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Full text of "Orlando furioso, poema heroico;"

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ORLANDO   FURIOSO 


TOMO  PRIMERO 


ORLANDO  FURIOSO 

POEMA   HEROICO 
de 

LUDOVICO  ARIOSTO 

traducido  en  verso  castellano 

POR    EL 

CAPITAN  GENERAL 

D.  JUAN  DE  LA  PEZUELA  s>  ^^'^^ 

CONDE  DE  CHESTE 
DE   LA    REAL    ACADEMIA    ESPAÑOLA 

TOMO  PRIMERO 

ODE  CONTIENE  LOS   DOCE  PRIMEROS  CANTOS 


MADRID 

IMPRENTA    DE    A.    PÉREZ    DUBRULL 

Flor  Baja,  32 
1883 


EJEMPLAR  NÚM.  98 


Madrid  3o  de  Marjo  de  i883. 

ExcMO.  Sr.  Marqués  de  Molins. 

Mi  querido  Mariano:  ¿A  quién  mejor  que  á  ti 
podría  tu  viejo  amigo  dedicar  su  traducción  del 
Orlando  de  Ariosto,  que  será  probablemente  lo 
último  que  escriba?  De  los  que  fuimos  compañe- 
ros muy  queridos  en  el  Colegio  de  Calleja,  sólo 
tú  y  yo  vivimos  hoy.  Se  nos  han  ido  :  Espron- 
ceda  hace  mucho  tiempo,  Felipe  Pardo,  Alonso, 
los  Benítez  ,  Mazarredo  ,  Ventura  Vega ,  los 
Ochoas  (Eugenio  y  Carlos),  los  Nandines,  Pe- 
zuela  mínimo  (alias  Pitón),  y  tantos  y  tantos, 
.que  no  creo  que  hoy  quede  ya  en  este  mundo, 
fuera  de  ti  y  de  mí,  ninguno  más  de  los  que,  con 
mi  amadísimo  hermano  José  (el  Diablillo),  tan 
alegremente  corrimos  por  el  gran  patio  del  Co- 
legio de  la  calle  de  San  Mateo,  y  de  los  que  fui- 
mos tan  felices 

Cuando  en  las  anchas  aulas  escuchamos 
la  dulce  voz  del  inspirado  Anfriso.... 

como     nos    dice    nuestro    inolvidable  Ventura 
Vega. 


ORLANDO  FURIOSO. 


TÚ  estabas  entonces  todavía  en  los  años  que 
pertenecen  á  la  niñez,  y  no  sé  si  sabrías,  ni  me- 
nos si  recuerdas  ahora,  que  Vega,  Espronceda  y 
yo,  de  alguna  mas  edad  que  tú,  capitaneados 
por  Bautista  Alonso,  que  era  nuestro  Inspector, 
nos  propusimos  poner  en  octavas  castellanas 
este  mismo  Orlando  Furioso,  que  empecé  á  tra- 
ducir á  los  quince  años.  Nos  repartimos  los  cua- 
tro primeros  cantos.  Vega,  á  quien  tocó  el  pri- 
mero, como  el  de  más  edad,  ni  siquiera  llegó  á 
hacer  un  verso  :  yo  hice  algunos  más  del  canto 
tercero,  y  Espronceda  las  tres  octavas  primeras 
del  segundo,  que  son  las  que  van  en  este  libro 
que  te  dedico,  con  muy  pocas  correcciones  que 
he  hecho  en  ellas  ahora.  Suspendimos  los  cuatro 
nuestra  obra,  porque  las  lecciones  de  Lista  nos 
convencieron  de  que  no  estábamos  aptos  para  el 
caso  todavía,  como  nos  decía  el  mismo  bondado- 
so maestro,  llamándonos  mamarrachos,  que  íq- 
níamos  que  ir  más  aspadlo.  ¿Quién  me  diría 
entonces  que  habría  yo  de  volver,  á  la  edad  de 
setenta  y  dos  años  cumplidos,  á  recordar  el  an- 
tiguo trabajo  de  mi  tan  verde  juventud,  que  por 
casualidad  encontré  una  mañana,  entre  unos 
amarillentos  y  apolillados  papeles  que  me  trajo 
mi  primo  Jacobo  de  la  Pczuela,  Académico  que 
fué  de  la  Historia,  muerto  este  año  pasado?  ¿Y 
no  solo  á  recordarlo,  sino  á  emprender  esta  larga 
y  pesadísima  labor  en  que  sólo  he  empleado  diez 


DEDICATORIA. 


y  siete  meses,  trabajando  á  destajo,  porque  co- 
nocía que  solo  así  podría  rematarla?  ¿  He  produ- 
cido alguna  cosa  de  provecho  ?  Si  no  ha  sido  así, 
esos  meses  á  lo  menos  me  habrán  dado,  en  los  úl- 
timos días  de  mi  vida,  algunas  horas  de  entrete- 
nimiento agradable  en  sustitución  de  las  ásperas 
lides  que  la  política  sustenta,  con  poca  utilidad  á 
mi  entender,  en  ese  palenque  senatorio  en  que  yo 
nada  tengo  que  hacer,  y  al  que  te  obligan  á  ti  á 
concurrir  las  obligaciones  que  te  impone  tu  bri- 
llante elocuencia  ,  que  no  puedes  en  conciencia 
desaprovechar  sin  deservir  á  tu  patria. 

He  dudado  si  debía  ó  no  poner  al  frente  de  esta 
traducción  un  prólogo,  como  ya  lo  hice  ,  gracias 
á  ti,  á  tu  mucha  erudición  y  á  tu  cariñosa  bon- 
dad, en  la  de  La  Comedia  de  Dante;  pero,  bien 
pensado,  he  desistido  de  ello.  No  es  el  Orlando 
Furioso,  como  aquél,  un  oscuro  y  profundísimo 
poema  que  pide  á  cada  momento  explicaciones 
que  den  luz  para  apreciar  debidamente  bellezas 
inapreciables.  En  «st€  todo  es  claro,  todo  senci- 
llo, y  algunas  veces  hasta  trivial;  pues  aunque  su 
estilo,  de  múltiples  colores  ,  se  levanta  á  veces  á 
la  más  grandiosa  entonación ,  siempre  está  más 
cerca  de  nuestra  inteligencia  y  de  nuestro  moder- 
no gusto  que  las  varoniles  y  terroríficas  formas 
del  Alighieri,  que  tuvo  que  crearse  una  lengua, 
que  Ariosto  al  fin  halla  ya  formada  y  hasta  expre- 
siva y  elegante.  Este  poeta  no  ofrece  punto  algu- 


8  ORLANDO   FURIOSO. 

no  de  comparación  ni  con  Dante  ni  con  Petrarca 
que  le  preceden  ,  ni  aun  con  Tasso  que  le  sigue. 
Yo  he  tenido  necesidad  de  estudiarlos,  y  por  la 
impresión  que  me  han  hecho  te  diré  que  el  au- 
tor de  La  Comedia  me  admira  y  me  asusta  :  que 
los  pensamientos  alambicados  del  amante  de 
Laura  no  me  son  simpáticos  y  me  causan  más 
fatiga  que  agrado  :  que  Ariosto  me  divierte  y 
entretiene  mucho ,  y  que  el  Tasso  me  llena  de 
entusiasmo  y  de  heroicos  sentimientos.  Tal  vez 
por  estas  impresiones  nunca  me  ha  ocurrido  ,  á 
pesar  de  mi  innato  cariño  á  la  poesía  italiana, 
traducir  un  solo  verso  de  Petrarca.  Sus  composi- 
ciones, que  constituyen  su  gran  mérito,  son,  por 
otra  parte,  cortas  y  sueltas,  aunque  muy  nume- 
rosas, y  han  podido  ser  trasladadas  á  varios  idio- 
mas por  muchos  poetas  diferentes,  pues  el  único 
gran  poema,  ó,  por  mejor  decir,  poema  grande 
que  ha  escrito,  Africa  ,  es  hoy  poco  estimado  y 
apenas  leído,  por  más  que  fuera  el  que  le  mere- 
ció su  coronamiento  en  el  Capitolio,  y  el  aplauso 
de  sus  contemporáneos ,  que  debía  durar  tan 
poco,  y  ser  muy  pronto  eclipsado  por  las  odas  y 
sonetos  que  después  compuso,  y  que  le  han  dado 
la  verdadera  y  justísima  corona  que  hoy  ciñe  su 
frente.  Hay  quien,  celebrando  estas  rimas  del 
segundo  poeta  del  siglo  xiv  ,  dice  que  jamás  ha- 
brá otro  que  impregne  su  labio  en  un  manantial 
de  pureza  tan  etérea  como  el  que  ha  hecho  in- 


DEDICATORIA. 


mortal  el  nombre  de  la  casta  y  virtuosísima  Lau- 
ra; y  yo  á  mi  vez  digo,  que  hallo  en  tanto  arro- 
bamiento espiritual  tan  poca  naturalidad  ,  que, 
como  visto  la  carne  de  Adán  ,  leo  con  más  com- 
placencia los  cuadros  de  imponderable  realidad 
del  Ariosto;  por  más  que  no  quisiera  encontrar 
en  ellos  alguna  vez  tan  fielmente  dibujado  el 
desnudo  ;  como  ya  notarás  en  las  supresiones 
que  me  he  visto  obligado  á  hacer. 

Por  las  razones  que  antes  manifiesto,  he  creído 
que  bastaban  para  la  inteligencia  del  Orlando, 
algunas  notas  concisas,  más  para  los  lectores  co- 
munes que  para  los  doctos,  que  se  reirían  de  la 
lección  ,  si  no  comprendiesen  que  no  es  para 
ellos. 

Respecto  de  un  juicio  crítico,  no  creo  tampoco 
que  hace  falta  uno  más,  después  de  tantos  como 
se  han  escrito.  ¿Y  no  te  parece  que  ya  en  esta  car- 
ta voy  yo  introduciendo  también  algo  de  eso,  y 
con  bastante  atrevimiento  por  cierto,  pues  te  ex- 
pongo mis  impresiones  sobre  los  poetas  italianos 
que  he  manejado?  A  lo  que  se  agrega  que  después 
de  tanto  como  he  leído  en  pro  y  en  contra  de  mu- 
chos pasajes  del  Orlando,  me  hallo  algo  perplejo 
y  temeroso  entre  las  severísimas  censuras  de  los 
comentadores  franceses,  y  las  pedantescas  adula- 
ciones de  muchos  de  los  italianos;  queriendo  loa 
primeros  hasta  quitarle  al  poema  la  originalidad; 
como  si  en  el  modo  de  manejar  un  asunto,  en  su 


IO  ORLANDO   FURIOSO. 

exposición,  coordinación,  detalles  y  ropaje,  no 
cupiera  la  mayor  riqueza  de  lozana  inventiva.  No 
parece  sino  que  ya  Horacio  no  hubiera  dicho  á 
esos  críticos  :  *Non  nova,  sed  nove.* 

Sabido  es  que  antes  de  Ariosto  trató  el  asunto 
de  su  gran  poema  el  Conde  Mateo  Boyardo  ,  en 
una  vasta  epopeya  romancesca  en  que  su  ingenio, 
fecundo  en  invenciones,  derramaba  en  setenta  y 
nueve  cantos  las  historias  caballerescas  más  pro- 
fusas y  desatinadas;  y  por  cierto  que  él  mismo  se 
inspira  en  otros  romances  más  antiguos;  porque 
las  figuras  leyendarias  de  Carlo-Magno  ,  de  Or- 
lando y  otras,  eran  ya  tan  conocidas  en  Italia  co- 
mo en  Francia,  y  se  ven  reunidas  todas  coa  sus 
caballerescas  tradiciones  en  el  antiguo  romance, 
más  tosco  que  toscano  de  Reali  di  Francia  ;  y  la 
Spagna,  la  Regina  Ancrojay  otros  partos  mons- 
truosos de  la  primitiva  epopeya,  se  recitaban  por 
las  calles  y  plazuelas.  Ni  dejó  tampoco  ese  mismo 
Boyardo  de  imitar  un  sitio  de  Troya  en  su  sitio 
de  París,  una  Helena  en  su  Angélica,  un  Aga- 
menón en  Carlo-Magno,  y  así  otras  muchas  cosas 
de  Homero  y  de  Virgilio.  Es  verdad  que  Ariosto 
se  apropia  más  abiertamente  á  Agramante,  á 
Mandricardo,  á  Gradasso,  á  Secripante,  etc.,  y  no 
digo  á  Rodomonte,  porque  esc  nombre  se  lo  puso 
él  mismo,  y  con  caracteres  tan  vivos  lo  grabó  en 
la  mente  de  todos,  que  ha  quedado  para  ejemplo 
de  fanfarrones;  pero  |  de  qué  modo  tan  distinto 


DEDICATORIA. 


proceden  ambos  poetas!  Mientras  Ariosto  agran- 
da y  enriquece  cuanto  toca,  Boyardo  no  acaba 
su  poema  ni  da  la  idea  de  cómo  iría  á  terminarlo; 
su  estilo  es  pesado,  desordenadísimo,  sin  elegan- 
cia ni  armonía  rítmica  alguna  :  hasta  el  punto  de 
que  ya  en  su  época  nadie  le  leía,  tan  pronto  como 
un  contemporáneo,  el  Berni,  publicó  el  suyo, 
enmendado,  corregido  y  revestido  de  un  nue- 
vo y  más  correcto  y  pulido  estilo.  Hoy  es  á 
este  nuevo  Orlando  del  Berni  adonde  acudimos 
para  hallar  la  explicación  de  algunos  pasajes 
que  el  Ariosto  no  hace  más  que  apuntar  ligera- 
mente, ó  de  los  cuales  da  por  instruidos  á  sus 
lectores;  porque,  en  efecto,  cuando  él  escribió 
era  conocido  por  sus  conciudadanos  el  Orlando 
enamorado  cuanto  puede  serlo  en  nuestros  días 
su  antagónico  Don  Quijote  de  la  Mancha. 

Pero  esta  carta  va  siendo  ya  poco  menos  que 
un  prólogo,  y  no  quiero  que  atribuyas  su  pesa- 
dez á  chocheras  de  un  setentón.  Oye,  pues,  la 
vida  del  poeta  ,  que  voy  á  compendiar  de  todo  lo 
que  he  leído;  y  Dios  te  dé  tanta  salud  y  derrame 
tanta  felicidad  sobre  ti,  tu  mujer,  tus  hijos  y  nie- 
tos, cuanta  desea  y  para  vosotros  le  pide  tu  anti- 
guo y  buen  amigo, 


Juan  de  la  Pezuela. 


BIOGRAFIA 


DE 


LUDOVICO  ARIOSTO, 


Nació  este  insigne  poeta  el  año  de  1474  en 
la  ciudad  de  Reggio,  siendo  allí  gobernador 
su  padre  Nicolás  Ariosto ,  que  se  había  casa- 
do mientras  ejercía  aquel  cargo  con  Daría 
de  Malaguzzi,  distinguida  señora  del  más 
noble  linaje  de  aquella  ciudad.  Fué  tam- 
bién la  familia  de  los  Ariostos  muy  ilustre  y 
acatada  en  Bolonia,  en  donde  parece  que 
tuvo  su  origen  de  inmemorial  abolengo.  El 
marqués  de  Este,  Obizón  III ,  conoció  ,  amó 
y  se  casó  secretamente  con  Lippa  Ariosta, 
dama  en  sus  tiempos  de  rarísima  hermosu- 
ra, la  cual  arrastró  consigo  á  Ferrara  á  gran 
parte  de  sus  parientes.  El  que  más  se  distin- 
guió entre  ellos  fué  el  Nicolás ,  que  habiendo 
sido  en  sus  juveniles  años  muy  íntimo  del 
duque  Borso,  y  después  de  Hércules  I,  me- 
reció de  éste  ser  su  mayordomo ,  embajador 


14  ORLANDO  FURIOSO. 

varias  veces  cerca  del  Papa ,  del  Emperador, 
del  Rey  Cristianísimo,  y  obtenerlos  gobier- 
nos de  Modena  y  de  Reggio,  distinguiéndose 
de  modo  en  esos  cargos,  que,  no  sólo  mere- 
ció alabanzas,  sino  varias  mercedes  y  dona- 
ciones; si  bien,  aunque  adquirió  todos  esos 
honores  y  preeminencias,  ninguna  cosa  ha 
podido  engrandecer  y  perpetuar  su  nombre 
como  el  haber  sido  padre  de  Ludovico:  y  no 
fué  este  sólo  el  fruto  de  su  unión  con  la  Ma- 
laguzzia ,  sino  que  tuvo  otros  cuatro  hijos  y 
cinco  hijas,  con  lo  que  no  á  todos  diez  pudo 
quedarles  más  que  lo  necesario  para  un  pa- 
sar decoroso  é  independiente  después  de  la 
muerte  de  sus  padres. 

Al  indicar  la  existencia  de  los  diez  herma- 
nos, diremos  de  paso  que  nuestro  Ludovico, 
así  como  fué  el  primero  en  el  nacer,  así  lo  fué 
también  en  la  singularidad  de  su  talento.  Des- 
de sus  más  tiernos  años  se  hizo  admirar  por  su 
fácil  comprensión  y  por  la  viveza  de  su  espí- 
ritu; hasta  el  punto  de  que,  siendo  tan  niño 
que  apenas  tenía  nueve  años,  compuso  una 
especie  de  ti'agedia  del  asunto  de  Tisbe,  arras- 
trado por  su  innata  pasión  á  las  cosas  poéti- 
cas, que  ya  desde  entonces  le  eran  de  más 
deleite  que  toda  clase  de  pueril  juego  y  en- 


BIOGRAFIA   DE   ARIOSTO. 


l5 


tretenimiento;  ocurriendo  que,  algunas  ve- 
ces que  sus  padres  estaban  fuera  de  casa,  ves- 
tía á  sus  hermanos  y  hermanitas  con  las 
ropas  más  á  propósito  que  cogía  de  camas  y 
armarios,  y  les  hacía  salir,  corriendo  la  cor- 
tina, de  la  cámara  ala  sala  á  recitar,  á  modo 
teatral,  los  papeles  que  les  había  compuesto. 
También  se  dedicaba  ya  entonces  al  estudio 
del  latín,  por  el  ansia  que  le  estimulaba  á  en- 
tender á  Horacio  y  á  los  otros  poetas;  y  poco 
después  hizo  tantos  adelantos,  que  ninguno 
de  su  edad  ni  de  más  años  le  igualaba,  de- 
biendo ser  por  pura  modestia  lo  que  dice  de 
sí  mismo  en  una  de  sus  sátiras,  de  que  «cuan- 
do ya  tenía  veinte  años,  mal  entendía  las  fá- 
bulas de  Esopo  »,»  siendo  notorio  que  apenas 
de  quince,  recitó  en  público  una  oración 
latina  compuesta  por  él,  que  obtuvo  un  éxi- 
to extraordinario,  y  que  Tito  Estrocia ,  hom- 
bre de  mucha  literatura  y  consumado  en  el 
conocimiento  de  la  poesía  latina,  tenía  par- 
ticular gusto  en  oírle  y  en  probarle  en  in- 


*  Acaso  se  daban  entonces  en  las  aulas  las  fábulas  del  inven- 
tor del  apólogo  traducidas  del  griego  al  latín  por  Valla  (que 
nació  en  1405,  y  murió  en  1457);  ^  tal  vez  llama  de  Esopo  á 
las  de  Fedro,  porque,  como  dice  Lista  :  Fc'dro  hi^o  hablar  á  lo 
animales  de  Esopo  la  lengua  de  los  señores  del  mundo. 


1 6  ORLANDO   FURIOSO. 


trincadas  y  sutiles  cuestiones ,  haciéndole 
contender  en  ellas  con  su  hijo  Hércules,  que 
contaba  la  misma  edad  y  seguía  las  mismas 
aulas  que  Ludovico. 

Sólo  en  el  estudio  de  las  leyes  no  adelan- 
taba lo  que  había  que  esperar  de  su  gran  ta- 
lento, por  más  que  el  señor  Nicolás  tenía 
particular  empeño  en  dedicarle  á  la  profe- 
sión del  foro;  pero  no  era  eso  de  extrañar  en 
un  joven  á  cuyas  manos  vinieron  tan  pronto 
los  poetas  de  la  antigua  Roma,  y  entre  ellos 
los  versos  del  que  decía  : 

«Juro,  juro,  pater,  nunquam  componere  versus.* 
Et  qmd  tentabat  dicere  versus  erat. 

Viendo,  pues,  su  padre  la  repugnancia  de 
su  vehemente  imaginación  al  estudio  grave  y 
seco  de  las  leyes ,  le  dejó  seguir  libremente  el 
de  las  bellas  letras. 

Mas  aquél  murió  cuando  Ludovico  había 
cumplido  veinticuatro  años;  y  como  con  esa 
muerte  el  peculio  particular  había  que  repar- 
tirlo entre  tantos,  el  primogénito  tuvo  que 
hacerse  cargo  de  la  familia,  y  cuidar  de  las 
carreras  de  sus  hermanos  y  del  estableci- 
miento de  sus  hermanas  ;  y  por  espacio  de 
cinco  años  se  vio  entretenido  de  modo,  que 


BIOGRAFIA    DE   ARIOSTO.  I7 

le  fué  forzoso  abandonar  sus  caras  afìciones 
por  otros  trabajos  de  utilidad  y  provecho  do- 
mésticos que  le  imponían  su  deber  y  su  con- 
ciencia. 

Más  adelante,  y  aliviado  en  parte  de  sus 
obligaciones  particulares,  ocurrió  que  vino  á 
Ferrara  su  pariente  Pandolfo  Ariosto,  joven 
de  grandes  esperanzas  también  ,  el  cual,  en- 
tusiasta de  las  letras  y  de  la  poesía,  se  unió 
al  instante  con  Ludovico,  y  estimulándose 
ambos  mutuamente,  reanimóse  en  el  aburri- 
do primogénito  el  enfriado  ardor  por  las 
Musas,  y  las  siguieron  cultivando  con  rival 
porfía  ;  pero  estaba  de  Dios  que  nuestro 
Ariosto  había  de  padecer  intermitencias  en 
su  poética  fiebre,  y  la  prematura  muerte  de 
Pandolfo  le  afectó  profundamente,  apagando 
aquel  vivo  estímulo  que  le  infundía  su  fra- 
ternal compañerismo  y  su  elevado  ingenio. 
Verdad  es  que,  algún  tiempo  después,  volvió 
al  cultivo  de  las  letras  con  el  reflexivo  estudio 
de  los  poetas  latinos,  especialmente  de  Hora- 
cio, del  que  tomó  las  reglas  y  ejemplos  que 
pronto  le  enseñaron,  no  sólo  á  conducir  con 
acertado  plan  las  composiciones  de  mayor 
vuelo  y  á  usar  con  simulado  desorden  el 
tono  grandilocuente  á  la  par  que  sobrio,  co- 
TOMO  1.  2 


l8  ORf.ANDO   FURIOSO. 

mo  vemos  en  sus  odas,  sino  hasta  el  alto  y 
bajo  correspondiente  al  estilo  que  se  proponía 
emplear,  ya  grave,  ya  jocoso,  para  hacer  más 
variada  y  agradable  la  lectura  de  sus  obras 
poéticas. 

Excusado  es  decir  que  hasta  allí  las  escri- 
bió, como  era  el  uso  general  de  los  escritores 
sus  contemporáneos,  en  la  lengua  del  Lacio; 
la  cual  llegó  á  manejar  con  tal  habilidad  y 
soltura,  que  por  sus  producciones  llegó  á  ser 
el  alma  del  trato  con  los  más  distinguidos 
literatos,  y  por  algunas  poesías  amorosas, 
llenas  de  expresivos  conceptos  y  de  la  más 
suave  dulzura,  supo  ganarse  la  simpatía  y  el 
afecto  de  muchos  importantes  personajes,  y 
en  particular  el  del  Cardenal  D.  Hipólito  de 
Este,  que  en  la  corte  de  su  hermano  el  du- 
que Alfonso  le  recibió  á  su  servicio  como 
gentil-hombre,  y  le  dio  favorecido  y  honro- 
so lugar  entre  los  literatos  más  celebrados 
que  continuamente  rodeaban  al  insigne  Pre- 
lado, que  era  él  mismo  un  grande  y  apasio- 
nado cultivador  de  las  letras.  Estuvo  diez  y 
siete  años  al  servicio  del  Cardenal.  Se  halló 
con  él  en  Roma  el  i8  de  Agosto  de  i&o3,  á 
la  muerte  de  Alejandro  VI,  y  salió  después 
de  la  coronación  de  Julio  II  (de  la  Ròvere). 


BIOGRAFIA  DE   ARIOSTO.  UJ 

Volvió  Otra  vez  en  iSog,  cuando  sucedió  á 
Hércules  I  su  hijo  Alfonso,  para  pedir  so- 
corro al  Papa  contra  los  venecianos,  y  en- 
tonces se  vio  con  Rafael  de  Urbino,  á  quien 
le  dio  consejo  y  plan  sobre  las  figuras  de 
poetas  que  debía  colocaren  su  Parnaso,  que 
iba  á  pintar  en  una  Logia  del  Vaticano.  En 
todo  ese  tiempo  tuvo  que  ocuparse,  no  sólo 
en  sus  obras  poéticas,  sino  en  comisiones  y 
viajes  rápidos  á  que  era  poco  aficionado, 
como  nos  dice  él  mismo  en  aquellos  versos 
de  una  de  sus  sátiras 

«Che  da  la  creación  injino  al  rogo 
Di  Giulio,  e  poi  selle  anni  anco  di  Leo, 
Non  mi  lasciò  fermar  molto  in  un  luogo;» 

si  bien  esa  vida  cortesana  le  proporcionó  ser 
más  pronto  conocido  su  gran  mérito  y  con- 
traerlas más  importantes  relaciones  con  prín- 
cipes, y  sobre  todo  con  sabios  literatos. 

Por  este  tiempo,  y  ya  en  sazonada  juven- 
tud, pues  frisaba  en  los  treinta  años  de  su 
edad,  y  por  tanto  en  el  más  viril  desarrollo 
de  su  peregrino  ingenio  ,  viendo  que  era  tan 
grande  el  número  de  los  vates  neolatinos,  ya 
buenos,  ya  muy  medianos,  porque  hasta  ne- 
cesidad se  había  hecho  el  componer  versos 


ORLANDO   FURIOSO. 


al  tiempo  del  ejercicio  que  los  jóvenes  prac- 
ticaban para  aprender  bien  aquella  lengua 
sabia,  se  propuso  seguir  el  ejemplo  de  Dante 
(que  vivió  de  i265  á  i32i)  y  de  Petrarca 
(de  i3o4  á  1374),  astros  que  iluminaron  el 
Parnaso  italiano,  y  fueron  los  creadores  de 
la  poesía  en  idioma  vulgar;  idioma  que  ya  se 
hallaba  adulto  y  capaz  de  prestarse  á  los  altos 
vuelos  de  una  imaginación  á  la  que  en  fogo- 
sidad y  donosura  no  exceden  ni  aun  aquellos 
grandes  maestros  :  el  primero,  alma  melan- 
cólica, inquieta,  con  carácter  exacerbado  por 
pasiones  políticas ,  á  quien  nadie  se  atrevía  á 
imitar;  que  reinaba  como  un  águila  aparte 
en  su  cielo  solitario;  de  quien  puede  decirse 
lo  que  de  Miguel  Ángel  decía  Julio  II  á  Sebas- 
tián del  Piombo:  È  terribile:  non  si puopra- 
tichar  con  lei  :  el  segundo,  el  dulcísimo  y  eté- 
reo cantor  de  Laura ,  apasionado  por  los  anti- 
guos poetas,  que  escribe  el  Cancionero  con 
sonetos  y  odas,  y  es ,  al  contrario  del  prime- 
ro, tan  imitado,  que  constituye  la  escuela 
que  se  llamó  délos  petrarquistas. 

Quiso  apartarle  de  su  propósito  el  erudito 
Pedro  Bembo  ,  su  amigo,  que  le  rogó  mu- 
cho que  siguiera  escribiendo  en  la  lengua 
latina,  en  la  que  tanto  crédito  se  había  ga- 


BIOGRAFÍA   DE   ARIOSTO 


nado;  pero  él  le  replicò  que  conocía  muy 
bien  á  lo  que  mejor  su  genio  se  adaptaba,  y 
que  prefería  ser  el  tercero  de  los  poetas  tos- 
canos  ,  á  ser  uno  de  tantos  entre  los  latinos. 
Perseveró,  pues,  en  su  firme  resolución,  y 
se  propuso  escribir  una  epopeya  romántica. 
Después  de  consultar  todos  los  romances  de 
España  y  Francia ,  y  visto  que  ninguno  de 
esos  libros  se  había  traducido,  ni  aun  divul- 
gado, al  menos  por  Italia,  se  volvió  á  los  es- 
critos en  su  lengua,  de  entre  los  cuales  eli- 
gió por  tipo  el  Orlando  del  conde  Boyardo, 
no  sólo  porque  le  consideró  el  más  propio 
para  tomar  de  él  asuntos  poéticos,  sino  por 
la  gran  popularidad  que  había  adquirido 
desde  un  principio,  la  cual  se  había  acrecen- 
tado con  la  reforma  que  en  él  hizo  el  Berni. 
Ariosto  tomó,  como  lo  hace  un  gran  genio, 
mejorando  siempre,  y  apartándose  y  crean- 
do, y  acaso  proponiéndose  una  encubierta 
crítica,  para  que  sus  ficciones  de  prodigiosas 
é  inverosímiles  hazañas  no  llevasen  á  los  ce- 
rebros acalorados  de  los  caballeros  á  quijo- 
tescas aventuras,  perjudiciales  á  las  verdade- 
ras obras  de  razón  y  actos  posibles  y  útiles 
en  el  ejercicio  de  un  valor  provechoso  á  la 
patria  y  á  sus  semejantes. 


