castigar,  ya 
que  según  hemos  visto,  se  promulgó  á  voces  en  la  plaza  pública  que 
en  adelante  ya  no  había  de  haber  más  azote.  Tal  vez  creyera  Buca- 
reli  que  el  Administrador  podría  obligar  á  los  Guaraníes  á  ejecutar 
los  trabajos  que  les  había  de  <¡~r e partir ,..  sin  pertnitir  decadencia  en 
este  importante  puntoy>  (1),  <ípersuadiendo  á  los  indios  por  unos 
interesantes  discursos  cuan  útil  les  será  el  trabajo,  y  perjudicial 
la  ociosidady>  (2),  como  recomienda  que  lo  hagan  el  Gobernador  y 
los  Tenientes.  Y  en  efecto,  al  fin  de  su  primer  artículo  hace  al 
Administrador  la  advertencia  de  <ípersiiadirles  á  los  mismos  indios 
los  ventajosos  efectos  que  les  reportarán  de  su  aplicación  al  tra- 
bajo y>  (3). 

Si  después  de  reparada  semejante  enormidad  en  el  plan,  atende- 
mos á  los  testimonios,  oiremos  al  Administrador  de  Trinidad,  que 
con  eficacísimas  razones  persuade  no  ser  él  responsable,  ni  de  la 
ruina  en  que  se  hallaba  el  pueblo,  ni  de  los  desafueros  que  se  come- 
tiesen en  él  ó  del  no  trabajar  los  indios;  porque  al  fin,  dice  gráfica- 
mente, «sólo  soy  un  tercer  yabero  [llavero]»  (4),  esto  es,  no  se  me  ha 
dejado  más  autoridad  que  la  de  custodiar  la  tercera  llave  de  las  que 
cierran  el  Almacén,  y  de  las  que  según  la  Instrucción,  tiene  la  pri- 
mera el  Corregidor,  la  segunda  el  Mayordomo,  y  la  tercera  el 
Administrador.  Y  por  tanto  «hacerme  cargo  de  los  atrasos  del  pue- 
blo, no  me  parece  regular.  Porque,  Señor,  si  ninguno  me  asegura 
para  que  los  indios  se  sujeten  á  todas  mis  disposiciones,  ni  para  que 
concurran  todos  á  los  trabajos  que  se  emprenden,  y  que  no  hagan 
hurtos,  cómo  he  de  obligarme  yo  á  lo  que  es  contingente?  pues, 
Señor,  esto  [los  atrasos,  hurtos,  etc.]  es  irremediable,  no  digo  en 
este  pueblo,  sino  en  todos».  Oiremos  al  de  Api')Stoles,  que  retrata  así 
la  autoridad  del  Administrador:  «Quedó  en  cada  pueblo  un  Admi- 
nistrador sin  ningún  arreglo  para  cuidar  las  haciendas  y  trabajos, 
sin  ninguna  facultad:.,  los  indios...  hacían  burla  de  este  Administra- 
dor, y  con  razón,  pues  siendo  ellos  absolutos,  hacen  lo  que  quieren, 
y  no  somos  más  que  unos  testigos»  (5).  Y  finalmente,  para  no  alar- 
garnos demasiado,  el  Administrador  de  San  Javier  usaba  de  un  símil 
muy  expresivo,  aunque  no  sobresalga  en  él  la  nobleza  y  cultura: 
«Pues  hay  un  símil  muy  adecuado  como  comparar  á  dicho  Adminis- 
trador, que  es  darle  una  yunta  de  bueyes  con  un  arado,  y  que  coja 

(1)  Instrucción  para  los  Administradores  particulares  art.  T. 

(2;  instrucción  á  los  Gobernadores  núm.  14. 

(3)  Instrucción  d  ¡os  Administradores  núm.  1. 

(4)  Buenos  Aires:  Arch.  gen.  leg.  Misiones  I  Varios  años  I  1. 

(5)  Ibid. 

15    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  ii. 


-  226  — 

la  mancera,  y  le  dicen  que  ha  de  llevar  el  surco  muy  derecho,  y  la 
picana  ó  picanas  que  guían  estos  bueyes  la  tienen  muchos,  y  uno 
pica  de  un  lado,  y  los  otros  del  otro:  y  uno  solo,  el  que  lleva  dicha 
mancera,  parece  materia  imposible,  que  lleve  el  surco  derecho...»  (1). 
En  donde  se  hacía  á  sí  mismo  boyero  ó  arador;  á  los  indios,  bueyes; 
y  la  picana,  que  había  de  ser  la  autoridad  fundada  en  algún  castigo, 
la  suponía  puesta  en  manos  de  los  caciques  ó  cabildantes;  conven- 
ciendo que  por  más  que  las  Instrucciones  de  Bucareli,  que  habían 
creado  tal  situación,  le  recomendasen  cuanto  tuvieran  por  conve- 
niente, era  imposible  que  saliese  derecho  el  surco  ó  recto  proceder 
y  prosperidad  del  pueblo;  pues  la  dirección  estaba  en  otros,  y  la  res- 
ponsabilidad era  lo  que  únicamente  se  le  atribuía  á  él. 


V 

192 

EL  COMUNISMO  DE  BUCARELI 

Guiado  Bucareli  de  su  ánimo  de  sectario,  y  del  propósito  siste- 
mático de  hacer  que  en  los  documentos  oficiales  que  habían  de  lle- 
gar á  Carlos  III  sonase  repetidamente  la  acusación  de  maldades  y 
crímenes  atribuidos  á  los  Jesuítas,  con  que  paliar  la  iniquidad  de  la 
expatriación;  pintó  el  régimen  de  la  Compañía  de  Jesús  en  las  Doc- 
trinas como  un  comunismo  que  hacía  á  los  individuos  esclavos;  por 
cuanto,  según  él,  nada  trabajaban  para  sí  ni  disfrutaban  de  su  pro 
pió  trabajo,  sino  que  en  todo  sudaban  y  se  afanaban  para  su  comu- 
nidad; añadiendo  que,  con  pretexto  de  comunidad,  todos  los  prove- 
chos iban  á  los  Jesuítas,  y  al  indio  no  se  le  daba  más  que  el  vestido 
y  el  sustento,  y  eso  con  suma  miseria,  y  escatimándolo  con  avaricia. 
Calumnia  tan  desaforada,  que  no  la  podía  proferir  sino  alguno  de 
los  más  declarados  3^  furiosos  enemigos  de  la  Compañía.  Porque 
Bucareli  tuvo  á  la  mano  más  que  ningún  otro  los  medios  de  conven- 
cerse de  que  toda  la  muchedumbre  de  sandeces  que  traía  concerta- 
das desde  España,  era  una  solemne  impostura;  así  porque  pudo  ver 
por  sus  propios  ojos  las  iglesias  y  los  pueblos,  mejor  fabricados  que 
no  pocas  poblaciones  de  españoles  en  estos  países,  y  en  los  que  se 
consumía  si  algo  sobraba  después  de  atender  á  las  necesidades  de 

(1)    Buenos  Aires:  Arch.  gen.  leg.  Misiones  I  Varios  años  /  a. 


-  227  - 

los  habitantes;  como  porque  en  sus  manos  tuvo  todos  los  documen- 
tos, hasta  los  más  secretos,  de  los  Jesuítas,  de  donde  debían  haber 
constado  aquellos  supuestos  aprovechamientos,  que  con  embuste  y 
calumnia  les  atribuía,  y  sin  embargo,  jamás  aparecieron  las  prue- 
bas, como  que  no  puede  haber  pruebas  de  una  falsedad  é  invención 
fabulosa.  Encerraba  además  esta  afirmación  una  insigne  ignorancia 
del  método  de  las  Doctrinas,  que  nunca  fué  comunista. 

Pero  el  comunismo  que  allí  no  existió  en  tiempo  de  los  Jesuítas, 
vino  á  introducirlo  el  plan  de  Bucareli,  y  con  circunstancias  tales, 
que  realizaron  la  más  completa  opresión  de  los  indios.  Vamos  á 
verlo. 

En  las  Doctrinas,  en  tiempo  de  los  Jesuítas,  no  había  comu- 
nismo. Había  sí  algunos  bienes  comunes,  para  obtener  los  cuales  se 
empleaba  por  breve  tiempo  el  trabajo  en  común,  y  que  servían  para 
socorrer  á  los  necesitados  y  para  satisfacer  el  tributo.  El  primer  fin 
lo  habían  introducido  los  Padres,  viendo  que  sin  este  recurso  era 
imposible  mantener  los  pueblos  formados  y  evitar  que  se  desbanda- 
sen. El  segundo  fin  procedía  de  la  necesaria  imposición  de  las  leyes. 

Había  sido  necesario  imponer  aquel  tributo  y  aquel  arbitrio 
comunal  en  trabajo,  porque  de  otro  modo  era  imposible  obtenerlo  de 
unas  gentes  entre  las  cuales  no  corría  la  moneda,  y  que,  abandona- 
das á  su  propio  arbitrio,  ni  siquiera  cosechaban  lo  necesario  para  su 
sustento,  á  causa  de  su  nativa  desidia.  Y  así,  no  pudiéndose  exigir 
la  prestación  en  dinero  ni  en  especies,  se  exigía  en  trabajo.  Pero 
este  trabajo  era  breve.  Ocupaba  sólo  una  parte  del  año,  y  en  esa  sólo 
dos  días  á  la  semana,  dejando  los  cuatro  libres  para  los  trabajos  de 
cada  cual  (1).  Y  la  sola  temporada  en  que  se  verificaba  esto  era 
cuando  llegaba  la  época  de  trabajar  las  chacras  ó  sementeras,  que 
venía  á  ser  de  Corpus  á  Navidad  (2). 

Fuera  de  este  servicio  al  pueblo  y  al  Rey,  todo  lo  demás  del 
tiempo  era  libre  para  los  indios.  Poseía  cada  cabeza  de  familia  su 
sementera  y  todos  los  frutos  que  en  ella  quisiera  cultivar.  Los  Misio- 
neros procuraban  que  cada  indio  se  acostumbrase  á  tener  algunos 
animales  de  labranza  y  vacas  lecheras,  á  cultivar  algunas  plantas 
especiales,  como  la  yerba  mate,  ú  otra;  aunque  de  muy  pocos  lo 
consiguieron  (3). 

No  había  en  todo  este  sistema  más  comunismo;  ó  para  expresar 
la  verdad,  nunca  hubo  comunismo,  como  no  lo  hay  en  una  ciudad 

(1)  Cardiel,  De  nioribti&  gtiaraniortim,  c.  III. 

(2)  Cardiel,  Decl.  113. 

(3)  Cardiel,  De  moribus,  c.  III. 


—  228  — 

por  tener  sus  bienes  de  propios  y  sus  impuestos  comunales;  ni  lo  hay 
en  una  nación  porque  posea  terrenos  fiscales  y  edificios  públicos  y 
haya  de  levantar  cargas  comunes. 

Mas  al  implantarse  la  reforma  de  Bucareli,  se  extendió  de  tal 
manera  este  trabajo  común,  que  la  propiedad  particular  quedó  casi 
totalmente  abolida.  Las  leves  huellas  parecidas  á  comunismo  que  la 
necesidad  había  hecho  antes  tolerar,  se  llevaron  al  último  extremo 
por  Bucareli  y  por  los  ejecutores  de  su  plan. 

Mandaba  Bucareli  que  se  hiciesen  plantíos  en  mayor  abundancia 
que  los  que  antes  había  para  los  bienes  del  pueblo  (1):  y  como  esto 
no  se  podía  hacer  sin  obligar  á  los  indios  á  trabajar  más  días  de  los 
que  al  principio  trabajaban,  claro  es  que  el  solo  prescribirlo  acen- 
tuaba el  comunismo. 

Antes  no  tenían  que  satisfacer  los  pueblos  sino  su  tributo  y 
mayor  servicio,  con  lo  cual  había  suficiente  para  sínodo  de  los  Doc- 
trineros, y  todavía  sobraba  para  el  Real  Erario.  Ningún  sueldo  per- 
cibía el  Superior  de  Doctrinas,  ni  había  otra  atención  que  satisfa- 
cer. Ahora  el  sínodo  mismo  era  mayor  (2);  y  se  había  añadido  una 
multitud  de  sueldos:  sueldo  del  Gobernador,  1200  pesos;  sueldo  de 
cada  Teniente,  500  pesos;  sobresueldo  de  cada  Ayudante,  100  pesos; 
sueldo  de  cada  cirujano,  320  pesos;  sueldo  de  cada  maestro  de 
escuela,  250  pesos;  por  cada  uno  de  los  treinta  administradores,  300 
pesos;  por  cada  uno  de  los  treinta  Capataces  españoles,  300  pesos. 
Todo  esto  había  de  salir  del  trabajo  de  los  indios,  haciendo  producir 
á  la  tierra  doble  cantidad  de  frutos  para  el  común:  y  así  había  que 
aumentar  todavía  los  días  de  trabajo  en  común. 

Antes  el  pueblo  no  sustentaba  á  nadie:  pues  el  Cura  recibía  su 
sustento  del  Superior  de  Candelaria,  quien  se  lo  procuraba  por  medio 
del  sínodo:  y  si  alguna  cosa  tomaba  en  el  pueblo,  la  pagaba  (3).  Con 
el  plan  de  Bucareli,  cada  pueblo  tuvo  que  alimentar  á  su  costa,  no 
sólo  á  los  dos  Doctrineros,  sino  también  al  Administrador  con  su 
familia,  al  maestro  con  su  familia,  al  capataz,  á  los  mineros,  y  á 
cuantos  huéspedes  llegaban  allí;  de  lo  cual  no  nos  permite  dudar  el 
brigadier  Alvear,  quien  nos  da  cuenta  de  «la  mesa  diaria  en  que 
jamás  se  sienta  el  indio  que  la  surte,  y  está  siempre  franca  al  pasa- 
jero, extraño  y  traficante,  que  con  este  motivo  se  detiene  muchos  me- 
ses en  los  pueblos»  (4);  y  Doblas,  quien  dice  que  «los  comerciantes  se 


(1)  Instrucción,  núm.  10. 

(2)  El  sínodo  sumaba  550  pesos  y  antes  era  sólo  466  i/a- 

(3)  Cardikl,  De  moribus  Guaraniorum,  c.  V. 

(4)  Relación  de  Misiones,  ed.  Angelis,  105. 


-229- 

mantienen  en  la  mayor  parte,  á  costa  de  los  Pueblos»  (1).  Sin  contar 
con  «las  francachelas  y  gastos  enormes,  llamados  indebidamente  de 
conuinidad,  que  se  hacen  en  los  colegios,  no  sólo  en  las  fiestas  de 
tabla,  sino  también,  con  cualquier  leve  pretexto  que  ocurra  á  los 
empleados»  (2).  Es  manifiesto  que  el  sustento  de  tanto  número  de 
sujetos,  que  no  habían  de  ser  tratados  como  cualquier  indio,  había 
de  agravar  los  gastos;  y  como  todo  salía  del  trabajo  común  de  los 
indios,  había  de  aumentar  el  trabajo  de  comunidad.  —  Hubo  tiempo 
en  que  las  quejas  sobre  esta  disposición  acerca  de  los  alimentos 
movieron  al  Virrey  de  Buenos  Aires  á  dar  orden  de  que  en  adelante 
los  pueblos  no  diesen  alimentos  anadie  (3).  Esto  causó  general  sor- 
presa 3'  aun  alarma:  3^  al  punto  se  representó  y  consultó  sobre  la  ma- 
teria. La  respuesta  fué  que  no  se  trataba  sino  de  gastos  excesivos  é 
indebidos.  Los  ánimos  se  tranquilizaron,  y  las  cosas  siguieron  como 
estaban. 

Antes  se  procuraba  con  empeño  que  cada  uno  trabajase  para  sí 
su  propia  chacra:  se  hacían  tentativas  para  que  tuviesen  propiedad 
de  animales  ó  de  plantíos  con  caudal  su3'o:  y  para  todo  esto  se  les 
daba  tiempo  abundante;  pues  sólo  dos  días,  lunes  y  sábado,  yeso 
durante  la  éppca  del  chacarerío,  eran  llamados  á  trabajos  comunes. 
Ahora  todo  se  había  convertido  en  trabajo  de  comunidad,  para  sub- 
venir á  tantas  nuevas  cargas  que  les  echó  encima  Bucareli.  Baste 
decir  que  entre  las  prescripciones  detalladas  que  se  dieron  con  las 
Ordenanzas  de  Bucareli,  estaba  señalada  la  de  que  á  los  indios  se 
concediesen  dos  días  de  la  semana  para  trabajar  en  sus  chacras 
particulares;  3-  ni  aun  esta  exigua  parte  de  tiempo  se  les  otorgaba, 
sino  que  los  hacían  trabajar  cinco  días,  y  á  veces  toda  la  semana  en 
las  haciendas  del  pueblo.  El  Administrador  general  Lazcano  repre- 
sentaba á  mediados  de  1774  el  «estado  de  los  pueblos  y  medios... 
para  el  fomento  y  conservación  de  ellos,  en  atención  á  que...  los 
pueblos  amenazan  una  total  ruina»  (4)  y  entre  otras  prevenciones 
expresa  lo  siguiente:  «Se  deberá  observar  darles  á  los  indios  los  dos 
días  en  la  semana,  que  previene  la  Ordenanza,  para  que  trabajen  3^ 
cultiven  para  sí  sus  haciendas  particulares.» — Pero  el  abuso  ya  intro- 
ducido continuó,  porque  podía  más  en  los  Administradores  la  instan- 
cia con  que  en  virtud  de  las  Ordenanzas  se  les  reclamaban  de  Bue- 

(1^  Doblas,  Respuesta  al  Virrey  Loreto  sobre  el  comercio  de  Misiones.  Bue- 
nos Aires.  Arch,  gen.  legf.  Misiones  I  Varios  años  I  a. 

(2)     Alvear  recién  citado. 

(■3)  Decreto  del  Virrey  de  Buenos  Aires,  á  19  de  Mayo  de  1800  (Buenos  Aires 
Arch.  gen.  Misiones  117881 1800). 

(4)     Arch.  Gen.  de  B.'  A.'  leg.  Misiones  I  Varios  añosl  1. 


-230- 

nos  Aires  las  remesas  para  el  tributo  y  sueldos,  y  de  los  pueblos  los 
efectos  para  alimento  de  los  empleados,  que  la  fría  recomendación 
de  designar  y  conceder  á  los  indios  el  tiempo  que  hubieren  menester 
para  cultivar  sus  heredades,  consignada  en  otra  Ordenanza,  cuyo 
cumplimiento  nadie  urgía.  Y  así  dice  el  Virrey  Aviles  en  el  Informe 
que  dejó  á  su  sucesor  casi  treinta  años  más  tarde;  en  1801:  «A  los 
pueblos  [de  Guaraníes]  se  les  hacen  cargos  crecidísimos,  que  los  tie- 
nen en  una  deuda  que  no  puede  comprenderse  su  legítimo  origen. 
Realmente,  es  incomprensible  que  la  hayan  causado  unos  hombres  y 
mujeres  y  aun  niños,  que  trabajan  por  constitución,  para  lo  que 

SE  LLAMA  COMUNIDAD,  CINCO  DÍAS  Á  LA  SEMANA;  á  quicnCS    nO    Se    IcS 

da  vestuario  regular,  y  sólo  una  escasa  ración  de  alimento  en  los 
días  que  trabajan,  con  la  cual  el  padre  de  familia  ha  de  mantener  á 
toda  ella  los  siete  días  de  la  semana»  (1). 

Esta  fué  la  miseria  y  el  comunismo  introducidos  por  el  plan  de 
Bucareli:  ésto  lo  que  vieron  cuantos  pasaron  en  aquellos  tiempos  por 
las  Doctrinas,  y  lastimándose  de  los  indios,  clamaron  por  la  aboli- 
ción de  semejante  régimen  de  comunidad;  si  bien  algunos  errada- 
mente atribuían  á  los  Jesuítas  aquel  sistema,  que  no  era  obra  sino 
del  pretendido  reformador.  A  los  treinta  años  de  impuesto  tal  comu- 
nismo, cuando  ya  la  ruina  estaba  consumada,  y  el  desbande  era  uni- 
versal, se  trató  ahincadamente  de  poner  remedio;  pero  en  diez  años 
de  tentativas  nada  se  logró;  y  entretanto  sobrevino  la  independencia 
de  las  colonias  hispano-americanas. 


VI 

OTRAS  PRESCRIPCIONES  DE  BUCARELI 

Acabamos  de  ver  el  influjo  necesario  y  desastroso  que  habían  de 
tener  y  tuvieron  en  efecto  para  trastornar  el  orden  admirable  de  las 
Doctrinas  Guaraníes,  aquellos  envalentonamientos  con  que  durante 
un  año  infatuó  Bucareli  á  los  indios  en  Buenos  Aires,  la  separación 
repentina  de  las  dos  administraciones:  espiritual  y  temporal;  la  nuli- 
dad á  que  redujo  las  atribuciones  de  los  Administradores;  y  el  comu- 
nismo, que  á  él  se   debe  en  toda   su  crudeza.  Vamos  á  estudiar  la 

(1)     Trei^i^rs,  Revista  de  la  Biblioteca,  tom.  lll.  p.  A64. 


-  231  - 

acción  ejercida   por  algunas  otras  novedades  establecidas  en  su  plan. 

Sea  una  la  incuria  en  señalar  sueldo  á  los  Administradores.  Fue- 
ron menester  dos  solicitudes  del  primer  Administrador  general  San- 
ginés  (1),  más  de  un  año  después  de  establecido  el  régimen  y  funcio- 
narios de  Misiones,  para  que  el  Gobernador  Bucareli  se  moviese  A 
pedir  los  informes  que  le  habían  de  guiaren  la  determinación  del 
sueldo.  Cualquiera  ve  en  esta  conducta  un  desorden  de  no  pequeña 
trascendencia,  que  directamente  cedía  en  detrimento  de  los  indios; 
pues  unos  empleados  á  quienes  no  se  fija  sueldo,  y  que  por  otra  parte 
están  colocados  en  oficio  en  que  pueden  tomarlo  de  los  bienes  de  sus 
subordinados,  fácil  es  de  ver  que  están  en  continua  tentación  de 
dañar  en  sus  haberes  á  aquellos  mismos  de  quienes  tienen  cargo. 

Mas  ya  que  determinó  fijar  sueldo  á  los  Administradores,  como 
lo  hizo  en  1.'' de  Junio  de  1770  (2),  fué  la  determinación  tan  corta, 
que  se  redujo  á  asignarles  300  pesos  anuales,  honorario  bien  poco 
correspondiente  para  un  sujeto  que  tuviese  las  circunstancias  de 
capacidad  y  carácter  tales  como  se  requerían  para  manejar  un  pue- 
blo de  Misiones,  resignándose  á  vivir  en  aquellos  parajes  alejado  de 
toda  otra  sociedad,  y  en  acción  y  fatiga  continua,  si  había  de  conser- 
var y  adelantar  el  pueblo.  Así  lo  hacía  reparar  en  1778  el  Adminis- 
trador general  Lazcano:  «.dtendie/ido»  son  sus  palabras  «c/íte  por  el 
corto  sueldo  de  trescientos  pesos,  tío  se  encuentran  sujetos  de  la 
calidad  que  puedan  ocupar  el  lugar  de  los  antiguos  Doctrine- 
rosi>  (3).  Así  es  como  el  siguiente  Administrador  general,  Cassero,  se 
queja  en  1791  de  que  los  Administradores  son  ignorantes  en  el 
comercio,  en  que  deben  dirigir  á  los  indios  y  evitar  que  sean  perju- 
dicados (4);  y  el  brigadier  Alvear  afirma  que  «los  más  de  ellos  igno- 
ran el  manejo  de  caudales,  están  ajenos  de  lo  que  es  agricultura  y 
fábricas,  y  no  saben  ni  aun  ajustar  nna  cuenta,  todos  conocimien- 
tos esenciales  á  su  empleo^  (5).  Y  en  19  de  Febrero  de  1797  explica 
el  Virrey  Meló  de  Portugal  «/«  confusión,  y  desorden,  que  infería 
la  forma  de  llevarse  los  libros  de  Cuentas  de  los  intereses  que  mane- 
jan los  Administradores  de  aquellos  pueblos,  insuficientes  á  poder 
realizarse  el  producto  de  la  agricultura,  é  inversión  de  la  indus- 
íria,  ni  poderse  absorber  cualquier  duda,  y  que  i)nposibilitaban 
una  liquidación  de  cuentas  de  un  pueblo  con  otro,  y  aun  de  los  par- 
ticulares,  cuanto   más  las  generales   que  deben  rendirse    anual- 

(1)  BuF.NOs  Aires:  Arch.  gen.  legajo  Misiones  ¡Varios  años j  1, 

(2)  Ordenanzas  de  comercio,  ni'im.  34. 

(3)  B.'  A.'  Arch.  gen.  leg.  I  Misiones  Varios  años  I  a. 

(4)  Ibid. 

(5)  Alvear,  Relación,  105. 


-232- 

mente»  (1).  Agregúese  á  todas  estas  circunstancias  de  los  Adminis- 
tradores, que  forzosamente  redundaban  en  detrimento  de  los  indios, 
la  de  que  hubo  veces  que  se  quedaban  en  los  pueblos  después  de 
haber  cesado  de  su  empleo,  y  se  mantenían  á  costa  de  sus  haberes 
de  comunidad  (2). 

Será  otra  de  las  disposiciones  sobre  la  que  es  preciso  llamar  la 
atención,  aquélla  con  que  mostró  Bucareli  el  empeño  en  hacer  descu 
brir  minas,  previniendo  en  \2i  Instrucción  (3),  la  cautela  en  interrogar 
á  los  indios,  para  que  no  ocultasen  los  parajes  de  donde  sacaban  los 
pedazos  de  mineral  que  á  veces  llevaban  á  sus  Doctrineros.  Duraba 
todavía  en  la  imaginación  de  Bucareli,  á  pesar  de  tantos  desengaños 
precedentes  en  contrario,  la  especie  absurda  de  las  minas  de  oro  y 
plata  con  que  se  hubiesen  enriquecido  los  Jesuítas.  Descubiertas  en 
Candelaria  unas  minas  de  cobre,  encarga  encarecidamente  en  la 
Adición  (4)  que  se  beneficien,  sin  olvidar  los  quintos  reales.  Los  quin- 
tos nunca  se  cobraron,  ni  de  las  tales  minas  pudo  sacarse  cosa  de 
provecho,  como  lo  hemos  visto  en  su  lugar  (5);  pero  su  laboreo  fué 
causa  de  notables  atrasos  al  vecino  pueblo  de  Santa  Ana,  extrayendo 
los  beneficiadores  muchos  indios  de  los  trabajos  comunes  para  ocu- 
parles en  las  minas,  con  lo  cual  aumentaban  la  fatiga  de  los  restantes, 
y  cometiendo  con  los  Guaraníes  empleados  en  minas  la  injusticia  de 
no  pagarles  como  era  debido  sus  salarios  (6). 

Entre  los  capítuíos  de  la  Adición,  hay  uno  en  que  se  recomienda 
con  énfasis  que  no  se  prohiba  á  los  indios  el  tener  cualquiera  clase  de 
ganado,  mayor  ó  menor,  al  igual  de  los  españoles,  cá  quienes  ya  se 
hallan  equiparados  (7).  La  experiencia  había  enseñado  cuan  dañoso 
era  permitir  á  los  indios  particulares  el  tener  caballos  propios,  y  la 
ley  se  lo  tenía  prohibido  (8).  Mas  en  virtud  de  la  derogación  de  Buca- 
reli, les  fueron  permitidos  los  caballos.  No  pasó  mucho  tiempo  sin 
que  se  notase  un  destrozo  enorme  en  las  estancias,  donde  los  indios 
acometían  sobre  todo  al  terneraje,  y  lo  destruían  para  comer;  una 
facilidad  extraordinaria  en  desertar  de  sus  pueblos,  valiéndose  del 
conocimiento  que  tenían  de   los  caminos,  pues  para  ellos  lo  mismo 

(1)  B."  A."  Arch.  gen.  leg-.  Misiones  I  Varios  años  I  1. 

(2)  Lazcano,  Administrador  general,  Notas  (Buenos  Aires),  Archivo  general 
leg.  Misiones  i  Varios  años  I  1. 

(3)  Número  27. 

(4)  Número  44. 

(5)  Lib.   I.  cap.  VIH.    §  I. 

(6)  Zavala,  Gobernador,  Informe  sobre  minas  en  1785:  Buenos  Aires,  Archivo 
gen.  leg.  Misiones  I  Varios  años  I  a. 

(7)  Núm.  10. 

(8)  Leyes  33.  34.  tít.  1.  lib.  6. 


-  233  - 

era  viajar  de  noche,  que  si  anduvieran  de  día;  y  un  escándalo  en 
robar  y  llevarse  consigo  mujeres;  que  obligaron  á  clamar  en  conti- 
nuados informes  para  que  se  quitase  de  nuevo  tan  imprudente 
licencia  (1). 

Otra  disposición  en  que  derogó  también  Bucareli  las  leyes  de 
Indias,  fué  la  que  prescribe  que  se  dé  entrada  á  los  españoles  para 
avecindarse  en  los  pueblos  de  indios  ^2).  Declara  nuevamente  la 
igualdad  de  los  indios  con  los  españoles,  y  encarga  que  se  fomenten 
los  matrimonios  entre  españoles  é  indios.  No  es  de  suponer  que  fuera 
tan  poco  avisado  Bucareli,  que  creyese  que  con  sólo  su  Instrucción 
de  1768  se  iban  á  multiplicar  los  matrimonios  entre  españoles  é 
indias,  los  cuales  siempre  fueron  raros  }'  difíciles,  por  estorbarlos 
la  gran  diferencia  de  condición  entre  unos  y  otros.  Mas  si  acaso  lo 
creyó,  ahí  está  la  experiencia  para  convencer  su  error.  En  ochenta 
años  que  duró  la  aplicación  de  su  sistema,  hasta  1848,  y  en  treinta 
pueblos,  cítense  los  matrimonios  de  esta  clase  que  se  han  contraído; 
y  se  verá  cuan  contados  son,  si  hay  algunos. 

En  cambio  jcuán  espantosamente  se  difundieron  las  ofensas  de 
Dios,  abriéndose  por  este  camino  ancha  puerta  á  la  lujuria!  ¡Cuántos 
escandalosos  amancebamientos! 

La  introducción  de  los  españoles  á  vivir  y  poseer  en  territorio  de 
Misiones,  trajo  consigo  otro  nuevo  daño  para  los  indios.  Los  espa- 
ñoles ó  criollos  tenían  traza  cómo  denunciar  varios  terrenos  al 
Gobernador  de  Buenos  Aires  por  ser  vacantes  ó  realengos;  y  en  tal 
caso  el  Gobernador  los  adjudicaba  al  suplicante  Con  el  tiempo,  }' 
cuando  ya  éste  había  ejecutado  actos  de  posesión,  lo  que  hacía  bien 
pronto,  venía  á  averiguarse  que  el  tal  terreno  denunciado  como 
valdío,  pertenecía  en  realidad  á  los  indios,  y  era  parte  de  sus  estan- 
cias, ó  se  reservaba  para  hacer  sementeras  más  adelante.  Mas  no  por 
eso  se  rescataba  ya  aquella  propiedad  de  manos  del  poseedor  espa- 
ñol europeo  ó  americano^  quien  se  valía  de  todos  los  medios  para 
enredar  ó  dilatar  el  asunto,  y  á  lo  último  se  quedaba  con  la  finca.  De 
e5te  modo  fueron  despojados  los  indios,  particularmente  en  Yapeyú, 
de  tanta  extensión  de  terrenos,  que  cuando  el  Virrey  Aviles  quiso 
señalar  haciendas  privadas  á  cada  uno,  )^a  no  encontró  en  algunos 
parajes  tierras  con  que  poder  realizar  su  intento.  Tanta  era  esta  que 
él  llama  fundadamente  «invasión  que,   de  no  atajarla  en  su  princi- 


(1)  laforine  del  Coronel  Larrazábal  en  1773  (Buenos  Aires  Arch.  gen.  legajo 
Misiones  1770i).  La.zc\no.  Advertencias  de  1778  (Buenos  Aires  Arch.  gen.  leg.  Mi- 
siones ¡Varios  años/a. 

(2)  Instrucción,  núm.  25. 


-234- 

pio  [iba  á  llegar],  ¡insta  los  umbrales  tjti sitios  de  las  reducidas  chu- 
sas de  los  infelices  indios,  á  quienes  dejarían  sin  un  palmo  de 
tierras,  si  se  tolerasen  tales  denuncias  en  el  interior  de  aquel 
gohiernoT>  (1). 

Estas  fueron  las  ventajas  que  tanto  había  ponderado  Bucareli  de 
la  introducción  de  los  españoles  europeos  y  americanos  á  vivir  en  los 
pueblos  de  indios:  <ítanta  secta  de  vicios  como  tenemos  sus  habita- 
dores españoles» ,  como  decía  en  1776  el  Administrador  de  Loreto  (2); 
«el  gran  libertinaje  y  escandaloso  desarreglo  de  costumbres»  como 
atestiguaba  el  brigadier  Alvear  hacia  1795  (3);  y  con  eso,  los  agra- 
vios y  depredaciones  de  los  indios.  Opresión  del  indio  é  inmoralidad, 
que  eran  precisamente  los  efectos,  en  todo  tiempo  comprobados  por 
la  experiencia,  en  virtud  de  los  cuales  tenían  prohibida  las  sabias 
leyes  de  Indias  tal  habitación  (4). 


Vil 

194 

ESCLAVITUD  DE  LOS  INDIOS 

Afirmó  Bucareli  que  su  voluntad  era  que  el  trato  de  los  indios 
Guaraníes  fuese  enteramente  contrario  al  que  habían  experimentado 
en  tiempo  de  los  Jesuítas.  <-<El  tratamiento  de  los  indios...  debe,  ser 
en  todo  contrario  al  que  experimentaron  de  los  Regulares»  (5). 
Según  esto,  su  plan  debía  haber  sido  exactamente  contrario  á  la 
práctica  entablada  por  los  Jesuítas.  Mas  no  fué  así.  Con  extrañeza 
se  advierte  que  una  gran  parte  de  los  artículos  de  su  Instrucción  y 
de  la  Adición,  y  aun  de  la  Ordenanza  de  comercio,  son  mera  copia 
de  las  disposiciones  establecidas  en  tiempo  de  los  vituperados  Regu- 
lares, como  él  mismo  no  tiene  reparo  en  confesarlo,  diciendo  según 
se  acostumbra,  como  liasta  aquí,  ó  frases  equivalentes.  Era  que, 
á  pesar  de  su  odio  sectario,  no  podía  menos  de  reconocer  la  necesidad 
de  prácticas  entabladas  en  virtud  de  una  experiencia  más  que  secu- 
lar, y  qaería  incorporarlas  en  aquel   reglamento,   que  no   había  de 

(1)  Informe  del  Virrey  Aviles,  [Trellks,  Rev.  de  la  Bibl.  III.  469]. 

(2)  Informe  (B'  A')  Arch.  gen.  leg.  Misiones  I  Varios  años  /  a. 

(3)  Relación  de  Misiones,  ed.  Angklis,  1836,  pág.  105. 

(4)  Vid.  lib.  I.  c.  8.  §  7. 

(5)  Carta  de  Bucareli,  fecha  en  B"  A"  á  2  de  Marzo  de  1769.  Arch.  gen.  legajo, 
Misiones  1769-70  73-74  79. 


-  235  - 

servir  3'a  para  deslumhrar  á  los  indoctos,  sino  para  ser  presentado 
al  Rey  con  apariencias  de  seriedad  y  madurez;  además  de  que  muchas 
de  las  disposiciones  adoptadas  por  los  Jesuítas  no  eran  sino  la 
estricta  ejecución  de  Reales  Cédulas  y  Le3'es  de  Indias.  Es  verdad 
que  la  levadura  que  él  puso  de  suyo  bastaba  para  destruir  los  buenos 
efectos  de  cualquier  plan  por  perfecto  que  fuese,  como  lo  hemos 
demostrado,  examinando  algunos  puntos,  en  los  artículos  anteriores. 
Pero  este  proceder  extraño  de  conservar  las  prescripciones  anti- 
guas, nos  da  pleno  derecho  para  confundir  las  falsedades  que 
enunció  contra  los  Jesuítas,  valiéndonos  de  argumentos  sacados  de 
las  mismas  obras  del  reformador,  ó  para  convencerle  de  tirano,  des 
pota  y  esclavizador  de  los  indios  Guaraníes.  Según  Bucareli,  era 
esclavitud  no  tener  repartidos  los  bienes  comunales,  efectos  del 
pueblo,  estancias,  ganados,  tierras  del  común.  Y  todo  esto  lo  dejó 
sin  repartir,  cometiendo  además  el  enorme  desacierto  de  llenarles 
la  cabeza  á  los  indios  de  sus  falsas  ideas.  Era  esclavitud  no  poder 
comerciar  sin  intervención  de  tutor  que  velase  por  los  intereses  del 
indio  y  del  pueblo.  Y  de  la  misma  manera  dejó  arreglado  el  comercio. 
Era  ser  esclavos  el  no  poder  disponer  de  sus  personas  y  estar  sujetos 
en  el  trabajo  á  los  Jesuítas.  Y  él  los  dejó  en  la  sujeción  de  los  Admi- 
nistradores. Por  tanto,  si  todo  eso  era  esclavitud,  Bucareli,  después 
de  insultar  á  cada  instante  á  los  Jesuítas,  3'  engañar  con  fingidas 
promesas  á  los  Guaraníes,  constitu3^ó  á  éstos,  por  medio  de  su  plan, 
en  indigna  y  miserable  esclavitud. 

Por  el  bien  de  los  infelices  indios  nos  alegraríamos  de  que  el 
estado  en  que  Bucareli  los  puso  en  virtud  de  su  plan,  no  hubiese  sido 
sino  igual  al  que  tenían  en  manos  de  los  Jesuítas,  porque  entonces 
su  esclavitud  no  hubiera  sido  sino  una  fantasía  del  reformador,  un 
nombre  injurioso  inventado  por  odio  sectario,  3"  no  hubiera  llegado 
al  orden  real;  nuestro  discurso  hubiera  sido  un  mero  argumento  ad 
hoininein  para  confundir  las  imposturas  de  Bucareli.  Pero  desgra- 
ciadamente no  es  así.  Lo  que  hasta  aquí  llevamos  expuesto  hace  ver 
que  si  la  esclavitud  que  tantas  veces  ponderó  Bucareli  sólo  estaba 
en  la  boca  de  los  enemigos  de  la  Compañía  de  Jesús  como  él,  3'  no  en 
el  orden  real,  en  cambio,  la  esclavitud  en  que  él  colocó  á  los  Guara- 
níes fué  una  tristísima  realidad. 

Los  Administradores,  tales  como  los  estableció  Bucareli,  privados 
de  toda  autoridad,  no  pudieron  subsistir.  Los  destrozos  que  los  indios 
particulares  causaban  en  los  bienes  del  pueblo,  el  uso  arbitrario  é 
injusto  que  de  la  autoridad  hacían  los  cabildantes,  la  imposibilidad 
en  que  se  veía  el  Administrador  de  hacer  obedecer  á  los  trabajado- 


-236- 

res;  fueron  causa  de  que  por  providencias  gubernativas  se  diesen  á 
los  Administradores  las  facultades  que  el  plan  de  Bucareli  les 
negaba  (1).  Vinieron  con  esto  á  ser  los  Administradores  los  verda- 
deros superiores  del  pueblo,  á  quienes  estaba  subordinado  el  mismo 
Corregidor  y  el  Cabildo,  que  no  servían  sino  de  ejecutores  de  las 
órdenes  que  el  Administrador  les  diese.  «Siendo  el  Adniinistyador, 
cojjio  lo  es  en  las  presentes  circunstancias,  el  que  hace  de  superior 
en  el  pueblo,  él  determina  por  sí  solo  todo  cnanto  se  lia  de  Jiacer:  d 
él  se  le  presenta  el  Corregidor  y  Cabildo  como  subditos:  de  él  reciben 
las  órdenes,  y  d  él  dan  cuenta  de  la  ejecución  y  resultas» ,  dice 
Doblas  (2);  quien  igualmente  demuestra  que  los  intereses  del  pueblo 
están  librados  á  la  voluntad  y  buena  fe  del  Administrador,  de  suerte 
que  si  él  quiere  cometer  fraudes,  no  hay  medio  de  estorbarlos,  por- 
que se  provee  fácilmente  de  toJos  los  justificativos  legales,  ya  que  el 
Cabildo  firma  con  gusto  cuantos  documentos  le  presenta  el  Adminis 
trador,  y  asimismo  firmará  los  que  acreditan  la  legítima  inversión 
de  los  caudales. 

Semejante  potestad  en  manos  de  perdonas  tales  como  hemos  visto 
que  tenían  que  ser  y  eran  los  Administradores,  dió  lugar  á  que  se 
repitiese  lo  que  con  los  primeros  h;ibia  sucedido  y  de  que  se  quejaba 
el  Administrador  general  Sanginés:  <^que  se  sacrifiquen  los  frutos 
que  producen  dichos  Pueblos  con  ventas  y  compras  dolosas,  como 
las  que  tengo  noticia  se  han  hecho»  (3j.  La  cuenta  anua  creía  Buca- 
reli que  se  daría  por  parte  de  cada  Administrador  con  sólo  orde- 
narla en  su  instrucción  (4);  pero  la  verdad  es  que  ni  siquiera  las 
cuentas  generales  de  su  administración  al  dejar  el  oficio  se  podían 
obtener  de  ellos:  «síji  que  se  haya  conseguido  ver  formales  cuetitas 
de  la  inversión  de  los  productos  de  las  cosechas  de  aquella  feraz 
provincia»  dice  el  Virrey  Aviles  (5).  Y  no  era  extraño,  pues  hemos 
visto  que  muchos  de  ellos  ni  siquiera  sabían  llevar  las  cuentas. 

La  realidad  de  la  aplicación  del  plan  de  Bucareli,  ya  desde  el 
primer  día,  fué  que,  si  bien  se  había  dicho  que  quedaba  suprimido  el 
azote,  entonces  precisamente  fué  cuando  empezaron  á  llover  sobre 
el  pobre  indio  los  azotes.  Antes  el  castigo  no  se  daba  sino  por  la 
autoridad,  y  reconocida  la  causa  suficiente  por  el  Padre.  Ahora  le 
venía  el  azote  al  indio  de   tres   partes;   azotábale  el    Administrador 

(1)  Doblas,  Memoria  histórica,  ed.  Ángelis,  1836,  pág.  21. 

(2)  Ibid.  pág:.  22. 

(3)  Representación  á  Bucareli,  1769,  Buenos  Aires,  Arch.   gen.    leg.    Misiones 
I  Varios  años  /  a. 

(4)  Bravo,  323. 

(5)  Informe,  Trelles,  Rev.  de  la  Bibl.  II.  464. 


-  237- 

cuando  obedecía  al  Cura,  azotábale  el  Cura  porque  obedecía  al 
Administrador  (1),  y  le  azotaba  el  Corregidor  ó  cualquier  Cabil- 
dante, que  le  había  tomado  por  criado  sin  salario,  cuando  no  le 
trabajaba  la  sementera  á  su  gu^to  (2). 

La  autoridad  que  se  dio  á  los  Administradores  hizo  que  proce- 
diesen en  su  cargo  con  desmedido  imperio.  «£"/  Administrador, 
desde  el  punto  que  lo  cubre  la  investidura  de  su  empleo,  cuida  de 
obstentaise  con  absoluto  dotninio,  hasta  sobre  los  Cabildos; por- 
que la  práctica  de  recibir  los  indios  las  órdenes  diarias  de  este 
para  los  trabajos,  tareas  y  demás  ocupaciones  en  que  se  ejercitan, 
les  hace  conocer  que  tiene  sobre  todos  una  especie  de  superiori- 
dad.-» Así  lo  dice  el  Administrador  general  D.  Diego  Cassero  (3).  Y 
el  Virrey  Aviles  habla  de  la  «utilidad  que  dejaba  á  estos  Adminis- 
tradores el  tiránico  é  inhumano  gobierno  abusivo  que  les  sugirió 
la  codicia»  (4). 

Además  de  soportar  el  indio  en  su  persona  esta  tiranía  y  despo- 
tismo, y  no  menos  la  de  sus  caciques,  se  había  de  resignar  á  ver  que 
su  trabajo  se  convertía  en  utilidad  de  otros,  proveyendo  de  abun- 
dantes frutos  aquella  mesa,  que,  como  dice  Alvear,  el  indio  surte 
siempre  sin  que  nunca  participe  de  ella  (5)  y  se  había  de  resignar  á 
verse  privado  de  las  cosas  que  más  apetecía,  y  de  que  á  su  vista  dis- 
frutaban otios  merced  al  trabajo  empleado  por  él.  <íLns  bienes  de 
los  indios»  dice  Doblas  hablando  como  testigo  «son  tratados  como 
sus  personas;  distribuyéndose  éstos  con  la  mayor  escases  entre  los 
indios  necesitados,  y  aun  en/err}ws,  se  gastan  can  la  mayor  profu- 
sión, no  tan  solamente  entre  los  españoles  empleados,  sino  también 
con  cuantos  pasajeros  llegan,  y  que  tal  ves  sin  motivo  ninguno  se 
detienen  en  los  pueblos  los  días  que  quieren,  facilitándoles  cuantas 
comodidades  se  les  antoja;  lo  que  reciben  como  cosa  de  justicia  que 
se  les  debe:...  y  aunque  el  gobierno  ha  dado  algunas  disposiciones 
sobre  esto,  ningún  efecto  han  surtido-»  (6).  «De  los  efectos  y  frutos 
más  preciosos  que  se  recogoi  y  almacenan,  no  tienen  más  parte  en 
ellos  [los  indios],  que  el  haberlos  cultivado  y  recogido;  ellos  siein- 
brait,  cultivan  y  benefician  la  cuña  para  la  miel  y  asücar:  lo  mismo 
el  tabaco  y  trigo:  ellos  ven  ó  saben  que  de  Buenos  Aires  mandan 


(1)  Doblas,  Memoria,  20. 

(2i  Informe  de  Ugarte,  Administrador  de   Loreto  en  1776:  B'  A%  Arch.  gene- 
ral, leg.  Misiones  /  Varios  años  ¡  a. 

(3)  Informe,  B."  A.'  Arch.  gen.  leg.  Misiones  I  Varios  años  I  a. 

(4)  Informe,  Trkllhs,  Rev.  de  la  Bibl.  III,  464. 

(5)  Relación   105. 

(6)  Memoria,  '11. 


-2J8- 

sal,  que  ellos  tanto  apetecen,  y  otros  efectos  comprados  con  el 
importe  de  los  frutos  qiit  produce  su  trabajo,  y  que  todo  se  guarda 
en  los  almacenes,  de  donde  no  vuelve  d  salir  para  ellos»  (1). 

Añadíase  á  todo  esto  la  autoridad  absoluta  que  se  arrogaban  los 
Tenientes  de  Gobernador,  así  para  disponer  de  los  bienes  de  Doctri- 
nas, como  para  tratar  mal  á  los  indios,  y  aun  perseguirlos,  si  se 
atrevían  á  recurrir  al  Gobernador.  Poníanse  á  las  indias  tres  tareas 
de  hilar  por  semana,  en  vez  de  dos  que  habían  tenido  siempre,  aun 
después  de  los  expatriados;  con  lo  cual,  atento  su  modo  espacioso  de 
trabajar,  se  les  quitaba  el  tiempo  para  las  faenas  domésticas;  y  hasta 
se  les  hacía  trabajar  en  las  fiestas.  De  todo  esto  se  queja  el  Gober 
nador  Zavala.  «Con  pleno  conocimiento»  dice  «de  lo  que  por  aquí 
se  ha  practicado...  con  las  absolutas  [facultades]  que  los  Tenientes 
de  Gobernador  tenían  en  los  bienes  de  Comunidad,  sin  que  á  este 
Gobierno...  se  le  diese  noticia  alguna  de  sus  tratos  con  españoles, 
extracción  de  sus  haciendas,  ni  remesas  que  se  les  hacia...  impi- 
diendo d  los  indios  sus  recursos  y  quejas,  despachando  en  su 
seguimiento  partidas,  y  aun  castigándoles  por  haber  venido  á  mi 
presencia  á  quejarse,  oprimiendo  á  las  indias  cotí  tres  tareas  de 
hilanza  d  la  semana,  contra  la  antigua  costumbre  de  ser  solamente 
dos  para  que  les  quedase  tiempo  para  su  propia  utilidad,  pues  con 
las  tres  no  lo  tenían,  y  aun  no  guardaban  el  día  del  domingo...»  (2). 

El  indio  había  llegado  á  estar  absorbido  continuamente  por  los 
trabajos  de  comunidad,  que  duraban  cinco  de  los  seis  días  de  la 
semana  (3j. 

El  hambre,  la  desnudez,  el  trabajo  forzado  sin  tener  sosiego  para 
trabajar  en  su  propia  utilidad,  y  los  malos  tratamientos,  iban  consu- 
miendo una  parte  de  la  población  y  hacían  que  otra  parte  no  pequeña 
huyese  de  los  pueblos,  emigrando  á  las  poblaciones  cercanas  de  espa- 
ñoles y  aun  de  portugueses,  donde  aunque  mal  tratados,  creían  que 
no  lo  serían  tanto  como  en  sus  pueblos,  y  á  veces  refugiándose  en 
los  montes.  Semejantes  fugas  traían  consigo  los  daños  espirituales 
y  relajación  de  costumbres  que  se  pueden  presumir,  como  hemos 
visto  (4),  y  lo  confirma  Doblas  (5). 

Esta  opresión  fué  también  la  que  produjo  el  disgusto  contra  los 
españoles,  y  facilitó  en  los  siete  pueblos  de  la  ribera  izquierda  del 
Uruguay   la    invasión   que    verificaron  los    portugueses  del    Brasil 

(1)  Doblas,  Memoria,  34. 

(2)  Buenos  Aires,  Arch.  gen.  leg.  Misiones  /  Varios  años  I  a. 

(3)  Aviles,  Informe  en  Trelles,  Rev.  de  la  bibl.  III.  464. 

(4)  Cap.  Vil.  §  III. 

(5)  Memoria,  36. 


—  239  — 

en  1801.  Pintando  á  los  indios  mayores  ventajas  en  estar  sujetos  á 
Portugal,  no  dejaron  de  encontrar  partido  entre  ellos,  y  no  teniendo 
empeño  los  indios,  la  capital  San  Miguel  cayó  en  poder  de  los  inva- 
sores, 3^  con  ella  quedaron  los  otros  seis  pueblos  hasta  el  día  de  hoy. 
V^éase,  pues,  si  hemos  podido  afirmar  sin  hipérboles  ni  exagera, 
clones  que  la  situación  en  que  quedaron  las  Doctrinas  de  resultas  del 
plan  de  Bucareli,  fué  una  verdadera  esclavitud. 


VIH 


VALOR  DE  LA  OBRA  ENTERA  DE  BUCARELI 


Acabamos  de  ver  cuál  fué  el  éxito  de  la  obra  á  que  se  refería 
Bucareli  cuando  decía  «/a  obra  que  tan  feli3)}iente  se  Jia  principiado 
con  la  expulsión  de  los  Jesuítas^  que  ocupaban  las  fértiles  provin- 
cias del  Uruguay  y  Paraná,  y  reducción  de  sus  naturales  d  la  más 
perfecta  obediencia  de  su  soberano  (1).»  Esa  obra  se  compone  del 
plan  de  Bucareli,  de  las  modificaciones  que  hubieron  de  añadírsele 
después  por  los  errores  que  en  él  se  iban  descubriendo,  y  de  los  efec- 
tos que  todo  ello  produjo.  La  obra  habla  por  sí  misma. 

En  1791,  á  los  veinte  años  poco  más  de  haber  empezado  Bucareli 
por  sí  mismo  á  poner  en  ejecución  .su  plan;  y  después  de  oídos  todos 
los  pareceres,  tentados  todos  los  caminos,  aplicados  todos  los  reme- 
dios, probadas  todas  las  mudanzas  que  se  pudieron  ocurrir  á  los 
gobernantes  del  Rio  de  la  Plata;  el  estado  de  las  treinta  Doctrinas 
de  Guaraníes  había  venido  á  ser  el  que  resulta  del  informe  del  Admi- 
nistrador general  D.  Diego  Cassero  }'  de  todo  el  expediente  trami- 
tado ante  el  Virrey  en  materia  de  comercio  de  Misiones  {2). 

Los  indios  no  entendían  palabra  de  castellano.  Los  pueblos  se  ha- 
llaban desiertos  porhaber  huido  sus  moradores.  Los  ganados  se  habían 
perdido.  Los  indios  que  quedaban  en  los  pueblos  estaban  en  gran 
parte  dados  á  la  licencia  de  costumbres  y  á  la  embriaguez.  De  parte 
de  las  autoridades  que  los  dirigían  eran  muchos  los  tráficos  prohibi- 
dos, las  opresiones  y  los  ejemplos  de  vida  disoluta.  Las  fronteras  de 
Portugal  estaban  seriamente  amenazadas.   Las   antiguas   milicias 

(1)  Orde)tansas  de  comercio,  preámbulo. 

(2)  Buenos  Aires:  Arch.  gen.  leg'.  Misiones  I  Varios  años  I  a. 


-240- 

Guaraníes  se  habían  reducido  á  la  nada.  Portugueses  y  paisanos  á 
modo  de  bandoleros,  llamados  gauderios,  robaban  gruesas  partidas 
del  ganado  que  quedaba. 

No  ha  sido  necesario  acudir  ni  á  las  personas  de  los  Administra- 
dores ó  de  los  Curas  y  sus  mutuas  discordias,  ni  á  los  excesos  par- 
ticulares del  Gobernador  y  de  los  Tenientes,  con  que  comúnmente 
se  pretende  explicar  la  decadencia  y  ruina  de  los  pueblos  de  Guara- 
níes. Esas  son  causas  parciales  é  incompletas.  La  verdadera  causa 
está  en  el  plan  mismo  de  Bucareli,  con  el  cual,  ni  los  Jesuítas  mis- 
mos, si  hubieran  perseverado  en  Misiones,  hubiesen  podido  sostener 
la  primitiva  prosperidad.  Hemos  demostrado  que  esos  efectos  son 
obra  suya,  consecuencia  necesaria  de  su  plan. 

Y  esos  efectos  hablan  con  una  elocuencia  que  superó  á  la  de  toda 
palabra  humana.  El  divino  Maestro  nos  ha  dicho:  Por  sus  frutos  los 
conoceréis  (1).  Los  frutos  de  ios  hombres  son  sus  obras;  los  frutos  de 
los  planes,  son  sus  efectos. 

Al  plan  de  Bucareli  para  sustituir  el  de  los  Jesuítas,  puede  apli- 
carse el  juicio  que  un  autorizado  escritor  brasilero  (2)  formuló  acerca 
del  Directorio  de  Pombal,  expedido  once  años  antes  con  el  mismo 
intento.  Era  de  presumir  que  las  Instrucciones  fueran  copia  más  ó 
menos  retocada  del  Directorio,  sabiendo  que  fueron  unos  mismos  los 
que  ejecutaron  las  dos  expulsiones  de  España  y  de  Portugal,  empu. 
jando  más  unas  veces  la  una,  otras  la  otra,  según  se  les  presentaba 
la  oportunidad.  Y  en  efecto,  en  uno  y  otro  se  encuentran  las  mismas 
falsas  inculpaciones  de  esclavitud  de  los  indios,  de  impiedad,  de 
indecencia  en  casas  y  vestidos;  el  mismo  establecimiento  de  Admi- 
nistradores, que  en  Portugal  se  llamaron  Directores,  etc.,  etc.  De 
uno  y  otro  se  puede  decir,  pues,  con  razón  lo  que  el  citado  autor  dijo 
de  solo  el  Directorio:  «Jamás  ley  alguna  prometió  tanto,  exhibiendo 
sus  pomposas  teorías,  ni  patentizó  más  cuan  poco  era  lo  que  en  la 
práctica  podía  conseguir,  por  no  haber  querido  tomar  por  base 
la  experiencia  de  dos  siglos  y  medio  de  Reducciones  de  indios,  con  la 
que  tan  copiosos  frutos  habían  recogido  en  sus  ensa3'os  los  Nobregas 
y  Anchietas,  legando  á  los  naturales  largos  días  de  prosperidad  y  de 
paz.  El  Directorio  [y  otro  tanto  puede  decirse  del  plan  de  Bucareli] 
sobre  no  ser  más  que  una  rapsodia  de  las  leyes  publicadas  anteceden- 
temente acerca  de  los  indios,   está  todo  repleto  de  utopias,  y  lleno 


(1)  Matth.  VIL  16. 

(2)  foACHiM  NoRBERTO  DK  Sou?A  Silva,  Memoria  histórica  e  documentada  das 
aldeas  de  indios  da  Provincia  de  Rio  Janeiro.  Laureada  com  o  premio  imperial. 
(Revista  do  instituto  brazileiro,  XV'IIL  153.  año  1854. 


-241- 

de  nuevas  disposiciones  que  coartan  las  mismas  garantías,  de  que  ya 
gozaban  los  hijos  de  las  selvas...  En  virtud  de  él,  las  Reducciones 
vinieron  á  quedar  convertidas  en  viveros  de  esclavos.» 

La  jurisdicción  de  un  Gobernador  y  varios  Tenientes  en  el  terri- 
torio de  Doctrinas,  había  sido  confirmada  por  decreto  de  Carlos  III, 
fecha  25  de  Julio  de  1771  (1).  El  plan  entero  no  obtuvo  la  aprobación 
hasta  Abril  de  1778;  y  entonces  se  aprobó  únicamente  como  estatuto 
provisorio  (2). 


(1)  .Suvilla:  Arch.  de  Indias;  125-7-6, 

(2)  Ibid.  125-7-7.  «A  consulta  de  mi  Consejo  de  las  Indias  de  27  de  Abril  de 
1778,  me  serví  aprobar  con  calidad  de  por  ahora  las  Ordenanzas  [de  Bucareli]» 
Céd.  Real  de  17  de  Mayo  de  1803. 


16. — Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes— tomo  ii. 


CAPITULO  IX 


RUINA  TOTAL  DE  LAS  DOCTRINAS 


1.  Decadencia  de  las  Misiones  hasta  su  primera  desmembración. — 2.  Apodé- 
rase Portug'al  de  los  siete  pueblos  orientales. — 3.  Segunda  desmembración. 
— 4.  Destrucción  de  quince  Doctrinas. — 5.  Ruina  de  siete  Doctrinas  más. — 6.  Las 
ocho  Doctrinas  al  Norte  del  río  Paraná. — 7.  Vicisitudes  ulteriores  de  los  Guara- 
níes de  Misiones. — 8.  Pueblos  de  Misiones  y  ruinas  de  Misiones. 

Hemos  llegado  en  el  bosquejo  histórico  que  encabeza  nuestro 
estudio,  al  punto  en  que  los  Jesuítas  expulsados  y  expatriados  por 
Carlos  III,  hubieron  de  abandonar  á  los  Guaraníes;  porque  hasta  allí 
se  extiende  con  toda  propiedad  la  organización  social  que  los  Jesuítas 
dieron  á  sus  Doctrinas.  Pero  cuando  se  trata  de  una  institución  sim- 
pática, el  ánimo  se  interesa  en  tener  noticia  de  todos  los  percances 
que  le  han  sobrevenido,  de  los  estados  por  los  que  ha  pasado  y  de  su 
paradero  final  ó  á  lo  menos  de  la  situación  en  que  actualmente  se 
halla.  Ninguna  ocasión  mejor  que  la  presente  para  llenar  este  deseo. 
El  estudio  del  plan  de  Bucareli  con  sus  efectos  hace  observar  una 
decadencia  que  presagia  la  ruina  total.  Y  así,  será  oportuno  inter- 
calar este  capítulo  de  historia,  en  que  se  verá  el  modo  cómo  pere- 
cieron las  Doctrinas,  y  los  restos  y  huellas  que  han  dejado,  que  es  lo 
que  únicamente  queda  hoy  de  aquella  insigne  y  bienhechora  fun- 
dación. 


*^^        DECADENCIA  DE  LAS  MISIONES  HASTA  SU  PRIMERA 

DESMEMBRACIÓN 

Es  constante  el  hecho  de  que  desde  el  extrañamiento  de  los 
Jesuítas,  fueron  las  Misiones  decayendo  con  rapidez.   No  será  nece- 


-243- 

sario  insistir  en  este  punto,   que   ha   formado  la  materia  de  los  capí- 
tulos anteriores. 

La  población  había  disminuido  tan  notablemente,  que  antes  de 
cumplirse  treinta  años,  había  faltado  más  de  la  mitad;  y  al  empezar 
el  año  1801  quedaban  sólo  42  885  (1)  almas  de  las  88.864  que  mani- 
fiestan las  listas  de  los  párrocos  Jesuítas  en  1767.  Las  causas  que 
producían  la  despoblación  eran  tan  continuas,  que  se  ha  podido  for- 
mar la  ley  con  tanta  seguridad  como  en  otros  casos  se  averigua  la 
ley  del  crecimiento;  y  aplicada  á  los  núcleos  que  se  conservaron,  se 
encuentra  casi  matemáticamente  exacta.  Hacíase  con  más  ó  menos 
uniformidad  el  recuento  anual  de  los  pueblos,  y  en  los  censos  que  se 
conservan  aparece  todos  los  años  una  partida  de  indios  huidos  de  sus 
pueblos,  que  dista  de  ser  despreciable. 

Los  recursos  materiales  de  los  pueblos  no  sólo  no  eran  abundan- 
tes, sino  que  hubo  pueblos  de  donde  los  naturales  huían  porque  se 
veían  perecer  de  hambre;  y  otros  hubieron  de  recurrir  al  Rey  pidién- 
dole que  los  relevase  de  los  tributos  que  adeudaban  por  no  alcanzar, 
no  sólo  con  qué  satisfacer  los  tributos,  sino  ni  aun  con  qué  sustentar 
la  vida  (2).  Ya  hemos  visto  la  triste  pintura  del  c-tado  á  que  quedó 
reducida  Trinidad  en  1772  con  treinta  habitantes  y  sin  sustento  sufi- 
ciente para  ellos  (3).  Los  yerbales  plantados  al  lado  de  los  pueblos, 
cuyo  cultivo  se  descuidó,  y  en  cambio  se  hacía  en  ellos  yerba  dos 
años  seguidos,  en  poco  tiempo  se  inutilizaron,  y  nunca  se  volvieron 
á  reponer.  Cosa  parecida  sucedió  con  los  algodonales.  El  ganado 
vacuno,  que  era  uno  de  los  principales  artículos  para  el  sustento  de 
los  pueblos,  se  consumió  casi  totalmente  hasta  1772.  El  Administra 
dor  general  Lazcano,  que  trabajó  con  empeño  en  restaurarlo  desde 
1772  hasta  1785  en  que  salió  del  cargo,  lo  dejó  en  bastante  buen  pie; 
mas  inmediatamente  volvió  á  decaer  este  ramo.  Los  pueblos  donde 
fijaba  su  residencia  el  Gobernador  Zavala,  vinieron  á  ser  los  más 
castigados  y  afligidos  de  miseria  por  los  inmoderados  gastos  que  se 
veían  obligados  á  hacer,  así  para  el  Gobernador,  como  para  los 
muchos  forasteros  que  allí  acudían.  De  este  modo  dejó  casi  destruidos 
los  pueblos  de  Candelaria,  Itapúa  y  Concepción  (4). 

Faltando  lo  material,  los  indios  andaban  también  mal  en  lo  espi- 
ritual; verdad  que  la  experiencia  de  muchos  años  había  enseñado  á 
los  Jesuítas.  La  entrada  de  los  comerciantes  por  temporadas,  y  la  de 

(1)  Virrey  Aviles,  Informe  en  Trelles,  Rev.  de  la  Bíbl.  III.  405. 

(2)  Exposición  de  los  siete  pueblos  del  Uruguay  á  Carlos  III  en  21  de  Junio  de 
1777.  MoNNER  Sans,  Pinceladas  históricas,  196. 

(3)  Cap.  VII,  §1. 

(4)  Carta  de  Buenos  Aires  á  23  de  Marzo  de  1774,  en  MuRiEL-Charlevoix,  p.  595. 


-  244  - 

españoles  europeos  ó  americanos  para  avecindarse  en  los  pueblos, 
con  el  séquito  de  vicios  y  malos  ejemplos  que  en  ellos  se  veían, 
fueron  de  desastroso  resultado,  tanto  más,  cuanto  no  era  raro 
observarlos  en  los  mismos  encargados  del  gobierno. 

La  lengua  castellana  nunca  se  llegó  á  introducir.  Los  edificios 
materiales  de  los  pueblos  se  iban  ariuinando.  Las  personas  bien 
intencionadas  que  deseaban  el  remedio,  tenían  en  boca  continua- 
mente la  mención  de  los  antiguos  Doctrineros,  indagaban  su  modo 
de  proceder  en  los  cuadernos  ó  manuscritos  que  de  ellos  habían 
quedado,  ponderaban  su  economía,  y  deploraban  que  tan  inconsulta- 
mente se  hubiese  abandonado  aquel  sistema  que  había  hecho  felices 
á  los  naturales  y  prósperos  á  los  pueblos. 

La  pobreza  traía  consigo  la  falta  de  vestido  conveniente,  y  la 
incuria  producía  el  desaseo.  No  puede  darse  cosa  más  lastimosa  que 
el  cuadro  que  traza  el  brigadier  Alvear  de  las  Misiones  hacia  1795, 
hablando  como  testigo  de  vista. 

«Las  enfermedades  más  comunes  en  los  naturales»  dice  «son  las 
viruelas,  de  que  mueren  seguramente  la  cuarta  parte;  las  calentu- 
ras pútridas,  á  que  llaman  peste,  por  el  estrago  que  hacen;  las  inter- 
mitentes conocidas  por  chucho;  el  pasmo,  las  sarnas  rebeldes  y  gáli- 
cas, y  el  mal  venéreo  multiforme,  principalmente  en  los  españoles  y 
europeos.» 

«La  impericia  de  los  Administradores,...  la  crasa  ignorancia  de 
los  maestros  de  escuela,  de  que  muchos  sólo  tienen  el  título:  la  poca 
ó  ninguna  armonía  que  suele  reinar  entre  ellos  y  los  Curas:  las  fran- 
cachelas y  gastos  enormes  llamados  indebidamente  de  coiniiuidad 
que  se  hacen  en  los  colegios,  no  sólo  en  las  fiestas  de  tabla,  sino 
también  con  cualquier  leve  pretexto  que  ocurra  á  los  empleados:  la 
mesa  diaria,  en  que  jamás  se  sienta  el  indio  que  la  surte,  y  está  siem- 
pre franca  al  pasajero,  extraño  y  traficante,  que  con  este  motivo  se 
detiene  muchos  meses  en  los  pueblos:  el  desaseo  y  continua  necesi- 
dad en  que  viven  los  ciiiiiDnis  [muchachos]:  la  porquería  }'  torpe 
indecencia  con  que  se  crían  las  ciiñatais  [muchachas]:  la  pobreza 
suma  de  los  naturales,  todos  sacrificados  siempre  y  desatendidos  por 
las  comunidades;  y  por  último,  el  gran  libertinaje  y  escandaloso  des- 
arreglo de  costumbres,  frecuentemente  autorizados  hasta  de  perso- 
nas consagradas  á  Dios,  son  los  desórdenes  envejecidos  y  reinantes 
en  todas  las  Doctrinas»   (1). 

(1)     Relación  de  Misiones,  ed.  Ángelis,  1836,  92  y  105. 


245 


II 

APODÉRASE  PORTUGAL  197 

DE  LOS  SIETE  PUEBLOS  ORIENTALES 

Siempre  habían  estado  expuestas  las  Misiones  Guaraníes  á  los 
asaltos  de  tropas  de  las  provincias  meridionales  del  Brasil,  como 
que  estaban  declaradas  pueblos  de  la  Corona  en  frontera  portu- 
guesa, y  lo  eran  en  realidad;  mas,  debilitado  el  vigor  de  aquellas 
milicias  que  en  otros  tiempos  habían  defendido  el  territorio  ,  y  en 
ocasiones  aun  sin  recibir  auxilio  de  tropas  regulares,  vinieron  á  caer 
en  poder  de  Portugal  los  siete  pueblos  más  cercanos,  que  estaban 
situados  ala  parte  oriental  del  Uruguay. 

Durante  el  largo  período  que  gobernó  D.  Francisco  Bruno  de 
Zavala,  que  fué  más  de  treinta  años,  desde  1768  hasta  su  muerte 
con  una  breve  interrupción,  hubo  dos  principales  alarmas  causadas 
por  los  portugueses.  Una  tuvo  lugar  en  1770  con  la  entrada  en 
Misiones  de  una  partida  de  diez  y  seis  portugueses  al  mando 
del  capitán  Peixoto  y  con  subordinación  á  la  empresa  del  coronel 
Alonso  Botello  de  Sampayo  (1),  que  pretextaba  pasar  á  reducir  á  los 
indios  infieles  á  nuestra  santa  religión:  todos  los  de  la  partida  fue- 
ron tomados  presos  y  remitidos  á  Buenos  Aires,  con  los  papeles  que 
se  les  encontraron  y  que  demostraban  el  ánimo  de  apoderarse  de 
aquella  región.  Otra  fueron  los  avances  de  1775  y  76  desde  Río 
Pardo  y  Viamont,  que  obligaron  á  Zavala  á  situarse  en  los  siete 
pueblos  orientales  con  tropas,  y  no  cesaron  hasta  después  de  la  gran 
expedición  de  Cevallos  en  1777.  En  adelante  no  hubo  otras  invasio- 
nes formales;  pero  nunca  cesaron  las  entradas  de  partidas  sueltas  á 
robar  ganado.  La  estancia  de  partidas  de  demarcación  con  sus  comi- 
sionados portugueses  por  los  años  de  87,  hizo  también  harto  daño, 
porque  sin  cesar  convidaban  á  los  naturales  de  aquellos  pueblos  á 
pasarse  á  los  dominios  portugueses  donde  les  ofrecían  más  comodi- 
dades y  menos  trabajo.  Y  en  efecto,  iba  creciendo  notablemente  la 
deserción  (2).  Agregáronse  en  los  últimos  años  del  siglo  xviii  los 
malos  tratamientos  que  experimentaron  los  Guaraníes  de  aquellos 

(1)  Funes,  Ensayo,  lib.  V.  c.  XI. 

(2)  Doblas,  Apéndice  á  su  Memoria,  núm.  10. 


—  246- 

pueblos  de  parte  del  Teniente  Gobernador  de  San  Miguel,  D.  Fran- 
cisco Rodrigo,  debajo  de  cuya  jurisdicción  caían  los  siete  pueblos. 

Declarada  en  Mayo  de  1801  la  guerra  entre  España  y  Portugal, 
á  causa  del  convenio  que  había  impuesto  el  primer  cónsul  Bona- 
parte  á  España  de  hacer  la  guerra,  si  Portugal  no  quería  dejar  la 
alianza  de  los  ingleses;  aprovechó  la  noticia  el  Gobernador  de  Río 
Grande;  y  en  el  mes  de  Julio,  cuando  en  Europa  ya  se  había  firmado 
la  paz  de  aquella  guerra  de  diez  y  siete  días,  invadió  las  posesiones 
españolas,  y  se  apoderó  de  varios  puntos  fortificados.  Uno  de  los 
siete  pueblos,  San  Lorenzo,  desprovisto  de  defensa  por  parte  del 
Teniente  gobernador  y  temeroso  de  la  invasión,  se  ofreció  á  los  por- 
tugueses para  pasar  á  su  dominio;  ofrecimiento  que  fué  aceptado 
inmediatamente  por  el  comandante  de  la  frontera  portuguesa, 
Pereira  Pinto.  Presentóse  al  mismo  tiempo  al  Gobernador  de  Río 
Grande  uno  de  los  bandoleros  que  se  ocupaban  en  robar  ganado,  por 
nombre  José  Borges  do  Canto,  y  se  acogió  al  indulto  que  se  había 
promulgado  para  los  desertores;  ofreciéndose  á  defender  á  San 
Lorenzo  )'  ganar  para  Portugal  los  otros  seis  pueblos,  porque  sabía 
que  estaban  muy  descontentos.  Aprobada  su  empresa,  tuvo  la  auda- 
cia de  ir,  con  no  más  de  40  hombres,  á  poner  sitio  al  Teniente  de 
Gobernador  Rodrigo,  quien,  abandonando  todo  lo  demás,  se  había 
concentrado  en  San  Miguel,  que  estaba  algo  más  fortificado  y  donde 
tenía  los  víveres  y  municiones.  Canto  promovió  una  deserción  uni- 
versal entre  los  Guaraníes,  muy  disgustados  del  Teniente,  quien  los 
había  tenido  por  algún  tiempo  desarmados  como  á  sospechosos,  y  los 
había  tratado  continuamente  con  imperio;  y  Rodrigo,  creyendo  que 
eran  grandes  las  tropas  que  le  cercaban,  y  viéndose  al  frente  sola- 
mente de  unos  cuantos  soldados  de  tropa  regular,  pidió  capitulación 
y  la  obtuvo,  entregando  la  plaza  y  saliendo  en  libertad;  aunque  al 
retirarse  hacia  las  otras  Misiones,  le  encontr(')  una  partida  distinta, 
y  le  tom(3  prisionero.  San  Juan  y  Santo  Ángel  se  rindieron  dentro  de 
poco,  y  las  imitaron  San  Luis  y  San  Borja.  Sólo  San  Nicolás  se 
resistió  por  algún  tiempo,  en  virtud  de  la  actividad  y  energía  de  un 
oficial  llamado  Rubio  Dulce;  quien  hasta  llegó  á  intentar  un  ataque 
contra  San  Borja.  Frustrado  el  ataque,  y  asediado  Rubio  Dulce 
cada  día  por  mayores  fuerzas  portuguesas  que  iban  acudiendo, 
mientras  que  no  aparecían  socorros  españoles,  hubo  de  rendirse.  Las 
tropas  que  al  fin  envió  el  Virre)''  Pino,  tuvieron  un  choque  C(m 
las  portuguesas,  y  en  él  perdieron  3  piezas  de  artillería,  varios 
muertos  y  75  prisioneros  Todos  estos  hechos  se  verificaron  desde  el 
mes  de  Julio  hasta  el  de  Diciembre. 


—  247  — 

Licuada  oficialmente  en  Diciembre  de  1801  la  noticia  de  la  paz 
de  Badajoz,  las  mismas  autoridades  portuguesas  fueron  las  que 
urgieron  para  que  cesasen  las  hostilidades.  En  el  tratado  de  la  pa  z 
se  había  estipulado  que  las  cosas  quedaran  como  antes  de  la  guerra, 
devolviéndose  las  poblaciones  ocupadas  en  virtud  de  ella.  Mas  los 
portugueses  del  Brasil  alegaron  que  nada  se  había  dicho  en  Europa 
sobre  los  siete  pueblos;  como  si  hubiera  sido  posible  que  un  tratado 
firmado  en  6  de  Junio  hablase  especificando  la  invasión  que  se 
emprendió  en  el  mes  de  Julio;  y  se  prevalieron  del  descuido,  cierta- 
mente censurable  del  Virrey  Pino,  quien  aceptó  la  paz  sin  haber  exi- 
gido antes  la  devolución  de  los  siete  pueblos  ocupados.  De  este  modo 
pasaron  de  hecho  á  Portugal  las  siete  Misiones  uruguayas  orienta- 
les. Eran  las  mismas  que  tanto  habían  padecido  cuando  fueron 
objeto  del  tratado  de  1750. 

Hizose  por  los  portugueses  el  censo  de  la  población,  y  se  encontra- 
ron catorce  mil  almas  en  todos  los  siete  pueblos.  En  ellos  entablaron 
el  plan  que  para  las  reducciones  había  compuesto  Pombal,  en  el  que, 
si  por  una  parte  se  suprimía  el  tributo,  por  otra  había  algunas  dis- 
posiciones que  hacían  todavía  más  dura  la  suerte  del  indio,  que  con 
el  sistema  de  Bucareli.  Así,  los  Guaraníes,  que  pensaron  haber 
mejorado  de  fortuna,  se  encontraron  peor  tratados  que  antes.  «^Los 
administradores  portugueses^^  dice  Moussy  «eran  tan  codiciosos 
como  los  españoles^  y  más  ásperos  en  su  trato.  Las  siete  Misiones 
hechas  portuguesas  continuaron  despoblándose  de  día  en  día-»  (1). 


III 

1Q8 

SEGUNDA   DESMEMBRACIÓN 

Era  Gobernador  interino  de  las  Doctrinas  en  aquel  año  Don 
Joaquín  de  Soria,  nombrado  por  el  Virrey  de  Buenos  Aires,  por 
haber  fallecido  en  1800  el  antiguo  Gobernador  D.  Francisco  Bruno 
de  Zavala.  El  año  1802  fué  nombrado  también  como  interino  Don 
Santiago  Liniers,  más  tarde  Virrey  de  Buenos  Aires,  quien  pasó  á 
residir  entre  los  Guaraníes;  y  finalmente  por  Cédula  de  17  de  Mayo 
de  1803  nombró  el  Rey  Gobernador  propietario  al  Coronel  D.  Ber- 

(1)    Mémoire  sur  la  décadence,  §  VII. 


-  'J4S  - 

nardo  de  Velasco,  separando  totalmente  el  Gobierno  de  los  treinta 
pueblos  del  de  Buenos  Aires  y  del  de  Paraguay,  3^  creando  «//;/ 
Gobierno  militar  y  político  que  comprenda  todas  las  Misiones  de 
ellos  [los  Guaraníes],  como  lo  están  las  de  Maynas,  Mojos  y  Chiqui- 
tos» (1).  Dos  años  después,  y  mientras  Velasco  se  hallaba  gober- 
nando á  los  Guaraníes,  y  procurando  entablar  el  nuevo  plan  de 
gobierno  de  1803  (que  no  pudo  nunca  llegar  á  ejecutarse),  fué  nom- 
brado Gobernador  del  Paraguay,  de  forma  que  reuniese  los  dos 
gobiernos  de  Paraguay  y  de  Misiones.  El  decreto,  de  fecha  12  de 
Setiembre  de  1805  (2),  fué  ejecutado,  tomando  Velasco  posesión  en 
la  Asunción  á  5  de  Mayo  de  1806. 

Cuando  en  1810  se  constituyó  en  Buenos  Aires  la  Junta  de 
gobierno  que  se  atribuyó  las  facultades  sobre  todo  el  Virreinato, 
expidió  sus  circulares  á  todas  las  provincias  y  autoridades,  exi- 
giendo que  la  reconociesen  en  este  carácter.  Velasco  respondió 
negando  el  reconocimiento  {3J  «hasta  tanto  que  S.  M.  resuelva  lo 
que  sea  de  su  soberano  agrado,  en  vista  de  los  pliegos  que  la  expre- 
sada Junta  Provisional  dice  haber  enviado  con  un  oficial  al 
Gobierno  Soberam  legítini  imente  establecido  en  España».  Era 
Teniente  Gobernador  de  Misiones  ó  segundo  de  Velasco,  el  Coronel 
D.  Tomás  Rocamora;  y  recibida  la  misma  circular,  reconoció  á  la 
Junta  como  suprema  autoridad  del  Virreinato  (4).  La  Junta  de  Bue- 
nos Aires  declaró  á  Rocamora  Gobernador  de  Misiones  con  autori- 
dad independiente  del  Paraguay  (5);  con  lo  que  vio  este  Coronel 
cumplidos  los  deseos  que  desde  1805  expresaba  en  sus  solicitudes,  de 
obtener  alguna  Gobernación  (6).  Mientras  tanto,  Velasco  daba  contra 
el  mismo  Rocamora  orden  de  prisión  por  perturbar  públicamente  la 
paz  y  hacer  traición  á  la  patria  y  al  Rey  con  sus  circulares,  en  que 
exigía  á  todas  las  autoridades  del  territorio  de  Misiones,  listas  de  los 
sujetos  capaces  de  tomar  las  armas,  de  los  españoles  allí  residentes, 
de  las  tropas  efectivas,  del  armamento  y  de  los  caudales  que  tuvie- 
sen en  caja  (7).  Poco  después,  emprendía  el  general  Belgrano  su 
campaña  contra  el  Paraguay,  para  la  cual  le  auxilió  Rocamora  con 
una  tropa  de  400  Guaraníes  de  Misiones.  Retirado  Belgrano,  á  fines 
de  Marzo  de  1811,  el  Paraguay  hizo  lo  que  había  hecho  Buenos  Aires 


(1)  Céd.  de  17  de  Mayo  de  1803,  en  Trelles,  Anexos,  núm.  69. 

(2)  Ibid.  núm.  7('. 

(3)  Registro  oficial  de  la  República  Argentina,  Buenos  Aires  1879,  t.  I.  n.°  ' 

(4)  Ibid.  núm.  40. 

(5)  Ibid.  núm.  134,  16  Setiembre  1810. 

(6)  Trelles,  Anexos,  núm.  72. 

(7)  AuDiBRRT,  los  límites  del  Paraguay  (Buenos  Aires  1893),  c.  XVIII.  p.  345. 


—  249  - 

él  año  anterior:  depuso  al  Gobernador,  formando  en  14  de  Mayo  una 
Junta,  que,  puesta  en  comunicación  con  la  de  Buenos  Aires,  nego- 
ció un  tratado  de  alianza  con  ella;  y  en  el  art.  4.*^  estipuló  los  límites 
en  esta  forma:  «debicmh:)  en  lo  donas  qneiiar  también  por  a/iora  los 
limites  de  esta  prozuncia  del  Paraguay  en  la  forma  en  que  actual- 
mente se  hallan,  encargándose  consiguientemente  su  gobierno  de 
custodiar  el  departamettto  de  Candelarias^  (1).  De  este  modo  se  veri- 
ficaba una  nueva  separación  de  las  Doctrinas;  pues  las  siete  orienta- 
les del  Uruguay,  de  hecho  estaban  en  poder  de  Portugal,  las  ocho 
al  norte  del  Paraná,  con  más  las  cinco  de  las  vertientes  del  mismo 
Paraná  por  el  sur,  se  declaraban  por  entonces  sujetos  al  Paraguay, 
y  quedaban  las  diez  restantes  á  Buenos  Aires;  declarándose  que  el 
Paragua}'  era  enteramente  independiente,  aunque  amigo,  de  Bue- 
nos Aires 

Este  fué  el  estado  de  las  Doctrinas  que  reconoció  la  Asamblea 
Constituyente  Argentina  de  1813,  cuando  en  su  decreto  fecha  13  de 
Noviembre  se  expresó  en  estos  términos:  «La  Asamblea  General 
ordena  que  los  diez  pueblos  de  Misiones  de  la  dependencia  de  las  Pro- 
vincias Unidas,  nombren  un  diputado  que  concurra  á  representarlos 
en  esta  Asamblea  General  (2).» 


IV 


DESTRUCCIÓN  DE  QUINCE  DOCTRINAS  *^" 

El  bienio  de  1816  á  1818  fué  tan  funesto  para  las  Doctrinas  de  los 
Guaraníes,  que  en  él  quedaron  reducidos  á  escombros  y  despoblados 
totalmente  quince  de  los  antiguos  pueblos  de  Misiones. 

Desde  que  en  1810  empezaron  á  sublevarse  las  colonias  españolas 
del  Río  de  la  Plata,  pugnando  por  separarse  del  gobierno  de  la 
Península,  fijó  sus  ojos  en  ellas  el  Reino  de  Portugal;  y  nada  omitió 
para  realizar  su  perseverante  empeño  que  hacía  tres  siglos  iba  lle- 
vando adelante,  de  apoderarse  á  lo  menos  del  territorio  situado  al 
oriente  del  Río  Uruguay.  Negociaciones  diplomáticas,  auxilios  ofre- 
cidos á  unos,  protección  á  otros,    aparato  de  tropas  á  punto  para 

(1)  Convención  de  12  de  Octubre  de  1811,  Registro  oficial  de  la  República 
Argentina,  t.  I.  núm.  254. 

(2)  Registro  of.  de  la  Rep.  Arg.  B'.  A'.  1879,  t.  I.  n.  58. 


-  250  - 

cualquier  empresa,  todo  lo  empleó.  Al  cabo,  el  año  1816,  un  ejército 
portugués  á  las  órdenes  del  general  Federico  Lecor,  invadió  la  por- 
ción que  hoy  forma  la  República  oriental  del  Uruguay,  con  la  inten- 
ción publicada  de  pacificar  aquel  territorio,  y  venciendo  las  resis- 
tencias que  se  le  ofrecieron,  entró  en  la  ciudad  de  Montevideo  á  20 
de  Enero  de  1817.  La  resistencia  en  todos  los  puntos  del  territorio 
no  había  faltado  desde  que  se  empezó  la  invasión  á  mediados  de 
Agosto  de  1816,  y  continuó  aun  después  de  tomada  la  capital,  alar- 
gándose la  guerra  por  años  enteros  en  los  distritos  lejanos.  Acau- 
dillábala D.  José  Artigas.  Hijo  de  una  de  las  mejores  familias  de 
Montevideo,  había  empleado  su  juventud  en  las  faenas  de  las  estan- 
cias, habiendo  sido  elevado  al  cargo  de  capitán  de  las  milicias  orga- 
nizadas contra  las  bandas  de  gauchos,  que  en  combinación  con  los 
portugueses,  robaban  los  ganados.  Por  su  arrojo  y  prendas  persona- 
les, acomodadas  para  ejercer  superioridad  en  el  país,  había  llegado  á 
ser  un  ídolo  de  sus  paisanos;  y  las  circunstancias  revueltas  de  los  años 
14,  15  y  siguientes,  hicieron  que  su  influjo  fuera  efectivo  para  dirigir 
el  movimiento,  no  sólo  en  el  territorio  de  Montevideo,  sino  también 
en  las  provincias  de  Santa  Fe,  Entrerríos  y  Córdoba,  que  reconocie- 
ron su  superioridad  dándole  el  título  de  Protector .  Al  tener  Artigas 
noticia  cierta  de  la  invasión  de  los  portugueses  á  principios  de  1816, 
trazó  su  plan  de  campaña,  que  consistía  en  no  esperar  que  ellos  entra- 
sen en  la  provincia  Oriental,  sino  acometerlos  en  su  propia  casa,  pa- 
sando el  Uruguay,  y  entrando  en  la  provincia  de  Río-Grande.  Dispo- 
nía para  esto  de  cinco  á  seis  mil  hombres,  parte  de  los  cuales  dirigía 
él  mismo,  y  los  demás  estaban  distribuidos  entre  varios  tenientes 
suyos.  Uno  de  éstos,  destinado  á  operar  en  el  alto  Uruguay,  era  el 
indio  Andrés  Guacararí,  más  conocido  por  el  nombre  de  Aiidresito. 
Era  natural  de  San  Borja;  y  habiendo  tenido  Artigas  ocasión  de  tra- 
tarle en  1811,  fijó  la  atención  de  un  modo  especial  en  él,  así  por  la 
adhesión  que  el  indio  le  tenía,  como  por  las  cualidades  que  ya  mos- 
traba, y  le  hacían  hombre  apto  para  acaudillar  á  sus  paisanos. 
Como  Andresito  era  huérfano  de  padre,  Artigas  le  adoptó  por  hijo; 
hízole  Comandante  general  de  Misiones  y  desde  entonces  se  denomi- 
naba Andresito  en  sus  proclamas  Andrés  Guacararí  y  Artigas,  ciu- 
dadano Capitán  de  Blandengues  y  Comandante  general  de  la  pro- 
vincia de  Misiones;  viviendo  persuadido  de  que  estaba  destinado  á 
ser  el  libertador  de  sus  compatriotas  los  Guaraníes  del  oriente  y  del 
occidente  del  río  Uruguay.  El  año  de  1815  le  había  enviado  Artigas 
á  apoderarse  de  los  cinco  pueblos  del  Paraná,  en  los  cuales  tenía 
puesta  Francia  su  guardia,  afirmando  que  le  pertenecían  en  virtud 


-  251  - 

del  tratado  de  1811;  y  pretendiendo  Artigas  que  eran  propios  de  la 
Liga  de  provincias  de  que  él  llevaba  el  título  de   Protector.   Andre- 
sito,  sin  más  apoyo  que  su  crédito  entre  los  naturales,   y  la  coopera- 
ción de  un  religioso  Fr.   José   Acevedo,   que   le   acompañaba  y  ani- 
maba, juntó  en  las  diez  Misiones  de  la  ribera  derecha  del  Uruguay 
un  ejército  que  disciplinó  á  su   modo;   y  en  el  mes  de  Setiembre, 
intimó  desde  el  pueblo  de  San  Carlos  el   abandono  y  entrega  de  la 
Candelaria  al  comandante  paraguayo  D.  José  Isasi,  que  con  300  hom- 
bres 3'  dos  piezas  de  campaña  guarnecía  aquella  población.  Como  el 
comandante  diese  largas,  Andresito  ordenó  á  su   teniente  que    lle- 
vase adelante  las  hostilidades,  y  los  250  Guaraníes  que  acometieron 
el  pueblo,  lo  rindieron  después  de  tres  horas  de  combate,  recogiendo 
104  fusiles,  dos  cañones,  y  gran  número  de  lanzas.    Caída   Candela- 
ria, fueron  sometidos  igualmente  Santa  Ana,   Loreto,   San  Ignacio 
Miní  y  Corpus.  La  toma   de   las  Misiones  del  Paraná  tenía  grande- 
mente alentado  á  Andresito  y  sus   indios,   cuando   el  año  siguiente 
de  1816  y  por  el  mismo  tiempo,  quiso  hacer  otro  tanto   con  las  siete 
Misiones  orientales  del  Uruguay,  conforme  á  las  instrucciones  de  su 
padre  adoptivo  Artigas. 

Hallábase  de  comandante  de  aquellas  Misiones  el  Brigadier  bra- 
silero D.  Francisco  das  Chagas  Santos,  quien  tenía  su  cuartel  gene- 
ral en  San  Francisco  de  Borja,  y  estaba  bien  ajeno  de  pensar  en  una 
invasión  por  aquella  parte.  Andresito  envió  delante  un  emisario  que 
esparciese  entre  los  Guaraníes  una  proclama  en  la  que  los  exhortaba 
á  que  sacudiesen  el  dominio  de  los  portugueses,  que  tan  injustamente 
los  mantenían  sujetos,  y  se  ofrecía  á  libertarlos,  poniéndolos  en 
situación  de  que  ellos  solos  se  gobernasen,  sin  que  los  hubiera  de 
dominar  ningún  español,  portugués  ú  otro  que  no  fuera  de  los  mis- 
mos Guaraníes  (1  j.  Semejantes  exhoi  taciones  produjeron  gran  efecto 
entre  los  naturales,  de  suerte  que  no  sólo  engrosaron  notablemente 
sus  filas  en  la  banda  occidental  del  Uruguay;  sino  que  aun  el  regi- 
miento de  milicias  Guaraníes  que  tenían  los  portugueses  para  guar- 
dar la  frontera  oriental,  se  pasó  en  su  mayor  parte  á  la  expedición 
del  caudillo.  Con  un  ejército  de  2.000  hombres,  cruzó  Andresito  el 
Uruguay  á  principios  de  Setiembre  de  1817,  por  Itaquí,  donda 
pereció  toda  la  guardia  brasilera  del  paso;  dispersó  una  avanzada 
de  300  caballos,  que  Chagas  había  enviado  para  detenerle;  y  el  día  21 
puso  sitio  al  comandante  brasilero  en  San  Borja,  encerrándolo  con 
sus  200  soldados  de  caballería,  200  infantes  y  14  piezas.   Al  segundo 

(1)     Véase  el  documento  en  Bauza,  Historia  de  la   dominación  española  en  el 
Uriígiia}',  tomo  III.  Apénd.  de  docum.  n.°  17. 


día  de  asedio,  un  buen  tiro  de  uno  de  los  artilleros  portugueses  des- 
montó la  pieza  de  los  sitiadores  que  más  daño  hacía  cá  la  plaza  (1). 
El  día  28  de  Setiembre,  los  Guaraníes  acometieron  á  la  caballería 
portuguesa  en  las  afueras  con  tal  brío,  que  la  obligaron  á  encerrarse 
en  el  pueblo,  3'  continuando  el  asalto,  rompieron  una  de  las  puertas 
más  fuertes  y  se  lanzaron  á  pelear  cuerpo  á  cuerpo  con  la  tropa  de 
dentro;  mas  el  vivo  fuego  que  les  hizo  la  infantería  y  artillería,  los 
obligó  á  desistir  del  asalto.  Reforzados  todavía  los  sitiadores  con  la 
llegada  de  una  nueva  división,  se  preparaban  para  dar  asalto  gene- 
ral el  día  3  de  Octubre  al  amanecer.  Ese  mismo  día  llegaba  á  San 
Borja  el  Teniente  Coronel  brasilero  Abreu,  quien,  habiendo  recibido 
noticia  del  apuro  de  Chagas  por  un  emisario,  que  logró  burlar  la 
vigilancia  de  los  sitiadores,  acudió  precipitadamente  con  su  división 
de  800  hombres.  Rechazada  la  caballería  Guaraní,  que  Andresito 
había  desprendido  para  resistirle  al  advertir  su  llegada,  se  trabó  un 
combate  general  en  que  tomaron  parte  también  las  fuerzas  de 
Chagas;  y  los  Guaraníes  fueron  completamente  derrotados,  con  pér- 
dida de  500  hombres  entre  muertos  3'  prisioneros,  dejando  un  cañón 
en  poder  del  enemigo.  Las  otras  divisiones  de  Artigas  padecieron 
igualmente  derrotas  por  parte  de  los  portugueses;  3^  él  mismo  fué 
deshecho  en  el  Arape3";  con  lo  cual  el  plan  de  adelantarse  á  la  inva- 
sión, llevando  la  guerra  al  Brasil,  quedó  frustrado. 

Mas,  á  pesar  de  su  descalabro,  Andresito  estaba  rehaciendo  su 
ejército  en  las  Misiones  occidentales,  y  otro  tanto  hacía  Artigas  en 
Entrerríos.  El  Capitán  general  de  la  pj-ovincia  de  Río  Grande,  Mar- 
qués de  Alégrete,  que  dirigía  las  tropas  brasileras  de  invasión  en 
aquellas  comarcas,  dio  orden  á  Chagas  de  pasar  el  Urugua3' ,  pene- 
trar en  las  Misiones  occidentales,  quemar  y  arrasar  todos  los  pue- 
blos, capillas,  estancias,  3'  cuanto  pudiera  en  algún  tiempo  servir  de 
morada  ó  refugio  á  los  Guaraníes;  3^  trasportar  toda  la  población  á 
la  ribera  oriental  del  Urugua3' .  Chagas  ejecutó  desde  mediados  de 
Enero  hasta  mediados  de  Marzo  de  1817  este  acto  de  ferocidad  con 
el  mayor  empeño.  Al  frente  de  unos  mil  hombres  de  tropas  escogi- 
das, pasó  el  17  de  Enero  al  otro  lado  del  Urugua3\  Quedándose  él 
en  el  pueblo  de  la  Cruz,  despachó  sus  subalternos  á  destruir  los 
demás.  El  ma3'or  Gama  arrasó  á  Yapeyú,  y  después  de  vencer  con 
el  oportuno  auxilio  de  Chagas  á  Andresito,  que  le  salió  al  encuentro, 
continuó  su  marcha  3"  destruyó  á  Santo  Tomé.  Carvallo  arrasó  el 
pueblo  de  Mártires,  3'  saqueó  los  de  Apóstoles,  San  Carlos  3^  San 

(1)    Almeida  Coelho,  Memoria   histórica  do  regimentó  de  Santa   Catharina, 
pág.  29. 


-  253  - 

¡osé.  Cardoso  arrasó  á  Concepción,  Santa  María  la  Mayor  y  San 
Javier.  No  contento  con  haber  enviado  sus  tenientes,  quiso  Chagas 
certificarse  por  sí  mismo  de  que  la  tarea  estaba  bien  desempeñada, 
y  lanzó  sobre  el  territorio  su  caballería  de  reserva,  subiendo  con  ella 
hasta  los  pueblos  del  Paran;1,  saqueando,  asolando  é  incendiando  si 
algo  había  quedado  en  pie.  Después  de  esto,  obligó  á  los  habitantes 
que  no  habían  podido  huir,  á  que  pasasen  á  la  banda  oriental  del 
Uruguay,  3'  pasó  él  con  sus  tropas  el  13  de  Marzo.  El  número  de 
Guaraníes  muertos  en  esta  expedición,  según  los  partes  de  Chagas, 
era  de  3  190,  los  prisioneros  360,  con  más  5  cañones,  160  sables 
y  15.000  caballos. 

«Hemos  destruido  y  saqueado  los  siete  pueblos  de  la  ribera  occi- 
dental del  Uruguay;  saqueado  solamente  los  de  Apóstoles,  San  José 
y  San  Carlos.  Hemos  recorrido  y  devastado  la  campaña  entera  adya- 
cente á  estos  pueblos,  en  un  radio  de  cincuenta  leguas;  sin  contar  con 
que  nuestro  cuerpo  de  caballería  que  mandaba  Carvallo,  ha  caminado 
80  leguas  en  persecución  de  los  insurgentes.  Hemos  saqueado  y  traí-- 
portado  á  la  ribera  izquierda  del  río  50  arrobas  de  plata,  hermosos 
y  buenos  ornamentos  de  iglesia.  Hemos  recogido  excelentes  cara- 
panas,  3.000  caballos,  otras  tantas  yeguas,  1.130.000  reis  acuñados 
(1.924  pesos  oro).»  Tal  era  el  parte  de  Chagas  al  Marqués  de  Alé- 
grete en  13  de  Febrero  de  1817;  y  las  cifras  fueron  creciendo,  como 
se  observa  en  los  partes  subsiguientes.  La  plata  trasportada  dice  m<ás 
tarde  que  alcanzó  á  80  arrobas.  Las  alhajas  de  iglesia  principales 
fueron  á  parar  primeramente  á  Porto  Alegre,  y  más  tarde  á  Río 
Janeiro.  Las  imágenes  de  santos,  campanas  y  otros  objetos  no  pre- 
ciosos, á  San  Borja. 

<íCometiéronse  en  la  ejecución  indescriptibles  actos  de  horror» 
dice  Almeida  Coelho,  que  asistió  como  militar  en  estas  campañas, 
<i~Vióse  íin  Teniente  Guaraní  del  ejército  brasilero,  Luis  Mairá, 
estrangular  más  de  un  niño,  y  jactarse  de  ello:  vióse  la  intiiora- 
lidad ,  el  robo  y  el  estupro  en  su  auge;  vióse,  finalmente,  la  religión 
católica  ofendida  en  todas  partes  (1).»  «Es  preciso,-»  añade  <i~retro- 
ceder  á  la  historia  de  los  tiempos  más  remotos  para  encontrar 
ejemplos  de  órdenes  semejantes  á  la  del  marqués  de  Alégrete,  cuyos 
efectos,  y  el  resultado  de  su  fiel  ejecución,  no  podía  ser  otro  sino 
el  que  fué,  bárbaro^  inhumano,  impolítico,  y  aun  anticristiano.  La 
guerra  por  sí  misma  es  ya  horrorosa,  y  uno  de  los  mayores  azotes 
de  la  humanidad ,  por  más  que  muchas  veces  sea  necesaria.    Mas  el 

(1)  Memoria  histórica  do  regimentó  d'infautaiia  de  Santa  Catharina, 
pág.  35. 


-  254  - 

invadir  un  territorio  extranjero,  devastar]  saquear  las  poblaciones 
inertjies,  arrasar,  reducir  á  cenizas  los  templos  y  las  habitaciones; 
forzar  á  sus  habitantes  á  presenciar  tales  actos  de  horror  y  exter- 
minio, y  d  trasladarse  luego  á  país  extraño,  es  sólo  propio  de  las 
naciones  bárbaras  (1).» 

Al  tener  noticia  de  los  saqueos  y  destrozos  ejecutados  por  los 
brasileros,  Francia,  que  el  año  anterior  se  había  hecho  elegir  dic- 
tador perpetuo,  hizo  pasar  tropas  suyas  al  Sur  del  Paraná,  y  ejecutó 
con  las  cinco  Doctrinas  de  Candelaria,  vSanta  Ana,  Loreto,  San 
Ignacio  Miní  y  Corpus,  algo  parecido  á  lo  que  habían  hecho  los  por- 
tugueses con  las  demás.  Cargó  en  carretas  cuantos  objetos  precio- 
sos ó  útiles  pudo  hallar,  y  los  trasportó  al  Paraguay,  hizo  pegar 
fuego  á  los  edificios,  y  ordenó  que  también  los  habitantes  atrave- 
sasen el  río  y  fueran  á  establecerse  á  la  banda  del  Norte.  Así  que- 
daron establecidas  muchas  familias  en  el  Paragua}',  mientras  que 
los  padres  y  maridos  estaban  en  gran  número  entre  las  tropas  de 
Artigas  y  Andresito.  Sea  que  quisiese  evitar  guerras  con  los  portu- 
gueses, como  algunos  dicen,  sea  que  estuviese  disgustado  de  la 
intromisión  de  Artigas,  que,  como  él,  pretendía  pertenecerle  aque- 
llos pueblos;  es  lo  cierto  que  el  dictador,  al  arruinar  los  pueblos, 
quemar  casas  é  iglesias,  disponer  á  su  antojo  de  las  cosas  sagradas, 
separar  las  familias,  y  trasportar  los  moradores,  sacándolos  de  su 
país  nativo,  cometió  uno  de  los  más  inicuos  actos  de  despotismo  que 
señalaron  su  largo  gobierno  de  casi  treinta  años. 

Quedaban  aún  en  pie  San  José,  Apóstoles  y  San  Carlos;  y  Andre- 
sito, que  no  había  desistido  de  su  resolución  de  llevar  la  guerra  á 
las  Misiones  orientales,  y  librarlas  del  dominio  portugués,  había 
puesto  su  cuartel  general  en  Apóstoles,  donde  estaba  juntando 
tropas;  adhiriéndosele  cada  día  mayor  número  de  aquellos  infelices 
Guaraníes,  exacerbados  al  ver  el  estado  en  que  el  enemigo  había 
dejado  sus  pueblos.  Chagas,  envanecido  con  su  obra  de  destrucción, 
creyó  que  sería  fácil  deshacer  aquel  principio  de  ejército;  y  pasando 
el  Uruguay  con  setecientos  hombres  de  tropa,  fué  á  acometer  lo  que 
juzgaba  que  no  era  más  que  un  pelotón  de  gente.  Andresito  tenía 
800  Guaraníes,  y  se  había  fortificado  bien  en  el  pueblo.  Al  dar  Cha- 
gas  el  asalto,  fué  recibida  su  tropa  con  un  fuego  tan  vivo,  que  sin- 
tiendo el  jefe  que  le  hacían  muchas  bajas  y  que  no  había  de  lograr 
su  objeto,  se  vio  obligado  á  tocar  retirada  y  volverse  á  San  Borja. 
El  asalto  de  Apóstoles  tuvo  lugar  el  2  de  Julio  de  1817  (2j. 

(1)    Ibid.  pág.  34. 

(2j     Almeida  Coelho,  Memoria,  pág.  36. 


-255- 

Era  plan  de  Artigas  en  el  mes  de  Marzo  de  1818,  sorprender  el 
ejército  del  general  Francisco  Xavier  Curado  en  el  Rincón  de  las 
Gallinas;  para  lo  cual,  entre  otros  recursos,  se  estaba  aprestando  un 
tercio  de  Guaraníes  por  orden  de  Andresito  en  el  pueblo  de  San 
Carlos,  que  conservaba  aún  todos  sus  edificios.  Noticioso  Chagas 
de  aquella  junta  de  indios,  pasó  tercera  vez  el  Uruguay,  poco  después 
de  mediar  Marzo,  con  un  cuerpo  de  ochocientos  hombres  de  las  tres 
armas.  El  29  acampaba  junto  á  la  capilla  de  San  Alonso,  y  el  30 
puso  sitio  al  pueblo,  apoderándose  en  seguida  de  las  casas,  porque 
no  se  le  hizo  resistencia,  habiéndose  refugiado  en  el  colegio  y  la 
iglesia  los  Guaraníes  armados,  en  número  de  cerca  de  seiscientos,  y 
la  chusma  de  niños  y  mujeres,  que  eran  como  otras  trescientas  per- 
sonas. Los  Guaraníes  abrieron  140  aspilleras  en  las  paredes  de  la 
iglesia;  y  desde  allí  tiraban  á  su  salvo  á  los  brasileros  que  estaban 
en  la  plaza.  Estos  arrimaron  leña  á  las  puertas  de  la  iglesia  y  le 
pegaron  fuego.  El  2  de  Abril  rechazaron  una  fuerza  de  caballería 
que  á  las  órdenes  del  comandante  correntino  Aranda  había  acudido 
á  socorrer  á  los  sitiados.  El  3  dieron  el  asalto  general,  y  acudiendo 
al  edificio  del  colegio,  unos  por  delante  rompieron  la  puerta  á  hacha- 
zos, otros  por  detrás  escalaron  el  tejado,  desde  donde  lanzaron  el 
fuego  á  la  media  naranja  de  la  iglesia,  produciendo  un  espantoso 
incendio.  Los  sitiados  se  resistieron  valerosamente,  esforzándose  al 
mismo  tiempo  para  apagar  el  incendio,  como  lo  consiguieron  dos 
veces;  pero  soplando  un  recio  viento  Sud,  al  fin  no  lo  pudieron  con- 
tener; y  después  de  haber  perecido  en  el  asalto  trescientas  personas, 
parte  quemadas,  parte  combatiendo;  capitularon  los  restantes.  Los 
presos  fueron  conducidos  á  San  Borja.  El  pueblo  de  San  Carlos  fué 
inmediatamente  incendiado  y  arrasado,  como  lo  habían  sido  el  año 
anterior  los  siete  antecedentes.  En  los  días  inmediatos  pasó  la  tropa 
de  Chagas  á  arrasar  é  incendiar  también  el  pueblo  de  Apóstoles, 
que  ya  el  año  antes  había  saqueado.  Eran  3'a  nueve  los  pueblos  de 
Misiones  de  esta  manera  destruidos  por  Chagas. 

Al  pueblo  de  San  José  fueron,  al  decir  de  los  historiadores  brasi- 
leros, los  mismos  Guaraníes  quienes  le  prendieron  fuego  (1):  mas 
no  fué  sino  después  de  haberlo  saqueado  los  portugueses,  lleván- 
dose todos  los  muebles  y  alhajas,  y  cuanto  de  utilidad  había  en  los 
edificios. 

Estaba  consumada  la  ruina  de  todas  las  Doctrinas  Guaraníes 
comprendidas  entre  los  ríos  Paraná  y  Uruguay.  Como  á  las  del  Tape 

(1)    Almeida  CoELHO,  MetHoria,  pág.  41,  nota  (67). 


-256- 

y  del  Guayrá,  cien  años  antes,  así  á  éstas  las  redujo  la  ambición 
invasora  de  los  portugueses  á  escombros  y  cenizas.  Los  pueblos  no 
se  han  vuelto  á  levantar.  Duran  en  cada  punto  algunas  ruinas,  que 
dan  testimonio  de  cuan  terrible  fué  el  asolamiento. 


V 


200 


RUINA  DE  SIETE  DOCTRINAS  MÁS 

Hasta  1820  duró  sin  cesar  la  resistencia  de  los  orientales  á  la 
dominación  de  Portugal.  Andresito,  al  año  siguiente  de  la  destruc- 
ción de  San  Carlos,  hizo  nueva  incursión  en  las  Misiones  orientales, 
y  con  una  expedición  rápida  y  atrevida  se  apoderó  de  San  Nicolás, 
donde  halló  pertrechos  de  guerra,  pólvora,  balas  y  algunos  cañones. 
Acudió  allá  inmediatamente  Chagas  con  artillería,  caballería  é 
infantería,  y  se  decidió  á  tom?ir  el  pueblo  el  mismo  día  que  llegó  por 
la  tarde,  9  de  Mayo  de  1819.  Después  de  haber  cañoneado  las  casas 
de  la  plaza,  sin  recibir  respuesta  alguna,  como  si  allí  nadie  hubiese; 
aunque  hubo  sus  vacilaciones  al  principio,  finalmente  se  decidió  á 
hacer  avanzar  la  infantería.  Mas,  apenas  hubo  penetrado  un  poco 
en  la  población,  cuando  caj'ó  sobre  ella  una  lluvia  de  balas  y  metra- 
lla que  le  causó  muchas  bajas;  y  entre  otros,  cayó  del  caballo,  mor- 
talmente  herido,  el  Teniente  Coronel  que  dirigía  el  ataque:  y  aquella 
misma  tarde  falleció.  Chagas  dio  orden  de  retirarse;  y  los  Guaraníes 
siguieron  por  un  buen  trecho  el  alcance.  Mas  aquí  se  acabaron  las 
felicidades  del  caudillo  indígena.  Dejando  seiscientos  hombres  en 
San  Nicolás,  salió  al  frente  de  otros  1.200  con  intento  de  pasar  el 
Camacuá  y  reunirse  con  Artigas.  Pocos  días  después  del  asalto  de 
San  Nicolás,  se  hallaba  con  muy  poca  tropa  en  el  paso  de  Itazurubí, 
cuando  fué  sorprendido  por  Abreu,  quien  con  800  hombres  acudía 
para  reunirse  con  Chagas.  Los  Guaraníes  fueron  derrotados,  y 
Andresito  hecho  prisionero,  y  remitido  á  Río  Janeiro,  donde  al  cabo 
de  poco  tiempo  murió  en  un  calabozo.  No  mucho  después  fué  derro- 
tado también  Artigas  en  Tacuarembó;  y  perseguido  incesantemente 
de  los  brasileros,  y  en  pugna  con  Ramírez,  que  antes  había  estado  á 
sus  órdenes,  se  vio  tan  aniquilado  después  de  su  última  derrota  en 
Cambay,  que  hubo  de  refugiarse  en  el  Paragua}^  donde  pasó  los 
treinta  últimos  años  de  su  vida. 


-257  — 

Con  esto  parecía  extinguida  toda  resistencia  de  la  Banda  orien- 
tal; y  en  1821,  el  Congreso  que  se  reunió  en  Montevideo,  decretó  la 
anexión  de  aquel  territorio  al  reino  de  Portugal,  Brasil  y  Algarbes, 
con  el  título  de  Provincia  Cisplatiiia.  Mas  como  la  mayoría  del  país 
no  tenía  deseo  sino  de  formar  un  estado  independiente,  muy  luego 
se  dejaron  sentir  y  se  repitieron  los  conatos  para  sacudir  el  yugo  del 
Brasil.  Uno  de  ellos  fué  el  de  los  Treinta  y  Tres  orientales  emigra- 
dos en  Buenos  Aires,  que  exaltados  con  la  noticia  de  la  batalla  dada 
el  año  de  1824  en  Ayacucho,  se  decidieron  á  pasar  al  territorio  del 
Uruguay,  como  lo  hicieron,  inaugurando  á  19  de  Abril  de  1825  la 
guerra  que  ya  no  había  de  acabar  sino  reconociéndose  la  indepen- 
dencia de  la  República  Oriental  del  Uruguay,  en  Agosto  de  1828. 

Duraba  todavía  esta  guerra,  en  que  tomó  parte  principal  la 
República  Argentina  contra  el  Brasil,  cuando  en  1827  se  verificó  el 
hecho  que  dejó  desiertas  las  siete  Doctrinas  Orientales  del  Uruguay, 
y  fué  causa  de  que  luego  se  fueran  arruinando  sus  pueblos.  El  gene- 
ral Fructuoso  Rivera,  valiéndose  de  varias  trazas,  logró  penetrar 
al  frente  de  gente  armada  en  aquellos  siete  pueblos,  y  persuadir  á 
la  mayor  parte  de  sus  habitantes  Guaraníes  que  le  siguiesen,  para 
establecerse  en  la  República  del  Uruguay,  donde  estarían  libres  de 
la  sujeción  al  Brasil.  Procuró  llevar  consigo  la  chusma  de  mujeres  y 
niños,  y  el  ganado  vacuno,  del  cual  llegó  á  juntar  hasta  50.000 
cabezas.  Con  esto  no  se  le  desbandaban  nunca  los  hombres,  siguién- 
dole por  no  separarse  de  su  familia  5"  por  el  interés  de  sus  ganados. 
Los  que  eran  capaces  de  manejar  armas,  se  incorporaban  á  su  ejér- 
cito. Proveyóse  de  gran  cantidad  de  carretas,  donde  conducía  las 
estatuas  de  los  santos,  los  ornamentos  y  las  campanas  de  las  iglesias. 
Todo  el  pueblo  Guaraní  de  aquellas  Misiones  se  trasladaba  á  nueva 
región,  y  el  enorme  convoy  había  pasado  ya  el  río  Ibicuí,  cuando 
le  atajó  una  fuerza  brasilera  como  de  3.000  hombres  de  caballería. 
El  general  Barreto,  que  la  comandaba,  intimó  á  Rivera  que  dejase 
las  haciendas  ó  ganados,  pues  no  tenía  derecho  de  llevárselos, 
habiéndose  ya  firmado  la  paz.  Respondió  él  que  aquellos  ganados 
pertenecían  á  las  familias  que  llevaba  consigo,  y  puesto  que  ellas  se 
querían  transmigrar,  nadie  podía  estorbarles  que  sacaran  consigo  lo 
que  era  suyo;  y  si  el  ejército  brasilero  se  oponía,  en  el  instante  mismo 
rompía  el  fuego  y  pasaba  adelante  con  los  3.000  hombres  que  llevaba 
(apenas  tenía  la  mitad)  (1).  Convinieron  al  fin  los  brasileros  en  dejar 
pasar  las  haciendas,  y  después  de  varios  días  de  disputas  sobre  los 

(1)     Revista  de  Buenos  Aires,  tomo  VII. 

17    Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes. —tomo  ii. 


-  258  - 

límites,  le  dejaron  establecer  el  nuevo  pueblo  de  Bella  Vista  al  Sud 
del  Cuareim,  aun  cuando  los  brasileros  defendían  que  el  límite  era 
el  Arapey.  Con  parte  de  los  indios  fundó  algo  más  al  Sud  el  pueblo 
de  Belén. 

De  este  modo  las  siete  Doctrinas  orientales  del  Uruguay  queda- 
ron tan  abandonadas  y  desiertas,  que  en  el  recuento  hecho  por  el 
gobierno  brasilero  en  1835,  no  se  encontraron  más  que  318  indivi- 
duos (1).  Los  edificios,  desatendidos,  se  fueron  cayendo,  y  parte  han 
sido  destruidos  con  varios  fines,  aunque  no  se  observa  ruina  tan  com- 
pleta como  en  las  Misiones  de  la  Banda  occidental,  que  de  propósito 
fueron  incendiadas  y  asoladas.  En  países  de  tan  escasa  población 
relativa,  ni  unos  ni  otros  pueblos  volvieron  en  mucho  tiempo  á  reedi- 
ficarse ni  á  ser  habitados. 


VI 

LAS  OCHO  DOCTRINAS  AL  NORTE  DEL  RÍO  PARANÁ 

En  la  ruina  universal  de  las  Doctrinas  Guaraníes,  las  ocho  que 
se  encontraban  al  Norte  del  Paraná,  más  lejanas,  por  tanto,  de  las 
contiendas  civiles  y  guerras  nacionales,  fueron  las  que  salieron 
mejor  libradas. 

La  emancipación  por  la  cual  quedó  la  República  del  Paraguay 
separada  de  España,  se  efectuó  sin  conmoción  alguna  general;  é 
inmediatamente  después  de  ella,  se  siguió  un  período  de  casi  treinta 
años,  durante  el  cual  no  hubo  lugar  ni  para  una  sola  de  las  frecuen- 
tes revueltas,  que  desolaban  los  países  vecinos.  El  Paraguaj-  estaba 
enteramente  cerrado,  y  sujeto  á  la  voluntad  de  un  solo  hombre,  el 
Dictador  Francia,  quien  lo  gobernó  como  tirano  y  dueño  despótico 
hasta  su  muerte,  ocurrida  en  1840. 

Los  pueblos  de  indios  enclavados  en  aquel  territorio,  no  se  vieron 
expuestos  á  las  agitaciones  que  arruinaron  los  del  Paraná  y  Uru- 
guay. Mantuviéronse  pobres  y  esclavizados,  conforme  al  sistema  de 
Bucareli;  mas  no  perecieron  del  todo.  La  única  novedad  que  en  ellos 
ocurrió,  fué  la  de  recibir  á  los  habitantes  de  los  cinco  pueblos  del  Sud 
del  Paraná,  que  el  Dictador  hizo  abandonar,  saquear  3'  destruir, 
incendiándolos  en  1817. 

(1)    Moussv,  Memoria,  §  IX. 


-259- 

Así  habían  continuado,  influyendo  en  ellos  como  antes,  las  causas 
de  despoblación  en  su  lugar  apuntadas;  y  por  consiguiente,  disminu- 
yendo cada  día  el  número  de  sus  moradores. 

En  1848  quedaban  en  las  ocho  Doctrinas  Guaraníes  unas  6.600 
almas  por  toda  población. 

A  17  de  Octubre  de  1848,  el  sucesor  de  Francia,  D.  Carlos  López, 
publicó  un  decreto  por  el  cual  abolía  el  régimen  de  comunidad  en 
estos  ocho  pueblos,  y  en  otros  once  que  había,  gobernados  por 
clérigos  seglares.  Hízose  aplaudir  mucho  esta  determinación; 
mas,  á  la  verdad,  la  abolición  tal  como  se  ejecutó,  no  fué  sino 
un  despojo  en  que  quedaron  privados  los  indios  de  sus  bienes. 
El  Gobierno  se  apoderó  de  todo  el  territorio  de  las  Misiones,  de 
las  tierras  de  cultivo,  de  los  edificios,  de  las  iglesias,  y  sobre 
todo,  de  las  estancias,  que  encerraban  gran  cantidad  de  ganados. 
En  cambio  de  todo  esto,  que  habían  heredado  de  sus  antepasados, 
no  dio  á  los  indios  más  que  algunos  bueyes  de  labor  y  vacas  lecheras 
para  cada  familia;  instrumentos  de  arar  prestados,  simiente  para 
una  sola  vez,  campo  prestado,  cuya  propiedad  quedaba  bajo  del  poder 
del  Gobierno,  y  exención  de  diezmos  por  ocho  años.  Al  mismo  tiempo 
los  sujetaba  al  servicio  militar,  que  en  aquel  país  era  muj'  riguroso, 
y  á  las  prestaciones  personales,  que  ocupan  á  los  paraguayos  la 
mitad  del  año.  Más  aún;  una  de  las  Doctrinas,  que  fué  la  de  Itapúa, 
fué  sacada  cinco  años  antes  de  su  antiguo  pueblo  y  trasportada  ocho 
leguas  al  Oeste,  poniendo  allí  en  una  aldea,  con  nombre  del  Carmen, 
todos  los  indios  que  quedaban,  á  fin  de  que  la  villa  de  Itapúa  ó  Encar- 
nación quedase  exclusivamente  para  los  paraguayos. 

El  decreto  de  17  de  Octubre  de  1848,  puede  decirse  que  puso  fin 
á  las  Doctrinas  ó  Misiones  en  el  Paraguay,  haciendo  entrar  á  los 
indios  en  el  régimen  común,  así  como  la  despoblación  efectuada  por 
Rivera  en  1828  había  concluido  con  las  Doctrinas  orientales  del 
Uruguay;  y  los  incendios  y  saqueos  de  1817,  ejecutados  por  Chagas 
}•  Francia,  habían  dejado  inhabitables  las  quince  del  Paraná  sur  y 
Uruguay  occidental. 


VII 

VICISITUDES  ULTERIORES  DE  LOS  GUARANÍES  202 

DE  MISIONES 

Al  ser  arruinadas  las  quince  Doctrinas  entre  Paraná  y  Uruguay, 
los  Guaraníes  que  las  habitaban  se  habían  adherido  aún  con  mavor 


-260- 

tesón  á  Andresito  y  Artigas,  que  incesantemente  los  conducían  á 
pelear  con  los  portugueses.  Mas,  preso  Andrés  en  1819,  y  relegado 
Artigas  en  1820  al  Paraguay,  las  familias  se  dispersaron,  y  fueron  á 
engrosar  la  población  de  Corrientes,  del  Entrerríos,  y  aun  del  Brasil. 

Quedaron,  no  obstante,  en  el  territorio  desolado  algunas  bandas, 
que  se  distribuyeron,  siguiendo  á  tres  jefes  principales,  á  quienes 
obedecían  como  á  sus  antiguos  caciques:  Una  ocupó  la  sierra  al 
norte  de  San  Javier,  dirigida  por  Carahypí.  Otra,  á  las  órdenes  de 
un  Cabanas,  indio  zambo  del  Corpus,  se  estableció  en  CadcaraJiy 
(Monte  bendito),  en  las  ruinas  de  los  pueblos  del  Paraná.  La  tercera, 
mandada  por  el  indio  Ramoncito,  se  estableció  en  las  orillas  de  la 
laguna  Ibera. 

Otra  banda  subió  por  el  alto  Paraná,  cincuenta  leguas  de  su  anti- 
gua morada,  y  se  estableció  unas  diez  leguas  al  sur  del  Iguazú;  sin 
que  nadie  tuviese  noticia  de  ella,  hasta  que  por  casualidad  la  encon- 
tró una  partida  de  Paraguayos  que  iban  á  hacer  yerba  en  1851.  Es 
la  población  que  se  llamó  Pira  Piiytain,  y  hoy  lleva  el  nombre  de 
Villa  Asara. 

Al  occidente,  en  el  distrito  de  Pay  Ubre  y  á  la  ribera  del  Miri- 
ñay  se  formó  un  pueblo  con  el  nombre  de  San  Roqiiito\  al  norte, 
otros  dos  en  los  puntos  de  San  Miguel  y  Loreto  (1),  que  antigua- 
mente habían  sido  aldeítas  con  capilla.  No  pasaban  tampoco  de  ser 
unas  miserables  aldehuelas  formadas  de  chozas  aquellos  tres  pue- 
blos; pero  en  ellos  fueron  Juntándose  bastante  número  de  Guaraníes, 
con  sus  Cabildos  organizados  como  antiguamente.  Había  indios  con- 
gregados en  Caá-Carahy,  y  otros  en  Concepción.  Otros  dos  puebleci- 
tos  con  los  nombres  de  Yatebú  y  Tupantuba,  albergaron  asimismo 
cierto  número  de  indios  por  la  parte  de  San  Roquito.  Finalmente, 
en  las  ruinas  del  pueblo  de  la  Cruz,  se  colocó  otro  grupo  de  natura- 
les que  también  tuvieron  su  representación. 

El  caudillo  Ramírez,  que  había  derrotado  completamente  á  Arti- 
gas á  mediados  del  año  1820,  invadió  luego  á  Corrientes,  y  ejerci- 
tando supremo  predominio,  como  lo  había  hecho  Artigas,  decretóla 
fundación  de  lo  que  llamó  República  de  Entrerríos,  que  comprendía 
el  Entrerríos  como  Provincia,  y  el  distrito  de  Corrientes  con  título 
de  Comandancia,  y  asimismo  el  de  Misiones,  también  como  Coman- 
dancia; nombrando  Comandante  general  de  Corrientes  á  D.  Eva- 
risto Carriego,  y  Comandante  de  Misiones  al  Coronel  D.  Félix  Agui- 
rre.  Este  arreglo  duró  cuanto  duró  su  autor,  quien  en  10  de  Julio 

(1)    Manifiesto  del  Gobernador  Ferré  á  12  de  Noviembre  de  J827  (Tkelles  Ane- 
xos, ni'im.  75). 


-  261  - 

de  1821,  fué  derrotado  y  muerto.  Corrientes  dentro  de  poco  nombró 
Gobernador,  y  procedió  como  provincia;  y  Misiones  igualmente  fué 
llamado  provincia,  dándose  á  D.  Félix  Aguirre  el  título  de  Gober- 
nador, como  se  ve  en  varios  documentos  de  la  época.  Al  juntarse 
el  Congreso  general  constitu3"ente  de  1824,  el  territorio  de  Misiones 
figuró  como  provincia,  cuyo  Gobernador  era  Aguirre,  y  envió  dos 
diputados,  que  fueron  D.  Manuel  Pintos  y  D.  Francisco  Ignacio 
Martínez.  Esto  suponía  una  población  de  más  de  10.000  habitantes, 
los  cuales,  aunque  no  eran  todos  Guaraníes,  pero  lo  eran  en  su 
mayor  parte. 

Aguirre  continuó  gobernando  con  grandes  dificultades  aquellas 
gentes,  desmoralizadas  con  tantas  guerras,  fugas  y  miseria.  Cuando 
en  1827  acometió  el  general  Rivera  la  empresa  de  invadir  las  Misio- 
nes orientales  del  Uruguay,  Aguirre  trabajó  por  decidir  á  los  prin- 
cipales jefes  á  que  se  uniesen  á  las  tropas  que  iban  á  pelear  contra 
los  portugueses,  y  lo  consiguió  de  Carahypí  y  de  Ramoncito;  pero 
no  de  Cabanas. 

Finalmente,  al  acabar  el  año  1827,  la  provincia  de  Corrientes, 
que  hacía  tiempo  andaba  procurando  apoderarse  de  aquel  territorio, 
se  aprovechó  de  la  ocasión  de  los  disturbios  allí  producidos,  en  que 
primero  habían  depuesto  y  aprisionado  al  Gobernador  Aguirre, 
nombrando  por  nuevo  Gobernador  a  Aulestia;  más  tarde,  el  coronel 
Don  Pedro  Gómez  se  había  alzado  contra  Aulestia;  yá  lo  último,  el 
mismo  Aulestia  había  sido  puesto  preso  por  otros  revoltosos,  y  ase- 
sinado en  la  prisión.  El  Gobernador  de  Corrientes,  D.  Pedro  Ferré, 
intervino  con  tropas  para  contener  á  aquellos  foragidos,  y  de  hecho 
anexionó  el  territorio  á  la  provincia  de  Corrientes,  al  mismo  tiempo 
que  en  un  Manifiesto  á  todas  las  demás  provincias,  fecha  12  de  No- 
viembre del  mismo  año  1827,  se  deshacía  en  protestas  de  que  no  te- 
nía intención  de  apoderarse  de  Misiones.  En  1832  por  primera  vez,  se 
apoyó  esta  ocupación  en  un  antiguo  decreto  del  Director  Posadas, 
fecha  de  1814,  que  nadie  había  alegado  hasta  entonces,  5^  que  ade- 
más de  haber  perdido  su  valor,  si  alguno  hubiera  tenido,  por  haber 
renunciado  Corrientes  á  su  donativo,  reconociendo  en  el  tratado 
cuadrilátero  de  1822  la  independencia  de  Misiones;  no  había  conse- 
guido nunca  la  aprobación  del  Congreso  nacional,  circunstancia  que 
el  mismo  decreto  expresamente  requería;  y,  lo  que  es  más,  había 
sido  derogado  por  el  Congreso  de  1824,  que  recibió  en  su  seno  á  los 
dos  diputados  enviados  por  Misiones,  como  provincia  independiente, 
y  con  Gobernador  propio. 

No  obstante  la  falta  de  derecho,  la  provincia  de  Corrientes  man- 


-262- 

tuvo  de  hecho  las  Misiones  como  si  fueran  territorio  suyo  hasta  1881, 
si  bien  en  varios  parajes  de  ellas  no  pudo  ejercer  tranquila  posesión. 
El  Gobierno  del  Paraguay  alegaba  tener  derecho,  no  sólo  á  aquellos 
quince  pueblos,  sino  también  á  los  siete  orientales,  en  virtud  del 
iiti  possidetis  de  1810,  pues  al  romperse  la  dependencia  de  las  auto- 
ridades españolas,  los  treinta  pueblos  efectivamente  se  hallaban 
incorporados  á  la  provincia  del  Paraguay.  Por  este  motivo,  Francia 
mandó  retirar  los  pobladores  al  norte  del  Paraná  en  1817,  y  no  cre- 
yéndose fuerte  para  defenderlos  derechos  que  alegaba,  hizo  quemar 
y  destruir  los  únicos  cinco  pueblos  que  habían  quedado  en  pie.  Más 
tarde,  en  1822,  hizo  que  sus  tropas  repasasen  el  Paraná,  y  estable- 
ciesen en  la  ribera  sur  una  gran  trinchera  que  impedía  el  paso  á 
aquellos  cinco  pueblos,  después  de  haber  expulsado  á  los  Guaraníes 
sujetos  á  Aguirre,  que  ocupaban  aquellas  ruinas.  Llamóse  la  fortifi- 
cación Trinchera  de  Loreto.  Más  al  este,  levantó  otra  gran  fortifica- 
ción en  la  parte  sur  enfrente  de  Itapúa,  que  se  llamó  Tri lichera  de 
los  paraguayos.  Y  finalmente,  en  las  ruinas  de  Candelaria,  puso  un 
destacamento  de  tropa  fijo.  De  este  modo  dominaba  el  país,  é  impe- 
día el  acceso  hasta  el  río  Aguapey.  Y  era  tanta  su  resolución  de 
mantener  el  dominio  de  los  treinta  pueblos,  que  hasta  llegó  á  enviar 
un  mensaje  al  Gobernador  de  Corrientes,  ofreciéndose  á  venderle  los 
dos  pueblos  de  la  Cruz  y  Yapeyú,  á  los  cuales  Francia  no  alcanzaba 
con  sus  providencias  militares.  Con  el  tiempo  se  fué  poblando  algo 
el  territorio  desierto  junto  al  Uruguay;  pero  en  1849,  los  paragua- 
yos tuvieron  contestaciones  con  el  gobierno  de  Corrientes,  é  inme- 
diatamente lanzaron  su  tropa  sobre  todo  el  territorio  devastado,  y 
expelieron  de  él  á  cuantos  lo  habían  ocupado,  que  todos  eran  gente 
de  paz.  Desde  entonces  continuó  el  terreno  desierto.  Después  de  la 
guerra  de  1866  contra  el  Paraguay,  el  tratado  de  3  de  Febrero 
de  1876  quitó  cualquier  ocasión  de  litigio  internacional,  declarando 
en  su  art.  1."  que  «/a  República  del  Paraguay  se  divide  por  la  parte 
del  Este  y  Sud  de  la  República  Argentina  por  la  mitad  de  la 
corriente  del  canal  principal  del  rio  Paraná,  desde  su  confluencia 
con  el  río  Paraguay ,  hasta  encontrar  por  su  margen  izquierda  los 
limites  del  imperio  del  Brasil;  perteneciendo  la  isla  de  Apipé  d  la 
República  Argentina,  y  la  isla  de  Yaciretá  á  la  del  Paraguay, 
como  se  declaró  en  el  tratado  de  1856t>. 

Entonces  empezaron  las  contestaciones  en  lo  interior  de  la  Repú- 
blica Argentina.  Los  pueblos  de  Yapeyú,  la  Cruz  y  Santo  Tomé,  que 
se  habían  ido  formando  con  habitadores  de  raza  europea,  deseaban 
constituir  provincia  aparte  de  Corrientes,  con  el  territorio  de  Misio- 


—  263  - 

nes  definitivamente  recuperado.  Corrientes  alegaba  derechos  á 
aquellos  pueblos  y  A  todo  el  territorio.  Se  discutió  mucho,  y  con 
mucho  calor  por  ambas  partes.  Corrientes  nombró  una  Comisión  ofi- 
cial que  publicó  un  tomo  con  el  título  de  Colección  /  de  /  datos  y 
documentos  ¡  referentes  I  d  I  Misiones  /  como  parte  integrante  del 
territorio  /  de  ¡  la  provincia  de  Corrientes.  El  inspector  de  Adua- 
nas D.  Samuel  Navarro  escribió  en  los  diarios  una  serie  de  bien 
razonados  artículos,  que  luego  formaron  un  volumen,  en  que  des- 
hacía los  fundamentos  de  la  Comisión,  y  sostenía  no  pertenecer  á 
Corrientes  las  Misiones.  El  Congreso  argentino  en  1881  resolvió  el 
pleito,  dando  los  pueblos  ya  formados  á  la  provincia  de  Corrientes, 
y  estableciendo  con  la  parte  despoblada  un  Territorio  nacional  con 
el  nombre  de  Misiones.  Así,  los  reducidos  grupos  de  Guaraníes  que 
todavía  quedan,  se  hallan  en  alguno  que  otro  paraje  del  Norte  del 
Territorio  Nacional  de  Misiones. 

Los  Guaraníes  de  Misiones  en  el  Brasil  son  en  número  insignifi- 
cante. De  los  que  fueron  trasladados  por  Rivera  al  territorio  orien- 
tal, duran  todavía  los  pueblos  de  Belén  y  Santa  Rosa;  este  último 
con  1600  habitantes,  y  Belén  con  unos  400;  pero  los  moradores  son 
de  raza  europea  y  no  indios.  Los  Guaraníes  del  Paraguay,  después 
del  decreto  de  López  que  los  dejó  sin  bienes  comunes,  continuaron 
en  estado  más  infeliz  del  que  tenían;  porque  á  causa  de  su  indolencia 
é  incuria  nativa,  no  alcanzaban  á  trabajar  lo  preciso  para  su  sus- 
tento; y  así  vivían  en  gran  miseria  y  la  población  iba  decreciendo 
entre  ellos  mucho  más  que  antes.  Los  que  se  apoderaban  del  terreno 
y  prosperaban,  eran  los  mestizos,  y  descendientes  de  españoles. 
Estos  indios  Guaraníes  parece  fueron  de  los  soldados  que  con  más 
entusiasmo  pelearon  en  la  guerra  de  1866  á  1870;  en  la  que  murieron 
de  los  paraguayos  gran  número  de  miles.  En  el  día,  además  de  los 
que  viven  en  pueblos,  que  ya  son  pocos,  hav  Guaraníes  montara- 
ces, que  tienen  algún  trato  con  los  reducidos,  pero  no  quieren  ser 
cristianos  ni  vivir  en  pueblo,  porque  ven,  dicen,  la  demasiada  suje- 
ción y  obligaciones  de  los  que  se  resuelven  á  vivir  así. 


VIII 

203 

PUEBLOS  DE  MISIONES  Y  RUINAS  DE  JVIISIONES 

En  el  artículo  anterior  se  ha  tratado  de  las  personas  de  los  indios 
Guaraníes  que  formaron  las  Doctrinas,  siguiéndolos  en  sus  vicisitu- 


-  264  - 

des,  y  viendo  cómo  por  guerras,  dispersión,  emigraciones  y  miseria 
llegaron  á  su  extinción  casi  completa.  Resta  sólo  averiguar  qué 
queda  hoy  día  de  las  construcciones  materiales  de  sus  pueblos,  y 
qué  destino  ha  cabido  á  los  parajes  en  que  estaban  edificados. 

Lo  que  persevera  en  1912  de  las  antiguas  Doctrinas,  lo  dice  el 
título  de  este  artículo:  en  algunas  partes  quedan  pueblos,  y  en  otras, 
ruinas  solamente. 

Para  desvanecer  la  extrañeza  que  á  alguien  puede  causar  la  aser- 
ción de  que  hay  todavía  pueblos  de  las  antiguas.Misiones  Jesuíticas, 
conviene  hacer  notar  la  insubsistencia  de  dos  persuasiones  bastante 
comunes.  Es  idea  de  muchos  creer  que  todos  los  pueblos  de  las  anti- 
guas Doctrinas  quedaron  destruidos:  como  lo  es  el  figurarse  que  la 
salida  de  los  Jesuítas  del  territorio  de  Misiones  trajo  una  decaden- 
cia tan  rápida,  que  inmediatamente  perecieron  ó  se  desbandaron 
todos  sus  habitantes.  Lo  uno  y  lo  otro  es  inexacto,  y  procede  de 
ciertas  narraciones  más  poéticas  que  históricas,  en  que  empleando 
la  síntesis,  se  procura  pintar  con  viveza  el  desastre,  que  fué  muy 
real,  pero  se  exagera  el  colorido.  Lo  que  hasta  aquí  va  expuesto 
muestra  que  el  decrecimiento  fué,  sí,  rápido,  mas  no  repentino:  y 
que  si  bien  de  resultas  de  la  salida  de  los  Jesuítas  se  iban  arruinando 
aquellos  pueblos,  y  aun  cayendo  algunas  iglesias,  mas  ninguno  llegó 
á  perder  enteramente  sus  edificios,  hasta  que  las  sangrientas  acome- 
tidas de  Chagas  con  sus  brasileros  en  1817,  esparcieron  por  todo  el 
territorio  la  desolación,  añadiéndose  á  los  desastres  propios  de  la 
guerra,  el  incendio  y  arrasamiento  meditado  y  voluntario,  lo  mismo 
de  las  habitaciones  particulares,  que  de  las  iglesias  y  edificios  ma}^©- 
res.  Otro  tanto  sucedió  en  los  cinco  pueblos  que  mandó  arrasar  el 
Dictador  Francia:  y  algo  semejante  en  los  siete  del  Urugua)',  que 
quedaron  abandonados,  y  consiguientemente  se  fueron  arruinando, 
á  causa  de  la  emigración  promovida  por  el  general  Rivera. 

Mas  donde  no  intervinieron  estas  causas  de  destrucción,  conti- 
nuaron existiendo  los  pueblos,  y  continúan  hoy  en  más  ó  menos  prós- 
pero estado.  Esto  es  lo  que  ha  sucedido  en  la  zona  que  se  extiende 
del  Tebicuarí  al  Paraná.  Duran  en  1912  la  primera  Doctrina  de  todas 
en  tiempo  de  fundación,  San  Ignacio  guazú:  las  dos  de  los  Itatines, 
Santiago  y  Santa  María  de  Fe:  la  filial  de  Santa  María  de  Fe, 
Santa  Rosa:  Itapúa  ó  Villa  Encarnación  y  San  Cosme:  habiendo  sido 
arruinados  del  todo  por  miseria  y  despoblación  únicamente  Trinidad 
y  el  Jesús.  Y  lo  que  parecerá  más  singular,  excepto  Itapúa,  duran 
las  demás  reducciones  casi  en  la  misma  forma  que  tenían  á  la  salida 
de  los  Jesuítas,  ciento  cuarenta  años  ha.  La  razón  es  muy  sencilla. 


—  265- 

Lo  que  hoy  forma  la  república  del  Paraguay  (y  sólo  es  un  extremo 
de  la  primitiva  provincia  del  Paraguay,  denominada  por  su  inmensa 
extensión  gigante  meridional)^  es  un  país  mediterráneo,  en  que  no 
abundan  los  medios  de  comunicación,  ni  ha  tomado  auge  el  comer- 
cio. Añádese  á  esto  el  aislamiento  en  que  lo  tuvieron  Francia  y 
López.  Por  lo  mismo,  las  costumbres  se  conservan  sin  experimentar 
alteraciones  sensibles:  y  el  modo  de  ser,  de  vestir  y  de  edificar  de 
los  moradores,  no  ya  indios  sino  blancos,  es  casi  idéntico  á  lo  que 
era  en  tiempos  pasados.  Ni  tampoco  se  habla  apenas  en  los  pueblos 
de  la  campaña  otro  idioma  que  el  Guaraní. 

Estos  son  los  únicos  pueblos  de  Doctrinas  que  han  quedado  en 
pie. — Los  demás  no  conservan  sino  las  ruinas;  pero  de  tal  manera 
que,  ó  cerca  de  ellas,  ó  en  el  mismo  paraje  que  ocupó  el  pueblo  anti- 
guo, han  ido  surgiendo  pueblos  nuevos  ó  principios  de  pueblo,  con 
excepción  de  Mártires,  Santa  María  la  Mayor  y  San  Juan,  en  los 
cuales  no  queda  edificio  alguno  antiguo  ni  nuevo.  Esto  muestra  cuan 
bien  elegidos  estuvieron  los  parajes  de  las  Misiones:  pues  á  medida 
que  ha  ido  creciendo  la  población,  no  ha  hallado  puntos  más  cómodos 
para  establecerse,  que  aquellos  en  que  estuvieron  las  antiguas 
reducciones. 

En  la  República  Argentina  quedan  las  ruinas  de  quince  pueblos. 
Cuatro  de  ellos,  Santo  Tomé,  la  Cruz,  Yape3"ú  y  San  Carlos,  perte- 
necen á  la  provincia  de  Corrientes:  y  excepto  San  Carlos,  que  sólo 
tiene  un  corto  número  de  casitas,  son  poblaciones  bien  formadas:  y 
Santo  Tomé  tiene  el  título  de  ciudad. —  Las  otras  once  Doctrinas 
quedan  enclavadas  en  el  Territorio  nacional  de  Misiones.  Mártires 
es  un  bosque  en  lo  alto  de  una  montaña,  donde  no  hay  poblado,  y 
apenas  quedan  más  restos  de  lo  antiguo  que  unos  paredones  ocultos 
en  medio  de  la  espesa  selva.  Santa  María  la  Mayor  es  otro  bosque, 
con  algunas  ruinas.  En  los  parajes  de  las  nueve  reducciones  restan- 
tes, hay  pueblos. —  Los  cinco  de  la  ribera  del  Paraná  (Corpus,  Lo- 
reto,  San  Ignacio  Miní,  Santa  x^na  y  Candelaria)  son  pueblecitos 
pequeños.  También  lo  son  San  José  y  San  Javier.  El  mayor  es  Concep- 
ción, municipio  autónomo:  y  también  es  notable  Apóstoles,  flore- 
ciente colonia  de  polacos. 

El  territorio  de  los  siete  pueblos  al  oriente  del  Uruguay  perte- 
nece al  Estado  de  Río  Grande  do  Sul  en  el  Brasil. — De  los  siete,  hay 
tres  que  son  municipios  principales:  San  Borja;  Santo  Ángel,  villa;  y 
San  Luis,  ciudad.  Son  justamente  los  que  se  han  edificado  en  el 
paraje  de  las  ruinas;  de  suerte  que  la  plaza  ma)^or  del  pueblo  nuevo 
es  la  misma  que  la  antigua,  y  en  el   mismo  terreno  de  la  antigua 


-266- 

iglesia  se  halla  la  nueva,  aunque  más  pequeña. — Los  otros  tres,  San 
Miguel,  San  Lorenzo  y  San  Nicolás,  vienen  á  ser  como  pueblecitos 
incipientes,  con  un  caserío  muy  poco  nutrido,  diseminado  sin  forma 
aparente  de  calles,  aunque  en  realidad  están  las  calles  trazadas  y  se 
van  formando.  El  séptimo,  San  Juan,  ni  siquiera  está  poblado:  hay 
únicamente  dos  casas  al  lado  de  las  ruinas. 

Algunas  noticias  más  podrán  verse  en  Ambrosetti,  Queirel,  el 
Padre  Gambón  (1),  la  revista  Razón  y  Fe  (2),  Mouss)^  (3),  y  en  el 
Apéndice  al  presente  capítulo. 

(1)  Citados  en  la  lista  de  autores. 

(2)  Junio,  Agosto  y  Octubre  de  1903. 

(3)  Vide  lista  de  autores. 


APÉNDICE  AL   CAP.   IX 


ALGUNAS  NOTICIAS  PARTICULARES   SOBRE 

EL  ESTADO  DE  LOS  ANTIGUOS  PUEBLOS 

DE  MISIONES  Y  SUS  RUINAS 


Paraguay. — Provincia  de  Corrientes.  —  Territorio  nacional  de  Misiones  en  la 
República  Argentina. — Brasil. — Colección  del  Museo  de  la  Plata. 


PARAGUAY 


En  el  territorio  en  que  estuvieron  situadas  las  Doctrinas,  que  es 
la  zona  comprendida  entre  el  Tebicuarí  y  el  Paraná,  cada  uno  de  los 
ocho  pueblos  arriba  mencionados  es  cabeza  de  un  departamento,  que 
lleva  su  mismo  nombre;  excepto  los  dos  últimos,  arruinados  entera- 
mente en  cuanto  á  edificios  antiguos,  5^  que  juntos  forman  un  solo 
departamento  de  y^síísv  Trinidad .^n  el  mismo  territorio  hay  diez  de- 
partamentos más,  algunos  con  su  capital  donde  antes  hubo  capilla  de 
Doctrinas:  mas  de  éstos  nada  se  dirá,  por  ser  fundaciones  entera- 
mente nuevas,  que  pueden  estudiarse  en  las  Geografías. 

Exceptuando  Villa  Encarnación  ó  Itapúa,  que  puede  tenei-  unos 
tres  mil  habitantes,  los  demás  pueblos  no  alcanzan  á  encerrar  qui- 
nientas almas  en  el  casco  de  la  población:  algunos  ni  siquiera  tres- 
cientas:  3^   en   cuanto   á  Trinidad   3^  Jesús,  en  la  primera  hay  dos  ó 


204 


-268-   ■ 

tres  casitas:  y  en  Jesús,  una  docena  de  habitaciones  de  caña  ó  palos 
embarrados  con  techo  de  paja. 

Aun  los  más  infelices  tienen  su  pobrecita  capilla  para  cuando 
puede  asistirles  el  párroco:  pues  es  tanta  la  escasez  de  clero,  que 
sólo  dos  Párrocos  con  uno  ó  dos  Tenientes  administran  estos  ocho 
pueblos  y  alguno  más:  con  hallarse  á  veces  en  distancia  de  siete  y 
aun  de  doce  leguas,  la  sede  principal  de  la  parroquia,  que  es  San 
Ignacio  para  los  del  norte  y  Villa  Encarnación  para  los  del  sur. 

La  disposición  de  los  pueblos  es  la  descrita  enellib.  I.  cap.  II:  plaza 
principal  en  que  se  halla  la  iglesia  con  el  cementerio  y  el  colegio,  si 
se  conserva,  convertido  en  jefatura  de  policía:  y  luego,  manzanas  de 
varias  casitas  de  un  solo  piso,  que  forman  las  calles  con  bastante 
regularidad.  Donde  mejor  puede  observarse  esto,  es  en  los  cuatro 
pueblos  del  norte:  San  Ignacio,  Santa  María,  Santiago  y  Santa  Rosa. 
Y  los  tres  primeros  conservan  las  mismas  iglesias  del  tiempo  de  los 
Jesuítas,  si  bien  muy  deterioradas,  pero  mantenidas  en  pie  á  lo  me- 
nos, por  la  solicitud  y  empeño  de  los  moradores,  que  las  van  reparando 
con  su  pobreza,  y  oponiéndose  á  las  múltiples  causas  que  tienden  á 
destruirlas.  El  cuarto  pueblo  de  Santa  Rosa  perdió  en  un  incendio, 
año  de  1883,  su  iglesia,  la  más  rica  en  alhajas  y  de  mayor  magnificencia 
en  su  ornato  interior.  Hoy  quedan  únicamente  las  columnas  que  seña- 
lan dónde  estuvo  la  puerta;  alguno  que  otro  resto  de  columna  de  ma- 
dera en  lo  interior,  ya  consumida  por  el  fuego:  y  un  torreón  de  piedra 
labrada  cercano  á  la  iglesia,  que  parece  era  torre  destinada  á  colocar 
las  campanas.  Consérvase  igualmente,  á  ocho  ó  diez  metros  de  las 
paredes  de  la  iglesia,  una  capilla  de  nuestra  Señora  de  Loreto  con 
las  dimensiones  de  la  santa  Casa,  como  las  prescribía  el  P.  Provin- 
cial Diego  de  Torres  (1):  y  es  la  que  hoy  sirve  de  Iglesia. 

El  templo  de  San  Cosme,  que  se  había  empezado  á  edificar  en 
tiempo  de  los  Jesuítas,  por  estar  recién  mudado  de  sitio  el  pueblo,  y 
se  terminó  después  de  la  expulsión,  sufrió  un  incendio  en  1899.  Hoy 
queda  sin  la  pared  del  ábside,  y  consumido  el  techo  hasta  el  centro  de 
la  iglesia.  La  iglesia  de  Itapúa  ó  Villa  Encarnación,  que  era  magní- 
fica, permaneció  en  pie  hasta  1848,  época  en  la  cual  un  comandante 
inepto  informó  que  se  iba  á  venir  abajo,  por  haber  observado  que  las 
columnas  salomónicas  que  sustentaban  el  techo  empezaban  á  tor- 
cerse. De  resultas  de  este  informe,  se  demolió  la  iglesia,  siendo  así 
que  era  tarea  muy  fácil  la  de  reparar  las  columnas,  como  se  había 
hecho  en  San  Ignacio  y  Santa  María  de  Fe  (2). —  La  mejor  de  todas 

(1)  Lozano,  Historia,  lib.  V.  cap.  XIV.  núm-  3. 

(2)  MoussY,  Mémoire,  §  XIII. 


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—  269  - 

las  iglesias  de  este  territorio  había  sido  sin  disputa  la  de  Trinidad, 
construida  hacia  1745  por  el  insigne  arquitecto  Juan  Bautista  Prí- 
moli,  hermano  Coadjutor  de  la  Compañía.  Era  únicamente  de  piedra, 
sin  trabazón  de  cal  (pues  hasta  ese  tiempo  no  se  había  hallado  cal  en 
Misiones),  y  sólidamente  construida:  mas  la  impericia  y  desconcierto 
de  un  Administrador  de  los  que  se  pusieron  al  expulsar  los  Jesuítas, 
hizo  que  se  viniese  al  suelo,  por  haber  derribado  una  arquería  que 
daba  consistencia  á  toda  la  fábrica  (1).  Aun  caída  por  el  suelo,  mues- 
tran sus  restos  la  perfección  de  la  arquitectura  que  en  ella  reinaba: 
y  son  hoy  mismo  las  ruinas  de  Trinidad  de  las  más  interesantes,  por 
hallarse  todavía  la  gran  plaza  circuida  de  casas  de  indios  de  piedra 
labrada,  un  torreón  que  sirvió  de  campanario,  las  pilastras  de  lo  inte- 
rior de  la  iglesia  empleadas  en  otro  edificio  como  apoyos  exteriores 
de  un  corredor,  etc. — Finalmente,  en  el  pueblo  del  Jesús,  que  no 
tiene  sino  una  pobrísima  capilla,  se  encuentra,  expuesta  al  sol  y  á  la 
intemperie  desde  hace  casi  ciento  cincuenta  años,  una  iglesia  de  pie- 
dra y  cal  á  medio  construir,  que  es  la  que,  en  el  paraje  adonde  se  iba 
á  trasladar  la  reducción,  estaban  edificando  los  Jesuítas  en  el  mo- 
mento en  que  fueron  expatriados.  Alcanzan  las  paredes  á  una  altura 
de  cinco  ó  seis  metros:  y  la  torre,  construida  en  un  ángulo,  tendrá 
hasta  nueve  ó  diez.  En  lo  interior,  se  ve  toda  la  parte  inferior  de  las 
columnas:  y  en  su  propio  lugar,  el  asiento  de  dos  pulpitos  uno  enfrente 
de  otro.  En  la  fachada  aparecen  las  aberturas  para  tres  puertas:  y 
en  sus  intermedios,  dos  hornacinas  para  recibir  estatuas.  Toda  la 
obra  es  de  piedra  de  sillería,  trabada  con  cal,  que  ya  para  aquel 
tiempo  se  había  hallado  en  Doctrinas,  aunque  de  mediana  calidad  '2): 
3"  quizá  se  empleó  la  misma  en  construcciones  sobreañadidas  á  la 
primitiva  construcción  de  Trinidad,  pues  el  inventario  de  la  expul- 
sión señala  esta  iglesia  como  construida  de  piedra  y  cal  (3):  El  edifi- 
cio entero  del  Jesús  está  invadido  por  la  vegetación  semitropical  del 
país,  creciendo  los  arbolitos  hasta  en  las  junturas  de  las  piedras,  y  en 
lo  alto  de  las  paredes  3^  de  la  torre. 

La  población  actual  de  estos  siete  departamentos,  según  el  censo 
oficial  de  1899  es  de  10.375  habitantes  para  los  cuatro  primeros, 
situados  en  las  lomas,  que  envían  sus  aguas  en  gran  parte  al  Tebi- 
cuari(Santa  Rosa,  1.709;  San  Ignacio,  3.780;  Santa  María,  1.580;  San- 
tiago, 3.306);  3^  15.916  para  los  otros  tres,  de  los  cuales  dos  se  hallan 


(1)  Véase  lo  que  se  dice  más  adelante  al  tratar  de  Gutiérrez  cap.  XV.  §  2. 

(2)  Mi'RiEL,    Historia   paraguajensis,   Appendix.    De    moribus    guaraniorum, 
página  562,  not.  c. 

(3)  Brabo,  Inventarios,  pág.  416. 


205 


-270  — 

en  la  parte  baja,  inmediatos  al  Paraná;  y  el  tercero  de  Jesús  y  Tri- 
nidad, aunque  no  lejos  tampoco  del  Paraná,  participa  más  de  terreno 
montañoso  (Villa  Encarnación,  10.721;  San  Cosme,  4.120;  Jesús  y 
Trinidad,  1.075). 

Provincia  de  Corrientes 

Las  Doctrinas  que  estuvieron  en  el  territorio  hoy  propio  de  la 
República  Argentina,  son  las  más  arruinadas  de  todas, porque  fueron 
incendiadas  y  asoladas  de  propósito.  Más  tarde  han  contribuido  á 
poner  las  ruinas  en  peor  estado  los  muchos  que  han  ido  á  cavar  en 
ellas,  con  la  ilusoria  esperanza  de  hallar  tesoros  enterrados;  hecho 
que  no  es  exclusivo  de  las  ruinas  de  la  parte  argentina,  sino  común 
á  éstas  con  las  del  Paraguay  3^  el  Brasil.  «Ha  de  saberse»  dice  el 
señor  Queirel  (1),  «que  los  sótanos  de  las  ruinas  (que  todas  tienen 
uno  que  servía  de  despensa)  han  dado  motivo  á  una  porción  de 
leyendas,  no  pocas  espeluznantes.  Ni  ha  faltado  quien  supusiera  la 
existencia  en  ellas  de  talegas  ó  botijuelas  llenas  de  oro  y  plata,  ó 
siquiera  pergaminos  con  curiosas  revelaciones  sobre  tesoros  ente- 
rrados por  los  Jesuítas  cuando  la  expulsión.  Esta  creencia  en  entie- 
rros tiene  todavía  mucha  parte  en  el  estado  lastimoso  en  que  se 
encuentran  las  ruinas:  pues  con  frecuencia  se  ven  al  pie  de  los  muros 
excavaciones  hechas  con  la  esperanza  de  descubrir  tesoros,  pero 
cuyo  resultado  real  ha  sido  desnivelar    aquéllas,  y  causar  su  ruina.» 

Yapeyú  es  hoy  pueblo  de  la  provincia  de  Corrientes  con  nombre 
de  San  Martín,  á  la  orilla  del  Urugua)'^,  exactamente  en  el  paraje 
del  antiguo  pueblo,  y  á  distancia  de  legua  3^  media  de  la  estación 
nombrada  Yapeyú  en  el  ferrocarril  á  Santo  Tomé.  Tiene,  según  el 
censo  oficial  de  1895,  1330  habitantes.  De  las  ruinas  no  queda  resto 
alguno  de  consideración;  sólo  ha3'  memoria  del  paraje  en  que  estuvo 
la  iglesia,  en  uno  de  los  lados  de  la  plaza,  formando  ángulo  con  la 
capilla  actual.  Entre  los  edificios  particulares,  subsisten  las  paredes 
de  la  casa  en  que  nació  el  general  D.  José  de  San  Martín,  de  quien 
toma  su  nombre  el  pueblo.  A  poca  distancia,  y  ya.  en  las  afueras, 
hay  rastros  de  una  zanja  que  tal  vez  sirvió  para  defensa  del  pueblo 
contra  invasiones  repentinas  de  los  indios  infieles;  3'  á  ma3^or  distan- 
cia, dentro  del  bosque,  se  ven  señales  de  otra  zanja,  que  proba- 
blemente era  de  las  que  se  abrían  para  retener  el  ganado  de  los 
rodeos. 

(1)     Queirel,  Las  ruinas  de  Misiones.  §  VI. 


—  271  — 

La  Cruz  es  también  población  de  Corrientes,  cabeza  del  depar- 
tamento de  su  nombre,  en  que  se  contaron  10.920  habitantes,  teniendo 
el  pueblo  mismo  196S.  Consérvase  todavía  en  lo  que  fué  patio  de  los 
Padres  una  columna  de  asperón  rojo  de  2"i,5  de  altura,  en  cuya 
parte  superior  está  el  cuadrante  solar  de  la  antigua  Reducción,  Es 
ecuatorial:  y  la  base  de  la  columna  se  aseguró  tan  sólidamente  en  el 
suelo,  y  tan  bien  se  fijó  la  tabla  del  cuadrante  sobre  la  columna,  que 
ho}'  mismo  no  se  halla  desviado  ni  movido  ninguno  de  sus  elementos: 
y  conservando  todavía  su  estilo  hacia  1848,  época  en  que  escribió 
Moussy,  era  el  único  reloj  de  las  Reducciones  que  marcaba  las  horas 
como  las  marcó  en  tiempo  de  los  Jesuítas.  Hoy  no  existe  el  estilo. 
Lleva  por  inscripción  alrededor  de  la  columna  la  siguiente:  A  solis 
ortii  itsqíie  ad  occasiun,  laiidabile  nometi  Doniini  (1).  Anuo  Dotnini 
1736,  27  Mavt .  Consérvase  igualmente  en  poder  de  una  familia  par- 
ticular (2)  una  bandera  de  tela  de  seda  roja,  al  parecer,  en  la  que  el 
anverso  lleva  los  castillos  y  leones  de  España,  con  banderas  á  los 
lados:  y  el  reverso,  una  gran  cruz  iluminada  con  rayos  de  luz.  Sus 
dimensiones  son  de  l"i,10  de  alto  y  I™, 15  de  ancho. 

Santo  Tomé  es  la  tercera  población  agregada  á  Corrientes, 
cabeza  también  de  departamento.  En  todo  el  departamento  se  cuen- 
tan 4.423  almas,  de  las  cuales  3.853  habitan  en  la  capital,  que  tiene 
el  título  de  ciudad,  y  es  población  de  comercio  bastante  activo,  á 
causa  del  ferrocarril,  que  desde  Buenos  Aires  va  á  la  Asunción  del 
Paraguay,  y  también  á  causa  del  movimiento  de  su  puerto  en  el  Uru- 
guay; y  de  la  vecindad  de  San  Borja,  que  cae  enfrente,  en  la  ribera 
brasilera.  Hállanse  algunas  paredes  de  las  ruinas,  aunque  ningún 
edificio  ó  memoria  importante  ha  quedado  en  pie:  y  en  el  solar  de  la 
antigua  iglesia,  dentro  de  la  cual  se  va  construyendo  la  nueva,  se 
han  hecho  excavaciones  en  busca  de  los  soñados  tesoros.  Pueden 
recordarse  una  pileta,  que  parece  fué  del  lavatorio  de  la  sacristía,  3^ 
se  halla  en  poder  de  un  vecino:  y  una  ó  dos  campanas  antiguas  de 
las  Reducciones,  pero  que  no  consta  si  eran  del  mismo  Santo  Tomé. 

San  Carlos,  territorio  adjudicado  á  Corrientes,  en  el  que  se  ha 
levantado  un  pueblecito  á  distancia  de  un  cuarto  de  legua  de  las 
ruinas,  contiene  960  habitantes  en  su  distrito.  Apenas  queda  ruina 
alguna;  pero  se  reconoce  el  solar  de  la  antigua  iglesia  y  del  colegio, 
que  hoy  están  ocupados  con  pobres  casitas  de  dos  ó  tres  vecinos. 
Todo  el  terreno  que  ocupaba  el  antiguo  pueblo  en  lo  alto  de  una 
loma,  se  halla  cubierto  de  espeso  bosque. 

(1)  Psalm.   112. 

(2)  La  de  la  señora  D.^  Crispina  Garay. 


206 


272 


Territorio  nacional  de  Misiones  (República  Argentina) 

El  territorio  de  Misiones  contiene  once  de  las  localidades  que 
antiguamente  fueron  Doctrinas,  á  saber:  dos  en  el  centro,  San  José 
y  Apóstoles;  cuatro  en  la  ribera  derecha  del  Uruguay  ó  cerca  de 
ella,  Concepción,  Santa  María  la  Mayor,  Mártires  5'  San  Javier;  y 
cinco  en  la  ribera  izquierda  del  Alto  Paraná:  Corpus,  Loreto,  San 
Ignacio  Miní,  Santa  Ana  3^  Candelaria. 

Centro 

San  José  tiene  un  pueblecito  con  450  habitantes,  y  ha}'  otros  1.880 
en  su  distrito.  De  la  antigua  Reducción  no  quedan  sino  ruinas 
informes,  en  un  bosque  á  unos  veinte  minutos  de  la  población  actual. 

Apóstole.s,  según  el  censo  de  1895,  tenía  295  habitantes  en  el 
pueblo  y  968  en  la  campaña,  Bn  Apóstoles  se  conservan  algunas 
ruinas  interesantes.  Vense  grandes  lienzos  de  pared  con  puertas  y 
ventanas  que  tienen  todavía  sus  marcos,  habiéndose  conservado  en 
buen  estado  la  madera,  á  pesar  de  hallarse  expuesta  á  la  intemperie 
con  la  gran  humedad  del  clima.  A  distancia  de  unos  diez  minutos  del 
antiguo  pueblo,  existen  dos  estanques  comunicados  entre  sí,}'  alimen- 
tados por  un  manantial.  Juzga  el  canónigo  Gay  que  allí  estaba  la 
fuente  del  pueblo;  pero  más  bien  parece  que  aquello  era  el  lavadero. 
Tirada  cerca  de  aquellos  estanques  se  ve  una  pila  muy  bien  traba- 
jada con  mascarones  esculpidos  en  tres  de  sus  costados  y  una  aber- 
tura para  el  desagüe:  la  gente  la  llama  chafaris,  nombre  que  en 
algunas  provincias  de  España  significa  la  pileta  estrecha  y  larga  que 
se  pone  al  lado  de  las  fuentes  públicas  para  abrevadero  de  las  caba- 
llerías. También  se  encontraba  allí  un  capitel  de  grandes  dimensio- 
nes, pieza  suelta  que  pudo  ser  de  alguna  de  las  columnas  de  la 
iglesia  ó  del  colegio,  y  que  Mr.  de  Saussure,  ayudante  del  Sr.  Quei- 
rel,  califica  del  siguiente  modo:  «Ese  capitel  tallado  en  asperón  ama- 
rillo, es  una  curiosa  mezcla  de  renacimiento  español  y  de  inÜuen- 
cia  indígena  por  su  macicez,  sus  dos  caras  planas,  su  perfil  ensan- 
chado y  bastardo,  y  esa  factura  ingenua  y  lujuriante  que  trae  á  la 
memoria  las  esculturas  mejicanas»  (1)  Las  ruinas  se  hallan  á  dis- 
tancia de  unos  diez  minutos  del  pueblo  actual,  y  el  abandono  en 
que  todo  quedó,  ha  hecho  crecer  allí  un  bosque  difícilmente  penetra- 

(1)     QuKiREL,  ¡Misiones. 


í 


-273- 

ble,  como  no  sea  por  las  pocas  sendas  en  él  abiertas,  predominando 
notablemente  en  él  los  naranjos,  de  cuya  fruta,  de  gran  tamaño  y 
buena  calidad,  hay  abundancia  no  sólo  para  las  necesidades  de  aque- 
llos moradores,  sino  aun  para  proveer  á  las  poblaciones  vecinas.  El 
hecho  de  reconocerse  por  un  naranjal  los  antiguos  pueblos  destruidos 
ó  cambiados  de  sitio,  no  es  propio  de  Apóstoles,  sino  común  á 
muchos  otros  de  las  Misiones,  é  igualmente  de  la  república  del  Pa- 
raguay. 

Apóstoles  es  uno  de  los  pocos  pueblos  que  conservan  en  la  plaza, 
frente  á  la  iglesia  destruida,  restos  bien  distinguibles  de  lo  que  lla- 
man casas  de  Cabildo,  de  que  se  dará  alguna  noticia  al  tratar  de 
San  Nicolás. 

Ribera  del  Uruguay 

San  Javier  tiene  394  habitantes  en  e1  pueblecito,  y  3.345  más  en 
la  campaña,  El  bosque  dominante  en  las  ruinas  de  San  Javier  está 
formado  de  un  espeso  naranjal  dulce.  Entre  los  paredones  que  sub- 
sisten de  la  iglesia,  se  encuentra  una  pileta  de  piedra  fijada  en  la 
pared,  de  figura  de  concha  y  capacidad  de  unos  cincuenta  litros.  En 
la  piedra  á  que  está  adherida  se  notan  tres  agujeros  que  deben  haber 
servido  para  dar  paso  al  agua  del  depósito,  cu3^a  cavidad  se  advierte 
detrás:  así  como  también  se  conoce  que  ha  habido  un  conducto  de 
desagüe.  Todo  lo  cual  hace  creer  que  aquellos  restos  son  del  lava- 
torio para  las  manos  que  se  suele  poner  en  la  sacristía.  A  unos  300 
metros  al  SO.  de  las  ruinas  se  encuentra  un  estanque  rectangular, 
de  superficie  de  unos  16  metros  cuadrados,  con  un  metro  de  profun- 
didad, actualmente  lleno  de  agua  clara,  fresca  y  potable.  El  piso  del 
estanque  es  empedrado,  aunque  el  suelo  está  ya  cubierto  de  una 
capa  de  40  centímetros  de  lodo.  Más  arriba  dicen  que  hay  otro  estan- 
que también:  y  más  abajo,  otro  igual  á  los  dos  primeros:  y  del  pri- 
mero al  segundo  y  de  éste  al  tercero  pasa  el  agua  por  conductos 
cubiertos.  Parece  haber  sido  la  fuente  pública  y  lavadero.  Existe 
todavía  la  despensa  ó  sótano,  aunque  obstruido  y  arruinándose  cada 
vez  más.  Merece  leerse  la  descripción  de  la  visita  del  Sr.  Queirel  á 
este  sótano,  las  dificultades  que  le  representaban  los  moradores  del 
pueblo,  y  el  resultado  de  su  exploración  (1).  «En  fin,  concluye, 
seguido  de  mis  peones,  que  no  las  tenían  todas  consigo,...  bajé  al 
sótano...  A  la  luz  de  las  linternas  pude   ver  que   me  encontraba  en 

(1)     Queirel,  Misiones,  cap.  XXXII. 

18    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  ii. 


-274- 

una  pieza  de  5  por  4  por  3  metros,  que  comenzaba  á  desmoronarse 
por  el  centro  de  su  bóveda.  Levantado  el  guano  [el  estiércol,  de  que 
dice  inmediatamente  antes  que  habían  formado  una  gruesa  capa 
lodosa  y  mal  oliente  los  muchos  murciélagos  que  allí  se  albergaban] 
con  una  pala,  se  nos  apareció  el  piso  empedrado.  En  cada  uno  de  los 
costados  Norte  y  Sur  encontramos  cuatro  alacenas,  como  nichos, 
sin  puertas  y  completamente  vacías.  Pude  comprobar  que  el  sótano 
no  tiene  comunicación,  contra  lo  que  todos  suponían,  con  ningún 
otro  subterráneo:  él  debe  haber  servido  para  despensa.»  Tal  resultó 
el  soñado  depósito  de  los  tesoros. 

Dista  San  Javier  un  cuarto  de  legua  del  río  Uruguay. 

Santa  María  la  Mayor  no  es  ya  pueblo,  sino  terreno  enclavado 
en  una  propiedad  particular;  pero  hay  cierto  número  de  habitantes: 
y  el  censo  asigna  á  la  localidad  de  Santa  María  2.896  personas  con 
el  agregado  de  población  rural.  La  iglesia  se  incendió  casualmente 
en  1738:  y  reconstruida  después,  padeció,  como  las  demás,  los  incen- 
dios de  1817.  Consérvase  en  este  pueblo  una  construcción  que  no  se 
ha  observado  en  otros,  y  que  los  habitantes  creen  ser  la  cárcel,  y 
por  lo  mismo  le  dan  el  nombre  de  cadeia  (palabra  portuguesa  equi- 
valente á  cadena  y  á  prisión).  El  estado  actual  de  ese  resto  es  el 
que  da  á  conocer  la  siguiente  descripción  del  Sr.  Queirel  (1) :  «Esa 
construcción  está  junto  á  la  iglesia;  y  se  compone  de  siete  celdas 
corridas,  especie  de  zaguanes,  de  3  metros  de  fondo  por  1'30  de 
ancho,  separadas  por  paredes  de  60  centímetros  de  espesor.  Esas 
celdas  se  abren  á  un  vestíbulo  ó  pequeña  galería,  que  tiene  dos 
ventanas  que  dan  á  la  iglesia,  y  una  puerta  por  donde  se  entra  á  él. 
Por  debajo  de  las  celdas,  en  el  fondo,  y  en  sentido  trasversal  á 
ellas,  corre  un  sótano  ó  zanja  que  comunica  con  otra  del  templo, 
y  que  tiene  50  centímetros  de  ancho  por  1  metro  de  hondura,  con 
piso  y  costados  empedrados.»  Cárcel  había  en  todos  los  pueblos; 
pero  á  la  observación  bien  fundada  y  demostrada  del  Sr,  Queirel  de 
no  haber  tenido  nunca  puerta  las  celdas  en  cuestión,  debe  añadirse 
que,  según  las  memorias  del  tiempo,  la  cárcel  estaba  separada  de  la 
iglesia;  y  los  encarcelados,  al  ser  llevados  á  misa,  se  escapaban  más 
de  una  vez  por  la  poca  vigilancia  de  las  guardas:  todo  lo  que  parece 
probar  que  no  está  bien  aplicado  allí  el  nombre  de  cárcel. 

Actualmente  se  halla  colocada  la  escuela  de  primeras  letras  en 
lo  que  fué  plaza  del  pueblo,  cerca  de  las  ruinas  de  la  iglesia:  y  con 
este  motivo  se  ve  algo  despejado  el  terreno:  los  niños  acuden  á 

(!)     Queirel,  Misiones,  cap.  XX. 


—  275  — 

caballo  de  una  }'  dos  leguas  alrededor.  Dista  Santa  María  como  una 
legua  del  río  Urugua}'. 

Mártires,  como  se  ha  dicho  de  Santa  María  la  Mayor,  tampoco 
tiene  pueblo.  Apenas  quedan  tampoco  ruinas  del  antiguo.  En  lo  alto 
de  una  serranía,  unas  tres  leguas  del  río  Uruguay,  estaba  edificado 
el  antiguo,  }'  ahora  hay  únicamente  un  espeso  bosque,  dentro  del 
cual  muestran  los  habitantes  dos  ó  tres  paredones  informes  que  fue- 
ron de  la  iglesia.  Sufrió  el  incendio  y  devastaciones  de  Chagas.  Hoy 
ni  siquiera  forma  distrito,  ni  lo  menciona  el  censo. 

Concepción,  con  847  habitantes  en  el  pueblo  y  1.045  más  en  su  dis- 
trito, es  la  única  población  del  territorio  que  se  gobierna  por  su 
municipio  autónomo.  Es  cabeza  del  departamento  de  su  nombre,  que 
cuenta  con  6.659  habitantes.  Hoy  se  llama  Concepción  de  la  Sierra, 
para  distinguirla  de  Concepción  del  Uruguay:  y  antiguamente  Con- 
cepción de  Ihitiraciiá,  nombre  del  paraje  en  que  la  fundó  el  ilustre 
mártir  P.  Roque  González  de  Santa  Cruz.  La  iglesia  y  el  pueblo 
padecieron  el  incendio,  saqueo  y  devastación  de  Chagas  en  1817. 
Volvióse  á  establecer  un  pueblecito  en  tiempo  de  la  dominación  de 
Corrientes,  y  el  actual  se  delineó  en  1878.  En  1872  duraban  todavía 
la  fachada  de  la  iglesia  antigua  y  las  dos  torres,  y  se  conservaba 
parte  de  lo  interior.  En  la  fachada  se  encontraban  hasta  seis  esta- 
tuas de  santos,  dispuestas  en  dos  series  escalonadas,  y  ante  ellas 
solía  acudir  la  gente  á  hacer  sus  rezos  y  devociones,  ya  que  lo  inte- 
rior de  la  iglesia  estaba  inutilizado.  Pero  en  1882  un  funcionario 
local  empezó  á  demoler  la  fachada:  y  para  que  fuese  mayor  la  enor- 
midad, hizo  caer  al  suelo  las  estatuas,  haciéndolas  enlazar  y  derri- 
bar á  tirones,  con  pretexto  de  que  se  habían  de  llevar  á  algún 
Museo.  Algunas  fueron  conducidas  á  Posadas:  y  alguna  también, 
maltratada  y  tronca  como  quedó  del  atropello,  se  conserva  en  el  dis- 
trito. El  pueblo  actual  se  halla  situado  en  el  mismo  paraje  del  anti- 
guo. De  lo  antiguo  apenas  quedan  más  restos  que  algunos  objetos 
que  adquirió  y  donó  al  Museo  Histórico  de  Buenos  Aires  el  señor 
Queirel  (1),  entre  los  cuales  es  el  principal  la  cruz  de  hierro  que 
coronaba  la  fachada.  Vense  al  NO.  de  la  plaza  actual,  ya  dentio  de 
una  propiedad  particular,  trozos  de  paredes  que  por  su  distribución 
muestran  haber  pertenecido  al  colegio  y  talleres.  En  medio  de  la 
plaza  yace  una  piedra  prismática  de  1™  X  60^™  X  55^'",  que  fué  el 
antiguo  cuadrante;  y  en  cuanto  parece  por  sus  trazos  consistía  en 
tres  cuadrantes  verticales,  uno  para  el  norte  y  dos  respectivamente 

(1)    Queirel,  Misiones,  cap.  XX:  Las  ruinas  de  Misiones,  %  VI. 


-276- 

para  el  este  y  oeste.  Faltan  todos  los  estilos;  y  ni  la  piedra  misma 
está  en  debida  posición.  De  la  iglesia,  cuyo  solar  en  parte  ocupa 
otra  nueva,  nada  queda  sino  algunos  escombros  que  debieron  ser  la 
sacristía  ó  dependencias  de  ella.  Hase  buscado  el  cuerpo  ó  más  bien 
los  huesos  que  se  recogieron  del  santo  mártir  P.  Roque  González  y 
de  sus  compañeros,  que  con  los  del  P.  Diego  de  Alfaro  se  guarda- 
ban en  la  sacristía,  pero  infructuosamente:  y  llegando  á  la  conclu- 
sión de  que,  por  estar  guardados  en  una  caja  aparte,  y  no  enterrados, 
debieron  ser  trasladados  por  los  indios  á  otro  lugar,  ó  quizá  profana- 
dos en  la  época  de  la  devastación  general. 

Concepción  fué  la  primera  reducción  que  se  fundó  en  la  comarca 
del  Uruguay:  madre  de  las  demás  y  llave  del  territorio  para  los  via- 
jes. Dista  del  río  Uruguay  legua  y  media  ó  dos  leguas. 

RIBERA   DEL   PARANÁ 

Candelaria  tiene  un  pueblo  en  el  que  hay  466  habitantes, 
y  1.287  más  en  su  distrito.  Mu)'  poco  ha  quedado  de  las  ruinas  de 
este  pueblo,  antigua  residencia  del  Superior  de  Misiones.  Hasta  las 
piedras  han  sido  sacadas  de  allí,  primero  para  construir  la  trinchera 
de  los  paraguayos,  y  luego  para  los  edificios  de  Posadas.  A  distan- 
cia de  cinco  minutos  del  pueblo  está  el  bosque  de  las  ruinas,  y  en  él 
se  ven  algunas  paredes  de  la  iglesia  y  pilares  mu}'  robustos,  que 
parecen  ser  de  los  tránsitos  exteriores  que  la  rodeaban.  Pueblo  anti- 
guo y  nuevo  están  inmediatos  al  río  Paraná. 

Santa  Ana  tiene  pueblo  con  280  habitantes,  á  los  cuales  ha}^  que 
añadir  1.844  residentes  en  la  campaña.  Sus  ruinas  han  tenido  suerte 
análoga  á  las  de  Candelaria.  No  obstante,  se  conservan  algunas  más, 
situadas  en  un  bosque  y  naranjal,  en  la  ladera  de  una  colina,  á  dis- 
tancia de  un  cuarto  de  legua  del  pueblecito  actual.  De  la  iglesia, 
apenas  se  conoce  nada.  Algo  más  ha  quedado  del  colegio,  en  cuya 
entrada  principal  se  conserva  en  pie  una  columna  que  suelen  repro- 
ducir las  fotografías  de  Misiones.  Otras  varias  columnas  que  pare- 
cen haber  sido  de  la  iglesia,  han  sido  trasportadas  al  pueblecito 
actual,  donde  forman  notable  contraste  con  las  casas,  sencillas  y 
rebajadas.  Asimismo  aparecen  algunos  rastros  de  los  talleres.  Que- 
dan también,  aunque  muy  deteriorados,  dos  cuerpos  de  edificio  que 
parecen  corresponder  á  lo  que  se  ha  llamado  cdsas  de  Cabildo,  y 
que,  por  hallarse  algo  más  completos  en  San  Nicolás,  se  describirán 
al  tratar  de  aquel  pueblo.  Hay  además  un  estanque  antiguo,  como  lo 
hay  también  en  Concepción. 


-277- 

Dista  Santa  Ana  del  Paraná  una  legua. 

Corpus  tiene  su  pueblecito:  y  en  toda  la  campaña  se  hallaron 
según  el  censo  de  1895,  1.192  habitantes.  Dista  unos  veinte  minutos 
del  río  Paraná:  y  diez  minutos  menos  distan  las  ruinas,  situadas  en 
un  bosque.  Muy  poco  es  lo  que  se  puede  percibir  de  la  que  fué  igle- 
sia. Existe  aún  la  fuente  pública  con  su  brocal  de  piedra  labrada. 

En  LoRETO  hay  un  pueblo  pequeño,  siendo  la  población  rural 
de  659  almas.  En  medio  de  un  bosque  enmarañado  se  conservan 
algunos  trozos  de  la  pared  de  la  iglesia  y  de  sus  robustas  columnas. 
Circunstancia  especial,  y  en  la  que  no  se  ha  reparado,  es  que  en 
aquella  iglesia  están  enterrados  los  restos  del  gran  apóstol  de  los 
Guaraníes,  P.  Antonio  Ruiz  de  Montoya. 

San  Ignacio  Miní  tiene  un  pueblo  pequeño  inmediato  á  las  rui- 
nas. Hay  854  habitantes  en  la  campaña.  Es  sin  disputa,  de  todas  las 
reducciones  del  territorio  argentino,  la  que  conserva  ruinas  más 
importantes.  Queda  en  pie  la  iglesia,  aunque  destechada  y  sin  las 
columnas  que  debieron  separar  las  naves:  sus  dimensiones  son  63 
metros  de  largo  por  30  de  ancho.  Del  colegio  y  talleres,  así  como  de 
las  casas  de  la  plaza,  quedan  rastros  apreciables.  Distingüese  bien 
la  situación  del  cementerio.  De  tres  ó  cuatro  puertas  que  subsisten 
con  adornos  esculturales  característicos,  han  sacado  fotografías 
varios  visitantes.  En  el  frente  de  la  iglesia  y  en  su  parte  infe- 
rior, hubo  dos  grandes  lajas  de  piedra  colocadas  á  uno  y  otro 
lado  de  la  puerta,  llevando  esculpido  la  una  el  monograma  de  Jesús 
y  la  otra  el  de  María.  La  que  tenía  el  JHS,  larga  de  2,20  metros, 
ancha  1,40  metros,  gruesa  de  0,12  centímetros,  desenterrada  de  las 
ruinas,  fué  conducida  á  fines  de  1901  á  Buenos  Aires  por  el  Paraná, 
con  dirección  al  Dr.  Carlos  Pellegrini.  El  Gobierno  argentino  ha 
puesto  en  San  Ignacio  un  custodio  de  las  ruinas,  para  evitar  que  se 
deterioren  ó  disminuyan  más,  y  para  mantenerlas  limpias  de  la  exu- 
berante vegetación,  que  de  otra  manera  todo  lo  invade  y  destruye. 
Nada  puede  dar  idea  más  exacta  del  estado  de  las  ruinas,  y  de  lo 
que  por  ellas  se  ve  que  fué  el  pueblo,  que  la  descripción  del  agri- 
mensor nacional  D.  Juan  Queirel,  publicada  en  su  opúsculo  Las 
Ruinas  de  Misiones^  que  se  ha  puesto  entre  los  Apéndices. 

BRASIL 

San  Borja,  ciudad  capital  del  municipio  del  mismo  nombre,  en 
el  cual  se  calculan  como  21.000  habitantes.  Dista  una  legua  del  río 
Uruguay,  y  está  situada  frente  á  Santo  Tomé,  de  la  provincia  de 


207 


Corrientes.  En  1856  ya  casi  no  quedaba  nada  de  la  antigua  población 
de  los  indios.  La  iglesia,  que  empezó  á  amenazar  ruina  en  1820,  fué 
demolida  algo  después  de  1827;  sólo  se  veían  alguna  que  otra  casa 
en  la  plaza  y  el  colegio,  que  servía  de  cuartel  al  batallón  de  la  fron- 
tera. Pero  como  la  población  había  sido  el  asiento  principal  del 
comercio  con  el  Paragua}^,  que  hasta  1852  se  hacía  por  San  Borja  é 
Itapúa,  se  habían  ido  levantando  nuevos  edificios,  y  su  estado  era 
floreciente  (1).  Hoy  no  queda  de  lo  antiguo,  sino  la  memoria  de  estar 
la  iglesia  edificada  dentro  del  solar  de  la  primitiva;  y  alguna  que 
otra  estatua,  en  especial  la  del  altar  mayor,  que  es  un  San  Francisco 
de  Borja  de  gran  talla,  arrodillado  en  actitud  de  adorar  la  Euca- 
ristía y  de  muy  buena  escultura;  fáltale  la  custodia  que  indudable- 
mente hubo  de  tener.  La  población  misma  tendrá  unos  tres  mil  habi- 
tantes. 

El  Santo  Ángel,  villa  capital  de  su  municipio,  que  tiene  como 
26.000  habitantes,  y  abraza  además  de  la  antigua  suya,  la  demarca- 
ción de  los  antiguos  pueblos  de  San  Juan  y  San  Miguel,  siendo  su 
extensión  11.329  kilómetros  cuadrados,  lo  que  lo  constituye  el 
segundo  departamento  en  grandeza  del  Estado  de  Río  Grande  do 
Sul.  En  1856  duraba  todavía  la  iglesia  antigua,  que  era  mu}'  her- 
mosa y  grande,  con  sus  altares,  aunque  sin  techo,  y  la  vegetación 
invadía  todo  el  edificio  y  el  mismo  coro  (2).  De  la  fachada,  que  es  lo 
último  que  desapareció,  se  conservan  fotografías.  Derribóse  todo  lo 
que  quedaba,  para  edificar  la  nueva  iglesia  hacia  1885.  De  las  anti- 
guas memorias,  nada  se  ve,  sino  un  par  de  columnas  de  diverso  estilo 
que  han  quedado  fijas  en  la  plaza,  )'  una  piedra  de  gran  tamaño  por 
el  estilo  de  las  dos  de  San  Ignacio  Miní,  que  lleva  esculpido  el 
Sagrado  Corazón  de  Jesús,  y  hoy  está  en  lo  alto  de  la  fachada. 

San  Juan  no  es  pueblo,  ni  tiene  más  habitadores  que  los  que 
residen  en  dos  casas  inmediatas  á  las  ruinas.  En  el  bosque,  formado 
como  en  todas  las  antiguas  Reducciones  sobre  los  escombros,  se  ven 
restos  abundantes  de  basamentos  3^  trozos  de  columnas.  Mantiénense 
en  pie  las  paredes  de  la  iglesia,  pero  completamente  ha  invadido  la 
vegetación  el  espacio  comprendido  en  ellas  y  todos  los  alrededores, 
formando  un  espeso  matorral.  Se  han  ido  sacando  de  allí  muchísimas 
piedras  para  trasportarlas  lejos  y  construir  con  ellas,  y  quedan 
muchas  más.  A  la  puerta  de  la  iglesia,  como  extraordinarias  por  su 
labor,  se  han  puesto,  sostenidas  por  otras  piedras  informes,  dos  lajas 
parecidas  á  las  de  que  se  ha  hecho  mención   en   San  Ignacio  Miní,  y 

(1)  MoussY,  Mémoire,  XII.  Gay,  República  Jesuitica,  387.  cap.  22.  §  7. 

(2)  Moussv,  ibid. 


Ruinas  de  las  misiones  del  Pakaguay.  — San  Miguel  (hoy  Brasil) 


Fotografía  de  la  iglesia,  torre  y  pórtico.  — 1904.  — Arcos  destruidos.  —  Vegetación  sobre 

la  torre  y  las  paredes 


Ruinas  de  las  misiones  del  Paraguav  — San  Nicolás  (hoy  en  el  Brasil) 


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Actual  estado  de  las  dos  que  llaman  casas  de  Cabildo:  vista  tomada  á  unos  cien  metros 
de  distancia,  desde  la  puerta  de  la  iglesia.  —  1904. 


-  279  - 

que  debieron  tener  antiguamente  la  colocación  de  aquéllas,  con  los 
monogramas  de  Jesús  y  de  María,  pero  con  la  diferencia  de  que  en 
San  Ignacio  Miní  sólo  existen  las  líneas  precisas  para  formar  las  le- 
tras; y  en  San  Juan  está  cada  monograma  incluso  en  su  escudo, 
adornado  con  profusión  de  dibujos. 

San  Miguel  es  hoy  parroquia,  y  como  San  Juan,  forma  parte  del 
municipio  del  Santo  Ángel.  En  el  pueblecito  habrá  apenas  200  per- 
sonas. La  iglesia  3^  colegio,  que  están  tocando  á  las  calles  habitadas» 
por  la  parte  del  oeste,  ofrecen  ruinas  muy  dignas  de  consideración. 
La  iglesia,  á  pesar  de  estar  en  gran  parte  arruinada,  es  un  monu- 
mento lleno  de  majestad.  De  estilo  greco-romano,  sobria  en  ador- 
nos, autorizábala  en  especial,  á  fines  del  siglo  xix,  su  grandiosa 
pórtico  de  cinco  arcadas,  que  puede  verse  en  algunas  fotografías. 
Por  ese  tiempo  se  desplomó  casi  todo  él;  y  no  obstante,  aun  en  sus 
restos  pueden  echarse  de  ver  sus  rectas  proporciones  y  solidez.  El 
arquitecto,  hermano  coadjutor  Juan  Bautista  Prímoli,  hubo  de  luchar 
con  la  dificultad  inherente  á  las  Doctrinas,  de  falta  de  cal.  El 
remate  de  los  arcos  del  atrio,  dice  Gay  (1),  «era  una  vistosa  balaus- 
trada; y  sobre  una  gradería,  también  de  piedra,  que  coronaba  el 
frontispicio,  elevábase  la  imagen  de  San  Miguel,  acompañada  de  las 
de  seis  apóstoles  á  sus  dos  lados.  El  cuerpo  de  la  iglesia  era  de  tres 
naves,  con  su  crucero  y  media  naranja;  tenía  350  palmos  (73  metros) 
de  largo,  por  120  í25  metros)  de  ancho,  con  cinco  altares  de  talla 
dorados.»  «Todas  las  paredes,  dice  Ambrosetti  (2),  aun  la  del  frente, 
son  de  tres  metros  de  ancho,  y  tienen  en  su  interior  galerías  con 
escaleras.  Admirable  es  el  ajuste  de  las  piedras,  bien  aplomadas  y 
trabajadas  con  mucho  esmero.  Los  arcos  del  interior  del  templo  tam- 
bién son  de  piedra  labrada,  formados  por  cuñas  que  encajan  unas  en 
las  otras.  La  torre,  de  la  que  aun  se  conservan  tres  cuerpos,  tiene 
también  escaleras  en  el  interior  de  las  paredes;  los  trozos  de  piedra 
están  simplemente  ajustados  sin  trabazón  alguna.»  «Los  arcos,  cor- 
nisas, capiteles,  balaustradas,  adornos,  nichos,  columnas,  todo  está 
hecho  con  gusto  y  con  una  gran  prolijidad.»  «La  vegetación  ha  inva- 
dido el  templo;  en  su  interior  han  crecido  árboles  gruesos;  3'  en 
muchas  partes  se  ven  grandes  excavaciones  hechas  por  los  vecinos 
con  el  fin  de  sacar  tesoros,  hasta  ahora  sin  resultado»  Este  afán 
extraordinario  de  buscar  lo  que  toda  razón  persuade  que  no  hay,  es 
el  que  más  ha  contribuido  á  que  se  arruinen  del  todo  las  últimas 
memorias  que  se  conservan.  En  el  día  la  torre  está  cuarteada,  3'  otro 

(1)  Gav,  Rep.  Jesuítica,  cap.  22.  pág.  368. 

(2)  Ambkosetti,  Viaje  á  las  Misiones  por  el  Alto  Uruguay,  pág.  52. 


-280- 

tanto  sucede  con  los  pocos  arcos  que  quedan;  de  los  tres  cuerpos  de 
la  torre,  el  superior  se  va  destruyendo.  El  colegio  conserva  bastan- 
tes restos  de  las  paredes  de  los  aposentos,  por  donde  se  podría  deli- 
near casi  toda  su  planta;  pero  también  va  pereciendo.  Ambrosetti 
halló  en  1894  un  gran  salón  sin  techo,  con  las  paredes  intactas  y 
blanqueadas  aún:  hoy  ya  no  existe.  En  las  ruinas  habitan  alguno  ó 
algunos  colonos,  y  parte  de  lo  que  fueron  patios  está  cultivado.  En 
el  cementerio  hav  una  cruz  antigua  de  piedra  de  unos  tres  metros 
de  alto.     . 

San  Luis  Gonzaga,  ciudad  con  2  á  3  mil  habitantes,  y  en  todo  el 
municipio  y  parroquia,  que  comprende  también  á  San  Lorenzo  y  San 
Nicolás,  se  calculan  unas  19  mil  almas.  i\lu\'  poco  es  lo  que  recuerda 
en  esta  población  la  antigua  Doctrina,  como  no  sea  el  estar  edificada 
en  el  mismo  punto,  y  el  haber  pasado  muchos  de  sus  materiales  á 
formar  parte  de  los  edificios  de  las  casas.  La  policía,  que  se  halla 
donde  estuvo  el  antiguo  colegio,  tiene  aún  en  su  corredor  delantero 
las  columnas  de  piedra  de  asperón  rojo  que  debieron  formar  parte  de 
alguno  de  los  claustros  interiores.  En  la  nueva  iglesia,  muy  pequeña, 
y  no  correspondiente  á  la  ciudad,  se  conservan  algunas  estatuas 
antiguas,  y  particularmente  la  del  patrón  San  Luis  Gonzaga,  muy 
grande  y  de  buena  factura. 

San  Lorenzo,  pueblecito  pequeño,  que  puede  tener  poco  más  de 
50  moradores,  se  encuentra  á  corta  distancia  al  este  de  las  ruinas. 
De  estas  no  quedan  más  que  algún  trozo  de  la  fachada  de  la  iglesia, 
que  muestra  dónde  estuvo  la  puerta,  y  un  ángulo  donde  por  las  pro 
porciones  parece  que  hubo  una  torre.  Del  colegio  se  ven  algunas 
paredes  3'a  rebajadas  hasta  no  levantarse  más  de  un  metro  sobre  el 
suelo,  y  aun  ésas  interrumpidas.  El  portón,  que  todavía  duraba 
en  1894,  hoy  ha  desaparecido.  Queda  una  hilera  de  aposentos  sin 
techo,  que  parece  eran  las  habitaciones  de  los  Padres.  Cada  uno 
tiene  por  un  lado  una  puerta,  y  por  otro  puerta  y  ventana;  en  la  pri- 
mera se  ve  en  el  umbral  la  cifra  jhs;  }•  en  las  otras  dos,  las  de  ma 
y  JPH. 

San  Nicolás  es  otro  poblado  poco  ma)'Or  que  San  Lorenzo. 
Hasta  1904  se  conservaron  una  porción  de  estatuas  de  la  antigua 
iglesia,  todas  de  madera,  en  una  casa  particular,  donde  concurrían 
los  vecinos  á  hacer  sus  devociones  y  venerarlas,  pues  ni  aun  una 
pobre  capilla  tienen.  Ese  año  en  tiempo  de  Semana  Santa  se  que- 
maron todas  las  imágenes.  Hoy  no  quedan  más  que  trozos  de  las 
paredes  de  la  iglesia,  tan  arruinados  por  una  parte,  y  tan  grandiosos 
por  otra  en  su  conjunto,  que  causan  un  sentimiento  de  melancolía  y 


Ruinas  de  las  misiones  del  Paraguay  —  San  Nicolás 
(hoy  Brasil) 


Túmulo  de  forma  singular,  vacío,  situado  en  el  cementerio  y  que  parece 
del  tiempo  de  los  Jesuítas,  y  remeda  un  estilo  egipcio  ó  incásico. 
(1904.  Fotografía.) 


-  281  - 

desolación.  Al  noroeste  de  la  iglesia,  subsisten  las  ruinas  de  un  edi- 
ficio que  pudo  ser  el  asilo  ó  casa  de  recogidas.  En  el  cementerio, 
situado  al  este,  se  descubre  un  túmulo  singular.  Una  casilla  cilindrica, 
de  gruesas  piedras  de  sillería,  en  que  el  diámetro  de  la  base  podrá 
tenei-  unos  dos  metros,  y  tres  la  altura,  sustenta  en  la  parte  superior, 
junto  con  la  cruz  de  piedra,  varias  figurillas  que  por  su  estructura 
remedan  las  figuras  egipcias  ó  las  mejicanas.  Delante  de  la  puerta 
del  túmulo,  se  ve  una  estatua  yacente,  como  de  metro  y  medio  de 
longitud,  groseramente  esculpida,  y  de  la  misma  piedra  de  que  se 
hizo  la  estatua  se  erigió  á  sus  pies  una  cruz  que  lleva  entallada  la 
inscripción  inri.  El  túmulo  está  vacío,  3^  la  abertura  carece  de  puerta. 
Frente  á  la  iglesia,  y  correspondiendo  á  los  dos  extremos  de  la  gran 
plaza,  aparecen  los  dos  torreones  que  la  gente  llama  Casas  del 
Cabildo.  Parecen  iguales.  Su  estructura  por  la  parte  sur  que  mira  á 
la  iglesia,  es  la  de  un  rectángulo  de  piedra  de  sillería,  que  tendrá  de 
cinco  á  seis  metros  de  altura,  con  un  arco  en  el  tramo  inferior,  que 
debió  servir  para  la  puerta,  y  dos  grandes  ventanas  rectangulares 
terminadas  en  arco  de  medio  punto  en  el  que  parece  debió  ser  piso 
superior.  La  pared  delantera  ha  permanecido  intacta;  las  laterales 
están  á  medio  deshacer;  la  posterior  ha  desaparecido  del  todo.  Es  el 
espécimen  mejor  conservado  de  esta  construcción  que  3'a  se  ha  notado 
en  Santa  Ana  y  en  Apóstoles.  Pudo  ser  el  uno  casa  de  Cabildo,  y  el 
otro  quizá  cárcel  del  pueblo;  si  ya  no  es  que  fueran  dos  Capillas  que 
según  el  P.  Per.imás  solían  ponerse  frente  á  la  iglesia. 

ALGUNOS  OBJETOS  DE  MISIONES  EN  EL  MUSEO 
DE  LA  PLATA 

Procedentes  sin  duda  de  donativos  de  viajeros,  aunque  no  lo  poda- 
mos saber  con  certidumbre,  é  ignoremos  quiénes  han  sido  los  donan- 
tes, se  encuentran  reunidos  en  el  rico  Museo  de  la  Plata,  capital  de 
la  provincia  de  Buenos  Aires,  una  porción  de  objetos  de  las  antiguas 
Misiones  Guaraníes. 

El  carácter  con  que  allí  se  encuentran  parece  que  es  doble;  como 
recuerdos  históricos,  y  como  colección  de  objetos  que  den  testimonio 
de  las  costumbres  y  del  arte  que  han  llegado  á  adquirir  los  indígenas 
del  país;  y  atenta  la  índole  del  establecimiento,  que  también  abarca 
los  objetos  de  arte,  pudiera  dudarse  si  acaso  se  han  conservado  como 
objetos  artísticos,  pues  casi  todos  son  objetos  de  arte  religioso 
y  algunos  bastante  perfectos. 


208 


—  282- 

No  hallándose  clasificados  en  el  Museo,  como  fuera  de  desear,  y 
ni  siquiera  ordenados,  nos  limitaremos  .4  hacer  una  simple  enumera- 
ción de  ellos,  sin  entrar  en  su  estudio  ni  en  el  examen  de  su  valor. 

La  mayor  parte  de  estos  objetos  están  colocados  en  los  departa- 
mentos superiores,  en  la  sección  que  puede  llamarse  de  antigüedades 
ó  de  etnografía  regional,  donde  se  conservan  los  vasos,  obras  de 
arte,  instrumentos  y  restos  calchaquíes,  y  asimismo  diferentes  uten- 
silios que  pueden  servir  para  el  estudio  de  la  civilización  Guaraní. 
Los  objetos  de  Misiones  situados  en  este  departamento  se  subordinan, 
según  parece,  al  título  que  lleva  escrito:  Ruinas  de  Trinidad.  Según 
esto,  serán  despojos  recogidos  de  las  ruinas  de  la  antigua  Doctrina 
de  Guaraníes  denominada  Trinidad,  que  está  situada  en  el  Para- 
guay, vecina  por  el  sud  y  el  oeste  al  río  Paraná. 

Estos  objetos  son: 

Estatua  de  un  santo  de  la  Compañía  de  Jesús,  que  representa  un 
Misionero  con  sotana,  sobrepelliz  y  estola  en  actitud  de  predicar,  y 
parece  ser  San  Juan  Francisco  Regis.  Altura:  1,"^50.  Sobre  un  plinto- 
de  0,™08. 

Estatua  de  pie  con  sotana  y  sobrepelliz.  Altura:  O, '^70.  Altura  del 
plinto  sobre  el  que  está  colocado:  0,™12. 

Estatua  de  un  niño  con  vestidura  de  paje.  Alto:  0,"i90. 

Silla  laboreada  de  madera,  de  la  figura  de  los  sillones  antiguos  de 
baqueta.  Altura:  1,™15.  Través:  O, "^60.  Dimensión  de  atrás  ade- 
lante: O, •"SO.  Falta  el  asiento. 

Arquitrabe  de  piedra  con  labores.  Alto:  1,'"15.  Ancho:  0,'ii70. 

Trozo  de  pared  con  bajo-relieve  de  escudo  en  que  se  ven  los  cas- 
tillos, leones  y  barras.  Dimensiones  del  escudo:  O, ""35  de  alto  por 
O, '^20  de  ancho.  Dimensiones  de  todo  el  objeto:  0,™65  de  alto  por 
O, '"70  de  ancho. 

Cabeza  y  alas  extendidas  de  una  estatua  de  ángel  hecha  de 
madera.  Anchura:  O, '"65. 

Otro  semejante. 

Otra  estatua  semejante. 

Estatua  de  madera  que  representa  la  Santísima  Trinidad.  El 
Padre  y  el  Hijo  aparecen  sentados.  A  los  lados  hay  dos  ángeles. 
Altura:  0,'"85.  Ancho:  l,n^50. 

Busto  de  un  Pontífice.  Dos  ángeles  guardan  las  llaves.  Altura: 
O.n^o.  Anchura:  O.^^SS.  Colocado  sobre  un  pedestal  de  O, «"70.  El 
material  es  de  estuco. 

Otro  parecido. 

Un  trozo  de  columna  con  su  basa. 


—  283  — 

Columnilla  de  madera  sostenida  por  un  trípode.  Altura  del  trí- 
pode: 0,™65.  Altura  de  la  columnilla:  1,™35.  Lleva  un  rótulo  que 
dice:  «Pedestal  de  pulpito»;  pero  la  construcción  parece  indicar  más 
bien  un  gran  candelabro. 

La  segunda  serie  de  los  objetos  de  Misiones  se  halla  como  aban- 
donada y  arrinconada  en  uno  de  los  departamentos  de  la  planta  baja; 
más  descuidada  que  los  objetos  de  la  primera,  y  sin  más  orden  que 
haber  arrimado  á  lo  largo  de  las  paredes  los  objetos,  que  todos  son 
de  piedra  y  de  bastante  peso.  Son  los  siguientes,  en  que  van  enume- 
rados casi  todos. 

— Escudo  de  piedra  con  el  nombre  de  JHS.  Tiene  varias  labo- 
res y  adornos.  Altura  del  monograma:  O, '"SO.  Ancho:  O, '"37.  Altura 
del  escudo:  0,'"90.  Ancho:  0,^58. 

—Pila  de  piedra  que  tal  vez  fué  baptisterio.  En  la  parte  de  detrás- 
lleva  fijada  su  cruz  de  piedra  de  1,™40  de  alto  y  0,80  de  brazo  tra- 
vesero. Tiene  distintamente  esculpidas  las  cinco  llagas,  el  titula 
Inri,  y  la  corona  de  espinas.  Dimensiones  de  la  taza:  l,i"20  por 
0,^80. 

— Frontispicio  triangular  de  piedra,  con  la  inscripción  Santa 
Barbara...  itemboe  anga  ore  rehe  (palabras  guaraníes  que  signifi- 
can: Santa  Bárbara...  rogad  por  nosotros).  Pudo  estar  colocado  en  la 
puerta  de  alguna  ermita  de  la  Santa.  El  triángulo  es  muy  rebajado. 
Altura  de  todo  el  trozo:  1™.  Anchura  de  la  base  del  triángulo,  que 
es  la  misma  de  todo  el  frontis:  1,™60. 

—  Pedestal  y  trozo  de  columna   de  piedra.   Altura  del   pedes 
tal  O, •"40.   Altura  de  la  columna:  1,'"50.  Su  diámetro:  0,30. 

— Ánfora  de  piedra.  Altura:  0,60.  Diámetro:  0,25. 

—  Estatua  de  piedra  de  la  Santísima  Virgen.  Altura:  1,™70. 

— Estatua  de  piedra  de  un  santo  con  el  Niño  Jesús  en  los  brazos. 
Altura:  l,m62. 

— Estatua  de  piedra  de  una  Santa.  Altura:  1,"'40. 

Ninguno  de  los  objetos  de  esta  serie  lleva  indicación  alguna  por 
donde  se  pueda  conocer  su  origen;  y  así,  no  es  dable  saber  si  pro- 
ceden, como  los  de  arriba,  del  pueblo  de  Trinidad,  ó  son  de  alguna 
otra  de  las  Doctrinas;  mas  todos  tienen  el  sello  característico  que 
los  hace  reconocer  como  procedentes  de  las  Misiones  de  Guaraníes. 

De  estos  objetos  que  existían  en  el  Museo  en  1901,  algunos  se  han 
removido  ó  trasportado  á  otra  parte,  y  no  aparecen  ya  en  1912. 

En  el  último  decenio  del  siglo  xix  se  suscitó  en  Buenos  Aires  la 
cuestión  de  si  los  restos  artísticos  de  las  ruinas  de  las  Misiones,  y 
particularmente  la  portada  de  la  iglesia  de  San  Ignacio  miní,  que 


—  2S4  - 

tanto  despertó  la  atención,  se  habían  de  trasladar  á  la  Capital 
para  conservarlos  en  los  Museos,  ó  más  bien  dejarlos  en  el  paraje 
donde  están,  y  procurar  conservar  las  ruinas  que  lo  merezcan,  como 
objeto  de  arte.  La  opinión  de  los  diarios  fue  esta  segunda;  y  en 
efecto,  se  desistió  del  intento  (en  que  parece  se  había  puesto  gran 
empeño)  de  hacer  el  traslado;  pero  en  cuanto  á  señalar  cuáles  se 
hayan  de  conservar  y  proveer  á  la  conservación,  nada  se  ha  hecho. 
Es  fácil  de  ver  cuánta  dificultad  ha  de  ofrecer  el  conservar  cual- 
quiera de  esos  objetos,  situados  á  tanta  distancia,  con  muy  poca  faci- 
lidad de  comunicaciones,  y  ciue  por  las  circunstancias  en  que  se  ha 
verificado  su  abandono,  todos  están  al  descubierto.  El  tiempo,  las 
vicisitudes  atmosféricas  y  hasta  las  plantas,  que  en  aquella  región 
tropical  se  extienden  por  todas  partes  con  extraordinario  empuje  y 
lozanía,  van  adelantando  la  obra  de  hacer  desaparecer  los  pocos  res- 
tos que  ya  quedan  de  las  en  otro  tiempo  afortunadas  Doctrinas 
Guaraníes. 

Al  presente  Apéndice  acompañan  la  vista  de  las  ruinas  de  la  igle- 
sia de  San  Miguel  en  1904,  la  del  monumento  extraño  descrito  del 
cementerio  de  San  Nicolás,  y  de  lo  que  llaman  allí  casas  de  Cabildo, 
frente  á  la  iglesia  arruinada,  y  la  del  torreón  de  Santa  Rosa  inme- 
diato á  la  iglesia,  que  antiguamente  fué  campanario. 


Sección  cuarta 
PLANES  Y  JUICIOS 


CAPITULO  X 


PLANES  DIVERSOS 


1.  Plan  del  Virrey  Aviles.— 2.  Plan  contenido  en  la  Cédula  de  1803.— 3.  Plan 
del  expulso  Ibáñez  de  Echevarri. — 4.  Plan  de  Doblas. — 5.  Arbitristas. 

Hasta  aquí  se  han  examinado  los  varios  sistemas  que  de  hecho  se 
aplicaron  al  gobierno  y  trato  de  la  raza  Guaraní,  estudiándolos  en 
sí  y  en  sus  efectos,  para  formar  cabal  idea  del  valor  de  cada  uno. 
Será  complemento  de  este  examen  la  noticia  de  algunos  otros  planes 
que  se  propusieron,  prometiéndose  sus  autores  remediar  los  daños 
que  descubrían,  y  asegurar  el  bien  espiritual  y  temporal  de  las  Doc- 
trinas. No  es  dable  exponerlos  todos:  pues  en  asunto  como  el  de  los 
Guaraníes,  que  ha  llamado  la  atención  de  tantos  observadores,  y  en 
que  con  tanta  facilidad  se  proponen  medios  que  se  dice  pudieran 
haberse  empleado,  sería  esto  tarea  interminable.  Pero  se  darán  á 
conocer  algunos  de  los  más  divulgados,  como  muestra  de  los  demás: 
empezando  por  los  que  se  hallan  consignados  en  documentos  oficiales. 


286 


209  PLAN  DEL  VIRREY  AVILES 

Por  mucho  que  se  hubiera  disimulado  á  los  principios  para  man- 
tener engañado  á  Carlos  III,  no  pudo  á  la  larga  permanecer  oculta  la 
espantosa  decadencia  producida  en  Doctrinas  por  la  expulsión  de 
los  Jesuítas:  y  aunque  desde  tan  lejos  resonó  al  fin  en  sus  oídos  el 
clamor  que  denunciaba  una  ruina  inminente.  Hubo  de  ser  ocasión 
especial  para  ello  la  venida  del  general  Cevallos  como  primer  Virrey 
al  Río  de  la  Plata,  y  algún  informe  que  él  diera  del  verdadero  estado 
de  las  cosas:  pues  en  1780  se  expidió  una  Real  Orden  en  que  se 
expresaba  al  Virrey  Vértiz,  que  el  monarca  había  experimentado 
gran  disgusto  por  el  deplorable  estado  de  las  Misiones  Guaraníes: 
encargándole  muy  apretadamente,  que  trabajase  por  cortar  todos  los 
abusos  y  desórdenes  allí  introducidos,  mantener  los  naturales  en  paz 
y  justicia,  y  asegurar  su  buen  tratamiento  (1). 

Cuatro  años  más  tarde,  se  despachaba  nueva  Real  Orden,  á  todos 
los  Virreyes,  Presidentes,  Gobernadores,  Arzobispos  y  Obispos  de 
América,  pidiendo  informe  especialísimo  de  cuanto  pertenecía  á  lo 
temporal  y  espiritual  de  las  Misiones  que  habían  tenido  los  expatria- 
dos en  cada  comarca,  de  su  estado  actual,  mejor  ó  peor  que  en  tiempo 
de  los  Jesuítas,  y  de  las  reformas  que  pareciesen  oportunas  (2). 

Entre  los  muchos  informes  á  que  dio  lugar  esta  orden,  figura  el 
del  Obispo  del  Paraguay  Fr.  Luis  de  Velasco,  dado  en  carta  de  15  de 
Diciembre  de  1784.  En  él  parece  ya  la  idea  capital  de  todos  los  pla- 
nes posteriores  de  reforma,  cuyo  valor  habrá  ocasión  de  examinar: 
y  es  atribuir  toda  la  ruina  al  sistema  de  comunidad  con  que  dice  se 
gobiernan  los  indios,  y  proponer  su  abolición.  —  Es  digno  de  notar 
que  al  mismo  tiempo  tuvo  la  prudencia  de  proponer  varios  medios 
conducentes  á  atenuar  los  graves  daños  que  de  otro  modo  entendía 
se  iban  á  seguir  de  la  novedad  (3). 

Pero  el  que  puso  manos  á  la  obra  de  introducir,  siquiera  parcial- 
mente esta  innovación,   fué  el  Marqués  de  Aviles,  séptimo  Virrey  de 

(1)  Apénd.  núm.  65. 

(2)  Apénd.  núm,  66. 

(3)  Sevilla.  Arch.  de  Indias:  124.  2.  11. 


—  287- 

Buenos  Aires,  que  tomó  posesión  de  su  cargo  en  14  de  Marzo  de  1799. 
En  un  informe  enviado  al  Ministerio  en  8  de  Marzo  de  1800,  para  satis- 
facer á  nuevas  órdenes  de  explicar  el  estado  de  las  Doctrinas  de  Gua- 
raníes, maltrata  por  igual  la  historia,  á  los  jesuítas,  á  todos  los  Gober- 
nadores del  Paraguay,  y  aun  á  ios  de  Buenos  Aires,  y  nominalmente 
al  Gobernador  D.  Lázaro  de  Ribera  (1):  y  después  de  pintar  un  cuadro 
de  fantasía  de  lo  que  habían  sido  las  reducciones,  propone  su  plan 
para  remediar  los  daños  universalmente  lamentados,  reducido  á  dar 
á  todo  indio  su  tierra  propia,  suprimiendo  todo  trabajo  de  comuni- 
dad, y  establecer  el  libre  comercio  con  los  españoles.  Mientras  espe- 
raba la  aprobación,  empezó  á  poner  en  ejecución  parcialmente  su  pro- 
yecto, como  se  ve  en  el  Informe  de  21  de  Mayo  de  1801  trasmitido  á 
su  sucesor  (2).  Describe  el  triste  estado  á  que  habían  quedado  redu- 
cidos los  indios  por  la  aplicación  del  sistema  de  Bucareli,  y  el  reme- 
dio que  puso,  eximiendo  de  todo  trabajo  de  comunidad  á  trescientos 
padres  de  familia  Guaraníes,  con  sus  hijos,  y  con  los  parientes  que 
estuviesen  bajo  de  su  dependencia.  «Los  Tenientes  de  Gobernador» 
dice,  «que  se  establecieron  encincodepartamentos,  para  que  adminis 
trasen  justicia,  muchos  de  ellos  se  metieron  en  el  reprobado  comercio 
de  los  administradores,  cuidando  casi  todos  los  de  ambas  clases  sola- 
mente de  enriquecerse  con  la  sangre  de  estos  infelices,  muy  dignos 
de  la  atención  del  gobierno.»  «Al  Estado  se  le  ha  disminuido  por  estas 
extorsiones  un  considerable  número  de  vasallos,  como  se  convence 
de  que,  constando  por  padrones  del  año  766  que  el  número  de  sus 
almas  era  de  96.381,  la  existencia  actuales  de  solas  42.885;  resul- 
tando de  este  cotejo  la  considerable  disminución  de  53.496;  que,  aña- 
diendo una  regular  propagación,  se  viene  en  conocimiento  de  la  nota- 
ble decadencia  de  su  población,  lo  que,  si  no  se  ataja,  reducirá  á  un 
desierto  el  terreno  que  ocupan  treinta  y  tres  poblaciones,  que  produ- 
ciendo ingentes  caudales  á  los  Jesuítas  (3),  tenían  pueblos  hermosos 
é  iglesias  magníficas;  y  hoy  se  puede  decir  que  ni  uno  ni  otro  se 
encuentra;  llegando  á  tal  estado  de  decadencia,  que  en  el  pueblo  de 
Yapeyú,  cabecera  de  Departamento,  ha  sido  preciso  abandonar  la 
iglesia  por  su  estado  ruinoso  y  colocar  á  Su  Divina  Majestad  en  la 


(1)  .Sevilla  Arch.  de  Indias;  123.  1.  15. 

(2)  Aviles,  Informe,  en  Trelles,  Rev.  de  laBibl.  III,  p.  464. 

(3)  Hay  que  entender  «producían  ingentes  caudales  cuando  las  administraban 
los  Jesuítas».  Pero  los  caudales  eran  para  los  indios.  A  los  Jesuítas  no  les  produ- 
cían ningún  caudal  grande  ni  pequeño.  Lo  único  que  tenían  en  Doctrinas,  era  el 
sínodo  preciso  para  el  sustento:  y  ése  lo  pagaba  la  Hacienda  real.  Si  hubieran 
sacado  algo  de  allí,  no  se  hubiera  encontrado  lo  que  se  encontró,  iglesias  magní- 
ficas y  hermosos  pueblos. 


-  288  — 

casa  de  Cabildo,  que  aunque  por  el  nombre  suena  algo,  en  la  realidad 
será  una  cosa  bien  indecente.» 

Explica  ya  el  remedio.  «Teniendo  el  corazón  bien  afligido  por  las 
exactas  noticias  que  tenía  del  deplorable  estado  de  estas  Misiones, 
en  que  estaba  instruido  desde  Chile,  traté  del  remedio  de  estos 
males...»  «Todas  estas  consideraciones  rae  estimularon  á  propender 
al  alivio  de  estos  miserables.  Mas  considerando  que  el  medio  de  con- 
seguirlo era  ponerlos  en  su  natural  libertad  (1^;  y  que  de  verificarlo 
absolutamente  con  todos  á  un  mismo  tiempo,  podría  por  esta  repen- 
tina mutación  resultar  algún  trastorno,  á  que  podrían  ocultamente 
contribuir  algunos  que  se  interesan  en  la  continuación  del  opresivo 
estado  actual;  y  que  también  hallándose  los  pueblos  con  crecidos 
empeños,  no  debía  desentenderse  la  satisfacción  de  ellos,  dejando  al 
juicio  divino  el  discernimiento  de  la  legítima  ó  injusta  causa  de  que 
provienen;  tomé  el  medio  que  juzgué  prudente  para  ir  logrando  el 
intentado  beneficio  de  estos  pobres  indios,  y  fué  adquirir  noticia  de 
los  indios  de  cada  pueblo  que  se  reputaban  capaces  de  gobernarse 
por  sí,  á  pesar  del  método  de  embrutecerlos  que  se  había  seguido 
con  ellos  hasta  ahora  (2).  A  consecuencia  de  estas  noticias,  expedí 
órdenes  á  los  respectivos  Tenientes  Gobernadores,  mandándoles  que 
á  los  indios  que  comprendía  la  relación  que  les  acompañaba  [eran 
trescientos,  según  dice  la  Cédula],  los  pusiesen  libres  de  la  comuni- 
dad, y  [también]  á  sus  hijos  y  parientes  que  dependiesen  de  aquellas 
cabezas  de  familias,  dándoles  en  propiedad  á  cada  una  de  ellas  una 
suerte  de  tierras,  que  se  considerase  competente  á  la  manutención 
de  su  familia,  comprendiéndose  chacra  y  una  proporcionada  estan- 
cia para  sus  ganados;  encargando  á  los  Curas  que  estén  á  la  mira 
del  exacto  cumplimiento.  Y  que  de  estas  tierras  repartidas  se  for- 
mase libro  en  que  se  asentasen;  individualizando  los  linderos  de  lo 
que  á  cada  uno  se  distribuyese,  firmando  esa  diligencia  el  Cura. 
Y  para  que  no  hubiese  disminución  en  los  tributos,  dispuse  igual- 
mente que  cada  libertado  que  por  su  edad  y  circunstancia  deba  con- 
tribuirlo, pague  un  peso  anual,  que  es  el  de  la  tasa.  Y  como  en  estos 
pueblos,  en  equivalente  de  diezmos,  satisface  cada  uno  anualmente 
cien  pesos  con  título  de   mayor  servicio  (cu)'as  cantidades  se  invier- 

(1)  El  medio  parece  hubiera  sido  volverlos  al  estado  que  tenían  en  tiempo  de 
1os  Jesuítas,  que  era  un  régimen  acreditado  por  la  experiencia.  Mas  no  era  buen 
medio  echarse  á  tentar  un  nuevo  plan  que  nadie  sabia  cómo  saldría. 

(2)  Esta  trase  no  tiene  verdad  sino  aplicada  al  sistema  de  Bucareli.  En  cuanto 
á  los  Jesuítas,  que  habían  sacado  á  los  Guaraníes  de  sus  selvas,  lejos  estaban  de 
embrutecer  á  aquellos  infelices,  á  quienes  por  el  contrario,  habían  hecho  hijos  de 
Dios  por  el  bautismo,  y  buenos  cristianos  por  la  fe  3'  práctica  de  la  virtud:  y  en  el 
orden  civil  los  elevaron  cuanto  su  índole  y  capacidad  permitían. 


-  289  - 

ten  en  sínodos  de  Curas  y  sueldos  de  su  Teniente),  mandé  que  los 
libertados  pagasen  aquella  cuota  que  les  correspondiese  (1);  para 
que  de  ningún  modo  se  perjudicase  á  los  que  quedaban  aún  en  comu- 
nidad, si  se  les  recargaba  la  parte    perteneciente  á  los  libres.» 

Resulta,  según  esto,  que  por  libertad  de  los  indios  no  entendía 
el  Virre3^  otra  cosa  sino  el  eximirlos  de  todo  trabajo  común.  Este 
concepto  era  erróneo  y  dañoso:  pues  aunque,  como  ya  se  ha  hecho 
ver,  fuera  verdadera  esclavitud  el  trabajo  en  común  obligatorio  por 
cinco  días  en  cada  semana;  no  lo  era  algún  moderado  trabajo  obli- 
gatorio: antes  bien,  era  un  gran  beneficio,  y  cosa  necesaria,  atenta 
la  indolencia  del  indio:  como  que  de  otro  modo,  faltaba  en  los  pue- 
blos el  sustento  material,  3^  se  perdía  consiguientemente  el  buen 
estado  espiritual.  La  tal  libertad,  pues,  era  un  remedio  semejante 
al  que  los  impíos  de  nuestros  tiempos  emplean  cuando  quieren  supri- 
mir algunas  cosas  buenas  que  les  e^>torban  sus  planes,  y  les  dan  en 
ojos.  Primero  procuran  que  las  obras  que  aborrecen  se  hagan  mal 
hechas,  quitándoles  los  medios  de  subsistir,  ó  bien  extremándolas  en 
el  modo:  en  seguida  ponderan  mucho  más  de  lo  que  son  los  abusos  ó  la 
inutilidad:  y  finalmente  suprimen  lo  que  se  habían  propuesto.  El  tra- 
bajo para  la  comunidad  era  cosa  no  sólo  útil,  sino  moralmente  nece- 
saria en  el  estado  en  que  se  hallaban  los  indios:  El  reglamento  de 
Bucareli  tuvo  por  consecuencia  convertirlo  en  tarea  inhumana  y 
propia  de  esclavos:  y  este  nuevo  plan  daba  en  el  extremo  contrario, 
y  lo  suprimía  del  todo. 

Lo?  encomenderos  habían  hecho  á  los  Guaraníes  esclavos  suyos, 
pues  les  obligaban  á  trabajar  perpetuamente  sin  aprovecharse  de  su 
propio  trabajo,  que  todo  cedía  en  beneficio  del  amo,  y  sin  ninguna 
retribución,  ni  más  utilidad  que  la  que  reporta  el  esclavo  de  su 
dueño,  que  es  el  sustento  y  vestido:  y  aun  ese,  según  se  ha  visto, 
había  veces  que  no  era  el  dueño  quien  lo  daba  al  indio,  sino  el  indio 
quien  lo  procuraba  para  su  amo.  Los  Jesuítas  lograron  libertar  de 
esta  durísima  esclavitud,  si  no  á  todos  los  indios,  por  lo  menos  á  los 
cien  mil  de  las  Doctrinas,  que  habían  sido  reducidos  sin  auxilio  de 
armas  de  conquistadores,  por  la  sola  eficacia  del  Evangelio.  Ensa- 
yaron varias  veces  3'  con  varios  sujetos  el  hacerles  manejar  propie- 
dad particular  inmueble,  ó  siquiera  mueble  de  ganados:  3^  no  logra- 
ron ni  aun  esto  último,  sino  en  mu3'  contados  casos,  que  venían  á  ser- 

(1)  En  mandarlo  no  había  dificultad,  como  ni  en  mandar  pagar  el  tributo.  La 
dificultad  estaba  en  cobrarlo  de  un  indio  que  no  tiene  gobierno,  ni  siquiera  para 
allegar  con  qué  sustentarse.  Lo  probable  es  ó  que  los  Administradores  lo  exigie- 
sen de  los  que  quedaron  sujetos  al  trabajo,  ó  que  la  Hacienda  lo  perdiese. 

19    Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  h. 


-290  — 

rarísimas  excepciones.  Pero  con  los  Jesuítas,  tanto  si  el  indio  tra- 
bajaba en  su  propiedad  particular,  como  si  trabajaba  en  común,  veía 
y  palpaba  que  trabajaba  para  sí,  y  disfrutaba  del  fruto  de  su  tra- 
bajo. Bucareli,  alardeando  de  grandes  reformas,  detestando  á  cada 
palabra  lo  bueno  que  hallaba  establecido,  introdujo  con  su  plan  una 
esclavitud  análoga  á  la  de  los  encomenderos:  pues  la  multitud  de 
empleados  creados  por  él,  hizo  que  para  pagar  sus  sueldos,  fuera 
menester  recargar  el  trabajo  común  hasta  cinco  días  por  semana:  y 
los  indios  veían  por  sus  ojos  que  otros  disfrutaban  abundantemente 
de  las  cosas  adquiridas  con  el  trabajo  de  ellos,  y  ellos  se  quedaban 
en  la  miseria,  sin  tener  siquiera  el  tiempo  material  para  cultivar  lo 
necesario  para  su  sustento.  El  presente  plan  les  regalaba,  con  nom- 
bre de  libertad  un  estado  que  ya  había  mostrado  la  experiencia  ser- 
les nocivo,  y  no  servir  sino  para  acarrearles  la  miseria. 

Sígnense  los  inconvenientes  ocurridos  en  la  ejecución.  «Aunque 
esta  providencia  fué  de  mucha  complacencia  para  los  indios  benefi- 
ciados, como  me  lo  manifestaron  los  Cabildos  y  los  párrocos;  pero 
como  en  toda  providencia  general  no  puede  dejar  de  ofrecerse  algún 
tropiezo,  resultó  que,  ó  por  mala  inteligencia,  ó  por  exceso  de  com- 
pasión, ó  por  algún  otro  motivo,  tal  vez  dirigido  ocultamente  á  que 
resultasen  algunos  efectos  contrarios  á  mis  ideas,  hubo  pueblo  en 
que,  reconociendo  el  libro  bautismal,  cuantos  resultaban  parientes 
del  agraciado  fueron  puestos  en  libertad.  Aunque  procuré  corregir 
este  abuso,  no  sé  si  habré  podido  remediarlo.  Hasta  ahora,  sólo  Don 
Feliciano  del  Corte,  Teniente  Gobernador  de  Concepción,  me  ha 
enviado  la  relación  de  la  distribución  de  tierras,  con  los  nombres  de 
los  individuos  á  quienes  se  han  adjudicado.  Otros  Tenientes,  aunque 
contestaron  el  obedecimiento,  si  acaso  han  puesto  en  práctica  mis 
órdenes,  no  lo  han  comunicado  en  los  términos  que  debían,  y  ejecutó 
Corte.  El  Teniente  Gobernador  de  Yapeyú  significó  no  tener  tierras 
que  distribuirles,  por  las  intrusiones  de  algunos  españoles,  que  con 
ocasión  de  ser  arrendatarios,  ó  sólo  por  ser  poderosos,  se  han  pose- 
sionado, usurpando  aquellos  terrenos,  sin  otro  título  que  el  de  la  pre- 
potencia, 3"  de  la  indefensión  de  los  pobres  indios,  á  quienes  todos  se 
creen  con  derecho  de  oprimir»  (1). 

Hasta  aquí  el  Virrey,  que  duda  si  habría  logrado  atajar  el  grave 
inconveniente  enunciado.  En  realidad,  se  halló  enredado  en  varias 
dificultades,  aun  en  la  misma  ejecución,  que  vinieron  á  agravar  los 
daños  que  en  sí  mismo  llevaba  el  plan.  Así  se  ve  por   las  comunica - 

(1)     Aviles,  Informe  citado. 


—  29]  — 

ciones  de  sus  subalternos  en  un  expediente  sobre  la  materia  (1). 
Sobrevino  entonces  mismo  la  invasión  de  los  portugueses,  que  se 
apoderaron  de  los  siete  pueblos  orientales  de  Misiones,  é  introduje- 
ron mayor  desconcierto. 

De  la  infausta  resulta  del  ensayo  de  Aviles,  da  noticia  el  Gober- 
nador D.  Lázaro  Rivera,  que  dirigiéndose  desde  el  Paraguay  al 
mismo  Virrey,  le  suplica,  exponiéndole  los  daños  ocurridos,  que 
revoque  sus  providencias  (2).  Rivera  no  tenía  por  entonces  noticia 
de  los  cargos  que  contra  él  había  expresado  el  Virrey  Aviles,  que  le 
hicieron  escribir  un  nervioso  Memorial,  en  que  juntamente  se  vindica 
5^  deshace  casi  todas  las  afirmaciones  históricas  del  Virrey  (3):  y  sin 
embargo,  ya  entonces  juzgaba  tan  grande  el  daño  de  la  mudanza, 
que  á  ella  achacaba  la  pérdida  de  los  siete  pueblos. 

Igualmente  da  testimonio  del  mal  éxito  el  brigadier  Alvear, 
en  su  Informe  sobre  la  libertad  de  indios  Guaraníes  de  1802,  di- 
ciendo (4):  «Todas  las  providencias  y  disposiciones  del  Virrey  Aviles, 
por  otra  parte  muy  eficaces  y  arregladas,  vinieron  á  ser  más  perju- 
diciales que  provechosas  por  no  haber  provisto  de  oportuno  remedio 
á  estos  dos  inconvenientes.»  Eran  los  inconvenientes,  de  cuyo  reme- 
dio pendía  el  éxito  del  plan,  la  simplicidad  de  índole  de  los  Guara 
níes,  y  la  dureza  con  que  los  trata  la  comunidad. 


TI 


PLAN  CONTENIDO  EN  LA  CÉDULA  DE  1803 

Con  fecha  17  de  Mayo  de  1803,  expidió  el  Rey  Carlos  IV  una 
real  Cédula  en  Madrid,  nombrando  Gobernador  de  los  treinta  pue- 
blos de  Guaraníes  á  D.  Bernardo  Velasco.  En  ella  declaraba  que 
aquella  Gobernación  de  Misiones  no  había  de  estar  sujeta  á  Buenos 
Aires  ni  al  Paraguay,  sino  que  se  había  de  gobernar  independiente- 
mente, como  se  gobernaban  Mojos  y  Chiquitos;  y  por  lo  mismo  se 
había  creado  por  decreto  de  28  de  Marzo  de  1803  un  Gobierno  polí- 
tico y  militar  en  Doctrinas.  Al  mismo  tiempo  mandaba  que  se  redu- 

(1)  Sevilla:  Arch.  de  Indias,  125.  1.  15. 

(2)  Ibid.  123.  1.  15. 

(3)  Ibid. 

(4)    Doña  Sabina  de  Alvear  y  Ward,  Historia  de  D.  Diego  de  Alvear,  Madrid 
1891,  Apénd.  pág.  476. 


210 


-292- 

j  ^sen  las  Doctrinas  Guaraníes  «íí/  nuevo  sistema  de  libertad...  pro- 
puesto y  principiado  d  ejecutar...  por  el  Virrey  Marqués  de  Aviles^. 

Cuál  sea  este  nuevo  sistema,  puede  verse  en  la  misma  Cédula  (1), 
que  toda  versa  sobre  la  exposición  y  prescripción  de  él.  Aquí  no 
haremos  sino  analizar  algunos  capítulos  de  su  contenido. 

La  unión  de  todos  los  pueblos  bajo  de  un  oobierno,  y  la  calidad  de 
que  éste  se  hallase  independiente  en  lo  político  y  militar  de  las  dos 
provincias  vecinas,  era  muy  conveniente,  como  lo  patentizaban  las 
continuas  competencias  de  los  últimos  años  sobre  jurisdicción  en  Doc- 
trinas; pero  era  medida  deficiente,  mientras  no  se  sujetasen  también 
al  Gobernador  las  cuestiones  de  hacienda;  porque  en  ellas  quedaba 
independiente  el  Administrador  general,  y  por  este  medio  disponía 
más  que  el  Gobernador,  de  los  Administradores  particulares,  lo  cual 
era  disponer  de  todas  las  operaciones  de  los  pueblos,  pues  los  Cabil- 
dos se  gobernaban  por  lo  que  les  insinuaba  su  Administrador. 

El  ordenar  que  se  incorporasen  á  la  Corona  las  encomiendas  que 
hubiese  en  el  Paraguay,  si  se  refería  á  las  Doctrinas,  era  disposi- 
ción inútil,  porque  no  había  ninguna.  Precisamente  había  sido  este 
el  objeto  por  el  cual  habían  batallado  los  Jesuítas  durante  siglo  y 
medio,  defendiendo  la  libertad  de  los  indios,  y,  si  bien  no  la  consi- 
guieron para  lo  restante  del  Paraguay,  la  consiguieron  á  lo  menos, 
y  á  costa  de  grandes  fatigas,  calumnias  y  persecuciones  la  defen- 
dieron para  las  Doctrinas.  No  quedaron  sino  unos  pocos  mitayos  r n 
San  Ignacio  guazú:  y  aun  éstos  fueron  incorporados  definitivamente 
á  la  Corona  por  Cédula  de  1728.  Si  hablaba  de  encomiendas  de  fuera 
de  las  Doctrinas,  era  justísima  prescripción  (2). 

v.Qne  á  todos  se  repartan  sin  escases  tierras  y  ganados  de  los 
sobrantes^)  supone  que  los  había.  Lo  cual  hubiera  sido  muy  de 
desear;  pero  ya  hemos  visto  el  hambre  y  falta  de  medios,  que  con 
otras  causas  concurrían,  no  como  las  de  menos  influjo,  para  promo- 
ver la  deserción  de  los  indios.  Y  en  cuanto  á  las  tierras,  esta  misma 
Cédula  expresa  cómo  los  españoles,  europeos  y  americanos,  «co//  el 
tiempo  se  habían  alsado  con  todas  ó  la  mayor  parte  de  las  [tierras] 
de  los  indios^).  Y  así,  es  de  admirar  que  con  tan  pocos  renglones  de 
distancia  se  contradiga  hablando  ahora  de  «/os  sobrantes^)  y  diciendo 
que  (íabuuda  terreno  para  todos-». 

El  plan  establecía  la  vinculación  de  la  tierra  en  cada  familia; 
pero  no  advertía  las   mil   imposibilidades   para    hacerla    efectiva, 

())     Apénd.  núm.  69. 

(2)  Lamas,  Colección  de  Memorias  y  documentos,  tomo  I,  Montevideo  1849, 
página  457. 


—  293  — 

cuando  toda  la  familia  se  huía,  cuando  le  promovían  un  pleito  sobre 
la  legitimidad  de  la  distribución  con  que  había  sido  favorecida; 
cuando  el  mismo  indio  enajenaba  su  propiedad,  y  no  había  quien 
reclamase  en  contra.  Dejando  aparte  la  conveniencia  de  la  vincula- 
ción en  sí,  era  un  remedio  de  obtener  el  ejercicio  de  propiedad  de 
parte  de  los  indios,  más  difícil  que  el  mismo  fin. 

Con  prohibirles  vender  las  tierras,  pensaba  que  se  aplicarían  á 
cultivarlas,  y  tenerlas  pobladas  de  ganado.  Mas  esto  era  desconocer 
lo  más  fundamental,  é  ignorar  la  índole  del  indio,  ociosa  é  imprevi- 
sora, incapaz  de  cuidar  ni  de  un  par  de  bueyes  para  su  labranza. 

Quería  que  se  estableciese  en  todas  las  Doctrinas  escuela  de 
castellano,  que  era  la  panacea  universal  de  Bucareli.  Mas  j-a  para 
la  fecha  de  la  Cédula  hacía  tiempo  que  se  había  establecido  la 
escuela  en  todos  los  pueblos;  y  por  cierto  que  no  había  servido  sino 
para  aumentar  la  miseria  y  la  inmoralidad  por  la  condición  de  los 
maestros  y  el  gravamen  del  sueldo;  y  así  clamaban  contra  los  tales 
Doblas(l)  y  Alvear  (2);y  era  de  opinión  el  Administrador  Lazcano  (3) 
que  sólo  en  los  pueblos  menos  alcanzados  se  había  de  sustentar 
maestro  de  fuera;  y  en  los  otros  había  de  ser  maestro  uno  de  los 
mismos  indios.  Las  dos  prescripciones  de  que  el  maestro  no  reciba 
presente  ni  gratificación;  y  que  sea  persona  de  instrucción,  probidad 
3'  conducta,  eran  tan  fáciles  de  escribir  en  el  papel,  como  imposibles 
de  cumplir.  Porque,  como  en  análoga  materia,  hablando  de  los 
Administradores,  decía  Lazcano  (4),  había  que  proceder  «.atendiendo, 
que  poi'  el  corto  sueldo  de  [IbO]  pesos  no  se  encuentran  sujetos  de 
la  calidad  que  puedan»  tener  todas  las  dotes  que  la  ley  se  com- 
plazca en  exigir. 

La  prevención  de  que  <íCon  igual  esmero  se  provean  los  curatos 
de  dichos  pueblos  en  sujetos  de  conocida  suficiencia,  virtud  y  demás 
buenas  prendas  con  la  carga  de  mantener  los  Vicarios  necesarios-!), 
era  también  un  legislar  en  el  aire,  olvidando  la  escasez  de  clero  en 
estos  países,  la  lejanía  y  molestias  de  las  Doctrinas,  que  hacía  que 
aun  para  los  Religiosos  fuesen  carga  pesada,  el  sínodo  mezquino  que 
t  enían  señalado  de  200  pesos  anuales,  inferior  al  de  un  maestro  y  aun 
de  un  capataz;  y  la  exigüidad  de  los  tributos,  que  no  bastaban  para 
atender  á  tantos  gastos,  si  no  era  gravando  todavía  más  á  los  indios, 

(1)     Adiciones  á  la  Memoria  sobre  Misiones  MS.  núm.  13. 
(2;     Relación,  ed.  Ángelis,  1836,  págs.  91  y  105. 

(3)  Medios...  para  socorrer  los  pueblos  de  Misiones.  (Bs.  As.  Arch.   gen,  leg 
Misiones  I  Varios  años  /  a). 

(4)  Estado  general  de  los  pueblos.  Arch.   Gen.  de  Bs.   As.  legajo  Misiones 
Varios  años  I   1. 


-  294- 

y  exigiéndoles  mis  trabajo;  y  finalmente,  lo  aéreo  é  inverosímil  de 
la  perspectiva  que  les  proponía,  de  llegar  por  aquellas  parroquias  á 
las  Prebendas  y  Dignidades  de  las  Iglesias  Catedrales. 

Hasta  aquí  los  accesorios.  La  medida  sustancial  consistía  en  qne 
cá  aquellos  naturales  «S6^  les  diese  libertad  como  á  los  españoles,  res- 
tituyéndoles sus  propiedades  individuales,  la  patria  potestad,... 
gobernándose  según  ellas  (las  leyes),  y  observando  las  ordenanzas 
del  país  en  lo  que  sean  adaptables,  y  las  del  Capitán  general  Buca- 
reli  en  lo  que  convengan  á  las  criticas  circunstancias  de  pasar  de 
un  estado  ignorante  y  rudo  á  otro  ilustrado  y  libre.-»  Con  sólo  este 
último  inciso,  harto  más  confuso  de  lo  que  conviene  á  una  ley,  en 
que  se  manda  que  los  Guaraníes  se  sujeten  á  las  leyes  comunes,  á 
las  Ordenanzas  del  país  y  á  las  Instrucciones  de  Bucareli  en  cuanto 
lo  pidan  las  críticas  circunstancias,  etc.;  había  bastante  para  volver 
á  enredar  de  nuevo  á  los  Guaraníes  en  el  pasado  sistema,  que  tan 
malo  había  mostrado  la  experiencia.  «Darles  libertad  como  á  los 
españoles»  comprendía  dos  cosas:  la  una  el  eximirles  del  absurdo 
sistema  de  comunismo  que  había  resultado  del  Reglamento  de  Buca- 
reli; la  otra  dejarles  que  trabajasen  conforme  á  su  arbitrio,  sin  urgir- 
Íes  ni  aun  para  lo  propio,  ni  dirigirles  en  nada.  Lo  primero  lo  exigía 
la  humanidad  y  la  justicia,  para  que  no  viviese  el  indio  trabajando 
cinco  días  de  la  semana  para  su  comunidad.  Lo  segundo  derogaba  á 
las  leyes  de  Indias,  que  mandaban  obligar  á  los  indios  á  que  traba- 
jasen; contrariaba  á  la  experiencia  secular  de  los  Jesuítas,  que 
habían  comprobado  que  el  indio  abandonado  á  sí  mismo  no  trabajaba 
ni  aun  lo  preciso  para  comer  él,  y  que  así  se  arruinaban  los  pueblos; 
y  contrariaba  asimismo  al  testimonio  de  los  que  trataban  á  los  indios 
en  el  momento  de  darse  la  le}",  y  aseguraban  que  los  indios  eran 
actualmente  tan  incapaces  de  manejarse  como  lo  eran  treinta  años 
atrás.  En  una  palabra,  era  autorizar  el  error  de  que  los  Guaraníes 
tenían  todas  las  cualidades  propias  de  los  españoles  europeos  3^  ame- 
ricanos; y  arrostrar  voluntariamente  todas  sus  consecuencias  que 
enumera  Doblas.  <íRestituir  á  los  indios  sus  propiedades  indivi- 
duales^>  supone  que  las  habían  tenido,  lo  cual,  en  cuanto  al  hecho, 
es  inexacto,  hablando  de  propiedad  de  inmuebles  ó  territorial.  «Res- 
tituirles la  patria  potestad-»  supone  que  estaban  privados  de  ella,  lo 
cual  era  igualmente  inexacto;  5'  acaso  procedió  de  las  declamaciones 
de  Doblas,  que  luego  referiremos. 

El  plan,  pues,  en  las  cosas  útiles  que  enunciaba,  era  impractica- 
ble En  las  que  mandaba  ejecutar  y  se  podían  poner  por  obra,  había 
de  producir  necesariamente  consecuencias  lastimosas  para  todos,  y 


—  295  - 

primero  para  los  pobres  indios.  Era  inspirado  este  plan  por  las 
enormidades  á  que  había  conducido  el  de  Bucareli,  que  ahora  todas 
se  achacaban  al  trabajo  de  comunidad ,  sin  reparar  que,  así  como  la 
exageración  de  éste  había  producido  la  ruina  material  y  esclavitud 
de  los  indios,  así  el  quitarlo  del  todo  iba  á  hacer  imposible  el  soste- 
nimiento de  las  cargas  comunes,  y  la  vida  ordenada  de  los  mismos 
particulares. 

Ni  abonan  el  nuevo  plan  los  efectos  que  de  él  enumera  la  Cédula. 
Estos  parecen  ser  de  tres  clases.  Primero  «que  era  inexplicable  el 
júbilo  de  aquellos  pueblos  por  la  libertad  que  se  había  dado  á  tres- 
cientos padres  de  familias  por  auto  de  diez  y  ocho  de  Febrero  de 
dicho  año  (1800),  según  lo  habían  informado  los  Curas  y  cabil- 
dos.» El  segundo,  que  «se  habían  dedicado  á  reedificar  sus  habita- 
ciones, al  abono  de  sus  terrenos  particulares  y  demás  servicios  de 
agricultura  é  industria.»  El  tercero,  que  «se  hallaban  ya  en  posesión 
de  la  exención  de  los  trabajos  de  comunidad  seis  mil  doscientos  doce 
de  ambos  sexos  y  de  todas  edades,  viviendo  con  sus  respectivas  fami- 
lias.» (1^ 

La  alegría  de  los  indios  no  prueba  la  bondad  del  sistema;  prueba, 
sí,  que  una  de  las  cosas  contenidas  en  el  sistema  es  muy  agradable; 
cual  es,  el  libertar  á  los  agraciados  de  la  sujeción  á  trabajar.  Por 
otra  parte,  nadie  más  fácil  de  inducir  á  alegría  que  los  indios,  sabién- 
doles ponderar  los  grandes  provechos  que  reportarán  de  alguna 
disposición,  aunque  no  sean  verdad;  precisamente  porque  tienen  poca 
penetración,  y  así  no  ven  la  realidad,  si  no  está  muy  manifiesta,  y 
se  contentan  con  la  apariencia.  El  dedicarse  á  reedificar  sus  habita- 
ciones, al  abono  de  sus  tierras  particulares,  y  á  los  demás  trabajos  de 
agricultura  é  industria,  era  en  el  primer  fervor  del  entusiasmo,  pues 
el  auto  de  exención  había  salido  de  Buenos  Aires  á  diez  y  ocho  de 
Febrero  de  1800,  y  el  Virrey  cesó  en  Mayo  de  1801;  siendo  la  carta 
á  que  se  refiere  ia  Cédula  bastante  anterior  á  la  cesación  del  Virrey, 
Pero  era  necesario  saber  si  no  había  sucedido  con  los  eximidos  lo 
mismo  que  en  tiempo  de  Bucareli,  cuando  se  celebró  también  con 
grandes  regocijos-la  dolosa  libertad  que  él  les  ofrecía,  é  inmediata- 
mente después  los  indios  se  dejaron  estar  caballeros  sin  trabajar, 
aguardando  quizá  que  el  Rey  les  señalase  para  vivir  alguna  renta 
de  su  real  Erario.  Esto  parece  que  es  lo  que  sucedió.  Por  lo  menos 
así  lo  da  á  entender  un  expediente  que  se  conserva  hoy  en  la  Secre- 
taría de  la  Curia'Arzobispal  de  Buenos  Aires,   en  que  con  fecha  de 

(1)     Cédula  de  17  de  Mayo  de  1803.  (Apénd.  niim.  69). 


-296- 

1809  y  por  orden  del  Sr.  Obispo  Lúe,  da  cuenta  detallada  el  Cura 
de  la  doctrina  de  San  Francisco  Javier,  del  estado  de  aquel  pueblo; 
y  lodescribe  sumido  en  la  miseria,  siendo  una  de  las  causas  principales 
la  increíble  indolencia  y  abandono  del  trabajo  de  parte  délos  indios. 
En  cuanto  á  entrar  en  posesión  de  la  exención,  es  claro  que  queda- 
rían exentos  los  indios,  si  el  auto  les  concedía  la  gracia.  Pero  el  que 
fueran  6.212  los  agraciados,  en  vez  de  ser  una  recomendación  del 
sistema,  es,  como  bien  lo  nota  el  Virrey,  un  error  muy  dañoso  en  la 
ejecución;  pues  si  eran  300  los  jefes  de  familia,  y  sólo  habían  de  que- 
dar exentos  sus  hijos  y  los  que,  siendo  parientes,  estuvieran  bajo  de  su 
dependencia  en  cuanto  cabezas  de  familia;  será  forzoso  decir  que  los 
exentos  no  debían  ser  más  de  1.500,  calculando  cada  familia  de  cinco 
individuos.  Los  4.712  restantes  habían  sido  eximidos  por  error.  Y  no 
era  este  error  de  poca  importancia;  pues  por  una  parte  el  volverlos 
á  sujetar  al  trabajo  en  común  no  era  fácil,  ni  se  podía  hacer  sin  gran- 
des disgustos,  una  vez  que  ya  habían  sido  declarados  exentos  }' 
empezado  á  tratarse  como  tales.  Y  por  otra  parte,  eran  ineptos  para 
manejarse  por  sí,  pues  de  otro  modo,  ya  hubieran  sido  comprendidos 
en  las  listas  pasadas  al  Virrey,  en  las  que,  sin  embargo,  ninguno  de 
ellos  estaba  anotado. 

La  Cédula  se  había  expedido  teniendo  á  la  vista  multitud  de 
informes  emanados  de  América,  entre  los  cuales  se  hallaban  los  del 
Gobernador  del  Paraguay  Rivera  y  un  Reglamento  suyo  con  ideas 
y  providencias  muy  diversas  de  las  que  se  adoptaron  (1);  pero  nada 
se  estimó  útil,  sino  el  plan  contenido  en  el  Informe  de  8  de  Marzo 
de  1800  del  Virrey  Aviles  (2),  cuyos  puntos  se  reproducen  literal- 
mente. 

Al  deliberarse  en  Buenos  Aires  sobre  el  modo  de  aplicar  la 
Cédula  de  1803,  se  pidió  parecer  al  Protector  de  naturales,  Don 
Manuel  Genaro  Villota.  Su  dictamen,  publicado  por  Zinny  (3),  aun- 
que inspirado  en  la  mejor  voluntad,  agravaba  sin  embargo  aún  más 
las  miserias  de  los  indios,  asignando  nuevos  empleos,  como  eran  un 
Asesor  con  quinientos  pesos  de  sueldo,  y  un  Secretario  con  otros  qui- 
nientos; ordenando  la  erección  de  hospitales,  aumentando  (como  era 
de  justicia)  el  sínodo  á  los  Curas;  y  todo  esto  á  costa  de  los  pueblos; 
y  finalmente,  elevando  el  tributo  á  dos  pesos,  cuando  siempre  había 
sido  de  uno.  Y  es  cosa  digna  de  notarse  que  el  buen  juicio  del  Pro- 
tector de  indios  le  dictó  ser  necesario  algún  trabajo  de  todos,  para 

(1)  .Sevilla:  Arch.  de  Indias:  123.  1.  15. 

(2)  Ibid.  Informe  del  Virrey,  núm.  37.  sqq. 

(3)  Zinny,  Gobernantes  del  Parag'uay,  1887.  Bs.  As.  pág.  211. 


-  i'97  - 

conservar  los  bienes  comunes.  Lo  cual  era  volver  á  lo  que  hacían  los 
Jesuítas,  quienes  en  tanto  emplearon  el  trabajo  en  común,  en  cuanto 
fué  necesario  para  servicio  del  pueblo.  Mas  ahora  se  requería 
inmenso  más  trabajo,  habiéndose  aumentado  cada  vez  más  las  aten- 
ciones á  que  se  había  de  acudir  con  este  fondo  común;  de  suerte  que, 
si  en  tiempo  de  los  Jesuítas  era  necesario  que  trabajasen  durante  me 
dio  año  dos  días  por  semana  para  el  procomún,  ahora  habían  de  ser 
necesarios  mucho  mayor  número  de  días.  Con  esto  volvía  la  obligación 
del  trabajo  común,  y  harto  agravada,  aunque  parezca  que  la  Cédula 
quería  quitarla  del  todo.  De  manera  que  no  se  podía  pensar  en  una 
aplicación  racional  de  la  Cédula,  sin  que  se  viniera  á  obrar,  sin  pre- 
tenderlo ni  pensarlo,  de  un  modo  análogo  al  que  empleaban  los 
Jesuítas.  He  aquí  el  parecer  del  Protector  en  cuanto  hacía  necesario 
el  trabajo  en  común: 

«Habiendo  de  quedar  los  pueblos  reatados  á  varias  cargas  en 
beneficio  común  de  los  indios,  como  son  el  sueldo  de  algunos  em- 
pleados, el  establecimiento  de  hospital  y  escuela,  el  socorro  de  viejos 
é  inhábiles,  y  el  auxilio  que  pueden  necesitar  los  indios  en  los  pri- 
meros años  del  nuevo  sistema:  es  indispensable  también  que  se 
establezcan  bienes  de  comunidad,  capaces  con  su  producto  de  sufrir 
este  gravamen,  á  cuyo  objeto  pueden  destinarse  las  'principales 
estancias  de  los  pueblos  que  no  admiten  cómoda  división,  las  caleras 
y  hornos  de  ladrillo,  algunos  algodonales,  los  yerbales  y  montes  de 
madera  inmediatos,  y  otras  fincas  comunes  acomodadas,  según  las 
circunstancias  locales  de  los  pueblos;  á  cuya  conservación  y  trabajo 
deberán  destinarse  todos  los  indios  de  cada  comunidad  en  alguna 
parte  del  año,  repartiéndose  esta  carga  con  la  posible  igualdad, 
según  sea  más  á  propósito  para  la  oportuna  labor,  faena,  corte  y 
cosecha,  en  los  términos  que  lo  hacen  los  demás  indios  del  Perú,  y 
los  vecinos  de  los  lugares  de  España  con  respecto  á  sus  propios 
bienes  comunes,  sin  perjuicio  del  tiempo  que  necesitan  para  emplearlo 
en  sus  peculiares  labores,  y  adoptando  el  gobierno  los  medios  pru- 
dentes para  que  no  queden  abandonadas  las  haciendas  de  su  propie- 
dad» (1).  «Los  indios,  en  el  nuevo  sistema,  han  de  quedar  exentos..., 
con  sola  la  carga  de  cultivar  los  bienes  que  se  destinen  á  las  aten- 
ciones comunes  por  el  tiempo  preciso  para  esta  faena,  según  parezca 
más  oportuno  al  gobernador  ó  subdelegados»  (2). 

El  sistema  de  la  Cédula  de  1803  no  llegó  á  ponerse  en  ejecución.  El 
dictamen  citado  del  fiscal  es  de  fecha  22  de  Febrero  de  1804.  Puesto 

(1)  ZiNNY,  Gobernantes  del  Paragua}',  Buenos  Aires,  1887,  pág.  215. 

(2)  ídem,  pág.  216. 


-  298  - 

Velasco  el  mismo  año  en  posesii'm  del  Gobierno  de  Misiones,  quiso 
empezar  á  entablar  el  nuevo  sistema;  pero  tropezó  con  varias  dificul- 
tades, y  en  especial  con  la  oposición  de  algunas  personas  interesadas 
en  que  no  se  llevase  adelante  la  mudanza.  Y  es  cosa  singular  que 
entre  los  que  le  dificultaron  la  empresa,  aquel  de  quien  más  repeti- 
damente se  queja  en  sus  comunicaciones  el  Virrey,  es  precisa- 
mente D.  Gonzalo  de  Doblas,  quien,  relevado  de  su  cargo  de 
Teniente  de  Concepción,  se  quedó  varios  años  en  Doctrinas,  dando 
origen  A  algunos  disgustos;  y  ahora,  según  los  informes  de  Velasco, 
se  oponía  al  planteamiento  de  la  libertad  de  los  indios  con  varias 
artes.  Lo  cual  es  tanto  más  de  admirar,  cuanto  en  sus  escritos  se 
manifiesta  ardiente  partidario  de  la  inmediata  exención. 

