1 :.^ r:-o^::^
?^
■''■T
^- — <^
ORLANDO FURIOSO
TOMO PRIMERO
ORLANDO FURIOSO
POEMA HEROICO
de
LUDOVICO ARIOSTO
traducido en verso castellano
POR EL
CAPITAN GENERAL
D. JUAN DE LA PEZUELA s> ^^'^^
CONDE DE CHESTE
DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
TOMO PRIMERO
ODE CONTIENE LOS DOCE PRIMEROS CANTOS
MADRID
IMPRENTA DE A. PÉREZ DUBRULL
Flor Baja, 32
1883
EJEMPLAR NÚM. 98
Madrid 3o de Marjo de i883.
ExcMO. Sr. Marqués de Molins.
Mi querido Mariano: ¿A quién mejor que á ti
podría tu viejo amigo dedicar su traducción del
Orlando de Ariosto, que será probablemente lo
último que escriba? De los que fuimos compañe-
ros muy queridos en el Colegio de Calleja, sólo
tú y yo vivimos hoy. Se nos han ido : Espron-
ceda hace mucho tiempo, Felipe Pardo, Alonso,
los Benítez , Mazarredo , Ventura Vega , los
Ochoas (Eugenio y Carlos), los Nandines, Pe-
zuela mínimo (alias Pitón), y tantos y tantos,
.que no creo que hoy quede ya en este mundo,
fuera de ti y de mí, ninguno más de los que, con
mi amadísimo hermano José (el Diablillo), tan
alegremente corrimos por el gran patio del Co-
legio de la calle de San Mateo, y de los que fui-
mos tan felices
Cuando en las anchas aulas escuchamos
la dulce voz del inspirado Anfriso....
como nos dice nuestro inolvidable Ventura
Vega.
ORLANDO FURIOSO.
TÚ estabas entonces todavía en los años que
pertenecen á la niñez, y no sé si sabrías, ni me-
nos si recuerdas ahora, que Vega, Espronceda y
yo, de alguna mas edad que tú, capitaneados
por Bautista Alonso, que era nuestro Inspector,
nos propusimos poner en octavas castellanas
este mismo Orlando Furioso, que empecé á tra-
ducir á los quince años. Nos repartimos los cua-
tro primeros cantos. Vega, á quien tocó el pri-
mero, como el de más edad, ni siquiera llegó á
hacer un verso : yo hice algunos más del canto
tercero, y Espronceda las tres octavas primeras
del segundo, que son las que van en este libro
que te dedico, con muy pocas correcciones que
he hecho en ellas ahora. Suspendimos los cuatro
nuestra obra, porque las lecciones de Lista nos
convencieron de que no estábamos aptos para el
caso todavía, como nos decía el mismo bondado-
so maestro, llamándonos mamarrachos, que íq-
níamos que ir más aspadlo. ¿Quién me diría
entonces que habría yo de volver, á la edad de
setenta y dos años cumplidos, á recordar el an-
tiguo trabajo de mi tan verde juventud, que por
casualidad encontré una mañana, entre unos
amarillentos y apolillados papeles que me trajo
mi primo Jacobo de la Pczuela, Académico que
fué de la Historia, muerto este año pasado? ¿Y
no solo á recordarlo, sino á emprender esta larga
y pesadísima labor en que sólo he empleado diez
DEDICATORIA.
y siete meses, trabajando á destajo, porque co-
nocía que solo así podría rematarla? ¿ He produ-
cido alguna cosa de provecho ? Si no ha sido así,
esos meses á lo menos me habrán dado, en los úl-
timos días de mi vida, algunas horas de entrete-
nimiento agradable en sustitución de las ásperas
lides que la política sustenta, con poca utilidad á
mi entender, en ese palenque senatorio en que yo
nada tengo que hacer, y al que te obligan á ti á
concurrir las obligaciones que te impone tu bri-
llante elocuencia , que no puedes en conciencia
desaprovechar sin deservir á tu patria.
He dudado si debía ó no poner al frente de esta
traducción un prólogo, como ya lo hice , gracias
á ti, á tu mucha erudición y á tu cariñosa bon-
dad, en la de La Comedia de Dante; pero, bien
pensado, he desistido de ello. No es el Orlando
Furioso, como aquél, un oscuro y profundísimo
poema que pide á cada momento explicaciones
que den luz para apreciar debidamente bellezas
inapreciables. En «st€ todo es claro, todo senci-
llo, y algunas veces hasta trivial; pues aunque su
estilo, de múltiples colores , se levanta á veces á
la más grandiosa entonación , siempre está más
cerca de nuestra inteligencia y de nuestro moder-
no gusto que las varoniles y terroríficas formas
del Alighieri, que tuvo que crearse una lengua,
que Ariosto al fin halla ya formada y hasta expre-
siva y elegante. Este poeta no ofrece punto algu-
8 ORLANDO FURIOSO.
no de comparación ni con Dante ni con Petrarca
que le preceden , ni aun con Tasso que le sigue.
Yo he tenido necesidad de estudiarlos, y por la
impresión que me han hecho te diré que el au-
tor de La Comedia me admira y me asusta : que
los pensamientos alambicados del amante de
Laura no me son simpáticos y me causan más
fatiga que agrado : que Ariosto me divierte y
entretiene mucho , y que el Tasso me llena de
entusiasmo y de heroicos sentimientos. Tal vez
por estas impresiones nunca me ha ocurrido , á
pesar de mi innato cariño á la poesía italiana,
traducir un solo verso de Petrarca. Sus composi-
ciones, que constituyen su gran mérito, son, por
otra parte, cortas y sueltas, aunque muy nume-
rosas, y han podido ser trasladadas á varios idio-
mas por muchos poetas diferentes, pues el único
gran poema, ó, por mejor decir, poema grande
que ha escrito, Africa , es hoy poco estimado y
apenas leído, por más que fuera el que le mere-
ció su coronamiento en el Capitolio, y el aplauso
de sus contemporáneos , que debía durar tan
poco, y ser muy pronto eclipsado por las odas y
sonetos que después compuso, y que le han dado
la verdadera y justísima corona que hoy ciñe su
frente. Hay quien, celebrando estas rimas del
segundo poeta del siglo xiv , dice que jamás ha-
brá otro que impregne su labio en un manantial
de pureza tan etérea como el que ha hecho in-
DEDICATORIA.
mortal el nombre de la casta y virtuosísima Lau-
ra; y yo á mi vez digo, que hallo en tanto arro-
bamiento espiritual tan poca naturalidad , que,
como visto la carne de Adán , leo con más com-
placencia los cuadros de imponderable realidad
del Ariosto; por más que no quisiera encontrar
en ellos alguna vez tan fielmente dibujado el
desnudo ; como ya notarás en las supresiones
que me he visto obligado á hacer.
Por las razones que antes manifiesto, he creído
que bastaban para la inteligencia del Orlando,
algunas notas concisas, más para los lectores co-
munes que para los doctos, que se reirían de la
lección , si no comprendiesen que no es para
ellos.
Respecto de un juicio crítico, no creo tampoco
que hace falta uno más, después de tantos como
se han escrito. ¿Y no te parece que ya en esta car-
ta voy yo introduciendo también algo de eso, y
con bastante atrevimiento por cierto, pues te ex-
pongo mis impresiones sobre los poetas italianos
que he manejado? A lo que se agrega que después
de tanto como he leído en pro y en contra de mu-
chos pasajes del Orlando, me hallo algo perplejo
y temeroso entre las severísimas censuras de los
comentadores franceses, y las pedantescas adula-
ciones de muchos de los italianos; queriendo loa
primeros hasta quitarle al poema la originalidad;
como si en el modo de manejar un asunto, en su
IO ORLANDO FURIOSO.
exposición, coordinación, detalles y ropaje, no
cupiera la mayor riqueza de lozana inventiva. No
parece sino que ya Horacio no hubiera dicho á
esos críticos : *Non nova, sed nove.*
Sabido es que antes de Ariosto trató el asunto
de su gran poema el Conde Mateo Boyardo , en
una vasta epopeya romancesca en que su ingenio,
fecundo en invenciones, derramaba en setenta y
nueve cantos las historias caballerescas más pro-
fusas y desatinadas; y por cierto que él mismo se
inspira en otros romances más antiguos; porque
las figuras leyendarias de Carlo-Magno , de Or-
lando y otras, eran ya tan conocidas en Italia co-
mo en Francia, y se ven reunidas todas coa sus
caballerescas tradiciones en el antiguo romance,
más tosco que toscano de Reali di Francia ; y la
Spagna, la Regina Ancrojay otros partos mons-
truosos de la primitiva epopeya, se recitaban por
las calles y plazuelas. Ni dejó tampoco ese mismo
Boyardo de imitar un sitio de Troya en su sitio
de París, una Helena en su Angélica, un Aga-
menón en Carlo-Magno, y así otras muchas cosas
de Homero y de Virgilio. Es verdad que Ariosto
se apropia más abiertamente á Agramante, á
Mandricardo, á Gradasso, á Secripante, etc., y no
digo á Rodomonte, porque esc nombre se lo puso
él mismo, y con caracteres tan vivos lo grabó en
la mente de todos, que ha quedado para ejemplo
de fanfarrones; pero | de qué modo tan distinto
DEDICATORIA.
proceden ambos poetas! Mientras Ariosto agran-
da y enriquece cuanto toca, Boyardo no acaba
su poema ni da la idea de cómo iría á terminarlo;
su estilo es pesado, desordenadísimo, sin elegan-
cia ni armonía rítmica alguna : hasta el punto de
que ya en su época nadie le leía, tan pronto como
un contemporáneo, el Berni, publicó el suyo,
enmendado, corregido y revestido de un nue-
vo y más correcto y pulido estilo. Hoy es á
este nuevo Orlando del Berni adonde acudimos
para hallar la explicación de algunos pasajes
que el Ariosto no hace más que apuntar ligera-
mente, ó de los cuales da por instruidos á sus
lectores; porque, en efecto, cuando él escribió
era conocido por sus conciudadanos el Orlando
enamorado cuanto puede serlo en nuestros días
su antagónico Don Quijote de la Mancha.
Pero esta carta va siendo ya poco menos que
un prólogo, y no quiero que atribuyas su pesa-
dez á chocheras de un setentón. Oye, pues, la
vida del poeta , que voy á compendiar de todo lo
que he leído; y Dios te dé tanta salud y derrame
tanta felicidad sobre ti, tu mujer, tus hijos y nie-
tos, cuanta desea y para vosotros le pide tu anti-
guo y buen amigo,
Juan de la Pezuela.
BIOGRAFIA
DE
LUDOVICO ARIOSTO,
Nació este insigne poeta el año de 1474 en
la ciudad de Reggio, siendo allí gobernador
su padre Nicolás Ariosto , que se había casa-
do mientras ejercía aquel cargo con Daría
de Malaguzzi, distinguida señora del más
noble linaje de aquella ciudad. Fué tam-
bién la familia de los Ariostos muy ilustre y
acatada en Bolonia, en donde parece que
tuvo su origen de inmemorial abolengo. El
marqués de Este, Obizón III , conoció , amó
y se casó secretamente con Lippa Ariosta,
dama en sus tiempos de rarísima hermosu-
ra, la cual arrastró consigo á Ferrara á gran
parte de sus parientes. El que más se distin-
guió entre ellos fué el Nicolás , que habiendo
sido en sus juveniles años muy íntimo del
duque Borso, y después de Hércules I, me-
reció de éste ser su mayordomo , embajador
14 ORLANDO FURIOSO.
varias veces cerca del Papa , del Emperador,
del Rey Cristianísimo, y obtenerlos gobier-
nos de Modena y de Reggio, distinguiéndose
de modo en esos cargos, que, no sólo mere-
ció alabanzas, sino varias mercedes y dona-
ciones; si bien, aunque adquirió todos esos
honores y preeminencias, ninguna cosa ha
podido engrandecer y perpetuar su nombre
como el haber sido padre de Ludovico: y no
fué este sólo el fruto de su unión con la Ma-
laguzzia , sino que tuvo otros cuatro hijos y
cinco hijas, con lo que no á todos diez pudo
quedarles más que lo necesario para un pa-
sar decoroso é independiente después de la
muerte de sus padres.
Al indicar la existencia de los diez herma-
nos, diremos de paso que nuestro Ludovico,
así como fué el primero en el nacer, así lo fué
también en la singularidad de su talento. Des-
de sus más tiernos años se hizo admirar por su
fácil comprensión y por la viveza de su espí-
ritu; hasta el punto de que, siendo tan niño
que apenas tenía nueve años, compuso una
especie de ti'agedia del asunto de Tisbe, arras-
trado por su innata pasión á las cosas poéti-
cas, que ya desde entonces le eran de más
deleite que toda clase de pueril juego y en-
BIOGRAFIA DE ARIOSTO.
l5
tretenimiento; ocurriendo que, algunas ve-
ces que sus padres estaban fuera de casa, ves-
tía á sus hermanos y hermanitas con las
ropas más á propósito que cogía de camas y
armarios, y les hacía salir, corriendo la cor-
tina, de la cámara ala sala á recitar, á modo
teatral, los papeles que les había compuesto.
También se dedicaba ya entonces al estudio
del latín, por el ansia que le estimulaba á en-
tender á Horacio y á los otros poetas; y poco
después hizo tantos adelantos, que ninguno
de su edad ni de más años le igualaba, de-
biendo ser por pura modestia lo que dice de
sí mismo en una de sus sátiras, de que «cuan-
do ya tenía veinte años, mal entendía las fá-
bulas de Esopo »,» siendo notorio que apenas
de quince, recitó en público una oración
latina compuesta por él, que obtuvo un éxi-
to extraordinario, y que Tito Estrocia , hom-
bre de mucha literatura y consumado en el
conocimiento de la poesía latina, tenía par-
ticular gusto en oírle y en probarle en in-
* Acaso se daban entonces en las aulas las fábulas del inven-
tor del apólogo traducidas del griego al latín por Valla (que
nació en 1405, y murió en 1457); ^ tal vez llama de Esopo á
las de Fedro, porque, como dice Lista : Fc'dro hi^o hablar á lo
animales de Esopo la lengua de los señores del mundo.
1 6 ORLANDO FURIOSO.
trincadas y sutiles cuestiones , haciéndole
contender en ellas con su hijo Hércules, que
contaba la misma edad y seguía las mismas
aulas que Ludovico.
Sólo en el estudio de las leyes no adelan-
taba lo que había que esperar de su gran ta-
lento, por más que el señor Nicolás tenía
particular empeño en dedicarle á la profe-
sión del foro; pero no era eso de extrañar en
un joven á cuyas manos vinieron tan pronto
los poetas de la antigua Roma, y entre ellos
los versos del que decía :
«Juro, juro, pater, nunquam componere versus.*
Et qmd tentabat dicere versus erat.
Viendo, pues, su padre la repugnancia de
su vehemente imaginación al estudio grave y
seco de las leyes , le dejó seguir libremente el
de las bellas letras.
Mas aquél murió cuando Ludovico había
cumplido veinticuatro años; y como con esa
muerte el peculio particular había que repar-
tirlo entre tantos, el primogénito tuvo que
hacerse cargo de la familia, y cuidar de las
carreras de sus hermanos y del estableci-
miento de sus hermanas ; y por espacio de
cinco años se vio entretenido de modo, que
BIOGRAFIA DE ARIOSTO. I7
le fué forzoso abandonar sus caras afìciones
por otros trabajos de utilidad y provecho do-
mésticos que le imponían su deber y su con-
ciencia.
Más adelante, y aliviado en parte de sus
obligaciones particulares, ocurrió que vino á
Ferrara su pariente Pandolfo Ariosto, joven
de grandes esperanzas también , el cual, en-
tusiasta de las letras y de la poesía, se unió
al instante con Ludovico, y estimulándose
ambos mutuamente, reanimóse en el aburri-
do primogénito el enfriado ardor por las
Musas, y las siguieron cultivando con rival
porfía ; pero estaba de Dios que nuestro
Ariosto había de padecer intermitencias en
su poética fiebre, y la prematura muerte de
Pandolfo le afectó profundamente, apagando
aquel vivo estímulo que le infundía su fra-
ternal compañerismo y su elevado ingenio.
Verdad es que, algún tiempo después, volvió
al cultivo de las letras con el reflexivo estudio
de los poetas latinos, especialmente de Hora-
cio, del que tomó las reglas y ejemplos que
pronto le enseñaron, no sólo á conducir con
acertado plan las composiciones de mayor
vuelo y á usar con simulado desorden el
tono grandilocuente á la par que sobrio, co-
TOMO 1. 2
l8 ORf.ANDO FURIOSO.
mo vemos en sus odas, sino hasta el alto y
bajo correspondiente al estilo que se proponía
emplear, ya grave, ya jocoso, para hacer más
variada y agradable la lectura de sus obras
poéticas.
Excusado es decir que hasta allí las escri-
bió, como era el uso general de los escritores
sus contemporáneos, en la lengua del Lacio;
la cual llegó á manejar con tal habilidad y
soltura, que por sus producciones llegó á ser
el alma del trato con los más distinguidos
literatos, y por algunas poesías amorosas,
llenas de expresivos conceptos y de la más
suave dulzura, supo ganarse la simpatía y el
afecto de muchos importantes personajes, y
en particular el del Cardenal D. Hipólito de
Este, que en la corte de su hermano el du-
que Alfonso le recibió á su servicio como
gentil-hombre, y le dio favorecido y honro-
so lugar entre los literatos más celebrados
que continuamente rodeaban al insigne Pre-
lado, que era él mismo un grande y apasio-
nado cultivador de las letras. Estuvo diez y
siete años al servicio del Cardenal. Se halló
con él en Roma el i8 de Agosto de i&o3, á
la muerte de Alejandro VI, y salió después
de la coronación de Julio II (de la Ròvere).
BIOGRAFIA DE ARIOSTO. UJ
Volvió Otra vez en iSog, cuando sucedió á
Hércules I su hijo Alfonso, para pedir so-
corro al Papa contra los venecianos, y en-
tonces se vio con Rafael de Urbino, á quien
le dio consejo y plan sobre las figuras de
poetas que debía colocaren su Parnaso, que
iba á pintar en una Logia del Vaticano. En
todo ese tiempo tuvo que ocuparse, no sólo
en sus obras poéticas, sino en comisiones y
viajes rápidos á que era poco aficionado,
como nos dice él mismo en aquellos versos
de una de sus sátiras
«Che da la creación injino al rogo
Di Giulio, e poi selle anni anco di Leo,
Non mi lasciò fermar molto in un luogo;»
si bien esa vida cortesana le proporcionó ser
más pronto conocido su gran mérito y con-
traerlas más importantes relaciones con prín-
cipes, y sobre todo con sabios literatos.
Por este tiempo, y ya en sazonada juven-
tud, pues frisaba en los treinta años de su
edad, y por tanto en el más viril desarrollo
de su peregrino ingenio , viendo que era tan
grande el número de los vates neolatinos, ya
buenos, ya muy medianos, porque hasta ne-
cesidad se había hecho el componer versos
ORLANDO FURIOSO.
al tiempo del ejercicio que los jóvenes prac-
ticaban para aprender bien aquella lengua
sabia, se propuso seguir el ejemplo de Dante
(que vivió de i265 á i32i) y de Petrarca
(de i3o4 á 1374), astros que iluminaron el
Parnaso italiano, y fueron los creadores de
la poesía en idioma vulgar; idioma que ya se
hallaba adulto y capaz de prestarse á los altos
vuelos de una imaginación á la que en fogo-
sidad y donosura no exceden ni aun aquellos
grandes maestros : el primero, alma melan-
cólica, inquieta, con carácter exacerbado por
pasiones políticas , á quien nadie se atrevía á
imitar; que reinaba como un águila aparte
en su cielo solitario; de quien puede decirse
lo que de Miguel Ángel decía Julio II á Sebas-
tián del Piombo: È terribile: non si puopra-
tichar con lei : el segundo, el dulcísimo y eté-
reo cantor de Laura , apasionado por los anti-
guos poetas, que escribe el Cancionero con
sonetos y odas, y es , al contrario del prime-
ro, tan imitado, que constituye la escuela
que se llamó délos petrarquistas.
Quiso apartarle de su propósito el erudito
Pedro Bembo , su amigo, que le rogó mu-
cho que siguiera escribiendo en la lengua
latina, en la que tanto crédito se había ga-
BIOGRAFÍA DE ARIOSTO
nado; pero él le replicò que conocía muy
bien á lo que mejor su genio se adaptaba, y
que prefería ser el tercero de los poetas tos-
canos , á ser uno de tantos entre los latinos.
Perseveró, pues, en su firme resolución, y
se propuso escribir una epopeya romántica.
Después de consultar todos los romances de
España y Francia , y visto que ninguno de
esos libros se había traducido, ni aun divul-
gado, al menos por Italia, se volvió á los es-
critos en su lengua, de entre los cuales eli-
gió por tipo el Orlando del conde Boyardo,
no sólo porque le consideró el más propio
para tomar de él asuntos poéticos, sino por
la gran popularidad que había adquirido
desde un principio, la cual se había acrecen-
tado con la reforma que en él hizo el Berni.
Ariosto tomó, como lo hace un gran genio,
mejorando siempre, y apartándose y crean-
do, y acaso proponiéndose una encubierta
crítica, para que sus ficciones de prodigiosas
é inverosímiles hazañas no llevasen á los ce-
rebros acalorados de los caballeros á quijo-
tescas aventuras, perjudiciales á las verdade-
ras obras de razón y actos posibles y útiles
en el ejercicio de un valor provechoso á la
patria y á sus semejantes.
ORLANDO FURIOSO.
Hasta aquí se ha considerado que el poema
de Ariosto no ejerció ese influjo que estaba
reservado á nuestro inmortal manco de Le-
panto, sino que, por el contrario, siguió fo-
mentando el ridículo espíritu caballeresco
de los pasados tiempos , y que en vano cam-
bió con buen intento á Orlando enamorado
en Orlando frenético. Pero cuando no otra
cosa, ¿no pudo ser aquel precioso libro un
hilo para enseriarle el camino á Cervantes,
que tanto le había leído y estudiado; al que
hace loco manso, y algunas veces hasta fu-
rioso como el otro, al protagonista en quien
quiere exponer su profundo filosófico pen-
samiento, y que tan graciosamente parodia
varios pasajes del Orlando, como, por ejem-
plo, el del robo de Frontino por entre las
piernas de su caballo, que sigue dormido
sóbrelos cuatro palos que le deja debajo? Yo,
por mí, no puedo creer que un hombre de
tanto talento, de tanta instrucción y de tan-
to juicio como Ariosto, apropiara con serie-
dad á sus héroes aquellas prodigiosas fazañas
que Boyardo aplica tan de buena fe y con
tan formales pretensiones épicas á sus estram-
bóticos personajes francos y paganos, cuan-
do nuestro Ludovico, porci contrario, siem-
BIOGRAFÍA DE ARIOSTO. 23
pre que pinta extravagantes proezas, toma un
tono bajo y bufonesco , que nos induce, no á
la épica admiración, sino ala risa y á la burla.
Pero volviendo á mi historia , ello es, en
tìn , que Ariosto tomó ese asunto porque era
ya de todos conocido, y creyó que no le con-
venía otro para lograr celebridad; que al fin
no hay autor, por superior que sea en inte-
ligencia y saber á sus contemporáneos , que
no quiera serles grato ; y por eso no quiso
introducir nuevos nombres de personas y
nuevo fondo de invenciones en los oídos de
los italianos de su tiempo , estando aquellos
de tal modo impresos en su memoria, que,
no continuándolos, él tenía por seguro que
no obtendría el aplauso y el éxito á que se
dirigía; y recordaba que Virgilio mismo si-
guió á Homero en su fábula, por estar ya por
todos aceptada y sabida. El sujetó la suya á
variaciones inhnitas, y hasta juzgan algunos
contemporáneos suyos, con el Crescimbeni,
que desde la muerte del Cardenal fué su in-
tento añadir otros cuatro cantos al poema,
que comprendiesen la guerra con los espa-
ñoles hasta la muerte de Orlando en Ron-
cesvalles, para hacerle más propiamente su
primer héroe, y separándose en un todo de
24 ORLANDO FURIOSO.
los Otros personajes y cuentos del conde Bo-
yardo. Como es sabido , éste vivió desde el
año de 1480 al 1494; y tomó á su vez su lar-
guísimo Orlando Enamorado de muchos ro-
mances antiguos y que antes y después de
él corrían en grande abundancia, y de cuen-
tos caballerescos como el Morgante mayor,
el Godo f redo ^ la Ancroja del discreto satírico
y burlesco Pulci, y de otros; siendo, por tan-
to, sobre ese terreno largamente preparado,
ai principio por manos inexpertas y groseras,
y después por una cultura más fina, sobre el
que debía crecer y erguirse la encina vigoro-
sa de ramaje magnífico que con Dante y Pe-
trarca había de dominar en el Parnaso ita-
liano. Así vino nuestro Ariosto. Volvamos
á su vida.
Mientras que trabajaba en su poema, ocu-
rrió que el Pontífice trató de mover guerra
al Duque de Ferrara, el cual, advertido opor-
tunamente, hizo marchar al instante en pos-
ta á Roma á micer Ludovico ; pero aunque
volvió con noticias más favorables á la paz,
el Papa, coligándose con los venecianos, en-
vió al Po su infantería disponible en una
escuadra que de antemano había preparado.
Contra ella salió nuestro poeta á combatir,
BIOGRAFÍA DE ARIOSTO. 25
llevado, antes que todo, de su generoso amor
á la patria ; y hallándose, en el inesperado
conflicto, asistido de algunos otros dignos
caballeros, se distinguió valerosamente, y
entre diferentes servicios, contrajo el de apo-
derarse de una nave enemiga, la más fuerte
y mejor tripulada y guarnecida , la cual con-
tenía casi todas las municiones de boca y
guerra de la armada. Vencedor el Duque, co-
mo se nos dice en un canto del Furioso, qui-
so, para aplacar al Pontífice, enviarle nueva
embajada; mas nadie había que se atrevie-
ra á presentarse á Julio II, que era hom-
bre en quien al instante le salían á la faz tre-
menda los fieros sentimientos que una vez
se encendían en su ánimo terrible . Fué, pues,
necesario que el Príncipe le impusiera al
Ariosto este deber, de que se encargó su
lealtad nunca desmentida. Partió, llegó y
vio; pero, no sólo no venció, sino que tuvo
que escapar rápidamente de las iras del irri-
tado Julio; y gracias que pudo salvar su li-
bertad y su vida , volviendo sano á Ferrara
y al servicio del Cardenal. No le dejó éste
permanecer allí quieto largo tiempo, pues
quería llevarle siempre consigo, como ya
hemos indicado, de una parte á otra en las
t6 ORLANDO FURIOSO.
empresas y viajes en que eran incansables
su imaginación inquieta y su natural robus-
to, contrariando esto al pacífico micer Lu-
dovico, á quien no dejaba la holgura que
necesitaba para trabajar con sosiego en su
poema. Al fin dióle por fortuna remate en-
tre los cuidados y atenciones á que le arras-
traba su exigente señor, y pudo publicarlo
en Ferrara por primera vez el año de i5i6,
según el Garofalo nos asegura.
Aún permanecía sirviendo como gentil-
hombre de Hipólito , cuando ocurrió á éste
partir para Hungría, y Ariosto, considerando
que su obra no tenía la perfección que desea-
ba, y estando ocupado en revisarla y dar
nuevamente ala estampa otra edición corre-
gida, como lo hizo en i52i, resolvió que-
darse, y se negó á seguirle en tan largo y pe-
noso viaje, á una tierra de clima duro y muy
diverso del que á su naturaleza convenía. El
Cardenal, que se proponía llevar alrededor
de su persona los Virtuosi que le servían, y
á un tiempo le daban honor, quedó muy
ofendido de la negativa de su más favorito
poeta y cortesano; y aunque luego se fué
templando su enojo , y se hubiera apagado
del todo , la envidia cortesana causó que le
BIOGRAFIA DE ARIOSTO. ìf
retirase su gracia, y hasta interrumpiese toda
correspondencia por el largo período de ca-
torce años que todavía vivió el resentido
Cardenal.
Durante ese largo período, por verse opri-
mido de melancólica tristeza y agobiado de
cuidados con ciertos litigios que tuvo sobre
propiedades de familia, abandonó el cultivo
de las Musas, y así se perdió una parte, acaso
la mejor de su vida, sin la provechosa comu-
nicación con los demás hombres de ciencia
y letras, que le hubieran excitado otra vez á
volver á sus predilectas inclinaciones.
Pero á la muerte del Cardenal fué á verle
su buen amigo Buenaventura Pistófilo, gen-
til-hombre y secretario del Duque Alfonso,
instándole á que entrase al servicio de su
Príncipe. Resistiólo nuestro poeta , replicán-
dole que harto era haber estado muchos
años continuamente en la servidumbre más
penosa ; que tenía cumplidos cuarenta y seis
de edad, y desengañado y triste, y poseyendo
lo necesario para su modesta vida , quería
acabarla en el tranquilo apartamiento del
mundanal ruido en que se había hallado.
Aún resistió por algún tiempo á las apre-
miantes instancias del amigo: mas, cediendo
a8 ORLANDO FURIOSO.
al fin, volvió á entrar en la corte y palacio
de Alfonso , quien le recibió del modo más
afectuoso , haciéndole uno de sus más ínti-
mos y predilectos familiares.
Poco después de su ingreso en la nueva
servidumbre, sucedió que, hallándose toda la
comarca Grafagnana en estado de casi insu-
rrección por la diversidad de facciones y la
licencia y desenfreno á que, por causa de
ellas, estaban avezados los naturales, fué
preciso mandar persona que por su discre-
ción , firmeza y respetabilidad , fuera apta
para ejercer aquel difícil gobierno; y la elegi-
da fué el señor Ludovico; el cual, enviado co-
mo comisario, con poderes y recomendaciones
del Duque, se condujo con tanta habilidad y
acierto, que logró pacificar y reconciliar los
ánimos, y someterlos á la obediencia debida
á su señor y Príncipe. La estimación y res-
peto que llegó á inspirar á todos en aquella
ocasión fué tan general y tanta, que se impu-
so hasta en los ladrones llamados allí masna-
dieros ^ como puede verse por lo que una vez
le ocurrió en cierto viaje que tuvo que hacer
por su comisariato; en el cual, caminando
con sus familiares, que eran sólo seis ó siete,
y teniendo que pasar por un sitio junto á
BIOGRAFIA DE ARIOSTO. 2()
Rodea, donde se hallaba un número sospe-
choso de hombres y caballos repartidos á la
sombra de varios árboles, se apartó, siguien-
do adelante por una senda diferente, teme-
roso de aquella gente armada, porque esas
montañas estaban infestadas de partidas de
bandoleros, entre las que se distinguían las
de Dominico Maroto y Felipe Pagnione,
mortales enemigos entre sí. Habiendo, pues,
pasado adelante, según voy diciendo, el nue-
vo gobernador como un tiro de bala, el que
hacía cabeza de aquellos hombres corrió á
detener al último de los servidores , que se
había quedado detrás, y le preguntó quién
era aquel sujeto á quien acompañaban; y
habiéndole respondido que era el señor Ludo-
vico Ariosto, así á pie, y armado como estaba
de coraza y de ronca, echó á correr hasta en-
contrarle. Ludovico, en cuanto le vio acer-
carse, se detuvo, no muy seguro de en qué
vendría á parar aquello, cuando el de la co-
raza le saludó del modo más reverente, y le
dijo que era Felipe Pagnione, y le pidió per-
dón de que no lo había hecho antes, porque
ignoraba quién era el que pasaba; pero que,
habiéndolo sabido después, venía á cono-
cerlo de vista, como ya lo conocía por su fa-
3o ORLANDO KURIOSO.
ma, y á ponerse á su obediencia en todo
cuanto pudiera servirle. No hay que decir
de qué modo sería considerado por otra clase
de personas y caballeros del país. Baste refe-
rir el caso de que, habiendo tenido que ir en
una ocasión á verse sobre tributos con un
gran caballero de Luca, se detuvo, como ha-
bía fijado en su itinerario, en San Pellegri-
no, en donde no encontró solo al caballero,
sino acompañado de los señores más ilustres
del país, y de muchas damas principales,
que, atraídos porla celebridad del gran poeta,
habían venido á conocerle y agasajarle con
un espléndido alojamiento y cena, y otros
festejos que le tenían dispuestos.
Estaba para acabar el tiempo de su comi-
sariato en la Grafagnana, que es un distrito
del Modenés, y tiene por capital á Castel-
nuovo, cuando recibió cartas de su buen
amigo PistóHlo, instándole en nombre del
Duque, su soberano, para que fuera como
embajador residente cerca de Clemente VII,
que acababa de suceder á León X, manifes-
tándole el honor y el provecho que podrían
reportarle sus relaciones, por la íntima amis-
tad que había tenido con la casa de los M¿-
dicis, y las muchas relaciones que también
BIOGRAFÍA DE ARIOSTO. 3 1
con otros grandes personajes le ligaban; pero
él le respondió, según dice en una de sus
cartas: «No me digas que tendré provecho y
honor yendo áRoma: dime que estaré al
lado de Bembo y de Sadoletto, tomando
consejo, ya del uno, ya del otro, para lo que
haya de escribir, recorriendo de la mano con
los dos las revueltas de las siete colinas: dime
que gozaré del deleite de ver á menudo á las
Musas y de gozarme con ellas por entre sus
boscajes sagrados: habíame del gran número
de libros que Sixto IV ha hecho recoger de
todas partes del mundo para enriquecer á esa
Biblioteca del Vaticano, sin igual hoy en
parte alguna donde se cultiven las letras; ó
más bien , dime que dejaré el aspecto fiero de
estas rocas y esta población, salvaje como el
lugar en que ha nacido y vive: dime que no
tendré que castigar, á éste con una multa, á
aquél con la amenaza; que quejarme siempre
de ver aquí á la violencia ultrajando ala jus-
ticia. Note negaré que hasta iría áRoma,
porque me sería menos áspero aquello que
esto. Sí; me sería menos duro vivir en el Cam-
po de Mane que en este sepulcro, si no me
fuera posible volver á mi Ferrara. Pero si mi
Príncipe quiere concederme su pleno favor,
32 ORLANDO FURIOSO.
que vuelva á llamarme á su corte, y que no
me mande nunca más lejos que á Bondeno
ó Argenta (borgos á las puertas de la capital);
y si me preguntas por qué amo tanto á ese
mi caro nido, no te lo diré con menos pena
que la que usaría con mi confesor relatándole
mis pecados, porque sé que me contestarías:
¿Son esos los sentimientos que deben animar
á un hombre que ha pasado ya de sus cua-
renta y nueve años?» Le manifestó también
que, desengañado de las esperanzas cortesa-
nas, anteponía á ellas la quietud del ánimo
y del cuerpo : que se había apagado en él to-
da sed de ambición ; y que én cuanto á ho-
nores, creía obtener uno mayor que todos los
ofrecidos por uno y otro Médicis, con la in-
mortalidad que sus versos habrían de darle;
y que respecto á las ventajas y provecho ma-
teriales, que, habiéndole salido siempre va-
nas sus esperanzas, no podía resolverse á ha-
cer más pruebas á costa de su tranquilidad
y su salud. Con cuya contestación se nos
hace patente lo que decimos en nuestras no-
tas, de que él no creía obtener nunca recom-
pensas dignas de su mérito, y de que estaba
bien penetrado de cuan grande era éste.
También Camocs conocía el suyo, tan des-
BIOGRAFÍA DE ARIOSTO. 33
atendido por los poderosos, y también Cer-
vantes, no en la situación desahogada de
Ariosto, sino, como el lusitano, en el fondo
de la más lamentable pobreza, desafiaba al
que se atreviese á tocar á su péñola, «por-
que esa empresa estaba para él solo guar-
dada.» ¡No parece sino que los grandes hom-
bres tienen el don de segunda vista, para an-
tever el aplauso que ha de darles la poste-
ridad !
Ludovico, llamado por el Duque, fué por
fin á la corte, en donde volvió otra vez al
trato de sus queridas Musas; y viendo que el
Príncipe tenía suma afición á la escena dra-
mática (afición entonces muy generalizada
en las cortes ilustradas de Urbino, de Mi-
lán y otras), escribió tres comedias, sobre las
que tenía ya compuestas, en sus más frescos
años, que fueron La Lena, El Nigromante y
La Escolástica, que quedó imperfecta á su
muerte, y que concluyó después su hermano
Gabriel muy aceptablemente, como puede
verse en la colección de las obras de nuestro
poeta que están publicadas en la edición he-
cha en Venecia por Orlandini en el año de
1730, que tengo á la vista. Esas comedias fue-
ron puestas en escena con grande aparato y
TOMO I. 3
J4 ORLANDO FURIOSO.
representadas en magníñco teatro, construí-
do para el caso en el ducal Palacio, por da-
mas y caballeros : tanto, que una vez recitó
en el año de i528 el prólogo de La Lena el
mismoseñor marqués de Massa, D. Francisco
de Este. En otra ocasión, habiendo venido
á Ferrara á visitar al Duque Madama Renata
de Francia, su nuera, quiso el suegro que
oyera una comedia antigua puesta en len-
gua francesa, porque la señora no entendía
cosa el italiano, y se le hizo traducir á nues-
tro Ariosto Los Meneemos; porque el poeta
de la comitiva de la huéspeda ilustre, que
había de hacer los versos franceses, no era
hombre de entenderse directamente con Plau-
to. Hízolo Ludovico con tanta perfección,
que mereció el mayor elogio de los doctos
por la propiedad y gracia con que expresóen
la toscana lengua los diálogos del original
latino, tan difíciles por las sales, los chistes y
vocablos de doble sentido de que está llena
la célebre composición; de la cual se recita-
ban, al fin de cada acto en francés, alguna
escena en italiano para los que no entendían
la primera de aquellas lenguas; con lo que
de todos fué recibida con júbilo indecible la
espléndida representación, tan amena á los
BÌOGRAFÌA DE ARIOSTO. 35
eruditos como á los alegres jóvenes, damas y
caballeros.
Natural era, pues, que se hallase ahora el
poeta, como nos lo dice en sus versos, satis-
fecho y contento en la corte del Duque, ya
porque se ocupaba en lo que era de su ma-
yor agrado: ya porque le dejaba libre el tiem-
po que necesitaba para sus trabajos poéticos,
dispensándolo de toda otra ocupación corte-
sana, á fin de que pudiera, con más de vagar,
pulirlos y perfeccionarlos; y ahora es de re-
ferir al curioso lector, según nos dice su con-
temporáneoel Pigna, cómo componía Ariosto
aquellas comedias. Empezaba teniendo de-
lante La Casandra^ de Biviena, por ejem-
plo, ú otra fábula escrita en el bajo latín; la
ponía en prosa italiana, y viendo después que
carecía de la armonía y número que conside-
raba necesarios para fijar los pensamientos
fácilmente en la memoria de los espectado-
res, y que dejaba abierta la puerta para que
cualquiera histrión ó aficionado introdujera
en los diálogos las chanzonetas é impertinen-
cias que quisiera, y para que los libreros
reestamparan la comedia con las mudanzas
que se le antojaran á la ignorancia ó al mal
gusto, procedía al fin á ponerla en versos de
36 ORLANDO FURIOSO.
doce sílabas con esdrújulo, pensando haber
encontrado la vía del jambo, con el que
hallaba análoga desinencia. Y como él fué el
primero que conoció esta medida, escribió
en ella antes que nadie, no sólo las comedias,
sino otras poesías al estilo de las latinas, en
las que mezclaba lo severo con lo jovial y
campestre; así que puede apropiarse á él lo
que de Virgilio se dice: que tiene tres estilos,
pues así como el grande amigo de Augusto
escribió las Bucólicas, Geórgicas y la Enei-
da, así el Ariosto sus comedias, sátiras y
poemas.
Al escribir esta biografía no nos propone-
mos escribir un juicio crítico completo de
las obras del autor; pero al hacer el anterior,
que es del Pigna, no podemos menos de no-
tar que ese escritor, notable para su tiempo,
cuando se extiende en clasificar los tres esti-
los de Ariosto, que ensalza indebidamente
sobre los tres de Virgilio, da á entender que
no considera épico el del Furioso, sino una
mezcla de grande á la par que de mediano y
de satírico; porque ya entonces no era época
de que pudiera recibirse con general agrado
la clásica epopeya, y para demostrarlo, nos
manifiesta que renunció, desde un principio
BIOGRAFÍA DE ARIOSTO, 37
á tal intento, pues principio el Poema di-
ciendo:
Canterà l'arme, canterà gli affanni
D'Amor ch'un Cavalier sostene gravi
Peregrinando in terra in mar molt'anni....
y luego le cambiò, dirigiéndose por camino
más llano y adecuado al gusto que prevale-
cía. Y si ya en esos tiempos se apuntaba que
la epopeya verdadera no había de interesar
tan intensamente á sus contemporáneos co-
mo á los antiguos, lo que todavía, ni aun
tres siglos después, era exacto, pues escribie-
ron Torcuato Tasso, Camóes, Milton, y
hasta Voltaire y Chateaubriand, epopeyas
que, no sólo fueron la admiración, sino el en-
canto de tres generaciones, ¿qué se dirá de
los nuestros, en los que hay que confesar que
sólo la novela sintetiza nuestro modo de lite-
ratura, como nuestro modo de ser y de sen-
tir? Nada nuevo de aquel género antiguo nos
satisface ya, y gracias que leamos sin displi-
cencia á Homero, á Virgilio y á los demás
clásicos europeos que les imitaron, por las
bellezas que contienen, y aún más por el
tradicional respeto que nos inspiran. Asíque,
poetas (que viven hoy) se han dedicado á
38 ORLANDO FURIOSO.
trasmitirnos esas bellezas á nuestros idiomas
modernos, empleando su ingenio y su saber
en tal trabajo, que acaso no es menos meri-
torio que el escribir originalmente, el hacer
castellanas con la debida propiedad y rique-
za las figuras interesantes de los héroes, los
dulces sentimientos de las damas, las natu-
rales y magníficas descripciones, y sobre todo
la historia, la vida, los conocimientos, usos
y costumbres de épocas tan distantes ya de
la nuestra. ¿Podrá la novela durar hasta tras-
mitir otro tanto de nosotros á las remotas
generaciones, sin el nemónico artificio y en-
canto de la medida y de la rima? Pero voy
metiendo la hoz en mies ajena, y me impo-
nen la razón y el método volver á la biogra-
fía de mi Ariosto. Empezó por entonces un
poema que se apartaba poco de la forma y
estilo del Furioso^ y cuyo asunto era el Pala-
cio del señor de las Hadas. Él decía que esa
trama era para comprender en ella viajes,
descripciones é historias que le darían cam-
po á sembrar ideas filosóficas, sentimientos
nobles y ejemplos dignos de imitación y de
alabanza, sirviéndose de la alegoría mitoló-
gica é inventada, que era su predilecta má-
quina para llegar á lo levantado de su pro-
BIOGRAFÍA DE ARIOSTO. ìg
pósito. De aquí se puede comprender cuál
era el modo de componer que usaba. Prime-
ramente inventaba muchos episodios aptos á
extenderlos, acortarlos y entrometerlos á su
voluntad en una acción principal, á cuyo
agrado y entretenimiento ayudaran sin diso-
nar de ella. Así compuso los cinco cantos de
aquel asunto que por casualidad conocemos,
pues que se publicaron contra su voluntad,
no habiéndolos dado él mismo á la estampa.
Son una especie de continuación al Furioso,
como lo es la Odisea á la Iliada de Homero.
Otros contemporáneos suyos juzgaron que
estaban destinados á intercalarse en su Or-
lando; lo cierto es que nunca quiso decir-
lo, y antes bien sintió que se hubiesen pu-
blicado, porque les faltaba la debida correc-
ción ; verdad es que lo mismo creía de
todas sus obras poéticas, y ya al fin de sus
días se quejó de eso, atribuyéndolo en parte
á sus ocupaciones, y en parte á exigencias
del gusto y capricho de sus señores.
Entre las muchas obras que escribió, fue-
ron también de ese número, además de los
poemas, comedias, sátiras, canciones y sone-
tos, algunas traducciones de romances espa-
fíoles y franceses, si bien los miraba con escasa
40 ORLANDO FURIOSO.
estimación; no contribuyendo poco á ello el
haberse hecho su carácter menos comunica-
tivo y hasta melancólico y reconcentrado,
según entraba en años y en achaques de una
vejez anticipada, apartándose de la corte muy
á menudo para vivir en el campo, con licen-
cia del Duque, en una casa que se había
construido, á la cual él llamaba el huerto,
porque en un huerto se edificó; y por cierto
que, estando una vez en ella, y yendo á visi-
tarle un amigo, el cual le dijo que se mara-
villaba de que con tanta afición á la arquitec-
tura y á andar mudando la disposición de
sus habitaciones, y habiendo descrito tan ad-
mirables palacios fantásticos, se conformase
con una vivienda tan modesta, y viviese tan
á gusto en ella; él sencillamentele respondió,
llevándole á la puerta de entrada, y señalán-
dole dos versos escritos encima, que son estos:
Parva, sed apta tnihi, sed mulli obnoxia, sed non
Sordida, par t attuo sed laitten aere dotttus.
Y respecto á lo de las variaciones de las vi-
viendas, en las que siempre estaba haciendo
y deshaciendo, le dijo que así como en el
cultivo de las plantas y en la estructura de
los versos era provechoso el estar podando
BIOGRAFÍA DE ARIOSTO. 4I
aquéllas y limando día y noche éstos, como
nos recomienda Horacio, también en la dis-
posición de un doméstico edificio, sólo pue-
de llegarse á lo mejor cuando el uso y la ex-
periencia nos enseñan las más claras luces,
la más dulce temperatura, y las comunica-
ciones y repartos más convenientes para la
salud, la comodidad y el agrado en cada
época del año. Hoy todavía se enseña el re-
tiro amado del poeta en la calle de la Mira-
sola, que da al Corso de Porta-Po, con la
inscripción latina de que hemos hecho men-
ción; cuyo edificio fué construido en un pe-
dazo de huerto que compró á la espalda de
San Benedetto de Ferrara. Vivía en él muy
contento: cuidaba él mismo con sumo agra-
do de su jardín, se alimentaba sobriamente,
comiendo sólo una vez al día en sus últimos
años: leve asistencia le bastaba para el servi-
cio doméstico; todo le sobraba para el exte-
rior ornato, y con poco se contentaba, ven-
ciendo fácilmente los estímulos del deleite,
que la fortuna y la riqueza acrecen, trayendo
al cuerpo las enfermedades ó el hastío que
matan, y al corazón la soberbia y la ambi-
ción insaciable que acaban con la paz y el
sosiego del espíritu. Y por cierto quQ po
42 ORLANDO FURIOSO.
era su sobriedad porque le faltaran medios
ni oportunidad para darse, entre otras, la
satisfacción de la gula, por ejemplo, pues el
Duque le tenía siempre reservado su sitio en-
tre los mas distinguidos comensales, sino
porque se abstenía de la variedad de las vian-
das suculentas y delicadas, y eso que no de-
bía haber sido en mejores años tan sobrio,
si recordamos que en su Orlando nunca
descuida el decirnos , con su puntualidad
acostumbrada, cada vez que llegan á casti-
llo, palacio ú hostal algunos de sus héroes,
que no se acostaron ayunos de abundante
cena y exquisitos vinos.
Pero si en tantas cosas fué comedido y pru-
dente, no puede decirse que sus fuerzas fue-
ran así bastantes para resistir á la amorosa
fiebre, como él mismo nos lo dice en más de
un pasaje de su poema. Era por naturaleza
muy inclinado á enamorarse de cualquier
objeto en que veía sobresalir el atractivo del
carácter y de la belleza; pero usó siempre en
sus amores de solícito cuidado y desumo se-
creto. Son varias las damas de quienes se le
supone estuvo apasionado, y ya de dos nos
da él mismo alguna noticia, como en nues-
tras notas indicamos: de la viuda Ginebra, y
BIOGRAFÍA DE ARIOSTO.
de una cuñada de su amigo el noble floren-
tino Nicolás Vespucio. Pues llevado por este
en una ocasión á su palacio de Florencia
para aprender (como nos dice Tornari) con
toda propiedad la prosodia toscana, más per»
fecta allí que en ninguna otra ciudad de Ita-
lia, conoció á aquella dama, que hizo en él
una profunda impresión, viéndola aplicada,
en atenta y bellísima postura, á bordar una
sobreveste para que uno de sus jóvenes her-
manos la luciera en los torneos de San Juan
Bautista, día en el que los florentinos cele-
bran fiestas muy suntuosas en obsequio de
su Santo Patrono. De esta afición, pues, al
bello sexo, y de dos de sus más íntimos tra-
tos, le nacieron dos hijos varones : Virginio y
Juan B autista. El primero creció y se educó
al lado de su padre, que le enseñó por sí mis-
mo las humanidades, y le hizo aprender en
las aulas derecho canónico, con lo que fué
pronto prebendado de la Catedral; y el se-
gundo, del que se encargó la familia de la
madre, dedicado á la profesión de las armas,
mereció por su aptitud y mucho valor ser
capitán de la milicia de los duques de Fe-
rrara.
Gran cuidado le dieron la educación de
44 ORLANDO FURIOSO.
estos hijos, y la manutención de su andana
madre, y el dar estado á sus hermanas. Por
lo que en los últimos años de su vida, su
complexión se había hecho delicada y enfer-
miza, padeciendo opresiones de pecho, que
le molestaban hasta el punto de temer por su
existencia; pero antes de que llegara el fin de
sus preciosos días, en el año de i532, fué dig-
namente coronado con el laurel de Virgilio,
de Dante y de Petrarca, por las imperiales
manos del César Carlos V, en la ciudad de
Mantua, con la pompa correspondiente á
estas grandes solemnidades. En el mismo
año había dado á la estampa el Orlando, co-
rregido y ampliado del modo que lo tenemos
al presente.
El día penúltimo del mismo i532, y por
consiguiente á la edad de cincuenta y nueve
años, fué atacado de una grave enfermedad;
de la cual nos dice el Pigna que fué precisa-
mente la noche en que ocurrió el incendio de
las salas del Palacio ducal, en el que se abrasó
el soberbio teatro construido para ejecutar las
comedias de nuestro Ariosto, y añade aquel
historiador, que él vio lleno de terror, á la
edad de tres años que tenía entonces, las fu-
riosas llamas que le consumieron y que fue-
BIOGRAFÍA DÉ ARIOSTO. 46
ron como un presagio deque, faltando el gran
poeta, ya no tenía que hacer la escena que
por él vivía y sin él debía morir. Así sucedió
en efecto: el mal se fué aumentando cada día
de tal modo, que habiéndole traído á un
irremediable y triste desenlace, á pesar de to-
dos los recursos de la medicina, pasó de esta
á la bienaventurada vida el día 6 de Junio
de i533. Acabó cristianamente, y poco antes
de recibir los últimos Sacramentos dijo á al-
gunos amigos que se hallaban presentes (se-
gún el mismo Pigna) que moría con buena
voluntad, y más si era cierto que los morta-
les se reconocían en el otro mundo; pare-
ciéndole mil años una hora sola de tardanza
en volver á ver á tantos amigos muertos an-
tes que él. Le llevaron por la noche á ente-
rrar en un pequeño y simple depósito, en la
iglesia vieja de San Benito, sin la menor
ostentación, como había encargado, acompa-
ñándole los frailes, aunque fuera de su cos-
tumbre y regla, como testimonio del amor
que profesaban á sus raras virtudes, y ni
algunos años después permitieron (por la
parte de gloria que les había de caber de
poseer reliquias tan preciosas) que de allí se
sacaran ni fueran trasladadas á una capillita
46 ORLANDO FURIOSO.
que su hijo Virginio poseía para su padre y
para él mismo cuando muriera; la cual era
á modo de un templete fabricado en el huer-
to de la casa de que ya se ha hecho mención.
Fué afectuosa y generalmente llorado, y de-
dicaron á su memoria muchas poesías los
más esclarecidos ingenios, lamentando todos
que no descansaran los restos de varón tan
ilustre en suntuoso monumento que corres-
pondiese á su alta gloria. Pero en aquel hu-
milde reposaron cuarenta años, hasta que el
Sr. D'Agostino, noble caballero de Ferrara,
por amor y agradecimiento al poeta, de quien
había sido discípulo en su mocedad, quiso
edificar á su maestro, de su peculio particu-
lar, un sepulcro en una capilla á la cabeza
del crucero de la iglesia nueva de los dichos
frailes. H izóle de ricos mármoles, adornado
con relieves y figuras, y yaciendo encima la
estatua de Ariosto de tamaño mayor que el
natural; y para satisfacer más cumplidamente
tan piadoso y noble recuerdo, quiso él mis-
mo llevar con otros, sobre sus hombros, los
restos queridos desde la vieja á la nueva se-
pultura; que, comenzada en 1572, fué ocupa-
da el día 6 de Junio de 1578, aniversario de
la muerte del poeta. Hiciéronsele ese día so«
BIOGRAFIA DE ARIOSTO. 47
lemnes exequias, cuyos oficios se cantaron
con asistencia de toda la comunidad benedic-
tina, y se renovaron con esta ocasión las lá-
grimas vertidas antes por pérdida tan irrepa-
rable para las letras italianas.
Mucho más tarde, y en otro aniversario
(el 6 de Junio de 1801), se volvieron á trasla-
dar sus restos, de orden del general francés
MioUis, con no menor pompa y suntuosidad
al palacio de la Universidad (Studdio pubbli-
co)^ en cuya biblioteca se ve hoy la hermosa
sepultura, que conserva el mismo epitafio an-
tiguo que fué compuesto para ella por el se-
ñor Lorenzo Frizzolio, que dice así
«Hic Ariostus est siius : qui comico
Aureo theatri sparsit urbanas sale,
Satiraque mores strinxit acer improbos
Heroa culto quifurentem Carmine,
Ducunque curas cecinit, atque proeìia,
yates corona dignus unus triplici:
Cui trina Constant, quoe fuere vatibus
Gratis, Latinis, vixque Hetruscìs singula.»
No terminaremos esta biografía sin hacer
mención de circunstancias especiales que
concurrían en el gran poeta.
Fué nuestro Ariosto muy versado en la
historia: perito en el conocimiento de las
4$ ORLANDO FURIOSO.
cuatro nobles artes: profesó matemáticas:
había hecho muchos estudios geográficos en
Ptolomeo y en las cartas de navegación de
Marco Polo, que era lo más adelantado en-
tonces de la ciencia, y aun eso sabido de
muy pocos; pues de algunas regiones apenas
se tenían noticias; por ejemplo, de la China,
de la que puede considerarse á Polo el pri-
mer explorador, por más que sus relatos con-
tengan inexactitudes graves y hasta desvarios
de imaginación calenturienta. No tenemos,
pues, que censurar duramente algunos pocos
errores en que incurre en su Orlando, cuan-
do tanto hay que alabar en sus conocimien-
tos científicos en general, en época en que
las ciencias exactas estaban tan atrasadas.
Los críticos modernos, más sabios que poe-
tas, y sobre todo si son franceses, se desen-
tienden de la belleza de la forma, de que no
son buenos jueces, por la poca aptitud de sus
oídos á mejor armonía prosódica que aquella
suya á que están acostumbrados; y van á
caza de defectos en el plan, orden y propie-
dad del género y estilo, sin perdonar cosa al-
guna, y muchas veces hasta con notoria in-
justicia. El viaje de Astolfo al Paraíso y á la
luna, por ejemplo, es una de esas injustas
BIOGRAFIA DE ARIOSTO. 49
censuras. Nada más profundo, nada más
filosófico que el conjunto de aquel viaje, li-
gado con hábil y bien seguida consecuencia
con la historia de las Magas, que son admi-
rables personificaciones. Lonjistila lo es de
la sabiduría emanada de Dios, y enseña á
gobernar debidamente el Hipógrifo; estoes,
el instrumento de que se vale la ciencia hu-
mana : la cual entregada sin guía á los vuelos
de la imaginación desbocada, no hace más
que extraviar al hombre por caminos que le
llevan á su perdición, cuando, dirigida por el
juicio que la religión infunde, domina las
mayores dificultades y va investigando con
Astolfo los secretos de las tierras, de los ma-
res, y hasta de los cuerpos celestes. Esta ale-
goría no es inferior á ninguno de los poemas
griegos y latinos : ni existe otra más extensa,
ni con más arte proseguida en los modernos,
como no sea la célebre pero más breve del
gigante Adamastor en Camóes. Si el cuerno
y el Hipógrifo son invenciones triviales y ba-»
jas para espíritus más dados á la bufonería
que á la reflexión madura, otros más graves
, no podrán menos de reconocer que esos me-
dios eran indispensables para la ejecución de
las varias empresas encomendadas al prínci-
TOMO 1. 4
5o ORLANDO FURIOSO.
pe inglés, que entre otras nos descubre, con
una originalidad y una gracia propias sólo
del genio de Ariosto, la absorción por la lu-
na del entendimiento y de todo lo bueno que
por acá perdemos los humanos, y con este
motivo, haciendo el admirable juicio de es-
critores y poetas. Otros episodios habrá que
acaso sean con más razón censurados por
críticos juiciosos ; y desde luego condenamos
con ellos ciertos pensamientos alambicados,
importunos yen estilo embrollado, impropio
de situaciones que de otro modo serían inte-
resantes y patéticas: pero fuera dé esos pasajes
en que paga el tributo al mal gusto, que era la
atmósfera en que respiraba, en todo lo demás,
¡que limpidez y propiedad en los relatos y
descripciones! Todo lo que pinta parece que
lo estamos viendo. Así Galileo decía que la
claridad en sus escritos filosóficos se la debía
al estudio continuo que hacía de Ariosto.
En la parte moral era nuestro poeta un
dechado perfecto de lealtad , de probidad y
de cortesía. Muy afable y modesto con todos,
á todos honraba, y á todos trataba como
iguales, aunque le fueran inferiores en mu-
chas cosas : pero así como era bondadoso y
benigno con los demás, así era celoso en no
BIOGRAFÍA DE ARIOSTO. 5 1
consentir que se le faltase á él mismo, y pro-
cedía, contra cualquiera que con él sedes-
mandase, de un modo firme y enérgico, pues
era en esos casos irritable y poco sufrido; co-
mo lo demostró con micer Alfonso Trolto,
que habiéndole movido una descortés pen-
dencia, le impuso la corrección por su pro-
pia mano, dejándole harto maltrecho.
Era asimismo muy instructivo y ameno
su trato, que le proporcionó en la corte del
Duque y en todas las demás de Italia que
recorrió, ya sólo en sus cargos y comisiones
diferentes, ya en sus viajes con el Príncipe, su
seííor, amistades y relaciones con los hombres
más ilustres de su tiempo, como los Papas
León y Clemente (ambos Médicis), los Carde-
nales de Mantua, de Campeggio, de Farnesio
y de Salviatti, haciendo él gran estimación,
entre los sabios, de Jacobo Sadoletto y Pedro
Bembo, y entre los grandes, de muchos prín-
cipes y señores; y del marqués del Vasto, á
quien profesó mucho cariño;de todos losque,
no sólo recibió distinciones, sino mercedes y
regalos que, sin saber su origen, llegaban
muchas veces á sus manos; y como era muy
agradecido, según acontece casi siempre á los
ánimos levantados y generosos, pagaba con
52 ORLANDO FURIOSO.
públicos testimonios , cuando no podía de
otro modo, los servicios recibidos; lo que
bien se ve en sus versos, y particularmente
en su Orlando, y en especialidad en la enu-
meración que relata de sus muchos amigos
en el último canto, que hasta pesado se llega
á hacer por esa causa á los que tenemos poco
interés en conocerlos, y ningunos favores
que pagarles.