ORLANDO    FURIOSO. 


Hasta  aquí  se  ha  considerado  que  el  poema 
de  Ariosto  no  ejerció  ese  influjo  que  estaba 
reservado  á  nuestro  inmortal  manco  de  Le- 
panto, sino  que,  por  el  contrario,  siguió  fo- 
mentando el  ridículo  espíritu  caballeresco 
de  los  pasados  tiempos ,  y  que  en  vano  cam- 
bió con  buen  intento  á  Orlando  enamorado 
en  Orlando  frenético.  Pero  cuando  no  otra 
cosa,  ¿no  pudo  ser  aquel  precioso  libro  un 
hilo  para  enseriarle  el  camino  á  Cervantes, 
que  tanto  le  había  leído  y  estudiado;  al  que 
hace  loco  manso,  y  algunas  veces  hasta  fu- 
rioso como  el  otro,  al  protagonista  en  quien 
quiere  exponer  su  profundo  filosófico  pen- 
samiento, y  que  tan  graciosamente  parodia 
varios  pasajes  del  Orlando,  como,  por  ejem- 
plo, el  del  robo  de  Frontino  por  entre  las 
piernas  de  su  caballo,  que  sigue  dormido 
sóbrelos  cuatro  palos  que  le  deja  debajo?  Yo, 
por  mí,  no  puedo  creer  que  un  hombre  de 
tanto  talento,  de  tanta  instrucción  y  de  tan- 
to juicio  como  Ariosto,  apropiara  con  serie- 
dad á  sus  héroes  aquellas  prodigiosas  fazañas 
que  Boyardo  aplica  tan  de  buena  fe  y  con 
tan  formales  pretensiones  épicas  á  sus  estram- 
bóticos personajes  francos  y  paganos,  cuan- 
do nuestro  Ludovico,  porci  contrario,  siem- 


BIOGRAFÍA   DE   ARIOSTO.  23 

pre  que  pinta  extravagantes  proezas,  toma  un 
tono  bajo  y  bufonesco ,  que  nos  induce,  no  á 
la  épica  admiración,  sino  ala  risa  y  á  la  burla. 
Pero  volviendo  á  mi  historia  ,  ello  es,  en 
tìn  ,  que  Ariosto  tomó  ese  asunto  porque  era 
ya  de  todos  conocido,  y  creyó  que  no  le  con- 
venía otro  para  lograr  celebridad;  que  al  fin 
no  hay  autor,  por  superior  que  sea  en  inte- 
ligencia y  saber  á  sus  contemporáneos  ,  que 
no  quiera  serles  grato  ;  y  por  eso  no  quiso 
introducir  nuevos  nombres  de  personas  y 
nuevo  fondo  de  invenciones  en  los  oídos  de 
los  italianos  de  su  tiempo  ,  estando  aquellos 
de  tal  modo  impresos  en  su  memoria,  que, 
no  continuándolos,  él  tenía  por  seguro  que 
no  obtendría  el  aplauso  y  el  éxito  á  que  se 
dirigía;  y  recordaba  que  Virgilio  mismo  si- 
guió á  Homero  en  su  fábula,  por  estar  ya  por 
todos  aceptada  y  sabida.  El  sujetó  la  suya  á 
variaciones  inhnitas,  y  hasta  juzgan  algunos 
contemporáneos  suyos,  con  el  Crescimbeni, 
que  desde  la  muerte  del  Cardenal  fué  su  in- 
tento añadir  otros  cuatro  cantos  al  poema, 
que  comprendiesen  la  guerra  con  los  espa- 
ñoles hasta  la  muerte  de  Orlando  en  Ron- 
cesvalles,  para  hacerle  más  propiamente  su 
primer  héroe,  y  separándose  en  un  todo  de 


24  ORLANDO   FURIOSO. 

los  Otros  personajes  y  cuentos  del  conde  Bo- 
yardo. Como  es  sabido ,  éste  vivió  desde  el 
año  de  1480  al  1494;  y  tomó  á  su  vez  su  lar- 
guísimo Orlando  Enamorado  de  muchos  ro- 
mances antiguos  y  que  antes  y  después  de 
él  corrían  en  grande  abundancia,  y  de  cuen- 
tos caballerescos  como  el  Morgante  mayor, 
el  Godo f redo ^  la  Ancroja  del  discreto  satírico 
y  burlesco  Pulci,  y  de  otros;  siendo,  por  tan- 
to, sobre  ese  terreno  largamente  preparado, 
ai  principio  por  manos  inexpertas  y  groseras, 
y  después  por  una  cultura  más  fina,  sobre  el 
que  debía  crecer  y  erguirse  la  encina  vigoro- 
sa de  ramaje  magnífico  que  con  Dante  y  Pe- 
trarca había  de  dominar  en  el  Parnaso  ita- 
liano. Así  vino  nuestro  Ariosto.  Volvamos 
á  su  vida. 

Mientras  que  trabajaba  en  su  poema,  ocu- 
rrió que  el  Pontífice  trató  de  mover  guerra 
al  Duque  de  Ferrara,  el  cual,  advertido  opor- 
tunamente, hizo  marchar  al  instante  en  pos- 
ta á  Roma  á  micer  Ludovico  ;  pero  aunque 
volvió  con  noticias  más  favorables  á  la  paz, 
el  Papa,  coligándose  con  los  venecianos,  en- 
vió al  Po  su  infantería  disponible  en  una 
escuadra  que  de  antemano  había  preparado. 
Contra  ella  salió  nuestro  poeta  á  combatir, 


BIOGRAFÍA   DE   ARIOSTO.  25 

llevado,  antes  que  todo,  de  su  generoso  amor 
á  la  patria  ;  y  hallándose,  en  el  inesperado 
conflicto,  asistido  de  algunos  otros  dignos 
caballeros,  se  distinguió  valerosamente,  y 
entre  diferentes  servicios,  contrajo  el  de  apo- 
derarse de  una  nave  enemiga,  la  más  fuerte 
y  mejor  tripulada  y  guarnecida ,  la  cual  con- 
tenía casi  todas  las  municiones  de  boca  y 
guerra  de  la  armada.  Vencedor  el  Duque,  co- 
mo se  nos  dice  en  un  canto  del  Furioso,  qui- 
so, para  aplacar  al  Pontífice,  enviarle  nueva 
embajada;  mas  nadie  había  que  se  atrevie- 
ra á  presentarse  á  Julio  II,  que  era  hom- 
bre en  quien  al  instante  le  salían  á  la  faz  tre- 
menda los  fieros  sentimientos  que  una  vez 
se  encendían  en  su  ánimo  terrible .  Fué,  pues, 
necesario  que  el  Príncipe  le  impusiera  al 
Ariosto  este  deber,  de  que  se  encargó  su 
lealtad  nunca  desmentida.  Partió,  llegó  y 
vio;  pero,  no  sólo  no  venció,  sino  que  tuvo 
que  escapar  rápidamente  de  las  iras  del  irri- 
tado Julio;  y  gracias  que  pudo  salvar  su  li- 
bertad y  su  vida  ,  volviendo  sano  á  Ferrara 
y  al  servicio  del  Cardenal.  No  le  dejó  éste 
permanecer  allí  quieto  largo  tiempo,  pues 
quería  llevarle  siempre  consigo,  como  ya 
hemos  indicado,  de  una  parte  á  otra  en  las 


t6  ORLANDO   FURIOSO. 

empresas  y  viajes  en  que  eran  incansables 
su  imaginación  inquieta  y  su  natural  robus- 
to, contrariando  esto  al  pacífico  micer  Lu- 
dovico, á  quien  no  dejaba  la  holgura  que 
necesitaba  para  trabajar  con  sosiego  en  su 
poema.  Al  fin  dióle  por  fortuna  remate  en- 
tre los  cuidados  y  atenciones  á  que  le  arras- 
traba su  exigente  señor,  y  pudo  publicarlo 
en  Ferrara  por  primera  vez  el  año  de  i5i6, 
según  el  Garofalo  nos  asegura. 

Aún  permanecía  sirviendo  como  gentil- 
hombre de  Hipólito  ,  cuando  ocurrió  á  éste 
partir  para  Hungría,  y  Ariosto,  considerando 
que  su  obra  no  tenía  la  perfección  que  desea- 
ba, y  estando  ocupado  en  revisarla  y  dar 
nuevamente  ala  estampa  otra  edición  corre- 
gida, como  lo  hizo  en  i52i,  resolvió  que- 
darse, y  se  negó  á  seguirle  en  tan  largo  y  pe- 
noso viaje,  á  una  tierra  de  clima  duro  y  muy 
diverso  del  que  á  su  naturaleza  convenía.  El 
Cardenal,  que  se  proponía  llevar  alrededor 
de  su  persona  los  Virtuosi  que  le  servían,  y 
á  un  tiempo  le  daban  honor,  quedó  muy 
ofendido  de  la  negativa  de  su  más  favorito 
poeta  y  cortesano;  y  aunque  luego  se  fué 
templando  su  enojo  ,  y  se  hubiera  apagado 
del  todo  ,  la  envidia  cortesana  causó  que  le 


BIOGRAFIA    DE   ARIOSTO.  ìf 

retirase  su  gracia,  y  hasta  interrumpiese  toda 
correspondencia  por  el  largo  período  de  ca- 
torce años  que  todavía  vivió  el  resentido 
Cardenal. 

Durante  ese  largo  período,  por  verse  opri- 
mido de  melancólica  tristeza  y  agobiado  de 
cuidados  con  ciertos  litigios  que  tuvo  sobre 
propiedades  de  familia,  abandonó  el  cultivo 
de  las  Musas,  y  así  se  perdió  una  parte,  acaso 
la  mejor  de  su  vida,  sin  la  provechosa  comu- 
nicación con  los  demás  hombres  de  ciencia 
y  letras,  que  le  hubieran  excitado  otra  vez  á 
volver  á  sus  predilectas  inclinaciones. 

Pero  á  la  muerte  del  Cardenal  fué  á  verle 
su  buen  amigo  Buenaventura  Pistófilo,  gen- 
til-hombre y  secretario  del  Duque  Alfonso, 
instándole  á  que  entrase  al  servicio  de  su 
Príncipe.  Resistiólo  nuestro  poeta  ,  replicán- 
dole que  harto  era  haber  estado  muchos 
años  continuamente  en  la  servidumbre  más 
penosa  ;  que  tenía  cumplidos  cuarenta  y  seis 
de  edad,  y  desengañado  y  triste, y  poseyendo 
lo  necesario  para  su  modesta  vida  ,  quería 
acabarla  en  el  tranquilo  apartamiento  del 
mundanal  ruido  en  que  se  había  hallado. 
Aún  resistió  por  algún  tiempo  á  las  apre- 
miantes instancias  del  amigo:  mas, cediendo 


a8  ORLANDO   FURIOSO. 

al  fin,  volvió  á  entrar  en  la  corte  y  palacio 
de  Alfonso ,  quien  le  recibió  del  modo  más 
afectuoso  ,  haciéndole  uno  de  sus  más  ínti- 
mos y  predilectos  familiares. 

Poco  después  de  su  ingreso  en  la  nueva 
servidumbre,  sucedió  que,  hallándose  toda  la 
comarca  Grafagnana  en  estado  de  casi  insu- 
rrección por  la  diversidad  de  facciones  y  la 
licencia  y  desenfreno  á  que,  por  causa  de 
ellas,  estaban  avezados  los  naturales,  fué 
preciso  mandar  persona  que  por  su  discre- 
ción ,  firmeza  y  respetabilidad  ,  fuera  apta 
para  ejercer  aquel  difícil  gobierno;  y  la  elegi- 
da fué  el  señor  Ludovico;  el  cual,  enviado  co- 
mo comisario,  con  poderes  y  recomendaciones 
del  Duque,  se  condujo  con  tanta  habilidad  y 
acierto,  que  logró  pacificar  y  reconciliar  los 
ánimos,  y  someterlos  á  la  obediencia  debida 
á  su  señor  y  Príncipe.  La  estimación  y  res- 
peto que  llegó  á  inspirar  á  todos  en  aquella 
ocasión  fué  tan  general  y  tanta,  que  se  impu- 
so hasta  en  los  ladrones  llamados  allí  masna- 
dieros ^  como  puede  verse  por  lo  que  una  vez 
le  ocurrió  en  cierto  viaje  que  tuvo  que  hacer 
por  su  comisariato;  en  el  cual,  caminando 
con  sus  familiares,  que  eran  sólo  seis  ó  siete, 
y  teniendo  que  pasar  por  un  sitio  junto  á 


BIOGRAFIA   DE   ARIOSTO.  2() 

Rodea,  donde  se  hallaba  un  número  sospe- 
choso de  hombres  y  caballos  repartidos  á  la 
sombra  de  varios  árboles,  se  apartó,  siguien- 
do adelante  por  una  senda  diferente,  teme- 
roso de  aquella  gente  armada,  porque  esas 
montañas  estaban  infestadas  de  partidas  de 
bandoleros,  entre  las  que  se  distinguían  las 
de  Dominico  Maroto  y  Felipe  Pagnione, 
mortales  enemigos  entre  sí.  Habiendo,  pues, 
pasado  adelante,  según  voy  diciendo,  el  nue- 
vo gobernador  como  un  tiro  de  bala,  el  que 
hacía  cabeza  de  aquellos  hombres  corrió  á 
detener  al  último  de  los  servidores ,  que  se 
había  quedado  detrás,  y  le  preguntó  quién 
era  aquel  sujeto  á  quien  acompañaban;  y 
habiéndole  respondido  que  era  el  señor  Ludo- 
vico  Ariosto,  así  á  pie,  y  armado  como  estaba 
de  coraza  y  de  ronca,  echó  á  correr  hasta  en- 
contrarle. Ludovico,  en  cuanto  le  vio  acer- 
carse, se  detuvo,  no  muy  seguro  de  en  qué 
vendría  á  parar  aquello,  cuando  el  de  la  co- 
raza le  saludó  del  modo  más  reverente,  y  le 
dijo  que  era  Felipe  Pagnione,  y  le  pidió  per- 
dón de  que  no  lo  había  hecho  antes,  porque 
ignoraba  quién  era  el  que  pasaba;  pero  que, 
habiéndolo  sabido  después,  venía  á  cono- 
cerlo de  vista,  como  ya  lo  conocía  por  su  fa- 


3o  ORLANDO   KURIOSO. 

ma,  y  á  ponerse  á  su  obediencia  en  todo 
cuanto  pudiera  servirle.  No  hay  que  decir 
de  qué  modo  sería  considerado  por  otra  clase 
de  personas  y  caballeros  del  país.  Baste  refe- 
rir el  caso  de  que,  habiendo  tenido  que  ir  en 
una  ocasión  á  verse  sobre  tributos  con  un 
gran  caballero  de  Luca,  se  detuvo,  como  ha- 
bía fijado  en  su  itinerario,  en  San  Pellegri- 
no, en  donde  no  encontró  solo  al  caballero, 
sino  acompañado  de  los  señores  más  ilustres 
del  país,  y  de  muchas  damas  principales, 
que,  atraídos  porla  celebridad  del  gran  poeta, 
habían  venido  á  conocerle  y  agasajarle  con 
un  espléndido  alojamiento  y  cena,  y  otros 
festejos  que  le  tenían  dispuestos. 

Estaba  para  acabar  el  tiempo  de  su  comi- 
sariato en  la  Grafagnana,  que  es  un  distrito 
del  Modenés,  y  tiene  por  capital  á  Castel- 
nuovo,  cuando  recibió  cartas  de  su  buen 
amigo  PistóHlo,  instándole  en  nombre  del 
Duque,  su  soberano,  para  que  fuera  como 
embajador  residente  cerca  de  Clemente  VII, 
que  acababa  de  suceder  á  León  X,  manifes- 
tándole el  honor  y  el  provecho  que  podrían 
reportarle  sus  relaciones,  por  la  íntima  amis- 
tad que  había  tenido  con  la  casa  de  los  M¿- 
dicis,  y  las   muchas  relaciones  que  también 


BIOGRAFÍA    DE   ARIOSTO.  3 1 

con  otros  grandes  personajes  le  ligaban;  pero 
él  le  respondió,  según  dice  en  una  de  sus 
cartas:  «No  me  digas  que  tendré  provecho  y 
honor  yendo  áRoma:  dime  que  estaré  al 
lado  de  Bembo  y  de  Sadoletto,  tomando 
consejo,  ya  del  uno,  ya  del  otro,  para  lo  que 
haya  de  escribir,  recorriendo  de  la  mano  con 
los  dos  las  revueltas  de  las  siete  colinas:  dime 
que  gozaré  del  deleite  de  ver  á  menudo  á  las 
Musas  y  de  gozarme  con  ellas  por  entre  sus 
boscajes  sagrados:  habíame  del  gran  número 
de  libros  que  Sixto  IV  ha  hecho  recoger  de 
todas  partes  del  mundo  para  enriquecer  á  esa 
Biblioteca  del  Vaticano,  sin  igual  hoy  en 
parte  alguna  donde  se  cultiven  las  letras;  ó 
más  bien  ,  dime  que  dejaré  el  aspecto  fiero  de 
estas  rocas  y  esta  población,  salvaje  como  el 
lugar  en  que  ha  nacido  y  vive:  dime  que  no 
tendré  que  castigar,  á  éste  con  una  multa,  á 
aquél  con  la  amenaza;  que  quejarme  siempre 
de  ver  aquí  á  la  violencia  ultrajando  ala  jus- 
ticia. Note  negaré  que  hasta  iría  áRoma, 
porque  me  sería  menos  áspero  aquello  que 
esto.  Sí;  me  sería  menos  duro  vivir  en  el  Cam- 
po de  Mane  que  en  este  sepulcro,  si  no  me 
fuera  posible  volver  á  mi  Ferrara.  Pero  si  mi 
Príncipe  quiere  concederme  su  pleno  favor, 


32  ORLANDO   FURIOSO. 

que  vuelva  á  llamarme  á  su  corte,  y  que  no 
me  mande  nunca  más  lejos  que  á  Bondeno 
ó  Argenta  (borgos  á  las  puertas  de  la  capital); 
y  si  me  preguntas  por  qué  amo  tanto  á  ese 
mi  caro  nido,  no  te  lo  diré  con  menos  pena 
que  la  que  usaría  con  mi  confesor  relatándole 
mis  pecados,  porque  sé  que  me  contestarías: 
¿Son  esos  los  sentimientos  que  deben  animar 
á  un  hombre  que  ha  pasado  ya  de  sus  cua- 
renta y  nueve  años?»  Le  manifestó  también 
que,  desengañado  de  las  esperanzas  cortesa- 
nas, anteponía  á  ellas  la  quietud  del  ánimo 
y  del  cuerpo  :  que  se  había  apagado  en  él  to- 
da sed  de  ambición  ;  y  que  én  cuanto  á  ho- 
nores, creía  obtener  uno  mayor  que  todos  los 
ofrecidos  por  uno  y  otro  Médicis,  con  la  in- 
mortalidad que  sus  versos  habrían  de  darle; 
y  que  respecto  á  las  ventajas  y  provecho  ma- 
teriales, que,  habiéndole  salido  siempre  va- 
nas sus  esperanzas,  no  podía  resolverse  á  ha- 
cer más  pruebas  á  costa  de  su  tranquilidad 
y  su  salud.  Con  cuya  contestación  se  nos 
hace  patente  lo  que  decimos  en  nuestras  no- 
tas, de  que  él  no  creía  obtener  nunca  recom- 
pensas dignas  de  su  mérito,  y  de  que  estaba 
bien  penetrado  de  cuan  grande  era  éste. 
También  Camocs  conocía  el  suyo,  tan  des- 


BIOGRAFÍA   DE   ARIOSTO.  33 

atendido  por  los  poderosos,  y  también  Cer- 
vantes, no  en  la  situación  desahogada  de 
Ariosto,  sino,  como  el  lusitano,  en  el  fondo 
de  la  más  lamentable  pobreza,  desafiaba  al 
que  se  atreviese  á  tocar  á  su  péñola,  «por- 
que esa  empresa  estaba  para  él  solo  guar- 
dada.» ¡No  parece  sino  que  los  grandes  hom- 
bres tienen  el  don  de  segunda  vista,  para  an- 
tever el  aplauso  que  ha  de  darles  la  poste- 
ridad ! 

Ludovico,  llamado  por  el  Duque,  fué  por 
fin  á  la  corte,  en  donde  volvió  otra  vez  al 
trato  de  sus  queridas  Musas;  y  viendo  que  el 
Príncipe  tenía  suma  afición  á  la  escena  dra- 
mática (afición  entonces  muy  generalizada 
en  las  cortes  ilustradas  de  Urbino,  de  Mi- 
lán y  otras),  escribió  tres  comedias,  sobre  las 
que  tenía  ya  compuestas,  en  sus  más  frescos 
años,  que  fueron  La  Lena,  El  Nigromante  y 
La  Escolástica,  que  quedó  imperfecta  á  su 
muerte,  y  que  concluyó  después  su  hermano 
Gabriel  muy  aceptablemente,  como  puede 
verse  en  la  colección  de  las  obras  de  nuestro 
poeta  que  están  publicadas  en  la  edición  he- 
cha en  Venecia  por  Orlandini  en  el  año  de 
1730,  que  tengo  á  la  vista.  Esas  comedias  fue- 
ron puestas  en  escena  con  grande  aparato  y 

TOMO   I.  3 


J4  ORLANDO   FURIOSO. 


representadas  en  magníñco  teatro,  construí- 
do  para  el  caso  en  el  ducal  Palacio,  por  da- 
mas y  caballeros  :  tanto,  que  una  vez  recitó 
en  el  año  de  i528  el  prólogo  de  La  Lena  el 
mismoseñor  marqués  de  Massa,  D.  Francisco 
de  Este.  En  otra  ocasión,  habiendo  venido 
á  Ferrara  á  visitar  al  Duque  Madama  Renata 
de  Francia,  su  nuera,  quiso  el  suegro  que 
oyera  una  comedia  antigua  puesta  en  len- 
gua francesa,  porque  la  señora  no  entendía 
cosa  el  italiano,  y  se  le  hizo  traducir  á  nues- 
tro Ariosto  Los  Meneemos;  porque  el  poeta 
de  la  comitiva  de  la  huéspeda  ilustre,  que 
había  de  hacer  los  versos  franceses,  no  era 
hombre  de  entenderse  directamente  con  Plau- 
to. Hízolo  Ludovico  con  tanta  perfección, 
que  mereció  el  mayor  elogio  de  los  doctos 
por  la  propiedad  y  gracia  con  que  expresóen 
la  toscana  lengua  los  diálogos  del  original 
latino,  tan  difíciles  por  las  sales,  los  chistes  y 
vocablos  de  doble  sentido  de  que  está  llena 
la  célebre  composición;  de  la  cual  se  recita- 
ban, al  fin  de  cada  acto  en  francés,  alguna 
escena  en  italiano  para  los  que  no  entendían 
la  primera  de  aquellas  lenguas;  con  lo  que 
de  todos  fué  recibida  con  júbilo  indecible  la 
espléndida  representación,  tan  amena  á  los 


BÌOGRAFÌA   DE   ARIOSTO.  35 

eruditos  como  á  los  alegres  jóvenes,  damas  y 
caballeros. 

Natural  era,  pues,  que  se  hallase  ahora  el 
poeta,  como  nos  lo  dice  en  sus  versos,  satis- 
fecho y   contento  en  la  corte  del  Duque,  ya 
porque  se  ocupaba  en   lo  que  era  de  su  ma- 
yor agrado:  ya  porque  le  dejaba  libre  el  tiem- 
po que  necesitaba  para  sus  trabajos  poéticos, 
dispensándolo  de  toda  otra  ocupación  corte- 
sana, á  fin  de  que  pudiera,  con  más  de  vagar, 
pulirlos  y  perfeccionarlos;   y  ahora  es  de  re- 
ferir al  curioso  lector,  según  nos  dice  su  con- 
temporáneoel  Pigna, cómo  componía  Ariosto 
aquellas  comedias.   Empezaba    teniendo  de- 
lante La  Casandra^  de  Biviena,  por  ejem- 
plo, ú  otra  fábula  escrita   en  el  bajo  latín;  la 
ponía  en  prosa  italiana,  y  viendo  después  que 
carecía  de  la  armonía  y  número  que  conside- 
raba necesarios  para  fijar  los  pensamientos 
fácilmente  en  la  memoria  de  los  espectado- 
res, y  que  dejaba  abierta  la  puerta  para  que 
cualquiera  histrión  ó  aficionado  introdujera 
en  los  diálogos  las  chanzonetas  é  impertinen- 
cias que  quisiera,    y  para   que  los  libreros 
reestamparan    la  comedia  con  las  mudanzas 
que  se  le  antojaran  á  la  ignorancia  ó  al  mal 
gusto,  procedía  al  fin  á  ponerla  en  versos  de 


36  ORLANDO   FURIOSO. 


doce  sílabas  con  esdrújulo,  pensando  haber 
encontrado  la  vía  del  jambo,  con  el  que 
hallaba  análoga  desinencia.  Y  como  él  fué  el 
primero  que  conoció  esta  medida,  escribió 
en  ella  antes  que  nadie,  no  sólo  las  comedias, 
sino  otras  poesías  al  estilo  de  las  latinas,  en 
las  que  mezclaba  lo  severo  con  lo  jovial  y 
campestre;  así  que  puede  apropiarse  á  él  lo 
que  de  Virgilio  se  dice:  que  tiene  tres  estilos, 
pues  así  como  el  grande  amigo  de  Augusto 
escribió  las  Bucólicas,  Geórgicas  y  la  Enei- 
da, así  el  Ariosto  sus  comedias,  sátiras  y 
poemas. 

Al  escribir  esta  biografía  no  nos  propone- 
mos escribir  un  juicio  crítico  completo  de 
las  obras  del  autor;  pero  al  hacer  el  anterior, 
que  es  del  Pigna,  no  podemos  menos  de  no- 
tar que  ese  escritor,  notable  para  su  tiempo, 
cuando  se  extiende  en  clasificar  los  tres  esti- 
los de  Ariosto,  que  ensalza  indebidamente 
sobre  los  tres  de  Virgilio,  da  á  entender  que 
no  considera  épico  el  del  Furioso,  sino  una 
mezcla  de  grande  á  la  par  que  de  mediano  y 
de  satírico;  porque  ya  entonces  no  era  época 
de  que  pudiera  recibirse  con  general  agrado 
la  clásica  epopeya,  y  para  demostrarlo,  nos 
manifiesta  que  renunció,  desde  un  principio 


BIOGRAFÍA   DE  ARIOSTO,  37 

á  tal  intento,  pues  principio  el  Poema  di- 
ciendo: 

Canterà  l'arme,  canterà  gli  affanni 
D'Amor  ch'un  Cavalier  sostene  gravi 
Peregrinando  in  terra  in  mar  molt'anni.... 

y  luego  le  cambiò,  dirigiéndose  por  camino 
más  llano  y  adecuado  al  gusto  que  prevale- 
cía. Y  si  ya  en  esos  tiempos  se  apuntaba  que 
la  epopeya  verdadera  no  había  de  interesar 
tan  intensamente  á  sus  contemporáneos  co- 
mo á  los  antiguos,  lo  que  todavía,  ni  aun 
tres  siglos  después,  era  exacto,  pues  escribie- 
ron Torcuato  Tasso,  Camóes,  Milton,  y 
hasta  Voltaire  y  Chateaubriand,  epopeyas 
que,  no  sólo  fueron  la  admiración,  sino  el  en- 
canto de  tres  generaciones,  ¿qué  se  dirá  de 
los  nuestros,  en  los  que  hay  que  confesar  que 
sólo  la  novela  sintetiza  nuestro  modo  de  lite- 
ratura, como  nuestro  modo  de  ser  y  de  sen- 
tir? Nada  nuevo  de  aquel  género  antiguo  nos 
satisface  ya,  y  gracias  que  leamos  sin  displi- 
cencia á  Homero,  á  Virgilio  y  á  los  demás 
clásicos  europeos  que  les  imitaron,  por  las 
bellezas  que  contienen,  y  aún  más  por  el 
tradicional  respeto  que  nos  inspiran.  Asíque, 
poetas  (que  viven    hoy)    se  han  dedicado  á 


38  ORLANDO  FURIOSO. 


trasmitirnos  esas  bellezas  á  nuestros  idiomas 
modernos,  empleando  su  ingenio  y  su  saber 
en  tal  trabajo,  que  acaso  no  es  menos  meri- 
torio que  el  escribir  originalmente,  el  hacer 
castellanas  con  la  debida  propiedad  y  rique- 
za las  figuras  interesantes  de  los  héroes,  los 
dulces  sentimientos  de  las  damas,  las  natu- 
rales y  magníficas  descripciones,  y  sobre  todo 
la  historia,  la  vida,  los  conocimientos,  usos 
y  costumbres  de  épocas  tan  distantes  ya  de 
la  nuestra.  ¿Podrá  la  novela  durar  hasta  tras- 
mitir otro  tanto  de  nosotros  á  las  remotas 
generaciones,  sin  el  nemónico  artificio  y  en- 
canto de  la  medida  y  de  la  rima?  Pero  voy 
metiendo  la  hoz  en  mies  ajena,  y  me  impo- 
nen la  razón  y  el  método  volver  á  la  biogra- 
fía de  mi  Ariosto.  Empezó  por  entonces  un 
poema  que  se  apartaba  poco  de  la  forma  y 
estilo  del  Furioso^  y  cuyo  asunto  era  el  Pala- 
cio del  señor  de  las  Hadas.  Él  decía  que  esa 
trama  era  para  comprender  en  ella  viajes, 
descripciones  é  historias  que  le  darían  cam- 
po á  sembrar  ideas  filosóficas,  sentimientos 
nobles  y  ejemplos  dignos  de  imitación  y  de 
alabanza,  sirviéndose  de  la  alegoría  mitoló- 
gica é  inventada,  que  era  su  predilecta  má- 
quina para  llegar  á  lo  levantado  de  su  pro- 


BIOGRAFÍA    DE   ARIOSTO.  ìg 

pósito.  De  aquí  se   puede  comprender  cuál 
era  el  modo  de  componer  que  usaba.  Prime- 
ramente inventaba  muchos  episodios  aptos  á 
extenderlos,  acortarlos  y  entrometerlos  á  su 
voluntad  en    una  acción   principal,  á  cuyo 
agrado  y  entretenimiento  ayudaran  sin  diso- 
nar de  ella.  Así  compuso  los  cinco  cantos  de 
aquel  asunto  que  por  casualidad  conocemos, 
pues  que  se  publicaron  contra  su    voluntad, 
no  habiéndolos  dado  él  mismo  á  la  estampa. 
Son  una  especie  de  continuación  al  Furioso, 
como  lo  es  la  Odisea  á  la  Iliada  de  Homero. 
Otros  contemporáneos  suyos  juzgaron  que 
estaban  destinados  á  intercalarse  en  su  Or- 
lando; lo  cierto  es  que  nunca  quiso   decir- 
lo, y  antes  bien  sintió  que  se  hubiesen  pu- 
blicado, porque  les  faltaba  la  debida  correc- 
ción ;   verdad    es   que    lo    mismo  creía   de 
todas  sus  obras  poéticas,  y    ya  al  fin  de  sus 
días  se  quejó  de  eso,  atribuyéndolo  en  parte 
á  sus  ocupaciones,  y  en  parte  á  exigencias 
del  gusto  y  capricho  de  sus  señores. 