Entretanto  le  llegó  á  Velasco,  por  Marzo  de  1806,  su  nombra- 
miento para  Gobernador  del  Paraguay,  sin  dejar  de  serlo  de  Misio- 
nes, y  pasó  á  tomar  posesión  del  nuevo  gobierno,  como  lo  verificó  en 
la  ciudad  de  la  Asunción  á  5  de  Mayo  de  1806.  Con  esto  se  interrum- 
pieron las  diligencias  empezadas.  Vino  en  seguida  la  invasión  inglesa, 
en  que  Velasco  fué  llamado  á  Buenos  Aires  y  bajó  á  este  puerto;  y 
pronto  se  siguió  la  independencia,  sin  que  hubiese  tenido  aplicación 
la  Cédula  de  1803. 

Pero  si  se  hubiese  llegado  á  poner  en  práctica,  se  puede  conje- 
turar fundadamente  que  hubiera  producido  el  efecto  que  produjo  el 
decreto  de  abolición  del  régimen  de  trabajo  común  dado  en  1848  por 
el  presidente  D.  Carlos  López,  cuyas  consecuencias  describe  Moussy 
en  los  siguientes  términos:  «La  condición  de  los  indios  vino  á  ser 
indudablemente  peor;  porque  con  el  régimen  de  que  salieron,  obte- 
nían el  albergue,  mantenimiento  y  vestidos  en  cambio  del  trabajo  en 
común;  mientras  que  hoy  [ocho  años  después],  abandonados  á  sí 
propios,  han  caído  en  la  más  profunda  miseria.  En  efecto,  no  siendo 
muy  inteligentes,  y  sólo  medianamente  laboriosos,  una  vez  sustraídos 
de  la  dirección  á  que  estaban  acostumbrados,  no  han  sabido  cons- 
truirse más  que  miserables  ranchos  en^medio  del  campo  mal  cercado, 
en  que  cultivan  maíz,  mandioca,  calabazas  y  tabaco,  como  los  demás 
paraguayos,  y  todavía  con  menos  actividad  que  éstos:  y  fuera  de 
este  cultivo,  no  han  acertado  á  dedicarse  á  industria  alguna  lucra- 
tiva. Desde  que  ha  sido  abandonada  á  sí  misma,  la  población  Guaraní 
disminuye  más  rápidamente  todavía,  á  causa  de  la  alimentación 
insuficiente,  y  sobre  todo,  irregular,  á  que  se  ve  sujeta,  por  conse- 
cuencia de  su  imprevisión  é  incuria.» 


299 


III 


PLAN  DEL  EXPULSO  IBÁÑEZ  DE  ECHAVARRI 

El  año  de  1755  llegaba  al  Río  de  la  Plata  una  expedición  de  Misio- 
neros, de  las  que  frecuentemente  enviaban  los  monarcas  españoles  á 
sus  dominios,  con  grandes  gastos  del  Real  Erario,  para  propagar  y 
mantener  en  su  vigor  la  fe  y  religión  católica.  Entre  ellos  venía  esta 
vez  el  sacerdote  Bernardo  Ibáñez  de  Echavarri,  quien,  despedido  de 
la  Compañía  de  Jesús  en  España,    hubo  de  dar  muestras  de  arrepen- 
timiento 3'  enmienda,  puesto  que  habiendo  solicitado  nuevamente  su 
ingreso,  fué  admitido  otra  vez  en  ella.   Pero  dentro  de  poco  tiempo 
de  haber  llegado  á  América,   fué  de  nuevo  expulsado.  Hallóse  des- 
pués en  Misiones,  como  capellán  de  una  de   las  partidas  de  demarca- 
ción de  límites,  y  ciego  por  el  despecho  de  su  expulsión,  se  dedicó  á 
recoger  cuanto  en  su  concepto  podía  denigrar  é  infamar  á  los  Jesuí- 
tas; formando  de  todo  ello  un  venenosísimo  libelo,  lleno  de  calumnias 
y  falsedades;  en  que  ni  de  sí  misn^o  se  olvida,   y  se  cita  con  presun- 
ción manifiesta,  dándose  por  sabio  en   teología,   y   fingiendo  como 
causa  de  su  expulsión  en  América  el  haber  él  aconsejado  en  1753  al 
marqués  de  Valdelirios  en  Buenos  Aires  que  prosiguiese  sin  levantar 
mano  el  negocio  de  la  entrega  de  los  siete  pueblos,  poique  era  mu}^ 
fácil  y  hacedero,  aunque  los  Jesuítas  lo  pintasen  difícil.  Mentira  tan 
manifiesta,  como  que  Ibañez  no  llegó   á   Buenos  y\ires  hasta  1755,  y 
por  consiguiente,  finge  que  estaba  aquí  dos  años  antes  de  llegar.  Es 
verdad  que  no  fué   él  quien   publicó   el  escandaloso  libelo,  sino  que, 
según  se  dice,  al  sentirse  enfermo  para  morir,  lo  encargó  á  un  sacer- 
dote de   conciencia,  para  que  obrase   como  juzgara   convenir;  mas 
cuando  el  sacerdote  lo  buscó  en  el   lugar  que  Ibañez  le   había  seña- 
lado entre  sus  libros,  ya  no  lo  pudo  encontrar,  porque  lo  habían  sus- 
traído; y  fué  uno  de  los  muchísimos  libros  que  contra   los  Jesuítas 
se  imprimieron  por  instigación  del  conde  de  Aranda  en  seguida  del 
extrañamiento,  pretendiendo  cubrirlos  de  ignominia  y  hacerlos  infa- 
mes con  sus  calumnias,  privándolos  de  la  honra,  así  como  los  había 
privado  de  la  patria  y  de  todos  los  bienes.   Por  lo  mismo,  no  es  fácil 
averiguar  qué  cosas  eran  del  expulso,   y   cuáles  inventadas  ó  añadi- 
das por  los  editores;  aunque  es  verdad  que  uno  y  otros  tenían,  y  des- 


211 


-300- 

cubren  á  la  simple  lectura, un  profundo  encono  contra  la  Compañía 
de  Jesús. 

En  este  libelo,  titulado  Reyno  Jesuítico,  después  de  pintar  l.is 
Reducciones  Guaraníes  del  tiempo  de  los  Jesuítas  con  los  más  negros 
colores,  se  presenta  con  gran  suficiencia  un  plan,  en  virtud  del  cual 
en  muy  breve  tiempo  se  convertirán  aquellos  pueblos,  trastornados, 
empobrecidos  y  pervertidos,  según  él,  por  la  maldad  de  sus  Doctri- 
neros, en  una  provincia  floreciente,  morigerada,  y  tan  rica,  que  de 
ella  podrá  sacar  el  Rey  tributos  por  centenares  de  miles,  y  aun  por 
millones  de  pesos.  He  aquí  el  plan  en  sustancia.  Lo  primero  que  se 
ha  de  hacer  es  expulsar  de  aquellas  Misiones  á  los  Jesuítas.  Luego 
se  han  de  poner  empleados  seglares  que  administren  los  bienes  tem- 
porales de  los  indios.  Se  ha  de  establecer  el  comercio,  dejando  entrar 
libremente  á  los  comerciantes,  como  en  las  otras  provincias,  de  la 
monarquía.  Se  ha  de  establecer  la  lengua  castellana,  lo  cual  es  de 
capital  importancia,  y  muy  fácil.  Se  ha  de  esparcir  la  población  de 
las  Doctrinas,  que  ya  es  demasiada  en  cada  Doctrina,  sacando  de 
ellas  varias  colonias,  con  lo  que  se  podrá  formar  una  y  aun  varias 
provincias.  Con  estas  medidas,  dentro  de  poco  alcanzarán  á  verse 
allí  trescientas  mil  almas,  y  cobrará  el  Real  erario  cincuenta  mil 
pesos  anuales  de  solo  tributos,  siendo  un  millón  de  pesos  oro  anual 
lo  que  producirá  el  país  para  los  indios. 

Las  líneas  generales  de  e.ste  plan  son  las  mismas  que  las  del  plan 
de  Bucareli;  tanto,  que,  al  leerlo,  ocurre  el  pensamiento  de  que  ó 
Bucareli  siguió  punto  por  punto  á  Ibáñez  en  la  ejecución  del  extra- 
ñamiento y  aun  en  las  Instrucciones;  6  las  insinuaciones  del  libelo 
de  Ibáñez,  impresas  en  1770,  son  copia  de  lo  que  ya  Bucareli  había 
hecho  y  decretado.  Por  tanto,  habiendo  examinado  ya  el  plan  de 
Bucareli,  nonos  detendremos  en  el  de  Ibáñez,  sino  para  hacer  al- 
guna que  otra  observación;  pues  lo  dicho  acerca  de  lo  irracional 
del  plan  de  Bucareli  y  de  sus  funestos  efectos,  cuadra  todo  al  de 
Ibáñez. 

Es  de  notar  la  largueza  en  las  pijípmesas  á  las  cuales  correspon- 
dieron resultados  grandes,  sí,  pero  por  lo  desastrosos.  La  población 
subirá  á  trescientos  mil  habitantes:  ya  la  hemos  visto  de  cien  mil 
bajar  en  treinta  y  cuatro  años  á  cuarenta  y  cinco  mil;  y  continuar 
luego  bajando  siempre.  Los  tributos  serán  cincuenta  mil  pesos  anua 
les:  sin  duda,  poniendo  más  contribuyentes  que  moradores.  Los  pro 
ductos  anuales  para  los  indios,  más  de  un  millón  de  pesos:  3'  por  eso 
se  morían  de  hambre  y  miseria.  Idos  los  Jesuítas,  se  moralizarán  los 
indios:  3'  sabemos  por  Alvear  que  las  Doctrinas  en  1795  ofrecían  un 


-301- 

espectáculo  nauseabundo  de  inmoralidad  (1),  y  que  este  mal  era 
inveterado  y  sin  esperanza  de  remedio.  Dice  Ibáñez  que  en  un  año 
aprenderían  todos  los  Guaraníes  castellano:  y  sabemos  que  á  los 
treinta  años  estaban  tan  ignorantes  del  castellano  como  al  princi- 
pio (2),  y  hoy  lo  están  los  que  quedan  como  entonces. 

No  duda  en  asentar  contra  los  Jesuítas  las  falsedades  nicas  paten- 
tes con  suma  desvergüenza:  así,  dice,  que  los  estados  anuales  que 
hacían  los  Jesuítas,  y  que  él  había  registrado  desde  el  de  1660  hasta 
el  de  1760,  presentaban  todos  los  años  cien  mil  almas:  falsedad  cuya 
mentira  se  podía  convencer  al  momento,  como  se  puede  convencer 
hoy  con  sólo  presentarle  ante  los  ojos  dos  ó  tres  de  las  muchas 
numeraciones  anuas  que  originales  todavía  se  conservan  (3).  Pero 
esto  le  importaba  decir,  para  acreditar  su  disparatada  calumnia  de 
que  los  Jesuítas  procuraban  que  no  aumentase  ni  disminuyese  la 
población,  á  fin  de  mantener  el  soñado  reino,  poruña  parte  no  deján- 
dolos crecer  tanto  que  no  los  pudiesen  sujetar;  por  otra,  no  dejándo- 
los disminuir  de  modo  que  no  tuviesen  en  ellos  tropa  bastante  para 
imponerse  á  los  españoles.  Y  así  esta  calumnia  se  apoya  en  la  ante- 
rior falsedad:  y  el  autor  miente  descaradamente  para  poder  calum- 
niar con  más  furor. 

No  menos  extravagante  es  la  idea  de  que  el  madrugar  á  la  salida 
del  sol  é  ir  á  rezar  las  oraciones  del  Catecismo  á  la  iglesia  los  niños 
3'  niñas,  era  causa  de  una  gran  mortalidad  en  ellos  (que  también 
achaca  á  los  Jesuítas);  y  así  Ibáñez  prescribe  que  no  vayan  á  rezar 
el  Catecismo. 

Finalmente,  para  no  alargarnos  demasiado  en  éste,  que  resulta 
el  más  grotesco  y  desatinado  de  cuantos  planes  han  elaborado  los 
arbitristas  para  reformar  á  los  pobres  Guaraníes,  diremos  una  pala- 
bra de  las  colonias  de  Ibáñez.  Afirma  él  que  es  el  negocio  más  fácil 
sacar  de  los  pueblos  de  Guaraníes  una  porción  de  ellos  para  fundar 
nueva  estación  en  otra  parte.  No  importa  que  la  experiencia  haya 
probado  que  la  generalidad  de  los  indios  preferían  exponerse  á  todos 
los  riesgos  y  aun  á  la  muerte,  por  no  abandonar  sus  tierras;  que  se 
volvían  del  camino;  que  se  escapaban  de  los  pueblos  donde  ya  esta- 
ban; cosas  que  se  vieron  en  la  transmigración  del  Guayrá,  en  la  del 
Tape,  en  los  tobatines,  y  en  la  formación  de  las  cinco  ó  seis  nuevas 
colonias  que  en  150  años  llegaron  á   fundar  los  Jesuítas.  La  voz  de 


(1)  Relación,  ed.  Ángklis,  1836,  pág.  105. 

(2)  Capítulo  VII,  §  VI. 

(3)  Buenos  Aires:  Arch.  gen.:  leg.   tuím.  35  I  Misiones  I  Compañía  de  Jesús  / 
Varios  años. 


-  302  - 

Ibáñez  tiene  más  autoridad  que  la  de  la  experiencia:  Ibáñez  lo  dice: 
iiay  que  darle  crédito.  Pero  es  curioso  su  modo  de  poblar.  Tómense 
para  cualquier  distrito,  aunque  sea  del  Chaco,  cien  blandengues  con 
sus  familias:  establézcanse  en  un  punto,  llevando  algunos  indios 
como  convenga;  levanten  casas:  ya  tenemos  un  pueblo  sólidamente 
formado,  que  se  defenderá  maravillosamente  de  todos  los  indios. 
Con  quinientos  ó  seiscientos  blandengues  distribuidos  de  este  modo, 
estará  poblado  y  conquistado  en  pocos  años  el  Chaco,  que  en  más  de 
cien  años  no  han  podido  arreglar  los  Jesuítas.  Traslado  á  las  autori- 
dades que  quieran  poblar  las  comarcas  desiertas  ú  ocupadas  por  los 
bárbaros.  Pero  bueno  será  que  sepan  el  hecho  que  no  debió  ignorar 
Ibáñez,  de  que  por  haber  observado  el  Gobernador  Andonaegui  que 
la  población  de  Lujan  había  logrado  arraigar  al  oeste  de  Buenos 
Aires  con  sólo  la  iniciativa  individual,  á  pesar  de  estar  frontera  á 
los  indios,  se  animó  á  fundar  tres  poblaciones,  precisamente  con  la 
circunstancia  de  que  fuesen  en  los  puntos  donde  estaban  las  compa- 
ñías de  blandengues  (Salto,  Laguna  Brava  y  la  Matanza);  y  aunque 
algo  más  tarde,  por  Cédula  de  7  de  Setiembre  de  1760  se  concedió 
la  solicitud  que  él  había  hecho,  señalando  para  la  fundación  efica- 
ces auxilios  y  medios,  nunca  llegaron  á  formalizarse  estas  poblacio- 
nes (1).  Ni  tampoco  las  que  con  las  mismas  circunstancias  se  traza 
ron  en  los  boquetes  de  la  Sierra  (2).  Los  pueblos  de  San  Gabriel 
de  Batoví  3^  San  Félix  de  la  Esperanza,  que  más  tarde  se  fundaron 
con  grandes  empeños  de  Azara  y  copioso  auxilio  de  blandengues  en 
frontera  portuguesa  {3\  apenas  alcanzaron  á  durar  uno  ó  dos  años. 
Y  lo  mismo  les  hubiera  sucedido  á  las  colonias  que  soñaba  la  fanta- 
sía del  no  menos  presuntuoso  que  maldiciente  é  ignoiante  Ibáñez. 


IV 

212 

^*^  PLAN  DE  DOBLAS 

Otro    plan   generalmente   conocido    es    el  que    más  tarde    ideó 
y  expuso   D.    Gonzalo   de    Doblas    en    1785,    siendo    Teniente   de 

(1)  [SalvaireJ,  Historia  de  Nuestra  Señora  de  Lujan,  Buenos  Aires  1885,  capí- 
tulo VII,  número  XV. 

(2)  Ibid. 

(3;    Informe  del  Virrey  Aviles  en  Trelles,  Revista  de  la  Biblioteca,  Buenos 
Aires  188,  tom.  III.  pág.  455. 


-303- 

Gobernador  del  Departamento  de  Concepción,  }'  ocupa  toda  la 
segunda  parte  de  su  Memoria  histórica,  geográfica,  política  y  eco- 
nóniica  sobre  la  provincia  de  Misiones  de  indios  Giiaranis  (1).  No 
contento  con  lo  mucho  que  allí  había  escrito,  compuso  otra  nueva 
Memoria,  que  no  ha  visto  la  luz  pública,  en  la  que  modificaba  su  pri- 
mitivo plan,  en  virtud  de  las  objeciones  que  le  hizo  Azara,  y  la  tituló: 
Disertación  que  trata  del  estado  decadente  en  que  se  hallan  los 
pueblos  de  Misiones^  con  los  medios  convenientes  para  su  repara- 
ción (2).  Y  dirigiendo  su  plan  al  Comisario  D.  José  de  Várela  y 
Ulloa,  le  agregó  un  Apéndice  con  título  de  Adiciones  d  la  Memo- 
ria histórica,  etc.,  en  que...  D.  Gonzalo  de  Doblas...  ha  corregido 
algunos  de  sus  tratados  en  la  forma  siguiente  (3):  )'  en  él  hizo  las 
últimas  observaciones  que  se  le  habían  ocurrido  hasta  fines  del 
año  1787  ó  principios  de  1788.  Tiene  especial  importancia  el  plan  de 
Doblas,  porque  sus  clamores  contra  lo  que  llamaba  comunidad,  que 
había  sido  el  comunismo  opresor  creado  por  Bucareli,  y  su  dictamen 
desacertado  de  que  se  había  de  suprimir  todo  trabajo  común,  y  de 
repente,  tuvieron  no  poco  influjo  para  que  se  expidiese  la  Cédula  de 
1803, que  3'a  hemos  analizado.  Doblas  pidió  encarecidamente  á  Várela 
que  pusiera  su  plan  en  conocimiento  del  Re}'  3'  de  sus  ministros  (4), 
y  Várela  al  volver  á  España  lo  hizo  así  (5),  y  dispuso  los  ánimos 
favorablemente  respecto  á  la  mudanza. 

El  intento  de  Doblas  es,  según  él  mismo  lo  explica,  procurar  «el 
bien  de  estos  naturales,  facilitándoselo  con  algún  nuevo  método  de 
gobierno,  que  los  saque  de  la  miseria,  sujeción  y  abatimiento  en 
que  se  hallan-»  en  1785.  Era  en  sustancia  lo  mismo  que  había  pro 
metido  Bucareli  que  se  conseguiría,  con  sólo  poner  en  práctica  el 
plan  ideado  por  él;  y  ahora,  después  de  diez  y  siete  años  de  aplicar 
el  plan,  estaban  de  veras  los  indios  en  «^miseria,  sujecióny  abati- 
miento»,  pues  Doblas  no  es  testigo  sospechoso,  sino  más  bien  des- 
afecto á  los  Jesuítas;  y  hemos  visto  que  los  otros  testigos  concuer 
dan  con  él. 

Después  de  haber  expuesto  en  la  primera  parte  tanta  «.¡m'seria, 
sujeción,  abatimiento  é  igiioranciar»,  y  de  haber  atribuido  todo  esto 
al  trabajo  en  común  indistintamente,  en  lo  cual  veremos  en  otra 
parte  cuánto  se  engañó,  tomando  una  cosa  por  otra,  )'  apoyándose 
en  un  fundamento  particular  verdadero,  para  sacar  conclusión  gene- 

(1)  ÁxGELis,  tom.  III.  ed.  1836,  116  págs. 

(2)  Ibid.  Proemio  ó  Disc.  prelim. 

(?>)     MS.  comprende  unas  14  páginas  iguales  á  las  impresas  de  Angelis. 

(4)     Adiciones,  núm.  23. 

(5j    Angelis,  Disc.  prelim.  cit.  .MSS.  de  Seguróla. 


-304- 

ral  contra  todo  trabajo  en  común;  pasa  Doblas  á  representar  el  tras- 
torno que  se  había  de  seguir  en  el  caso  de  dejar  á  los  Guaraníes 
entregados  de  repente  á  sí  mismos,  después  de  un  sistema  de  tanta 
esclavitud  que  cinco  días  de  la  semana  estaban  trabajando  para  la 
comunidad,  y  mal  tratados;  sin  entender  de  manejo  de  cosas  propias 
ni  de  comercio.  No  tienen  «luces  para  saber  proporcionarse  los  auxi- 
lios y  socorros  necesarios  á  la  vida;  y  esta  incapacidad  es  nn  pode- 
roso estorbo  para  franquearles  la  libertad-»  <í^de  que  cada  tuio  tra- 
baje para  su  propia  utilidad,  comercie  con  los  frutos  y  efectos  de 
su  trabajo  ó  industria,  y  en  todo  vivan  y  sean  tratados  cotno  los 
denuis  vasallos».  <i.Parece  imposible  el  franquearles  la  libertad,  sin 
exponerlos  d  su  total  ruina;  siendo  cosa  evidente  para  todos  los  que 
los  conocemos,  que  el  franquearles  la  libertad  serla  lo  mismo  que  si 
á  cada  individuo  lo  colocasen  en  un  desierto  sin  ninguna  compa- 
ñía, y  allí  tuviese  que  proporcionarse  por  si  solo  todos  los  socorros 
necesarios  á  la  vida,  que  seria  lo  mismo  que  ponerlo  á  perecer.  Y  no 
le  parezca  á  usted  ponderación.  La  falta  de  inteli gencia  en  todo  lo 
que  es  ayudarse  mutuamente,  el  no  saber  vender  ni  permutar  unos 
bienes  por  otros,  ni  valerse  unos  de  la  habilidad  de  los  otros,  los 
reduciría  al  más  miserable  estado.  Se  imposibilitarla  la  recauda- 
ción de  los  reales  tributos,  se  minoraría  y  aun  acabaría  el  culto  de 
los  templos,  y  aun  se  dispersarían  los  pueblos,  ocasionando  tal  ves 
la  total  ruina  de  los  pueblos.  Y  [en  caso  de  no  arruinarse  las  Doc- 
trinas]... se  llenarían  estos  pueblos  de  espaíioles  vagabundos  ó  de 
pocas  obligaciones,  que,  con  pretexte  de  poblar  la  tierra,  ó  de  entrar 
á  tratar  y  contratar,  se  aprovecharían  del  trabajo  de  los  indios, 
poniéndolos  en  más  opresión  y  menos  asistencia  que  la  que  ahora 
tienen,  y  les  quitarían  por  cuatro  bagatelas  todo  lo  que  á  costa  de 
muclio  trabajo  hubieran  adquirido,  sin  que  el  gobierno  pudiera 
remediarlo,  con  otras  peores  consecuencias  que  pudieran  espe- 
rarse-» (1). 

Hasta  aquí  se  ve  discurrir  al  hombre  práctico  y  de  buen  sentido, 
que  juzga  por  lo  que  tiene  delante  de  los  ojos  (y  todos  ven  como  él), 
lo  que  va  á  resultar  en  el  momento  en  que  de  pronto  sean  abando- 
nados los  indios  á  sí  mismos.  Cualquiera  estará  esperando  que 
Doblas  va  á  proponer  un  temperamento  con  el  cual,  sin  precipitar  á 
los  indios  en  esa  ruina  que  tan  claramente  ha  sabido  percibir  y  des- 
cribir, los  va3"a  disponiendo  poco  á  poco  á  gobernarse  á  sí  propios. 
Pero  el  desencanto  es  inmediato    A  renglón  seguido  del  hombre  que 

(1)     Ed.  Ángelis,  1836,  pág.  78. 


-305- 

ve  con  claridad  lo  que  tiene  delante  de  los  ojos,  aparece  el  arrojado 
y  temerario  que  se  deja  arrebatar  de  la  fantasía  y  de  una  idea  pre- 
concebida; y  no  dudaría  en  lanzar  toda  una  provincia  á  su  ruina, 
haciendo  en  ella  un  experimento  como  in  anima  vili.  <i.Yo^^ ,  dice 
«.sin  que  me  atemoricen  tantos  inconvenientes,  tengo  por  cosa  faci- 
lísima la  ejecncióti  del  reglamento  qne  voy  á  proponer,  y  por  infa- 
libles las  favorables  consecnencias  de  que  él  se  compone.  Sin 
embargo  de  los  riesgos  é  inconvenientes  que  he  manifestado  á 
usted  pueden  seguirse  [algo  más  que  posibilidad  ha  mostrado  arriba: 
ha  hecho  ver  que  necesariamente  deben  seguirse  los  inconvenien- 
tes] de  dar  á  los  indios  entera  libertad,  ésta  deberá  ser  la  base 
DE  toda  la  obra.  Los  iudios,  en  mi  Reglamento,  deberán  quedar 
libres  enteramente,  con  libertad  absoluta  [de  toda  dirección  y  de 
todo  trabajo  común],  como  la  tenemos  todos  los  españolcsy>  (1).  Basta 
con  este  rasgo  para  juzgar  á  Doblas  y  su  plan,  y  echar  de  ver  el 
enorme  desconcierto  que  había  de  introducir  semejante  sistema, 
cualesquiera  que  fuesen  los  remedios  que  quisiera  aplicar,  que,  en 
realidad  eran  nulos,  y  aun  propios  para  agravar  el  mal.  No  necesita- 
ban más  los  pobres  Guaraníes  para  caer  en  su  ruina  completa,  que 
inventores  de  planes  desconcertados  como  Bucareli  y  Doblas.  Buca- 
reli  exaltó  el  espíritu  de  soberbia  é  independencia  en  los  indios,  al 
mismo  tiempo  que  dejaba  sin  vigor  y  ataba  las  manos  á  toda  auto- 
ridad que  los  pudiese  refrenar.  Echó  además  las  bases  para  que 
el  trabajo  en  común  de  los  indios,  antes  de  él  moderado  y  llevadero, 
vnniese  á  degenerar  en  esclavitud,  y  la  autoridad  que  inconsulta- 
mente había  querido  mermar,  se  convirtiese  en  despotismo,  Y  ahora 
que  esclavitud  y  despotismo  estaban  arraigados,  se  empeña  Doblas 
en  que  de  repente  cese,  no  lo  que  había  de  abusivo  (que  éso  era  muy 
justo  que  se  suprimiese),  sino  todo  trabajo  común.  Y  eso  «s/;z  em- 
bargo de  los  inconvenientes-»,  que  eran  nada  menos  que  la  ruina 
total,  ó  por  lo  menos  la  opresión  de  los  indios,  y  el  estrago  de  las  cos- 
tumbres procedentes  de  una  invasión  de  advenedizos. 

Doblas  no  reparte  los  bienes  de  comunidad,  ni  total  ni  parcial- 
mente, sino  que  quiere  que  todos  ellos  queden,  bajo  de  inventario  y 
tasación,  á  cargo  de  un  administrador,  á  quien  no  quiere  que  se  llame 
sino  factor,  como  la  comunidad  se  ha  de  \\a.vcva.r  factoría,  así  para 
abolir  los  odiosos  nombres  de  comunidad  y  administrador  (2),  como 
«porque  le  parece  mejor  convenirles  estos  nonibres-f.  El  factor  viene 
á  resultar  en  el  sistema  de  Doblas  un  comerciante  que  ejerce  mono- 

(1)     Ed.  Ángelis,  pág.  79. 
i2)    Pág.  8L 

20    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  ii. 


-306- 

polio  en  las  Doctrinas:  compra  á  los  comerciantes  de  fuera,  y  vende 
á  los  indios.  Juntamente  es  una  especie  de  administrador  casi  pro- 
pietario de  los  bienes  de  comunidad,  para  cultivar  los  cuales,  alquila 
á  los  indios  y  les  paga  jornal;  ó  puede  arrendar  las  fincas,  y  los 
arrendatarios  cultivan  las  tierras,  valiéndose  de  los  indios  como  de 
jornaleros  (1).  Tiene  una  tienda  ó  pulpería,  en  que  por  medio  de  un 
hombre  asalariado,  despacha  á  los  indios  las  cosas  de  consumo  dia- 
rio, sean  comestibles  ú  otras  cualesquiera  cosas  (2).  Por  medio  de 
otro  hombre  asalariado  tiene  carnicería  (3).  Debe  tener  tahona  (4). 
Ha  de  dar  jornal  y  ocupación  á  cuantos  se  la  pidieren  (5):  ha  de 
comprar  lo  que  los  indios  le  quieren  vender  del  fruto  de  su  trabajo, 
aunque  él  no  lo  necesite  (6);  y  si  algún  indio  no  trabaja  ni  para  la 
factoría,  ni  para  sí,  «se  le  debía  compeler  por  aquellos  medios  más 
oportunos  y  eficaces  que  se  tuviera  por  conveniente»  (7).  Se  ha  de 
introducir  la  moneda  (8). 

Arreglado  su  plan  económico  en  esta  forma,  se  promete  Doblas 
que  desde  el  primer  año,  y  aun  en  la  situación  decadente  de  los  pue- 
blos, se  han  de  recoger  en  la  factoría  300  mil  pesos  plata  líquidos 
entre  todas  las  treinta  Doctrinas,  ó  lo  que  es  lo  mismo,  diez  mil  pesos 
de  utilidades  en  cada  pueblo;  y,  como  si  ya  los  tuviera  en  la  mano, 
se  pone  á  hacer  la  distribución  en  sueldos  para  el  Gobernador,  para 
el  Teniente,  para  el  factor,  etc.  etc.;  y  establece  todo  el  plan  nece- 
sario para  formar  una  provincia  con  capital,  Universidad  y  Obispado 
en  Candelaria,  teniendo  por  ciudad  subordinada  á  Corrientes;  y 
detalla  cuanto  se  ha  de  hacer  en  el  orden  político,  en  el  militar  y 
hasta  en  los  asuntos  eclesiásticos.  Castillos  en  el  aire. 

Quien  se  tomase  el  trabajo  de  examinar  una  por  una  las  partidas 
de  que  se  componen  los  10.000  ó  10.500  pesos  anuales  de  utilidad 
anuales  en  cada  pueblo;  las  hallaría  erradas.  Y  aun  cuando  algunas 
fueran  exactas,  vería  que  estaban  sujetas  á  mil  contingencias,  incer- 
tidumbres  y  desastres.  Con  lo  cual  quedaría  sin  sueldo,  ó  con  sueldo 
incierto,  todo  el  ejército  de  empleados  creado  por  Doblas,  y  sin  recur- 
sos las  atenciones  más  necesarias  y  que  no  dan  espera.  Los  cálculos 
de  Doblas  eran  muy   seductores  á  primera  vista:  pero  examinados 


(1) 

Doblas,  Adiciones,  núm.  20. 

(2) 

Mem.  pág.  85. 

(3) 

Pág-.  86. 

(4: 

Fág.  87. 

(5) 

Pág-.  79. 

(6) 

Pág.  87. 

(7) 

Pág.  80. 

(8) 

Pág.  81. 

-307- 

con  detención,  se  ve  que  no  sabía  calcular,  y  que  hubiera  arruinado 
las  Doctrinas,  aun  sólo  mirada  la  parte  económica,  como  se  cargó 
él  mismo  de  deudas. 

Pero  deja  por  otra  parte  estupefacto  el  ánimo  aquel  poder  colo- 
sal que  se  levanta  en  el  factor,  en  cuya  mano  se  ponen  todos  los  bie- 
nes del  pueblo,  }'  el  dinero,  y  la  autoridad  de  contratar,  de 
arrendar  y  comerciar,  con  exclusión  de  otro  cualquiera,  y  aun  de 
compeler  los  ociosos  al  trabajo:  cuando  se  considera  además  qué 
calidad  de  personas  eran  las  que  se  podían  emplear  en  tales  cargos: 
«debe/i  buscarse  para  factores  uiosos  instruidos  en  casas  de  conier- 
cio,  ú  oficinas  de  Real  hacienda:...  conviene  no  sean  tan  mozos  que 
bajen  de  30  años,  ni  pasen  de  los  50.  Es  preciso  en  ellos  )uucha 
viveza  de  genio  y  robustez,  un  trato  dulce  para  con  los  indios,  y 
que  estén  libres  de  vicios,  principalmente  de  los  de  incontinencia, 
embriaguez  y  del  juego  de  naipesy>  (1).  La  dificultad  de  encontrar 
sujetos  de  tales  cualidades  que  quisieran  ir  á  aquellos  retirados  pue- 
blos, 3"  los  abusos  que,  aun  estando  dotados  de  ellas,  podían  temerse 
en  las  personas  y  en  los  bienes  de  los  indios,  son  patentes.  Y  el 
advertirlos  algo  más,  hizo  que  dos  años  más  tarde,  modificase  Doblas 
en  sus  Adiciones  algunas  de  las  primitivas  facultades  que  atribuía  á 
los  factores. 

En  cambio,  los  indios,  á  quienes  se  halaga  con  el  especioso  nom- 
bre de  libertad,  parece  que  únicamente  quedaban  libres  de  morirse 
de  miseria,  pues  en  realidad  habían  de  venir  á  ser  esclavos  del  fac- 
tor; y  con  la  mayor  serenidad  representa  Doblas,  como  un  gran  pro- 
greso, á  los  Guaraníes  trabajando  á  jornal  sus  propios  bienes  comu- 
nales, para  el  aprovechamiento  y  al  arbitrio  de  un  arrendatario  cual- 
quiera venido  de  fuera. 

El  plan  de  Doblas  no  tuvo  aplicación  ninguna.  Si  la  hubiese  tenido, 
hubiera  convertido  el  gobierno  de  las  Doctrinas  en  una  empresa 
comercial,  acarreando  efectos  desastrosos,  que  quizá  hubieran  sido 
ma3^ores  que  los  producidos  por  el  sistema  de  Bucareli. 


V 

ARBITRISTAS 

No  conocemos,  fuera  de   los  enumerados,  ningún  otro  plan  que 
haya  sido  propuesto  detallada  y  seriamente  para  arreglar  las  Doctri- 

(1)    Doblas,  Memoria,  Página  82. 


213 


-308- 

nas  Guaraníes.  Lo  único  que  se  encuentra;  en  una  materia  de  que 
tantos  han  hablado  y  en  que  todos  presumen  tener  suficiente  compe- 
tencia para  proponer  reformas  que  se  pudieran  haber  hecho;  es  la 
designación  de  algún  medio  determinado  como  fuente  del  bien  de  los 
naturales  y  de  toda  la  sociedad  de  la  cual  dependían. 

Así  por  ejemplo,  el  libelista  que  en  1715  presentó  su  acusación 
contra  los  Jesuítas  á  Felipe  V,  y  renovó  el  mismo  libelo  en  1732  (1), 
cifraba  la  felicidad  y  buen  régimen  de  las  Doctrinas  en  que  se  qui- 
taran las  armas  de  fuego  á  los  Guaraníes  y  se  introdujeran  en  los 
pueblos  Corregidores  españoles.  Con  lo  primero,  según  él,  se  aleja- 
ría un  perpetuo  peligro  de  la  tranquilidad  de  los  países  comarcanos, 
que  podían  ser  invadidos  por  los  indios  si  se  rebelasen.  Con  lo 
segundo  se  rendirían  doce  millones  anuales  de  pesos  al  Real  Era- 
rio (2). — A  lo  primero  respondía  el  P.  Rodero  que,  siendo  los  Guara- 
níes milicia  de  frontera  portuguesa,  las  armas  de  fuego  eran  pura 
necesidad,  si  no  habían  de  salir  con  lanza  y  flecha  á  resistir  cá  enemi- 
gos armados  de  bocas  de  fuego;  y  que  el  guardarse  bajo  de  la  orden 
del  Gobernador  y  del  Superior  las  tales  armas,  aseguraba  el  temor  de 
cualquier  abuso.  Hemos  expuesto  en  su  lugar  estas  razones;  y  la 
experiencia  perpetua  las  confirmó.  Pero  los  vecinos  de  la  Asunción, 
en  cu3"0  nombre  y  por  cuyos  agentes  fué  presentado  este  segundo 
libelo  (3),  veían  y  pretendían  otro  efecto  muy  distinto  del  que  pre- 
textaba el  recurso;  y  era  el  que  les  descubrió  el  Gobernador  D.  Bruno 
de  Zavala  en  su  Carta  al  Rey  de  25  de  Agosto  de  1735  (4):  <!.¡qs  prin- 
cipales movedores  de  los  escándalos  de  esta  provincia  [en  las  sedi- 
ciones de  Antequera  y  del  Común]  desean,  con  aparentes  ficciones 
del  servicio  de  V.  M.,  reducir  d  los  Indios  de  las  Misiones  d  que  no 
tengan  armas  ofensivas,  para  lograr  sus  ideas  sin  oposición,  por  lo 
renioto  de  este  paraje-»  (5).— A  lo  de  los  Corregidores  satisfacía  el 
mismo  religioso  con  recordar  que,  por  más  de  130  años,  se  habían  sus- 
tentado las  Doctrinas  sin  Corregidores  ó  Administradores  seglares, 
y  con  gran  aumento;  mientras  los  otros  pueblos  de  indios  que  tenían 
Corregidores  españoles,  se  habían  consumido  y  arruinado.  Que  segu- 
ramente no  pondrían  á  los  indios  en  lo  cristiano,  político  y  militar,  en 
mejor  estado  que  el  que  tenían.  No  dilatarían  más  los  dominios  del 
Rey.  No  tendrían  á  los  indios  más  sujetos  á  la  autoridad  real.  Y  de 
los  doce  millones  anuos  de  pesos  para  el  Erario,  hacía  burla  diciendo: 

(1)  Memorial  del  P.  Rodero,  lib.  1.  c.  XIII.  §  1.  n.  2.  3. 

(2)  Rodero,  Memorial,  n.  29. 

(3)  Núm.  3. 

(4)  Lozano,  Revoluciones,  lib,  V.  cap.  XI.  n.  8. 

(5)  RoDHRO,  Memorial,  n.  30. 


-309- 

«/ Estos  son  los  pueblos  en  que  hallarán  grandes  conveniencias  los 
Corregidores,  donde  no  se  halla  la  congrua  y  decente  sustentación 
de  un  Cura,  y  por  eso  no  liay  Clérigo  secular  que  los  apetezca!-»  (1). 
La  experiencia,  ya  que  no  se  quiso  creer  á  la  razón,  confirmó  todos 
sus  asertos.  Pusiéronse  Corregidores  (que  no  otra  cosa  fueron  los 
Administradores  de  Bucareli,  aunque  con  diverso  nombre),  y  no 
aumentaron  los  indios,  sino  que  se  consumieron.  Su  estado  en  lo 
cristiano,  político  y  militar  vino  á  ser  tan  deplorable  como  hemos 
visto.  En  vez  de  dilatar  los  dominios  de  España,  los  perdieron  para 
enriquecer  á  Portugal.  Los  indios  perdieron  la  antigua  sujeción  y 
fidelidad.  Y  en  lugar  de  los  doce  millones  de  pesos  anuales,  apare- 
ció una  espantosa  miseria,  y  hubo  pueblos  á  quienes  el  Rey  tuvo  que 
perdonar  su  pobre  tributo  de  un  peso  por  muchos  años.  —  Pero  tam- 
bién esta  insidiosa  idea  obedecía  á  una  intención  no  confesada,  que  en 
la  predicha  carta  desenmascaró  Zavala,  diciendo:  <ídesean,  con  apa- 
rentes ficciones  del  servicio  de  V.  M.,  que  se  les  altere  [á  los  Guara 
níes]  su  regular  gobierno,  para  que  con  la  certidumbre  de  su  confu- 
sión en  este  caso,  puedan  dominarlos,  y  servirse  de  ellos  como  de 
unos  míseros  esclavos,  como  lo  han  hecho  con  los  indios  de  los  pue- 
blos de  esta  Provincia,  que  habiendo  sido  opulentos  y  numerosos, 
están  reducidos  cada  uno  de  estos  á  un  pobre  Hospital  de  pocos  con- 
valecientes». 

Por  el  estilo  de  aquellos  arbitristas  se  encuentran  otros  que  dis- 
curren con  gran  seguridad  sobre  lo  que  los  Guaraníes  hubieran 
podido  llegar  á  ser  con  tal  ó  cual  medio  que  á  ellos  se  les  ofrece.  Y 
así,  nada  más  común  que  el  oír  ó  leer:  «Si  los  Jesuítas  hubieran 
hecho  esto,  ó  lo  otro...  los  Guaraníes,  en  el  estado  de  docilidad  en 
que  se  encontraban,  con  la  abundancia  y  fertilidad  de  su  país, 
hubieran  llegado  á  ser...»;  y  en  lugar  de  los  puntos  suspensivos  pone 
cada  uno  aquella  condición  ó  circunstancia  que  más  le  ha  herido  la 
fantasía.  Hay  quien  dice:  «-Si  los  Jesuítas  se  hubieran  empeñado  en 
enseñarles  la  lengua  castellana».  Como  si  creyeran  el  absurdo  de 
Ibáñez  de  Echavarri,  de  que  era  tan  fácil  esta  tarea,  que  sin  duda  en 
un  año  habrían  aprendido  ya  todos  los  Guaraníes  el  castellano;  ó 
como  si  el  castellano  fuera  la  perfección  universal.  Los  Jesuítas  tra- 
bajaron por  hacer  que  los  Guaraníes  hablasen  castellano,  usando  de 
todos  los  medios  prudentes  y  enseñándolos  en  las  escuelas;  aunque 
no  usaron  del  castigo  de  azote,  porque  ni  estaba  mandado,  ni  era 
prudente.  A  pesar  de  todo,  no  lograron  introducir  el  idioma  ei^pañol, 

(1)    Rodero,  Memorial,  núm.  30. 


-210- 

porque  esto  no  era  fácil,  sino  difícil.  No  lo  logró  Bucareli  con  ochenta 
años  que  duró  su  sistema.  No  lo  consigue  hoy  mismo  el  gobierno  de 
la  República  del  Paragua}^  ni  el  de  la  .provincia  de  Corrientes.  Ni 
aunque  lo  consiguiera,  estaría  cifrada  en  eso  la  civilizacián.  Los 
Guaraníes  de  Misiones  aprenden  hoy  el  portugués,  y  no  por  eso  son 
más  civilizados  que  los  que  lo  ignoran.  Los  indios  del  Chaco  apren- 
den el  castellano,  y  se  entienden  con  los  misioneros  y  los  paisanos; 
pero  no  por  eso  son  menos  salvajes. 

Otros  dicen:  «5/  ¡os  /cs/iítas  hubiesen  preparat/o  á  los  indios 
para  la  civilisación...-»  —  Pero  además  de  lo  vago  de  la  frase,  que 
nada  concreto  significa;  era  menester  saber  si  los  indios  eran  capa- 
ces de  esa  preparación  inmediata.  Los  misioneros  dicen  que  los  pre- 
paraban para  vivir  como  los  demás  subditos  de  España:  que  hacían 
varias  pruebas  con  ellos,  pero  que  por  entonces  no  daban  resultado; 
3'  así,  habían  salido  de  la  barbarie;  pero  estaban  todavía  lejos  del 
estado  de  los  europeos.  Y  la  verdad  es  que  habían  sido  sacados  del 
estado  salvaje  y  vivían  como  fervorosos  cristianos,  que  es  lo  que 
les  era  esencial,  sin  que  les  faltase  el  bienestar  temporal. — Los  arbi 
tristas  dicen  que  en  aquel  espacio  de  tiempo  ya  podían  haber  sido 
como  los  europeos.  Entre  los  misioneros  que  hablan  de  lo  que  ven  y 
tocan,  y  los  autores  de  planes  aéreos,  que  hablan  de  lo  que  ignoran, 
fácil  es  decidir  á  quién  se  debe  creer. 

Algunos  añaden:  «S/  los  Jesuítas  no  hubiesen  tratado  á  los  Gua- 
raníes como  á  niños  grandes ...» —Y)e']Sínáo  aparte  las  metáforas, 
esto  viene  á  signifiear  que  si,  á  pesar  de  ser  los  Guaraníes  incons- 
tantes, los  Jesuítas  los  hubieran  tratado  como  á  varones  constantes; 
á  pesar  de  ser  inexpertos  é  imprevisores,  les  hubieran  fiado  todas  las 
cosas  de  más  trascendencia  con  toda  confianza,  como  á  personas  cau- 
tas y  de  gran  juicio;  á  pesar  de  ser  enemigos  del  trabajo  y  amigos  de 
juegos  y  de  diversiones,  los  hubiesen  dejado  proceder  á  su  arbitrio  y 
no  los  hubiesen  urgido  con  medios  prudentes  para  el  trabajo;  en  una 
palabra,  si  á  pesar  de  ser  noveleros,  indolentes,  fáciles  de  engañar  , 
incapaces  de  proveer  suficientemente  ni  aun  para  su  propio  sustento, 
los  hubiesen  tratado  como  lo  que  no  eran,  y  no  los  hubiesen  tratado 
como  lo  que  eran;  entonces  hubieran  acertado,  y  los  indios  de  un 
salto  hubieran  llegado  á  la  civilización  europea.  El  dislate  es  tan 
enorme,  que  pocos  habrá  que  le  igualen,  á  pesar  de  ocultarse  detrás 
de  la  metáfora  de  los  niños  grandes:  pero  los  Jesuítas  sabían  bien  lo 
que  hacían,  é  hicieron  bien,  puesto  que  para  acertar,  cada  uno  debe 
ser  tratado  como  lo  que  es,  y  no  como  lo  que  no  es. 

No  han  faltado  quienes  asentaran  que  el  medio  cierto  de  conser- 


-  31 1  - 

var  y  civilizar  á  los  indios,  era  favorecer  el  cruzamiento  de  las  razas: 
y  que  los  Jesuítas  pusieron  trabas  á  este  proceso,  aislando  los  pue- 
blos. Aserciones  ambas  contrarias  á  la  verdad.  Porque  ó  los  que  tal 
afirman  hablan  de  algún  cruzamiento  ó  mestizaje  á  la  usanza  de  los 
animales:  y  ése  no  es  apto  para  civilizar,  sino  para  embrutecer:  y 
por  lo  mismo,  obraban  muy  bien  los  misioneros  estorbándolo:  en  lo 
cual  no  hacían  más  que  cumplir  los  preceptos  de  la  ley  natural  y  del 
Evangelio,  y  las  leyes  civiles  españolas,  que  penaban  gravemente 
tales  desórdenes.  O  tratan  de  matrimonios  legítimos:  y  entonces  es 
claro  que,  aun  suponiendo  que  fuera  eficaz  para  civilizar  al  indio, 
era  medio  utópico  é  impracticable:  pues  nunca  fueron,  ni  podían 
ser;  en  gran  número  tales  matrimonios.  Podrá  verse  patentemente 
lo  fantástico  de  ese  medio,  aplicándolo  á  un  problema  de  actualidad. 
Todavía  están  por  civilizar  en  la  República  Argentina,  y  en  sus 
confinantes,  los  indios  del  Chaco;  pero  no  se  les  ocurre  á  los  que  tra- 
tándose de  los  Guaraníes  tienen  por  eficaz  ese  arbitrio,  el  persuadir 
á  los  habitantes  de  las  ciudades  ó  de  los  campos,  que  vayan  á  con- 
traer matrimonios  con  los  tobas,  matacos,  etc.,  para  civilizarlos.  Ni 
da  para  ello  decretos  el  Gobierno:  si  lo  hiciera  provocaría  una  re- 
chifla universal. 

Demás  de  que,  no  es  verdad  cierta  y  averiguada,  sino  aserción 
voluntaria,  que  en  estos  cruzamientos  se  mejorasen  las  cualidades 
intelectuales  y  morales  de  las  razas.  Observadores  hay  que,  funda- 
dos en  hechos  concretos,  sostienen  lo  contrario,  y  desaconsejan  con 
gran  empeño  tales  uniones,  como  lo  hace  Augusto  deSaint-Hilaire(l). 

Finalmente,  el  aislamiento  de  las  Doctrinas,  al  cual  se  alude 
como  á  estorbo  de  los  matrimonios  de  indios  con  españoles,  se  ha 
visto  ya  en  su  propio  lugar  que  no  lo  inventaron  los  Jesuítas,  sino 
que  estaba  sabiamente  preceptuado  por  las  leyes  españolas. 

En  general,  todos  los  arbitristas  suelen  quedar  sin  saber  qué  res- 
ponder cuando  se  les  dirigen  seriamente  estas  dos  preguntas:  si  el 
plan  que  preconizan  era  (en  las  circunstancias  de  tiempo,  lugar,  per- 
sonas y  leyes  en  que  se  hallaron  las  Doctrinas)  posible  y  práctico;  y 
si  dado  que  se  hubiese  aplicado,  iban  á  llegar  con  él  los  indios  Gua- 
raníes á  igualar  en  perfección  la  civilización  cristiana  de  Europa. 
Una  de  las  dos  preguntas  viene  á  dar  en  tierra  con  el  sistema  pro- 
ducto de  la  imaginación;  y  á  veces  la  destrucción  procede  por  igual 
de  una  y  otra. 

(1)     Saint-Hilaire,  Auguste  Prouvesal  de,  Voyage  á  Rio  Grande  do  Siil  (Brésil), 
1887,  pág-.  267-349. 


CAPITULO  XI 


JUICIOS  DE  ESPECIAL  AUTORIDAD 


1.  Los  Reyes.— 2.  El  estado  eclesiástico. — 3.  Extraordinario  juicio  favorable 
de  dos  Obispos. — 4.  Prosiguen  los  dos  testimonios  extraordinarios. — 5.  Los  Gober- 
nadores.— 6.  Plebiscito  de  los  indios. 

Interminables  nos  haríamos,  si  hubiésemos  de  dar  cabida  en  esta 
sección  á  todos  los  juicios  que  se  han  pronunciado  acerca  de  las 
famosas  Reducciones  del  Paragua}',  pues  aun  los  que  no  tienen 
buena  opinión  de  ellas  han  de  reconocer  que  han  sido  renombradas 
en  todo  el  mundo;  y  como  dice  un  escritor  (1),  «lo  que  ha  dado  cele- 
bridad en  Europa  á  las  regiones  del  Paraguay,  han  sido  las  vicisitu 
des  de  los  Jesuítas,  de  quienes  [por  causa  de  sus  Reducciones  ó  Doc 
trinas],  tantas  calumnias  se  han  esparcido.»  Por  otra  parte,  no 
conviene  prescindir  de  este  elemento,  que,  junto  con  los  demás, 
hasta  aquí  examinados,  ha  de  contribuir  á  esclarecer  la  verdad  3^  for- 
mar cabal  concepto  del  valor  real  de  la  organización  dada  por  los 
Jesuítas  á  sus  Doctrinas  Guaraníes.  Dividiremos,  por  tanto,  los 
juicios  en  ciertas  clases,  aduciendo  los  más  oportunos,  para  suplir 
los  que  se  omiten,  sin  dejar  de  dar  suficiente  conocimiento  de  la  ma- 
teria. En  el  presente  capítulo  van  reunidos  aquellos  que  son  de  espe- 
cial autoridad,  unos  por  proceder  de  testigos  inmediatos,  á  quienes 
no  se  les  puede  negar  fe  sin  graves  razones  en  contrario;  otros 
porque  los  dieron  quienes  tenían  gran  interés  en  estar  bien  informa- 
dos, 3'  en  no  autorizar  sino  lo  que  constase  con  mucha  certidumbre. 

(1)     BuscHiNG,  Geografía  nova,  Venecia,   1781,  tom.  XXXIIL    Art.   Governo  de 
Buenos  Aires,  §  Paraguay. 


313- 


214 

LOS  REYES 

Cargo  esencial  de  su  gobierno  juzgaron  los  Reyes  de  España  el 
promover  las  Misiones  á  infieles  en  América,  y  el  mantenerlas  en 
buen  estado;  3^  no  fut-ron  descuidadas  en  esta  razón  las  ¡Misiones  de 
Guaraníes  del  Paraguay,  sino  antes  por  el  contrario,  estimadas  en 
gran  manera,  y  atendidas  con  interés  y  solicitud. 

Tres  monarcas  de  la  dinastía  de  Austria  alcanzaron  á  vivir  desde 
el  tiempo  en  que  se  fundaron  las  Doctrinas,  y  los  tres  foi  marón  gran 
concepto  del  acieito  de  los  Jesuítas  en  dirigir  aquellas  Misiones,  y 
favorecieron  con  grandes  mercedes  á  los  indios,  para  que  se  pudiese 
entablar  en  sus  tierras  el  sistema  que  ya  hemos  expuesto. 

Felipe  III  fué  quien  dio  ocasión  cá  Remandarlas  de  Saavedra 
para  instar  al  P.  Provincial  Diego  de  Torres  á  que  enviase  Misione- 
ros al  Guayrá,  al  Paraná  y  á  los  Guaycurús.  Porque,  habiéndole 
dado  cuenta  Hernandarias,  entonces  Gobernador  de  la  provincia  de 
Paraguay  y  Río  de  la  Plata,  de  que  no  había  en  el  país  fuerzas  espa- 
ñolas bastantes  para  tener  sujetos  á  los  indios;  la  respuesta  fué: 
«Acerca  de  esto,  ha  parecido  advertiros  y  ordenaros  que,  cuando 
hubiere  fuerzas  bastantes  para  conquistar  dichos  indios,  no  se  ha  de 
hacer  sino  con  sola  la  Doctrina,  y  predicación  del  Santo  Evangelio, 
valiéndoos  de  los  religiosos  [de  la  Compañía]  que  han  ido  para  este 
efecto  (1).»  El  mismo  fué  quien  por  Cédula  de  20  de  Noviembre 
de  1611  (2),  ordenó  la  forma  que  se  debía  guardar  en  cuanto  á  la 
congrua  sustentación  de  los  Misioneros,  disposición  que  sin  mudanza 
alguna  se  observó  hasta  el  extrañamiento.  Él  aprobó  en  10  de  Octu- 
bre de  1618  las  Ordenanzas  de  Alfaro  (3),  relativas  al  modo  de  arre- 
glar los  pueblos  de  indios,  las  cuales  fueron  acertada  aplicación  de 
lo  que  ya  antecedentemente  estaba  ordenado  acerca  de  esta  materia, 
y  vienen  á  ser  en  gran  parte  el  régimen  de  Doctrinas,  que  los  Padres 
no  hicieron  más  sino  aplicar. 

Felipe  IV  continuó  las  mercedes  de  su  padre  para  con  los  Jesuí- 

(1)  Céd.  real  de  5  de  Julio  de  1608. 

(2)  Tráela  entera  Lozano.  Hist.  lib.  VL  c.  V^III.  n.  6. 

(3)  Apénd.  m'im.  56. 


-  314  - 

tas  del  Paraguay,  renovándoles  la  concesión  para  que  se  pagasen  ñ 
costa  del  tesoro  real  las  medicinas  }'  médico  de  que  tuvneran  necesi- 
dad (1);  enviando  lucidas  expediciones  de  Misioneros  (2),  y  dando 
apretadísimas  órdenes  para  que  se  reprimiesen  los  desmanes  de  los 
paulistas  (3).  Oyó  muy  de.  propósito  al  P.  Montoya,  que  algo  más 
tarde  fué  á  instar  sobre  lo  mismo,  dando  noticia  cumplida  de  las 
Doctrinas  y  de  su  régimen,  en  el  libro  que  entonces  imprimió  de  la 
Conquista  espiritual;  y  le  concedió  grandes  privilegios  en  favor  de 
aquellos  indios,  empeñándose  por  momentos  más  en  defender  aque- 
llas Reducciones,  y  facilitando  las  cosas  para  que  se  les  pudiesen 
permitir  las  armas  de  fuego.  Y  habiéndose  suscitado  por  entonces 
los  grandes  disturbios  del  Illmo.  Sr.  Obispo  Cárdenas,  con  terribles 
acusaciones  del  mal  régimen  de  los  Jesuítas  en  las  Doctrinas,  y 
calumnias  de  que  usurpaban  la  jurisdicción  real  y  otras  muy  graves; 
hizo  Felipe  IV  examinar  el  negocio  con  toda  diligencia  y  dió  solemne 
aprobación  del  proceder  de  los  Misioneros  en  las  Doctrinas  y  de 
cuan  satisfecho  estaba  del  modo  como  las  administraban.  Porque 
«vistos  los  autos-»  dice  el  Dr.  Xarque  «con  nmdiwo  acuerdo^  hicieron 
los  Ministros  Reales  consulta  á  la  Majestad  de  Felipe  Cuarto... 
Mandó  Su  Majestad  por  resulta  se  impusiese  perpetuo  silencio  á 
todos  los  émulos;  y  á  los  Prelados  de  los  sujetos  que  en  la  conjura- 
ción se  liabían  señalado,  que  los  castigasen  severamente,  con  des- 
tierro y  clausura^  etc.  Y  para  que  la  merced  que  recibió  la  esclare- 
cida Compañía  de  Jesús  fuese  muy  de  la  Católica  y  Real  grandeza, 
resolvieron  aquellos  gravísimos  y  nobilísimos  Senadores  [del  Con- 
sejo de  Indias],  que  dos  señores  de  su  gremio  fuesen  al  Colegio 
hnperial,  y  en  nonihre  de  Su  Majestad,  diesen  al  P .  Provincial,  y 
á  la  Comunidad  sapientísima,  tan  numerosa  como  observante,  los 
parabienes  del  feliz  suceso,  que  habían  tenido  los  Operarios  Evan- 
gélicos, tan  injustameate  perseguidos;  y  asimismo  las  gracias  del 
religioso  y  santo  celo  con  que  promulgaban  el  Evangelio  en  las 
remotas  provincias  del  Paraguay.»  (4) 

En  el  reinado  siguiente  de  Carlos  II,  hecha  indagación  sobre  el 
modo  de  proceder  de  los  Jesuítas  en  estas  Misiones,  por  medio  de 
un  Visitador  destinado  expresamente  para  este  efecto,  «Doña  Ma- 
ri atm  de  Austria,  Gobernadora  de  España^  dice  el  Dr.  Xarque, 
mandó  despachar  cuatro  Cédulas  muy  hijas  de  la  clemencia  Real. 

(1)  Céds.  de  18  de  Set.  1623  y  26  Febrero  1628.  Arch.  Gen.  Bs.  As.  legajo  n.»  53. 
Compañía  de  Jesús  /  Vario.t  años. 

(2)  El  P.  Sobrino  trajo  en  16-7  42  Misioneros,  y  el  P.  Taño  en  1640  trajo  30. 

(3)  Céd.  de  12  Set.  1628,  y  otras. 

(4)  Xakque.  Insignes  Misioneros,  lib.  II.  c.  XXXIV. 


-315- 

En  ellas  califica  y  defiende  ¡a  vida  inculpable  de  los  Ministros 
Evangélicos  de  aquella  Provincia,  y  sns  Redncciones  (1).  Con  esto 
se  aprobaba  y  daba  por  bueno  y  conforme  á  las  leyes  de  la  nación  y 
provechoso  á  los  naturales,  el  modo  de  regirlos  que  usaban  los 
Padres;  y  como  confirmación  de  este  juicio,  dentro  de  poco  se  les 
mandaron  devolver  á  los  indios  bajo  de  la  custodia  de  los  Misioneros 
las  armas  de  fuego,  que  por  siniestros  informes  habían  sido  retiradas 
de  las  Doctrinas,  como  queda  expuesto  en  su  lugar  (2).  El  valor  y 
disciplina  con  que  procedieron  en  este  reinado  los  tres  mil  Guara- 
níes que  tomaron  por  asalto  la  Colonia,  dio  tanto  crédito  á  estas 
Misiones  y  á  la  bondad  del  régimen  con  que  eran  gobernados  (pues 
al  influjo  de  él  atribuían  todos  el  buen  estado  de  los  indios),  que  al 
dar  el  Rey  orden  en  1690  al  Gobernador  del  Río  de  la  Plata  para 
que  estorbase  cualquier  intento  de  los  portugueses  de  poblar  en 
iVlaldonado,  envió  juntamente  Cédula  de  ruego  3^  encargo  al  Provin- 
cial de  los  Jesuítas  para  que,  si  el  Gobernador  lo  requiriese,  hiciera 
bajar  de  las  Doctrinas  el  número  de  hombres  de  armas  que  fuera 
posible,  para  juntarse  á  las  tropas  que  tuviera  el  Gobernador,  v^en 
cuya  breve  unión  de  fuerzas  y  su  oposición^  dice  la  Cédula  «/rrt 
principalmente  el  buen  logro  del  intentoy>  (3).  Y  por  los  mismos 
años  aprobaba  lo  hecho  por  el  Gobernador  del  Paraguay,  quien  le 
informaba  del  buen  estado  de  las  Doctrinas  á  causa  del  desvelo  de 
los  Padres,  y  de  la  diligencia  y  celo  con  que  habían  entablado  la 
nueva  doctrina  de  Jesús  (4). 

No  fué  menor  la  aceptación  que  mereció  el  método  y  administra- 
ción de  los  Jesuítas  á  los  tres  reyes  de  la  casa  de  Borbón  á  cuyos 
reinados  se  extendió,  hasta  1768,  sin  excluir  á  Carlos  III,  el  último 
de  los  tres. 

Felipe  V,  informado  con  presentación  de  multitud  de  documen- 
tos auténticos  de  los  grandes  servicios  que  en  todo  tiempo  habían 
prestado  los  Guaraníes  de  Doctrinas  á  la  Corona,  y  de  que  conti- 
nuaban prestándolos,  habiendo  salido  en  1701  en  número  de  dos  mil 
debajo  de  la  conducta  del  Sargento  Mayor  Alejandro  de  Aguirre,  por 
orden  del  Gobernador  de  Buenos  Aires,  á  rebatir  á  los  indios  infieles 
(protegidos  y  estimulados  por  los  portugueses  de  la  Colonia),  y  á 
estorbar  sus  robos  é  insultos;  dirigió  al  P.  Provincial  del  Paraguay 
en  26  de  Noviembre  de  1706,  Cédula  de  ruego  y  encargo  para  que  se 

(1)  ídem.  lib.  II.  cap.  LV. 

(2)  Libro  I.  cap.  VI.  §  III. 

(3)  Archivo  Gen.   de  Buenos  Aires,   legajo  /  ttihn  10  I  Compañía  /  de  Jesús  I 
Paraguay. 

(4)  Ibid.  Céd.  de  19  de  Abril  de  1693. 


—  Sló  — 

diesen  gracias  á  los  indios  por  su  amor,  celo  y  lealtad,  alentándolos 
á  continuar  y  aun  á  esforzarse  más  en  adelante,  y  asegurándoles  de 
que  para  cuanto  pudiera  serles  de  consuelo,  alivio  3' conservación, 
los  tendría  presentes  el  Monarca.  Y,  aprobando  y  alabando  el  régi 
men  con  que  eran  gobernados,  añade:  <íY  debiéndose  atribuir  las 
operaciones  de  estos  Indios  d  la  dirección  y  buena  conducta  de  los 
Padres  de  esa  Religión,  he  querido  también  daros  las  gracias  d 
vosotros,  por  la  aplicación,  celo  y  asistencia,  con  que  los  nmntenéis 
y  dirigís,  industriándolos  en  toda  policía,  y  en  el  manejo  de  las 
armas...  Y  asi  se  lo  daréis  á  entender  á  los  Religiosos  que  se 
emplean  con  el  fervor  que  pide  tan  santo  ministerioy  (1).  Posterior- 
mente, en  la  Cédula  al  Gobernador  de  Buenos  Aires  á  12  de  Noviem- 
bre de  1716,  que  se  ha  puesto  al  fin  del  libro  I,  hace  enumeración  de 
los  servicios  de  los  Guaraníes  y  les  confirma  las  mercedes  ya  hechas; 
y  refiriéndose  á  la  Cédula  anterior  dice:  «deque  informado,  fui  ser- 
vido de  dar  gracias...  al  Prefecto  y  demás  Superiores  de  aquellas 
Misiones,  atribuyendo  á  su  dirección  y  buena  conducta  las  operado 
nes  de  los  Indios  de  ellas»;  y  añade,  exhortando  al  Gobernador: 
(¡.conviene  á  mi  Real  servicio,  que  con  los  Superiores  de  la  Coni- 
pafiía  que  cuidan  de  sus  Reducciones,  tengáis  y  paséis  una  tan 
sincera  y  amistosa  correspondencia,  que  los  asegure».  Y  para  no 
alargarnos  más  en  este  punto,  la  Cédula  de  28  de  Diciembre  de 
1743  (2),  muestra  el  juicio  decisivo  de  mayor  aprobación  que  se  podía 
dar.  Porque  después  de  discutidos  durante  tres  años  todos  los  puntos 
en  los  cuales  era  tildado  de  vicioso  ó  inconveniente  el  modo  con  que 
los  Jesuítas  gobernaban  aquellas  Doctrinas,  examinados  los  antece- 
dentes de  más  de  cien  años,  )'  hecha  indagatoria  expresa  por  un 
Comisionado  que  vino  al  Río  de  la  Plata  ocho  años  antes  sólo  para 
ese  objeto;  la  resolución  final  de  todos  los  doce  puntos,  conforme  á 
la  consulta  del  Consejo  de  Indias  es  que  nada  se  innove;  lo  cual  es 
decir  que  todo  está  bien  establecido,  y  que  se  lleve  adelante  el  mismo 
régimen.  Juicio  más  solemne  y  aprobación  más  cumplida  no  se  podía 
haber  emitido.  «La  Consulta  é  informe  del  Consejo»,  dice  en  sus 
apuntaciones  manuscritas  el  P.  Rico,  Procurador  en  aquel  entonces 
de  la  Provincia  del  Paraguay  á  Madiid  y  Roma,  «constaba  de  más 
de  44  pliegos,  con  la  que  confortnándose  el  Rey  nuestro  Señor, 
mandó  expedir  de  oficio  su  Real  Decreto,  y  que  se  despachase  á 
todos  los  Virreyes,  y  Audiencias,  Obispos  y  Gobernadores  de  la 
América  meridional,  y  que  un  ejemplar  del   mismo   Decreto  se  le 

(1)     Charlevoix,  tom.  I\'.  pág.  369. 
{'!)     Libro  I,  cap.  XIII,  §  V. 


-317  — 

enviase  en  su  iioiubre  y  en  testimonio  de  sn  Real  complacencia  á 
nuestro  P.  General,  que  en  correspondencia  de  esta  Real  benigni- 
dad, triando  decir  tres  misas  y  otras  tantas  Coronas  en  toda  nuestra 
Conipaiíia  para  Su  Majestadr>  (1). 

Fernando  VI  mostró  tal  satisfacción  del  modo  como  los  Jesuítas 
regían  aquellas  Doctrinas,  que  habiéndose  empeñado  los  portugueses 
negociadores  del  tratado  de  1750  (dirigidos  por  Carvalho,  uno  de 
los  conjurados  para  destruir  la  Compañía),  en  que  ante  todo,  había 
que  proceder  á  quitar  los  Jesuítas  de  las  Doctrinas  para  empezar  á 
ejecutar  el  tratado;  nunca  quiso  venir  en  ello;  y  lo  único  que  hizo 
fué  avisar  al  P.  General  para  que  se  dispusiese  todo  para  dicha 
ejecución.  La  ejecución  se  frustró,  á  pesar  de  las  diligencias  posi- 
tivas y  de  gran  trabajo  y  padecimientos  para  ellos  que  pusieron  los 
Misioneros;  y  la  estorbaron  principalmente  las  prisas  y  exigencias 
intemperantes  de  los  Comisarios,  que  no  quisieron  dar  tiempo  á  los 
indios,  como  lo  concedía  el  Rey,  para  ejecutar  con  sosiego  acomo- 
dado á  su  natural  espacioso  aquella  mudanza,  ansiosos  de  volverse 
pronto  á  la  Corte  á  disfrutar  de  los  premios  de  su  comisión,  y,  como 
se  averiguó  después,  deseosos  de  tener  en  qué  acusar  á  los  Jesuítas, 
de  los  cuales  enviaron  los  más  siniestros  informes.  Por  ellos  quedó 
mal  impresionado  de  los  Jesuítas  Fernando  VI,  v  engañado  por 
consejeros  infieles,  consideró  como  traidores  á  los  Misioneros.  Pero 
dos  años  más  tarde  se  hizo  lugar  la  verdad;  y  el  libelo  en  que 
se  contenían  las  calumnias  contra  los  Padres,  fingiendo  resistencias 
que  no  habían  existido,  fué  quemado  públicamente  en  Madrid  por 
mano  del  verdugo,  en  5  de  Abril  de  1759. 

Y,  lo  que  parecerá  más  extraño,  Carlos  III,  durante  sus  veinte 
últimos  años  enemigo  jurado  de  los  Jesuítas,  desde  que  se  dejó  per- 
suadir las  infames  calumnias  de  que  éstos  eran  los  que  habían  inten- 
tado manchar  la  honra  de  su  buena  madre  y  la  suya  propia,  hacién- 
dole hijo  de  adulterio,  quitarle  el  trono  de  España  para  dárselo  á 
su  hermano  D.  Luis,  3^  aun  arrancarle  la  vida  á  él  y  á  su  familia,  en 
el  día  de  Jueves  Santo  de  1766;  este  Rey  cuyo  juicio  ciertamente 
estaba  torcido  3'a  é  inclinado  á  lo  malo  por  Tanucci,  desde  su  reinado 
en  Ñapóles;  no  sólo  no  dio  jamás  muestra  alguna  de  desaprobación  de 
los  Jesuítas  del  Paraguay  ni  de  su  régimen;  sino  que  estimó  como 
un  gran  servicio  á  la  monarquía  el  tesón  con  que  habían  informado 
sobre  los  grandes  daños  que  habían  de  seguirse  del  tratado  de  1750; 
y  tan   luego  como   subió   al   trono,   rescindió  aquel  tratado  de  que 

( 1)     Ms.  col.  part. 


-318- 

habían  tomado  ocasión  los  conjurados  para  hacer  pasar  á  los  Jesuí- 
tas por  traidores.  Es  más:  dio  positivas  muestras  de  estar  satisfecho 
del  régimen  de  los  Padres  en  aquellas  Misiones,  cuando,  al  conceder 
la  expedición  de  sesenta  Misioneros  Jesuítas  que  habían  de  salir  en 
1762,  con  el  P.  Procurador  Juan  de  Escandón,  para  el  Paraguay, 
añadió  la  significativa  cláusula  siguiente,  que  no  se  estilaba  al  con- 
ceder las  antecedentes  expediciones:  <!^que  se  coHduscati  los  [Misio- 
neros] últimamente  pedidos,  para  que  dicha  provincia  del  Paraguay 
atienda  con  el  esmero  y  celo  que  hasta  aquí  á  las  conversiones  de 
que  está  encargada,  enviados  por  cuenta  de  mi  Real  hacienda,  y  en 
¡a  forma  regular,  según  y  como  se  ha  /lecho  Jmsía  aquí-»  (1). 


II 


215 


EL  ESTADO  ECLESIÁSTICO 

Siendo  el  primer  intento  de  los  Jesuítas,  y  el  que  siempre  en  su 
régimen  y  en  su  intención  obtuvo  el  principal  lugar,  la  cristiana 
formación  de  los  Guaraníes,  blanco  y  fin  al  cual  se  ordenaba  todo  lo 
demás;  ninguna  cosa  debía  consolarles  tanto,  y  asegurarles  en  el 
ejercicio  de  su  mmisterio  sin  peligro  de  error,  como  el  ver  aproba- 
dos sus  desvelos  por  los  que  son  Pastores  de  la  Iglesia  de  Dios.  Este 
era  el  juicio  que,  si  les  era  favorable,  había  de  sosegarlos,  á  pesar  de 
tantos  otros  adversos  como  oían  de  malévolos  detractores,  puesto 
que  «rt  los  Obispos  puso  el  Espíritu  Santo  para  regir  la  Iglesia  de 
Dios»  (2),  y  en  darles  el  cargo,  les  dio  prendas  de  acierto  y  juicio 
autorizado,  ante  el  cual  no  son  mucho  para  temer  los  juicios  contra- 
rios. Y  este  juicio  no  faltó  á  los  Jesuítas  en  favor  del  método  que 
empleaban  en  las  Reducciones. 

No  hubo  Obispo  que  visitara  las  Misiones  del  Paraguay,  que  no 
aprobase  el  régimen  de  los  Padres:  más  aún,  que  no  lo  aplaudiese  y 
elogiase.  Y  ya  se  ha  visto  al  tratar  del  régimen  eclesiástico  que 
fueron  muchas  las  visitas  de  los  Prelados  (3). 

No  tenemos  á  mano  los  informes  textuales  de  los  Obispos  más 
antiguos;  pero  sí  los  testimonios  de  autores  fidedignos  que  los  han 

(1)  Escandón,  Trasmigración  de  los  siete  pueblos,  Ms.  col.  part.  §  26,  al  fin. 

(2)  Act.  XX.  28. 

(3)  Lib.  I.  cap.  IX.  §  XVII. 


-319- 

visto.  <í Don  Fray  Cristóbal  de  Aresti»^  dice  el  P.  Montoj'a  <i-fué  á 
visitar  las  Doctrinas  y  poblaciones  de  su  jurisdicción,  de  cuya 
visita  dio  cuenta  por  sus  cartas  al  Real  Consejo  de  Indias,  en  que 
escribe  con  honor ificencia  los  trabajos  de  los  Religiosos,  cuan  bien 
dotrinadas  tenían  sus  ovejas,  la  música  en  la  celebración  de  las 
Alisas  y  culto  divino,  aseo  y  linipiesa  de  los  templos^  (1).  El  Doctor 
Xarque,  hablando  de  un  Señor  Obispo,  que  sintió  y  habló  menos 
bien  en  algún  tiempo  de  las  Doctrinas  Guaraníes  de  la  Compañía, 
dice:  <íCudn  diferente  sentir  tuvieron  los  Ilustrisinios  y  Reverendí- 
simos Señores  Don  Fray  Pedro  Carranza,  púrpura  del  esclarecido 
Carmelo,  Obispo  de  el  Puerto  de  la  Trinidad,  el  Señor  Don  Fray 
Melchor  Maldonado,  hijo  de  la  Lumbrera  africatuí  San  Agustín; 
el  Señor  Don  Fray  Cristóbal  de  Aresti,  de  la  I/ustrísinuí  y  esclare- 
cida Religión  de  San  Benito;  padre  de  la  vida  monástica,  Obispo 
del  Paraguay  primero,  y  después  de  Buenos  Aires,  que  escribieron 
muchas  cartas  al  Rey  nuestro  Señor,  y  d  sus  Reales  Consejos,  que 
yo  he  tenido  en  las  manos,  y  leído,  en  singular  crédito  del  celo 
santo  de  los  conquistadores  evangélicos,  de  su  mucha  religión, 
observancia,  desnudes  y  pobreza  y  de  lo  que  padecen  en  la  conver- 
sión de  los  infieles,  con  manifiesto,  y  m.uy  cotidiano  peligro  de  la 
vida-»  (2).  Y  más  adelante:  «£"«  años  atrás,  los  Obispos  más  antiguos 
confirmaron  d  los  indios;  y  hallaron  en  ellos  y  en  sus  pueblos  tal 
cristiaiuiad,  en  costumbres,  tal  devoción  en  los  templos,  tal  obser- 
vancia de  las  leyes  eclesiásticas,  y  obediencia  á  sus  Obispos  y  Curas, 
que  bañados  en  lágrimas  de  espiritual  consuelo,  con  ternura  de 
padres,  daban  á  Dios  nuestro  Señor  infinitas  gracias,  protestando 
que  su  diestra  sola  pudiera  haber  transformado  en  corderos  tan 
humildes  los  que  tan  poco  antes  eran  leones,  comedores  de  carne 
hiunana:  Dextera  Domini  fecit  virtutem  (3):  dejando  expresa  esta 
su  admiración  en  los  libros  de  cada  pueblo,  con  autos  sunuimente 
honoríficos  para  los  Padres  de  aquella  nueva  Iglesia,  á  quienes 
después  apoyaban  de  palabra,  en  las  ocasiones  que  se  ofrecía 
tratar  de  las  Reducciones,  y  por  escrito,  con  informes  al  Sumo  Pon- 
tífice, al  Rey  nuestro  Señor  y  á  sus  Tribunales»  (4). 

Del  lUmo.  Sr.  Cárdenas  se  dirá  en  el  artículo  siguiente. 

El  Tilmo.  Sr.  Guillestigui,  que  le  sucedió,  «emprendió,  dice 
Charlevoix,  la  trabajosa  visita  de  las  Doctrinas,  como  celoso  pastor 


(1)  Memorial  de  17 43,  n.  11. 

(2)  Insignes  Misioneros,  lib.  II.  cap.  XXXIII. 

(3)  Ps.  117.  V.  16. 

(4)  Xarquü,  Insignes  Misioneros,  parte  III.  cap.  VII. 


-320- 

acostumbrado  á  los  trabajos  apostólicos,  y  nada  encontró  que  no 
confirmase  el  alto  concepto  que  ya  antes  había  formado  de  aquella 
cristiandad.  Conformes  con  este  conocimiento  fueron  las  cartas  que 
escribió  al  Rey  y  al  Consejo  de  Indias»,  «cartas,  añade  el  P.  Muriel, 
en  las  cuales,  al  leerlas,  hallé  entre  otras  cosas  expresado  que  las 
causas  de  las  persecuciones  que  se  movieron  contra  la  Compañía  de 
Jesús  se  reducían  únicamente  al  amor  que  los  Padres  tenían  á  los 
Guaraníes,  y  al  esfuerzo  que  empleaban  en  defenderlos»  (1). 

El  lUmo.  Sr.  Azcona  Imberto,  Obispo  de  Buenos  Aires,  visitó 
las  Reducciones  en  1681,  }■  en  su  informe  al  Rey  dio  testimonio  de 
que  las  había  encontrado  «todas  muy  numerosas  de  gente,  bien  asis- 
tidas de  los  Religiosos  en  lo  espiritual,  con  Templos  capaces,  decen- 
temente adornados;  y  los  indios  bien  instruidos  en  las  Doctrinas  y 
costumbres,...  con  que  no  hubo  más  que  hacer,  que  confirmar  veinte 
y  cuatro  mil  muchachos  de  ambos  sexos*  (2). 

El  Illmo.  Sr.  Palos,  Obispo  del  Paraguay,  acababa  de  visitar 
en  1724  las  Doctrinas  de  Yapeyú,  la  Cruz,  San  Borja,  Santo  Tomás, 
San  Carlos,  Candelaria,  San  Cosme,  Santa  Ana,  San  Ignacio  miní, 
Corpus,  Trinidad  y  Jesús;  y  desde  esta  última  escribía  al  Rey  su 
Informe,  que  puede  verse  en  el  5.'^  tomo  de  Charlevoix  (3j,  en  el  que 
entre  otras  cosas  dice  estas  notables  palabras:  «Debo  certificar  á 
Vuestra  Majestad  que  no  he  podido  ver  sin  admiración  con  cuánto 
esmero  y  atención  gobiernan  estos  Religiosos  sus  Doctrinas,  la 
buena  educación  que  dan  á  los  Guaraníes,  de  qué  manera  les  pro- 
porcionan el  alimento  del  alma  y  del  cuerpo,  el  amor  y  la  fidelidad 
que  les  inspiran  para  con  V.  M.,  y  la  vida  civilizada  que  entre  ellos 
han  establecido.  Porque,  aunque  todo  esto  sea  público  y  notorio  en 
todo  el  mundo,  no  podía  yo  persuadirme,  ni  se  persuadirá  quien  no 
lo  haya  presenciado  como  testigo,  que  todo  esto  se  halle  con  tanta 
perfección  como  yo  lo  estoy  viendo  con  mis  ojos.» 

La  carta  del  Illmo.  Sr.  Fajardo,  Obispo  de  Buenos  Aires,  que 
en  1724,  con  ocasión  de  unas  comunicaciones  que  le  había  enviado 
Antequera  con  mil  calumnias  contra  la  Compañía  de  Jesús,  habló 
como  testigo  de  vista  en  su  pastoral  Visita  que  antes  había  hecho 
por  las  Doctrinas,  contiene  un  cumplido  elogio  del  modo  con  que  los 
Padres  las  regían,  que  el  Obispo  propuso  con  estas  palabras:  «-Puedo 
testificar  á  V.  M.,  como  quiert  corrió  por  todas  las  Misiones,  que  no 


(1)  Charlevoix,  Historia  Paragiinjetisis,  cnni,   a)iitnadversiotiibus  et  Sitp- 
plemento.  Vetiefiis,  MDCCLXXXIX. 

(2)  BuRGÉs.  Memorial  de  1708,  mim.  9. 

(3)  Ed.  de  París,  MDCCLVII,  pág.  2. 


-321- 

he  visto  en  mi  vida  cosa  más  bien  ordenada,  que  aquellos  pueblos, 
ni  desinterés  semejante  al  de  los  Padres  Jesuítas^)  (1).  Y  luego  fué 
declarándolo  y  especificando  cada  uno  de  los  puntos. 

El  Informe  del  Illnio.  Sr.  Peralta,  Obispo  de  Buenos  Aires  se  ha 
podido  ver  entre  los  anexos  de  la  Cédula  de  1743  (2).  En  él  describe 
largamente  el  régimen  de  las  Doctrinas,  y  el  estado  en  que  se  halla- 
ban por  ese  tiempo,  reconociendo  el  uno  por  tan  acertado  y  el  otro 
por  tan  feliz,  que  atestigua  que  se  separó  con  pena  de  aquellos  pue- 
blos, donde  todo  respiraba  religión,  trabajo  ordenado,  paz  y  quietud; 
y  de  los  cuales  juzga  de  este  modo:  «En  fin,  Señor,  estas  Doctrinas 
y  estos  indios  son  lina  alhaja  del  Peal  patrimonio  de  V.M.,  tan 
cumplida  y  correspondiente  d  su  Real  celo  y  piedad,  que  si  se  Jialla 
otra  igual,  no  será  mejor»  (3). 

Estos  uniformes  testimonios  de  los  Obispos,  y  las  demás  noticias 
verídicas  que  llegaban  á  Europa  por  conductos  fidedignos,  esparcie- 
ron el  conocimiento  y  la  fama  de  los  indios  Guaraníes;  á  quienes  en 
dos  ocasiones  celebró  con  gran  elogio  el  sabio  Pontífice  Bene- 
dicto XIV,  y  los  propuso  á  todos  los  católicos  como  ejemplar  digno 
de  ser  considerado  é  imitado.  Una  fué  cuando  en  su  obra  De  las  fies- 
tas de  Nuestro  Señor  Jesucristo  y  de  la  Santísima  Virgen,  hace 
mención  del  modo  cómo  los  Guaraníes  celebraban  la  fiesta  del  Cor- 
pus y  dice:  «Con  razón  se  lastima  Gretser  de  la  desdicha  de  los 
griegos,  quienes,  confesando  la  presencia  real  de  Cristo  en  el  Sacra- 
mento de  la  Eucaristía,  }'  reconociendo  que  debe  ser  adorado  con 
culto  público,  carecen,  no  obstante,  de  procesión  solemne  en  este 
día.  Mucho  más  felices  son  los  cristianos  del  Paraguay,  cuya  insigne 
piedad  en  la  Fiesta  y  Procesión  del  Corpus  Christi,  difícilmente  se 
hallará  quien  la  lea,  sin  sentir  su  ánimo  conmovido  de  íntimo  y  suave 
afecto.  Expúsola  muy  bien  Luis  Antonio  Muratori  en  su  Kelación  de 
las  Misiones  del  Paraguay,  publicada  el  año  de  1748,  capítulo  15(4). 
La  otra  vez  fué  cuando,  al  exhortar  con  ocasión  del  año  santo  á  que 
se  fomentase  el  esplendor  del  culto  divino,  se  expresó  en  su  Epístola 
encíclica  Anntis  qui  hunc  vertentem,  de  19  de  Febrero  de  1749  (5),. 

(1)  Lozano,  Revoluciones  del  Paraguay,  I,  102. 

(2)  Lib.  I.  cap.  XIII.  §  VII. 

(3)  §  Y  porque  no  se  falte.  Veinte  años  después  de  la  expulsión  de  los  Jesuí- 
tas visitaba  las  Doctrinas  el  Illmo.  Sr.  Malvar,  y  al  dar  cuenta  de  la  lastimosa 
decadencia  de  aquellas  Misiones,  un  día  tan  floreciente,  *hizo  un  grande  informe 
diciendo  que  no  se  podía  dar  arreglo  igual  como  el  que  habían  tenido  los  Je- 
suítas en  dichos  pueblos,  así  en  lo  espiritual  como  en  lo  temporal'.  Carta  áe 
D.  Isidro  Lorea,  vecino  de  Buenos  Aires,  al  P.  Diego  Iribarren,  en  Faenza,  fecha 
de  Buenos  Aires,  Octubre  í.°  de  1788. 

(4)  Ben.  XIV,  Defestis  D.  N.  I.  C.  lib.  I.  c.  XIII.  núm.  11. 

(5)  Ben.  XIV,  Bullarium,  vol.  III.  pars.  I.  núm.  III.  §  5.  in  fine. 

21     Organízación  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  ii. 


—  322  — 

en  los  siguientes  términos:  «Tanto  se  ha  extendido  el  uso  del  canto 
armónico  ó  figurado,  que  aun  en  las  Misiones  del  Paraguay  se  ve 
establecido.  Porque  teniendo  aquellos  nuevos  fieles  de  América 
excelente  índole  y  felices  dotes  naturales,  así  para  la  música  vocal, 
como  para  tañer  los  instrumentos,  y  aprendiendo  fácilmente  todo  lo 
que  pertenece  al  arte  de  la  música:  tomaron  ocasión  de  esto  los 
Misioneros,  para  acomodarse  á  su  propensión,  valiéndose  de  piado- 
sos y  devotos  cánticos  para  reducirlos  á  la  fe  de  Cristo:  de  suerte 
que  actualmente  casi  no  hay  diferencia  ninguna  entre  las  Misas  y 
Vísperas  de  nuestros  países,  y  las  que  allí  se  cantan:  como,  fundado 
en  verídicos  relatos,  lo  expone  Muratori  en  su  descripción  de  las 
Misiones  del  Paraguay,  capítulo  12.» 


III 


2lb  EXTRAORDINARIO  JUICIO  FAVORABLE 

DE  DOS  OBISPOS 

De  extraordinario  deberá  calificarse  el  juicio  de  los  dos  Obispos 
que  se  ha  reservado  para  este  artículo,  por  haber  dicho  ambos 
mucho  mal  de  la  Compañía,  y  en  particular,  de  sus  Doctrinas  del 
Paraguay:  y  por  lo  mismo  será  de  otra  tanta  autoridad,  si  con  las 
reglas  de  la  crítica  se  halla  que  es  juicio  pronunciado  en  circunstan- 
cias normales,  y  con  perfecto  conocimiento  de  causa. 

Es  el  primero  el  del  Illmo.  Sr.  Cárdenas.  Cuanto  dijo,  escribió  é 
hizo  en  contra  de  las  Doctrinas  y  de  sus  Misioneros,  es  mu}^  cono- 
cido. Pero  no  lo  es  tanto  lo  que  dijo  en  favor  de  unos  y  otras,  como 
en  el  presente  artículo  se  verá. 

Hállase  contenido  el  juicio  de  que  ahora  se  trata  en  cuatro  docu- 
mentos, á  saber:  un  testimonio  satisfactorio  sobre  el  buen  estado  de 
la  reducción  de  San  Ignacio  guazú,  que  acababa  de  visitar  el  Ilustrí- 
simo  Prelado:  dos  cartas  afectuosas  remitiendo  el  dicho  testimonio  al 
Padre  José  Cataldino,  Superior  de  las  Misiones  (1),  y  una  carta- 
informe  al  Rey  Felipe  IV,  con  insignes  elogios  de  los  Jesuítas  del 
Paraguay,  especialmente  de  los  que  se  hallaban  en  las  Doctrinas. 

El  anua  de  la  Doctrina  de  San  Ignacio  guazú  correspondiente  al 

(1)  Así  consta  del  título  que  lleva  la  copia  autorizada  que  se  conserva  en 
Chile  (Bibl.  Nac.  MSS.  Archivo  de  Jesuítas,  vol.  273). 


-323- 

año  1643,  que  insertó  el  primer  documento  (1),  empieza  con  la  siguiente 
frase:  «Por  lo  de  este  año,  dejando  todo  lo  demás  que  puedo  decir , 
que  no  es  poco,  referiré  solamente  lo  que  escribió  el  Illnio.  y  Rmo. 
Sr.  D.  Fr.  Bernardina  de  Cárdenas^  Obispo  del  Paraguay,  á  uno 
de  los  Padres  de  la  reducción^  luego  que,  después  de  haber  visi- 
tado la  reducción  como  Obispo,  llegó  al  pueblo  de  Yagiiarón:  que 
dice  así  y  toda  es  de  mano  de  S.  Illma,y>  Razón  tenía  en  omitir  todo 
lo  demás  y  conservar  ese  testimonio  auténtico  de  lo  que  eran  las 
Doctrinas.  Porque  en  él  afirma  el  Prelado:  1.°  Que  ha  visitado  la 
reducción  de  San  Ignacio  de  indios  Guaraníes,  puesta  al  cargo  de 
la  Compañía  de  Jesús.  2.°  Que  ha  visitado  también  á  sus  Curas  en 
lo  que  están  sujetos  al  Ordinario.  3.°  Que  los  Padres  estuvieron  muy 
prontos  y  obedientes  ala.  yisita.  4°  Que  los  Padres  á  cuyo  cargo 
estaba  la  reducción,  Adriano  Crespo  y  Luis  Cobo,  son  y  han  sido 
buenos  y  útiles  Curas  para  bien  y  salvación  de  las  almas  y  para 
descargo  de  la  conciencia  de  S.  M.  y  de  la  de  los  Obispos.  5.°  Que 
no  son  y  han  sido  útiles  en  cualquier  grado,  sino  en  superlativo 
grado,  útilísimos,  apostólicos,  ejemplares,  celosos,  caritativos,  pru- 
dentes, amables  d  los  indios,  vi gilantisimos  para  su  salvación  y 
para  el  servicio  de  Dios  Nuestro  Señor.  6.°  Que  de  ello  «son  prue- 
bas evidentes  el  aseo  y  curiosidad  en  las  iglesias  y  altares,  el 
esmero  en  el  culto  divino  y  sus  alabanzas, con  música  y  cantares,  tan 
diestros;  tan  bien  enseñados,  que  es  cosa  digna  de  admiración...^ 
7.°  Que  otro  tanto  se  ha  de  decir  de  los  demás  religiosos  anteceden- 
tes á  ellos  «/)o;'  buena  consecuencia  y  buenos  efectos^».  8.^  Que  los 
indios  son  admirables  '•<en  su  vida  y  buenas  costumbres-» ,  en  úa  fre- 
cuencia de  sacramentos  y  devociones  y  la  cristiandad  en  que  viven 
sin  anmncebamientos,  borracheras  ni  hurtos,  ni  otros  vicios». 
9."  Que  las  buenas  costumbres  de  los  indios  son  tales  que  «dan  espe- 
ranza segura  de  su  salvación».  10.°  Que  después  de  dar  gracias  á 
Dios,  las  da  á  la  Compañía  y  á  los  dos  Padres  Curas.  11."  Que  les 
comunica  toda  su  autoridad  y  facultad. 

En  la  primera  carta  al  P.  Cataldino  dice  que  da  gracias  á  Dios 
<icn  especial  de  los  regalos  espirituales  que  ha  recibido  mi  alma  de 
ver  [en  las  Doctrinas]  tanta  virtud  y  santidad,  y  cosas  dignas 
de  eternas  alabanzas»;  que  en  favor  de  la  Compañía  de  Jesús  «voy 
haciendo  y  haré  cosas  de  mucha  importancia  d  su  honor  y  defensa, 
en  orden  á  desmentir  calumnias  y  testimonios  falsísimos,  é  infor- 
maré de  estas  verdades  puras  que  voy  viendo,  hechas  en  tanto  ser- 
vicio de  Dios  y  del  Rey,  y  salvación  de  las  almas»;  que  el  salir  á  la 
(1)    Río-Janeiro,  Bibl.  Nac.  MSS.  (Col.  Angelis,  XIX-44). 


-324- 

defensa  de  la  Compañía  de  Jesús,  é  informar  del  gran  servicio  que 
hace  á  Dios  y  al  Rey  «es  el  principal  motivo  de  venir  al  Paraná». 
Que  los  habitantes  de  la  Asunción  piensan  que  él  se  gobierna  por 
consejos  de  la  Compañía;  «-y  vo»  añade,  «pienso  que  no  errara, 
haciéndolo  así».  Y  concluye  con  un  gran  elogio  del  fervor  y  ejemplo 
del  P.  Silverio  Pastor,  que  había  de  conducir  la  carta.  La  segunda 
es  una  esquela  remisiva  del  testimonio:  y  aun  allí,  con  escribir  tan 
pocas  líneas,  extrema  los  conceptos  para  mostrar  aprecio  de  las 
Doctrinas  y  de  la  Compañía,  diciendo  que  escribe  aquel  testimonio 
<íContra  los  que  quieren  borrar  las  virtudes  de  la  Compañía  de 
Jesús»:  que  ha  sido  providencia  de  Dios  que  él  haya  cuidado  de  visi- 
tar el  Parauíá  «para  el  servicio,  alabanza  y  honor  de  la  Compañía»'. 
y  que  aunque  cualquiera  será  afecto  á  la  Compañía,  «^pero  Jiinguno 
tanto  como  yo». 

En  el  cuarto  documento,  que  es  la  carta-informe  al  Rey  sobre  la 
necesidad  de  enviar  Misioneros  Jesuítas  de  España,  y  es  muy  pro- 
bable que  la  diese  al  P.  Pastor,  que  por  aquel  tiempo  había  sido 
nombrado  Procurador  á  Europa,  é  iba  á  pedir  Misioneros:  no  es 
menos  favorable  el  juicio  que  emite  el  Prelado  sobre  todos  los  Padres 
de  la  Compañía  de  Jesús  en  el  Paraguay,  y  en  especial  sobre  los  que 
cuidaban  de  las  Doctrinas.  Su  lectura  deja  el  ánimo  asombrado  al 
pensar  en  lo  que  muy  poco  después  dijo  de  aquellos  mismos  sujetos. 
Llámalos  aquí  «celosos  y  apostólicos  religiosos  de  la  sagrada  y  apos- 
tólica Religión  de  la  Compañía  de  Jesús  de  esta  provincia  del  Para- 
guay, pocos  en  Jiúmero,  pero  equivalentes  á  muchos  en  el  celo  y 
trabajos,  y  en  el  fruto  copioso  con  que  han  acrecentado  d  la  Corona 
de  V.  Real  Majestad  gran  cantidad  de  naciones  y  número  de  indios, 
y  á  la  Iglesia  de  Cristo  fieles  hijos,  sacándolos  de  la  esclavitud  del 
demonio  y  de  la  vida  bárbara  que  tenían,  sujetándolos  al  yugo 
suave  de  Cristo,  buen  gobierno  y  policía  de  ¿"s/xí/zí?».  Elogia  á  los 
Padres  con  expresiones  muy  encarecidas,  y  afirma  que  son  irenova- 
dores  del  celo  y  espíritu  de  sus  primeros  Padres  San  Ig  juicio  y  San 
Francisco  Javier» . 

Habla  de  las  Reducciones  del  Paraná  y  Uruguay,  hechas  «no  sin 
costas  de  vida  y  sangre,  que  derranuiron  algunos  de  los  religiosos: 
fortnadas  de  indios  que  antes  ni  conocían  Dios  ni  Rey ,  y  eran  ene- 
migos de  los  españoles,  y  tenían  atemorizada  esta  tierra»,  y  ahora 
«están  ya  domesticados,  y  de  bárbaros  é  incultos,  hechos  Jiombres, 
buenos  cristianos  j  fieles  vasallos  de  V.  M.»  Agrega  que  además  de 
lo  bien  que  instruyen  á  los  indios  en  la  religión  y  la  vida  civil,  son 
necesarios  los  Padres  para  la  defensa  de  los  indios  contra  los  portu- 


-  325  - 

gueses.  <i^Yes  del  todo  conveniente  al  servicio  de  Dios  y  seguridad 
de  esta  provincia  que  las  dichas  Reducciones  é  indios  estén  á  cargo 
de  los  dichos  Padres  de  la  Compañía,  porque,  además  de  lo  dicho, 
los  dejienden  con  valor  é  incansable  trabajo-»;  y  en  esta  razón  afirma 
que  si  no  fuera  por  los  Padres,  se  destruyeran  no  sólo  sus  Reduccio- 
nes, sino  también  las  otras  de  la  Provincia,  y  peligrara  la  misma  ciu- 
dad de  la  Asunción. 

Tal  era  el  juicio  de  este  Prelado  en  1643  y  1644,  ora  escribiendo  cá 
los  Misioneros,  ora  informando  al  Rey.  Y  si  más  tarde  acriminó 
á  los  Jesuítas  y  sus  Doctrinas,  es  muy  cierto  que  sus  cargos  salieron 
convencidos  de  falsos,  como  en  especial  se  vio  con  la  mayor  eviden- 
cia y  publicidad  en  el  asunto  de  las  minas  y  en  el  Catecismo;  y  cierto 
es  también  que  procedió  con  pasión  en  sus  escritos;  lo  cual  no  puede 
decirse  de  los  presentes;  y  así  entre  los  dos  juicios,  el  que  tiene  indi- 
cios patentes  de  conformarse  con  la  realidad  de  las  cosas,  es  sin  duda 
el  que  va   expresado  en  los   documentos  que  se  acaban  de  analizar. 

El  segundo  testimonio  es  el  del  Illmo.  Sr.  D.  Manuel  Antonio  de 
la  Torre,  último  Obispo  del  Paraguay  en  tiempo  de  los  Jesuítas,  que 
lo  fué  también  de  Buenos  Aires  en  la  época  de  la  expulsión.  Las  cir- 
cunstancias de  este  Prelado  fueron  dignas  de  reparar.  El  haber  sido 
elegido  para  el  Obispado  del  Paraguay  cuando  no  era  más  que 
párroco  de  una  aldea,  siendo  así  que  era  costumbre  en  España  tomar 
los  Obispos  ó  de  las  dignidades  de  una  Catedral  ó  de  los  claustros,  y 
elegido  en  un  tiempo  en  que  se  andaba  buscando  quién  era  enemigo 
de  los  Jejiuítas  para  elevarlo  á  las  prebendas  ó  á  los  puestos  de 
gobierno,  es  indicio  de  que  había  dado  claras  muestras  de  aversión 
á  la  Compañía.  Además,  al  salir  de  España,  le  imbuyó  en  una  porción 
de  prejuicios  un  personaje  que  no  se  dice  quién  era,  pero  puede  con- 
jeturarse que  fué  el  duque  de  Alba,  á  quien  tuvo  por  especial  protec- 
tor; Y  entre  otras  cosas  le  dio  la  idea  falsa  de  que  el  último  informe 
hecho  por  el  lUnio.  Peralta,  Obispo  de  Buenos  Aires,  no  había  sido 
escrito  por  él,  sino  presentado  por  los  Jesuítas,  y  él  no  había  hecho 
más  que  poner  la  firma;  patraña  de  que  por  sus  ojos  se  desengañó 
el  Sr.  la  Torre,  pues  por  una  casualidad,  se  había  conservado  el  borra- 
dor autógrafo  todo  del  Illmo.  Sr.  Peralta,  y  se  le  pudo  presentar. 
Otros  prejuicios  semejantes  traía;  y  en  particular  venía  señalado  para 
ejecutar  la  expulsión  total  ó  parcial  de  los  Jesuítas  de  las  Doctrinas, 
que  se  había  resuelto  en  tiempo  de  la  rebelión  de  los  Guaraníes;  y  así 
se  le  notificaba  al  general  Cevallos,  que  al  Illmo.  Sr.  la  Torre  se 
había  dado  comisión  de  visitar  no  sólo  las  Doctrinas  de  la  diócesis  de 
la  Asunción,  sino  también  las  otras,  para  que  resolviera  y  preparara 


-  326  - 

la  ejecución  de  acuerdo  con  el  mismo  Cevallos;  y  se  había  fiado  de  él 
esta  tarea  «porque  se  tiene  satisfacción  de  su  conducta  é  indiferen- 
cia», expresión  que  tiene  la  significación  dicha  arriba  (1). 

Hizo  el  Illmo.  Sr.  la  Torre  su  Visita,  y  juzgó  en  presencia  de  la 
realidad  muy  de  otra  manera  de  lo  que  esperaban  los  que  le  habían 
enviado  para  ruina  de  los  Jesuítas;  y  así  hizo  dar  verbalmente  su 
informe  al  General  Cevallos,  de  que  no  convenía  se  sacasen  de  Misio- 
nes los  Jesuítas,  ni  en  todo,  ni  en  parte.  Y  pidiéndole  el  prudente 
General  le  diese  el  mismo  informe  por  escrito,  le  envió  la  carta  que 
va  en  el  Apéndice,  por  donde  se  pudo  saber  con  todos  sus  detalles 
este  juicio  favorable.  Agregan  los  cronistas  que  después  de  haber 
visitado  las  Doctrinas,  dijo  el  Illmo.  la  Torre:  «Me  condeno  si  no 
informo  en  este  sentido»  [2). 

Habiendo  completado  la  Visita  de  toda  su  diócesis,  envióla  rela- 
ción de  ella  al  Consejo  de  Indias,  acompañada  de  otros  doce  informes 
sobre  varios  puntos;  y  allí  quedó  sepultada,  sin  que  se  trasluciese 
palabra  favorable  á  las  Doctrinas  y  á  los  Jesuítas.  Al  enviarla,  escri- 
bía el  mismo  Obispo  á  un  su  confidente,  el  P.  Sebastián  Manjón: 
«Contiene  (la  Relación  de  la  Visita),  en  más  de  ochenta  pliegos,  cuanto 
he  visto  y  palpado  en  este  Nuevo  Mundo;  y  hablo  de  la  Compañía  lo 
que  he  experimentado,  como  de  sus  Doctrinas,  cuanto  he  notado,  sir- 
viendo de  auténtico  testimonio,  que  se  podía  imprimir  para  la  poste- 
ridad. V.R.  primero  que  yo  oirá  lo  que  sonare;  y  lo  que  fuere 
sonará»  (3). 

Caída  la  Compañía,  el  Illmo.  la  Torre  habló  muy  diferentemente 
de  ella,  como  en  seguida  se  verá. 


IV 


217 


PROSIGUEN  LOS  DOS  TESTIMONIOS  EXTRAORDINARIOS 

Nunca  habían  desaparecido  del  todo  los  adversos  sentimientos  que 
trajo  el  Illmo.  Sr.  la  Torre  de  España;  pero  los  excitaron  y  exacer- 
baron algunas  circunstancias.  Habiéndose  persuadido  al  principio  de 
que  él  era  el  hombre  llamado  á  componer  los  asuntos  del  Paragua)^ 

(1)  Despacho  de  Wall  á  Cevallos,  17  de  Junio  de  1758.  Bibl.  Nac.  de  B.  A.  MSS. 

(2)  P.  Calatayud,  al  fin  de  su  Tratado  del  Paraguay. 

(3)  Carta  de  la  Asunción,  Oct.  6  de  1761.  Arch.  de  la  prov.  de  Toledo. 


-  327  - 

que  tanto  ruido  hacían  en  Europa,  parece  que  se  empeñó  con  Don 
Pedro  Cevallos  en  que  además  de  las  facultades  reservadas  que  el 
Obispo  había  traído,  le  comunicase  las  civiles  que  él  tenía,  para  pro- 
ceder á  la  visita  de  los  pueblos;  á  lo  que  el  prudente  General  se  negó 
con  buen  modo;  pero  desde  entonces  fué  mirado  con  disgusto  por  el 
Obispo  (1). 

Lo  que  no  puede  dudarse  es  que,  habiendo  aparecido  en  el  proceso 
de  la  rebelión  de  Corrientes  el  nombre  del  Sr.  la  Torre,  y  el  de  su 
Vicario  el  Dr.  Martínez  de  Ibarra,  como  de  personas  por  cuyos  con- 
sejos se  había  arrojado  la  gente  al  exceso  de  prender,  deponer  y  mal- 
tratar al  Teniente  de  Gobernador;  achacó  el  lUmo.  Obispo  tal  acusa- 
ción á  malquerencia  del  Gobernador  Cevallos;  y  con  este  prejuicio  es 
increíble  el  odio  que  le  cobró;  siendo  así  que  Cevallos  no  tuvo  en  el 
hecho  parte  alguna;  practicando  las  indagaciones  un  sujeto  que  nunca 
fué  sospechoso  al  Obispo,  el  Dr.  D.  Manuel  de  Labardén,  sin  haber 
intervenido  Cevallos  para  nada,  como  que  el  proceso  todavía  no  se 
había  llevado  á  estado  de  sentencia.  Por  lo  cual,  sea  que  fuese  real 
el  hecho  que  resultaba,  sea  que  no  fuera  más  que  una  de  las  sindica- 
ciones falsas  con  juramento,  que  tan  frecuentes  eran  allí,  no  había 
motivo  fundado  para  el  enojo  contra  Cevallos,  ni  contra  Morphy,  que 
por  su  parte  se  supo  defender  muy  bien  (2).  Pero  pasando  más  allá, 
el  Obispo  echó  la  culpa  de  todo  á  los  Jesuítas,  acusándolos  gratuita- 
mente de  haberse  conjurado  con  el  Gobernador  para  perder  al  Obispo. 
Con  esto  ya  no  tuvo  límites  su  enojo  contra  ellos. 

Ocurrió  en  seguida  la  venida  de  Bucareli,  quien  al  decir  de  Bou- 
gainville  venía  ya  industriado  sobre  la  cabala  que  se  estaba  tra- 
mando en  España  para  expulsar  á  los  Jesuítas.  Con  esto,  y  con  el  odio 
que  desde  su  llegada  manifestó  contra  Cevallos,  y  contra  cuanto  éste 
había  hecho,  se  formó  estrechísima  amistad  entre  el  Illmo.  la  Torre 
y  Bucareli.  Y  así,  llegada  la  expulsión,  se  desató  el  Prelado  en 
hablar  mal  de  los  Jesuítas  de  una  manera  que  muestra  en  todos  sus 
informes  la  pasión.  Agregóse  á  todo  que,  al  ir  á  poner  en  posesión  á 
los  nuevos  Curas,  echó  de  ver  el  Dr.  Martínez  de  Ibarra  unas  notas 
puestas  en  un  libro  parroquial,  por  un  Jesuíta  de  San  Borja,  á  los  avi- 
sos de  Visita  del  Illmo.  la  Torre,  en  las  que  se  defendía  usando  al 
mismo  tiempo  de  sátira  y  mordacidad.  Esto  agrió  extraordinaria- 
mente al  Obispo,  como  se  ve  en  sus  cartas  de  3  y  21  de  Octubre  de 
1768  (3)  en  las  que,  además  de  rebajarse  hasta  comparar  á  los  Jesuí- 

(1)  Escandón:  Trasmigración,  §  último  ó  Apénd. 

(2)  Rev.  de  B.  A.  tom.  XXII. 

(3)  Brabo,  Col.  J63.  178. 


-  328  - 

tas  con  los  galeotes,  afirrna  (lo  que  era  contra  la  verdad)  que  en 
todos  los  pueblos  se  habían  hallado  los  libros  con  notas  despreciati- 
vas del  Obispo,  cuando  no  se  trataba  sino  de  un  pueblo  solo,  y  en  él 
fué  un  solo  libro  el  que  constó  contener  notas  satíricas.  Con  esto 
tomó  seguridad  para  tachar  calumniosamente  á  todos  los  Jesuítas  de 
la  falta  cometida  por  uno  solo. 

Y  es  de  notar  que  esta  falta  fué  sólo  de  no  haber  observado  la 
debida  reverencia  en  la  forma,  pues  en  cuanto  á  la  sustancia,  es  una 
legítima  defensa  en  la  mayor  parte  de  los  cargos,  en  los  cuales  el 
Obispo  se  había  entrometido  á  sentenciar  en  materias  morales  sin 
tener  razón:  y  en  cuanto  á  los  hechos,  se  había  dejado  prevenir  de 
informes  errados,  de  suerte  que  en  la  mayor  parte  de  los  cargos 
tenía  razón  el  que  se  defendía,  y  á  más  de  uno  se  le  pudo  ocurrir  que 
aquellos  apuntes  habían  sido  puestos  allí  á  última  hora,  para  que  no 
pareciese  que  los  cargos  del  Obispo  en  la  Visita,  con  ánimo  ya  pre- 
ocupado, tenían  fundamento  en  la  realidad:  si  bien  era  vituperable  la 
forma. 

Poseído  de  los  sobredichos  sentimientos,  escribió  varios  informes 
y  cartas  el  Illmo.  la  Torre,  y  en  ellos  habló  cuanto  mal  pudo  de  los 
Jesuítas:  y  lo  que  es  más  triste,  sin  respetar  la  verdad.  Veráse  esto 
en  una  resolución  que  por  su  carácter  fué  muy  conocida,  como  que  se 
insertó  en  las  Ordenanzas  de  Bucareli  (1). 

Consultado  el  Illmo.  Sr.  la  Torre  por  Bucareli  sobre  el  sínodo  que 
se  debería  señalar  á  los  Curas  de  Doctrmas,  que  había  puesto  en  sus- 
titución de  los  Jesuítas,  respondió  el  Prelado  con  una  determinación 
verdaderamente  mezquina,  asignando  300  pesos  por  año  á  los  Curas, 
y  250  á  los  Compañeros.  Y  sin  que  viniera  mayormente  á  propósito, 
hizo  cuatro  cargos  á  los  Jesuítas  en  el  informe,  con  la  particularidad 
de  ser  todos  cuatro  falsos,  y  muy  injuriosos  á  los  beneméritos  misio- 
neros.— Es  el  primero  el  decir  que  usurpaban  los  bienes  de  los  indios: 
^todo  el  fruto  del  trabajo  de  los  indios  se  lo  llevaban  los  Jesnítas»: 
calumnia  intolerable,  como  se  ha  probado  ya,  y  constaba  de  indaga- 
ciones y  sentencias  jurídicas,  y  sobre  la  cual  no  podía  alegar  el  acu- 
sador ignorancia. 

En  segundo  lugar  los  acusa  de  no  aplicar  la  Misa  por  el  pueblo 
el  día  de  la  fiesta:  y  dice  que  «/a  teología  de  sus  antiguos  Curas 
tenía  arbitrios  para  dispensarse  de  estas  obligaciones-».  Ignoraba 
ó  aparentaba  ignorar  el  Illmo.  la  Torre  que  hasta  la  Constitución 
de  Benedicto  XIV  cum  semper  de  1744,  la  doctrina  común  de  los  Teó- 

(1)     Brauo,  Col.  pág.  311. 


—  329  — 

logos  con  los  Saltnaticenses  (1)  era  que  los  párrocos  tenían  obliga- 
ción de  aplicar  la  Misa  por  el  pueblo  algunas  veces  en  el  año,  pero 
no  precisamente  todos  los  domingos  y  fiestas.  De  modo  que  hasta 
aquel  tiempo  estaban  los  Jesuítas  en  muy  buena  compañía,  practi- 
cando, como  practicaban,  la  orden  que  ciento  treinta  años  antes 
daba  el  P.  Provincial  Diego  de  Torres  primer  fundador  de  las 
Misiones  (2).  <iD¿ga  cada  semana  cada  Padre  una  Misa  por  los 
indios»:  y  eso  que  no  eran  todavía  párrocos:  ni  el  compañero  lo  fué 
nunca. — Publicada  la  Constitución  sobredicha,  se  zanjaron  todas  las 
dudas  ó  pareceres  contrarios,  como  nota  San  Ligorio,  pues  en  ella 
decía  el  Pontífice  <i-et  quatenits  opiis  sii,  auctoritate  Apostólica,-» 
«.tenor e  praesentiiun,  decernimus  et  declaranms  qnod»  <i~eadein  Missa 
diebiis  dominicis  et  festis  ab  ipsis  debeat  applicarÍT>.  Si  el  Prelado 
encontró  algún  Jesuíta  que  la  ignorase,  ó  no  la  practicase,  estaría 
muy  bien  que  le  advirtiera  de  ello:  y  hallando  falta  en  él,  que  fuera 
cierta,  le  reprendiese:  mas  no  que  sacara  á  relucir  la  falta  de  alguno 
como  si  fuera  de  todos,  como  lo  hace  y  eso  fuera  de  propósito.  Y 
que,  si  por  acaso  hubo  descuido  en  alguno  en  no  aplicar  más  que  una 
Misa  semanal,  se  había  remediado  el  daño  en  todos  en  general,  se 
probaba  precisamente  con  uno  de  los  documentos  que  envió  Buca- 
reli  á  Madrid  como  acusatorios  contra  los  Jesuítas,  siendo  más  bien 
defensa  de  ellos  (3)  y  son  los  Postulados  de  la  Congregación  23  del 
Paraguay  al  M.R  P.  General  de  la  Compañía,  de  loscualesell.°(,13de 
Febrero  de  1766)  dice  así:  <íPostiilat  Cong.  nt  i?.  A.  P.  N.  dignetur 
gratianí  a  suis  Praedecessoribus  factam  renovare,  qiia  PP.  Indo- 
rum  Missionarii  deobligentnr  ab  aliquibus  Missis  in  Catalogo 
Missarnm  et  orationiim  praescriptis.  Deductis  quippe  Missis  iuxta 
Constitiitioneni  Benedicti  XIV  datain  9  Augusti  1744  pro  populo 
offerendis,  offereudis  etianipro  Rege  Catholico,  iis  etiam  quas  pro 
defunctis  ueopJiytis  qnot-inensibns,  et  pro  iis  qui  quoque  die 
moriuntur,  offerre  debent,  vix  ulla  quae  ad  libituin  vel  pro  aliis 
necessitatibus  applicari  possit,  reliqua  est».  Este  papel  lo  vio  el 
Illmo.  la  Torre:  y  por  él  constaba  la  aplicación  dicha  )'  que  apenas 
quedaba  ninguna  Misa  libre  á  los  misioneros;  y  así  no  se  explica 
cómo  se  atrevió  á  escribir  la  sangrienta  calumnia  de  que  o-privabau 
d  estos  miserables  (indios)  de  semejantes  gracias  y  sufragios^. 

Cúlpalos  en  tercer  lugar  de  que  ««o  cantasen  una   Misa  solemne 
todos  los  lunes  por  las  almas  de  los  difuntos»  y  dice  <^no  tenían  día 

(1)  Tom.  I.  Tract.  V.  cap.  V.  punct.  II.  n.  53. 

(2)  Instr.  gen.  de  1610.  iiiim.  13. 

(3)  B.  A.  leg.  63/  Correspondencia  con  el  Conde  de  Aranda. 


-330- 

(ilguno  (le  la  semana  para  ¡lacer  el  sufragio  de  una  Misa  solemne 
por  los  fifiados».  Y á  esto  llama  «^obligaciones-». — No  se  sabe  de  dónde 
saldrían  esas  obligaciones,  ni  cuál  sería  la  Teología  del  acusante 
para  imponerlas.  La  primera,  no  está  en  ninguna  parte.  La  segunda 
era  absurda  en  las  Misiones:  porque  la  Misa  solemne  es  la  que  se  dice 
con  Ministros,  diácono  y  subdiácono,  cosa  imposible  allí,  donde  no 
había  más  que  dos  sacerdotes  de  ordinario.— En  vez  de  proferir  car 
gos  imaginarios  contra  los  Jesuítas,  podía  el  Illmo.  la  Torre  haberlos 
alabado  de  que  cada  mes  por  lo  menos  se  aplicaba  una  Misa  cantada 
por  todos  los  difuntos  del  pueblo,  lo  que  consta  por  el  postulado  Licita- 
do arriba:  y  también  por  testimonio  del  P.  Escanden  en  1760  en  su  Re- 
lación de  las  Misiones  de  Guaraníes,  dirigida  al  P,  Burriel,  que  origi- 
nal existe  hoy  en  el  Archivo  Histórico  de  Madrid,  en  que  dice  §  IV: 
<iCadn  mes  tin  día,  suele  también  cantarse  una  Misa  por  tocios  los 
difuntos  del  pueblo».  Y  en  algunas  partes  se  hacía  esto  cada  lunes: 
como  consta  de  Jarque  (1)  y  del  P.  Peramás  (2). 

Añade  la  cuarta  culpa  y  es  que  «deben  cantar  una  Misa  según  el 
Ritual  rofuano  en  el  entierro  de  cada  cuerpo»:  y  no  enterraban  los 
cuerpos  con  Misa  «cantada  ni  resada». — Lo  primero  es  tan  erróneo 
como  lo  de  cantar  Misa  solemne  de  arriba:  pues  el  Ritual  (3)  pres- 
cribe sólo  que  se  celebre  Misa  solemne;  pero  cuando,  como  en  Doc- 
trinas, era  imposible  celebrar  Misa  solemne,  no  prescribe  el  Ritual 
Misa  cantada.  Y  de  hecho,  los  rubricistas  ponen  el  oficio  y  Misa  can- 
tada ó  rezada. — Lo  segundo  se  convence  de  falsedad  por  el  postulado 
citado  arriba,  sin  añadir  otros  testimonios  que  seria  fácil  citar, 
empezando  por  el  núm.  13  de  la  segunda  Instr.  del  P.  Torres:  «cuando 
alguno  muriese,  le  dirán  (cada  Padre)  otra  Misa». 

Fundado  en  dichas  cuatro  falsedades,  trata  el  desinterés  de  los 
Jesuítas  de  «superchería».  De  modo  que  el  hecho  referido  por  el 
Padre  Lozano  (4),  que  consta  por  la  Cédula  de  20  de  Noviembre  de 
1611,  de  haber  sido  ofrecidos  á  los  Padres,  no  600  pesos,  como  dice 
el  Informe  erradamente,  sino  933  y  unos  reales  (que  tanto  valían  los 
600  pesos  ensayados,,  sínodo  mínimo  de  cuantos  se  daban  en  el  Perú): 
y  no  haberlos  aceptado  el  P.  Diego  de  Torres,  recibiendo  sólo  la 
mitad,  no  para  uno  sino  para  dos  misioneros:  hecho  que  llenó  siem- 
pre de  edificación  á  cuantos  lo  oyeron  relatar:  eso  viene  á  ser  decla- 
rado fraude,  engaño  y  arte  de  la  «mónita^»  por  el  Prelado  mal  impre- 


(1)  Insignes  misión.  III,  cap.  16. 

(2)  Deadmin.  §23. 

(3)  Título  VI.  cap.  III. 

(4)  Hist.  lib.  6.  cap.  7. 


--  331  - 

sionado  contra  los  Padres.  Y  su  razón  es  que  en  lugar  de  sínodo 
usurpaban  los  Jesuítas  todos  los  bienes  de  los  indios:  y  que  no  cum- 
plían con  las  obligaciones  que  ha  enumerado.  —  La  pasión  ciega 
extrañamente. 

En  cuanto  al  gran  provecho  espiritual  que,  según  el  informe,  iban 
á  reportar  los  indios,  3^  de  que  antes  carecían  por  descuido  de  los 
Jesuítas,  da  de  él  razón  la  siguiente  noticia  del  Administrador  gene- 
ral, en  un  papel  de  advertencias  con  el  título  de  «Puntos  sobre  el 
remedio  de  muchos  abusos  que  hay  en  los  pueblos»  y  es  del 
año  1774  (1).  «Hasta  el  presente  está  en  uso  en  todos  los  pueblos» 
el  que  después  que  fallecen  los  enfermos,  no  se  les  dice  Misa  cantada 
de  cuerpo  presente  el  día  de  su  entierro,  ó  si  no,  el  día  siguiente  con 
vigilia  y  responso,  según  el  Ritual  romano.  Alegan  los  párrocos  en 
primer  lugar  que  ellos  saben  lo  que  se  hacen,  y  que  este  negocio, 
como  cosa  espiritual,  no  le  toca  al  Administrador  repararlo:  otros 
alegan  que  están  solos  (y  esto  es  verdad),  y  que  no  pueden  acudir  á 
todo:  los  más  responden  que  no  les  pagan  su  sínodo,  y  que  mediante 
eso,  no  están  obligados  á  hacer  más  que  lo  que  su  voluntad  les  dicte.» 
Esa  era  la  gran  ventaja  que  ponderaba  el  Tilmo.  Sr.  la  Torre,  en  vez 
de  lo  que  ocurría  en  tiempo  de  los  Jesuítas,  cuando  tenían  todos  los 
sufragios  efectivos  y  cumplidos. 

Nadie  extrañará  que  haya  sido  preciso  recusar  el  testimonio  del 
Illmo.  Sr.  la  Torre,  aun  cuando  tan  expresamente  afirma  lo  que  dice, 
habiéndose  demostrado  que  versa  sobre  falsedades  tan  manifiestas. 
La  explicación  del  hecho  de  su  afirmación,  quedará  para  que  la  den 
otros,  sea  que  se  haya  de  reducir  á  precipitación  en  el  juzgar  sin 
haber  examinado  bastante,  sea  que  haya  de  atribuirse  á  credulidad 
ó  á  pasión.  En  todo  caso,  si  es  difícil  la  explicación,  no  es  menos 
difícil  el  concordar  al  mismo  Obispo  con  su  propio  testimonio  que  va 
á  verse  ahora. 

El  Informe  dado  á  Bucareli  data  de  principios  de  1769.  Siete  años 
antes,  á  28  de  Setiembre  de  1761,  había  enviado  al  Consejo  otro 
Informe  muy  diverso,  de  más  de  80  pliegos,  del  que  decía  su  mismo 
autor  lo  que  se  ha  visto  arriba:  <<Hablo  de  la  Compañía  lo  que  he 
experimentado,  como  de  sus  Doctrinas-»,  «sirviendo  de  auténtico 
testimonio  que  se  pudiera  imprimir ^)\  y  hasta  ahora  ha  quedado  en 
el  Archivo  de  Indias  (2)  desconocido. 

Tratando  en  él  de  los  Padres  Je.suítas  del  colegio  de  la  Asunción, 
los  alaba  3^  escribe:  <íno  puedo  menos  de  decir:  que  los  RR.  PP.  de 

(1)  ButNos  AiKEs  leg.  <Misiones  1 1770>. 

(2)  Arch.  de  Jnd.  123.  2.  11. 


-  332  - 

este  colegio  son  mis  especiales  coadjutores:  descansando^  como 
en  firme  basa,  el  grave  peso  del  pastoral  ministerio,  que  abruma 
y  abate  á  otros  hombros  más  gigantes^.  Enumera  luego  con  mues- 
tras de  gran  aprobación  los  ministerios  de  los  Padres:  y  cuando 
llega  á  tratar  de  las  Doctrinas,  se  expresa  en  los  siguientes  tér- 
minos: 

«Pueblos  encomendados  á  los  RR.  PP.  Jesuítas, 
»Los  trece  pueblos  antiguos  que  están  encomendados  al  celo 
y  cuidado  de  los  RR.  PP.  de  la  Compañía  de  Jesús,  todos  se 
hallan  con  especialísimo  orden  y  viva  observancia  de  su  primer  esta- 
blecimiento.» «84.  Lo  material  de  estos  pueblos,  Señor,  es  muy  espe- 
cial y  distinto  de  los  demcás  que  van  referidos:  porque  todos  estos  se 
hallan  con  formadas  y  bien  ordenadas  espaciosas  calles:  y  sus  casas, 
según  el  genio  de  los  indios,  muy  decentes.»  «La  iglesia  nueva  del 
pueblo  de  la  Santísima  Trinidad,  toda  de  la  misma  piedra,  3^  tan 
capaz,  que  puede  ser  iglesia  Catedral  para  cualquiera  de  estas  par- 
tes.» «85.  El  socorro  y  asistencia  de  los  indios,  así  en  vestidos,  como 
en  alimentos,  igualmente  muy  singular:  porque  todos,  así  indios, 
como  indias,  se  hallan  cabalmente  equipados  á  su  usanza:  teniendo 
varios  vestidos  para  los  Capitulares.»  «Cada  día  por  lo  común,  sue- 
len repartirles  carne,  teniendo  muy  particular  atención  á  las  viudas 
y  pupilos;  celando  en  que  todos  cultiven  sus  chacaritas  para  ayu- 
darse, además  de  las  sementeras  comunes  que  laborean  para  el  soco- 
rro de  todos  y  de  cada  uno:  cuyas  conveniencias  temporales  no 
logran  el  común  de  los  españoles  en  esta  provincia.  No  siendo  meno- 
res los  espirituales  como  principal  objeto  del  apostólico  celo  de  estos 
Padres.» —Describe  aquí  el  orden  religioso  délas  Reducciones  cada 
día,  los  días  de  fiesta,  asistencia  á  los  enfermos,  frecuencia  de 
Sacramentos:  canto  é  instrumentos  en  la  iglesia,  riqueza  de  orna- 
mentos, aprobándolo  y  alabándolo  todo,  como  puede  verse  en  el 
Apéndice,  núm.  74.  Y  después  de  hablar  de  la  tristeza  y  desbande 
de  los  refugiados  del  Urugua}^  confinados  en  aquellos  pueblos, 
repite  lo  que  escribió  al  Sr.  Cevallos,  quien  le  pedía  parecer  sobre 
sacar  ó  no  los  Jesuítas  de  aquellos  pueblos  y  dice:  «fui  de  dictamen 
Señor  jno  ser  conveniente,  en  todo  ni  en  parte, la  remoción  de  Padres 
Curas  Jesuítas^ . 

Expone  luego  el  estado  de  los  dos  nuevos  pueblos  de  San  Joaquín 
y  San  Estanislao:  y  en  el  núm.  99  refiere  la  nueva  conversión  de  los 
Mbayás:  la  prontitud  con  que  salieron  á  la  empresa  los  Misioneros 
Jesuítas:  y  especialmente  la  vocación  y  abnegación  del  P.  Sánchez 
Labrador:  el  gran  bien  que  esto  era  para  toda  la  provincia  del  Para- 


-333- 

guay,  que  tenían  asolada  y  atemorizada  aquellos  bárbaros.  El  domi- 
nio de  la  lengua  mbayá  que  había  adquirido  el  P.  Sánchez  Labrador, 
quien  ya  tenía  hecho  catecismo:  3^  la  nueva  conversión  de  los  gua- 
nas, que  se  iba  presentando:  que  todo  muestra  el  celo  y  tareas  apos- 
tólicas de  los  Misioneros  del  Paraguay  en  estos  últimos  años  antes 
de  la  expulsión. 

No  es  menos  interesante  la  carta  que  un  año  antes  había  escrito 
al  General  Cevallos,  citada  en  este  Informe  al  Rey,  3'  que  va  en  el 
Apéndice  núm.  75,  y  se  conserva  hoy  en  Simancas, 

En  ella  expresa  su  dictamen  de  arriba,  de  «;/o  ser  conveniente  en 
todo  ni  en  parte  la  remoción  de  Padres  Curas  Jesuítas»,  fundándola 
en  razones.  Describe  igualmente  la  constitución  de  los  pueblos  de 
Doctrinas  que  ya  había  visitado,  acerca  de  la  cual  en  lo  espiritual 
dice:  «Y  siendo  las  atenciones  episcopales  que  pide  el  Espíritu  Santo, 
en  los  alimentos  espirituales  de  sus  ovejas,  he  visto  las  más  des- 
empeñadas por  los  celosos  Padres  Curas  en  todos  estos  pueblos.  Yo 
he  notado  con  grande  edificación  y  buen  ejemplo  una  tan  cristiana 
distribución,  que  parecían  haberse  convertido  los  pueblos  en  otro 
tanto  número  de  monasterios.»  Conforme  á  esto  funda  su  parecer,  así 
en  ese  buen  régimen  espiritual  3'  temporal,  como  en  el  hecho  de  ser 
necesario  que  sean  los  Jesuítas  los  que  atiendan  á  los  infelices  tras- 
migrados del  Uruguay:  en  no  haber  número  de  sacerdotes  idóneos 
en  el  Paraguay  para  suplir  á  los  Jesuítas,  ni  entre  los  seculares,  ni 
entre  los  Regulares:  y  finalmente  en  que,  aun  cuando  hubiera  tal 
número,  no  se  deberían  remover  los  Jesuítas  en  las  presentes  cir- 
cunstancias, porque  fuera  exponer  los  indios  á  su  ruina,  con  alguna 
sublevación  general,  con  máximas  de  insubordinación  promovidas 
por  los  indios  refugiados,  con  imposibilidad  de  establecerse  los  nue- 
vos pueblos  por  la  resistencia  de  los  indios,  y  con  tal  miseria,  que 
nadie  había  de  poder  remediarla,  como  no  fuese  el  buen  gobierno  de 
los  Jesuítas. 

Tal  es,  en  compendio,  la  carta  del  Illmo.  Prelado,  que  queda 
pálida  y  sin  vida  en  este  resumen,  siendo  necesario  leerla  para  for- 
marse idea  de  la  fuerza  de  sus  razones  3"  de  la  eficacia  de  la  verdad, 
que  le  hizo  hablar  en  sentido  del  todo  contrario  de  lo  que  sus  protec- 
tores esperaban. 

Cuál  fuese,  pues,  el  parecer  del  Illmo.  Sr.  la  Torre,  de  resultas 
de  aquella  Visita,  en  que  según  él  dice,  anduvo  con  cien  ojos,  3"  cuan 
diverso  del  que  emitió  en  el  informe  á  Bucareli,  lo  muestran  todos 
los  conceptos  dichos,  y  las  palabras  que  añade,  que  son  las  siguien- 
tes: «Y aunque  los  Padres  Doctrineros  de  la   Compañía  se  aconto- 


-334- 

dan  con  doscientos  pesos  de  plata  cada  sujeto»,  pero  siendo  este 
sínodo  tan  corto,  sólo  se  explica  el  hecho  porque  «^s  notoria  su  dis- 
tinguida parsimonia,  pobre  y  regn/ar  vestido,  sin  tener  que  poner 
casa  ni  sustentar  criados,  sin  más  padre  ni  madre  que  su  mortifi- 
cada persona^  {\).  Aquí  halla,  como  hallaron  todos,  desinterés, 
pobreza  y  mortificación  religiosa. 

Que  este  juicio  y  los  otros  dos  de  1759  y  1761  son  contradictorios 
con  el  manifestado  en  1769  á  Bucareli  sobre  usurpar  los  Jesuítas  lo 
que  era  de  los  indios,  etc.,  es  muy  cierto.  No  pudiéndose  concordar 
los  pareceres  del  Illmo.  Sr.  la  Torre  en  las  dos  épocas,  quien  examine 
las  circunstancias  de  una  y  otra,  verá  cuál  de  los  dos  dictámenes 
es  el  verdadero  y  conforme  á  la  realidad:  y  cuál  fué  pronunciado 
con  ánimo  desapasionado  y  en  condiciones  aptas  para  acertar.  Que  es 
lo  que  ha  sido  preciso  decir  antes  acerca  del  juicio  del  Illmo.  Señor 
Cárdenas. 


V 


218 

LOS  GOBERNADORES 


A  su  tiempo  hemos  probado  que  los  Gobernadores  de  estas  regio- 
nes tenían  muy  bien  conocidas  las  Doctrinas  Guaraníes  de  los  Jesuí- 
tas, como  que  frecuentemente  entraban  en  ellas,  ó  para  hacer 
padrones,  ó  para  ejecutar  visitas;  y  más  frecuentemente  aún,  llama- 
ban de  allí  las  tropas  que  necesitaban  para  las  guerras,  ó  las  cua- 
drillas de  trabajadores  que  empleaban  en  obras  públicas,  recibienda 
y  tratando  inmediatamente  á  los  indios,  ó  conduciéndolos  también 
por  su  propia  persona  á  la  batalla.  Con  este  conocimiento,  dieron 
testimonio  un  gran  número  de  veces  del  orden,  obediencia  y  buen 
gobierno  que  reinaban  en  las  Doctrinas,  del  buen  estado  y  aumentos 
de  sus  naturales,  y  de  la  fidelidad  al  Monarca  y  subordinación  á  sus 
ministros  que  les  infundían  los  Misioneros:  afirmando  que  no  tenía 
la  nación  más  prontos  y  decididos  soldados,  ni  más  eficaces  auxilia- 
res para  las  obras  de  utilidad  pública,  que  los  indios  Guaraníes:  y 
en  virtud  de  tales  informes  pudo  decir  Felipe  IV:  «-que  á  estos  Misio- 

(1)    Informe   separado   sobre   Administradores   seculares,   núm.  14.  (Sevilla 
Arch.  de  Indias,  123.  2,  14). 


-  335  - 

nevos  Jesuítas  debía  más  Reinos  la  Monarquía,  queásns  armas»  (1); 
y  Felipe  V  «qne  estos  indios  de  las  Misiones  de  la  Compañía,  siendo 
el  antemural  de  aquella  Provincia,  hacían  d  mi  Real  Corona  un 
servicio  como  ningunos  otros,  lo  que  ya  mi  Real  benignidad  les 
manifestóy>:  y  eran  «á  las  Plazas  del  Paraguay  y  Buenos  Aires 
una  defensa  inexpugnable  de  muchos  aíios  á  esta  parte»  (2). 

No  vamos  á  enumerar  los  muchos  testimonios  que  de  estos  efec- 
tos del  buen  régimen  de  las  Doctrinas  dieron  en  tantos  años  los 
Gobernadores.  Baste  recordar  que  el  Memorial  presentado  por  el 
Padre  Burgés  al  Consejo  de  Indias,  en  1705,  en  que  se  referían  los 
servicios  de  los  Guaraníes  que  hemos  compendiado  más  arriba  (3), 
iba  acompañado  de  autos  y  documentos  para  justificar  cada  hecho, 
y  la  mayor  parte  eran  procedentes  de  los  Gobernadores.  No  hubo 
Gobernador  que  no  aprobara  y  alabara  aquel  régimen,  palpando  sus 
buenos  resultados.  Pueden  verse  en  el  Apéndice  algunos  de  estos 
juicios,  sea  sobre  el  buen  régimen  de  los  pueblos,  sea  sobre  los  ser- 
vicios militares  de  los  Guaraníes.  Ahora  no  haremos  sino  citar  algu- 
nos de  las  últimas  épocas. 

Don  Baltasar  García  Ros,  Gobernador  del  Paraguay,  escribía 
en  un  informe  al  Rey,  año  de  1707:  «No  tuve  cosa  alguna  que  pre- 
venir ó  advertir  á  los  Indios  [Guaraníes  de  Misiones]  así  en  lo  espi- 
ritual, como  en  lo  temporal,  sino  ordenarles  y  encargarles  que  man- 
tengan y  conserven  el  buen  estado  en  que  se  hallan  con  el  régimen 
que  tienen,  mediante  la  educación,  celo  y  trabajo  de  los  Reverendos 
Padres  de  la  Compañía  de  jesús,  á  cuyo  cargo  digna,  y  debida- 
mente se  hallan,  con  copiosos  frutos  de  su  fervorosa  caridad  y  pre- 
dicación evangélica,  con  tan  feliz  efecto  en  los  dichos  pueblos,  en 
cuanto  á  la  cristiandad  y  modestia,  que  edifica  y  causa  admiración  á 
cualquiera  persona,  que  entrase,  y  viese  cualquiera  de  los  dichos 
pueblos:  con  tal  modo,  que  sólo  á  la  vista  se  hace  verisímil,  y  queda 
la  explicación  corta  para  los  que  no  llegaren  cá  ver  dichas  Reduc- 
ciones» (4). 

Don  Bruno  de  Zavala,  Gobernador  de  Buenos  Aires,  decía  al 
Rey  en  carta  de  28  de  Mayo  de  1724:  «Debo  decir  á  V.  M.  con  una 
verdad  ingenua  y  sincera,  que  es  imponderable  la  sujeción,  la 
humildad,  la  constancia  de  perseverar  en  todo  lo  que  ocurre  en  ser- 
vicio de  V.   M.  [de  los  Guaraníes  de  Doctrinas],.,  procediendo  la 

(1)  Xarque,  Insignes  Misioneros,  lib.  III.  cap.  IX.  núm.  5. 

(2)  Cédula  de  28  de  Diciembre  de  1743,  preámbulo,  hacia  el  fin. 
(3j     Cap.  II.  §§  I.  11.  III.  IV.  V. 

(4)    Charlevoix,  Hist.  dii  Paraguay,  t.  W.  pág.  375,  ed.  París.  M.  DCC.  LVII. 


-336  — 

sujeción,  y  modo  de  vivir  tan  observantes  en  lo  que  se  les  impone, 
de  la  buena  educación,  en  que  están  instruidos  por  los  Padres  de  la 
Compañía,  atribuyéndose  á  su  gobierno,  economía,  política,  pruden- 
cia, y  gran  dirección,  la  conservación  de  los  Pueblos,  y  la  pronta 
obediencia  de  los  Indios...  Y  cuantos  sujetos  han  transitado  por  ellas 
[por  las  Doctrinas],  no  acaban  de  alabar  esto  mismo...  Y  aun  añado 
á  su  Real  consideración,  que  pudieran  ser  muy  dichosos  los  tres 
Pueblos  de  Indios,  que  V.  M.  tiene  en  la  inmediación  de  esta  Ciudad, 
si  llevasen  el  método  de  los  Padres  de  la  Compañía  de  Jesús...»  (1). 

Don  Juan  Vázquez  de  Agüero,  Comisionado  especial  en  1735 
para  indagar,  viniendo  al  Río  de  la  Plata,  las  acusaciones  lanzadas 
contra  los  Jesuítas,  escribía  desde  Buenos  Aires  en  1736  al  primer 
Ministro  D.  José  Patino:  «No  es  dudable.  Señor  Excelentísimo,  que 
el  Gobierno  de  dichos  Pueblos  [los  treinta  de  Doctrinas  Guaraníes], 
así  por  lo  perteneciente  á  lo  espiritual,  como  por  lo  respectivo  á  lo 
temporal,  es  el  más  á  propósito  para  el  aumento  de  aquellos  natu- 
rales, lográndose  á  costa  de  poca  fatiga  la  salvación  de  muchas 
almas,  y  crecimiento  de  sus  individuos,  con  el  modo  con  que  los 
sobrellevan  para  los  trabajos,  corrigiéndolos  con  moderación,  y 
castigándolos  sin  exceso,  anhelando  por  la  extirpación  de  los  vicios, 
sobre  que  están  en  continua  vigilancia  los  Padres;  y  tengo  por  sin 
duda,  que  cualquier  novedad  en  orden  al  Gobierno,  turbaría  mucho 
el  sosiego,  y  la  sujeción  con  que  viven;  y  acaso  ocasionaría  daños 
irreparables,  en  deservicio  de  ambas  Majestades»  (2).  ¡Ojalá  que 
Agüero  no  hubiese  salido  profeta! 

Ciertos  informes  del  Marqués  de  Valdelirios  y  de  su  gran  auxi- 
liar D.  Joaquín  de  Viana,  fraguados  primero  en  Madrid,  y  expe- 
didos luego  desde  el  Río  de  la  Plata  á  Madrid,  para  lograr  allí  la  rui- 
na de  los  Jesuítas  al  mismo  tiempo  y  aun  antes  que  en  Portugal  (3), 
determinaron  el  mandato  de  quitar  las  Doctrinas  de  las  manos  de 
los  Padres  de  la  Compañía,  porque  repentinamente  habían  averi- 
guado los  informantes,  y  con  sus  informes  había  entendido  clara- 
mente la  Corte  de  Madrid,  «qii-e  los  Padres  no  cuidaban  bien  de  los 
pueblos,  ni  en  lo  espiritual,  ni  en  lo  teniporaU.  Dióse  noticia  de  lo 
resuelto  á  Valdelirios,  quien,  celoso  de  facilitar  la  gran  obra,  pro- 
curó tener  prevenidos  clérigos  seculares  y  religiosos  de  San  Fran- 
cisco, para  sustituir  á  los  Jesuítas;  y  para  este  fin  escribió  desde 
Doctrinas  á  Buenos  Aires,  á  fin  de  pedirlos  al  Señor  Obispo  y  al  Pro- 

(1)  Supra,  lib.  I,  cap.  XIII,  §  VI. 

(2)  Chaklf.v.  VI.  220. 

(3)  Supra,  Introducción  histórica,  §  ú!t. 


-337- 

vincial  de  San  Francisco  (1).  Pero  quien  estaba  encargado  de  ejecu- 
tar la  orden,  que  no  era  sino  condicional,  era  el  mismo  que  la  traía, 
que  fué  el  Gobernador  y  nicas  tarde  Virrey  primero  de  Buenos  Aires 
Don  Pedro  Antonio  de  Cevallos,  el  cual,  suspendiéndola  hasta 
evacuar  la  información  que  se  le  había  encomendado,  resistió  tam- 
bién á  las  instancias  importunas  y  reiteradas  de  Valdelirios,  para  que 
enviase  embarcados  á  España  como  criminales  los  once  Jesuítas  que 
tenía  en  lista,  ó  por  lo  menos  á  alguno  de  ellos,  con  lo  cual  quería 
que  tuviesen  siquiera  algún  viso  de  verdad  sus  precedentes  infor- 
mes; pues  en  cuanto  á  reconocer  que  habían  sido  exagerados,  clara- 
mente lo  confesó  á  un  amigo  suyo  (2).  Mas  Cevallos  respondió  que 
á  él  se  le  mandaba  cumplir  las  dos  órdenes,  si  hallase  que  las  cosas 
eran  como  se  había  informado;  y  en  especial,  en  cuanto  á  enviar  á 
uno  ó  varios  como  criminales,  ó  culpables  de  rebelión,  tenía  instruc- 
ción de  no  ejecutarlo,  si  los  encontraba  ó  del  todo  inocentes,  ó  sólo 
con  leve  responsabilidad,  después  de  ejecutada  la  investigación. 
Hízose  ésta,  como  en  su  lugar  se  ha  dicho  (3),  y  Cevallos  la  envió 
original  al  primer  Ministro  Wall,  uno  de  los  autores  de  las  noticias, 
y  de  los  más  empeñados  en  la  conjuración.  La  indagación  judicial 
era  de  1759,  y  al  enviarla,  escribe  Cevallos  en  4  de  Enero  de  1760: 
«Por  todos  los  documentos  que  tengo  remitidos  á  V.  E.,  parece 
quedan  convencidas  con  evidencia  de  inciertas  las  proposiciones  con 
que  el  Marqués  de  Valdelirios  ha  intentado  imputar  á  los  Jesuítas 
de  esta  provincia  la  culpa  que  no  tienen,  para  evadirse  por  este 
medio  de  los  cargos  que  teme  que  se  le  hagan,  por  la  conducta  que 
ha  observado  en  este  negocio»  (4).  Respondió  Valdelirios  á  los 
cargos  que  se  le  hacían,  pero  como  la  respuesta  no  satisfacía  á  los 
cargos,  y  los  documentos  ponían  el  asunto  mu}^  en  claro,  Cevallos 
escribió  nuevamente  á  Wall,  con  fecha  26  de  Febrero,  desde  San 
Borja:  que  de  los  documentos  y  cartas  que  con  ésta  enviaba,  y  de  la 
copia  de  su  respuesta  al  Marqués  de  Valdelirios,  se  veía  claro  que  los 
informes  enviados  á  Madrid  y  las  voces  que  por  toda  esta  región  se 
habían  esparcido  eran  una  impostura  y  una  trama  de  falsedades. 
«Conocerá  V.  E.»  son  sus  palabras  textuales  «que  todo  lo  que  se  ha 
escrito  y  esparcido  contra  estos  Religiosos  es  un  puro  tejido  de 
enredos  y  embustes»  (5).  Cevallos  había  enviado  igualmente  el  infor- 
me ya  dicho  del  Obispo  del  Paraguay  D.  Manuel  Antonio  de  la  Torre, 

(1)  EscANDÓN,  Transmigración  de  los  siete  pueblos,  §  XXVI.  circa  raed. 

(2)  MuRiEL,  Hist.  Parag-uaj.  Documentos:  núm.  LXIII.  pág.  542. 

(3)  Supra,  Introd.  §  últ. 

(4)  Simancas,  Estado.  1404. 

(5)  Simancas,  Estsdo,  1404. 

22.— Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  ii. 


-338- 

fechado  en  la  Asunción  á  12  de  Noviembre  de  1759,  en  el  cual  el 
Obispo  expresa  que  el  separar  á  los  Jesuítas  de  las  Doctrinas,  aun 
en  el  caso  de  que  se  tuviesen  á  mano  otros  eclesiásticos  para  susti- 
tuirles, no  le  parece  acertado  (1),  Y  añadió  el  Gobernador  su  propio 
parecer,  de  que  era  tan  bueno  y  conveniente  su  modo  de  proceder  en 
lo  espiritual  y  temporal,  que,  miradas  todas  las  circunstancias,  él 
los  consideraba  necesarios  en  las  Doctrinas.  Nueve  años  después,  )■ 
cuando  3'a  se  había  ejecutado  el  decreto  de  extrañamiento  de  los 
Jesuítas,  duraba  todavía  la  ira  que  semejantes  declaraciones  produ- 
jeron en  los  que  estaban  conjurados  contra  la  Compañía  (2);  no  obs- 
tante que  debían  considerar  que  al  declarar  el  General  la  bondad  de 
aquel  régimen,  no  había  hecho  más  que  expresar  lo  que  durante  tres 
años  tenía  experimentado,  y  lo  que  habían  afirmado  contestes  cuan- 
tos Ministros  reales  le  habían  precedido. 


VI 


219 


PLEBISCITO  DE  LOS  INDIOS 

Como  una  especie  de  censura  presentaban  algunos  el  hecho  de 
que  los  Jesuítas  procurasen  librar  á  los  Guaraníes  de  cuantas  cargas 
les  era  posible  (3),  diciendo  que  lo  hacían  por  afecto  que  les  tenían.  A 
lo  primero  respondían  los  Jesuítas  que  se  presentase  alguna  prueba 
de  haber  procurado  ellos  alivio  á  los  indios  por  medios  no  regulares, 
y  sin  justísimos  motivos.  A  lo  segundo,  concedían  llanamente  el 
afecto,  y  negaban  que  el  profesarlo  fuera  culpa  de  ninguna  especie. 
«A  lo  que  se  dice,  respondía  el  P.  Rico  en  el  Consejo  de  Indias»  del 
amor  que  los  Jesuítas  tienen  á  sus  Indios  Guaraníes,  desde  luego  lo 
confieso;  porque  á  la  verdad,  son  hijos  que  engendraron  en  Cristo  á 
costa  de  muchos  trabajos,  sudores  y  aun  sangre,  y  conservan  hasta 
hoy,  no  á  menor  costa  de  pesares  y  tribulaciones,  con  la  continua 
guerra  que  les  hace  el  infierno»  (4). 

Si  los  Jesuítas  amaban  á  los  Guaraníes,  los  Guaraníes  á  su  vez 
amaban  á  los  Jesuítas,  y  estaban  contentos  y  eran  felices  con  su 
régimen,  mostrándolo  en  cuantas  ocasiones  se  ofrecían. 


(1)  Simancas,  Est.  leg.  1405. 

(2)  Ibáñez  Echavarri,  Reino  Jesuítico,  part.  III.  art.  I. 

(3)  P.  BuRGÉs,  Memorial  de  1707,  ni'im.  8  y  3. 

(4)  P.  Rico,  Memorial  de  1743,  Reparo  cuarto. 


-339- 

El  emprender  la  vida  civil,  y  juntarse  muchos  en  un  pueblo,  modo 
•de  vivir  tan  distinto  de  su  usanza,  en  la  cual  cada  diez  ó  doce  fami- 
lias, y  aun  menos,  formaban  tribu  aparte;  lo  hicieron  impulsados  del 
afecto  que  cobraban  á  los  Padres  con  la  suavidad  de  su  trato.  Y  una 
vez  salidos  de  sus  selvas,  y  empezados  á  cultivar  para  que  dejasen 
sus  costumbres  bárbaras,  se  pusieron  en  manos  de  los  Misioneros 
■con  tanta  voluntad  como  !o  muestran  estos  hechos,  narrados  por  el 
Padre  Mastrilli  Duran  al  escribir  el  anua  de  1626,  y  referir  lo  que 
sucedía  comúnmente  en  todas  las  Reducciones  ya  establecidas: 
«Cada  día,  por  la  mañana,  aguardan  los  Alcaldes  y  Regidores  á  que 
el  Padre  acabe  su  oración,  para  enterarse  de  él  si  hay  algo  que  hacer, 
ó  para  las  obras  necesarias  de  la  iglesia,  ó  para  utilidad  común  del 
pueblo.  Luego  que  éstos  están  despachados,  acuden  los  que  se  han 
de  ausentar  para  alguna  parte  (á  no  ser  á  sus  chacras,  adonde  suelen 
ir  todos  los  días),  para  pedir  licencia  al  Padre;  y  no  se  ausentan  sin 
que  el  Padre  lo  sepa.  Lo  cual  á  todos  pone  gran  admiración,  de  ver 
que  unos  indios  poco  ha  tan  bárbaros,  y  que  ni  aun  hacían  caso  de 
ley  alguna  de  la  naturaleza,  en  tan  breve  espacio  de  tiempo,  y  con 
tanta  suavidad,  hayan  venido  á  tanto  arreglo,  que  ni  los  niños  de  las 
escuelas  de  primeras  letras  en  Europa  tienen  tanto  respeto  á  sus 
maestros,  como  el  que  guardan  éstos,  poco  ha  salidos  de  la  barbarie, 
á  los  Padres,  y  á  cualesquiera  disposiciones  quede  ellos  dimanan, 
porque  ninguno  de  ellos  se  atreve  á  infringirlas  ni  en  un  ápice;  no 
tanto  guiados  de  temor, cuanto  del  afecto  que  tienen  á  los  Padres(l).» 
«Es  también  para  ellos  el  Padre  el  sumo  juez  en  todas  sus  contro- 
versias y  discordias.  De  modo  que  cuando  alguna  de  estas  cosas  se 
ofrece,  al  momento  acuden  á  él  con  gran  confianza;  y  goza  con  ellos 
el  Padre  de  tanta  autoridad,  y  tienen  todos  formada  tan  recta  opinión 
de  la  incorruptibilidad  de  sus  juicios,  que  lo  que  él  decide  en  favor  ó 
en  contra,  eso  ejecutan  ellos  sin  dificultarlo  ni  murmurar  (2).»  «Los 
niños  no  solamente  son  de  gran  satisfacción  para  sus  padres,  sino  que 
sirven  de  gran  consuelo  á  los  Misioneros.  Son  sumamente  dóciles... 
A  cualquiera  de  la  Compañía,  aunque  nunca  le  hayan  visto  antes,  le 
aman  con  increíble  afecto  y  ternura,  y  á  su  menor  significación  obe- 
decen; siendo  en  esto  tan  eximios,  que  muchas  veces  antes  que  se  lo 
manden  ya  tienen  hecha  la  cosa  (3).» 

Mostrábase  de  un  modo  especial  este  afecto  en  el  gozo  con  que 
recibían  á  los  nuevos  Misioneros  que  llegaban  de  Europa,  y  en  el 

(1)  Mastrilli  Duran,  Litt.  ann.  pág.  41. 

(2)  Ibid.  p.  43. 
<3)    Ibid.  p.  44. 


-  340  - 

trabajo  que  con  gran  gusto  emprendían  para  conducirlos  á  sus  pue- 
blos. Para  recibir  á  cuarenta  y  tres  Misioneros  que  venían  con  el 
Padre  Procurador  Gaspar  Sobrino  el  año  de  1626,  y  de  los  cuales 
varios  habían  de  pasar  á  las  Doctrinas,  «había  ordenado  yo»  dice  el 
Padre  Provincial  «que  bajase  de  la  Reducción  de  San  Ignacio  del 
Paraná,  navegando  doscientas  leguas  río  abajo,  el  P.  Pedro  Comen- 
tai,  quien  emprendió  su  viaje,  acompañado  de  veinte  indios,  parte 
cantores,  parte  citaristas.  Llegaron  muy  á  punto  para  obsequiar  con 
sus  cantos,  instrumentos,  danzas,  y  otras  señales  de  alegría  y  con- 
gratulación á  los  expedicionarios.  Estos  músicos,  con  otra  gran  por- 
ción de  indios  de  toda  edad  y  condición,  repartidos  en  varias  cuadri- 
llas y  divisiones,  luego  que  llegaron  á  la  orilla  del  río,  corrían  unos 
á  abrazar  á  los  Padres,  otros  á  besarles  la  mano,  ó  á  pedirles  la  ben- 
dición puestos  de  rodillas,  ó  á  dar  otras  muestras  de  gozo  5'  venera- 
ción. Saltábanseles  á  algunos  de  los  Misioneros  las  lágrimas,  con  la 
abundancia  del  consuelo,  así  por  ver  que  una  gente  hasta  poco  ha 
desconocedora  de  Cristo  nuestro  Señor,  ahora  ejercitaba  estas  obras 
tan  propias  de  cristiano  para  con  los  sacerdotes;  como  por  experi- 
mentar que  los  inflamados  deseos  con  que  se  habían  expuesto  á  tama- 
ños riesgos  de  viajes  y  navegaciones,  hallaban  tan  pronto  estos 
gozos  por  recompensa.  Por  estos  indios  fueron  los  Padres  conducidos 
al  colegio,  estando  los  ánimos  de  todos  llenos  de  alborozo.  Los  músi- 
cos rivalizaban  por  obsequiarlos  con  sus  instrumentos  y  danzas;  como 
continuaron  haciéndolo  los  días  inmediatos  siguientes,  con  gran 
admiración  de  los  que  presenciaban  tanta  destreza  en  gente  ayer 
tan  rústica  y  bárbara  (1).» 

Esta  costumbre,  más  ó  menos  modificada,  duraba  un  siglo  más 
tarde,  como  lo  vemos  en  la  carta  del  P.  Carlos  Cattaneo  de  25  de 
Abril  de  1730  (2j.  «Partimos  de  Buenos  Aires»  dice  «el  13  de  Julio 
de  1729.  Fuimos  por  tierra  á  un  riacho  distante  diez  y  ocho  millas, 
que  llaman  las  Conchas,  y  sirve  de  puerto  ordinario  á  las  balsas  de 
los  indios.  Quince  eran  las  balsas  que  nos  esperaban,  con  veinte  y 
más  indios  en  cada  una,  los  cuales,  aunque  de  diferentes  naciones, 
eran  sin  embargo  cor  nnutn  et  anima  tina,  y  nos  recibieron  en  son 
de  fiesta  con  sus  pífanos  y  tamboriles,  extraordinariamente  conten- 
tos de  poder  conducir  Misioneros  á  sus  tierras.» 

Podrá  formarse  igualmente  idea  de  la  resuelta  voluntad  con  que 
los  Guaraníes  querían  ser  dirigidos  en  lo  temporal,  bien  así  como  en 
lo  espiritual,  por  los  Jesuítas,  por  la  declaración  que  ante  el  Gober- 

(1)  Mastrilli,  Litt.  ann.  p.  15. 

(2)  MuRATORi,  II  Cristianesimo  felice,  vol.  I.  in  fin. 


-  341  - 

íiador  Don  Francisco  de  Céspedes  hicieron  en  1627  el  cacique  prin- 
cipal con  otros  indios  de  cuenta  del  pueblo  recién  fundado  de  la  Con- 
cepción, á  quienes  por  empeño  de  aquel  Gobernador  había  conducido 
á  Buenos  Aires  el  Misionero  P.   Roque  González  de  Santa  Cruz,  á 
fin  de  entablar  relaciones  de  paz  con  los  españoles.  Hizo  con  ellos 
Céspedes  ostentación  del  poder  militar  y  de  la  magnificencia  de  los 
españoles,  y  cuando  juzgó  sus  ánimos  bien  impresionados,  después  de 
algunos  días,  los  llamó  á  conferenciar,  y  entrando  á  hablarles  de  lo 
•que  convenía  á  los  pueblos  del   Urugua}^  los  convidó  á  que  recono- 
ciesen el  vasallaje  á  aquel  gran  Rey  de  cuyo  poder  habían  visto  una 
corta  muestra.  «Respondió,  dice  el  P.  Cordara  (1),  en  nombre  de  todos 
el  Cacique  con  libertad  y  sin  rodeos,  que  lo  harían,  y  con  gusto;  pero 
con  la  condición  de  que  no  se  habían  de  enviar  á  sus  pueblos  Corre- 
gidores ó  autoridades  civiles  españolas.  Que  con  toda  buena  fe  jura- 
rían el  vasallaje  al  Rey  de  España,  y  obedecerían  al  Gobernador  de 
la  Provincia;  mas  que  no  querían  que  se  les  enviasen  otros  jueces  ni 
administradores  más  que  los  Padres  de  la  Compañía,  que  era  á  quie- 
nes vínicamente  se  habían  rendido.  Que  si  se  les  otorgaba  esto,  se 
hallaban  prontos  á  pronunciar  en  seguida  la  fórmula  del  juramento.» 
A  nadie  puede  admirar  que  propusieran  condiciones  para  reconocer 
•el  vasallaje  al  Rey  de  España,  con  todos  los  gravámenes  que  de  él  se 
les  podían  seguir,  y  de  hecho  se  les  siguieron,  unos  indios  que  nunca 
habían  sido  sujetados  por  las  armas,  antes  por  el  contrario,  habían 
tenido  á  los  españoles  en  respeto;  máxime  cuando,  por  la  comunica- 
ción con  los  indios  del  Paraná,  se  hallaban  enterados  de  las  vejaciones 
■que  los  llamados  Corregidores  de  indios,  Administradores  ó  pueble- 
ros, hacían  en  los  pueblos  confiados  á  su  cuidado;  por  las  cuales  llegó 
á  juzgar  el  Oidor  D.  Francisco  Alfaro  que  eran  merecedores  de  que 
los  sentenciase  á  galeras  (2);  y  el  Gobernador  D.  Bruno  Mauricio  de 
Zavala  dio  testimonio  de  que  «se  habían  servido  de  los  indios  como 
»de  unos  míseros  esclavos  en  los  pueblos  de  indios  de  la  provincia 
»del  Paraguay,  que  habiendo  sido  numerosos  y  opulentos,  están  redu- 
»cidos  (escribía  en  1735)  cada  uno  de  ellos  á  un  hospital  de  pocos  con- 
»valecientes  (3).»  Así  ofrecieron  su  vasallaje  los  indios  del  Uruguay; 
y  en  efecto,  así  lo  querían  conservar,  y  no  de  otro  modo;   lo  que  se 
vio  muy  pronto,  cuando  el  Gobernador  Céspedes  tuvo  la  desacertada 
idea  de  enviarles  Corregidores  españoles  para  tres  Reducciones  que 
3"a  se  habían  fundado,  á  pesar  de  la  palabra  que  solemnemente  les 

(1)  Hist.  Soc.  les.  p.  6.  1.  12.  n.  24.  Vid.  supra,  cap.  V,  §  VI. 

(2)  Ord.  13. 

(3)  Buenos  Aires;  Arch.  gen.  Jesuítas,  legajo  /  Varios/  1. 


-342- 

acababa  de  dar.  Puede  leerse  en  el  P.  Techo  ó  en  el  P.  Charlevoix 
el  alboroto  de  los  indios,  que  estuvieron  á  punto  de  matar  á  los 
Corregidores  españoles,  porque  en  efecto  empezaban  á  proceder 
como  era  su  costumbre;  y  hubieran  sido  causa  de  que  se  retirasen 
definitivamente  los  indios  á  sus  antiguos  refugios,  si  pronto  no  les 
hubiera  sacado  de  allí  el  Gobernador.  Más  claro  no  podían  mostrar 
los  indios  que  estaban  contentos  con  ser  gobernados  por  los  Misio- 
neros, y  no  por  otros  algunos;  lo  cual  procedía  de  tener  experimen- 
tado que  para  ellos  el  gobierno  de  otros  era  siempre  verdadera  opre- 
sión y  esclavitud. 

Este  amor  de  los  Guaraníes  á  los  Jesuítas,  con  la  voluntad  de 
seguir  gobernados  por  ellos,  no  se  desmintió  en  todo  el  tiempo  que 
residieron  los  Jesuítas  en  América,  Y  así,  además  del  hecho  referido 
al  tratar  de  las  encomiendas  en  el  Paraná  (1),  en  que  los  indios 
tanto  más  se  encendieron  en  el  amor  de  sus  Doctrineros,  cuanto 
mayor  empeño  se  puso  en  hacer  que  los  desechasen;  refiere  otro  el 
Deán  del  Paraguay  D.  Gabriel  de  Peralta,  ocurrido  en  1647  durante 
la  visita  de  Láriz  (2).  Porque,  sospechando  los  indios  que  aquel  cape- 
llán que  iba  en  compañía  del  Gobernador,  se  quedaba  en  alguna  de  las 
reducciones,  y  con  esto  se  empezaba  á  sacar  de  allí  á  los  religiosos, 
fué  tal  el  alboroto  é  irritación  que  se  excitó,  que  tuvo  por  bien  Láriz 
ordenar  que  se  retirase  el  capellán  de  las  Doctrinas,  y  volviese  atrás 
de  su  viaje. — Y  en  las  alteraciones  ocasionadas  por  el  tratado  de  1750 
en  los  pueblos  del  Uruguay,  hicieron  junta  sus  caciques,  y  en  ella 
resolvieron,  y  así  lo  participaron  á  los  indios  vasallos  de  cada  uno, 
que  en  todas  las  cosas  tocantes  á  lo  temporal  del  pueblo  se  había  de 
obedecer  al  P.  Cura  y  cumplir  puntualmente  sus  órdenes,  como 
siempre  desde  tiempos  antiguos  lo  habían  hecho:  y  sólo  en  una  cosa 
no  le  habían  de  escuchar  ni  hacer  caso,  que  era  en  lo  que  les  persua- 
diese ó  mandase  en  orden  á  la  mudanza  y  transmigración.  Y  alga 
más  adelante,  habiendo  averiguado  que  por  la  orden  que  había  dado 
el  P.  Altamirano,  iban  á  salirse  los  Padres  de  sus  pueblos  y  dejarlos 
abandonados  á  su  torcida  voluntad,  tomaron  tan  á  pechos  el  conser- 
var á  sus  Doctrineros  que  los  gobernasen  y  les  administrasen  los 
Sacramentos,  que  entre  otras  medidas  bien  ásperas  que  decretaron, 
fué  una  la  de  ponerles  guardias  que  de  día  y  de  noche  les  vigilasen, 
y  no  les  dejasen  ir  de  una  parte  á  otra  sino  acompañados  de  gente 
armada  (3).  Y  de  esta  constante  práctica  de  gobernarse  voluntaria- 

(1)  Supra,  cap.  V.  5  IV. 

(2)  Charlevoix,  III,  Documentos,  p.  317. 
(3j    P.  EscANDÓN,  Transmigración,  §  14. 


-343- 

mente  por  la  dirección  de  los  misioneros,  procedió  lo  que  nota 
Doblas  (1),  cuando  refiere  que  costó  mucho  acostumbrar  á  los  indios 
á  que  obedeciesen  al  Gobernador,  porque  todo  lo  iban  á  consultar  al 
Cura,  para  saber  en  cada  prescripción  cuál  era  su  voluntad. 

Los  modernos,  que  tantas  veces  apelan  á  la  voluntad  del  pueblo, 
y  se  complacen,  al  parecer,  en  resolver  las  cuestiones  por  plebisci- 
tos, tienen  en  el  caso  de  los  Guaraníes  un  ejemplo  de  la  verdadera 
voluntad  de  todo  un  país,  que  escogía  por  sus  directores  á  los  misio- 
neros, dando  el  más  abonado  testimonio  del  acierto  de  su  régimen: 
testimonio  que,  siendo  en  sí  de  mucho  valor,  por  ser  unánime  y  con- 
tinuado durante  ciento  cincuenta  años,  habrá  de  tener  más  fuerza 
para  los  que  tanto  estriban  en  la  voluntad  popular. 

Y  ésta  es  la  solución  de  uno  al  parecer  grave  problema,  que  ha 
preocupado  á  algunos:  el  de  saber  cómo  dos  solos  hombres  en  cada 
pueblo,  que  venían  á  ser  de  sesenta  á  setenta  para  más  de  cien  mil 
habitantes  en  las  treinta  Doctrinas,  hallándose  inermes,  sin  cuerpo 
alguno  de  ejército  á  sus  órdenes,  eran  con  todo  respetados,  mante- 
nían la  paz,  y  no  experimentaron  en  siglo  y  medio  sino  rarísima  vez 
las  alteraciones  de  la  plebe,  que  en  todo  país  se  dejan  sentir. — Con  lo 
cual  coincide  el  parecer  de  la  curiosa  consulta  de  la  Audiencia  de 
Charcas  referida  en  el  libro  I,  capítulo  III,  al  tratar  de  los  Corregi- 
dores españoles:  pues  sin  resolverse  á  una  parte  ni  á  otra  sobre  poner- 
los ó  no,  pondera  las  razones  por  una  y  otra  hipótesis,  y  al  llegar  á  la 
de  que  no  se  pongan,  muestra  que  no  acierta  á  entender  cómo  pueda 
estar  bien  gobernada  tanta  multitud  de  gente  por  unos  pobres  reli 
giosos,  é  insinúa  la  especie  de  que  no  parece  que  pueda  ser  esto,  sin 
haber  en  el  seno  de  aquella  sociedad  crímenes  y  enorme  desconcierto. 

La  verdad  del  hecho  fué  siempre  la  misma.  Lejos  estaban  de  suce- 
der aquellos  excesos:  y  con  razón  decía  el  Illmo.  Sr.  Fajardo,  Obispo 
de  Buenos  Aires,  que  no  había  escándalos  públicos,  y  creía  que  ni 
tampoco  privados  delitos:  pues  así  era  en  cuanto  á  la  regla  general. 
Si  algún  particular  los  cometió,  se  le  aplicaron  los  castigos  que  com- 
portaba la  índole  de  los  indios.  Y  la  solución  del  extraño  problema 
estaba  en  el  amor  de  la  nación  Guaraní  á  los  misioneros.  De  su  mano 
recibían  con  gusto  las  órdenes,  y  de  ella  aceptaban  también  los  cas- 
tigos, hasta  el  mayor,  que  era  el  de  prisión  por  largo  tiempo:  y  con 
los  castigos  se  enmendaba  el  culpable  y  escarmentaban  los  demás, 
sin  que  dejasen  nunca  de  amar  á  su  Doctrinero,  á  quien  aun  en  los 
castigos  reconocían  como  á  padre. 

(1)    Doblas,  Memoria,  26. 


CAPITULO  XII 


LOS    LIBELOS 


1.  Libelos  del  tiempo  de  Garavito. — 2.  El  libelo  del  abate  francés.— 3.  El  libelo 
de  Barúa. —  4.  El  pseudo-Anglés. —  5.  El  libelo  de  Pombal. —  6.  Libelo  del  Reino 
Jesuítico 

Con  el  nombre  de  Libelos  se  examinarán,  en  este  capítulo,  los 
escritos  que  tratan  de  las  cosas  de  Doctrinas,  pero  en  que  se  falsean 
y  desfiguran  los  hechos  y  se  desacreditan  los  indios  ó  los  misioneros, 
conociéndose  ser  éste  el  objeto  principal  de  la  obra.  Es  imposible 
analizarlos  todos:  cosa  que  ni  aun  el  P.  Sommervogel  ó  el  P.  Ca- 
rayón  han  llegado  á  hacer  en  cuanto  á  la  enumeración"  porque  la 
materia  del  Paraguay  ha  ocupado  infinitas  plumas.  Mucho  menos 
hay  que  creer  que  sea  el  actual  trabajo  completa  refutación  de 
ellos.  Se  limitará  únicamente  á  mencionar  y  dar  noticia  de  algunos 
de  los  que  fueron  más  ruidosos  en  su  tiempo,  haciendo  breves  ob- 
servaciones sobre  ellos. 


220 


LIBELOS  DEL  TIEMPO  DE  GARAVITO 

En  el  tiempo  en  que  el  Oidor  D.  Andrés  Garavito  de  León  fué 
Visitador,  para  apaciguar  los  disturbios  del  Paraguay,  por  los  años 
de  1651  y  siguientes,  dio  decreto  de  que  se  testasen  é  inutilizasen 
ciertos  acuerdos  del  Cabildo  secular  de  la  Asunción  con  otras  actúa- 


-  345  - 

ciones  que  habían  dado  ocasión  á  ellos,  como  escritos  calumniosos, 
indignos  de  estar  en  los  libros  capitulares.  La  sentencia  se  cumplió: 
y  hoy  mismo  pueden  verse  los  libros  originales  en  la  Asunción, donde 
aparece  bien  clara  la  ejecución  de  lo  mandado.  Pero  aquellos  acuer- 
dos no  desaparecieron,  sino  que  se  conservaron  como  oro  en  paño  en 
manos  de  los  enemigos  de  los  Jesuítas,  3^  se  imprimieron:  é  impresos 
se  volvieron  á  divulgar  en  Madrid  cuando  la  expulsión  de  Car- 
los III. 

Lo  que  decían  de  las  Doctrinas  contenía  varios  capítulos. 

Que  en  ellas  había  oro  3"  minas  que  los  Padres  disfrutaban  y 
escondían:  de  que  se  ha  dicho  n.  68. 

Que  los  Padres  damnificaban  á  la  provincia  del  Paragua3",  porque 
tenían  secuestrados  muchos  indios  que  eran  de  encomienda,  núme- 
ros   169  y  172. 

Que  no  se  guardaba  el  Patronato,  nn.  96  3^97. 

Que  no  se  pagaban  diezmos,  n.  101.— Y  era  extraño  que  no  repa- 
rasen que  ni  la  forma  de  patronato  que  pretendían,  ni  los  diezmos, 
eran  observados  tampoco  (porque  en  efecto  ninguna  de  estas  dos 
cosas  obligaba  por  entonces)  en  las  doctrinas  de  los  PP.  Francisca- 
nos,que  estaban  á  las  puertas  de  la  Asunción. 

Que  había  cien  mil  indios. — De  la  visita  que  entonces  mismo  aca- 
baba de  ejecutnr  el  Gobernador  Láriz  resultaron  sólo  treinta  3'  cinco 
mil,  n.  135. 

Que  habían  defraudado  al  Re3^  cuatrocientos  mil  pesos  huecos, 
por  cobrar  sínodo  veinte  años  sin  ser  Curas  de  Doctrinas  por  falta 
de  la  misma  forma  de  Patronato,  nn.  96  y  97. — Sacaban  la  cuenta  de 
que  cada  año  se  cobrasen  veinticinco  mil  pesos  huecos,  que  en  veinte 
años  de  1624  á  1644  son  200  mil.  Ni  aun  la  aritmética  andaba  bien, 
pues  ni  había  igual  número  de  reducciones  desde  1624:  ni  cuando 
más  sínodo  hubo,  que  sería  desde  1635,  llegó  á  siete  mil  pesos  de 
plata,  que  hacen  21  mil  de  los  huecos. —  Y  fueran  pocos  ó  muchos, 
eran  dados  por  voluntad  del  Re3',  y  á  quienes  eran  legítimos  párro- 
cos, 3''  no  tenían  otro  medio  de  sustentación:  y  por  renuncia  de  ellos, 
se  les  daba  sólo  la  tercera  parte  de  lo  acostumbrado. 

Que  defraudaban  otro  millón  3'  medio  de  pesos,  echando  la  cuenta 
más  corta,  en  otras  varias  partidas,  que  se  enumeraban  por  antojo: 
diez  mil  indios  de  tributo  (que  todavía  no  era  obligatorio)  (n.  46)  á 
cinco  pesos,  son  cien  mil  pesos  por  año:  en  veinte  años,  dos  millo- 
nes, etc. 

Cuentas  del  gran  Capitán. — Cuanto  mayor  pobreza,  más  fantasía 
de  riqueza. 


346 


II 


221 


EL  LIBELO  DEL  ABATE  FRANCÉS 

A  principios  del  siglo  xviii  escribió  cierto  abate  francés  una  Me- 
moria ó  Relación  en  que  describía  á  su  modo,  falsamente  en  cuanto 
á  los  hechos,  y  torcidamente  en  cuanto  á  las  interpretaciones,  las 
Misiones  del  Paraguay,  y  la  presentó  á  lo  que  se  dice,  á  Mr.  de  Pont- 
chartrain.  Después  procuró  introducirla  con  los  artificios  y  mala 
suerte  que  narra  el  P.  Rodero,  n.  111,  en  la  Corte  del  Rey  de  España. 
Publicóla  en  francés  y  en  latín  en  Holanda;  y  también  en  Holanda 
se  reimprimió  en  francés  al  final  de  los  viajes  de  Mr.  Frézier  á  la 
América  meridional,  aunque  advirtiendo  que  no  era  obra  del  mismo 
Frézier. — El  libelo  está  calculado  para  desacreditar  á  los  Jesuítas  y 
hacerlos  sospechosos  al  Monarca  de  la  nación  donde  habitaban,  en  las 
cosas  que  son  más  delicadas  de  todas:  los  tributos  á  laRealHacienda 
defraudados,  y  la  usurpación  de  jurisdicción,  y  aun  alzamiento 
armado  para  formar  un  estado  independiente.  Con  fruición  aco- 
gieron el  libelo  los  jansenistas:  lo  reprodujeron  en  sus  publica- 
ciones de  «Z,t's  Jésiiites  marchands,  etc.»;  y  anduvo  corriendo  por 
varias  naciones  una  gran  parte  del  siglo  xviii,  hasta  que  vino  á  des- 
hancarlo y  dejarlo  como  anticuado  el  folleto  de  Rombal,  que  no  era 
sino  repetición  de  la  mayor  parte  de  sus  calumnias. 

Pueden  verse  los  asertos  de  ese  libelo  refutados  en  el  P.  Rodero 
ya  citado,  núm.  127.  Aquí  se  enumerarán  las  principales  falsedades 
que  contiene:  Que  los  pueblos  eran  cuarenta  3^  dos. 

Que  había  trescientas  mil  familias.— Serían  un  millón  y  quinientas 
mil  almas:  cifra  que  hubieran  deseado  fuera  verdad  los  Jesuítas; 
pero  de  la  cual  había  que  quitar  el  millón  y  cuatrocientas  mil. 

Que  la  casa  parroquial  con  la  huerta  tenia  una  extensión  de 
sesenta  arpents,  ó  sesenta  hectáreas,  cuando  la  realidad  es  que 
apenas  tendrían  dos  ó  tres. 

Que  cada  familia  de  las  trescientas  mil  rentaba  por  lo  menos  á 
los  Padres  unos  cincuenta  francos  anuales:  cuando  la  renta  no  era 
sino  de  pesadumbres  y  solicitudes.  Y  por  un  nuevo  prodigio  de  arit- 
mética, aun  admitidos  los  datos  falsos  de  las  trescientas  mil  familias 
\'  cincuenta  libras  anuales:  al  multiplicar  estas  dos  cantidades  entre 


-  347  - 

sí,  resultaban,  según  el  libelista,  no  un  millón  y  medio,  sino  cinco 
millones  de  pesos,  renta  anual. 

Que  otro  millón  por  lo  menos  sacaban  los  Padres  vendiendo 
3'erba  del  Paraguay.  — Contando  que  fuera  de  la  crt«mm/,á  tres  pesos 
arroba,  necesitaban  bajar  á  los  puertos  cada  año  más  de  trescientas 
mil  arrobas:  número  que  ni  en  cincuenta  años  se  llegaba  á  cumplir. 

Que  podían  poner  en  ocho  días  sesenta  mil  hombres  sobre  las 
armas.— Para  lo  cual  no  bastaba  armar  aun  á  los  niños  de  pechos: 
sino  que  era  menester  enviar  á  la  guerra  á  las  mismas  mujeres. 

Pero  como  éstas  eran  las  sandeces  que  se  devoraban  en  Europa, 
con  tal  que  fueran  contra  los  Jesuítas.  Y  éstas  se  entretenían  en 
propagar  y  reimprimir  en  castellano  los  rebelados  de  la  Asunción 
hacia  1733. 


III 

222 

EL  LIBELO  DE  BARÚA 

Por  el  mismo  tiempo  se  esparcía  una  carta  del  Gobernador  Don 
Martín  de  Barúa  al  Consejo,  la  cual,  por  no  parecer  tan  desaforadas 
las  falsedades  que  enuncia,  y  por  ser  la  persona  que  la  escribía 
Gobernador  del  Paraguay,  podía  esperar  más  crédito,  y  en  realidad 
tenía  más  apariencias  de  verdad.  Su  contexto  está  reproducido  al 
principio  de  la  Cédula  grande,  núm.  108:  y  la  refutación  completa  y 
contundente  puede  verse  en  el  Memorial  del  P.  Provincial  Jaime 
Aguilar,  entre  los  Documentos  de  Charlevoix. 

Finge  que  los  indios  de  tributo  eran  cuarenta  mil. — No  llegaban 
á  quince  mil:  y  lo  podía  él  saber  fácilmente;  pero  prefirió  discurrir 
torcido. 

Que  los  indios  no  tenían  reconocimiento  al  Rey  ni  á  sus  Gober- 
nadores.— Cuánta  fuese  por  el  contrario  su  obediencia,  y  cuan  útil, 
se  ha  mostrado,  nn.  41  á  45,  y  143  á  150. 

Que  los  Misioneros  habían  puesto  las  Doctrinas  distantes  de  las 
ciudades  por  evitar  el  trato  de  los  españoles —Era  mucha  malicia 
junta  con  vergonzosa  ignorancia  de  la  Historia:  pues  los  Misioneros 
fundaron  en  los  mismos  parajes  donde  moraban  los  indios  bárbaros: 
y  más  bien,  con  ocasión  de  las  invasiones  de  los  paulistas,  habían 
acercado  los  pueblos  á  la  Asunción. 

Que  había  prohibición  de  tratar  con  los  españoles,— lo  que  era 
una  impostura. 


-  34S  - 

Que  en  el  pueblo  de  San  Ignacio  guazú  había  puerta  para  que  no 
entrase  nadie  sin  licencia  del  Párroco, — lo  que  era  otra  impostura. 
Que  los  indios  de  la  jurisdicción  del  Paraguay,  hacía  mucho 
tiempo  que  no  habían  hecho  servicios  al  Rey: — siendo  así  que  habían 
estado  dos  años  con  las  armas  en  la  mano  contra  los  rebeldes  del 
Paragua}^:  aunque  quizá  esto  no  lo  contaría  por  servicio  un  ánimo 
como  el  suyo,  según  le  arguye  el  P.  Aguilar. 

Que  en  las  Cajas  de  Buenos  Aires  se  habían  dejado  de  pagar  del 
tributo  de  los  indios  nada  menos  que  tres  millones  de  pesos  3'  dos- 
cientos mil  pesos  más. — Pura  falsedad  que  fácilmente  pudo  compro- 
bar el  mismo  informante,  si  hubiera  querido,  pues  constaba  en 
dichas  Cajas,  y  se  exhibió  certificado,  de  haber  pagado  año  por  año 
el  tributo  que  se  debía. 

Que  los  Padres  del  Paraguay  mantenían  inteligencias  para  estor- 
bar la  acción  de  los  legítimos  ministros  reales:  y  expresamente  acu- 
saba como  culpables  de  favorecer  injustamente  á  los  Padres,  al 
Virrey  del  Perú,  y  al  Obispo  del  Paraguay. — Acusaciones  indignísi- 
mas y  sin  pruebas:  é  injurias  contra  personas  de  tanto  respeto,  máxi- 
me saliendo  de  un  hombre  como  lo  eraBarúa,  de  sospechosa  fidelidad. 
Examinada  maduramente  la  causa,  como  se  ha  dicho,  núm.  108, 
fueron  declaradas  estas  sindicaciones  por  «/«/sas  calumnias  é  impos- 
turas de  Baritas . 

Otros  libelos  de  menos  fama  esparciéronlos  vecinos  rebelados  de 
la  Asunción  por  aquellos  años:  entre  los  cuales  es  uno  el  auto  de  7  de 
Agosto  de  1724,  trazado  en  borrador  en  el  momento  de  salir  á  hacer 
resistencia  á  las  tropas  del  Rey,  y  escrito  y  firmado  muchos  días 
después  (1),  en  donde  se  amontonan  cuantas  falsedades  y  conceptos 
injuriosos  contra  la  Compañía  podía  producir  la  malevolencia  y  la 
pasión.  Otro,  la  carta  del  Cabildo  secular  enviada  al  Illmo.  Fajardo, 
que  dio  ocasión  á  su  Informe  al  Consejo  de  Indias  en  1724.  Pero  estos 
escritos  no  tuvieron  resonancia  sino  dentro  del  mismo  Paragua}-. 


IV 

^^^  EL  PSEUDO-ANGLES 

Algo  más    conocido   fué,    aunque    tampoco    lo    fué    mucho,    un 
Informe  atribuido  á  D.  Matías  Anglés  y  Gortari,  Juez  examinador 

(1)    Declaración  del  escribano  Ortiz  de  \'ergara. 


-  349  - 

de  testigos,  enviado  por  la  Audiencia  de  Lima,  para  recibir  las  últi- 
mas probanzas  sobre  los  hechos  de  D.  José  de  Antequera  en  la  ciu- 
dad misma  de  la  Asunción.  Supónese  en  este  Informe  que,  despa- 
chada su  comisión,  y  remitidas  las  declaraciones  de  los  treinta 
testigos  que  hoy  paran  en  el  Archivo  de  Indias  (1);  tuvo  escrúpulos 
de  conciencia  sobre  lo  que  había  actuado:  y  en  vez  de  dirigirse  á 
quien  debía  para  remediar  el  daño,  se  dirigió  á  la  Inquisición,  con 
un  memorial  ó  Informe,  en  que  dice  las  mayores  maldades  de  la  Com- 
pañía y  del  Obispo  Illmo.  Sr.  Palos.  Lo  más  probable  es  que  el 
Informe  no  es  del  autor  á  quien  se  atribuye.  Sea  de  quien  quiera, 
está  plagado  de  falsedades. 

Que  los  indios  son  ciento  sesenta  mil,  que  jamás  hubo. 

Los  pueblos  treinta  y  cinco  ó  treinta  y  seis,  no  siendo  sino  treinta. 

En  el  pueblo  de  San  Juan  del  Uruguay  había  treinta  mil  habi- 
tantes, cuando  apenas  habrá  habido  ocasión  en  que  tuviera  cinco 
mil. 

Que  cada  año  vendían  ciento  veinte  mil  arrobas  de  yerba,  siendo 
así  que  rara  vez  llegaban  á  nueve  mil. 

Que  difícilmente  habría  mercader  de  tanto  tráfico  en  todo  el 
Reino. — Lo  cual  es  por  virtud  de  las  partidas  que  él  finge,  no  por 
virtud  de  la  verdad. 

Que  llevaban  los  Procuradores  á  Roma  como  cuatrocientos  mil 
pesos. — Sería  preciso  suplir  trescientos  setenta  mil  de  la  fantasía  ó 
del  caudal  del  autor;  pues  lo  que  llevaban  era  unos  treinta  mil  pesos 
cada  seis  años,  como  se  puede  ver  hoy  en  las  cuentas  existentes  en 
el  Archivo  general  de  Buenos  Aires. 

Que  los  indios  no  tenían  propiedad  ni  uso  de  nada: — se  ha  mos- 
trado lo  contrario  nn.  62,  64,  65. 

Que  eran  indios  cobardes: — por  eso  les  buscarían  los  Gobernado- 
res para  las  funciones  de  guerra,  3^  les  temerían  los  rebelados  de  la 
Asunción,  nn.  143-147. 

Que  los  indios  no  saben  lo  que  se  vende  ni  lo  que  produce: — siendo 
todo  al  revés,  como  se  vio  en  los  nn.  76.  129,  4° 

Que  la  provincia  religiosa  del  Paraguay  era  la  más  rica  de  la 
Compañía; — cuando  aun  los  mismos  enemigos  más  declarados  de  los 
Jesuítas,  como  el  expulso  Ibáñez,  la  llaman  la  más  pobre  de  América. 

Que  los  indios  están  mal  enseñados  en  la  religión:— y  no  los  vio: 
V  los  Obispos,  que  los  visitaban,  dan  testimonio  de  que  en  ninguna 
parte  hallaban  más  instrucción,  ni  más  práctica  de  la  religión. 

<í)     Sevilla,  123.  5.  14. 


-  350- 

Que  los  religiosos  extranjeros  vienen  sin  licencia  del  Rey  y  contra 
Cédulas:— en  que  muestra  su  mucha  ignorancia;  v.  n.  148. 

Que  eran  incapaces  de  aprender  el  idioma:— justamente  dicen  los 
que  tenían  experiencia  que  eran  los  que  más  se  señalaban  en  él:  y  lo 
prueban  los  ejemplos  del   P.   Bandini,  Aragona,   Pompeyo,  Restivo. 

Que  visten,  y  se  tratan  con  suma  miseria  los  Jesuítas  por  avaricia: 
— y  sin  embargo  afirma  que  viven  con  gran  regalo  y  comodidades. 

Que  de  su  propia  autoridad  mueven  guerras:— y  se  ha  visto  que 
nunca  se  movieron  sino  por  autoridad  de  los  Gobernadores,  nn.  144 
á  147. 

Que  los  Jesuítas  españoles  de  Europa  están  enredados  en  todas 
las  dichas  usurpaciones  3'  crímenes:  los  extranjeros  vienen  contra  las 
leyes  y  son  inútiles  en  las  Misiones:  y  sólo  los  españoles  criollos  son 
los  útiles;  pero  están  excluidos  de  cargos:— impostura  tan  manifiesta, 
como  que  siendo  los  naturales  del  país  apenas  la  quinta  parte  de  toda 
la  provincia  del  Paraguay,  había  de  ellos  un  crecido  número  de 
Superiores. 

Propone  al  fin  algunos  que  llama  remedios:  entre  los  cuales,  uno 
es  que  no  se  permita  que  vengan  Misiones  de  Europa: — medio  sin 
duda  propio  para  que  se  arruinasen  las  Doctrinas,  y  no  se  pudiesen 
llevar  adelante  las  nuevas  conversiones,  que  entonces  mismo  se  esta- 
ban verificando  en  el  Chaco:  lo  que  prueba  la  poca  religión  y  mucha 
impiedad  de  quien  escribió  el  libelo. 

Lleva  el  libelo  la  fecha  de  1731:  y  se  dice  dirigido  á  la  Inquisición 
de  Lima,  y  comunicado  por  ésta  á  la  Suprema  Inquisición  de  Madrid, 
en  cuyos  Archivos  se  había  hallado. 

Y  es  muy  de  reparar  que  el  tal  Informe  se  publicó,  no  en  España, 
sino  en  Portugal,  á  raíz  de  la  expulsión  de  los  Jesuítas  de  aquel  reino, 
é  inmediatamente  se  tradujo  al  italiano,  y  muy  luego  al  alemán:  de 
suerte  que  aparece  ya  en  el  año  1761  en  la  colección  de  libelos  titu- 
lada Sammlung  der  neuesten  schriften  welche  die  Jesuiten  in 
Portugal  betreffen,  tom.  III,  pág.  226  y  sigg.  Ocho  años  des- 
pués se  publicaba  en  Madrid  en  la  Colección  general  de  Documentos 
contra  los  Jesuítas,  año  1769,  al  fin  del  tomo  III.— No  deja  de  ser 
sugestivo  el  hecho  de  que  Pombal  dispusiera  tanto  tiempo  antes  de 
los  Archivos  secretos  de  España;  y  no  de  cualesquiera  Archivos, 
sino  de  los  mismos  de  la  Inquisición,  cuando  se  trató  de  infamar  á 
los  Jesuítas  del  Paragua}-. 


-351 


V 

224 

EL  LIBELO  DE  ROMBAL 

El  libelo  escrito  con  el  título  de  Relacao  abreviada  da  repú- 
blica QUE  os  Religiosos  Jesuítas  das  provincias  de  Portugal  e 
Hespanha  estabelecerao  nos  dominios  ultramarinos  das  duas 
MoNARCHiAS,  fué  el  que  más  cundió  por  todo  el  mundo,  reproducido 
en  millares  de  ejemplares,  y  vertido  en  todos  los  idiomas. 

No  es  de  pequeña  importancia  tener  presentes  los  falsos  cargos 
que  acumuló  contra  los  Jesuítas  del  Paraguay  ese  libelo  famoso, 
publicado  por  el  ministro  de  Portugal,  Sebastián  Carvallo,  marqués 
de  Pombal;  pues  á  pesar  de  renovar  especies  mil  veces  condenadas 
en  juicio  como  falsas,  y  aun  habiendo  sido  condenado,  en  España  pri- 
mero por  el  Consejo  Real  de  Castilla,  después  por  la  Inquisición,  y 
últimamente  por  decreto  Real  de  Carlos  III;  fué  no  obstante  una 
centella  voraz  que  empeñosamente  se  esparció  por  todas  las  nacio- 
nes, vertido  á  todos  los  idiomas,  sin  perdonar  á  gastos:  y  sus  false- 
dades y  hasta  sus  palabras  vinieron  á  constituir  el  Evangelio  de  los 
enemigos  de  los  Jesuítas:  y  aparecen  reproducidas  á  cada  paso  en 
muchos  de  los  juicios  posteriores. 

Titúlase  el  libelo:  <í-Relación  abreviada  de  la  república  que  los 
religiosos  Jesuítas  de  Portugal  y  España  Jian  establecido  en  los 
doininios  ultramarinos  de  entrambas  monarquías;  y  de  la  gíierra 
que  han  movido  y  sustentado  contra  los  ejércitos  españoles  y  portu- 
gueses: formada  conforme  á  los  registros  de  los  secretarios  de  los 
dos  principales  Comisarios  y  plenipotenciarios  y  á  otros  documen- 
tos auténticos^)  «(RELAgAO  abreviada  da  república  que  os  religiosos 
Jesuítas  das  provincias  de  Portugal  e  Hespanha  estabelecerao  nos 
dominios  ultramarinos  das  duas  monar chías: e  da  guerra  que  nelles 
tem  movido  e  sustentado  contra  os  exercitos  hespanhoes  e  portugue 
ses,  formada  pelos  registros  dos  secretarios  dos  dous  respectivos 
principaes  commissarios  e  plenipotenciarios  e  por  outros  documen- 
tos auténticos. >■>) 

El  solo  título,  como  se  ve,  contiene  tres  calumniosas  imposturas: 
la  de  haber  establecido  los  Jesuítas  estados  independientes  dentro 


-  352  - 

de  los  dominios  de  España  y  Portugal:  de  haber  movido  guerra  con- 
tra españoles  y  portugueses:  y  de  haberla  sustentado. — Falsedades 
desvergonzadas,  como  la  mayor  parte  de  las  que  se  contienen  en  el 
libelo:  pero  muy  acomodadas  para  ir  realizando  el  plan  convenido 
casi  á  un  mismo  tiempo  en  Madrid  y  en  Roma  por  los  impíos  (1),  de 
los  cuales  era  como  vocero  aquí  el  despótico  ministro  Pombal,  de 
abrumar  de  acusaciones  á  la  Compañía  de  Jesús,  procurando  indis- 
ponerla con  los  soberanos  temporales  y  con  los  superiores  eclesiás- 
ticos, representándola  como  enemiga  de  unas  y  otras  autoridades. 

Efecto  de  este  plan  fué  que  el  libelo  infamatorio,  con  no  con- 
tener sino  28  páginas  en  4.*^  mayor,  con  más  siete  en  que  se  enume- 
ran cinco  capítulos  llamados  Pontos  Principaes,  de  fingidos  excesos 
de  los  Jesuítas;  y  con  no  tratar  sino  en  la  mitad  de  su  contenido  de 
los  Jesuítas  del  Paraguay,  influyese  no  obstante  en  contra  de  los 
Jesuítas  más  que  ningún  otro  escrito  de  los  muchos  que  se  publica- 
ron con  aquel  dañado  intento:  parte  por  presentarse  como  pieza 
oficial  de  la  Corte  portuguesa,  y  con  la  apariencia  de  haber  sido 
tomada  de  fuentes  verídicas,  mezclando  con  arte  las  más  desafora- 
das falsedades  con  las  correspondencias  que  realmente  existieron  ó 
pudieron  existir;  parte  por  valerse,  para  acreditar  las  impostu- 
ras, de  la  lejanía  de  las  tierras  desde  donde  se  referían  los  hechos,  lo 
que  ayuda  por  la  ignorancia  que  de  remotas  partes  hay;  parte  por  la 
dificultad  de  procurarse  informes  verídicos,  acrecentada  en  aquella 
ocasión  de  industria,  con  los  estorbos  que  se  pusieron  para  que  no 
llegasen  á  Europa  los  informes  de  los  Jesuítas.  Y  en  efecto,  sin  con- 
tar con  la  frenética  divulgación  que  se  procuró  de  él  por  toda  Europa, 
y  aun  ordenando  que  quedase  en  el  Archivo  municipal  de  todos  los 
pueblos  de  los  dominios  portugueses:  éste  fué  el  Memorial  que  se 
presentó  al  Sumo  Pontífice  Benedicto  XIV  para  que  nombrase  Visi- 
tador que  corrigiera  los  excesos  calumniosamente  atribuidos  á  los 
Jesuítas. 

No  es  lugar  este  de  hacer  la  refutación  de  las  calumnias  de  la  Re- 
lación Abreviada.  Puede  verse  bien  cumplida  en  la  Declaración 
DE  la  Verdad  del  P.  Cardiel;  y  también  en  el  Apéndice  de  Docu- 
mentos del  P.  Charlevoix  adicionado  por  el  P.  Muriel,  n.  LXIII,  con 
el  título  de  Recurso  de  los  Jesuítas  del  Paraguay  al  Tribunal 
de  la  Inocencia  y  de  la  Verdad,  donde  juntamente  se  ponen  de 
manifiesto  las  sandeces  que  encierran  los  Puntos  Principales,  que 
son  un  indigesto  fárrago  de  textos  en  que  campea  la  ignorancia  y  la 

(1)     Nonkll:  El  P.  Pignatelli,  lib.  T.  cap.  IL 


-353- 

mala  fe.— Lo  único  que  aquí  se  hará  será  dar  breve  noticia  de  los 
cargos  que  en  el  libelo  se  hacían,  y  que  después  fueron  repetidos  y 
lo  son  aún  en  el  día  por  los  enemigos  de  los  Jesuítas,  á  pesar  de  estar 
patentemente  convencida  su  insubsistencia. 

Según  el  libelo,  establecieron  los  Jesuítas  tres  cosas  que  llama 
Máximas,  con  suma  impropiedad,  pues  no  eran  dictámenes  algunos 
prácticos  del  entendimiento,  sino  prácticas  ó  costumbres  que  falsa- 
mente les  atribuye:  1°  Prohibición  de  que  entrase  en  las  Doctrinas 
ningún  Obispo,  Gobernador  ni  persona  que  tuviese  representaciói\ 
de  las  autoridades  civiles  ó  eclesiásticas:  y  que  igualmente  se  pro- 
hibió la  entrada  á  cualquier  español  particular.  2.°  Prohibición  de 
hablar  idioma  español,  ó  cualquier  otro  que  no  fuera  el  Guaraní.  3.** 
Catecismo  en  que  enseñaban  á  los  Guaraníes  que  en  la  tierra  no 
había  más  superior  á  quien  se  hubiese  de  obedecer,  que  los  mismos 
Jesuítas:  de  modo  que  los  indios  no  tenían  noticia  de  que  hubiese 
Rey,  ni  vasallaje,  ni  leyes,  y  creían  que  sólo  había  obligación  de 
obedecer  á  lo  que  les  mandasen  los  Padres. — Estupendas  y  descara- 
das falsedades,  pues  acababan  de  ser  declaradas  públicamente  por  el 
Re}'  Felipe  V  en  la  Cédula  grande  las  continuas  Visitas  que  hacían 
á  las  Doctrinas  los  Obispos  y  Gobernadores;  y  el  mismo  Rey  expresa 
en  dicha  Cédula  que  nunca  habían  prohibido  los  Jesuítas  el  idioma 
español,  sino  que  los  indios  hablaban  el  suyo  Guaraní,  por  apego 
natural  que  le  tenían;  y  que  en  ninguna  parte  de  sus  Estados  era 
mejor  observado  el  vasalbije  y  la  jurisdicción  así  real  como  eclesiás- 
tica: y  la  obediencia  al  Re}^  constaba  á  los  portugueses  por  los  sitios 
de  la  Colonia,  en  los  que  nunca  habían  faltado  los  Guaraníes,  que  más 
de  una  vez  decidieron  la  toma  de  aquella  plaza. 

A  continuación  de  las  tres  desaforadas  falsedades  decoradas  con 
el  título  de  Máximas,  pone  el  libelo  otras  tres  cosas,  que  denomina 
Axiomas  inculcados  incesantemente  por  los  Jesuítas  á  los  indios. 
1.*^  Que  todos  los  blancos  seculares  eran  hombres  sin  ley,  sin  leli- 
gión,  sin  más  Dios  que  el  oro;  que  llevaban  el  demonio  en  el  cuerpo,  y 
eran  enemigos  de  los  indios  y  destruidores  de  las  imágenes.  —  Seme- 
jantes dislates  no  los  enseñaron  nunca  los  Jesuítas:  ni  los  Guaraníes 
de  Doctrinas  tenían  por  tales  indistintamente  á  los  blancos;  pero 
fuerza  es  confesar  que  la  fingida  descripción  es  un  retrato  bastante 
parecido  de  lo  que,  no  ya  los  Jesuítas,  sino  una  tristísima  experien- 
cia de  largos  años  había  hecho  que  viesen  los  indios  en  los  Mamelu- 
cos del  Brasil,  que  eran  éntrelos  portugueses  á  quienes  más  cono- 
cían: y  en  quienes  la  enemistad  contra  los  indios,  la  inhumanidad,  la 
codicia  y  la  irreligión  corrían  parejas.  Habían  asolado  comarcas 
23    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  ii. 


-  3Ó4  - 

enteras;  habían  dado  muerte  y  cautivado  centenares  de  miles  de 
indios:  habían  destruido  y  pegado  fuego  á  sus  iglesias,  y  convertido- 
las  en  letrinas,  y  se  habían  ensañado  con  las  imágenes  de  los  santo>. 
No  era  mucho  si  de  tales  blancos  tenían  los  indios  Guaraníes  un  con 
cepto  semejante  al  que  expresa  el  libelista.  —  2.°  Que  los  Jesuítas 
enseñaron  á  los  indios  por  principios  generales  un  odio  implacable 
contra  los  blancos  seculares,  como  consecuencia  de  la  idea  que  les 
habían  hecho  formar  de  ellos:  y  que  en  virtud  de  tal  odio,  les  enseña- 
ban entre  otras  cosas  á  que  al  verlos  muertos,  les  cortasen  la  cabeza 
para  que  no  revivieran,  porque  si  los  dejaban  con  cabeza,  les  hacían 
creer  que  cobrarían  otra  vez  la  vida  por  arte  diabólica. — Paparrucha 
más  estólida  y  pueril  no  puede  inventarse.  Harto  sabían  los  por- 
tugueses que  los  Guaraníes  no  tenían  odio,  sino  gran  amistad  con  el 
español,  en  cuya  compañía  tantas  veces  militaron  contra  el  portu- 
gués. Y  si  á  los  portugueses  tenían  aversión,  era  justificada  por  sus 
perpetuas  invasiones  y  atropellos:  y  no  pasaba  de  la  aversión  con 
que  se  miran  los  enemigos  de  la  patria,  ni  era  inspirada  por  los 
Jesuítas,  sino  por  las  malas  obras  que  de  los  portugueses  del  Brasil 
habían  recibido.  En  cuanto  á  la  curiosa  especie  del  cortar  la  cabeza 
á  los  enemigos,  sólo  la  supina  ignorancia  ó  la  refinada  malicia  del 
libelista  podía  achacársela  á  los  Jesuítas.  Antes  que  viniera  ningún 
Jesuíta  á  Sud  América,  y  antes  que  hubiera  Jesuítas  en  el  mundo, 
era  ya  costumbre  arraigada  entre  los  indios  cortar  la  cabeza  al  ene- 
migo para  triunfar  con  ella.  Y  eso  no  sólo  cuando  el  enemigo  era 
blanco,  sino  del  mismo  modo  cuando  era  indio  ú  otro  cualquiera.  Y 
no  sólo  estaba  introducida  esta  costumbre  en  la  raza  Guaraní,  sino  en 
todas  las  del  continente  sud-americano;  y  lo  que  más  es,  en  las  tri- 
bus de  negros  del  África.  Quizá  podría  persuadir  el  libelista  á  sus  lec- 
tores que  también  á  todas  estas  regiones  habían  ido  los  Jesuítas  á 
inculcar  la  portentosa  razón  que  alegó. — 3.°  Que  los  Jesuítas 
habían  industriado  á  los  indios  en  el  manejo  de  las  armas  de  fuego, 
y  en  tal  cual  género  de  defensa  de  sus  tierras.  —  Mas  esto  no  era 
misterio  para  nadie,  ni  introducción  de  los  Jesuítas,  sino  mandato  del 
Rey  de  España,  pues  en  virtud  de  su  Cédula  de  14  de  Febrero  de  1647 
fueron  declarados  soldados  fronterizosparacontenerlas  invasiones  de 
los  portugueses  del  Brasil;  y  en  otras  posteriores  les  mandaba  ejer- 
citarse en  el  manejo  de  las  armas,  inclusas  las  de  fuego.  —  Agrega 
aquí  el  libelista  una  calumnia  nueva,  que  jamás  tuvo  más  pruebas  ni 
fundamento  sino  el  ánimo  dañado  de  infamar  á  los  Jesuítas,  diciendo 
que«/^s  introdujeron  ingenierosdisf razados  conla  sotana,  par  a  que 
formasen  á  los  indios  campos,  y  les  fortificasen  los  pasos  más  difí- 


-  355  - 

ciles^  del  mismo  modo  que  se  practica  en  las  guerras  de 
Europa-».  Ni  hubo  ingenieros,  ni  campos,  ni  fortificaciones  al  estilo 
de  Europa  en  toda  la  resistencia  armada  de  los  indios  á  transmi- 
grarse; sino  defensas  que  hicieron  reír  á  los  militares  entendidos,  en 
parajes  donde  con  poca  diligencia  se  podía  haber  detenido  á  cualquier 
ejército,  por  numeroso  y  bien  pertrechado  que  fuera;  de  suerte  que 
justamentejiel  poco  partido  que  sacaron  de  las  defensas  naturales, 
colegían  los  peritos  la  falta  de  cabeza  que  había  entre  los  indios. 

Después  de  la  peregrina  invención  de  las  mal  llamadas  Máximas 
y  de  los  titulados  Axiomas,  sigue  la  narración  de  los  hechos  de  1753 
á  1756  en  el  Paraguay,  que  se  presentan  unos  falsamente  inventados, 
otros  desfigurados,  otros  abultados,  como  lo  demuestran  los  autores 
citados  arriba. 

Vienen  luego  los  puntos  principales  anexos  á  la  rela^ao  abre- 
viada, y  son  los  cinco  capítulos  siguientes.  —  1.^     Que  los  Jesuítas 
usurpan  la  libertad  de  los  Guaraníes,  y  los  han  hecho  esclavos.  Se 
necesita  atrevimiento  para  sostener  tal  afirmación  sin  pruebas:  y 
aparentando  ser  pruebas  de  ella  las  Bulas  de  los  Sumos  Pontífices  y 
Cédulas  de  los  Reyes  de  España,  cuando  precisamente  muchas  de 
ellas  fueron  dadas  contra  los  portugueses  del  Brasil  que  esclavizaban 
los  indios  Guaraníes,  reducidos  y  defendidos  por  los  Jesuítas.  Des- 
vergonzada é  inicua  impostura  en  que  el  reo  acusa  á  la  víctima. — 
2.°     Que  usurpan  los  bienes  de  los  indios. — Por  toda  prueba  se  citan 
las  leyes  que  prohiben  usurpar  los  bienes  de  otros.   Debió  persua- 
dirse el  libelista  de  que  sus  lectores  verían  con  suma  claridad  este 
raciocinio:  las  leyes  prohiben  usurpar  los  bienes  de  los  indios:  luego 
los  Jesuítas  son  unos  usurpadores.  Vergüenza  y  hastío  causa  el  leer 
tales  enormidades. — El  cargo,  después  de  averiguado  judicialmente 
largos  años,  había  sido  declarado  falso,  y  calificado  de  impostura  en 
la  sentencia  del  Rey  D.  Felipe  V  de  1743,  punto  4.'^:  en  que  se  declara 
como  todos  aquellos  bienes  se  emplean  en  beneficio  de  los   indios:  y 
además  de  tener  cada  indio  sus  bienes  particulares  propios,  llevan 
los  mismos  indios  exacta  cuenta  de  la  administración  de  los  bienes 
comunes  del  pueblo:    «j'  asegura  el  Reverendo   Obispo  que  fué  de 
Buenos  Aires  D.  Pedro  Fajardo,  que  visitó   dichas   Doctrinas,  no 
haber  visto  en  su  vida  cosa  más  bien  ordenada  que  aquellos  pueblos, 
ni  desinterés  semejante  al  de  los  Padres  Jesuítas;  pues  para  su 
sustento  ni  para  vestirse,  de  cosa  de  los  indios  se  aprovechan:  con- 
viniendo con  este  informe  otras  noticias  no  de  menor  fidelidad^. — 
3."     Que  usurpan  la  perpetua  cura  de  las  parroquias. — Igual  prueba 
que  para  las  anteriores,  es  decir,   ninguna.  Cita  las  prescripciones, 


—  356  — 

bien  ó  mal  interpretadas,  que,  según  él,  les  prohiben  en  ciertas  cir- 
cunstancias ser  párrocos;  pero  en  cuanto  á  la  existencia  de  las  cir- 
cunstancias, se  calla,  porque  habría  de  confesar  que  los  Jesuítas 
nunca  fueron  pcárrocos  perpetuos,  sino  amovibles:  y  que  en  las  regio 
nes  del  Río  de  la  Plata,  no  sólo  no  había  clero  secular  bastante  para 
tomar  las  Doctrinas  de  los  regulares,  sino  que  ni  aun  había  el  sufi- 
ciente para  las  parroquias  decristianos  viejos. — Además,  los  Jesuítas 
estaban  en  las  Doctrinas  no  como  usurpadores,  sino  por  presentación 
del  legítimo  patrono,  que  era  el  Rey  de  España;  é  instituidos  por  el 
Obispo  de  cada  diócesis. — 4.°  Que  usurpan  el  gobierno  temporal  de 
los  indios.  Sigue  el  mismo  método  cómodo,  de  probar  que  los  Jesuítas 
son  malos,  puesto  que  en  el  mundo  existen  leyes  que  prohiben  á  los 
hombres  ser  malos,  sin  otra  prueba  más.  —  Parece  que  en  esto  como 
en  todo,  se  empeñó  el  libelista  portugués  en  menospreciar  la  senten- 
cia que,  después  de  un  maduro  examen  de  ocho  años,  había  pronun- 
ciado poco  antes  el  Rey  Felipe  V,  con  presencia  de  \o^,  expedientes 
antiguos  y  de  los  informes  presentes,  tomados  en  los  mismos  parajes: 
en  la  cual  se  declara  que  los  indios  Guaraníes  tienen  sus  autoridades 
de  entre  ellos  mismos,  nombradas  unas  por  su  propio  Cabildo  seglar; 
otras  por  el  Gobernador  de  la  provincia  puesto  por  el  Rey;  y  que 
aunque  en  estos  nombramientos  intervengael  consejo  de  los  Jesuítas, 
no  por  eso  son  éstos  los  gobernantes,  ni  ejercitan  jurisdicción  alguna 
temporal:  como  igualmente  declara  con  respecto  á  la  administración 
temporal  que  quiere  «s^  continúe  lo  practicado  desde  la  primera 
reducción  de  estos  indios ^con  cuyo  consentifniento,y  con  tanto  bene- 
ficio de  ellos,  se  han  manejado  los  bienes  de  comunidad ,  sirviendo 
sólo  los  Curas  Doctrineros  de  directores,  tnediante  cuya  dirección 
se  embaraza  la  mala  distribución  y  mala  versación  que  se  experi- 
menta en  casi  todos  los  pueblos  de  indios  de  uno  y  otro  reino». — 
5.^  Finalmente,  que  los  Jesuítas  usurpan  el  comercio  terrestre  y 
marítimo  de  los  mismos  indios. —  No  necesitaba  de  refutación  este 
último  capítulo,  porque  como  los  demás,  no  tiene  más  prueba  sino  la 
cita  de  textos,  pertinentes  ó  no,  que  á  juicio  del  libelista  lo  prohiben: 
textos,  que  á  mayor  abundamiento,  están  mal  interpretados  y  peor 
aplicados,  como  lo  demuestra  individualmente  el  autor  del  recurso 
citado  arriba,  y  por  tanto,  para  una  afirmación  sin  pruebas,  basta 
una  simple  negación. — Ni  á  los  Jesuítas  del  Paraguay  se  les  probó 
nunca  que  ejerciesen  comercio  ó  negociación  prohibida;  )'  eso  que  no 
faltó  quien  lo  intentase  judicialmente,  pero  le  faltaba  la  verdad  y  las 
pruebas;  ni  fué  otra  cosa  lo  que  hacían  en  las  Doctrinas  sino  vender 
lo  superfino  para  comprar  lo  necesario;  ni  fué  en  provecho  suyo,  sino 


-  3ó7  - 

•en  provecho  de  los  indios, de  los  cuales  por  leyes  reales  estaban  cons- 
tituidos tutores  y  protectores.  No  merecía  esta  obra  de  caridad 
haber  sido  tan  impíamente  desfigurada,  presentándola  como  delito. 
Pero  es  que  el  anónimo  libelista  aparentaba  estar  persuadido  de  que 
los  indios  no  necesitaban  de  semejante  tutela  ni  dirección;  y  que 
eran  tan  constantes,  hábiles  y  expertos  para  manejar  y  administrar 
todos  sus  bienes,  como  cualesquiera  europeos;  porque  así  lo  dijo  Pli- 
nio,  según  él  dice  en  el  punto  cuarto.  Y  si  Phnio  lo  dijo,  sin  duda  que 
hicieron  mu}^  mal  los  Reyes  de  España  cuando  sin  hacer  caso  de 
autoridad  tan  respetable,  encomendaron  á  los  Jesuítas  el  cuidado 
temporal  de  los  indios;  por  más  que  la  experiencia  mostrase  que  <íine- 
diante  aquella  dirección  se  euibarasa  la  mala  distribución  y  mal- 
versación que  se  experimenta  en  casi  todos  los  demás  pueblos  de 
indios  de  uno  y  otro  reino-» .  —  Lo  lastimoso  es  ver  insertas  todas 
estas  inepcias,  indignas  de  un  hombre  de  razón,  en  la  Pastoral  del 
Cardenal  Patriarca  de  Lisboa,  condenatoria  de  los  Jesuítas,  exacta- 
mente como  están  en  el  libelo,  sin  añadir  ni  quitar. 

Tan  enormes  eran  los  despropósitos  contenidos  en  el  monstruoso 
folleto  de  la  Relación  Abreviada,  que  no  faltaron  quienes  pensa- 
ran en  un  principio  en  estos  países  de  América,  donde  se  veían  tan 
patentes  las  falsedades,  que  había  sido  obra  de  alguien  que  se  había 
querido  divertir,  inventando  acusaciones  disparatadas  contra  los 
Jesuítas,  para  dar  á  entender  que  no  tenían  más  fundamento  los 
otros  cargos  que  se  divulgaban  contra  ellos.  Pero  bien  pronto 
les  desengañó  de  ser  en  verdad  el  libelo  propalado  por  la  corte  de 
Lisboa,  el  empeño  como  frenético  que  ponían  los  portugueses  en 
difundirlo,  inundando  con  sus  ejemplares  el  campamento  español  de 
Don  Pedro  de  Cevallos  en  el  territorio  de  Misiones  Guaraníes;  y 
experimentaron  cuan  estupenda  es  la  credulidad  vulgar  en  los  desas- 
trosos efectos  que  aquellas  calumnias  producían. 

Lo  que  hacía  en  este  caso  el  Comisario  portugués  Freiré  en 
América,  lo  estaba  ejecutando  asimismo  en  España  y  en  toda 
Europa  el  mismo  Rombal,  disponiendo  que  se  distribuyese  profusa- 
mente aquel  escrito,  y  enviándolo  á  todos  los  ministros  extranjeros,  y 
á  las  comunidades  religiosas  de  los  dominios  de  Portugal;  y  que  se 
remitiese  también  un  buen  número  de  ejemplares  á  Roma,  para 
ofrecerlos  á  todos  los  Cardenales,  además  del  que  hizo  presentar  al 
Papa  por  su  embajador  Almada, 

El  Consejo  Real  de  Castilla,  deseoso  de  prevenir  las  resultas  de 
tan  descaradas  calumnias,  ordenó  que  se  quemase  públicamente  el 
libelo  por  mano  del  verdugo.   Este  decreto  lleva  la   fecha  de  4  de 


-358- 

Abril  de  1759.  Y  existe  el  testimonio  de  haberse  verificado  la  quema 
el  día  siguiente,  5  de  Abril. 

En  13  de  Mayo  siguiente,  el  Inquisidor  general,  D.  Manuel  Quin- 
tan© Bonifaz,  prohibió  la  lectura  de  la  Relación  Abreviada  so 
pena  de  excomunión. 

Acordó  además  el  Gobierno  español  que  se  imprimiese  la  infor- 
mación auténtica  recibida  de  oficio  en  el  Río  de  la  Plata  por  D.  Juan 
Ignacio  de  Lacoizqueta,  Vicario  general  de  Santa  Fe,  en  la  que  se 
prueba  con  testigos  de  vista,  ser  verdad  todo  lo  contrario  de  lo  que 
la  Relación  Abreviada  afirma. 

El  mismo  Carlos  III,  luego  que  ocupó  el  trono  de  España,  con- 
denó el  infame  libelo  por  su  decreto  de  19  de  Febrero  de  1761  (1). 


VI 

225 

LIBELO  DEL  REINO  JESUÍTICO 

Por  el  mismo  tiempo  se  estaba  fraguando  otro  engendro  mons- 
truoso de  la  falsedad  y  del  odio.  Bernardo  Ibáñez  de  Echavarri, 
natural  de  Vitoria,  admitido  en  la  Compañía  de  Jesús,  había  dado 
tan  mala  muestra  de  sí,  por  su  carácter  díscolo  y  su  lengua  maldi- 
ciente, que  fué  expulsado  de  la  Religión  en  España.  Arrepentido  de 
su  proceder,  acudió  al  P.  General,  quien  le  volvió  á  recibir,  vistas 
las  muestras  de  enmienda,  con  condición  de  que  pasase  á  las  Misio- 
nes de  Indias;  y  así  vino  al  Paraguay  en  la  expedición  de  Misioneros 
del  año  de  1755.  Pero  vuelto  á  sus  mismas  faltas,  fué  nuevamente 
despedido;  de  lo  que  se  quejó  agriamente,  y  puso  todos  los  medios 
que  le  parecieron  oportunos  para  dejar  sin  efecto  la  dimisión,  acu- 
diendo al  Obispo,  al  Comisario  P.  Altamirano,  y  al  mismo  marqués 
de  Valdelirios,  aunque  todo  sin  fruto.  Poseído  de  grandísimo  enojo, 
aprovechó  las  ocasiones  de  dañar  á  los  Padres  de  la  provincia  del 
Paraguay,  para  lo  cual  halló  sazón  oportuna  en  la  terrible  persecu- 
ción que  contra  ellos  se  había  desencadenado.  Cayóle  en  las  manos 
el  libro  de  las  Visitas  y  Ordenes  de  los  Provinciales  á  las  Doctrinas, 
que,  como  expresa  el  P.  Cardiel  (2),  había  en  todos  los  pueblos,  y 
con  este  libro  y  con  algunas  noticias  superficiales  que  adquirió  en  su 

(1)  Zarandona,  i.  42.  43. 

(2)  Brkv.  Rkl.  VI,  4. 


-359- 

breve  estancia  en  Doctrinas,  escribió  un  gran  volumen  contra  los 
Jesuítas  del  Paraguay  (1),  con  los  cuales  procura  involucrar  A  todos 
los  Jesuítas,  \^  en  particular  al  P.  General  de  la  Compañía. 

Pretende  probar  en  él  que  el  Paraguay  es,  en  el  estricto  sentido 
de  la  palabra,  un  reino  independiente,  cuyo  rey  es  el  P.  General  de 
la  Compañía  de  Jesús. 

Que  por  eso  tiene  rentas:  y  éstas  son  de  un  millón  de  pesos 
anuales  por  sólo  las  Misiones  ó  Doctrinas.  Lo  prueba:  porque  el 
producto  de  Doctrinas  es  más  de  un  millón  de  pesos  al  año:  el  gasto 
en  pro  de  las  mismas  Doctrinas  apenas  llega  á  veinte  mil  pesos: 
luego  el  millón  entero  va  al  P.  General.  Dos  imposturas  en  la  mayor 
y  en  la  menor,  que  conocía  Ibañez  bien  ser  falsas;  para  concluir  una 
desaforada  calumnia  de  que  los  Misioneros  se  trasforman  en  otros 
tantos  sacrilegos  u.surpadores.  Sus  cuentas  para  sacar  el  millón  son 
que  cada  año  se  vendían  ciento  cincuenta  mil  cueros.  Ya  se  ha  visto, 
número  72,  que  no  se  vendían  cada  año  ni  mil  quinientos.  De  modo 
que  los  cuatrocientos  cincuenta  mil  pesos  de  Ibáñez  no  llegan  ni  á 
cuatro  mil  quinientos.  De  yerba  dice  que  se  venden  cada  año  cin- 
cuenta mil  arrobas:  impostura  manifiesta,  cuando  constaba  por  tes- 
tigos y  por  registros  de  Oficiales  reales  que  apenas  llegaban  á  nueve 
mil  arrobas  anuales,  teniendo  licencia  para  doce  mil.  Otra  vez  sus 
ciento  cincuenta  mil  pesos  se  desvanecían,  convirtiéndose  en  veinti- 
siete mil  y  menos.  Y  aunque  se  les  agregase  otro  tanto  de  artículos 
que  allí  enumera,  algodón,  tabaco,  etc.,  que  jamás  daban  tanto  como 
la  yerba,  suman  todas  las  partidas  juntas  cincuenta  y  nueve  mil 
pesos:  y  éste  es  el  millón  soñado  por  el  libelista.  Alargando  los 
cálculos  de  la  Cédula  grande,  por  ser  algunos  informes  exagerados, 
se  da  como  producto  ordinario  el  de  cien  mil  pesos;  que  todos  se 
consumen  en  las  Doctrinas  y  en  beneficio  de  los  Indios.  Pero  al  falso 
calumniador  le  convenía  fingir,  para  herir. 

Discurre  luego  el  libelista  con  igual  fidelidad  empeñándose  en 
probar  con  citas  unas  veces  truncadas,  otras  mal  interpretadas,  que 
el  P.  General  de  la  Compañía  dispone  lo  que  se  ha  de  hacer  en  las 
Doctrinas  como  suprema  autoridad  civil,  criminal  y  militar.  Inútil 
es  ir  siguiéndole  en  sus  divagaciones.  En  su  propio  lugar  se  ha 
demostrado  cómo  en  Doctrinas  se  guardaba  toda  subordinación  al 
Rey  de  España  y  á  sus  autoridades  en  lo  temporal:  y  cómo,  después 
de  examinada  la  materia  en  juicio  contradictorio,  el  mismo  Rey  se 
declaró  satisfecho,  y  dio  testimonio  de  que  <^con  hechos  verídicos  se 

(1)  Ibáñez  DE  EcHAVARRi,  Reino  Jesuítico  del  Paraguay,  por  siglo  y  medio 
negado  y  oculto,  hoy  demostrado  y  descubierto.  Madrid,  1770. 


—  360  — 

justifica  no  haber  en  parte  alguna  de  las  Indias  mayor  reconoci- 
miento á  mi  dominio  y  vasallaje,  que  el  de  estos  pueblos:  ni  el  real 
patronato  y  jurisdicción  eclesiástica  y  real  tan  radicadas».  Foco 
importa  que  ánimos  cavilosos  como  el  del  expulso,  torturen  los  textos 
para  sacar  de  ellos  lo  que  no  hay,  y  declaren  que  ellos  no  están  satis- 
fechos, estándolo  el  Monarca. 

Aunque  con  distinto  orden,  3^  valiéndose  de  distintos  raciocinios, 
se  ve  que  Ibáñez,  á  quien  es  imposible  aquí  seguir  en  su  difuso  libro, 
pretendió  hacer  verídicas  las  mismas  falsas  aseveraciones  del  libelo 
de  Pombal:  del  cual  él  mismo  dice  al  principio  de  su  Reino,  que  «wo 
probaba  tanto  como  se  proponía».  Pero  se  lisonjea  el  expulso  de  que 
él  tenía  demostraciones  con  que  «le  dejase  totalmente  bien  probado 
su  intento».  Y  siendo,  como  en  efecto  son,  todas  sus  demostraciones 
del  g-énero  de  la  que  se  acaba  de  analizar  del  millón,  fundadas  en 
hechos  fingidos  por  la  acalorada  fantasía,  cuando  no  salen  del  abuso 
de  los  textos,  lo  que  es  muy  frecuente:  bien  se  ve  que  poco  auxilio 
le  había  de  haber  traído  á  la  Relación  Abreviada  la  cooperación 
de  Ibáñez. 

El  expulso  mismo  atestigua  que  escribió  el  libro  en  San  Nicolás, 
donde  se  hallaba  como  capellán  de  una  de  las  partidas  demarcado- 
ras. Es  muy  probable  que  en  su  composición  tuviera  alguna  parte  el 
marqués  de  Valdelirios,  que  allí  se  hallaba  entonces,  á  quien  no 
dejaría  Ibáñez  de  comunicar,  como  á  protector  suyo,  lo  que  iba 
trabajando:  y  verdaderamente  que  algunos  de  los  párrafos  del  libro 
se  resienten  del  espíritu  de  suspicacia  que  domina  en  toda  la  corres- 
pondencia de  aquel  ministro,  que  tuerce  las  obras  más  santas  3'  las 
más  sencillas  palabras  de  los  Jesuítas  para  encontrar  en  ellas  miste- 
rios de  iniquidad.  Lo  que  sí  es  cierto  que  Ibáñez,  ya  vuelto  á  España, 
mostró  su  libro  á  D.  Ricardo  Wall,  que  todos  saben  cuánta  parte 
tuvo  en  la  conjuración  contra  los  Jesuítas:  y  éste  no  pudo  menos  de 
reconocer  en  el  nuevo  libelo  un  instrumento  sumamente  acomodado 
para  sus  fines:  por  lo  cual  lo  retuvo:  3'  quizá  también  puso  en  él 
algo  de  su  cosecha.  Hallándose  en  este  tiempo  Ibáñez  á  la  muerte, 
tuvo  remordimiento  de  lo  que  había  escrito,  3^  quiso  inutilizarlo, 
para  lo  cual  dio  autoridad  á  su  confesor  á  fin  de  que,  registrando 
sus  papeles,  tomase  el  manuscrito  y  lo  entregase  á  las  llamas.  Pero 
muerto  el  enfermo,  el  confesor  no  halló  el  libro,  que  acaso  nunca  le 
había  devuelto  Wall.  Llegó  el  año  de  la  expulsión  de  España,  y  poco 
después,  en  1770,  por  diligencias  de  Wall,  se  imprimió  el  libro  en  la 
imprenta  Real.  Pronto  fué  traducido  al  francés,  al  italiano  3'  al 
alemán:  3'  se  difundió  como  tantos  otros  escritos  divulgados  en  gran 


-361  - 

número  contra  los  Jesuítas.  Las  precedentes  noticias  en  cuanto  al 
arrepentimiento  de  Ibáñez  fueron  publicadas  por  el  P.  Diosdado 
Caballero  en  su  obra  Gloria  Posthuma  Societatis,  pág.  94,  ed. 
Romae,  1814,  donde  añade:  «De  esta  sincera  mudanza  de  ánimo  de 
Ibáñez  tuve  noticia  en  Madrid  por  N.  Alaba,  agustino,  varón  de 
grandísima  autoridad,  y  que  había  sido  amigo  de  Ibáñez,  y  testigo 
de  lo  dicho.» 

No  es  de  callar  que  en  el  libelo  se  trata  muy  mal  á  los  extranjeros 
que  con  vocación  de  Dios  iban  á  las  Misiones,  mostrando  suma  igno- 
rancia de  las  disposiciones  con  que  el  Rey  de  España  los  admitía. 
Ni  tampoco  la  enormidad  de  afirmar  que  fué  comprado  el  insigne 
Muratori  para  que  escribiese  en  alabanza  del  Paraguay:  «se  alquiló 
una  pluma  de  luds  alio  vuelo  en  la  persona  del  célebre  Muratori, 
bibliotecario  del  Duque  de  Módena,  y  dio  á  luz  en  italiano  una  obra 
titulada  «11  Cristianesinio  Felice-»,  etc.y>.  Así  entendía  el  maldi- 
ciente libelista  todo  lo  que  tocaba  á  los  Jesuítas. 

Del  libelo  del  Reino  Jesuítico  hizo  una  plena  refutación,  desme- 
nuzándolo punto  por  punto,  el  P.  José  Cardiel,  aunque  varias  inves- 
tigaciones hechas  con  el  objeto  de  encontrarla,  no  han  tenido  hasta 
ahora  éxito  favorable.  De  la  existencia  de  ella  consta,  así  por  el  bre- 
vísimo compendio  que  de  ella  imprimió  el  P.  Domingo  Muriel  en  su 
Historia  Paraguajensis,  como  por  la  descripción  detallada  que  hace 
el  P.  Luengo  en  sus  Papeles  Varios,  donde  afirma  que  con  senti- 
miento suyo  no  pudo  trascribirla  por  ser  escrito  demasiado  largo. 

Otros  muchos  escritos  acerca  de  las  cosas  del  Paraguay  son 
igualmente  susceptibles  de  ser  considerados  como  libelos;  y  entre 
ellos  algunos  cuvos  asertos  se  examinarán  después  entre  los  juicios. 
El  último  de  los  que  han  escrito  por  el  estilo  de  Ibáñez  y  juntamente 
usando  del  mismo  libro  que  él  como  documento  de  prueba,  es  el  abo 
gado  paraguayo  Dr.  Blas  Garay,  sobre  el  cual  puede  verse  la  Intro- 
ducción al  P.  Cardiel.  Pero  sería  interminable  tarea  la  de  examinar- 
los y  aun  enumerarlos  todos. 


CAPÍTULO  XIII 


POETAS 


].     El  P.  Vaniére.— 2.     El  P.   Florentino  de  Bourges.— 3.     Chateaubriand. — 
4.     Otros  poetas.— 5.     Pauw.— 6.     Estrada.— 7.     El  consejero  de  Bucareli. 

Otro  género  de  escritos  es  necesario  examinar  que  versan  sobre 
las  Doctrinas  del  Paraguay,  y  pueden  dar  lugar  á  engañarse  en  el 
verdadero  concepto  que  se  ha  de  formar  de  ellas.  Son  los  que,  al  tra- 
tar del  estado  en  que  se  hallaban  los  Guaraníes  de  Doctrinas,  ó  de  lo 
que  de  ellos  se  podía  conseguir,  se  han  dejado  llevar  de  la  fantasía, 
en  vez  de  tomar  por  norma  la  fría  realidad;  y,  de  este  modo  han  pin- 
tado de  lo  que  fué  ó  hubiera  sido  un  cuadro,  en  el  que  todo  está  exa- 
gerado en  bien  ó  en  mal,  é  induce  á  errar  al  que  lee,  como  involun- 
tariamente erró  el  autor.  De  éstos  tratará  el  presente  capítulo. 


226 


EL  P.  VANIERE 

Al  hablar  de  poetas  que  tratan  del  Paraguay,  no  puede  menos 
de  ofrecerse  al  pensamiento  el  celebrado  P.  Jaime  Vaniére.  En  su 
conocida  obra  Praedimn  Rusticuiii  dedica  el  final  del  canto  XIV  á 
ensalzar  á  los  cristianos  de  las  Misiones  del  Paraguay,  que,  siendo 
antes  feroces  salvajes,  han  venido  á  ser  un  modelo  de  piedad  cris- 


-363- 

tiana,   y  un  ejemplar  admirable  de   gobierno  político.   Y  en  esta 
segunda  parte  en  especial  es  donde  la  poesía  desfigura  la  realidad. 

En  versos  verdaderamente  virgilianos  hace  mención  el  poeta  de 
los  Guaraníes  de  Doctrinas,  y  dice  que  al  tratar  en  lo  que  lleva 
escrito  del  libro  XIV  de  las  abejas,  cualquiera  que  conozca  las  Doc- 
trinas del  Paraguay,  habrá  creído  que  de  ellas  estaba  hablando.  Y  en 
efecto,  toda  su  descripción  y  elogio  supone  que  los  Guaraníes  vivían 
en  comunismo,  como  el  de  la  república  de  las  abejas:  idea  equivo- 
cada, como  consta  de  los  números  58  y  60.  Por  eso  dice  que  no  tenían 
linderos  en  los  campos,  cuando  cada  uno  tenía  su  campo  propio.  Que 
todo  lo  llevaban  á  los  graneros  comunes,  siendo  así  que  lo  que  cada 
uno  cultivaba  para  sí,  no  tenía  nada  que  comunicar  con  los  bienes 
del  pueblo. 

Afirma  que  el  gobierno  lo  tienen  los  más  ancianos:  lo  que  no  es 
exacto:  pues  el  gobierno  pertenecía  al  Cabildo  secular  y  al  Corre- 
gidor, que  eran  nombrados  con  autoridad  del  Gobernador:  y  así 
tampoco  es  exacto  que  se  rija  aquella  gente  puramente  por  consejo 
y  prudencia  y  no  por  derecho,  como  dice:  «Consilio,  non  iure,  senes 
dominantHry>\  ni  que  la  única  potestad  fuera  la  que  daban  la  expe- 
riencia y  los  años:  ««&  anuís  una  potestatem  facit  experientia 
rertunyy,  como  no  lo  es  la  frase  poética,  pero  no  verdadera,  de  «/zo- 
ntines  proprinm  qiii  nil  potiiintiir  et  nsn-Cnnctatenent^ . 

Inexacta  es  la  razón  que  da  de  educarse  los  niños  en  la  escuela: 
pues  lo  primero,  no  era  aquél  algún  modo  nuevo  ó  extraño  de  edu- 
car, para  que  se  le  note  como  cosa  especial;  siendo  así  que  era  el 
modo  ordinario  de  todas  las  naciones,  que  envían  los  niños  á  la 
escuela  por  algunas  horas,  y  las  demás  los  tienen  con  sus  propias 
familias:  y  aun  el  llamar  «prendas  comunes»  á  los  niños  no  parece 
digno  ni  exacto:  pues  en  ningún  sentido  eran  ni  se  considera- 
ban los  hijos  de  cada  familia  como  cosa  común.  La  razón  de  edu- 
carlos con  más  cuidado  de  lo  que  se  suele  en  otras  gentes  en  la 
escuela,  era,  no  la  dada  por  el  poeta,  ^para  que  no  se  fie  á  la  dili- 
gencia privada  de  los  padres  de  familia  lo  que  constituye  la  espe- 
ranza de  todo  el  pueblo-»;  sino  otra  menos  poética,  la  de  que  si  se 
fiaba  al  cuidado  de  cada  familia,  su  desidia  y  flojedad  dejaba  al  niño 
sin  educación:  y  así  era  menester  suplir  lo  que  á  los  propios  educa- 
dores faltaba. 

Inexacto  es  asimismo  que  hubiera  absoluta  igualdad  entre  todos 
<íaeqiia,  pares  inter,  sunt  oninia^:  pues  había  nobleza  de  los  caci- 
ques, autoridad  de  los  oficiales  civiles  y  militares:  dignidad  de  los 
empleos  que  tenían  relación  con  la  iglesia. 


-364- 

En  lo  que  acertaba  plenamente  el  poeta  era  en  resumir  el  estado 
de  las  Doctrinas  con  aquellas  frases  ^Fausta  sibi...  saecla  fliiiint , 
regnantque  per  illos.  ¡  Alma  fides,  pax  et  pietas  et  copia  rernui». 


lí 


EL  P.  FLORENTINO  DE  BOURGES 

En  el  tomo  VIII  de  las  Cartas  edificantes  francesas,  página  535)' 
siguientes  se  publicó  una  relación  de  las  Misiones  del  Paragua}', 
escrita  por  un  religioso  que  viajaba  para  pasar  á  otro  continente. 
Era  un  Padre  Capuchino,  quien  lleno  de  la  mejor  voluntad  de  elo- 
giar aquellas  Misiones,  se  fió  de  las  noticias  que  le  hubieron  de  dar 
personas  no  bien  informadas:  y  entre  las  cosas  edificantes  que  des- 
cribe, mezcla  errores  grandes  y  conocidos  de  geografía,  que  pueden 
hacer  temer  á  los  lectores  que,  así  como  se  equivoca  en  lo  que  está 
más  á  la  vista,  así  suceda  otro  tanto  en  cuanto  á  las  noticias  de  reli- 
giosidad y  piedad  que  refiere.  Ésta  debió  ser  la  causa  por  la  que  en 
alguna  nueva  edición  se  suprimió  esta  carta.  Por  lo  menos  la  tra- 
ducción castellana  del  P.  Davín  (1),  se  explica  en  estos  términos: 
«Omití  en  el  tomo  antecedente  una  carta  que  hace  mucha  honra,  en 
particular  á  nuestros  Misioneros  y  Misiones  del  Paraguay.  Su  autor, 
religioso  de  una  orden  sumamente  respetable  y  digna  de  venera- 
ción, es  piadosamente  pródigo  desús  elogios:  se  exhala  su  afecto  en 
cada  rasgo  de  su  pluma:  y  llegan  á  faltarle  términos  para  explicar 
el  celo  de  los  Misioneros  y  la  piedad  de  los  indios.  No  entibia  mi 
silencio  el  agradecimiento,  ni  disuena  la  omisión  de  la  buena  armo- 
nía. Entregó  el  autor  su  original  mismo  al  P.  Bouchet  en  las  Indias 
orientales,  y  éste  remitió  copia  de  él  al  Padre  encargado  de  recopi- 
lar las  cartas.  Son  muchas  las  faltas  que  contiene  de  geografía.  Sus 
cómputos  de  distancia  no  concuerdan  entie  sí,  ni  con  los  mapas  más 
modernos.  Hizo  últimamente  el  mismo  viaje  desde  Buenos  Aires  á 
Chile  un  caballero  de  mucha  erudición  y  verdad:  y  por  su  amor  á  las 
buenas  letras  y  á  la  obra  de  las  cartas  edificantes  y  curiosas,  tan 
útil  al  público  como  aplaudida  de  los  sabios,  me  convenció  de  las 
muchas  faltas  de  la  carta:   3'  me  determinó  con   sus  razones  (que 

(1)    Cartas  edificantes.  Tomo  IX,  Madrid,  1755,  pág.  4. 


-  365  - 

puedo  producir)  á  suprimirla.  Sacrifico,  pues,  á  la  verdad  el  lisonjero 
gusto  que  nos  .resulta  de  sus  elogios,  quedando  muy  impreso  en  el 
corazón  el  reconocimiento  y  el  afecto».  (Pág.  IV). 

De  la  sobredicha  carta  sacó  un  trozo  de  descripción  que  tras- 
cribe en  su  Genio  del  Cristianismo  (Chateaubriand),  al  tratar  de  las 
Misiones  del  Paraguay. 

Tuvo  la  misma  entre  las  manos  Muratori,  cuando  componía  su 
Cristianesimo  felice,  y  no  quiso  usar  de  sus  noticias,  por  juzgarla 
demasiado  pintoresca  y  poética  y  no  tener  seguridad  de  que  concor- 
dase con  los  hechos. 


III 


CHATEAUBRIAND 

Con  saber  que  el  Genio  del  Ci-istianisíno  de  Chateaubriand  es  una 
obra  que,  si  bien  escrita  en  prosa,  participa  en  gran  parte  de  poesía: 
y  que  en  él,  al  hablar  de  las  Misiones,  dedica  un  largo  capítulo  de 
dos  párrafos  á  las  del  Paraguay,  parece  que  estaba  dicho  que  su 
pintura  había  de  ser  poética  más  que  histórica.  Empero,  aunque  á 
primera  vista  aparezca  así,  3'  entren  en  el  cuadro  escenas  que  pro- 
ducen la  impresión  de  hacer  creer  que  fueran  pinturas  ideadas  por  la 
fantasía:  es  lo  cierto  que  todos  sus  relatos  son  conformes  á  la  realidad, 
tal  como  la  muestran  los  documentos,  salvo  alguna  que  otra  inexacti- 
tud de  menor  importancia.  Ha  de  atribuirse  al  parecer  esta  especia- 
lidad al  esmero  del  autor  en  tomar  todos  sus  datos  de  la  Historia 
del  P.  Charlevoix,  como  puede  verse  haciendo  el  cotejo:  y  aun  buena 
parte  del  capítulo  está  copiada  literalmente  de  dicha  obra.  Sólo  aña- 
dió, pues,  Chateaubriand  el  tinte  poético,  el  cual,  callando  lo  defec- 
tuoso, hace  formar  idea  más  alta  de  lo  que  luego  revelan  los  hechos. 

Equivocaciones  notables  son  la  de  estar  prohibido  aprender  la 
lengua  española,  que  nunca  se  prohibió;  la  de  confundir  al  Fiscal, 
que  era  el  que  convocábala  gente  á  la  doctrina,  con  no  sé  qué  empleo, 
encargado  de  llevar  registro  de  los  guerreros  y  elegido  por  los 
ancianos:  y  el  Teniente,  que  era  el  segundo  del  Corregidor,  con  el 
Alcalde  de  niños.  Para  algunas  otras,  le  ha  dado  fundamento  el 
Padre  Charlevoix.  tales  son  la  de  la  propuesta  hecha  por  los  prime- 
ros Jesuítas  Cataldino  y  Mazeta  al  Rey  de  España,  del  plan  de  las 


228 


-366- 

Misiones,  plan  y  propuesta  que  nunca  existieron;  la  de  la  penitencia 
pública;  la  de  presentar  el  texto  del  Illtno.  Fajardo  como  si  afirmara 
que  ni  en  un  año  se  comete  un  pecado  mortal. 


IV 

22Q 

^^^  OTROS  POETAS 

Pudieran  citarse  algunos  otros  poetas,  aunque  no  lo  sean  en  toda 
su  exposición  ó  relato:  y  en  general,  puede  decirse  que  todos  los  que 
escribían  sobre  las  Misiones  sin  pasión  y  después  de  haberlas  visto, 
tenían  algo  de  esto.  A  la  verdad,  el  espectáculo  que  ofrecía  aquel 
pueblo  (tan  diferente  de  lo  que  suelen  ser  los  demás  de  naciones  civi- 
lizadas) con  sus  costumbres  especiales  descritas  por  los  historiadores, 
y  que  se  han  analizado  en  esta  obra,  y  muy  distintas  de  las  de  una 
tribu  salvaje;  arrebataba  la  admiración,  para  no  atender  más  que  á  lo 
bueno,  y  no  dejaba  reparar  en  los  defectos.  Estos  sólo  eran  adver- 
tidos por  los  que  allí  iban  con  mala  voluntad  contra  los  Padres,  quie- 
nes por  desacreditarles,  pintaban  las  faltas  mucho  mayores  de  lo 
que  eran.  De  aquí,  y  de  la  costumbre  corriente  de  enviar  á  Europa 
cartas  edificantes,  refiriendo  sólo  las  cosas  que  podían  producir 
buena  impresión  y  excitar  directamente  á  la  virtud  (manera  de  escri- 
bir que  trascendía  en  aquel  tiempo  aun  á  la  historia  misma,  como  no 
se  tratase  de  faltas  públicas  y  manifiestas),  procedió  el  que  se  enu- 
merasen las  buenas  cualidades  de  los  habitantes  de  Doctrinas,  sin 
referirse  apenas  sus  defectos.  Y  esto  llegó  á  hacer  imaginar  que 
aquélla  era  una  región  encantada,  y  formó  el  ideal  poético  de  las 
Reducciones,  que,  si  bien  encerraba  líneas  verdaderas,  era,  no  obs- 
tante, en  el  conjunto,  pintura  no  conforme  con  la  realidad. 


V 

^^^  PAUW 

Hasta  aquí  se  ha  dado  alguna  muestra  de  la  poesía  y  descripción 
ideal,  que  elogiando  desmedidamente  las  Doctrinas,  hizo  formar  de 


-  367  - 

ellas  concepto  equivocado  por  exceso.    Ahora  se  verán  ejemplos  del 
caso  contrario. 

Será  el  primero  el  del  literato  que  oculto  bajo  del  seudónimo  de 
P***,  dio  á  luz  en  1768  y  1769  dos  tomos  intitulados,  Investigaciones 
acerca  de  los  americanos:  y  más  tarde  se  supo  ser  el  holandés 
Mr.  Cornelio  Pauw. 

Habla  el  autor  con  gran  desenfado  de  los  escritores  que  han  tra- 
tado la  materia  antes  que  él:  y  propone  sus  juicios  con  un  dogma- 
tismo tal,  que  no  parece  sino  que  tuviera  asegurado  el  don  de  la 
infalibilidad. — Cuando  en  el  cuerpo  de  la  obra  pretende  explicar 
el  modo  como  se  formó  la  provincia  del  Paraguay,  emite  la  más  pe- 
regrina de  las  teorías,  dándola  por  hecho  averiguado  y  corriente. — 
Dice  que  el  Paraguay  estaba  desierto  hasta  que  llegaron  á  él  los 
Jesuítas.  Debieron  hallar  que  era  territorio  acomodado  para  ensa- 
yar sus  planes:  y  tomando  varias  multitudes  de  indios  que  había  en 
el  Gua3"rá,  en  el  Paraná,  en  el  Uruguay,  los  empujaron  hacia  donde 
habían  resuelto  fijarse:  y  no  pararon  hasta  colocarlos  en  el  centro 
del  Paraguay.  Pugnaban  aquellas  tribus  (que  á  lo  que  dice  el  autor 
componían  hasta  sesenta  mil  almas)  por  escapar  y  volverse  á  sus 
tierras  nativas;  pero  la  reconocida  sagacidad  de  los  Jesuítas  halló 
modo  de  imposibilitárselo,  cerrando  todas  las  salidas.  Después  de 
matarlos  de  hambre  á  puros  ayunos,  lograron  obligarlos  á  trabajar 
la  tierra:  y  de  esta  manera,  en  el  trascurso  de  unos  cincuenta  años, 
organizaron  una  nación,  si  bien  ésta  no  ha  salido  todavía  de  la  infan- 
cia.— Véase  si  podía  resultar  el  género  más  poético. 

No  contento  con  la  lección  magistral  que  en  esta  parte  había  dado 
sobre  los  orígenes  del  Paragua}^  á  todos  los  historiadores  pasados 
y  venideros,  y  excitado  por  un  amigo,  que  le  persuadió,  dice  él,  que 
no  podía  omitir  un  artículo  sobre  las  Misiones  del  Paraguay  en  una 
Historia  de  América  y  de  los  americanos;  dedicó  á  este  punto  una 
carta  especial,  número  4.  Y  si  precedentemente  se  había  mostrado 
admirable  en  el  manejo  de  la  fantasía,  no  lo  fué  menos  en  esta  se- 
gunda ocasión. 

La  geografía  de  Pauw  es  enteramente  nueva,  como  recién  fra- 
guada en  su  imaginación.  Según  él,  en  el  Paraguay,  Uruguay  }' 
Guayrá,  no  había  Guaraníes:  y  fueron  los  Jesuítas  los  que  los  tra- 
jeron al  Paraguay,  sin  que  el  autor  diga  de  dónde,  ni  sea  posible 
saberlo.  Los  Guaraníes,  molestados  por  los  Jesuítas,  iban  á  presen- 
tar sus  quejas  en  el  Cuzco.  Los  Chiquitos  fueron  traídos  por  los 
Jesuítas  al  Paraguay,  para  aumentar  el  número  de  los  habitantes  de 
sus  reducciones.  Varias  de  las    Doctrinas  guaraníes   se   hallaban 


-  368  - 

situadas  en  el  Obispado  de  Santiago  del  Estero.  La  ciudad  de  Cuensa 
(parece  que  quiso  decir  Cuenca),  vistió  de  luto  por  la  muerte  de 
Antequera. 

No  menos  asombrosas  son  las  noticias  históricas  de  PauAv. — 
Empezando  por  los  números,  en  que  parece  que  tiene  menos  lugar 
la  invencii'm,  y  se  acredita  más  la  diligencia  del  escritor,  afirma  Pauw 
que  en  1609  había  en  el  Paraguay  ciento  diez  y  seis  Jesuítas,  cuando 
según  los  catálogos  que  aun  ho}''  se  conservan,  no  pasaban  de  se- 
tenta y  cinco  entre  Chile,  Tucumán  y  Paraguay,  que  entonces  esta- 
ban juntos:  y  dice  que  tenían  ocho  conventos  (colegios)  y  dos 
residencias,  cuando  no  había  más  que  un  colegio,  el  de  Santiago  de 
Chile.  Dice  que  se  consumía  anualmente  en  América  meridional  la 
yerba  del  Paraguay  en  cantidad  de  ciento  sesenta  mil  arrobas,  cuando 
lo  ordinario  era  no  pasar  ni  aun  llegará  cien  mil.  Que  la  yerba  se 
vendía  á  precio  de  veintisiete  pesos  fuertes  arroba,  cuando  no  pasaba 
de  dos  pesos  la  ordinaria,  y  tres  la  excelente.  Dice  que  las  ciento 
sesenta  tnil  arrobas  eran  exportadas  por  los  Jesuítas,  cuando  de  las 
Doctrinas  no  salían  sino  de  nueve  á  doce  mil  arrobas,  y  las  demás, 
de  cuarenta  á  ochenta  mil,  eran  puestas  en  el  mercado  por  los  veci- 
nos de  la  Asunción. 

Ya  no  parecerá  extraño  que  haj'a  menos  exactitud  en  otras 
materias  en  que  tiene  más  libre  el  campo  la  fantasía.  Pauw  afirma 
que  los  Jesuítas  fueron  los  que  pusieron  la  ley  de  que  no  pudiese 
entrar  en  Paraguay  ningún  extranjero;  siendo  así  que  eso  estaba 
prohibido  por  la  ley  española  antes  que  los  Jesuítas  pensaran  en  ir 
al  Paraguay.  Sobre  este  falso  supuesto,  dirige  á  los  Jesuítas  mil 
improperios,  llama  á  la  ley  bárbara  y  contraria  al  derecho  de  gentes, 
etcétera. — Pero  lo  más  curioso,  3'  en  que  se  juntan  á  un  tiempo  las 
fantasías  históricas  con  las  geográficas,  es  la  relación  de  Pauw  sobre 
los  sucesos  de  don  José  de  Antequera.  Según  él,  Antequera  salió  de 
Chuquisaca  con  una  Provisión  de  la  Real  Audiencia  en  que  se  le  daba 
comisión  paia  visitar  las  Doctrinas  de  los  Jesuítas,  3'  corregir  los 
abusos,  de  que  había  graves  quejas  en  aquel  Tribunal.  Acompañábale 
su  Alguacil  mayor,  Juan  de  Mena.  Llegado  á  las  cercanías  de  las 
Doctrinas,  envió  avisó  á  los  misioneros,  haciéndoles  presentar  junta- 
mente la  copia  de  la  Provisión.  Respondiendo  los  Padres  que  no  le 
querían  recibir,  persistió  en  entrar;  pero  se  encontró  con  una  tropa 
de  indios  armados  que  le  acometieron,  hirieron  malamente  á  Juan 
de  Mena,  y  hubieran  muerto  á  Antequera,  si  no  se  hubiera  escapada 
con  toda  celeridad.  Así  que,  sin  haber  podido  entrar  en  el  Paragua3'', 
tuvo  que  retirarse:    é  inmediatamente  después  fué  sentenciado  á 


-  3Ó9  - 

muerte,  por  los  informes  de  los  Jesuítas.— Fabricada  en  la  fantasía 
esta  patraña,  en  que  todo  es  falso  y  desatinado,  sin  haber  en  ello  un 
átomo  de  verdad,  desahof^a  Pauw  su  facundia  en  una  serie  de  excla- 
maciones é  interrogaciones  contra  los  Jesuítas,  combatiéndolos  no 
de  otra  suerte  que  pudiera  hacer  el  hidalgo  manchego  con  los  moli- 
nos de  viento,  después  de  habérselos  imaginado  feroces  gigantes. — 
Quien  ha  tenido  fantasía  para  poetizar  de  esta  manera  sobre  un 
suceso  conocido  de  cuantos  han  saludado  al  menos  los  elementos  de 
la  historia  americana,  no  es  extraño  que  leyera  en  las  Bulas  de 
Benedicto  XIV  la  peregrina  especie  de  que  este  Papa  condena  á  los 
Jesuítas  por  haber  esclavizado  á  los  indios  guaraníes. 

A  pesar  de  todo  lo  que  acaba  de  verse,  Pauw  afirma  con  mucha 
seriedad  que  no  ha  asentado  ni  asentará  en  su  trabajo  más  que  he- 
chos ciertos,  incontestablemente  verdaderos,  que  nadie  podrá  jamás 
desmentir. 

Pauwr  se  queja  de  que  se  haya  hecho  caso  de  la  relación  del 
P.  Florentino  de  Bourges,  que  califica  de  piesa  lastimosa:  pero  sin 
duda  que  no  pensó  que  se  le  haría  mucho  favor  en  colocarle  á  él 
mismo  en  el  género  de  aquella  relación;  pues  al  fin  el  P.  Florentino, 
si  desbarró  en  la  geografía,  no  lo  hizo  así  en  lo  demás,  que  es  lo  que 
se  observa  en  el  escritor  de  Amsterdam.  Piensa  que  la  posteridad  se 
asombrará  le3^endo  su  historia:  y  acierta  en  ello;  aunque  por 
diverso  motivo  del  que  él  asigna.  En  su  tiempo  el  P.  Francisco 
Iturri  hizo  terrible  anatomía  de  los  asertos  de  Pauw  sobre  los  indí- 
genas americanos,  al  rebatir  el  primer  tomo  de  Muñoz.  Por  lo  que 
toca  á  sus  noticias  del  Paraguay,  ha  sido  necesario  ponerlo  entre 
los  poetas,  para  no  suponer  que  fué  un  voluntario  engañador. 


VI 

ESTRADA  ^* 

Otro  ejemplo  será  el  escritor  argentino  Don  José  Manuel  Estrada. 
Doloroso  es  para  el  que  esto  escribe  haber  de  sombrear  en  algo  la 
memoria  de  tan  insigne  varón,  que  al  fin  de  la  vida  fué  en  su  patria 
el  abnegado  y  glorioso  adalid  de  la  causa  católica.  Pero  es  forzoso 
hacerlo,  una  vez  lanzadas  á  la  publicidad  sus  obras,  escritas  por  la 
mayor  parte  en  sus  primeros  años,  y  saturadas  de  ideas  malsanas,  de 
24.    Orcíaxizacióx  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  ii. 