Era igualmente muy interesante y jovial
su conversación para los caballeros, y aún
más para las damas, en toda ocasión de fies-
tas y convites. Relataba con suma expresión
y buen gusto, y no como otros por el pla-
cer de escucharse á sí propio, sino para de-
lectación de los oyentes; así que el Carde-
nal le quería tener siempre consigo, y se go-
zaba en escuchar constantemente su lectura.
Pero aunque tan jocundo y entretenido en
la sociedad de las gentes , y en sus escritos
acaso más de lo debido inclinado al desnu-
do, á lo festivo y jocoso, era á sus solas de
natural melancólico, pensativo y metido en
sí, como lo son en general los sabios y los
poetas, y tan distraído sobre todo, que una
vez estando de veraneo en Carpi, salió de ca-
sa cierta mañana , en chinelas y de cualquier
BIOGRAFÍA DE ARIOSTO. í)3
modo vestido, para hacer un poco de ejerci-
cio, en el cual fué alargándose tanto, que,
primero arrobado en sus pensamientos hasta
más de la mitad del camino , y después de
propia voluntad, llegó á la inmediación de
Ferrara , sin acordarse de cómo iba.
Era también Ariosto de genio indepen-
diente y amante de su libertad , por lo que
nunca quiso sujetarse al yugo del matrimo-
nio, ya que tuvo que hacerlo al de la servi-
dumbre cortesana, porque se lo hicieron ne-
cesario intereses y cariño hacia su familia, y
no la ambición, ni menos el amor al dinero.
Tampoco quiso hacerse sacerdote, por lo
que cedió algunos de los beneficios que tuvo
de no corta renta , antes que sujetarse á votos
de que luego no pudiera cumplir las obliga-
ciones, como nos lo dice en estos versos de
una de sus sátiras :
«Or perche só catite mi muti , e volga
Di voler presto schivo di legarmi
Donde se poi mi pento , io non mi sciolga.»
y en estos otros :
S'a perder s'hà la liberta , non stimo
El piti ricco capei , che in Roma sia .
Véase, pues, cómo no hay justicia en las
quejas que tenía contra sus protectores. El
54 ORLANDO FURIOSO.
cardenal de Este no era rico , ni podía re-
compensarle sino con pensiones eclesiásti-
cas, y sobre mantenerle á su lado, le señaló
una sobre la Cancillería de Milán, que era de
setenta y cinco escudos anuales de entonces^
equivalentes á dos mil seiscientas veinticinco
pesetas nuestras, cuya pensión le conservó
á pesar de su enojo por no haberle acompa-
ñado á Hungría. Tampoco el duque Alfonso
podía ser muy largo con tantos disturbios
civiles y guerras como tuvo que sostener con
sus escasos medios; y aunque es exacto que le
retiró el situado que le había señalado sobre
ciertas gabelas, fué porque tenía necesidad de
suprimirlas; pero le daba su casa y mesa, le
socorría en sus necesidades, y á su favor de-
bió la colocación de sus hijos naturales, que
fueron, como llevamos dicho, canónigo el
uno y capitán de arqueros el otro; ni tam-
poco el mismo Juan de Médicis, hijo de Lo.
renzo, Cardenal á los trece años, grande
amigo suyo más adelante, y que le había
prometido encargarse de su fortuna, pudo
cumplirle su promesa cuando fué elevado al
solio pontificio con el nombre de León X.
Este gran protector de las letras, acaso en los
primeros años de su reinado no pudo llevar-
BIOGRAFÍA DE ARIOSTO. 55
se consigo al que ocupaba un puesto de la
mayor confianza al lado del duque de Fe-
rrara , aliado de los franceses, cuando él lo
era de los venecianos, sus enemigos. Así y
todo , si hubiera querido hacerse sacerdote,
¿no le hubiera elevado á la púrpura carde-
nalicia como lo hizo con Sadoletto y con Pe-
dro Bembo, con quienes no le unía una
amistad tan grande? ¿Y no es más justo atri-
buirlo á motivos tan racionales como es-
tos, por la imparcial justicia de la historia,
que á los que lo atribuyen á sordas maqui-
naciones contra los Estados de Modena y Fe-
rrara? Si Ariosto no vivió tan grande y tan
feliz como merecía , no lo achaquemos más
que á la desgracia, que casi siempre acom-
paña á los grandes hombres, y aun compá-
rese la suerte de éste á las de Camóes y Cer-
vantes.
Era Ludovico Ariosto animoso en los casos
de honra; pero tal vez demasiado precavido
en los riesgos en que sólo puede atravesarse
daño del cuerpo ó del amor propio; así que
era jinete de poco valor á caballo, y no más
animoso marino; pues respecto á lo primero,
siempre que había algún barranco, cantil ú
otro paso difícil, echaba pie á tierra para su
36
ORLANDO FURIOSO.
mayor seguridad, y respecto de lo segundo,
cuando había que subir á una nave ó bajar
de ella, renunciaba resueltamente á ser de
los primeros, acostumbrando á decir: De
puppe novissimos. De un modo y otro, detes-
taba los viajes á que le obligaba el Cardenal
su señor, y así nos dice, aludiendo á la in-
vitación que le hizo, y áque se negó, de se-
guirle á Hungría:
<.(.Cbi vuol andare à torno , à torno vada .
Vfga Inghilterra , Ungheria , Francia e Spagna ,
A me piace abitar la mia contrada ,
teista ho Toscana , Lombardia , Romagna .
Quel monte che divide e quel che serra
Italia, è un mare, ¿l'altro, che ¡a bagna.
Questo mi basta .- ;/ resto della terra ,
Sen^a mai pagar l'oste , andrò cercando
Con Tolomeo , sia'l mondo in pace , o in guerra.»
Pero á pesar de su timidez por esos peli-
gros, que acaso le aumentaba la poca aptitud
del cuerpo y la escasa flexibilidad de sus
músculos, no era temeroso ni ante la oscu-
ridad de la noche, ni por las escenas que
afectan la imaginación ó perturban el curso
de la sangre en otros, viéndolo todo, juz-
gándolo y midiéndolo con el seguro compás
y el despejado juicio de la razón más ¡lus-
trada y del más sereno temperamento, Y si
BIOGRAFIA DE ARIOSTO.
decimos poca flexibilidad de su cuerpo, no
por eso entendemos que en la juventud le
faltaran robustez ni aun belleza.
Era Ludovico Ariosto, ya en su madura
edad , de estatura alta y medianamente grue-
so; de cuello bien proporcionado, espalda
ancha y arqueada hacia adelante, como suelen
tenerla todos los que desde la niñez se han
acostumbrado á estar continuamente sobre
los libros. Tenía la cabeza calva, y el cabello
que conservaba, negro y crespo; el rostro
ovalado, las mejillas descarnadas y de color
algo aceitunado, aunque el resto de su cuer-
po era muy blanco: la frente espaciosa, los
ojos negros, vivaces y animados , las cejas al-
tas y finas, la nariz grande y aquilina, los
labios recogidos, los dientes blancos é igua-
les, la barba proporcionada, cuyo pelo, bas-
tante ralo , no podía llegarle corrido desde
la una á la otra oreja, como entonces se usa-
ba; las manos enjutas y los pies bien forma-
dos, y ni grandes ni pequeños. Si el lector
quiere verle vivo, vaya á Ferrara, en donde
le hallará en el antiguo palacio de los Du-
ques. El Tiziano, retratando al Ariosto, ha
dejado allí dos glorias inmarcesibles : la glo-
ria del pintor y la gloria del poeta.
ORLANDO FURIOSO
ARGUMENTO DEL CANTO PRIMERO.
Roto el campo de Carlos poderoso ,
Va por un bosque Angélica escapando,
Y halla á Reinaldo, y Ferraud fogoso,
Uno el corcel , el yelmo otro buscando.
Ambos combaten por su amor celoso ;
Y ella ya á Sacripante está abrazando,
Cuando estorban su dicha al ciego amante
Reinaldo y un correo y Bradamante.
ORLANDO FURIOSO
CANTO PRIMERO.
I.
Las damas, los guerreros, los amores,
Y las proezas, canto y cortesía
Del tiempo en que los moros ', los rigores
De la mar arrostrando , ruina impía
Trajeron al francés por los furores
De Agramante su joven Rey , que ansia
Vengar feroz la muerte de Trojano
En el rey Cario Emperador romano,
II.
Diré á la vez de Orlando * valeroso,
Caso hasta aquí no dicho en prosa ó rima.
Á quien tornó el amor loco rabioso.
De cuerdo que antes fué de mucha estima.
Si el que otro tanto hizo de mí '% que iroso
Poco á poco mi pobre ingenio lima,
El respiro me deja que le pido ,
Daré tin al cantar que he prometido.
62 ORLANDO FURIOSO.
III.
Dignaos, prole Hercúlea, reverenda,
Ornato y esplendor del siglo nuestro,
Hipólito *, aceptar la sola ofrenda
Que os puede dar humilde siervo vuestro.
Si de tanto que os debo escasa prenda
De palabras no más me inspira el estro,
Nadie me increpe el corto don, ni el modo;
Que cuanto puedo dar os lo doy todo.
IV.
Y podréis recordar, con lo más claro
Que ensalzar me propongo, aquel Rugiere
Que fué de vos y vuestro nombre caro
Antigua cepa, fundador, primero.
Sus hechos os diré, su esfuerzo raro,
Si queréis escucharme placentero;
Y vuestros altos pensamientos paren
Mientras mis toscos versos resonaren.
V.
Orlando que, harto tiempo enamorado
De Angélica, corrió tierra tan varia,
Y tan grandes trofeos ha dejado
En Media , y en la India, y en Tartaria ,
A Poniente, con ella, ya ha tornado.
Donde al pie de la mole pircnaria,
Esperando al rey Cario diligente
De Francia y de Alemania está la gente.
CANTO PRIMERO. 63
VI.
De los reyes Marsilio y Agramante
Para abatir la túmida jactancia
De haber uno del Africa distante
El gran poder juntado y la arrogancia,
Y el otro toda España echar delante,
El bello á destrozar reino de Francia;
Á cuyo punto mismo Orlando hallóse,
De lo que pronto arrepentido vióse.
VIL
Pues su dama le fué después quitada
(¡Oh cuánto el juicio humano aveces yerra!),
Y aquella, que del Medo á la apartada
Esperia defendió con tanta guerra.
Ora la pierde sin blandir la espada,
¡ Entre tantos amigos y en su tierra !
Que es, sólo por cortar lucha maldita.
El sabio Emperador quien se la quita.
VIII.
Porque estalló muy pronto lucha brava
Entre Orlando y Reinaldo valeroso;
Que por la bella cada cual probaba
De ardiente amor el ímpetu amoroso.
Y Cario que del caso recelaba
Que menos le ayudara el par famoso,
Le dio á guardar al duque de Baviera
La joven linda que la causa fuera ;
64 ORLANDO FURIOSO.
IX.
En premio prometiéndola al que de ellos,
En los conflitos de la gran jornada,
Segara de la gente infiel más cuellos,
Y una empresa mayor diera acabada.
Mas no fué el hecho cual los votos bellos.
Que rota huyó la gente bautizada ,
Y prisionero el Duque fué tomado,
.Y quedó el pabellón abandonado.
X.
Donde luego que entró la dama hermosa
Que se guardaba al vencedor en pago
(Y antes del trance cabalgaba airosa),
Entregóse á la fuga en curso vago,
Presagiando que en lid tan azarosa
Ese día al cristiano fuera aciago.
Y entró en un bosque, y por la estrecha vía
Un caballero halló que á pie venía.
XI.
Ceñía arnés y espada, y en la testa
Llevaba yelmo, y embrazaba escudo,
Y corría veloz por la foresta
Más que del palio en pos gañán desnudo.
Tímida villanuela no tan presta
Escapa de la sierpe al dardo agudo.
Como el peón que avanza al ver, de lleno,
Angélica al escape tuerce el freno.
CAUTO PRIMERO. 65
XII.
Era aquel el gallardo paladino
Hijo de Amón, señor de Momealbano,
A quien Bayardo, su corcel más fino,
Por raro lance se le fué de mano.
El cual no bien venir por su camino
Vio á la joven , muy pronto , aunque lejano ,
Conoció el dulce rostro, el cuerpo esbelto
Que en amorosa red le tiene envuelto.
XIII.
Mas ya torciendo el palafrén , la dama
Por el bosque le lanza á toda brida,
Y sin miedo de espesos hoja ó rama ,
De mejor ó peor senda no cuida,
Y pálida, temblando, al cielo clama,
Al capricho del bruto conducida,
Que aquí y allí por la alta selva fiera
Va volando y encuentra una ribera.
XIV.
Junto al tal río Ferragud hallóse,
Todo de polvo lleno y sudoroso,
Que del postrer combate retiróse
Con ansia de refresco y de reposo;
Y luego mal su grado allí quedóse,
Porque al tirarse al agua presuroso,
Se le cayó en el río el yelmo fuerte,
Y de recuperarlo no hubo suerte.
TOMO I . 5
66 ORLANDO FURIOSO.
XV.
Cuanto podía más gritando ciega
La doncella venía y espantada.
Á su grito el infiel para en su brega,
Y puesto en pie, la faz mira angustiada ,
Y la conoce súbito que llega,
Si pálida del susto y perturbada ;
Que,aunquedeellaapartadoen lid muy ruda,
Que es la divina Angélica no duda.
XVI.
Y porque era cortés y amor tenía.
Cual ambos primos, á la dama hermosa,
El socorro va á darla que podía,
Sin la ayuda del yelmo poderosa.
La espada saca y busca su osadía
A Reinaldo con planta presurosa.
Visto se habían ya no solamente.
Sino probado su vigor potente.
XVH.
Y estando á pie los dos, lidia tan ruda
Aquí con las espadas empezaran;
Que no cuero, metal, malla menuda.
Sino yunques de fragua destrozaras!.
Mas mientras golpes da su rabia cruda.
En la asustada dama no reparan
Que cuanto puede el carcañal agita,
Y á la selva veloz se prccit^ita.
CANTO PRIMERO. 67
XVIII.
Cuando los dos por largo tiempo en vano
Gastaron por vencerse inútil saña,
Sin aflojar las armas de la mano ,
Que casi iguales son en fuerza y maña ,
Fué el primero el señor de Montealbano
Quien dirigióse al paladín de España;
Porque siente en el alma tanto fuego,
Que fuera de su amor no halla sosiego.
XIX.
Y le dijo : «No sé por qué porfías ,
Cuando al mío tu daño ha de ir unido.
Si es porque el dueño de las ansias mías
Cual nuevo sol tu espíritu ha encendido,
Con detenerme así, ¿qué ganarías?
Aunque me hubieras muerto ó aprendido,
Nunca tuya sería la doncella,
Si , estando aquí los dos , se nos va ella.
XX.
»Si la amas tú también, ¿mejor no fuera
Cortarle en su camino la escapada,
Y alcanzarla y pararla en su carrera ,
Antes que más se aleje disparada;
Y cuando en poder nuestro ya estuviera ,
De quién haya de ser, darlo á la espada?
De otro modo, ¿es posible se te oculte
Que sólo daño á entrambos nos resulte?»
68 ORLANDO FURIOSO.
XXI.
Lo propuesto al pagano no desplace ,
Y la batalla al punto es suspendida ;
Por lo cual repentina tregua nace,
Y tanto el odio y el furor se olvida,
Que al dejar la ribera el fiero Trace
Con su silla á Reinaldo le convida
Y á la grupa le lleva, y sin tardanza
Por las huellas de Angélica se lanza.
XXII.
¡Oh gran virtud de antiguos caballeros!
Eran de ley diversa , eran rivales;
Por todo el cuerpo, de los golpes fieros
Aún llevan el dolor y las señales,
Y por fragosos bosques y linderos
¡Sin sospechas van juntos y leales!
De cuatro espuelas el corcel herido,
Les conduce á un camino en dos partido.
XXIII.
Y no sabiendo entonces si la una
Vía ó la otra sigue la doncella;
Porque se ve sin diferencia alguna
En las dos estampada fresca liuclla,
Dléronse, al libre azar de la fortuna,
A ésta Reinaldo ; el Sarraceno á aquélla.
Del bosque Ferragud, tras huellas ciento,
Al pie se halló de su primero asiento.
CANTO PRIMERO. 69
XXIV.
Al margen otra vez de la ribera
Donde antes á beber la sed le trajo;
Y como ya á la dama hallar no espera ,
De buscar con afán se da el trabajo
El tan preciado casco que perdiera,
Pisando de la orilla lo más bajo :
Mas tan clavado el yelmo está en la liga ,
Que no le ha de coger sin gran fatiga.
XXV.
Con rama que de pértiga hace á modo ,
Arrancada de un roble sin segundo,
No hay del agua remanso ni recodo
Que no tantee hasta lo más profundo.
Mientras paciencia y tiempo de ese modo
Pierde con la mayor rabia del mundo ,
Del río en medio , con aspecto fiero
Hasta el pecho salir ve un caballero.
XXVI.
En la derecha mano un yelmo ostenta,
Y era, menos la frente, todo armado;
Y es aquel yelmo el que perdido cuenta
Ferragud , de buscarle fatigado.
Y el guerrero , que horrible se presenta ,
Le grita : «Hombre sin fe, follón, menguado,
¿Por qué dejar el yelmo no querías
Que abandonar ha tiempo que debías?
70 ORLANDO FURIOSO.
XXVII.
«Recuerda, engañador, cuando mataste
De Angélica al hermano (soy yo., impío)
Que, con las otras armas , me juraste
En seguida arrojar mi yelmo al río :
Si al fin la suerte lo que tú olvidaste
Hoy deja que ejecute mi albedrío,
No tu orgullo lo sienta; y si lo llora ,
Pues traidor fuiste, llórelo en buen hora.
XXVIII.
»Y si tienes afán de un yelmo fino.
Con más gloria y honor ganarlo sabe.
Lo lleva así Reinaldo Paladino:
También Orlando, y aun mejor si cabe.
Este de Almonte ^ ; aquél fué de Mambrino *;
Que de lograrlos tu altivez se alabe,
Y el mío, cual ha tiempo has prometido,
Sufre que quede aquí como es debido.»
XXIX.
Al salir de las aguas de repente
La sombra aquella, el bárbaro inmutóse,
Tieso el cabello se erizó en su frente :
Quiso gritar , y sin palabra hallóse;
Y al oir á Argalía (el inocente
A quien matado había así llamóse)
Que á la cara la rola fe le arroja.
Temblar se siente de mortal congoja.
CANTO PRIMERO. 7 1
XXX.
Y viendo que no encuentra pronta excusa
Que en el trance en que está pueda servirle,
Toda cobarde réplica rehusa
A lo que, con verdad, pueden decirle;
Y por la vida Jura de Lanfusa ',
Que ya su frente más no ha de cubrirle
Sino el yelmo que Orlando en Aspramente
Le quitó, con la vida , al íiero Almonte.
XXXI.
Y en verdad que guardó tal juramento
Con mejor lealtad que la vez prima ;
Y de aquí parte y va tan mal contento ,
Que hartos días le roe sorda lima ;
Y busca al Paladín con noble aliento ,
Por toda tierra donde hallarlo estima.
En tanto al buen Reinaldo ya le apura
Por el otro camino otra aventura.
XXXII.
A poco de emprenderle, ve gallardo
Feroz á su corcel saltar delante ;
Y.... Ten (le grita), para , mi Boyardo^
Que de pasar sin ti no hallo talante....
Pero sordo á sus gritos, sin retardo
Corriendo, cada vez va más distante,
Y Reinaldo tras él con rabia viva..,.
Mas vuelvo á la doncella fugitiva.
7* ORLANDO FURIOSO.
XXXIII.
Huye por yermo frío y valle oscura :
Por selva triste, inhóspite y salvaje;
Y el rumor con que fúnebre murmura
De los olmos y abetos el follaje,
La llenan de tan súbita pavura ,
Que vagando sin tino va en su viaje;
Y á cada sombra que halla en monte ó falda.
Teme que ya Reinaldo está á su espalda,
XXXIV.
Teme, cual cierva ó cabra pequeñuela
Que entre las ramas del cubil nativo
Ve que á la madre el pecho, que ella anhela ,
Desgarra de un leopardo el diente activo;
Y del fíero animal huyendo vuela,
Y tremante en su curso fugitivo,
A cada rama que pasando toca,
Ya piensa verse en la espantable boca.
XXXV.
Esa luz y esa noche , y medio día
Del que sigue, sin norte anduvo errante,
Hasta que hallóse , en fín , én una umbría
Que el aura refrescaba susurrante;
De un río brazos, que en redor tenía.
Mantienen hierba allí tierna y pujante,
Dando á la vez encantos al oído
De su curso, entre guijas , el sonido.
CANTO PRIMERO. yS
XXXVI.
Y creyéndose entonces no seguida *,
Mas de Reinaldo á leguas mil segura,
Allí resuelve reposar, vencida
Ya del calor y de la marcha dura.
Se apea entre las flores, y sin brida
Suelta su palafrén á la pastura :
El cual va errando por la verde orilla ,
Que le ofrece su fresca hierbecilla.
XXXVII.
Ella lindo boscaje ve no lejos
De albo jazmín y de encendida rosa ;
Que, de la linfa pura en los espejos,
Mirando están su lozanía hermosa.
Allí, libre del sol y sus reflejos ,
En la quietud de calma silenciosa ,
Guarida tal se labra de hoja y rama,
Que al sosiego dulcísimo reclama.
XXXVIII.
Menuda hierba un lecho forma dentro
Que á gozarlo al que llega le convida.
La bella dama cálase en su centro :
Se apaña en él , y en él queda dormida.
Mas no goza harto tiempo el dulce encuentro;
Que un rumor la despierta pavorida.
Alzase presta , y ve cómo ha llegado
Al pie del río un caballero armado.
74 ORLANDO FURIOSO.
XXXIX.
Si es contrario ó amigo no comprende,
Entre esperanza y miedo, su flaqueza ;
Y de aquella aventura al curso atiende
Sin respirar, sumida en su tristeza.
En tanto junto al río aquél se tiende :
Apoya sobre un brazo su cabeza ;
Y en un pesar tan hondo está sumido,
Que parecía en piedra convertido.
XL.
Más de una hora ya pasado había
El caballero así, baja la frente,
Cuando rompe, con eco de agonía,
Su pena á lamentar tan tristemente ,
Que á una piedra su acento ablandaría
Y una tigre á su mal fuera clemente.
Suspiraba al llorar, y un arroyuelo
Era su faz : su pecho un Mongibelo.
XLI.
«Pensamiento, que el alma hiela ó arde
(Decía), y de pesar me roe y lima,
¿Qué puedo hacer, cuando llegué ya tarde
Y otro el fruto cogió de más estima?
I Que para mí palabras sólo guarde.
Mientra alguno ha cogido mies opima !
Si no me tocan ¡ay ! frutos ni flores,
; A qué sufrir por ella estos dolores?
CANTO PRIMERO.
XLII.
"La virgencilla es símil de la rosa
Que, en el jardín, so la nativa espina,
Mientras aislada y candida reposa ,
Rebaño ni pastor se le avecina.
Húmida aurora , y aura deliciosa ,
La tierra, el cielo todo á ella se inclina ;
Y el pecho ansian adornar ^on ella
El mancebo gentil, la dama bella.
XLin.
"Mas no tan pronto del materno suelo
Es arrancado y roto el tallo leve.
Cuando todo favor de tierra y cielo
Pierde, y su aroma y su belleza en breve.
La virgen que la flor que, con más celo
Que á su hermosura y vida, guardar debe
A otro deja coger, de cien amantes
Pierde el amor que le rendían antes.
XLIV.
»De otros sea en desprecio; mas amada
De quien la dio de afectos larga copia.
¡Oh fortuna cruel, fortuna airada,
Ellos vencen, y yo muero en la inopia!
Mas ¿ podrá de mi alma ser lanzada ?
¿Podré yo echar de mí mi vida propia?
¡ Sea , pues, ésta ya mi hora postrera :
Si no la debo amar, mil veces muera....»
76 ORLANDO FURIOSO.
XLV.
Si el que así, junto al río, triste y laso ,
Se adolora con eco semejante
Me preguntan quién es, que el rey Circaso
Diré, y de amor maltrecho. Sacripante :
Y añadiré, que de su triste caso
Es causa prima y sola el ser amante :
Amante, cual los otros, déla hermosa
Que le conoce y oye silenciosa.
XLVI.
Adonde muere el sol viene arrastrado.
De inmenso amor, desde el remoto Oriente ;
Que en India supo, con dolor sobrado,
Que ella á Orlando siguiera hasta Poniente;
Y que, después en Francia, secuestrado
Carlos la había á la amorosa gente,
Y la guardaba al que mayor decoro
Diera y más glorias á las lises de oro.
XLVII.
Él visto había el campo y la derrota
Que el Franco Emperador antes sufriera.
Buscó á Angélica en prado y selva ignota ,
Sin que su huella descubrir pudiera ;
Y es este el triste afán que le alborota
Y rasga el corazón con punta fiera,
Y hace tan dulce y flébil su discurso,
Que bastara á parar del sol el curso.
CANTO PRIMERO. 77
XLVIII.
Mientras así se aflige dolorido ,
Y tibia fuente de sus ojos hace,
Y otras palabras y ayes ha vertido,
Que ocioso juzgo que mi pluma os trace ; ,
Contárselas de Angélica al oído
A su fortuna venturosa place ,
Ganando en breve punto, en un momento.
Lo que nunca alcanzara en años ciento.
XLIX.
Con cuidado la bella dama atiende
Á la expresión, al llanto, á la agonía
Del que nunca de amarla se desprende.
Ni por primera vez le oye este día :
Mas ella á la piedad jamás desciende,
Insensible cual dura piedra fría ;
Porque desprecia al orbe, y es su signo
No hallar nadie en la tierra de ella digno.
.L.
Ora al verse allí sola en selva umbría,
Piensa que apoyo en él se le apareja ;
Que es bien tenaz quien sigue en su porfía
Cuando hasta el cuello el agua ya le aqueja.
Juzga que no ha de hallar más dócil guía
Si esta ocasión propicia pasar deja ;
Que había en trances mil probado antes
Que era el más firme aquel de sus amantes.
78 ORLANDO FURIOSO.
LI.
Mas no por eso su tormento extraño
Se propone aliviar la esquiva dama,
Ni menos compensarle tanto daño
Con el piacer que busca el que bien ama.
Sólo alguna ficción , algún engaño
A modo de esperanza urdirle trama,
Que aunque sirva á salvarla de su apuro,
Al martirio después le vuelva duro.
LII.
Así, saliendo del boscaje amigo ,
De pronto hace de sí gallarda muestra ,
Cual salir suelen de su hojoso abrigo
Diana ó Venus en mudanza diestra :
Y dice : «Que la paz sea contigo ;
Contigo salve Dios la fama nuestra;
Y no pienses que altiva tenga á gala
Que de mí guardes opinión tan mala.»
Lili.
No con tanto estupor ni gozo tanto
Ve madre alguna al hijo, que por muerto
Lloró infeliz con incansable llanto.
Viendo sin él volver la nave al puerto ;
Con cuanto asombro el amador, con cuanto
Gozo, entre el miedo y la verdad incierto.
Vio la divina faz en dulce risa,
Presentarse á sus ojos improvisa.
CANTO PRIMERO. 79
LIV.
De dulcísimo amor el seno henchido ,
Corrió á su dama Angélica , á su diosa,
Que el pecho varonil al suyo ha unido,
(Que no hiciera en Catay nunca tal cosa.)
Al patrio reino : á su materno nido
Que éste la ha de llevar juzga la hermosa;
Y á pruebas tan insólitas se lanza,
De encontrarse en su hogar con la esperanza.
LV.
Ella cuenta le da desde que, ausente
Por orden suya, con bondad se allana
A partir por socorros, al Oriente,
Del rey de Sabatea y Sericana " ;
Y de que Orlando la salvó frecuente
Vida y honor, y de que guarda sana
Su pura virgen flor, cual la tenía
Cuando del claustro maternal salía.
LVI.
Y acaso era verdad : mas no creíble
A quien de sus sentidos dueño fuere :
Mas parecióle á él cosa posible ,
Que entre errores más graves vive y muere.
Lo que ve el hombre, amor le hace invisible,
Y lo invisible ve, si amor lo quiere.
Esto en Hn fué creído, que nos place
Crédito dar á lo que bien nos hace.
8o ORLANDO FURIOSO.
LVII.
«Si ya no supo el paladín de Anglante
El buen tiempo lograr por su flaqueza ,
El daño él sufrirá, que en adelante
No le ha de dar fortuna esa belleza
(En su interior decía Sacripante) :
Ni ha de ser que, imitando su simpleza,
Yo, tan gran bien, como me otorgan deje,
Y de mi propio obrar luego me queje,
LVIII.
«Coger sabré la matutina rosa.
Que, con tardar, perder sazón podría.
Sé que á dama no puede hacerse cosa
Más dulce y suave, y de mayor vah'a.
Aunque esquiva se muestre y desdeñosa,
Y aparente que llora y se desvía ,
No por repulsa ni desdén mostrado.
Mi anhelo dejaré de ver colmado.»
LIX.
Así dice, y en tanto que se lanza
Al dulce asalto que su amor corona,
Cerca escucha sonar rumor que avanza ,
Y su intento mal grado él abandona.
Pénese el yelmo; que es su antigua usanza
Siempre llevar armada la persona :
A poner brida á su caballo acude ;
La silla oprime, y el lanzón sacude.
CANTO PRIMERO. 8 I
LX.
Llegando en tanto va por el boscaje
Guerrero de apostura noble y fiera :
Es como nieve candido su traje,
Y un blanco pendoncillo su cimera.
El Circasiano que el molesto viaje
Soporta mal que su proyecto altera ,
Y su próximo bien trueca en enojos,
Feroz le mira con ardientes ojos.
LXI.
Y ya cerca , le increpa y desafía ,
Y eré que fácil del arzón le abate.
El otro, que menor no se creía,
Gomo á probarlo va, corre al combate ;
No el vano amenazar pone á porfía ;
La lanza en ristra , apura el acicate.
Pasa el Gircaso : pero vuelve ardiente,
Y se arrojan á herirse frente á frente.
LXIL
No toros encelados, ni leones,
Gon cuerno ó garra embístense tan crudos,
Gomo al asalto corren los campeones,
Que á la par se atarazan los escudos.
Del gran choque retumban con los sones
Altos bosques y páramos desnudos ;
Y gracias que guardar puedan los pechos
Los arneses á fuertes pruebas hechos.
TOMO I. 6
82 ORLANDO FURIOSO.
LXIII.
Los caballos no mueven ya la planta,
Tópanse sólo á guisa de cabríos.
El del pagano cae en lucha tanta ,
Aunque era de valientes poderíos :
Cae el otro también : mas se levanta
De la espuela al sentir los duros bríos.
Aquél ha muerto, y por mayor trabajo
El sarraceno Rey queda debajo.
LXIV.
El ignoto campeón , que está derecho,
Y al otro ve con el caballo en tierra ,
Juzga que en esa lid bastante ha hecho,
Y más no quiere renovar la guerra :
Por do el camino va menos estrecho
A toda brida por el bosque cierra ;
Y antes que suelto al fin quede el pagano,
De allí casi una milla está lejano.
LXV.
Como pobre arador, ciego, aturdido
Se levanta, pasada la agonía.
Del sitio do el fulmíneo horror tendido
Junto á sus muertos bueyes le iciiía ;
Que mira escueto y su esplendor perdido
El pino que de lejos ver solía,
Tal peón se levanta ya el Circaso,
Angélica presente al duro caso.
CANTO PRIMERO. 83
LXVI.
Gime y suspira, y no porque se cuida
De roto brazo ó pie del cuerpo opreso :
Mas sólo del rubor con que en la vida
Fué empañado su honor, antes ileso;
Y que aún le acrece el ser dama pulida
Quien de encima además le quita el peso.
Mudo quedara allí , si ella no fuera
Quien la voz y palabra le volviera.
LXVII.
«Señor (le dijo), no de la caída
Os apenéis, que no es la culpa vuestra :
Fué del corcel , que de ánimo y comida
Necesitaba más que de palestra.
Ni ensalzar cabe al otro la partida.
Pues ser el que la pierde bien demuestra ,
A mi corto entender, aquel guerrero.
Cuando á dejar el campo fué el primero.»
LXVIII.
Mientras así conforto da al mezquino ,
He aquí que, con el cuerno y bolsa al flanco
A un correo se ve laso y mohíno
Sobre un rocín venir á flojo tranco ;
El cual , cuando al Circaso fué vecino ,
Le preguntó si, con escudo en blanco »
Y pendoncillo candido en la testa,
Vio un guerrero pasar por la floresta.
84 ORLANDO FURIOSO.
LXIX.
Y el Rey le dijo : « Como ves , tendido
Me deja, y ahora mismo de aquí parte.
Dime su nombre tú : yo te lo pido ,
Por saber quién me ha puesto de tal arte.»
Y él respondió : «De aquel que has combatido
Razón pronta y cumplida puedo darte.
Sabe que quien tus armas atropella
Es el alto valor de una doncella.
LXX.
»Es grande su beldad, su talle esbelto,
Y famoso su nombre sin segundo :
Es Bradamante la que en pena lia vuelto
Cuanta gloria adquiristes en el mundo.»
Esto dice, y escapa á freno suelto,
Y deja al Sarracín no muy jocundo;
Que no sabe qué diga ni qué haga ,
Y odio y vergüenza por su frente vaga.
LXXI.
Después que largo tiempo en su fracaso
Piensa y medita, encuentra finalmente
Que una mujer le trujo al triste caso,
Y cuanto piensa más, más dolor siente.
Monta el otro caballo, mudo y laso,
Y á Angélica después, calladamcnic,
La toma á grupa, y á ocasión más leda
Y más tranquila su ventura queda.
CANTO PRIMERO. 85
LXXII.
No dos millas corrieran de esa suerte ,
Cuando la selva , que los ciñe en torno,
Suena y anuncia con tronido fuerte
De las ramas y troncos el trastorno;
Y un gran corcel después venir se advierte ,
Con áureo paramento y rico adorno,
Que arroyos, matas y árboles saltando,
Lo que no rompe y troncha va arrastrando.
LXXIII.
uSi el ramaje intrincado y la neblina
iDijo la dama) verlo no me impide ,
Bayardo es el corcel que se avecina
Y con tanto fragor la selva mide.
Le conozco : es Bayardo; y pues domina
La actual necesidad que así lo pide ,
Que un caballo á los dos mal nos conviene ,
En soberbia ocasión éste nos viene.»
LXXIV.
Se apea Sacripante, y ya se apresta
Á tomar del corcel seguro el freno.
Cuando aquél con la grupa le contesta ,
Veloz girando en el menor terreno.
Mas no alcanza do el callo el golpe asesta :
¡Infeliz si le diera en él de lleno!
Que su callo firmeza tal tenía,
Que un monte de metal rompido habría.
86 ORLANDO FURIOSO.
LXXV.
Luego se va mansito á la doncella ,
En acto humilde y gesto casi humano,
Como perro que al dueño lame y huella,
Que dos días ó tres pasó lejano;
Porque Bayardo bien conoce á aquella ,
Pues comía en Albranca de su mano,
Cuando al Reinaldo, que hoy detesta, amaba ,
Y él, hoy amante, atroz la desdeñaba.
LXXVI.
Ella con la siniestra el freno pilla,
Con la diestra le palpa el cuello y pecho,
Y el corcel, que es de instinto maravilla ,
Cordero manso y dócil se le ha hecho.
Atento á la ocasión , salta á la silla
El Circaso, y le oprime y tiene estrecho.
De la grupa es la alfana ya aliviada,
Porque al arzón la dama se traslada.
LXXVI I.
Después la vista dilatando, mira
Venir, armas sonando, á un gran peón ;
Y de alto enojo enciéndese y de ira
Que en él conoce al bravo hijo de Amón '".
Por ella el buen Reinaldo arde y suspira ,
Y ella le huye como garza á halcón.
Él un tiempo la odió como á la muerte :
Ella le amó, y hoy cambiase la suerte.
CANTO PRIMERO. 87
LXXVIII.
Y causa de esto han sido dos fontanas,
Que vierten en Ardeñas sus humores,
Diversas en su acción mas no lejanas :
Una de amor enciende los ardores ;
Quien de las otras aguas bebe insanas ,
Cambia en desdén y en hielo sus amores
De ésta bebió la hermosa, y le odia y huye :
Él de aquélla, y amor le arde y destruye.
LXXIX.
De un oculto veneno el agua mixta.
Que en odio trueca la mayor ternura ,
Hace que tiemble Angélica á tal vista,
De sus ojos nublada la luz pura ;
Y en doliente ademán , con voz que atrista ,
Á Sacripante ruega y le conjura
Que no más tiempo al paladín se aguarde,
Y la fuga con ella no retarde.
LXXX.
«¿Conque juzgáis mi apoyo tan liviano?
¿Conque tan poco soy (él la responde),
Que para defenderos del cristiano
El esfuerzo que tenga se os esconde?
¿El recuerdo de Albranca tan lejano
Está de vos? ¿La noche, el sitio donde
Contra Agricán y el campo todo, escudo
Fui de vuestra salud solo y desnudo?»
ORLANDO FURIOSO.
LXXXI.
Ella calla yen dudas se embaraza,
Pues Reinaldo á llegar breve se apronta ,
Y al Circaso, aun de lejos, amenaza,
Pues le conoce y al corcel que monta ;
Y de aquella que el pecho le ataraza
Mira la faz, por quien la muerte afronta.
Mas para el canto qu-e prosigue queda
Lo que después entre los dos suceda.
ORLANDO FURIOSO.
ARGUMENTO DEL CANTO SEGUNDO.
Á gran lucha Reinaldo á Sacripante
Por su corcel y por su dama lleva.
Un eremita viejo Nigromante
Separa á entrambos con astuta prueba.
Va el paladín á Carlos imperante :
Mas éste otra misión le encarga nueva.
Bradamante á su bien busca atrevida.
Y en riesgo Pinabel pone su vida.
ORLANDO FURIOSO
CANTO SEGUNDO.
I.
Injustísimo Amor, ¿por qué tan raro
Repartes tu favor entre tus fieles,
Y el que se correspondan no te es caro,
Y en el discorde amar gozarte sueles?
Ir no dejas al vado fácil, claro,
Y al fondo oscuro y ciego nos impeles :
Odiar nos haces del objeto amado,
Y que aquel que nos ama sea odiado.
II.
Angélica á Reinaldo se presenta
Hoy celestial, y en su beldad se halaga,
Y ayer la odió con repulsión violenta :
Ella entonces le amó, y hoy le es aciaga
Hasta la vista suya y la atormenta,
Y el uno al otro así su agravio paga :
Mas de Angélica el odio es de tal suerte.
Que antes que suya ser, quiere la muerte.
yS ORLANDO FURIOSO.
III.
Con orgullo, Reinaldo al rey impío
Gritó : «Ladrón, de mi corcel te apea;
Que ceder no acostumbro lo que es mío,
Y le sé caro hacer al que lo idea.
Á esa hermosa, además, cogerte ansio,
Que sería el dejártela acción fea ;
Y que quite á un ladrón es justa cosa
Corcel tan noble, dama tan hermosa.»
IV.
«En llamarme ladrón tu lengua miente
¡Aún más soberbio , el Circasiano brama)
Á ti con más verdad , fuera corriente
Llamarte, cual anuncia ya tu fama;
Y ora va á hacerse entre los dos patente
Quién merezca mejor corcel y dama;
Aunque, contigo estoy, respecto de ella;
Que no hay mujer más pura ni más bella.'
V.
Como sueles dos canes ver potentes,
De envidia, ó celos, ó rencor llevados,
Irse acercando, al rechinar de dientes.
Ronco el gruñir, los pelos erizados,
Y chispas por la vista echando ardientes
Arrojarse á morderse disparados;
Así al gesto, y al grito y los baldones,
Á las espadas van los dos campeones.
CANTO SEGUNDO. gì
VI.
Uno está á pie , y el otro caballero;
¿Quién pensáis que en la lucha se aventaje?
Ni éste ni aquél; pues el infiel guerrero
Vale así menos que inexperto paje;
Que el corcel, por instinto noble y fiero,
No quiere á su señor hacerle ultraje;
Y ni á espuela ni acción puede el Circaso,
Llevarle á dar contra Reinaldo un paso.
VII.
Cuando quiere impelerle, él se detiene;
Cuando pararle, arranca de escapada;
Ya la frente en el pecho á meter viene ,
Ya cocea ó se pone á la empinada :
Viendo el Circaso que lugar no tiene
De domar á la bestia desmandada,
Lleva al arzón la mano, y va de un vuelo
A pisar por la izquierda el duro suelo.
VIII.
Así que el salto al Circasiano amante
Libertó de la furia de Bayardo,
Vióse empezar aquella lid gigante,
Entre uno y otro campeador gallardo :
Sube y baja la espada centellante.
De Vulcano el martillo era más tardo
En la caverna humosa y fragua ardiente,
Do forja el rayo á Júpiter potente.
94 ORLANDO FURIOSO.
IX.
Con finta , con pasar ó á fondo echarse,
Bien prueban ser maestros en el juego.
Ora los ves erguirse, ora bajarse :
Parar firme , tenderse á golpe ciego :
Ir ganando terreno, ó retirarse :
Fingirse descubrir, y acudir luego :
Girar cercando, y donde el uno cede.
Poner el otro el pie que mejor puede.
X.
Ve aquí que con la espada en alto, ansioso
Reinaldo, del Circaso el frente llena :
Él presenta su escudo, que era de oso,^
Con plancha de metal templada y buena :
Traspásalo Fusberta ', aunque famoso :
El monte enderredor tiembla y resuena :
Sallan de acero y piel más de un pedazo,
Y queda al sarraceno muerto el brazo.
XI.
En cuanto ve la tímida doncella
El golpe que produce tanta ruina.
Tiembla y pierde el color de la faz bella.
Cual reo que al cadalso se avecina ;
Piensa que si el huir retarda ella ,
Ya presa de Reinaldo á ser camina :
De aquel Reinaldo que aborrece ahora.
Cuanto el tristemente ya la adora.
CANTO SEGUNDO. gS
XII.
Tuerce el caballo, y á la selva huyendo ,
Le impele por oscura estrecha calle,
Muchas veces la frente atrás volviendo,
Que imagina que atrás Reinaldo se halle.
Mas no mucho camino fué corriendo,
Cuando á un viejo ermitaño vio en un valle,
Al cual la barba al pecho le bajaba ,
Y venerando aspecto demostraba.
XIII.
Por los años y ayuno enflaquecido,
Sobre un mal pollinejo el cuerpo posa;
Parece que otro alguno nunca ha habido
De más recta conciencia escrupulosa.
De la dama, que al paso le ha caído.
En cuanto ve la dulce faz hermosa,
Aunque achacoso y débil de aquel modo ,
Siente de caridad arderse todo.
XIV.
Pregunta al hermanuco ella la vía
Que la conduzca á la marina playa ,
Que de Francia salir, y and¿ir quería
A do más lejos de Reinaldo vaya.
El, que de nigromancia harto sabía.
Conforto dar á la doncella ensaya ,
Y sacarla del riesgo la promete,
Y la mano en un bolso suyo mete.
96 ORLANDO FURIOSO.
XV.
Saca un libro que gran valer augura ,
Pues que no bien leyó la primer hoja ,
Sale un diablo, de paje en la figura,
Sumiso á lo que al fraile se le antoja ;
Y obediente del libro á la escritura,
Va donde el fuerte par la lid no afloja.
Allí á los dos encuentra en pugna estrecha ,
Y con audacia suma , en medio se echa.
XVI.
«Perdonadme (les dijo) si os demando
¿Dónde de este valor el fruto se halla?
Si el uno mata al otro, así peleando,
¿Qué premio va á sacar de esta batalla?
Cuando, sin riesgo ni fatiga. Orlando,
Sin siquiera haber roto ni una malla,
Hacia París á la doncella guía,
¿Á qué conduce vuestra lucha impía?
XVII.
«Deaquíuna corta milla, áOrlandohevisto
Que á París con Angélica camina :
De vosotros burlándose va listo,
Que sin fruto os causáis estrago y ruina.
¿No sería un obrar mejor previsto,
Pues cerca va , seguir á la mezquina ,
Que no dejar al Conde que os insulte
Y en París se la guarde y os la oculte?»
CANTO SEGUNDO. 97
XVIII.
Hubierais visto á entrambos perturbarse
A tal anuncio ; y tristes , asustados ,
Atónita la mente, lamentarse
De verse así por el rival burlados ;
Y á Reinaldo al caballo encaminarse,
Con voces y suspiros abrasados,
Jurando, si halla al Conde, con despecho ,
Que ha de sacarle el corazón del pecho.
XIX.
Y al caballo, que aguarda, le bendice,
Y monta en él , y rápido galopa,
Y no la grupa ofrece, ni aun le dice
Adiós al Rey , y vuela viento en popa ;
Huella y rompe Bayardo (ya felice)
Cuanta maleza, y tronco, y ramas topa :
Ni pueden ríos, árboles, ni fosos
Del bruto detener los pies famosos.
XX.
No quiero que extrañéis si así tan llano
El ardiente corcel Reinaldo pilla,
Al que ya varios días siguió en vano,
Sin poderle atrapar rienda ni silla.
El animal, que instinto tiene humano,
No por vicio llevóle tanta milla :
Hízolo así, porque halle venturoso
La dama por quien le oye suspiroso.
TOMO 1. 7
98 ORLANDO FURIOSO.
XXI.
Cuando ella huyó del pabellón , la vido ,
Y detrás de la hermosa echó ligero ,
Que, sin su dueño, estaba, guarnecido;
Pues se había apeado el caballero,
Á combatir con otro, allí venido,
Que no era en lides inferior guerrero.
Á distancia después siguió á la dama,
Por darla á su señor, que tanto la ama.
XXH.
Delante huyendo, enséñale el camino,
No queriendo dejar que le montase
Porque no le llevara á otro destino.
El hizo que dos veces encontrase
A la hermosa el amante paladino,
Y del fuera, si al fin no le estorbase.
Como ya os dije , Ferraud primero ,
Y después de Circasia el caballero.
XXIII.
Ora al falaz, de quien Reinaldo tuvo
Las falsas nuevas de la que es su vida,
También creyó Bayardo, y quieto estuvo,
Y ya manso á la diestra conocida;
Y el paladín, que tan turbado anduvo.
Hacia París le lanza á toda brida;
Y va con tal deseo, que por lento
Tendría, no un caballo, sino el viento.
CANTO SEGUNDO. 99
XXIV.
La noche apenas á parar se allana,
Ansiando estar con el señor de Anglante;
¡Tanto ha creído en la mentira insana
Del nuncio del perverso nigromante!
Y corre tan veloz tarde y mañana,
Que ve la tierra aparecer delante
Donde ordena el rey Carlos que se aloje
Su destrozada hueste que recoge.
XXV.
Y como de Agramante la batalla
Y asedio espera, de juntar se cura
Buena gente , y aprestos de vitualla,
Y abre zanjas y fosos , y procura
Reforzar con más obras la muralla;
Y aprovechando el tiempo, se apresura
A mandar á Inglaterra por peones.
Con que añada otra hueste á sus legiones ;
XXVI.
Pues salir otra vez quiere á campaña ,
Y retentar la suerte de la guerra.
A Reinaldo le ordena ir á Bretaña :
A Bretaña, que hoy dícese Inglaterra.
Tal viaje al paladín , mucho le daña ;
Y no porque desame aquella tierra.
Mas porque ha de emprenderlo en el instante,
Y ni un día concede al triste amante.
ORLANDO FURIOSO,
XXVII.
Nunca hasta aquí Reinaldo sintió cosa
Que le pesara más, pues le apartaba
De ir buscando las huellas de la hermosa
Que el triste corazón le destrozaba.
Mas de Carlos también, aunque costosa,
Atento á la obediencia, ya marchaba
Al puerto de Calais, donde hallóse
El mismo día , y súbito embarcóse.
XXVIII.
Contra toda opinión del gremio entero.
Por el afán que de volver tenía.
Entró en el golfo que sonante y fiero
Amenazar borrasca parecía.
El viento se indignó, del altanero
Viéndose despreciar, su acción bravia
Sublevó en torno el mar, con tanta rabia,
Que le impelió á subir hasta la gavia.
XXIX.
Las grandes lonas piega en el instante
El marinero experto, y ya dar vuelta
Al mismo puerto quiere, aun no distante,
De do, en mal hora , al aire el lienzo suelta.
"No ha de ser (dice el viento) que yo aguante
De ese bajel audacia tan resucita.»
Y el naufragio le intima, y sopla y ruge.
Si va á más sitios que adonde él le empuje.
CANTO SEGUNDO. lOI
XXX.
Y ora á popa, ora á proa, hundirle anhela,
Y no calma un momento , y va creciendo ;
Y el barco aquí y allí , con pobre vela ,
Por alta mar, sin rumbo va corriendo.
Mas como vario hilo á varia tela
He de aplicar (que tantas voy tejiendo).
Dejo á Reinaldo y su bajel fluctuante,
Y á hablar voy de su cara Bradamante.
XXXI.
Hablo de la perínclita doncella *
Por quien el rey Circaso en tierra yace;
Que del digno señor hermana bella.
De Beatriz y del duque de Amón nace.
El gran valor y el alto esfuerzo de ella
A Carlos y á la Francia entera place;
Que no ven que la iguale en fuerza y brío,
Sino del buen Reinaldo el poderío.
XXXII.
La dama amada fué de un caballero
Que de África llegó con Agramante,
Que tuvo de la sangre de Rugiero
La despechada hija de Agolante K
Ella, que de león ó tigre fiero
No nació, corresponde á tal amante ;
Aunque de hablarse y verse sólo una
Ocasión les ha dado la fortuna.
ORLANDO FURIOSO.
XXXIII.
En busca de Rugiero mueve el paso
(Lleva el amado el nombre de su padre i,
Y va sola , y parece que al acaso ,
Mejor que con cien guardas , ir le cuadre.
Con uso tal, así que hizo al Circaso
Besar la cara de la antigua madre ,
Pasó un monte y un bosque, y, finalmente,
Al pie llegó de cristalina fuente.
XXXIV.
Esta vierte sus aguas por un prado
Donde á soberbios árboles da vida,
Y al caminante con su dulce agrado,
Con su linfa y su sombra le convida.
Un verde montecillo, al diestro lado,
Del sol ardiente defenderle cuida.
Aquí, cuando la bella joven entra,
A un caballero en lo interior encuentra.
XXXV.
Junto al agua, que el prado fresca hiende,
Sobrelecho de flores mil pintado.
Bajo un árbol que allí sus ramas tiende,
Triste y solo, pensando está sentado.
Cerca el escudo con el yelmo, pende
Del tronco á que el caballo tiene atado.
Baña el llanto su faz que al suelo mira,
Y acongojado, de dolor suspira.
CANTO SEGUNDO. Io3
XXXVI.
Ese afán de saber la suerte ajena ,
Que en todo pecho humano vive y clama,
Hizo que al caballero , de su pena ,
Pidiese explicación la ilustre dama:
Él se la ofrece detallada y plena,
Que el cortés modo su confianza llama ,
Y el noble aspecto, que, al juzgar primero,
Le pareció de un ínclito guerrero.
XXXVII.
Y comenzó: «Señor, yo comandaba
Jinetes y peones , y venía
Al campo, en que el Rey Carlos esperaba
A Marsilio ♦, y reparos le oponía.
A una joven conmigo yo llevaba
Por cuyo amor mi corazón ardía,
Cuando junto á Rodona hallé un armado,
Que refrenaba un gran caballo alado.
XXXVIII.
»Así que el ladre, sea mortal trasunto
(J horrendo ser de la infernal morada ,
Ve la que de las gracias es conjunto ,
Cual águila á su presa disparada ,
Baja raudo volando, y en un punto
La echa mano, y la coge desmayada.
Yo advertido aún no había el rudo asalto,
Cuando ¡oh Dios! escuché su grito en alto.
I04 ORLANDO FURIOSO,
XXXIX.
»Así el rapaz Núblense robar suele
El polluelo infeliz junto á la oca,
Que del descuido torpe ora se duele,
Y en vano va detrás graznando loca.
Mas yo ¿cómo seguir al que así vuele?
¿Yo, entre montes, al pie de escueta roca.
Con el corcel rendido, que anda apenas,
Por veredas de agudos cantos llenas?
XL.
»¿Yo, que menos que tal dolor sintiera
De en medio el pecho el corazón sacarme?
Seguir dejo á los míos su carrera.
De que perdidos quedan sin cuidarme,
Y tomo, ¡ay triste!, en situación tan fiera.
El camino que amor quiere indicarme,
Por el que conducir me parecía ^
El ladrón la mitad del alma mía.
XLI.
»Por barrancos ó alturas prodigiosas ,
Seis días camine tarde y mañana,
Sin hallar por las simas peligrosas
Ni el vestigio menor de planta humana.
Llegué á un valle después, entre espantosas
Cuevas y rocas, de aridez insana;
Y en la más alta de ellas vi un castillo
Fuerte y gallardo, de esplendente brillo.
CANTO SEGUNDO. IO>
XLII.
«Lucirlo vi cual llama desde lejos,
Sin que de tierra ó mármol dé señales;
Y cuanto más me acerco á sus reflejos,
Más me admiran sus obras sin iguales.
Supe luego que humanos aparejos
No le alzaron : mas fabros infernales
De acero construyeron tal prodigio,
Templado por el agua y fuego estigio.
XLIII.
«Es tan fino el metal de cada torre,
Que de mancha y orín siempre está puro
El ladrón , que de día el campo corre ,
Enciérrase de noche allí seguro :
A quien quiere él dañar, nadie socorre ,
Pues tiemblan y odian su contacto impuro.
El á mi dueño en su prisión retiene,
Y en mí toda esperanza á morir viene.
XLIV.
»¿Qué más puedo yo hacer en esta lucha
Que estar viendo el castillo maldecido ,
Como la zorra está , que el grito escucha
Del hijuelo que el buitre le ha cogido.
Que al nido vueltas da, con ansia mucha,
Sin tener alas con que alzarse al nido ?
Nadie así el fuerte de escalar se alabe ,
Que allí subir no puede quien no es ave.
lOt) ORLANDO FURIOSO.
XLV.
«Mientras yo vacilaba , llegar veo
Dos guerreros , que guía un simple enano;
Que vuelven la esperanza á mi deseo:
¡Vano deseo y esperanza en vano!
Eran los dos de esfuerzo giganteo :
Es el uno Gradaso el Sericano ;
Es el otro Rugiero esclarecido ,
En la africana corte muy querido.
XLVI.
»E1 enano me dijo : — Á hacer la prueba
Vienen de su poder con ese odiado
Señor , que, en forma tan extraña y nueva ,
Va en ese ecuestre pájaro montado. —
Y yo : Señores , que á piedad os mueva
(Les dije) la aflicción de un desdichado ;
Y cuando le venciereis , como espero ,
Devolvedme á la hermosa por quien muero.
XLVII.
»Y cómo, les conté, me fué robada,
Tejiendo con mis lágrimas la historia ;
Yo su promesa merecí sagrada,
Y ellos suben en busca de la gloria.
Allí luego la lidia vi trabada ,
Rogando al cielo que les dé victoria.
Al pie del fuerte extenso había un llano ,
Cual de un tiro de piedra de hábil mano.
CANTO SEGUNDO. IO7
XLVIII.
«Cuando se hallan al pie de l'alta roca,
Quieren probar los dos la lucha prima :
Mas á Gradase el comenzar le toca
Por suerte , ó porque el otro no la estima.
El cuerno el Sericán lleva á la boca :
Rimbomba el monte y del torreón la cima;
Y sale al punto , por la puerta , armado ,
El del Castillo, en su caballo alado.
XLIX.
«Comienza poco á poco su subida,
Cual grulla real cuando volar pretende.
Que corre espacio breve ; y luego erguida,
A unas brazas del suelo el ala extiende,
Y cuando al viento está toda tendida,
Velocísima el aire rompe y hiende :
Alta así ves del mago la figura,
Que ni el águila sube á tanta altura.
L.
«Cuando quiere , el caballo luego gira ,
Y las alas plegando, baja á plomo ,
Cual del cielo al azor bajar se mira,
A hacer presa del pato ó del palomo.
Éntrale el caballero con gran ira ,
Dando á la cuja de la lanza el pomo :
Gradaso apenas su embestida acecha.
Cuando el otro á la espalda ya le estrecha.
io8
ORLANDO FURIOSO.
LI.
Sobre Gradaso el asta rompe el mago ;
Adviento hiere aquél con fuerza vana;
Y el volador no deja el vuelo aciago,
Y la pluma resuena ya lejana :
Con la grupa á medir va en el fracaso,
El verde suelo la gallarda Alfana :
A Gradaso una alfana se somete,
La más hermosa que montó jinete.
LII.
»E1 mago hasta los astros ascendido,
Gira y baja otra vez al duro caso;
Y acomete á Rugier, no prevenido.
Pues sólo atiende al trance de Gradaso,
Del gran golpe el varón se ha defendido :
Mas su corcel atrás dio más de un paso;
Y cuando á herirle fué, con vivo anhelo.
Le vio, lejos de sí, volando al cielo.
Lin.
»Á entrambos hiere donde herirlos pueda:
La espalda, el pecho , nada se resiste,
Y el bote de sus lanzas vano queda ;
Él va veloz, que apenas si le viste:
Luego, girando en espaciosa rueda,
Mientras al uno amaga, al otro embiste,
Y á uno y otro la vista les ofusca ;
Que por dónde va á entrar en vano busca.
Canto segundo. ioq
LIV.
«Entre los dos de tierra y el del cielo,
Se dilató el combate hasta la hora
En que, cubriendo el mundo oscuro velo.
Los más bellos matices descolora.
Fué lo que oís, sin discrepar un pelo :
Lo sé, lo vi, y os lo repito ahora,
Y doquier lo diré; que es verdad mucha,
Que mentira parece á quien lo escucha.
LV.
"Con un paño sedil lleva cubierto
El escudo, en el brazo, el brujo odiado:
Cómo quiso no sé tanto el experto
Llevarlo con la tela así tapado;
Que al punto que lo muestra descubierto ,
Al que lo mira deja deslumhrado ,
Y cae como cuerpo muerto cae '",
Y el nigromante á su prisión le trae.
LVL
»E1 raro escudo cual piropo ardía,
Y no hay, como la suya, luz fulgente :
Caer en tierra su esplendor hacía.
Ciegos los ojos, túrbida la mente.
Yo, aunque lejos, también perdí la mía,
Y al recobrar la vista finalmente ,
Ni á los guerreros vi, ni vi al enano,
Sino desierto el campo, oscuro el llano.
no » ORLANDO FTJRIOSO.