Entre  las  muchas  obras  que  escribió,  fue- 
ron también  de  ese  número,  además  de  los 
poemas,  comedias,  sátiras,  canciones  y  sone- 
tos, algunas  traducciones  de  romances  espa- 
fíoles  y  franceses,  si  bien  los  miraba  con  escasa 


40  ORLANDO  FURIOSO. 

estimación;  no  contribuyendo  poco  á  ello  el 
haberse  hecho  su  carácter  menos  comunica- 
tivo y  hasta  melancólico   y  reconcentrado, 
según  entraba  en  años  y  en  achaques  de  una 
vejez  anticipada,  apartándose  de  la  corte  muy 
á  menudo  para  vivir  en  el  campo,  con  licen- 
cia del  Duque,   en  una  casa  que  se  había 
construido,  á  la  cual  él  llamaba  el  huerto, 
porque  en  un  huerto  se  edificó;  y  por  cierto 
que,  estando  una  vez  en  ella,  y  yendo  á  visi- 
tarle un  amigo,  el  cual  le  dijo  que  se  mara- 
villaba de  que  con  tanta  afición  á  la  arquitec- 
tura y  á  andar  mudando  la  disposición   de 
sus  habitaciones,  y  habiendo  descrito  tan  ad- 
mirables palacios   fantásticos,  se  conformase 
con  una  vivienda  tan  modesta,  y  viviese  tan 
á  gusto  en  ella;  él  sencillamentele respondió, 
llevándole  á  la  puerta  de  entrada,  y  señalán- 
dole dos  versos  escritos  encima,  que  son  estos: 

Parva,  sed  apta  tnihi,  sed  mulli  obnoxia,  sed  non 
Sordida,  par t attuo  sed  laitten  aere  dotttus. 

Y  respecto  á  lo  de  las  variaciones  de  las  vi- 
viendas, en  las  que  siempre  estaba  haciendo 
y  deshaciendo,  le  dijo  que  así  como  en  el 
cultivo  de  las  plantas  y  en  la  estructura  de 
los  versos  era  provechoso  el  estar  podando 


BIOGRAFÍA    DE   ARIOSTO.  4I 

aquéllas  y  limando  día  y  noche  éstos,  como 
nos  recomienda  Horacio,  también  en  la  dis- 
posición de  un  doméstico  edificio,  sólo  pue- 
de llegarse  á  lo  mejor  cuando  el  uso  y  la  ex- 
periencia nos  enseñan  las  más  claras  luces, 
la  más  dulce  temperatura,  y  las  comunica- 
ciones y  repartos  más  convenientes  para  la 
salud,  la  comodidad  y  el  agrado  en  cada 
época  del  año.  Hoy  todavía  se  enseña  el  re- 
tiro amado  del  poeta  en  la  calle  de  la  Mira- 
sola,  que  da  al  Corso  de  Porta-Po,  con  la 
inscripción  latina  de  que  hemos  hecho  men- 
ción; cuyo  edificio  fué  construido  en  un  pe- 
dazo de  huerto  que  compró  á  la  espalda  de 
San  Benedetto  de  Ferrara.  Vivía  en  él  muy 
contento:  cuidaba  él  mismo  con  sumo  agra- 
do de  su  jardín,  se  alimentaba  sobriamente, 
comiendo  sólo  una  vez  al  día  en  sus  últimos 
años:  leve  asistencia  le  bastaba  para  el  servi- 
cio doméstico;  todo  le  sobraba  para  el  exte- 
rior ornato,  y  con  poco  se  contentaba,  ven- 
ciendo fácilmente  los  estímulos  del  deleite, 
que  la  fortuna  y  la  riqueza  acrecen,  trayendo 
al  cuerpo  las  enfermedades  ó  el  hastío  que 
matan,  y  al  corazón  la  soberbia  y  la  ambi- 
ción insaciable  que  acaban  con  la  paz  y  el 
sosiego   del   espíritu.    Y  por  cierto   quQ   po 


42  ORLANDO   FURIOSO. 

era  su  sobriedad  porque  le  faltaran  medios 
ni  oportunidad  para  darse,  entre  otras,  la 
satisfacción  de  la  gula,  por  ejemplo,  pues  el 
Duque  le  tenía  siempre  reservado  su  sitio  en- 
tre los  mas  distinguidos  comensales,  sino 
porque  se  abstenía  de  la  variedad  de  las  vian- 
das suculentas  y  delicadas,  y  eso  que  no  de- 
bía haber  sido  en  mejores  años  tan  sobrio, 
si  recordamos  que  en  su  Orlando  nunca 
descuida  el  decirnos  ,  con  su  puntualidad 
acostumbrada,  cada  vez  que  llegan  á  casti- 
llo, palacio  ú  hostal  algunos  de  sus  héroes, 
que  no  se  acostaron  ayunos  de  abundante 
cena  y  exquisitos  vinos. 

Pero  si  en  tantas  cosas  fué  comedido  y  pru- 
dente, no  puede  decirse  que  sus  fuerzas  fue- 
ran así  bastantes  para  resistir  á  la  amorosa 
fiebre,  como  él  mismo  nos  lo  dice  en  más  de 
un  pasaje  de  su  poema.  Era  por  naturaleza 
muy  inclinado  á  enamorarse  de  cualquier 
objeto  en  que  veía  sobresalir  el  atractivo  del 
carácter  y  de  la  belleza;  pero  usó  siempre  en 
sus  amores  de  solícito  cuidado  y  desumo  se- 
creto. Son  varias  las  damas  de  quienes  se  le 
supone  estuvo  apasionado,  y  ya  de  dos  nos 
da  él  mismo  alguna  noticia,  como  en  nues- 
tras notas  indicamos:  de  la  viuda  Ginebra,  y 


BIOGRAFÍA   DE   ARIOSTO. 


de  una  cuñada  de  su  amigo  el  noble  floren- 
tino Nicolás  Vespucio.  Pues  llevado  por  este 
en  una  ocasión  á  su  palacio  de  Florencia 
para  aprender  (como  nos  dice  Tornari)  con 
toda  propiedad  la  prosodia  toscana,  más  per» 
fecta  allí  que  en  ninguna  otra  ciudad  de  Ita- 
lia, conoció  á  aquella  dama,  que  hizo  en  él 
una  profunda  impresión,  viéndola  aplicada, 
en  atenta  y  bellísima  postura,  á  bordar  una 
sobreveste  para  que  uno  de  sus  jóvenes  her- 
manos la  luciera  en  los  torneos  de  San  Juan 
Bautista,  día  en  el  que  los  florentinos  cele- 
bran fiestas  muy  suntuosas  en  obsequio  de 
su  Santo  Patrono.  De  esta  afición,  pues,  al 
bello  sexo,  y  de  dos  de  sus  más  íntimos  tra- 
tos, le  nacieron  dos  hijos  varones  :  Virginio  y 
Juan  B  autista.  El  primero  creció  y  se  educó 
al  lado  de  su  padre,  que  le  enseñó  por  sí  mis- 
mo las  humanidades,  y  le  hizo  aprender  en 
las  aulas  derecho  canónico,  con  lo  que  fué 
pronto  prebendado  de  la  Catedral;  y  el  se- 
gundo, del  que  se  encargó  la  familia  de  la 
madre,  dedicado  á  la  profesión  de  las  armas, 
mereció  por  su  aptitud  y  mucho  valor  ser 
capitán  de  la  milicia  de  los  duques  de  Fe- 
rrara. 
Gran  cuidado  le  dieron  la  educación  de 


44  ORLANDO   FURIOSO. 

estos  hijos,  y  la  manutención  de  su  andana 
madre,  y  el  dar  estado  á  sus  hermanas.  Por 
lo  que  en  los  últimos  años  de  su  vida,  su 
complexión  se  había  hecho  delicada  y  enfer- 
miza, padeciendo  opresiones  de  pecho,  que 
le  molestaban  hasta  el  punto  de  temer  por  su 
existencia;  pero  antes  de  que  llegara  el  fin  de 
sus  preciosos  días,  en  el  año  de  i532,  fué  dig- 
namente coronado  con  el  laurel  de  Virgilio, 
de  Dante  y  de  Petrarca,  por  las  imperiales 
manos  del  César  Carlos  V,  en  la  ciudad  de 
Mantua,  con  la  pompa  correspondiente  á 
estas  grandes  solemnidades.  En  el  mismo 
año  había  dado  á  la  estampa  el  Orlando,  co- 
rregido y  ampliado  del  modo  que  lo  tenemos 
al  presente. 

El  día  penúltimo  del  mismo  i532,  y  por 
consiguiente  á  la  edad  de  cincuenta  y  nueve 
años,  fué  atacado  de  una  grave  enfermedad; 
de  la  cual  nos  dice  el  Pigna  que  fué  precisa- 
mente la  noche  en  que  ocurrió  el  incendio  de 
las  salas  del  Palacio  ducal,  en  el  que  se  abrasó 
el  soberbio  teatro  construido  para  ejecutar  las 
comedias  de  nuestro  Ariosto,  y  añade  aquel 
historiador,  que  él  vio  lleno  de  terror,  á  la 
edad  de  tres  años  que  tenía  entonces,  las  fu- 
riosas llamas  que  le  consumieron  y  que  fue- 


BIOGRAFÍA   DÉ   ARIOSTO.  46 

ron  como  un  presagio  deque,  faltando  el  gran 
poeta,  ya  no  tenía  que  hacer  la  escena  que 
por  él  vivía  y  sin  él  debía  morir.  Así  sucedió 
en  efecto:  el  mal  se  fué  aumentando  cada  día 
de  tal  modo,  que  habiéndole  traído  á  un 
irremediable  y  triste  desenlace,  á  pesar  de  to- 
dos los  recursos  de  la  medicina,  pasó  de  esta 
á  la  bienaventurada  vida  el  día  6  de  Junio 
de  i533.  Acabó  cristianamente,  y  poco  antes 
de  recibir  los  últimos  Sacramentos  dijo  á  al- 
gunos amigos  que  se  hallaban  presentes  (se- 
gún el  mismo  Pigna)  que  moría  con  buena 
voluntad,  y  más  si  era  cierto  que  los  morta- 
les se  reconocían  en  el  otro  mundo;  pare- 
ciéndole  mil  años  una  hora  sola  de  tardanza 
en  volver  á  ver  á  tantos  amigos  muertos  an- 
tes que  él.  Le  llevaron  por  la  noche  á  ente- 
rrar en  un  pequeño  y  simple  depósito,  en  la 
iglesia  vieja  de  San  Benito,  sin  la  menor 
ostentación,  como  había  encargado,  acompa- 
ñándole los  frailes,  aunque  fuera  de  su  cos- 
tumbre y  regla,  como  testimonio  del  amor 
que  profesaban  á  sus  raras  virtudes,  y  ni 
algunos  años  después  permitieron  (por  la 
parte  de  gloria  que  les  había  de  caber  de 
poseer  reliquias  tan  preciosas)  que  de  allí  se 
sacaran  ni  fueran  trasladadas  á  una  capillita 


46  ORLANDO  FURIOSO. 

que  su  hijo  Virginio  poseía  para  su  padre  y 
para  él  mismo  cuando  muriera;  la  cual  era 
á  modo  de  un  templete  fabricado  en  el  huer- 
to de  la  casa  de  que  ya  se  ha  hecho  mención. 
Fué  afectuosa  y  generalmente  llorado,  y  de- 
dicaron á  su  memoria  muchas  poesías  los 
más  esclarecidos  ingenios,  lamentando  todos 
que  no  descansaran  los  restos  de  varón  tan 
ilustre  en  suntuoso  monumento  que  corres- 
pondiese á  su  alta  gloria.  Pero  en  aquel  hu- 
milde reposaron  cuarenta  años,  hasta  que  el 
Sr.  D'Agostino,  noble  caballero  de  Ferrara, 
por  amor  y  agradecimiento  al  poeta,  de  quien 
había  sido  discípulo  en  su  mocedad,  quiso 
edificar  á  su  maestro,  de  su  peculio  particu- 
lar, un  sepulcro  en  una  capilla  á  la  cabeza 
del  crucero  de  la  iglesia  nueva  de  los  dichos 
frailes.  H izóle  de  ricos  mármoles,  adornado 
con  relieves  y  figuras,  y  yaciendo  encima  la 
estatua  de  Ariosto  de  tamaño  mayor  que  el 
natural;  y  para  satisfacer  más  cumplidamente 
tan  piadoso  y  noble  recuerdo,  quiso  él  mis- 
mo llevar  con  otros,  sobre  sus  hombros,  los 
restos  queridos  desde  la  vieja  á  la  nueva  se- 
pultura; que,  comenzada  en  1572,  fué  ocupa- 
da el  día  6  de  Junio  de  1578,  aniversario  de 
la  muerte  del  poeta.  Hiciéronsele  ese  día  so« 


BIOGRAFIA    DE   ARIOSTO.  47 

lemnes  exequias,  cuyos  oficios  se  cantaron 
con  asistencia  de  toda  la  comunidad  benedic- 
tina, y  se  renovaron  con  esta  ocasión  las  lá- 
grimas vertidas  antes  por  pérdida  tan  irrepa- 
rable para  las  letras  italianas. 

Mucho  más  tarde,  y  en  otro  aniversario 
(el  6  de  Junio  de  1801),  se  volvieron  á  trasla- 
dar sus  restos,  de  orden  del  general  francés 
MioUis,  con  no  menor  pompa  y  suntuosidad 
al  palacio  de  la  Universidad  (Studdio  pubbli- 
co)^ en  cuya  biblioteca  se  ve  hoy  la  hermosa 
sepultura,  que  conserva  el  mismo  epitafio  an- 
tiguo que  fué  compuesto  para  ella  por  el  se- 
ñor Lorenzo  Frizzolio,  que  dice  así 

«Hic  Ariostus  est  siius  :  qui  comico 
Aureo  theatri  sparsit  urbanas  sale, 
Satiraque  mores  strinxit  acer  improbos 
Heroa  culto  quifurentem  Carmine, 
Ducunque  curas  cecinit,  atque  proeìia, 
yates  corona  dignus  unus  triplici: 
Cui  trina  Constant,  quoe  fuere  vatibus 
Gratis,  Latinis,  vixque  Hetruscìs  singula.» 

No  terminaremos  esta  biografía  sin  hacer 
mención  de  circunstancias  especiales  que 
concurrían  en  el  gran  poeta. 

Fué  nuestro  Ariosto  muy  versado  en  la 
historia:  perito  en  el  conocimiento  de  las 


4$  ORLANDO  FURIOSO. 

cuatro  nobles  artes:  profesó  matemáticas: 
había  hecho  muchos  estudios  geográficos  en 
Ptolomeo  y  en  las  cartas  de  navegación  de 
Marco  Polo,  que  era  lo  más  adelantado  en- 
tonces de  la  ciencia,  y  aun  eso  sabido  de 
muy  pocos;  pues  de  algunas  regiones  apenas 
se  tenían  noticias;  por  ejemplo,  de  la  China, 
de  la  que  puede  considerarse  á  Polo  el  pri- 
mer explorador,  por  más  que  sus  relatos  con- 
tengan inexactitudes  graves  y  hasta  desvarios 
de  imaginación  calenturienta.  No  tenemos, 
pues,  que  censurar  duramente  algunos  pocos 
errores  en  que  incurre  en  su  Orlando,  cuan- 
do tanto  hay  que  alabar  en  sus  conocimien- 
tos científicos  en  general,  en  época  en  que 
las  ciencias  exactas  estaban  tan  atrasadas. 
Los  críticos  modernos,  más  sabios  que  poe- 
tas, y  sobre  todo  si  son  franceses,  se  desen- 
tienden de  la  belleza  de  la  forma,  de  que  no 
son  buenos  jueces,  por  la  poca  aptitud  de  sus 
oídos  á  mejor  armonía  prosódica  que  aquella 
suya  á  que  están  acostumbrados;  y  van  á 
caza  de  defectos  en  el  plan,  orden  y  propie- 
dad del  género  y  estilo,  sin  perdonar  cosa  al- 
guna, y  muchas  veces  hasta  con  notoria  in- 
justicia. El  viaje  de  Astolfo  al  Paraíso  y  á  la 
luna,  por  ejemplo,  es  una  de  esas  injustas 


BIOGRAFIA   DE   ARIOSTO.  49 

censuras.    Nada   más  profundo,   nada   más 
filosófico  que  el  conjunto  de  aquel  viaje,  li- 
gado con  hábil  y  bien  seguida  consecuencia 
con  la  historia  de  las  Magas,  que  son  admi- 
rables personificaciones.  Lonjistila  lo  es  de 
la  sabiduría  emanada  de   Dios,  y  enseña  á 
gobernar  debidamente  el  Hipógrifo;  estoes, 
el  instrumento  de  que  se  vale  la  ciencia  hu- 
mana :  la  cual  entregada  sin  guía  á  los  vuelos 
de  la  imaginación  desbocada,  no  hace  más 
que  extraviar  al  hombre  por  caminos  que  le 
llevan  á  su  perdición,  cuando,  dirigida  por  el 
juicio  que  la  religión  infunde,  domina   las 
mayores  dificultades  y  va  investigando  con 
Astolfo  los  secretos  de  las  tierras,  de  los  ma- 
res, y  hasta  de  los  cuerpos  celestes.  Esta  ale- 
goría no  es  inferior  á  ninguno  de  los  poemas 
griegos  y  latinos  :  ni  existe  otra  más  extensa, 
ni  con  más  arte  proseguida  en  los  modernos, 
como  no  sea  la  célebre  pero  más  breve  del 
gigante  Adamastor  en  Camóes.  Si  el  cuerno 
y  el  Hipógrifo  son  invenciones  triviales  y  ba-» 
jas  para  espíritus  más  dados  á  la  bufonería 
que  á  la  reflexión  madura,  otros  más  graves 
,    no  podrán  menos  de  reconocer  que  esos  me- 
dios eran  indispensables  para  la  ejecución  de 
las  varias  empresas  encomendadas  al  prínci- 

TOMO   1.  4 


5o  ORLANDO  FURIOSO. 


pe  inglés,  que  entre  otras  nos  descubre,  con 
una  originalidad  y  una  gracia  propias  sólo 
del  genio  de  Ariosto,  la  absorción  por  la  lu- 
na del  entendimiento  y  de  todo  lo  bueno  que 
por  acá  perdemos  los  humanos,  y  con  este 
motivo,  haciendo  el  admirable  juicio  de  es- 
critores y  poetas.  Otros  episodios  habrá  que 
acaso  sean  con  más  razón  censurados  por 
críticos  juiciosos  ;  y  desde  luego  condenamos 
con  ellos  ciertos  pensamientos  alambicados, 
importunos  yen  estilo  embrollado,  impropio 
de  situaciones  que  de  otro  modo  serían  inte- 
resantes y  patéticas:  pero  fuera  dé  esos  pasajes 
en  que  paga  el  tributo  al  mal  gusto,  que  era  la 
atmósfera  en  que  respiraba,  en  todo  lo  demás, 
¡que  limpidez  y  propiedad  en  los  relatos  y 
descripciones!  Todo  lo  que  pinta  parece  que 
lo  estamos  viendo.  Así  Galileo  decía  que  la 
claridad  en  sus  escritos  filosóficos  se  la  debía 
al  estudio  continuo  que  hacía  de  Ariosto. 

En  la  parte  moral  era  nuestro  poeta  un 
dechado  perfecto  de  lealtad  ,  de  probidad  y 
de  cortesía.  Muy  afable  y  modesto  con  todos, 
á  todos  honraba,  y  á  todos  trataba  como 
iguales,  aunque  le  fueran  inferiores  en  mu- 
chas cosas  :  pero  así  como  era  bondadoso  y 
benigno  con  los  demás,  así  era  celoso  en   no 


BIOGRAFÍA   DE   ARIOSTO.  5 1 

consentir  que  se  le  faltase  á  él  mismo,  y  pro- 
cedía, contra  cualquiera  que  con  él  sedes- 
mandase,  de  un  modo  firme  y  enérgico,  pues 
era  en  esos  casos  irritable  y  poco  sufrido;  co- 
mo lo  demostró  con  micer  Alfonso  Trolto, 
que  habiéndole  movido  una  descortés  pen- 
dencia, le  impuso  la  corrección  por  su  pro- 
pia mano,  dejándole  harto  maltrecho. 

Era  asimismo  muy  instructivo  y  ameno 
su  trato,  que  le  proporcionó  en  la  corte  del 
Duque  y  en  todas  las  demás  de  Italia  que 
recorrió,  ya  sólo  en  sus  cargos  y  comisiones 
diferentes,  ya  en  sus  viajes  con  el  Príncipe,  su 
seííor,  amistades  y  relaciones  con  los  hombres 
más  ilustres  de  su  tiempo,  como  los  Papas 
León  y  Clemente  (ambos  Médicis),  los  Carde- 
nales de  Mantua,  de  Campeggio,  de  Farnesio 
y  de  Salviatti,  haciendo  él  gran  estimación, 
entre  los  sabios,  de  Jacobo  Sadoletto  y  Pedro 
Bembo,  y  entre  los  grandes,  de  muchos  prín- 
cipes y  señores;  y  del  marqués  del  Vasto,  á 
quien  profesó  mucho  cariño;de  todos  losque, 
no  sólo  recibió  distinciones,  sino  mercedes  y 
regalos  que,  sin  saber  su  origen,  llegaban 
muchas  veces  á  sus  manos;  y  como  era  muy 
agradecido,  según  acontece  casi  siempre  á  los 
ánimos  levantados  y  generosos,  pagaba  con 


52  ORLANDO   FURIOSO. 

públicos  testimonios ,  cuando  no  podía  de 
otro  modo,  los  servicios  recibidos;  lo  que 
bien  se  ve  en  sus  versos,  y  particularmente 
en  su  Orlando,  y  en  especialidad  en  la  enu- 
meración que  relata  de  sus  muchos  amigos 
en  el  último  canto,  que  hasta  pesado  se  llega 
á  hacer  por  esa  causa  á  los  que  tenemos  poco 
interés  en  conocerlos,  y  ningunos  favores 
que  pagarles. 

Era  igualmente  muy  interesante  y  jovial 
su  conversación  para  los  caballeros,  y  aún 
más  para  las  damas,  en  toda  ocasión  de  fies- 
tas y  convites.  Relataba  con  suma  expresión 
y  buen  gusto,  y  no  como  otros  por  el  pla- 
cer de  escucharse  á  sí  propio,  sino  para  de- 
lectación de  los  oyentes;  así  que  el  Carde- 
nal le  quería  tener  siempre  consigo,  y  se  go- 
zaba en  escuchar  constantemente  su  lectura. 
Pero  aunque  tan  jocundo  y  entretenido  en 
la  sociedad  de  las  gentes ,  y  en  sus  escritos 
acaso  más  de  lo  debido  inclinado  al  desnu- 
do, á  lo  festivo  y  jocoso,  era  á  sus  solas  de 
natural  melancólico,  pensativo  y  metido  en 
sí,  como  lo  son  en  general  los  sabios  y  los 
poetas,  y  tan  distraído  sobre  todo,  que  una 
vez  estando  de  veraneo  en  Carpi,  salió  de  ca- 
sa cierta  mañana ,  en  chinelas  y  de  cualquier 


BIOGRAFÍA    DE   ARIOSTO.  í)3 

modo  vestido,  para  hacer  un  poco  de  ejerci- 
cio, en  el  cual  fué  alargándose  tanto,  que, 
primero  arrobado  en  sus  pensamientos  hasta 
más  de  la  mitad  del  camino  ,  y  después  de 
propia  voluntad,  llegó  á  la  inmediación  de 
Ferrara ,  sin  acordarse  de  cómo  iba. 

Era  también  Ariosto  de  genio  indepen- 
diente y  amante  de  su  libertad  ,  por  lo  que 
nunca  quiso  sujetarse  al  yugo  del  matrimo- 
nio, ya  que  tuvo  que  hacerlo  al  de  la  servi- 
dumbre cortesana,  porque  se  lo  hicieron  ne- 
cesario intereses  y  cariño  hacia  su  familia,  y 
no  la  ambición,  ni  menos  el  amor  al  dinero. 
Tampoco  quiso  hacerse  sacerdote,  por  lo 
que  cedió  algunos  de  los  beneficios  que  tuvo 
de  no  corta  renta ,  antes  que  sujetarse  á  votos 
de  que  luego  no  pudiera  cumplir  las  obliga- 
ciones, como  nos  lo  dice  en  estos  versos  de 
una  de  sus  sátiras  : 

«Or  perche  só  catite  mi  muti ,  e  volga 
Di  voler  presto  schivo  di  legarmi 
Donde  se  poi  mi  pento ,  io  non  mi  sciolga.» 

y  en  estos  otros  : 

S'a  perder  s'hà  la  liberta ,  non  stimo 
El  piti  ricco  capei ,  che  in  Roma  sia . 

Véase,  pues,  cómo  no  hay  justicia  en  las 
quejas  que  tenía  contra  sus  protectores.   El 


54  ORLANDO   FURIOSO. 

cardenal  de  Este  no  era  rico ,   ni  podía  re- 
compensarle sino  con   pensiones  eclesiásti- 
cas, y  sobre  mantenerle  á  su  lado,  le  señaló 
una  sobre  la  Cancillería  de  Milán,  que  era  de 
setenta  y  cinco  escudos  anuales  de  entonces^ 
equivalentes  á  dos  mil  seiscientas  veinticinco 
pesetas  nuestras,  cuya  pensión  le  conservó 
á  pesar  de  su  enojo  por  no  haberle  acompa- 
ñado á  Hungría.  Tampoco  el  duque  Alfonso 
podía  ser  muy  largo  con  tantos  disturbios 
civiles  y  guerras  como  tuvo  que  sostener  con 
sus  escasos  medios;  y  aunque  es  exacto  que  le 
retiró  el  situado  que  le  había  señalado  sobre 
ciertas  gabelas,  fué  porque  tenía  necesidad  de 
suprimirlas;  pero  le  daba  su  casa  y  mesa,  le 
socorría  en  sus  necesidades,  y  á  su  favor  de- 
bió la  colocación  de  sus  hijos  naturales,  que 
fueron,  como  llevamos  dicho,  canónigo  el 
uno  y  capitán  de  arqueros  el  otro;   ni  tam- 
poco el  mismo  Juan  de  Médicis,  hijo  de  Lo. 
renzo,  Cardenal  á  los  trece  años,   grande 
amigo  suyo  más  adelante,  y  que  le  había 
prometido  encargarse  de  su  fortuna,   pudo 
cumplirle  su  promesa  cuando  fué  elevado  al 
solio  pontificio  con  el  nombre  de   León   X. 
Este  gran  protector  de  las  letras,  acaso  en  los 
primeros  años  de  su  reinado  no  pudo  llevar- 


BIOGRAFÍA   DE   ARIOSTO.  55 

se  consigo  al  que  ocupaba  un  puesto  de  la 
mayor  confianza  al  lado  del  duque  de  Fe- 
rrara ,  aliado  de  los  franceses,  cuando  él  lo 
era  de  los  venecianos,  sus  enemigos.  Así  y 
todo  ,  si  hubiera  querido  hacerse  sacerdote, 
¿no  le  hubiera  elevado  á  la  púrpura  carde- 
nalicia como  lo  hizo  con  Sadoletto  y  con  Pe- 
dro Bembo,  con  quienes  no  le  unía  una 
amistad  tan  grande?  ¿Y  no  es  más  justo  atri- 
buirlo á  motivos  tan  racionales  como  es- 
tos, por  la  imparcial  justicia  de  la  historia, 
que  á  los  que  lo  atribuyen  á  sordas  maqui- 
naciones contra  los  Estados  de  Modena  y  Fe- 
rrara? Si  Ariosto  no  vivió  tan  grande  y  tan 
feliz  como  merecía ,  no  lo  achaquemos  más 
que  á  la  desgracia,  que  casi  siempre  acom- 
paña á  los  grandes  hombres,  y  aun  compá- 
rese la  suerte  de  éste  á  las  de  Camóes  y  Cer- 
vantes. 