—  370- 

que  por  desgracia  no  estuvo  exento  el  autor  hasta  mucho  más  tarde. 
Y  no  es  dudable  que  él  mismo,  si  viviendo  se  hubiese  hallado  en  el 
caso  de  dar  á  luz  nuevamente  sus  obras,  jamás  las  hubiera  publicado 
tales  como  estaban,  sino  que  por  su  propia  mano  hubiera  corregido 
lo  que  con  menos  consejo  escribió  primero;  ó  no  pudiéndolo  corregir 
él,  hubiera  agradecido  que  otro  hiciese  reparar  las  inexactitudes  y 
errores,  que,  donde  quiera  que  se  encontrasen,  no  podían  menos  de 
producir  perniciosos  efectos  en  sus  lectores,  expuestas,  como  lo  están, 
con  todo  el  ardor  de  una  equivocada  convicción,  y  con  todo  el  ímpetu 
de  una  facundia  arrebatadora,  y  acompañadas  de  las  más  sinceras 
protestas  de  amor  al  catolicismo. 

Fué  Don  José  Manuel  Estrada  en  su  juventud  ardiente  partidario 
de  las  doctrinas  liberales;  y  todas  sus  obras  escritas  en  aquella  época 
están  resabiadas  del  funesto  influjo  de  tales  ideas,  que  en  ciertos 
puntos  desviaron  su  entendimiento  de  la  verdad,  ayudando  á  ello  la 
viveza  de  la  fantasía.  En  varios  de  sus  trabajos  ha  tratado  de  las 
Misiones  del  Paraguay;  y  aun  tenía  intención  de  publicar  una  His- 
toria del  territorio  de  Misiones,  obra  para  la  cual  iba  acopiando 
materiales,  pero  que  no  llegó  á  terminar,  ni  aun  la  tenía  muy  ade- 
lantada, habiendo  quedado  de  ella  sólo  alguno  que  otro  capítulo  des- 
arrollado. Donde  más  largamente  examina  la  materia  es  en  sus 
Lecciones  de  Historia  Argentina,  en  Los  Comuneros  del  Para- 
guay, y  en  Conferencias  sobre  Historia  Argentina. 

Empieza  Estrada  por  entonar  un  himno  de  alabanzas  al  Misio- 
nero Jesuíta,  que  en  el  Paraguay  se  expone  á  todos  los  peligros  de  la 
naturaleza  y  de  la  barbarie  del  hombre,  para  lograr  su  fin  de  reducir 
las  almas  á  Dios,  introduciéndolas  en  el  gremio  de  la  santa  Iglesia  ca- 
tólica. A  renglón  seguido  declara  que  el  régimen  de  las  Misiones  era 
substancialmente  vicioso,  comunista,  monstruoso,  contrario  á  la  na- 
turaleza, que  quitó  el  vigor  y  atrofió  las  energías  de  la  raza  Guaraní. 

Asienta  dogmáticamente  los  hechos  sin  dar  prueba,  ni  referir 
autoridad,  sino  á  lo  más  enunciando  que  podría  probarlos.  Así  afirma 
que  el  sistema  de  los  Jesuítas  era  una  máquina  montada  sobre  el 
comunismo.  Que  los  Jesuítas  se  empeñaban  en  demostrar  la  bondad 
del  comunismo  forzoso  en  la  sociedad,  con  textos  de  la  Sagrada 
Escritura.  Que  tenían  aquel  régimen  por  absolutamente  perfecto  y 
aplicable  á  todas  las  sociedades.  Que  no  había  estímulo  para  el  tra- 
bajo. Que  la  Compañía  de  Jesús  era  un  instituto  degenerado.  False- 
dades todas,  pero  que  da  como  supuestos  verdaderos,  y  de  ellas  se 
sirve  para  formar  raciocinios  y  deducir  consecuencias  con  el  mismo 
aplomo  que  si  fueran  verdades  incontrovertibles. 


-371- 

Dice  que  los  Misioneros  eran  unos  santos:  y  que  eran  de  moral 
relajada,  aprobando  ó  consintiendo  los  excesos  para  atraer  á  los 
neófitos.  Que  estaban  llenos  de  caridad  evangélica,  y  que  oprimían 
á  los  indios  con  despotismo  siempre  creciente,  y  despojaban  de 
los  bienes  á  sus  doctrinados.  Y  aunque  es  opinión  de  todos  que  los 
Jesuítas,  no  eran  en  modo  alguno  ignorantes  ó  necios,  sino  muy  avi- 
sados y  diestros  para  acomodarlos  medios  á  sus  fines;  el  señor  Es- 
trada juzga  lo  contrario,  y  dice  que,  obsesos  por  el  fin,  estaban  casi 
ciegos  para  penetrar  en  el  espíritu  esencial  de  sus  medios:  y  que  su 
sistema  era  una  utopia,  íiua  quimera,  un  delirio. 

El  entendimiento  no  puede  conciliar  esos  extremos:  santidad  y 
moral  pervertida:  caridad  evangélica  y  opresión  y  despojo:  talento 
práctico  y  delirios:  sociedad  viciada  y  héroes  de  sacrificio  y  abnega- 
ción: porque  son  cosas  contradictorias  entre  sí.  Pero  lo  que  no  puede 
en  esta  materia  el  entendimiento,  lo  puede  la  fantasía.  Antes  bien, 
esta  diversidad  tan  grande  de  conceptos,  tomándolos  por  separado, 
ha  dado  ocasión  al  escritor  para  inspirarse  en  entusiasmos  líricos 
por  los  Misioneros,  para  execrar  con  todas  las  energías  de  su  alma 
el  comunismo,  y  dolerse  de  la  triste  suerte  de  los  indios,  y  lanzar  su 
anatema  contra  un  régimen  tan  duro,  contrario  á  la  humanidad  y  á 
la  ley  natural. 

Ni  sólo  son  las  Misiones  del  Paraguay  las  que  se  han  visto  tratar 
de  régimen  opresor,  delirio  y  quimera:  ni  la  Compañía  de  Jesús  la 
que  ha  salido  de  la  pluma  del  señor  "Estrada  como  manchada  por 
la  misma  herejía  protestante  que  combatía,  y  ejecutora  de  las  utopias 
comunistas  de  Múnster:  sino  que  al  igual  de  ellas,  resultan  repre- 
sentadas la  Orden  de  San  Francisco,  y  en  general,  las  Ordenes  men- 
dicantes, como  si  fueran  principios  naturales  de  las  sectas  comunis- 
tas. La  España  del  siglo  xvi,  en  que  florecían  la  industria  y  la 
navegación,  que  asombraba  al  mundo  con  la  sabiduría  de  sus  Doc- 
tores, y  lo  llenaba  con  el  esfuerzo  y  las  empresas  de  sus  guerreros; 
es  á  juicio  del  señor  Estrada,  una  nación  sin  vida  y  sin  fuerzas,  en 
pleno  estado  de  decadencia. 

Los  prejuicios  liberales  y  el  culto  de  la  forma  democrática,  á  la 
cual  todo  lo  subordinaba,  habían  ocupado  de  tal  manera  la  mente  del 
señor  Estrada,  que  no  le  dejaban  emplear  el  entendimiento,  y  sobre 
todo  la  imaginación,  sino  para  acomodar  á  su  ideal  los  hechos,  sea 
acertando,  sea  errando.  Ojalá  que  como  se  ha  dicho  arriba,  hubiera 
revisado  él  mismo  sus  estudios  en  los  últimos  tiempos,  en  que  iba 
rectificando  cada  vez  más  sus  ideas,  y  asegurándose  en  la  verdad 
católica.   Por  falta  de  esta  última  corrección,   su  juicio  sobre  los 


—  372  - 

Jesuítas,  que  prometía  ser,  y  debía  serlo  en  la  intención  del  autor,  ud 
sólido  estudio  histórico,  ha  resultado  un  amontonamiento  de  para- 
dojas, pura  obra  de  fantasía. 


VII 

^'^^  EL  CONSEJERO  DE  BUCARELI 

Hase  visto  en  su  propio  lugar  cuan  lleno  de  falsas  ponderaciones 
y  utópicas  promesas  estaba  el  plan  de  Bucareli  y  sus  ofrecimientos 
á  los  caciques  Guaraníes:  y  cómo  parecía  increíble  que  un  hombre 
siquiera  de  mediana  experiencia  y  juicio  se  atreviese  á  hablar  con 
tal  desahogo  en  una  materia  en  que  obraba  sin  conocimiento  de 
causa.  Pero  se  disminuye  este  asombro  para  dar  lugar  á  otro  mayor, 
cuando  se  lee  el  documento  que  hasta  hoy  ha  permanecido  ignorado, 
y  aun  ahora  mismo  conserva  incógnito  el  nombie  de  su  autor,  con- 
sejero sin  duda  que  inspiró  á  Bucareli  aquellas  promesas  3'  sueños 
dorados,  que  en  su  misma  presencia  se  convirtieron  en  tristísimas 
realidades.  Hállase  este  documento  en  la  colección  de  Ángelis  de 
Río- Janeiro:  y  lleva  por  título  principal  el  solo  vocablo  de  Planta, 
añadiendo  más  abajo  otros  tres:  «Medio  que  parece  facilita  lo  ivipo- 
sible  ó  dificultoso  de  la  empresa.»  «Principios  del  nuevo  estableci- 
iniento  de  los  pueblos  de  la  provincia  del  Paraná  y  Uruguay»  y 
9. Principian  los  pueblos  d  convertirse  y  quedar  en  pueblos  de  espa- 
ñoles.» El  primero  de  estos  apartes  enumera  varios  arbitrios  que 
parece  fueron  los  primeros  que  quiso  probar  Bucareli;  el  segundo  los 
cambia  sustancialmente,  poniendo  en  lugar  de  ellos  justamente  las 
prescripciones  que  por  fin  quedaron  en  el  plan:  y  el  tercero  expresa 
los  frutos  portentosos  que  por  este  medio  se  iban  á  conseguir.  Y  para 
que  aparezca  en  toda  su  luz  la  ficción  poética  que  en  este  prenuncio 
se  encerraba,  será  conveniente  ponerlo  aquí  á  la  letra. 

«Frutos  del  nuevo  establecimiento  de  los  pueblos  de  la  provincia 
del  Paraná  y  Uruguay 

«Establecidos  los  pueblos  con  arreglados  y  bien  considerados  esta- 
tutos, se  espera  el  fruto,  así  como  se  espera  de  unas  tierras  limpias 
y  desiertas,   que  entran   los  hortelanos  á   cultivarlas   }'  labrarlas, 


-373- 

<:ogiendo  en  término  de  pocos  meses  las  legumbres,  al  año  las  mines 
tras,  y  la  fruta  de  los  frutales  árboles  en  sus  respectivos  tiempos, 
según  sus  especies.  En  término  de  pocos  meses  después  del  estable- 
cimiento de  los  pueblos,  se  hallarán  ya  aquellas  gentes  con  las  pri- 
meras luces  de  la  lengua  castellana:  y  al  año,  sabrán  rezar  las  ora- 
ciones y  Doctrina  cristiana:  á  los  tres  años,  habrá  buenos  lectores, 
escribientes  y  contadores:  á  los  seis,  buenos  gramáticos:  y  á  los  trece 
ó  catorce,  muchos  sacerdotes,  muchos  instruidos  en  la  mercancía, 
otros  de  Corregidores:  y  en  el  Cabildo  toda  la  Justicia  y  Regimiento 
y  demás  Jefes  militares.  Y  por  lo  que  toca  al  mujerío,  del  mismo 
modo:  porque  aquellas  primeras  que  fueron  traídas  á  esta  ciudad  y 
remitidas  ya  á  sus  pueblos,  instruirán  á  otras:  y  así  irá  la  instrucción 
abrazando  al  pueblo.» 

«Principian  los  pueblos  á  convertirse  y  quedar  en  pueblos 
de  españoles 

«Todos  los  indios  jóvenes  é  indias  que  se  sacaron  de  sus  pueblos 
para  la  educación  y  enseñanza,  como  se  tiene  dicho,  y  fueron  remi- 
tidos á  sus  respectivos  pueblos,  los  debemos  precisamente  considerar 
á  unos  de  Corregidores  de  sus  pueblos,  otros  de  Justicias,  otros  de 
Regidores,  otros  de  Administradores,   y  otros  de  Jefes  y  Oficiales 
militares:  y  últimamente  á  otros  en  la  alta  dignidad  sacerdotal. 
¿Quién,  pues,  ya  en  estos  tiempos  y  términos  no  considerará  y  llana- 
mente confesará  que  lo  más  de  lo  que  tenemos  dicho  en  los  puntos 
antecedentes  de  la  desidia  de  los  indios,  sea  ya  incompatible  con  la 
nueva  crianza  y  educación,  y  mucho  más  con  el  alto  carácter  del 
estado  sacerdotal?  ¿Quién  se  persuadirá  que  aquel  sacerdote  haya  de 
sufrir,  disimular  y  llevar  á  bien,  ver  á  sus  padres  tener  por  lecho 
de  descanso  el  suelo,  y  por  colchón  un  cuero,  y  por  asiento  ó  escaño 
el  suelo  ó  un  trozo  de  palo:  y  por  vaso  de  beber  el  mismo  porongo 
en  que  traen  agua:  y  el  que  todo  el  día  tengan  la  olla  al  fuego  si 
tienen  que  cocinar:    y   el  que  anden  las  indias  atravesando  calles 
metidas  como  en  saco  dentro  de  cinco  varas  de  lienzo  sobre  las  car- 
nes, descalzas  de  pie  y  pierna,  y  con  poca   diferencia,  lo  mismo  de 
los  padres?  Y  últimamente,  ¿quién  se  persuadirá  que  aquel  sacerdote 
haya  de  sufrir  ver  casarse  á  sus  hermanas,  ó  sobrinas,  ó  parientas  con 
indios  del  mismo  pueblo,   sino  con  españoles?  A  que  también  las 
mujeres  por  su  parte  aspirarán:  y  en  ese  caso  el  español  tratará  á  su 
mujer  como  española;  y  ni  le  faltarán  tierras,  que  antes  escaseaban, 
para  sus  haciendas:  y  de  este  modo  seguirán  las  demás  familias:  de 


-  374  - 

suerte  que  con  el  tiempo  sólo  quedarán  algunos  pocos  indios,  y  éstos 
servirán  de  peones  ó  conchavados  de  los  principales  de  aquellos 
pueblos,  convertidos  en  pueblos  de  españoles.»... 

La  experiencia  mostró  cuan  vanos  eran  aquellos  sueños.  Pasaron 
los  meses  que  el  anónimo  pedía  para  que  ya  casi  supiesen  hablar  en 
castellano:  los  tres  años  para  los  buenos  compositores  en  castellano, 
lectores  y  contadores:  los  seis  para  gramáticos  latinos:  y  los  trece 
ó  catorce  para  muchos  sacerdotes:  y  ninguna  de  estas  cosas  se  vio, 
sino  extrema  miseria,  y  ruina  en  lo  espiritual  y  temporal:  porque  en 
efecto,  el  árbol  da  sus  frutos;  y  los  frutos  de  aquel  sistema,  fundado 
en  el  desprecio  de  la  práctica  enseñada  por  la  observación,  y  en  la 
ignorancia  ó  desconocimiento  de  la  índole  de  los  Guaraníes,  y  de  las 
circunstancias  del  país,  no  podían  ser  otros  sino  el  aniquilamiento  de 
aquel  feliz  estado  de  las  Misiones.  De  todos  los  faustos  augurios  del 
plan  anónimo,  no  quedó  sino  la  memoria  de  una  elucubración  más 
basada  en  la  pura  fantasía  del  autor. 


CAPITULO  XIV 


LOS  DEMARCADORES 


1.  Demarcadores  de  1750. — 2.  Los  demarcadores  de  1777.— 3.  Alvear. — 4.  Aza- 
ra: conceptos  favorables. — 5.  Conceptos  adversos. —6.  Juicio  de  Azara  sobre  el 
régimen  de  los  Jesuítas. — 7.  Enormidades  é  invenciones  de  Azara. — 8. — Medios 
seglares  y  medios  eclesiásticos. — 9. — Valor  de  los  juicios  de  Azara. — 10.  Examí- 
nase el  fundamento  capital  de  Azara. — 11.  Estado  religioso  de  las  Doctrinasen 
tiempo  de  los  Jesuítas. — 12.  Doblas. 

Toda  la  última  mitad  del  siglo  xviii  estuvieron  ocupadas' España 
y  Portugal  en  arreglos  geográficos  para  fijar  los  límites  entre  sus 
posesiones  de  América  Meridional;  aunque  por  diversas  causas  no 
se  llegó  nunca  á  conclusión  alguna  definitiva.  En  este  tiempo  vinie- 
ron de  España  al  Río  de  la  Plata  cantidad  de  hombres  peritos  en  las 
ciencias  matemáticas,  como  era  necesario  para  la  demarcación.  Y 
como  la  línea  de  demarcación  había  de  pasar  unas  veces  por  dentro, 
y  otras  por  las  cercanías  de  las  Misiones  que  tenían  los  Jesuítas 
entre  los  Guaraníes,  que  eran  las  fronteras  mismas,  tuvieron  los 
demarcadores  ocasión  de  enterarse  con  mayor  ó  menor  exactitud  dz 
lo  que  pasaba  en  las  Doctrinas,  y  del  modo  de  administración  y 
gobierno  que  allí  se  observaba:  y  sobre  todo  ello  emitieron,  de 
pasada  ó  de  propósito,  sus  propios  juicios.  En  el  presente  capítulo  se 
examinarán  los  principales  juicios  de  esta  clase. 


I 

DEMARCADORES  DE  1750 

Aquellos  de  los  demarcadores  de  1750  de  cuyo  juicio  ha  quedado 
algún  rastro  son  el  marqués  de  Valdelirios,  Don  Juan  de  Echava- 


233 


—  376  — 

rría,  Jefe  de  la  2.'^  partida  de  demarcación;  D.  Bruno  Francisco  de 
Zavala,  Oficial  entonces  de  dragones,  que  anduvo  en  los  cuerpos 
auxiliares  de  demarcación,  y  es  el  que  más  tarde  fué  Gobernador 
de  Misiones  por  treinta  años:  )'  algún  otro.  Ateniéndonos  á  los 
datos  consignados  en  la  breve   relación   del  P.   Cardiel,  y  en   el 

RECURSO   de    los    JeSUÍTAS    AL    TRIBUNAL    DE    LA  InOCENCL\,  que  Se 

publicó  entre  las  aclaraciones  del  Charlevoix  latino;  hallaban  estos 
demarcadores  que  era  desacertado  el  cuidar  de  los  indios  como  lo 
hacían  los  Padres  con  tanto  trabajo:  que  se  hacía  preciso  dejarlos 
más  á  sí  mismos,  dando  á  cada  uno  sus  animales,  su  chacra  ó  campo 
y  su  casa,  de  modo  que  fuese  él  el  responsable  de  sus  adelantos  ó 
pérdidas,  y  no  tuviese  la  seguridad  de  que  había  de  ser  socorrido 
de  bienes  comunales,  porque  esto  era  excitarlos  á  la  vagancia;  así 
como  el  vigilar  tanto  sobre  ellos  para  que  trabajasen,  era  sujetarlos 
demasiado,  y  extinguir  en  ellos  toda  iniciativa.  A  esto  parece  que  se 
reducían  los  reparos  que  ponían  al  sistema  de  los  Jesuítas  aquellos 
primeros  demarcadores;  añadiendo  que,  junto  con  esto,  se  había  de 
fomentar  el  comercio  con  los  españoles,  hecho  directamente  por  los 
indios  sin  intervención  de  nadie,  con  lo  cual  se  acostumbrarían  más 
á  manejarse  por  sí  mismos. 

Ambos  conceptos  están  examinados  ya  largamente  en  el  discurso 
del  presente  estudio:  y  uno  y  otro  se  fundan  en  dos  supuestos  que  la 
experiencia  convenció  de  erróneos.  El  primero,  el  de  la  capacidad 
del  indio  para  gobernarse  por  sí  mismo,  cumpliendo  con  los  deberes 
de  su  familia,  con  las  obligaciones  civiles  y  con  las  de  la  religión. 
De  propósito  se  hace  mención  expresa  de  este  cumplimiento:  pues 
si  se  trata  únicamente  de  la  parte  material  de  proveerse  bien  ó  mal 
de  sustento  del  cuerpo,  buscado  parte  en  su  sementera,  parte  en  la 
vida  del  monte  cazando,  ó  por  los  ríos  pescando,  y  sin  alcanzar  ape- 
nas á  sustentar  á  los  suyos,  ésa  no  se  les  puede  negar  á  los  indios 
Guaraníes.  Pero  aquella  otra,  nunca  la  tuvieron,  por  más  que  los 
Jesuítas  se  empeñaron  en  desarrollarla  en  ellos.  Léase  el  P.  Cardiel, 
testigo  irrecusable  por  haber  vivido  más  de  treinta  y  cuatro  años  en 
aquellos  pueblos:  examínese  lo  que  refiere  núm.  1 12, 1 13, 1 16  de  su  de- 
claración, 3^  á  cada  paso  en  toda  ella:  y  se  verá  de  qué  modo  trataban 
á  los  animales,  cómo  arreglaban  sus  sementeras:  cómo  se  comporta- 
ban aun  los  que  se  huían  á  las  ciudades:  cómo  devoraban  cuanto  se  les 
venía  á  las  manos,  sin  pensar  jamás  en  el  día  de  mañana,  etc.,  «y 
nunca  he  encontrado  diversidad  en  ellos»  añade.  Siendo  ésta,  como  lo 
es,  indestructible  verdad,  acreditada  por  la  experiencia  continua,  y  re- 
conocida universalmente,  era  forzoso  ó  resignarse  á  verlos  abandonar 


-377- 

sus  pueblos,  y  vivir  como  en  su  gentilidad  en  los_,bosques,  olvidados 
de  toda  vida  cristiana  y  civil  (cosa  que  no  podían]consentir  los  Jesuí- 
tas, que  se  habían  dedicado  á  aquel  rudo  trabajo  por  reducirlos  á 
vida  cristiana,  ni  la  permitían  las  leyes  españolas,  que  querían  la 
conversión  y  vida  civil  del  indio),  ó  tratarlos  como  lo  hacían  los 
Padres,  procurando  ver  si  lentamente  se  desarrollaba  aquel  espíritu 
de  iniciativa  propia:  y  entretanto  asegurándoles  del  mejor  modo 
posible  los  beneficios  de  la  vida  civil,  y  sobre  todo  los  del  alma. 

Bien  podían  venir  los  demarcadores  desde  Europa  con  otras 
ideas;  pero  mientras  no  cambiaran  la  naturaleza  de  las  cosas,  no 
pasaban  tales  ideas  de  ser  utopias  y  sueños  irrealizables.  Y  la  mejor 
prueba  de  ello  es,  que  no  en  solas  las  Doctrinas  de  los  Jesuítas  se 
seguía  este  proceder,  sino  también  en  cuantos  pueblos  había  fuera 
de  ellas,  ora  los  administrasen  los  religiosos  de  San  Francisco,  ora 
los  clérigos  seculares,  ora  tuviesen  administradores  seculares.  En 
todos  había  que  recurrir  en  gran  parte  á  los  bienes  comunes,  y 
apurar  al  indio  para  que  trabajase,  si  no  se  quería  ver  la  ruina  de 
los  pueblos.  El  remedio  para  desengañar  á  los  demarcadores  de  su 
error,  habría  sido  obligarles  á  ellos  mismos  á  que  en  un  plazo  de 
diez  años,  suficientes  para  que  se  viesen  los  efectos  de  su  sistema, 
realizasen  ellos  la  mejora  indigne  que  se  prometían  de  sus  planes. 

No  eran  ellos  los  primeros  que  habían  examinado  el  problema 
de  los  Guaraníes  3'  discurrido  sobre  él.  El  P.  Diego  de  Torres, 
primer  Provincial  del  Paraguay,  hombre  de  experiencia,  por  haber 
tratado  otros  indios  en  el  Perú  y  en  Quito  como  Misionero  y  como 
Superior,  creyó  al  dar  sus  primeras  instrucciones  á  los  Misioneros, 
que  se  había  de  seguir  el  método  que  ciento  cuarenta  años  después 
preconizaban  los  demarcadores;  porque  creía  que  los  Guaraníes  eran 
de  la  misma  índole  que  los  indios  del  Perú:  mas  la  experiencia  com- 
probó que  no  era  así:  y  ya  en  su  segunda  Instrucción,  un  año  más 
tarde,  se  observa  gran  mudanza.  En  el  tiempo  mismo  en  que  libre- 
mente daban  su  parecer  los  demarcadores,  y  cuando  se  fraguó  en  la 
Corte  de  Madrid  el  proyecto  de  expulsar  de  las  Doctrinas  á  los 
Jesuítas,  se  daban  instrucciones  al  General  Cevallos,  en  las  cuales  se 
le  prescribía  lo  que  debería  hacer  en  cuanto  á  entablar  nuevo 
gobierno:  y  en  el  punto  del  régimen  de  tener  bienes  comunes,  se  le 
ordenaba  que  nada  mudase,  sino  que  lo  dejase  como  estaba:  yeso 
que  erróneamente  creía  Wall  que  i-entre  aquellos  indios  no  hay  dis- 
tinción de  hacienda  y  propiedad,  sino  que  cultivan  de  comunidad 
sus  campos,  y  ponen  sus  cosechas  en  un  común  depósito  d  la  direc- 
ción de  los  Padres:  en  cuyo  caso  veréis  lo  que  más  conviene:  si  con 


-  378  - 

servarlo  del  mismo  modo  que  al  presente,  ó  distribuirles  las  tierras  á 
proporción  de  las  familias:  Lo  primero  parece  lo  mejor»  (1).  Tam- 
bién Bucareli  llenó  á  los  indios  la  cabeza  durante  un  año  en  Buenos 
Aires  con  las  promesas  de  que  les  repartiría  las  tierras  del  común, 
los  animales  de  las  estancias,  etc.:  y  sin  embargo  de  no  faltarle 
arrojo,  pues  tantas  cosas  innovó  inconsultamente,  en  ésta  no  se 
atrevió,  luego  que  hubo  visto  un  poco  de  cerca  la  realidad  de  las 
cosas.  Algo  observaría  que  le  hiciese  volver  atrás  de  sus  primeros 
designios:  y  aun  arrostrando  el  riesgo  de  que  le  tuvieran  por  embus- 
tero los  caciques,  como  después  en  efecto  sucedió. 

Lo  dicho,  y  lo  que  otras  veces  se  ha  expuesto,  basta  igualmente 
para  responder  al  segundo  falso  supuesto  de  los  demarcadores,  á 
saber,  que  el  comercio  libre  y  el  trato  indistinto  con  los  españoles 
era  un  beneficio  para  los  indios.  Era  esto  un  prejuicio  que  perpetua- 
mente mostró  la  experiencia  ser  falso.  Y  también  en  este  punto 
retrocedió  Bucareli  de  sus  primeros  intentos;  poniendo  por  el  con- 
trario á  los  indios  más  intervenciones  para  comerciar,  que  las  que 
tenían  en  tiempo  de  los  Jesuítas.  Y  si  les  dejó  entrar  españoles,  la 
experiencia  acreditó  una  vez  más,  que  no  había  sido  sino  para  su 
ruina  espiritual  y  temporal. 


II 


234 


LOS  DEMARCADORES  DE  1777 

Rotas  las  negociaciones  de  límites,  y  anulado  por  el  convenio  de 
1761,  cuanto  se  había  hecho  hasta  entonces;  perseveró  sin  resolverse 
la  línea  divisoria,  hasta  que  en  1777  se  emprendió  de  nuevo  la  demar- 
cación, en  virtud  de  nuevo  Tratado  concluido  en  ese  año. 

Como  había  sucedido  la  primera  vez  en  1750,  no  fueron  ahora 
todos  los  demarcadores  los  que  repararon  en  el  modo  de  gobernar  de 
los  indios  Guaraníes,  que  al  fin  era  cosa  accesoria  á  su  comisión. Pero 
esta  vez  aquellos  que  examinaron  el  punto,  consignaron  sus  juicios 
en  escritos,  que  han  llegado  hasta  los  actuales  tiempos.  Fueron  éstos 
el  primer  Comisario  de  la  segunda  sección,  capitán  entonces  de  fra- 
gata D.  Diego  de  Alvear:  y  el  primer  Comisario  de  la  tercera  sec- 

(1)    Simancas,  Estado  7383. 


-379- 

ción,  D.  Félix  de  Azara,  que  era  entonces  capitán  de  navio.  —  A  los 
cuales  hay  que  agregar  á  D.  Gonzalo  de  Doblas,  Teniente  de 
Gobernador  del  departamento  de  Concepción,  quien,  aunque  no  fué 
demarcador,  mantuvo  con  ellos  relaciones,  y  se  valió  del  apoyo 
que  le  podían  prestar  para  poner  en  ejecución  las  mudanzas,  que  juz- 
gaba necesarias  en  el  régimen  de  Misiones. 

Consideradas  en  conjunto  las  opiniones  de  estos  escritores,  vie- 
nen á  resumirse  en  los  dos  puntos  sobre  que  insistían  los  demarca- 
dores de  1750,  el  de  la  repartición  de  terrenos,  suprimiendo  el 
Tiipamhaé:  y  el  de  la  introducción  del  libre  comercio  y  del  indistinto 
trato  con  españoles.  De  los  extranjeros  no  hay  que  decir,  pues  su 
presencia  en  las  colonias  españolas  se  hallaba  prohibida,  como  la  de 
los  españoles  en  las  colonias  de  las  otras  naciones. — Esta  insistencia 
en  las  mismas  ideas,  que  la  experiencia  había  hecho  ver  eran  ruino- 
sas para  los  indios,  y  que  hombres  tan  innovadores  como  Bucareli  na 
se  habían  atrevido  á  poner  en  planta,  llegados  al  terreno  de  la  rea- 
lidad, muestra  el  camino  que  se  iba  abriendo  en  Europa  ya  enton- 
ces el  desenfrenado  individualismo,  que  ha  traído  como  consecuencia 
el  capitalismo,  y  el  problema  obrero  3^  social  para  el  siglo  xx;  pera 
no  ofrece  ninguna  novedad  en  el  estudio  de  los  indios  Guaraníes,  ni 
pide  ningún  nuevo  examen  en  cuanto  á  la  sustancia.  Siempre  las 
mismas  afirmaciones  de  que  el  Guaraní  era,  como  el  europeo,  capaz 
de  gobernarse  á  sí  mismo,  y  de  proceder  de  modo  que  no  fuese 
atropellado  ni  engañado  en  el  comercio:  asertos  que  perpetuamente, 
ahora  como  antes,  falsificaba  la  experiencia. 

Es  de  notar  sin  embargo  una  circunstancia,  que  podía  inclinar  á 
los  demarcadores  de  1777  hacia  su  opinión,  con  más  apariencia  de 
razón  que  á  los  de  1750.  Era  ésta  el  no  presenciar  ya  ellos  el  régi- 
men de  los  Jesuítas,  en  el  que  todavía  quedaba  bastante  campo  á  la 
iniciativa  individual:  sino  el  implantado  por  Bucareli,  y  reducido  á 
la  práctica  por  los  Administradores:  sistema  que  aumentando  los 
gastos,  que  todos  habían  de  salir  del  trabajo  de  los  indios,  había 
aumentado  de  tal  modo  el  trabajo  común,  que  ante  él  desaparecía  la 
libertad  para  trabajar  algo  el  indio  de  por  sí:  y  observar  juntamente 
la  miseria  y  despoblación  que  tal  sistema  había  producido  en  los  pue- 
blos de  Doctrinas. 

Ofreció  asimismo  diferente  carácter  el  plan  de  cada  uno  de  los 
que  expresaron  sus  juicios  acerca  del  sistema  que  tenían  ante  los 
ojos,  confundiéndolo  sin  razón  con  el  de  los  Jesuítas;  y  las  diferen- 
cias fueron  acomodadas  al  genio  de  cada  uno,  como  se  verá  al  exa- 
minar los  juicios  en  particular. 


—  3^0  -- 

Otra  cosa  es  digna  de  repararse  también:  y  es  que  estos  juicios, 
consignados  varias  veces  por  escrito,  y  dados  como  dictámenes  de 
los  escritores,  en  un  tiempo  en  que  el  Consejo  de  Indias  se  hallaba 
preocupado  con  la  ruina  que  había  sobrevenido  á  las  Misiones  desde 
la  expulsión  de  los  Jesuítas,  3' arbitrando  recursos  para  implantar 
algún  régimen  que  remediase  tanto  daño;  tuvo  una  eficacia  práctica 
mucho  mayor  que  elparecer  de  los  demarcadores  de  1750:  y  sin  vaci- 
lar debe  atribuirse  á  estos  escritos  la  decisión  tomada  más  tarde  por 
la  Cédula  de  17  de  Mayo  de  1803,  de  repartir  á  los  indios  las  tierras 
comunales,  y  tratarlos  con  el  mismo  régimen  que  á  todos  los  demás 
subditos  españoles,  de  que  se  ha  tratado  en  su  lugar. 


III 

235 

ALVEAR 

Examina  el  brigadier  Don  Diego  de  Al  vear  el  sistema  de  Doctrinas 

en  su  RELACIÓN  GEOGRÁFICA  É  HISTÓRICA  DE  LA  PROVINCIA  DE  MISIO- 
NES, publicada  en  el  tomo  4."  de  la  Colección  de  Ángelis;  y  en  tres 
Memorias  breves  en  que  responde  á  consultas  de  los  Virreyes,  una 
sobre  los  indios  tupís,  otra  sobre  los  indios  del  Chaco,  y  otra  sobre  el 
modo  de  aplicar  la  orden  de  poner  á  los  Guaraníes  en  propiedad  de 
las  tierras:  fechas  las  dos  primeras  en  15  de  Octubre  de  1797,  y  la 
tercera  en  27  de  Agosto  de  1802:  y  publicadas  en  los  Apéndices  de  la 
«Historia  de  D.  Diego  de  Alvear»  escrita  por  su  hija  D.'"^  Sabina  de 
Al  vear  y  Ward. 

Su  juicio  sobre  el  sistema  de  los  Jesuítas  es,  que  fué  muy  acertado, 
y  acomodado  á  la  índole  de  los  indios,  y  á  su  estado  y  necesidades. 

En  su  capítulo  V,  Gobierno  y  estado  de  las  Misiones  en  tiempo 
de  los  Jesuítas,  se  expresa  en  los  siguientes  términos:  «Conociendo 
los  Padres  tan  bien  el  carácter  de  los  Guaranís,  como  que  los  habían 
criado  á  segunda  naturaleza,  sacándolos  de  la  barbarie  y  soledad  del 
bosque  á  la  cultura  de  una  vida  social  y  racional,  acertaron  á  esta- 
blecer un  sistema  de  gobierno  civil  tan  adecuado  al  genio  de  la 
nación,  como  raro  y  nuevo  en  el  mundo.» 

«La  ruta  de  los  misioneros  en  el  régimen  espiritual...  no  es  menos 
particular  y  admirable  que  el  político  3'  económico.» 

Expone  luego  en  todo  el  capítulo  el  sistema  de  los  Jesuítas,  siem- 
pre con  bastante  exactitud:  3^  hablando  del   culto   divino   y  de  los 


-381  — 

indios  instruidos  para  él,  dice:  «ejercían  todas  sus  funciones  con  tal 
circunspección  y  gravedad,  que  hasta  el  día  de  hoy,  que  todo  ha 
declinado  mucho  de  su  antigua  observancia,  edifican  á  la  gente  más 
hábil,  confunden  á  los  menos  instruidos,  y  causan  notable  devoción  al 
pueblo. »  — De  las  Iglesias  dice:  «Las  iglesias  son  muy  capaces  y  bien 
fabricadas:  todas  ellas  de  tres  naves,  sobre  arcos  y  pilares  de  ma- 
dera, y  algunas  sobre  columnas  dobles  de  gusto  jónico,  con  su  her- 
mosa cúpula  ó  media  naranja  de  bastante  elevación:  interiormente  se 
hallan  adornadas  de  lindas  cornisas  y  otras  molduras,  doradas  desde 
arriba  abajo,  ó  costosíunente  pintadas  y  con  mucha  decencia  Los 
retablos  correspondientes,  de  talla  moderna,  y  las  imágenes  de  bulto 
nada  inferiores,  muy  devotas  y  de  preciosa  escultura:  cuadros  y  lien- 
zos de  buen  pincel:  y  por  último  tan  ricamente  alhajadas,  etc.»  «Lo 
mds  admirable  en  esta  materia  y  que  llama  la  atención  de  todos,  es 
ser  toda  esta  obra  pura  de  indios  recién  convertidos,  y  acabados  de 
sacar  de  la  selva:  circunstancia  que  no  da  á  la  verdad  poco  realce  a' 
concepto  que  se  debe  á  sus  directores  y  maestros.» 

«...De  este  modo  tenían  todos  ocupación  honesta,  y  no  se  daba 
entrada  á  la  ociosidad  y  los  vicios;  reinaba  por  todas  partes  la  abun 
dancia  de  los  comestibles  y  frutos,...»  «El  sobrante  de  estos  frutos,... 
se  remitían  á  Santa  Fe  y  Buenos  Aires,  donde  tenían  los  Jesuítas 
sus  procuradores  particulares  que  los  expendían,  y  enviaban  á  cada 
pueblo  sus  retornos  en  géneros  de  Castilla  y  déla  tierra,  conforme 
necesitaban,  no  sólo  para  aquellas  ocurrencias  de  necesidad  común, 
sino  también  para  dar  á  cada  uno  de  sus  hijos  lo  preciso,  y  aun  lo 
conveniente  á  su  porte  y  decencia,  pues  en  la  inversión  de  este  fondo 
público,  que  se  hacía  siempre  con  arreglo  y  oportunidad,  todo  se  tenía 
presente.»  «Con  tan  sabia  política,  pudo  la  Compañía  de  Jesús  for" 
mar  los  treinta  y  tres  pueblos  de  Misiones  que  hoy  subsisten,  en  que 
se  contaban  más  de  treinta  mil  familias  el  año  de  1734,  fuera  de  cua- 
renta reducciones  que  destruyeron  los  portugueses:  todo  esto  sin 
salir  de  los  límites  de  esta  provincia.» 

«...  Vimos  el  buen  pie  en  que  pusieron  los  Jesuítas  estas  Misiones, 
con  un  buen  régimen  y  particular  economía  en  el  manejo  de  cau- 
dales.» 

Completa  su  juicio  con  el  cotejo  que  hace,  pintando  en  seguida  el 
estado  infeliz  en  que  veía  las  Doctrinas  cuando  escribía  su  Memoria, 
que  era  hacia  1795,  y  diciendo  que  «las  Misiones,  en  el  pie  que  se 
hallan,  son  muy  gravosas  al  Estado»  (1). 

(1)     Alvear,  Relación,  pág.  101. 


-382- 

Acerca  del  aislamiento  de  las  Doctrinas  en  tiempo  de  los  Jesuí- 
tas, dice  (pág.  104):  <íLos  Jesuítas  seguían  la  nidx/via  (fe  no  dejar 
entrar  d  los  españoles  en  sus  Doctrinas:  que  en  aquel  tiempo  pudo 
ser  conveniente,  hasta  radicar  d  sus  neófitos  en  la  religión  y  bue- 
nas costumbres^  retirando  toda  ocasión  de  mal  ejemplo.-» 

Hace  notar  entre  otras  cosas  dos  efectos  deplorables  de  las  Orde- 
nanzas de  Bucareli,  aquí  y  en  la  Memoria  sobre  los  tupís:  uno  el  de 
haberse  cortado  el  comercio  interior  de  los  pueblos,  siguiéndose 
de  ello  gran  miseria:  otro  de  no  tener  armas  en  cada  pueblo,  siendo 
más  fáciles  los  insultos  de  los  bárbaros. 

Alvear  había  sido  educado  por  los  Jesuítas  en  el  colegio  de  Mon- 
tilla:  y  se  ve  que  siempre  conservó  buenos  recuerdos  de  sus  antiguos 
maestros.  Pero  lo  que  en  concepto  de  algunos  pudiera  quitar  de 
autoridad  á  sus  testimonios  este  antiguo  afecto:  se  lo  da,  y  con  ven- 
taja, el  escribir  en  unos  tiempos  en  que  era  moda  decir  mal  de  los 
Jesuítas,  ó  no  nombrarlos  siquiera  con  su  nombre,  sabiendo  que  el 
solo  parecer  que  se  aprobaban  las  cosas  de  los  Jesuítas,  era  ya  una 
pobre  recomendación  para  con  los  ministros.  Era  preciso,  pues,  que 
estuviese  muy  á  la  vista  la  excelencia  del  régimen  de  los  Jesuítas 
comparada  con  la  aplicación  del  de  Bucareli  y  con  sus  tristísimos 
efectos,  para  decidir  aun  á  quien  tuviese  inclinación  á  los  Jesuítas,  á 
hablar  como  lo  hace  Alvear.  Por  otra  parte,  es  conocido  el  buen  jui- 
cio y  la  integridad  de  este  jefe;  por  lo  cual,  así  como  no  se  puede 
dudar  de  que  en  sus  obras  expresó  lo  que  entendía:  así  su  parecer 
no  puede  menos  de  ser  de  gran  autoridad. 


IV 


2S6 

^^^  AZARA:  CONCEPTOS  FAVORABLES 

Don  Félix  de  Azara  permaneció  en  Río  de  la  Plata  veinte  años, 
desde  1781  hasta  1801,  ocupado  lo  más  del  tiempo  en  las  tareas  de  la 
demarcación.  Habla  de  las  Doctrinas  Guaraníes  y  de  la  obra  de  los 
Jesuítas  en  ellas,  en  casi  todos  sus  libros:  y  principalmente  en  la 
Descripción,  en  los  Voyages,  en  los  Viajes  Inéditos,  y  en  algunos 
manuscritos  no  publicados  aún. 

En  un  MS.   que  se  conserva  en  la  Biblioteca  Nacional  de  Río- 


-  383  - 

Janeiro  (1),  enumera  Azara  varias  acusaciones  que  algunos  han 
hecho  contra  los  Jesuítas,  y  las  rebate  de  la  siguiente  manera: 

«Atribuyeron  algunos  la  repugnancia  de  los  Padres  para  que 
entrasen  los  españoles  en  sus  Misiones  á  que  había  en  ellos  ricos 
minerales:  pero  hoy  vemos  que  allí  no  hubo  más  tesoros,  que  la 
industria  3^  economía.»  (2) 

...  «También  se  ha  escrito  que  los  Jesuítas  extraían  grandes 
sumas  adquiridas  por  el  comercio  y  manufacturas.»  Refuta  el  cargo, 
diciendo  que  los  tejidos  eran  bastos  y  de  ningún  valor:  y  la  yerba 
sólo  en  partidas  mu}'  moderadas  se  sacaba  para  la  venta.  Y  añade: 
«Últimamente,  se  viene  en  conocimiento  de  la  poca  ambición  de  los 
Padres,  sabiendo  que  no  hostigaban  á  los  trabajadores  (3),  conten- 
tándose con  lo  que  buenamente  hacían  en  poco  más  del  tercio  del 
día»  (4):  «que  no  se  aprovecharon  como  pudieron  de  grandes  canti- 
dades que  invirtieron  en  alhajas  y  ornamentos  de  los  templos,  y  en 
los  preciosos  vestidos  de  tisú  bordado  ó  galoneados  de  que  usaban 
los  indios  en  sus  fiestas»  (,5). 

...  «Se  figuraron  muchos  que  los  Padres  eran  verdaderos  monar- 
cas de  sus  Misiones,  y  que  aspiraban  al  imperio  de  estos  países.»  Lo 
refuta  diciendo,  «que  bien  sabían  los  jesuítas  que  sus  indios,  por 
mucho  que  los  armaran,  eran  incapaces  de  sujetar  á  nadie».  (Es  ésta 
una  de  sus  grandes  temas:  la  incapacidad  de  los  Guaranís  para  la 
guerra.) 

...  «No  han  faltado  quienes  dijesen  que  los  Jesuítas  practicaban 
medios  ilícitos  contra  la  propagación  de  los  indios,  trayendo  á  consi- 
deración lo  poco  que  multiplicaban»  (6).  Azara  juzga  la  especie  en 
los  siguientes  términos:  «Esto  es  una  calumnia  insufrible:  pues  es 
constante  que  los  Jesuítas  amaban  á  sus  neófitos  con  la  ternura  de 
padres,  que  los  casaban  en  la  edad  competente  sin  dejar  un  celibato, 
que  los  cuidaban  y  alimentaban  grandemente,  poniendo  particular 
cuidado  en  los  huérfanos,  viudas  é  impedidos»  (7).  Explica  el  poco 
aumento,  diciendo  que  la  raza  Guaraní  de  suyo  era  muy  poco  fe- 
cunda. 

(1)  Col.  Ángelis,  'Descripción  del  Paraguay*  *  Autógrafo  de  Asara»  Un 
tomo  folio  español  en  holandesa  de  4  págs.  +  268  págs.  +  8  págs.  Con  cuatro 
planos. 

(2)  Pág.  135. 

(3)  Pág.  136. 

(4)  Pág.  133. 

(5)  Pág.  136. 

(6)  Es  una  de  las  calumnias  del  expulso  Ibáñez,  quien  dice  que  los  Jesuítas 
procuraban  que  muriesen  muchos  niños,  haciéndolos  ir  á  rezar  por  la  mañana, 
con  lo  que  perecían  del  frío. 

(7)  Pág.  136. 


—  384- 

He  aquí  algunos  otros  conceptos  de  esta  especie  contenidos  en 
sus  demás  escritos. 

«Los  Jesuítas  eran...  hábiles,  moderados  3^  económicos;  miraban 
ásus  pueblos  como  obra  suya...  los  amaban  y  procuraban  mejorar.»  (1) 

«Los  Jesuítas  son  sin  contradicción,  entre  todos  los  eclesiásticos, 
los  que  más  se  aplicaron  á  aprenderlas  lenguas  de  los  indios.»  (2) 

«Es  menester  convenir  en  que,  aunque  los  Padres  mandaban  allí 
en  todo,  usaron  de  su  autoridad  con  una  suavidad  y  moderación  que 
no  puede  menos  de  admirarse.  A  todos  daban  su  vestuario  y  ali- 
mento abundantes.  Hacían  trabajar  á  los  varones  sin  hostigarlos 
poco  más  de  la  mitad  del  día.  Aun  esto  se  hacía  á  modo  de  fiesta: 
porque  iban  siempre  en  procesión  á  las  labores  del  campo,  llevando 
siempre  músicos  y  una  imagencita  en  andas:  para  la  cual  ante  todo 
se  hacía  una  enramada,  y  la  música  no  cesaba  hasta  regresar  al  pue- 
blo como  habían  ido.  Les  daban  muchos  días  de  fiesta,  bailes  y  tor- 
neos, vistiendo  á  los  actores  3'  á  los  del  Ayuntamiento  de  tisú,  y  con 
otros  trajes  los  más  preciosos  de  Europa...  Los  Padres  Curas  3'  com- 
pañero ó  sotacuros  tenían  sus  habitaciones,  que  no  pasaban  de  regu- 
lares...» «Todas  sus  iglesias  eran  las  ma3'ores  3'  más  magníficas  de 
aquellas  partes,  llenas  de  grandísimos  altares,  de  cuadros  3'  dora- 
dos. Los  ornamentos  no  podían  ser  mejores  ni  más  preciosos  en 
Madrid  ni  en  Toledo.  Todo  eso  convence  que  en  templos  3^  sus  acce- 
sorios, en  vestir  los  días  de  fiesta  á  los  actores  3^  Ayuntamientos, 
gastaron  los  Padres  los  grandísimos  caudales  que  pudieran  apro- 
piarse si  hubieran  sido  ambiciosos.  Lo  mismo  digo  de  otros  muebles, 
como  relojes  de  mesa  3"  de  cuarto,  de  los  que  había  muchos  mu3' 
buenos  en  todos  sus  colegios:  3'  de  contentarse  con  el  poco  trabajo 
que  sin  hostigarlos  querían  hacer  los  indios.»  (3) 


V 

2«^7  CONCEPTOS  ADVERSOS 

Al  lado  de  alguno  que  otro  concepto  favorable  á  los  Jesuítas 
como  los  que  van  enumerados,  se  hallan  en  gran  número  los  desven- 

(1)  Dksck.  XIII,  19. 

(2)  VOYAGFS,  ch.  XI 

(3)  Drscr.  XII,  17,  18. 


-385- 

tajosos;  y  eso  aun  cuando  A  veces  se  ponga  el  escritor  en  contradic- 
ción consigo  mismo. 

Asegura  que  «los  motivos  que  los  Jesiiitas  alegaron-a  cuando  se 
trató  del  servicio  personal  en  el  Río  de  la  Plata  «.eran  calumnias 
positivas-»  contra  los  encomenderos.  No  repara  en  que  los  atropellos 
del  servicio  personal  constaron  por  testimonio  de  toda  suerte  de 
personas,  y  fueron  averiguados  de  oficio  por  un  Visitador,  que  dio 
testimonio  de  ellos:  siendo  ya  antes  patentes  en  las  ordenanzas  de 
los  Gobernadores,  y  hasta  en  las  decisiones  délos  sínodos  provincia- 
les: cosas  todas  que  ni  eran  calumnias,  ni  tenían  en  ellas  parte  los 
Jesuítas  (1). 

Que  «los  Jesuítas  miraro)i  co)no  inútiles  y  menospreciaron  ente- 
ramente los  medios  de  persuasión,  y  recurrieron  á  los  medios  tem 
porales^-)^  que  según  Azara,  eran  los  de  la  violencia  y  terror,  para 
formar  sus  reducciones.  Y  que  «ocultaron  con  mucho  cuidado  su 
proceder  en  esta  materia:  como  era  natural:  porque  en  su  calidad 
de  eclesiásticos,  querían  pasar  por  tales  en  todas  sus  acciones  (2). 
Falsedades  manifiestas,  desmentidas  por  los  documentos;  y  para 
darles  alguna  apariencia  de  verdad,  inventa  Azara  el  grosero  equí- 
voco que  se  verá  en  el  §  VIII. 

Que,  aunque  estuvieron  como  Misioneros  entre  los  indios  del 
Chaco,  «nunca  pudieron  formar  gramática^  diccionario  ni  cate- 
cismo de  las  lenguas  toba,  pitilaga,  abipona,  mocoví ,  pampa,  etc., 
en  veinte  años  ó  más  que  pasaron  entre  estas  tribus»  (3). — Hoy  las 
van  hallando  y  publicando  los  eruditos,  entre  los  manuscritos  de 
aquellos  Misioneros  que  no  se  han  destruido  ó  extraviado. 

Que  «frecuentemente  el  Cura  Jesuíta  no  sabía  el  idioma  Gua- 
raní,sieiuio  Cura  de  las  Reducciones  Guaraníes»  (4).— Enormidad  que 
desmienten  los  exámenes  y  aprobación  de  idioma  de  todos  los  Curas 
hechos  por  el  Obispo,  de  que  aun  hoy  se  conservan  algunos  (5). 

Que  «tuvieron  pocos  Curas  Jesuítas  capaces  de  predicar  el  Evan- 
gelio en  Guaraní»  (6). — Los  mismos  documentos  citados  prueban 
que  eran  capaces  todos:  pues  no  eran  aprobados  de  lengua  sino 
habiendo  hecho  un  ejercicio  de  sermón  ó  plática,  que  mostrase  poder 
predicar  el  Evangelio. 

Que  «no  entraban  nunca,  por  motivo  ninguno,   en  la  Reducción 

(1)  Vov.  XIII.  p.  237. 

(2)  Voy.  XIII.  p.  228. 

(3)  Voy.  XII.  p.  213. 
K^)  Voy.  XIII.  p.  233. 

(5)  Río-Janeiro.  Col.  Ang.  IX.  8. 

(6)  Descr.  XIII.  18, 

25    Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  ii 


238 


-  38(1  - 

eu  que  estaban,  ni  en  las  casas  de  los  indios,  sitio  que  se  mantenían 
encerrados  en  sns  colegios  ó  /lahitaciones»  (1). — Especie  que  con 
sólo  enunciarla  descubre  su  absurdo:  y  manifiestan  ser  falsas  todas 
las  relaciones  de  testigos  que  se  conservan. 

Que  «todavía  es  un  problema  el  de  si  pretendían  hacerse  inde- 
pendientes en  el  Paraguay  ó  nor>  (2). — El  mismo  Azara  ha  dicho  (3): 
«Se  figuraron  algunos  que  los  Padres  eran  verdaderos  monarcas 
de  sus  Misiones,  y  que  aspiraba//  al  imperio  de  estos  países»:  des- 
preciando 3'  refutando  tal  patraña. 

Que  «con  intento  de  asegurar  su  independencia ,  cerraron  el 
acceso  de  sns  Reducciones,  haciendo  cavar  fosos  profundos,  que  for- 
tificaron cotí  gruesas  estacas  ó  fuertes  palizadas,  con  puertas  y 
cerrojos^  en  los  parajes  por  donde  forsosamente  había  que  pasar: 
y  pusieron  allí  guardias  y  centinelas  para  vigilar.»— Que  es  la 
calumnia  de  Barúa  reproducida:  sin  contar  con  que  el  mismo  Azara 
en  la  Descr.  MS.  (4)  pág.  133,  dice  que  «las  zanjas  y  tronqueras 
eran  para  evitar  la  d eserción-» . 

Que  no  dejaban  entrar  á  los  Gobernadores  ni  á  los  Visitadores  en 
Doctrinas,  ni  cá  los  Obispos  (5j. — Falsedad  que  consta  por  lo  dicho  en 
su  lugar,  y  por  los  documentos  de  Visitas  y  padrones  hoy  existentes. 

Otros  muchos  conceptos  adversos  y  denigrativos  de  los  Jesuítas 
se  pudieran  citar,  pues  de  ellos  están  llenas  las  obras  de  este  escritor. 


VI 


JUICIO  DE  AZARA  SOBRE  EL  RÉGIMEN  DE  LOS  JESUÍTAS 

La  multitud  de  conceptos  desfavorables  de  Azara  acerca  de  los 
Jesuítas,  es  indicio  de  que  su  juicio  acerca  de  la  obra  de  los  Padres 
en  las  Reducciones  había  de  ser  contrario  al  régimen  establecido  por 
ellos. 

Azara  juzga  que  fué  desacierto  establecer  el  sistema  de  comuni- 
dad entre  los  Guaraníes. — Su  razón  es  la  siguiente:  El  régimen  de 
bienes  comunales  establecido  por  los  Jesuítas  «quitaba  todos  los  estí- 

(1)  Voy.  XIÍI.  p.  250. 

(2)  \  OY.  XIII.  p.  246. 

(3)  MS.  de  Kío  Janeiro,  p.  136. 

(4)  Río-Jan.  Col.  Aiig. 

(5)  Voy.  XIII.  p.  L'45. 


-  387  - 

millos  de  ejercitar  Ja  razón  y  los  taletitos:  pites  lo  misino  había  de 
comer,  vestir  y  gosar  el  más  aplicado^  /lábil  y  virtuoso,  que  el  más 
malvado,  torpe  y  /lolgasán.»  «Este  gobierno...  hacia  que  todo  tra- 
bajo fuese  lánguido,  no  importándole  nada  al  indio  que  su  comuni- 
dad fuese  ricar>  (1). 

A  la  razón  que  siempre  dieron  los  Jesuítas,  y  se  ha  expuesto  en 
el  presente  estudio  al  tratar  del  Tupambaé,  de  la  propiedad  y  del 
carcácter  del  indio,  responde  Azara:  <i.Este  gobierno  de  los  indios, 
mereció  los  mayores  elogios  de  algunos  sabios  de  Europa,  que  cre- 
yeron ser  los  indios  incapaces  de  alimentar  d  sus  familias,  por  su 
ninguna  economía,  ni  previsión  para  conservar  nada  para  los  tiem- 
pos de  escases:  en  suma,  los  creyeron  como  unos  niños,  á  quienes  no 
podía  convenir  otra  especie  de  gobierno ,  y  que  con  él  eran  felices.  y> 

Responde  Azara  que  la  incapacidad  y  niñez  no  existieron:  pues 
bien  se  sustentaron  los  indios  á  sí  y  á  sus  familias  durante  un  siglo 
sin  bienes  de  comunidad:  y  lo  que  más  es,  con  la  carga  de  las  enco- 
miendas. Bien  se  sustentaban  también  cuando  gentiles  sin  ese  sis- 
tema: «Zos  pueblos  de  indios  del  capitulo  precedente,  que  eran  de 
la  misma  nación  que  los  jesuíticos,  existieron  un  siglo  vistiendo  y 
alimentando  sus  familias  particularmente  cada  uno,  sin  necesidad 
de  ecónomo  que  almacenase  su  trabajo,  que  no  era  completo,  porque 
el  de  dos  meses  al  año  pertenecía  á  un  encomendero...  Los  indios 
jesuíticos,  como  todos,  cuando  eran  silvestres,  trabajaban  y  tenían 
previsión  y  economía  bastante:  pues  que  alimentaban  cada  uno  d 
su  familia.  No  hubo,  pues,  tal  niñez  é  incapacidad  en  los  indios-»  (2). 

Agrega  que  aun  dado  y  no  concedido  que  los  Guaraníes  fueran 
tan  imprevisores,  había  que  rechazar  el  sistema  de  los  Jesuítas.  «Y 
cuando  quiera  suponerse  (la  niñez  é  incapacidad),  lo  cierto  es  que  el 
gobierno  en  comunidad  no  se  las  quitó  en  más  de  siglo  y  medio, 
persuadiendo  claramente  que  semejante  conducta  embotaba  los 
talentos»  (3).  «Aun  cuando  iiubiera  sido  real  (la  niñez  é  incapacidad) 
el  no  haber  bastado  más  de  siglo  y  medio  para  corregir  estos  defec- 
tos de  los  indios,  parece  que  autoriza  á  concluir  una  de  dos:  ó  que 
la  administración  de  los  Jesuítas  era  contraria  á  la  civilización  de 
los  indios,  ó  que  estos  pueblos  son  esencialmente  incapaces  de  salir 
de  ese  estado  de  infancia  (4).» 

Finalmente,   se  esfuerza  el  argumento  en  el  Informe  sobre  la 


(1)  Descripc.  XIII.  9. 

(2)  Descr.  XIII.  10. 
í3)  Descr.  XIII.  10, 
(4j  Voy.  III.  p.  236. 


-388- 

libertad  de  los  indios  tupís  y  guaraníes  de  1806  (1)  con  la  experiencia 
de  haber  prosperado  los  cuatro  pueblos  de  Santo  Domingo  Soriano, 
Quilmes,  Baradero  y  Calchaquí,  de  la  jurisdicción  de  Buenos  Aires, 
por  no  haber  sido  sujetos  nunca  á  comunidad  (2). 

De  estos  argumentos  concluye  Azara  que  «í?/  gobierno  en  coinii- 
iiidad  de  los  pueblos,  es  lo  peor  en  niateria  gubernativa  (3);  que  el 
gobierno  que  entre  ellos  establecieron  los  Jesuítas  es  el  más 
absurdo,  despótico  y  malo  que  pudiera  idearse  (4);  el  gobierno  más 
singular  y  extraordinario  que  ha  visto  el  mundo.  Un  gobierno  en 
comunidad  en  que  no  se  permite  la  menor  propiedad  particular ,  en 
que  nadie  puede  sacar  la  menor  ventaja  ni  utilidad  de  su  talento, 
industria,  habilidad  y  virtudes,  ni  de  sus  facultades  físicas:  en  que 
nadie  es  dueño  de  si  mismo ^  ni  del  tiempo,  ni  de  su  trabajo,  ni  del 
de  su  mujer  y  familia:  en  que  la  desnudes,  el  hambre  y  miserias 
oprimen  á  todos:  y  en  que  V.  M.  no  saca  ni  ha  sacado  jamás  un  peso 
fuerte  por  los  justos  derechos  debidos  á  la  soberanía  y  á  la  defensa 
que  ésta  les  franquea-!)  (5). 

Otras  veces  se  muestra  más  benigno  con  el  sistema,  como  cuando 
escribe:  <.<~Los  Guaraníes  que  cayeron  en  poder  de  los  paraguayos  y 
Jesuítas  españoles  fueron  felices,  porque  se  han  conservado,  multi- 
plicado y  adquirido  alguna  civilisación,  aunque  no  la  que  pudie- 
ran-» (6). 

Nada  importa  que  esta  conclusión  sea  contradictoria  de  la  de 
arriba.  Así  es  Azara. ^En  cuanto  á  sus  razones,  están  ya  examina- 
das, y  en  su  mayor  parte  se  fundan  en  confusión  de  sistemas,  en 
raciocinios  viciosos,  y  en  supuestos  falsos,  como  se  verá  luego. 


Vil 


239 


ENORMIDADES  É  INVENCIONES  DE  AZARA 

Increíble  parecería,  si  no  estuvieran  escritas  é  impresas  sus 
obras,  el  cúmulo  de  afirmaciones  falsas,  absurdas  é  inventadas  que 
amontonó  D.  Félix  de  Azara,  tratándose  de  los  Jesuítas. 

(1)  Mkmorias  de  Azara,  p.  110. 

(2)  P.  122. 

(3)  Descr.  XIII.  13. 

(4)  Voy.  XIII.  p.  242. 

(5)  Informk  sobre...  la  libertad  de  los...  Guaraníes...  p.  110. 

(6)  Descr.  MS.  de  Río  Janeiro,  Col.  Angelis,  p.  124, 


-389- 

Azara  defiende  abiertamente  el  sistema  de  encomiendas  de  ser- 
vicio personal,  tales  como  se  usaron  en  el  Paraguay,  no  obstante  que 
las  de  originarios  eran  una  verdadera  esclavitud,  como  se  ha  visto, 
número  132,  y  en  las  de  mitayos,  se  cometieron  los  abusos  que  justi- 
ficó la  visita  del  Oidor  Alfaro,  número  134.  Sin  embargo  de  eso,  á 
este  sistema  opuesto  <á  la  ley  natural  y  al  derecho  innato  de  los  indios, 
lo  aprueba,  lo  alaba,  y  lo  que  más  es,  de  tal  manera  lo  ensalza,  contra- 
poniéndolo al  régimen  de  los  Jesuítas,  que  dice  de  él  «-fué  el  mayor 
esfnerso  de  la  prudencia  Jinutana^^  (1).  El  mismo  Azara  había  dicho 
de  estas  encomiendas,  aun  de  las  de  mitayos:  «.eran  ima  de  las  clases 
de  esclavitud^  (2).  No  obstante,  en  la  misma  obra  dice:  «.Juzgo  que 
era  imposible  combinar  mejor  el  auinento  de  las  conquistas,  la 
civil  i  sac  ion  y  libertad  de  los  indios,  con  la  recompensa  debida  á 
los  particulares  que  todo  lo  hacían  á  sus  expensas»  (3).  Y  en  la 
Descripción  (4)':  «Reunió  Ir  ala  en  este  punto  cuanta  reflexión,  pru- 
dencia, humanidad  y  política  cabe  en  un  hombre^.  La  libertad  de 
los  indios  debía  consistir,  según  Azara,  en  ser  esclavos;  y  la  huma- 
nidad del  conquistador  en  atrepellar  el  derecho  natural  del  indí- 
gena. 

En  todo  esto  presenta  Azara  á  Irala,  como  si  Irala  hubiese  sido 
el  inventor  de  las  encomiendas.  Pero  las  encomiendas  estaban  vigen- 
tes antes  de  nacer  Irala,  pues  ya  se  ha  dicho  que  fué  Colón  quien  las 
introdujo.  Supone  que  Irala  fué  quien  limitó  las  encomiendas  á  dos 
vidas.  Pero  antes  que  Irala  pusiera  los  pies  en  el  Paraguay,  y  mucho 
antes  de  que  fuera  gobernador,  estaba  dictada  la  ley  de  las  dos 
vidas,  que  es  de  fecha  de  26  de  Mayo  de  1536.  Supone  que  Irala  tenía 
establecido  que  acabadas  las  dos  vidas,  quedaban  los  indios  encabe- 
zados en  la  Corona  real,  de  modo  que  en  adelante  ya  no  se  podían 
encomendar  en  particulares.  Cosa  que  ni  hizo  Irala,  ni  la  podía 
hacer,  porque  no  tenía  facultades  para  mudar  las  leyes  de  España, 
que  mandaban,  sí,  que  volviesen  los  indios  á  quedar  vacos  después 
de  las  dos  vidas,  pero  que  se  pudiesen  encomendar  á  otro.  De  modo 
que  á  la  enormidad  de  defender  y  aplaudir  con  elogios  la  esclavitud, 
y  las  malocas  ó  entradas  para  hacer  esclavos,  á  usanza  de  los  mame- 
lucos, añade  Azara  esas  invenciones  con  que  falsea  la  historia. 

Otra  enormidad  de  Azara  es  confundir  el  sistema  de  los  Jesuítas 
con  el  triste  estado  á  que  tenían  reducidos  los  pueblos  de  Guaraníes 


(1)  Descripción.  XIII.  13. 

(2)  Voy.  XIII.  pág.  237. 

(3)  Voy.  XII.  pág.  203. 

(4)  Descripción.  XIII.  5. 


-3%- 

las  Ordenanzas  de  Bucareli,  ó  con  un  sistema  fantástico,  cuando 
escribe:  ^A  na  lie  permitían  los  Jesuítas  trabujdr  en  particular»  (1). 
«No  daban  los  Padres  Caras  licencia  d  nadie  para  trabajar  en  utili- 
da  I  propia,...  cuidando  el  mismo  Cara  de  alimentar  y  vestir  igual- 
mente á  todos.  Para  esto  almacenaban  todos  los  frutos  de  la  agri- 
cultura y  lo -i  productos  de  la  industria»  (2).  «Los  mencionados 
indios,  casi  desde  su  reducción,  hace  tres  siglos ,  lian  tenido  y  tienen 
el  gobierno  m  ís  singular  y  extraordinario  que  Jia  visto  el  mundo. 
Un  gobierno  en  comunidad,  en  que  no  se  permite  la  menor  propie- 
dad particular,  en  que  nadie  puede  sacar  la  menor  ventaja  ni  iiti- 
lidad  de  su  talento,  industria,  habilidad  y  virtudes,  ni  de  sus 
facultades  físicas:  en  que  nadie  es  dueño  de  sí  mismo,  ni  del 
tiempo,  ni  de  su  traba/o,  ni  del  de  su  mujer  y  familia:  en  que  la 
desnudez,  la  lumbre  y  miserias  oprimen  á  todos:  y  en  que  V.  M.  no 
saca  ni  ha  sacado  jamás  tin  peso  fuerte  por  los  justos  derechos 
debidos  á  la  soberanía^  (3).  El  trabajo  particular  y  propiedad  de  los 
indios  se  han  probado,  núms.  5S,  60;  la  preservación  de  la  miseria, 
número  117,  y  en  otras  partes;  el  tributo  consta  de  los  números  48  y 
128;  y  la  utilidad  del  Erario  real  de  los  números  128,  131,  146,  147,  y 
del  Apéndice  número  7.  Si  Azara  no  creía  á  los  Jesuítas  y  á 
otros  testigos  intachables  en  estos  puntos,  debió  consultar  la  Cé- 
dula grande  de  1743:  y  no  vender  estas  enormes  falsedades  por 
verdad. 

De  ellas  nació  la  ocasión  de  otra  invención  de  Azara. 

Presupuesta  la  falsedad  antecedente,  asienta  Azara  que  la  Corte 
de  España  trató  con  los  Jesuítas:  «L«  Corte  notificó  á  los  Padres  que 
después  de  siglo  y  medio  empleados  en  educar  á  sus  indios,  debían 
éstos  saberse  gobernar  por  sí  y  tratar  con  los  españoles,  saliendo 
de  la  sujeción  del  gobierno  en  comunidad,  y  conociendo  la  propie- 
dad particular»  (4).  Agrega  que  los  Jesuítas  pusieron  dificultad:  y 
al  fin  propusieron  dar  á  cada  indio  alguna  tierra  para  que  la  cultivase 
y  así  se  acostumbrase  á  tener  propiedad:  y  la  Corte  quedó  satisfe- 
cha, etc.  No  tiene  más  inconveniente  esta  historieta  sino  el  de  ser 
falsa  sin  rastro  de  verdad;  ni  se  citará  jamás  Cédula  ó  documento  de 
donde  conste  cosa  tan  singular.  Los  indios  tuvieron  su  chacra  ó 
tierra  de  cultivo  desde  el  primer  tiempo  que  estuvieron  con  los 
Jesuítas,  y  la  continuaron  teniendo  siempre,   sin   que  nunca  tuviese 


(1)  Voy.  XIII.  pág.  233. 

(2)  Descripción.  XIII.  8. 

(3)  Informe,  sobre  el  gobierno  3'  libertad  de  los  indios  Guaraníes,  pág.  110. 

(4)  Desc:<ipción,  Xlll.  15. 


-391- 

necesidad  de  hacer  la  Corte  tan  inútil  diligencia  como  se  refiere,  que 
no  es  sino  una  invención  más  de  Azara. 

Nueva  enormidad  asienta  en  el  MS.  de  Río  Janeiro  (1).  <^Tauihién 
puede  llevarse  á  mal  en  los  Jesuítas  el  no  haber  adelantado  un  paso 
la  ¿nstyucción  de  sus  neófitos  en  dos  siglos  que  los  gobernaron,  sin 
enseñarles  artes  ni  cietícias».  Y  añade  (2):  «no  han  adelantado  un 
cabello  á  lo  que  dejó  hecho  Irala  oi  artes ^  ciencias  y  civilización:  y 
más  bien  es  de  creer  que  los  indios  han  olvidado  lo  que  el  sabio 
viscalno  les  enseñó^.  No  es  de  lo  más  matemático  el  hallar  dos 
siglos  de  diferencia  desde  el  año  1610  hasta  el  de  1768;  y  no  honra 
mucho  á  Azara  este  yerro  de  cuenta.  Pero  en  cuanto  á  artes,  se  ha 
visto  en  su  lugar  que  se  hallaban  en  mejor  estado  las  Doctrinas  que 
las  ciudades  mismas  de  españoles,  cuanto  más  que  los  otros  pueblos 
de  indios:  y  ninguna  de  ellas  tenían  cuando  los  sacaron  los  Jesuítas 
de  las  selvas.  Ciencias  no  tenían,  porque  no  se  halló  capacidad  para 
tanto.  Ahora  sería  curioso  saber  si  Irala  enseñó  á  aquellos  indios  ó  á 
otros  á  tejer,  ser  plateros,  carpinteros,  fundidores,  músicos,  fabricar 
órganos,  etc.:  y  qué  ciencias  les  enseñaría,  que  Azara  sospecha 
habían  olvidado,  si  serían  las  naturales  ó  las  exactas.  Como  también 
de  qué  fuente  sacó  Azara  la  sabiduría  de  Irala,  que  hasta  que  Azara 
la  descubrió,  era  ignorada  de  todos. 

Lo  que  causará  más  extrañeza  todavía,  es  que  tales  invenciones 
use  Azara  tratándose  de  números,  materia  en  que  podía  ser  conven- 
cido facilísimamente  de  engañador.  Escribe  en  su  descripción  (3). 
<iNo  es  difícil  cotejar  los  padrones  ó  listas  de  los  indios  que  había 
cuando  se  fundaron  los  pueblos,  que  existen  y  he  visto  en  aquellos 
archivos  (del  Paraguay),  con  los  individuos  que  tienen  en  el  día,  y 
se  hallará^  como  yo  he  hallado,  que  los  iridios  netos  ]uj)i  aumen- 
tado^. Esto  se  escribía  á  fines  del  siglo  xviii,  y  se  preparaba  para  la 
imprenta  á  principios  del  xix:  y  en  la  misma  fecha  escribía  Azara 
un  INFORME  al  marqués  de  Aviles  sobre  el  gobierno  de  los  indios  en 
el  Paraguay,  en  el  cual  pone  el  estado  de  la  población  de  48  pueblos 
de  indios  en  dos  fechas  diferentes:  y  dividiendo  los  pueblos  en  dos 
series,  en  una  serie  halla  una  disminución  de  la  quinta  parte  en  cien 
años:  y  en  la  otra,  disminución  de  la  mitad  en  treinta  y  cinco  años: 
todo  conforme  á  los  padrones  cuyas  cifras  cita  para  cada  uno  de  los 
cuarenta  y  ocho  pueblos  (4).  Aumentar  y  disminuir:  no  puede  haber 

(1)  Descripción  del  Paraguay,  Col.  Angelis,  pág.  137. 

(2)  Pág.  124. 

(3)  Dbscr.  XIII.  13. 

(4)  Sevilla,  Arch.  de  Indias,  123.  6.  14. 


—  302  — 

oposición  más  manifiesta.  «Eran,  dice  en  otra  parte  (1),  casi  todos 
los  Jesuítas  del  Paraguay  ingleses,  italianos  ó  alemanes».  Con  los 
Catálogos  en  la  mano  se  ve  que  de  330  sacerdotes,  sólo  41  eran 
extranjeros,  entre  los  cuales  sólo  uno  era  inglés. 

Interminable  sería  la  tarea  si  hubieran  de  notarse  todos  sus 
errores:  pues  sin  equivocación  puede  decirse  que  apenas  ha}^  afirma- 
ción de  Azara  en  lo  que  toca  á  Jesuítas  y  Guaraníes,  que  no  sea 
errónea. 


VIII 

MEDIOS  SEGLARES  Y  MEDIOS  ECLESIÁSTICOS 

Se  ha  visto  á  Azara  confundir  y  tergiversar  los  hechos,  cuando 
á  su  intento  convenía,  ofreciendo  invenciones  su3'as  como  si  fueran 
realidades:  esto  es  lo  que  hizo  en  el  caso  de  Irala,  á  quien  de  repente 
convirtió  en  sabio,  en  inventor  de  las  encomiendas,  legislador  de  las 
dos  vidas,  y  autor  de  que  después  de  dos  vidas  quedasen  para  siem- 
pre los  indios  en  Corona  Real:  que  todas  son  estupendas  falsedades. 
De  semejante  manera  tergiversa  }'  confunde  también  cuando  le 
conviene  las  nociones  usuales,  como  se  verá  en  este  párrafo. 

Tenían  mandado  por  diversas  Cédulas  los  Reyes  de  España 
que  la  reducción  de  los  indios  á  pueblos  se  hiciese,  no  por  medio  de 
armas,  sino  por  medio  de  la  predicación  del  Evangelio,  echando 
mano  de  las  armas  sólo  en  el  último  extremo  de  verse  los  españoles 
insultados  y  acometidos  por  los  naturales.  Nadie  ha  dudado  jamás  de 
lo  que  estos  mandatos  significaban.  Reducir  una  tribu  de  indios 
POR  MEDIO  DEL  EVANGELIO  Y  NO  POR  LAS  ARMAS,  han  entendido  todos 
que  era  abstenerse  de  la  guerra,  y  emplear  todos  los  medios  que  la" 
caridad  cristiana  sugiere  á  los  sacerdotes  y  religiosos,  que  eran  los 
llamados  á  esta  clase  de  tarcas.  De  forma,  que,  excluyendo  la 
guerra,  todos  los  medios  que  dicta  la  prudencia,  sea  de  dones,  sea 
de  recomendación  por  medio  de  otros  infieles  parientes  ó  conocidos 
de  los  que  se  trataba  de  reducir,  sea  por  otro  cualquiera  de  los  mil 
medios  lícitos  que  pueden  ofrecerse:  todo  esto,  empleado  por  sacer- 
dotes ó  religiosos,  era  reducir  por  medio  del  Evangelio.  Pero  Azara 

(1)     VoYAGEs,  Xin.  247. 


-393- 

quiso  acomodar  á  estas  expresiones,  ya  de  uso  corriente,  una  nueva 
significación,  5"  confundir  la  noción  de  palabras  que  tanto  él  como 
los  demás  empleaban.  Y  así  describió  la  predicación  por  medio  del 
Evangelio,  que  él  denomina  método  eclesiástico,  poniendo  no  la  ver- 
dadera reducción,  sino  una  caricatura  de  ella,  que  según  él,  consiste 
en  que  un  sacerdote  se  vaya  á  vivir  entre  los  indios,  dándoles  de 
comer  por  medio  de  los  rebaños  de  vacas  y  medios  que  se  le  fran- 
quean, se  esté  entre  ellos  cobrando  una  renta,  y  sin  hablar  con  ellos 
ni  siquiera  entenderlos.  Todo  lo  que  no  sea  esto  no  es,  según 
Azara,  medio  eclesiástico,  sino  medio  secídar:  y  así,  hablando  de  los 
Jesuítas,  dice  que  en  la  formación  de  sus  pueblos,  «despreciaron  y 
miraron  como  inútiles  las  vías  de  persuasión  y  recurrieron  á  los 
medios  temporales...  Es  verdad  que  ocultaron  co7t  gran  cuidado  su 
proceder  á  este  respecto:  cosa  i^atural,  pues  en  su  cualidad  de  ecle- 
siásticos, querían  pasar  por  tales  en  todas  sifs  acciones^  (1).  Siendo 
así  que  los  medios  de  que  se  sirvieron  los  Jesuítas  fueron  siempre 
medios  eclesiásticos  y  evangélicos,  y  no  medios  de  armas  ó  de  gue- 
rra, que  son  los  que  se  contraponen  á  aquellos  eii  las  Cédulas.  V  los 
Jesuítas  y  los  demás  eclesiásticos  que  iban  á  reducir  los  infieles, 
hacían  algo  más  de  lo  que  ridiculamente  pinta  Azara,  de  convertirse 
en  simples  repartidores  de  comida:  y  se  valían  de  todos  los  medios 
de  comunicación  que  estaban  á  su  alcance  para  tratar,  suavizar  y 
persuadir  á  los  indios. 

Asienta  Azara  con  su  frase  hinchada  y  absoluta,  que  «el  celo 
de  los  eclesiásticos  desde  San  Pedro  acá  no  ha  surtido  buen 
efecto-»  (2).  «No  conozco  ni  una  sola  Reducción  india  que  exista 
hoy,  y  haya  sido  fonnada  de  esta  manera  (por  medios  de  eclesiás- 
ticos)» (3).  «Me  consta  que  ninguna  Reducción  de  iridios  se  hafor- 
malisado  sin  ella  (sin  la  fuerza  secular)»  (4).  Debió  Azara  saber, 
pues  estaba  muy  á  su  alcance  la  noticia,  que  los  Jesuítas  habían  fun- 
dado sin  auxilio  de  la  fuerza  secular  más  de  setenta  pueblos,  de  los 
cuales  cuarenta  y  cuatro  subsistían  en  tiempo  de  Azara.  Y  si  dice, 
como  en  efecto  lo  dice,  que  no  fueron  fundados  por  medios  eclesiás- 
ticos (5),  le  contradirán  innumerables  testigos  que  asistieron  á  la 
fundación  y  declaran  en  los  procesos  lo  contrario:  y  las  Cédulas 
reales  que  en  virtud  de  ello  concedieron  exención  á  los  indios,  no 
obstante  el  interés  que  tenían,  y  el  empeño  que  pusieron  en  probar  lo 

(1)  Voy.  XIII,  pág.  227. 

(2)  Viaj.  Inéd.  núm.  47. 

(3)  Voy.  XIII,  211. 

(4)  Descripción.  XII,  13. 
\5)  Voy.  XII,  212. 


-  394  - 

contrario  los  encomenderos:  y  ;i  los  testigos  3'  á  las  Cédulas  será 
razón  creer  más  que  á  las  huecas  aserciones  de  Azara. 

Mas  insta  Azai-a,  aseverando  dogmáticamente,  como  suele,  que  la 
Reducción  sin  la  fuerza  secular,  por  medios  eclesiásticos,  es  absolu- 
tamente imposible.  Para  lo  cual  se  funda  en  hechos  que  alega,  y  que 
va  á  verse  son  nuevas  invenciones  suyas.  <íl¡i(iepcndienteinente, 
dice(l)  de  una  experiencia  tan  larga  y  costosa  {\2i  de  doscientos 
años,  cuyos  efectos  ha  falseado  Azara,  como  acaba  de  verse, 
diciendo  que  no  hay  ni  una  Reducción  que  no  haya  sido  enta- 
blada por  la  fuerza  secular):  se  convencerá  cnalqiiicra  de  la  insufi- 
ciencia de  los  medios  eclesiásticos,  fijando  la  atención  en  la  imposi- 
bilidad, que  liay  para  un  s  xcerdote  ó  religioso  de  hablar  la  lengua 
de  tales  indios,  excepto  el  Guaraní,  que  es  lengua  del  Para- 
guay » . 

A  esta  decantada  imposibilidad  se  puede  responder,  presentando 
«el  imposible  vejtcido»  por  tantos  Padres  Jesuítas,  como  Misioneros 
de  indios  hubo,  que  todos  aprendieron  la  lengua  de  los  indios  de  quie- 
nes cuidaban.  Y  de  ello  quedan  por  testigos  vivientes  las  gramáti- 
cas, vocabularios,  confesonarios,  etc.,  que  ho}' mismo  duran. 

Pero,  agrega  Azara,  aunque  se  venciera  este  primer  imposible, 
quedaba  otro:  ^Era  imposible  redactar  catecismo  en  lenguas  tan 
pobres,  y  á  las  que  faltan  palabras  para  explicar  las  ideas  abstrac- 
tas, y  /lista  para  contar  nuis  allá  de  tres  ó  cz/íiíro».— Búrlase  Azara 
de  sus  lectores  cuando  propone  tal  imposibilidad,  teniendo  delante 
el  catecismo  de  la  lengua  Guaraní,  que  era  precisamente  una  de 
aquellas  en  que  no  se  podía  contar  masque  hasta  cuatro.  De  suerte 
que  ya  está  otra  vez  el  imposible  vencido.  Y  lo  mismo  sucedió  en 
las  otras  lenguas,  escribiéndose  en  todas  ellas  catecismos,  de  los 
cuales  quedan  hoy  muchos. 

Pero,  insta,  se  puede  desconfiar  de  que  estos  catecismos  sean  exac- 
tos (2). ^Puede  desconfiar  uno  que  sea  desconfiado  sin  razón  como 
Azara,  y  no  sepa,  como  él,  el  idioma;  pero  no  puede  desconfiar  quien 
sabe  que  estaban  esos  catecismos  aprobados  por  personas  peritas  del 
idioma. 

Pero,  aun  suponiendo  que  por  imposible  hubiesen  llegado  los 
Misioneros  á  saber  la  lengua,  no  hubieran  podido  comunicar  á  otros 
lo  que  sabían:  y  así  se  hubiera  acabado  la  instrucción  con  el  primer 
Misionero.  «Cuando  hubiesen  llegado  á  entenderlas  y  hablarlas 
perfectamente,   no  era  posible  trasmitir  á  otros  lo  que  ellos  supie- 

(1)  Voy.  XIII,  pág-.  212. 

(2)  Descripción,  XII.  núm.  14. 


—  39f)  — 

sen  (1).  La  razón  es  peregrina.  <íPo¡qut  casi  todos  estos  idiomas 
usan  de  sonidos  que  no  pueden  escribirse  en  nuestro  alfabetor>  (2). 
— Pero  no  advirtió  Azara,  que  si  esto  sucedía  en  «casi  todos  estos 
idiomas»,  desaparecería  por  lo  menos  la  imposibilidad  en  aquellos 
que  se  salvasen  del  casi.  Además,  si  el  Misionero  entendía  y  hablaba 
perfectamente  el  idioma  incapaz  de  ser  representado  por  escrito  á 
causa  de  la  extrañeza  de  los  sonidos;  no  se  ve  porqué  no  lo  había  de 
poder  enseñar  á  otro  Misionero  de  viva  voz.  Ni  porqué  este  otro 
Misionero  no  lo  pudiera  aprender  con  el  solo  trato  con  los  indios, 
como  lo  había  hecho  el  primero. — En  cuanto  á  la  imposibilidad 
misma  de  representación,  es  nueva  invención  de  Azara,  porque  no  ha 
habido  lengua  que  no  se  pudiese  representar  por  escrito,  á  lo  menos 
con  alguna  imperfección,  y  aunque  fuese  necesario  recurrir  á  signos 
convencionales. 

Finalmente,  dice,  la  mejor  prueba  de  la  imposibilidad  es  que 
«aunque  hay  en  América  tantos  idiomas  diferentísimos,  y  que  en 
grande  número  de  ellos  se  ha  intentado  traducir  nuestro  Catecismo 
por  los  Misioneros,  no  creo  que  se  puedan  mostrar  sino  cuatro  tra- 
ducciones, á  saber:  en  las  lenguas  aimará,  quíchoa,  mejicana  y  gua- 
raní» (3).  Y  refiriéndose  al  Padre  Dobrizhoffer,  dice  (4):  <¡^En  San 
Jerónimo  estuvo  veinte  años  el  Jesuíta  alenuln  que  vuelto  d  su 
patria,  escribió  en  latín  en  un  tomo  en  cuarto  la  historia  ó  descrip- 
ción DE  Abiponibus;  pero  no  pudo  etitender  su  idionuí  lo  bastante 
para  tra  lucir  en  él  nuestro  Catecismo:  porque  es  muy  difícil,  gutu- 
ral y  diferente  de  todos».  Donde  es  de  notar  que  en  los  Voyages 
consta  haber  dicho  Azara  que  el  P.  Dobrizhoffer  nunca  había  pisado 
tierra  de  Abipones  (5).  Y  entrambas  cosas  son  falsas:  pues  ni  estuvo 
veinte  años,  ni  escribió  sin  haber  estado:  porque  estuvo  siete  años, 
como  él  mismo  lo  dice.  Ni  la  historia  de  Abiponibus  está  en  un  tomo, 
sino  en  tres.  En  cuanto  al  Catecismo  y  á  la  supuesta  imposibilidad, 
responde  el  Sr.  Lafone  Quevedo  en  su  monografía  el  idioma  Abipón: 
«Podemos  estar  muy  seguros,  que  si  el  Padre  Misionero  no  hubiese 
podido  reducir  sus  enseñanzas  á  las  fórmulas  de  un  Catecismo,  no 
hubiese  permanecido  un  solo  día  en  esa  Misión.  La  presente  mono-  ' 
grafía  reproduce  el  Catecismo,  oraciones,  etc.,  del  P.  Brigniel,  que 
el  Sr.  Lamas  atribuía  al  mismo  Dobrizhoffer:  y  allí  están  las  prue- 
bas de  que  tan   fácil  es  catequizar  en  Abipón,    como   en  cualquiera 

(1)  Descripción,  XII.  núm.  14. 

(2)  Ibid. 

(3)  Descripción,  XII.  núm.   14. 

(4)  Descripc.  X.  núm.  43. 

(5)  \'0Y.  tom.  1.  pág.  27.  not. 


-  396  - 

otra  lengua  que  Dios  ha  permitido  que  se  evolucione  sobre  la 
tierra.» 

Con  éste  tiene  Azara  un  catecismo  además  de  los  cuatro,  fuera 
de  los  cuales  no  creía  que  hubiera  ninguno. — Si  Azara  viviera  ho}', 
podría  tener  el  gusto  de  comprar  una  cantidad  de  esos  catecismos 
imposibles,  que  en  1904  ofrece  en  venta  W.  Hiersemann  de  Leipzig 
en  su  Catálogo  n.  301:  el  araucano,  del  Jesuíta  P.  Febrés:  el  de  la 
lengua  Cahita  del  Jesuíta  P.  Velasco:  el  de  la  lengua  Chiquita  del 
Padre  Jesuíta  Camaño:  ly  por  el  P.  Peramás  se  sabe  que  había 
escrito  otro  el  P.  Chomé):  el  de  la  cumanagota,  de  Fr.  N.  de  Tauste: 
el  guaraní  del  Jesuíta  P.  Montoya,  distinto  del  que  Azara  conocía 
del  P.  Bolaños:  el  lule  y  el  tonocote  del  Jesuíta  P.  Machoni:  el  huax- 
teco  de  Tapia  Zenteno,  1767;  el  de  la  lengua  de  los  Kariris  por  Ber- 
nardo de  Montes;  el  de  la  lengua  de  los  Mojos  por  el  Jesuíta  Padre 
Marbán,  el  Otomí  del  P.  Pérez:  el  de  la  lengua  Tacana  de  Ant.  Gilí: 
el  de  la  lengua  Zapoteca  de  E.  Levanto. 

Y  sin  duda  faltan  muchos.  Sólo  de  la  región  del  Río  de  la  Plata 
es  cierto  que  se  escribieron  el  Guanana  del  Jesuíta  P.  Montoya  (1): 
lule,  tonocote,  guaraní  y  abipón  ya  citados;  mocoví;  toba  que  arre- 
glaba el  P.  Arto:  Mbayá  del  P.  Sánchez  Labrador;  Kaka:  lengua  de 
los  negros  de  Angola  importados  en  el  Río  de  la  Plata  (estos  dos  úl- 
timos estaban  para  imprimirse)  (2);  y  otros  que  se  ignoran. — He  aquí 
otros  tantos  hechos  que  Azara  daba  por  imposibles:  y  que  sin  embargo 
son  tan  reales,  que  se  pueden  ver  con  los  ojos  y  tocar  con  las  manos. 

Pero  todas  estas  imposibilidades  se  habían  de  inventar  á  trueque 
de  desacreditar  y  pintar  como  imposible  el  método  eclesiástico  de 
reducir  los  infieles,  y  hacer  creer  que  el  método  de  la  guerra  y  vio- 
lencia empleado  por  los  seculares  <íera  infaliblemente  eficaz^  y  se 
liahla  de  preferir,  porque  era  el  íntico  (3).» 


IX 

241  VALOR  DE  LOS  JUICIOS  DE  AZARA 

Fácil  será  ya  estimar  qué  mérito  tengan  los  juicios  de  Azara  tras- 
critos arriba  sobre  el  régimen  de  los  Jesuítas  en  la  administración 
de  los  indios  Guaraníes. 

(1)  Jauque.  Vida  tom.  2.  pág.  L'54. 

(2)  Congr.  5.^  de  la  Prov.  del  Paraguay  en  1632. 

(3)  Voy.  XII.  p.  212. 


-397- 

Se  ha  visto  que  Azara  tergiversa  ó  inventa  los  hechos  ó  sus  cir- 
cunstancias esencialmente,  como  sucede  en  los  de  Irala  y  del  Padre 
Dobrizhoffer:  que  no  son  casos  aislados,  sino  meros  ejemplos  de  un 
modo  de  proceder  que  se  repite  bastantes  veces. 

Afirma  con  asombrosa  facilidad  é  increíble  sangre  fría  lo  que  es 
enteramente  falso:  y  eso  aun  cuando  él  mismo  lo  contradiga  luego 
con  igual  aplomo,  y  aun  tratándose  de  números  y  fechas  donde  es 
tan  fácil  la  confrontación:  como  se  ha  visto  en  cuanto  al  crecimiento 
ó  decrecimiento  de  los  indios,  y  puede  verse  probado  en  cuanto  á  las 
fechas  y  á  gran  número  de  pueblos  fantásticos,  en  la  Introducción  al 
Padre  Cíirdiel  (1). 

Confunde  y  tergiversa  igualmente  las  nociones  ó  conceptos  reci- 
bidos por  todos,  á  fin  de  probar  sus  erróneos  asertos:  como  se  ha 
visto  en  el  concepto  de  la  reducción  por  armas  y  reducción  por  el 
Evangelio,  ó  como  él  dice,  método  secular  y  método  eclesiástico. 

Semejante  escritor  carece  de  autoridad,  según  la  recta  crítica;  y 
no  merece  crédito  en  nada  de  lo  que  dice,  si  no  consta  de  la  verdad 
por  otros  medios.  Sus  juicios  son  evidentemente  obra  de  la  fantasía 
ó  de  la  impresión  del  momento,  no  obstante  la  tenacidad  con  que 
ordinariamente  los  defiende,  como  puede  comprobarse  en  los  errores 
que  conservó  en  el  cap.  XVIIÍ  de  su  Descr.  aun  después  de  las  ati- 
nadas reflexiones  del  Dr.  Leiva,  que  publica  la  Revista  de  Buenos 
Aires,  1865,  tom.  8.«  p.  488. 

En  su  juicio  acerca  del  sistema  de  los  Jesuítas  interviene  otra  cir- 
cunstancia que  debe  tenerse  presente.  Azara  nació  y  vivió  en  una 
época  en  que  era  lo  corriente  decir  todo  el  mal  posible  de  los  Jesuítas: 
y  no  tuvo  correctivo  alguno  en  su  familia  de  esa  tendencia  que  tanto 
podía  inclinar  al  error  en  esta  materia:  antes  al  contrario,  tuvo  por 
hermano,  á  quien  respetaba  mucho,  á  D.  Nicolás  de  Azara,  que  se 
cuenta  entre  los  más  encarnizados  enemigos  de  los  Jesuítas.  Venido 
á  América,  vivió  muchos  años  en  la  Asunción  del  Paragua}^  donde 
estaban  arraigados  los  encomenderos,  Todo  esto  explica  que  sus  jui- 
cios respecto  de  los  Jesuítas  sean  los  de  un  enemigo. 

Hasta  le  llevó  su  ligereza  á  dispensar  alabanzas  desmedidas, 
cuando  le  parecía  que  había  de  sacar  provecho  de  la  alabanza.  Así 
asienta  que  los  paraguayos  «aventajan  á  los  de  Buenos  Aires  en 
sagacidad^  actividad,  estatura  y  proporciones  (2),»  y  después  de 
decir,  que  casi  todos  los  paraguayos  son  descendientes  de  mestizos, 
añade:  «son  muy  astutos,  sagaces,   activos,   de  luces  más  claras,  de 

(r^    Decl.  §  XI  y  XII. 
^2)     Descr.  XIV.  6. 


-398- 

raayor  estatura,  de  formas  más  elegantes  y  aun  más  blancos,  no  sólo 
que  los  ciíoUos  é  hijos  de  español  y  española  en  América,  sino  también 
que  los  españoles  de  Europa.»  De  la  misma  manera,  escribiendo  su 
Memoria  sobre  límites,  año  de  1805,  la  termina  con  los  conceptos 
siguientes  en  alabanza  del  favorito  Godo}^:  «Necesitamos  absoluta- 
mente de  un  hombre  cual  lo  veo  en  el  Excmo.  Sr.  Príncipe  de  la  Paz, 
para  que  con  su  penetración,  sagacidad  y  sabiduría...  contenga  tan- 
tos daños  3"  perjuicios  como  han  causado  á  la  monarquía  nuestros 
pasados  ministros.  Sólo  dicho  señor  príncipe  es  quien  puede  emplear 
nuestros  esfuerzos  unidos  á  su  talento  y  luces  superiores  para  que 
nos  restituyan  los  portugueses  lo  que  nos  tomaron...  Y  sólo  S.  E.  es 
capaz  de  conocer  que  admitir  dilaciones  y  pensar  en  cesiones  por  el 
bien  de  la  paz,  Síría  arruinar  para  siempre  nuestro  imperio»  (Ij. — 
Véase  cuan  acertados  eran  sus  juicios. 

Lo  singular  es  que,  estando  tan  á  la  vista  las  faltas  de  este  escri- 
tor, se  le  haya  dado  la  importancia  y  el  crédito  que  ha  alcanzado 
durante  el  siglo  xix. 

No  obstante,  los  que  han  querido  hacer  algún  estudio  serio  sobre 
historia,  han  dado  testimonio  de  que  no  se  podía  fiar  en  los  datos  de 
Azara.  El  meritísimo  ilustrador  de  las  lenguas  indígenas  del  Río  de 
la  Plata,  D.  Samuel  Lafone  Quevedo,  buscando  noticias  sobre  los 
Abipones,  recorrió  todas  las  fuentes  de  información,  apreciándolas 
en  lo  que  valen:  y  llegando  á  D.  Félix  de  Azara,  después  de  trascri- 
bir los  datos  que  ofrece  en  su  Descr.  y  Voyages  sobre  dicha  nación 
los  califica  de  «noticias  inexactas^)  y  llama  corta  y  poco  satisfactoria 
su  relación  (2),  agregando:  «Lo  que  dice  este  autor  acerca  del  número 
de  los  Abipones  debe  ser  tan  digno  de  crédito  como  aquello  otro 
acerca  de  Dobrizhoffer.  Son  noticias  de  esas  que  se  dan  para  llenar 
un  párrafo.»  Y  en  seguida  refuta  como  se  ha  visto  arriba  el  aserto 
de  ser  imposible  el  catecismo  en  abipón. 

El  historiador  D.  Francisco  Bauza,  en  su  acreditada  Historia  de 
LA  Dominación  Española  en  el  Uruguay,  Reseña  preliminar,  n.  6, 
después  de  elogiar  la  parte  geográfica  de  los  escritos  de  Azara, 
añade:  «La  parte  histórica  está  lejos  de  merecer  los  elogios  que  tan 
largamente  se  le  han  discernido.  Escaso  valer  tienen  sus  observacio- 
nes sobre  los  indígenas  del  Plata...  Igual  insignificancia  asume  su 
método  crítico,  que  consiste  en  negar  sin  pruebas  lo  que  otros  han 
afirmado  á  la  luz  de  documentos  irrefutables.»  «Afirmaciones  indeci- 
bles y  negativas  rotundas  asienta  por  cuenta  propia.»  «Desmiente  ese 

(1)  .Memorias,  pág.  8L 

(2)  Idioma  Abihón,  cap.  25.  pág^.  57. 


-399- 

hecho  coaocido  y  comprobado  hasta  la  saciedad,  [y  dice]  «S.  Francisco 
Solano  jamás  llegó  al  Río  de  la  Plata»  (1).  Cita  otros  varios  ejemplos, 
y  concluye:  «Sería  largo  enumerar  la  cantidad  de  ejemplos  similares 
á  los  ya  citados,  que  se  encuentran  á  cada  página  del  libro,  y  de  los 
cuales  hemos  tomado  al  acaso  los  que  acaban  de  leerse.  No  es  de 
admirar,  pues,  que  con  tal  menosprecio  al  criterio  admitido,  sustitu- 
yese Azara  contra  los  hechos  mejor  comprobados,  sus  apreciaciones 
antojadizas.» 

Por  donde  con  razón   afirma  el   escritor  paragua3'o  Dr.  Manuel 
Domínguez,  que:  «La  crítica  ha  despedazado  á  Azara,  y  tan  despe 
dazado  le  ha  dejado,  que  entre   los  entendidos,    es   de   mal  agüero 
tomarle  por  guía,  así  en  etnología  como  en  historia»  (2). 

Ni  aun  la  forma  cortés  acertó  á  guardar  Azara  en  sus  impugna 
clones:  y  así  trata  á  todos  los  historiadores  que  le  han  precedido  con 
extraño  desprecio  y  altanería:  Ejemplos:  «Rui  Díaz  falta  á  la 
verdad»  (3).  «Alvar  Núñez  dice...,  pero  no  le  creo»  (4).  «Todo  lo  que 
dice  es  supuesto»  (5).  «Schmidel  hace  una  descripción  toda  tan  apó- 
crifa como  la  historia  de  las  Amazonas»  (6),  «el  criminal  Lozano»  (7). 
«Barco  y  su  copiante  Lozano»  (8),  «creo  que  cuanto  dicen  es  forjado 
por  ellos»  (9). 

De  suerte  que  el  editor  francés  de  sus  obras  se  vio  obligado  á 
calificar  «su  estilo  de  extraño  á  las  formas  que  la  cortesía  europea 
mira  como  indispensables».  En  efecto,  en  su  Descripción  de  los 
pájaros  llega  hasta  llamar  á  una  carta  de  un  naturalista  «llena  de 
falsedades,  de  mentiras,  y  que  absolutamente  ha  de  ser  desecha- 
da» (10).  Y  de  los  viajeros  que  han  visto  variedades  determinadas, 
dice:  «los  viajeros  que  dicen  que  las  han  visto  en  aquellos  países, 
pueden  haber  mentido,  cosa  que  es  demasiado  común».  A  que  justa- 
mente replica  el  traductor:  «{Cómo  no  se  le  ha  ocurrido  al  autor  de 
inculpación  tan  ásperamente  expresada  que  se  le  podía  retorcer, 
aplicándola  á  sus  propias  observaciones?»  (11). 


(1)  Descr.  tom.  II.  §  150. 

(2)  Estudio  SOBRE  la  Atlávtida.  Asunción,  1901.  pág.  11. 

(3)  Descripción,  XV^Ill.  núm.  63. 
(41  Núm.  55, 

(5)  Núm.  58. 

(,6)  Núm.  68. 

(7)  Núm.  27. 

(8)  Núm.  137. 

(9)  Núm.  146. 

(10)  Voy.  IV.  pág.  28. 

(11)  Voy.  III.  pág.  30. 


400- 


X 


-^42  EXAMÍNASE  EL  FUNDAMENTO  DE  AZARA 

Funda  Azara  su  condenación  del  sistema  de  los  Jesuítas  en  que 
no  dejaba  bienes  propios  á  nadie.  Ya  se  ha  hecho  notar  que  esto  es 
una  de  sus  enormidades,  contraria  á  la  verdad  de  los  hechos:  pues 
cada  indio  tenía  su  chacra  ó  sementera,  siendo  suyo  y  sin  tener  nada 
que  ver  con  los  bienes  comunales  cuanto  en  ella  quisiera  cosechar:  y 
los  Padres  incitaban  de  todos  modos  A  los  indios  á  que  tuviesen  pro 
piedad,  y  les  daban  tiempo  abundante  para  su  cuidado,  como  en  su 
lugar  está  probado.  Por  tanto,  la  censura  de  Azara  cae  por  sí  misma, 
por  apo3^arse  en  un  falso  supuesto:  y  con  ella  el  aserto  de  que  se 
quitaba  el  estímulo  del  trabajo:  y  se  seguía  el  hambre:  y  cuanto 
agrega.  Todo  es  batallar  con  el  sistema  de  Bucareli,  que  confunde 
con  el  de  los  Jesuítas;  ó  mejor  dicho,  batallar  con  un  fantasma 
ideado  por  él,  pues  ni  aun  en  el  sistema  de  Bucareli  estaban  entera- 
mente desprovistos  de  propiedad  los  indios:  sino  que  además  de 
cultivar  lo  propio,  estaban  obligados  á  cultivar  lo  de  bienes 
comunes. 

La  incapacidad  de  los  indios  que  los  Jesuítas  afirmaban,  era,  no 
de  sustentarse  bien  ó  mal,  sino  de  sustentarse  de  modo  que  pudieran 
vivir  en  pueblo-,  civil  y  cristianamente,  sin  tener  que  irse  á  vivir  en 
los  montes  por  largas  temporadas,  perdiendo  así  el  cultivo  espiri- 
tual: y  sin  que  se  violase  el  derecho  que  tenían,  imponiéndoles  el 
servicio  personal,  con  la  consiguiente  disminución  que  los  padrones 
hacen  confesar  al  mismo  Azara.  Y  esta  incapacidad  no  la  desmiente 
ninguno  de  los  ejemplos  de  Azara.  El  ejemplo  de  los  indios  que 
vivían  encomendados  sólo  hace  ver  que,  sujetándolos  á  servicio 
personal,  prohibido  por  las  leyes,  y  consumiéndolos  por  la  despobla- 
ción, alcanzaban  á  vivir.  Pero  ni  lo  uno  ni  lo  otro  querían  las  le3'es, 
ni  debió  querer  Azara,  si  hubiese  sido  humano.  El  ejemplo  de  los 
infieles  en  su  gentilidad  prueba  que  andando  por  montes  y  ríos  con 
una  vida  salvaje,  podían  vivir:  }•  aun  eso,  destruyéndose  con  perpe- 
tuas guerras.  Pero  también  eso  era  cosa  que  querían  evitar  las 
leyes,  y  con  ellas  los  Jesuítas. 


—  401  — 

El  relato  de  que  la  Corte  procurase  que  los  Jesuítas  dieran  alguna 
propiedad  á  los  indios,  es  in\^entado. 

Igualmente  es  otra  de  las  invenciones  de  Azara  lo  que  escribió 
sobre  las  Reducciones  de  Quilmes,  Baradero,  Santo  Domingo 
Soriano  y  Calchaquí,  cuyos  indios  afirma  vivían  como  los  espa- 
ñoles: y  eran  sumamente  felices  por  esta  razón.— La  prosperidad 
de  estos  pueblos  era  tan  grande,  que  en  el  de  Calchaquí  había 
hasta  veinte  familias:  y  en  cada  uno  de  los  tres  de  Quilmes,  Bara- 
dero y  Santo  Domingo  Soriano,  llegaban  las  familias  de  diez  y  seis 
á  veinte.  Tanta  prosperidad  como  ésa  parece  que  deseaba  Azara 
para  cada  uno  de  los  pueblos  de  las  Doctrinas,  que  solían  tener  de 
quinientas  familias  para  arriba  y  los  había  que  pasaban  mucho  de 
mil  familias.  El  que  da  el  número  de  familias  de  los  cuatro  pueblos 
celebrados  por  Azara  es  el  P.  Cardiel  hacia  1771,  en  su  Breve  rela- 
ción, cap.  I.  Y  el  P.  Lorenzo  Casado,  que  como  Misionero  del  par 
tido,  había  recorrido  todos  los  poblados  del  Río  de  la  Plata,  dice  en 
su  Memoria  escrita  á  petición  del  P.  Calatayud,  y  conservada  hoy 
en  Loyola,  pág.  92:  «Por  este  pueblo  de  Calchaquí ,  jurisdicción  de 
Santa  Fe,  he  pasado  varias  veces:  apenas  tendrá  como  diez  y  seis 
á  veinte  ranchos  de  paja».  Y  de  Santo  Domingo  Soriano.  «Es,  con 
nombre  de  indios,  pueblo  de  mestizos,  mulatos  y  portugueses  adve- 
nedizos:... es  pueblo  infeliz  y  de  ninguna  consideración,  trato  ni 
comercio». 

El  mismo  Azara  reconoce  (1)  que  «.so/z  raros  los  indios  netos  que 
haíi  quedado  en  estos  cuatro  pueblos»:  lo  cual  no  se  compagina  muy 
bien  ni  con  la  prosperidad  de  los  indios,  ni  con  el  aserto  de  que  «por 
los  padrones  que  existen  y  he  visto  en  aquellos  archivos...  se  hallará, 
como  yo  he  hallado,  que  los  indios  netos  han  aumentado». 

En  cuanto  al  fundamento  de  comparación  de  sistemas,  en  que  se 
afirma  «que  se  gobernaron  sin  pagar  tributo,  y  sin  la  menor  diferen- 
cia con  los  españoles»,  es  tan  poco  exacto,  que  en  el  Archivo  de 
Indias  (2),  se  puede  registrar  hoy  la  participación  oficial  del  Gober- 
nador de  Buenos  Aires,  Herrera  de  Sotomayor,  de  haber  empadro- 
nado en  el  año  de  1690  los  pueblos  de  indios  de  Quilmes  y  del  Bara- 
dero, imponiendo  á  cada  indio  cinco  pesos  y  medio  de  tributo. 

Y  si  la  prosperidad  material  no  era  extraordinrria,  tampoco  lo 
era  la  formal,  de  la  que  se  lee  en  el  informe  del  Gobernador  Zavala 
en  1724,  trascrito  en  el  número  113:  «Pudieran  ser  muy  dichosos  los 
tres  pueblos  de  indios  que  V.    M.   tiene   en  la  inmediación  de  esta 

(1)     Mkmokia  sobre  la  libertad,  etc.,  pág.  123. 
(2j     Sevilla,  Charcas,  76,  3,  S. 

26.    Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tOíMO  ii. 


—  402  — 

ciudad,  si  llevasen  el  método  de  los  Padres  de  la  Compañía  de  Jesús, 
pues  sien  lo  de  cortísimo  número,  cada  punto  se  experimentan  disen- 
siones entre  el  Cura,  Corregidor  y  Alcaldes:  y  finalmente  es  un 
tropel  de  discordias,  que  se  fraguan  en  competencia  de  unos  con 
otros:  habiéndome  costado  suficiente  trabajo  la  solicitud  para  que  se 
nombrasen  Curas  de  los  pueblos,  por  la  poca  permanencia  de  los 
antecedentes».  Estos  son  los  modelos  que  Azara  proponía  para 
demostrar  que  el  sistema  de  los  Jesuítas  era  absurdo;  5'  el  que  él 
proponía,  inmejorable. 

Su  gran  dilema,  de  que  el  no  haber  llegado  los  Guaraníes  en  dos 
siglos,  según  su  errada  cuenta,  que  son  siglo  y  medio  según  la  reali- 
dad, á  despojarse  de  aquella  su  incapacidad,  es  prueba  de  que  ó  el 
sistema  de  los  Jesuítas  era  contrario  á  la  civilización,  ó  los  indios 
eran  esencialmente  incapaces  de  salir  del  estado  de  incapaces:  no 
conclu)^e;  porque  la  disyuntiva  no  es  perfecta.  Queda  el  término 
medio  de  que  los  indios  no  habían  estado  bastante  tiempo  sometidos 
á  aquel  régimen:  y  por  eso  no  se  había  borrado  su  imprevisión  5'  su 
incapacidad;  pero  se  habían  quitado  muchos  de  los  vicios  que  tenían 
en  el  estado  salvaje:  se  había  hecho  de  ellos  ciudadanos  útilísimos  A 
su  patria,  morigerados,  trabajadores  en  cuanto  lo  comportaba  su 
índole,  y  buenos  cristianos:  como  todo  se  ha  probado  antecedente- 
mente: y  esto  era  esperanza  para  creer  que  también  se  lograría  lo 
demás,  dando  cá  la  obra  el  tiempo  necesario:  que  si  para  perfeccionar 
los  individuos  se  mide  por  años,  para  las  razas  no  puede  medirse  sino 
por  siglos. 

Y  aunque  se  admitiese,  en  el  peor  caso,  la  consecuencia  de  que  los 
indios  eran  incapaces  para  salir  de  aquella  su  niñez;  era  irracional 
el  abominar  de  aquel  régimen,  que  tanto  bien  había  traído  á  los  mis- 
mos indios  y  á  toda  la  sociedad,  y  empeñarse  en  cambiarlo  por  otro, 
que  no  produjo  otro  efecto  sino  la  extinción  de  la  raza. 


XI 

^-íO  ESTADO  RELIGIOSO  DE  LAS  DOCTRINAS 

No  es  de  los  menores  cargos  que  Azara  hace  á  los  Jesuítas,  el  de 
que  los  indios  de  Misiones  no  estaban  bien  instruidos  ni  fundados  en 
religión;  añadiendo  que  eso  era  por  culpa  de  los  Padres. 


-403- 

<.<Dicen  los  que  lian  reetnplasado  á  los  Padres^  que  había  poco 
fondo  de  religióny>  (1),—  Cargo  es  este  genérico  y  vago,  que  es  impo- 
sible entender  qué  quiere  significar;  sólo  se  ve  en  él  una  acusación 
contra  los  Guaraníes  de  poco  religiosos,  ó  contra  los  Padres  de  des- 
cuidados. Acusación  vaga,  confirmada  con  testigos  tan  vagos  y  gené- 
ricos como  la  misma  acusación:  «los  que  han  reetnplasado  á  los 
Padres»,  presentada  por  Azara,  que,  aun  apoyándose  á  su  parecer 
en  documentos,  asienta  con  tanta  facilidad  hechos  falsos:  no  mere 
cería  más  refutación  que  negarla.  Otros  enemigos  hay  que,  por  el 
contrario,  acusan  á  los  Jesuítas  de  haber  impreso  tan  indeleblemente 
en  los  Guaraníes  las  prácticas  de  la  religión,  que  dicen  que  mientras 
haya  Guaraníes,  no  se  les  borrará  lo  que  ellos  llaman  fanatismo  que 
les  infundieron  los  Jesuítas. 

En  otra  parte  (2)  refiere,  como  única  explicación  del  poco  fondo 
de  religión,  un  cuentecillo  que  tomó  de  la  Memoria  de  Doblas,  sobre 
que  los  indios  de  aquel  tiempo  se  ingeniaban  para  saberlo  que  des 
agradaba  al  Cura  cuando  se  habían  de  confesar,  y  se  acusaban  de 
cosa  diferente.  Esto,  que  Doblas  cuenta  de  oídas,  y  de  un  solo  caso, 
y  de  su  tiempo  que  era  hacia  1784,  Azara  lo  extiende  á  todos  los 
Guaraníes,  á  todos  los  pueblos,  y  al  tiempo  de  los  Jesuítas.  Muy 
falto  de  fundamentos,  aun  aparentes,  debió  de  estar,  cuando  para 
confirmar  su  acusación,  hubo  de  recurrir  á  ese  expediente  de  mala 
lógica  5'  de  mala  le}'. 

En  la  Descr.  (3)  presenta  una  causa  culpable  de  haber  poca  reli- 
gión en  el  fondo.  «Y  no  es  extraño»,  dice  «cuando  dicen  los  mismos 
indios  que  tuvieron  pocos  Curas  capaces  de  predicar  el  Evangelio.» 
Ya  se  ha  hecho  ver  arriba  que  esto  es  una  falsedad;  y  que  todos  los 
Curas  eran  examinados  de  idioma,  y  no  entraban  al  Curato  sino 
aprobados  de  idioma  por  el  Obispo.  Así,  la  falsa  imputación  de  haber 
poca  religión,  se  propala  sobre  la  fe  de  testigos  anónimos,  y  se  apoya 
en  otra  falsedad.— Y  para  confirmar  esta  segunda  falsedad  de  Azara, 
aparece  otra  invención  suya.  Se  ha  explicado  en  su  lugar  que,  des- 
pués de  hacer  el  domingo  la  plática  el  Cura  Jesuíta  á  sus  feligreses, 
la  repetía  un  indio  de  razón  á  los  hombres  y  otro  á  las  mujeres. 
Azara,  que  nunca  vio  un  Jesuíta  en  Doctrinas,  y  sólo  de  paso  estuvo 
allí,  veinte  años  después  que  ellos  ya  habían  salido,  inventa  la  fábula 
de  que  los  Jesuítas,  por  no  saber  predicar  en  guaraní,  hacían  que  un 
indio  aprendiese  algunas  pláticas  de  memoria,  y  se  las  hacían  repetir 

(1)  Dkscr.  XIII.  18. 

(2)  Voy.  XIII.  p.  253. 
(3;     XIII.  18. 


-404- 

delante  de  todo  el  pueblo.  Cualquiera  pensará  que  por  lo  menos 
debería  esta  plática  hacerse  los  días  de  fiesta  después  de  Misa;  pero 
para  que  lleve  más  patente  el  sello  de  la  invención,  Azara  la  pone 
después  de  algún  juego.  «Para  remediar  este  inconveniente  (de  no 
predicar  los  Jesuítas)  hicieron  los  Jesuítas  que  algunos  indios  ladinos 
aprendiesen  algunas  piezas  y  que  las  predicasen  en  la  plaza  después 
de  alguna  pieza  ó  torneo»  (1). — Una  fábula  más. 

Con  esto,  ya  no  es  extraño  que  acuse  Azara  á  los  Jesuítas  con 
acritud  en  su  MS.  de  Río  Janeiro  (2).  «También  puede  llevarse  á  mal 
en  los  Jesuítas  el  no  haber  adelantado  un  paso  la  instrucción  de  sus 
neófitos  en  dos  siglos..,  sin  enseñarles...  ni  aun  religión,  de  la  que 
cuidaban  poco,  como  se  ve  palpablemente,  y  acredita  el  que  la  mayor 
parte  de  sus  Curas  no  sabían  el  idioma;  el  que  para  predicar  enseña- 
ban de  memoria  algunas  pláticas  á  los  indios,  de  quienes  las  apren- 
dían otros,  y  bien  ó  mal,  ellos  las  pronunciaban  en  las  plazas  en  los 
intermedios  de  las  fiestas;  sin  que  los  Padres  se  detuviesen  en  esto.» 
A  todas  estas  falsedades  añade  otra,  sobre  el  viático:  «ni  en  llevar 
el  viático  á  las  casas  de  los  enfermos,  porque  los  hacían  conducir 
para  ello  á  un  cuarto  que  tenían  para  este  fin,  enfrente  del  colegio.» 
A  su  tiempo  se  ha  visto  que  el  Viático  se  administraba,  como  los 
sacramentos  de  la  confesión  y  extremaunción,  en  las  casas  de  los 
enfermos;  y  que  las  capillas  de  la  plaza  eran,  en  tiempo  de  los  Jesuí- 
tas, para  depositar  los  cadáveres. 

Finalmente,  exponiendo  Azara  el  estado  religioso  de  los  indios 
que  no  eran  dirigidos  por  los  Jesuítas,  aunque  dice  que  no  era  como 
fuera  de  desear,  afirma  no  obstante  que  era  superior  al  de  los  indios 
jesuíticos.  La  razón  es  siempre  la  misma.  Los  Jesuítas  Curas  no 
sabían  guaraní;  y  los  Curas  clérigos,  como  naturales  del  país  lo 
sabían;  y  así,  podían  instruir  mejor  á  los  indios.  Olvida  siempre 
Azara  que  muchos  de  los  Curas  Jesuítas  eran  paraguayos;  y  sobre 
todo,  que  ninguno  era  puesto  en  el  Curato  sin  haber  sido  aprobado 
de  idioma  en  el  examen  hecho  de  orden  del  Obispo.  Pero  se  ve  que 
saca  todo  el  partido  que  puede  de  una  falsedad,  como  la  de  la 
supuesta  ignorancia  del  idioma. 

Ahora,  para  edificación  de  Azara,  que  habla  de  lo  que  no  vio  ni 
estudió  donde  debía,  que  es  en  las  fuentes  y  testigos,  se  citará  un 
solo  testimonio  de  los  muchos  que  se  pudieran  presentar,  cuya  auto- 
ridad es  verdadera,  como  que  de  oficio,  por  ser  el  Obispo,  visitó  las 
Doctrinas,  y  se  enteró  de  lo  que  pasaba  en  ellas;  y  tanto  más  atendi- 

(1)  Drscr.  XIII.  1.3. 

(2)  Pág.  137. 


-  405  — 

ble,  cuanto  vino  á  estas  tierras  sumamente  prevenido  contra  los 
Jesuítas.  Es  éste  el  lUmo  Sr.  D.  Antonio  de  la  Torre,  último  Obispo 
del  Paraguay  }■  de  Buenos  Aires  en  tiempo  de  los  Jesuítas. 

«Pueblos  encomendados  á  los  RR.  PP.  Jesuítas. — Los  trece  pue- 
blos antiguos  que  están  encomendados  al  a3'udarse,  de  los  RR.  PP.  de 
la  Compañía  de  Jesús,  todos  se  hallan  con  especialísimo  orden  y  viva 
observancia  de  su  primer  establecimiento,  celando  en  que  todos 
cultiven  sus  chacaritas  para  ayudarse,  además  de  las  sementeras 
comunes  que  laborean  para  el  socorro  de  todos  y  de  cada  uno;  cuyas 
conveniencias  temporales  no  logra  el  común  de  los  españoles  en  toda 
esta  provincia;  no  siendo  menores  las  espirituales,  como  principal 
objeto  del  apostólico  celo  de  estos  Padres.» 

«Porque  todas  las  mañanas  á  hora  del  alba,  todo  el  pueblo  con- 
curre á  la  iglesia:  la  juventud  canta  la  Doctrina  cristiana  y  otras 
divinas  alabanzas:  oyen  todos  Misa..;  por  la  tarde  vuelven  al  ejerci- 
cio del  Santísimo  Rosario;  y  después  de  decir  el  Alabado,  vuelven  á 
tomar  3'erba  los  que  han  venido  de  su  tarea.» 

«En  los  días  festivos  se  les  predica  y  explica  la  Doctrina  cristiana, 
reprendiéndoles  sus  defectos  y  estimulándoles  á  la  virtud,  observan 
cia  de  la  divina  ley  y  frecuencia  de  los  santos  Sacramentos,  los  que 
así  practican...» 

«Para  los  pobres  enfermos,  todos  los  días  se  cocina  aparte,  y  se 
les  asiste  con  todo  lo  necesario...  con  los  demás  medicamentos; 
socorriéndolos  puntualmente  con  los  espirituales  á  cualquier  hora  y 
en  cualquier  tiempo  que  les  sean  necesarios. . .»  «Celebran  sus  festivi- 
dades y  hacen  sus  oficios  con  tan  dulce  y  armoniosa  solemnidad,  que 
no  la  he  oído  igual  hasta  hoy  en  este  Nuevo  Mundo.» 

Y  pues  la  audacia  é  invenciones  del  crítico  fuerzan  á  declarar 
todas  las  cosas,  aun  en  el  caso  de  haber  comparación,  servirán  al 
intento  de  saber  si  estaban  ó  no  instruidos  en  la  religión  los  Guara- 
níes de  Doctrinas  las  palabras  de  otro  Obispo,  que  igualmente  había 
visitado  las  Doctrinas:  el  Illmo.  Sr.  D.  Faustino  Casas,  quien  escri- 
bía al  Rey  en  carta  de  31  de  Marzo  de  1678  (1).  «En  cuanto  á  la  edu- 
cación y  gobierno  espiritual  de  siete  pueblos  que  pertenecen  á  este 
Obispado,  convienen  todos  que  excede  al  que  tienen  los  españoles  en 
esta  provincia:  Y  que  la  Doctrina  la  pueden  enseñar,  según  la  clari- 
dad con  que  la  explican  y  la  entienden.» 

Estas  afirmaciones  de  testigos  intachables  destruyen  los  cargos 
anónimos  de  Azara,   nacidos  de  su  ignorancia  voluntaria,  y  de  su 

(1)    Archivo  de  Indias:  Charcas,  75.  núm.  9. 


-  406  - 

animadversión  contra  los  Jesuítas  y   contra   los   indios  doctrinados 
por  ellos. 


XIT 

244 

^^^  DOBLAS 

El  teniente  de  Gobernador  de  Concepción  por  diez  años,  Don 
Gonzalo  de  Doblas,  fué  el  que  suministró  gran  número  de  datos  á 
Azara  para  sus  escritos  sobre  Misiones;  para  lo  cual  compuso  una 
MEMORIA  que  puede  verse  en  la  Colección  de  Angelis,  3^  cuya  primera 
sección  publicó  también  el  Boletín  de  la  Academla  de  la  Histo- 
ria de  Madrid.  Siendo  en  su  mayor  parte  semejantes  á  los  de  Azara 
sus  conceptos  y  su  juicio,  no  será  menester  emplear  mucho  tiempo 
en  examinarlos. 

Asienta  lo  primero  que  «estos  pueblos,  desde  su  reducción,  se 
han  mantenido  y  mantienen  en  comunidad;...  este  método  de 
gobierno  sería  útil  á  los  principios».  «Explica  cómo  andaban  vagando 
por  los  montes,  y  añade:  «fué  preciso,  para  reducirlos  á  pueblos  y 
educarlos  en  nuestra  santa  fe  el  proporcionarles  el  sustento  fuera  de 
los  montes,  donde  antes  lo  encontraban.  Para  esto,  parece  no  se  pre- 
sentaba mejor  método,  atendiendo  á  su  rudeza,  que  el  que  eligieron 
aquellos  Doctrineros:  que  fué  constituirse  cada  uno  en  su  Reducción 
como  padre  temporal  de  sus  neófitos,  persuadiéndoles  3"  obligándoles 
á  sembrar  de  común,  recoger  y  guardar  sus  frutos,  y  distribuírselos 
con  economía,  de  modo  que  no  les  faltase  en  todo  el  año;  3'  así  en 
todo  lo  demás  que  establecieron  con  el  tiempo,  3'  que  uniformemente 
practicaban  en  todos  estos  pueblos.» 

Da  testimonio  de  la  subordinación  al  diocesano,  3"  del  conoci- 
miento de  la  lengua  Guaraní  necesario  para  la  canónica  colación, 
pues  dice:  «En  tiempo  de  los  Jesuítas,  tenía  cada  uno  de  estos  pueblos 
un  Cura,  que  presentaba  el  Gobernador  de  Buenos  Aires,  como 
vicepatrono  de  los  treinta  pueblos:  al  que  daba  la  colación  y  cañó 
nica  institución  el  Obispo  de  Buenos  Aires  á  los  de  los  diez  3^  siete 
pueblos  del  Uruguay:  y  el  del  Paragua3^  á  los  trece  del  Paraná». 
Igualmente  atestigua  que  conformándose  con  la  práctica  antigua 
que  tenían  los  pueblos»,  «todos  los  domingos  3'  días  festivos  del  año» 
«se  junta  la  gente  en  la  iglesia...  rezan  las  oraciones  de  la  doctrina 


-407- 

cristiana...  Después  va  el  Cura  ó  Compañero,  les  explica  algún  punto 
de  doctrina,  empleando  algún  poco  de  moral  sobre  el  mismo  punto, 
en  lo  que  regularmente  gasta  media  hora»:  donde  resalta  la  frecuen- 
cia de  predicación  que  habían  introducido  los  Jesuítas,  tanto,  que 
duraba  aún  después  de  salidos  ellos:  y  lo  absurdo  de  la  especie  de  los 
que  les  negaron  conocimiento  del  idioma. 

Apunta  el  parecer  de  que  este  sistema  fué  bueno  para  pupilos  ó 
para  menores.  «Ya  ve  usted,  amigo  mío,  que  éste  era  un  régimen 
excelente  practicado  con  pupilos,  ó  por  un  padre  con  sus  hijos,  entre- 
tanto están  bajo  la  patria  potestad.»  Y  si  Doblas  hubiese  tenido 
bastante  ciencia  y  discernimiento  para  observar  que  las  le)^es  tenían 
á  los  indios  por  tales,  y  la  realidad  les  daba  razón,  hubiera  aprobado 
de  lleno  el  régimen  de  los  Jesuítas. 

Pero  empieza  por  ir  asentando  hechos  falsos,  parte  que  no  dice 
de  dónde  los  toma,  y  parte  que  admite  de  los  que  traen  otros:  3^  á 
poner  principios  erróneos:  de  donde  sale  al  fin  su  juicio  tal  como  se 
puede  suponer. 

Asegura  que  á  los  indios  «en  tiempo  de  los  Jesuítas  no  se  les 
permitía  propiedad  en  cosa  alguna».  Ya  se  ha  demostrado  ser  ésto 
falso.  Pero,  dice  él  «aunque  á  todos  se  les  obligaba  cá  tener  chacras 
propias,  y  se  les  daba  tiempo  para  que  las  cultivasen,  éstas  habían 
de  ser  del  tamaño  que  el  Padre  quería,  y  en  el  paraje  que  señalaba, 
y  sus  frutos  los  habían  de  consumir  y  gastar  conforme  á  la  voluntad 
del  Padre».  Esto  es  un  puro  dislate  inventado  por  capricho,  y  al 
parecer  procedente  sólo  de  malevolencia:  que  Doblas  no  tiene  como 
probar,  ni  siquiera  lo  intenta.  Medrado  estaba  el  Cura  si  hubiera  de 
haber  andado  señalando  lugar  para  sementera  á  cada  una  de  las 
quinientas  familias  del  pueblo,  y  avisándoles  de  cuando  habían  de 
comer  lo  que  tenían  en  casa:  afirmación  increíble  en  sí  de  puro 
ridicula.  Pero  además  de  eso,  existen  los  testigos  que  explican  cómo 
se  hacía  la  distribución  de  la  tierra,  3'  á  cada  cacique  se  le  señalaba 
tanto  terreno  dentro  del  término  del  pueblo,  que  todos  sus  subditos 
pudiesen  tomar  el  trozo  que  mejor  les  cuadrase  para  sementera,  3' 
que  lo  que  únicamente  hacía  vigilar  el  Cura,  era  que  no  hubiese 
algunos,  que  por  su  desidia  tomasen  tan  poca  tierra,  que  no  les  bas- 
tase para  sustento  de  todo  el  año:  3"  se  han  citado  en  su  lugar. 

Afirma  que  «los  muchachos  3^  muchachas  corrían,  hasta  que  se 
casaban,  cá  cargo  del  Padre,  así  en  el  alimento  y  vestido,  como  en 
la  educación  3-  aplicación  al  trabajo».  Error  enorme,  pues,  como  en 
su  lugar  se  ha  visto,  en  mucho  tiempo  del  año,  los  hijos  estaban  con 
sus  padres  en  el  campo:  y  aun  cuando  estaban  en  el  pueblo,  pasaban 


-  408  - 

parte  del  día  en  su  casa,  después  de  la  escuela  ó  trabajos  comunes: 
y  los  vestían,  3'  sustentaban  sus  padres:  dándoseles  sólo  alimento 
cuando  iban  á  faenas  comunes. 

Que  ponían  absoluta  igualdad  entre  los  indios,  )'  tenían  empeño 
en  deprimir  á  los  caciques:  es  invención  de  Doblas.  La  prueba  que 
alega  es  un  hecho  falso.  «No  los  ocupaban  en  empleo  alguno».  Abrase 
el  libro  de  los  Inventarios  de  Misiones,  entre  lo  poco  que  existe 
que  pueda  convencer  la  ficción:  y  se  encontrarán  no  menos  de  quince 
caciques  de  quienes  consta  que  en  1768  y  bajo  de  los  Jesuítas,  tenían 
cargos,  y  de  los  más  principales  de  sus  pueblos,  como  Teniente  de 
Corregidor,  ma3"ordomo,  etc.:  y  eso  que  allí  no  aparecen  para  nada 
los  Corregidores,  que  estaban  ausentes  con  Bucareli:  ni  firman  sino 
dos  ó  tres  indios  en  cada  pueblo:  y  en  algunos  pueblos  no  firma 
ningún  indio.  Todos  estos  quince  prueban  cuánta  verdad  sea  que 
«no  los  ocupaban  en  empleo  alguno».  De  los  quince,  los  once  fií-man 
por  sí  mismos,  y  solos  cuatro  no  sabían  firmar.  Así  que  estos  quince, 
con  los  treinta  caciques  más  que  firman  de  por  sí  en  el  documento 
publicado  en  Brabo,  Col.  p.  106,  son  cuarenta  y  una  pruebas  más  de 
la  verdad  con  que  afirma  Doblas  que  «rcij-o  es  de  los  de  aquel  tieuif^o 
el  que  sabe  Icer^.  Y  sobre  la  fe  de  semejantes  escritores  se  ha  dis- 
currido largo  tiempo  acerca  de  los  Jesuítas. 

En  lo  demás,  Doblas,  que  en  todo  manifiesta  la  displicencia  que 
le  producía  cuanto  tenía  relación  con  los  Jesvu'tas,  reproduce  las 
paparruchas  del  libelo  de  Rombal  sobre  el  abatimiento  calculado  de 
los  Guaraníes;  y  las  acusaciones  falsas  del  Tilmo,  la  Torre,  que  en  su 
lugar  han  sido  ventiladas  acerca  de  aplicación  de  Misas,  etc.:  agre- 
gando de  suyo  que  el  mismo  lUmo.  la  Torre  en  el  informe  á  Buca- 
reli dice  que  no  llevaban  los  Jesuítas  el  Viático  á  los  enfermos,  sino 
que  hacían  llevar  los  enfermos  á  las  capillas  frente  á  la  iglesia  para 
administrárselo:  y  aun  añade  que  con  esto  habían  muerto  algunos  de 
frío,  pág.  58.  Si  tan  exacto  es  el  hecho  que  en  seguida  refiere,  de  que 
en  su  tiempo  se  había  hecho  alguna  vez  ésto,  preciso  será  decir  que 
no  se  le  ha  de  dar  crédito  alguno,  pues  en  el  informe  del  Illmo.  la 
Torre,  que  se  inserta  entero  en  la  Adición  de  Bucareli,  no  dice  el 
Prelado  semejante  cosa.  Entretiénese  asimismo  Doblas  en  discursos 
impertinentes  sobre  si  se  debió  poner  plata  en  las  coronas  ó  aureolas 
de  los  santos,  y  si  era  mejor  que  se  hubieran  hecho  con  más  gusto 
artístico  los  grupos  de  Semana  Santa:  y  asevera  que  los  Jesuítas 
<¡.no  ponían  gran  cuidado  en  lo  que  pertenecía  al  bien  espiritual  de 
las  almas  de  sus  feligreses».  Véase  sobre  esto  lo  dicho  en  el  párrafo 
anterior. 


-  40Q  - 

El  juicio  general  de  Doblas  sobre  el  régimen  de  los  Jesuítas  es, 
que  «no  era  bueno  para  formar  pueblos  con  ánimo  de  que  sus  habi- 
tadores adelantaran  en  cultura  y  policía,  según  ha  sido  en  todos 
tiempos  la  voluntad  del  Rey»  (1).  Juicio  erróneo,  que  no  tiene  más 
prueba  sino  las  falsedades  aducidas  por  su  autor.  El  Rey  se  dio 
siempre  por  muy  bien  servido  de  los  Guaraníes,  que  ciertamente 
hicieron  grandes  servicios  á  la  monarquía.  Los  Guaraníes  con  el 
sistema  de  los  Jesuítas  adelantaron  en  cultura  y  policía,  pues  pasa 
ron  del  estado  salvaje  al  estado  próspero  en  que  los  hallaron  en 
tiempo  de  Bucareli:  y  ni  los  indios  ni  el  Rey  tuvieron  nada  que  agra- 
decer á  Doblas,  y  á  los  que  como  él  no  hicieron  sino  desacreditar  lo 
antiguo,  y  formar  planes  que  acabaron  de  arruinar  á  los  indios,  ya 
decaídos  en  tanto  grado  con  el  sistema  de  Bucareli. 

(1)    Pág.  16. 


CAPITULO  XV 


ESCRITORES  DEL  RIO  DE  LA  PLATA 


1.  Escritores  argentinos:  el  Deán  Funes  y  el  Dr.  Domínguez. — 2.  Dr.  Juan 
María  Gutiérrez. — 3.  Valor  del  juicio  de  Gutiérrez:  examínase  el  argumento  de  la 
desigual  resistencia. — 4.  El  General  Mitre. — 5.  Trelles. — 6.  Lamas. — 7.  D,  Vicente 
Fidel  López. — 8.  Bauza. — 9.  Observaciones  sobre  los  escritores  del  Rio  de  la  Plata. 


Después  de  los  contemporáneos,  ó  á  lo  menos  inmediatos  al 
tiempo  de  los  Jesuítas,  es  de  razón  indagar  los  juicios  de  los  escrito- 
res de  la  misma  región  donde  tuvo  lugar  el  florecimiento  de  las 
Misiones  de  Guaraníes:  quienes  por  la  inmediación  de  los  parajes,  el 
trato  con  los  moradores  del  país,  y  la  existencia  y  conocimiento  de 
los  Archivos,  parece  han  de  hallarse  en  situación  de  dar  su  parecer 
con  mayor  acierto. 

Nada  ó  casi  nada  hay  que  decir  de  la  primera  mitad  del  siglo  xix; 
en  la  que,  ocupados  en  guerras,  ora  de  emancipación,  ora  de  trastor- 
nos interiores,  carecían  del  sosiego  necesario  para  el  estudio  de  la 
historia. — Pero  después  de  la  caída  de  Rosas,  se  despertó  en  las 
repúblicas  del  Plata  extraordinaria  afición  á  publicar  trabajos  histó- 
ricos; y  como  es  imposible  penetrar  en  el  campo  de  la  historia  anti- 
gua de  estas  regiones,  sin  encontrar  las  huellas  de  la  obra  de  los 
Jesuítas  en  las  Doctrinas,  directa  ó  indirectamente,  hubieron  de  pro- 
nunciar su  fallo  sobre  ellas  cuantos  se  dedicaban  á  escribir  sobre  esta 
materia.  En  el  presente  capítulo  se  reseñarán  los  juicios  de  algunos 
de  los  escritores  más  conocidos;  pues  hacerlo  con  todos  fuera  largo 
y  enojoso. 


411 


ESCRITORES  ARGENTINOS:  EL  DEÁN  FUNES 
Y  EL  DOCTOR  DOMÍNGUEZ 

Dos  son  los  más  acreditados  escritores  que  emprendieron  en  el 
siglo  xjx  la  tarea  de  trazar  la  historia  completa  del  Río  de  la  Plata: 
el  Deán  Funes  y  el  Dr.  Domínguez 

El  Deán  Don  Gregorio  Funes  (1749-1829),  publicó  su  obra  con 
el  título  de  <iEnsayo  de  la  Historia  civil  de  Buenos  Aires,  Tiiciimdn 
y  Paraguay T>,  entre  los  años  1815,  16  y  17,  en  tres  tomos  en  cuarto. 
Sus  relatos  están  basados  especialmente  en  Lozano  }'  en  la  edición 
del  P.  Chailevoix  hecha  por  el  P.  Muriel;  pero  á  ellos  agregó,  par- 
ticularmente en  cuanto  á  la  última  época,  sus  laboriosas  investiga- 
ciones en  los  Archivos  del  Virreinato. 

Hablando  en  el  tom.  IJ.  cap.  VIII,  de  la  expulsión  de  los  Jesuítas, 
dice:  «El  demasiado  poder  que  daban  d  los  Jesuítas  sus  virtudes  y 
sus  luces,  véase  aquí  su  crimen. y>  «El  crédito  de  esta  Orden,  bien 
establecido  en  estas  partes,  la  importancia  de  sus  servicios  con  que 
había  hecho  dependiente  de  su  existencia  la  felicidad  conu'in,  su 
prudencia  siempre  atenta  d  consultar  lo  pasado,  dirigir  con  acierto 
lo  presente  y  esperar  lo  venidero,  la  fama  de  sus  riquezas  ó  verda- 
deras ó  exageradas,  el  gran  número  de  sus  secuaces  en  unos  pite 
blos  donde  tenía  la  primera  influencia  por  la  educación,  por  el 
consejo,  por  el  interés;  en  fin,  más  de  ciento  cincuenta  mil  neófitos 
que  gozaban  bajo  sus  leyes  la  situación  más  feliz  de  la  vida 
humana,  etc.^ 

En  el  cap.  XV  del  lib.  II  expone  el  método  seguido  en  el  gobierno 
de  las  Misiones. — Cita  á  Raynal  que  lo  hace  derivar  de  imitación  del 
sistema  de  los  incas;  }'  hace  ver  que  se  equivoca. — Examina  el  juicio 
de  Azara  sobre  el  origen  de  las  Reducciones,  y  lo  refuta;  como  asi- 
mismo desecha  sus  asertos  de  que  el  sistema  de  Misiones  amorti- 
guase los  estímulos  del  trabajo:  siendo  así  que  en  él  tenían  su  propio 
lugar  los  premios,  el  destinar  á  cada  uno  á  la  ocupación  que  más  le 
convenía,  y  el  empeño  de  los  Padres,  que  no  podía  menos  de  ser  gran 
estímulo  para  los  indios,  á  causa  de  la  extraordinaria  veneración  y 


245 


-412- 

amor  que  les  tenían.  «Convendremos»,  dice  «en  que  la  libertad  de 
estos  indios  para  el  uso  de  sus  bienes  no  era  cual  convenía  á  una 
república  en  el  estado  de  su  perfección.  Nada  hubiera  sido  más 
absurdo  que  una  libertad  que  era  excluida  por  el  carácter  3^  condi- 
ción de  estos  indios.  Era  preciso  que  corriesen  algunos  siglos  de 
infancia  social  para  que  llegasen  á  adquirir  esa  madurez  que  exige 
el  pleno  ejercicio  de  la  libertad.  Este  momento  no  era  llegado  aún; 
y  así  era  preciso  que  estos  indios  fuesen  gobernados  por  unas  insti- 
tuciones acomodadas  más  bien  á  las  de  un  padre  que  gobierna  su 
familia.»  En  seguida  refuta  el  parecer  de  Azara  que  pretendía  que  en 
siglo  y  medio  hubiesen  quedado  los  Guaraníes  á  la  altura  de  los  pue- 
blos europeos;  como  también  la  imputación  de  los  que  atribuían  el 
régimen  de  las  Misiones  á  voluntad  de  enriquecerse  con  los  productos 
del  trabajo  de  los  indios. 

De  la  misma  manera  hace  su  paralelo  entre  el  sistema  implantado 
por  Bucareli  en  las  Misiones  y  el  de  los  Jesuítas,  y  muestra  como  éste 
era  el  acomodado  á  los  indios,  con  el  que  se  sentían  ellos  contentos; 
y  cómo  el  de  Bucareli  había  de  producir  por  necesidad  los  estragos 
que  de  hecho  produjo. 

El  Dr.  Luis  L.  Domínguez  publicó  en  1861  su  «Historia  Argen- 
tina» que  ha  tenido  varias  ediciones. 

Después  de  haber  hablado  de  las  Doctrinas  y  sus  vicisitudes  en 
los  capítulos  II,  VIII,  X  y  XII,  formula  su  juicio  sobre  el  régimen  en 
ellas  seguido,  al  narrar  la  expulsión  de  los  Jesuítas,  en  el  cap.  XIII. 
«De  este  modo,  dice,  fueron  arrancados  violentamente  de  estas 
colonias  españolas  los  Misioneros  que  siglo  y  medio  antes  hablan 
sido  enviados  á  civilizar  el  Nuevo  Mundo,  y  de  quienes  Felipe  IV 
decía  que  les  debía  más  reinos  la  monarquía  que  d  sus  armas.  Su 
conducta,  como  cuerpo  colectivo,  en  las  tres  provincias  argentinas, 
queda  sencillamente  expuesta  en  las  páginas  de  este  libro.  De  sus 
liedlos  personales,  no  era  posible  hablar  con  particularidad  en  los 
estrechos  límites  que  le  he  dado.  Los  trabajos,  privaciones  y  enfer- 
medades que  afrontaban  con  constancia  inquebrantable,  los  Jiacen 
aparecer  ante  la  posteridad  superiores  al  común  de  los  mortales:  y 
si  las  palabras  heroísmo  y  santidad  no  se  han  inventado  para  cali- 
ficar sus  hcc/ios  y  sus  virtudes,  yo  no  sé  á  qué  puedan  aplicarse  con 
más  precisión  y  más  verdad.-»  <íLa  República  Cristiana  fundada 
por  ellos,  ha  sido  juzgada  de  diversos  modos.  Los  unos  la  lian 
ensalzado  como  una  constitución  perfecta;  los  otros  la  condenan  de 
la  manera  más  absoluta.  Un  espíritu  im parcial  no  puede  participar 
del  entusiasmo  de  los  unos,   ni  de  la  absoluta  reprobación  de  los 


-413- 

otros.  Bajo  el  putito  de  vista  económico  y  social,  la  república  Jesuí- 
tica era  una  institución  imperfecta:  porque  sin  propiedad  indivi- 
dual, la  sociedad  civil  no  puede  constituirse  y  mucho  menos  perpe- 
tuarse; y  porque  la  vida  común  aniquila  la  actividad  creadora  y  la 
fecundante  espontaneidad.  Por  eso  no  la  considero  digna  de  todos 
los  elogios  que  la  han  tributado  escritores  eminentes.  Pero  si  se 
toma  en  cuenta  que  los  hombres  con  que  fué  organizada  eran  sal- 
vajes, ignorantes  y  holgazanes,  se  convendrá  en  que  los  fundado- 
res no  son  tan  dignos  de  censura;  mucho  más  si  se  admite  que  el 
sistema  que  adoptaron  no  era  sino  el  primer  paso  para  llegar  á  una 
organización  más  perfecta,  y  nuis  conforme  á  la  naturaleza 
humana.-»  «~El  trabajo  común  los  ponía  á  cubierto  del  hambre.  Nin- 
guno podía  ser  rico;  pero  ninguno  era  pobre;  y  esta  igualdad  de  for- 
tunas suprimía  uno  de  los  más  fitertes  estímulos  de  la  discordia, 
que  apela  muy  pronto  á  la  violencia  y  termina  siempre  en  la 
disolución.^ 

Juzga  que  siguieron  como  modelo  el  régimen  de  los  incas  y  el 
ejemplo  de  loá  primeros  cristianos  referido  en  los  Hechos  de  los 
Apóstoles;  y  que  en  adoptar  la  comunidad  de  bienes  se  parecieron  á 
los  colonos  de  Virginia  y  de  Nueva  Plymouth.— Y  añade:  «Cuando 
los  Guaraníes  Jiubieran  alcanzado  un  grado  más  alto  de  civiliza- 
ción, habrían  abandonado  por  sí  propios  el  comunismo,  si  sus  Doc- 
trineros hubieran  pretendido  mantenerlos  siempre  en  él.»  «De  todas 
numeras,  preciso  es  convenir  en  que  se  había  hecho  un  gran  bien  á 
la  humanidad ,  domesticando  por  aquel  medio  93  inil  indios  que  los 
Jesuítas  doctrinaban  en  30  pueblos  con  buena  policía,  con  liermosos 
templos  en  que  sus  neófitos  adquirían  el  conocimiento  de  Dios, 
ejercían  la  agricultura,  las  primeras  artes  mecánicas,  aprendían  la 
lectura,  la  música,  y  Jinalfnente  el  arte  de  la  guerra,  para  defender 
su  libertad  personal  contra  los  trajlcantes  de  carne  hunuina,  y  las 
fronteras  de  la  patria  que  el  gobierno  les  Jiabía  confiado,  y  que  se 
perdieron  apenas  ellos  faltaron.» — Juicios  en  que  no  hay  que  repa- 
rar más  que  en  la  equivocación  con  que  supone  que  el  régimen  de  las 
Doctrinas  fué  el  comunismo  ó  exclusión  de  la  propiedad. 


II 

DOCTOR  JUAN  MARÍA  GUTIÉRREZ 

Sólo  ocasionalmente  trató  de  las  Doctrinas;  pero  lo  hizo  con  bas- 
tante claridad  para  que  no  se  pudiese  dudar  de  su  juicio. 


246 


-414  - 

No  es  posible  encontrar  en  todos  sus  escritos  un  concepto  favo- 
rable á  los  Jesuítas.  Alguna  vez  elogia  á  un  individuo  particular, 
como  lo  hace  con  el  P.  Quiroga  (1):  ó  con  el  P.  Buenaventura  Suá- 
rez  (2),  y  con  Aperger:  mas  nunca  la  Compañía:  antes  por  el  con- 
trario, con  hostilidad  sistemática,  suele  tomar  motivo  de  esas  ala- 
banzas particulares  para  presentar  cargos,  falsos  en  las  más  de  las 
ocasiones,  contra  la  Orden  religiosa. 

Su  juicio  general  sobre  las  Misiones  de  los  Guaraníes  está  redu- 
cido á  reproducir  el  de  Azara,  de  quien  afirma  que  no  tenía  preocu- 
paciones algunas  contra  los  Jesuítas,  sino  que  «sii  juicio  era  com 
pletauíente  iuiparcial  y  desapasiouadoy> ,  <i.Jia  conquistado  su  crédito 
de  imparcial  en  esta  materia^  (3).  Seguramente  que  Azara  no  era 
tan  enemigo  de  los  Jesuítas  como  Gutiérrez:  pero  ya  se  ha  visto  lo 
que  hay  que  pensar  de  su  imparcialidad.  Y  como,  aun  dado  caso  que 
hubiera  sido  imparcial,  fué  tan  desatinado  en  sus  juicios:  Gutiérrez, 
que  lo  toma  servilmente  por  guía,  no  puede  menos  de  dar  conti- 
nuamente traspiés  en  el  campo  de  la  verdad  histórica. 

Repite  la  invención  de  Azara  de  la  comunidad  ó  comunismo,  sin 
propiedad  alguna  individual.  Deriva  de  ella  la  falta  de  estímulo 
para  el  trabajo.  Asegura  que  era  imposición  de  los  Jesuítas  el  aisla- 
miento: que  prohibían  aprender  la  lengua  española,  é  igualmente 
reproduce  las  otras  invenciones  de  Azara,  de  mostrarse  los  Jesuítas 
siempre  qne  estaban  en  el  templo  con  suma  ostentación:  y  la  de  no 
predicar.  Atribuye  á  los  Jesuítas  el  haber  hecho  imposible  la  fusión 
de  las  razas  europea  y  americana,  como  si  la  separación  de  los  indiosen 
sus  pueblos  no  fuera  una  prescripción  de  las  leyes:  siendo  además 
en  todas  partes  rarísimos  los  matrimonios  legítimos  de  españoles  é 
indios,  por  la  falsa  aprensión  corriente  acerca  de  la  bajeza  de  condi- 
ción del  indio.  Finalmente,  se  lamenta  y  echa  en  cara  á  los  Jesuítas 
el  haber  juzgado  que  los  indios  eran  nada  más  que  niños  grandes: 
como  si  pudieran  los  Padres  juzgar  lo  contrario  de  lo  que  cada  día 
experimentaban. 

Con  empeño  particular  insiste  en  que  los  Jesuítas  nada  útil  hicie 
ron  en  Doctrinas  en  materia  de  ciencias  ni  artes.  De  las  ciencias,  no 
habrá  de  ser  largo  el  capítulo:  pues  ni  los  Padres  tenían  allí  paz  para 
su  cultivo:  ni  era  ese  su  ministerio:   ni   los   indios  tenían  capacidad 
para  ellas.  No  obstante,  algo  se  hizo  en   favor  de   ellas  en  trabajos 


(1)  "Historia  de  la  Educación  Superior» ,  <Sección  MAXKMÁncAS». 

(2)  Ibid.  y  en  el  artículo  reproducido  en  la   Revista  de   Buenos  Aires,  t.  18, 
1869,  pág.  191.  'La  ejtseñattza  superior  ett  Buenos  Aires^. 

(3)  Pág.  204. 


-  415  - 

individuales:  de  los  que  algunos  reconoce  á  manera  de  salvedad  el 
mismo  Gutiérrez:  y  otros  se  podían  citar.  De  las  artes,  ya  se  ha 
visto  en  la  exposición  de  la  primera  parte  qne  se  cultivaron  así  las 
bellas  artes,  como  las  artes  útiles  y  mecánicas.  Y  como,  perfectas  ó 
no  perfectas  que  fuesen  (en  lo  cual  á  quien  menos  que  á  nadie  se 
puede  creer  es  á  D.  Félix  de  Azara,  que  ni  era  imparcial,  ni  consta 
que  fuera  competente  en  esta  materia):  ello  es  que  estaban  á  mayor 
altura  en  las  Misiones,  que  en  ninguna  población  de  los  habitantes 
españoles  americanos.  Si  esto  no  es  hacer  algo  por  las  artes,  es 
preciso  que  el  Sr.  Gutiérrez  haya  perdido  la  vista  con  la  mucha 
pasión. 

Va  siguiendo  los  detalles  que  se  complació  en  apuntar  Azara  en 
su  rápido  paso  por  las  Doctrinas:  y  los  da  por  juicios  irrefragables. 
Pero  Azara  censuró  todas  las  obras  de  las  iglesias  de  Misiones  con 
una  constancia  tan  sistemática,  que  aun  en  el  menos  enterado  des- 
piertan recelos  de  ser  sus  juicios  efectos  del  mal  humor  y  de  la 
enemistad  contra  los  Jesuítas.  Y  la  conjetura  se  cambia  en  realidad 
cuando  se  leen  los  testimonios  de  otros  contemporáneos,  como 
Alvear,  acerca  de  las  mismas  iglesias:  y  mucho  más,  cuando  se  con- 
sidera el  mérito  que  revelan  algunas  construcciones  que  hoy  mismo 
se  mantienen  en  pie  en  sus  ruinas  suficientemente  para  desmentir 
las  grotescas  pinturas  que  á  Azara  le  plugo  hacer  de  aquellas  obras 
de  arquitectura:  como  son  la  iglesia  de  San  Miguel,  la  de  Trinidad 
y  la  obra  á  medio  construir  del  Jesús.  Y  á  propósito  de  la  iglesia  de 
Trinidad,  parece  que  triunfa  el  Sr.  Gutiérrez,  atribuyendo  su  caída 
y  ruina  total  á  la  impericia  del  arquitecto  constructor:  «.el  templo 
del  pueblo  de  la  Trinidad,  que  fué  según  la  tradición  el  mejor  de 
Misiones,  se  arruinó  á  pocos  años  de  levantado,  porque  Juibiendo 
sido  construido  de  sillería  con  bóvedas  de  ladrillo  y  con  barro,  fué 
calado  por  las  aguas  llovedizas:  y  poco  á  poco  se  convirtió  en  ruinas 
por  imprevisión  del  arquitecto».  Realmente  había  de  estar  muy  mal 
construida  una  iglesia  que,  terminada  hacia  1750,  ya  estaba  por  los 
suelos  en  1776.  Pero  en  cuanto  á  la  realidad  de  la  causa,  Gutiérrez 
se  dejó  engañar  malamente  por  Azara.  También  Azara  dice  que 
«la  iglesia  era  de  sillería  y  barro»,  y  que  «la  bóveda  era  de  bóvedas 
de  rosca  de  ladrillo  y  mésela,  no  pudieron  los  muros  sostener  mucho 
tiempo  el  empuje,  porque  algunas  goteras  se  insinuaron  en  el 
barro>^  (1).  Y  en  efecto,  ni  la  iglesia  era  de  sillería  y  barro,  sino  «de 
sillería  y  cal»,  como  pudo  leerlo  Azara  y  también  Gutiérrez  en  el 

(1)     Viajes  inéd.  núm.  214. 


-416- 

Inventario  de  Trinidad  hoy  ya  publicado  (Brabo,  Inv.  416):  ni  la 
causa  de  caerse  fueron  las  goteras,  sino  el  trabajo  destructor  de  un 
Administrador  que  con  grandes  esfuerzos  y  dificultad  destruyó  pri- 
mero una  arquería  que  aseguraba  la  construcción,  por  tener  piedras 
para  hacer  una  casa,  como  ya  se  ha  dicho  en  su  lugar  (1).  Con  lo 
que  se  ve  una  vez  más  á  qué  guía  tan  infiel  se  entregaba  Gutiérrez, 
que  aun  en  cosas  tan  especificadas  como  ésta  cometía  los  más  gro- 
seros errores. 

No  parece  que  entre  las  artes  bellas  contase  el  Sr.  Gutiérrez  la 
música:  pues  ni  una  palabra  dice  de  ella;  siendo  verdad  que  era  uno 
de  los  más  hermosos  adornos  de  las  Doctrinas. 

Pero  viniendo  á  las  artes  útiles,  afirma  que  ninguna  fué  debida  á 
los  Jesuítas,  «no  fueron,  sin  duda,  ni  importadas  ni  perfeccionadas 
por  los  Jesuítas».  Y  cita  el  cultivo  de  la  yerba  mate  y  la  ganadería. 
Precisamente  se  ha  visto  que  sólo  los  Jesuítas  llegaron  á  cultivar  en 
los  pueblos  la  yerba:  y  ellos  fueron  los  que  llevaron  el  ganado 
vacuno  al  Guayrá:  formaron  las  grandes  estancias  del  Uruguay 
é  introdujeron  en  los  pueblos  el  ganado  lanar.  De  las  demás  artes 
mecánicas  se  ha  dicho  en  el  cap.  VIH,  lib.  I.:  y  si  no  las  introdujeron 
los  Jesuítas  entre  los  indios,  resta  que  explique  el  Sr.  Gutiérrez 
quién  fué  su  introductor;  3'a  que  los  indios  no  las  tenían. 

Declara  que  los  Jesuítas  habían  esclavizado  á  los  indios,  á  quienes 
continuamente  llama  á  boca  llena  esclavos;  que  «inventaron...  la 
explotación  del  sudor  del  hombre  americano  en  provecho  del  euro- 
peo»; que  «dieron  ocasión  para  que  todos  sus  actos  como  maestros  y 
como  Misioneros  se  atribuyan  exclusivamente  á  sed  de  riquezas 
temporales  y  de  predominio».  Asertos  á  cuál  más  contrario  á  la 
verdad,  como  varias  veces  se  ha  evidenciado  ya. 

Y  concluye  felicitándose  de  haber  tomado  por  guía  á  Azara,  á 
quien  pinta  «annado  con  la  vara  )uágica  del  buen  sentido  y  del 
juicio  recto-» ^  en  virtud  de  lo  cual  «siempre  halló  la  verdad,  porque 
la  persiguió  incansable  con  la  observación  y  el  compás».  Había 
recomendado  antes  el  exacto  conocimiento  de  Azara,  que  «visitó 
una  á  lina  esas  Misiones  cuando  no  eran  aún  ruinas  del  todo^  (mer- 
mado conocimiento  por  cierto,  el  de  un  observador  que  tiene  prejui- 
cios, y  sólo  ve  el  objeto  cuando  está  cerca  de  su  ruina,  aunque  «no 
sea  ruina  del  todo»):  y  «cuando  vivían  casi  como  en  la  época  de  los 
Padres  las  comunidades  de  indígenas».  Si  se  pudiera  quitar  este 
«casi»,  podría  fiarse  algo  en  el  conocimiento.  Pero  el  hecho  es  que 

(1)    Supra.  cap.  IX,  Apéndice.  Río  Janeiro.  Col.  Angf.  XV,  65. 


-417- 

cl  «6Y7.S/»  equivalía  á  un  abismo  de  diferencia.  Azara  visitó  las  Misio- 
nes en  1784,  diez  y  seis  años  después  de  expulsados  los  jesuítas:  y  es 
sabido  que  en  sólo  los  cuatro  primeros  años  experimentaron  una 
decadencia  tan  asombrosa  aquellos  pueblos,  que  con  razón  se  creyó 
que  iban  á  arruinarse  del  todo,  En  cuanto  al  régimen,  había  sido 
sustancialmente  viciado  por  Bucareli. 


III 

247 

VALOR  DEL  JUICIO  DE  GUTIÉRREZ.  EXAMINASE  EL 
ARGUMENTO  DE  LA  RESISTENCIA 

El  juicio  de  Gutiérrez  se  ha  visto  que  no  puede  ser  más  desfavo- 
rable. «El  sistema  adoptado  por  los  Misioneros  Jesuítas...  fué 
erróneo,  intencional  ó  involuntariamente .y>  «Sin  dignificar  al  hom- 
bre, sin  instruirle  seriamente ,  sin  despertar  en  él  el  amor  á  la 
independencia  personal,  sin  inspirarle  la  aspirado)!  á  comnni- 
carse  por  medio  del  comercio  y  del  cambio  de  servicios  con  sus 
semejantes.^  no  puede  fundarse  un  pueblo  ni  constituirse  una  socie- 
dad de  seres  racionales.-» 

La  cualidad  del  juez  dista  mucho  de  ser  intachable.  Hácese  sentir 
en  todo  el  escrito  un  encono  que  se  complace  en  ir  rebuscando  todas 
las  circunstancias  que  puedan  deprimir  á  los  Jesuítas,  aunque  de 
ordinario  la  indagación  tiene  éxito  infeliz,  y  va  á  parar  en  un  nuevo 
error.  Con  trabajo  se  disimula  la  preocupación  debajo  del  ropaje  del 
estilo  correcto  y  al  parecer  sosegado,  propio  del  Dr.  Gutiérrez. 

Pero  examinado  el  juicio  en  sí  mismo,  se  ve  que  es  absolutamente 
erróneo,  como  fundado  sobre  datos  falsos  enteramente.  En  efecto, 
Gutiérrez  ha  reproducido  todas  las  falsedades  del  libelo  portugués, 
y  todas  las  de  Azara:  comunismo,  usurpación  de  bienes,  despotismo, 
falta  de  enseñanza  religiosa,  etc.,  etc.  Y  asentados  como  verdad 
estos  inventos  calumniosos,  pronuncia  su  fallo:  «el  sistema  fué 
erróneo».  Si  los  antecedentes  fuesen  verdad,  cualquier  católico  pro- 
nunciaría fallo  más  duro.  Pero  culpa  es  voluntaria  del  Dr.  Gutiérrez 
el  haberse  fiado  de  guías  tan  infieles  como  Azara,  Doblas,  Pombal. 
Cuando  Azara  no  alcanzó  á  distinguir  la  cal  de  la  iglesia  de  Trini- 
dad, que  tenía  ante  los  ojos,  no  hay  que  esperar  que  acertase  en  las 

27    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  n. 


-  41S  - 

otras  cosas  tocantes  A  los  Jesuítas,  que  no  eran  tan  fáciles  de  averi- 
guar como  esa. 

Un  argumento  emplea  el  Dr.  Gutiérrez  que  conviene  examinar, 
porque  otros  varios  lo  han  repetido  y  amplificado  cada  uno  á  su 
manera.  Es  el  de  haber  sido  destruidos  los  pueblos  de  los  Jesuítas, 
mientras  los  fundados  por  los  conquistadores  han  perseverado. 

«Los  pueblos  fundados  bajo  las  reglas  ordinarias  por  los  Gober- 
nadores, ó  lo  que  es  lo  mismo  por  los  medios  puramente  civiles,  han 
sobrevivido  á  las  creaciones  tan  decantadas  del  comunismo  jesuítico, 
las  cuales,  como  se  sabe,  desaparecieron  á  la  salida  de  los  Curas, 
tal  cual  se  deshacen  las  colmenas  cuando  muere  la  abeja,  que  encie- 
rra en  su  organización  los  misteriosos  secretos  de  la  comunidad  de 
que  es  reina.»  Hay  en  estas  líneas  más  inexactitudes  y  falsas  apre- 
ciaciones de  las  que  á  primera  vista  parece. 

La  primera  inexactitud  consiste  en  afirmar  que  los  pueblos  de 
Misiones  «desaparecieron  d  la  salida  de  los  C/tras»  Jesuítas.  Esto 
será  bueno  como  figura  retórica  ó  desahogo  literario,  sobre  todo, 
viniendo  luego  el  símil  de  las  abejas;  pero  históricamente  es  falso. 
Los  pueblos  duraron  todavía  cuarenta  y  ocho  años,  hasta  que  inten 
cionalmente  fueron  devastados,  incendiados  y  destruidos.  Lo  que  se 
experimentó  en  ellos  al  desaparecer  los  Jesuítas,  fué  decadencia  en 
todo  sentido.  Pero  la  decadencia  en  una  sociedad  no  prueba  error  en 
los  que  la  han  organizado,  sino  por  el  contrario,  prueba  que  ellos 
tenían  ciertas  buenas  cualidades  para  gobernarla,  de  que  no  han 
estado  adornados  sus  sucesores.  Redunda  en  elogio  de  los  expatria- 
dos. Y  así  lo  reconocían  los  hombres  más  sensatos  y  de  más  recta 
voluntad,  que  procuraban  volver  á  poner  en  planta  los  procedimien- 
tos de  los  Jesuítas,  y  en  efecto  remediaron  en  parte  la  rápida  deca- 
dencia. 

Dice  además  el  autor  que  los  pueblos  fundados  por  los  Goberna- 
dores, etc.,  «han  sobrevivido».  Lo  que  es  otra  errata  de  importan- 
cia. Diez  de  esos  pueblos  de  indios  perseveraron  en  el  Paraguay, 
donde  siempre  subsistieron  y  subsisten  hoy  mismo  también  ocho  de 
los  fundados  por  los  Jesuítas;  y  de  los  fundados  por  los  Gobernado- 
res, perecieron  veinticinco,  si  se  ha  de  creer  á  Azara  (poco  digno  de 
crédito  en  esto  como  en  todo)  mucho  antes  de  que  se  arruinaran 
ninguno  de  los  Jesuítas.  La  proporción  de  25  :  10,  es  poco  halagüeña 
para  la  ponderada  supervivencia. 

Añade  que  Azara  prueba  esta  supervivencia  «co?i  la  historia  en 
la  mano  y  con  el  sincronismo  de  los  hechos». — Instrumentos  son  esos 
que  manejaba  harto  mal  Azara;  pero  es  el  caso  que  no  los  empleó  ni 


-419- 

pensó  emplearlos  para  probar  que  sobrevivían  los  pueblos  fundados 
por  los  Gobernadores  á  los  fundados  por  los  Jesuítas.  En  el  tiempo 
de  Azara  subsistían  aún  en  pie  todos  los  pueblos  de  los  Jesuítas,  y 
Azara  no  tenía  porqué  empeñarse  en  explicar  una  destrucción  que 
no  se  había  verificado. — Mas  avisado  el  autor  de  la  Descripción  geo- 
gráfica del  Paraguay,  y  pretendiendo  hacer  admitir  su  explicación 
de  los  medios  eclesiásticos  y  medios  seglares,  falseó  el  modo  de  fun- 
dación de  los  pueblos  jesuíticos,  y  afirmó  que  éstos  habían  sido  fun- 
dados por  medios  seglares,  aunque  los  Jesuítas  lo  disimulaban  por 
bien  parecer.  De  modo  que,  en  concepto  del  Dr.  Gutiérrez,  debían 
haber  perseverado  como  los  de  los  Gobernadores,  pues  habían  sido 
fundados,  «bajo  las  reglas  ordinarias,  ó  lo  que  es  lo  mismo,  por  los 
medios  puramente  civiles».  Así,  los  mismos  asertos  del  maestro 
Azara,  han  enredado  á  su  discípulo,  que  le  atribuye  lo  que  nunca 
dijo. 

A  todas  estas  tres  aserciones  les  llama  «verdades  conquistadas 
ya  para  la  historia».  Si  la  historia  no  tiene  otras  verdades  y  otras 
conquistas,  preciso  es  reconocer  que  pocos  serán  sus  medros. 

Otros  escritores  que  han  instado  en  este  argumento,  lo  esfuerzan 
diciendo  que  es  patente  la  mala  construcción  del  edificio  social  de 
los  Guaraníes  por  los  Jesuítas,  pues  que  no  pudo  resistir  al  embate 
de  las  guerras  de  la  emancipación;  cuando  las  poblaciones  que  esta- 
ban bien  organizadas  resistieron. — La  prueba  parece  perentoria. 
Mas,  examinada  de  cerca,  se  ve  que  flaquea  por  su  base,  como  fla- 
quearía  el  argumento  aducido  en  un  terremoto  de  que  estaban  mal 
construidos  los  edificios  que  se  han  derrumbado,  pues  otros  han  que- 
dado en  pie.  Cuando  se  demuestre  que  los  estragos  de  la  guerra  fue- 
ron iguales  en  todas  partes,  entonces  empezará  á  cobrar  fuerza  el 
argumento.  Será  preciso  además  probar  que  el  mismo  alcance  inte- 
lectual 3^  cualidades  morales  para  defenderse  tiene  el  indio,  que  el 
europeo  que  habitaba  las  ciudades  del  Río  de  la  Plata,  con  quienes 
se  ha  querido  instituir  la  comparación.  Yeso  será  menester  probarlo 
con  hechos;  no  con  afirmaciones  dogmáticas.  Entonces  se  verá  que 
no  sólo  no  se  puede  llegar  á  la  prueba  de  un  hecho  que  desmiente  la 
experiencia;  sino  que  el  simple  enunciado  de  querer  equiparar  al 
indio  con  el  americano  descendiente  de  europeo,  hace  sonreír  y  por 
ventura  subleva  la  indignación  en  el  ánimo  del  que  lo  escucha,  y 
piensa  que  el  indio  al  fin  es  indio.  Mientras  no  se  prueben  estas  dos 
paridades,  que  en  realidad  no  existen,  no  puede  tener  fuerza  el 
argumento. 

A  la  verdad,  examinando  los  hechos  tales  como  sucedieron,  y  no 


—  420  — 

tales  como  los  puede  forjar  la  imaginación;  los  pueblos  de  las  Doc- 
trinas se  hubieran  mantenido  en  el  mismo  pie  en  que  se  mantuvieron 
todos  los  pueblos  de  indios  que  había  en  el  Virreinato  de  la  Plata. 
Prueba  de  ello  son  los  ocho  pueblos  de  Doctrinas  enclavados  hoy  en 
la  República  del  Paraguay.  Por  no  haber  llegado  á  ellos  ni  la  saña 
destructora  de  Chagas,  ni  la  calculada  destrucción  de  Francia,  que- 
daron en  pie,  y  en  pie  se  conservan  hoy  día,  excepto  el  Jesús  y  Tri- 
nidad. Los  indios  quedaron  allí  no  sólo  como  en  los  otros  pueblos, 
sino  en  estado  comparativamente  más  próspero.  Eran  los  más  nume- 
rosos de  la  provincia,  como  puede  verse  aún  en  las  tablas  del  mismo 
Azara;  si  bien  estaban  en  decadencia  con  respecto  al  tiempo  de  los 
Jesuítas. 

Preciso  será  además  añadir  que  si  acaso  fuera  verdad  el  hecho  de 
que  estos  pueblos,  más  fácilmente  que  otros  análogos  á  ellos,  hubie- 
ran sido  destruidos  en  igualdad  de  las  demás  circunstancias;  ni  aun 
en  ese  caso  podía  hacerse  responsable  al  sistema  de  los  Jesuítas  de 
la  falta  de  solidez.  Después  de  los  Jesuítas  había  sucedido  el  sistema 
de  Bucareli,  cuyo  desastroso  influjo  queda  examinado  en  su  lugar.  Y 
este  sistema  había  sido  aplicado  durante  cuarenta  años.  No  sería, 
pues,  tanto  desdoro  del  sistema  de  los  Jesuítas,  como  del  sistema  que 
se  le  sustituyó.  A  los  Jesuítas  habría  que  admirar  de  que,  á  pesar  de 
aquel  sistema,  hubiese  quedado  un  solo  pueblo  en  pie. — Así  se  ha  visto 
ya  no  ser  deshonra  del  que  construyó  la  iglesia  de  Trinidad  el  que 
pocos  años  después  se  viniese  al  suelo;  sino  del  imprudente  y  osado 
que  derribó  la  arquería  de  que  dependía  la  construcción. — Argüir  de 
otra  manera  es  falsear  á  sabiendas  la  verdad;  vicio  que  no  bastan  á 
cubrir  cuantas  declamaciones  y  figuras  retóricas  se  amontonen. 


IV 


248 


EL  GENERAL  MITRE 

El  General  D.  Bartolomé  Mitre  no  ha  dedicado  escrito  alguno  al 
estudio  directo  del  plan  de  los  Jesuítas;  pero  ha  manifestado  con  toda 
claridad  su  juicio  cuando  hablando  de  la  sociedad  argentina  (1)  se 
expresa  en  los  siguientes  términos:   <íConcíiryi6...  á  esta  decadencia 

(1)     Historia  de  Belgrano,  t.  I.  cap.  I.  6  VII.  pag-.  20.  ed.  1887. 


-421- 

[del  Paraguay  aislado  después  de  la  división  de  1617]  otro  elemento 
de  descomposición,  el  cual,  aunque  condenado  d  eterna  esterilidad , 
se  inoculó  por  entonces  á  su  sociabilidad.  Nos  referimos  á  las  famo- 
sas Misiones  fesuiticas,  que  en  aquel  tiempo  (1617)  ya  constituían 
un  imperio  teocrático,  compuesto  exclusivamente  de  elementos  indí- 
genas, sujetos  á  un  régimen  comunista  y  á  una  disciplina  monás- 
tica. La  influencia  de  estas  Reducciones,  favorable  hasta  cierto 
punto  en  el  sentido  de  oponer  un  dique  á  las  invasiones  del  Brasil , 
fué  funesta  al  Paraguay.  Ella  detuvo  el  impulso  de  la  colonización , 
por  el  predominio  del  elemento  europeo,  el  tínico  que  llevaba  en  sus 
entrañas  el  don  de  la  reproducción.  Puso  un  obstácido  á  la  fusión 
de  las  rasas,  que  operaba  la  conquista  pacífica,  y  sustrajo  á  los 
indígenas  del  contacto  con  la  inmigración  europea.  Ocupó  una  gran 
parte  del  país  con  una  población  inconsistente  y  una  civilisación 
artificial,  que  entrañaba  toda  la  debilidad  y  todos  los  vicios  de  la 
barbarie,  combinados  con  los  del  gobierno  eclesiástico.  Paralizó  así 
sus  fuerzas  eficientes,  creó  un  nuevo  antagonismo,  y  enervó  la 
constitución  de  la  naciente  sociabilidad:.,  las  semillas  vivaces  de  la 
civilización  europea  en  el  Paraguay ,  fueron  del  todo  sofocadas  por 
la  semi-barbarie  disciplinada  del  jesuitismo.» — Y  en  la  Historia  de 
San  Martín  (1)  nombra  «la  supremacía  teocrática  de  los  Jesuítas  del 
.Paraguay,  que  lo  barbarizaban  y  explotaban. y> 

xA.ntes  de  valuar  este  juicio,  preciso  será  que  se  rectifiquen  los 
errores  de  hecho  que  contiene,  que  no  son  pocos.  Según  el  autor, 
había  en  las  Misiones  un  «imperio  teocrático»,  «Teocrático>y,  no  es 
la  palabra  propia  ni  exacta.  Porque  ó  se  toma  en  el  sentido  primor- 
dial de  gobierno  directo  de  Dios  mismo,  como  lo  fué  el  del  pueblo 
judío,  cuando  Dios  le  nombraba  por  sí  propio  los  jueces  y  le  daba 
sus  leyes:  y  el  gobierno  ó  administración  de  los  Jesuítas  no  era  tal. 
O  se  toma  en  la  segunda  significación,  de  gobierno  supremo  ejercido 
por  sacerdotes:  3^  ni  aun  en  este  sentido  es  exacto:  pues  los  Padres 
no  ejercitaban  allí  el  poder  supremo,  que  correspondía  al  Rey  de 
España:  ni  siquiera  el  superior,  como  que  estaban  subordinados  en 
lo  temporal  al  Gobernador,  quien  los  visitaba  y  dirigía  como  y 
cuando  bien  le  parecía.  No  era  pues  imperio,  ni  era  teocrático,  el 
gobierno  de  las  Misiones:  ni  pueden  explicarse  estos  términos,  si 
no  es  como  medios  retóricos  de  despertar  animadversión  contra  los 
Jesuítas. 

Agrega  que  este  gobierno  tendía   á  ejercer  la  «supreiiuicia  teo- 

(1)    Tom.  I.  cap.  T.  §  VIII.  pág-.  38. 


—  422  — 

crética  en  el  Payagunyy>  ó  que  la  ejercía  ya:  porque  el  pasaje  no 
está  bastante  claro:  y  que  Antequera  resistió  á  tal  supremacía.  Como 
éste  es  un  cargo  sin  pruebas,  mera  afirmación  de  que  los  Jesuítas 
quisieran  hacerse  gobernadores  del  Paraguaj-,  que  ni  al  mismo  Ante- 
quera, ni  á  los  maj^ores  enemigos  de  los  jesuítas  se  les  ocurrió 
nunca:  no  necesita  ser  refutado:  él  por  sí  mismo  se  refuta.  Los 
Jesuítas  nunca  pretendieron  hacerse  gobernadores  del  Paraguay: 
ni  por  ello  les  hubo  de  resistir  Antequera.  A  quien  re.'^istió  Ante- 
quera por  no  dejar  el  bastón  de  Gobernador,  fué  á  D.  Baltasar  Gar- 
cía Ros,  nombrado  por  el  Virrey,  Gobernador  legítimo  del  Para- 
guay: contra  él  hizo  armas,  con  muerte  de  muchos  subditos  del  Rey: 
y  por  estos  delitos,  como  traidor,  fué  ajusticiado  en  la  plaza  mayor 
de  Lima. 

Que  los  indios  estuviesen  «sujetos  d  un  régimen  co))iitnistay>  es 
una  falsedad  ya  varias  veces  convencida  de  erroi". 

Que  estuviesen  sujetos  á  «una  disciplina  monástica»^  no  es 
menos  falso.  No  se  pueden  sacar  los  términos  de  su  significado, 
sopeña  de  introducir  la  confusión  en  el  campo  de  las  ideas,  y  caer 
en  los  vicios  de  los  sofistas.  «Monástico^  es  lo  propio  de  los  monjes: 
y  para  ser  monástica  la  disciplina  de  los  Guaraníes  le  faltaba  la  vida 
común,  la  comida  en  común,  la  habitación  en  común,  la  castidad,  la 
clausura:  condiciones  todas  ellas  de  la  vida  monástica,  y  que  no 
pueden  en  modo  alguno  mostrarse  en  la  sociedad  de  los  Guaraníes. 

Cuál  sea  ese  elemento  i-condenado  d  eterna  esterilidad ^^  ^  tam- 
poco aparece  bastante  del  contexto  de  este  pasaje:  aunque  parece 
que  el  elemento  estéril  son  las  Misiones.  Aquí  sería  preciso  explicar 
cómo  puede  ser  estéril  ese  elemento.  Si  se  trata  de  esterilidad  física, 
no  hay  razón  alguna  para  afirmarla  en  un  pueblo  como  el  Guaraní 
de  Doctrinas,  en  que  había  mucha  más  población  que  en  el  resto  de 
la  provincia.  Si  la  esterilidad  se  toma  en  sentido  figurado,  por  inca- 
pacidad de  aquel  régimen  para  cambiar  las  costumbres  de  los  salva- 
jes, é  introducir  entre  ellos  los  trabajos  5'  las  artes  útiles:  la  expe- 
riencia muestra  que  no  lo  fué.  Si  quiere  decir  que  la  población 
entera  de  las  Misiones  resultaba  infructífera  con  respecto  al  resto 
de  la  colonia:  también  esto  es  erróneo:  3^  basta  para  persuadirse  de 
ello  recordar  lo  dicho  en  los  capítulos  de  los  servicios  militares  3^ 
civiles  de  los  Guaraníes. 

No  menos  errado  resulta  el  concepto  de  que  la  «.injluencia  de  las 
Reducciones  fuese  funesta  al  Paraguay-»,  siendo  la  verdad  por  el 
contrario  que  le  fué  de  gran  utilidad.  Sin  ella,  la  misma  ciudad  de 
la  Asunción  en  más  de  un  caso  hubiera  sido  víctima  de  sus  constan- 


-  4L'3  - 

tes  enemigos  los  Guaycunís  y  los  payaguás.  Y  así  como  sirvieron 
para  defender  la  provincia  de  sus  enemigos;  así  también  le  presta- 
ron otro  servicio  que,  no  por  ser  poco  agradecido,  deja  de  tener 
grande  valor,  cual  fué  el  defenderla  de  sí  misma,  ó  por  mejor  decir, 
de  las  resoluciones  mal  aconsejadas  de  algunos  de  sus  hijos,  empe- 
ñados en  arrastrarla  por  el  camino  de  las  revueltas  y  motines.  Ni 
son  eficaces  las  razones  que  se  alegan.  Asienta  el  autor  que  las 
Misiones  i-pusieron  un  obstáculo  á  la  fusión  de  las  rasas».  Pero 
esto  es  un  error.  No  fueron  las  Misiones  ni  los  Misioneros  los  que  die- 
ron las  leyes  que  excluían  á  los  europeos  de  cualquier  pueblo  de 
indios:  antes  de  las  Misiones  estaban  promulgadas.  Afirma  que 
<í-el  elemento  europeo  era  el  único  que  llevaba  en  sus  entrañas  el  don 
de  la  reproducción-»:  aserto  gratuito  y  contrario  además  á  la  expe- 
riencia, que  nos  muestra  ho}^  mismo  las  razas  indígenas  en  algunos 
pases  de  América  en  número  de  muchos  millones,  sin  haberse  mez- 
clado al  elemento  europeo.  Dice  que  «detuvo  el  impulso  de  la  colo- 
nización», cuando  es  cierto  que  la  colonización  había  cesado,  porque 
no  había  medio  de  seguir  adelante,  hallándose  declarados  por  ene 
migos  todos  los  pueblos  comarcanos,  sin  haber  fuerzas  para  suje- 
tarlos por  las  armas,  como  lo  sabía  y  escribía  Hernandarias.  Cuando, 
pues,  la  potestad  civil  era  impotente  para  fundar  poblaciones,  ya  que 
de  paz  no  era  admitida,  y  de  guerra  no  podía  penetrar  en  el  país  del 
indio;  es  una  figura  donosa  que  se  llama  desagradecimiento  enorme, 
el  condenar  á  los  que  incorporan  aquellas  gentes  enemigas  á  la 
sociedad  paraguaya.  Ni  es  más  fundada  la  aserción  de  haber  ocu- 
pado el  país.  No  parece  sino  que  los  Guaraníes  de  Misiones  acudie- 
ron á  posesionarse  del  territorio  paraguayo:  cuando  lo  que  hicieron 
fué  continuar  viviendo  en  las  tierras  de  sus  mayores,  donde  nunca 
habían  podido  penetrar  los  paraguayos:  y  desde  allí  auxiliar  á  los 
que  antes  miraban  como  enemigos,  y  y2í  ahora  tenían  por  hermanos, 
que  profesaban  una  misma  religión,  y  eran  subditos  de  un  mis- 
mo Rey. 

El  juicio  definitivo  del  General  es  que  el  sistema  de  los  Jesuítas 
produjo  «una  población  inconsistente»,  y  «una  civilisación  artifi- 
cial», que  era  una  «semi  barbarie».  Y  mientras  tanto  y  con  esto,  los 
Jesuítas  «barbarizaban  y  explotaban  el  Paraguay»:  «tenían  en  las 
Misiones  una  explotación  ntercantil»  y  ihabian  realisado  en  aque- 
llas regiones  la  centralización  de  gobierno  en  lo  espiritual,  lo  tem- 
poral y  lo  económico,  especulando  con  los  cuerpos,  las  conciencias 
y  el  trabajo  de  la  comunidad».  No  es  lisonjero  el  retrato;  pero  como 
está  apoyado   en   los  datos  falsos  del   comunismo,   despojo   de  los 


-424- 

indios,  imperio,  poder  arbitrario,  y  otros,  tantas  veces  desmentidos, 
no  es  de  temer  que  la  fealdad  de  la  pintura  dañe  á  las  Misiones  tan 
mal  retratadas  en  el  concepto  de  las  personas  sensatas:  ni  que  juz- 
guen con  el  autor  que  Misiones  como  las  Doctrinas  sean  «un  ele- 
mento de  descomposición-»  para  la  sociedad. 

Al  lado  de  estos  juicios  del  general  Mitre,  estampados  en  sus 
obras  más  vulgarizadas,  conviene  colocar  otro  menos  conocido.  Es 
el  que  emite  al  juzgar  en  una  carta  el  estudio  del  Sr.  Monner  Sans 
titulado  «-Misiones  guaraniticas — Pinceladas  históricas».  «TVo  puede 
ponerse  en  duda»  escribe  en  él,  «que  la  condición  de  los  indígenas 
fué  mejor  bajo  el  régimen  jesuítico,  que  bajo  el  de  los  primeros 
conquistadores,  ni  que  ella  fuese  relativitmenic  felis  bajo  el  sistema 
comunista  de  las  Misiones». 

«Ni  tampoco  puede  ser  punto  de  cuestión  que  bajo  el  régimen  de 
las  Misiones  secularizadas,  la  suerte  de  los  indios  fué  peor.  Así 
también,  la  restauración  del  régimen  de  los  encomenderos  que  le 
siguió,  es  otro  retroceso»...  «pero  de  aquí  no  se  sigue  ni  la  excelen- 
cia del  régimen  jesuítico,  ni  la  necesidad  de  sus  antecedentes  his- 
tóricos, ni  la  conveniencia  de  su  perpetuación».  Según  esto,  la  con- 
dición de  los  indígenas  bajo  de  los  Jesuítas  fué  mejor  que  bajo  de  los 
primeros  conquistadores  y  mejor  también  que  con  el  sistema  de 
Bucareli,  el  cual  «es  un  retroceso».  Y  como  el  autor  asienta  en  sus 
obras,  siguiendo  á  Azara,  que  Irala,  director  de  los  primeros  con- 
quistadores, realizó  una  obra  maestra  en  sus  disposiciones  para  regir 
la  colonia,  resulta  que  el  régimen  de  los  Jesuítas  viene  á  quedar  por 
encima  de  lo  mejor  que  se  ha  ensayado  en  estas  regiones  antes  y 
después  de  ellos.  Cómo  se  compagine  esto  con  aquel  «elemento  de 
descomposición» ,  con  el  «barbarizar»  á  los  indios,  con  el  «explotar- 
les los  cuerpos,  las  conciencias  y  el  trabajo  de  comunidad»  y  tener 
los  «en  una  semibarbarie  con  todos  los  vicios  de  la  barbarie»  y 
finalmente  con  el  «no  ser  excelente»  el  régimen  jesuítico,  no  es 
cuestión  que  toque  resolver  al  autor  del  presente  libro,  sino  al  autor 
de  la  carta. 

Lo  que  sí  puede  decirse  que,  aunque  la  carta  data  de  5  de  Junio 
de  1892,  y  pOr  consiguiente,  como  posterior  á  las  ediciones  comple- 
tas de  la  Historia  de  Belgrano  de  1887,  y  de  la  de  San  Martín 
de  1890,  pudiera  tomarse  como  una  mudanza  de  parecer;  es  lo  más 
probable  que  el  juicio  de  la  carta  quede  escondido  en  el  desconoci- 
miento de  la  mayor  parte  de  los  lectores,  mientras  que  los  juicios 
arriba  examinados  corren  como  la  verdadera  opinión  del  autor,  que 
no  los  corrige  ni  muda  en  las  ediciones   posteriores.   Daño   es  este 


-425- 

para  él  mismo,  que  no  pone  sus  juicios  en  conformidad  con  la  verdad, 
ni  siquiera  en  conformidad  con  los  que  él  mismo  emite  en  cartas  des- 
tinadas á  la  publicidad. 


V 


249 


TRELLES 

No  era  posible  omitir  en  esta  serie  al  laborioso  director  del 
Archivo  Nacional,  que  tan  copiosamente  ha  ilustrado  la  historia  del 
país,  con  la  publicación  de  importantes  documentos. 

Don  Manuel  Ricardo  Trelles  dedicó  una  incansable  actividad  á 
dar  á  conocer  los  documentos  inéditos  que  se  encierran  en  el  Archivo 
y  en  los  manuscritos  de  la  Biblioteca  nacional  de  Buenos  Aires. 

Su  trabajo  en  esta  parte  es  digno  de  aplauso.  En  sus  cuatro  tomos 
de  Revista  del  Archivo,  en  los  otros  cuatro  de  Revista  de  la  Biblio- 
teca: en  los  cinco  de  Revista  patriótica  del  pasado  argentino,  en  los 
varios  del  Registro  estadístico,  ha  suministrado  abundantes  mate- 
riales para  hacer  conocer  auténticamente  los  tiempos  antiguos;  inci- 
tando con  su  ejemplo  á  otros  á  continuar  la  meritoria  tarea,  y  seguir 
dando  á  conocer  aquellas  fuentes,  que  distan  mucho  de  estar 
agotadas. 

Rara  vez  se  entretiene  en  disquisiciones  históricas;  pues  su  ordi- 
nario proceder  es  dar  una  breve  noticia  del  documento,  y  publicarlo 
en  seguida.  Y  quizá  habrá  pocos  que  hayan  conocido  más  de  tales 
documentos  viejos  que  él;  y  ciertamente  nadie  ha  publicado  tantos. 
Y  por  lo  mismo  que  toda  la  historia  antigua  de  estas  comarcas  se 
halla  entremezclada  con  la  de  las  Misiones,  es  incalculable  el  número 
de  documentos  que  sobre  Misiones  ha  conocido  y  publicado.  Por  eso 
mismo  es  más  de  extrañar  que  llegase  á  formar  juicios  tan  singula- 
res como  los  que  emite  acerca  de  las  Doctrinas. 

Sin  extenderse  en  ello  de  propósito,  Trelles  muestra  un  ánimo 
adverso  á  los  Jesuítas  y  á  los  indios  de  Misiones. 

Se  inclina  á  creer  que  obraron  mal  los  Padres  en  retirarse  del 
Guayrá. — Consta  que  su  retirada  fué  aprobada  por  la  Audiencia  de 
Charcas;  )'  sin  pedir  aprobación  á  nadie,  podían  y  debían  ejecutar 
aquella  fuga,  cuando  estaba  á  las  puertas  un  ejército  de  portugueses, 


-  4-Jo  - 

y  los  habitantes  de  Ciudad-Real  protestaban  que  no  les  podían 
defender. 

Dice  que  los  indios  guiados  por  los  Padres  emprendían  Malocas 
contra  los  mbohanes,  minuanes  y  charrúas. — Xo  hay  cosa  más  ajena 
de  la  verdad.  Maloca  es  en  sentido  propio  una  invasión  armada 
ofensiva  dirigida  á  hacer  cautivos;  v  consta  que  si  alguna  vez  fueron 
los  Guaraníes  de  Doctrinas  A  pelear  con  los  infieles  comarcanos,  fué 
siempre  en  defensa,  por  haber  éstos  invadido  los  caminos,  robando 
V  matando  como  bandoleros,  y  no  dejando  transitar  por  ellos;  }•  siem- 
pre con  encargo  de  los  Gobernadores.  Acusar  de  malocas  semejantes 
expediciones,  es  injuriar  gratuitamente  á  los  Padres  \'  a  los  indios. 

Otros  reparos  hace  á  veces  que  muestran  su  desfavorable  ánimo 
3'  concepto;  pero  hay  uno  en  particular  en  que  lo  dio  á  conocer  más 
de  propósito  que  nunca. 

Publicaba  Trelles  el  toni.  2.''  de  su  Rivistd  lii'  ¡a  Biblioteca. 
cuando  le  pareció  conveniente  intercalar  entre  los  documentos  el 
relato  de  una  de  las  expediciones  Guaraníes,  emprendidas  para  con- 
tener los  desmanes  de  los  indios  gentiles. 

El  relato  está  escrito  en  forma  de  novela,  refiriendo  los  diálogos, 
las  exclamaciones  de  los  personajes,  y  pintando,  como  se  suele  hacer 
en  semejantes  composiciones;  todo  lo  cual  no  dice  muy  bien  con  una 
publicación  dedicada  á  estampar  documentos.  Pero  Trelles  dice  que 
lo  escribió  para  un  álbum,  después  se  lo  reprodujeron  dos  perió- 
dicos; y  últimamente  lo  ha  insertado  en  la  Ríiistii,  prometiendo 
publicar  en  el  siguiente  tomo  los  documentos  de  donde  se  sacó  el 
relato,  del  cual  dice  «Xada  invcntiimos  ni  e.wigcrdiiios^. 

Explana  en  este  relato  la  acción  del  Yí  de  1702,  en  que  los  Gua- 
raníes de  Doctrinas,  que  por  orden  del  Gobernador  D.  Manuel  de 
Prado  Maldonado,  y  debajo  de  la  conducta  del  maestro  de  campo  Ale- 
jandro de  Aguirre,  habían  salido  contra  los  charrúas  coligados  de  los 
portugueses  de  Colonia,  los  acometieron  y  derrotaron  en  una  pelea 
de  cinco  días,  acabándolos  todos,  menos  la  multitud  de  mujeres  }' 
niños,  por  no  haber  querido  aquellos  salvajes  rendirse  en  modo  algu- 
no, sino  perecer  más  bien  todos;  lo  que  se  observó  también  en  otros 
combates  con  soldados  solamente  españoles.  De  esta  acción  se  tenía 
noticia  por  la  Cédula  de  1706,  en  que  se  refiere  el  hecho  como  consta 
de  autos  en  el  Consejo  de  Indias,  y  se  dan  por  él  las  gracias  á  los 
Guaraníes  por  su  valor,  disciplina  y  fidelidad  yl). 

Pero  el  Sr.  Trelles,  siguiendo  á  sus  innominados  guías,  lo  presenta 

l":    Véase  el  documento  en  Charlevoix,  Hist.  dii  Paraguay,  I\".  Apéndice. 


-427- 

todo  con  un  aspecto  contrario.  En  su  relato,  el  maestre  de  campo 
Aguirre  se  muestra  receloso  y  descontento.  Los  indios  Guaraníes 
son  cobardes.  A  los  charrúas  se  les  presenta  como  los  más  eficaces 
auxiliares  de  la  toma  de  la  Colonia  en  1680,  atribuyéndoles  justa- 
mente loque  hicieron  en  ella  los  Guaraníe.s  en  favor  de  los  dominios 
del  Rey  de  España;  la  única  diferencia  es  que  los  servicios  de  los 
Guaraníes  constan  de  documentos  de  testigos  aun  hoy  existentes  del 
Archivo  de  indias;  y  esas  repentinas  hazañas  de  los  charrúas  en 
aquella  guerra  no  han  salido  á  luz  hasta  doscientos  años  después,  y 
eso  en  forma  de  novela  y  sin  justificativo.  Entre  los  charrúas  aparece 
un  español  Monzón,  que  .se  dice  ser  emisario  del  Gobernador  á  los 
charrúas.  Píntanse  los  charrúas  como  vencedores  en  el  primer  com- 
bate, y  como  resistiendo  en  el  último  sin  que  se  le  vea  fácil  salida 
al  conflicto.  El  español  les  persuade  á  que  se  rindan  con  condición  de 
que  les  respeten  las  vidas,  y  cuando  se  han  rendido,  los  Guaraníes 
los  maniatan  y  los  degüellan  á  todos,  y  también  matan  al  español, 
Y  para  acentuar  más  el  contraste,  se  cuentan  los  unos  y  los  otros,  y 
resulta  que  los  Guaraníes  que  no  pudieron  rendir  á  los  charrúas, 
y  que  después  á  mansalva  los  degollaron,  eran  cuatro  mil;  3' los  cha- 
rrúas eran  doscientos. 

Trelles  no  publicó  los  documentos  prometidos;  y  es  lástima,  por- 
que de  haberlos  publicado,  habría  un  problema  de  crítica  histórica, 
y  una  comparación  entre  documentos  y  documentos,  testigos  y  tes- 
tigos; mientras  que  ahora  sólo  pueden  compararse  los  documentos 
que  apoyan  la  Cédula  de  1706  con  una  relación  novelesca. 

El  relato  histórico  de  la  batalla  del  Yí  puede  leerse  en  Bauza  'l¡. 
Las  circunstancias  de  Trelles  son  contradictorias  con  la  certificación 
de  Alejandro  de  Aguirre,  jefe  militar  de  aquel  cuerpo  de  tropas.  Los 
Guaraníes,  según  Aguirre,  eran  dos  mil  y  no  cuatro  mil  que  dice 
Trelles.  Los  charrúas  no  se  rindieron,  ni  de  por  sí,  ni  persuadidos, 
según  Trelles  asienta  por  base  de  su  relato.  «5e  hicieron  fuertes,  y 
pelearon  con  desesperación  por  espacio  de  cinco  días  hasta  perecer 
casi  todos  (i  la  fuerza  de  nuestras  bocas  de  fuego  y  demás  ar)nas», 
dice  textualmente  Alejandro  de  Aguirre.  Con  toda  la  mala  voluntad 
que  se  tenga  á  los  Guaraníes,  no  queda  aquí  resquicio  para  introdu- 
cir la  pretensa  degollación.  Los  Guaraníes  se  portaron  con  gran 
valor.  «£■«  dicha  batalla  pelearon  nuestros  indios  con  gran  valor  y 
bizarría;.,  peleando  con  igual  valor  que  riesgo;.,  entraron  con  biza- 
rría d  buscar  y  pelear  con  el  enemigo  todos  los  dichos  cinco  días 

i\¡     Dominación  española,  lib.  V.  pág.  41.5.  ed.  1S95. 


-  428  - 

hasta  acabarlo,  como  de  JiecJio  lo  acabaron  y  coiisiiiiiieron^  por  el 
singular  valor  con  (¡ite  en  esta  batalla  se  ha?!  mostrado. y>  Estos 
testimonios  del  jefe  que  dirigió  la  batalla  parece  que  deben^prevale- 
cer  sobre  todas  las  denigrativas  censuras  de  cobardía,  que  abundan- 
temente distribuye  el  Sr.  Trelles  en  su  artículo  á  los  Guaraníes; 
y  más  si  se  reflexiona  que  los  charrúas  eran  no  doscientos  contra  mil. 
sino  setecientos  contra  dos  mil  como  con  los  documentos  demuestra 
Bauza.  Quien  además  explica  el  misterio  de  aquel  español  Monzón 
que  murió  entre  los  charrúas,  3'  al  que  Trelles  representa  como 
enviado  del  Gobernador  de  Buenos  Aires:  <i-Los  iiidlgenas  perdieron 
300  hombres  muertos;  y  entre  ellos  un  tal  Monzón,  español,  que 
combatía  en  sus  Jilas.  y>  No  había  porqué  hacer  tan  interesante  como 
lo  quiere  presentar  la  novela,  á  un  español  desertor  que  iba  á  hacer 
armas  en  lavor  de  los  bandoleros  bárbaros  que  infestaban  los  cami- 
nos y  eran  aliados  de  los  poitugueses,  para  combatir  contra  España, 
patria  del  fugitivo. 

Por  de  contado,  que  no  subsisten  las  otras  insinuaciones  contra 
los  Jesuítas,  de  que  ellos  retardaron  intencionalmente  las  operaciones 
del  maestre  de  campo  Aguirre;  ó  de  que  inspiraban  á  los  Guaraníes 
odio  á  los  charrúas.  No  tienen  más  fundamento  que  los  antiguos 
asertos  del  odio  á  todos  los  blancos.  Los  Jesuítas  inspiraban  á  los 
indios  de  Doctrinas  la  verdadera  caridad  que  nos  enseñó  Jesucristo, 
de  socorrer  al  prójimo,  principalmente  procurando  su  conversión  y 
favoreciéndole  luego  en  lo  temporal;  y  así  los  llevaban  consigo  como 
útiles  auxiliare?  en  sus  excursiones  á  convertir  los  infieles.  Lo  cual 
no  quita  que  les  enseñasen  también  su  obligación,  de  portarse  con 
valor  cuando  hubieran  de  combatir  á  los  enemigos,,  contra  quienes 
los  enviaban  las  autoridades. 

Bastará  lo  dicho,  para  que  se  vea  cuan  sin  razón  se  pretendió 
manchar  la  memoria  de  los  fieles  y  valientes  Guaraníes,  en  una  acción 
por  la  cual  el  Rey,  bien  informado  con  los  documentos  de  testigos  3' 
las  certificaciones  de  los  cabos  y  el  Gobernador,  los  juzgó  dignos  de 
que  en  su  nombre  se  les  diesen  las  gracias,  como  se  ve  de  la  Cédula 
expresamente  dirigida  á  este  fin,  que  se  ha  citado. 

Gran  auxiliar  de  la  historia  argentina  fué  el  Sr.  Trelles;  pero  lo 
fué  cuando  se  ajustó  á  la  verdad  y  publicó  los  innumerables  documen- 
tos que  su  diligencia  sacó  del  olvido  3'  libró  de  la  destrucción;  3'  no 
cuando,  siguiendo  preocupaciones  propias  ó  ajenas,  abandonó  el 
campo  de  la  historia,  para  desfigurar  la  verdad  con  narraciones  nove- 
lescas 3'  fabulosas. 


-  42C) 


VT 

LAMAS  250 

El  escritor  urugua3'o  D.  Andrés  Lamas,  aficionadísimo  como  el 
que  más  á  las  antigüedades  históricas  del  Plata,  ha  dejado  consig" 
nado  también  su  sentir  acerca  de  las  Misiones  Guaraníes.  De  ellas 
ha  tratado  en  su  Introducción  á  la  Historia  de  la  Conquista  del 
Paraguay  del  P.  Guevara. 

Con  no  ser  su  dictamen  favorable  al  régimen  de  los  Jesuítas, 
según  luego  se  verá,  tiene  conceptos  de  mucha  alabanza  y  estima, 
nacidos  de  su  juicio  práctico  recto,  que  le  había  dado  la  mucha  expe- 
riencia. «£"/  rol  de  la  Compañía  de  Jesús  en  la  conquista  de  estos 
países  es  altísimo;  porque  ella  representa  en  nuestra  historia  uno 
de  los  dos  sistemas  ensayados  para  someter  y  civilizar  á  los  indí- 
genas: y  esto^  que  era  entonces  una  cuestión  primordial,  es  todavía 

hoy  lina  cuestión  de  primer  orden » 

<íEn  la  historia  de  la  conquista,  nada  hay  más  helio,  más  impo- 
nente, ni  más  edificante ,  que  las  imágenes  de  ¡os  Jesuítas  que,  apo- 
yados en  un  bastón  coronado  por  la  crus^  con  el  breviario  debajo  del 
braso^  y  sin  nuis  propósito  que  el  de  atraer  los  salvajes  al  gremio 
de  su  Iglesia,  penetraban  resueltamente  los  misterios  de  una  natu- 
raleza agreste  y  desconocida,  sin  que  los  detuvieran  los  bosques 
casi  impenetrables,  los  torrentes  casi  invadeables,  los  peñascos  altí- 
simos, las  tierras  bajas  y  cenagosas  que  se  hundían  debajo  de  sus 
pies:  arrostrando  todas  las  fatigas  y  todas  las  inclemencias:  entre- 
gando su  vida  á  las  fieras  como  iban  á  entregarla  á  los  salvajes:  no 
retrocediendo  ante  el  martirio,  y  aceptándolo  tranquiUunente  en  el 
servicio  y  para  gloria  de  su  religión.-» 

«  Y  nada  más  respetable  tampoco  que  la  conducta  personal  de  los 
Jesuítas  en  contacto  con  las  costumbres  depravadas  de  los  conquis- 
tadores. Ninguna  liviandad ,  ninguna  lujuria  los  manchó: y  la  casta 
severidad  de  su  vida  fué  una  de  las  bases  más  visibles  de  la  auto- 
ridad que  ejercieron  sobre  los  neófitos  de  sus  Reducciones.» 

«A^o  abonamos  sus  propósitos  mundanos  en  el  pasado,  ni  nos  con- 
tamos entre  sus  partidarios  en  el  presente;  pero,  cuando  los  encon- 
tramos en  la  historia  aniericana,   nos  inclinamos  reverentemente 


-430- 

ante  ellos,  como  ante  los  más  verdaderos  y  más  animosos  apóstoles 
de  la  civilización  en  la  época  de  la  conquista.-» 

(íEllos  demostraron  lo  que  ya  habían  sabido  los  griegos  y  los 
romanos,  que  es  la  religión,  y  no  la  fuerza  ni  las  abstracciones  de 
la  razón  liiimaiui,  el  poder  elemental  que,  obramio  sobre  el  hombre 
inculto,  lo  atrae,  lo  amansa,  lo  mejora,  lo  civiliza.-» 

«i Las  Misiones  del  Paraná  y  del  Uruguay  lo  comprueban.  Lo 
que  no  pudo  /lacer  la  espada  del  soldado,  lo  hizo  la  cruz  del  Je- 
suíta.» 

Supone  que  al  principio  las  posesiones  eran  comunes,  y  después 
se  dio  á  cada  uno  su  chacra  que  cultivar;  que  es  uno  de  los  tantos 
asertos  erróneos  de  Azara. 

«El  poder  efectivo  estaba  en  los  Padres  de  la  Compañía:  y  no 
podía  estar  en  otra  parte,  por  un  tiempo  más  ó  mergos  largo.» 

«Los  salvajes  en  el  estado  de  la  naturaleza^  son  niños  con  el 
crecimiento  físico  y  la  fuerza  de  hombres.  Puer  robustus,  según  la 
expresión  de  Hobbes.» 

«Como  d  un  niño  no  puede  confiársele  sensatamente  el  gobierno 
de  si  mismo,  tampoco  podían  dárselo  á  los  Guaranís  en  el  estado 
en  que  los  tomaron  los  Jesuítas.» 

«El  Rey,  ó  sus  delegados  en  estos  países  tuvieron  que  recurrir 
á  los  Jesuítas  para  realizar  con  su  cooperación  obras  públicas  impor- 
tantes, para  combatir  al  extranjero  ó  para  reprinür  sediciones, 
imponiendo  por  la  fuerza  el  respeto  de  la  autoridad  real.» 

«Encontramos  á  las  milicias  Guaranís  encaminándose  á  Casti- 
llos.^ para  hacer  reembarcar  á  los  franceses  que  habían  aportado  á 
aquella  ensenada:  al  puerto  de  Montevideo,  para  expulsar  á  los  por- 
tugueses que  allí  principiaban  á  establecerse:  á  la  Colonia  del  Sacra 
mentó.,  cuyas  fortificaciones  salpicaron  con  su  sangre:  d  Villa  rica, 
para  castigar  á  los  portugueses  que  la  saquearon;  d  la  Asunción  y 
1  otros  puntos,  para  restablecer  ó  mantener  el  pendón  real.» 

«  Vemos  á  los  Guaranís  trabajando  en  los  edificios  públicos  de 
la  Asunción,  de  Corrientes  y  de  Santa  Fe:  levantando  los  muros  de 
la  fortaleza  principal  de  Buenos  Aires  y  los  fortines  del  Riachuelo 
y  de  Lujan:  rodeando  de  murallas  y  de  fuertes  el  recinto  de  la 
ciudad  de  Montevideo,  en  cuya  fundación  fueron  tan  i'ttiles:  y  con- 
curriendo d  la  edificación  de  templos  en  las  principales  ciudades  del 
litoral  y  en  alguna  del  interior,  como  Córdoba.-» 

Habla  de  la  necesidad  de  estudiar  las  crónicas  de  las  Ordenes  reli- 
giosas para  conocer  la  historia  del  Río  de  la  Plata,  y  concluj^e: 

«Además  de  esto,  que  es  genérico,  en  las  crónicas  de  los  Jesui- 


-431- 

tas  está,  y  palpitdiite  todavía,  la  lucha  que  sostuvieron  para  redi- 
mir á  los  indígenas  de  la  esclavitud  á  que  los  reducían  los  con- 
quistadores y  los  encomenderos. y> 

<aPor  cálculo  de  ambición,  como  dicen  sus  enemigos,  ó  sabe  Dios 
por  qué,  el  hecho  es  que  ellos  sostuvieron  el  derecho  humano,  y  que 
más  consecuentes  que  el  célebre  Obispo  de  Chiapa,  Fr.  Bartolomé 
de  las  Casas,  lo  sostuvieron  en  absoluto. r> 

Al  llegar  á  juzgar  el  régimen  establecido  en  las  Misiones,  afirma 
que  fué  muy  bueno  el  establecido,  mientras  se  trató  de  catequizar  á 
los  indios;  pero  que  una  vez  catequizados,  ya  no  fué  apto  aquél  régi- 
men: que  debieron  los  Jesuítas  introducir  autoridades  civiles  entre 
los  indios:  porque  es  imposible  que  en  unas  mismas  manos  esté  el 
poder  espiritual  y  el  civil. 

<.'~Esta  reglamentación  debió  ir  relajándose  y  desapareciendo, 
á  medida  que  la  razón  se  despertaba,  y  que  los  hábitos  se  for- 
maban. 

»S/  así  no  se  hiciese,  [sic,  por  se  hubiera  hecho]  contrariaría  el 
fin  que  la  explicaba  y  sustituiría  la  inmovilidad  al  progreso,  y  ha- 
ría meramente  automático  lo  que  debÍR  llegar  á  ser  libre  y  cons- 
ciente. 

»E7i  este  punto,  los  Jesuítas  desconocieron  de  hecho  en  el  régi- 
men de  sus  Misiones  la  ley  humana,  que  es  ley  de  desarrollo  y  de 
perfeccionamiento:  y  habiendo  creado  un  organismo  social,  lo  atro- 
fiaron por  la  inmutabilidad  de  las  condiciones  primitivas  en  que  lo 
niantuvierott.^ 

Este  es  el  juicio  definitivo  del  Sr.  Lamas. 

Reconoce  la  buena  voluntad  de  los  Jesuítas;  pero  les  achaca  el  no 
haber  conocido  cuál  era  el  proceder  conveniente. 

Al  cargo  formulado  aquí  por  Lamas  de  no  haberse  separado  los 
Padres  del  gobierno  temporal  de  los  Guaraníes,  da  don  Vicente 
Fidel  López  una  respuesta  especial,  que  se  verá  más  tarde.  Pero 
para  pesar  cuánto  valor  tenga  este  cargo,  es  preciso  saber  aquí  dos 
cosas.  La  primera,  si  acaso  podían  los  Jesuítas  introducir  esa  modi- 
ficación que  parece  esencial  al  Sr.  Lamas.  El  responde  que  sí;  por- 
que piensa  que  «los  Jesuítas  crearon  un  Estado  dentro  del  Estado^: 
eran  omnipotentes  é  independientes.  Pero  esto  es  una  ilusión.  Los 
Jesuítas  estaban  dependientes  de  las  decisiones  del  Soberano.  La 
cuestión  de  introducir  ó  no  autoridades  civiles;  esto  es,  seglares 
españoles,  se  había  promovido  varias  veces  durante  el  tiempo  de  las 
Misiones:  y  la  última  vez  se  suscitó  en  1743,  pocos  años  antes  de  la 
expulsión.   La  resolución  del  Rey,  miradas  todas  las  razones,  fué 


-432 

siempre    negativa.     Liicgo   el    introducirlas,    era     imposible   A   los 
Jesuítas. 

Pero,  aunque  hubiera  sido  posible,  falta  saber  si  era  conveniente 
hacerlo,  en  el  estado  en  que  se  hallaban  los  indios.  Los  Jesuítas  cre- 
yeron que  no.  Los  indios  no  habían  adelantado  en  cuanto  al  gobierno 
de  sí  propios:  en  el  trato  con  las  autoridades  que  se  introdujesen 
habían  de  ser  fácilmente  oprimidos:  como  en  el  comercio  con  los  que 
indistintamente  entrasen  en  Misiones  habían  de  ser  engañados:  y 
eso  dado  el  caso  que  los  indios,  alborotados  como  en  otras  ocasiones 
por  los  excesos  que  se  presumían,  no  se  rebelasen  ó  se  huyesen  á  los 
montes:  cuidado  que  siempre  preocupó  á  los  Padres.  La  experiencia 
de  lo  sucedido  con  la  mudanza  que  introdujo  Bucareli,  vino  á  darles 
la  razón.  La  afirmación  de  que  el  gobierno  de  sacerdotes  es  impo- 
sible que  sea  gobierno  civil,  es  inexacta,  pues  se  ha  verificado  lo 
contrario  en  la  historia  en  el  gobierno  de  los  Papas  y  de  tantos  prín- 
cipes eclesiásticos:  Cisneros  y  Richelieu  bastarían  para  hacer  ver 
cuan  grande  es  este  error.  Pero  además,  tal  aserto  no  hace  al  caso: 
pues  los  Jesuítas  no  ejercían  la  potestad  ó  jurisdicción  civil  entre 
los  Guaraníes,  sino  que  eran  meros  directores  ó  consejeros  de 
ellos. 

Decir  que  los  Jesuítas  mantuvieron  en  inmovilidad  el  régimen  de 
los  Guaraníes,  es  inexacto:  pues  lo  modificaron  cuantas  veces  les 
pareció  requerirlo  la  índole  de  las  circunstancias:  y  estaban  dispues- 
tos á  modificarlo  siempre  que  se  lo  ordenase  quien  podía.  Ni  es  más 
acertado  suponer  que  atrofiaron  la  sociedad  de  los  Guaraníes.  Una 
sociedad  atrofiada,  que  vale  tanto  como  herida  de  muerte  por  falta 
del  conveniente  sustento,  ó  paralizada  por  falta  de  nutrición,  no  da 
las  muestras  de  vida  que  siempre  dieron  los  Guaraníes  mientras 
estuvieron  bajo  de  la  dirección  de  los  Jesuítas:  y  continuaron  dando, 
con  más  intensidad  en  su  línea  que  los  pueblos  no  jesuíticos  coloca- 
dos en  circunstancias  semejantes,  á  pesar  de  habérseles  separado  sus 
directores,  y  habérseles  introducido  un  régimen  contrario  á  su 
naturaleza. 

Así,  la  censura  del  Sr.  Lamas  se  desvanece,  porque  supone  que 
los  Guaraníes  en  estando  catequizados,  ya  estaban  maduros  para  las 
mismas  prácticas  que  los  pueblos  europeos:  y  que  es  esencialmente 
imposible  el  gobierno  civil  por  medio  de  sacerdotes:  cosas  entram- 
bas equivocadas. 


433 


VII 


D.  VICENTE  FIDEL  LÓPEZ 

Trata  expresamente  del  régimen  de  las  Doctrinas  en  su  «Manual 
de  la  historia  argentina»  lección  XX  (pág.  156,  ed.  1896). 

No  son  pocas  las  inexactitudes  que  contiene  su  exposición;  pero 
importa  en  especial  hacer  notar  una  que  sobresale  notablemente 
entre  las  demás.  Hablando  del  régimen  y  Gobierno  interno. 
asienta  que  «Cada  Misión  estaba  al  cuidado  de  cuatro  Padres:  el 
RECTOR  era  el  gobernador:  el  doctrinero,  que  era,  diremos  así ,  el 
cura  y  maestro  de  escuela,  que  enseñaba  también  la  parte  de  artes 
y  oficios  mecánicos:  el  despensero  6  ecónomo,  encardado  de  tomar 
cuenta  de  las  cosechas,  de  distribuir  los  mantenimientos  y  las 
ropas,  de  recoger  los  tejidos  y  obras  de  las  mujeres,  distribuyendo 
todo  por  igual,  y  mandando  lo  restante  á  la  capital  misionera, 
donde  se  acumulaba  y  se  extraía  al  exterior  para  hacer  dinero:  y 
un  coadyutor  para  todo  aquello  en  que  lo  emplease  el  Rector,  y 
dedicado  especialmente  á  aprender  con  perfección  las  lenguas  de 
todos  los  indígenas  del  territorio.  Por  lo  general  este  sacerdote...-» 

No  es  posible  saber  de  d(')nde  ha  sacado  el  Dr.  López  noticias  tan 
peregrinas.  No  hay  ni  una  que  sea  exacta.  Particularmente  es  pura 
invención  el  número  de  los  cuatro  sacerdotes  y  los  cargos  que  les 
atribuye.  Allí  no  había  sino  lo  que  se  ha  explicado  en  el  §  95  ^El 
Cura  y  el  Compañeroy> .  Ni  los  nombres  de  rector,  despensero  y 
COADYUTOR,  sonaron  jamás  en  Doctrinas  designando  á  los  Padres: 
dado  que  el  de  doctrinero  era  lo  mismo  que  cura,  y  se  empleaba 
para  designar  al  superior  de  cada  pueblo  en  lo  espiritual  y  tempo- 
ral. Muy  contentos  hubieran  estado  los  Padres  con  tener  suficientes 
sujetos  para  poner  cuatro  en  cada  Doctrina,  pero  el  caso  es  que  no 
los  tuvieron  nunca. 

El  Dr.  López  al  fin  de  esta  lección  desestima  á  los  Jesuítas  en 
general  como  una  institución  anticuada  y  sin  vigor,  inepta  para  los 
tiempos  presentes,  como  no  sea  para  enseñar  lenguas  clásicas.  No 
obstante  este  juicio,  que  no  peca  de  lisonjero,  los  defiende  en  cuanto 
al  gobierno  de  las  Reducciones  hasta  cierto  punto,  de  la  manera 
siguiente:   «5^  nos  dirá  contra  este  sistema,   que  el  periodo  de  la 

28    Organización  social  df  las  doctrinas  guaraníes  —tomo  ii. 


251 


-434- 

niñes  termina  con  la  emancipación  de  la  juventud  y  con  las  liber- 
tades individuales  de  la  virilidad:  mientras  que  el  sistema  de  los 
PP .  Jesuítas  era  vitalicio  y  fundado  en  la  niñes  perpetua  del  indio 
misionero.  No  hay  duda.  Pero  como  las  cosas  no  deben  sacarse  de 
su  tiempo  y  de  sus  fines ^  es  menester  tener  presente  que  cuando  los 
niños  dejan  de  ser  niños,  cuentan  con  familias  libres,  y  con  un 
orden  social  que  los  recibe  y  los  proteje.  Mientras  que  los  indios  en 
aquellas  circunstancias  no  contaban  con  nada  parecido  en  la  vida 
civil.  De  manera  que  si  salían  de  las  manos  de  los  Jesuítas,  caían 
irremisiblemente  en  el  dominio  atroz  de  los  encomenderos,  y,  que 
daban  expuestos,  no  sólo  á  ser  presas  de  líts  correrías,  sino  á  morir, 
no  ya  como  niños,  caritativamente  tratados  y  felices  en  su  misnia 
inocencia,  sino  bajo  las  tarcas  abrumadoras  de  las  bestias  sin  valor. 
De  ahí  la  permanencia  en  el  régimen  de  las  elisiones  como  alum- 
nos protegidos  por  la  vida  común.  Se  ha  dicho  que  el  sistcnux  de  los 
Jesuítas  era  nada  más  que  el  comunismo  de  los  niveladores 
modernos,  sansimonianos,  furieristas,  socialistas.  Nada  menos 
cierto:  base  de  estos  sistemas  es  la  renuncia  forzosa  del  hombre 
libre  á  no  tener  nada  que  no  sea  común  con  los  demás.  El  sis- 
tema de  los  Jesuítas  reposaba  sobre  la  protección  de  los  derechos 
individuales  de  los  indios  y  de  sus  Jamilias,  garantidos  por  el  régi- 
men sacerdotal  y  por  la  agrupación  doméstica  de  los  protegidos,  sin 
atacar  la  propiedad  del  común.» 

Después  de  esta  defensa,  viene  su  propio  juicio  sobre  el  régimen. 
Piensa  el  Sr.  López  que  el  civilizar  y  moralizar  al  indio  es  sencilla- 
mente problema  imposible:  y  que  los  Jesuítas  ensayaron  para  vencer 
esta  imposibilidad  un  medio  que  merece  grandes  elogios  por  razón 
de  ser  lo  mejor  en  las  circunstancias  en  que  se  encontraban;  pero  que 
en  sí  es  vicioso:  porque  era  incapaz  de  admitir  la  idea  del  progreso 
y  de  la  emancipación  del  hombre  libre  después  de  educado. — Si  no 
tiene  más  inconveniente  que  ése,  claro  es  que  ése  no  subsiste,  3'  que 
el  indio,  con  tal  que  mejorase  de  capacidad  y  deseo  de  trabajar, 
tenía  con  el  régimen  de  los  Jesuítas  camino  abierto  para  vivir  como 
hombie  ya  educado  y  emancipado.  Esto  queda  demostrado  al  tratar 
de  la  propiedad  en  Misiones. — La  imposibilidad  afirmada  por  el  señor 
López,  si  la  ha}',  se  habrá  de  refundir  no  en  el  régimen  de  los  Jesuítas, 
ni  en  la  legislación  española,  sino  en  el  defecto  irremediable,  si  lo 
es,  de  la  incapacidad  del  indio  para  elevarse  á  ser  más  que  un  niño 
con  desarrollo  físico  de  un  hombre. 

He  aquí  los  términos  de  la  crítica  del  autor.  «La  verdad  es  que 
no  se  ha  descubierto  ni  se  conoce   medio  alguno  de  asimilar  á  los 


-  435  - 

salvajes  con  la  moral  y  con  las  tareas  de  la  vida  civilisada.  Los 
pueblos  civilÍBados  no  conocen  ni  emplean  otro  que  la  sumisión 
legal  ó  el  exterminio  por  la  fuerza.  Los  Jesuítas  ensayaron  el  de  la 

SUMISIÓN  POR  LA  ENSEÑANZA   V  EL  TRABAJO  COMÚN.  En  SU    ticUlpO  CSO 

fué  admirable;  pero  no  hay  dnda  de  que  era  vicioso,  porque  era 
ESTACIONARIO.  La  idea  del  progreso  y  de  la  emancipación  del 
hombre  libre  después  de  educado,  no  podía  entrar  en  el  sistema,  por 
el  vicio  fundamental  del  orden  civil  y  económico  que  los  Padres 
Jesuítas  encontraron  planteado  en  España.  Era  aquella,  en  suma, 
la  misma  cuestión  de  la  esclavatura  de  los  Jtegros.  Sin  ella  perecían 
las  labores  agrícolas;  con  ella  prevalecía  la  gangrenay  el  retroceso 
moral  de  los  pueblos  cristianos.  Los  Jesuítas  curaron  el  mal  pre- 
sente en  la  medida  desús  medios. ^> 

Preciso  será  añadir  también  que  si  lo  que  llama  el  autor  civili- 
zación no  fuera  en  realidad  asequible  nunca  para  los  indios,  no  por 
eso  dejarían  los  Jesuítas,  ni  puede  dejar  ninguna  nación  cristiana, 
de  trabajar  para  que  el  indio  consiguiese  lo  que  es  cierto  que  puede 
conseguir,  el  conocimiento  y  la  práctica  de  sus  obligaciones  mora- 
les y  la  religión  que  ha  de  salvar  su  alma. 


VIII 


BAUZA  252 

Uno  de  los  más  recientes  escritores  que  ha  tratado  expresamente 
de  las  Doctrinas  como  historiador  en  estas  regiones  es  el  oriental 
D.  Francisco  Bauza,  quien  ha  dedicado  un  libro  entero  de  su  impor- 
tante obra  sobre  la  Dominación  española  en  el  Uruguay  al  estudio 
del  régimen  de  los  Jesuítas  (1). 

Hace  Bauza  una  exposición  del  principio  de  las  Redvicciones  }'  de 
su  régimen:  en  la  cual  no  deja  de  haber  inexactitudes  que  reparar, 
fiándose  el  autor  á  veces  del  mismo  Azara,  á  quien  tan  bien  calificó 
en  su  Introducción,  y  que  es  el  peor  de  los  guías  en  materia  de 
hechos.  Entre  otras  cosas  es  reparable  el  poner  casas  que  son  cua- 
dras enteras,  cuando  consta  que  desde  los  primeros  tiempos  hubo 
una  casa  pequeña  para  cada  familia.  Iglesias  <.<de  construcción  irre- 
gular y  materiales  débiles-a  siendo  así  que  precisamente  las  iglesias 

(1)     Tomo  L  lib.  II. 


-436  - 

del  Uruguay  fueron  de  muy  buena  arquitectura  y  de  piedra  de 
sillería.  Representa  como  muy  difícil  y  trabajosa  la  confesión  de  los 
Guaraníes:  en  lo  cual  parece  se  fió  de  los  cuentecillos  de  Doblas:  y 
sabemos  por  el  P.  Cardiel  (1)  que  sucedía  todo  lo  contrario.  La  idea 
de  imponer  la  carencia  de  calzado  y  la  de  que  se  deprimiese  á  los 
caciques  (cuando  por  el  contrario,  se  procuraba  mantenerlos  en  el 
respeto  que  correspondía  á  su  estado  y  eran  los  primeros  á  quienes 
se  enseñaba  A  leer  3'  escribir),  proceden  de  Bucareli  y  de  Doblas.  La 
de  que  los  Jesuítas  fundasen  pueblos  conjuntamente  con  los  francis- 
canos ó  recibiesen  algún  pueblo  de  los  fundados  por  ellos,  es  simple- 
mente inexacta:  3^  no  se  puede  aducir  prueba  seria  alguna  que  la 
justifique.  Todo  esto  manifiesta  que  aun  el  historiador  diligente  3' 
asiduo  en  compulsar  las  fuentes  de  información,  puede  incurrir  en 
errores,  que  sólo  el  tiempo  3^  el  concurso  de  muchos  alcanzan  á  disi- 
par:3'  que  Bauza  hubiera  rectificado,  á  tener  ocasión  de  publicar 
nuevamente  su  libro. 

Al  llegar  al  juicio  que  le  merece  el  sistema  de  las  Reducciones, 
habla  de  los  Jesuítas  que  rigieron  las  Doctrinas  en  estos  términos: 
«Apesar  de  los  bienes  que  ¡labiaii  Jiecho  y  siguieron  liaciendo, 
todavía  no  han  encontrado  la  justificación  que  merecen.  La  His- 
toria debe,  por  lo  tanto,  preparar  el  fallo  de  la  posteridad  con  su 
juicio  desinteresado  y  circunspecto^  (2). 

Llama  á  las  Doctrinas  «aquella  sólida  armazón  que  con  el  nom- 
bre de  Misiones  Jesuíticas  resistió  los  ataques  del  extranjero  y 
salvó  incólume,  durante  casi  dos  centurias ,  nuestro  legitimo 
dominio  sobre  las  tierras  poseídas^  (3). 

«Las  Misiones  jesuíticas»,  continúa,  «per  los  intereses  que  crea- 
ron y  las  simpatías  que  supieron  inspirar,  han  sido  violejitamente 
atacadas  y  lo  son  aún;  pero  si  las  faltas  de  que  adoleció  su  organi- 
zación justijican  la  critica,  en  los  resultados  que  se  obtuvieron  hay 
ancha  base  para  una  discidpa.  Comparados  los  medios  de  exter- 
minio que  los  conquistadores  emplearon  para  sujetar  á  los  natu- 
rales de  estos  países,  con  las  medidas  de  piadoso  celo  dictadas  por 
los  Jesuítas  para  convertirles,  no  hay  vacilación  respecto  al  juicio 
resultante  de  ese  paralelo.  Entre  los  que  matan  y  los  que  defienden 
la  vida  de  las  víctinms:  entre  los  que  exterminan  una  rasa  y  los 
que  tratan  de  conservarla,  la  religión,  la  filosofía  y  la  historia  se 
decidirán  por  los  i'iltimos»  (4). 

(1)  Breve  reí.  c.  VIL  n.  24. 

(2)  Hist.  de  la  dominación  española  en  el  Uruguay,  t.  I.  Pág.  382. 
(.3)    Pág.  348. 

(4)     r-Ág.  382. 


-  437  - 

«Tratábase  de  conquistar  para  la  causa  de  la  civilización  gran- 
des porciones  territoriales  pobladas  de  tribus  salvajes,  y  cada  uno 
empleó  el  medio  que  le  dictó  su  talento  y  su  conciencia.  Los  hom- 
bres de  gobierno,  d  imitación  de  lo  practicado  en  Portugal,  propu- 
sieron poblar  el  Río  de  la  Plata  con  presidarios  para  fomentar  el 
idioma  y  la  rasa  (2).  Los  conquistadores  militares  creyeron  que  los 
indios  eran  bestias  de  carga,  y  les  impusieron  la  organización  de 
las  encomiendas,  el  vejamen  de  las  malocas,  v  el  tributo  de  la 
MITA.  Los  misioneros  franciscanos  entendieron  que  se  podía  tran- 
sar con  las  preocupaciones  de  la  época,  fusionando  la  piedad  con  la 
codicia,  y  admitieron  en  sus  reducciones  las  encomiciídas.  Los 
Jesuítas,  por  caridad  y  por  instinto  político  protestaron  contra  todo 
esto,  y  no  admitieron  entre  sus  indios  ni  presidiarios,  ni  mitas,  ni 
encomiendas,  ni  malocas. t> 

Deshace  luego  el  prejuicio  de  que  los  Jesuítas  prolongasen  la 
infancia  de  los  Guaraníes  ó  los  apartaran  del  contacto  de  la  civili- 
zación por  dominarlos.  «Esta  objeción»,  escribe,  «se  destruye  por  sí 
misma,  en  presencia  de  los  hechos  visibles,  Los  Jesuítas  introdu- 
jeron en  sus  Reducciones  los  elementos  más  avanzados  de  la  civili- 
zación. Todos  los  oficios  mecánicos,  todas  las  artes  útiles  fueron 
enseñadas  á  los  indígenas.  La  imprenta  vulgarizó  entre  ellos,  á  par 
de  su  propia  lengua,  estudiada  y  reducida  á  principios  científicos, 
las  maravillas  de  la  religión  y  las  concepciones  del  arte.  No  se  trata 
de  esta  manera  á  los  pueblos  que  se  quiere  esclavizar.»  Y  en  seguida 
explica  como  el  aislamiento  de  las  Doctrinas,  en  la  parte  que  es 
exacto  y  no  fabuloso,  tuvo  por  fin  la  guarda  de  las  costumbres. 

Rechaza  la  idea  de  que  las  Reducciones  se  modelasen  en  el  modo 
de  gobierno  de  los  antiguos  incas,  y  atribuye  por  su  parte  el  régimen 
á  una  imitación  del  modo  de  vivir  de  los  primeros  cristianos. — En  su 
lugar,  al  tratar  de  los  orígenes  de  las  Doctrinas,  va  dicho  breve- 
mente lo  que  parece  se  ha  de  juzgar  de  estas  derivaciones. 

IX 

OBSERVACIONES  SOBRE  LOS  ESCRITORES  253 

DEL  RÍO  DE  LA  PLATA 

Es  á  primera  vista  muy  extraña  la  tendencia  que  se  observa  en 
no  pocos  escritores  del  Río  de  la  Plata  á  juzgar  desfavorablemente 

(2)     Arch.  de  Indias,  tom.  XIX. 


-438- 

la  obra  de  los  Jesuítas,  en  las  Misiones  de  los  Guaraníes.  Si  se  excep- 
túan el  Deán  Funes  y  Domínguez  entre  los  argentinos,  y  también 
los  orientales  Lamas  y  Bauza,  los  demás  tienen  el  régimen  de  Doc 
trinas  por  desacertado;  y  algunos  no  ocultan  su  aversión  contra  los  sa- 
cerdotes que  lo  aplicaron,  ni  escasean  los  dicterios  contra  el  sistema. 
El  que  más,  se  contenta  con  excusarlo  por  virtud  de  las  circunstan- 
cias; pero  declarándolo  al  mismo  tiempo  herido  de  vicio  insanable  de 
incapacidad  de  progresar,  como  lo  hace  D.  Vicente  Fidel  López. 

Estudiando  cuál  pueda  ser  la  causa  de  este  fenómeno,  se  viene 
luego  en  conocimiento  de  que  todos  esos  autores  estaban  imbuidos 
de  las  erróneas  ideas  del  liberalismo  que  han  imperado  en  el 
siglo  XIX,  las  cuales  jamás  se  han  visto  sin  que  las  acompañe  la  ten- 
dencia contra  la  Iglesia  y  la  religión  católica,  de  cuya  doctrina  son 
violación,  y  á  la  cual,  como  á  segura  maestra  que  descubre  sus  erro- 
res 3^  da  firmeza  á  las  verdades  contrarias,  hacen  la  guerra  en  una 
ú  otra  forma.  Con  tal  disposición  de  ánimo,  no  era  posible  que  deja- 
sen de  tener  tema  contra  la  Compañía  de  Jesús:  y  la  volun- 
tad mal  afecta  ha  llevado  tras  sí  el  entendimiento  en  sus  juicios,  de 
forma  que,  siendo  por  su  posición  geográfica  é  histórica  los  que  más 
facilidad  han  tenido  de  estudiar  la  verdad  de  los  hechos,  y  conocer 
en  sus  fuentes  los  documentos,  son  los  que  más  han  errado  en  sus 
juicios  acerca  del  régimen  de  las  Misiones. 

Los  que  han  figurado  como  escritores  importantes  en  la  Repú- 
blica Argentina,  habían  bebido  las  Doctrinas  del  conocido  Dogma 
Socialista  de  Mayo,  obra  de  un  entendimiento  como  el  de  Echeve- 
rría, cuyas  ideas  estaban  fundamentalmente  trastornadas:  5^  que  pre- 
conizaba la  religión  cristiana,  pero  la  explicaba  en  el  artículo  IV 
como  religión  herética,  estampando  la  herejía  de  que  la  libertad  de 
dar  á  Dios  el  culto  que  cada  uno  quiera  es  un  derecho  del  individuo; 
herejía  que  ha  anatematizado  llamándola  «delirio»  el  Sumo  Pontí- 
fice (1):  y  le  agrega  la  blasfemia  de  que  «el  Evangelio  ha  procla- 
mado la  independencia  de  la  razón  3'  la  libertad  de  conciencia» 
cuando  en  el  Evangelio  está  expresa  la  palabra  de  nuestro  Divino 
Redentor  que  dice:  «el  que  creyere  3'  se  bautizare,  se  salvará:  mas 
el  que  no  creyere,  se  condenará  eternamente.»  Proclamaba  con  la 
herejía  el  cisma  entre  los  católicos:  3'  echaba  en  cara  á  la  Iglesia 
argentina  el  haber  obedecido  al  Sumo  Pontífice,  usando  de  la  innoble 
frase  de  que  se  había  dejado  embozalar  (2).  Y  correspondientes  á 
éstas  eran  sus  demás  ideas.  Renegaba  de  todas  las  tradiciones  de  su 

(1)  Encicl.  MiRARi  Vos. 

(2)  Dogma  socialista,  art.  IV. 


-439- 

patria,  por  mirarlas  como  obra  de  España,  cuyas  memorias  todas, 
dice,  es  preciso  destruir.  Y  á  éstas  correspondían  (1)  sus  demás  ideas. 
El  influjo  de  semejantes  ideas  se  ha  dejado  sentir  en  los  escritores 
citados.  El  General  Mitre,  francmasón,  y  que  ha  sido  Gran  Maestre 
de  la  masonería,  de  la  que,  hallándose  ya  cercano  á  la  muerte,  tuvo 
la  dicha  de  separarse  para  volver  al  gremio  de  la  Iglesia  católica: 
el  Dr.  Vicente  Fidel  López,  que  ha  sentado  la  tesis  (que  parecería 
increíble  por  lo  absurda),  de  que  ningún  verdadero  sabio  ha  existido 
en  los  tiempos  pasados  ó  en  los  presentes,  como  no  haya  sido  iniciado 
en  lassociedades  secretas  (2);  D.  Juan  María  Gutiérrez,  que  ha  llegado 
á  la  extravagante  afirmación  de  que  los  indígenas  americanos  no 
eran  salvajes:  «Si  de  un  estudio  combinado  de  esta  materia  resul- 
tara, como  no  lo  dudamos,  que  el  americano  primitivo,  en  mayor  ó 
menor  proporción,  conoció  y  cultivó  las  artes  y  facultades  que 
inmortalizaron  á  la  Grecia, y  á  las  naciones  de  su  escuela ,  no  habría 
razón  para  que  continuasen  mereciendo  como  titulo  del  vocabulario 
histórico  de  los  pueblos  cristianos,  el  epíteto  de  Bárbaros  (3).»  Ni 
ha  faltado  entre  esos  escritores  quien  sostuviera  con  seriedad  que 
la  España,  cuando  descubrió  la  América,  era  una  nación  en  deca- 
dencia; mientras  llenaba  el  mundo  de  sus  sabios,  de  sus  capitanes, 
de  su  influjo,  civilizaba  el  Nuevo  Continente  5^  dejaba  fama  impe- 
recedera de  su  grandeza  y  vitalidad.  A  hombres  predispuestos  de 
esa  manera,  no  había  de  inspirar  simpatías  la  Compañía  de  Jesús, 
orden  religiosa  fundada  por  un  español,  y  eminentemente  católica; 
y  lo  singular  es  verdaderamente  que  en  ellos  haya  encontrado  to- 
davía alguna  reserva  el  juicio  condenatorio.  Así  Mitre  reconoce  que 
relativamente  fueron  útiles  las  Misiones  para  defender  los  límites 
con  Portugal;  Lamas  enumera  estos  servicios  y  reverencia  á  los 
?ilisioneros;  y  López  dice  que  hicieron  lo  mejor  que  se  podía  hacer: 
pero  siempre   protestando  que  no  son   partidarios  de   los  Jesuítas. 

Ni  se  puede  replicar  que  entre  ellos  está  Estrada,  quien  no  era 
enemigo  de  la  Iglesia  ni  de  las  instituciones  católicas;  pues  Estrada 
en  aquel  tiempo  era  ardiente  liberal;  y  sus  escritos  de  aquella  época 
revelan  en  cada  página  el  mismo  daño  causado  en  él  por  tan  funesta 
doctrina. 

De  que  ésta  sea  la  causa  radical  de  tales  juicios,  se  persuadirá 
quien  observe  que  quitada  ella  en  el  Dr.  Bauza,  y  no  obstante  que 
enumera  varios  hechos  erróneos  (teniéndolos  por  verdaderos)  en  que 

(1)  Dogma  socialista,  nn.  VII-VIII. 

(2)  Rev.  de  Buenos  Aires. 

(3)  Rkv.  de  Buenos  Aires,  t.  19,  p.  458,  año  1869. 


—  440  - 

hacen  hincapié  los  demás,  él  sin  embargo,  por  faltarle  aquella  pre- 
ocupación, los  interpreta  en  favor  de  las  Misiones. 

A  semejante  disposición  de  los  ánimos  vino  muy  bien  la  obra  de 
Azara,  llena  de  prejuicios  y  falsedades  contra  los  Jesuítas,  de  la  que 
hizo  á  América  un  presente  griego  con  su  traducción  D.  Bernardino 
Rivadavia.  El  influjo  de  Azara  en  todos  estos  escritores  ha  sido  tan 
grande,  que  todos  dan  como  subsistentes  y  reales  los  hechos  inventa- 
dos por  él:  y  repiten  sus  juicios  y  sus  razones.  Hasta  Bauza  ha  caído 
algunas  veces  en  este  escollo,  á  pesar  de  estar  bien  prevenido  contra 
las  artes  del  mencionado  escritor. 

Pasado  el  fervor  de  las  contiendas  con  España,  se  ha  dismniuído 
entre  los  que  escriben  la  animosidad  contia  las  Misiones  del  Para- 
guay. De  ello  es  prueba  el  mismo  enunciado  de  los  programas  oficia- 
les de  Historia  argentina,  en  los  cuales,  al  dedicar  un  capítulo  á  la 
organización  de  las  Misiones,  se  indaga  cuál  fuera  ésta  en  particular, 
5^  cuáles  los  «Servicios  reales  de  la  Orden». 

No  han  entrado  en  esta  reseña  los  escritos  varios  de  periódicos, 
entre  los  cuales  podría  citarse  un  buen  artículo  del  Dr.  A.  C.  Casa- 
bal  en  la  «América  del  Snch  del  miércoles  31  de  Julio  de  1878;  ni  los 
escritos  sueltos  como  el  excelente  trabajo  de  las  «Misiones  guaraní- 
ticas»  del  Sr.  Monner  Sans,  ú  otros  consagrados  principalmente  al 
actual  territorio  de  Misiones,  como  el  del  Sr.  Queirel:  pudiéndose 
poner  otros  únicamente  entre  los  libelos,  que  repiten  los  cargos  ya 
convencidos  de  falsos,  y  no  tienen  autoridad  alguna,  porque  ninguna 
prueba  traen  de  sus  asertos  (1). 

(1)  Uno  de  los  libros  de  este  género  publicado  en  estos  últimos  años  es  el  que 
se  titula  El  imperio  jesuítico,  escrito  por  el  .Sr.  Leopoldo  Lugones.  Díjose  que 
había  sido  fruto  de  un  estudio  emprendido  por  encargo  oficial;  y  que  para  gastos 
del  viaje  por  el  territorio  de  Misiones  se  habían  señalado  al  autor  diez  mil  duros 
c/1,  dándole  asimismo  un  fotógrafo  que  le  acompañara  y  estuviera  á  sus  órdenes 
para  asegurar  las  oportunas  ilustraciones  á  su  obra.  Otras  cosas  se  diieron  que 
no  hay  para  que  referir  aquí:  algunas  de  las  cuales  pueden  verse  en  el  diario  de 
Buenos  Aires  Ei.  Pukblo  (*). 

El  lector  que  hojea  el  libro  no  halla  en  sus  600  ó  más  páginas  indicio,  ni  de  las 
abundantes  noticias,  ni  de  las  escogidas  ilustraciones  que,  según  sus  antecedentes, 
se  podían  esperar.  Bien  es  verdad  que  respectode  las  ilustraciones,  dice  el  autor  ex- 
presamente que  nunca  ha  sido  su  intento  acreditar  la  publicación  con  el  número  de 
fotografías,  procedimiento  que  censura  en  otros  autores  y  halla  muy  inconveniente. 

Respecto  de  las  noticias,  es  asombroso  que  el  Sr.  Lugones  haya  creído  poder 
persuadir  á  sus  lectores  que  las  doscientas  páginas,  poco  más  ó  menos,  que  vie- 
nen á  ser  la  tercera  parte  de  todo  el  libro,  y  ofrece  al  principio,  discurriendo  en 
ellas  según  sus  ideas  sobre  la  literatura  española  antigua,  tienen  intima  conexión 
con  los  indios  Guaraníes  de  las  Misiones;  y  que  el  Lazarillo  de  Tormes,  ó  el  Guz- 
mán  de  Alfarache  y  las  coplas  de  los  ciegos  de  España,  sean  la  suprema  explica- 
ción del  proceso  y  carácter  de  la  conquista  de  América  y  del  sistema  adoptado  por 
los  Jesuítas  en  Doctrinas.  Algún  ingenio  maleante  podría  sospechar  que  faltaba 
materia  apropiada,  y  se  trajo  de  otra  parte  no  poco  fárrago  para  ocupar  espacio. 

(*)     -Ariículos  de  los  primeros  meses  del  año  1906. 


-441- 

Cuando  el  autor  se  determina  por  fin  á  tratar  algo  de  veras  el  asunto  de  su 
título,  aparece  en  su  exposición  el  más  lamentable  desconocimiento  de  las  cosas. 
Ni  un  documento,  ni  una  visita  á  Archivo  alguno,  ni  siquiera  á  los  de  Buenos 
Aires,  que  estaban  á  la  mano;  en  un  materia  que  es  puramente  histórica,  j  en  un 
tiempo  en  que  tanta  facilidad  hay  para  esta  clase  de  trabajos,  y  tantos  investiga- 
dores acuden  al  Archivo  á  buscar  sus  noticias,  aun  para  asuntos  de  importancia 
relativamente  escasa.  Claro  es  que,  procediendo  de  este  modo,  los  monumentos 
vivos  de  lo  ocurrido  en  Misiones  en  el  periodo  estudiado  en  su  libro,  se  han  esca- 
pado todos  al  conocimiento  del  Señor  Lugones,  pues  en  el  mismo  territorio  de 
Misiones  no  quedan  documentos,  y  todos  están  en  los  Archivos  de  Buenos  Aires, 
la  Asunción,  l-íío  Janeiro,  Chile,  Peni,  en  varios  de  Europa,  y  sobre  todo  en  el 
Archivo  General  de  Indias  de  Sevilla.  Con  esto,  el  Sr.  Lugones  ha  tenido  que 
tomar  todos  las  noticias  de  segunda  mano,  como  se  ve  en  la  Bibliografía,  nada 
selecta  ni  abundante,  en  la  que  se  echan  menos  las  obras  inglesas  y  alemanas. 

Ni  siquiera  el  viaje  de  las  Misiones  ha  realizado  por  completo,  omitiendo  la 
visita  á  la  parte  brasilera  y  á  la  paraguaya,  por  dificultades  que  abulta  en  el 
libro,  pero  que  no  son  reales,  como  lo  saben  los  que  lo  han  probado  por  experien- 
cia; pues  cada  una  de  las  dos  secciones  se  puede  visitar  en  poco  más  de  una 
semana,  sin  más  inconveniente  que  las  molestias  inherentes  á  un  viaje  á  caballo 
por  comarcas  de  escasa  población.  La  aprehensión  de  tamañas  dificultades  le  ha 
privado  del  conocimiento  de  ruinas  importantes,  como  las  de  Trinidad  y  San 
Miguel,  y  sobre  todo,  de  la  vista  de  pueblos  enteros  que  se  hallan  en  cierto  modo 
como  en  los  tiempos  antiguos,  y  vienen  á  ser  retrato  de  lo  que  fueron  las  Reduc- 
ciones, como  sucede  en  algunos  del  Paraguay. — Aunque,  si  se  ha  de  juzgar  por 
su  modo  de  describir  lo  que  ha  visto,  poco  habrá  que  lamentar  que  no  conociera 
las  sobredichas  regiones,  de  las  que  hubiera  formado  y  hecho  formar  á  sus  lecto- 
res un  falso  concepto,  como  lo  hace  respecto  de  la  parte  argentina,  luego  que  se 
resuelve  á  dar  algunas  noticias  concretas.  Refiriéndose  á  San  Carlos,  asevera 
que  las  ruinas  allí  existentes  son  las  más  importantes  del  Territorio  Nacional  de 
Misiones;  y  presenta  un  plano  general  del  terreno,  y  otro  en  escala  mayor  de  la 
parte  que,  según  dice,  estuvo  edificada.  Increíble  parece  que  con  tanto  arrojo  se 
pueda  escribir  sobre  cosa  tan  patente,  en  que  la  falsedad  de  la  afirmación  está  á  la 
vista  de  todos,  y  se  puede  comprobar  al  punto;  pero  en  su  lugar  se  verán  en  efecto 
los  dos  planos,  y  la  afirmación  de  ser  las  ruinas  más  importantes;  siendo  la  verdad 
que  de  las  ruinas  de  San  Carlos  apenas  hay  cosa  que  se  levante  un  metro  sobre 
el  suelo;  y  no  ya  sólo  las  ruinas  de  San  Ignacio  Miní  (que  son  como  todos  saben  las 
principales  de  la  sección  argentina),  ni  las  de  Apóstoles,  Santa  Ana  y  Candelaria, 
sino  aun  las  de  varios  otros  pueblos  en  que  se  conservan  restos  de  lo  antiguo, 
representan  más  que  las  de  San  Carlos,  población  que  tampoco  tuvo  nunca  impor- 
tancia ni  significación  especial.  Respecto  de  los  planos,  basta  decir  que  no  son 
sino  dibujos  voluntarios,  subsistentes  sólo  en  la  imaginación  del  que  los  trazó, 
sin  ninguna  correspondencia  con  la  realidad.  La  mejor  prueba  de  ello  es  su  abso- 
luta discordancia  respecto  del  plano  verdadero  levantado  en  1818  por  el  jefe  bra- 
silero Almeida  Coelho  (v.  en  el  lib.  I.  cap.  III),  quien  reproducía  con  perfección 
técnica  el  pueblo,  cuando  todavía  estaban  los  edificios  en  pie  y  no  era  necesario 
rastrear  la  planta  por  medio  de  las  ruinas.  Ni  se  puede  decir  que  el  pueblo  varió 
desde  aquel  tiempo,  pues  aquel  mismo  año  1818  quedó  destruido,  y  nunca  ha 
vuelto  á  edificarse  en  el  mismo  lugar. 

Lo  sobredicho  es  una  simple  muestra  de  la  exactitud  de  las  noticias.  En  reali- 
dad, el  Imperto  Jesuítico  no  tiene  carácter  histórico,  porque  le  falta  la  principal 
condición  de  la  Historia,  que  es  la  verdad.  Considerado  como  libelo,  poco  daño 
puede  hacer  á  los  Jesuítas,  á  no  ser  entre  las  personas  muy  ignorantes  ó  muy 
prevenidas.  Como  obra  de  fantasía,  no  ofrece  más  novedad  que  la  invención  del 
nombre  de  Imperio  ¡esiiítico  para  designar  las  Doctrinas  guaraníes.  En  boca  de 
Pombal  fueron  República  que  los  religiosos  de  la  Compañía  establecieron;  en  el 
libro  del  expulso  Ibáñez  aparecieron  como  Reino  jesuítico:  y  ahora  han  subido  á 
ser  Imperio  jesuítico.  El  libro  del  Sr.  Lugones  es  de  aquellos  que  el  hombre  estu- 
dioso que  haya  tenido  la  paciencia  de  leer  por  entero,  se  apresura  á  dejar  á  un 
lado,  lamentando  el  tiempo  perdido  en  una  lectura  en  que  no  ha  hallado  sino 
vaguedades  y  noticias  equivocadas,  muestras  de  la  incuria  con  que  se  han  reco- 
gido y  ordenado  los  materiales. 


CAPITULO  XVI 


LOS  FILOSOFANTES  Ó  IMPÍOS  DEL  SIGLO  XVIII 


1.   \'oltaire. — 2.  D'AIembert. — 3.  Montesquieu. — 4.  Raynal. — 5.  Observación. 

Aunque  el  juicio  de  los  impíos  en  un  asunto  de  la  naturaleza  de 
las  Misiones  no  sea  muy  de  estimar;  no  obstante,  porque  en  varias 
ocasiones  son  citados,  3'  porque  á  veces  la  verdad  arranca  confesio- 
nes de  importancia  aun  á  sus  enemigos,  ó  sucede  que  hombres  habi- 
tualmente  empeñados  en  hacerle  guerra,  alguna  vez  la  reconocen 
guiados  de  la  luz  natural;  será  bien  registrar  aquí  los  juicios  de 
algunos  de  los  que  á  sí  mismos  se  denominaron  filósofos  en  el  siglo 
xviii.  Veráse  en  ellos  que  estos  mismos,  con  razón  apellidados  mal- 
hechores INTELECTUALES,  mientras  se  esforzaban  como  los  que  más 
en  destruir  á  los  Jesuítas,  como  de  ello  se  jactaron,  no  podían  menos 
de  reconocer  la  utilidad,  y  aplaudir  los  saludables  efectos  del  régi- 
men establecido  por  los  Jesuítas  en  el  Paraguay:  y  tanto  ma3'or 
valor  tendrá  su  testimonio,  cuanto  de  más  encarnizados  enemigos 
procede. 

I 

254  VOLTAIRE 

Habla  Voltaire  del  Paragua}^  ó  mejor  de  las  Misiones  de  los 
Jesuítas  del  Paraguay  de  propósito  en  el  cap.  cliv  de  su  ensayo 

SOBRE  LAS  COSTUMBRES  (1). 

(1)    EssAi  s';r  i-i-s  mceuks,  ed.  París  1878,  t.  12,  2°,  pAg.  423. 


-443- 

No  faltan  en  el  discurso  del  capítulo  conceptos  favorables.  «El 
establecimiento  hecho  en  el  Paraguay»  dice  «por  los  Jesuítas  espa- 
ñoles, se  asemeja  bajo  de  ciertos  respectos  á  un  triunfo  de  la  humani- 
dad: y  parece  bastante  á  expiar  las  crueldades  de  los  primeros  con- 
quistadores.»... «Es  el  Paragua}^  un  vasto  país  entre  el  Brasil,  el 
Perú,  y  Chile.  Los  españoles  se  habían  apoderado  de  la  costa,  donde 
fundaron  la  población  de  Buenos  Aires,  ciudad  de  gran  comercio,  á 
la  ribera  del  Plata;  pero  por  poderosos  que  fuesen,  se  hallaban  en 
mu}^  corto  número  para  sujetar  tantas  naciones  como  habitaban  en 
medio  de  los  bosques...  En  esta  conquista  fueron  auxiliados  por  los 
Jesuítas  mucho  más  que  lo  hubieran  sido  por  soldados.  Estos  misio- 
neros penetraron  de  comarca  en  comarca  á  principios  del  siglo  xvii 
hasta  lo  interior  del  país.  Sirvieron  de  guías  é  intérpretes  algunos 
salvajes  cautivados  desde  su  infancia  y  criados  en  Buenos  Aires. 
Sus  fatigas  y  penalidades  igualaron  á  las  de  los  conquistadores  del 
Nuevo  Mundo.  El  valor  de  la  religión  es  tan  grande  por  lo  menos 
como  el  valor  guerrero.  Jamás  dieron  lugar  al  desaliento.  He  aquí 
ahora  cómo  obtuvieron  su  feliz  éxito.»  Entra  aquí  en  la  narración 
de  las  particularidades  de  la  conversión,  que  explica  á  su  manera,  3' 
del  gobierno,  del  cual  dice:  «Si  algo  puede  dar  idea  de  este  gobierno, 
es  el  antiguo  gobierno  de  Lacedemonia.  Todo  es  común  en  la 
comarca  de  las  Misiones.  Estando  vecinos  del  Perú,  no  conocen  oro 
ni  plata.  La  esencia  de  un  espartano  era  la  obediencia  A  las  le3"es  de 
Licurgo:  y  la  esencia  de  un  paragua3'o  ha  sido  hasta  ahora  la  obe- 
diencia á  las  le3''es  de  los  Jesuítas.  Todo  se  parece,  con  la  leve  dife 
rencia  de  que  los  paraguayos  no  tienen  esclavos  para  sembrar  sus 
tierras  y  cortar  madera  de  sus  bosques,  como  los  tenían  los  esparta- 
nos...» «gobierno  único  sobre  la  tierra...»  «Los  mismos  principios 
que  formaron  de  estos  pueblos  los  más  sumisos  vasallos,  hicieron  de 
ellos  excelentes  soldados.  Creen  cumplir  con  una  obligación  obede- 
ciendo y  combatiendo.  Más  de  una  vez  ha  sido  preciso  su  auxilio 
contra  los  portugueses  del  Brasil,  contra  los  bandoleros  á  quienes  se 
da  el  nombre  de  mamelucos...»  «siempre  combatieron  con  orden, 
con  valor  y  con  buen  éxito.»  «Los  Jesuítas  del  Paragua3'  fueron  á  la 
vez  fundadores,  legisladores,  pontífices  5'  soberanos.» 