LVII.
«Pensé , por tanto , que á los dos en sueño,
Llevóse el mago á su infernal estanza,
Perdiendo, por seguir su noble empeño,
Ellos su libertad, yo la esperanza;
Así, al lugar do está mi amado dueño ,
La despedida extrema el pecho lanza.
Ora juzgad si pena hay en el mundo
Que se compare á mi dolor profundo.»
LVIIL
Volvió á su primer lloro el afligido ,
Cuando ya al fin de sus relatos iba:
Este era el conde Pinabel , nacido
Del Magancese conde de Altarriba,
Que entre su vil familia , no ha querido
Contrasto ser de su maldad nativa;
Y en sus vicios, traición , infames modos,
No igualó á los demás, los pasó á todos.
LIX.
Con diversa actitud estuvo oyendo
Atenta al Magancés la dama hermosa ,
Que cuando de Rugier le iban diciendo,
En la faz se mostró más que gozosa;
Y al llegar al final del caso horrendo.
De piedad toda se llenó amorosa;
Ni paró en sus preguntas y sus preces.
Hasta que repetirlo hi/o más veces.
CANTO SEGUNDO.
LX.
Y cuando la desdicha vio ya clara,
Le dijo : «Buen señor, date al reposo,
Que mi presencia aquí te ha de ser cara,
Y á tu causa este día venturoso.
Vamos al punto á la prisión que, avara,
Os esconde el tesoro más precioso;
Que si fortuna al fin no es enemiga,
No ha de sernos en balde esta fatiga.»
LXI.
Él respondió: «De apoyo el beneficio
Pídeme, y que otra vez torne á esa vía:
Perder pasos y tiempo, en tu servicio,
¿Qué importa á quien perdió cuanto tenía?
;Mas tú, por sima y roca y precipicio,
Buscas verte en prisión? Pues soy tu guía;
Y no de mí te quejes, si desdeñas
Mi sana predicción y en ir te empeñas.»
LXII.
Dice, y toma el corcel el caballero,
Y á seguir de la dama va la suerte,
Que en peligro se pone, por Rugiero,
De que el mago la prenda ó la dé muerte.
En esto, oyen venir á un mensajero
Que: ¡Espera, espera! grita con voz fuerte.
Este es aquél de quien oyó el Circaso
Que una mujer le puso en el mal paso.
ORLANDO FURIOSO.
LXIII.
A Bradamante el corredor da parte
De que en ' Narbona y Mompeller la gente
Del Español ha alzado el estandarte,
Con la val de Aguas-Muertas juntamente,
Y que no está Marsella de buen arte,
Pues quien guardarla debe, se halla ausente.
Y por su voz, que el caso certifica,
Su consejo y socorro le suplica.
LXIV.
Esa ciudad, y cuanto en torno de ella,
Entre Varo y el Ródano al mar guía ,
Le dio el Emperador á la hija bella
Del duque Amón, cuya lealtad sabía.
Cuyo valor pasmaba, en la doncella,
Al que una vez armígera la vía.
Ora á pedir socorro, como os digo,
Manda un correo el marsiliano amigo.
LXV.
Muda deja á la joven la sorpresa,
Y no poco el volver atrás la apura :
Aquí, en ella, el honor, el deber pesa :
Allí la arrastra amor con fuerza dura.
Al fin resuelve proseguir la empresa
De su Rugier y la encantada altura;
Y si á tanto su esfuerzo no es bastante ,
Presa quedar al menos con su amante,
CANTO SEGUNDO. 1 1 3
LXVI.
Y tal su excusa presentó al mensaje,
Que le oyó el mensajero alegre y quieto,
Y emprendió luego el peligroso viaje,
Con Pinabel que le seguía inquieto ,
Pues sabe ya que es del fatal linaje
Que en público aborrece y en secreto,
Y ora con la futura angustia brega ,
De que si al cabo á conocerle llega.
LXVII.
Las casas de Glarmonte y de Maganza ^
Dividía odio antiguo, saña intensa,
Y muchas veces su rencor los lanza
A verter de su sangre copia inmensa.
Por eso el Conde inicuo una venganza
En su interior malvado tomar piensa :
Dejarla en ocasión, quiere el mezquino,
Sin guía, y él buscarse otro camino.
LXVIII.
Y tanto le ocupó la fantasía ,
La duda, el odio innato, y la pavura.
Que salió inadvertido de la vía,
Y entró de pronto en una selva oscura.
Allí en su centro un monte alta subía
Su cima, que corona piedra dura.
La hija en tanto del duque de Dordona/^y
Va detrás, y ni un paso le abandona.
TOMO I. 8
114 ORLANDO FURIOSO.
LXTX.
Y el Magancés, que urdiendo va un amaño
Con que de la guerrera libertarse,
La dice: «Antes que el cielo mayor daño
Amenace, un albergue es bien buscarse.
Detrás del monte aquel, si no me engaño,
Un castillo muy rico ha de encontrarse.
Tú espera aquí; yo voy desde la altura
Por mí mismo á buscar prueba segura.»
LXX.
Diciendo así, con su malicia eterna,
El caballo dirige á l'alta cima ,
Y discurriendo va cómo discierna
Un medio de quitársela de encima;
Cuando advierte en la roca una caverna.
Que á medir treinta brazas se aproxima.
Tallada á pico, con audaz trabajo ,
En el fondo una puerta tiene abajo.
LXXI.
Puerta extensa y capaz, que entrada le hace
Á un ándito mayor, que luz envía,
Y fogata parece, que allí place
Del monte en medio, cual la luz del día.
En tal punto el felón suspenso yace;
Y la dama, que al ojo le seguía.
Por no perder la huella que la rige ,
También á la caverna sedirige.
CANTO SEGUNDO. Il5
LXXII.
Viendo el traidor entonces que la suerte
Lograr su primer plan no ha permitido,
De ella quiere salir, ó darla muerte,
Y otro infame proyecto ha discurrido.
Sale á su encuentro, y pérfido la advierte
De aquel pozo, que en torno ha recorrido,
Y la dice que allá, en lo más profundo ,
De una mujer el rostro vio jocundo.
LXXIII.
Que en su bello semblante y rica vesta
Semejaba señora de alto estado :
Mas, por el gran dolor que manifiesta ,
Parece estar allí no de buen grado;
Y él, por saber las circunstancias de ésta ,
Ya tentaba el bajar , cuando lanzado
Uno desde la gruta salió al foso,
Y la hizo entrar con ímpetu rabioso.
LXXIV.
Bradamante, que tanto es animosa
Cuanto no cauta, á Pinabel dio asenso ,
Y de amparar á la cautiva ansiosa ,
Piensa cómo ha de hacer para el descenso.
Aquí, de un árbol, en la cima hojosa ,
Un brazo ve salir fuerte y extenso ,
Y con la espada súbita le trunca ,
Y le arrima al brocal de la espelunca.
Il6 ORLANDO FURIOSO.
LXXV.
Á Pinabelo por do el corte, manda
Que lo asegure, y ella el cuerpo extiende,
Y echa abajo los pies por una banda ,
Y de los brazos luego se suspende.
Pinabel se sonríe , y la demanda
Qué tal salta, y la mano abre y extiende,
Diciendo: «Así tu raza, que maldigo ,
Bajara toda á perecer contigo.
LXXVI.
Mas no como el traidor por cierto tuvo ,
De la inocente joven fué la suerte.
Porque á los lados tropezando anduvo ,
Hasta el fondo llegar, la rama fuerte ;
Y, aunque rompióse al cabo, la sostuvo ,
Y la libró su apoyo de la muerte.
La guerrera, aturdida quedó un tanto,
Y lo demás os lo dirá otro canto.
ORLANDO FURIOSO
ARGUMENTO DEL CANTO TERCERO.
Á Brad a mante el ímpio caballero
Hace caer en la caverna oscura.
Dentro ve , de sí misma y de Rugiero
La estirpe, en sombra entonces, hoy tan pura;
Y desde allí , de Atlante al prisionero ,
Su amante caro libertar procura.
Melisa le da el medio más sencillo ;
Y ella á Brúñelo quítale el anillo.
ORLANDO FURIOSO
CANTO TERCERO.
I.
¿Quién me dará las voces y el acento
Propio del noble asunto que me impele?
Á subir á la altura de mi intento,
¿Quién me dará las alas con que vuele?
¡Haga Apolo que al par de mi ardimiento
Me asista inspiración mayor que suele!
Pues toca á mi señor, y es bien se sepa,
Que canto á aquellos de su casa cepa.
II.
De todos los perínclitos varones
Que el cielo envía á gobernar la tierra,
No ha visto el que da luz á las regiones
Progenie más gloriosa en paz ni en guerra;
Ni que más lustros haya sus blasones
Alzado; y que hade alzar (si en mí no yerra
La profética lumbre que me inspira) ,
Mientras del sol el mundo en torno gira.
I20 ORLANDO FURIOSO.
III.
Si he de cantar, cual son, tantos honores,
Cambíese en el laurel mi humilde hiedra
Que, al domar los titánicos furores.
Ofreció Apolo al triunfador en Edra ',
E instrumentos yo obtenga los mejores
Para esculpir en tan insigne piedra ;
Que en imágenes bellas poner quiero
Todo cuanto yo sé : mi ingenio entero.
IV.
Si en tanto, á desbrozar mi leño rudo
Empiezo con inhábil escalpelo.
Acaso, con estudio más sesudo,
Llegue á pulirlo mi constante anhelo.
Mas volvamos á aquel á quien ni escudo
Ni cota libran de mortal desvelo :
Hablo de Pinabel, que en la guerrera
Creyó vengarse de su raza entera.
V.
Pensó el vil que la víctima sencilla
Dentro del pozo aquel quedaba muerta;
Y se apartó de la funesta orilla
Turbado el corazón , y la faz yerta :
Otra vez del corcel montó en la silla;
Y como el que cobija un alma tuerta ,
Culpa á culpa juntando á las que callo ,
De Bradamcnte se llevó el caballo.
CANTO TERCERO. 121
VI.
Dejemos al que, en tanto que á otra vida
Engaños urde, su morir procura,
Y á la dama volvamos, que, vendida.
Bajó á un tiempo á su muerte y sepultura.
No bien se levantó toda aturdida,
Que el golpe fué sobre la piedra dura ,
Pasó la puerta que al interno lleva
De la mucho mayor segunda cueva.
VII.
La estancia, que es cuadrada y admirable,
A una iglesia en su adorno es parecida:
En columnas de pórfido durable
Está l'alta techumbre suspendida ,
Y un altar tiene en medio venerable ,
Sobre el que pende lámpara encendida :
Y es tal su luz, de clara y esplendente ,
Que al uno y otro lado alumbra ardiente.
VIII.
A devota humildad allí provoca
El sitio y el altar á la doncella ,
Que envía, con el alma y con la boca ,
De rodillas á Dios su prez más bella.
Chilla una puerta aquí que al suelo emboca ,
Y una esbelta mujer * sale por ella ,
Suelto el pelo, desnudo el pie , que llama
Por su nombre, inclinándose, á la dama.
132 ORLANDO FURIOSO.
IX.
Y dice : «¡Oh generosa Bradamante,
Aquí llegada por querer divino;
Ya predicción de ti me hizo bastante
De Merlin * el espíritu adivino !
De él supe que á su tumba revelante
Vendrías por insólito camino;
Y porque te revele, aquí me tiene
Lo que á ti y á los tuyos Dios previene.
X.
»Esta es la antigua y celebrada gruta
Que edificó Merlin , el docto mago,
Quizá lo hayas oído, en la que, astuta
Supo engañarle la beldad del lago ;
Y el sepulcro el que ves, donde corruta
Yace su carne ; y con deslino aciago,
Por dar satisfacción á engaño cierto ,
Se encerró vivo para hallarse muerto.
XI.
"Mas con el muerto cuerpo el alma yace ,
Mientra el clarín angélico no zumba.
Que la levante al cielo ó la rechace ,
Según vuelva á salir cuervo ó columba.
Allí está la voz viva; y cuando nace
Sonante, oirás que la marmórea tumba
Rompe el cendal que el porvenir esconde ,
Y al que le demandó clara responde.
CANTO TERCERO. ia3
XII.
"Días ha que á este insigne mausoleo
De país remotísimo he venido,
Porque el profundo arcano en que ora leo ,
Me fuera por Merlin mejor leído ;
Y de verte me entró tanto deseo,
Que un mes de mi llegada hoy va corrido ;
Pues el que siempre la verdad anida ,
Este plazo fijóme á tu venida.»
XIII.
Al oir á la maga, silenciosa
La guerrera quedó turbada y grave,
Que el portento admirando de tal cosa ,
Si está despierta ó duerme apenas sabe ;
Y en actitud turbada y vergonzosa
(Que no hay quien de modesta no la alabe) :
¿Qué mérito es el mío (ella le dice) ,
Para que sobre mí se profetice?
XIV.
Y alegre de la insólita aventura,
A seguir á la maga al fin se arroja ,
Que la lleva á la interna sepultura
Que el alma y cuerpo de Merlin aloja.
Era el arca de cierta piedra dura ,
Lúcida, tersa, y como el fuego roja ,
Tal que á la estancia, donde sol no había,
Daba esplendor la luz que despedía.
124 ORLANDO FURIOSO.
XV.
Sea que mármol hay que resplandece
Y echa lumbres, á modo de centellas,
O por virtud de canto que adormece,
El concurso al medir de las estrellas
(Lo que más verosímil me parece),
Descubría el fulgor, mil cosas bellas
De pintura y cincel, que en rico adorno
La veneranda estancia tiene en torno.
XVL
Apenas Bradamante el suelo pisa
De do la urna á lo exterior descuella.
Cuando el espírtu vivo habla , y avisa
Con estos ecos á la joven bella :
«¡Que la ventura sea tu divisa,
Oh casta y nobilísima doncella!
De cuyo seno ha de salir fecundo
Lo que á Italia dé honor y á todo el mundo!
XVIL
»De la sangre el valor que Eneas trajo ,
Por las dos ricas venas en ti mixto,
Será la prez y gala, de alto á bajo,
Del linaje mejor que el sol ha visto.
Entre el Nilo y Danubio, el Indo y Tajo,
Y cuanto media entre Ártico y Calixto.
De tu progiene Duques y Señores,
Y Marqueses saldrán y Emperadores.
CANTO TERCERO. laS
XVIII.
»Los guerreros de allí vendrán robustos :
Los capitanes que la gloria suma,
Y los lauros ausónicos vetustos
Renovarán obrando el brazo y pluma;
De allí al trono vendrán Príncipes justos
Que imitando el reinar de Augusto y Nuraa ,
Con su gobierno y paternal decoro
A la Italia traerán edades de oro.
XIX.
"Mas como su decreto ver cumplido
Quiere el cielo por ti , que de Rugiero
A ser esposa digna te ha elegido,
Sigue animosa tu feliz sendero;
Que por nadie has de ver interrumpido
El alto fin que lograrás entero.
Luego que el ladre -» que tus pasos cierra ,
Al rigor de tu brazo caiga en tierra.»
XX.
Calló Merlin , y al prometido efecto ,
A la maga ocasión y tiempo cede,
Que á Bradamante explique el propio aspecto
De cada noble que su sangre herede.
De espíritus llamó número electo,
No sé si del infierno, ó de cuál sede,
Y los juntó en un punto, y con hechizo,
Semblante y trajes revestir les hizo.
•126 ORLANDO FURIOSO.
XXI.
Y al templo vuelve, á Bradamante unida,
Do había inscrito un cerco previamente,
En que caber pudiera ella tendida,
Y aun le sobrara un palmo fácilmente ;
Y porque de las sombras ofendida
No sea , alzó un pentáculo > á su frente ,
Diciéndola que esté á mirarla atenta :
Luego abre un libro, y con los genios cuenta.
XXII.
Y ve aquí que al primer recinto llega,
Y á entrar se agolpa turba numerosa :
Mas á su paso el ándito se niega ,
Como si hubiera en torno muro ó fosa;
Que en la mansión do su fulgor desplega
La sacra tumba en que Merlin reposa,
Cual debido saludo venerando.
Cada sombra ha de entrar, tres vueltas dando.
XXIII.
Y la maga : «Si el cuadro he de ofrecerte
De cada cuál (le dice á Bradamante)
Que, por virtud de encanto, voy á hacerte,
Que antes de su nacer, tengas delante,
No podría expedita hoy mismo verte,
Que una noche á tal obra no es bastante.
Así, según el tiempo hará oportuno,
Podré, entre muchos, elegirte alguno.
CANTO TERCERO. 117
XXIV.
»De ese tan parecido á ti en la traza
Del semblante gentil, diré primero.
Tronco será en Italia de tu raza,
Engendrado en tu seno por Rugiero.
Teñida en sangre por su fuerte maza
De Pontier la comarca ver espero;
Y vengar la maldad su brazo fuerte
Del traidor que á su padre dio la muerte.
XXV.
«Derribarán sus armas al mezquino
Rey de los longobardos, Desiderio;
Y de Este y Calaón el peregrino
Estado en premio, le dará el Imperio.
El de atrás es Uberto, su sobrino.
Honor de Marte y del país Esperio :
El guardará la Iglesia muchas veces
De las hordas de bárbaros soeces.
XXVI.
'Mira aquí á Alberto, capitán famoso,
Que tanto nombre alcanzará lidiando '.
Ese es Hugo, su hijo, que glorioso
Tendrá á Milán , sus sierpes desplegando.
Azio aquél , que el Yusubre reino hermoso ,
Muerto el hermano, ensalzará reinando.
A Alberto ve que á Berenguer predijo
Que á Italia abandonara con el hijo.
128 ORLANDO FURIOSO.
XXVII.
»El mereció de Otón la recompensa
De Alda, que esposo le conduce al templo.
Mira otro Hugo, cuya pròle extensa
Del paterno valor sigue el ejemplo;
Y triunfador, en justa y gran defensa,
Del orgullo romano le contemplo :
Otón tercio y el Papa por su mano
Libres quedando del asedio insano.
XXVIII.
»Ve á Folcoque en su hermano se desnuda
De los feudos de Italia , y se los dona ,
Pues quiere el cielo que á ceñirse acuda
En el suelo alemán ducal corona.
Allí á la casa de Sansueña ayuda ,
Que por salvarla esfuerzo no perdona ,
Y de la línea de su madre espera
Que á su grandeza la alzará primera.
XXIX.
»Ese que ves allí también es Azio,
Que las guerras no amó ; y es bien te indique
Á sus hijos Bretoldo y Albertazio,
Que, vencedores del segundo Enrique,
Con sangre de tudescos largo espacio
Regarán, de que Parma será dique.
Del padre la Condesa generosa ,
Matilde, casta y pura, ^erá esposa.
CANTO TERCERO. 127
XXX.
)>Su gran virtud por digno le declara
De enlace tal ; que no es suerte mezquina
Media Italia tener por dote rara,
Y dei primer Enrique á la sobrina.
De Bretoldo aquí ves la prenda cara :
Vuestro Reinaldo que á la lid camina,
De la Iglesia en favor, y á Barbaroja
Vence y al ímpio del caballo arroja.
XXXI.
»Ese es otro Azio, el que tendrá á Verona,
Con su hermoso extendido territorio ,
Que llamado será Marqués de Ancona
Por Otón cuarto y el segundo Honorio.
Fuera nunca acabar, cada persona
De los tuyos decir que el consistorio
Honrará con su palio, y cuántos fueron
Los que honor á la Iglesia y lauros dieron.
XXXII.
«Azios mira, Hugos, Poicos, Obizones,
Y á Enrico insigne, con el hijo al canto.
De esos dos Güelfos,, uno á los Umbriones
Venció, vistiendo de'i-Espoleto el manto :
Ve aquí quien de las ítalas regiones
Calme el terror, en risa vuelva el llanto ;
Hablo de aquel (y muestra á un Azio quinto)
Por quien caerá Ezelino en sangre tinto.
TOMO I . 9
l3o ORLANDO FURIOSO.
XXXIII.
«Ezelino, tirano empedernido '
Que han de tener por hijo del demonio.
Que habrá tantos estragos esparcido,
Destruyendo el hermoso suelo Ausonio,
Que, al par, benignos se dirá que han sido
Mario, Sila, Nerón, Gayo y Antonio.
Ese Azo mismo lanzará al profundo
A Federico, emperador segundo ^.
XXXIV.
»É1 regirá con cetro más dichoso
El suelo 9, en que salpica leve espuma
El río, do con plectro lacrimoso
Llamó al hijo el dolor que á Apolo abruma;
Do el electro lloraron fabuloso,
Y Cieno se vistió de blanca plu,ma ;
Pago que, en premio á su lealtad preclara,
Le dará la apostólica Tiara.
XXXV.
«¿Dónde dejo á su hermano Aldobrandino,
Que socorro va á dar de Pedro al solio.
Contra Otón cuarto y campo Gibelino-,
Que, del Umbro y Pises con el espolio,
Ya asentada su hueste, está vecino,
Y amenazando al alto Capitolio?
Él rendir no pudicndo su eminencia
Sin uro asaz, lo pedirá á Florencia.
CANTO TERCERO. . l3l
XXXVI.
»)Y prenda no teniendo más preciosa,
En rehén dejará su propio iiermano :
Desplegará su enseña victoriosa ,
Y rompiendo el ejército Germano ,
La Sede augusta repondrá gloriosa ;
Supliciará á los condes de Celano ;
Y hará, del Gran Pastor siempre al servicio,
De su vida, aún en flor, el sacrificio.
XXXVII.
«Azio, su hermano, ocupará su asiento
Y los feudos de Ancona y del Pisauro,
Y de cuantas ciudades luce el Trento
Entre el mar y Apenino hasta el Isauro;
Y heredará su generoso aliento ,
Que más que el oro la virtud es lauro;
Pues fortuna, que quita oro y herencia,
No sobre la virtud tiene potencia.
XXXVIII.
«Mira á Reinaldo , que el ejemplo santo
Siguiera firme de su raza fuerte ,
Si fortuna, á vivir que anuncia tanto,
No le cortara el hilo con la muerte:
¡Ay! que hasta aquí de Ñapóles el llanto
Vendrá del padre, que sin fin le vierte!
Ora viene Obizon, que, jovenzuelo,
Subirá al solio tras su insigne abuelo.
I 32 ORLANDO FURIOSO.
XXXIX.
«Ese á sus feudos juntará prolijos ,
Modena adusta, Regio placentero;
Y su gloria y virtud serán tan fijos,
Que le hará su Señor un reino entero.
Azio es ese, el más caro de sus hijos ,
De la cristiana cruz Gonfalonero :
Duque de Andria, la hija y la familia
Le honrarán del rey Carlos de Sicilia.
XL.
«Mira, en grupo amistoso, de esa parte
De príncipes ilustres la excelencia.
Zoppo, Aldobrando, y Obizon; y aparte,
Á Alberto, lleno de genial clemencia.
Y callaré, por ya no más cansarte,
Cómo, á su Estado añadirá Faenza,
Y Adria, que dará el nombre á las airadas
Altas olas indómitas saladas.
XLI.
»Y la tierra también, que por sus rosas
Tendrá plácido nombre en griegas voces '" ,
Y la ciudad " que, en medio á las fangosas
Charcas, del Po resiste á entrambas foces,
Morada de las gentes, harto ansiosas
De que turben la mar vientos feroces;
Y Argenta y cien agrestes pucblecillos,
Y pobladas ciudades y castillos.
CANTO TERCEKO. I 33
XLII. .
»Ve á Nicolás, que en años infantiles
Le hace Señor el pueblo de su tierra ,
Y trunca de Tadeo intentos viles,
De civil lucha, que en el pecho encierra.
De ese serán los juegos juveniles
Sudar la cota, ejercitar la guerra,
Y estudianó el marcial tiempo pasado ,
Brillar caudillo y asombrar soldado.
XLIII.
»É1 sabrá con usura devolverle,
Si astuto asalto el enemigo le arma ;
Que el estudio de guerra supo hacerle
Perito en emboscada y falso alarma.
Tarde Otón tercio llegará á entenderle ;
El tirano cruel de Regio y Parma ;
Que caerá por su diestra despojado
A un tiempo de la vida y del Estado.
XLIV.
)>Bajo su mando, el reino irá en aumcr^to,
Cumpliendo el jefe su feliz destino ,
Sin que jamás por él lance un lamento
Quiert no le vaya á provocar mezquino.
Así el Autor Supremo, del contento,
Andar le dejará largo camino ;
Y él más y más creciendo irá en la historia.
Hasta que suba á más y mejor gloria.
134 ORLANDO FURIOSO.
XLV.
»Ve á Lionelo ; y con él al que campea
Primero Duque, Borso, á quien anima '
Que su cetro de paz más grande sea
Que cuantos de alta prez el mundo estima.
Cerrará á Marte do la luz no vea
Y atrás las manos despechado oprima :
Que su pueblo feliz viva y contento,
Será de este Señor el solo intento.
XLVI.
» A Hércules ve que á la vecina tierra
Echa en cara el andar del pie quemado,
Cuando fuerte y sereno en Budvio cierra,
Y contiene su campo desmandado ;
Y no porque después le haga la guerra ,
Y, por echasle, á Barco haya llegado.
Nadie á decir de este Señor se avance
Si en la guerra ó la paz más gloria alcance.
XLVII.
»E\ Calabrés, el Puglio y los Lucanes,
De sus hechos tendrán larga memoria;
Que en el Rey de los duros Catalanes
De lidia personal ganará gloria.
Aquél, entre los grandes Capitanes,
Sabrá ganar, con más de una victoria,
Del ducal cetro el galardón subido,
Que treinta años atrás le fué debido.
CANTO TERCERO. l35
XLVIII.
» Y le tendrá la patria agradecida
Cuanto amor deba á príncipe glorioso ;
Y no porque en jardines convertida
Deje palustre insana, generoso :
No porque agrande la ciudad querida ,
Y la haga, fuerte con muralla y foso,
Y con plazas y calles sus espacios
Y con templos adorne y con palacios.
XLIX.
»No porque del alígero atrevido "
Y sus garras, la libre de ser presa :
No porque cuando á Italia haya encendido
FJn viva hoguera la ambición francesa,
El á su patria en paz haya tenido ,
Sin temor, sin tributo, sola, ilesa;
No por estos servicios y mayores
Le deberán sus pueblos mil honores ;
L.
»Sino porque tendrá ¡ prole eminente
Al justo Alfonso, á Hipólito bondoso,
Que serán, si la fábula no miente,
Cual los hijos del huevo prodigioso ■',
Que se privan del cielo alternamente ,
Por descender al mundo nebuloso.
De estos dos cada cual , así perdiera
Por el otro cien vidas que tuviera.
1 36 ORLANDO FURIOSO.
LI.
»E1 grande amor de esta pareja hermosa
Hará vivir al reino más seguro
Que si Vulcano con labor penosa
Le ciñera en redor con bronce duro.
Alfonso es tal , que á ciencia muy copiosa
Junta tanta bondad , que en lo futuro,
Creerán que, del mortal para consuelo,
Al mundo Astrea descendió del cielo.
LIL
«Servirále no poco el ser prudente
Como el padre y sufrido en la fatiga ;
Pues tendrá, mientras él escasa gente,
A Venecia y su escuadra aquí enemiga,
Y allí la que, no sé si justamente,
Más que madre cruel madrastra diga ;
Que si es madre , no dudo, que lo sea
A sus hijos cual Procne ó cual Medea.
LIIL
>'E1, cuantas veces salga noche ó día
Con su animoso pueblo á la campaña,
Tendrá victorias de alta nombradla ,
Por agua y tierra , con fortuna extraña ;
Y la que siempre, aliado tiel , seguía,
La mal guiada gente de Romana
Verá su yerro, ensangrentando el sucio
Que el Po baña en Sauícrno y en Saniclo.
CANTO TERCERO. lìj
LIV.
»Allí apenas al Gran Pastor lo cierto
Del triunfo avisa el español pagado ,
De que tomó á Bastia , y de que ha muerto
Al castellano , cuando haber cobrado
Le anuncia lo perdido el jefe experto ,
Que, desde capitán hasta soldado,
En castigo de aquel delito aleve,
No ha de dejar quien la noticia lleve.
LV.
»E1 con sus armas ganará el derecho
De haber dado en los campos de Romafia
A la Francia la gloria de aquel hecho,
Contra Julio y ejércitos de España,
En sangre los caballos hasta el pecho
Cubriránse, y de muertos la campaña,
Que apenas enterrarse podrá luego
Tanto español, tudesco, italo y griego.
LVI.
» El que pontifical aspecto anima,
Con la cruz que entre piírpura le asoma.
Es al que liberal virtud sublima,
Príncipe excelso. Cardenal de Roma ,
Hipólito , que en prosa y alta rima
Dará materia á triplicado idioma;
Que á su ñorida edad el cielo justo,
Quiere darle un Marón, cual tuvo Augusto '*,
I 38 ORLANDO FURIOSO.
LVII.
"Brillará su progenie entre los buenos,
Como el sol que su luz en rayos vierte
Sobre el mundo y los cielos , de astros llenos ,
Con fuego, á cuyo ardor todo es inerte.
El con pocos de á pie, y jinetes menos.
Triste saldrá, volviendo de otra suerte :
Cautivas, tras de sí, quince galeras,
Y cien barcos trayendo á sus riberas.
LVIII.
«Mira al uno y al otro Segismundo,
Y de Alfonso á los hijos similares;
Que á todos cinco ha de admirar el mundo
En guerras por los montes y los mares.
Yerno del Rey francés es el segundo.
Hércules; y es el otro, entre sus pares,
Hipólito , que no con menos gloria
Que su tío , dará pasto á la historia.
LIX.
"Francisco es el tercero; llevan nombre
De Alfonsos estos dos. Si , cual te dije.
Trazara yo de todos el renombre,
Como su fama y la verdad lo exige.
Fuera preciso que á la tierra asombre
Muchas veces, y alumbre el que la rige :
Mas, si quieres, consejo será sabio
Que á los genios despida y calle el labio.»
CANTO TERCEKO. ì3g
LX.
Y, con asenso de la joven bella ,
La sabia encantatriz al libro toca,
Y de sombras la turba se atropella,
A lo interno volviendo de la roca :
Y aquí , cuando ya pudo la doncella
De la palabra usar, abrió la boca,
Y preguntó : «¿Quién es ese par triste
Ultimo , de quien nada me dijiste?
LXI.
')Que van , baja la vista , suspirando
Y no como á los otros los vi alzarse;
Que parecían irlos evitando,
Y de ellos los demás avergonzarse.»
A tal pregunta el rostro demudando ,
La maga, en llanto le sintió bañarse,
Y gritó : «lAy tristes! ¡A qué horrible pena
El mal consejo de otros los condena!
LXIL
»¡ Oh prole hercúlea fiel, pía , felice!
No del ajeno error sombra te queda :
Mas de tu sangre son ¡ par infelice I
Que la justicia á la piedad hoy ceda.»
Luego, con voz más baja y triste, dice :
«No la historia acabar te quise aceda :
Guarde el dulzor tu boca , y me agradece
Si el dulce y no el amargo prevalece.
140 ORLANOO FURIOSO.
LXIII.
• »Asi que el sol de nuevo traiga el día,
Tomaremos la senda más segura
Que al castillo de acero recta guía,
Donde paga Rugiero su aventura.
Yo, en tanto, te seré compaña y guía,
Para sacarte de la selva oscura;
Y he de mostrarte, estando el mar vecino,
Sin que extraviarte puedas, tu camino.»
LXIV.
Correr la noche Bradamante deja,
Y en la gruta, su aliento no desmaya,
Hablando con Merlin , que la aconseja
Que á unirse á su Rugiero pronto vaya.
Las subterráneas cuevas luego deja,
En cuanto ve de luz trémula raya,
Y con la maga, por camino estrecho
Va , y entre sombra oscura cierto trecho.
LXV.
Y á un barranco salieron, como un foso,
Entre rocas no holladas de las gentes,
Y pasaron el día, sin reposo.
Atravesando riscos y torrentes;
Y por su viaje hacer menos penoso,
Con plácidos discursos diferentes,
Fueron entreteniendo el tiempo ingrato ;
Que al hombre el dulce hablar siempre le es grato.
CANTO TERCERO. \^l
LXVI.
Y más para la joven ; que gran parte
Era el asunto de la docta maga
Explicar con qué astucia y con cuál arte
Su anhelo por Rugiero satisfaga.
«Si fueses Palas (le decía), ó Marte,
Y juntases más tropas á tu paga
Que hoy juntarían Carlos y Agramante ,
No podrías rendir al nigromante.
LXVII.
»E1 castillo es de acero, y ruda peña
Le guarda hasta la cima , que es tan alta ,
Que en vano en alcanzarla otro se empeíía
Que corcel que en el aire corre y salta;
Y á eso añade el pavés, que cuando enseña
Su májico esplendor, la vista asalta,
Los sentidos embarga, y deja yerto
Al que le ve , y en tierra como muerto.
LXVIIL
«Y si crees que á la luz, cual se acostumbra
Cerrar los ojos , te valdrá en la gira,
¿Cómo has de ver , lidiando en la penumbra ,
Cuándo te embiste el mago ó se retira V
Mas contra el resplandor que así deslumhra ,
Y contra el arte todo que le inspira ,
He de darte una traza; solo una;
Que, fuera de esa sola, no hay ninguna.
142 ORLANDO FURIOSO.
LXIX.
»Un anillo que en Asia fué robado
A una índica reina , y que Agramante ,
A Brúñelo, barón suyo, le ha dado
(Que de aquí pocas millas va delante),
Tiene virtud, que aquel que lo ha logrado ,
Todo saber domina nigromante:
Por eso en arte magia al del castillo
Gana Brunel con su famoso anillo,'
LXX.
«Este barón , que astuto es como el zorro ,
Cual tú verás, es de su rey enviado
Para que con su ingenio y el socorro
Del anillo, cien veces ya probado,
De la prisión del encantado morro
Saque á Rugier, puesdeello se ha jactado,
A su rey y señor, que tanto le ama
Como al caudillo suyo de más fama.
LXXI.
»Mas, porque sóloá ti sea Rugiero,
Y no al Rey, á quien tenga que obligarse
De verse libre del jinete artero.
Te enseñaré el remedio que ha de usarse.
Tres días andarás, siempre costero
Siguiendo el mar , que presto va á mQstrarse :
Al tercero á parar al mismo abrigo
El del anillo llegará contigo.
' CANTO TERCERO. 143
LXXII. "'
«Sus señas oye, á fin que le conozcas :
Seis palmos tendrá de alto, aspecto rudo,
Negro el cabello, las facciones toscas,
Pálido el rostro, y por demás velludo :
Ojos saltones , de miradas foscas ,
Chata nariz, de cejas muy peludo ,
Y es el traje que viste el cuerpo feo ,
Estrecho y corto , á modo de correo.
LXXIII.
"Procurarás hablar con el menguado
Del encanto, y del mago que te empece ,
Y mostrarás que su caballo alado
Tu ardor de combatirle no entumece.
Mas no digas que nadie te ha contado
Del anillo que encantos desvanece.
Él enseñarte ofrecerá la vía
Que va al Castel , y hacerte compañía.
LXXIV.
»Tú ve detrás ; y cuando se avecine
Al castillo, y el monte no lo encubra,
No vaciles, la muerte le fulmina ,
Sin que tu corazón piedad descubra ;
Ni dejes que la idea te adivine ,
Y el talismán con su virtud le cubra ,
Que no has de verle más si al arte invoca
El anillo poniéndose en la boca.»
144 OKLANDO FURIOSO.
LXXV.
Del Bórdeles, en esto, divisaron
El gran río , que cabe el mar se amansa ,
Y no sin duelo allí se separaron ,
Porque, así hablando, el ca minar no cansa.
Mas no los pies de aquella descansaron ,
Que en buscar á Rugiero no descansa,
Y una tarde llegó ¡tan presta anduvo!
Do primero Brunel albergue tuvo.
LXXVl.
Le conoce al instante la doncella ,
Pues le tiene esculpido allá en su mente.
De do viene , á do va , pregúntale ella ,
Y él respuestas le da , y en todo miente.
Mas en vano mentiras atropella :
La dama dícele otras , é igualmente
Ley , patria, nombre ; todo le simula ,
Y de verdad palabra no articula.
LXXVIL
Y las manos le va fija mirando ,
Siempre temiendo del verse robada :
Ni le deja tampoco irse acercando ,
De su instinto rapaz bien informada.
Juntos de esta manera estaban, cuando
Retumbó en sus oídos gran tronada ;
Y os contaré , Señor , la causa de esto ,
Cuando os sea el cantar menos molesto.
ORLANDO FURIOSO
ARGUMENTO DEL CANTO CUARTO.
Con el mágico anillo , que hace vano
Todo otro encanto, Bradamante fiera
A Atlante vence, y libra de su mano
Al buen Rugier, de quien su dicha espera.
Mas por el aire llévale lejano
El Hipógrifo á la oriental ribera.
En Escocia Reinaldo, por gran suerte,
Libra á Ginebra de vergüenza y muerte.
TOMO 1 .
ORLANDO FURIOSO.
CANTO CUARTO.
I.
Aunque el fingir, por lo común, por fuerte
Indicio de mal alma lo juzgamos ;
Con todo, en casos mil se ve y advierte
Que infinitas ventajas del sacamos ,
Pues nos libra de daños, sustos, muerte;
Que no siempre entre amigos nos hallamos
En esta , más oscura que serena ,
Vida mortal, de envidias toda llena.
II.
Si tanto cuesta hallar, tras gran fatiga ,
Quien amigo te sea verdadero ,
AI que sin riesgo ni temor se diga
El que encerramos pensamiento entero,
¿Qué de Rugiere hacer debe la amiga
Con Brúñelo, no puro ni sincero,
Mas lleno de doblez , vil y menguado ,
Cual la maga una vez se lo ha pintado ,
I4S ORLANDO FURIOSO.
III.
Que finja Bradamante ( pues conviene )
Con el que es siempre de ficciones padre?
Ella, como os decía, fijos tiene
X Los ojos en las manos de aquel ladre,
Cuando un gran ruido á sus oídos viene ,
Y hace que exclame al punto : Santa Madre ^
Señor de cielo jy tierra : ¿qué es aquesto?
Y do sonó el rumor , acudió presto.
IV.
Y al hostelero y la familia entera
Los ve , quién al balcón , quién en la vía ,
Puesta en alto la vista, á la manera
Que en eclipse ó cometa se pondría.
Asombrada también , ve la guerrera
Cosa que, lejos, nadie la creería ;
Ve por el aire un gran caballo alado,
Que lleva encima un caballero armado.
V.
Tiene anchas alas de color diverso,
Y en medio va su conductor potente,
De acero armado, luminoso y terso,
Que llevando su curso hacia el Poniente,
Allá entre las montañas queda inmerso;
Era, según el huésped, y no míenle ,
Un nigromante que hace ese camino
Muchas veces, ya lejos, ya vecino.
CANTO CUARTO. 149
VI.
Ora sube volando á las estrellas ,
Ora rozando va la tierra dura,
Y se lleva consigo á cuantas bellas
En los campos encuentra, ó la espesura ;
De modo que las míseras doncellas ,
Que son, ó que se juzgan de hermosura ,
Gomo saben que al punto las cautivan,
Por ocultarse, hasta del sol se privan.
VIL
«Un castillo de acero ha construido
(Decía el huésped) que alto resplandece
Sobre el Pirene monte , y tan lucido ,
Que á todos cuantos hay los oscurece.
Caballeros á él muchos han ido :
Mas de volver ninguno se envanece;
Así que creo , de su ley ingrata ,
Que en cadenas los tiene , ó que los mata.»
VIII.
La dama que el relato alegre aprueba ,
Hacer creyendo (como hará de cierto)
Con la sortija la triunfante prueba
Del castillo, dejándolo desierto,
Le ordena al huésped que la casa lleva,
Que le dé un guía, del camino experto,
Pues resistir no puede ya al halago
De dar batalla al alevoso mago.
1 5o
ORLANDO FURIOSO.
IX.
Y la dice Brunel : «No ha de faltarte
Guía segura y fiel : yo iré contigo ,
Que tengo del lugar el plano y arte ,
Y has de tener ventajas de ir conmigo.»
Y otras cosas contó; mas dejó aparte
Lo del anillo el simulado amigo;
Yella, «Tu encuentro, á la verdad, me halaga»
(Le respondió pensando en la tumbaga).
X.
Y de cuanto es su bien le satisface,
Y calla lo que daño la traería.
El huésped un corcel, que á ella le place ,
Apto al camino y á la lid tenía ,
Y se lo compra; y parte en cuanto nace
La nueva luz del venidero día :
Luego va entrando por estrecha falda ,
Con Brúñelo delante ó á la espalda.
XL
Demonte en monte, y de una en otra altura
Llegaron del Pirene á lo supino,
Do se ve , si la atmósfera está pura ,
De España y Francia costas y camino,
Cual de la playa tosca la figura
Y la Esclavonia ves desde Apenino.
Luego bajaron hasta el hondo valle ,
De entre unas rocas por la estrecha calle.
CANTO CUARTO. l5l
XII.
Hay un peñón en medio, en cuya cima
Un gran muro de acero se levanta,
Que tanto hasta los cielos se sublima,
Que la altura mayor besa su planta.
No espere, quien no vuele, hallarse encima,
Que en vano gastaría audacia tanta.
Ve allí (dijo Brunel) do prisioneros
Están del Mago damas y guerreros.
XIII.
Como masa que cortan finas palas ,
Terso en sus cuatro lados parecía,
Y por ninguno de los cuatro, escalas
Ni breve rampa, ni sendero había.
Albergue propio de animal con alas,
O bien seguro nido parecía.
Aquí la dama el justo instante fija ,
Que á Brunel mate , y quite la sortija.
XIV.
Mas juzga acto mezquino ensangrentarse
En desarmado de esa traza y suerte ,
Y que podría bien apoderarse
Del raro talismán, sin darle muerte.
Y como iba Brunel sin alarmarse ,
Le cogió de improviso y le ató fuerte
A un abeto, y del modo más sencillo
.Del débil dedo le quitó el anillo.
ORLANDO FURIOSO.
XV.
Y no por lloro y lamentar ferviente ,
El apretado nudo le descorre:
Sube luego del monte la pendiente
Hasta que al plano llega de la torre ;
Y porque el Nigromante se presente .
A batallar, á su corneta acorre ,
Y tras del son, con gritos de amenaza ,
Al combate audacísima le emplaza.
XYI.
Al toque y á la voz, por la abertura
Del portillo, el azor pronto aparece,
Y del Mago en el aire la figura,
Contra el que noble paladín parece.
Ella desde el principio se asegura
De que no cosa el lidiador la empece ;
Pues no lleva lanzón , espada ó maza ,
Que lo pueda romper yelmo ó coraza.
XVII.
Sólo en la izquierda mano aquél tenía
Escudo que cubrió seda bermeja ,
Y en la derecha un libro en que leía
Lo que vivas ficciones apareja.
Y que él corre una lanza ora fingía ,
Que á más de un bravo por los sucios deja;
Ora que da con maza ó con esloque,
Y huye sin que el contrario ni aun le toque
CANTO CUARTO. I 33
XVIII.
Mas que es aire el corcel nadie presuma,
Pues una yegua le engendró de un grifo.
Tiene como su padre alas y pluma ,
Y en pico la cabeza, y el pie trifo ;
Y en todos los demás miembros, en suma ,
Es cual la madre , y llámase Hipogrifo.
Estos al Rif, en casos singulares ,
Suelen venir de los helados mares.
XIX.
Y uno allí atrajo con vigor de encanto;
Y así que le condujo á su guarida ,
Con arte y con paciencia logró tanto,
Que se adiestró en un mes á silla y brida;
Así á todas las manos, sin quebranto ,
Gira en tierra y en aire de seguida ;
Y esto es por obra natural que halaga ,
Y no por la virtud de ciencia maga.
XX.
Es lo demás hcción de encantamiento,
Pues sabe el mago urdir todo y mudallo:
Mas no alcanza á la dama el ungimiento ,
Que el anillo caer no deja en fallo.
Disimula con todo, y tira al viento
Cien mandobles y apura á su caballo,
Y se deshace en dura lid guerrera,
Como si el artificio no supiera.
1 54 ORLANDO FURIOSO.
XXI.
Después de su lidiar á vela y remo,
Desmonta, y al corcel las riendas echa.
Para mejor cumplir lo que en extremo
La docta maga á ejecutar la estrecha.
Acude entonces á su ardid supremo,
Aquel que resistencia no sospecha ;
El escudo descubre, y se figura
Ver ya postrada á la infeliz criatura.
XXII.
Podría con mostrarlo desde luego,
Al lidiador librar de lid cansada :
Mas gózase en mirar el brío y fuego
De dura lanza ó de ardorosa espada ;
Así vemos que al gato en fácil juego
Con el triste ratón lidiar le agrada;
Y cuando ya se cansa ó se fastidia,
Le muerde y mata, y se acabó la lidia.
XXIII.
Eran el mago y el guerrero fuerte
De aquellos animales el retrato :
Mas no el suceso aquí tuvo igual suerte;
Que hace el anillo del ratón el gato.
Cuanto el otro va á hacer la dama advierte
Sin quitar del la vista en breve rato ;
Y en cuanto vio que el velo iba á correrse.
Cerró los ojos, y tingló caerse.
CANTO CUARTO. I 35
. . XXIV.
No que el fulgor del reluciente acero ,
Cual solía á los otros, la dañase :
Mas porque descendiese allí primero,
Y, según su costumbre, se apease.
No la mudó, por cierto, el mago artero,
Que en cuanto al adalid ve desplomarse ,
Del volador las alas agitando ,
Al suelo, en largas ruedas , fué bajando.
XXV.
No bien en pie se pone el nigromante,
Cubre el escudo y cuélgalo en la silla,
Y hacia la dama va , que está anhelante
Como lobo que acecha á la cabrilla ;
Y al sentirle ya cerca , en el instante
Se levanta veloz , le coge y trilla ;
Que el libro con que el mago hace la guerra,
Dejado se lo había el pobre en tierra.
XXVI.
El, con una cadena, ora corría,
Que llevar por correa tiene en uso.
Que á la joven, con ella, atar creía ,
Como ató á los demás , decirte excuso.
Mas la dama tendido ya le había;
Y si él no la resiste , no le acuso ;
Que allí bien desigual la lucha fuera ,
Entre un viejo infeliz y tal guerrera.
I 36 ORLANDO FURIOSO.
XXVII.
Para segarle el cuello aquí tuviste
¡Oh Bradamonte! el brazo suspendido :
Mas , en el aire ya , le detuviste ,
Al descubrir el rostro del vencido.
Un venerable anciano , de faz triste ,
Es el que ve á sus pies ora tendido ;
Cuyo rostro arrugado y blanca testa ,
Setenta años lo menos manifiesta.
XXVIII.
; Corta (decía el viejo) , corta ahora
¡Oh joven/ esta pida que abomino!
Mas ella ve que su valor desdora
Lo que ya en su aflicción pide el mezquino;
Y aquí el deseo de saber la azora,
Quién sea el mago aquel , y á cuál destino
Construyó , en un lugar así salvaje ,
Aquel castillo , del valor ultraje.
XXIX.
«No por maldad , ni por rudeza jay laso!
(Dijo el anciano) levanté altanero
Ese castillo en el peñasco raso;
Ni por ansia de robo traicionero :
Mas por sacarle de terrible paso,
Me movió sumo afecto á un caballero,
Que, cual me dijo el cielo, én tiempo breve,
Cristiano y á traición perecer debe.
CANTO CUARTO. fSj
XXX.
»No entre el Ártico polo y el Austrino
Ve el sol joven más bello y arrogante :
Rugier se llama, y desque al mundo vino,
Le crié , le eduqué ; yo soy Atlante.
Ansia de honor, ó su fatal destino
Le trajo á esta región con Agramante :
Y yo, que más que á mi hijo llegué á amarlo ,
De Francia y de su mal quise arrancarlo.
XXXI.
»Y edifiqué el castillo en que moraba
Por guardar á Rugiero solamente ;
Que preso fué por mí , como esperaba
Que tú también lo fueras fácilmente ;
Valli damas, guerreros yo juntaba,
Como verás, y la más noble gente.
Porque esté en la prisión con menos pena ,
Compañía teniendo tan amena.
XXXH.
"Con tal de que salir de allí no pida ,
Proveerle de todo á mí me toca ;
Y de cuanto hay de plácido en la vida ,
Se encuentra y se disfruta en esa roca ;
Y entre cantos y juegos les convida
Cuanto exija el pensar, pida la boca.
Yo mi intento lograba de ese modo :
Mas tú viniste , y lo perdí ya todo.
1 58 ORLANDO FURIOSO.
XXXÍII.
»Si bella cual la faz tienes el alma,
No pongas fin á mi designio honesto :
Te doy mi escudo por triunfante palma ,
Y mi corcel , que el aire hiende presto ;
Y quede mi castillo en dulce calma ,
Ó saca algún guerrero y deja el resto;
Ó á todos te los lleva ; y cese el dolo,
Y déjame á Rugier, á Rugier solo.
XXXIV.
»Mas si quieres quitarme al que yo quiero,
¡ Ay! antes que á morir lléveslo á Francia,
De esta alma, por piedad quita primero
Esta pobre corteza seca y rancia.»
Y ella le respondió : « Pues por Rugiere
Vengo : ya ves si estamos á distancia ;
Y si la oferta del corcel y escudo.
No tuyos, míos hoy, tentarme pudo.
XXXV.
»Mas aunque el don pudieras otorgarlo ,
Ganarme á mí te fuera acción prolija.
Dices que á Rugier guardas por salvarlo
Del mal inHujo de una estrella fija;
Que él ni puede saberlo ni evitarlo ,
Como tu ciencia mágica prefija:
Mas si tu mal no has visto tan cercano,
¿Podrás adivinar otro lejano?
CANTO CUARTO. iSq
XXXVI.
"Vana es tu pretensión: no has de lograrla
Ya de mí : mas si , en fin, quieres la muerte,
Aunque se niegue el mundo todo á darla,
Siempre en la mano está de ánimo fuerte.
Pero antes de que puedas tú alcanzarla ,
Saca á esos bravos de prisión inerte.»
Dice la dama , y llévale consigo
De l'alta roca al encantado abrigo.
XXXVII.
Bien atado la dama le llevaba
Con su cadena misma fina y dura ,
Que apenas , aún así , del se fiaba ,
Por más que muestra humilde catadura ;
Y así que breve espacio caminaba ,
Encuentra al pie del monte la abertura ,
Que los sube, por giros de escalones,
A la puerta que cierra las prisiones.
XXXVIII.
Un mármol del umbral separa Atlante,
De extraños jeroglíficos esculto,
Y unas ollas , echando humo fragante ,
Aparecen, que encierran fuego oculto:
El las hace pedazos, y, al instante.
Queda el monte , la cima , todo inculto,
Y de ruina y escombros tan barrido ,
Como si tal castel no hubiera habido.
1 6o ORLANDO FURIOSO.
XXXIX.
Cual tordo que la red rompe traidora,
Aquí el mago se suelta , que igualmente
Que las torres y muros se evapora ,
Quedando en libertad la noble gente.
Damas y caballeros vense ahora
De la cima en la sábana eminente ;
Y de ellos hay á quien amor le grita,
Que un gran placer la libertad le quita.
XL.
Hállanse allí Gradaso y Sacripante :
Allí Prasildo, insigne caballero,
Que vino con Reinaldo de Levante ;
Y está Iroldo, su amigo verdadero;
Y allí, en fin, la gallarda Bradamante
Encuentra á su carísimo Rugiero;
Que así que ve su plácida llegada ,
La recibe, cual dicha inesperada.
XLL
Que es la luz de sus ojos, y la adora
Más que á su corazón , más que á su vida ,
Desde que á su presencia, en feliz hora.
Se quitó el yelmo por hallarse herida.
Largo fuera decir cuánto la llora ;
Y por oscura selva y escondida.
Día y noche y por montes se buscaron ;
Mas nunca hasta aquel punto se encontraron,
CANTO CUARTO. l6l
XLII.
Y cuando aquí la encuentra , y sabe es ella,
Ella sola su brava salvadora ,
Siente en el alma sensación tan bella ,
Que por el más feliz se tiene ahora.
Del monte ambos bajaron, hasta aquella
Val en que fué la dama vencedora ;
Donde hallaron también al bruto alado,
Con el envuelto escudo del colgado.
XLIII.
Va á cogerle la dama por el freno,
Y él la aguarda , y no bien cerca la siente ,
Cuando las alas tiende al aire ameno,
Y no lejos se para en la pendiente :
Ella otra vez le sigue , y él sereno
Otra vez á volar se echa igualmente;
Así en la seca arena la corneja ,
Al can , aquí y allí llevando, aleja.
XLIV.
Pronto Rugier, Gradaso, Sacripante,
Y los demás que juntos descendieron ,
En pos corriendo del corcel volante ,
Ansiosos de cogerle, le siguieron.
Mas el Grifo , que á vuelos va delante ,
Burlando á todos, que girar le vieron
Por alta cima , ó por palustre fosa ,
Junto á Rugiero al fin quieto se posa.
TOMO I. II
f«2
ORLANDO FURIOSO.
XLV.
Obra del viejo encantador ha sido,
En quien piadoso anhelo no se apaga
De salvar al discípulo querido ,
Único asunto que á su pecho halaga;
Por eso al Hipogrifo ha dirigido ,
Porque de esta región le saque aciaga.
Rugier le coge y de llevarle trata
Del freno , y él resiste la reata.
XLVI.
El bravo joven de Frontín desmonta
(Llámase así el caballo de Rugiero),
Y en el que vuela por los aires monta ,
Y le aguija atrevido el caballero.
Un poco echa á correr : mas luego apronta
Las alas , y á volar se echa ligero ,
Como azor á quien quita el que le guarda
El capillo, y le enseña la avutarda.
XLVIL
La dama ai ver por las etéreas sedes
Subir, con,tanto riesgo, al bien querido ,
Queda ¡infeliz! como pensarlo puedes,
Largo espacio turbada, sin sentido :
La historia un tiempo oyó de Ganimedes,
Llevado al cielo desde el patrio nido,
Y teme que á Rugier le pase aquello ;
Que no es menos gentil , ni menos bello.
Canto cuarto. 'i6S
XLVIII.
Con los ojos allá le sigue cuanto
La vista alcanza, y luego que se aleja
Hasta que ya el mirar no puede tanto,
Aun que le siga más á el alma deja;
Y entre sollozos, y suspiro y llanto,
No halla tregua ni paz su triste queja.
Cuando á dejar el sitio se resuelve,
Al gallardo Frontín los ojos vuelve.
XLIX.
Y se propuso allí no abandonarlo
A que fuese de alguno presa opima,
Mas tenerle consigo, y luego darlo
A su señor, á quien aún ver estima.
Sube el Grifo, y no puede refrenarlo
Rugiero, y ya á sus pies ve toda cima;
Y tan bajas después, que en apariencia,
No halla entre monte ó valle diferencia.
Y cuando es sólo un punto allá en el cielo
Para el que desde tierra atento mira.
Adonde cae el sol dirige el vuelo,
Cuando con Cáncer se conjunta y gira ';
Y por el aire va, cual barquichuelo
Que hiende el mar, si grato viento aspira.
Mas dejémosle andar, que hará camino,
Y vamos á Reinaldo paladino.
164 ORLANDO FURIOSO.
LI.
Sulca Reinaldo el golfo largamente,
Y parece que el barco se deshace,
Ora contra las Osas, ó á Poniente,
Ó adonde al huracán llevarle place.
Sobre la Escocia vino finalmente,
Do la gran selva Caledonia yace :
Do por sus viejos y sombríos cerros
Retumba el son de belicosos fierros.
LII.
Por allí los guerreros van errantes,
Los que en armas la prez son de Bretaña,
Y de cercanos reinos ó distantes,
De Francia , y de Noruega , y de Alemana.
Si bríos no le ayudan muy pujantes.
Quien allí busca honor, muerte se apaña.
Allí Arturo y Tristán , en más de un paso ,
Con Lancelot brillaron y Galaso.
LIIL
Y otros cien caballeros de la nueva
Y de la antigua Tabla muy famosos;
Y allí quedan, de más de una alta prueba
Eminentes trofeos y pomposos.
Reinaldo su Bayardo y armas lleva
De esa playa á los límites umbrosos ;
Y al piloto le ordena que se vaya ,
Y que le aguarde en la Bervikia playa.
CANTO CUARTO. l65
LIV.
Sin escudero va, sin compañía,
El caballero por la selva densa ,
Tomando ya por una ú otra vía,
Según que hallar más aventuras piensa:
Llegó á la luz primera á una abadía ,
Que gasta parte de su renta inmensa
En honrar á las damas y señores
Que allí van de la tierra esploradores.
LV.
Los monjes y el Abad , muy lisonjero ,
Honran al paladín, que, las dulzuras
De la mesa probadas ya primero,
Les demanda las vías más seguras
Por do mejor encuentre un caballero,
Entre aquellos boscajes aventuras.
En que por algún hecho pruebe un hombre
Si es digno de censura ó de renombre.
LVL
Y el Abad le responde : «Aquí suceden
Del sitio en el fragor muchas y extrañas.
Que algunas veces trascender no pueden ,
Oscuras cual lo son estas montañas.
Tú buscas ocasión de que no queden
Muertas en el olvido tus hazañas.
Sino que al duro riesgo, á la fatiga.
El galardón y la alta fama siga.
ìS6 ORLANDO FURIOSO.
LVII.
»Pues, si empresa acoger quieres valiente ,
Aguardándote está soberbia, inmensa,
Cual, ni en la antigua edad ni en la presente,
Caballero ninguno hallarla piensa.
De nuestro Rey la hija ora pendiente
Está, ¡infeliz! de ayuda y de defensa
Contra un Barón : Lurcanio el tal se llama,
Que la quiere quitar la vida y fama.
LVIII.
»A su padre Lurcanio la ha acusado
(Más que en justicia por odiosa traza)
De haberla á media noche él encontrado
Recibiendo á un galán por su terraza;
Y en el fuego á morir la ha condenado
Del reino dura ley, si no le emplaza
En un mes, que ya espira , un combatiente,
Y al torpe acusador prueba que miente.
LIX.
»Ley de Escocia dispone impía y fea
Que la mujer de humilde ó alta clase
Que se dé á quien marido no le sea ,
Si es acusada, á fuego que la abrase
Vaya, sin que librarla nadie crea;
A no ser que un campeón la libertase,
El cual , lidiando en su defensa, pruebe
Que es inocente y que morir no debe.
CANTO CUARTO. 167
LX.
»De Ginebra infeliz el Rey dolido
(Así se llama la sin par belleza),
Por pueblos y castillos ha extendido ,
Que si de algún varón la fortaleza
Del suplicio la libra inmerecido,
Con tal que cartas tenga de nobleza,
La obtendrá por esposa, con estado
Cual cumple á fembra de su excelso grado.
LXI.
))Mas si en un mes por ella nadie viene ,
O viniendo , no vence , entonces muera.
A ti la noble empresa te conviene
Más que vagar errante por doquiera;
Que á más del lauro y fama que contiene
Y pasará á la gente venidera ,
La flor de cuantas son hermosas ganas
Desde el Indo á las playas gaditanas.