Era  Ludovico  Ariosto  animoso  en  los  casos 
de  honra;  pero  tal  vez  demasiado  precavido 
en  los  riesgos  en  que  sólo  puede  atravesarse 
daño  del  cuerpo  ó  del  amor  propio;  así  que 
era  jinete  de  poco  valor  á  caballo,  y  no  más 
animoso  marino;  pues  respecto  á  lo  primero, 
siempre  que  había  algún  barranco,  cantil  ú 
otro  paso  difícil,  echaba  pie  á   tierra  para  su 


36 


ORLANDO   FURIOSO. 


mayor  seguridad,  y  respecto  de  lo  segundo, 
cuando  había  que  subir  á  una  nave  ó  bajar 
de  ella,  renunciaba  resueltamente  á  ser  de 
los  primeros,  acostumbrando  á  decir:  De 
puppe  novissimos.  De  un  modo  y  otro,  detes- 
taba los  viajes  á  que  le  obligaba  el  Cardenal 
su  señor,  y  así  nos  dice,  aludiendo  á  la  in- 
vitación que  le  hizo,  y  áque  se  negó,  de  se- 
guirle á  Hungría: 

<.(.Cbi  vuol  andare  à  torno ,  à  torno  vada . 
Vfga  Inghilterra ,  Ungheria  ,  Francia  e  Spagna  , 
A  me  piace  abitar  la  mia  contrada , 

teista  ho  Toscana  ,  Lombardia ,  Romagna  . 
Quel  monte  che  divide  e  quel  che  serra 
Italia,  è  un  mare,  ¿l'altro,  che  ¡a  bagna. 

Questo  mi  basta  .-  ;/  resto  della  terra  , 
Sen^a  mai  pagar  l'oste ,  andrò  cercando 
Con  Tolomeo ,  sia'l  mondo  in  pace ,  o  in  guerra.» 

Pero  á  pesar  de  su  timidez  por  esos  peli- 
gros, que  acaso  le  aumentaba  la  poca  aptitud 
del  cuerpo  y  la  escasa  flexibilidad  de  sus 
músculos,  no  era  temeroso  ni  ante  la  oscu- 
ridad de  la  noche,  ni  por  las  escenas  que 
afectan  la  imaginación  ó  perturban  el  curso 
de  la  sangre  en  otros,  viéndolo  todo,  juz- 
gándolo y  midiéndolo  con  el  seguro  compás 
y  el  despejado  juicio  de  la  razón  más  ¡lus- 
trada y  del  más  sereno  temperamento,  Y  si 


BIOGRAFIA    DE   ARIOSTO. 


decimos  poca  flexibilidad  de  su  cuerpo,  no 
por  eso  entendemos  que  en  la  juventud  le 
faltaran  robustez  ni  aun  belleza. 

Era  Ludovico  Ariosto,  ya  en  su  madura 
edad  ,  de  estatura  alta  y  medianamente  grue- 
so; de  cuello  bien  proporcionado,  espalda 
ancha  y  arqueada  hacia  adelante,  como  suelen 
tenerla  todos  los  que  desde  la  niñez  se  han 
acostumbrado  á  estar  continuamente  sobre 
los  libros.  Tenía  la  cabeza  calva,  y  el  cabello 
que  conservaba,  negro  y  crespo;  el  rostro 
ovalado,  las  mejillas  descarnadas  y  de  color 
algo  aceitunado,  aunque  el  resto  de  su  cuer- 
po era  muy  blanco:  la  frente  espaciosa,  los 
ojos  negros,  vivaces  y  animados ,  las  cejas  al- 
tas y  finas,  la  nariz  grande  y  aquilina,  los 
labios  recogidos,  los  dientes  blancos  é  igua- 
les, la  barba  proporcionada,  cuyo  pelo,  bas- 
tante ralo ,  no  podía  llegarle  corrido  desde 
la  una  á  la  otra  oreja,  como  entonces  se  usa- 
ba; las  manos  enjutas  y  los  pies  bien  forma- 
dos, y  ni  grandes  ni  pequeños.  Si  el  lector 
quiere  verle  vivo,  vaya  á  Ferrara,  en  donde 
le  hallará  en  el  antiguo  palacio  de  los  Du- 
ques. El  Tiziano,  retratando  al  Ariosto,  ha 
dejado  allí  dos  glorias  inmarcesibles  :  la  glo- 
ria del  pintor  y  la  gloria  del  poeta. 


ORLANDO    FURIOSO 


ARGUMENTO  DEL  CANTO  PRIMERO. 

Roto  el  campo  de  Carlos  poderoso , 
Va  por  un  bosque  Angélica  escapando, 

Y  halla  á  Reinaldo,  y  Ferraud  fogoso, 
Uno  el  corcel ,  el  yelmo  otro  buscando. 
Ambos  combaten  por  su  amor  celoso  ; 

Y  ella  ya  á  Sacripante  está  abrazando, 
Cuando  estorban  su  dicha  al  ciego  amante 
Reinaldo  y  un  correo  y  Bradamante. 


ORLANDO    FURIOSO 


CANTO  PRIMERO. 


I. 


Las  damas,  los  guerreros,  los  amores, 
Y  las  proezas,  canto  y  cortesía 
Del  tiempo  en  que  los  moros  ',  los  rigores 
De  la  mar  arrostrando  ,  ruina  impía 
Trajeron  al  francés  por  los  furores 
De  Agramante  su  joven  Rey  ,  que  ansia 
Vengar  feroz  la  muerte  de  Trojano 
En  el  rey  Cario  Emperador  romano, 

II. 

Diré  á  la  vez  de  Orlando  *  valeroso, 
Caso  hasta  aquí  no  dicho  en  prosa  ó  rima. 
Á  quien  tornó  el  amor  loco  rabioso. 
De  cuerdo  que  antes  fué  de  mucha  estima. 
Si  el  que  otro  tanto  hizo  de  mí  '%  que  iroso 
Poco  á  poco  mi  pobre  ingenio  lima, 
El  respiro  me  deja  que  le  pido , 
Daré  tin  al  cantar  que  he  prometido. 


62  ORLANDO      FURIOSO. 


III. 

Dignaos,  prole  Hercúlea,  reverenda, 
Ornato  y  esplendor  del  siglo  nuestro, 
Hipólito  *,  aceptar  la  sola  ofrenda 
Que  os  puede  dar  humilde  siervo  vuestro. 
Si  de  tanto  que  os  debo  escasa  prenda 
De  palabras  no  más  me  inspira  el  estro, 
Nadie  me  increpe  el  corto  don,  ni  el  modo; 
Que  cuanto  puedo  dar  os  lo  doy  todo. 

IV. 

Y  podréis  recordar,  con  lo  más  claro 
Que  ensalzar  me  propongo,  aquel  Rugiere 
Que  fué  de  vos  y  vuestro  nombre  caro 
Antigua  cepa,  fundador,  primero. 
Sus  hechos  os  diré,  su  esfuerzo  raro, 
Si  queréis  escucharme  placentero; 

Y  vuestros  altos  pensamientos  paren 
Mientras  mis  toscos  versos  resonaren. 

V. 

Orlando  que,  harto  tiempo  enamorado 
De  Angélica,  corrió  tierra  tan  varia, 

Y  tan  grandes  trofeos  ha  dejado 

En  Media ,  y  en  la  India,  y  en  Tartaria , 
A  Poniente,  con  ella,  ya  ha  tornado. 
Donde  al  pie  de  la  mole  pircnaria, 
Esperando  al  rey  Cario  diligente 
De  Francia  y  de  Alemania  está  la  gente. 


CANTO   PRIMERO.  63 


VI. 

De  los  reyes  Marsilio  y  Agramante 
Para  abatir  la  túmida  jactancia 
De  haber  uno  del  Africa  distante 
El  gran  poder  juntado  y  la  arrogancia, 

Y  el  otro  toda  España  echar  delante, 
El  bello  á  destrozar  reino  de  Francia; 
Á  cuyo  punto  mismo  Orlando  hallóse, 
De  lo  que  pronto  arrepentido  vióse. 

VIL 

Pues  su  dama  le  fué  después  quitada 
(¡Oh  cuánto  el  juicio  humano  aveces  yerra!), 

Y  aquella,  que  del  Medo  á  la  apartada 
Esperia  defendió  con  tanta  guerra. 
Ora  la  pierde  sin  blandir  la  espada, 

¡  Entre  tantos  amigos  y  en  su  tierra  ! 
Que  es,  sólo  por  cortar  lucha  maldita. 
El  sabio  Emperador  quien  se  la  quita. 

VIII. 

Porque  estalló  muy  pronto  lucha  brava 
Entre  Orlando  y  Reinaldo  valeroso; 
Que  por  la  bella  cada  cual  probaba 
De  ardiente  amor  el  ímpetu  amoroso. 

Y  Cario  que  del  caso  recelaba 

Que  menos  le  ayudara  el  par  famoso, 
Le  dio  á  guardar  al  duque  de  Baviera 
La  joven  linda  que  la  causa  fuera  ; 


64  ORLANDO  FURIOSO. 


IX. 

En  premio  prometiéndola  al  que  de  ellos, 
En  los  conflitos  de  la  gran  jornada, 
Segara  de  la  gente  infiel  más  cuellos, 

Y  una  empresa  mayor  diera  acabada. 
Mas  no  fué  el  hecho  cual  los  votos  bellos. 
Que  rota  huyó  la  gente  bautizada  , 

Y  prisionero  el  Duque  fué  tomado, 
.Y  quedó  el  pabellón  abandonado. 

X. 

Donde  luego  que  entró  la  dama  hermosa 
Que  se  guardaba  al  vencedor  en  pago 
(Y  antes  del  trance  cabalgaba  airosa), 
Entregóse  á  la  fuga  en  curso  vago, 
Presagiando  que  en  lid  tan  azarosa 
Ese  día  al  cristiano  fuera  aciago. 

Y  entró  en  un   bosque,  y  por  la  estrecha  vía 
Un  caballero  halló  que  á  pie  venía. 

XI. 

Ceñía  arnés  y  espada,  y  en  la  testa 
Llevaba  yelmo,  y  embrazaba  escudo, 

Y  corría  veloz  por  la  foresta 

Más  que  del  palio  en  pos  gañán  desnudo. 
Tímida  villanuela  no  tan  presta 
Escapa  de  la  sierpe  al  dardo  agudo. 
Como  el  peón  que  avanza  al  ver,  de  lleno, 
Angélica  al  escape  tuerce  el  freno. 


CAUTO   PRIMERO.  65 


XII. 

Era  aquel  el  gallardo  paladino 
Hijo  de  Amón,  señor  de  Momealbano, 
A  quien  Bayardo,  su  corcel  más  fino, 
Por  raro  lance  se  le  fué  de  mano. 
El  cual  no  bien  venir  por  su  camino 
Vio  á  la  joven ,  muy  pronto ,  aunque  lejano , 
Conoció  el  dulce  rostro,  el  cuerpo  esbelto 
Que  en  amorosa  red  le  tiene  envuelto. 

XIII. 

Mas  ya  torciendo  el  palafrén ,  la  dama 
Por  el  bosque  le  lanza  á  toda  brida, 

Y  sin  miedo  de  espesos  hoja  ó  rama , 
De  mejor  ó  peor  senda  no  cuida, 

Y  pálida,  temblando,  al  cielo  clama, 
Al  capricho  del  bruto  conducida, 
Que  aquí  y  allí  por  la  alta  selva  fiera 
Va  volando  y  encuentra  una  ribera. 

XIV. 

Junto  al  tal  río  Ferragud  hallóse, 
Todo  de  polvo  lleno  y  sudoroso, 
Que  del  postrer  combate  retiróse 
Con  ansia  de  refresco  y  de  reposo; 

Y  luego  mal  su  grado  allí  quedóse, 
Porque  al  tirarse  al  agua  presuroso, 
Se  le  cayó  en  el  río  el  yelmo  fuerte, 

Y  de  recuperarlo  no  hubo  suerte. 

TOMO    I  .  5 


66  ORLANDO   FURIOSO. 


XV. 

Cuanto  podía  más  gritando  ciega 
La  doncella  venía  y  espantada. 
Á  su  grito  el  infiel  para  en  su  brega, 

Y  puesto  en  pie,  la  faz  mira  angustiada  , 

Y  la  conoce  súbito  que  llega, 

Si  pálida  del  susto  y  perturbada  ; 
Que,aunquedeellaapartadoen  lid  muy  ruda, 
Que  es  la  divina  Angélica  no  duda. 

XVI. 

Y  porque  era  cortés  y  amor  tenía. 
Cual  ambos  primos,  á  la  dama  hermosa, 
El  socorro  va  á  darla  que  podía, 

Sin  la  ayuda  del  yelmo  poderosa. 
La  espada  saca  y  busca  su  osadía 
A  Reinaldo  con   planta  presurosa. 
Visto  se  habían  ya  no  solamente. 
Sino  probado  su  vigor  potente. 

XVH. 

Y  estando  á  pie  los  dos,  lidia  tan  ruda 
Aquí  con  las  espadas  empezaran; 

Que  no  cuero,  metal,  malla  menuda. 
Sino  yunques  de  fragua  destrozaras!. 
Mas  mientras  golpes  da  su  rabia  cruda. 
En  la  asustada  dama  no  reparan 
Que  cuanto  puede  el  carcañal  agita, 

Y  á  la  selva  veloz  se  prccit^ita. 


CANTO   PRIMERO.  67 

XVIII. 

Cuando  los  dos  por  largo  tiempo  en  vano 
Gastaron  por  vencerse  inútil  saña, 
Sin  aflojar  las  armas  de  la  mano  , 
Que  casi  iguales  son  en  fuerza  y  maña , 
Fué  el  primero  el  señor  de  Montealbano 
Quien  dirigióse  al  paladín  de  España; 
Porque  siente  en  el  alma  tanto  fuego, 
Que  fuera  de  su  amor  no  halla  sosiego. 

XIX. 

Y  le  dijo  :  «No  sé  por  qué  porfías , 
Cuando  al  mío  tu  daño  ha  de  ir  unido. 
Si  es  porque  el  dueño  de  las  ansias  mías 
Cual  nuevo  sol  tu  espíritu  ha  encendido, 
Con  detenerme  así,  ¿qué  ganarías? 
Aunque  me  hubieras  muerto  ó  aprendido, 
Nunca  tuya  sería  la  doncella, 
Si ,  estando  aquí  los  dos ,  se  nos  va  ella. 

XX. 

»Si  la  amas  tú  también,  ¿mejor  no  fuera 
Cortarle  en  su  camino  la  escapada, 

Y  alcanzarla  y  pararla  en  su  carrera  , 
Antes  que  más  se  aleje  disparada; 

Y  cuando  en  poder  nuestro  ya  estuviera  , 
De  quién  haya  de  ser,  darlo  á  la  espada? 
De  otro  modo,  ¿es  posible  se  te  oculte 
Que  sólo  daño  á  entrambos  nos  resulte?» 


68  ORLANDO  FURIOSO. 

XXI. 

Lo  propuesto  al  pagano  no  desplace , 

Y  la  batalla  al  punto  es  suspendida  ; 
Por  lo  cual  repentina  tregua  nace, 

Y  tanto  el  odio  y  el  furor  se  olvida, 
Que  al  dejar  la  ribera  el   fiero  Trace 
Con  su  silla  á  Reinaldo  le  convida 

Y  á  la  grupa  le  lleva,  y  sin  tardanza 
Por  las  huellas  de  Angélica  se  lanza. 

XXII. 

¡Oh  gran  virtud  de  antiguos  caballeros! 
Eran  de  ley  diversa  ,  eran  rivales; 
Por  todo  el  cuerpo,  de  los  golpes  fieros 
Aún  llevan  el  dolor  y  las  señales, 

Y  por  fragosos  bosques  y  linderos 
¡Sin  sospechas  van  juntos  y  leales! 
De  cuatro  espuelas  el  corcel  herido, 

Les  conduce  á  un  camino  en  dos  partido. 

XXIII. 

Y  no  sabiendo  entonces  si  la  una 
Vía  ó  la  otra  sigue  la  doncella; 
Porque  se  ve  sin  diferencia  alguna 
En  las  dos  estampada  fresca  liuclla, 
Dléronse,  al  libre  azar  de  la  fortuna, 
A  ésta  Reinaldo  ;  el  Sarraceno  á  aquélla. 
Del  bosque   Ferragud,   tras  huellas  ciento, 
Al  pie  se  halló  de  su  primero  asiento. 


CANTO   PRIMERO.  69 

XXIV. 

Al  margen  otra  vez  de  la  ribera 
Donde  antes  á  beber  la  sed  le  trajo; 

Y  como  ya  á  la  dama  hallar  no  espera  , 
De  buscar  con  afán  se  da  el  trabajo 

El  tan  preciado   casco  que  perdiera, 
Pisando  de  la  orilla  lo  más  bajo  : 
Mas  tan  clavado  el  yelmo  está  en  la  liga , 
Que  no  le  ha  de  coger  sin  gran  fatiga. 

XXV. 

Con  rama  que  de  pértiga  hace  á  modo , 
Arrancada  de  un  roble  sin   segundo, 
No  hay  del  agua  remanso  ni  recodo 
Que  no  tantee  hasta  lo  más  profundo. 
Mientras  paciencia  y  tiempo  de  ese  modo 
Pierde  con  la  mayor  rabia  del  mundo , 
Del  río  en  medio ,  con  aspecto  fiero 
Hasta  el  pecho  salir  ve  un  caballero. 

XXVI. 

En  la  derecha  mano  un  yelmo  ostenta, 

Y  era,  menos  la  frente,  todo  armado; 

Y  es  aquel  yelmo  el  que  perdido  cuenta 
Ferragud  ,  de  buscarle  fatigado. 

Y  el  guerrero  ,  que  horrible  se  presenta  , 

Le  grita  :  «Hombre  sin  fe,  follón,  menguado, 
¿Por  qué  dejar  el  yelmo  no  querías 
Que  abandonar  ha  tiempo  que  debías? 


70  ORLANDO   FURIOSO. 

XXVII. 

«Recuerda,  engañador,  cuando  mataste 
De  Angélica  al   hermano  (soy  yo.,  impío) 
Que,  con  las  otras  armas  ,  me  juraste 
En  seguida  arrojar  mi  yelmo  al  río  : 
Si  al  fin  la  suerte  lo  que  tú  olvidaste 
Hoy  deja  que  ejecute  mi  albedrío, 
No  tu  orgullo  lo  sienta;  y  si  lo  llora , 
Pues  traidor  fuiste,  llórelo  en  buen  hora. 

XXVIII. 

»Y  si  tienes  afán  de  un  yelmo  fino. 
Con  más  gloria  y  honor  ganarlo  sabe. 
Lo  lleva  así  Reinaldo  Paladino: 
También  Orlando,  y  aun  mejor  si  cabe. 
Este  de  Almonte  ^  ;  aquél  fué  de  Mambrino  *; 
Que  de  lograrlos  tu  altivez  se  alabe, 

Y  el  mío,  cual  ha  tiempo  has  prometido, 
Sufre  que  quede  aquí  como  es  debido.» 

XXIX. 

Al  salir  de  las  aguas  de  repente 
La  sombra  aquella,  el  bárbaro  inmutóse, 
Tieso  el  cabello  se  erizó  en  su  frente  : 
Quiso  gritar  ,  y  sin  palabra  hallóse; 

Y  al  oir  á  Argalía  (el  inocente 

A  quien  matado  había  así  llamóse) 
Que  á  la  cara  la  rola  fe  le  arroja. 
Temblar  se  siente  de  mortal  congoja. 


CANTO    PRIMERO.  7 1 

XXX. 

Y  viendo  que  no  encuentra  pronta  excusa 
Que  en  el  trance  en  que  está  pueda  servirle, 
Toda  cobarde  réplica  rehusa 

A  lo  que,  con  verdad,  pueden  decirle; 

Y  por  la  vida  Jura  de  Lanfusa  ', 

Que  ya  su  frente  más  no  ha  de  cubrirle 
Sino  el  yelmo  que  Orlando  en  Aspramente 
Le  quitó,  con  la  vida ,  al  íiero  Almonte. 

XXXI. 

Y  en  verdad  que  guardó  tal  juramento 
Con  mejor  lealtad  que  la  vez  prima  ; 

Y  de  aquí  parte  y  va  tan  mal  contento , 
Que  hartos  días  le  roe  sorda  lima  ; 

Y  busca  al  Paladín  con  noble  aliento , 
Por  toda  tierra  donde  hallarlo  estima. 
En  tanto  al  buen  Reinaldo  ya  le  apura 
Por  el  otro  camino  otra  aventura. 

XXXII. 

A  poco  de  emprenderle,  ve  gallardo 
Feroz  á  su  corcel  saltar  delante  ; 
Y....  Ten  (le  grita),  para  ,  mi  Boyardo^ 
Que  de  pasar  sin  ti  no  hallo   talante.... 
Pero  sordo  á  sus  gritos,  sin  retardo 
Corriendo,  cada  vez  va  más  distante, 
Y  Reinaldo  tras  él  con  rabia  viva..,. 
Mas  vuelvo  á  la  doncella  fugitiva. 


7*  ORLANDO   FURIOSO. 

XXXIII. 

Huye  por  yermo  frío  y  valle  oscura  : 
Por  selva  triste,  inhóspite  y  salvaje; 

Y  el  rumor  con  que  fúnebre  murmura 
De  los  olmos  y  abetos  el  follaje, 

La  llenan  de   tan   súbita  pavura , 
Que  vagando  sin  tino  va  en  su  viaje; 

Y  á  cada  sombra  que  halla  en  monte  ó  falda. 
Teme  que  ya  Reinaldo  está  á  su  espalda, 

XXXIV. 

Teme,  cual  cierva  ó  cabra  pequeñuela 
Que  entre  las  ramas  del  cubil  nativo 
Ve  que  á  la  madre  el  pecho,  que  ella  anhela , 
Desgarra  de  un  leopardo  el  diente  activo; 

Y  del  fíero  animal  huyendo  vuela, 

Y  tremante  en  su  curso  fugitivo, 
A  cada  rama  que  pasando  toca, 

Ya  piensa  verse  en  la  espantable  boca. 

XXXV. 

Esa  luz  y  esa  noche ,  y  medio  día 
Del  que  sigue,  sin  norte  anduvo  errante, 
Hasta  que  hallóse  ,  en  fín ,  én  una  umbría 
Que  el  aura  refrescaba  susurrante; 
De  un  río  brazos,  que  en  redor  tenía. 
Mantienen  hierba  allí  tierna  y  pujante, 
Dando  á  la  vez  encantos  al  oído 
De  su  curso,  entre  guijas ,  el  sonido. 


CANTO   PRIMERO.  yS 

XXXVI. 

Y  creyéndose  entonces  no  seguida  *, 
Mas  de  Reinaldo  á  leguas  mil  segura, 
Allí  resuelve  reposar,  vencida 
Ya  del  calor  y  de  la  marcha  dura. 
Se  apea  entre  las  flores,  y  sin  brida 
Suelta  su  palafrén  á  la  pastura  : 
El  cual  va  errando  por  la  verde  orilla , 
Que  le  ofrece  su  fresca  hierbecilla. 

XXXVII. 

Ella  lindo  boscaje  ve  no  lejos 
De  albo  jazmín  y  de  encendida  rosa  ; 
Que,  de  la  linfa  pura  en  los  espejos, 
Mirando  están  su  lozanía  hermosa. 
Allí,  libre  del  sol  y  sus  reflejos  , 
En  la  quietud  de  calma  silenciosa  , 
Guarida  tal  se  labra  de  hoja  y  rama, 
Que  al  sosiego  dulcísimo  reclama. 

XXXVIII. 

Menuda  hierba  un  lecho  forma  dentro 
Que  á  gozarlo  al  que  llega  le  convida. 
La  bella  dama  cálase  en  su  centro  : 
Se  apaña  en  él  ,  y  en  él  queda  dormida. 
Mas  no  goza  harto  tiempo  el  dulce  encuentro; 
Que  un  rumor  la  despierta  pavorida. 
Alzase  presta  ,  y  ve  cómo  ha  llegado 
Al  pie  del  río  un  caballero  armado. 


74  ORLANDO   FURIOSO. 

XXXIX. 

Si  es  contrario  ó  amigo  no  comprende, 
Entre  esperanza  y  miedo,  su  flaqueza  ; 

Y  de  aquella  aventura  al  curso  atiende 
Sin  respirar,  sumida  en  su  tristeza. 

En  tanto  junto  al  río  aquél  se  tiende  : 
Apoya  sobre  un  brazo  su  cabeza  ; 

Y  en  un  pesar  tan  hondo  está  sumido, 
Que  parecía  en  piedra  convertido. 

XL. 

Más  de  una  hora  ya  pasado  había 
El  caballero  así,  baja  la  frente, 
Cuando  rompe,  con  eco  de  agonía, 
Su  pena  á  lamentar  tan  tristemente  , 
Que  á  una  piedra  su  acento  ablandaría 

Y  una  tigre  á  su  mal  fuera  clemente. 
Suspiraba  al  llorar,  y  un  arroyuelo 
Era  su  faz  :  su  pecho  un  Mongibelo. 

XLI. 

«Pensamiento,  que  el  alma  hiela  ó  arde 
(Decía),  y  de  pesar  me  roe  y  lima, 
¿Qué  puedo  hacer,  cuando  llegué  ya  tarde 

Y  otro  el  fruto  cogió  de  más  estima? 

I  Que  para   mí  palabras  sólo  guarde. 
Mientra  alguno  ha  cogido  mies  opima  ! 
Si  no  me  tocan  ¡ay  !  frutos  ni  flores, 
;  A  qué  sufrir  por  ella  estos  dolores? 


CANTO    PRIMERO. 


XLII. 

"La  virgencilla  es  símil  de  la  rosa 
Que,  en  el  jardín,  so  la  nativa  espina, 
Mientras  aislada  y  candida  reposa  , 
Rebaño  ni  pastor  se  le  avecina. 
Húmida  aurora  ,  y  aura  deliciosa  , 
La  tierra,  el  cielo  todo  á  ella  se  inclina  ; 
Y  el  pecho  ansian  adornar  ^on  ella 
El  mancebo  gentil,  la  dama  bella. 

XLin. 

"Mas  no  tan  pronto  del  materno  suelo 
Es  arrancado  y  roto  el  tallo  leve. 
Cuando  todo  favor  de  tierra  y  cielo 
Pierde,  y  su  aroma  y  su  belleza  en  breve. 
La  virgen  que  la  flor  que,  con  más  celo 
Que  á  su  hermosura  y  vida,  guardar  debe 
A  otro  deja  coger,  de  cien  amantes 
Pierde  el   amor  que  le  rendían  antes. 

XLIV. 

»De  otros  sea  en  desprecio;  mas  amada 
De  quien  la  dio  de  afectos  larga  copia. 
¡Oh  fortuna  cruel,  fortuna  airada, 
Ellos  vencen,  y  yo  muero  en  la  inopia! 
Mas  ¿  podrá  de  mi  alma  ser  lanzada  ? 
¿Podré  yo  echar  de  mí  mi  vida  propia? 
¡  Sea ,  pues,  ésta  ya  mi  hora  postrera  : 
Si  no  la  debo  amar,  mil  veces  muera....» 


76  ORLANDO   FURIOSO. 

XLV. 

Si  el  que  así,  junto  al  río,  triste  y  laso , 
Se  adolora  con  eco  semejante 
Me  preguntan  quién  es,  que  el  rey  Circaso 
Diré,  y  de  amor  maltrecho.  Sacripante  : 

Y  añadiré,  que  de  su  triste  caso 

Es  causa  prima  y  sola  el  ser  amante  : 
Amante,  cual  los  otros,  déla  hermosa 
Que  le  conoce  y  oye  silenciosa. 

XLVI. 

Adonde  muere  el  sol  viene  arrastrado. 
De  inmenso  amor,  desde  el  remoto  Oriente  ; 
Que  en  India  supo,  con  dolor  sobrado, 
Que  ella  á  Orlando  siguiera  hasta  Poniente; 

Y  que,  después  en  Francia,  secuestrado 
Carlos  la  había  á  la  amorosa  gente, 

Y  la  guardaba  al  que  mayor  decoro 
Diera  y  más  glorias  á  las  lises  de  oro. 

XLVII. 