«Civilizaron  los  indios  del  Paragua3':  los  hicieron  industriosos,  3' 
llegaron  á  gobernar  un  vasto  país...  considerando  como  virtud  el  sub- 
3'ugar  los  salvajes  valiéndose  de  la  instrucción  3'  de  la  persuasión.» 

Semejante  modo  de  presentar  las  cosas,  haría  presumir  que  el 
juicio  de  Voltaire  es  aprobativo  del  régimen  establecido  por  los 
Jesuítas  en  el  Paraguay.  Pero  lo  único  que  prueba  es  que  la  opinión 


-  444  - 

corriente  en  Europa  era  tan  fuerte  en  favor  de  ellos  en  este  punto, 
que  no  creyó  este  corifeo  délos  impíos  lograr  su  tiro,  si  escribía 
demasiado  abiertamente  contra  ella.  En  lo  demás  no  omite  ninguno 
de  sus  artificios  acostumbrados  para  desvirtuar  la  simpatía  que  tal 
descripción  pudiera  despertar  en  el  ánimo  del  lector:  y  usa  también 
de  vez  en  cuando  de  las  chocarrerías  que  constituyen  parte  de  su  ca- 
rácter, á  pesar  de  haber  pretendido  para  esta  obra  escribir  en  el  tono 
serio  propio  de  la  historia.  Al  decir  que  los  Jesuítas  civilizaron  por 
la  persuasión  3-  la  enseñanza,  les  opone  el  ejemplo  de  los  cuáqueros, 
que,  según  él,  civilizaron  á  los  indios  en  la  América  del  Norte, 
valiéndose  del  comercio,  sin  pretender  sujetarlos:  y  los  prefiere 
manifiestamente  á  los  Jesuítas.  Nada  le  importaba  á  Voltaire  que 
los  indígenas  del  Paraguay  aprendiesen  ó  no  religión,  para  lo  cual 
era  preciso  juntarlos  en  pueblos  y  tenerlos  subordinados:  ni  que 
guardasen  ó  no  paz  con  los  españoles  vecinos,  para  lo  que  era 
moralmente  necesario  que  los  considerasen  como  subditos  de  un 
mismo  Rey,  3^  así  se  hiciesen  vasallos  del  Rey  de  España:  3'  á  sus 
ojos  valía  más  cualquier  barniz  de  civilización  y  suavidad  de  cos- 
tumbres. 

Cuando  los  compara  con  el  estado  de  los  espartanos,  lo  que  para 
aquellos  tiempos  parece  que  había  de  ser  la  suma  alabanza,  parece 
terminado  su  juicio:  pero  para  que  no  quede  la  impresión  demasiado 
favorable,  agrega  una  antítesis  pueril  en  el  estilo,  tanto  como  vene- 
nosa en  el  efecto:  3"  al  decir  que  era  leve  la  diferencia  entre  el  Para- 
gua3'' y  Esparta,  3' consistía  en  no  tener  los  paraguayos  como  los 
espartanos  esclavos  que  les  hiciesen  los  trabajos,  agrega:  «porque 
ellos  mismos  son  los  esclavoá  de  los  Jesuítas». 

Llena  su  relato  de  todas  las  falsedades  que  se  dijeron  contra  los 
Jesuítas  del  Paraguaj':  como  esta  misma  de  que  habían  quitado  á 
los  indios  la  libertad:  la  de  que  no  reconocían  autoridad  de  Gober- 
nadores ni  Obispos:  que  no  dejaban  entrar  en  las  Misiones  á  nadie: 
que  los  mismos  oficiales  enviados  por  el  Gobernador  eran  rechaza- 
dos: y  en  esta  razón  inventa  un  caso  que  dice  fué  á  parar  al  Consejo 
de  Indias,  en  el  que  se  hubiera  visto  harto  enredado  ante  quien  le 
hubiera  pedido  las  pruebas  de  la  ficción,  que  según  los  términos  de 
su  relato  no  podían  menos  de  encontrarse  en  el  Archivo  de  Indias. 
Pero  estaba  bien  seguro  de  que  nadie  le  había  de  exigir  la  responsa- 
bilidad de  pruebas. 

En  lo  demás,  conclu3'e  acumulando  á  los  Jesuítas  todos  los  deli- 
tos que  falsamente  se  les  achacaron  por  los  perseguidores:  la  suble- 
vación de  los  indios  Guaraníes,  el  abuso  del  poder  contra  la  autori- 


-  445  - 

dad  del  Re}'  de  España,  y  otros:  y  cierra  triunfalmente  el  capítulo 
para  dejar  bien  asentada  la  impresión  final,  enumerando  la  expulsión 
de  España,  la  de  Portugal,  la  de  Francia,  y  la  extinción  de  la  Santa 
Sede. 

La  parte  del  juicio  favorable  á  los  Jesuítas  del  Paraguay,  parece 
que  puede  tomarse  como  una  confesión  de  adversario.  La  parte 
diversa  habrá  de  graduarse  por  las  leyes  de  la  crítica.  Fundada  en 
hechos  falsos,  como  se  ha  visto,  no  merece  crédito.  Además,  en  ella 
muestra  á  un  mismo  tiempo  Voltaire  extraordinaria  ignorancia  de 
la  geografía  y  de  la  cronología.  De  la  geografía,  pues  dice  que  el 
único  Obispado  y  Gobernador,  que  había  en  el  Paraguay,  era  el  de 
Buenos  Aires:  de  manera,  que  hasta  ignora  la  existencia  de  la  ciu- 
dad de  la  Asunción,  primitiva  cabeza  del  gobierno  eclesiástico  y  de 
la  provincia:  asegura  que  las  Misiones  de  los  Guaraníes  eran  paso 
para  ir  de  Buenos  Aires  al  Perú:  etc.  De  la  cronología,  pues,  hecho 
tan  sonado  como  la  primera  toma  de  la  Colonia,  lo  pone  en  1662,  unos 
veinte  años  antes  de  que  se  fundase.  Flaco  andaba  en  el  conocimiento 
de  entrambas  ramas,  que  son  llamadas  los  dos  ojos  de  la  historia.  Y 
no  más  adelantada  estaba  su  crítica,  pues  por  las  referencias  que 
hace,  se  ve  que  no  se  fatigaba  mucho  en  registrar  documentos  feha- 
cientes, sino  que  propinaba  á  sus  lectores  como  verdades  averi- 
guadas lo  que  encontraba  en  despreciables  libelos  como  el  del  abate 
innominado,  que  rebatió  el  P.  Rodero:  ó  en  narraciones  que  por  sus 
indicios  de  poesía  é  inverosimilitud  rechazaban  los  buenos  críticos 
como  Muratori:  ya  que  el  sofista  francés  cita  como  una  de  sus  fuentes 
el  Padre  Florentín  de  Bourses. 


II 

255 

D'ALEMBERT 

También  este  aprovechado  discípulo  del  patriarca  de  la  impiedad 
y  más  taimado  si  cabe  que  él,  habló  de  las  Misiones  del  Paraguay  para 
explicarlas  á  su  modo,  y  dar  su  parecer  sobre  ellas;  aunque  no  lo 
hizo  de  propósito,  sino  como  término  de  comparación,  en  otro  asunto 
que  se  proponía  dilucidar  en  pro  de  sus  perversas  doctrinas. 

Escribiendo  un  relato  de  la  destrucción  de  los  Jesuítas  en  Fran- 


-  446  -  ■ 

cia  (1)  menciona  algunas  veces  á  los  Jesuítas  del  Paraguay  }'  su 
gobierno;  )■  á  lo  último  explica  en  qué  consiste  el  secreto  de  haber 
reducido  los  Jesuítas  á  los  salvajes  de  aquella  región. 

Llama  en  este  escrito  á  los  Jesuítas  «genízaros  del  Sumo  Pontí 
fice»  y  «falange  macedónica».  «Los  Jesuítas,  dice,  eran  las  tropas 
regulares,  estrechamente  unidas  y  disciplinadas  debajo  de  la  bandera 
de  la  superstición»  [léase  Religión]  «era  la  falange  macedónica  la 
que  importaba  á  la  razón  [léase  I.vipiedad]  ver  rota  y  destruida»:  y 
se  jacta  de  que  Voltaire  y  sus  adherentes  son  los  que  en  realidad  han 
causado  la  ruina  de  los  Jesuítas,  aunque  en  lo  exterior  figuren  única- 
mente los  Parlamentos  y  los  jansenistas.  Y  refiriéndose  expresa- 
mente á  los  Jesuítas  del  Paragua3\  dice  que  allí  han  procedido  con 
mucha  bondad:  y  añade:  «útiles  y  respetados  en  el  Paraguay,  donde 
no  hallaron  más  que  docilidad  y  mansedumbre...» 

«Por  medio  de  la  religión»,  dice  «adquirieron  los  Jesuítas  en  el 
Paraguay  una  autoridad  monárquica,  fundándose...  en  la  sola  per- 
suasión 3'  en  la  suavidad  de  su  gobierno.  Soberanos  en  aquel  país, 
hacen.,,  dichosos...  los  pueblos  que  les  obedecen,  y  que  han  logrado 
subyugar  sin  emplear  la  violencia.  El  cuidado  con  que  alejan  á  los 
extranjeros  es  causa  de  que  no  se  puedan  conocer  las  particularida- 
des de  esa  singular  administración:  pero  lo  poco  que  se  ha  descu 
bierto  de  ella,  basta  para  formar  su  elogio;  y  sería  quizá  de  desear... 
que  tantas  otras  regiones  bárbaras  donde  los  pueblos  son  oprimidos 
5^  desgraciados,  hubiesen  tenido  como  el  Paraguay  por  maestros  y 
apóstoles  á  los  Jesuítas.» 

Hace  luego  una  pintura  tan  despreciativa  del  pueblo  de  cualquier 
nación  y  del  régimen  de  servidumbre  que  se  le  ha  de  imponer,  que 
deberían  meditarla  los  que  de  maestros  tales  como  estos  hombres 
incrédulos  toman  sus  ideas,  y  pregonan  que  ellos  son  los  que  han 
devuelto  .sus  derechos  á  todos  los  ciudadanos.  «El  pueblo», — dice  «no 
conoce  más  que  una  cosa,  á  saber;  las  necesidades  de  la  natu- 
raleza y  la  precisión  de  satisfacerlas.  Tan  luego  como  por  su  situa- 
ción se  ve  al  abrigo  de  la  miseria  y  de  los  padecimientos,  está  con- 
tento y  se  siente  dichoso.  La  libertad  es  un  bien  que  no  se  ha  hecho 
para  él:  cu3'as  ventajas  ignora,  3^  que  únicamente  posee  para  abusar 
de  ella  en  perjuicio  de  sí  propio.  Es  un  niño  que  cae  3"  se  lastima  tan 
luego  como  le  dejan  andar  solo;  y  que  no  se  levanta  sino  para  apa- 
lear á  su  ama  de  cría:  es  preciso  alimentarlo  bien,  ocuparlo  sin  abru 
marlo,  y  conducirlo  sin  que  se  le  dejen  ver  demasiado  sus  cadenas.» 

(1)     De  la  DfisrRucnoN  de.s  Jésuites  en  France.  MDCCLXV.  S."  de  126  pp. 


—  447  — 

Terminada  esta  curiosa  lección,   agrega:    «He   aquí...    lo   que   los 
Jesuítas  han  hecho  en  el  Paraguay.» 

También  de  los  conceptos  de  d'Alembert  pudiera  presumirse  que 
él  aprobaba  con  elogio  las  Reducciones  del  Paraguay.  Y  de  él,  como 
del  anterior,  hay  que  decir,  según  la  verdad,  que  hace  cuanto  puede 
por  desacreditar  un  régimen  que  parece  que  todos  estimaban.  Por- 
que no  pone  simplemente  el  elogio,  sino  que  en  todos  los  pasajes  en 
que  se  enuncian  los  hechos  de  la  suavidad  del  gobierno  de  los  Padres, 
de  la  felicidad  de  los  indígenas,  etc.,  añade  la  expresión  que  des- 
pierta la  duda  de  ser  verdad,  con  las  frases  «se  dice»  «á  lo  que  se 
dice»  «si  es  verdad  lo  que  se  cuenta»  «si  las  narraciones  son  ñeles» 
allí  donde  de  propósito  al  citar  los  textos  antecedentes  se  ha  dejado 
el  blanco  de  los  puntos  suspensivos.  Proceder  muy  propio  .del  escép- 
tico  d'Alembert. — De  este  modo,  en  las  cosas  que  pueden  ser  favora 
bles  al  crédito  de  los  Jesuítas,  excita  las  desconfianzas,  para  que  no 
se  acabe  de  creer  lo  bueno. 

En  cambio,  cuando  se  trata  de  lo  que  puede  infamar,  insiste  en 
ello  y  lo  acentúa,  aunque  sea  falso.  Así,  afirma  la  extravagante  tesis 
de  que  los  Jesuítas  tienen  por  fin  propio  el  dominar  á  todo  el  mundo: 
y  que  el  mostrar  celo  de  la  religión  es  únicamente  para  poder  domi- 
nar. Miserable  espíritu,  que  no  pudiendo  negar  que  los  Jesuítas  prac- 
tican la  religión  y  se  esfuerzan  para  que  otros  sirvan  á  Dios  también, 
lo  tuerce  hasta  acusarlos  de  que  la  religión  en  ellos  no  es  sino  el 
medio  de  que  abusan  para  saciar  su  ambición.  Y  siguiendo  adelante 
en  este  camino,  afirma  que  se  habían  propuesto  hacer  en  Europa  lo 
que  habían  hecho  en  el  Paraguay:  y  al  acabar  la  descripción  tan 
lisonjera  que  se  ha  copiado  arriba  de  las  buenas  cualidades  y  capaci- 
dad del  pueblo,  y  decir  que  ese  gobierno  del  pueblo  es  el  que  los 
Jesuítas  realizan  en  el  Paraguay,  según  se  dice:  pone  la  siguiente 
epifonema:  «He  aquí  lo  que  hubieran  hecho  los  Jesuítas  en  todas  las 
demás  naciones,  si  les  hubieran  querido  dejar  obrar.»  Pero  como  les 
han  resistido,  dice,  «esta  resistencia,  tan  natural,  irritó  A  los  Jesuítas 
y  los  hizo  perversos...:  y  siendo  útiles  3^  respetados  en  el  Paraguay, 
donde  no  hallaban  sino  mansedumbre  y  docilidad,  llegaron  a  ser  peli- 
grosos y  turbulentos  en  Europa...»  Y  así  dice  que  han  sido  destruí- 
dos  por  «el  justo  odio  que  había  excitado  su  ambición». — Poco 
importa  que  haya  contradicción  entre  estas  afirmaciones  y  las  otras 
de  haber  sido  destruidos  por  decreto  de  la  impiedad,  cuyo  mayor 
interés  era  romper  aquella  falange  macedónica  y  destrozar  aquellas 
tropas  regulares,  valiéndose  como  de  instrumentos  de  la  inquina  de 
los  Parlamentos  y  de  los  jansenistas,  de  la  soberbia  de  Choiseul  5"  la 


—  448  - 

lujuria  de  la  Pompadour  (que  todo  eso  dice  él):  y  que  sea  absurda  la 
idea  de  cuidar  de  los  europeos  como  los  Misioneros  cuidaban  de  los 
pobres  indígenas  del  Paraguay,  idea  que  no  hubiera  llegado  á  inven- 
tar un  Jesuíta,  aun  acumulando  ficciones,  en  todos  los  días  de  su 
vida.  El  intento  es  formar  con  verdades  ó  falsedades  opinión  ene- 
miga de  los  Jesuítas:  y  por  experiencia  sabía  el  hombre  taimado  que 
en  efecto  se  forma  la  opinión  con  tales  medios. 


III 


2S6 

MONTESQUIEU 


He  aquí  el  juicio  de  otro  de  estos  hombres  conjurados  en  el 
siglo  xviii  contra  la  religión,  quien  alaba  á  los  Jesuítas  del  Para- 
guay, afirmando  resueltamente  que  lo  merecen,  por  haber  hecho  feli- 
ces á  los  indios  y  por  haber  fomentado  la  industria,  cuando  en  todo 
lo  demás  se  les  hubiera  de  acusar.  A  pesar  de  haber  sido  de  los  pri- 
meros que  escribieron,  }'  por  lo  mismo  el  que  con  más  cautela  pro- 
curó no  descubrir  sus  baterías  contra  la  religión,  se  verá  en  lo  poco 
que  de  él  ha  de  citarse,  que  era  incapaz  de  escribir  algo  sin  hacer 
trasparentar  las  malas  doctrinas  que  pretendía  inocular.  Es  éste  el 
barón  de  Montesquieu. 

Hablando  de  ciertas  leyes  singulares  que  hicieron  los  griegos, 
para  proveer,  según  dice,  al  intento  de  elevar  todos  los  ciudadanos 
á  la  virtud,  agrega  como  nuevo  ejemplo  el  del  Paraguay  y  dice  (1): 
«El  Paraguay  puede  suministrarnos  otro  ejemplo  de  ello.  Hase  que- 
rido imputar  su  régimen  como  un  crimen  á  la  Compañía,  que  consi- 
dera el  placer  de  mandar  como  el  único  hien  de  la  vida;  pero  será 
siempre  hermoso  gobernar  los  hombres  haciéndolos  más  felices.» 
(«Los  indios  del  Paraguay  no  dependen  de  ningún  señor  particular, 
no  pagan  más  que  la  quinta  parte  de  los  tributos  y  tienen  armas  de 
fuego  para  defenderse,») 

«Es  una  fortuna  para  la  Compañía  de  Jesús  el  haber  sido  la 
primera  que  ha  mostrado  en  aquellas  regiones  la  idea  de  la  religión 
unida  con  la  de  la  humanidad.    Reparando  las  desvastaciones  de  los 

(1)     EspRiT  DHs  Lois,  liv.  IV.  cap.  VI. 


—  449  — 

españoles,  ha  comenzado  á  curar  una  de  las  mayores  heridas  que  ha 
recibido  hasta  ahora  el  linaje  humano. 

»Un  exquisito  sentimiento  que  tiene  esta  Compañía  para  todo  lo 
que  llama  honor,  y  su  celo  por  una  religión  que  Jiiitnilla  harto  más 
d  los  que  la  cscucJian  que  á  los  que  la  predican^  le  han  hecho  aco- 
meter grandes  empresas  y  en  ellas  ha  logrado  éxito  feliz.  Sacó  de 
los  bosques  unos  pueblos  dispersos:  les  proporcionó  sustento  seguro: 
los  vistió:  y  aun  cuando  con  ello  no  hubiera  logrado  más  que 
aumentar  la  industria  entre  los  hombres,  hubiera  sido  grande  su 
obra. 

»Los  que  en  adelante  quieran  formar  instituciones  semejantes, 
establecerán  la  comunidad  de  bienes  de  la  república  de  Platón,  el 
respeto  que  exigía  á  los  dioses,  el  alejamiento  de  los  extranjeros 
para  conservar  las  buenas  costumbres,  y  el  comercio  ejercitado  por 
la  ciudad  y  no  por  los  ciudadanos:  y  comunicarán  nuestras  artes  sin 
nuestro  lujo  y  nuestras  necesidades  sin  nuestros  apetitos. 

«Proscribirán  la  plata,  cuyo  efecto  es  de  engrosar  la  fortuna  de 
los  hombres  más  allá  de  los  límites  que  prescribe  la  naturaleza,  y 
enseñar  á  conserv^ar  inútilmente  lo  que  inútilmente  se  había  adqui- 
rido, y  multiplicando  los  deseos  hasta  lo  infinito,  suplir  á  la  natura- 
leza, que  nos  había  dado  medios  muy  limitados  de  irritar  nuestras 
pasiones,  y  corrompernos  unos  á  otros.» 

Vese  por  este  elogio  que  no  ha  acertado  Montesquieu  á  aprobar 
á  los  Jesuítas  lo  que  habían  hecho  en  el  Paraguay,  sin  desfigurar  al 
mismo  tiempo  sus  propósitos  y  falsear  sus  intentos,  y  sin  ofender  la 
religión  católica,  que  era  lo  principal  que  los  Jesuítas  amaban,  y  por 
inspirar  la  cual  se  habían  desterrado  de  sus  patrias  y  expuesto  á 
tantos  riesgos  y  fatigas.  Deja  subsistente  la  falsísima  y  gratuita 
acusación  de  que  la  Compañía  de  Jesús  haya  tomado  por  fin  suyo  el 
buscar  el  placer  de  mandar  á  otros.  Atribuyele  un  empeño  grande 
por  una  cosa  que  da  á  entender  que  no  es  honor,  sino  que  errada- 
mente considera  la  Compañía  como  honor.  Y  blasfema  de  la  religión 
católica  instituida  por  Dios.  Su  blasfemia  es  una  pura  falsedad, 
envuelta  en  una  palabra  ambigua.  Porque  si  la  palabra  humillar 
significa  lo  que  la  religión  católica  entiende  por  humildad,  es  falso 
que  predique  más  la  humildad  á  los  fieles  que  á  los  predicadores, 
habiendo  dicho  á  éstos  nuestro  Señor  Jesucristo:  Si  no  os  hiciereis 
tan  humildes  como  niños,  no  entraréis  en  el  reino  de  los  cielos.  Y  á 
todos  indistintamente:  Aprended  de  mí,  que  soy  manso  y  humilde 
de  corazón.  Y  si  humillar  se  toma  en  sentido  de  abatir  ó  rebajar, 
es  una  desvergonzada  afirmación  la  de  que  la  religión  católica  rebaja 
29    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  ii. 


-450- 

niás  á  los  que  la  siguen  que  á  los  que  la  predican:  siendo  la  verdad 
que  á  unos  y  otros  eleva  y  ennoblece. 

Pero  ése  era  el  barón  de  Montesquieu.  Barruel  fluctúa  indeciso 
sin  acabar  de  resolverse  en  si  fué  6  no  de  los  conjurados  con  Vol- 
taire,  aunque  d'Alembert  pretenda  hacer  creer  que  sí;  pero  sea  de 
esto  lo  que  fuere,  lo  cierto  es  que  sus  obras  son  perniciosas  por  su 
doctrina,  estando  llenas  de  errores  mu}^  bien  disimulados:  y  razón 
grande  tuvo  la  Iglesia  en  condenarlas. 

Otra  vez  da  testimonio  Montesquieu  de  que  «los  indios  del  Para- 
guay, desde  que  han  sido  convertidos  por  los  misioneros,  son  muy 
constantes  en  la  religión»;  aunque  atribuye  el  hecho  á  una  causa 
frivola,  como  suele  hacer  en  otros  casos  con  cierta  apariencia  de 
verdad. 


IV 

257 

RAYNAL 

Es  extraño  que  este  hombre,  ex-jesuíta,  enemigo  de  la  religión 
y  de  las  autoridades  legítimas  de  su  patria,  colaborador  de  la  Enci- 
clopedia, mostrase  tanta  estima  como  la  que  parece  tener  en  su  obra 
<íHistoire  philosopJnqiie  et  politique  dn  commerce  et  des  établisse- 
ineiits  des  eiir opeáis  daiis  les  denx  ludes-». 

Al  tratar  de  las  colonias  de  los  españoles  en  el  Río  de  la  Plata  (1), 
hace  un  panegírico  de  ellos,  en  que  aplaude  sus  misiones  y  el  régi- 
men con  que  gobernaron  á  sus  neófitos. 

«Un  siglo»,  dice,  «hacía  que  era  devastada  la  América,  cuando 
los  Jesuítas  llevaron  allá  su  actividad,  que  tan  singularmente  los 
había  hecho  notables  desde  su  origen.»...  «Su  plan  era  sacar  [á  los 
indios]  de  sus  selvas  y  juntarlos  para  formar  cuerpo  de  nación:  pero 
lejos  de  los  parajes  habitados  por  los  opresores  del  nuevo  hemisferio. 
Un  buen  éxito  más  ó  menos  grande  coronó  sus  intentos  en  Califor- 
nia, en  los  Mojos,  en  los  Chiquitos,  en  el  Amazonas  y  en  algunas 
otras  regiones.  Pero  ninguno  de  estos  establecimientos  resplandeció 
tanto  como  el  que  se  formó  en  el  Paraguay,  porque  se  le  dieron  por 

(1)     Tom.  IV.  pág.  233.  ed.  Avignon,  1786:  Hb.  VIII   n.  XIII. 


—  451- 

base  las  máximas  que  seguían  los  incas  en  el  gobierno  de  su  imperio 
y  en  sus  conquistas  » 

Sigue  luego,  á  su  modo,  esta  comparación  que  le  pareció  exacta, 
recorriendo  los  siguientes  puntos: 

Método  de  las  conquistas.  «Los  jesuítas,  que  no  tenían  ejército, 
se  limitaron  á  la  persuasión.  Aventurábanse  en  la  profundidad  de 
las  selvas  hasta  encontrar  algunos  salvajes,  y  los  determinaban  á 
renunciar  á  sus  costumbres  y  á  sus  preocupaciones,  para  abrazar 
una  nueva  religión  y  gu.star  de  las  dulzuras  de  la  sociedad  que  ellos 
ignoraban.» 

Orden  en  la  admisión  al  cristianismo.  «Los  misioneros  tuvieron 
la  prudencia  de  civilizar  hasta  cierto  punto  los  salvajes  antes  de 
pensar  en  convertirlos.  No  probaron  á  hacerlos  cristianos  sino  des- 
pués de  haberlos  hecho  hombres.  Apenas  los  hubieron  decidido  á 
congregarse,  cuando  les  hicieron  disfrutar  de  todos  los  bienes  que 
les  habían  prometido.  Hiciéronles  abrazar  el  cristianismo  cuando  á 
fuerza  de  hacerlos  felices,  los  habían  hecho  dóciles.» 

División  de  las  tierras  de  labor,  y  otros  medios.  «La  división  de 
las  tierras  en  tres  partes,  una  para  los  templos,  otra  para  el  pueblo 
y  otra  para  los  particulares;  el  trabajo  para  los  huérfanos,  los  viejos 
5'  los  soldados:  el  premio  dado  á  las  buenas  obras;  la  inspección  ó 
censura  de  las  costumbres,  el  poderoso  auxiliar  de  la  benevolencia: 
las  fiestas  mezcladas  con  los  trabajos:  los  ejercicios  militares:  la 
subordinación:  las  precauciones  contra  la  ociosidad:  el  respeto  á  la 
religión  y  á  las  virtudes:  todo  cuanto  se  admiraba  en  los  incas,  se 
reprodujo  en  el  Paraguay,  ó  fué  allí  todavía  más  perfecto.» 

Diminución  de  los  castigos.  «Habían  establecido  un  orden  que 
prevenía  los  crímenes  y  excusaba  los  castigos.  Nada  había  tan  raro 
en  el  Paraguay  como  los  delitos.  Las  costumbres  eran  bellas  y  puras 
por  medios  suaves.»  «Las  leyes  depusieron  su  severidad  entre  los 
Guaraníes.  Allí  no  se  temían  los  castigos:  lo  único  que  se  temía  era 
la  propia  conciencia.» 

Pone  aquí  una  afirmación  extraña,  que  carece  de  todo  funda- 
mento sólido:  y  es  que  la  confesión  sacramental  sirviese  de  medio  de 
obtener  el  conocimiento  de  los  delitos  por  acudir  á  descubrirlos  y 
recibir  castigo  el  mismo  culpable;  absurdo  enorme,  que  nunca  se  dio. 
Y  prosigue:  «Los  pueblos  del  Paragua}^  carecían  de  leyes  civiles, 
porque  no  conocían  la  propiedad,  y  de  leyes  criminales,  porque  cada 
uno  se  acusaba  y  castigaba  voluntariamente:  todas  sus  leyes  eran 
preceptos  de  religión.»  Ya  se  ha  expresado  más  de  una  vez  cuan 
errado  es  este  aserto.  Véase  el  núm.  64. 


-  452  — 

«Los  misioneros  españoles  habían  llevado  demasiado  lejos  sus 
ideas  y  sus  costumbres  monásticas.  No  obstante,  quizá  nunca  se  hizo 
tanto  bien  á  los  hombres  con  tan  poco  mal.» 

Artes.  «Hubo  más  artes  y  comodidades  en  la  república  de  los 
Jesuítas  que  las  que  había  entre  los  incas  en  el  Cuzco  mismo:  sin  que 
existiese  en  ella  más  lujo.  Hasta  el  uso  de  la  moneda  era  descono- 
cido allí.  El  relojero,  el  tejedor,  el  cerrajero,  el  sastre,  depositaban 
sus  trabajos  en  los  almacenes  públicos.  Dábanles  cuanto  les  era 
necesario:  porque  el  labrador  había  trabajado  para  ellos.  [Ya  se  ha 
visto  que  no  existía  este  comunismo  que  aquí  se  pinta:  y  cómo  se 
gobernaba  esta  materia,  núms.  70,  107.]  Los  religiosos  directores 
proveían  á  las  necesidades  de  todos  en  unión  de  magistrados  elegi- 
dos por  el  pueblo  mismo.» 

«No  había  distinción  entre  los  estados  [también  esto  es  erróneo], 
y  es  ésta  la  única  sociedad  sobre  la  tierra  en  que  los  hombres  han 
gozado  de  esa  igualdad  que  es  el  segundo  de  los  bienes:  3-3  que  el 
primero  es  la  libertad.» 

Culto.  «Hicieron  respetar  la  religión  por  la  pompa  y  aparato 
imponente  del  culto  público.»  «Las  iglesias  del  Paraguay  son  real- 
mente muy  hermosas.  Una  música  que  se  dirigía  al  corazón,  cánticos 
conmovedores,  pinturas  que  hablaban  á  los  ojos,  la  majestad  de  las 
ceremonias:  todo  atraía  y  retenía  á  los  indios  en  aquellos  lugares 
sagrados,  en  que  el  placer  se  confundía  para  ellos  con  la  piedad.» 

Examina  en  seguida  el  problema  del  aumento  de  población:  pon- 
derando mucho  las  circunstancias  que  á  su  juicio  debieran  haberla 
acrecentado  notablemente:  y  afirmando  que  esto  no  fué  así,  indaga 
las  causas.  —  1.''^  Que  se  sospechó  que  los  Jesuítas  aparentasen  haber 
menor  número  del  verdadero,  para  excusar  la  mayor  paga  de  tribu- 
tos. Mas,  dice  el  autor,  «¿era  posible  que  una  Compañía  cu3^o  ídolo 
fué  siempre  la  gloria,  sacrificase  á  un  interés  oscuro  y  bajo,  un  sen- 
timiento de  magnitud  tan  grande  como  la  majestad  del  edificio  que 
levantaba  con  tanta  solicitud  y  fatigas?»  Reflexión  que  atribuj'e  á  los 
Jesuítas  como  fin  de  sus  empresas  la  gloria  humana:  falsa  como  otras 
tantas  que  presenta  el  autor.  Pero  hay  otra  prueba  más  sólida.  «La 
corte  de  Madrid  mostró,  acerca  de  este  punto,  algunas  sospechas: 
pero  indagaciones  exactas  disiparon  sospecha  tan  injuriosa  como  mal 
fundada.» 

2.^  Causa  que  alegaron  otros:  que  los  Guaraníes  se  consumían  en 
los  trabajos  de  las  minas.  «Esta  acusación,  lanzada  hace  más  de  un 
siglo,  se  perpetuó  por  consecuencia  de  la  avaricia,  de  la  envidia  y  de 
la  malignidad  que  la  habían  formado.  Cuanto  más  hizo  buscar  esta 


-453- 

clase  de  riquezas  el  Ministerio  español,  tanto  se  convenció  más  de 
que  era  una  quimera.  Si  los  Jesuítas  hubiesen  descubierto  semejan- 
tes tesoros,  se  hubieran  guardado  bien  de  abrir  aquella  puerta  á 
todos  los  vicios,  que  hubieran  desolado  bien  pronto  su  imperio  y 
arruinado  su  poderío.»  [No  por  el  imperio,  que  no  había,  ni  por  el 
poderío,  que  no  era  su  fin,  sino  por  la  religión  y  el  bien  de  los  indios, 
que  siempre  pretendieron,  hubieran  procurado  que  no  fuesen  emplea- 
dos los  indios  en  las  minas.] 

3.'*^  «Dicen  otros  que  la  opresión  de  un  gobierno  monacal  debió 
detener  la  población  de  los  Guaraníes.  Pero  jamás  hay  opresión  en 
una  sumisión  voluntaria  de  los  ánimos,  ni  en  la  inclinación  }'  afecto 
de  los  corazones  en  quienes  opera  la  persuasión  y  precede  el  amor: 
que  no  hacen  más  que  lo  que  tienen  gusto  en  hacer,  ni  aman  sino 
lo  que  hacen.  Allí  está  ese  dulce  imperio  de  la  opinión,  el  único  quizá 
que  sea  permitido  á  hombres  ejercer  sobre  otros  hombres»  [aquí  el 
sofista  predica  la  negación  de  la  autoridad]  «porque  hace  felices  á  los 
que  á  él  se  abandonan.  Tal  fué  sin  duda  el  de  los  Jesuítas  en  el  Para- 
guay: pues  que  naciones  enteras  acudían  por  sí  mismas  á  incorpo- 
rarse á  su  gobierno,  y  no  se  vio  ni  una  de  sus  Reducciones  que  sacu- 
diese el  yugo.  Nadie  se  atrevería  á  afirmar  que  cincuenta  IVIisioneros 
hubiesen  podido  forzar  á  la  esclavitud  á  cien  mil  indios,  que  podían 
ó  asesinar  á  sus  pastores,  ó  escaparse  á  los  desiertos.  Tan  extraña 
paradoja  levantaría  contra  sí  por  igual  los  ánimos  débiles  y  los  carac- 
teres audaces.» 

4.^  «Sospecharon  algunos  que  los  Jesuítas  habían  esparcido  en 
sus  Reducciones  el  amor  del  celibato.  Nada  más  lejos  de  la  verdad. 
Ni  idea  siquiera  de  celibato  dieron  aquellos  Misioneros  á  sus  neó- 
fitos.» [Exageración,  como  otras.  Diéronles  idea;  pero  aconsejaron 
siempre  el  matrimonio,  atentas  las  circunstancias  de  las  personas.] 

5.^  «En  la  falta  de  propiedad  creyeron  hallar  nuestros  políticos 
un  obstáculo  insuperable  á  la  población  de  los  Guaraníes.»  «No  se 
puede  dudar  que  la  máxima  que  nos  hace  considerar  la  propiedad 
como  la  fuente  de  la  multiplicación  de  los  hombres  y  de  las  subsis- 
tencias, es  una  verdad  incontestable.  Empero,  tal  es  la  calidad  de  las 
mejores  instituciones,  que  nuestros  errores  llegan  casi  á  destruirlas. 
Aun  allí  donde  está  en  vigor  la  ley  de  la  propiedad,  se  ven  dominar 
con  ella  la  codicia,  la  ambición,  el  lujo,  una  multitud  de  necesidades 
facticias,  y  mil  otros  desórdenes  originados  de  los  vicios  de  nuestros 
gobiernos;  y  los  límites  de  nuestras  posesiones  unas  veces  demasiado 
restringidas,  otras  demasiado  extensas,  detienen  á  un  tiempo  la 
fecundidad  de  nuestras  tierras  y  la  de  nuestra  especie.  Tales  incon- 


-454- 

venientes  no  existían  en  el  Paraguay.  Todos  tenían  -en  él  la  subsis- 
tencia asegurada:  todos  gozaban  por  consiguiente  de  las  grandes 
ventajas  del  derecho  de  propiedad,  aunque  á  pesar  de  ello  no  tuviesen 
propiamente  este  derecho.  No  fué,  pues,  precisamente  por  estar  pri- 
vados de  él  por  lo  que  no  hizo  allí  grandes  progresos  la  población.» 
[El  autor  concede  llanamente  que  en  Doctrinas  no  había  propiedad, 
lo  que  se  ha  visto  que  no  es  verdadero:  n.°  64.] 

6.^  Reproduce  aquí  el  cargo  del  expulso  Ibáñez,  sin  nombrarlo,  de 
que  no  crecía  la  población  porque  los  Jesuítas  aconsejaban  á  los 
indios  que  abandonasen  á  los  niños,  sin  cuidarlos,  cuando  había  peste 
de  viruelas  ó  de  sarampión,  y  enviándolos  á  rezar  á  la  iglesia  muy 
de  mañana,  con  que  dice  que  se  morían  de  frío;  y  que  los  Jesuítas 
excitaban  este  modo  de  obrar  para  tener  más  protectores  en  el  cielo. 
Contra  tan  absurda  imputación  se  levanta  indignado  el  autor  y  apos- 
trofa así  á  Ibáñez,  á  quien  llama  «escritor  mercenario  ó  cegado  por 
su  odio»:  «Hombre  ó  demonio,  quien  quiera  que  seas,  ¿has  reflexio- 
nado sobre  la  atrocidad,  sobre  la  extravagancia  de  tu  acusación.^ 
¿Has  reparado  en  el  insulto  que  hacías  á  tus  maestros,  á  tus  conciu- 
dadanos, calculando  que  obtendiías  su  favor  ó  su  estimación  por 
tales  medios?  ¡Cuánto  sería  menester  que  hubiese  decaído  tu  nación 
de  la  generosidad  y  nobleza  de  su  carácter,  si  no  participase  aquí  de 
mi  indignación!» 

Eliminadas  las  causas  anteriores,  que  califica  de  «quimeras»,  pasa 
á  establecer  las  verdaderas  causas  según  su  parecer: 

1.'^  La  persecución  perpetua  de  los  paulistas:  y  con  ocasión  de 
ella  explica  la  introducción  de  armas  de  fuego  en  Doctrinas. 

2.^  La  costumbre  de  enviar  cada  año  indios  á  doscientas  leguas 
á  recolectar  la  yerba  del  Paraguay,  pereciendo  en  estas  expedicio- 
nes de  hambre  y  de  fatiga  varios  de  los  enviados:  y  acometiendo  en 
el  entretanto  los  pueblos  otras  tribus  salvajes  errantes. 

3.^     La  viruela. 

4.''^     El  clima,  que  califica  de  nebuloso  y  malsano, 

5.^  Las  inclinaciones  y  voracidad  de  los  indígenas,  quienes 
«herederos  de  la  voracidad  que  sus  padres  habían  traído  del  fondo 
de  los  bosques,  se  alimentaban  de  frutas  verdes,  comían  los  manjares 
casi  crudos,  sin  que  ni  la  razón,  ni  la  autoridad  ni  la  experiencia 
pudiesen  desarraigar  aquellas  costumbres  inveteradas.  De  este  modo 
la  masa  de  la  sangre,  alterada  por  el  aire  y  por  los  alimentos  no 
podía  formar  familias  numerosas,  ni  generaciones  de  alguna  dura- 
ción.» 

De  las  causas  alegadas  por  el  autor,  la  1.'^  cesó  con  el  tiempo:  la 


—  455- 

2.^^  no  podía  tener  notable  influjo,  y  también  se  remedió  con  los  yer- 
bales hortenses;  la  3.*  y  la  5.^  son  las  de  verdadero  influjo:  y  á  la  pre- 
gunta del  autor  de  si  «los  Jesuítas  ignoraban  los  saludables  efectos 
de  la  inoculación  en  las  riberas  del  Amazonas,  ó  se  negaron  á  una 
práctica  cuyas  ventajas  están  tan  bien  probadas»  es  manifiesta  la 
contestación  de  que  lo  ignoraban,  y  no  conocían  otro  medio  que  el 
del  aislamiento.  La  vacuna  se  empezó  á  dar  á  conocer  por  la  propa- 
ganda de  Jenner  en  1776,  cuando  ya  no  había  Jesuítas  en  el  Para- 
guay. Los  ensayos  hechos  antes  eran  ó  aislados  ó  desconocidos. 

Examina  luego  Raynal  tres  cargos  hechos  á  los  misioneros  según 
él,  y  concluye: 

tíCuando  en  1768  salieron  las  misiones  de  manos  de  los  Jesuí- 
tas, hablan  llegado  á  un  grado  de  civilización  quisa  el  mayor  á 
que  puedan  ser  conducidas  las  naciones  nuevas:  y  ciertamente 
superior  á  todo  cuanto  existía  en  el  resto  del  nuevo  hemisferio .  Allí 
se  observaban  las  leyes.  Reinaba  una  exacta  policía.  Las  costum- 
bres eran  puras.  Una  di  diosa  frater  tildad  unía  los  corazones. 
Todas  las  artes  de  necesidad  se  habían  perfeccionado  allí;  y  eran 
conocidas  algunas  de  las  de  adorno.  La  abundancia  era  universal., 
y  nada  faltaba  en  los  depósitos  públicos.  El  número  de  ganado 
vacuno  subía  á  769 ,353;  el  de  las  tnulas  y  caballos.,  á  94,983;  el 
de  las  ovejas,  á  221,537 ;  sin  contar  algunos  otros  animales  domés- 
ticos . » 

Cualquiera  verá  que  el  concepto  general  de  este  autor  es  apro- 
batorio y  encomiástico  en  sumo  grado  del  sistema  de  los  Jesuítas  en 
el  Paraguay.  Aun  admitiendo  hechos  falsos  por  los  cuales  otros  los 
incriminan,  él  los  aplaude  por  los  mismos  ó  los  defiende. — Pero  al 
examinar  expresamente  los  tres  cargos  de  que  se  ha  hablado  arriba, 
procede,  como  lo  tienen  por  costumbre  los  sofistas  que  á  sí  mismos 
se  dieron  el  título  de  filósofos,  afirmando  en  una  parte  lo  que  niegan 
en  otra,  y  defendiendo  con  igual  brío  las  dos  partes  contradictorias 
de  una  misma  cuestión;  y  cuando  más  no  pueden,  imprimiendo  en  el 
ánimo  su  escepticismo  para  que  el  que  no  piensa  mal,  llegue  por  lo 
menos  á  dudar. 

Pone  por  cargos  la  codicia  3^  usurpación,  la  superstición  y  el 
conato  de  independencia.  Para  explicar  el  origen  de  la  primera, 
supone  que  los  Jesuítas  pidieron  y  obtuvieron  de  la  corte  de  Madrid 
la  exclusión  de  todos  los  españoles,  Pero  no  fueron  los  Jesuítas,  sino 
las  leyes  ya  existentes,  las  que  prohibieron  la  comunicación  de  los 
españoles  con  los  indios  en  sus  pueblos,  como  en  su  lugar  se  ha 
hecho  ver. 


—  456  — 

Dice  que  el  enojo  causado  por  esta  medida  hizo  acusar  á  los 
Jesuítas  de  mercaderes,  y  de  comerciar  con  los  bienes  de  los  indios 
y  apropiarse  el  sobrante.  Raynal  se  inclina  á  creerlo. — Ya  se  ha 
hablado  del  comercio  y  del  sobrante  que  nunca  había. — Y  además, 
una  usurpación  de  bienes  tan  escandalosa,  que  jamás  se  ha  probado, 
no  se  puede  atribuir  á  los  Jesuítas  sino  por  calumnia. — Con  ocasión 
de  este  cargo  hace  mención  el  autor  de  dos  épocas  en  la  historia  de 
los  Jesuítas  del  Paraguay,  una  de  santidad  y  otra  de  móviles  bajos 
y  humanos;  recurso  ya  gastado  y  aplicado  igualmente  por  los  malos 
á  la  Iglesia,  en  que  nunca  se  determina  cuándo  empezó  el  daño  3^ 
quiénes  fueron  sus  autores,  porque  es  imposible  fijar  lo  que  nunca 
existió.  Pero  recurso  juntamente  á  que  aun  hoy  se  acude,  y  á  que  se 
acudirá  en  adelante. 

Al  cargo  de  superstición,  responde:  «Si  los  Guaraníes  debieron 
sus  felices  instituciones  á  la  superstición,  será  la  primera  vez  que  la 
superstición  habrá  hecho  bien  á  los  hombres.» — Respuesta  que  no 
deja  en  muy  buen  lugar  á  los  Jesuítas,  pues  admite  ó  permite  que 
hayan  usado  de  un  mal  medio  para  lograr  la  felicidad  de  los  Guara- 
níes: y  renueva  el  modo  insultante  de  hablar  de  estos  hombres 
impíos,  en  cu3^o  lenguaje  la  verdadera  religión  era  calificada  de 
superstición. 

Al  resolver  ó  aparentar  que  resuelve  la  tercera  dificultad  del 
conato  de  sublevarse  contra  España,  vacía  toda  la  malicia  de  su 
ánimo  para  difamar  á  los  Jesuítas  de  Europa  y  á  los  de  América. 
Dice  que  «los  Jesuítas  del  Paraguay  se  aprovecharon  del  mal  que  su 
Compañía  había  hecho  en  Europa  para  establecer  un  bien  sólido  en 
América».  El  mal  que  les  atribuye  en  Europa  es  inventado  por  él. 
Investiga  luego  si  realmente  eran  felices  los  indios  del  Paragua)^  Y 
aquí,  empezando  por  dudar,  concluj^e  por  desdecirse  ó  contradecir 
todo  lo  que  había  defendido  arriba  con  tanto  esfuerzo,  y  se  empeña 
en  probar  que  los  Guaraníes  estaban  siempre  tristes:  que  el  ser  igua- 
les desterraba  de  entre  ellos  toda  emulación:  que  no  teniendo  propie- 
dad, no  podían  hacer  bien  á  los  suyos  ni  á  los  otros.  Que  todo  el  que 
tuviera  pasiones  había  de  ser  infeliz  allí;  y  no  hay  hombre  sin  pasio- 
nes en  el  mundo.  Que  continuamente  sentían  el  despotismo  de  sus 
legisladores  sin  apreciar  gran  cosa  sus  beneficios:  y  así  debieron 
persuadirse,  al  ver  que  los  Jesuítas  eran  desterrados,  de  que  no  serían 
menos  felices  sin  ellos,  porque  se  verían  en  libertad.  Y  que  por  eso 
fueron  pocas  las  muestras  de  sentimiento  que  dieron. — Ficciones 
todas  á  que  él  mismo  en  su  ma3^or  parte  ha  contestado  antes;  pero 
que,  puestas  á  última  hora  con  vehemencia  3^  en  montón,   dejan  el 


-457- 

ánirtio  del  lector  ó  confundido  ó  persuadido  de  que  la  obra  que  tanto 
había  ponderado  de  los  Jesuítas  era  obra  mala  y  aborrecible:  pues 
todo  su  fundamento  había  sido  la  felicidad  de  los  Guaraníes,  que 
ahora  derriba  por  el  suelo.— Lo  que  dice  de  las  pocas  muestras  de 
tristeza  de  los  indios  al  despedirse  de  los  Jesuítas,  es  contrario  á  la 
verdad:  y  han  llegado  hasta  el  tiempo  presente  suficientes  datos, 
á  pesar  del  empeño  que  pusieron  en  ocultarlos  Bucareli  y  los  suyos, 
para  poderse  probar  con  ellos  que  fueron  muy  llorados  los  Jesuítas 
al  ser  arrancados  de  entre  aquellos  que  habían  civilizado  y  ense- 
ñaban (1). 


V 


OBSERVACIÓN 

A  pesar  de  sus  incoherencias  y  contradicciones,  parece  claro  que 
el  juicio  de  estos  hombres  es,  en  general,  aprobatorio  del  sistema  y 
gobierno  de  los  Jesuítas  del  Paraguay.  Y  es  un  fenómeno  digno 
de  notarse,  como  antes  lo  era  el  de  la  desaprobación  de  los  autores 
del  Río  de  la  Plata,  que  unos  escritores  enemigos  de  la  religión 
católica,  perseguidores  de  los  Jesuítas,  quienes  no  estuvieron 
satisfechos  sino  viéndolos  destruidos  y  dispersos,  aplaudan,  sin 
embargo,  á  los  Jesuítas  del  Paraguay.  Antes  hemos  visto  autores 
que  hallándose  con  medios  para  conocer  bien  lo  sucedido,  interesa- 
dos en  cierto  modo  por  lo  que  era  una  honra  del  país  que  habitaban, 
vituperaban,  no  obstante,  loque  parecía  digno  de  aplauso:  ahora 
aparecen  otros  aplaudiendo  lo  que  parece  que  es  contrario  á  su  gusto 
y  tendencias. 

Y  nótese  que,  siendo  según  parece  indudable,  la  obra  de  Raynal 
una  compilación  á  modo  de  plagio,  en  que  el  autor  ahorró  trabajo 
tomando  de  otros  cuanto  le  pareció,  sin  hacer  diferencia  exterior 
entre  lo  suyo  y  lo  ajeno,  ni  aun  reparar  si  lo  uno  contradecía  á  lo 
otro,  siendo  tal  vez  una  tercera  parte  de  la  obra,  especialmente  los 
pasajes  más  importantes,  es.^ritos  por  Diderot  (2);  puede  ser  lo 
que  se  acaba  de  trascribir  en  el  último  párrafo,  doctrina  no  sólo  de 
Raj'nal,  que  lo  prohijó,  sino  también  de  Diderot,  que  lo  compusiera. 

(1)  Vid.  PERAMÁs,  Vita  Emmanuelis  de  Vergara. 

(2)  BiOGKAPHíE  uNivERSKLLE,  par  MicHAUD,  art.  Raynal. 


258 


—  458  — 

—  Y  así  serían  los  más  principales  corifeos  de  la  impiedad  y  de 
la  conjuración  anticristiana,  Voltaire,  d'Alembert  y  Diderot,  los 
panegiristas  de  los  Jesuítas  del  Paraguay. 

Descúbrese  ya  en  los  escritos  de  estos  hombres  la  perpetua  con- 
tradicción que  se  ha  observado,  y  hoy  mismo  se  sigue  observando,  en 
la  conducta  de  los  gobernantes  de  Francia,  enemigos  de  la  religión, 
quienes  persiguen  á  los  Jesuítas  y  en  general  á  los  misioneros  en 
Francia,  y  los  favorecen  en  las  naciones  de  infieles. 

Sean  empero,  aquellas  aprobaciones  efecto  de  que  no  se  sentían 
los  incrédulos  resistidos  por  los  misioneros  que  estaban  á  larga  dis- 
tancia, ocupados  en  su  obra  de  conversión  y  conservación  de  los 
indios:  y  así  desahogaban  todo  su  coraje  contra  los  que  tenían  á  la 
vista  y  sentían  que  eran  fuerte  defensa  de  la  buena  doctrina,  contra 
sus  sofismas  y  ataques  á  la  religión:  sea  que,  difundidas  por  Europa 
las  noticias  de  aquellas  misiones  con  cartas  edificantes  de  tantos 
Padres  de  diversas  naciones,  creyeran  imposible  escribir  negando 
los  hechos;  ó  cualquiera  otra  que  fuere  la  causa;  lo  cierto  es  que  tes- 
timonio de  enemigos  tan  manifiestos  en  favor  del  sistema  de  las 
Misiones,  á  pesar  de  estar  interesados  en  desacreditar  á  los  misio- 
neros, tuvo  grande  influjo  en  el  tiempo  en  que  se  dio  para  formar 
opinión,  por  lo  mucho  que  inmerecidamente  eran  estimados  sus  auto- 
res; y  considerado  en  sí  mismo;  conserva  también  no  pequeño  valor, 
como  confesión  arrancada  por  la  verdad  á  los  mismos  sofistas  sus 
enemigos. 


CAPITULO  XVII 


OTROS  ESCRITORES  EXTRANJEROS: 
VIAJEROS 


1,  Italia:  Muratori. — 2.  Ingleses:  Robertson. — 3.  Southey.— 4.  Parish:  Marshall: 
Graham. — 5.  Franceses:  Charlevoix.— 6.  Bonpland:  Moussy:  Gay:  Demersay. — 7. 
Alemanes:  Murr. — 8.  Gothein:  Pfotenhauer. — 9.  Viajeros:  UUoa:  Frézier:  Bou. 
gainville. — 10.  Saint-Hilaire:  D'Orbigny:  Page. 

Suerte  ha  sido  especial  la  de  las  Misiones  del  Paraguay,  la  de 
que  no  sólo  no  haya  nación  importante  en  Europa,  sino  ni  siquiera 
escritor  importante  de  historia,  que  no  haya  tratado  de  ellas,  dando 
su  juicio  favorable  ó  adverso;  así  como  es  hecho  digno  de  repararse 
el  que  apenas  se  halle  Archivo  alguno  importante  en  Europa,  que  no 
contenga  documentos  originales  de  Jesuítas  del  Paraguay.  Dejando 
á  otros  el  explicar  la  causa  del  hecho,  es  manifiesta  consecuencia  de 
él  que  sería  tarea  inmensa  empeñarse  en  presentar  juicios  de  todos 
los  que  han  tratado  de  esta  materia.  Lo  que  se  hará  en  este  capítulo 
será  únicamente  aducir  como  muestra  algunos  juicios  de  escritores 
de  diversas  naciones,  con  lo  cual  habrá  también  ocasión  de  rectificar 
ciertos  conceptos  equivocados,  y  asentar  más  sólidamente  los  verda- 
deros. 


ITALIA:  MURATORI 

Luis  Antonio  Muratori  (1672  1750)  historiador,   arqueólogo  y  crí- 
tico modenés,  pasó  toda  su  vida  en  el  estudio  de  las  fuentes  y  en  el 


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trabajo  de  acumular  materiales  para  la  historia  de  su  patria.  Célebre 
ya  A  los  veinte  años  por  su  vasto  saber  y  sólida  erudición,  no  cesó  de 
trabajar  durante  toda  su  vida  en  multitud  de  escritos  y  fructuosas 
indagaciones  de  documentos,  con  tan  recto  juicio,  que  hoy  mismo 
son  un  copioso  arsenal  para  los  historiadores:  habiéndose  merecido 
el  insigne  escritor  no  sólo  un  ilustre  nombre  en  los  anales  de  la  cien- 
cia histttrica,  sino  el  dictado  también  de  Padre  de  la  Crítica,  en 
su  país. 

Advirtiendo  con  sentimiento  que  en  Italia  eran  casi  del  todo  des- 
conocidas las  Misiones  del  Paraguay,  de  las  cuales  él  había  formado 
alta  estima,  resolvió  escribir  sobre  ellas,  procurando  adquirir  las 
noticias  m;is  ciertas  en  sus  propias  fuentes.  Para  este  fin  se  dedicó 
antes  de  emprender  su  tarea,  á  recoger  cuantos  documentos  origina- 
les estuvieron  á  su  alcance.  La  enumeración  de  libros,  memorias  y 
apuntes  que  hace  al  principio  del  primer  tomo  de  su  obra,  muestra 
que  escribía  con  pleno  conocimiento  de  causa,  y  provisto  de  recursos 
que  pocos  otros  autores  han  tenido.  Estos  elementos,  puestos  cá  dis- 
posición de  un  hombre  tan  maduro  en  los  trabajos  históricos  como 
Muratori,  habían  de  producir  una  obra  de  capital  importancia  }'  de 
extraordinaria  fama.  Y  así  sucedió. 

Para  no  omitir  medio  alguno  de  obtener  abundante  y  buena  infor- 
mación, aprovechó  Muratori  la  presencia  en  Italia  del  Príncipe  de 
Santo-Bono,  quien,  habiendo  sido  Virrey  del  Perú,  y  estando  de 
vuelta  á  Europa,  se  detuvo  bastante  tiempo  en  Bolonia,  donde  Mura- 
tori tuvo  largas  conferencias  con  él,  enterándose  de  las  noticias  que 
deseaba  saber  sobre  América.  M;ls  tarde  aprovechó  asimismo  la 
venida  á  Europa  del  P.  Ladislao  Orosz,  austríaco,  que  del  Paraguay 
había  sido  enviado  como  Procurador  á  buscar  en  Europa  nuevo  con- 
tingente de  Misioneros  para  los  indios:  y  recogió  de  él  en  1746  y  1747 
importantes  noticias  y  documentos  para  el  segundo  tomo  de  su  obra 
y  para  confirmar  ó  aumentar  lo  expuesto  en  el  primero:  sin  que  olvi- 
dase el  solicitar  siempre  miyores  noticias,  recurriendo  entre  otros 
al  cardenal  de  Nazianzo,  Mons.  Enrique  Enríquez,  quien  en  su  cali- 
dad de  Nuncio  de  Madrid  iba  á  verse  en  aptitud  de  tener  exactos 
informes  de  aquellas  apartadas  iglesias,  pertenecientes  A  los  domi- 
nios de  España. 

Finalmente,  en  1743  publicó  su  libro,  titulado  II  Cristianesimo 
Felice:  obra  que  en  razón  del  crédito  del  autor,  y  de  la  materia  his- 
tórica que  contenía,  fué  extraordinariamente  estimada  por  todos  los 
sabios  de  Europa:  traducida  A  todos  los  idiomas:  y  mereció  verse 
citada  del  Sumo  Pontífice  Benedicto  XIV   en  dos  ocasiones  impor- 


-461- 

tantes,  como  se  ha  dicho  en  su  lugar.  Lástima  que  en  his  ediciones 
modernas  se  hayan  suprimido  las  cartas  de  los  Misioneros  que  el 
autor  puso,  y  eran  documentos  fehacientes  que  al  mismo  tiempo  con- 
tenían noticias  imposibles  de  adquirir  por  otro  medio. 

Varias  de  las  circunstancias  dichas,  y  ciertamente  no  las  menos 
importantes,  son  hoy  conocidas  merced  á  una  publicación  del  sabio 
historiador  de  la  Compañía  P.  Pedro  Tacchi-V'^enturi,  en  que  se  con- 
tiene la  correspondencia  inédita  de  Muratori  con  dos  Padres  Jesuítas 
literatos  de  Italia,  uno  de  los  cuales  es  el  célebre  P.  Lagomarsini;  y 
también  su  correspondencia  con  el  sobredicho  Padre  Orosz  (1). 

En  esta  colección,  compuesta  de  33  cartas,  que  abarcan  el  período 
de  1735  A  1749,  se  ve  con  toda  claridad  que  la  idea  y  resolución  de 
elaborar  su  obra  acerca  del  Paraguay  fué  espontánea  en  el  célebre 
crítico  é  historiador,  pues  escribe  á  23  de  Marzo  de  1742  desde 
Módena  al  P.  Contuccio  Contucci:  «Siempre  he  creído  la  más  útil  á 
la  Iglesia  y  la  más  gloriosa  para  la  Compañía  la  misión  del  Para- 
gua}'.  Y  sin  embargo,  de  ella  poco  ó  nada  se  sabe  en  Italia.  Y  aun 
entre  los  pocos  que  dicen  de  ella  dos  palabras,  algunos  pintan  á  los 
Padres  como  príncipes  de  aquellas  regiones,  con  agravio  maniñesto 
de  la  verdad.  Confieso  á  V.  R.  que  estoy  enamorado  de  aquellas 
Misiones,  porque  me  parece  encontrar  allí  la  primitiva  Iglesia.  Por 
esto  acudo  á  V.  R.  en  primer  lugar,  participándole  que  mi  deseo 
sería  poder  hacer  una  descripción  de  aquellas  Misiones.»  Al  mismo 
tiempo  que  le  manifiesta  su  plan,  le  pide  que  le  diga  si  será  esto  de  su 
aprobación  y  de  los  otros  Padres:  y  que  le  procure  los  datos  que 
estén  á  su  alcance:  aunque  por  su  parte  no  se  descuidaba  de  reunir- 
los  el  mismo  Muratori  de  cuantos  podía  esperar  se  los  comunicasen. 
Más  tarde  da  gracias  en  repetidas  cartas  de  los  documentos  que  por 
medio  de  los  Padres  de  la  Compañía  obtuvo,  entre  ellos  de  un  escrito 
del  P.  Nusdorffer,  y  de  una  Relación  que  parece  le  vino  de  España. 

Qué  juzgue  Muratori  del  sistema  de  los  Jesuítas  en  el  gobierno 
de  los  indios,  lo  expresa  bastante  el  solo  titulo  de  su  libro.  Era 
menester  trasladarlo  íntegro  en  este  lugar,  para  igualar  su  aproba- 
ción y  su  religioso  fervor:  y  el  libro  es  bien  conocido. 

Su  parecer  va  compendiado  en  la  carta  que  acaba  de  citarse:  y  no 
es  menos  expresivo  el  que  emite  en  el  Prólogo  «A  los  Lectores»  de 
su  primera  parte:  «El  segundo  placer  propio  de  mi  narración  está 
reservado  á  todos  los  buenos  católicos,  quienes  al  ver  con  cuánta 
felicidad  y  amplitud  se  ha  propagado  la  religión  de  Cristo  en  tantas 

(1)     Tacchi-Venturi,  Corrispondenza  inédita  di  Lodovico  Antonio  Muratori  con 
i  Padri  Contucci,  Lagomarsini  e  Orosz  della  Compagina  di  Gesü-Roma  190L 


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poblaciones  de  la  América  meridional,  que  yacían  antes  sumergidas 
en  las  tinieblas  de  la  infidelidad,  y  considerando  el  envidiable  estado 
en  que  actualmente  se  hallan  aquellas  cristiandades  nuevas,  no  podrán 
menos  de  regocijarse  de  que  el  reino  de  Jesucristo  y  la  verdadera  fe 
se  vayan  dilatando  siempre  más  y  más  sobre  la  tierra.  Me  atrevo  á 
decir  que  no  hay  santas  Misiones  de  la  Iglesia  católica  que  puedan 
igualarse  con  las  felicísimas  del  Paragua}^-  y  espero  que  no  formará 
de  ellas  diverso  concepto  quien  quisiere  leer  este  m¡  escrito.» 


II 

INGLESES:  ROBERTSON 

Puede  decirse  en  general  que  los  mgleses,  á  pesar  de  ser  protes 
tantes,  han  hecho  justicia,  en  la  mayor  parte  de  las  ocasiones,  al  régi- 
men de  los  Jesuítas  en  el  Paraguay,  guiándose  por  la  luz  natural  y 
el  buen  sentido. 

De  ellos  es  uno  el  autor  de  la  relación  que  se  publicó  anónima  en 
Edimburgo  año  de  1762,  sin  nombre  de  autor,  y  fué  traducida  al  año 
siguiente  en  italiano.  Titúlase  Relación  de  los  Establecimientos 
Españoles  en  América  («An  account  of  the  Spanish  settlements 
in  America»)  y  al  tratar  del  Paraguay  y  de  sus  renombradas  Misio- 
nes, expone  primero  sus  datos,  que  por  cierto  son  bien  erróneos, 
tomando  del  libelo  del  abate  francés  el  número  de  300  mil  familias, 
añadiendo  que  no  hay  ninguna  propiedad:  que  tienen  los  indios  odio 
á  los  extranjeros,  asertos  del  libelo  de  Pombal:  y  que  es  muy  proba- 
ble que  allí  haya  minas.  No  obstante  estos  precedentes  falsos,  que 
podían  hacer  presumir  un  juicio  muy  desfavorable,  el  autor  se 
expresa  en  los  siguientes  términos:  «Algunos  han  descrito  con  negros 
colores  el  proceder  de  los  Jesuítas:  pero  sus  observaciones  no  me 
parece  que  estén  conformes  á  la  experiencia  de  donde  las  quieren 
derivar.  Para  juzgar  rectamente  de  los  servicios  que  hayan  prestado 
los  Jesuítas  á  aquellos  pueblos,  no  se  han  de  poner  en  comparación 
con  otras  naciones  adelantadas  de  Europa,  sino  con  sus  vecinos  sal- 
vajes de  Sud-América,  y  con  los  indios  comarcanos  que  gimen  bajo 
el  3'ugo  español.  Y  si  discurrimos  de  este  modo,  es  claro  que  la 
sociedad  humana  debe  estarles  infinitamente  agradecida  de  que 
hayan  juntado  300  mil  familias  en  una  sociedad  muy  bien  ordenada. 


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donde  antes  sólo  había  unos  salvajes  incultos  y  errantes.  Y  á  la  ver- 
dad, es  difícil  de  entender  cómo  este  régimen  no  tenga  alguna  extra- 
ordinaria perfección,  cuando  encierra  en  sí  tal  raíz  de  crecimiento, 
que  no  sólo  atrae  a  otros  para  que  vengan  á  ponerse  bajo  de  él,  sino 
que  de  sí  mismo  desprende  nuevos  retoños.  En  ninguna  manera  pode- 
mos tampoco  desaprobar  un  sistema  que  tan  saludables  efectos  pro- 
duce, y  que  ha  hallado  aquel  tan  difícil  y  suave  medio,  aquel  gran 
desiderátum  del  arte  de  gobernar,  que  es  el  juntar  una  completa 
sumisión  y  al  mismo  tiempo  un  contento  y  placer  completo  del  pue- 
blo. Es  ésta  una  materia  de  tal  calidad,  que  sería  de  desear  que  la 
estudiásemos  con  más  interés,  en  lugar  de  divertirnos  con  ánimo 
dañado  de  enemigos  que  ultrajan  y  calumnian  lo  que  debieran  amar, 
ensalzar  é  imitar:  v  en  vez  de  proceder  así,  deberíamos  aprender  á 
usar  en  nuestros  gobiernos  nuevos  medios  distintos  de  los  actuales, 
que  son  la  violencia  y  el  dinero.» 

•  RoBERTSON,  pastor  protestante  escocés,  autor  de  una  historia  de 
América  y  otra  del  Emperador  Carlos  V  (obra  esta  última  que  hubo 
de  ser  puesta  en  el  índice  de  los  libros  prohibidos,  por  la  audacia 
sectaria  con  que  desfigura  los  hechos  relativos  á  la  Iglesia  católica), 
nada  dijo  del  Paraguay  en  su  Historia  de  América;  pero  habló  de 
él  en  la  Historia  de  Carlos  V. 

Tratando  en  ella  de  la  Compañía  de  Jesús,  explica  su  acción  de 
la  siguiente  manera  (1):  «Siendo  el  fin  á  que  ostensiblemente  aspi- 
raba el  trabajar  con  incansable  celo  para  promover  la  salvación  de 
los  hombres,  éste  la  empeñó  en  muy  activas  empresas.  Desde  su 
primera  institución  consideraron  los  Jesuítas  la  educación  de  la 
juventud  como  su  ocupación  peculiar:  tuvieron  también  afición  á  ser 
guías  espirituales  y  confesores:  predicaron  con  frecuencia  para  ins- 
truir al  pueblo:  enviaron  misioneros  para  convertir  las  naciones 
infieles.»  ...«la  humanidad,  preciso  es  confesarlo,  sacó  de  ellos  con- 
siderables ventajas.»... 

Trata  luego  de  la  América  y  en  especial  del  Paraguay,  y  dice: 
«Pero  en  el  Nuevo  Mundo  es  donde  los  Jesuítas  han  dado  la  más 
admirable  muestra  de  sus  especiales  talentos,  y  han  contribuido  con 
gran  eficacia  á  hacer  bien  á  la  especie  humana...  Solamente  los 
Jesuítas  han  tenido  la  humanidad  por  blanco  de  sus  establecimientos 
en  América.  Desde  el  principio  de  la  pasada  centuria  [siglo  xvii], 
habían  obtenido  licencia  de  entrar  en  !a  fértil  provincia  del  Para- 

(1)    Lib.  VI,  año  1540. 


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guay,  que  se  extiende  á  través  del  continente  de  la  América  meri- 
dional desde  el  fondo  de  las  montañas  de  Potosí,  hasta  los  confines 
de  las  colonias  de  España  y  Portugal  en  las  riberas  del  río  de  la 
Plata.  Hallaron  á  aquellos  habitantes  en  un  estado  poco  diferente 
del  que  tienen  los  hombres  cuando  empiezan  á  congregarse  en  socie- 
dad: extraños  á  las  artes:  subsistiendo  precariamente  de  la  pesca  ó 
de  la  caza:  y  apenas  familiarizados  con  los  primeros  principios  de 
subordinación  al  gobierno.  Pusiéronse  los  Jesuítas  á  instruir  por  sí 
mismos  y  civilizar  á  estos  salvajes,  enseñáronles  á  cultivar  la  tierra, 
á  criar  animales  domésticos,  y  levantar  edificios.  Lleváronlos  á  vivir 
en  casas.  Ejercitáronlos  en  las  artes  y  manufacturas.  Hiciéronles 
gustar  las  comodidades  de  la  sociedad;  y  les  acostumbraron  á  las 
ventajas  de  la  seguridad  y  del  orden.  Aquellos  pueblos  se  hicieron 
subditos  de  sus  bienhechores;  quienes  los  gobernaron  con  tierno  cui- 
dado, semejante  al  que  tiene  un  padre  para  con  sus  hijos.  Respeta- 
dos y  amados  casi  hasta  la  adoración,  unos  pocos  Jesuítas  estaban 
al  frente  de  algunos  centenares  de  miles  de  indios.  Mantenían  per- 
fecta igualdad  entre  todos  los  miembros  de  la  Comunidad.  Obligá- 
base á  cada  uno  de  ellos  á  trabajar  no  para  sí  solo,  sino  para  el 
público.  El  producto  de  sus  campos,  y  los  frutos  de  su  industria  de 
todas  clases  eran  depositados  en  almacenes  comunes,  de  donde  cada 
individuo  recibía  todo  lo  necesario  para  atender  á  sus  necesidades. 
Con  esta  institución,  casi  todas  las  pasiones  que  turban  la  paz  de  la 
sociedad,  y  hacen  á  sus  miembros  infelices,  quedaban  extinguidas. 
Unos  pocos  magistrados,  elegidos  por  los  indios  mismos,  velaban 
por  la  pública  tranquilidad  y  aseguraban  la  obediencia  á  las  le3'es. 
Los  castigos  de  sangre,  frecuentes  en  otra  clase  de  gobiernos,  eran 
aquí  desconocidos.  Una  amonestación  de  un  Jesuíta,  una  leve  señal 
de  infamia,  ó,  en  alguna  contada  ocasión,  algunos  pocos  golpes  con 
un  azote,  eran  suficientes  para  mantener  el  buen  orden  entre  aquel 
inocente  y  feliz  pueblo.» 

Aunque  yerra  Robertson  en  representar  las  Doctrinas  como  si 
profesasen  el  comunismo,  y  en  eso  se  aparta  de  Charlevoix,  á  quien 
cita:  en  lo  demás  no  parece  que  tenga  formado  juicio  desfavorable 
del  régimen  de  aquellas  Misiones;  antes  por  el  contrario,  las  ensalza 
como  una  grande  y  acertada  obra. 

Hasta  aquí,  tratándose  del  hecho,  y  en  el  terreno  de  la  realidad, 
no  ha  podido  menos  de  sentirse  impresionado  por  la  felicidad  de  los 
indígenas  de  América,  y  la  grandeza  de  la  empresa  de  civilizarlos 
realizada  por  los  misioneros;  como  al  hablar  de  Europa  no  ha  podido 
dejar  de  reconocer  la  grandeza  de  la  Compañía  en  su  instituto  y  en 


-  465  — 

sus  obras.  Pero,  poniéndose  á  indagar  las  causas  y  el  carácter  de  uno 
y  otro,  desbarra  lastimosamente.  Y  así  como  asegura  que  el  impulso 
que  movía  al  santo  Patriarca  fundador  de  la  Compañia,  era  el  fana- 
tismo ó  la  ambición;  y  que  el  fin  de  todos  los  actos  de  cada  Jesuíta 
era  el  crédito  de  la  Compañía;  que  los  Jesuítas  habían  llegado  á 
dominar  á  los  Papas,  siendo  culpables  de  todos  los  desaciertos  come- 
tidos en  Roma,  etc.;  así  también,  al  acabar  su  pintura  del  Paraguay, 
le  da  por  causa  con  toda  seriedad  la  resolución  de  establecer  un 
imperio  independiente  en  el  Paraguay.  Y  repite  en  seguida  los  aser- 
tos del  libelo  de  Pombal,  dándolos  como  medios  para  el  tal  imperio. 
Semejantes  enormidades  en  un  hombre  estudioso,  que  se  preciaba  de 
discurrir  conforme  á  razón,  proceden  no  sólo  del  fanatismo  de  secta, 
sino  de  haber  olvidado  aquí  la  primera  regla  de  la  crítica,  que  es  no 
contentarse  con  los  informes  de  otros  cuando  se  puede  recurrir  á  las 
fuentes.  En  vez  de  estudiar  las  Constituciones  de  la  Compañía  de 
Jesús,  cosa  que  no  le  hubiera  sido  difícil,  acude  á  los  libelos  de  la 
Chalotais  y  Rippert  de  Mondar,  5'  á  sus  infieles  citas.  En  vez  de 
usar  de  los  documentos  originales  como  la  Cédula  de  1743,  con  sus 
Informes,  recurre  á  fuentes  tan  cenagosas  como  la  Relación  abre- 
viada. Sus  vergonzosos  yerros  al  inquirir  las  causas  no  merecen 
disculpa. 


III 

SOUTHEY  2ol 

Roberto  Southey,  poeta,  historiador  y  crítico  inglés  (1774-1843j, 
escribió  una  Historia  del  Brasil,  publicada  de  1810  á  1819,  en  tres 
tomos.  No  hubiera  sido  necesario,  en  rigor,  tratar  en  ella  de  los 
Jesuítas  del  Paraguay;  pero,  tomando  ocasión  de  la  vecindad  de  las 
reducciones  con  el  país  que  describía,  de  las  invasiones  de  los  paulis- 
tas,  y  otros  puntos,  habló  largamente  de  los  Jesuítas  de  aquella 
región  y  de  sus  Doctrinas. 

Pocos  escritores  habrán  dispuesto  de  un  arsenal  de  documen- 
tos (no  pocos  de  ellos  inéditos),  tan  abundante  como  Southey  para 
dilucidar  esta  materia.  El  citado  historiador  los  va  utilizando  según 
las  ocasiones:  y  en  los  más  de  los  casos  sale  á  la  defensa  de  los 
Jesuítas  en  los  cargos  de  hecho  que  se  les  dirigen,  mostrando  fria- 
mente  la  resulta  de  su  investigación  histórica. 

30    Organización  SOCIAL  DE  LAS  DOCTRINAS  GUARANÍES. —TOMO  II 


-466- 

Juzí^a  de  los  Jesuítas  al  principio  de  su  libro  (1)  que  «ninguna  de 
las  dotes  propias  del  misionero  les  faltaba.  Estabm  animados  de 
ferviente  celo,  lo  habían  abandonado  todo  en  el  mundo  por  seguir 
su  estado,  y  tenían  fe  en  su  misión». 

Refiere  los  desastres  que  ocasionó  en  las  Reducciones  la  bárbara 
é  inhumana  pertinacia  de  los  paulistas,  empeñados  en  extirparlas 
de  raíz,  3^  las  victorias  que  sobre  ellos  consiguieron  los  Guaraníes  de 
Doctrinas,  una  vez  provistos  de  armas  de  fuego.  Y  al  llegar  á  des- 
cribir el  gobierno  establecido  por  los  Jesuítas,  escribe: 

«Maduró  para  esta  época  (1642)  el  sistema  de  los  Jesuítas,  que  ha 
sido  objeto  tanto  de  panegíricos  como  de  calumnias.» 

Expone  la  exención  de  encomiendas,  la  propiedad,  el  gobierno 
municipal,  la  construcción  de  los  pueblos.  Sobre  la  calumnia  de  pro- 
hibir el  idioma  español,  observa  que  en  todas  partes  del  Paraguay 
hablaban  los  europeos  mismos  el  Guaraní  desde  niños.  Sobre  las 
artes  en  Doctrinas  dice  así:  «Tanto  en  las  artes  útiles  como  en 
las  de  adorno,  se  habían  hecho  considerables  progresos.  Además  de 
carpinteros,  albañiles  y  herreros,  había  torneros,  escultores  y  dora- 
dores. Fundíanse  campanas  y  fabricábanse  órganos.»  «De  la  mecá- 
nica sabían  los  indios  cuanto  bastaba  para  construir  molinos  movidos 
por  caballos,  y  de  la  hidráulica,  lo  preciso  para  elevar  el  agua  para 
irrigación  de  los  campos,  y  abastecimiento  de  los  pozos  y  cisternas 
públicas  para  lavandería.  Por  más  delicado  que  fuese  el  mecanismo, 
sabía  el  Guaraní  imitar  lo  que  le  ponían  delante  de  los  ojos.  Había 
en  cada  reducción  diferentes  tejedores,  etc.» 

«El  precepto  que  excluía  de  esta  república  á  los  españoles,  exci- 
taba tanta  sospecha  y  enemistad,  que  no  fué  posible  mantenerlo 
mucho  tiempo  con  el  rigor  que  los  Jesuítas  querían.  Permitióse  por 
tanto,  la  entrada  en  las  seis  Reducciones  del  Norte  del  Paraná, 
entrando  también  los  moradores  de  Corrientes  en  la  de  Candelaria, 
que  queda  al  lado  del  Sur...  Conviene  tener  presentes  las  circunstan- 
cias de  la  sociedad  que  se  hallaba  en  derredor  de  las  Reducciones, 
con  la  que  se  pretendía  incorporar  á  estos  indios,  y  quien  viere  des- 
arrollado á  sus  ojos  ese  cuadro,  tendrá  por  justificados  á  los  Jesuítas.» 

Explica  cómo  la  cantidad  de  yerba  que  bajaba  de  las  Reducciones 
cada  año  era  de  sólo  12  rail  arrobas,  y  la  de  la  Asunción  era  de  casi 
130  mil  arrobas:  y  concluye:  «Tan  infundada  como  otras  acusaciones 
que  se  les  hicieron,  era  ésta  de  enriquecerse  los  Jesuítas  con  el  grande 
tráfico  que  hacían  de  este  artículo.» 

(1)      SOÚTHEY,   t.   I,  C.  8. 


-467- 

Al  responderá  otra  calumnia,  explica  el  carácter  de  los  Curas  de 
Misiones:  «Entre  las  innumerables  calumnias  de  qu¿  fueron  blanco 
los  Jesuítas,  se  aseguraba  que  vivían  como  príncipes  en  su  imperio 
del  Paraguay,  engolfados  en  todas  las  sensualidades  prohibidas  á  sus 
conversos.  Nada  sería  más  monstruoso  que  suponer  á  aquellos  Misio- 
neros movidos  por  otro  impulso  que  el  del  deber  para  con  Dios  y 
para  con  el  prójimo.  Los  hombres  escogidos  para  este  servicio 
habían  dado  pruebas  de  su  entusiasmo  con  entrar  en  la  Compañía 
y  pedir  semejante  misión...  Al  tiempo  de  juzgar  á  un  Jesuíta  com- 
petente para  encargarse  de  una  Reducción,  estaban  ya  fijados  sus 
hábitos  intelectuales  y  morales:  había  pundonor  en  sustentar  la  dig- 
nidad del  propio  carácter  y  la  de  la  Compañía:  y  existía  el  imperio 
todavía  más  poderoso  de  los  principios  y  de  la  fe.» 

En  otra  parte,  hablando  del  libelo  de  Pombal  y  de  sus  fuentes 
juzga  en  los  siguientes  términos  la  acusación  del  imperio:  «La  más 
ligera  noción  de  la  historia  de  estos  religiosos  en  América,  hubiera 
evidenciado  que  no  procedían  ellos  según  el  plan  premeditado  de 
engrandecimiento  que  se  les  atribuyó.»  Y  añade,  dando  á  entender 
que  obraban  como  lo  hacían,  por  parecerles  que  así  lo  exigía  la 
índole  de  los  naturales:  «Era  eso  tan  cierto,  que  según  eran  diver- 
sos sus  establecimientos,  era  también  diversa  la  economía  y  consti- 
tución en  ellos  empleada.  Adaptaban  en  el  Nuevo  Mundo  sus  institu- 
ciones á  las  circunstancias  locales  y  carácter  de  varias  tribus,  como 
en  Europa  acomodaban  su  proceder  á  las  costumbres  de  los  diferen- 
tes países.» 

Al  describir  la  educación  que  daban  los  Jesuítas  á  los  niños,  el 
modo  de  vivir  en  las  Reducciones,  y  las  precauciones  que  se  tomaban 
para  prevenir  desórdenes,  desaprueba  este  modo  de  obrar,  qu,e  cali- 
fica de  medios  errados  que  conservaban  á  los  indios  en  perpetuo  estado 
de  niñez.  Bastantemente  se  ha  demostrado  ya  en  la  presente  obra  el 
error  de  ese  juicio,  que  supone  á  los  indios  de  la  misma  calidad  que 
el  hombre  europeo,  contradiciendo  á  la  experiencia;  y  quiere  negar 
la  conveniencia  de  ese  proceder,  que  reconocían  ser  del  todo  necesa- 
rio los  Misioneros  que  se  hallaban  presentes. 

Southey  yerra  en  los  principios  é  insulta  en  su  obra  á  la  Iglesia 
católica;  por  lo  cual  no  era  de  esperar  que  aprobase  la  obra  de  los 
Jesuítas.  Al  juzgarla,  incurre  igualmente  en  errores  graves,  y  aun 
entre  sus  mismos  conceptos  hay  contradicción.  «Jamás  hubo  des- 
potismo más  absoluto,  dice,  pero  jamás  tampoco  existió  otra  socie 
dad  en  la  que  el  bienestar  temporal  y  eterno  de  los  subditos  fuera  el 
único  fin  del  gobierno.  Erraban,  es  verdad,  los  gobernantes  grosera- 


—  468  — 

mente  en  el  ideal  que  de  uno  y  otro  se  proponían;  pero  á  pesar  de 
ello,  merecen  la  maj'or  admiración  la  santidad  del  fin,  y  el  heroísmo 
y  perseverancia  con  que  se  procuraba  conseguirlo.»  La  verdad  es 
que  en  las  Doctrinas  no  había  despotismo,  que  no  existe  cuando  los 
actos  del  gobernante  son  ajustados  á  las  leyes  como  allí  lo  eran;  ni 
fué  erróneo  el  ideal  del  bienestar  eterno,  pues  era  el  que  enseñó 
Nuestro  Señor  Jesucristo  y  enseña  su  santa  Iglesia;  ni  tampoco  fué 
errado  el  ideal  del  bienestar  temporal,  y  verdaderamente  fueron 
felices  los  Guaraníes  con  el  régimen  de  los  Jesuítas. 


IV 


PARISH;  MARSHALL:  GRAHAM 


Sir  Woodbine  Parish,  encargado  de  negocios  de  S.  M.  B.  en 
Buenos  Aires,  tuvo  especial  afición  á  enterarse  de  la  historia  del 
país,  y  recogió  cantidad  de  documentos  originales,  de  varios  de  los 
cuales  hizo  donación  más  tarde  al  Museo  Británico,  y  se  registran  en 
sus  catálogos. 

En  su  libro  publicado  en  1838  <íBuenos  Aires  y  las  Provincias  del 
Rio  de  la  Platas ,  habla  así  de  las  antiguas  Doctrinas: 

«Al  Este  de  Corrientes  se  encuentran  las  despobladas  ruinas, 
únicos  restos  de  las  famosas  Misiones  de  los  Jesuítas.  La  mayor 
parte  de  ellas  estaban  situadas  á  orillas  del  Paraná  y  Uruguay, 
por  donde  estos  ríos  se  aproximan  más  en  su  curso.  Cuando  la  Orden 
fué  expulsada  de  la  América  del  Sur  en  el  año  de  1767,  se  contaban 
100  mil  habitantes  en  los  30  pueblos  que  gobernaban.  En  el  año  de 
1825  no  quedaban  mil  almas  en  los  pueblos  situados  al  E.  del  Paraná, 
según  me  informó  un  oficial  que  mandaba  allí  en  aquel  tiempo,  y 
estoy  persuadido  de  que  estos  restos  se  han  acabado  de  disipar  des- 
pués, durante  la  guerra  del  Brasil,  por  la  ocupación  de  la  Banda 
Oriental.  Los  pueblos  del  otro  lado  del  Paraná  pertenecientes  á  la 
jurisdicción  del  Paraguay,  han  tenido  poco  mejor  suerte  bajo  la  mano 
del  Dr.  Francia.» 

«Este  era  el  Imperium  in  Imperio  que  excitó  en  otro  tiempo  el 
asombro  del  mundo  y  los  celos  de  los  príncipes.  Cuan  poco  fundados 
fuesen,  nada  lo  prueba  mejor  que  el  haber  caído  deshecho  el  edificio 


-469- 

con  la  sola  separación  de  unos  pocos  sacerdotes  ancianos.  Esta 
comunidad,  la  más  inocente  que  existió  jamás,  no  era  en  verdad  sino 
un  ensayo  hecho  en  escala  mayor,  é  inspirado  por  el  más  puro  espí- 
ritu del  Cristianismo,  para  domesticar  y  hacer  útiles  hordas  de  sal- 
vajes, que  sin  esto,  habrían  sido  miserablemente  exterminados  en  la 
guerra  ó  en  la  esclavitud,  como  el  resto  de  los  aborígenes,  por  los 
conquistadores  de  la  tierra.  » 

«El  notable  buen  suceso  que  los  Jesuítas  lograron,  despertó  la 
envidia  y  los  celos:  y  dio  lugar  á  mil  cuentos  absurdos  acerca  de  sus 
miras  políticas  en  la  fundación  de  aquellos  establecimientos,  que 
obteniendo  un  crédito  fácil  en  aquella  edad  crédula,  aceleraron  sin 
duda  la  caída  de  su  Orden.  Su  verdadero  crimen,  si  tal  puede  lla- 
marse, consistía  en  el  poder  é  influencia  moral  que  poseían,  como 
una  consecuencia  natural  de  sus  conocimientos  y  de  su  sabiduría, 
muy  superior  á  la  de  los  tiempos  en  que  vivían.» 

«Con  respecto  á  sus  Misiones  en  la  América  del  Sud,  nada  más 
contradictorio  que  cuanto  se  alega  contra  ellos.  Acusados  por  un 
lado  de  aspirar  al  establecimiento  de  una  supremacía  poderosa,  é 
independiente,  son  vituperados  al  mismo  tiempo  de  haber  mantenido 
sistemáticamente  á  los  indios  en  un  estado  de  pupilaje  infantil.  Y 
¿cuáles  habrían  sido  las  consecuencias  en  un  sistema  diverso?  ¿Por 
cuánto  tiempo  habrían  conservado  los  españoles  su  autoridad  en 
aquellos  países,  si  los  Jesuítas  hubiesen  instruido  y  educado  á  cien 
mil  indios,  dueños  naturales  en  aquel  suelo,  en  el  conocimiento  prác- 
tico de  los  derechos  del  hombre?  ¿Por  cuánto  tiempo  habrían  conser- 
vado los  mismos  Jesuítas  su  influencia?»  [El  autor  usa  de  un  argu- 
mento algo  propio  de  hombre  político,  y  de  exactitud  discutible: 
siendo  cierto  que  la  verdadera  razón  de  que  no  fuesen  elevados  más 
los  indios,  no  fué  el  temor,  sino  la  incapacidad  de  su  entendimiento, 
evidenciada  por  la  experiencia.  Pero  de  todos  modos  son  ciertas  sus 
observaciones  sobre  las  exigencias  contrarias  en  punto  á  los 
jesuítas.] 

«Los  indios  amaban  á  los  Jesuítas,  los  miraban  como  á  Padres 
suyos,  y  grandes  fueron  sus  lamentos  cuando  se  los  quitaron,  y  se  los 
reemplazaron  por  frailes  franciscanos  ignorantes  [es  verdadera  inju- 
ria nacida  del  concepto  protestante,  el  tachar  de  ignorantes  á  los 
franciscanos  sucesores  en  las  Doctrinas],  enviados  por  Bucareli, 
Capitán  general  en  Buenos  Aires.  Los  memoriales  siguientes  diri- 
gidos al  mismo  desde  las  Misiones  de  San  Luis  y  de  los  Santos  Már- 
tires, darán  alguna  luz  sobre  los  sentimientos  de  aquella  gente  con 
respecto  á  sus  antiguos  y  á  sus  nuevos  pastores.  [Copia  aquí  el 


-  470  - 

núm.  64  del  Apénd.]  [Luego  otro  Memorial  de  los  Mártires  en  que  se 
queja  el  Cabildo  de  los  procedimientos  de  su  Cura.] 

«Bucareli,  luego  que  recibió  el  primero  de  estos  candorosos  docu- 
mentos, lo  envió  á  España  con  el  ridículo  anuncio  de  que  le  conside- 
raba como  prenuncio  de  un  levantamiento  en  favor  de  los  Jesuítas: 
y  ordenó  en  consecuencia  que  un  cuerpo  escogido  de  tropas  salieran 
inmediatamente  del  Paragua}^  y  Corrientes  á  apostarse  en  las  cer- 
canías de  las  Misiones,  en  actitud  de  sofocar  la  insurrección  que  se 
esperaba:  después  se  puso  en  campaña  el  Gobernador  en  perdona 
contra  los  rebeldes.» 

«Encontrólos  no  en  armas,  sino  en  lágrimas.  Los  Jesuítas,  por 
más  que  él  no  llegase  á  creerlo,  habían  educado  los  indios  en  la  obe- 
diencia y  en  el  amor  á  su  Rey,  como  en  el  de  Dios:  y  los  indios,  des- 
pués de  haber  representado  su  parecer,  se  sometieron  humildemente 
A  las  órdenes  de  sus  nuevos  Superiores,  dando  gracias  al  Rey  de 
haber  enviado  un  personaje  como  Bucareli  á  cuidar  de  ellos.  De 
hecho  Bucareli  no  encontró  ni  la  más  leve  oposición  de  parte  de  los 
indios  para  el  establecimiento  de  su  sistema  propio  en  lugar  del  de 
los  Jesuítas,  que  habían  sido  los  primeros  en  cristianizar  los  indios. 
Empero,  la  eficacia  de  sus  providencias  se  puede  juzgar  por  el  efecto 
que  de  ellas  se  siguió.  Envióles  Administradores  seglares  y  frailes 
franciscanos  para  Curas.»  [Los  religiosos  que  sustituyeron  á  los 
Jesuítas  fueron  20  Padres  franciscanos,  22  dominicos  y  15  merceda- 
rios.]  «El  desgobierno  de  los  unos  y  el  poco  respeto  que  inspiraron 
los  otros,  comparándolos  con  las  vidas  uniformes  y  ejemplares  de 
sus  antecesores,  produjeron  en  menos  de  25  años  la  ruina  entera  y 
despoblación  de  aquellas  comunidades  antes  tan  prósperas  y  felices. 
Los  indios,  como  se  lo  habían  predicho  en  la  última  carta,  cuando 
ya  no  vieron  en  sus  gobernantes  la  prudencia  necesaria  para  preve- 
nir sus  daños,  se  perdieron  para  Dios  y  para  el  Rey.» 

«Cuando  digo  esto,  no  es  mi  ánimo  negar  que  las  instituciones  de 
los  Jesuítas  fuesen  defectuosas  en  muchos  puntos,  como  lo  son  las 
obras  todas  de  los  hombres.  Pero  es  preciso  no  olvidar  que  sus  insti- 
tuciones se  formaron  en  circunstancias  muy  singulares  y  nuevas:  y 
que  por  lo  tanto  se  han  de  hacer  muchas  reservas  al  querer  cotejar- 
las con  los  sistemas  sociales  de  Europa.» 

«En  fin,  si  atendemos  al  bien  que  hicieron,  con  preferencia  al  que 
no  hicieron,  veremos  que  los  Jesuítas  en  el  curso  de  siglo  y  medio 
hicieron  cristianos  m;'is  de  un  millón  de  indios:  y  les  enseñaron  á 
vivir  felices  y  contentos  debajo  del  dulce  y  pacífico  gobierno  de  sus 
ilustrados  y  admirables  pastores.  Dichosa  suerte,  si  se  compara  con 


-471- 

la  condición  salvaje  de  las  tribus  refractarias  A  la  conversión  que  los 
rodeaban.» 

En  1862  publicó  el  caballero  inglés  convertido  Tomás  Guillermo 
Marshall  su  obra  titulada  Las  Misiones  Cristianas:  sus  Ministros: 
su  Método:  y  sus  efectos  (1).  En  ella  examina  el  carácter  de  los 
Misioneros  católicos,  el  procedimiento  que  emplean  en  las  conver- 
siones y  los  frutos  que  han  obtenido:  y  pone  todo  en  comparación  con 
lo  que  se  observa  en  las  Misiones  protestantes.  Su  libro  tuvo  varias 
ediciones,  fué  traducido  á  otros  idiomas,  y  despertó  la  ira  y  recri- 
minaciones de  los  protesítantes,  que  se  empeñaron  en  desacreditar  al 
autor,  pero  sin  que  hayan  logrado  levantar  los  cargos  que  con  datos 
fehacientes  les  dirige,  ni  desvirtuar  un  punto  la  palmaria  demos- 
tración de  la  esterilidad  de  sus  Misiones  que  resulta  de  toda  la  obra. 

Al  tratar  de  las  Misiones  del  Paraguay  i^2),  expone  en  tres  párra- 
fos sucesivamente  la  historia  de  las  Misiones  y  de  sus  protagonistas, 
insistiendo  de  un  modo  especial  en  aquellos  que,  después  de  haber 
evangelizado,  recibieron  por  premio  de  sus  fatigas  la  corona  del 
martirio:  en  los  efectos  admirables  que  se  obtuvieron  en  las  Doctri- 
nas: y  en  el  testimonio  que  dan  los  mismos  autores  protestantes,  vin- 
dicando á  los  Misioneros  de  las  numerosas  acusaciones  que  contra 
ellos  se  han  producido,  junto  con  el  desastre  que  sobrevino  en  aquella 
cristiandad  cuando  se  les  removieron  repentinamente  sus  doctri- 
neros. 

Marshall  es  uno  de  los  pocos  escritores  que  ha  hecho  reparar  corao 
se  merece  el  hecho  providencial  de  la  aparición  de  la  Compañía  de 
Jesús  que  había  de  dar  una  legión  de  Misioneros  á  la  Iglesia  para 
ayudar  á  conquistar  el  Nuevo  Mundo  á  la  fe  católica,  justamente 
cuando  las  naciones  del  Norte  apostataban  de  ella:  y  el  carácter 
sobrenatural  de  toda  la  obra  llevada  á  cabo  en  el  Paraguay.  «Había 
llegado  el  tiempo,  dice,  en  que  la  divina  Providencia  quería  enviar 
á  todos  los  países,  desde  las  populosas  ciudades  del  remoto  Oriente 
hasta  las  soledades  del  Occidente  desconocido,  una  multitud  de 
apóstoles:  en  que  con  omnipotente  inspiración  henchía  á  un  tiempo 
de  su  espíritu  á  millares  de  hombres,  y  los  conducía  á  conseguir  vic- 
torias hasta  entonces  reputadas  por  imposibles.  Era  el  momento  en 
que  un  pueblo,  de  origen  sajón,  recién  separado  de  la  Iglesia,  á  la 
cual  debía  toda  su  felicidad  pasada,   todas  sus  nobles   instituciones, 

(1)  Marshall,  T.  W.  M.,  Christian   Missions; — Their  agents; — Theirmethod; — 
and  Their  results.  London,  Brussels,  1862,  3  vol.  8.°  mayor. 

(2)  Ibid.  ch.  X,  tom.  III.  pág.  112-162. 


—  472  — 

toda  su  ciencia  y  toda  su  civilización,  llenaba  el  aire  de  imprecacio- 
nes contra  la  Iglesia  sobre  la  que  el  Todopoderoso,  á  la  faz  de  los 
gentiles,  imprimía  el  sello  de  su  sanción...»  Enumera  las  blasfemias 
que  los  protestantes  anglicanos  proferían  contra  la  Iglesia  católica, 
justamente  mientras  los  más  insignes  Misioneros  de  la  Compañía 
de  Jesús  evangelizaban  en  todas  las  regiones  del  globo,  con  fruto  y 
milagros  extraordinarios;  y  prosigue:  «En  este  instante,  largo  tiempo 
esperado  por  el  mundo  pagano,  pero  que  la  Inglaterra  había  elegido 
para  realizar  su  apostasía,  resolvió  el  Señor  criar  dos  veces  diez  mil 
apóstoles,  que  habían  de  congregar  del  oriente  y  del  occidente,  de 
países  desconocidos  hasta  entonces,  una  nueva  muchedumbre  de  con- 
vidados para  aquel  celestial  banquete  al  cual  no  serían  ya  admitidos 
los  Invitados.  Habían  de  predicar  en  su  nombre  á  naciones  sumer- 
gidas en  las  sombras  de  la  muerte  el  misterio  de  la  salvación  recha- 
zado por  Inglaterra:  habían  de  elevar  enmedio  de  ellas  la  Iglesia 
misma  que  Inglaterra  se  esforzaba  en  vano  por  desarraigar.  Y  para 
que  todos  los  hombres  pudiesen  conocer  á  Aquél  de  quienes  eran 
enviados,  los  revistió  de  una  armadura  tomada  del  más  íntimo  san- 
tuario del  cielo,  y  los  enriqueció  con  dones  de  que  hubieran  deseado 
participar  los  serafines.  El  mundo  vio  este  ejército  de  Misioneros, 
llenos  del  celo  de  San  Pablo,  de  la  paterna  solicitud  de  San  Pedro  y 
de  la  caridad  de  San  Juan:  austeros  como  San  Juan  Bautista,  que  se 
sustentaba  de  langostas  y  miel  silvestre,  y  juntamente  misericordio- 
sos para  con  los  flacos  y  enfermos:  prontos  á  morir  como  San  Este- 
ban, por  la  palabra  de  su  maestro:  recompensados  en  la  muerte  con 
la  misma  visión  beatífica  que  consoló  la  agonía  del  protomártir.  Por 
primera  vez  en  su  historia  había  comenzado  Inglaterra  á  lanzar  mal- 
diciones contra  la  Iglesia:  y  esa  fué  la  respuesta  divina...» 

Y  hablando  expresamente  de  la  obra  del  Paragua}^,  añade:  «Inú- 
til sería  reproducir  las  reflexiones  que  suscitan  en  toda  alma  cris- 
tiana las  acciones  de  aquella  gran  sociedad  de  apóstoles  y  de  sus 
imitadores:  reflexiones  que  nacían  aún  en  el  corazón  del  salvaje 
caníbal  errante  por  las  riberas  del  Paraná  y  el  Uruguay.  Mas  es 
bien  advertir,  ante  el  espectáculo  de  las  virtudes  sobrenaturales 
cuyos  frutos  hemos  visto,  que  éstas  eran  la  señal  de  la  presencia 
ÍNTIMA  É  INMEDIATA  DE  Dios,  con  tanta  certidumbre  como  la  nube 
orlada  de  franjas  de  oro  revela,  por  más  que  lo  oculte,  al  astro 
inmenso  cuyo  esplendor  tiene  encubierto,  templando  la  viveza  de 
sus  rayos.  Aquellos  hombres  eran  poderosos;  pero  no  lo  eran  eviden- 
temente por  su  propia  fuerza.  Valerosos,  porque  no  temían  sino  el 
pecado:  pacientes  porque  caminaban  siguiendo  las  huellas  del  Cruci- 


—  473- 

ficado:  y  sabios  con  sabiduría  superior  á  la  de  los  hijos  de  Adán, 
porque  habían  oído  de  los  labios  de  Aquél  que  en  otro  tiempo  dio  la 
misma  seguridad  á  otros  misioneros  más  antiguos:  «No  sois  vos- 
otros QUIENES  HABLÁIS,  SINO  EL  ESPÍRITU  DE  VUESTRO  PADRE  ES  EL 
QUE  HABLA  EN  VOSOTROS.» 

Queriendo  servirse,  según  su  costumbre,  no  de  testimonios  de 
católicos,  sino  de  los  que  toma  de  los  mismos  protestantes  para  asen- 
tar sin  sombra  de  duda  los  hechos,  hace  una  importante  advertencia 
sobre  el  carácter  de  Southe}",  á  quien  va  á  citar.  <i-Soiit/ie\\  á  juicio 
de  un  protestante  inglés  (1),  usa  de  tan  poca  mesura  en  su  lenguaje, 
que  es  imposible  dejar  circular  su  libro.  Presenta  á  los  Padres 
Baraza,  Vieyra,  Cavallero,  como  hombres  que  jamás  tienen  escrú- 
pulo de  onplear  la  mentira  si  puede  servir  para  un  fin  piadoso. 
Afirma  que  Paraguay  ofrecía  el  espectáculo  de  la  pura  monstruosi- 
dad de  la  superstición  romana.  Describe  los  misterios  sagrados  del 
altar  cristiano  con  términos  difíciles  de  repetir  sin  profanación,  y 
que  no  se  atreverían  á  emplear  los  espíritus  del  abismo,  porque  esos 
creen  y  se  estremecen. y> — De  tal  escritor  con  todo  son  los  testimo- 
nios que  entre  otros  cita:  «Hallábase  entonces  establecida  una 
cadena  de  misiones  en  todas  las  partes  del  gran  continente.  Las 
misiones  de  los  españoles  de  Quito  se  ligaban  á  las  de  los  portugue- 
ses del  Para,  poniendo  así  en  comunicación  el  Pacífico  con  el  Atlán- 
tico. Las  misiones  del  Orinoco  comunicaban  con  las  del  Río  Negro 
y  Orellana.  Las  de  Mojos  comunicaban  con  las  de  Chiquitos,  las  de 
Chiquitos  con  las  Reducciones  del  Paraguay:  y  desde  este  punto, 
los  infatigables  Jesuítas  enviaban  sus  exploradores  al  Chaco,  y  á 
las  tribus  que  estaban  en  posesión  de  las  vastas  llanuras  del  Sur  y 
del  Oeste  de  Buenos  Aires.  Si  no  hubieran  sido  interrumpidos  en  su 
carrera  por  disposiciones  tan  injustas  como  impolíticas,  es  posible 
que  hubieran  completado  la  conversión  y  civilización  de  todas  las 
tribus  indias;  y  probablemente  hubieran  salvado  las  colonias  espa- 
ñolas de  los  horrores  5^  desastrosas  consecuencias  de  la  guerra 
civil»  (2).  «Jamás  ha  existido  otra  sociedad  en  que  se  haya  visto  al 
gobierno  que  no  tenía  otro  fin  sino  el  del  bienestar  temporal  y 
eterno  de  sus  subditos.» — ^«Durante  gran  número  de  generaciones, 
los  habitantes  se  hallaron  más  exentos  de  males  físicos  5^  morales, 
que  cualquier  otra  población  de  la  tierra.»  (3) 

Otro  de  los  testimonios  que  cita  Marshall  es  el  protestante  inglés 

(1)  Lady  Calcott,  Voyage  to  Brazil,  p.  13. 

(2)  SouTHEY,  History  of  Brazil,  TIL  372. 

(3)  Ibid.  IL  350. 


—  474  — 

Howitt,  quien,  retractando  noblemente  los  juicios  contrarios  á  los 
Jesuítas  que  había  emitido  en  otro  tiempo,  los  elogia  en  los  térmi- 
nos siguientes:  «Había  yo  puesto  antecedentemente  los  actos  de 
estos  religiosos  en  el  Paraguay  y  en  el  Brasil  entre  los  de  su  más 
reprensible  ambición;  pero  una  indagación  más  cuidadosa  me  ha 
convencido  de  que  en  este  caso,  como  en  varios  otros,  había  come- 
tido contra  ellos  una  grave  injusticia...  Su  conducta  en  aquellos  paí- 
ses es  uno  de  los  más  ilustres  ejemplos  de  que  haya  memoria  de 
abnegación  cristiana,  de  paciencia  cristiana,  de  caridad  cristiana  y 
de  virtud  desinteresada.»  —  Y  tratando  de  los  que  fueron  expulsados 
y  del  daño  de  la  expulsión,  añade:  «No  hay  hombres  que  pudieran 
obrar  jamás  con  igualdad  de  ánimo  como  la  que  tuvieron  los  últi- 
mos Jesuítas  al  recibir  el  golpe  de  su  inmerecida  desgracia.  La 
supresión  de  su  Orden  fué  una  grave  pérdida  para  la  literatura,  un 
gran  mal  para  el  mundo  católico,  y  un  perjuicio  irreparable  para  las 
tribus  de  la  América  del  Sur.»  (1) 

El  juicio  de  Marshall,  enunciado  con  tanto  conocimiento  de  causa 
como  ha  podido  verse,  es,  no  sólo  que  la  obra  de  los  Jesuítas  fué 
acertada  y  de  gran  utilidad  para  los  Guaraníes,  sino  que  fué  ade- 
más una  de  las  más  gloriosas  que  han  realizado  los  misioneros  cató- 
licos. «Réstanos,  dice,  visitar  la  vasta  región  que  dio  nombre  á  la 
misión  que  quizá  es  la  más  notable  que  haya  formado  jamás  la  reli- 
gión cristiana  desde  los  días  de  los  Apóstoles.  Allí,  entre  las  razas 
bárbaras  y  crueles,  consideradas  como  indomables  por  los  intrépidos 
guerreros  de  España,  se  obtuvo  uno  de  los  raros  triunfos  de  la  gra- 
cia que  constituye  una  época  en  la  historia  de  la  Iglesia.  Allí  fueron 
agregadas  á  la  familia  de  Cristo,  y  reducidas  á  los  hábitos  de  la  vida 
civilizada,  tribus  que  en  su  gentilismo  parecían  competir  unas  con 
otras  sobre  cuál  de  ellas  mostraría  mayor  ferocidad.  Allí  vivió  y 
murió  un  ejército  de  apóstoles,  que  parece  surgió  en  el  instante  en 
que  naciones  antiguas  se  arrojaban  á  la  apostasía,  para  mostrar  que 
la  hora  misma  que  ellas  elegían  para  romper  con  la  Iglesia,  estaba 
señalada  en  el  cielo  como  época  en  la  que  se  había  de  derramar  un 
torrente  de  gracias  nuevas.  Allí,  en  medio  de  un  pueblo  que  poco 
había  era  el  juguete  de  los  demonios,  las  más  sublimes  virtudes  lle- 
garon á  ser  virtudes  comunes...  Tal  era  la  misión  del  Paraguay.» 

R.  B.  CuNNiNGHAME  Gr.aham,  pubUcista  escocés,  ha  dado  á  luz  en 
1901  un  nuevo  estudio  sobre  las  Misiones  del   Paraguay,  al  cual  ha 

(1)     Howitt,  Colonisation  and  Christianit}',  ch.  X.  p.  121,  141. 


-  475  - 

puesto  el  título  de  «  Uita  Arcadia  desvanecida^  (A  vanishcd  ArcadiaJ. 
El  autor,  no  sólo  conoce  y  maneja  con  tino  la  literatura  propia  del 
asunto;  sino  que  además  ha  hecho  por  sí  mismo  indagaciones  en  una 
larga  residencia  en  América  meridional,  morando  ti^mbién  en  el 
Paragua}^  y  ha  recogido  documentos  en  los  Archivos  de  Madrid  y 
de  Simancas. 

Examina  Graham  toda  la  historia  de  los  Jesuítas  del  Paraguay  y 
la  refiere  con  los  documentos  antiguos  y  modernos  en  la  mano,  des- 
pués de  haber  dado  alguna  noticia  del  país  y  de  sus  habitantes.  En 
el  decurso  de  su  narración  mueve  varias  cuestiones  interesantes;  y 
en  los  capítulos  VI  y  VII  describe  el  sistema  de  gobierno  de  las 
Misiones,  y  da  su  juicio  acerca  de  él. 

De  Azara  escribe  así:  «Educado  como  lo  estaba  en  la  escuela  de 
los  enciclopedistas,  entre  los  más  estrictos  de  los  fariseos  del  libera- 
lismo, para  él  el  solo  nombre  de  Jesuíta  era  un  anatema.  Con  seme- 
jante predisposición,  era  incapaz  de  hallar  diversidad  entre  los  astu- 
tos Jesuítas  de  las  cortes  de  Europa,  y  los  simples  y  activos  misio- 
neros del  Paragua3^  Todos  eran  abominados:  y  consiguientemente 
todos  sus  sistemas  eran  repugnantes  para  él.»  «Para  él  la  libertad 
era,  como  lo  es  para  muchos  hombres  de  teoría,  una  cosa  abstracta, 
con  cuya  posesión  un  hombre,  aunque  se  estuviera  muriendo  de 
hambre,  hallaría  la  completa  felicidad.  Él  nunca  se  detuvo  á  averi- 
guar, como  lo  hizo  Bucareli,  si  los  Guaraníes  podrían  retener  lo 
suyo,  expuestos  á  la  libre  competencia  de  la  «sagacidad»,  de  los  veci- 
nos españoles  circundantes.  Cuando  Azara  declama  contra  su  semi- 
comunismo,  los  modernos  liberales  palmean  con  regocijo,  y  no 
parece  sino  que  un  Daniel  en  pequeño  hubiera  venido  á  dar  sentencia 
en  este  juicio.»  «Azara  olvida  enteramente  lo  que  dice  el  Deán  Funes, 
que  «El  sentimiento  de  propiedad  era  muy  flojo  entre  los  indios»,  y 
que  sus  ánimos  «no  estaban  degradados  con  el  vicio  de  la  avaricia». 
Hace  notar  que  los  Jesuítas  fueron  condenados  y  desterrados,  no 
sólo  sin  ser  convencidos  de  crímenes,  sino  lo  que  es  más,  sin  ser 
siquiera  interrogados  ni  oídos. 

Llama  la  atención  sobre  el  hecho  «curioso  cuanto  puede  haber 
otro,  de  que,  en  general,  los  más  acerbos  enemigos  de  los  Jesuítas 
fueron  católicos,  y  los  protestantes  han  escrito  á  menudo  como  apo- 
logistas» (cap.  7).  Pasando  á  indagar  las  causas  de  la  enemistad,  las 
reduce  principalmente  á  dos:  la  idea  de  las  minas  ocultas  y  la  de 
apoderarse  los  encomenderos  de  los  indios. — Habla  del  problema  de 
como  dos  solos  Jesuítas  eran  bastantes  para  tener  tranquilos  á  milla- 
res de  indios:   y  dice  que  es  un  dislate  creer  que  los  indios,   como 


—  47b- 

algunos  han  dicho,  eran  tratados  como  esclavos:  y  que  la  mejor 
prueba  es  esta  tranquilidad.  Y  mirando  á  la  cosa  en  sí  misma,  «la 
verdadera  esencia  del  esclavo  consiste  en  ser  obligado  á  trabajar 
por  otro  hombre  sin  remuneración.  Nada  había  más  lejos  de  los 
indios  que  ese  estado  de  cosas.  Su  trabajo  se  hacía  para  la  comuni- 
dad; 3'  aunque  los  Jesuítas,  sin  duda,  tenían  la  plena  disposición  de 
toda  la  moneda  adquirida  con  las  ventas,  y  de  la  distribución  de  los 
bienes,  ni  la  moneda  ni  los  bienes  eran  empleados  para  su  propio 
engrandecimiento,  sino  que  eran  empleados  en  beneficio  de  la  comu- 
nidad.»— Dos  cosas  en  especial  dice  que  hacían  amasen  los  indios  á 
los  Jesuítas:  una  era  «el  persuadirles  que  la  tierra  en  que  vivían  con 
sus  misiones,  iglesias,  ganado  mayor  y  menor,  y  todo  lo  demás,  era 
propiedad  de  los  indios».  La  segunda,  que  «eran  verdaderamente 
libres,  y  que  en  confirmación  de  su  libertad  había  Cédula  del  Re}^  de 
España:  de  manera  que  nunca  podían  ser  hechos  esclavos».  Y  estas 
dos  cosas,  añade  el  escritor,  «por  el  verdadero  conocimiento  que 
tenían  los  Jesuítas  de  la  humanidad,  sabían  que  eran  propias  para 
atraer  tanto  á  los  indios,  cuanto  á  cualquier  otra  raza  de  hombres». 
En  cuanto  al  juicio  general  que  le  merece  el  sistema,  explica  su 
intento  en  el  prólogo,  diciendo:  «No  puedo  entrar  en  la  cuestión 
íntegra  de  los  Jesuítas...  Pero  en  América  y  mucho  más  en  el  Para- 
guay, espero  demostrar  que  la  Orden  hizo  mucho  bien,  y  que  traba- 
jaron entre  los  indios  como  apóstoles,  recibiendo  una  verdadera 
recompensa  de  apóstoles  en  las  calumnias,  azotes,  heridas  y  via- 
jes con  hambre,  con  sed,  á  pie,  enmedio  de  frecuentes  peligros, 
desde  la  gran  catarata  del  Paraná  hasta  las  retiradas  selvas  del 
Tarumá.  Poco  me  importa  personalmente  del  aspecto  político  de  su 
república,  ni  de  cómo  actuaron  con  respecto  á  los  establecimientos 
españoles:  ó  si  fué  ó  no  de  provecho  su  acción  para  la  Corte  de  España. . . 
Mi  único  interés  es  averiguar  en  este  punto  como  obró  el  régimen 
de  los  Jesuítas  sobre  los  indios  mismos:  y  si  los  hizo  felices,  más 
felices  ó  menos  felices  que  aquellos  indios  que  estaban  gobernados 
inmediatamente  por  los  españoles.  En  cuanto  á  las  teorías  del  pro- 
greso y  á  ciertos  sistemas  arbitrarios  sobre  los  derechos  del  hombre, 
explicados  en  general  por  los  que  en  sus  personas  y  en  sus  vidas  son 
la  negación  de  todos  los  derechos,  no  doy  por  ellos  un  comino.»  «Y 
que  los  Jesuítas  hicieron  felices  á  los  indios,  es  cierto.»  «Lo  que 
sé  es  que  yo  mismo,  en  aquellas  misiones  desiertas,  veinticinco  años 
hace,  oí  muchas  veces  á  ancianos  que  hablaban  con  sentimiento  de 
los  tiempos  de  los  Jesuítas,  que  recordaban  con  amor  todas  sus  cos- 
tumbres perdidas  con  la  Compañía;  y  aunque  hablaban  de  segunda 


—  477  — 

mano,  no  haciendo  más  que  repetir  las  historias  que  habían  oído  en 
su  juventud,  conservaban  la  ilusión  de  que  las  Misiones  en  tiempo 
de  los  Jesuítas  habían  sido  un  paraíso.»  «En  la  gran  controversia  que 
empeñó  las  plumas  de  muchos  de  los  mejores  escritores  del  mundo 
el  siglo  XVIII,  después  que  los  Jesuítas  fueron  expulsados  de  España 
)'  de  sus  posesiones  coloniales  (que  entonces  eran  casi  la  mitad  del 
globo),  se  hallará  que  entre  tanto  lodo  como  libremente  se  les  arrojó, 
é  insultos  que  se  dieron  y  recibieron,  difícilmente  hubo  alguien, 
como  no  fueran  algunos  pocos  ex-jesuítas,  que  tuviesen  maldad  algu- 
na que  acusar  sobre  los  actos  de  esta  Orden  durante  su  largo  reinado 
en  el  Paraguay.  Ninguno  de  los  Jesuítas  fué  procesado  jamás:  nin- 
gunos crímenes  se  alegaron  contra  ellos:  y  ni  aun  en  el  decurso 
del  tiempo  se  dieron  nunca  las  razones  de  su  expulsi(')n  al  público.» 

«Que  el  sistema  interior  de  gobierno  de  los  Jesuítas  en  el  Para- 
guay fuese  perfecto,  ó  que  fuese  conveniente  para  los  hombres  que 
en  el  día  se  llaman  «civilizados»,  de  eso  no  se  trata.  Que  fuera  no 
sólo  conveniente,  sino  quizá  el  mejor  que  consideradas  todas  las 
circunstancias  podía  haberse  ideado  para  las  tribus  indias  doscientos 
años  hace,  cuando  no  hacían  justamente  más  que  salir  del  estado 
de  seminomadismo,  es,  á  mi  juicio,  cosa  clara,  cuando  se  refle- 
xiona en  qué  estado  de  miseria  y  desesperación  pasaban  la  vida  los 
indios  de  las  encomiendas  y  de  las  mitas.  Que  el  semicomunismo  con 
la  sujeción  de  quien  dirigía  los  asuntos  administrativos  produjera 
muchos  hombres  superiores,  ó  tales  que  llegasen  á  ser  eminentes  en 
los  tiempos  modernos,  no  lo  puedo  creer;  pero  también  preguntaré 
yo  á  mi  vez  ¿dónde  están  hoy  día  los  hombres  superiores,  ó  qué 
virtui  tiene  el  régimen  de  las  sociedades  modernas  para  hacer  que 
se  eleven  sobre  el  nivel  vulgar?  El  fin  que  se  proponían  los  Jesuítas 
era  tener  contenta  la  gran  masa  de  indios  que  estaban  á  su  cargo...» 

«El  sistema  de  gobierno  interior  en  las  Misiones  era  una  figura 
de  democracia,  es  decir,  que  había  oficiales  como  los  mayores  y 
consejeros  ingleses,  aunque  influidos  por  los  Jesuítas.  Esta  especie 
de  representación  gobernada  por  otro  era  la  más  á  propósito  para  los 
indios  en  aquel  tiempo.» 

«La  libertad  de  que  los  indios  gozaban  debajo  del  gobierno  de  los 
Jesuítas  puede  no  haber  parecido  excesiva  á  los  ánimos  modernos,  y 
á  los  que  estén  aficionados  á  la  blanda  regla  de  los  emperadores 
del  momento  presente  en  África.  Tal  como  ella  era,  pareció  sufi- 
ciente á  los  Guaraníes,  }'  aunque  en  grado  limitado,  los  colocó  sin 
embargo  sobre  los  indios  de  los  establecimientos  españoles,  quienes 
por  la  ma3'or  parte  pasaban  sus  vidas  en  la  esclavitud.» 


-478  — 

Nótese  que  este  autor  es  uno  de  los  jefes  de  los  socialistas  en 
Escocia:  y  así  sus  ideas  en  punto  á  religión  son  la  incredulidad  é 
indiferencia:  por  lo  cual  no  alcanza  el  maj'or  bien  que  se  les  hizo  á 
los  indios  con  la  cuidadosa  educación  religiosa:  y  pone  únicamente 
su  empeño  en  estudiar  los  efectos  temporales  del  gobierno.  El  mismo 
había  publicado  en  1894  un  artículo  en  la  «The  Neenteenth  Century» 
de  Londres,  comentando  el  relato  de  un  misionero  que  de  las  selv^as 
del  Tarumá  había  recogido  tres  indios  infieles,  agregándolos  á  la 
reducción  de  San  Joaquín:  y  concluye  el  escritor  inglés:  «Si  la  política 
de  aislamiento  de  los  Jesuítas  fué  ejeicitada  sólo  por  el  principio  de 
que  más  vale  un  perro  vivo  que  un  león  muerto,  no  fué  ninguna  cosa 
mala,  porque  á  lo  menos  conservó  indios  que  se  pudiesen  gobernar.» 


V 


263 


Franceses:  Charlevoix 

No  se  mencionaría  en  este  lugar  la  Historia  del  P.  Charlevoix, 
como  no  se  mencionan  el  P.  Techo,  Lozano,  Jarque,  Crétineau  y 
otros  que  tienen  mejor  su  propio  lugar  entre  las  fuentes  utilizadas 
para  este  trabajo:  si  no  fuera  porque  importa  hacer  notar  algunas 
inexactitudes  que,  en  razón  de  la  mucha  autoridad  y  difusión  de  esta 
obra,-  pueden  ser  más  dañosas  que  las  de  cualquiera  otro. 

El  P.  Francisco  Javier  de  Charlevoix,  Jesuíta  francés,  histo- 
riador eximio,  (1682-17ól)  emprendió  su  Historia  del  Paragua}'  des- 
pués de  haberse  ejercitado  y  señalado  yñ  con  dos  obras  importantes  y 
aplaudidas,  la  Historia  del  Canadá,  y  la  Historia  del  Japón,  además  de 
otros  trabajos  especiales.  Proveyóse  de  Memorias  originales  de  los 
Padres  del  Paraguay,  y  de  documentos  oficiales  en  abundancia,  como 
lo  muestran  los  muchos  que  publicó,  }'  han  sido  hasta  ahora  la  fuente 
más  auténtica  adonde  han  acudido  los  doctos  tratándose  de  esta 
materia.  Y  guiado  por  su  práctica  ya  adquirida,  y  por  su  ojo  certero 
y  don  particular  para  la  historia,  escribió  de  manera  que  es  difícil 
mejorarle  siempre  que  se  apoya  en  documentos. 

Empero,  al  tratar  de  explicar  el  régimen  observado  en  las  Doc- 
trinas, no  en  todos  los  puntos  pudo  disponer  de  bastante  información: 
y  no  habiendo  tenido  tampoco  la  experiencia  personal  de  los  sujetos 
y  lugares,  hubo  de  afirmar  ciertas  cosas  que  le  parecieron  las  más 
verosímiles,  errando  en  algunas  ocasiones. 


—  479  — 

Aquí  sólo  se  habrán  de  notar  y  rectificar  sus  afirmaciones  res- 
pecto á  las  penitencias  públicas,  al  plan  atribuido  á  los  PP.  Cataldino 
y  Maceta,  á  la  época  de  la  primera  entre  todas  las  reducciones  y  á 
las  reducciones  franciscanas. 

Dice  el  P.  Charlevoix  que  «se  estableció  en  las  reducciones  el 
uso  de  las  penitencias  públicas,  como  se  practicaba  en  la  primitiva 
iglesia  con  leve  diferencia».  «Cuando  sorprenden  á  un  indio  en 
alguna  falta  que  pueda  causar  escándalo,  empiezan  por  vestirle  el 
hábito  de  penitente:  luego  lo  conducen  á  la  iglesia,  donde  le  obligan 
á  confesar  públicamente  su  crimen:  y  de  allí  lo  conducen  á  la  plaza 
donde  lo  hacen  azotar»  (1).  De  toda  esta  práctica  de  penitencia  canó- 
nica, es  el  P.  Charlevoix  el  único  autor  que  habla;  sin  que  nin- 
guna Memoria,  no  sólo  de  las  que  él  cita,  sino  tampoco  de  las 
muchas  otras  que  se  conservan  manuscritas  é  impresas,  de  indicio 
alguno  de  la  existencia  de  tal  costumbre.  Lo  que  prueba  que  hubo 
de  ser  alguna  equivocada  inteligencia  cuanto  se  dice  de  la  peni- 
tencia pública  y  confesión.  Había,  sí,  castigos  para  el  acusado  y 
convicto,  que  muchas  veces  él  mismo  reconocía  su  culpa:  pero  esto 
no  tiene  nada  que  ver  con  la  confesión  canónica  ni  la  penitencia 
pública  antigua:  pues  no  era  sino  el  acto  del  poder  judicial  que 
ejercían  las  autoridades  indias,  dirigidas  por  el  misionero. 

Refiere  en  el  mi^mo  libro  que  los  PP.  misioneros  tenían  órdenes 
y  facultades  para  «oponerse  en  nombre  del  Rey  á  quien  quisiera 
sujetar  los  nuevos  cristianos  al  servicio  personal  de  los  españoles 
bajo  cualquier  pretexto  que  se  pudiera  alegar.»  Y  conforme  á  estas 
facultades  pone  en  boca  de  ellos  un  razonamiento  para  aquietar  á 
los  vecinos  de  Ciudad  Real.  Tales  facultades  no  las  tenían  por 
entonces  los  misioneros,  pues  sólo  más  tarde  se  fueron  obteniendo:  y 
de  hecho  los  vecinos  de  Ciudad-Real  entraron  durante  muchos  años 
en  las  reducciones  de  Loreto  y  San  Ignacio  á  sacar  indios  de  enco- 
mienda: así  es  que  el  razonamiento  no  fué  sino  como  los  que  pone 
Tito  Livio  en  boca  de  sus  personajes,  un  adorno  histórico:  y  hubo  de 
versar  sobre  alguna  otra  materia. 

Atribuye  á  los  dos  Padres  haber  formado  y  representado  al  Rey 
en  el  Consejo  de  Indias  un  plan  que  contenía  el  germen  de  la 
organización  que  tuvieron  las  doctrinas  del  Paraguay:  5^  en  sustan- 
cia era,  que  se  comprometían  á  someter  y  hacer  vasallos  del  Rey  de 
España  á  los  indios  para  quienes  se  les  concediera  que  no  estuviesen 
sujetos  á  encomenderos,  y  que  quedasen  aislados  de  los  malos  ejemplos 

(!)     Charlevoix  cit.,  Lib.  5. 


-  480  - 

de  los  cristianos  antiguos.  Mas  de  esta  representación  de  dichos  dos 
Padres,  no  se  da  prueba  alguna,  ni  se  alega  autoridad  en  su  compro- 
bación. Los  autores  citados  por  Charlevoix  nada  dicen  de  ella.  Nada 
dice  el  P.  Montoya  en  la  Conquista  espiritual:  y  el  P.  Lozano,  que 
en  su  Historia  de  la  Compañía  escribió  con  todos  sus  pormenores 
estos  principios  de  las  Doctrinas,  tomándolos  de  una  relación  copiosa 
de  los  doce  primeros  años  hecha  por  el  P.  Montoya,  que  intervino 
en  todo  desde  seis  meses  después  de  entabladas  las  de  Loreto  y  San 
Ignacio,  no  hace  la  menor  mención  de  acto  de  tanta  importancia, 
que  era  imposible  hubiera  omitido.  Además,  es  sumamente  invero- 
símil que,  si  se  hubiera  presentado  tal  plan,  lo  hubieran  presentado 
los  dos  misioneros  citados,  que  no  eran  más  que  subditos,  con  misión, 
sí,  para  catequizar,  pero  sin  representación  alguna  para  obrar 
públicamente  ante  el  Consejo  de  Indias  en  nombre  de  la  provincia, 
cosa  que  tocaba  al  Provincial  ó  Procurador  enviado  á  Europa.  Así, 
pues,  la  propuesta  del  plan  no  fué  sino  una  equivocación  fácil  de 
cometer  en  una  materia  que,  como  él  mismo  lo  hace  notar  (1)  «no 
llegó  á  su  estado  perfecto  sino  por  grados».  El  asunto  de  encabezar 
los  indios  de  Doctrinas  en  la  Corona  Real  tuvo  grandes  vicisitudes 
durante  largos  años,  y  no  fué  aprobado  por  Cédula  Real  sino  en 
1633  por  primera  vez. 

Presenta  asimismo  el  P.  Charlevoix  las  dos  reducciones  de 
Guayrá  como  las  dos  primeras,  y  modelo  de  donde  se  tomó  ejemplo 
para  el  régimen  de  las  demás. — Pero  en  realidad,  la  primera  de 
todas  las  Reducciones  fué  la  que  todavía  hoy  subsiste  en  el  pueblo 
de  San  Ignacio  guazú  ó  San  Ignacio  del  Paraguay.  Basta  para  esto 
advertir,  siguiendo  la  relación  del  P.  Lozano  (2)  que  el  P.  Loren- 
zana,  fundador  de  San  Ignacio,  salió  de  la  Asunción  el  día  16  de 
Diciembre  de  1609,  y  el  día  de  Natividad  25  de  Diciembre,  ya  estaba 
en  el  pueblo  del  cacique  Arapizandú,  fijándose  definitivamente  á  29 
Diciembre  en  Itaquí,  tierra  del  cacique  Abacatú,  con  que  se  podía  dar 
por  entablada  la  reducción,  como  lo  escribe  en  carta  de  4  de  Enero 
de  1610  (3).  Mientras  que  los  Padres  Cataldino  y  Maceta,  salidos  de 
la  Asunción  ocho  días  antes,  fiesta  de  la  Inmaculada  Concepción,  8 
de  Diciembre  de  1609,  no  llegaron  á  Ciudad-Real  hasta  el  día  de  la 
Purificación,  2  de  Febrero  de  1610  (4):  y  á  primeros  de  Julio  eligieron 
el  sitio  de   Pirapó  para   asentar  en  él  Reducción,  partiéndose  de   allí 


(1)  Charlhvoin-,  Hist.  du  Paraguay,  liv.  V,  pág.  36,  tom.  2.° 

(2)  Lozano,  Historia,  lib.  V.  cap.  XVIII. 

(3)  Ibid.  n.  10,  cap.  XIX,  n.  1. 

(4)  Lib.  V,  cap.  XIV. 


-481- 

á  los  veinte  días,  día  de  Sta.  María  Magdalena,  22  de  Julio  de  1610, 
á  registrar  los  pueblos  y  convidar  los  indios  del  Paranapané  y  alto 
Tibagí:  y  habiendo  estado  día  de  la  Asunción,  15  de  Agosto,  en 
Maracaná,  no  hubieron  de  estar  de  vuelta  antes  de  mitad  de  Setiem- 
bre, que  fué  cuando  definitivamente  se  resolvió  fijar  una  reducción 
en  Pirapó  y  otra  en  Atiguayé  (1).  De  manera  que  la  reducción  de 
San  Ignacio  guazú  se  entabló  en  25  de  Diciembre  de  1609;  y  la  de 
Loreto  con  San  Ignacio  miní,  á  mediados  ó  fines  de  Septiembre  del 
año  siguiente:  ó  si  se  quiere  tomar  por  fecha  de  origen  el  día  de  la 
llegada,  en  2  de  Julio  de  1610.  Claro  es  que  San  Ignacio  es  más  de 
medio  año  más  antiguo  por  lo  menos. 

Finalmente,  el  haberse  juntado  indios  ya  reducidos  por  los  Padres 
Franciscanos  con  los  que  redujeron  los  PP.  Jesuítas,  ó  haberse  en- 
cargado los  PP.  de  la  Compañía  de  alguna  reducción  hecha  por 
los  PP.  Franciscanos,  cosas  que  insinúa  el  Padre  Charlevoix.  y  la  pri- 
mera á  lo  menos  dice  ser  cierta  (2),  se  ha  demostrado  al  tratar  de  los 
Orígenes  de  las  Reducciones  que  era  enteramente  inexacto:  sin  que 
se  sepa  qué  fundamento  pudo  tener  el  escritor  para  afirmarlo. 


VI 

264 

BONPLAND:  MOUSSY:  GAY:  DEJVIERSAY 

Amado  Bonpland,  naturalista  y  botánico  francés,  compañero  de 
Humboldt,  arribó  al  Río  de  la  Plata  en  1817,  y  cuando  quería  insta- 
larse en  las  Doctrinas  que  acababan  de  ser  arruinadas  por  los  portu- 
gueses, fué  arrebatado  por  los  soldados  de  Francia,  dictador  del 
Paraguay,  quienes  lo  trasladaron  a  Santa  María  de  Fe,  y  allí  estuvo 
confinado  doce  años.  Vuelto  á  la  libertad  en  1830,  se  estableció  en 
San  Borja,  donde  moró  trece  años.  Últimamente  pasó  á  vivir  y  hacer 
sus  plantaciones  y  tentativas  en  Santa  Ana,  donde  falleció  en  1858. 
Sus  escritos  trabajados  en  Sud-América  no  han  sido  publicados:  y  lo 
que  en  este  capítulo  va  á  producirse  de  él,  no  consta  con  más  auten- 
ticidad que  la  de  un  simple  apunte  conservado  en  el  Archivo  del  co- 
legio del  Salvador  de  Buenos  Aires  que  termina  con  estas  palabras: 
«Hasta  aquí  Bonpland.»  Puede  verse  el  apunte  completo  en  el 
Apéndice  n.*'  67. 

(1)  Lib.  V,  capp.  XVI  y  XVII. 

(2)  Lib.  V,  tom.  2,  pág.  23. 

31.    Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  ii- 


-482- 

Tratando  la  Memoria  del  modo  de  restablecer  los  siete  pueblos 
de  la  parte  oriental  del  río  Uruguay,  que  caen  en  la  jurisdicción  del 
Brasil,  dice: 

«Antes  de  entrar  en  los  pormenores  que  considero  indispensables 
para  determinar  al  Gobierno  al  restablecimiento  de  dichos  pueblos, 
me  parece  absolutamente  necesario  recordar  su  origen,  posición, 
las  épocas  de  su  prosperidad,  decadencia  y  su  estado  actual.» 

«Los  pueblos  conocidos  en  todo  el  mundo  ilustrado  con  el  nombre 
de  pueblos  de  Misiones,  Misiones  de  la  Compañía  ó  Misiones  Jesuíti- 
cas, componen  el  número  de  treinta.»  «La  formación  de  todos  estos 
pueblos  es  debida  á  la  santa  y  sabia  Compañía  y  al  gobierno  de  Espa- 
ña. Los  misioneros  enviados  de  Roma  á  América  con  el  fin  de  propa- 
gar la  santa  religión,  de  reducir  y  civilizar  la  multitud  de  indios  que 
vivían  en  el  estado  salvaje,  son  dignos  de  los  mayores  elogios  por 
los  sacrificios  de  toda  naturaleza  que  hicieron  para  llevar  á  cabo  la 
santa,  sublime  y  difícil  empresa  que  les  había  sido  confiada  por  la 
Compañía  de  Jesús.  Estos  dignos  misioneros  penetraron  en  aquellas 
inmensas  selvas  vírgenes,  habitadas  solamente  por  los  salvajes  y  por 
las  bestias  más  feroces,  y  atrepellando  por  todo  género  de  peligros, 
venciendo  dificultades  al  parecer  insuperables,  lograron  su  noble  in- 
tento. La  ciudad  de  Buenos  Aires  fué  el  centro  de  sus  operaciones. 
Sucesivamente  fueron  formando  una  línea  de  pueblos  que  sobre  la 
anchura  de  'dos  grados  representa  á  lo  menos  una  superficie  de 
cuatro  mil  leguas.  Este  inmenso  terreno  estaba  ocupado  principal- 
mente por  indios  Guaraníes,  los  cuales,  con  las  otras  tribus  de  menos 
consideración,  hostilizaban  á  los  españoles  continuamente.  Esta  línea 
de  pueblos  no  sólo  separó  á  los  salvajes  de  los  cristianos,  y  libró  á 
éstos  de  continuas  invasiones,  sino  también  proporcionó  una  frontera 
para  facilitar  nuevas  conquistas,  que  se  hubiesen  hecho,  á  no  haberse 
verificado  la  expulsión  que  hizo  la  corte  de  España  de  todos  los 
miembros  de  la  Compañía  de  Jesús  del  territorio  de  la  monarquía 
española.» 

...«La  época  más  floreciente  de  aquellos  pueblos  fué  positiva- 
mente en  tiempo  de  los  Jesuítas.  Desde  el  principio  de  la  reducción 
conocieron  estos  dignos  misioneros  la  inclinación  de  los  indios  á  la 
religión,  y  el  sistema  de  gobierno  que  exigía  su  carácter.  Sobre 
estas  dos  bases  principales  fueron  erigidas  estas  misiones  tan  flore- 
cientes, que  hoy  día  no  ofrecen  sino  ruinas  y  escombros.  Sería  cosa 
muy  importante  tener  á  la  vista  el  estado  de  los  pueblos  que  se  hizo 
en  la  época  de  la  expulsión.  De  este  estado  consta:  1°  Que  la  pobla- 
ción de  cada  uno  de  estos  pueblos  era  de  3  á  7  mil  almas,  y  tomando 


—  483  — 

por  término  medio  4  mil  á  cada  pueblo,  resulta  un  total  de  120  mil 
almas,  á  lo  menos  en  el  conjunto  de  las  Misiones.  2.^  Que  en  todos 
los  pueblos  tenían  los  indígenas  casas  cómodas,  cubiertas  de  teja, 
con  hermosos  templos  ricamente  adornados,  }'"  abundantísimamente 
provistos  de  vasos  sagrados  y  preciosos  ornamentos.  3.°  El  colegio 
donde  vivían  los  Padres  y  hospedaban  á  los  viajantes,  estaba  edifi- 
cado con  la  mayor  solidez  y  ofrecía  mil  comodidades.  4.*^  En  jardi- 
nes inmensos  bien  cultivados  se  veían  plantas  útiles,  traídas  la  ma- 
yor parte  de  Europa,  muchas  de  la  India,  y  algunas  indígenas,  que 
daban  un  lucro  positivo.  5.°  Así  es  que  cada  pueblo  tenía  un  yerbal 
plantado,  que  producía  yerba  más  barata  y  de  mejor  calidad  que  la 
que  se  trabajaba  en  los  montes  con  mucho  trabajo  y  costo.  6.°  El 
sistema  de  agricultura  tan  bien  calculado,  que  al  paso  que  suminis- 
traba á  los  indios  el  sustento  vegetal,  y  materiales  necesarios  para  el 
vestuario,  dejaba  un  sobrante  considerable,  que  se  vendía  en  beneficio 
de  la  comunidad.  7.°  Cada  pueblo  tenía  millares  de  cabezas  de  ganado 
vacuno,  cría  de  yeguas,  muías,  caballos  y  ganado  lanar.  La  cifra 
de  todos  estos  haberes  enunciada  en  el  referido  estado,  que  es  un  mo- 
numento histórico  que  prueba  evidentemente  lo  que  la  nación  españo- 
la y  todo  el  mundo  deben  á  la  ilustre  y  santa  Congregación  de  Jesús». 
La  precedente  memoria  está  copiada  de  mano  del  P.  Miguel  Ca- 
beza, que  fué  después  de  salir  de  Buenos  Aires  en  1841,  Superior 
del  colegio  de  Santa  Catalina  hasta  1848,  y  desde  1848  era  Vice- 
superior  de  las  Misiones  de  Indios  en  el  Brasil,  aunque  no  tiene 
fecha  ni  firma.  Suponiendo  la  copia  exacta,  como  parece  que  no  se 
puede  dudar  que  lo  sea,  se  ve  que  el  juicio  de  Bonpland  es  no  sólo 
de  aprobación,  sino  de  gran  elogio  del  sistema  usado  por  los  Jesuítas 
del  Paraguay  con  los  indios,  como  el  más  apropiado  á  su  índole  y  á 
sus  necesidades. 

El  Dr.  Martín  de  Moüssy,  médico  y  naturalista,  fué  invitado 
oficialmente  en  1855,  cuando  ya  llevaba  trece  años  de  residencia  y 
de  estudios  del  país  en  Montevideo,  á  hacer  una  descripción  com- 
pleta de  la  República  Argentina;  y  después  de  cuatro  años  de  viajes 
y  observaciones,  se  encaminó  á  París,  donde  la  publicó  en  1860  con 
el  título  de  «Description  géographique  et  statistique  de  la  Confédé- 
ration  argentine»  en  tres  tomos,  con  un  Atlas. — Al  final  del  tercer 
tomo  de  esta  obra  agregó  una  Memoria  especial  sobre  la  decadencia 
y  ruina  de  las  Misiones  después  de  la  salida  de  los  Jesuítas;  opúsculo 
que  también  se  imprimió  aparte.  Esta  misma  relación  había  sido  pu- 
blicada antes  en  castellano. 


-484- 

No  obstante  la  diligencia  empleada  en  sus  investigaciones,  sólo 
los  últimos  párrafos  desde  el  VIII  en  adelante  son  exactos  en  la 
parte  histórica.  Los  primeros,  que  tratan  de  la  fundación  y  gobierno 
de  las  Misiones  en  tiempo  de  los  Jesuítas,  están  llenos  de  errores:  y 
Moussy  reproduce  con  todo  candor  las  descripciones  inventadas  por 
los  enemigos  de  los  Jesuítas,  aceptándolas  como  verdades  histó- 
ricas.— Con  todo  esto,  juzga  bien,  no  sólo  de  la  rectitud  de  intencio- 
nes de  los  Jesuítas,  sino  también  del  acierto  de  su  sistema. 

Este  hecho,  que  no  deja  de  ofrecer  su  singularidad,  parece 
que  tiene  explicación  fácil.  Mouss}^  escribió  antes  que  Trelles  y 
otros  investigadores  publicasen  los  muchos  documentos  antiguos 
que  "hoy  se  conocen  de  la  época  de  los  Jesuítas:  y  tomó  por 
guía  de  su  parte  histórica  antigua  únicamente  á  Azara.  De  ahí  que 
repita  todos  los  dislates  que  Azara,  por  incuria  ó  por  malevolencia, 
dijo  de  los  Jesuítas.  Por  otra  parte,  Moussy  trató  con  las  personas 
que  todavía  conservaban  recuerdos  del  bien  que  habían  hecho  los 
Padres,  estuvo  en  los  parajes  mismos  de  las  Misiones,  y  vio  las  obras 
que  aún  quedaban  en  pie;  tocó  de  cerca  las  cosas  y  conoció  el  carácter 
de  los  naturales  de  aquel  país:  y  así,  no  es  tan  extraño  que,  reprodu- 
ciendo datos  falsos  de  Azara,  diese  al  mismo  tiempo  testimonio  de 
los  excelentes  efectos  obtenidos  por  los  Jesuítas.  En  lo  restante  de 
su  opúsculo,  al  hablar  de  la  época  moderna,  y  cuando  sus  informa- 
ciones procedían  de  testigos  no  apasionados,  como  también  en  la 
parte  de  geografía  y  estadística,  es  su  memoria  mu}^  exacta  é  inte- 
resante. 

Explica  el  empeño  con  que  debe  estudiarse  el  punto  de  la  con- 
versión y  gobierno  de  los  indígenas,  diciendo:  «La  cuestión  de  la 
conquista  de  los  indios  á  la  vida  civilizada  está  siempre  á  la  orden 
del  día;  y  no  es  indiferente,  cuando  se  trata  de  la  vida  práctica, 
el  saber  cómo  procedieron  en  este  punto  unos  religiosos  cuyo  celo  é 
inteligencia  nadie  ha  puesto  en  duda  jamás.» 

Defiende  á  los  Jesuítas  de  las  imputaciones  que  se  les  hicieron 
sobre  minas,  riquezas,  armamento,  etc. 

Al  tratar  de  la  expulsión  de  los  Jesuítas  la  califica  de  la  siguiente 
manera:  «Difícilmente  podría  explicarse  la  conducta  del  gobierno 
español  en  esta  ocasión,  si  no  fuera  cosa  sabida  que  los  gobiernos, 
como  los  pueblos,  se  sienten  poseídos  de  tiempo  en  tiempo  de  ciertos 
accesos  de  vértigo,  de  error  y  de  injusticia,  los  cuales  causan  risa 
en  la  edad  siguiente,  cuando  los  desastrosos  efectos  han  venido  á 
castigar  severamente  aquellas  locuras,  y  el  tiempo  ha  vuelto  á  dejar 
obrar  al  buen  sentido  y  á  la  equidad.» 


—  485  — 

Hablando  del  método  general  de  los  Jesuítas,  dice  que  los  que  su- 
cedieron lo  adoptaron  porque:  «Habían  reconocido  que  el  único  medio 
de  hacer  trabajar  á  los  indios  y  de  proveer  seriamente  á  sus  necesi- 
dades, era  seguir  lo  que  otros  llamaban  yerros  de  los  Jesuítas;  quie- 
nes seguramente  que,  con  la  inteligencia  que  tenían,  no  hubiesen 
establecido  semejante  régimen,  si  no  hubiera  sido  por  necesidad. 
En  lo  demás,  el  efecto  demostró  que  no  se  habían  equivocado.» 

Y  hablando  del  tiempo  de  los  Jesuítas  mismos,  nota  cómo  logra- 
ron hermanar  el  trabajo  fructuoso  con  la  felicidad  de  los  indios: 
«En  un  país  en  que  la  holgazanería  y  el  desperdicio  constituían  el 
carácter  principal  de  los  habitantes,  los  Jesuítas  habían  llegado  á 
hacer  trabajar  á  los  indios  de  tal  manera,  que  sin  durar  nunca  más 
de  medio  día,  su  trabajo  era  muy  productivo.  Alimentábanlos  bien, 
les  asistían  en  sus  enfermedades,  los  trataban  con  bondad  y  afecto,  y 
por  lo  mismo  también  eran  adorados  de  sus  feligreses.» 

El  Sr.  Canónigo  Juan  Pedro  Gay,  nacido  en  Francia,  pero  que 
pasó  una  gran  parte  de  su  vida  en  el  Brasil,  siendo  por  largos  años 
Cura  del  pueblo  de  San  Borja,  uno  de  los  que  pertenecían  á  las  anti- 
guas Doctrinas,  publicó  en  1863,  con  la  protección  del  Instituto  his- 
tórico de  Río-Janeiro,  un  tomo  de  500  páginas  en  4.*^,  con  el  título  de 
«Historia  da  República  Jesuitica  do  Paraguay». — Examina  en  su 
libro  el  territorio  de  las  Misiones  y  el  gobierno  de  los  Jesuítas  por 
todos  sus  conceptos,  y  copia  sobre  esta  materia  gran  cantidad  de 
noticias. 

Desgraciadamente  hay  que  decir  de  él  lo  mismo  que  del  trabajo 
de  Moussy,  y  todavía  en  mayor  escala.  Gay  tuvo  á  mano  la  obra  del 
Doctor  Jarque,  la  cual  cita  y  aprovecha,  Al  mismo  tiempo  se  valió 
de  lo  escrito  por  Azara,  en  quien  tiene  fe  ciega,  y  de  la  Memoria  de 
Doblas.  Ni  falta  quien  diga  que  copió  mucho  de  los  manuscritos 
de  Bonpland.  Usó  también  de  un  MS.  guaraní  que  pone  en  el 
capítulo  V  parcialmente,  y  puede  ser  citado  como  muestra  del 
espíritu  de  invención  y  embuste  de  los  indios,  que  escribieron  ó 
contaron  todas  aquellas  patrañas  al  que  las  escribió,  si  fué  europeo; 
y  todavía  dice  Gay  que  dejó  de  publicar  otra  parte  del  MS.,  por  pa- 
recerle  que  contenía  cosas  más  inverosímiles  aún  y  llenas  de  supers- 
ticiones. Todos  estos  elementos,  agrupados  sin  bastante  discerni- 
miento ni  crítica,  forman  un  conjunto  en  que  los  errores  en  sucesos 
y  fechas  son  mucho  más  numerosos  que  los  aciertos,  y  en  que  es  á 
veces  difícil  entender  qué  es  lo  que  juzga  el  autor.  Muéstrase  extra- 
ñamente crédulo  en  materia  de  minas  y  entierros  (cap.  XIV). 


—  486- 

Su  juicio  general  acerca  del  método  de  los  Padres  parece  que 
está  resumido  en  estos  términos  (1):  «Las  Misiones  de  América  del 
Sur,  tanto  portuguesas  como  españolas,  por  el  influjo  de  los  Jesuítas 
y  su  administración,  llegaron  al  más  alto  grado  de  prosperidad, 
y  apenas  cayeron  en  otras  manos  fueron  arruinadas:  consiguiendo 
ellos  con  la  unción  de  sus  palabras,  con  las  armas  blandas  de  la 
religión,  que  los  indios  trabajasen  etc.,  empresa  harto  ardua  en 
verdad,  considerada  la  indomable  pereza  y  la  aversión  á  un  trabajo 
metódico  y  continuado  que  se  observa  en  todas  las  razas  americanas, 
y  muy  particularmente  en  las  tribus  errantes  y  pastoriles,  como 
eran  las  del  Uruguay,  Paraná,  Paraguay,  y  las  que  se  extendían  por 
el  inmenso  litoral  del  Brasil.» 

El  Sr.  Alfredo  Demersay,  que  había  visitado  el  Paraguay  para 
escribir  una  descripción  completa  de  él,  casi  en  la  misma  época  en 
que  Moussy  hacía  los  estudios  para  la  suya,  publicó  en  1860  dos 
tomos  de  su  obra  con  el  título  de  «Histoire  physique,  économique  et 
politique  du  Paraguay  et  des  établissements  des  Jésuites».  Lástima 
que,  terminados  los  dos  tomos,  en  que  estudia  las  diversas  cues- 
tiones agrícolas,  comerciales,  sanitarias  y  otras  de  aquel  país,  no 
llegase  á  dar  á  luz  el  tercero,  al  que  correspondía  la  historia;  si  bien 
publicó  su  Atlas  ilustrativo,  en  que  había  varias  muestras  del  arte  y 
fábricas  de  Misiones.  Su  parecer  acerca  de  la  obra  de  los  jesuítas  lo 
dejó  suficientemente  expresado  en  el  primer  tomo  (Introd.): 

«Es  preciso  que  se  sepa,  sea  cual  quisiere  la  opinión  que  se  forme 
sobre  la  influencia,  las  intenciones  políticas  ó  los  secretos  planes  de 
la  célebre  Compañía  de  Jesús  en  Europa,  que  no  se  pueden  desco- 
nocer sin  injusticia  los  grandes  servicios  que  ha  hecho  en  el  Nuevo 
Mundo  á  la  causa  de  la  humanidad.  Enviados  para  sustraer  los  in- 
dios de  la  codicia  de  los  conquistadores  y  de  las  providencias  vejatorias 
de  los  gobernadores,  por  causa  de  las  protestas  enérgicas  del  Obispo 
de  Chiapa,  los  Jesuítas  cumplieron  su  ruda  tarea,  á  través  de  obs- 
táculos sin  número,  y  de  peligros  que  en  sus  filas  formaron  á  más  de 
un  mártir.  Su  austeridad  desafió  todas  las  acusaciones,  todas  las 
calumnias:  y  su  administración  dejó  entre  los  indígenas  recuerdos 
de  perfección  y  florecimiento  del  país,  que  no  pudieron  igualar  los 
que  les  sucedieron.» 

«Se  ha  criticado  vivamente,  lo  sé  bien,  el  régimen  de  las  Misio- 
nes; y  no  he  de  pretender  yo  que  convendría  á  una  sociedad  como  la 

(1)    Gay,  Rep.  jesuit.,  nota  34,  pág.  39. 


-487- 

nuestra.  Pero  un  pueblo  nuevo,  unos  hombres  sin  previsión,  sin 
cuidado  del  mañana,  habían  de  ser  gobernados  por  los  medios  más 
propios  que  convienen  á  la  juventud  de  los  pueblos.  Por  eso,  la  des- 
trucción de  esta  Orden  dejó  en  América  un  vacío  inmenso,  que  los 
viajeros  unánimemente  reconocen.  En  todos  los  parajes  desapareció 
su  obra  social,  para  no  restablecerse  en  mucho  tiempo:  en  casi  todos 
está  acabando  de  desaparecer  aun  la  obra  material.  Veráse  luego 
cómo  en  pocos  años  se  produjo  la  soledad  en  el  seno  de  aquellos 
magníficos  establecimientos;  los  indios  tomaron  el  camino  de  los 
desiertos,  ó  se  dispersaron  en  las  selvas,  que  sus  antepasados  habían 
abandonado  á  la  voz  persuasiva  de  hombres  cuya  reputación  de 
mansedumbre  y  caridad  había  llegado  hasta  ellos.» 

Habla  luego  de  la  mudanza  recién  introducida  por  el  presidente 
D.  Carlos  López  que  suprimió  el  antiguo  régimen  de  los  indios,  y 
añade:  «No  será  para  él  cosa  fácil  y  sencilla  trastornar  de  arriba 
abajo  y  anonadar  la  obra  secular  de  excelentes  observadores,  de 
hombres  profundamente  hábiles,  á  quienes  los  escritores,  los  sabios  y 
los  viajeros  de  todos  los  países  concuerdan  en  alabar  con  una  una- 
nimidad demasiado  completa,  para  que  sea  efecto  de  la  casualidad, 
ó  expresión  de  una  opinión  preconcebida». 


VII 


ALEMANES:  MURR  265 

Cristóbal  Teófilo  Murr,  sabio  y  laborioso  escritor  y  arqueó- 
logo de  Nuremberg  (1733- 1811),  á  pesar  de  ser  protestante,  y  aun  al 
decir  de  su  biógrafo,  deísta,  mostró  extraña  simpatía  á  los  Jesuítas 
en  un  tiempo  en  que  de  todos  parecía  que  eran  perseguidos:  y  durante 
muchos  años  no  cesó  de  elogiar  las  obras  de  ellos  como  misioneros, 
de  mantener  correspondencia  con  algunos  de  ellos  (para  lo  cual  le 
ayudaba  é  incitaba  su  gran  conocimiento  de  las  lenguas),  y  de  publi- 
car relaciones  de  sus  misiones  y  viajes:  tanto  que  hasta  se  dice  que 
hubo  quien  le  atribuyese  ser  algún  Jesuíta  oculto. 

Con  ocasión  de  la  extinción  de  la  Compañía  por  el  Breve  Dorninus 
ac  Redernptor  de  Clemente  XIV,  publicó  una  serie  de  cartas  (1).  De 

(1)    Briefe  zur  Aufhebung  des  Jesuiten-Ordens. 


-488  — 

23  cartas,  trece  están  dedicadas  á  enumerar  los  daños  que  se  seguían 
á  las  Misiones  y  los  bienes  que  en  ellas  hacían  los  Jesuítas.  La  11.* 
y  12. '^  tratan  de  las  Misiones  en  general;  la  13. '^  del  Japón;  la  14.*^, 
15.*  y  16. '^  de  las  misiones  de  la  China;  la  17.*  de  las  del  Tonkín, 
Malabar,  Cochinchina,  Tibet,  Amboino;  la  18.*  de  las  de  Etiopia, 
Congo  y  Angola;  la  19.*  de  las  de  Brasil,  Perú  y  Chile;  la  20.*,  21.* 
y  22.*  de  las  del  Paraguay  y  la  23.*  de  las  de  Méjico,  Filipinas,  Cali- 
fornia 3'  Canadá.  Como  protestante,  asienta  y  deñende  no  raras 
veces  principios  no  sólo  erróneos  sino  heréticos:  injuria  á  los  reli- 
giosos de  España,  etc.  Por  eso  mismo,  y  por  ser,  al  decir  de  su  bió- 
grafo, un  deísta,  es  más  de  admirar  que  elogiase  á  los  Jesuítas. 

Hablando  de  las  Misiones  del  Paraguay,  en  la  carta  20  de  la 
3.*  serie,  dice  así: 

«La  Misión  de  los  Jesuítas  en  el  Paraguay,  vasta  región  en  cuyo 
centro  está  el  Chaco,  no  explorado  hasta  ahora,  fué  una  de  las  más 
prósperas  de  esta  Orden.  La  última  obra  del  sabio  Muratori  trata 
de  la  historia  de  la  conversión  de  aquellos  renombrados  gentiles;  y 
más  largamente  escribió  sobre  ellos  el  P.  Nicolás  Techo  ó  du  Toit 
en  su  Historia  Provinciae  Paraquariae,  Leodii,  1673,  fol.  (había  sido 
este  Padre  Superior  de  las  Misiones  del  río  Paraná  y  Uruguay), 
como  lo  hizo  también  en  estos  últimos  tiempos  el  P.  Francisco  Javier 
de  Charlevoix.  De  estas  obras  se  desprende  claramente  que  todas 
las  persecuciones  que  han  tenido  que  padecer  los  Jesuítas  de  parte 
de  los  moradores  del  Paraguay,  y  todas  las  calumnias  que  contra 
ellos  se  han  levantado,  con  las  preocupaciones  que  alimentan  contra 
ellos  muchas  personas,  han  nacido  de  la  constancia  de  dichos  Padres 
en  defender  la  libertad  de  los  indios,  quienes  habían  sido  privile- 
giados por  el  Monarca  para  que  no  hubiesen  de  servir  personalmente 
á  los  encomenderos;  así  como  tampoco  permitían  esos  Padres  que 
sus  indios  convertidos  tuviesen  trato  alguno  con  españoles  [entién- 
dase vagos  y  de  malas  costumbres]  para  que  no  fueran  seducidos  y 
pervertidos».  «Y  para  esto  parece  que  había  puesto  Dios,  al  decir  del 
P.  Sepp,  aquel  Salto  grande  del  Uruguay,  cuyos  agudos  y  espu- 
mosos escollos  vienen  á  ser  un  non  plus  ultra  á  la  codicia  de  los 
españoles.» 

Ni  faltaron  en  su  tiempo  algunos  otros  eminentes  escritores  que 
hablaron  con  elogio  de  las  Misiones  del  Paragua}^  entre  los  cuales 
son  de  mencionar  Müller  en  su  Historia  universal,  y  Herder  en  su 
Kalliffona. 


489  — 


VIII 


GOTHEIN:  PFOTENHAUER  266 

En  1883  publicó  el  Dr.  E.  Gothein,  de  la  Universidad  de  Breslau, 
un  estudio  sobre  las  Doctrinas,  en  la  Revista  de  ciencias  políticas  y 
sociales  dirigida  por  Gustavo  Schmoller,  que  después  se  reprodujo 
aparte  con  el  título  de  «El  Estado  cristiano-social  de  los  Jesuítas  en 
el  Paraguay»  (1). 

El  autor  se  muestra  enterado  de  la  literatura  acerca  de  las 
Misiones,  y  sucesivamente  discute  las  cuestiones  que  estima  más 
importantes:  carácter  de  los  indios,  bienes  urbanos  y  rústicos,  go- 
bierno religioso,  orden  económico,  gobierno  civil,  efectos. 

Asienta  Gothein  que  los  Jesuítas  en  las  misiones  del  Paraguay 
pusieron  en  práctica  lo  mismo  que  en  teoría  había  escrito  el  domi- 
nico Tomás  Campanella  en  su  imaginaria  ciudad  del  Sol.  Que  los 
indios  no  eran  de  índole  pueril,  sino  muy  capaces  de  gobernarse  á 
sí  propios,  y  que  el  no  haber  fomentado  entre  ellos  el  individualismo 
fué  un  error  capital,  aunque  involuntario,  de  los  Jesuítas. 

Al  empezar,  protesta  en  el  Prefacio  que  «/a  crítica,  por  acerba 
que  sea,  que  pueda  hacerse  de  un  principio,  no  incluye  como  parti- 
cipantes de  ella  á  los  hombres  que  lo  han  puesto  en  práctica.  Quien 
ha  empleado  toda  su  energía  en  servicio  de  un  ideal,  es  acreedor 
al  reconocimiento  de  la  historia  de  la  civilización,  aun  cuando  su 
ideal  sea  erróneo^.  Y  al  examinar  las  cualidades  de  los  Jesuítas  que 
actuaron  en  el  Paraguay,  hace  notar  cuánto  mérito  tenían  aquellos 
400  hombres  por  lo  que  abandonaban,  y  por  la  renunciación  absoluta 
que  hacían  á  ser  conocidos  en  el  mundo,  siendo  asi,  dice,  que  á 
juicio  de  Montesquieu^  el  ansia  de  la  fama  era  su  gran  pasión. 
Enumera  entre  ellos  almas  de  fuego,  hombres  llenos  de  prudencia, 
sabios  consumados:  todos  con  gran  tacto  é  invencible  constancia,  y 
de  todos  ellos  dice: 

<íEn  ellos  el  principio  y  el  fin,  el  cimiento  en  que  todo  lo  demás 
estriba.,  y  el  fin  adonde  quieren  dirigir  todas  las  cosas,  es  siempre 
el  sentimiento  religioso.-»   «Ni  uno  solo  de  estos  hombres  hay  que 

(1)    Der  christlich-sociale  Staat  der  Jesuiten  in  Paraguay. 


-  490  - 

no  lleve  perpetuamente  grabada  en  el  alma  la  itnagen  y  deseo  del 
martirio  .•>•> 

Y  al  fin,  comparándolos  con  los  que  les  sucedieron,  «Los  Jesuítas 
obtuvieron  un  gran  éxito  (juzgue  cada  uno  la  naturaleza  de  este 
éxito  como  quisiere)  porque  se  gobernaron  con  consecuencia:  porque 
todos  sus  medios  fueron  proporcionados  al  fin.-» 

Parecería  que  el  autor  ó  juzgaba  bien  de  la  obra  de  los  Jesuítas, 
ó  á  lo  menos,  tendría  buena  opinión  de  las  personas,  si  acaso  tenía 
por  desacertado  el  sistema.  Ni  lo  uno  ni  lo  otro. 

De  los  religiosos  dice  que  fueron  unos  desvergonzados  usurpa- 
dores de  la  hacienda  de  los  indios  (1);  unos  osados  transgresores  de 
los  preceptos  de  la  Iglesia  contra  el  comercio  de  los  eclesiásticos. 
Las  pruebas  no  aparecen.  La  consecuencia  con  su  juicio  acerca 
de  las  personas,  menos.  Será  curioso  oír  sus  explicaciones,  cuando 
muestre  cómo  se  concilia  el  tener  siempre  por  principio  y  por  fin  el 
cumplimiento  de  sus  deberes  religiosos  y  siempre  desear  el  martirio, 
con  la  transgresión  de  las  leyes  eclesiásticas  y  la  descarada  usur- 
pación de  que  va  hablando.  Otros  cargos  les  hace  con  tanta  justicia 
como  estos  dos. 

De  la  obra,  como  que  le  faltaba,  según  erróneamente  piensa  el 
autor,  la  tendencia  á  desarrollar  la  individualidad,  pronuncia  (2): 
«Queríase  obtener  una  construcción  artística  perfecta^  y  sólo  se 
llegaba  á  una  deslumbrante  fábrica  artificial,  en  la  que  faltaba  el 
apoyo  interior.  La  culpa,  empero,  estaba  no  tanto  en  los  hombres, 
quienes  sacrificaban  para  lograr  este  fin  su  vida  con  un  entu- 
siasmo cual  raras  veces  lo  ha  visto  la  historia;  cuanto  en  la  falsa 
idea,  de  la  cual  se  dejaban  guiar  forzadamente  por  una  prepo- 
tente necesidad  histórica-».  Y  así  atribuye  á  esto  la  ruina  de  las 
Misiones  luego  que  salieron  los  Jesuítas.  Ya  se  ha  respondido  á  este 
cargo  (n.  247);  y  el  autor  necesitaría  también  aquí  concordarse  con- 
sigo mismo,  pues  si  la  ruina,  como  él  afirma  (3)  procedió  de  la  culpa 
de  los  sucesores  de  los  Jesuítas^  que  no  supieron  ser  consecuentes 
como  éstos,  es  claro  que  no  procedía  la  ruina  del  método  de  los 
Jesuítas. 

En  lo  demás,  las  pruebas  de  aquellos  tres  grandes  asertos  enu- 
merados al  principio  sobre  Campanella,  sobre  la  índole  pueril  y 
sobre  el  individualismo,  asertos  que  son  la  llave  de  toda  la  Memoria 
de  Gothein,  no  aparecen  en  ninguna  parte.   Y  como  nota  el  Padre 

(1)  Gothein  cit.  Pág.  41. 

(2)  Pág.  22. 

(3)  Pág.  61. 


-491- 

Cathrein ,  al  juzgar  este  escrito  en  los  « Stimmen  aus  Maria- 
Laach»  (1883),  quien  se  presenta  en  público  con  una  idea  tan  nueva 
y  curiosa  como  la  del  influjo  de  Campanella  en  las  Misiones  del 
Paraguay,  que  nadie  había  sospechado  hasta  ahora,  á  pesar  de  ser 
conocidísima  la  materia  de  esas  Misiones;  era  necesario  que  trajera 
pruebas  incontrovertibles,  so  pena  de  aparecer  como  un  burlador  de 
sus  lectores.  De  la  gran  capacidad  de  los  Guaraníes,  tampoco  se  ofre- 
cen pruebas,  sino  sólo  algunas  presunciones  que  no  pasan  de  leves. 

Y  entretanto  cree  con  gran  tranquilidad  Gothein  que  los  Jesuítas 
del  Paraguay,  á  quienes  ha  descrito  como  hombres  de  gran  talento, 
notable  prudencia  y  exquisito  tacto,  y  que  estuvieron  al  lado  de  los 
Guaraníes  durante  ciento  setenta  años,  tratándolos,  enseñándoles  y 
sufriéndolos,  no  tuvieron  bastante  discernimiento  para  conocer  lo 
que  él  conoce  á  distancia  de  dos  mil  leguas  y  ciento  cincuenta  años: 
y  erraron  miserablemente  en  los  medios  para  lo  que  deseaban,  que 
era  el  verdadero  bien  de  los  indios.  No  se  puede  negar  que  hay 
entendimientos  muy  perspicaces  entre  los  hombres  del  tiempo  pre- 
sente. 

Reseñando  en  particular  los  resultados  obtenidos  por  los  Jesuítas, 
halla  Gothein  que  el  sistema  religioso  establecido  por  ellos  era  com- 
pleto y  capaz  de  haberse  sustentado  por  sí  mismo  (1).  Enumera 
luego  los  resultados  en  lo  moral,  social,  económico,  y  los  llama 
deficientes:  pero  las  pruebas  ó  son  nulas,  ó  son  tan  demostrativas 
como  una  sola  que  es  razón  examinar  para  muestra. 

«Extraño  es,  dice,  (2)  que  en  periodos  de  pleno  sosiego  y  de 
extraordinario  florecimiento,  como  el  de  1718  á  1732,  la  cifra  de  la 
población  permanezca  casi  invariable^. — En  1717  era  la  población  de 
121,168  almas  (y  no  se  cita  la  de  1718,  porque  no  hay  datos  de  ella), 
y  en  1732,  era  de  141.232  almas.  Los  datos  son  de  Moussy  (III,  728)  y 
el  de  1732  está  reproducido  por  Gothein  en  la  pág.  52.  La  diferencia 
es  de  20.054  almas  que  respecto  de  121.000  que  había  en  1718  son  la 
sexta  parte,  aumentadas  en  un  espacio  de  quince  años:  de  manera 
que  con  igual  aumento,  se  duplicaría  la  población  en  noventa  años. 

Y  á  un  aumento  de  esta  clase,  en  un  país  sin  inmigración,  llama 
Gothein  nulo  ó  imperceptible;  y  le  mueve  á  admiración  que  perma- 
nezca el  número  «casi  invariabley>\  y  lo  atribuye  á  defecto  del 
sistema  de  los  Jesuítas.  Cuando  llegaran  los  noventa  años,  hallaría  el 
nuevo  calculista  la  población  duplicada;  pero  sostendría  que  todo 
el  tiempo  había  permanecido  casi  invariable. 

(1)  Gothein  cit. "Pág.  32. 

(2)  Pág.  53. 


—  492  — 

Pero  es  más  significativo  que  ese  aumento  se  produjese  en 
tiempos  de  tantas  calamidades  y  desasosiego  como  fueron  esos  años. 
Porque  en  ellos  ocurrieron  los  disturbios  de  Antequera:  y  éstos 
fueron  de  tal  calidad,  que  obligaron  á  huirse  á  los  montes  á  muchas 
familias,  sin  que  después  se  volviesen  á  encontrar:  y  tuvieron  en 
temor  las  reducciones,  que  se  decía  iban  á  ser  invadidas  á  cada 
níomento  por  los  rebeldes  de  la  Asunción:  habiendo  permanecido 
largo  tiempo  fuera  de  sus  casas  fuertes  tropas  de  Guaraníes:  pade- 
ciendo el  descalabro  del  Tebicuarí:  pasando  más  tarde  sobre  las 
armas  casi  dos  años  enteros  hasta  doce  mil  hombres,  por  mandado 
de  D.  Bruno  Zavala:  y  habiéndose  verificado  la  expedición  y  trabajo 
continuo  para  fundar  á  Montevideo:  cosas  todas  que  no  podían 
menos  de  influir  desfavorablemente  en  el  crecimiento  de  la  pobla- 
ción. Y  no  obstante,  este  tiempo  elige  Gothein  para  prueba.  Pero  lo 
que  ésto  prueba  son  dos  cosas.  La  primera,  lo  contrario  de  lo  que  pre- 
tende Gothein:  esto  es,  que  el  régimen  de  los  Jesuítas  era  muy 
favorable  al  crecimiento  de  la  población:  porque  si  á  pesar  de  tantas 
causas  perturbadoras,  se  verificaba  un  aumento  no  despreciable, 
mayor  había  de  ser  el  que  hubiera  en  circunstancias  normales.  Lo 
segundo,  que  Gothein  se  dejó  llevar  de  sus  prejuicios,  y  escribió  sin 
tener  bastante  fundamento  para  aseverar  lo  que  decía,  pues  llama 
«período  de  pleno  sosiego  y  de  extraordinario  florecimiento»  al  que 
era  afligido  de  tantas  calamidades. 

Gothein  reproduce  todas  las  acusaciones  que  se  han  hecho  contra 
los  Jesuítas  del  Paragua}^,  sin  pruebas,  ó  con  pruebas  por  el  estilo 
de  la  que  se  acaba  de  discutir:  particularmente  las  del  libelo  de 
Pombal,  al  que  da  gran  crédito. 

Por  el  contrario,  si  alguno  ha  juzgado  algo  en  favor  de  los 
Jesuítas,  se  esfuerza  en  quitarle  la  autoridad,  con  explicaciones 
insubsistentes,  y  á  veces  con  medios  nada  honrosos  para  el  que  los 
emplea. 

Hallando  que  los  impíos  del  siglo  xviii  elogiaron  la  obra  de  los 
Jesuítas  del  Paraguay,  afirma  que  lo  hicieron  por  cierta  <ípredi- 
leccióuT)  para  con  los  Jesuítas.  Indudable  que  debía  ser  grande  la 
predilección  de  Voltaire,  d'Alembert,  Raynal  y  otros  tales  para 
con  los  Jesuítas. 

Hablando  del  viajero  español  D.  Antonio  de  Ulloa,  que  también 
los  elogia,  dice  que  i-no  visitó  las  Doctrinas^) .  Según  eso,  si  nadie 
puede  tener  conocimiento  de  las  cosas  para  comunicarlas  á  otros 
sino  cuando  las  ha  visto,  podía  haberse  ahorrado  la  molestia  de  es- 
cribir el  autor,  pues  él  ni  ha  visto  lo  que  refiere,  ni  siquiera  los  para- 


-493- 

jes  donde  sucedió.  La  respuesta  que  él  dé  para  acreditar  que  puede 
hablar  y  sabe  lo  que  dice,  esa  misma  servirá  para  hacer  creíble  la 
narración  del  viajero  UUoa.  Y  cierto,  que  los  que  como  Ulloa  llevan 
el  encargo  de  recoger  todas  las  noticias  aun  las  más  secretas  y  cer- 
tificarse de  ellas,  pueden  saber  las  cosas  con  alguna  mayor  seguri- 
dad que  Gothein,  aun  sin  ir  por  sí  mismos  á  verlas. 

De  Muratori  dice  que  «/os  Jesuítas  ganaron  su  plumas,  (1) 
que  «SM  obra  es  de  poco  interés  en  cnanto  al  contenido^]  que  <íél 
misino  había  afirmado  en  círculos  familiares  que  la  tal  obra 
no  era  historia,  sino  novela. •!>  Las  injurias  y  manifiestas  falsedades 
no  necesitan  refutación.  Muratori  fué  el  primero  que  publicó  el  De- 
creto de  Felipe  V  y  las  cartas  del  P.  Cattaneo:  su  libro  explica  la 
vida  entera  de  las  reducciones,  fundándose  en  escritos  de  tanta  auto- 
ridad como  el  Dr.  Jarque,  y  esto  es  lo  que  desdeña  Gothein.  En 
cuanto  al  impulso  que  le  movió  á  escribir,  véase  lo  dicho  al  hablar 
de  su  libro. 

En  cambio,  el  autor  á  quien  atribuye  gran  importancia  Gothein 
es  el  expulso  Ibáñez.  Era  natural,  por  su  encono  contra  los  Jesuítas, 
y  en  él  aprendió  Gothein  á  injuriar  y  á  errar. 

J.  Pfotenhauer,  pastor  protestante,  publicó  en  Gutersloh,  año 
de  1891,  una  obra  con  el  título  de  «Las  Misiones  de  los  Jesuítas  en 
el  Paraguay  <í.(Die  Missionen  der  Jesuiten  in  ParagtiayJ»^  en  tres 
tomos  en  8.°  mayor,  que  contienen  en  todo  casi  setecientas  páginas. 
Lo  curioso  en  este  libro  es  que,  mostrándose  el  autor  bastante  bien 
enterado  de  la  historia  y  de  la  vida  y  modo  de  proceder  en  las  reduc- 
ciones, que  son  los  objetos  que  desarrolla  en  el  primero  y  segundo 
tomo  con  una  prolijidad  y  paciencia  laudables;  nada  de  cuanto  halla 
en  su  exposición  le  parezca  bien.  Ni  son  buenos  los  misioneros,  ni  los 
indios,  ni  los  medios  de  catequizar,  ni  hay  cosa  alguna  buena  en  las 
Doctrinas:  para  lo  temporal  y  para  lo  eterno  son  detestables;  y  todo 
eso  lo  va  procurando  probar  á  su  modo  en  el  tercer  tomo,  para 
acabar  diciendo  que  la  ruina  en  que  vinieron  á  parar  los  pueblos  de 
Doctrinas  es  la  voz  de  la  justicia  de  Dios,  que  ha  castigado  á  los 
misioneros,  )'■  es  el  juicio  de  Dios  que  reprueba,  no  sólo  la  obra  de  los 
Jesuítas,  sino  igualmente  á  la  Iglesia  católica  y  todas  sus  misiones, 
pues  dice  que  precisamente  por  eso  ha  querido  hacer  su  estudio  en 
las  del  Paraguay,  que  son  las  más  brillantes  de  la  Iglesia  católica. 

Juicios  de  tan  exaltada  pasión  no  merecen  examen,  Baste  decir 

(1)  «Gewinnen  zu  ihrem  Zweck  eine  noch  berühmtere  Feder,  die  Miiratoris»; 
pág.  55. 


—  494  — 

que  la  obra  de  Pfotenhauer  sigue  como  norma  los  principios  de 
Gothein  en  lo  secular;  y  en  lo  eclesiástico  y  en  sus  teorías  de  los 
medios  que  se  habrían  de  emplear  para  convertir  las  almas,  repro- 
duce gran  parte  de  las  aserciones  del  jansenista  Arnauld  en  sus 
libelos  contra  la  Compañía.  En  hechos  históricos  es  demasiado  cré- 
dulo, y  á  veces  estruja  los  datos  para  sacar  lo  que  ni  pensó  en  decir 
el  autor,  con  tal  de  sacar  reos  á  los  Jesuítas. — El  juicio  de  tal  libro 
no  puede  hacer  gran  daño  á  los  Jesuítas  en  el  concepto  de  los  lec- 
tores cuerdos;  y  el  libro  mismo,  más  que  entre  los  estudios  razona- 
dos, merece  ser  colocado  entre  los  libelos. 


IX 


267 


VIAJEROS:  ULLOA:  FRÉZIER:  BOUGAINVILLE 

Pondrá  término  á  esta  serie  de  juicios  el  que  formaron  diferentes 
viajeros,  cuyos  viajes,  publicados  luego,  han  sido  estimados  como 
obras  útiles,  por  las  noticias  que  contenían,  y  dignas  de  crédito  por 
razón  de  las  personas  de  sus  autores. 

Don  Antonio  de  Ulloa,  español,  capitán  de  fragata  de  la  Real 
Armada,  y  enviado  á  la  América  meridional  para  efectuar  en  com- 
pañía de  D.  Jorge  Juan  y  de  los  astrónomos  franceses  Bouguer  y  la 
Condamine,  la  medición  de  algunos  grados  de  meridiano,  publicó 
en  17481a  relación  de  su  viaje,  con  el  título  de  <!-Relación  histórica 
del  viaje  á  la  América  nieridiouah,  en  cuatro  tomos  en  folio  menor, 
con  abundancia  de  planos  y  dibujos  representativos  de  los  objetos  del 
Nuevo  Mundo. 

Tratando  del  4.°  Obispado  de  la  Audiencia  de  Charcas,  que  es  el 
del  Paraguay,  se  propone  en  el  capítulo  XV  de  la  parte  II  hablar 
«de  las  Misiones  de  la  Compañía  que  hay  eji  los  gobiernos  de  Para- 
guay y  Buenos  Aires,  con  el  método  de  su  gobierno  y  economía^. 

Enumera  primero  los  países  á  donde  se  extiende  el  trabajo  y  celo 
de  los  misioneros,  antes  de  pasar  á  tratar  de  las  Misiones  más 
importantes,  que  son  las  de  los  Guaraníes:  y  dice  de  los  guanoas  y 
charrúas  (n.  389):  «^  A  cosa  de  cien  leguas  distante  de  las  Misiones 
hay  una  nación  de  infieles  llamados  guangas:  los  cuales  son  difí- 
ciles de  atraer  á  la  lus  del  Evangelio:  asi  porque  aman  mucho  la 
vida  licenciosa^  como  porque  se  han  mese  lado  con  ellos  muchos 


-495- 

tnestisos^  y  aun  algunos  españoles,  huidos  por  sus  maldades  délos 
pueblos  de  cristianos,  librándose  por  este  medio  de  las  penas  que 
correspondían  á  sus  delitos:  el  mal  ejemplo  de  éstos  indispone  á 
los  indios  d  prestar  la  atención  á  lo  que  se  les  predica.»  «Lo  misino 
casi  sucede  con  los  charrúas,  los  cuales  habitan  las  tierras  que 
median  entre  el  rio  Paraná  y  el  Uruguay.» 

Expone  Ulloa  detalladamente  el  régimen  económico,  guberna- 
tivo, militar  y  religioso  de  las  Doctrinas  guaraníes,  manifestando 
su  aprobación:  y  al  tratar  del  comercio  ó  venta  de  los  productos 
comunes,  nota  la  diversidad  de  proceder  de  los  Jesuítas  según  las 
capacidades  diversas  de  las  ti  ibus  que  evangelizaban:  «Los  Padres 
de  la  Compañía  cuidan  solamente  de  los  efectos  y  géneros  que  en 
ellos  se  fabrican  y  sirven  para  comerciar,  por  lo  que  corresponde  á 
las  de  los  indios  Guaraníes,  por  ser  el  genio  de  ellos  naturalmente 
amante  de  la  ociosidad  y  desperdiciado,  no  sabiendo  guardar  lo  que 
adquieren;  y  sin  el  cuidado  de  los  Padres  se  dejarían  abandonar  á  la 
pereza  y  carecerían  de  un  todo.  No  sucede  lo  mismo  con  las  Misiones 
de  los  Chiquitos,  porque  son  trabajadores,  guardosos,  aprovechados, 
y  gastan  lo  que  tienen  con  economía,  tratando  por  sí,  sin  necesidad 
de  que  otros  intervengan  en  sus  negociados.» 

Y  explicando  el  motivo  por  el  cual  celaban  los  Jesuítas  que  se 
cumpliesen  las  leyes  que  prohibían  el  trato  de  los  que  no  eran  indios 
con  los  indios  en  sus  pueblos,  escribe:  (1)  «Los  Padres  misioneros  no 
consienten  que  ninguno  de  los  que  habitan  el  país,  españoles  ó  de  otra 
nación,  mestizos,  y  ni  aun  indios,  entren  en  las  Misiones  que  tienen 
á  su  cargo  en  el  Paraguay  [en  su  lugar  se  vio  con  qué  limitaciones 
debe  entenderse  esto];  no  por  embarazar  el  que  se  reconozca  y  sepa 
lo  que  allí  se  comprende,  ni  porque  se  recelen  perder  la  oportunidad 
de  ser  los  únicos  en  el  comercio  de  los  frutos  que  allí  se  producen, 
ni  por  ninguna  otra  de  las  causales  que  aún  con  menos  fundamento 
presumen  muchos  de  sus  émulos,  adelantando  la  malicia  hasta  cerrar 
el  paso  á  la  razón;  sino  porque  aquellos  indios,  que  no  hicieron  más 
que  salir  de  la  rusticidad  de  las  selvas,  y  entrar  en  la  doctrina  y 
documentos  que  les  enseñaron,  se  mantienen  en  tal  estado  de  inocen- 
cia y  simplicidad,  que  no  tienen  noticia  de  otros  vicios  que  los  comu- 
nes entre  ellos;  y  aun  esos  los  han  ido  abominando  con  las  continuas 
amonestaciones,  consejo  y  dirección  de  los  Padres:  de  tal  modo  que 
muchos  los  han  olvidado  enteramente,  y  los  demás  ios  reparan  con 
horror  en  sus  antiguos,   y  los  notan  en  ellos  con  vergüenza.  Esos 

(1)    Ulloa  cit.  Num.  410. 


-496- 

indios  no  conocen  la  inobediencia,  el  rencor,  la  envidia,  ni  otras 
pasiones,  que  son  la  lima  sorda  con  que  se  destruyen  y  aniquilan  los 
pueblos.  Si  entraran  allí  otras  gentes,  no  bien  habrían  dado  los  pri- 
meros pasos  en  la  tierra,  cuando  les  empezarían  con  el  ejemplo  á  dar 
lecciones  de  lo  que  ignoran;  y  perdida  la  vergüenza  y  el  respeto  con 
que  ahora  miran  los  documentos  de  los  Curas,  dentro  de  muy  breve 
tiempo  se  perdería  el  fruto  de  tantas  almas  como  dan  el  más  debido 
culto  al  verdadero  Dios,  y  de  tantos  vasallos  como  reconocen  al 
Soberano  sin  violencia  por  su  único  señor  natural.» 

«Estos  indios  viven  ahora  con  total  confianza  de  que  todo  lo  que 
sus  Curas  les  aconsejan  es  bueno,  y  malo  lo  que  les  reprenden» 
[«(1)  y  así,  aunque  sienten  el  castigo,  como  es  natural,  cuando  llega 
la  ejecución,  lo  reciben  con  humildad  y  resignación  conociendo  que 
es  él  mismo  quien  se  lo  ha  impuesto;  y  no  llega  el  caso  de  que  cobren 
odio  á  los  Curas,  ni  que  se  alboroten  contra  ellos:  antes  bien,  por  el 
contrario,  es  tanto  el  amor  y  veneración  que  les  tienen,  que  aun 
cuando  sin  razón  les  impusiesen  alguna  pena,  la  tendrían  por  mere- 
cida, según  la  confianza  y  seguridad  de  que  no  les  han  de  hacer 
castigar  sin  bastante  causa.»]  Lo  que  no  sucedería  tan  fácilmente 
si  viesen  otras  gentes  en  quienes  hacía  menos  efecto  la  doctrina  del 
Evangelio,  y  que  sus  operaciones  eran  opuestas  á  lo  que  se  les  pre- 
dicaba. Están  ahora  persuadidos  á  que  en  los  tratos  y  comercio  se 
debe  obrar  con  legalidad  y  no  conocen  el  engaño,  la  falta  de  corres- 
pondencia ni  la  mala  fe;  siendo  cosa  cierta  que,  si  se  permitiese  el 
que  todos  entrasen  á  tratar  con  ellos,  sería  el  primer  efecto  de  este 
comercio  que,  procurando  unos  tener  los  efectos  que  comprasen  por 
menos  precio,  y  vender  los  suyos  con  la  mayor  reputación,  dentro 
de  poco  los  harían  caer  en  esta  malicia,  y  con  ella  en  otras  muchas 
que  le  son  accesorias:  á  cuyo  respeto  sucedería  lo  mismo  en  todos  los 
demás  asuntos  de  otra  naturaleza;  y  perdido  una  vez  el  pie  del  buen 
gobierno,  nunca  lo  volverían  á  recuperar.»  «Este  es  el  fundamento 
que  los  padres  han  tenido  siempre  y  conservan  para  no  admitirlos 
[los  forasteros]  allí,  en  que  los  debe  confirmar  la  lastimosa  experien- 
cia de  lo  que  por  iguales  causas  se  padece  en  otras  Doctrinas  del 
Perú.» — No  parece  sino  que  pronosticase  Ulloa  lo  que  había  de  acae- 
cer en  las  Doctrinas  con  la  práctica  del  sistema  de  Bucareli. 

Este  mismo  viajero  dio  un  insigne  testimonio  de  la  regularidad  3^ 
limpieza  de  vida  de  los  Jesuítas  del  Paraguay,  hablando  en  general 
de  los  del  Virreinato  del  Perú  en  sus  «Noticias  secretas  de  América». 

(1)    Ulloa  cit.  núm.  397. 


—  497  — 

Amadeo  Francisco  Frézier,  ingeniero  y  viajero  (1682-1773), 
publicó  en  1716  un  tomo  en  4.°  con  el  título  de  «Relation  du  voyage 
de  la  mer  du  Sud  aux  cotes  du  Chili  et  du  Pérou,  faite  pendant  les 
années  1712,  1713  et  1714»,  libro  que  se  tradujo  al  inglés  y  al  ho- 
landés. 

Si  era  perito  Frézier  en  su  profesión  de  ingeniero,  no  era  menos 
irrespetuoso  en  el  hablar  de  los  religiosos.  Habla  mal  de  todos  los 
del  Perú:  y  si  sus  informes  acerca  de  ellos  son  como  los  que  muestra 
tener  áe  los  Jesuítas,  preciso  será  decir  que  habla  de  cosas  que  son 
falsas,  contándolas  como  verdaderas. — Después  de  haber  des- 
acreditado á  los  demás  religiosos  en  la  materia  del  pedir  limosna, 
pasa  á  los  Jesuítas,  á  quienes  mientras  parece  que  justifica  en  este 
punto,  procura  con  burlona  ironía  hacer  aparecer  culpables  de  usur- 
pación del  dominio  de  la  jurisdicción  secular.  «Los  Jesuítas  dice  (2), 
en  sus  misiones  del  Perú,  usan  del  pedir  limosna  con  más  juicio  y 
destreza.  Conocen  el  arte  de  hacerse  dueños  de  los  indios,  y  con  sus 
buenas  maneras,  hallan  el  secreto  de  sujetarlos  de  forma  que  dispo- 
nen de  ellos  como  quieren;  y  como  dan  bastante  buen  ejemplo,  aque- 
llos pueblos  aman  el  yugo,  y  muchos  de  ellos  se  hacen  cristianos. 
Serían,  en  verdad,  estos  misioneros  dignos  de  aplauso,  si  no  hubieran 
sido  acusados  de  no  trabajar  más  que  para  sí:  como  lo  han  hecho 
cerca  de  la  Paz  con  los  Yungos  y  los  Mojos,  entre  los  cuales  hacen 
algunas  conversiones  á  la  fe  y  ganan  muchos  subditos  para  la  Com- 
pañía, de  manera  que  ya  no  sufren  á  ningún  español». — Frézier 
manifiesta  bien  patentemente  su  malevolencia  y  su  ignorancia.  La 
malevolencia,  en  condenar  á  los  religiosos  por  el  mero  hecho  de  que 
«han  sido  acusados».  Debía  estudiar  los  fundamentos  de  la  acusación, 
y  ver  si  el  hecho  era  verdad,  y  si  además  era  hecho  contrario  á  las 
leyes.  Su  ignorancia:  pues  ignora  que  no  era  cosa  de  los  Jesuítas, 
sino  disposición  de  las  leyes  españolas,  el  que  no  se  sufriese  ningún 
español  en  los  pueblos  de  indios. 

Añade  luego  como  término  de  comparación:  «como  lo  han  hecho 
en  el  Paraguay.  Puédanse  ver  sus  razones  en  las  Cartas  edificantes, 
tomo  8.°». — Copia  en  seguida  el  texto  que  cita  de  las  Cartas  edifi- 
cantes en  el  cual  se  explica  la  razón  moral  del  aislamiento  de  las 
Doctrinas,  agregando  que  los  Padres  han  obtenido  un  decreto  para 
que  se  practique:  donde  es  de  reparar  que  el  decreto,  si  se  obtuvo, 
no  pudo  ser  más  que  para  confirmar  una  vez  más  lo  que  mucho  antes 
estaba  prescrito  en  la  ley:  y  la  razón  alegada  es  verdadera  y  sólida. 

(2)    Frézier,  Voyage,  tom.  II,  pág.  467.  ed.  Amsterdam,  1749. 
32    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  ii. 


-498  — 

No  obstante,  de  la  razón  dice  luego  Frézier:  «Tal  pretexto  es  espe- 
cioso, pero  el  ejemplo  del  Paraguay  parece  que  indica  otro  fin:  por- 
que se  sabe  que  esta  Compañía  se  ha  apoderado  como  soberana  de 
un  gran  reino  situado  entre  el  Brasil  y  el  Río  de  la  Plata,  donde 
han  establecido  tan  buen  gobierno,  que  jamás  han  podido  penetrar 
allí  los  españoles,  aunque  para  ello  han  hecho  los  Gobernadores  de 
Buenos  Aires  muchas  tentativas  por  orden  de  la  Corte  de  España. 
En  efecto,  además  de  la  buena  disciplina,  han  introducido  allí  obre- 
ros europeos  para  las  armas,  y  para  toda  clase  de  oficios  necesarios 
en  una  república,  y  aquellos  obreros  han  formado  otros  del  país. 
Educan  la  juventud  como  en  Europa,  haciéndoles  aprender  latín, 
música,  danza,  y  otros  ejercicios  convenientes,  como  lo  he  sabido  de 
buena  tinta.  No  entro  en  las  particularidades  de  aquel  gobierno,  del 
cual  no  puedo  hablar  sino  por  relación  ajena,  y  también  para  no  dis- 
traerme de  mi  objeto.» — He  aquí  con  qué  descaro  miente  la  calum- 
nia. Habla  Frézier  por  informes  que  llama  «de  buena  tinta»,  pero 
que  son  de  quien  no  se  atreve  á  nombrar,  mientras  las  falsedades 
que  relata  estaban  desmentidas  por  los  «continuos  informes  de  los 
Obispos  y  Gobernadores  que  visitaban  aquellas  Doctrinas»,  como  lo 
expresa  el  rey  Felipe  V,  y  por  ellos  constaba  «no  estar  tan  bien  ob- 
servado el  vasallaje  real  y  la  subordinación  como  en  aquellas  Doc- 
trinas», como  se  dice  en  la  misma  Cédula  de  28  de  Diciembre  de  1743. 
De  modo  que  le  podían  responder  lo  que  de  la  Corte  se  dijo  á  cierto 
Virrey  que  se  había  dejado  persuadir  aquellas  patrañas:  No  pase 
pena  por  ello^  porque  aquí  estamos  ^niiy  bien  enterados  de  todo  lo 
contrario.  Falsedad  es  que  los  Jesuítas  hubiesen  tomado  la  sobera- 
nía; falsedad  que  los  Gobernadores  hubiesen  hecho  pocas  ni  muchas 
tentativas  inútiles  para  entrar  en  Doctrinas,  pues  entraron  cuando 
quisieron;  falsedad  que  entrasen  obreros  europeos,  pues  no  entraban 
más  obreros  que  los  mismos  Jesuítas,  habiendo  sido  de  la  Compañía, 
y  sacerdotes  por  añadidura^  hasta  los  que  enseñaron  á  tejer,  y  tam- 
bién son  falsas  otras  cosas  que  afirma  Frézier  «por  relación  ajena», 
desdorando  é  injuriando  con  responsabilidad  propia,  pues  que  adopta 
todas  esas  calumnias,  la  fidelidad  y  honra  de  una  corporación  de 
religiosos,  cual  era  la  Compañía  de  Jesús. — La  verdad  de  las  cosas 
se  ha  tratado  ya  en  su  propio  lugar;  y  será  de  desear  que  las  noticias 
geográficas  y  de  costumbres  que  en  su  libro  consignó  Frézier  no 
sean  tan  contrarias  á  la  verdad,  como  lo  que  dice  de  los  Jesuítas,  así 
del  Paraguay,  como  del  Perú. 

Luis  Antonio  de  Bougainville,  navegante  francés  (1729-1811), 


-499  — 

publicó  en  1771  un  tomo  en  4.°  mayor  de  la  relación  de  su  viaje  alre- 
dedor del  mundo,  hecho  en  los  años  de  1766,  67,  68  y  69,  con  el  título 
de  «Voyage  autour  du  monde».  Su  obra  tuvo  extraordinaria  acepta- 
ción, y  fué  luego  reimpresa,  traduciéndose  también  á  otras  lenguas. 
El  capítulo  VII  de  la  primera  parte  versa  todo  sobre  las  Doctri- 
nas. Precisamente  mientras  Bougainville  se  hallaba  en  Buenos  Aires 
preparando  la  continuación  de  su  viaje  hacia  el  Sur,  tuvo  lugar  la 
expulsión  de  los  Jesuítas  de  estas  Misiones,  y  él  presenció  la  llegada 
de  los  caciques  y  corregidores  á  Buenos  Aires.  Habiéndose  hecho 
informar  de  varios,  hace  una  relación  del  régimen  de  las  Misiones. 
Dice  al  principiar  que  hablará  sin  enemiga  ni  afición:  siiie  ira  et  stu- 
dio,  y  la  lectura  de  su  relato  parece  mostrarlo,  en  efecto.  Pero  para 
referir  con  exactitud,  no  basta  estar  desprovisto  de  pasión,  si  además 
no  se  da  su  justo  valor  á  los  informes,  en  cosas  que  el  narrador  no  ha 
podido  ver  por  sí  mismo,  y  se  desconfía  de  los  testigos  apasionados. 
Asegura  que  los  detalles  que  cuenta  «le  han  sido  referidos  unánime- 
mente por  cien  testigos  oculares.»  Lo  de  ciento  y  lo  de  unánimes  es 
manifiestamente  una  amplificación  retórica,  y  se  disminuirían  mucho 
si  se  hubiese  visto  obligado  á  presentarlos  en  juicio.  La  unanimidad 
sería  también  difícil  de  persuadir,  habiéndole  dicho  cosas  tan  falsas 
y  que  eran  fáciles  de  saber,  como  que  los  indios  eran  trescientos 
mil,  y  los  pueblos  treinta  y  siete,  etc.  Ciertos  detalles  maliciosos 
muestran  que  los  testigos  eran  enemigos  de  los  Padres,  y  bastaría  la 
dicha  unanimidad  para  conocerlo,  puesto  que  uno  de  los  testigos,  3^ 
con  quien  se  ve  que  sin  precaución  defirió  Bougainville,  era  el  Gober- 
nador de  Montevideo  Viana,  que  era  enemigo  de  los  Jesuítas  y  no  lo 
disimulaba.  Así  cuenta,  entre  otras,  la  patraña  de  que  los  Jesuítas 
recibían  de  sínodo  sesenta  mil  pesos  anuales,  y  eso  desde  el  principio. 
No  hubo  quien  le  mostrara  los  documentos  que  aun  hoy  se  leen,  en 
que  el  Gobernador  Láriz  se  quejaba  al  Rey,  de  que  era  una  enormi- 
dad que  cada  año  se  diesen  á  los  Jesuítas  los  siete  mil  pesos  que  se 
les  daban  de  sínodo  por  todas  las  Doctrinas,  y  que  en  efecto  el  Gober- 
nador Villacorta  suspendió  el  sínodo  durante  algún  tiempo. — Otro 
tanto  se  ha  de  decir  de  la  afirmación  de  que  los  indios  estaban  des- 
contentos de  los  Jesuítas,  y  se  querían  ir  con  las  tropas  del  ejército, 
que  le  persuadió  Viana,  sabiéndose  el  empeño  que  tuvo  este  jefe  y 
las  artes  que  puso  en  práctica  para  llevar  consigo  algunos  indios; 
y  aunque  no  hubiera  otro  motivo  de  dudar,  era  fácil  entender  que 
no  podía  dejar  de  haber  algunos  indios  mal  hallados  con  el  orden 
que  reinaba  en  las  Doctrinas;  pero  que  tampoco  podía  ser  el  descon- 
tento de  unos  pocos  regla  general,  pues  en  tal  caso  no  hubiera  durado 


-500- 

la  estada  de  los  Padres,  siendo  ellos  uno  ó  dos  en  cada  pueblo,  y  los 
indios  innumerables. 

El  cuadro,  pues,  que  pinta  Bougainville,  aun  cuando  no  sea  por 
pasión,  es  falso;  y  así  no  es  responsable  la  verdad  ni  el  régimen  de 
los  Jesuítas  de  la  mala  impresión  que  muestra  él  tener,  ni  de  la  que 
causa  en  sus  lectores. 

Más  exacto  se  manifiesta  en  lo  que  refiere  como  testigo  de  vista: 
<íLa  Compañía  de  Jesús  dirigía  sus  cuidados  d  extender  las  tnisio- 
nes,  cuando  el  efecto  de  sucesos  ocurridos  en  Europa  vino  d  des- 
truir en  el  Nuevo  Mundo  la  obra  de  tantos  años  y  paciencia.  La 
Corte  de  España  determinó  desterrar  d  los  Jesuítas.»  Explica  las 
medidas  tomadas  por  Bucareli,  á  quien  llama  Marqués,  aunque  no  lo 
fué  nunca.  Habla  del  día  de  la  prisión  en  Buenos  Aires/  «A  las  dos 
de  la  mañana  todos  los  correos  habían  salido,  y  las  dos  casas  de 
los  Jesuítas  en  Buenos  Aires  hablan  sido  asaltadas .y>  «La  mañana 
siguiente  se  publicó  en  la  ciudad  un  bando  que  infligía  pena  de 
muerte  á  quien  tuviese  comunicación  con  los  Jesuítas.»  «En  todas 
partes  se  ejecutaron  las  órdenes  del  Rey  con  igual  facilidad.» 
tPoco  tiempo  después  de  la  llegada  de  los  caciques  á  Buenos  Aires, 
habiendo  llegado  la  nueva  de  la  expulsión  de  las  Misiones,  reci- 
bió el  marqués  de  Bucareli  una  carta  del  Provincial  que  á  la  sazón 
se  encontraba  allí,  en  la  cual  le  aseguraba  su  sumisión  y  la  de 
todas  las  Doctrinas  d  las  órdenes  del  Rey.»  «Juzgábase  que  al 
apoderarse  de  los  bienes  de  los  Jesuítas  en  esta  provincia,  se  halla- 
rían en  sus  casas  considerables  sumas  de  dinero:  pero  se  halló 
muy  poco.»  «Resístese  mi  pluma  á  consignar  todas  las  particula- 
ridades de  lo  que  la  gente  en  Buenos  Aires  pretendía  haberse 
encontrado  en  los  papeles  tomados  á  los  Jesuítas.  Los  odios  son 
demasiado  recientes  todavía  para  poder  discernir  las  injputa- 
dones  falsas  de  las  verdaderas.  Prefiero  hacer  justicia  á  la  mayor 
parte  de  los  rnieinbros  de  esta  Compañía.,  que  no  participaban  del 
secreto  de  sus  miras  temporales.  Si  en  este  cuerpo  había  algunos 
intrigantes,  la  mayoría,  religiosos  de  buena  fe,  no  veían  en  el 
Instituto  más  que  la  piedad  de  su  fundador ,  y  servían  en  espíritu 
y  en  verdad  al  Dios  d  quien  se  habían  consagrado.»  Este  juicio 
honra  al  viajero:  y  da  á  conocer  la  enorme  injusticia  que  no  quiso 
ver  Carlos  IIT,  aun  poniéndoselas  delante  de  los  ojos  el  Sumo  Pontí- 
fice, de  condenar  á  innumerables  inocentes  por  causa  de  unos  pocos 
culpados,  si  los  había.  Si  Bougainville  hubiera  visto  después  de  ciento 
cuarenta  años  no  producirse  contra  aquellos  Jesuítas  ni  una  prueba 
seria  de  culpabilidad,  hubiera  suprimido  del  todo  su  condicional. 


-501- 


X 


SAINT-HILAIRE:  D'ORBIGNY:  PAGE  268 

Augusto  Prouvensal  de  Saint-Hilaire,  viajero  francés,  visitó 
hacia  1817,  la  provincia  de  Río  Grande  de  Brasil,  permaneciendo 
en  ella  por  algún  tiempo  3^  recorriéndola  en  varias  direcciones,  y 
publicó  una  breve  reseña  de  su  viaje  en  1823  con  el  título  de  «Aper^u 
cfun  voy  age  daiis  Vmtérieíir  dii  Brésil.^  Las  noticias  completas 
recogidas  en  aquella  su  expedición  no  se  han  publicado  sino  mucho 
después  de  su  muerte,  en  1887,  en  un  tomo  en  4.°  con  el  título  de 
«iVoyage  aii  Rio  Gi'íuide  do  Siíl  (Brésil)^. 

Estudió  Saint  Hilaire  el  carácter  de  los  Guaraníes  y  el  estado 
de  las  Misiones,  entre  las  otras  cosas  que  fueron  objeto  de  su 
atención. 

Sobre  el  carácter  de  los  Guaraníes,  se  expresa  en  los  siguientes 
términos. 

«Hablé  largamente  con  el  Cura  de  San  Borja  [era  Fr.  Martin 
Céspedes,  anciano  de  más  de  70  años']  que  vive  en  medio  de  los 
indios  desde  hace  gran  número  de  años:  Y  voy  á  referir  aquí  lo 
que  de  él  oí,  combinándolo  con  mis  propias  reflexiones  y  las  de 
otras  personas  dignas  de  fe.» — <íLa  imprevisión  que  caracteriza  á 
todos  los  indios,  se  halla,  en  los  Guaraníes,  acompañada  de  los 
defectos  que  son  su  consecuencia,  en  igual  grado  que  en  las  demás 
naciones  indias.-»  <i.Los  Guaraníes  no  tienen  idea  alguna  de  lo  por- 
venir. Aprenden  con  facilidad  lo  que  les  enseñan,  pero  nada  ima- 
ginan ni  combinan.  Son  de  carácter  pacifico  y  obedecen  sin  difi- 
cultad, pero  no  tienen  fijeza  alguna;  no  pensando  más  que  en  lo 
presente,  no  pueden  ser  fieles  á  las  promesas  que  han  hecho.  No 
tienen  elevación  alguna  de  alma.-»  «No  tienen  ambición  alguna, 
ningún  apetito,  ningiln  amor  propio.  Si  alguna  ves  economizan, 
es  únicamente  por  breve  tiempo.  Un  Guaraní,  por  ejemplo,  llegará 
á  procurarse  con  sus  ahorros  un  vestido,  que  podría  resguar- 
darle durante  largo  tiempo  de  las  intemperies  del  clima;  pero 
apenas  lo  tenga  en  su  poder,  cuando  lo  cambiará  por  una  vaca,  de 
la  cual  nada  quedará  al  cabo  de  pocos  dias.-»   <í No  hay  ni  uno  solo 


-502- 

de  estos  indios»  (dice  hablando  de  los  refugiados  entre  los  portu- 
gueses hacia  1820)  <t^qiie  posea  cosa  alguna»  (1). 

«No  es  posible  evitar  el  asombro  de  que  se  siente  penetrado  el 
viajero^»  (dice  hablando  de  lo  que  hicieron  en  tiempo  de  los  Jesuítas) 
tal  pensar  que  todos  los  pueblos  de  las  Misiones  y  los  edificios  que 
encierran  fueron  obra  de  un  pueblo  salvaje,  dirigido  por  unos 
cuantos  religiosos.  Es  preciso  que  tuviesen  conocimiento  de  todos 
los  oficios  é  inmensa  paciencia  para  con  los  indios-»  (2).  Y  no  es 
menor  la  aprobación  que  da  á  los  misioneros  por  haber  acertado  á 
conocer  el  carácter  de  los  indios  y  acomodádose  á  él,  atrayéndolos 
de  una  manera  particular  por  medio  de  las  cosas  sensibles  y  de  la 
música  (3). 

Representa  en  su  «Reseña^  (4)  los  desastrosos  efectos  de  la 
expulsión  de  los  Jesuítas.  «Desde  1768»,  dice,  <íf nerón  entregados 
los  Guaraníes  á  hombres  que  en  ellos  no  vieron  sino  los  instru- 
mentos de  una  rápida  fortuna.  Muy  pronto  se  empobreció  el  país, 
y  concluyó  por  caer  en  completa  decadencia.  Los  portugueses 
trataron  á  los  Guaraníes  todavía  peor  que  lo  habían  hecho  los  espa- 
ñoles. Parecía  que  la  corte  de  Lisboa  y  la  de  Río  Janeiro  hubiesen 
olvidado  que  la  provincia  de  las  Misiones  formaba  parte  de  la 
monarquía  portuguesa,  según  la  dejaban  arruinar  por  los  empleados 
subalternos.  En  1768,  la  población  de  los  siete  pueblos,  hoy  portu- 
guesa, se  elevaba  á  30  mil  habitantes.  Cuando  en  1801  se  retiraron 
los  españoles,  dejaron  todavía  14  mil  almas.  En  1814,  ya  no  había 
más  que  6,395;  y  por  fin,  yo  mismo  asistí  al  censo  de  1821,  y  en 
toda  la  provincia  no  se  halló  más  población  de  indios  que  3  mil.» 
«Lo  que  digo  aquí  de  las  Misiones  no  concuerda  enteramente  con 
las  opiniones  de  D.  Félix  de  Azara.  Pero  este  escritor,  que  merece 
los  mayores  elogios  como  observador  y  como  pintor  de  costumbres, 
estaba  imbuido  en  algunos  de  los  prejuicios  que  á  menudo  traían  á 
América  los  españoles,  y  se  puso  en  contradicción  consigo  mismo  al 
hablar  de  los  Guaraníes.  Por  otra  parte,  un  historiador  amigo  de  su 
patria,  el  Dr.  Funes,  le  ha  refutado  victoriosamente  en  su -¿"/¿srtjy o 
de  la  Historia  civil  del  Paraguay.» 

Alcides  D'Orbigny,  naturalista  y  viajero  francés,  enviado  á  la 
República  Argentina  por  el  Museo  francés  para  estudiar  el  país, 


(1)  -Saint-hilaire,  Voyage,  pág.  357  y  284. 

(2)  Pág.  345. 

(3)  Pág.  285, 

(4)  Apekcu,  pág.  69. 


-  503  - 

permaneció  en  ella  dos  años,  1826  y  1827,  y  publicó  luego  su  «Voyage 
DANs  l'Amérique  du  Sud»,  en  que  estudia  principalmente  el  aspecto 
de  la  historia  natural,  y  de  paso  trata  también  de  la  historia  del 
país. 

Su  especial  preparación  para  los  estudios  de  etnografía  le  llevó 
á  examinar  con  cuidado  las  diversas  tribus  indígenas  durante  los 
largos  viajes  que  hizo,  no  sólo  por  la  República  Argentina,  sino  por 
gran  parte  de  la  América  meridional,  y  mostró  que  podía  juzgar 
con  la  debida  información  y  madurez  de  juicio  publicando  su  trabajo 
titulado  «L'homme  araéricain»,  que  aun  hoy  tiene  que  ser  consultado 
por  los  especialistas  de  la  materia. 

Al  reseñar  en  la  primera  parte  de  la  obra  principal  la  historia  de 
estas  regiones,  detiénese  el  escritor  con  gusto  en  los  sucesos  de  las 
Doctrinas  Guaraníes.  «En  las  Misiones  del  Paraguay»,  dice,  «en 
favor  y  en  contra  de  las  cuales  tantos  escritos  se  han  publicado,  no 
cabe  dudar  que  los  indios,  acostumbrados  á  verse  maltratar  por 
los  gobernadores  militares,  se  sintieron  dichosos  con  aquella  forma 
de  gobierno  que  les  aseguraba  una  vida  tranquila,  sin  trabajo  exce- 
sivo, y  sobre  todo,  alimentos  y  vestidos,  que  fabricaban  ellos 
en  común:  por  eso  todas  las  tribus  inmediatas  á  los  Jesuítas  se  les 
incorporaron  en  poco  tiempo  con  extraordinaria  afición  (1)». 

Hablando  del  período  de  1612  á  1628,  se  expresa  así:  «Estaban 
las  Misiones  florecientes,  y  los  indios  Guaraníes,  divididos  en  nume- 
rosas y  prósperas  poblaciones,  gozaban  en  paz  del  paternal  gobierno 
de  los  Jesuítas.» 

Observa  luego  que,  además  de  los  asaltos  de  los  paulistas,  inter- 
venía una  causa  que  retardaba  el  progreso  de  las  Misiones,  y  las 
exponía  frecuentemente  á  la  corrupción,  cual  eran  las  expediciones 
en  servicio  del  Rey;  y  hace  reparar  que,  á  pesar  de  esto,  hacia  1650 
«estaban  de  día  en  día  más  florecientes,  y  se  convertían  en  objeto  de 
envidia  para  todos  los  gobernadores  inmediatos.» 

Explica  luego  algunos  servicios  de  los  Guaraníes  á  la  Corona; 
refiere  lo  ocurrido  en  el  Tratado  con  Portugal  del  año  1750,  y  final- 
mente habla  de  la  expulsión  de  los  Jesuítas,  y  se  detiene  á  examinar 
el  efecto  que  produjo  en  las  Doctrinas,  siendo  la  conclusión  á  que  le 
lleva  su  examen  la  siguiente:  «Con  tal  régimen  vióse  desaparecer 
casi  del  todo  la  provincia  de  las  Misiones,  de  la  que  no  quedó  más 
que  un  montón  de  ruinas.» 

Pasa  por    fin  á  establecer  su  juicio  acerca  del  sistema  de  los 

(1)     Partik  Historiquk,  Cap.  IX.  S  IV. 


-504- 

Jesuítas,  y  dice:  «He  aquí  en  qué  han  venido  á  parar  aquellos  her- 
mosos establecimientos  que  tanta  materia  dieron  á  las  considera- 
ciones de  todos  los  filósofos  de  Europa;  he  aquí  cuál  fué  para  ellos 
el  resultado  del  desorden  que  sucedió  á  aquel  tiempo  de  sosiego,  en 
que  cada  indio,  exento  de  ambición,  cumplía  con  la  suave  tarea  que 
se  le  había  impuesto,  veía  su  familia  conservada,  albergada,  susten- 
tada y  libre  de  todo  cuidado,  sin  haber  de  ocuparse  de  lo  porvenir. 
Cierto  es  que  los  neófitos  no  gozaban  más  que  de  una  libertad  muy 
limitada;  cierto  que  estaban  bajo  de  una  tutela  permanente;  pero  creo 
que  este  sistema  les  convenía  más  que  el  que  le  reemplazó  con  los 
administradores.  He  podido  estudiarlo  largamente  y  en  todos  sus 
pormenores  en  las  Misiones  de  Mojos  y  Chiquitos,  donde  se  con- 
serva todavía,  y  lo  creo  preferible  á  todos  los  demás.» 

Añade  una  observación  muy  digna  de  repararse:  «Creo  que  sería 
difícil  juzgar  con  exactitud  á  los  Jesuítas  por  sólo  el  éxito  que 
alcanzaron  en  las  Misiones  del  Paraguay.»  «El  presente  relato  histó- 
rico ha  mostrado  cuántas  veces  se  vieron  estorbados  en  su  camino, 
cuántas  veces  fueron  arrojados  y  hubieron  de  ser  nuevamente  rein- 
tegrados en  sus  funciones:  cosas  que,  unidas  á  las  requisiciones  de 
tropas  que  diariamente  recibían  de  los  Gobernadores  del  Paraguay 
ó  de  Buenos  Aires,  durante  los  ciento  cincuenta  años  de  su  admi- 
nistración, habían  de  retardar  necesariamente  mucho  los  adelantos. 
Por  lo  mismo  nunca  serán  demasiados  los  elogios  que  se  tributen  á 
la  perseverancia  y  talento  de  hombres  á  quienes  tantos  obstáculos  no 
alcanzaron  á  impedir  que  obtuviesen  éxito  tan  satisfactorio  como 
incontestable,  á  pesar  de  cuanto  hayan  podido  decir  adversarios  en 
quienes  era  menos  visible  el  desinterés  que  la  parcialidad»  (1). 

Vese,  pues,  que  el  viajero  naturalista,  cuya  autoridad  es  de  todos 
reconocida,  con  pleno  conocimiento  de  causa  se  pronuncia  en  favor 
del  régimen  de  los  Jesuítas,  que  estima  el  más  acomodado  de  todos 
para  el  bienestar  y  la  civilización  de  la  raza  Guaraní. 

Tomás  Jefferson  Page^  marino  y  oficial  comisionado  por  el 
gobierno  de  los  Estados  Unidos  para  explorar  las  corrientes  fluviales 
tributarias  del  Río  de  la  Plata  y  los  países  ad5^acentes,  lo  verificó  en 
los  años  1853,  54,  55  y  56,  y  publicó  la  narración  de  su  viaje  en  un 
tomo  en  4.°,  Londres,  1859,  con  el  título  de  «La  Plata,  Argentina 
Confederation  and  Paraguay.» — En  su  obra  habla  á  menudo  de  los 
Jesuítas  del  Paraguay,  y  se  detiene  en  narrar  su  historia,  é  igual- 

(1)    D'Orbigny,  Part.  hist.  chap.  IX.  §  IV. 


-505- 

mente   describe   y   examina    su    método   de    gobierno  en   las   Mi- 
siones. 

Tratando  del  influjo  de  la  educación  de  los  Jesuítas  sobre  los 
Guaraníes,  cuya  importancia  etnológica  por  su  inmensa  extensión 
en  el  continente  sud-americano  hace  notar,  dice:  <¡.Mostraron  estos 
admirable  obediejtciay  docilidad  á  las  instrucciones  de  los  Jesuítas; 
llegaron  á  ser  excelentes  soldados,  gracias  á  la  instrucción  militar 
de  ellos,  y  con  honor  para  los  Padres  {por  más  que  muchos  de  los 
escritores  españoles  hayan  agotado  contra  ellos  todas  las  aspe- 
rezas de  su  estilo),  evidenciaron  tal  sumisión  y  fidelidad  d  la 
monarquía  española,  que  tomaron  parte  en  muchas  de  sus  guerras, 
así  contra  sus  enemigos  extranjeros,  como  contra  los  domésticos; 
contribuyendo  en  gran  parte  á  sus  victorias,  y  librando  de  graves 
daños,  y  aun  de  la  total  ruina,  al  país  en  más  de  una  de  las  insu- 
rrecciones muy  ramificadas  y  bien  maquinadas»  (1). 

Juzga  el  autor  que  es  punto  dudoso  si  los  salvajes  americanos 
son  ó  no  son  aptos  para  una  civilización  superior;  porque  á  la  civi- 
lización introducida  por  los  Jesuítas,  que  reconoce  por  admirable, 
atento  el  estado  de  los  indios  á  la  sazón,  no  se  le  dio  tiempo  de  des- 
arrollarse hasta  entablar  otra  en  que  los  indios  fuesen  más  indepen- 
dientes. «La  capacidad  del  salvaje  americano  para  la  alta  civilización 
nunca  se  ha  demostrado  plenamente.  No  se  ha  ensayado  una 
amplia  y  bien  ordenada  policía,  que  les  otorgase  la  instrucción  espi- 
ritual junta  con  los  derechos  políticos  y  la  libertad  personal.  Por 
mucho  que  deploren  todavía  la  humanidad  y  la  religión  el  precipi- 
tado y  forzoso  abandono  de  las  Misiones  de  la  Plata  por  los  Jesuítas; 
admirable  como  era  la  administración  de  los  Padres,  y  extraordina- 
rios como  fueron  los  progresos  de  los  indios  en  muchas  de  las  artes; 
sus  «Reducciones»  empero  no  eran  más  que  comunidades  religiosas, 
gobernadas  cada  una  de  ellas  por  dos  ó  tres  débiles  hombres. 
Fueron  desoladas  por  feroces  merodeadores,  turbadas  por  la  intro- 
misión de  gobiernos  oficiales,  que  pretendían  divisar  en  ellas  los 
gérmenes  de  un  imperio  independiente,  miradas  con  celos  por  los 
eclesiásticos,  y  cercadas  de  una  población  blanca  que  ansiaba  hacer 
esclavos  sus  neófitos.  Empero,  no  se  puede  echar  en  cara  á  los  Je- 
suítas el  que  la  condición  de  los  indios  viniese  á  ser,  en  resumen,  la 
de  un  pupilo.  Ni  nos  debemos  admirar  si  tan  luego  como  estuvieron 
expuestos  á  influencias  reaccionarias,  separados  de  sus  paternos 
gobernantes,   y  sujetos   á   la   caprichosa  y  discordante  tiranía  de 

(1)    PAGE  cit.  pág.  157,  cap.  IX. 


—  506  — 

los  gobernantes  civiles  y  eclesiásticos,  se  vieron  forzados  á  buscar 
otra  vez  su  salvaje  libertad  en  los  bosques»  (1). 

De  los  trabajos  de  los  Jesuítas,  en  general,  en  las  Misiones  de 
estas  comarcas,  dice  así:  «La  parte  de  la  historia  de  los  Jesuítas  que 
se  ha  de  considerar  aquí,  tiende  toda  hacia  un  juicio  favorable  de  la 
misión  ejercida  por  muchos  de  los  Padres.  Ha3'an  sido  las  que  se 
quiera  sus  contiendas  en  Europa,  con  dificultad  alcanzan  á  sus  reduc- 
ciones de  América.  Por  bajas  que  hayan  podido  ser  sus  intrigas  de 
corte  referidas  por  escritores  bien  ó  mal  informados  para  suplantar 
ministros  y  pretender  puestos  en  el  gobierno,  en  el  Paraguay  les 
aguardaba  una  elevada  misión.  A  esta  parte  del  Atlántico^  su 
obra  fué  santa»  (2). 

Al  final  de  su  libro  habla  de  la  expulsión  de  los  Jesuítas  en  el 
Paraguay;  y  después  de  exponer  los  recursos  que  tenían  si  hubieran 
querido  resistir,  añade:  «Yo  entiendo  que  todo  su  proceder  fué 
gobernado  por  un  sentimiento  de  simple  obediencia  al  decreto  del 
monarca  español,  y  nos  fuerza  la  justicia  á  inclinarnos  á  su  causa, 
y  simpatizar  con  sus  infortunios.  No  se  descubre ^  desde  su  entrada 
en  América  hasta  el  fin,  señal  de  movimiento  alguno  contrario.  En 
toda  su  historia,  con  dificultad  se  hallará  un  solo  acto  desleal, 
aunque  trazamos  su  historia  d  través  de  una  serie  de  conmociones 
populares  y  revueltas  en  medio  de  un  pueblo  aventurero  y  aficio- 
nado á  desordenadas  intrigas.  Con  frecuencia  tomaron  las  armas 
en  favor  del  Rey:  nunca  en  contra  de  él;  y  puede  añadirse  con  ver- 
dad que  ningún  otro  pueblo,  orden  ó  cuerpo  adelantó  jamás  tanto 
los  intereses  de  España  en  el  continente  americano .y> 

«Su  extrañamiento  ni  fué  acertado  ni  político.  Ni  sirvió  á  los 
fines  ni  á  los  intereses  del  pueblo  español  ni  del  rey  de  España.  La 
vida  de  misio)iero  era  preeminentemente  la  esfera  del  Jesuíta.  Su 
goiio,  sus  adquisiciones,  las  aficiones  que  hacían  peligrosa  su  pre- 
sencia en  las  cortes  del  Continente,  le  hacían  eminentemente  apto 
entre  los  salvajes  del  Plata.  En  arrancarlos  de  las  misiones  de 
Chiquitos,  del  Paraná,  del  Uruguay  y  todas  las  otras,  echajnos  de 
ver  un  empeño  inconsiderado^  contrario  á  la  caridad  y  anticristiano, 
en  llevar  d  cabo  su  completa  extinción,  casi  sinfín  alguno.  El  an- 
ciano Papa  Clemente  declaraba  esta  Orden  útil,  piadosa  y  santa; 
y  estas  tres  cualidades  se  verificaban  en  las  reducciones  de  los  mi- 
sioneros de  América,  cuanto  quiera  que  faltasen  en  cualquier  otra 
parte.» 

(1)  Page,  La  Plata,  etc.   Pág.  191,  c.  XI. 

(2)  Pág.  466,  c.  XXVlí. 


-507  — 

«Asara  los  hostiliza  con  perpetua  enemistad  en  todas  sus  dispo- 
siciones»; «>  aunque  sin  fundamento,  desprecia  los  beneficios  de 
los  misioneros  Jesuítas.  Ningún  conquistador  peleó  con  éxito  igual 
al  de  los  Padres,  ni  pudo  presentar  como  hecha  por  él  conquista  de 
mayor  extensión.  Pero  los  Paulistas  y  los  Comuneros,  enemigos  en- 
trambos de  la  Corona,  completaron  gradualmente  la  obra  de  su 
destrucción.» 

<íAñadamos  otra  consideración.  Vamos  á  indagar  si  las  ense- 
ñanzas de  los  Jesuítas  tendían  más  que  cualesquiera  otras  al  bien 
en  el  estado  temporal  y  espiritual  de  las  muchas  tribus  indígenas 
que  se  dejaron  á  su  cargo  desde  su  barbarie  primitiva.  Hay  quienes 
condenan,  sin  probarla  empero.,  la  codicia  de  los  Jesuítas,  la  ambi- 
ción de  los  Jesuítas,  y  la  condición  de  minoridad  en  que  en  suma 
eran  mantenidos  los  indígenas.  Si  nada  había  en  el  régimen  jesuí- 
tico capas  de  excitar  la  emulación,  á  lo  menos  los  indígenas  vivían 
dichosos,  con  él  alcanzaban  considerable  civilización, y  retrograda- 
ron rápidamente  hacia  el  barbarismo  con  el  régimen  temporal  y 
espiritual  que  reemplazó  al  de  los  Padres.  Díidamos  que  en  aquel 
tiempo  hubiera  podido  sustituirse  un  sistema  más  amplio  de  ins- 
trucción en  vez  del  de  los  Jesuítas,  y  la  humanidad  tiene  que  deplo- 
rar la  destrucción  de  aquella  fundación  cristiana,  sobre  la  cual 
hubiera  podido  alcanzarse,  en  su  período  ulterior ,  una  noble  estruc- 
tura superior  de  civilización  del  indio,  un  desenvolvimiento  del 
entendimiento  del  indio  todavía  desconocido  para  nosotros.» 

Establece  una  comparación  entre  el  sistema  de  los  encomenderos 
y  el  de  los  Jesuítas,  en  que  resaltan  más  los  beneficios  hechos  por  los 
Padres  á  los  indios,  y  pregunta  después:  <i-Los  encomenderos  guia- 
ban sus  esclavos  á  la  ynuerte;  los  Jesuítas  tomaban  todas  las  provi- 
dencias que  podían  hacer  á  sus  neófitos  felices  y  darles  contento. 
El  un  sistema  era  instrumento  de  civilización  presente  y  de  futura 
ilustración;  el  otro,  una  injuria  al  progreso  y  á  la  humanidad. 
Nunca  sobrecargados  en  el  trabajo  del  campo,  y  siempre  anirnados 
allí  con  la  incitación  de  la  música,  remediados  en  todo  cuanto  les 
faltaba,  sin  solicitud,  instruidos  por  los  Jesuítas  mismos,  admiti- 
dos á  los  «.misterios»  de  la  Iglesia,  instruidos  en  el  uso  de  las  armas 
y  en  el  arte  de  la  guerra:  ¿de  dónde  podían  ellos  haber  obtenido 
todo  esto,  sino  de  la  energía,  sagacidad,  abnegación  y  unidad  de  la 
Orden  de  Loyola?  Era  esta  verdadera,  civilización  la  que  con  cierta 
razón  inspiraba  tan  fundados  temores  entre  los  españoles,  y  á  pro- 
porción  hacía  el  ministerio  délos  misioneros  Jesuítas  más  hermoso 
y  más  digno  de  ser  admirado.  Las  numerosas  tribus  de  los  Guara- 


-  508  - 

ufes  hubieran  llegado  7nucho  tiempo  antes  al  extremo  de  su  extin- 
ción, sin  el  establecimiento  de  las  misiones  de  los  Jesuítas:  colocadas 
entre  los  fuegos  cruzados  de  españoles,  portugueses  y  paulistas,  no 
les  quedaba  finalmente  sino  poquísima  esperanza  de  existencia.  Esta 
gran  rasa,  de  la  cual  hoy  sólo  la  sombra  queda,  hubiera  desapare- 
cido rápidamente  centenares  de  años  ha.  El  sistema  de  los  Jesuítas 
y  el  seglar  tío  tienen  comparación. y>  <íCon  la  ausencia  de  los  Padres., 
cayeron  las  misiottes  en  la  más  irremediable  confusión.-»  <íFaltaba 
la  armonía  y  disciplina  de  los  Jesuítas.,  y  sin  armonía  y  disciplina^ 
no  hay  misión  que  pueda  formarse.  Los  indios  huyeron  á  las  sel- 
vas.t>  «.En  1801  hizo  el  censo  de  la  población  D.  Joaquín  de  Soria. 
Quedaban  en  aquel  tiempo  en  las  Misiones  45.639  almas,  98.358 
menos  que  en  el  año  1767 .  En  aquel  espacio  de  treinta  y  cuatro 
años  habían  desaparecido  más  de  los  dos  tercios  del  número  origi- 
nal: las  vacas,  ovejas  y  caballos  se  habían  aniquilado;  la  antigua 
energía  de  la  república  cristiana  estaba  consumida,  hasta  quedar 
apenas  un  esqueleto  de  aquellas  florecientes  misiones  de  los  Jesuí- 
tas. Aquí  y  allá,  alguna  espaciosa  iglesia  que  se  está  derruínbando, 
con  sus  descoloridos  frescos,  habla  de  aquella  riqueza  y  civilización 
que  desaparecieron  .y> 


CONCLUSIÓN 


Hanse  aplicado  en  este  segundo  libro,  con  la  posible  diligencia, 
todos  los  criterios  objetivos  aptos  para  conducir  á  apreciar  el  siste- 
ma de  las  Doctrinas  según  los  méritos  de  la  obra;  sus  efectos  ya 
dentro  de  las  mismas  Doctrinas,  ya  saliendo  de  ellas  para  redundar 
en  beneficio  de  la  sociedad  á  la  cual  pertenecían;  el  paralelo  con  los 
sistemas  aplicados  á  la  misma  raza  y  en  idénticas  circunstancias, 
consultando  á  la  razón  en  cuanto  á  la  diversidad  de  procedimientos 
y  á  la  experiencia  en  cuanto  á  los  frutos  obtenidos;  el  examen  pon- 
derado de  otros  planes  propuestos  para  el  mismo  gobierno,  aunque 
no  llevados  á  ejecución;  los  juicios  de  crecidísimo  número  de  obser- 
vadores, cuya  atención  é  interés  en  acertar  había  despertado  lo  insó- 
lito del  hecho  que  miraban  realizado  en  las  Doctrinas,  y  en  ocasio- 
nes también  la  responsabilidad  que  les  imponía  su  oficio  de  velar  por 
el  bienestar  espiritual  y  temporal  de  aquellos  subditos.  Los  efectos, 
la  comparación  y  el  examen  de  otros  planes  han  mostrado  en  la 
esfera  de  los  hechos  la  excelencia  del  régimen  de  las  Doctrinas: 
siendo  pruebas  tanto  más  ciertas,  cuanto  según  la  enseñanza  del 
divino  Salvador,  en  nada  se  conoce  con  más  evidencia  la  natura- 
leza de  los  árboles  que  en  la  calidad  de  sus  frutos  (1).  Los  juicios 
vienen  á  corroborar  la  misma  conclusión.  Es  verdad  que  ha  habido 
diversidad  en  ellos,  ni  han  faltado  juicios  contrarios:  circunstancias 
que  no  se  verán  jamás  ausentes  de  cualquier  colección  de  juicios  de 
los  hombres  sobre  un  hecho  ó  institución  determinada.  Pero,  ante 
todo,  los  juicios  capitales,  los  que  son  de  mayor  estimación,  dados 
por  los  testigos  inmediatos  de  toda  la  obra  de  los  Jesuítas,  que  por 
el  cargo  que  la  conciencia  les  imponía  en  razón  de  su  ministerio,  se 
sentían  obligados  á  escudriñarlo  todo  hasta  encontrar  la  verdad,  y 
á  reprobar  si  algo  hubiera  de  vicioso,  resultan  de  tal  manera  favo- 
rables y  llenos  de  elogios,   aun  en  los  casos  en  que  más  obstinada- 

(1)    Matth.  VIL  16. 


-510- 

mente  habían  sido  acusados  los  Jesuítas,  y  en  que  se  habían  hecho 
las  más  cuidadosas  pesquisas:  que  es  de  maravillar  cómo  ante  tales 
fallos  haya  habido  audacia  para  repetir  los  mismos  cargos  contra  los 
misioneros.  Estos  solos  juicios  bastan  á  los  apreciadores  imparciales 
para  dar  por  buena  la  obra. — Además,  considerados  los  juicios  res- 
tantes, se  puede  afirmar  que,  en  número,  igualan  si  no  superan  los 
que  juzgan  favorablemente  á  los  adversos:  y  en  calidad,  ciertamente 
les  exceden.  Analizados  atentamente  los  cargos  de  los  que  hallan 
errado  el  sistema,  se  ha  visto  que,  de  ordinario,  se  fundan  en  inexac- 
tas descripciones  de  los  hechos  que  llegan  á  desfigurarlos  entera- 
mente, y  á  veces  son  efecto  de  la  pasión. 

Preciso  es,  pues,  reconocer  que  en  las  Doctrinas  jesuíticas  del 
Paraguay,  en  medio  de  las  deficiencias  que  acompañan  á  toda  em- 
presa humana,  se  realizó  una  obra  de  inmenso  beneficio  para  los 
mismos  indios  y  para  la  sociedad  civil  á  que  fueron  incorporados;  y 
se  vio  uno  de  aquellos  hechos  que  rara  vez  acaecen  en  la  vida  de  las 
naciones,  y  obligan  á  reconocer  el  dedo  de  Dios  que  los  dirige.  No 
han  faltado  escritores  arrojados  que  afirmaran  haber  tentado  los 
Jesuítas  un  vasto  experimento  de  lo  que  podría  obtenerse  aplicando 
un  plan  preconcebido  á  una  vasta  multitud  compuesta  de  centenares 
de  miles  de  criaturas  racionales.  El  experimento  jamás  existió  sino 
en  la  fantasía  de  esos  escritores;  ni  los  Jesuítas  tuvieron  otro  intento 
que  el  de  reducir  aquellas  almas  á  Dios  su  Criador.  Pero  sobre  el 
intento  de  los  Jesuítas  había  otro  designio  mayor:  el  plan  de  la  Pro- 
videncia divina,  que  quería  dar  una  muestra  de  la  omnipotencia  de 
su  gracia,  aun  actuando  por  medio  de  débiles  instrumentos,  como 
eran  los  misioneros,  pocos,  inermes,  extranjeros,  delante  de  una  mul- 
titud inmensa  de  salvajes;  y  aun  teniendo  por  materia  unos  ánimos 
tan  degradados  é  incapaces,  como  con  su  barbarie  é  infidelidad  habían 
llegado  á  ser  los  Guaraníes.  Por  mano  de  aquellos  instrumentos  se 
había  cumplido  la  obra  de  la  misericordia  de  Dios,  levantando  á  un 
pueblo  caído  hasta  hacerlo  vivir  con  la  verdadera  vida,  que  es  la  de 
la  fe  y  de  la  gracia;  y  por  la  misma  estaba  preparada  su  conserva- 
ción y  perfeccionamiento  aun  en  el  orden  de  la  civilización,  si  no 
hubiera  sido  atajada  brusca  y  violentamente  la  obra. 


APÉNDICE 
SIGUEN    LOS 

DOCUMENTOS 
Y    ACLARACIONES 


PROSIGUEN 
LOS     DOCUMENTOS    Y    ACLARACIONES 


Nüm.  46. 

DOS  TESTIMONIOS 

sobre  la  excelencia  del  opúsculo  inédito  que  se  sigue. 

Y  comprobación  de  su  autenticidad. 

(Arch.  de  la  prov.  de  Castilla.)— (Roma,  Bibl.  Val.  col.  lat.  8215.) 

«El  autor  de  esta  obra  es  el  P.  N.  Cardiel.  Entró  en  nuestra  provincia 
de  Castilla.  Fué  en  ella  discípulo  en  Filosofía  del  P.  Pedro  Calatayud. 
Pasó  á  la  provincia  del  Paraguay;  y  en  el  día  es  sujeto  grande  de  ella:  ya 
bastante  anciano,  docto,  de  piedad  y  de  mucha  práctica  en  las  célebres 
Misiones  de  los  Guaraníes  en  el  Paraguay.  El  mismo  Padre  ha  respondido 
muy  á  la  larga  al  libro  del  expulso  Bernardo  Ibáñez,  intitulado  Reino 
Jesuítico  del  Paraguay.  He  leído  esta  respuesta:  pero  no  pude  trasladarla. 
Está  no  menos  sencilla  que  esta  historia:  y  pone  á  la  luz  del  mediodía  la 
malignidad  y  bribonería  del  desbaratado  Ibáñez.» 

«Para  dar  alguna  tal  cual  autoridad  á  este  traslado,  me  ha  parecido 
firmarle  al  fin,  como  lo  hago.  Bolonia  y  Julio  17  de  1774. 

Manuel  Luengo  (rúb)». 

(Luengo,  Papeles  varios,  tomo  4.**) 

«Después  de  escrito  ese  Tratado  año  1770  en  Bolonia,  en  este  año 
de  1771  he  recibido,  leído,  y  se  ha  leído  con  singular  aprobación  de  las 
provincias  de  Castilla  y  Paraguay'  y  remitido  á  Roma  una  copia  fiel,  la 
Relación  que  formó  el  P.  Josef  Cardiel  (discípulo  mío  en  la  Filosofía  por 
los  años  de  1722,  23  y  24  en  Medina)  que  trabajó  en  las  Misiones,  Reduc- 
ciones y  conversiones  de  indios  desde  el  año  de  173  [0]  en  la  provincia  del 
Paraguay  hasta  el  de  176S  por  Diciembre,  en  que  salió  de  ella  exterminado 
para  España,  y  después  de  España  para  Italia,  en  donde  formó  dicha  Rela- 
ción. Y  es  de  advertir  que,  aunque  el  exterminio  se  intimó  en  el  Paraguay 
á  los  PP.  todos  el  año  1767,  no  obstante  á  los  PP.  Jesuítas  Curas  de  los 
Guaraníes  y  Curatos,  los  detuvieron  por  un  año,  dando  pasto  espiritual  de 

33    Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  ii. 


-514- 

doctrina  y  sacramentos  á  los  indios,  mientras  disponían  religiosos  y  clé- 
rigos que  supliesen  por  los  Jesuítas.  Bien  entendido,  que  si  en  algo  lo 
escrito  por  mí  no  se  conformase  con  lo  que  va  en  esta  Relación  del 
P.  Cardiel,  se  ha  de  estar  á  ésta  para  hacerse  más  creíble.» 

(Autógrafo  del   P.    Pedro  Calatayud,   al  principio  de  su    Tratado   del 
Paraguay.) 


Núm.  47. 

CARDIEL,  P.  JOSÉ,  S.  I.  Breve  relación  de  las  Misiones  del  Paraguay 

«JHS  /  BREVE  RELACIÓN  /  DE  LAS  /  MjSIONES  DEL  PARAGUAY» 

«MI  MUY  VENERADO  P.  PeDRO  DE  CaLATAYUD: 

«Uno  de  los  principales  puntos  que  V.  R.  me  encarga,  es  una  relación 
universal  de  las  decantadas  Misiones  del  Paraguay,  por  haber  yo  habitado 
en  ellas  dos  veces:  la  primera,  doce  años:  y  la  segunda,  después  de  algún 
tiempo,  diez  y  seis:  en  que  estuve  en  todos  sus  pueblos  y  territorios  muchas 
veces,  ya  con  oficio  de  párroco,  que  lo  fui  en  seis  pueblos  sucesivamente: 
ya  de  Compañero  de  los  Curas,  y  con  otros  muchos  empleos,  con  ocasión 
de  las  revueltas  que  allí  ha  habido  en  estos  años. 

«Haré  lo  que  pudiere  para  satisfacer  á  V.  R.,  á  quien  tanto  debo. 

«Y  para  que  mejor  se  entienda  lo  que  de  ellas  dijere,  trataré  primero 
algo  de  las  conquistas  y  población  de  los  primeros  españoles,  y  de  la 
extensión  de  la  provincia  Jesuítica  del  Paraguay.  Por  no  tener  en  este 
destierro  libros  é  Historia  á  mano,  no  podré  señalar  el  año  fijo  de  algunos 
pasajes  con  toda  certeza,  pero  sí  á  corta  diferencia.  Va  también  un  mapa 
para  mayor  claridad. 


«CAPITULO  I 

«POBLACIÓN  DE  LOS  PRIMEROS  ESPAÑOLES 
DEL  PARAGUAY 

Llegan  más  «Hacia  el  año  1530  fueron  los  primeros  españoles  al  río  de  la 

demilespa-  .  i      t->  a  •  -i 

ñoies  al  Río      Plata.  Hicieron  el  tuerte  de  Buenos  Aires,  y  otros  no  arriba, 
de  la     ata       Fundaron  la  ciudad  de  la  Asunción  en  la  región  de  Paraguav. 

Forman  ^  "  ,  , 

ciudades  JLos  españoles  que  llegaron  eran  mu  y  tantos  que,  después  de 
muchas  guerras  con  los  indios,  quedaron  en  cuatrocientos.  Estos,  gozando 
de  algún  sosiego  é  intimidados  los  indios  de  sus  armas,  se  dividieron  á 
formar  varias  poblaciones,  á  distancia  de  cien  leguas,  y  otras  mucho  más, 
de  la  ciudad,  quedando  en  ésta  la  mayor  y  más  noble  parte.  A  cada  pobla- 
ción de  éstas  iban  sesenta  ó  setenta  españoles.   Formaban  sus  casas  de 


-515- 

paredes  de  palos  y  cañas,  y  barro  metido  entre  ellas,  y  cubiertas  de  paja. 
De  esta  manera  fundaron  en  el  Río  de  la  Plata  y  Paraná  á  Buenos  Aires, 
Santa  Fe  de  Paraná  y  Corrientes:  y  hacia  el  Brasil,  las  poblaciones  de 
Ciudad  Real,  Jerez  y  Villarrica.  Y  á  estas  poblaciones  tan  cortas  y  pobres 
llamaban  ciudades.  De  ellas  dos,  que  son  Ciudad  Real  y  Jerez  se  asolaron: 
Lo  mucho  las  demás  perseveran,  pero  con  poco  aumento.  Sólo  Buenos 
cMoBueríos  Aires  ha  crecido  tanto,  que  tiene  una  legua  de  largo,  y  como 
Aires  media  de  ancho,  con  casas  de  ladrillo,  cubiertas  de  teja  todas, 

aunque  casi  todas  son  de  un  suelo,  y  con  mucho  comercio  y  abundancia  de 
víveres,  al  modo  de  las  buenas  ciudades  de  Europa. 

Fundan  dos  «Redujeron  todas  estas  poblaciones  á  una  gobernación  y 

Obispado;,         Obispado,  cuyas  cabezas  residían  en  el  Paraguay.   Después 
las  redujeron  á  dos,  añadiendo  la  de  Buenos  Aires,   que  comprende  á 
Santa  Fe  y  Corrientes,  y  á  una  nueva  ciudad  que  se  formó  en  este  siglo. 
Formóse        llamada  Montevideo.  Todas  á  una  y  otra  orilla  del  gran  río 

una   ciudad  ,      ,       r»,  r-»  -     r^  -      i  i        t  i  i 

Río  de  la        ^^  ^^  rlata  y  Paraná,  h-ste  no  de  tan  esplendido  nombre,  es 
Plata  el  mismo  que  Paraná,  que  significa  en  aquella  lengua  pariente 

del  mar.  Desde  su  nacimiento  hasta  el  río  Uruguay,  que  entra  en  él  seis 
leguas  antes  de  Buenos  Aires,  se  llama  Paraná.  Desde  ahí  hasta  el  mar  en 
los  cabos  de  Santa  María  y  San  Antonio,  llámase  Río  de  la  Plata.  Véase  bien 
ese  mapa  de  toda  la  América  meridional.  Llamáronle  de  la  Plata  por 
juzgar  había  mucha  en  él,  engañados  por  ciertas  señas;  pero  no  tiene  más 
plata  que  el  Ebro  ó  el  Tajo. 

«Como  sujetaron  por  armas  muchas  naciones,  se  les  impuso  tributo  en 
señal  de  vasallaje.  Y  para  premiar  á  los  conquistadores,  repartió  el  Rey 
entre  ellos  el  tributo,  señalando  para  cada  conquistador  cierto  número 
de  tributarios,  según  sus  ma3'ores  ó  menores  méritos,  con  obligación  de 
cuidar  de  ellos  en  lo  cristiano  y  político.  Y  como  á  poco  tiempo  viesen  que 
los  indios  con  gran  dificultad  pagaban  el  tributo,  no  porque  fuese  mucho, 
sino  por  su  gran  desidia,  paró  el  punto  en  que  los  tributarios  sirviesen 
personalmente  al  conquistador  dos  meses  al  año  en  lugar  del  tributo.  A 
estos  conquistadores  llamaban  encomenderos.,  y  á  los  tributarios,  77iitayos,  y 
al  servir  los  dos  meses,  pagar  la  mita.  Pero  no  se  contentaron  con  los  dos 
meses.  Los  más  se  hacían  servir  del  mitayo  todo  el  año,  sin  pagarle  los 
diez  meses:  y  el  más  escrupuloso,  seis  ó  siete  meses.  Los  Nuestros  en 
particular  y  en  público  en  los  pulpitos  procedían  con  celo  contra  este  impío 
abuso;  y  por  ello  fueron  tan  perseguidos  que  llegaron  en  algunas  partes  á 
echarlos  de  los  colegios.  La  ciudad  que  más  se  señaló  en  esta  persecución 
fué  la  del  Paraguay.  Pero  al  fin,  después  de  muchos  años  y  trabajos,  como 
iban  adargados  con  las  leyes  y  Cédulas  Reales,  prevaleció  la  verdad  y  el 
verdadero  celo.  A  que  se  añadió  el  haber  venido  de  Europa  más  gente  y 
más  jueces,  que  pusieron  en  razón  y  equidad  este  asunto.  Y  ya  ha  muchos 
años  que  sólo  sirven  los  dos  meses,  pero  con  gran  diminución  de  los  indios, 
que  perecieron  muchos  en  las  vejaciones  antiguas:  de  tal  manera,  que 
habiendo  en  aquellos  tiempos  en  la  jurisdicción  de  la  ciudad  del  Paraguay 
cincuenta  mil  indios  matriculados,  según  consta  de  los  libros  de  Cabildo, 
estos  años  no  pasaban  de  ocho  mil  de  todas  edades  y  sexos,  según  consta 
de  la  matrícula  que  traía  el  Sr.  Obispo  Torres  de  resulta  de  su  Visita.  Y 
aunque  en  lo  antiguo  eran  muchos  pueblos,  ahora  sólo  son  diez,  y  de  casas 


-516  — 

de  paia:  los  seis  á  cargo  de  clérigos  Curas,  y  los  cuatro  de  religiosos  de 
San  Francisco.  En  este  estado  están  las  cosas  del  Paraguay,  sin  haber 
más  indios,  ni  más  adelantamiento  en  aquel  Obispado,  sino  sólo  unas  nue- 
vas misiones  de  infieles  que  los  Nuestros  iban  entablando  estos  años.  En 
el  Obispado  y  gobernación  de  Buenos  Aires,  hay  en  la  jurisdicción  de  las 
Corrientes,  dos  pueblos  á  cargo  de  los  PP.  de  S.  Francisco:  uno  de  dos- 
cientas familias,  otro  de  quince  ó  diez  y  seis.  En  la  jurisdicción  de  Santa  Fe 
hay  uno  de  veinte  familias.  Y  en  la  de  Buenos  Aires,  tres  de  diez  y  siete  á 
veinte  familias  No  hay  más  que  esta  poquedad:  y  los  treinta  de  Jesuítas, 
asunto  principal  de  este  escrito. 


«CAPITULO  II 

«EXTENSIÓN   DE    LA   PROVINCIA  JESUÍTICA    DEL    PARA- 
GUAY,   CON    OTRAS    PARTICULARIDADES 

«1.  En  aquel  vastísimo  continente  de  la  América,  hay  reinos  y  goberna- 
ciones. Los  reinos  son  Perú,  Chile,  Quito  y  Nuevo  Reino.  Las  gobernacio- 
nes, Buenos  Aires,  Paraguay,  Tucumán  y  Santa  Cruz  de  la  Sierra.  Todo 
se  declara  en  el  mapa.  En  estos  cuatro  Reinos  y  cuatro  gobernaciones 
tenían  los  Jesuítas  cinco  provincias:  la  del  Perú,  de  Chile,  de  Quito,  de 
Nuevo  Reino  y  la  del  Paraguay:  además  de  la  otra  grande  provincia  de 
Méjico,  que  tenían  en  la  América  Septentrional,  En  todas  estas  provincias 
tenían  muchas  misiones.  Las  principales  eran  las  del  Orinoco,  las  de  Mara- 
ñón  en  Mainas,  las  de  Mojos  y  las  de  Araucanos.  La  del  Paraguay  com- 
prendía en  su  extensión  las  cuatro  gobernaciones:  que  vienen  á  ser  tanto 
espacio  como  España,  Francia,  Italia  é  Inglaterra:  y  además  de  las  famosas 
misiones  de  los  Chiquitos  y  otras  en  las  tres  gobernaciones,  contiene  las 
de  nuestro  asunto,  que  vulgarmente  se  llaman  del  paraguay,  aunque 
las  Cédulas  Reales  las  llaman  doctrinas,  no  misiones:  porque  misiones 
sólo  llaman  á  las  que  no  tienen  Cura  colado:  y  éstas  ha  muchos  años  que 
lo  tienen  con  presentación  Real  y  canónica  institución.  Y  todas  pertenecen 
á  la  gobernación  del  Paraguay. 

«2.  En  tan  largo  espacio  de  estas  cuatro  gobernaciones  no  hay  más 
que  15  poblaciones  de  españoles  (españoles  llaman  allí  á  todos  los  que 
descienden  de  esta  sangre,  aunque  sean  nacidos  allí).  En  Buenos  Aires 
son  cuatro:  la  de  este  nombre,  Montevideo,  Santa  Fe  y  Corrientes:  y  más 
los  tres  pueblecitos  de  indios,  que  arriba  apunté.  En  el  Paraguay,  tres:  la 
Asunción  (que  ya  dije  llaman  vulgarmente  Paraguay) ,  la  Villa  Rica,  y  la 
villa  del  Curuguatí.  En  Tucumán,  siete:  Salta,  Córdoba,  Santiago,  San 
Miguel,  Jujuí,  Riüja  y  San  Fernando.  Y  en  Santa  Cruz  de  la  Sierra,  sola 
la  de  este  nombre.  Todas  estas  jurisdicciones  tienen  tal  cual  pueblo  de 
indios  cristianos,  pobres  y  pequeños.  En  todas  estas  ciudades  tenían  los 
Jesuítas  colegio:  y  en  las  de  Montevideo,  San  Fernando  y  Jujuí,  residencia. 
Las  distancias  de  estas  poblaciones  son  entre  sí  tan  largas,  como  se  puede 
considerar  en  tan  dilatada  extensión,   de  cien  y  más  leguas:  y  los  interme- 


—  517- 

dios  están  en  parte  poblados  de  pastores  de  ganados,  y  parte  de  indios 
infieles,  ya  de  paz,  ya  de  guerra.  En  el  mapa  no  se  ponen  todas,  sino  la 
capital  de  cada  gobierno,  por  estar  en  punto  reducido:  y  tal  cual  de  las 
más  nombradas. 

«3.  Todas  estas  ciudades  y  villas  son  de  muy  humilde  fábrica,  y  de 
poca  vecindad  y  comercio,  excepto  la  de  Buenos  Aires,  de  quien  ya  apunté 
algo.  En  tan  largas  distancias  de  caminos,  que  se  hacen  en  carros,  ó  en 
muías  cuando  la  tierra  fragosa  no  los  permite:  como  no  hay  ventas,  ni 
posadas,  se  lleva  todo  lo  necesario,  como  en  el  mar,  desde  la  sal,  hasta  la 
agua,  que  ésta  falta  también  en  parte,  ó  es  mala.  Los  ríos  no  tienen  puen- 
tes: y  algunos  son  muy  caudalosos.  Para  pasarlos  se  llevan  prevenidos 
cueros  de  toro.  Se  hace  una  pelota,  ó  un  cuadro  de  un  cuero  de  éstos.  Se 
levantan  alrededor  las  orillas  como  una  tercia,  y  se  afianzan  con  un  cordel, 
para  que  estén  tiesas.  Métese  el  hombre  y  las  cargas  dentro,  á  la  orilla  del 
río:  y  otro  nadando  va  tirando  de  un  cordel  la  débil  barca  hasta  la  otra 
orilla,  ó  va  desnudo  encima  de  un  caballo  nadador.  Sufre  cada  cuero  de 
éstos  doce  ó  catorce  arrobas:  y  pasa  y  vuelve  á  pasar  hasta  más  de  una  hora, 
sin  que  se  ablande.  Así  caminan  los  Jesuítas  y  toda  gente  de  alguna  dis- 
tinción. Los  indios  y  gente  baja  pasan  los  ríos  nadando  al  lado  ó  encima  de 
sus  caballos,  y  sus  alforjitas  en  la  cabeza.  Todos,  en  aquellos  países,  cami- 
nan á  caballo,  porque  las  cabalgaduras  son  muy  barat3,s,  á  peso  ó  dos  pesos 
cada  caballo,  y  á  dos  ó  tres  pesos  las  muías.  Están  aquellos  desiertos  llenos 
de  yeguas  y  caballos  sin  dueño,  y  no  cuesta  más  que  cogerlos.  Así  mismo 
las  vacas  son  á  peso;  y  si  es  gorda,  á  dos:  y  las  ovejas,  á  uno  ó  dos  reales 
de  plata.  Allí  no  hay  vellón.  La  menor  moneda  es  medio  real  de  plata:  y 
por  la  mayor  abundancia  de  este  metal  que  hay  allí,  se  estima  un  peso 
como  en  España  un  real.  Las  cosas  que  van  de  España  son  las  que  allí 
valen  mucho.  Los  Jesuítas  de  esta  tan  dilatada  provincia  eran  cuatrocien- 
tos y  tantos:  ahora,  después  de  tantos  muertos  en  tantos  trabajos  de  mar  y 
tierra,  hemos  quedado  en  330.  Dada  ya  alguna  noticia  de  los  principios 
políticos  del  Paraguay,  y  de  la  extensión  de  la  provincia  Jesuítica,  vamos 
á  las  antiguas  Misiones. 


«CAPITULO  III 

«PRINCIPIOS    DE    LAS   MISIONES  DEL  PARAGUAY 

«1.  Habiendo  reducido  á  la  obediencia  del  Rey  los  primeros  españoles 
todas  las  naciones  de  indios  infieles  del  río  Paraguay  y  parte  de  las  del 
Paraná  á  fuerza  de  armas;  no  alcanzó  su  valor  á  sujetar  las  del  Guayrá, 
ni  las  del  Paraná  abajo.  Las  primeras  estaban  encima  del  gran  Salto  del 
Paraná  en  su  banda  oriental.  Las  segundas,  hacia  la  junta  que  hacen  los 
dos  ríos  Paraná  y  Paraguay:  y  estando  sin  esta  sujeción,  estaban  consi- 
guientemente sin  sujeción  al  Rey  del  cielo.  Dos  Jesuítas,  deseosos  de  ganar 
para  Dios  aquellas  pobres  almas,  salieron  del  Paraguay  hacia  el  año  1610, 
y  con  grandes  peligros  de  la  vida  entraron  en  las  del  Paraná  abajo. 


-  518  - 

«2.  Casi  al  mismo  tiempo  entraron  otros  dos  Jesuítas  á  las  del  Salto, 
sin  más  escolta  ni  más  armas,  entre  gente  tan  feroz,  que  una  cruz  en  la 
mano,  que  servía  de  báculo.  Unas  y  otras  naciones  tenían  y  tienen  en  los 
escritos  el  nombre  de  guaraníes,  y  son  de  una  lengua,  aunque  los  españo- 
les y  portugueses  han  dado  en  llamarlos  tapes,  por  la  equivocación  de  la 
nación  del  tape.  V^ulgarmente  son  entendidos  por  las  misiones  del  para- 
guay esas  naciones  y  las  demás  que  después  se  les  juntaron,  y  componen 
treinta  grandes  pueblos:  y  por  eso  en  el  mapa  les  doy  este  título,  y  en  esta 
relación. 