LXIL
» Y una riqueza á un tiempo y un Estado
Que siempre á tu vivir dará contento;
Y la gracia del Rey , si es rescatado
Por ti su honor que yace macilento;
A más de que la espuela que has calzado
Te obliga á rescatar de inicuo intento
A la que es, por común sentir, criatura
Modelo de pudor y virtud pura.»
l68 ORLANDO FURIOSO.
LXIII.
Pensó un poco Reinaldo, y dijo luego :
«¿Conque morir una doncella debe
Porque en sus brazos, al que la ama ciego
De inmenso amor el pago le da breve?
iMaldita sea la ley, y al diablo entrego
Al que la dio, y al vil que la conlleve :
Muera mujer que mata fementida :
No la que á su amador le da la vida!
LXIV.
"Sea verdad ó no que haya Ginebra
Deudas pagado , no reparo en esto ;
Y aplaudo si lo hizo , que no quiebra
Su virtud el hacerlo manifiesto.
La empresa, pues, mi corazón celebra :
Un guía dadme que me lleve presto
Do está el acusador, que á la doliente
Espero en Dios salvarla prontamente.
LXV.
»Como afirmar no sé lo que no toco.
No diré si lo hizo ó no : mas digo
Que por el acto aquel mucho ni poco
Debe sufrir de oprobio ni castigo;
Y diré que fué injusto, y que fué un loco
Quien primero la ley dio que maldigo;
Y que debe por impía revocarse,
Y con mejor sentido otra formarse.
CANTO CUARTO. 169
LXVI.
«Si un mismo vivo ardor, si un mismo anhelo
Al uno y otro sexo inclinar sabe
A aquel fin del amor , que al vulgo ciego
Le suele parecer exceso grave,
¿Por qué á débil mujer se acusa luego
De que use con uno el placer suave
Que , con cuantas desea , el hombre ha usado ,
Y sin castigo va , y hasta alabado ?
LXVII.
» Estas "leyes á fe tan desiguales
Perjuicio y daño á la mujer hicieron ,
Y espero en Dios mostrar que ofensas tales
Da vergüenza que tanto se sufrieron.»
Dijo, y obtuvo asensos generales
De que harto injustos los antiguos fueron
Consintiendo tal ley ; y que mal rige
El Rey que con poder no la corrige.
LXVIII.
Cuando el alba su luz primera asoma
Por los balcones del rosado Oriente ,
Sus armas y corcel Reinaldo toma ;
Y, con un escudero diligente ,
Un día y otro por barranco y loma
Cruza aquel bosque denso horriblemente,
Hacia la tierra do se aguarda en breve
La lid que por Ginebra ocurrir debe.
170 ORLANDO FURIOSO.
LXIX.
Y habían, atronchando ya camino,
La mayor parte andado de la vía ,
Cuando sonar un llanto oyen vecino
Queel bosque en torno de amargura henchía.
Lanza al punto el caballo el paladino
Hacia un valle , del cual la voz salía ;
X Y entre dos ladres ven á una doncella,
Que les parece desde lejos bella ,
LXX.
Si lagrimosa y dolorida estando ,
Cual no estuvo jamás otra cuitada.
Los dos sobre su pecho están alzando
Con ademán feroz la dura espada ;
Y ella con tristes ruegos alargando
Iba el morir, sin apiadarlos nada ,
Cuando Reinaldo, así que los divisa.
Con alto grito su presencia avisa.
LXXL
Huyen los malandrines con presura ,
Viendo el socorro que de afán los llena ,
Y se lanzan del bosque en la espesura.
En seguirlos Reinaldo no se apena:
Viene á la dama, y conocer procura
Por qué culpa se imponga tanta pena:
Y ordena que á la grupa el escudero
La lleve, po^^que el tiempo huye ligero.
CANTO CUARTO. I7I
LXXII.
Y cabalgando ya, de verla cuida
Más atento, y que es bella asaz advierte ,
Y de noble ademán, aunque abatida
Por el terror de tan cercana muerte ;
Y ella la narración por él pedida
De cuál acto le trajo á tan vil suerte,
A decir empezó con voz de llanto
Cual os va á repetir el nuevo canto.
114J^1 Hi
ORLANDO FURIOSO.
ARGUMENTO DEL CANTO QUINTO.
Piensa Lurcano que á su hermano ha muerto
El amor que á Ginebra profesaba ,
Y de impudor la acusa, con entuerto ,
Al padre que en sus ojos se miraba.
Ariodante combátele encubierto :
Mas Reinaldo suspende la lid brava ,
Y del fraude alevoso al rey advierte.
Lidia con Polineso, y le da muerte.
ORLANDO FURIOSO.
Canto quinto.
Cuantos hay animales en la tierra ,
Ya aquellos á quien vida quieta place ,
Ya los que se hacen implacable guerra ,
El macho á la hembra suya nunca la hace.
Osa con oso por el bosque yerra ,
Manso el león con la leona yace,
La loba con el lobo va segura ,
Y no el toro á la vaca da pavura.
II.
¿Qué abominable peste, qué Megera
A turbar vino los humanos pechos ,
Que el marido y su propia compañera
Siempre en batalla están con dichosy hechos ,
Y ya cubren su faz de tacha tìera ,
De llanto ya los genitales lechos ;
Y no de llanto sólo, feroz saña
De sangre, á veces, sin piedad los baña.
176 ORLANDO FURIOSO.
III.
De natura la ley el hombre invierte ,
Y contra el mismo Dios rebelde osa,
Si en el rostro la imprime mano fuerte,
Y ni aun la arranca un pelo á dama hermosa :
Mas quien con fierro vil la da la muerte,
Ó con lazo, ó con hierba venenosa ,
No es hombre, no, sino en mortal figura ,
De los abismos infernal criatura.
IV.
Tales debían ser los dos felones
De que Reinaldo libertó á la bella.
Llevada á esos sombríos barrancones ,
Para que no se oyese hablar más de ella.
Yo os dejé cuando á darle las razones
De su mal principiaba la doncella
Al paladín, trocado ya en amigo;
Y ora, diciendo así, la historia sigo.
V.
La dama comenzó : « Voy á enterarte
De maldad la más grande, la más fiera
Que en Tebas , Argos , ó en más cruda parte
Del país más feroz se cometiera ;
Que si el sol, en su giro, aquí reparte
Menos sus rayos que en región cualquiera ,
Creo que, por no ver tan ímpia gente,
Con su luz pura visitamos siente ■.
CANTO QUINTO, I77
VI.
»De cuánto el hombre á su enemigo es crudo ,
Las edades ejemplos mil nos dieron :
Masque démuerteá quien fuésiempre escudo
De su honor y su vida, nunca vieron.
Ora, del acto que llevarlos pudo
Y la impiedad , con que cortar quisieron ,
La juventud en flor, que triste vivo,
Desde el principio te diré el motivo.
VIL
«Quiero que sepas, mi Señor, que siendo
Aun jovencilla, en el servicio estuve
De la hija del Rey, con quien creciendo,
En la corte lugar con honra obtuve.
Mas envidioso amor, mi dicha viendo,
Su secuaz quiso hacerme, ¡ciega anduve!
Y que de Albania el noble duque fuera
Quien de tantos mejor me pareciera.
VIII.
))Y porque me mostró ternura mucha,
Todo mi corazón le di de hecho.
Se ve la faz, el razonar se escucha ,
Mas ¡ay! ¿quién mira lo interior del pecho >
De amor y honor en la empeñada lucha ,
Cedí, y sin ver le recibí en mi lecho,
Que de la regia cámara es aquella
La más secreta de Ginebra bella,
TOMO I. l¿
178 ORLANDO FURIOSO.
IX.
»Do sus cosas más íntimas tenía,
Y donde Jas más veces se acostaba.
Entrar por un terrazo se podía
Que descubierto á lo exterior estaba :
Y á mi amante por él subir hacía,
Con la escala de cuerda, que colgaba
De la baranda misma, do ingeniosa
Señal hacía, de abrazarle ansiosa.
X.
»Y le hacía venir astutamente
Cuando Ginebra nos dejaba espacio ;
Que de lecho mudaba muy frecuente,
Por el frío ó calor del tiempo lacio.
Nunca le vio salir humana gente ,
Porque daba esa parte del palacio
A unas ruinas de casas', que ninguno
Día ó noche pisaba inoportuno.
XI.
»Días, y aun meses, no sentí el corrido
Tiempo de nuestro amor en juego loco ,
Siempre creciendo en mí, ¡tan encendido
Dentro llevaba el abrasante foco!
Y no me fué ¡qué ciega! conocido
Que si mucho fingía, amaba poco;
Si bien su engaño revelar podían
Mil señales que claro lo decían.
CANTO QUINTO. 1 79
XII.
«Hízose de allí en breve nuevo amante
De la princesa ; y á decir no acierto,
Si empezó aquel amor en tal instante,
Ó primero que el mío, tan cubierto.
Mas ve si ya se había hecho arrogante,
Y si ejercía en mí dominio cierto.
Que á mí se descubrió, para que fuese
¡Oh vergüenza! su ayuda y le sirviese.
XIII.
»Me decía que aquel amor no era
Como el mío su gloria y su trofeo :
Mas que, fingiendo que la adora , espera
Obtenerla en legítimo himeneo;
Que el Rey no ha de oponerse, mientrasquiera
Ginebra y le descubra su deseo ;
Pues él en sangre y feudos hace gala
De que , después del Rey, nadie le iguala.
XIV.
»Y me presuade que , por obra mía ,
Yerno del mismo Rey podrá llamarse,
Y que entonces tan alto subiría.
Que el segundo en el trono ha de sentarse ;
Que todo á nuestro amor lo debería ;
Que no tan gran merced puede olvidarse ;
Y que á su esposa misma tendrá en nada ,
Conmigo y mi hermosura comparada.
1 8o ORLANDO FURIOSO.
XV.
»Yo siempre á darle gusto sólo atenta ,
Resistir no sabiendo, ó no queriendo,
Hasta en tal situación me hallé contenta.
Pues veo así que á complacerle atiendo ;
Y en cuanto la ocasión se me presenta,
Voy su mérito y gala encareciendo
Á Ginebra, y no hay traza que no trame
Porque á mi propio amante otra le ame.
XVI.
»Que puso en su favor mi ingenio astuto
¡Sábelo Dios! cuanto á su alcance estaba :
Mas no logré sacar el menor fruto
En pro del Duque mío, cual pensaba;
Y era la causa que de amor tributo
Con afecto honestísimo pagaba
Á un bello paladín de ella devoto,
Llegado á Escocia de país remoto.
XVII.
«Con un joven , su hermano muy dilecto ,
Desde Italia aquí vino, y de tal suerte
Brilló, y en armas se hizo tan perfecto,
Que Bretaña no ve lanza más fuerte.
Amóle el Rey, y en muestra de su afecto
En él honores y riquezas vierte;
Y con villas, castillos y otros dones,
Le hizo Grande ú la par de sus Barone:;.
CANTO QUINTO. l8l
XVIII.
• Si grato al Rey, más grato á la Princesa
Es el bravo, que llámase Ariodante,
Por su insigne valor, que á muchos pesa ,
Y también porque sabe la es amante;
Que ni el Etna ó Vesubio en lava espesa,
Ni de Troya la hoguera devorante ,
Arden tanto, cuanto ella conocía
Que el pecho de Ariodante en fuego ardía.
XIX.
»E1 amar finalmente al que la amaba,
Con noble corazón, con fe segura,
Hízola desechar cuanto yo hablaba ,
Dándome de un rechazo la amargura;
Y cuanto más por él viva rogaba,
P2nsalzando su brío y donosura.
Ella siempre, en baldones prorumpiendo,
Enemiga mayor se le iba haciendo.
XX.
»Yo á mi dueño pedíale frecuente
Que dejase por fin la empresa vana ,
Y no esperase ya torcer la mente
De aquella á quien pasión rinde temprana ;
Y conocer le hice claramente
Que en ella acción ejerce tan tirana.
Que del mar toda el agua poca fuera
Para apagar tan encendida hoguera.
!&■
ORLANDO FURIOSO.
XXI.
»Esto de mí cien veces Polineso
(Que así el Duque se llama), habiendo oído ,
Y por sí mismo visto , bien expreso,
Lo poco que es su afán correspondido,
Entróle de venganza fiero acceso,
Al mirarse por otro preferido;
Y como es tan soberbio y desalmado.
Siente en odio y furor su amor trocado.
XXII.
» Y entre la joven y Ariodante piensa
Que discordia feroz fije su planta,
Nacer haciendo enemistad intensa
(Que aquella toda ley rompe ó quebranta )
Achacándola culpa tan inmensa,
Que ni la muerte borre mancha tanta;
Y no trató el proyecto ni aun conmigo,
Porque él sólo es capaz de darle abrigo.
XXIII.
>'Y ya resuelto á ejecutar, me dice :
"¿Sabes, Dalinda (tal soy yo llamada),
*Que, cual vuelve á brotar de su raice
«Planta una vez, y dos, y tres cortada ,
"Así la pertinacia mía infelice,
«Aunque por el mal éxito truncada,
"Brotando la he de ver, hasta que sea,
» Dueña al tin del objeto que desea?
CANTO QUINTO. l83
XXÍV.
»Y no ya por placer el caso acecho,
))Mas por em peño de triunfar sin duda;
»Que aun no pudiendo conseguirei hecho,
)'La imagen quiero que á mi mente acuda;
"Quiero que cual recíbesme en tu lecho,
»Y Ginebra en el suyo está desnuda,
>'Tú tomes sus vestidos cautamente,
»Y te vistas con ellos diligente,
XXV.
"Ponte el pelo cual ella: estudia el juego
))De su talle y su acción, y haz veinte pruebas
>'Para imitarla; y al terrazo luego
«Sal á avisarme con señales nuevas.
"Yo de Ginebra á la ilusión me entrego,
)'A1 ademán, al traje que tú llevas ;
» Y así logra engañado mi sentido,
»Su deseo tenaz ver extinguido.» —
XXVI.
"Así me dice , y yo sin embarazo,
Sumida en ceguedad que á nada iguala.
No vi que era tan sólo inicuo lazo.
Fruto de esa alma tan torcida y mala ;
Y en traje de Ginebra de el terrazo.
Según costumbre, le arrojé la escala;
Y luz del caso mi razón no tuvo.
Hasta que el daño consumado estuvo.
184 ORLANDO FURIOSO.
XXVII.
«Cuando lo fué, trabó con Ariodante
Plática el Duque, y en palabras tales
(Que amigos fueron hasta aquel instante
En que de un mismo amor fueron rivales),
— «Me maravilla (comenzó mi amante)
»Que habiéndote, entre todos mis iguales,
«Tenido en alto aprecio y siempre amado.
»Haya sido por ti tan mal premiado.
XXVIII.
»No ignoro que de antiguo estás sabiendo
»Que á Ginebra, á quien vivo amor tributo ,
»Por legítima esposa yo pretendo:
«Esa demanda al rey hoy ejecuto:
«¿Por qué, pues, me perturbas y me ofendes.
«Poniendo en ella tu intención sin fruto?
«Yo no así procediera tan impío
»Si estuviera en tu caso y tú en el mío.» —
XXIX.
»Y responde Ariodante: — «Pues me llama
«La atención, cual á ti, y aun mayormente,
-Que tú no sepas que Ginebra me ama ,
"Antes que visto hubieras su alta frente.
«Mas sé que sabes cuánto amor inflama
«De ambos el corazón, y cuan ardiente;
"Y sé que no te ama, y sólo ansia
'Ser la dulce mitad del alma mía.
CANTO QUINTO.
lS5
XXX.
))Y á alcanzarla no menos me prevengo
»Para esposa, del Rey; que si boato,
«Cual tú, riqueza y gala no sostengo,
"No menos al monarca le soy grato,
))Y el corazón de la princesa tengo :
)»¿Por qué, pues, me perturbas así ingrato?
)'Yo, á fe, note ofendiera tan impío,
»Si estuviera en tu caso y tú en el mío.» —
XXXI.
— «¡ Oh (dijo el Duque), y á qué error funesto
)>La amorosa locura te ha traído!
>'Te juzgas más amado, y también esto
«Creo de mí; pues sea esclarecido :
»Tú me harás lo que logras manifiesto :
» Yo á ti lo que á Ginebra la he debido;
"Y gane el que contar más glorias pueda ,
» Y al que venza , el vencido el campo ceda.
XXXII.
"Y estoy pronto, si quieres, y lo juro,
"A callar lo que en prueba me reveles ,
^Queriendo yo también quedar seguro
»De que cuanto te diga cauto celes.» —
Y así conformes, sobre el cáliz puro
Puestas las manos, juran el ser fieles;
Y el juramento al terminar severo ,
El Ariodante se explicó el primero.
l86 ORLANDO FURIOSO.
XXXÍII.
»Y la verdad le dijo con lisura,
Tal corno con Ginebra era la cosa ;
Que le ofreció de boca y de escritura ,
Que solamente del sería esposa ;
Y si el Rey se oponía á su ventura ,
Le juraba mostrarse desdeñosa
A cuanto matrimonio le impusiera ;
Y vivir y morir siempre soltera.
XXXIV.
» Y que por su valor tiene esperanza
(Que en las armas mostrara, en más de un signo,
Que al bien del reino y á su gloria alcanza)
De que tanto ha de hacer, que el Rey benigno,
Poniendo en él su amor y su confianza.
Del más excelso honor le juzgue digno,
Y sabiendo que gusto da á la hermosa.
Se la conceda alegre por su esposa.
XXXV.
»Y añadió que su sola dicha es esto,
Y nadie más, ni tanto obtener puede;
Y que tenga por claro y manifiesto ,
Que su honrada pasión jamás se excede :
Ni más busca, ni quiere, que lo honesto
Que el connubio legítimo concede;
Pues vano fuera el pretender cobarde
Lo que á virtud y honor sólo se guarde. »>
CANTO QUINTO. 1 87
XXXVI.
» Así que de ese modo habló Ariodante,
Del favor á que aspira su fatiga ,
Polineso, que estaba ya anhelante
De que fuera Ginebra su enemiga,
Empezó : — «Pues de mí te hallas distante;
)>Y quiero que tu mismo labio diga,
"Cuando bien sepas mi amorosa historia ,
))Que sólo es mía la ventura y gloria.
XXXVII.
• Ella finge contigo , y su agudeza
"Con graciosas palabras te entretiene,
))Y tu amor trata de pueril simpleza,
"Cuando de ti conmigo á decir viene,
"Yo tengo de que me ama otra certeza ,
"Que más que ofertas y charlar me llene ,
» Y á contártela voy, el juramento
"Por cumplir sólo, y no sin sentimiento.
XXXVIII.
"No pasa mes , de tiempo ardiente ó frío,
>'En que tres noches, seis , y diez á veces ,
»En mis brazos, desnuda, á mialbedrío,
"No la copa de amor beba con creces;
"De aquí puedes sacar si al gozo mío
"Se igualan tus arrobos y chocheces; -
'Cédeme, pues, y busca otros amores ,
"Pues soy en éste el dueño de las flores.»—
l88 ORLANDO FURIOSO.
XXXIX.
-^«No es verdad lo que dices, y alevosa,
«Seguro estoy, de que tu lengua mienta,
»Y de que urdiste trama tan odiosa ,
»Para que de la empresa me arrepienta.
»Mas, siéndole á su honor tan ominosa,
«Quiero que de la injuria me des cuenta;
«Y que eres bajo y vil, sobre embustero,
«Ora aquí , sin tardar , probarte quiero.» —
XL.
»Y el Duque replicó: — «No fuera honesto
»De un combate trocar en los enojos
«Lo que tan fácil puedo manifiesto,
«Cuando quieras , ponerte ante los ojos.» —
Atónito Ariodante queda en esto,
Y corre un hielo por sus miembros flojos;
Y allí mismo caído muerto hubiera ,
Si la invención del todo la creyera.
XLI.
«Con traspasado pecho y faz de nieve,
Y con tremante voz y amarga boca:
— «Cuando tu fe (le respondió) me lleve
«Esa fortuna á ver tuya tan loca,
«Dejar prometo á la que, en tiempo breve ,
»Te dio á ti tanta suerte , á mí tan poca.
«Mas lo atroz que contaste no te creo ,
"Si antes con estos ojos no lo veo.»—
CANTO QUINTO. 189
XLII.
— «He de avisarte, cuando tiempo sea.» —
Dijo, y partió al instante Polineso;
Y aquello, á las tres noches, que desea
Gozar conmigo, concertó el avieso ;
Y para el logro de su infame idea ,
Fué en busca del rival, de pena opreso,
Y le dijo que aquella noche fuese,
Y en las ruinas de casas se escondiese.
XLIII.
»Y del terrazo, que él usaba, al frente
Le trajo, propio sitio á fascinarle.
El otro sospechó que acaso intente
A esa hora y lugar así llevarle,
Con designio trazado astutamente
De ponerle un aguaite y de matarle ,
Tomando por pretexto la aventura,
Que imposible en Ginebra se tìgura.
XLIV.
»Aun así, de acudir tomó el partido;
Mas de no ser cuidando el menos fuerte ;
Porque en caso de verse acometido,
Valerse pueda y evitar la muerte.
Un hermano tenía, distinguido
Por discreto en la corte, bravo y tuerte :
Lurcanio se llamaba , y en más cuenta
Llevarle en su compaña, que á otros treinta.
IpO ORLANDO FURIOSO.
XLV.
»Le llama, y dice que su honor dispuso
Que esa noche con él en armas pase;
Y que no le contó, decir excuso,
El secreto que al lance le empeñase.
Ya en el sitio, á cien pasos del le puso,
Y le dijo : — «A mí ven , si te llamase :
«Mas si no oyes mi voz , por Dios , hermano ,
«No te apartes de estar así lejano.» —
XLVI.
— «Ve, pues (dice Lurcanio), ve y sosiega,
«Que, cual quieres, lo haré.» — Y él al asiento
De las ruinas fronteras se repliega
Del terrazo, al que fijo está y atento.
De la otra parte el fraudulento llega,
Que del mal de Ginebra va sediento,
Y me hace la señal que, necia amante,
Aguardaba, del crimen ignorante.
XLVII.
»Y yo con veste candida y ornada,
Con listas de oro, en medio y en contorno,
Y también de áurea red la sien orlada,
Entre purpúreos lazos, rico adorno,
Y pompa, de Ginebra sólo usada,
De llevar gala ajena sin bochorno,
Al terrazo salí ; que tal yacía.
Que toda en derredor me descubría.
CANTO QUINTO. I9I
XLVIII.
«Lurcanio, receloso, ora temiendo
Peligrara su hermano en la aventura,
Ó al deseo común tal vez cediendo,
Que de saber asiste á la criatura,
Por las ruinas le había ido siguiendo.
Poco á poco, ala sombra más oscura;
Y á menos de diez pasos va del bulto
De Ariodante, también á estarse oculto.
XLIX.
»Y yo sin saber de ello cosa alguna.
Vine en el traje aquél al dado efecto
Del que, cien noches con mejor fortuna.
Llamó á mis brazos mi culpable afecto.
Luce la ropa al claro de la luna;
Y yo que de Ginebra el mole aspecto
Tengo y de su cabello la corona.
Bien retrato su talle y su persona.
L.
«Tanto más cuanto espacio alguno había
Entre las ruinas y do yo me ostento,
Y así á los dos hermanos parecía
Pura verdad el torpe fingimiento.
Ora puedes fijarte en la agonía
De Ariodante infeliz en tal momento.
Polineso se acerca , y nada iguala
A la presteza con que el muro escala.
102 ORLANDO FURIOSO.
LI.
»A1 primero abordar los brazos le echo,
Sin ni soñar que nadie á verlo acuda ;
Beso su boca, apriétole á mi pecho,
Y mi afán cariñoso no se muda,
Mientras él, como nunca en lazo estrecho,
Con mil caricias á su fraude ayuda.
Aquél , llevado allí de tan vil modo,
¡Mísero 1 desde lejos lo ve todo.
LII.
»Y tal dolor le asalta, que dispone
El darse en aquel punto muerte impía;
Y el pomo de la espada en tierra pone,
Y la punta en el pecho que aun latía.
Lurcanio al ver cual causa lo ocasione
(Que al Duque recibir visto me había,
Aunque no su persona conociendo),
Se lanzó de su hermano el acto viendo.
Lili.
»Y le impidió que con su propia mano
El corazón se atravesara el triste:
Si más tarda, si más se halla lejano,
Al trance de su muerte solo asiste.
— «¡Ay, hermano infeliz 1 jAy, crudo hermano I
«(Gritó): ¿el sentido y la razón perdiste?
«¡Qué! ¿Por una mujer tan loco intento?
"¡Llévese á todas, como á niebla, el viento!
CANTO QUINTO. igS
LIV.
«Haz, pues que lo merece, que ella muera ,
)>Y reserva á mayor lauro tu muerte.
»Si antes de su delito grande fuera
»Tu amor, que hoy tu rencor sea más fuerte.
«Hoy que descubres su perfidia entera ,
«A tí ingrata, y liviana de tal suerte,
«Guarda este acero, que á tus manos quito,
«Para acusarla al Rey de su delito.» —
LV.
«Cuando á su hermano ve que sosteniendo
Le está en sus brazos, el intento deja
Por aquella ocasión : mas no el tremendo
Designio de matarse de sí aleja.
Levántase después; y aunque sintiendo
Cada vez más la angustia que le aqueja,
Con Lurcanio figura que ya el alma
Se sosiega y respira más en calma.
LVI.
«Y á la próxima luz calladamente ,
Sin que su propio hermano lo entendiera,
Partió, abrasado del despecho ardiente,
Sin que del unos días se supiera.
Sólo al Duque y Lurcanio era evidente
La oculta causa que partir le hiciera;
Y en palacio cien cuentos se dijeron.
Que toda Escocia pronto recorrieron.
TOMO I. i3
194 ORLANDO FURIOSO.
LVII.
»Algún tiempo después vino á la corte
A contar á Ginebra un caminante,
Sintiendo que noticia tal aporte,
Que en medio al mar se sumergió Ariodante;
Y no al soplar del Ábrego ó del Norte,
Sino de voluntad libre y pensante;
Que de un peñasco, sobre aquel muy alto.
Se arrojó de cabeza , en fiero salto.
LVIII.
))Y añadía :— «Y poco antes de hacer esto ,
«Me dijo á mí, que oteaba la marea,
— «Ven, que quiero que le hagas manifiesto
))Á Ginebra mi fin y suerte rea;
»Y que la digas, cuando pronto el resto
»De mi designio consumado sea:
»Que j7or ver demasiado , aquí he venido:
«¡Dichoso yo, si ciego hubiera sido!» —
LIX.
» Estábamos al pie de Cabobaso,
"Que hacia Irlanda en el mar se abre camino,
»Y allí á la cima de un peñasco raso
»Sube y se arroja : el agua en torbellino
»Salta , y sepulto queda ; y yo á gran paso ,
«Vengo á contarte su fatal destino.» —
Aterrada Ginebra el lance escucha,
Y toda helada, con la muerte lucha.
CANTO QUINTO. tgi
LX.
))¡Oh Dios! Sola, en su lecho padeciendo :
En su lecho ultrajado, ¿qué diría?
Su desolada faz, su pecho hiriendo,
De su cabello el oro desparcía ,
Veces mil las palabras repitiendo
Que, al morir, Ariodante dicho había :
Que es la ocasión de su desdicha, dice,
¡Por haber visto mucho , el infelice!
LXI.
»E1 rumor por doquiera se derrama
De que por gran dolor se dio la muerte.
Le llora el Rey : no hay paladín ni dama
Que no lamente su funesta suerte :
Mas su hermano infeliz, que tanto le ama,
Se ve oprimido de pesar tan fuerte ,
Que de imitar su ejemplo está ya ansioso ,
Y seguirle en el trance doloroso.
LXII.
»Y entre sí muchas veces repitiendo
Que fué Ginebra quien mató á su hermano,
Y que la vista de aquel acto horrendo
Fué lo que á muerte le llevó temprano,
De venganza el ardor le va surgiendo;
Y á dominar le llega tan insano.
Que del país la cólera soporta ,
Y la gracia real nada le importa.
196 ORLANDO FURIOSO.
LXIII.
» Y ante el Rey, cuando llena más de gente
Se halla la estancia, presentóse, y dijo :
— «Sabe, señor, que quien turbó la mente
«De mi hermano, con duelo tan prolijo,
j)Fué Ginebra, tu hija, que vilmente
»E1 dardo del dolor le clavó fijo :
"Porque viéndola torpe , envilecida ,
"Quiso, pues la perdió, perder la vida.»—
LXTV.
«Porque fué su pasión siempre humildosa ,
Que eran amantes revelarte quiero;
Y de ti recibirla por esposa
Se propuso, sirviéndote primero.
Mas él, de lejos, de la planta hermosa
Aspiraba el aroma, cuando, artero.
Ve que otro asalta el tronco, y el tributo.
De cerca, coge del ansiado fruto.
LXV.
»Y siguió refiriendo cómo había
En el terrazo visto á la traidora;
Y cómo allí la escala le tendía
Á un galán suyo, cuyo nombre ignora;
Pues disfrazado, el pelo recogía,
Capa arrastrando que el añil colora ;
Y añade que es verdad cuanto refiere ,
Y que probarlo con sus armas quiere.
CANTO QUINTO. 197
LXVI.
"Puedes juzgar si el padre dolorido
Quedara oyendo la calumnia inmensa :
Ya porque nunca hubiéralo creído,
Ya porque en las resultas de ello piensa ;
Pues sabe que está él mismo compelido,
Si un guerrero no toma la defensa ,
Y Lurcano á sus pies no se perjura,
A condenarla él mismo á muerte dura.
LXVII.
»No creo que te sea ¡oh Señor! nueva
Nuestra ley que condena á fallo odioso,
Y á una triste mujer á morir lleva,
Si la acusan de que á otro que á un esposo
Se entregue, á menos que á lidiar se atreva
Por ella, antes de un mes , un valeroso
Que, al falso acusador venciendo, pruebe
Que es inocente, y que morir no debe.
LXVIII.
«Hace el Rey publicar por libertarla
(Y la juzga acusada falsamente)
Que esposa, con gran dote, quiere darla
A quien de mancha tal lave su frente.
Que en su estado infeliz quiera ampararla
No hay hasta aquí varón que se presente;
Pues el Lurcano en armas es tan fiero ,
Que teme sucumbir todo guerrero.
198 ORLANDO FURIOSO.
LXIX.
'>La suerte ha preparado que Zerbino ,
Su hermano, ora en Escocia no se hallase :
Que anda ha ya muchos meses peregrino,
Su prez mostrando por do quier que ándase,
Si del reino estuviera más vecino
Aquel prode gallardo, ó do llegase
La noticia de suerte tan tirana.
El defendiera á su afligida hermana.
LXX.
"El Rey que en tanto averiguar procura,
Por otro azar que el que las armas prueben,
Si es verdadera ó no tal aventura,
Y es ó no justo que á morir la lleven ,
A varias camareras, con presura.
Manda prender que el caso saber deben ;
De do supuse yo, si me prendían ,
Los males que infinitos me vendrían.
LXXL
"\' antes de que la noche aquella pase ,
Al Duque fui y á demandar su influjo
Contra el daño que á entrambos amagase,
Y él el paso aprobó que allí me trujo ;
Y lo alabó, y me dijo no dudase,
Y por fin A partir suave me indujo
A un fuerte suyo que cercano había,
Y á dos me dio para mi amparo y guía.
CANTO QUINTO. 1 95
LXXII.
»¡ Ay! cuánto esta mujer le sea sierva,
Y euán ciega por él y dócil ande ,
Ya escuchaste, Señor; y si proterva
Llegó hasta obrar vilezas que la mande.
La merced ora escucha que reserva
En pago digno á merecer tan grande :
Mira si mujer hay enamorada
Que deba ya esperar el verse amada.
LXXIIL
»Que este aleve, cruel, fiero, malvado,
Al fin ha puesto en duda la fe mía,
Y la sospecha torpe en él ha entrado
De que descubra su artimaña impía ;
Y que me retiraba ha simulado,
Hasta que ceda el Rey en su porfía ,
Mandándome á lugar seguro y fuerte ;
¡Y adonde me mandaba era á la muerte!
LXXIV.
')Que encomendó, en secreto, á esosprecitos
Que al llegar á esa oscura selva ingrata ,
Diéranme muerte. ¡ Obsequios infinitos
Así pagaba! Y sin piedad me mata.
Si tú no acudes á mis tristes gritos.
¡Ve cómo amor á quien le sigue trata!» —
Así Dalinda, y siempre caminando,
A Reinaldo su historia iba contando.
loo ORLANDO FURIOSO.
LXXV.
Al cual el bien saberla asaz le agrada ,
Y el encuentro feliz de la doncella,
Viendo que le es la prueba encomendada
De la inocencia de Ginebra bella.
Y si esperado había, aunque acusada
Lo fuera , y con razón , salvar á aquella ,
Ora con más confianza va y valiente,
Al ver que la calumnia es evidente.
LXXVI.
Y á la ciudad del santo Andrés ' corría ,
Do el Rey se hallaba con la corte entera,
Y el singular combate ocurriría
Que el lance de Ginebra decidiera.
Iba Reinaldo, á cuanto más podía ,
Cuando paró, ya cerca, su carrera;
Porque encontró á su paso un escudero
Que era de frescas nuevas mensajero.
LXXVII.
Del supo que un campeón era venido
Que de Ginebra el lado sustentara,
Y con yelmo y pavés desconocido
Misterioso y oculto se mostrara ;
Que desde que llegó, nadie ha podido
Un instante no más verle la cara ,
Y hasta el que de escudero le servía ,
Juraba que quien era no sabía.
CANTO QUINTO.
LXXVIII.
A poco andar se hallaron á la altura
De los muros, y al pie de la gran puerta.
Siente Dalinda al verla harta pavura:
Pero Reinaldo á serenarla acierta.
Cerrada se halla, y al que de ella ha cura ,
Demanda el paladín : ¿Por qué no abierta?
Y fuele dicho que, por ver el modo
Del combate, ha salido el pueblo todo.
LXXIX.
Que entre un campeón ignoto y el Lurcano
Se da al lado ulterior de la muralla ,
En un palenque dilatado y llano,
Y que ya comenzaron la batalla.
El portero al señor de Montealbano
Abre, y cierra tras él portillo y valla.
Cruza el pueblo vacío el caballero,
Y á Dalinda á un hostal manda primero.
LXXX.
Y la dice al partir que allí podría
Segura estar, y que él volverá presto ;
Y al campo de la lid los pasos guía.
Do se habían ya asaz dado y respuesto
Los bravos, y se daban todavía.
Contra Ginebra estaba mal dispuesto
Lurcano; y al rival mucho interesa
¡Tan bravo lidia! la abrazada empresa.
202 ORLANDO FURIOSO.
LXXXI.
Seis Barones con él, ante el tablado ,
A pie estaban, armados de coraza,
Con el duque de Albania, bien montado
En un fuerte corcel de buena raza.
Como á gran Condestable, encomendado
Le está el mando del campo y de la plaza ,
Y está orgulloso, y plácido celebra
El inminente riesgo de Ginebra.
LXXXII,
Reinaldo pasa entre una y otra gente ,
Y le abre paso el buen corcel Bayardo;
Que quien la tempestad que trae siente,
En franquearle ancha vía no es muy tardo
Encima el paladín se alza eminente,
Y flor de los valientes va gallardo.
Luego enfrente del Rey para el caudillo,
Y allí todos se agolpan por oillo.
LXXXIIL
Y dice : «¡Oh Rey, que Escocia ama y venera I
(No dejes que esa lid siga impíamente;
Que de entrambos. Señor, cualquier que muera
Morirá por tu culpa injustamente!
Uno eré que razón le asiste entera ;
Lo falso afirma, y juzga que no miente,
Y le pone las armas en la mano
£1 error mismo que mató á su hermano.
CANTO QUINTO. 203
LXXXIV.
»E1 otro la verdad no ha descubierto,
Y sólo por bondosa gentileza
Al peligro se expone de ser muerto
Por no dejar morir tanta belleza.
Yo traigo á la inocencia amparo cierto,
\' el castigo al delito y la vileza :
Mas primero la lid, por Dios , suspende ;
Lo que á decirte voy, después atiende.»
LXXXV.
Fué de la autoridad de hombre tan digno
Cual Reinaldo aparece en su talante,
Tan conmovido el Rey, que hace benigno
Señal de que la lid pare al instante:
Al cual y á los Barones de más signo.
Caballeros y gente circunstante,
Hizo Reinaldo allí relato expreso
De lo que urdió á Ginebra Polineso.
LXXXVI.
Y con las armas sostener ofrece
Que cuanto ha dicho es claro y es perfecto.
Polineso , llamado , comparece
Trémulo todo y con turbado aspecto:
Mas dice audaz que es falso, y se enfurece.
Y de la prueba aliénese al efecto.
Los dos armados , hecha la estacada ,
Para empezar la lid no falta nada.
204 ORLANDO FURIOSO.
LXXXVII.
¡Oh cuánto el Rey, cuánto su pueblo caro
Ver á Ginebra ansian inocente!
Tocios quieren que el cielo muestre claro
Que la acusan de impura injustamente.
Polineso de crudo , vil y avaro,
Y soberbio, es tachado por la gente;
Así que á muchos les parece sea
Del solamente la perversa idea.
LXXXVIII.
Está el Duque turbado y temeroso ,
Le late el corazón sin esperanza,
Y al tercer toque arranca receloso :
A su encuentro Reinaldo raudo avanza ;
Y de acabar más pronto deseoso.
Tira á pasarle el pecho con la lanza;
Y no distinto del deseo el hecho,
Del asta la mitad le hunde en el pecho.
LXXXIX.
Y con el üjo tronco le echa á tierra
Lejos de su corcel más de seis codos,
Y desmontando súbito le aferra:
Le quita el yelmo, el rostro le ven todos,
Y conocen que ya no hará otra guerra.
El merced pide con sumisos modos,
Y á la corte y al Rey, con labio inerte,
Revela el crimen que le da la muerte.
CANTO QUINTO. 205
xc.
Y antes que acabe lo que fiel relata ,
Ya la voz con la vida le abandona.
El Rey, que el vacilante honor rescata
De su hija, y ve salva la persona,
Tiene aquella ventura por más grata
Que, si habiendo perdido la corona,
La volviere á ceñir su excelsa frente;
Y así á Reinaldo honora extensamente.
XCI.
Y cuando el yelmo aparta, y conocido
Hubo al que ya otras veces visto había,
Las manos alza á Dios, que le ha traído
Al que servicio tanto hacer podía.
En tanto aquel campeón desconocido ,
Que también á Ginebra defendía ,
Y á combatir por ella vino armado,
Todo lo estuvo viendo, allí apartado.
XCIL
Su nombre el Rey pidióle que dijera ,
Ó que al menos mostrara descubierto
El rostro, porque así pagar pudiera
El favor que le expuso á quedar muerto.
Y él, después que rogado mucho fuera
Quitóse el yelmo y descubrió lo cierto:
Mas oirlo podréis al nuevo canto ,
Si de la historia el fin os mueve á tanto.
ORLANDO FURIOSO.
ARGUMENTO DKL CANTO SEXTO.
Con el dote de Albania, da á Ariodante
El Rey, á su Ginebra ya salvada.
Rugiero, en esto, en el corcel volante
Llega de Alcina á la fatal morada.
En mirto convertido Astolfo amante ,
Las perfidias le cuenta de la Hada ;
Y al huir de la inicua, en su camino ,
Le pone en riesgo el escuadrón ferino.
ORLANDO FURIOSO
CANTO SEXTO.
I.
j Triste del que mal obra , y se confía
De que siempre el delito estará oculto.
Que aunque todos callasen, lo diría
La tierra , el aire , el fondo en que es sepulto !
Y hasta Dios, que al culpable á veces guía,
Aunquealgún tiempo elcrimen yazcainulto ,
A que él mismo descubra inadvertido, '
Por algún rastro, el mal que ha cometido.
II.
Creído había el crudo Polineso
Cortar su culpa con seguro atajo,
Librándose del cómplice exprofeso,
Único en su diabólico trabajo;
Y uniendo al anterior más grave exceso,
El mal , que pudo diferir, se atrajo ;
Y en vez de detenerse, cual debiera ,
Espoleó hacia la muerte la carrera.
TOMO 1. 14
2 IO ORLANDO FURIOSO.
III.
Y perdìo á un tiempo amigos, vida, estado,
Y hasta el honor, que es pérdida más grave.
Ya -arriba os referí que fué rogado
El campeón , que quién sea aún no se sabe.
Quitóse el yelmo, pues, y el rostro amado
Vieron , cuya altivez tanto se alabe :
El ínclito Ariodante era de cierto :
El que Escocia hasta allí tuvo por muerto :
ÍV.
El que costó á Lurcano acerbo llanto:
El que lloró Ginebra noche y día,
Y el Rey y el pueblo , que estimaban tanto
Al que invicto por ellos combatía;
Así que falso y fabuloso cuanto
Les contó el mensajero parecía;
Y era verdad, con todo; que le vido
Tirarse al mar desde el peñasco erguido.
V
Mas, cual suele ocurrir al que tirana
Pasión arrastra á desear la muerte
De lejos vista , que al estar cercana
Ya , que el trance es acerbo y duro advierte ;
Así aquél , al beber de la onda insana,
De morir se arrepiente, y como es fuerte ,
Y bravo y diestro, y nada á maravilla ,
Hendió las-aguas y alcanzó la orilla.
CANTO SEXTO. 2tl
Ylv
Y teniendo por loca , y desechando
Su anterior ansia de perder la vida ,
Lacio y de agua empapado, fué buscando
De un cercano eremita la guarida,
Para estar en secreto , allí esperando
A que fuera la muerte suya oída,
Y saber si á Ginebra la agradaba ,
Ó si tal vez piadosa la escuchaba.
VII.
Que, por el gran dolor (oyó primero)
En grave riesgo de morir estuvo,
Dando bien que decir al pueblo entero;
¡Contrario efecto al que esperado tuvo
Del cuadro aquel de desamor tan fierpl
Por el que cerca de la muerte anduvo;
Luego oyó que Lurcano acusa rea
A Ginebra y en armas ya campea.
VIII.
Y contra aquél enciéndese en más fuego
Que el que contra la dama le encendiese ,
Pues acto le juzgó bárbaro y ciego,
Aunque en obsequio suyo lo ejerciese.
Y que no se presenta, supo luego,
Quien de Ginebra por campeón saliese ;
Pues de su hermano la braveza es mucha ,
Y no osa nadie tan tremenda lucha.
312 ORLANDO FURIOSO.
IX.
Y quien le conocía le juzgaba
Por tan prudente y de tan grande acierto.
Que de no ser verdad lo que contaba,
No se expusiera al riesgo de ser muerto.
Por eso el mayor número juzgaba
Que era tomar la empresa grave entuerto:
Mas Ariodante, que á sus dudas vuelve ,
Al mismo hermano combatir resuelve.
X.
Y decía entre sí : « ¡Qué horrible idea ,
Si ella por causa mía á morir fuese!
¡Cuánto fuera mi muerte acerba y rea,
Si viviendo yo aún, morir la viese!
i Ay I i Yo quedara sin mi bien , mi Dea ,
Y mis ojos sin luz si la perdiese!
Si tengo ó no razón, mi voz no escucha :
Lidiemos, y muramos en la lucha.
XÌ.
))Sé que á un entuerto voy. jüh suerte impía,
Si ora me asustas, es porque la puerta
De su vida abrirá la sangre mía,
Y tal beldad al lin yacerá muerta I
Sólo un alivio mi morir tendría;
Que si aún á Polincso á amar acierta,
Claramente verá, verá sin duda,
Que la ve y no se mueve á darla ayuda.
cAi«To SEXTO. ai3
XII.
»Y yo, á quien tanto ¡ay, mísero! ha ofendido,
Verá que amante en su defensa muero.
De Lurcano también, que me ha traído
Tanto mal, á la vez vengarme quiero;
Que ha de gemir, cuando haya comprendido
El fin que obtuvo por su encono fiero :
Vengar habrá creído al caro hermano.
Y le habrá dado muerte por su mano.
XIII.
Así, <jue decidióse al acto crudo.
Que armas buscó y corcel, deciros debo.
Y vistió negra veste y negro escudo,
De gayo orlado y de color de acebo '.
Y tomó un escudero que hallar pudo,
Y era en aquella tierra extraño y nuevo;
E incógnito, cual antes he narrado,
Contra Lurcano presentóse armado.
XIV.
Y también os narré lo que ocurriera ,
Y cómo conocido fué Ariodante.
Y no el padre menor gozo tuviera
Que Ginebra, salvada en tal instante.
El Rey, que ya entre sí pensó no hubiera
Más insigne varón, más fino amante,
Pues la amparaba, aunque ofendido v todo ,
Contra su propio hermano de aquel modo.
214 Orlando furioso.
XV.
Ya por su inclinación, que harto le amaba,
Ya por los vivos ruegos de la corte,
Y de Reinaldo, que cual nadie instaba ,
De Ginebra por fin le hace consorte.
Muerto el vil Polineso, al que reinaba
El ducado de Albania iba en reporte;
Y en ocasión mejor vacar no puede ,
Y por dote á su hija se lo cede.
XVI.
Reinaldo por Dalinda impetró gracia,
Que fué de tanto mal nudo evidente;
Y ella, por vocación, y porque sacia
Está del mundo, á Dios vuelve la mente,
Y á entrar en un convento, fué hasta Dacia,
Abandonando á Escocia prestamente.
Mas tiempo es de volver al buen Rugiero ,
Que sulca el cielo en el corcel ligero.
XVII.
Aunque es Rugiero de ánimo arrogante,
Y ni el color del rostro ha demudado,
Persuadirme no puedo que anhelante
El corazón no le haya palpitado.
Ya de Pirene hallábase distante,
Y harto lejos el límite dejaba
Que al navegante, en sus marin;is lides,
Prescribió, vanamente, el fuerte Alcidcs.
CANTO SEXTO. 2íS
XXIII.
El Hipogrifo, aquel pájaro andante ,
Le lleva en alas, de tan gran firmeza,
Que dejaría atrás al fulminante
Veloz ministro de la suma alteza.
No hay por los aires, en la grey volante ,
Quien le iguale en la rápida presteza ;
Y la flecha, y el rayo, de la altura '
No al suelo bajan con mayor presura.
XIX.
Cuando el pájaro en vuelo nunca lacio,
Larga recta corrió , sin desviarse,
Con vastas ruedas, ya del aire sacio,
Sobre una isla comenzó á bajarse j • • "
Cual aquella á que fué, tras mucho espacfo ,
De engañar á su amante y fatigarse ,
Por senda, bajo el mar, ciega y profusa,
A ser fuente la virgen Aretusa \
XX.
No vio suelo más plácido y jocundo ^
En todo el trecho por do el cielo hiende :
Ni aunque corrido hubiese entero el mundo ,
Mejor le viera que el que allí se extiende.
En él, con ancho giro sin segundo,
Con Rugiere el gran pájaro desciende.
Suaves collados, fértiles llanuras,
Bosquecillps umbríos, aguas puras ,
2l6 ORLANDO FURIOSO.
XXI.
Verjeles que matizan mil colores ,
Y entre palmas y pinos colosales,
Naranjeros con frutos y con flores ,
Bellos, por artificios naturales,
Son reparo á los férvidos calores
En los ardientes días estivales ;
Y por las ramas , con seguros vuelos,
Alondra y ruiseñor cantan sus duelos.
XXII.
Y entre rosa y clavel del acirate ,
Que aura tibia y feraz siempre conserva,
Can y liebre corrían sin combate;
Y ciervos , con la frente alta y superba ,
Sin miedo á brazo que los coja ó mate ,
Paciendo yacen, ó rumiando yerba;
Y las cabras y corzos, que allí abundan ,
Por doquiera saltando, el campo inundan.
XXIII.
Y cuando el Hipogrifo toca á tierra,
Y ya menos el salto es peligroso,
Rugiero, fácil, al arzón se aferra,
Y en medio cae del esmalte herboso :
Mas con mano viril las riendas cierra ,
Que no quiere más vuelo prodigioso,
Y á un grande mirto, entre un laurel y un pino.
Cerca le ató del litoral marino.
CANTÒ SEXTO. 217
XXIV.
Y aquí, á la margen de sonora fuente .
Entre palmas, y cedros, y verduras.
Puso el pavés, y el yelmo de su frente
Quitóse, y desnudó las manos duras ;
Y ora al monte, ora al mar plácidamente
Volvióse á respirar las auras puras.
Que en suave murmurar, mueven la ropa
Del abeto y del roble en su alta copa.
XXV.
Y baña el seco labio en las serenas
Ondas, y con sus manos las desguaza,
Porque salga la arsura de las venas,
Que el peso le encendió de la coraza;
Que no es asombro que le cause penas ,
Pues no la usó para lucir en plaza.
Sino que, todo de armas revestido.
Mil leguas sin descanso ha recorrido.
XXVI.
En tanto el Hipogrifo, que ha quedado.
Entre hojarascas, á la fresca sombra,
Se agita, para huir , como espantado,
De un no sé qué que siente y que le asombra;
Y chascar hace al mirto á que está atado,
Y de sus hojas al reedor le escombra :
Mas si le hace crujir y deshojarse,
Él no logra con todo desligarse.
2l8 ORLANDO FURIOSO.
XXVII.
X Guai tronco que en raluras estimula
Al fuego destructor con que porfía ,
Cuando al voraz impulso, la medula
Se consume que dentro contenía,
Y rechinante con rumor pulula,
Hasta que al fin al aire se abre vía ,
Así chascando el mirto está mezquino ,
Y su voz de dolor busca camino.
XXVIII.
Y con eco brotó, triste y sombrío,
Expedita y clarísima locuela ,
Y dijo : «Si eres tú cortés y pío ,
Cual tu aspecto bellísimo revela ,
Aparta ese animal del tronco mío;
Baste mi propio mal , que me flagela,
Sin que otro con mi acerba pena juegue ,
Y á acrecer mi dolor de fuera llegue.»
XXIX.
Al primer son que escucha el caballero.
Vuelve la faz y guía allí la planta;
Y que el mirto es quien habla al ver Rugiero ,
Estupefacto queda , y se adelanta
El Hipogrifo á desatar ligero;
Y la faz roja, por sorpresa tanta,
«Perdona tú quien feas (le decía) ,
Humano ser, ó numen de esta umbría.
CANTO SEXTO. 21^
XXX.
»E1 nunca haber sabido que se esconda
Alma humana de un tronco en la aspereza,
Por mi culpa azotó tu rica fronda,
Y ofendió de tu mirto la belleza.
Mas tu acento á mi súplica responda :
¿Quién eres? ¿Quién, en rústica corteza,
Vivir con vida racional te hizo ?
¡Así el cielo te guarde de granizo !
XXXI.
»Y si ora , ú otra vez tu desperfecto
Con algún otro bien puedo pagarte,
Por la mujer á quien doné mi afecto,
Y que tiene de mí la mejor parte,
Te juro con palabra y con efecto,
Que á olvidar este daiío he de obligarte. «
Dijo Rugier, y al árbol se aproxima ;
Y tembló el mirto desde el pie á la cima.
XXXII.
Y parece que sude y se retuerza ,
Cual tronco del jaral recién cortado,
Que el fuerte ardor en resistir se esfuerza
Del fuego que creciendo va inflamado.
Y comenzó : « Tu voz cortés me fuerza
A que por mí te sea revelado
A un tiempo quién yo fui , quién á este tronco
Me ató con nudo tan estrecho y bronco.
2X0 ORLANDO FURIO^.
XXXIII.
"Astolfo fué mi nombre, y paladino
Era de Francia, asaz temido en guerra;
De Reinaldo y de Orlando soy sobrino.
Cuya fama inmortal llena la tierra ,
Y el cetro me esperaba peregrino.
Tras de mi padre Otón , de la Inglaterra .
Tan galán fui, que cien bellas me amaron
Y ora aquí mis delirios acabaron.
XXXIV.
«Volviendo de las ínsulas Ardientes,
Por Levante , á do el mar índico lleva,
F.n donde con Reinaldo y diez valientes
Caímos en prisión y oscura cueva,
' De la cual nos sacaron las potentes
Fuerzas de Orlando, con heroica prueba i ,
Por las costas venía en que soplaba
Del duro Setentrión la furia brava.
XXXV.
'>Y el rumbo, ó el destino maldecido.
Nos llevó á dar, á la hora matutina,
A playa en que el castillo se alza erguido
Sobre la mar, de la potente Alcina ;
Y la hallamos que había de 61 salido,
Y sola estaba al pie de la marina,
Y sin caña, ni redes, acercaba
A la orilla los peces que llamaba.
CANTO SKXTO.
XXXVI.
«Iban allí de lejos los salmones :
De las cercanas rocas los crustáceos ,
Con sus abiertas fauces tiburones,
Plateado volador, meros violáceos ,
Raudos delfines, carpas y dentones;
Y nadando en escuadras los cetáceos,
Focas, y pezespadas, y ballenas
De horribles barbas y de grasa llenas.
XXXVII.
» Y una , cual nunca vio la onda salada ,
Vino á la playa en rápida embestida ;
Once pasos y á un más mide, acostada,
Fuera del mar la espalda desmedida.
Nuestra sangre á su vista quedó helada ;
Y como inmóvil yace allí tendida,
(^ue es aquello una ínsula creemos ,
¡Tan distantes están sus dos extremos!
XXXVIII.
i)A los peces Alcina salir hace
Con palabras de hechizo en breve instante ;
Alcina, que de ün parto mismo nace
Con Morgana, después de ella ó delante.
Miróme atenta, y pienso que le place
Mi figura, á juzgar por su semblante;
Y quiso, con ingenio y con engaños ,
Privarme, y lo logró, de mis compaúos.
292 ORLANDO FURIOSO.
XXXIX.
»Vino á nos y, mostrando sus jardines,
Y con graciosos modos reverentes ,
Nos dijo : — «Cuando os plazca, paladines,
»Mis huéspedes seréis muy preferentes :
«En mi estanque veréis y en mis confines
«Pescados de mil clases diferentes;
«Cual, de piel lisa, con escama ó pelo,
a Pues los hay más que estrellas en el cielo.» —
XL.
»Y queriendo ir á ver una sirena
Que á la mar con sus cantos adormece,
De allí pasamos á la opuesta arena,
Donde á esas frescas horas aparece.
Volvió luego á mostrarnos la ballena ,
Que , como os dije , una ínsula parece ;
Y yo, que mi locura siempre asomo
(Y bien me pesa), me subí en su lomo.
XLI.
«Reinaldo me hizo señas, é igualmente
Dudón , de que no fuese , y no hice caso ;
Y la Hada, con faz dulce y riente.
Dejando á los demás, sigue mi paso:
La ballena, á su oficio dcligcnte.
Se echa á la mar , nadando con fracaso.
Pronto me arrepentí de mi osadía :
Mas lejos de la orilla ya me vía.
CANTO SEXTO. 22 3
XLII.
» Reinaldo al agua se arrojó atrevido
Para ampararme , y casi sumergióse ,
Pues levantóse un noto embravecido,
Y cielo y mar en sombras envolvióse;
Lo que fué luego del ya no he sabido.
Alcina á confortarme dedicóse;
Y aquél día y su noche, sin remedio,
Sobre el monstruo pasé, del mar en medio.
XLIII.
» Llegué después á esta ínsula tan bella,
De que Alcina gran parte se ha tomado,
Pues á una hermana la usurpó doncella,
A quien todo su padre le ha dejado ,
Por no tener legítima más que ella ;
Que (por ciertas noticias que he alcanzado
De quien estaba bien seguro de esto)
Las otras dos nacieron de un incesto.
XLIV.
»Y cuanto son de inicuas y malvadas
Y llenas de los vicios más brutales ,
Así aquella virtudes muy preciadas
Cultiva por instintos naturales.
En su daño las otras conjuradas
Más de una vez con ímpetus marciales
Lanzarla de la isla han intentado,
Y más de cien castillos la han tomado.
224 ORLANDO FURIOSO.
XLV.
«Y ni un palmo tendría ya de tierra
Longistila (que tal es nominada),
Sino que un golfo el paso de aquí cierra,
Y de allí una montaña inhabitada,
Como tienen á Escocia , de Inglaterra
Una ría y un monte separada.
Mas Alcina y Morgana no perdonan ,
Y hurtar lo que le queda aún ambicionan.
XLVI.
«Que esta torpe pareja aborrecía
A aquella , porque es púdica y es santa.
Mas seguiré lo que antes te decía ,
De cómo vine á convertirme en planta.
Alcina entre deleites me tenía ,
Y muestra de su amor me daba tanta.
Que yo, al mirarla tan cortés y hermosa ,
También ardía en ímpetu amorosa.
XLVII.
»En sus túrgidos miembros me gozaba,
Y hallar me parecía allí reunido
Cuanto de suave y bello se encontraba
En las demás criaturas esparcido :
Y de Francia y del mutiblo me olvidaba,
Siempre en mirar sü rostro embebecido;
Y mi único pensar estaba en eso,
Y sólo allí mi gloria y mi embeleso.
CANTO SEXTO. J25
XLVIII.
«Era de ella otro tanto ó más amado;
Que Alcina de los otros no se cuida,
Y había todo amante abandonado ,
Pues de no pocos antes fué querida.
Día y noche teníame á su lado :
Era su consejero de por vida :
En todo á mi querer se acomodaba :
A nadie oía , ni con nadie hablaba.
XLIX.
«Mas ¿por qué voy mis llagas ¡ay! tocando ,
Si no hay ya para ellas medicina ?
¿Porqué el perdido bien voy recordando,
Ora que sufro estrecha disciplina ?
Cuando juzgaba ser dichoso, y cuando
Creía más amor deber á Alcina ,
El que dado me había disipóse,
Y á otro más nuevo fácil entregóse.
L.
»Tarde aprendí su loco desvarío ,
Que amar y desamar sabe muy presto.
Dos meses nada más duraba el mío ,
Cuando ya otro galán tomó mi puesto :
De sí me arroja con desdén impío.
Sin alegar disculpa ni pretexto:
Que tuvo cien amantes después supe,
Que adora un tiempo y luego los escupe.
TOMO 1. i5
226 ORLANDO FURIOSO.
LI.
»Y á fin de que no vayan por el mundo
De ella á contar la condición lasciva,
Aquí y allí, por suelo tan fecundo,
A uno en sauce, á otro en pálmale cautiva;
Ó en mirto como á mí , que en lo profundo
De este tronco me ves junto á esta riva ;
Y aun mudó á alguno en fiera, y hasta en fuente
De esta maga el capricho omnipotente.
LII.
«Ora quién eres dime, y con qué idea
Vienes, señor, á tierras tan fatales,
Para que otro infeliz por ti se vea
Vuelto en árbol , en fuente ó cosas tales.
Aquí tendrás cuanto el mortal desea,
Y la envidia serás de los mortales;
Mas sabe que has de verte prontamente
En árbol convertido, en fiera ó fuente.
Lili.
»Y si te doy este oficioso aviso.