Él  visto  había  el  campo  y  la  derrota 
Que  el  Franco  Emperador  antes  sufriera. 
Buscó  á  Angélica  en  prado  y  selva  ignota , 
Sin  que  su  huella  descubrir  pudiera  ; 

Y  es  este  el  triste  afán  que   le  alborota 

Y  rasga  el  corazón  con  punta  fiera, 

Y  hace  tan  dulce  y  flébil  su  discurso, 
Que  bastara  á  parar  del  sol  el  curso. 


CANTO    PRIMERO.  77 

XLVIII. 

Mientras  así  se  aflige  dolorido  , 

Y  tibia  fuente  de  sus  ojos  hace, 

Y  otras  palabras  y  ayes  ha  vertido, 

Que  ocioso  juzgo  que  mi  pluma  os  trace  ;  , 

Contárselas  de  Angélica  al  oído 

A  su  fortuna  venturosa  place  , 

Ganando  en  breve  punto,  en  un  momento. 

Lo  que  nunca  alcanzara  en  años  ciento. 

XLIX. 

Con  cuidado  la  bella  dama  atiende 
Á  la  expresión,  al  llanto,  á  la  agonía 
Del  que  nunca  de  amarla  se  desprende. 
Ni  por  primera  vez  le  oye  este  día  : 
Mas  ella  á  la  piedad  jamás  desciende, 
Insensible  cual  dura  piedra  fría  ; 
Porque  desprecia  al  orbe,  y  es  su  signo 
No  hallar  nadie  en  la  tierra  de  ella  digno. 

.L. 
Ora  al  verse  allí  sola  en  selva  umbría, 
Piensa  que  apoyo  en  él  se  le  apareja  ; 
Que  es  bien  tenaz  quien  sigue  en  su  porfía 
Cuando  hasta  el  cuello  el  agua  ya  le  aqueja. 
Juzga  que  no  ha  de  hallar  más  dócil  guía 
Si  esta  ocasión  propicia  pasar  deja  ; 
Que  había  en  trances  mil  probado  antes 
Que  era  el  más  firme  aquel  de  sus  amantes. 


78  ORLANDO   FURIOSO. 

LI. 

Mas  no  por  eso  su  tormento  extraño 
Se  propone  aliviar  la  esquiva  dama, 
Ni  menos  compensarle  tanto  daño 
Con  el  piacer  que  busca  el  que  bien  ama. 
Sólo  alguna  ficción  ,  algún  engaño 
A  modo  de  esperanza  urdirle  trama, 
Que  aunque  sirva  á  salvarla  de  su  apuro, 
Al  martirio  después  le  vuelva  duro. 

LII. 

Así,  saliendo  del  boscaje  amigo  , 
De  pronto  hace  de  sí  gallarda  muestra , 
Cual  salir  suelen  de  su  hojoso  abrigo 
Diana  ó  Venus   en   mudanza  diestra  : 

Y  dice  :  «Que  la  paz  sea  contigo  ; 
Contigo  salve   Dios  la  fama  nuestra; 

Y  no  pienses  que  altiva  tenga  á  gala 
Que  de  mí  guardes  opinión  tan  mala.» 

Lili. 

No  con  tanto  estupor  ni  gozo  tanto 
Ve  madre  alguna  al  hijo,  que  por  muerto 
Lloró  infeliz  con  incansable  llanto. 
Viendo  sin  él  volver  la  nave  al  puerto  ; 
Con  cuanto  asombro  el  amador,  con  cuanto 
Gozo,  entre  el  miedo  y  la  verdad  incierto. 
Vio  la  divina  faz  en  dulce  risa, 
Presentarse  á  sus  ojos  improvisa. 


CANTO    PRIMERO.  79 

LIV. 

De  dulcísimo  amor  el  seno  henchido  , 
Corrió  á  su  dama  Angélica  ,  á  su  diosa, 
Que  el  pecho  varonil  al  suyo  ha  unido, 
(Que  no  hiciera  en  Catay  nunca  tal  cosa.) 
Al  patrio  reino  :  á  su  materno  nido 
Que  éste  la  ha  de  llevar  juzga  la  hermosa; 

Y  á  pruebas  tan  insólitas  se  lanza, 

De  encontrarse  en  su  hogar  con  la  esperanza. 

LV. 

Ella  cuenta  le  da  desde  que,  ausente 
Por  orden  suya,  con   bondad  se  allana 
A  partir  por  socorros,  al  Oriente, 
Del  rey  de  Sabatea  y  Sericana  "  ; 

Y  de  que  Orlando  la  salvó  frecuente 
Vida  y  honor,  y  de  que  guarda  sana 
Su  pura  virgen  flor,  cual  la  tenía 
Cuando  del  claustro  maternal  salía. 

LVI. 

Y  acaso  era  verdad  :  mas  no  creíble 
A  quien  de  sus  sentidos  dueño  fuere  : 
Mas  parecióle  á  él  cosa  posible , 
Que  entre  errores  más  graves  vive  y  muere. 
Lo  que  ve  el  hombre,  amor  le  hace  invisible, 

Y  lo  invisible  ve,  si  amor  lo  quiere. 
Esto  en  Hn  fué  creído,  que  nos  place 
Crédito  dar  á  lo  que  bien  nos  hace. 


8o  ORLANDO    FURIOSO. 

LVII. 

«Si  ya  no  supo  el  paladín  de  Anglante 
El  buen  tiempo  lograr  por  su  flaqueza  , 
El  daño  él  sufrirá,  que  en  adelante 
No  le  ha  de  dar  fortuna  esa  belleza 
(En  su  interior  decía  Sacripante)  : 
Ni  ha  de  ser  que,  imitando  su  simpleza, 
Yo,  tan  gran  bien,  como  me  otorgan  deje, 

Y  de  mi  propio  obrar  luego  me  queje, 

LVIII. 

«Coger  sabré  la  matutina  rosa. 
Que,  con  tardar,  perder  sazón  podría. 
Sé  que  á  dama  no  puede  hacerse  cosa 
Más  dulce  y  suave,  y  de  mayor  vah'a. 
Aunque  esquiva  se  muestre  y  desdeñosa, 

Y  aparente  que  llora  y  se  desvía , 
No  por  repulsa  ni  desdén  mostrado. 
Mi  anhelo  dejaré  de  ver  colmado.» 

LIX. 

Así  dice,  y  en  tanto  que  se  lanza 
Al  dulce  asalto  que  su  amor  corona, 
Cerca  escucha  sonar  rumor  que  avanza  , 

Y  su  intento  mal  grado  él  abandona. 
Pénese  el  yelmo;  que  es  su  antigua  usanza 
Siempre  llevar  armada  la  persona  : 

A  poner  brida  á  su  caballo  acude  ; 
La  silla  oprime,  y  el  lanzón  sacude. 


CANTO   PRIMERO.  8 I 


LX. 

Llegando  en  tanto  va  por  el  boscaje 
Guerrero  de  apostura  noble  y  fiera  : 
Es  como  nieve  candido  su  traje, 

Y  un  blanco  pendoncillo  su  cimera. 
El  Circasiano  que  el  molesto  viaje 
Soporta  mal  que  su  proyecto  altera , 

Y  su  próximo  bien  trueca  en  enojos, 
Feroz  le  mira  con  ardientes  ojos. 

LXI. 

Y  ya  cerca  ,  le  increpa  y  desafía  , 

Y  eré  que  fácil  del  arzón  le  abate. 
El  otro,  que  menor  no  se  creía, 
Gomo  á  probarlo  va,  corre  al  combate  ; 
No  el  vano  amenazar  pone  á  porfía  ; 
La  lanza  en  ristra ,  apura  el  acicate. 
Pasa  el  Gircaso  :  pero  vuelve  ardiente, 

Y  se  arrojan  á  herirse  frente  á  frente. 

LXIL 

No  toros  encelados,  ni  leones, 
Gon  cuerno  ó  garra  embístense  tan  crudos, 
Gomo  al  asalto  corren  los  campeones, 
Que  á  la  par  se  atarazan  los  escudos. 
Del  gran  choque  retumban  con  los  sones 
Altos  bosques  y  páramos  desnudos  ; 

Y  gracias  que  guardar  puedan  los  pechos 
Los  arneses  á  fuertes  pruebas  hechos. 

TOMO   I.  6 


82  ORLANDO  FURIOSO. 

LXIII. 

Los  caballos  no  mueven  ya  la  planta, 
Tópanse  sólo  á  guisa  de  cabríos. 
El  del  pagano  cae  en  lucha  tanta , 
Aunque  era  de  valientes  poderíos  : 
Cae  el  otro  también  :  mas  se  levanta 
De  la  espuela  al  sentir  los  duros  bríos. 
Aquél  ha  muerto,  y  por  mayor  trabajo 
El  sarraceno  Rey  queda  debajo. 

LXIV. 

El  ignoto  campeón  ,  que  está  derecho, 

Y  al  otro  ve  con  el  caballo  en  tierra  , 
Juzga  que  en  esa  lid  bastante  ha  hecho, 

Y  más  no  quiere  renovar  la  guerra  : 
Por  do  el  camino  va  menos  estrecho 
A  toda  brida  por  el  bosque  cierra  ; 

Y  antes  que  suelto  al  fin  quede  el  pagano, 
De  allí  casi  una  milla  está  lejano. 

LXV. 

Como  pobre  arador,  ciego,  aturdido 
Se  levanta,  pasada  la  agonía. 
Del  sitio  do  el  fulmíneo  horror  tendido 
Junto  á  sus  muertos  bueyes  le  iciiía  ; 
Que  mira  escueto  y  su  esplendor  perdido 
El  pino  que  de  lejos  ver  solía, 
Tal  peón  se  levanta  ya  el  Circaso, 
Angélica  presente  al  duro  caso. 


CANTO   PRIMERO.  83 

LXVI. 

Gime  y  suspira,  y  no  porque  se  cuida 
De  roto  brazo  ó  pie  del  cuerpo  opreso  : 
Mas  sólo  del  rubor  con  que  en  la  vida 
Fué  empañado  su  honor,  antes  ileso; 

Y  que  aún  le  acrece  el  ser  dama  pulida 
Quien  de  encima  además  le  quita  el  peso. 
Mudo  quedara  allí ,  si  ella  no  fuera 
Quien  la  voz  y  palabra  le  volviera. 

LXVII. 

«Señor  (le  dijo),  no  de  la  caída 
Os  apenéis,  que  no  es  la  culpa  vuestra  : 
Fué  del  corcel ,  que  de  ánimo  y  comida 
Necesitaba  más  que  de  palestra. 
Ni  ensalzar  cabe  al  otro  la  partida. 
Pues  ser  el  que  la  pierde  bien  demuestra  , 
A  mi  corto  entender,  aquel  guerrero. 
Cuando  á  dejar  el  campo  fué  el  primero.» 

LXVIII. 
Mientras  así  conforto  da  al  mezquino  , 
He  aquí  que,  con  el  cuerno  y  bolsa  al  flanco 
A  un  correo  se  ve  laso  y  mohíno 
Sobre  un  rocín  venir  á  flojo  tranco  ; 
El  cual ,  cuando  al  Circaso  fué  vecino  , 
Le  preguntó  si,  con  escudo  en  blanco  » 

Y  pendoncillo  candido  en  la  testa, 
Vio  un  guerrero  pasar  por  la  floresta. 


84  ORLANDO  FURIOSO. 

LXIX. 

Y  el  Rey  le  dijo  :  «  Como  ves ,  tendido 
Me  deja,  y  ahora  mismo  de  aquí  parte. 
Dime  su  nombre  tú  :  yo  te  lo  pido  , 
Por  saber  quién  me  ha  puesto  de  tal  arte.» 

Y  él  respondió  :  «De  aquel  que  has  combatido 
Razón  pronta  y  cumplida  puedo  darte. 
Sabe  que  quien  tus  armas  atropella 

Es  el  alto  valor  de  una  doncella. 

LXX. 

»Es  grande  su  beldad,  su  talle  esbelto, 

Y  famoso  su  nombre  sin  segundo  : 

Es  Bradamante  la  que  en  pena  lia  vuelto 
Cuanta  gloria  adquiristes   en  el  mundo.» 
Esto  dice,  y  escapa  á  freno  suelto, 

Y  deja  al  Sarracín  no  muy  jocundo; 
Que  no  sabe  qué  diga  ni  qué  haga , 

Y  odio  y  vergüenza  por  su  frente  vaga. 

LXXI. 

Después  que  largo  tiempo  en  su  fracaso 
Piensa  y  medita,  encuentra  finalmente 
Que  una  mujer  le  trujo  al  triste  caso, 

Y  cuanto  piensa  más,  más  dolor  siente. 
Monta  el  otro  caballo,  mudo  y  laso, 

Y  á  Angélica   después,    calladamcnic, 
La  toma  á  grupa,  y  á  ocasión  más  leda 

Y  más  tranquila  su  ventura  queda. 


CANTO   PRIMERO.  85 


LXXII. 

No  dos  millas  corrieran  de  esa  suerte , 
Cuando  la  selva  ,  que  los  ciñe  en  torno, 
Suena  y  anuncia  con  tronido  fuerte 
De  las  ramas  y  troncos  el  trastorno; 

Y  un  gran  corcel  después  venir  se  advierte  , 
Con  áureo  paramento  y  rico  adorno, 

Que  arroyos,  matas  y  árboles  saltando, 
Lo  que  no  rompe  y  troncha  va  arrastrando. 

LXXIII. 

uSi  el  ramaje  intrincado  y  la  neblina 
iDijo  la  dama)  verlo  no  me  impide  , 
Bayardo  es  el  corcel  que  se  avecina 

Y  con  tanto  fragor  la  selva  mide. 

Le  conozco  :  es  Bayardo;  y  pues  domina 
La  actual  necesidad  que  así  lo  pide , 
Que  un  caballo  á  los  dos  mal  nos  conviene  , 
En  soberbia  ocasión  éste  nos  viene.» 

LXXIV. 

Se  apea  Sacripante,  y  ya  se  apresta 
Á  tomar  del  corcel  seguro  el  freno. 
Cuando  aquél  con  la  grupa  le  contesta  , 
Veloz  girando  en  el  menor  terreno. 
Mas  no  alcanza  do  el  callo  el  golpe  asesta  : 
¡Infeliz  si  le  diera  en  él  de  lleno! 
Que  su  callo  firmeza  tal  tenía, 
Que  un  monte  de  metal  rompido  habría. 


86  ORLANDO   FURIOSO. 

LXXV. 

Luego  se  va  mansito  á  la  doncella  , 
En  acto  humilde  y  gesto  casi  humano, 
Como  perro  que  al  dueño  lame  y  huella, 
Que  dos  días  ó  tres  pasó  lejano; 
Porque  Bayardo  bien  conoce  á  aquella  , 
Pues  comía  en  Albranca  de  su  mano, 
Cuando  al  Reinaldo,  que  hoy  detesta,  amaba  , 

Y  él,  hoy  amante,  atroz  la  desdeñaba. 

LXXVI. 

Ella  con  la  siniestra  el  freno  pilla, 
Con  la  diestra  le  palpa  el  cuello  y  pecho, 

Y  el  corcel,  que  es  de  instinto  maravilla  , 
Cordero  manso  y  dócil  se  le  ha  hecho. 
Atento  á  la  ocasión ,  salta  á  la  silla 

El  Circaso,  y  le  oprime  y  tiene  estrecho. 
De  la  grupa  es  la  alfana  ya  aliviada, 
Porque  al  arzón  la  dama  se  traslada. 

LXXVI  I. 

Después  la  vista  dilatando,  mira 
Venir,  armas  sonando,  á  un  gran  peón  ; 

Y  de  alto  enojo  enciéndese  y  de  ira 

Que  en  él  conoce  al  bravo  hijo  de  Amón  '". 
Por  ella  el  buen  Reinaldo  arde  y  suspira  , 

Y  ella  le  huye  como  garza  á  halcón. 

Él  un  tiempo  la  odió  como  á  la  muerte  : 
Ella  le  amó,  y  hoy  cambiase  la  suerte. 


CANTO    PRIMERO.  87 

LXXVIII. 

Y  causa  de  esto  han  sido  dos  fontanas, 
Que  vierten  en  Ardeñas  sus  humores, 
Diversas  en  su  acción  mas  no  lejanas  : 
Una  de  amor  enciende  los  ardores  ; 
Quien  de  las  otras  aguas  bebe  insanas  , 
Cambia  en  desdén  y  en  hielo  sus  amores 
De  ésta  bebió  la  hermosa,  y  le  odia  y  huye  : 
Él  de  aquélla,  y  amor  le  arde  y  destruye. 

LXXIX. 

De  un  oculto  veneno  el  agua  mixta. 
Que  en  odio  trueca  la  mayor  ternura  , 
Hace  que  tiemble  Angélica  á  tal  vista, 
De  sus  ojos  nublada  la  luz  pura  ; 

Y  en  doliente  ademán ,  con  voz  que  atrista , 
Á  Sacripante  ruega  y  le  conjura 

Que  no  más  tiempo  al  paladín  se  aguarde, 

Y  la  fuga  con  ella  no  retarde. 

LXXX. 

«¿Conque  juzgáis  mi  apoyo  tan  liviano? 
¿Conque  tan  poco  soy  (él  la  responde), 
Que  para  defenderos  del  cristiano 
El  esfuerzo  que  tenga  se  os  esconde? 
¿El  recuerdo  de  Albranca  tan  lejano 
Está  de  vos?  ¿La  noche,  el  sitio  donde 
Contra  Agricán  y  el  campo  todo,  escudo 
Fui  de  vuestra  salud  solo  y  desnudo?» 


ORLANDO    FURIOSO. 


LXXXI. 

Ella  calla  yen  dudas  se  embaraza, 
Pues  Reinaldo  á  llegar  breve  se  apronta , 

Y  al  Circaso,  aun  de  lejos,  amenaza, 
Pues  le  conoce  y  al  corcel  que  monta  ; 

Y  de  aquella  que  el  pecho  le  ataraza 
Mira  la  faz,  por  quien  la  muerte  afronta. 
Mas  para  el  canto  qu-e  prosigue  queda 
Lo  que  después  entre  los  dos  suceda. 


ORLANDO  FURIOSO. 


ARGUMENTO  DEL  CANTO  SEGUNDO. 


Á  gran  lucha  Reinaldo  á  Sacripante 
Por  su  corcel  y  por  su  dama  lleva. 
Un  eremita  viejo  Nigromante 
Separa  á  entrambos  con  astuta  prueba. 
Va  el  paladín  á  Carlos  imperante  : 
Mas  éste  otra  misión  le  encarga  nueva. 
Bradamante  á  su  bien  busca  atrevida. 
Y  en  riesgo  Pinabel  pone  su  vida. 


ORLANDO   FURIOSO 


CANTO  SEGUNDO. 


I. 


Injustísimo  Amor,  ¿por  qué  tan  raro 
Repartes  tu  favor  entre  tus  fieles, 

Y  el  que  se  correspondan  no  te  es  caro, 

Y  en  el  discorde  amar  gozarte  sueles? 
Ir  no  dejas  al  vado  fácil,  claro, 

Y  al  fondo  oscuro  y  ciego  nos  impeles  : 
Odiar  nos  haces  del  objeto  amado, 

Y  que  aquel  que  nos  ama  sea  odiado. 

II. 

Angélica  á  Reinaldo  se  presenta 
Hoy  celestial,  y  en  su  beldad  se  halaga, 

Y  ayer  la  odió  con  repulsión  violenta  : 
Ella  entonces  le  amó,  y  hoy  le  es  aciaga 
Hasta  la  vista  suya  y  la  atormenta, 

Y  el  uno  al  otro  así  su  agravio  paga  : 
Mas  de  Angélica  el  odio  es  de  tal  suerte. 
Que  antes  que  suya  ser,  quiere  la  muerte. 


yS  ORLANDO   FURIOSO. 

III. 

Con  orgullo,  Reinaldo  al  rey  impío 
Gritó  :  «Ladrón,  de  mi  corcel  te  apea; 
Que  ceder  no  acostumbro  lo  que  es  mío, 

Y  le  sé  caro  hacer  al  que  lo  idea. 

Á  esa  hermosa,  además,  cogerte  ansio, 
Que  sería  el  dejártela  acción  fea  ; 

Y  que  quite  á  un  ladrón  es  justa  cosa 
Corcel  tan   noble,   dama  tan  hermosa.» 

IV. 

«En  llamarme  ladrón  tu  lengua  miente 
¡Aún  más  soberbio  ,  el   Circasiano  brama) 
Á  ti  con  más  verdad  ,  fuera  corriente 
Llamarte,  cual  anuncia  ya  tu  fama; 

Y  ora  va  á  hacerse  entre  los  dos  patente 
Quién  merezca  mejor  corcel  y  dama; 
Aunque,  contigo  estoy,  respecto  de  ella; 
Que  no  hay  mujer  más  pura  ni  más  bella.' 

V. 

Como  sueles  dos  canes  ver  potentes, 
De  envidia,  ó  celos,  ó  rencor  llevados, 
Irse  acercando,  al  rechinar  de  dientes. 
Ronco  el  gruñir,  los  pelos  erizados, 

Y  chispas  por  la  vista  echando  ardientes 
Arrojarse  á  morderse  disparados; 

Así  al  gesto,  y  al  grito  y  los  baldones, 
Á  las  espadas  van  los  dos  campeones. 


CANTO    SEGUNDO.  gì 

VI. 

Uno  está  á  pie ,  y  el  otro  caballero; 
¿Quién  pensáis  que  en  la  lucha  se  aventaje? 
Ni  éste  ni  aquél;  pues  el  infiel  guerrero 
Vale  así  menos  que  inexperto  paje; 
Que  el  corcel,  por  instinto  noble  y  fiero, 
No  quiere  á  su  señor  hacerle  ultraje; 
Y  ni  á  espuela  ni  acción  puede  el  Circaso, 
Llevarle  á  dar  contra  Reinaldo  un  paso. 

VII. 

Cuando  quiere  impelerle,  él  se  detiene; 
Cuando  pararle,  arranca  de  escapada; 
Ya  la  frente  en  el  pecho  á  meter  viene , 
Ya  cocea  ó  se  pone  á  la  empinada  : 
Viendo  el  Circaso  que  lugar  no  tiene 
De  domar  á  la  bestia  desmandada, 
Lleva  al  arzón  la  mano,  y  va  de  un  vuelo 
A  pisar  por  la  izquierda  el  duro  suelo. 

VIII. 

Así  que  el  salto  al  Circasiano  amante 
Libertó  de  la  furia  de  Bayardo, 
Vióse  empezar  aquella  lid  gigante, 
Entre  uno  y  otro  campeador  gallardo  : 
Sube  y  baja  la  espada  centellante. 
De  Vulcano  el  martillo  era  más  tardo 
En  la  caverna  humosa  y  fragua  ardiente, 
Do  forja  el  rayo  á  Júpiter  potente. 


94  ORLANDO    FURIOSO. 

IX. 

Con  finta  ,  con  pasar  ó  á  fondo  echarse, 
Bien  prueban  ser  maestros  en  el  juego. 
Ora  los  ves  erguirse,  ora  bajarse  : 
Parar  firme ,  tenderse  á  golpe  ciego  : 
Ir  ganando  terreno,  ó  retirarse  : 
Fingirse  descubrir,  y  acudir  luego  : 
Girar  cercando,  y  donde  el  uno  cede. 
Poner  el  otro  el  pie  que  mejor  puede. 

X. 

Ve  aquí  que  con  la  espada  en  alto,  ansioso 
Reinaldo,  del  Circaso  el  frente  llena  : 
Él  presenta  su  escudo,  que  era  de  oso,^ 
Con  plancha  de  metal  templada  y  buena  : 
Traspásalo  Fusberta  ',  aunque  famoso  : 
El  monte  enderredor  tiembla  y  resuena  : 
Sallan  de  acero  y  piel  más  de  un  pedazo, 
Y  queda  al  sarraceno  muerto  el  brazo. 

XI. 

En  cuanto  ve  la  tímida  doncella 
El  golpe  que  produce  tanta  ruina. 
Tiembla  y  pierde  el  color  de  la  faz  bella. 
Cual  reo  que  al  cadalso  se  avecina  ; 
Piensa  que  si  el  huir  retarda  ella , 
Ya  presa  de  Reinaldo  á  ser  camina  : 
De  aquel  Reinaldo  que  aborrece  ahora. 
Cuanto  el  tristemente  ya  la  adora. 


CANTO   SEGUNDO.  gS 


XII. 

Tuerce  el  caballo,  y  á  la  selva  huyendo , 
Le  impele  por  oscura  estrecha  calle, 
Muchas  veces  la  frente  atrás  volviendo, 
Que  imagina  que  atrás  Reinaldo  se  halle. 
Mas  no  mucho  camino  fué  corriendo, 
Cuando  á  un  viejo  ermitaño  vio  en  un  valle, 
Al  cual  la  barba  al  pecho  le  bajaba  , 

Y  venerando  aspecto  demostraba. 

XIII. 

Por  los  años  y  ayuno  enflaquecido, 
Sobre  un  mal  pollinejo  el  cuerpo  posa; 
Parece  que  otro  alguno  nunca  ha  habido 
De  más  recta  conciencia  escrupulosa. 
De  la  dama,  que  al  paso  le  ha  caído. 
En  cuanto  ve  la  dulce  faz  hermosa, 
Aunque  achacoso  y  débil  de  aquel  modo , 
Siente  de  caridad  arderse  todo. 

XIV. 

Pregunta  al  hermanuco  ella  la  vía 
Que  la  conduzca  á  la  marina  playa  , 
Que  de  Francia  salir,  y  and¿ir  quería 
A  do  más  lejos  de  Reinaldo  vaya. 
El,  que  de  nigromancia  harto  sabía. 
Conforto  dar  á  la  doncella  ensaya , 

Y  sacarla  del  riesgo  la  promete, 

Y  la  mano  en  un  bolso  suyo  mete. 


96  ORLANDO   FURIOSO. 

XV. 

Saca  un  libro  que  gran  valer  augura , 
Pues  que  no  bien  leyó  la  primer  hoja , 
Sale  un  diablo,  de  paje  en  la  figura, 
Sumiso  á  lo  que  al  fraile  se  le  antoja  ; 

Y  obediente  del  libro  á  la  escritura, 
Va  donde  el  fuerte  par  la  lid  no  afloja. 
Allí  á  los  dos  encuentra  en  pugna  estrecha  , 

Y  con  audacia  suma ,  en  medio  se  echa. 

XVI. 

«Perdonadme  (les  dijo)  si  os  demando 
¿Dónde  de  este  valor  el  fruto  se  halla? 
Si  el  uno  mata  al  otro,  así  peleando, 
¿Qué  premio  va  á  sacar  de  esta  batalla? 
Cuando,  sin  riesgo  ni  fatiga.  Orlando, 
Sin  siquiera  haber  roto  ni  una  malla, 
Hacia  París  á  la  doncella  guía, 
¿Á  qué  conduce  vuestra  lucha  impía? 

XVII. 

«Deaquíuna  corta  milla,  áOrlandohevisto 
Que  á  París  con  Angélica  camina  : 
De  vosotros  burlándose  va  listo, 
Que  sin  fruto  os  causáis  estrago  y  ruina. 
¿No  sería  un  obrar  mejor  previsto, 
Pues  cerca  va ,  seguir  á  la  mezquina , 
Que  no  dejar  al  Conde  que  os  insulte 

Y  en  París  se  la  guarde  y  os  la  oculte?» 


CANTO    SEGUNDO.  97 


XVIII. 

Hubierais  visto  á  entrambos  perturbarse 
A  tal  anuncio  ;  y  tristes ,  asustados , 
Atónita  la  mente,  lamentarse 
De  verse  así  por  el  rival  burlados  ; 

Y  á  Reinaldo  al  caballo  encaminarse, 
Con  voces  y  suspiros  abrasados, 
Jurando,  si  halla  al  Conde,  con  despecho  , 
Que  ha  de  sacarle  el  corazón  del  pecho. 

XIX. 

Y  al  caballo,  que  aguarda,  le  bendice, 

Y  monta  en  él ,  y  rápido  galopa, 

Y  no  la  grupa  ofrece,  ni  aun  le  dice 
Adiós  al  Rey ,  y  vuela  viento  en  popa  ; 
Huella  y  rompe   Bayardo   (ya   felice) 
Cuanta  maleza,  y  tronco,  y  ramas  topa  : 
Ni  pueden  ríos,  árboles,  ni  fosos 

Del  bruto  detener  los  pies  famosos. 

XX. 

No  quiero  que  extrañéis  si  así  tan  llano 
El  ardiente  corcel  Reinaldo  pilla, 
Al  que  ya  varios  días  siguió  en  vano, 
Sin  poderle  atrapar  rienda  ni  silla. 
El  animal,  que  instinto  tiene  humano, 
No  por  vicio  llevóle  tanta  milla  : 
Hízolo  así,  porque  halle  venturoso 
La  dama  por  quien  le  oye  suspiroso. 

TOMO  1.  7 


98  ORLANDO    FURIOSO. 

XXI. 

Cuando  ella  huyó  del  pabellón  ,  la  vido , 

Y  detrás  de  la  hermosa  echó  ligero , 
Que,  sin  su  dueño,  estaba,  guarnecido; 
Pues  se  había  apeado  el  caballero, 

Á  combatir  con  otro,  allí  venido, 
Que  no  era  en  lides  inferior  guerrero. 
Á  distancia  después  siguió  á  la  dama, 
Por  darla  á  su  señor,  que  tanto  la  ama. 

XXH. 