«3.  Hallaron  los  Misioneros  unos  indios  los  más  bárbaros,  sangrientos 
é  incultos  del  mundo.  No  tenían  pueblos  en  forma,  sino  algunos  aduares  de 
cabanas  de  paja  debajo  de  algún  cacique,  á  quien  daban  alguna  obedien- 
cia. No  sembraban  sino  una  cosa  corta,  que  les  duraba  pocos  días.  Vivían 
de  caza  y  de  la  pesca.  Andaban  casi  del  todo  desnudos:  tenían  continuas 
guerras  unos  caciques  contra  otros.  A  los  que  mataban,  luego  los  asaban 
y  se  los  comían.  A  los  prisioneros  engordaban  primero  como  á  cebones,  y 
después  los  mataban  y  hacían  banquetes  de  sus  carnes.  Sus  vicios  domi- 
nantes eran  la  lascivia  y  lujuria  de  bestias,  la  embriaguez,  la  venganza  y 
la  hechicería. 

«4.  Recibieron  de  paz  á  los  Padres:  y  entre  continuos  trabajos  y  peli- 
gros de  la  vida,  lograron  domesticar  aquellas  fieras,  reduciéndolos  pri- 
mero á  racionalidad  en  pueblos  grandes,  y  después  á  vida  cristiana.  En  20 
años  de  trabajos  apostólicos,  tenían  ya  formados  en  el  Paraná  abajo  algunos 
pueblos  tan  numerosos,  que  en  ellos  se  recogieron  las  gentes  de  cincuenta 
y  sesenta  leguas  en  contorno,  que  entonces  estaban  muy  poblados  aquellos 
países.  Y  en  el  Paraná  arriba,  encima  del  Salto,  que  llaman  la  provincia 
del  Guayrá,  los  dos  Misioneros,  con  otros  que  se  les  fueron  juntando,  for- 
maron al  mismo  tiempo  trece  pueblos  con  cincuenta  mil  almas,  en  que 
había  como  diez  mil  familias.  (A  cada  casado  con  su  mujer  é  hijos  llamamos 
familia:  una  con  otra  suele  haber  cinco  personas  ó  almas.  En  el  anua  nume- 
ración que  se  hace  de  las  Misiones  del  Paraguay  siempre  salen  más  de 
cuatro  almas  por  familia,  y  nunca  llegan  á  cinco.) 

«4.  [sic]  Pasados  veinte  años,  en  que  }^a  había  en  los  trece  pueblos  del 
Guayrá  no  sólo  justicia  y  cultura,  con  Corregidores,  Alcaldes,  oficios  mecá- 
nicos, bienes  de  comunidad,  etc.,  sino  también  iglesias  magníficas,  cada 
una  con  su  capilla  de  músicos  bien  diestros,  cuya  facultad  les  enseñó  un 
Padre  que  había  sido  músico  del  Emperador,  cosa  que  causaba  grande 
admiración  ver  á  los  que  antes  eran  sangrientas  fieras,  tan  mudados  en  lo 
racional  y  cristiano;  vinieron  á  infestarles  los  Mamelucos  de  San  Pablo 
hasta  acabarlos.  Hay  en  el  Brasil,  no  lejos  de  Río  Janeiro,  una  ciudad  lla- 
mada San  Pablo  (que  entonces  más  merecía  el  nombre  de  Saulo).  Los 
portugueses  que  la  fundaron,  habiendo  sujetado  por  armas  los  indios  en 
contorno,  que  llaman  Tupíes,  se  casaron  con  las  indias.  Como  era  ciudad 
retirada  hacia  los  confines  de  los  dominios  del  Rey  de  España,  según  la 
línea  de  territorios  echada  por  el  Papa  Alejandro  VI  (que  se  pone  en  el 
Mapa)  en  que  se  convinieron  los  dos  Reyes,  y  además  de  esto,  tenía  cami- 
rk)s  y  entradas  difíciles:  se  refugiaban  á  ella  muchos  hombres  facinerosos, 
la  drones,  homicidas  y  lujuriosos.  Vivían  con  gran  libertad,  sin  que  la  jus- 
ticia pudiese  sujetarlos.  Estos  salían  en  gruesas  tropas  acompañados  y  ayu- 


-519- 

dados  de  los  Tupíes,  que  les  servían  de  criados  ó  esclavos,  á  coger  indios 
infieles  para  servirse  de  ellos  como  esclavos  en  sus  ingenios  de  azúcar  y 
demás  labranzas.  Había  excomunión  pontificia  de  que  no  se  hiciesen  seme- 
jantes violencias;  pero  ellos  no  hacían  caso  de  eso,  diciendo  que  iban  á 
misión  para  traer  aquellos  infieles  á  que  se  hiciesen  cristianos:  siendo  así 
que  á  los  que  se  resistían  en  entregárseles,  los  mataban,  y  á  los  que  traían, 
los  herraban  como  esclavos,  y  aun  los  vendían  por  tales.  Pusiéronles  este 
nombre  de  Mamelucos,  á  lo  que  parece,  á  imitación  de  los  Mamelucos  de 
Egipto,  con  quienes  tuvieron  sus  peleas  los  portugueses  en  el  Mar  Rojo:  y 
allí  llaman  Mamelucos  á  los  que  en  Turquía  llaman  Geni'zaros. 

«5.  Estos,  á  los  principios,  se  contenían  en  coger  infieles.  Hicieron 
varias  correrías  en  las  cercanías  de  los  trece  pueblos:  y  servía  de  algún 
provecho,  porque  muchos,  por  huir  de  los  Mamelucos,  se  acogían  á  los  pue- 
blos, y  se  hacían  cristianos.  Entraban  también  los  Mamelucos  á  los  pue- 
blos, y  afectaban  devoción  á  los  templos  y  á  los  Misioneros.  Mas  viendo  que 
la  caza  de  los  infieles  iba  despacio,  por  estar  separados  y  en  pequeños 
aduares  (que  allí  llaman  Rancherías),  y  que  los  cristianos  y  catecúmenos 
eran  muchos  millares  y  juntos:  picándoles  la  infernal  codicia,  y  destituidos 
de  toda  piedad  y  cristiandad,  entraron  de  mano  armada  en  los  pueblos, 
matando  á  cuantas  se  resistían,  por  la  ventaja  de  las  armas  de  fuego,  y 
maniatando  á  todos  los  demás,  y  amenazando  con  la  muerte,  y  aun  hiriendo 
á  los  Misioneros,  que  defendían  como  podían  sus  ovejas.  Hicieron  en  esto 
estragos  inauditos.  De  este  modo  destruyeron  los  trece  pueblos  casi  del 
todo.  Los  que  pudieron  escapar,  fueron  transmigrados  por  los  Padres  á  los 
pueblos  del  Paraná  abajo,  casi  doscientas  leguas  distantes:  y  después  de 
excesivos  trabajos,  por  bosques  y  sierras,  cargados  de  sus  tiernos  hijos, 
llegaron  como  cuatro  mil  almas,  residuo  de  cincuenta  mil.  Va  en  el  mapa 
apuntada  al  grado  22  la  provincia  del  Guayrá,  de  donde  salieron  y  eran 
naturales. 

«6.  Como  los  Padres  de  los  trece  pueblos  eran  veintiséis  ó  más  (que 
procuran  estar  dos  juntos  á  lo  menos),  y  no  eran  menester  tantos  para  las 
cuatro  mil  almas,  oyendo  decir  en  el  discurso  de  la  transmigración  que 
hacia  el  poniente,  á  orillas  del  río  Paraguay,  había  muchos  indios  no  mal 
dispuestos  para  el  Evangelio  en  el  país  de  los  Itatines,  se  encaminaron  allá 
algunos.  Fueron  bien  recibidos:  y  á  costa  de  muchos  sudores,  penurias, 
fatigas  y  peligros  (que  de  todo  esto  hay  siempre  mucha  cosecha  en  Misio- 
nes nuevas,  pero  que  lo  endulza  Dios  con  muchos  consuelos  del  alma),  en 
algunos  años  formaron  ocho  pueblos.  Supiéronlo  los  impíos  Mamelucos,  y 
por  el  camino  que  por  bosques  3^  sierras  habían  abierto  los  Padres  para 
ganar  aquellas  almas,  fueron  ellos  á  destruirlas.  Hicieron  lo  que  en  el 
Guayrá,  y  aun  mataron  un  Padre  á  balazos.  Los  que  pudieron  escapar  fue- 
ron transmigrados  á  los  pueblos  dichos  del  Paraná  abajo.  Con  los  cuatro 
mil  que  escaparon  del  Guayrá,  hicieron  los  pueblos  de  Loreto  y  San  Igna- 
cio Mirí:  y  con  estos  Itatines  el  de  Ntra.  Sra.  de  Fe,  que  se  ven  en  el 
mapa. 

«7.  Como  el  diablo  por  medio  de  los  Mamelucos  iba  destruyendo  indios, 
iba  Dios  dando  otros  muchos  en  diversos  países.  A  este  tiempo  descubrió 
Dios  la  provincia  del  Tape,  muy  poblada  de  indios.  Está  este  país  en  las 
cabeceras  del  río  Ibicuí,  que  es  el  que  el  mapa  pone  que  entra  en  el  río 


-520- 

Uruguay  cerca  de  Yapeyú.  No  se  apunta  esta  provincia,  porque  lo  estorba 
el  letrero  de  las  notas,  en  donde  pertenecía  ponerla.  Aquí  en  pocos  años 
fundaron  los  Misioneros  nueve  pueblos  grandes,  que  había  pueblo  de  dos 
mil  familias,  en  que  suele  haber  diez  mil  almas.  Aquí  también  vinieron  los 
Mamelucos.  No  era  factible  resistirles,  porque  todos  venían  con  armas  de 
fuego  y  espadas:  3'  los  indios,  aunque  eran  muchos  más,  sólo  tenían  garro- 
tes y  saetas  de  hueso  de  que  se  burlaban  con  sus  broqueles  y  Escupilks. 
Llaman  Escupiles  á  unas  sotanas  colchadas  apretadamente  de  algodón; 
que  no  pasan  las  saetas.  No  obstante,  con  una  estacada  que  hicieron  en  el 
pueblo  de  Jesús  María,  pensaron  defenderse:  y  estando  en  la  defensa  un 
hermano  Coadjutor  con  los  indios,  le  dio  una  bala  en  una  medalla  que  tenía 
al  pecho,  sin  más  daño  que  estampársela  sin  mucha  molestia.  Y  á  dos 
Padres  que  estaban  resguardándose  con  unos  maderos,  les  hirieron,  aun- 
que no  de  muerte.  Salieron  vencedores  los  Mamelucos,  y  prosiguieron 
hasta  asolar  los  nueve  pueblos,  con  muerte  de  muchos  indios,  y  cautiverio 
de  muchos  millares.  El  residuo  transmigraron  los  Padres  á  los  pueblos  de 
Uruguay,  hasta  donde  habían  llegado  los  Padres  del  Paraná  formando 
pueblos. 

«8.  Cebados  los  Mamelucos  con  tanto  botín,  como  la  codicia  aumenta 
las  ganas  de  tener  más,  según  el  otro:  Crhscit  amor  nummi  quantum  ipsa 
PECUNIA  CRESCiT,  prosiguieron  detrás  de  los  trasmigrados  hasta  el  río  Uru- 
guay. Viendo  los  Padres  que  no  había  más  defensa  en  los  indios,  que  la 
muralla  de  aquel  gran  río,  y  temiendo  que  ésta  la  venciesen  los  agresores; 
enviaron  á  España  al  venerable  P.  Ruiz  de  Montoya,  que  se  había  hallado 
en  estas  irrupciones  del  Guayrá  y  Tape,  para  alcanzar  de  la  Corte  algún 
remedio.  Diéronse  algunas  providencias  que  no  tuvieron  efecto  por  las  difi- 
cultades de  aquellas  tan  distantes  partes.  Una  de  ellas  fué  permitir  que  los 
indios  tuviesen  armas  de  fuego,  cosa  que  estaba  vedada  á  todos  los  de  toda 
la  América.  Como  esto  no  costaba  dificultad  á  otros,  se  puso  en  ejecución. 
Compráronse  luego  de  los  bienes  de  la  comunidad  de  cada  pueblo  armas 
y  municiones.  Adiestráronse  los  indios  en  ellas.  Vinieron  los  Mamelucos, 
y  antes  de  llegar  al  Uruguay  y  cercanías  de  los  pueblos,  les  salían  al 
encuentro.  Fueron  vencidos  los  indios  en  varias  refriegas,  hasta  que  el  año 
de  1644,  habiendo  juntado  todo  su  poder  en  un  ejército  de  cuatro  mil  y 
novecientos  hombres  portugueses  y  tupíes,  con  intento  de  asolar  los  pue- 
blos todos,  fueron  del  todo  derrotados  y  nunca  más  volvieron.  Desde 
entonces  respiraron  los  pobres  indios,  y  fueron  creciendo  en  toda  cultura 
y  cristiandad  hasta  este  siglo. 


«CAPITULO  IV 

«ESTADO  PRESENTE  DE  LOS  PUEBLOS,  SU  FÁBRICA,  ETC. 

«1 .  Hablaremos  aquí  del  Estado  y  porte  que  tenían  antes  del  año  1768, 
en  que  fueron  desterrados  los  Jesuítas  por  orden  del  Rey,  y  puestos  en  su 
lugar,  para  lo  espiritual,  religiosos  de  otras  órdenes:  y  para  lo  temporal, 


-521- 

admiaistradores  seglares.  Y  trataremos  sus  cosas  como  si  estuviesen  pre- 
sentes. Hay  al  presente  treinta  pueblos  (como  se  ve  en  el  mapa)  en  las 
orillas  y  cercanías  de  los  dos  grandes  ríos  Paraná  y  Uruguay.  Son  com- 
puestos de  los  indios  que  vivían  en  los  países  circunvecinos  de  esos  ríos,  y 
de  los  transmigrados  del  Guayrá,  Itatines  y  Tape.  Tienen  como  cien  mil 
almas.  Los  pueblos  de  Itapúa,  Corpus  y  Santa  Ana,  San  Miguel  y  San 
Ángel,  pasan  de  mil  familias:  el  de  Yapeyú  pasa  de  mil  setecientas:  los 
otros  tienen  de  600  á  700. 

«2.  La  planta  de  ellos  es  uniforme  en  todos.  Todas  las  calles  están 
derechas  á  cordel,  y  tienen  de  ancho  diez  y  seis  ó  diez  y  ocho  varas.  Todas 
las  casas  tienen  soportales  de  tres  varas  de  ancho  ó  más,  de  manera  que 
cuando  llueve,  se  puede  andar  por  todas  partes  sin  mojarse,  excepto  al 
atravesar  de  una  calle  á  otra.  Todas  las  casas  de  los  indios  son  también 
uniformes:  ni  hay  una  más  alta  que  otra,  ni  más  ancha  ó  larga;  y  cada 
casa  consiste  en  un  aposento  de  siete  varas  en  cuadro  como  los  de  nues- 
tros colegios,  sin  más  alcoba,  cocina  ni  retrete.  En  él  está  el  marido  con 
la  mujer  y  sus  hijos:  y  alguna  vez  el  hijo  mozo  con  su  mujer,  acompa- 
ñando á  su  padre.  Todos  duermen  en  hamaca,  no  en  cuja,  cama  ó  suelo. 
Hamaca  es  una  red  de  algodón,  de  cuatro  ó  cinco  varas  de  largo,  que  cuel- 
gan por  las  puntas  de  dos  largas  estacas,  ó  pilares,  ó  de  los  ángulos  de  la 
pared,  levantada  como  tres  cuartas  ó  media  vara  de  la  tierra:  y  les  sirve 
también  en  lugar  de  silla  para  sentarse  ó  conversar.  Y  es  cosa  tan 
cómoda,  que  muchos  españoles,  aun  de  conveniencias,  las  usan.  Si  es 
verano,  es  cosa  fresca.  Si  hace  frío,  ponen  encima  de  ella  alguna  ropa.  En 
este  aposento  hacen  sus  alcobas  con  esteras  para  dormir  con  decencia.  No 
quieren  aposento  mayor  para  toda  su  familia,  ni  aun  para  dos.  Gustan 
mucho  de  lo  pequeño  y  humilde.  Nunca  se  pasean  por  el  aposento.  Siem- 
pre están  sentados  ó  en  su  hamaca  ó  en  una  sillita  (que  siempre  las  hacen 
muy  chicas,  ó  en  el  suelo,  que  es  lo  más  ordinario,  ó  en  cuclillas.  Si  á  ellos 
los  dejan,  no  hacen  más  que  un  aposento  de  paredes  de  palos,  cañas  y 
barro  como  un  jeme  de  anchas,  con  cuatro  horcones  más  recios  á  los  cua- 
tro lados  para  mantener  el  techo,  y  cubiertas  de  paja;  y  de  capacidad  no 
más  que  cinco  varas  en  cuadro.  De  ésto  gustan  mucho:  y  en  sus  semente- 
ras todas  las  tienen  así:  que  además  de  la  casa  del  pueblo,  tienen  otras  en 
sus  tierras.  La  del  pueblo  es  de  paredes  de  tres  cuartas  ó  de  vara  de  ancho, 
de  piedra  ó  de  adobes:  y  los  pilares  de  los  soportales  también  de  piedra;  y 
de  una  solo  cada  uno  en  muchas  partes;  y  todas  cubiertas  de  teja.  Estas  se 
las  han  hecho  hacer  así  los  Padres,  por  meterles  en  mayor  cultura,  de  que 
hay  Cédulas  Reales;  que,  por  su  genio,  no  hicieran  más  que  la  de  paja.  Y 
en  el  pueblo  de  la  Santísima  Trinidad,  son  las  casas  de  piedra  de  sillería, 
de  piedras  grandes,  labradas  en  cuadro:  y  los  soportales,  de  arcos  de  la 
misma  piedra  y  labor.  Y  encima  de  cada  puerta  hay  alguna  piedra  labo- 
reada con  alguna  flor  por  ser  piedra  blanda,  fácil  de  labrar.  Los  demás 
pueblos  que  hay  en  el  Paraguay  y  otras  partes  á  cargo  de  clérigos  ó  otros 
religiosos,  son  de  casas  de  paja  y  paredes  de  barro  y  palos,  como  las  de  las 
sementeras  de  nuestros  indios. 

«3.  Todos  los  pueblos  tienen  una  plaza  de  150  varas  en  cuadro,  ó  más: 
toda  rodeada  por  los  tres  lados  de  las  casas  más  aseadas,  y  con  soportales 
más  anchos  que  las  otras:  y  en  el  cuarto  lado  está  la  Iglesia  con  el  cemen- 


-522- 

terio  á  un  lado  y  la  casa  de  los  Padres  al  otro.  Además  de  esto,  hay  en 
cada  pueblo  casa  de  recogidas,  cuyos  maridos  están  por  mucho  tiempo 
ausentes,  ó  que  se  huyeron  y  no  se  sabe  de  ellos:  y  con  ellas  están  las  viu- 
das, especialmente  si  son  mozas  y  no  tienen  padre  ó  madre,  ó  pariente  de 
confianza  que  pueda  cuidar  de  ellas,  y  se  sustentan  de  los  bienes  comunes 
del  pueblo.  Hay  almacenes  y  graneros  para  los  géneros  del  común,  y  algu- 
nas capillas.  Estas  son  las  fábricas  del  pueblo. 

«4.  La  iglesia  no  es  más  que  una:  pero  tan  capaz  como  las  Catedrales 
de  España.  Son  de  tres  naves:  y  la  del  pueblo  de  la  Concepción,  de  cinco. 
Tienen  de  largo  setenta,  ochenta  y  aun  más  varas:  de  ancho,  entre  26  y  30. 
Hay  dos  de  piedra  de  sillería:  las  demás,  son  los  cimientos  y  parte  de  lo 
que  á  ellos  sobresale,  de  piedra:  lo  restante,  de  adobes;  y  todo  el  techo, 
que  es  de  madera,  estriba  en  pilares  de  madera.  Primero  se  hace  el  techo 
y  teiado,  y  después  las  paredes:  de  este  modo:  En  la  parte  de  las  paredes 
y  en  la  de  las  naves  del  medio,  se  hacen  unos  hoyos  profundos  de  tres 
varas  y  de  dos  de  diámetro.  Estos  se  enlosan  bien  con  piedras  fuertes. 
Córtanse  para  pilares  unos  árboles  que  allí  hay  más  fuertes  que  la  encina 
y  roble  de  Europa:  y  no  se  cortan  del  todo,  sino  que  se  sacan  con  mucha 
parte  de  sus  raíces.  Tráense  al  pueblo  con  '-'O  ó  30  juntas  de  bueyes  por  su 
mucha  longitud  y  peso.  Acomódase  la  parte  de  sus  raíces  para  que  pueda 
entrar  al  hoyo:  y  se  chamuscan  bien  con  fuego  para  que  resistan  bien  á  la 
humedad.  Loque  ha  de  sobresalir  al  hoyo,  se  labra  redondo  en  columna 
con  su  pedestal,  cornisas,  etc.,  ó  en  cuadro,  ó  cilindrico.  Hácense  los 
cimientos  de  grandes  piedras,  dejando  en  ellos  los  ho3'os  para  pilares:  y 
regularmente  están  de  ocho  en  ocho  varas.  Métense  éstos  en  los  hoyos  y 
alrededor,  hasta  llenar  el  hoyo,  se  le  echa  cascajo  de  teja  y  ladrillos  que- 
brados, después  piedras,  y  al  fin  tierra,  apelmazándolo  todo,  y  nivelando 
el  pilar.  Así  se  ponen  los  pilares  de  las  paredes  y  de  las  naves  del  medio. 
Después  se  ponen  los  tirantes,  soleras  y  tijeras,  y  el  tejado.  Hecho  esto,  se 
prosiguen  las  paredes  desde  el  cimiento:  y  como  dije,  son  de  adobes,  y  de 
cuatro  ó  cinco  cuartas  de  ancho:  y  en  medio  de  ellas  quedan  los  pilares; 
aunque  en  algunas  partes,  en  la  caja  de  la  pared,  de  manera  que  se  ve  la 
mitad  de  ellos.  De  este  modo  carga  toda  la  fábrica  del  tejado  en  los  pilares 
y  nada  en  la  pared.  Del  mismo  modo  se  fabrican  las  casas  de  los  Padres 
y  las  del  pueblo.  No  se  halló  cal  en  aquellos  países:  y  per  eso  se  halló 
este  modo  de  fabricar.  Las  dos  magníficas  iglesias  que  dije  son  de  piedra 
de  sillería  hasta  el  tejado,  y  son  las  de  San  Miguel  y  la  Trinidad,  las  hizo 
sin  cal  un  hermano  Coadjutor,  grande  arquitecto  y  ésas  no  tienen  pila- 
res, sino  que  están  al  modo  de  Europa:  y  todo  se  blanquea  muy  bien. 


«CAPITULO  V 

«SU   GOBIERNO   POLÍTICO   Y   ECONÓMICO 

«1.  En  cada  pueblo  hay  un  Corregidor,  dos  Alcaldes  mayores,  de  pri- 
mero y  segundo  voto.  Teniente  de  Corregidor,  Alférez  Real,  cuatro  Regi- 
dores, Alguacil  mayor.   Alcalde  déla  Hermandad,   Procurador  y  Escri- 


—  523  — 

baño,  que  componen  su  Cabildo  ó  Ayuntamiento:  aunque  el  Teniente  de 
Corregidor  no  es  propiamente  de  él.  Hay  Cédulas  Reales  que  prohiben 
al  español,  mulato,  negro,  mestizo,  á  todo  el  que  no  es  indio,  tener  domi- 
cilio en  el  pueblo  de  indios,  y  esto  para  toda  la  América;  y  cuando  es 
menester  pasar  por  algún  pueblo,  mandan  que  no  estén  más  que  tres  días 
en  él,  y  que  no  anden  por  las  casas  de  los  indios:  «para  que  no  inquieten  á 
las  indias» .  Esta  razón  añade.  Son  los  indios  de  genio  humilde,  pueril  y 
apocado.  Se  reconocen  por  inferiores  á  todas  las  demás  castas,  y  se  dejan 
avasallar  por  cualquier  maligno:  de  que  hay  mucha  cosecha  en  aquel 
Nuevo  Mundo,  tan  apartado  de  sus  cabezas  eclesiástica  y  real;  y  por  eso 
puso  la  real  providencia  esas  precauciones.  Ojalase  cumplieran.  Ahora 
por  el  orden  real  se  pusieron  administradores  españoles  de  la  hacienda  de 
los  indios,  como  ya  dije,  con  sus  mujeres  y  familias.  En  lo  antiguo,  aparta- 
ron los  españoles  y  demás  castas  de  los  indios,  porque  los  destruían,  como 
lo  insinué  algo  en  los  de  los  encomenderos.  Ahora  los  vuelven  á  poner: 
Dios  les  dé  luz  y  acierto  para  su  santo  servicio. 

«2.  El  modo  de  nombrar  su  Cabildo  es  éste.  El  primer  día  del  año  se 
juntan  los  Cabildantes  para  co  iferenciar  en  la  elección.  Escriben  los  elec- 
tos en  un  papel:  tráenselo  al  Cura  para  tomar  su  parecer,  porque  hay  ley 
para  toda  la  América  que  se  haga  el  Cabildo  con  dirección  del  Párroco.  El 
Cura  quita  ó  pone  según  le  parece  más  conveniente  para  el  bien  del  pue- 
blo (pues  ni  tiene  parientes,  ni  cosa  en  que  pueda  prender  la  pasión),  ó  los 
deja  como  están.  Pregunta  á  los  electores  qué  les  parece  de  su  dictamen, 
y  comúnmente  todos  convienen  en  lo  que  el  Cura  dice.  Va  este  papel  al 
Gobernador,  y  lo  aprueba  y  firma.  Como  no  tiene  conocimiento  particular 
de  los  indios,  y  sabe  que  todo  se  hace  con  dirección  del  Cura,  nunca  muda 
cosa,  por  vía  de  buen  gobierno.  Sólo  en  tal  cual  ocasión,  cuando  ha  tenido 
noticia  que  en  alguna  función  militar  ó  política,  alguno  se  ha  portado  con 
especial  servicio,  le  suele  dar  algún  oficio  perpetuo.  La  Cédula  de  Felipe  V 
del  año  de  1743  dice,  que  el  Alcalde  de  Corte  y  Juez  N.  Agüero,  que  por 
los  años  de  1735  y  36  estuvo  por  aquellas  partes,  y  que  afirma  se  informó 
de  diez  personas  las  más  calificadas,  de  lo  que  pasaba  en  los  pueblos,  dice 
que  el  Cabildo  de  los  indios  se  hace  sobre  consulta  del  Cura,  y  que  le 
parece  muy  bien  esta  práctica:  porque  el  Cura  los  conoce  mejor,  mira  al 
bien  del  pueblo,  y  el  Rey  se  conforma  con  este  dictamen  de  su  ministro. 

«3.  Hecho  ya  esto,  se  junta  todo  el  pueblo  delante  del  pórtico  de  la 
Iglesia  antes  de  Misa.  En  él  ponen  los  sacristanes  una  silla  ordinaria  para 
el  Cura,  una  gran  mesa  al  lado,  donde  se  pone  el  bastón  del  Corregidor, 
las  varas  de  los  Alcaldes  y  todas  las  demás  insignias  de  los  Cabildantes,  y 
también  ponen  el  compás  del  maestro  de  música,  que  es  una  banderilla  de 
seda,  las  llaves  de  la  puerta  de  la  Iglesia,  que  pertenecen  al  sacristán,  las 
de  los  almacenes,  que  tocan  al  mayordomo,  3^  otras  insignias  de  oficios 
económicos:  y  con  ellas  los  bastones  y  banderas,  y  demás  insignias  de  los 
oficiales  de  guerra:  que  todos  éstos  los  ponen  también  los  Cabildantes  en 
su  papel,  y  se  confirman  ó  mudan  como  los  del  Cabildo,  aunque  sin  confir- 
mación del  Gobernador.  Y  delante  de  todo  se  ponen  á  un  lado  y  á  otro  los 
bancos  del  Cabildo  vacíos,  para  irse  sentando  los  nuevos  Cabildantes, 
cabos  militares  etc.,  según  se  fueren  nombrando. 

«4.     Dispuesto  ya  todo,  sale  el  Cura  con  su  Compañero  ó  Compañeros 


-  524  — 

(que  en  algunos  pueblos  son  tres,  y  aun  cuatro  Padres,  aunque  lo  ordina- 
rio es  dos),  y  desde  su  silla,  tomando  por  texto  el  Evangelio  de  aquel  día, 
enderezándolo  á  la  función  presente,  va  explicando  las  obligaciones  del 
Corregidor,  Alcalde  y  demás  oficiales:  el  gran  mérito  que  tendrán  delante 
de  Dios  en  cumplirlas,  los  bienes  espirituales  y  temporales  que  se  seguirán 
al  pueblo:  los  grandes  males  que  acarrea  el  no  cumplirlas,  y  los  grandes 
castigos  que  tendrán  de  Dios  en  no  cumplirlas  etc.  Acabada  esta  exhorta- 
ción, nombra  el  Corregidor,  y  luego  los  músicos  con  sus  chirimías  y  clari- 
nes celebran  la  elección  con  una  corta  tocata,  pero  alegre.  Nombra  los 
Alcaldes,  y  hacen  lo  mismo  los  músicos:  y  los  nombrados,  haciendo  una 
genuflexión  al  SSmo.  Sacramento  con  gran  reverencia,  van  tomando  de 
la  mano  del  Cura  sus  insignias:  y  con  ellas  se  van  sentando  en  los  bancos 
de  Cabildo.  En  sus  elecciones  no  hay  pendencias,  ni  bullas,  ni  disputas.  En 
el  oficio  que  se  les  da  alto  ó  bajo,  nunca  muestran  repugnancia:  todo  se 
hace  con  gran  paz.  ¿Quién  creyera  esto  de  gente  que  en  su  gentilismo  era 
tan  sangrienta  y  fiera?  Acabados  de  nombrar  todos  los  del  Cabildo,  nom- 
bra los  que  pertenecen  á  la  Iglesia:  sacristán,  maestro  de  Capilla,  etc.  y 
otros  jefes  de  otros  oficios  políticos  y  económicos:  y  últimamente  los  de  la 
milicia.  Y  después  entra  la  Misa  con  toda  la  solemnidad. 

«5.  Además  de  los  oficios  de  Cabildo,  hay  otros  muchos  para  el  buen 
orden  del  pueblo,  á  quienes  se  da  la  vara  de  Alcalde:  cuya  insignia  usan 
los  días  de  fiesta,  y  los  demás  cuando  vienen  á  la  Iglesia,  y  en  otras  funcio- 
nes públicas.  Los  tejedores  tienen  su  Alcalde,  que  vela  sobre  su  oficio,  y 
da  cuenta  al  Cura  de  su  proceder.  Otro  los  herreros,  y  carpinteros  y  demás 
oficios  de  monta  y  más  necesarios.  Las  mujeres  tienen  también  sus  Alcal- 
des viejos  y  los  más  ejemplares  y  devotos,  que  cuidan  de  todas  sus  faenas, 
y  avisan  de  todos  sus  desórdenes.  Asimismo  tienen  otro  los  muchachos, 
que  de  siete  años  arriba  se  les  obliga  vayan  juntos  á  la  Doctrina,  rezo  y 
demás  funciones  de  su  bien  espiritual:  y  á  trabajar  en  las  sementeras 
y  otros  menesteres  del  común  del  pueblo;  para  que  desde  niños  aprendan 
lo  que  es  necesario  para  su  manutención  en  adelante.  Exhortan  las  Rea- 
les Cédulas  á  que  no  se  les  deje  estar  ociosos,  por  ser  mucha  su  natural 
desidia  y  flojedad,  aun  para  lo  muy  necesario.  Hasta  las  muchachas  de 
siete  años  hasta  casarse  I  que  suele  ser  á  los  15  años)  tienen  sus  ayas  de 
edad,  que  sirven  de  Alcaldes;  y  van  con  ellas  á  las  funciones  de  Iglesia  y 
faenas  temporales  del  pueblo,  en  cuanto  sufre  su  edad  y  su  sexo:  y  siempre 
van  juntas,  como  los  muchachos,  aunque  nunca  con  ellos,   sino  apartadas. 

«6.  Para  mayor  concierto,  está  dividido  el  pueblo  en  varias  parcialida- 
des con  sus  nombres:  la  de  Santa  María,  S.  Josef,  S.  Ignacio,  etc.,  hasta 
ocho  ó  diez,  según  el  pueblo  mayor  ó  menor:  y  cada  una  tiene  cuatro  ó 
seis  cacicazgos,  de  que  es  jefe  ó  mayoral  algún  Cabildante.  Los  caciques 
son  nobles  declarados  por  el  Rey,  y  tienen  Don.  Cada  uno  tiene  treinta, 
cuarenta  ó  más  vasallos,  que  suelen  ir  con  él  á  las  faenas  públicas,  pres- 
tándole obediencia  y  respeto:  y  le  ayudan  á  hacer  su  casa,  sementeras  etc.; 
pero  no  tiene  el  vasallaje  de  tributo  y  servicio  que  se  suele  tener  en  la 
Europa  al  señor  de  vasallos.  Ni  por  ser  nobles  se  eximen  de  trabajar,  como 
sucedía  con  los  hebreos  del  tiempo  de  Saúl  y  David,  y  en  otras  naciones 
cultas:  antes  bien,  entre  estos  indios,  el  tener  oficio  de  trabajo,  como  car- 
pintero, estatuario,  pintor,  etc.,  es  nobleza.  Ni  los  de  estos  oficios,   nobles 


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y  plebeyos,  desde  el  Corregidor  hasta  el  último,  dejan  de  cultivar  sus  tie- 
rras en  el  tiempo  de  su  labranza  y  cosecha,  que  es  allí  desde  Junio  hasta 
Diciembre.  Cuando  van  á  hacer  3^erba  del  Paraguay,  ó  á  conducir  alguna 
carretería  del  trajín  del  pueblo,  ó  traer  maderas  del  monte  para  fábri- 
cas, etc.,  va  una  parcialidad  de  éstas  con  su  mayoral. 

7.  Hay  todo  género  de  oficios  mecánicos  necesarios  en  una  población 
de  buena  cultura.  Herreros,  carpinieros,  tejedores,  estatuarios,  pintores, 
doradores,  rosarieros,  torneros,  plateros,  materos,  ó  que  hacen  mates,  que 
es  la  vasija  en  que  se  toma  la  yerba  del  Paraguay  llamada  mate;  y  hasta 
campaneros  y  organeros  hay  en  algunos  pueblos.  Sastres  lo  son  todos  los 
indios  para  sí,  Y  para  los  ornamentos  de  la  Iglesia,  vestidos  de  gala  de 
Cabildantes,  y  cabos  militares,  lo  son  los  sacristanes.  Y  para  el  calzado 
de  éstos,  hay  sus  zapateros.  Para  sí  poca  sastrería  necesitan:  porque  como 
es  tierra  cálida,  y  sólo  en  los  meses  de  Junio  y  Julio  hace  algún  frío,  usan 
poca  ropa,  y  nada  ajustada.  No  usan  más  que  camisa,  jubón  de  color  ó 
blanco  de  algodón,  calzoncillos  y  calzones,  y  un  poncho,  en  invierno  de 
lana,  y  en  verano,  que  lo  es  casi  todo  el  año,  de  algodón.  Poncho  es  una 
pieza  como  una  sobremesa,  de  dos  varas  y  media  de  largo  y  dos  de  ancho, 
con  una  abertura  en  el  medio  para  meter  por  ella  la  cabeza;  y  éste  les  sirve 
de  capa.  Y  es  tan  usual  allí,  y  aun  en  Chile  y  Perú,  y  aun  entre  españoles, 
que  no  se  desdeñan  de  ella  aun  los  más  ricos,  y  algunos  la  tienen  con 
tanta  bordadura  y  adorno,  que  vale  un  poncho  300  y  400  pesos.  Los  indios, 
como  pobres,  lo  usan  llano.  Para  la  cabeza  usan  comúnmente  algún  gorro, 
y  los  que  más  pueden,  sombrero  ó  montera.  No  usan  medias  ni  zapatos, 
como  sucede  en  el  reino  de  Tunquín  junto  á  la  China,  siendo  en  lo  demás 
gente  de  mucha  cultura.  Algunos  pocos  usan  medias  ó  calcetas,  y  las  sue- 
len traer  caídas  ó  sin  atar.  Pero  zapatos,  por  más  que  les  exhortemos  á 
ello,  especialmente  cuando  andan  en  las  faenas  del  monte  entre  espinas, 
no  hay  modo  de  reducirse  á  ello.  Sólo  en  sus  festividades  y  funciones  públi- 
cas, cuando  están  de  gala,  los  usan  para  la  gala  los  principales. 

«8.  Para  su  mantenimiento,  á  cada  uno  se  le  señala  una  porción  de 
tierra  para  sembrar  maíz,  mandioca,  batatas,  legumbres  (que  es  lo  ordina- 
rio que  siembran),  y  lo  que  quisieren.  Mandioca  es  un  género  de  raíces 
como  zanahorias,  pero  mejor  que  ellas:  que  comen,  ya  asadas,  ya  crudas; 
y  de  ellas  secas  y  molidas  hacen  también  pan.  No  son  aficionados  al  trigo. 
Son  pocos  los  que  lo  siembran;  y  se  lo  comen  ó  cocido,  ó  moliéndolo  y 
haciendo  tortitas  sin  levadura,  que  tuestan  en  unos  platos,  como  hacen  con 
el  maíz.  Algunos  saben  hacer  muy  buen  pan,  por  haber  sido  panaderos  en 
casa  de  los  Padres,  donde  se  hace  pan  para  ellos  y  para  los  enfermos  dos 
ó  tres  veces  á  la  semana,  y  suelen  mudarse,  entrando  otros  de  nuevo  para 
este  oficio:  y  así  hay  varios  fuera.  Con  todo  eso,  nunca  hacen  pan  de  trigo, 
sino  tal  cual  en  alguna  principal  fiesta.  Es  una  filosofía  para  el  indio  moler 
el  trigo,  masarlo,  echarle  sal  y  levadura,  esperar  á  que  fermente,  y  se 
levante,  arroparlo,  y  cocerlo.  No  hace  eso  sino  obligado. 

<9.  Alguno  que  otro  suele  plantar  caña  dulce  y  algunos  árboles  fruta- 
les; pero  son  raros.  Para  estas  labranzas  se  les  señalan  seis  meses,  en  que 
aran,  siembran,  escardillan  y  cogen  su  cosecha.  Con  cuatro  semanas  efec- 
tivas que  trabajen,  tienen  bastante  para  lograr  el  sustento  para  todo  el 
año,  como  sucede  con  los  más  capaces  y  trabajadores,  porque  la  tierra  es 


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fértil;  pero  generalmente  es  tanta  la  desidia  del  indio,  que,  atenta  ella,  es 
menester  todo  este  tiempo.  Y  con  todo  eso,  el  mayor  trabajo  que  tienen  los 
Curas  es  hacerles  que  siembren  3'  labren  lo  necesario  para  todo  el  año 
para  su  familia;  y  es  menester  con  muchos  usar  de  castigo  para  que  lo 
hagan,  siendo  para  sólo  su  bien,  y  no  para  el  común  del  pueblo.  Procuran 
los  Curas  visitar  con  frecuencia  sus  sementeras,  y  envían  indios  fieles  que 
les  den  cuenta  de  ellas.  Algunos  Curas  hacen  medir  con  un  cordel  lo  que 
les  parece  suficiente  para  el  sustento  anual  de  su  casa:  y  les  imponen  pena 
de  tantos  azotes,  si  no  lo  labran  todo:  porque  el  indio  es  muy  amigo  de 
poquitos  por  sus  cortos  espíritus,  y  su  vista  intelectual  no  alcanza  hasta  el 
fin  del  año,  ni  le  hacen  fuerza  las  razones,  ni  la  experiencia  de  la  hambre 
que  sintió  el  año  antecedente  por  haber  sembrado  poco.  Otros  Padres  les 
hacen  labrar  y  escardillar  la  tierra  por  junto,  todos  los  de  un  cacique  ó  de 
una  parcialidad  juntos:  hoy  tantas  sementeras  y  mañana  otras  tantas,  con 
una  espía  como  censor  ó  contador,  que  les  haga  hacer  su  deber,  además  de 
los  caciques  y  mayorales:  que  lus  cuente,  y  dé  razón  de  todo  al  Cura;  y 
con  todo  este  cuidado  no  se  suele  conseguir  que  cojan  lo  necesario. 

«10.  Lo  que  cuesta  más  es  hacer  que  cada  uno  tenga  su  algodonar 
para  vestirse.  Es  el  algodón  una  planta  que  crece  hasta  dos  varas  en  alto: 
y  da  por  fruto  unas  perillas  del  tamaño  de  una  nuez  con  su  cascara,  que 
llegando  á  su  madurez,  se  abre,  y  descubre  el  algodón  en  capullos  con  sus 
semillas,  que  son  del  tamaño  de  un  grano  de  pimienta.  Siémbrase  arando 
la  tierra,  y  haciendo  surcos  de  dos  varas  en  ancho  y  echando  en  ellos  tres 
ó  cuatro  semillas  á  distancia  de  dos  varas  ó  dos  y  media:  y  cubriéndolas  de 
tierra  sin  hacer  hoyos.  El  primer  año  no  da  algodón:  el  segundo  da  algo: 
el  tercero  da  con  fuerza:  y  de  ahí  en  adelante.  Duran  estas  plantas 
30  y  40  años  como  la  viña,  y  se  podan  cada  año  y  separan,  reemplazando 
las  plantas  que  el  arado  destruyó,  ó  los  soles  y  tempestades  secaron.  En 
tierras  cálidas  con  exceso  como  es  el  Paraguay,  y  otras,  al  primer  año  da 
sus  frutos,  y  lo  arrancan  y  lo  vuelven  á  sembrar  como  el  maíz.  Dase  bien 
en  estos  pueblos  el  lino:  pero  el  arrancarlo,  quitarle  la  semilla,  ponerlo  en 
remojo,  secarlo  al  sol,  macearlo,  peinarlo  con  el  peine  de  fierro,  apartar  la 
estopa,  etc.,  es  ciencia  tan  alta  y  espaciosa,  que  excede  mucho  á  la  esfera 
del  indio,  más  que  hacer  pan  de  trigo.  Ya  lo  hemos  probado  muchas  veces: 
y  sólo  teniendo  al  lado  al  indio,  y  estando  siempre  con  él,  y  haciendo  jun- 
tamente con  él  la  maniobra,  se  consigue  algo;  pero  para  esto  no  hay 
tiempo.  El  algodón  no  le  cuesta  más  á  la  india,  que  traerlo  de  la  mata  á  la 
rueca,  cosa  propia  para  la  poquedad  del  indio. 

«11.  No  basta  el  hacerles  labrar  algodonal  3' la  demás  sementera.  Es 
menester  también  hacérselo  coger.  El  algodón  no  madura  todo  de  una  vez. 
Cada  día  van  reventando  con  el  sol  varias  perillas,  y  así  prosigue  por  tres 
meses.  Es  menester  cogerlo  cada  día;  si  no,  cae  al  suelo,  se  entrevera  con  la 
espesura,  ó  los  aguaceros,  que  son  frecuentes,  lo  mezclan  con  la  tierra  \^ 
barro;  y  se  pierde.  La  india  coge  lo  que  necesita  para  hilar  lo  presente, 
y  á  veces  algo  para  adelante:  pero  no  recoge  para  todo  lo  que  necesita  en 
el  discurso  del  año,  y  lo  deja  perder.  Viendo  esto  algunos  Curas,  envían  la 
turba  de  las  muchachas  con  sus  Ayas  ó  Mayoralas  á  coger  lo  que  su  dueño 
no  coge:  y  lo  ponen  en  el  conjunto  del  común  del  pueblo.  Con  el  maíz,  que 
es  su  encanto,  pues  lo  estiman  mucho  más  que  el  trigo,  y  hacen  de  él  sus 


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tortas,  y  lo  usan  ya  tierno,  ya  duro,  asado,  ó  cocido,  y  entra  en  todos  los 
guisados,  sucede  también  que  si  tiene  buena  cosecha,  deja  perder  mucho 
sin  cogerlo.  Guardar  para  el  año  siguiente,  no  hay  que  pensarlo.  Otras 
veces,  por  no  guardarlo  de  los  loros,  pierde  lo  más.  Los  loros  de  todas 
especies,  chicos  y  grandes,  colorados,  azules,  amarillos,  y  de  mezcla  mu}- 
vistosa  de  estos  colores,  son  muchos  con  exceso  en  grandes  bandadas,  y 
hacen  mucho  más  daño  á  los  maizales,  que  los  gorriones  en  España  á  los 
trigales. 

«12.  Ni  basta  el  hacerle  coger  toda  su  cosecha.  Lo  más  que  cogerá  un 
indio  ordinario  es  tres  ó  cuatro  fanegas  de  maíz.  Bien  pudiera  coger  veinte, 
si  quisiera.  Si  esto  lo  tiene  en  su  casa,  desperdicia  mucho,  y  lo  gasta  luego, 
ya  comiendo  sin  regla,  ya  dándolo  de  valde,  ya  vendiéndolo  por  una  baga- 
tela, lo  que  vale  diez  por  lo  que  vale  uno.  Por  esto  se  le  obliga  á  traerlo  á 
los  graneros  comunes,  cada  saco  con  su  nombre:  y  se  le  deja  uno  solo  en 
su  casa,  y  se  le  va  dando  conforme  se  le  va  acabando.  Toda  esta  diligencia 
es  necesaria  para  su  desidia.  Estas  cosas  con  otras  de  economía  temporal 
cuestan  mucho  más  á  los  Padres  que  los  ministerios  espirituales.  Se  pone 
mucho  cuidado  en  ellas,  porque  cuando  lo  temporal  y  necesario  al  sustento 
va  bien,  todo  lo  espiritual  va  con  mucho  aumento  y  fervor,  asistiendo  con 
grande  puntualidad  y  alegría  á  todas  las  funciones  de  iglesia,  y  frecuencia 
de  sacramentos:  y  celebrando  con  grande  esplendor  y  devoción  todo  lo  que 
toca  al  culto  divino.  Si  hay  hambre  ú  otro  trabajo,  no  acude  el  indio  á  Dios 
y  los  Santos,  como  hace  la  gente  de  cultura  y  de  entendimiento,  con  devo- 
ciones, y  novenas,  etc.;  sino  que  se  huye  á  buscar  qué  comer  por  los 
montes,  ó  á  matar  vacas  y  terneras  á  los  pastoreos,  ó  dehesas  del  común 
del  pueblo,  que  llaman  estancias  (á  las  terneras  tienen  excesiva  afición),  y 
destruyen  con  eso  el  pueblo.  Esto  no  es  por  no  estar  bien  arraigados  en  la 
fe,  pues  lo  están  tanto,  que  aun  los  que  se  huyen  á  los  infieles  (que  entre 
tanta  multitud  no  falta  quien  lo  haga  aunque  son  muy  pocos),  nunca  pierden 
la  fe,  aunque  envejezcan  entre  ellos;  sino  por  su  capacidad  de  niños.  Lo 
mismo  sucedía  con  nosotros  cuando  niños,  que  no  hacíamos  votos,  ni  nove- 
nas, ni  acudíamos  por  el  remedio  de  nuestras  necesidades  á  la  iglesia,  si 
nuestros  padres  ó  madres  no  nos  llevaban.  Y  en  estas  ocasiones  se  están 
los  pobres  huidos  por  muchos  meses  (y  algunos  por  años),  sin  misa,  sermones 
ni  sacramentos:  y  algunos  mueren  en  las  garras  de  los  tigres  (de  que  hay 
muchos  y  muy  feroces  y  sangrientos  como  los  leones  de  la  África),  ó  de 
enfermedades  y  miserias,  sin  auxilio  alguno  espiritual. 

«13.  Para  remediar  tan  grande  desidia,  están  entabladas  sementeras 
comunes  de  maíz,  legumbres  y  algodón:  y  estancias  de  ganado  mayor 
y  menor.  A  las  sementeras  van  en  los  seis  meses  de  su  tiempo  los  lunes  y 
sábados,  excepto  los  tejedores,  herreros,  y  demás  oficiales  mecánicos,  que 
no  van  á  las  faenas  de  comunidad  en  todo  el  año:  y  se  remudan  para  la 
labor  de  sus  tierras,  una  semana  á  ella,  otra  á  su  oficio.  Todos  sus  oficios 
los  ejercen  no  afuera  en  sus  casas,  que  nada  harían  de  provecho,  sino  en 
los  patios,  que  para  ello  hay  en  casa  de  los  Padres;  y  es  tanta  su  sinceridad, 
que  todos  estos  oficios  los  hacen  sin  paga,  aunque  de  los  bienes  comunes 
se  remunera  más  á  éstos  por  trabajar  más,  que  á  los  demás.  Los  visita  el 
Padre  con  frecuencia  para  que  hagan  bien  su  oficio.  Pónese  en  cada  oficio 
el  que  al  Cura  le  parece  más  apropósito  para  él,  y  no  repugnan  á  ello; 


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antes  algunos  los  pretenden,  porque  como  3'a  se  dijo,  se  tiene  por  nobleza 
el  tener  algún  oficio.  Sólo  el  ser  tamborilero  ó  flautero  no  se  dan.  Se  mete 
á  ello  el  que  tiene  afición,  y  hay  pueblo  que  tiene  diez,  doce  ó  veinte.  Y 
los  flauteros  siempre  tocan  dos,  uno  por  tercera  arriba,  otro  por  tercera 
abajo,  con  un  tamboril  ó  tambor  en  medio;  y  con  sus  débiles, flautas,  que 
son  de  caña  ordinaria,  tocan  fugas,  arias,  minuetes,  y  cuantas  cosas  oyen 
á  los  músicos:  y  gustan  mucho  de  este  vil  instrumento;  de  manera  que  no 
hay  viaje  por  río  con  embarcaciones,  por  tierra  con  carreterías,  ni  ocasión 
en  que  vaya  alguna  tropilla  de  gente  ó  alguna  parcialidad  á  alguna  fun- 
ción ó  faena,  en  que  no  lleven  uno  ó  dos  tamborileros  con  sus  flauteros:  y 
algunos  son  caciques,  que  no  se  desdeñan  de  eso  con  todo  su  Don.  No 
siente  el  indio  honra  ni  punto  por  su  cortedad,  como  sucedía  con  nosotros 
cuando  muchachos. 

«14.  Estos  bienes  comunes  sirven  para  dar  que  sembrar  al  que  no 
tiene,  por  habérselo  comido  ó  perdido;  para  el  sustento  de  la  casa  de  las 
recogidas,  de  que  se  habló  algo  en  el  cap.  4,  n.  3.;  para  avío  y  provisión  de 
los  viajes  en  pro  del  pueblo;  para  dar  de  comer  á  los  muchachos  y  mucha- 
chas cuando  van  á  las  sementeras  comunes,  ú  otras  faenas;  para  los  cami- 
nantes para  agasajarlos,  y  á  los  huéspedes,  que  á  todos,  sea  español, 
mulato,  mestizo,  negro  ó  indio,  esclavo  ó  libre,  se  le  hospeda  y  da  de 
comer,  y  aun  se  le  pasa  en  embarcaciones  por  los  ríos  grandes,  que  no  tie- 
nen puente,  con  toda  liberalidad,  de  valde,  gratis  et  amore,  sin  pedirle 
nada,  sino  que  él  liberalmente  quiera  dar  algo  á  algún  indio;  pero  el  indio 
nada  pide:  y  finalmente  se  emplean  estos  bienes  en  socorrer  todo  enfermo, 
viejo  y  necesitado;  y  como  están  á  cuenta  del  Padre,  que  los  visita  con  fre- 
cuencia, y  no  se  expenden  sino  por  su  orden,  suelen  durar  de  un  año  para 
otro  y  más. 

«15.  Los  algodonales  comunes  sirven  para  vestir  á  todos  los  muchachos 
de  uno  y  otro  sexo:  que  si  el  Padre  no  los  viste,  los  más  andarían  del  todo 
desnudos,  por  la  incuria  de  sus  padres  naturales;  y  son  tantos  en  pueblos 
tan  numerosos,  que  cuidando  yo  del  pueblo  de  Yapeyú,  que  es  el  ma3'or,  el 
año  de  55,  serían  tres  mil.  El  pueblo  tenía  entonces  1600  3^  tantas  familias. 
Dase  también  del  lienzo  que  del  algodón  se  hace  á  los  que  van  á  hacer 
yerba  del  Paraguay,  á  las  viudas,  3^  recogidas,  viejos  é  impedidos;  y  por 
premio  en  las  fiestas  y  funciones  militares  y  políticas  á  los  que  mejor  se 
portan.  Y  se  guarda  una  gruesa  porción  para  enviar  á  vender  á  Buenos 
Aires  y  á  Santa  Fe  del  Paraná,  y  comprar  con  ello  lo  necesario  de  fierro, 
paños,  herramientas,  etc.,  para  el  pueblo,  y  sedas  3^  adorno  para  las  igle- 
sias. Hácese  lienzo  blanco  de  varias  calidades,  delgado,  grueso,  de  cordon- 
cillo, torcido  y  de  varios  colores  de  listados. 

«16.  El  modo  que  en  eso  se  tiene  es  éste.  A  cada  india  se  le  da  media 
libra  de  algodón  el  sábado  para  que  traiga  el  miércoles  la  tercera  parte  en 
hilo;  porque  de  las  tres  partes  las  dos  pesa  la  semilla.  El  miércoles  se  le  da 
otra  media  libra  para  que  lo  traiga  el  sábado.  Vienen  todas  al  corredor 
externo  de  la  casa  del  Padre,  3^  allí  sus  viejos  Alcaldes  pesan  el  ovillo  de 
cada  una  y  le  ponen  un  pedacito  de  caña  con  el  nombre  de  la  india,  para 
lo  que  se  dirá.  Y  van  poniendo  en  el  suelo  los  ovillos  en  hilera  de  diez  en 
diez,  hasta  hacer  un  cuadro  igual  de  ciento:  3^  más  allá  otro  ciento:  hasta 
concluir  con  todos;  3'  luego  pesan  el  conjunto.   Si  algún  ovillo  no  vino 


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igual,  se  lo  vuelven  hasta  que  complete  la  tercera  parte:  si  viene  el  hilo 
muy  grueso,  ó  muy  mal  hilado,  dan  alguna  penitencia  á  la  india.  Después 
vienen  con  la  cuenta  de  todo  escrita  al  Padre,  que  lo  hace  almacenar  al 
mayordomo  de  casa.  No  asisten  los  Padres  á  estas  funciones  de  mujeres, 
porque  es  mucho  el  recato  que  se  guarda  con  ese  sexo.  Los  tejedores  son 
muchos.  En  Yapeyú  tenía  yo  38  ordinarios.  Los  ocho  eran  de  listados.  Se 
les  da  cuatro  arrobas  de  hilo:  y  traen  de  ello  una  pieza  de  200  varas,  de 
vara  ó  cerca,  de  ancho:  y  se  les  da  6  varas  por  su  trabajo:  porque  aunque 
es  para  el  común  del  pueblo,  y  de  él  se  da  al  mismo  tejedor  por  premio  en 
otras  funciones  cuando  entra  en  ellas,  y  á  sus  hijos  de  vestir  con  el  conjunto 
de  los  demás  muchachos;  no  obstante,  por  ser  cosa  de  mayor  trabajo  que 
lo  ordinario  de  los  demás,  está  ordenado  que  se  les  dé  este  alivio. 

«17.  Cuando  va  urdiendo  el  tejedor,  tiene  los  ovillos  con  aquella  cañita 
del  nombre  de  la  india;  y  cuando  al  medio  del  ovillo  encuentra  con  tierra, 
trapos  ú  otro  engaño  que  puso  la  hilandera  para  sisar  del  hilo,  ó  hilar  poco, 
viene  luego  con  ello  al  mayordomo,  y  éste  al  Padre,  para  dar  alguna 
reprensión  ó  penitencia  á  la  india.  Estas  trampas  las  suelen  hacer  las 
recién  casadas  (que  hasta  casarse  no  se  les  da  tarea),  que  ignoran  para  qué 
es  aquella  cañita  con  su  nombre.  En  sabiéndolo,  se  enmiendan,  y  es  cosa 
de  tan  poco  trabajo,  que  en  cuatro  ó  cinco  horas  se  hace,  el  hilar  media 
libra  de  algodón.  La  pieza  se  le  pesa  al  tejedor,  para  ver  si  viene  bien  con 
lo  que  se  le  dio  de  hilo.  Todo  se  hace  por  medio  de  los  mayordomos,  que  se 
escogen  de  los  más  capaces:  y  vela  sobre  ellos  el  Padre.  De  los  algodonales 
particulares,  que  se  les  hace  labrar  para  su  familia,  hila  la  india  lo  que 
quiere  según  su  mayor  ó  menor  cuidado,  y  lo  trae  á  casa  del  Padre;  y  por 
medio  del  mayordomo  [va]  á  otros  tejedores,  que  además  de  los  del  común 
del  pueblo  hay  para  los  particulares;  y  de  lo  que  trae  suelen  salir  ocho  ó 
diez  varas  de  lienzo:  no  tienen  los  cortos  espíritus  de  la  india  ni  de  su  marido 
valor  para  más.  Y  al  tejedor  le  da  en  premio  alguna  torta  de  maíz,  ó  man- 
dioca, ó  algún  dijecillo,  ó  nada:  que  aunque  nada  le  den,  hace  su  deber,  y 
no  son  interesados:  y  más  siendo  puestos  por  el  Padre.  Todo  este  concierto 
en  esto  y  en  todas  las  demás  cosas,  es  instituido  por  los  Padres:  que  el  indio 
de  su  cosecha  no  pone  orden,  economía  ni  concierto  alguno.  El  Padre  es  el 
alma  de  todo:  y  hace  en  el  pueblo  lo  que  el  alma  en  el  cuerpo.  Si  descuida 
algo  en  velar,  todo  va  de  capa  caída.  Dios  nuestro  Señor,  por  su  altísima 
providencia,  dio  á  estos  pobrecitos  indios  un  respeto  y  obediencia  muy 
especial  para  con  los  Padres;  de  otra  manera  era  imposible  gobernarlos: 
por  ella  pueden  escoger  los  más  apropósito  para  oficios  y  para  sobrestan- 
tes, que  entre  tanta  multitud  se  encuentran  algunos,  para  por  medio  de 
ellos  dirigirlos  en  su  bien,  velando  sobre  los  mismos  sobrestantes. 

«18.  Los  otros  bienes  comunes  y  más  principales  son  el  ganado  maj^or 
y  menor.  Los  indios  no  tienen  en  particular  vacas,  ni  bueyes,  ni  caballos, 
ni  ovejas,  ni  muías:  sino  gallinas,  porque  no  son  capaces  de  más.  Hemos 
hecho  en  todos  tiempos  muchas  pruebas  para  ver  si  les  podemos  hacer  tener 
y  guardar  algo  de  ganado  mayor  y  menor  y  alguna  cabalgadura,  y  no  lo 
hemos  podido  conseguir.  En  teniendo  un  caballo,  luego  lo  llena  de  mata- 
duras: no  le  da  de  comer,  ni  aun  lo  deja  ir  á  buscarlo:  y  luego  se  le  muere. 
El  burro  es  más  propio  para  su  genio;  pero  lo  suele  tener  tres  y  cuatro  días 
atado  al  pilar  del  corredor  de  su  casa,  sin  comer  ni  beber,  sin  echarlo  al 

34    Organización  social  dh  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  ii. 


-530- 

campo,  por  no  tener  el  trabajo  de  ir  á  cogerlo  allá:  y  luego  se  le  acaba. 
Les  damos  un  par  de  vacas  lecheras  con  sus  terneras,  para  que  las  ordeñen 
y  tengan  leche:  y  por  el  corto  trabajo  de  ordeñarlas,  no  las  ordeñan:  las 
dejan  andar  perdidas  por  los  campos  y  sembrados,  ó  matan  las  terneras  y 
se  las  comen.  Lo  mismo  sucede  con  los  bueyes,  que  los  pierden  ó  matan  y 
comen.  Sólo  en  tal  cual  de  los  más  principales  y  capaces  podemos  lograr 
que  tengan  alguna  muía  ó  bueyes,  y  que  lo  conserve.  Todo  esto  está  de 
común. 

<'19.  Para  esto  tiene  cada  pueblo  sus  dehesas,  pastoreos  ó  estancias  de 
todo  ganado,  vacas,  caballos,  muías,  burros  y  ovejas.  Y  va  el  Cura  á  visi- 
tar estas  estancias,  y  dar  orden  en  su  conservación  y  aumento  dos  veces  al 
año,  aunque  disten  20  y  30  leguas  del  pueblo,  como  distan  algunas,  y  otras 
más:  porque  del  buen  estado  de  estas  estancias  depende  el  bien  ó  mal  del 
pueblo  en  lo  temporal  y  espiritual.  Si  el  año  es  algo  estéril,  como  el  indio 
no  siembra  sino  lo  preciso,  y  con  escasez;  á  los  fines  del  año  no  hay  maíz 
ni  otra  cosecha  en  forma,  y  aprieta  el  hambre.  Si  viene  seca  (y  suele  venir 
cada  tres  ó  cuatro  años),  apenas  hay  que  comer  para  seis  meses:  con  que  es 
menester  acudir  á  las  vacas.  Seis  ó  ocho  pueblos  hay  que  tienen  las  sufi- 
cientes para  poder  dar  á  cada  familia  cuatro  ó  cinco  libras  de  carne  todos 
los  días  sin  disminución  en  su  estancia.  Y  así  lo  hacen.  Los  demás  no  tie- 
nen sino  para  dar  ración  dos,  tres  y  cuatro  días  á  la  semana:  y  guardan 
con  gran  cuidado  lo  que  hay,  para  dar  cada  día  en  tiempo  de  hambre  ó  de 
epidemia,  que  suele  picar  varias  veces. 

«'JO.  La  distribución  de  la  carne  es  de  esta  manera.  Después  del  Rosa- 
rio (que  suele  ser  como  una  hora  antes  de  ponerse  el  sol),  se  hace  señal  con 
el  tambor.  V^ienen  las  mujeres,  una  de  cada  familia.  Cogen  los  Secreta- 
rios (que  así  llaman  á  los  que  cuentan  la  gente  y  leen  las  listas)  sus  libros: 
van  llamando  á  todas  por  sus  cacicazgos  y  parcialidades:  y  otros  les  dan  la 
ración.  Para  prevenir  éstas,  traen  las  reses  por  la  mañana  al  palio  3^ 
oficinas  de  casa  de  los  Padres.  Allí  las  matan  y  hacen  las  raciones,  y 
ajustan  los  Secretarios  la  cuenta  de  ellas.  Todas  llevan  por  igual,  excepto 
las  de  los  Cabildantes,  y  otros  principales,  que  se  les  da  doblado. 

«21.  Para  arar,  llevar  carros,  traer  maderas  del  monte,  etc.,  se  les 
dan  toros  de  cuatro  ó  cinco  años  para  que  los  domen  ante?.  Cogen  el 
toro  con  un  lazo,  en  que  son  diestros.  Átanlo  á  algún  horcón  ó  árbol.  Tié- 
nenlo  allí  ayunando  dos  ó  tres  días,  y  ya  debilitado  con  el  ayuno,  le  atan 
pesados  ramos  para  que  los  arrastre.  Así  con  la  docilidad,  cansancio  y 
ayuno  los  amansan:  y  luego  los  usan.  Para  amansar  ó  domar  un  caballo, 
ó  muía,  no  hacen  más  que  enlazarlo  con  uno  ó  dos  lazos,  con  que  le  hacen 
caer  en  el  suelo  sin  poderse  levantar.  Allí  caído  le  ponen  la  silla  con  sus 
estribos.  Monta  en  él  el  domador  con  sus  espuelas.  Suéltale  las  ataduras 
para  que  se  levante.  Corcovea  y  brinca  el  caballo,  y  á  veces  se  echa  en  el 
suelo:  y  el  ginete  está  en  él  como  clavado  sin  caer.  Es  grande  la  destreza 
que  en  esto  tienen.  Al  echarse  ó  tirarse  el  caballo  al  suelo,  ensancha  el 
indio  las  piernas,  para  que  no  le  coja  alguna,  y  si  á  espuelazos  no  se  quiere 
levantar,  se  apea:  y  con  algún  látigo  ó  vara  hace  que  se  ponga  en  pie:  y 
luego  vuelve  á  montar.  Así  en  tres  ó  cuatro  días  doma  un  caballo  feroz. 
En  estas  y  otras  cosas  mecánicas,  se  adelantan  lo  que  se  atrasan  en  las 
intelectuales. 


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«22.  Cuando  es  tiempo  de  arar,  traen  al  corral  (que  los  hay  grandes  al 
lado  del  pueblo)  bOO  ú  800  bueyes,  que  así  llaman  á  los  toros  ya  amansados, 
castrados  ó  enteros,  y  vienen  á  cogerlos  los  que  han  de  ir  á  arar.  Pénense 
á  la  puerta  los  Secretarios  con  su  papel,  apuntando  todos  los  que  sacan 
bueyes  y  van  con  ellos  á  sus  sementeras.  A  la  tarde  vuelven  los  Secreta- 
rios y  van  apuntando  todos  los  que  los  vuelven,  para  ver  si  alguno  los 
perdió,  mató  ó  comió:  que  lo  suelen  hacer  algunas  veces  (y  si  no  hubiera 
esta  diligencia,  lo  hicieran  cada  día),  y  dan  luego  razón  al  Padre  si  están 
bien  los  bueyes.  Al  día  siguiente  traen  otros  tantos,  no  los  mismos,  porque 
éstos  descansan,  porque  el  día  que  los  lleva  el  indio,  no  les  da  de  comer 
ni  beber  por  su  grande  incuria,  y  no  tener  compasión  alguna  con  el  ani- 
mal, ni  discurso  para  su  conservación,  Estando  yo  cuidando  un  pequeño 
pueblo  de  indios,  que  poco  había  se  habían  hecho  cristianos,  tenían  800 
bueyes  en  la  estancia.  Hacía  traer  sólo  400  á  las  cercanías  del  pueblo: 
éstos  los  tenía  pastoreando  en  dos  campos:  los  200  del  uno  venían  un  día 
al  corral  del  pueblo,  y  allí  los  tomaban  los  indios  para  su  labranza,  con  la 
cuenta  de  los  Secretarios,  como  se  ha  dicho:  y  al  día  siguiente  venían  los 
otros  200.  Y  por  ser  malo  el  trato  que  les  dan  los  indios,  y  por  ser  poco 
fértiles  de  pasto  las  cercanías  del  pueblo,  pasados  tres  meses,  los  hacía 
volver  á  la  estancia,  y  traían  los  otros  400.  De  esta  manera  conservaba 
los  800,  reemplazando  los  que  se  morían:  y  de  los  800  no  podíamos 
tener  más  que  200  para  cada  día.  De  estas  trazas,  de  esta  economía 
nos  valemos  para  la  conservación  de  estos  pueblos  en  esta  y  las  demás 
materias,  de  que  es  incapaz  la  inadvertencia,  incuria  y  cortedad  del 
indio. 

«23.  Con  las  ovejas  se  tiene  mucho  cuidado,  por  ser  muy  estimada  de 
los  indios  la  lana  para  su  vestuario.  Pero  como  es  ganado  tan  delicado,  y 
el  indio  que  las  guarda  tan  descuidado,  y  el  Padre  no  puede  estar  en  todo: 
no  hay  modo  de  aumentarla.  Sabemos  el  modo  de  criarlas,  porque  tenemos 
libros  y  escritos  que  tratan  de  esto,  y  de  todo  género  de  economía  natural 
y  casera:  y  nos  aplicamos  á  ello  por  el  bien  de  aquellos  pobres.  Les  damos 
lecciones  de  todo  lo  que  deben  hacer.  A  todo  dice  que  sí  el  indio,  como 
acostumbra  por  su  mucha  humildad;  pero  á  espaldas  del  Cura  no  hace 
cosa  de  provecho:  y  así  enferman,  se  mueren  y  disminuyen  las  ovejas.  No 
obstante,  con  el  mucho  cuidado  délos  Padres,  en  algunas  partes  hay  abun- 
dancia, á  que  ayuda  ser  los  pastos  mejores;  y  en  otras  compran  la  lana  de 
los  que  más  tienen. 

«24.  Trasquílanse  á  su  tiempo.  Dase  á  hilar  la  lana  al  modo  y  con  el 
orden  y  circunstancias  que  el  algodón  á  las  hilanderas  y  tejedores:  y  al 
principio  del  invierno  se  reparte  todo  el  tejido  á  todo  el  pueblo,  hombres  y 
mujeres;  y  el  pueblo  que  alcanza  á  dar  cinco  varas  á  cada  individuo,  se 
tiene  por  dichoso:  porque  el  indio  siente  mucho  el  frío,  y  por  poco  que  sea, 
está  como  inhabilitado  para  trabajar:  y  no  hay  cosa  que  estime  como  un 
poco  de  tela  de  lana  para  abrigarse;  y  los  Padres,  por  lo  mucho  que  desea- 
mos su  alivio,  nos  consolamos  notablemente  cuando  los  vemos  con  este  ali- 
vio. No  se  hacen  telas  delicadas,  sino  paño  burdo,  ó  cordellate,  como  man- 
tas de  caballo,  excepto  algunas  piezas  que  se  hacen  de  listados  de  varios 
colores  para  los  músicos,  sacristanes.  Cabildantes  y  caciques  para  los  pon- 
chos. Y  este  paño  tan  burdo,  si  se  le  da  á  escoger  al  indio  con  una  tela  de 


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tisú,  es  tan  estimado  de  él,  que  antes  escoge  á  el  paño  que  el  tisú:  porque 
aquél  le  abriga  más.  No  mira  el  indio  el  aseo  y  lucimiento,  sino  á  la  con- 
veniencia y  necesidad.  El  frío  de  aquellas  partes  es  poco:  pocas  veces 
llega  á  helar  el  agua*  y  éso  en  tal  cual  invierno,  y  con  hielo  muy  delgado: 
y  no  dura  más  que  dos  ó  tres  meses,  Junio,  julio,  y  parte  de  Agosto  (por 
estar  aquellas  partes  en  el  hemisferio  opuesto  al  nuestro),  y  no  es  todos  los 
días:  pues  en  esos  tres  meses,  por  estar  en  mayor  cercanía  de  sol  (pues 
están  los  pueblos  entre  26  grados  y  medio  y  30,  cuando  España  está  entre 
86  y  medio  y  44)  viene  muchas  veces  de  repente  calor  por  algunos  días. 
Con  todo  eso,  siente  mucho  el  indio  este  poco  frío,  que  más  parece  prima- 
vera de  acá.  Debe  de  ser  de  complexión  muy  fría,  como  es  de  flemático, 
según  vemos.  El  calor,  que  es  mucho,  no  lo  siente.  Cuando  aprieta  mucho 
el  sol  en  el  estío,  sucede  estar  carpinteando  al  sol  maderos  para  fábricas  ó 
cosa  semejante,  sin  cubrir  la  cabeza  con  su  gorro  ó  sombrero  aunque  haya 
sombra  cerca:  y  exhortándoles  á  que  se  libren  del  sol,  metiendo  los  palos 
á  la  sombra,  se  ríen,  prosiguiendo  al  sol.  Lo  más  que  hacen  es  desnudarse 
de  medio  cuerpo  arriba,  tostándoles  el  sol  aquellas  carnes.  Y  comúnmente 
están  alegres  en  estas  faenas,  y  no  falta  alguno  en  cada  tropilla  que  tiene 
genio  de  decir  chanzas:  y  á  cada  dicho  ríen  y  carcajean  con  mu}"  poca 
causa. 

«25.  Como  desde  el  principio  conocieron  los  Misioneros  que  gente  de 
tan  poca  economía  no  se  podría  mantener  sin  vacas;  en  los  primeros  años 
llevaron,  aunque  con  grande  trabajo,  algunas  vacas  á  la  primera  misión 
de  Guayrá,  desde  el  Paraguay,  adonde  los  primeros  españoles  las  habían 
traído  de  España,  que  en  aquella  América  no  las  había.  Destruyeron  los 
portugueses  aquellos  trece  pueblos,  como  se  ha  dicho,  y  quedaron  allí  per- 
didas las  vacas.  Llevaron  otras  á  la  misión  del  Tape:  y  como  los  mismos 
asolaron  aquellos  nueve  pueblos,  y  se  trasmigraron  los  habitadores,  como 
se  dijo  en  el  cap.  3,  núm.  6  y  7,  y  las  vacas  que  dejaron  se  amontaron  é 
hicieron  cerriles,  y  esparcieron  por  aquellos  campos,  que  son  de  los  mejo- 
res pastos,  por  espacio  de  más  de  cien  leguas  entre  el  río  Uruguay  y  el 
mar  hasta  el  río  de  la  Plata:  allí  multiplicaron  mucho. 

«26.  Fueron  vencidos  los  portugueses,  como  queda  dicho  en  el  cap.  3. 
núm.  8;  y  sosegadas  y  limpias  de  enemigos  aquellas  tierras,  iban  los  indios 
de  cada  pueblo  á  traer  vacas:  que  cuesta  no  poco,  cuando  son  cerriles,  que 
allá  llaman  cimarronas.  Van  50  ó  60  indios  con  cinco  caballos  cada  uno. 
Ponen  en  un  alto  una  pequeña  manada  de  bueyes  y  vacas  mansas,  para 
ser  vistas  de  las  cerriles,  y  á  competente  distancia  las  rodean  ó  acorralan 
treinta  ó  cuarenta  hombres  para  su  guarda.  Los  demás  van  á  traer  allí  las 
más  cercanas,  que  vienen  corriendo  como  cerriles;  y  viendo  las  de  su  espe- 
cie, dándoles  ancha  puerta  los  del  corral,  se  entreveran  con  ellas.  Vuel- 
ven por  otras:  y  del  mismo  modo  las  van  entreverando,  hasta  que  no  hay 
más  en  aquella  cercanía.  Júntanse  todos  los  jinetes:  y  yendo  uno  ó  dos 
delante  por  guías,  cerrando  los  demás  todo  lo  que  cogieron,  van  condu- 
ciéndolo adonde  hay  más,  teniendo  cuidado  de  no  acercarse  mucho:  que 
si  se  acercan,  y  las  estrechan,  suelen  romper  por  la  rueda  y  esparramarse. 
En  el  segundo  paraje,  hacen  lo  propio.  Llegada  la  noche,  rodean  su 
ganado,  y  hacen  fuego  por  todas  partes,  y  de  este  modo  en  medio  de  la 
campaña  está  quieto.  Si  no  hacen  fuego,  rompen  y  se  van  por  medio  de 


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los  jinetes.  De  este  modo,  50  indios,  en  dos  meses  ó  tres,  suelen  coger  y 
traer  á  su  pueblo  de  distancia  de  cien  leguas,  cinco  mil  ó  seis  mil  vacas. 
De  los  caballos  mueren  algunos,  ya  á  cornadas  de  los  toros,  que  arremeten 
á  cornadas  á  caballo  y  jinete:  ya  del  mucho  cansancio,  y  mal  trato  que  les 
da  el  indio.  Los  demás  quedan  tales,  que  no  pueden  servir  en  todo  el  año: 
y  se  ponen  en  lozanos  pastos  á  convalecer  y  engordar.  Todo  esto  cuesta 
esta  faena.  Mientras  duraron  estas  vacas,  que  llamaban  la  Vaquería  del 
MAR,  por  estar  á  sus  orillas,  estaban  los  indios  muy  bien  asistidos,  sin  que 
necesitasen  dehesas  de  ganado  manso.  Todo  el  cuidado  estaba  en  tener 
muchos  caballos  para  ir  á  la  vaquería:  y  ésta  era  la  dehesa  y  estancia  de 
los  treinta  pueblos:  y  aunque  por  los  malos  tiempos  se  perdiesen  las  cose- 
chas, aquí  hallaban  refugio  para  todo:  porque  el  indio  es  muy  aficionado 
á  la  carne,  y  más  de  vaca:  y  en  teniendo  ésta,  ya  lo  tiene  todo. 

<27.  Así  perseveraron  los  indios  con  abundancia  más  de  oOaños:  hasta 
que,  hacia  los  años  de  1720,  un  español  benemérito  de  las  Misiones,  pidió 
licencia  para  ir  á  vaquear  para  sí  á  esta  vaquería  del  mar.  Llaman 
VAQUEAR  á  este  modo  de  coger  vacas.  Es  de  advertir  que  de  las  vacas  que 
se  llevaron  de  España  á  Buenos  Aires,  en  espacio  de  80  ó  más  años,  se 
llenaron  de  ellas  sus  campos  (que  toda  es  tierra  llana,  como  la  tierra  de 
Campos,  de  V^alladolid,  etc.:  y  esto  por  más  de  cien  leguas:  y  son  de 
bellos  pastos).  Y  los  campos  que  hay  entre  el  río  Paraná  y  Uruguay 
enfrente  de  Santa  Fe  por  cien  leguas  en  largo  y  500  en  ancho,  estaban 
también  llenos  de  vacas,  todas  sin  dueño.  Cogían  de  ellos  los  españoles,  no 
sólo  para  comer,  sino  mucho  más  para  lograr  sus  cueros  y  grasas  y  sebo. 
En  comer,  como  eran  pocos,  gastaban  poco.  Para  los  cueros,  y  también 
para  las  lenguas,  de  que  tenían  mucho  comercio  con  un  asiento  de  ingle- 
ses, que  por  tratados  con  los  Reyes  había,  y  comerciaba  en  Buenos  Aires, 
mataban  sin  medida,  dejaban  perder  las  carnes,  de  suerte  que  cuando  este 
español  pidió  licencia,  ya  no  había  vacas  cerriles  en  las  jurisdicciones  de 
dichas  ciudades:  todas  las  acabó  la  codicia.  Sólo  había  algunas  mansas  en 
las  tierras  y  estancias  de  particulares. 

«28.  Pidió  licencia  este  español,  porque  sabía  que  no  eran  vacas  comu- 
nes sino  originadas  de  las  que  en  su  transmigración  dejaron  los  indios,  y 
multiplicadas  en  tierras  no  de  particulares,  sino  en  que  se  habían  criado 
los  indios  en  su  gentilismo,  que  Á  natura  eran  suyas:  y  mandan  las  leyes 
Reales  que  no  se  quiten  á  los  indios  que  se  convierten.  Diósele  licencia,  y 
cogió  como  treinta  mil:  que  para  las  muchas  que  había  en  tan  largos  espa- 
cios, no  era  cosa  sensible:  pues  los  indios  de  los  treinta  pueblos  en  un  año 
solían  traer  cerca  de  cien  mil:  y  con  todo  eso,  no  se  disminuían,  antes  iban 
en  aumento.  Pidió  después  licencia  otro  español,  y  se  le  negó:  juzgando 
que,  si  se  concedía  á  muchos,  harían  lo  que  hicieron  con  las  vacas  de  sus 
tierras. 

«29.  Formó  con  esto  queja  la  ciudad  de  Buenos  Aires.  Siguióse  el 
pleito:  y  sentenció  el  Gobernador  que  podía  entrar  quien  quisiese  á 
vaquear.  Entraron  de  tropel  con  muchas  carretas  por  varias  partes,  sin 
orden  ni  concierto.  Mataban  vacas  sin  número.  Enviaban  los  cueros, 
lenguas,  sebo  y  grasa  á  los  ingleses  de  Buenos  Aires,  cargando  de  ellos 
las  carretas:  y  mientras  unas  volvían,  otras  se  estaban  en  la  faena  para 
cargar  segunda  vez.  Y  de  este  modo,  en  sólo  diez  años,  acabaron,  no 


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sólo  millares,  sino  millones  de  vacas,  asolando  del  todo  la  vaquería  del 
mar  de  los  indios,  como  habían  asolado  las  suyas  de  Santa  Fe  y  Buenos 
Aires. 

«30.  Luego  que  el  Gobernador  dio  franca  licencia,  presumiendo  los 
Padres  lo  que  había  de  suceder,  que  dentro  de  algunos  años,  no  habría 
vacas;  y  viendo  que  los  indios  no  podían  subsistir  sin  aquel  socorro:  como 
tan  celosos  del  bien  de  estas  pobres  criaturas,  procuraron  hacer  luego, 
antes  que  se  acabasen  las  del  mar,  otra  vaquería  común,  á  que  no  pudie- 
ran alegar  derecho,  ni  en  cuanto  á  las  tierras,  ni  en  cuanto  á  las  vacas. 
Para  lo  cual,  buscaron  una  campaña  hacia  el  oriente,  distante  cerca  de  80 
leguas  de  los  pueblos,  y  espaciosa  por  60  ó  más  leguas,  que  no  pertenecía 
á  ningún  particular,  sino  á  sus  abuelos  cuando  eran  infieles:  y  de  las  vacas 
que  algunos  pueblos  tenían  mansas,  ó  aquerenciadas  en  sus  estancias,  (por- 
que viendo  que  los  españoles  entraban  en  la  vaquería  del  mar,  se  habían 
dado  á  coger  cuanto  antes  de  ella  lo  que  pudiesen,  y  formar  estancias  en 
las  cercanías  de  los  pueblos),  sacaron  hasta  ochenta  mil:  y  haciendo  camino 
primero  por  un  bosque  espeso  de  tres  leguas,  y  después  por  otro  de  cinco, 
metieron  por  aquella  puerta  las  ochenta  mil,  y  las  dejaron  cerradas  por 
todas  partes,  para  que  multiplicasen,  esparcidas  por  todo  aquel  espacio, 
que  por  todas  partes  estaba  cercado  de  sierras  y  de  muy  dilatados  bosques 
y  muy  espesos:  y  después  ir  allá  todos  los  pueblos  á  vaquear,  como  iban  á 
la  vaquería  del  mar:  porque  de  solas  las  estancias  de  los  pueblos,  aunque 
todos  las  tuviesen,  juzgaban  que  por  la  incuria  del  indio  en  cuidar  el 
ganado,  no  se  podrían  mantener  sin  que  hubiese  estancia  ó  vaquería 
común,  de  que  se  cebasen  y  supliesen  las  particulares.  Esta  segunda 
vaquería  se  llamó  de  los  pinares,  por  los  muchos  pinos  que  en  ella 
había.  Sintieron  los  portugueses  hacia  cuyas  tierras  caía,  lo  que  había: 
y  luego  abrieron  camino,  aunque  con  mucho  trabajo,  por  aquellos  espesos 
bosques  y  sierras,  para  meter  caballos  por  ellos:  y  en  poco  tiempo  acaba- 
ron con  todas  esas  vacas,  ajenas  y  en  tierra  ajena,  matándolas  por  la 
misma  codicia  de  los  cueros  para  llevarlos  á  Europa,  y  del  sebo,  grasa  y 
lenguas. 

«31 .  A  este  tiempo  llegué  yo  á  las  Misiones,  que  fué  el  año  de  31 .  Con- 
sultamos el  modo  de  tener  vaquería  común,  de  manera  que  ni  los  españoles 
pudiesen  alegar  derecho  á  ella;  ni  ellos,  ni  los  portugueses  la  pudiesen  des- 
truir, sin  ser  sentidos  y  defendida.  Determinóse  que  la  estancia  del  pueblo 
de  Yapeyú,  que  empieza  á  una  legua  del  pueblo,  y  se  dilata  hasta  cincuenta 
leguas  de  largo  y  treinta  de  ancho,  y  estaba  llena  de  vacas,  no  mansas, 
sino  cerriles  y  alzadas,  ó  cimarronas,  pero  propias  del  pueblo,  que  las 
metió  en  aquellas  sus  tierras,  sacándolas  de  la  vaquería  del  mar,  y  guar- 
dándolas con  sus  indios  por  los  confines  para  que  no  se  vayan  á  otras  tie- 
rras: Determinóse,  pues,  que  en  esta  grande  estancia  se  buscase  un  paraje 
capaz  de  2U0  mil  vacas:  para  lo  cual  es  menester  un  espacio  de  veinte 
leguas  de  largo  y  diez  de  ancho.  Que  de  la  estancia  grande,  se  cogiesen 
hasta  cuarenta  mil,  del  modo  que  se  cogen  las  cimarronas,  como  se  ha 
explicado  en  el  núm.  26,  y  se  metiesen  en  esta  pequeña  estancia,  y  se  aman- 
sasen bien  en  tres  ó  cuatro  vacadas  o  rodeos,  como  allí  dicen.  Que  para  su 
guarda  se  pusiesen  los  indios  pastores  ó  estancieros,  como  allí  llaman,  que 
fuesen  de  confianza  y  mayor  cuidado.  Y  que  para  llevar  esto  adelante,  y 


—  535  — 

prevenir  cualquier  desorden,  injusticia  y  destrozo  en  lo  futuro,  se  pusiese 
allí  un  Padre  Capellán  con  su  decente  capilla,  y  un  hermano  Coadjutor. 
Que  se  esperase  hasta  ocho  años,  en  cuyo  tiempo  las  cuarenta  mil  vacas, 
bien  guardadas,  podían  multiplicar,  según  dictaba  la  experiencia,  has'alas 
200  mil.  Que  desde  este  tiempo  se  empezasen  á  gastar,  no  yendo  los  pue- 
blos á  cogerlas,  como  cosa  común  y  sin  dueño,  pues  eran  del  pueblo  de 
Yapeyú,  sino  vendiéndolas  el  pueblo  á  quien  las  quisiese  comprar:  ponién- 
dolas á  su  costa  en  las  cercanías  del  pueblo  comprador.  Y  por  cuanto  eran 
vacas  ya  mansas,  y  hechas  á  vivir  con  sosiego,  valiese  cada  cabeza  un  real 
de  plata  más  que  las  otras  cimarronas  recién  sacadas,  cuyo  precio  era  enton- 
ces de  solos  tres  reales  de  plata  cada  una,  fuese  vaca  ó  toro,  gorda  ó  flaca. 

«32.  ítem,  que  en  la  estancia  del  pueblo  de  San  Miguel,  que  tiene  cua- 
renta leguas  de  largo,  y  como  veinte  de  ancho,  y  donde  también  había 
muchas  cimarronas  propias  del  pueblo  y  guardadas  á  la  larga  al  modo  de 
las  de  Yapeyú,  se  buscase  otro  paraje  de  las  mismas  circunstancias:  y  se 
metiesen  en  él  otras  cuarenta  mil:  y  se  pusiese  un  Padre  y  un  hermano,  y 
se  vendiesen  del  mismo  modo.  Todo  se  hizo  así:  y  quedaron  socorridos  los 
pueblos:  porque  de  otra  parte  no  se  hallaban  vacas  ni  aun  á  mayor  precio. 
El  pueblo,  que  como  dije,  es  el  mayor,  suele  gastar  al  año  diez  mil  vacas 
en  la  ración  ordinaria:  pues  matan  cada  día  en  el  pueblo  entre  treinta  y 
cuarenta.  Estas  las  cogen  en  la  estancia  grande  á  fuerza  de  caballos  y  tra- 
bajo, como  se  dijo:  y  de  esta  nueva  estancia  vendía  á  los  demás.  Lo  mismo 
hacía  el  de  San  Miguel.  Ya  veo  que  á  cualquiera  que  no  está  enterado  de 
las  cosas  de  la  América,  se  le  hará  imposible  estancia  de  cincuenta  leguas: 
gasto  de  diez  mil  vacas  al  año  en  un  pueblo  de  mil  y  setecientos  vecinos: 
precio  de  ellas  de  solo  tres  reales  de  plata,  etc.  Pero  es  otro  mundo  aquél. 
La  misma  admiración  nos  causaba  á  nosotros  á  los  principios.  O  pensará 
que  las  vacas  son  chicas  como  carneros:  y  otras  cosas  á  este  modo.  Son  tan 
grandes  como  las  de  España,  ó  más.  Ni  las  leguas  son  chicas.  Se  miden  á 
razón  de  seis  mil  varas.  Son  de  aquellas  que  veinte  entran  en  un  grado, 
con  corta  diferencia.  Las  estancias  de  Yapeyú  y  San  Miguel  son  las  mayo- 
res: las  demás  son  de  á  ocho,  diez,  ó  á  lo  más  veinte  leguas  de  largo. 

«33.  El  modo  de  hacer  las  vacas  de  cimarronas  mansas,  es  éste:  Des- 
pués de  cogidas  del  modo  dicho,  se  ponen  en  la  estancia  del  pueblo  cerrada 
por  todas  partes  con  arroyos,  pantanos,  ó  zanjas  hechas  á  mano:  aunque 
ninguna  está  tan  cerrada,  por  la  incuria  de  los  indios,  que  no  tenga  muchas 
partes  por  donde  salirse.  Allí  las  dividen  en  tropas  de  á  cinco  mil  ó  seis 
mil:  y  colocan  cada  tropa  en  sitio  determinado  algo  cerrado,  para  que  no  se 
junten  con  otra  tropa.  Y  esto  llaman  Rodeo.  Juntan  este  rodeo  á  los  prin- 
cipios cada  día  para  que  no  se  esparzan,  que  forcejean  á  ello,  para  volverse 
por  donde  vinieron,  y  para  que  se  hagan  á  aquel  paraje:  }'  porque  este  tan 
frecuente  rodeo  no  les  da  tiempo  para  pacer  á  gusto:  después  de  algunas 
semanas  juntan  el  rodeo  sólo  dos  veces  á  la  semana,  y  las  tienen  en  él  en 
alguna  loma  algo  alta  dos  ó  tres  horas,  rodeándolas  por  todas  partes:  y  en 
partes  las  meten  y  hacen  el  rodeo  en  un  grande  corral  de  palos.  Todos  son 
allí  de  palos.  No  hay  ninguno  de  piedra  ó  pared,  ni  aun  en  las  tierras  de 
las  ciudades  más  adelantadas.  De  este  modo  se  hacen  mansas  y  procrean 
más,  y  con  facilidad  las  sacan  sin  gasto  de  caballos  y  las  llevan  á  cual- 
quiera parte. 


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«34.  Con  estas  dos  estancias  prosiguieron  los  pueblos,  comprando  de 
ellas,  sosteniendo,  conservando,  y  aun  aumentando  sus  estancias  particu- 
lares, hasta  que  vino  la  línea  divisoria  nueva,  que  lo  acabó  todo.  Esta  tan 
sonada  línea  en  estos  tiempos  se  originó  de  los  excesos  de  los  portugueses. 
Al  principio  de  sus  conquistas  en  el  Brasil,  teniendo  algunas  diferencias 
con  los  castellanos,  acudieron  al  Papa  Alejandro  Vi  para  que  señalase 
límites.  Señalólos:  y  después  de  grandes  disputas,  quedaron  las  dos  Coronas 
en  que  la  línea  se  señalase  por  el  grado  de  longitud  330.  Con  esto  el  portu- 
gués quedaba  con  todo  lo  conquistado,  y  el  español  también:  y  les  quedaba 
por  conquistar.  Este  grado  330,  tomado  el  primer  meridiano  del  pico  de 
Tenerife,  pasa,  según  común  sentir,  por  la  boca  del  Marañón  al  norte  del 
Brasil:  y  entra  en  la  mar  por  la  isla  de  Santa  Catalina  al  sur.  Divide  el 
globo  terráqueo  en  dos  partes  iguales:  y  allá  por  los  antípodas,  que  corres- 
ponde al  grado  150,  pasa  por  las  islas  Filipinas. 

«35.  En  la  América  se  fueron  entrando  los  portugueses  tierra  adentro, 
pasando  esta  línea,  y  cultivando  minas  de  oro  muy  dentro  de  lo  que  tocaba 
á  España.  De  manera  que  por  el  río  Marañón  entraron  estos  últimos  años 
más  de  cuatrocientas  leguas,  poblando  una  y  otra  banda.  Quejóse  España 
de  tanto  exceso.  No  pudieron  negar  su  adelantamiento:  pero  alegaron  que 
también  España  poseía  las  islas  Filipinas,  que  según  la  línea  les  tocaba  á 
ellos:  y  lo  habían  disimulado  tantos  años:  que,  dejando  España  todo  aquello 
sin  poblar,  bien  podían  poblarlo  ellos.  Finalmente,  por  medio  de  nuestra 
Reina,  hija  de  su  Rey,  consiguieron  una  nueva  línea,  en  que  se  les  dejaba 
con  lo  adquirido  por  el  Marañón,  ex;cepto  un  pequeño  territorio  en  que  caía 
un  nuevo  pueblo  de  indios:  y  con  todos  los  territorios  de  minas  de  oro  y  dia- 
mantes que  habían  poblado  hacia  el  Paraguay  y  el  Perú:  y  ellos  cedían  el 
derecho  á  Filipinas,  y  entregaban  la  fortaleza  de  la  Colonia  del  Sacramento 
enfrente  de  Buenos  Aires  á  la  otra  parte  del  río  de  la  Plata:  (como  se  ve 
en  el  mapa)  y  por  eso  y  por  la  cesión,  se  les  daban  los  siete  pueblos  de  los 
indios  Guaraníes,  ó  Tapes,  llamados  comúnmente  Misiones  del  Paraguay, 
cuyos  nombres  se  ven  en  el  mapa.  Mas  con  esta  diferencia:  que  á  los  por- 
tugueses de  la  Colonia  se  les  daba  libertad  para  que  se  quedasen  en  la 
plaza  con  los  vasallos  del  Rey  de  Castilla,  ó  se  fuesen  á  los  dominios  de  su 
Rey  con  sus  bienes  muebles,  y  vendiendo  los  inmuebles.  Pero  que  los  indios 
de  los  siete  pueblos,  que  eran  como  treinta  mil  almas,  habían  de  pasar  á 
los  dominios  de  España,  formando  nuevos  pueblos,  llevando  consigo  los 
ganados  y  bienes  muebles:  y  dejando  para  los  portugueses  sus  casas,  tie- 
rras, huertas,  algodonales,  yerbales  y  todo  bien  inmoble:  y  en  recompensa 
de  esto  se  daría  á  cada  pueblo  cuatro  mil  pesos.  Esta  diferencia  se  hizo 
para  no  dar  tanto  indio  á  Portugal,  con  los  cuales  en  aquellas  partes  nos 
pudiese  hacer  guerra  en  tiempo  que  la  hubiese. 

«36.  Intimóse  á  los  indios  el  tratado.  Al  principio  consintieron  algu- 
nos: pero  apretándoles  en  su  ejecución,  resistieron  todos.  Instábamosles 
los  Padres  considerando  el  empeño  de  la  Corte,  y  que,  si  no  obedecían, 
había  de  ser  peor;  y  mal  de  su  grado  por  armas  les  harían  obedecer,  con 
pérdida  de  sus  bienes  muebles  é  inmobles,  y  también  de  muchas  vidas,  si 
resistían.  Lo  que  perdían  en  este  tratado  era  mucho  más  que  lo  que  en  la 
Corte  se  pensó:  que  no  lo  consultó  con  nosotros,  juzgándonos  apasionados 
por  los  indios.  Juzgaron  que  con  los  cuatro  mil  pesos  se  resarcían  de  las 


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pérdidas  de  los  edificios  y  demás  bienes.  Pero  era  tan  al  contrario,  que 
había  pueblo  que  perdía  más  de  setecientos  mil  pesos. 

«37.  Estando  yo  cuidando  por  orden  del  Gobernador  y  Capitán  general 
y  mis  Superiores  del  pueblo  de  San  Nicolás,  uno  de  los  del  tratado,  ins- 
tando en  la  transmigración  de  los  indios  de  él:  no  queriendo  dejar  sus  tie- 
rras, vino  un  grueso  destacamento  de  soldados.  Salieron  al  opósito 
los  indios,  no  pudiendo  yo  estorbarlo.  Mataron  á  un  capitán  español:  y  los 
españoles  á  cuatro  indios  en  las  calles,  con  que  huyeron  los  demás  y  se 
apoderaron  del  pueblo.  Perseveré  en  él  con  el  destacamento  algunos 
meses.  En  este  tiempo,  ante  mí  hicieron  cómputo  de  lo  que  perdía  el  pueblo. 
Hallaron  700  casas.  De  su  valor,  unos  decían  que  cada  una  valía  500  pesos: 
otros,  que  400:  y  el  que  menos,  que  300.  Eran  todas  de  cimiento,  y  una  vara 
en  alto,  de  piedra:  lo  demás,  de  adobes.  El  techo  con  buenos  tejados:  y  los 
corredizos  y  soportales  con  columnas  de  piedra,  y  de  una  piedra  cada  una. 
La  suma  de  700  á  razón  de  300  monta  doscientos  y  diez  mil  pesos.  La  igle- 
sia, que  es  de  piedras  labradas,  junto  con  la  torre,  y  ocho  ó  diez  campanas 
que  tiene,  con  la  casa  y  patio  del  Padre,  que  son  muy  grandes,  por  servir 
á  todo  el  pueblo  en  varios  usos;  y  la  casa  de  las  recogidas,  almacenes,  gra- 
neros 3'  capillas  de  fuera,  decían  que  valía  tanto  como  todo  el  pueblo,  esto 
es,  todas  las  700  casas.  De  árboles  de  yerba  del  Paraguay,  de  que  se  con- 
taban como  cuarenta  mil  plantas  en  dos  grandes  planteles  ó  yerbales, 
como  allí  dicen,  que  valuaban  en  cinco  pesos  cada  árbol,  por  la  parte  que 
menos,  pues  decían  que  en  otras  partes  cada  olivo  se  vendía  á  diez  pesos: 
y  que  á  lo  menos  valía  la  mitad  cada  árbol  de  yerba,  sacaban  doscientos 
mil  pesos.  De  los  alg'odonales  comunes  y  particulares  que  daban  cinco  ó 
seis  mil  arrobas  de  algodón  al  año:  y  de  las  huertas  comunes  de  melocoto- 
nes, que  es  propia  tierra  para  ellos,  y  de  otras  frutas,  sacaban  crecidas 
sumas,  que  montaban  por  la  parte  que  menos,  setecientos  mil  pesos. 

«38.  La  iglesia  del  pueblo  de  San  Miguel,  én  que  trabajaron  mil  indios 
por  diez  años,  de  que  ya  se  tocó  algo,  la  valuó  el  ingeniero  mayor  del  ejérci- 
to y  otros  arquitectos  en  un  millón  de  pesos:  y  el  General  portugués,  luego 
que  la  vio,  dijo  que  sólo  los  cimientos  valían  más  que  lo  que  el  Rey  de  Cas- 
tilla daba  por  todo  el  pueblo,  eso  es,  los  cuatro  mil  pesos:  y  todo  esto  era  de 
los  indios,  que  lo  hicieron  sin  jornal  alguno,  con  grandes  sudores  y  fatigas. 

«39.  Como  perdía  todo  esto  el  pobre  indio,  y  con  la  circunstancia  muy 
agravante  para  ellos,  de  haberse  de  dar  á  los  portugueses,  que  en  lo  anti- 
guo les  hicieron  tantos  daños,  y  en  lo  presente  se  los  hacían  también  muy 
frecuentes,  con  continuos  hurtos  de  sus  ganados  en  las  estancias,  y  con 
pendencias  frecuentes,  y  aun  muertes,  por  defender  su  hacienda,  por  lo  que 
los  tenían  por  enemigos:  como  consideraban  esto,  y  hacían  refleja  de  lo 
que  les  había  costado;  3'  ahora  les  obligaban  á  hacer  de  nuevo  todo  esto 
con  nuevos  sudores  }■  trabajos,  cosa  tan  sensible  á  su  genio  tan  perezoso; 
y  sobre  todo  se  les  mandaba  dejar  su  patrio  suelo,  é  ir  á  tierras  muy  distan- 
tes, que  es  lo  que  más  siente  el  indio;  no  pudieron  sufrir  tan  pesada  obe- 
diencia: y  así,  aunque  siempre  nos  habían  obedecido  en  todo,  excepto  en 
algunas  transmigraciones  que  en  tiempos  antiguos  fué  preciso  hacer  con 
algunos  particulares  pueblos;  habiendo  aquí  mayores  dificultades,  no  hicie- 
ron caso  de  nuestros  esfuerzos,  y  aun  algunos  Padres  corrieron  riesgo  de 
la  vida,  por  instar  mucho  en  esta  transmigración. 


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«40.  Los  españoles,  sabiendo  el  respeto  que  nos  tenían,  juzgaron  que 
si  les  mandábamos  que  se  transmigrasen,  obedecerían  luego:  y  así,  que  el 
no  hacerlo  era  señal  de  que  nosotros  los  amotinábamos.  Pero  iban  muy 
errados.  Ya  después  que  entraron  en  los  pueblos,  trataron  con  los  indios, 
y  vieron  lo  que  se  les  mandaba,  y  lo  que  perdían,  nos  decían  lo  muy  erra- 
dos que  habían  andado:  y  que  ellos  mismos,  si  se  les  mandase  lo  que  á  los 
indios,  resistirían  hasta  la  última  gota  de  su  sangre;  pero  que  como  eran 
mandados  en  lo  que  hacían,  no  podían  menos  de  proseguir  en  la  ejecución 
del  tratado.  Mejor  hicieran  en  obedecer  en  todo  según  las  máximas  del 
Evangelio  en  caso  de  mandarles  lo  que  al  indio:  y  de  estas  máximas,  como 

SI  QUIS  AUFERT  TIBÍ  PALLIUM,  PRAEBE    El    ET    TUNICAM,    nOS    valíamOS  para 

que  cedieran  á  lo  que  se  les  mandaba.  Fué  esto  de  tal  manera,  que  des- 
pués, tomando  juramento  jurídicamente  el  General  D.  Pedro  Cevallos,  no 
sólo  á  los  Corregidores,  indios  principales  y  caciques,  sino  también  á  sus 
oficiales  que  se  habían  hallado  en  las  refriegas  de  los  indios,  que  eran 
muchos,  de  lo  que  había  habido  en  este  punto,  testificaron  todos  que  los 
indios,  no  los  Padres,  habían  sido  la  causa  de  la  resistencia.  Este  testimo- 
nio tan  autorizado  lo  envió  á  la  Corte.  N^o  obstante,  muchos  están  en  que 
nosotros  fuimos  la  causa  de  todos  los  males.  Cuando  se  dé  lugar  á  la  luz, 
se  descubrirá  la  verdad. 

«41.  Finalmente,  los  indios  á  fuerza  de  armas  fueron  echados  de  los 
siete  pueblos.  Recibiéronlos  los  otros  23  de  la  banda  occidental  del  río 
Uruguay.  El  General  portugués,  que  había  venido  á  esta  campaña  auxi- 
liando á  los  españoles,  y  estaba  persuadido  á  que  en  aquellos  siete  pueblos 
había  muchas  riquezas,  de  manera  que  hay  testigo  muy  autorizado  que 
afirmó  haberle  oído  decir  antes  de  esta  conquista,  que  los  Padres  para  sus 
colegios  sacaban  cada  año  millón  y  medio  de  pesos  de  los  30  pueblos,  viendo 
ahora  por  sus  ojos  el  engaño,  comenzó  á  mostrar  disgusto  del  tratado:  pare- 
ciéndole  que  de  la  Colonia,  por  vía  de  contrabando,  sacaba  Portugal  más 
plata  que  la  que  se  podía  sacar  de  aquellos  pueblos.  El  General  español 
juzgaba  que  á  España  se  le  seguía  mucho  daño  y  mengua  de  aquel  tratado: 
aunque  como  tan  fiel,  obedecía  en  lo  que  se  le  mandaba.  Había  también 
que  sacar  de  los  montes  millares  de  indios  que,  por  miedo  del  ejército,  y 
por  no  dejar  su  país,  se  habían  metido  en  ellos:  y  decía  el  portugués  que 
mientras  el  español  no  sacaba  aquellos  indios,  y  los  conducía  á  la  otra  parte 
del  Uruguay  en  los  demás  pueblos,  no  podía  él  poner  en  los  siete  del  trata- 
do, ya  evacuados,  las  familias  portuguesas,  que  para  ello  estaban  preveni- 
das: porque  los  del  monte  con  continuas  irrupciones  los  irían  destruyendo. 
El  General  español,  D.  Pedro  Cevallos,  envió  varios  destacamentos  á  sacar 
estos  indios.  Cada  uno  llevaba  un  Jesuíta:  y  ya  con  el  terror  de  las  armas, 
ya  con  las  persuasiones  del  Padre,  sacó  á  todos,  y  los  condujo  al  sitio  des- 
tinado. En  estas  cosas  se  gastaron  tres  años:  y  en  todo  este  tiempo  estuve 
yo  con  el  General  en  los  pueblos  de  San  Juan  y  San  Miguel,  como  cape- 
llán y  Misionero  del  ejército.  Acabados  de  sacar  los  indios  amontados, 
murió  nuestro  Rey  D.  Fernando  VI  y  la  Reina.  Entró  á  reinar  D.  Carlos. 
Y  teniendo  por  injusto  el  tratado,  luego  lo  anuló,  y  mandó  que  los  indios 
volviesen  á  sus  casas,  y  se  les  resarciese  todo  lo  que  habían  perdido.  Yol. 
vieron,  y  no  hallaron  ganados  ni  cosa  que  comer:  pero  con  la  ayuda  de  los 
otros  pueblos,  fueron   volviendo  en  sí:  y  cuando  vino  el  arresto  de  los 


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Misioneros,  que  fué  por  Agosto  de  68,  3^a  estaban  con  bastante  lustre,  aun- 
que les  faltaba  mucho  para  llegar  al  primero.  El  mandato  del  Rey  de  que 
todo  se  les  resarciese,  no  se  ejecutó,  como  suele  suceder  con  otros  manda- 
tos reales  en  tierras  tan  distantes:  y  no  fué  por  incuria  del  General.  Hecha 
esta  digresión,  prosigamos  con  lo  político  y  económico  del  pueblo. 

«43.  Además  de  los  bienes  comunes  de  vacas,  algodón,  etc.,  hay  otro 
muy  particular  y  cuantioso,  que  es  el  de  la  yerba  del  Paraguay,  que  común- 
mente llaman  yerba,  sin  más  ádito.  Hay  en  los  montes  de  aquellas  Misio- 
nes, y  en  los  de  la  gobernación  del  Paraguay,  por  toda  ella,  unos  árboles 
propios  de  aquel  territorio,  del  tamaño  de  un  naranjo,  y  de  hoja  parecida 
á  él,  que  llaman  Árbol  de  yerba.  Cógense  las  ramas  no  grandes  de  este 
árbol:  chamúscanse  a  la  llama:  pónense  en  unos  zarzos  algo  altos:  y  por 
debajo  se  les  da  humo  toda  una  noche:  después  se  muelen  y  se  ensacan. 
Esta  es  la  yerba  tan  usada  en  aquellas  tierras  entre  ricos  y  pobres,  libres 
y  esclavos,  como  el  pan  y  como  el  vino  en  España.  Usase  lo  mismo  que  el 
té  ó  cha,  como  dicen  los  portugueses,  tomado  de  los  chinos.  Caliéntase 
el  agua:  échase  como  un  puñado  de  3^erba  en  el  Mate,  que  es  la  vasija  en 
que  se  toma,  y  es  de  calabazo  pintado,  de  figura  de  una  canoa  ó  pesebre,  ó 
de  coco  grande,  que  los  ricos  lo  tienen  guarnecido  de  plata,  ó  de  palo  santo, 
madera  muy  medicinal;  no  de  estaño,  plata,  ni  barro:  encima  de  la  yerba 
se  echa  el  agua  caliente  templada,  no  hirviendo,  que  así  hace  que  amargue 
la  yerba:  y  la  gente  de  algún  ser  la  echa  azúcar,  y  aun  agrio  de  naranja  y 
pastillas  de  olor.  La  gente  ordinaria  sin  cosa  de  estas.  Hay  dos  modos  de 
yerba  (no  digo  especies):  una  que  llaman  Caamini,  ó  yerba  menuda:  otra 
Caá  Ivirá,  ó  yerba  de  palos.  La  diferencia  entre  las  dos  sólo  es  que  la 
yerba  de  palos,  para  molerla,  la  meten  en  un  hoyo,  barriendo  con  ella  tierra 
y  otras  cosas  que  había  debajo  de  los  zarzos  adonde  la  echaron  después  de 
ahumada,  y  no  tapan  el  hoyo:  allí  la  majan,  cayendo  y  entreverándose  con 
ella  la  tierra  de  los  lados  del  hoyo:  y  no  la  ciernen  en  cribas,  sino  quitando 
los  palos  mayores,  dejan  en  ella  los  menores.  La  Caamirí,  ó  menuda,  se 
muele  en  canoas,  ó  en  ho3'o  bien  dispuesto  que  no  se  le  mezcle  tierra:  y 
se  criba,  dejándola  sin  palitos.  Esta  vale  casi  doblado  que  la  otra.  De  ésta 
hacen  los  treinta  pueblos.  La  otra  de  palos  la  hacen  los  españoles  del  Para- 
guay, y  los  indios  de  los  diez  pueblos  que  tienen  allí. 

«44.  Antiguamente  iban  nuestros  indios  á  hacer  esta  yerba  á  los  mon- 
tes, distantes  de  los  pueblos  50  ó  60  leguas:  porque  no  había  á  menor  dis- 
tancia. Los  siete  de  la  banda  oriental  del  Uruguay  iban  por  tierra  con 
carretas:  los  demás  por  los  ríos  Uruguay  y  Paraná  en  balsas  hechas  de 
canoas,  río  arriba,  que  no  se  cría  río  abajo:  y  no  se  podía  ir  por  tierra  por 
las  sierras  y  montañas  intermedias.  Los  de  tierra  volvían  con  sus  carros 
cargados  después  de  muchos  meses.  Y  los  de  agua,  después  de  hecha  la 
yerba,  la  llevaban  á  hombros  desde  el  sitio  donde  se  cría  hasta  el  río,  que 
en  partes  estaba  lejos  como  de  tres  ó  cuatro  leguas. 

«45.  Viendo  los  Padres  tanta  pérdida  de  tiempo  fuera  del  pueblo,  sin 
los  socorros  espirituales  de  él,  y  tanto  trabajo  de  los  pobres  indios,  se  apli- 
caron á  hacer  3'erbales  en  el  pueblo  como  huertas  de  él.  Costó  mucho  tra- 
bajo, porque  la  semilla  que  se  traía  no  prendía.  Es  la  semilla  del  tamaño 
de  un  grano  de  pimienta,  con  unos  granitos  dentro  rodeados  de  goma. 
Finalmente,  después  de  muchas  pruebas  se  halló  que  aquellos  granitos, 


-540- 

limpios  de  aquella  goma,  nacían:  y  trasplantando  las  plantas  muy  tiernas 
del  semillero  bien  estercolado  á  otro  sitio,  y  dejándolas  allí  hacer  recias, 
después  se  trasplantaban  al  yerbal,  y  regándolas  dos  ó  tres  años,  prendían  y 
crecían  bien:  y  después  de  ocho  ó  diez  años,  se  podía  hacer  yerba.  Es  planta 
muy  delicada:  y  con  toda  esta  industria  y  trabajo,  se  logra:  y  se  han  hecho 
yerbales  tan  grandes  en  casi  todos  los  pueblos,  que  no  es  menester  que  los 
pobres  indios  vayan  con  tantos  afanes  á  los  montes.  Es  grande  el  empleo 
que  los  Padres  ponen  siempre  en  librar  de  trabajos  á  aquellos  pobrecitos, 
en  su  conservación  y  alivio,  que  en  todas  las  otras  partes  son  perseguidos, 
afligidos  y  maltratados,  y  yendo  en  gran  disminución,  como  lo  testifican 
las  historias  de  eclesiásticos  y  seglares,  y  ratifican  los  que  caminan  mucho 
por  las  provincias  de  la  América,  excepto  en  algunas  de  indios  más  capaces 
que  se  gobiernan  por  sí  solos,  de  que  habla  el  P.  Gumilla  en  su  bella  Histo- 
ria del  Orinoco.  Por  lo  que  el  Rey  Felipe  V,  informado  de  ésto  por  medio 
de  los  Obispos  en  sus  Visitas,  y  de  los  Gobernadores  y  Jueces,  alabó  mucho 
este  cuidado  en  los  Padres  en  la  Cédula  del  año  43,  punto  4.*'  (tiene  12  pun- 
tos) exhortándonos  á  que  prosigamos  en  este  negocio  de  lo  temporal:  y  aña- 
de: «Ojalá  que  así  se  hiciera  en  los  pueblos  del  Perú:  que  no  se  experimenta- 
ría en  ellos  tan  mala  versación  de  sus  haciendas.»  Ya  se  ha  visto  el  cui- 
dado, celo  y  empeño  que  se  puso  en  las  vaquerías  para  la  conservación  de 
estos  pobres.  Los  españoles  viendo  estos  yerbales,  han  pretendido  hacer 
lo  mismo  en  sus  casas  y  granjas  para  librarse  del  muclio  consumo  de 
muías  que  hacían  por  sierras  y  montes,  haciendo  y  trayendo  yerba:  y 
yo  les  he  dado  semilla  y  receta  para  que  lo  hagan:  mas  nunca  lo  consi- 
guen, aun  siendo  las  tierras  del  Paraguay  más  apropósito  para  esta  planta 
que  las  de  otros  países. 

«46,  Esta  es  la  finca  principal  de  los  pueblos  para  comprar  lo  necesa- 
rio de  Buenos  Aires,  y  para  dar  al  pueblo.  Envía  el  pueblo  anualmente  á 
Buenos  Aires  400  arrobas  de  yerba  con  los  indios  del  mismo  pueblo  en 
barcas  por  los  ríos,  á  manos  de  un  Padre  Procurador  de  Misiones  que 
allí  hay.  Otros  á  Santa  Fe  á  otro  Padre  que  también  hay  allí:  aunque  por 
de  menor  comercio  aquella  ciudad,  es  poco  frecuentada  aquella  Procura- 
.  duría.  Vende  el  Procurador  la  yerba  v.  g.  á  4  pesos  la  arroba,  según  los 
tiempos,  poco  más  ó  menos:  y  con  su  valor  compra  lo  que  el  Cura  pide,  que 
suele  ser  tela,  y  aderezos  para  la  iglesia,  cuchillos,  tijeras,  hachas,  fierro 
en  bruto  para  muchos  usos  de  los  herreros,  (cuchillos,  tijeras  y  hachas  se 
ha  experimentado  que  es  más  útil  comprarlos  que  hacerlos  en  el  pueblo) 
armas  de  fuego,  avalónos,  y  dijes  para  sus  fiestas,  adornos,  tela  de  paño, 
y  otras  especies,  lienzos  de  lino  para  los  altares,  y  otras  mil  cosas  necesa- 
rias, que  á  sus  tiempos  con  toda  economía  y  equidad  se  reparten  entre 
todos. 

«47.  Hay  orden  del  Rey  de  que  no  se  vendan  para  Buenos  Aires  y 
Santa  Fe  más  de  doce  mil  arrobas  de  yerba  entre  los  30  pueblos,  que  tocan 
á  400  cada  uno.  Esta  orden  se  dio  á  petición  de  los  españoles  del  Paragua}^ 
que  son  los  únicos  que  tienen  este  comercio,  y  bajan  á  Buenos  Aires  como 
cincuenta  mil  arrobas  cada  año,  por  el  río  de  su  nombre  y  el  Paraná.  No  se 
pueden  bajar  más  que  estas  doce  mil  aunque  se  despreciase  el  orden  (que 
nunca  se  desprecia  alguno,  aunque  sea  de  mucho  trabajo,  antes  bien  se 
pone  mucho  cuidado  cumplirlos),  porque   es  preciso  pasar  la  embarcación 


—  541- 

por  dos  ó  tres  parajes  que  están  llenos  de  guardas  de  confianza,  que  lo 
registran  todo  y  dan  su  pasaporte.  De  esta  yerba  dice  el  papel  de  aquel 
Prelado  que  todos  sabemos,  que  sacamos  tantas  riquezas,  que  de  ellas  en- 
viamos cada  año  un  millón  de  pesos  á  N.  P.  General.  A  tanto  ha  llegado 
en  estos  tiempos  la  ceguedad,  sueños  y  delirios  de  personas,  aun  de  la 
mayor  santidad,  á  vista  de  tantos  Gobernadores,  Oficiales  militares,  guar- 
das y  otros  mil  particulares,  que  saben  ó  ven  lo  contrario. 

«48.  Siémbrase  también  en  todos  los  pueblos  tabaco  para  el  común. 
De  éste  envían  también  algunos  pueblos  á  las  ciudades,  que  allí  se  usa  mu- 
cho para  fumar  y  mascar.  Es  muy  común  en  estos  dos  usos  entre  la  gente 
baja,  y  no  pocos  de  distinción.  Los  indios  no  usan  sino  para  mascar,  que 
dicen  les  da  así  mucha  fortaleza  para  el  trabajo,  especialmente  en  tiempo 
de  frío.  No  se  usa  en  polvo  por  las  prohibiciones  reales.  El  de  polvo  viene 
de  España,  y  vale  lo  más  barato  á  cuatro  pesos  libra.  Todo  lo  que  va  de 
Europa  es  á  este  tenor:  el  quintal  de  fierro  á  16  pesos  (alli  no  hay  senci- 
llos): el  paño,  de  Segovia  á  8  pesos  vara:  el  barril  de  vino  de  Andalucía 
de  4  arrobas  ó  cántaras,  ó  32  frascos  ordinarios,  á  30  pesos:  y  así  lo  demás. 

«49.  De  todos  los  bienes  de  comunidad  dichos,  sólo  salen  de  los  pue- 
blos el  lienzo  y  algo  de  hilo  para  pábilos,  la  yerba  y  el  tabaco:  dejando  lo 
necesario  para  el  consumo  de  los  vecinos.  Los  demás  bienes  quedan  para 
el  gasto,  y  para  contratar  unos  con  otros:  porque  en  unos  abunda  el  algo- 
dón, en  otros  escasea;  de  manera  que  con  dificultad  se  coge  lo  necesario 
para  el  pueblo:  5^  lo  mismo  sucede  con  el  maíz  y  legumbres:  y  con  los  gana- 
dos: y  acuden  á  tiempos  varias  plagas  de  gusano,  langosta,  etc.  en  algunas 
partes,  dejando  otras:  por  lo  que  hay  mucha  comunicación  de  unos  con  otros 
en  compras  y  ventas.  No  corre  dinero  en  esto.  Y  lo  que  es  de  maravillar, 
en  toda  la  gobernación  del  Paraguay,  ciudad  de  las  Corrientes  (aunque 
pertenece  á  la  de  Buenos  Aires),  ni  en  algunas  otras  ciudades  de  otras  pro- 
vincias. Todo  se  hace  por  trueques.  En  el  Paraguay  tiene  la  ciudad  puesto 
precio  fijo  imaginario  á  las  cosas:  el  algodón,  la  arroba  á  dos  pesos:  el 
tabaco  en  hoja,  á  seis:  la  arroba  de  yerba,  á  dos,  las  vacas,  á  seis,  etc. 
Y  así  el  que  tiene  mucha  yerba,  y  nada  de  algodón,  para  comprarlo,  se 
informa  del  que  lo  tiene,  (que  allí  no  hay  tiendas,  ni  plazas  de  cosas  ven- 
dibles), y  ve  si  se  lo  quiere  vender  por  yerba:  y  como  ya  saben  los  precios, 
sólo  ajustan  lo  que  corresponde  á  un  género  por  otro.  Los  géneros  de 
Europa,  que  llegan  allá  desde  Buenos  Aires  están  señalados  por  la  ciudad 
á  cuatro  por  uno,  lo  que  costó  en  Buenos  Aires  uno  allí  se  paga  cuatro:  y 
lo  que  costó  100  se  paga  400:  y  así  se  hace  comúnmente  en  todo. 

«50.  A  este  modo,  en  nuestros  pueblos  están  señalados  los  precios  de 
todas  las  cosas:  y  cada  Cura  tiene  su  papel  de  ellos:  y  cuando  le  sobra  algo, 
da  lo  que  le  sobra  por  lo  que  necesita.  Y  estos  precios  nunca  se  varían, 
haya  carestía,  ó  abundancia.  Y  los  géneros  que  vienen  de  Buenos  Aires, 
como  están  más  cerca  que  del  Paraguay,  están  señalados  á  25  por  100  por 
los  costes  y  peligros  de  la  conducción.  Y  por  esto,  el  Procurador  envía  lista 
del  precio  á  que  compró  allá  los  géneros,  porque  aunque  no  se  compran 
para  revenderlos  con  lucro  (que  esto  sería  negociación  prohibida  á  todo 
eclesiástico),  sucede  á  veces  estar  sumamente  necesitado  un  Cura  de  algo- 
dón para  el  vestuario  de  los  indios,  porque  se  lo  destruyó  el  gusano  (que 
aun  más  que  la  langosta  arrasa):  ó  de  maíz,  porque  la  seca  en  su  territorio 


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lo  perdió:  y  entonces  da  lo  que  tenía  en  prevención  aun  para  el  adorno  de 
la  iglesia,  para  socorrer  la  mayor  necesidad  de  sus  indios.  Con  estos  res- 
guardos y  órdenes  que  se  cumplen  al  pie  de  la  letra,  se  evita  la  demasiada 
solicitud  y  codicia  que  podía  haber  con  inquietudes  corporales.  Todos  estos 
tratos  los  hacen  los  Padres  al  modo  que  los  hace  un  padre  de  familia  en  su 
casa,  por  no  ser  los  indios  capaces  de  ello. 

«51.  Por  la  misma  causa  los  indios  no  disponen  las  faenas,  viajes  por 
tierra  y  agua,  y  demás  menesteres  del  común:  ni  su  avío  y  matalotaje:  que 
el  indio  no  tiene  talento  para  prevenir  sustento  más  que  para  4  ó  6  días, 
aunque  tenga  con  que  prevenirlo,  y  aunque  sepa  que  el  viaje  ha  de  durar 
meses  enteros.  El  Padre  llama  al  Corregidor  y  Mayordomo,  y  conferencia 
con  ellos  cuántos  indios  son  menester  para  tal  tropa  de  carros,  y  para  tal 
barco  que  es  menester  despachar  para  el  bien  del  pueblo:  cuántos  bueyes, 
caballos,  muías,  vacas,  maíz,  legumbres,  yerba,  y  tabaco  se  necesitan  para 
su  sustento  y  guardar  lo  que  lleven  unos  y  otros.  Escógelos  el  Corregidor, 
y  vienen  á  la  presencia  del  Padre.  Este  admite  ó  desecha  los  que  le  pare- 
ce. Ve  si  les  falta  vestuario,  según  la  calidad  del  viaje  y  del  tiempo  de  frío, 
lluvia,  etc.  Socórreles  del  vestuario  del  común:  y  así  aviados  en  todo,  cami- 
nan: y  como  saben  esto,  ningunos  repugnan. 

»No  se  da  sueldo,  porque  lo  hacen  para  el  común,  tanto  para  ellos,  como 
para  los  demás:  y  mientras  éstos  están  en  el  viaje,  los  demás  les  están  com- 
poniendo y  haciendo  su  casa,  labrando  los  maizales,  y  demás  sementeras 
comunes  para  ellos  y  para  todos:  y  para  los  particulares  también,  si  acaso 
tardan  mucho;  y  haciendo  todo  lo  demás  que  sirve  para  ellos  y  para  los 
que  quedan.  Solo  en  caso  de  ser  mayor  trabajo  el  de  los  viajantes  que  el 
de  los  que  quedan  en  el  pueblo,  ó  de  haber  hecho  su  viaje  con  especial 
cuidado  y  utilidad,  se  les  remunera  á  la  vuelta:  y  el  premio  suele  ser  rosa- 
rios, lienzo  de  listado  (de  que  gustan  mucho),  cuchillos,  espuelas,  frenos, 
hachas  y  cuñas.  El  Corregidor  y  Mayordomo  son  á  modo  del  Ministro  y  el 
Procurador  en  un  colegio:  y  el  Cura  es  como  el  Rector.  El  Compañero  del 
Cura  no  cuida  de  estas  cosas,  sino  de  aj'udar  en  lo  espiritual.  Asimismo 
los  demás  oficiales,  y  plateros,  pintores,  herreros,  etc.,  no  llevan  sueldo  por 
la  misma  causa:  y  están  muy  contentos  con  este  gobierno,  por  ser  el  más 
propio  para  su  genio,  de  manera  que  los  hombres  más  prudentes  y  experi- 
mentados, que  conocen  el  genio  de  este  gentío,  como  son  los  señores  Obis- 
pos en  sus  Visitas,  los  Gobernadores  y  Visitadores,  han  hecho  en  todos 
tiempos  informes  al  Rey  muy  honoríficos  de  este  concierto  y  economía: 
afirmando  ser,  atenta  la  capacidad  de  la  gente,  el  más  conforme  al  servicio 
de  Dios,  del  Rey  y  de  la  República,  como  lo  dice  el  mismo  Felipe  V  en  la 
Cédula  citada  de  43,  apuntando  en  particular  algunos  de  estos  informes, 
exhortándonos,  como  se  dijo,  á  proseguir  en  este  gobierno.  Y  es  de  advertir 
que  afirma  S.  M.  que  esta  Cédula  se  hizo  después  de  haber  visto  y  reflexio- 
nado despacio  y  con  toda  atención  en  Junta  particular  de  los  más  califica- 
dos ministros  todos  los  papeles  de  los  afectos  y  desafectos,  enemigos  y 
amigos  de  los  Jesuítas,  que  se  habían  hecho  en  más  de  un  siglo  sobre  este 
asunto,  y  enviado  á  la  Corte:  careando  los  acusadores  con  las  defensas: 
sobre  cuyo  acuerdo  se  hicieron  los  doce  puntos  de  ella.  Y  despachó  con  ella 
otra  Cédula  en  que  mandaba  que  en  adelante,  si  se  hiciese  alguna  acusa- 
ción contra  las  Doctrinas  del  Paraguay,  no  se  viese  ni  atendiese,  sin  leer 


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primero  esta  Cédula  de  los  doce  puntos.  Parece  que  no  cabe  mayor  auto- 
ridad, verdad  y  certificación.  No  obstante,  sucede  lo  que  estamos  experi- 
mentando. 

«52.     Los  que  en  la  línea  divisoria  venían  por  Demarcadores,  y  algunos 
otros  del  ejército,  los  cuales  venían  muy  empeñados  en  la  ejecución  del 
tratado,  diciendo  era  muy  útil  para  España,  y  á  quienes  se  habían  prometido 
honoríficos  ascensos  en  caso  de  efectuarse,  decían  que  todo  este  gobierno 
era  errado:  que  cada  indio  debía  tener  sus  vacas  lecheras  y  otra  tropilla 
más,  que  comer,  como  hacen  los  españoles  del  campo:  un  3^erbal  por  huerta: 
un  tabacal:  sus  caballos  y  muías:  y  hacer  yerba  y  tabaco  en  abundancia,  y 
venir  los  españoles  á  comerciar  con  ellos,  y  los  Padres  sólo  enseñar  la 
Doctrina  cristiana.  Qué  más  quisiéramos  nosotros,  que  poder  conseguir 
esto,  por  estar  libres  de  tanto  cuidado  temporal.    Muchas  pruebas  se  han 
hecho  para  conseguir  algo  de  esto  en  diversos  tiempos:  más  nada  se  ha  po- 
dido alcanzar.  Si  estos  indios  fueran  como  los  españoles,  ó  como  los  indios 
del  Perú  y  Méjico,  que  antes  de  la  conquista  vivían  con  gobierno  de  Reyes 
y  leyes,  con  economía  y  concierto,  con  abundancia  de  víveres,  adquiri- 
dos labrando  sus  tierras,  en  pueblos  y  ciudades:  si  fueran  de  esta  raza,  casta 
y  calidad,  se  podía  decir  eso.  Pero  son  muy  diversos.  Eran  en  su  gentilismo 
fieras  del  campo  como  se  ha  dicho.  La  experiencia  ha  mostrado  que  el  cul- 
tivo de  150  años,  que  ha  que   empezaron  sus  primeras  conversiones,   sólo 
ha  podido  conseguir  el  amansarlos  y  reducirlos  á  concierto,  como  se  ha 
dicho,  de  que  se  admiran  mucho  los  Obispos  y  otros,  considerando  lo  que 
eran,  teniendo  por  mucho  lo  que  se  ha  hecho  y  conseguido  de  su  brutalidad. 
«53.     Decían  más:   que  si    los  españoles  estuvieran  mezclados  con  los 
indios,  dispensando  en  la  ley  que  lo  prohibe,  tendrían  más  luces,  entrarían 
en  alguna  codicia,   lo  agenciarían  más  bien,  haciéndose  a  guardarlo.  La 
ley  se  puso  con  mucha  consideración,  y  después  de  mucha  experiencia  de 
lo  que  pasaba.   Experimentóse  que  los  indios,  aun  los  de  mayor  cultura, 
como  los  de  Méjico  y  Perú,  no  adelantaban  en  la  economía  y  puntos  de 
hacienda  por  la  comunicación  con  los  Españoles,  antes  cada  día  eran  más 
pobres  sobre  otros  daños  que  se  les   seguían,  y  por  eso  se  puso  la  ley  de 
que  el  que  no  fuese  indio,  no  tuviese  domicilio  en  sus  pueblos:  y  otra  de 
que  si  pasaba   alguno  de  paso  por  ellos,   no  se  le   permitiese  estar  en  ellos 
más  de  tres  días:  y  la  otra  de  que  no  se  les  permitiera  andar  por  las  casas 
de  ellos. 

«54.  Son  muchos  los  indios,  que  se  huyen  á  los  pueblos  de  los  españo- 
les. Aunque  no  sea  más  que  de  ciento  uno,  como  son  cosa  de  cien  mil,  ya 
son  un  millar.  Unos  se  huyen  porque  les  castigan  por  no  hacer  suficiente 
sementera  para  su  familia:  otros,  por  matadores  de  bueyes  y  terneras,  á 
que  son  muy  aficionados,  y  no  se  pasa  sin  castigo,  porque  no  se  destruya  el 
pueblo:  otros  por  pecados  de  lujuria,  y  temen  los  azotes  que  hay  señalados 
por  ellos,  porque  para  todo  género  de  pecados  hay  castigo  señalado,  pero 
castigo  paternal,  no  judicial  y  hay  también  fiscales.  Alcaldes,  Mayordo- 
mos, etc.,  que  celan  sobre  ellos,  que  con  dificultad  quedan  sin  castigo:  y  se 
huyen  solos,  sin  su  mujer,  ó  con  mujer  ajena:  y  como  saben  que  allá  todos 
estos  pecados  los  pueden  hacer  sin  castigo,  porque  en  estos  desiertos,  y  más 
en  las  granjas  y  estancias  de  ganados,  adonde  ellos  comúnmente  huyen, 
los  pueden  ocultar  mejor  que  en  su  pueblo:  es  ésta  una  tentación  vehe- 


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mente  para  los  malignos.  Y  no  es  mucho  que  de  cien  haya  uno  de  estos 
malignos:  y  quizás  no  se  hallará  cosa  que  en  la  República  más  culta  se 
hallará,  sin  que  por  eso  se  tenga  por  defectuosa.  De  estos,  unos  vuelven; 
los  más  se  quedan,  y  no  saben  vivir  sino  alquilándose  por  jornaleros.  Les 
da  su  amo  cinco  ó  seis  pesos  cada  mes,  y  de  comer:  que  es  el  jornal  de  un 
peón  ordinario:  y  para  que  cumpla,  es  menester  que  el  amo  esté  sobre  él. 
Pasado  el  mes,  se  va  á  jugar  y  emplear  la  paga,  (1)  que  se  aficionan  hasta 
embriagarse,  cosa  que  jamás  vieron  en  sus  pueblos,  donde  no  se  hace  este, 
licor,  ni  viene  de  otra  parte:  y  aquí  luego  lo  aprenden.  Ni  aun  se  hace  en 
sus  pueblos  vino  que  pueda  embriagar:  sino  una  como  aloja,  que  llaman 
CHICHA,  de  maíz,  que  todos  usan  en  lugar  de  vino:  cuya  maniobra,  ó  BO- 
QUiOBRA  es  mascar  el  maíz:  y  con  la  mascadura  y  sarro,  echarlo  en  un 
barreñón  de  agua:  y  dejarlo  allí  dos  ó  tres  días  hasta  que  se  aceda  algo:  y 
entonces  lo  usan:  si  se  deja  algunas  semanas,  toma  fuerza  y  embriaga: 
pero  nuestros  indios,  aunque  hacían  esto  en  su  gentilismo,  y  se  embriaga- 
ban con  él,  nunca  lo  hacen  después  de  cristianos.  Quitóse  este  vicio. 
Después  de  gastar  el  peón  (así  se  llaman  allí  los  jornaleros),  sus  cinco 
pesos,  vuelve  á  alquilarse.  Así  pasan  toda  la  vida,  y  no  paran  en  un  sitio. 
Unos  días  están  en  las  estancias  de  Buenos  Aires  ó  en  la  ciudad:  á  poco 
tiempo  se  van  á  Santa  Fé:  luego  de  allí  al  Paraguay,  distante  200  leguas: 
y  andan  vagueando  sin  instrucción  y  sin  cuidado  alguno  de  su  bien  espi- 
ritual. 

«55.  Entre  los  españoles,  ven  bueno  y  malo:  y  más  de  esto;  porque  el 
indio  no  trata  sino  con  la  gente  más  soez:  mulatos,  mestizos,  negros  y  escla- 
vos: en  quienes  reinan  más  los  vicios:  no  aprende  cosa  buena  de  lo  que  ve, 
é  imita  luego  todo  lo  malo.  Y  así  con  los  que  vuelven  al  pueblo,  tenemos 
harto  trabajo  en  quitarles  las  mañas  que  allí  aprendieron,  para  que  no  infi- 
cionen á  los  demás.  Y  en  algunos  pueblos  no  los  quieren  admitir,  por  el 
daño  que  han  experimentado  que  hacen  con  los  vicios  que  traen:  y  aun 
suelen  volver  á  huir  con  una  ó  dos  mozuelas,  mujeres  ajenas.  Lo  que  la 
prudencia  y  solicitud  real  pretende,  es  que  tengan  alguna  comunicación  ó 
comercio  con  los  españoles,  para  que  vivan  con  alguna  hermandad  como 
vasallos  de  un  mismo  Rey,  sin  odio  ni  extrañeza;  pero  no  de  modo  que  se 
sigan  los  daños  insinuados  y  otros  con  la  comunicación  cuotidiana.  La  pre- 
tendida comunicación  ya  la  tienen,  y  siempre  han  tenido  en  frecuentes 
viajes  por  agua,  que  hacen  con  sus  haciendas,  y  por  tierra  á  hacer  edificios 
públicos,  como  fortalezas;  á  pelear  en  compañía  de  los  españoles  contra  los 
portugueses  é  infieles.  Cuatro  veces  han  puesto  sitio  á  la  Colonia,  yendo 
cada  vez  millares  de  ellos.  Las  tres  la  ganaron:  y  después  por  tratados  de 
paz  fué  restituida.  Más  de  cincuenta  servicios  de  éstos  se  cuentan  que  han 
hecho  con  los  españoles  desde  sus  principios. 

«56.  A  los  Demarcadores  instruidos  en  los  documentos  dichos,  que 
saben  cómo  se  vive  fuera  del  pueblo,  les  preguntábamos:  qué  adelanta- 
miento se  veía  en  él,  después  de  20  ó  30  años  de  habitar  con  los  españoles, 
y  ver  su  economía,  solicitud  y  codicia  por  recoger  y  guardar  hacienda,  si 
habían  visto  indio  alguno  que  supiese  guardar  cincuenta  pesos,  siendo  así, 
que  cualquier  mulato  ó  negro  los  adquiere  y  guarda  con  el  trabajo  de  un 

(1)    Sic.  Parece  que  debe  suplirse  en  aguardiente,  d 


—  545  — 

año.  Y  respondían  que  ni  diez.  Con  todo  eso,  quedan  muchos  con  sus  dicta, 
menes.  Es  lo  mismo  que  si  dijéramos  que  era  errada  la  administración  de 
un  tutor  que  cuida  de  dos  ó  tres  pupilos,  y  de  la  hacienda  que  les  dejaron 
sus  padres:  que  el  pupilo  ha  de  gobernar  su  hacienda,  hacer  tratos  y  con- 
tratos: y  el  tutor  sólo  ha  de  cuidar  de  enseñarle  la  doctrina  y  buenas  cos- 
tumbres. Todos,  y  ellos  con  todos,  confiesan  que  el  indio  es  un  niño  que 
no  sabe  cuidar  de  sí  mismo;  que  es  menester  tratarle  como  á  tal,  y  no  de 
Usted,  como  á  los  niños:  luego  es  menester  gobernarle  como  á  un  niño. 

«57.  Bien  pudiera  el  indio  hacer  todo  lo  que  dicen,  y  el  Cura  le  ayuda- 
ría. Un  Corregidor  hubo  en  el  pueblo  de  la  Candelaria  que  plantó  un  yer- 
bal en  sus  tierras.  Hacía  cada  año  dos  tercios  de  yerba,  que  son  unos  zurro- 
nes de  cuero  de  vaca,  de  siete  arrobas,  poco  más  ó  menos,  que  se  acomodan 
bien  en  cargas.  Llevaba  sus  dos  tercios  al  Cura,  al  tiempo  de  despachar 
el  barco  con  la  hacienda  del  pueblo,  lienzos,  tabaco  y  yerba.  Pedíale  que 
despachase  sus  tercios  á  Buenos  Aires,  y  que  con  el  producto  le  hiciese 
traer  lo  que  necesitaba  para  su  casa:  que  suele  ser  ba5'eta,  paño,  cuchillos 
y  abalorios.  Señalaba  el  Cura  los  dos  tercios;  advertía  al  P.  Procurador  de 
quién  eran  y  para  qué;  decía  puntualmente  todo  lo  que  el  Corregidor  pedía. 
Conocí  uno  que  era  Comisario  de  guerra  en  su  pueblo,  el  cual  plantó  un 
cañaveral  de  caña  dulce;  hacía  de  él  cada  año  tres  ó  cuatro  arrobas  de 
azúcar;  llevábalas  al  Cura  para  que  fuesen  con  la  hacienda  del  pueblo,  y 
le  traían  lo  que  pedía.  Algunos  años  se  iba  con  el  barco,  según  iba  seña- 
lado, y  por  medio  del  P.  Procurador  vendía  y  compraba.  Y  todos  podían 
hacer  lo  que  éstos  hacían,  y  mucho  más,  y  los  Padres  se  alegrarían  mucho 
de  ello.  Pero  no  hay  caletre  para  eso.  En  treinta  y  ocho  años  que  estuve, 
en  dos  veces,  en  los  pueblos,  no  supe  que  otro  hiciese  otro  tanto.  Estos  eran 
más  capaces  que  los  demás;  pero  entre  muchos  millares  no  se  encuentra 
uno  como  ellos. 

«58.  Un  mulato,  á  quien  traté  mucho,  siendo  mozo,  se  casó  con  una 
cacica,  cuyo  cacicazgo  había  perdido  la  línea  varonil:  que  es  cosa  que  no 
sé  que  haya  sucedido  otra  vez,  porque  las  indias  nunca  se  casan  sino  con 
los  indios.  Admitiósele  en  el  pueblo  para  cuidar  de  sus  vasallos.  Sabía  leer 
y  escribir;  portábase  bien,  3^  así  casi  siempre  fué  Mayordomo  de  la  casa 
de  los  Padres,  que  es  serlo  de  todo  el  pueblo;  y  los  Padres  de  los  demás 
pueblos  le  llamaban  para  visitar  estancias,  y  otros  encargos  de  monta, 
valiéndose  de  él  como  de  un  hermano  Coadjutor.  Este,  en  un  ángulo  de  la 
estancia  de  su  pueblo,  tenia  su  manada  de  vacas  para  su  casa,  y  caballos, 
y  muías,  y  los  guardaba  muy  bien.  Hizo  su  tabacal  y  cañaveral, y  el  tabaco  y 
el  azúcar  que  de  ellos  hacía,  le  enviaba  á  Buenos  Aires  del  modo  que 
hacían  los  dos  que  acabamos  de  decir,  dejando  lo  necesario  para  su  casa. 
Otras  veces  lo  vendía  al  hermano  Coadjutor  que  tenía  el  Superior  de  todos 
los  Misioneros  para  cuidar  de  proveerlos  de  vestuario  y  todo  lo  necesario. 
Y  de  esta  manera  andaba  muy  abastecido  de  todo.  Era  de  la  capacidad, 
economía  y  honra  de  un  español  de  mediano  entendimiento.  Su  Cura  y  los 
demás  Padres  le  ayudaban  para  que  así  se  portase.  Todo  esto  veían  los 
indios,  y  ninguno  le  imitaba.  En  las  Misiones  que  estaban  á  cargo  nuestro 
en  Méjico  y  en  el  Perú,  no  cuidaban  los  Padres  Misioneros  de  esta  suerte 
de  lo  temporal,  porque  aquellos  indios  son  de  mayor  capacidad  y  economía, 
y  no  necesitan  de  tanto  para  su  conservación  y  para  que  vivan  como  cris- 
35    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  ii. 


—  546  — 

tianos.  Ni  en  la  misma  provincia  del  Paraguay  se  hacía  esto  con  todos  los 
indios,  porque  en  la  nación  de  los  Pampas  de  Buenos  Aires,  donde  yo  estuve 
muchas  veces,  viendo  los  primeros  Padres  que  los  convirtieron  que  sabían 
buscar  por  sí  el  mantenimiento  temporal  sin  mucho  cuidado  de  los  Misione- 
ros, y  que  guardaban  lo  que  adquirían  sin  desperdiciarlo,  y  que  en  los  trati- 
llos  de  sus  cosas  con  los  españoles  no  se  dejaban  engañar,  les  dejaban 
gobernar  por  sí  mismos.  Y  eran  Padres  que  habían  sido  Curas  de  las  Misio- 
nes de  nuestro  asunto.  Los  religiosos  de  San  Francisco  que  tienen  á  su 
cargo  cuatro  pueblos  de  la  Gobernación  del  Paraguay,  y  dos  en  la  de  las 
Corrientes,  con  ser  que  es  más  impropio  de  ellos  manejar  hacienda,  hacer 
tratos  y  contratos,  etc.,  por  la  rígida  pobreza  de  su  Instituto;  cuidan  de  lo 
temporal  de  sus  indios  del  mismo  modo  que  nosotros,  por  ser  aquellos  indios 
déla  misma  calidad.  Y  en  otro  pueblecillo  que  tienen  en  la  jurisdicción  de 
Santa  Fe  de  la  nación  Calchaquí,  no  cuidan  de  ese  modo:  porque  son  indios 
más  próvidos.  Luego  yerran  los  señores  Demarcadores  Reales  en  sus  dic- 
támenes contra  el  sentir  de  señores  Obispos,  Gobernadores,  Visitadores  y 
de  los  mismos  Reyes,  que  se  guían  por  la  experiencia.  Los  hijos  del  mulato 
que  dijimos  (vivió  muchos  años,  ya  murió)  salieron  más  capaces  y  econó- 
micos que  los  demás  indios,  pero  no  tanto  como  su  padre;  y  así  vemos  que 
sucede  en  otras  generaciones.  Cásase  una  india  de  las  huidas  á  los  españo- 
les con  un  indio  de  su  nación.  Aunque  vivan  los  hijos  y  los  nietos  de  la 
huida  con  los  españoles,  no  salen  de  su  cortedad,  incuria  y  falta  de  habili- 
dad para  lo  temporal.  Cásase  con  un  español,  que  tal  cual  vez  sucede,  por- 
que se  enredó  con  ella,  y  quiere  salir  de  aquel  mal  estado  sin  dejarla.  Sus 
hijos  salen  más  hábiles,  por  lo  que  participan  de  su  padre;  los  nietos  salen 
mejores  y  los  biznietos  no  se  distinguen  de  los  demás  españoles.  Este  era 
el  único  remedio  para  que  estos  indios  se  pudiesen  portar  del  modo  que 
quieren  nuestros  Demarcadores.  Pero  tiene  el  español  por  tan  vil  y  bajo  al 
indio,  que  antes  se  casará  con  una  bastarda,  con  una  mulata,  con  una  negra 
que  con  una  india.  Yerran  mucho  en  su  dictamen  los  españoles,  porque  el 
indio  es  tan  libre  como  el  español;  y  por  lo  que  toca  á  la  sangre,  no  tienen 
impedimento  para  oficio  alguno  político  ni  aun  económico.  Pero  el  bas- 
tardo, el  mulato,  el  negro,  son  viles  por  sangre,  é  incapaces  de  esos  oficios. 
Pero  como  los  ven  unos  pobrecitos  en  su  porte,  no  hay  sacarlos  de  su  error. 
El  indio,  pues,  no  tiene  á  su  mandar  sino  el  producto  de  su  sementera,  y 
algunas  gallinas,  á  que  son  algo  aplicados,  y  el  poco  lienzo  que  sacó  su 
mujer  de  su  particular  hilado.  Todo  lo  demás  está  de  común  y  á  disposición 
del  Cura.  El  Corregidor,  Alcaldes,  etc.,  á  nadie  castigan  ni  envían  á  via- 
jes ni  faena,  sin  orden  del  Cura:  y  no  más. 

«59.  Todos  los  indios  de  18  años  hasta  50  pagan  su  tributo  al  Rey, 
excepto  los  caciques,  sus  primogénitos,  el  Corregidor  (que  no  es  siempre 
cacique),  y  doce  que  exceptúa  el  Rey  para  el  servicio  de  la  iglesia,  huerta 
de  los  Padres  y  demás  oficios  domésticos.  El  tributo  es  sólo  de  un  peso,  por 
no  haber  sido  estos  indios  conquistados  con  armas,  sino  con  sólo  la  cruz. 
No  pagan  sisas  ni  alcabalas,  cosas  que  pagan  los  españoles,  aunque  no 
pagan  tributo.  Pagan  también  diezmos,  aunque  no  los  paguen  otros  indios 
de  más  crecido  tributo.  Se  compusieron  con  el  Rey  en  que  fuesen  cien 
pesos  por  cada  pueblo,  fuese  grande  ó  chico.  En  toda  la  América,  los  diez- 
mos son  del  Rey  por  concesión  pontificia,  con  obligación  de  dar  renta  á  los 


-  547  - 

eclesiásticos,  como  se  hace.  Todos  los  órdenes  Reales  comunes  ó  particu- 
lares, se  cumplen  al  pie  de  la  letra  en  estos  pueblos,  ya  los  que  están  en 
las  leyes  de  Indias,  ya  los  que  están  en  las  Cédulas,  aunque  no  se  cumplan 
entre  los  españoles;  como  es  el  no  sacar  aguardiente  de  miel  de  caña  dulce: 
que  aunque  lo  sacan  los  españoles  del  Paraguay  y  Corrientes,  donde  se 
hace  la  azúcar,  y  á  los  Jueces  de  residencia  dan  por  razón  que  no  tienen 
otro  licor  para  vino;  con  todo  eso,  no  se  saca  en  los  pueblos  aunque  es 
harto  necesario  para  remedio  de  frialdades,  para  los  indios,  que  padecen 
mucho  de  eso.  Hácese  algo  de  duraznos  y  otras  frutas,  de  que  no  hay 
prohibición;  pero  de  caña  se  podía  hacer  con  mucha  mayor  facilidad  y 
abundancia. 

»Más  se  pudiera  decir  sobre  el  título  de  este  capítulo;  pero  va  tan  largo 
que  no  juzgué  llegase  á  la  mitad:  y  así  vamos  á  otro.  No  hablé  del  Rey 
Nicolás  cuando  traté  de  la  línea  divisoria,  porque  ya  se  descubrió  ser  todo 
una  pura  patraña,  como  una  novela  ó  sueño.  El  indio  Nicolao,  después  de 
haberse  atribuido  á  un  Jesuíta,  con  los  delirios  de  la  moneda  de  oro,  etc., 
fué  después  mi  feligrés  en  el  pueblo  de  la  Concepción. 


«CAPÍTULO  VI 

«GOBIERNO  TEMPORAL,  ECONÓMICO  Y  RELIGIOSO 
DE  LOS  MISIONEROS 

«1.  Bien  es  que  tratemos  del  porte  en  lo  temporal  y  espiritual  de 
los  Misioneros,  para  mejor  entender  lo  que  luego  se  dirá  de  los  indios. 
En  el  pueblo  de  la  Candelaria,  que  está  en  medio,  tiene  su  asiento 
ordinario  un  Misionero  que  es  el  Superior  de  todos  los  demás,  con  la 
autoridad  de  un  Rector  de  un  colegio.  Él  cuida  como  en  los  colegios,  de 
las  necesidades  temporales  y  espirituales  de  todos.  Como  el  Rey,  por 
percibir  diezmos,  da  renta  á  los  eclesiásticos,  como  ya  se  dijo,  la  da  á  estos 
treinta  Curas,  y  es  466  pesos  y  cinco  reales  á  cada  uno,  sea  grande  ó 
pequeño  el  pueblo,  con  uno  ó  con  más  compañeros.  Esta  renta  no  la  perci- 
ben los  Curas,  por  ajustamos  más  al  voto  de  pobreza:  percíbela  el  Supe- 
rior. Este  tiene  en  aquel  pueblo,  además  del  Cura  y  su  Compañero,  un 
hermano  Coadjutor  como  administrador  de  esta  renta,  que  hace  traer 
con  ella  de  Buenos  Aires  vestuario  interior  y  exterior  para  todos,  calzado, 
aceite  y  vinagre,  vino  y  cuanto  se  suele  gastar  en  un  colegio,  que  no  se 
halla  en  aquellos  pueblos;  y  si  se  halla,  lo  compra  como  si  lo  comprara  á 
un  español,  y  lo  pone  con  el  conjunto  de  la  comunidad.  Tiene  en  su  pueblo 
bodega  y  almacén;  ocho  indios  sastres  y  zapateros,  que  hacen  sus  oficios 
para  todos  á  la  medida  del  pie  y  cuerpo  de  cada  particular,  á  los  cuales  les 
paga  cumplidamente  su  trabajo;  y  en  los  meses  de  sementera,  se  remudan 
cada  semana  con  otros  tantos.  No  da  el  Rey  sínodo  para  el  Procurador  ni 
Superior,  ni  para  dos  ó  tres  Coadjutores  más  que  entienden  de  cirugía  y 
botica,  y  son  los  únicos  médicos  que  allá  tenemos;  ni  para  algún  otro  pin- 
tor ó  arquitecto,  que  de  tiempo  en  tiempo  suele  haber,   para  enseñar  á  los 


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indios.  Sólo  lo  da  á  los  treinta  Curas;  y  de  esta  renta  se  sustenta  el  Supe- 
rior con  los  otros  cinco  ó  seis:  la  que  bien  manejada  en  manos  de  uno, 
basta  para  todos.  Al  principio  señaló  el  Rey  por  sínodo  doblada  renta:  nove- 
cientos treinta  y  tres  pesos  y  dos  reales,  por  ser  la  que  se  da  en  el  Perú  á 
los  Curas,  así  seculares  como  regulares,  de  que  hay  muchos  de  varias  reli- 
giones; pero  los  Nuestros  no  quisieron  admitir  más  de  la  mitad,  alegando 
que,  en  el  ejercicio  de  nuestros  ministerios,  no  solíamos  tomar  más  que  lo 
preciso  para  vestido  y  alimento;  y  que  en  aquella  tierra  donde  las  cosas 
eran  más  baratas  que  en  el  Perú,  bastaba  la  mitad.  Pasando  por  la  Cande- 
laria conduciendo  tres  Demarcadores,  mostré  al  principal  la  Cédula  Real 
que  esto  decía,  y  tuvo  harto  que  admirar,  atenta  la  fama  común  de  los 
Jesuítas. 

«2.  Cada  mes  envían  los  Curas  por  vino,  y  con  esa  ocasión  piden  la 
ropa  interior  ó  exterior  que  necesitan  para  sí  y  sus  compañeros,  y  cual- 
quiera otra  cosa  de  que  hubiera  necesidad,  y  son  proveídos  prontamente. 
Se  envía  un  frasco  ordinario  para  cada  semana  para  cada  uno;  vino  para 
todo  el  mes  para  Misas,  y  como  no  son  bebedores,  hay  bastante  con  esto. 
No  se  toma  del  pueblo  cosa  ninguna  de  éstas:  sólo  se  toma  lo  que  no  puede 
dar  el  hermano  Coadjutor  que  hace  de  Procurador  (que  dista  de  algunos 
pueblos  más  de  50  leguas),  como  son  huevos,  pescado,  hortaliza,  legumbres, 
y  trigo.  Lo  que  se  puede  comprar,  como  son  huevos,  se  compran  con  las 
cosas  que  más  estiman  los  indios,  no  porque  ellos  pidan  paga:  que  sin  ella 
lo  dieran  todo  por  agradecidos  que  están  al  bien  que  se  les  hace,  y  andamos 
tras  los  Mayordomos  para  que  no  pidan  á  los  indios  cosa  alguna  sin  pagar; 
los  que,  sabiendo  que  es  para  los  Padres,  todo  lo  dan  luego.  Las  demás 
cosas  que  se  hacen  de  comunidad,  como  legumbres,  trigo,  etc.,  se  las  paga- 
mos ó  resarcimos  de  otro  modo.  Para  eso,  envía  el  Superior  por  Navida- 
des á  cada  Cura  una  buena  cantidad  de  cuchillos,  tijeras,  agujas,  abalo- 
rios, sal,  que  no  la  hay  allí  y  se  compra  de  fuera,  y  es  cosa  de  que  gusta 
mucho  el  indio;  jabón,  y  otras  cosillas,  para  que  á  cada  uno  se  vaya  dando, 
no  sólo  al  que  le  lavó  la  ropa,  al  sacristán  que  le  remendó  algo,  á  los  horte- 
lanos, á  los  que  le  trasladaron  algo  por  escrito,  que  algunos  hacen  muy 
buena  letra,  sino  á  todos  los  demás  que  tuvieron  parte  en  lo  que  hicieron 
por  junto-  Y  estas  cosas  las  compra  el  P.  Superior  con  la  renta  sinodal.  En 
todo  esto  se  mira  á  hacer  por  caridad  puramente  lo  que  se  hace  por  ellos, 
y  el  sínodo  del  Rey  miramos  como  la  renta  que  tiene  un  colegio  de  su  fun- 
dador. Los  seglares  de  entidad,  de  razón  y  equidad,  que  algunas  veces  van 
á  estos  pueblos  por  negocios  del  Gobernador,  ó  por  otro  título,  viendo  ese 
desinterés,  exclaman:  Pues  ¿no  está  el  Padre  cuidando  de  toda  la  hacienda 
como  un  tutor  de  sus  pupilos,  como  un  capataz,  como  un  mayordomo,  y 
finalmente  con  el  afán  de  un  padre  de  familia  en  una  casa?  ¿Pues  esto,  no 
es  cosa  estimable?  El  sínodo  del  Rey  es  por  oficio  de  Cura  meramente, 
como  se  da  á  los  Curas  de  otras  partes,  en  que  no  cuidan  de  lo  temporal:  no 
por  ser  capataz,  mayordomo,  pi'ocurador,  etc.  Cualquiera  de  nosotros  que 
hiciera  lo  que  el  Cura,  no  sería  bien  pagado  con  700  ú  800  pesos  al  año. 
¿Cómo  no  dan  eso  los  pueblos  á  sus  Curas,  pues  esto  lo  pide  la  justicia? 

«3.  Como  hombres  de  mundo,  que  no  tratan  de  perfección,  y  su  norte 
en  sus  acciones  y  oficios  es  adquirir  riquezas  y  honras,  les  es  tan  difícil 
esto,  como  á  nosotros  fácil:  y  así  les  respondemos:  ¿No  ven  en  Buenos  Aires 


-549- 

al  Padre  que  es  maestro  de  escuela,  de  Gramática,  y  Filosofía,  que  están 
quebrantándose  la  cabeza  tarde  y  mañana  con  aquellos  muchachos,  traba- 
jando tanto  para  su  bien?  Ya  ven  que  nada  piden  ni  reciben.  Bien  vemos 
que  en  todo  rigor  debían  dar  los  indios  al  Cura  por  su  trabajo  temporal,  á 
que  no  está  obligado,  500  ó  600  pesos  al  año,  pues  sin  él,  nada  tuvieran. 
Bien  sabemos  que  si  dijéramos  á  los  indios  que  queríamos  tomar  esa  paga 
de  la  hacienda  del  pueblo,  luego  darían  el  si.  Pero  así  como  aquellos  oficios 
de  los  colegios  se  hacen  sin  interés,  por  mera  caridad;  así  hacemos  esto 
por  lo  mismo,  para  tener  mérito  para  el  cielo.  Y  como  vemos  que  sin  ese 
trabajo  no  podemos  conseguir  el  provecho  de  aquellos  pobrecitos,  que  es 
nuestro  primario  objeto,  nos  es  esto  nuevo  motivo  para  el  desinterés. 
Felipe  V,  en  la  Cédula  citada  de  43,  dice  que  el  Obispo  Fajardo  de  la  Orden 
de  la  Merced  (conocíle  en  Buenos  Aires)  de  resulta  de  la  Visita  de  los  30 
pueblos,  pues  visitó  también  los  13  que  pertenecían  al  Obispado  del  Para- 
guay, á  petición  de  su  Sede-V^acante,  le  dice  que  en  los  días  de  su  vida  vio 
desinterés  semejante  al  que  veía  en  aquellos  Padres:  pues  ni  para  su  ves- 
tido, calzado  ni  otra  cosa  se  valían  de  los  indios,  siendo  así  que  ellos  esta- 
ban continuamente  afanados  no  sólo  por  su  bien  espiritual,  sino  también 
temporal.  Esto  piensan  los  hombres  de  seso,  los  prudentes  y  bien  intencio- 
nados que  ven  aquello.  Pero  los  malignos,  los  que  hablan  sin  examen,  ó  no 
han  visto  lo  que  hay,  y  que,  si  lo  han  visto,  ha  sido  sólo  de  paso,  sin  ente- 
rarse de  la  materia,  y  que  todo  lo  sospechan  y  echan  á  mala  parte,  piensan 
que  sacamos  de  allí  mil  intereses.  De  esta  calidad  serían  los  que  encajaron 
al  General  portugués,  que  sacábamos  millón  y  medio  de  pesos  anualmente; 
y  los  que  quisieron  hacer  creer  al  Prelado  [el  Arzobispo  de  Burgos,  Señor 
Arellanol  que  de  sola  yerba  sacábamos  cada  año  un  millón  de  pesos  para 
nuestro  P.  General.  Y  el  que  poco  ha  sacó  á  luz  un  tomo  de  Reino  Jesuí- 
tico, que  desde  la  primera  hasta  la  última  palabra  es  una  falsedad,  una 
pura  sospecha  y  juicios  temerarios,  sin  pruebas  ni  razones,  más  que  porque 
él  lo  dice.  La  verdad  de  todo,  con  toda  sinceridad,  es  lo  que  aquí  se  dice. 
Convido  á  todo  el  mundo  á  que  envíe  á  aquellos  pueblos  los  jueces  más 
justos  y  rigurosos  y,  prevenidos  de  intérpretes  muy  peritos  y  fieles,  exami- 
nen con  este  papel  en  la  mano  todo  lo  que  se  ha  dicho  y  dirá. 

«4.  Dicho  ya  con  toda  brevedad  el  gobierno  económico  y  temporal  de 
los  Padres,  digamos  algo  del  espiritual  y  regular.  Tiene  el  Superior  cuatro 
Consultores,  y  Admonitor,  como  en  los  colegios:  éste  para  que  le  avise  de 
sus  defectos,  aquéllos  para  consultar  con  ellos  todas  las  cosas  de  monta,  y 
son  de  aquellos  que  habitan  más  cerca  de  la  Candelaria,  y  los  más  graves 
y  experimentados.  Hay  un  libro  de  Ordenes  hecho  por  los  Provinciales,  que 
fueron  Misioneros  muchos  años,  y  por  eso  muj-  prácticos  en  el  asunto:  en 
él  se  trata  de  nuestro  porte  religioso  y  del  gobierno  de  los  indios  en  lo 
espiritual,  político  y  económico  y  militar;  y  se  ordenan  y  mandan  en  él  las 
cosas  más  menudas  y  particulares.  Este  libro  lo  tienen  los  Curas  y  Compa- 
ñeros, y  se  lee  por  media  hora  cada  semana  en  presencia  de  los  dos  ó  tres, 
ó  más,  que  hubiere  en  el  pueblo.  El  Superior  anda  con  frecuencia  visitando 
los  pueblos  todos,  y  examinando  con  suavidad  si  se  cumplen;  y  si  eso  no 
basta,  con  penitencia  y  rigor.  Como  todos  obran  según  ese  libro.  }'  ninguno 
puede  por  su  cabeza  hacer  cosa  distinta,  sin  que  haya  reprensión  ó  peni- 
tencia, todo  anda  uniforme.  De  que  se  pasman  los  españoles  que  pasan. 


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viendo  que  las  modas,  costumbres,  usos  y  distribuciones  son  las  mismas  en 
cada  pueblo  que  en  otro.  No  sabe  el  libro  que  hay  de  ello  y  lo  que  se  cela 
su  observancia.  Cuando  el  P.  Superior  reprende  á  alguno,  no  estando  en 
el  pueblo  del  culpado,  envía  el  papel  de  reprensión  al  Compañero,  si  es 
algún  anciano,  ó  á  otro  del  pueblo  más  cercano,  con  orden  de  que  vaya  á 
leérselo  al  reo  á  su  pueblo;  el  cual  lo  oye  de  rodillas,  como  en  los  colegios, 
y  después  le  despacha  por  todos  los  pueblos  para  que  todos  le  vean.  Hay 
órdenes  repetidas  de  los  Generales  para  que  no  envíen  á  aquellos  pueblos 
ni  á  otras  Misiones  á  cualquiera,  sino  á  sujetos  muy  probados  en  virtud. 
Esto  debía  bastar  para  que  todo  fuese  muy  regular;  y  para  ayudar  á  que 
así  sea,  hay  la  frecuente  visita  de  los  Superiores  y  la  continua  práctica  de 
avisos,  reprensiones  y  penitencias,  con  la  mucha  caridad  que  las  usa  nues- 
tra religión.  Y  si  alguno  no  se  porta  como  debe,  luego  el  Provincial  lo  quita 
de  Cura,  y  le  pone  por  subdito  de  otro  (que  los  Curas  son  Superiores  de  los 
que  están  en  su  pueblo)  ó  le  saca  á  los  colegios.  Y  ésta  es  la  causa  porque 
hay  pocos  expulsos  de  los  Misioneros:  de  que  se  jacta  el  autor  de  aquel  des- 
atinado libro  que  acabamos  de  insinuar,  suponiendo  que  hay  muchos  deli- 
tos, y  no  menos  que  de  homicidios,  de  hurtos  muy  crecidos  y  de  lujuria,  y 
que  se  permiten  sin  expeler  á  nadie.  No  trae  pruebas  de  ellos,  sino  sólo 
sospechas  temerarias;  pues  de  lo  poco  que  alega  para  ellas,  se  infiere  lo 
contrario  de  lo  que  dice,  en  el  juicio  de  cualquiera  hombre  cuerdo.  Tal 
cual  expulso  suele  haber,  aunque  él  dice  que  ninguno. 

«5.  El  oficio  de  Cura  es  algo  impropio  de  todo  religioso,  que  entró  en 
la  religión  para  servir  en  el  Monasterio  debajo  de  un  Superior  presente. 
De  la  nuestra  no  es  tan  impropio  por  ser  religión  de  clérigos.  No  obstante, 
[por]  no  ser  cosa  tan  conforme,  hubo  á  los  principios  mucha  contradicción 
de  los  nuestros  en  orden  á  recibir  Curatos,  de  manera  que  quebraron  con 
el  Virrey,  que  instaba  á  que  los  recibieran  en  el  Perú.  Convertían  muchas 
naciones  de  indios,  ya  de  alguna  cultura,  que  cultivaban  la  tierra,  y  se  sus- 
tentaban en  forma  de  república  en  pueblos,  ya  de  otros  muy  bárbaros, 
como  los  de  nuestro  asunto.  Después  de  reducidos  á  vida  racional,  política 
y  cristiana,  los  entregaban  al  Obispo  para  que  pusiese  Curas  clérigos. 
Como  la  pobreza  del  indio,  especialmente  de  los  que  son  de  la  calidad  de 
nuestro  asunto,  más  necesitan  de  Cura  que  les  sustente,  afanándose  en  bus- 
car bienes  temporales  sobre  los  espirituales  sin  interés  ninguno,  que  de 
quien  busque  de  ellos  rentas  y  obvenciones  para  enriquecerse  á  sí  ó  á  sus 
parientes:  y  éstos  les  pedían  de  sus  pobres  cosechas  y  alhajas  estipendio 
por  Misas,  casamientos,  entierros  y  demás  ministerios,  se  volvían  á  su  gen- 
tilismo, desamparando  los  pueblos,  y  los  Curas  á  su  casa.  Viendo  nuestros 
Misioneros  estas  desgracias  repetidas  en  muchas  partes,  y  juntándose  á  ello 
el  orden  ó  exhortación  del  Rey,  admitieron  los  Curatos,  por  no  perder  sus 
trabajos,  en  que  varios  derramaban  su  sangre,  y  porque  no  se  perdiese 
aquella  cristiandad. 

«6.  En  todos  tiempos  mueren  mártires  varios  Misioneros  á  manos  de 
los  bárbaros.  En  mi  tiempo  han  muerto  de  esta  suerte  cinco  de  mis  compa- 
ñeros; y  yo  he  estado  algunas  veces  destinado  y  buscado  para  este  sacrifi- 
cio, pero  no  lo  han  merecido  mis  pecados.  En  los  Guaraníes  de  que  habla- 
mos, murieron  á  sus  bárbaras  manos  á  los  principios  hasta  cinco,  y  otros 
fueron  heridos.  De  los  que  hemos  venido  ahora  desterrados  á  Italia,  han 


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venido  dos  con  las  cicatrices  de  las  saetas,  con  que  les  hirieron  los  infieles, 
entendiendo  en  su  conversión;  porque  ya  de  los  Misioneros  de  los  Guara- 
níes, ya  de  los  que  estaban  en  los  colegios,  no  cesaban  las  Misiones  á  los 
infieles,  siempre  que  se  abría  puerta  para  ellas.  Los  Provinciales,  por  pri- 
vilegios pontificios  _v  Cédulas  reales,  pueden  remover  de  los  Curatos  á  sus 
subditos  sin  dar  razón  del  motivo  para  ello:  porque  son  amovibiles  ad 
NUTUM  suPERiORis;  el  mismo  privilegio  tienen  las  demás  religiones,  pero 
no  pueden  poner  otro.  Es  menester  para  eso  presentación  real  y  canónica 
colación.  En  toda  la  América  el  Rey  es  el  patrón  que  presenta  los  Curatos 
y  demás  oficios  eclesiásticos,  y  en  su  lugar  el  Virrey  ó  Gobernador  de  cada 
Obispado.  Cuando  el  Obispo  quiere  poner  algún  Cura,  presenta  al  Gober- 
nador tres  en  primero,  segundo  y  tercero  lugar,  para  que  elija  como  Vice- 
Patrono  Real;  éste  presenta  el  electo  al  Obispo,  y  [el  Obispo]  le  da  la  co- 
lación y  elección  canónica.  El  Provincial  regular  presenta  tres  del  mismo 
modo,  primero,  segundo  y  tercero  al  Gobernador;  y  éste  al  Obispo  el  que  eli- 
gió; y  el  Obispo  le  da  la  colación,  y  el  Cura  hace  la  protestación  de  la  fe, 
toma  posesión  de  las  llaves  de  la  iglesia,  con  todas  las  demás  ceremonias  ca- 
nónicas. Como  nuestros  pueblos  son  muchos,  y  á  tiempos  está  el  Provincial 
distante  300  y  400  leguas  del  pueblo  ó  Curato  que  vacó,  y  el  Gobernador  y 
Obispo  algunos  centenares  de  leguas,  pide  licencia  á  estos  dos  Superiores, 
para  poner  interino  por  medio  del  Superior,  mientras  él  se  puede  informar 
de  más  cerca,  para  ver  á  quien  puede  y  debe  presentar,  y  siempre  se  la 
dan.  El  viene  en  su  trienio  (que  muchas  veces  en  la  América  es  cuadrienio 
por  privilegio,  y  de  ahí  no  pasa)  una  ó  dos  veces  á  todos  los  pueblos.  Acaba- 
da su  Visita,  en  que  se  informó  de  todo,  hace  presentación  al  Vice-Patrón; 
y  suele  ser  de  muchos  Curas,  unos  que  quita,  otros  que  muda,  de  que  han 
tomado  ocasión  los  inconsiderados  para  publicar  que  el  Provincial  es  Gober- 
nador, y  Obispo,  y  que  quita  y  pone  Curas  á  su  antojo.  El  Gobernador, 
como  ve  que  no  hay  oposición,  ni  pretensión:  que  un  Curato  no  es  renta 
más  pingüe  que  otro,  y  no  los  conoce  bien,  apenas  cuida  de  los  sujetos;  por- 
que para  tales  Curatos  no  bastan  letras  y  virtud  solamente,  sino  también 
son  menester  otras  prendas  de  gobierno  y  economía  que  el  Provincial  sabe; 
y  está  satisfecho  que  éste  no  desea  más  que  el  bien  de  aquellos  pueblos,  y 
que  le  propone  los  más  aptos,  por  vía  de  prudencia  y  buen  gobierno  elige 
siempre  al  que  va  en  primer  lugar,  aunque  pudiera  elegir  otro,  y  lo  mismo 
hace  el  Obispo;  y  así  es  verdad  que  en  el  Provincial  consiste  que  éste  y  no 
aquél  sea  Cura,  pero  es  porque  así  lo  quieren  para  el  bien  común  los  que 
gobiernan,  y  con  toda  subordinación  á  ellos. 

«7.  Estos  puntos  no  examinados,  los  émulos  é  imprudentes  los  llevan  á 
mal,  censurando  á  los  Superiores.  El  Marqués  de  Valdelirios,  superior  de 
los  Demarcadores  de  la  línea  divisoria,  sujeto  de  muchas  prendas,  estaba 
impresionado  de  estos  delatores,  en  varios  puntos,  especialmente  en  que  no 
se  cumplían  las  regalías  dichas  en  la  colación  de  los  Curatos,  ó  que  se  hacía 
una  pura  ceremonia.  Informándole  yo  en  una  larga  conferencia  de  dos  horas 
de  todo  lo  que  va  dicho,  y  cómo  constaba  todo  de  las  firmas  de  los  Obispos  y 
Gobernadores,  }'  tratándole  juntamente  de  lo  que  acababa  de  suceder  con 
uno  de  sus  principales  Demarcadores,  conociendo  y  confesando  éste  no 
haber  querido  nosotros  admitir  todo  el  sínodo,  á  lo  primero  quedó  admirado, 
y  mostraba  que  se  gozaba  de  ello:  y  á  lo  segundo,  admirándose  mucho  más. 


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exclamó:  pues  allá  en  el  Perú  (es  natural  de  aquel  Reino)  averiguamos  que 
un  Provincial  (y  nombró  la  religión  que  yo  callo)  sacó  de  la  V^isita  de  cua- 
tro Curatos  que  tienen  sus  frailes,  treinta  mil  pesos;  y  prosiguió  ponde- 
rando la  codicia  de  aquellas  partes.  Este  su  Demarcador,  que  también  es 
peruano,  me  afirmó  que  eran  imponderables  las  sumas  de  dinero  que  saca- 
ban de  aquellos  indios,  que  no  son  como  nuestros  Guaraníes,  sino  indios 
muy  capaces  y  de  economía  y  gobierno,  como  descendientes  de  los  ingas 
del  Perú,  en  otro  tiempo,  entre  quienes  corre  plata  y  oro,  como  quienes 
están  en  medio  de  estos  estimados  metales.  Decía  también  que  el  Provin- 
cial insinuado,  el  día  de  su  elección,  cada  Cura  de  los  cuatro  le  daba  mil 
pesos;  y  así  lo  confirmaban  también  los  familiares  de  un  Obispo  que  con  él 
vinieron  del  Perú;  y  añadió  que  comúnmente  estaban  dando  dinero  al  Pro- 
vincial para  que  no  les  sacase  del  Curato,  y  que  en  él  mantenían  á  sus 
padres  y  parientes.  Yo  no  creo  todo  esto:  sino  que  hay  mucha  exageración 
en  los  relatores,  aunque  no  se  mostraban  desafectos  á  la  tal  religión;  pero 
prueba  aún  algo  muy  distinto  del  desinterés  de  nuestras  Misiones,  de  donde 
nada  se  saca,  ni  para  Provincial,  ni  para  colegios,  ni  para  sí,  ni  para  sus 
parientes,  sino  que  después  de  poner  todo  cuidado  en  lo  espiritual  de  los 
indios,  como  en  lo  que  más  importa,  se  afana  por  buscarles  hacienda  como 
á  pobres  pupilos,  como  medio  para  lo  espiritual. 

«8.  Hay  renovación  de  votos  con  su  triduo,  oración  mental,  y  demás 
ejercicios  espirituales,  como  en  el  colegio:  para  eso  junta  el  Superior  en 
dos  ó  tres  pueblos  á  los  que  han  de  renovar;  va  allá;  hace  su  plática,  ó  la 
encarga  á  algún  Padre  de  los  más  graves,  y  toma  cuenta  de  conciencia, 
3^  se  leen  en  presencia  de  todos,  al  fin  de  los  tres  días,  las  faltas  que  en  cada 
uno  se  han  notado,  para  que  se  enmiende;  para  todo  lo  cual,  y  para  la 
confesión  general  que  se  hace  desde  los  seis  meses  antecedentes,  lleva 
consigo  uno  ó  dos  Padres  ancianos.  Se  hacen  ejercicios  de  ocho  días,  y  en 
ésos,  3^  el  triduo,  nunca  se  dispensa,  aunque  sean  muchas  y  mu3'  parti- 
culares las  ocupaciones.  El  Cura  los  hace  en  otro  pueblo,  para  que  no  le 
distraigan  las  ocupaciones  del  suyo.  En  ese  tiempo  se  da  de  mano  á  toda 
ocupación  3'  cuidado.  El  Compañero,  que  no  tiene  ese  cuidado,  los  hace 
en  el  suyo,  ó  en  otro.  Todo  está  así  ordenado,  y  se  practica. 

«9.  Por  Cuaresma  se  mudan  todos  los  Curas,  3'  todos  hacen  misión 
por  ocho  días  á  otro  pueblo,  así  para  afervorizar  más  á  los  indios,  como 
para  que  tengan  libertad  de  confesarse,  sin  la  vergüenza  que  suele  causar 
hacerlo  con  el  que  ve  y  trata  cada  día.  Todos  los  domingos  hay  plática 
doctrinal  á  todo  el  pueblo;  3'  todos  los  días  de  precepto  hay  sermón  en 
forma.  Todos  los  días,  excepto  los  jueves,  el  sábado  y  los  días  de  fiesta, 
se  enseña  la  doctrina  á  los  muchachos  de  ambos  sexos.  El  sábado  por  la 
tarde,  después  del  Rosario,  hay  Salve  cantada  con  toda  la  música,  3'  por 
eso  no  hay  doctrina.  Guárdase  clausura  en  las  casas  como  en  los  colegios; 
de  manera  que  jamás  entra  mujer  alguna,  ni  en  el  principio  de  los  patios. 
Hay  dos  patios:  uno  principal  que  tiene  al  oriente,  y  en  algunos  pueblos 
al  poniente,  todo  lo  largo  de  la  iglesia;  al  sur  ó  mediodía,  una  hilera  de 
aposentos  de  nuestra  vivienda,  que  regularmente  son  seis  y  ante-refec- 
torio y  refectorio.  A  poniente,  la  cocina,  almacenes  de  los  mavordomos, 
sala  donde  se  guardan  los  vestidos  de  los  Cabildantes,  militares  3'  dan- 
zantes, y  la  armería  de  bocas  de  fuego,   lanzas,  flechas  3'  saetas  y  el  apo- 


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sentó  del  portero,  que  siempre  es  un  viejo,  el  cual  cierra  las  puertas  desde 
las  Avemarias  hasta  un  cuarto  de  hora  antes  de  acabarse  la  oración,  y 
desde  examen  antes  de  comer  hasta  después  de  las  dos;  y  también  están 
allí  las  escuelas  de  leer  y  escribir,  de  música  y  danzas.  Los  nuestros  son 
tantos,  por  los  huéspedes  que  frecuentemente  pasan  y  para  las  fiestas  ecle- 
siásticas, especialmente  la  del  patrón  del  pueblo,  que  se  hace'con  singular 
solemnidad,  y  se  convida  de  otro  pueblo  al  predicador,  y  los  tres  de  la 
Misa,  con  otros,  y  suelen  estar  de  dos  en  dos  en  los  aposentos.  Cuando 
viene  el  P.  Provincial,  suele  haber  durante  la  Visita  ocho  ó  diez  Padres: 
su  Secretario,  su  Coadjutor  y  el  Superior,  que  siempre  anda  con  él, 
y  algunos  otros  qué  vienen  á  consultar  negocios.  Algunos  del  ejército 
de  la  línea  divisoria  murmuraban  de  que,  para  dos  sujetos,  hubiese  seis  ó 
siete  aposentos,  hasta  que  se  informaron  de  la  necesidad  de  ello.  Cuando 
no  hay  estas  necesidades,  están  ocupados  por  pintores  y  escribientes.  Al 
norte  está  la  portería  con  su  pared  y  ancho  corredor  ó  soportal,  por  dentro 
y  fuera,  sin  aposentos  y  oficinas:  suele  ser  este  patio  de  70  á  80  varas  en 
cuadro. 

«10.  El  segundo  y  menos  principal  patio  es  en  el  que  se  matan  las 
vacas  y  se  hacen  las  raciones;  alrededor,  con  soportal  ancho,  están  todas 
las  oficinas  con  sus  oficiales  mecánicos,  de  que  hemos  hablado;  y  es  mayor 
que  el  primero.  Todos  estos  aposentos  y  oficinas,  con  todas  las  demás 
fábricas  del  pueblo,  son  de  un  suelo:  no  hay  altos;  y  lo  mismo  sucede  en 
todas  las  demás  ciudades  de  españoles,  excepto  Buenos  Aires,  en  que  van 
haciendo  algunas  casas  de  ün  alto;  y  no  porque  haya  terremotos,  como  en 
el  Perú  y  Chile,  sino  por  mera  conveniencia.  Lo  mismo  es  en  las  ciudades 
de  la  China. 

«11.  No  salen  los  Padres  á  las  casas  de  los  indios  á  visitar,  sino  á  admi- 
nistrar sacramentos.  Cuando  se  va  á  alguna  confesión  de  enfermos,  sale 
el  Padre  con  un  Santo  Cristo  al  cuello  y  una  Cruz  en  la  mano  de  dos 
varas  de  alto,  y  grueso  como  el  dedo  pulgar,  que  le  sirve  de  báculo:  y 
acompañado  de  un  enfermero  que  llaman  Curuzuyá,  porque  siempre 
anda  con  una  cruz  como  la  del  Padre,  y  son  los  médicos  de  que  hablaré 
después.  El  enfermero  lleva  una  pequeña  estera  debajo  del  brazo;  un 
monacillo,  una  silla  de  las  que  se  doblan,  un  candelero  con  su  vela  y  un 
vaso  de  agua  bendita  con  su  hisopo;  la  silla  es  para  que  se  siente  el  Padre 
á  oir  la  confesión,  que  raro  indio  usa  ni  tiene  silla;  la  estera  para  poner 
debajo  de  los  pies,  porque  el  indio  enfermo  suele  tener  fuego  debajo  y  al 
lado  de  la  cama,  y  está  aquello  sucio  con  ceniza  y  rescoldo,  que  es  donde 
el  Padre  se  sienta;  la  vela  para  encenderla,  si  es  mujer  la  enferma:  que 
suelen  tener  oscuros  sus  aposentos.  No  dan  poco  que  admirar  estas  cosas 
tan  santas  á  los  españoles  cuerdos,  que  pasan  por  allí  y  cuentan  á  los 
suyos  con  edificación;  pero  los  émulos,  apasionados  y  maldicientes  todo  lo 
echan  á  mala  parte. 

«12.  Los  demás  sacramentos  de  Viático  y  Extremaunción  se  les  admi- 
nistran con  grande  devoción  y  con  aderezos  muy  lucidos,  y  con  mucho 
cuidado  y  prontitud,  de  día  y  de  noche,  según  la  necesidad;  de  manera 
que  si  por  culpa  de  sus  domésticos,  ó  de  los  médicos,  por  no  haber  avisado 
con  tiempo,  murió  alguno  sin  alguno  de  ellos,  luego  sin  remedio  lleva  el 
culpado  una  vuelta  de  azotes,  que  es  el  castigo  ordinario.  Se  le  dice  tam- 


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bien  la  recomendación  del  alma,  aunque  no'tan  necesaria,  con  mucho  cui- 
dado, y  los  monacillos  saben  muy  bien  responder  á  su  contenido.  Los  Bap- 
tismos  se  hacen  con  solemnidad  los  domingos.  Hay  pueblos  en  que  hay 
cada  domingo  16  y  20  Baptismos  solemnes;  hácense  á  las  dos  y  tres  de  la 
tarde,  y  es  función  bien  larga.  Hay  para  este  sacramento  en  todos  los 
pueblos  vasos  de  plata  harto  preciosos,  y  el  baptisterio  está  con  mucho 
adorno  de  dorado  y  pintura.  Remúdanse  el  Cura  y  el  Compañero  por 
semanas  en  estos  ministerios;  aunque  como  el  Cura  tiene  tanto  que  cui- 
dar en  lo  temporal,  el  Compañero  suele  llevar  la  mayor  carga  en  lo  espi- 
ritual, haciendo  lo  que  toca  al  Cura  en  su  semana.  Nunca  hay  contienda 
en  esto:  antes  bien  lo  ordinario  es  andar  el  Cura  tras  el  Compañero  para 
que  no  trabaje  tanto,  y  que  deje  algo  para  él.  En  echar  la  bendición  y 
acción  de  gracias  en  el  refectorio,  decir  la  misa  en  el  altar  mayor,  leer  el 
libro  moral  y  el  de  órdenes  lunes  y  viernes,  como  no  es  cosa  de  trabajo 
especial,  ni  que  impida  al  Cura  sus  cuidados,  se  mudan  por  semanas. 

«13.  En  el  conversar  con  mujeres  se  ha  puesto  aquí  más  cuidado  y 
recato  que  el  que  usamos  en  otras  partes  con  las  españolas,  por  haber 
advertido  que  este  recato  (aunque  nimio  si  lo  hay  en  la  materia)  les  edi- 
fica aún  más,  que  á  la  gente  culta.  Nunca  se  visita  mujer  alguna.  Nunca  se 
le  da  en  la  mano  cosa  alguna.  Si  es  menester  darlas  un  rosario,  medalla, 
etcétera,  se  la  da  el  Padre  al  indio  que  está  al  lado  para  que  éste  se  lo  dé 
á  la  india:  nunca  se  habla  con  mujer  alguna  á  solas.  Si  alguna  trae  algún 
negocio,  da  cuenta  al  Alcalde  viejo;  éste  avisa  al  Padre:  y  en  la  iglesia  ó 
en  la  portería  hacia  la  plaza  en  público  la  oye,  estando  presente  el 
Alcalde:  si  de  suyo  pide  secreto,  lo  hace  á  la  vista,  lo  más  cerca  que  se 
puede:  y  no  habla  con  ella  sino  es  en  estos  dos  parajes. 

«14.  La  distribución  cuotidiana  es  ésta:  A  las  4  en  verano,  se  toca  á 
levantar.  A  las  5  en  invierno.  A  las  4  y  media  en  otoño  y  primavera.  A  las 
4  y  media  toca  la  campana  de  la  torre  á  las  Avemarias:  á  las  4  y  media  á 
oración  mental.  A  las  cinco  y  cuarto  abre  la  puerta  el  portero  para  que 
entren  los  sacristanes  y  cocinero.  A  las  5  y  media,  á  salir  de  oración  con 
la  campana  chica  de  los  Padres,  y  con  la  de  la  torre,  á  Misa.  Dice  inmedia- 
tamente Misa  uno  en  el  altar  mayor,  el  otro  en  el  colateral.  Acabada  ésta, 
va  á  dar  el  Viático  ó  Extremaunción  al  que  lo  necesita,  ó  hace  algún  entie- 
rro, y  como  son  pueblos  grandes,  pocas  veces  falta.  Si  corre  prisa,  antes, 
aunque  sea  á  media  noche,  se  va  con  toda  presteza.  Después  de  esto,  á  rezar 
horas  menores,  confesiones  de  enfermos,  de  sanos  en  la  iglesia:  á  las  diez 
y  cuarto,  á  examen:  después  á  comer,  quiete  ó  conversación,  en  que  tam- 
bién se  toca  á  salir:  siesta  hasta  las  dos:  á  las  dos  se  toca  la  campana  grande 
á  vísperas.  Se  abre  la  portería,  y  entran  los  sacristanes  con  los  oficiales 
mecánicos,  maestros  de  escuela  con  sus  discípulos,  etc.  A  las  5,  á  rezarlos 
muchachos,  y  pregúntales  la  Doctrina  un  Padre:  acabada  ésta,  toca  la  cam- 
pana grande  al  rosario,  viene  el  pueblo,  y  se  reza  á  coros,  asistiendo  los 
Padres.  Al  fin  se  dice  el  Acto  de  contrición  y  cantan  los  músicos  el  Bendito 
y  alabado,  respondiendo  todo  el  pueblo  á  cada  cláusula,  un  día  en  su  lengua 
y  otro  día  en  castellano.  Hecho  esto,  se  van  los  Padres  á  su  rezo  del  Oficio, 
haciendo  antes  algún  ministerio  de  confesión  de  enfermos,  Viático,  etc.,  que 
se  hacen  en  estos  dos  tiempos,  después  de  Misa  y  Rosario,  cuando  no  hay 
priesa.  Después  á  su  lección  espiritual,  etc.,  hasta  cenar,   á  que  se  toca  á 


—  555  — 

las  7  en  verano  y  á  las  8  en  invierno;  después  á  quiete,  leer  los  puntos  para 
la  oración,  y  acostar  á  las  9.  De  suerte  que  en  todo  el  día  se  toca  once  veces 
la  campana  de  los  Padres  á  todas  las  distribuciones  que  en  los  colegios,  lo 
que  se  practica  puntualmente.  Causa  esto  tanta  edificación  á  los  buenos, 
que  hallándome  3'o  en  tiempo  de  la  línea  divisoria  en  un  pueblo  con  uno  de 
los  principales  oficiales  del  ejército  que  estuvo  allí  unos  días,  á  negocios 
de  su  General;  y  siguiendo  y  ajustándose  él  á  esta  distribución  en  lo  que 
podía,  no  acababa  de  alabar  nuestro  particular  método  y  concierto:  diciendo 
que  no  había  cosa  más  prudentemente  dispuesta,  no  sólo  para  el  alma,  sino 
también  para  el  cuerpo,  con  tiempo  para  orar,  rezar  y  parlar  con  toda 
moderación  y  cristiandad.  Aunque  haya  muchos  huéspedes,  nunca  se  deja 
esta  distribución. 

«15.  En  la  Cuaresma  es  mucho  lo  que  hay  que  trabajar  en  los  ministe- 
rios espirituales.  Dos  veces  á  la  semana  se  predica  el  ejemplo,  además  de 
la  plática  doctrinal  el  domingo.  Desde  Septuagésima  hasta  la  octava  del 
Corpus  se  da  por  privilegio  para  cumplir  con  la  iglesia:  y  el  mismo  tienen 
los  Curas  rurales  de  españoles  por  la  penuria  de  sacerdotes.  Vienen  á  con- 
fesarse para  cumplir  con  el  precepto  por  parcialidades  ó  cacicazgos  por  su 
lista.  Cada  Padre  suele  confesar  cada  día  40  ó  50.  Pídeles  con  mucha  cuenta 
la  Cédula  de  confesión  y  comunión.  Todos  los  días  hay  esas  tareas  de  con- 
fesiones de  precepto,  que  suelen  llegar  á  tres  mil,  y  en  pueblos  grandes  á 
cuatro  y  cinco  mil.  Y  como  se  confiesan  muchos  en  cada  fiesta  por  devo- 
ción, suelen  llegar  al  año  á  diez  mil:  lo  que  se  sabe  por  las  formas  de  la 
comunión,  que  se  apuntan.  Así  sucede  en  Yapeyú  3-  en  otros,  que  en  los 
años  pasados  casi  le  igualaban  en  lo  grande.  Este  es  el  gobierno,  obser- 
vancia regular,  y  ministerios  de  los  Padres.  Ya  es  tiempo  que  volvamos  á 
los  indios. 


«CAPITULO  VII 
«GOBIERNO  ECLESIÁSTICO  Y  ESPIRITUAL  DE  LOS  INDIOS 

«1.  En  el  capítulo  4.  n.  4.  dijimos  cómo  se  fabrican  las  iglesias,  y  su 
grandeza.  Todas  están  por  dentro  con  mucho  adorno  y  hermosura:  no  sólo 
los  retablos  de  cinco  altares  que  suele  haber,  sino  también  en  muchas  igle- 
sias las  columnas  ó  pilares  de  las  naves,  y  los  marcos  de  las  vidrieras  y  todo 
el  techo  y  bóvedas,  está  dorado  y  pintado,  entreverado  uno  en  otro:  de 
manera  que  abriendo  las  puertas  de  la  iglesia,  tres  á  la  plaza,  que  hacen 
cara,  y  caen  en  medio,  y  dos  á  los  lados  (la  una  á  la  parte  del  cementerio 
y  dos  al  patio  de  los  Padres)  con  la  claridad  y  resplandor  del  sol  que  los 
baña,  hacen  una  hermosa  vista.  En  algunos  pueblos,  hay  siete  puertas:  dos 
al  cementerio  y  dos  al  patio  dicho:  además  de  las  otras  dos  que  van  á  la 
sacristía  á  los  dos  lados  del  altar  mayor. 

«2.  Las  tres  puertas  de  la  plaza  son  para  entrar  las  mujeres,  que  en  la 
iglesia  no  se  entreveran  con  los  hombres.  El  orden  que  siempre  se  guarda 
es  este:  Por  las  puertas  dichas  entran  las  mujeres,  y  muchachas.  Por  las 


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del  cementerio  y  patio,  los  hombres.  Y  son  todas  bien  grandes.  En  el  pres- 
biterio, que  es  muy  capaz,  está  el  que  oficia  ó  los  que  ofician,  con  la  turba 
de  monacillos  que  ayudan  y  sacristanes  que  atienden  á  todo  lo  que  allí  se 
ofrece.  Después  de  las  barandillas,  hasta  el  pulpito,  están  los  bancos  de  los 
Cabildantes  y  militares  principales  á  un  lado  y  otro  de  la  nave  principal, 
que  suele  ser  de  13  ó  14  varas  de  ancho:  y  en  medio,  los  muchachos,  senta- 
dos en  el  suelo,  con  sus  Alcaldes  ó  Mayorales  en  pie  y  con  sus  varas  gordas 
para  castigar  con  ellas  al  que  enreda,  habla  ó  se  duerme.  Desde  éstos  hay 
un  vacío  como  de  tres  varas,  división  de  ellos  á  las  muchachas,  que  se 
siguen  después:  y  tras  ellas  las  mujeres.  En  las  naves  colaterales  están  los 
demás  indios,  desde  el  presbiterio  hasta  el  pulpito;  y  desde  allá  á  las  muie- 
res,  que  siguen,  hay  otro  vacío  como  el  de  los  muchachos.  En  medio  del 
presbiterio  hasta  la  puerta,  hay  una  calle  de  dos  varas  de  ancho,  para  entrar 
y  salir  en  las  necesidades  ocurrentes.  Así  están,  no  sólo  en  las  solemnida- 
des y  sermones,  sino  también  todos  los  días,  y  todos  con  gran  quietud  y 
silencio,  de  que  se  maravilla  mucho  el  mismo  Obispo  que  los  visitó. 

«3.  Todos  los  Altares  están  con  candeleros  de  plata:  de  cada  uno  de  los 
cinco  colores  de  la  Misa  hay  frontales  y  casullas  ricas  para  los  días  de  pri- 
mera clase,  de  fiestas  menores,  y  de  días  ordinarios,  todos  bien  galoneados. 
Los  de  1.^  clase,  algunos  son  de  tisú.  Los  demás,  de  brocado,  terciopelo, 
persiana  y  damasco.  Las  lámparas,  todas  de  plata,  son  grandes.  Hay  dos 
ciriales  para  las  Misas  cantadas,  que  se  celebran  todos  los  días  de  fiesta  de 
nuestros  santos,  y  los  sábados  de  la  Virgen.  En  las  Misas  cantadas,  minis- 
tran siempre  seis  monacillos  ó  acólitos,  dos  que  responden,  dos  con  incen- 
sarios y  navetas  de  plata,  y  los  dos  últimos  con  sus  ciriales.  En  las  de  cada 
día  en  el  altar  mayor  siempre  ayudan  á  Misa  cuatro:  en  los  colaterales,  dos, 
y  nunca  uno  solo.  Todos  están  vestidos  y  calzados  y  con  sotanas  coloradas, 
y  en  Misa  de  violado  y  negro,  de  este  color,  y  con  roquetes.  Estos  roquetes 
en  días  ordinarios  son  llanos,  con  un  encaje  ordinario:  pero  los  que  usan 
en  las  fiestas,  ya  que  nosotros  por  la  decencia  religiosa  no  los  usamos,  sino 
como  los  de  los  colegios,  ellos  los  usan  cual  conviene  para  la  celebridad 
de  la  fiesta,  con  muchos  y  preciosos  encajes. 

«4.  Acabada  la  oración  mental  de  los  Padres,  luego  se  toen  á  Misa. 
Viene  mucha  gente  á  oírla.  En  algunos  pueblos  está  entablado  qae  todos 
vayan  á  ella,  lo  mismo  que  el  día  de  precepto,  y  se  cuentan  para  ver  si  falta 
alguno,  y  se  reprende  al  que  falta.  Está  ordenado  que  no  se  dé  mayor  cas- 
tigo, por  no  ser  cosa  de  obligación.  Al  fin  de  la  Misa  empiezan  dos  músicos 
de  más  clara  voz  el  Acto  de  contrición  rezado,  respondiendo  todos  á  cada 
cláusula,  y  acabado,  cantan  dos  tiples  á  dúo  el  Alabado,  acompañado  de 
todos  los  instrumentos,  y  repitiendo  todos  cada  cláusula  cantando.  A  este 
tiempo  ya  han  acabado  los  Padres  de  mudarse  las  vestiduras  sacerdotales; 
y  están  dando  gracias  en  la  barandilla  del  presbiterio.  Allí  vienen  á  besar 
la  mano  todos  los  cabildantes  y  caciques  principales  y  cabos  de  milicia:  y 
con  esto  se  van  todos  estos  á  la  puerta  del  aposento  del  Cura,  á  esperar  allí 
que  acabe  de  dar  gracias.  Si  rehusa  el  Padre  que  le  besen  la  mano,  lo  sien- 
ten mucho:  y  así  es  menester  tener  paciencia,  esperando  á  que  toda  aquella 
procesión  la  bese,  para  darles  ese  consuelo.  En  llegando  el  Cura  á  su  apo- 
sento, abre  el  Mayordomo  una  arca  grande  que  hay  al  lado  de  la  puerta, 
con  yerba:  y  va  dando  á  todos  los  que  asistieron  á  Misa  un  puñado  de  aque- 


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lia  yerba  con  una  medida  que  hay  para  ello.  El  Corregidor  pregunta  al 
Cura,  y  consulta  sobre  las  faenas  de  aquel  día,  si  no  se  previnieron  antes; 
y  según  sus  órdenes,  va  cada  uno  á  lo  que  le  toca,  y  primero  á  su  casa,  á 
tomar  aquella  bebida  de  la  yerba  que  el  Padre  les  dio  como  queda  dicho. 

«5.  Por  la  tarde  vienen  al  Rosario:  y  acabado,  y  rezado  el  acto  de  con- 
trición, y  cantado  el  Alabado  como  por  la  mañana,  van  todos  á  la  puerta 
del  Cura,  á  tomar  yerba,  y  con  ella  en  la  bolsa,  van  de  allí  á  la  carnicería 
á  tomar  su  ración  de  carne;  y  aunque  son  centenares,  se  hace  con  buen 
orden,  y  quietud  y  silencio:  y  con  esto  se  hace  de  noche.  A  los  oficiales 
mecánicos  del  patio  del  Padre,  además  de  lo  dicho,  se  les  da  3.'"^  vez  yerba 
cuando  van  á  comer  á  su  casa.  Esta  es  la  distribución  de  cada  día.  En  los 
seis  meses  de  sementeras,  acabada  la  Misa  y  la  distribución  de  la  yerba,  se 
van  á  sus  labranzas.  En  lo  restante  del  año,  á  hacer  casas  ó  edificios  de 
nuevo,  y  remendar  otros,  componer  corrales,  abrir  ó  aderezar  zanjas  para 
resguardo  de  las  sementeras  comunes,  (y  mucho  más  las  estancias,  en  que 
son  algunas  leguas  de  largo  para  sujetar  el  ganado  que  no  salga),  compo- 
ner puertas,  empedrar  pantanos,  y  aderezar  caminos:  cortar  y  traer  ma- 
dera del  monte;  hacer  yerba,  llevar  tropa  de  carretas  para  el  trajín  del 
común:  barcos  á  Buenos  Aires,  que  se  hace  todo  el  año,  y  otras  muchas 
faenas  del  pueblo.  Todo  esto  se  hace  por  orden  del  Cura,  conferenciando 
con  el  Corregidor  su  Ministro  ó  ayudante,  que  le  obedece  puntualmente, 
y  los  demás  á  él,  cuando  se  intima  de  parte  del  Padre.  Si  Dios  no  les 
hubiera  dado  esta  obediencia  y  sujeción  para  tanto  bien  suyo,  era  imposi- 
ble gobernar  uno  solo  tanto  gentío. 

«6.  En  la  crianza  de  los  muchachos  de  uno  y  otro  sexo  se  pone  mucho 
cuidado,  como  lo  ponen  todas  las  Repúblicas  bien  ordenadas;  pues  de  su 
educación  depende  todo  el  bienestar  de  la  República.  Hay  escuelas  de  leer 
y  escribir,  de  música  y  de  danzas  para  las  fiestas  eclesiásticas,  que  no  se 
usan  en  cosas  profanas.  Vienen  á  la  escuela  los  hijos  de  los  caciques,  de 
los  Cabildantes,  de  los  músicos,  de  los  sacristanes,  de  los  mayordomos,  de 
los  ofií-iales  mecánicos;  todos  los  cuales  componen  la  nobleza  del  pueblo, 
en  su  modo  de  concebir,  y  también  vienen  otros  si  lo  piden  sus  padres.  En 
cada  pueblo  suele  haber  20,  30  ó  40  caciques.  Estas  escuelas  ya  se  dijo  que 
están  en  el  primer  patio  de  los  Padres,  para  poder  cuidar  mejor  de  ellas: 
no  porque  los  Padres  sean  sus  maestros  inmediatos,  que  esto  no  puede  ser, 
habiendo  otros  muchos  ministerios  en  tanto  número.  Tienen  sus  maestros 
indios;  aprenden  algunos  á  leer  con  notable  destreza,  y  leen  la  lengua 
extraña  mejor  que  nosotros.  Debe  de  consistir  en  la  vista,  que  la  tienen 
perspicaz,  y  la  memoria,  que  la  tienen  muy  buena:  ojalá  fuera  así  el  enten- 
dimiento. También  hacen  la  letra  harto  buena:  algunos,  que  se  dan  á 
hacer  letra  de  molde,  la  hacen  con  tanta  perfección,  que  nos  engañan  ser 
de  alguna  bella  imprenta. 

«7.  De  los  de  la  escuela  se  escogen  los  de  mejor  voz  para  cantores  de 
la  música,  y  los  de  más  esfuerzo  para  los  instrumentos  de  boca.  Tienen  su 
maestro  de  capilla,  que  les  enseña  su  facultad  del  modo  que  lo  hacen  en 
las  Catedrales  de  España;  pero  no  se  halla  hasta  ahora  maestro  que  sepa 
componer.  Toda  su  felicidad  está  en  entender  el  papel  que  le  dan,  y  can- 
tarlo más  ó  menos  presto,  pues  algunos  no  cantan  de  repente,  sino  que  lo 
van  repasando  despacio,  y  enterados  de  él  cantan  y  tocan,  y  nunca  añaden 


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cosa  alguna,  ni  trinado,  hermosata  ó  cosa  semejante,  como  hace  cualquiera 
músico,  aunque  no  pase  de  mediano  talento:  todo  lo  canta  y  toca  liso  y 
llano  como  está  en  el  papel:  no  alcanza  más  su  entendimiento.  Ni  en  la 
poesía  jamás  se  ha  encontrado  indio  que  aprenda  sus  reglas  de  asonantes 
y  consonantes  ni  para  hacer  coplas  de  ciego.  No  obstante,  con  el  continuo 
ejercicio  desde  niños,  en  que  tienen  mucha  más  paciencia  que  nosotros  y 
constancia,  tocan  muy  bien  los  violines  y  demás  instrumentos:  y  entre 
tanta  multitud  de  muchachos  como  se  escogen,  se  encuentran  muy  buenos 
tiples,  que  después  quedan  tenores. 

«8.  En  cada  pueblo  hay  una  música  de  30  ó  40  entre  tiples  y  tenores, 
altos,  contraltos,  violinistas  y  los  de  los  otros  instrumentos.  Los  instrumen- 
tos comunes  á  todos  los  pueblos  son  violines,  de  que  hay  cuatro  ó  seis:  ba- 
jones, chirimías,  seis  ú  ocho:  violones,  dos  ó  tres:  arpones,  tres  ó  cuatro:  y 
uno  ó  dos  órganos  y  dos  ó  tres  clarines,  en  casi  todos  los  pueblos.  En  algu^ 
nos  pueblos  hay  otros  instrumentos  más:  les  buscamos  papeles  de  los  mejo- 
res músicos  de  España  y  aun  de  Roma  para  cantar  y  tocar.  Todas  las 
vísperas  de  fiestas  de  precepto,  y  la  de  nuestro  Santo  Padre  y  San  Javier, 
y  las  de  sus  Congregaciones,  y  del  patrón  del  pueblo  (de  que  hablaré)  hay 
vísperas  solemnes.  Repícanse  todas  las  campanas,  que  suelen  ser  ocho  ó 
diez,  con  toda  solemnidad.  Viene  toda  la  música  plena,  sin  que  falten  los 
clarines.  Viene  todo  el  Cabildo  y  Cabos  militares  de  gala,  con  vestidos  de 
seda:  todo  lo  cual  se  guarda  como  se  ha  apuntado,  en  casa  del  Padre:  que 
si  estuviera  en  su  casa,  todo  lo  llenaran  de  humo  y  destruyeran.  Es  más 
barato  que  estos  vestidos  sean  de  seda,  que  de  paño:  porque  aunque  la  seda 
vale  más  (aunque  el  paño  es  bien  caro  en  estas  tierras),  pero  la  seda  dura 
mucho  más:  y  se  ahorra. 

«9.  Puestos  ya  en  sus  bancos  los  dichos,  y  el  pueblo  en  su  lugar,  sale 
el  Preste  que  oficia  y  preside,  con  sobrepelliz,  estola  y  capa  pluvial  rica,  y 
el  Compañero,  ó  los  que  hubiere,  con  sobrepelliz.  Entona  el  Preste  y  prosi- 
guen los  músicos  con  todo  el  devoto  estruendo  de  instrumentos  de  cuerda  y 
boca,  y  los  clarines,  al  punto  de  la  música,  y  así  van  sucediendo  las  Antífo- 
nas y  Salmos  correspondientes,  le  inciensan  etc.  Acabadas  las  Vísperas; 
salen  todos  al  patio  de  la  iglesia,  y  delante  de  él  se  hacen  unas  cuantas  dan- 
zas una  tras  otra  en  honra  del  santo  de  la  fiesta.  Las  fiestas  de  los  indios  y 
todo  neófito,  son  solas  diez,  por  concesión  del  Papa  Paulo  III:  cinco  de  nues- 
tro Señor,  cuatro  de  la  Virgen,  y  la  de  San  Pedro  y  San  Pablo.  Acabadas 
las  danzas,  van  á  tomar  yerba  y  carne  y  los  Cabildantes  etc.,  vuelven  los 
vestidos  á  su  lugar,  y  el  maestro  de  danzas  los  de  los  discípulos. 

«10.  Todos  los  días  cantan  y  tocan  en  la  Misa.  Dícese  la  del  Cura  y 
Compañero  á  un  tiempo,  excepto  los  días  de  fiesta  de  precepto,  en  que 
para  que  puedan  venir  los  que  estuvieren  cuidando  enfermos  ú  otra  cosa 
y  los  convalecientes,  que  se  levantan  tarde,  dice  la  Misa  un  Padre  más 
tarde.  El  orden  cotidiano  es  éste.  Al  empezar  la  Misa  tocan  instrumentos 
de  boca  y  á  veces  de  cuerdas:  y  tal  vez  unos  y  otros,  hasta  el  Evangelio. 
Al  empezar  este,  cantan  un  Salmo  de  Vísperas.  Lunes,  dixit  dominus: 
martes,  confitebor:  y  por  este  orden  hasta  la  Misa  solemne  de  la  Virgen 
el  sábado.  Una  semana,  los  Salmos  de  una  composición,  y  otra  de  otra. 
A  la  consagración,  ó  poco  después,  se  acaba  el  Salmo,  excepto  el  de  laú- 
date PUERi,  y  alguna  composición  de  algún  otro,  que  suelen  durar  hasta 


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el  fin  de  la  Misa.  Como  son  de  los  mejores  maestros  de  Europa,  suelen 
estar  compuestos  al  sentido  de  la  letra,  causando  notable  devoción.  En  el 
LAÚDATE,  comienzan  los  tenores  y  demás  músicos  grandes  con  los  clarines 
y  chirimías,  instando  á  los  niños  tiples:  laúdate  pueri,  pueri  laúdate, 
LAÚDATE  NOMEN  DOMiNi:  repitiendo  é  instando  que  alaben  á  nuestro  Dios. 
Comienzan  los  niños  tiples:  sit  nomen  domini  benedictum,  etc.  etc.,  y  des- 
pués de  algunos  versículos  vuelven  los  grandes  á  instar  con  devotísimo 
estruendo  de  instrumentos:  pueri  laúdate  nomen  domini  (No  se  maravi- 
llen si  va  mojado  de  lágrimas  este  papel).  Vuelven  á  repetir  que  alaben  á 
Dios;  y  esto  hacen  cuatro  ó  cinco  veces  hasta  que  se  acaba  el  Psalmo.  Al 
gloria  PATRi,  todos  juntos,  altos,  contraltos,  tiples,  clarines,  bajones,  chiri- 
mías, violines,  arpas,  órganos,  cantan  el  Gloria.  Cantan  con  tal  armonía, 
majestad  y  devoción,  que  enternecerá  el  corazón  más  duro.  Y  como  ellos 
nunca  cantan  con  vanidad  y  arrogancia,  sino  con  toda  modestia,  y  los  niños 
son  inocentes,  y  muchos  de  voces  que  pudieran  lucir  en  las  mejores  Ca- 
tedrales de  Europa,  es  mucha  la  devoción  que  causan.  Acabado  el  Psalmo, 
después  de  la  consagración  vuelven  á  tocar  un  poco;  y  luego  entonan  algún 
himno:  jEsu  dulcís  MEMORIA,  ave  maris  stella,ú  otra  alguna  letrilla  á 
Nuestro  Señor,  á  la  V^irgen,  á  San  Ignacio  nuestro  Padre,  ó  al  Santo  de 
aquel  día:  y  en  lo  que  resta,  tocan.  Dícese  el  Acto  de  contrición  del  modo 
dicho:  cántase  el  Alabado  con  toda  solemnidad  de  instrumentos,  y  se  van 
todos  á  prevenir  en  la  sala  de  música  para  lo  que  han  de  tocar  y  cantar  el 
día  siguiente,  y  después  van  á  tomar  la  yerba,  los  grandes  á  su  casa,  y  los 
chicos  se  quedan  en  la  escuela  con  sus  maestros. 

«11.  Como  los  Misioneros  primitivos  vieron  que  estos  indios  eran  tan 
materiales,  pusieron  especial  cuidado  en  la  música,  para  traerlos  á  Dios; 
y  como  vieron  que  esto  les  traía  y  gustaba,  introdujeron  también  regocijos 
y  danzas  modestas.  Hay  maestros  de  éstas  en  cada  pueblo.  Escógense  para 
discípulos  los  chicos  de  cuerpos  más  proporcionados.  Hay  vestidos  para  todo 
género  de  naciones.  Españoles,  húngaros,  moscovitas,  moros,  turcos,  per- 
sas y  otros  orientales  y  vestidos  de  Angeles,  ó  como  pintan  á  los  Angeles 
cuando  los  pintan  garbosos,  ya  con  alas,  ya  sin  ellas.  Danzan  en  todos 
estos  trajes.  Nunca  entra  en  danza  mujer  alguna  ni  muchacha,  ni  hay  en 
ella  cosa  que  no  sea  honesta  y  muy  cristiana.  Usanse  después  de  Vísperas 
solemnes,  como  se  ha  dicho;  para  mayor  regocijo  de  la  fiesta,  y  entonces 
solas  cuatro:  y  en  la  procesión  de  Corpus;  y  principalmente  en  la  fiesta  del 
patrón  del  pueblo,  y  cuando  vienen  Obispos  y  Gobernadores. 

«12.  La  primera  danza  suele  ser  uno  solo  á  la  española,  haciendo  16  ó 
20  diferencias  de  algún  son  de  palacio;  al  compás  de  arpas  y  violines.  Des- 
pués salen  ocho  ó  diez  á  lo  turco,  ó  otra  nación:  ya  con  espadas  en  forma  de 
pelear,  siguiendo  el  compás  con  los  golpes,  ya  con  banderas  ú  otra  insig- 
nia. Otros  salen  hasta  16  ó  20,  todos  con  instrumentos  músicos  en  la  mano: 
dos  con  violines,  dos  con  cítaras,  dos  con  guitarras:  bandurrias:  y  otros 
arpas  pequeñas,  puesto  lo  de  arriba  abajo,  amarradas  al  cuerpo  con  cintas: 
otros  con  otros  instrumentos.  Los  de  un  instrumento  traen  el  traje  espa- 
ñol: los  de  otro,  persa:  otro  de  turco:  variando  los  colores  y  trajes.  Tocan 
y  danzan  al  mismo  tiempo,  sin  que  en  esta  danza  les  toquen  los  músicos, 
haciendo  muchas  mudanzas,  ya  en  dos  filas,  ya  en  una,  ya  en  cuadro,  ya  en 
cruz,  ya  en  círculo,  que  realmente  es  cosa  muy  vistosa. 


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«14.  [sic]  Otra  sale  luego  de  nueve  Angeles,  príncipes  de  las  9  jerar- 
quías, con  San  Miguel  por  caudillo,  con  espadas  y  broqueles  muy  vistosos, 
en  que  está  esculpido  el  timbre  Quis  sicut  Deus?  Al  opósito  salen  otros 
tantos  diablos  con  sus  negras  adargas,  lanzas,  y  traje  lleno  de  serpientes  y 
llamas,  y  Lucifer  por  su  capitán.  Encuéntranse,  y  traban  su  coloquio  los 
jefes:  y  al  ensoberbecerse  Lucifer,  claman  al  arma.  Tocan  no  violines, 
sino  clarines,  3'  cajas  de  guerra.  A  compás  danzan  y  pelean,  haciendo  las 
mudanzas  militares  en  fila,  el  escuadrón  en  dos  trozos  ó  en  uno.  Vencen 
los  Angeles:  tienden  en  el  suelo  los  diablos  á  estocadas.  Vuelven  á  levan- 
tarse y  á  proseguir  con  la  pelea.  Finalmente  los  echan  al  infierno:  de  que 
hay  allí  cerca  una  tramoya,  pintada  en  lienzos  que  lo  representan,  y  humo 
que  de  dentro  sale.  Cogen  los  Angeles  las  lanzas  y  adargas  que  quitaron 
á  sus  enemigos,  y  cargados  con  ellas  y  las  su3'as,  dan  vuelta  al  campo, 
donde  aparece  un  Niño  Jesús  de  bulto  sobre  una  mesa.  Allí  cantan  el  Jesu 
dulcís  memoria,  en  triunfo  de  la  victoria,  que  varios  de  ellos  son  músicos; 
y  van  de  dos  en  dos  presentando  las  armas  enemigas  á  Jesús,  con  muchas 
vueltas,  reverencias  y  genuflexiones:  siempre  danzando  con  gran  variedad 
de  mudanzas  y  sin  cesar  los  clarines  y  las  cajas. 

«15.  Otras  danzas  hay  de  Angeles,  que  al  empezar,  cada  uno  dice  una 
copla  en  honra  del  Santo  de  la  fiesta,  especialmente  en  las  festividades  de 
la  Virgen;  y  sacan  en  triunfo  á  Su  Majestad  y  San  Rafael  con  banderas: 
y  alto  los  llevan  danzando,  en  círculo  por  todo  el  espacio  de  esta  función. 
Otras  en  que  salen  los  cuatro  Reyes  que  representan  las  cuatro  partes  del 
mundo,  con  sus  coronas  y  trajes  que  les  corresponden,  y  rinden  adoración 
al  de  España.  Otras  son  á  lo  burlesco.  Danzan  de  negros,  Tíñense  cara  y 
manos:  y  sale  cada  uno  con  su  pandero  ó  tamboril  ó  sonajas,  haciendo  mil 
monadas,  pero  todas  con  algunos  indios  graciosos,  á  hacer  su  género  de 
entremés,  que  el  auditorio  celebra  mucho.  Y  de  esta  manera,  con  esta 
variedad  de  cosas,  están  muy  contentos  y  hallados  en  el  pueblo.  En  estas 
danzas  artificiosas  tienen  mucha  parte  algunos  Padres  extranjeros,  que 
fueron  colegiales  en  los  colegios  de  nobles,  donde  aprendieron  esas  y  otras 
habilidades  caballerescas:  y  al  enseñar  al  indio,  hacen  con  las  manos  lo 
que  se  hace  con  los  pies,  por  mirar  á  la  modestia  religiosa. 

«16.  Los  demás  muchachos,  que  no  son  de  esas  tres  escuelas,  se  van  á 
las  labores  de  sementeras  y  otras  cosas  comunes  del  pueblo.  La  distribu- 
ción cuotidiana  de  todos  los  muchachos  y  muchachas  es  esta.  Al  oír  la  cam- 
pana de  las  Avemarias,  un  cuarto  de  hora  después  de  tocar  á  levantar  los 
Padres,  suenan  en  la  plaza  los  tamboriles  de  los  muchachos,  y  sus  Alcaldes 
ó  Mayorales,  esparcidos  por  las  calles,  comienzan  á  gritar:  «Hermanos, 
ya  es  hora  de  levantar:  ya  han  tocado  á  la  oración:  enviad  luego  vuestros 
hijos  é  hijas  á  rezar  y  encomendarse  á  Dios:  no  seáis  flojos  y  dormilones.* 
que  vengan  á  la  iglesia  á  oír  la  Misa,  para  que  Dios  eche  la  bendición  á 
las  labores  del  día.» 

«17.  A  estas  voces  y  al  ruido  de  los  tamboriles,  van  saliendo  de  sus 
casas  y  encaminándose  al  patio  de  la  iglesia,  á  un  lado  los  muchachos,  y  á 
otro  las  muchachas.  En  juntándose,  comienzan  las  oraciones  dos  voces  las 
mejores,  y  responden  ó  alternan  todos.  Las  muchachas  hacen  lo  mismo  en 
competente  distancia.  Acabados  sus  rezos,  que  como  son  en  voz  alta,  y 
tantos,  se  oye  de  todo  el  pueblo:  si  sobra  tiempo,  cantan  alguna  letrilla 


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empezando  algunos  tiples  y  respondiendo  todos.  Estas  letrillas  y  canciones 
todas  son  muy  santas,  una  á  Cristo  nuestro  Señor:  otras  á  la  Virgen, 
á  San  Josef,  San  Ignacio,  San  Javier,  etc.  Son  hechas  en  verso  por  los 
Padres:  que  ellos  (como  se  dijo)  no  atinan  con  la  poesía.  Las  aprenden 
de  memoria,  y  después  las  cantan  cuando  grandes  en  sus  viajes.  Cuando 
digo  muchacho,  entiendo  desde  7  años  hasta  casarse,  que  suele  ser  de  17  y 
las  muchachas  á  los  15:  y  sólo  los  de  esta  edad  tienen  estos  alcaldes.  Todos 
se  casan.  Su  corta  capacidad  y  mucha  materialidad  no  son  capaces  de  celi- 
bato. Acabada  la  oración  mental  de  los  Padres,  á  cuyo  tiempo  por  lo  regu- 
lar acaban  ellossu  rezo,  abren  los  sacristanes  todas  las  puertas  de  la  iglesia. 
Dan  vuelta  los  muchachos  para  entrar  por  la  puerta  de  los  varones,  que, 
como  se  dijo,  es  la  que  cae  al  patio  de  los  Padres,  á  la  que  es  menester 
entrar  por  la  portería;  y  las  muchachas  entran  por  las  tres  puertas  del 
pórtico:  ellas  y  ellos  cantando  el  Alabado.  Lo  restante  del  pueblo  entran 
por  las  puertas  correspondientes,  y  salen  los  Padres  á  su  Misa:  que 
aunque  no  se  percibe  por  ella  cosa  alguna,  se  dice  siempre  indefectible- 
mente, si  no  es  que  esté  impedido  por  enfermedad. 

«19.  Acabada  la  Misa,  entra  el  Acto  de  contrición  y  Alabado  con  todo 
género  de  instrumentos  (hasta  con  clarines  lo  cantan  en  algunos  pueblos, 
aunque  lo  regular  es  guardar  los  clarines  para  el  sábado,  Misa  de  la  Vir- 
gen y  las  fiestas).  Acabado  esto,  salen  los  muchachos  al  patio  de  los 
Padres:  vuelven  allí  á  rezar  un  poco  y  cantar  alguna  de  sus  canciones 
(todas  estas  canciones  son  en  su  lengua):  se  les  da  de  almorzar,  que  suele 
ser  un  perol  de  carne  cocida,  ó  de  maíz  en  pueblo  de  pocas  vacas.  Después 
cargan  con  la  comida  de  medio  día,  los  peroles  para  cocerla,  los  escardillos 
para  escardillar  los  sembrados,  que  es  faena  muy  frecuente,  ú  otros  instru- 
mentos para  otros  trabajos,  y  una  pequeña  estatua  de  San  Isidro  labrador 
en  sus  andas,  con  su  caja  para  resguardo  cuando  llueve.  Tocan  sus  tambo- 
riles y  flautas:  y  al  son  de  estos  rudos  instrumentos  van  alegres  á  su  labor 
que  se  les  manda,  con  sus  Alcaldes.  Las  muchachas  hacen  lo  mismo  por 
otro  lado,  haciendo  otra  faena,  y  nunca  se  juntan  con  los  muchachos.  Los 
de  leer,  escribir,  cantar  y  danzar,  van  á  sus  escuelas.  Los  de  danza,  tal  cual 
vez,  que  no  es  menester  tanto  ejercicio,  y  comúnmente  es  un  día  á  la  sema- 
na, los  que  ya  saben:  y  en  los  restantes  van  con  la  turba  magna  á  sus  labo- 
res. No  van  con  sus  padres,  porque  no  saben  cuidar  de  ellos,  como  lo  han 
mostrado  muchas  experiencias:  y  andan  vagos  y  ociosos,  sin  alimento  ni 
vestido:  por  esto  han  tomado  estos  medios  los  Padres.  Algunos  seglares  sin 
práctica,  aunque  de  buena  intención,  murmuran  de  que  no  vayan  con  sus 
padres,  especialmente  las  muchachas,  y  les  ayuden  en  varias  cosas,  como 
en  traerles  agua,  leña  cuando  está  cerca,  y  otros  oficios  domésticos.  Pero 
para  esto  tienen  el  tiempo  que  les  sobra,  después  del  Rosario,  que  espe- 
cialmente en  verano  es  algunas  horas,  y  mucho  más  en  los  días  de  precepto 
para  los  españoles  que  no  lo  son  para  ellos:  porque  en  éstos,  después  de  la 
Misa,  van  á  su  casas,  no  se  les  manda  labor  alguna:  ni  aun  á  los  oficia- 
les mecánicos,  aunque  no  están  obligados  á  cesar  del  trabajo. 

«20.  Por  la  tarde  tocan  una  de  las  campanas  de  la  torre,  que  ellos 
llaman  tain  tain,  á  venir  á  la  iglesia:  para  lo  cual,  si  están  distantes  del 
pueblo,  ponen  una  espía.  Vienen  con  su  santo  y  tamboriles  y  flautas;  van 
de  presto  á  su  casa  á  dejar  su  poncho  de  trabajo  (ya  se  dijo  qué  vestidura 

36.    Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  ii. 


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es),  y  se  ponen  otro  mejor  para  la  iglesia.  Vienen  en  verano  á  las  5,  y 
en  invierno  á  las  4:  que  allí  en  este  tiempo  no  son  tan  cortos  los  días 
como  en  España. 

«21  Colocados  en  su  lugar,  empiezan  los  de  las  más  claras  voces  el 
Padre  nuestro  y  demás  oraciones,  repitiendo  todos.  Después  empieza  el 
Catecismo  con  preguntas  y  respuestas  entre  cuatro:  y  hacen  dos  coros. 
El  un  coro  pregunta  ¿Hay  Di06?  y  responde  el  otro:  Sí  hay:  y  así  van 
hasta  el  fin.  El  Catecismo  es  breve,  compuesto  á  su  modo  por  un  Concilio 
Límense.  Acabado  el  Catecismo,  viene  un  Alcalde  de  los  su^^os  que 
siempre  está  con  ellos,  á  avisar  al  Padre  que  ya  se  ha  acabado  el  Cate- 
cismo, para  que  vaya  á  enseñar  la  doctrina.  Al  ir  á  la  iglesia,  comienza 
á  tocar  la  campana  á  Rosario,  para  que  mientras  dura  la  Doctrina,  pueda 
venir  el  pueblo.  Enséñala  el  padre  con  una  cruz  en  la  mano,  y  es  aquélla 
que  dije  se  llevaba  á  los  enfermos,  cuando  van  á  confesar.  Pregunta  á 
unos  y  á  otros,  y  da  sus  premios  como  en  España.  Acabada  ésta,  entra  el 
Rosario  y  lo  demás,  como  se  dijo.  Van  los  muchachos  al  patio:  rezan  otro 
poco:  dáseles  ración  de  carne,  y  diciendo  á  voz  en  grito  todos  juntos: 
Tupa  tandekaaró  cheruba,  Dios  te  guarde  padre  mío,  se  van  á  sus 
casas.  Este  es  el  modo  que  se  tiene  en  todos  los  pueblos  con  esta  inocente 
infantería.  Este  es  el  porte  de  padres  y  madres  que  tienen  los  Misioneros 
con  ellos.  El  autor  del  libro  nuevo  que  antes  cité,  dice  que  en  tiempo  de 
invierno,  como  están  tan  de  mañana  rezando  y  cantando,  con  tan  poco 
vestido,  mientras  están  los  Padres  repantigados  en  su  cama,  mueren 
muchos  de  frío:  y  ésta  es  la  causa  porque  no  se  multiplican  más  aquellas 
gentes.  A  tanto  puede  llegar  la  ciega  pasión:  Y  añade  que  los  Padres 
son  homicidas,  pues  les  obligan  á  la  causa  de  su  muerte.  Ya  sabe  V.  R.  que 
éste  fué  expulso  de  nuestra  religión  en  España  por  revoltoso,  alocado  y 
díscolo:  que  fué  después  de  algún  tiempo  recibido  en  otra  Provincia,  con 
condición  de  que  había  de  venir  á  las  Misiones  de  la  América:  pues  su 
arrepentimiento  daba  esperanzas  de  que  se  portaría  bien  en  ellas:  que  se 
le  detuvo  mucho  tiempo  en  Buenos  Aires,  antes  de  enviarlo  á  la  labor. 
Que  en  este  tiempo  fué  segunda  vez  expulso  por  desobediente  y  otros 
escándalos.  Que  después  de  esta  segunda  expulsión  fué  á  estas  Misiones, 
capellán  de  los  oficiales  demarcadores  Reales:  Que  pasó  de  priesa  por  los 
cinco  pueblos  con  la  turba  de  dichos  demarcadores:  en  que  no  pudo  obser- 
var cosa  de  monta.  Y  aunque  estuvo  en  los  siete  pueblos  de  la  línea  divi- 
soria, fué  cuando  no  había  indios  en  ellos,  cuando  estaban  evacuados:  y 
que  llegó  á  ellos  mostrando  mucha  pasión,  ira  y  enojo  contra  los  Jesuítas, 
por  haberle  expulsado  segunda  vez.  Le  vi  en  ellas,  traté  y  comuniqué. 
Era  de  genio  mordaz,  gran  decidor,  motejador  y  despreciador  de  sus  pro 
jimos.  En  ésto  mismo  estaban  todos  los  que  trataban  con  él  y  le  oyeron.  Ya 
murió:  Dios  le  haya  perdonado:  y  quiera  S.  M.  que  le  hayan  aprovechado 
las  oraciones  que  hacíamos  por  su  bien,  que  no  eran  pocas.  Factible  es 
que  haga  mucho  mal  su  libro  á  los  que  ignoran  quién  fué.  En  hacer  y 
sacar  á  luz  este  libro,  aunque  fuera  verdad  lo  que  dice,  faltó  á  las  órdenes 
Reales,  que  ninguno  hable  ni  en  favor  ni  en  contra  de  los  Jesuítas.  Vol- 
vamos á  los  indios  adultos  y  de  mayor  edad. 

«23.     Hay  en  todos  los  pueblos  dos  Congregaciones:  una  de  la  V^irgen 
y  otra  de  San  Miguel.  Se  admiten  congregantes  adultos  de  uno  y  otro 


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sexo.  No  se  admite  á  cualquiera.  Se  hacen  pruebas  antes  de  sus  costum- 
bres. Confiesan  y  comulgan  por  regla  cada  mes.  El  día  de  su  advocación 
se  celebra  con  gran  solemnidad,  con  vísperas  solemnes  y  danzas,  Misa 
solemne  y  sermón;  y  á  la  tarde  se  les  hace  una  plática,  les  lee  el  Padre 
sus  reglas  y  se  las  explica:  firman  los  papeles  de  su  entrada  á  los  que 
entran  de  nuevo:  porque  hacen  su  protesta  de  vivir  de  tal  y  tal  modo,  y  de 
cumplir  las  reglas.  Este  papel  traen  al  cuello  en  una  curiosa  bolsa,  para 
ser  conocidos  por  esclavos  de  la  Virgen,  y  los  otros  por  especiales  venera- 
dores de  San  Miguel.  Da  el  oficio  de  Prefecto,  entregando  en  manos  del 
electo  un  estandarte  de  la  Virgen:  y  ésto  con  la  celebridad  de  chirimías  }■ 
clarines,  como  dije  que  se  daban  los  oficios  de  Cabildo:  y  con  él  dan  los 
demás  oficios  de  consultor,  fiscal,  portero  y  enfermero,  que  asisten  á  conso- 
lar los  enfermos,  llevarles  agua,  leña  y  algunos  regalos. 

«24.  Los  demás  del  pueblo  confiesan  y  comulgan  varias  veces  al  año. 
No  hay  fiestas  en  que  no  se  confiesen  muchos,  especialmente  en  las  que 
son  de  precepto  para  ellos.  Y  como  son  centenares:  y  no  pueden  dos  Padres 
solos  (y  á  temporadas  no  es  más  que  uno)  con  tantos  en  un  día:  empiezan 
las  confesiones  dos  ó  tres  días  antes:  hay  mucho  orden  y  resguardo  en 
ellas:  no  son  á  cualquiera  hora,  que  sería  cosa  insoportable.  Son  de  este 
modo.  Después  de  la  Misa,  á  hora  regular,  y  de  dar  gracias,  se  van  los 
Padres  á  sus  ministerios  de  Viático,  Extremaunción,  etc.,  que  por  no  estar 
lejos  los  enfermos,  y  haber  mucha  prevención  y  orden,  se  hace  con  breve- 
dad: y  de  ahí  á  rezar  Horas  menores.  Entretanto,  se  van  disponiendo  en 
la  iglesia  los  que  se  han  de  confesar.  De  su  concierto  y  orden,  cuidan 
los  prefectos  de  la  Congregación,  dejándoles  con  toda  libertad  que  se  apli- 
quen al  Confesonario  que  quisieren.  Estos  son  preciosos,  grandes,  dorados, 
y  pintados,  que  parecen  un  retablo.  No  sólo  las  mujeres,  sino  también  los 
varones  se  confiesan  por  la  rejilla:  éstos  á  un  lado  y  ellas  á  otro.  Viene 
uno  de  los  prefectos  á  avisar  á  los  Padres:  «para  ti.  Padre,  ó  en  tu  confe- 
sonario, hay  tantos  hombres  ó  tantas  mujeres,  ó  tantos  muchachos  y  tantas 
muchachas.  Coge  el  Padre  una  cestica  que  para  este  fin  tiene  llena  de 
tablitas  como  un  dedo  de  largas,  en  que  con  un  hierro  ardiendo  se  graba 
este  letrero:  Confesió?i.  y  va  á  la  iglesia.  A  cada  uno  que  da  la  absolución 
da  una  de  aquellas  tablillas  por  un  agujero  que  hay  para  eso  en  el  confeso- 
nario. Al  que  no  absuelve  no  se  le  da:  y  le  advierte  que  no  puede  comul- 
gar, aunque  por  la  Doctrina  cuotidiana,  cuando  muchachos,  y  por  las 
pláticas  dominicales,  ya  lo  saben.  Si  tiene  que  reconciliarse,  vuelve  al  otro 
día:  aunque  es  rarísimo  el  que  vuelve,  por  la  crasitud  de  sus  conciencias  ó 
entendimiento.  No  tienen  escrúpulos  ni  delicadezas:  y  desde  que  le  dieron 
la  tablilla,  se  guarda  mucho  de  hacer  cosa  que  sea  materia  de  confesión. 
Sus  confesiones  son  muy  breves,  sin  relaciones,  ni  historias,  ni  conviene 
decirles  mucho,  sino  poco  y  bueno.  Son  muchos  los  que  vienen  sin  materia 
de  confesión,  por  más  que  los  examine:  y  dicen  que  vienen  á  que  los  ben- 
diga. Cuando  van  á  comulgar,  estando  todos  á  la  barandilla,  va  el  sacristán 
mayor  con  una  gran  fuente,  recogiendo  en  ella  las  tablillas.  Si  alguno  no 
la  trae,  que  sucede  rarísima  vez,  lo  echa  de  allí.  Si  dice  que  se  le  perdió,  le 
dice  que  se  confiese  otra  vez  y  la  traiga.  Las  barandillas  son  tan  grandes 
que  en  algunas  cabe  una  hilera  de  80  personas,  y  en  algunas  partes  está 
con  mucho  adorno  de  dorado  y  pintado,  y  con  muy  vistosos  paños  ó  lienzos. 


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Siempre  que  van  á  viaje,  que  ha  de  durar  algunos  meses,  como  á  Buenos 
Aires  en  barcos,  ó  á  función  de  fabricar  fuertes,  ó  de  milicia,  confiesan  y 
comulgan  todos:  y  cuando  vuelven,  confiesan  otra  vez.  Cuando  enferman, 
luego  se  confiesan  y  quieren  que  se  les  dé  el  Viático  y  Extremaunción, 
aunque  no  sea  muy  grave  la  enfermedad.  No  siempre  se  puede  condescen- 
der con  ellos,  sino  arréglamenos  al  Ritual.  No  hay  aquel  horror  á  estos 
sacramentos,  como  con  tanto  daño  suyo  lo  tienen  muchos  cristianos.  En 
dándoles  todos  los  Sacramentos,  quedan  muy  contentos.  Cuando  repetimos 
las  visitas,  si  se  les  pregunta  si  quieren  confesar,  rara  vez  lo  hacen.  Suelen 
decir:  Ya  te  lo  dije  todo:  no  tengo  cosa  alguna.  No  muestran  horror  ni  turba- 
ción á  la  muerte:  ni  tienen  escrúpulos,  ni  congojas.  Mueren  con  mucha 
devoción,  y  mostrando  la  confianza  de  que  se  han  de  salvar.  Juzgamos  que 
por  su  cortedad,  Dios  no  permite  al  demonio  que  los  tiente  en  aquella  hora. 
Por  esto  es  común  sentir  de  los  Padres  que  todos  los  que  mueren  en  el 
pueblo  se  salvan:  y  un  Padre  muy  santo  y  muy  devoto  y  de  grande  expe- 
riencia, decía  además:  que  atenta  la  piedad  de  Dios,  su  mucha  cortedad,  y 
la  fe  y  devoción  que  muestran,  todos  se  salvan.  También  son  de  sentir  los 
experimentados  que  el  indio,  aunque  haga  cosas  que  de  suyo  sean  pecados 
mortales,  rara  vez  comete  pecado  mortal  formalmente,  sino  venial  por  falta 
de  conocimiento,  como  decimos  de  los  muchachos. 

«28.  Sus  viajes  se  hacen  muy  cristianamente.  Confiesan  y  comulgan 
todos.  Después,  prevenido  el  matalotaje  para  él,  tocan  sus  tamboriles  á 
juntarse.  Vienen  á  la  iglesia  con  un  retrato  de  la  V^irgen  ú  otro  santo  de 
su  devoción,  que  por  lo  regular  es  del  patrón  del  pueblo.  Pónenlo  sobre 
una  mesa:  y  ante  él  rezan  y  cantan:  y  suelen  acudir  allí  algunos  músicos 
con  sus  instrumentos  á  ayudarles.  Salen  á  la  puerta  del  Cura:  bésanle 
la  mano:  háceles  una  corta  plática  sobre  el  fin  de  su  viaje.  Cargan  con  el 
santo:  llévanle  en  procesión  alrededor  de  la  plaza  al  son  de  chirimías,  cajas 
y  flautas,  y  una  ó  dos  campanillas  que  llevan  para  todo  el  viaje:  y  uno 
que  hace  oficio  de  sacristán  cuidando  de  él.  Tan  cristianamente  se  portan. 
Siempre  llevan  el  santo,  su  sacristán,  campanillas,  tamboril  y  flauta,  y  un 
médico  con  su  botica  de  medicinas  para  cuando  hubiere  enfermos. 

«29.  Cada  tarde,  antes  de  ponerse  el  sol,  se  paran,  sea  por  agua,  sea  por 
tierra,  y  hacen  como  una  enramada  y  altar  á  su  santo:  rezan  allí  el  rosario 
y  cantan  algo:  y  de  ahí  á  cenar.  El  indio  en  viajes  y  en  su  pueblo  y  casa, 
cena  al  caer  la  tarde,  se  acuesta  al  anochecer,  y  se  levanta  con  las  galli- 
nas muy  de  mañana,  no  á  trabajar;  sino  á  tomar  la  bebida  de  la  3'erba,  al- 
morzar y  parlar.  Cuando  ya  salió  el  sol,  rezan  ante  su  santo,  que  para  eso 
lo  dejaron  por  la  noche  en  su  enramada  ó  altar,  y  cantan  una  canción:  y 
casi  siempre  ha}'  alguno  ó  algunos  músicos  jubilados  entre  ellos:  y  ya  tarde 
empiezan  la  jornada.  Comienzan  tarde  y  acaban  temprano.  Así  lo  hacen 
siempre  que  van  sin  algún  Padre:  que  es  más  común  ir  sin  él.  Si  llevan 
algún  Misionero,  le  obedecen  en  el  modo  de  caminar,  aunque  cuesta  difi- 
cultad sacarlos  de  su  paso.  Al  indio  nada  se  le  da  en  tardar.  Otros  Padres 
se  atemperan  á  su  modo,  si  no  hay  especial  priesa.  Cuando  vuelven  de  su 
viaje,  se  confiesan  y  comulgan  otra  vez.  Si  no  se  hallaron  en  ocasión  de 
pecar,  no  traen  materia:  porque  al  indio,  si  no  está  en  la  ocasión,  nada 
se  le  ofrece. 

«30.     El  cuidado  en  lo  espiritual  de  los  enfermos,  y  la  caridad  en  lo 


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temporal  es  grande.  Para  esto  hay  en  el  pueblo  tres  ó  cuatro  indios,  que 
como  apunté  llaman  curuzuyá,  el  de  la  cruz,  porque  siempre  lleva  como 
por  báculo  una  cruz  de  dos  varas  en  alto,  y  gruesa  como  el  dedo  pulgar. 
Estos  desde  pequeños  aprenden  á  curar  y  hacer  medicamentos  ó  medici- 
nas: tienen  papeles  de  esta  facultad,  hechos  por  algunos  hermanos  Coadju- 
tores, enfermeros  en  aquellas  Misiones,  que  fueron  en  el  siglo  Cirujanos 
y  boticarios,  y  se  aplicaron  mucho  en  las  Misiones  á  la  medicina.  No  van 
con  los  demás  á  las  faenas  del  pueblo:  antes  los  otros  les  hacen  lo  que  han 
de  menester,  para  que  ellos  cuiden  mejor  de  su  ministerio, 

«31.  Todas  las  mañanas  vienen  temprano.  Salen  por  las  calles  á  visitar 
los  enfermos  y  ver  si  hay  alguno  de  nuevo.  Al  abrir  la  portería,  un  cuarto 
de  hora  antes  de  acabar  la  oración,  entran  en  casa  de  los  Padres  junta- 
mente con  los  sacristanes,  mayordomos  y  cocinero,  y  no  se  abre  antes  á 
nadie,  sino  que  sea  algún  repentino  ministerio.  Aguardan  á  que  toquen 
á  salir  de  oración,  y  dan  cuenta  al  Padre  de  todo.  N.  á  quien  confesaste 
a3'er,  está  de  este  modo,  hoy  necesita  de  viático  después  de  Misa.  N.  nece- 
sita de  la  Extremaunción.  Murió  un  párvulo,  etc.:  y  á  la  hora  competente 
están  con  el  Padre  en  estos  ministerios  como  directores  de  los  demás  que 
asisten.  Acabadas  estas  funciones,  vienen  á  disponer  la  comida  de  los  enfer- 
mos, que  hacen  en  casa  de  los  Padres.  Al  salir  de  comer  éstos,  tienen  pre- 
venida 3'a  en  sus  platos  esta  comida,  y  con  un  pedazo  de  pan  de  trigo 
en  cada  uno,  que  por  orden  del  Padre  le  pone  el  refitolero.  Bendícelos  el 
Padre  semanero,  y  va  con  ellos  á  los  enfermos.  Esto  se  hace  porque  los  de 
su  casa  les  dan  la  comida  á  medio  guisar,  casi  cruda  y  dura,  que  así  la 
quieren  y  comen  ellos:  y  dicen  que  si  está  muy  cocida  y  como  nosotros 
la  comemos,  no  dura  en  su  estómago.  Tienen  buche  de  avestruz,  que  todo 
lo  digieren.  Pero  á  los  enfermos  no  les  puede  hacer  provecho, 

«32.  Después  de  comer,  vuelven  los  enfermeros  ó  médicos  á  visitar  sus 
enfermos,  y  á  las  dos  están  en  la  portería:  y  entran  con  los  demás  á  dar 
cuenta  de  su  ministerio:  y  entonces  piden  la  medicina,  que  en  su  casa  no 
la  tienen,  de  que  los  Padres  están  prevenidos.  Medicinas  y  visitas  todo  se 
da  y  se  hace  de  valde,del  mismo  modo  que  nuestros  ministerios  espirituales. 
Los  Padres  van  aun  sin  ser  llamados,  á  visitar  los  enfermos,  y  ven  si  los 
médicos  cumplen  bien  con  su  oficio.  Por  este  orden  y  concierto  es  llevadero 
y  sin  mucho  trabajo  el  andar  bien  de  lo  espiritual  de  un  pueblo,  aunque  sea 
grande  y  aunque  haya  un  solo  Padre.  Si  estuviéramos  á  su  antojo,  sería 
harto  difícil,  que  ni  cuatro  Padres  pudieran  dar  satisfacción.  Para  mayor 
distinción  prosigamos  por  títulos  lo  que  resta  del  porte  eclesiástico  y  espi- 
ritual y  lo  que  á  él  se  allega. 


Procesión  de  Corpus 

«33.  Esta  se  hace  con  notable  solemnidad  y  devoción.  Días  antes  van 
indios  á  los  campos  y  montes,  á  coger  fieras,  y  pájaros  y  flores.  Alrededor  de 
la  plaza  hacen  una  gran  calle  por  donde  ha  de  rodear  la  procesión.  Toda 
la  plaza  que  coge  esta  calle  está  llena  de  arcps  de  vistosas  ramas  y  flores, 
y  á  los  lados  hay  el  mismo  adorno.  Estos  arcos  y  lados  los  adornan  con 
muchos  loros,  y  pájaros  de  varios  colores,  y  otros  varios  pájaros,  á  que 


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añaden  á  trechos  monos,  y  venados,  y  otros  animales  bien  amarrados.  Los 
sacristanes,  á  los  cuatro  ángulos,  adornan  cuatro  capillas  con  sus  chapiteles 
muy  aderezados,  con  muchos  frontales  y  otras  alhajas  de  la  iglesia.  Están 
prevenidos  los  músicos  y  danzantes,  muy  ensayados  en  su  facultad.  Después 
de  la  misa,  sale  el  Preste  con  su  custodia  (que  es  vistosa  y  rica),  al  sonoro 
y  devoto  estruendo  de  cuantos  instrumentos  hay  en  el  pueblo:  violines, 
arpas,  bajones,  clarines,  tambores,  tamboriles  y  flautas.  Van  siempre  dos 
acólitos  con  ricos  roquetes  y  sotanas,  incensando  con  dos  incensarios  de 
plata,  y  otros  con  una  vistosa  cestilla  llena  de  flores,  echándolas  por  toda  la 
procesión  á  los  pies  del  sacerdote. 

«34.  Al  llegar  á  la  primera  capilla,  pone  la  custodia  en  el  altar:  incien- 
san, cantan  los  músicos  alguna  devota  letrilla  y  el  versículo:  y  el  Preste 
su  oración.  Luego  se  sienta  delante  de  la  capilla  en  una  rica  silla  de  las 
tres  que  sirven  para  las  vísperas  solemnes,  que  por  lo  común  son  de  ter- 
ciopelo carmesí  con  galones  de  oro:  y  los  Cabildantes  y  Cabos  con  sus 
vestidos  de  gala,  en  los  asientos  correspondientes.  Salen  las  danzas.  Ocho, 
diez  ó  más  danzan  alguna  de  las  más  devotas  danzas  delante  del  SSmo.,  ya 
de  Angeles,  ya  de  naciones.  Diré  tal  cual.  Salen  vestidos  diez  de  asiáticos 
con  cazoletas  de  incienso  de  su  tierra,  y  en  ellas  un  grano  grande  como 
una  nuez  en  cada  una  para  que  dure  toda  la  danza.  Puestos  de  hilera,  co- 
mienzan á  incensar  al  Señor,  con  reverencias  hasta  el  suelo,  al  uso  de  su 
tierra:  y  al  mismo  tiempo  cantan  lauda  sion  salvatorem:  y  con  bellísi- 
mas voces,  que  casi  todos  son  tiples.  Esto  lo  cantan  despacio,  al  compás  de 
la  incensación.  Repiten  todos  más  apriesa,  danzando  y  cantando,  y  prosi- 
guen dos  ó  tres  mudanzas.  Cantan  segunda  vez  dos  de  ellos  quantum 
POTES  TANTUM  AUDE  etc,  incensando  y  cantando  con  pausa,  y  repiten 
todos  lauda  sion  salvatorem  etc.:  danzan  y  cantan  más  apriesa.  Con  este 
orden  van  cantando  todo  el  sagrado  himno.  Al  fin  van  de  dos  en  dos  suce- 
sivamente al  altar,  con  muchas  vueltas  y  genuflexiones^  y  dejan  allí  delante 
en  orden  todas  sus  cazoletas  con  sus  pebetes. 

«35.  Otra  vez  salen  cuatro  Reyes,  que  representan  las  cuatro  partes 
del  mundo,  con  sus  coronas  y  cetros,  y  un  corazón  de  palo  oculto  pintado 
en  el  seno.  Estos  suelen  ser  tenores,  y  traen  el  traje  correspondiente  á  su 
país  ó  región.  Pónense  en  fila  delante  del  Señor:  y  con  gran  gravedad  can- 
tan el  Sacris  solsmniis.  Acabados  estos  primeros  versos,  danzan  algunas 
mudanzas  con  majestad  de  Reyes.  Paran,  y  vuelven  á  cantar  los  segundos, 
y  vuelven  á  danzar  sus  mudanzas.  Al  fin  van  los  dos  primeros  al  Santísimo 
con  grandes  reverencias:  danzan,  y  allí  ofrecen  la  corona,  y  vuelven  por  el 
mismo  orden  de  vueltas  á  sus  compañeros.  Estos  van  del  mismo  modo,  y 
ofrecen  del  mismo  modo.  Después  de  alguna  mudanza,  vuelven  los  prime- 
ros, y  ofrecen  los  cetros:  y  después  de  otra,  arrancan  á  un  tiempo  el  cora- 
zón y  con  él  en  la  mano,  con  festivas  vueltas  y  reverencias  le  ofrecen  á 
aquel  Señor,  dejando  allí  corona,  cetro  y  corazón.  ¿Qué  dirán  á  esto  los 
cristianos  viejos,  que  con  tanta  profanidad  y  aun  peligro  de  sus  almas  usan 
sus  danzas? 

«36.  Prosiguen  desde  esta  primera  capilla  á  la  segunda:  y  allí  se  hace 
lo  mismo,  con  sus  letrillas,  motetes  y  danzas:  y  lo  mismo  en  la  tercera  y 
cuarta:  y  como  la  gente  va  con  tanto  silencio  y  devoción  (cosa  que  usan  en 
todas  las  procesiones,  y  de  que  se  admiran  y  edifican  mucho  los  españoles 


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virtuosos),  y  sobre  todo,  va  la  música  repitiendo  el  Tantum  ergo:  y  es  tanto 
el  estrépito  de  las  campanas,  clarines,  clarinetes  y  demás  instrumentos  de 
boca  y  de  cuerdas,  tambores,  tamboriles,  cajas,  flautas,  que  parece  cosa 
de  la  gloria.  Acabada  la  procesión,  reparte  el  Padre  á  los  más  necesitados 
gran  multitud  de  mandiocas  y  batatas,  tortas  de  maíz  y  otros  comestibles, 
que  pusieron  en  los  adornos  de  la  procesión:  y  después  se  van  á  prevenir 
su  convite,  que  este  día  es  grande. 


Semana  Santa 

«37.  Celébranse  las  tinieblas  con  la  música,  pero  no  se  usan  violines, 
sino  violones  y  flautas  de  coro  y  espinetas,  ó  clavicordios,  y  en  algunas  par- 
tes liras,  instrumento  de  arco  muy  dulce  y  sonoro  y  devoto,  que  en  lo  suave 
y  grave  imita  algo  al  clavicordio.  Al  Miserere  se  azotan  con  un  rigor  sin- 
gular. El  Jueves  Santo  por  la  noche  hay  sermón  de  Pasión.  Después 
empieza  la  procesión.  Esta  es  tan  devota,  que  no  se  puede  explicar  sin 
lágrimas.  Es  de  este  modo: 

«38.  Previénense  treinta  y  tantos  niños  de  nueve  á  diez  años  con  sota- 
nas y  muy  decentes  vestidos  talares,  con  un  paso  de  la  Pasión  cada  uno:  y 
dos  muchachos  á  los  dos  lados  con  linternas  puestas  en  alto  para  ser  mejor 
vistos  de  todos.  Todos  estos  se  ponen  por  su  orden  en  el  patio  de  los  Padres, 
cerrada  la  puerta  de  la  iglesia  que  cae  á  aquella  parte.  Sale  el  Preste  con 
su  capa  pluvial,  y  se  sienta  frente  á  aquella  puerta.  Ábrenla,  y  va  entrando 
el  primer  niño  con  la  soga  ó  lazo  con  que  prendieron  á  Jesucristo  hasta  el 
centro  de  la  iglesia,  en  que  el  mucho  gentío  tiene  hecha  una  espaciosa  calle 
hasta  la  puerta  principal,  para  que  desde  allí  se  encaminen  todos;  y  al 
entrar,  va  cantando  en  tono  muy  lastimero  al  son  de  bajones  y  chirimías 
roncas:  Esta  es  la  soga  con  que  prendieron  á  Jesús  nuestro  Reden- 
tor: CON   QUE   se   dejó    ATAR    EL    SeÑOR   POR   NUESTROS   PECADOS:  Ay,  AY, 

Cristo  mi  Bien  y  Señor.  Con  este  orden  y  esta  explicación  del  paso,  y  el 
santo  estribillo  ¡ay,  ay!,  van  entrando  todos,  que  como  son  tantos,  es  larga 
la  función:  y  prosiguen  después  en  medio  de  la  función  sin  cantar. 

«39.  Esta  va  alrededor  de  la  plaza  como  la  del  Corpus:  y  todas  las  pro 
cesiones  se  hacen  por  el  mismo  estilo,  no  por  las  calles.  Los  músicos  van 
cantando  el  Miserere:  y  acabado,  cantan  y  repiten  las  coplas  de  los  pasos 
que  cantaban  los  niños.  Llévanse  muchos  pasos  de  bulto,  y  al  salir  el  de 
Jesucristo  á  la  columna  y  el  de  la  Virgen  llorando,  levantan  las  mujeres  el 
grito,  llantos  y  alaridos,  que  enternecerían  á  las  mismas  piedras.  Van 
cesando  estos  alaridos  ó  llantos,  y  no  se  oyen  sino  cajas  roncas,  clarines 
roncos,  el  Miserere,  y  un  grande  confuso  ruido  de  azotes,  porque  nadie 
habla  una  palabra.  Azótanse  casi  todos  los  que  no  van  ocupados  en  llevar 
los  pasos  ú  otro  misterio.  Su  azote  es  una  penca  de  cuero  de  vaca,  sembrada 
de  clavos,  con  las  puntas  hacia  afuera,  al  modo  de  peine  para  apartar  el 
hilo  de  la  estopa,  aunque  no  tan  espeso.  Con  este  tan  horroroso  instrumento 
se  azotan  tan  sin  tiento,  como  si  fuera  disciplina  de  algodón,  y  al  día 
siguiente,  de  las  muchas  heridas  que  se  hacen  con  mucho  derramamiento 
de  sangre,  están  ya  con  costras,  sin  haberles  aplicado  medicina  alguna. 
Son  muy  diversas  las  carnes  del  indio  de  las  nuestras,  á  semejanza  de  los 


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brutos.  No  se  tapan  la  cara  para  azotarse,  que  en  ellos  no  hay  vanidad  ni 
otros  reparos. 