No es que crea que puede aprovecharte :
Es porque no te coja de improviso,
Y porque sepas de sus mañas parte;
Que así cual muda el rostro como quiso ,
Así divinos son su modo y arte ;
Y aun quizá puedas reparar el daño,
Que otros mil no pudieron, de su engaño. >
CANTO SEXTO. 11']
LIV.
Rugiero, que sabía por la fama
Que Astolfo de su dama deudo era,
Asaz dolióse de que en tronco y rama
Tan tristemente convertido fuera ;
Y por amor de la que tanto ama
(Si pudiera saber de qué manera),
Hubiérale servido : mas consuelo
Darle, y no más , podía en tanto duelo.
LV.
Y le conforta y su impotencia esconde;
Y le pregunta si hay , aunque penosa ,
Vía hacia Longistila, mas por donde
La de Alcina se evite peligrosa.
El mirto , que otra había , le responde,
Aunque sombría , agreste y pedregosa ;
Por do, á la diestra mano revolviendo.
Yace tras de un collado el monte horrendo
LVÍ.
Mas que seguir no piense fácilmente
Por el dicho camino mal seguro ,
Porque gran copia encontrará de gente
Fuerte y feroz, que le pondrá en apuro;
Pues contra quien dejar su reino intente ,
Allí la tiene Alcina en foso y muro.
Dio las gracias al mirto, y ya Rugiero,
De todo sabedor , partió ligero.
328 ORLANDO FURIOSO.
LVII.
Y á soltar corre su caballo alado,
Para que de la rienda le siguiera,
Y no rompiendo el aire mal su grado ,
Sin que su rumbo dirigir pudiera.
Pensaba en su interior, cómo al estado
De Longistila á salvamento fuera;
Y va dispuesto y firme á cualquier suerte
Que de Alcina y su imperio le liberte.
LVIII.
Aun de cruzarlo á vuelo no desiste
En su Hipogrifo por mejor recurso :
¿Mas como si al bocado se resiste ,
Y le desvía por opuesto curso?
« ¡Y qué! ¿mi fuerte brazo no me asiste?»
(Dice entre sí); mas vano es su discurso.
Cuando dejó á dos millas la marina,
La ciudad bella descubrió de Alcina.
LIX.
Desde lejos se ve muralla rara
Que una grande extensión circunda y cierra,
Y parece que al cielo alta se encara,
De oro desde su cima hasta la tierra.
De mi opinión alguno se separa,
Y dice que es de alquimia: acaso yerra;
Ó acaso más que yo de aquello entiende.
Oro á mí me parece, pues esplende.
CANTO SEXTO. a»^
LX.
Al ver no lejos la almenada altura
(Otra no así se vio de oro cubierta ) ,
Rugierdejó la vía en derechura
Amplia y llana , que guía hasta la puerta ;
Y á su derecha , á aquella más segura
Que lleva al monte, á dirigirse acierta ;
Mas pronto el escuadrón halló ferino
Que á detenerle sale en su camino.
LXI.
Nunca enjambre se vio de aquella norma ;
Ni el que hace guardia de Satán al trono.
Del cuello abajo de hombres tienen forma ,
Unos con faz de gato , otros de mono :
Estos de pie caprino estampan horma :
Centauros esos, braman con encono :
Hay jóvenes lascivos, viejos sueltos,
Ó desnudos, ó en raro pelo envueltos.
LXII.
Quién , sin freno , en veloz caballo escapa ,
Quiénes van en jumentas perezosas :
Uno de un gran lagarto el lomo atrapa;
Esos montan en gimios y en raposas :
Éste un cuerno, botella aquél destapa:
Quién es macho, quién hembra, ó ambas cosas:
Quién vibra un asador, de un perro encima :
Quién suena un almirez, quién sorda lima.
2 3o
ORLANDO FURIOSO.
LXIII.
Destos el capitán que los mandaba
Tenía hinchado el vientre, el rostro craso,
Y un enorme galápago montaba ,
Que con lento arrastrar movía el paso.
De cada lado un conductor llevaba,
Porque va ebrio y de la vista escaso :
Le hace éste viento, y pica á la tortuga :
Aquél su frente y triple barba enjuga.
LXIV.
Uno de forma humana en pies yen vientre
Con cuello de mastín, oreja y testa,
Ladra contra Rugiero, porque entre
En la ciudad, de que á escapar se apresta ;
Y él dice: «No lo haré, mientras encuentre
Fuerza en mis brazos, y en mis manos esta.»
Y de la espada la aguzada punta
Junto á los belfos hórridos le apunta.
LXV.
El le amenaza herir con su gran lanza:
Mas Rugiero lugarni tiempo dale,
Y una estocada tírale á la panza,
Que por detrás el fierro un palmo sale;
Y embrazando su escudo, firme avanza,
Y dando á tutiplén, por todos vale:
Y uno aquí ensarta, al otro allí le afcrra ,
Y hace á la muchedumbre áspera guerra.
CANTO SEXTO. l3l
LXVI.
Unos echan los dientes : otros echan
Las entrañas, de aquella inicua raza;
Que no contra el doncel les aprovechan
Escudo, ni gorgnera, ni coraza.
Pero de todos lados tal le estrechan ,
Que poco fuera, para abrirse plaza
Y apartar de sí en torno al pueblo reo ,
Con más brazos contar que Briareo.
LXVII.
Si descubrir hubiérale ocurrido
El escudo que fué del Nigromante,
El que ciega la vista y el sentido ,
Que dejado al arzón había Atlante,
Pronto hubiera al enjambre aquel vencido.
Y le viera caer en breve instante.
Pero su aliento despreció ese modo
Queriendo á su valor deberlo todo.
LXVIII.
Antes quiere morir que el duro ultraje
De verse prisionero de tal gente.
Mas ve aquí que del muro al campo baje
De jóvenes pareja diligente ,
Que en la soltura, el ademán y el traje,
Muestran que nohan nacido humildemente,
Nutridas por pastor, con privaciones,
Mascón regalo, en fúlgidas mansiones.
a32 ORLANDO FURIOSO.
LXIX
Montaba cada cuál bello unicorno,
Más blanco que la nieve de Apenino :
Bellas eran las dos, y era su adorno
Y su vestir tan rico y peregrino,
Que un mortal, para verlas en contorno,
Tener necesitaba ojo divino,
Si hubiera de juzgar tanto detalle
Y armonía, de gracia, y suelto talle.
LXX.
Una y otra avanzaron do oprimido
Rugiero está del escuadrón villano,
Que se apartó al instante que las vido.
Ellas al Caballero dan la mano.
Que de color de púrpura teñido,
Las rinde gracias por el acto humano;
Y porque á darlas gusto en eso acierta,
Seguirlas quiso bastala rica puerta.
LXXI.
La cúpula que extensa encima gira ,
Como unos siete pies sale adelante .
Cubierta con rcliev'es se la mira
De las piedras más ricas de Levante;
Y la sostienen , con labor que admira ,
Cuatro columnas de íntegro diamante:
Nada á la externa vista tan jocundo ,
Falso ó no, puede hallarse en todo el mundo.
CANTO SEXTO. 233
LXXII.
Adentro y fuera de la puerta de oro,
Van jóvenes triscando licenciosas, *
Que si el respeto al mujeril decoro
Guardasen más, serían más hermosas.
Viste de color verde todo el coro,
Y coronan las frentes frescas rosas ;
Y dos , con blando ruego en dulce riso ,
Convidan á Rugiero al Paraíso.
LXXIII.
Que así puede llamarse el suave foco
Donde acaso el amor tuvo su cuna.
Allí corre la vida en juego loco
De fiesta y danza, en perennal fortuna:
Allí grave pensar, mucho ni poco
Puede dentro albergar alma ninguna :
Allí no entra pesar, ni triste idea :
Lleno está siempre el cuerno de Amaltea.
LXXIV.
Allí, do con tranquila y leda frente
Ríe perene Abril fresco y tranquilo,
Ellos y ellas están : cuál de una fuente
Duerme al caer del transparente hilo:
Cuál , de un monte á la falda , alegremente
Ó danza ó canta en deleitoso estilo:
Quién , retirado con gentil doncella,
Su amor le dice y dulce se querella.
i34 ORLANDO FURIOSO.
LXXV.
Entre rosa y jazmín ponen sus lechos ,
O vuelan por los árboles frondosos ,
Cupidillos que trazan sus acechos.
Unos de sus victorias van gozosos,
Se aprestan otros á flechar los pechos ,
Ó preparan sus redes cautelosas.
Quién á un arroyo el dardo está templando;
Quién le va en piedra móvil aguzando.
LXXVI.
A Rugiero un corcel le han prevenido,
Gallardo, fuerte, de cerviz de toro ,
Con paramento bello, guarnecido
De ricas piedras sobre esmalte de oro ,
Y confiaron en guarda el conocido
Caballo volador del viejo Moro
A un joven, que detrás le lleva luego
Del buen Rugiero , con mayor sosiego.
LXXVII.
Aquellas dos doncellas, que amistosas
De la turba al campeón han defendido :
De la turba de castas horrorosas
Que, guarda del camino, le han salido ,
Le dijeron : «Señor, vuestras famosas
Hazañas, que aquí habemos conocido,
Nos mueven á pedir el favor vuestro
(Sufrid la audacia) en benefìcio nuestro.
CANTO SEXTO. 233
LXXVIII.
»De aquí cerca se encuentra una riada
Que en dos partes divide la llanura,
La bárbara Erilila (así es llamada)
Defiende el puente, y roba, engaña, apura
Al que dirige allende su jornada :
Es gigantesca en forma y estatura :
Tiene anchos dientes, muerdo venenoso,
Largas uñas, y gruñe como un oso.
LXXIX.
«Además de estorbarnos el camino ,
Que expedito y capaz fuera sin ella ,
Discurre por doquier, y al campesino
Ora roba esta prenda y ora aquella ;
Y sabed que de aquel pueblo asesino ,
Que vuestro brazo rinde y atrepella ,
Muchos sus hijos, todos sus secuaces ,
Son, y cual ella pérfidos, rapaces.»
LXXX.
Rugiero respondió: «No una batalla
Por vosotras daría , sino ciento.
De cuanto valgan mi persona y talla
Disponed, como cumpla á vuestro intento ;
Que el Orden por que visto cota y malla
No es para conseguir tierras ni argento,
Mas para empresas dignas unas de otras ;
Y más en pro de damas cual vosotras.»
236 ORLANDO FURIOSO.
LXXXI.
Danle gracias sin fin por el respiro
Que con esto su gente tomaría,
Y marchan con Rugiere, hasta que á tiro
Del puente están que corta alh' la ría.
Ornado de esmeralda y de zafiro
El áureo arnés, se muestra allí la impía ;
Mas para el otro canto dejar quiero
El lance que con ella hubo Rugiero.
I
ORLANDO FURIOSO
ARGUMENTO DEL CANTO SÉTIMO.
Rugiero á la giganta abate y tiende ,
Y le llevan las dos damas á Alcina,
Que con dulces halagos tal le enciende.
Que es ya el único amor que le domina.
Mas Melisa, que al joven siempre atiende,
Le lleva á su dolencia medicina;
Y el anillo, que siempre bien responde.
Descubre la hediondez que Alcina esconde.
ORLANDO FURIOSO
CANTO SÉTIMO.
I.
Quien lejos de su patria ciencia adquiere,
Y ve cosas que él tuvo antes por vanas,
Si al volver á su pueblo las refiere ,
Las tratan de mentiras soberanas ;
Que el vulgo, necio asaz, dar fe no quiere
A cosas que no ve claras y llanas.
Por eso sé que dar poca creencia
A mi canto podrá la inexperiencia.
11-
Mas tenga mucha ó poca, yo no cuento
Con el voto del necio vulgo ignaro :
Sé que creeréis vosotros el portento ,
Los que el juicio tenéis discreto y claro :
Sólo á vosotros ofrecer intento
De mi estudio y fatiga el fruto caro.
Os dejé cuando, al pie de la ribera,
Se presentó la gigantesca fiera.
240 ORLANDO FURIOSO.
III.
Del más fino metal estaba armada
Que engarza joyas de color distinto,
Verde esmeralda, perla nacarada ,
Encarnado rubí, rubio jacinto.
Iba, mas no á caballo ágil montada.
Sino en un lobo de sangriento instinto :
Un lobo en que veloz cruza la ría
Sobre arzón de cuajada pedrería.
IV.
Mayor no creo que la Apulia cría ,
Pues más que un craso buey mide y levanta;
No el freno de su labio espuma envía ,
Ni sé cómo gobierna fiera tanta :
Gran sobreveste, de color sombría,
Lleva sobre las armas la giganta ,
Que, fuera del color , es de aquel porte
Que los Obispos usan en la corte.
V.
En el escudo y la cimera ostenta
Hinchada y venenosa una serpiente.
Así á Rugiero armada se presenta ,
Llamándole á la lid de acá del puente;
Que, como suele hacer, cortarle intenta
El paso y abatirle prontamente :
Y le grita que atrás se vuelva presto,
Y Rugiero la lanza enristra en esto.
CANTO sériMO. 341
VI.
No menos pronta la giganta fiera
Se afirma en el arzón, y va atrevida,
Enristrando en mitad de la carrera :
El suelo hace temblar á su embestida ;
Mas al terrible encuentro salta fuera ,
Que es por Rugiero bajo el yelmo herida;
Y con tal fuerza el bote le asegura ,
Que á seis brazas la arroja en la llanura.
VII.
Y el acero sacando enardecido,
Iba á cortarla la cerviz superba ;
Que bien lo puede hacer, pues sin sentido
Yerta Erifila está sobre la hierba;
Mas las damas : «Te basta haber vencido
(Le gritan), sin venganza tan acerba:
Depon, joven cortés, la fuerte espada,
Y pasemos el puente si te agrada.»
VIII.
Pasaron , y de un bosque en la espesura
Entraron por molesta áspera vía;
Que aunque estrecha y fatal, en derechura
Hasta la falda del collado guía;
Mas así que subieron á su altura,
Salieron á espaciosa pradería ,
Do vieron el palacio más jocundo
Que en el globo jamás se vio del mundo.
TOMO i. 16
242 ORLANDO FURIOSO.
IX.
Le sale á recibir la bella Alci na
De las puertas primeras á la entrada,
Y en señoril talante se avecina,
De bellísima corte rodeada.
Ella al valiente paladín se inclina;
Y es de todas su prez tan festejada,
Que no lo fuera más si allí viniese
Un Dios que de los cielos descendiese.
X.
No tanto aquel palacio era excelente
Porque en rico esplendor nada le hermana ,
Cuanto porque contiene amable gente,
De cultura y de gracia soberana.
Apenas una de otra es diferente
En la hermosura ni en la edad temprana.
Solo Alcina entre todas es más bella ,
Como es más bello el sol que toda estrella.
XI.
Es su persona tal, tan bien formada,
Que la envidiaran diestros escultores :
Su rubia cabellera, bien trenzada,
Sobrepuja deloro á los fulgores;
Y adornan su mejilla delicada
De rosa y azucena los colores;
Si bien sólo el jazmín luce en su frente.
Elevada y extensa juntamente.
CANTO SÉTIMO. ^ 043
XII.
Bajo dos lindos arcos, centinela
*-Hacen dos ojos, como soles claros,
Ojos cuya mirada nos revela
La pena dulce, los deleites caros ,
Y en torno de los cuales amor vuela,
Juguetea y acecha sus disparos.
Luego perfecta la nariz desciende.
Do la eavidia no ve cosa que enmiende.
XIII.
Está después, como entre dos colinas.
La boca fresca en su carmín natío ,
Con sus hileras dos de perlas finas ,
Que un labio cierra y abre, dulce ó pío ;
De do brotan las pláticas divinas ,
Que suavizan el pecho más bravio,
Y do la risa plácida se forma,
Que es en la tierra de los cielos norma.
XIV.
Su cuello es de marfil, de leche pura
El blanco y ancho pecho, de manera ,
Que dos pomas en él, de nieve dura ,
Van y vienen cual onda á la ribera.
Argos con sus cien ojos la figura
Ver de las otras partes mal pudiera ;
Mas se puede juzgar que corresponde
A lo que fuera está, lo que se esconde.
244 ORLANDO FURIOSO.
XV.
Muestran los brazos esbeltez robusta:
¿Y qué cincel á remedar se atreve
La mano que medida alcanza justa,
En que vena no abulta lo más leve?
¿Y cuál el cabo déla talla augusta,
El pie precioso, colmadito y breve?
¡Ahí No es dable que oculte humano velo
La angélica beldad que es don del cielo.
XVL
Tal lazo entre sus gracias hay tendido ,
Ya ría, hable, ó de su amor dé seña.
Que no es mucho que el joven haya sido
Cautivo en él, no siendo dura peña.
Lo que ya el mirto de ella ha referido.
De que es pérfida , inicua , él lo desdeña;
Que no cabe se esconda la impostura
Tras de una risa tan donosa y pura.
XVIL
Antes sospecha que el tratar sería
A Astolfo así, señal de desconfianza,
ó castigo tal vez de alevosía,
Y que esto y más merezca su mudanza;
Y cuanto el triste mirto refería,
A falsedad lo achaca ó á venganza;
Y que la rabia, en fin , á aquel doliente
Blasfemar le hace, y que del todo miente.
CANTO SÉTIMO. 24?
XVIII.
De la honesta beldad que tanto amaba.
Ya por la nueva el corazón se olvida;
Que Alcina con hechizos se lo lava
De toda sangre de la antigua herida;
Y con buril de fuego su amor graba,
Y su imagen en él queda esculpida.
Mas, pues, le hace inconstante magia aleve,
AI buen Rugiero perdonar se debe.
XIX.
De la mesa aumentaban la alegría
Arpa, y cetra, y laúd, entre canciones,
Haciendo con suavísima armonía
El aire titilar los dulces sones:
Ni falta quien decir al canto hacía
Los deleites de amor y sus pasiones,
Ni quien con trazas bellas animase
Poéticas ficciones que inventase.
XX.
No banquete triunfal esplendoroso,
De quien que fuere sucesor de Nino;
No aquel mismo magnífico y famoso
Que dio Clopatra al vencedor latino ',
Podrían compararse al que suntuoso
Ofrecía la Hada al paladino:
Ni creo que mejor se apreste dove
Sirve el rubio garzón al sumo Jove.
246 ORLANDO FURIOSO.
XXI.
Tras el banquete á un juego les invita ,
En que puesta al redor toda la gente,
Cada uno á una bella solicita
Al oído, un favor, secretamente,
Lo cual á los amantes facilita
El descubrir su amor resueltamente.
De lo tratado aquí fueron los puntos
Pasar aquella dulce noche juntos.
XXII.
Acabóse aquél juego en breve instante :
Más breve que del uso se presuma ';
Y entran pajes después con luz brillante
En candeieros de riqueza suma,
Y de Rugiere así marchan delante.
Que va al descanso de la blanda pluma,
Que en cámara preciosa le convida,
Por la mejor de todas escogida.
XXIII.
Y luego que de dulces y de vinos
Nueva ofrenda le rinden , é inclinados
Le saludan, y vanse á sus destinos
Los demás reverentes convidados,
Toma Rugier los aromosos linos
Que parecen de Aracne preparados,
Puesto en vela el oído diligente
Por si los pasos de su amada siente.
CANTO SÉTIMO. 147
XXIV.
¡Guarde Ja noche las delicias estas!
Apenas dejan la amorosa estanza :
Al día veces tres mudan las vestas
De bello corte, á diferente usanza :
Siempre están en convite , siempre en fiestas ,
En el juego, en la escena , en baño , en danza,
Ó al margen de un arroyo , entre las flores ,
Leen de amor en áticos autores.
XXV.
Ora en umbrosos valles ó colinas,
Cazando van rumiantes temerosos.
Ora, al faisán, con perros, sus nebrinas
Hacen dejar con vuelos rumorosos:
Ora, con liga, á tordo y golondrinas
Prenden sobre cantuesos olorosos :
Ora con corvo anzuelo, y red á veces,
Coleando sacan los pintados peces.
XXVI.
Así goza Rugiere en grata fiesta ,
Mientras combaten Carlos y Agramante :
Mas su historia dejar quiero, y aun esta ,
Por volver á la hermosa Bradamante ,
A quien la espina del dolor molesta
Con la memoria del perdido amante;
Y sin tino corriendo varios días,
Va en busca suya, por diversas vías.
348 ORLANDO FURIOSO.
XXVIÍ.
Antes que de los otros, de esta digo
Que con celoso afán le busca en vano
Por selvas, sin descanso, sin abrigo,
Por cabana y ciudad, y selva y llano.
Sin noticia tener del caro amigo,
Que por tan largo espacio está lejano.
Hasta del Mauro campo en torno anduvo:
Mas del oro y espías nada obtuvo.
XXVIII.
Y penetra por fin al campamento ,
Y razón no le dan de sus acciones,
Aunque averigua en tiendas más de ciento
Y en tinglados inquiere y pabellones;
Y como hallar no puede impedimento.
Pasa entre caballeros y peones;
Que el anillo en seguro la coloca.
Cuando quiere ponérselo en la boca.
XXIX.
Ni alcanza á imaginar que muerto sea ,
Pues de guerrero tal la última ruina ,
Desde la cuna de la luz febea,
Sonara hasta do el sol rojo declina:
¿Ni qué vía ocurrir puede á su idea.
Por donde hallarle deba la mezquina?
Le va buscando, y son sus compañeros
El llanto y los gemidos lastimeros.
CANTO SÉTIMO. 249
XXX.
Al fin pensó, doliente más que nunca ,
Irá la tumba do Merlin se anida,
Y gritar tanto en torno á la espelunca ,
Que ablandara la piedra endurecida;
Que si Rugiero vive, ó si le trunca
Alto querer de Dios la dulce vida ,
Se sabrá allí; y en la inspirada sede
El consejo mejor tomarse puede.
XXXI.
Siguió el camino con aquel intento.
Hacia la selva que á Pontier se arrima ,
Donde la tumba de Merlin asiento
Tiene en el fondo de la alpestre sima. *
Mas la maga, á quien siempre el pensamiento
De todo bien por Bradamante anima :
De aquella, digo, que con arte y traza
La instruyó de la gloria de su raza :
XXXII.
Esa benigna y sabia encantatrice,
Quede la hermosa el porvenir acecha ,
Pues no ignora ha de ser la genitrice
Que de héroes tantos dé la gran cosecha.
Por saber cada luz lo que hace y dice ,
Consulta estrellas y las suertes echa;
Y de Rugiero así, libre ó perdido,
O amante en India, todo lo ha sabido.
25o ORLANDO FURIOSO.
XXXIII.
Vistole había en el corcel volante,
Que veloz le llevó desenfrenado
A apartarse de Europa tan distante ,
Por camino det hombre nunca usado ;
Y bien sabía que en gozar constante
Los días pasa , torpe enamorado ,
Sin que de su Señor guarde memoria ,
Ni de su dama ya, ni de su gloria.
XXXIV.
Y así ve que el vigor de su edad leda
Tendrá en inercia mísera consunto ,
Y así mancebo tan gallardo pueda
Perder el cuerpo y ánima en un punto ;
Y aquel olor que de nosotros queda ,
Cuando el barro mortal yace difunto ,
Que, aun en la tumba, vida le conserva ,
Va la planta á trocar en seca hierba.
XXXV.
Pero aquella que del mejor procura
Que él de sí mismo, de delirios lleno.
Por vía intenta libertarle dura ,
Y déla alma virtud volverle al seno;
Como excelente médico que cura
Con acero, y con fuego, y con veneno ,
Que si bien mucho en el principio duele ,
Después con gozo agradecerse suele.
CANTO SÉTIMO. 25 1
XXXVI.
Esta Maga en amar no es imprudente ,
Ni con ciega mortal pasión se inflama ,
Como el Mago, que aspira solamente
De su alumno á guardar la vital trama ,
Y prefiere que viva largamente
Sin honor, sin virtudes y sin fama,
A que, por cuanta gloria haya en el mundo,
De su vida perder pueda un segundo.
XXXVII.
Él á la isla le mandó encantada
Para alejarle en ella de la muerte;
Y como tiene ciencia consumada
En hechizos urdir de toda suerte ,
Ligado había el corazón del Hada
Con nudo estrecho de un amor tan fuerte,
Que el tiempo desatarle no pudiera ,
Aunque más años que Néstor viviera.
XXXVIII.
Volvamos ora á la que sólo halaga
El puro bien; y os digo que previene
La recta vía , por do , triste y vaga ,
De Amón la hija en busca suya viene;
Y cuando Bradamante ve á la Maga,
Al dolor la esperanza sobreviene ;
Y esa el caso la pinta verdadero
De cómo con Alcina está Rugiero.
252 ORLANDO FURIOSO.
XXXIX.
AI oirlo, la joven queda absorta ,
Viendo tan lejos á su caro amante,
Y que del daño la ocasión no es corta,
Si no lleva el remedio en breve instante
Mas la piadosa amiga la conforta ,
Y á do punza el dolor pone el calmante ;
Y la afirma, y la jura que muy breve,
Le sacará á Rugiere de la aleve.
XL.
Y la dice: «Pues llevas ya contigo
El anillo que anula todo encanto ,
Si al sitio voy, llevándole conmigo ,
Donde Alcina á Rugiero da quebranto ,
Verás, si su prisión romper consigo ,
Y te vuelvo á traer al que amas tanto.
Partiré de esta noche á primer hora,
Y veré el Indo al despuntar la aurora.»
XLI.
Y siguiendo, le explica el plan sencillo
Con que todo muy pronto va á obtenerlo.
Sacar logrando del fatal castillo
A su amante, y á Francia devolverlo.
La dama al punto séquito el anillo,
Y no sólo gustosa va á ofrecerlo :
Mas hasta el corazón , la vida diera ,
Si á su Rugiero de algo le sirviera.
CANTO SÉTIMO. 233
XLII.
Dale el anillo, y á ella se confía, .
Y aun le encomienda más á su dilecto,
A quien finezas de su amor le envía ,
Y á Provenza después va en curso recto.
La Maga desde allí toma otra vía,
Y para dar á su designio efecto ,
Venir un palafrén hace á su antojo.
Que tenía un pie negro y otro rojo.
XLIII.
Pienso que en esa forma se lo apronta
El abismo y que un genio menor fuera.
Desceñida y descalza en él se monta ,
Dando al aire la irsuta cabellera:
Mas del dedo el anillo quita pronta,
Porque no sus encantos deshiciera;
Y después tanto anduvo, que de Alcina
Llegó á la tierra á la hora matutina.
XLIV.
Allí con arte suma trasmutóse:
Aumentó más de un palmo su estatura,
Y á proporción los miembros abultóse ,
De la talla quedando y la grosura
Conque al astuto anciano asemejóse
Que de Rugiere infante tuvo cura;
Y su barba tomó blanca y copiosa,
Y la frente y la faz como él rugosa.
254 ORLANDO FURIOSO.
XLV.
En el aìre, en la voz, en el semblante
Imitóle tan bien, que totalmente
Podía parecer el mago Atlante ;
Y se ocultó después tan diestramente ,
Que á Rugiere apartado de su amante
Ver logró una mañana finalmente;
Y fué gran suerte; que de noche ó día
En hablarla ó en verla se extasía.
XLVI.
Le halló que solitario disfrutaba
Del dulce amanecer fresco y ameno,
A la margen de un río que bajaba
A dar á un lago límpido y sereno.
El ocio y la lascivia revelaba
El traje que flotaba desde el seno.
Por Alcina tejido con gran arte,
Y de oro y sirgo recamado en parte.
XLVII.
Ricas joyas , usanzas mujeriles ,
Acrecen de un collar los claros brillos;
Y de sus brazos, antes tan viriles,
La piel enervan lúcidos cerquillos:
Ambas orejas abren muy sutiles.
Hilo de oro y dan juego á unos zarcillos
De que pendiendo van dos perlas tales.
Que no vieron Arabia y Persia iguales.
CANTO SÉTIMO. 255
XLVIII.
Húmida la odorante cabellera,
Del abuso de esencias daba indicio,
Y parecía, en gesto y en manera,
Hecho en Valencia al mujeril servicio.
No, en fin, tenía, tan corrupto fuera.
De su nombre á excepción, nada sin vicio.
Así encontrado fué, diverso tanto
De su ser propio , por el vil encanto.
XLIX.
En figura de Atlante sale á plaza
La Maga que tan bien lo parecía :
Y con la grave y venerable traza
Que siempre aquel reverenciar solía;
Y con los ojos de ira y de amenaza
Que desde su niñez temido había ,
Le dice : «¿Conque es este el fruto hermoso
Porque tanto sudó mi afán celoso?
L.
«¿Palpitantes medulas de las fieras
Te di yo por manjares preferentes ;
Infante, te llevé noches enteras
Por cavernas de horror , á ahogar serpientes ,
Las uñas á arrancar á las panteras ,
Y al feroz jabalí los corvos dientes,
Porque fueses, tras tanta disciplina.
El Adonis ó el Atides de Alcina?
256 Orlando furioso.
LI.
«¿Paró en esto el decir de las estrellas ,
Las sacras íibras , puntos acoplados,
Sueños, augurio, en fin, todas aquellas
Artes de mis estudios consumados ?
Desque aún tu labio andaba en las mamellas,
Dijeron que tus años, hoy logrados,
Brillarían de honor, con hechos tales,
Que nunca el orbe los vería iguales.
LIL
» ¡A la verdad que este principio alabo,
" Pues nos anuncia que serás muy presto
Alejandro, Escipión, Aquiles bravo!
¿Quién te viera ¡ay de mil parar en esto?
En ser de Alcina el miserable esclavo:
Y aun porque sea á todos manifiesto,
Llevas al cuello y brazos la cadena
Con que preso te tiene la sirena.
Lin.
y »Si no te mueve de la fama el plaustro,
y, Ni el honor á que el cielo te ha elegido,
¿Por qué á la prole , que del Sur al Austro
Brillar debe , defraudas sin sentido?
¿Por qué cierras eternamente el claustro
Do quiere Dios por ti ver concebido
El linaje, que luz tan clara encierra.
Que más que el sol ha de alumbrar la tierra?
CANTO SÉTIMO. iSj
LIV.
»No impidas tú que de las nobles almas
Que están ya acaso en la eternai idea
( Si hoy el furor de las pasiones calmas),
Raíz tu sangre un tiempo y otro sea.
¡Ah! no los lauros tronches ni las palmas
Con que , tras larga, pertinaz pelea,
Tus hijos, y los de ellos sucesores,
Darán á Italia insólitos honores.
LV.
»Y si á rendir tu espíritu vagante
No el dulzor te bastara sin segundo
De tanto fruto de esplendor brillante,
Con que ha de florecer tu árbol fecundo,
Te debiera un par sólo ser bastante :
Hipólito y su hermano, que en el mundo
No se ha de ver, en siglos dilatados,
Quien de virtud y honor suba á más grados.
LVI.
«Más de estos dos solía yo narrarte
Que de los otros , con plausible intento:
Ya porque esos contaban mayor parte
De virtud, y saber, y de ardimiento,
Y ya porque te vía interesarte
Más por ellos y oirme siempre atento ,
Gozándote en que prole tan famosa
Naciera de tu cepa generosa.
TOMO I. 17
258 ORLANDO FURIOSO.
LVII.
»¿Qué tiene la que así tu frente inclina,
Que no tengan las otras meretrices?
¿Esta q ue fué de tantos concubina ,
Trocados luego en brutos ó raíces?
Mas porque sepas bien lo que es Alcina,
Desnuda de sus fraudes infelices ,
Ponte al dedo este anillo, y vuelve á ella ,
Y entonces juzgarás de cuanto es bella.»
LVIII.
Mudo estaba Rugiero y vergonzoso.
Sin saber qué decir, mirando al suelo;
Y Melisa el anillo prodigioso
Le ciñó al dedo con su usual desvelo;
Él, cuando en sí volvió, tan pesaroso
Se vio y tan lleno de rubor y duelo,
Que á mil brazas de tierra estar quisiera,
Antes de que la faz nadie le viera.
LIX.
Aquí la docta Maga en dos instantes
Á su forma primera se traslada ;
Que no necesitaba ya de Atlantes,
Viendo que su esperanza está lograda;
Y ora os diré lo que no os dije de antes;
Que esta Maga Melisa era llamada.
Á Rugiero de todo ella previene,
Y le dice quién es, y á lo que viene.
CANTO SÉTIMO. iSg
LX.
Que la envía la triste de amor llena ,
Que su dulce recuerdo nunca olvida,
Para sacarle de la vil cadena
A que mágico engaño ata su vida :
Que la forma de Atlante de Carena
Tomó, para ser del mejor creída ;
Y que, pues la salud ya le ha devuelto ,
Revelarle sus planes ha resuelto.
LXI.
«La doncella gentil que te ama tanto :
La que tan digna de tu fe sería :
A la que (si te acuerdas) debes cuanto
De dulce libertad gozaste un día,
Ese anillo , que vence todo encanto ,
Manda, y el corazón te mandaría.
Si, como aquél, tuviera la virtud
El corazón de darte la salud.»
LXH.
Le dice; y el amor le fué narrando
Que Bradamante le ha tenido y tiene;
Y le fué sus acciones encomiando ,
Cuanto el afecto á la verdad se aviene:
Y dijo, en fin, lo que de dulce y blando
A mensajera diestra más conviene,
Y á Rugiero inspiró contra la Maga
El horror que se tiene á cosa aciaga.
26o ORLANDO FURIOSO.
LXIII.
Horror imponderable y grande tanto ,
Cuanto antes fué su amor; y no os extrañe ,
Porque este era producto del encanto,
Que sabéis que el anillo desmarañe.
Él descubrió que era engañoso cuanto
A la falsa beldad de Alcina atañe;
Que era extraño y postizo lo que bello
Lucía de los pies hasta el cabello.
LXIV.
Gomo rapaz que la madura poma
Ledo esconde, y se olvida pronto de esto,
Si hartos días después la vista asoma.
Por acaso, al lugar aquél repuesto,
Se sorprende de ver que ora la toma
Podrida y fea y no como la ha puesto;
Y tanto como de antes le gustaba ,
Ora la odia, y por tirarla acaba;
LXV.
Rugiero así, des que Melisa le hace
Que á Alcina vuelva á ver, con el anillo
Que todo encanto anula y lo deshace ,
De unirlo al dedo al proceder sencillo,
Se encuentra , en vez de lo que de antes place
Por su hermosura de esplendente brillo,
Tan horrible mujer , que no la idea
El mismo Satanás más vieja y fea.
CANTO SÉTIMO. 201
LXVI.
Pálida y arrugada faz tenía :
Ralo y canoso pelo enmarañado :
Seis palmos su estatura no medía,
Y ni un diente en la boca le ha quedado:
Ni la Cumea, ni Hécuba, ni Argia,
Ni nadie tantos años ha contado;
Pues usa el medio (en nuestra edad ignoto)
De sacar juventud de un cuero roto.
LXVII.
Y se hace bella con el arte fino
Que á tantos engañó como á Rugiero :
Mas el anillo á descubrir ya vino
De enteros siglos el engaño artero;
No es, pues, milagro que el amor pristino
Lance del alma el digno caballero,
Y Alcina le dé horror, hoy que la mira
Sin que pueda valerla la mentira.
LXVIII.
Mas como le encargó Melisa, estuvo
Sin alterar el anterior semblante,
Hasta que revestido todo hubo .
El olvidado acero rutilante;
Y por no dar sospechas cauto anduvo ,
Probar fingiendo si vigor bastante
Tiene; y si en tantos días que pasaron ,
Sus bien nutridos miembros engrosaron.
262 ORLANDO FURIOSO.
LXIX
Enlaza Belisarda al férreo nudo
(Ese nombre su espada fiel tenía);
Busca también el admirable escudo,
Que no sólo la vista oscurecía ,
Mas en el alma da golpe tan rudo,
Que exhalarse del cuerpo parecía.
Le toma, y con el paño rojo y bello
Con que envuelto aún está, lo cuelga al cuello.
LXX.
Baja á las cuadras, y un corcel reclama
Que le ensillen, más negro que el endrino
Y si éste elige, de Melisa es trama ,
Qué sabe cuan ligero es y cuan fino:
Quien le conoce , Rabicán le llama;
Y es aquel mismo en que á las islas vino
El caballero que de la otra arena
Por el mar trajo la infernal ballena.
LXXI.
A Hipogrifo tener puede igualmente ,
Que junto á Rabicán estaba atado:
Mas Melisa le, ha dicho: pon la mente.
Que sabes cuánto sea desmandado;
Y á entender dióle, que á la luz siguiente
Se propone sacarlo de este estado ,
Para en otro lugar mejor domarle,
Y en ir á do le manden adiestrarle.
CANTO SÉTIMO. 203
LXXII.
Y así más tiempo la sospecha alarga
De la fuga que intenta si le deja.
Hace Rugier lo que Melisa encarga ,
Que al oído invisible le aconseja.
De este modo ingenioso, de la carga
Se libra al fin de la malvada vieja ,
A una puerta llegando, que á la vía
Daba que á Longistila conducía.
LXXIII.
A las guardias asalta de improviso:
Entre ellas se abre paso, espada en mano;
A uno deja sin dientes, á otro inciso,
Y ya fuera del puente se ve sano ;
Y antes que llegue á Alcina el pronto aviso,
Largo espacio de tierra está lejano.
Otro canto os dirá más dura brega,
Y después cuándo á Longistila llega.
ORLANDO FURIOSO.
ARGUMENTO DEL CANTO OCTAVO.
Huye Rugier de Alcina; Astolfo, en esto,
Por Melisa recobra el cuerpo humano.
En Bretaña de gentes hace apresto.
Diligente, el señor de Montealbano.
De su hermosura por el don funesto ;
Angélica es expuesta á un pez insano.
De París sale Orlando por un sueño.
Dejando á Cario Magno en grave empeño.
I
ORLANDO FURIOSO,
CANTO OCTAVO.
I.
¡Cuántas en nuestro mundo encantadoras,
Y cuánto encantador hay, no sabido.
Que á amantes de ambos sexos, con traidoras
Artes y falsos rostros han rendido !
Y no con filtros, en nocturnas horas,
Ni de los astros al girar medido,
Sino con fraude, engaños, ilusiones,
Atan hasta morir los corazones.
II.
Quien el mágico anillo, ó el más cierto
De la razón tuviese, bien pudiera
Leer en todo rostro, lo que, abierto,
De cada cuál el pecho contuviera.
Hoy hermoso juzgamos lo encubierto,
Que, sin ficción, fatal nos pareciera.
¡Grande fué de Rugiero la ventura,
Con el anillo al ver la verdad pura !
208 ORLANDO FURIOSO.
III.
Disimulando aquel (como os decía),
En Rabicán vino á la puerta, armado:
Métese entre la guardia que allí había ,
No prevenida, y con la espada, airado.
Hiere y mata; y del puente ya salía,
El rastrillo dejando destrozado,
Y entra en el bosque, y no gran trecho corre ,
Cuando veloz de Alcina un siervo acorre.
IV.
Lleva empuñado un grandehalcón rapante,
Que, por placer, de presa ejercitaba
Por los campos y un lago no distante,
En que variados pájaros cazaba.
A su lado va el perro acompañante,
Y él un rocín con breve arnés montaba.
Conoció que Rugiero iba fúgido.
Cuando con prisa tal correr le vide.
V.
Lesale al trente, y le demanda fiero,
Por qué corriendo va con tal presura.
Responderle no quiere el buen Rugiero,
Y él más de que va huyendo se asegura.
A arrestarle resuélvese ligero,
Y el brazo extiende, y grita: «¿No es locura
Que pienses que así huyendo, no te agarra
De mi valiente pájaro la garra?»
CANTO OCTAVO. 269
VI.
Y lanza el ave, y la estimula á voces,
Y ella volando á Rabicán estrecha.
Del palafrén los ímpetus feroces
Suelta; le quita el freno , y detrás le echa.
Ya tempestad de muerdos y de coces
Parece aquel y disparada flecha;
Y al caballero sigue tan violento.
Que dirías le empujan fuego y viento.
VIL
No quiere el perro aparecer más tardo,
Y sigue á Rabicán, de la manera
Que á las liebres persigue el leopardo:
Cree Rugier que es su oprobio si no espera ,
Y se vuelve al que viene á pie gallardo
Sin más arma que vírgula ligera :
Aquella con que al can regir le agrada ;
Y así desdeña desnudar la espada.
VIII.
El cazador se acerca y le percude:
A la derecha el perro dale un muerdo;
La grupa el libre palafrén sacude,
Y le hiere también el lado izquierdo ;
El pájaro volando en torno acude,
A veces en clavar la uña no lerdo ;
Y asustando al corcel, con grito agudo ,
A espuela y freno rebelarle pudo.
2^0 ORLANDO FURIOSO.
IX.
Rugier, forzado, al hierro al fin se abraza ,
Y de molestia tanta por librarse ,
Al siervo y á sus bestias amenaza ,
Dando de tajo y punta sin pararse;
Pero el tropel tenaz más le embaraza ,
Y en el camino está sin apartarse.
Rugiero al deshonor y al daño atiende
Que ha de sufrir, si allí más tiempo expende.
X.
Sabe que si dilata aquella lucha,
Llegará Alcina con su pueblo armada.
De trompas y campanas ya se escucha
La voz por monte y valles dilatada.
Piensa que le ha de dar vergüenza mucha
Contra inerme peón blandir la espada ;
Y que es mejor, y en la ocasión, bastante,
El raro escudo descubrir de Atlante.
XL
Quitóle aquel sedil paño encarnado,
Que tantos días su fulgor tapaba ,
Y el efecto causó, ya tan probado,
Cuando su luz sobre los ojos daba.
Queda en el suelo el siervo adormentado.
Junto al can y al rocín , y el que volaba
Cae á plomo, cesando en sus graznidos.
Ledo Rugier los deja así dormidos.
CANTO OCTAVO. 27 1
XII.
Alcina, á quien avisan que la puerta
Su amante, por huir, forzado había,
Dejando parte de la guardia muerta,
De angustia llena, el pecho en su agonía
Se maltrata y la faz, y queda yerta,
Y maldice su inercia y su apatía.
Manda tocar alarma prontamente ,
Y á su lado venir toda la gente.
XIII.
Forma luego dos trozos, uno unido,
Al campo envía do Rugier camina;
Y al otro , de más número elegido ,
Hace en barcos entrar en la marina.
Con sus velas ya el mar se ha oscurecido:
Con ellas va la despechada Alcina;
Que tanto el ansia por Rugiero aqueja,
Que hasta los muros sin custodia deja.
XIV.
En la ciudad no queda ni un rehacio;
Y eso á Melisa, que está ya anhelosa
De libertar del campo y del palacio
A la gente que sufre dolorosa,
Le da comodidad y grande espacio
De ir buscando su hechizo á cada cosa ;
Y romper rombos *, sellos, piedras duras.
Túrbidos deshacer, nudos, figuras.
47* ORLANDO FURIOSO.
XV.
Después por la campiña va ligera ,
Y á los que han sido de la hada amantes ,
Convertidos en planta, en fuente, en fiera.
Hace que vuelvan á su forma de antes;
Y ellos, que del peligro se ven fuera.
Las huellas de Rugier siguen andantes;
De pronto á Longistila se acogieron ,
Y luego, á Escitia, á Persia, á Grecia fueron.
XVI.
Melisa los mandó, con sus arneses,
Á su país , nunca volver jurando.
Fué el primero el señor de los ingleses
Á quien volvió su forma, recordando
Del buen Rugier las súplicas corteses;
Y que es deudo del que ora está amparando ;
El cual le dio el anillo que ella trajo,
Porque mejor lograra su trabajo.
XVII.
De Rugiere á los ruegos, le ha repuesto ,
Antes que á nadie , en su anterior figura :
Mas poco le parece hacer con esto.
Si recobrar no le hace su armadura;
Y aquella lanza de oro, que tan presto
Al que toca derriba en la llanura ,
De Argalia ayer, de Astolfo es hoy la lanza,
Y uno y otro con ella gloria alcanza.
CANTO OCTAVO. 273
XVIII.
En el palacio halló la lanza de oro
Melisa, que la Hada en él retiene,
Con otras armas, bélico decoro
Del Anglo y de otros nobles que allí tiene.
Ella el corcel montó del viejo Moro ,
Y á la grupa á subir Astolfo viene.
Desde allí á Longistila se lanzaron ,
Y al fugitivo un hora le ganaron.
XIX.
En busca de la Hada bienhechora,
Rugiere, en tanto, por breííal camino,
Iba entre dura escalla cortadora.
Menudas guijas, ó punzante espino;
Así que con fatiga abrasadora
A la férvida nona está el mezquino
Entre el monte y la mar, en una abierta,
Desnuda playa, estéril y desierta.
XX.
Abrasa el sol la próxima colina,
Y del ígneo calor que le da en cara,
Tanto la arena, el aire, se calcina.
Que hasta el mismo cristal se liquidara.
Quedo el pájaro está : sólo rechina
La voz de la cigarra ruda y rara ,
Que entre las matas, con fatal desvelo,
Ensordece la mar, el monte, el cielo.
TOMO I. 1 8
274 ORLANDO FURIOSO.
XXI.
Al eco de esa cantiga enemiga,
Caminando por vía así horrorosa,
El calor y la sed , y la fatiga
Compañía al viajero hacen penosa.
Mas, como no es razón que siempre os diga ,
Y repitiendo esté la misma cosa,
Dejo á Rugiero , de molestias harto,
Y en busca de Reinaldo á Escocia parto.
XXII.
Muy bien el paladín está admitido
Por el Monarca y gente de la tierra;
Así que la ocasión que le ha traído ,
Ora, ocioso, mas tiempo ya no encierra ;
Y por su Rey le dice que ha venido
Su socorro á pedir y el de Inglaterra;
Y muy justas razones de alcanzarlo
Unió á los ruegos que le manda Cario.
XXIII.
Sin tardar , por el Rey le fué respuesto ,
Que por cuanto su reino se extendía,
.Por gusto y por honor, siempre dispuesto
A servir al Imperio le tendría;
Y que en espacio breve habrá repuesto
Cuantos más caballeros se podría;
Y si no porque anciano está y doliente,
Iría el mismo á comandar la gente.
CANTO OCTAVO. 37 5
XXIV.
Y que ni excusa tal digna juzgaba
Para hacerle quedar : mas que tenía
Un hijo, cuyo ingenio y alma brava,
El mayor de los mandos merecía ,
El cual aunque ora fuera se encontraba ,
Sabe que á Escocia á tiempo volvería ,
En que ya hallara juventud guerrera,
Que después á la gloria condujera.
XXV.
Y arma navios, con presteza extraña ,
Y manda por sus tierras comisiones
Para que junten, con dinero y maña,
Gente, caballos, armas, provisiones.
Parte entonces Reinaldo á la Bretaña ,
Y le acompaña el Rey con sus Barones
A Bervik, su frontera , por servirle ;
Y hasta llorar le ven al despedirle.
XXVI.
Sopla en la popa de la nave el viento :
Embárcase el de Amón , y cortésmente
Adiós á todos dice : el nauta atento
Zarpa, y el barco va tan raudamente,
Que pronto llega donde al mar violento
Lanza el Támesis hondo su corriente;
Ya desde allí hasta Londres, sin cautela ,
Van seguros sulcando á remo y vela.
276 ORLANDO FURIOSO.
XXVII.
De Otón , que con el rey Carlos se halla
Oprimido en Lutecia, trae mandado
Reinaldo, para el duque de Cornualla,
Que en escrito le dice, reservado.
Que le envíe la gente de batalla
Y jinetes que dé todo el Estado;
Y que á Calais los mande sin ahorro.
Con que á Carlos y á Francia dé socorro.
XXVIII.
El Príncipe al heroico venedizo
(Porque ora ejerce los poderes reales
Ausente Otón) honores tantos le hizo,
Que no al Rey suyo los hiciera iguales.
Después á las demandas satishzo,
Y los aprestos recogió marciales
De Bretaña y sus islas á porfía.
Fijando luego de su embarque el día.
XXIX.
Lo que hace el tañedor en su instrumento ,
Por no cansar, mi musa aquí recuerda;
Que muda aquél el son y el sentimiento,
Ora con grave, ó con aguda cuerda.
Así, mientra á Reinaldo estaba atento,
De Angélica la hermosa se me acuerda ,
Que su fuga asustada precipita,
Y se encuentra á su paso un eremita. • ^
CANTO OCTAVO. 277
XXX.
Voy á seguirla, pues, en su carrera.
Os dije ya que de buscar se cura
Modo para llegar á la ribera;
Que tiene de Reinaldo tal pavura,
Que si el mar no pasara , se muriera ,
Pues no juzga en Europa estar segura.
El padre al lado suyo caminaba,
Porque el estar con ella le agradaba.
XXXI.
Tanta belleza ideas le sugiere,
Y le llega á encender la carne flaca :
Mas viendo que con él quedar no quiere,
Mientras la fuerza del calor se aplaca ,
Con una y otra punta al rucio hiere :
Pero de su pachorra no le saca ,
Y nada marcha al trote, y poco al paso,
Y atrás se va quedando mustio y laso.
XXXII.
Y como el fraile lejos ya la observa,
X Y ve que á poco más pierde la horma ,
Invoca al Rey de la legión proterva ,
Y tropel infernal junto á sí forma.
Uno escoge, entre toda la caterva,
Al cual de su querer antes le informa :
Le hace entrar por detrás , bajo la enjalma ,
Y él con la dama se le lleva el alma.
278 ORLANIìO FURIOSO.
XXXIII.
Como perro sagaz , bien enseñado
De animales diversos en la caza,
Que si escapa la zorra por un lado ,
Va por otro y parece perdió traza ,
Cuando le ven que al sitio ya ha llegado ,
Y en la boca la tiene, y la ataraza ;
El fraile así, que vaya por doquiera,
Al fin se ha de juntar con la hechicera.
XXXIV.
Lo que el tal se proponga voy calando,
Y á su tiempo veréis su intento loco.
Nada la pobre joven recelando,
Va siguiendo á jornadas poco á poco.
El diablo en el rocín se va ocultando,
Como se encubre alguna vez un foco.
Que con tan grande incendio luego estalla,
Que ningún medio de extinguirle se halla.
XXXV.
En cuanto toma Angélica el sendero.
Próximo al mar, que á los Gascones lava,
Y el corcel de la playa está al lindero
Por do menos la arena húmida estaba,
\ las ondas le empuja el diablo fiero,
Tanto que ya el cadrúpedo nadaba.
Qué hacer no sabe aquí la pobrccilla,
Sino tenerse bien sobre la silla.
CANTO OCTAVO. 2jq
XXXVI.
No, á tirones del freno, le da vuelta,
Y antes va entrando más, délos pies falto.
La falda hasta el arzón alza revuelta :
Toda se encoge , con los pies en alto.
La cabellera, por la espalda suelta,
Recibe de la brisa blando asalto;
Tranquilos son el mar, los otros vientos ,
A ver tanta hermosura acaso atentos.
XXXVII.
Ella á tierra los ojos vuelve en vano,
Que la inundan enllanto el rostro y seno;
Y el suelo cada vez ve más lejano
Irse perdiendo en el azul sereno.
El caballo nadando á diestra mano.
Tras largo giro, la llevó á un terreno
Rodeado de grutas á su aproche,
Al venir ya las sombras de la noche.
XXXVIII.
Cuando se mira aislada en tal desierto ,
Que el contemplarlo sólo da pavura,
A la hora que el sol, del mar cubierto
Deja el aire sin luz, la tierra oscura.
Se paró en actitud, que no de cierto
Dirías si está viva esa figura,
Ni si aquello persona verdadera,
O imagen sin color, ó mármol era.
á80 ORLANDO FURIOSO.
XXXIX.
Inerte, fija en la desnuda roca,
Con los sueltos cabellos encrespados ,
Juntas las manos, trémula la boca ,
Tiene al cielo los ojos levantados;
Y al gran motor como acusando invoca,
Que la condena á tan horribles hados.
Breve espacio está en éxtasis envuelta,
Y después al dolor el freno suelta.
XL.
Y dice así: «Fortuna, ¿qué les resta
En mí á tus iras que dañar impías?
¿Ni qué puedo yo darte, sino es esta
Triste vida? Mas tú no la querías.
Pues la sacaste de la mar tan presta.
Cuando pudiste allí cortar sus días.
Fué sin duda, cruel, la vida darme ,
Por más, antes que muera, atormentarme.
XLI.
»Pero cuál daño me has de hacer no leo,
Después de los sin fin que me has causado.
Del trono real por ti lejos me creo.
Sin duda para siempre, y de mi Estado;
Y mi honor, que aún es más, perdido veo;
Pues |ayl aunque en efecto no he pecado,
Dirán que esta vagancia á mí me halaga;
Y una impúdica soy, siendo una vaga.
CANTO OCTAVO. iSì
XLII.
))¿Qué puedeá una mujer quedar de bueno,
Si la fama de casta perdió un día?
Si el ser bella, en la tìor de Abril sereno,
Cierto ó no, más que bien, males me cría.
No le agradezco á Dios don tan ameno.
Pues del me viene la desdicha mía.
Por él mi hermano Argalia ha perecido;
Y su encantado arnés no le ha valido.
XLIII.
«Por él quitó Agricán, Rey de Tartaria,
A Galafrón mi padre las coronas
De India y Catay, con suerte bien contraria;
Por él á condición tal me abandonas.
Que cambio día y noche estancia varia:
Si el haber, si el honor, si las personas ,
Si me has quitado, en fin, cuanto tenía,
¿Qué mal me has de hacerya, fortuna impía?
XLIV.
»Si á tu juicio cruel le pareciera
Que el ahogarme en las olas no era muerte,
No me niego á que mandes una fiera
Que me haga trozos mil con garra fuerte;
No hay martirio, con tal de que yo muera:
Nada de que no pueda agradecerte.»
Así llorando Angélica exclamaba ,
Cuando ve que á su lado el fraile estaba.
382 ORLANDO FURIOSO.
XLV.
Desde un alto peñón ha contemplado
El eremita á Angélica afligida ,
Que allá en lo bajo está del risco alzado ,
Del dolor y el despecho poseída:
Allí, seis días antes ha llegado ,
Por senda de un demonio conocida,
Y se le acerca, devoción fingiendo,
Y un Hilarión -. un Pablo apareciendo.
XLVI.
Cuando le empezó á ver la dama hermosa
sintió, desconociéndole, no corto
Alivio al miedo y la inquietud penosa,.
Si bien conserva su mirar absorto;
Y ya al lado, le dice: «A esta llorosa .
Por piedad , padre mío, dad conforto.»
>( Y con voz que interrumpe hondo singulto ,
Le cuenta lo que á él noie era oculto.
XLVII.
Comienza el ermitaño á consolarla,
Con devoto decir, de alivios lleno;
Y audaces manos pone , mientras parla .
Ya en el húmedo rostro, ya en el seno.
Luego más atrevido va á abrazarla ,
Y ella le opone , con desdén sereno.
Una mano en el pecho, y le restriñe,
Y de honesto rubor toda se tiñe.
CANTO OCTAVO. 283
XLvin.
De una bolsa que él lleva , un transparente
Frasco sacó de elíxir, con falacia,
Y en los ojos, do amor su chispa ardiente
Puso, y que de su imperio son la gracia ,
Breve jugo vertió muy suavemente,
Que de hacerla dormir tuvo eficacia.
Supina ya sobre la arena yace,
Para cuanto al capricho satisface.
XLIX.
Ella duerme insensible; y ya la toca
Con deleite y la abraza el estafermo ;
Ora la besa el pecho , ora la boca :
No hay nadie que le mire en aquel yermo.
Mas en vano se agita y se provoca ,
Que á su ardor no responde el cuerpo enfermo.
No le permite obrar su edad anciana ,
Y puede menos, cuanto más se afana.
L.
Excitar su flaqueza en vano intenta,
Midiendo la hermosura que le exalta:
En vano se revuelve y se atormenta,
Que más la fuerza cada vez le falta.
Al fin junto á la dama se adormenta ,
A quien nuevo infortunio ora le asalta.
[Cuando nos toma la fortuna á juego ,
Nada basta á saciar su encono ciego!
284 ORLANDO FURIOSO.
LI.
Preciso es que antes que os relate el caso.
Deje por poco la directa ruta.
En Tramontana , yendo hacia el ocaso,
A la Irlanda una isla el mar disputa:
Ebuda ' se nomina, en donde raso
El suelo está, desque la Orea bruta,
Con su marina grey , al pueblo lanza
De Proteo implacable la venganza.
LII.
Cuenta remota historia peregrina
Que hubo en esa nación un Rey potente,
Que tenía una hija, tan divina.
Que pudo con su hechizo fácilmente,
Una vez que mostróse en la marina ,
Encender, entre el agua, en fuego ardiente
A Proteo, que en cinta allí dejóla,
Un día que á la triste la halló sola.
un.
Cuando el padre cruel su estado advierte.
El padre, que incapaz es de clemencia,
Aun sin oiría, la condena á muerte;
Y le abrasa el furor con tal violencia.
Que ni aun por ver su seno de esa suerte ,
Suspende ejecutar la atroz sentencia ;
Al nietecillo haciendo, despiadado,
Que muera, aún no nacido, y sin pecado.
CANTO OCTAVO. 285
LIV.
Proteo , que al ganado da alimento
Del fiero Rey de los marinos reyes,
Siente por la que amó duro tormento,
Y rompe en su furor reglas y leyes;
Así que no en mandar á tierra es lento
De Oreas y Focas las marinas greyes;
Que no sólo destruyen las labores,
Sino reses, y casas y cultores.
LV.
Y á veces á ciudades van muradas ,
Y las ponen en torno horrible asedio.
Las gentes día y noche están armadas,
Con grave susto, con cansancio y tedio :
Las campiñas se ven abandonadas;
Y por lograr al fin algún remedio ,
Fueron á do el oráculo se oculta,
El cual responde abierto á su consulta :
LVL
Que era fuerza encontrar una doncella
Hermosa cual la otra, á maravilla,
Que á Proteo agradase como aquella;
Y expuesta de esas playas á la orilla,
La tomaría, si la hallase bella,
Librando al pueblo de la atroz cuadrilla.
Mas una hay que exponer constantemente
Hasta que el dios marino se contente.
286 ORLANDO FURIOSO.
LVII.
Así ha empezado el sacrificio aleve;
Y la que de beldad más fama goza ,
Preciso es que á Proteo se le lleve,
Por ver si su hermosura le alboroza.
Todas hasta este día muerte breve
Recibieron; que el vientre las destroza
Una Orea, que así que fué apartado
Lo demás de la grey, allí ha quedado.
LVIII.
Que fuese cierta ó no la horrenda cosa
(Yo nolo afirmo) que del dios se cuenta,
El país conservó la ley odiosa
Que á tantas hermosuras atormenta;
Y de sus carnes hoy Orea monstruosa ,
A la orilla saliendo, se alimenta.
Así, si en todas partes no es fortuna
Nacer mujer, aquí como en ninguna.
LIX.
(Pobres, ay, las de afuera á quien la suerte
Ingrata lleva al litoral infausto,
Do yace vigilante el sexo fuerte
Para hacer de sus cuerpos holocausto;
Pues si no expone ajenas á la muerte,
De las propias se queda siempre exhausto!
Por eso cuando el viento no las trae,
Van á buscar la presa que les cae.