Delante  huyendo,  enséñale  el  camino, 
No  queriendo  dejar  que  le  montase 
Porque  no  le  llevara  á  otro  destino. 
El  hizo  que  dos  veces  encontrase 
A  la  hermosa  el  amante  paladino, 

Y  del  fuera,  si  al  fin  no  le  estorbase. 
Como  ya  os  dije  ,  Ferraud  primero  , 

Y  después  de  Circasia  el  caballero. 

XXIII. 

Ora  al  falaz,  de  quien  Reinaldo  tuvo 
Las  falsas  nuevas  de  la  que  es  su  vida, 
También  creyó  Bayardo,  y  quieto  estuvo, 

Y  ya  manso  á  la  diestra  conocida; 

Y  el  paladín,  que  tan  turbado  anduvo. 
Hacia  París  le  lanza  á  toda  brida; 

Y  va  con  tal  deseo,  que   por  lento 
Tendría,  no  un  caballo,  sino  el  viento. 


CANTO    SEGUNDO.  99 


XXIV. 

La  noche  apenas  á  parar  se  allana, 
Ansiando  estar  con  el  señor  de  Anglante; 
¡Tanto  ha  creído  en  la  mentira  insana 
Del  nuncio  del  perverso  nigromante! 

Y  corre  tan  veloz  tarde  y  mañana, 
Que  ve  la  tierra  aparecer  delante 
Donde  ordena  el  rey  Carlos  que  se  aloje 
Su  destrozada  hueste  que  recoge. 

XXV. 

Y  como  de  Agramante  la  batalla 

Y  asedio  espera,  de  juntar  se  cura 
Buena  gente ,  y  aprestos  de  vitualla, 

Y  abre  zanjas  y  fosos ,  y  procura 
Reforzar  con  más  obras  la  muralla; 

Y  aprovechando  el  tiempo,  se  apresura 
A  mandar  á  Inglaterra  por  peones. 

Con  que  añada  otra  hueste  á  sus  legiones  ; 

XXVI. 

Pues  salir  otra  vez  quiere  á  campaña , 

Y  retentar  la  suerte  de  la  guerra. 

A  Reinaldo  le  ordena  ir  á  Bretaña  : 
A  Bretaña,  que  hoy  dícese  Inglaterra. 
Tal  viaje  al  paladín  ,  mucho  le  daña  ; 

Y  no  porque  desame  aquella  tierra. 

Mas  porque  ha  de  emprenderlo  en  el  instante, 

Y  ni  un  día  concede  al  triste  amante. 


ORLANDO  FURIOSO, 


XXVII. 

Nunca  hasta  aquí  Reinaldo  sintió  cosa 
Que  le  pesara  más,  pues  le  apartaba 
De  ir  buscando  las  huellas  de  la  hermosa 
Que  el  triste  corazón  le  destrozaba. 
Mas  de  Carlos  también,  aunque  costosa, 
Atento  á  la  obediencia,  ya  marchaba 
Al  puerto  de  Calais,  donde  hallóse 
El  mismo  día ,  y  súbito  embarcóse. 

XXVIII. 

Contra  toda  opinión  del  gremio  entero. 
Por  el  afán  que  de  volver  tenía. 
Entró  en  el  golfo  que  sonante  y  fiero 
Amenazar  borrasca  parecía. 
El  viento  se  indignó,  del  altanero 
Viéndose  despreciar,  su  acción  bravia 
Sublevó  en  torno  el  mar,  con  tanta  rabia, 
Que  le  impelió  á  subir  hasta  la  gavia. 

XXIX. 

Las  grandes  lonas  piega  en  el  instante 
El  marinero  experto,  y  ya  dar  vuelta 
Al  mismo  puerto  quiere,  aun  no  distante, 
De  do,  en  mal  hora ,  al  aire  el  lienzo  suelta. 
"No  ha  de  ser  (dice  el  viento)  que  yo  aguante 
De  ese  bajel  audacia  tan  resucita.» 
Y  el  naufragio  le  intima,  y  sopla  y  ruge. 
Si  va  á  más  sitios  que  adonde  él  le  empuje. 


CANTO   SEGUNDO.  lOI 

XXX. 

Y  ora  á  popa,  ora  á  proa,  hundirle  anhela, 

Y  no  calma  un  momento  ,  y  va  creciendo  ; 

Y  el  barco  aquí  y  allí ,  con  pobre  vela  , 
Por  alta  mar,  sin  rumbo  va  corriendo. 
Mas  como  vario  hilo  á  varia  tela 

He  de  aplicar  (que  tantas  voy  tejiendo). 
Dejo  á  Reinaldo  y  su  bajel  fluctuante, 

Y  á  hablar  voy  de  su  cara  Bradamante. 

XXXI. 

Hablo  de  la  perínclita  doncella  * 
Por  quien  el  rey  Circaso  en  tierra  yace; 
Que  del  digno  señor  hermana  bella. 
De  Beatriz  y  del  duque  de  Amón  nace. 
El  gran  valor  y  el  alto  esfuerzo  de  ella 
A  Carlos  y  á  la  Francia  entera  place; 
Que  no  ven  que  la  iguale  en  fuerza  y  brío, 
Sino  del  buen  Reinaldo  el  poderío. 

XXXII. 

La  dama  amada  fué  de  un  caballero 
Que  de  África  llegó  con  Agramante, 
Que  tuvo  de  la  sangre  de  Rugiero 
La  despechada  hija  de  Agolante  K 
Ella,  que  de  león  ó  tigre  fiero 
No  nació,  corresponde  á  tal  amante  ; 
Aunque  de  hablarse  y  verse  sólo  una 
Ocasión  les  ha  dado  la  fortuna. 


ORLANDO    FURIOSO. 


XXXIII. 

En  busca  de  Rugiero  mueve  el  paso 
(Lleva  el  amado  el  nombre  de  su  padre  i, 

Y  va  sola ,  y  parece  que  al  acaso , 

Mejor  que  con  cien  guardas  ,  ir  le  cuadre. 
Con  uso  tal,  así  que  hizo  al  Circaso 
Besar  la  cara  de  la  antigua  madre  , 
Pasó  un  monte  y  un  bosque,  y,  finalmente, 
Al  pie  llegó  de  cristalina  fuente. 

XXXIV. 

Esta  vierte  sus  aguas  por  un  prado 
Donde  á  soberbios  árboles  da  vida, 

Y  al  caminante  con  su  dulce  agrado, 
Con  su  linfa  y  su  sombra  le  convida. 
Un  verde  montecillo,  al  diestro  lado, 
Del  sol  ardiente  defenderle  cuida. 
Aquí,  cuando  la  bella  joven  entra, 

A  un  caballero  en  lo  interior  encuentra. 

XXXV. 

Junto  al  agua,  que  el  prado  fresca  hiende, 
Sobrelecho  de  flores  mil  pintado. 
Bajo  un  árbol  que  allí  sus  ramas  tiende, 
Triste  y  solo,  pensando  está  sentado. 
Cerca  el  escudo   con   el  yelmo,  pende 
Del  tronco  á  que  el  caballo  tiene  atado. 
Baña  el  llanto  su  faz  que  al  suelo  mira, 

Y  acongojado,  de  dolor  suspira. 


CANTO   SEGUNDO.  Io3 


XXXVI. 

Ese  afán  de  saber  la  suerte  ajena  , 
Que  en  todo  pecho  humano  vive  y  clama, 
Hizo  que  al  caballero ,  de  su  pena , 
Pidiese  explicación  la  ilustre  dama: 
Él  se  la  ofrece  detallada  y  plena, 
Que  el  cortés  modo  su  confianza  llama , 
Y  el  noble  aspecto,  que,  al  juzgar  primero, 
Le  pareció  de  un  ínclito  guerrero. 

XXXVII. 

Y  comenzó:  «Señor,  yo  comandaba 
Jinetes  y  peones ,  y  venía 
Al  campo,  en  que  el  Rey  Carlos  esperaba 
A  Marsilio  ♦,  y  reparos  le  oponía. 
A  una  joven  conmigo  yo  llevaba 
Por  cuyo   amor  mi  corazón   ardía, 
Cuando  junto  á  Rodona  hallé  un  armado, 
Que  refrenaba  un  gran  caballo  alado. 

XXXVIII. 

»Así  que  el  ladre,  sea  mortal  trasunto 
(J  horrendo  ser  de  la  infernal  morada , 
Ve  la  que  de  las  gracias  es  conjunto , 
Cual  águila  á  su  presa  disparada , 
Baja  raudo  volando,  y  en  un  punto 
La  echa  mano,  y  la  coge  desmayada. 
Yo  advertido  aún  no  había  el  rudo  asalto, 
Cuando  ¡oh  Dios!   escuché  su  grito  en  alto. 


I04  ORLANDO   FURIOSO, 

XXXIX. 

»Así  el  rapaz  Núblense  robar  suele 
El  polluelo  infeliz  junto  á  la  oca, 
Que  del  descuido  torpe  ora  se  duele, 

Y  en  vano  va  detrás  graznando  loca. 
Mas  yo  ¿cómo  seguir  al  que  así  vuele? 
¿Yo,  entre  montes,  al  pie  de  escueta  roca. 
Con  el  corcel  rendido,  que  anda  apenas, 
Por  veredas  de  agudos  cantos  llenas? 

XL. 

»¿Yo,   que   menos  que  tal  dolor  sintiera 
De  en  medio  el  pecho  el  corazón  sacarme? 
Seguir  dejo  á  los  míos  su  carrera. 
De  que  perdidos  quedan  sin  cuidarme, 

Y  tomo,  ¡ay  triste!,  en  situación  tan  fiera. 
El  camino  que  amor  quiere  indicarme, 
Por  el  que  conducir  me  parecía  ^ 
El  ladrón  la  mitad  del  alma  mía. 

XLI. 

»Por  barrancos  ó  alturas  prodigiosas  , 
Seis  días  camine  tarde  y  mañana, 
Sin  hallar  por  las  simas  peligrosas 
Ni  el  vestigio  menor  de  planta  humana. 
Llegué  á  un   valle  después,  entre  espantosas 
Cuevas  y  rocas,  de  aridez  insana; 

Y  en  la  más  alta  de  ellas  vi  un  castillo 
Fuerte  y  gallardo,  de  esplendente  brillo. 


CANTO   SEGUNDO.  IO> 


XLII. 

«Lucirlo vi  cual  llama  desde  lejos, 
Sin  que  de  tierra  ó  mármol  dé  señales; 

Y  cuanto  más  me  acerco  á  sus  reflejos, 
Más  me  admiran  sus  obras  sin  iguales. 
Supe  luego  que  humanos  aparejos 

No  le  alzaron  :  mas  fabros  infernales 
De  acero  construyeron  tal  prodigio, 
Templado  por  el  agua  y  fuego  estigio. 

XLIII. 

«Es  tan  fino  el  metal  de  cada  torre, 
Que  de  mancha  y  orín  siempre  está  puro 
El  ladrón ,  que  de  día  el  campo  corre  , 
Enciérrase  de  noche  allí  seguro  : 
A  quien  quiere  él  dañar,  nadie  socorre  , 
Pues  tiemblan  y  odian  su  contacto  impuro. 
El  á  mi  dueño  en  su  prisión  retiene, 

Y  en  mí  toda  esperanza  á  morir  viene. 

XLIV. 

»¿Qué  más  puedo  yo  hacer  en  esta  lucha 
Que  estar  viendo  el  castillo  maldecido  , 
Como  la  zorra  está  ,  que  el  grito  escucha 
Del  hijuelo  que  el  buitre  le  ha  cogido. 
Que  al  nido  vueltas  da,  con  ansia  mucha, 
Sin  tener  alas  con  que  alzarse  al  nido  ? 
Nadie  así  el  fuerte  de  escalar  se  alabe  , 
Que  allí  subir  no  puede  quien  no  es  ave. 


lOt)  ORLANDO    FURIOSO. 

XLV. 

«Mientras  yo  vacilaba  ,  llegar  veo 
Dos  guerreros  ,  que  guía  un  simple  enano; 
Que  vuelven  la  esperanza  á  mi  deseo: 
¡Vano  deseo  y  esperanza  en  vano! 
Eran  los  dos  de  esfuerzo  giganteo  : 
Es  el  uno  Gradaso  el  Sericano  ; 
Es  el  otro  Rugiero  esclarecido  , 
En  la  africana  corte  muy  querido. 

XLVI. 

»E1  enano  me  dijo  : — Á  hacer  la  prueba 
Vienen  de  su  poder  con  ese  odiado 
Señor ,  que,  en  forma  tan  extraña  y  nueva  , 
Va  en  ese  ecuestre  pájaro  montado. — 

Y  yo  :  Señores ,  que  á  piedad  os  mueva 
(Les  dije)  la  aflicción  de  un  desdichado  ; 

Y  cuando  le  venciereis ,  como  espero , 
Devolvedme  á  la  hermosa  por  quien  muero. 

XLVII. 

»Y  cómo,  les  conté,  me  fué  robada, 
Tejiendo  con  mis  lágrimas  la  historia  ; 
Yo  su  promesa  merecí  sagrada, 

Y  ellos  suben  en  busca  de  la  gloria. 
Allí  luego  la  lidia  vi  trabada  , 
Rogando  al  cielo  que  les  dé  victoria. 

Al  pie  del  fuerte  extenso  había  un  llano  , 
Cual  de  un  tiro  de  piedra  de  hábil  mano. 


CANTO    SEGUNDO.  IO7 

XLVIII. 

«Cuando  se  hallan  al  pie  de  l'alta  roca, 
Quieren  probar  los  dos  la  lucha  prima  : 
Mas  á  Gradase  el  comenzar  le  toca 
Por  suerte ,  ó  porque  el  otro  no  la  estima. 
El  cuerno  el  Sericán  lleva  á  la  boca  : 
Rimbomba  el  monte  y  del  torreón  la  cima; 

Y  sale  al  punto ,  por  la  puerta ,  armado , 
El  del  Castillo,  en  su  caballo  alado. 

XLIX. 

«Comienza  poco  á  poco  su  subida, 
Cual  grulla  real  cuando  volar  pretende. 
Que  corre  espacio  breve  ;  y  luego  erguida, 
A  unas  brazas  del  suelo  el  ala  extiende, 

Y  cuando  al  viento  está  toda  tendida, 
Velocísima  el  aire  rompe  y  hiende  : 
Alta  así  ves  del  mago  la  figura, 

Que  ni  el  águila  sube  á  tanta  altura. 

L. 

«Cuando  quiere ,  el  caballo  luego  gira  , 

Y  las  alas  plegando,  baja  á  plomo  , 
Cual  del  cielo  al  azor  bajar  se  mira, 
A  hacer  presa  del  pato  ó  del  palomo. 
Éntrale  el  caballero  con  gran  ira , 
Dando  á  la  cuja  de  la  lanza  el  pomo  : 
Gradaso  apenas  su  embestida  acecha. 
Cuando  el  otro  á  la  espalda  ya  le  estrecha. 


io8 


ORLANDO   FURIOSO. 


LI. 

Sobre  Gradaso  el  asta  rompe  el  mago  ; 
Adviento  hiere  aquél  con  fuerza  vana; 

Y  el  volador  no  deja  el  vuelo  aciago, 

Y  la  pluma  resuena  ya  lejana  : 

Con  la  grupa  á  medir  va  en  el  fracaso, 
El  verde  suelo  la  gallarda  Alfana  : 
A  Gradaso  una  alfana  se  somete, 
La  más  hermosa  que  montó  jinete. 

LII. 

»E1  mago  hasta  los  astros  ascendido, 
Gira  y  baja  otra  vez  al  duro  caso; 

Y  acomete  á  Rugier,  no  prevenido. 
Pues  sólo  atiende  al  trance  de  Gradaso, 
Del  gran  golpe  el  varón  se  ha  defendido  : 
Mas  su  corcel  atrás  dio  más  de  un  paso; 

Y  cuando  á  herirle  fué,  con  vivo  anhelo. 
Le  vio,  lejos  de  sí,  volando  al  cielo. 

Lin. 

»Á  entrambos  hiere  donde  herirlos  pueda: 
La  espalda,  el  pecho ,  nada  se  resiste, 

Y  el  bote  de  sus  lanzas  vano  queda  ; 
Él  va  veloz,  que  apenas  si  le  viste: 
Luego,  girando  en  espaciosa  rueda, 
Mientras  al  uno  amaga,  al  otro  embiste, 

Y  á  uno  y  otro  la  vista  les  ofusca  ; 

Que  por  dónde  va  á  entrar  en  vano  busca. 


Canto  segundo.  ioq 

LIV. 

«Entre  los  dos  de  tierra  y  el  del  cielo, 
Se  dilató  el  combate  hasta  la  hora 
En  que,  cubriendo  el  mundo  oscuro  velo. 
Los  más  bellos  matices  descolora. 
Fué  lo  que  oís,  sin  discrepar  un  pelo  : 
Lo  sé,  lo  vi,  y  os  lo  repito  ahora, 

Y  doquier  lo  diré;  que  es  verdad  mucha, 
Que  mentira  parece  á  quien  lo  escucha. 

LV. 

"Con  un  paño  sedil  lleva  cubierto 
El  escudo,  en  el  brazo,  el  brujo  odiado: 
Cómo  quiso  no  sé  tanto  el  experto 
Llevarlo  con  la  tela  así  tapado; 
Que  al  punto  que  lo  muestra  descubierto  , 
Al  que  lo  mira  deja  deslumhrado  , 

Y  cae  como  cuerpo  muerto  cae  '", 

Y  el  nigromante  á  su  prisión  le  trae. 

LVL 

»E1  raro  escudo  cual  piropo  ardía, 

Y  no  hay,  como  la  suya,  luz  fulgente  : 
Caer  en  tierra  su  esplendor  hacía. 
Ciegos  los  ojos,   túrbida   la  mente. 
Yo,  aunque  lejos,  también  perdí  la  mía, 

Y  al  recobrar  la  vista  finalmente  , 

Ni  á  los  guerreros  vi,  ni  vi  al  enano, 
Sino  desierto  el  campo,  oscuro  el  llano. 


no     »  ORLANDO   FTJRIOSO. 


LVII. 

«Pensé ,  por  tanto  ,  que  á  los  dos  en  sueño, 
Llevóse  el  mago  á  su  infernal  estanza, 
Perdiendo,  por  seguir  su  noble  empeño, 
Ellos  su  libertad,  yo  la  esperanza; 
Así,  al  lugar  do  está  mi  amado  dueño , 
La  despedida  extrema  el  pecho  lanza. 
Ora  juzgad  si  pena  hay  en  el  mundo 
Que  se  compare  á  mi  dolor  profundo.» 

LVIIL 

Volvió  á  su  primer  lloro  el  afligido  , 
Cuando  ya  al  fin  de  sus  relatos  iba: 
Este  era  el  conde  Pinabel ,  nacido 
Del  Magancese  conde  de  Altarriba, 
Que  entre  su  vil  familia  ,  no  ha  querido 
Contrasto  ser  de  su  maldad  nativa; 

Y  en  sus  vicios,  traición  ,  infames  modos, 
No  igualó  á  los  demás,  los  pasó  á  todos. 

LIX. 

Con  diversa  actitud  estuvo  oyendo 
Atenta  al   Magancés  la  dama  hermosa  , 
Que  cuando  de  Rugier  le  iban  diciendo, 
En  la  faz  se  mostró  más  que  gozosa; 

Y  al  llegar  al  final  del  caso  horrendo. 
De  piedad  toda  se  llenó  amorosa; 

Ni  paró  en  sus  preguntas  y  sus  preces. 
Hasta  que  repetirlo  hi/o  más  veces. 


CANTO    SEGUNDO. 


LX. 

Y  cuando  la  desdicha  vio  ya  clara, 
Le  dijo  :  «Buen  señor,  date  al  reposo, 
Que  mi  presencia  aquí  te  ha  de  ser  cara, 

Y  á  tu  causa  este  día  venturoso. 
Vamos  al  punto  á  la  prisión  que,  avara, 
Os  esconde  el  tesoro  más  precioso; 
Que  si  fortuna  al  fin  no  es  enemiga, 
No  ha  de  sernos  en  balde  esta  fatiga.» 

LXI. 

Él  respondió:  «De  apoyo  el  beneficio 
Pídeme,  y  que  otra  vez  torne  á  esa  vía: 
Perder  pasos  y  tiempo,  en  tu  servicio, 
¿Qué  importa  á  quien  perdió   cuanto  tenía? 
;Mas  tú,  por  sima  y  roca  y  precipicio, 
Buscas  verte  en  prisión?  Pues  soy  tu  guía; 

Y  no  de  mí  te  quejes,  si  desdeñas 

Mi  sana  predicción  y  en  ir  te  empeñas.» 

LXII. 

Dice,   y  toma  el  corcel  el  caballero, 

Y  á  seguir  de  la  dama  va  la  suerte, 
Que  en  peligro  se  pone,  por  Rugiero, 

De  que  el  mago  la  prenda  ó  la  dé  muerte. 
En  esto,  oyen  venir  á  un  mensajero 
Que:  ¡Espera,  espera!  grita  con  voz  fuerte. 
Este  es  aquél  de  quien  oyó  el  Circaso 
Que  una  mujer  le  puso  en  el  mal  paso. 


ORLANDO   FURIOSO. 


LXIII. 

A  Bradamante  el  corredor  da  parte 
De  que  en  '  Narbona  y  Mompeller  la  gente 
Del  Español  ha  alzado  el  estandarte, 
Con  la  val  de  Aguas-Muertas  juntamente, 

Y  que  no  está  Marsella  de  buen  arte, 

Pues  quien  guardarla  debe,  se  halla  ausente. 

Y  por  su  voz,  que  el  caso  certifica, 
Su  consejo  y  socorro  le  suplica. 

LXIV. 

Esa  ciudad,  y  cuanto  en  torno  de  ella, 
Entre  Varo  y  el  Ródano  al  mar  guía  , 
Le  dio  el  Emperador  á  la  hija  bella 
Del  duque  Amón,  cuya  lealtad  sabía. 
Cuyo  valor  pasmaba,  en  la  doncella, 
Al  que  una  vez  armígera  la  vía. 
Ora  á  pedir  socorro,  como  os  digo, 
Manda  un  correo  el  marsiliano  amigo. 

LXV. 

Muda  deja  á  la  joven  la  sorpresa, 

Y  no  poco  el  volver  atrás  la  apura  : 
Aquí,  en  ella,  el  honor,  el  deber  pesa  : 
Allí  la  arrastra  amor  con  fuerza  dura. 
Al  fin  resuelve  proseguir  la  empresa 
De  su  Rugier  y  la  encantada  altura; 

Y  si  á  tanto  su  esfuerzo  no  es  bastante  , 
Presa  quedar  al  menos  con  su  amante, 


CANTO   SEGUNDO.  1 1 3 

LXVI. 

Y  tal  su  excusa  presentó  al  mensaje, 
Que  le  oyó  el  mensajero  alegre  y  quieto, 

Y  emprendió  luego  el  peligroso  viaje, 
Con  Pinabel  que  le  seguía  inquieto , 
Pues  sabe   ya  que  es  del  fatal  linaje 
Que  en  público  aborrece  y  en  secreto, 

Y  ora  con  la  futura  angustia  brega , 
De  que  si  al  cabo  á  conocerle  llega. 

LXVII. 

Las  casas  de  Glarmonte  y  de  Maganza  ^ 
Dividía  odio  antiguo,  saña  intensa, 

Y  muchas  veces  su  rencor  los  lanza 

A  verter  de  su  sangre  copia  inmensa. 
Por  eso  el  Conde  inicuo  una  venganza 
En  su  interior  malvado  tomar  piensa  : 
Dejarla  en  ocasión,  quiere  el  mezquino, 
Sin  guía,  y  él  buscarse  otro  camino. 

LXVIII. 

Y  tanto  le  ocupó  la  fantasía  , 

La  duda,  el  odio  innato,  y  la  pavura. 
Que  salió  inadvertido  de  la  vía, 

Y  entró  de  pronto  en  una  selva  oscura. 
Allí  en  su  centro  un  monte  alta  subía 
Su  cima,  que  corona  piedra  dura. 

La  hija  en  tanto  del  duque  de  Dordona/^y 
Va  detrás,  y  ni  un  paso  le  abandona. 

TOMO    I.  8 


114  ORLANDO  FURIOSO. 

LXTX. 

Y  el  Magancés,  que  urdiendo  va  un  amaño 
Con  que  de  la  guerrera  libertarse, 
La  dice:  «Antes  que  el  cielo  mayor  daño 
Amenace,  un  albergue  es  bien  buscarse. 
Detrás  del  monte  aquel,  si  no  me  engaño, 
Un  castillo  muy  rico  ha  de  encontrarse. 
Tú  espera  aquí;  yo  voy  desde  la  altura 
Por  mí  mismo  á  buscar  prueba  segura.» 

LXX. 

Diciendo  así,  con  su  malicia  eterna, 
El  caballo  dirige  á  l'alta  cima  , 

Y  discurriendo  va  cómo  discierna 
Un  medio  de  quitársela  de  encima; 
Cuando  advierte  en  la  roca  una  caverna. 
Que  á  medir  treinta  brazas  se  aproxima. 
Tallada  á  pico, con  audaz  trabajo  , 

En  el  fondo  una  puerta  tiene  abajo. 

LXXI. 

Puerta  extensa  y  capaz,  que  entrada  le  hace 
Á  un  ándito  mayor,  que  luz  envía, 

Y  fogata  parece,  que  allí  place 

Del  monte  en  medio,  cual  la  luz  del  día. 
En  tal  punto  el  felón  suspenso  yace; 

Y  la  dama,  que  al  ojo  le  seguía. 
Por  no  perder  la  huella  que  la  rige  , 
También  á  la  caverna  sedirige. 


CANTO    SEGUNDO.  Il5 

LXXII. 

Viendo  el  traidor  entonces  que  la  suerte 
Lograr  su  primer  plan  no  ha  permitido, 
De  ella  quiere  salir,  ó  darla  muerte, 

Y  otro  infame  proyecto  ha  discurrido. 
Sale  á  su  encuentro,  y  pérfido  la  advierte 
De  aquel  pozo,  que  en  torno  ha  recorrido, 

Y  la  dice  que  allá,  en  lo  más  profundo , 
De  una  mujer  el  rostro  vio  jocundo. 

LXXIII. 

Que  en  su  bello  semblante  y  rica  vesta 
Semejaba  señora  de  alto  estado  : 
Mas,  por  el  gran  dolor  que  manifiesta , 
Parece  estar  allí  no  de  buen  grado; 

Y  él,  por  saber  las  circunstancias  de  ésta  , 
Ya  tentaba  el  bajar  ,  cuando  lanzado 
Uno  desde  la  gruta  salió  al  foso, 

Y  la  hizo  entrar  con  ímpetu  rabioso. 

LXXIV. 

Bradamante,  que  tanto  es  animosa 
Cuanto  no  cauta,  á  Pinabel  dio  asenso  , 

Y  de  amparar  á  la  cautiva  ansiosa  , 
Piensa  cómo  ha  de  hacer  para  el  descenso. 
Aquí,  de  un  árbol,  en  la  cima  hojosa  , 
Un  brazo  ve  salir  fuerte  y  extenso  , 

Y  con  la  espada  súbita  le  trunca  , 

Y  le  arrima  al  brocal  de  la  espelunca. 


Il6  ORLANDO   FURIOSO. 

LXXV. 

Á  Pinabelo  por  do  el  corte,  manda 
Que  lo  asegure,  y  ella  el  cuerpo  extiende, 

Y  echa  abajo  los  pies  por  una  banda  , 

Y  de  los  brazos  luego  se  suspende. 
Pinabel  se  sonríe  ,  y  la  demanda 

Qué  tal  salta,  y  la  mano  abre  y  extiende, 
Diciendo:  «Así  tu  raza,  que  maldigo  , 
Bajara  toda  á  perecer  contigo. 

LXXVI. 

Mas  no  como  el  traidor  por  cierto  tuvo  , 
De  la  inocente  joven  fué  la  suerte. 
Porque  á  los  lados  tropezando  anduvo  , 
Hasta  el  fondo  llegar,  la  rama  fuerte  ; 
Y,  aunque  rompióse  al  cabo,  la  sostuvo  , 

Y  la  libró  su  apoyo  de  la  muerte. 

La  guerrera,  aturdida  quedó  un  tanto, 

Y  lo  demás  os  lo  dirá  otro  canto. 


ORLANDO  FURIOSO 


ARGUMENTO  DEL  CANTO  TERCERO. 

Á  Brad  a  mante  el  ímpio  caballero 
Hace  caer  en  la  caverna  oscura. 
Dentro  ve ,  de  sí  misma  y  de  Rugiero 
La  estirpe,  en  sombra  entonces,  hoy  tan  pura; 

Y  desde  allí ,  de  Atlante  al  prisionero  , 
Su  amante  caro  libertar  procura. 
Melisa  le  da  el  medio  más  sencillo  ; 

Y  ella  á  Brúñelo  quítale  el  anillo. 


ORLANDO    FURIOSO 

CANTO  TERCERO. 
I. 

¿Quién  me  dará  las  voces  y  el  acento 
Propio  del  noble  asunto  que  me  impele? 
Á  subir  á  la  altura  de  mi  intento, 
¿Quién  me  dará  las  alas  con  que  vuele? 
¡Haga  Apolo  que  al  par  de  mi  ardimiento 
Me  asista  inspiración  mayor  que  suele! 
Pues  toca  á  mi  señor,  y  es  bien  se  sepa, 
Que  canto  á  aquellos  de  su  casa  cepa. 