«40.  Jueves,  Viernes  y  Sábado  santo  se  hacen  las  funciones  de  Misa, 
Profecías  y  demás  ceremonias,  como  en  las  colegiatas  de  canónigos.  Como 
aquellas  iglesias  son  parroquias,  se  bendice  la  pila  bauptismal  con  mucho 
adorno  y  majestad,  la  mañana  del  Sábado  santo:  sacan  nuevo  fuego.  El 
fuego  lo  hace  el  sacristán  con  un  eslabón:  hace  una  gran  fogata  en  el  ante- 
patio y  en  el  pórtico.  Bendice  el  párroco  el  fuego  según  el  Ritual:  y  lo 
mismo  es  bendecirlo,  rociarlo,  é  incensarlo,  que  con  grande  algazara 
echarse  todos  á  coger  los  tizones,  y  con  grande  alegría  lleva  cada  uno  su 
tizón  á  casa,  como  fuego  santo  para  tener  nuevo  fuego.  No  hay  desorden 
ninguno  en  esta  función. 

«41.  La  mañana  de  resurrección  es  cosa  de  la  gloria.  Al  alba,  ya  está 
toda  la  gente  en  la  iglesia.  Por  calles,  plazas  y  pórticos  de  la  iglesia,  todo 
está  lleno  de  luces:  todo  es  resonar  cajas  y  tambores,  tamboriles  y  flautas, 
tremolar  banderas,  flámulas,  estandartes,  y  gallardetes  en  honra  de  las 
estatuas  de  bulto  entero  colocadas  en  medio,  de  Cristo  resucitado  y  de  su 
Santísima  Madre:  haciéndolas  grande  y  sonora  música  los  bajones,  clari- 
nes, chirimías,  órganos  y  todo  género  de  instrumentos,  que  todos  juntos, 
con  muy  alegres  sones,  concurren  á  causar  una  alegría  del  cielo.  Los  Cabil- 
dantes, los  militares,  los  danzantes,  con  las  mejores  galas  y  todas  sus  ban- 
deras y  banderillas  de  varios  colores. 

«42.  Sale  el  Preste  con  el  más  rico  ornamento,  de  capa  pluvial,  etc. 
Inciensa  á  las  dos  estatuas.  Sale  la  imagen  de  Jesucristo  por  un  lado  con 
todos  los  varones,  el  Preste  y  la  música,  y  por  el  otro  lado  la  Virgen,  la 
música  y  todas  las  mujeres.  En  toda  la  plaza  todo  es  batir  y  tremolar  aque- 
lla multitud  de  banderas  y  gallardetes.  Los  músicos  se  deshacen  cantando 
y  repitiendo  Regina  coeli  laetare.  Los  clarines  con  las  chirimías  corres- 
ponden con  tal  destreza,  que  parece  las  hacen  hablar.  El  Laetare  Lae- 
tare es  lo  que  repiten  muchas  veces  con  muchos  gorjeos.  Es  composición 
muy  alegre.  Después  de  haber  acabado  las  tres  caras  de  la  plaza,  al  enca- 
rarse las  dos  imágenes  en  la  cuarta,  la  de  la  Virgen  se  viene  á  encontrar 
con  su  SSmo.  Hijo  en  medio  de  tres  muy  profundas  reverencias  á  trechos, 
arrodillándose  á  ellas  todo  el  pueblo.  Ya  á  este  tiempo  repiten  mucho  más 
y  con  más  estruendo  y  gorjeos  de  voces  é  instrumentos  el  Regina  y  el 
Laetare. 

«43.  Juntas  las  dos  santas  imágenes,  sale  una  danza  de  Angeles  que 
son  muchos  músicos,  al  son  de  arpas  y  violones.  Comienzan  á  danzar  y  can- 
tar á  un  mismo  tiempo  el  Regina  coeli  delante  de  las  dos  imágenes.  Des- 
pués de  algunas  mudanzas  lo  repiten  en  su  lengua:  y  así  alternando  en  latín 
y  en  su  idioma,  prosiguen  y  acaban  todas  sus  mudanzas.  Sale  otra  de  nacio- 
nes, hasta  cuatro.  Acabadas  las  danzas,  vuelve  la  procesión  con  las  dos 
imágenes  por  medio  de  la  plaza,  después  de  la  incensación,  que  hace  el 
Preste,  cantando  la  oración  correspondiente.  Va  por  el  mismo  orden  de 
alegres  cánticos  detrás  é  instrumentos,  y  el  grande  estrépito  de  repique 
de  campanas  y  campanillas,  que  los  monacillos  van  repicando  al  lado  de  las 
imágenes.  Acabada  la  precesión,  empieza  la  Misa  solemne,  y  su  sermón  al 
Evangelio:  y  acabado  todo,  van  á  tomar  la  yerba,  á  bebería  en  su  casa,  y 
á  prevenirse  para  el  banquete  ó  convite.  Este  día,  por  la  circunstancia  de 


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procesión  tan  larga  y  sermón,  no  hay  rezo  y  catecismo  de  cada  domingo. 
Ahora  me  ocurre  que  dejé  de  poner  la  distribución  eclesiástica  del  domingo 
donde  le  tocaba,  que  es  después  de  la  distribución  cuotidiana.  No  es  bien 
que  la  dejemos  en  blanco:  pues  es  cosa  de  singular  edificación. 


Distribución  eclesiástica  del  Domingo 

<4-i.  Cada  domingo  al  amanecer,  mientras  los  Padres  están  en  oración, 
júntanse  todos  de  todas  edades  y  sexos  en  la  plaza,  divididos  y  apartados 
los  hombres  de  las  mujeres,  los  muchachos  de  las  muchachas,  como  se  hace 
siempre.  Al  tocar  á  salir  de  la  oración  los  Padres,  abren  las  puertas;  entran 
las  mujeres  en  la  iglesia  por  las  tres  puertas  del  pórtico:  y  los  varones 
por  las  de  los  costados.  Los  muchachos  se  quedan  en  el  patio  de  los  Padres: 
y  las  muchachas  van  al  cementerio.  En  medio  de  la  iglesia,  entre  los  hom- 
bres y  las  mujeres,  dando  la  espalda  á  éstas,  se  ponen  en  pie  cuatro  indios 
de  las  más  claras  voces,  y  todos  los  demás  están  de  rodillas.  Los  cuatro 
comienzan  el  Padre  nuestro  y  demás  oraciones,  que  repiten  todos.  Acaba- 
das éstas,  se  sientan,  quedando  en  pie  los  cuatro.  Estos  comienzan  el 
Catecismo.  Dos  de  ellos  dicen  ,iHay  Dios?  Responden  dos:  Sí  hay.  Prosi- 
guen los  dos:  t'Ciiántos  Dioses  hay?'  Responden  los  otros  dos:  Uno  no  más. 
Responden  todos  lo  mismo:  y  por  este  orden  va  todo  lo  demás,  como  se 
dijo  hablando  de  la  Doctrina  de  los  muchachos.  Supónese  que  todo  va  en 
su  lenguaje:  que  si  fuera  en  lengua  latina  ó  castellana,  que  no  la  entien- 
den, poco  les  aprovecharía. 

«45.  Acabadas  las  oraciones  y  el  Catecismo,  dicen  los  cuatro:  «Este  es 
el  modo  de  contar:  ¡¿no.»  Y  responden  todos:  iíno.  —  «Dosy>:j  responden  dos. 
— « Tres»,  y  responden  todos  tres:  y  así  van  hasta  ciento,  y  de  ahí  á  200,  etcé- 
tera, hasta  mil.  De  uno  á  cuatro  inclusive  cuentan  en  su  lengua,  y  es:  pe- 
tey,  mocoy,  mbohapí,  iriindi.  De  ahí  adelante,  en  castellano,  porque  en  su 
lenguaje  sólo  cuentan  hasta  cuatro.  Para  cinco,  dicen:  una  mano:  peteipó,  y 
muestran  los  cinco  dedos.  Para  seis:  U7ia  mano  y  un  dedo,  etc.  Para  diez: 
dos  manos.  Para  veinte:  manos  y  pies:  y  de  ahí  arriba  dicen:  eíá,  muchos: 
y  no  saben  más:  tan  corto  quedó  su  entendimiento.  Acabado  el  modo  de 
contar,  dicen:  estos  son  los  meses  del  año,  Enero:  y  responden  todos:  Enero, 
y  así  hasta  Diciembre.  En  su  lengua  no  tienen  nombre  de  meses,  sino  una 
luna,  dos  lufias.  etc. — Después  dicen:  estos  son  los  días  de  la  semana:  lunes: 
y  responden  lunes:  y  así  hasta  el  domingo:  todo  en  castellano:  aunque  á 
estos  días  les  han  puesto  nombres  en  su  lengua.  Al  lunes,  mbayapoipí,  tra- 
bajo primero:  al  martes,  mbayapomocoi,  trabajo  segundo,  etc.  Al  jueves 
llaman  teique,  entrada,  porque  á  los  principios,  no  solólos  Domingos  entra- 
ban en  la  iglesia,  sino  también  el  jueves.  Al  sábado,  víspera  de  _/iesta:  y  al 
Domingo,  día  de  Jiesta.  Todo  esto  que  hacen  los  hombres  y  mujeres  en  la 
iglesia,  hacen  los  muchachos  aparte  con  sus  alcaldes  en  el  patio,  y  las  mu- 
chachas en  el  cementerio. 

«46.  Acabado  todo  esto,  entra  un  Padre,  el  semanero,  á  hacerles  una 
plática  doctrinal,  habiendo  entrado  para  esto  los  niños  y  las  niñas.  Acabada 
la  plática,  se  reviste  el  Padre  con  capa  pluvial,  y  sale  al  Asperges,  que 
entona  en  las  gradas  del  altar  mayor:  salen  con  él  los  Acólitos  con  el  calde- 


-570- 

rillo  del  agua  bendita  y  el  hisopo,  uno  y  otro  de  plata:  prosigue  asperjando 
por  toda  la  iglesia:  y  los  músicos  entretanto  cantan  lo  que  corresponde. 
Vuelve  á  las  gradas  del  Altar,  y  dice  los  versículos  del  Ritual,  cantando 
todos.  Después  entra  la  Misa  con  toda  solemnidad.  Cantan  los  músicos  lo 
que  les  toca,  Gloria,  Credo,  etc.,  en  varias  composiciones  que  tienen:  un 
domingo  una,  otro  otra.  Desde  la  Septuagésima  á  Pascua,  cantan  en  tono 
gregoriano,  según  la  rúbrica.  Acabada  la  Misa,  salen  todos  adonde  les 
toca:  los  hombres  y  muchachos  al  patio  del  Padre:  las  mujeres  y  muchachas 
al  cementerio:  y  luego,  en  el  patio,  uno  de  los  Cabildantes  más  hábiles  re- 
pite á  todos  la  plática:  y  el  día  del  sermón  repite  el  sermón:  y  algunos  tienen 
tal  memoria,  que  la  repiten  puntualmente  toda.  Otros  que  no  llegan  á 
tanto,  repiten  lo  que  pueden,  y  añaden  otras  cosas  santas:  pero  nunca  se 
paran,  ni  les  falta  qué  decir  por  media  hora  y  más.  Kl  exordio  es  muchas 
veces:  «Ya  veis,  hermanos  míos,  que  estos  Padres  están  quebrantándose 
la  cabeza  con  nosotros,  en  busca  de  nuestro  bien  espiritual  primeramente, 
y  después  del  temporal:  de  manera  que  sin  ellos  nada  tuviéramos:  ya  veis 
como  nada  buscan  de  nosotros  para  sí,  sino  que  antes  bien  están  bus- 
cando para  nosotros.  Vienen  con  sus  estampas,  medallas  y  abalorios  que 
reparten  entre  nosotros;  y  después  de  haber  trabajado  mucho,  se  van  según 
el  orden  de  su  Superior,  y  nada  llevan.  Y  sabéis  como  dejaron  sus  padres, 
sus  madres,  sus  parientes  y  sus  países:  aquellas  tierras  tan  fértiles  y  deli- 
ciosas de  la  otra  parte  del  mar,  y  con  tantos  peligros,  por  un  mar  tan  dila- 
tado vinieron  á  hacernos  tanto  bien:  por  tanto  debemos  respetarlos,  hon- 
rarlos y  obedecerlos,  etc.» — No  hay  cosa  que  les  mueva  tanto,  como  esto 
de  dejar  sus  padres  y  su  país  por  ellos.  A  las  mujeres  repite  la  plática  un 
Alcalde  viejo. 

«48  Acabada  la  plática,  los  Secretarios  de  cada  parcialidad  cuentan  á 
todos  de  toda  edad  y  sexo  por  sus  listas,  para  ver  si  ha  faltado  alguno 
á  Misa:  dan  cuenta  al  Cura,  y  él  averigua  si  estuvo  impedido.  Si  fué  cul- 
pado, se  le  busca  y  castiga.  El  castigo  son  25  azotes.  Luego  se  dice  la  Misa 
segunda  para  los  convalecientes,  é  impedidos  en  la  primera.  Después  se 
reparten  las  faenas  de  toda  la  semana,  y  se  van  á  comer  3^  á  jugar  á  la 
pelota,  que  es  casi  su  único  juego.  Pero  no  la  juegan  como  los  españoles: 
no  la  tiran  y  revuelven  con  la  mano.  Al  sacar,  tiran  la  pelota  un  poco  en 
alto,  y  la  arrojan  con  el  empeine  del  pie  del  mismo  modo  que  nosotros  con 
la  mano:  y  al  volverla  los  contrarios  lo  hacen  también  con  el  pie:  lo  demás 
es  falta.  Su  pelota  es  de  cierta  goma,  que  salta  mucho  más  que  nuestras 
pelotas.  Júntanse  muchos  á  este  juego  y  ponen  sus  apuestas  de  una  y  otra 
parte.  A  la  tarde  se  ejercitan  en  la  plaza  al  blanco  con  flechas,  y  con  esco- 
peta cuando  hay  pólvora  y  balas,  que  de  uno  y  otro  suele  haber  mucha 
carestía;  y  con  esto  se  acabó  el  domingo. 


Sus  convites 

«49.  Casi  en  cada  fiesta  y  venida  de  viajes,  hay  banquetes:  y  en  todas 
las  bodas.  Rácenlos,  no  dentro  de  sus  casas,  sino  en  los  soportales.  Dispo- 
nen varias  mesas  en  diversos  sitios:  de  cada  una  cuida  uno  de  los  princi- 
pales, que  señala  el  Padre.   Dales  el   Padre  por  la  mañana  una  vaca  para 


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cada  mesa.  Ellos  la  aderezan  en  su  casa:  y  añaden  de  sus  bienes  batatas, 
mandiocas  y  legumbres.  Algunos  que  fueron  panaderos  en  casa  del  Padre, 
hacen  algunos  panes  de  trigo,  pero  pocos.  Compuesto  ya  todo,  vienen  los 
de  cada  mesa  á  casa  de  los  Padres  con  el  santito  de  bulto  ó  pintura  sobre 
una  mesita,  y  en  ella  vienen  algunas  gallinas  asadas,  los  panes  y  algunas 
tortas  de  mandioca.  Pone  cada  uno  su  mesa  con  su  santo  y  viandas  en  el 
patio  enfrente  del  refectorio  de  los  Padres,  mientras  ellos  están  comiendo, 
y  en  el  suelo,  delante  de  la  mesa,  ponen  unos  grandes  calabazos  de  chicha 
de  maíz  ó  aloja,  que  es  su  vino,  y  de  quien  ya  dije  que  la  hacen  floja,  que 
nunca  embriague.  El  mayordomo,  por  orden  del  Padre,  pone  al  lado  de  los 
calabazos  un  barreñón  de  sal,  otro  de  yerba,  otro  de  miel  de  caña  dulce, 
otro  de  tabaco  para  mascar  en  manojos:  un  saco  de  melocotones  pasos  ó 
secos,  de  que  se  hace  mucha  provisión  con  tiempo:  otro  saco  con  naranjas 
de  la  China,  de  que  hay  mucho:  y  algunas  otras  cosas,  según  el  tiempo. 
Hacia  la  portería  están  prevenidos  los  tamboriles  }'  flautas,  los  Capitanes 
de  milicia  con  sus  picas  largas,  y  los  Alféreces  con  sus  banderas,  y  en  las 
mayores  fiestas  añaden  clarines  y  chirimías.  Todo  eso  se  hace  sin  bulla  y 
con  gran  silencio. 

«50.  Luego  que  salen  los  Padres  del  refectorio,  bendice  uno  con  una 
corta  oración  todas  aquellas  mesas,  y  los  muchachos  músicos,  que  con  otros 
están  prevenidos,  cantan  una  breve  canción  en  su  lengua,  que  es  bendición 
y  acción  de  gracias:  y  al  punto  que  la  acaban,  resuenan  todos  los  tambores 
y  demás  instrumentos.  Tremolan  y  juegan  las  picas  los  Capitanes,  baten 
las  banderas  los  Alféreces,  y  cargan  con  sus  santos  en  las  mesas  y  los 
demás  comestibles  los  que  los  trajeron:  y  con  festejo,  llevan  todo  aquello  á 
la  plaza,  donde  les  espera  un  trozo  de  caballería  militar:  y  parando  un 
poco  los  de  los  santos,  hacen  con  sus  caballos  varios  festejos  en  honra 
suya:  y  los  de  las  picas  y  banderas,  vuelven  á  jugarlas  otra  vez.  De  aquí 
se  encaminan  al  lugar  del  convite:  precediendo  los  tamboriles  y  flautas:  y 
ponen  al  Santo  por  cabecera  de  la  mesa. 

«51 .  Siéntanse  en  sus  bancos:  que  estos  son  sus  sillas.  No  usan  cuchara, 
y  tenedor,  ni  manteles,  ni  servilletas.  Ponen  á  cada  uno  un  puñado  de  sal. 
No  echan  sal  en  la  olla.  Sacan  su  guisado,  no  en  fuentes,  sino  á  cada  uno 
en  su  plato.  Van  comiendo  y  mojando  en  la  sal,  al  modo  que  nosotros 
hacemos  con  la  salsa:  y  de  cuando  en  cuando  van  dando  sus  vasos  de  chicha. 
Es  muy  ordinario  en  estos  convites  estar  parte  de  los  músicos  tocando  y 
cantando,  3^a  en  latín,  ya  en  español,  ya  en  su  lengua,  algunos  motetes  en 
honra  del  Santo.  Acabada  esta  mesa,  entra  la  segunda  y  tercera,  y  se 
acaba  todo  con  mucho  sosiego,  quietud  y  alegría  cristiana.  Aquellos  mucha- 
chos que  dije  á  la  bendición,  son  los  monacillos,  los  tiples  de  la  música  y 
los  que  aprenden  instrumentos,  los  hijos  de  los  caciques,  cabildantes 
y  mayordomos.  A  éstos  se  les  da  de  comer  en  casa  del  Padre.  A  la  noche 
se  van  á  sus  casas. 


Matrimonios  y  bodas 

«52.     Ya  dije  en  otra  parte  que  llegando  los  varones  á    17  años,   y  las 
hembras  á  15,  todos  se  casan.  No  puede  ser  de  uno  en  uno,  ni  de  dos  en  dos. 


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porque  como  son  pueblos  grandes,  y  no  hay  más  de  una  parroquia,  no 
habría  días  de  fiesta  para  echar  en  ellos  las  amonestaciones  según  el  Ritual, 
tres  veces.  Cásanse  muchos  juntos.  Léense  á  todo  el  pueblo  los  impedi- 
mentos del  matrimonio:  hacen  al  pueblo  la  lista  de  los  que  se  quieren  casar. 
En  la  iglesia  van  llamando  á  cada  uno  de  ambos  sexos,  y  pregúntale  en 
secreto  si  viene  de  su  voluntad,  considerada  la  cosa,  á  casarse,  ó  violentado 
de  sus  padres,  ó  de  su  cacique,  ú  otro:  y  si  ha  pensado  bien  lo  que  hace. 
Rara  vez  sucede  en  este  lance  no  encontrar  uno  ó  dos  que  dicen  le  han  vio- 
lentado, y  que  no  se  quiere  casar  con  el  asignado  en  la  lista.  Y  si  el  Padre 
no  hiciera  esta  diligencia,  callaría  y  se  casaría.  Enterado  ya  el  Cura  de 
que  aquello  es  voluntario,  lee  las  amonestaciones  los  tres  días  de  fiesta 
contiguos,  que  dice  el  Ritual  y  encarga  mucho  que  el  que  supiere  algún 
impedimento,  lo  venga  á  decir:  y  repite  aquellos  más  obvios.  Visto  ya  que 
no  hay  impedimento,  se  ponen  todos  en  hilera  delante  de  las  puertas  de  la 
iglesia  por  la  lista  que  tiene  el  Secretario  mayor,  que  los  pone  en  gran 
orden.  Acuden  los  Cabildantes  y  gran  parte  del  pueblo.  Sale  el  Cura  con 
sobrepelliz,  y  capa  pluvial  de  las  más  ricas:  y  los  acólitos  con  su  cruz,  cal- 
derilla é  hisopo,  todo  de  plata:  y  una  rica  fuente  con  los  anillos,  y  los  trece 
reales  de  plata  ensartados  en  hilo  de  plata.  Todos  están  callando  durante 
la  función,  sin  gracias,  ni  chanzas,  ó  cosa  equivalente:  considéranla  como 
cosa  sagrada.  Toma  el  Padre  el  mutuo  consentimiento  á  cada  uno,  y  los 
asperja.  Pero  antes  les  hace  una  plática,  en  que  les  explica  muy  bien  qué 
cosa  sea  aquel  sacramento,  y  las  obligaciones  de  él,  y  pregunta  á  los  Cabil- 
dantes, á  todo  el  pueblo  asistente  si  hay  algún  impedimento. 

«54.  Después  les  da  los  anillos  y  los  trece  reales  que  son  las  arras,  y 
el  novio  se  los  pone  y  da  á  la  novia,  según  el  Ritual.  No  los  traen  de  su 
casa.  Están  guardados  siempre  en  casa  del  Padre:  y  unos  anillos  y  arras 
sirven  para  todos.  Dadas  y  recibidas  estas  prendas  en  señal  de  matrimonio, 
las  vuelven  á  la  fuente.  Tómanlas  los  segundos,  y  así  van  pasando  de  unos 
á  otros.  Acabadas  estas  ceremonias,  entran  en  la  iglesia  hasta  las  gradas 
de  la  barandilla,  y  mientras  entran,  cantan  los  músicos  en  tono  alegre  el 
psalmo  UxoR  tua  sicut  vins  abundans,  filii  tui  sicut  novhllae  oli- 
VARUM,  etc.  Díceles  el  Padre  las  oraciones  del  Ritual.  Sigúese  la  Misa  con 
todas  las  ceremonias  del  caso.  Péneseles  á  todos,  ya  en  la  barandilla,  el 
collar,  y  la  banda,  cosa  muy  vistosa,  que  se  guarda  para  todos,  como  las 
arras.  Después  comulgan  y  dan  gracias.  Para  dar  gracias  en  éstas  y  en 
todas  las  comuniones  de  todos  los  demás,  hay  una  oración  devotísima,  en 
una  tabla.  Esta  la  coge  uno  de  clara  voz,  y  por  ella  va  dictando  á  los 
demás  lo  que  han  de  decir:  y  ellos  responden.  De  otra  suerte,  el  indio  esta- 
ría allí  sin  saber  qué  hacerse.  No  son  capaces  de  oración  mental:  como  nos- 
otros cuando  muchachos:  sino  de  vocal:  y  decir  lo  que  les  dictan. 

«55.  Dadas  las  gracias,  vienen  todos  los  novios  á  besar  la  mano  al 
Cura.  A  cada  uno  le  da  una  hacha  y  un  cuchillo:  instrumentos  necesarios 
para  sus  labores:  porque  desde  que  se  casan,  empiezan  á  hacer  sementeras: 
y  á  las  novias  hace  dar  abalorios.  Van  á  sus  casas,  y  los  padres  y  parientes 
de  la  novia  la  conducen  á  la  de  su  marido,  que  vive  con  su  padre,  hasta 
algunos  años  que  haya  aprendido  á  cuidar  de  lo  doméstico.  Uno  le  lleva  la 
hamaca:  otro  los  mates:  otro  las  ollas  y  alguna  alhajuela:  que  á  esto  se 
reduce  todo  el  ajuar  y  éste  es  el  dote.  Luego  se  previene  el  convite  de  las 


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bodas,  dando  el  Padre  las  vacas.  Llevan  el  santico  con  algo  de  comida  á  la 
bendición,  dándoles  allí  de  las  cosas  de  la  casa,  y  con  el  festejo  de  tambo- 
ril, etc.,  que  ya  dije.  La  boda  se  hace  con  gran  modestia.  Para  que  se  vea 
cómo  son,  diré  un  caso.  Estando  yo  cuidando  de  un  pueblo  que  pasa  de  mil 
familias,  casé  una  vez  90  pares.  Como  eran  tantos,  repartí  el  convite  en 
cuatro  partes  del  pueblo,  con  cuatro  vacas,  al  cuidado  de  los  principales 
indios.  Al  tiempo  del  convite,  quise  ir  ocultamente  á  ver  lo  que  hacían. 
Llegué  de  repente,  sin  saberlo  ellos,  al  primero:  y  estaban  los  novios  á  un 
lado  y  las  novias  enfrente,  comiendo  con  gran  sosiego  y  modestia,  allí 
delante  una  mesa:  y  en  ella  una  devota  estatua  de  la  Virgen,  y  los  músicos 
cantando  los  gozos  de  Nuestra  Señora  del  Pilar  de  Zaragoza:  Pues  á 
España  como  aurora,  en  castellano,  al  son  de  arpas,  y  violines.  Cierto 
que  no  pude  contener  las  lágrimas  de  gozo,  viendo  un  modo  tan  cristiano 
y  devoto.  Voy  á  otro  convite,  y  encuentro  lo  mismo  con  otros  músicos 
tocando  otras  cosas.  Aprendan  de  aquí  los  cristianos  europeos  de  tanta 
cultura  á  celebrar  sus  profanas  bodas. 


Fiesta  del  patrón  del  pueblo 

«57.  Esta  la  celebran  con  singular  solemnidad  y  cristiandad.  Previé- 
nense  días  antes  para  la  confesión  y  comunión,  en  que  hay  mucho  concurso. 
Convídanse  Padres  de  otros  pueblos  para  el  sermón,  y  los  tres  de  la  Misa, 
y  algunos  otros.  Los  indios  tienen  preparados  muchos  caballos  de  los  más 
gordos,  llenos  de  cintas,  cascabeles  y  plumajes  de  varios  colores.  Están 
alerta  para  cuando  vienen  los  convidados.  El  Cura  y  su  Compañero  los 
salen  á  recibir  á  caballo  á  cierta  distancia  del  pueblo:  y  con  ellos  aquella 
turba  de  caballería  galana,  con  sus  ginetes  de  gala;  y  si  esto  no  se  les  per- 
mitiera, sería  el  mayor  sentimiento  para  ellos.  Entran  los  huéspedes  en  el 
pueblo:  y  se  apean  en  la  puerta  de  la  iglesia,  con  mucho  estrépito  de  cajas 
y  todo  género  de  instrumentos:  entran  en  ella,  y  con  éstos  todo  lo  principal 
del  pueblo,  y  gran  parte  del  vulgo.  Hacen  oración,  y  cantan  los  músicos 
con  toda  solemnidad  el  Te  deum  laadamus. 

«58.  La  víspera,  al  punto  de  mediodía,  estando  ya  preparados  en  la 
puerta  de  la  iglesia  el  Alférez  Real  (que  lo  hay  en  todos  los  pueblos),  con 
el  estandarte  Real,  3'  su  paje  á  la  gineta,  acompañado  de  todo  el  Cabildo  y 
militares,  todos  de  gala,  salen  todos  los  Padres  á  la  puerta.  Allí  el  Padre 
más  condecorado  echa  agua  bendita  al  Alférez,  y  entran  todos,  y  con  ellos 
casi  todo  el  pueblo,  echándoles  agua  bendita  al  entrar.  Entonan  los  músi- 
cos el  ¡Magníficat  con  cuantos  instrumentos  hay.  No  queda  aquel  día  caja, 
tamboril,  flauta,  pífano,  pandero  ni  sonaja  que  no  salga:  y  todos  estos  rudos 
instrumentos  resuenan  con  los  suaves  al  llegar  al  Gloria  patri.  Acabado 
éste,  sale  el  Alférez  con  toda  su  comitiva,  y  se  le  da  agua  bendita,  y  á  lo 
restante  del  pueblo.  Va  acompañado  de  toda  la  milicia  á  poner  el  estan- 
darte en  un  castillo  postizo,  que  á  este  fin  está  preparado  en  la  plaza. 
Luego  toda  la  milicia  de  á  caballo  y  de  á  pie,  hace  varias  correrías,  zuizas 
y  mudanzas,  primero  en  honra  del  Santo,  Patrón  del  pueblo:  y  después  del 
Estandarte  del  Rey. 

«59.     Hecho  esto,  viene  el  Alférez  con  toda  su  comitiva  de  Cabildo  y 


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gentes  militares,  y  se  sientan  en  sus  bancos  de  Cabildo,  enfrente  del  pór- 
tico de  la  iglesia.  Los  Padres  toman  asiento  en  el  pórtico.  Salen  los  dan- 
zantes, y  empieza  la  primera  danza  el  paje  de  gineta  solo  con  la  insignia 
de  plata  del  Alférez  en  la  mano.  Después  de  esta  danza,  salen  los  demás 
danzantes,  haciendo  hasta  cuatro  danzas  diversas,  de  ocho  y  más  danzantes 
en  cada  una:  y  con  esto  se  acaba  esta  primera  función. 

«60,  A  las  cuatro  ó  cinco  de  la  tarde,  repican  todas  las  campanas  á 
vísperas.  Vienen  todos  á  la  puerta  de  la  iglesia.  Salen  los  Padres  á  recibir 
al  Alférez,  que  es  el  que  preside  en  todo,  con  agua  bendita,  como  al  me- 
diodía. Revístese  el  Preste  con  capa  pluvial,  y  el  Diácono  y  Subdiácono  con 
dalmáticas,  todo  lo  más  rico  que  hay.  Lo  ordinario  son  estos  ornamentos 
de  brocado  de  oro.  En  algunos  pueblos,  de  tisú.  Los  demás  Padres  se  ponen 
sobrepelliz.  Todos  los  monaguillos  van  con  roquetes  muy  guarnecidos  de 
encajes.  Entona  el  preste  el  deus  in  adiutorium  meum  tntende:  dale  la 
Antífona  el  Diácono  y  el  Subdiácono,  después  de  una  profunda  genuflexión 
al  SSmo.  y  reverencia  al  Preste.  Hácense  las  Vísperas,  no  en  el  coro  alto, 
sino  en  medio  de  la  iglesia,  y  para  asientos,  hay  tres  sillas  muy  ricas, 
aforradas  de  terciopelo  carmesí  galoneado  de  oro:  y  para  los  monacillos 
ha}^  otras  sillas  muy  vistosas  y  lucidas.  Los  demás  Padres  se  asientan  en 
las  sillas  ordinarias,  como  las  de  sus  aposentos.  Danse  después  las  demás 
antífonas  al  Diácono  y  Subdiácono  y  demás  Padres,  para  que  las  entonen. 
Hácense  todas  las  Vísperas  según  el  Ritual,  echando  el  resto  de  toda  la 
solemnidad.  Acabadas  ellas,  y  dejados  los  ornamentos  de  los  sacerdotes, 
se  saca  al  Alférez  hasta  el  pórtico,  siéntase  en  él  con  toda  la  comitiva 
como  al  mediodía,  y  los  Padres  dentro.  Comienzan  las  compañías  de  dan- 
zantes, después  de  festejar  el  Estandarte,  y  danzar  cuatro  de  las  mejores 
danzas,  entreveradas  con  graciosos  entremeses,  que  hacen  los  indios  hábiles 
para  eso.  Danzan  y  entredanzan  con  gran  gusto  del  pueblo,  que  gusta  de 
ello  aun  más  que  de  las  mismas  danzas:  y  jamás  hay  entre  ellos  una  menos 
decente. 

«61.  A  la  noche,  á  cosa  de  las  nueve,  hay  también  su  festejo.  Previe- 
nen ante  el  pórtico  de  la  iglesia  lucientes  hogueras  y  gran  multitud  de 
campanas.  Vienen  los  Cabildantes  (que  aquellos  días  siempre  andan  con 
sus  galas  de  seda),  acompañados  de  30  ó  40  danzantes  en  diversos  trajes,  á 
lo  español,  á  lo  turco,  á  lo  asiático,  y  otras  naciones,  y  algunos  con  vestido 
cómico,  á  convidar  á  los  Padres:  y  todos  los  danzantes  vienen  con  linter- 
nas en  alto,  sobre  unos  palos  muy  pintados  y  vistosos.  Llevan  á  los  Padres 
al  pórtico.  Siéntanse  los  principales  en  sus  bancos,  y  sale  á  danzar  aquella 
grande  turba  de  lucientes  danzantes,  todos  con  sus  linternas,  con  gran  va- 
riedad de  posituras  3^  mudanzas,  y  con  grande  artificio,  formando  motetes, 
y  aun  versos  de  alabanza  al  Santo  Patrón,  con  las  letras  que  en  sus  positu- 
ras hacen.  Sale  otra  danza  de  20  ó  30,  cada  uno  con  su  instrumento  mú- 
sico, danzando  y  tocando:  así  prosiguen  hasta  cuatro  diversas  danzas,  y 
con  sus  entremeses  entre  una  y  otra:  y  como  son  de  muchos  y  artificiosos 
geroglíficos,  duran  mucho. 

«62.  A  la  mañana  después  de  haber  salido  de  oración  los  Padres  (que 
ni  aun  en  estos  días  de  tanto  trabajo  se  deja  ni  se  acorta),  repican  las  cam- 
panas; resuenan  todos  los  instrumentos  ruidosos,  y  en  la  plaza  todo  es  al- 
gazara, carreras   de   caballos  y  remedos   militares,   festejando   al   santo 


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Patrón,  y  honrando  el  Estandarte  Real,  cuyo  Alférez  lo  conduce  ala  Misa. 
Van  todos  los  Padres  á  recibirle  por  lo  que  representa.  Danle  agua  ben- 
dita, y  con  grande  autoridad  le  introducen  á  su  asiento,  que  es  una  silla 
rica,  y  bien  guarnecida,  y  con  su  cojín  cerca  de  las  barandillas,  presidiendo 
á  los  bancos  de  Cabildo.  Comenzada  la  Misa,  y  al  Evangelio,  desenvaina 
la  espada,  y  levantándola  en  alto  con  brío,  se  mantiene  así  todo  el  tiempo 
del  Evangelio,  dando  á  entender  el  deseo  y  prontitud  para  defenderlo. 
Sigúese  el  sermón,  y  lo  restante  de  la  Misa.  Dicen  los  Padres  sus  Misas, 
habiendo  acompañado  antes  al  Alférez  y  su  comitiva  hasta  el  pórtico. 

«63.  Mientras  duran  las  Misas  rezadas,  previenen  en  la  plaza  sus  fun- 
ciones militares  y  festejos.  Vienen  á  avisar  que  ya  está  todo  prevenido. 
Salen  los  Padres  al  pórtico,  y  allí  se  ven  ocho  compañías  de  soldados  con 
sus  uniformes  y  armas,  con  banderas  muy  vistosas,  cuatro  de  caballería  y 
cuatro  de  infantería.  Están  éstas  formadas  en  medio  de  la  plaza:  aquéllas 
en  las  cuatro  esquinas.  Sale  por  un  ángulo  el  maestre  de  campo,  y  por  otro 
el  Sargento  mayor  de  uno  y  otro  cuerpo,  dando  sus  cargas,  y  haciendo  sus 
escaramuzas,  con  las  que  se  desafían.  Dispara  uno  contra  otro  una  pistola: 
y  á  esta  señal  sale  con  gran  furia  toda  la  caballería  por  las  cuatro  partes 
á  carrera  abierta,  rodeando  la  infantería,  haciendo  ademán  de  quererla 
romper:  pero  ellos  se  defienden  mucho  con  lanzas,  ^  los  costados,  y  espa- 
das con  rodelas  por  todos  lados:  y  desde  el  centro  con  muchos  tiros  de  esco- 
peta, y  en  algunos  pueblos  con  piezas  de  campaña,  y  algunas  veces  arrojan 
cohetes  á  los  pies  de  los  caballos.  Finalmente,  después  de  muchas  vueltas, 
de  romper,  y  acometimientos,  abre  calle  por  la  infantería.  Allí  son  los 
tiros,  las  defensas  y  los  esfuerzos.  Arrebátanles  una  bandera,  y  con  ella 
fuertemente  amarrada  (que  son  grandes),  va  á  carrera  abierta  el  que  la 
cogió,  corriendo  alrededor  de  la  plaza,  como  cantando  la  victoria,  á  quien 
siguen  todos  los  suyos:  y  no  la  lleva  recogida,  sino  desplegada,  que  es  me- 
nester mucho  esfuerzo  para  mantenerla  con  tanta  violencia  en  el  correr. 
Vuelve  la  caballería  á  hacer  esfuerzos  y  acometimiento  para  romper:  y 
por  mucho  que  se  esfuerzan  para  la  defensa  los  infantes,  les  van  quitando 
la  segunda,  tercera  y  cuarta  banderas:  y  al  fin,  desbaratados  y  vencidos, 
los  llevan  en  cuatro  trozos,  rodeados  de  la  caballería,  y  los  meten  por 
los  ángulos  de  la  plaza.  Es  función  realmente  digna  de  verse,  porque 
son  excelentes  ginetes;  y  el  indio  á  caballo  parece  otro  hombre.  Y  más 
con  los  vestidos,  y  uniformes  y  otros  adornos  que  llevan,  y  con  tantas  cin- 
tas, y  cascabeles,  y  plumajes  de  los  caballos,  Después  de  esta  función  mili- 
tar, se  acercan  al  pórtico  y  se  hacen  cuatro  danzas  como  las  dichas,  pero 
diversas,  porque  son  tantas,  que  no  es  menester  repetir  alguna.  Y  con 
esto  se  van  á  prevenir  los  convites,  que  son  tantos  este  día,  que  casi  no 
caben  en  el  patio  del  Padre  las  mesas,  con  sus  santos  á  bendecir.  Casi  no 
hay  cacique,  ni  Cabildante  ni  mayoral  que  no  tenga  su  convite  aparte. 
Mácenlos  con  la  circunstancia  ya  dicha  de  los  demás:  pero  hoy  añaden  á 
ellos  más  solemnidad:  y  aquella  bendición  cantada  que  echan  los  mucha- 
chos después  de  la  del  Padre,  es  hoy  á  punto  de  música,  con  arpas,  violi- 
nes,  etc.,  y  con  su  banderilla,  que  es  de  seda,  hacen  el  compás. 

«64.  Para  esta  tarde,  que  es  la  sustancia  de  la  fiesta,  previene  el  Padre 
gran  multitud  de  premios,  cuchillos,  navajas,  peines,  rosarios,  medallas, 
lienzo  llano,  lienzo  de  varios  colores,  de  algodón,  bayeta,  pañete,  paño  de 


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sempiterna,  paños  de  manos,  sombreros,  monteras,  botones  de  metal  y 
otras  materias,  agujas,  alfileres,  abalorios,  cuentas  de  vidrio  de  varios 
tamaños  y  colores,  yerba,  tabaco,  sal  y  otras  cosuelas;  cosas  todas  que 
ellos  estiman  mucho.  Para  cada  convidado  se  pone  cantidad  de  estas  cosas, 
para  que  vayan  repartiendo:  y  para  el  Cura,  como  quien  ha  de  repartir 
más,  mucho  más. 

«65.  Previénese  un  tablado  junto  al  castillo  del  Estandarte  Real,  con 
los  asientos  necesarios  para  todos  los  Padres,  ó  junto  al  pórtico  de  la  igle- 
sia. A  cosa  de  las  tres  vienen  los  principales  á  convidar  y  conducir  á  los 
Padres.  Van  al  tablado,  y  en  algunos  pueblos  á  esta  hora,  ó  la  noche  antes, 
hacen  una  ópera  al  modo  italiano,  con  su  vistoso  teatro,  cantada  toda  al 
son  de  la  espineta,  con  las  personas  correspondientes,  y  en  castellano.  Son 
devotas  las  que  saben;  y  una  hay  de  la  renuncia  que  hizo  de  su  reinado 
Felipe  V,  entrando  por  personas  Felipe  V  y  su  hijo  D.  Luís,  varios  gran- 
des de  España,  y  otros:  y  ni  en  ésta,  ni  en  las  demás,  hay  papel  de  mujer. 
Todos  están  con  el  vestido  correspondiente  al  personaje  que  representan: 
y  todo  va  de  memoria,  no  por  el  papel. 

«66.  Al  ejército  del  General  D.  Pedro  Cevallos,  aposentado  en  el  pue- 
blo de  San  Borja,  ya  evacuado  de  indios,  por  ser  uno  de  los  de  la  línea 
divisoria,  llamamos  por  insinuación  mía  (hallábame  3'o  con  S.  E.),  algunos 
músicos  y  danzantes  de  otro  pueblo  para  celebrar  ó  ayudar  á  los  del  ejer- 
cito, á  celebrar  las  fiestas  Reales  de  la  coronación  del  señor  Don  Carlos  III. 
Duraron  las  fiestas  veinte  y  un  días.  Al  principio  hacían  los  indios  cuatro 
danzas  todos  los  días:  y  gustaban  tanto  de  ellas  los  españoles,  que  prosi- 
guieron haciendo  seis.  Sabían  70  danzas  diversas.  Hicieron  algunas  óperas, 
y  entre  ellas  esta  de  la  renuncia  de  Felipe  V.  Admirábanse  notablemente 
de  la  destreza  de  la  música,  y  aun  más  de  la  propiedad  en  representar  las 
óperas:  y  no  podían  entender  cómo  sin  saber  castellano,  hablaban  y  accio- 
naban con  tanta  propiedad.  Todo  lo  hace  la  constancia  en  enseñarles,  su 
buena  memoria  y  mucha  paciencia.  \"olvamos  al  tablado. 

«67.  Delante  de  la  silla  de  cada  Padre  se  ponen  unos  cestos  de  los  pre- 
mios dichos.  Empieza  la  función  la  milicia  en  forma  de  batalla,  al  modo  de 
la  mañana;  pero  ahora  con  más  célebres  circunstancias.  Acabada  ésta, 
salen  las  compañías  de  danzantes,  y  aquí  echan  el  resto  de  toda  especie  de 
danzas  de  blancos,  negros,  moros,  cristianos,  ángeles,  diablos,  serias  y  bur- 
lescas. Van  los  Padres  repartiendo  premios,  no  sólo  á  los  de  la  fiesta,  sino 
á  todos  los  demás  beneméritos.  Van  llamando  á  los  carpinteros,  horneros, 
rosarieros,  estatuarios,  y  todo  género  de  oficios:  á  los  sacristanes,  á  los 
mayordomos  ó  mayorales,  y  todo  indio  de  alguna  distinción.  Como  sabe  el 
Cura  quién  lo  merece  mejor,  suele  llevar  una  lista,  y  por  ella  va  llamando 
á  los  que  más  han  trabajado  en  bien  del  pueblo.  Para  los  restantes  del  pue- 
blo se  van  arrojando  aquella  multitud  de  rosarios,  medallas,  agujas,  alfile- 
res, peines,  mates,  navajas,  abalorios,  botones,  tabaco  en  manojos,  etc.  Y 
no  obstante  la  bulla,  algazara,  y  gresca  como  hay  en  estas  cosas,  nunca 
hay  pendencias,  desgracias  ni  riñas,  sino  risas  y  alegría.  Es  gentío  pacífico 
y  humilde. 

«68.  Después  entra  el  correr  la  sortija.  Ponen  una  sortija  en  medio  de 
la  plaza,  colgada  de  un  palo  atravesado,  que  estriba  en  dos  pilares.  Toma 
el  Corregidor  un  palo  de  lanza,  3^  á  carrera  abierta  va  á  meterlo  por  aque- 


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11a  sortija.  Si  lo  mete,  prende  de  tal  modo  la  sortija,  que  se  desprende  y  va 
metida  en  el  palo.  Si  de  la  primera  vez  no  la  llevó,  vuelve  á  correr  hasta 
tres  veces.  Vuelven  á  ponerla:  y  le  sigue  el  Alférez  Real:  después  los 
demás  Cabildantes  y  cabos  militares:  y  á  cada  uno  que  llevó  la  sortija,  toda 
la  caballería  da  unas  cuantas  carreras  alrededor  de  la  plaza,  gritando  v 
apellidando  el  nombre  del  santo  Patrón.  Y  con  eso  se  acabó  al  entrar  la 
noche  esta  tan  solemne  función. 


Castigos,  Jueces  y  Pleitos 

«[68.  2."]  En  cada  pueblo  hay  dos  cárceles:  para  hombres  y  mujeres. 
La  de  los  hombres  suele  estar  en  una  esquina  de  la  plaza,  frente  á  la  igle- 
sia. La  de  las  mujeres,  en  la  casa  de  las  recogidas.  No  están  encarceladas, 
sino  libres.  Andan  de  beatas:  aunque  no  salen  sino  juntas  y  con  su  Supe- 
riora.  Allí  se  ponen,  con  grillos  ó  sin  ellos,  las  mujeres  delincuentes.  Aun- 
que este  gentío  es  de  genio  humilde,  pacífico  y  quieto,  especialmente  des- 
pués de  cristianos,  no  puede  menos  de  haber  en  tanta  multitud  algunos 
delitos  dignos  de  castigo.  En  toda  la  América,  los  Curas,  clérigos  y  regu- 
lares, castigan  á  sus  feligreses  indios.  Para  todos  los  delitos  hay  castigo 
señalado  en  el  libro  de  Ordenes:  todos  muy  proporcionados  á  su  genio  pue- 
ril, y  á  lo  que  puede  el  estado  sacerdotal.  No  hay  más  castigo  que  cárcel, 
cepo,  y  azotes.  Los  azotes  para  los  varones  son  como  para  los  muchachos. 
A  las  mujeres  se  les  azota  en  las  espaldas  y  como  en  oculto,  en  la  casa  de 
las  recogidas,  por  mano  de  otra  mujer,  que  ordinariamente  es  superiora 
suya.  El  verdugo  de  los  hombres  es  el  Alguacil  mayor.  Entre  ellos  es  honra 
este  oficio.  Los  azotes  nunca  pasan  de  25.  Si  el  delito  es  grande,  se  repiten 
los  25  algunas  veces  en  diversos  días.  Todos  los  encarcelados  de  ambos 
sexos  vienen  cada  día  á  Misa  y  Rosario  con  sus  grillos,  acompañados  de  su 
Alguacil  y  Superiora:  y  á  vísperas  solemnes  cuando  las  hay:  y  á  las  demás 
funciones  públicas  de  iglesia.  Como  el  castigo  es  de  Padre  y  no  de  juez 
profano,  no  les  vale  la  iglesia. 

«[68.  3.°]  El  Cura  es  su  padre  y  su  madre,  juez  eclesiástico  y  todas  las 
cosas.  Ca^ó  uno  en  un  descuido  ó  delito:  luego  le  traen  los  Alcaldes  ante 
el  Cura  á  la  puerta  de  su  aposento:  y  no  atado  y  agarrado,  por  grande  que 
sea  su  delito.  No  hacen  sino  decirle:  X'^amos  al  Padre:  y  sin  más  apremio 
viene  como  una  oveja:  y  ordinariamente  no  le  traen  delante  de  sí,  ni  en 
medio,  sino  detrás,  siguiéndoles:  y  no  se  hu3"e.  Llegan  á  la  presencia  del 
Cura.  «Padre,  dicen  los  Alcaldes  ó  el  Alguacil:  éste  no  cuidó  de  sus  bue- 
yes que  llevó  para  arar  sus  tierras.  Se  los  dejó  solos  junto  al  maizal  de 
esotro:  y  se  fué  á  otra  parte.  Entraron  al  maizal  é  hicieron  un  grande  des- 
trozo en  él.»  Averigua  el  Padre  cuánto  fué  el  daño,  la  culpa  que  tuvo, 
03^endo  los  descargos,  etc.  Pónele  delante  su  delito  al  delincuente,  ponde- 
rándolo con  una  paternal  reprensión,  y  concluye:  «Pues  has  de  dar  tantos 
almudes  de  maíz  á  éste  tu  prójimo:  y  ahora  vete,  hijo,  que  te  den  tantos 
azotes»,  25,  v.  g.  y  encarga  al  Alcalde  la  ejecución  de  la  paga.  Siempre  se 
les  trata  de  hijos.  El  delincuente  se  va  con  mucha  humildad  á  que  le  den 
los  azotes,  sin  mostrar  jamás  resistencia:  y  luego  viene  á  besar  la  mano  al 
Padre,  diciendo:  Aguyebete,  cheruba,chemboara  chera  haguera  rehe: 
37    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomoii. 


-  57S  - 

Dios  te  lo  pagfue,  Padre,  porque  me  has  dado  entendimiento.  Nunca  con- 
ciben el  castigo  del  Padre  como  cosa  nacida  de  cólera  ú  otra  pasión,  sino 
como  medicina  para  su  bien,  y  en  persuadirles  esto  inculcan  los  Cabildan- 
tes cuando  los  domingos  repiten  la  plática  del  Padre.  Es  tanta  la  humildad 
que  muestran  en  estos  casos,  que  á  veces  nos  hacen  saltar  las  lágrimas  de 
confusión.  Con  lo  que  dijo  el  Padre  todos  quedan  contentos:  no  hay  réplica 
ni  apelación.  Y  no  es  esto  de  tal  cual  vez:  siempre  sucede  así. 

«[68.  4.°]  Traen  otro:  «Padre:  éste  mató  un  buey  manso  de  los  dos  que 
le  dieron  para  su  labor:  y  no  teniendo  leña,  cogió  la  hacha,  é  hizo  pedazos 
el  arado,  ó  el  mortero  de  majar  maíz,  y  con  ella  se  lo  asó  y  comió.»  Seme- 
jantes delitos  suceden.  Hácele  cargo  el  Padre:  «Pues  ¿porqué  hiciste,  hijo, 
un  desatino  como  este?»  Y  comúnmente  calla  ó  responde:  Che  ta  liramo: 
CHE  TA  liramo:  cpor  ser  yo  un  tonto».  «Pues  si  tú  matas  un  buey,  y  el  otro, 
otro  y  otro,  ya  no  tendremos  bueyes  en  el  pueblo»:  y  suele  responder;  «pues 
mi  cuerpo  lo  comió,  que  mi  cuerpo  lo  pague.»  «Pues  vete,  hijo,  que  te  den 
25.»  Va  con  grande  mansedumbre,  y  recibe  sus  azotes,  y  viene  á  besar  la 
mano  dando  gracias  por  ello.  Estos  son  los  juzgados  que  allí  se  hacen, 
atenta  la  capacidad  de  la  gente  y  el  amor  de  padres  que  se  usa. 

«[68.  5."]  Ocurren  algunas  diferencias  y  pleitos.  Los  más  ordinarios 
son  sobre  límites  de  tierras:  porque  aunque  hay  títulos  de  ellas,  dados  y 
firmados  de  los  Gobernadores  en  nombre  del  Rev,  suelen  con  el  tiempo 
mudarse  los  nombres  de  ríos  ó  cerros,  etc.,  linderos  de  las  tierras,  de  que 
se  siguen  dudas  y  diferencias.  Los  indios  comprometen  en  lo  que  dijeren 
los  Padres,  sin  acudir  á  la  Audiencia  de  Chuquisaca,  600  leguas  distante, 
como  hacen  los  españoles  con  tantos  gastos.  Sucede  en  una  ciudad  que  dos 
hombres  de  razón  tienen  su  diferencia  ó  pleito  sobre  tierras,  casa,  ú  otro 
interés.  Para  evitar  re^'ertas  y  gastos,  se  conciertan  en  ir  á  un  ciudadano 
inteligente  y  de  mucha  equidad,  prometiendo  estar  á  lo  que  él  dijere.  Esto 
nadie  puede  condenar,  sino  alabar.  Esto  es  lo  que  hacen  los  indios  con  los 
Padres. 

«[68.  6."]  Para  esto  hay  tres  Padres  que  deciden  lospleitosdel  ríoUru- 
guay,  que  son  17  pueblos:  y  otros  3  para  los  del  Paraná:  de  modo  que  los 
del  Paraná  juzgan  los  pleitos  del  Uruguay:  y  los  de  Uruguay  los  del  Para- 
ná. Y  no  puede  ser  juez  el  que  ha  sido  Cura  en  alguna  de  las  partes.  Esto 
se  hace  para  que  el  afecto  no  incline  á  más  de  lo  justo:  y  cuando  el  pleito 
es  de  un  pueblo  de  un  río  con  el  de  otro;  entra  un  juez  de  cada  río,  y  el 
Superior  es  el  3.^'"  juez:  y  éstos  son  los  más  experimentados:  y  tienen  los 
libros  que  tratan  de  las  leyes  de  las  Indias,  Cédulas  Reales,  etc.  por  donde 
se  guían.  Hacen  su  papel  los  indios:  hace  el  Cura  el  suyo:  preséntanlo  á 
los  jueces:  cotejan  las  dos  partes,  y  deciden  á  pluralidad  de  votos:  y  con 
eso,  sin  más  gastos,  se  acaba  todo. 

«[68.  7.°]  Entre  los  treinta  pueblos,  hay  seis  que  son  colonias  de  otros: 
porque,  pasando  un  pueblo  de  mil  quinientos  vecinos,  es  difícil  el  gober- 
narlo, y  así  se  suele  dividir  y  suele  ser  mitad  por  mitad.  El  modo  que  en 
esto  se  tiene  es  éste.  Llega  un  pueblo  á  L600  vecinos:  trátase  de  dividirlo: 
buscan  territorio  á  propósito  de  buenas  aguas  para  beber,  río  ó  arroyo  para 
lavar  y  bañarse:  abundancia  de  bosques  para  leña,  tierra  fructífera  de 
migajón:  y  un  sitio  algo  eminente  y  llano  para  el  asiento  del  pueblo,  sin 
pantallas  de  montes  altos  ó  sierras  que  le  estorben,  en  tierras  tan  cálidas. 


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el  ser  bien  batido  de  los  vientos.  De  las  estancias  de  ganado  del  pueblo  le 
dan  como  la  mitad  de  su  territorio,  si  se  puede  dividir:  ó  buscan  otro,  com- 
prándolo. Señalan  la  mitad  de  las  familias,  con  sus  caciques. 

«[68,  8.*^]  Envían  dos  Padres  de  los  más  ancianos  y  prácticos  al  repar- 
timiento de  tierras.  Registran  los  almacenes,  trojes  y  graneros,  y  van  sepa- 
rando la  mitad  de  todo.  Van  á  los  vestidos  de  Cabildantes,  militares  y  dan- 
zantes, y  hacen  lo  mismo.  A  los  ornamentos  sagrados,  frontales,  casullas, 
la  mitad  de  cada  color.  Las  sillas,  candeleros,  mesas  de  los  aposentos, 
domésticos,  instrumentos  de  cocina,  la  herrería,  carpintería,  platería,  etcé- 
tera, todo  lo  dividen,  mitad  por  mitad  en  cuanto  á  la  cantidad  y  calidad. 
Toman  razón  de  todo  el  ganado  mayor  y  menor  que  ha}-  en  el  pueblo  y  en 
Jas  estancias:  y  asimismo  lo  dividen  por  la  mitad.  No  para  aquí  este  punto. 
Como  la  iglesia,  casas  de  los  Padres,  y  del  pueblo,  son  tanto  de  los  que  se 
han  de  ir,  como  de  los  que  se  quedan,  todo  lo  valúan  los  dos  Padres,  hacién- 
dose cargo  de  los  materiales,  de  todas  sus  partes  y  valor  de  cada  cosa  en 
aquella  tierra,  etc.  Por  eso  escogen  á  los  que  entienden  muy  bien  de  la 
materia:  y  como  los  Misioneros  están  trazando  frecuentemente  poblaciones 
nuevas,  casas  y  templos  nuevos,  por  haberse  envejecido  los  primeros,  se 
aplican  á  libros  y  tratados  de  arquitectura,  y  muchos  de  ellos  han  sido 
directores  y  maestros  de  esto;  se  encuentran  quienes  puedan  hacer  esta 
tasa  con  toda  cuenta  y  razón.  La  mitad  del  valor  de  la  iglesia,  casas,  etcé- 
tera, queda  á  deber  el  pueblo  que  queda  á  los  que  se  van:  como  que  hicie- 
ron por  junto  con  todos  los  demás  esas  cosas,  tanta  parte  tienen  ellos,  como 
los  otros  á  quienes  se  las  dejan.  El  pueblo  que  queda  va  pagando  á  los  nue- 
vos colonos  poco  á  poco  lo  que  queda  á  deber,  que  no  se  les  aprieta:  y  en 
algunos  es  tanto,  que  ni  en  20  años  puede  pagar.  Con  toda  esta  equidad, 
cuenta  y  razón  hacen  estas  cosas.  Y  como  caen  en  manos  de  sujetos  de 
tanta  conciencia,  que  este  es  el  norte  de  todas  sus  acciones,  se  repara  en 
las  cosas  más  menudas:  y  va  todo  con  toda  justicia  y  legalidad,  con  toda 
equidad  y  sosiego,  sin  inquietud  y  pleitos.  La  mayor  dificultad  está  en  mu- 
darse. Muchos  se  vuelven  atrás  contra  lo  que  prometieron.  Lloran  y  más 
lloran,  por  no  dejer  su  nativo  suelo,  se  agarran  á  los  pilares  de  la  iglesia 
y  se  están  sobre  las  sepulturas  de  sus  abuelos  y  parientes,  no  queriendo 
apartarse  de  sus  huesos.  Es  menester  mucho  de  Dios  y  de  fuerza  y  vio- 
lencia para  hacerlos  caminar:  y  aun  después  de  vencida  esta  dificultad,  se 
vuelven  muchos  de  la  colonia  á  su  pueblo:  y  son  menester  castigos  y  vio- 
lencias para  hacerlos  volver.  Tanto  como  esto  cuesta:  siendo  como  es, 
parabién  suyo:  pues  siendo  el  pueblo  tan  grande,  es  menester  que  muchos 
tengan  sus  sementeras  tres  y  cuatro  leguas  distantes  del  pueblo,  según  el 
modo  que  tienen  de  hacerlas,  y  que  no  se  pueden  disponer  más  cerca, 
atenta  la  calidad  del  terreno  y  cortedad  y  falta  de  habilidad  del  gentío:  y  el 
ir  y  volver,  }'  más  á  pie,  y  tan  frecuentemente,  á  tanta  distancia,  es  un  tra- 
bajo muy  considerable:  á  que  se  allega  que  no  pudiendo  visitarse  bien  tales 
sementeras,  no  hacen  cosa  de  provecho,  por  su  innata  desidia,  que  necesi- 
tan de  tanto  cuidado,  de  estímulo,  y  aun  de  castigo,  como  ya  se  dijo,  hasta 
para  las  cosas  de  tanta  utilidad  suya.  Sígnenseles  también  otros  muchos 
daños  de  no  dividir  los  pueblos,  que  seria  largo  expresarlos.  Después  de 
años  que  están  ya  de  asiento,  como  experimentan  las  conveniencias  que 
tienen,  que  muchas  veces  son  mayores  que  las  que  tienen  los  que  se  queda- 


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ron,  )^a  se  aquietan.  Aunque  en  las  demás  cosas  son  tan  obedientes  á  los 
Padres,  en  esta  de  dejar  sus  tierras,  cuesta  mucho  hacerles  obedecer.  Por 
eso  cuando  en  fuerza  de  la  línea  divisoria  se  les  mandó  transmigrar,  pade- 
cimos tanto  en  este  punto  por  su  resistencia.  Y  como  se  les  mandaba  (ade- 
más de  su  destierro)  dar  á  los  portugueses  (que  los  tenían  por  enemigos 
antiguos)  sus  casas,  sus  iglesias,  tierras,  planteles  de  yerba,  etc.,  que  por 
tantos  años  habían  sudado:  creció  más  esta  dificultad,  hasta  hacérseles 
imposible. 


Visita  del  señor  Obispo 

«69.  Los  señores  Obispos,  aunque  no  pueden  ir  á  visitar  á  los  regula- 
res de  vita  et  7noribus,  por  privilegios  pontificios  y  Reales;  deben  no  obs- 
tante, visitarlos  cuando  son  Curas,  en  lo  tocante  á  sus  oficios:  si  doctrinan 
á  sus  feligreses:  qué  ornamentos  hay,  y  con  qué  decencia:  cómo  estala  pila 
bautismal  y  demás  vasos  sagrados:  en  qué  estado  están  las  cofradías.  Recí- 
bese con  toda  autoridad.  Salen  los  Cabildantes  y  militares  todos  de  gala  á 
recibirle,  una  legua  y  más,  del  pueblo,  con  sus  instrumentos  bélicos  y  mú- 
sicos, con  bajones  y  chirimías,  todos  á  caballo.  Llega  ala  entrada  del  pue- 
blo, donde  lo  recibe  el  Cura  revestido,  con  las  ceremonias  de  su  Ritual. 
Por  donde  pasa,  todos  se  arrodillan,  recibiendo  la  bendición.  Llega  al 
templo,  y  cantan  los  músicos  el  Tedeum,  siguiéndose  las  oraciones  y  demás 
ceremonias. 

«70.  El  día  siguiente  visita  la  iglesia,  ornamentos  y  todo  lo  demás. 
Después  hace  las  confirmaciones,  que  como  no  viene  sino  después  de 
muchos  años,  son  muchos  centenares  y  aun  millares.  El  año  1763  fué  la 
última  visita  del  pueblo  en  que  yo  estaba,  y  hacía  21  años  que  no  había 
habido  otra.  A  otras  Misiones  suelen  tardar  más  en  ir:  y  á  alguna  nunca 
van.  Se  excusan  por  sus  ocupacionos,  sus  años,  sus  achaques,  y  la  longitud, 
aspereza,  é  incomodidades  de  los  caminos.  Los  aliviamos  cuanto  podemos, 
dándoles  carruaje,  cabalgaduras,  etc.,  y  haciendo  todos  los  gastos,  aunque 
se  detengan  mucho  más  de  lo  decretado;  y  todo  de  valde,  sin  paga  ni 
recompensa  alguna:  y  siempre  le  hace  el  pueblo  un  presente  de  valor  de 
cien  pesos  ó  más:  y  se  le  da  un  Misionero  que  siempre  le  acompaña,  para 
dirigir  los  indios  sirvientes,  y  todo  lo  perteneciente  al  viaje,  para  que  sea 
con  la  comodidad  posible. 

«71.  Por  esta  tardanza,  el  Papa  Benedicto  XIV  dio  facultad  de  admi- 
nistrar el  sacramento  de  la  Confirmación  á  todos  los  Superiores  de  nues- 
tras Misiones,  cuando  vienen  á  la  visita  de  sus  subditos:  y  á  todos  los  Curas 
en  la  hora  de  la  muerte,  para  que  ninguno  se  prive  de  este  saludable  sacra- 
mento. El  modo  de  administrárselo  es  este:  Juntos  ya  en  la  iglesia  los 
confirmandos  con  los  padrinos,  van  trayéndolos  con  mucho  orden  al  señor 
Obispo.  El  Cura  á  un  lado  con  su  lista  le  va  dictando  los  nombres.  Pronun- 
cia la  forma  con  las  ceremonias,  y  otros  dos  Padres  limpian  la  frente  y 
enjugan  el  óleo:  toman  la  cinta  y  la  vela,  y  la  dan  á  los  que  van  siguiendo: 
y  con  eso,  dos  ó  tres  velas  y  cintas  sirven  para  todos,  aunque  sean  cente- 
nares: no  percibe  vela  ni  cinta  por  cada  uno:  por  la  pobreza  del  indio: 
Y  aun  esas  pocas  las  pone  la  iglesia  y  guarda. 


-581  — 

«72.  Los  gastos  que  se  hacen,  los  costea  el  pueblo  los  hechos  allí:  los 
demás,  en  embarcaciones  ó  por  tierra  hasta  su  Catedral,  los  pagan  todos, 
haciendo  una  prorrata.  Las  dos  veces  que  en  28  años  estuve  en  aquellos  pue- 
blos, hubo  sólo  dos  \'isitas.  En  el  tiempo  antecedente  hubo  otras  varias, 
como  consta  de  los  libros  de  la  parroquia:  y  en  ellas  dejan  siempre  muchas 
alabanzas  de  los  Curas,  sus  ministerios,  y  el  buen  porte  de  los  indios.  Con 
todo  esto,  el  libelo  portugués,  que  con  ocasión  de  la  línea  divisoria  salió 
contra  nosotros,  dice  que  jamás  llegó  á  aquellos  pueblos  Obispo  alguno, 
porque  lo  estorbaban  siempre  los  Jesuítas  para  ocultar  sus  codicias  y  mara- 
ñas. Y  el  expulso  citado,  como  no  puede  negar  estas  visitas  ó  Infoi'mes,  que 
los  vería  también  citados  en  las  Cédulas  reales,  dice  en  su  libro,  que  todos 
esos  Informes  de  esos  Obispos  son  falsos,  y  que  fueron  sobornados  de  los 
Jesuítas  para  hacerlos.  Sea  Dios  bendito  por  todo.  Habiendo  ya  hablado 
del  gobierno  político,  y  eclesiástico,  sólo  resta  que  hablemos  del  militar. 


CAPITULO  ÚLTIMO 


^GOBIERNO  MILITAR  DE  LOS  INDIOS 

«1.  En  cada  pueblo  hay  8  compañías  de  militares,  con  su  Maestre  de 
campo,  su  Sargento  mayor,  Comisario,  8  Capitanes,  Tenientes,  Alféreces 
y  Sargentos  correspondientes.  Todos  tienen  sus  insignias  de  bastones,  ban- 
deras y  alabardas.  Hay  algunas  bocas  de  fuego,  pero  pocas,  porque  no  se 
alcanzan,  y  con  gran  dificultad  se  consiguen  por  cualquier  precio.  El  pue- 
blo que  más  tiene,  serán  50:  y  es  menester  gran  cuidado  con  ellas:  porque 
el  descuido  y  desaseo  del  indio  luego  las  echa  á  perder.  Pólvora  se  hace 
casi  en  todos  los  pueblos;  pero  muy  poca,  porque  no  hay  mina  alguna  de 
salitre,  ni  molino,  ni  azufre.  Hácese  el  salitre  de  las  raspaduras  de  la  tierra 
en  que  hubo  orines,  dándole  punto  á  fuerza  de  fuego;  y  con  esto,  y  algo  de 
azufre  que  se  alcanza  en  Buenos  Aires,  se  hacen  algunas  libras  al  año,  que 
sirven  para  cohetes  y  tiros  en  sus  fiestas:  y  casi  nada  sobra  para  ensayo  de 
las  armas.  No  obstante,  los  émulos  dicen  que  hay  molinos,  fábricas  y  mucho 
armamento  para  levantarnos  con  el  Reino  Jesuítico.  Las  lanzas  y  flechas 
se  hacen  en  el  pueblo:  y  de  esto  ha}'  lo  suficiente. 

«2.  Son  más  de  50  los  servicios  militares  que  le  han  hecho  al  Rey  estos 
indios:  están  todos  apuntados.  Unas  veces  poniendo  sitio  á  plazas:  otras, 
ayudando  á  los  españoles  contra  los  enemigos  de  la  Corona,  y  contra  indios 
infieles.  Casi  siempre  han  ido  con  españoles,  comandados  de  ellos.  En  los 
alborotos  antiguos  del  Paraguay,  ellos  casi  solos  introdujeron  al  Goberna- 
dor D.  Sebastián  de  León,  que  se  les  enviaba  por  orden  del  Rey,  en  lugar 
del  intruso  que  tenían:  y  entraron  con  él  á  la  ciudad,  que  salió  á  la  resis- 
tencia, venciendo  y  matando.  En  los  más  modernos  (en  que  me  hallé  yo 
con  los  indios  el  año  1732),  el  Gobernador  de  Buenos  Aires  con  6  mil  de 
ellos  y  unos  cien  soldados  españoles,  prendieron  á  los  culpados:  ajustició 
algunos  delante  de  los  6  mil  indios,   y  lo  sosegó  todo.   A  la  Colonia  del 


-  582  - 

Sacramento  (plaza  tan  nombrada  de  los  portugueses),  llamados  de  los 
Gobernadores  á  auxiliar  á  los  españoles,  la  han  sitiado  cuatro  veces.  La 
primera  la  ganaron,  entrando  por  asalto.  La  segunda,  no  pudiendo  resistir 
los  cercados  al  sitio  de  cuatro  meses,  ocultamente  la  desampararon.  La 
.tercera  después  de  algún  tiempo,  despachó  el  Gobernador  los  indios:  y  se 
quedó  con  solos  españoles:  y  no  la  pudieron  tomar.  La  cuarta  fué  la  de  esta 
última  guerra  del  Portugal,  en  que  fueron  llamados  mil,  no  para  soldados, 
sino  para  gastadores:  ganóse  la  plaza:  y  el  Gobernador  atribuyó  la  victoria 
á  los  indios,  que  en  una  sola  noche  cubrieron  todo  el  ejército  con  una  zanja 
grande  que  hicieron  de  mar  á  mar,  dejándolos  casi  todos  cercados:  pues 
decía  que  sin  aquéllos,  que  fué  sin  muertes,  no  la  h'  (bieran  ganado.  Las  tres 
veces  que  se  ganó  fué  restituida  por  tratados  de  paz. 

«3.  Cuando  el  Gobernador  quiere  indios  para  éstas  y  otras  funciones, 
no  escribe  á  los  indios,  ni  envía  oficiales  para  intimarles  sus  órdenes,  por- 
que sabe  quiénes  son,  y  cómo  se  gobiernan.  Escribe  á  nuestros  Provincia- 
les: «necesito  tres  mil  indios,  v.  g.  para  tal  expedición:  estimaré  á  \'.  R. 
como  tan  servidor  de  Dios  y  del  Rey,  disponga  que  vengan  á  tal  paraje 
con  todo  lo  necesario  para  tal  empresa».  Esto  es  en  sustancia  lo  que  escribe. 
El  Provincial  al  punto  escribe  al  Superior,  declarándole  lo  que  dice  el 
Gobernador:  y  ordenándole  que  disponga  luego  todo  lo  necesario.  El  Supe- 
rior toma  la  lista  de  todos  los  pueblos:  y  repartiendo  la  carga  según  el 
número  mayor  ó  menor  de  cada  pueblo,  hace  un  papel,  en  que  en  sustan- 
cia dice:  «El  señor  Gobernador  en  nombre  del  Rey  nuestro  Señor,  manda 
que  vayan  tantos  indios  á  tal  expedición.  Del  pueblo  N.  irán  doscientos: 
cada  uno  llevará  tres  caballos  para  sí:  cincuenta  llevarán  escopetas  con 
tanta  pólvora:  cien  llevarán  lanzas:  }'  los  cincuenta  restantes  llevarán  tan- 
tas flechas  cada  uno,  y  dos  ó  tres  hondas.»  (Usan  piedras  contra  la  caballe- 
ría contraria  de  un  modo  que  tiran  el  guijarro  con  la  honda  juntamente, 
que  es  un  solo  ramal,  con  una  borla:  y  prosiguiendo  el  guijarro  con  gran 
violencia,  se  queda  allí  la  honda  cerca  del  que  la  tira,  y  la  coge  otra  vez.] 
«Para  cargas  llevarán  tantas  muías,  en  que  irá  tanta  yerba  y  tanto  tabaco. 
Todos  irán  bien  vestidos  del  común  del  pueblo.  Saldrán  tal  día.  Llevarán 
para  el  camino  tantas  vacas  para  su  sustento,  hasta  tal  parte,  en  que  encon- 
trarán al  Padre  N.,  que  cuidará  de  todo  el  cuerpo  y  lo  conducirá  hasta 
entregarlo  al  señor  Gobernador»:  y  así  prosigue  para  los  demás  pueblos. 

«4.  Este  papel  va  por  todos  los  pueblos  tiempo  antes  de  la  marcha, 
para  dar  lugar  á  que  se  prevenga  todo  lo  necesario.  Cada  Cura  copia  lo 
que  le  toca:  y  pasa  adelante.  Llama  el  Cura  al  Corregidor  y  maestre  de 
campo:  intímales  el  orden  del  Gobernador:  y  como  para  aquel  pueblo  están 
señalados  tantos,  con  tales  y  tales  armas:  ordénales  que  escojan  los  más 
á  propósito  y  se  los  traigan  allí  para  verlos:  y  que  con  los  herreros  y  demás 
oficiales  prevengan  las  armas  señaladas.  Vienen  los  señalados:  y  ve  el 
Cura  si  conviene  desechar  alguno.  Jamás  he  visto  (y  han  sucedido  varias 
funciones  de  estas  en  mi  tiempo)  ni  he  oído  que  haya  habido  resistencia  en 
alguna  ocasión  á  estas  empresas,  cuando  las  manda  el  Gobernador,  ni 
repugnancia  alguna  de  parte  de  los  Padres,  ni  de  los  indios.  A  todo  se  obe- 
dece puntualmente  por  el  orden  que  aquí  se  dice.  El  indio  nada  pone  de  su 
casa:  todo  se  lo  da  el  común.  En  llegando  al  sitio  señalado  por  el  Gober- 
nador, ordena  }•  dispone  de  los  indios  por  sí  y  sus  oficiales,   valiéndose  de 


Primer  mapa  que  puede  suplir  loü  del  P.  Cat  di<^I,  .jue  n  .> 


■■-.-■í<í!'"  '3 


T 


y  a  /a 


Segundo  mapa  á  fin  de  suplir  los  del  P.  Cardíel,  que  no  se  han  hallado. 


-  583  - 

los  Padres,  que  siempre  suelen  ser  dos  ó  tres  como  intérpretes,  para  intimar 
sus  órdenes,  y  para  todos  los  usos  de  economía  que  allí  se  ofrecen.  El  Go- 
bernador de  Buenos  Aires  y  Teniente  general  D.  Bruno  Zavala  estuvo  dos 
veces  en  los  pueblos  con  ocasión  de  expediciones  militares,  y  alabó  mucho 
este  método  de  los  Padres  en  su  gobierno  militar,  como  en  las  demás  cosas. 

»Queda,  pues,  declarado  el  gobierno  político,  eclesiástico  y  militar,  y 
lo  adherente  á  esto,  aunque  con  mucha  mayor  extensión  de  la  que  pide  un 
compendio,  y  de  la  que  yo  me  imaginé  al  principio:  y  va  con  toda  aquella 
claridad,  llaneza  y  sinceridad  que  pide  mi  estado  y  mi  ministerio. 

»¿Dónde  está  aquí  el  Reino  jesuítico,  el  despotismo,  las  codicias  y  los 
inmensos  intereses  que  decían  los  herejes:  y  con  ellos  los  émulos,  que  pro- 
fesan ser  católicos,  y  que  los  Jesuítas  son  Obispos,  son  Gobernadores,  son 
Reyes  y  son  Papas?  No  ven  aquí  la  subordinación  á  los  Obispos,  á  los  Reyes 
y  Gobernadores?  Y  que  con  aprobación  suya,  3'  aun  alabanzas,  se  hace,  y 
aun  se  prosigue  ese  modo  de  gobierno?  Quedan  dos  ó  tres  niños  huérfanos 
de  padre  hacendados:  un  hombre  de  bien  toma  á  su  cargo  cuidar  de  sus 
haciendas,  ó  por  amistad  que  tuvo  con  sus  padres,  ó  meramente  por  Dios, 
sin  sueldo,  ni  interés  alguno.  Gobiérnalos  en  todo:  enséñales  la  doctrina 
cristiana  y  buenas  costumbres:  castígales  en  sus  travesuras:  se  afana  por 
conservarles  su  hacienda  y  aun  aumentarla:  haciendo  esta  obra  de  caridad 
para  aumentar  mérito  para  el  cielo.  En  lo  demás  está  este  tutor  sujeto  y 
obediente  con  sus  pupilos  á  sus  superiores  Reales  y  de  gobierno  espiritual 
y  político.  {Quién  podrá  poner  dolo  ó  mancha  en  esta  obra?  Pues  esto  es  lo 
que  han  hecho  los  Jesuítas  con  aquellos  pobres  pupilos:  exhortándolos  á 
ello  los  Reyes:  y  aprobándolo  y  alabándolo  los  más  inmediatos  superiores 
que  lo  ven:  Obispos,  Gobernadores,  etc. 

[Aquí  parece  que  debió  venir  el  mapa,  que  en  la  copia  de  donde  se  tomó 
ésta  no  existe:  en  su  lugar  se  han  puesto  los  dos  adjuntos]. 

«Para  mayor  claridad  de  lo  que  dije  de  la  fábrica  de  los  pueblos,  va 
con  el  mapa  un  dibujo  de  ellos.» 

[Aquí  una  hoja  con  una  planta  de  un  pueblo  en  general.  No  designa 
cuál  es:  la  planta  es  semeiante  á  las  de  Candelaria,  San  Carlos  y  S.  Borja 
que  se  han  puesto  en  el  Cap.  III.] 

«Causa  porque  se  añaden  las  dudas  siguientes 

«Esta  relación  se  ha  tenido  algunos  días  sin  enviarla  á  V.  R.,  por  no 
hallar  sujeto  de  confianza  con  quien  poderlo  hacer.  Entretanto,  varios 
de  los  nuestros  me  han  hecho  varias  preguntas  sobre  sus  puntos:  he  leído 
también  algunos  papeles  de  los  émulos.  Hago  refleja  de  que  \'.  R.,  no 
sólo  quiere  esta  relación  para  sí,  sino  para  desengañar  á  otros,  y  querrá 
enterarse  de  raíz  de  algunas  dudas  que  se  le  ofrecerán  para  dar  más  cabal 
noticia.  Por  lo  cual  he  determinado  añadir  estos  cuadernos  de  dudas.» 

«Duda  primera 

«1.  Cómo  habiendo  tantos  testigos  de  lo  que  aquí  se  ha  dicho,  hay  tanto 
descaro  en  levantar  tantos  falsos  testimonios?— No  es  nuevo  esto.  El  mundo 
siempre  ha  sido  mundo:  falso,  mendaz,  envidioso:  y  lo  será.  En  el  siglo 


-584- 

pasado,  un  indio  de  las  Misiones,  llamado  Ventura,  que  andaba  fugitivo 
por  su  mala  vida  entre  los  españoles,  presentó  al  Gobernador  de  Buenos 
Aires,  D.  Jacinto  Láriz,  á  inducción  de  su  amo,  un  papel  de  ciertas  minas 
de  oro  y  plata,  con  sus  castillos  que  decía  tenían  los  Misioneros  Jesuítas 
del  Paraguay,  de  donde  sacaban  grandiosas  riquezas.  Y  afirmaba  haber 
estado  él  en  ellas.  ítem,  cierto  predicador  sacó  este  punto  en  el  pulpito,  y 
para  que  lo  creyeran,  mostró  allí  á  los  oyentes  una  piedra  veteada  de 
plata,  afirmando  que  era  sacada  de  las  minas  de  los  Jesuítas, 

«2  Como  el  buen  Gobernador  era  recién  venido  de  España,  y  no  sabía 
los  fraudes  de  aquel  Nuevo  Mundo,  luego  lo  creyó  todo.  Toma  un  buen 
destacamento  de  soldados  y  con  ellos  al  Ventura  y  su  mapa.  Se  encami- 
naron alas  Misiones,  con  pretexto  de  visitarlas.  Llega  al  primer  pueblo:  y 
desaparece  Ventura.  Búscanle  por  todas  partes:  y  le  hallan.  Hácele 
cargo  el  Gobernador  porque  se  había  huido  sin  descubrir  las  minas:  res- 
ponde: No  hay  tales  minas.  ¿Pues  cómo  me  presentaste  este  mapa 
diciendo  que  habías  estado  en  ellas?  Yo  no  te  he  dicho  tal  cosa,  responde: 
y  si  te  lo  dije,  sería  estando  borracho.  Ahórquenle  luego:  prorrumpió  el 
Gobernador  lleno  de  cólera.  ¿En  mis  barbas  te  atreves  á  hacerme  men- 
tiroso'-" Acuden  los  Padres:  alegan  su  cortedad  pueril:  quítanselo  de  las 
manos,  y  se  contentó  con  darle  200  azotes.» 

«3.  Prosiguió  su  averiguación  á  instancia  de  los  Padres,  alegando  que 
para  S.  S.  y  para  ellos  estaba  muy  bien  el  que  del  todo  y  por  todas  partes 
se  averiguase  aquel  punto.  Esparció  los  soldados  por  todos  los  pueblos  y 
sus  rincones  con  prevención  de  600  pesos  y  un  vestido  completo  al  que 
trajese  verdaderas  noticias  de  las  minas.  Nada  se  halló:  y  el  Gobernador 
avergonzado  pidió  perdón  al  P.  Romero,  Superior,  y  á  los  demás.  Averi- 
guóse el  sujeto  que  le  había  dado  al  indio  aquel  mapa,  [y  la  piedra],  se 
halló  ser  de  la  peana  de  la  estatua  de  un  Santo,  que  para  adorno  tenía 
aquella  y  otras  piedras  traídas  de  Potosí:  y  no  era  de  los  Jesuítas.» 

«4.  Parece  que  no  había  más  que  pedir  en  este  asunto.  Pero  no  paró 
aquí  la  malicia.  El  Gobernador,  que  era  antes  enemigo  de  los  Jesuítas  por 
lo  que  oía  contar  de  ellos,  sin  tratarlos,  se  hizo  tan  amigo  suyo  con  el 
trato  que  tuvo  en  la  Visita  de  los  pueblos,  y  por  lo  mucho  que  vio  bueno 
en  el  gobierno  político  y  espiritual  de  los  indios,  y  observancia  regular  de 
los  Padres,  que  todo  era  alabarlos  en  Buenos  Aires.  El  tomo  intitulado 
ELOGIA  sociETATis  lEsu  trae  varios  elogios  suyos.  Era  caballero  del  hábito 
de  Santiago,  y  debía  de  ser  hombre  muy  de  bien:  pues  daba  tanto  lugar  á 
la  razón  sin  el  sonrojo  do  retractarse. 

«5.  Como  los  émulos  vieron  tanta  mudanza,  luego  sospecharon  ó  fin- 
gieron que  á  él  y  á  sus  soldados  habían  sobornado  los  Jesuítas  con  el  oro  de 
sus  ricas  minas:  ocultamente  dieron  cuenta  á  la  Corte.  Pintaron  las  calum- 
nias con  tales  visos,  que  el  Rey  mandó  que  fuese  á  averiguar  este  punto 
Donjuán  Blásquez  V^alverde,  Oidor  de  Chuquisaca,  á  cuya  Audiencia 
pertenecen  aquellas  tierras,  con  instrucciones  de  lo  que  pasó  y  de  lo  que 
debía  hacer.  Como  el  Oidor  era  hombre  antiguo  y  práctico,  fué  tomando 
informes  ocultos  por  el  camino.  Averiguó  quiénes  eran  los  delatores. 
Llegó  á  Buenos  Aires:  y  allí  tomó  un  buen  número  de  soldados  y  obligó  á 
los  delatores  á  que  fueran  á  mostrarle  las  minas.  En  la  ciudad  de  Santa 
Fe  le  dijo  cierto  religioso  que  él  había  visto  dos  zurrones  de  cuero  de  toro 


—  585  — 

llenos  de  oro  en  polvo  que  los  indios  habían  traído  en  una  embarcación  á 
aquel  puerto  para  el  Provincial  Jesuíta  y  que  el  Provincial  dio  el  uno  al 
colegio  de  Córdoba  y  el  otro  al  del  Paraguay.  Como  el  Oidor  era  práctico 
hizo  burla  de  esta  delación,  reparando  en  las  circunstancias. 

«6.  Llegó  á  los  pueblos:  repartió  por  ellos  y  por  sus  territorios  á  los 
soldados,  á  los  delatores,  y  á  un  minero  del  Perú  llamado  D.  Cristóbal 
Vera,  muy  inteligente  de  territorios  de  minas.  Volvieron  diciendo  que  no 
habían  encontrado  nada.  El  minero  testificó  que  aquellas  tierras,  según  su 
positura,  y  su  temperamento,  no  eran  tierras  de  minas  de  plata  y  oro.  Fué 
el  Oidor  preguntando  jurídicamente  á  cada  uno  de  los  delatores  porqué 
había  hecho  aquella  delación  contra  los  Padres  y  contra  el  Gobernador. 
Uno  respondía  que  porque  lo  había  oído  así.  Otro  que  lo  había  hecho  por 
odio  á  los  Padres.  Condenólos  á  cortarles  las  orejas  y  las  narices:  mas 
por  intercesión  de  los  Padres  se  contentó  con  pena  pecuniaria,  en  que  les 
multó:  y  publicó  un  manifiesto  de  todo  lo  sucedido,  que  impreso  lo  esparció 
por  la  América  y  por  la  Europa.  Todo  esto  lo  trae  el  P.  Techo  en  su  histo- 
ria latina  dedicada  al  Consejo  de  las  Indias,  intitulada  Hi.-í.toria  Para- 
guaya, que  anda  por  todas  las  librerías  de  alguna  monta:  y  D.  Francisco 
Jarque,  Cura  que  fué  de  Potosí,  y  anduvo  hacia  estos  tiempos  por  Buenos 
Aires  y  Paraguay,  y  después  fué  Dean  de  Albarracín  en  España,  en  su 
historia  intitulada  Misioxks  del  Paraguay.  Como  en  este  destierro  no 
tenemos  estos  libros  no  puedo  citar  libro,  párrafo  ni  página,  como 
lo  hiciera  si  lo  tuviera;  pero  lo  he  leído  algunas  veces  y  me  acuerdo 
bien. 

«7.  Después  de  todos  estos,  son  muchos  aun  de  los  no  vulgares,  que 
están  en  que  hay  estas  minas.  Va  dije  como  el  General  portugués  de  la 
línea  divisoria  afirmaba  antes  de  la  expedición  que  de  aquellos  pueblos 
sacaban  los  Padres  cada  año  millón  y  medio  para  sus  colegios.  El  Padre 
Alonso  Fernández  me  dice  que  en  Buenos  Aires  le  mostraron  una  carta 
de  uno  de  los  cuatro  Coroneles  que  llevaba  dicho  General,  su  fecha  en  el 
pueblo  de  San  Ángel,  escrita  á  un  amigo  suyo,  que  le  decía:  «Amigo, 
hemos  venido  muy  engañados:  ya  hace  tanto  tiempo  que  estamos  en  estos 
pueblos  haciendo  muchas  averiguaciones:  y  no  hay  tales  minas.»  ¡Mise- 
rables hombres,  que  ni  piensan,  ni  hablan  sino  en  la  tierra!  Pues  si  anti- 
guamente había  tanta  desvergüenza  en  levantar  falsos  testimonios  á  vista 
de  los  que  sabían  y  veían  todo  lo  contrario,  ¿qué  mucho  que  ahora  los  haya, 
no  habiendo  mudado  el  mundo?  No  quiero  acabar  esto,  sin  decir  lo  que 
pasó  estos  años,  cuidando  yo  del  pueblo  de  la  Concepción.  Vinieron 
ciertos  españoles  al  pueblo  á  comprar  lienzo  por  vacas.  Diles  despacho  á 
su  satisfacción.  Vieron  la  iglesia:  su  adorno,  y  otras  cosas  de  que  se  admi- 
raron. Y  después  de  algunos  días,  se  volvieron  á  su  ciudad.  Allí  empe- 
zaron á  exagerar  las  riquezas  de  la  Concepción:  y  entre  otras  cosas  decían 
que  por  las  puertas  del  colegio  (así  llaman  ellos  á  nuestra  casa),  pasaba 
un  arroyo  lleno  de  pepitas  de  oro:  y  que  el  Cura  tenía  allí  un  viejo  que 
con  un  cedazo  sacaba  cada  día  mucha  riqueza.  Así  me  lo  afirmó  el  Notario 
eclesiástico  de  aquella  ciudad:  y  decía  que  muchos  lo  creían  firmemente,  y 
corría  como  cosa  sentada.  Por  en  medio  de  la  huerta  hay  un  socavón  como 
zanja,  por  donde  corre  el  agua  cuando  llueve,  y  en  lo  demás  del  tiempo 
siempre  está  seco:  y  no  hay  más.  El  pueblo  no  tenía  deudas,  pero  no  era 


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de  los  más  acomodados.  Son  aquellas  tierras  un   hervidero  de  semejantes 
fábulas. 


«Duda  segunda 

«8.  ¿De  dónde  nace  que  los  Padres  son  Obispos,  y  aun  Papas,  Goberna- 
dores y  Reyes?  —Ya  insinué  algo  antes.  Ahora  lo  diré.  Ven  el  respeto  que 
los  indios  les  tienen:  ese  nace  del  ejemplo  y  recato  con  que  viven  con  ellos. 
Cuando  ven  á  cualquiera  otro  eclesiástico  ó  seglar  con  ejemplo  y  devoción 
también  le  muestran  mucho  respeto.  Pero  si  le  ven  con  liviandades  }■  que 
no  acude  á  Misa  y  Rosario  cada  día,  no  hacen  caso  de  él.  Ven  que  no 
acuden  al  Obispo  para  dispensas  matrimoniales:  ni  aun  para  lo  tocante  á 
los  preceptos  eclesiásticos,  porque  ignoran  los  privilegios  que  tenemos  del 
Papa,  sin  que  sea  necesario  acudirá  esos  señores:  si  lo  saben,  se  lo  callan. 
Ven  que  el  Provincial  quita  y  pone  Curas,  sin  acudir  para  cada  uno  al 
Vice-Patrón  ni  al  Obispo,  y  no  examinan  las  facultades  y  el  beneplácito 
quédelos  dos  tienen.  Pero  ya  se  explicó  la  dependencia  que  tienen  al 
Papa,  Obispo,  Re\'  y  Gobernador. 


«Duda  tercera 

«9.  De  donde  toman  motivo  para  exagerar  tanto  las  riquezas  de 
aquellos  pueblos, y  afirmar  que  los  Jesuítas  y  no  los  indios  las  logran? — Nace 
de  lo  que  ven  en  las  iglesias,  y  los  vestidos  de  los  Cabildantes  y  danzantes. 
Lo  de  los  templos  se  reduce  á  esto.  Una  lámpara  de  dos  ó  Ires  arrobas 
de  plata.  Una  ó  dos  piezas  que  hay  de  cinco  ó  seis  (sic):  dos  blandones  altos 
para  los  monacillos  en  las  misas  cantadas:  6  candeleros  de  vara  ó  más  de 
alto  para  los  días  solemnes,  y  dos  menores  para  cada  altar  en  las  Misas 
rezadas:  caldero  de  agua  bendita  y  hisopo:  6  ó  7  cálices:  2  copones:  una 
Custodia  para  el  día  del  Corpus  y  jubileo  del  mes:  algunas  vinajeras  con 
sus  platos:  tal  cual  campanilla:  y  los  vasos  del  Baptismo  y  Extremaunción. 
Esto  es  lo  ordinario  de  plata,  ya  sola,  ya  sobredorada.  Raro  pueblo  excede 
de  esto:  y  si  excede,  es  poco.  Todo  ello  podrá  valer,  inclusa  la  hechura, 
como  cinco  mil  pesos.  Allá,  como  abunda  más  la  plata,  hay  muchas  alhajas 
de  este  metal  en  los  templos  de  las  ciudades,  y  en  las  casas  de  los  seglares, 
aunque  no  sean  más  que  de  medianas  conveniencias,  casi  todas  las  piezas 
son  de  plata,  hasta  las  bacinillas  que  sirven  de  orinal.  Y  así,  para  aquellas 
tierras,  no  es  mucho  lo  dicho  en  una  iglesia  ordinaria. 

«10.  Los  frontales  y  vestidos  sacerdotales  de  capas,  casullas,  dalmáti- 
cas, etc.,  no  son  de  tisú,  sino  en  tal  ó  cual  pueblo,  que  tienen  un  solo  orna- 
mento de  esto  para  el  día  de  Corpus  y  fiesta  del  patrón  del  pueblo:  son  de 
brocado  para  los  días  de  fiesta,  y  de  telas  llanas,  pero  lucidas  y  limpias, 
para  los  días  ordinarios,  como  dije  en  otra  parte:  y  para  cada  color  hay  un 
ornamento.  Lo  de  plata  y  estos  ornamentos,  podrán  valer  diez  mil  pesos. 
Ven  los  templos  tan  majestuosos;  todos  los  retablos  dorados;  los  pilares  y 
las  bóvedas  doradas  y  pintadas,  entreverando  lo  uno  con  lo  otro:  y  aun  los 
marcos  de  las  ventanas  y  puertas  en  algunas  partes  _v  todo  muy  lucido, 


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limpio  y  resplandeciente.  Ven  de  gala  el  Cabildo  y  danzantes,  vestidos  de 
seda,  y  á  los  Cabos  militares  en  sus  fiestas,  aunque  de  sedas  llanas.  No  ven 
más.  Porque  los  aposentos  de  los  Padres  son  como  en  los  colegios,  y  sin 
más  adorno  que  en  ellos.  El  vestido  y  porte,  como  en  las  ciudades,  y  aún 
más  basto.  Las  casas  de  los  indios,  un  aposento  para  toda  la  familia,  del 
grandor  de  los  nuestros,  sin  más  adorno,  con  sus  alcobitas  de  estera  en  los 
rincones:  y  unos  platos  de  barro,  unos  calabazos  para  vasos,  sin  sillas,  ni 
aun  bancos,  sino  tal  cual.  De  esto  sólo  no  se  puede  argüir  que  hay  riqueza. 
«11.  En  el  pueblo  varias  veces  se  ofrece  hablar  con  españoles  capaces, 
de  este  asunto.  Decíales  yo:  Es  menester  saber  que  los  más  de  estos  pue- 
blos tienen  más  de  cien  años  de  fundación:  y  el  que  menos,  tiene  60.  Nos 
hemos  de  hacer  cargo  que  las  alhajas  de  plata  duran  in  perpetuum:  que  las 
de  brocado,  que  no  son  más  que  para  los  días  de  fiesta;  duran  cien  y  más 
años.  Las  demás  de  seda,  50  y  60  años.  Lo  tienen  comprado.  Demos  que  el 
pueblo  tenga  800  familias,  con  un  real  de  plata  que  dé  cada  familia,  3'a 
tenemos  los  cien  pesos.  Pues  ¿quién  hay  que  diga  que  por  poder  dar  el 
indio  un  real  de  plata  al  año,  está  muy  rico  el  pueblo?  ¿Y  más  en  la  Amé- 
rica, donde  un  real  de  plata  se  estima  como  dos  ó  tres  cuartos  en  España? 
Luego  de  la  riqueza  tal  cual  que  se  ve  en  los  templos,  no  se  puede  argüir 
que  esté  mu^-  sobrado  el  pueblo,  á  más  de  que  algunos  años  en  que  los  frutos 
cosechas  y  ganados  multiplicaron  mucho,  como  se  hallaron  con  abundan- 
cia, compraron  estas  cosas:  y  en  muchos  años  de  decadencia  ó  penuria, 
compran  muy  poco  ó  nada.  ¿Cuántas  casas  de  nobles  se  ven  con  las  alhajas 
competentes  á  la  nobleza,  y  el  dueño  está  pobre?  Lo  que  se  infiere  es  que 
en  algún  tiempo  estuvo  acomodado,  pues  tuvo  con  qué  comprar  aquello:  ó 
que  no  obstante  su  pobreza,  cada  año  fué  comprando  un  poco;  pero  no  el 
que  sea  habitualmente  rico.  A  esto  callaban;  pero  los  apasionados,  como 
no  se  guían  por  la  razón,  claman  y  gritan  sin  ella. 

« 12.  V^en  también  los  clamadores  de  las  riquezas  que  hay  yerbales  en 
las  cercanías  del  pueblo,  y  grandes  algodonales  del  común:  muchos  milla- 
res de  vacas  en  las  estancias.  Del  resplandor  de  los  templos,  arguyen 
comúnmente  las  riquezas:  pero  los  más  considerados  lo  sacan  de  aquí.  Lo 
que  hay  en  el  caso  es  que  de  estos  yerbales  se  sacan  400  arrobas  de  yerba 
que  se  envía  á  Santa  Fe  para  pagar  el  tributo  del  pueblo  y  el  diezmo,  y 
comprar  con  el  sobrante  hierro,  cuchillos,  paños,  sempiternas,  y  otras  mil 
cosas  necesarias  á  un  pueblo.  Y  no  pueden  ir  más  de  400  arrobas,  por  estar 
así  mandado  por  Cédula  Real  para  que  los  españoles  del  Paraguay  tengan 
mayor  comercio  en  este  género.  Lo  restante  que  se  beneficia  de  estos  yer- 
bales, se  gasta  en  la  ración  de  yerba,  que  tarde  y  mañana  se  da  á  cada 
indio;  y  no  hay  más  comercio  de  ella. 

«13.  El  lienzo  que  sale  de  los  algodonales  se  gasta,  como  se  dijo,  en 
vestir  á  todos  los  muchachos  de  ambos  sexos,  que  son  tantos,  que  en  un 
pueblo  tenía  yo  tres  mil:  y  como  ven  el  algodonal  grande,  y  no  ven  la  mul- 
titud que  se  ha  de  vestir  de  él,  les  parece  gran  riqueza.  Se  da  también  de 
vestir  á  las  recogidas,  á  los  viejos,  viejas  y  pobres.  Y  lo  que  sobra,  que  es 
harto  poco,  se  envía  á  Buenos  Aires  para  comprar  con  él  lo  que  queda 
dicho:  pero  no  son  todos  los  que  envían  este  género:  y  muchos  pueblos  que 
aun  no  cogen  lo  necesario  para  sí,  por  ser  terreno  menos  á  propósito,  lo 
compran  de  otros:  y  así  nada  envían. 


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«14.  Las  vacas  no  son  tantas  como  juzgan  ó  publican  los  émulos.  Son 
pocos  los  pueblos  que  tienen  para  dar  ración  de  carne  todos  los  días. 
Algunos  dan  tres  ó  cuatro  veces  á  la  semana,  otros,  sólo  dos.  Y  en  pueblo 
estuve  yo,  donde  no  se  daba  carne  más  de  un  día  ala  semana,  porque  no 
había  para  más:  y  se  componían  con  su  maíz,  legumbres  (de  éstas  pocas),  y 
batatas.  Vi  también  ea  este  pueblo  que  un  año  que  hubo  carestía  de  estos 
frutos,  se  daba  ración  de  carne  todos  los  días.  Lo  que  hace  el  Cura  es  esto. 
Visita  la  estancia  una  vez  al  año,  si  está  muy  lejos  (algunas  distan  30  ó 
40  leguas  del  pueblo):  y  si  está  cerca,  dos  veces.  Cuenta  todo  el  ganado: 
porque  en  esto,  no  se  puede  fiar  délos  indios,  que  hay  muchos  fraudes  en 
ello.  Considera  el  multiplico  de  terneras,  cotejado  con  el  del  año  antece- 
dente, y  con  el  gasto  del  pueblo.  Si  ve  que  puede  dar  una  buena  ración 
cada  día,  sin  que  este  gasto,  junto  con  los  avíos  de  los  viajes,  consumo  de 
los  estancieros,  ó  pastores,  etc.,  sea  mayor  que  el  multiplico  anual,  la  da. 
Si  tiene  poco,  da  uno  ó  dos  días  á  la  semana  cuando  los  indios  tienen  sufi- 
ciente sustento  de  sus  sementeras,  y  lo  demás  lo  guarda  para  dar  cada  día 
cuando  hay  carestía  ó  epidemia.  Las  vacas  no  es  finca  que  se  venda,  por- 
que no  hay  para  vender,  excepto  aquellos  dos  pueblos  Yapeyú  y  S.  Mi- 
guel, de  quienes  dije  tenían  tan  grandes  estancias  de  vacas  alzadas  y 
ariscas,  que  cuesta  tanto  el  cogerlas.  Estos  venden  á  los  demás  pueblos. 
Todos  los  demás  tienen  sus  vacas  todas  de  rodeo  ó  mansas. 

«15.  No  hay  más  géneros  que  los  dichos  de  yerba  y  lienzo  con  que  se 
hacen  las  compras  y  ventas  con  españoles,  y  los  pueblos  entre  sí:  y  esto  con 
la  moderación  que  queda  expuesta:  porque  aunque  algunos  pueblos  ven- 
den tabaco  en  hoja  y  polvillo,  y  otros  algunas  muías,  caballos,  ovejas;  son 
pocos,  y  en  corta  cantidad.  Esta  es  la  riqueza  de  aquellos  pueblos,  y  no  hay 
más.  Todo  lo  demás  que  se  diga  son  ignorancias  ó  equivocaciones  de  gente 
de  poco  entender,  ó  envidia  y  malicia  de  los  hombres  apasionados:  ó  sueño 
y  delirios  de  los  más  inconsiderados.  Y  así  aquellos  pueblos  no  están  ricos. 
El  culto  divino,  á  quien  más  que  á  todo  lo  demás,  debemos  todos  atender, 
si  tenemos  fe,  más  que  al  adorno  de  nuestras  casas  y  cuerpos:  ese  sí  que 
está  con  lucimiento:  de  manera  que  dice  Felipe  V  en  la  Cédula  citada,  que 
hasta  los  mismos  émulos  confiesan  que  está  en  su  punto.  Y  hizo  una  Cédula 
particular  para  los  Misioneros,  en  que  les  da  las  gracias  por  ello.  Pero  ya 
queda  declarado  como  ésta  no  es  tanta  riqueza  como  se  dice,  y  que  no 
arguye  ser  rico  el  pueblo.  Los  pueblos  tienen  lo  necesario  y  no  más:  por- 
que de  la  poquedad  del  gentío  no  se  puede  sacar  más  sin  oprimirlos  ó 
acabarlos,  como  lo  han  hecho  los  seculares  en  otras  partes,  queriendo  sacar 
más  de  lo  que  se  puede,  llevados  de  su  codicia.  Y  el  que  tenga  ó  no  tenga, 
comúnmente  consiste  en  el  Cura:  no  por  falta  de  voluntad  (que  todos  la 
tienen  muy  buena  de  enriquecer  su  pueblo):  no  por  falta  de  trabajo,  pues 
vemos  que  todos  trabajan  no  poco,  en  buscarle  lo  que  ha  menester:  sino 
por  falta  de  talento  y  habilidad.  Vemos  cada  día  en  los  mercaderes  vian- 
dantes que  todos  desean  enriquecer:  todos  trabajan  con  continuos  viajes, 
al  agua,  al  frío  y  al  calor,  con  molestias,  y  malos  días  y  peores  noches,  y 
aun  peligro  de  la  vida  por  la  cercanía  de  los  infieles.  Muchos  de  éstos  no 
emplean  su  caudal  en  fausto,  en  el  juego,  ni  en  otros  vicios;  sí  en  lo  que 
toca  á  su  destino:  Y  con  todo  eso,  no  crecen  algunos.  Por  más  que  traba- 
jen, suelen  menguar,  y  aun  quebrar  }■  perderse.   Otros  vemos  con  menos 


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trabajo  que  enriquecen  y  crecen.  En  qué  va  eso?  En  que  éstos  tienen  cabe- 
za y  pies:  y  los  otros  sólo  los  pies:  éstos  habilidad  y  talento:  y  los  otros  no. 
Sujetos  hemos  visto  en  estas  Misiones  de  grande  entendimiento:  que  des- 
pués de  ser  maestros  insignes  de  facultades  mayores,  fueron  á  ellas,  y 
metiéndolos  en  cuidado  de  regir  un  pueblo,  no  acertaron  con  ello.  Mucho 
ayuda  ser  de  mucha  capacidad  intelectual:  pero  esto  no  lo  hace  todo. 

«17  [sic].  Este  encanto  de  las  riquezas  no  es  sólo  para  con  los  Misione- 
ros. Lo  mismo  dicen  de  nuestros  colegios:  aunque  no  tanto.  Por  qué?  Porque 
ven  nuestras  iglesias  con  lucidos  ornamentos  más  que  las  demás.  Prueba 
de  esto  es  lo  que  sucedió  poco  ha  en  el  arresto  de  los  PP.  del  colegio  de 
Córdoba  del  Tucumán.  Llegó  allá  desde  Buenos  Aires,  120  leguas  distante, 
un  grueso  destacamento  de  soldados,  con  voz  de  apaciguar  ciertos  distur- 
bios de  seglares,  que  por  allí  había.  Arrestaron  á  la  mañana  ó  á  media 
noche  improvisamente  á  todos  los  Padres.  Metiéronlos  á  todos  en  el  refec- 
torio, que  eran  130:  y  allí  los  tuvieron  11  días,  sin  dejarlos  salir  ni  aun  para 
las  necesidades  comunes.  De  los  soldados,  que  eran  los  únicos  con  quienes 
hablaban,  supieron  que  era  tanta  la  fama  de  riquezas  que  tenía  el  colegio 
máximo,  que  el  Comandante  traía  orden  [del  Gobernador]  de  enviarle 
luego  medio  millón  de  pesos,  y  después  lo  demás.  Ellos  se  hicieron  due- 
ños de  todas  las  llaves,  y  de  las  cosas  más  secretas.  No  hallaron  más  que 
un  talego  con  4  mil  pesos,  y  un  papel  dentro  que  decía  ser  prestados  del 
Deán  de  aquella  Catedral:  y  otro  menor  con  algunos  pesos,  yotro  papel 
dentro  que  decía:  «Aquí  se  pusieron  cincuenta  pesos  para  limosnas». 

«18.  Vino  el  Comandante  al  refectorio,  instó  mucho  al  P.  Rector  que 
dijese  dónde  estaba  el  gran  tesoro  de  aquel  colegio:  pues  no  hallaba  más  que 
cuatro  mil  pesos  y  poco  más  para  limosnas.  Dijo  el  P.  Rector  que  no  había 
más:  Volvió  á  instar  más:  «Padre,  mire  que  se  pierde  á  sí  y  á  toda  esta  comu- 
nidad. Diga  la  verdad  de  lo  que  hay». — Afirmaba  el  Padre  que  era  el  único 
dinero  que  tenía  el  colegio,  y  que  los  4  mil  pesos  había  pocos  días  que  los 
había  prestado  el  Deán,  como  lo  diría  el  papel  que  tenía  dentro.  Fuese  el  co- 
mandante bien  amostazado.  Volvió  después  con  otra  llavecita  que  tenía  un 
pedazo  de  pergamino  y  en  él  escrito  «secreto»  — «No  ve.  Padre,  cómo  yo 
tenía  razón  en  lo  que  decía,  y  que  había  mucho  más?  Qué  significa  este 
secreto,  sino  el  tesoro  escondido?  De  dónde  es  esta  llave?» — Sonrióse  el 
Padre  Rector,  porque  era  la  llave  de  la  naveta  donde  estaba  el  pliego  de 
gobierno  del  General  en  que  se  señala  2.°  y  3.^»"  Provincial  en  caso  de 
muerte  del  primero,  con  precepto  de  que  ninguno  lo  vea.  Explicóle  el 
Padre  Rector  lo  que  era:  y  exhortóle  á  que  fuera  á  verlo.  Y  viendo  ser 
verdad,  quedó  admirado,  diciendo  que  él  no  había  creído  semejantes  rique- 
zas, como  se  decía.  Aquel  colegio  tenía  en  sus  tierras  la  carne,  pan, 
legumbres,  y  frutas:  y  así  no  suele  tener  á  tiempos  plata  en  moneda.  Unos 
años  está  con  mucha  abundancia,  y  otros  con  penuria,  y  no  pocos  con  deu- 
das. De  estos  casos  hay  muchos;  pero  los  callan. 

«19.  De  lo  dicho  se  ve  cuan  engañados  están  estos  hombres  con  la 
aprensión  de  las  riquezas.  No  están  ricas  las  Misiones,  vuelvo  á  decir. 
Los  indios  tienen  lo  que  han  menester  según  su  calidad.  En  la  comida, 
maíz,  legumbres,  mandiocas,  y  batatas  y  un  pedazo  de  carne,  donde  hay, 
para  todos  los  días:  y  donde  no  hay,  alguno  á  la  semana,  y  todos  los  días 
cuando  hay  carestía  de  frutos.  En  el  vestido,  poncho,  que  sirve  de  capa, 


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jubón  de  lana  y  de  algodón,  camisa,  calzones,  calzoncillos,  sombrero,  mon- 
tera y  gorro:  y  no  usan  más.  Aunque  estén  en  temples  más  fríos,  en  ciu- 
dades de  españoles  y  tengan  con  qué  comprar  más,  por  haberlo  ganado  con 
su  trabajo:  y  su  trabajo  es  de  alquiler:  que  allí  no  saben  vivir  de  otro  modo: 
y  les  dan  5  pesos  al  mes  y  de  comer:  y  á  algunos  más  trabajadores,  6  y  7 
pesos.  Y  allí,  ni  en  sus  pueblos  usan  medias  ni  zapatos:  sino  tal  cual,  que 
se  ponen  medias  algunos  días,  pero  no  zapatos;  y  las  medias  las  suelen 
traer  sin  atar;  caídas  hasta  el  pie.  No  buscan  ni  quieren  más:  con  esto 
están  contentos.  No  tienen  espíritus  ni  pensamientos  para  mayores  cosas. 
No  buscan  oro  ni  plata,  sino  comida  y  vestido.  Si  adquieren  algún  real  de 
plata,  le  hacen  un  agujero,  le  meten  en  una  cuerda  y  se  lo  cuelgan  al 
cuello.  Con  esto  están  más  contentos  que  una  pascua,  sin  pensar  en  más. 
Entre  millares  de  indios,  apenas  se  encontrará  uno,  aunque  sea  de  los  que 
se  huyeron  á  las  ciudades,  que  tenga  pensamientos  más  altos  que  éstos, 
por  su  genio  pueril.  Como  nosotros  cuando  muchachos,  que  con  un  real 
que  tuviéramos,  estábamos  más  contentos  que  el  rey  Creso  con  sus  rique- 
zas y  Salomón  con  las  suyas. 

«20.  El  adquirir  esto  que  desean,  y  lo  del  culto  divino,  se  puede  hacer 
sin  mucho  gravamen  suyo  Si  se  quiere  sacar  más,  es  gravarlos  mucho  y 
oprimirlos.  De  que  se  seguirían  enfermedades,  muertes,  y  el  huirse  muchos 
á  los  montes  y  otras  partes,  huyendo  del  trabajo,  y  el  disminuirse  y  aca- 
barse. Por  esto  los  señores  Obispos  y  otros  personajes,  que  conocen  el 
genio  del  indio,  alaban  tanto  su  gobierno,  según  dice  Felipe  \'  en  la  Cédula 
citada:  pues  ven  que  no  conviene  otro.  El  decir  que  los  PP.  por  debajo  de 
cuerda,  con  sagacidad,  sacan  de  ellos  cantidades  grandísimas,  para  su 
General  y  los  colegios,  son  miras  sospechosas  y  de  gente  maliciosa,  sin 
prueba  alguna  de  ello:  como  las  minas  de  oro  y  plata  con  sus  castillos,  los 
cueros  de  toro  llenos  de  oro  en  polvo:  el  millón  de  pesos  anuales  para  el 
General,  sacado  de  las  12  mil  arrobas  de  yerba  á  3  pesos  que  cada  año 
bajan  á  Buenos  Aires:  el  millón  y  medio  de  pesos  que  decía  el  portugués 
que  sacaban  los  PP.  cada  año  para  sus  colegios:  el  millón  que  dice  el  autor 
moderno  expulso  de  quien  hablé:  y  otras  cosas  á  este  modo,  antiguas  y 
modernas.  Harta  merced  les  hago  en  decir  que  son  sospechas:  porque 
muchos  de  estos  saben  que  todo  es  falso. 

«21.  Ya  ven  que  vuelve  el  Provincial  de  la  Visita,  que  nada  lleva  con- 
sigo: ó  á  lo  más,  algunos  rosarios,  que  le  dieron  en  algunos  pueblos  (en 
todos  hay  fábrica  de  rosarios)  para  dar  á  algunos  españoles  y  demás  castas 
por  el  camino,  y  á  los  Misioneros  del  partido:  y  algunos  aun  esto  rehusan 
recibir  de  los  Curas.  Ven  cuando  algunos  van  á  los  colegios,  que  tampoco 
llevan  más  que  esto.  Los  Corregidores  y  Alcaldes,  cuando  les  repiten  el 
sermón,  suelen  inculcar  en  esto:  «Ya  veis,  hermanos,  les  dicen,  que  estos 
santos  Padres  nada  buscan  de  nosotros,  sino  el  bien  de  nuestras  almas,  y 
cuidarnos  en  las  necesidades  corporales.  Vemos  que  cuando  se  van,  nada 
llevan  del  pueblo.  Ya  veis  que  cuando  vuelve  el  barco  que  llevó  yerba  y 
lienzo  á  Buenos  Aires,  trae  hierro,  cuchillos,  bayeta,  hachas,  paños  y  sem- 
piternas, abalorios  y  otras  mil  cosas  en  trueque  de  lo  que  se  llevó,  que  se 
reparte  entre  nosotros,  por  tanto  etc.»  Eso  ven  y  lo  saben  muchos  de  los 
émulos,  por  lo  que  oyen  á  los  que  lo  palparon,  que  intervinieron  en  los 
viajes  de  los  Provinciales  y  demás  sujetos:  luego  hablan  contra  lo  que  vie- 


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ron  ó  contra  lo  que  sienten.  Otros  tienen  más  excusa  por  no  haber  oído  más 
que  á  la  parte  contraria.  Con  que  se  concluye  que  no  puede  ir  á  cuidar 
como  tutor  de  aquellas  pobres  criaturas,  sino  persona  que  no  lleve  otro 
intento  después  de  lo  espiritual,  que  socorrerles  y  ampararles  en  sus  nece- 
sidades, sin  cuidar  de  enriquecer  ni  aun  de  acomodarse  con  su  trabajo.  Si 
lleva  este  intento,  perderá  á  los  indios,  porque  ellos  no  son  para  enriquecer 
al  que  les  rige,  quedándose  ellos  acomodados:  sino  á  lo  más  para  quedar 
acomodados,  si  el  que  rige  cuida  y  afana  por  su  bien,  sin  cuidar  del  suyo,  y 
tiene  talento  para  ello. 

«22.  Otros  que  se  precian  de  no  hablar  tan  sin  fundamento,  acuden 
luego  al  comercio  de  toros  y  vacas,  de  que  tanto  se  lleva  á  Buenos  Aires. 
Como  ven  que  en  algunos  pueblos  se  da  ración  de  carne  todos  los  días,  y 
en  otros  algunos  días  á  la  semana,  ó  piensan  que  en  todos  se  da  todos  los 
días.-  dicen  que  de  allí  sacan  centenares  de  millares  de  duros.  X'ayan  al 
Paraguay,  Corrientes  y  Santa  Fe,  que  son  las  ciudades  más  confinantes  y 
con  quienes  hay  alguna  comunicación  de  compras  y  ventas,  que  con  las 
demás  no  hay  ninguna:  examinen  qué  es  lo  que  allá  envían  los  Padres,  ó 
llevan  los  españoles  que  vinieron  á  comprarles. 

«23.  No  hay  comercio  ni  venta  de  cueros,  sino  de  yerba,  lienzo  y  algo- 
dón, como  ya  expliqué.  Tal  cual  vez  el  pueblo  de  Yapeyú  ha  hecho  trato 
de  cueros  de  toro  con  los  de  Buenos  Aires,  enviando  para  ello  á  su  estan- 
cia de  ganado  arisco  y  alzado  á  matar  los  toros  que  sirven  más  de  daño  que 
de  provecho  á  su  estancia:  y  eso  en  muchos  años  apenas  una  vez.  Tal  cual 
otro  ha  enviado  también  muy  pocas  veces  este  género  en  su  barco  con  la 
yerba,  lienzo  y  algodón:  mas  viendo  que  en  tan  larga  distancia  no  les  tiene 
cuenta,  lo  han  dejado.  De  cuatro  pueblos  que  hay  confinantes  al  Paraguay, 
los  españoles,  que  van  á  ellos  á  comprar  lienzos  de  algodón,  suelen  com- 
prarles algunos  cueros,  pero  pocos.  No  hay  más  comercio  que  este,  como 
lo  saben  los  que  van  por  allá  á  vender  algunos  géneros. 

«24.  Pues  {en  qué  se  emplean  tantos  centenares  de  millares  de  cueros? 
Esta  pregunta  ó  admiración,  nace  como  otras  muchas  de  la  falta  de  refle- 
xión, de  no  hacer  examen  de  las  cosas.  En  un  pueblo  de  mil  familias,  y  en 
que  se  matan  diez  vacas  tres  días  á  la  semana,  de  que  se  da  ración  de  4 
libras  para  4  ó  5  personas,  que  suele  tener  cada  familia,  saliendo  de  cada 
vaca  como  cien  raciones:  éstas  al  cabo  del  año  hacen  1500.  Allí  no  hay 
cuerdas  ni  sacas,  ni  otra  cosa  de  estopa  ni  lino  ni  cáñamo.  Todas  las  cuer- 
das, lazos,  cercos  de  sementeras  para  que  no  entren  los  animales,  que  se 
hacen  clavando  unos  palos  á  distancia  de  2  ó  3  varas  y  atravesando  cuerdas 
de  palo  á  palo:  todas  son  de  cueros.  Todos  los  sacos  de  maíz,  legumbres  y 
yerba  para  el  común  y  los  particulares,  aforro  de  las  piezas  de  lienzo  que 
van  á  Buenos  Aires  y  todas  las  cajas,  y  arcas  ó  cofres  ó  cajitas  para  guar- 
dar la  ropa,  que  ellos  llaman  Petacas:  y  todas  las  alfombras,  que  allá  dicen 
Pozuelos,  y  las  esteras  ó  alfombras  que  usan  en  sus  casas  contra  la  hume- 
dad del  suelo,  y  para  encima  de  la  basura,  ceniza  y  rescoldo,  y  para  alhajar 
sus  alcobitas:  y  cuantas  espuertas,  cestos,  banastas  se  usan,  son  de  cuero 
de  vacas  y  toros.  En  el  pueblo  dicho,  de  los  1500  cueros,  tocan  á  cuero  y 
medio  por  familia:  y  sacando  los  que  se  necesitan  para  la  hacienda  del 
común,  tocan  á  menos:  y  si  mata  menos  bueyes,  como  hay  algunos  en  que 
no  se  matan  tantos,  tocan  á  mucho  menos.  Vean  ahora  en  qué  se  gastan  ó 


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emplean.  Antes  siempre  falta  de  esto.  Como  estos  hombres  inconsiderados 
sólo  miran  el  conjunto  de  cueros,  yerba,  lienzo,  etc.:  y  no  consideran  la 
multitud  de  gente:  y  no  hacen  cuenta  de  lo  que  toca  á  cada  uno,  repartido 
entre  tantos:  hablan  tan  imprudentemente  como  quien  ve  mil  pesos  para 
pagar  el  sueldo  de  un  año  de  diez  mil  soldados,  que  por  su  inconsideración 
le  parece  una  cosa  exorbitante. 

«25.  Si  los  pueblos  fueran  de  40  ó  50  vecinos,  como  las  aldeas  de  España, 
podían  decir  que  estaban  ricos  con  tantos  cueros,  yerba,  algodón,  etc.:  pero 
si  son  lo  que  son,  que  ellos  mismos  exageran  la  multitud  del  gentío?  Ya 
veo  que  me  podrán  decir  que,  á  lo  menos,  del  pueblo  de  Yapeyú,  de  quien 
ya  dije  que  mataba  al  año  cosa  de  diez  mil  vacas,  tienen  grande  riqueza  en 
cueros.  Es  de  saber  que  este  pueblo,  poco  antes  del  destierro  de  los  Padres, 
tenía  1719  familias,  ó  vecinos:  y  en  ellas  7974  almas,  como  consta  de  la  anua 
numeración  que  tengo  en  mi  poder.  Mátanse  en  este  pueblo  cosa  de  30 
vacas  cada  día.  Ahí  son  siempre  pequeñas,  por  circunstancias  que  ocurren, 
y  las  raciones  son  doblado  mayores  que  en  los  demás  pueblos,  porque  hay 
más  vacas,  y  el  terreno  es  poco  á  propósito  para  maíz,  legumbres,  y  raíces: 
de  manera  que  apenas  salen  50  raciones  de  cada  vaca:  y  lo  más  del  año  casi 
no  hay  otra  cosa  que  carne.  A  la  cuenta  dicha  salen  1500  raciones,  que 
aunque  no  llega  al  número  de  familias,  son  suficientes,  por  estar  muchos 
fuera  del  pueblo,  cuidando  de  las  estancias  y  otras  cosas  del  común.  En 
este  pueblo  necesitan  de  más  cueros  cada  familia  por  ser  más  chicos,  y  por 
ser  mucho  mayor  el  tráfico  con  los  demás  pueblos  en  trasporte  de  hacien- 
das y  su  comunicación  con  Buenos  Aires:  conque  sacados  tantos  cueros 
como  se  necesitan  para  sacos,  petacas,  forros,  etc.,  de  los  bienes  del  común, 
véanse  cuántos  tocan  á  cerca  de  ocho  mil  personas  que  tiene  dicho  pueblo: 
y  más  si  se  considera  el  descuido  del  indio,  nada  guardador  y  gran  desper- 
diciador. Antes  en  este  pueblo,  además  de  los  cueros,  que  se  dan  á  cada 
familia,  suelen  hurtar  más  que  en  otros  de  los  que  el  Padre  guarda  para 
zurrones  de  yerba,  para  sacar  el  maíz  del  común,  y  otros  menesteres  del 
bien  de  todos:  porque  no  les  bastan  los  que  se  les  dan.  ¿Qué  dirán  á  esto  los 
inconsiderados?  Váyanlo  á  averiguar  con  este  papel.  El  autor  expulso  dice 
que  de  estos  cueros  sacan  para  sí  los  Padres  una  infinidad  de  pesos:  otra  in- 
finidad de  la  yerba;  otra  del  lienzo;  y  que  á  lo  menos  medio  millón  de  pesos 
sacan  cada  año.  Así  deliran  estos  pobres  hombres.  No  hay  pobre  español, 
mulato  ó  negro  que  no  tengan  más  cueros  que  los  indios,  porque  todos  tie- 
nen vacas,  y  la  gente  de  servicio,  especialmente  de  campo,  casi  no  come 
otra  cosa  que  carne  y  más  carne,  por  haber  tantas  vacas,  y  ser  tan  baratas. 
«'26.  Otros  acuden  al  sínodo  del  Rey,  y  dicen  que  de  aquél,  que  es 
muy  cuantioso,  sacamos  mucha  riqueza,  ó  ahorramos  de  él.  Uno  de  éstos 
dice  que  de  este  sínodo  no  se  da  más  que  un  frasco  ordinario  de  vino  para 
cada  semana  á  cada  sujeto,  y  otro  para  misas  cada  mes,  y  que  visten  pobre- 
mente los  Misioneros  para  ahorrar  lo  del  vino  y  vestido.  Es  verdad  que 
hay  una  Cédula  Real  que  dice  que  en  la  primera  fundación  de  estos  curatos 
los  Padres  no  quisieron  recibir  del  Rey  lo  que  les  ofreció,  que  era  el 
sínodo  que  se  daba  á  los  Curas  clérigos  y  regulares  del  Perú,  alegando 
que  como  nosotros  no  tenemos  en  nuestra  compañía  padres  ni  parientes, 
ni  buscamos  estipendio  alguno  en  nuestros  ministerios,  y  nos  contentamos 
con  lo  preciso  para  nuestra  manutención,  bastaba  la  mitad.  Esta  Cédula 


-5Q3- 

con  las  razones  de  los  Padres  la  trae  el  P.  Techo  en  su  Historia  Ya  toqué 
este  punto  en  otra  parte  y  lo  que  sobre  él  me  sucedió  con  el  marqués  de 
Valdelirios,  pero  aquí  lo  tocaré  más  latamente.  Mostré  esta  Cédula  á 
D.  N.  Árguedas,  principal  Demarcador  Real  de  tres  que  iba  yo  condu- 
ciendo por  los  pueblos.  Admitió  el  Rey  esta  propuesta*  y  nos  quedamos  con 
466  pesos  y  5  rs.  de  plata  por  cada  pueblo,  haya  uno,  dos  ó  tres  en  él;  y  eso 
es  lo  que  se  ha  dado  hasta  ahora.  De  que  se  infiere  que  lo  que  ofreció  eran 
933  pesos  y  2  rs.  La  Cédula  sólo  dice  que  se  ofrecieron  600  pesos  ensa- 
yados, y  que  no  admitieron  más  que  la  mitad;  y  como  la  mitad  son  lo 
dicho,  se  sigue  que  estos  600  equivalen  á  933  pesos  y  2  rs. 

«27.  Manda  también  el  Rey  que  cuando  entre  los  Regulares  el  Supe- 
rior percibe  el  sínodo,  les  dé  vino  necesario  (y  lo  expresa),  y  las  demás  con- 
veniencias de  vestido,  comida,  etc.,  que  tienen  un  Monasterio  acomodado. 
En  estas  Misiones,  el  Superior  percibe  el  sínodo  para  los  30  Curas. 
Cuando  nos  arrestaron,  éramos  80  religiosos.  Los  466  pesos  5  rs.  por  30 
suman  13998  pesos  y  6rs.  de  plata,  esto  es,  14  mil  menos  diez  rs.,  ó  diga- 
mos 14  mil.  Por  80,  tocan  175  pesos:  para  que  se  vean  las  riquezas  que 
quedan.  I^os  5  frascos  de  vino  para  cada  mes  son  60  al  año  (dejo  las  dos 
semanas  más  en  las  52  del  año  para  ir  por  lo  menos).  Cada  frasco,  puesto 
en  los  pueblos,  (pues  se  trae  de  treinta  leguas),  es  á  peso  y  algo  más.  Ya 
tenemos  70  pesos.  Se  da  tabaco  en  polvo,  y  es  á  4  pesos  la  libra  en  Buenos 
Aires,  300  leguas  distante  de  la  Candelaria,  á  donde  va,  por  ser  asiento 
del  Superior.  No  se  permite  otro  tabaco  que  el  de  este  precio,  por  ser  con- 
trabando cualquiera  otro;  y  á  tiempos  va  mucho  más  caro  (yo  lo  vi  en  un 
tiempo  á  6  pesos  la  libra)  mas  digamos  á  solos  4,  y  no  hagamos  cuenta 
del  flete  de  300  leguas.  Los  Padres,  uno  con  otro,  gastan  cada  mes  media 
libra.  Tenemos  ya  seis  libras,  que  valen  24  pesos.  Se  da  toda  ropa  interior 
y  exterior,  de  lino  y  lana,  como  en  los  colegios  y  calzado  y  allí,  ya  insinué 
en  otro  lugar,  vale  3  ó  4  veces  más  que  en  España:  y  así  el  gasto  anual  de 
ésto  sea  50  pesos.  Da  también  el  Superior  servilletas,  toallas,  platos  para 
el  refectorio.  ítem,  especería,  papel  y  plumas.  ítem,  azúcar  á  cada  uno 
para  el  mate  ó  bebida  de  la  yerba.  Ya  dije  que  esta  bebida  la  usan  todos, 
ricos  y  pobres,  libres  y  esclavos,  todos  los  clérigos,  religiosos  y  toda  gente 
de  mediana  estofa  la  usa  con  azúcar,  que  sin  ella  es  algo  amarga.  Los  muy 
pobres  la  usan  sola;  y  es  cosa  harto  necesaria  en  aquellas  tierras.  Los  bien 
acomodados  usan  chocolate:  esto  no  lo  da  el  Superior,  porque  no  le  alcan- 
zaría para  ello  el  sínodo;  pues  vale  en  Buenos  Aires  el  de  más  baja  calidad 
á  4  rs.  de  plata  la  libra. 

«28.  Envía  también  el  Superior  á  cada  pueblo  arroz,  nueces,  peras, 
aceitunas,  anís  y  otras  cosas  comestibles  para  postres  de  comida  3'  otros 
menesteres,  en  consecuencia  de  la  Cédula  Real.  ítem,  por  cuanto  no  puede 
dar  pescado,  huevos,  ni  otras  cosas  comestibles;  por  estar  su  asiento  y 
almacén  60  leguas  y  más  de  algunos  pueblos,  y  por  ser  esto  preciso  que  los 
Padres  lo  busquen  en  el  pueblo,  envía  cada  año  para  Navidad  buena  can- 
tidad de  cuchillos,  tijeras,  anzuelos,  cuentas  de  vidrio,  agujas,  etc.,  á  cada 
sujeto:  y  sal  y  jabón  para  que  vayan  dando  de  estas  cosas  á  los  más  bene- 
méritos, y  comprando  con  ellas  lo  que  han  menester,  según  la  moderación 
religiosa:  y  que  el  Superior  lo  debe  enviar  para  resarcir  de  este  modo  lo 
que  nos  dan,  y  no  tomarles  cosas  de  valde.  ítem,  esto  llaman  repartición. 

38    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.  — tomo  ii. 


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Un  Superior  me  dijo  que  esta  repartición  entre  los  30  pueblos  montaba  dos 
mil  pesos,  que  repartidos  en  80  tocan  á  25.  Hagan  pues,  la  cuenta  del  gasto 
de  175  pesos.  70  para  vino:  50  para  vestido  y  calzado:  24  para  tabaco: 
25  para  repartición,  ya  tenemos  169  pesos.  Valúese  ahora  el  azúcar,  el 
aderezo  del  refectorio,  los  postres:  y  la  especiería,  papel  y  plumas:  y 
llévese  después  todo  el  sobrante  para  enriquecer. 

«29.  La  realidad  es  que  cuando  hay  variedad  en  los  transportes,  ó  se 
avinagra  el  vino,  no  alcanza  el  sínodo  y  se  empeña  el  Superior.  Yo  lo  he 
conocido  bien  empeñado,  y  en  una  temporada  por  infortunios,  faltó  tanto 
el  vino,  que  no  sólo  no  hubo  para  beber,  sino  que  en  algunos  pueblos 
dejaron  de  decir  misa  los  días  de  trabajo  por  falta  de  él.  En  este  tiempo 
me  duró  á  mí  un  cuartillo  de  vino  como  tres  meses.  Se  ha  probado  en 
muchos  pueblos  hacer  vino  para  estas  necesidades;  pero  se  da  muy  malo, 
ó  nada.  No  es  tierra  para  ello.  Cuando  no  hay  infortunios,  aguanta  el 
sínodo,  por  la  economía  que  hay  en  el  manejarlo.  Vese  aquí  bien  claro  de 
donde  toman  motivos  para  imaginar  tantas  riquezas:  y  las  riquezas  que 
sacan  los  Padres  ocultamente  de  la  yerba,  lienzo,  cuero  y  sínodo.  Hombres 
mundanos,  que  ni  habláis  ni  pensáis  ni  soñáis  sino  en  riquezas:  mirad  que 
aquellos  Padres  están  muy  lejos  de  vuestros  terrenos  pensamientos.  Sus 
pensamientos  son  servir  á  Dios.  Sus  riquezas, trabajar  para  el  bien  de  aque- 
llos pobres  redimidos  con  la  sangre  de  Jesucristo,  por  aquel  Señor  á  quien 
son  tan  agradables  estos  servicios,  á  quien  debemos  infinito.  Esta  es  la 
realidad;  lo  demás  son  ensueños  y  delirios  vuestros. 


«Duda  cuarta 

«30.  ¿Por  qué  estas  Misiones  están  más  adelantadas  en  lo  espiritual  y 
temporal  que  las  demás  de  Méjico,  del  Nuevo  Reino,  del  Perú  y  de  Chile, 
y  aun  más  que  las  del  Chaco  y  otras  de  la  misma  provincia,  según  leemos 
en  la  Historia? — No  es  otra  la  causa  sino  porque  los  indios  de  ellas  están 
más  obedientes  y  sujetos  á  los  Padres  que  los  de  otras  partes.  A  que  ayuda 
también  el  ser  el  terreno  más  abundante  y  á  propósito  que  el  de  algunas 
Misiones,  no  todas.  Gobiérnanse  por  los  Padres  al  modo  que  los  pupilos  por 
su  tutor,  ó  los  hijos  por  su  padre  natural,  y  los  demás  se  gobiernan  por  su 
cabeza.  Y  como  no  la  tienen,  va  su  gobierno  muy  menguado.  Por  lo  demás 
los  indios  son  como  éstos.  Algunas  naciones  son  de  más  capacidad.  Y  los 
Padres  son  como  éstos  ó  mejores. 


«Duda  quinta 

«31.  ¿Si  los  Padres  de  estas  Misiones  están  siempre  en  ellas  por 
hallarse  bien  acomodados,  ó  si  salen  á  conversiones  de  infieles,  donde 
se  padece  tanto?— Eso  de  comodidades  no  es  lo  que  algunos  piensan.  Tienen 
muy  buenos  contrapesos.  En  orden  á  la  comida,  hay  la  suficiente;  pero 
mal  guisada,  como  de  un  indio  bárbaro.  Mucho  mejor  está  en  los  colegios, 
con  el  cuidado  que  allá  tiene  el  hermano  Coadjutor.  El  vino  se  pone  con  la 
medida  dicha.  En  los  colegios  se  pone  sin  medida  para  que  se  beba  lo  que 


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se  necesita.  x\unque  los  Jesuítas  beben  poco,  según  lo  que  pide  nuestro 
Instituto  en  este  punto:  y  es  que  nos  portemos  como  clérigos  honestos.  En 
los  colegios  lo  consiguen:  aquí  suele  andar  más  escaso  á  veces.  El  vestido 
es  peor  ordinariamente  que  en  los  colegios,  porque  no  alcanza  el  sínodo  á 
comprarlo  de  la  calidad  que  allá,  y  porque  los  que  los  hacen,  que  es  un 
hermano  con  8  indios  alquilados,  están  distantes,  y  no  pueden  hacer  las 
cosas  como  de  presente.  Sobre  todo,  aquello  de  estar  con  uno  ó  dos,  á 
temporadas  solo,  es  un  grande  trabajo.  Los  pobrecitos  indios  no  son  para 
hacer  compañía  á  hombres  prudentes  y  literatos,  por  su  genio  pueril: 
comúnmente  no  hablan  con  los  Padres  sino  preguntados.  ¿Qué  haría  un 
hombre  grave  metido  entre  una  tropa  de  muchachos?  Que  consuelo  reci- 
biría de  su  compañía?  Pues  esto  es  estar  entre  indios^  cuyo  genio  pueril  y 
pensamientos  son  de  niños,  y  no  tienen  la  viveza  y  prontitud  de  los 
niños  europeos;  y  así  algunos  no  pueden  aguantar  esta  soledad.  En 
los  colegios  hay  muchos  con  quien  tratar:  hombres  de  razón,  literatura 
y  prudencia,  que  causan  mucho  consuelo.  ítem,  tienen  tantos  exter- 
nos, eclesiásticos  y  seglares,  de  juicio,  prudencia,  con  cuyas  visitas  y 
comunicación  moderada,  como  debe  ser,  alivian  la  melancolía.  Xu  sabe 
bien  lo  que  es  esto  sino  el  que  lo  experimenta:  y  si  Dios  no  hiciera  la 
costa,  como  la  hace  por  su  infinita  misericordia  con  aquellos  que  por  su 
amor  se  desterraron  y  desprendieron  de  otras  comodidades,  no  se  podría 
tolerar  tantos  años;  pero  nuestro  Señor  consuela  3"  vivifica  mucho  en  los 
trabajos  y  melancolías. 

«32.  Muchos  de  aquellos  Padres  van  á  Misiones  de  infieles.  Poco  des- 
pués que  yo  llegué  á  aquellos  pueblos,  el  Cura  del  pueblo  de  S.  Ángel, 
P.  Julián  Lizardi,  ángel  en  las  costumbres,  y  de  una  alegría  espiritual 
muy  singular,  y  el  P.  Pons,  Cura  del  pueblo  de  los  Apóstoles,  sujeto  apos- 
tólico, y  el  P.  Chomé,  Compañero,  que  además  de  ser  gran  religioso,  era 
de  notable  ingenio,  gran  matemático  y  tan  erudito,  que  sabía  once  lenguas. 
Estos  tres  compañeros  fueron  á  los  infieles  Chiriguanos.  Iban  convirtiendo 
á  muchos:  y  el  angélico  P.  Julián  fué  muerto  en  esta  demanda  por  los  mis- 
mos infieles  con  32  ñechas  que  le  clavaron.  Los  otros  dos  prosiguieron 
entre  muchos  peligros  de  la  vida.  Conocí  mucho  á  los  tres. 

«33.  En  los  bosques  y  montes  del  Oriente  y  Norte  de  los  30  pueblos 
hay  algunos  infieles  escondidos;  pero  tan  pocos,  como  los  racimos  que 
quedan  en  una  viña  después  de  vendimiada.  Unos  que  llaman  caribes, 
otros  GUANANAS  y  otros  guayaquíes.  Los  caribes  son  lo  mismo  que  los 
osos  y  los  tigres.  Andan  del  todo  desnudos:  No  labran  ni  siembran. 
Viven  en  aquellas  espesuras  de  lo  que  cazan.  En  viendo  algunos  que  no 
son  de  su  nación,  luego  los  matan  y  se  los  comen.  Se  han  hecho  muchas 
diligencias  para  reducir  estas  fieras;  pero,  como  en  viendo  persona,  luego 
acometen  sin  oír  palabra,  ó  huyen,  pareció  imposible.  No  obstante,  el 
P.  Antonio  Planes,  Cura  del  pueblo  de  la  Cruz,  instó  en  que  había  de  ir 
con  los  indios  y  probar  fortuna.  Metióse  por  aquellas  espesuras:  y  después 
de  muchos  cansancios  y  trabajos  entre  aquellas  espinas,  llegó  á  donde  por 
las  señas  parecía  haber  algunos.  Apenas  los  Caribes  divisaron  gente 
extraña,  comenzaron  á  pelear,  sin  querer  oír:  y  hubo  muchos  heridos  para 
defenderse  los  indios  cristianos,  con  harto  peligro  del  Padre,  y  los  Caribes 
huyeron.   Algunos  cogen  los  indios  cazándolos,  aunque  con  grande  peli- 


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gro.  Traídos  al  pueblo,  muchos  no  quieren  comer  de  rabia,  y  se  mueren. 
Otros  están  tan  fieros  y  furiosos,  que  es  menester  atarlos.  Parecen  faunos 
ó  sátiros.  Vi  un  muchacho  como  de  16  años,  que  porque  no  huyese,  ó  por 
no  tenerlo  atado,  lo  enviaron  á  un  pueblo  muy  distante  de  sus  tierras. 
Tenía  dos  bocas:  una  natural:  y  otra  debajo  de  ésta  en  el  labio  inferior,  por 
donde  sacaba  la  lengua  como  por  la  de  arriba.  No  sabemos  qué  intento 
tienen  en  abrírsela.  Un  día  después  de  haber  enterrado  un  niño  en  el 
cementerio,  y  yéndose  la  gente  del  entierro,  le  hallaron  desenterrando 
el  difunto  para  comérselo.  Estos  por  su  carácter  rabioso  de  fieras  quedan 
sin  remedio. 

"34.  Los  Guayaquis  andan  también  del  todo  desnudos  los  de  ambos 
sexos,  y  siempre  metidos  en  las  espesuras.  No  son  comedores  de  carne 
humana,  ni  fieros  como  los  caribes.  En  viendo  gente,  luego  huyen  como 
los  monos,  y  se  sustentan  de  la  caza,  frutas  y  miel,  que  hay  mucha  en  sus 
montes.  El  P.  Lucas  Rodríguez,  Compañero  de  un  Cura,  anduvo  haciendo 
grandes  diligencias  en  muy  trabajosos  viajes  por  estos  pobres:  no  podía 
conseguir  nada:  porque  luego  que  oían  gente,  se  huían,  emboscándose  en 
aquella  espesura.  El  escritor  de  estos  borrones  fué  á  cuidar  de  un  pueblo 
fronterizo  á  esos.  El  medio  que  tomó  para  su  remedio,  fué  poner  espías  de 
los  pastores  de  las  estancias,  que  avisasen  cuando  se  veían  humos  de  lo 
interior  de  los  bosques,  que  es  señal  de  haber  allí  gente.  En  viéndose, 
luego  enviaban  indios.  Estos  se  metían  por  las  espesuras,  que  son  bien 
tupidas,  hasta  llegar  á  los  humos  ó  sus  cercanías,  y  con  gran  silencio 
registraban  si  había  gente.  En  divisándola,  los  cercaban  sin  ser  vistos: 
que  para  esto  se  envían  muchos.  Y  así  cogían  tropillas  de  ellos,  desli- 
zándose muchos  en  el  cerco  y  acometida,  pero  sin  pelear,  como  sucede  con 
los  monos. 

«35.  Sacábanlos  al  campo  raso,  y  luego  se  amansaban  y  mostraban 
amor  como  un  perrillo  al  que  lo  cogió  y  da  de  comer.  A  los  adultos  de 
ambos  sexos  los  visten  los  cazadores  con  parte  de  sus  ropas,  y  así  los  traen 
al  pueblo.  La  admiración  que  les  causaba  ver  pueblo,  oir  campanas  é  ins- 
trumentos músicos  era  rara.  Lo  gracioso  era  cuando  se  les  mostraba  un 
espejo.  Luego  iban  á  coger  con  las  manos  al  que  allí  veían  y  pensaban 
estaba  detrás.  Cuando  gritaban  ó  lloraban  los  muchachos,  parecían  monos 
que  aullaban,  de  que  hay  muchos  en  aquellos  bosques.  Era  menester 
abreviar  mucho  el  Catecismo  para  enseñarles  lo  preciso  para  el  bautismo 
á  los  adultos;  porque,  como  hechos  á  vivir  en  la  espesura  de  sus  bosques, 
les  hacía  mucho  daño  el  vivir  en  descampado:  y  así  enfermaban  y  luego  se 
morían;  y  en  la  enfermedad  y  al  morir,  estaban  risueños.  Los  chicos  per- 
severan. 

«36.  Los  Guananas  están  en  las  cercanías  del  Paraná,  como  60  leguas 
del  pueblo  del  Corpus,  metidos  también  en  los  montes.  Estos  tienen  algún 
vestidillo  hecho  de  ortigas  con  que  hacen  hilo.  Siembran  algo  de  maíz.  El 
modo  de  sembrarlo  es  éste.  Pegan  fuego  á  un  cañaveral  de  los  muchos  que 
hay  en  aquellos  bosques,  y  siembran  algunos  granos  haciendo  hoyos  con 
un  palo;  y  vanse  á  cazar  y  buscar  frutas  y  miel.  En  pareciéndoles  que  ya 
está  maduro  el  maíz,  vuelven  allí  á  buscarlo.  Para  convertir  á  éstos  se  han 
hecho  en  todos  tiempos  exquisitas  diligencias,  yendo  los  Padres  en  su 
busca.  Aunque  no  son  tan  feroces  como  los  caribes,   huyen  también  en 


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viendo  gente,  no  queriendo  oir  la  embajada  de  los  Padres.  El  P.  Pons, 
catalán,  de  quien  hablamos  arriba,  hizo  esfuerzo  en  su  conversión,  y  el 
P.  Nusdorffer  siendo  Cura.  Este  fué  después  Provincial.  Otros  probaron 
su  celo  en  esta  expedición.  Algo  se  hacía;  y  por  medio  de  nuestros  indios, 
que  iban  á  hacer  yerba  en  los  yerbales  silvestres,  se  les  procuraba  cauti- 
var las  voluntades.  Con  estas  diligencias  se  atrajo  al  pueblo  de  Corpus, 
que  es  el  más  cercano  á  ellos,  un  buen  número  de  familias,  de  que  se  formó 
un  barrio,  que  cuando  salimos  de  allí  perseveraba. 

«37.  Pues  como  el  celo  de  los  Padres  no  se  contentaba  con  esto  sin 
convertirlos  todos:  es  á  saber  que  estando  un  indio  entre  cristianos,  jamás 
resiste  al  bautismo.  Toda  su  resistencia  es  al  salir  de  la  vida  de  fieras  á  la 
vida  de  racionales,  á  vivir  en  un  sitio  con  orden  y  justicia.  Ni  jamás  se  les 
ofrece  cosa  contra  los  misterios  de  nuestra  santa  fe.  Todo  lo  cree  luego, 
como  nosotros  cuando  niños.  Si  les  dijeran  que  hay  cinco  dioses,  y  que 
uno  se  llama  tal  y  otro  cuál,  todo  lo  creyera  luego  porque  lo  dice  el  Padre, 
á  quien  considera  por  un  ente  muy  superior  á  lo  que  ellos  son.  Así  son 
todos  los  infieles  de  aquellas  tierras,  ó  regiones.  No  alcanza  á  más  su  corto 
entendimiento.  Son  muy  distintos  de  los  infieles  chinos  y  japones  y  demás 
orientales,  que  tienen  tantos  argumentos  contra  nuesta  santa  fe.  No  con- 
tentándose, digo,  los  Padres  con  esto,  determinaron  formar  un  pueblo 
dentro  de  sus  mismos  bosques  con  indios  del  Corpus,  para  de  este  modo 
amansarlos  á  todos  en  sus  tierras,  y  después  atraerlos  suavemente  á  este 
pueblo,  pues  no  son  como  los  guayaquis,  que  se  mueren  estando  al  sol  ó  al 
descampado:  porque  tienen  en  sus  tierras  algunos  descampados  y  campa- 
ñas por  donde  andan. 

«3S.  A  esta  empresa  fueron  los  dos  Padres  Diego  Palacios  y  Lucas 
Rodríguez  por  el  Paraná,  que  por  tierra  no  se  puede,  por  lo  impenetrable 
de  los  bosques.  Llevaban  todo  lo  necesario  para  la  fundación,  que  se  había 
de  llamar  de  San  Estanislao,  habiéndolo  buscado  de  limosna  en  los  pue- 
blos para  aquellos  pobres.  Llegaron  á  sus  bosques:  hicieron  varios  viajes: 
pero  padecieron  tantas  avenidas  de  naufragios  y  tantos  trabajos  en  tierra, 
y  agua,  que  no  se  pudo  hacer  cosa  de  monta,  y  se  dejó  aquella  empresa 
para  otro  tiempo:  nunca  se  dejan  de  tentar  cuantos  medios  ha}^  para  reme- 
diar estas  pobrecitas  almas.  Están  estas  tres  naciones  al  Este  y  Nordeste 
de  los  pueblos. 

«39.  Había  otros  indios  de  algún  mayor  número  al  Norte  y  Norueste, 
de  que  se  tenía  alguna  confusa  noticia,  y  que  eran  labradores:  que  encon- 
trando de  estos,  como  paran  en  un  sitio,  son  más  fáciles  de  convertir.  Des- 
pués de  muchos  viajes  de  ir  los  Padres  en  su  busca,  al  fin  se  hallaron  hacia 
el  año  de  1750.  Han  trabajado  en  su  conversión  muchos  Curas  y  Compañe- 
ros. Los  Padres  Planes,  Gutiérrez,  Matilla,  Enis,  Flechaber,  Cea  y  otros. 
Al  tiempo  de  nuestro  arresto,  había  ya  dos  pueblos  de  ellos,  casi  todos 
cristianos,  San  Joaquín,  y  San  Estanislao,  con  3777  almas.  No  sabemos  en 
qué  han  parado;  porque  arrestaron  á  los  cuatro  Padres  que  había  en  ellos. 
¿Qué  dirán  á  esto  los  que  piensan  ó  sin  pensarlo  publican,  que  los  Padres 
de  las  Misiones  del  Paraguay  no  salen  de  sus  pueblos:  y  habiendo  tantos 
infieles,  en  contorno,  se  están  repantigados,  gozando  de  los  regalos  de  sus 
pueblos? 

«40.     Hay  otros  infieles  cercanos  al  rumbo  del  Sur  en  las  campañas,  que 


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son  allí  muy  dilatadas,  y  con  pocos,  pequeños  bosques.  Estos  tales  son  de  á 
caballo,  y  sus  campos  son  abundantes  de  caballos  silvestres  ó  Cimarrones, 
como  allí  dicen,  y  no  son  distintos  de  los  domésticos:  y  en  cogiéndolos  y 
domándolos,  sirven  lo  mismo  que  éstos.  No  son  labradores.  Se  sustentan  de 
las  vacas  de  las  estancias  de  nuestros  indios,  en  cuyos  confines  se  suelen 
arranchar.  Sus  ranchos  ó  casas,  son  como  una  alcoba  nuestra:  y  sólo  forma- 
das de  cueros,  y  se  mudan  con  frecuencia  de  un  territorio  á  otro.  Hurtan 
caballos  mansos,  bueyes,  y  aun  ropa  de  las  estancias  de  los  españoles  y  de 
nuestros  indios:  y  por  esta  causa  ha  habido  muchas  guerras.  He  estado 
algunas  veces  entre  ellos.  Juzgo  que  en  casi  200  leguas  que  cogen  los  cam- 
pos donde  andan  mudándose,  no  llegarán  á  300  de  tomar  armas.  Tienen  sus 
tratillos  con  los  españoles,  llevándoles  raíces  coloradas  para  teñir,  de  que 
hay  mucho  en  sus  tierras,  plumajes  de  avestruces,  de  que  abundan  aquellos 
campos,  botas  de  pierna  de  yegua  para  la  gente  de  servicio,  y  riendas  y 
lazos  de  cuero  de  toro.  Con  esto  les  compran  vino,  aguardiente  y  algo  de 
ropa  de  lana,  y  barajas  de  naipes,  yerba  y  tabaco. 

«41.  El  indio  cuando  está  entre  españoles  ó  trata  con  ellos,  no  aprende 
lo  mucho  bueno  que  en  ellos  ve:  el  rezar  al  levantarse,  y  el  Rosario  por  la 
tarde,  el  oír  Misa,  hacer  limosna,  criar  bien  á  sus  hijos,  etc.:  y  esto  aunque 
sea  cristiano:  nada  de  esto  se  le  queda.  Lo  que  se  le  imprime  es  el  jugar 
á  naipes  hasta  la  camisa,  el  emborracharse,  á  que  es  muy  inclinado  todo 
indio:  el  andar  en  bailes  con  las  mujeres:  y  toda  deshonestidad  y  disolución 
que  ven  en  la  gente  baja,  mulatos  y  esclavos,  que  él  por  su  poquedad,  no 
se  acompaña  con  otros.  Estos  infieles  aprenden  todo  eso:  y  por  esto  son  muy 
difíciles  de  convertir.  No  hay  en  aquellos  reinos  indios  que  tengan  templos, 
dioses  ni  cosa  que  lo  valga.  Eso  se  queda  para  los  indios  del  Perú  y  para 
los  de  Méjico.  Estos  no  piensan  en  otra  cosa  que  en  comer  y  beber  yerba, 
jugar  á  los  naipes,  emborracharse,  lujuriar  y  hurtar,  y  algunas  niñerías 
que  hacen  sin  reflexión  ni  culto. 

«42.  No  obstante  esto,  en  todos  tiempos  se  ha  trabajado  en  la  conver- 
sión de  éstos.  El  P.  Francisco  García  se  esmeró  mucho  en  reducirlos  á  pue- 
blo. Logrólo,  formando  uno  con  nombre  de  Jesús  María.  Duró  algún 
tiempo:  mas,  no  pudiendo  subsistir  por  su  inconstancia,  se  agregó  al  de  San 
Borja,  y  allí  perseveró  y  persevera  en  un  barrio:  Sobre  el  residuo  continua- 
mente se  hacen  diligencias,  y  se  suelen  agregar  varios  al  pueblo  de  San  Bor- 
ja y  al  de  Yapeyú.  En  este  último  bapticé  yo  varios  adultos  el  año  de  55. 
Estos  son  los  indios  que  hay  confinantes  con  las  Misiones  del  Paraguay,  á 
larga  distancia  de  sus  tierras  hacia  el  Oriente,  Norte  y  Sur.  Esta  sola  cor- 
tedad es  la  que  ha  quedado  después  de  la  conversión  de  los  treinta  pueblos. 

«43.  A  la  parte  de  poniente  ú  occidente,  pasado  el  gran  río  Paraná, 
hay  unas  naciones  de  indios  todos  á  caballo,  llamados  Mocovís,  Abipones 
3'^  Tobas.  Están  en  las  gobernaciones  de  Tucumán,  Buenos  Aires  y  Para- 
guay. Su  instituto  es  destruir  el  género  humano.  Andan  haciendo  guerra 
á  todos:  cristianos  y  gentiles,  españoles  é  indios.  No  paran  en  un  sitio.  No 
siembran  ni  tienen  casas,  gobierno,  ni  sujeción.  Sólo  para  hacer  mal  se 
suelen  someter  á  un  capitán.  Antiguamente  fueron  nuestros  Padres  á  con- 
vertirlos en  varios  tiempos.  A  unos  mataron,  á  otros  los  desampararon, 
porque  como  viven  del  hurto,  y  de  caza,  en  acabándose  lo  que  había  en  el 
contorno,  se  iban  á  otras  tierras. 


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«44.  Los  años  pasados  de  1720  fueron  más  sangrientos  en  sus  irrupcio- 
nes contra  los  españoles.  Los  despojaban  de  sus  ganados  y  de  sus  vidas  en 
sus  estancias.  Salían  á  la  defensa  y  al  castigo,  y  había  muchas  muertes  de 
una  y  otra  parte:  tocando  la  peor  parte  comúnmente  á  los  españoles.  A  los 
que  quedaban  vivaos,  los  obligaban  en  la  jurisdicción  de  Santa  Fe  á  deste- 
rrarse 60  ó  70  leguas  al  abrigo  de  Buenos  Aires,  desamparando  sus  estan- 
cias 3'  tierras;  los  caminos  del  Potosí  y  otras  ciudades  estaban  llenos  de 
sangre  de  cristianos.  A  este  tiempo  quiso  Dios  dar  algún  alivio  á  los  espa- 
ñoles por  medio  de  un  español  que  cogieron  los  enemigos  cuando  mucha- 
cho. Este,  creciendo  en  edad,  fué  capitán  de  ellos,  de  gran  valor  y  destreza 
en  las  irrupciones  y  hurtos  contra  los  cristianos,  sin  saber  él  que  lo  era, 
según  después  decía.  En  una  refriega  fué  cogido  bien  herido.  Volviendo 
en  sí,  y  reconociendo  sus  parientes  y  quién  era  (era  de  buena  sangre), 
comenzó  á  portarse  muy  cristianamente  y  con  honradez.  Tomáronlo  sus 
paisanos  por  guía  (era  de  Santa  Fe\  y  por  medio  suyo  lograron  grandes 
ventajas  contra  los  infieles:  de  manera  que  viéndose  con  tantos  muertos,  y 
siendo  derrotados  en  varios  choques,  se  redujeron  á  paces.  Fropúsoseles 
por  condición  principal  el  que  se  redujesen  á  pueblo,  en  donde  los  Padres 
Jesuítas  les  enseñarían  la  ley  de  Dios:  y  vinieron  en  ello.  Poco  después 
sucedió  lo  mismo  con  los  infieles  del  sur  de  Buenos  Aires,  bandoleros  como 
éstos:  los  cuales,  después  de  gran  matanza  que  hicieron  los  españoles,  se 
redujeron  á  paces;  y  puesta  la  misma  condición,  fueron  allá  los  Padres 
Manuel  Quirini,  Cura  de  la  Candelaria,  y  Matías  Strobel,  Cura  de  San 
Josef,  y  los  redujeron  á  pueblo  en  que  trabajaron  mucho.  El  primero  fué 
después  Provincial. 

«45.  Á  éstos  de  Santa  Fe  fué  el  que  esto  escribe,  á  quien  dieron  por 
Compañero  un  Padre  mozo  del  colegio  de  Córdoba,  señalado  por  sus  bue- 
nas prendas  para  catedrático  de  la  Universidad;  pero  él  quiso  venir  antes 
á  padecer  por  Cristo  trabajos,  y  peligros  de  la  vida  entre  aquellos  bando- 
leros y  sayones,  que  lograr  los  honores  de  las  cátedras. 

«46.  Hízose  un  pueblo  con  la  advocación  de  San  Javier,  que  proseguía 
en  aumento.  Después  vinieron  á  estas  naciones  los  Padres  Bonenti,  Cura 
que  fué  de  San  Borja,  Cea,  Cura  de  la  Cruz,  Brigniel,  Cura  de  San  Javier, 
y  otros  Compañeros,  á  quienes  se  les  juntaron,  no  de  las  Misiones,  sino  de 
los  colegios:  y  unos  en  un  paraje,  otros  en  otro,  hicieron  cinco  pueblos  de 
estas  gentes  salteadoras,  dejando  sosegada  toda  la  tierra  á  costa  de  sus  tra- 
bajos y  peligros  (que  en  muchas  ocasiones  se  vieron)  de  la  vida.  Después 
que  se  fundó  el  primer  pueblo  de  San  Javier,  los  pobres  españoles  deste- 
rrados comenzaron  á  venir  y  recobrar  sus  estancias.  Al  segundo  pueblo, 
que  fué  San  Jerónimo,  ya  se  atrevieron  á  venir  todos:  y  á  una  y  otra  parte 
de  Santa  Fe,  al  Norte  y  al  Sur,  que  todo  estaba  despoblado,  quedó  habitado 
ya  todo:  y  los  caminos  de  las  demás  ciudades,  libres  del  susto  de  tan  fiera 
gente.  Después  más  arriba,  en  la  jurisdicción  del  Paraguay,  se  fundaron 
otros  dos  pueblos  por  los  Padres  de  las  Misiones  y  uno  de  los  colegios. 
Vea  V.  R.  ahora  si  los  de  las  Misiones  salen  y  van  á  Misiones  de  infieles. 
He  individuado  mucho,  nombrando  sujetos  (lo  que  no  hago  tan  fácilmente 
en  otras  partes),  porque  el  que  quiera  lo  averigüe. 

«47.  Fueron  en  aumento  estos  7  pueblos  de  gente  tan  inquieta  y  feroz, 
cgn  grande  admiración  de  los  españoles  que  los  veían,  y  sin  quererlo  creer 


-  600  - 

los  que  no  lo  veían,  hasta  que  se  certificaron  con  sus  ojos.  Quedaban  al 
tiempo  de  nuestro  arresto  como  4  mil  almas,  los  más  ya  cristianos,  los  res- 
tantes catecúmenos,  y  con  esperanzas  muy  bien  fundadas  en  que  todos  se 
reducirían  al  baptismo,  según  los  muchos  que  iban  viniendo  y  guarecién- 
dose á  los  pueblos  cada  día.  En  qué  estado  estarán  ahora  no  lo  sabemos. 
Sólo  sabemos  que  con  sacar  los  Padres  y  poner  clérigos  y  religiosos  que 
no  sabían  su  lengua,  se  alborotaron  los  ya  cristianos,  y  muchos  desampara- 
ron el  pueblo,  y  se  fueron  á  sus  antiguas  tierras.  Y  estando  nosotros  déte 
nidos  cuarenta  días  en  Buenos  Aires,  nos  dijeron  que  habían  hecho  una 
irrupción  en  las  estancias  de  los  españoles:  que  éstos  salieron  contra  los 
indios,  que  hubo  una  grande  pelea:  y  quedaron  muertos  150  españoles  con 
poca  ó  ninguna  pérdida  de  los  indios.  Los  agresores  no  serían  de  los  ya 
cristianos;  serían  los  catecúmenos,  ó  los  parientes  de  éstos.  Esto  nos  con- 
taron los  españoles  que  vinieron  al  Puerto.  Después  vinieron  cartas  al 
Puerto  de  .Santa  María,  que  decían  estar  aquello  alborotado;  pero  no  se 
explicaban  más.  Parece  que  estaba  prohibido  el  escribir  de  estas  cosas. 
Nuestro  Señor  lo  remedie,  y  se  compadeza  de  aquella  cristiandad  y  de  aque- 
llos pobres  españoles.  Los  medios  que  han  tomado  para  convertir  estos 
indios,  los  gastos  imponderables  que  se  han  hecho  llevándoles  gran  canti- 
dad de  tabaco,  ovejas,  vestidos,  y  todo  lo  necesario  para  que  parasen  en  un 
sitio  (lo  que  no  se  hacía  antiguamente,  sino  que  se  les  predicaba  el  Evan- 
gelio, como  á  las  naciones  quietas,  por  lo  que  no  surtía  efecto),  los  peligros 
de  la  vida,  grandes  trabajos,  pues  á  uno  de  mis  conmisioneros  que  adelant(') 
con  los  otros  mucho  estas  misiones  y  conversión,  le  dieron  un  flechazo  en 
un  brazo:  á  otro  un  macanazo  en  la  cabeza  y  á  otro  le  quitaron  la  vida  á 
lanzadas,  poco  antes  de  nuestro  arresto. 


«Duda  sexta 

«48.  Si  el  modo  de  predicar  el  Evangelio  y  reducir  estas  gentes  es 
distinto  del  que  se  tiene  en  las  naciones  quietas?— Es  muy  diverso.  Las 
naciones  quietas  son  de  á  pie;  y  por  lo  común,  labran  y  siembran.  Cuando 
se  descubre  alguna  de  éstas,  se  previene  el  misionero  con  hachas,  cuñas, 
cuchillos,  y  abalorios.  Son  estos  dones  más  estimados  de  ellos  que  el  oro  y 
plata  en  las  naciones  políticas:  les  ganan  la  voluntad,  y  le  oyen  con  gusto: 
y  si  sabe  curar  y  lleva  medicinas,  los  cautiva  mucho  más.  Entabla  su  Cate- 
cismo; y  después  de  nuestra  santa  fe,  y  de  la  necesidad  de  ella  para  sal- 
varse, empieza  á  afearles  la  pluralidad  de  mujeres,  la  borrachera  y  hechi- 
cería, que  son  los  tres  vicios  dominantes.  Aquí  es  el  trabajo.  El  que  crean 
las  obligaciones  de  nuestra  santa  fe,  sus  misterios  y  verdades,  no  cuesta 
mucho.  Mas  poco  á  poco  con  la  oración  y  penitencia,  con  gran  paciencia,  y 
espera,  y  con  un  infatigable  trabajo  que  Dios  palpablemente  lo  endulza 
con  muchos  consuelos  espirituales,  se  consigue  su  conversión.  El  misio- 
nero se  sustenta  de  maíz,  batatas  y  mandioca,  ó  algún  pedazo  de  caza:  y 
como  el  Padre  á  cada  cosa  de  éstas  que  le  traen,  les  regala  con  algo,  le 
proveen  bien  de  estos  bastos  alimentos.  Después,  puestos  en  todo  gobierno 
espiritual,  y  económico,  van  introduciendo  vacas,  ovejas,  caballos  y  muías: 
y  haciendo  las  sementeras  europeas  de  trigo,  cebada,  etc.  En  donde  no.se 


-601  - 

da  el  trigo,  como  en  los  temples  muv  cálidos,  comen  pan  de  maíz,  y  para 
hostias,  traen  la  harina  de  muy  lejos.  Así  se  convirtieron  en  esta  provincia 
del  Paraguav  los  Chiquitos,  que  son  diez  pueblos  numerosos:  y  tan  adelan- 
tados, que  iban  igualando  en  el  culto  divino  de  adornos,  música,  etc.,  á  los 
30  pueblos  de  nuestro  asunto:  y  aun  en  lo  económico;  pero  no  en  los  edifi- 
cios. De  este  modo  se  convirtieron  otros  once  pueblos  en  los  desiertos  in- 
termedios de  las  ciudades;  y  así  otras  muchas  naciones  de  las  demás  pro- 
vincias, pues  casi  todas  son  de  á  pie. 

«19.  Con  las  naciones  de  á  caballo,  que  todas  son  inquietas  y  guerreras, 
sin  saber  parar  en  un  sitio,  inquietando  al  mundo  con  sus  hurtos  y  muer- 
tes, se  tomaron  desde  los  principios  estos  mismos  medios,  pero  no  surtieron 
efecto.  En  acabándoseles  la  caza  del  paraje  en  que  estaban  con  el  Misio- 
nero y  lo  que  habían  hurtado,  luego  se  iban  á  otra  parte  á  hurtar  y  cazar. 
Se  decía  que  el  único  medio  para  éstos  era  hacerles  guerra  viva,  pues  la 
tenían  bien  merecida;  y  á  los  prisioneros,  trasladarlos  á  tierras  de  donde 
no  pudiesen  huir  y  tenerlos  allí  como  diez  ó  más  años,  sirviendo  á  su 
patrón,  por  los  gastos  hechos  con  ellos:  y  de  este  modo  se  lograrían  estos 
prisioneros;  pues  el  indio,  estando  sujeto,  luego  sigue  la  religión  de  su  amo 
sin  dificultad  alguna.  Y  aun  para  los  que  quedaban  muertos  en  la  guerra 
era  provecho;  pues  quedando  vivos,  habían  de  proseguir  en  sus  maldades 
con  tanto  daño  de  la  República,  y  habían  de  morir  en  su  pecado  con  más 
infierno.  Los  españoles,  medios  tenían  para  esto:  pues  son  más  en  número 
que  los  indios;  las  armas  de  fuego  muy  ventajosas  á  las  lanzas  de  los  indios, 
los  pertrechos,  número  de  caballos,  ardides  militares  por  su  mayor  capa- 
cidad, avío  de  viajes,  valor  y  esfuerzo,  cuando  se  escogen  y  ejercitan  en 
las  armas,  excede  á  la  barbarie  de  estos  bandoleros.  Pero  no  se  unían, 
ni  tomaban  los  medios  proporcionados.  Tal  cual  Gobernador  que  ha 
tomado  con  empeño  este  punto,  vemos  que  ha  hecho  prodigios,  sujetando  á 
los  indios  en  su  jurisdicción;  pero  como  no  le  ayudaban  las  otras,  no  se 
acababa  el  mal. 

«50.  Últimamente,  á  mediados  de  este  siglo  se  tomaron  otros  medios, 
que  aunque  muy  costosos,  eran  muy  suaves.  Fueron  los  Padres  ya  mencio- 
nados Manuel  Quirini  y  Matías  Strobel,  Curas  de  las  Misiones,  á  los  indios 
de  la  parte  del  Sur  de  Buenos  x*\ires  llamados  Pampas,  Aucáes  y  Serra- 
nos; y  el  que  esto  dice,  á  los  del  Norte,  aún  más  bandoleros  y  feroces  que 
éstos.  Recogiéronse  limosnas  de  los  ciudadanos,  y  la  gente  de  las  estan- 
cias, de  nuestros  colegios  y  de  nuestras  Misiones.  Se  llevó  buena  cantidad 
de  vacas,  ovejas,  ropa  y  varios  comestibles:  se  alquilaron  jornaleros,  que 
allí  llaman  peones,  para  hacerles  las  casas  y  sementeras.  Viéndolos  indios 
tantas  cosas  para  la  manutención,  no  trataban  de  ir  á  otra  parte,  ni  aun 
de  cazar. 

«51.  Hiciéronseles  casas  y  sementeras;  pero  á  nada  se  movían,  ni  á 
ayudar  á  hacer  sus  casas,  ni  aun  sus  sementeras;  no  hacían  sino  mirar  á  lo 
que  los  peones  hacían.  Cogía  el  Misionero  un  hacha:  empezaba  á  cortar 
un  palo  para  su  casa.  Toma,  hijo,  decía,  esta  hacha:  y  corta  como  yo.  Res- 
pondía: no:  que  hace  mal  á  las  manos.  Entraba  en  el  aposento,  y  viendo 
la  silla  desocupada,  luego  se  sentaba  en  ella,  y  comenzaba  á  bailar  los 
pies.  Cansábase  el  Padre  de  estar  tanto  tiempo  en  pie  (á  los  principios  no 
hay  más  que  una  silla)  y  le  decía:  mira  que  me  canso  mucho:  déjame  sen- 


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tar:  y  respondía:  no:  que  esto  está  bueno.  Veía  la  cama,  y  se  echaba  en 
ella;  y  los  pies  los  ponía  en  la  almohada,  y  la  cabeza  donde  corresponden 
los  pies.  Si  uno  le  decía  que  se  levantase:  respondía:  que  aquello  estaba 
BUENO.  Pedía  que  le  diese  un  poco  de  maíz:  dábaselo.  Luego  decía:  dame 
un  poco  de  bizcocho:  dábaselo.  Luego  pedía  higos:  también  se  los  daba.  El 
darle  no  era  motivo  para  que  no  pidiese  más,  sino  incentivo  para  pedir: 
Proseguía:  dame  una  hoja  de  tabaco:  también  se  la  daba.  Y  así  iba 
pidiendo  seis  ú  ocho  cosas.  Y  si  se  le  negaba  una  por  no  haberla,  dando  la 
razón  de  ello,  luego  decía:  mentira:  mentira:  padre  malo:  padre  miente: 
NO  sirve:  y  se  iba  enojado,  como  si  nada  le  hubiera  dado.  Qué  novedad 
causaba  esto  en  los  que  venían  de  aquellas  mansas,  humildes  y  agradeci- 
das ovejas  á  esta  desagradecida  barbarie! 

«52.  No  era  esto  lo  peor.  Comenzaban  á  tocar  sus  trompetas  (que  no 
son  otra  cosa  que  unos  calabazos  largos)  con  un  son  tan  lúgubre,  que  al 
más  risueño  llenaría  de  melancolía:  y  era  señal  de  que  venían  enemigos. 
Venían  algunas  veces  varios  nuncios  diciendo  cómo  venían  á  matar  los 
Padres,  que  eran  espías  de  los  españoles:  y  con  un  pedazo  de  carne  y  otras 
cosillas  los  tenían  engañados,  y  que  en  descuidándose  avisarían  á  los  espa- 
ñoles para  que  en  venganza  de  las  guerras  pasadas  los  mataran  una  noche. 
Y  de  hecho  algunas  noches  llegaron  con  este  intento  á  las  cercanías  del 
pueblo,  y  al  mismo  pueblo:  y  unas  veces  los  que  los  encontraban  en  el 
camino  los  retraían;  y  otras  los  mismos  del  pueblo  salían  á  la  defensa  y  los 
intimidaban.  La  casa  del  Padre  era  una  cabana  de  paja  sin  ventana:  y  un 
cuero  de  vaca  por  puerta.  Estos  y  otros  muchos  eran  los  trabajos  de  los 
Padres  á  los  principios. 

«53.  Comenzóse  desde  luego  el  Catecismo.  Venían  sin  mucha  difi- 
cultad á  la  iglesia  cada  mañana.  Al  salir  se  les  daba  todos  los  días  algún 
agasajo,  un  día  un  puñado  de  maíz,  otro  un  poco  de  bizcocho,  otro  tabaco, 
otro  legumbres,  variando  casi  toda  la  semana.  Con  estos  medios,  mucha 
paciencia,  sufrimiento,  tesón,  y  espera  y  muchos  gastos,  fueron  entrando 
en  vida  racional  y  cristiana:  de  suerte  que  á  los  tres  años  ya  entraron  á 
hacer  sementeras  de  común:  y  los  vicios  reinantes  se  quitaron  del  todo. 
Después  de  esto,  el  que  esto  afirma  fué  á  fundar,  más  tierra  adentro,  otro 
pueblo.  Llamamos  estas  naciones  Mocovíes  y  Abipones:  y  el  vulgo  español 
las  llama  Guaycurúes:y  así  llaman  también  á  las  demás  que  como  ésta, 
tenían  por  oficio  matar  y  robar.  Sus  conmisioneros  lo  hicieron  mucho 
mejor:  fundando  por  aquellas  partes  otros  3  pueblos  de  la  misma  gente  con 
los  mismos  costosos  medios:  y  otros  dos  más  arriba,  dentro  de  la  jurisdic- 
ción del  Paraguay.  Además  de  ganar  estas  almas  para  Dios,  se  hizo  un 
bien  imponderable  á  la  República,  quedando  los  caminos  seguros,  el 
comercio  libre,  las  sisas  y  alcabalas  Reales  que  á  trechos  se  pagaban, 
corrientes:  y  los  pobres  españoles  contentos  y  sin  susto  en  sus  tierras  y 
casas. 

«Duda  séptima 

«54.  ¿De  dónde  nace  el  que  de  las  Misiones  del  Paraguay  se  diga  más 
contra  los  Padres  que-  de  las  demás  Misiones?— Nace  de  que  juzgan  ó  juz- 
gaban que  estaban  más  ricas:  y  los  émulos  aspiran  á  gozar  de  estas  rique- 


-  603  - 

zas:  V  de  haber  sido  vencidos  de  los  indios,  que  por  orden  del  Rey  fueron 
contra  ellos.  Todas  las  demás  Misiones  de  Méjico,  del  Perú,  etc.,  tienen 
sus  persecuciones  cuando  juzgan  que  hay  algo  que  agarrar  de  ellas.  Las 
del  Perú  por  las  fincas  de  plata,  cacao  y  otras  cosas  que  los  Padres  han 
instituido  en  su  pueblos  al  modo  de  los  yerbales  del  Paraguay.  El  cacao 
es  la  fruta  de  un  árbol  grande  silvestre,  que  se  cría  como  en  unas  mazor- 
cas de  maíz,  que  los  Misioneros  lo  han  hecho  hortense.  No  se  cría  sino  en 
climas  que  nunca  hiela,  como  son  las  Misiones  de  los  Mojos  y  otras  de  la 
zona  tórrida.  Las  de  Méjico  por  el  oro  que  dicen  hay  en  Sonora,  y  rique- 
zas, aunque  soñadas,  de  las  Californias.  ¿ 

«55.  Entre  los  españoles,  hay  muchos  que,  contentos  con  lo  que  Dios 
les  da  mediante  su  trabajo,  no  piensan  en  desordenadas  riquezas  y  codi- 
cias. Otros  hay  muy  codiciosos.  Estos  comúnmente  están  en  el  errado  dic- 
tamen de  que  el  indio,  á  manera  de  esclavo,  no  ha  nacido  sino  para  servir 
al  español,  mientras  él  está  triunfando,  paseando,  ociando,  banqueteando 
y  aun  en  puros  vicios.  Estos  son  los  que  levantan  tantos  falsos  testimo- 
nios: y  que  no  pocas  veces  logran  el  impresionar  á  los  constituidos  en  dig- 
nidad, aunque  no  sean  de  tan  malas  propiedades.  A  las  Misiones  que  son 
pobres,  ó  que  saben  que  no  tengan  algo  de  monta,  las  dejan  en  paz,  como 
las  del  Quito,  ó  del  Orinoco,  ó  las  de  Chile;  pero  á  las  que  juzgan  ser 
ricas,  las  persiguen  en  extremo. 

«56.  Si  no  están  tan  lejos  sus  territorios,  aunque  no  piensen  están 
ricas,  las  persiguen  para  lograr  los  indios  para  sus  granjerias:  y  como  los 
Nuestros  luego  se  ponen  á  defender  los  derechos  de  los  pobres  indefensos, 
asestan  toda  la  batería  contra  ellos.  Qué  extorsiones,  opresiones,  vejacio- 
nes, no  hicieron  los  de  esta  calidad  contra  los  pobres  indios  desde  los  prin- 
cipios. Véase  además  del  Obispo  de  Chiapa  (que  lo  tienen  por  nimio),  al 
Obispo  de  Santa  Fe  de  Bogotá,  Piedrahita,  clérigo,}^  natural  de  aquellas 
partes.  Véase  al  de  Quito,  el  Sr.  Montenegro,  también  clérigo:  y  á  otros 
varios  historiadores,  y  en  las  cosas  del  Paragua3%  la  Conquista  espiritual 
del  Ven.  P.  Ruiz  de  Montoya.  Ya  se  dijo  en  la  Relación  como  no  estando 
obligados  los  indios  del  Paraguay  más  que  á  servir  dos  meses  al  año  á  su 
encomendero,  les  obligaban  á  servir  toda  la  vida  sin  paga;  contra  las 
Cédulas  Reales:  que  predicando  los  Nuestros  contra  este  abuso,  fueron 
por  esta  causa  echados  de  varios  colegios.  Después,  en  cualquiera  ocasión 
que  se  ofrecía  defender  á  los  miserables  pupilos  en  sus  injustas  preten- 
siones, prorrumpían  en  injurias  y  vituperios,  de  que  en  varias  ocasiones 
llenaban  procesos,  que  despachaban  á  la  Corte. 

«57.  Sus  delaciones  se  reducen  á  que  en  las  Misiones  no  había  sujeción 
eclesiástica,  ni  vasallaje  Real:  que  los  Padres  eran  Obispos  y  Papas, 
Gobernadores  y  Reyes;  que  las  grandísimas  sumas  de  hacienda  que  el  Rey 
y  la  República  podían  sacar,  se  las  llevaban  ocultamente  los  Padres,  y  que 
los  indios  estaban  muy  mal  instruidos  en  la  fe,  doctrina  cristiana,  y  en 
noticias  políticas,  sin  saber  que  hay  Papa  ni  Rey,  sino  sólo  sus  Curas;  y 
sus  Provinciales,  etc.  Pero,  como  estos  indios,  por  haber  sido  conquista- 
dos por  sola  la  cruz,  y  no  por  armas,  están  exentos  por  el  Rey  de  todo 
servicio  á  cualquier  particular,  sólo  tienen  obligación  de  acudir  á  los  ser- 
vicios públicos  del  Rey,  como  á  la  guerra  y  á  la  fábrica  de  castillos  y 
fuertes.  Y  en  tal  caso,  manda  S.  M.  que  desde  el  primer  día  que  salen  de 


—  ()U4  — 

sus  pueblos  hasta  que  vuelven,  se  les  dé  su  sueldo,  real  y  medio  de  plata 
por  día,  V  nunca  se  han  negado  á  semejantes  servicios,  aunque  se  han 
dejado  de  pagar  los  más;  y  no  por  defecto  del  Rey,  sino  de  los  inmediatos 
ministros;  y  son  más  de  50  los  servicios  de  esta  especie  que  han  hecho  con 
mil  y  2  mil  y  hasta  6  mil  indios  de  una  vez:  y  en  varias  veces  han  defen- 
dido á  los  mismos  vecinos  del  Paraguay  de  muy  apretadas  invasiones  de 
sus  enemigos  los  Guaycurús  y  Payaguas.  Como  son  tantos  los  servicios  y 
méritos  de  estos  pobres,  nunca  desisten  los  Padres  de  su  constante  defensa, 
sufriendo  con  heroica  paciencia  todas  sus  injurias  y  calumnias. 

«58.  Otro  motivo  particular  mueve  á  los  émulos  del  Paraguay  para 
perseguir  á  los  indios  y  sus  Padres:  y  es  que  por  tres  veces  han  ido  los 
ministros  Reales  y  militares  á  sujetarlos  en  sus  alborotos.  La  primera  fué 
cerca  del  año  de  1650,  en  que  fueron  600  con  el  Gobernador  D.  Sebastián 
de  León  á  introducirlo  en  la  ciudad;  y  no  queriendo  los  ciudadanos  obe- 
decer á  sus  provisiones,  que  pregonó  ante  su  ejército  una  legua  de  la 
ciudad,  tocó  al  arma.  Arremetieron  les  indios:  y  hiriendo  y  matando, 
entraron  hasta  la  plaza  con  el  Gobernador:  donde  se  hizo  obedecer  de  los 
vecinos.  Murió  un  indio  y  18  españoles.  Así  lo  refieren  los  procesos  de 
aquel  tiempo  y  el  Dr.  Jarque  en  su  historia. 

«59.  La  segunda  fué  el  año  de  723,  en  que  un  tal  Antequera  sublevó 
á  los  vecinos.  Fué  por  parte  del  Re}'  á  sujetarlos  el  Teniente  de  Rey  de 
Buenos  Aires,  D.  Baltasar  García  Ros.  Llevó  consigo  3  mil  indios.  Salie- 
ron los  sublevados  en  ejército  formado  con  su  Antequera,  fingiendo  toda 
lealtad  y  obediencia  á  las  órdenes  del  Rey.  Y  viéndole  descuidado  con  los 
indios,  acometieron  á  traición.  Huyeron  los  indios  y  el  Teniente  Rey. 
Murieron  en  la  huida  muchos.  De  estos  faltaron  hasta  300,  entre  los  que 
desaparecieron  y  murieron:  y  de  los  españoles  murieron  20,  por  haber 
resistido  unos  pocos  indios  que  estaban  con  sus  armas.  El  Antequera  des- 
pués de  algunos  años  fué  degollado  en  Lima  por  estos  alborotos. 

«60.  La  tercera  fué  el  año  734,  en  que,  habiendo  echado  á  los  Padres 
del  colegio  (esta  es  la  tercera  expulsión:  porque  en  el  primero  y  segundo 
motín  también  los  echaron,  y  después  de  sujetos  á  las  órdenes  Reales, 
fueron  restituidos  por  el  Rey  con  mucha  honrad  habiendo  muerto  antes 
al  Gobernador  N.  Ruiloba.  Anduvieron  amotinados  con  varias  preten- 
siones contra  las  órdenes  Reales;  entre  ellas  era  una  el  apoderarse  de 
aquellos  pueblos  más  confinantes  con  el  Paraguay  para  que  les  sirviesen. 
Fué  á  sujetarlos  el  Teniente  General  y  Gobernador  de  Buenos  Aires,  don 
Bruno  Mauricio  de  Zavala.  Tomó  6  mil  indios,  á  quienes  gobernaba  por 
medio  de  unos  pocos  oficiales  y  soldados  que  traía  consigo.  Cogió  con  este 
ejército  á  las  principales  cabezas,  que  pasó  por  las  armas  delante  de  los 
indios.  Azotó  á  otros;  y  desterró  muy  lejos  á  muchos:  mas  sin  haberse 
atrevido  á  resistir  los  amotinados;  y  con  esto  introdujo  luego  á  los  Padres 
en  su  colegio,  y  gobernó  con  toda  paz  y  prudencia.  El  segundo  motín,  su 
refriega,  y  sus  traiciones,  me  lo  refirió  con  todas  sus  circunstancias  el 
P.  Antonio  Rivera,  que  se  halló  presente,  por  capellán  de  los  indios,  con 
el  P.  Policarpo  Dufo:  y  al  huir  fueron  presos,  y  llevados  al  Paraguay.  En 
el  tercer  motín  anduve  yo  por  capellán  de  los  indios.  El  dicho  P.  Rivera 
era  un  sujeto  tenido  de  todos  por  un  hombre  santo.  Viví  con  él  algún 
tiempo. 


—  605  — 

«61.  Como  en  todas  estas  funciones  van  los  PP.  con  los  indios:  y  los 
ministros  Reales  que  los  gobiernan,  hacen  mucho  caso  de  los  Padres,  con- 
sultándolos en  lo  que  no  es  cosa  de  castigos  y  sangre,  y  valiéndose  de  ellos 
para  intérpretes  y  para  intimaciones;  juzgan  los  vecinos  del  Paraguay  que 
todos  los  castigos  que  se  han  hecho  vienen  de  los  Padres:  y  el  sonrojo  de 
ser  sujetos  por  los  indios,  á  quien  ellos  tienen  por  gente  vil,  les  aumenta 
más  estos  sentimientos.  En  el  Paraguay  hay,  y  siempre  ha  habido,  gente 
buena,  así  eclesiásticos  como  seculares,  y  afectos  á  nuestra  religión,  aun 
en  medio  de  los  motines.  Estos  bien  saben  que  los  Padres  no  se  meten  en 
guerras  ni  en  cosas  de  razón  de  estado,  sino  únicamente  hacen  obedecer 
á  las  órdenes  Reales,  y  aprontar  los  indios  que  el  Gobernador  señala:  y 
conducirlos  hasta  ponerlos  en  su  presencia  y  á  sus  órdenes:  y  en  lo  demás, 
servirles  de  capellanes  y  misioneros;  pero  como  el  atrevimiento  de  pocos 
malos  puede  más  que  muchos  buenos,  se  han  visto  obligados  á  ceder  á  la 
fuerza  callando. 

«62.  Es  de  notar,  que  estos  delatores  contra  los  Padres,  comúnmente 
son  hombres  de  mala  vida.  Dos  nombra  Felipe  V  en  la  Cédula  citada  de 
743:  los  Gobernadores  Aldunate  y  Barúa.  El  primero  fué  de  tan  malas 
calidades,  que  mató  una  mujer  en  Buenos  Aires  aun  antes  de  llegar  á  su 
gobierno  del  Paraguay:  y  desde  allí  por  oídas  hizo  un  informe  perverso 
contra  los  Padres.  Huyó  á  los  dominios  de  Portugal,  donde  anduvo  fugi- 
tivo mucho  tiempo.  El  segundo  era  gran  jugador,  bebedor,  y  lujurioso. 
Dejó  varios  hijos  bastardos.  Yo  conocí  á  uno.  Sólo  digo  lo  que  es  muy  pú- 
blico. Este  también  escribió  por  oídas  contra  los  Padres:  porque  no  visitó 
los  pueblos,  aunque  gobernó  algunos  años.  De  éstos  dice  el  Rey  estas  for- 
males palabras:  «He  resuelto  se  expida  Cédula  al  Provincial,  manifestando 
la  gratitud  con  que  quedo  de  haberse  desvanecido  con  tantas  justificaciones 
las  falsas  calumnias  é  imposturas  de  Aldunate  y  Barúa,  etc.»  No  tuve  esta 
Cédula  cuando  hice  estos  días  la  Relación.  Ya  la  hallé,  y  otras  dos  del 
mismo  asunto.  En  Buenos  Aires  las  tenía  el  Gobernador  y  Oficiales  Rea- 
les En  cuantos  papeles  hay  de  delaciones  de  este  asunto,  no  se  encuentra 
uno  de  un  hombre  particular  ó  de  oficio  público,  que  tenga  fama  de  buen 
cristiano.  Al  contrario,  todos  los  informes  en  favor  son  de  sujetos  calificados 
en  cristiandad  y  toda  rectitud  y  justicia. 

«63.  Estas  delaciones  y  calumnias  empezaron  ha  más  de  cien  años, 
desde  que  empezaron  las  Misiones  á  tener  Curatos  con  las  leyes  del 
Patronato  Real.  Rebatíanse  con  los  informes  de  los  Obispos,  Gobernadores 
y  Visitadores  en  sus  Visitas.  Pero  como  no  había  castigo  para  los  falsos 
testimonios:  después  de  muchos  años,  en  ofreciéndose  algún  disgusto,  vol- 
vían á  resucitar  las  mismas,  ya  convencidas  y  condenadas.  Hasta  que  últi- 
mamente el  año  de  1743  mandó  Felipe  V  que  se  liquidase  este  punto  que 
jamás  volviese  á  reverdecer.  Lleváronse  del  Archivo  de  Simancas  á 
Madrid  todos  los  papeles  desde  el  principio.  Formó  el  Rey  un  Consejo  y 
Junta  particular  para  considerarlos.  Leyóse  en  muchos  días  todo  lo  que  se 
decía  en  pro  y  en  contra  de  los  Jesuitas  é  indios  del  Paraguay  y  después 
de  tan  largo  y  riguroso  examen,  despachó  tres  Cédulas,  su  fecha,  28  de 
Diciembre  de  dicho  año.  Una  larga  de  muchos  pliegos,  que  en  doce  puntos 
en  que  la  divide,  toca  todo  cuanto  se  ha  dichoy  aun  diría  de  aquellas  nues- 
tras Misiones.  Las  otras  dos  son  pequeñas,  una  al  Provincial,   mostrando 


-606- 

la  gratitud  con  que  queda  S.  M.  por  haberse  declarado  tan  patentemente  la 
verdad,  y  exhortándole  al  cumplimiento  de  los  doce  puntos.  Otra  al  mismo 
y  á  todos  los  Misioneros,  dándoles  gracias  por  el  grande  aseo  del  culto 
divino,  que  está  muy  caba!,  aun  por  confesión  de  los  mismos  émulos. 

«64.  El  P.  Chárlevoix,  que  anda  por  todas  partes,  trae  esas  Cédulas 
en  castellano.  Las  dos  pequeñas  las  tradujo  en  francés:  la  grande  está  sólo 
en  castellano;  pero  trae  en  francés  muchos  de  sus  pasajes  en  el  discurso  de 
la  Historia.  Yo  sólo  pondré  aquí  algunos  fragmentos  en  confirmación  délo 
que  voy  diciendo.  En  una  de  las  pequeñas  dice  S.  M.  al  Provincial:  «R.  y 
devoto  P  .  Provincial:  En  mi  Consejo  de  Indias  se  han  visto  y  examinado 
todos  los  autos  y  demás  documentos  que  de  más  de  un  siglo  á  esta  parte  se 
habían  causado,  pertenecientes  al  estado  y  progreso  de  las  Misiones  y  ma- 
nejo de  los  pueblos  en  que  existen:  y  reflexionando  sobre  todas  las  circuns- 
tancias de  este  expediente  con  la  más  seria  y  prolija  especulación,  me  hizo 
patente  etc..  En  esta  atención  he  querido  manifestaros,  como  lo  hago  en 
esta  Cédula,  la  gratitud  con  que  quedo  de  vuestro  celo,  y  de  los  demás 
Prelados  é  individuos  de  esas  Misiones  en  cuanto  conduce  á  educar  y  man- 
tener esos  indios  en  el  santo  temor  de  Dios,  en  la  debida  sumisión  á  mi 
Real  servicio,  y  en  su  bienestar  y  vida  civil;  habiéndose  desvanecido  con 
tantas  justificaciones  }'  verídicas  noticias  las  calumnias  é  imposturas  espar- 
cidas en  el  pueblo  y  denunciadas  á  Mí  por  varias  vías  con  capa  de  celo  y 
realidad  de  malicia  etc. — Y  más  clara  y  más  expresamente  al  ñn  de  la 
Cédula  grande  dice:  «Y  finalmente,  reconociéndose  de  lo  que  queda  refe- 
rido en  los  puntos  expresados  y  de  los  demás  papeles  antiguos  y  modernos 
vistos  en  mi  Consejo  con  la  reflexión  que  pedía  negocio  de  circunstancias 
tan  graves,  que  con  hechos  verídicos  se  justifica  no  haber  en  parte  alguna 
de  las  Indias  mayor  reconocimiento  á  mi  dominio  y  vasallaje,  que  el  de 
estos  pueblos,  y  el  Real  Patronato  y  jurisdicción  eclesiástica  y  Real  tan 
radicadas,  como  se  verifica  por  las  continuas  visitas  de  losPreladoseclesiás- 
ticos  y  Gobernadores,  y  la  ciega  obediencia  con  que  están  á  sus  órdenes 
cuando  son  llamados  para  la  defensa  de  la  tierra,  ú  otra  cualquier  empre- 
sa, aprontándose  cuatro  ó  seis  mil  indios  armados  para  acudir  adonde  se 
les  mande:  He  resuelto  se  expida  Cédula  manifestando  al  Provincial  la 
gratitud  con  que  quedo  de  haberse  desvanecido  las  falsas  calumnias  é  im- 
posturas etc.». 

«66.  Parece  que  no  cabe  ni  mayor  examen  ni  mayor  defensa  de  los 
Padres  de  los  indios,  ni  mayor  aprobación.  Quisieron  los  señores  del  Con- 
sejo hacer  un  castigo  ejemplar  y  ruidoso  en  los  del  Paraguay,  para  que 
escarmentasen  una  vez:  y  sabiéndolo  N.  P.  General,  pidió  con  todo  empe- 
ño perdón  para  los  calumniadores,  protestando  que  renunciaba  la  religión 
todo  su  derecho;  y  el  gran  bien  que  le  podían  hacer  era  condescender  con 
su  petición.  Viendo  esto,  los  Consejeros  desistieron  del  castigo;  pero  dije- 
ron entre  edificados  y  enojados:  «Pues  verán:  después  de  algunos  años  vol- 
verán á  inquietar  la  Corte  con  las  mismas  calumnias.»  Así  me  lo  aseguró 
el  P.  Rico,  Procurador  de  este  punto  en  Madrid. 

«67.  Así  ha  sucedido.  Pues  habiéndose  excitado  un  pleito  pocos  años 
ha  sobre  los  yerbales  silvestres  del  pueblo  de  Jesús,  alegando  los  del  Para- 
guay pertenecer  á  su  jurisdicción,  y  estar  dentro  del  territorio  adonde  lle- 
gan sus  órdenes:  y  los  Padres  ser  de  los  indios,  por  ser  nativo  suelo  de  sus 


-607- 

abuelos,ensu  gentilismo:  y  por  este  motivo  y  otros  estar  según  Cédulas  Rea- 
les apropiados  á  los  indios,  hicieron  un  papel  llenando  de  calumnias  á  los  Pa- 
dres y  lo  despacharon  á  la  Corte:  y  habrá  ayudado  al  trabajo  que  todos  los 
PP.  están  padeciendo.  Es  de  saber  que  así  como  en  Buenos  Aires  y  otras 
partes  destruyeron  no  digo  millares,  sino  millones  de  vacas  silvestres,  que 
había  en  aquellas  inmensas  campiñas,  matándolas  por  solos  los  cueros, 
lenguas  y  sebo,  dejando  perder  la  carne,  sin  que  hubiese  orden  ni  concierto 
ni  moderación  alguna,  por  la  mucha  ganancia  que  tenían,  vendiendo  todo 
esto  á  los  extranjeros  por  darse  prisa  en  enriquecer,  como  dije  en  la  Rela- 
ción: así  también  por  la  misma  codicia  de  enriquecer  de  una  vez,  van  aca- 
bando en  la  jurisdicción  del  Paraguay  los  muchos  yerbales  que  allí  tenían. 
Porque  para  hacer  nueva  yerba  en  poco  tiempo,  cortan  del  todo  los  árbo- 
les; y  los  más  no  vuelven  á  brotar:  ó  aunque  broten,  con  tanto  brotar  y 
cortar  por  el  tronco,  se  pierden.  Y  así  como  allá,  los  de  las  vacas,  en  aca- 
bando con  ellas,  dieron  sobre  las  que  eran  de  los  indios;  así  éstos,  como 
van  acabando  sus  yerbales  con  tanto  desorden,  dan  sobre  los  que  son  de 
los  indios.  Ellos  mismos  me  confesaban  á  mí,  que  en  el  invierno  iban  á 
hacer  yerba  en  los  yerbales  de  los  indios,  porque  en  aquel  tiempo  no  iban 
los  indios  á  hacer  yerba.  Los  indios  no  van  más  que  cuando  los  Padres  los 
envían;  y  porque  los  fríos  que  allí  hay  (que  aunque  no  grandes,  que  allí 
nunca  llegan  á  los  de  España,  dañan  mucho  á  la  delicada  complexión  del 
indio,  no  los  envían  en  ese  tiempo,  por  cuidar  de  su  salud.  Cualquier  frío, 
por  corto  que  sea,  sienten  mucho  estos  indios:  y  el  calor,  nada. 

«68.  Después  de  esto,  viéndonos  caídos,  y  con  prohibición  de  defen- 
dernos, han  sacado  otros  diversidad  de  escritos,  renovando  las  mismas 
calumnias.  Tal  es  el  tomo  del  expulso  Ibáñez,  intitulado  Reino  Jesuítico 
DEL  Paraguay',  cuyo  tema  es  las  delaciones  y  calumnias  dichas:  que  los 
Jesuítas  son  gobernadores.  Reyes,  Obispos  y  Papas.  En  una  palabra:  que 
el  General  de  la  Compañía  es  Rey  verdadero:  los  Provinciales,  príncipes, 
y  los  indios,  vasallos  tributarios.  Mas  á  este  hombre,  expulsado  primera  y 
segunda  vez  por  revoltoso,  escandaloso,  inconstante  y  alocado,  como 
todos  saben:  qué  le  hemos  de  decir  si  le  careamos  con  los  informes  de  per- 
sonas tan  calificadas  que  el  Rey  alega  sobre  este  mismo  asunto? 

«69.  Añadiré  aquí  unas  pocas  palabras  del  punto  4.°:  «  Y  asegura  el 
Obispo  que  fué  de  Buenos  Aires  (no  es  antiguo:  yo  le  conocí)  que  visitó  dichas 
Doctrijias,  no  haber  visto  en  su  vida  cosa  más  bien  ordenada  que  aquellos 
pueblos:  ni  desinterés  semejante  al  de  los  PP.  Jesuítas:  y  conviniendo  con 
este  informe  otras  noticias  de  no  menor  fidelidad»  etc.;  y  prosigue  exhor- 
tando á  los  mismos  misioneros  á  que  continúen  en  aquel  gobierno,  en  lo 
espiritual  y  temporal:  y  concluye  este  punto  diciendo:  ^mediante  cuya  direc- 
ción se  embaraza  la  mala  distribución  y  mala  versación  que  se  experimenta  en 
casi  todos  los  pueblos  de  uno  y  otro  Reinos  etc.  esto  es,  en  Méjico  y  Perú. 
Hasta  el  Obispo  presente  de  Buenos  Aires,  con  ser  que  venía  de  España 
impresionado  contra  estas  misiones,  luego  que  las  vio,  como  es  sujeto 
de  tanta  conciencia,  hizo  un  informe  muy  honorífico  de  ellas,  que  despachó 
á  la  Corte.  Visitó  dos  veces  todos  los  30  pueblos.  En  el  que  yo  estaba  tuve 
la  honra  de  verlo  15  días:  on  los  demás  estuvo  7  ú  8. 

«70.  Qué  diremos,  pues,  de  este  hombre?  Este  ha  infamado  (ya  murió) 
de  escandalosos  los  informantes   Obispos  y  Gobernadores  antiguos  y  mo- 


-  é08  — 

dernos,  acreditados  y  muy  prudentes  y  juiciosos.  Este  no  vio  más  que  cinco 
pueblos,  que  son  Yapeyú,  la  Cruz,  Sto.  Tomé,  Stos.  Apóstoles,  y  la  Con- 
cepción. Porque  aunque  vio  los  siete  de  la  línea  divisoria,  era  cuando 
estaban  3^a  sin  indios,  en  fuerza  del  tratado,  que  para  el  intento  era  lo 
mismo  que  si  no  los  viese.  Y  estos  cinco  los  vio  muy  de  corrida,  pasando 
de  camino,  haciendo  mediodía  en  uno,  y  noche  en  otro.  Los  informantes 
los  vieron  todos:  y  por  muchos  días  cada  uno,  y  haciendo  visita  de  ellos 
inmediatamente.  Después  que  pasó  por  los  5  pueblos,  estuve  yo  con  él  en 
una  misma  casa  cinco  días  en  el  pueblo  de  San  Nicolás,  evacuado  de  los 
indios,  donde  vivían  los  Demarcadores  Reales  con  parte  de  la  infantería: 
y  allí  le  traté  mucho:  y  después  por  cartas.  Este  no  es  más  que  uno.  Los 
informantes  son  muchos.  Si  de  los  informantes  de  las  calidades  dichas  no 
hubiera  más  que  uno,  y  de  los  de  las  calidades  de  Ibáñez  hubiera  muchos, 
en  todo  juzgado  recto,  habían  de  sentenciar  por  éste  solo.  Qué  será  siendo 
tantos  como  ya  cita  por  su  nombre,  ya  insinúa  el  Rey?  No  pasemos  en 
silencio  que  éste  era  un  hombre  iracundo,  inclinado  á  la  venganza.  Cuando 
yo  le  traté,  venía  echando  fuego  de  indignación  contra  el  Provincial  y 
Rector  que  le  expulsaron,  y  contra  otros  Padres.  Y  aun  contra  toda  la 
Compañía.  Aumentaba  su  indignación  la  persuasión  (aunque  falsa)  de  que 
los  Jesuítas  eran  la  causa  de  que  no  se  efectuase  la  línea  divisoria.  Habían 
prometido  á  los  Demarcadores,  según  voz  pública,  que  si  hacían  que  se 
efectuase  el  tratado,  á  cada  uno  le  darían  una  promoción  honorífica  y  cuan- 
tiosa. Eran  tres:  y  cada  uno  tenía  dos  tenientes  ó  subalternos.  Uno  de  estos 
tres  era  pariente  del  Ibáñez  y  venía  por  su  capellán.  El  Marqués  de  Valde- 
lirios,  consejero  de  Indias,  era  el  jefe  de  todos.  Como  él  con  los  demás 
estaba  persuadido  á  esto,  y  consiguientemente  temían  no  alcanzar  sus  hono- 
res por  trazas  y  mañas  de  los  Jesuítas,  y  el  Ibáñez  pretendía  mucho  los 
ascensos  de  su  pariente,  que  cedían  en  tanto  bien  temporal  SU30:  crecía 
más  su  enemistad  contra  los  Jesuítas.  Considérense,  pues,  tantas  nulida- 
des para  no  ser  atendido  en  tribunal  alguno. 

«72  [sic].  Digámoslas  todas  en  pocas  palabras.  Este  era  un  hombre  solo 
contra  muchos.  Un  alocado  contra  tantos  juiciosos:  un  escandaloso  contra 
tantos  ejemplares;  un  hombre  sin  experiencia  contra  tantos  experimenta- 
dos; uno  que  habla  sin  examen  contra  tantos  examinadores  y  visitadores; 
uno  tan  lleno  de  indignación  y  venganza  contra  tantos  pacíficos  é  indife- 
rentes; un  hombre  ciego  con  la  pasión,  contra  tantos  desapasionados;  un 
hombre  ordinario  contra  tantos  constituidos  en  los  más  altos  empleos.  Qué 
dirán  á  esto  los  que  se  han  dejado  impresionar  con  la  lectura  de  Ibáñez? 
Pues  aquí  no  se  dice  más  que  lo  que  es  muy  público  en  España  3'  en  la 
América:  no  se  cita  sino  lo  que  el  Rey  dice  y  anda  impreso  en  manos  de 
los  Gobernadores,  ministros  y  otros  muchos  particulares.  Todo  lo  que  este 
hombre  dice  contra  los  Jesuítas  estaba  3^a  escrito  en  cuanto  ala  sustancia, 
en  los  papeles  que  hizo  él  examinar  tan  despacio,  y  con  tanto  vigor: 
oyendo  á  las  dos  partes,  y  todo  lo  condenó  por  falso  y  por  inicuo  y  mali- 
cioso. ¿Qué  diremos  pues,  vuelvo  á  decir,  de  esle  hombre,  sino  que  la  pasión 
y   venganza  le  cegó  para  que  no  viese  tantas  falsedades? 

«74.  Otro  escrito  vi  estos  días.  Es  un  manuscrito  que  dicen  ser  su  autor 
(aunque  falsamente)  D.  Matías  Anglés,  que  fué  por  Juez  al  Paraguay  por 
los  años  1726  ó  27:  y  que  lo  dio  á  la  Santa  Inquisición  de  Lima  para  que 


-609- 

ésta  lo  enviase  á  la  Suprema  de  Madrid:  y  ésta  diese  noticia  al  Rey:  y  ase- 
gura que  tomó  este  medio  por  no  ser  descubierto:  pues  si  lo  fuera,  había 
de  ser  muy  oprimido  por  el  poder  de  los  Jesuítas.  No  puede  ser  de  Anglés 
la  obra,  por  los  estilos  diversos,  y  en  diversos  pasajes  y  párrafos.  ítem: 
habla  atrozmente  contra  los  Padres  que  van  de  Europa,  atribuyéndoles 
infames  delitos:  y  de  los  Padres  americanos  dice  estas  palabras:  «Pero 
como  no  encuentra  en  éstos  aquella  fuerte,  imprudente  y  temeraria  reso- 
lución para  emprender  y  conseguir  cosas  injustas  y  directamente  opuestas 
á  la  profesión  religiosa  de  su  Instituto  y  de  las  misiones;  y  como  falta  á  los 
mismos  aquella  perfidia  y  aquella  temeridad  para  confundir  entre  sí  las 
obligaciones  y  las  injusticias,  y  proceder  sin  detenerse  ni  reflexionar  si 
están  bien  ó  mal  dispuestos  sus  pasos  y  sus  acciones:  por  esto  los  Superio- 
res hacen  muy  poca  estimación  de  los  mismos,  y  los  tienen  separados  del 
gobierno  y  prelaturas.» 

«75.  Hasta  aquí  son  sus  palabras.  A  ningún  europeo  vemos  hablar  allá 
mal  de  los  europeos  y  bien  de  los  americanos,  que  vulgarmente  llaman 
criollos:  antes  al  contrario,  todo  es  hablar  mal  de  los  hombres  y  de  las 
cosas  de  la  América;  y  ensalzar  por  las  nubes  las  cosas  de  Europa:  en  lo 
que  hacen  harto  mal:  que  hay  allí  mucho  que  alabar.  En  los  más  de  los 
criollos  vemos  también  este  defecto  ensalzando  mucho  sus  cosas,  y  depre- 
ciando las  de  Europa.  Uno  y  otro  es  mucho  desacierto:  pues  de  unos  y  otros 
vemos  muchos  sujetos  eclesiásticos  y  seglares  aventajados  en  virtud,  letras 
y  buen  gobierno.  Don  Matías  Anglés  era  europeo,  natural  de  Navarra. 
{Cómo  era  posible  que  hablase  de  esa  manera  contra  los  europeos?  En 
orden  á  las  prelacias,  es  de  advertir  que  los  sacerdotes  Jesuítas  del  Para- 
guay son  por  la  mayor  parte  europeos:  La  5.^  ó  á  lo  más  la  4.''^  parte  son 
americanos:  y  así,  si  tuvieran  la  4.^  parte  de  las  prelacias,  ya  eran  iguales 
con  los  europeos.  Son  11  los  Rectorados:  y  ordinariamente  suele  haber 
3  ó  4  Rectores  americanos:  y  á  esta  cuenta  casi  siempre  tienen  más  prela- 
turas en  su  número  que  los  europeos.  Y  lo  mismo  sucede  en  las  cátedras. 
Cuando  D.  Matías  Anglés  andaba  por  el  Paraguay,  había  muchos  Padres 
americanos  en  aquellas  Misiones:  y  el  Superior  de  todos  los  30  pueblos 
que  tiene  toda  la  potestad  de  un  Rector  del  colegio  Máximo,  y  algo  más, 
era  uno  de  ellos,  el  P.  Josef  Insaurralde,  natural  de  la  ciudad  de  la  Asun- 
ción del  Paraguay,  sujeto  de  mucha  virtud  y  literatura.  Cómo,  pues,  se 
puede  pensar  de  un  hombre  como  éste,  que  tan  á  las  claras  y  á  la  vista 
de  todos  mintiese  tanto?  Además  que  este  sujeto  trataba  mucho  con  los 
Jesuítas,  no  sólo  en  el  Paraguay,  sino  también  en  Buenos  Aires  y  Tucu- 
mán:  porque  en  Tucumán  fué  Teniente  de  Gobernador;  y  no  podía  ignorar 
estas  cosas  como  el  Gobernador  Aldunate  y  el  Gobernador  Barúa,  que  sin 
ver  cosa,  ni  tratar  con  Jesuítas  informaron  de  oídas. 

«76.  Últimamente,  este  hombre  alaba  de  muy  fieles  á  los  del  Para- 
guay: dice  «que  puede  apostar  fidelidad  con  la  nación  más  fiel  del  mundo». 
Si  entresacara  los  muchos  buenos  que  hay  allí  y  me  los  pusiera  aparte, 
bien  pudiera  decir  de  ellos  ésto.  Pero  siendo  tan  públicos  los  motines  que 
allí  ha  habido  desde  el  principio  de  su  fundación,  con  prisiones  y  muertes 
de  sus  Gobernadores,  atropellando  tantas  veces  las  órdenes  Reales,  y  esto 
á  vista  de  la  fidelidad  de  las  otras  provincias  confinantes,  donde  no  ha 
habido  sino  quietud  y  obediencia,  ¿cómo  se  puede  pensar  que  haya  com- 
39    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— to.mo  ii. 


^  —610- 

puesto  este  papel  otro  que  alguno  ó  algunos  de  los  naturales  de  la  tierra, 
apasionados  por  su  patria? 

«77.  V  no  dejemos  en  silencio  una  reflexión.  Si  este  hombre  escribía  á 
la  Inquisición  de  Lima  para  que  ésta  pusiese  el  papel  en  la  Suprema:  y 
ésta  en  manos  del  Rey:  ¿cómo  ha  estado  estancado  este  papel  cerca  de  40 
años  en  Lima?  de  donde  parece  dan  á  entender  que  se  sacó  ahora.  ¿Cómo 
de  Lima  no  se  envió  á  Madrid?  Y  si  se  envió,  ¿cómo  la  Suprema  no  le  dio 
al  Rey?  Y  si  se  lo  dio,  ¿cómo  el  Rey  en  la  citada  Cédula  de  74J,  que  salió 
muchos  después  que  Anglés  le  presentó  el  papel  á  la  Inquisición  de 
Lima,  no  hace  mención  de  Anglés,  haciéndola  tanto  de  Aldunate  y  Barúa? 
Luego  no  podemos  decir  otra  cosa,  sino  que  este  papel  tiene  alguna  parte 
de  algún  informe  que  haría  Anglés,  que  hace  poco  al  caso  contra  los 
Jesuítas.  Que  éste  le  cogieron  algunos  émulos  del  Paraguay,  que  fueron 
ingiriendo  en  sus  pasajes  todas  las  calumnias  é  imposturas  de  que  está 
lleno.  Que  fingieron  haberle  enviado  Anglés  á  la  Inquisición  por  los  frivo- 
los motivos  que  allí  se  dicen.  Y  pareciéndoles  ahora  que  no  se  podía  descu- 
brir la  verdad,  lo  sacaron  al  público  en  nombre  suyo.  Dicen  que  anda  por 
estas  ciudades  traducido  al  italiano,  y  dedicado  al  P.  Francisco  Antonio 
Zacarías,  en  retribución  de  los  papeles  que  este  Padre  celoso  sacó  en 
abono  de  los  Jesuítas  de  aquellas  partes;  pero  todas  cuantas  cosas  se  dicen 
en  él,  están,  en  cuanto  á  la  sustancia,  vistas,  revistas,  consideradas  y  muy 
reflexionadas  por  muchos  días  en  muchas  sesiones,  según  dice  la  Cédula 
de  los  doce  puntos:  y  después  de  esto,  condenadas  por  calumnias,  impos- 
turas, falsos  testimonios,  llenos  de  malicia.  Y  después  de  esta  Cédula  hizo 
el  Rey  otra  en  que  manda  que,  en  adelante,  nunca  se  trate  en  su  Consejo 
cosa  perteneciente  á  las  Misiones  del  Paraguay  sin  que  primero  se  lea 
esta  Cédula. 


«Duda  octava 

«78.  ¿Si  los  indios  siempre  han  sido  tan  fieles,  cómo  ahora  resistieron 
al  ejército  del  Rey? — Es  menester  acordarnos  de  lo  que  se  dijo  en  la  rela- 
ción: que  el  tratado  de  la  línea  divisoria  se  hizo  en  esta  forma.  Que  los 
moradores  de  la  Colonia  y  de  un  pueblo  de  indios  llamado  S  Cristóbal,  de 
allá  del  Marañón,  que  también  se  daba  á  España,  fuesen  libres  en  que- 
darse en  sus  casas  por  España  con  todos  sus  bienes,  ó  en  irse,  vendiéndolos. 
Y  que  los  de  otros  dos  nuevos  y  pequeños  pueblos  de  nuestras  Misiones  de 
los  Mojos  que  se  daban  á  Portugal,  tuviesen  la  misma  libertad.  Pero  que 
los  siete  pueblos  que  se  daban  de  las  ^Misiones  del  Paraguay,  no  se  habrían 
de  dar  con  estas  condiciones,  sino  que  habían  de  ir  á  otras  tierras  fuera  de 
la  línea:  y  habían  de  dejar  todos  sus  bienes  inmobles  á  los  portugueses: 
y  por  recompensa  se  les  habían  de  dar  cuatro  mil  pesos.  Este  fué  el  tratado. 
Como  los  indios  de  los  siete  pueblos  eran  cerca  de  30  mil  almas,  de  todas 
edades  y  sexos,  temió  el  Rey  prudentemente  dejar  tanta  gente  á  Portugal, 
y  en  frontera:  con  la  cual  en  tiempo  de  guerra  podía  hacer  mucho  daño  á 
España.  Y  con  el  deseo  de  que  los  indios  nada  perdieran,  les  señaló  los 
4  mil  pesos:  pareciéndole  una  plena  recompensa,  según  lo  que  informaron. 
Informaría  alguno  que  juzgó  serían  como  los  tres  pueblos  que  hay  cerca 


-611- 

de  Buenos  Aires,  llamados  el  Baradero,  los  Quilines,  y  Santo  Domingo 
Soriano,  que  cada  uno  consta  de  16  ó  18  cabanas  de  paja,  con  una  capilla 
cubierta  de  teja,  una  campana  y  nada  más. 

«79.  Nos  escribieron  desde  Madrid  que  el  Rey  había  puesto  en  con- 
sulta de  Teólogos  este  caso:  si  era  lícito  dar  á  Portugal  unos  pueblos  de 
indios  por  otras  poblaciones  y  tierras  de  Portugal:  por  haberse  conside- 
rado era  cosa  muy  necesaria  para  el  bien  y  sosiego  de  la  Monarquía,  y  la 
buena  armonía  con  Portugal:  y  que  esto  se  hacía  sin  detrimento  alguno 
de  los  indios,  resarciéndoles  cumplidamente  de  las  pérdidas  y  menguas 
que  pudieran  tener  en  ello.  En  estos  términos  fué  la  consulta:  y  todos  res- 
pondieron que  sí.  Al  oirlo  nosotros,  todos  dijimos  que  responderíamos  lo 
mismo,  si  no  se  nos  daban  más  noticias.  El  Rey,  como  tan  bueno,  y 
deseoso  del  bien  de  los  indios,  juzgó  que  de  este  modo  miraba  bien  por  su 
conciencia,  y  por  el  bien  de  sus  vasallos.  No  sabemos  quién  ó  quiénes 
fueron  los  informantes. 

«80.  Acordémonos  también  que  allá  dijimos  que  los  militares  valuaron 
en  mi  presencia  los  bienes  inmobles  del  pueblo  de  S.  Nicolás,  donde  está 
bamos:  y  que  su  importe,  por  la  parte  que  menos,  era  de  cerca  de  800  mil 
pesos:  y  estos  sin  contar  las  pérdidas  grandes  de  los  bienes  muebles,  en 
especial  de  ganados,  que  habían  de  tener  en  el  camino,  al  pasar  á  nado  el 
gran  río  Uruguay.  Cuya  pérdida  también  intentaba  resarcir  el  Rey  con 
los  4  mil  pesos.  Los  cuales  bienes  inmobles  consisten  primeramente  en  las 
casas  de  los  indios  en  la  iglesia,  casa  de  los  Padres  con  sus  patios,  y  ofi- 
cinas públicas,  casa  de  recogidas  y  otros  edificios  públicos:  los  yerbales 
hortenses,  que  son  muy  cuantiosos,  y  los  silvestres,  que  también  se  dejaban 
á  los  portugueses,  como  sus  bosques  y  sus  montes,  las  huertas  frutales,  y 
algodonales  del  común,  que  son  muy  grandes:  juntamente  con  los  de  los 
particulares.  Viendo,  pues,  los  indios  que  por  800  mil  pesos  les  daban 
4  mil  solamente,  y  que  se  les  mandaba  desamparar  su  patrio  suelo,  que 
para  el  genio  del  indio  es  la  cosa  más  sensible:  que  todos  sus  bienes  se 
habían  de  dar  á  los  portugueses,  á  quienes  tenían  por  sus  mayores  ene- 
migos, por  los  gravísimos  daños  que  les  habían  causado  en  todos  tiempos, 
como  consta  de  las  historias,  no  querían  creer  que  el  Rey  mandase  tal 
cosa:  y  la  tenían  por  insoportable.  Si  hubieran  obedecido  á  una  cosa  tan 
difícil,  se  hubiera  conseguido  de  ellos  lo  sumo  de  la  fidelidad.  Pero  querer 
conseguir  de  unos  bárbaros  lo  más  perfecto,  es  mucho  pedir.  Si  á  la 
nación  más  culta,  más  política  y  más  fiel,  se  le  hubiera  pedido  lo  que  á  los 
indios,  considérese  lo  que  hubiese  sucedido. 


«Duda  nona 

«81.  ¿De  dónde  se  originó  la  fábula  del  Rey  Nicolás?  En  la  relación  se 
dijo  que  no  se  trataba  de  este  punto  por  tenerle  ya  todos  por  fábula.  Pero 
veo  que  varios  desean  saber  de  donde  se  originó.  No  es  éste  el  primer  Rey 
del  Paraguay.  En  el  siglo  pasado  hubo  otro.  Este  fué  el  P.  Antonio  Man- 
quiano,  hombre  apostólico.  Este  sujeto  fué  Procurador  en  el  Paraguay,  en 
los  pleitos  del  Sr.  Cárdenas.  Confundía  á  los  contrarios  con  sus  papeles  en 
defensa  de  la  verdad.  Estos  en  venganza  hicieron  contra  él  un  libelo  infa- 


—  612- 

matorio  que  despacharon  al  Perú,  <iOU  leguas  distante.  En  él  decían  que  el 
P.  Manquiano  se  había  levantado  por  Rey  del  Paraguay  con  un  grande 
ejército  de  indios:  que  se  había  casado  sacrilegamente  con  una  cacica;  y 
que  cansado  de  ella,  se  había  casado  segunda  vez,  como  otro  Lutero,  con 
una  monja  del  Paraguay,  donde  nunca  ha  habido  monjas.  Esta  fábula  la 
deshizo  luego  con  su  informe  al  Virrey  y  á  la  Audiencia,  el  Obispo  con- 
finante del  Tucumán.  Todo  esto  se  refiere  á  la  larga  en  un  tomo  de  \^aro- 
nes  ilustres  del  Paraguay,  que  salió  á  luz  años  ha.  Y  uno  de  ellos  es  el 
dicho  P.  Juan  Antonio  Manquiano. 

«82.  El  origen  de  nuestro  Rey  Nicolao  fué  éste.  En  el  pueblo  de  la 
Concepción  era  Corregidor  un  indio  llamado  Nicolao  Nenguirú,  que  había 
sido  gran  músico.  Era  locuaz:  de  grande  facilidad  para  hacer  arengas.  A 
éste  le  nombraron  por  Comisario  general  en  la  plaza  del  pueblo  de  San 
Juan  en  tiempo  que  los  indios  se  resistieron  á  los  españoles.  Así  me  lo 
afirmó  el  General  mayor  (Sic)  del  ejército  español,  que  tomó  informaciones 
de  unos  indios  que  cogieron  prisioneros:  asegurándome  que  testificaron  no 
haber  sido  nombrado  por  Rey,  sino  sólo  por  Comisario  general.  Él  jamás 
fué  ni  Capitán  general,  ni  aun  Comisario  general  con  ejercicio:  porque  en 
la  resistencia  que  hicieron,  que  fueron  los  indios  de  unos  seis  ó  siete  pue- 
blos, obedecían  los  de  cada  pueblo  al  jefe  suyo,  no  de  otro  pueblo:  y  así 
iban  con  grande  desorden  y  desconcierto,  sin  tener  una  cabeza  para  todos; 
sino  muchas,  y  harto  malas. 

«83.  Los  españoles,  que  sabían  algo  de  la  lengua  de  los  indios,  que 
eran  la  gente  más  baja  del  ejército,  les  preguntarían  con  instancia  por  el 
que  se  había  levantado  por  Rey:  y  el  indio  comúnmente  dice  aquello  que 
quiere  el  español  que  le  digan;  porque  como  son  de  genio  aniñado,  se  les 
da  muy  poco  el  mentir:  y  como  el  dicho  Nicolao  tenía  fama  y  algún  séquito, 
les  dirían  que  éste  era  el  Rey.  Esta  gente  baja  lo  diría  á  los  capitanes  y 
otros  oficiales,  que  decían  los  prisioneros  que  había  un  Rey  llamado  Nico- 
lás Nenguirú,  y  -éstos  lo  escribirían  á  España.  No  sabemos  que  de  otra 
causa  haya  nacido  esta  fábula.  Después  de  haber  entrado  el  ejército  y  ha- 
ber echado  á  los  indios  de  los  7  pueblos,  el  Nicolás  se  quedó  quieto  y  sose- 
gado en  el  suyo,  que  no  pertenecía  á  los  de  la  línea.  Asi  perseveró  por 
diez  años  hasta  el  arresto  de  los  Padres:  y  en  este  tiempo  le  tuve  yo  por 
feligrés  cuatro  años.  Lo  de  las  monedas  de  oro  y  que  el  Rey  era  un  Jesuí- 
ta, fueron  imposturas  añadidas  en  España:  que  en  la  América  jamás  se 
dijo  eso.  Al  que  hizo  las  monedas  en  España  para  calumniar  más  á  los 
Jesuítas,  oímos  decir  que  le  tuvieron  preso  en  Toledo,  y  que  á  petición  de 
los  Jesuítas,  que  perdonaban  la  injuria,  le  soltaron. 


«Duda  décima 

«84.  Si  los  Jesuítas  pueden  defraudar  los  tributos  de  los  indios?— Esta 
sospecha  nace  de  ignorancia  en  los  menos  malignos.  Los  Jesuítas  no  hacen 
padrón.  No  numeran  los  tributarios.  Esto  toca  al  Gobernador  por  las  Rea- 
les leyes,  y  Cédulas.  Al  principio,  después  de  entablados  en  economía 
política,  el  Virrey  hizo  numerar  los  tributarios.  Según  aquel  número 
fueron  pagando  los  tributos  por  más  de  50  años,  fuesen  más,  ó  fuesen  me. 


-613- 

nos,  hasta  el  año  de  1734,  en  que  habiendo  llegado  á  Buenos  Aires  un  Al- 
calde de  Corte  llamado  D.  Juan  Vázquez  de  Agüero,  con  unas  comisiones 
acerca  de  estas  Doctrinas,  se  le  suplicó  con  mucha  insistencia  con  escrito 
auténtico  por  parte  de  los  PP.  }'  en  muchas  ocasiones,  que  viniese  á  visitar 
aquellos  indios,  porque  no  se  habían  empadronado  desde  el  año  1677:  y 
corría  el  tributo  según  aquella  cuenta,  en  que  podía  haber  en  tan  largo 
tiempo  alguna  mengua,  en  lo  que  tocaba  al  Rey.  Esta  petición  é  instancia 
la  refirió  el  Rey  en  el  principio  de  la  Cédula  de  los  doce  puntos,  porque 
así  lo  confesaba  el  mismo  Alcalde  de  Corte.  No  vino  el  Alcalde  en  la  peti- 
ción, excusándose  por  varios  motivos:  y  se  contentó  con  pedir  á  los  30  Cu- 
ras que  enumerasen  todos  lo5  tributarios  desde  los  18  años  hasta  los  50: 
excepto  los  caciques,  sus  primogénitos,  y  doce  indios  para  la  iglesia  y  casa 
de  los  PP.  Quiso  que  la  numeración  fuese  jurada;  y  así  todos  los  Curas 
con  toda  diligencia  hicieron  la  numeración  de  sus  feligreses  tributarios, 
y  le  enviaron  el  testimonio  jurado.  Y  se  cobra  el  tributo  real  desde  en- 
tonces por  esta  numeración  que  es  mucho  mayor  que  el  que  daba  la  nume- 
ración del  año  1677.  Y  aunque  mandó  S.  M.  que  cada  seis  años  fuese  el 
Gobernador  de  Buenos  Aires  á  empadronar  los  indios  para  el  tributo,  no 
se  ha  ejecutado  por  varios  pretextos  que  alegan  los  señores  Gobernadores. 
Cada  año  con  grande  exacción  se  hace  en  cada  pueblo  la  numeración  de 
familias,  viudos,  viudas,  personas,  casamientos,  entierros  de  adultos,  de 
párvulos,  baptismos,  etc.  Ya  se  propuso  á  la  Corte  si  querían  guiarse  por 
esta  anual  numeración:  y  no  hubo  respuesta  de  ello. 

ÍNDICE 

Capítulo    I     Población  de  los  primeros  españoles  del  Paraguay. 

»  II     Extensión  de  la  provincia  jesuítica  del  Paraguay  con  otras 

particularidades . 
»         III     Principio  de  las  Misiones  del  Paraguay. 
»         IV     Estado  presente  de  los  pueblos,  su  fábrica,  etc. 
»  V     Su  gobierno  político  y  económico. 

»         VI     Gobierno  temporal,  económico  y  religioso  de  los  Misioneros. 

»       VII     Gobierno  eclesiástico  y  espiritual  de  los  indios.  — Proce?ión- 

del  Corpus  — Semana  Santa — Distribución  del  domingo— 

Sus  convites  -Matrimonios  y  bodas — Fiesta  del  patrón  del 

pueblo — Castigos,  jueces  y  pleitos — Visita  del  Sr.  Obispo. 

Capítulo  último.     Gobierno  militar  de  los  indios. 

Duda  1.^     Cómo,  habiendo  tantos  testigos  de  lo  que  se  ha  dicho,  hay  tanto 
descaro  para  levantar  falsos  testimonios. 
»     2.^     De  dónde  nace  el  decir  que  los  PP.  son  Obispos  y  aun   Papas, 

Gobernadores  y  Reyes. 
»  3.'^  De  dónde  toman  motivo  para  exagerar  tanto  las  riquezas  de 
aquellos  pueblos,  y  afirmar  que  los  Jesuítas,  y  no  los  indios, 
las  gozan. 
»  4.''^  Porqué  estas  Misiones  están  más  adelantadas  en  lo  espiritual  y 
temporal  que  las  demás  de  Méjico,  del  Nuevo  Reino,  del 
Perú,  y  de  Chile,  y  aun  más  que  las  del  Chaco  y  otras  de  la 
misma  provincia,  según  lo  que  leemos  en  las  historias. 


-614- 

Duda5.''^  Si  los  Padres  de  estas  Misiones  se  están  siempre  en  ellas  por 
hallarse  bien  acomodados:  ó  si  salen  á  conversiones  de  infie- 
les, donde  se  padece  tanto. 

»  b."  Si  el  modo  de  predicar  el  Evangelio  y  reducir  á  estas  gentes 
belicosas  es  distinto  del  que  se  tiene  con  las  naciones  quietas- 

)  1  .^  De  dónde  nace  que  de  las  Misiones  del  Paraguay  se  diga  más 
contra  los  PP.  y  demás  misioneros. 

»  8.'^  Si  los  indios  han  sido  siempre  tan  fieles,  como  resistieron  ahora 
al  ejército  del  Rey. 

»     '^.^    De  dónde  se  originó  la  fábula  del  Rey  Nicolás. 

»,  10.''^     Si  los  Jesuítas  pueden  defraudar  los  tributos  de  los  indios. 


Nüm.  48. 


SUPERIORES  DE  LAS  MISIONES  DE  GUARANIS 


1  p. 

,  Marcelo  de  Lorenzana.  (1) 

27  P 

2  » 

Josef  Cataldino. 

28  » 

3  » 

Antonio  Ruiz  de  Montoya. 

29  . 

4  » 

Roque  González   de    Santa 

30  ^ 

Cruz. 

31  » 

5  í> 

Diego  de  Boroa. 

32  . 

■6  ' 

Diego  de  Alfaro. 

33   r> 

7  ^ 

Pedro  Romero. 

34  » 

8  » 

Franc'sco  Díaz  Taño. 

35  » 

9» 

Cristóbal  Mendoza. 

36  » 

10  » 

Cristóbal  Altamirano. 

11   » 

Silverio  Pastor. 

37  » 

12  » 

Hernando  de  Santa  Cruz. 

38  » 

13  ^ 

Ignacio  de  Feria. 

14  » 

Pedro  Comental. 

39  » 

15  » 

Francisco  Molina. 

40  » 

16  » 

Luis  Harnolh. 

17  » 

Nicolás  del  Techo. 

41  » 

18  » 

Juan  Suárez  de  Toledo. 

IQ  . 

Diego  Suárez. 

42  » 

20  » 

Tomás  de  Baeza. 

21  » 

Alejandro  Balaguer 

43  » 

22  » 

Alonso  del  Castillo. 

23  » 

Juan  Moran  ge. 

44  » 

24  « 

Salvador  Rojas. 

25  ^ 

Josef  Serrano. 

45  » 

26  » 

Leandro  Salinas. 

Josef  Sarabia. 

Bernardo  de  la  Vega. 

Luis  Gómez. 

Sebastián  Toledo. 

Angelo  Petragrossa. 

Tomás  Bruno. 

Mateo  Sánchez. 

Juan  Bautista  Cea. 

Bartolomé  Jiménez. 

Juan  Paulo  Castañeda,  1.° 
Abril  1718.     (2) 

PauloRestivo,l.°Marzo719. 

Pablo  Benitez,  16  Febrero 
721. 

Tomás  Rosa,  18  Abril  724. 

Josef  de  Insaurralde,  16  Se- 
tiembre 726. 

Jaime  de  Aguilar,  7  Julio 
730. 

Bernardo  Nusdorffer,  8  Fe- 
brero 734. 

Rafael  Caballero,  17  Se- 
tiembre 730. 

Josef  Iberaquer,  13  Agosto 
743. 

Teodoro  Valenchana,  4  Oc- 
tubre 746. 


(1)  Es  el  mismo  P.  Marciel  de  Lorenzana,  de  quien  varias  veces  se  ha  habla- 
do en  el  texto,  y  de  quien  dice  el  P.  Nieremberg  en  su  VMda  §  V:  «Pudo  el  Padre 
.Marcial,  como  Viceprovincial  que  era,  y  Superior  de  todas  las  Misiones,  ir  á  las 
del  Guaira  á  visitarlas».  Marciel  y  Marcelo  son  dos  formas  de  un  mismo  nombre. 

(2)  Hasta  aquí  no  hay  fecha  alguna  en  este  Catálogo,  que  es  autógrafo  del 
P.  Diego  González,  lo  que  muestra  que  careció  de  datos  para  fijarlas:  y  menos 
pueden  fijarse  hoy  día. 


46  P, 

47  » 

48  » 

49  » 


Bernardo  Nusdorffer,  20  No- 
viembre 747. 

Matías  Strobel,  15  Junio  752. 

Teodoro  Valenchana,  7  Fe- 
brero 754. 

Antonio  Gutiérrez,  10  Fe- 
brero 756. 


615  - 

50  P.  Jaime  Passino,    19    Agosto 

757. 

51  Vice-Superior  P.  Roque  de  Ri- 

vas,  10  Febrero  762. 

52  Vice-Superior  P.  Esteban  Fi- 

na, 14  Febrero  763. 

53  P.  Lorenzo  Balda. 


(MS.  autógrafo  del  P.  Diego  González,  misionero  del   Paraguay,   que 
sobrevivió  muchos  años  á  la  expulsión.  Arch.  de  la  provincia  de  Toledo.) 


Nüm.   49 

1647-1682-1730.— Estadística  de  doctrinas.— Dos  enumeraciones  antiguas 
y  forma  de  la  anual  numeración. 

ENUMERACIÓN  TOMADA  DE  LA  VISITA  DE  DON  JACINTO 
DE  LÁRIZ,  AÑO  1647  (SEVILLA:  Arch.  de  Indias  74.6.29). 


1. 


Pueblos 


Almas 


Candelaria ....  1  077 

San  Cosme.     .     .     .  1.075 

Santa  Ana  ....  779 

San  Carlos  ....  1.701 

San  José     ....  1.334 

Itapúa 1.700 

Loreto 1.700 

San  Ignacio-mí    .  1.708 

Corpus 1.300 

San  Ignacio  guazú  .  1.150 


indios  de 
guerra 

350 
352 
250 
665 
334 
490 
430 
460 
400 
340 


Pueblos 


Concepción 

San  Miguel  . 

Mártires      .  . 

Apóstoles.   .  . 

San  Nicolás  . 

San  Javier  .  . 

La  Cruz.     .  . 
Santa  M.'MaMay 

Santo  Tomé  . 

Yapeyú  .     .  . 


or 


Almas 

1.469 
1.165 
1.186 
1.144 
1.854 
1.340 
1 .472 
2.000 
1.960 
1.600 


indios  de 
guerra 

800 
502 
293 
460 
568 
328 
486 
500 
750 
422 


Total.        28.714    9.180 


Veinte  pueblos  visitados. 

Las  dos  reducciones  de  Itatines  al  norte  no  fueron  visitadas. 


2.'      ENUMERACIÓN  DE  LAS  DOCTRINAS  DE  LA  DIÓCESIS  DE 
BUENOS  AIRES  EN  1682. 

(Contiénese  en  una  carta  del  Superior  de  Doctrinas,  P.  Alejandro  Bala- 
guer,  al  limo.  Sr.  Obispo  Azcona,  fecha  en  Candelaria,  26  Agosto  1682.) 
(Papeles  de  D.  José  Manuel  Estrada.) 


Apóstoles  . 
San  Nicolás 
Mártires.  . 
La  Cruz.  . 
Yapeyú  .  . 
San  Aliguel 
San  José.  . 
Concepción. 


Familias 

Almas 

2.780 

Familias 

Almas 

589 

San  Javier.     .     . 

656 

3.029 

814 

3.548 

Santo  Tomé     .     . 

1 .395 

5.243 

400 

1 .980 

Candelaria.     .     . 

466 

1.868 

556 

2.251 

San  Cosme.     .     . 

297 

1.283 

610 

2.477 

Santa  María   .     . 

1.057 

5.171 

919 

3.740 

Santa  Ana .     .     . 

358 

1.415 

482 

2.272 

San  Carlos.     .     . 

1.006 

4.420 

1.706 

7.014 

15  reducciones 

11.310 

48.491 

616 


3.0      «CATALOGO  DE  LA  NUMERACIÓN  ANUAL  DE 


Pueblos 


San  Ignacio  Guazú 
Nuestra  Señora  de  Fe. 
Santa  Rosa      .... 

Santiago 

Itapúa 

Candelaria      .... 
Santos  Cosme  y  Damián 

Santa  Ana 

Loreto 

San  Ignacio  mirí      .     . 

Corpus 

Jesús 

Trinidad 


San  José 

San  Carlos  .  .  .  . 
Santos  Apóstoles  .  . 
Concepción  .  .  .  . 
Santa  Marta  la  Mayor 
San  Francisco  Javier. 
Santos  Mártires.  .  . 
San  Nicolás     .     .     .     . 

San  Luis 

San  Lorenzo  .  .  .  . 
San  Miguel  .  .  .  . 
San  Juan  Baptista  .  . 
Santo  Ángel  .  .  .  . 
Santo  Tomé  .  .  .  . 
San  Borja   .  .     -     . 

La  Cruz 

Yapeyú 


Suma  dkl  Uruguay 
Suma  oel  Paraná 
Suma  Total.      .     . 


Familias 

Viudos 

Viudas 

Muchach 

454 

14 

255 

409 

432 

9 

226 

651 

460 

00 

193 

402 

838 

9 

190 

1.209 

439 

18 

190 

696 

352 

1 

117 

336 

228 

5 

116 

330 

922 

14 

172 

1.170 

446 

3 

103 

344 

464 

12 

202 

314 

630 

8 

133 

638 

438 

0 

43 

547 

456 

27 

112 

472 

NUMERACIÓN  ANUAL  DE  LOS 


289 
248 
306 
364 
135 
292 
723 
419 
393 
165 
.081 
,071 
102 
275 
450 
420 
.315 


8.948 

6.929 

15.877 


11 

13 

O 

49 

22 

7 

4 

5 

30 

86 

11 

42 

70 

49 

7 

26 
30 


462 
130 
592 


125 
167 
156 
174 

50 
144 
111 
240 
189 

69 
228 
221 
195 
241 
406 
199 
342 


3.2.57 
2.452 
5.309 


293 

222 

288 

427 

165 

448 

611 

328 

491 

236 

1.272 

1.246 

1 .315 

407 

820 

551 

1.332 


10  456 

7.518 

17.974 


(1)     En  esta  misma  forma  se  hicieron  todos  los  catálogos  de  los  que  en  el  número 
táiogo  en  1711  y   acabó  en    1767.  (BUENOS   AIRES:   Arch.   gen.   leg.  Compañía  de 


617 


LAS   DOCTRINAS  DEL  RÍO  PARANÁ,  AÑO  DE  1739^     (1) 


Muchachas 

Bautismos 

378 

156 

553 

287 

401 

126 

1.057 

202 

809 

140 

345 

146 

329 

40 

1.197 

264 

314 

142 

393 

1)3 

628 

183 

456 

155 

556 

106 

Casa- 

Difuntos 

mientos 

adultos 

25 

22 

45 

46 

49 

26 

72 

38 

37 

98 

.29 

13 

61 

32 

42 

35 

53 

17 

63 

148 

42 

20 

91 

50 

70 

143 

Difuntos 
párvulos 


66 
98 
56 
57 
164 
06 
14 
89 
50 
80 
52 
45 
85 


Comuniones 


PUEBLOS  DEL  RÍO  URUGUAY 


2.031 
3.575 
4.180 
3.93b 
3.331 
3.557 
1.268 
4.723 
2.437 
2.695 
4.035 
2.662 
3.317 


Almas 


1.964 
2.903 
1.916 
4.081 
2.591 
1.503 
1 .236 
4.397 
1.756 
1.84Q 
2.6f)7 
1.962 
2.149 


331 

41 

114 

19 

47 

2.843 

1.338 

341 

27 

99 

6 

23 

1.148 

1.239 

285 

35 

12 

15 

18    . 

1.382 

1.341 

291 

30 

175 

102 

46 

2.338 

1.669 

203 

44 

60 

1.047 

232 

2.750 

711 

527 

65 

153 

99 

48 

2.160 

1.710 

608 

132 

154 

388 

207 

3.440 

•'.777 

361 

54 

229 

1.050 

658 

3.774 

1.77'> 

482 

88 

166 

1.457 

988 

4.740 

1.978 

253 

160 

122 

1.655 

1.026 

4.530 

974 

1.068 

216 

76 

68 

78 

5.298 

4.741 

1.298 

323 

70 

241 

135 

5.727 

4.949 

1.379 

258 

83 

137 

121 

5.349 

5.163 

452 

62 

48 

332 

139 

3.314 

1.699 

931 

139 

51 

76 

53 

3.438 

3.244 

548 

65 

198 

1.086 

519 

4.492 

2.167 

1.379 

399 

50 

45 

163 

7.810 

5.713 

10.737 

2.118 

1.864 

7.746 

4.501 

64.733 

42.808 

7.416 

2.060 

679 

690 

922 

42.751 

30.972 

18.153 

3.178 

2.543 

8.436 

5  423 

107.484 

73.762 

2.°  se  ha  tomado  s<Slo  el  número  de  familias  y  el  de  almas.  Empezó  este  modo  de  ca- 
Jesús.  Varios  años). 


618- 


Núm.  50. 

1707  á   1768.— Estadística  del  número  de  familias  y  almas  en  Doctrinas. 

Familias  Almas  Familias         Almas 


1702.     Uruguay,                                   10.349            41.483    j  22.857  89.501 
Doctrinas  del  Paraná,             12.508            48.018     ) 

1707.     Doctrinas  del  Uruguay,          10.881            43.801     .  .r¿.762  98.188 
Doctrinas  del  Paraná,            12.881            o4.d87     ) 

1711 [55.237] 

1714.  Doctrinas  del  Uruguay,          13.605            57.600     i  o:^  ív;e  nnit^i 
Doctrinas  del  Paraná,'            12.023            52.551     1  -^•'^^^  ^^^'^^ 

1715.  Doctrinas  del  Uruguay,          15.617            67.243     ¡  26.942  116.485 
Doctrinas  del  Paraná,            11.325            49.242     I 

1716.  Doctrinas  del  Uruguay,          14.650            54.990    \  oí  oír-,  ioi  q:^7 
Doctrinas  del  Paraná,"            12.625           66.367     )  "^-^^^  ^-'•'^' 

1717 28.514  121.168 

1719.  Doctrinas  del  Uruguay,          12.500           56.065    ¡  22.Q85  103.163 
Doctrinas  del  Paraná,             10.485            4/ .098     ) 

1720.  Doctrinas  del  Uruguay,          13.501            55.896    i  93.900  105.104 
Doctrinas  del  Paraná,            10.399            49.52o     I 

1724 25.447  117.164 

1728 28.484  125.365 

1731 30.116  138.934 

1733 27.865  126.389 

1735 22.863  108.228 

1736 20.685  102.721 

1737 21.729  104.473 

1738 18.080  90.287 

1739 16.330  74.336 

1740 16.823  73.910 

1741 17.868  76.960 

1744 20.032  84.046 

1745 20.586  87.240 

1746 21.031  90.679 

1747 21.288  91.681 

1748 , 21.723  94.166 

1749 21.623  92.834 

17.53.     . 22.631  99.545 

1757 21.442  96.055 

1762 22.683  102.988 

1765 19.249  85.266 

1766 20.151  87.026 

(RÍO  JANEIRO,  Col.  Ángelis,  VIII-50). 


-619 


Nüm.  51. 

164®.— Parecer  del  Sr.  Solórzano  acerca  de  los  Jesuítas 
extranjeros  en  Indias 

«Traslado  de  un  parecer  que  dio  el  Doctor  señor  Don  Juan  de  Solór- 
zano y  le  tiene  de  su  letra  del  mismo  señor  Doctor  y  su  firma  el  P.  Vice- 
Provincial  Juan  de  Albiz. 

»E1  P.  Alonso  de  Ovalle,  de  la  Compañía  de  Jesús,  me  ha  consultado 
si  hay  ejemplares  de  que  se  les  permitan  llevar  para  las  misiones  que  les 
concede  el  Consejo,  algunos  religiosos  extranjeros,  como  sean  de  provin 
cias  obedientes  á  su  Majestad  (que  Dios  guarde): — Y  digo  que  he  visto  que 
esto  se  les  suele  conceder:  y  que  me  consta  que  los  religiosos  dichos  son 
los  que  con  más  facilidad  aprenden  la  lengua  de  los  indios,  y  más  fruto 
hacen  con  los  indios  en  sus  santas  y  apostólicas  misiones:  y  los  más  que 
han  padecido  martirio  en  sus  misiones  han  sido  extranjeros.  Y  esta  prohi- 
bición de  pasar  extranjeros  á  las  Indias,  no  se  ha  practicado  en  tales  per- 
sonas. Y  el  peligro  era  que  no  diesen  á  las  naciones  extrañas  cuenta  y 
relación  de  ella  y  de  sus  fuerzas:  y  eso  lo  tienen  hoy  mejor  sabido  que 
nosotros:  y  hecha  la  pazcón  Holanda,  no  hay  que  recelar.  Y  en  particular 
se  deben  conceder  los  dos  religiosos  carpinteros  y  arquitectos  de  que  me 
ha  dado  cuenta:  porque  por  haberse  arruinado  totalmente  la  ciudad  de 
Santiago  de  Chile  con  el  temblor,  serán  allí  de  mucho  provecho,  así 
para  las  obras  que  hubiere  de  hacer  la  Compañía  como  para  otras.  Esto  es 
lo  que  siento  en  todo,  y  salvo  otro  más  acertado  parecer.  Fecha  en  Madrid 
á  7  de  Enero  de  1640  años.— Doctor  Don  Juan  de  Solókzano. 

» Confirma  (sic,  por  concuerda)  este  parecer  á  la  letra  con  su  original, 
que  queda  en  mi  poder.— Juan  de  Albiz. 

!>Por  hacer  tanto  al  caso  el  parecer  del  Sr.  Doctor  Donjuán  de  Solór- 
zano para  lo  que  pretendemos  y  tanto  importa  de  que  pasen  tales  sujetos 
extranjeros  á  Chile,  he  trasladado  de  mi  mano  lo  que  arriba  queda  escrito: 
y  en  50  años  que  he  estado  en  Tucumán  y  Chile,  cuando  todo  era  una  pro- 
vincia, tengo  sabido  por  experiencia  de  que  es  muy  acertado  de  que  vengan 
extranjeros  á  ayudar  en  estas  provincias,  en  especial  en  estas  misiones, 
adonde  acuden  mejor  que  otros;  y  si  se  hacen  las  paces  que  se  pretenden 
con  Francia  y  demás  naciones,  no  hay  que  recelar,  porque  yo  he  visto,  aun 
habiendo  guerras,  andar  de  una  parte  á  otra  franceses:  y  han  sido  bien 
tratados  y  honrados  de  los  caballeros  españoles,  dándoles  de  comer  á  sus 
mesas,  y  vestuarios  con  que  pasar  en  estas  tierras:  y  como  hay  tierras  que 
sobran,  hay  para  todos,  cuanto  más  para  religiosos.  Santiago,  20  de  Enero 
de  1658.— Juan  de  Albiz. 

» Certifico  que  toda  esta  letra  y  la  firma  es  de  mano  del  Padre  Juan  de 
Albiz.— Juan  López.» 


-  6':o  - 
Núm.  52. 

1643. -Memorial  del  P.  Antonio  Ruiz  de  Montoya 

^ Señor» 

«1.  Antonio  Ruiz  de  Montoya,  de  la  Compañía  de  Jesús,  Procurador 
de  la  provincia  del  Paraguay  y  Río  de  la  Plata,  dice: 

«Que  don  Pedro  de  Lugo,  caballero  de  la  orden  de  Santiago,  fué  pro- 
veído por  Gobernador  del  Paraguay,  sólo  á  fin  de  que  atendiese  á  repri- 
mir y  castigar  los  portugueses,  que  hasta  hoy  infestan  aquellas  provincias, 
habiéndose  reconocido  en  él  en  esta  Corte  gran  virtud,  que  fué  suplemento 
á  los  años  y  experiencia.  Porque  para  tomar  aquel  gobierno,  dejó  el  man- 
teo y  sotana  de  estudiante.  Procedió  en  su  gobierno  ajustadamente.  El 
cual,  además  del  orden  general  sobredicho,  recibió  orden  particular  de 
V.  AI.  para  que  efectivamente  castigase  dichos  portugueses,  en  tiempo  en 
que  iban  entrando  por  aquellas  tierras  quinientos,  con  dos  mil  indios  tupís, 
á  acabar  de  destruir  el  residuo  de  reducciones  hechas  por  los  religiosos 
de  la  Compañía  de  Jesús:  los  cuales,  habiéndoles  negado  el  socorro  que 
pidieron  al  Gobernador  de  Buenos  Aires  (á  quien  competía  darlo,  por  ser 
su  jurisdicción),  lo  pidieron  al  dicho  D.  Pedro  de  Lugo:  á  que  acudió  pron- 
tamente, saliendo  con  setenta  españoles.  Y  para  ser  ayudado  de  los  indios, 
les  prestó  siete  mosquetes,  que  entregó  al  hermano  Antonio  Bernal,  reli- 
gioso de  la  Compañía,  que,  seglar,  por  su  mucho  valor,  ocupó  muy  hon- 
rosos puestos  en  la  guerra  de  Chile:  el  cual  salió  con  los  indios,  acompa- 
ñando al  mismo  Gobernador.  Puestos  ya  á  media  legua  del  enemigo,  y 
reconocida  su  ventaja,  no  quiso  pasar  adelante  el  Gobernador;  antes 
hubo  pareceres  de  retirarse.  (Hace  mención  la  carta  para  S.  M.  del 
Cabildo  ecco.  de  la  Asunción.)  Determinóse  el  hermano  Antonio  Bernal 
á  acometer  al  enemigo:  matóle  un  buen  número,  y  hizo  presa  en  diez  y 
siete:  los  demás  desbaratados,  se  acogieron  á  los  montes,  por  cuyas  espe- 
suras perecieron:  y  consta  de  personas  que  ha  poco  que  vinieron  de  Brasil 
á  esta  Corte  que  solos  treinta  volvieron  á  sus  tierras. 

«2.  Los  diez  y  siete  cautivos  entregaron  los  indios  al  Gobernador:  el 
cual,  atemorizado  por  la  novedad  del  suceso,  que  nunca  imaginó,  por  no 
haberse  visto  en  otro,  y  temiendo  que  en  venganza  volvería  todo  Portugal 
á  destruir  la  tierra,  reprendió  severamente  á  los  indios,  condenando  en 
esta  acción  á  los  religiosos,  que  en  tan  justa  defensa  habían  ayudado:  dio 
libertad  á  los  presos:  regalólos,  honrólos  y  llevólos  consigo  á  su  gobierno, 
en  donde  se  pasearon  libres.  Requirióse  al  Gobernador  por  parte  de  los 
indios  que  los  castigase  ó  los  remitiese  á  la  Audiencia  de  los  Charcas,  que 
ya  prevenida  con  sus  Provisiones  Reales,  había  mandado  que  con  rigor 
fuesen  ejemplarmente  castigados  semejantes  delincuentes.  Hízosele  noto- 
ria una  Cédula  de  V.  M.  despachada  á  los  Gobernadores  de  aquellas  pro- 
vincias en  que  V.  M.  dice  estas  palabras:  *  Me  ha  parecido  ordenaros  y 
mandaros  [Como  lo  hago),  procuréis  por  todas  las  vías  posibles  haber  á  las  manos 


-  621  - 

V  castigar  con  grandes  demostraciones  los  delincuentes  y  personas  que  se  ocupan 
y  entienden  en  las  dichas  crueldades  ^"  otras  cualesquiera,  con  que  se  perturba 
la  pa^  y  quietud  de  la  república,  y  por  el  consiguiente  cesa  la  propagación  del 
Evangelio:  haciendo  para  la  mejor  ejecución  de  lo  que  se  desea  todas  las  diligen- 
cias que  convengan,  sin  perdonar  ninguna,  de  suerte  que  se  consiga  lo  que  se 
pretende:  sobre  que  os  encargo  la  conciencia,  etc.»  [Cédula  Real  de  12  de 
Setiembre  de  1628].  {A  quién,  Señor,  por  pusilánime  que  fuera,  no  movie- 
ran palabras  tan  demostrativas  del  Real  y  cristianísimo  celo  de  V.  M.,  en 
ocasión  tan  nacida  á  hacer  un  acto  celoso  de  justicia,  ó  por  lo  menos  de 
obediencia  á  tan  ajustado  precepto?  A  todo  esto  cerró  los  oídos,  abriendo 
los  ojos  al  despojo  de  dos  mil  almas  que  el  enemigo  había  cautivado,  para 
ponerlos  en  perpetua  esclavitud,  como  hacen  á  los  negros  de  Angola. 
Esta  presa  repartió  entre  sus  soldados,  premiando  su  poco  ánimo  con  ella, 
cargando  de  denuestos  los  indios  que  la  ganaron.  Cinco  de  los  delincuen- 
tes hicieron  fuga:  y  entre  ellos  uno  que  dio  la  muerte  con  un  mosquetazo 
al  P.  Diego  de  Alfaro,  de  la  Compañía,  Comisario  del  Santo  Oficio  y  Supe- 
rior de  aquellas  reducciones. 


Pretende  el  Gobernador  por  disculparse,  que  se  quiten  las  armas 
á  los  indios  y  las  doctrinas  á  la  Compañía 

«3.  Apretado  el  Gobernador  con  los  requerimientos  dichos,  trató  de 
anticipar  su  defensa  con  informes  é  informaciones  para  V.  M.  y  Real 
Consejo  de  Indias,  en  que  según  corrió  allá  voz,  reprueba  con  aparentes 
razones  el  manejo  de  armas  de  los  indios,  que  poco  antes  efectivamente 
había  aprobado,  entregándoselas  en  sus  manos:  sacando  por  ilación  que 
aquellos  alborotos  y  muertes  de  portugueses,  los  han  ocasionado  los  reli- 
giosos de  la  Compañía:  y  quizá  lo  confirmará  con  la  destrucción  que  los 
portugueses  hicieron  de  tres  ciudades,  de  cuatro  que  formaban  la  provin- 
cia y  gobierno:  á  cuyas  calumnias  satisface  el  venerable  Cabildo  Sede 
vacante  de  la  ciudad  de  la  Asunción,  en  una  carta  escrita  á  V.  M.,  de 
cuyo  traslado  auténtico,  que  de  allá  se  remitió,  hace  [presentación  el 
suplicante:  la  cual,  cuanto  más  se  libra  de  pasiones,  tanto  más  acredita  sus 
verdades.  Y  la  acción  misma  de  haber  rechazado  á  los  rebeldes  portu- 
gueses, queda  muy  calificada  con  las  palabras  referidas  de  la  Real  Cédula 
que  apoyan  el  servicio  que  dichos  religiosos  hicieron  á  V.  M. 