CANTO OCTAVO. iBf
LX.
Y recorren doquier por la marina ,
Con sus barcos, que son hoy su tesoro;
Y de costa, ya lejos, ya vecina,
Traen alivio al femenino coro,
Las que adquieren por fuerza ó por rapina,
C) por dulces lisonjas, ó por oro:
Llegando hasta tener en sus prisiones
Damas de todos climas y regiones.
LXL
De una fusta ^ que al viento más se cierra,
Pasando al ras de aquella adusta riva ,
Donde entre hierba, al pie de l'alta sierra,
A Angélica infeliz el sueño priva ,
Multitud de galeotes salta á tierra,
Listos para hacer leña y agua viva;
Y en los brazos del falso reverendo,
A la flor de las bellas ven durmiendo.
LXII.
¡Oh cara por demás presa eterea.
Para gentes tan brutas y villanas!
¡Oh fortuna cruel! j quién hay que crea
Que en las cosas así puedas humanas!
¡Que quieres que de un monstruo pasto sea
La beldad, que á las márgenes indianas
Desde el Caucaso trajo á Agricán fuerte,
Con media Escitia á desatìar la muerte!
288
ORLANDO FURIOSO.
LXIII.
La divina beldad que Sacripante
Más que á su gloria y á sus reinos ama :
La gran beldad que al gran Señor deAnglante ^
El ingenio eclipsó, manchó la fama :
Por quien revuelto fué todo el Levante,
Que en el calor de tanta lid se inflama.
Hoy no tiene ¡tan sola está la imbele!
Quien con una palabra la consuele.
LXIV.
Antes que despertara al sentimiento,
Encadenada fué la dama hermosa ;
Llevan con ella al mago turbulento
A la nave en que va turba llorosa;
Y en el mástil la vela suelta al viento ,
Zarpa ligera á la ínsula medrosa,
Do á la dama encerraron en un fuerte,
Hasta el día en que tóquele la suerte.
LXV.
Mas la infeliz logró , por ser tan bella ,
Mover á la piedad gente tan dura;
Y el sacarla á la horrible muerte aquella
Guardan , hasta si el caso les apura ;
Y mientras hay de fuera una doncella ,
Perdonan ala angélica hermosura.
Al monstruo fue llevada finalmente,
Y llorando detrás iba la gente.
CANTO OCTAVO. 289
LXVI.
¿Quién contara la angustia, el grito y pena
Que envía al cielo el popular gentío?
¡El mismo mar cambió su faz serena,
Cuando fué expuesta sobre el mármol frío ,
Do, sin amparo, atada á una cadena,
De su muerte aguardaba el trance impío!
Yo no seré; que tanto dolor siento,
Que á otra parte dirijo el pensamiento.
LXVII.
Quiero encontrar acento menos flojo,
Hasta que se reponga en sí la mente ;
Que no el león, en su más ciego enojo;
Ni viuda tigre en su furor creciente;
Ni cuanto, desde Atlante hasta el Mar Rojo,
Veneno arrastra por la arena ardiente,
Ver podrían sin pena desolada ,
Al duro escollo Angélica Hgada.
LXVIII.
Si lo hubiera sabido en su litigio
Orlando, que á París fué á rescatarla :
Ó los dos que aquel paje del Estigio, -i-dt^,--^;
Por el viejo, engañó con falsa parla,
Buscaran el angélico vestigio,
Por entre muertes mil hasta salvarla.
Mas aunque lo supieran, no podría
Llegar ya á tiempo su alta bizarría.
TOMO I. 19
290 ORLANDO FURIOSO.
LXIX.
Asediada París en tanto era
Por el hijo implacable de Trojano;
Que un día en tal aprieto la pusiera,
Que casi en ella entrar tuvo en su mano;
Y si el cielo en su auxilio no viniera,
Que en lluvia torrencial inundó el llano,
Del África abatiera la arrogancia
Al santo Imperio, al gran nombre de Francia.
LXX.
Mas el Criador Supremo volvió luego
Los ojos al clamor del viejo Cario,
Y con súbita lluvia apagó el fuego,
Que no esfuerzo mortal pudo apagarlo :
Sabio porque dirige á Dios su ruego;
Que nadie como Él puede ayudarlo;
Y así el devoto Rey, no cabe duda,
Que salvo fué por la divina ayuda.
LXX I.
De noche á Orlando el pensamiento erran te
Le da vigilia entre la pluma leve :
Aquí ó allí lo lleva palpitante,
ó lo resume y fija en punto breve;
Cual la luz de agua pura tremulante,
Que hiere el sol, ó la plateada Febe,
Á diestra ó á siniestra , en bajo , en alto ,
Por amplios techos va con vago salto.
CANTO OCTAVO. 29 I
LXXII.
La dama suya acúdele á la mente :
Cual antes la miró de su partida
Se le ofrece; y le enciende más ardiente
La llama que juzgaba ya extinguida.
Con él venido había hasta Poniente
Desde el Catay, y aquí la ve perdida ;
Y ya en vano la buscan sus deseos ,
Desque la hueste huyó junto á Burdeos.
LXXIIL
Por eso el corazón le da castigo :
Por eso su simpleza condenaba.
«¡Amor mío! (decía): mal contigo
¡Ay! me porté: ¿qué impulso me obligaba,
Pudiendo día y noche yo conmigo
Tenerte (tu bondad me lo otorgaba),
A dejar que Namón te recogiera,
Y yo á vergüenza tal me sometiera?
LXXIV.
»¿ Y qué? ¿Carlos razón de disculparme
No tenía, y tal vez hubiéralo hecho?
Y aun si no, ¿quién podría á mí forzarme?
¿Quién quitármela ó-sara á mi despecho?
¿Antes no pude de mi acero armarme?
¿Ant es sacarme el corazón del pecho?
Mas ni Carlos armado, con su gente,
Era para arrancármela potente.
29* ORLANDO FURÍOSO.
LXXV.
»¿No pudo haberla puesto aquí en seguro
Dentro de la ciudad, en lugar fuerte?
Mas al darla á Namón , ya me tìguro
Que fué para extraviarla de esa suerte.
¿Quién la guardara de un marcial apuro
Como yo, que lo haría hasta la muerte?
¡ Guardarla , más que el alma , yo infelice
Debía , y lo podía , y no lo hice !
LXXVI.
»¡Ay! ¿Adonde, sin mí, mi dulce vida,
Quedas ora , tan joven y tan bella ,
Cual corderilla candida , perdida
Entre bosques , de noche y sin estrella.
Que del pastor creyendo ser oída ,
Bala por esta parte ó por aquella ,
Tanto que el lobo al fin la oye lejano,
Y el infeliz pastor la llora en vano?
LXXVI I.
»¿ Dónde ora estás , mi vida y mi consuelo ?
Quizá triste y solita andes errando,
Ó tal vez te ha encontrado el lobo en celo,
Sin la custodia de tu fiel Orlando,
Y la flor que pondríame en el ciclo ,
La flor que tanto yo viví guardando ,
Por no asustar tu mente y casto pecho,
Te habrán cogido lay mísero! y deshecho.
CANTO OCTAVO. 2g3
LXXVÍII.
«¿Qué haré , infeliz, sino morir maldito,
Si mi flor tan hermosa me han robado?
Antes que éste, mi Dios, que es infinito,
Dame otro mal , el duelo más colmado.
Si eso fué, con mis manos hoy me quito
La vida, y pierdo el alma despechado.»
El dolorido Orlando así decía,
Llorando* y suspirando en su agonía.
LXXIX.
Cuanta especie animal puebla las tierras
Reparando está ya sus fuerzas flojas :
Cuál en las rocas de las duras sierras,
Cuál sobre plumas ó entre verdes hojas :
Tú solo, Orlando, el párpado no cierras.
Punzado por recelos y congojas,
Que ni el sueño común por un momento
Le da tregua á tu duro sufrimiento.
LXXX.
Le parecía á Orlando, en una riva
De flores odoríferas sembrada ,
Ver el bello marfil y la nativa
Púrpura por el mismo amor pintada,
Y los dos claros astros , do cautiva
Le tiene aquél el alma enamorada ;
De los ojos decir y el rostro quiero
Que le han robado el albedrío entero.
Ì94 ORLANDO FURIOSO.
LXXXI.
Gozaba el gran placer, la mayor fiesta
Que sentir puede el más dichoso amante;
Cuando ve aquí que el aire se atempesta ,
Y flores, ramas , troncha en un instante.
No tormenta rugió mayor que es ésta,
Cuando combaten Noto, Austro y Levante.
Le parecía errar por un desierto,
Sin ver techumbre do yacer cubierto.
Lxxxn.
Aquí, sin saber cómo, desparece
Su dama por el ámbito insereno ;
Y él , llamándola á voces , ensordece
El valle, de su dulce nombre lleno;
Y mientras dice : ¡Ayme! ¿qué me acontece?
¿Quién cambia mi dulzor en tal veneno?
Oye de la que adora el eco claro ,
Que llorando le grita : / Auxilio ! ¡ Amparo!
LXXXIH.
Do eré que suena el grito va veloz:
Corre al val y del bosque á Jo profundo;
Y cuando su dolor es más atroz ,
Por ya no ver el rostro aquel jocundo.
Salir de otro lugar oye esta voz :
No esperes ya gomarla en este mundo.
A este grito de horror, grito de alerta,
En lágrimas bañado se despierta.
CANTO OCTAVO. 295
LXXXIV.
Sin pensar que es mentido lo que exalta,
Cuando por ansia ó por temor se sueña ,
Su pasión por Angélica es tan alta,
Que su riesgo en juzgar verdad se empeña.
Cual rayo asolador del lecho salta :
Cota, yelmo, pavés, nada desdeña,
Y en Brilladoro móntase ligero ,
Y se echa á andar sin pajes ni escudero.
LXXXV.
Y para entrar doquiera más seguro ,
Sin que en nada se empañen su decoro.
Ni los cuarteles de blasón tan puro.
Fajados de bermejo, blanco y oro.
Quiso ceñirse un armamento oscuro
Muy propio á su dolor, que ganó aun moro :
A un Amostante, al cual, de una embestida ,
Ha pocos años le quitó la vida.
LXXXVI.
De media noche á la avanzada hora
Parte, y del tío excelso se desvía:
Ni á Brandimarte avisa , que le adora ,
Y á quien él mismo amar tanto solía.
Mas cuando ya la sonrosada aurora
Del rico albergue de Titón salía,
Y las húmedas sombras ahuyentaba.
Descubre el Rey que el paladín faltaba.
296 ORLANDO FURIOSO.
LXXXVII.
¡Qué disgusto el saber no ha de causarle
Que partió aquella noche su sobrino,
Cuando debiera estar para ayudarle !
Mal contenerse puede, y , ya sin tino,
Se queja del, y pasa á denostarle,
Y aquel su proceder llama mezquino,
Y le amenaza, si no vuelve, y cuenta
Que le hará que del caso se arrepienta.
LXXXVIII.
Brandimarte, que á Orlando amaba tanto ,
Asimismo de allí partir quería:
O que oir su baldón le da quebranto,
Ó creyendo que acaso le traería.
Sólo detuvo su partida cuanto
Se tardó en extinguir la luz del día;
Y ni á su Flor de Lis decirla quiere,
Porque no su designio le impidiere.
LXXXIX.
Esta dama hace tiempo era señora
De su pecho: verdad que lo merece;
Pues en decoro y gracia encantadora
Brilla, y en discreción verde florece.
Si aviso del partir no le da ahora,
Es que volver á verla le parece
A la siguiente luz : mas no lo alcanza ,
Que burló la fortuna su esperanza.
1
i
CANTO OCTAVO. 297
xc.
Aguardándole un mes la dama estuvo,
Y viendo que no vuelve , el vivo fuego
Del deseo más tiempo no contuvo;
Y sin guía se arroja al azar ciego.
Corriendo en busca suya mucho anduvo,
Como la historia fiel os dirá luego.
Así de ambos sabréis más adelante;
Que ora me llama el paladín de Anglante.
XCI.
Este , que del blasón ha prescindido
De Almonte excelso , va á una puerta, en donde,
Con breve y clara voz, dice, al oído
Del Capitán de guardia : Soy el Conde;
Y el puente á su mandato es abatido;
Y por la vía que á su afán responde,
Se dirige derecho al enemigo :
Lo demás en el otro canto os digo.
'
ORLANDO FURIOSO.
ARGUMENTO DEL CANTO NOVENO.
Así que escucha el paladín de Anglante
La bárbara y sangrienta ley de Ebuda ,
Determina con ánimo constante
Anularla del todo por lo cruda.
Mata á Cimosco; y vuélvele su amante
A Olimpia, y mientras que Bireno suda
Por ir allende á celebrar sus bodas ,
Va Orlando á recorrer las tierras todas.
ORLANDO FURIOSO.
CANTO NOVENO.
I.
¿Qué no hará del que tiene en nudo estrecho
Uncido á su coyunda Amor aleve ,
Cuando á Orlando borrar puede del pecho
La lealtad que á su señor le debe?
Antes fué de la Iglesia, en más de un hecho ,
Campeón ilustre, y de saber no breve;
Ora se cuida ya , por su amor loco ,
Nada del noble tío, y de Dios poco.
II.
Mas le excuso, y me encuentro complacido
De tener compañero tan ingente;
Que yo asimismo al bien he enflaquecido ,
Y me hallo para el mal sano y potente.
El de negros colores va vestido,
Y amigos tantos olvidar no siente;
Y huye de donde, de África y España
El ejército junto, está en campaña.
'ioa ORLANDO FURIOSO.
III.
Mas junto no; porque el llover del cielo
Le tiene en tiendas ó árboles sembrado;
A cuatro, á seis , á diez, entre agua y hielo :
Quién distante, quién cerca acurrucado:
Lacios, rotos se ven , y uno en el suelo
Tendido, otro en la diestra está apoyado.
Duermen; y el Conde á muchos herir puede ;
Mas Durindana honor tan pobre cede.
IV.
Que es tanto el corazón del bravo Orlando,
Que desdeña el matar gente dormida:
Sigue, y por muchos sitios rastreando
Las huellas va de la mujer querida.
Si á su paso halla alguno, suspirando,
De su aspecto y vestir le da medida ,
Y le ruega después le diga dónde
Estar podrá la que á su amor se esconde.
V.
Y ya el día al venir claro y luciente ,
Busca en todo el ejército moresco ;
Y bien lo puede hacer seguramente,
Porque el traje y arnés lleva arabesco ,
Y á la ficción le ayuda fácilmente
El saber más idiomas que el galesco ,
Y el africano hablar tan de corrido,
Como si hubiera en Trípoli nacido.
CANTO NOVENO. 3o3
VI.
En ese vasto campo, por tres días,
Inquiriéndolo todo se detuvo;
Y después, por ciudades y alquerías.
Fué buscando; y no sólo Francia anduvo,
Sino Auvernia, y Gascuña y cercanías,
Y hasta en la aldea más pequeña estuvo ,
Y corrió de Provenza hasta Bretaña ,
Y del Picardo hasta el confín de España.
VIL
Al empezar Noviembre sus heladas;
Cuando las plantas su beldad frondosa
Van perdiendo, hasta hallarse descarnadas
Sus tìbras, á merced de escarcha odiosa ;
Al emigrar de pájaros bandadas ,
Orlando á su pesquisa fué amorosa.
Sin dejarla ni un punto en toda aquella
Fea estación, ni en la que sigue bella.
VIII.
Un día que, cual siempre, va pasando
De uno en otro país, á un río ingente
Llegó, que del Bretón corta al Normando ,
Y hacia el vecino mar va de Occidente;
Y ora hinchado , sus aguas aumentando
Con suelta nieve y montaraz torrente.
El puente ha roto con furor pujante ,
Impidiéndole el paso al caminante.
304 ORLANDO FURIOSO.
IX.
Media el sitio con la vista atenta
Orlando, que no ve cosa sencilla
(No siendo pez ni ave) lo que intenta
De poner pie seguro en la otra orilla ;
Cuando una dama aquí se le presenta
Eh la popa de breve navecilla;
La cual le hace señal que va á buscarle ,
Aunque la barca allí no osa acercarle.
X.
No la proa, por tanto, tierra abarca ,
Que teme ser, contra su gusto, presa.
El paladín le ruega que en su barca ,
Le pase allá ; mas ella (y no le pesa)
Le dice: «Aquí guerrero no se embarca ,
Si por su honor no me hace la promesa
De que á una lid que le diré se ajusta ,
La más honrosa á un tiempo y la más justa.
XL
"Si empeíío, pues, tenéis de trasladaros
X' Allende, en nuestros barcos ó almadías.
Me habéis de prometer que antes que claros
De este próximo mes crezcan los días ,
Al rey de Ibernia ' habéis de ir á juntaros
Que prepara una escuadra á gentes pías,
Que vayan á arruinar la isla de Ebuda ,
De cuantas el mar ciñe la más cruda.
CANTO NOVENO, 3oS
XII.
«Saber debéis que más allá de Irlanda,
Aquella entre otras diferentes yace:
A esa gente de Ebuda, una ley manda
Que á los de enrededor vaya rapace ,
Y á las bellas que coja , en cualquier banda ,
Las dé por pasto á un animal vorace,
Que viene diariamente á la ribera.
Do siempre halla mujer grave ó soltera.
XIII.
»De ellas juntan acopio extraordinario,
Y con gusto mayor de las doncellas;
Contando cada día, de ordinario.
Como presa menor, una de aquellas.
Si no sois, pues, del dulce amor contrario;
Si el pecho os mueven á piedad las bellas.
De ser uno debéis estar contento
De los que van al generoso intento.»
XIV.
Ni acabarla de oir Orlando pudo ,
Y juró ser primero en tal empresa ;
Como que cualquier acto infame y crudo
Sufrir no puede , y hasta oir le pesa ;
Llegando hasta sentir cual dardo agudo.
Que á Angélica esa gente tenga presa;
¿Pues cómo, recorriendo tierra tanta,
No encontró ni vestigio de su planta?
TOMO I. 20
3o6 ORLANDO FURIOSO.
XV.
Ya el designio anterior no le domina,
Y el nuevo de su mente se hace dueño:
Acudir lo más pronto determina
Á dar calor al generoso empeño;
Y así que el otro sol al mar declina,
Ocupa en Sanmaló flotante leño;
Y antes que el alba el cielo desabroche,
El monte San Miguel pasa de noche '.
XVI.
Breaco y Laudriiler á izquierda mano
•z Deja , y el largo de bretona tierra ;
Y va á la blanca arena (aunque es en vano i
Que el nom bre de Albión ' le dio á Inglaterra
Pues el viento le falta Meridiano ,
Y entre Poniente y Aquilón se cierra,
Con tanta fuerza , que á bajar le obliga
Toda vela, y la popa le fatiga.
XVII.
El mar, que en cuatro días ha corrido
El bajel , desandar uno le hace ;
Y al experto piloto se ha debido
Que no como cristal se despedace.
Después de sacudirle embravecido,
Calmar el día quinto al viento place ;
Y entrar pudo la nave en la bahía
A do el Escalda su corriente envía.
CANTO NOVENO, 307
XVIII.
Cuando en la estrecha fez metió el marino
El maltratado barco finalmente,
Por la derecha orilla , de un vecino
Lugar, salió un varón , en cuya frente
Blanco pelo anunciaba el gran camino
Que hizo en el mundo, el cual muycortésmente
Al Conde á recibir fué con presteza.
Pues de los otros le juzgó cabeza.
XIX.
Y en nombre le rogó de una doncella
Que entre á verla y hablar , si no le^es grave ,
Que no á fe le ha de ser , porque es muy bella ,
Y de trato además discreto y suave ;
Y que aun , si es menester, iría ella
A platicar con él hasta su nave;
Que es merced que á otros muchos ha debido,
Paladines que errantes han venido.
XX.
Que ninguno que cerca de ella arriba ,
Ó por tierra ó por mar, si es caballero,
El razonar con esa dama esquiva ,
Y serla , en un mal suyo, consejero.
En cuanto Orlando lo escuchó, á la riva
Sin detenerse más , saltó ligero ;
Y como es tan cortés y tan humano,
Echóse á andar do le llevó el anciano.
3o8 ORLANDO FURIOSO.
XXI.
Y ya en tierra , á un palacio es conducido ,
Donde al fin de marmóreos escalones ,
Ve una dama de aspecto dolorido ,
Cuyo duelo revelan sus facciones,
Y la negra color de su vestido,
Y los paños de estancias y salones ;
La cual tras de cortés digna acogida ,
Le hace sentar y dícele afligida :
XXIL
«Sabed , señor , que el gran Conde de Holanda
Fué mi padre, y yo del tanto querida
(Aunque no á mí tan solo Dios le manda ,
Pues fui de dos hermanos precedida) ,
Que de cuanto soñaba, la demanda
Nunca me fué un instante diferida.
Gozábame en tan plácido destino ,
Cuando á la corte nuestra un Duque vino.
XXIIL
»Eralo de Zelandia : á lidiar iba
Con el moro á la Vasca tierra brava :
Su juventud hermosa y atractiva,
Y yo que del amor todo ignoraba,
Fácilmente me hicieron su cautiva;
Tanto más, que por fuera se mostraba ,
Y lo creía y creo , que anhelante
Pagaba, y paga, mi ternura amante.
CANTO NOVENO. 309
XXIV.
»E1 tiempo que con él me tuvo el viento,
Contrario á los demás, y á mí propicio ,
Un siglo á todos fué , y á mí un momento :
Un gozo á mí, si á aquellos un suplicio.
En pláticas que hubimos, juramento
Hízome de acudir al dulce auspicio
De himeneo á su vuelta prometida :
El me ofreció su fe; yo á él mi vida.
vxv.
"No bien Bireno hubo de allí partido
(Ese es el nombre de mi fiel amante) ,
El Rey del Frisio reino, dividido
Por río y mar del nuestro, y no distante,
Pensó darme á su hijo por marido.
Que no tiene otro más, llamado Arbante,
Y á los más grandes de su Corte, á Holanda ;
A pedirme á mi padre al punto manda.
XXVI.
))Yo, que á la fe de mi Bireno ausente
Faltar no puedo; y ser falsa y perjura ,
Ni aunque pudiese, amor me lo consiente,
Que en mi pecho constante y firme dura ;
Para cortar la práctica corriente ,
Y entre ambas casas hasta allí segura ,
A mi padre morir pido llorosa,
Primero que ir á Frisia á ser esposa.
3 IO ORLANDO FURIOSO.
XXVII.
»Mi buen padre, á quien solo place cuanto
Me place á mí, calmarme se propuso ,
Consuelos darme, y enjugar mi llanto,
Y de antiguos convenios rompió el uso;
De lo cual el Frisón Monarca tanto
Se ardió de enojo, y tan feroz se puso,
Que entró en Holanda y comenzó la guerra
Que destruyó á los míos, y á mi tierra.
XXVIII.
«Porque además de ser bravo y potente.
Que ventaja en la lid nadie le lleva ,
Y en la maldad y astucia de la mente
Pocos pueden con él ponerse á prueba;
Usa de un arma que la antigua gente
No vio jamás, y él solo entre la nueva:
Un tubo de seis pies, que encierra sola.
Entre polvo negruzco, férrea bola.
XXIX.
«Detrás de un foco, do el cañón termina ,
Toca un resorte que se mira apena,
Cual tocar suele, con la punta fina
El médico al enfermo alguna vena,
Y eso expele á la bola tan dañina ,
Que parece relámpago que truena,
Pues cual rayo del cielo, por do hiende,
Todo lo rompe, y rásgalo, y enciende.
CANTO NOVENO. 3ll
XXX.
»Con ese invento á mis hermanos mata,
En dos veces que pone el campo en rota:
En la primera, al uno desbarata
El pecho , entrando por la hirviente cota :
En la segunda, al que de huir ya trata ,
Del cuerpo aparta el alma la pelota ;
Que le entra por la espalda, y fulminante
Le atraviesa , saliendo por delante.
XXXI.
»Y un su castillo defendiendo un día
Mi buen padre, á quien más no le haquedado.
Pues todo el reino ya perdido había ,
De otro golpe, cadáver quedó helado;
Que mientras disponiendo iba y venía
Las defensas del uno y otro lado,
En la frente le clava el disco atroce
El traidor, que de lejos le conoce.
XXXIL
«Muertos hermanos, padre, el señorío
Yo heredaba de la ínsula de Holanda ;
Y el Rey Frisón , con el deseo impío
De asegurar su imperio de esta banda,
Saber nos hace á mí y al pueblo mío ,
Que en paces cambiará la guerra infanda.
Si, accediendo á lo que antes no he querido ,
Tomo á Arbante su hijo por marido.
3 12 ORLANDO FURIOSO.
XXXIII.
»Yo , no por sólo el odio grande, abierto ,
Que me inspira su astucia depravada,
Que á mis hermanos y á mi padre ha muerto,
Y á mi patria infeliz tiene arrasada ;
Mas también por no hacer infame entuerto
A aquel á quien promesa hice sagrada
De que mortal ninguno me obtuviera
Mientras él de la España no volviera,
XXXIV.
»Le respondí que tras de un daño, ciento
Quiero sufrir, perder lo que aún tenía,
Y darme al fuego, y mi ceniza al viento ,
Primero que aceptar la unión impía.
Mi pueblo en apartarme de ese intento
Se empeña : quién me ruega : quién decía
Que antes me han de entregará mí y la tierra.
Que morir todos en tan triste guerra.
XXXV.
•Así cuando á amenaza y ruego vano
Me vieron cada vez más firme y dura,
Con el F'risón acordes , en su mano
Me pusieron, que el miedo les apura.
Aquel , sin proceder contra mí insano.
De la vida y del reino me asegura.
Si de mi alma la borrasca aquieto,
Y á ser de Arbante esposa me someto.
CANTO NOVENO. 3l3
XXXVI.
«Estrechada yo así, jugar là vida
Quiero por á tal riesgo sustraerme :
Mas si antes no me vengo, más herida V
Que de cuanto he sufrido juzgo verme. ^
Pienso, y saca mi mente comprimida
Que sólo la Hcción puede valerme.
Finjo, no que me pesa , antes quisiera
Su perdón merecer y ser su nuera.
XXXVII.
«Entre los de mi padre más probados
Amigos, dos hermanos he elegido , * '
De grande ingenio y corazón dotados ,
Y aun más de fe segura; porque han sido
En las reales estancias educados ,
Y, niños, con nosotros han crecido;
Siendo tan míos, que por mí y mi suerte
Irían con placer hasta á la muerteiJI^oni sü^*
XXXVIII.
»Mi plan les comunico, y fácil era
Comprender que lo aceptan con delicia.
A Flandes,á que un barco nos trajera,
Mando al uno; que el otro es mi justicia.
Mientras que los del reino y los de fuera
Acuden á las bodas , la noticia
Llega de que Bireno no está inerte,
Y prepara en Gascuña armada fuerte.
3 14 ORLANDO FURIOSO.
XXXIX
«Por eso, dada la primer batalla,
En la que roto y muerto fué un hermano,
Mando un correo á do Bireno se halla,
A darle cuenta del suceso insano:
Mas, mientras él sus naves avitualla.
Ya del Frisón Holanda está en la mano.
Bireno, que mal tanto no recela,
Ansiando por venir, se da á la vela.
XL.
»A1 Rey, á quien la suerte no abandona ,
Va el aviso veloz: al hijo entrega
De la boda el cuidado; y en persona
Al Duque busca, y en fatal refriega,
Rompe y quema su escuadra y le aprisiona:
Mas no á nosotros la noticia llega.
En tanto aquél se desposó conmigo,
Y en el lecho á mi lado quiere abrigo.
XLI
nDeirás de las cortinas , yo , cuidoso ,
Tengo oculto á mi fiel, que no se mueve,
Mientras no ve llegar á mí el esposo.
Mas así que á acostarse ya se atreve,
Alza un acha, y , con brazo vigoroso.
Descarga en su cerviz un golpe breve.
Que le envía al abismo oscuro y ciego;
Yo salto presta, y su garganta siego.
CANTO NOVENO. 3l5
XLII.
«Cual buey al machetazo caer suele,
Cae de Cimosco el hijo malhadado;
Ese es el nombre, que aun decir me duele,
De ese tirano pérfido y malvado ;
El que al acto fierísimo me impele;
El que padre y hermanos me ha matado;
El que mi mano y trono pretendía,
A fin, tal vez, de asesinarme un día.
XLIII.
"Antes que más trastorno allí ocurriera,
Recogido lo más rico y urgente,
Mi cómplice á la mar me echa ligera ,
Por una cuerda , del balcón pendiente.
Que alcanza al barco, do su hermano espera ;
El que me trae de Flandes diestramente.
Dimos velas al viento : al agua remos,
Y como plugo á Dios, salvos nos vemos.
XLIV.
"No sé si contra mí más espantoso.
Que de la muerte de su hijo opreso ,
Se sentiría el bárbaro orgulloso ,
A la siguiente luz, cuando al acceso
Del palacio, do entraba victorioso
Con sus banderas y Bireno preso.
Venir creyendo á triunfo, boda y fiesta,
Con la escena de horror se halla funesta.
3l6 ORLANDO FURIOSO.
XLV.
»La piedad por el hijo : el odio insano
Contra mí, día y noche ya le ahoga :
Mas como llorar muertos lance es vano,
Y la venganza el odio desahoga,
No cual sensibles almas, el tirano
Con ayes y suspiros se desfoga :
De su rabia al tenor quiere buscarme,
Y en sus manos tenerme y destrozarme.
XLVI.
»A cuantos se figura, ó le hacen bueno
Que en el hecho pudieron asistirme;
A los que amor me guardan en su seno ,
Hiere ó saquea, en perseguirlos firme.
El primero matar quiso á Bireno ,
Cuya muerte más que otra ha de afligirme
Mas pensó que si vivo le tenía,
La red con que pescarme guardaría.
XLVII.
»Y esta vil condición , infame y dura ,
Le impone : que en el término de un año
Tormento le ha de dar y muerte oscura ,
Si por librarse del oprobio y daño,
Con sus gentes y amigos no procura.
Empleando la fuerza ó el engaño,
Presa entregarme; así la única vía
De salvarle ha de ser la muerte mía.
CANTO NOVENO. 3l7
XLVIII.
«Cuanto por su salud hacerse pueda,
Fuera de yo entregarme, helo intentado.
Vendí, de lo que en Flandes aún me queda,
Seis castillos ; y el precio que me han dado ,
Parte en ganar que su custodio acceda
Á dejarle escapar; parte he gastado
En hacer que al inicuo y sus desmanes
Fuerza opongan ingleses ó alemanes.
XLIX.
«Mas sea que otra cosa no han podido
Mis mensajeros; sea que, al decoro
No muy atentos, sólo me han vendido
Promesas y no ayuda , á peso de oro;
El señalado término ha venido
Tras el cual, ya ni fuerzas , ni tesoro
Han de servir para evitar la muerte,
Del que gozar me niega infausta suerte.
L.
«Por él de sangre están mis tierras llenas:
Mi familia por él veo extinguida :
Gasté lo que hasta allí bastaba apenas
Para sostén de mi infelice vida ,
En romper de su encierro las cadenas;
¿Qué otro arbitrio me queda , qué salida
Si no yo misma al fuego condenarme,
Y al verdugo feroz ir á entregarme?
3l8 ORLANDO FURIOSO.
LI.
» Pues bien : sì ya que hacer nada me resta ;
Si no hallo más favor ni más amparo
Que la vida perder, que me es funesta ,
El darla por la suya hasta me es caro.
Sólo un temor mi espíritu molesta ;
Que pacto no podré fijar tan claro ,
Para mí tan seguro, que el impío
Lo cumpla, cuando tenga el cuerpo mío.
LII.
»Dudo que mientras dueño suyo fuera ,
Y en mí sus iras implacables gaste,
La vida que mi bien me agradeciera ,
No dé á Bireno, en el fatal contraste ,
Y que le abrase el odio de manera,
Que matarme á mí sola no le baste ;
Y que estando de sangre mía lleno,
Quiera beber después la de Bireno.
Lili.
»Ved la causa. Señor, porqué oportuno
Consejo os pido ahora , y porqué á cuantos
Caballeros que llegan importuno;
Pues pienso así que, consultando á tantos,
Cómo lograr podré me diga alguno,
Que después que me entregue á más quebrantos,
A Bireno el traidor guardar no quiera ,
Y después de mi muerte haga que muera.
CANTO NOVENO. 'Í19
LIV.
«Que estén conmigo á varios he pedido,
Cuando vaya á entregarme al Rey de Frisa,
Y me ofrezcan que el cambio convenido,
Con medida ha de hacerse tan precisa ,
Que seamos yo dada, él recibido
A la vez; que muriendo de tal guisa ,
Contenta moriré, pues de esa suerte
Le habré dado la vida con mi muerte.
LV.
» Hasta el día , de cuantos he rogado,
A la empresa ninguno se dispone;
Porque fe no les presta el Rey malvado,
Y temen que me prenda y me aprisione ,
Y no devuelva á mi Bireno amado;
Y entonces, ¿qué ha i ae hacer? Tal les impone
Aquel arma tan fuerte en la batalla ,
Contra la que no valen cota y malla.
LVI.
«Ora, si corresponde en vos el brío
Al rostro fiero y al hercúleo aspecto :
Si juzgáis que tenéis el poderío
De rescatarme, si su obrar no es recto,
A entregarme venid ; que yo confío
Que si os llevo conmigo á aquel efecto.
Mientras él no esté libre , intentos vanos
Serán tenerme entre sus torpes manos.»
320 ORLANDO FURIOSO.
LVIÍ.
La historia así acabó que la doncella ,
A veces con su llanto acompañaba ,
Y el noble Orlando, cuando el labio sella ;
El, que hacer todo bien nunca excusaba,
En palabras locuaz no fué con ella,
Porque pocas gastar acostumbraba ;
Mas su fe la promete ; y la decía
Que hará más de lo que ora le pedía.
LVIII.
Llevar no intenta á Frisia ala cuitada
Para librar al mísero Bireno ,
Que á entrambos salvará su fuerte espada ,
Sí el usado valor le arde en el seno.
El mismo día emprende la jornada,
Pues tiene el viento próspero y sereno ,
Y el deseo de ir le impele ardiente
El monstruo á combatir y la ímpia gente.
LIX.
Ora á la diestra, ora á la izquierda banda,
Va el piloto sondeando los canales:
Ve una isla , detrás las de Celanda ,
Y otras y otras de formas desiguales ;
Y al tercer día Orlando llega á Holanda :
Mas no con la que sufre acerbos males;
Que no quiere que vaya , hasta que muerte
Le dé al autor de su infelice suerte.
CANTO NOVENO.
LX.
Desciende armado á la marina marca
El paladín en un trotón overo ,
Nutrido en Flandes , nato en Dinamarca,
Mas no veloz, aunque robusto y íiero ;
Porque en Bretaña , cuando entró en la barca,
Dejado había su corcel ligero,
Su Brilladoro, aquel bello y gallardo
Que no tiene rival sino en Bayardo.
LXI.
Llega á Dordrek Orlando , y allí encuentra
En la puerta gran guardia preparada ,
Que se suele aumentar, ya cuando entra
Algún nuevo varón á la estacada :
Ya porque al Rey llegó, que se concentra
En Celandia una grande y fuerte armada
De naves y soldados, donde viene
Un deudo del Señor que preso tiene.
LXII.
Orlando á un oficial que allí se avanza
Le ruega diga al Rey que un noble errante
Quiere con él probarse á espada y lanza;
Pero con este pacto por delante :
Que si vencer al retador alcanza ,
Le dará á la mujer que mató á Arbante,
A la cual tiene en sitio allí cercano ,
Fácil para ponérsela en su mano.
TOMO 1. 21
■J2? ORLANDO FURIOSO.
LXIII.
Y que á su vez Cimosco ha de ofrecerle
Que , si es vencido en la marcial porfía,
En libertad al Duque ha de ponerle,
Dejándole doquiera ir en franquía.
El reto el oficial va á someterle
Al Rey, que, como honor y cortesía
No tuvo nunca, enderezó el intento
Á la traición, al fraude, al fingimiento.
LXIV.
Piensa que, aprisionando al caballero,
Á la mujer tendrá que le ha ofendido;
Si es cierto , y lo oyó bien el mensajero,
Que en su poder la guarda precavido.
Treinta armados envió, por un sendero
Diverso del que Orlando ha recorrido ;
Los cuales, rodeando foso y falda,
Han de apostarse ocultos á su espalda.
LXV.
Dar palabras al vil poco le duele,
Mientras quedan aquellos apostados;
Y al estar ya do el fraude les impele,
Sale luego con otros treinta armados.
Como al bosque y las fieras rodear suele
Experto cazador por todos lados ;
Como la pesca , que en Volana * abunda ,
Con vasta red el pescador circunda;
CANTO NOVENO. 323
LXVI.
Así de Frisia el Rey todo lo mide ,
Para que no se escape aquel valiente :
Cogerle vivo á su intención preside;
Y eso piensa obtener tan fácilmente,
Que aquel terrestre rayo ora no pide,
Con que ha deshecho y muerto tanta gente;
Que, pues prenderle y no matarle intenta,
Con las usuales armas se contenta.
LXVI I.
Cual hábil pajarero guarda vivos
Los pajarillos que atrapó primero,
Para hacer infinitos más cautivos,
De su pío al reclamo vocinglero,
Tales sus actos son preparativos :
Mas no cazar se deja el caballero ,
Que no es de los que caen al instante ;
Y pronto rompe el lazo circunstante.
LXVIH.
A do ve que más gente se le atreva ,
El bravo paladín enristra el asta,
Y á uno, á dos, á tres, la muerte lleva,
Y á otros cuatro, y parecen ser de pasta;
Que ha enfilado hasta seis, y los eleva;
Y como ya la lanza no le basta
A ensartar más , al siete sólo hiere ,
Que queda fuera : mas del golpe muere.
324 ORLANCO FURIOSO.
LXIX.
No de otro modo en la estación amena ,
De un charco al borde, miras ensartadas
Del flechero ingenioso en la faena,
Unas tras otras ranas apretadas ;
Y no aparta su flecha, hasta que llena
Hasta la punta está de las cuitadas.
Entonces su gran lanza Orlando tira ,
Y con la espada fulminando gira.
LXX.
Con aquella que al flanco invicta ciñe ;
Aquella que jamás un golpe pierde,
Cuando de punta ó tajo atroz constriñe ,
A jinete ó peón , que el polvo muerde :
La que cuanto tocó de rojo tiñe,
Sea azul, sea negro, ó blanco ó verde.
De menos echa aquí, Cimosco ciego ,
Cuando más falta le hace, el fatal fuego;
LXXI.
Y con voces horrísonas lo pide;
Y amenaza; y de nadie es atendido;
Que volver á salir el miedo impide
Á los que á la ciudad se han acogido.
Cimosco que el temor de todos mide,
De salvarse también toma el partido;
Y á la puerta va á alzar el puente, cuando
Ve que, ya vencedor, le ocupa Orlando.
CANTO NOVENO.
LXXII.
La espalda vuelve el Rey , y del le deja
Dueño, y de entrambas puertas, y de suerte
Huye, que á todos gana, y más se aleja ;
Que más que todos su caballo es fuerte.
No el Conde á la menuda plebe aqueja :
Sólo quiere del pérfido la muerte:
Mas su corcel, corriendo, poco vale;
Y al que huye, ni el viento que le iguale,
LXXIII.
Pronto de calle en calle ya le ha visto
Perderse el paladín : mas vuelve presto , •
De aquellas armas hórridas provisto,
Cuyo uso en su mano es tan funesto ;
Y detrás de un cantón le aguarda listo ;
Cual montero, que espera desde el puesto.
Con sus perros y el chuzo, al espantoso
Jabalí, que se acerca rumoroso;
LXXIV.
Y avienta piedras , árboles desase
Con ramaje y raíz, que va esparciendo;
Que parece que en torno se fracase
La selva toda con horrible estruendo
Así Cimosco espera á que no pase
Sin pagarle el portazgo aquel tremendo;
Y en cuanto llega , con el fuego toca
Al tubo, que dispara por la boca;
326 ORLANDO FURIOSO.
LXXV.
Y cual rayo al caer, relampaguea,
Y tiembla el monte, y bajo el pie el terreno,
Y en derredor el aire centellea,
Retumbando el espacio el ronco trueno;
Y el disco ardiente que su furia emplea
Doquier que toca , de pujanza lleno ,
Silba ; mas no va á dar adonde el tino
Le dirige del bárbaro asesino.
LXXVI.
Ya el ansia de matarle que tuviere,
Y hace el brazo mover, y el pulso altera;
Ya que temblar cual hoja el viento , hiciere
El miedo que de su alma se apodera ;
O la bondad divina, que no quiere
Que su leal campeón tan pronto muera,
Al vientre del corcel va á dar el tiro,
Y cae, lanzando el último respiro.
LXXVII.
Al suelo van caballo y caballero :
Aquel le abruma : éste le toca apenas ;
Pues tan vivo levántase y ligero,
Cual si azogue corriera por sus venas.
Como botaba cada vez más ñero
Anteo ' de las líbicas arenas ,
Tal y con mayor fuerza se alza , cuando
Toca la tierra, y se levanta, Orlando.
CANTO NOVENO. J27
LXXVIII.
Quien visto haya salir rasgante el fuego
Que en su potente mano Jove cierra,
Y entrar en sitio reservado y ciego ,
Que salitre, y carbón , y azufre encierra;
Que apenas llega, apenas toca luego,
Ya parece que estallan cielo y tierra,
Y paredes, y mármoles se rajan ,
Y al alto van , y á ios abismos bajan ,
LXXIX.
Se puede imaginar cómo cayendo
Al suelo el paladín , al levantarse
Tendría el ademán y el rostro horrendo.
Capaz de hacer á Marte amedrentarse.
Aquí espantado el Frisio Rey, torciendo
Las riendas al corcel, pudo escaparse :
Mas detrás fuele Orlando, no más tardo
Que del arco tirante sale el dardo.
LXXX.
Y lo que hacer no pudo la vez prima
A caballo, ora á pie lograrlo cuenta ;
Y tan veloz le sigue, que no estima
Nadie que ha de escapar de la tormenta.
Alcánzale á muy poco ; y á la cima
Del yelmo alza la espada , y tal la asienta ,
Que la cabeza pártele hasta el cuello ,
Y lanza en tierra el postrimer resuello.
328 ORLANDO FURIOSO.
LXXXI.
Ora salir de la ciudad se siente
Nuevo rumor de gritos y de espadas;
Que el deudo de Bireno, con la gente
Que trae de su tierras embarcadas,
Cuando abiertas las puertas vio á su frente,
Por las calles entrando abandonadas,
A lo interior del pueblo se introdujo ,
Que á tanto miedo el Paladín redujo.
LXXXII.
En derrota huyen todos , ignorando
Quién esta gente sea y qué demanda ;
Pero así que en el traje van notando,
Y en el hablar, que son los de Zelanda ,
Paces piden , el blanco parió alzando,
Y al Capitán diciendo , que comanda,
Que ayuda le darán contra el Rey fiero,
Que á su Duque retuvo prisionero.
LXXXIII.
Siempre aquel noble pueblo fue enemigo
Del Frisio Rey, y de quien le es secuaz,
Porque dio muerte á su Seííor antigo,
Y porque era tirano, ímpio y rapaz.
Orlando , entre ambas partes, como amigo ,
Se interpuso, y les hizo hacer la paz;
Y así unidos, frisones no dejaron
Que no hirieron , prendieron ó mataron
CANTO NOVENO. 329
LXXXIV.
De la cárcel las puertas arrojadas
Á tierra son , sin esperar la llave.
Bireno al Conde, en frases extremadas,
Muestra que agradecer su amparo sabe;
Y luego con sus gentes van armadas
Do espera á Orlando Olimpia en una nave:
Así se llama la que aguarda ahora
Del trono de la Holanda ser señora.
LXXXV.
La que allí el paladín ha conducido
Sin creer que lograr pudiese tanto,
Pues aspiraba sólo á que servido
Fuese Bireno y libre del quebranto.
Todo el pueblo le honora agradecido ;
Y demás fuera referiros cuanto
Ella á su amante dice , y él responde,
Y los dos cuántas gracias dan al Conde.
LXXXVI.
El pueblo á la doncella en el paterno
Solio repone , y su lealtad la jura.
Ella al esposo, á quien en nudo eterno
Amor la liga con pasión tan pura,
Del Estado y de sí le da el gobierno ;
Y Bireno que de otro tiene cura,
Pueblos , castillos en confiar no tarda
A su deudo , á quien todo lo da en guarda.
33o ORLANDO FURIOSO.
LXXXVII.
A volver á Zelandia él se dispone,
Llevando á su consorte fiel consigo;
Porque después en Frisia se propone
Probar si el hado le protege amigo:
Hoy que en sus manos una prenda pone
Con que pueda ofrecer premio ó castigo :
La hija de sus Reyes, que gemía
Entre muchos cautivos que allí había.
LXXXVIH.
Y parece que quiere que su hermano ,
Que era de edad menor, sea su esposo.
Partió también hacia el país britano
El mismo día el Conde generoso ,
Que entre tantos despojos, no su mano
Eligió más que el tubo aquel odioso :
El instrumento con que espanta al suelo,
Y asemeja al veloz rayo del cielo.
LXXXIX.
Y no es ya la intención que en él asoma
Servirse del, y usarlo en su defensa;
Que ir con ventaja , el Senador de Roma
Siempre ha tenido por flaqueza inmensa,
Sino para arrojarle ora le toma
Do no pueda causar á nadie ofensa ,
Con las bolas, el polvo y todo el resto
Que el instrumento aquel hacen funesto.
CANTO NOVENO. 33 1
xc.
Y así, cuando en la mar entrado había,
Y en medio de ella se miró engolfado,
Que de una y otra banda no se vía
Niel extremo de risco ó monte alzado,
Se irguió diciendo : «Porque ya osadía
Nunca más des á lidiador menguado.
Ni con tu auxilio equipararse pueda
Al vil con el valiente, aquí te queda,
XCI.
»¡Oh abominable invento y maldecido ,
Del Tártaro labrado allá en lo inmundo ,
Por mano de Satán, que ha concebido
Por medio tuyo destruir el mundo;
Ve al abismo infernal de que has salido!»
Y así exclamando, lo arrojó al profundo ,
En tanto el viento hacia la Ebuda brava
A las hinchadas velas empujaba.
XCII.
Tanto deseo al paladín le anima
De saber do se encuentra la adorada
Bellísima mujer, sin la que estima
Poco la fama, la existencia nada ;
Que teme, si á la Ibernia se aproxima ,
Que le ocurra otra cosa no esperada.
Por la que luego diga en vano: « ¡ Ay laso !
¡Por qué no apresuré , Dios mío, el paso!»
332 ORLANDO FURIOSO.
xeni.
Ni escala en Inglaterra, ni en Irlanda
Hacer permite, ni en la opuesta riva ;
Mas dejémosle andar á do le manda
El que su flecha le clavó tan viva ;
Que antes que del os cuente, voy á Holanda;
Y contrariado á fe, porque nos priva
De que asistamos á la boda y fiesta ,
De un hecho triste la ocasión funesta.
XCIV.
Dignas fueron las bodas : mas no fueron
De tan regio esplendor, ricas y bellas,
Como en Zelanda hacerlas prometieron :
Mas no os invito la asistencia á ellas ,
Porque á impedir su ejecución surgieron
Motivos de dolores y querellas.
Que en el canto que sigue , entre suspiros ,
Si no os cansáis de oirme, he de deciros.
ORLANDO FURIOSO
ARGUMENTO DEL CANTO DÉCIMO.
Traidor Bireno, de otro amor llevado,
A Olimpia en playa vil deja doliente.
De las fuerzas de Alcina libertado ,
A Longistila va Rugier valiente :
Ella le entrega su caballo alado,
Y él registra desde él la inglesa gente.
Por su valor Angélica es salvada,
Que ya al monstruo voraz era entregada.
ORLANDO FURIOSO
CANTO DÉCIMO.
I.
Entre cuanto de amor ha visto el mundo ;
Entre cuantos á amor fueron constantes ; •
Entre cuantos, por triste ó por jocundo
Destino, fueron célebres amantes,
Daré el primer lugar, que noel segundo,
Aun contando los siglos más distantes,
A Olimpia; que entre antiguos y presentes,
Nunca terneza igual vieron las gentes.
II.
Ella, con pruebas tantas, tan preciosas ,
Tiene adquirido al hombre que está amando,
Que no hay mujer que darlas más copiosas
Pueda , aunque el corazón fuera enseñando.
Y si merecen premio almas hermosas
Que lealtad tan firme están mostrando ,
Con tanto ó más amor que hay en su seno,
Digo que á Olimpia amar debe Bireno.
336 ORLANDO FURIOSO.
III.
Y que jamás abandonarla debe
Por otra alguna ; ni aunque fuese aquella
Que Asia y Europa ' ardió con guerra aleve,
Ó la que Jove convirtió en estrella ',
Y antes de que la pierda, pierda breve
El oído, y el gusto, y la luz bella ,
Y la vida, y la honra, y cualquier cosa ,
Si hay alguna en el mundo más preciosa.
IV.
Si Bireno la amó como fué amado ;
Si fiel cual ella fué y agradecido;
Si no lleva á otra parte su cuidado ,
Ó si tanto servicio ha desoído ,
Y por negros caminos descarriado,
Tanto amor y fe tanta él ha vendido,
Vais á oir, y yo á haceros, con su agravio,
Las cejas enarcar, temblar el labio.
V.
Y así que nota la impiedad os sea,
Y el aprecio que amor tan grande inspira,
¿Quién habrá de vosotras que ya crea
¡Oh damasi de un amante en la mentira?
Él , por lograr el fruto que desea ,
Sin ver que Dios todo lo escucha y mira,
Amontona promesas, juramentos.
Que luego esparcen por doquier los vientos.
CANTO DÉCIMO. 337
VI.
Promesas, juramentos sólo rigen
Hasta que el fuego del amor se pasa;
Hasta que á los amantes ya no afligen
Los deseos, la sed que los abrasa.
Dad, pues, al llanto y ruegos que os dirigen,
Sordos oídos y clemencia escasa.
¡Felices, mis señoras, las criaturas
Que aprenden en ajenas desventuras!
VII.
Y guardaos de aquellos que en la flor
Tienen de juventud rostro galano ;
Que en ellos vive y muere pronto amor,
Cual encendido en paja, fuego vano.
Como sigue á la liebre el cazador.
Que se hiele ó que sude, en monte, en llano ,
Y la arroja de sí cuando es ya suya,
Con empeño siguiendo otra que huya ;
VIII.
Esos lindos así suelen portarse ;
Que mientras os mostráis crudas, protervas ,
Os reverencian y aman, y postrarse
Suelen humildes, tiernos, sin reservas ;
Mas su orgullo no bien pueda jactarse
De la victoria , en vez de dueñas, siervas
Pronto seréis; y de vosotras sueltos,
A nuevo y verde amor los veréis vueltos.
TOMO i. 22
338 ORLANDO FURIOSO.
IX.
No por eso os prohibo (y error fuera)
Que de amar os dejéis, que sin amante
Seréis como la pobre vid, rastrera,
Porque sin palo ni sostén se plante.
Tan solo la lanugine primera
Os exhorto á esquivar, floja, inconstante
Á no coger el fruto acerbo y duro ;
Si bien tampoco el por demá« maduro.
X.
íbaos diciendo que una hija tierna
Del rey de los frisones fué encontrada ,
Por quien tuvo Bireno idea interna
De que fuera á su hermano destinada;
Mas al ver luego su beldad superna ,
Que era juzgó de sobra delicada;
Y por el gusto ajeno, error colmado,
Quitarse de la boca tal bocado.
XI.
La virgencilla no pasaba ahora
Délos catorce, y era hermosa y fresca,
Como rosa que apenas la colora
Rayo del sol, y el aura la refresca.
Pronto Bireno de ella se enamora;
Y no fuego tan vivo arde la yesca
Puesta por viles manos enemigas
En las tostadas férvidas espigas ,
CANTO DÉCIMO. ÍSq
XII.
Como el que entró en su pecho raudamente
La sangre de sus venas encendiendo ,
Cuando la vio regarla faz doliente,
De su padre al pensar el fin horrendo ;
Y cual suele, si el agua fría siente
Quedar la que primero está cociendo ,
Así el amor, que á Olimpia tanto halaga,
Por el nuevo esta vez en él se apaga.
XIII.
Y de la antigua está tan aburrido ,
Que aun el verla le da fastidio y pena ;
Cuando la jovencilla le ha encendido.
Tal que mientras no logra, se condena.
Por íin hasta que el día que ha elegido
Llega, su angustia y malestar refrena;
Y finje amar á Olimpia de tal modo ,
Que su deseo lo antepone á todo.
XIV.
Y si acaricia á aquélla (aunque se excede
De lo debido) , y en su halago insiste,
Tomarlo á mala parte nadie puede,
Sino á piedad bondosa que le asiste;
Que levantar al que de lo alto ruede,
Y dar alivio y consolar al triste, '
Merece aplauso, honor, y no censura,
Y más á una infeliz tierna criatura.
340 ORLANDO FURIOSO.
XV.
Los modos de Bireno, impios, profanos ,
Se achacan, pues , á móvil santo y puro.
¡Cómo los juicios son de los humanos
Ofuscados, oh Dios, por velo oscuro!
Los marineros, puestas ya las manos
En los remos , con viento van seguro ,
Por los lagos, llevando raudamente
Hacia Zelanda al Duque y á su gente.
XVL
Ya de vista borrados y perdidos
Quedan detrás los términos de Holanda,
Y la Frisia esquivando, más ceñidos
A Escocia van por la siniestra banda,
Cuando de un viento vense acometidos
Que á errar tres días por el mar los manda:
Al tercero la nave á dar acierta
Á la ensenada de ínsula desierta.
XVI L
Así que dentro están de un corvo seno,
Muchos á Olimpia á tierra transportaron ,
Que en compañía de su infiel Bireno
Cena, y sospechas | ay ! no la inquietaron.
Con él después en un lugar ameno,
Dose alzó un pabellón, se retiraron.
Los demás compañeros á las naves
Van del sueño á buscar los goces suaves.
CANTO DÉCIMO. 34 I
XVIII.
La fatiga del mar y la pavura ,
Que la tienen sin sueño y mal dispuesta;
El hallarse tranquila ya y segura,
Lejos de todo ruido, en la floresta,
Y que ningún pesar, ni sombra oscura,
Estando allí su esposo , la molesta ,
Son á Olimpia tan plácido beleño ,
Que ni oso, ni lirón tienen más sueño.
XIX.
El falso amante , al que sus artes malas
Hacen velar, cuando dormir la siente ,
Baja suave del lecho , y de sus galas
Un lío haciendo , sale cautamente
Del pabellón; y entonces, como si alas
Le nacieran, escapa hacia su gente;
Los despierta, y envían silenciosos
Las quillas por los mares espumosos.
XX.
Atrás dejan la tierra, y la mezquina
Olimpia yace aún sin despertarse;
Y cuando al alba, la sutil neblina
De las playas empieza á levantarse,
Y escucha á los alciones ♦ la marina
Del antiguo infortunio lamentarse,
iMedio dormida entonces, con la mano
Va á Bircno á tocar: mas ¡ay! en vano.
342 ORLANDO FURIOSO.
XXI.
Nada encuentra, y al punto la retira;
Y otra vez vuelve, y piensa se equivoca,
Y aquí un brazo y el otro hacia allí estira ,
Y entrambos pies , con inquietud no poca.
Vence al sueño el temor: despierta y mira;
Y no ve nada; y ya no huella y toca
El viudo lecho, sino el suelo alcanza,
Y muy veloz del pabellón se lanza.
XXII.
Correr al mar es su primera idea,
Présaga de su mísera fortuna :
Se arranca el pelo; el pecho se golpea,
Y va oteando , al rayo de la luna ,
Si alguna cosa más que el mar se vea,
Y ¡ay! fuera de la mar, no hay cosa alguna.
¡Bireno! grita ; y esa voz que oían ,
Apiadados los antros repetían.
XXIII.
Se elevaba al extremo de la playa,
Peñón que el mar, con su azotar frecuente ,
Cavóle el pie; y á guisa de atalaya
Alzábase sobre él corvo y pendiente;
Y no os asombre que á escalarle vaya
Olimpia, que el dolor la hace potente.
De allí de su señor ¡oh cuadro horrendo!
Ve lejanas las velas ir huyendo.
CANTO DÉCIMO. 343
XXIV.
Las vio, ó su vista se las fué ideando,
Que entonce apenas despuntaba el día;
Y caer se dejó , toda temblando ,
Como la misma nieve blanca y fría.
Mas cuando ya se pudo ir levantando ,
A do las naves van su nombre envía
Una y cien veces al cruel consorte,
Y parece que el grito el aire corte.
XXV.
Y al grito siguen el suspiro, el llanto.
Cuando por impotente la voz calma.
«¿Dónde huyes, cruel, rápido tanto?
¿Va tu bajel á disputar la palma ?
Para : tómame á mí , que no es quebranto
Que lleve el cuerpo, pues que lleva el alma.»
Dice , y porque la nave vuelva , grita ,
Y ropa y brazos por señal agita.
XXVI.
Mas del ingrato joven empujaban
Las anchas velas los propicios vientos ,
Y con ellas de Olimpia se llevaban
También el llamo, y gritos y lamentos.
Ella en las olas que á sus pies bramaban
Cuatro veces los ojos puso atentos.
Del agua al fin los quita, y baja presta
A do la noche descansó funesta.
344 ORLANDO FURIOSO.
XXVII.
Y la vista clavada en aquel nido ,
Bañándolo de llanto le decía :
«A dos cuerpos anoche has recibido ,
¿Por. qué no somos dos á ver el día?
¡Oh, pérfido Bireno, oh maldecido
El fiero instante en que á vivir nacía !
¿Sola aquí mi dolor á quién apela?
¿Quién me da ayuda ¡ayme! quién me consuela;
XXVI 11.
"Hombre no veo, ni del hombre el paso
Por doquier que mi vista aquí se posa:
Ni nave alguna, á Oriente ni al ocaso.
Que de angustia me saque tan penosa.
Del hambre moriré; ¿y hallaré acaso
Quien los ojos me cierre y me dé fosa?
¡Como no me la den, si me perciben,
Los lobos y los osos que aquí viven !
XXIX.
»¡Ay, lo temo! Y que viene á destrozarme
Ya me figuro el tigre encarnizado ,
U otra fiera, de aquellas á quien arme
La dura garra, el diente ensangrentado.
Mas ¿qué fieras podrán el mal causarme
Que tú, fiera cruel , ya me has causado ?
Podrán darme una muerte en un momento,
Y tú rrift haces, feroz, morir de ciento.
CAHtO DÉCIMO. H*
XXX.
«Pero demos que aquí piloto arribe
Que me quiera sacar de estos desiertos,
Y así del tigre la fiereza esquive ,
La sed, el hambre y tantos males ciertos;
;Me llevarán á Holanda , donde vive
El que hoy guarda sus torres y sus puertos?
¿Me llevará á la tierra en que he nacido,
Cuando ya por tus artes la he perdido?
XXXI.
»Me la has robado tú , bajo el pretexto
De deudo y amistad , con felonía,
Y en poner tus presidios fuiste presto,
Pues en tu mano así siempre estaría.