II. 

De  todos  los  perínclitos  varones 
Que  el  cielo  envía  á  gobernar  la  tierra, 
No  ha  visto  el  que  da  luz  á  las  regiones 
Progenie  más  gloriosa  en  paz  ni  en  guerra; 
Ni  que  más  lustros  haya  sus  blasones 
Alzado;  y  que  hade  alzar  (si  en  mí  no  yerra 
La  profética  lumbre  que  me  inspira) , 
Mientras  del  sol  el  mundo  en  torno  gira. 


I20  ORLANDO   FURIOSO. 

III. 

Si  he  de  cantar,  cual  son,  tantos  honores, 
Cambíese  en  el  laurel  mi  humilde  hiedra 
Que,  al  domar  los  titánicos  furores. 
Ofreció  Apolo  al  triunfador  en  Edra  ', 
E  instrumentos  yo  obtenga  los  mejores 
Para  esculpir  en  tan  insigne  piedra  ; 
Que  en  imágenes  bellas  poner  quiero 
Todo  cuanto  yo  sé  :  mi  ingenio  entero. 

IV. 

Si  en  tanto,  á  desbrozar  mi  leño  rudo 
Empiezo  con  inhábil   escalpelo. 
Acaso,  con  estudio  más  sesudo, 
Llegue  á  pulirlo  mi  constante  anhelo. 
Mas  volvamos  á  aquel  á  quien  ni  escudo 
Ni  cota  libran  de  mortal  desvelo  : 
Hablo  de  Pinabel,  que  en  la  guerrera 
Creyó  vengarse  de  su  raza  entera. 

V. 

Pensó  el  vil  que  la  víctima  sencilla 
Dentro  del  pozo  aquel  quedaba  muerta; 

Y  se  apartó  de  la  funesta  orilla 
Turbado  el  corazón  ,  y  la  faz  yerta  : 
Otra  vez  del  corcel  montó  en  la  silla; 

Y  como  el  que  cobija  un  alma  tuerta  , 
Culpa  á  culpa  juntando  á  las  que  callo , 
De  Bradamcnte  se  llevó  el  caballo. 


CANTO   TERCERO.  121 

VI. 

Dejemos  al  que,  en  tanto  que á  otra  vida 
Engaños  urde,  su  morir  procura, 

Y  á  la  dama  volvamos,  que,  vendida. 
Bajó  á  un  tiempo  á  su  muerte  y  sepultura. 
No  bien  se  levantó  toda  aturdida, 

Que  el  golpe  fué  sobre  la  piedra  dura  , 
Pasó  la  puerta  que  al  interno  lleva 
De  la  mucho  mayor  segunda  cueva. 

VII. 

La  estancia,  que  es  cuadrada  y  admirable, 
A  una  iglesia  en  su  adorno  es  parecida: 
En  columnas  de  pórfido  durable 
Está  l'alta  techumbre  suspendida  , 

Y  un  altar  tiene  en  medio  venerable , 
Sobre  el  que  pende  lámpara  encendida  : 

Y  es  tal  su  luz,  de  clara  y  esplendente  , 
Que  al  uno  y  otro  lado  alumbra  ardiente. 

VIII. 

A  devota  humildad  allí  provoca 
El  sitio  y  el  altar  á  la  doncella , 
Que  envía,  con  el  alma  y  con  la  boca  , 
De  rodillas  á  Dios  su  prez  más  bella. 
Chilla  una  puerta  aquí  que  al  suelo  emboca  , 

Y  una  esbelta  mujer  *  sale  por  ella  , 
Suelto  el  pelo,  desnudo  el  pie ,  que  llama 
Por  su   nombre,  inclinándose,  á  la  dama. 


132  ORLANDO   FURIOSO. 


IX. 

Y  dice  :  «¡Oh  generosa  Bradamante, 
Aquí  llegada  por  querer  divino; 
Ya  predicción  de  ti  me  hizo  bastante 
De  Merlin  *  el  espíritu  adivino  ! 
De  él  supe  que  á  su  tumba  revelante 
Vendrías  por  insólito  camino; 

Y  porque  te  revele,  aquí  me  tiene 

Lo  que  á  ti  y  á  los  tuyos  Dios  previene. 

X. 

»Esta  es  la  antigua  y  celebrada  gruta 
Que  edificó  Merlin  ,  el  docto  mago, 
Quizá  lo  hayas  oído,  en  la  que,  astuta 
Supo  engañarle  la  beldad  del  lago  ; 

Y  el  sepulcro  el  que  ves,  donde  corruta 
Yace  su  carne  ;  y  con  deslino  aciago, 
Por  dar  satisfacción  á  engaño  cierto  , 
Se  encerró  vivo  para  hallarse  muerto. 

XI. 

"Mas  con  el  muerto  cuerpo  el  alma  yace , 
Mientra  el  clarín  angélico  no  zumba. 
Que  la  levante  al  cielo  ó  la  rechace , 
Según  vuelva  á  salir  cuervo  ó  columba. 
Allí  está  la  voz  viva;  y  cuando  nace 
Sonante,  oirás  que  la  marmórea  tumba 
Rompe  el  cendal  que  el  porvenir  esconde , 

Y  al  que  le  demandó  clara  responde. 


CANTO   TERCERO.  ia3 

XII. 

"Días  ha  que  á  este  insigne  mausoleo 
De  país  remotísimo  he  venido, 
Porque  el  profundo  arcano  en  que  ora  leo , 
Me  fuera  por  Merlin  mejor  leído  ; 

Y  de  verte  me  entró  tanto  deseo, 

Que  un  mes  de  mi  llegada  hoy  va  corrido  ; 
Pues  el  que  siempre  la  verdad  anida , 
Este  plazo  fijóme  á  tu  venida.» 

XIII. 

Al  oir  á  la  maga,  silenciosa 
La  guerrera  quedó  turbada  y  grave, 
Que  el  portento  admirando  de  tal  cosa  , 
Si  está  despierta  ó  duerme  apenas  sabe  ; 

Y  en  actitud  turbada  y  vergonzosa 

(Que  no  hay  quien  de  modesta  no  la  alabe)  : 
¿Qué  mérito  es  el  mío  (ella  le  dice) , 
Para  que  sobre  mí  se  profetice? 

XIV. 

Y  alegre  de  la  insólita  aventura, 
A  seguir  á  la  maga  al  fin  se  arroja , 
Que  la  lleva  á  la  interna  sepultura 
Que  el  alma  y  cuerpo  de  Merlin  aloja. 
Era  el  arca  de  cierta  piedra  dura , 
Lúcida,  tersa,  y  como  el  fuego  roja , 
Tal  que  á  la  estancia,  donde  sol  no  había, 
Daba  esplendor  la  luz  que  despedía. 


124  ORLANDO  FURIOSO. 

XV. 

Sea  que  mármol  hay  que  resplandece 

Y  echa  lumbres,  á  modo  de  centellas, 
O  por  virtud  de  canto  que  adormece, 
El  concurso  al  medir  de  las  estrellas 
(Lo  que  más  verosímil  me  parece), 
Descubría  el  fulgor,  mil  cosas  bellas 

De  pintura  y  cincel,  que  en  rico  adorno 
La  veneranda  estancia  tiene  en  torno. 

XVL 

Apenas  Bradamante  el  suelo  pisa 
De  do  la  urna  á  lo  exterior  descuella. 
Cuando  el  espírtu  vivo  habla ,  y  avisa 
Con  estos  ecos  á  la  joven  bella  : 
«¡Que  la  ventura  sea  tu  divisa, 
Oh  casta  y  nobilísima  doncella! 
De  cuyo  seno  ha  de  salir  fecundo 
Lo  que  á  Italia  dé  honor  y  á  todo  el  mundo! 

XVIL 

»De  la  sangre  el  valor  que  Eneas  trajo , 
Por  las  dos  ricas  venas  en   ti   mixto, 
Será  la  prez  y  gala,  de  alto  á  bajo, 
Del  linaje  mejor  que  el  sol  ha  visto. 
Entre  el  Nilo  y  Danubio,  el  Indo  y  Tajo, 

Y  cuanto  media  entre  Ártico  y  Calixto. 
De  tu  progiene  Duques  y  Señores, 

Y  Marqueses  saldrán  y  Emperadores. 


CANTO   TERCERO.  laS 

XVIII. 

»Los  guerreros  de  allí  vendrán  robustos  : 
Los  capitanes  que  la  gloria  suma, 

Y  los  lauros  ausónicos  vetustos 
Renovarán  obrando  el  brazo  y  pluma; 
De  allí  al  trono  vendrán  Príncipes  justos 
Que  imitando  el  reinar  de  Augusto  y  Nuraa  , 
Con  su  gobierno  y  paternal  decoro 

A  la  Italia  traerán  edades  de  oro. 

XIX. 

"Mas  como  su  decreto  ver  cumplido 
Quiere  el  cielo  por  ti ,  que  de  Rugiero 
A  ser  esposa  digna  te  ha  elegido, 
Sigue  animosa   tu   feliz  sendero; 
Que  por  nadie  has  de  ver  interrumpido 
El  alto  fin  que  lograrás  entero. 
Luego  que  el  ladre  -»  que  tus  pasos  cierra , 
Al  rigor  de  tu  brazo  caiga  en  tierra.» 

XX. 

Calló  Merlin ,  y  al  prometido  efecto  , 
A  la  maga  ocasión  y  tiempo  cede, 
Que  á  Bradamante  explique  el  propio  aspecto 
De  cada  noble  que  su  sangre  herede. 
De  espíritus  llamó  número  electo, 
No  sé  si  del  infierno,  ó  de  cuál  sede, 

Y  los  juntó  en  un  punto,  y  con  hechizo, 
Semblante  y  trajes  revestir  les  hizo. 


•126  ORLANDO    FURIOSO. 

XXI. 

Y  al  templo  vuelve,  á  Bradamante  unida, 
Do  había  inscrito  un  cerco  previamente, 
En  que  caber  pudiera  ella  tendida, 

Y  aun  le  sobrara  un  palmo  fácilmente  ; 

Y  porque  de  las  sombras  ofendida 

No  sea ,  alzó  un  pentáculo  >  á  su  frente , 
Diciéndola  que  esté  á  mirarla  atenta  : 
Luego  abre  un  libro,  y  con  los  genios  cuenta. 

XXII. 

Y  ve  aquí  que  al  primer  recinto  llega, 

Y  á  entrar  se  agolpa  turba  numerosa  : 
Mas  á  su  paso  el  ándito  se  niega , 
Como  si  hubiera  en  torno  muro  ó  fosa; 
Que  en  la  mansión  do  su  fulgor  desplega 
La  sacra  tumba  en  que  Merlin  reposa, 
Cual  debido  saludo  venerando. 

Cada  sombra  ha  de  entrar,  tres  vueltas  dando. 

XXIII. 

Y  la  maga  :  «Si  el  cuadro  he  de  ofrecerte 
De  cada  cuál  (le  dice  á  Bradamante) 

Que,  por  virtud  de  encanto,  voy  á  hacerte, 
Que  antes  de  su  nacer,  tengas  delante, 
No  podría  expedita  hoy  mismo  verte, 
Que  una  noche  á  tal  obra  no  es  bastante. 
Así,  según  el  tiempo  hará  oportuno, 
Podré,  entre  muchos,  elegirte  alguno. 


CANTO   TERCERO.  117 

XXIV. 

»De  ese  tan  parecido  á  ti  en  la  traza 
Del  semblante  gentil,  diré  primero. 
Tronco  será  en  Italia  de  tu  raza, 
Engendrado  en  tu  seno  por  Rugiero. 
Teñida  en   sangre  por  su  fuerte  maza 
De  Pontier  la  comarca  ver  espero; 

Y  vengar  la  maldad  su  brazo  fuerte 
Del  traidor  que  á  su  padre  dio  la  muerte. 

XXV. 

«Derribarán  sus  armas  al  mezquino 
Rey  de  los  longobardos,  Desiderio; 

Y  de  Este  y  Calaón  el  peregrino 
Estado  en  premio,  le  dará  el  Imperio. 
El  de  atrás  es  Uberto,  su  sobrino. 
Honor  de  Marte  y  del  país  Esperio  : 
El  guardará  la  Iglesia  muchas  veces 
De  las  hordas  de  bárbaros  soeces. 

XXVI. 

'Mira  aquí  á  Alberto,  capitán  famoso, 
Que  tanto  nombre  alcanzará  lidiando  '. 
Ese  es  Hugo,  su  hijo,  que  glorioso 
Tendrá  á  Milán  ,  sus  sierpes  desplegando. 
Azio  aquél ,  que  el  Yusubre  reino  hermoso  , 
Muerto  el  hermano,  ensalzará  reinando. 
A  Alberto  ve  que  á  Berenguer  predijo 
Que  á  Italia  abandonara  con  el  hijo. 


128  ORLANDO    FURIOSO. 

XXVII. 

»El  mereció  de  Otón  la  recompensa 
De  Alda,  que  esposo  le  conduce  al  templo. 
Mira  otro  Hugo,  cuya  pròle  extensa 
Del  paterno  valor  sigue  el  ejemplo; 

Y  triunfador,  en  justa  y  gran  defensa, 
Del  orgullo  romano  le  contemplo  : 
Otón  tercio  y  el  Papa  por  su  mano 
Libres  quedando  del  asedio  insano. 

XXVIII. 

»Ve  á  Folcoque  en  su  hermano  se  desnuda 
De  los  feudos  de  Italia  ,  y  se  los  dona , 
Pues  quiere  el  cielo  que  á  ceñirse  acuda 
En  el  suelo  alemán  ducal  corona. 
Allí  á  la  casa  de  Sansueña  ayuda  , 
Que  por  salvarla  esfuerzo  no  perdona , 

Y  de  la  línea  de  su  madre  espera 
Que  á  su  grandeza  la  alzará  primera. 

XXIX. 

»Ese  que  ves  allí  también  es  Azio, 
Que  las  guerras  no  amó  ;  y  es  bien  te  indique 
Á  sus  hijos  Bretoldo  y  Albertazio, 
Que,  vencedores  del  segundo  Enrique, 
Con  sangre  de  tudescos  largo  espacio 
Regarán,  de  que  Parma  será  dique. 
Del  padre  la  Condesa  generosa , 
Matilde,  casta  y  pura,  ^erá  esposa. 


CANTO   TERCERO.  127 


XXX. 

)>Su  gran  virtud  por  digno  le  declara 
De  enlace  tal  ;  que  no  es  suerte  mezquina 
Media  Italia  tener  por  dote  rara, 

Y  dei  primer  Enrique  á  la  sobrina. 
De  Bretoldo  aquí  ves  la  prenda  cara  : 
Vuestro  Reinaldo  que  á  la  lid  camina, 
De  la  Iglesia  en  favor,  y  á  Barbaroja 
Vence  y  al  ímpio  del  caballo  arroja. 

XXXI. 

»Ese  es  otro  Azio,  el  que  tendrá  á  Verona, 
Con  su  hermoso  extendido  territorio  , 
Que  llamado  será  Marqués  de  Ancona 
Por  Otón  cuarto  y  el  segundo  Honorio. 
Fuera  nunca  acabar,  cada  persona 
De  los  tuyos  decir  que  el  consistorio 
Honrará  con  su  palio,  y  cuántos  fueron 
Los  que  honor  á  la  Iglesia  y  lauros  dieron. 

XXXII. 

«Azios  mira,  Hugos,  Poicos,  Obizones, 

Y  á  Enrico  insigne,  con  el  hijo  al  canto. 

De  esos  dos  Güelfos,,  uno  á  los  Umbriones 
Venció,  vistiendo  de'i-Espoleto  el  manto  : 
Ve  aquí  quien  de  las  ítalas  regiones 
Calme  el  terror,  en  risa  vuelva  el  llanto  ; 
Hablo  de  aquel  (y  muestra  á  un  Azio  quinto) 
Por  quien  caerá  Ezelino  en  sangre  tinto. 

TOMO   I  .  9 


l3o  ORLANDO   FURIOSO. 

XXXIII. 

«Ezelino,  tirano  empedernido  ' 
Que  han  de  tener  por  hijo  del  demonio. 
Que  habrá  tantos  estragos  esparcido, 
Destruyendo  el  hermoso  suelo  Ausonio, 
Que,  al  par,  benignos  se  dirá  que  han  sido 
Mario,  Sila,  Nerón,  Gayo  y  Antonio. 
Ese  Azo  mismo  lanzará  al  profundo 
A  Federico,  emperador  segundo  ^. 

XXXIV. 

»É1  regirá  con  cetro  más  dichoso 
El  suelo  9,  en  que  salpica  leve  espuma 
El  río,  do  con  plectro  lacrimoso 
Llamó  al  hijo  el  dolor  que  á  Apolo  abruma; 
Do  el  electro  lloraron  fabuloso, 

Y  Cieno  se  vistió  de  blanca  plu,ma  ; 

Pago  que,  en  premio  á  su  lealtad  preclara, 
Le  dará  la  apostólica  Tiara. 

XXXV. 

«¿Dónde  dejo  á  su  hermano  Aldobrandino, 
Que  socorro  va  á  dar  de  Pedro  al  solio. 
Contra  Otón  cuarto  y  campo  Gibelino-, 
Que,  del  Umbro  y  Pises  con  el  espolio, 
Ya  asentada  su  hueste,  está  vecino, 

Y  amenazando  al  alto  Capitolio? 

Él  rendir  no  pudicndo  su  eminencia 
Sin  uro  asaz,  lo  pedirá  á  Florencia. 


CANTO   TERCERO.  .      l3l 


XXXVI. 

»)Y  prenda  no  teniendo  más  preciosa, 
En  rehén  dejará  su  propio  iiermano  : 
Desplegará  su  enseña  victoriosa  , 

Y  rompiendo  el  ejército  Germano  , 
La  Sede  augusta  repondrá  gloriosa  ; 
Supliciará  á  los  condes  de  Celano  ; 

Y  hará,  del  Gran  Pastor  siempre  al  servicio, 
De  su  vida,  aún  en  flor,  el  sacrificio. 

XXXVII. 

«Azio,  su  hermano,  ocupará  su  asiento 

Y  los  feudos  de  Ancona  y  del  Pisauro, 

Y  de  cuantas  ciudades  luce  el  Trento 
Entre  el  mar  y  Apenino  hasta  el  Isauro; 

Y  heredará  su  generoso  aliento , 

Que  más  que  el  oro  la  virtud  es  lauro; 
Pues  fortuna,  que  quita  oro  y  herencia, 
No  sobre  la  virtud  tiene  potencia. 

XXXVIII. 

«Mira  á  Reinaldo ,  que  el  ejemplo  santo 
Siguiera  firme  de  su  raza  fuerte  , 
Si  fortuna,  á  vivir  que  anuncia  tanto, 
No  le  cortara  el  hilo  con  la  muerte: 
¡Ay!  que  hasta  aquí  de  Ñapóles  el  llanto 
Vendrá  del  padre,  que  sin  fin  le  vierte! 
Ora  viene  Obizon,  que,  jovenzuelo, 
Subirá  al  solio  tras  su  insigne  abuelo. 


I  32  ORLANDO   FURIOSO. 


XXXIX. 

«Ese  á  sus  feudos  juntará  prolijos , 
Modena  adusta,  Regio  placentero; 

Y  su  gloria  y  virtud  serán  tan  fijos, 
Que  le  hará  su  Señor  un  reino  entero. 
Azio  es  ese,  el  más  caro  de  sus  hijos  , 
De  la  cristiana  cruz  Gonfalonero  : 
Duque  de  Andria,  la  hija  y  la  familia 
Le  honrarán  del  rey  Carlos  de  Sicilia. 

XL. 

«Mira,  en  grupo  amistoso,  de  esa  parte 
De  príncipes  ilustres  la  excelencia. 
Zoppo,  Aldobrando,  y  Obizon;  y  aparte, 
Á  Alberto,  lleno  de  genial  clemencia. 

Y  callaré,  por  ya  no  más  cansarte, 
Cómo,  á  su  Estado  añadirá  Faenza, 

Y  Adria,  que  dará  el  nombre  á  las  airadas 
Altas  olas  indómitas  saladas. 

XLI. 

»Y  la  tierra  también,  que  por  sus  rosas 
Tendrá  plácido  nombre  en   griegas  voces  '" , 

Y  la  ciudad  "  que,  en  medio  á  las  fangosas 
Charcas,  del  Po  resiste  á  entrambas  foces, 
Morada  de  las  gentes,  harto  ansiosas 

De  que  turben  la  mar  vientos  feroces; 

Y  Argenta  y  cien  agrestes  pucblecillos, 

Y  pobladas  ciudades  y  castillos. 


CANTO    TERCEKO.  I  33 

XLII.     . 

»Ve  á  Nicolás,  que  en  años  infantiles 
Le  hace  Señor  el  pueblo  de  su  tierra  , 

Y  trunca  de  Tadeo  intentos  viles, 

De  civil  lucha,  que  en  el  pecho  encierra. 
De  ese  serán  los  juegos  juveniles 
Sudar  la  cota,  ejercitar  la  guerra, 

Y  estudianó  el  marcial  tiempo  pasado  , 
Brillar  caudillo  y  asombrar  soldado. 

XLIII. 

»É1  sabrá  con  usura  devolverle, 
Si  astuto  asalto  el  enemigo  le  arma  ; 
Que  el  estudio  de  guerra  supo  hacerle 
Perito  en  emboscada  y  falso  alarma. 
Tarde  Otón  tercio  llegará  á  entenderle  ; 
El  tirano  cruel  de  Regio  y  Parma  ; 
Que  caerá  por  su  diestra  despojado 
A  un  tiempo  de  la  vida  y  del  Estado. 

XLIV. 

)>Bajo  su  mando,  el  reino  irá  en  aumcr^to, 
Cumpliendo  el  jefe  su  feliz  destino  , 
Sin  que  jamás  por  él  lance  un  lamento 
Quiert  no  le  vaya  á  provocar  mezquino. 
Así  el  Autor  Supremo,  del  contento, 
Andar  le  dejará  largo  camino  ; 

Y  él  más  y  más  creciendo  irá  en  la  historia. 
Hasta  que  suba  á  más  y  mejor  gloria. 


134  ORLANDO    FURIOSO. 


XLV. 

»Ve  á  Lionelo  ;  y  con  él  al  que  campea 
Primero  Duque,  Borso,  á  quien  anima     ' 
Que  su  cetro  de  paz  más  grande  sea 
Que  cuantos  de  alta  prez  el  mundo  estima. 
Cerrará  á  Marte  do  la  luz  no  vea 

Y  atrás  las  manos  despechado  oprima  : 
Que  su  pueblo  feliz  viva  y  contento, 
Será  de  este  Señor  el  solo  intento. 

XLVI. 

»  A  Hércules  ve  que  á  la  vecina  tierra 
Echa  en  cara  el  andar  del  pie  quemado, 
Cuando  fuerte  y  sereno  en  Budvio  cierra, 

Y  contiene  su  campo  desmandado  ; 

Y  no  porque  después  le  haga  la  guerra  , 
Y,  por  echasle,  á  Barco  haya  llegado. 
Nadie  á  decir  de  este  Señor  se  avance 

Si  en  la  guerra  ó  la  paz  más  gloria  alcance. 

XLVII. 

»E\  Calabrés,  el  Puglio  y  los  Lucanes, 
De  sus  hechos  tendrán  larga  memoria; 
Que  en  el  Rey  de  los  duros  Catalanes 
De  lidia  personal  ganará  gloria. 
Aquél,  entre  los  grandes  Capitanes, 
Sabrá  ganar,  con  más  de  una  victoria, 
Del  ducal  cetro  el  galardón  subido, 
Que  treinta  años  atrás  le  fué  debido. 


CANTO    TERCERO.  l35 


XLVIII. 

»  Y  le  tendrá  la  patria  agradecida 
Cuanto  amor  deba  á  príncipe  glorioso  ; 

Y  no  porque  en  jardines  convertida 
Deje  palustre  insana,  generoso  : 

No  porque  agrande  la  ciudad  querida  , 

Y  la  haga, fuerte  con  muralla  y  foso, 

Y  con  plazas  y  calles  sus  espacios 

Y  con  templos  adorne  y  con  palacios. 

XLIX. 

»No  porque  del  alígero  atrevido  " 

Y  sus  garras,  la  libre  de  ser  presa  : 

No  porque  cuando  á  Italia  haya  encendido 

FJn  viva  hoguera  la  ambición  francesa, 

El  á  su  patria  en  paz  haya  tenido  , 

Sin  temor,  sin  tributo,  sola,  ilesa; 

No  por  estos  servicios  y  mayores 

Le  deberán  sus  pueblos  mil  honores  ; 

L. 


»Sino  porque  tendrá  ¡  prole  eminente 
Al  justo  Alfonso,  á  Hipólito  bondoso, 
Que  serán,  si  la  fábula  no  miente, 
Cual  los  hijos  del  huevo  prodigioso  ■', 
Que  se  privan  del  cielo  alternamente , 
Por  descender  al  mundo  nebuloso. 
De  estos  dos  cada  cual ,  así  perdiera 
Por  el  otro  cien  vidas  que  tuviera. 


1 36  ORLANDO    FURIOSO. 


LI. 

»E1  grande  amor  de  esta  pareja  hermosa 
Hará  vivir  al  reino  más  seguro 
Que  si  Vulcano  con  labor  penosa 
Le  ciñera  en  redor  con  bronce  duro. 
Alfonso  es  tal ,  que  á  ciencia  muy  copiosa 
Junta  tanta  bondad  ,  que  en  lo  futuro, 
Creerán  que,  del  mortal  para  consuelo, 
Al  mundo  Astrea  descendió  del  cielo. 

LIL 

«Servirále  no  poco  el  ser  prudente 
Como  el  padre  y  sufrido  en  la  fatiga  ; 
Pues  tendrá,  mientras  él  escasa  gente, 
A  Venecia  y  su  escuadra  aquí  enemiga, 

Y  allí  la  que,  no  sé  si  justamente, 
Más  que  madre  cruel  madrastra  diga  ; 
Que  si  es  madre ,  no  dudo,  que  lo  sea 
A  sus  hijos  cual  Procne  ó  cual  Medea. 

LIIL 

>'E1,  cuantas  veces  salga  noche  ó  día 
Con  su  animoso  pueblo  á  la  campaña, 
Tendrá  victorias  de  alta  nombradla  , 
Por  agua  y  tierra ,  con   fortuna  extraña  ; 

Y  la  que  siempre,  aliado  tiel ,  seguía, 
La  mal  guiada  gente  de  Romana 

Verá  su  yerro,  ensangrentando  el  sucio 
Que  el  Po  baña  en  Sauícrno  y  en  Saniclo. 


CANTO    TERCERO.  lìj 


LIV. 

»Allí  apenas  al  Gran  Pastor  lo  cierto 
Del  triunfo  avisa  el  español  pagado  , 
De  que  tomó  á  Bastia ,  y  de  que  ha  muerto 
Al  castellano ,  cuando  haber  cobrado 
Le  anuncia  lo  perdido  el  jefe  experto  , 
Que,  desde  capitán  hasta  soldado, 
En  castigo  de  aquel  delito  aleve, 
No  ha  de  dejar  quien  la  noticia  lleve. 

LV. 

»E1  con  sus  armas  ganará  el  derecho 
De  haber  dado  en  los  campos  de  Romafia 
A  la  Francia  la  gloria  de  aquel  hecho, 
Contra  Julio  y  ejércitos  de  España, 
En  sangre  los  caballos  hasta  el  pecho 
Cubriránse,  y  de  muertos  la  campaña, 
Que  apenas  enterrarse  podrá  luego 
Tanto  español,  tudesco,  italo  y  griego. 

LVI. 

»  El  que  pontifical  aspecto  anima, 
Con  la  cruz  que  entre  piírpura  le  asoma. 
Es  al  que  liberal  virtud  sublima, 
Príncipe  excelso.  Cardenal  de  Roma  , 
Hipólito  ,  que  en  prosa  y  alta  rima 
Dará  materia  á  triplicado  idioma; 
Que  á  su  ñorida  edad  el  cielo  justo, 
Quiere  darle  un  Marón,  cual  tuvo  Augusto  '*, 


I  38  ORLANDO    FURIOSO. 

LVII. 

"Brillará  su  progenie  entre  los  buenos, 
Como  el  sol  que  su  luz  en  rayos  vierte 
Sobre  el  mundo  y  los  cielos ,  de  astros  llenos , 
Con  fuego,  á  cuyo  ardor  todo  es  inerte. 
El  con  pocos  de  á  pie,  y  jinetes  menos. 
Triste  saldrá,  volviendo  de  otra  suerte  : 
Cautivas,  tras  de  sí,  quince  galeras, 

Y  cien   barcos  trayendo  á  sus  riberas. 

LVIII. 

«Mira  al  uno  y  al  otro  Segismundo, 

Y  de  Alfonso  á  los  hijos  similares; 

Que  á  todos  cinco  ha  de  admirar  el  mundo 
En  guerras  por  los  montes  y  los  mares. 
Yerno  del  Rey  francés  es  el  segundo. 
Hércules;  y  es  el  otro,  entre  sus  pares, 
Hipólito  ,  que  no  con  menos  gloria 
Que  su  tío  ,  dará  pasto  á  la  historia. 

LIX. 