;  4.  Y  si  la  remisión  del  Gobernador  hubiera  prevalecido,  quedaban 
los  portugueses  con  más  fuerza  para  proseguir  su  intento  de  apoderarse 
de  la  ciudad  de  la  Asunción,  de  donde  con  suma  facilidad  se  apoderarían  de 
los  ríos  Paraná  y  Paraguay:  y  navegando  por  ellos,  se  harían  señores 
de  toda  la  tierra  y  mar,  desde  Buenos  Aires  á  Lisboa  y  Holanda:  y  traji- 
narían azúcar  y  otros  frutos  de  aquella  fértil  tierra:  y  con  cascabeles, 
cuentas,  alfileres  y  otras  cosillas,  ganarían  (que  lo  saben  hacer)  infinidad 
de  gentiles  que  habitan  aquellas  extendidas  tierras,  con  que  se  harían  inex- 
pugnables, é  irían  abriendo  camino  fácil  al  Perú.  Y  si  estos  lances  reco- 
noció el  Gobernador,  no  se  debe  juzgar  por  acción  fiel  á  V.  M.,  quitar  las 
armas  á  los  que  con  tanto  valor  rechazan  al  enemigo.  Si  no  lo  reconoció, 
podráse  excusar  con  la  poca  experiencia,   falta  que  en  los  que  gobiernan 


-  622  - 

no  es  pequeña.  Las  conveniencias  de  estas  armas  tienen  el  suplicante 
propuesto  á  Y.  M.,  y  respondió  á  sus  objeciones  en  el  Consejo  Real  de 
Indias,  en  el  de  Guerra,  en  dos  Juntas  particulares  y  en  el  Consejo  de 
Estado:  cuya  ejecución  tiene  V.  M.  remitida  al  Virrey  del  Perú. 

«5.  Consultando  el  Gobernador  con  los  émulos  de  la  Compañía  el 
remedio  para  que  cesen  los  alborotos  de  los  portugueses,  hallan  por  con- 
veniente se  quiten  aquellas  Doctrinas  á  los  que  con  su  sangre  las  han 
fabricado,  ó  que  por  lo  menos  se  haga  estanco  de  ellas,  para  que  se  den  á 
los  religiosos  de  otras  órdenes  que  más  baja  hicieren  en  la  limosna 
que  V.  M.  da  á  los  Curas:  porque  habrá  religioso  que  sin  tanto  gasto 
como  V.  M.  hace  con  la  Compañía,  con  sola  la  natural  sustentación  las 
servirán  (así  lo  dicen).  Cuanto  á  lo  primero,  véase  lo  que  el  Gobernador 
hizo,  y  lo  que  los  indios  animados  de  los  religiosos  hicieron,  y  queda  refe- 
rido en  el  n.  1  y  2,  donde  consta  quien  fué  leal  vasallo  de  V.  M.,  ejecutor 
de  sus  Reales  mandamientos,  y  de  ahí  se  sacará  si  merecen  dichos  reli- 
giosos ser  privados  de  dichas  Doctrinas.  Cuanto  á  lo  segundo,  hicieron  mal 
la  cuenta:  y  así  piden  mucho  más  de  lo  que  \'.  M.  da  á  la  Compañía.  Y 
pruébase  así.  Da  \'.  M.  la  limosna  para  diez  reducciones  á  menos  de  cua- 
trocientos pesos  corrientes  á  cada  una.  Tiene  hoy  la  Compañía,  sin  las  que 
han  destruido  los  portugueses,  veinticinco:  y  en  ellas  tiene  empleados 
cincuenta  sacerdotes,  sin  otros  religiosos  legos  de  que  se  ayudan.  Repar- 
tida esta  limosna  entre  los  cincuenta  sujetos,  cabe  á  cada  uno  á  menos  de 
sesenta  pesos:  los  cuales,  es  claro  que  no  bastan  á  la  natural  sustentación, 
pues  da  V.  M.  en  otras  partes  y  á  otros  religiosos  á  setecientos,  á  mil  y  á 
mil  y  quinientos  pesos  á  cada  uno.  Además  que  este  dinero  se  ha  empleado 
en  hierro  y  herramientas,  que  se  dan  gratis  á  los  indios  para  sus  labranzas; 
en  anzuelos,  cuentas  y  alfileres  para  atraer  á  la  fe  á  los  gentiles,  y  en 
ornamentos  para  el  culto  divino:  y  para  esto  se  va  reservando  parte  de 
esta  limosna,  para  que  los  procuradores  que  vienen  á  esta  Corte,  lleven 
de  acá  lo  referido  más  barato,  en  mayor  cantidad  y  mejor.  Así  lo  ha  eje- 
cutado el  suplicante,  haciendo  aquí  ornamentos  varios,  imágenes  de  bulto 
y  pincel,  en  buen  número,  instrumentos  músicos  para  las  iglesias,  órganos, 
cosa  allá  nunca  vista  de  aquella  gente:  con  que  se  espera  que  á  su  novedad 
se  convertirán  á  nuestra  santa  fe  muchos  gentiles,  como  se  ha  hecho  con 
la  música  eclesiástica:  y  ayudados  de  limosnas,  imprimió  en  esta  Corte 
tres  libros  de  aquella  generalísima  lengua,  muy  importantes  para  apren- 
derla, para  predicar  y  para  que  los  indios  aprendan  la  Doctrina  cristiana 
y  juntamente  el  idioma  castellano,  como  tiene  mandado  V.  M.:  de  que 
sacó  mil  y  cuatrocientos  cuerpos,  que  ya  encuadernados  tiene  para  llevar 
á  su  provincia.  Y  afirma  con  toda  verdad  que  ni  un  hilo  de  ropa  ha  com- 
prado, ni  tiene  ya  con  qué,  para  el  vestuario  de  los  Padres,  que  es  el  título 
con  que  se  da  y  recibe  esta  limosna.  Conteníanse  los  Padres  con  vestirse 
de  lienzo  de  algodón,  cosa  vil,  que  con  barro  y  ciertas  hojas  se  tiñe  con 
facilidad,  y  con  la  misma  se  destiñe. 

Acusaciones  contra  los  Misioneros:  Cargos 

«6.  Halla  el  Gobernador  y  sus  secuaces  para  apoyo  del  destierro  y 
privaciones  de  Doctrinas  que  desean,  graves  delitos  contra  dichos  reli- 


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giosos:  de  que  sin  asco  han  hecho,  siendo  laicos,  cabeza  de  procesos  cri- 
minales, con  denunciaciones  en  forma,  como  consta  de  los  papeles  que 
exhibe  el  suplicante;  y  se  reducen  á  nueve:  1  Que  tienen  oculto  un  gran 
tesoro  de  que  se  aprovechan. — 2  Que  ponen  mal  á  los  españoles  con  los 
indios.— 3  Que  no  quieren  que  los  Obispos  visiten  sus  Doctrinas.— 4  Que 
no  quieren  que  los  Gobernadores  visiten. — 5  Que  tratan  y  contratan. — 
6  Que  no  quieren  que  los  indios  sirvan  á  los  españoles. — 7  Que  los  indios 
que  ha  convertido  la  Compañía  á  la  Iglesia,  ha  sido  por  armas. — 8  Que 
dan  armas  de  fuego  á  los  indios. — 9  Que  despueblan  las  reducciones  de 
indios  sin  licencia  de  \'.  M.  (1)  A  éstos  se  reducen  los  pecados  y  crímenes 
de  dichos  religiosos.  Y  aunque  cada  punto  pedía  respuesta  muy  lata  por  ha- 
ber materia,  será  fuerza  ceñir  este  Memorial. 


1.  El  tesoro 

«El  primer  fingido  crimen  es  que  el  suplicante,  como  quien  ha  pene- 
trado tanto  por  aquellas  tierras,  en  busca  de  gentiles,  halló  un  tesoro 
muy  grande  de  oro,  que  tiene  escondido.  Y  según  el  suplicante  vio  en  una 
carta  de  un  religioso  poco  afecto  á  la  Compañía,  escrita  á  D.  Pedro  Este- 
ban Dávila,  Gobernador  de  Buenos  Aires,  afirma  que  el  suplicante, 
enviaba  de  noche  á  sacarlo  con  indios  muy  confidentes,  y  de  secreto:  y  que 
por  no  tener  donde  poner  tanto  oro,  lo  echaba  en  un  aposento,  y  de  este 
oro  se  aprovechaba  toda  la  Religión. — A  esta  antigua  calumnia  respondió 
el  suplicante  en  un  libro  que  imprimió  en  esta  Corte,  convenciendo  la 
falsedad  de  invención  tan  ajena  de  toda  verdad.  Y  el  Gobernador  don 
Pedro  Esteban  Dávila,  habiendo  dado  aviso  con  toda  aseveración  de  este 
tesoro  escondido,  ya  bien  desengañado,  volvió  á  escribir  á  V.  M.  que 
había  sido  falsa  invención  de  los  émulos  de  la  Compañía,  como  consta  de 
su  carta,  que  el  suplicante  imprimió  en  su  libro.  La  eficacia  deste  Gober- 
nador fué  tanta  en  la  averiguación  deste  caso,  que  enviaba  un  Alcalde 
ordinario  al  desembarcadero  á  visitar  las  alhajas  y  aun  los  ornamentos  de 
los  Padres  que  iban  á  su  gobierno:  molestia  que  llevaron  con  sufrimiento, 
sin  saber  entonces  el  fin.  ¿Vio  por  ventura  alguno  de  los  delatores  algún 
grano  de  oro  en  indio?  Cien  años  ha  y  más  qne  es  habitada  aquella  tierra: 
y  hasta  ho}'  no  se  ha  visto  cosa  semejante,  y  mucho  menos  es  de  creer  que 
tienen  oro  indios  que  por  una  planchuela  vieja  de  latón  ó  de  cobre  troca- 
rían un  hijo:  porque  estiman  ponerse  por  ornato  en  el  pecho  alguna  cosa 
destas.  Otras  muchas  razones  se  dejan  que  convencen.  Pero  si  ya  no  basta 
la  simple  afirmación,  dice  el  suplicante  que  por  la  reverencia  que  debe  al 
venerabilísimo  Sacramento  del  Altar,  que  como  sacerdote  (aunque  indigno) 
ofrece  cada  día,  jura  con  toda  la  solemnidad  necesaria,  que  es  invención 
de  gente  de  depravada  intención.  Dieron  por  testigo  de  esto  á  Pedro  de 
Alvarado   Bracamonte  (2)  que    perdido    por   aquellos    campos,   dio    en 

(1)  P.  Miguel  de  Ampuero  en  su  requerimiento,  presentado  al  Consejo  Real 
de  Indias.  El  dicho  Padre  en  otra  petición  contra  Gavilán  presentada  al  Consejo 
de  Indias. 

(2)  Declaración  de  Pedro  de  Alvarado,  que  se  presentó  en  el  Consejo  de 
Indias. 


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unas  reducciones  de  la  Compañía,  el  cual  en  una  deoiaración  jurídica  que 
el  suplicante  presentó,  declara  haber  sido  falsa  imposición  ésta  y  otra  que 
le  ahijaron:  declara  el  buen  tratamiento  que  le  hicieron  los  Padres  y  los 
indios  (porque  corrió  voz  que  le  habían  muerto),  declara  la  cristiandad  de 
los  indios,  la  limpieza,  ornato  y  música  de  las  iglesias:  declara  cuan  lejos 
están  los  Padres  de  servirse  de  los  indios,  declara  que  no  se  les  vio  esco- 
petas (porque  aun  no  las  había  prestado  D.  Pedro  de  Lugo):  declara  otras 
cosas  imputadas  de  émulos,  á  que  se  remite  el  suplicante. 


2.°    Poner  mal  los  españoles  con  los  indios 

«7.  La  segunda  calumnia  es  que  los  religiosos  ponen  mal  á  los  espa- 
ñoles con  los  indios:  y  traen  en  prueba  la  guerra  que  hay  vúva  en  la  pro- 
vincia del  Calchaquí,  haciéndolos  causadores  de  ella.  Y  pudieran  traer  la 
historia  de  los  indios  Guaycurús,  que  han  sido  inconquistables:  de  quienes 
hace  mención  la  carta  de  la  Sede-vacante  del  Paraguay,  punto  muy  repa- 
rable. La  historia  de  Calchaquí  conviene  explicarla,  porque  ha  muchos 
años  que  se  empezó,  y  muchos  de  los  émulos,  por  ser  entonces  de  poca  edad, 
no  saben  la  historia,  que  pasó  así.  La  provincia  de  Calchaquí  fué  incon- 
quistable, por  las  tierras  tan  agrias,  que  para  su  habitación  escogió  aquel 
gentío.  Acudían  á  los  valles  cuando  y  como  querían  á  servir  á  los  españo- 
les, llevados  de  algún  interés,  como  lo  hacen  cuando  se  les  antoja  los  Guay- 
curús en  el  Paraguay.  Entró  por  estas  montañas  el  apostólico  varón  Padre 
Juan  Darío  con  un  compañero,  que  fueron  los  primeros  que  echaron  la  hoz 
á  aquella  mies,  reduciéndola  á  poblaciones.  De  toda  aquella  gente  fabrica- 
ron cinco.  Aprendieron  con  incansable  porfía  su  lengua,  en  que  les  predi- 
caron, enseñaron  y  bautizaron.  Del  trabajo  é  inusitadas  comidas  y  crecida 
edad,  estuvo  este  fervoroso  varón  para  rendir  la  vida.  Acudieron  luego 
los  españoles  por  el  servicio  personal.  (Juzgan,  Señor,  algunos,  que  en  re- 
cibiendo el  gentil  el  agua  del  bautismo,  es  ya  oveja  que  se  ha  de  dejar 
desollar  aunqne  le  pese,  y  que  el  cura  ha  de  cerrar  los  ojos;  y  si  reprende 
ó  habla,  él  saldrá  mordido.)  Persuadieron  los  PP.  á  los  indios  que  acudie- 
sen al  servicio  de  los  españoles.  Ibaseles  cada  día  aumentando  el  detes- 
table servicio  personal  (no  se  disputa  aquí  si  se  debía),  con  ausencias  largas 
de  sus  mujeres  y  hijos,  y  pérdida  de  sus  labranzas.  Los  españoles  frecuen- 
taban los  pueblos,  á  título  de  que  cualquier  desmán  de  los  indios  había  de 
cargar  sobre  los  pobres  Curas.  Tratarles  de  que  hay  Cédulas  de  los  seño- 
res Reyes,  y  Ordenanzas  confirmadas  de  D.  Francisco  de  Toledo,  que  pro- 
hiben estas  entradas,  era  sacrilegio  y  crimen  para  tratar  de  la  expulsión 
de  los  Curas.  Creció  la  libertad  hasta  la  impudicicia  contra  las  mujeres  y 
hijas  de  los  indios,  que  \a  atosigados,  zaherían  á  los  PP.  que  por  su  causa 
tenían  tan  pesado  yugo,  y  que  el  de  Dios  era  insufrible:  pues  gentiles,  vi- 
vieron con  desahogo  y  libertad:  y  ya  cristianos,  experimentaban  una  into- 
lerable servidumbre.  Por  otra  parte  los  españoles,  mostrándose  ofendidos, 
se  quejaban  de  los  Padres,  diciendo  que  se  alzaban  con  sus  indios:  y  así 
trataron  de  que  los  religiosos  dejasen  aquellos  pueblos.  Así  se  ejecutó  con 
harto  sentimiento  de  los  indios,  que  declararon  bien  sus  lágrimas  y  llantos. 
Los  españoles,  juzgando  por  de  ovejas  aquel  rebaño,  ya  sin  pastor,  subie- 


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ron  á  la  sierra.  Halláronlos  tan  fieros  tigres,  que  algunos  quedaron  muer- 
tos á  sus  manos,  y  otros  escaparon  apenas  con  las  vidas.  Encarnizados  los 
indios,  bajaron  á  los  valles,  asolaron  con  rabiosa  furia  la  ciudad  de  Lon- 
dres: mataron  los  españoles,  los  negros,  los  indios,  las  mujeres  y  niños  que 
pudieron  haber  á  las  manos,  sin  perdonar  á  cosa  viviente.  Ni  perdonaron 
las  viñas:  abrasaron  las  mieses,  robaron  cuantiosos  números  de  hacienda 
de  las  casas,  ropa  de  los  obrajes,  sin  dejar  en  las  estancias  cabeza  de  gana- 
do. Salieron  desvergonzadamente  ufanos  con  los  afortunados  sucesos  á 
campo  con  los  españoles  varias  veces,  saliendo  vencedores:  impidieron  el 
paso  del  Puerto  de  Buenos  Aires  al  Perú,  con  que  causaron  muchos  daños. 
Proveyó  de  socorro  la  Audiencia  de  los  Charcas  con  soldados,  y  sesenta  y 
dos  mil  pesos  corrientes  de  la  Real  Hacienda  de  V.  M.  y  por  cabo  áD.  An- 
tonio de  Ulloa,  que  á  la  sazón  hacía  oficio  de  Fiscal.  El  cual,  aunque  hizo 
su  esfuerzo  para  alcanzar  el  remedio,  no  consiguió  nada.  El  escarmiento 
hace  que  los  españoles  deseen  con  insistencia  que  estos  indios  se  recojan 
de  paz,  y  vivan  y  gocen  della  á  su  antiguo  modo.  El  Presidente  D.  Juan 
de  Lizarazu,  buscando  medios  para  esta  pacificación,  le  parece  único  que 
la  Compañía  vuelva  á  recoger  de  nuevo  esta  gente,  y  así  lo  ha  propuesto. 
Donde  se  concluye  claramente  cuan  poco  ajustados  andan  á  la  verdad  los 
que  ahijan  esta  guerra  á  la  Compañía.  Mejor  dijeran  que  la  ruina  que  se 
ve  hoy,  y  miserable  consumo  de  noventa  mil  indios,  que  ha  treinta  años, 
poco  más,  que  matriculados  se  reconocieron  sirviendo  á  los  españoles,  ya 
hoy  reducidos  á  mil,  les  ha  inducido  á  buscar  el  logro  de  su  conservación. 
«8.  La  misma  calumnia  pudieran  haber  puesto  en  el  suceso  de  la  na- 
ción Guaycurús,  que  son  cuatrocientos  indios,  que  habitan  las  tierras  fron- 
terizas del  Paraguay  que  divide  el  río:  y  confinan  con  la  nación  Itatí,  que 
son  de  la  jurisdicción  del  Perú.  Esta  nación  no  la  han  podido  sujetar  los 
españoles;  antes  aquéllos  tienen  á  éstos  muy  amedrentados,  por  ser  suma- 
mente belicosos,  haciéndoles  continuos  daños,  robándoles  los  ganados,  des- 
truyéndoles sus  labores  y  sementeras,  llevándose  hurtadas  las  mujeres,  y 
entre  ellas  una  hermana  del  más  insigne  Gobernador  que  tuvo  aquella 
tierra,  que  fué  Hernandarias  de  Saavedra.  El  cual  invitó  á  la  Compañía  se 
encargase  de  domesticar  aquella  gente:  en  que  fundó  la  paz  de  aquella 
república,  ofreciendo  en  nombre  de  V.  M.  cuatrocientos  pesos  para  el  sus- 
tento de  dos  religiosos.  Ejecutóse  así.  Entraron  dos  Padres  por  aquellas 
tierras  de  tan  bestiales  indios,  que  sin  hacer  sementeras,  sembrar  ni  recoger 
cosas,  andan  vagando  por  aquellos  campos,  llevando  consigo  unos  pellejos 
que  les  sirven  de  casas,  y  arman  á  las  orillas  de  las  lagunas  para  susten- 
tarse de  pescado  y  caza.  Hay  por  toda  aquella  tierra  para  cada  hora  del 
día  su  especie  de  mosquitos,  y  para  la  noche  otras.  Esta  gente  trataron 
estos  religiosos  de  reducir.  Las  incomodidades,  trabajos  y  necesidades  que 
padecieron,  no  puede  la  imaginación  llegar  á  imaginarlo.  No  fué  más  fácil 
de  vencer  la  contradicción  de  los  indios,  que,  recelosos  de  los  españoles, 
concebían  descrédito  de  los  Padres.  A  cuya  perseverancia  vencidos  ya  los 
indios,  se  redujeron  á  población  casi  á  vista  de  la  ciudad,  el  río  en  medio. 
Cesaron  los  robos  de  caballos,  destrucciones  de  estancias,  ruinas  de  semen- 
teras: abrieron  puerta  á  que  los  españoles  entrasen  seguros  por  sus  tierras 
á  recoger  el  ganado  vacuno  de  que  abunda  aquella  tierra.  Con  esta  paz 
cesaron  centinelas:  dormían  con  seguridad  los  españoles:  iban  sin  los  pa- 

40    Organiz.vcióx  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  ii. 


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sados  recelos  á  sus  labranzas:  quedaban  seguras  en  ellas  sus  mujeres. 
Duró  este  sosiego  y  paz  todo  el  tiempo  que  á  los  religiosos  les  fué  per- 
mitido estar  entre  los  indios,  con  harto  fruto  de  los  hijos  y  gente  moza:  que 
los  ya  de  edad,  envejecidos  en  su  modo  de  vivir  antiguo,  dábales  en  rostro 
la  virtud.  Hicieron  los  PP.  arte  de  la  lengua,  para  facilitar  su  estudio:  es- 
cribieron la  Doctrina  cristiana,  compusieron  sermones,  con  que  corría  la 
fe  con  prósperos  sucesos.  Llegó  un  Prelado  á  aquella  iglesia,  ignorando  los 
trabajos  pasados  que  habían  causado  aquellos  indios  á  la  república.  Vio 
sólo  la  paz  presente:  puso  los  ojos  en  los  cuatrocientos  pesos. 

«9.  Sirva  de  confirmación  de  esta  verdad  el  caso  siguiente:  La  ciudad 
de  la  Concepción  del  Río  Bermejo  era  una,  quizá  la  más  florida,  de  más 
comercio  y  expectación  de  aumentos  que  hubo  en  aquellas  provincias,  por 
la  abundancia  de  algodón,  cera,  lienzos,  cáñamo  y  otras  cosas,  que  traían 
mucho  número  de  marchantes.  Tenía  allí  V.  M.  una  muy  lucida  población 
de  indios,  que  daba  á  la  Real  Hacienda  numerosas  entradas  de  dinero  en 
obrajes;  y  al  paso  que  se  iba  acrecentando  el  comercio,  se  iba  acrecentando 
el  trabajo  de  los  indios  de  este  pueblo  y  otros,  que  estaban  á  cargo  de  sus 
encomenderos,  todos  doctrinados  por  varios  sacerdotes.  Rendidos  ya  total- 
mente los  indios  al  trabajo,  intentaron  sacudir  el  yugo  de  sus  hombros. 
Convocaron  los  indios  gentiles  sus  vecinos:  y  dando  de  repente  en  los  espa- 
ñoles, mataron  algunos,  y  uno  ó  dos  sacerdotes.  A  otros  pusieron  una 
rueca  para  que  hilasen,  ejercicio  en  que  decían  haberlos  molestado.  Apo- 
deráronse de  la  ciudad  y  haciendas,  haciendo  gran  destrozo.  La  gente  espa- 
ñola se  recogió  toda  á  un  convento  de  religiosos,  donde  guarecieron  sus 
vidas,  zahiriéndoles  los  indios  con  los  agravios  que  publicaban  haber  reci- 
bido de  ellos.  El  único  remedio  fué  huir:  porque  las  ciudades  vecinas  rece- 
laban en  sí  el  mismo  daño,  y  así  no  pudieron  socorrerlos.  Salieron  huyendo 
y  lastimosamente:  las  mujeres  y  niños  á  pie  descalzo  por  aquellos  campos, 
necesitados  del  abrigo  y  del  sustento,  quedando  sus  enemigos  ricos  de  des- 
pojos. A  quien  cegó  con  providencia  el  cielo  para  que  no  los  siguiesen, 
que  les  hubiera  sido  fácil  despojarlos  también  de  las  vidas.  Con  este  afán 
llegaron  á  la  ciudad  de  San  Juan  de  Vera,  donde  el  suplicante  los  vio,  bien 
lastimado  de  verlos  ayer  tan  prósperos,  y  ya  tan  miserables  que  pedían 
limosna.  El  Gobernador  del  Puerto  envió  dos  veces  gente  en  buen  número 
al  castigo  de  los  delincuentes  y  reedificación  de  la  ciudad;  pero  ni  lo  uno 
ni  lo  otro  tuvo  efecto.  Antes  volvieron  huyendo  los  soldados,  dejando  á  los 
enemigos  ochocientos  caballos,  con  que  se  fortalecieron  y  quedó  toda  aque- 
lla tierra  perdida.  Pregúntese  si  se  halló  aquí  alguno  de  la  Compañía?  ¿Si 
tenía  á  su  cargo  alguna  Doctrina?  ¿Si  en  la  ciudad  tenía  algún  colegio? 
¿Si  tuvo  alguna  vez  alguno  de  ellos  trato  ó  conversación  con  aquellos 
indios,  para  poderse  presumir  que,  por  haber  puesto  mal  á  los  españoles 
con  los  indios  se  rebelaron?  No  causan.  Señor,  aquellos  alborotos  religio- 
sos que  por  su  instituto  profesan  evitarlos. 

«10.  Amplíese  más  este  punto.  A  los  Césares  pretendieron  conquis- 
tar los  españoles.  Entraron  con  grandioso  aparato  por  sus  tierras.  Pero 
escarmentados  en  los  indios  de  Chile  sus  vecinos,  no  quisieron  recibir  el 
yugo:  y  no  hubo  allí  religioso  de  la  Compañía  que  les  hablase  mal,  é  indu- 
jese á  no  recibir  á  los  que  pretendían  conquistarles.  Y  así  despidieron  los 
españoles  de  sus  tierras,  los  cuales  usando  de  cordura,  dejaron  la  empresa 


-627- 

como  imposible.  A  la  provincia  del  Chaco  entraron  también  conquistado- 
res. Dejáronlos  vivir  los  indios  en  sus  tierras  todo  el  tiempo  que  no  expe- 
rimentaron pesadumbres.  Pero  viendo  sus  tierras  penetradas,  trasegadas 
sus  haciendas,  apetecidas  sus  hijas  y  mujeres:  se  juntaron  en  tan  grande 
número,  que  reconocido  por  el  gobernador  de  aquella  conquista,  dando  una 
gran  palmada  dijo:  Vive  el  cielo  que  de  esta  vez  pongo  en  España  doce  mil 
ducados  de  renta.  Entendiendo  mal  que  los  indios  venían  á  darle  la  paz. 
Cuando  llegando  á  su  presencia  los  embajadores,  le  dijeron  que  ya  había 
diez  años  que  estaba  en  sus  tierras:  que  tratase  de  salir  dellas,  y  dejarlos 
gozar  de  su  libertad.  Y  aunque  el  gobernador,  mostrando  esfuerzo,  les 
mostró  mucha  pólvora  y  balas,  valióle  poco  la  estratagema.  Porque  aquella 
noche  le  cogieron  k;s  indios  todos  los  ganados,  caballos  y  muías;  con  que 
les  fué  fuerza  hacer  su  retirada  á  pie.  Y  no  hubo  entre  los  indios  religioso 
alguno  de  la  Compañía,  á  cuya  persuasión  pudiesen  hacer  este  desacato. 
El  pueblo  de  los  indios  Chañas  que  estos  años  se  levantó,  y  desvergonzada, 
mente  negó  la  obediencia  á  los  españoles, que  tantos  años  había  conservado- 
y  ya  libre  del  yugo,  por  sus  tierras  les  hacía  daños,  no  se  levantó  por  poner 
mal  con  ellos  á  los  españoles  los  religiosos  de  la  Compañía:  porque  nunca 
esos  los  doctrinaron,  sino  otros  religiosos. 


3.'^  Visitas  de  los  Obispos 

«11.  La  tercera  calumnia  es  que  no  quieren  los  de  la  Compañía  que  los 
Obispos  visiten  sus  Doctrinas. ^Esto  es  sin  fundamento.  Porque  el  Obis- 
pado del  Paraguay  ha  sido  desgraciado  en  sus  Obispos,  porque  casi  siempre 
vive  viuda  aquella  iglesia.  Don  Lorenzo  de  Grado  estuvo  allí  tan  poco, 
que  apenas  tuvo  lugar  de  visitar  sus  arrabales.  Siguióle  D.  Fr.  Tomás  de 
Torres:  y  apenas  puso  allí  el  pie,  cuando  fué  fuerza  acudir  al  concilio  que 
se  convocó  en  los  Charcas:  y  no  volvió  más,  porque  se  quedó,  y  murió 
electo  Obispo  de  Tucumán.  Después  de  otra  vacante,  fué  D.  Cristóbal  de 
Aresti,  el  cual  llamado  de  los  religiosos,  y  aun  importunado,  por  el  escrú- 
pulo de  tener  tanta  gente  en  sus  reducciones  por  confirmar,  fué  luego  á 
visitar  las  Doctrinas  de  su  jurisdicción.  De  cu^'a  \^isita  dio  cuenta  por  sus 
cartas  al  Real  Consejo  de  Indias,  en  que  escribe  con  honorificencia  los  tra- 
bajos de  los  religiosos:  cuan  bien  doctrinadas  tenían  sus  ovejas,  la  música 
en  la  celebración  de  las  misas  y  culto  divino:  aseo,  limpieza  de  los  templos. 
Luego  que  el  suplicante  bajó  de  la  Provincia  de  Tayaoba  al  Paraná  con 
once  mil  almas  sacadas  de  las  uñas  de  los  portugueses,  volvió  el  dicho 
Obispo  á  hacer  su  \"isita  á  estos  indios  advenedizos,  y  á  los  ya  antiguos 
habitadores  de  aquella  tierra.  Celebró  su  Visita,  con  justos  sentimientos  de 
ver  aquella  iglesia  perseguida  y  acosada  de  los  portugueses.  No  tuvo  más 
tiempo  para  otra  A'isita,  porque  fué  promovido  al  Obispado  de  Buenos 
Aires:  y  desde  entonces  está  vacante  aquella  silla:  porque  á  Fr.  Bernar- 
dino  de  Cárdenas,  Obispo  electo  años  ha  de  aquella  iglesia,  el  año  pasado 
le  fueron  las  Bulas.  Á  don  Fr.  Cristóbal  de  Aresti,  ya  en  su  Obispado  de 
Buenos  Aires,  es  testigo  el  suplicante  se  le  pidió  varias  veces  fuese  á  visi- 
tar las  reducciones  de  su  jurisdicción:  y  el  suplicante  le  instó  algunas  veces 
á  ello:  los  mismos  indios  bajaron  al  Puerto  con  sus  embarcaciones  á  lie- 


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varlo  (para  obligarle):  de  que  se  excusó  por  los  peligros  del  río,  por  su 
mucha  edad  y  poca  salud.  En  lo  que  se  funda  la  calumnia  es  en  el  siguiente 
caso  que  pasó  así.  Tomó  la  Compañía  dos  puestos  en  los  indios  Itatines, 
fronterizos  á  tierra  del  Perú,  para  ir  ganando  aquella  inmensa  gentilidad 
al  gremio  de  la  Iglesia  y  servicio  y  devoción  de  V.  M.  Pusiéronse  allí  tres 
sacerdotes.  Corrió  la  voz  entre  los  gentiles:  y  entre  los  que  acudieron  á  la 
novedad,  fué  una  nación  ferocísima  llamada  Payaguá,  crueles  enemigos  de 
los  españoles,  en  quienes  han  ejecutado  atroces  muertes,  cautivando  sacer- 
dotes, sirviéndose  dellos  desnudos  con  bárbara  inhumanidad:  con  que  se 
han  hecho  terror  de  toda  aquella  tierra,  sin  ser  posible  sujetarlos  por  las 
armas:  y  aun  se  desesperaba  poderlos  domesticar  por  el  Evangelio:  tanta 
fué  siempre  su  barbaridad  y  dureza.  Estos  reconocieron  en  el  religioso 
trato  de  los  Padres  que  debían  ser  otra  especie  de  hombres:  viendo  la  ense- 
ñanza de  los  indios,  frecuentes  sermones  y  doctrinas,  se  aficionaron  á  la 
virtud,  que  aun  á  las  bestias  rinde.  Comunican  ya  mucho  á  aquellos  Padres 
(aunque  los  dos  rindieron  ya  las  vidas  en  lo  más  florido  de  la  edad  á  manos 
de  trabajos:  para  suplir  esta  falta  dejó  un  religioso  la  cátedra  de  Artes  que 
leía,  prueba  del  concepto  que  hace  la  Compañía  de  la  conversión  de  los 
gentiles).  Estos  Pa3'a2:uás,  han  pedido  á  los  Padres  que  quieren  ser  cristia- 
nos y  reducirse  á  pueblos,  deseosos  de  que  sus  hijos  gocen  de  la  enseñanza 
que  los  demás  habitadores  de  aquellos  pueblos.  Pidieron  los  religiosos  y  su 
Provincial  al  Obispo  fuese  á  confirmar  los  ya  cristianos:  deseó  hacerlo;  pero 
es  testigo  el  suplicante  que  no  hubo  clérigo  ni  secular  que  quisiese  acom- 
pañarle de  miedo  de  los  Payaguás.  El  P.  Justo  Mansilla  (á  cuyo  religioso 
trato  y  de  sus  compañeros  se  habían  rendido  aquellos  bárbaros)  pidió  con 
instancia  varias  veces  al  Obispo  esta  Visita,  asegurándole  su  vida  y  las  de 
todos  los  que  le  acompañasen:  y  aun  se  obligó  á  que  los  mismos  indios  de 
quien  tanto  temor  tenían,  los  llevarían  y  volverían  con  toda  seguridad.  Lo 
cual  se  echó  á  engaño,  interpretando  que  dificultad  tan  grande  la  minoraba 
la  Compañía  con  traza  de  que  no  dando  crédito  á  ella,  cesase  la  X'isita. 
Mal  infirieron:  y  antes  se  saca  la  consecuencia  clara  que  no  impiden  los  de 
la  Compañía  las  visitas  de  los  Obispos,  pues  con  tanto  ahinco  procuraron 
ésta,  y  consiguieron  las  otras  antes  dichas. 


4."  Visita  de  los  Gobernadores 

«12.  Dice  la  cuarta  calumnia  que  los  religiosos  no  dejan  que  los  Go- 
bernadores vayan  á  visitar  los  indios.— No  es  creíble.  Señor,  que  Goberna- 
dores en  las  Indias,  y  tan  lejos  de  V.  M.,  sean  tan  humildes,  que  se  dejen 
sujetar  de  unos  pobres  religiosos,  y  tan  sujetos  á  cualquiera  señal  de  los 
mandatos  de  \'.  M.  y  sus  ministros,  principalmente  siendo  ya  cosa  bien 
conocida  que  los  Gobernadores,  mientras  más  se  apartan  de  la  soberana 
grandeza  de  V.  M.,  en  cuya  presencia  son  invisibles,  van  aumentando  más 
su  estimación:  en  tanto  grado  y  con  tanta  soberanía,  que  cualquiera  simple 
proposición  á  sus  órdenes,  aunque  no  sean  ajustadas,  se  reputa  por  resis- 
tencia á  la  justicia.  Y  si  hubiesen  sucedido  algunos  agravios,  quitándoles 
á  los  indios  sus  embarcaciones,  haciéndoselas  llevar  muchas  leguas  á  ellos 
mismos,  costeándose  ellos  mismos  su  sustento,  sin  que  el  Gobernador  les 


—  629- 

gratifique  ni  el  trabajo  de  llevarlas,  ni  el  precio  dellas,  que  les  quitan 
para  sus  intereses:  no  se  puede  decir  que  es  resistencia  el  avisarle  deste 
agravio,  ni  del  mal  ejemplo  que  se  sigue  de  él:  ni  del  impedimento  que 
estas  acciones  y  otras  peores,  ponen  al  Evangelio:  ni  por  esto  ha  de  decir 
el  Gobernador  que  le  vedan  la  visita  de  su  distrito.  Poder  tiene  el  sacer- 
dote para  reprender  los  vicios:  y  á  ningún  Gobernador  se  ha  hecho  con 
descortesía.  Algunos,  sí,  la  han  afectado  con  los  sacerdotes.  Que  hayan 
visitado  las  veces  que  hayan  querido,  es  infalible  verdad.  El  Gobernador 
Hernando  Arias  visitó  á  S.  Ignacio  é  Itapúa,  luego  que  se  fundaron  por  la 
Compañía:  y  en  su  gobierno  no  se  fundaron  otras.  Manuel  de  Frías,  don 
Luis  de  Céspedes,  las  visitaron  sin  contradicción:  y  siendo  éste  llevado 
preso  á  Chuquisaca,  y  privado  del  gobierno,  envió  la  Audiencia  de  Char- 
cas otro  en  su  lugar,  Martín  de  Valderrama.  El  cual,  lo  primero  á  que 
atendió  fué  á  empadronar  los  indios:  á  que  el  suplicante  se  halló  y  trabajó 
en  sosegarlos,  por  los  agravios  que  recibieron  de  los  soldados  que  llevó 
consigo  (que  siempre  son  en  buen  número),  porque  no  había  ni  mujer,  ni 
hija,  ni  cosa  segura  á  su  apetito:  y  es  testigo  el  suplicante  que  por  haberle 
dado  éstos  y  otros  avisos  importantes  al  desempeño  de  la  conciencia 
de  V.  M.  y  de  la  suya,  convocó  de  secreto  los  caciques  en  su  casa,  y  les 
persuadió  á  que  le  pidiesen  en  público  que  echase  de  allí  aquellos  Padres, 
e  hizo  otras  diligencias  bien  opuestas  á  su  oficio.  Estas  escandalosas  accio- 
nes encendieron  más  á  los  indios  el  amor  de  sus  Padres,  confesando 
deberles  todo  el  ser  que  tenían  de  cristianos.  A  este  Gobernador  siguió 
don  Pedro  de  Luso:  y  con  haber  poco  que  se  había  hecho  el  padrón,  lo 
volvió  á  hacer,  sin  contradicción  de  nadie,  antes  con  mucho  aplauso  y  fiesta 
que  le  hicieron:  y  sin  replicar  los  indios  á  los  agravios  que  reciben,  y  gastos 
excesivos  á  su  pobreza,  con  tanto  acompañamiento  de  soldados  que  llevan 
consigo  los  Gobernadores.  Todo  lo  cual  consta  por  las  Visitas  que  hicie- 
ron y  padrones.  Luego,  falso  es  decir  que  los  religiosos  no  quieren  que 
visiten  los  Gobernadores.  Los  Gobernadores  dichos  lo  han  sido  del  Para- 
guay. Los  del  Puerto  de  Buenos  Aires  nunca  los  han  visitado,  porque 
nunca  han  salido  de  aquel  puerto:  y  rara  vez  alguno  ha  visitado  las  pobla- 
ciones de  españoles  de  su  gobierno. 


5.°  Tratos  y  contratos 

«13.  La  quinta  calumnia  es  que  los  Padres  tienen  tratos  y  contratos 
y  con  esto  tienen  ocupados  los  indios. =Sea  testigo  de  la  falsedad  desto  la 
Majestad  de  aquel  Señor  que  es  Juez  de  vivos  y  muertos,  á  cuyo  tribunal 
fuerza  [sic]  la  pasión  que  lo  ha  inventado.  Sea  testigo  entre  otros  que  pre- 
sentará el  suplicante  si  se  le  mandare,  D.  Lorenzo  Hurtado  de  Mendoza, 
Obispo  electo  del  Río  Janeiro,  persona  que  ha  habitado  el  Occidente 
muchos  años.  El  cual,  movido  de  la  extrema  necesidad  de  dichos  religiosos 
que  con  mucha  razón  se  pueden  llamar  apóstoles  de  aquella  gentilidad, 
les  juntó  socorros  de  limosnas,  siendo  administrador  en  los  Chichas.  Y 
avecinándose  más,  siendo  Prelado  en  la  jurisdicción  del  Río  Janeiro,  vio 
algunas  veces  los  dichos  religiosos  caminar  á  pie  muchas  leguas  en  busca 
de  los  indios,  descalzos,   rotos,  sin  llevar  otro  ajuar  ó  repuesto  que  una 


-  630  - 

hamaca  ó  red  para  dormir,  sustentándose  con  raíces  de  mandioca:  tan 
flacos,  tan  descoloridos  y  acabados,  que  más  parecían  retratos  de  la  muerte 
que  hombres  vivos.  Mal  dice  tanta  pobreza  con  el  interés  de  contratos  que 
publican  émulos,  si  bien  lo  que  su  malicia  finge,  aprueba  la  verdad.  Cóm- 
pranles  los  Padres  á  los  indios  la  voluntad  á  precio  de  trabajos  para  que 
se  reduzcan,  á  costa  de  continuos  desvelos  para  doctrinarlos  y  hacerlos 
tan  doctos  como  son  en  la  doctrina:  con  ajustarse  hombres  tan  letrados  á 
la  pequenez  de  sus  ingenios:  con  perseverancia  en  sufrirlos  y  sobrelle- 
varlos. Con  esto  los  rescatan  del  gentilismo  para  hacerlos  esclavos  del 
demonio,  hijos  libres  de  Dios.  Será  bien.  Señor,  que  sean  examinados 
testigos:  y  pregúnteseles  ¿qué  casas  habitan  estos  religiosos?  Son  unas 
pobres  chozas  pajizas.  ¿Qué  ajuar  poseen?  El  Breviario  y  Manual  para 
bautizar  y  administrar  Sacramentos.  ¿Qué  sustento  tienen?  Raíces  de  man- 
dioca, habas,  legumbres:  y  es  testigo  la  Majestad  de  Dios,  que  en  pueblos 
de  gentiles  se  pasaban  veinticuatro  horas  en  que  el  suplicante  y  sus  com- 
pañeros, ni  aun  raíces  comían,  por  no  pedirlas  á  los  indios,  recatando  el 
serles  cargosos,  trabajando  con  ellos  todo  el  día,  en  catequizar,  predicar, 
bautizar,  confesar,  y  curar  sus  almas  y  cuerpos:  á  cuyos  trabajos  rindió  el 
alma  en  manos  del  suplicante,  el  P.  Martín  de  Urtazum,  nobilísimo  nava- 
rro, que  renunció,  por  morir  en  los  brazos  de  tan  apostólica  pobreza:  la 
cual  al  suplicante  y  sus  compañeros  tuvo  ya  á  pique  de  entregarlos  á  la 
muerte.  A  la  misma  rindió  al  P.  Diego  Ferrer,  y  P.  Nicolás  Ignacio  esta 
pobreza,  y  otros  muy  lucidos  sujetos,  á  quien  no  la  edad,  porque  eran 
mozos,  sino  la  misma  miseria  de  dormir  sobre  un  poco  de  paja  ó  algún 
pellejo,  los  arrebató.  Averigüese,  Señor,  esta  verdad:  saqúese  en  limpio. 
¿Quién  sirve  á  V.  M.  con  veras?  ¿Quién  le  reduce  vasallos  á  costa  de  su 
vida?  ¿Quién  le  ofrece  los  tributos,  ajenos  de  intereses  propios?  ¿Quién  le 
defiende  sus  tierras  sin  estipendio?  ¿Quién  le  busca  soldados  indios 
que  las  amparen?  Cuántas  veces,  encontrándose  el  suplicante  con  tro- 
pas de  portugueses,  fué  maltratado  de  ellos ,  y  puesto  ya  para  ser 
peloteado  con  sus  arcabuces,  no  por  otro  delito  que  defender  las  tie- 
rras de  V.  M.  y  sus  vasallos  indios,  sin  otro  interés  que  el  amor  tan 
debido  á  V.  M.:  y  por  confesar  el  debido  vasallaje  que  se  le  debe,  negán- 
dolo ellos,  y  afirmando  tener  su  rey.  De  que  dos  años  antes  del  alzamiento 
de  Portugal,  puesto  el  suplicante  á  los  Reales  pies  de  V.  M.  la  primera 
vez,  dijo  estas  palabras:  Señor,  desde  aquellas  remotas  provincias  he  dado 
voces  con  carias  á  esta  Corte,  manifestando  los  intentos  de  los  portugueses^  y 
por  la  distancia  que  hay  de  tantas  leguas  no  he  sido  oído:  y  así  vengo  á  los 
reales  pies  de  V.  M.  á  pedir  el  remedio  de  los  males  gravísimos  que  justamente 
se  temen.  Pretenden  Señor,  quitar  á  V.  M.,  la  mejor  pie^a  de  la  Corona  que 
son  las  Indias.  Dentro  de  dos  años  se  rebeló  Portugal,  y  ha  cuatro  que  el 
suplicante  asiste  en  esta  Corte,  con  hartos  sufrimientos,  sin  otro  interés 
que  hacer  servicios  á  V.  M.  Averigüese,  Señor,  y  sépase  quien  apoya  las 
acciones  portuguesas,  quién  contradice  las  armas  de  fuego  que  el  supli- 
cante ha  pedido  con  instancia  para  los  indios  (ya  único  remedio,  como  se 
ve  en  el  n.  1  y  2),  para  lo  cual  ha  ofrecido  el  suplicante  que  la  limosna 
que  V.  M.  da  á  los  religiosos  se  emplee  en  eso.  Y  si  fuere  necesario,  tiene 
ofrecido  en  sus  memoriales  vender  los  ornamentos  de  las  casas  de  su  pro- 
vincia, para  el  mismo  fin,  con  deseo  de  que  toda  aquella   tierra  conserve 


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la  lealtad  á  V.  M.,  pues  de  ella  depende  el  conservarse  en  la  fe  católica. 
V  conocidos  quien  son  claramente,  se  conocerá  que  son  los  inventores  de 
estas  calumnias. 

«14.  Averiguada  ya,  Señor,  no  la  pobreza  que  oprime  á  los  religiosos, 
sino  la  miseria  y  desnudez  con  que  sirven  á  Dios  y  á  V.  M.:  averigüese  el 
tesón  y  cuidado  con  que  aprenden  en  todas  las  Indias  las  varias  lenguas 
que  hay,  con  tanta  perfección  que  les  parecen  nativas.  Todos  cuantos  suje- 
tos hay  allá  y  V.  M.  con  su  Real  liberalidad  envía,  aprenden  las  lenguas: 
y  hay  sujetos  que  saben  dos  y  tres  de  indios:  y  en  partes  donde  hay  fre- 
cuencia de  negros,  como  en  Buenos  Aires,  Córdoba  y  otras  partes,  hay 
lenguas  de  negros:  de  que  han  hecho  artes  y  libros,  para  que  se  vaya  con- 
servando este  santo  arbitrio:  con  que  se  ganan  muchas  almas  de  negros: 
que,  si  son  ladinos  se  confiesan  más  claramente  y  sin  empacho;  si  bozales, 
se  averiguan  sus  bautismos,  se  catequizan  y  saben  la  doctrina,  en  que  se 
han  hecho  muy  grandes  servicios  á  Dios.  Y  para  que  conste  de  esta  verdad, 
hay  órdenes  de  los  PP.  Generales,  que  inviolablemente  se  guardan,  que 
ningún  sacerdote  de  la  Compañía  haga  su  solemne  profesión,  aunque  sea 
aptísimo  para  ella,  si  no  supiere  alguna  lengua  de  indios  ó  negros.  Y  el 
suplicante  ha  impreso  los  libros  que  en  el  número  5  dice,  haciendo  fundir 
caracteres  diversos  para  diversas  pronunciaciones.  Y  no  se  atribuirá  á 
inmodestia  el  referir  estos  servicios,  cuando  no  se  atiende  al  interés  y 
premio,  sino  á  satisfacer  á  calumnias,  que  una  religión  ofendida  á  los 
Reales  ojos  de  V.  M.,  tan  benemérita  de  su  Real  servicio,  acosada  de 
calumnias  (que  vestidas  de  religioso  traje  pretenden  arrebatarle  el  cré- 
dito), haga  reseña  de  servicios,  usando  de  violencia  en  reprimir  lo  que  en 
descrédito  de  sus  émulos  pudiera  lícitamente  publicar. 


6.°    Servicio  de  los  españoles 

«15.  La  sexta  calumnia  es  que  los  religiosos  no  quieren  que  los  indios 
sirvan  á  los  españoles  en  servicio  personal. =Esta  queja.  Señor,  no  es  ya 
contra  la  Compañía,  sino  contra  V.  M,,  contra  los  señores  Reyes  sus  pro- 
genitores, contra  sus  Reales  Cédulas,  contra  Ordenanzas  de  Visitadores 
Reales,  que  son  casi  infinitas,  y  á  ellos  les  son  muy  notorias,  en  las  cuales 
expresamente  manda  \^.  M.  se  quite  el  servicio  personal,  descargando  su 
Real  conciencia  con  las  de  los  Obispos  y  Gobernadores:  mandando  asimis- 
mo que,  pagando  los  indios  el  tributo  que  se  les  impusiere,  vivan  libres  en 
sus  pueblos,  como  los  demás  vasallos  de  V.  M.  Con  que  está  respondido  á 
este  punto.  Y  cuanto  al  tributo,  los  indios  que  la  Compañía  ha  reducido, 
nunca  han  sido  tasados.  Porque  cuando  Don  Francisco  de  Alfaro^  Oidor 
que  fué  de  los  Charcas,  con  mandato  de  V .  M.,  visitó  aquellas  provincias, 
no  habían  entrado  dichos  Padres  á  la  espiritual  conquista  de  dichos  indios. 
Y  habiendo  ya  pasado  los  diez  años  que  V.  M.  concede  libres  de  tributo  á 
los  convertidos  á  nuestra  santa  fe  desde  su  conversión:  siendo  D.  Pedro  de 
Lugo  Gobernador,  le  hizo  notorio  por  parte  de  la  Compañía  el  P.  Diego  de 
Alfaro,  rector  del  colegio  de  la  Asunción,  como  habían  ya  cumplido  algu- 
nos los  diez  años:  pidiéndole  diese  orden  que  pagasen  el  debido  tributo 
á  V.  M.,  y  el  dicho   Gobernador  respondió  que  no  le  pertenecía  á  él  eso, 


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sinó  al  Visitador  que  V.  M.  enviase  á  la  Visita  y  tasa  de  dichos  indios. 
Y  pues  el  Gobernador  se  excusó  con  tan  justa  causa,  de  que  ningún  cuerdo 
le  pondrá  culpa;  mucho  menos  la  pondrá  él  á  los  religiosos,  á  quienes  sólo 
incumbe  buscarlos  por  los  montes,  reducirlos  á  pueblos,  enseñarles  nuestra 
santa  ley,  bautizarlos  y  conservarlos  en  ella,  y  tenerlos  expuestos  á  la 
Real  voluntad  de  V.  M.,  á  quien  reconocen  por  su  señor.  Pero  para  que 
de  todo  punto  se  deshaga  esta  calumnia,  consta  de  Memoriales,  y  de  quince 
veces  que  el  suplicante,  en  espacio  de  cuatro  años  que  asiste  en  esta 
Corte,  entre  otras  cosas  ha  pedido  á  W  M.,  que  se  nombre  Visitador 
[¿y  Comisario?]  que  los  visite  y  tase.  Y  mostrándose  V.  M.  tan  señor  de 
aquellas  Indias  cuanto  desinteresado  de  ellas,  en  tres  años  no  ha  querido 
responder  á  este  punto,  hasta  que,  instando  el  suplicante  se  tasen  y  tribu- 
ten: pidiendo  que  con  estos  tributos  sean  gratificados  algunos  vecinos,  hijos 
de  conquistadores,  teniendo  atención  á  sus  servicios:  V.  M.  se  ha  servido 
de  remitir  la  Visita  al  Obispo  y  Gobernador,  añadiendo  con  su  real  benigni- 
dad que  los  indios,  los  ya  convertidos,  como  los  que  se  convirtieren,  no 
paguen  tributo  alguno  en  veinte  años.  Con  lo  cual  parece  que  queda  des- 
liecha  esta  calumnia. 


7."    Conquista  por  armas 

«16.  La  séptima,  que  los  dichos  religiosos  conquistan  los  indios  por 
armas. ^No  dejará  de  dudar  ya  aquí  alguno  que  tan  atentos  reparos  en 
ajenas  acciones,  dejen  de  llevar  algún  interesado  fin  ó  de  desdoro  ajeno,  ó 
de  interés  propio.  Léanse  las  historias  de  los  religiosos  que  en  aquella  pro- 
vincia han  padecido  martirio:  léanse  las  informaciones  que  por  orden  del 
Ordinario  se  han  hecho:  y  se  verá  claramente  que  sin  ayuda  de  español 
alguno,  se  entraron  por  aquellas  tierras  de  gentiles,  llevando  por  armas 
unas  cruces  en  las  manos,  que  juntamente  sirven  de  báculos.  Y  si  después 
de  haber  experimentado  agravios  de  los  gentiles,  poca  fe  en  su  palabra  de 
recibir  pacíficamente  á  los  predicadores  del  Evangelio,  llevan  indios  ami- 
gos que  los  defiendan:  quién  dudará  que  eso  sea  muy  lícito?  Si  absoluta- 
mente dicen  que  los  religiosos  hacen  guerra  á  los  indios,  para  forzarlos  á 
recibir  nuestra  santa  fe,  es  intolerable  ignorancia  ó  sobrada  malicia  juzgar 
que  aquellos  religiosos  ignoran  el  modo  que  Cristo  nuestro  Señor  dejó  á 
sus  Apóstoles  de  predicar  y  introducir  su  Evangelio  (Suar.  de  Fid.  tract.  1 
disp.  18.  sect.  1.  n.  10.  Id.  disp.  18.  De  bell,  sect.  5.  nn.  7  et  8.  IMaior,  in  2. 
dist.  44.  q.  2.)  Si  alguna  apariencia  tiene  esta  calumnia,  fúndase  en  que 
habiendo  el  suplicante  varias  veces  solo  y  sin  armas,  con  solos  quince 
indios  amigos,  acometido  á  la  grandiosa  provincia  de  Tayaoba  (que  fué  el 
mayor  cacique  que  se  vio  en  aquella  región,  inexpugnable  por  las  frago- 
sas sierras,  arrebatados  ríos,  montañas  muy  espesas)  á  hacer  rostro,  con  la 
verdad  del  Evangelio,  al  mentiroso  culto  con  que  el  demonio  se  hacía 
adorar  en  huesos  secos  de  indios,  que  en  vida  fueron  sus  discípulos  y  en 
muerte  los  hacía  honrar  por  dioses  en  templos  que  les  fabricaban  los  gen- 
tiles, donde  colocados  acudían  á  sus  falsas  adoraciones  y  sacrificios, 
pidiendo  á  tan  mentidos  dioses  el  remedio  de  sus  necesidades:  donde  en 
guerras  se  mataban  y  comían  tan  frecuentemente,  que  discurriendo  por 


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aquellas  partes  el  suplicante,  topando  ollas  grandes  de  carne  ya  cocida, 
juzgando  ser  de  javalís,  comió  alguna  vez,  y  sus  compañeros,  carne 
humana:  hallando  después  los  pies,  manos  y  cabeza  de  hombres:  donde 
finalmente  era  imposible  que  las  armas  abriesen  camino  á  sujetarlos,  como 
el  suceso  mostró  algunas  veces.  A  esta  provincia  acometió  con  el  Evan- 
gelio vanas  veces  con  peligro  de  la  vida,  de  que  fué  repelido,  escapando 
por  muy  espesos  montes  con  pérdida  del  ornamento  portátil,  su  único 
ajuar,  sin  que  correspondiese  á  tan  justo  y  repetido  deseo  buen  suceso 
alguno.  Buscó  prestadas  cinco  escopetas,  y  con  veinte  indios  amigos  volvñó 
á  aquella  leonera.  Fabricó  con  toda  diligencia  en  un  descollado  campo,  que 
señoreaba  gran  parte  de  aquellas  tierras,  un  fuerte  de  madera  á  la  usanza 
de  la  tierra.  Fabricó  dentro  casas  pajizas,  y  un  largo  galpón,  para  ostenta- 
ción de  fuerza.  Al  silencio  de  la  noche  hacía  disparar  á  compás  las  esco- 
petas; y  en  buen  número  de  tiros,  que  resonaban  por  aquellos  campos  y 
montes.  Entraron  en  cuidado  con  esta  estratagema  los  gentiles,  juzgando 
había  en  el  fuerte  grandes  prevenciones,  y  fuerza  inexpugnable.  Jun- 
táronse como  número  de  tres  mil  flecheros,  que  acudieron  á  reconocer  el 
fuerte:  y  atemorizados  con  la  apariencia,  se  retiraron.  Ya  por  curiosidad 
de  ver  al  suplicante,  acudieron  particulares  caciques,  que  los  recibía  en  la 
puerta,  por  no  hacer  patente  su  poca  fuerza.  Estos  convencidos  con  fuertes 
y  amorosas  razones,  y  algunas  cortas  dádivas  de  anzuelos  y  cuentas,  dieron 
oídos  á  que  el  fin  de  esta  estratagema  y  prevenciones  no  pretendían  más 
que  su  salud  eterna  por  medio  del  santo  Evangelio.  Conocido  este  intento, 
dieron  en  acudir  muy  grandes  tropas  de  hombres  mujeres,  y  niños,  llevando 
su  pobre  ajuar  para  poblar  allí,  dejando  sus  quebradas,  sus  cuevas,  y  sus 
escondidos  alojamientos;  con  que  en  muy  breve  tiempo  se  fundó  una  lucida 
villa  de  mil  vecinos.  A  cuya  emulación,  sin  ser  necesario  repetir  estrata- 
gemas, venían  de  las  interiores  provincias  á  pedir  que  en  ellas  se  fundasen 
semejantes  poblaciones.  Y  así  se  hicieron  algunas  más  numerosas,  de  á 
dos  mil  y  tres  mil  vecinos.  Este  fundamento  tiene  esta  calumnia;  de  que 
librara  al  caso  cualquier  juez  desnudo  de  pasiones.  Y  si  la  ceguedad  de  los 
émulos  no  les  privara  de  la  razón,  bien  pudieran  reparar  en  tan  heroico 
acto  de  caridad,  en  la  terrible  hambre  que  se  padeció  en  aquel  fuerte:  pues 
el  sustento  de  muchos  días  fueron  yerbas  silvestres,  y  raicillas  aun  no  usa- 
das por  las  bestias.  En  el  alojamiento  tan  pobre,  que  las  camas  eran  un 
poco  de  paja,  en  un  bien  riguroso  invierno.  En  los  recelos  continuos  de 
perder  la  vida:  pues  si  el  cielo  no  les  hubiera  cegado  á  los  gentiles,  treinta 
solos  bastaban  para  quitársela.  En  el  premio  que  la  fe  podía  esperar  en 
tierras  tan  remotas,  tan  sin  testigos.  Y  no  es  pequeña  providencia  del 
cielo  el  permiso  de  esta  acusación,  para  que  estas  verdades,  que  ocultas 
quedaban  ya  en  las  manos  del  olvido,  las  libre  de  él  tan  justa  defensa. 


8."    Armas  de  fuego  á  los  indios 

«Hacen  mucha  fuerza  diciendo  que  la  Compañía  comete  grave  caso 
en  dar  armas  de  fuego  á  los  indios,  que  es  la  total  ruina  de  aquella  tierra: 
sobre  que  se  han  actuado  papeles. =La  proposición  en  parte  es  falsa.  Por- 
que si  bien  la  Compañía  ha  procurado  que  las  dé  el  que  puede,  porque 


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con  verdad  juzga  el  único  remedio  para  resistir  á  los  rebeldes;  el  Go- 
bernador D.  Pedro  de  Lugo  se  las  dio:  y  nadie  condenará  el  hecho,  sino 
la  facilidad  en  concederlas  para  resistir  al  enemigo  y  la  inconstancia  con 
que,  felizmente  resistido,  condena  su  misma  acción  de  haberlas  dado,  exa- 
gerando el  caso  con  decir  que  los  indios  tienen  fraguas  en  que  se  forjan 
escopetas  y  se  labran  armas. — A  esta  calumnia  está  en  parte  respondido 
en  el  número  1  y  2;  pero  será  necesario  añadir  algo  en  éste.  De  la  lealtad 
á  V.  M.  de  los  portugueses  de  S.  Pablo,  siempre  se  dudó.  De  sus  intentos  de 
conquistar  el  Pirú,  consta  por  los  papeles  auténticos  y  cartas  de  la  Audien- 
cia de  los  Charcas,  y  de  otras  personas  celosas  del  servicio  de  V.  M.,  por 
las  cuales  consta  haber  llegado  al  paso  de  Sta.  Cruz  de  la  Sierra,  tierra  ya 
vecina  á  Potosí.  Que  la  villa  de  S.  Pablo  y  otras  circunvecinas  echen 
cuatro  ó  cinco  compañías  de  cuatrocientos  y  quinientos  hombres  mos- 
queteros con  cuatro  mil  y  más  indios  flecheros,  gente  muy  belicosa  y  bes- 
tial, es  cierto:  porque  el  suplicante  y  otros  religiosos  sus  compañeros  los 
han  visto  varias  veces  por  aquellos  campos  marchar  con  mucho  orden  de 
guerra,  en  que  están  muy  ejercitados:  y  tanto  en  andar  á  pie  y  descalzos, 
que,  como  pudieran  andar  por  las  calles  de  esta  Corte,  caminan  por  aque- 
llas tierras,  montes  y  valles,  sin  ningún  estorbo,  trescientas  y  cuatrocien- 
tas leguas:  sin  que  jamás  les  falte  la  comida,  porque  saben  coger  el  tiempo 
en  que  los  piñones  están  sazonados  y  los  parajes  donde  han  de  hacer  pro- 
visión: saben  las  poblaciones  de  los  gentiles,  de  cuyas  labranzas  se  susten- 
tan y  previenen  para  adelante.  La  miel  silvestre  es  mucha,  y  la  diligencia 
de  los  Tupis  en  buscarla  es  rara.  Con  que  caminan  con  regalo.  Y  ansí  ha 
sucedido  á  estos  portugueses  estar  tantos  años  ausentes  de  sus  casas,  que 
juzgados  ya  por  muertos  á  manos  de  los  indios,  se  casaron  sus  mujeres;  y 
volviendo  vivos,  hallaron  ajenos  hijos,  llevando  ellos  los  que  en  las  indias 
gentiles  procrearon.  La  resistencia  á  esta  gente  se  refunde  en  sola  la 
ciudad  de  la  Asunción,  que  sola  ella  y  otros  pocos  españoles,  residuo  de 
tres  ciudades,  que  los  portugueses  destruyeron,  forman  un  Obispado  y  un 
gobierno.  Los  españoles  que  incluye  este  gobierno  se  duda  si  pasan  de 
cuatrocientos:  y  cuando  de  éstos  haya  trescientos  que  puedan  manejar 
armas,  será  mucho.  Son  mny  buenos  tiradores  de  escopetas,  pero  nada 
ejercitados  en  caminos:  porque  son  buenos  jinetes,  y  á  pie  no  dan  un  paso. 
El  ocio  y  paz  con  que  han  vivido,  atendiendo  sólo  á  defenderse  de  los  indios 
guaycurús  y  payaguás,  y  el  agasajo  y  regalo  de  sus  casas,  les  es  impedimento 
para  discurrir  por  pantanos,  breñas  y  montañas  en  busca  del  enemigo:  y  el 
ber  éste  tan  pujante,  como  ya  se  ha  dicho,  hace  temeridad  acometerle  ó 
seguirle,  cuando  es  imposible  con  tan  corto  número  de  soldados  hacerle 
resistencia.  Y  si  cuando  reputados  estos  portugueses  por  vasallos  de  V.  M. 
se  hacía  este  discurso  para  la  seguridad  de  aquella  tierra,  ahora  que  tan 
libremente  ya  han  hecho  plaza  de  sus  dañados  designios,  '^qué  juicio  se  hará 
en  tan  apretado  caso  que  obliga  á  buscar  remedio  ó  entregar  la  tierra?  De 
la  lealtad  de  los  vasallos  de  V.  M.  en  aquel  gobierno,  no  hay  lugar  á  duda, 
horque  primero  ofrecerán  sus  cuellos  al  cuchillo,  que  macular  su  lealtad, 
deredada  de  la  noble  sangre  de  sus  progenitores.  Que  por  este  fin  perezcan, 
ningún  útil  se  halla  al  servicio  de  V.  M.,  principalmente  pudiendo  dar  me- 
dio en  la  seguridad  de  sus  vidas  y  de  aquella  tierra,  sirviéndose  V.  M,  de 
sus  vasallos  indios  armándolos  con  instrumentos  de  fuego,  que  sus  armas 


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antiguas  de  flechas,  garrotes,  piedras  y  otras  ningún  daño  pueden  hacer  al 
enemigo.  Si  de  su  valor  se  duda,  ya  se  vio  en  el  n.  1  y  2  cuan  bien  se  mani- 
fiestan. Si  de  su  lealtad,  que  es  el  reparo  común,  no  parece  hay  duda,  por- 
que gente  que  con  tantas  veras  abrazó  nuestra  fe  Católica,  conservándose 
en  ella  tantos  años  con  tan  gran  firmeza,  que  hasta  hoy  se  ha  visto  alguno 
que  haya  apostatado,  antes  han  muerto  algunos  á  manos  de  sus  mismos  pa- 
rientes gentiles,  en  confirmación  de  la  ley  que  recibieron.  Y  no  pocas  veces 
ha  sucedido  que,  entendiendo  el  precepto  divino  de  no  matar  á  la  letra,  pu- 
diendo  ellos  matar  muchas  veces  á  sus  enemigos,  portugueses,  se  dejaron 
antes  cautivar  y  hacer  esclavos,  y  padecer  división  de  sus  mujeres  é  hijos, 
pérdida  de  sus  haciendas,  destierro  de  sus  patrias,  por  no  quebrantar  (así  lo 
pensaban)  el  quinto  precepto  del  Decálogo.  Afírmalo  así  el  suplicante  como 
testigo  de  vista,  y  experiencia  que  tiene  de  casi  treinta  años.  Y  no  es  me- 
nor argumento  de  esta  fidelidad,  que  ofreciendo  los  portugueses  á  estos 
indios  cristianos  libertad  de  conciencia,  y  permiso  libre  de  vivir  al  modo 
que  vivieron  en  su  gentilidad,  con  multiplicidad  de  mujeres  (así  dejan  vivir 
á  los  Tupís  de  que  se  sirven),  y  los  demás  vicios  que  á  la  deshonestidad 
acompañan;  á  que  por  este  medio  se  les  entreguen,  y  concibiendo  horror 
á  un  bautismo,  un  matrimonio,  y  á  una  sola  mujer,  desamparen  nuestra  fe 
y  aborrezcan  á  los  religiosos,  que  con  yugo  suave  los  unen  á  su  Criador 
(consta  de  los  papeles  que  se  presentaron  en  la  Junta):  siempre  han  huido 
de  tan  perniciosos  enemigos,  por  conservar  la  ley  que  recibieron.  Prueba  es 
esta,  Señor,  de  gran  lealtad  á  Dios:  y  quien  al  Rey  del  cielo  muestra  esta 
fineza,  no  hay  duda  que  la  guarde  al  de  la  tierra.  No  ha  sido  el  menor  motivo 
para  reducirse  á  pueblos  la  noticia  que  tienen  de  la  grandeza  de  V.  M.,  su 
justicia,  su  benignidad  y  el  amparo  que  da  á  los  que  se  amparan  de  su  Real 
nombre.  Y  es  tan  asentada  verdad  ésta,  que  á  sola  esta  voz  de  un  Gober- 
nador: El  Rey  me  envía:  se  humillan,  rinden  y  sujetan  de  manera,  que  cual- 
quier agravio  que  éste  les  haga  lo  llevan  en  paciencia:  y  ni  aun  á  pensar 
mal  contra  los  Gobernadores  se  atreven,  aunque  los  desuellen,  por  vene- 
ración sola  del  que  los  envía.  Véanse  las  historias,  y  ellas  digan  si  algunos 
indios  se  rebelaron  é  hicieron  daño  á  los  españoles  antes  de  haber  sufrido 
de  éstos  insufribles  agravios.  En  el  Tucumán  noventa  mil  indios  que  se 
entregaron  á  los  españoles  perecieron  en  treinta  años  á  sus  manos;  y  unos 
pocos  que  habitan  aquellos  campos,  libres  de  este  yugo,  se  conservan  hoy, 
y  aun  se  aumentan.  Y  en  las  demás  provincias  se  puede  hacer  el  mismo 
cómputo:  pues  casi  no  hay  parte  ó  lugar  de  toda  la  América  donde  no 
estén  dando  testimonios  de  esa  verdad  las  poblaciones  de  indios  des- 
hechas, consumidas  sus  vecindades,  acabadas  sus  familias,  y  muchos  pue- 
blos y  lugares  que,  habiendo  sido  muy  numerosos  pocos  años  ha,  están  hoy 
tan  despoblados  y  destruidos,  que  apenas  ha  quedado  en  los  paredones 
y  ruinas  de  sus  casas  rastro  de  lo  que  fueron.  Todo  el  Pirú  prueba  esta  ver- 
dad: y  muy  en  particular  el  Reino  de  Chile,  donde  en  toda  la  tierra  de  paz 
que  poseen  los  españoles,  sirviéndose  de  los  indios,  apenas  han  quedado 
muy  pocos;  y  los  que  sacudieron  el  yugo  de  su  pesada  servidumbre,  sin 
embargo  de  lo  que  les  ha  consumido  la  guerra,  que  han  sustentado  más  de 
cuarenta  y  cinco  años,  se  han  conservado  y  aumentado  en  tanto  número, 
que  según  consta  de  la  relación  que  envió  á  V.  M.  el  año  pasado  el  mar- 
qués de  Baldes,  Gobernador  y  Capitán  general  de  aquel  Reino,  pasan  de 


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cien  mil  los  que  dan  la  paz,  fuera  de  otros  muchos  que  en  la  tierra  más 
adentro  aun  no  la  han  dado.  Y  ninguno  huye  de  la  sujeción  y  amor  que 
deben  á  V.  M.,  sino  del  pernicioso  tratamiento  con  que  los  consumen. 
Y  dado  caso  que  la  voluntad  de  los  indios  flaquease  contra  los  españoles, 
hoy  no  necesitan  de  escopetas,  sino  sólo  de  convocarse  solos  los  cristianos, 
que  son  en  muy  buen  número.  Y  si  solos  cuatrocientos  guaycurús  gentiles 
tienen  á  raya  á  los  españoles,  y  aun  si  quisieran  los  hubieran  ya  consu- 
mido y  muerto:  qué  harían  si  se  juntasen  cristianos  y  gentiles?  Y  dado  caso 
que  necesitasen  ó  quisiesen  usar  de  los  mosquetes,  esles  imposible:  como 
muy  bien  advierte  el  Cabildo  ecco.  del  Paraguay  en  su  carta,  y  el  Padre 
Miguel  de  Ampuero,  Rector  de  la  Asunción,  en  sus  escritos,  de  que  de  todo 
se  hace  presentación.  Y  el  suplicante  también  tiene  hecho  informe  á  cinco 
Tribunales  que  ha  sido  remitido.  Porque  totalmente  faltan  los  materiales 
para  fabricar  la  pólvora:  y  plomo  no  le  hay  en  toda  aquella  tierra.  Esto 
está  ya  confirmado  en  el  Reino  de  Chile:  donde  los  indios  han  cogido 
buena  cantidad  de  escopetas:  y  hasta  hoy  se  ha  visto  usar  de  alguna  de 
ellas,  con  tener  consigo  cautivos  españoles  y  mestizos,  que  saben  hacer 
pólvora,  por  no  tener  la  materia  de  su  fábrica.  Y  la  experiencia  enseña  que 
los  indios  leales  defienden  las  tierras  de  V.  M.  con  estas  armas.  En  el 
puerto  del  Callao  de  Lima  las  usan  contra  los  holandeses  y  otros  enemi- 
gos, en  donde  sirven  dos  compañías  de  indios  con  capitanes  y  oficiales  de 
la  misma  nación,  En  Trigopampa,  provincias  de  Tomina,  en  Pilaya,  en 
Paspaya,  fronteras  de  infieles,  usan  destas  armas  los  indios  en  defensa  de 
los  españoles  contra  sus  mismos  naturales,  de  que  se  ven  muy  bien  defen- 
didos los  españoles,  sin  que  se  haya  experimentado  abuso  en  el  uso  de  ellas. 
De  donde  evidentemente  se  siguen  algunas  conclusiones.  La  primera  que 
la  Compañía  no  dio  las  armas.  La  segunda,  que  el  Gobernador  las  dio.  La 
tercera,  que  hizo  bien  en  darlas.  La  cuarta,  que  hace  mal  en  contradecir- 
las. La  quinta;  que  en  todo  caso  conviene  que  V.  M.  mande  se  les  den,  ó 
el  Virrey  del  Perú,  á  quien  V.  M.  lo  tiene  remitido. 

«17.  El  tener  una  ciudad  ó  villa  una  fragua,  no  es  delito;  antes  la 
improvidencia  de  no  tenerla  fuera  falta,  como  cosa  tan  necesaria  para 
la  vida  humana:  si  no  es  que,  como  obligaron  los  españoles  otros  tiemoos  á 
los  indios  gentiles  á  que  de  ciento  y  más  leguas  acudiesen  á  aderezar  sus 
cuchillejos  y  herramientas  á  sus  pueblos,  para  detenerlos  con  esto  muchos 
meses  y  aun  años  en  su  servicio,  se  intentó  ahora  esto  en  gente  ya  cristiana, 
que  de  su  voluntad  se  han  entregado  por  vasallos  de  V.  M.  Fuera  esto  muy 
reprensible.  En  cuatro  pueblos  de  veinte  y  cinco  que  tiene  hechos  la  Com- 
pañía, hay  cuatro  fraguas,  en  trecho  acomodado  para  que  acudan  á  ade- 
rezar sus  herramientas.  Pero  convendrá  advertir  que  los  inventores  de 
esta  calumnia  dan  á  entender  que  estas  fraguas  son  al  modo  de  las  de  Viz- 
caya: porque  oficina  donde  se  fabrican  armas  (como  ellos  dicen)  de  fuerza 
ha  de  ser  muy  cumplida.— Estas  que  ellos  llaman  fraguas,  no  contienen 
más  que  unos  fuelles  pequeños,  dos  martillos  y  dos  tenazas  en  una  cho- 
zuela  bien  corta,  donde  apenas  se  pueden  aderezar  las  herramientas  sin 
las  cuales  es  imposible  labrar  la  tierra.  Y  no  se  diga  que  en  habiendo 
fragua  ha  de  haber  tanto  hierro,  que  se  puedan  fabricar  armas.  En  toda 
aquella  tierra  del  Paraguay,  ni  en  el  Brasil,  ni  en  el  Perú,  hay  minas 
de  este  metal.  Y  si  en  las  ciudades  despobladas  por  los  portugueses  se 


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halló  alguna,  está  ya  hoy  esa  mina  en  poder  de  los  portugueses.  Supuesto, 
pues,  que  no  hay  hierro  en  las  Indias,  y  que  el  que  va  de  acá  á  allá  es 
muy  caro,  y  que  al  Paraguay  pasa  muy  poco  por  pasar  casi  todo  al  Potosí: 
y  que  los  indios  son  tan  pobres,  que  el  que  puede  acaudalar  un  hacha  para 
su  labranza,  es  rico,  ¿dónde  está  la  fábrica  de  estas  escopetas,  que  estos 
émulos  fingen?  Y  caso  negado  que  la  hubiese,  ¿era  pequeño  servicio 
á  V.  M.,  que  ahora  se  labrasen  allí  muchas  armas,  y  que  por  allí  hallase 
el  portugués  rebelde  resistencia  al  pertinaz  intento  que  tiene  de  pasar  al 
Perú?  Repítase,  Señor,  el  caso  referido  en  el  núm.  1  y  2,  que  con  siete 
escopetas  que  dio  D.  Pedro  de  Lugo,  vencieron  los  indios  vasallos 
de  V.  M.,  quinientos  portugueses  bien  armados,  y  les  quitaron  por  des- 
pojo dos  mil  indios  cautivos  que  llevaban.  ¿Qué  hicieran,  Señor,  si  tuvie- 
ran dos  mil  mosquetes?  ¿Si  se  vieran  honrados  de  V.  Al,  y  amparados  por 
semejante  servicio?  Cierre  este  párrafo  una  conjetura:  que  el  que  trata  de 
quitar  las  armas  á  aquellos  indios,  fieles  vasallos  de  V.  M.,  da  indicios  de 
amistad  con  los  portugueses,  y  de  neutral  en  la  debida  obediencia  y  amor 
á  V.  M. 


9.°  Despoblar  reducciones 

«18.  La  nona  calumnia  es  que  la  Compañía  despuebla  las  reducciones 
sin  licencia,  y  esconde  los  indios  de  los  españoles. ^El  fundamento  de  esta 
calumnia  es  que,  habiendo  los  portugueses  asaltado  tres  ciudades  de  espa- 
ñoles (de  que  consta  en  el  Real  Consejo  de  Indias)  y  llevádose  consigo 
parte  de  los  españoles  y  casi  todos  los  indios  sujetos  á  dichas  ciudades:  inten- 
taron también  llevarse  los  pueblos  que  la  Compañía  tenía  y  había  fundado- 
Defensa  no  la  había  á  tan  insolente  enemigo:  y  así  era  fuerza  retirar  los 
dichos  pueblos.  La  licencia  para  este  retiro  se  había  de  pedir  á  la  Real 
Audiencia  de  Chuquisaca:  ésta  distaba  setecientas  leguas:  el  enemigo 
estaba  ya  casi  á  vista  de  los  pueblos.  Y  así  el  suplicante  y  sus  compañeros 
se  determinaron  á  recoger  la  más  gente  que  pudieron,  y  retirarse  con 
ella,  que  fueron  en  número  de  once  mil  almas:  y  por  varios  caminos  y 
desiertos,  montes  y  ríos,  los  bajaron  al  río  Paraná,  jurisdicción  del  Para- 
guay, en  donde  algunos  distaban  doscientas  ó  trescientas  leguas,  y  hoy  no 
distan  más  que  cuarenta  ó  cincuenta  leguas:  en  donde  han  sido  visitados 
y  empadronados  dos  veces  por  dos  Gobernadores  que  ha  habido  después 
que  bajaron  de  tan  lejanas  tierras,  que  por  serlo  tanto,  pretendían  los  por- 
tugueses ser  de  su  jurisdicción.  La  Audiencia  de  Chuquisaca,  á  quien  se 
dio  aviso  de  todo,  aprobó  la  dicha  mudanza:  y  la  estimó  por  servicio  hecho 
á  V.  M.  muy  calificado,  y  tal  que  cualquier  Gobernador  que  la  hubiera 
ejecutado,  con  sólo  este  servicio,  viniera  á  esta  Corte  á  pedir  mercedes 
á  V^.  M.  Ocultólo  la  Compañía  con  esperar  las  del  cielo,  hasta  hoy,  que  la 
razón  le  obliga  á  amparar  acción  tan  noble,  cuanto  ultrajada  de  la  emu- 
lación. Y  quitada  ésta,  se  verá  claro  el  servicio  que  á  V.  M.  se  ha  hecho. 
Porque  si  estos  indios  los  hubieran  llevado  los  portugueses,  hoy  estuvie- 
ran con  ellos  fortificando  sus  fronteras:  tuvieron  ayuda  y  guía  en  ellos  para 
las  entradas  que  pretenden  al  Perú:  fueran  finalmente  amigos  de  los  ene- 
migos de  V.  M.;  que  sólo  haberlos  conservado  en  esta  devoción,  es  esti- 


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mable  servicio.  Pero  adelántase  más:  pues  hoy  están  con  muy  gran 
voluntad  ofreciendo  tributos  y  juntamente  sus  personas  é  industria  para 
la  defensa  de  aquella  tierra,  sin  estipendio  ni  esperanza  de  otro  premio 
que  el  real  agrado  y  servicio  de  V.  M.  De  todo  lo  cual  consta  la  falsedad 
de  esta  calumnia. 

«19.  Para  prueba  del  intento  de  este  Memorial,  hace  presentación  el  su- 
plicante de  un  exhortatorio  que  el  P.  Miguel  de  Ampuero,  Rector  del  cole- 
gio de  la  Asunción,  hizo  al  Gobernador  D.  Pedro  de  Lugo,  en  razón  de  la 
conveniencia  que  había  de  no  prohibir  las  armas  á  los  indios  después  de 
haber  obrado  tan  felizmente  con  ellas.  Otro  del  dicho  rector  al  Cabildo 
contra  Francisco  Rivas  Gavilán,  sobre  la  denunciación  criminal  que  hizo 
en  el  juzgado  laico  contra  los  religiosos  que  defendieron  las  tierras 
de  V.  M.  contra  sus  rebeldes  enemigos.  Una  petición  del  dicho  Rector  al 
Cabildo,  en  que  contradice  la  dicha  denunciación  criminal:  por  donde 
aparece  no  haberle  querido  dar  traslado  de  dicha  querella.  Otro  exhorta- 
torio del  mismo  al  dicho  Cabildo,  por  donde  consta  la  malicia  con  que  bus- 
caban firmas  de  vecinos,  solicitándolas  por  caminos  torcidos,  para  auto- 
rizar sus  informes  é  informaciones  contra  la  Compañía,  en  razón  de  las 
armas  que  pretenden  contra  los  rebeldes  portugueses.  Un  requerimiento 
del  P.  Francisco  Clavijo,  protector  de  los  indios,  digno  de  que  ^^  M.  lo 
vea,  porque  por  él  consta  la  invasión  de  los  portugueses,  el  destrozo  que 
dellos  hicieron  los  indios,  y  la  remisión  del  Gobernador.  Una  carta  de  la 
Sede  vacante  del  Paraguay  en  que  sin  pasión  informa  de  la  verdad  del 
caso.  Un  testimonio  del  escribano  del  Cabildo,  en  que  da  fe  que  el  Gober- 
nador no  le  quiso  dar  los  papeles,  para  que  no  diese  traslado  de  ellos,  con 
ánimo  de  que  sólo  los  suyos  pareciesen  en  esta  Corte:  y  vese  clara  la  mali- 
cia del  dicho  Gobernador  en  que  dichos  papeles  vienen  autorizados  por 
el  Provincial  de  la  Compañía,  y  no  escribano  real. 

«20.  Las  reducciones  que  la  Compañía  tiene  son  poblaciones  que  desde 
sus  principios  fabricaron  sus  hijos,  reduciendo  aquellas  gentes  bárbaras 
que  imitando  á  las  bestias,  vivían  por  los  riscos,  valles  y  quebradas;  sacán- 
dolos de  aquí  á  poblaciones  que  dellos  se  han  hecho,  donde  los  sacerdotes 
que  los  juntan,  siendo  por  sus  prendas  y  talentos  merecedores  de  puestos, 
pulpitos  y  cátedras,  se  han  sabido  ajustar  á  tanta  pequenez,  que,  dejando 
aparte  la  diligencia  con  que  los  doctrinan  para  la  vida  eterna,  aun  para  la 
temporal  les  han  enseñado  todos  los  oficios  que  forman  una  república: 
sastres,  carpinteros,  herreros,  con  los  demás  oficios:  y  no  ha  sido  menos 
útil  el  de  labrar  la  tierra  con  arados:  cuyos  instrumentos  y  su  uso  se  lo 
han  enseñado  los  mismos  religiosos  con  la  práctica,  con  que  sustentan  sus 
familias  con  abundancia.  El  aseo  y  limpieza  de  los  templos  suple  su 
pobreza.  La  música  é  instrumentos  con  que  se  celebran  los  divinos  oficios 
remedan  mucho  á  los  de  Europa.  Y  si  en  la  devoción  ya  justa  debida  ex- 
cede, atribuyese  á  los  auxilios  con  que  Dios  fomenta  aquella  nueva  planta, 
siendo  instrumentos  deste  bien  los  sujetos  que  V.  M.  con  tanta  liberalidad 
envía  á  costa  de  sus  reales  tesoros.  Este  fruto  tan  brevemente  referido, 
trata  el  Gobernador  y  mal  afectos  hombres,  que  cese.  El  fin  es  para  que 
los  indios  sean  siempre  bestias:  para  que  sin  quejarse  sufran  los  trabajos 
con  que  los  afligen:  de  que  los  Reyes  pasados  y  \'.  M. ,  advertidos,  han 
enviado  casi  infinitas  Cédulas  en  su  remedio.  El  medio  es  el  reparo  que 


-639- 

hacen  en  el  gasto  que  V.  M.  hace  con  los  religiosos  Curas:  sin  atención  á 
que  la  liberalidad  con  que  de  las  Indias  envía  Dios  á  V^.  M.  tan  grandes 
tesoros,  es  por  la  franqueza  con  que  V.  M.  los  emplea  en  su  servicio,  repar- 
tiendo de  los  tesoros  de  las  Indias  ricas  del  Perú  con  los  pobres  del 
Paraguay:  y  aun  sin  reparo  de  que  quizá  cesando  aquellos  gastos,  cesen 
aquellos  emolumentos. 

«21.  Y  aunque  el  Gobernador  proponga  que  sin  este  gasto  habrá 
quien  se  encargue  destas  Doctrinas  con  el  sustento  natural  que  dicen,  no 
es  posible  que  sin  grave  detrimento  de  su  honor  se  atreva  alguno  al  cultivo 
de  mies  que  no  sembró.  Y  si  sin  interés  se  oírece  á  ello,  es  cierto  que 
su  sustento  ha  de  salir  de  los  mismos  indios:  conque  se  les  acrecerá  nueva 
carga,  y  no  la  menos  grave.  Si  por  trabajar  en  servicio  de  la  Iglesia, 
aquellas  regiones  están  llenas  de  gentiles  en  que  podrán  ejercitar  sus 
fervorosos  deseos,  como  este  año  pasado  hicieron  dos  de  la  Compañía,  que 
despedazados  á  manos  de  gentiles  acabaron  gloriosamente.  El  año  de 
treinta  y  uno,  con  ocasión  de  un  Informe  de  ministros  celosos  del  servicio 
de  Y.  M,,  se  trató  de  que  la  Compañía  tomase  algunas  Doctrinas  que  se 
pretendían  quitar:  á  que  en  ninguna  manera  asintió  su  modestia.  Pero  ya 
que  el  arbitrio  del  Gobernador  y  Cabildo  seglar  del  Paraguay  es  que  se 
ponga  estanco  de  Doctrinas,  á  rebaja  de  la  limosna  que  V.  M.  da,  se  haya 
de  admitir:  se  debe.  Señor,  advertir,  que  la  conquista  de  aquellos  indios 
costó  á  la  Compañía  diez  y  seis  hijos  sacerdotes  de  aventajados  talentos, 
que  han  muerto  los  siete  dellos  con  atroces  muertes  á  manos  de  gentiles, 
en  odio  de  nuestra  santa  Fe:  otro  á  escopetazos  de  portugueses,  cuya 
muerte  ha  calificado  la  Universidad  de  Salamanca  y  la  de  Alcalá,  y  otros 
particulares  maestros,  por  martirio.  Y  aunque  los  demás  no  murieron  al 
rigor  del  cuchillo,  pasaron  desta  vida  por  grandísimos  trabajos,  desterra- 
dos de  sus  deudos  y  de  sus  patrias  en  tierras  tan  remotas;  además  para 
buscar  cincuenta  sacerdotes  lenguas,  será  menester  esperar  algunos  años 
que  la  aprendan,  cuya  dificultad  aprende  sólo  el  que  con  suficiencia 
ha  aprendido  alguna. 

«Últimamente  pide  y  suplica  á  Y.  JM.  que  en  caso  que  haya  de  haber 
mudanza  ó  postura  en  las  dichas  Doctrinas,  el  suplicante  en  nombre  de 
su  provincia  las  toma  por  el  tanto  que  otro  bajare.  Y  si  V.  M.  se  sirviere 
de  quitar  desde  luego  el  estipendio,  con  toda  sumisión  acepta  el  mandato 
de  V.  M.,  que  toda  su  provincia  está  muy  sujeta  y  obediente,  y  servirá  de 
valde  las  dichas  Doctrinas:  porque  hijos  engendrados  con  tanto  dolor, 
cualquier  intereses  poco  para  su  rescate.  Otrosí,  pide  y  suplica  á  V.  M.  se 
sirva  mandar  que  el  Consejo  Real  de  Indias  mande  hacer  información  de 
todos  los  puntos  que  contiene  este  Memorial.  Y  si  fuere  necesario  para 
mayor  satisfacción  de  las  verdades  que  representa,  se  remita  este  ¡Memo- 
rial al  Virrey  del  Perú  y  á  la  Audiencia  de  los  Charcas:  para  que  por  él 
como  por  interrogatorio,  sean  examinados  los  testigos:  Que  en  ello  reci- 
birá merced  etc.» 


640 


Núm.  53. 

'1708.— Memorial  del  P.  Francisco  Burgés  al  Rey.  Responde  á  varios 
cargos.  Enumera  los  servicios  de  los  Guaraníes 

«Señor» 

«1.  Francisco  dk  Burgés,  de  la  Compañía  de  Jesús,  y  su  Procurador 
general  de  la  Provincia  del  Paraguay  (cu^'os  religiosos  por  orden  de  V.  M. 
y"  de  sus  progenitores  los  Reyes  Católicos,  doctrinan  los  indios  de  las 
Reducciones  del  Paisana  y  Uruguay,  que  son  soldados  presidiarios  de  aque- 
llas provincias): 

«En  nombre  de  dichos  indios,  pone  en  la  noticia  de  V.  M.  los  grandes 
y  continuos  servicios  que  los  dichos  indios  han  hecho  }'  continúan  haciendo 
á  V.  M.,  no  sólo  defendiendo  sus  pueblos  de  los  indios  bárbaros  y  de  los 
portugueses  y  mamelucos  del  Brasil,  sino  también  impidiendo  á  éstos  el 
paso  para  que  no  penetren  á  los  Reinos  del  Perú  y  minas  de  Potosí  (porque 
por  la  mano  derecha  y  á  la  banda  del  norte  del  Río  de  la  Plata  no  hay  pue- 
blo alguno  de  españoles  que  se  lo  pueda  estorbar,  sino  solas  las  Reduccio- 
nes de  los  indios  de  los  ríos  Paraná  y  Uruguay  que  doctrina  la  Compañía, 
como  se  ve  en  los  mapas):  y  á  más  de  esto,  socorriendo  las  ciudades  y  pobla- 
ciones de  españoles  de  los  gobiernos  de  Paragua}'  y  Buenos  Aires,  siempre 
que  han  sido  llamados  de  los  Gobernadores  para  defenderlas  de  los  ene- 
migos europeos,  y  de  los  indios  bárbaros  y  rebeldes,  lo  cual  consta  de  ins- 
trumentos presentados  por  el  suplicante  á  V.  M.  el  año  de  mil  setecientos 
cinco. 

«2.  Habiendo  ido  á  Roma  el  suplicante  con  licencia  de  V.  M.  á  tratar 
los  negocios  de  su  Provincia:  tuvo  noticia  que  el  año  setecientos  y  cuatro, 
por  orden  del  Gobernador  de  Buenos  Aires,  cuatro  mil  indios  presidiarios 
de  dichas  Reducciones,  armados,  aviados  y  sustentados  á  su  costa,  sin 
gasto  alguno  de  la  Real  Hacienda,  bajaron  á  Buenos  Aires  para  desalojar 
segunda  vez  al  Portugués  (el  año  de  seiscientos  ochenta  lo  hicieron  la  pri- 
mera vez),  como  por  Marzo  de  setecientos  cinco  lo  desalojaron  de  la  colonia 
del  Sacramento,  que  está  á  la  parte  del  norte,  enfrente  de  la  ciudad  de  Bue- 
nos Aires,  mediando  sólo  el  río  de  la  Plata  entre  las  dos  poblaciones.  Y 
cuando  los  dichos  indios  con  sus  Doctrineros,  y  el  suplicante,  esperaban 
por  éste  y  los  demás  servicios  que  V.  M.  los  premiase,  confirmándoles  las 
gracias  concedidas  por  sus  antecesores,  como  se  han  conservado  y  aumen- 
tado hasta  ahora,  y  concediéndoles  otras  de  nuevo  para  animarse  á  servir 
á  V.  M.  con  mayor  empeño,  vuelto  de  Roma  á  esta  Corte  el  suplicante,  ha 
recibido  cartas  de  su  provincia  del  Paraguay  en  que  le  avisan  cómo  se  tra- 
taba de  imponerles  nuevas  cargas  de  diezmos,  y  de  aumentar  los  tributos: 
y  que  obligaban  á  los  indios  de  tres  pueblos  de  dichas  Reducciones,  llama- 
dos San  Ignacio,  Ntra.  Sra.  de  Fe,  y  Santiago,  á  que  fueran  á  Maracayú 


-641  - 

al  beneficio  de  la  yerba  (es  ésta  la  más  pesada  carga  del  servicio  personal 
á  los  españoles  que  se  les  puede  imponer),  en  virtud  de  Reales  Cédulas 
expedidas  por  informes  de  la  Audiencia  y  Arzobispo  de  los  Charcas  y 
Obispo  de  Buenos  Aires  (que  V.  M.  remite  estas  materias  á  la  dicha 
Audiencia  y  al  Oidor  que  va  á  visitar  las  Reducciones,  como  quienes  tie- 
nen las  cosas  más  presentes).  Las  cuales  Cédulas  le  avisan  parece  no  se 
han  ejecutado,  por  haberse  ganado  con  informes  inciertos:  y  si  se  llegan  á 
ejecutar,  será  para  ruina  espiritual  y  temporal,  no  sólo  de  los  indios  de  los 
dichos  tres  pueblos,  sino  de  todos  los  demás  de  dichas  Reducciones,  y  aun 
de  las  ciudades  y  pueblos  de  los  españoles  de  los  gobiernos  del  Paraguay 
y  Buenos  Aires:  con  que  los  portugueses  del  Brasil  tendrán  el  camino 
franco  y  también  los  mamelucos,  para  apoderarse  de  los  Reinos  del  Perú, 
y  minas  de  Potosí,  y  se  cerrará  la  puerta  á  la  conversión  de  los  infieles  y 
á  la  manutención  de  los  ya  convertidos  en  el  Paraguay. 

«3.  Los  fundamentos  en  cuya  virtud  se  despachó  la  primera  Cédula, 
por  quince  de  Octubre  de  seiscientos  noventa  y  cuatro,  á  Don  Antonio 
Martínez  Lujan  y  á  D.  Miguel  Antonio  de  Ormaza,  Oidores  de  la  Real 
Audiencia  de  la  Plata,  para  que  visiten  las  reducciones  de  indios  Guaranís 
que  doctrina  la  Compañía  en  los  Obispados  de  Buenos  Aires  y  del  Para- 
guay: parece  son  por  informe  del  Obispo  de  Buenos  Aires  (como  consta 
de  la  narrativa  de  dicha  Real  Cédula,  diciendo:  «\'isitó  quince  pueblos  ó 
Reducciones  de  indios  Guaraníes,  todos  muy  numerosos  de  gente,  v  que 
toda  aquella  muchedumbre  era  inútil  á  su  iglesia,  por  no  haberla  recono- 
cido la  contribución  de  diezmos  y  primicias  de  los  frutos  que  coge,  que  son 
copiosos,  especialmente  la  yerba  del  Paraguay:  3^  crecía  cada  día  su  gente 
esta  nación,  por  ser  la  más  ociosa  y  libre  de  servidumbre  que  había  en 
todas  las  Indias:  y  nunca  cesaban  los  religiosos,  por  el  cariño  que  tienen  á 
estos  indios,  de  solicitarles  nuevas  exenciones:  pero  era  veneno  para  el 
indio:  que  no  estando  sujeto  á  servidumbre,  nunca  está  seguro:  porque  no 
lo  estaban  éstos,  así  por  su  natural  inconstancia,  como  por  no  haber  poder 
para  sujetarlos:  pues  en  gente  y  armas,  excedían  mucho  al  resto  de  aquellas 
provincias:  y  así  pendían  de  su  arbitrio.»  Hasta  aquí  las  palabras  de  la 
narrativa  de  la  dicha  Real  Cédula.  Con  que  las  quejas  del  dicho  Obispo 
son  sospechosas,  por  ser  parte  interesada  en  los  diezmos:  y  se  reducen  á 
cuatro.  La  primera,  que  dichos  indios  no  pagan  diezmos  de  los  frutos  copio- 
sos que  cogen.  La  segunda,  que  es  gente  ociosa  }■  libre  de  servidumbre" 
La  tercera,  que  los  Padres  de  la  Compañía  les  buscan  exenciones,  que  son 
veneno  para  los  indios.  La  cuarta,  que  no  estando  sujetos  á  servidumbre 
no  están  seguros. 

«4.  A  la  primera  queja,  que  los  indios  no  pagan  diezmos,  se  responde, 
que  pagando  los  indios  encabezados  en  la  Real  Corona  tributo  á  V.  M.,  de 
que  se  saca  el  sínodo  para  los  Curas,  que  los  doctrinan  (como  en  estos  pre- 
sidiarios indios  se  ejecuta),  y  cuidando  ellos  mismos  de  los  edificios  de  las 
iglesias  y  su  ornato,  se  cumple  con  el  fin  porque  Dios  mandó  pagar  los 
diezmos,  que  es  el  sustentar  los  Curas  que  los  doctrinan,  administran 
los  Sacramentos  y  hacen  las  demás  funciones  conexas  con  el  oficio  de 
párrocos.  Por  lo  cual  parece  que  no  hay  obligación  en  las  dichas  circuns- 
tancias de  pagar  otro  diezmo  fuera  del  que  se  paga  en  el  tributo  con  que 
sustenta  V.  M.  los  Curas.  Allégase  á  esto  que  los  diezmos  se  han  de  pagar 

41     Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  ii. 


—  642- 

conforme  los  usos  y  costumbres  de  las  provincias  (así  lo  sienten  común 
mente  los  Doctores):  y  no  habiendo  uso  ni  costumbre  en  la  provincia  del 
Paraguay  que  los  indios  paguen  otro  diezmo  fuera  del  incluido  en  el  tri- 
buto que  pagan  á  V.  M.  ó  á  sus  encomenderos,  desde  que  por  los  años  de 
quinientos  cuarenta  la  conquistaron  y  poblaron  los  españoles  hasta  ahora: 
en  la  cual  están  amparados  en  contradictorio  juicio  por  las  Audiencias  de 
los  Reyes  y  la  Plata  (consta  de  tres  instrumentos  que  presenta  el  supli- 
cante): de  aquí  es  que  satisfacen  los  indios  de  dichas  reducciones  á  la  obli- 
gación de  los  diezmos  con  el  tributo  que  pagan  á  V.  M.,  de  que  se  saca  el 
sínodo  para  sus  Curas.  Y  no  es  razón  que  siendo  tan  beneméritos  por  los 
muchos  servicios  hechos  á  V.  M.  (que  se  expresan  en  este  Memorial), 
paguen  más  diezmos  que  los  otros  indios  no  tan  beneméritos  de  dicha  Pro- 
vincia. Y  parece  que  así  lo  manda  la  ley  13.  tít.  16.  lib.  I  de  la  Recopila- 
ción de  Indias,  que  dice  así:  «Ordenamos  y  mandamos  que  en  cuanto  á  los 
diezmos  que  deben  pagar  los  indios,  de  cuáles  cosas,  en  qué  cantidad  (sobre 
que  hay  variedad  en  algunas  provincias  de  nuestras  Indias),  no  se  haga 
novedad  por  ahora,  y  se  guarde  lo  que  en  cada  provincia  estuviere  en  cos- 
tumbre. Y  si  en  alguna  conviniere  hacer  novedad,  nuestra  Real  Audiencia 
de  la  Provincia  y  el  Prelado  diocesano,  cada  uno  en  su  Obispado,  infor- 
men en  nuestro  Consejo  de  las  Indias  de  lo  que  se  guarda  y  debe  guardar, 
para  que  visto,  Nos  proveamos  lo  que  más  convenga  al  servicio  de  Dios 
nuestro  Señor  y  bien  de  los  indios.» 

«5.  A  lo  que  se  dice,  que  los  frutos  que  cogen  dichos  indios  son  copio- 
sos, especialmente  la  yerba  del  Paraguay,  se  responde  que  los  frutos  que 
cogen,  apenas  bastan  para  su  sustento,  como  es  maíz,  judías  y  otras  legum- 
bres, raíces  de  mandioca  ó  yuca,  camotes,  etc.:  y  para  vestirse,  algodón. 
Y  si  el  Doctrinero  no  hiciera  una  buena  sementera  de  los  dichos  frutos  para 
darles  semilla  que  siembren  el  año  siguiente  (pues  siendo  todos  labrado- 
res, raro  de  ellos  tiene  providencia  de  reservarla),  y  socorrer  á  los  impedi- 
dos y  enfermos,  y  á  los  que  se  les  acabó  la  comida  que  cogieron,  no  pocos 
dejarían  sus  pueblos  y  se  irían  á  buscar  su  vida  por  los  montes  y  bosques 
de  donde  los  sacaron  los  Misioneros;  con  que  se  destruirían  las  reduccio- 
nes. De  lo  mismo  sirve  el  algodón  para  vestir  á  los  impedidos  y  necesitados, 
y  para  mantillas  de  las  criaturas  que  nacen,  para  que  por  falta  de  abrigo 
no  se  mueran.  Y  si  el  Doctrinero  no  se  las  da,  no  tiene  el  indio  de  donde 
sacarlas.  La  yerba  del  Paraguay,  que  unos  pueblos  la  tienen  de  cosecha  y 
otros  la  buscan  con  el  trueque  de  otros  frutos:  es  para  su  uso  (con  que  no 
se  conoce  embriaguez  entre  ellos,  siendo  tan  universal  en  los  demás  indios), 
y  para  pagar  el  tributo  á  V.  M.  y  comprar  lo  necesario  para  alhajar  y 
adornar  sus  iglesias.  Y  la  Audiencia  que  existió  en  Buenos  Aires  dio  per- 
miso, pudiendo  bajar  cada  año  doce  mil  arrobas:  y  ningún  año  han  llegado 
á  dicho  número  (consta  de  la  información  que  con  ésta  se  presenta).  Y  así, 
estos  frutos,  si  se  atiende  que  con  ellos  se  ha  de  acudir  en  lo  dicho  á  todo 
un  pueblo  de  tres  mil  á  cuatro  mil,  y  á  veces  de  cinco  mil  almas,  antes  bien 
son  limitados,  que  no  alcanzan  para  socorrer  á  tantos  necesitados  que  no 
tienen  más  refugio  que  el  Doctrinero:  y  con  la  yerba  se  satisface  á  las  obli- 
gaciones expresadas,  pertenecientes  á  los  diezmos. 

«6.  A  la  segunda  queja,  de  que  los  indios  es  gente  ociosa  y  libre  de 
servidumbre:  se  responde:   Que  no  se  hallará  nación  de  indios  en  todas 


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aquellas  provincias  que  haya  hecho  tantos  servicios  á  V.  M.  á  su  costa, 
como  la  de  los  Guaraníes,  así  en  defender  aquellas  provincias  de  los  ene- 
migos de  la  Corona,  como  en  socorrer  las  provincias  de  los  españoles  de 
las  ciudades  de  Buenos  Aires  y  del  Paraguay,  siempre  que  los  Gobernado- 
res se  lo  han  mandado,  como  se  ve  en  los  números  17  y  18:  y  así  es  la  gente 
más  ocupada  y  útil  al  bien  común  de  aquellas  provincias,  y  aun  de  los  Rei- 
nos del  Perú,  que  hay  en  todos  aquellos  países.  Por  otra  parte,  estos  indios, 
con  su  trabajo  de  labrar  los  campos,  se  sustentan  y  visten,  sin  que  para 
ello  necesiten  de  que  les  socorra  V.  M.  ó  los  españoles  de  aquellas  provin- 
cias. Y  si  esto  no  basta  para  que  no  sea  gente  ociosa,  con  el  mismo  funda- 
mento se  podría  decir  que  los  soldados  y  labradores  españoles,  así  de  las 
Indias,  como  de  España,  son  gente  ociosa:  lo  cual,  por  ser  grande  absurdo, 
no  se  puede  admitir. 

«7.  Y  á  lo  que  se  añade,  que  son  los  más  libres  de  servidumbre  que 
hay  en  las  Indias,  se  responde  ser  verdad,  si  se  comparan  con  los  encomen- 
dados á  los  españoles  de  aquellas  provincias,  lo  cual  no  es  delito  alguno, 
sino  sólo  gozar  la  libertad  que  Dios  les  dio,  criándolos  libres,  y  que  los 
Sumos  Pontífices  por  sus  Bulas  Apostólicas  y  los  Reyes  Católicos  por  sus 
Reales  Cédulas  han  declarado  que  son  tan  libres  como  los  demás,  y  man- 
dado que  se  les  trate  como  á  tales:  y  por  eso  prohibido  con  graves  penas  su 
esclavitud  y  servidumbre,  bastándoles  que  estén  sujetos  á  Dios,  á  Su  San- 
tidad, á  V.  M.  y  á  sus  Gobernadores,  como  presidiarios  en  aquellas  provin- 
cias contra  los  portugueses  y  mamelucos  del  Brasil:  y  de  ir  con  copiosos 
socorros  á  las  ciudades  del  Paraguay  y  Buenos  Aires  para  defenderlas  de 
los  enemigos.  Ni  son  solos  estos  indios  Guaraníes  los  que  están  libres  de 
servidumbre  de  las  encomiendas  á  los  españoles,  mitas,  etc.;  sino  otras 
muchas  naciones  de  indios  que  por  sus  servicios  lo  merecen,  como  son  los 
indios  de  guerra  de  Chile,  desde  la  defensiva  (consta  de  las  leyes 6y  7  título 
16.  lib.  6.  de  la  Recopilación  de  Indias):  en  el  Cuzco  los  indios  Cañaris;  en 
el  districto  de  la  Real  Audiencia  de  Panamá,  los  indios  del  Darien  y 
Guabi:  lo  cual  también  estos  indios  Guaraníes  supieron  merecer,  sujetán- 
dose á  Dios  y  á  V.  M.  por  sola  la  predicación  del  Evangelio,  sin  ser  con- 
quistados por  armas:  y  con  otros  servicios  hechos  á  V.  M,  que  se  ven  en 
los  núms.  17  y  18  de  este  Memorial:  y  dicha  gracia  consta  de  la  ley  43,  tít.  8. 
lib.  6  de  la  Recopilación  de  Indias. 

«8.  A  la  tercera  queja,  se  responde  que  los  religiosos  de  la  Compañía 
sólo  solicitan  que  se  cumpla  lo  que  V.  M.  tiene  mandado  en  el  tít.  10 
del  lib.  6  de  la  Recopilación  de  Indias,  especialmente  en  las  leyes 
1,  6,  7,  22,  y  23,  que  se  cuide  del  buen  tratamiento  de  los  indios,  y  que  no 
reciban  agravio  de  los  españoles,  ni  de  otras  personas.  Y  en  la  ley  15, 
tít.  14,  lib.  3  de  ella,  se  manda  á  los  Virreyes  y  Presidentes,  tengan  muy 
particular  cuidado  de  su  buen  tratamiento,  y  den  cuenta  á  V.  M.  de  lo  que 
en  esto  se  faltare.  O  si  no,  dígase  qué  exenciones  han  solicitádoles 
que  no  estén  en  las  leyes  de  la  Recopilación  de  Indias,  ó  conforme  á  lo  que 
en  ella  se  manda. — Y  esto  no  es  por  cariño  que  tienen  á  los  indios  (y  aun- 
que fuera  así,  no  era  culpable,  pues  el  hacerlos  cristianos  y  conservarlos 
les  ha  costado  y  cuesta  mucho  trabajo,  sudor  y  aun  sangre  que  han  derra- 
mado, perdiendo  la  vida  no  pocos  á  manos  de  los  bárbaros);  sino  porque 
cumplan  con  las  obligaciones  de  cristianos,  sean  leales  vasallos  de  V.  M., 


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defiendan  sus  pueblos  y  aquellas  provincias,  de  los  enemigos  de  la  fe  y  de 
la  corona:  lo  cual  no  solamente  es  de  utilidad  de  dichos  indios  y  de  los  espa- 
ñoles de  aquellas  provincias,  sino  también  de  toda  la  Monarquía. 

«9.  De  donde  se  infiere  la  respuesta  á  la  cuarta  queja:  y  se  añade  que 
sin  fundamento  se  añade  ser  veneno  para  el  indio  solicitarle  las  dichas 
que  llama  exempciones,  y  que  no  estando  sujeto  á  servidumbre  no  está 
seguro.  Porque  la  experiencia  enseña  lo  contrario:  pues  con  éstas  que 
llama  exempciones,  se  han  conservado  desde  su  reducción  y  conversión  á 
la  fe,  hasta  ahora  (que  á  lo  menos  pasan  de  setenta  años),  y  han  ido  en 
aumento,  así  en  lo  temporal  como  en  lo  espiritual,  como  lo  dice  el  mismo 
Obispo  por  estas  palabras,  hablando  de  las  Reducciones  que  visitó:  «Todas 
muy  numerosas  de  gente^  bien  asistidas  de  los  religiosos  en  lo  espiritual,  con  tem- 
plos capaces,  decentemente  adornados;  y  los  indios  bien  instruidos  en  las  doctrinas 
y  costumbres,  etc.,  etc.,  con  que  no  turo  más  que  hacer  que  confirmar  veinti- 
cuatro mil  muchachos  de  ambos  sexos,  f  Lo  cual  no  acontece  así  en  otros 
pueblos  de  indios  encomendados  en  su  diócesis,  que  no  tienen  dichas  que 
llama  exempciones,  ni  están  al  cuidado  de  la  Compañía,  que  pide  el 
Obispo  en  su  informe  que  se  extingan,  y  se  incorporen  sus  indios  en  otros 
pueblos. 

«10.  Ni  obsta  á  lo  dicho  la  natural  inconstancia  del  indio,  que  se  vence 
con  el  buen  tratamiento  que  les  hacen  los  doctrineros  de  la  Compañía,  y 
con  instruirlos  y  fundarlos  en  el  santo  temor  de  Dios,  y  las  demás  obli- 
gaciones de  cristianos,  y  en  la  obediencia  y  sujeción  que  deben  tener 
á  V.  M.  como  á  su  Rey,  y  á  los  Gobernadores  como  á  sus  ministros.  Con- 
que aunque  sean  superiores  en  número  y  armas,  no  son  necesarias  otras 
para  sujetarlos,  sino  las  dichas  del  buen  tratamiento,  etc.,  como  se  ha  visto, 
pues  nunca  se  han  rebelado,  antes  bien  siempre  han  acudido  á  la  defensa 
de  aquellas  provincias  y  ciudades  de  los  españoles,  que  si  no  fuera  por 
ellos,  ya  los  enemigos  de  la  Corona  se  hubieran  apoderado  de  ellas.  Con- 
que las  que  llama  exempciones  y  el  estar  sujetos  á  servidumbre,  no  son 
veneno  para  el  indio,  sino  triaca  que  causa  su  conservación  y  aumento 
y  también  de  los  españoles  de  aquel  país.  Y  al  contrario,  el  estar  sujeto  el 
indio  á  servidumbre,  es  su  veneno  y  destrucción  en  lo  temporal  y  espiritual, 
yendo  cada  día  á  menos,  huyéndose  unos  de  los  pueblos  á  sus  montes  y 
selvas,  ó  á  los  infieles,  viviendo  como  ellos,  por  librarse  de  la  servidumbre: 
rebelándose  otros,  5^  juntándose  con  los  indios  enemigos  y  bárbaros  que 
infestan  las  haciendas  y  ciudades  de  los  españoles;  teniéndoles  en  continua 
inquietud,  de  que  hay  no  pocos  ejemplares  en  el  Paraguay  y  Tucumán, 
como  son  los  indios  Guaycurús,  Payaguás,  Calchaquís  y  los  del  Chaco, 
que  los  autos  de  sus  guerras  paran  en  la  Secretaría. 

«11.  Omítese  la  respuesta  á  otras  quejas  ó  calumnias  contra  dichos 
indios  y  sus  Doctrineros,  por  constar  lo  contrario  de  instrumentos  presen- 
tados por  el  suplicante  el  año  de  705.  La  primera,  de  que  no  pagaban  tri- 
buto á  V.  M.  Y  consta  de  tres  de  los  dichos  instrumentos  presentados  por 
Septiembre  ó  Octubre,  que  lo  habían  pagado  hasta  el  año  de  703,  que  salió 
el  suplicante  de  Buenos  Aires.  La  segunda,  que  los  Obispos  y  Goberna- 
dores no  visitaban  los  pueblos  ó  Reducciones  de  dichos  indios,  por  estor- 
barlo sus  Doctrineros.  Y  consta  lo  contrario  de  cinco  instrumentos  pre- 
sentados por  Marzo,  que  son  las  Visitas  que  han  hecho  los  Obispos  del 


-  645  - 

Paragua}',  y  Buenos  Aires:  y  cómo  éste,  convidado  por  los  Padres  para 
la  Visita,  se  excusó  dos  veces:  El  quinto  es  de  solas  las  Visitas  del  Gober- 
nador del  Paraguay.  Y  otros  que  se  presentan  ahora  del  modo  que  reciben 
los  Gobernadores  cuando  van  a  visitarlos.  El  Gobernador  de  Buenos 
Aires  nunca  las  ha  visitado,  ni  las  otras  ciudades  de  su  gobierno  (porque 
dicen  tiene  orden  de  que  no  salga  del  presidio  de  dicho  puerto)  (1).  La 
tercera,  que  los  Curas  de  dichos  indios  no  guardan  el  patronazgo  Real, 
por  no  ser  presentados  del  Patrón,  etc.  Y  consta  de  los  instrumentos  pre- 
sentados por  Marzo  de  sus  presentaciones  por  el  Patrón  y  colación  canó- 
nica por  el  Ordinario  ó  por  su  comisión.  La  cuarta,  que  los  Doctrineros 
no  enseñan  la  sujeción  á  V.  M.  y  á  sus  Gobernadores.  Y  de  los  números 
17,  IS  y  41,  consta  lo  contrario,  por  los  muchos  instrumentos  de  copiosos 
servicios  que  á  su  costa  han  hecho  y  hacen,  presentados  por  Marzo,  y  por 
otros  dos  con  este  Memorial,  en  que  siempre  va  con  ellos  algunos  de  los 
Padres  por  sus  capellanes. 

«12.  Los  fundamentos  en  que  estriba  la  segunda  Real  Cédula,  de 
obligar  á  los  indios  al  beneficio  de  la  yerba,  son  los  informes  que  por 
orden  de  V.  M.  dieron  el  Arzobispo  y  Audiencia  de  los  Charcas:  y  se 
reducen  á  cuatro.  El  primero  que  los  indios  de  dichos  tres  pueblos,  San 
Ignacio,  N.''^  S.'^  de  Fe  y  Santiago,  han  acudido  al  beneficio  de  la  yerba, 
desde  el  tiempo  que  existió  la  Audiencia  de  Buenos  Aires  (que  fué  desde  el 
año  663  hasta  el  de  672  ó  673):  y  que  siendo  dichos  tres  pueblos  de  la  Gober- 
nación del  Paraguay,  no  había  razón  de  eximirlos  de  dicho  beneficio  más 
que  á  los  otros  indios  del  mismo  gobierno.  El  segundo,  que  el  beneficio  de 
la  yerba  es  tan  necesario,  que  sin  él  no  se  pueden  mantener  aquellas  pro- 
vincias de  Indias,  por  ser  el  único  fruto  la  yerba,  que  está  en  lugar  de  ali- 
mento: pues  con  su  comercio  y  trueque  consiguen  lo  necesario  para  la 
vida  política.  Y  por  la  gran  diminución  que  ha  habido  de  indios  con  las  gue- 
rras de  los  portugueses  y  mamelucos  del  Brasil,  insinúa  que  no  puede  dicho 
beneficio  conservarse,  sin  que  acudan  los  indios  de  dichos  tres  pueblos. 
El  tercero,  que  dicho  beneficio  de  la  yerba  es  conforme  á  las  Ordenanzas 
de  D.  Francisco  Alfaro,  confirmadas  por  la  ley  3,  tít.  17,  lib.  6  de  la  Reco- 
pilación de  Indias.  El  cuarto,  que  el  beneficio  de  la  yerba  no  es  tan  gra- 
voso como  se  presenta,  yendo  los  indios  á  su  tiempo,  pagándoles  sus  jorna- 
les, y  estando  bien  asistidos.  Conque  no  hay  inconveniente  en  que  los 
dichos  tres  pueblos  vayan  al  beneficio  de  la  yerba.  Estos,  Señor,  son  los 
fundamentos. 

«13.  Al  primero  responde  el  suplicante  que  la  Audiencia  de  Buenos 
Aires  en  13  de  Enero  de  1666  mandó  fuesen  al  beneficio  de  la  yerba  los 
indios  de  los  pueblos  Caaguazú  y  Aguaranambí,  que  llaman  los  Itatines 
(y  ahora  después  de  la  mudanza  de  dichos  pueblos,  hecha  el  año  669  con 
licencia  del  Gobernador  del  Paraguay,  D.  Juan  Diez  de  Andino,  que  soli- 
citó la  dicha  provisión,  se  llaman  N.^  S.^  de  Fe  y  Santiago):  más  los  indios 
de  dichos  pueblos,  como  soldados  presidiarios,   suplicaron  de  dicha  provi- 

(1)  Esta  aserción  se  ha  de  entender  de  la  generalidad  de  los  Gobernadores 
de  Buenos  Aires:  de  otro  modo  no  sería  exacta:  pues  aun  antes  del  P.  Francisco 
Burgés,  había  ido  hacer  visita  muy  de  propósito  en  1747,  el  Gobernador  don  Jacin- 
to Láriz,  y  después  del  mismo  Padre  estuvieron  en  Doctrinas,  los  Gobernadores 
Zavala,  Andonaegui,  Cevallos  y  Bucareli.  Véase  el  §.  44. 


—  646- 

sión,  y  se  les  admitió  la  súplica  (consta  de  los  autos  de  esta  causa,  á  fs.  15 
que  presenta  el  suplicante),  pues  ni  antes  ni  después  de  dicha  provisión 
han  ido  los  indios  presidiarios  de  los  dichos  pueblos  al  beneficio  de  la  yerba 
del  Paraguay,  como  consta  de  las  informaciones  en  las  respuestas  á  las 
preguntas  4  y  11,  que  con  ésta  presenta,  hechas  en  la  ciudad  de  la  Asun- 
ción, donde  asiste  el  Gobieriio  del  Paraguay,  quien  manda  ir  á  los  indios 
á  Maracayú  al  beneficio  de  la  yerba,  que  todo  suele  parar  en  la  dicna  ciu- 
dad: y  los  testigos  son  oculares  que  tienen  las  cosas  presentes,  por  ser 
vecinos  de  la  Asunción,  interesados  en  el  beneficio  de  la  yerba;  los  cuales 
con  juramento  afirman  que  nunca  han  ido  los  indios  presidiarios  de  dichos 
tres  pueblos,  al  beneficio  de  la  yerba  del  Paraguay:  á  cuyo  informe  se  ha 
de  estar,  y  no  al  de  los  Charcas,  que  como  dista  óOO  ó  700  leguas  del  Para- 
guay, y  falta  la  comunicación  de  los  correos,  carece  de  las  noticias  necesa- 
rias y  ajustadas. 

«14.  Y  parece  que  la  Audiencia  de  Buenos  Aires  el  año  de  6o8  implí- 
citamente revocó  su  provisión  del  año  665,  cuando  en  contradictorio  jui- 
cio mandó  que  los  dichos  dos  pueblos  de  Caaguazú  y  Aguaranambí  se 
encabezasen  á  la  Real  Corona,  y  corriesen  como  todos  los  demás  que  doc- 
trina la  Compañía  de  Jesús  en  el  Paraguay  en  virtud  de  una  Real  Cédula 
de  661  qne  así  lo  ordena,  que  parece  en  la  foja  75  de  los  autos  presentados; 
y  también  parece  se  colige  de  dichos  autos.  Porque  la  Audiencia  de 
Charcas  revoca  los  decretos  de  la  Audiencia  de  Buenos  Aires  del  año 
de  666  en  que  confirmaba  los  autos  del  Gobernador  del  Paraguay,  por 
faltarles  jurisdicción  para  imponer  mitas  nuevas  ó  cargas  á  dichos  indios; 
y  que  las  partes  ocurriesen  á  V.  M.  que  podía  imponerlas;  y  en  el  ínterin 
que  lo  resuelva,  ninguno  de  los  Gobernadores  del  Paraguay,  con  ningún 
pretexto  los  saque  de  las  reducciones  ni  haga  novedad  en  esta  materia. 
La  cual  Provisión  por  Julio  de  688  se  intimó  al  Gobernador  del  Paraguay, 
quien  la  obedeció:  y  respondió  que  en  su  conformidad  se  guarde,  cumpla 
y  ejecute  lo  que  S.  A.  manda,  como  consta  de  los  autos  presentados  desde 
la  f.  90  hasta  93.  Porque  si  dichos  indios  presidiarios  hubieran  asistido  al 
beneficio  de  la  yerba  desde  el  año  de  666  que  lo  mandó  la  Audiencia  que 
asistió  en  Buenos  Aires,  ¿para  qué  fin  el  Gobernador  del  Paraguay  el 
año  de  684  y  la  Audiencia  de  Charcas  el  año  de  685,  confirmando  los  autos 
de  dicho  Gobernador  lo  habían  de  mandar,  sino  sólo  porque  no  se  había 
ejecutado  la  Provisión  de  la  Audiencia  de  Buenos  Aires? 

«15.  La  razón  porque  los  indios  presidiarios  de  los  dichos  pueblos 
nunca  han  ido  al  beneficio  de  la  _verba,  aunque  sean  del  gobierno  del  Para- 
guay, yendo  los  demás  indios  encomendados  de  dicho  gobierno,  es  porque 
los  indios  de  los  dichos  tres  pueblos  no  fueron  conquistados  de  los  espa- 
ñoles, y  sólo  los  misioneros  de  la  Compañía  los  redujeron  á  la  fe  de  J.  C.  y 
al  vasallaje  de  V.  M.,  dándoles  palabra  de  que  no  habían  de  servir  á  los 
españoles,  ni  ser  sus  encomendados,  sino  que  sólo  habían  de  estar  en  la 
Real  Corona.  (Esta  palabra  se  les  dio,  porque  en  mucho  tiempo  no  quisie- 
ron convertirse  á  la  fe  ni  dar  la  obediencia  á  V.  M.,  recelosos  de  que  los 
habían  de  obligar  á  servir  á  los  españoles  y  ser  sus  encomendados,  porque 
padecían  muchos  trabajos,  superiores  á  sus  fuerzas  (como  lo  veían  en  los 
otros  indios  convertidos,  pasados  los  primeros  diez  ó  veinte  años  de  su 
conversión):  y  está  confirmada  primero  del   Vicerey  del  Perú  y  Audien- 


—  6-17  — 

cia  de  los  Charcas,  y  después  por  Cédula  de  V.  M  ,  de  23  de  Febrero  de 
633,  y  de  20  de  Noviembre  de  647,  en  que  juntamente  los  señalan  y  dedi- 
can por  soldados  presidiarios  de  las  fronteras  de  aquellas  provincias  para 
defenderlas  de  los  portugueses  y  mamelucos  del  Brasil,  y  con  ésto  impe- 
dirles el  Paso  á  los  Reinos  del  Perú  y  minas  del  Potosí,  como  consta  de 
los  autos  presentados  desde  f.  38  y  4U  hasta  48.  y  en  la  f  57,  69  vta.  y  70 
hasta  72. 

«16.  Y  en  la  f.  71,  el  Vice  Rey  del  Perú,  habiendo  dado  vista  á 
los  fiscales  de  la  Audiencia  de  Lima  y  al  Protector  de  los  indios,  con 
Acuerdo  de  la  Audiencia  y  Oficiales  de  la  Real  Hacienda,  en  su  decreto 
dice  estas  palabras:  '^ Di  la  presente,  por  la  cual  en  nombre  de  S.  M,  y  en 
virtud  de  loa  poderes  que  para  ello  tengo  (es  la  Cédula  de  14  de  Febrero 
de  1647  en  que  S.  M.  le  comete  esta  materia,  y  empieza  á  f.  57  de  los  autos 
presentados),  recibo  por  sus  vasallos  dichos  indios  nuevamente  convertidos  de 
tas  provincias  del  Uruguav,  Tapes,  río  Paraná  y  de  Itaíines  de  la  gobernación 
del  Paraguay,  y  los  declaro  por  tales  y  pertenecientes  á  la  Real  Corona,  y  por 
partidarios  y  opósitos  de  los  portugueses  del  Brasil,  y  mando  que  por  ahora 
sean  relevados  de  mitas  y  servicio  personal,  puesto  que  asisten  en  dicho  presidio, 
en  que  se  ju^ga  estar  bastantemente  ocupados  en  el  Real  servicio  y  causa  pública, 
etcétera^).  Lo  cual  siempre  han  ejecutado  dichos  indios  presidiarios  como 
leales  y  vasallos  de  V.  M.  que  después  de  su  conversión  nunca  se  han 
rebelado,  defendiendo  aquellas  provincias  de  los  enemigos  de  la  Corona. 
Como  consta  de  instrumentos  presentados  por  el  suplicante  el  año  de  705. 
Y  si  estos  indios  á  su  costa  no  sirvieran  de  presidiarios,  V.  M.  había  de 
gastar  cada  año  algunos  centenares  de  millares  de  pesos  para  defender 
aquellas  provincias,  más  dilatadas  que  toda  España  y  Francia,  como  gasta 
en  mantener  los  presidios  de  Buenos  Aires  y  del  Reino  de  Chile,  más  de 
cuatrocientos  mil  pesos  al  año,  no  obstante  que  sus  vecinos  españoles  se 
pueden  }•  deben  defender;  y  fuera  de  esto,  siempre  á  su  costa  han  acudido 
á  los  socorros  de  Buenos  Aires  y  del  Paraguay,  cuando  han  sido  llamados 
de  sus  Gobernadores,  como  se  ve  en  los  dos  números  que  siguen. 

«17.  Por  orden  del  Gobernador  D.  Gregorio  de  Hinestrosa,  el  año  de 
644  vinieron  600  indios  armados  á  la  Asunción,  para  resguardo  de  su 
persona  y  quietud  de  la  ciudad.  Y  el  año  de  645  repitieron  el  mismo  soco- 
rro: y  el  de  646  otro  gran  trozo  de  ellos  entró  en  las  tierras  de  los  Guay- 
curús  por  mandado  del  Gobernador  [conducidos  por  el  maestre  de  campo] 
D.  Sebastián  de  León.  El  año  de  649  vino  un  socorro  considerable  de  di- 
chos indios  armados  para  seguridad  de  su  vida  [del  Gobernador]  y  de  la 
ciudad:  y  el  de  650  fué  otro  gran  socorro  contra  los  indios  Payaguás.  Por 
llamamiento  del  Gobernador  D.  Andrés  Garavito  de  León,  Oidor  de  los 
Charcas,  fueron  el  año  de  652  dichos  indios  contra  el  enemigo  Guaycurú, 
y  reedificaron  la  iglesia  de  Santa  Lucía.  Por  mandamieMo  del  Goberna- 
dor D.  Cristóbal  de  Garay  el  año  de  6.56  fueron  en  dos  ocasiones  á  hacer  la 
guerra  á  los  indios  enemigos  Guaycurús  y  otros  sus  coligados.  Gobernan- 
do D.  Alonso  Sarmiento  el  año  de  660  en  el  Paraguay,  fueron  220  indios  á 
socorrerlo  y  librarlo  del  aprieto  en  que  le  tenían  sitiado  los  indios  rebeldes 
de  Arecayá,  de  que  se  dirá  en  el  núm.  20.  Y  en  el  de  61  por  su  orden  fué 
un  gran  trozo  contra  los  Guaycurús,  de  quienes  alcanzaron  victoria,  y  en- 
trando en  sus  tierras,  castigaron  sus  insultos;  y  lo  mismo  repitieron  el  año 


-648  — 

siguiente  de  662.  Gobernando  D.  Juan  Diez  de  Andino,  desde  el  año  de  664 
hasta  el  de  671,  fueron  dichos  indios  en  cinco  ocasiones  al  Paraguay  para 
lo  que  se  les  ordenó.  Por  mandado  del  Gobernador  D.  Felipe  Rege  Gorba- 
lán,  desde  el  año  de  672  hasta  680,  en  una  ocasión  fueron  200,  y  en  otra  900 
contra  los  Guaycurús:  también  tercera  vez  400  contra  los  mamelucos  del 
Brasil:  y  acudieron  varias  veces  al  reparo  y  fortificación  de  los  presidios. 
En  el  gobierno  de  D.  P'rancisco  Monfortc  fueron  dos  socorros  de  indios 
contra  los  Guaycurús,  de  300  el  uno,  y  el  otro  de  100:  é  hicieron  donación 
de  600  caballos  dichos  indios,  y  de  cuarenta  y  cuatro  fanegas  de  grano 
(cada  fanega  allí  son  por  lo  menos  dos  de  acá)  para  el  bastimento  y  avío  de 
las  milicias.  Y  el  año  de  688  fué  otro  socorro  de  indios  contra  los  ma- 
malucos  y  los  portugueses  que  habían  fundado  en  Jerez  (ciudad  que  fué  de 
los  castellanos  del  gobierno  de  Paraguay,  que  destriiyeron  dichos  mama- 
lucos)  desde  donde  hacen  muchas  correrías  contra  los  indios  fieles  é  infie- 
les de  los  Chiquitos  y  de  otras  naciones,  haciéndolos  esclavos;  y  por  éso 
convenía  echarlos  de  allí.  Cuando  fué  el  Gobernador  D.  Juan  Rodríguez 
Cota,  el  año  de  700  vinieron  por  su  orden  200  indios  armados  contra  los 
Guaycurús. 

«18.  No  son  menores  los  servicios  con  que  han  acudido  al  gobierno  de 
Buenos  Aires,  en  especial  á  su  cabeza  el  puerto  de  Buenos  Aires,  que  es 
la  puerta  de  la  América  meridional.  Por  orden  de  su  Gobernador  D.  Men- 
do  de  la  Cueva,  el  año  de  640  y  641,  fueron  230  de  dichos  indios  presidiarios 
armados  á  las  ciudades  de  Sta.  Fe  de  la  Vera  Cruz  y  á  S.  Juan  de  Vera 
de  las  Siete  Corrientes  (ambas  del  gobierno  de  Buenos  Aires),  para  el  cas 
tigo  de  los  indios  enemigos  calchaquís,  caracarás  y  otros  que  las  infesta- 
ban. Siendo  Gobernador  D.  Pedro  Baygorri,  fueron  en  dos  ocasiones  el 
año  de  655  á  las  dichas  dos  ciudades  300  indios  presidiarios  para  sujetarlos 
indios  rebeldes  calchaquíes  y  frentones,  como  lo  consiguieron.  Y  el  año 
de  657  y  658  vinieron  una  vez  150  indios  y  otra  300  armados  á  la  ciudad  de 
Buenos  Aires  para  defenderla  de  los  enemigos  europeos:  y  dieron  embar 
caciones  al  socorro  de  españoles  que  bajaban  de  la  ciudad  de  las  Corrien- 
tes para  el  mismo  efecto.  Siendo  Gobernador  y  Presidente  de  la  Audiencia 
que  existió  en  Buenos  Aires  D.  José  Martínez  Salazar,  el  año  de  664  vi- 
nieron 150  indios  á  trabajar  en  las  fortificaciones:  y  el  año  de  671  bajaron 
500  indios  armados  para  defensa  de  dicho  Puerto.  Por  mandamiento  de 
D.  José  Garro  el  año  de  680  bajron  3000  indios  armados,  para  desalojar 
(como  desalojaron)  el  portugués  de  la  Colonia  del  Sacramento.  El  año  de 
688  gobernando  D.  José  de  Herrera,  vinieron  150  indios  armados  á  recono- 
cer el  río  de  la  Plata  y  la  costa  del  Mar,  observando  si  había  enemigos  y 
piratas  (este  servicio  lo  ejecutan  todos  los  años  por  orden  de  dichos  Gober- 
nadores, como  también  por  el  río  de  la  Plata  arriba  y  otros  que  desaguan 
en  él,  para  ver  si  vienen  los  mamelucos  del  Brasil  á  infestar  aquellas  pro- 
vincias.) Por  llamamiento  del  Gobernador  D.  Agustín  de  Robles,  el  año 
de  697  vinieron  2  mil  indios.  Por  orden  del  Gobernador  D.  Manuel  de 
Prado  Maldonado,  el  año  de  702  bajaron  2  mil  indios  con  cabos  españoles 
señalados  del  mismo  Gobernador,  contra  los  infieles  enemigos  confedera- 
dos y  ayudados  de  los  portugueses  de  la  Colonia  del  Sacramento,  con 
quienes  pelearon  cinco  días,  en  que  quedaron  muertos  casi  todos  los  de 
guerra,  y  prisionera  toda  la  chusma  enemiga.  Y  el  año  de  704,  vinieron 


—  649- 

4  mil  indios  armados  por  mandamiento  del  Gobernador  D.  Alonso  Valdés, 
para  desalojar  (como  desalojaron  por  segunda  vez)  al  portugués  de  la 
Colonia  del  Sacramento;  habiendo  antes  venido  por  su  orden  300  indios  el 
año  de  703,  y  400  indios  el  de  704  á  trabajar  en  las  fortificaciones  de  aquella 
plaza,  lo  cual  consta  de  documentos  presentados  el  año  de  705. 

«19.  Nada  de  esto  milita  en  los  demás  pueblos  de  indios  encomenda- 
dos del  gobierno  del  Paraguay,  los  cuales  fueron  conquistados  de  los  espa- 
ñoles: no  se  les  dio  palabra  de  que  no  habían  de  servirlos  ni  ser  sus  enco- 
mendados: y  así  no  están  encabezados  en  la  Real  Corona,  sino  encomen- 
dados á  los  españoles  beneméritos.  No  son  constituidos  soldados  presidiarios 
de  aquellas  provincias  contra  los  portugueses  y  mamalucos  del  Brasil  y 
otros  enemigos:  no  han  sido  siempre  leales  vasallos  de  V.  M.:  porque 
después  de  conquistados  y  convertidos  á  la  te,  se  han  rebelado  varias  veces: 
y  así  son  muchas  las  razones  porque  los  indios  presidiarios  de  dichos  tres 
pueblos  no  vayan  al  beneficio  de  la  yerba,  y  acudan  los  demás  que  son 
encomendados,  aunque  unos  y  otros  sean  del  gobierno  del  Paraguay.  Y 
en  el  paraje  que  los  indios  presidiarios  de  dichos  tres  pueblos  están  desde 
el  año  de  669,  por  la  gran  distancia  de  Maracayú  y  sus  yerbales,  aunque 
no  fuesen  soldados  presidiarios,  y  quisiesen  ir  al  dicho  beneficio,  no  se  les 
podía  permitir:  }'  mucho  menos  obligar,  como  se  verá  en  este  Memorial  en 
los  números  30  y  31. 

«20.  A  esto  se  añade  que  los  indios  presidiarios  de  los  dos  pueblos 
llamados  ahora  N.^  S.^  de  Fe  y  Santiago,  á  I.*'  de  Noviembre  del  año 
de  660  socorrieron  con  unos  220  soldados  al  maestre  de  campo  D.  Alonso 
Sarmiento  de  Figueroa,  Gobernador  del  Paraguay,  á  quien,  con  los  espa- 
ñoles que  lo  acompañaban,  tenían  sitiados  los  indios  encomendados  del 
pueblo  de  Areca)'á,  con  otros  sus  aliados,  que  se  amotinaron  contra  el 
dicho  Gobernador  y  sus  españoles,  y  los  combatieron  cinco  días,  con  ánimo 
de  acabar  con  ellos,  y  levantar  la  tierra,  como  lo  tenían  entre  sí  concertado. 
Los  cuales  220  indios  presidiarios,  con  su  llegada  retiraron  al  enemigo, 
y  libraron  al  Gobernador  y  á  sus  españoles,  y  con  ellos  á  todo  el  gobierno 
d^l  Paraguay,  del  manifiesto  peligro  en  que  se  hallaban  (como  consta  este 
servicio  de  instrumento  presentado  por  el  suplicante  el  año  de  705).  Por 
el  cual  (caso  negado  que  no  hubiese  otros)  habían  de  ser  relevados  del 
servicio  personal  en  el  beneficio  de  la  yerba,  aunque  antes  estuviesen 
obligados  á  él;  cuanto  más  no  estando  jamás:  Antes  bien  en  la  f.  71  y  75 
están  expresados  dichos  pueblos  con  el  nombre  de  Itatines,  en  que  se 
reservan  de  todo  servicio  personal  y  mitas:  y  se  mandan  encabezar  en  la 
Real  Corona,  y  ser  soldados  presidiarios  de  aquellas  provincias. 

«21.  De  lo  alegado  hasta  aquí  se  infiere  que  no  se  puede  compadecer 
el  ir  á  Maracayú  al  beneficio  de  la  yerba  del  Paraguay  y  estar  en  la  Real 
Corona:  y  por  consiguiente,  ni  ser  encomendados  ni  servir  á  los  españoles. 
Porque  la  causa  de  poner  estos  indios  en  la  Real  Corona,  es  que  cumplan 
con  pagar  tributo  á  V.  M.,  sin  que  hayan  de  ser  encomendados  ni  servir  á 
los  españoles  y  pagar  la  tasa  ó  tributo  personal  á  sus  encomenderos,  como 
se  usa  en  el  Paraguay.  Así  lo  expresa  la  prohibición  del  \'ice-Rey  del 
Perú,  hecha  con  vista  del  Fiscal  de  la  Audiencia  de  Lima,  y  parecer  del 
Oidor  D.  Alonso  Pérez  de  Salazar,  y  está  confirmado  por  la  Real  Cédula 
en  los  autos  presentados  desde  f .  40  hasta  48,  donde  hablando  de  la  pala- 


—  boO  — 

bra  dada  por  los  jesuítas,  que,  si  se  convertían  á  la  fe  y  daban  la  obedien- 
cia á  S.  M.,  habían  de  estar  encabezados  en  la  Real  Corona,  y  ser  libres 
de  servir  á  los  españoles  y  ser  sus  encomendados,  dice  estas  palabras  en 
la  f.  47:  «se  cumpla  también  mi  voluntad,  que  su  conversión  no  sea  por  fuerza 
de  armas  sino  por  medio  de  la  predicación  del  Evangelio:  y  su  buen  trata- 
tamiento:  que  no  le  puede  haber  donde  el  tributo  se  reduce  por  los  encomenderos 
á  servicio  personal,  prohibido  por  mis  Reales  Céctulas,  que  el  Dr.  D.  Francisco 
Alfaro,  siendo  Oidor  de  mi  Real  Audiencia  de  la  Plata  fué  á  ejecutar  á  esas  pro- 
vincias; V  que  los  que  estuviesen  en  mi  Real  Corona  estarán  menos  sujetos  á 
esos  agravios,  fué  acordado  etc.-»  En  el  beneficio  de  la  yerba  no  sólo  sirven 
á  los  españoles,  sino  que  son  peor  tratados  que  si  fueran  sus  encomen- 
dados. 

«22.  Tampoco  se  compadece  con  acudir  á  Alaraca3'ú  al  beneficio  de  la 
yerba  el  ser  soldados  presidiarios  de  las  fronteras  de  aquellas  dilatadas 
provincias  contra  los  portugueses  y  mamelucos  del  Brasil,  y  el  ocurrir  á 
los  socorros  del  Puerto  de  Buenos  Aires.  Porque  las  150  ó  200  leguas  que 
ha}'  desde  sus  pueblos  á  los  yerbales,  como  se  dirá  en  el  núm.  31,  los  ale- 
lan de  las  fronteras  para  defenderlas  de  los  portugueses  y  mam.elucos  del 
Brasil:  y  también  de  Buenos  Aires  para  ir  á  los  socorros  tan  numerosos 
que  tantas  veces  se  ofrecen,  como  se  ve  en  los  mapas  de  aquellas  provin- 
cias.—Al  segundo  fundamento  se  responde  que  la  provincia  de  Indias  del 
Paraguay  se  ha  conservado  y  se  conservará  con  el  comercio  de  la  yerba, 
sin  que  los  indios  presidiarios  de  dichos  tres  pueblos  vayan  ni  hayan  ido  á 
su  beneficio.  Pues  del  mismo  hecho  consta  que  se  ha  conservado  hasta 
ahora,  por  subsistir  dicha  provincia  del  Paraguay,  y  con  dicho  beneficio 
que  baja  con  grande  abundancia  á  la  ciudad  de  Santa  Fe,  donde  por  los 
años  de  690  se  vendió  á  nueve  ó  diez  reales  la  arroba,  (siendo  su  precio 
asentado  en  la  Asunción  del  Paraguay  doce  reales  de  plata)  que  bajada  á 
5anta  Fe,  tiene  de  flete  tres  ó  cuatro  reales  de  plata,  por  distar  más 
de  200  leguas  de  la  Asunción.  Y  en  Buenos  Aires,  distante  de  la  Asun- 
ción 300  leguas,  se  vendió  el  año  de  702  á  once,  reales  de  plata  la  arroba. 
Y  por  esos  tiempos  los  indios  de  los  dichos  tres  pueblos  no  iban  al  bene- 
ficio de  la  yerba,  como  se  probó  en  el  n.  13  y  14. 

«23  Ni  la  yerba  es  el  único  fruto,  como  se  quiere  decir,  con  que  se 
conserva  la  provincia  del  Paraguay:  y  así,  aunque  faltara  su  beneficio 
con  tanta  abundancia  como  al  presente  se  beneficia,  se  conserv^ará.  Por- 
que en  él  se  produce  mucho  algodón,  que  reducido  á  lienzos,  conduce  á 
poca  costa  á  las  provincias  de  Buenos  Aires  y  Cuyo,  donde  tiene  buen 
expediente.  Más:  se  da  bastante  tabaco  y  azúcar,  que  no  sólo  en  las  dichas 
provincias  de  Buenos  Aires  _v  Cuyo,  sino  también  en  la  del  Tucumán, 
tienen  buena  salida,  por  carecer  de  dichos  géneros.  Fuera  de  ésto,  hacen 
muchos  cueros  de  ante,  por  haber  allí  muchas  antas  y  ciervos:  que  curti- 
dos, los  conducen  á  dichas  tres  provincias  y  á  los  reinos  del  Perú  y  de 
Chile,  donde  son  mu}-  estimados  3-  se  venden  con  mucha  ganancia.  A  más 
de  estos  frutos  propios,  produce  los  de  Europa,  trigo,  cebada,  maíz,  etcé- 
tera y  todo  género  de  legumbre  y  frutos.  Más:  abunda  de  vacas,  ovejas  y 
ganado  de  cerda,  etc.,  lo  cual  es  notorio,  y  si  fuese  necesario  dar  informa- 
ción, se  dará. 

«24.     Y  si  la  yerba  fuera  el  único  fruto  del  Paraguay  y  que  sin  ello  no 


-651  - 

puede  subsistir:  y  por  otra  parte  su  beneficio  no  es  tan  gravoso  como  se 
representa,  ¿por  qué  no  plantan  los  árboles  que  la  producen  en  sus  here- 
dades, ó  en  sus  vecindades  (que  son  muy  estimadas,  y  hay  tierra  para 
todo),  donde  prueban  muy  bien,  como  se  ha  experimentado  en  algunas 
partes  del  Paraguay?  {Y  por  qué  no  envían  á  sus  esclavos  negros  (que  en 
el  Paraguay  también  prueban  bien)  á  Maracayú  á  buscarla,  conque  se 
beneficiarían  con  más  abundancia?  (pues  raro  ó  ningún  negro  va  á  Aíara- 
cayú  dicho  á  beneficiarla);  sino  porque  ven  el  riesgo  de  morirse  ó  de  hacerse 
inhábiles  para  el  trabajo,  y  así  les  dan  otras  ocupaciones  en  que  no  peligre 
su  vida  ni  salud.  De  donde  se  infiere  un  medio  fácil  para  beneficiar  la 
yerba  del  Paraguay  sin  menoscabo  ni  gravamen  de  los  indios,  á  que  los 
negros  podrán  acudir  sin  riesgo  de  la  vida.  Y  es  que  se  mande  plantar 
dichos  árboles  en  sus  haciendas  ó  en  las  tierras  vecinas,  como  plantan  el 
algodón  ó  caña  dulce:  y  como  benefician  éstos  sin  inconveniente  alguno  los 
negros  é  indios,  podrán  beneficiar  la  yerba.  Conque  se  excusará  el  gran 
trabajo  de  los  pobres  indios  en  ir  á  beneficiarla  á  Maracayú,  tan  distante 
de  sus  pueblos,  3'  de  temple  tan  dañoso  á  su  salud  como  se  verá  en  el 
número  32. 

«25.  Alegan  que  con  las  guerras  de  los  portugueses  y  mamelucos  del 
Brasil  se  han  disminuido  notablemente  los  indios  del  Paraguay.  Si  se 
entiende  de  los  indios  que  los  Jesuítas  han  conquistado  con  sólo  el  Evan- 
gelio para  Dios  y  V.  M.,  es  mucha  verdad.  Pues  consta  de  Cédula  de  17 
de  Septiembre  de  1639  (estando  aún  unida  la  Corona  de  Portugal  con  la 
de  Castilla)  que  hasta  entonces  pasaban  de  300  mil  almas  de  esos  indios 
que  se  habían  llevado  los  mamelucos  del  Brasil,  porque  en  aquel  tiempo 
no  tenían  más  armas  que  arcos  y  flechas:  y  los  mamelucos  venían  con 
escopetas,  carabinas,  pistolas,  espadas  y  alfanjes,  etc.  Mas  después  de  los 
años  640  que  se  les  han  concedido  algunas  armas  de  fuego  para  defenderse 
de  los  indios,  mamelucos  y  otros  enemigos,  siempre  han  ido  en  grande 
aumento,  como  consta  de  las  Visitas  hechas  de  orden  de  V.  M. 

«26.  El  Gobernador  de  Buenos  Aires,  D.  Jacinto  Láriz,  las  visitó  por 
los  años  de  648:  y  halló  más  de  treinta  mil  personas.  Y  después  el  año 
de  656  poco  más  ó  menos  D.  Juan  Blásquez  de  Yalverde,  Oidor  de  las 
Charcasi  Visitador  y  Gobernador  que  fué  del  Paraguay,  halló  más  de  cua- 
renta mil  almas  más  ó  menos.  Y  D.  Diego  Ibáñez  de  Faria,  Fiscal  que 
fué  de  la  Audiencia  que  estuvo  en  Buenos  Aires,  las  visitó  el  año  de  677, 
y  halló  en  ellas  más  de  58  mil  almas,  las  cuales  Visitas  paran  en  la  Secre- 
taría. Y  el  año  de  70  habían  crecido  hasta  ochenta  y  nueve  mil  quinien- 
tas una  personas,  como  consta  de  la  numeración  de  ellas  que  con  éste  se 
presenta,  la  cual  se  pone  en  este  Memorial  en  el  núm.  46.  Y  la  causa 
es  por  vivir  libres  del  servicio  personal.  También  es  cierta  la  diminución 
de  los  indios  encomendados;  mas  no  es  causada  de  las  guerras  de  los 
mamelucos,  sino  del  servicio  personal,  pues  todos  los  pueblos  de  los  indios 
que  en  aquella  provincia  están  encomendados,  que  les  hacen  servir  perso- 
nalmente, cada  año  han  ido  y  van  á  menos,  como  se  ve  en  los  padrones  que 
Se  hacen  todos  los  años  de  ellos:  y  en  el  núm.  9  de  este  Memorial,  donde  pide 
el  Obispo  de  Buenos  Aires  se  extingan  cinco  reducciones.  Porque  muchos 
enferman  y  mueren  por  excesivo  trabajo  personal:  y  no  pocos,  por  librarse 
de  él,  se  huyen  á  partes  remotas,  donde  nunca  más  parecen  en  sus  pueblos. 


—  652  — 

«27.  Y  es  de  notar  que  la  última  instancia  hecha  para  este  fin  el  año 
de  684  por  el  Gobernador  del  Paraguay  en  dos  autos  (que  no  se  ejecuta- 
ron), remitidos  á  la  Audiencia  de  los  Charcas  para  que  Jos  confirmase,  en 
el  uno  obliga  á  los  indios  presidiarios  de  los  tres  pueblos,  S.  Ignacio, 
N.^  S.^  de  Fe  y  Santiago,  y  en  el  otro  reserva  de  dicho  beneficio  siete 
pueblos  encomendados,  llamados  Tobatí,  los  Altos,  Atirá,  Yaguarón, 
Guarambaré,  Ipané  é  Itá  (consta  de  la  foja  4,  5  y  7  de  autos  presen- 
tados), los  cuales  han  ido  hasta  ahora  al  beneficio  de  la  yerba.  Luego  por 
su  mismo  auto  consta  de  los  indios  presidiarios  de  los  dichos  tres  pueblos 
de  la  Real  Corona,  para  hacerlos  ir  al  beneficio  de  la  yerba,  como  si 
hubieran  faltado  á  su  obligación  alguna  vez  que  han  sido  llamados  de  los 
Gobernadores  ó  sus  Tenientes,  así  para  socorrer  á  las  necesidades  del 
Paraguay  y  defenderlas  de  los  indios  enemigos,  como  para  hacer  entradas 
á  sus  tierras  y  castigarlos  etc.,  lo  cual  no  consta,  antes  bien  lo  contrario, 
de  los  instrumentos  presentados  por  el  suplicante  el  año  705,  cuyo  resu- 
men se  puso  en  los  números  7  y  13. 

«28.  Motiva  el  Gobernador  dicha  disposición  lo  primero:  porque  los 
indios  encomendados  de  los  dichos  pueblos  están  vecinos  al  enemigo  Guay- 
curú,  y  los  dichos  tres  pueblos  de  indios  presidiarios  están  en  tierra  pacífica. 
Esto  segundo  es  siniestro:  pues  son  fronterizos  á  los  maraalucos  del  Brasil, 
de  quienes  en  varias  ocasiones  han  sido  acometidos,  y  también  de  los 
Guaycurús:  (consta  de  testimonios  presentados  por  el  suplicante  el  año  de 
7ü5,  cuyo  resumen  se  puso  en  los  núms.  17  y  18).  Y  aunque  no  están  cerca- 
nos á  los  Guajxurús  como  los  dichos  siete  pueblos  encomendados,  siempre 
han  acudido  á  la  defensa  como  se  dijo  en  el  núm.  17.  Lo  segundo,  lo  motiva 
con  decir  que  los  tres  pueblos  de  los  dichos  indios  presidiarios  de  S.  Ignacio, 
N.^  S.^  de  Fe,  etc.,  están  vecinos  á  los  yerbales.  Lo  cual  carece  de  funda- 
mento, pues  distan  ciento  cincuenta  de  algunos,  y  de  otros  doscientas  leguas. 
Y  aunque  están  vecinos  á  la  Villa  Rica  del  Espíritu  Santo,  ésta  dista  de  los 
yerbales  mucho  más  de  cien  leguas,  después  que  el  año  de  676  ó  77  se  mudó 
al  puesto  donde  hoy  está.  Y  los  siete  pueblos  encomendados  están  mucho 
más  cerca  de  los  yerbales  que  los  tres  pueblos  presidiarios  de  S.  Ignacio,  etc. 
y  que  la  misma  Villa  Rica,  como  consta  del  mapa  de  aquella  Provincia. 

«29.  Y  así  no  hay  razón  para  obligar  al  beneficio  de  la  yerba  los  dichos 
tres  pueblos  presidiarios,  y  con  eso  desobligar  á  los  siete  pueblos  enco- 
mendados del  mismo  beneficio.  Y  sólo  subsiste  la  razón  que  se  dá  en  el  folio  3 
de  los  autos  presentados,  y  es  que  los  indios  de  los  siete  pueblos  encomen- 
dados puedan  pagar  los  tributos  á  todos  los  españoles  encomenderos  suyos. 
Pero  como  éstos  hacen  satisfacer  los  tributos  en  servicio  personal  á  los 
dichos  indios,  teniéndolos  casi  todo  el  año  fuera  de  sus  pueblos,  ocupados 
en  sus  conveniencias,  no  podrán  defenderlos,  ni  menos  la  ciudad  de  la 
Asunción,  de  los  enemigos  Guaycurús  (que  es  el  fin  porque  dicho  Gober- 
nador los  reserva  del  beneficio  de  la  yerba).  Y  por  la  misma  razón,  obli- 
gando á  los  dichos  tres  pueblos  de  indios  presidarios  de  S.  Ignacio,  etc., 
puestos  en  la  Real  Corona  y  tributarios  de  V.  M.,  no  podrán  pagar  los 
tributos,  ni  acudir  á  defender  aquellas  provincias  de  los  portugueses  y  ma- 
malucos  del  Brasil,  ni  menos  socorrer  las  ciudades  de  la  Asunción  y 
Buenos  Aires.  Lo  cual  prepondera  al  inconveniente  de  no  pagar  los  tribu- 
tos ó  tasa  á  sus  encomenderos. 


-653- 

«30.  El  tercer  fundamento  es  que  dicho  beneficio  de  la  yerba  es  con- 
forme á  las  Ordenanzas  del  Visitador  D.  Francisco  Alfaro,  confirmadas 
por  la  2.^  parte  de  la  ley  3.  tit.  17.  lib.  6.  de  la  Recopilación  de  Indias,  que 
dice  así:  <i Pero  en  los  tiempos  gue  Jio  fueren  daíiosos,  podrán  ir  los  indios  á 
sacar  la  yerba,  y  el  Gobernador  proveerá  co7i  el  cuidado  y  atención  conveniente 
á  su  bien,  conservación  y  salud.» — A  que  responde  que  desde  el  año  de  669 
dichos  pueblos  de  Nuestra  Señora  de  Fe  y  Santiago,  con  licencia  del  Go- 
bernador del  Paraguay,  se  mudaron  desde  Pirapó  al  puesto  que  hoy  están 
junto  á  las  Reducciones  del  Paraná  (donde  unidas  las  fuerzas,  pueden 
resistir  á  los  mamelucos,  que  por  estar  solos  en  el  Pirapó  les  es  imposible) 
no  pueden  cumplir  la  segunda  parte  de  la  ley:  y  que  yendo  al  dicho  bene- 
ficio de  la  yerba,  contravendrían  á  la  primera  parte  de  ella  que  dice  así: 
y>  Y  ordenarnos  á  los  indios  del  Paraguay  que  aun  voluntarios  no  puedan  ir  á 
Maracayá  á  sacar  la  yerba  llamada  del  Paraguaya  en  los  tiempos  del  año  que 
fueren  dañosos  y  contrarios  á  su  salud,  por  las  muchas  enfermedades,  muertes 
y  otros  perjuicios  que  desto  se  siguen,  pena  de  cien  acotes  al  indio  que  fuere,  y 
de  cien  pesos  al  español  que  lo  llevare  ó  enviare,  y  de  privación  de  o/icio  á  la 
justicia  que  lo  consintiere.»  Y  los  indios  de  los  tres  pueblos,  aunque  no  fue- 
ran presidiarios,  no  podían  ir  á  Maracayú  á  sacar  dicha  3'erba,  sin  que  de 
ida,  estada  ó  vuelta  les  cogiesen  los  tiempos  contrarios  y  dañosos  á  su 
salud. 

«31.  Y  es  la  razón,  porque  dichos  tres  pueblos  de  indios  presidiarios 
distan  de  los  yerbales  de  Maracayú  150  leguas  y  de  algunos  200  (las  40 
hasta  la  Asunción,  )■  las  110  ó  160  hasta  los  yerbales  de  Maracayú):  con  que 
en  ir,  estar  beneficiando  la  yerba  y  volver,  tardan  once  ó  doce  meses,  como 
consta  de  la  Información  presentada  á  la  pregunta  séptima,  á  f.  7.  Y  como 
en  este  espacio  de  once  ó  doce  meses  se  incluyen  todos  los  tiempos,  dañosos 
y  no  dañosos,  contrarios  y  no  contrarios,  á  la  salud  de  los  indios:  de  aquí  es 
que  no  pueden  ir  los  indios  presidiarios  de  dichos  tres  pueblos  al  beneficio 
de  la  3'erba,  sin  que  de  ida,  estada  ó  vuelta  les  cojan  los  tiempos  dañosos 
y  contrarios  á  su  salud,  de  que  se  siguen  muchas  enfermedades,  muertes, 
y  otros  perjuicios  que  V.  M.  manda  por  dicha  ley  se  eviten. 

«32.  El  P.  Antonio  Ruiz,  Misionero  apostólico  que  vivió  y  murió  con 
fama  de  santidad,  en  la  Conquista  espiritual  del  Paraguay,  en  el  §.  7.°  explica 
las  causas  de  estas  enfermedades,  muertes,  etc.  por  estas  palabras:  «Los 
gajos  de  estos  árboles  (habla  de  los  que  dan  la  yerba  del  Paraguay)  se 
ponen  en  unos  zarzos  y  á  fuego  manso  los  tuestan:  y  la  hoja  la  muelen  con 
no  pequeño  trabajo  de  los  indios,  que  sin  comer  en  todo  el  día  más  que  los 
hongos,  frutas  y  raíces  silvestres  que  su  ventura  les  ofrece  por  los  montes, 
están  en  continua  acción  y  trabajo,  teniendo  sobre  sí  un  cómitre,  que  ape- 
nas el  pobre  indio  se  sentó  un  poco  á  tomar  resuello,  cuando  siente  su  ira 
envuelta  en  palabras,  y  á  veces  en  muy  gentiles  palos.  Tiene  la  labor  de 
esta  yerba  consumidos  muchos  millares  de  indios.  Testigo  soy  de  haber 
visto  por  aquellos  montes  osarios  bien  grandes  de  indios,  que  lastima  la 
vista  el  verlos,  y  quiebra  el  corazón  saber  que  los  más  murieron  gentiles 
descarriados  por  aquellos  montes  en  busca  de  sabandijas,  sapos  y  culebras: 
y  como  aun  desto  no  hallan,  beben  mucho  de  aquella  yerba,  de  que  se 
hinchan  los  pies,  piernas  y  vientre,  mostrando  el  rostro  sólo  los  huesos  y 
la  palidez  la  figura  de  la  muerte.  Hechos  ya  en  cada  alojamiento  ó  aduar 


—  654- 

de  éstos  cien  ó  doscientos  quintales,  con  ocho  ó  nueve  indios  los  acarrean, 
llevando  cada  uno  cinco  ó  seis  arrobas»  (ahora  los  sacos  ó  costales  son  de 
siete  á  ocho  arrobas)  «diez,  quince  veinte  ó  más  leguas,  pesando  el  indio 
mucho  menos  que  sus  cargas,  sin  darles  cosa  alguna  para  su  sustento... 
Cuántos  se  han  quedado  muertos,  recostados  sobre  sus  cargas:  y  sentir  más 
el  español  no  tener  quien  se  la  lleve,  que  la  muerte  del  pobre  indio.  Cuán- 
tos se  despeñaron  por  horribles  barrancos,  y  los  hallamos  echando  la  hiél 
por  la  boca!  Cuántos  se  comieron  los  tigres  por  aquellos  montes!  Un  solo 
año  pasaron  de  sesenta.  Clamaron  estas  cosas  al  cielo:  envió  S.  M.  Cató- 
lica al  remedio  de  estos  males  al  Doctor  D.  Francisco  Alfaro...  Prohibió 
con  grandes  penas  el  forzar  los  indios  al  beneficio  de  la  yerba,  y  á  los 
mismos  indios  mandó  que  ni  aun  con  su  voluntad  la  hiciesen  los  cuatro 
meses  de  año  desde  Diciembre  hasta  Marzo  inclusive,  por  ser  toda  aquella 
región  tiempo  enfermizo.  Así  lo  mandó  este  rectísimo  juez.  Mas  no  se 
cumple,  habiendo  S.  M.  confirmado  todas  sus  Ordenanzas.»  Hasta  aquí 
dice  el  Padre.  Lo  cual  sucedía  cuando  los  pueblos  de  indios  encomendados 
estaban  junto  á  Maraca^ú,  sólo  distantes  cinco,  diez,  quince  ó  veinte 
leguas.  Y  estando  ahora  los  dichos  tres  pueblos  de  indios  presidiarios  150 
y  200  leguas  distantes  de  los  yerbales  de  Maracayú,  qué  se  puede  esperar 
sucederá,  si  se  les  manda  ir  á  dicho  beneficio,  sino  su  total  ruina? 

«33.  El  cuarto  fundamento  es  que  el  beneficio  de  la  yerba  no  es  tan 
trabajoso  como  se  representa:  yendo  los  indios  á  su  tiempo,  pagándoles  sus 
jornales,  estando  bien  asistidos,  con  lo  que  parece  que  no  hay  inconve- 
niente que  vayan  á  dicho  beneficio  los  indios  de  los  dichos  tres  pueblos  de 
San  Ignacio,  etc.  A  que  se  responde:  lo  primero,  lo  dicho  en  los  números 
25,  31  y  32.  Lo  segundo  se  responde  que  para  los  indios  presidiarios  de  los 
dichos  tres  pueblos,  nunca  acontece  el  poder  ir  á  su  tiempo,  estar  y  volver, 
por  la  gran  distancia  que  hay  de  ellos  á  los  yerbales,  y  gastar  once  ó  doce 
meses,  como  se  dijo  en  el  número  31,  en  que  necesariamente  se  han  de 
incluir  todos  los  cuatro  meses  de  Diciembre,  Enero,  Febrero  y  Marzo, 
ó  á  lo  menos  los  tres  tan  dañosos  á  la  salud  de  los  indios,  como  se  dijo  en  el 
número  32. 

«34.  Respóndese  lo  tercero  que  se  siguen  muchos  inconvenientes,  en 
ir  dichos  indios  al  beneficio  de  la  yerba  de  Maracayú.  El  primero,  es  un 
temor  bien  fundado  que  se  pierdan  dichos  tres  pueblos  de  indios  presidia- 
rios, porque  es  tanto  el  aborrecimiento  que  estos  indios  tienen  al  servicio 
personal  del  español,  y  en  especial  al  del  beneficio  de  la  yerba,  que  pri- 
mero se  huyeran  de  sus  pueblos  ó  del  camino  de  los  yerbales  á  los  montes 
ó  á  otras  partes  donde  nunca  más  parezcan  en  sus  pueblos  que  ir  á  Mara- 
cayú á  sacar  la  yerba.  Pues  estos  indios  por  los  años  de  632  se  hicieron 
cristianos,  y  vasallos  de  V.  M.  con  la  palabra  que  les  dieron  los  Misioneros 
Jesuítas,  que  no  habían  de  servir  á  los  españoles  ni  ser  sus  encomendados, 
confirmada  con  Reales  Cédulas.  Y  porque  el  Gobernador  del  Paraguay  en 
el  año  de  636  intentó  fuesen  á  servir  á  los  españoles  de  la  Asunción,  (aun- 
que no  tuvo  efecto),  luego  que  lo  entendieron  los  dichos  indios,  se  inquie- 
taron de  suerte,  que  desampararon  sus  pueblos,  y  se  fueron  á  los  montes  }• 
á  los  infieles,  donde  perseveraron  hasta  que  salieron  en  su  busca  los  Misio- 
neros Jesuítas  para  persuadirles  volviesen  á  sus  pueblos,  asegurándoles  de 
nuevo  no  habían  de  servir  á  los   españoles   (porque  así   lo    mandaba  la 


—  hó5  — 

Audiencia),  en  que  pasaron  muchos  trabajos  y  peligros  de  la  vida,  hasta 
que  con  la  perseverancia  en  fin  redujeron  muchos  de  ellos.  Consta  lo  dicho 
de  la  Historia  del  Paraguay  escrita  por  el  P.  Nicolás  del  Techo  en  el  libro 
X,  cap.  36,  y  en  el  lib.  Xt,  cap.  27. 

«3ñ.  Lo  mismo,  con  fundamento,  se  puede  temer  vuelvan  á  hacer  estos 
mismos  pueblos,  porque  no  se  les  cumple  la  palabra  que  se  les  dio  de  no 
servir  á  los  españoles  (obligándoles  al  dicho  beneficio  de  la  yerba),  debajo 
de  la  cual  se  sujetaron  á  Dios  y  á  V.  M.:  y  está  confirmada  de  Reales 
Cédulas  y  Provisiones  que  expresan  los  dichos  pueblos  con  nombre  de 
Itatines,  como  consta  en  el  folio  71  de  los  autos  presentados,  y  en  el  76,  en 
que  la  Audiencia  que  existió  en  Buenos  Aires  manda  lo  mismo  fundada  en 
una  Real  Cédula  de  16  de  Octubre  de  661,  en  que  se  ordena  que  todas  las 
Reducciones  del  Paraguay  doctrinadas  por  la  Compañía  corran  una  misma 
forma  de  no  ser  encomendadas  ni  servir  á  españoles,  etc. 

«36.     El  segundo  inconveniente  es  que  se  inquietarán  los  demás  pueblos 
que  doctrina  la  Compañía   en  el    Paraguay:   pues  por  las  mismas  causas 
expresadas  arriba  se  les  dio  la  misma  palabra  y  concedieron  las  dichas 
gracias.  Y  viendo  que  los  indios  presidiarios  de  los  dichos  tres  pueblos  San 
Ignacio,  etc.,  á  quienes  se  dio  la  misma  palabra,  confirmada  por  V^.  M.,  no 
obstante  ella,  son  obligados  á  ir  al  beneficio  de  la  yerba,  temerán  no  les 
suceda  lo  mismo,  constándoles  las  diligencias  que  han  hecho  y  hacen  los 
españoles  del   Paraguay  para  que  los  dichos  presidiarios  les  sirvan:  con 
que  para  librarse  de  dicho  riesgo,  es  de  temer  no  se  huyan  á  los  montes  ú  á 
otras  partes,  donde  se  junten  con  los  enemigos  de  la  Corona,  y  se  pierda 
tan  florida  cristiandad  de  vasallos  de  V .  M.  que  con  tanto  desinterés  y  leal- 
tad le  sirven,  de  que  no  se  hallará  ejemplar  semejante  en  toda  la  América. 
«37.     De  aquí  se  infiere  que  se  perderán  las  provincias  del  Paraguay  y 
Buenos  Aires:  y  los  mamelucos  y  portugueses  del  Brasil  no  tendrán  quien 
les  impida  el  paso  para  apoderarse  del  paso  de  la  provincia  de  Santa  Cruz 
déla  Sierra;  y  aun  de  las  minas  del  Potosí.   Porque  solos  dichos  indios 
como  soldados  presidiarios  desde  el  año  de  641  les  han  estorbado  el  paso, 
para  que  no  se  apoderen  de  dichas  provincias:  y  faltando  estos  indios,  no 
ha\"  fuerzas  para  resistir  á  estos  enemigos.  Así  lo  confiesa  la  Audiencia  de 
los  Charcas  en  la  carta  escrita  el  año  de  697  al  P.  Provincial  de  la  Com- 
pañía de  Jesús  del  Paraguay  para  que  los  dichos  indios  estorbasen  á  los 
portugueses  el  paso  para  el  Perú,  la  cual  dice  enviaba  á  V.  M.  Y  también 
se  vio  antes  del  año  640,  (cuando  los  dichos  indios  no  tenían  armas  de  fuego 
para  defenderse  á  sí  y  á  las  ciudades  españolas)  que  los  portugueses  des- 
truyeron las  ciudades  de  Jerez,   la  Ciudad  Real  del  Guayrá,  y  la  Villa 
Rica  del  Espíritu  Santo.   O  si  no,   diga  alguno,   cuándo  los  españoles  del 
Paraguay  han  peleado  con  los  mamelucos  y  portugueses  del  Bra>-il.  Y 
aunque  algunas  veces  han  ido  en  su  seguimiento,  ¿si  les  han  dado  alcance, 
ó  quitado  las  presas  de  indios  vasallos  de  V'^.  M.  que  llevaban  cautivos?  si 
no  es  solos  los  indios  presidiarios,  después  que  se  les  han  concedido  algu- 
nas armas  de  fuego,  en  las  muchas  ocasiones  que  han  invadido  las  provin- 
cias de  Buenos  Aires,  y  del  Paraguay,  peleando  con   ellos,   venciéndolos, 
quitándoles  los  indios  que  llevaban  cautivos,  y  siguiendo  su  alcance  hasta 
no  dejar  enemigo  en  toda  aquella  tierra,  como  consta  de  los  instrumentos 
presentados  el  año  de  705. 


—  656  — 

«38.  El  tercero  y  mayor  inconveniente  es  que  se  cerrará  la  puerta  á 
la  propagación  del  Evangelio  en  las  provincias  del  Paraguay,  lo  cual  se 
opone  al  más  principal  cuidado  _v  obligación  que  V,  M.  tiene  en  las  Indias 
de  introducir  la  fe,  y  propagarla  y  conservarla,  no  perdonando  á  gastos, 
por  excesivos  que  sean  para  conseguir  este  fin.  El  cual  se  puede  temer  no 
conseguirá  V'.  M.  en  las  provincias  del  Paraguay,  si  obliga  á  los  indios 
presidiarios  de  los  dichos  tres  pueblos  á  que  vayan  á  Maracayú  al  beneficio 
de  la  yerba.  Porque  el  medio  único  que  en  aquella  provincia  se  ha  hallado 
para  convertir  los  indios  á  la  fe  y  después  conservarlos  en  ella,  es  la  pala- 
bra que  les  dan  los  Misioneros  Jesuítas  que  no  servirán  á  los  españoles, 
confirmada  por  Reales  Cédulas,  (cuyo  servicio  es  el  mayor  estorbo  para 
que  se  conviertan).  Y  si  con  el  ejemplo  presente  ven  que  con  el  tiempo  no 
se  les  cumple,  no  se  fiarán  de  dicha  palabra  y  promesa,  y  perseverarán  en 
su  gentilismo,  con  irreparable  daño  de  sus  almas  }•  las  de  sus  descen- 
dientes, y  continua  inquietud  de  aquellas  provincias,  como  se  dijo  en  el 
número  10. 

«39.  Por  lo  cual  los  Vice-Reyes  del  Perú,  con  parecer  del  fiscal  de  la 
Audiencia  de  Lima  y  acuerdo  de  los  Oidores  de  ella,  Oficiales  Reales  y 
otras  personas,  determinaron  poner  dichos  indios  en  la  Real  Corona,  como 
lo  mandaron  los  años  de  631  y  649,  que  no  sirviesen  ni  se  encomendasen  á 
los  españoles.  Y  después  el  año  de  633  se  confirmó  por  Real  Cédula  que 
está  en  la  ley  43,  título  8,  libro  6,  de  la  Recopilación  de  Indias.  Y  ahora 
militan  las  mismas  razones  é  inconvenientes  que  entonces  y  aun  mayores. 
Pues  las  provincias  del  Paraguay  y  Buenos  Aires  están  amenazadas  por 
mar  y  por  tierra  de  tantos  enemigos  que  tiene  la  monarquía,  que  poseen  el 
Brasil,  confinante  con  dichas  provincias,  y  pueden  por  mar  y  por  tierra 
enseñorearse  de  ellas,  y  aun  de  los  reinos  del  Perú,  aunque  haya  paces 
con  Portugal:  (pues  el  año  de  1680  se  apoderaron  los  portugueses  de  la 
tierra  é  isla  de  San  Gabriel  que  posee  Buenos  Aires,  cuando  estaba  en  paz 
con  Castilla)  por  ser  dichos  indios  la  única  defensa  de  aquellas  provincias, 
como  se  dijo  en  el  número  37,  y  los  que  socorren  al  Puerto  de  Buenos 
Aires.  Pues  cuando  el  año  de  680  se  desalojaron  la  primera  vez  de  la 
Colonia  del  Sacramento,  y  la  segunda  vez  el  año  de  705,  el  socorro  del 
Tucumán  y  de  las  otras  ciudades  del  gobierno  de  Buenos  Aires,  sólo  fué  de 
500  ó  600  soldados;  y  el  de  los  indios  presidiarios,  la  primera  vez  fué  de 
tres  mil,  y  la  segunda  de  cuatro  mil  soldados:  y  sin  éstos  no  se  hubiera 
logrado  la  función.  Y  los  dichos  500  ó  600  soldados  españoles  no  se  avia- 
ron, armaron  y  sustentaron  á  su  costa  de  ida,  estada  y  vuelta,  como  lo 
hicieron  lo  indios  presidiarios  en  los  dos  socorros,  en  los  cuales  y  otros  dos 
de  dos  mil  soldados  cada  uno,  ahorraron  á  las  Cajas  Reales  más  de  500  mil 
pesos,  como  consta  de  dichos  servicios  presentados  el  año  de  705  y  ahora, 
omitiendo  las  ventajas  de  los  cabos  y  oficiales  y  los  demás  servicios  porme- 
nores, que  todo  junto  suma  una  gran  cantidad. 

«40.  Estas  razones  y  los  inconvenientes  dichos  militan  aunque  á  solo 
un  pueblo  de  los  dichos  indios  presidiarios  se  obligue  al  beneficio  de  la 
yerba.  Porque  en  todos  y  en  cada  uno  de  ellos  corren  las  razones  dichas 
hasta  aquí.  Y  así  se  deben  temer  los  mismos  inconvenientes  obligando  á 
un  solo  pueblo  á  el  dicho  beneficio  de  la  yerba,  como  si  á  todos  los  pueblos 
de  los  dichos  indios  presidiarios  se  les  obligara.   Y  ver  que  si  los  vecinos 


—  657  — 

del  Paraguay  consiguen  ahora  su  intento,  no  cesarán  hasta  alcanzar  vayan 
á  la  dicha  yerba  todos  los  pueblos  de  su  jurisdicción, 

«41.  Y  si  lo  alegado  hasta  aquí  no  es  suficiente  para  que  V.  M.  se 
sirva  mandar  recoger  dichas  Cédulas  y  que  no  se  use  de  ellas,  ni  que  se 
les  impongan  las  dichas  nuevas  cargas,  espera  el  suplicante  hade  inclinar 
y  mover  Vuestro  Real  ánimo  la  fineza,  presteza  y  desinterés  con  que  han 
servido  á  V.  M.  en  el  último  socorro  hecho  en  Buenos  Aires,  de  cuatro  mil 
indios  que  por  orden  del  Gobernador  bajaron  á  la  Colonia  del  Sacramento 
para  desalojar  al  portugués,  distando  de  ella  algunos  pueblos  200,  otros 
250  y  no  pocos  300  leguas.  Pues  habiendo  llegado  su  orden  á  los  dichos 
pueblos  á  13  de  Agosto  de  704,  se  alistaron  con  tanta  presteza  los  cuatro 
mil  indios  con  todo  lo  necesario  de  armas,  bastimentos  y  bagajes,  etc.,  que 
á  8  de  Septiembre  estaban  todos  fuera  de  sus  pueblos,  divididos  en  tres  trozos 
para  bajar  á  la  Colonia  portuguesa:  donde  llegaron  los  primeros  á  14  de 
Octubre  y  los  últimos  á  4  de  Noviembre,  trayendo  consigo  seis  mil  caba- 
llos, dos  mil  muías  y  cuarenta  balsas  de  dos  canoas,  yerba,  tabaco  en  hoja, 
maíz,  legumbres  y  la  carne  necesaria  para  su  sustento,  de  venida,  estada 
V  vuelta  á  sus  pueblos.  Y  en  los  cuatro  meses  y  medio  que  duró  el  sitio  de 
la  Colonia,  trajeron  de  las  campañas  y  guardaron  con  sus  caballos  más  de 
treinta  mil  vacas  para  el  sustento  del  ejército:  y  asistieron  á  todas  las  fae- 
nas que  se  les  mandaron,  cortando  y  acarreando  ellos  solos  toda  la  fajina 
v  estacas,  llevando  á  los  ataques  los  cestones,  herramientas  y  los  demás 
instrumentos  necesarios:  y  la  artillería  hasta  las  mismas  baterías,  y  reti- 
rándola cuando  fué  necesario  y  se  les  mandó.  Entraron  sus  guardias  en 
los  ataques  armados  con  armas  de  fuego,  lanzas,  macanas,  etc.:  y  pelearon 
en  las  refriegas  que  se  ofrecieron  con  los  enemigos,  en  que  quedaron 
muertos  ciento  treinta  y  heridos  doscientos.  Y  finalmente,  cuando  á  17  de 
Marzo  de  705,  después  de  desalojado  el  portugués,  les  dio  el  Gobernador 
licencia  para  volverá  sus  pueblos,  no  pidieron  satisfacción  de  los  crecidos 
gastos  de  sus  avíos,  mantenimientos,  balsas,  muías,  caballos  y  armas  que 
trajeron  (que  suma  una  gran  cantidad),  é  hicieron  cesión  de  todos  sus  suel- 
dos, que  por  orden  de  \'.  ^I.  se  les  habían  asignado  cuando  ocurren  á  fun- 
ciones de  guerra,  y  montan  ciento  ochenta  mil  pesos  en  los  ocho  meses 
que  gastaron  de  ida,  estada  y  vuelta  á  sus  pueblos,  sin  haber  en  todo  este 
tiempo  hecho  gasto  alguno  á  la  Real  Hacienda,  aun  del  pan  de  munición 
que  se  daba  á  los  demás  del  ejército,  como  todo  consta  de  tres  instrumen- 
tos que  con  este  presenta  el  suplicante:  del  Gobernador  de  Buenos  Aires, 
D.  Juan  Valdés,  de  los  Oficiales  Reales  y  de  D.  Baltasar  García  Ros,  Sar- 
gento Mayor  del  presidio  de  Buenos  Aires,  y  Cabo  principal  de  todo  el 
ejército  que  desalojó  al  portugués  de  la  Colonia,  quien  como  testigo  ocu- 
lar todo  el  tiempo  que  duró  el  sitio,  testifica  todo  lo  referido. 

«42.  Por  lo  cual,  en  nombre  de  dichos  indios  presidiarios,  pide  el 
suplicante  á  V.  M.,  en  remuneración  de  los  servicios  expresados,  se  sirva 
de  hacerles  algunas  mercedes,  que  les  sirvan  de  alivio:  y  no  se  les  impon- 
gan las  cargas  que  se  intentan,  sirviéndose  V.  M.  de  mandar  recoger 
dichas  Reales  Cédulas  y  que  no  se  use  de  ellas:  librando  á  aquellos  pobres 
indios  presidiarios  de  la  pesada  carga  que  les  amenaza  del  servicio  perso- 
nal á  los  españoles  en  el  servicio  de  la  yerba  del  Paraguay:  y  que  no  se 
les  aumenten  los  tributos  que  pagan  á  V.  M.;  pues  con  los  servicios  hechos 

42    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  n 


—  658  - 

á  su  costa  han  ahorrado  muchos  centenares  de  millares  de  pesos  á  la  Real 
Hacienda,  que  suman  más  que  los  tributos  que  se  les  pueden  aumentar.  Y 
también  que  no  se  les  obligue  á  pagar  otros  diezmos  que  los  que  se  inclu- 
yen en  el  tributo  que  pagan  á  V.  M.,  pues  así  se  ha  acostumbrado  más  ha 
de  160  años,  desde  que  los  españoles  poblaron  la  provincia  del  Paraguay! 
y  en  esta  costumbre  están  amparados  por  vuestras  Reales  Audiencias:  y 
con  esto  cuidando  juntamente  del  beneficio,  reparo  y  ornato  de  las  iglesias, 
se  cumple  con  el  precepto  de  pagar  diezmos. 

«43.  Para  conservación  de  dichos  indios,  suplica  á  V.  M.  no  se  les 
pongan  Corregidores  españoles,  sino  indios  señalados  por  los  Gobernado- 
res, como  hasta  ahora  se  han  acostumbrado,  y  se  han  gobernado  con  mucha 
paz  y  quietud,  conservándose  y  aumentándose  sus  pueblos.  Y  de  lo  contra- 
rio se  pueden  temer  muchas  inquietudes  y  alborotos,  causados  por  la  codi- 
cia y  otros  excesos  de  los  Corregidores  españoles:  como  se  vio  en  los  que 
pusieron  los  Gobernadores  de  Buenos  Aires  y  Paraguay  por  los  años  de 
626  (que  refiere  el  P.  Nicolás  del  Techo,  lib.  7,  cap.  35,  de  la  Historia  del 
Paraguay):  y  se  vieron  obligados  á  quitar  dichos  Corregidores  españoles. 
Lo  cual  es  conforme  á  las  Ordenanzas  y  Provisión  de  la  Real  Audien- 
cia que  existió  en  Buenos  Aires,  fecha  en  13  de  Enero  de  666,  en  que 
manda  al  Gobernador  del  Paraguay  no  pongan  Corregidores  en  los 
pueblos  de  los  indios,  la  cual  está  á  f.  12  de  los  autos  presentados; 
«44,  Y  para  el  mismo  fin,  y  conservación  de  los  infieles  (que  hay 
muchos  por  uno  y  otro  lado  del  río  Paraguay  arriba),  parecía  conve- 
niente que  V.  M.  se  sirviese  de  mandar  desalojar  á  los  portugueses  pobla- 
dos en  Jerez  (que  fué  antiguamente  ciudad  de  castellanos  del  gobierno  del 
Paraguay,  que  destruyeron  los  mamelucos  del  Brasil),  entre  los  ríos  del 
Paraná  y  Paraguay:  los  cuales,  dándose  la  mano  con  los  mamalucos  de 
S.  Pablo,  todos  los  años  hacen  sus  correrías  en  dichas  tierras  de  estos 
indios,  vecinos  del  río  Paraguay,  llevándolos  cautivos  al  Brasil:  y  se  podía 
ejecutar  con  poco  ó  ningún  gasto  de  la  Real  Hacienda  (que  sería  de  pól- 
vora y  balas),  mandando  ir  á  la  facción  con  mil  ó  más  indios  presidiarios 
señalándoles  el  Gobernador  del  Paraguay  un  buen  Cabo  español  (y  no 
sea  hijo  ó  nieto  de  portugués),  con  lo  cual  se  facilitaría  la  conversión  de 
muchas  naciones  de  infieles  que  habitan  por  dicho  río  Paraguay  arriba, 
extendidas  por  más  de  300  leguas. 

«45.  Y  consiguiendo  los  dichos  indios  estas  gracias,  y  mercedes, 
que  esperan  recibir  de  la  grandeza  y  piedad  de  V.  M.,  se  darán  por 
remunerados  de  sus  muchos  y  grandes  servicios:  y  con  nuevo  fervor 
se  conservarán  como  soldados  presidiarios  de  aquellas  provincias  contra 
los  portugueses  y  mamelucos  del  Brasil:  y  acudirán  al  Puerto  de  Buenos 
Aires  llevando  tan  copiosos  socorros  camo  hasta  ahora  han  hecho  á  su 
costo.» 

«Francisco  Burgés.» 

(Río-Janeiro  Col.  Ángelis,  XI.  50.) 


659- 


Núm  54. 

1605.— Comisión  al  Presidente  de  Charcas  para  visitar  el  Paraguay 

«El  Rey.— Licenciado  Alonso  Maldonado  de  Torres,  mi  Presidente 
de  mi  Audiencia  Real  de  las  provincias  de  los  Charcas,  á  quien  he  pro- 
veído á  una  plaza  de  Consejero  de  las  Indias: 

«Aunque  POR  DIVERSAS  cartas  y  Cédulas  mías  he  ordenado  que  se 
visitasen  las  provincias  de  Tucumán  y  Paraguay  por  uno  de  los  Oidores  de 
esa  Audiencia,  que  por  su  turno  deben  salir  á  la  Visita  de  la  tierra,  para 
que  se  remedien  los  agravios  que  reciben  los  naturales,  no  se  ha  cumplido 
hasta  ahora;  antes  se  ha  entendido  que  se  continúan  y  recrecen  estos 
daños,  que  son  muy  grandes  é  intolerables  las  molestias,  agravios,  opre- 
siones y  vejaciones  que  reciben  los  dichos  indios  de  sus  encomenderos,  sir- 
viéndose de  ellos  en  sus  casas  y  granjerias,  trayéndoles  ordinariamente 
ocupados  y  haciéndoles  muchos  malos  tratamientos,  y  sacándolos  de  unas 
tierras  á  otras  y  de  diferentes  temples;  y  usando  con  ellos  muy  grandes 
crueldades,  que  han  sido  causa  de  que  se  han  acabado  y  consumido  muchos, 
sin  que  se  castigue  ni  remedie  por  las  justicias,  como  ha  constado  parti- 
cularmente por  un  Memorial  y  autos,  testimonios,  y  recaudos  que  se  han 
visto  en  mi  Consejo  de  las  Indias  (de  que  se  os  enviará  con  ésta,  relación 
sacada  de  ellos): 

»Y  POR  ser  casos  dignos  de  breve  y  eficaz  remedio,  y  de  tanta  obli- 
gación mía:  por  la  satisfacción  que  tengo  de  vuestra  persona,  celo,  cuidado 
y  diligencia:  he  acordado  de  cometeros  y  encargaros  la  \  isita  de  las  dichas 
provincias  de  Tucumán  y  el  Paraguay.  Y  así  os  mando  que,  pues  en 
llegando  el  sucesor  á  ese  cargo,  habéis  de  venir  á  servir  en  dicho  mi  Con- 
sejo, y  por  ahí  es  el  viaje  más  breve,  visitéis  de  camino  las  dichas  provin- 
cias de  Tucumán  y  el  Paraguay,  y  procuréis  entender  lo  que  hay  y  pasa 
cerca  de  lo  que  contiene  la  dicha  relación.  Y  habiéndoos  enterado  de  los 
agravios  y  malos  tratamientos  que  reciben  los  dichos  indios  de  los  Gober- 
nadores y  otras  personas,  los  desagraviéis  y  pongáis  en  libertad.  Y  si  no 
estuvieren  hechas  las  tasas  de  los  tributos  que  hubieren  de  pagar  á  sus 
encomenderos,  las  hagáis:  y  en  caso  que  lo  estén,  veréis  aquellas  tasas,  y 
si  fueren  excesivas,  las  haréis  de  nuevo  con  la  justificación  y  consideración 
que  conviene,  respecto  de  la  calidad  y  sustancia  de  la  tierra  y  de  los  natu- 
rales della:  y  de  lo  que  pagan  en  otras  partes  de  la  provincia  del  Pirú: 
de  manera  que  ellos  ni  sus  encomenderos  no  reciban  agravios.  Y  todo  lo 
que  pasa  en  las  dichas  provincias,  así  en  el  trato  de  sus  naturales,  su  doc- 
trina y  conversión,  como  en  el  gobierno  y  administración  de  la  justicia, 
población  y  conversión  de  la  tierra,  labor  de  las  minas  y  administración  de 
mi  Hacienda;  y  de  lo  que  para  ello  conviene  preveerse,  y  todo  lo  demás,  os 
informaréis  y  traeréis  relación  muy  particular,  para  que  se  pueda  proveer 
y  ordenar  en  todo  lo  que  más  convenga.  Que  para  todo  lo  susodicho,  y  cada 


-  660  - 

cosa  y  parte  della,  os  doy  tan  bastante  comisión,  poder  y  facultad,  como 
de  derecho  y  en  tal  caso  se  requiere.  Y  mando  á  mis  Gobernadores  de  las 
dichas  mis  provincias  de  Tucumán  y  Par^aguay,  y  á  otras  cualesquier  jus- 
ticias, que  os  asistan  y  den  todo  el  favor  y  ayuda  que  les  pidiéredes  y  hubié- 
redes  menester  para  lo  susodicho.  Y  que  ellos  y  otras  cualesquier  personas 
estantes  y  habitantes  en  las  dichas  provincias,  guarden  y  cumplan  y  ejecu- 
ten lo  que  proveyéredes  y  ordenáredes  para  cumplimiento  y  ejecución  de 
lo  susodicho.  Y  parezcan  ante  vos  á  vuestros  llamamientos  y  emplazamien- 
tos: y  digan  y  declaren  lo  que  les  preguntáredes:  sin  poner  en  ello  ni  en 
parte  dello  excusa,  dificultad  ni  dilación  alguna,  so  las  penas  que  les 
pusiéredes.  Las  cuales  ejecutaréis  en  sus  personas  y  bienes,  lo  contrario 
haciendo.  Y  es  mi  voluntad  que  desde  el  día  que  saliéredes  de  la  ciudad  de 
la  Plata  para  hacer  dicha  Visita,  tasa  y  desagravios  de  los  indios  de  las 
dichas  provincias  de  Tucumán  y  Paraguay,  y  todo  el  tiempo  que  os  ocu- 
páredes  en  ella,  gocéis  del  salario  que  al  presente  tenéis  en  la  plaza  de 
Presidente  de  esa  mi  Audiencia.  Y  mando  á  los  Oficiales  Reales  de  mi 
Hacienda  de  la  provincia  de  los  Charcas,  que  de  la  de  su  cargo  paguen  el 
dicho  salario,  como  lo  hacían  y  deben  hacer  siendo  vos  Presidente  de  la 
dicha  Audiencia,  habiendo  tomado  razón  de  esta  mi  Cédula  mis  Contadores 
de  cuentas  de  mi  Consejo  de  las  Indias.— Fecha  en  Madrid  á  diez  de  Octu- 
bre de  mil  seiscientos  y  cinco  años. 

«Yo  EL  Rey» 

«Por  mandado  del  Rey  nuestro  Señor,  Gabriel  de  Hoa». 
(Sevilla:  Arch.  de  Indias:  74-4-4.) 


Núm.  55. 

1606.— C.  R.  Comisión  al  oidor  de  Charcas  que  sustituya  al  Presidente 
en  visitar  la  provincia  de  Paraguay 

«El  Rey. — Licenciado  Don  Ñuño  M.  de  Villavicencio,  mi  Presidente 
de  mi  Audiencia  Real  de  las  provincias  de  los  Charcas,  ó  á  la  persona  que 
hiciere  el  dicho  oficio: 

«Habiendo  entendido  los  muchos  agravios,  opresiones  y  vejámenes 
que  reciben  los  indios  de  la  provincia  de  Tucumán,  y  la  mucha  necesidad 
que  hay  de  visitar  toda  aquella  tierra,  para  desagraviar  los  indios,  y  hacer 
la  tasa  de  los  tributos  y  poner  las  cosas  en  razón:  mandé  cometer  esta 
Visita  al  licenciado  Maldonado  de  Torres,  mi  Presidente  que  ha  sido  de 
esa  Audiencia,  juzgándose  que,  habiendo  de  venir  á  España  podría  hacer 
su  viaje  para  allá  y  el  Río  de  la  Plata,  como  entenderéis  por  la  comisión 
que  para  hacer  esta  X'isita  le  mandé  dar,  que  es  del  tenor  siguiente: 

(Aquí  el  núm.  54.) 

«Y  HABIENDO  CONSIDERADO  que  por  algún  impedimento  ó  por  falta  de 
salud,  ó  por  otra  causa,  ó  por  haber  partido  primero  para  venir  á  estos  Rei- 


-  661  - 

nos,  no  pudiese  hacer  esta  Visita  el  dicho  licenciado  Alonso  Maldonado  de 
Torres,  ó  se  excusase  de  hacerla:  teniendo  por  conveniente  que  con  efecto 
se  haga,  he  acordado  de  ordenaros  y  mandaros,  como  lo  hago,  que,  no 
habiendo  ido  el  licenciado  Maldonado  de  Torres  á  entender  en  la  dicha 
Vi^ta,  nombréis  luego  uno  de  los  Oidores  ú  Oficiales  de  esa  Audiencia,  el 
que  vos  pareciere,  que  la  vaya  á  hacer  y  cumplir  todo  lo  que  está  cometido 
al  dicho  licenciado  Alonso  Maldonado  de  Torres:  y  que  Yo  por  la  presente 
se  lo  cometo  al  que  así  nombráredes,  y  le  doy  poder  y  facultad  cual  en  tal 
caso  se  requiere  para  que  haga  la  dicha  Visita  en  virtud  y  conforme  á  la 
comisión  suso  incorporada,  y  las  demás  Cédulas  y  despachos  que  se  habían 
dado  al  dicho  licenciado  Alonso  Maldonado  de  Torres  sobre  negros  y  cosas 
tocantes  á  las  dichas  provincias  de  Tucumán  y  Río  de  la  Plata,  como  si 
particularmente  hablaran  con  el  Oidor  ó  Fiscal  de  esa  Audiencia  que  así 
nombráredes.  Y  en  virtud  de  la  presente  le  ordeno  y  mando  que  haga  la 
dicha  Visita  y  cumpla  lo  susodicho,  descargando  los  indios  en  cuanto  sea 
posible;  y  procure  acabarlo  con  mucha  brevedad.  Y  al  Oidor  ó  Fiscal  que 
así  nombráredes,  le  señalaréis  por  el  tiempo  que  en  ello  se  ocupare  el  sala- 
rio que  os  pareciere  que  sea  justo  y  moderado.  Y  para  el  cumplimiento  de 
lo  dicho  daréis  la  orden  que  convenga:  y  de  lo  que  hiciereis  en  todo  me 
avisaréis.—  Fecha  en  Madrid  á  veinte  y  siete  de  Marzo  de  mil  seiscientos  y 
seis  años. 

«Yo  EL  Rey». 

Por  mandado  del  Rey  nuestro  señor:  Gabriel  de  Hoa». 
(Sevilla.  Arch.  de  Indias:  74-4-4.) 


Ntim.   56. 

I6U.— Ordenanzas  de  Alfaro 

«El  Licenciado  D.  Francisco  de  Alfaro,  Oidor  de  S.  M.  en  la  Real 
Audiencia  de  la  Plata,  Visitador  de  estas  provincias  y  Gobernación  del 
Paraguay  y  Rio  de  la  Plata,  y  de  la  del  Tucumán  por  el  Rey  nuestro 
Señor: 

«Por  cuanto  S.  M.  por  particular  Cédula  ha  mandado  se  haga  esta 
Visita,  por  muchas  causas  precisas  que  para  ello  ha  habido:  y  el  principal 
efecto  que  quiere  que  tenga  es  para  que  se  quite  el  servicio  personal  que 
en  estas  provincias  se  ha  usado:  y  los  indios  que  en  ella  hay  sean  tasados, 
para  que  paguen  la  tasa  justa  y  moderada  que  pareciere  convenir,  como 
se  usa  y  acostumbra  en  los  Reinos  y  provincias  del  Pirú;  como  todo  consta 
y  parece  por  la  Real  Cédula  firmada  de  su  Real  mano  y  refrendada  de 
Gabriel  de  Hoa  su  Secretario,  su  fecha  en  Madrid,  á  veinte  y  siete  de 
Marzo  de  mil  y  seiscientos  y  seis  años,  cuyo  tenor  es  el  siguiente: 

(Aquí  el  núm.  55  con  el  núm.  54  en  él  inserto). 

«Y  POR  HABERSE  EXCUSADO  el  señor  Licenciado  Alonso  Maldonado  de 


-662- 

Torres  de  hacer  la  Visita,  me  nombró  para  hacerla  el  señor  D.  Diego  de 
Portugal,  Presidente  de  la  Real  Audiencia,  en  diez  de  Setiembre  del  año 
pasado  de  seiscientos  y  diez,  ante  Juan  Bautista  de  la  Gasea,  Escribano  de 
Cámara,  y  me  fueron  entregadas  algunas  Cédulas  Reales  y  otras  Provi- 
siones de  la  dicha  Real  Audiencia  en  la  dicha  razón.  Porque  la  Real  Cé- 
dula no  decide  cosa  de  nuevo  en  cuanto  á  declarar  no  haberse  podido 
llevar  el  servicio  personal;  antes  ejecuta  el  derecho  antiguo  fundado  en 
derecho  canónico  y  natural  y  en  Cédulas  y  Provisiones  de  S.  M,  Respecto 
de  lo  cual,  y  de  los  grandes  inconvenientes  de  que  he  tenido  noticia  en  esta 
Visita,  que  han  resultado  del  mal  uso  que  ha  habido  de  parte  de  los  Gober- 
nadores en  el  modo  de  las  encomiendas  que  han  hecho  merced:  y  de  parte 
de  los  vecinos  en  el  exceder  en  usar  del  servicio  de  los  dichos  indios,  con 
violencia  algunas  veces,  en  más  de  lo  que  han  podido  y  debido  llevar:  sir- 
viéndose de  algunas  mujeres  y  muchachos  y  viejos,  demás  del  servicio  de 
los  varones  de  trabajo;  trayéndolos  muy  lejos  de  sus  naturales  á  que  les 
hiciesen  mita;  trasladando  á  otros  en  sus  chácaras,  quitándoles  la  libertad 
de  los  matrimonios,  especial  á  los  que  tienen  en  sus  casas  y  chácaras;  no 
dándoles  doctrina  suficiente:  que  hay  indios  de  diez  años  y  más  encomen- 
dados que  sirven,  que  muchos  no  son  cristianos,  ni  aun  están  mediana- 
mente instruidos  en  nuestra  santa  fe  Católica:  De  donde  ha  venido  á  estar 
este  nombre  de  cristiano  no  en  buena  opinión  entre  los  bárbaros:  que  algu- 
nos no  lo  han  querido  recibir:  y  otros  se  han  huido  diferentes  veces,  y  ídose 
á  ladroneras,  por  excusarse  de  la  opresión  en  que  ven  que  los  demás  están 
y  ellos  mismos  han  estado:  y  con  este  color  han  sido  maloqueados  y  debe 
lados  contra  las  expresas  Cédulas  de  S.  M.:  por  lo  cual  han  venido  en  nota- 
ble disminución. -Y  aunque  yo  pudiera  y  debiera  proceder  en  las  dichas 
causas  con  todo  rigor,  y  hacer  satisfacer  á  los  indios  en  lo  que  injusta- 
mente se  les  ha  llevado,  ó  parte  dello:  porque  aun  para  hacer  moderada 
satisfacción  no  hay  hacienda  en  poder  de  los  herederos  interesados  común- 
mente, por  la  pobreza  de  la  tierra:  dejo  esto  para  que  S.  E.  del  señor  Virrey 
ó  su  Real  Audiencia  mande  lo  que  más  convenga  en  cuanto  á  lo  pasado. 

«■Pero  para  que  en  cuanto  á  lo  porvenir  cesen  los  inconvenientes  y  se 
cumpla  lo  que  S.  M.  manda,  y  los  Gobernadores  sepan  lo  que  pueden  y  en 
la  forma  que  ha  de  encomendar:  y  los  dichos  lleven  con  alguna  moderación 
los  tributos,  ordeno  y  mando  que  en  lo  susodicho  y  en  lo  demás  tocante  á 
esto  y  al  tratamiento,  se  guarde  y  tenga  el  orden  siguiente: 

«1.  Primeramente,  declaro  no  poderse  ni  deberse  hacer  encomiendas 
de  indios  de  servicio  personal,  ahora  se  den  á  título  de  yanaconas,  como 
hasta  ahora  los  han  encomendado  algunos  Gobernadores,  ó  en  otra  cual- 
quier manera  ni  forma:  por  cuanto  S.  M.  así  lo  tiene  mandado.  Y  si  algún 
Gobernador  hiciere  encomienda  de  servicio  personal,  desde  agora  la 
declaro  por  ninguna,  y  al  Gobernador  por  suspenso  del  oficio,  y  perdi- 
miento del  salario  que  de  allí  adelante  le  corriere:  y  al  vecino  que  usare 
de  tal  servicio  personal,  en  privación  de  la  encomienda.  La  cual  desde 
luego  declaro  y  pongo  en  cabeza  de  S.  M.  Y  esto  de  no  poderse  usar  el 
dicho  servicio  personal,  entiéndese  no  sólo  de  las  encomiendas  que  de  aquí 
adelante  se  hicieren;  sino  en  las  hechas  hasta  aquí.  Pero  permito  que  las 
tales  encomiendas  antes  de  agora  hechas  se  entiendan  ser  de  indios  tribu- 
tarios como  los  demás  lo  son. 


-663- 

«2.  ítem,  por  cuanto  S.  M.  tiene  prohibido  hacer  indios  esclavos,  de- 
claro lo  mesmo.  Y  que  si  de  hecho  hay  algunos  indios  que  se  hayan  ven- 
dido por  los  Guaycurús,  ó  por  otros  indios  que  han  estado  ó  están  de  gue- 
rra; ó  otros  indios  que  se  han  traído  de  malocas,  ó  trocados  ó  comprados 
entre  españoles,  ó  de  otra  manera:  que  todos  los  susodichos  son  libres:  y 
se  debe  entender  con  ellos  lo  que  en  estas  Ordenanzas  se  dispone  con  los 
indios  del  repartimiento,  porque  no  ha  de  haber  diferencia  de  unos  á  otros. 
Y  las  penas  puestas  contra  los  que  maltratan  á  los  indios,  ó  usan  mal  de 
ellos,  se  entienden  asimismo  con  los  dichos  indios  vendidos,  ó  traídos  de 
malocas,  ó  adquiridos  en  cualquiera  otra  manera. 

«3.  ítem,  porque  los  indios  Guaycurús  han  acostumbrado  á  vender 
algunos  indios,  y  con  la  codicia  de  lo  que  les  dan  han  ido  á  hacer  guerras 
y  muerto  mucha  gente:  y  lo  mismo  han  hecho  y  podrían  hacer  otras  nacio- 
nes: y  aun  españoles  perdidos  acostumbran  sacar  y  hurtar  indios,  y  traellos 
de  unas  partes  á  otras,  y  vendellos  con  la  misma  color:  con  lo  cual,  demás 
de  la  gravedad  del  delito  que  hacen,  destruyen  la  tierra:  Prohibo  las  tales 
ventas:  y  mando  que  en  ninguna  manera  ni  con  ningún  color  se  compren 
los  dichos  indios,  que  hasta  agora  han  llamado  rescate:  sopona  que  el  que 
tal  compre,  pierda  la  plata  ó  moneda  que  dio,  y  á  más  cien  pesos,  por  ter- 
ceras partes  aplicados  á  la  Cámara  de  S.  M.,  juez  y  denunciador:  y  que  no 
pueda  servirse  del  tal  indio,  ni  tenerle  en  su  casa,  chácara,  estancia  ni 
pueblo,  aunque  el  indio  quiera.  Y  cualquiera  español,  mestizo,  negro  ó 
mulato  que  los  indios  vendieren,  ó  jugaren  ó  trocaren,  ó  cambiaren,  sea 
condenado,  si  fuere  persona  de  bajo  estado,  en  seis  años  de  galeras,  y  si 
fuere  de  más  considetación,  que  sirva  el  dicho  tiempo  en  el  Reino  de 
Chile. 


«Título  de  reducciones 

«ítem,  por  cuanto  la  buena  doctrina  y  pulecía  de  los  indios,  y  poder 
ellos  acudir  con  comodidad  á  sus  obligaciones,  y  para  que  no  sean  agra- 
viados, depende  de  que  estén  reducidos  en  pueblos  y  tierras  donde  con 
comodidad  puedan  sustentarse,  respecto  de  lo  cual  yo  he  dado  orden  con 
algunos  Cabildos  y  Justicias:  y  para  que  conste  á  todos,  mando  se  procu- 
ren y  hagan  las  dichas  reducciones  en  la  forma  siguiente: 

«4.  En  el  Puerto  de  Buenos  Aires,  los  indios  de  las  islas  se  procuren 
reducir  en  las  que  con  comodidad  pudieren:  y  los  de  la  Pampa,  en  la  que 
tienen  comenzada  á  hacer  y  va  haciendo  de  Mbagual  en  el  río  de  Lujan,  ó 
donde  se  hiciere,  conforme  trató  conmigo  en  el  Puerto  de  Buenos  Aires. 
En  la  ciudad  de  S.^  Fe,  respecto  de  ser  pocos  los  indios  que  han  quedado, 
se  vaya  á  hacer  reducción  cerca,  ó  en  las  mismas  tierras  que  hoy  están.  Y 
porque  por  fuerza  han  de  ser  reducciones  de  muy  pocos  indios,  he  dado 
orden  que  como  pareciese  al  Perlado,  y  Gobernador,  se  hagan  cuatro  pa- 
rroquias, en  partes  cómodas,  para  que  de  allí  acudan  de  las  tales  reduccio- 
nes á  ser  doctrinados.  En  la  ciudad  de  Vera,  así  mismo  se  procuren  poner 
los  indios  en  la  misma  forma  con  parroquias,  en  paraje  cómodo,  de  donde 
puedan  ser  doctrinados  los  indios.  En  la  ciudad  de  la  Asunción  están 
hechas  reducciones,  y  otras  se  van  haciendo:  y  lo  mesmo  en  las  ciudades 


-664- 

de  arriba.  En  la  ciudad  de  la  Concepción  del  río  Bermejo,  demás  de  las 
dichas  reducciones,  mando  que  en  cada  pueblo  de  españoles  se  haga  una 
reducción  á  un  lado  de  la  ciudad:  para  que  en  ella  estén  los  indios  que  he 
permitido  por  mi  Visita  que  asistan  en  las  tales  ciudades,  por  ser  de  tierras 
muy  lejos,  y  haber  mucho  tiempo  que  están  en  las  tales  ciudades,  ó  por  no 
tenerse  noticia  de  sus  naturales.  Y  á  estos  mismos  se  les  señalen  tierras 
para  ellos  y  sus  descendientes,  para  que  puedan  continuar  la  tal  asisten- 
cia en  las  ciudades,  aprendiendo  oficios,  y  sirviendo  á  los  españoles  en  sus 
casas  ó  haciendas. 

«5.  ítem,  por  cuanto  en  esta  ciudad  de  la  Asunción  los  más  de  los 
indios  que  sirven  en  casas  y  chácaras  de  los  españoles,  me  han  pedido  que 
quieren  continuar  el  servirles,  y  yo  lo  he  permitido  por  la  comodidad  de 
las  chácaras:  Ordeno  y  mando  que  los  indios  que  quisieren  puedan  perse- 
verar en  las  chácaras  3-  estancias.  Aunque  si  dentro  de  dos  años  quisieren 
irse  á  las  reducciones  hechas,  de  donde  son  originarios,  ó  á  la  de  la  ciu- 
dad, puedan  hacerlo.  Y  pasado  el  término  de  dos  años,  queden  reducidos, 
y  tengan  por  reducción  la  tal  hacienda  donde  hoy  estuvieren.  Y  para  ello 
desde  luego  se  recojan  en  los  confines  de  las  chácaras  y  lugar  cómodo,  para 
que  los  indios  de  diferentes  chácaras  vengan  á  estar  juntos:  porque  aquéllo 
ha  de  quedar  por  reducción.  Pero  no  por  esto  se  ha  de  entender  que  que- 
dan por  yanaconas  de  las  chácaras,  como  en  el  Pirú  se  han  dicho  yanaco- 
nas; antes  desde  luego  declaro  que  las  tales  reducciones  ó  juntas  se  han  de 
tener  por  pueblo  y  reducción:  y  entenderse  con  los  indios  que  en  ellas 
estuvieren  lo  que  con  las  demás  reducciones.  Lo  cual  hago  á  instancia  de 
los  mismos  interesados  en  esto:  y  porque  me  han  dicho  que  les  quieren  dar 
tierras  en  sus  chácaras;  y  así  señalo  todo  el  año  de  doce  y  trece  para  que 
de  ellas  los  indios  que  quisieren  va3"an  á  otras  reducciones,  y  los  que  tuvie- 
ren derecho  á  las  chácaras  los  puedan  echar:  porque  si  se  quedaren,  han 
de  tener  tierras  suficientes  perpetuas  para  sí  en  las  dichas  tierras  junto  á 
sus  buhios,  y  siguiendo  de  allí  todo  lo  que  pudieren  sembrar  entre  año. 

«6.  ítem,  por  cuanto  de  haberse  mudado  los  indios  de  donde  estaban 
por  orden  de  sus  encomenderos,  y  muchas  veces  por  mandado  de  los 
Gobernadores,  socolor  de  que  lo  pedían  los  indios,  ó  que  se  hacía  por  su 
comodidad,  siendo  en  realidad  de  verdad  la  de  los  encomenderos,  la  cual 
se  procuraba  y  conseguía  las  más  veces  á  costa  de  la  salud  y  vida  de  los 
indios;  ordeno  y  mando  que  de  aquí  adelante,  ninguna  Justicia  de  esta 
Gobernación,  aunque  sea  el  Gobernador  que  por  tiempo  fuere,  no  pueda 
alterar  las  reducciones  ó  pueblos  que  por  la  dicha  orden  que  dejo  se  hicie- 
ren de  nuevo,  ni  las  que  de  los  antiguos  dejo  concertadas,  ni  las  que  nue- 
vamente reducidas  se  van  haciendo  y  hicieren  por  la  forma  de  Ordenanza 
que  desto  dispone.  Y  las  dichas  reducciones  queden,  sin  que  se  puedan 
mudar,  ni  muden  sin  orden  expresa  que  el  señor  Visorrey  ó  Real  Audien- 
cia despachare.  Lo  cual  ejecuten,  sin  embargo  que  los  encomenderos,  doc- 
trinantes ó  indios  pidan  la  tal  mudanza,  y  quieran  dar  ó  den  relación  de 
utilidad.  Y  cuando  la  mudanza  se  hubiere  de  hacer,  se  dé  razón  de  esta 
Ordenanza:  y  la  Provisión  que  sin  esto  se  sacare,  se  entienda  ser  subrep- 
ticia. Porque  las  más  veces  los  tales  pedimentos  son  procurados  por  inte- 
reses particulares,  y  no  de  los  indios.  Sopeña  de  mil  pesos  al  juez  ó  enco- 
mendero que  contraviniere  á  esta  Ordenanza. 


—  665- 

«7.  ítem,  mando  que  en  cualquiera  reducción,  por  pequeña  que  sea, 
dentro  de  seis  meses  se  haya  de  hacer  y  haga  iglesia,  donde  con  decencia 
se  pueda  decir  Misa,  y  que  tenga  puerta  con  llave.  Lo  cual  sea  precisa- 
mente, sin  embargo  de  que  la  tal  reducción  sea  sujeta  á  parroquia,  y  no 
esté  apartada  de  ella;  porque  sin  embargo  de  esto,  en  cada  reducción  ha 
de  haber  iglesia. 

«8.  ítem,  para  que  los  indios  vayan  entrando  en  policía,  mando  que  en 
cada  pueblo  haya  un  alcalde  que  sea  indio  de  la  misma  reducción.  Y  si 
pasare  de  ochenta  casas,  habrá  dos  alcaldes,  y  dos  regidores.  Y  aunque 
sea  el  pueblo  más  grande,  no  ha  de  poder  haber  más  de  dos  alcaldes  y  cua- 
tro regidores.  Y  si  el  pueblo  fuere  de  menos  de  ochenta  indios,  que  llegan 
á  cuarenta,  no  ha  de  haber  más  de  un  alcalde,  y  un  regidor.  Los  cuales 
han  de  elegir  por  año  nuevo  á  otros,  como  se  usa  en  los  pueblos  de  espa- 
ñoles y  en  los  de  indios  del  Pirú. 

«9.  ítem,  declaro  que  se  les  ha  de  dar  á  entender  á  los  indios  que  los 
tales  alcaldes  de  los  tales  pueblos  de  indios  sólo  tienen  jurisdicción  para 
prender  delincuentes  y  buscar  los  que  lo  fueren,  y  traellos  á  la  cárcel  del 
pueblo  de  españoles  en  cuya  jurisdicción  cayeron.  Pero  pueden  castigar 
con  un  día  de  prisión  y  seis  ú  ocho  azotes  al  indio  que  faltare  á  Misa  en  día 
de  fiesta,  ó  se  emborrachare,  ó  hiciere  otra  cosa  semejante.  Porque  si  fuere 
borrachera  de  muchos,  se  ha  de  castigar  con  mayor  rigor. 

«10.  ítem,  conforme  á  Cédulas  Reales,  ordeno  y  mando  que  en  pue- 
blos de  indios  no  estén  ni  se  reciban  ningún  español,  ni  mestizo,  negro  ni 
mulato.  Y  especialmente  se  entiende  esto  con  las  mujeres:  y  más  precisa- 
mente con  los  padres  y  madres,  mujeres  y  hijos,  deudos  y  güéspedes  y 
criados  de  encomenderos  ó  doctrinantes.  Sopeña  de  veinte  pesos  cada  vez 
que  contravinieren,  la  mitad  para  el  juez  que  lo  sentenciare,  y  la  otra 
mitad  para  la  iglesia  del  tal  pueblo:  y  si  fuere  persona  baja,  cincuenta 
azotes. 

«11.  ítem,  ordeno  y  mando  que  los  encomenderos  que  hoy  son,  y  ade- 
lante fueren,  no  puedan  hacer  ni  tener  en  el  pueblo  que  tuviesen  indios 
casa  ni  buhio,  aunque  digan  no  son  para  su  vivienda,  sino  para  bodega  ó 
granjeria,  y  que  la  darán  después  de  sus  días  ó  desde  luego  á  los  indios, 
sopeña  de  perdida  la  tal  casa  ó  bodega  y  aplicada  á  los  indios,  y  otro  tanto 
á  la  Cámara  de  S.  M.  Y  asimismo  se  provee  que  los  tales  encomenderos 
no  pueden  dormir  en  el  pueblo  más  de  una  noche,  sopeña  de  veinte  pesos 
por  cada  vez  que  contravinieren,  para  la  Cámara  de  S.  M. ,  juez  y  denun- 
ciador. 

«12.  ítem,  por  cuanto  han  resultado  mayores  inconvenientes  de  entrar 
mujeres  y  hijos  de  encomenderos  en  los  tales  pueblos,  y  S.  M.  lo  tiene  pro- 
hibido: ordeno  y  mando  que  ninguna  mujer  ni  hijo  pueda  entrar  en  el  pue- 
blo que  tiene  indios  de  encomienda  su  marido  ó  padre;  aunque  digan  que 
van  por  utilidad  de  los  indios,  á  curarlos  ó  curarse,  y  que  no  hay  otro  tem- 
ple donde  puedan  acudir  á  su  salud.  Porque  sin  embargo  de  todo,  se  ha  de 
guardar  precisamente  esta  Ordenanza;  sopeña  de  cincuenta  pesos  aplica- 
dos en  la  forma  susodicha. 

«13.  ítem;  que  aunque  de  lo  dicho  está  bien  claro  que  no  ha  de  haber 
pobleros  de  los  indios,  y  así  lo  tiene  mandado  S.  M.  por  muchas  Cédulas 
Reales:  con  todo,  á  mayor  abundamiento,  de  nuevo  ordeno  y  mando  que 


-666- 

no  haya  en  los  dichos  pueblos  de  los  indios  pobleros,  con  el  dicho  título  de 
poblero,  de  mayordomo,  administrador,  ni  cualesquier  títulos  que  sean, 
sopeña  de  doscientos  azotes  y  cuatro  años  de  galeras  al  remo  á  quien  tal 
oficio  aceptare.  Y  para  ello  cualquier  Justicia  lo  prenda  y  lo  envíe  ala 
cárcel  de  la  Real  Audiencia.  Y  el  encomendero  que  tal  nombrare,  incurra 
en  perdimiento  de  tal  encomienda,  que  desde  luego  la  pongo  en  cabeza 
de  S.  M.:  y  al  vecino  declaro  por  incapaz  de  tener  indios  por  diez  aíios. 

«14.     ítem,  declaro  que  todos  los  daños  que  hicieren  á  los  indios  cuales- 
quier hijos,  deudos,  güéspedes,  criados,  esclavos  de  los  encomenderos,  sean 
á  cargo  de  los  tales  encomenderos,  y  hayan  de  pagar  el  interés  al  indio:  y 
cualquiera  condenación  que  por  esta  causa  se  haga,  aunque  la  condena 
ción  no  sea  interés  sino  pena. 

«15.  ítem,  mando  que  en  contorno  del  pueblo  de  indios,  ni  de  chácaras 
suyas,  no  puedan  haber  chácaras  de  españoles  en  distancia  de  media  legua. 
Lo  cual  se  entienda  de  las  que  ya  están  pobladas.  Y  en  cuanto  á  las  reduc- 
ciones que  adelante  se  hicieren,  ha  de  ser  el  término  una  legua.  Y  declaro 
que  se  tengan  por  pueblos  y  reducciones  nuevas  todas  las  que  se  hicieren 
en  esta  ciudad,  excepto  la  de  Itá  y  Yaguarón,  los  Altos  y  Tobatí.  Porque 
aunque  las  otras  se  van  haciendo,  no  tienen  españoles  cercanos  poblados, 
y  parece  que  conviene  estén  en  la  dicha  distancia  de  una  legua  las  cháca- 
ras de  españoles,  si  algunos  se  vinieren  á  poblar  fuera  de  los  pagos  que 
hay  en  esta  ciudad  de  la  Asunción;  y  en  las  demás  ciudades  se  tengan  por 
reducciones  nuevas  las  que  se  hicieren  después  de  esta  Ordenanza. 

«16.  ítem,  mando  que  las  estancias  de  ganado  mayor  no  puedan  estar 
ni  estén  legua  y  media  de  las  dichas  reducciones  antiguas;  y  las  de  ganado 
menor,  media  legua.  Y  en  las  reducciones  nuevas  que  digo  en  la  Orde- 
nanza pasada,  haya  de  ser  el  término  dos  tantos.  Sopeña  de  perdida  la 
estancia  y  la  mitad  del  ganado  que  en  ella  se  metiere.  Y  todos  los  que 
enviaren  ganados,  los  tengan  con  buena  guarda,  sopeña  de  pagar  el  daño 
que  hicieren:  y  de  que  el  que  entrare  en  tierra  de  los  indios  lo  puedan 
matar  sin  pena  alguna. 

«17.  Ítem,  mando  que  á  las  reducciones  de  los  indios  se  les  señale  un 
egido  junto  á  su  pueblo,  que  tenga  de  largo  una  legua:  donde  puedan 
tener  sus  ganados  sin  que  se  les  revuelvan  con  otros  de  los  españoles. 

«18.  ítem,  por  cuanto  el  mayor  daño  de  las  reducciones  procede  de 
sacar  indios  de  sus  pueblos  á  título  de  trajines,  ó  por  servir  á  los  caminan- 
tes, mando  que  en  ninguna  manera,  persona  de  cualquier  estado  y  condi- 
ción que  sea,  no  puedan  sacar  ni  saquen  india  ninguna,  si  no  fuere  que 
vaya  con  su  marido;  ni  ningún  indio  salga  de  esta  gobernación  por  ninguna 
causa,  si  no  fuere  los  del  Río  Bermejo  hasta  los  pueblos  de  Santiago:  y  los 
de  Santa  Fe  hasta  Buenos  Aires  y  hasta  Córdoba  en  la  misma  gobernación 
puedan  pasar  más  de  hasta  la  primera  población  de  españoles.  De  suerte 
que  los  indios  de  la  Villarrica  no  pasen  de  Guayrá:  y  los  de  Guayrá  ó 
Jerez  no  pasen  de  la  Asunción.  Ni  los  de  la  Asunción  pasen  de  las  Co- 
rrientes: ni  los  de  las  Corrientes  puedan  ir  por  tierra  más  de  hasta  el  Río 
Bermejo,  ó  hasta  Santa  Fe  por  el  río:  y  los  de  Santa  Fe  hasta  Buenos  Aires» 
ó  hasta  Córdoba  ó  Santiago  de  la  Gobernación  de  Tucumán.  Y  lo  mismo  se 
entienda  el  río  arriba.  Porque  no  se  han  de  sacar  de  ninguna  parte  indios 
mas  que  hasta  el  primer  punto  de  españoles,  y  se  les  ha  de  pagar  en  propia 


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mano:  y  registrarlos  ante  las  Justicias.  Y  llegados,  como  se  ha  dicho,  se 
les  ha  de  dar  avío  para  volverse  sin  que  les  detengan.  Y  por  cuanto  al  pre- 
sente hay  muy  pocos  indios  en  la  ciudad  de  las  Corrientes,  será  posible 
que,  llegando  allí  cantidad  de  balsas,  no  hallen  avío  de  indios:  se  permite 
que  con  voluntad  de  los  indios  puedan  pasar  de  allí  al  pueblo  más  cercano. 
Y  fuera  de  este  caso,  se  guarde  en  todo  la  dicha  Ordenanza,  pena  de  cin- 
cuenta pesos  á  quien  la  quebrantare,  por  tercias  partes:  y  al  indio  que  la 
quebrantare,  veinte  azotes. 

«19.  ítem,  para  que  los  españoles  tengan  más  servicio,  y  avíen  sus 
haciendas,  se  permite  que  los  indios  que  quisieren,  puedan  alquilarse  con 
españoles  por  días  ó  por  un  año:  con  que  siendo  por  un  año,  no  pueda 
bajar  el  concierto  de  veinte  pesos. 

«20.  ítem,  por  cuanto  conviene  que  los  indios  de  esta  tierra  se  enseñen 
á  alquilarse,  se  procurará  que  den  la  mita  siquiera  la  duodécima  parte. 
Pero  en  esto  no  ha  de  haber  compulsión,  por  lo  que  se  dirá  en  el  título  de 
las  tasas.  Y  ansí  son  menester  medios  de  mucha  suavidad  hasta  que  el 
tiempo  que  les  enseñe.  Asimismo  los  que  vinieren  se  han  de  poder  con- 
certar con  quien  quisieren,  sin  que  las  justicias  los  repartan  contra  su 
voluntad. 

«21.  ítem,  se  manda  que  ningún  indio  pueda  sembrar  para  sí  fuera  de 
su  reducción,  aunque  sea  en  chácara  de  españoles;  si  no  los  que  por  esta 
Visita  es  permitido  puedan  estar  en  ellas.  Lo  cual  se  manda  precisamente, 
aunque  el  indio  alegue  que  le  está  mejor,  y  que  por  su  comodidad  hace  lo 
susodicho. 

«22.  ítem,  por  el  daño  que  la  experiencia  ha  mostrado  que  resulta  de 
admitir  probanzas  en  materia  de  filiaciones  de  indios,  y  por  ser  así  de  dere- 
cho, declaro  que  los  hijos  que  fueren  de  indias  casadas  se  tengan  por  del 
marido:  sin  que  se  pueda  admitir  probanza  en  contrario.  Y  como  hijo  de 
tal  indio,  haya  de  seguir  el  pueblo  del  padre,  y  traiga  hábito  de  indio;  aun- 
que se  diga  ser  hijo  de  español. 

«23.  ítem,  los  hijos  de  las  indias  solteras,  hayan  de  seguir  y  sigan  el 
pueblo  de  la  madre. 

«24.  ítem,  se  declara  y  manda  que  la  india  casada  vaya  al  pueblo  de 
su  marido  3' resida  en  él,  aunque  el  marido  se  diga  anda  huido.  Siendo 
muerto  el  dicho  su  marido,  podrá  la  india  viuda  quedar  en  el  mismo  pueblo 
de  su  marido  ó  volver  á  su  natural,  cual  más  quisiere:  con  que,  volviendo 
á  su  natural,  haya  de  dejar  los  hijos  en  el  pueblo  de  su  marido.  Porque  el 
modo  de  poblaciones  hasta  agora  de  la  nación  guaraní,  es  que  cada  caci- 
que esté  con  sus  subjetos  en  un  galpón  grande,  se  manda  que  en  caso  que 
el  indio  y  la  india  sean  de  una  reducción,  pero  de  diferentes  caciques,  la 
madre  pueda  tener  consigo  los  hijos  hasta  que  se  casen. 

«25.  ítem,  por  impedir  los  inconvenientes  que  han  resultado  de  aman- 
cebamientos de  indias,  se  manda  que  las  que  hubiere  sospecha,  las  justi- 
cias las  compelan  á  que  vayan  á  sus  pueblos,  ó  las  compelan  á  servir, 
señalándoles  su  salario. 

«26.  ítem,  se  manda  que  en  ningún  pueblo  haya  indios  de  otro,  so  pena 
al  indio  que  faltare  de  su  reducción  de  veinte  azotes:  y  al  cacique,  de  cua- 
tro pesos  para  la  iglesia  cada  vez  que  lo  consintiere. 


66S 


«Título  del  servicio  personal  y  jornal  de  los  indios 

«27.  Y  porque  para  el  buen  gobierno  de  las  repúblicas  y  beneficio  de 
las  tierras,  conviene  que  haya  indios  de  mita  que  las  labren  y  beneficien, 
aunque  quisiera  dar  mita  competente,  pero  por  las  causas  que  diré  cuando 
trate  de  las  tasas,  por  agora  señalo  que  se  dé  de  cada  doce,  de  mita  uno: 
aunque  la  mita  se  entienda  ser  de  los  indios  de  tasa,  que  son  desde  los  diez 
y  ocho  hasta  cincuenta  años:  porque  no  se  ha  de  dar  de  viejos  ni  mucha- 
chos ni  mujeres:  y  agora  no  ha  de  haber  compulsión  hasta  que  la  tasa  se 
pague  en  especies,  que  entonces  se  dará  de  seis  indios  uno  de  mita,  y  se 
podrá  poner  algún  rigor  en  que  se  cumpla. 

«ítem,  señalo  á  los  indios  que  sirvieren  de  mita  ó  por  jornal,  real  y 
medio  por  cada  un  día,  de  moneda  de  la  tierra:  y  á  los  que  sirvieren  ó 
bogaren  por  el  río  bajando  en  balsas,  se  les  ha  de  dar  desde  la  ciudad  de  la 
Asunción  á  las  Corrientes  cuatro  pesos  en  cuatro  varas  de  sayal  ó  lienzo: 
y  desde  las  Corrientes  á  Santa  Fe,  seis:  y  otro  tanto  de  Santa  Fe  á  Buenos 
Aires:  y  otro  tanto  desde  la  Asunción  á  Guayrá. 

«28.  ítem,  porque  no  haya  dificultad  en  las  monedas  de  la  tierra  por 
cuanto  en  ellas  se  ha  de  hacer  la  paga  de  tasas  y  tributos  contenidos  en 
estas  Ordenanzas,  declaro  que  las  monedas  de  la  tierra  han  de  ser  de 
especies,  que  lo  que  se  tasa  por  un  peso  vaya  á  justa  y  común  estimación 
de  seis  reales  de  moneda  de  Castilla. 

«29.  ítem,  para  cuando  la  mita  sirva,  se  ha  de  advertir  que  no  han  de 
poder  venir  indios  más  de  treinta  leguas,  y  sin  mudar  temple,  ni  pasar 
ríos  que  tengan  riesgo. 

«30.  Los  indios  que  se  dieren  de  mita  sólo  han  de  poder  ser  ocupados 
en  chácaras,  estancias,  edificios  y  traer  agua  y  leña. 

«31.  Los  indios  de  su  voluntad  pueden  concertarse  para  otros  servi- 
cios, especial  para  bogar  las  balsas:  pero  en  ninguna  manera  se  les  per- 
mite que,  aunque  sea  su  voluntad,  pueda  el  indio  ir  á  Maracayú  á  sacar 
yerba,  por  las  muchas  muertes  y  daños  que  dello  se  siguen:  sopeña  de  cien 
azotes  al  indio  que  fuere:  y  el  español  de  cien  pesos:  y  la  justicia  que  lo 
consintiere,  privación  de  oficio. 

«32.  ítem,  por  cuanto  conviene  que  en  esta  ciudad  haya  atahonas  ó 
molinos  para  moler  el  trigo  ó  maíz,  y  aunque  ha  tantos  años  que  se  ha 
poblado  la  ciudad  de  la  Asunción,  hasta  agora  no  los  hay  en  ella,  ni  tam- 
poco atahonas:  y  eso  mismo  faltan  en  otras  algunas:  se  manda  que  dentro 
de  seis  meses  se  acaben  las  así  comenzadas,  ó  hagan  otras  donde  convenga: 
con  apercibimiento  que,  pasado  el  dicho  término  de  seis  meses,  hechas  ó 
no  hechas  las  atahonas  ó  los  molinos,  desde  luego  se  mandan  quitar  los 
molinillos  de  mano,  y  que  los  indios  no  los  traigan.  Y  lo  mismo  se  entienda 
de  los  pilones  que  están  en  los  pueblos  de  los  indios  con  que  muelen  la 
mandioca,  que  éstos  se  permiten  quedar.  Y  aunque  de  su  voluntad  se  per- 
mite que  los  indios  puedan  concertarse  para  bogar  balsas;  en  ninguna 
manera  han  de  ser  compelidos  á  esto,  sopeña  de  cien  pesos  al  juez  por  cada 
indio  que  compeliese  y  al  español  que  le  llevare,  otro  tanto. 

«33.    ítem,  por  cuanto  S.  M.  tiene  prohibido  que  se  carguen  los  indios, 


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de  nuevo  se  manda  que  no  puedan  ser  cargados  ni  se  consientan  cargar, 
aunque  sea  para  traer  leña  para  casa  de  su  amo:  porque  para  el  efecto  han 
de  tener  caballos  ó  carreta:  pena  de  seis  pesos  por  cada  vez  que  los  consin- 
tieren cargar.  Y  esto  se  entienda  con  más  rigor  en  Jerez  y  Guayrá,  para 
sacar  la  yerba,  para  lo  cual  no  han  de  poder  ser  cargados,  pena  de  cin- 
cuenta pesos  al  encomendero,  mercader  ó  pasajero  que  sea  que  tal  consin- 
tiere: y  los  que  cargaren  los  dichos  indios  para  sacar  la  yerba  de  Mara- 
cayú,  á  cien  pesos  por  cada  vez.  Los  cuales  se  repartan  para  la  Cámara 
de  S.  M  ,  juez  y  denunciador,  por  tercias  partes.  Pero  bien  se  permite  que, 
por  estar  los  pueblos  de  esta  gobernación  sobre  el  río,  puedan  cargar  agua 
para  el  servicio  de  la  casa. 

«34.  ítem,  por  los  grandes  daños  que  han  resultado  de  sacar  indias  de 
los  pueblos  para  que  sean  amas,  se  manda  que  ninguna  india  que  tenga  su 
hijo  vivo  pueda  venir  á  criar  hijo  de  español,  especialmente  de  su  enco- 
mendero, con  pena  de  perdimiento  de  la  encomienda  al  que  tal  hiciere,  y 
quinientos  pesos  á  la  justicia  que  lo  mandare.  Pero  bien  se  permite  que, 
habiéndosele  muerto  á  la  india  su  criatura,  pueda  criar  la  del  español. 

«35.  Ninguna  india  casada  pueda  concertarse  para  servir  en  casa  del 
español,  aunque  sea  compelida  á  ello,  si  no  fuere  sirviendo  en  la  tal  casa 
su  marido  ni  las  solteras  ser  compelidas,  queriéndose  estar  eti  sus  pueblos: 
y  que  ninguna  que  tenga  padre  ó  madre  vivos,  puedan  concertarse  sin 
voluntad  de  su  padre. 

«36.  Los  indios  y  indias  que  se  concertaren  para  servir,  no  pueden 
hacer  concierto  por  más  de  un  año.  Pero  permítese  por  esta  primera  vez 
que  puedan  concertarse  por  lo  que  resta  del  año  y  por  todo  el  de  doce. 

«37.  El  indio  que  trabajare  en  su  casa,  sea  por  mita,  ó  concierto  de 
días,  meses  ó  año,  demás  de  los  jornales  ó  pagas,  les  han  de  dar  doctrina, 
y  de  comer  y  cenar,  y  curarlos  en  sus  enfermedades,  y  enterrarlos  si  mu- 
rieren: y  á  los  que  fueren  bogando,  se  les  ha  de  dar  comida  para  la  vuelta. 

«38.  Si  el  indio  que  sirviere  cayere  enfermo  y  quisiere  irse  á  curar 
fuera  de  donde  está  su  amo,  lo  podrá  hacer,  dejándolo  libre:  y  su  amo  sea 
compelido  á  ello,  y  á  que  le  dé  y  pague  lo  que  le  debiere,  sin  que  sea  com- 
pelido  á  cumplir  después  de  sano  el  concierto. 

«39.  Ningún  indio  se  le  pueda  concertar  ni  pagar  su  trabajo  en  vino, 
chicha,  miel  ni  yerba:  y  todo  lo  que  en  este  género  se  pagare,  sea  perdido, 
sin  que  el  indio  lo  deba  recibir  en  cuenta:  y  al  español  que  lo  pretendiere 
dar  por  paga,  á  veinte  pesos  de  pena  por  cada  vez. 

«40.  Las  mitas,  cuando  las  haya,  se  tendrá  cuidado  de  que  se  acomo- 
den las  religiones.  Si  en  algún  tiempo  hubiere  repartición  de  mita  de 
indios,  se  dará  á  cada  convento  que  tuviere  dos  religiosos  tantos  mitayos 
cuantos  religiosos  tuviere,  con  tal  que  no  pasen  de  ocho. 


«Título  de  Doctrinas 

«41.  Por  cuanto  lo  principal  que  S.  M.  manda  es  la  doctrina  de  los 
indios,  y  para  que  esta  se  haga  con  comodidad,  mando  que  ninguna  doc- 
taina  pueda  tener  ni  tenga  más  de  cuatrocientos  indios,  salvo  si  hubiese  á 
la  doctrina  dos  religiosos,  que  entonces  podrá  haber  más  número. 


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"42.  Todos  los  muchachos  y  muchachas,  de  cinco  hasta  once  años,  acu- 
dan todos  los  días,  media  hora  después  de  salido  el  sol,  y  media  antes  de 
ponerse,  y  recen  la  doctrina  cada  vez  media  hora;  y  lo  demás  del  dicho 
tiempo  los  Curas  los  dejen  servir  á  sus  padres. 

«43.  Los  Gobernadores  no  presenten  ningún  sacerdote  para  cura,  si 
no  tuviere  aprobación  de  la  lengua  en  que  hubiere  de  doctrinar. 

«44.  A  cada  Cura  se  le  dará  un  muchacho  ó  dos  de  siete  á  catorce 
años  que  le  sirvan:  y  un  indio  mitayo,  y  una  vieja  para  la  cocina:  á  los  cua- 
les ha  de  dar  de  comer  y  vestir:  y  no  ha  de  poder  sacar  indio  de  un  pueblo 
á  otro:  ni  compeler  para  nada  á  los  indios:  y  cualquiera  otra  cosa  que  les 
mandare,  los  ha  de  pagar  como  otro  particular. 

«45.  A  los  Curas  se  les  pagará  de  estipendio  por  cada  un  indio  de  tasa 
la  doctrina  un  peso,  como  hasta  aquí  se  les  ha  pagado:  mientras  la  tierra 
da  lugar  á  que  se  les  satisfaga  mejor;  que  por  agora  no  se  les  hace  nove- 
dad en  su  paga. 

«46.  En  cualquier  pueblo  que  haya,  antiguo  ó  nuevo,  en  cualquier 
reducción,  por  pequeña  que  sea,  ha  de  haber  particular  cuidado  que  haya 
quien  enseñe  la  doctrina. 

«47.  En  cada  pueblo  de  hasta  cien  indios,  haya  un  fiscal  que  junte  á  la 
doctrina.  Y  si  pasare  de  cien  indios,  haya  dos  fiscales.  Y  por  muchos  indios 
que  tenga  el  pueblo,  no  ha  de  haber  más  de  dos  fiscales:  y  éstos  han  de  ser 
de  cincuenta  á  sesenta  años  de  edad:  y  los  curas  no  han  de  poder  ocupar- 
los fuera  de  su  oficio,  si  no  es  pagándoselo. 

«48.  En  cada  pueblo  que  pasare  de  cien  indios,  ha  de  haber  cuatro 
cantores.  Y  si  llegare  á  doscientos  indios,  cinco  cantores.  Y  en  cada 
reducción  por  pequeña  que  sea,  ha  de  haber  un  sacristán  que  tenga  cui- 
dado de  guardar  el  ornamento  y  barrer  la  iglesia.  Todos  han  de  ser  libres 
de  tasas  y  tributos  personales. 

«49.  Cualquiera  persona  que  tenga  en  su  casa  y  servicios  indios  infie- 
les por  jornales  ó  por  años,  les  enviarán  todas  las  mañanas  en  tocándose 
las  campanas  en  la  Compañía  de  Jesús  ó  en  otra  iglesia  donde  esto  se 
hiciere;  para  que  allí  estén  una  hora  rezando:  sopeña  de  que  quien  aquesto 
no  lo  cumpliere,  se  le  quite  el  servicio  del  tal  indio:  y  no  se  les  permita 
servir,  aunque  sea  con  paga  muy  aventajada,  y  demás  de  eso  pague  cuatro 
pesos  de  pena  cada  día  que  no  lo  cumpliere:  la  mitad  para  la  cofradía  de 
los  indios,  y  la  otra  mitad  para  el  juez  que  lo  sentenciare. 


«Título  del  gobierno 

«50.  El  gobierno  de  los  pueblos  de  los  indios  está  á  cargo  de  los  Alcal- 
des y  Regidores  de  indios  en  cuanto  á  lo  universal,  dejando  á  los  caciques 
el  repartimiento  de  las  mitas. 

«51.  La  ejecución  de  mitas  y  cobranza  de  las  tasas  es  un  cargo  del 
justicia  mayor  ó  Alcalde  ordinario  de  cada  pueblo  de  españoles:  porque 
en  caso  que  la  Justicia  mayor  no  vaya  á  esto,  ha  de  enviar  precisamente 
un  Alcalde  ordinario,  y  no  otra  persona.  Y  el  ir  á  cobrarla,  ha  de  ser  al 
tiempo  que  se  haya  de  cobrar  la  tasa  ó  mita,  cuando  los  indios  quisieren 
que  se  entable  el  dicho  modo  de  gobierno.  Y  entonces  se  pagará  á  la  Jus- 


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ticia  Mayor  dos  reales  por  la  cobranza  de  tasa:  y  en  ninguna  manera  se 
han  de  nombrar  Corregidores  de  los  pueblos  de  los  indios,  por  los  incon- 
venientes que  de  ellos  han  resultado  en  el  Perú:  y  la  Justicia  que  así 
cobrare  la  tasa,  ha  de  tener  cargo  de  pagar  al  sacerdote  y  al  enco- 
mendero. 

«52.  El  Alcalde  ni  Alcaldes  de  la  Hermandad  no  puede  conocer  ni 
conozcan  de  pleitos  de  indios;  pero  puede  hacer  la  causa  y  remitirla  á  la 
ordinaria,  salvo  en  hurtos  de  ganados:  que  en  tal  caso,  procederá  como  los 
ordinarios. 

«53.  La  Justicia  mayor  y  ordinaria  puedan  proceder  en  causas  de 
indios:  y  ellos  y  los  de  la  Hermandad  en  caso  procedente  no  pueden  sen- 
tenciar á  ningún  indio  sin  traerlo  á  la  cárcel  de  la  ciudad,  y  allí  sustanciar 
la  causa,  lo  cual  se  manda  por  los  grandes  agravios  que  á  título  de  Justi- 
cias se  han  hecho  á  los  indios, 

«54.  Ningún  indio  se  pueda  sentenciar  en  destierro  que  pase  del  dis- 
trito de  la  ciudad  á  que  su  pueblo  fuere  sujeto.  Y  si  fuere  en  algún  servi- 
cio, no  pueda  ser  sino  de  convento  ó  de  la  república.  Pero  por  esto  no  se 
prohibe  dar  al  indio  pena  de  muerte  mereciéndola. 

«55.  Las  elecciones  de  cabildos  de  indios  se  hagan  por  los  del  cabildo 
que  saliere,  en  presencia  del  Cura. 

«56.  El  año  que  el  indio  fuere  Alcalde,  no  debe  tasa  ni  servicio  per- 
sonal en  caso  que  se  reparta. 

«Título  de  tasa 

«57.  La  principal  causa  porque  S.  M.  mandó  hacer  esta  Visita,  fué 
para  que  los  indios  fuesen  tasados:  y  con  esto,  cesando  el  servicio  personal, 
cesasen  así  todos  los  agravios  á  los  indios:  cómo  es  fácil  conocer  el  que 
medianamente  discurre  por  los  agravios  que  á  los  indios  se  han  hecho,  que 
son  muchos  por  el  poco  orden  que  en  esta  Gobernación  ha  habido.  Aunque 
la  materia  está  tan  indigesta,  que  con  mucha  dificultad  se  puede  entablar 
lo  susodicho.  Porque  los  más  de  los  indios,  en  la  Visita  que  he  hecho,  espe- 
cialmente en  esta  ciudad  de  la  Asunción,  dicen  que  no  quisieran  tasa; 
unos,  ó  los  más,  porque  no  saben  lo  que  es,  aunque  se  les  ha  procurado 
dar  á  entender:  otros,  porque  son  pobres;  otros,  porque  dicen  que  ellos 
sirven  cuando  quieren  y  como  quieren,  y  les  dan  alguna  gratificación  los 
españoles:  otros,  que  vienen  á  ayudar  á  los  españoles  no  á  título  de  tasa  y 
servicio,  sino  como  á  parientes.  Y  esto  último  también  se  me  alegó  por  el 
Procurador  general  de  esta  ciudad  por  una  petición.  Y  aunque  las  dichas 
excusas  son  de  tan  poco  fundamento,  como  parece:  y  entiendo  que  las  más 
han  procedido  de  inducciones  y  engaños  que  á  los  indios  se  han  hecho; 
todavía  obliga  á  usar  de  traza  en  las  ejecuciones  de  la  tasa  que  S.  M.  manda 
se  ponga:  que  así  por  esto,  como  para  asegurar  las  conciencias,  parece 
preciso  ponerla.  Respecto  de  lo  cual,  ante  todas  cosas,  declaro  que  la  tasa 
la  deben  pagar  los  varones  desde  diez  y  ocho  años  de  edad  hasta  que  ten- 
gan cincuenta.  Aunque  si  algunos  tuvieren  los  impedimentos  que  no  pue- 
dan pagar  tasa  por  enfermedad  que  tengan,  la  Justicia  lo  declare  así  para 
que  no  la  paguen. 


-672- 

«58.  Las  mujeres,  de  ninguna  edad  que  sean,  no  deben  pagar  tasa:  y 
así  se  declara. 

«59.  Aunque  en  el  Pirú  los  indios  casados  antes  de  diez  y  ocho  años 
pagan  la  tasa,  esto  parece  tiene  alguna  dificultad  especial  en  esta  provin- 
cia, donde  tanto  desorden  ha  habido  en  impedir  los  matrimonios  de  los 
indios.  Y  así  se  declara  que,  aunque  el  indio  sea  casado,  no  debe  tasa  hasta 
la  dicha  edad  de  los  diez  y  ocho  años. 

«60.  Aunque  yo  quisiera  hacer  tasas  para  cada  pueblo  en  particular, 
no  he  podido  hasta  el  presente  por  las  razones  referidas:  porque  en  cada 
pueblo  hay  indios  de  diferentes  encomenderos:  que  los  más  tienen  tan 
pequeño  número,  que  no  son  de  consideración.  Porque  aun  en  esta  ciudad 
de  la  Asunción,  cabeza  de  la  Gobernación,  hay  muchos  que  no  tienen  á 
diez  indios  de  reducción.  Y  he  visitado  pueblo  que,  aunque  era  bastante 
para  doctrinante,  hallé  indios  de  cincuenta  encomenderos.  Respecto  de  lo 
cual,  parece  más  conveniente  que  las  tasas  sean  en  general.  Y  así  taso  los 
indios  de  esta  Gobernación  (á  los  que  son  de  tasa,  conforme  á  lo  dicho  en 
este  título)  que  cada  uno  pague  á  su  encomendero  cinco  pesos  corrientes 
en  cada  año  en  moneda  de  la  tierra:  y  que  las  dichas  monedas,  como  está 
dicho,  se  hayan  de  reducir  y  reduzcan  á  cosas  que  si  se  hubieran  de  vender 
á  real  de  plata,  valiesen  seis  reales  de  plata  lo  que  en  moneda  de  la  tierra 
es  un  peso.  Y  así  el  indio  ha  de  ser  obligado  á  pagar  en  cada  un  año  cinco 
pesos  de  tasa  en  moneda  de  la  tierra,  ó  en  seis  reales  de  plata  por  cada 
peso,  ó  en  especie  de  maíz  ó  trigo,  ó  algodón  hilado  ó  torcido,  ó  madres  de 
mecha.  Y  porque  no  haya  dificultad  en  las  dichas  especies,  declaro  las 
dichas  especies.  Una  fanega  de  maíz,  un  peso.  Una  gallina,  dos  reales.  Una 
madre  de  mecha  que  tenga  diez  y  seis  palmos,  un  peso.  Tres  libras  de 
garabatá,  un  peso.  Una  arroba  de  algodón,  sin  sacar  la  pepita,  desta  tierra, 
cuatro  pesos:  y  del  Río  Bermejo  ó  de  Tucumán,  cinco  pesos.  Una  vara  de 
lienzo  de  algodón,  un  peso.  Una  fanega  de  frisóles,  tres  pesos.  En  las  cua- 
les dichas  especies  puedan  pagar  y  paguen  los  indios  la  tasa,  aunque  en  el 
año  no  tenga  obligación  el  encomendero  de  recibir  más  de  una  fanega  de 
maíz  y  dos  gallinas,  en  los  precios  que  van  puestos:  y  la  demás  tasa  haya 
de  ser  en  las  demás  especies  ó  monedas  de  Castilla  ó  de  la  tierra,  como  va 
declarado.  La  cual  dicha  tasa  se  ha  de  pagar  la  mitad  cogidas  las  cosechas 
por  Navidad,  y  la  otra  mitad  por  San  Juan. 

«61.  Por  cuanto,  como  está  dicho,  por  agora  los  indios  rehusan  de 
pagar  la  tasa,  les  mando  que  los  que  no  la  quieran  pagar  sirvan,  como 
ellos  han  dicho,  á  sus  encomenderos,  como  hasta  aquí,  Y  el  encomendero 
entienda  que  en  lugar  de  tasa,  puede  llevar  treinta  días  de  tributo  en  cada 
un  año:  y  que  los  demás  que  trabajare  con  él  el  indio,  que  es  lo  más  ordi- 
nario, en  especial  en  los  pueblos  de  la  Asunción,  que  ha  sido  la  principal 
parte  del  año,  ha  de  gratificar  al  indio,  como  está  dicho,  á  real  y  medio  de 
jornal  en  moneda  de  la  tierra  ó  cosas  que  lo  valgan.  Y  lo  mesmo  ha  de  ser 
si  de  su  voluntad  le  sirviere  algún  indio  que  por  su  edad  no  deba  tasa. 

«62.  Cada  año  la  Justicia  Mayor  ó  Alcalde  que  nombrare,  vaya  á  visitar 
los  indios  después  de  cogidas  las  cosechas,  para  proveer  el  número  de  tasa, 
los  que  llegaren  á  diez  y  ocho  años,  y  sacar  los  que  llegaren  á  cincuenta. 

«63.  Por  estos  padrones,  en  que  se  han  de  poner  también  los  hijos,  es 
fácil  averiguar  las  edades  y  obligación  de  tasa.  Y  en  esto  haya  muy  buena 


-673- 

cuenta  de  excusarse  de  los  padrones  de  los  Curas:  porque  no  entiendan  en 
ninguna  manera  los  bárbaros  que  los  padrones  que  los  eclesiásticos  hacen 
son  en  orden  á  interés  de  los  españoles,  y  formen  concepto  diferente  de  lo 
que  es  y  hacen  la  Iglesia  y  sus  ministros. 

«64.  Aunque  el  indio  quiera  pagar  la  tasa  en  servicio  personal  como 
está  dicho,  no  se  les  ha  de  impedir  que  el  demás  tiempo  del  año  puedan 
concertarse  con  el  español  que  quisieren  para  ganar  jornal  ó  salario. 

«65.  Los  indios  que  desde  luego  quieren  pagar  la  tasa,  la  paguen:  y 
con  esto  sirvan  ó  trabajen  con  quien  quisieren:  y  no  sean  compelidos  á  mita, 
porque  en  tan  poco  número  como  hasta  agora  hay,  no  se  puede  entablar  la 
mita:  hasta  que  conozcan  los  indios  que  les  está  bien  pagar  la  tasa:  y 
entonces  se  entablen  como  es  razón. 


«Título  de  los  infieles 

«66.  Por  Cédula  de  S.  M.  está  prohibido  que  los  Gobernadores  hagan 
nuevas  entradas  en  pueblos  y  tierras  de  indios,  aunque  sea  por  vía  de  Doc- 
trinas, y  menos  por  vía  de  conquista  no  puedan  hacer  las  dichas  entradas, 
porque  lo  susodicho  está  reservado  á  la  persona  del  señor  Virrey:  decla- 
rólo así:  y  mando  que  de  aquí  adelante  el  Gobernador  ni  otra  Justicia  no 
las  hagan,  sopeña  de  privación  de  oficio,  y  más  dos  mil  pesos  para  la  Cá- 
mara de  S.  M. 

«67.  Ningún  Teniente  ni  Alcalde  pueda  enviar  ni  envíe  gente  armada 
á  los  indios,  á  título  de  que  los  reduzcan  ó  vengan  á  hacer  mita,  ni  en  otra 
manera,  so  la  misma  pena.  Pero  bien  se  permite  que  si  algunos  indios 
hicieren  daño  al  pueblo  ó  á  indios  de  paz  en  sus  personas  ó  haciendas,  pue- 
dan luego  hasta  tres  meses,  enviar  personas  que  los  castiguen  con  armas 
ó  traigan  presos;  con  que  los  que  se  prendieren  no  se  ejecute  pena  contra 
ellos  en  el  campo,  si  no  es  que  la  dilación  traiga  daño  irreparable:  y  en 
ninguna  manera  se  puedan  repartir  las  dichas  piezas  de  los  indios  como 
hasta  agora  se  ha  hecho,  sopeña  de  mil  pesos  el  que  lo  contrario  hiciere. 

«68.  En  casos  que  los  excesos  de  los  tales  indios  obliguen  á  demostra- 
ción, y  pasen  los  tres  meses  de  la  Ordenanza  sesenta  y  siete,  podrá  el  Go- 
bernador solo  y  no  otra  Justicia,  determinar  cerca  del  dicho  castigo:  con 
que  en  lo  demás  se  guarde  la  Ordenanza  precedente. 

«69.  Por  Cédula  de  S.  M.  está  mandado  que  los  infieles  que  se  redu- 
jeren é  hicieren  cristianos  no  puedan  ser  encomendados  ni  paguen  tasa  los 
infieles  por  diez  años.  Y  pasado  el  dicho  término,  no  se  innove  sin  orden 
expresa  del  señor  Virrey  ó  Audiencia.  Declarólo  así:  y  mando  que  durante 
el  dicho  término  de  los  diez  años,  no  puedan  ser  compelidos  á  servicio  nin- 
guno. Pero  bien  podrán  de  su  voluntad  concertarse  para  servir:  y  las  Jus- 
ticias tendrán  cuidado  de  que  no  se  les  hagan  agravios. 

«70.  El  Cura  de  indios,  en  especial  de  nuevamente  reducidos,  no 
pueda  sacar  ni  saque  ninguna  india  casada  ni  soltera,  aunque  sea  de  poca 
edad,  ni  dalla  á  que  vaya  á  servir  fuera:  3^  el  que  tal  hiciere.,  no  pueda  ser 
presentado  á  otro  beneficio. 

«71.  La  justicia  y  doctrinante  tengan  particular  cuidado  de  que  se 
encaminen  los  indios  á  labrar  las  tierras  y  tener  bueyes  para  ello:  y  hagan 
43    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  ii. 


-674- 

vestidos:  de  manera  que  en  todo  se  vaya  introduciendo  la  decencia  y  poli- 
cía española. 