¿Volveré á Flandes , do vendí ya el resto
De lo que yo para vivir tenía ,
Y aunque poco, gástelo por salvarte
De inicua muerte y de prisión sacarte?
XXXII.
«¿Debo ir á Frisia , do reinar pudiera ,
Si por ti no lo hubiese desquerido ,
Y hermanos, padre y cuanto Dios me diera,
Todo por causa tuya lo he perdido?
Mas lo que hice por ti ya no quisiera
Echarte en cara , y sí darlo al olvido :
Tú bien lo sabes, y también, malvado,
Sabes la recompensa que me has dado.
346
ORLA'NDO FURIOSO.
XXXIII.
»¿Será que de piratas presa sea ,
Y como vil esclava ¡oh Dios! vendida?
¡Primero el tigre ante mis ojos vea,
Y su garra me arranque con la vida
El corazón do tu maldad se lea ,
Y muerta ya, me arrastre á su guarida!»
Así diciendo, el fúlgido tesoro
Arranca á crenchas del cabello de oro.
XXXIV.
Corre de nuevo al mar, de rabia llena :
Rasga sus ropas , y con paso incierto,
Y ciega del dolor que la enajena ,
Con sus manos maltrata el rostro yerto,
Y se arrastra cual Hécuba * en la arena ,
Cuando halla al ñn á Polidoro muerto.
Vuelve al peñasco, y mira el mar que crece,
Y ella misma una roca allí parece.
XXXV.
Quede en su duelo; que el pesar me guía
A encontrar á Rugiero en su camino,
Que en el intenso ardor del mediodía,
Por la playa sudando va y cansino.
Hiere el collado el sol ; su rayo envía
ígneo reflejo al arenal vecino :
Poco, al arnés que sobre sí llevaba ,
Para arder como el fuego le faltaba.
CANTO DÉCIMO. 347
XXXVI.
Mientras así, rendido, el tiempo corre,
Y el caballo con marcha va penosa ,
Hundiéndose en la arena que recorre,
Víctimas ambos de la sed rabiosa,
Halla á la sombra de una antigua torre
Que sobre el mar alzábase orgullosa ,
Á dos damas : su gracia peregrina
Y su traje le dicen ser de Alcina.
XXXVII.
En tapices están alejandrinos,
Dando, tendidas, al calor consuelo,
Con sendos vasos de aromosos vinos ,
Y cuantas ricas frutas cría el suelo.
Al vaivén de los ímpetus marinos.
Las espera allí cerca un barquichuelo,
Hasta que el viento á henchir sea bastante
La vela que aun no mueve corto instante.
XXXVIII.
Ellas, que andar por la no firme playa
Ven á Rugiero, que, á su viaje atento,
Sudando sigue la marina raya ,
El labio seco, el rostro macilento,
Comiénzanle á decir que no así vaya ,
Sin darse de reposo ni un momento ;
Y que á esa sombra plácida se llegue ,
Y no su brío á restaurar se niegue.
^4' ORLANDO FURIOSO.
XXXIX.
Y de ellas una á su corcel camina ,
Pidiéndole, al estribo , que bajara :
Y otra le ofrece, en copa cristalina,
Un licor, que su sed pronto curara :
Mas resiste Rugier la medicina ;
Porque á poco que allí se retardara,
Alcina con su gente le detiene,
Que ya, muy cerca, á sus espaldas viene.
XL.
No así el salitre ni el azufre puro
Que el fuego toca, súbito se inflama :
Ni así, al impulso de turbión oscuro.
El mar se agita, y espumante brama,
Como, al ver que Rugier sigue seguro
Su camino, apartando vino y dama,
Y las desprecia (y tiénense por bellas) ,
De rabia y de furor arde una de ellas.
XLI.
Y u No eres tú cortés ni caballero
(Dice con dura voz gritando fuerte);
Tú robaste corcel y arnés guerrero,
Que no pueden ser tuyos de otra suerte;
Y como lo que digo es verdadero.
Pluguiese á Dios te dieran digna muerte,
Y te viese clavar descuartizado.
Tosco, ingrato, bestial, ladrón, malvado. n
CANTO D¿CIlfÓ. 3i^
XLII.
Con estas y otras voces injuriosas ,
Se desahogó la joven altanera ;
Por más que, huyendo luchas vergonzosas,
Nada el digno Rugier la respondiera.
Ella, con las hermanas vagarosas, ^J'
Va veloz al batel que las espera ;
Y apelando á los remos , le seguía
Por ja orilla á que marcha todavía.
XLIII.
Y np es aún en baldonarle parca ,
Hasta que el paladín está ya junto
A estrecho breve que del reino es marca
De la que de virtudes es conjunto.
Allí á un viejo piloto en una barca
Mira zarpar de la otra orilla , á punto;
Que, como Longistila le prescribe.
Está esperando á que Rugiere arribe.
XLIV.
Llega el piloto, y alza, como es uso.
Los remos en su honor. Si del sujeto
Puede el rostro dar fe, no fuera abuso
Decir cuánto es benigno, fiel, discreto.
Rugiero en el bajel la planta puso ;
Y gracias dando á Dios , por el mar quieto
Va, razonando con el nauta anciano;
Que experiencia y saber no cuenta en vaao.
35o ORLANDO FURIOSO.
XLV.
Él loaba al guerrero que se hubiese
Sabido desprender de Alcina, antes
Que la bebida mágica le diese,
Que administraba al fin á sus amantes;
Y que así á Longistila se viniese ,
Do están virtud y honor siempre reinantes;
Y belleza eternai , y santa gracia,
Que alimento da al alma y nunca sacia.
XLVI.
aEsta 5 (decía) pasmo y reverencia
Al hombre infunde y su consejo anima
Á contemplar mejor la suma Esencia,
Con la que es todo bien de poca estima.
Su amor del otro amor se diferencia:
Te abrasa aquél, y el corazón te lima :
En éste, no el ardor se descomide;
Goza lo que le dan, y no más pide.
XLVII.
»Ella otros gustos que festines, cantos,
Y danzas y placer ha de enseñarte :
Te hará probar deseos , sin quebrantos,
Que á más alta región han de elevarte,
Y de ia gloria misma de los Santos
En tu cuerpo mortal sentirás parte.»
Así diciendo, el docto marinero
En busca de su orilla iba ligero;
CANTO DÉCIMO. 35 1
XLVIII.
Cuando á lo largo ve de la marina ,
Venir sobre él la numerosa armada
Á do comanda la ofendida Alcina ,
De mucha gente suya acompañada :
Que el Estado exponer quiere á su ruina,
Ó la perdida prenda ver cobrada ;
Pues eso amor violento la prescribe ,
Y no menos la injuria que recibe.
XLÍX.
Y de tal modo en su interior batallan
Ambos afectos en porfiada lucha ,
Que hace agitar los remos quje restallan ,
Entre espumas y luz con fuerza mucha.
Á su estruendo, ni mar, ni rivas callan ,
Y el eco en torno resonar se escucjia.
«El escudo es forzoso aquí, Rugiero,
Ó serás con vergüenza prisionero.»
L.
Así el piloto anciano á voces pide ;
Y juntando al decir la acción, desprende
El paño, que al escudo el juego impide,
Con que, ya descubierto , vivo esplende;
Y el fulgor encantado que despide,
Tanto con su virtud la vista ofende.
Que á los contrarios ciega, y los azora,
Y caen, quién á popa y quién á prora.
3bi ÓkLANDO FURIOSO.
LI.
Uno, que de atalaya está observando ,
Ve la escuadra que avanza al descubierto,
Y la campana toca, redoblando,
Con que pronto el socorro llega al puerto ;
Y máquinas de guerra van sacando
Contra los que á Rugier van de concierto;
Así de todas partes de él se cuida ,
Y así la libertad salva y la vida.
LII.
Cuatro damas hay juntas en la playa,
Que mandó Longistila con presura :
La valerosa Andrónica *, la gaya
Frenesia fiel, Discila, sabia y pura,
Y la casta Sofronia , que bien haya ,
Que es quien de estos asuntos más se cura ;
Y el ejército, al cual nada supera,
Deja el muro y se extiende en la ribera.
Lili.
Bajo el castillo, en la tranquila fez,
Hay de fuertes navios una armada,
A un toque de campana, y á una voz,
Día y noche á la lid aparejada ;
Y la batalla así fué tan atroz,
Y por tierra y por mar tan empeñada.
Que en un día cayó, con alta ruina.
Todo cuanto á su hermana robó Alcina.
CANTO DÉCIMO. 353
LIV.
Así el final de las batallas esas
Fué (que empeñó con ambición constante},
Que no sólo la engañan las promesas:
. No sólo- pierde al fugitivo amante ,
Mas de sus naves, antes tan espesas
Que á extenderlas el mar no era bastante,
Para escapar, Alcina un pobre leño
Salva tan sólo en el sangriento empeño.
LV.
Huye ; y su gente mísera , ó se estrella ,
O queda presa , errante , ó sumergida ;
. Y perder á Rugiero siente ella
Más que tanta desgracia padecida.
Día y noche del joven se querella,
Y en llanto pasa la culpable vida;
Y de su pena al apurar las heces ,
De no poder morir se duele á veces.
LVI.
A las Hadas morir no les es dado,
Mientras su curso el sol siga tranquilo;
Si así no fuese, era el dolor sobrado
Para cortarle de la vida el hilo:
O cual Dido ' se hubiera traspasado ;
O cual la Reina espléndida del Nilo %
Muriera por los áspides picada :
Mas no siempre morir puede una Hada.
TOMO I. 23
354 ORLANDO FURIOSO.
LVII.
Volvamos al de gloria siempre digno,
Y la maga fatal quede en su pena.
Cuando Rugiero , del vigía al signo,
Logra bajar á más segura arena ,
Gracias da á Dios que le sacó benigno
De tanto riesgo y tan mortal faena;
Y por la firme tierra, diligente
Marcha al castillo que se eleva al frente.
LVIII.
No hay alcázar que el mundo preconice,
Que á competir con él sea arrogante.
Son sus muros (que el cielo los bendice)
Más ricos que el piropo y el diamante.
El mundo de sus piedras nada dice,
Y quien de eso noción quiera bastante.
Ha de venir aquí; que no hay más de ellas
Que en la suma región de las estrellas.
LIX.
La virtud que á esa piedra á tanta altura
Levanta, sobre todas, con exceso.
Es que viéndose en ella la criatura ,
Su perfecto retrato allí ve impreso ;
Y así no ha menester de oir censura ,
Ni á la vana lisonja dar acceso;
Pues nada necesita el que prudente
Se mira en esc espejo refulgente.
CANTO DÉCIMO. 355
LX.
Su claro brillo, que al del sol ¡mita,
Tal esplendor despide en su contorno.
Que quien los ojos de su luz no quita,
Puede día, sin sol , hacerse en torno.
Ni sólo es de admirar la margarita ;
Que no es menos el arte del adorno:
Así quién venza, mal puedo pintarte.
Si el arte á la materia, ó si ésta al arte.
LXI.
Sobre arcos, en bronce sostenidos.
Que bóvedas del cielo parecían ,
Jardines se ostentaban tan pulidos ,
Que no en el suelo iguales se obtendrían ;
Verdear los arbustos florecidos
Por entre los merlones se veían ;
Que, dando , sin cesar, frutos y ñores,
Derramaban suavísimos olores.
LXII.
Verse no pueden plantas tan perfetas ,
Sino en estos bellísimos jardines:
Ni tal primor de rosas y violetas ,
De amarantos, de lirios y jazmines.
Fuera de este lugar, viven sujetas
Al sol, en sus comienzos y en sus tìnes;
Y deja viudo al tallo, y cae al suelo ,
La flor, pendiente del variar del cielo.
356 OIH.ANnO FURIOSO.
LXIII.
Pero es aquí perpetua la hermosura
De esta flor, viva en lozanía eterna;
Y no es benignidad de la natura
Lo que templadamente la gobierna;
Mas Longistila con su estudio y cura.
Sin el auxilio de influencia externa,
Primavera inmutable ¡oh virtud rara!
A las plantas que cuida las depara.
LXIV.
Longistila mostró suma alegría,
Viendo la busca tan cabal guerrero ;
Y mandó que le hicieran cortesía
Todos, y dulce halago al caballero.
Astolfo, que llegado antes había,
Fué muy bien acogido por Rugiero;
Y los otros después también llegaron,
Que su ser por Melisa recobraron.
LXV.
Pasados breves días, visitada
Fué por Rugier su mágica prudente,
Con el Duque, á quien menos no le agrada
A la región volverse de Poniente.
Melisa por los dos, pidió á la Hada
Su licencia, rogando humildemente
Que los ayude y aconseje en todo
Para su viaje, y les elija el modo.
CANTO DÉCIMO. 357
LXVÍ.
La Hada prometióles que al tercero
Día sabrán lo que mejor les vaya :
Luego piensa, entre sí, cómo á Rugiero
Y al Duque Astolfo de ampararlos haya;
Y al fin decide que Rugier, primero ,
Vuele en el Grifo á la aquitana playa :
Mas antes ha de hacérsele un bocado ,
Con que sea regido y gobernado.
LXVIL
Le muestra lo que debe obrar, si quiere
Subir muy alto, y cómo al suelo baje;
Y con qué ayuda en torno vueltas diere,
Ó esté sereno, ó que los aires raje;
Así que, en cuanta escuela en tierra hubiere,
Hace Rugier que el animal trabaje;
Que como es en aquellas muy preciado,
Es ya maestro en el caballo alado.
LXVIH.
Despidióse del Hada bienhechora
El joven cuando estuvo así instruido,
A la cual desde entonces siempre honora ,
Y á su amor con amor estuvo unido.
Antes, pues, del que parte sin demora
Voy á decir : después lo acontecido
A Astolfo, que con más tiempo y fatiga,
Llegó de Carlos á la corte amiga.
358 ORLANDO FURIOSO.
LXIX.
Partió Rugier : mas por las vías sumas
No ya que la otra vez sulcó rendido,
Que entonces fué del Grifo, entre las brumas,
Sobre el mar ó la tierra conducido;
Y ora, que sabe dirigir sus plumas,
Guiándole doquiera reprimido,
Seguir quiere la ruta , circulando ,
Que los Magos, 9 á Herodes evitando.
LXX.
Recta vía tomó , dejando á España,
Por llegar á la India ; que es bien siga
Más al Oriente, por do el mar la baña,
Donde un Hada de otra es enemiga ;
Y ora á ver se dispone la campaña
Que, con sus vientos, Eolo castiga.
Gastando luego cuanto tiempo absorbe.
En haber, como el sol, rodeado el orbe.
LXXI.
Al Catay fué : después vio la Mangiana '",
Sobre el gran Quiensaí ", veloz corriendo:
Volvió, por el Imavo ": á Sericana "
Dejó á la diestra; y, siempre descendiendo,
Desde la Escitia hasta la onda Hircana '*,
Llegó á la parte Sármata, y siguiendo,
Á do se aparta Europa del Asiano,
Vio al Pruteno ">, y Pomerio, y al Rusiano.
CANTO DÉCIMO. 35g
LXXII.
Y aunque su gusto principal sería
A su fiel Bradamante tornar presto,
No la noble intención que de ir tenía
Rodeando el mundo, se extinguió por esto;
Que á ver fué los Polacos y la Hungría,
Y del Germano la región, y el resto
De aquella boreal horrenda tierra;
Y llegó , en fin , á la última Inglaterra,
LXXIII.
Y no- creáis que , por tan larga vía ,
Todo el tiempo en el aire está morando:
Cada noche á un albergue descendía,
De no alojarse mal , siempre cuidando;
Y días y hasta meses invertía:
¡Tanto en ver tierra y mar está gozando!
Por fin, un día, cuando el cielo aclara.
Sobre el soberbio Támesis se para.
LXXIV.
En los campos que á Londres son afines,
Vio infinitos jinetes y peones,
Que al eco de trompetas y clarines,
Iban formando sendos escuadrones,
Ante Reinaldo, honor de paladines;
Del cual , si recordáis, di las razones
Porque á Inglaterra, enviado del rey Carlos,
A pedirlos venía y prepararlos.
36o ORLANDO FURIOSO.
LXXV.
Llegó á punto Rugier, cuando se hacía
La bella muestra de la grey de guerra ;
Y por mejor saber, hablar quería
A un guerrero , y por eso bajó á tierra.
Ese, que era discreto, le decía:
« Que de Escocia, de Irlanda y de Inglaterra ,
Y las islas de en torno y de otras partes,
Eran los numerosos estandartes.
LXXVL
» Y la muestra que ves , en acabando ,
Todos han de marchar con firme pecho.
Do los están las naves esperando
Para cruzar el nebuloso estrecho.
Los franceses, cercados, anhelando
Están , para salvarse , este pertrecho ;
Mas porque así te informes plenamente.
Numerándote iré toda la gente.
LXXVIL
«Bien estás viendo aquella gran bandera.
Do juntos van las Lises y Leopardos:
Esa es la insignia general primera,
Que todos en seguir no serán tardos.
Esta tierra al caudillo le venera:
Es Leoneto, la flor de los gallardos :
Donde marcha esc bravo no hay desastre :
Nieto del Rey, es Duque de Alencastre.
CANTO DÉCIMO. 36 I
LXXVIII.
«Junto al real Gonfalón, luce sus galas
Primera, después del, la enseña donde
En campo verde, ves las blancas alas,
Que usa Ricardo, de Bervikia Conde".
Aquella con dos cuernos, que señalas ,
Al Duque de Glocestra corresponde.
Del Duque de Clarencia es esa face.
Aquel árbol del Duque de Elborace.
LXXIX.
))Es la insignia del Duque de Nortfocia
Aquella lanza rota en tres porciones.
Ese grifo es del Conde de Pembrocia.
Del buen Conde de Cáucia esos hachones.
La balanza es del Duque de Sulfocia.
Aquel yugo , que oprime á dos dragones ,
Es del Conde de Exenia , y la guirlanda
En campo azul , del Sir de Nortbelanda.
LXXX.
»Del Conde de Arundelia enseña ha sido
Esa barquilla que de mar se inunda.
Ve al Marqués de Bardeyo: va seguido
De los Condes de Marchia y de Ritmunda.
Lleva el primero, en blanco , un monte hendido
Este una palma, un pino aquél fecunda.
Ve de Dorcesia al Conde : ve al de Antena :
De uno el carro : del otro es la corona.
36i' ORLANDO FURIOSO.
LXXXI.
»E1 Halcón, que en el nido el ala inclina,
Lleva Raimundo , Conde de Devonia.
Su jalde y negro luce Vigorina:
Su perro el Derbia: el oso aquel de Osónia.
La Cruz que resplandece cristalina
Es del rico Perlado de Batonia.
La sede en campo gris, que allí promedia ,
Es del Duque Ariman de Somersedia.
Lxxxn.
«Gentes d'armas y arqueros de á caballo
Son cuarenta y dos mil, si mal no cuento ,
Y dobles los infantes, si no fallo
(Que será cuando más en algún ciento).
¿Ves los peones que , entre tantos, hallo
Con listas jalde, verde, ceniciento,
Negro, azul? Cada cuál con su estandarte
Sigue á Gofredo, Arrigo, Herman, Odoarte.
LXXXIIL
»E1 Duque de Bukingia es el primero;
Sigue Arrigo, señor de Sarisberia;
Rige á Burgenia Herman el viejo austero,
Y aquel Odoarte es Conde de Croisberia.
Éstos, más de Levante hacia el Lucero ,
Son losanglos: mas vuélvete á la Esperia;
Treinta mil escoceses allí luce
Zerbino, hijo del Rey, que los conduce.
CANTO DÉCIMO. 3€3
LXXXIV.
"Entre unicornios dos, mira el glorioso
León que con la espada asusta al suelo:
Ese es de Escocia el Gonfalón famoso:
Zerbino, hijo del Rey , le eleva al cielo.
Ninguno hay, entre tantos , tan hermoso:
Le hizo natura, y destruyó el modelo:
No le hallarás más bueno, ni más hombre ;
El Ducado de Rosela le da nombre.
LXXXV.
))E1 Conde de Otenleis, dorada barra,
Sobre cuadrado azur tiene por seña.
La insignia allí del buen Duque de Marra ;
Aquí el Leopardo, que en cazar se empeña.
Con varias aves, de color bizarra ,
Del gallardo Alcabrán luce la enseña:
Conde ó Duque no es él: mas su linaje
Le hace el primero en su país salvaje.
LXXXVL
»A1 Duque de Trasfordia le señala
El ave que ve al sol con ojos francos.
Lleva Lurcanio; que de Angoscia es gala ,
Un toro con lebreles á los flancos.
Mira al Duque de Albania, el cual iguala
Los colores azules á los blancos.
Al Conde de Bocania no se pierde,
Por el Buitre que aferra un Drago verde.
364 ORLANDO FURIOSO.
LXXXVII.
«Señorea á Forbiese el fuerte Armano,
De quien es blanca y negra la bandera.
Tiene al Conde de Erelia á diestra mano
Que lleva, en campo verde, una lumbrera.
Mira á los Inverneses junto al llano:
Manda de sus escuadras la primera
El Conde de Childér, y el de Desmunda
Trae de sus montañas la segunda.
LXXXVIll.
))A1 primero distingue un pino ardiente:
Al otro, en blanco, una bermeja banda.
Ni dan socorro á Carlos solamente
Los de Inglaterra, Escocia y los de Irlanda;
También la Suiza y la Noruega gente;
Y viene la de Tule y la de Islanda;
Y, en suma, toda cuanta el Norte abriga,
Que de la paz, por genio, es enemiga.
LXXXIX.
»Forman diez y seis mil junto al barranco.
Que vienen de sus grutas y sus selvas:
Tienen peludo el rostro , el pecho , el flanco ,
Lomos, brazos y pies, como una belva.
Sus lanzas en redor del signo blanco.
Hacen que el llano aquel bosque se vuelva;
Morato le tremola, que su albura
Teñirá en sarracena sangre impura.»
CANTO DÉCIMO. ■ 365
XC.
Mientras Rugiero de la gente bella,
Que en defensa de Francia se prepara,
Aprende cada insignia que descuella,
Y Señores Britanos ve y compara;
Muchos, al contemplar la bestia aquella
Que monta el paladín única y rara,
Muestran de asombro y maravilla el gesto,
Y corro, en torno suyo, forman presto.
XCI.
Y para hacer la admiración cumplida ,
Y gozar, viendo tanta corva ceja,
Al volante corcel alza la brida,
Y ambos los flancos con la espuela aqueja.
Emprende el ave al cielo la subida ,-
Y extáticos de asombro á fodos deja.
Luego Rugier, cuando, de banda á banda,
Vio á los ingleses, caminó hacia Irlanda.
XCII.
Y á la Ibernia despu4s el Grifo impele,
Do el santo anciano humilde gruta cava '',
En la que gracia tanta hallarse suele,
Que el hombre de su culpa allí se lava.
Luego sobre la mar le hace que vuele
Hasta do la menor Bretaña acaba ;
Y á la infeliz Angélica le toca
Mirar atada á la tremenda roca.
366 ORLANDO FURIOSO.
xeni.
Sobre el peñasco , en la ínsula del Llanto
(Con ese triste nombre era llamada
Aquella que , de pueblo fiero tanto,
Inhumano y feroz era habitada) ;
Que, como ya os decía en otro canto,
Su escuadra tiene por doquier sembrada,
A las bellas robando en su carrera,
Para horrenda comida de la fiera.
XCIV.
En aquella mañana allí la ataron ,
A do viniera á devorarla viva
El monstruo que de carne alimentaron ,
Por largo tiempo , de mujer cautiva ;
Y ya os dije que á Angélica encontraron
Esos piratas , en la agreste riva ,
Junto al perverso encantador durmiendo ,
Que por encanto allí la fué trayendo.
XCV.
La fiera gente, inhospital y cruda,
Bárbara expuso á la espantable hiena
Á la divina Angélica desnuda ,
Cual la formó natura en luz amena.
Ni un velo tiene que á cubrir acuda
El rosado clavel y la azucena,
Flores no por Eneros marchitadas
Que se ven por sus miembros derramadas.
CANTO DÉCIMO. 367
XCVI.
Por estatua tuviérala erigida
De alabastro, ó de piedra más preciosa,
Rugiero , y al escollo así adherida,
De alto escultor por invención famosa,
Si no viera una lágrima, caída
Entre el ligustro y la purpúrea rosa,
En las pomas rocío hacer de argento ,
Y el dorado cabello ondear al viento.
XGVII.
Él, no bien en sus ojos quedó fijo,
Recordando á su dulce Bradamante,
De amor á un tiempo y de dolor prolijo.
Sintió en el pecho el dardo penetrante;
Y blandamente á la doncella dijo,
Parando el ala del corcel volante:
« ¡Oh tú, que no mereces más prisiones
Que con las que ata amor los corazones!
XCVIII.
"¿Quién atormenta así mujer tan bella?
¿Cuál es el hombre quebrutal , perverso,
Con pardas manchas, oprimiendo, sella
De esas manos de nieve el cristal terso?»
Púsose á tales dichos, la doncella,
Como blanco marni en grana inmerso,
Desnuda viendo aquella parte , donde
El pudor, aun lo hermoso, siempre escoríde.
3b8 ORLANDO FURIOSO.
. XGIX.
Y cubierta su faz la mano habría ,
Si ligada al peñasco no estuviera: >■
Ma*s del llanto, que en fin verter podía ,
La regó, procurando no se viera;
Y entre el gemir, que el corazón partía, ,
Ya empezaba á sonar la voz entera....
Mas no rompió , que devolvióla adentro ,
El ruido que. arrojó del mar el centro.
; C.
Y, aquí aparet:e el monstruo desmedido,
Me^io fuera del mar, medio encubierto.
Como suele del Bóreas sorprendido
■■■ Venir navio ingente á tomar puerto,
.;Así aj pasto se avanza conocido
La bestia horrenda , que á pintar no acierto.
La joven, 'medio muerta de pavura,
•No por confortó ajeno se asegura;
CL ,
La n9. enristrada lanza, en alto puesta,
Vibra Rugier, y al monstruo golpes tira.
No sé de fiera á semejanza de esta;
Es masa enorme que se mueve y gira:
No muestra de animal sino la testa :
Colmillos tiene, y como el cerdo mira.
En la frente la hiere el caballero;
Mas parece que toca en firme acero.
CANTO DÉCIMO. SÓQ
CII.
Y cuando el primer golpe ve fallando,
Otro repite que mejor responda.
La Forca que, la sombra reflejando,
Ir de aquí para allí mira en la onda ,
Deja la presa cierta, y va buscando
La falsa, que parece se le esconda :
Tras ella furibunda el muso alarga:
Rugier desciende y golpes la descarga.
cin.
Cual águila del alto disparada ,
Que ha visto la culebra, en falda herbosa,
O al sol, en rasa piedra reposada,
Aseándose la piel áurea escamosa.
No la quiere embestir por donde armada
Le presenta la lengua venenosa,
Y la agarra del cuerpo do le place ,
Cuidando no se vuelva y la atarace ;
CIV.
Así aquel, con la espada y con la lanza.
No do el muso de dientes tiene armado.
Sino en un ojo y otro á herirla alcanza :
Ora á la espalda tira, ora al costado :
Si la Forca se vuelve , él presto avanza
Y en la grupa le asesta golpe airado.
Mas como siempre topa en piedra dura ,
Nunca puede romper tal armadura.
TOMO I. 24
SyO ORI-ANDO FURIOSO.
GV.
Así lucha la .nosca impertinente
Contra el mastín , el polvoriento Agosto,
Ó en el mes anterior, ó en el siguiente :
De espigas lleno aquél ; éste de mosto.
Ya le pica el hocico , ya la frente,
En cerco, á cada vuelo, más angosto.
Rechina el can los dientes; y la mosca
En la peluda oreja se le embosca.
GVI.
La fiera con la cola está azotando
El agua que hasta el cielo hace saltar;
Y no sabe Rugier si va volando,
Ó nada el Hipogrifo por la mar.
Ya á veces de apartarse está tratando;
Que si el chubasco aquel ha de durar,
Teme que el ala al pájaro se empape ,
Y sin un barco allí no tiene escape,
CVII.
Tomó el nuevo consejo, y fué el mejor.
De vencer, sin peligro, al monstruo crudo;
Y á deslumhrarle va con el fulgor,
Que guarda oculto el encantado escudo.
Vuela á la playa; y por no darse á error,
A la que tiembla en el peñón desnudo
Pone en el dedo de su blanca mano
El anillo , que el fraude deja vano :
CANTO DÉCIMO. 871
CVIII.
El que á Brúñelo arrebatado había,
Por salvar á Rugiero, Bradamante;
Y después contra Alcina , maga impía,
Por medio de Melisa , envió á su amante;
Y Melisa (como antes os decía)
Salvó con él, á muchos en Levante ;
Y lo entregó á Rugicr ; y decir puedo
Que desde entonces lo llevó en el dedo.
CIX.
Ora lo da á la joven , que ha temido
Que del escudo el brillo esplendoroso
La deslumbre los ojos y el sentido :
Los ojos que está viendo ya amoroso.
El tiene contra el mar ora oprimido ,
Por el vientre , al cetáceo monstruoso ;
Y puesto así , levanta el rojo velo ;
Y entonces otro sol alumbra el cielo.
ex.
Hirió el fulgor los ojos de la fiera,
Produciendo el efecto acostumbrado.
Como trucha que, herida en su carrera ,
Fué en el río por canto disparado ,
Se vía en medio al mar de esa manera ,
Al monstruo boca arriba derribado.
Da cien golpes aquí y allí Rugiero :
Mas taladrar no logra el rudo cuero.
372 ORLANDO FURIOSO.
CXI.
Vuelta hacia él, Angélica le ruega
No hiera en balde así la escama fuerte.
«Ven (le decía); á desatarme llega,
Antes ¡por Dios! que el animal despierte.
Súbeme al aire, y en el mar me anega;
Y no tendré en su vientre horrible muerte.
Soltó á la dama , al grito doloroso,
Y sobre el Grifo la montó amoroso.
CXII.
Aquél, punzado, alzóse de la arena.
Tendiendo al viento el ala desplegada;
Y el hueco del arzón el joven llena,
Y á la grupa la hermosa va sentada.
Así privó á la Forca de una cena
A su gola de sobra delicada.
Rugiero va volviéndose; y deshecho,
Los ojos vivos besa, el blanco pecho.
CXIII.
No cual antes pensó, quiere la vía
Circulando seguir de toda Espafia;
Y á la próxima playa el corcel guía ,
Do más se avanza la menor Bretaña.
En la orilla frondoso bosque había,
Y en un prado , una fuente le acompaña .
Do responde al rumor del agua amena
Con sus quejosos trinos Filomena.
CANTO DÉCIMO. Sj'i
CXIV.
Aquí el ansioso paladín detiene
El curso audaz, y baja al verde prado,
Y hace plegar las alas, y retiene
Del freno á su corcel , de un pino atado.
Mas ya tanto escuchar acaso os pene,
Que el canto por demás he dilatado;
Así suspenderé la historia un punto,
Y más grato os será luego su asunto.
ORLANDO FURIOSO.
ARGUMENTO DEL CANTO UNDÉCIMO.
Ya por Rugiere Angélica salvada
Con el anillo ocúltase al instante.
Mientras aquel registra una enramada,
Mira una dama en brazos de un gigante :
Este huye : él la sigue , y le es robada
Su bella y siempre cara Bradamante.
Orlando salva á Olimpia : el monstruo doma ;
Y á Olimpia Uberto por esposa toma.
ORLANDO FURIOSO,
CANTO UNDÉCIMO.
I.
En la mitad de su correr fogoso ,
Para el freno al caballo más enhiesto ;
Pero nunca el ardor libidinoso
De la razón al freno está dispuesto:
Viendo cerca el placer, es cual el oso,
Que no se aparta de la miel tan presto,
Como á oler llegue su fragancia amena,
Ó á chupar una gota en la colmena.
II.
¿ Y habrá razón que al buen Rugiero enfrene
Para que no á gozar se dé sediento
A aquella hermosa, que desnuda tiene.
Del blando césped en el verde asiento?
La imagen á su mente ya no viene
De Bradamante; y si en aquel momento
Aún la recuerda , es loco si no estima
La que allí tan gentil su sangre anima.
SyS ORLANDO FURIOSO.
III.
Tan gentil, que Senócrates ' el crudo
No fuera más que él mismo continente.
Rugiero á un lado echó lanza y escudo,
Quitándose las armas impaciente.
La dama aquí, mirándose el desnudo
Cuerpo, y ya roja de pudor la frente.
Vio en su mano el anillo % que en su duelo,
Allá en Albraca la quitó Brúñelo.
IV.
El que al campo francés llevó en su mano
La primer vez que anduvo ese camino;
Que con ella y la lanza hizo su hermano,
Que fué luego de Astolfo paladino:
El que de Malaguigio tornó vano
Todo encanto, en la cueva de Merlino.
Con él á Orlando y otros, de la inquina
Y encantos libertó de Dragontina.
V.
Con él salió invisible del horrendo
Encierro en que el mal viejo la guardaba:
Mas ¿para qué cansaros repitiendo
Lo que sabéis de aquella gente prava ,
Y que Bruncl se lo quitó, sabiendo
Cuánto Agramante poseerlo ansiaba?
De entonce acá la suerte , con encono,
La ha perseguido hasta quitarla el trono.
CANTO UNDÉCIMO. Sj^
VI.
Hoy (como os dije), que lo ve en su mano ,
Tanta sorpresa y tan gran gozo siente ,
Que le parece aquello un sueño vano,
Y casi duda lo que ve patente.
Veloz toma el anillo soberano :
En la boca le pone prontamente;
Y así á los ojos de Rugier se cela ,
Como al sol una nube á veces vela.
VIL
Todo en torno el burlado registraba,
Y ambas las palmas extendía al tacto;
Cuando el anillo recordó que usaba ,
Y corrido quedó y estupefacto.
De su propio descuido blasfemaba ,
Y acusaba ala dama de aquel acto
Injusto y descortés , y el maleficio
Que obtiene, en pago de tan gran servicio.
VIII.
«Ingrata damisela (la decía) :
¿Con qué premio pagar tu deuda quieres,
Pues robarme el anillo con falsía ,
A recibirlo en don así prefieres?
Toma escudo y corcel , y el alma mía ,
Y haz de ellos y de mí lo que quisieres.
Con tal que tu hermosura no me escondas:
Mas ¿ni merezco ya que me respondas?»
38o
ORLANDO FURIOSO.
IX.
Así diciendo, en torno á la fontana ,
Como ciego, el ambiente iba palpando;
Y abrazó veces mil el aura vana ,
Estrechar á la joven esperando.
Ella, que se encontraba ya lejana.
Hasta que halló una cueva fué vagando,
Que bajo un monte había , ancha , estupenda , ■
Donde en su apuro halló techo y vivienda.
X.
Allí un viejo pastor, que un gran ganado
De yeguas custodiaba , siesta hacía;
Las bestias iban , por el verde prado,
Hierbas pastando, cabe herbosa ría;
Y el antro está de establos circundado,
Do evitaban el sol de mediodía.
Angélica en la cueva hospitalaria
Pasó esa luz , no vista y solitaria.
XI.
Y cuando al fin la tarde refrescóse,
Y creyó que descanso hubo bastante,
En ciertos burdos paños envolvióse;
Y así traje vistió no semejante
A aquel con que otros tiempos adornóse,
De estofas ricas de color brillante.
Mas no la humilde ropa borrar puede
La grandeza y beldad que á todo excede.
CANTO UNDÉCIMO.
38 1
XII.
Calle el que á Filis ó Glicera alaba;
No á Calatea por beldad coronen;
Que á esta hermosa ninguna la igualaba,
Y Melibeo y Títiro perdonen.
La dama del ganado que pastaba ,
Sin esperar, á fe, que se la donen.
Una yegua eligió: y allí á su mente
La idea vino de volverse á Oriente.
XIII.
Rugiero,así queun tiempo esperó en vano.
Por si al fin á sus ruegos respondía,
Cede á la pena de su error liviano,
Pues ni próxima estaba , ni le oía ;
Y va al lugar adonde ató su mano
El Grifo, con que tierra y mar corría;
Y ve que brida y freno sacudiendo.
Libre y suelto , los aires va rompiendo.
XIV.
Grave aumento á su mal fué y á su daño
Ver su alado corcel desparecido:
Y éste, no menos que el femíneo engaño,
El corazón de pena le ha transido;
Mas con dolor le aflige más extraño
El primoroso anillo haber perdido ;
Menos por la virtud que él atesora ,
Cuanto por ser un don de la que adora.
384 ^ ORLANDO FURIOSO.
XV.
Con el pecho, cual nunca pesaroso,
Sus armas revistió: tomó el escudo:
Dejó la costa, y por el valle herboso,
Marchó, baja la vista, el labio mudo ,
Hasta que al margen de alto bosque umbroso
Un marcado camino encontrar pudo ;
Y no mucho entró en él, cuando á su oído
De la agreste espesura llegó un ruido.
XVÍ.
De sacudidas armas suena estruendo
Espantable y feroz: él se apresura
A entrar allí, y encuentra combatiendo
Á dos en la estrechez de falda oscura,
Y sin tregua ni límite, queriendo
Tomar, no sé de qué, venganza dura.
Es el uno un fierísimo gigante:
El otro un bravo caballero errante.
XVII.
Éste á espada y escudo, con gran tino ,
Aquí y allí saltando, se defiende,
Y evita de la maza el dar contino
Con que, á dos manos, el jayán le ofende
Muerto yace el caballo en el camino :
Rugierc-para, y al combate atiende;
Y pronto inclina el ánimo y desea
Que el caballero el victorioso sea.
CANTO UNDÉCIMO. 383
XVIII.
No que ayudar intente al del escudo;
Mas, á un lado, la lucha atento mira.
Con su terrible maza el gran membrudo
Al menor, sobre el casco un golpe tira,
Y cae el lidiador al golpe crudo :
El otro, que le ve que no respira ,
Le va el yelmo á quitar, por darle muerte,
Y Rugier le ve el rostro de esa suerte.
XIX.
Y esa es la faz de la que tanto él ama ,
Déla dulce beldad por quien alienta:
Descubierta la ve ; ve que es su dama
Aquella que el jayán matar intenta ;
Así al combate súbito le llama
Y con fiero ademán se le presenta:
Mas él, á no más lucha decidido,
La levanta en sus brazos sin sentido.
XX.
Y echándola á su espalda se la porta,
Como arrebata al corderillo errante
Hambriento lobo: como á liebre absorta ,
En sus garras el águila rapante.
Rugiero ve cuánto su ayuda importa,
Y corre cuanto puede ; y el gigante
Tan ligeros sus largos pasos lanza,
Que ni á seguirle con la vista alcanza.
384 ORLANDO FURIOSO.
XXI.
Así, corriendo aquél, éste jadeando
Sudoroso detrás, furente y hosco,
Por la vía, que se iba dilatando ,
Salieron del boscaje umbrío y fosco.
Pero quédense aquí. Yo vuelvo á Orlando,
Que aquel rayo, que fué del Rey Cimosco
Lanzó del alto mar en lo profundo,
Porque á verlo jamás volviera el mundo.
XXII.
Mas poco fué; que la serpiente impía
Que inicua lo inventó, con arte insana,
Copiándolo de aquel que el cielo envía
Para lesión de la familia humana ,
Causándonos un daño, como el día
En que á Eva engañó con la manzana ,
Hizo que lo encontrara un Nigromante,
De nuestra edad en tiempo no distante.
XXIII.
La máquina maldita , que á doscientos
Codos de agua yació por muchos años,
Fué sacada á virtud de encantamientos,
Y á Germania llevada, donde extraños
Se hicieron por demás experimentos ;
Y abriéndoles Satán , para más daños.
Los ojos de la vista y de la mente ,
Su empleo descubrieron finalmente.
CANTO UNDÉCIMO. 385
XXIV.
Francia, Italia, y del mundo una gran parte,
Del arma el uso pérñdo adoptaron.
Unos en huecos moldes, con gran arte,
Los liquidados bronces derramaron:
Otros del dúctil fierro, que reparte
Su materia, en cien formas la labraron.
Quién la llamó bombarda, quién escopio,
Y quién doble cañón, ó cañón propio.
XXV.
Y ora sacre, falcón, ó culebrina,
La oiréis nombrar, como al autor le agrada:
Que con ella el metal, la piedra arruina,
Y abre paso en muralla y estacada.
Ya puedes de la fragua á la oficina
Mandar todo tu arnés, y hasta la espada;
Y échate al hombro el arcabuz pesado,
Si pan quieres ganar, triste soldado.
XXVI.
¿Cómo en humanos pechos has podido,
Torpe invención , entrar? Por ti va muere
La gloria militar : por ti ha caído
La profesión que al bravo ennobleciere.
Tú el esfuerzo, el valor has reducido
A que al más digno el más ruin supere :
Ya no la gallardía, el noble aliento,
Puede siempre en el campo hallar su asiento.
TOMO I. a5
386 ORLANDO FURIOSO.
XXVII.
Por ti bajaron á morder la tierra
Tantos señores, caballeros tantos,
Antes, que el fin llegara de esta guerra
Que á la Italia y al mundo costó llantos.
Tú fuiste, pues, y mi decir no yerra.
El invento más bárbaro de cuantos
Ocurrieron á espíritus sutiles,
En torpes medios y en astucias viles.
XXVIII.
Y viendo estoy que , del fautor odioso,
Que tantas mereció penas agudas.
Puso Dios, en el báratro espantoso,
El alma inicua junto al mismo Judas. —
Mas sigamos á aquel que presuroso
Va buscando el país de los Ebudas,
Donde las hermosuras más preciadas
Son al monstruo voraz por pasto dadas.
XXIX.
Cuanta más prisa tiene el Paladino,
Parece que menor la tiene el viento;
Y en soplar por la popa de contino,
O por ambos costados es tan lento,
Que se avanza con él poco camino;
Y á veces ni aun da al barco movimiento,
Y á veces tan adverso está silbando ,
Que hay que volverse, ó que girar orzando.
CANTO UNDÉCIMO. 387
XXX.
Mas fué favor de Dios que no viniese
Antes del Rey de Ibernia á aquella parte;
Porque más plenamente se cumpliese
Lo que dentro de poco he de narrarte.
Mandó Orlando al piloto que le diese
El esquife, y le dijo: «Aquí esperarte
Debes; que sólo yo, sin compañía.
Quiero avanzar hasta la roca impía.
XXXI.
Y un ancla me darás de temple firio ,
Y el mayor cable que la nao tiene;
Y verás á qué objeto los destino,
Si conmigo á embestir el monstruo viene.
Y echado el bote al mar, el Paladino
Entró en él con las cosas que previene ;
Y la espada tan sólo al flanco allega ,
Y sin más armas al peñón navega.
XXXII.
Los remos trae al pecho y da la espalda
Al punto mismo á do bajar intenta ;
Así el cangrejo , en la marina falda ,
Corre con falsa marcha, aunque no lenta.
Era el momento en que de rojo y gualda
Viste el cielo la aurora soñolienta ,
Y va la faz volviendo á Febo hermoso, '
No sin enojo de Titón celoso.
388 ORLANDO FURIOSO.
XXXIII.
Ya cerca entonces de la peña, cuanto
Alcanzar puede un canto despedido ,
Juzga oir y no oir un triste llanto :
¡Tan débil, por el agua, es su sonido!
A la izquierda su cuerpo vuelve un tanto,
Y observando en la playa con sentido,
Ve una mujer como nació, desnuda,
Cuyos atados pies la mar saluda.
XXXIV.
Como lejana está, y al suelo inclina
La faz, no es de admirar no la discierna,
Ambos remos constriñe, y se avecina
Llevado del temor y angustia interna:
Mas mugir siente en esto la marina ,
Y horrendos rimbombar selva y caverna.
Sube ola atroz, y el monstruo aquí aparece.
Que esconder con el pecho el mar parece.
XXXV.
Cual suele descender de cumbre alzada
Nube henchida de viento y aguacero,
Que crece y se derrama dilatada ,
Robando al día su esplendor primero,
Así por tanto espacio el monstruo nada,
Que parece que ocupa el golfo entero.
Bramando el mar, avanza ó se retira:
Impávido á la Forca Orlando mira.
CANTO UNDÉCIMO. "iSg
XXXVI.
Y como quien por sí no sufre apuro;
Y porque á un tiempo, á la infelice diera
Abrigo y al cetáceo asalto duro,
Rápidamente avánzase á la fiera,
Y el barco entre las dos mete seguro:
Deja quieta la espada, y se apodera
Del áncora y del cable ; y al coloso
Con su gran corazón busca animoso.
XXXVII
Cuando el monstruo al varón que va á su encuentn
Llegó en el breve esquife á divisallo,
Abrió tan grande boca, que en su centro
Bien pudiera caber hombre á caballo.
No se detiene Orlando, y se echa adentro ,
Con el ancla dispuesta, y si no fallo,
Con el barco también ; y en muestra brava ,
Entre la lengua y paladar la clava ;
XXXVIII.
Con lo cual , las quijadas , que dan grima,
Kn vano el fiero pez jugar pretende.
El minero avanzando en honda sima,
Así la tierra sobre sí suspende.
Porque no en ruinas se le caiga encima,
Mientras él fijo á su trabajo atiende.
De pico á pico el áncora es tan alta.
Que allí Orlando no llega , si no salta.
SgO ORLANDO FURIOSO.
XXXIX.
Clavadas ya las puntas, y seguro
Que no el monstruo cerrar podrá la boca,
Saca la espada, y por el antro oscuro,
De tajo y punta aquí y allí la toca.
Como cuando el contrario entró en el muro
Suele el sitiado defender la roca,
Defenderse el cetáceo procuraba.
Del Conde que en su gola se alojaba.
XL.
Y opreso del dolor, al mar se arroja,
Y alza los flancos y la grupa entera ,
Que el ahogado respiro la acongoja:
Con el vientre la arena lanza fiera ,
Y el Paladín sintiendo que le moja
El agua asaz, nadando sale fuera.
Deja clavada el ancla, y prontamente
La mano al cable echó de ella pendiente.
XLI.
Y hacia la roca rápido nadando,
Y allí afirmado el pie, del fierro tira
Que está ai monstruo la boca taladrando;
Y vanamente, resistiendo gira;
Pues le obliga á seguirle coleando
La fuerza que otra igual el sol no mira;
Pues puede, en un arranque solamente.
Más que en diez vueltas cabrestán potente.
CANTO UNDÉCIMO. SqI
XLII.
Como toro que al asta descuidada,
De improviso tirar se siente un lazo,
Brinca, y colea, y se alza á la empinada,
Sin poder sacudirse el embarazo;
Fuera así de su plácida morada,
Sacado porla fuerza de aquel brazo.
El pez, aunque se agita, y lucha, y brega,
Al cable sigue que á romper no llega.
XLIII.
Y tanta sangre de las fauces vierte ,
Que ese día la mar se vuelve roja,
Y sus ondas sacude de tal suerte ,
Que el fondo enseña y con la cola arroja
Alta el agua , y en ímpetu tan fuerte ,
Que tapa el sol, y hasta las nubes moja,
Retumbando , al rumor que en torno suena,
Selvas y montes y remota arena.
XLIV.
De su gruta Proteo sale, cuando
Oye que el mar tan crudo se embravece ,
Y en sus golas al ver entrar á Orlando ,
Y salir, y arrastrar tan vasto peca.
Huye por el Océano, dejando
Su ganado esparcido, y tanto crece
El fragor, que Neptuno sus delfines
Empuja á los etíopes confines.
Sgi ORLANDO FURIOSO.
XLV.
Con Melicerta ' al cuello , Ino gimiendo :
Las Nereidas, del padre sin cuidarse;
Los Tritones y Glaucos van huyendo
Adonde aquí ó allí puedan salvarse.
Saca el Conde á la orilla el pez horrendo,
Del que no ha menester ya fatigarse ;
Quede los golpes y la angustia fiera,
Antes muere que toque á la ribera.
XLVL
Pueblo asaz de la ínsula ha salido
A contemplar la lidia sobrehumana,
Que de fatal superstición movido,
Tan generosa acción juzga profana ;
Y que hará sólo el lance maldecido
De Proteo atizar la rabia insana;
Pues su grey lanzará potente y mucha,
Renovando otra vez la antigua lucha.
XLVIL
Y antes de que el castigo mayor sea,
Piensa que más pedir le convendría
La paz al Dios, y que arrojado vea
A la mar al que osó la acción impía.
Cual pasa el fuego de una en otra tea,
Y pronto en noche oscura esparce el día,
Así de un pecho en otro va cundiendo
Ansia de echar á Orlando al golfo horrendo.
CANTO UNDÉCIMO. Sg'i
XLVIII.
Quién de una piedra , y quién de un arco armado
De espada ó lanza, al litoral desciende,
Y de frente, y de atrás, y de costado,
De cerca ó lejos, cada cual le ofende.
De asalto tan brutal é inesperado
El valeroso Conde se sorprende,
Viéndose así embestir con furia y dolo
Por lo que honra y merced merece sólo.
XLIX.
Mas, como suele el oso, conducido
Con más belvas por Rusios ó Lituanos ,
Las calles recorrer, sin que el ladrido
Le inquiete ó turbe de los gozques vanos.
Pues parece ni haberlos percibido.
Así desprecia el Conde á esos villanos,
Que con un soplo solo de su aliento,
A toda la falange echara al viento.
L.
Y pronto se hace abrir en torno plaza ,
Cuando á ellos vuelto, á Durindana invoca;
Que se creía la insolente raza
Que será débil su defensa y poca,
Viendo que sin escudo ni coraza.
Ni un leve arnés , la resistencia es loca.
Mas no sabía que el que está delante
Tiene la piel más dura que el diamante.
^94 ORLANDO FURIOSO.
LI.
Y lo que en él los otros no pudieron ,
El lo pudo en los otros fácilmente.
Treinta mató , y en todo sólo fueron
Diez los golpes que dio, y escasamente.
Pronto de aquel lugar todos huyeron ,
Y ya á soltar la dama iba impaciente,
Cuando nuevo tumulto y grito suena
Por la extensión de la Ebudense arena.
LII.
Mientras del Paladín por esta banda
De tal modo los bárbaros huían ,
Sin resistencia casi, los de Irlanda ,
Por varias partes la ínsula embestían ;
Y ya, sin freno, mortandad nefanda
De la ímpia gente por la costa hacían ,
Y que impiedad ó que justicia fuese,
Sin que sexo ni edad los contuviese.
Lili.
Resistió poco ó nada el pueblo reo :
Ya porque de improviso fué la entrada,
Ya porque es horda sin marcial arreo,
Corta en número, y pobre, y no avisada.
La ciudad dada al fuego y al saqueo
Fué, y la gente en sus casas degollada;
Y hasta el suelo los muros arrasaron,
Y ni un habitador vivo dejaron.
CANTO UNDÉCIMO. 395
LIV.
Extraño el Conde á la embestida aquella ^
Y al rumor y al tumulto y á la ruina,
Avanza á la infeliz que se querella
Atada en el peñón de la marina.
Mira , y eré conocer á la doncella ;
Y más conforme más se la avecina,
Y en el rostro, de lágrimas cubierto,
Olimpia le parece , y lo es de cierto.
LV.
Olimpia: la que á prueba tan impía
Redujo amor, y la desdicha cruda
Dio á los piratas , que en el mismo día
La llevaron á la ínsula de Ebuda.
Ella reconoció (cuando volvía)
Al Paladín: mas viéndose desnuda,
Baja tiene la frente , y no osa hablarle,
Y, llena de rubor, ni aun á mirarle.
. LVI.
Mas él la preguntó qué inicua suerte
Así la trajo á escena tan sangrienta,
Cuando en brazos de esposo noble y fuerte
La dejó tan felice y tan contenta.
«No sé ( le respondió ) si de la muerte
Gracias os debo dar por verme exenta ,
Ó si dolerme de que en este día
No haya acabado la existencia mía.
396 ORLANDO FURIOSO.
LVII.
«Dároslas debo, sí , pues de manera
De morirían atroz me habéis salvado;
Que espantoso sería, si la fiera
En su vientre me hubiese sepultado.
Mas del dolor que invade mi alma entera ,
A la muerte librarme sólo es dado ;
Conque os debiera aún más, si me salvaseis
De esta carga que arrastro, y me mataseis.»
LVÍII.
Con gran llanto después siguió diciendo
Cómo por su ímpio amante fué vendida ,
Que en la ribera la dejó durmiendo,
Donde de los corsarios fué cogida.
Y mientras ella hablaba, revolviendo
Iba el cuerpo, en la acción en que esculpida
A Diana se ve, cuando en la fuente
Agua al triste Acteón echa en la frente.
LIX.
Pues cuanto más esconde vientre y pecho,
Más á la vista espalda y flanco entrega.
Mientra á Olimpia sacar del duro estrecho
El Conde ansia , y el bajel navega
De do vestirla puede, á corto trecho.
Ve al Rey de Ibernia, á cuyo oído llega,
Que ya el marino monstruo, por quien vaya,
Muerto al largóse encuentra de la playa.
CANTO UNDÉCIMO. 397
LX.
Y que nadando un caballero ha ido
A meterle en la gola áncora grave;
Y así á tierra, de sirga, le ha traído,
Como se suele hacer con fuerte nave.
El Rey, á quien el caso han referido,
Por ver si la verdad de cierto sabe,
Aquí se viene , en tanto que su gente
Quema y destruye á Ebuda totalmente.
LXI.
El Rey Uberto, aunque se hallaba Orlando
Tinto en sangre y de broza lleno y lodo
(De lo que tanta copia sacó, cuando
Salió del monstruo do sumióse todo),
Por el de Brava al fin le fué tomando,
Y más cuando del hecho supo el modo ;
Cayendo en cuenta , que de lid tan nueva ,
Orlando puede sólo hacer la prueba.
LXI I.
Le conoció cuando de honor Infante
Estuvo en Erancia, de donde ha venido
A tomar la corona, que vacante
Dejó su padre, ha poco fallecido.
En la corte de Carlos imperante
Le vio y habló cien veces complacido.
Corrió, pues, y en sus brazos arrojóse,
Y por confianza el yelmo desnudóse.
%8 ORLANDO FURIOSO.
LXIII.
No Orlando menos se mostro contento
De ver al Rey, que el Rey de ver á Orlando.
Repetido el gozoso abrazamiento,
Le contó el Conde el proceder infando
Que con la dama de virtud portento
Y de constancia ejemplo memorando.
Tuvo Bireno; que con vil falsía
Pagaba á la que tanto amor debía.
LXIV.
Y le narró las pruebas estupendas
Que fueron de su amor seguro aviso :
Cómo su paz, sus deudos, sus haciendas
Perdió por él , y dar la vida quiso ;
Y que no pocas vio de tales prendas ,
De que puede relato hacer preciso.
Mientras habla, los ojos tan amenos
De la dama, de llanto se ven llenos.
LXV.
Su bello rostro está cual aparece
Alguna vez de primavera el cielo,
Cuando llueve á la vez que el sol parece
De sí apartando el nebuloso velo;
Y como entonce el ruiseñor se mece
Y trina, en el laurel del bosquezuclo,
Así amor en sus lágrimas rcioza.
Se baña en ellas, y en su luz se goza.
CANTO UNDÉCIMO. SpQ
LXVI.
Y de sus ojos en la tea enciende
El áureo astil , y en el raudal le atìla
Que entre blanca y rosada flor desciende;
Y en punto ya, contra el garzón le enfila,
Á quien malla ni escudo le defiende
Del refulgir de la vivaz pupila ;
Pues, mientras la contempla embebecido,
Sin saber cómo , el pecho siente herido.
LXVI I.
Las lindezas de Olimpia eran de aquellas
Nunca vistas ; que no la frente sola,
Y las líneas del rostro tiene bellas,
Y ojos, boca, nariz y seno y gola,
Sino que al descender de las mamellas ,
Las partes, que cubrir suele la estola.
Son de tanto primor, que anteponerse
Deben á cuanto humano puede verse.
LXVin.
Al puro hielo en el albor vencían,
Y eran más que el marfil tersas al tacto:
Las pomas , que de leche parecían
De los juncos sacada en aquel acto,
Ancho espacio entre sí se dividían ,
Cual entre dos collados mide exacto
Umbroso val, que, en estación amena,
Del invierno la intacta nieve llena.
400 ORLANDO FURIOSO.
LXIX.
Las caderas son curva seductora ,
Y neto cual cristal el vientre plano,
Muestra ser, con las gracias que atesora,
Por Fidias hecho ó por más diestra mano.
¿Y qué os podré decir de lo que ahora
Intentaba esconder la simple en vano?
Os diré, en suma, que no hay cosa bella
Que de la frente al pie no luzca en ella.
LXX.
Si hubiese sido en la campiña Idea
Vista del pastor Frigio, no sé cuánto
De envidia ardiera la Ciprina Dea ,
Que á las otras venció con primor tanto.
Ni á la playa tal vez fuera Amiclea *
El huésped á violar el deber santo :
O «Quédate con Menelao ' (diría) ,
Que esta Helena, y no más, mi gusto ansia.»
LXXI.
Y si viva en Cretona estado hubiera
Cuando Zeuxis hacer la imagen quiso
De Juno, que en su templo erguir debiera ,
Y desnudas pintar creyó preciso
Hermosas tantas , con que así pudiera
Elegir de una el seno, de otra el riso,
A ésta sóla tomara, y no otra alguna ,
Pues todas las bellezas ella aduna.
CANTO UNDÉCIMO. 4OI
LXXII.
No creo que Bireno vio desnudo
Aquel tan lindo cuerpo, que estoy cierto
Que no sería el bárbaro tan crudo
Que le dejara en el fatal desierto.
Os diré, en fin, que resistir no pudo,
Y en tantos fuegos encendióse Uberto,
Que la consuela, y la promete y jura
Que pronto ha de acabar su desventura.
LXXIII.
Y la ofrece partir con ella á Holanda ,
Á. recobrar el trono que ha perdido,
Y dar al mundo justa y memoranda
Venganza del traidor que la ha vendido :
Que marchará, con cuanto pueda Irlanda ,
Y lo hará prontamente, y decidido.
Hace buscar en tanto por doquiera
Con que cubrir su desnudez pudiera.
LXXIV.
No allende fué preciso que se mande
Por femeniles ropas para el gasto:
De las bellas las hay, en copia grande,
Que del ávido monstruo fueron pasto ;
Y sin que mucho se requiera y ande,
Halló Uberto de todo rico abasto.
Hizo vestir á Olimpia; y aún le atrista.
Que no de excelsa Emperatriz la vista.
TOMO I. 26
402 ORLANDO FURIOSO.
LXXV.
Mas ¿qué seda, qué sirgo, ni qué oro
Labra industriosa Florentina mano.
Ni qué recamo borda diestro Moro,
Que pareciera al príncipe Iberniano
Vestido digno de su real decoro?
Ni aun hecho por Minerva ó por Vulcano,
Digno de revestir le Juzgaría
Los celestiales miembros que veía.
lxxVl
Por muchas causas de ese amor contento,
Dulce satisfacción al Conde cabe,
Que á más de que no el Rey sin escarmiento
Ha de sufrir que el criminal se alabe.