«72.  Todas  las  reducciones  que  se  hicieren  de  indios,  sean  en  sus  pro- 
pias tierras  y  temples,  y  en  las  partes  dellas  á  su  comodidad,  y  donde 
puedan  tener  y  tengan  agua,  leña,  pescado;  y  donde  puedan  tener  cómodo 
para  sementeras:  y  no  sólo  respecto  del  estado  presente,  pero  del  aumento 
que  se  puede  esperar,  teniendo  atención  al  bien  de  los  indios  y  que  sea  con 
su  gusto,  para  que  con  él  acudan  á  la  doctrina:  y  si  los  pueblos  ó  reduc- 
ciones fueren  tan  pequeñas,  que  no  pueda  estar  doctrinante  en  solo  uno, 
se  procurará  poner  en  distancia  convenible  el  dicho  trabajo,  para  que  en 
medio  esté  la  parroquia,  de  donde  se  les  pueda  acudir  á  todos  y  que  con 
comodidad  sean  doctrinados  por  las  reducciones.  Y  aunque  estén  divididos, 
y  no  siendo  de  su  natural,  no  se  procuren  juntar  en  ningún  pueblo  siendo 
muchos:  porque  se  excusen  las  discordias  que  entre  ellos  puedan  haber, 
especial  las  envidias  y  diferencias  de  tierras:  y  en  todo  se  les  quiten  las 
ocasiones  de  discordias,  hasta  que  el  trato  y  los  casamientos  y  especial 
conocimiento  de  Dios  les  haga  fáciles  estas  cosas. 

«73.  Los  indios  que  se  han  convertido,  aunque  no  han  de  ser  compe- 
lidos  á  mitas  y  tasas  por  el  tiempo  que  está  dicho;  es  bien  que  desde  los 
cinco  años  vayan  entendiendo  lo  susodicho  por  modos  suaves,  aficionándose 
á  ganar  jornales  y  trabajar  para  esto. 

«74.  Asimismo  es  bien  que  los  recién  convertidos  vayan  conociendo  el 
modo  de  gobierno  político  de  los  indios,  dándoles  alcaldes  y  fiscal  y  otros 
oficiales. 

«75.  Por  cuanto  es  muy  necesario  para  la  conversión  de  los  indios  y 
crédito  del  Evangelio  para  con  los  bárbaros  que  no  entiendan  que  por 
interés  se  les  predica  y  administran  los  sacramentos,  es  bien  que  no  se  les 
pida  á  los  indios  cosa  ninguna  por  pequeña  que  sea:  y  de  esto  sean  adver- 
tidos los  Curas  en  particular. 


«Título  de  las  encomiendas» 

«76.  Una  de  las  causas  más  principales  que  ha  habido  para  la  diminu- 
ción de  estos  indios  de  esta  Gobernación  y  la  de  Tacumán,  ha  sido  las 
muchas  divisiones  de  encomiendas,  partiéndolas  y  haciéndolas  algunas  de 
treinta  indios  y  de  veinte,  y  menos,  de  que  se  han  seguido  grandísimos 
inconvenientes,  que  algunos  se  han  representado  á  S.  M.  y  despachado 
Cédulas  Reales  sobre  esto:  Y  así  ordeno  y  mando  que  de  aquí  adelante  no 
se  dividan  ni  partan  las  encomiendas  del  número  que  hoy  tienen  en  esta 
Gobernación  por  vacación  ni  dejación  para  que  tengan  efecto  casamien- 
tos, ni  en  ninguna  otra  manera,  aunque  se  diga  no  se  dividen  familias  ni 
hábitos:  porque  generalmente  se  manda  que  en  ninguna  manera  ni  por 
ninguna  causa  se  haga  división  ninguna  ni  partición  de  los  que  hoy  están 
en  una  encomienda  en  poder  de  un  encomendero:  sopeña  de  mil  pesos  al- 
Gobernador  que  contraviniere,  y  la  división  sea  en  sí  ninguna,  y  la  enco- 
mienda desde  luego  se  pone  en  cabeza  de  S.  M. 

«77.  Asimismo  ordeno  y  mando,  como  S.  M.  tiene  mandado  y  proveído, 
que  los  indios  que  estuvieren  divididos  padres  de  hijos,  se  reduzcan  y  jun- 


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ten  para  las  ciudades  que  no  he  visitado,  que  son  las  de  la  Asunción 
para  arriba:  porque  en  las  demás  he  proveído  á  satisfacción  de  los  natu- 
rales. 

«78.  ítem,  mando  que  como  fueren  vacando  las  encomiendas  de  una 
parcialidad  y  natural  ó  pueblo,  se  vayan  juntando,  de  suerte  que  en  la 
ciudad  de  la  Asunción  y  en  las  de  arriba  las  encomiendas  se  reduzcan  en 
número  de  ochenta  indios,  diez  más  ó  menos:  en  la  ciudad  de  Santa  Fe,  de 
treinta  y  cinco  más  ó  menos:  la  ciudad  del  Río  Bermejo,  al  mismo  res- 
pecto: y  la  de  las  Corrientes,  y  Buenos  Aires,  á  doce  poco  más  ó  menos:  y 
que  en  este  número  se  vayan  reduciendo,  agregándose  unas  á  otras  sin 
que  al  que  así  se  le  anexare  se  le  aumente  vida  ninguna,  sino  que  goce  lo 
nuevamente  adquirido  como  lo  que  antes  poseía.  Y  desde  que  una  vez  se 
anexó,  se  quedará  sin  dividir.  Lo  cual  se  entienda  en  encomiendas  peque- 
ñas. Porque  en  las  encomiendas  mayores  del  dicho  número  no  se  han  de 
bajar  al  menor;  antes  han  de  ir  con  su  aumento:  pues  es  justo  que  haya 
encomiendas  grandes  para  personas  de  mayor  mérito. 

«79.  Y  por  cuanto  en  esa  ciudad  ha}^  vecinos  que  tienen  encomiendas 
pequeñas  y  divididas  y  en  diferentes  pueblos:  ordeno  y  mando  que  en  tal 
caso,  vacando  la  tal  encomienda,  se  anexe  cada  parte  en  su  pueblo,  de 
suerte  que  las  encomiendas  estén  juntas  y  no  divididas.  Y  si  el  encomen- 
dero que  muere  tiene  indios  en  dos  pueblos  y  se  deben  anexar,  los  de  un 
pueblo  se  anexen  en  uno  de  los  encomenderos  de  allá,  y  el  otro  en  el  enco- 
mendero del  otro. 

«80.  Así  como  conviene  para  el  buen  gobierno  que  las  encomiendas  no 
sean  muy  pequeñas:  así  también  conviene  que  no  se  den  á  uno  muchas 
encomiendas.  Por  lo  cual  y  por  ser  conforme  á  derecho,  ordeno  y  mando 
que  quien  tuviere  encomienda  de  mayor  cantidad  de  la  referida  ó  de  menor 
en  diferentes  pueblos,  de  suerte  que  no  se  puedan  anexar  como  está  dicho, 
no  se  pueda  referir,  ni  se  le  encomiende  otra  encomienda  sin  hacer  dejación 
déla  primera.  Y  caso  que  lo  haga  sólo  para  aceptar  la  segunda,  doy  la 
primera  por  vaca,  y  la  pongo  en  cabeza  de  S.  M. 

«81.  Como  está  dicho  en  las  Ordenanzas  antes  desta,  la  india  que  se 
casare  con  indio  de  otros  repartimientos,  ha  de  seguir  á  su  marido.  Y  por- 
que no  cause  inconveniente  una  Ordenanza  que  se  suele  entender  mal  en 
el  Pirú,  declaro  que  la  india  siga  á  su  marido,  ora  se  case  persuadida  ó 
inducida  por  el  indio  ó  no.  De  suerte  que  esta  Ordenanza  se  guarde  sin 
excepción  ninguna:  para  que  todos  los  estorbos  de  los  casamientos  se 
quiten  y  queden  con  la  libertad  que  es  justo.  Y  cualquier  encomendero 
que  impidiere  matrimonio  de  indio  de  su  encomienda  ó  servicio,  incurra 
en  perdimiento  y  privación  de  la  encomienda:  la  cual  desde  luego  se  ponga 
en  cabeza  de  S.  M.:  y  prosiga  á  castigar  este  delito  cualquier  juez  seglar. 
Demás  de  lo  cual,  sea  bastante  recaudo  para  la  ejecución  de  esta  Orde- 
nanza cualquier  pena  que  el  juez  eclesiástico  pusiere  al  tal  encomendero 
por  haber  impedido  el  matrimonio.  Y  encárgase  á  los  Curas  que  no  casen 
indio  ó  india  de  una  misma  casa,  cuando  el  dueño  de  ella  se  la  llevare, 
porque  ansí  van  atemorizados,  ó  á  lo  menos  no  con  plena  libertad. 

«82.  Y  porque  algunas  veces  los  encomenderos  hacen  las  contradic- 
ciones á  los  casamientos  de  sus  indias,  y  lo  mismo  hacen  los  que  las  tienen 
en  casa,  con  color  de  que  las  defienden:  y  ansí  hacen  que  algunos  jueces 


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eclesiásticos,  que  no  siempre  son  letrados  en  las  Indias,  los  nombren  por 
defensores,  ordeno  y  mando  que  la  pena  de  la  Ordenanza  precedente  se 
entienda  asimismo  en  este  caso:  porque  en  ninguna  vía,  directa  ni  indi- 
recta, es  bien  el  encomendero  ó  persona  que  tuviere  india  en  casa  tenga 
mano  ni  hable  en  impedir  matrimonios  de  las  indias,  ni  aun  en  casarlas: 
porque  en  los  mesmos  matrimonios  que  pretenden  hacer  se  da  incluso 
impedimento  de  matrimonio. 

«83.  Y  porque  mujeres  suelen  exceder  mucho  en  lo  susodicho,  mando 
que  las  Ordenanzas  precedentes  se  entiendan  con  las  mujeres  que  tuvieren 
encomiendas:  y  si  no  las  tuvieren,  incurran  en  cien  pesos  de  plata,  en  que 
no  se  les  permita  jamás  servirse  de  india  ninguna;  aunque  las  indias  quie- 
ran. Esto  mismo  se  guarde  con  los  hombres  no  encomenderos.  Y  en  estos 
casos  de  impedimentos  de  matrimonio,  quisiera  poner  jueces  muy  rigorosos 
para  ejecutarlos,  porque  he  hallado  gravísimos  excesos,  y  muy  grandes  en 
particular. 

«84.  En  jornales  de  mujeres  no  he  puesto  precio  ninguno,  porque  le 
reservo  á  la  voluntad  de  las  partes. 

«85.  Aunque  he  remitido  al  señor  Virrey  y  á  la  Audiencia  el  castigo 
de  los  excesos  pasados;  esto  se  entiende  en  el  fuero  exterior.  Y  así  advierto 
á  los  confesores  y  á  las  personas  que  han  tenido  y  tienen  indios,  que  vayan 
componiendo  sus  conciencias  con  mucho  cuidado:  que  todo  será  menester: 
y  plega  á  Dios  que  acierten. 

«S.  M.  y  el  señor  Virrey  y  la  Real  Audiencia  proveerán  acerca  de  no 
llevar  derechos  á  los  indios  que  se  quieren  casar.  Entretanto,  pido  con 
mucho  encarecimiento  que  en  esto  se  haya  el  recato  que  es  razón.  Pues 
demás  de  que  los  indios  no  deben  derechos,  es  tan  sabido  los  estorbos  que 
los  indios  tienen  para  los  matrimonios  cuando  tienen  que  pagar  derechos: 
y  cuan  perjudicial  es  cualquiera  dilación  en  esto. 

<'Las  cuales  dichas  ordenanzas  he  hecho  como  entiendo  conviene, 
respecto  de  lo  que  me  ha  constado  por  las  Visitas,  y  mucho  más  por  rela- 
ciones particulares:  porque  en  esta  tierra  todos  quieren  que  se  entienda  é 
informe  lo  que  les  conviene:  que  á  tanto  ha  llegado  la  desorden  de  esta 
tierra.  En  particular,  he  comunicado  estas  Ordenanzas  con  los  Goberna- 
dores presente  y  pasado:  y  con  todos  los  religiosos  de  esta  ciudad,  y  con 
casi  todos  los  de  la  Gobernación:  y  con  otros  muchos  particulares  de  ellas, 
en  especial  con  los  diputados  que  han  nombrado  las  ciudades  de  esta  Gober- 
nación, y  en  particular  los  de  la  ciudad  de  la  Asunción.  Y  afirmo  que 
cuanto  me  han  querido  hablar  en  esta  materia  he  oído.  Y  aunque  estas 
Ordenanzas  se  han  de  llevar  al  Consejo  Real  de  las  Indias,  para  que  Su 
Majestad  las  mande  ver,  y  entre  tanto  se  ha  de  estar  por  lo  que  mandare 
el  señor  Virrey  ó  Real  Audiencia  de  la  Plata;  pero  mientras  S.  E.  ó  Real 
Audiencia  otra  cosa  no  mandaren,  mando  que  todas  las  Justicias  y  vecinos, 
estantes  y  habitantes  en  esta  Gobernación  y  sus  términos  y  jurisdicción,  y 
los  que  adelante  estuvieren,  las  guarden  y  cumplan  todas,  en  todo  y  por 
todo,  según  que  en  ellas  se  contiene:  so  las  penas  en  ellas  contenidas,  y 
más  quinientos  pesos  para  la  Cámara  de  S.  M.  en  que  desde  luego  doy  por 
condenado  lo  contrario  haciendo.  En  que  las  justicias  procederán  con  el 
mayor  rigor  contra  los  rebeldes  é  inobedientes. 

«Fué  dada  en  la  Asunción,  cabeza  de  la  Gobernación  del  Paraguay  y 


-677- 

Río  de  la  Plata,  en  doce  días  del  mes  de  Octubre  de  mil  seiscientos  y 
once  años.» 

«El  licenciado  Don  Francisco  de  Alfaro.» 

«Por  mandado  del  señor  Oidor  Visitador. — Alonso  Navarro,  Secretario 
de  la  Visita.» 

(Sevilla:  Arch.  de  Ind.  74-4-4.) 


Ntim.  57. 

1618 -DECISIÓN  REAL  EN  EL  CONSEJO  DE  INDIAS,  APROBATO 
ría  de  las  ordenanzas  de  ALFARO,  CON  LAS  MODIFICA 
CIONES  EN  ELLAS  INTRODUCIDAS. 

[Insértanse  las  Ordenanzas  con  las  Cédulas:  y  al  final  de  todo,  se  dice:] 

«Y  HABIÉNDOSE  requerido  ejecutar  las  dichas  Ordenanzas  por  el  dicho 
D.  Francisco  de  Alfaro,  los  vecinos  de  las  dichas  provincias  del  Paraguay 
y  Río  de  la  Plata  hicieron  algunas  contradicciones  á  ellas,  pretendiendo 
no  se  había  de  innovar  en  nada  de  la  costumbre  que  se  había  tenido  por  lo 
pasado,  sino  que  se  habían  de  gobernar  de  la  misma  manera  que  antes  que 
se  hiciesen.  Sobre  lo  cual  por  su  parte  se  acudió  á  mi  Consejo  de  las  Indias 
con  la  dicha  pretensión,  suplicándome  así  lo  mandase  proveer  y  ordenar,  ó 
que  en  caso  que  sin  embargo  de  ellos  se  hubiesen  de  mandar  guardar  las 
dichas  Ordenanzas,  se  moderasen  y  revocasen  algunas  dellas,  conforme  á 
las  advertencias  que  presentaron: 

«Y  HABIÉNDOSE  VISTO  lo  uno  y  lo  otro  por  los  del  dicho  mi  Consejo:  y 
las  informaciones,  certificaciones  y  otros  recaudos  por  su  parte  presen- 
tados, y  lo  que  el  Licenciado  Bernardino  Ortiz  de  Figueroa,  mi  Fiscal  en 
el  dicho  Consejo,  dijo  y  alegó  en  la  dicha  razón:  y  oído  sobre  ello  particu- 
larmente á  Manuel  de  Frías,  Procurador  general  de  dichas  provincias: 

«He  TENIDO  POR  BIEN  DE  ORDENAR  y  mandar,  como  por  la  presente 
ordeno  y  mando,  que  las  dichas  Ordenanzas  que  aquí  van  incorporadas  se 
guarden  y  observen  en  las  dichas  provincias  del  Paraguay  y  Río  de  la 
Plata,  las  catorce  dellas  según  se  advierte  y  dice  en  las  declaraciones  que 
van  puestas  al  pie  de  cada  una:  y  todas  las  demás  de  la  misma  suerte  que 
en  ellas  se  contiene:  y  que  contra  su  tenor  no  se  vaya  ni  pase  en  manera 
alguna:  y  mando  á  los  mis  Gobernadores  y  otros  jueces  y  justicias  de  las 
dichas  provincias  las  guarden,  hagan  guardar,  cumplir  y  ejecutar,  según 
y  como  en  ellas  y  cada  una  dellas  se  declara,  so  las  penas  en  ellas  conteni- 
das, en  que  desde  luego  doy  por  condenados  á  los  transgresores.  Que  así 
es  mi  voluntad.  Y  que  se  pregonen  públicamente  en  las  dichas  provincias, 
para  que  venga  á  noticia  de  todos,  y  no  se  pueda  pretender  ignorancia.— 
Fecha  en  Madrid,  á  diez  de  Octubre  de  mil  y  seiscientos  y  diez  y  ocho 
años.» 

«Yo  EL  Rey»  «Por  mandado  del  Rey  nuestro  Señor:  Pedro  de  Le- 
desma.» 


-678- 


«Declaración  de  la  Ordenanza  13 

«Y  porque  los  indios  no  pueden  vivir  cristiana  y  políticamente  sin  tener 
quien  los  administre  y  gobierne,  y  encamine  las  cosas  de  policía,  y  justa 
ocupación  y  trabajo,  que  deben  tener  para  poderse  sustentar  y  pagar  sus 
tasas,  y  acudir  á  otras  obligaciones,  los  Gobernadores  nombrarán  personas 
de  toda  satisfacción  y  confianza  y  desinteresadas,  que  con  título  de  admi- 
nistradores ó  mayordomos  tengan  cuidado  de  que  los  indios  acudan  á  las 
cosas  sobredichas:  y  le  señalarán  un  moderado  salario  á  costa  de  los  enco- 
menderos, á  quien  toca  la  mayor  parte  de  la  utilidad  y  beneficio  que  desto 
ha  de  resultar:  y  les  darán  las  instrucciones  necesarias,  )'  señalarán  el 
distrito  y  número  de  los  pueblos  de  indios  que  cada  uno  ha  de  tener  á  cargo 
y  cómodamente  pueda  administrar:  y  procurarán  con  todo  cuidado  que  las 
personas  que  así  se  eligieren  y  nombraren  sean  tales  cuales  conviene,  y 
que  hagan  el  deber,  traten  bien  á  los  indios  y  les  den  buen  ejemplo,  y  no 
tengan  con  ellos  en  sus  pueblos  tratos  ni  contratos  algunos  ó  granjerias: 
informándose  con  toda  diligencia  de  cómo  proceden,  para  castigar  con 
rigor  las  veces  que  hicieren,  y  removerlos  de  la  administración  y  oficio  y 
elegir  otros  que  cumplan  con  sus  obligaciones. 


«Declaración  de  la  Ordenanza  18 

«Cuando  á  los  vecinos,  mercaderes  ú  otras  personas  que  tuvieren  trato 
y  comercio  en  las  dichas  provincias  se  les  ofreciere  ir  de  unas  partes  á 
otras  dentro  dellas,  y  tuvieren  necesidad  de  algunos  indios  para  el  viaje, 
no  los  puedan  sacar  ni  llevar  en  poca  ni  en  mucha  cantidad,  aunque  sea  de 
su  voluntad,  sin  que  preceda  licencia  expresa  del  Gobernador  por  escrito: 
el  cual,  habiendo  visto  y  examinado  el  efecto  para  que  se  pide,  la  podrá 
conceder:  y  conforme  á  ello,  señalar  á  los  indios  que  le  pareciere,  y  el 
tiempo  que  se  han  de  ocupar,  y  jornales  que  les  han  de  pagar,  y  tomará 
fianzas  y  seguridad  de  la  parte,  que  los  volverán  á  sus  pueblos  al  plazo  que 
señalare,  so  las  penas  que  le  pareciere:  y  que  con  toda  puntualidad  les 
pagarán  en  sus  manos  los  jornales  de  todos  los  días  que  se  ocuparen  en  la 
ida,  estada  y  vuelta  á  sus  pueblos. 


«Declaración  de  la  Ordenanza  20 

«Que  la  duodécima  parte  que  han  de  dar  los  pueblos  de  indios  para  mita 
de  los  vecinos  que  no  tienen  indios  de  encomienda  )'  es  necesario  se  les  den 
algunos  para  que  hagan  mita  en  ministerios  manuales  de  sus  casas,  por 
tiempo  y  jornal  señalado,  está  bien,  y  así  se  cumpla  y  ejecute:  con  tanto 
que  esto  se  entienda  habiendo  cumplido  los  indios  las  obligaciones  y  tasas 
de  sus  encomenderos,  y  suyas,  y  del  tiempo  que  desto  les  sobrare;  y  no  de 
otra  manera.  Y  los  que  así  vinieren  y  se  hubieren  de  dar  para  la  dicha  mita 
y  ministerios,  las  justicias  los  repartan  con  toda  justificación  y  á  personas 


—  679  — 

más  necesitadas:  procurando  se  les  haga  todo  buen  tratamiento  y  paga:  y 
que,  habiendo  cumplido  con  su  mita,  no  los  detengan  por  ningún  caso,  y  se 
vuelvan  á  sus  reducciones:  y  que  las  justicias  y  alcaldes  tengan  particular 
cuidado  de  informarse  de  los  dichos  indios,  aparte  y  secretamente,  como 
más  convenga,  de  la  forma  y  cosas  en  que  ha  consistido  la  paga:  y  si 
hallaren  en  ello  algún  agravio,  lo  reformen  en  favor  del  indio:  y  de  lo  que 
proveyeren,  no  haya  lugar  á  apelación  ni  suplicación,  ni  sobre  ello  se 
escriba,  por  excusar  dilaciones.» 


«Declaración  de  la  Ordenanza  28 

«El  jornal  de  real  y  medio  señalado  por  el  Visitador  se  pague  por  ahora, 
como  lo  manda  esta  Ordenanza,  atento  á  que  por  parte  de  la  provincia  se 
alega  que  la  tasación  de  estos  jornales  es  crecida  ó  de  mucho  gravamen 
para  los  vecinos  y  habitadores  de  la  tierra,  respecto  del  poco  trabajo  de  los 
indios  y  la  pobreza  general  de  la  tierra,  y  otras  causas  que  representan 
para  que  estos  jornales  se  moderen,  se  manda  que  el  Audiencia  de  la  Plata 
averigüe  con  particular  cuidado  y  diligencia  la  justificación  que  esto  tiene: 
y  estando  bien  informada  de  la  verdad  de  lo  que  contiene,  tase  y  modere 
lo  que  pareciere  ser  justo,  y  eso  se  cumpla  y  ejecute;  y  de  lo  que  sobre  ello 
hubiere,  me  dé  cuenta  en  el  dicho  mi  Consejo:  advirtiendo  que  en  la  tasa 
de  los  dichos  jornales,  se  ha  de  tener  consideración  los  días  que  los  indios 
han  de  ocupar  en  la  venida  y  vuelta  á  sus  pueblos,  á  la  costa  que  han  de 
hacer;  conforme  á  la  distancia  de  donde  vinieren,  y  en  los  de  ida  y  vuelta 
el  jornal  ha  de  ser  la  mitad  que  se  tasare  en  días  de  servicio. 


<  Declaración  de  la  Ordenanza  31 

«El  no  ir  los  indios  á  sacar  esta  yerba,  aunque  sea  de  su  voluntad,  se 
entienda  en  los  tiempos  del  año  que  fueren  dañosos  y  contrarios  de  su 
salud.  Porque  en  los  que  no  lo  fueren,  lo  podrán  hacer.  Lo  cual  el  Gober- 
nador proveerá  y  mirará  con  el  cuidado  que  conviene  al  bien  y  conserva- 
ción de  los  indios  y  su  salud. 


«Declaración  de  la  Ordenanza  33 

«Como  quiera  que  esta  Ordenanza  se  confirmase,  encargo  al  Goberna- 
dor que,  atento  á  lo  que  se  alega  por  las  ciudades,  en  la  ejecución  de  esta 
Ordenanza,  provea  y  ordene  cómo  los  indios  acudan  como  de  razón  á  las 
cosas  que  precisamente  fueren  necesarias  é  inexcusables,  particularmente 
en  la  ciudad  de  Jerez,  Ciudad-Real  y  Villa  Rica:  de  manera  que  se  consiga 
el  beneficio  de  la  causa  pública,  y  la  conservación  del  trato,  trajín,  y 
comercio  de  los  caminos,  y  que  no  sean  los  indios  vejados  ni  cargados, 
y  cuando  lo  hubieren  de  ser,  como  en  caso  necesario  y  forzoso,  se  haga  con 
tal  moderación,  que  puedan  tolerarlo  sin  ofensa  y  se  consiga  el  bien  público: 
sobre  lo  que  se  le  carga  la  conciencia. 


680- 


« Declaración  de  la  Ordenanza  37 

«En  cuanto  á  que  tenga  obligación  á  curar  los  indios  que  enfermaren  y 
enterrar  los  que  se  murieren,  se  cumplan  y  ejecuten  entretanto  que  las 
dichas  ciudades  no  dieren  orden  de  que  se  funde  y  haga  hospital  donde  los 
indios  se  curen  y  tengan  la  hospitalidad  que  conviene,  lo  cual  se  encarga 
al  Gobernador  y  Obispo,  para  que  con  todo  cuidado  procuren  y  den  orden 
como  con  brevedad  se  hagan  y  tengan  efecto:  y  el  Gobernador  hará  dar 
para  esta  obra  los  indios  necesarios  de  los  pueblos  de  indios  del  distrito  de 
la  tal  ciudad,  pagándoles  sus  jornales. 


«Declaración  de  la  Ordenanza  48 

«En  cada  pueblo  que  pasare  de  cien  indios,  ha  de  haber  cuatro  canto- 
res: y  si  llegare  á  doscientos  indios,  cinco  cantores:  confírmase  esta  Orde- 
nanza con  que  los  cantores  sean  dos  ó  tres  3'  no  más. 


«Declaración  de  la  Ordenanza  51 

«En  cuanto  á  esta  Ordenanza,  se  mande  se  guarde  lo  que  está  proveído 
en  la  Ordenanza  13. 


«Declaración  de  la  Ordenanza  54 

«Confírmase,  con  que  en  cuanto  dispone  que  el  destierro  de  los  indios 
no  pueda  ser  para  fuera  del  distrito  de  la  ciudad  donde  se  hiciere  el  des- 
tierro, se  entienda  que  puede  hacerse  para  fuera  del,  conforme  el  Gober- 
nador y  justicias  juzgaren  que  conviene,  según  la  gravedad  y  calidad  de 
los  delitos,  y  para  su  castigo  y  ejemplo. 


«Declaración  de  las  Ordenanzas  60  y  61 

«De  la  plata  y  tributo  que  los  indios  han  de  pagar  en  cada  un  año  á  sus 
encomenderos,  se  manda  que  se  guarde  y  ejecute  lo  que  por  ella  se  ordena, 
con  que  los  cinco  pesos  que  se  tasan  que  pague  cada  indio  de  tasa  en  fru- 
tos de  la  tierra,  sean  seis  pesos  en  los  mismos  frutos,  que  computado  cada 
peso  en  el  valor  de  los  dichos  frutos  por  ocho  reales,  montan  cuarenta  y 
ocho  reales.  Y  habiéndolos  de  pagar  en  moneda  de  Castilla,  paguen  por 
cada  uno  de  los  dichos  seis  pesos  seis  reales,  que  hacen  treinta  y  seis  rea- 
les: y  con  que  los  treinta  días  que  señala  para  que  en  cada  un  año  los 
indios  puedan  servir  á  sus  encomenderos  en  lugar  y  por  paga  del  tributo 
de  un  año,  en  caso  que  así  lo  elijan,  sean  sesenta  días:  y  en  esta  manera: 
que  la  sexta  parte  de  los  indios  de  cada  encomienda  sirva  al  encomendero 


-681- 

por  su  turno  los  dichos  sesenta  días;  y  ellos  queden  libres  por  los  diez 
meses  restantes  para  acudir  á  sus  labores  y  sementeras  y  granjerias  que 
tuvieren.  Lo  cual  parece  que  se  ajusta  y  acomoda  con  lo  que  es  bien  hagan 
los  indios  de  su  parte,  y  con  las  obligaciones  ó  cargas  que  los  encomende- 
ros tienen  de  doctrinar,  gobernar  y  sustentar  la  tierra  poblada  y  cultivada 
en  paz,  y  defenderla  de  los  enemigos  para  bien  y  conservación  de  todos. 
Lo  cual  así  se  guarde  y  cumpla  por  ahora,  y  entretanto  que  la  Audiencia 
de  la  Plata,  á  quien  se  somete,  informe  con  su  parecer  muy  particular- 
mente acerca  de  lo  contenido  en  estas  dos  Ordenanzas,  y  lo  que  sobre  ellas 
se  alega  y  pide  por  parte  de  las  dichas  provincias.  Y  se  ordena  asimismo 
que  en  caso  que  los  indios  elijan  pagar  la  dicha  tasa  en  frutos  de  la  tierra 
ó  en  reales,  como  está  dicho,  porque  el  encomendero  no  quede  sin  algún 
servicio  para  los  ministerios  de  la  casa,  el  Gobernador  provéale  de  algu- 
nos indios  de  mita  de  la  dicha  su  encomienda,  atendiendo  á  la  calidad  y 
número  de  ella,  que  lo  acuda  por  el  tiempo  y  de  la  forma  que  por  estas 
Ordenanzas  se  mandan,  y  pagándoles  sus  jornales  como  quedan  señalados 
á  real  y  medio  en  cada  un  día  de  trabajo,  en  frutos  de  la  tierra. 


«Declaración  de  la  Ordenanza  65 

«Que  se  guarde  lo  prevenido  en  la  Ordenanza  20.» 
(Sevilla:  Arch.  de  Indias,  74.  4.  4.) 


Nüm.  58. 

1631— Primera  provisión  del  Virrey 
sobre  poner  las   doctrinas  en  Corona  Real 

«Don  Felipe,  por  la  gracia  de  Dios,  Rey  de  Castilla,  de  León,  de 
Aragón,  etc. 

«A  vos,  mis  Gobernadores  de  las  provincias  del  Paraguay  y  Río  de  la 
Plata,  y  á  los  que  adelante  fuéredes;  á  cada  uno  y  cualquier  de  vos  en 
vuestro  distrito  y  jurisdicción: 

«Sabed:  Que  ante  D.  Luis  Jerónimo  Fernández  de  Cabrera  y  Boba- 
dilla,  conde  de  Chinchón,  de  mis  Consejos  de  Estado  y  Guerra,  gentil  hom- 
bre de  mi  Cámara,  mi  Virrey  y  Gobernador  y  Capitán  general  de  las  pro- 
vincias del  Perú,  se  presentó  un  Memorial,  cuyo  tenor,  con  lo  á  él  decre- 
tado, y  el  parecer  que  en  su  virtud  dio  el  licenciado  D.  Alonso  Pérez  de 
Salazar,  Oidor  de  mi  Real  Audiencia  de  la  ciudad  de  los  Reyes,  con  lo 
que  sobre  ello  se  proveyó,  es  como  sigue: 

«El  LICENCIADO  LUIS  Henríquez,  Fiscal  de  S,  M.  en  esta  Audiencia 
de  los  Reyes,  Dice:  Que  á  su  noticia  ha  venido  que  en  la  Gobernación  del 
Paraguay  y  en  la  del  Río  de  la  Plata,  los  Padres  de  la  Compañía  de  Jesús 
han  fundado  más  de  veinte  Reducciones  y  pueblos  de  infieles,  indios,  que 


-682- 

han  reducido  á  nuestra  santa  Fe  Católica  con  su  predicación  é  industria, 
expuestas  sus  vidas  á  evidentes  peligros,  y  sufriendo  inmensos  trabajos, 
como  sin  amparo  de  escoltas  ni  ayudas  de  fuerzas  humanas,  fundando  en 
cada  residencia  iglesia  decente  y  buena,  con  provisión  de  ornamentos  y  lo 
necesario  al  culto  divino  y  administración  de  sacramentos,  con  ornato  de 
música,  voces  é  instrumentos,  teniendo  escuela  de  niños,  como  la  acostum- 
bran para  dar  buen  principio  á  la  educación  de  tan  nuevas  plantas;  con 
solo  cuatrocientos  y  sesenta  y  seis  pesos  que  da  S.  M.  en  doce  ó  trece 
Residencias  á  cada  una,  en  que  hay  más  de  mil  y  quinientas  almas  de  con- 
fesión y  quinientas  de  comunión:  y  en  todas,  más  de  setenta  mil:  y  se 
espera  y  puede  tener  por  cierto  que,  favorecida  esta  obra  por  el  Espíritu 
Santo  como  suya,  se  han  de  conservar  dichas  Reducciones,  é  irse  agre- 
gando y  aumentando  otras,  mayormente  si  no  se  encomendasen  en  particu- 
lar, pues  en  ellas  no  han  puesto  doctrinas,  industria,  hacienda  ni  trabajo, 
y  sólo  esta  obra  es  de  Dios  y  de  S.  M  ,  á  quien  hizo  esta  gracia  por  medio 
de  sus  Pontífices,  desde  Alejandro  Sexto;  haciéndolos  libres  de  todo  género 
de  tributos  los  primeros  diez  años  de  su  ingreso  á  la  fe  y  Iglesia  católica: 
pues  el  mayor  estorbo  que  ha  tenido  la  predicación  celosa  de  la  honra  de 
Dios,  ha  sido  la  codicia  de  los  encomenderos  particulares  y  malos  minis- 
tros que,  como  raíz  de  todos  los  males,  ha  sido  la  que  ha  ahogado  y  ahoga 
la  buena  semilla  de  la  palabra  de  Dios  y  su  santo  Evangelio  y  mandamien- 
tos, y  hace  aborrecida  la  ley  verdadera,  haciendo  concepto  los  indios  que 
no  tienen  otro  fin  sino  el  servicio  personal  á  los  españoles,  y  enriquecerlos 
con  su  sudor,  trabajo  y  sangre,  hasta  dar  las  vidas,  sufriendo  todas  sus 
demasías,  á  que  se  llega  el  mal  ejemplo  y  ejercicio  de  todos  pecados  de 
que  ven  usar.  Y  así  sacan  contraria  conclusión  de  que  las  cosas  de  la  fe 
que  se  les  predica,  no  son  practicables,  ni  tienen  el  premio  de  gloria  y  vida 
eterna,  sino  que  es  engaño  para  que  los  indios  les  sirvan  y  tributen;  y  así 
conviene  que  sólo  se  pongan  y  encomienden  á  S.  M.  y  Real  Corona.  Y  en 
ley  de  contrato  es  obligación  precisa,  por  haberle  hecho  los  Padres  de  la 
Compañía  con  los  indios  de  las  Reducciones,  de  que  no  se  encomendarían 
á  otros,  que  S.  M.  Y  de  no  se  les  guardar,  es  notorio  el  daño  y  riesgo  de  la 
conciencia,  y  su  restitución,  y  el  castigo  justo  que  se  puede  temer  y  espe- 
rar que  ha  de  hacer  N.  S.  por  tal  injusticia  y  injuria.  Atento  á  lo  cual,  y  al 
principal  fin  de  la  Providencia  divina  con  estas  gentes,  como  setenta  años 
antes  de  su  descubrimiento  lo  dijo  en  profecía  el  Burgense,  declarando  el 
lugar  de  Isaías  Ite  Angeli:  y  lo  declaró  así  el  insigne  Maestro  Fray  Luis  de 
León  en  sus  comentarios  á  Abdías  profeta,  de  que  enviaría  Dios  á  los 
españoles  á  estas  partes  occidentales  á  publicar  el  Evangelio  para  justifi- 
car su  causa:  y  que  el  sonido  de  su  palabra  se  había  de  oír  y  salir  hasta  lo 
último  de  la  tierra. 

«A  V.  E.  piuE  Y  SUPLICA  por  el  celo  que  debe  á  cristiano,  y  á  la  fideli- 
dad de  su  oficio,  el  cual  consiste  más  en  ese  verdadero  fin,  que  en  lo  tem- 
poral de  las  riquezas,  las  cuales  todas  se  han  de  reducir  á  nada,  y  ahora 
sirven  de  vía,  y  no  haber  quien  use  de  ella:  y  cualquier  ánima  del  más 
mínimo  de  los  racionales  tiene  más  valor  que  cielos  y  planetas  (porque 
éstos  han  de  cesar  en  sus  operaciones,  y  la  alma  inmortal  competir  en 
duración  con  las  eternidades):  que,  usando  de  la  superioridad  del  gobierno 
y  poderíos  Reales  que  tiene  para  hacer  lo  mismo  que  S.  M.  si  se  hallara 


—  683  — 

presente,  en  consideración  de  lo  mandado  por  nuestros  señores  los  Reyes 
Católicos  D.  Fernando  y  D.^  Isabel  y  los  demás  señores  sus  Hijos  y  des- 
cendientes nuestros  Reyes  y  señores,  que  heredaron  con  estos  Reinos  el 
mesmo  celo,  piedad  y  cristiandad  y  la  concesión  de  las  Bulas  Apostólicas: 
despache  su  Provisión  con  Sello  Real,  para  que  el  Gobernador  del  Para- 
guay y  el  del  Río  de  la  Plata  no  encomienden  los  indios  destas  nuevas 
Reducciones  y  que  se  redujeren  á  nuestra  santa  fe  por  los  mismos  religio- 
sos de  la  Compañía  de  Jesús,  aunque  sean  pasados  los  diez  años  de  su  con- 
versión y  reducciones,  en  persona  alguna,  y  los  amparen  y  conserven  en  la 
Corona  y  protección  Real,  en  cuanto  específicamente  la  Real  Persona  no 
mandare  otra  cosa:  pues  siempre  y  en  todos  tiempos,  desde  los  primeros 
descubrimientos,  ha  mandado  hacer  este  amparo,  y  consultado  y  hecho  jun- 
tas de  las  personas  de  más  religión,  ciencia  y  conciencia  que  ha  habido  en 
sus  Reinos,  procurando  la  mayor  gloria  y  honra  de  Dios  nuestro  Señor: 
pues  con  este  celo  por  más  que  crezcan  los  enemigos  de  la  fe,  y  su  rabia 
con  armadas,  armas,  gente,  municiones  y  aparatos,  con  una  niebla,  con  un 
ventecito,  con  agotar  la  agua,  ú  otro  medio  muy  pequeño  y  de  uno  solo, 
siendo  fieles  á  Dios,  S.  M.  D.  lo  ha  sido  á  sus  criaturas,  desbaratando  en 
un  momento  ejércitos  y  armadas  al  parecer  invencibles:  y  peleará  por  nos- 
otros cumpliendo  su  palabra,  que  no  puede  faltar;  trayendo  á  la  memoria 
un  capítulo  de  carta  escrita  núm.  10,  al  señor  príncipe  de  Esquilache  en 
materia  de  gobierno  eclesiástico,  su  fecha  en  Madrid,  á  28  de  Marzo  de 
1626,  que  dice  hablando  con  la  Compañía  de  Jesús:  «Como  quiera  que  os 
encargo  procuréis  siempre  mostraros  muy  grato  con  los  Prelados  de  esta 
Orden,  y  darles  el  confidente  y  fácil  despacho  que  se  requiere,  por  el  buen 
ejemplo  que  con  su  honestidad  y  vida  ejemplar  conservan  con  tanta  edifi- 
cación de  las  almas.»  Y  pido  justicia  etc.  y  que  se  me  den  tres  duplicados 
de  la  Provisión  que  se  despachare.— El  Licenciado,  Luis  Enríquez. 

«En  Lima  ,  á  20  de  Mayo  de  seiscientos  y  treinta  y  uno,  proveyó  S.  E.  Llé- 
vese esta  petición  al  Sr.  D.  Alonso  Pérez  de  Salazar,  para  que  habiendo 
hablado  primero  á  S.  E.  sobre  lo  que  contiene,  dé  su  parecer.— Lucas  de 
Cabdevilla. 

«Como  de  palabra  he  informado  á  V.  E.,  tengo  por  conveniente  y 
justo  que  se  sirva  mandar  despachar  la  provisión  que  el  señor  Fiscal  pide, 
porque  demás  que  se  debe  cumplir  lo  que  por  los  PP.  de  la  Compañía  de 
Jesús  se  convino  con  los  indios,  se  cumple  también  la  voluntad  de  S.  M.  de 
que  su  conversión  no  sea  por  fuerza  de  armas,  sino  por  el  medio  de  la  pre- 
dicación del  Evangelio  y  su  buen  tratamiento,  que  no  le  puede  haber  donde 
el  tributo  se  reduce  por  los  encomenderos  á  servicio  personal,  prohibido 
por  Cédulas  Reales,  que  el  Sr.  Dr.  D.  Francisco  de  Alfaro,  siendo  Oidor 
de  la  Real  Audiencia  de  la  Plata  fué  á  ejecutar  á  aquellas  provincias;  y 
los  que  estuvieren  en  la  Real  Corona,  estarán  menos  sujetos  á  este  agrá 
vio;  mandándolo  V.  E.  así,  y  despachando  la  Provisión  para  que  se  incor- 
poren en  ella,  y  no  se  incorporen  á  personas  particulares,  según  y  como  se 
pide  por  el  señor  Fiscal,  inserto  su  Memorial  y  el  Decreto.  Este  es  mi 
parecer.  V.  E.  mandará  lo  que  más  se  sirva.  Reyes,  24  de  Mayo  de  seis- 
cientos treinta  y  un  años.— El  Licenciado  D.  Alonso  Pérez  ue  Sa- 
lazar. 

«Lima,  á  26  de  Mayo  de  seiscientos  treinta  y  uno.  Proveyó  S.E.:  Hágase 


-684- 

como  lo  pide  el  señor  Fiscal  y  le  parece  al  Sr.  D.  Alonso  Pérez  de  Sala- 
zar.— Lucas  de  Cabdevilla. 

«En  cuya  conformidad,  y  porque  demás  de  que  se  debe  cumplir  lo  que 
por  los  PP.  de  la  Compañía  de  Jesús  se  convino  con  los  indios  referidos  en 
el  dicho  Memorial  suso  incorporado;  cerca  de  lo  en  él  contenido,  se  cumple 
también  mi  voluntad,  de  que  su  conversión  no  sea  por  fuerza  de  armas, 
sino  por  el  medio  de  la  predicación  del  Evangelio  y  su  buen  tratamiento, 
que  no  le  puede  haber  donde  el  tributo  se  reduce  por  los  encomenderos  á 
servicio  personal,  prohibido  por  mis  Cédulas  Reales,  que  el  Dr.  D.  Fran- 
cisco de  Alfaro,  siendo  Oidor  de  mi  Real  Audiencia  de  la  Plata,  fué  á  eje- 
cutar á  esas  provincias;  y  que  los  que  estuvieren  en  mi  Real  Corona,  esta- 
rán menos  sujetos  á  este  agravio,  fué  acordado  por  el  dicho  mi  Virrey  que 
debía  de  mandar  dar  esta  mi  Carta  y  Provisión  Real  en  la  dicha  razón:  é 
Yo  túvelo  por  bien: 

«Por  la  cual  os  mando  no  encomendéis  los  indios  de  las  dichas  reduc- 
ciones nuevas  contenidas  en  el  dicho  Memorial,  y  que  se  redujeren  á  nues- 
tra santa  Fe  por  los  religiosos  de  la  Compañía  de  Jesús,  aunque  sean 
pasados  los  diez  años  de  su  conversión  y  reducción,  en  personas  particula- 
res; y  los  incorporéis  en  mi  Real  Corona,  amparándolos  y  conservándoos 
en  mi  defensa  y  protección  Real,  en  cuanto  específicamente  mi  Real  Per- 
sona no  mandare  otra  cosa,  por  las  causas  y  según  y  como  se  contiene  en 
el  dicho  Memorial,  Parecer  y  Decreto  suso  incorporados;  y  no  dejéis  de  lo 
así  cumplir  en  manera  alguna,  pena  de  la  mi  merced,  y  de  mil  pesos  de  oro 
para  mi  Real  Cámara.  Dado  en  Lima,  á  veinte  y  ocho  días  del  mes  de 
Mayo  de  mil  y  seiscientos  y  treinta  y  un  años.— El  Conde  de  Chinchón. 

«Yo  D.  JosEF  de  Cáceres  y  Ulloa,  Secretario  Mayor  de  la  Goberna- 
ción de  estos  Reinos,  del  Perú,  por  el  Rey  nuestro  Señor,  la  hice  escribir 
por  su  mandado,  con  acuerdo  de  su  Virrey.  D.  Josef  de  Cáceres  y  Ulloa. — 
Registrada  de  oficio.— Diego  Morales  de  Aramburu.— Chanciller,  Diego 
de  Morales  de  Aramburu.» 

(Sevilla:  Arch.  de  Indias:  122-3-8.) 


Núm.    59. 

1633 -C.  R.  Incorpórense  los  indios  de  Doctrinas  en  la  Corona  Real 

«D.  Felipe,  por  la  gracia  de  Dios,  Rey  de  Castilla,  de  León,  de  Ara- 
gón, de  las  dos  Sicilias,  de  Jerusalén,  de  Portugal,  de  Navarra,  de  Grana- 
da, de  Toledo,  de  Valencia,  de  Galicia,  de  Mallorca,  de  Sevilla,  de  Cer- 
defta,  de  Córdoba,  de  Córcega,  de  Murcia,  de  Jaén,  de  los  Algarbes,  de 
Algeciras,  de  Gibraltar,  de  las  Islas  de  Canarias,  de  las  Indias  Orienta- 
les y  Occidentales,  Islas  y  Tierra  Firme  del  Mar  Océano,  Archiduque  de 
Austria,  Duque  de  Borgoña,  y  de  Brabante,  y  de  Milán,  Conde  de  Abs- 
purg,  de  Flandes,  del  Tirol,  y  de  Barcelona,  Señor  de  Vizcaya  y  de 
Molina: 


-685- 

«PoR  CUANTO  Alonso  Mesía,  de  la  Compañía  de  Jesús,  ha  hecho  rela- 
ción que  los  religiosos  de  la  dicha  Compañía,  sin  escolta  de  soldados,  ni 
más  fuerza  que  la  del  santo  Evangelio,  han  entrado  en  la  Gobernación  del 
Río  de  la  Plata  conquistando  provincias  y  reduciendo  naturales  de  ellas  á 
poblaciones,  con  iglesias,  venciendo,  para  conseguirlo,  grandes  imposibles, 
con  ofrecérseles  serán  puestos  en  mi  Corona  Real,  en  que  procedieron  con 
tan  gran  desvelo  y  cuidado,  que  al  presente  están  reducidos  más  de  setenta 
mil  en  las  dichas  provincias  del  Río  de  la  Plata,  Paraguay  y  Villa  del  Es- 
píritu Santo.  Y  que  habiendo  entendido  el  conde  de  Chinchón,  mi  Virrey 
del  Perú,  que  los  Gobernadores  de  las  dichas  provincias  contravenían  al 
dicho  ofrecimiento,  dio  provisión  despachada  en  mi  nombre,  para  que  no 
se  pudiesen  encomendar  ningunos  indios  de  los  nuevamente  convertidos  ni 
de  los  que  se  fuesen  convirtiendo,  cuyo  tenor  es  como  se  sigue:  [Aquí  el 
número  58.] 

«Suplicándome  que,  pues  es  medio  importante  para  el  aumento  de  la 
cristiandad,  y  con  el  tiempo  también  vendrá  á  seguirse  beneficio  á  mi 
Real  Hacienda,  fuese  servido  de  mandar  confirmar  lo  proveído  en  esta 
razón  por  el  dicho  Virrey. 

«Y  visto  por  los  del  mi  consejo  Real  de  las  Indias,  lo  he  tenido  por 
bien.  Y  mando  al  dicho  mi  Virrey  y  Gobernadores  de  las  dichas  provin- 
cias del  Río  de  la  Plata,  Paraguay  y  otras  cualesquier  mis  Justicias  de 
ellas  y  de  la  dicha  Villa  del  Espíritu  Santo,  vean  la  dicha  provisión  aquí 
inserta:  y  cada  uno  por  lo  que  le  tocare,  guarden,  cumplan  y  ejecuten,  y 
hagan  guardar,  cumplir  y  ejecutar  lo  en  ella  dispuesto  y  ordenado:  que 
así  es  mi  voluntad.  Dada  en  Madrid,  á  veinte  y  tres  de  Febrero  de  mil  y 
seiscientos  y  treinta  y  tres  años. 

«Yo  el  Rey.» 

«Yo  D.  Fernando  Ruiz  de  Contreras,  Secretario  del  Rey  nuestro 
Señor,  la  fice  escribir  por  su  mandado. 

«Registrada.— D.  Antonio  Aguiar  y  Acuña. 

«Por  el  gran  Chanciller.— D.  Antonio  Aguiar  y  Acuña.» 

(Sevilla:  Arch.  de  Indias:  122-3-8.) 


Nüm.  60. 

1634— Ejecutoria  de  la  incorporación  de  los  indios  en  corona  real 

«Don  Felipe  por  la  gracia  de  Dios,  Rey  de  Castilla,  etc.: 
«x\  vos  MIS  gobernadores  de  las  provincias  del  Paraguay  y  Río  de  la 
Plata,  y  á  los  que   adelante  fuéredes,  á  cada  uno  y  cualquiera  de  vos  en 
vuestro  distrito  }-  jurisdicción: 

«Sabed:  Que  ante  Don  Luis  Jerónimo  Fernández  de  Cabrera  y  Boba- 
dilla,  conde  de  Chinchón,  de  mis  Consejos  de  Estado  y  Guerra,  Gentil- 
hombre de  mi  Cámara,  mi  Virrey,  Gobernador  y  Capitán  General  de  las 


-  686  - 

Provincias  del  Perú,  se  presentó  un  Memorial,  cuyo  tenor,  con  lo  á  él 
decretado,  respuesta  de  mi  Fiscal  de  la  Real  Audiencia  de  la  ciudad  de  los 
Reyes,  y  Parecer  que  dio  el  Licenciado  Don  Alonso  Pérez  de  Salazar, 
Oidor  de  ella,  y  último  Decreto  que  proveyó,  y  Provisión  citada  en  el 
dicho  Memorial,  es  como  sigue: 

«ExcMO.  Señor:  El  Padre  Alonso  Fuertes  de  Herrera,  Procurador 
General  de  la  Compañía  de  Jesús,  dice:  Que  por  el  año  de  seiscientos  y 
treinta  y  uno  V.  E.  fué  servido  despachar  Provisión  Real,  mandando  á  los 
Gobernadores  de  las  provincias  del  Paraguay  y  Río  de  la  Plata  no  enco- 
mendasen en  persona  alguna,  si  no  fuese  en  la  Real  Corona,  los  indios 
que  en  las  dichas  provincias  iban  reduciendo  y  habían  reducido  los  Padres 
de  la  Compañía  de  Jesús,  atento  á  ser  capitulación  que  con  ellos  se  había 
hecho,  y  que  de  su  voluntad  y  sin  fuerza  de  armas  ni  otras  ayudas,  iban  en 
gran  aumento.  La  cual  dicha  Real  Provisión  se  presentó  en  el  Real  Con- 
sejo de  Indias,  y  se  mandó  guardar  todo  lo  que  V.  E.  con  su  santo  celo  fué 
servido  de  mandarse.  Y  de  ella  se  despachó  la  Real  Ejecutoria  que  presenta. 
Y  porque  no  tiene  más  de  este  original  y  se  le  podría  perder,  suplica 
á  V.  E.  se  sirva  mandar  se  despache  Provisión,  insértala  Real  Ejecutoria, 
mandando  á  los  dichos  Gobernadores  la  guarden  y  cumplan,  y  cualquiera 
persona  que  sepa  leer  y  escribir  la  puede  notificar  con  testigos,  y  que  se 
le  den  dos  duplicados  y  se  le  vuelva  el  original,  quedando  un  traslado  de 
la  dicha  ejecutoria  en  poder  del  Secretario  de  Gobierno.  En  que  recibirá 
merced.  Lima,  29  de  Mayo  de  1634. 

«Proveyó  S.  E.:  se  dé  vlsta  al  señor  Fiscal,  y  con  lo  que  dijere  dará 
su  parecer  el  señor  Don  Alonso  Pérez  de  Salazar,  Don  Josef  de  Cáceres. 

[Aquí  el  n.°  59.] 

[E  inserto  en  él  el  n.°  58.] 

El  fiscal  consiente  en  todo  lo  que  pide  el  P.  Alonso  Fuertes  de  He- 
rrera por  ser  justicia,  la  cual  pide.  El  Licenciado  Varona  y  Encinillas. 

«Mi  parecer  es  que  se  dé  al  P.  Procurador  de  la  Compañía  de  Jesús 
la  Provisión  en  la  forma  y  para  el  efecto  que  la  pide.  Reyes,  veinte  y 
cuatro  de  Junio  de  634  años.  El  licenciado  don  Alonso  Pérez  de  Salazar. 

«Lima,  veinte  y  seis  de  Junio  de  seiscientos  treinta  y  cuatro  años.  Pro- 
veyó S.  E.:  HÁGASE  COMO  PARECE  al  señor  Don  Alonso  Pérez  de  Salazar. 
Don  Josef  de  Cáceres. 

«Y  POR  EL  DICHO  MI  VIRREY  FUÉ  ACORDADO  que  debía  mandar  de  dar 
esta  mi  Carta  y  Provisión  Real  en  la  dicha  razón,  é  yo  túvelo  por  bien. 

«Por  la  cual  os  mando  guardéis  y  cumpláis  lo  que  de  suso  va  incorpo- 
rado, según  y  como  en  ella  se  contiene  y  declara,  sin  exceder  en  cosa 
alguna,  pena  de  la  mi  merced  y  de  un  mil  pesos  de  oro  para  mi  Real 
Cámara.  Y  mando  á  cualquiera  persona  que  sepa  leer  y  escribir  que  fuere 
requerido  con  ésta  mi  Provisión,  os  la  notifique  con  día,  mes  y  año  en  pre- 
sencia de  dos  testigos.  Dada  en  Lima,  á  trece  de  Julio  de  mil  y  seiscientos 
treinta  y  cuatro  años.  El  conde  de  Chinchón.  Yo  Don  Josef  de  Cáceres  y 
UUoa,  Secretario  de  la  Gobernación  de  estos  Reinos  del  Perú,  por  el  Rey 
nuestro  Señor,  la  hice  escribir  por  su  mandado,  con  acuerdo  de  su  Virrey. 
Chanciller:  Diego  de  Morales  Aramburu.  Registrada:  Diego  de  Morales 
Aramburu.» 

(IND.  76-3-8.) 


—  087 


60. 


bis 


1633— C.  R.  Que  se  quite  el  servicio  personal  en 
todo  el  Virreinato  del  Perú 

«Conde  de  Cinchón,  pariente,  de  mi  Consejo  de  Estado  y  Guerra,  gen- 
til-hombre de  mi  Cámara,  mi  Virrey,  Gobernador  y  Capitán  general  de  las 
provincias  del  Perú;  ó  á  la  persona  ó  personas  á  cuyo  cargo  fuere  su 
gobierno: 

«Bien  sabéis  que  por  muchas  Cédulas  y  Ordenanzas  mías  y  de  los  seño- 
res Reyes  mis  progenitores,  se  ha  mandado  que  los  indios  naturales  de 
esas  provincias  tengan  y  gocen  entera  libertad,  y  me  sirvan  como  los 
demás  vasallos  libres  destos  mis  Reinos.  Y  asimismo  sabéis  que,  por  repug- 
nar á  esto  el  servicio  personal  en  que  en  algunas  partes  los  han  tasado  en 
vez  del  tributo  que  pagan  y  deben  pagar  á  sus  encomenderos,  está  ordenado 
y  mandado  apretada  y  repetidamente  que  cese  y  se  quite  del  todo  el  dicho 
servicio  personal,  y  se  hagan  tasas  de  los  dichos  tributos,  reduciéndolos  á 
dinero,  trigo,  maíz,  yuca,  gallinas,  pescado,  ropa,  algodón,  grana,  miel,  ó 
otros  frutos,  legumbres  y  especies  que  hubiere,  y  cómodamente  se  cogie- 
ren y  pudieren  pagar  por  los  dichos  indios,  según  el  temple,  calidad  y 
naturaleza  de  las  tierras  y  lugares  en  que  habitan,  pues  ninguna  deja  de 
llevarlas  tales  que  sean  estimables,  y  de  algún  provecho  para  el  uso, 
comercio  y  necesidades  humanas.  Y  porque  sin  embargo  desto,  he  sido 
informado  que  en  esas  provincias  y  en  otras  duran  todavía  los  servicios 
personales,  con  graves  daños  y  vejaciones  de  los  indios,  pues  los  encomen- 
deros, con  este  título,  los  tienen  y  tratan  como  esclavos  y  aún  peor,  y  no 
los  dejan  gozar  de  su  libertad,  ni  acudir  á  sus  sementeras,  labranzas  y 
granjerias,  trayéndolos  siempre  ocupados  en  las  suyas,  con  codicia  desor- 
denada: por  cuya  causa  los  dichos  indios  se  huyen,  enferman  y  mueren,  y 
han  venido  en  gran  diminución,  y  se  acabarán  del  todo  muy  presto,  si  en 
ello  no  se  provee  de  breve  y  eficaz  remedio:  Y  habiéndose  visto  en  mi 
Consejo  Real  de  las  Indias  muchas  cartas,  relaciones  y  memoriales  que 
sobre  esto  se  han  escrito  y  presentado  por  personas  celosas  del  servicio  de 
Dios  y  mío,  y  del  bien  y  conservación  de  los  dichos  indios;  y  lo  que  los  Fis- 
cales del  dicho  mi  Consejo  han  pedido  en  diferentes  tiempos  en  esta  razón 
y  consultádoseme  lo  que  ha  parecido  convenir: 

«He  tenido  por  bien  de  ordenar  y  mandar,  como  por  la  presente  ordeno 
y  mando,  que  luego  que  ésta  recibáis,  tratéis  de  alzar  precisa  é  inviolable- 
mente el  dicho  servicio  personal,  en  cualquier  parte  y  en  cualquiera 
forma  que  estuviere  y  se  hallare  entablado  en  esas  provincias,  persua- 
diendo y  dando  á  entender  á  los  dichos  indios  y  encomenderos  que  esto 
es  lo  que  les  está  bien,  y  es  lo  que  más  conviene:  y  disponiéndolo  con 
la  mayor  suavidad  que  fuere  posible,  os  juntaréis  con  el  Arzobispo,  Ofi- 
ciales Reales,   Prelados  de  las  Religiones  y  otras  personas   entendidas 


-688- 

y  desinteresadas  de  esa  provincia,  y  platicaréis  y  conferiréis  en  qué 
frutos,  cosas  y  especies  se  pueden  tasar  cómodamente  los  tributos  de 
los  dichos  indios,  que  correspondan  y  equivalgan  al  interés  que  justa  y 
legítimamente  les  pudiere  importar  el  dicho  servicio  personal,  si  no  exce- 
dieren del  uso,  exacción  y  cobranza  del:  y  hecha  esta  conmutación,  haréis 
que  se  reparta  á  cada  indio  lo  que  así  ha  de  dar  y  pagar  en  los  dichos 
frutos,  dinero  y  otras  especies,  haciendo  nuevo  padrón  dellos  y  de  la  dicha 
tasa,  en  la  forma  que  se  ha  referido,  y  que  tengan  entendido  los  encomen- 
deros que  lo  que  ésta  montare  y  no  más  han  de  poder  llevar  y  cobrar  de 
los  dichos  indios,  como  se  hace  en  el  Perú  y  en  la  Nueva  España. 

«Y  esta  tasa  la  habéis  de  hacer  dentro  de  seis  meses  como  esta  Cédula 
recibiéredes,  y  ponerla  luego  en  ejecución;  salvo  si  halláredes  y  se  os 
ofrecieren  tan  grandes  é  inexcusables  inconvenientes  particulares,  que 
acá  no  se  tenga  noticia,  y  convenga  dármela  primero  que  lo  comencéis  á 
ejecutar  y  platicar:  porque  sólo  en  este  caso  lo  podréis  suspender  y  sobre- 
seer; avisándome  luego  dello,  y  de  las  causas  y  motivos  que  á  ello  os  hubie- 
ren obligado. 

«Y  si  sucediere  caso  de  vacar  alguna  encomienda  de  las  así  tasadas  en 
servicio  personal,  suspenderéis  el  proveerla,  hasta  que  con  efecto  esté 
hecha  la  tasa:  y  el  que  la  entrare  á  gozar  de  nuevo  la  reciba  con  ese  cargo, 
y  sepa  que  se  ha  de  contentar  con  los  frutos  y  especies  della. 

«Y  de  haberlo  así  hecho  y  ejecutado,  me  avisaréis  en  la  primera  ocasión, 
y  me  enviaréis  la  relación  y  padrón  de  los  dichos  indios  y  nuevas  tasas: 
con  apercibimiento  que  de  cualquier  tardanza,  omisión  ó  disimulación  que 
en  esto  hubiere,  me  tendré  por  deservido:  y  demás  de  que  se  os  hará  cargo 
grave  dello  en  la  residencia  que  se  os  tomare,  correrán  por  el  de  vuestra 
conciencia  los  danos,  agravios  y  menoscabos  que  por  esta  causa  recibieren 
los  indios,  y  se  cobrará  la  satisfacción  dellos  de  vuestros  bienes  y  hacienda. 

«Fecha  en  Madrid,  á  catorce  de  Abril  de  mil  y  seiscientos  }•  treinta  y  tres 
años. 

«YO  EL  REY 

«Por  mandado  del  Rey  nuestro  Señor: 
«Don  Fernando  Ruiz  de  Contreras.» 
[Sevilla:  Arch.  de  Indias:  123.  3.  2.] 


Ntim.  61 

1679— Cédula  Real.  Redúzcanse  los  indios  originarios  á  mitayos, 
y  júntense  como  los  demás  en  pueblos 

«El  rey — Mi  Gobernador  y  Capitán  general  de  la  provincia  del  Para- 
guay: En  carta  que  Don  Felipe  Rege  Gorbalán,  sirviendo  ese  gobierno,  me 
escribió  en  veinte  de  Octubre  de  mil  seiscientos  y  setenta  y  siete,  me  dio 
cuenta  de  las  hostilidades  que  los  enemigos  habían  ejecutado  en  ella, 


-689- 

y  todo  lo  que  se  le  ofrecía,  refiriendo,  entre  otras  cosas,  que  los  indios 
padecían  muchas  molestias,  especialmente  los  que  llaman  originarios,  por 
causa  de  tenerlos  sus  encomenderos  agregados  en  sus  chácaras  y  casas,  de 
las  cuales,  en  vacando  una  encomienda,  iban  á  la  del  que  se  le  hacía 
la  merced,  por  no  ser  de  los  reducidos  á  pueblos;  y  esta  mudanza,  aun- 
que no  era  de  mucha  distancia,  les  era  contra  su  conservación  y  aumento: 
porque  su  natural  la  extraña,  así  por  ser  otro  territorio,  como  por  la 
diferencia  de  aguadas  que  les  era  perjudicial  á  su  salud:  estorbándoles 
los  encomenderos  se  casasen  las  indias  con  indios  de  pueblo  y  de  otros 
originarios,  porque  no  siguiese  la  india  á  su  marido  llevados  de  tenerla 
siempre  en  casa,  como  si  fuesen  esclavas:  y  por  esto  mismo  tenían  entre 
ellos,  aunque  fuesen  deudos  muy  cercanos,  grandes  disgustos,  por  decir- 
se las  persuaden  á  que  se  casen  por  llevarlas  su  servicio.  Para  cuyo 
remedio,  el  Obispo  de  la  Iglesia  Catedral  de  esa  provincia  hizo  publicar 
auto  con  penas  pecuniarias  y  censuras  á  todos  los  vecinos  encomenderos 
que  incurriesen  en  embarazarlas  la  libertad  de  los  matrimonios.  A  que  se 
agregaba  la  continua  fatiga  del  ejercicio  de  la  hilanza  y  otras  granjerias: 
permitiéndolas  primero  estar  amancebadas  con  indios  de  otras  encomien- 
das, por  valerse  de  su  trabajo,  olvidados  de  los  matrimonios,  del  temor  de 
Dios,  y  de  la  falta  que  hacían  á  su  origen:  quedando  por  esta  razón  tan 
opresos,  cuanto  se  deja  entender:  con  otros  graves  inconvenientes:  y 
viviendo  las  indias  de  puertas  adentro  con  sus  encomenderos,  de  que  resul- 
taba tener  sus  hijos  ocasión  próxima  de  aprovecharse  la  facilidad  de  las 
chinas  para  saciar  su  liviandad:  y  aun  sus  mismos  padres,  padeciéndolo 
las  legítimas  mujeres,  no  haciendo  caso  de  ellas.  Y  le  parecía  que  lo  más 
conveniente  para  su  remedio  sería  que  los  dichos  indios  se  agregasen  á  los 
pueblos,  y  en  ellos  tuviesen  vecindad,  y  no  en  las  chácaras  y  casas  de  sus 
encomenderos;  de  donde  pagasen  la  mita  como  los  demás  reducidos  á  ellos. 
Demás  de  que  ninguno  cumplía  con  la  obligación  del  feudo  en  el  amparo, 
buen  ejemplo  y  doctrina  que  debían  dar  á  sus  encomendados:  y  muchos 
morían  sin  el  pasto  espiritual,  por  estar  las  chácaras  seis  y  ocho  leguas  de 
donde  se  les  podían  administrar  los  santos  Sacramentos  en  caso  de  nece- 
sidad. Y  este  desconsuelo,  con  el  del  continuo  trabajo,  los  tenía  tan  moles- 
tados como  lo  experimentó  en  los  indios  de  la  Villa  Rica  del  Espíritu 
Santo,  volviéndose  contra  ellos  y  entregándose  de  su  voluntad  á  los  portu- 
gueses, porque  estaban  en  la  última  desesperación:  y  muchos  de  ellos  se 
huían  á  los  despoblados,  quedando  sus  hijos  infieles,  y  siguiéndose  otros 
perjuicios.  Y  habiéndose  visto  por  los  de  mi  Consejo  de  las  Indias,  con  lo 
que  sobre  ello  dijo  y  pidió  mi  Fiscal  en  él;  he  tenido  por  bien  ordenaros 
y  mandaros  (como  lo  hago)  que  luego  que  recibáis  ésta  mi  Cédula,  hagáis 
que  los  indios  que  llaman  originarios  se  reduzcan  á  pueblos  donde  vivan 
doctrinados  y  con  toda  conveniencia,  y  en  la  forma  que  viven  los  demás 
encomendados:  acudiendo  en  lo  que  deben  á  sus  encomenderos.  Y  daréis 
la  orden  que  fuere  necesaria  para  que  no  se  permita  vivan  con  ellos  en 
sus  chácaras  y  estancias,  ni  en  otra  parte  que  no  sea  en  sus  pueblos.  Y 
castigaréis  con  toda  severidad  á  los  encomenderos  y  otras  cualesquier  per- 
sonas que  impidan  los  matrimonios  entre  los  indios:  y  asimismo  los  aman- 
cebamientos y  otros  delitos  públicos  que  cometieren.  Que  lo  mismo  encargo 
en  cuanto  á  este  punto  al  Obispo  de  la  Iglesia  Catedral  de  esa  provincia, 

44    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  ii. 


-690- 

para  que  por  su  parte  cumpla  con  lo  que  le  toca.  Y  es  mi  voluntad  que  si 
algún  encomendero  cometiere  algún  exceso  ó  mal  tratamiento  contra 
cualquier  indio  de  su  encomienda,  por  el  mismo  hecho  quede  privado  de 
ella.  Y  vos  justificaréis  los  dichos  excesos:  Y  justificándolos  en  forma,  eje- 
cutaréis la  privación  sin  embargo  de  apelación:  y  remitiréis  luego  los 
autos  que  sobre  esto  hiciéredes  al  dicho  mi  Consejo,  para  que  se  reconozca 
la  justificación  con  que  hubiéredes  obrado.  Y  esta  orden  se  entienda,  así  con 
los  indios  que  están  poblados,  como  en  los  originarios  que  se  han  de  poblar. 
Fecha  en  Madrid,  á  veinte  y  cinco  de  Julio  de  mil  y  seiscientos  y  setenta  y 
nueve  años.» 

«YO  EL  REY» 

«Por  mandado  del  Rey  nuestro  Señor.  Francisco  Fernández  de  Ma- 
drigal» 

«Al  Gobernador  del  Paraguay,  ordenándole  lo  que  ha  de  ejecutar  en 
cuanto  á  las  vejaciones  que  los  encomenderos  hacen  á  los  indios  de  aquella 
provincia  » 

(Sevilla  arch.  de  Indias:  122,  3-6.) 


Núm.  62. 

1775— Cédula  real  sobre  el  atropello  de  Bucareli  contra 
D.  Miguel  Tagle 

«El  Rey.  —Virreyes,  Gobernadores  y  demás  Justicias  de  mis  dominios 
de  América:  A  mi  noticia  ha  llegado,  con  documentos  que  lo  justifican, 
que,  habiéndose  publicado  en  la  Capital  de  una  de  las  provincias  de  esos 
mis  Reinos,  con  motivo  de  la  expulsión  de  los  que  fueron  individuos  de  la 
Religión  llamada  Compañía  de  Jesús,  un  bando  para  que  todos  los  que 
tuviesen  bienes  pertenecientes  á  ellos,  los  declarasen  bajo  de  gravísimas 
penas,  y  exhibiesen  dentro  de  tercero  día:  lo  ejecutó  al  segundo  uno  de 
aquellos  vecinos.  Que  sin  embargo,  en  el  mismo  día  se  le  prendió,  de 
orden  del  Gobernador  de  la  provincia,  por  un  oficial  militar  con  doce  gra- 
naderos, que  con  bayoneta  calada,  lo  condujeron  amarrado,  y  lo  colocaron 
con  centinela  de  vista  en  una  prisión  muy  húmeda:  en  la  que,  pasada  una 
hora,  le  intimó  un  Escribano  de  orden  del  Gobernador  que  se  dispusiese 
para  morir,  y  señalase  Padres  espirituales  que  le  asistiesen,  como  lo  hizo. 
Que  en  el  mismo  día  se  le  embargaron  sus  bienes,  libros  y  papeles:  se 
encerró  á  su  mujer  (que  se  hallaba  embarazada  en  seis  meses,  y  con  dos 
hijos  menores),  en  un  cuarto  de  su  casa  con  centinelas  de  vista,  y  privada 
de  comunicación.  Que  al  tercer  día  se  le  dio  noticia  al  referido  preso  de 
que  se  le  perdonaba  la  vida  por  intercesión  y  ruegos  del  Rdo.  Obispo  de 
la  Diócesis:  y  á  los  veinte  y  seis  se  le  soltó  bajo  de  fianza,  la  que  posterior- 
mente se  canceló.  Que  todo  este  violento  procedimiento  se  ejecutó  sin 
formar  autos,  oírle  ni  tomarle  declaración,  ni  en  la  prisión  ni  fuera  de  ella. 


-691- 

Enterado  de  este  tan  atropellado  exceso,  mandé  al  mencionado  Goberna- 
dor me  informase  lo  que  se  le  ofreciese  sobre  los  motivos  en  que  pudo 
fundar  un  modo  de  proceder  tan  irregular,  extraordinario  y  aun  escanda- 
loso á  primera  vista.  Con  el  informe  que  hizo,  procurando  disculpar  seme- 
jante tropelía,  remití  todo  el  expediente  á  mi  Consejo  en  el  Extraordinario, 
para  que  me  consultase  lo  que  considerase  justo  y  expediente:  lo  que, 
después  de  oído  el  Fiscal,  y  conformándose  con  su  dictamen,  ejecutó  en 
cinco  de  Noviembre  de  mil  setecientos  setenta  y  cuatro,  manifestando  el 
escandaloso  atentado  que,  en  violación  y  quebrantamiento  de  las  leyes,  y 
contra  mis  piadosas  intenciones,  cometió  el  enunciado  Gobernador,  lle- 
gando al  extremo  de  condenar  á  muerte  }■  poner  en  capilla  á  un  vasallo 
mío,  sin  motivo,  sin  formar  causa,  y  sin  guardar  los  trámites  y  formali- 
dades que,  aun  cuando  hubiera  cometido  el  ma3'or  delito,  debieran  obser- 
varse. Que  para  prevenir  á  mis  vasallos  de  América  de  que  se  repita  tan 
pernicioso  ejemplo,  convendría  dar  noticia  de  él  á  todos  vosotros,  con 
expresa  orden  de  que  por  ningún  motivo  se  cometa  atentado  de  igual  clase; 
sino  que  siempre  se  sigan  las  causas  y  negocios  que  ocurran  conforme  á 
derecho  y  con  arreglo:  tratando  á  esos  mis  fieles  amados  vasallos  con  la 
benignidad  y  suavidad  que  son  propias  de  mi  glorioso  gobierno:  en  inteli- 
gencia de  que  no  disimularé  la  menor  infracción  ni  perjuicio  que  se  les 
ocasionare:  y  antes  tomaré  la  severa  providencia  que  corresponde  contra 
cualquiera  que  faltare  al  puntual  cumplimiento  de  esta  tan  justa  severa 
resolución.  Asimismo  me  propuso  el  referido  mi  Consejo  en  el  Extraordi- 
nario las  providencias  que  en  rigurosa  justicia  podría  dignarme  tomar 
para  reponer  al  mencionado  mi  vasallo  en  el  honor  y  buena  opinión  que  le 
corresponde,  y  resarcirle  en  el  modo  posible  los  daños  que  de  semejante 
violento  procedimiento  se  le  hayan  ocasionado  en  sus  bienes,  y  la  adver- 
tencia que  debería  hacer  al  mencionado  Gobernador,  manifestándole  mi 
Real  desagrado  por  el  referido  exceso.  Enteramente  me  conformé  con  el 
dictamen  del  dicho  mi  Consejo  en  el  Extraordinario,  y  comuniqué  al  de 
Indias  esta  mi  Real  resolución,  para  que  hiciese  expedir  esta  Cédula 
circulará  todos  esos  mis  dominios.  Y  visto  en  él,  con  lo  expuesto  por  mi 
Fiscal,  he  resuelto  despacharla  en  los  términos  que  quedan  expresados,  á 
fin  de  que  como  estrechamente  os  lo  mando,  la  tengáis  siempre  presente, 
y  os  arregléis  puntualmente  á  su  contenido.  Fecha  en  el  Pardo,  á  diez  y 
nueve  de  Febrero  de  mil  setecientos  setenta  y  cinco. 

«Yo  EL  Rey» 

«Por  mandado  del  Rey  nuestro  Señor.— Miguel  de  San  Martín  Cueto.» 

«Para  que  los  V^irreyes,  Gobernadores  y  demás  Justicias  de  los  Reinos 

de  Indias  se  arreglen  á  las  leyes  en  la  formación  de  procesos  criminales:  y 

no  se  repita  el  atentado  que  se  expresa  de  prender  y  sentenciar  á  ningún 

vasallo  de  S.  M.  sin  formar  autos  ni  oirle.» 

(Sevilla:  Arch,  de  Indias.  124-2-10.) 


692 


Núm.  63. 

1790— Carta  remisiva  de  la  Cédula  anterior,  en  que  se  expresan 
los  nombres  que  en  la  Cédula  se  callan 

«(Reservado.) 
«ExcMo.  Señor:  La  adjunta  representación  instruida  por  D.  Miguel  de 
Tagle,  vecino  de  esta  ciudad,  contiene  el  recurso  á  la  piedad  del  Rey,  en 
que  recordando  el  funesto  cuanto  notorio  lance,  á  que  fué  expuesto  el  año 
pasado  de  1767  por  el  Teniente  General  Gobernador  entonces  de  esta  pro- 
vincia, D.  Francisco  Bucareli  y  Ursúa,  solicita  se  le  haga  la  gracia  por  el 
tiempo  de  su  vida  del  cargo  de  Administrador  general  de  los  treinta  pue- 
blos de  Misiones  del  Uruguay  y  Paraná,  para  poder  subsistir  y  repararse 
en  parte  de  los  ingentes  atrasos  y  perjuicios  sobrevenidos  por  aquel  suceso 
á  su  casa  y  familia:  y  cuyo  resarcimiento,  habiéndose  prevenido  en  Real 
Cédula,  librada  sobre  el  asunto  en  19  de  Febrero  de  1775,  no  se  ha  verifi- 
cado aún,  sin  embargo  de  haberse  mandado  atender  al  interesado  en  otras 
posteriores  Reales  Ordenes . 

«Buenos  Aires,  31  de  Marzo  de  1790. 

«ExcMO.  Señor:  Nicolás  de  Arredondo»,  (rúbrica). 

«Excmo.  Sr.  D.  Antonio  Porlier.» 

(Sevilla:  Archivo  de  Indias:   124-2-10.) 


Núm.  64. 

1768— Memorial  del  pueblo  de  San  Luis  al  Gobernador  Bucareli, 
pidiendo  les  deje  por  curas  á  los  Jesuítas 

«Señor  Gobernador:  Dios  te  guarde,  te  decimos  nosotros,  el  Cabildo 
y  los  Caciques,  con  los  indios,  las  mujeres  y  los  niños  de  este  pueblo  de 
San  Luis.  El  Corregidor  Santiago  Pindó  y  D.  Pantaleón  Cayuarí  nos  han 
escrito  á  nosotros  tus  hijos  desde  esa  ciudad  á  donde  fueron  á  visitar  tu 
persona:  y  por  eso  nosotros,  llenos  de  confianza  te  escribimos  con  toda 
verdad  que  en  cuanto  á  ese  mandato  de  nuestro  Rey  de  que  les  enviemos 
varios  pájaros  para  nuestro  Rey,  tenemos  gran  sentimiento  de  no  podér- 
selos enviar:  porque  ellos  viven  únicamente  en  los  bosques  donde  Dios  los 
crió,  3^  se  apartan  huyendo  de  nosotros,  por  lo  cual  no  hemos  logrado  darles 
caza.  No  obstante  eso,  nosotros  permanecemos  fieles  vasallos  de  Dios  y  de 
nuestro  Rey,  prontos  siempre  á  cumplir  cualquier  mandato  suyo,  habiendo 


-693- 

ido  tres  veces  como  auxiliares  á  la  Colonia,  y  trabajando  con  afán  para 
pagar  el  tributo.  Y  ahora  pedimos  á  Dios  con  instancia  que  envíe  la  más 
hermosa  de  las  aves,  que  es  el  Espíritu  Santo,  á  ti  y  á  nuestro  Rey,  ilumi- 
nándoos los  ojos,  y  que  os  asista  el  Ángel  de  la  guarda. 

«Después  de  esto,  te  decimos  con  plena  confianza:  ¡Ah  Señor  Gober- 
nador! nosotros,  que  verdaderamente  somos  tus  hijos,  humillándonos  ante 
ti,  te  rogamos  con  las  lágrimas  en  los  ojos,  que  permitas  que  permanezcan 
siempre  con  nosotros  los  Padres  sacerdotes  de  la  Compañía  de  Jesús,  y 
que  para  lograr  esto,  lo  representes  y  lo  pidas  á  nuestro  buen  Rey,  en 
nombre  de  Dios  y  por  amor  suyo.  Esto  te  piden  con  sus  semblantes  bañados 
en  lágrimas  el  pueblo  entero:  indios  y  mujeres,  mozos  y  muchachas:  y  par- 
ticularmente los  pobres:  y  en  fin,  todos.  Padres  frailes  ó  Padres  clérigos, 
no  gustamos  de  ellos.  El  Apóstol  Santo  Tomás,  santo  ministro  de  Dios, 
predicó  en  estas  tierras  á  nuestros  antepasados:  y  estos  Padres  frailes  ó 
Padres  clérigos  no  se  tomaron  interés  por  nosotros:  Los  hijos  de  San 
Ignacio  vinieron  y  cuidaron  con  solicitud  de  nuestros  antepasados:  y  los 
instruyeron,  criándolos  obedientes  á  Dios  y  al  Rey  de  España:  por  lo  cual 
no  gustamos  de  Padre  fraile  ó  Padre  clérigo.  Los  Padres  de  la  Compañía 
de  Jesús  saben  soportar  nuestro  pobre  natural,  conllevándonos:  y  así  vivi- 
mos una  vida  feliz  para  Dios  y  para  el  Rey.  Y  nos  ofrecemos  á  pagar 
mayor  tributo  en  yerba  caaminí,  si  así  lo  quieres.  Ea,  pues,  buen  señor 
Gobernador,  oye  nuestras  pobres  súplicas,  y  haz  que  las  veamos  cum- 
plidas. 

«Además,  tenemos  que  decirte  que  nosotros  no  somos  en  modo  alguno 
esclavos,  ni  lo  fueron  nuestros  antepasados;  ni  es  de  nuestro  gusto  el  modo 
de  vivir  parecido  al  de  los  españoles,  que  miran  cada  uno  solamente  por 
sí,  sin  ayudarse  ni  favorecerse  unos  á  otros.  Esto  es  sencillamente  la 
verdad:  te  lo  decimos.  ¿Quieres  que  te  lo  digamos  todo?  Pues  este  pueblo, 
y  otros  también,  se  perderán  en  breve  tiempo  para  ti  y  para  el  Rey  y  para 
Dios:  y  prestamente  nos  iremos  nosotros  á  nuestra  condenación:  y  enton- 
ces, cuando  estemos  para  morir,  ;á  quién  tendremos  que  nos  dé  los  Santos 
Sacramentos?  A  nadie  ciertamente.  Nuestros  hijos  que  andan  por  los 
campos  ó  por  los  bosques,  cuando  vuelvan  al  pueblo,  y  no  vean  á  los  Padres 
sacerdotes  hijos  de  San  Ignacio,  se  dispersarán  por  los  despoblados,  ó  se 
huirán  á  los  bosques  á  hacer  mala  vida.  Ya  los  pueblos  de  San  Joaquín, 
San  Estanislao,  San  Fernando  y  Timbó,  se  han  perdido:  lo  sabemos  bien, 
y  te  lo  hacemos  presente:  porque  ha  de  llegar  día  que  los  del  Cabildo  no 
podrán  restaurar  de  nuevo  el  pueblo  para  Dios  y  para  nuestro  Rey.  Por 
tanto,  buen  señor  Gobernador,  haz  esto  que  te  suplicamos:  y  nuestro  Señor 
te  lo  premiará  auxiliándote.  El  te  guarde  otra  y  otra  vez. 

«Es  cuanto  tenemos  que  decirte. 

«De  San  Luis,  á  28  de  Febrero  de  1768. 

«Tus  HUMILDES  HIJOS:  TODO  EL  PUEBLO  Y  EL  CaBILDO.» 

(Siguen  las  firmas.) 
(Del  original  Guaraní,  publicado  por  sir  Woodbine  Parish.) 


694- 


Núm.  65. 

1780 -Disgusto  de  Carlos  III  por  la  decadencia  de   Doctrinas 

«Con  sumo  disgusto  ha  entendido  el  Rey  el  deplorable  estado  en  que  se 
hallan  los  pueblos  de  Misiones  de  los  indios  Guaraníes  por  la  codicia  y 
excesos  de  los  Administradores.  Y  no  pudiendo  el  piadoso  y  justo  corazón 
de  S.  M.  sufrir  que  aquellos  infelices  indios  y  vasallos  suyos  sean  tan  mal 
tratados,  cuando  nada  desea  tanto  como  su  felicidad  y  ventajas:  manda  que 
V.  E.  provea  desde  luego  de  pronto  remedio,  de  acuerdo  con  el  Inten- 
dente D.  Manuel  Ignacio  Fernández,  en  cuanto  V.  E.  lo  considere  nece- 
sario, cortando  todos  los  abusos  y  desórdenes  que  en  el  manejo  de  los 
caudales  ó  frutos  de  las  Comunidades,  su  distribución  y  en  todo  lo  demás 
de  su  gobierno,  se  hayan  introducido,  cuidando  V.  E.  muy  atentamente  de 
que  se  les  mantenga  en  paz  y  justicia:  y  que  en  todo  se  les  trate  con  la 
benignidad  y  dulzura  que  S.  M.  quiere  sean  atendidos  sus  vasallos.  De  su 
Real  orden  y  muy  eficaz  encargo  lo  prevengo  á  V.  E.  para  que  disponga 
su  cumplimiento.  Dios  guarde  á  V.  E.  muchos  años.  El  Pardo,  á  1  de 
Febrero  de  1780. 


«JOSEF   DE    GÁLVEZ» 

(rúbrica). 


(Río  Janeiro:  Col.  Angelis,  VII-14.) 


Núm.  66. 

1784— Real  Orden.  Pide  informes  del  estado  de  las  Misiones 
que  fueron  de  los  Jesuítas 

«El  Rey  desea  saber  con  toda  individualidad  el  estado  actual  de  las 
Misiones  que  estaban  á  cargo  de  los  religiosos  extinguidos,  á  fin  de  tomar 
eficaces  providencias  para  el  mejor  arreglo  de  su  administración.  Manda, 
pues,  S.  M.  que  V.  E.,  de  acuerdo  con  el  Intendente  de  ejército  y  Real 
Hacienda,  forme  y  me  remita  con  la  mayor  brevedad  posible  una  relación 
clara  y  metódica  que  trate  de  todas  las  Misiones  establecidas  en  el  territo- 
rio de  su  mando:  expresando  en  cada  una  de  ellas  la  provincia  en  que  se 
halla:  su  extensión:  las  naciones  de  indios  y  pueblos  de  que  se  compone: 
qué  gente  tiene  cada  pueblo,  con  distinción  de  clase,  estado,  edad  y  sexo: 
si  entienden  y  usan  generalmente  la  lengua  española,  ó  sólo  su  antiguo 
idioma:  y  si  es  uno  mismo  ó  diferente  en  todas  las  naciones. 

«Se  informará  después,  de  la  administración  espiritual,  exponiendo  qué 


-695- 

sacerdotes  están  encargados  de  la  Misión,  si  seculares:  en  qué  número,  y 
con  qué  título  ó  nombramiento:  cómo  desempeñan  su  ministerio:  y  si  están 
suficientemente  instruidos  del  idioma  de  sus  feligreses:  y  qué  sínodo  ó 
salario  gozan:  de  qué  ramo  se  paga,  y  si  perciben  obvenciones  ó  derechos: 
cómo  se  han  introducido  ó  arreglado,  y  cuánto  importan:  si  las  iglesias  se 
mantienen  con  decencia:  qué  gastos  se  hacen  en  su  culto,  y  de  dónde  salen: 
si  hay  cofradías  ó  hermandades:  cuántas  son:  cuándo  se  establecieron:  con 
qué  regla,  qué  aprobación  tienen  y  cómo  subsisten. 

«En  orden  á  lo  temporal,  se  averiguará  qué  gobierno  y  policía  llevan 
entre  sí  los  mismos  indios:  quién  lo  formó  ó  autorizó:  con  qué  estatutos 
municipales  se  rige:  qué  propios  fondos  ó  rentas  gozan  los  pueblos  en 
común:  de  qué  ramos  se  componen,  con  qué  destino,  y  quién  los  maneja: 
dónde  se  liquidan  sus  cuentas:  y  cuál  es  su  producto. 

«Se  describirán  asimismo  las  costumbres  de  los  indios:  su  aplicación  á 
la  agricultura  ó  artes:  qué  frutos  da  el  país:  de  qué  estimación:  y  qué 
expendio  ó  comercio  se  hace  de  ellos:  si  convendrá  adelantarlo  ó  variarlo 
para  que  se  mejore:  de  qué  modo.  Si  las  tierras  se  les  han  repartido  por 
familias  ó  personas,  ó  si  libremente  cultiva  cada  uno  el  territorio  que  puede, 
según  sus  fuerzas.  Finalmente,  cómo  se  habilitan  para  sus  labores:  y  si 
tienen  algún  ramo  de  industria:  en  qué  consiste,  y  dónde  se  expenden  sus 
obras:  por  qué  manos,  y  si  se  procede  á  satisfacción  con  legalidad  y  pureza. 

«En  todos  estos  puntos  se  explicará  con  individualidad,  no  sólo  lo  que 
conduzca  á  hacer  patente  el  estado  actual,  como  también  el  que  tenían  al 
tiempo  del  extrañamiento,  para  que  se  conozcan  los  progresos  hasta  el 
presente  y  en  caso  de  decadencia,  ó  que  convenga  variar,  se  propondrá  lo 
que  se  considere  más  acertado.  Para  adquirir  esta  noticia,  y  poder  formar 
juicio  seguro,  se  instruirá  V.  E.  de  personas  de  probidad,  carácter  y  cono- 
cimiento práctico  de  los  mismos  países,  evitando  autos  y  diligencias  judi- 
ciales: pues  S.  M.  sólo  quiere  una  exposición  clara,  sencilla  y  verdadera, 
sin  el  volumoso  aparato  de  piezas  justificativas.  Prevengo  á  V.  E.  que  el 
Rey  espera  de  su  actividad  y  celo  que  atenderá  este  negocio  con  todo  el 
cuidado  que  merece  su  importancia,  por  sus  grandes  resultas  en  aumento 
de  la  religión  y  del  estado,  y  en  beneficio  de  los  mismos  indios. 

«Dios  guarde  á  V.  E.  muchos  años.— El  Pardo,  á  31  de  Enero  de  1784. 

«D.  Josef  de  Gálvez. 

«Sr.  Virrey  de  Buenos  Aires.  » 

(Río- Janeiro:  Col.  Ángelis:  Missoes:  1-14.) 


Núm.  67. 

18...— Noticias  dadas  por  Mr.  Amado  Bonpland  sobre  las  Misiones 
de  los  Jesuítas  del  Paraguay 

<Los  pueblos  conocidos  en  todo  el  mundo  ilustrado  con  el  nombre  de 
Misiones,  Misiones  de  la  Compañía,  ó  Misiones  Jesuíticas,  componen  el 
número  de  treinta.  Están  situados  en  la  dirección  de  Oriente  á  Poniente 


-696- 

entre  los  26°  y  30'  y  los  28°  y  3C'  de  latitud,  á  excepción  de  los  pueblos  de 
la  Cruz  y  Yapeyú,  que  están  entre  los  29°  y  30°.  Ocho  de  estos  pueblos 
están  al  Oeste  del  Paraná:  quince  entre  el  Paraná  y  el  Uruguay:  y  los  siete 
restantes  al  Oriente  del  Uruguay,  que  son  los  pertenecientes  al  Brasil,  y 
que  deben  ocuparnos  en  esta  Memoria. 

«La  formación  de  todos  estos  pueblos  es  debida  á  la  santa  y  sabia  Com- 
pañía de  Jesús,  y  al  gobierno  de  España.  Los  misioneros,  enviados  de 
Roma  á  América  con  el  fin  de  propagar  la  santa  religión,  de  reducir  y 
civilizar  la  multitud  de  indios  que  vivían  en  el  estado  salvaje,  son  dignos 
de  los  mayores  elogios,  por  los  sacrificios  de  toda  naturaleza  que  hicieron 
para  llevar  á  cabo  la  santa,  sublime  y  difícil  empresa  que  les  había  sido 
confiada  por  la  Compañía  de  Jesús.  Estos  dignos  misioneros  penetraron  en 
aquellas  inmensas  selvas  vírgenes,  habitadas  solamente  por  los  salvajes  y 
por  las  bestias  más  feroces:  y  atrepellando  por  todo  género  de  peligros, 
venciendo  dificultades  al  parecer  insuperables,  lograron  su  noble  intento. 
La  ciudad  de  Buenos  Aires  fué  el  centro  de  sus  operaciones.  Sucesiva- 
mente fueron  formando  una  línea  de  pueblos  que  sobre  la  anchura  de  dos 
grados  representa  á  lo  menos  una  superficie  de  mil  leguas.  Este  inmenso 
terreno  estaba  ocupado  principalmente  por  indios  guaraníes,  los  cuales 
con  las  otras  tribus  de  menos  consideración,  hostilizaban  á  los  españoles 
continuamente.  Esta  línea  de  pueblos  no  sólo  separó  á  los  salvajes  de  los 
cristianos,  y  libró  á  éstos  de  continuas  invasiones;  sino  que  también  pro- 
porcionó una  frontera  para  facilitar  nuevas  conquistas,  que  se  hubieran 
hecho,  á  no  haberse  verificado  la  expulsión  que  hizo  la  corte  de  España  de 
todos  los  miembros  de  la  Compañía  de  Jesús  del  territorio  de  la  monarquía 
española. 

«Todos  los  pueblos  de  Misiones  se  hallan  situados  bajo  un  clima  hermo- 
sísimo, preferible  en  todo  al  tan  celebrado  de  la  Italia.  La  mayor  parte  de 
su  terreno  se  compone  de  tierras  coloradas  muy  fértiles:  ofrece  llanuras 
más  ó  menos  extensas,  cortadas  por  lomas  más  ó  menos  elevadas,  cerritos, 
algunos  cerros  de  consideración,  bañados  y  arenales.  Resulta  que  el  clima 
y  la  naturaleza  de  los  terrenos  hacen  esta  porción  hermosa  de  la  América 
susceptible  de  una  multitud  de  especies  de  plantas  útiles,  que  sería  difícil 
ó  imposible  reunir  en  otro  país  en  igual  superficie  de  terreno. 

«La  época  más  floreciente  de  aquellos  pueblos  fué  positivamente  en  el 
tiempo  de  los  Jesuítas.  Desde  el  principio  de  la  reducción  conocieron  estos 
dignos  misioneros  la  inclinación  de  los  indios  á  la  religión  y  el  sistema  de 
gobierno  que  exigía  su  carácter.  Sobre  estas  dos  bases  fueron  establecidas 
estas  Misiones  tan  florecientes,  que  hoy  día  no  ofrecen  sino  ruinas  y  es- 
combros. Sería  cosa  muy  importante  tener  á  la  vista  el  estado  de  los  pueblos 
que  se  hizo  en  la  época  de  la  expulsión.  De  este  estado  consta:  1.°  Que  la 
población  de  cada  uno  de  estos  pueblos  era  de  3  á  7  mil  almas:  y  tomando 
por  término  medio  cuatro  mil  á  cada  pueblo,  resulta  un  total  de  108  mil 
almas,  á  lo  menos,  en  todas  las  Misiones.  2.^  Que  en  todos  los  pueblos  tenían 
los  indígenas  casas  cómodas  cubiertas  de  teja,  un  hermoso  templo  ricamente 
adornado,  y  abundantísimamente  provisto  de  vasos  sagrados  y  preciosos 
ornamentos.  3.°  El  colegio  donde  vivían  los  Padres  y  hospedaban  á  los  via- 
jantes, estaba  edificado  con  la  mayor  solidez,  y  ofrecía  mil  comodidades. 
4.**  En  jardines  inmensos  bien  cultivados  se  veían  plantas  útiles,  traídas  la 


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mayor  parte  de  Europa,  muchas  de  la  India,  y  algunas  indígenas,  que  da- 
ban un  lucro  positivo:  así  es  que  cada  pueblo  tenía  un  yerbal  plantado  que 
producía  yerba  más  barata  y  de  mejor  calidad  que  la  que  se  trabajaba  en  los 
montes  con  mucho  trabajo  y  costo.  5.°  El  sistema  de  agricultura,  tan  bien 
calculado,  que  al  paso  que  suministraba  á  los  indios  el  sustento  vegetal,  y 
materiales  necesarios  para  el  vestuario,  dejaba  un  sobrante  considerable, 
que  se  vendía  en  beneficio  de  la  comunidad,  ó."^  Cada  pueblo  tenía  millares 
de  cabezas  de  ganado  vacuno,  cría  de  yeguas,  muías,  caballos  y  ganado 
lanar.  La  cifra  de  todos  estos  haberes  enunciada  en  el  referido  estado,  es 
un  monumento  histórico  que  prueba  evidentemente  lo  que  la  nación  espa- 
ñola y  todo  el  mundo  debía  á  la  ilustre  y  santa  Congregación  de  Jesús. 

«Después  de  la  expulsión,  el  Gobierno  español  quiso  continuar  el  mismo 
orden  de  administración  que  habían  establecido  los  Padres  de  la  Compa- 
ñía: pero  era  imposible  seguirlo  totalmente.  Se  reemplazó  la  autoridad  de 
los  Padres,  que  se  reducía  á  un  solo  jefe,  por  dos  autoridades.  Se  nombró 
un  Cura  en  cada  pueblo,  que  debía  cuidar  únicamente  de  lo  espiritual;  y 
un  mayordomo,  de  lo  temporal.  Estas  dos  autoridades  en  ninguna  época  se 
limitaron  al  círculo  de  sus  deberes:  el  Cura  y  el  Mayordomo  estuvieron 
siempre  discordes,  y  empezaron  los  pueblos  á  sufrir  en  el  producto  de  sus 
trabajos  y  en  su  población.  Si  no  se  perdieron  luego  del  todo,  fué  porque 
se  conservó  el  gobierno  interior  de  los  pueblos  establecido  por  los  Jesuí- 
tas, que  consistía  en  un  Corregidor  y  el  Cabildo.  A  estos  primeros  males, 
sucedió  la  emancipación  de  América.  Algunas  provincias  dieron  la  liber- 
tad á  los  indios.  Estos  se  esparramaron  por  todas  partes:  llevando  una  vida 
infeliz.  Los  pueblos  que  estaban  entre  el  Uruguay  y  Paraná,  fueron  aban- 
donados y  destruidos.  Los  que  están  situados  al  occidente  del  Paraná,  per- 
tenecientes al  Paraguay,  subsisten,  porque  el  Gobierno  comprendió  la 
necesidad  de  conservarlos:  sin  embargo,  todos  ellos  se  han  resentido  consi- 
derablemente de  la  mudanza  de  administración.  Así  es  que  su  población  es 
muy  reducida:  sus  productos,  muy  inferiores  á  los  del  tiempo  de  los  Jesuí- 
tas. Los  siete  que  están  al  oriente  del  Uruguay  se  conservaron  hasta  el 
año  1827  ó  28,  época  en  que  los  indígenas  fueron  trasladados  con  sus  gana- 
dos á  la  República  oriental.  Esta  invasión  dejó  estas  Misiones  desiertas: 
quedaron  sin  vecinos:  los  edificios  abandonados:  así  es  que,  hoy  en  día,  de 
estos  pueblos  no  existen  sino  ruinas  y  tristes  recuerdos.  Sobre  estos  siete 
pueblos  quiero  yo  fijar  la  atención  del  Gobierno  imperial.  Dos  de  ellos 
están  inmediatos  al  río  Uruguay,  que  son  San  Nicolás  y  San  Borja.  Este 
último  tiene  una  población  regular,  reunida  con  ocasión  del  comercio  con 
el  Paraguay,  después  que  desapareció  la  de  los  indígenas.  En  estos  últi- 
mos años  se  desmembró  una  parte  muy  considerable  de  la  población:  y 
formó  otro  pueblo  sobre  la  misma  barranca  del  Uruguay,  para  facilitar  así 
el  comercio  y  proporcionarse  algunas  comodidades.  El  pueblo  primitivo  de 
San  Borja  ha  perdido  su  primer  aspecto.  De  sus  antiguos  edificios,  no  se 
ven  más  que  los  que  rodean  la  plaza,  y  las  paredes  de  su  magnífico  templo, 
que  parecen  suspendidas  en  el  aire,  y  ofrecen  ruinas  majestuosas.  El 
comercio  consiste  en  la  yerba  mate,  que  se  trae  de  los  yerbales  de  Santo 
Ángel,  Cruz  Alta,  Butu-carahy,  y  de  otros  yerbales  de  menor  importan- 
cia. Este  pueblo  será  un  centro  muy  ventajoso  de  comercio,  si  el  Gobierno 
imperial  restablece  algunos  de  estos  pueblos,  y  mira  con  la  atención  que 


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se  merecen  los  inmensos  yerbales  que  posee.  El  pueblo  de  San  Nicolás  no 
ofrece  sino  escombros  cubiertos  de  montes,  formados  principalmente  de  na- 
ranios,  duraznos,  escora  (especie  de  seda)  chilca  (especie  de  molina  [sic]).  El 
templo  de  San  Nicolás  ha  sido  enteramente  destruido  por  las  llamas;  pero 
todavía  se  ve  en  el  patio  del  colegio  un  cuadrante  solar  de  una  construc- 
ción hermosa,  con  la  particularidad  de  indicar  sobre  una  misma  piedra  la 
hora  de  San  Nicolás,  de  Madrid  y  de  Roma.  Los  pueblos  de  Santo  Ángel, 
San  Juan  y  San  Miguel  están  situados  á  quince  leguas  del  Uruguay, 
siguiendo  la  dirección  de  este  interesante  y  hermoso  río.  Los  otros  dos 
pueblos  de  San  Luis  y  San  Lorenzo,  están  en  la  misma  dirección  que  San 
Nicolás  y  San  Miguel.  El  templo  de  San  Luis  está  regularmente  conser- 
vado por  los  cuidados  del  mayordomo  Federico,  que  restableció  la  iglesia, 
el  colegio  y  los  edificios  del  pueblo. 

«En  medio  de  estos  escombros  se  encuentran  todavía  materiales  útiles, 
como  piedras,  ladrillos,  baldosas,  marcos  de  puertas  y  ventanas,  maderas, 
que  podrán  emplearse  útilmente  en  el  restablecimiento  de  algunos  pue- 
blos. En  los  inmensos  bosques  que  rodean  estos  pueblos,  se  encuentran 
maderas  sobrantes,  no  sólo  para  el  restablecimiento  de  todos  ellos,  sino 
para  toda  especie  de  construcción  civil  ó  naval. 

«Reduciré  á  tres  los  pueblos  que  por  de  pronto  deben  restablecerse,  á 
saber,  San  Nicolás,  San  Luis  y  Santo  Ángel.  Este  último  presenta  dos 
ventajas:  l.''^  Su  inmediación  á  yerbales  inmensos.  2.^  Que  por  su  posición 
será  una  frontera  respecto  de  los  indios  salvajes  que  habitan  los  montes  al 
norte  y  al  nordeste,  y  un  centro  de  operaciones  para  reducir  estos  infelices 
á  la  vida  civil  y  cristiana.  El  pueblo  de  San  Nicolás  ofrece  á  sus  inmedia- 
ciones dos  puertos  de  embarque.  El  de  San  Luis  facilitaría  la  comunica- 
ción entre  Santo  Ángel  y  San  Nicolás;  pero  en  este  caso  sería  menester 
abandonar  el  antiguo  camino,  que  da  una  vuelta  grande,  y  pasa  por  los 
pueblos  de  San  Juan  y  San  Miguel.» 

[Nota  marginal]  «Hasta  aquí  Mr.  Amado  Bonpland.» 

Buenos  Aires:  (Archivo  del  colegio  del  Salvador.) 


Núm.  68. 

1901— Descripción  de  las  ruinas  de  San  Ignacio  Miní 

«Mi  permanencia  en  esta  localidad,  donde  he  delineado  un  centro 
agrícola  que  hará  renacer  de  sus  cenizas  al  incendiado  y  arruinado  pueblo 
de  San  Ignacio  Miní,  me  ha  permitido  visitar  con  alguna  detención  las 
interesantes  ruinas  de  dicho  pueblo,  que,  como  bien  se  deja  ver  por  ellas, 
fué  una  de  las  más  importantes  y  prósperas  reducciones. 

«Por  propia  satisfacción  he  recorrido  las  ruinas  midiendo  y  observando: 
y  después  de  muchas  horas  así  empleadas,  he  podido  levantar  el  plano 
adjunto.  Por  temor  de  inventar,  he  puesto  en  él  solamente  lo  que  hay  en 
el  terreno.  Asimismo  ciertos  lienzos  de  pared  que  represento  por  una  línea 


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seguida,  no  son  de  hecho  sino  escombros  diseminados  que,  en  vez  de  guiar' 
confunden  sobre  la  verdadera  dirección  que  tuvieron  las  antiguas  hileras 
de  casas,  cuartos,  etc. 

«Ha_v  que  saber  que  las  ruinas  están  entre  un  monte  espeso  y  salvaje 
(con  muchos  naranjos)  en  que  los  árboles,  lianas  }■  demás  plantas  han 
tomado  por  asalto  casas,  iglesia,  colegio,  etc. 

«Los  pueblos  délas  misiones  argentinas  fueron,  como  es  sabido,  incen- 
diados y  destruidos,  unos  por  los  portugueses,  otros  por  los  paraguayos,  y 
por  eso  sus  ruinas  están  en  mucho  peor  estado  que  las  de  las  Misiones  bra- 
sileñas y  paraguayas,  en  las  cuales  se  conservaban  edificios  completos  que 
son  aún  habitados,  como  en  Villa  Encarnación  sucede. 

«No  obstante  que  en  estas  últimas  ruinas  se  puede  estudiar  mejor  las 
antigüedades  jesuíticas,  yo  he  creído  útil  hurgar  en  las  ruinas  que  tenía  á 
mi  alcance,  aunque  más  no  fuera,  para  confirmar  las  descripciones 
antiguas. 

«Aun  en  el  estado  en  que  se  encuentra  aquel  viejo  pueblo  en  escom- 
bros, es  muy  interesante. 

«Si  de  mí  dependiera,  esas  ruinas,  esas  piedras  labradas  y  esculpidas 
que  representan  el  arte  de  los  Jesuítas  y  la  atención,  la  perseverancia,  el 
sudor  de  millares  de  Guaraníes;  esas  piedras  que  han  escuchado  tantos 
cánticos,  tantas  plegarias  cristianas  pronunciadas  con  una  lengua  primi- 
tiva: que  han  asistido  á  tantas  escenas  de  una  civilización  única  en  la  his- 
toria: si  de  mí  dependiera,  lo  repito,  esas  ruinas  serían  respetadas,  cuida- 
das, conservadas,  para  que  fueran,  como  dice  Ambrosetti,  un  atractivo 
más  de  Misiones,  y  no  el  menor,  un  punto  de  cita  para  los  turistas  futuros. 

«Advierto  que  en  el  plano  he  suprimido  el  bosque  para  hacerlo  menos 
confuso.  Las  distancias  que  á  él  se  refieren,  son  tomadas  incluyendo  corre- 
dores. 


«El  pueblo 

«El  pueblo  se  extendía  delante  de  la  iglesia  y  el  colegio,  dejando  la 
plaza  por  medio,  hacia  el  norte  magnético,  que,  como  se  verá  después,  era 
en  tiempo  de  los  Jesuítas  distinto  del  que  es  hoy. 

«El  pueblo  se  componía  de  grupos  de  casas,  ó  mejor,  de  cuartos  de  cinco 
metros  por  6,  dispuestos  en  hilera  y  formando  rectángulos  de  60  metros, 
más  ó  menos,  de  largo.  Dichos  rectángulos  estaban  situados  ora  paralela- 
mente, ora  perpendicularmente  unos  á  otros,  ya  de  norte  á  sur,  yá  de  este 
á  oeste,  dejando  entre  sí  calles  de  13  y  de  20  metros,  incluyendo  los  corre- 
dores ó  galerías  cubiertas,  de  2/10  ó  2/40  de  ancho. 

«Los  corredores,  con  techo  de  teja  sostenido  por  columnas  ó  pilares  de 
piedra,  á  la  vez  que  daban  sombra  á  las  casas,  hacían  el  papel  de  veredas. 
Los  mismos  corredores  se  ven  aún  hoy  en  los  pueblos  y  ciudades  del  Para- 
guay: y  en  Corrientes  han  desaparecido  casi ,  barridos  por  la  moda. 
Para  los  habitantes  de  las  Reducciones  eran  de  gran  valor,  dado  lo  calu- 
roso del  clima,  y  lo  reducido  de  las  casas,  que  constaban  de  un  solo  cuarto. 
Bajo  de  ellos  se  sentarían  después  de  la  siesta,  las  mujeres  Guaraníes,  con 
el  «blanco  tipoy»  ó  camisón  sin  mangas  ceñido  á  la  cintura,  á  hilar  las  diez 


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y  seis  onzas  de  algodón,  que  para  aquel  objeto  se  distribuía  semanalmente 
á  todas  las  del  pueblo. 

«En  una  misma  calle  de  éste  he  encontrado  diferencias  en  el  ancho. 
Así,  la  que  pasa  frente  al  colegio,  tiene  junto  á  la  plaza  22  metros,  y  en  el 
extremo  Este,  20  metros  solamente. 

«No  se  puede  juzgar  de  la  total  extensión  del  pueblo  por  la  que  ocupan 
las  ruinas  existentes,  pues  éstas  son  las  de  una  parte  de  él,  de  las  casas 
mejores,  que  eran  de  piedra,  habiendo  desaparecido  completamente  ó 
siendo  sumamente  difícil  encontrar  las  ruinas  de  las  otras  casas,  de  mate- 
rial más  deleznable  (ranchos  de  adobes,  cuyos  vestigios  son  montones  de 
tierra  y  uno  que  otro  puntal  clavado),  casas  que  indudablemente  se  exten- 
dían alrededor  de  lo  que  llamaré  el  núcleo  del  pueblo,  formado  por  las 
dichas  casas  de  piedra. 

«No  podía  ser  de  otro  modo,  porque  en  el  reducido  espacio  que  ocupaba 
el  que  he  llamado  núcleo,  no  podían  caber  con  la  holgura  necesaria  los 
habitantes  que  llegó  á  tener  San  Ignacio,  que  en  1767  fueron  8,300, 
habiendo  sido  34  años  antes  de  esa  fecha  la  población  total  de  las  Reduc- 
ciones un  40  por  100  mayor  que  en  aquel  año. 

«Sea  como  sea,  la  mayor  extensión  edificada  que  abarcan  las  ruinas 
actuales,  es  de  515  metros  de  norte  á  sur,  de  los  que  220  corresponden  al 
colegio,  y  los  restantes  al  pueblo  propiamente  dicho. 

«Frente  mismo  á  la  iglesia,  como  mostrando  que  ésta  debía  regularlo, 
presidirlo  todo,  estaba  la  plaza,  cuya  medición  me  ha  dado  125  metros  de 
Norte  á  Sur,  por  108  metros  de  Este  á  Oeste.  Sorprende  ver  que  mucha 
parte  de  la  plaza  está  libre  de  vegetación  arbórea,  mientras  que  el  resto  y 
el  pueblo  todo  está  cubierto  de  ella. 

«Los  corredores  de  las  casas  que  rodeaban  la  plaza,  encerraban  á  ésta 
en  un  circuito  de  recovas,  de  lo  agradable  de  cuyo  aspecto  no  se  puede 
dudar. 

«Detrás  de  la  gran  huerta  del  colegio,  terminaba  el  pueblo  por  el  Sur 
y  por  el  Este,  con  una  calle  ó  una  trinchera. 


«Las  casas 

«Las  casas,  como  he  dicho,  estaban  dispuestas  en  hileras  hasta  de  diez 
cuartos,  los  cuales  no  se  comunicaban  entre  sí,  lo  que  quiere  decir  que 
cada  uno  servía  para  una  familia:  era  una  casa  completa.  Por  ambos  lados 
tenían  corredor  y  también  delante  de  los  mojinetes  en  que  terminaban  los 
rectánerulos.  Los  pilares  que  sostenían  los  corredores  eran  enterizos,  ó  de 
dos,  tres  y  más  fracciones,  y  tenían  en  lo  alto  un  cornisamento.  Las  pare- 
des, de  piedra  labrada,  y  de  un  metro  de  ancho,  eran  exterior  é  interior- 
mente lisas,  sin  ningún  dibujo  esculpido. 

«Los  techos,  de  dos  aguas  (hoy  todos  en  el  suelo)  eran  de  una  sola  clase 
de  tejas,  las  llamadas  españolas,  que  se  colocaban,  como  aún  se  hace, 
sobre  un  cañizo  embarrado  para  que  asentaran  bien  y  no  se  movieran. 
Además,  el  cañizo  hacía  que  se  sintiera  menos  el  calor  del  sol. 

«Los  cuartos  tenían  una  ventana  y  una  puerta  al  frente,  y  una  puerta  en 
el  fondo. 


-  701  - 

«No  he  encontrado  en  ellos  vestigios  de  revoque  ni  cal,  contra  lo  que 
me  ha  sucedido  en  el  colegio. 

«El  piso  era  formado  por  baldosas  de  barro  cocido. 

«No  se  conservan  maderas  en  las  casas,  ya  porque  se  pudrieran,  ya  por- 
que se  quemaran  todas  en  el  incendio  del  pueblo  ordenado  por  el  dictador 
Francia,  no  mucho  después  de  las  fechorías  de  Chagas  en  las  Misiones  del 
Uruguay  para  quedar  en  paz  y  armonía  con  los  portugueses. 


«La  Iglesia 

«La  iglesia  cuyo  imponente  frontispicio  en  ruinas  se  columbra  por  entre 
el  follaje  al  sur  de  la  plaza,  está  por  lo  tanto  mirando  al  norte,  teniendo  á 
la  derecha  el  colegio  y  á  la  izquierda  el  cementerio.  Mide  entre  pare- 
des 63  metros  por  30:  y  era,  por  consiguiente,  una  enorme  iglesia,  adecuada 
á  aquellas  poblaciones  en  que  no  había  un  individuo  que  dejara  de  oír 
Misa  todos  los  días.  Su  fachada  debió  ser  muy  hermosa,  según  lo  que 
queda  de  ella. 

«Tres  puertas  dan  acceso  á  su  recinto,  correspondientes  á  otras  tantas 
naves,  que  hoy  forman  una  sola,  por  la  falta  de  las  columnas,  probable- 
mente de  madera,  que  las  separaban.  La  puerta  principal  tenía  de  luz  tres 
metros  27.  Delante  había  varias  gradas  para  descender  al  nivel  de  la  calle. 

«Los  muros,  aun  en  pie,  han  sido  construidos  con  la  piedra  arenisca 
amarilla  ó  rojiza,  que  allí  tanto  abunda,  tallada  en  trozos  cúbicos  y  lajas, 
entre  las  cuales  no  se  ve  más  cemento  que  el  barro  arenoso  común  del 
lugar,  y  donde  las  junturas  no  han  salido  perfectas,  por  la  talla  irregular 
de  las  piedras,  éstas  han  sido  calzadas  por  medio  de  piedritas  chatas  y 
finas.  Sobre  la  piedra  se  aplicaba  una  capa  de  revoque  amarillo  de  tierra 
de  Misiones,  y  dicho  revoque  era  blanqueado  con  cal. 

«Del  revoque  y  la  cal  quedan  muestras  en  la  iglesia  y  en  el  colegio. 
Aquélla  estaba  pavimentada  con  baldosas  de  barro  cocido. 

«Su  pared  Oeste  no  presenta  más  abertura  que  una  puerta  en  el  fondo 
para  dar  acceso  á  una  habitación  que  ponía  en  comunicación  la  iglesia  con 
el  cementerio.  En  esa  pared  se  ven,  de  5  en  5  metros,  unos  canales  ó  hue- 
cos verticales  que  fueron  ocupados  por  vigas  ó  columnas  de  madera  en  las 
que  se  apoyaba  el  armazón  del  techo,  que  no  menos  de  diez  metros  de  alto 
debió  tener.  El  ancho  de  los  huecos  muestran  que  las  vigas  debieron 
medir  35  centímetros  en  cuadro.  Hoy  no  se  encuentran  ejemplares  de  ellas, 
porque  fueron  destruidas  por  el  incendio. 

«En  la  pared  Este  se  encuentran  los  mismos  huecos,  así  como  en  algu- 
nos cuartos.  Dicha  pared  presenta  varias  aberturas,  de  las  que  la  primera 
es  una  puerta,  y  da  al  bautisterio.  Sigue  una  ventana,  una  puerta,  y  dos 
ventanas  más  que  daban  al  claustro,  hoy  destruido,  que  corría  por  todo  ese 
lado  de  la  iglesia,  limitando  el  patio  del  colegio.  Ese  claustro  ó  galería 
tenía  2  metros  50  de  ancho,  y  sus  intercolumnios  4  metros  40  de  luz. 

«Miradas  las  puertas  y  ventanas  desde  afuera,  vense  á  su  alrededor 
hermosos  dibujos  en  relieve,  algunos  representando  racimos  de  uvas  con 
hojas.  De  esas  aberturas,  unas  tienen  1  metro  70,  y  otras  1  metro  65:  y  sus 
formas  difieren.  La  puerta  tiene  en  lo  alto  una  gran  piedra  semicircular, 


-702- 

toda  esculpida.  La  puerta  cuya  fotografía  se  adjunta,  y  que  ha  sido  tam- 
bién descripta  por  el  Sr.  Ambrosetti,  puede  dar  idea  de  los  dibujos. 

«Me  ha  llamado  la  atención  la  insistencia  con  que  en  éstos  aparecen, 
tanto  en  San  Ignacio,  como  en  otras  ruinas,  el  fruto  y  las  hojas  de  la  vid. 
¿Por  qué  este  tema  ornamental  enamoraba  tanto  á  los  Jesuítas?  En  las 
Reducciones  se  cultivaba  la  vid,  y  se  hacía  vino,  el  cual  era  llamado 
Cang-uí. 

<A  la  derecha  de  la  iglesia,  al  fondo,  está  la  sacristía,  que  con  la  otra 
pieza  de  la  izquierda,  de  que  ya  hablé,  y  el  cuerpo  principal  de  la  iglesia, 
forma  cruz. 

«Del  campanario  no  he  hallado  rastros,  lo  cual  se  explica,  pues  era  de 
madera.  Estaba  á  la  derecha  del  templo,  entre  su  entrada  y  la  del  colegio. 


«El  Colegio 

«Al  salir  de  la  iglesia,  por  la  puerta  lateral  de  que  hace  poco  hablé,  se 
tiene  en  frente  un  espacioso  corralón,  como  allí  le  llaman,  de  unos  cin- 
cuenta y  cinco  metros  de  N.  á  S.  por  unos  145  metros  de  E.  á  O.,  el  cual 
está  actualmente  plantado  de  maíz.  Es  nada  menos  que  el  recinto  del  anti- 
guo colegio,  cuyas  principales  habitaciones  quedan  á  la  derecha  y  se  ven 
aún,  y  cuyos  muros  exteriores  se  alzan,  a  medias,  á  nuestra  derecha  y  á 
nuestra  izquierda.  El  muro  del  frente  tiene  3  metros  50  de  alto.  De  las 
demás  construcciones,  de  piedra  y  de  adobes,  que  ese  vasto  recinto  ence- 
rraba, y  cuya  situación  marco  en  el  plano,  no  quedan  sino  restos  informes. 
Tales  son  las  hileras  de  cuartos  situados  al  Norte,  al  Este,  y  en  medio  del 
corralón. 

«A  la  sacristía  da  acceso  la  magnífica  puerta  ya  citada:  y  después  sigue 
una  pieza  con  muchos  dibujos  esculpidos,  quizás  la  más  admirable  de 
todas. 

«Tras  esa,  en  el  mismo  rumbo,  vienen  siete  más,  iguales,  de  cinco 
metros  60,  en  sentido  E.  O.,  por  7  metros  15  en  sentido  N.  S.  No  se  comu- 
nican entre  sí,  pero  todas  tienen  una  puerta  al  patio  del  colegio,  y  opues- 
tamente, hacia  la  huerta,  una  ventana  y  una  puerta.  Por  dentro  y  arriba  de 
la  ventana,  hay  en  todas  un  nicho  circular,  que  debió  servir  para  alojar  la 
efigie  de  algún  santo. 

«Todas  tienen,  en  los  mismos  sitios,  señales  de  haberse  colgado  hama- 
cas; que  eran  las  camas  de  los  Padres. 

« La  última  de  esas  piezas  comunica  por  una  puerta  chica  con  la 
siguiente,  la  cual  difiere  de  las  anteriores  en  tamaño  y  número  de  abertu- 
ras, pues  tiene  7  metros  de  E.  á  O.  por  7  metros  15,  ancho  general:  y  dos 
puertas  en  cada  frente. 

«Por  estas  y  otras  circunstancias,  juzgo  que  haya  sido  el  refectorio  del 
colegio;  y  también  porque  la  pieza  que  sigue,  menor,  parece  haber  sido 
despensa,  pues  tiene  un  sótano  que  descubrí  por  un  tragaluz  exterior. 

«Desobstruyendo  la  entrada  con  mucho  trabajo  y  bajando  una  escalera 
de  piedra  de  seis  peldaños,  pude  llegar  al  piso  del  sótano,  repartición,  que, 
tratándose  de  ruinas  jesuíticas,  está  forzosamente  rodeada  de  misterios,  á 
consecuencia  de  las  leyendas  sobre  tesoros  escondidos,  y  otras  que  allí 


-703- 

circulan.  En  este,  que  tiene,  2,50  metros  por  3,  y  está  encajado  entre  muros, 
encontré  algo  como  para  dar  pábulo  á  las  leyendas.  Al  lado  de  restos  huma- 
nos muy  antiguos,  vi  un  cántaro  roto,  y  debajo  de  uno  de  sus  fragmentos, 
un'coKTADO,  de  plata.  Alrededor,  la  tierra  removida  de  muchos  años  atrás. 
Cualquiera  se  imagina  el  cántaro  lleno  de  monedas  de  oro  y  plata,  desen- 
terrado y  vaciado  de  su  precioso  contenido.  Los  restos  dejan  presumir  un 
drama,  {dónde  no  daremos  con  alguno? 

«La  puerta  interior  del  refectorio,  que  comunica  con  la  pieza  del  sótano, 
que  yo  creo  despensa,  ostenta  magníficos  relieves  semejantes  á  los  que  se 
hallan  en  otras  partes  de  las  ruinas. 

«Las  puertas  exteriores  tienen  delante  una  amplia  y  hermosa  escali- 
nata, con  gradas  de  piedra  de  una  sola  pieza,  por  donde  se  baja  al  patio  y 
á  la  huerta,  respectivamente. 

«Por  fin,  después  de  la  despensa,  viene  una  última  pieza  que  juzgo  fuera 
la  cocina,  pues  comunica  con  la  anterior  por  sólo  una  ventana  de  1  metro 
cuadrado  y  á  un  metro  del  suelo,  por  donde  se  pasaba  la  comida,  que  de 
allí  era  llevada  al  refectorio. 


«Galerías 

«Tanto  en  frente  como  detrás  de  los  cuartos,  corrían  galerías  de  2 
metros  50  de  ancho,  y  á  1  metro  10  sobre  el  nivel  del  patio  y  la  huerta.  Esa 
elevación  era  artificialmente  procurada  por  medio  de  terraplenes  que  aun 
subsisten,  y  otro  tanto  sucedía  con  las  demás  galerías. 

«Todas  eran  cubiertas  con  techo  de  tejas,  sostenido  con  columnas  de 
piedra,  y  delante  y  atrás  de  las  habitaciones  principales  del  colegio,  había, 
además,  y  aun  se  conserva  en  parte,  una  barandilla  de  1  metro  10  de  alto, 
sostenida  por  balaustres  de  piedra  labrada  de  diferentes  formas.  Las  esca- 
linatas de  que  ya  hablé,  están  limitadas  también  á  los  lados  por  hermosas 
balaustradas  de  piedra. 

«En  el  ángulo  que  forma  la  sacristía  con  el  colegio  al  Sur,  he  descu- 
bierto una  escalera  de  piedra,  subiendo  la  cual,  y  caminando  por  un  pasillo 
sobre  las  paredes,  he  ido  á  dar  cerca  de  la  puerta  principal  de  la  iglesia. 
¿Qué  objeto  tenían  esa  escalera  y  pasillo?  ¿Conducir  al  coro  ó  al  pulpito? 
Pero,  ¿por  qué  usar  para  eso  una  escalera  exterior  y  hacer  tanto  camino? 
Al  campanario,  según  el  Padre  Gay,  se  subía  por  una  escalera  que  había 
en  el  patio  del  colegio. 

«Este  patio  tenía  unos  50  metros  por  90,  incluso  corredores;  y  estaba 
limitado,  menos  por  el  lado  de  la  iglesia,  por  hileras  de  habitaciones,  unas 
de  piedra  y  otras  de  adobes.  Estas  últimas  eran  las  que  corrían  de  Norte  á 
Sur,  dejando  al  Este  un  segundo  patio  rodeado  de  cuartos  de  adobes.  En 
estos  cuartos  tenían  los  Jesuítas  sus  escuelas  y  talleres,  pues  los  indios 
recibían  cierta  instrucción  elemental,  en  Guaraní  exclusivamente,  y  una 
parte  de  ellos  era  iniciada  en  diversos  oficios  manuales. 

«Es  curioso  que  el  patio  del  colegio  no  tenga  piedra  en  O  metro  50  de 
profundidad,  pues  todos  estos  terrenos  la  tienen  en  forma  de  pedregullo. 
Es  indudable  que  los  Jesuítas  la  extrajeron.  En  dicho  patfo  no  se  ve  tam- 
poco un  solo  naranjo,  mientras  que  en  la  huerta  y  en  el  pueblo  los  hay  á 


-704- 

millares:  y  es  su  fruta,  en  la  época  propicia,  un  recipiente  henchido  del 
más  aromático  y  exquisito  almíbar. 


«La  Huerta 

«Detrás  del  colegio,  la  iglesia  y  parte  del  cementerio,  existe  en  una 
superficie  algo  mayor  de  tres  hectáreas,  la  que  fué  huerta  de  los  Padres, 
hacia  la  cual  miraban  las  aberturas  de  los  cuartos  que  ellos  habitaban.  La 
imaginación,  transportándonos  á  un  siglo  y  medio  atrás,  nos  muestra  á  los 
reverendos  respirando  la  fresca  brisa  de  las  tardes  estivales,  apoyados  en 
la  barandilla  de  piedra  de  la  galería,  mientras  sus  ojos  se  recreaban  en  la 
vista  de  los  árboles  y  demás  lozanas  plantas  de  la  huerta. 

«Hoy  conserva  ésta  su  carácter  de  tal,  porque  los  pobladores  de  San 
Ignacio  la  han  hallado  propia  para  sus  plantíos,  pero  la  brisa  ya  no  orea  la 
frente  sudorosa  de  los  Padres,  sino  que  con  un  no  sé  qué  de  sarcástico, 
juega  con  los  heléchos  que  crecen  en  las  grietas  de  la  galería  arruinada  y 
desierta.  Los  Jesuítas  duermen  en  lejanas  tierras  adonde  fueron  expulsa- 
dos, el  último  sueño:  y  las  cenizas  de  los  indios  se  confunden  con  la  madre 
tierra. 


«El  Cementerio 

«El  Cementerio  se  halla  á  la  izquierda  de  la  iglesia,  formando  un  corra- 
lón del  mismo  fondo  que  ella,  por  65  metros  de  frente.  Según  Gay,  estaba 
cruzado  por  calles  de  árboles.  Yo  he  encontrado  cruces  y  restos  humanos. 
Según  Doblas,  los  restos  de  los  Guaraníes  se  consumían  rápidamente  y 
completamente  y  lo  atribuía  á  que  los  indios  «no  comían  sal  por  no  tener, 
pues  eran  muy  glotones  de  ella».  Las  losas  eran  mu}^  simples,  de  piedra  ó 
ladrillo,  con  el  nombre  del  difunto  y  la  fecha  de  la  muerte  grabados. 

«He  aquí  una  de  esas  inscripciones:  Juliana  Aray  oma/no  a  19 
Novíe/mbre.  Año,'  1705.  Otra:  Año  1760/ Atanasio  Mba/racayá. 

«Si  se  trabajara  un  poco  en  sacar  la  espesa  capa  de  tierra  y  detritus 
que  cubre  todo,  se  encontrarían  muchas  losas.  Pero  para  eso,  como  para 
las  demás  investigaciones  que  podrían  hacerse  hasta  restaurar  por  com- 
pleto el  antiguo  pueblo,  se  necesita  tiempo  y  dinero, 

«El  Cementerio  comunicaba  con  la  calle  por  un  portón;  y  con  la  iglesia 
por  una  pieza  de  que  ya  hablé. 

«A  la  izquierda  del  Cementerio  se  ven  las  ruinas  del  Asilo-hospital  que 
tenían  todos  los  pueblos.  En  él  eran  recogidos  todos  los  ancianos  y  las 
viudas  y  doncellas  sin  amparo. 


«Las  construcciones 

«No  he  encontrado  en  las  ruinas  el  ladrillo  común  que  entra  en  todos 
nuestros  edificios.  En  las  paredes  entra  la  piedra  labrada  y  sin  labrar:  las 
lajas,  que,  como  se  sabe,  son  naturalmente  planas  por  dos  de  sus  lados  y  se 


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sacan  de  la  cantera  por  simple  separación:  y  el  adobe  grande,  de  una  sola 
clase,  empleado  en  edificios  de  menor  cuantía. 

«En  cambio,  he  encontrado  tejas,  tejuelas  y  baldosas  de  barro  cocido. 
>Las  últimas  son  pentagonales,  exagonales  ú  octogonales;  y  para  llenarlas 
soluciones  de  continuidad  se  fabricaban  otras  más  pequeñas  con  las  formas 
convenientes. 

«El  piso  de  las  iglesias  y  el  de  todos  los  cuartos  tenían  esa  clase  de 
baldosa.  En  el  techo  de  aquél  había  tejuelas  debajo  de  las  tejas,  pues  bajo 
la  tierra  y  los  detritus,  en  el  suelo,  se  encuentran  mezcladas  unas  y  otras. 

«Creo  de  más  decir  que  todos  los  materiales  de  construcción  eran  fabri- 
cados en  «los  pueblos». 

«De  tres  clases  son  los  muros  que  se  encuentran  en  San  Ignacio.  1.° 
muro  de  piedra  labrada,  empleado  en  el  colegio  y  casas:  2.",  muro  de  piedra 
sin  labrar  empleado  en  la  huerta:  3.*^,  muro  mixto  de  piedra  labrada  y 
lajas,  que  se  ve  en  el  fondo  de  la  iglesia  y  en  el  colegio. 

«Defensas 

«Es  indudable,  y  Gay  lo  dice,  que  los  Jesuítas  atrincheraban  y  foseaban 
sus  pueblos,  lo  cual  no  lo  hacían  ciertamente  por  lujo,  sino  por  la  necesidad 
de  defenderlos  contra  los  ataques  de  los  indios  salvajes,  que  tanto  perjudi- 
caron á  las  Reducciones,  ya  juntos  á  los  paulistas,  ya  solos. 

«Alrededor  de  San  Ignacio  existen  rastros  de  trinchera  y  foso,  habiendo 
sido  la  primera  de  adobes,  ó  simplemente  de  tierra  amontonada.  También 
en  Apóstoles  hay  una  línea  de  defensas. 

«Orientación  del  Pueblo 

«Mis  observaciones  sobre  ella  me  han  demostrado  dos  cosas:  que  los 
Jesuítas  se  guiaron,  para  el  arrumbamiento  de  sus  pueblos,  por  la  brújula; 
y  que  la  declinación  magnética  era,  cuando  la  fundación  de  San  Ignacio, 
año  de  1696,  de  8°  28'  oriental,  mientras  que  hoy  es  sólo  de  3°  20'. 

«No  puede  haber  sido  de  otro  modo;  pues  desde  que  las  calles  y  muros, 
que  tienen  todos  la  misma  orientación,  no  están  orientados  al  Norte  verda- 
dero, es  porque  los  Jesuítas  tomaron  otro  rumbo:  y  ése  fué  el  que  les  mar- 
caba la  brújula,  y  no  uno  arbitrario.» 
(QuEiREL,  Ruinas,  pág.  17.) 


Nüm.  69. 

1803— Nuevo  Gobierno  de  las  Doctrinas 

«El  Rey. — Virrey,  Gobernador  y  Capitán  general  de  las  provincias  del 
Río  de  la  Plata  y  Presidente  de  mi  Real  Audiencia  de  Buenos  Aires:— A 

45    Organización  Social  de  las  Doctrinas  Guaraníes.— tomo  ii. 


-706- 

consulta  de  mi  Supremo  Consejo  de  Indias  de  '_*7  de  Abril  de  1778,  me 
serví  aprobar,  con  la  calidad  de  por  ahora,  las  Ordenanzas  é  instrucciones 
formadas  por  el  Capitán  general  de  esas  provincias  para  el  sucesivo 
gobierno  de  los  treinta  pueblos  de  indios  Guaraníes  y  Tapes,  situados  en 
las  riberas  de  los  ríos  Paraná  y  Uruguay,  con  las  adiciones  y  prevenciones 
que  me  propuso  el  referido  mi  Consejo,  en  virtud  de  los  expedientes  que 
se  le  habían  pasado  del  Extraordinario:  siendo  una  de  ellas  que  el  Gober- 
nador diese  cuenta  de  los  efectos  que  produjera,  sin  que  desde  entonces  se 
hubiese  recibido  noticia  de  las  resultas,  hasta  que  en  veinticinco  de  Enero 
de  mil  setecientos  noventa  y  cinco,  el  Superintendente  de  la  extinguida 
Dirección  de  Temporalidades  expresó  que  en  el  espacio  de  doce  años,  úni- 
camente se  había  expedido  una  sola  providencia  circular,  en  treinta  y  uno 
de  Enero  de  mil  setecientos  ochenta  y  cuatro,  dirigida  al  \'irrey,  al  Supe- 
rintendente y  Reverendo  Obispo  de  Buenos  Aires  y  Paraguay,  para  que 
informaran  individualmente  del  gobierno  espiritual  y  temporal  de  las 
Misiones  que  estuvieron  á  cargo  de  los  Regulares  de  la  Compañía:  no 
habiendo  llegado  el  caso  de  que  se  evacuasen  dichos  informes,  me  serví 
resolver  que  el  mencionado  mi  Consejo  me  consultase  lo  que  se  le  ofre- 
ciera y  pareciera,  teniendo  presentes  los  antecedentes  que  existían  en  él, 
acerca  del  gobierno  espiritual  y  temporal  de  los  referidos  pueblos,  y  cuál 
sea  el  que  más  les  convenga. 

«De  las  cartas  é  informes  que  se  han  tenido  presentes  del  Virrey  que 
fué  de  esas  provincias  Marqués  de  Aviles,  vSuperintendente  D.  Francisco 
de  Paula  Sanz,  Reverendo  Obispo  del  Paraguay,  su  Cabildo,  y  el  Admi- 
nistrador general  D.  Manuel  Cayetano  Pacheco;  resulta  que  el  funesto 
gobierno  de  comunidad,  con  que  se  han  dirigido  hasta  ahora  dichos  pueblos, 
es  el  más  ruinoso  para  ellos,  y  que  subsistiendo,  jamás  tendrán  conocido 
adelantamiento.  El  mencionado  Virrey,  evacuando  el  informe  que  estaba 
pedido,  en  su  carta  de  ocho  de  Marzo.de  mil  ochocientos,  después  de  pro- 
poner los  medios  convenientes  que  le  parecieron  corresponder  á  la  natural 
constitución  civil  de  aquellos  naturales,  propuso  se  les  diese  libertad  como 
á  los  españoles,  restituyéndoles  sus  propiedades  individuales,  la  patria 
potestad,  y  que  viviesen  con  la  seguridad  establecida  por  las  leyes,  gober- 
nándose según  ellas,  y  observando  las  Ordenanzas  del  país,  en  lo  que  sean 
adaptables,  y  las  del  capitán  general  Bucareli,  en  lo  que  convengan  á  las 
críticas  circunstancias  de  pasar  de  un  estado  ignorante  y  rudo,  á  otro  ilus- 
trado y  libre:  extinguiéndose  las  encomiendas  del  Paraguay  y  de  los  pue- 
blos mitayos,  de  las  Misiones  del  Paraná  y  Uruguay:  habiéndose  resuelto 
dicho  mi  Virrey  en  consecuencia  de  mi  Real  orden  de  treinta  de  Noviem- 
bre de  noventa  y  ocho,  á  dar  libertad  á  trescientos  padres  de  familias,  á 
quienes  se  adjudicaron  tierras  y  ganados,  con  la  única  moderada  carga  de 
un  peso,  que  había  tiempo  se  les  señaló:  con  cuya  providencia  esperaba 
lograr  avivar  la  energía  de  espíritu  de  los  demás.  Y  en  efecto,  continuando 
las  noticias  que  comunicó  dicho  Virrey  en  su  carta  referida  de  ocho  de 
Marzo  de  mil  ochocientos,  expuso  que  era  inexplicable  el  júbilo  de  aque- 
llos pueblos  por  la  libertad  que  dio  á  trescientos  padres  de  familias  por 
auto  de  diez  y  ocho  de  Febrero  de  dicho  año,  según  se  lo  habían  informado 
los  Curas  y  Cabildo,  habiéndose  dedicado  á  reedificar  sus  habitaciones,  al 
abono   de  sus   terrenos  particulares,  y  demás  servicios  de  agricultura  é 


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industria,  hallándose  ya  en  la  posesión  de  la  exención  de  los  trabajos  de 
comunidad,  y  de  los  demás  derechos  de  que  habían  carecido  aquellos 
indios,  seis  mil  doscientos  doce  de  ambos  sexos  y  de  todas  edades,  viviendo 
con  sus  respectivas  familias.  Y  concluyó  expresando  las  varias  providen- 
cias que  había  tomado  para  llevar  adelante  el  sistema  de  libertad  de  los 
referidos  pueblos. 

«Visto  en  el  expresado  mi  Consejo,  con  lo  informado  por  su  Contaduría 
general,  y  lo  que  expuso  mi  Fiscal,  y  consultádome  sobre  ello  en  veinte 
y  tres  de  Noviembre  del  año  último:  He  venido  en  mandar  se  reduzcan 
dichos  pueblos  al  nuevo  sistema  de  libertad  de  los  indios  Guaraníes  pro- 
puesto y  principiado  á  ejecutar  con  buen  suceso  por  mi  Virrey  que  fué  de 
esas  provincias.  Marqués  de  Aviles.  Y  para  que  aquél  se  verifique  con  las 
ventajas  que  son  consiguientes,  es  muy  conveniente  la  reunión  de  dichos 
pueblos  bajo  de  un  solo  gobierno,  que  comprenda  todas  las  Misiones  de 
ellos,  como  lo  están  las  de  Maynas,  Mojos  y  Chiquitos.  A  cuyo  fin  he  venido 
en  conferir  el  gobierno  militar  y  político,  que  he  tenido  á  bien  crear  por  mi 
Real  decreto  de  veinte  y  ocho  de  Marzo  de  este  año,  al  Teniente  Coronel 
D.  Bernardo  de  Velasco,  para  que  tenga  el  mando  de  los  treinta  pueblos 
de  Misiones  Guaraníes  y  Tapes,  con  total  independencia  de  los  gobiernos 
del  Paraguay  y  Buenos  Aires,  bajo  los  cuales  se  hallan  divididos  en  el  día, 
por  ser  tan  importante  la  creación  de  un  gobierno  en  aquel  paraje.  Y  he 
venido  asimismo  en  mandar  se  incorporen  inmediatamente  á  mi  Real 
Corona  cuantas  encomiendas  subsistan  en  el  Paraguay  contra  mis  Reales 
Cédulas,  ejecutadas  ya  en  la  mayor  parte  de  mis  dominios  de  América,  sin 
admitir  á  los  detentores  recurso  que  embarace  su  efectiva  reversión,  por 
no  poder  asistirles  motivo  justo  para  ello.  Extendiéndose  esta  mi  soberana 
resolución  á  los  antiguos  mitayos:  procurando  persuadir  con  suavidad  á 
los  indios  el  pago  del  tributo  en  la  cuota  establecida.  Que  á  todos  se  repar- 
tan sin  escasez  tierras  y  ganados  de  los  sobrantes  para  su  subsistencia  y 
la  de  sus  familias,  y  para  fomento  de  su  agricultura  é  industria;  y  además 
se  señalen  las  competentes  para  propios  ó  bienes  de  comunidad,  ejidos, 
dehesas  y  demás  necesidades,  con  arreglo  á  las  leyes  y  Ordenanzas  de 
población,  sin  limitarse  una  legua  por  cada  viento,  puesto  que  abunda 
terreno  para  todos.  Que  se  cuide  mucho  de  que  en  sus  límites  no  adquieran 
haciendas  los  españoles,  por  haber  acreditado  la  experiencia  que  con  el 
tiempo  se  han  alzado  con  todas  ó  la  mayor  parte  de  las  de  los  indios.  Y 
mando  se  prohiba  á  éstos  vender  las  que  se  les  repartan,  para  que  perse- 
veren como  vinculadas  en  sus  familias,  y  se  apliquen  á  tenerlas  cultivadas 
y  pobladas  de  ganados.  Que  en  todos  los  pueblos  se  establezca  escuela  de 
idioma  castellano,  situando  el  salario  de  los  maestros  sobre  los  propios  ó 
bienes  de  comunidad,  con  prohibición  absoluta  de  recibir  interés,  gratifi- 
cación ni  adehala  en  frutos  ni  especies,  para  que  ninguno  se  retraiga  de 
asistir  ó  enviar  á  los  que  de  él  dependan,  cuidando  de  poner  esta  ense- 
ñanza tan  cristiana  en  lo  esencial,  civil  y  político  á  cargo  de  personas  de 
instrucción,  probidad  y  conducta,  por  el  influjo  grande  que  puede  tener  en 
los  discípulos  por  su  tierna  edad.  Que  con  igual  esmero  se  provean  los 
Curatos  de  dichos  en  sujetos  de  conocida  suficiencia,  virtud  y  demás  buenas 
prendas,  con  la  carga  de  mantener  los  Vicarios  necesarios  á  la  buena  admi- 
nistración espiritual  de  todos  los  fieles  de  su  distrito:  asignando  vos,  con 


-708- 

acuerdo  de  los  Prelados  de  Buenos  Aires  y  Paraguay,  el  sínodo  compe- 
tente para  su  honesta  sustentación,  sobre  el  ramo  de  tributos:  dándoles  á 
entender  que  el  mérito  y  servicios  que  contraigan,  será  atendido  y  recom- 
pensado con  su  promoción  á  otros  beneficios  más  apreciables,  sin  exclusión 
de  prebendas  y  dignidades  de  las  iglesias  Catedrales,  procurando  proveer 
siempre  estos  Curatos  en  personas  de  legítimo  nacimiento,  educación  é 
instrucción  correspondiente.  Y  últimamente,  he  venido  en  aprobar  las 
providencias  del  citado  mi  Virrey,  Marqués  de  Aviles,  y  en  haceros  el  más 
estrecho  encargo  de  que  hasta  que  se  logre  el  total  arreglo  y  nuevo  plan 
del  gobierno  de  dichos  pueblos,  deis  cuenta  anualmente  de  su  estado  y  pro- 
gresos, proponiendo  cuanto  creáis  apropósito  para  su  adelantamiento  y 
perfección.  Todo  lo  cual  os  participo  para  que,  como  os  lo  mando,  tenga  su 
puntual  cumplimiento  la  referida  Real  resolución,  que  comunicaréis  á  los 
Gobernadores  del  Paraguay  y  el  de  los  citados  pueblos,  y  demás  á  quienes 
corresponda,  por  ser  así  mi  voluntad.  Fecha  en  Aranjuez,  á  diez  y  siete  de 
Mayo  de  mil  ochocientos  tres. 

«Yo  EL  Rey» 

«Por  mandado  del  Rey  nuestro  Señor, — Silvestre  Collar.» 
(Sevilla:  Arch.  de  Indias:  125.  7-6.) 


Ntim.  70. 

1643— Testimonio  laudatorio  del  Illmo.  Cárdenas  en  favor 
de  los  Misioneros 

«Padre  mío:  Ese  papel  sacado  en  limpio,  acabado,  sellado  y  autori- 
zado, querría  enviarle  ahora:  pero  no  ha  podido  ser  con  la  priesa  de  los 
indios,  y  no  detenerlos.  Harélo  más  de  espacio.  Y  así  ahora  envío  este 
borrador  contra  los  que  quieren  borrar  las  virtudes  de  la  Compañía  de 
Jesús,  para  que  le  vea  nuestro  P.  Provincial,  y  alabe  la  providencia  de 
Dios,  que  para  cuando  los  Virreyes  mal  informados  habían  de  enviar  orden 
que  visitase  con  cuidado  al  Paraná,  el  Obispo  le  tuvo  tan  apropósito  para 
el  servicio,  honor  3^  alabanza  de  la  Compañía,  que  aunque  cualquiera  lo 
fuera,  pero  ninguno  tanto  como  yo.  Esto  es  seguro.  Y  firmo  de  mi  nombre. 
— Siervo  de  V.  P. 

«Jesús.  Fr.  Bernardino,  Obispo  del  Paraguay. 


709- 


Núm.   71. 

1643— Grandes  alabanzas  que  á  las  Doctrinas  da  el  Illmo.  Sr.  Cárdenas 
Obispo  del  Paraguay,  en  carta  al  P.  José  Cataldino 

«Jesús,  María,  Josef.  Padre  mío:  Llegué  á  esta  reducción  de  mi  glo- 
rioso San  Ignacio,  donde  sus  hijos  de  V.  P.  y  Padres  míos  Adriano,  y  Sil- 
verio  y  Luis,  me  han  hecho  tantas  honras  y  regalos,  cual  no  sabré  expli- 
car: que  estimo  como  es  razón;  y  en  especial  los  espirituales  que  ha 
recibido  mi  alma  de  ver  tanta  virtud  y  santidad,  y  cosas  dignas  de  eternas 
alabanzas,  de  que  las  doy  infinitas  á  Dios  y  á  toda  la  Compañía  de  Jesús, 
en  cuyo  servicio  voy  haciendo  y  haré  cosas  de  mucha  importancia  á  su 
honor  y  defensa,  en  orden  á  desmentir  calumnias  y  testimonios  falsísimos, 
é  informaré  de  estas  verdades  puras  que  voy  viendo,  hechas  en  tanto  ser- 
vicio de  Dios  y  del  Rey  y  salvación  de  tantas  almas,  de  las  cuales  conviene 
dar  noticia  y  relación  fidedigna  al  Sr.  Virrey,  y  á  la  Real  Audiencia  y 
Tribunales  mal  informados,  j  Y  éste  es  el  principal  motivo  de  venir  al 
Paraná.  Aunque  no  sé  si  las  cosas  tan  exorbitantes  del  Paraguay  me  han 
de  dejar  pasar  tan  presto.  Porque  ayer  tuve  aviso  de  puntos  que  piden  for- 
zoso remedio:  y  para  esto  es  fuerza  enviar  mensajero  y  esperar  la  res- 
puesta y  resulta:  de  la  cual  depende  necesariamente  mi  determinación  de 
pasar  á  esas  Reducciones  ó  volver  al  Paraguay,  por  la  obligación  tan 
grande  que  hay  de  defender  la  jurisdicción  de  la  Iglesia. 

En  este  punto  dejé  esta  carta  hasta  ver  la  resulta  del  Paraguay.  Y  ha 
sido  tal,  que  me  fuerza  el  ir  luego  allá,  y  diferir  con  dolor  de  mi  alma  la 
ida  á  esas  Reducciones  santas,  y  gozar  de  la  vista  de  V.  P.  muy  Reverenda 
y  de  todos  esos  mis  PP.,  para  ocasión  de  más  gusto  y  de  espacio,  y  libre  de 
inconvenientes  como  los  hay  ahora  en  particular.  Yo  tengo  que  ordenar 
algunas  cosas  odiosas  al  Paraguay:  y  no  quiero  que  resulten  en  mayor 
odio  del  que  tienen  á  la  Compañía  los  de  esta  tierra,  si  pensasen  que  eran 
consejos  de  la  Compañía,  por  los  cuales  piensan  que  me  gobierno:  y  yo 
pienso  que  no  errara  haciéndolo  así.  En  lo  demás  me  remito  al  que  dejo  ir 
con  dolor  y  contra  mi  voluntad,  porque  quisiera  tenerle  al  lado  de  mi 
corazón  para  calentarme  al  calor  de  su  fervor  y  ejemplo,  que  es  mi  P.  Sil- 
verio  Pastor,  que  dará  razón  á  V.  P.  como  carta  viva.  Estelo  su  persona 
de  V.  P.  y  de  todos  esos  mis  Padres  por  muchos  años,  como  deseo.  De  San 
Ignacio,  cinco  de  Octubre  de  mil  seiscientos  y  cuarenta  y  tres. — Besa  la 
mano  de  V.  P.  su  siervo  y  Capellán.— Jesús,  Fr.  Bernardino,  Obispo  del 
Paraguay.» 

(Chile:  Bibl.  Nac— Mss.  Archivo  de  Jesuítas,  vol.  273.) 


-710 


Núm.  72. 

1643— Juicio  muy  favorable  del  Illmo.  Sr.  Cárdenas,  después  de  visitar 
la  Reducción  de  los  Jesuítas  llamada  San  Ignacio  del  Paraguay 

«Annua  de  la  Reducción  de  San  Ignacio  del  Paraguay,  año  1643.» 

«Pax  Christi.  Por  este  año,  dejando  todo  lo  demás  que  puedo  decir, 
que  no  es  poco,  referiré  solamente  lo  que  escribió  el  Illmo.  y  Rmo.  señor 
don  Fr.  Bernardino  de  Cárdenas,  Obispo  del  Paraguay,  á  uno  de  los  Padres 
de  la  Reducción,  luego  que,  después  de  haber  visitado  la  dicha  Reducción 
como  Obispo,  llegó  al  pueblo  de  Yaguarón:  que  dice  así,  y  es  todo  de  mano 
de  S.  lUma. 

«Nos,  D.  Fr.  Bernardino  de  Cárdenas,  por  la  misericordia  divina  y 
de  la  Santa  Sede  Apostólica  Obispo  del  Paraguay,  del  Consejo  de  S.  M. 

«Habiendo  visitado  el  pueblo  y  reducción  del  glorioso  Patriarca  San 
Ignacio,  que  está  á  cuidado  de  la  sagrada  Compañía  de  Jesús,  y  al  pre- 
sente de  los  RR.  PP.  Adriano  Crespo  y  Luis  Cobo,  á  los  cuales  también 
visitamos  en  lo  que  tiene  declarado  y  ordenado  el  Rey  nuestro  Señor  y  su 
Real  Consejo,  y  se  practica  en  el  Reino  del  Perú  y  en  el  de  Nueva  Espa- 
ña, á  que  estuvieron  muy  prontos  y  obedientes: 

«Hallamos  que  debemos  declarar  y  declaramos  que  los  dichos  PP.  Adria- 
no Crespo  y  Luis  Cobo,  y  por  buena  consecuencia  y  buenos  efectos,  los 
demás  religiosos  antecedentes  á  ellos,  son  y  han  sido  no  sólo  buenos  y 
útiles  Curas  para  bien  y  salvación  de  las  almas,  y  para  descargo  de  la 
conciencia  de  S.  M.  y  de  la  de  los  Obispos:  sino  en  superlativo  grado,  boní- 
simos, útilísimos,  apostólicos,  ejemplares,  celosos,  caritativos,  prudentes, 
amables  á  los  indios,  vigilantisimos  para  su  salvación  y  para  el  servicio  de 
Nuestro  Señor,  de  que  son  pruebas  evidentes  el  aseo  y  curiosidad  de  las 
iglesias  y  altares,  el  esmero  en  el  culto  divino,  y  sus  alabanzas,  con  música 
y  cantares,  tan  diestros,  tan  bien  enseñados,  con  tantas  diferencias  de  ins- 
trumentos, que  es  cosa  digna  de  admiración:  y  más  la  vida  y  buenas  cos- 
tumbres de  los  indios,  la  frecuencia  de  los  Sacramentos  y  devociones,  la 
cristiandad  en  que  viven,  sin  amancebamientos,  sin  borracheras,  ni  hurtos, 
ni  otros  vicios:  sino  en  tan  buenas  costumbres,  que  nos  dan  segura  espe- 
ranza de  su  salvación.  Por  lo  cual  damos  mil  gracias  á  Nuestro  Señor,  y  á 
la  Compañía  de  Jesús,  y  á  los  dos  PP.  Adriano  Crespo  y  Luis  Cobo.  Y  en 
señal  de  agradecimiento,  ya  que  no  podemos  mostrarle  en  cosas  tan  gran- 
des como  quisiéramos,  les  damos  toda  nuestra  autoridad  y  facultad,  cuanta 
de  derecho  podemos,  para  todos  los  casos  en  que  la  hubieren  menester  y 
vieren  que  conviene: 

«Y  hacemos  nuestro  Vicario  foráneo  al  dicho  P.  Adriano  Crespo,  con 
toda  nuestra  facultad,  y  de  discernir  y  absolver  censuras  y  dispensar  en 
los  casos  á  Nos  reservados.» 

«Hasta  aquí  son  palabras  de  S.  lUma.» 

(Río  Janeiro,  Col.  Angelis,  XIX-44.) 


-711 


Nüm.  73. 

1644— Carta  del  lUmo.  Sr.  Cárdenas,  Obispo  del  Paraguay,  en  abono  de  las 
Doctrinas  y  de  todos  los  ministerios  de  los  Jesuítas  en  su  Obispado 

«Señor:  Por  ser  lo  principal  de  mi  oficio  de  Obispo  y  Pastor  de  estas 
Provincias  del  Paraguay,  el  atender  con  cuidado  á  informar  á  V.  Real 
Majestad,  (que  Dios  guarde  muchos  y  felices  años)  del  modo  y  más  eficaces 
medios  para  conservar  y  aumentar  en  ellas  la  ley  y  fe  divina,  procurando 
con  todas  veras  adelantarla  y  ensancharla  en  estas  extendidas  provincias 
con  nuevas  conversiones  de  infieles  naturales  dellas,  empresa  propia  y 
dedicada  por  los  sucesores  (sic)  de  Cristo  nuestro  Señor  y  Romanos  Pontí- 
fices al  católico  ardiente  pecho  y  celo  de  V.  M.  Católica,  purísimo  y  finí- 
simo defensor  de  la  fe  en  toda  la  Iglesia,  y  única  columna  della  en  todos 
estos  reinos,  y  Nuevo  Mundo;  me  ha  parecido  necesario  como  cosa  debida 
á  mi  oficio  y  al  descargo  de  la  Real  conciencia  de  V.  M.  y  de  la  mía,  pro- 
poner con  brevedad  y  llaneza  el  medio  más  eficaz  y  casi  único  para  todo  lo 
dicho,  y  para  conservar  y  poseer  V,  M.  en  paz  y  quietud  estas  provincias 
del  Paraguay,  suplicando  á  V.  M.  lleve  adelante  como  hasta  aquí  lo  ha 
hecho,  á  imitación  de  sus  antecesores  y  padres  de  gloriosa  memoria,  el 
ayudar,  fomentar  y  amparar  con  su  Real  patrocinio  y  socorro  á  los  celosos 
y  apostólicos  Religiosos  de  la  sagrada  y  apostólica  Religión  de  la  Compa- 
ñía de  Jesús  desta  provincia  del  Paraguay,  pocos  en  número,  pero  equiva- 
lentes á  muchos  en  el  celo  y  trabajos,  y  en  el  fruto  copioso  con  que  han 
acrecentado  á  la  Corona  de  V.  M.  Real  gran  cantidad  de  naciones,  y 
número  de  indios,  y  á  la  Iglesia  de  Cristo  fieles  hijos,  sacándolos  de  la 
esclavitud  del  demonio  y  de  la  vida  bárbara  y  como  de  bestias  que  tenían, 
sujetándolos  al  suave  yugo  de  Cristo,  buen  gobierno  y  policía  de  España, 
trabajando  no  menos  en  conservar  los  reducidos,  que  en  reducir  los  que 
faltan  y  habitan  como  salvajes  los  montes,  campos  y  desiertos  destas  dilata- 
dísimas provincias. 

«Digo,  pues,  Señor,  en  conformidad  de  lo  que  otras  veces  tengo  dicho  é 
informado  á  V.  M.  y  Consejeros,  de  los  Religiosos  de  la  Compañía  de  Jesús, 
que  tiene  V.  M.  en  esta  provincia,  en  el  poco  número  de  ellos,  unos  reno- 
vadores del  celo  y  espíritu  de  sus  primeros  Padres  San  Ignacio  y  San  Fran- 
cisco Javier,  coadjutores  incansables  de  los  Pontífices  de  la  Iglesia,  fieles 
servidores  y  vasallos  de  V.  M.,  y  que  aseguran  y  descargan  su  conciencia 
en  las  partes  donde  asisten,  con  el  trabajo  continuo  y  fruto  copioso  de  la 
conversión  y  conservación  en  buena  doctrina  de  las  almas. 

«Pero  llegando  más  en  particular,  digo.  Señor,  que  en  los  dos  ríos  del 
Paraná  y  Uruguay,  y  otras  partes  de  estas  provincias,  tienen  los  Religiosos 
de  la  Compañía  de  Jesús  veinte  y  dos  Reducciones  de  indios  muy  numero- 
sas: y  de  las  que  están  en  el  Paraná  y  Uruguay,  casi  todas  son  convertidas 
y  hechas  de  poco  tiempo  á  esta  parte  por  los  dichos  Religiosos:  y  asimesmo 


-712- 

reducidos  á  la  obediencia  de  V.  M.:  que  antes  ni  conocían  Dios  ni  Rey,  y 
eran  enemigos  de  españoles,  y  tenían  atemorizada  esta  tierra,  haciendo 
asaltos  á  los  pasajeros  y  á  los  pueblos  de  los  vasallos  de  V.  M.:  y  por  la 
doctrina  y  trabajos  de  los  dichos  Religiosos  están  ya  domesticados,  y  de 
bárbaros  é  incultos,  hechos  hombres  y  buenos  cristianos  y  fieles  vasallos 
de  V.  M.,  no  sin  costas  de  vidas  y  sangre,  que  gloriosamente  derramaron 
por  la  exaltación  de  la  santa  fe  algunos  de  ellos. 

«En  estas  Reducciones  asisten  continuamente  unos  cincuenta  Religiosos 
de  la  dicha  Compañía,  gloriosamente  ocupados  en  los  ministerios  dichos, 
descargando  seguramente  la  conciencia  de  V.  M.  y  mía  en  aquellas  par- 
tes, reduciendo  ellos  y  los  demás  de  la  dicha  Religión  cada  día  nuevos 
indios. 

«Y  es  del  todo  conveniente  al  servicio  de  Dios  y  de  V.  M.  y  Seguridad 
de  esta  provincia,  que  las  dichas  Reducciones  é  indios  estén  á  cargo  de  los 
dichos  Padres  de  la  Compañía,  porque  además  de  lo  dicho,  las  defienden 
con  valor  é  incansable  trabajo  de  las  continuas  guerras,  invasiones  y  robos 
que  los  Portugueses  de  la  villa  de  San  Pablo  de)  estado  del  Brasil  hacen  y 
han  hecho  amenudo  en  aquellas  provincias  de  la  corona  de  Castilla:  para 
cuya  defensa  han  hecho  y  hacen  los" dichos  Religiosos  grandes  gastos  á  su 
costa,  con  armas,  municiones  y  demás  pertrechos  de  guerra:  por  cuya  dili- 
gencia y  medio  se  han  defendido  de  algunos  años  á  esta  parte:  y  se  tiene 
por  cierto  que  en  faltando  esta  defensa,  fácilmente  serían  destruidas  las 
dichas  Reducciones  y  las  demás  destas  provincias  del  Paraguay,  3^  sus 
naturales  reducidos  á  esclavitud:  y  con  algún  riesgo  de  esta  ciudad  de  la 
Asunción;  que  son  no  pequeña  defensa,  y  como  fronteras  de  tales  enemigos 
las  dichas  Reducciones  del  Paraná  y  Uruguay,  con  sus  indios  y  armas,  y  con 
la  asistencia  de  los  dichos  Padres  de  la  Compañía:  que  sin  ellos  no  podría 
sustentarse  aquello,  por  estar  necesariamente  muy  distantes  de  los  pueblos 
de  españoles,  y  no  poder  tener  ni  haber  tenido  ayuda  ó  defensa  de  parte 
alguna.  Y  como  la  experiencia  ha  mostrado,  mientras  los  dichos  Padres  no 
estuvieron  allí  con  armas  resistiendo,  los  Portugueses  fueron  señores  de 
aquellas  partes,  captivando  innumerable  número  de  almas  de  los  natura- 
les, y  estorbando  con  eso  la  predicación  evangélica  y  conversión  de  aque- 
llas naciones,  con  destrucción  también  de  algunos  pueblos  de  españoles. 
Pero  después  que  los  dichos  Padres  sirven  allí  de  defensa  y  muro,  no  han 
salido  con  los  robos  que  solían,  aunque  han  sido  continuas  las  invasiones, 
que  ahora  también  de  nuevo  amenazan,  con  que  se  ve  ser  totalmente  nece- 
sarias tales  prevenciones;  y  más  con  la  alteración  presente  de  Portugal,  y 
verse  sin  el  castigo  que  V.  M.  por  sus  Cédulas  amenaza  dar  á  los  que  en 
semejantes  empresas  ó  robos  anduvieren. 

«Las  poblaciones  de  estas  tres  gobernaciones  y  provincias  del  Paraguay, 
Río  de  la  Plata  y  Tucuman,  que  todo  eso  abraza  la  dicha  provincia  de  los 
dichos  religiosos,  son  muy  cortas:  y  los  hijos  naturales  dellas  más  apropó- 
sito  para  otros  estados,  y  comúnmente  poco  aplicados  al  estado  de  Reli- 
gión, en  especial  á  la  Compañía  de  Jesús:  y  así  no  hay  recibo  alguno:  y  á 
esta  causa  no  se  pueden  sustentar  las  precisas  obligaciones  de  acudir  á  las 
dichas  Reducciones  y  conversiones  de  indios  infieles  y  á  los  ministerios  de 
los  naturales,  indios,  negros  y  españoles  de  todas  las  dichas  provincias,  á 
los  cuales  también  acuden  con  sus  ministerios   apostólicos  y  continuas 


-713- 

Misiones,  en  que  se  ocupan  muchos  sujetos:  y  así  para  sustentar  todo  lo 
dicho,  siento  y  es  mi  parecer  que  debe  V.  M.  fomentar  estas  Misiones,  y 
st)Correr  á  esta  provincia,  y  proveer  de  los  Padres  dichos  de  ella,  como 
siempre  lo  ha  hecho,  poniendo  su  Real  autoridad  para  que  venga  á  ella 
nuevo  socorro  de  Religiosos  de  las  provincias  de  España,  para  que  con  su 
celo  y  vocación  apostólica  conserven  y  lleven  adelante  con  nuevos  aumen- 
tos, como  siempre  lo  han  hecho,  la  cristiandad  y  conversión  de  estas  pro- 
vincias. 

«Y  por  cuanto  la  dicha  provincia  de  los  dichos  Religiosos  es  muy  pobre, 
pues  en  muchos  de  los  colegios  que  tiene,  apenas  hay  con  que  sustentar  los 
sujetos  y  ocupaciones  dellos;  y  las  Reducciones  y  Misiones,  si  no  se  sus- 
tentan con  el  Real  socorro  y  limosna  bien  empleada  que  V.  M.  les  da,  por 
ser  los  indios  en  extremo  pobrísimos,  y  que  no  tienen  otro  caudal  que  un 
poco  de  maíz  y  raíces  para  su  sustento:  juzgo  debe  V.  M.  ayudar  á  los  que 
tan  bien  descargan  su  conciencia,  con  el  continuo  socorro  y  limosna,  así 
para  el  sustento  de  las  dichas  Reducciones,  como  para  el  avío  que  V.  M. 
suele  dar  á  los  Religiosos  de  la  dicha  Compañía  que  para  esta  provincia  y 
su  conservación  vienen  de  España. 

«De  la  Provincia  del  Paraguay,  de  la  ciudad  de  la  Asunción,  en  6  de 
Marzo  de  1644  años. 

JHS-Bernardino,  Obispo  del  Paraguay. 

«Por  mandado  del  Obispo  mi  señor,  Lorenzo  Ávalos  de  Mendoza,  Nota- 
rio y  Secretario.» 

(Ind.  Charcas,  7o-único-8.) 


Niím.  74. 

1761  — Elogio  de  los  Jesuítas  del  Paraguay  y  de  sus  Misiones, 

hecho  por  el  Illmo.  Sr.  D.  Manuel  Antonio  de  la  Torre, 

al  dar  cuenta  al  Rey  de  su  Visita 

«Compañía  de  Jesús 

«50.  Antes  de  llegar,  Señor,  á  este  otro  mundo,  oí  que  las  cosas  de 
acá  sólo  se  parecían  a  las  de  España  en  los  huevos  y  en  los  RR.  PP.  de  la 
Compañía.  Y  si  bien  he  reconocido  alguna  diferencia  en  la  substancia  de 
aquéllos;  pero  en  éstos,  ni  en  substancia  ni  en  accidentes  he  notado  distin- 
ción alguna  de  los  celebrados  colegios  de  España.  Y  aunque  con  esto  tenía 
manifestado  á  V.  M.  cuanto  puedo  y  debo  informar;  no  puedo  menos  de 
decir:  que  los  RR.  PP.  de  este  colegio  son  mis  especiales  coadjutores: 
descansando,  como  en  firme  basa,  el  grave  peso  de  el  pastoral  ministerio, 
que  abruma  y  abate  otros  hombros  más  gigantes. 

«51.  La  fábrica  de  su  colegio  es  la  más  aseada  de  esta  provincia:  mejo- 
rándose cada  día  en  cuanto  da  de  sí  el  terreno.  Su  iglesia  está  con  espe- 


—  714- 

cial  adorno,  y  es  la  más  frecuentada  de  todo  género  de  personas,  no  sólo 
por  la  gravedad  con  que  celebran  sus  funciones  y  ejercicios  espirituales 
muy  continuos;  sino  también  por  hallarse  siempre  á  cualquiera  hora  dis- 
puestos los  Padres  para  oír  confesiones,  y  distribuir  la  sagrada  Comunión 
á  todos  los  fieles. 

«52.  Todos  los  años  sale  por  la  provincia  una  Misión  con  notorio  fruto, 
además  de  explicar  la  Doctrina  cristiana  los  más  de  los  domingos  en  algu- 
nas parroquias  y  en  la  iglesia  de  la  chácara  de  San  Lorenzo,  en  donde 
celebran  todos  los  domingos  y  fiestas,  con  notable  utilidad  de  el  gentío  de 
aquel  valle:  y  en  distintos  tiempos  del  año  dan  los  ejemplares  y  útilísimos 
ejercicios  de  San  Ignacio  á  cuantos  los  desean,  en  una  capilla  espaciosa 
que  tienen  en  lo  desierto  de  la  campaña:  sin  que  sean  privadas  de  este 
beneficio  las  mujeres,  quienes  congregadas  y  clausuradas  en  una  cómoda 
casa  particular,  tienen  los  dichos  espirituales  Ejercicios:  concurriendo  por 
la  mañana  para  oír  el  punto  de  meditación  y  su  distribución  á  la  capilla 
pública  de  Nuestra  Señora  de  la  Concepción,  dentro  de  la  iglesia  del  cole- 
gio: de  donde  se  las  ministra  la  comida  y  demás  necesario  en  todos  aque- 
llos días  de  su  ejemplar  recogimiento.  Y  para  fomentar  la  virtud  y  su 
perseverancia,  celebran  en  el  colegio  varias  devotísimas  novenas,  con 
innumerables  confesiones  y  comuniones. 

«53.  Compónese  este  colegio  de  doce  sujetos  Confesores  y  predicado- 
res, y  cuatro  Hermanos  Coadjutores:  además  de  dos  sacerdotes  que  asisten 
en  una  su  estancia  llamada  Paraguarí:  adonde  concurre  toda  aquella  espa- 
ciosa vecindad  á  oir  Misa  y  Doctrina  cristiana,  que  explican  todas  las  fies- 
tas, confesando  continuamente,  y  socorriendo  con  los  santos  Sacramentos 
á  los  enfermos  y  moribundos,  con  la  licencia  de  sus  remotísimos  párrocos: 
logrando  grandísimo  beneficio  espiritual  todos  los  feligreses  de  aquel  con- 
torno, en  cuanto  pueden  aquellos  celosos  Padres. 

«54.  Y  en  consecuencia  de  su  sagrado  Instituto,  educan  la  juventud  en 
las  públicas  aulas  que  tiene  el  colegio  para  Teología  escolástica  y  Moral, 
Filosofía,  Gramática  }'  escuela  de  niños,  con  especiales  correspondientes 
maestros:  consiguiéndose  con  este  favor  desterrar  la  ignorancia  que  ha 
reinado  tanto  en  esta  extraviada  Provincia,  que  hoy  se  halla  con  bastantes 
distinguidos  Doctores  y  eclesiásticos  capaces,  instruidos  y  adelantados  con 
el  celo  y  doctrina  de  estos  RR.  PP.» 


«Pueblos  encomendados  á  los  RR.  PP.  Jesuítas 

«83.  Los  trece  pueblos  antiguos  que  están  encomendados  al  celoso  cui- 
dado de  los  RR.  PP.  de  la  Compañía  de  Jesús,  todos  se  hallan  con  espe- 
cialísimo  orden  y  viva  observancia  de  su  primer  establecimiento:  y 
logrando  piadosa  y  justamente  la  exención  de  gravosas  encomiendas,  están 
muy  poblados  de  indios,  como  tengo  dicho  en  mi  informe  general,  y  muy 
fértiles  y  abundantes  de  los  frutos  de  su  trabajo,  con  copiosa  cría  de  gana- 
dos, á  influjos,  celo,  dirección  y  cuidado  de  sus  Curas. 

«84.  Lo  material  de  estos  pueblos.  Señor,  es  muy  especial  y  distinto 
de  los  demás  que  van  referidos.   Porque  todos  estos  se  hallan  con  forma- 


-715- 

das  y  bien  ordenadas  espaciosas  calles:  y  sus  casas,  según  él  genio  de  los 
indios,  muy  decentes.  En  muchos,  son  todas  casas  de  piedra  y  teja:  y  el  de 
la  Santísima  Trinidad  es  muy  aventajado  en  este  punto  por  la  vistosa  sime- 
tría que  tiene  su  espaciosa  plaza,  formada  de  iguales  lienzos  de  piedra 
sillería:  sus  portales  ó  corredores  de  medio  punto,  enarqueados,  con  sus 
flores  de  talla  en  las  pechinas:  sirviendo  para  un  costado  la  iglesia  nueva, 
toda  de  la  misma  piedra:  y  tan  capaz,  que  puede  ser  iglesia  Catedral  para 
cualquiera  de  estas  partes. 

«85.  El  socorro  y  asistencia  de  los  indios,  así  en  vestidos,  como  en  ali- 
mentos es  igualmente  muy  singular:  porque  todos,  así  indios  como  indias, 
se  hallan  cabalmente  equipados  á  su  usanza:  teniendo  varios  vestidos  luci- 
dos para  los  capitulares  y  oficiales  que  dicen  militares,  según  la  instruc- 
ción de  los  Padres.  Cada  día,  por  lo  común,  suelen  repartirles  carne,  á  pro- 
porción de  las  familias:  teniendo  muy  particular  atención  á  las  viudas  y 
pupilos:  celando  en  que  todos  cultiven  sus  chacaritas  para  ayudarse,  ade- 
más de  las  sementeras  comunes,  que  laborean  para  el  socorro  de  todos  y 
de  cada  uno:  cuyas  conveniencias  temporales  no  logran  el  común  de  los 
españoles  en  toda  esta  provincia.  No  siendo  menores  los  espirituales,  como 
principal  objeto  del  apostólico  celo  de  estos  Padres. 

«86.  Porque  todas  las  mañanas  á  hora  del  alba,  todo  el  pueblo  concu- 
rre á  la  iglesia:  la  juventud  canta  la  Doctrina  cristiana  y  otras  divinas  ala- 
banzas. Oyen  todos  Misa:  después  de  la  cual  se  reparte  yerba  á  los  indios 
para  irse  al  trabajo  que  se  les  ordena.  Por  la  tarde  vuelven  al  ejercicio 
del  santo  Rosario:  y  después  de  decir  el  Alabado,  vuelven  á  tomar  yerba 
los  que  han  venido  de  su  tarea. 

«87.  En  los  días  festivos,  se  les  predica  y  explica  la  Doctrina  cristiana, 
reprendiéndoles  sus  defectos,  y  estimulándoles  á  la  virtud  y  observancia  de 
la  divina  ley,  y  frecuencia  de  los  santos  Sacramentos:  los  que  así  practican, 
especialmente  en  las  solemnes  festividades:  habiendo  distribuido  yo  en  una 
de  María  Santísima  la  sagrada  Comunión  á  más  de  cuatrocientos  indios  é 
indias  en  el  pueblo  de  Santa  Rosa. 

«88.  Y  para  que  la  mala  vida  de  algunos  no  escandalice  y  corrompa  á 
los  demás,  hay  en  estos  pueblos  casas  que  llaman  de  recogidas,  para  custo- 
diar á  aquellas  mujeres  en  que  reconocen  algún  vicio  ó  fragilidad  de  su 
honestidad  ó  fidelidad,  por  ausencia  de  sus  maridos:  estando  cuidadas  por 
una  matrona  de  probada  virtud  y  ejemplar  vida,  para  que  á  su  imitación 
aborrezcan  la  suya  escandalosa. 

»89.  Para  los  pobres  enfermos,  todos  los  días  se  cocina  aparte,  y  se  los 
asiste  con  todo  lo  necesario,  sin  faltarles  diariamente  el  dulce,  á  que  todos 
son  muy  inclinados:  con  los  demás  medicamentos:  socorriéndolos  con  los 
espirituales  á  cualquier  hora  y  en  cualquier  tiempo  que  les  sean  nece- 
sarios. 

«90.  Tienen  muchos  de  estos  pueblos  escuela  de  labor  de  aguja,  para 
algunas  jóvenes  indias  que  descubren  inclinación  y  habilidad,  en  la  que 
aprenden  á  bordar,  cuidando  del  reparo  y  aseo  de  la  ropa  blanca  de  la 
iglesia.  Y  asimismo  todos  mantienen  escuela  de  música,  criando  varios 
muchachos  de  sonoras  voces,  diestros  en  el  canto,  habilitando  á  oti*os  en  el 
manejo  del  órgano,  y  varios  músicos  instrumentos,  con  cuya  religiosa  pro- 
videncia celebran  sus  festividades,  y  hacen  los  oficios  eclesiásticos  con  tan 


-716- 

dulce  y  armoniosa  solemnidad,  que  no  la  he  visto  igual  hasta  hoy  en  este 
Nuevo  Mundo. 

«91.  Las  iglesias  de  todas  estas  jesuíticas  Doctrinas  son  á  competencia 
espaciosas,  con  una  santa  emulación  en  sus  adornos,  aseo,  preciosidad  en 
los  vasos,  y  demás  alhajas  sagradas:  con  correspondientes  ricos  ornamen- 
tos de  todos  colores  y  clases:  fina  ropa  blanca  en  abundancia;  con  unas 
sacristías  tan  esmeradas,  que  parecen  relicarios.  Solamente  los  pueblos  de 
Jesús  y  San  Cosme  (poco  ha  trasladados),  se  hallan  con  las  débiles  primi- 
tivas iglesias:  y  para  despicarse,  con  santa  competencia,  se  están  fabri- 
cando en  cada  uno  de  dichos  pueblos  iglesias  de  piedra  sillería,  con  una 
hermosa  planta:  y  espero  que,  aunque  últimas,  serán  de  las  primeras. 

«92.  Hice,  Señor,  inventario  en  cada  pueblo  de  todas  las  sagradas 
alhajas,  conforme  á  la  disposición  de  vuestras  Reales  leyes,  y  en  su  conse- 
cuencia, tuve  el  gusto  de  formar  el  adjunto  sumario  mapa  de  todas,  para 
mirar  y  admirar  en  suma  todo  cuanto  tiene  cada  una  de  estas  iglesias. 
[Aquí  hay  una  hoja  suelta  donde  están  numeradas  y  especificadas  las  hala- 
jas  de  iglesia  de  cada  pueblo.] 

«93.  En  los  más  de  estos  pueblos.  Señor,  reconocí  mucho  número  de 
indios  agregados  de  aquellos  siete  que  estaban  para  entregarse  á  la  Majes- 
tad Fidelísima:  pasando  en  algunos  el  número  de  trescientas  familias, 
abrigados  en  sus  ranchos  de  paja,  que  formaban  como  arrabales  de  los  pue- 
blos: y  atendiendo  á  sus  semblantes,  como  dice  el  Espíritu  Santo,  les  con- 
sideré y  noté  en  una  lastimosa  y  melancólica  constitución:  padeciendo  el 
sonrojo  de  comer  lo  que  otros  pobres  trabajaban:  con  las  duras  expresiones 
de  algunos  inconsiderados  indios,  que  no  disimulaban  el  descontento  de 
esta  transeúnte  agregación:  sin  que  la  caridad  y  paternal  amor  con  que 
los  Padres  Curas  les  atendían  igualmente  que  á  los  propios  del  pueblo, 
pudiese  desterrar  de  sus  corazones  las  penas,  desconsuelos  y  suspiros  que 
continuamente  daban  por  su  natural  solar,  como  los  israelitas  por  su  Sión 
amada:  lo  que,  siendo  muy  natural  á  todos,  es  en  esta  gente  más  disimula- 
ble,  por  la  menos  capacidad  para  la  debida  conformidad  con  la  voluntad 
de  ambas  Majestades. 

«94.  Este  aburrimiento  inspiraba  á  muchos  la  deserción,  faltando  en 
algunos  pueblos  mucho  número  de  sus  agregados,  que  entregados  á  la 
brutal  vida  de  los  bosques,  hostilizaban  los  fieles  pueblos  que  los  mante- 
nían, como  en  el  tiempo  de  mi  actual  Visita  lo  palpé.  En  cuya  atención,  y 
considerando  que  con  cualquiera  mutación  de  estos  Curas,  crecería  más 
y  más  esta  desgracia,  hasta  la  total  perdición  de  los  pueblos:  y  teniendo 
muy  presente  la  connatural  piadosa  propensión  con  que  las  Católicas 
Majestades  han  deseado  siempre  la  mayor  felicidad  y  conservación  de  estos 
naturales,  como  en  las  Reales  Ordenes  comunicadas  se  me  expresaba:  y 
atendiendo  sobre  todo  á  que  la  piadosa  Católica  Majestad  del  Sr.  D.  Fer- 
nando Sexto,  de  buena  memoria,  se  dignó  confiar  y  poner  á  mi  fiel  cuidado 
la  particular  especulación  sobre  estos  puntos,  antes  de  aventurar  cual- 
quiera providencia;  fui  de  dictamen,  Señor,  no  ser  conveniente  en  todo  ni 
en  parte  la  remoción  de  Padres  Curas  Jesuítas.  Lo  que  expresé  á  vuestro 
General  D.  Pedro  de  Cevallos,  en  respuesta  de  su  consulta  de  27  de  Octu- 
bre de  1759:  exponiéndole  con  toda  extensión  las  razones  y  fundamentos 
en  que  estribaba  mi  desapasionado  dictamen,  regulado  por  las  atenciones 


—  717- 

de  mi  pastoral  ministerio:  las  que  me  obligan  á  la  espiritual  y  témpora 
conservación  de  mi  grey:   y  más  especialmente  por  los  miserables  indios, 
s^egún  me  lo  intimaba  el  Espíritu  Santo  en  el  núm.  69  referido.  [«5í  íieties 
ganado  ó  reses,  atiéndelas».] 


«Pueblos  del  Tarumá 

«95.  Los  pueblos  del  Tarumá,  intitulados  San  Joaquín  y  San  Estanis- 
lao, distante  uno  de  otro  más  de  veinte  leguas,  por  asperísimos  caminos  y 
montes  impenetrables,  se  hallan  ya  formalizados  con  el  método  y  reglas 
que  los  demás  encargados  á  la  sagrada  Compañía  de  Jesús:  y  cada  día  se 
van  aumentando  con  la  reducción  de  muchos  infieles  monteses  que  se  van 
extrayendo  de  los  montes,  á  costa  del  apostólico  celo  de  aquellos  Padres. 

«96.  En  el  de  San  Joaquín,  se  confirmaron  novecientos:  siendo  el 
número  de  los  varones,  mozos  y  muchachos,  trescientos  cuarenta  y  cinco: 
é  igualmente  el  de  las  mozas  y  muchachas  [quinientas  cuarenta  y  cinco]:  y 
en  el  de  San  Estanislao  se  confirmaron  setecientos  setenta  y  uno,  esperán- 
dose que  en  pocos  años  sean  estos  dos  pueblos  muy  famosos  por  los  espe- 
ciales pastos  de  aquel  terreno  para  ganado  vacuno  y  caballar:  hallándose 
hoy  conveniente  pie  de  estas  especies:  además  del  buen  terreno  para  chá- 
caras: logrando  asimismo  á  poca  distancia  buenos  yerbales,  aunque  por 
caminos  no  muy  llanos. 

«97.  Y  habiéndose  pasado  ya  el  decenio  de  estas  Reducciones,  provi- 
dencié y  mandé  que  dentro  de  seis  meses  recurriesen  los  Curas  á  su  Reve- 
rendo Provincial  para  que,  haciendo  la  presentación  conforme  á  las  leyes 
de  vuestro  Real  Patronato,  ante  el  correspondiente  Vice-Patrono,  se  pre- 
sentasen los  nominados  á  recibir  la  institución  canónica  y  hacer  la  profe- 
sión de  fe,  según  derecho  y  Reales  disposiciones:  habiéndoles  dado  para 
entretanto  título  de  Curas  interinarios:  y  á  los  respectivos  compañeros  la 
debida  aprobación,  con  la  licencia  de  sustituir  y  hacer  el  oficio  de  Curas, 
en  el  caso  de  faltar  por  muerte  ú  otro  caso  extraordinario  los  interinarios 
nominados,  conforme  á  la  especial  disposición  de  V.  M.  en  Cédula  de  7  de 
Julio  de  1691. 

«98.  Hállanse  con  las  primitivas  iglesias  techadas  de  paja,  como  las 
casas  de  los  Curas  y  demás  habitaciones  del  pueblo,  por  haber  andado  los 
indios  algo  variables  (conforme  á  su  genio)  en  aquella  situación:  pero  hoy 
que  se  ha  descubierto  en  lo  rozado  próximo  á  los  pueblos,  unas  espaciosas 
y  llanas  lomadas,  están  los  Padres  en  ánimo  de  comenzar  á  fundamentar 
en  ellas  las  iglesias  parroquiales,  y  formar  los  pueblos:  especialmente  hoy 
que  han  cesado  los  temores  de  los  indios  infieles  Mbayás,  que  eran  sus 
enemigos  más  vecinos. 

«99.  Porque  queriendo  la  divina  Providencia  que  ninguno  se  pierda, 
sino  que  todos  se  salven:  ha  dispuesto  que  estos  temidos  enemigos  de  toda 
esta  provincia  á  quien  tanto  han  perseguido  (con  crueles  muertes  y  robos 
de  sus  animales)  como  Sanios  y  carniceros  lobos,  apareciesen  en  esta  ciudad 
como  Pablos  y  apacibles  corderos,  balando  por  dos  Padres  de  la  Compañía 
para  su  reducción,  y  abrazar  y  profesar  nuestra  Católica  religión  con  su 
catequística  instrucción:  á  cuyo  fin  fueron  elegidos  y  asignados  puntual- 


-718- 

mente  por  su  Reverendo  P.  Provincial  dos  apostólicos  operarios  señalados 
en  celo,  espíritu,  virtud  y  ciencia,  y  el  uno,  llamado  el  Padre  Josef  Sán- 
chez Labrador,  en  vocación:  pues  estando  actualmente  leyendo  sagrada 
Teología,  con  generales  aplausos  en  cátedra  y  pulpito,  les  renunció  devo 
tamente,  y  solicitó  ser  uno  de  los  enviados  á  esta  católica  empresa.  A  la 
que  salieron  de  aquí  día  del  glorioso  Patriarca  Santo  Domingo  del  año 
próximo  pasado,  embarcados  en  dos  botes,  con  parte  de  estos  infieles,  que 
tenían  sus  tolderías  sesenta  leguas  de  esta  ciudad  río  arriba:  lo  que  ha 
motivado  indecible  gozo  á  todos  los  hijos  de  la  Iglesia,  y  con  especialidad  á 
los  paraguayos:  por  quienes  (mediante  un  general  edicto  que  expedí)  se 
dan  incesantes  alabanzas  á  Dios:  suplicándole  la  eficacia  y  complemento 
de  esta  vocación  por  medio  de  su  Santísima  Madre  nuestra  Patrona  y 
Titular,  y  otros  Santos  de  especial  devoción  y  patrones  de  esta  Provincia: 
la  que  se  ha  animado  y  esforzado  á  contribuir  lo  posible  para  el  estableci- 
miento de  esta  nueva  y  no  esperada  reducción:  no  obstante  hallarse  hoy 
(después  de  muchas  necesidades  por  la  plaga  de  langostas  continuada  por 
tres  años)  combatida,  insultada  y  perseguida  de  una  multitud  de  infieles 
Mocovís,  que  la  tienen  despojada  de  caballos  y  puesta  en  consternación: 
haciendo  cada  día  muertes,  quemando  casas  y  cautivando  gente:  esperando 
en  la  divina  Clemencia  perfeccione  esta  singular  obra,  tan  de  la  diestra 
de  su  Omnipotencia:  con  cuyo  feliz  logro  se  aumentarán  las  trojes  místicas 
de  la  Iglesia,  dilatándose  por  muchos  centenares  de  leguas  los  católicos 
dominios  de  V,  M. 

«100.  Los  Padres  Misioneros  fueron  bien  recibidos,  según  lo  han  avi- 
sado: y  han  hecho  ya  algunos  bautismos  de  párvulos:  habiendo  llevado 
después  veinte  familias  de  indios  Tapes  para  hacer  sus  ranchos  y  capilla,  y 
comenzar  á  laborear  y  hacer  sementeras:  rezando  los  chicos  y  chicas  las 
oraciones  y  Doctrina  cristiana  todos  los  días;  y  los  adultos  confesando  y 
comulgando:  para  que  con  este  cristiano  ejemplar  se  vayan  docilizando  y 
amansando  aquellos  bárbaros,  tomando  amor  y  devoción  á  lo  divino:  é  incli- 
nación, como  hijos  de  Adán,  al  trabajo,  que  no  es  la  menor  dificultad  que 
se  experimenta  en  este  gentío,  tan  vago,  desidioso  y  ocioso  todos  los  días 
de  su  vida:  dedicados  únicamente  á  correr  caballos  (de  que  abunda  aquel 
paraje),  para  cazar  diferentes  animales,  de  que  se  sustentan,  con  los  frutos 
silvestres  y  algunos  robos. 

«101.  Se  pondera  por  los  Padres  Misioneros  lo  fértil  de  aquellos  cam- 
pos, con  pastos  muy  especiales  para  ganado  vacuno,  en  cuya  atención  se 
les  ha  remitido  más  de  mil  reses:  para  que  dándoles  algún  sustento,  se 
retraigan  de  la  caza  poco  á  poco.  Pero  respecto  de  la  multitud  de  indios, 
esto  parece  nada,  si  la  piadosa  liberalidad  de  V.  M.  no  dispone  algún 
socorro:  el  que  ha  dado  con  apostólico  celo,  en  cuanto  puede,  este  colegio 
de  la  Sagrada  Compañía,  y  á  su  imitación  algunos  particulares,  habién- 
dose distinguido  D.  Jaime  de  San  Just,  vuestro  Gobernador  de  esta 
provincia. 

«102.  Y  no  dudo.  Señor,  que  si  hubiera  temporales  subsidios  se  hicie- 
ran (mediante  la  divina  misericordia)  muchas  Reducciones  en  aquellas 
bárbaras  tierras,  en  atención  á  los  singulares  modales  de  los  apostólicos 
operarios:  habiéndose  congeniado  tanto  con  los  infieles  el  P.  Josef  Sánchez, 
que  lo  solicitan  á  competencia  otras  tolderías,  habiéndole  hecho  su  distin- 


-719  - 

guida  comprensión  tan  dueño  de  aquella  bárbara  obscura  lengua,  que  está 
componiendo  ya  Arte  para  su  más  clara  inteligencia,  con  lo  que  se  espera 
haga  este  celoso  Labrador  íértil  sementera  para  nuestra  católica  religión.» 
(Sevilla:  Arch.  de  Indias,  123.  2-14.) 


Núm.  75. 

1759— No  conviene  sacar  de  Doctrinas  los  Curas  Jesuítas,  ni  en  todo 
ni  en  parte:  Parecer  del  limo.  Sr.  Obispo  D.  Manuel  Antonio  de 
la  Torre. 

«ExcMO.  Sr.:  Recibo  la  de  V.  E.  de  27  de  Octubre  en  que  se  digna 
exponerme  que,  no  obstante  la  relación  que  á  V.  E.  hizo  de  mi  orden  el 
R.  P.  Parras,  sobre  los  puntos  que  en  resulta  de  mi  general  Visita  me 
pareció  prevenir  á  V.  E.,  me  sirva  declarar  abiertamente  el  dictamen  que 
yo  había  formado,  sobre  si  convendrá  que  estas  Doctrinas  de  indios  se  con- 
tinúen y  conserven  bajo  la  dirección  de  los  Religiosos  de  la  Compañía  de 
Jesús,  ó  lo  que  yo  advierta  sobre  la  determinada  materia  de  su  remoción: 
en  la  inteligencia  de  que  habiendo  mandado  el  Rey  que  procedamos  de 
acuerdo,  se  digna  V.  E.  dar  este  paso  para  en  su  virtud  hacer  el  Real  ser- 
vicio con  todo  el  acierto  que  V.  E.  desea. 

«Para  dar  á  V.  E.  una  respuesta  categórica  sobre  el  asunto  que  se  me 
consulta,  debo  suponer  lo  mismo  que  en  las  Reales  Ordenes  se  manifiesta, 
es  á  saber:  que  la  orden  de  S.  M.  sobre  este  punto  no  es  absoluta  y  defini- 
tivamente, porque  en  tal  caso  sería  irreverente  curiosidad  cualquier  modo 
de  opinar  que  embarazase  los  mayores  esfuerzos  de  la  ejecución.  Pero 
siendo  la  Real  disposición  virtual  y  aun  expresamente  condicionada,  con 
piadosas,  discretas  y  prudentísimas  circunstancias,  dejadas  y  remitidas  á 
nuestra  consideración  (mediante  la  variedad  con  que  las  cosas  se  figuran 
y  desfiguran  en  tan  larga  distancia  como  está  la  Corte),  debemos  atender  á 
la  natural  propensión  con  que  S.  M.  desea  la  mayor  felicidad  de  estos  natu- 
rales, y  á  la  particular  conmiseración,  con  que  en  todo  tiempo  se  ha  mirado 
por  la  mísera  condición  de  ellos,  y  por  la  más  feliz  subsistencia  de  tan 
humildes  vasallos.  Y  en  esta  atención  diré  cuanto  he  concebido,  y  cuanto 
con  ánimo  pastoral  he  considerado  sobre  este  gravísimo  negocio,  tan  con- 
fiado en  parte  á  mi  imparcial  conducta. 

«Para  este  efecto,  estoy  hecho  cargo  de  la  suma  solicitud  con  que  por 
derecho  divino  y  positivo  eclesiástico  soy  obligado  á  mirar  por  el  más  feliz 
estado  de  mis  subditos;  y  éste  es  el  blanco  de  una  general  Visita,  en  la  que 
me  he  conducido  sobre  las  católicas  y  religiosas  máximas  que  por  todos 
derechos  se  me  ordenan:  y  no  contento  con  esto,  he  aplicado  para  con  los 
indios  la  muy  particular  atención  que  quiere  el  Espíritu  Santo  y  explica 
muy  bien  el  Cardenal  de  Hugo  para  con  aquellos  subditos  fieles  cuya 
humilde  fortuna  y  tolerancia  hacen  que  como  brutos  sirvan  á  todos  para 


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todo,  y  que  necesitan  de  pastor  al  modo  de  irracionales,  descripción  verda- 
dera de  esta  gente. 

«Fundado  en  esta  precisa  reflexión  y  máxima  católica,  he  mirado  despa- 
cio todo  lo  que  debe  mirarse  para  el  dictamen  que  \'^.  E.  pide:  He  hallado 
unos  templos  cuya  suntuosidad  en  estas  partes  no  puede  verse  sin  admira- 
ción, y  cualquiera  de  ellos  excede  incomparablemente  á  mi  iglesia  Catedral 
que  es  su  matriz.  Cuyo  exceso  corre  igualmente  en  el  crecido  número  de 
ornamentos  preciosos  y  grandiosas  alhajas  de  plata  con  que  están  surtidas. 
Extendiéndose  la  curiosidad  y  el  adorno  en  lo  material  del  templo  á  los 
costosos  retablos,  bóvedas,  cornisas  y  columnas,  en  que  respectivamente 
se  ve  lucir  á  competencia  el  oro  con  la  pintura,  sobresaliendo  uno  y  otro  á 
diligencia  de  la  limpieza  y  aseo,  en  que  son  extremados  los  indios  por  incli- 
nación, que  ya  es  nativa  por  una  antigua  educación  y  enseñanza.  De  todo 
tuvo  orden  de  informar  á  V..  E.  mi  teólogo  de  Cámara  el  R.  P.  Parras,  por 
cuya  mano  dirigí  á  V.  E.  el  sumario  de  ornamentos  y  alhajas  que  constan 
de  los  respectivos  inventarios  que  tomé  en  mi  Visita,  en  conformidad  de 
las  leyes  del  Real  Patronato.  Y  sólo  añado  que  en  los  pueblos  de  Trinidad 
y  Jesús  se  edifican  actualmente  dos  iglesias  de  piedra  de  sillería  que  podrán 
competir  con  las  mayores  iglesias  de  la  América:  y  en  la  del  primero  falta 
únicamente  la  media  naranja  para  su  cabal  conclusión  y  cumplimiento. 
Voy  refiriendo  todo  esto,  porque  sin  la  debida  reflexión  sobre  cada  una  de 
estas  circunstancias,  no  pudiera  dar  el  dictamen  con  la  entereza  que  corres- 
ponde á  las  sagradas  obligaciones  de  mi  dignidad. 

«A  correspondencia  de  las  iglesias  son  las  antiguas  casas  de  los  Padres 
Curas,  bastante  cómodas  para  observar  en  ellas  las  mismas  distribuciones 
religiosas  á  que  son  obligados  por  instituto  de  su  Religión,  y  para  lograr 
más  libertad  en  la  ocupación  de  sus  espirituales  ejercicios,  sirven  sus  vallas 
de  rigurosa  clausura,  sin  que  mujer  alguna  de  cualquier  estado  ó  condición 
haya  pasado  jamás  los  umbrales  de  sus  porterías,  de  lo  que  se  origina  en 
las  indias  un  respeto  y  veneración  profunda. 

«Los  pueblos  están  divididos  en  muchas  calles  espaciosamente  forma, 
das,  con  tan  bella  proporción  é  idea,  que  sobre  hacerse  agradables  á  la 
vista,  logran  el  despejo  y  precisa  ventilación,  para  precaverlos  de  muchos 
contagios  y  epidémicas  enfermedades,  á  que  son  muy  expuestos  estos  mo- 
radores por  su  naturaleza.  Las  habitaciones  son  algún  tanto  reducidas; 
mas  con  todo  esto  exceden  á  las  que  regularmente  tienen  los  españoles  en 
el  Paraguay,  cuya  mayor  parte  se  domicilia  en  pequeños  ranchos  de  paja  y 
cueros  por  los  montes  y  bosques  más  enmarañados. 

«Ha  establecido  también  en  muchas  de  estas  Doctrinas  la  curiosidad 
celosa  de  los  Padres  casas  de  labor,  donde  algunas  doncellas  pasan  la 
mayor  parte  del  día  ocupadas  en  coser  y  bordar  muchas  ropas  y  lienzos  que 
son  destinados  al  divino  culto.  Hay  también  casas  que  llaman  de  recogi- 
miento, donde  mandan  poner  algunas  mujeres  libres,  en  quienes  se  ha 
notado,  ó  de  quienes  puede  temerse  algún  escándalo;  y  en  unas  y  otras  de 
las  dichas  casas  tienen  indias  y  indios  ancianos  de  aprobada  vida,  á  cuya 
dirección  están  en  aquellas  faenas  que  se  les  destinan. 

«Y  siendo  las  atenciones  episcopales  que  pide  el  Espíritu  Santo,  en  los 
alimentos  espirituales  de  sus  ovejas:  he  visto  las  más  desempeñadas  por  los 
celosos  Padres  Curas  en  todos  estos  pueblos.   Yo  he  notado  con  grande 


-721  - 

edificación  y  buen  ejemplo  una  tan  cristiana  distribución,  que  parece' 
haberse  convertido  los  pueblos  en  otro  tanto  número  de  monasterios.  Todos 
los  días  es  indefectible  el  concurso  de  todos  á  la  Misa.  La  juventud. con- 
curre tarde  y  mañana  al  rezo  del  Catecismo  y  á  la  diaria  explicación  de  la 
Doctrina  cristiana.  Reza  el  pueblo  por  la  tarde  á  coros  el  santísimo  Rosa- 
rio: cantan  devotamente  aquellas  oraciones  que  son  comunes  á  todos: 
celebran  sus  funciones  de  iglesia  con  bello  canto  y  bien  concertada  música, 
cual  no  la  tengo  vista  en  esta  América. 

«Y  en  cuanto  á  lo  temporal,  es  igual  el  cuidado  que  los  Padres  tienen 
para  el  socorro  de  las  necesidades  temporales  de  los  indios,  de  tal  manera 
que  ninguno  deja  de  estar  bien  vestido  á  la  usanza  del  país.  Dos  veces  en 
el  día  se  les  distribuye  la  yerba,  de  que  usan  para  confeccionar  la  ordina- 
ria bebida  á  que  llamamos  mate:  una  vez  por  la  tarde  se  le  da  á  cada  una 
familia  carne  fresca  para  todo  un  día.  Se  saca  de  la  misma  cocina  de  los 
Padres  abundante  comida  para  los  enfermos,  como  lo  tengo  visto.  Y  final- 
mente, puedo  asegurar  á  V.  E.  que  en  esta  parte  son  más  felices  los 
indios  que  los  españoles,  cuyo  mayor  número  en  esta  Provincia  del  Para^ 
guay  no  logran  una  vida  tan  cómoda  para  la  precisa  manutención  de  sus 
familias. 

«Para  convencerme  de  todo  lo  dicho,  me  he  valido  de  toda  la  preven- 
ción de  un  Salomón,  reconociendo  cuidadosamente  el  semblante  de  aquellas 
mansas  ovejas,  á  fin  de  observar  el  que  tenían,  en  unas  circunstancias  tan 
funestas  en  que  no  fuera  extraño  que  aquellas  Doctrinas  se  viesen  redu- 
cidas á  una  intolerable  necesidad  y  miseria.  He  visto,  Sr.  Excmo.,  en  los 
pueblos  de  mi  jurisdicción  mucho  número  de  indios  agregados,  naturales 
de  aquellos  siete  pueblos  que  deben  entregarse  á  S.  M.  Fidelísima.  Hay  en 
algunos  300  familias,  250  en  otros,  y  en  el  que  menos,  200:  y  esta  excesiva 
sobrecarga  de  huéspedes  ocasiona  en  unos  y  otros  una  lastimosa  y  melan- 
cólica constitución,  que  no  basta  á  desterrarla  la  caridad  y  paternal  amor 
con  que  los  PP.  atienden  igualmente  por  la  feliz  subsistencia,  socorro  y 
manutención  de  todos  juntos:  ni  el  celo  con  que  diariamente  les  persuaden 
y  excitan  á  la  precisa  y  debida  conformidad  con  la  voluntad  de  ambas 
Majestades.  A  los  patricios  aflige  el  gravamen  de  mantener  tan  exorbi- 
tante número  de  advenedizos:  y  á  éstos  les  constituye  en  una  vida  amar- 
guísima el  amor  dulce  de  la  amada  patria,  que  perdieron,  el  sonrojo  de 
comer  y  vestir  lo  que  otros  pobres  trabajan,  las  duras  expresiones  de 
algunos  desconsiderados  indios  que  no  disimulan  el  descontento  de  esta 
agregación:  y  últimamente  los  lamentos  de  sus  desgraciadas  familias,  que 
se  ven  fuera  de  su  patrio  suelo. 

«Estas  consideraciones  han  inspirado  la  deserción  á  muchos:  y  hay  pue- 
blo en  que  falta  un  buen  número  de  los  agregados:  los  que  entregados  á  la 
vida  brutal  de  los  bosques,  hostilizan  á  los  fieles  pueblos  que  los  mante- 
nían. Otros  de  ellos  se  han  incorporado  con  bárbaras  naciones  enemigas,  á 
quienes  sirven  de  espías  para  las  continuas  invasiones  con  que  insultan  á 
los  pueblos  que  sirven  de  frontera:  cuyos  insultos  se  han  repetido  algunas 
veces  en  el  discurso  de  mi  general  Visita,  causándome  indispensable  dolor 
la  pérdida  de  tantas  almas,  temiéndome  igual  peligro  de  que  este  mal  tan 
sensible  no  vaya  en  aumento  cada  día. 

*Yo  no  extraño,  Señor,  Excmo.,  la  indisimulable  pena  de  estos  misera- 
46.     Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  n. 


-722- 

bles  transmigrados.  Porque  por  una  parte,  conozco  los  gravísimos  dolores 
que  siempre  causa  cualquiera  dislocación:  y  por  otra  creo  que  sólo  en  la 
aprobada  famosa  santidad  é  inmutable  obediencia  de  un  Abraham  puede 
hallarse  aquella  conformidad  de  abandonar  su  casa  y  solar  con  ánimo  ale- 
gre, al  percibir  con  su  ilustrado  entendimiento  la  voluntad  de  Dios  inti- 
mada con  la  seca  y  áspera  expresión  de  aquel  egredere. 

«En  esta  miserable  gente  no  sólo  falta  aquella  ilustración,  y  tan  extra" 
ordinarios  fondos  de  virtud,  sino  aun  la  precisa  capacidad  que  es  necesaria 
á  sostener  una  competente  resignación.  Por  lo  que,  prevaleciendo  en  ellos 
los  fuertes  impulsos  de  la  parte  animal  (como  se  dice  vulgarmente),  se 
dejan  arrastrar  del  violento  amor  á  su  terreno  nativo,  con  todo  aquel  impe- 
rio que  en  los  mismos  irracionales  advertimos,  sin  que  pueda  vencerlo 
diligencia  humana:  pues  nada  importa  que  á  un  pájaro  en  magníficas  salas 
y  doradas  jaulas  se  le  proporcione  su  competente  regalo,  para  que  no  haga 
los  mayores  esfuerzos  por  ganar  las  selvas. 

«Estas  y  otras  innumerables  circunstancias  he  visto,  tocado  y  palpado 
en  mi  general  Visita.  Este  es  el  semblante  que  con  toda  diligencia  he  con- 
siderado y  conocido  en  mi  grey.  Y  atendiendo  muy  por  menor  al  presente 
estado  de  las  cosas,  como  también  á  la  grave  incumbencia  de  mi  ministe- 
rio, tan  interesado  en  evitar  la  pérdida  de  cualesquiera  almas,  cuya  con- 
servación han  puesto  la  Iglesia  y  el  Rey  á  mi  cuidado,  soy  de  parecer:  Que 
no  conviene  remover  á  los  PP.  Jesuítas  de  semejantes  Doctrinas. 

«Para  este  dictamen  me  precisan  las  mismas  órdenes  de  S.  M.  Pues- 
cuando  no  me  hiciese  cargo  de  todas  las  circunstancias  referidas,  hallo 
expresa  la  voluntad  y  mente  del  Soberano  para  que  solamente  se  ejecute 
esta  separación,  cuando  haya  igual  número  de  ministros  eclesiásticos  ó 
Regulares  igualmente  idóneos  para  sustituir  el  ministerio  de  párrocos.  En 
esta  inteligencia,  debo  exponer  á  V.  E.  que  en  toda  la  Provincia  del  Para- 
guay es  extrema  la  necesidad  de  eclesiásticos:  pues  fuera  del  Cabildo  no 
pasan  de  36,  de  los  que  hay  muchos  inhábiles,  ó  por  falta  de  salud,  ó  por  su 
ancianidad.  Y  ha  llegado  esta  inopia  á  tan  lastimoso  extremo,  que  en  la 
villa  de  Curuguatí  no  hay  eclesiástico  alguno:  ni  en  dos  años  y  repetidos 
edictos  se  ha  hallado  quien  haga  oposición  á  su  Curato.  Y  á  no  servirme 
del  cristiano  celo  con  que  las  sagradas  Religiones  trabajan  en  beneficio  de 
las  almas,  me  vería  en  los  mayores  apuros. 

«Si  vuelvo  la  vista  á  esas  mismas  Religiones,  hallo  que  éstas  carecen 
de  número  necesario  para  los  precisos  empleos  de  sus  monasterios.  La 
Orden  de  San  Francisco,  cuyo  número  suele  ser  excesivo  á  las  demás,  se 
halla  sin  los  que  requiere  el  desempeño  de  su  Instituto.  No  cesan  sus  Supe- 
riores de  instarme  para  que  les  separe  de  cuatro  Doctrinas  que  tienen  á 
su  cargo  en  mi  Obispado:  y  tengo  visto  que,  cuando  por  razón  de  vacante 
deben  proponer  un  nuevo  Cura,  se  hallan  sus  discretos  Prelados  bien  per- 
plejos para  hacerlo  cual  conviene  al  referido  cargo.  Y  como  para  traer 
Misiones  de  España  con  frecuencia,  no  da  lugar  su  característica  pobreza, 
se  hallan  imposibilitados  á  surtirse  de  los  religiosos  que  aun  para  los  mi- 
nisterios del  claustro  necesitan.  Y  aunque  en  él  hay  algunos  buenos  Reli- 
giosos buenos  para  el  claustro,  no  son  proporcionados  para  Curas,  ni  para 
un  paraje  distante  de  la  precisa  y  continua  inspección  de  sus  Prelados. 

«Y  aun  cuando  hubiese  igual  número  de  sustitutos  en  el  clero  y  las 


-723- 

demás  Religiones,  no  debería  removerse  á  los  Padres  Jesuítas  en  las  cir- 
cunstancias presentes,  atendido  el  piadoso  ánimo  de  S.  M.  Lo  1."  porque 
habiéndose  criado  á  los  pechos  de  los  dichos  Padres,  que  los  engendraron 
en  Jesucristo,  por  medio  del  Evangelio,  puede  conceptuarse  y  temerse 
muy  probablemente  una  general  conmoción  y  desagrado  en  estos  indios. 
Lo  2.°:  Porque  hallándose  en  compañía  de  los  agregados,  que  es  un  crecido 
número  de  descontentos,  pudieran  fácilmente  sugerirles  éstos  algunas 
especies  opuestas  á  la  gran  fidelidad  con  que  en  estas  Doctrinas  de  mi 
cargo  se  vive  para  con  Dios  y  con  el  Rey.  Lo  3.^,  porque  siendo  indispen- 
sable la  separación  de  dichos  indios  y  nueva  fundación  de  muchos  pueblos, 
no  es  posible  que  otros  puedan  allanar  las  casi  insuperables  dificultades 
que  necesariamente  han  de  intervenir;  pues  para  que  los  indios  vayan  á 
domiciliarse  á  un  nuevo  páramo,  se  necesita  de  una  obediencia  muy  ciega: 
y  ésta  sólo  puede  esperarse  de  la  antigua  veneración  con  que  se  han  ren- 
dido á  la  discreta  dirección  de  los  Religiosos  de  la  Compañía.  Fuera  de 
que  es  evidente  á  los  indios  que  hay  pocos  parajes  cómodos  en  estos  países 
conocidos  para  el  nuevo  establecimiento,  que  forzosamente,  según  las  apa- 
riencias del  sistema,  se  habrá  de  ejecutar,  porque  se  necesita  de  paraje  de 
abundantes  aguas,  de  robustas  maderas  para  la  construcción  de  sus  iglesias 
y  casas:  terreno  competente  para  sus  cosechas,  dilatadas  campiñas  para 
sus  ganados,  etc.  y  la  evidencia  de  no  hallarse  parajes  de  esta  naturaleza, 
los  tiene  tan  sumergidos  en  una  profunda  cobardía,  que  si  los  PP.  Jesuítas 
no  la  vencen,  juzgo  por  imposible  que  bajo  del  mando  y  dirección  de  otros, 
tenga  la  diligencia  buen  efecto:  antes  bien  fundadamente  me  inclino  á 
que,  entregados  al  desorden  por  un  efecto  de  desesperación,  se  vea  la 
general  ruina  que  en  el  juicio  de  todos  los  prudentes  amenaza. 

«A  eso  debe  añadirse  la  reflexión  de  que  en  la  expulsión  de  sus  anti- 
guos pueblos  han  perdido  todos  sus  ganados,  han  abandonado  sus  algodo- 
nales y  los  yerbales  hortenses,  que  producían  la  yerba  de  su  uso.  Y  en  esta 
atención,  Sr.  Excmo.,  no  sé  qué  industria  ni  economía  pueda  ni  quiera 
encargarse  de  conducir  tantos  millares  de  indios  por  espantosos  desiertos  á 
buscar  domicilio:  con  la  seguridad  de  que  han  de  ser  víctimas  de  una  nece- 
sidad tan  cierta  como  evidente:  y  que  sólo  hallarán  la  debida  tolerancia  en 
el  paternal  amor  de  aquellos  Padres  que  los  han  criado. 

«Y  siendo  todo  esto  tan  palpable,  se  ha  de  seguir  que,  separando  á  los 
PP.  Jesuítas  de  dichas  Doctrinas,  nos  exponemos  notoriamente  á  una  des- 
ventura ó  aventurada  providencia,  contra  lo  mismo  que  nos  previene  el 
Real  ánimo  de  S.  M.,  como  se  nos  previene  por  su  Ministro  de  Estado  en 
carta  de...  Por  lo  cual,  no  obstante  que  los  PP.  deban  sólo  ocuparse  en 
Misiones  vivas,  debe  mantenérseles  al  presente  en  sus  respectivos  Curatos, 
observando  en  ellos  las  leyes  del  Real  Patronato,  á  que  son  obligados,  sin 
inducir  contra  ellos  novedad  alguna.  Este  es  mi  parecer,  el  que  rendida- 
mente sujeto  á  cualquiera  contraria  disposición  que  sobre  ellos  se  sirva 
expedir  S.  M. 

«Nuestro  Señor  guarde  á  V.  E. — Pueblo  de  Santa  Rosa,  8  de  Noviem- 
bre de  1759.-EXCMO.  Sr.-B.  L.  M.  de  V.  E. 

«Manuel,  Obispo  del  Paraguay. 

«Excmo.  Sr.  Don  Pedro  Cevallos.» 

(Simancas,  Estado,  7405.) 


ÍNDICE   ONOMÁSTICO 


Las  citas  corresponden  á  los  números  marginales 


Abacapoy,  145. 

Abacatú^  263. 

Abad  Illana,  13. 

Abiarú,  56.  136. 

Abreu  ;Gobemador  ,  152,  159. 

Abren     Teniente   Coronel^   199, 

200. 
Aceredo,  199. 
Acosta.  15.  77. 

A^ero,  37,  42,  4S,  81,  128,  218. 
Agnilar  (capataz  ,  75. 
Agnilar,  S.  I.    P.  Jaime\  19,  75, 

81,  140. 
Agnirre    Alejandro  de),  8,   214, 

249. 
Aguirre  Fr.  Blas  de),  188. 
Agruirre  D.  Félix',  202. 
AgTiirre.  S.  I.    P.  José',  55. 
Alaba,  225. 
Alba  vduque  de),  13. 
Aldunate,  37,  128. 
Alégrete  ^marqués  de),  199. 
Aleiandro  M.  143. 
-\lembert   D'\  255,  ÍS6,  258,  266. 
Alfaro.  S.  I.  ,P.   Die^o  de\  1(», 

118,  136,  206. 
Alfaro  (Visitador  Don  Francisco 

del.  32,  34,  3S.  47,  4S,  US.  136, 

155,  156,  159,  164,  167-172,  214, 

239. 
Almeida  Coelho.  31.  199. 


Fr.  Alonso  de  San  Bnenaventu- 
ra.  157. 

Altamirano.  S.  I.  P.  Cristóbal). 
136,  144. 

Altamirano,  S.  I.  P.  Diego  Fran- 
cisco ,  110,  172,  173. 

Airear,  2^4,  2^. 

Amandaú,  127,  144, 

Ampuero,  125. 

Anchieta,  126.  195, 

Andino,  vide  Die^  Je  Andino. 

Andonaegni,  13,  44,  66. 

Andresito.  199.  200,  202. 

Ajigelis,  67. 

pseudo-Anglés.  223. 

Angnlo,  2. 

Aniequera.  8,  10.  11.  44.  174.  230, 
248,  266. 

Añasco,  169,  179. 

Aperger.  83.  106.  148,  246. 

Aquaviva.  2,  95,  122, 124. 

Aragón,  44,  125. 

Aragona,  82,  223. 

Aranda   comandante  .  199. 

Aranda  conde  de  .  13,  177,  179, 
1S9,  211. 

Arapizandii.  3.  263. 

Arce,  2,  105. 

Arellano.  81, 

Aresti,  7,  77,  100,  170,  215. 

Arias.  105. 

Arias  de  Saavedra  Juan,  56. 

Amauld.  266. 


726  - 


Arredondo,  143, 

Arregui  (D.  Fr.  Gabriel  de),  100. 

Arregui  (D.  Fr.  Juan),  81,  100, 

Artigas,  199,  200,  202. 

Arto,  240. 

Astudillo,  106. 

Atienza,  77. 

Austria  (D.-"^  Mariana  de),  214. 

Aviles  (marqués  de),  193,  209,  210, 

239. 
Azara  (D.  Félix),  14,  20,  211,  212, 

234-236,   247,   250,   251,  262, 

264,  268. 
Azara  (D.  Nicolás),  241. 
Azcona,  81,  100,  101,  215. 

B 

Baeza,  44,  50,  79,  98. 

Balda,  189. 

Bandini,  223. 

Baraza,  262. 

Bárbara  de   Braganza  (la  Reina 

Doña),  12,  13. 
Barbosa,  177. 
Barreda,  98. 
Barreto,  200. 
Barruel,  256. 

Barúa,  45,  81,  128,  174,  222. 
Barzana,  2,  19,  23. 
Basavilbaso,  175. 
Baur,  145. 
Bauza,  252,  253. 
Baygorri,  146. 
Bazán  de  Pedraza,  39,  44. 
Belgrano,  183,  198. 
Benavides,  148. 
Benedicto  XIV,  83,  215,  230. 
Berger,  86,  106,  148. 
Bermúdez,  145. 
Bernal,  56,  106,  136. 
P.  Bernardo,  vide  Nusdorffer. 
Berthod,  148. 
Bianchi,  106. 
Blanqui,  vide  Bianchi. 
Blásquez,  vide  Valverde. 
Blende,  105, 
Bohórquez,  136. 


Bolaños,  77,  157,  240. 

Bonpland,  264. 

Borges,  197. 

Boroa,  21,  31,  37,  74,  105,  109,  118, 

136,  170. 
Boschére,  111. 
Botello,  197. 
Bouchet,  227. 
Bougainville,  267. 
Bouguer,  267. 
Brasaneli,  83,  85,  106. 
Bravo,  172. 
Brigniel;  240. 
Brizuela,  44. 

Bucareli  (D.  Antonio  María),  175. 
Bucareli   (D.   Francisco),    13,    16, 

35,  37,  68,  141,  175, 177,  195,  201, 

209-213,  217,  232-234,  239,  242, 

247,  250,  257,  262,  267. 
Buenaventura  (indio),  68. 
Burgés,  111,  173,  218. 


e 


Caballero,  225. 

Cabanas,  202. 

Cabeza  de  Vaca,  4. 

Cabral,  40,  61. 

Cabrera  (capitán  Francisco  Luis 
de),  50. 

Cabrera  (Gobernador  D.  Jeróni- 
mo Luis  de) ,  56. 

Camaño,  240. 

Campanella,  126,  266. 

Cano,  182,  189. 

Capy,  145. 

Carahypí,  202. 

Cárdenas  (lUmo.  Sr.  D.  Fr.  Ber- 
nardino  de)  7-10,  53,  68,  96,  100, 
171,  214-216. 

Cárdenas,  S.  I.  (H.Juan),  56,  106. 

Cardeñosa,  106. 

Cardiel,  19,  27,  60,  64,  87,  102,  104, 
225,  233. 

Cardoso,  199. 

Carlos  V  (Emperador),  18,  45,  121, 
150,  151,  153,  158,  171,260. 

Carlos  II,  141,  214. 


727- 


Carlos  III,  12,  13,  35,  141,  175, 185, 

189,  192,  209,  224. 
Carlos  IV,  210. 
Carrafa,  40,  98. 
Carranza,  111,  214. 
Carreras,  ób. 
Carriego,  202. 
Carvajal  (D.  José  de),  12. 
Carvajal  (Juan  Méndez),  164. 
Carvallo,  199. 
Carvallo   (Sebastián),   vide    Pom- 

bal. 
Casabal,  253. 
Casado,  30,  242. 

Casas  (tilmo.  Sr.  D.  Fray  Barto- 
lomé de  las),  150,  250. 
Casas  (Illmo.  Sr.  D.  Fr.  Faustino 

délas),  100,  112,  164. 
Cassero,  182,  193,  195. 
Castillo,  S.  I.  (P.  Alonso  del),  53. 
Castillo,  S.  I.  (P.  Juan  del),  105. 
Castro,  148. 
Cataldino,  4,  39,  118,  123,  126,  169, 

215,  263. 
Cattaneo,  86,  108,  147. 
Cavallero,  262. 
Cervín,  100. 
Céspedes  (D.    Francisco  de),  37, 

56,  111,  170,  172,219. 
Céspedes  (Fr.  Martín  de),  268. 
Céspedes  Jeria  (D.  Luis  de),  7,  44, 

170. 
Cevallos,  13,  44,  87,  145,  175,  197, 

209,  217,  218,  224,  233. 
Cisneros,  14,  150,250. 
Colón,  150,  152,  153,  239. 
Condamine  (la),  267. 
Conde,  100. 
Contucci,  259. 
Cornejo,  100. 
Corte,  209 . 
Cota,  146,  165. 
Couto,  20. 
Craus,  106. 
Cuará,  142. 

Cueva  (Hernando  de  la),  3. 
Cueva  (D.  Mendo  de  la),  136. 
Cumandeyú,  50. 
Curado,  Í99. 


en 

Chagas,  199,  200,  201,  206. 
Chalotais  (la),  260. 
Charle voix,  29,  65,  263. 
Chateaubriand,  227,  228. 
Chinchón  (conde  de),  128. 
Choiseul,  255. 
Chomé,  240. 


Danesí,  66. 

Darwin,  24. 

Dávila,  4,  68. 

Davín,  227. 

Demersay,  264. 

Díaz  Taño,  6,  46-50,  58,  110,  111, 

125,  170. 
Diderot,  258. 

Diez  de  Andino,  3,  44,  48,  53,  173. 
Doblas,  27,  67,  210,  212,  234,  243, 

244. 
Dobrizhoffer,  240. 
Domingo  (indio),  68. 
Domínguez,  20,  245,  253. 
Donvidas,  110,  125. 
Duhr,  67. 
Duran,  vide  Mastrilli. 


Echauri,  146. 
Echa var ría,  233. 
Echeverría^  253. 
Enrich,  15. 
Enríquez,  259. 
Escandón,  61,  110,214,  217. 
Escobar  Osorio,  68. 
Espinosa,  105. 
Estanislao  de  Lorena,  65. 
San  Esteban,  262. 
Estrada,  16,231. 


Fajardo,  73,  100,  127, 128,  139,  215, 

219,  222,  224,  227. 
Febrés,  240. 


728- 


Fecha,  148. 

Felipe  IT,  17,  45,  76,  77,  96,  120, 

121,  141,  151,  158,  171. 
Felipe  III,   45,  74,   120,  121,   143, 

151,  214,  216,  218. 
Felipe  IV,  17,  45,  47,  53,  121,  143, 

151,214,  216,  218. 
Felipe    V,    11,   45,   50,    100,    121, 

127-131,  141,  143,   145,  146,  148, 

188,  213,  214,  218,  224,  267. 
Fernán  Díaz,  136. 
Fernández  de  Cabrera,  170. 
Fernando  el  Católico,  151, 
Fernando  VI,  11,  13,  214. 
Ferré,  202. 

Filds,  2,  4,  118,  126,  157. 
Florentino  de  Bourges,  227,  230. 
Forcada,  106. 
Franck,  66,  85,  106. 
Francia,    162,    199,  201,   202,  262, 

264. 
Freiré,  8,  12,  13,5',  135. 
Freitas,  146. 
Frézier,  267. 

Frías,  (Manuel),  44,  155,  156,  168, 
Frías,  S.  I.  (P.  Ignacio),  55. 
Frutos,  39. 

Fuenleal  (Ramírez  de),  68, 
Funes,  245,  253,  268. 


Giraldín.  145. 

Godoy,  241. 

Gomera  (conde  de  la),  148. 

Gomes,  vide  Freiré. 

Gómez  S.  I.  (P.  Cristóbal),  50, 
125. 

Gómez  Pedro  (procurador),  10. 

Gómez  (D.  Pedro),  202. 

González  de  Santa  Cruz  (Fran- 
cisco), 169. 

González  de  Santa  Cruz,  S.  I. 
(P.  Roque),  3,  6,  30,  105,  109, 
114,  116,  136,  170,  172,  206,  219. 

Gothein,  16,  265. 

Goytia,  182,  189. 

Graham,  262. 

Gregorio  XIII,  96. 

Gregorio  XIV,  96. 

Gregorio  XV,  96. 

Grimau,  106. 

Guacararí,  199. 

Guardia,  79. 

Guerra,  2. 

Guillestigui,  100,  118,  215. 

Guiraverá,  4. 

Gutiérrez,  S.  I.  (P.  Antonio),  4. 

Gutiérrez,  S.  I.  (H.  Blas),  83. 

Gutiérrez  (D.  Juan  María;,  246, 
247,  253. 


G 


Gabipoy,  145. 

Fr.  Gabriel  de  la  Asunción,  157. 

Gallardo,  60. 

Gama,  199. 

Garavito,  35,  44,   46,   47,   48,  68, 

127,  128,  136,  146,  220. 
Garay,  2f 

García  (Francisco),  115. 
García,  S.  I.  (P.  Tomás),  105. 
García  Alvarez,  182,  189. 
García  Rodríguez,  136. 
García  Ros,  11,  44,  128,  145,  146, 

173,  174,  218,  248. 
Garriga,  55. 
Garro,  144,  172. 
Gay,  264. 
Gilí,  240. 


H 


Henart,  5. 

Henestrosa,  9,  53,  56,  127, 146. 

Hernandarias,  2,  3,  20,  105,  110, 

118,136,148,168,248. 
Herrán,  55,  174. 
Herrera  (Antonio  de),  4,  79. 
Herrera  (D.  José  de),  79,  242. 
Herrera,  S.  J.  (P  Miguel  de),  105. 
Hidalgo,  182. 

Hinostrosa,  vide  He?iestrosa. 
Holguin,  98,  118. 
Horski,  106. 
Howitt,  262. 


Ibáñez  de  Echavarri,  211,  213,  266. 


-729 


Ibáñez  de  Faria,  44,  45,  48,  128, 

135,  156,  225,  257. 
San  Ignacio  de  Loyola,  106,  119, 

127. 
Insaurralde,  100. 
Irala,   24,   152,  153,   158  - 160,   163, 

239. 
Isabel  la  Católica,  17,  151,  153. 
Isasi,  199. 


Jacci,  13. 

Jarque,  36,  55. 

Javier  (San  Francisco),  103. 

Jenig,  106. 

Jenner,  257. 

Jiménez  (capataz),  75. 

Jiménez,  S.  I.  (P.  Francisco),  113. 

Jiménez,  S.  I.  (P.  Bartolomé),  173. 

San  Juan,  262. 

San  Juan  Bautista,  262. 

Juan  (D.  Jorge),  267. 


K 


Keene,  12,  13. 
Kormaer,  106. 


Lacoizqueta,  224. 

Lafone,  20,  241. 

Lagomarsini,  259. 

Lamas,  250,  253. 

Landau,  vide  Amandaú. 

Láriz,  9,  32,  34,  38,  40,  44,  46,  47, 

55,  68,  100,  127,  135,  219,  220, 

267. 
Larrazábal,  183. 
Latorre,  vide  Torre. 
Lazcano,  61,  182,  196,210. 
Ledesma  Valderrama,  7,   10,  44, 

74,  170. 
Leiva,  241. 
León  (D.  Sebastián  de),  9,  44,  53, 

127,  146. 
Levanto,  240. 
Liniers,  198. 


Liñán,  173. 

Lizardi,  105. 

Lizarraga,  3,  20,  112,  118. 

Lobo,  55,  144. 

López  (D.   Carlos  Antonio),  201 

202,  210. 
López  (D.  Francisco  Solano),  162. 
López  (D.  Vicente  Fidel),251.  253. 
Lorenzana,  3,  4,  20,  32,  98,   109, 

113,  118,  160,  167,  169,263. 
Loreto  (marqués  de),  184,  187. 
Loyola,  21. 
Lozano,  18,  27,  30,  39. 
Lúe,  210. 
Lugas,  106. 

Lugo  (Cardenal  Francisco  de),  25. 
Lugo  (D.  Pedro  de),  7,  44,  47,  53, 

56,  136. 
Luis  XIV,  145. 

M 

Maceta,   4,   27,  39,   118,  123,  126, 

169,  263. 
Machoni,  38,  55,  240. 
Mac-namara,  145. 
Maldonado,  148,  215. 
Mancera  (marqués  de),  128. 
Mancha,  100,  127. 
Mansilla,  5. 
Maracaná,  26. 
Maranges,  112. 
Marbán,  240. 
Marimón,  105,  142. 
Marín  de  Negrón,  118. 
Marsellano,  100. 
Marshall,  262. 
Martínez  (D.   Francisco  Ignacio), 

202. 
Martínez,  S.  I.  (P.  Ignacio),  5. 
Martínez  Carvajal,  128. 
Mastrilli  Duran,  26,  27,  32,  36,  38, 

81,  125,  172,  219. 
Mata,  100. 
Mayer,  22. 
Medina,  67. 
Melgarejo,  2,  163. 
Mena,  230. 
Mendoza,  6,  105,  136,  140,  142, 


-730- 


Mercado  Villacorta,  48,  53,  267. 

Mesía,  S.  I.  (P.  Alonso),  148. 

Mesía  (Diego,  Presidente  de  Char- 
cas), 124. 

Miñani,  145. 

Miranda,  22. 

Mitre,  248,  253. 

Molina,  148. 

Moncloa  (duque  de  la),  145. 

Monforte,  44,  80,  146,  164,  173. 

Montealegre,  106. 

Montenegro  (lUmo.  Sr.  D.  Alonso 
de  la  Peña),  17,  22. 

Montenegro,  S.  I.  (H.  Pedro),  83, 
106. 

Montes,  240. 

Montesinos,  150. 

Montesquieu,  256. 

Montmorency,  148. 

Montoya,  4,  5,  6,  20,  23,  40,  47,  49, 
53,  56,  66-68,  100,  105, 110,  113, 
114,  117,  118,  125,  148.  153,206, 
214,  240,  263. 

Monzón,  249. 

Morales,  106. 

A-Ioreira,  75. 

Moreno,  106. 

Moussy,  264. 

Mujica,  56. 

Muratori,  225,  227,  259,  266. 

Muriel,  22,  29,  40,  65,  66,  78,  110. 

Murr,  265. 


N 


Nieremberg,  67. 
Níkel,  56. 
Nobrega,  195. 
Novaes,  30. 
Nusdorffer,  55,  259. 


N 


Ñeenguirú,  56. 


e 


Oberá,  23. 
Ojeda,  98,  148. 


Oliva,  148. 

Orbigny  (D'),  268. 

Orosz,  259. 

Ortega,  2,  4,  118,  126,  157. 

Ortiz  rFr.  Bonifacio),  176. 

Ortiz  (Illmo.  Fr.  Tomás)  14,  22. 

Osa,  148. 

Osmat,  146. 

Osuna,  118. 

Ovalle,  148. 


Páez,  2. 

San  Pablo,  262. 

Page,  268. 

Paiva,  172. 

Palacios,  105. 

Palos,  99,  100,  215,  222. 

Paravisino,  100. 

Parodi,  59. 

Parra,  S.  I.  (P.  Juan  Sebastián  de 

la),  23. 
Parish,  262. 
Parras,  29,  30,  39. 
Pastor,  S.  I.  (P.  Juan),  40,  44,  47, 

56,  98,  148,  216. 
Pastor,  S.I.  (P.  Silverio),  41. 
Patino,  218. 
Pauke,  145,  148. 
Paulo  III,  15,  18. 
Pauw,  230. 
Pedraza,  98,  148. 
San  Pedro,  262. 
Pedro,  cacique,  36. 
Peixoto,  197. 
Pellegrini,  206. 

Peralta,  99,  100,  128, 133,  215,  219. 
Peramás,  31,  65,  66. 
Pereira,  197. 
Pérez,  177. 
Pfotenhauer,  266. 
Pinedo,  100,  165. 
Pino  (virrey  don  José  del),  197 
Pino  (Julián),  106. 
Pintos,  202. 

San  Pío  V,  96,  97,  98,  100. 
Pizarro,  150. 
Platón,  256. 


731 


Plaza,  177. 

Plinio,  224. 

Pombal,  12,  195,  223,  224,  261. 

Pompadour,  255. 

Pompeyo,  223. 

Pontchartrain,  221. 

Porcel,  94. 

Porres,  141. 

Posadas,  202. 

Poveda,  80. 

Prado,  146. 

Prímoli,  85,  106,  207. 

Q 

Queirel,  30,  31,94,  206. 
Querini,  55,  139. 
Quesa,  7. 
Quintana,  145. 
Quintano,  224. 
Quirini,  vide  Querini, 
Quiroga,  246, 


Rivera  (D.  Lázaro),  185,  209. 
Robertson,  260. 
Robles  (D.  Agustín),  131. 
Robles  (D.  Andrés),  42,  44, 79, 131, 

172. 
Robles  (D.  Manuel),  146. 
Roca,  55,  106. 
Rocamora,  198. 
Rodero,  127,  128. 
Rodríguez,  128. 
RodriguiUo,  169. 
Rodrigo,  197. 
Rogado,  75. 
Rojas,  44,  68,  173. 
Romero  (capataz),  75. 
Romero,  S.  I.  (P.Juan),  110. 
Romero,  S.  I.  (P.  Pedro),  105,  136. 
Ros,  vide  García  Ros. 
Rúa  (de  la),  148. 
Rubio,  1^7. 

Ruiz  de  Montoya,  vide  Montoya. 
Ruyer,  27,  39,  109,  113,  125. 


R 


Rada,  53,  98,  125. 

Raffay,  12. 

Ramírez,  200,  202. 

Ramoncito,  202. 

Ranzonier,  107, 

Raposo  de  Tabares,  136,  140. 

Rávago,  12,  13. 

Raynal,  245,  257,  258,  266. 

Rege  Gorbalán,  44,53,  80, 112,  144, 

146,  164. 
Resquín,  169. 
Restivo,  67,  223. 
Retz,  55,  125,  127. 
Reyes,  11,  44. 
Ribera,  140. 
Rico,  72,  159. 
Richelieu,  250. 
Ríos,  81. 
Ripalda,  148. 
Rippert  de  Mondar,  260. 
Riva  Herrera,  177,  179. 
Rivera,  S.  I.  (P.  Antonio  de),  19. 
Rivera  (D.  Fructuoso),  200,  201, 

202. 


Saint-Hilaire,  213,  268. 
Salazar  (Agustín),  64. 
Salazar,  S.  I.  (P.  Diego  de),  169. 
Salazar  (D.  José  Martínez  de),  44, 

139,  146,  147. 
Salcedo,  145,  146. 
Saloni,  2,  157. 
Salvatierra  (conde  de),  47,  48,  53, 

128, 143,  173. 
Sánchez  Labrador,   102,   113,  217, 

240. 
Sanginés,  182,  190,  193,  194. 
Sanjust,  118. 

San  Martín,  S.  I.  (P.  Francisco),  3. 
San  Martín  (D.  José  de),  205. 
Santo-Bono  (príncipe  de),  250, 
Sarmiento,  7,  44,  118,  127, 136,  146 

173. 
Sarria,  145, 
Schmídel,  19. 
Sebastián,  vide  Parra. 
Seña,  82,  105. 
Sepp,  67,  69,  106,  148. 
Serrano,  67,  148. 


-732 


Smith,  106. 
Sobrino,  219. 
Solórzano,  14,  148. 
Soria,  198. 
Southey,  261,  262. 
Spelder,  111. 
Spencer,  24. 
Staes,  106. 
Stattler,  22. 
Suárez,  67,  95,  246. 
Suárez  Cordero,  100. 
Suárez  Macedo,  55,  144. 
Subelía,  vide  Zubeldia. 
van  Surk,  vide  Mansilla, 


Tabacambi,  162,  167. 

Tacchi-Venturi,  259. 

Tagle,  175. 

Talhamer,  106. 

Tamburini,  40,  142. 

Taño,  vide  Día^  Taño. 

Taparí,  56. 

Tapia,  240. 

Tavera,  15,  18. 

Tejadas,  69. 

Tirso  González,  39,  40,  125,  148. 

Toledo,  17,  35. 

Tomás  Apóstol  (Santo),  23,  113. 

Torre,  S.  I.  (H.  Domingo  de  la), 
106. 

Torre  (D.  Juan  de  la),  182. 

Torre  (Illmo.  Sr.  D.  Manuel  An- 
tonio de  la),  3,  21,  30,  36,  106, 
118,  123,  124,  126,  148,  167,  204, 
218,  233. 

Torres  Maldonado,  155. 

Trelles,  249. 

Tubichapotá,  141. 


Valdelirios  (marqués  de),  13,  98, 
211,  218,225,  233. 

Valderrama,  vide  Ledesma  Val- 
derrama. 

Valdés  Inclán,  131,  140,  145. 

Valiente,  182,  188. 

Valverde  (Oidor  D.  Juan  Blásquez 
de),  35,  38,  40,  41,  42,  44-46,  48, 
49,  53,  68,  127,  135, 148,  171,  173. 

Vaniére,  65,  226. 

Várela,  212. 

Vaseo,  86,  148. 

Vega,  15. 

Veiga,  145. 

Vela,  150. 

Velasco  (Gobernador  D,  Bernardo 
de),  198,  210. 

Velasco  (Sargento  mayor  Juan  de), 
55. 

Velasco  (Illmo.  Sr.  D.  Fr.  Luis 
de),  240. 

Velázquez,  150. 

Vera  y  Mujica,  127,  144,  173. 

Vergara,  13. 

Vértiz,  209. 

Viana  (D.  Joaquín),  13,  30,  74,  185, 
218,  267. 

Viana,  S.  I.  (P.Juan),  106, 111. 

Vieyra,  262. 

Villa,  182. 

Villacorta,  vide  Mercado  Villa- 
corta. 

Villagarcía,  128. 

Villanueva,  128. 

Villegas,  50. 

Villodas,8. 

Villota,  210. 

Vitelleschi,  96,  106,  107,  125. 

Voltaire,  254-256,  258,  266. 


ü 


w 


Ulloa,  267. 
Urbano  VIII,  25,  96 
Urízar,  146. 
Urtazún,  82,  105. 


Waldin,  31. 
Wall,  13,  218,  225. 
Werle,  128,  146,  148. 
Wolff,  106. 


-733- 

Z  .  68,  132,  176,   177,   179,  187,  188, 

196-198,  233. 
Zayas,  172. 
Zavala   (D.  Bruno  Mauricio  de),  Zea,  55. 

11,  44,  45,  55,  127,  128,  131,  142,  Ziulak,  106. 

145-147,  174,  213,  243,  266.  Zubeldia,  83,  106. 

Zavala  (D.  Francisco  Bruno  de),  Zumé  (Pay),  23. 


índice  del  tomo  II 


LIBRO    SEGUNDO 
Valor  de  la  obra 


SECCIÓN    PRIMERA:   Efectos 


Capítulo  L  —  Efectos  en  los  mismos  indios 


134.  I.  Fe,  religión  y  piedad  cristiana 7 

135.  lí.  Conservación  de  la  raza  indígena 10 

136.  III.  Seguridad  y  paz  del  territorio  ocupado  por  los  indios      .  15 

137.  IV.  La  libertad  de  los  indios 27 

138.  V.  Agricultura  é  industria 28 

139.  VI.  Mudanza  de  costumbres 30 

140.  VIL  Hasta  qué  grado  se  perfeccionaron  las  costumbres  .       .  32 

141.  VIH.  De  la  posibilidad  de  introducir  el  celibato  y  el  sacerdo- 

cio entre  los  guaraníes 36 

142.  IX.  Daños  internos  y  riesgos  de  las  reducciones       ...  40 

Capítulo  II.— Efectos  en  el  resto  del  país 

143.  I.  Defensa  de  las  fronteras 45 

144.  II.  Auxilio  militar:  primera  toma  de  la  Colonia       ...  48 

145.  III.  Auxilio  militar:  empresas  posteriores  sobre  la  Colonia  .  54 

146.  IV.  Auxilio  militar  en  varias  otras  ocasiones      ....  62 

147.  V.  Auxilio  en  las  obras  públicas 68 

148.  VI.  Inmigración  europea 73 

149.  VIL  Dilatación  del  territorio 82 


SECCIÓN  SEGUNDA:  La  obra  de  los  encomenderos 

Capítulo  IIL— Sistema  de  los  encomenderos  del"Paraguay 

150.  I.  Noticias  previas 86 

151.  11.  La  encomienda 89 


-736- 

PÁGS. 

152.  III.         El  servicio  personal 91 

153.  IV.        Injusticias  del  servicio  personal  en  las  encomiendas       .  94 

154.  V.          La  Cédula  de  1601 97 

155.  VI.        Ordenanzas  de  Alfaro 99 

156.  VIL       La  mita 105 

Capítulo  IV.— Efectos  uel  sistema  de  los  encomenderos 

157.  I.            La  falta  de  doctrina 108 

158.  II.          Abandono  del  cuidado  de  los  indios  en  lo  temporal  .       .  110 

159.  III.         Opresión  de  los  indios 111 

160.  IV.        Obstáculos  al  Evangelio 115 

161.  V.          Daños  temporales  que  redundaban  a  todo  el  país      .       .  119 

162.  VI.        Rebajamiento  del  carácter  de  los  indios 121 

163.  VIL      Despoblación 122 

164.  VIII.     La  gran  alarma  de  1688 127 

165.  IX.  Estado  posterior  de  las  encomiendas  y  su  definitiva  ex- 

tinción         132 

166.  X.          Paralelo  con  los  efectos  de  otras  colonizaciones.       .       .  135 

Capítulo  V.— Los  encomenderos  y  las  doctrinas 

La  palabra  del  Rey  empeñada  á  los  guaraníes  .       .       .  141 

Los  encomenderos  ante  las  ordenanzas  de  Alfaro    .       .  145 

Reducciones  del  Guayrá 147 

Reducciones  del  Paraná  y  Uruguay 152 

Las  reducciones  y  el  Ilustrísimo  Señor  Cárdenas     .       .  157 

Doctrinas  del  Uruguay 160 

La  mita  para  ir  á  los  yerbales  de  Maracayú.       .       .       .  163 

Antequera  y  Barúa 167 


SECCIÓN  TERCERA:  La  obra  de  Bucareli 

Capítulo  VI.— El  plan  de  Bucareli 

Carácter  de  Bucareli 170 

Bucareli  fundador °.  174 

Las  instrucciones  de  Bucareli 176 

La  instrucción  á  los  Gobernadores  interinos      .       .       .  179 

La  adición  de  15  de  Enero  de  1770 182 

La  ordenanza  de  comercio  de  1.^  de  Junio  de  1770    .       .  185 

181.  VIL       Valor  de  las  instrucciones  de  Bucareli 187 

Capítulo  VIL— Efectos  del  plan  de  Bucareli 

182.  I.  Los  efectos  en  general 191 

183.  II.  Daños  en  el  orden  temporal 194 

184.  III.         Daños  en  el  orden  espiritual 196 

185.  IV.         Promesas  de  Bucareli 199 


167. 

I. 

168. 

II. 

169. 

III. 

170. 

IV. 

171. 

V. 

172. 

VI. 

173. 

VIL 

174. 

VIII. 

175. 

I. 

176. 

11. 

177. 

III. 

178. 

IV. 

179. 

V. 

180. 

VI. 

-737- 

PÁGS. 

186.  V.          Realización  de  las  promesas 200 

187.  VI.        Las  tres  bases  de  civilización 203 

Capítulo  VIÍl.— Las  causas  en  particular 

188.  1.            El  haber  infatuado  á  los  indios 210 

189.  II.           Las  promesas  de  Bucareli 214 

190.  III.         El  Administrador  particular.       .       .       .       .       .       .       .221 

191.  IV.        La  autoridad  del  Administrador  particular  ....  224 

192.  V.          El  comunismo  de  Bucareli 226 

193.  VI.        Otras  Prescripciones  de  Bucareli 230 

194.  VIL       Esclavitud  de  los  indios 234 

195.  VIII.     V^alor  de  la  obra  entera  de  Bucareli 239 

CAt'ÍTULO  IX. — Ruina  total  de  las  doctrinas 

196.  I.  Decadencia  de  las  Misiones  hasta  su  primera  desmem- 

bración   242 

197.11.          Apodérase  Portugal  de  los  siete  pueblos  orientales.  245 

198.  III.         Segunda  desmembración 247 

199.  IV.        Destrucción  de  quince  Doctrinas 249 

200.  V.         Ruina  de  siete  Doctrinas  más 256 

201.  VI.        Las  ocho  Doctrinas  al  norle  del  río  Paraná  ....  258 

202.  VIL       Vicisitudes  ulteriores  de  los  guaraníes  de  Misiones.       .  259 

203.  VIH.     Pueblos  de  Misiones  v  ruinas  de  Misiones     ....  263 


APÉNDICE  al  cap.  IX 

Algunas  noticias  particulares  sobre  el  estado  actual  de  los  antiguos  pueblos 

de  Misoines  y  sus  ruinas 

204.  Paraguay 267 

205.  Provincia  de  Corrientes 270 

206.  Territorio  nacional  de  Misiones  (República  Argentina).  272 

207.  Brasil 277 

208.  Algunos  objetos  de  Misiones  en  el  Museo  de  la  Plata     .  281 


SECCIÓN  CUARTA:  Planes  y  juicios 

Capítulo  X.  — Planes  diversos 

209.  I.  Plan  del  Virrey  Aviles 286 

210.  II.  Plan  contenido  en  la  Cédula  de  1803 291 

211.  IIL  Plan  del  expulso  Ibañez  de  Echevarri 299 

212.  IV.  Plan  de  Doblas 302 

213.  V.  Arbitrias 307 

47.     Organización  social  de  las  doctrinas  guaraníes.— tomo  ii. 


-  738  - 


Capítulo  XI.— Juicios  or  especial  autoridad 

PÁGS. 

214.  I.           Los  Reyes 313 

215.  II.          El  estado  eclesiástico 318 

216.  III.         Extraordinario  juicio  favorable  de  dos  Obispos  .       .       .  322 

217.  IV.         Prosiguen  los  dos  testimonios  extraordinarios.    .       .       .  326 

218.  V.          Los  Gobernadores 334 

219.  VI.        Plebiscito  de  los  indios 338 

Capítulo  XII. -Los  libelos 

220.  I.            Libelos  del  tiempo  de  Caravito 344 

221.it.           El  libelo  del  abate  francés 346 

222.  III.         El  libelo  de  Barúa 347 

223.  IV.        El  pseudo  An.olés 348 

224.  V.          El  libelo  del  Pompal 351 

225.  VI.        Libelo  del  Reino  jesuítico 358 

Capítulo  XIII.— Poetas 

226.  I.           El  P.  Vaniére 362 

227.  II.          El  P.  Florentino  de  Bourges 364 

228.  III.         Chateaubriand 365 

229.  I\^        Otros  poetas 366 

230.  V.         Pauw .366 

231.  VI.        Estrada 369 

232.  VII.       El  consejero  de  Bucareli .  372 

Capítulo  XIV.  — Los  demarcadores 

233.  I.           Demarcadores  de  1750. 370 

234.  II.          Los  demarcadores  de  1777 375 

235.  III.        Alvear 382 

236.  IV.        Azara:  conceptos  favorables.       .       .       .     ,.       .       .       .  338 

237.  V.          Conceptos  adversos §84 

238.  VI.         Juicio  de  Azara  sobre  el  régimen  de  los  Jesuítas     .       .  386 

239.  VIL       Enormidades  é  invenciones  de  Azara 3S8 

240.  VIII.     Medios  seglares  y  medios  eclesiásticos 392 

241.  IX.        Valor  délos  juicios  de  Azara 396 

242.  X.          Examínase  el  fundamento   de  Azara 400 

243.  XI.         Estado    religioso   de   las   Doctrinas  en 402 

244.  XII.       Doblas 406 

Capítulo  XV.— Escritores  del  Río  de  la  I'lata 

245.  I.  Escritores  argentinos:   El  Deán  Funes  y  el  Dr.  Domín- 

guez   411 


246. 

II. 

247. 

III. 

248. 

I\^ 

249. 

V. 

250. 

VI. 

251. 

VIL 

252. 

VIII. 

253. 

IX. 

-739- 

PÁGS. 

Dr  Juan  María  Gutiérrez 413 

Valor  del  juicio  de  Gutiérrez.  Examínase  el  argumento 

de  la  resistencia 417 

El  General  Mitre 420 

Trelles 425 

Lamas 429 

D.  Vicente  Fidel  Lópsz 433 

Bauza 435 

Observaciones  sobre  los  escritores  del  Rio  de  la  Plata   .  437 

Capítulo  XV^I— Los  filosofantes  ó  impíos  del  siglo  xvm 

254.  I.           Voltaire 442 

255.  II.          D'Alembert 445 

256.  III.         Montesquieu 448 

257.  IV.        Raynal 450 

258.  V.          Observación 457 

Capítulo  XV^It.— Otros  escritorios  extranjeros-viajeros 

259.  I.            Italia:  Muratori 459 

260.  II.          Ingleses:  Robertson 462 

261.  III.        Southey          465 

262.  IV.        Parish:  Marshall:  Graham 468 

263.  \".          Franceses:  Charle voix 478 

264.  \'I.        Bonpland:  Moussy:  Gay:  Demersay 481 

265.  VIL       Alemanes:  Murr 487 

266.  VIII.     Gothein:  Pfotenhauer. 489 

267.  IX.        Viajeros:  Ulloa:  Frézier:  Bougainville 494 

268.  X.          Saint-Hilaire:  D'Orbigny:  Page 501 

269.  Conclusión 509 


APÉNDICE:  SIGUEN  LOS  DOCUMENTOS  Y  ACLARACIONES 

Núni.  46.  — Dos  testimonios  sobre  la  excelencia  del  opúsculo  inédito 
que  se  sigue.  Y  comprobación  de  su  autenti- 
cidad   513 

Núm.  47.— CARDIEL,  P.  JOSÉ,  S.  I.  Breve  relación  de  las  Misio- 
nes del  Paraguay 514 

Núm.  48.— Superiores  de  las  misiones  de  Guaranís 614 

Núm.  49.— Estadística  de  Doctrinas  en  1647,  1682  y  1730.       ...  615 

Núm.  50.  — Estadística  de  Doctrinas  desde  1707  hasta  1768     .       .       .  618 

Núm.  51. — Parecer  del  Sr.  Solórzano  acerca  de  los  Jesuitas  1640.     .  619 

Núm.  52.— [1643]-Memorialdel  P.  Montoya 620 

\'úm.  53. -[1708] -Memorial  del  P.  Burgés 640 

'  n.  54.  — Comisión  al  Presidente  de  Charcas  para  visitar  el  Para- 
guay         659 


—  740  — 

pAgs. 

Núm.  55. — C.  R.  Comisión  á  un  Oidor  para  lo  mismo     ....      660 

Núm.  56. — 1611.— Ordenanzas  de  Alfaro 661 

Núm.  57. — 1518. — Decisión  real  contirmatoria 677 

Núm.  58.— 1631.— Primera  Provisión  del   Virrey  sobre   poner   las 

Reducciones  en  Corona  Real ()81 

Núm.  59.  — 1633.  — C.  R.   Que  se  incorporen  los  indios  de  Doctrinas 

en  la  Corona  Real 684 

Núm.  60. — Ejecutoria  de  la  incorporación 685 

Núm.  60  bis. — 1633. — C.  R.  Que  se  quite  todo  servicio  personal.       .      687 

Núm.  61.-1679. — C.  R.  Redúzcanse  los  indios  originarios  á  mitayos 

y  júntense  en  pueblos 688 

Núm.  62. — 1775.— C    R.  sobre  el  atropello  de  Bucareli  contra  don 

Miguel  Tagle ()90 

Núm.  63. — 1790. — Carta  remisiva  de  la  Cédula  anterior,  en  que  se 
expresan  los  nombres  que  se  omitieron  en  la 
Cédula 692 

Núm.  64. — 1768. — Memorial  del  pueblo  de  San  Luis  á  Bucareli  para 

que  les  deje  por  Curas  á  los  Jesuítas    .       .       .      692 

Núm.  65. — 1780.— Disgustos   de    Carlos   III  por   la   decadencia  de 

Doctrinas 694 

Núm.  66. — 1784. —  Real  Orden  para  que  se  envíen  informes  sobre 

las  Misiones  que  fueron  de  los  Jesuítas.       .       .      694 

Núm.  67.— 18...— BONPLANT,  Noticias  sobre  las  Misiones  de  los 

Jesuítas  del  Paraguay 695 

Núm.  68.— 1901. -QÚEIREL,  Ruinas  de  S.  Ignacio  miní      ...       698 

Núm.  69.— 1803. ~C.R.  Nuevo  Gobierno  de  Doctrinas   ....      705 

Núm.  70. — 1643. — Testimonio   laudatorio  del   lUmo.    Cárdenas    en 

favor  de  los  misioneros 708 

Núm.  71.  — 1643. — Gran  el-^gio  dado  alas  Doctrinas  por  el  II  Im  o.  señor 

Cárdenas  en  carta  al  P.  Cataldino  ....       709 

Núm.  72. — 1463.— Testimonio  de  la  \"isita  del  Illmo  Sr.  Cárdenas  á 
la  Doctrina  de  S.  Ignacio  Guazú;  elogio  insig- 
ne de  ella  y  de  los  Jesuítas  sus  misiones  y 
Curas 710 

Núm.  73. — 1644. —Carta  del  Illmo.  Sr.  Cárdenas  al  Rey.  con  insig- 
nes elogios  de  los  Jesuítas  del  Paraguay  3'  sus 
Doctrinas 711 

Núm.  74. — 1761.— Illmo.  Sr.  Latorre:  elogios  de  los  Jesuítas  del 
Paraguay  y  de  sus  Doctrinas  de  resultas  de  la 
X'isita  que  á  ellas  hizo 713 

Núm.  75.  — 1759. —Parecer  de  que  no  conviene  quitar  los  Jesuítas  de 
las  Doctrinas,  con  gran  alabanza  de  las  Doctri- 
nas V  de  los  Padres 719 


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