Quedará el mismo por tal medio, exento
De harto trabajo fatigoso y grave :
Pues no aquí por Olimpia vino Orlando :
Vino por libertar la que está amando.
LXXVIL
Que en la isla no estaba vio de cierto :
Mas no que nunca estuvo la cuitada;
Porque ¿á quién demandar, si allí fué muerto
Todo el enjambre de la vil brigada?
A la siguiente luz zarpó del puerto,
Llevando á todos la Irlandesa armada,
Y con ellos también al Paladino,
Pues de su vuelta á Francia era camino.
CANTO UNDÉCIMO. 4OJ
LXXVIII.
Por más que Uberto de rogar no cesa ,
Un día apenas se paró en Irlanda;
Porque aun tardanza leve ya le pesa,
Y amor en pos de Angélica le manda.
Parte; yantes, que cumpla su promesa,
Que á su Olimpia no olvide , al Rey demanda :
Bien que no ha menester le recomiende
Lo que en tan vivo ardor su pecho enciende.
LXXIX.
Recoge en breves días armas, gente;
Y en liga con los Reyes de Inglaterra
Y de Escocia, recobra diligente
A Holanda, y gana del Frison la tierra :
Y á Bireno la suya hace insurgente ;
Y no acaba de armarle estrago y guerra.
Hasta que en lid el pecho le traspasa :
Pena que á su delito aún es escasa.
LXXX.
A Olimpia por esposa tomó Uberto,
Y de Condesa á Reina la destina. —
Orlando en tanto por el golfo incierto
Día y noche impertérrito camina ;
Y después le recibe el mismo puerto
Do lanzóse al vaivén de la marina ;
Y en Brilladoro á tierra saltó armado,
Y los trances dejó del mar salado.
404 ORLANDO FURIOSO.
LXXXI.
Dicen que en ese invierno aún hizo cosas
Dignas de aquel valor tan manifiesto :
Mas las hizo correr tan silenciosas,
Que no es mi culpa si os defraudo en esto.
Porque Orlando á acabar obras famosas ,
Más que á narrarlas, siempre está dispuesto ;
Y nunca de ellas la noticia suena,
Hasta que al mundo con su ruido llena.
LXXXII.
Pasó, pues, ese invierno tan callado,
Que no se supo del cosa segura :
Mas, cuando el sol desde el Tusón dorado '
Que llevó á Frisio, envió su lumbre pura,
Y Zefiro volvió ledo y templado ,
Nuncio de primavera y de dulzura ,
Las hazañas de Orlando ya sonaban,
Con las hierbas y flores que llegaban.
LXXXIII.
Por playa y val; por bosque y por otero,
Iba aquel triste , exhausto de esperanza.
Cuando junto á una selva, lastimero
Agudo grito á herir su oído alcanza.
Pica ei caballo , empuña el fiel acero,
Y á do suena el clamor veloz se lanza.
Mas difiero el contar, si oirlo os place,
Al otro canto lo que de este nace.
ORLANDO FURIOSO
ARGUMENTO DEL CANTO DUODECIMO
Orlando, por seguir á un caballero
Que le robaba el bien que más quería,
Á un gran palacio llega, do Rugiero
Va también , del gigante en compañía.
Sale Orlando, y combate emprende fiero
Con Ferraud, que el yelmo le exigía.
En dura lid con los paganos entra :
Luego á Isabel en triste gruta encuentra.
ORLANDO FURIOSO
CANTO DUODECIMO.
I.
Ceres así que de la madre Idea '
Fué presurosa á la apartada falda
En donde oprime la montaña Etnea
Del fulminado Encelado la espalda ,
A la hija no hallando, que la Dea
Dejó dormida en lecho de esmeralda,
Su rostro y pechos maltrató divinos;
Y al fin irosa, desgajó dos pinos.
II.
Y encendidos en llamas de Vulcano,
Virtud les dio que ardieran permanentes;
Y uno llevando luego en cada mano,
En su carro, que tiran dos serpientes,
Corrió selva y egido , y monte y llano :
Valles , ríos y lagos y torrentes,
Y tierra y mar; y cuando arriba el mundo
Registró todo, descendió al profundo.
408 ORLANDO FURIOSO.
III.
Si á Orlando así virtud de tal valía ,
Como quisiera, hubiérale asistido,
Por buscar á su Angélica no habría
X^ Dejado de correr selva y egido ,
Ríos, lagos, y tierra, y mar bravia,
Y hasta los reinos del eterno olvido.
' Mas como carro y sierpes no llevaba.
Lo mejor que podía la buscaba.
IV.
Toda Francia ha corrido, y se apareja
' Por Italia á buscarla y Alemana :
Por la nueva Casiiila y por la Vieja,
Y pasar luego á Libia desde España.
Mientra pensaba así, como una queja
Oye sonar, que le parece extraña:
Avanza presto, y en corcel ligero
Ante sí ve escapando á un caballero.
V.
En brazos lleva , y del arzón delante ,
Por fuerza, á una hermosísima doncella
Que solloza, y con pálido semblante,
Cual pidiendo socorro, se querella.
El valeroso príncipe de Anglante
En cuanto llega á ver la joven bella,
Que es la perdida amante , le parece ,
Por cuya ausencia de dolor perece.
CANTO DUODÉCIMO. 4O9
VI.
Y no digo que Angélica se crea;
Mas es retrato íiel de la que él ama ;
Y el Conde, que oprimida así su Dea
Ve en brazos de otro, furibundo brama;
Y ardiendo en ira por maldad tan rea,
Con voz tremenda al insolente llama ;
Y grita y le amenaza, y del caballo
Hace que hierva el resonante callo.
VII.
No hay que el felón se pare ni responda,
Al gran provecho de su presa atento ,
Y por la selva tan veloz se ahonda,
Que, á seguirle, tardío fuera el viento.
Éste corre, aquél huye; y por la fronda
Se oye sonar el femenil lamento.
Así salieron á una verde manta,
Donde un rico castillo se levanta.
VIII.
De mármoles magnífico decoro
El palacio real luce altanero;
Y en él penetra por su puerta de oro ,
Con la dama oprimida , el caballero;
Y detrás de ellos llega Brida de oro.
Llevando al Conde amenazante y fiero.
Cuando Orlando la vista dentro gira ,
No más ladrón , ni más doncella mira.
410 ORLANDO FURIOSO.
IX.
Veloz desmonta , y por la regia casa
Entra y recorre el ándito precioso:
Y de aquí para allí la planta rasa ,
Registra toda con empeño ansioso,
Y visto el bajo piso , al alto pasa,
Por la escala que sube presuroso;
Y no menos en lo alto que en lo bajo,
Pierde el buen Conde el tiempo y el trabajo.
X.
De oro y seda los lechos ve vestidos :
De muro y de tapial nada aparece;
Que esos y el suelo brillan guarnecidos
De tapices que añil y oro enriquece.
Aquí y allí de Orlando los sentidos
Buscan , y nada encuentra, y se entristece
De no hallar á su amada y al infame
En quien su enojo vengador derrame.
X.I
Y mientras vanamente mueve el paso,
Lleno de pensamientos lastimeros,
Ve á Brandimarte, á Ferraud, Gradaso,
A Sacripante y otros caballeros.
Que buscaban salir , con fruto escaso,
Por intrincadas vueltas y senderos,
Y denostando al robador punible,
De aquel palacio huésped invisible.
CANTO DUODECIMO. 4I I
XII
Contra el felón que á todos ha robado,
De todos se alza murmurante labia:
Este echa menos su corcel preciado:
Por la perdida dama esotro rabia,
Y de cien fraudes más es acusado ,
Y nadie osa salir de aquella gabia ;
Y lamentando daños y reveses,
Así pasan semanas y hasta meses.
XIII.
Cuando cinco ó seis veces hubo Orlando
El extraño palacio recorrido ,
Dijo entre sí : « Tal vez aquí morando ,
Habré mi tiempo y la ocasión perdido;
Y lejos podrá el ladre irse burlando,
Por salida interior desparecido.»
Y con sospecha tal , sale á un paseo ,
Que es del castillo circular recreo.
XIV.
Mientras rebusca á diestra y á siniestra
El verde suelo , con afán contino ,
Por si alguna señal ó traza muestra
Que indicio pueda dar de algún camino,
Se oye claro llamar de una fenestra :
Los ojos alza; y el hablar divino
Le parece escuchar, y la figura
Ver de la que portento es de hermosura.
412 ORLANDO FURIOSO.
XV.
Que es Angélica juzga ; y que llorando
Con gran dolor le dice : «¡Amparo! ¡Ayuda!
Mi virginal pudor está temblando :
¿Será que no por él tu brazo acuda,
Y que á los ojos mismos de mi Orlando
Me lo robe de un vil la rabia cruda?
Déme tu espada, por piedad, la muerte.
Antes que baje á tan humilde suerte.»
XVI.
Una vez y otra vez estos acentos
Le hacen volver, correr por cada estanza,
Con gran fatiga y negros pensamientos,
Aunque templados ya por la esperanza.
Si aquí se para, escucha unos lamentos
De la voz de su amada á semejanza;
Y si está en una parte, en otra el Conde
Sonar los oye, sin saber en dónde. —
XVII.
Mas volviendo á Rugier, que dejé cuando
Dije que por jaral de bosque umbroso,
Al gigante y la dama alcance dando,
Iba á salir á un vasto prado herboso,
Y que llegó sabéis, antes que Orlando,
A aquel mismo castillo primoroso.
Os diré que primero entró el gigante,
Y detrás del el irritado amante.
CANTO DUODÉCIMO. 4l3
XVIII.
Así que en lo interior la planta posa,
Por el gran patio y por las salas mira,
Y ni al gigante ve , ni ve á la hermosa ,
Por más que en derredor la vista gira;
Y arriba, abajo tiéndela afanosa :
Corre , y llegar no puede á lo que aspira :
Ni alcanza á imaginar dónde tan presto
Se hundió con ella el robador funesto.
XIX.
Así que varias veces, por la insana
Mansión, prolijo á rebuscar se entrega;
Y sube y baja, y con porfía vana ,
Toda á medirla sin descanso llega;
Parte, esperando hallarla en la cercana
Selva: mas una voz oye, que juega
Cual laque Orlando oyó, con tal fatiga.
Que á volver al palacio así le obliga. ,
XX.
Una voz sola, y sólo una persona.
Su hermosa Indiana parecióle á Orlando,
Y á Rugiero la suya de Dordona * ,
Por la que el infeliz está penando.
Si con Gradaso ó Ferraud razona,
Ó con cualquier de los que están vagando ,
Parece á cada cuál que aquello sea
Engaño que por él solo se idea.
414 ORLANDO FURIOSO.
XXI.
Este era un nuevo y desusado encanto
Compuesto por Atlante de Carena,
Porque á Rugiero entretuviese un tanto
De aquel trabajo la apacible pena;
Y al influjo fatal, por dar quebranto,
Que á perecer tan pronto le condena.
Así junta esta prueba el Mago artero
A la de Alcina y del castel de acero.
XXII.
Y no sólo en traer allí se place
A Rugier; que á los Francos de más fama
Busca también; y porque al joven Trace
No le den muerte, sus prisiones trama;
Aunque, mientras vivir allí les hace,
No falta cuanto el hombre precia y ama ;
Y tan provisto su palacio tiene ,
Que estar en él hasta á gustarles viene. —
XXIII.
Mas volvamos á Angélica, que lleva
Aquel anillo milagroso tanto,
Que hace en la boca la invisible prueba ,
Y es, en el dedo, inaccesible á encanto:
La cual, provista en la silvestre cueva
De alimento, corcel, ropa, y de cuanto
Menester hubo, abriga el pensamiento
De volver á su indiano regio asiento.
CANTO DUODÉCIMO. 4l5
XXIV.
Á Orlando de buen grado ó Sacripante
Llevar quisiera; y no porque la dama
Estima más que al uno al otro amante,
Sino porque á los dos al par desama.
Mas debiendo ir tan lejos á Levante,
Por tantos pueblos de esplendente fama ,
Andar sin compañía torpe fuera,
¿ Y cuál otra más tìel llevar pudiera?
XXV.
Ora al uno, ora al otro procurando
Fué, sin hallar indicio, noche y día :
Ni cuando pueblos recorrió, ni cuando
Por campos los buscó, por bosque ó vía.
La fortuna por fin do yace Orlando
Con Sacripante y Ferraud la envía :
Al palacio en que tantos, con el Conde,
En raro laberinto el Mago esconde.
XXVL
Entra sin que la vea el Nigromante :
Todo lo observa, oculta con su anillo,
Y ve corriendo á Orlando y Sacripante
Al eco suyo, y de su rostro al brillo;
Y ve que, figurando su semblante.
Los entretiene el Mago en el Castillo.
A quién dellos elija mucho mide
Dentro de sí, y al fin no se decide.
4l6 ORLANDO FURIOSO.
XXVII.
No sabe á quién de entrambos más prudente
Será escoger : si al Conde ó si al Circaso.
Orlando á defenderla es más potente,
Y á libertarla de difícil paso :
Mas si le hace su guía , fácilmente
Puede en su dueño convertirse acaso;
Y cuando, sacia del, dejarlo quiera ,
¿De devolverlo á Francia habrá manera?
XXVIII.
Si al Circaso prefiere , podrá ella
Deponerle, aunque alzado le haya al cielo;
Y esta razón decide á la doncella
A que le escoja, y muestre amable celo.
Tomó el anillo, y de su frente bella
A Sacripante descorrióle el velo :
Mas cuando á él solo hacerlo imaginaba,
Vio á Ferraud, vio á' Orlando que pasaba.
XXIX.
Digo que allí venían , recorriendo
Los dos con impertérrita porfía ,
Castillo y prado, por doquier siguiendo
A la que amor tan grande los unía.
La m irán , y á su encuentro van corriendo ,
Porque ora ningún fraude lo impedía;
Pues el precioso anillo, ya en su mano,
El encanto de Atlante vuelve vano
CANTO DUODÉCIMO. 417
XXX.
Los tres ciñen arnés , si casco en testa
Sólo dos de los bravos que yo canto ;
Pues, desque viven la mansión funesta,
Día y noche le usaban sin quebranto;
Que no les pesa más que simple vesta,
A aquel arreo acostumbrados tanto.
También sus armas Ferraud vestía;
Que yelmo , ni llevaba , ni quería ,
XXXI.
Hasta ganar aquel que el Paladino
Logró de Almonte, en buena lid ceñirse;
Como juró cuando del velmo fino
De Argalia ya otra vez quiso servirse.
Ora, si tuvo al Conde allí vecino,
No logró Ferraud con él medirse:
Que conocerse dentro no pudieron
Del Castillo encantado en que vivieron.
XXXIL
Éralo tanto aquella gran morada,
Que nunca , ó de otra forma se veían ;
Y usaban día y noche arnés y espada ,
Y jamás del escudo prescindían.
Sus corceles la silla al lomo echada,
Puestas las bridas al arzón , pacían
Cerca del atrio, y en estancia amena ,
De secas hierbas y de granos llena.
TOMO I. 27
4l8 ORLANDO FURIOSO.
XXXIIÍ.
No Atlante contener puede, ni sabe ,
Que no opriman la silla los varones ,
Pues correr tras la hermosa sólo cabe
En aquellos fogosos corazones ,
Cuando ella, á quien parece el caso grave,
Á su montura aplica los talones :
Que no á los tres en dura compañía,
Sino al uno tras otro ver quería.
XXXIV.
Y así que del palacio separado
Los hubo, sin que en ellos ya temiera
Que el Nigromante el proceder malvado
De sus inventos ejercer pudiera ,
Del dulce labio, entre el carmín preciado
Puso al que amparo en sus peligros era ;
Y á los simples dejó llenos de enojos,
Despareciendo súbito á sus ojos.
XXXV.
Aunque primero sus intentos fueron
Llevar consigo á Orlando ó Sacripante,
Porque volverla el reino la ofrecieron
Que Galafrón usurpa allá en Levante ,
Ambos al fín su hastío se atrajeron,
Mudándose su gusio en breve instante;
Y sin darles favor , ni el más sencillo ,
Pensó que por los dos vale el anillo-
CANTO DUODÉCIMO. 419
XXXVI.
Por todo en derredor vuelven apriesa
Estúpidos sus rostros los burlados,
Como el can que siguiendo va á su presa ,
Liebre ó zorr^ , y de pronto en los cercados
Se le oculta, ó en cueva, ó mata espesa,
Y su olfato y vigor deja engañados.
De los tres queda Angélica riendo,
Y, no vista, cuanto hacen está viendo.
XXXVII.
No tiene el bosque aquel más que una vía ,
Y no dudan los tres que la doncella
Siguiendo por allí se escaparía ,
Pues no se puede andar más que por ella.
Volaba Orlando, Ferraud corría,
Y Sacripante todo se atropella.
La dama un tanto el palafrén contiene,
Y tras ellos con menos pri.sa viene.
XXXVIII.
Llegados al lugar do los senderos
Venían á perderse en la foresta,
Y empezando á buscar los caballeros
Si en la hierba señal se manifiesta,
Ferraud , que de fiero entre los fieros ,
La corona ostentar puede en su testa,
Dando frente á los dos, con faz precita,
«¿Vosotros qué buscáis aquí? (les grita).
420 ORLANDO FURIOSO.
XXXIX.
«Volveos , ó tomad otro camino ,
Si no queréis que os llegue la agonía.
I Nadie crea que aguanto convecino
En amar ó en seguir la dama mía! »
Y al escucharle, exclama el Paladino
Con altivo desdén: «¿Qué más podría
Decir este varón , si nos tuviera
Por la más miserable y vil ramera?
XL.
»( Y vuelto á Ferraud ) : ¡ Bestial criatura !
Si sin yelmo (le dice) no estuvieras,
De las palabras de tu lengua impura
Te haría que ora aquí te arrepintieras.»
Y el pagano: «¿Por qué te tomas cura
De lo que nada importa á tus quimeras?
Sin yelmo como estoy, tengo el capricho
De sostener contra los dos lo dicho.»
XLI.
Y el Conde á Sacripante : «Por un poco,
Cortés tu yelmo al retador le presta ,
Hasta que la locura que en él toco
Le cure; que ninguna vi cual esta.»
Y el Circaso: «Yo en eso fuera el loco;
Y pues juzgaste la demanda honesta ,
Préstale el tuyo; que en remedios buenos,
Para curar á locos, no soy menos.»
CANTO DUODÉCIMO. 4» I
XLII
Y Ferraud: «Los dos lo sois sobrado;
Pues si llevar un yelmo me pluguiera,
De uno de esos me habría apoderado,
Sin que al permiso vuestro me atuviera.
Mas os diré, por gracia y de buen grado ,
Que juré no calarme la visera
Hasta ver en mis manos aquel fino
Con que ciñe su trente el Paladino.»
XLIII.
"¿Conque (risueño Orlando le responde)
Piensas que así, sin yelmo, eres bastante
Tú para hacer al Conde lo que el Conde
En Aspramonte al hijo de Agolante?
Pues si le vieras freme á frente, ¿á dónde
Iría esa hinchazón tan arrogante?
No sólo el yelmo entonces no tendrías,
Mas en pacto tu arnés todo darías.»
XLIV.
Y dijo el español : «Veces sobradas
He visto y puesto al Conde en tal estrecho,
Que no el yelmo , mas fueran me entregadas
Sus armas todas, en marcial derecho ;
Y si así no ocurrió, fué que mudadas
Las miras suelen ser que abriga el pecho.
Entonces no lo quise : hoy ya lo ansio;
Y fácil ha de serle al brazo mío.»
422 ORLANDO FURIOSO.
XLV.
Más paciencia tener no puede Orlando,
Y grita : «¡Falso, fanfarrón, perdido!
¿En dónde, dime, me encontraste, y cuándo
Más que yo, puesto en armas, has podido?
Ese yo soy de quien te vas jactando ,
Porque de ti lejano le has creído.
Ahora ve si tú el yelmo has de quitarme,
Ó si yo de tu arnés apoderarme.
XLVI.
»Y ve si sobre ti ventaja gano;»
Y así diciendo , el yelmo se desprende,
Y de un mirto le cuelga , y echa mano
De Durindana que á su flanco pende.
No pierde Ferraud su gesto ufano :
Su damasquino acero al aire tiende ,
Y con él , y elevando el fuerte escudo ,
Guarda lo que, al azar, lleva desnudo.
XLVII.
Así los dos guerreros, revolviendo
Sus caballos, empiezan á asaltarse;
Y á do los hierros crújanse rugiendo ,
Allí acuden entrambos á tantearse.
Nunca la tierra, en su ámbito estupendo ,
De una pareja tal pudo gloriarse :
Iguales en valor, en fuerza iguales,
De que puédanse herir no dan señales.
I
CANTO DUODÉCIMO. 423
XLVIII.
Ya, señor mío, que sabéis estimo
Que el cuerpo Ferraud tiene hechizado,
Menos allí do el alimento primo
Toma el niño, en el vientre aún encerrado ;
Y hasta que del sepulcro el negro limo
Le cubra el punto aquél, le lleva armado
Con siete planchas de metal famoso.
Que le guardan de golpe peligroso.
XLIX.
Tiene el insigne Príncipe de Anglante ,
Fuera de un sitio, hechizos igualmente :
Sólo va el pie seguro por delante,
Pues la planta es herida fácilmente.
Los dos, en lo demás, son cual diamante.
Si la fama habladora no nos miente;
Y llevan uno y otro, en la lid dura.
Tan sólo por adorno la armadura.
L.
Se encrespa y encrudece la batalla.
Que no se puede ver con faz serena.
Ferraud , cuando punza ó cuando talla ,
De anillas de metal el campo llena.
Todo golpe de Orlando ó plancha ó malla
Desclava, hace crugir, raja ó barrena.
De Angélica , invisible , el pecho late ,
Allí, sola, mirando el gran combate.
424 ORLANDO FURIOSO.
LI.
Porque, en tanto, el Circaso Rey, pensando
Que no lejos Angélica estuviese ,
Así que mira á Ferraud y Orlando
Trabados ya, por el camino fuese
Por do creyó que se escapaba , cuando
Desparecer de pronto se la viese ;
Así que á contemplar la lucha brava
De Galafrón la hija sola estaba.
LlI.
Cuando, cual era, horrible y pavorosa.
Ella cerca, encenderse la vio tanto,
Y crecer cada vez más peligrosa.
De suspender tan bárbaro quebranto,
Y á otro asunto llamarlos, deseosa ,
Robarles quiso el yelmo , por ver cuánto
Podrán hacer, al ver que se les quita
La ocasión que á la lid les precipita.
LIH.
Devolvérsele al Conde se propone:
Mas quiere el juego aquel hacer primero.
Toma el yelmo, y al hombro se le pone;
Y después de mirar al par guerrero,
A partir, sin más habla, se dispone;
Y ya lejos buscaba otro sendero.
Sin que en el hecho aquel pusieran mente;
I Era tanta en los dos la furia ardiente!
CANTO DUODÉCIMO. 425
LIV.
Ferraud, que ante el mirto se coloca,
Dice al Conde, del caso ora advertido:
«Mira cómo por sandios nos provoca
El otro que con nos hemos tenido:
¿Cuál el premio será que ya le toca
Al vencedor , si el yelmo hemos perdido?»
Párase Orlando, y hacia el árbol mira:
No ve su hermoso casco, y arde en ira.
LV.
Y en la opinión de Ferraud conviene
De que el otro lastima su decoro,
Y ni un punto sus ímpetus contiene ,
Y las espuelas clava á Brida de oro.
Ferraud, que lo ve, no se detiene ,
Y cuenta el no seguirle por desdoro.
Cuando al sitio llegaron do la huella
Ven, que dejó en la hierba la doncella,
LVl.
Tomó Orlando del monte la vertiente
Hacia un val, por do entróse Sacripante
Y Ferraud se dirigió al Oriente,
Por el monte do va la hermosa errante,
En medio del, la joven á una fuente
Llegó, que al margen de verjel fragante,
Con fresca linfa al pasajero invita.
Que de allí sin probarla no se quita.
426 ORLANDO FURIOSO.
LVII.
Angélica se acerca á su onda pura ,
Cierta de que ninguno la sorprende.
Pues de todo peligro va segura
Con el anillo fiel que la defiende.
El yelmo, no bien entra en la espesura,
A la rama de un árbol le suspende;
Y busca do más yerba y mejor nazca.
Porque su yegua con más gusto pazca.
LVIII.
Ferraud, que las huellas ha seguido
De la dama, á la fuente se acercaba ;
Cuando ella que le ve y ha conocido.
Huye otra vez con impaciencia brava;
Y el yelmo, que al huir se le ha caído.
No recoge, pues ya lejos se hallaba.
Cuando repara en ella, el Sarraceno
Corre detrás, de inmenso gozo lleno.
LIX.
La dama , que un momento vio delante ,
Se le evapora cual fantasma en sueño :
Él, por las matas, búscala anhelante;
Mas á su pobre vista es vano empeño.
De Macón blasfemando, y Trebigante >,
Y de Mahoma, su profeta y dueño,
Ferraud á la fuente torna bella,
Y del Condecí morrión encuentra en ella.
CANTO DUODÉCIMO. 427
LX.
Al punto, por lo escrito conocióle
Que, de la orla en derredor, declara
Que el Príncipe de Anglante conquistóle ,
Y á quién, y cómo y cuándo le ganara.
El pagano en su testa colocóle,
Y ese hallazgo su duelo algo repara ;
Su duelo, porque pierde aquel bien sutno ,
Que ante sus ojos se convierte en humo.
LXI.
Así que el yelmo se caló en la testa ,
Vio que para alcanzar cuanto apetece
Á Angélica encontrar sólo le resta ,
Que relámpago luce y desparece.
Con afán la buscó por la foresta;
Y cuando su esperanza desfallece
De hallar huella ó vestigio en el terreno,
Volvió á París al campo sarraceno ,
LXII.
Mitigado el pesar, como os decía,
De no haber á su amor alivios dado,
Con poseer, según jurado había.
El yelmo de varón tan afamado.
Cuando Orlando esto supo, noche y día
Fué Ferraud por él doquier buscado.
Sin poder alcanzarlo, hasta que, fuerte,
Entre dos puentes le encontró y dio muerte <,
4^8 ORLANDO FURIOSO.
LXIII.
Angélica invisible iba y solita
Caminando con baja y triste frente,
Porque el yelmo perdió , cuando en su cuita
Se le cayó tan próximo á la fuente.
«Mi ligereza al Conde el yelmo quita:
¡Ay! con acuerdo anduve no prudente:
¡Buena paga por cierto ésta primera
Por tanto como Orlando por mí hiciera!
LXIV.
»Con la intención, á fe , mejor que cabe,
Aunque efecto diverso y triste siga,
Tomé el yelmo , y mi objeto ¡ Dios lo sabe !
Fué por dar tregua á tan atroz fatiga,
No porque ese español bruto se alabe,
Y el yelmo, que ganar juró, consiga.»
En su interior así va lamentando
Haber privado de su yelmo á Orlando.
LXV.
Descontenta de sí, tomó la vía
Que tuvo por mejor, siempre al Oriente.
Se ocultaba, ó de pronto aparecía.
Según el sitio, la ocasión, lu gente.
Después que mucha tierra andado había.
Llegó á un bosque, en el cual inicuamente ,
Entre dos compañeros muertos, vido
A un jovencito, en medio el pecho herido. —
CANTO DUODÉCIMO. 429
LXVÍ.
Pero aquí quede Angélica: bastante
Aún tengo que decir que os interese;
Y á Ferraud también y á Sacripante
Quiero olvidar, por poco, aunque nie pese.
Para acudir al príncipe de Anglante;
Que atrás debo dejar á quien que fuese.
Por narrar las fatigas que corría,
Buscando lo que al fin nunca obtendría.
LXVII.
En la primer ciudad con que tropieza
Porque de andar cubierto bien se cura ,
Viste de un casco nuevo su cabeza;
Y de cualquiera laya le procura,
Pues sea poca ó mucha su firmeza ,
De su cuerpo el hechizo le asegura.
Así oculto , prosigue , á toda prisa ,
Que llueva ó queme el sol, en su pesquisa.
LXVIII.
A la hora en que Febo sus corceles
Del mar sacaba , humedecido el pelo,
Y la aurora de lirios y claveles
Iba regando la extensión del cielo,
Y las estrellas , á su riego infieles ,
Tomaban ya para esconderse el velo ,
Un día, á vista de París pasando,
Dio muestra insigne de su esfuerzo Orlando.
43o ORLANDO FURIOSO.
LXIX.
Se halló con dos escuadras: Manijarte
Mandaba la primera, el canecido
Rey de Negricia, un tiempo bravo Marte,
Cual hoy para el consejo más cumplido.
A la segunda guía el estandarte
Del Rey de Tremecén, que era tenido
En África por lanza la más brava;
Y entre su gente Alcirdo se llamaba.
LXX.
Éstos con el ejército pagano ,
Pasaron la invernada larga y fría :
Cuál cabe la ciudad : cuál más lejano ,
Por castillos y pueblos que allí había;
Porque Agramante , que consume en vano,
En expugnar París ya más de un día ,
Quiere asaltarlo, y exponerlo todo,
No pudiendo tomarlo de otro modo.
LXXI.
Con tal desighio innumerable gente
Juntó á la que con él llegada era ;
Y á la que , desde España , está obediente
Del Rey Marsilio á la real bandera;
Y asoldó mucha en Francia fácilmente;
Pues cuanto hay de París á la ribera
De Arles, con parte de Gascuña, excepto
Breves rocas, se rinde á su precepto.
CANTO DUODÉCIMO. 43 1
LXXII.
Y así que á derretirse los cristales
Empezaron de fuente y de laguna ;
Y campo y prado y bosque á dar señales
De ir sacando sus galas una á una ,
Agramante convoca á los parciales
Secuaces de su próspera fortuna;
Que á la siguiente luz reseña pasa ,
Para dar forma á tan ingente masa.
LXXIII.
Á su llamada, el Rey de Tremisene,
Con el de la Nigricia allí acudía,
Para á tiempo llegar, á do conviene
Numerar tanta escuadra y compañía.
Orlando, por acaso, á hallarlos viene ,
Como os he dicho , por la misma vía,
Por do buscando va, como acostumbra,
El sol de amor que su existencia alumbra.
LXXIV.
Cuando Alcirdo al varón mira eminente ,
Que otro de más valer no tiene el mundo,
Con tan fiero y altivo continente,
Que el de Marte á su lado era segundo ,
Quedó admirado al ver su noble frente,
Su vista audaz, su rostro furibundo,
Y le estimó varón de nombradía,
Y probarse con él ya sólo ansia.
432 ORLANDO FURIOSO.
LXXV.
Era joven Alcirdo, y arrogante,
Y de gran fuerza y corazón dotado;
Y para entrar en lid salió adelante :
¡Más le valiera quieto haberse estado!
Que, en el encuentro, el príncipe de Anglante
Arrojóle, del pecho atravesado .
Escapando el corcel, de espanto lleno,
Ya sin jinete que le rija el freno.
LXXVI.
Súbito aquí, elevóse un grito horrendo
Con que el aire tristísimo resuena,
Cuando vieron al mísero, cayendo,
Brotarla sangre en tan copiosa vena.
Contra el Conde gran turba entra rugiendo,
Y cien golpes le asesta , de ira llena ,
Y aún más granizo de volantes dardos
Lanza al que es nata y flor de los gallardos.
LXXVII.
Con el rumor con que la gente irsuta
Correr suele, olvidando su cabana.
Si el lobo hambriento, por sorpresa astuta,
Ó el oso que bajó de la montaña ,
Con un lechón corriendo va á su gruta,
Cuyo gruñido aturde la campaña.
Con ese el vil tropel avanza á Orlando:
¡À él, á él! (con frenesí gritando).
CANTO DUODÉCIMO. 433
LXXVIII.
Saeta, lanza, espada á la coraza
A cientos van, y á miles al escudo
Quién por detrás le hiere con la maza:
Quién le da por delante golpe rudo.
Mas aquel que jamás temió amenaza ,
Del bárbaro gentío temer pudo
Lo que dentro el redil el lobo suele
Temerlos cientos del rebaño imbele.
LXXIX.
Desnuda vibra la fulmínea espada ,
Que da la muerte á turba tan ingente,
Que bien le cabe ocupación colmada
Al que número tal contar intente.
Corre un río de sangre por la estrada,
En que no cabe ya la muerta gente ;
Porque no yelmo ni broquel retrae
A la atroz Durindana donde cae :
LXXX.
Ni casco henchido de cotón, ni tela
Que en mil vueltas la frente orla y circunda.
No con ayes el aire solo vuela ,
Pues de rompidos miembros hoy abunda:
La muerte por el campo va y asuela ,
Y todo de cadáveres lo inunda.
Diciendo: «Más que mi segur insana
Vale en manos de Orlando Durindana.»
TOMO I. 28
434 ORLANDO FURIOSO.
LXXXI.
Sus golpes menudea de manera
Que todos á la fuga se lanzaron;
Y el tropel, tan veloz como viniera,
Porque á uno solo acometer juzgaron ,
Ora ni al padre, ni al hermano espera,
Por rebasar los puestos que dejaron.
Quién corre á pie, ó en el corcel se lira;
Que si el camino es bueno nadie mira.
LXXXII.
Iba en torno el valor con el espejo
Que del alma hace ver cualquiera arruga;
Y en él no se vio nadie sino un viejo
Á quien la edad, la sangre aún no le enjuga:
Ese halló en el morir mejor consejo,
Que deshonrar la vida con la fuga :
El de Nigricia fué, que, sin jactancia,
Va, lanza en ristre, al Paladín de Francia.
LXXXIII.
En el envés la rompe del escudo
Del Conde, que ni un ápice movióse;
Y en Durindana, que oponerle pudo
Solo de plano Manilardo hirióse.
Fortuna le ayudó, que el fierro crudo
De Orlando, al dirigirlo al Rey, volvióse:
No fué posible, pues, de hlo darle;
Pero sí fácil del arzón lanzarle.
CANTO DUODÉCIMO. 435
LXXXIV.
Del corcel, sin sentido, cae á tierra.
No para el Conde, ni á mirar se vuelve;
Que á otros mata, acuchilla, hiende, a ferra ,
Y á todos los dispersa y los envuelve.
Como cuando con ella el sacre cierra.
Bandada de estorninos se disuelve.
Del Mauro así, por la llanura vasta.
Este cae, ese muere, aquel se aplasta.
LXXXV.
No terminó la desigual palestra
Hasta que el campo se quedó sin gente.
Dudoso Orlando en proseguir se muestra
Por la vía que trajo hasta el presente,
Ó en tomar á la diestra ó la siniestra ;
Y no es mucho la duda le atormente
De andar á todas partes á buscarla ,
Menos á aquella adonde puede hallarla.
LXXXVI.
De la entrada apartado, que animoso
Dejó en la lid, recorre el Paladino
Pueblos, campos y selvas afanoso ,
Hasta que al pie de una montaña vino ,
Donde un humo salir vio luminoso
De un peñasco lejano del camino;
Y dirigióse hacia la luz flotante,
Por si en aquel lugar se halla su amante.
436 ORLANDO FURIOSO.
LXXXVII.
Como del bosque en la nebrina hojosa ,
Ó en el rastrojo , en la campiña abierta ,
Cuando se sigue á liebre temerosa
Por maleza intrincada y senda incierta ,
Se acude á cada mata, á cada fosa,
Por si en su centro oscuro está encubierta,
En busca de su bien así se lanza
Orlando á do le lleva la esperanza.
LXXXVIII.
Hacia la llama aprisa caminando,
A la entrada del bosque llega el Conde
Do más la luz que sube va aclarando :
La cual á extensa gruta corresponde.
Ve que á su frente está como amparando
Con trama de hojarasca que la esconde ,
A los que dentro viven , porque ultraje
No reciban ni daño en tal paraje.
LXXXIX.
Aunque no es dable verla por el día ,
De noche por su luz es descubierta.
Bien ve Orlando lo que eso ser podía ;
Pero quiere tener la prueba cierta ,
Y así que á Brida de oro atado había ,
Va á la gruta de obstáculos cubierta,
Y por su boca, de hojas rodeada,
Penetra dentro, sin pedir la entrada.
CANTO DUODECIMO. 437
xc.
Por cien gradas al fondo se bajaba
Donde sepulta yace viva gente ;
Y no poco el peñasco espacio daba,
En bóveda tallada diestramente.
No la diurna luz dentro llegaba ,
Por la boca que envía insuficiente :
Mas la recibe asaz de una fenestra
Que tiene su abertura á mano diestra.
XCI.
En medio de la cueva, junto á un fuego,
A una joven hermosa se veía,
Que parecióle al Conde desde luego
Que quince años no más tener podría ;
Y tan hermosa, que el agreste y ciego
Lugar en paraíso convertía;
Y eso que de sus ojos llanto vierte ,
Seguro indicio de su triste suerte,
XCII.
Con ella está una vieja en gran disputa ,
Cual suele entre mujeres ser el uso :
Mas así que el guerrero entró en la gruta,
Cesó el hablar y el replicar difuso.
Él las saluda atento; y de su ruta
Y aquella entrada al explicar confuso ,
Ellas se levantaron prontamente,
Respondiendo al saludo cortésmente.
438 ORLANDO FURIOSO.
xeni.
Verdad es que turbáronse un instante,
Cuando oyeron de pronto aquel acento,
Y vieron penetrar tan arrogante
A un hombre de tan crudo portamento.
Orlando demandó quién fué bastante
Injusto, descortés, feroz, violento,
Para tener so tierra, así sepulto.
Tan lindo rostro, tan gallardo bulto.
XCIV.
Y respondió la joven fatigosa ,
Por el triste sollozo interumpida.
Que entre las perlas y el carmín rebosa ,
Mientras con llanto riega dolorida
De su divina faz el lirio y rosa ,
Y aun al vuestro tal vez dando salida ,
Lo que en el canto oiréis que presto sigue
Cuando el cansancio vuestro se mitigue.
FIN DEL TOMO PRIMERO.
NOTAS
CORRESPONDIENTES A LOS DOCE PRIMEROS CANTOS
CANTO PRIMERO
I Esta guerra que nos canta el Ariosto es casi
pura invención. En su fondo, y en la mayor parte
de sus detalles, ha seguido al poeta Mateo Boyar-
do, que escribió un poema titulado Orlando
amoroso, que estuvo muy en boga ; y aunque su
estilo es pesado é inculto, respecto del interés y
de la invención, fué en su tiempo el encanto de
sus lectores. Otro poeta (el Berni) resucitó, con el
título de Orlando enamorado, el muerto poema
del Boyardo, revistiéndolo de un nuevo y elegan-
te estilo, que le hizo tan célebre y popular, que
Ariosto no dudó en apropiarse el asunto; enri-
queciéndole de tal modo, que es hoy en Italia, y
acaso en Europa, una de las más preciadas joyas
de la moderna literatura.
Nuestro gran poeta dio á su poema el título de
Orlando fukioso; tal vez por no desviarse dema-
siado del nombre que tan célebre se había hecho,
porque en realidad le correspondía con más pro-
piedad el de Rugiero; pues la locura de Orlando
en el poema no pasa de un bello é interesantísi-
440
ORLANDO FURIOSO.
mo episodio, cuando su héroe principal es aquel
otro, á quien supone fundador déla casa de Este,
en el Ducado de Ferrara , del cual y de la cual se
ocupa en casi todo el poema, siguiendo con amor
predilecto á su 'protagonista en muchos de sus
cantos, contándonos su historia desde su naci-
miento, prediciéndonos su muerte, y hasta aca-
bando el poema con la victoria de Rugiero sobre
Rodomonte, no de otro modo que Virgilio acaba
su Eneida con la muerte de Turno á manos del
prófugo de las costas troyanas.
Para no tener que estarlo repitiendo frecuen-
temente á nuestros lectores en otras notas, no
acabaremos ésta sin decirles que cuanto se refiere
á la guerra de los sarracenos en Francia contra
Carlo-Magno y sus famosos Pares, lo toma Arios-
to del Boyardo; así como éste toma el fondo de
su narración del libro xi del apéndice á la His-
toria de Gregorio de Tours, y la embellece con
invenciones sacadas de nuestro español romance
Espejo de Caballería, y con la antigua crónica
falsamente atribuida á Turpino, fraile de San
Dionisio en Francia, y Arzobispo de Amiens en
753; y digo falsamente, porque ninguno de los
autores que han escrito desde el siglo vni al x han
tenido conocimiento de que escribiera el Arzo-
bispo semejante romance de caballería con pre-
tensiones de Crónica; y hase conjeturado por los
peritos en la ciencia, que pudo ser escrito por un
fraile de San Andrés, en Viena del Delfinado.
2 Orlando, según aquella crónica, fué hijo
NOTAS. 441
natural de Berta, hermana de Cario Magno y de
Milón de Anglante, á quien su madre , huyendo
de la cólera del gran Emperador, dio á luz en
una choza en los alrededores de Roma. Se le
nombra muchas veces con los títulos de Señor
de Anglante, de Brava , Senador de Roma, y
con el de el Conde , como por antonomasia.
3 Alude á cierto amor que parece le tenía sor.
bido el seso ; como otra vez vuelve á decirnos en
la invocación del canto trigésimoquinto.
4 El Cardenal Hipólito de Este, hijo de Hér-
cules, primer Duque de Ferrara, á cuyo servicio
estuvo Ariosto como su gentil-hombre , y al cual
dedicó su poema, después de haberle celebrado
en él, así como á toda esa familia, de un modo
exagerado, según la universal opinión, debien-
do consignar aquí la nuestra , pues no participa-
mos del desdén y hasta desprecio con que suele
ser tratado este Príncipe de la Iglesia , acaso sin
más motivo que el haber querido hacer de él
nuestro poeta un héroe leyendario á la par de los
Aquiles ó los Eneas , ó porque no fué con Arios-
to tan pródigo Mecenas, como con Horacio y
Virgilio lo fué el procer latino. Pero de los he-
chos consignados por la historia es indudable que
fué un distinguido capitán, un político hábil y
un miembro útilísimo en el Consistorio romano,
en el que entró apenas había cumplido veintidós
años, habiendo sido muy estimado por su abue-
lo el gran Corvino , Rey de Hungría , en cuya
44''* ORLANDO FURIOSO.
corte fué educado. Respecto al cargo que se le
hace de poco generoso , tambiéo hay que tener
en cuenta que no tenía más riqueza que la que
le proporcionaba su mitra de Agria , y que sus
mandos militares y políticos le obligaban á gas-
tos superiores á sus medios.
5 Este yelmo lo ganó Orlando , así como el
resto de las armas , matando á Almonte , que las
poseía.
6 Esta invención no es de Boyardo : está to-
mada de un antiguo romance italiano, en que se
cuenta que Reinaldo lo ganó á Mambrino , Rey
pagano , que había venido con un grande ejérci-
to contra Cario Magno.
7 Madre de Ferragud.
8 Angélica, hija de Galafrón, Rey de Cathay,
que dicen ser la China.
9 Este guerrero es Gradase, Rey de Sericana
ó Sabatea, que, según Plinio y Esirabón, era la
Arabia feliz.
10 Reinaldo, Señor de Montealbano, es su-
puesto en este poema, hijo de Amón , aunque es-
critores notables dicen que Amóa no tuvo más
hijos que Guichardo, Alardo y Ricardo.
443
CANTO SEGUNDO.
1 Nombre de la espada de Reinaldo: en Fran-
cia se la llamaba también Flamberga.
2 Bradamante, hermana de Reinaldo, hija del
duque Amón, amada de Rugiero, y últimamente
su esposa : de cuya unión deduce (á su capricho
y sin ninguna verdad histórica) el origen de la
casa de Este. Hace de ella, en todas las ocasio-
nes que puede, una guerrera tan temible, que
combate, y algunas veces vence á los campeones
más esforzados.
3 Según la relación de Boyardo, este Agolan-
te fué muerto por Orlando. Su hija Galaciela,
después de la alevosa muerte de Rogerio de Risa,
y la destrucción de ésta su ciudad, huyó al Áfri-
ca, en donde dio á luz á Rugiero y á Martisa. De
esta última hace una invicta guerrera; así como
de su hermano el héroe principal de su poterna,
como ya hemos dicho.
4 Supuesto Rey de los sarracenos españoles.
3 Ciudad junto al Roña. Tal vez Rodumna,
según la geografía antigua.
6 Verso último del canto quinto del Infierno
de Dante.
444 ORLANDO FURIOSO.
7 El poeta supone que se ha sublevado y en-
tregado á Marsilio (que nos da como Rey de Es-
paña) una parte de la Galia Narbonense.
8 Dividía á estas dos casas un odio implaca-
ble, que tenía por fundamento haber perdido el
favor que su jefe Canelón tenía con Carlo-lVlag-
no; en cuyo favor le sucedió Rolando. El pri-
mero era de la familia de Maganza, ó Mayenza,
y el segundo de la de Claramonte, ó Clermont,
como dicen los franceses.
9 Bradamante, hija de Amón, duque de Dor-
dona.
CANTO TERCERO.
1 Apolo en la guerra de Júpiter contra los
Titanes, que intentaron escalar el cielo.
2 Esta es Melisa, maga benigna, protectora
de la unión de Bradamante con Rugicro; por la
que se interesa por inspiración divina, que la ha
dado á conocer la ilustre progenie que de ella ha
de venir, para felicidad de Italia. El poeta em-
plea casi todo el canto en celebrar á los prínci-
pes de la casa de Este con elogios excesivos.
3 Se cuenta que Merlin, que vivía en el siglo
V, en tiempo de los reyes bretones Wortijcrno y
Wortimerio es el leyendario Artus, que fundó la
caballería de la Tabla Redonda.
NOTAS. 445
Según los cuentos romancescos, Merlin era hijo
de un espíritu infernal, y de una casta joven que
una noche se había descuidado de rezar las preces
que acostumbraba para ponerse bajo la protección
de Dios y del ángel de su guarda. Parece que el
tal Merlin se enamoro de una hermosa llamada la
Dona del Lago, que era también maga, á la cual
la enseñó un sepulcro que había construido para
los dos en el bosque de Nortes, en Inglaterra, y la
reveló ciertas palabras mágicas que , pronuncia-
das sobre la losa, impedirían que se pudiese abrir.
Esta dama, con halagos y femeniles caricias,
consiguió que su amante entrase en la sepultura,
y , cuando estuvo en ella , la cerró de pronto,
pronunciando las consabidas palabras , cuyo en-
gaño practicó por rivalidad en el ejercicio de la
ciencia de la nigromancia. Merlin quedó dentro;
pero no pudiendo salir su alma por la virtud del
encanto , quedó allí prisionera viva con el muer-
to despojo de la tierra , y por su espíritu adivino
siguió profetizando y respondiendo á los que iban
á consultarle. Ariosto traslada á Francia el se-
pulcro de Merlin.
4 Alude á Pinabelo, que es quien la hizo caer
traidoramente en la cueva, al cual dio la muerte
Bradamante en castigo de aquel atentado , como
se verá más adelante , ó tal vez al triunfo que su-
pone obtendrá sobre la casa de Maganza , reco-
brando bienes que estaba poseyendo Canelón,
jefe de esa familia.
44^ ORLANDO FURIOSO.
5 Pentáculo, según la nigromancia , es una
figura de cinco lados, en todos los cuales hay es-
critos caracteres mágicos.
ó Alberto Visconti libertó á Milán , que esta-
ba sitiada por Berengario I, á quien dio muerte.
Su hijo Hugo conquistó ese Estado, desplegando
en él la divisa de su casa , que era una serpiente
devorando á un niño. Parece que un Visconti
que fué con Godofredo á la conquista de Jerusa-
lén, habiendo muerto á un sarraceno que llevaba
un casco en cuya cimera se veía un dragón de-
vorando á una criatura, adoptó para sí esa divi-
sa, que siguió siendo después el escudo genealó-
gico de la familia.
7 Conocidas son las crueldades que este tirano
ejerció en Italia en el siglo xtii. Entre otras, co-
metió la de hacer quemar vivos á doce mil pa-
duanos. (Así se ha escrito.)
8 Azón V , Señor de Este , fué uno de los
miembros más activos de la liga formada contra
el emperador Federico II. Ariosto , al darle toda
la gloria de haberle lanzado al profundo , le da
más de la que le corresponde, en su deseo de en-
salzar esta familia. En ese espíritu está escrito
todo este canto, censurado por la crítica moder-
na con más dureza de la que corresponde, tra-
tándose de un estilo poético, que permite al vate
la glorificación de sus héroes, no faltando en ab-
soluto á la verdad de los hechos históricos. Como
NOTAS. 447
esos constan en la narración, uo pondremos no-
tas á los que de sobra se explican por sí mismos,
para que de ellos juzgue el lector como tenga por
conveniente , y sólo anotaremos lo que nos pa-
rezca de aclaración indispensable. El que quiera
saber con toda exactitud los hechos de que aquí
se trata, y los verdaderos méritos que á esta fa-
milia se atribuyen, puede leer á Muratori, en su
obra Antichità Estense.
9 Ferrara, situada (como sabe el lector) cerca
del Po, río llamado poéticamente Erídano. La
fábula cuenta que Faetón, hijo de Apolo, fué lan-
zado á ese río por Júpiter , que, viéndole condu-
cir el carro del Sol , que por debilidad afectuosa
le había prestado su padre, y guiar torpemente
los caballos, exponiendo á la tierra á los calores
ó á los fríos excesivos con sus subidas ó bajadas
desordenadas, se vio en la necesidad de disparar-
le un rayo, que le hizo caer en dicho río Erída-
no. Las hermanas de Faetón se convirtieron, á
fuerza de llorarle, en unos álamos, que dan, como
lágrimas, el electro ó ámbar. Su tío Cieno, que
le amaba también tiernamente, fué convertido en
Cisne, cantor de este triste acontecimiento.
10 Robigo, que los latinos llamaron Rhodi-
gium, de la palabra griega Rhodos, que quiere
decir rosa,
1 1 Comaquio, ciudad entre los ríos Primayo
•y Volano, brazos del Po. Dice que aquellos natu
44^ ORLANDO FURIOSO.
rales desean que los vientos turben la mar, para
que los peces vayan á guarecerse á sus pantanos,
que constituyen la riqueza de sus moradores, por
la abundante pesquería que en ellos se hace.
12 Venecia, que tenía por armas un león con
alas.
1 3 Castor y Pólux , según la mitología , naci-
dos de un huevo, procreado por Júpiter conver-
tido en Cisne, en Leda , esposa de Tíndaro. Cas-
tor fué muerto, y Pólux rogó á Dios que le deja-
ra perder su inmortalidad , permitiéndole vivir
con su hermano, ya en el cielo, ya en la tierra,
por espacios alternados de tiempo.
14 Parece aludir, no á sí propio, como á pri-
mera vista parece (lo que sería de su parte una
gran inmodestia), sino á Andrés Marón, famoso
improvisador en la corte de Alfonso, y contem-
poráneo suyo ; pero de ese improvisador nada
nos ha quedado; y sí estos versos de Ariosto ; por
los que bien podemos muy justamente llamarle
el Virgilio de un Augusto, bien inferior por cier
to al que ha honrado con su nombre á las majes,
tades más grandes del mundo civilizado.
i3 Fernando y Julio, hermanos del Duque Al-
fonso, tramaron una conspiración para quitarle la
vida y el trono. El agredido les conmutó en pri-
sión perpetua la pena de muerte á que fueron con-
denados. <
449
CANTO CUARTO.
I El solsticio de Estío, en que supone la emi-
gración del Hipogriío , que se dirige hacia las re-
giones de la India.
CANTO QUINTO.
1 Alude á lo nebuloso del cielo de Escocia.
r
2 Santo Andreux, en el Condado de Tife.
CANTO SEXTO.
1 Colores que usaban los caballeros andantes
en señal de tristeza, según nos dicen los libros de
Caballería; negro leonado y verde claro ; pues el
verde esmeralda era señal de esperanza, y el ver-
dinegro de desesperación.
2 Aretusa, por librarse déla persecución de Al-
feo (según la mitología), fué metamorfoseada por
Diana en fuente, en la isla Ortigia (en Sicilia),
después de abrirse paso submarino desde el Pe-
loponeso, donde Alféo quedó convertido en río.
3 Pomari conjetura que esta isla ha de ser Zi-
pango, nombre dado al Japón, según la geografía
de Marco Polo; de la cual no se había pasado en
tiempo de Ariosto.
TOMO 1. 29
4Ì>0 ORLANDO FURIOSO.
CANTO SÉTIMO.
1 Marco Antonio, el triunviro romano.
2 Sin duda este juego de prendas debía pare-
cería muy pesado al Ariosto, y trata aquí de abre-
viar su duración.
CANTO OCTAVO.
1 Nombresde diferentes figuras pertenecientes
á la magia.
2 Dos santos ermitaños, uno en Egipto y otro
en Palestina.
3 Una de las islas Hébridas.
4 Especie de barco con remos que usaban los
piratas.
5 Orlando , que ya hemos dicho usaba este
título.
CANTO NOVENO.
1 Ibernia : Irlanda.
2 Ariosto no descuida los más pequeños deta-
lles geográficos, particularmente de toda Europa,
NOTAS. 451
como se irá viendo en adelante, y en este mismo
canto : hasta el punto de dar á unas ciudades de
la costa que recorre Orlando, su nombre bajo-
bretón de Breaco, que es San Brienne, y Landri-
ller, que es Freguier. Estas poblaciones no se ven
desde alta mar : pero el poeta no dice que lasvca,
sino que pasan á su altura.
3 Son diversas las opiniones sobre lo que ha
podido dar á Inglaterra el nombre de Albión : la
más corriente es la de que es á causa del color
blanco de las arenas de su costa.
4 Una de las embocaduras del Po.
5 La mitología supone que Anteo, gigante hijo
de la tierra, combatiendo con Hércules , cuando
tocaba al suelo, derribado por el héroe, su madre
le volvía las fuerzas para levantarse. Para vencer-
le Hércules tuvo que ahogarle en el aire.
CANTO DÉCIMO.
1 Elena , causa de la ruina de Troya.
2 Calixto.
3 Son dos pájaros que, siempre juntos, viven
á orillas del mar, y tienen un canto á modo de
gemido triste. La mitología cuenta que son Ceice
y Alción. Esta, yendo á consultar un oráculo, se
4^2 ORLANDO FURIOSO.
ahogó en el mar; y su esposo Ceice, viendo en la
playa su cadáver, se arrojó desesperado al agua.
Júpiter, á ruegos de Eolo, padre de Alción, los
convirtió en esas dos aves que siempre están jun-
tas; y, según los marinos, su canto ó clamor tris-
te anuncia buen tiempo.
4 Hécuba, viuda de Priamo, rey de Troya, en-
contró en Tracia, á cuya costa llegó cautiva, el
cadáver de su último hijo Polidoro; y el poeta
hace aquí alusión á sus horribles gritos y ladri-
dos de desesperación ; pues hasta cuentan que se
convirtió en perra.
5 Parece que Ariosto personifica en Longistila
la verdadera sabiduría.
6 Estas damas, son: Andrónica, la fuerza; Fro-
nesia, la sabiduría; Discila, la justicia, y Sofro-
nia, la templanza.
7 Según Virgilio , Dido , abandonada por
Eneas, se dio la muerte.
8 Cleopatra, reina de Egipto, por no caer en
poder de Octavio, vencedor de Marco Antonio,
se aplicó al pecho unos áspides, y murió, por
tanto, envenenada.
9 Según el cap. ii del Evangeliode San Marcos.
JO No hay duda de que el poeta tenía los da-
NOTAS. 453
tos geográñcos de Marco Polo, el primero que pe-
netró en la China, á la cual divide en Cathay y
en Mangiana.
11 Quinsay es Hangtheon. Dice M. Polo de
esta ciudad que es la mayor del mundo.
12 Gran cadena de montañas desde el mar Cas-
pio bástalos confines de la China, comprendiendo
en ella los montes del Himalaya.
1 3 Debería ser el Norte de la India.
14 El mar Caspio.
1 5 Los prusianos.
ló Según Fornari, comentador de Ariosto, la
descripción que hace el poeta de las insignias de
los diversos caudillos, no es caprichosa, sino que
corresponde exactamente á los escudos de armas
de los señores ingleses y escoceses que vivían en
su tiempo. Para intercalar en la rima y suavizar
la aspereza anglo-sajona, les da las transformado,
nes que puede observar el lector. También el
traductor se ha permitido alguna variante, aun-
que muy leve, para darle las desinencias armonio-
sas del castellano. Los escudos en inglés, y según
vienen enumerados, son: Warwick, Kent, Pem-
broke, Essex, Northumberland, Southampton,
Winchester, Derby, Bath, Salisbury, Shrevrsbu-
ry, Athol, Angus y Abergavenny. Los otros He-
434 ORLANDO FURIOSO.
van nombres más conocidos , y propiamente
acentuados.
17 La célebre cueva de San Patricio , Após-
tol de Irlanda en el siglo iv. Era una caverna, en
una islilla de Ultonia. Alejandro VI la mandó
cerrar por excesos que se cometían en ella, bajo
pretexto de devoción.
18 La que ya se ha citado con el nombre de
Ebuda.
CANTO UNDÉCIMO.
1 Senócrates, tìlósofo griego, contemporáneo
de Aristóteles, renombrado por su castidad.
2 Esta historia del anillo está tomada del poe-
ma de Berni.
3 Dioses marinos son, según la Mitología, Me-
licerta , Ino, las Nereidas, los Tritones y Glauco.
4 Playa á pocas leguas de Esparta, de donde
robó á Helena ei pastor Frigio (como se dice poco
antes), que no es otro que Paris, el cual, en la
campiña del monte Ida, declaró á Venus por
más hermosa que sus rivales Juno y Minerva
(según la mitología).
3 El esposo de Helena, al cual se la robó
Paris.
NOTAS. 455
6 El carnero, signo del zodiaco, que corres-
ponde al mes de Marzo. Según la mitología, este
animal salvó á Frisio, que iba á ser sacrificado á
Júpiter, por el odio de su madrastra Ino. La ma-
dre de Frisio, Nefele, le dio un carnero, que tenía
vellones de oro, para que en él se salvara echán-
dose al mar. Este carnero le fué dado á Nefele
por Mercurio, dios del comercio; y de toda esta
alegoría se deduce que el hijo se salvó por el di-
nero que le dio la madre , en un barco llamado
Carnero.
CANTO DUODÉCIMO.
1 Idea, sobrenombre de Cibeles, por el mon-
te Ida, en el que se celebraban sus fiestas. Esta
diosa es madre de Ceres, que á su vez lo es de
Proserpina, que le fué robada por Plutón en el
Monte Etna, bajo del cual supone la mitología
que está sepultado el gigante Encelado, traspa-
sado por un rayo de Júpiter, contra quien se su-
blevó con los demás hermanos suyos.
2 Bradamante, llamada así por el dominio de
su padre Amón, duque de Dordona.
3 Divinidades paganas ideadas por los ro-
manceros.
4 Ariosto no cuenta en su poema este lance,
que se narra en el romance del supuesto Turpino.
.e]
::y{
.^ .
University ofToront
Library
DONOT
REMOVE
THE
CARD
FROM
THIS
POCKET
Acms Library Card
LOWE-MARTIN CO.
Pocket
UM11£