"Francisco  es  el  tercero;  llevan  nombre 
De  Alfonsos  estos  dos.  Si ,  cual  te  dije. 
Trazara  yo  de  todos  el  renombre, 
Como  su  fama  y  la  verdad  lo  exige. 
Fuera  preciso  que  á  la  tierra  asombre 
Muchas  veces,  y  alumbre  el  que  la  rige  : 
Mas,  si  quieres,  consejo  será  sabio 
Que  á  los  genios  despida  y  calle  el  labio.» 


CANTO    TERCEKO.  ì3g 

LX. 

Y,  con  asenso  de  la  joven  bella  , 
La  sabia  encantatriz  al  libro  toca, 

Y  de  sombras  la  turba  se  atropella, 

A  lo  interno  volviendo  de  la  roca  : 

Y  aquí ,  cuando  ya  pudo  la  doncella 
De  la  palabra  usar,  abrió  la  boca, 

Y  preguntó  :  «¿Quién  es  ese  par  triste 
Ultimo  ,  de  quien  nada  me  dijiste? 

LXI. 

')Que  van  ,  baja  la  vista ,  suspirando 

Y  no  como  á  los  otros  los  vi  alzarse; 
Que  parecían  irlos  evitando, 

Y  de  ellos  los  demás  avergonzarse.» 
A  tal  pregunta  el  rostro  demudando , 
La  maga,  en  llanto  le  sintió  bañarse, 

Y  gritó  :  «lAy  tristes!  ¡A  qué  horrible  pena 
El  mal  consejo  de  otros  los  condena! 

LXIL 

»¡  Oh  prole  hercúlea  fiel,  pía  ,  felice! 
No  del  ajeno  error  sombra  te  queda  : 
Mas  de  tu  sangre  son  ¡  par  infelice  I 
Que  la  justicia  á  la  piedad  hoy  ceda.» 
Luego,  con  voz  más  baja  y  triste,  dice  : 
«No  la  historia  acabar  te  quise  aceda  : 
Guarde  el  dulzor  tu  boca  ,  y  me  agradece 
Si  el  dulce  y  no  el  amargo  prevalece. 


140  ORLANOO   FURIOSO. 


LXIII. 

•  »Asi  que  el  sol  de  nuevo  traiga  el  día, 
Tomaremos  la  senda  más  segura 
Que  al  castillo  de  acero  recta  guía, 
Donde  paga  Rugiero  su  aventura. 
Yo,  en  tanto,  te  seré  compaña  y  guía, 
Para  sacarte  de  la  selva  oscura; 

Y  he  de  mostrarte,  estando  el  mar  vecino, 
Sin  que  extraviarte  puedas,  tu  camino.» 

LXIV. 

Correr  la  noche  Bradamante  deja, 

Y  en  la  gruta,  su  aliento  no  desmaya, 
Hablando  con   Merlin  ,  que  la  aconseja 
Que  á  unirse  á  su  Rugiero  pronto  vaya. 
Las  subterráneas  cuevas  luego  deja, 

En  cuanto  ve  de  luz  trémula  raya, 

Y  con  la  maga,  por  camino  estrecho 
Va  ,  y  entre  sombra  oscura  cierto  trecho. 

LXV. 

Y  á  un  barranco  salieron,  como  un  foso, 
Entre  rocas  no  holladas  de  las  gentes, 

Y  pasaron  el  día,  sin  reposo. 
Atravesando  riscos  y  torrentes; 

Y  por  su  viaje  hacer  menos  penoso, 
Con  plácidos  discursos  diferentes, 
Fueron  entreteniendo  el  tiempo  ingrato  ; 

Que  al  hombre  el  dulce  hablar  siempre  le  es  grato. 


CANTO  TERCERO.  \^l 


LXVI. 

Y  más  para  la  joven  ;  que  gran  parte 
Era  el  asunto  de  la  docta  maga 
Explicar  con  qué  astucia  y  con  cuál  arte 
Su  anhelo  por  Rugiero  satisfaga. 
«Si  fueses  Palas  (le  decía),  ó  Marte, 

Y  juntases  más  tropas  á  tu  paga 

Que  hoy  juntarían  Carlos  y  Agramante , 
No  podrías  rendir  al  nigromante. 

LXVII. 

»E1  castillo  es  de  acero,  y  ruda  peña 
Le  guarda  hasta  la  cima  ,  que  es  tan  alta , 
Que  en  vano   en    alcanzarla  otro  se  empeíía 
Que  corcel  que  en  el  aire  corre  y  salta; 

Y  á  eso  añade  el  pavés,  que  cuando  enseña 
Su  májico  esplendor,  la  vista  asalta, 

Los  sentidos  embarga,  y  deja  yerto 

Al  que  le  ve  ,  y  en  tierra  como  muerto. 

LXVIIL 

«Y  si  crees  que  á  la  luz,  cual  se  acostumbra 
Cerrar  los  ojos  ,  te  valdrá  en  la  gira, 
¿Cómo  has  de  ver ,  lidiando  en  la  penumbra  , 
Cuándo  te  embiste  el  mago  ó  se  retira  V 
Mas  contra  el  resplandor  que  así  deslumhra  , 

Y  contra  el  arte  todo  que  le  inspira  , 
He  de  darte  una  traza;  solo  una; 

Que,  fuera  de  esa  sola,  no  hay  ninguna. 


142  ORLANDO  FURIOSO. 

LXIX. 

»Un  anillo  que  en  Asia  fué  robado 
A  una  índica  reina ,  y  que  Agramante  , 
A  Brúñelo,  barón  suyo,  le  ha  dado 
(Que  de  aquí  pocas  millas  va  delante), 
Tiene  virtud,  que  aquel  que  lo  ha  logrado  , 
Todo  saber  domina  nigromante: 
Por  eso  en  arte  magia  al  del  castillo 
Gana  Brunel  con  su  famoso  anillo,' 

LXX. 

«Este  barón ,  que  astuto  es  como  el  zorro  , 
Cual  tú  verás,  es  de  su  rey  enviado 
Para  que  con  su  ingenio  y  el  socorro 
Del  anillo,  cien  veces  ya  probado, 
De  la  prisión  del  encantado  morro 
Saque  á  Rugier,  puesdeello  se  ha  jactado, 
A  su  rey  y  señor,  que  tanto  le  ama 
Como  al  caudillo  suyo  de  más  fama. 

LXXI. 

»Mas,  porque  sóloá  ti  sea  Rugiero, 
Y  no  al  Rey,  á  quien  tenga  que  obligarse 
De  verse  libre  del  jinete  artero. 
Te  enseñaré  el  remedio  que  ha  de  usarse. 
Tres  días  andarás,  siempre  costero 
Siguiendo  el  mar ,  que  presto  va  á  mQstrarse  : 
Al  tercero  á  parar  al  mismo  abrigo 
El  del  anillo  llegará  contigo. 


'  CANTO   TERCERO.  143 

LXXII.       "' 

«Sus  señas  oye,  á  fin  que  le  conozcas  : 
Seis  palmos  tendrá  de  alto,  aspecto  rudo, 
Negro  el  cabello,  las  facciones  toscas, 
Pálido  el  rostro, y  por  demás  velludo  : 
Ojos  saltones  ,  de  miradas  foscas  , 
Chata  nariz,  de  cejas  muy  peludo  , 

Y  es  el  traje  que  viste  el  cuerpo  feo  , 
Estrecho  y  corto  ,  á  modo  de  correo. 

LXXIII. 

"Procurarás  hablar  con  el  menguado 
Del  encanto,  y  del  mago  que  te  empece  , 

Y  mostrarás  que  su  caballo  alado 

Tu  ardor  de  combatirle  no  entumece. 
Mas  no  digas  que  nadie  te  ha  contado 
Del  anillo  que  encantos  desvanece. 
Él  enseñarte  ofrecerá  la  vía 
Que  va  al  Castel ,  y  hacerte  compañía. 

LXXIV. 

»Tú  ve  detrás  ;  y  cuando  se  avecine 
Al  castillo,  y  el  monte  no  lo  encubra, 
No  vaciles,  la  muerte  le  fulmina  , 
Sin  que  tu  corazón  piedad  descubra  ; 
Ni  dejes  que  la  idea  te  adivine , 

Y  el  talismán  con  su  virtud  le  cubra  , 
Que  no  has  de  verle  más  si  al  arte  invoca 
El  anillo  poniéndose  en  la  boca.» 


144  OKLANDO   FURIOSO. 

LXXV. 

Del  Bórdeles,  en  esto,  divisaron 
El  gran  río ,  que  cabe  el  mar  se  amansa , 

Y  no  sin  duelo  allí  se  separaron , 
Porque,  así  hablando,  el  ca  minar  no  cansa. 
Mas  no  los  pies  de  aquella  descansaron  , 
Que  en  buscar  á  Rugiero  no  descansa, 

Y  una  tarde  llegó  ¡tan  presta  anduvo! 
Do  primero  Brunel  albergue  tuvo. 

LXXVl. 

Le  conoce  al  instante  la  doncella  , 
Pues  le  tiene  esculpido  allá  en  su  mente. 
De  do  viene  ,  á  do  va  ,  pregúntale  ella , 

Y  él  respuestas  le  da  ,  y  en  todo  miente. 
Mas  en  vano  mentiras  atropella  : 

La  dama  dícele  otras ,  é  igualmente 
Ley  ,  patria,  nombre  ;  todo  le  simula  , 

Y  de  verdad  palabra  no  articula. 

LXXVIL 

Y  las  manos  le  va  fija  mirando  , 
Siempre  temiendo  del  verse  robada  : 
Ni  le  deja  tampoco  irse  acercando  , 
De  su  instinto  rapaz  bien  informada. 
Juntos  de  esta  manera  estaban,  cuando 
Retumbó  en  sus  oídos  gran  tronada  ; 

Y  os  contaré  ,  Señor  ,  la  causa  de  esto , 
Cuando  os  sea  el  cantar  menos  molesto. 


ORLANDO  FURIOSO 


ARGUMENTO    DEL    CANTO    CUARTO. 

Con  el  mágico  anillo  ,  que  hace  vano 
Todo  otro  encanto,  Bradamante  fiera 
A  Atlante  vence,  y  libra  de  su  mano 
Al  buen  Rugier,  de  quien  su  dicha  espera. 
Mas  por  el  aire  llévale  lejano 
El  Hipógrifo  á  la  oriental  ribera. 
En  Escocia  Reinaldo,  por  gran  suerte, 
Libra  á  Ginebra  de  vergüenza  y  muerte. 


TOMO    1  . 


ORLANDO  FURIOSO. 


CANTO    CUARTO. 


I. 


Aunque  el  fingir,  por  lo  común, por  fuerte 
Indicio  de  mal  alma  lo  juzgamos  ; 
Con  todo,  en  casos  mil  se  ve  y  advierte 
Que  infinitas  ventajas  del  sacamos  , 
Pues  nos  libra  de  daños,  sustos,  muerte; 
Que  no  siempre  entre  amigos  nos  hallamos 
En  esta ,  más  oscura  que  serena , 
Vida  mortal,  de  envidias  toda  llena. 

II. 

Si  tanto  cuesta  hallar,  tras  gran  fatiga , 
Quien  amigo  te  sea  verdadero  , 
AI  que  sin  riesgo  ni  temor  se  diga 
El  que  encerramos  pensamiento  entero, 
¿Qué  de  Rugiere  hacer  debe  la  amiga 
Con  Brúñelo,  no  puro  ni  sincero, 
Mas  lleno    de  doblez  ,  vil  y  menguado  , 
Cual  la  maga  una  vez  se  lo  ha  pintado  , 


I4S  ORLANDO   FURIOSO. 


III. 

Que  finja  Bradamante  (  pues  conviene  ) 
Con  el  que  es  siempre  de  ficciones  padre? 
Ella,  como  os  decía,  fijos  tiene 
X       Los  ojos  en  las  manos  de  aquel  ladre, 

Cuando  un  gran  ruido  á  sus  oídos  viene  , 

Y  hace  que  exclame  al  punto  :  Santa  Madre ^ 
Señor  de  cielo jy  tierra  :  ¿qué  es  aquesto? 

Y  do  sonó  el  rumor ,  acudió  presto. 

IV. 

Y  al  hostelero  y  la  familia  entera 
Los  ve  ,  quién  al  balcón ,  quién  en  la  vía  , 
Puesta  en  alto  la  vista,  á  la  manera 
Que  en  eclipse  ó   cometa   se  pondría. 
Asombrada  también  ,  ve  la  guerrera 
Cosa  que,  lejos,  nadie  la  creería  ; 
Ve  por  el  aire  un  gran  caballo  alado, 
Que  lleva  encima  un  caballero  armado. 

V. 

Tiene  anchas  alas  de  color  diverso, 
Y  en  medio  va  su  conductor  potente, 
De  acero  armado,  luminoso  y  terso, 
Que  llevando  su  curso  hacia  el  Poniente, 
Allá  entre  las  montañas  queda  inmerso; 
Era,  según  el  huésped,  y  no  míenle  , 
Un  nigromante  que  hace  ese  camino 
Muchas  veces,  ya  lejos,  ya  vecino. 


CANTO   CUARTO.  149 

VI. 

Ora  sube  volando  á  las  estrellas  , 
Ora  rozando  va  la  tierra  dura, 
Y  se  lleva  consigo  á  cuantas  bellas 
En  los  campos  encuentra,  ó  la  espesura  ; 
De  modo  que  las  míseras  doncellas  , 
Que  son,  ó  que  se  juzgan  de  hermosura  , 
Gomo  saben  que  al  punto  las  cautivan, 
Por  ocultarse,  hasta  del  sol  se  privan. 

VIL 

«Un  castillo  de  acero  ha  construido 
(Decía  el  huésped)  que  alto  resplandece 
Sobre  el  Pirene  monte ,  y  tan  lucido  , 
Que  á  todos  cuantos  hay  los  oscurece. 
Caballeros  á  él  muchos  han  ido  : 
Mas  de  volver  ninguno  se  envanece; 
Así  que  creo ,  de  su  ley  ingrata  , 
Que  en  cadenas  los  tiene ,  ó  que  los  mata.» 

VIII. 

La  dama  que  el  relato  alegre  aprueba , 
Hacer  creyendo  (como  hará  de  cierto) 
Con  la  sortija  la  triunfante  prueba 
Del  castillo,  dejándolo  desierto, 
Le  ordena  al  huésped  que  la  casa  lleva, 
Que  le  dé  un  guía,  del  camino  experto, 
Pues  resistir  no  puede  ya  al  halago 
De  dar  batalla  al  alevoso  mago. 


1 5o 


ORLANDO   FURIOSO. 


IX. 

Y  la  dice  Brunel  :  «No  ha  de  faltarte 
Guía  segura  y  fiel  :  yo  iré  contigo , 
Que  tengo  del  lugar  el  plano  y  arte , 

Y  has  de  tener  ventajas  de  ir  conmigo.» 

Y  otras  cosas  contó;  mas  dejó  aparte 
Lo  del  anillo  el  simulado  amigo; 

Yella,  «Tu  encuentro,  á  la  verdad,  me  halaga» 
(Le  respondió  pensando  en  la  tumbaga). 

X. 

Y  de  cuanto  es  su  bien  le  satisface, 

Y  calla  lo  que  daño  la  traería. 

El  huésped  un  corcel,  que  á  ella  le  place  , 
Apto  al  camino  y  á  la  lid  tenía , 

Y  se  lo  compra;  y  parte  en  cuanto  nace 
La  nueva  luz  del  venidero  día  : 
Luego  va  entrando  por  estrecha  falda , 
Con  Brúñelo  delante  ó  á  la  espalda. 

XL 

Demonte  en  monte,  y  de  una  en  otra  altura 
Llegaron  del  Pirene  á  lo  supino, 
Do  se  ve ,  si  la  atmósfera  está  pura  , 
De  España  y  Francia  costas  y  camino, 
Cual  de  la  playa  tosca  la  figura 

Y  la  Esclavonia  ves  desde  Apenino. 
Luego  bajaron  hasta  el  hondo  valle  , 

De  entre  unas  rocas  por  la  estrecha  calle. 


CANTO  CUARTO.  l5l 


XII. 

Hay  un  peñón  en  medio,  en  cuya  cima 
Un  gran  muro  de  acero  se  levanta, 
Que  tanto  hasta  los  cielos  se  sublima, 
Que  la  altura  mayor  besa  su  planta. 
No  espere,  quien  no  vuele,  hallarse  encima, 
Que  en  vano  gastaría  audacia  tanta. 
Ve  allí  (dijo  Brunel)  do  prisioneros 
Están  del  Mago  damas  y  guerreros. 

XIII. 

Como  masa  que  cortan  finas  palas  , 
Terso  en  sus  cuatro  lados  parecía, 

Y  por  ninguno  de  los  cuatro,  escalas 
Ni  breve  rampa,  ni  sendero  había. 
Albergue  propio  de  animal  con  alas, 
O  bien  seguro  nido  parecía. 

Aquí  la  dama  el  justo  instante  fija , 
Que  á  Brunel  mate  ,  y  quite  la  sortija. 

XIV. 

Mas  juzga  acto  mezquino  ensangrentarse 
En  desarmado  de  esa  traza  y  suerte  , 

Y  que  podría  bien  apoderarse 

Del  raro  talismán,  sin  darle  muerte. 

Y  como  iba  Brunel  sin  alarmarse  , 
Le  cogió  de  improviso  y  le  ató  fuerte 
A  un  abeto,  y  del  modo  más  sencillo 

.Del  débil  dedo  le  quitó  el  anillo. 


ORLANDO    FURIOSO. 


XV. 

Y  no  por  lloro  y  lamentar  ferviente  , 
El  apretado  nudo  le  descorre: 
Sube  luego  del  monte  la  pendiente 
Hasta  que  al  plano  llega  de  la  torre  ; 

Y  porque  el  Nigromante  se  presente  . 
A  batallar,  á  su  corneta  acorre , 

Y  tras  del  son,  con  gritos  de  amenaza , 
Al  combate  audacísima  le  emplaza. 

XYI. 

Al  toque  y  á  la  voz,  por  la  abertura 
Del  portillo,  el  azor  pronto  aparece, 

Y  del  Mago  en  el  aire  la  figura, 
Contra  el  que  noble  paladín  parece. 
Ella  desde  el  principio  se  asegura 

De  que  no  cosa  el  lidiador  la  empece  ; 
Pues   no  lleva  lanzón  ,  espada  ó  maza  , 
Que  lo  pueda  romper  yelmo  ó  coraza. 

XVII. 

Sólo  en  la  izquierda  mano  aquél  tenía 
Escudo  que  cubrió  seda  bermeja  , 

Y  en  la  derecha  un  libro  en  que  leía 
Lo  que  vivas  ficciones  apareja. 

Y  que  él  corre  una  lanza  ora  fingía  , 

Que  á  más  de  un  bravo  por  los  sucios  deja; 
Ora  que  da  con  maza  ó  con  esloque, 
Y  huye  sin  que  el  contrario  ni  aun  le  toque 


CANTO    CUARTO.  I  33 


XVIII. 

Mas  que  es  aire  el  corcel  nadie  presuma, 
Pues  una  yegua  le  engendró  de  un  grifo. 
Tiene  como  su  padre  alas  y  pluma  , 

Y  en  pico  la  cabeza,  y  el  pie  trifo  ; 

Y  en  todos  los  demás  miembros,  en  suma  , 
Es  cual  la  madre  ,  y  llámase  Hipogrifo. 
Estos  al  Rif,  en  casos  singulares  , 
Suelen  venir  de  los  helados  mares. 

XIX. 

Y  uno  allí  atrajo  con  vigor  de  encanto; 

Y  así  que  le  condujo  á  su  guarida , 
Con  arte  y  con  paciencia  logró  tanto, 
Que  se  adiestró  en  un  mes  á  silla  y  brida; 
Así  á  todas  las  manos,  sin  quebranto  , 
Gira  en  tierra  y  en  aire  de  seguida  ; 

Y  esto  es  por  obra  natural  que  halaga  , 

Y  no  por  la  virtud  de  ciencia  maga. 

XX. 

Es   lo   demás  hcción   de   encantamiento, 
Pues  sabe  el  mago  urdir  todo  y  mudallo: 
Mas  no  alcanza  á  la  dama  el  ungimiento  , 
Que  el  anillo  caer  no  deja  en  fallo. 
Disimula  con  todo,  y  tira  al  viento 
Cien  mandobles  y  apura  á  su  caballo, 

Y  se  deshace  en  dura  lid  guerrera, 
Como  si  el  artificio  no  supiera. 


1 54  ORLANDO   FURIOSO. 


XXI. 

Después  de  su  lidiar  á  vela  y  remo, 
Desmonta,  y  al  corcel  las  riendas  echa. 
Para  mejor  cumplir  lo  que  en  extremo 
La  docta  maga  á  ejecutar  la  estrecha. 
Acude  entonces  á  su  ardid  supremo, 
Aquel  que  resistencia  no  sospecha  ; 
El  escudo  descubre,  y  se  figura 
Ver  ya  postrada  á  la  infeliz  criatura. 

XXII. 

Podría  con  mostrarlo  desde  luego, 
Al  lidiador  librar  de  lid  cansada  : 
Mas  gózase  en  mirar  el  brío  y  fuego 
De  dura  lanza  ó  de  ardorosa  espada  ; 
Así  vemos  que  al  gato  en  fácil  juego 
Con  el  triste  ratón  lidiar  le  agrada; 

Y  cuando  ya  se  cansa  ó  se  fastidia, 

Le  muerde  y  mata,  y  se  acabó  la  lidia. 

XXIII. 

Eran  el  mago  y  el  guerrero  fuerte 
De  aquellos  animales  el  retrato  : 
Mas  no  el  suceso  aquí  tuvo  igual  suerte; 
Que  hace  el  anillo  del  ratón  el  gato. 
Cuanto  el  otro  va  á  hacer  la  dama   advierte 
Sin  quitar  del  la  vista  en  breve  rato  ; 

Y  en  cuanto  vio  que  el  velo  iba  á  correrse. 
Cerró  los  ojos,  y  tingló  caerse. 


CANTO    CUARTO.  I  35 


.       .  XXIV. 

No  que  el  fulgor  del  reluciente  acero , 
Cual  solía  á  los  otros,  la  dañase  : 
Mas  porque  descendiese  allí  primero, 
Y,  según  su  costumbre,  se  apease. 
No  la  mudó,  por  cierto,  el  mago  artero, 
Que  en  cuanto  al  adalid  ve  desplomarse  , 
Del  volador  las  alas  agitando  , 
Al  suelo,  en  largas  ruedas ,  fué  bajando. 

XXV. 

No  bien  en  pie  se  pone  el  nigromante, 
Cubre  el  escudo  y  cuélgalo  en  la  silla, 

Y  hacia  la  dama  va ,  que  está  anhelante 
Como  lobo  que  acecha  á  la  cabrilla  ; 

Y  al  sentirle  ya  cerca  ,  en  el  instante 
Se  levanta  veloz  ,  le  coge  y  trilla  ; 

Que  el  libro  con  que  el  mago  hace  la  guerra, 
Dejado  se  lo  había  el  pobre  en  tierra. 

XXVI. 

El,  con  una  cadena,  ora  corría, 
Que  llevar  por  correa  tiene  en  uso. 
Que  á  la  joven,  con  ella,  atar  creía  , 
Como  ató  á  los  demás  ,  decirte  excuso. 
Mas  la  dama  tendido  ya  le  había; 

Y  si  él  no  la  resiste ,  no  le  acuso  ; 
Que  allí  bien  desigual  la  lucha  fuera  , 
Entre  un  viejo  infeliz  y  tal  guerrera. 


I  36  ORLANDO   FURIOSO. 

XXVII. 

Para  segarle  el  cuello  aquí  tuviste 
¡Oh  Bradamonte!  el  brazo  suspendido  : 
Mas ,  en  el  aire  ya  ,  le  detuviste , 
Al  descubrir  el  rostro  del  vencido. 
Un  venerable  anciano  ,  de  faz  triste  , 
Es  el  que  ve  á  sus  pies  ora  tendido  ; 
Cuyo  rostro  arrugado  y  blanca  testa  , 
Setenta  años  lo  menos  manifiesta. 

XXVIII. 

;  Corta  (decía  el  viejo) ,  corta  ahora 
¡Oh  joven/  esta  pida  que  abomino! 
Mas  ella  ve  que  su  valor  desdora 
Lo  que  ya  en  su  aflicción  pide  el  mezquino; 
Y  aquí  el  deseo  de  saber  la  azora, 
Quién  sea  el   mago  aquel ,  y  á  cuál  destino 
Construyó ,  en  un  lugar  así  salvaje  , 
Aquel  castillo ,  del  valor  ultraje. 

XXIX. 

«No  por  maldad  ,   ni  por  rudeza  jay  laso! 
(Dijo  el  anciano)  levanté  altanero 
Ese  castillo  en  el  peñasco  raso; 
Ni  por  ansia  de  robo  traicionero  : 
Mas  por  sacarle  de  terrible  paso, 
Me  movió  sumo  afecto  á  un  caballero, 
Que,  cual  me  dijo  el  cielo,  én  tiempo  breve, 
Cristiano  y  á  traición  perecer  debe. 


CANTO    CUARTO.  fSj 


XXX. 

»No  entre  el  Ártico  polo  y  el  Austrino 
Ve  el  sol  joven  más  bello  y  arrogante  : 
Rugier  se  llama,  y  desque  al  mundo  vino, 
Le  crié ,  le  eduqué  ;  yo  soy  Atlante. 
Ansia  de  honor,  ó  su  fatal  destino 
Le  trajo  á  esta  región  con  Agramante  : 

Y  yo,  que  más  que  á  mi  hijo  llegué  á  amarlo , 
De  Francia  y  de  su  mal  quise  arrancarlo. 

XXXI. 

»Y  edifiqué  el  castillo  en  que  moraba 
Por  guardar  á  Rugiero  solamente  ; 
Que  preso  fué  por  mí ,  como  esperaba 
Que  tú  también  lo  fueras  fácilmente  ; 
Valli  damas,  guerreros  yo  juntaba, 
Como  verás,  y  la  más  noble  gente. 
Porque  esté  en  la  prisión  con  menos  pena , 
Compañía  teniendo  tan  amena. 

XXXH. 

"Con  tal  de  que  salir  de  allí  no  pida , 
Proveerle  de  todo  á  mí  me  toca  ; 

Y  de  cuanto  hay  de  plácido  en  la  vida , 
Se  encuentra  y  se  disfruta  en  esa  roca  ; 

Y  entre  cantos  y  juegos  les  convida 
Cuanto  exija  el  pensar,  pida  la  boca. 
Yo  mi  intento  lograba  de  ese  modo  : 
Mas  tú  viniste ,  y  lo  perdí  ya  todo. 


1 58  ORLANDO    FURIOSO. 

XXXÍII. 

»Si  bella  cual  la  faz  tienes  el  alma, 
No  pongas  fin  á  mi  designio  honesto  : 
Te  doy  mi  escudo  por  triunfante  palma  , 

Y  mi  corcel ,  que  el  aire  hiende  presto  ; 

Y  quede  mi  castillo  en  dulce  calma , 
Ó  saca  algún  guerrero  y  deja  el  resto; 
Ó  á  todos  te  los  lleva  ;  y  cese  el  dolo, 

Y  déjame  á  Rugier,  á  Rugier  solo. 

XXXIV. 

»Mas  si  quieres  quitarme  al  que  yo  quiero, 
¡  Ay!  antes  que  á  morir  lléveslo  á  Francia, 
De  esta  alma,  por  piedad  quita  primero 
Esta  pobre  corteza  seca  y  rancia.» 

Y  ella  le  respondió  :    «  Pues  por  Rugiere 
Vengo  :  ya  ves  si  estamos  á  distancia  ; 

Y  si  la  oferta  del  corcel  y  escudo. 

No  tuyos,  míos  hoy,  tentarme  pudo. 

XXXV. 

»Mas  aunque  el  don  pudieras  otorgarlo , 
Ganarme  á  mí  te  fuera  acción  prolija. 
Dices  que  á  Rugier  guardas  por  salvarlo 
Del  mal  inHujo  de  una  estrella  fija; 
Que  él  ni  puede  saberlo  ni  evitarlo , 
Como  tu  ciencia  mágica  prefija: 
Mas  si  tu  mal  no  has  visto  tan  cercano, 
¿Podrás  adivinar  otro  lejano? 


CANTO   CUARTO.  iSq 


XXXVI. 

"Vana  es  tu  pretensión:  no  has  de  lograrla 
Ya  de  mí  :  mas  si ,  en  fin,  quieres  la  muerte, 
Aunque  se  niegue  el  mundo  todo  á  darla, 
Siempre  en  la  mano  está  de  ánimo  fuerte. 
Pero  antes  de  que  puedas  tú  alcanzarla  , 
Saca  á  esos  bravos  de  prisión  inerte.» 
Dice  la  dama ,  y  llévale  consigo 
De  l'alta  roca  al  encantado  abrigo. 

XXXVII. 

Bien  atado  la  dama  le  llevaba 
Con  su  cadena  misma  fina  y  dura  , 
Que  apenas ,  aún  así ,  del  se  fiaba , 
Por  más  que  muestra  humilde  catadura  ; 

Y  así  que  breve  espacio  caminaba  , 
Encuentra  al  pie  del  monte  la  abertura , 
Que  los  sube,  por  giros  de  escalones, 
A  la  puerta  que  cierra  las  prisiones. 

XXXVIII. 

Un  mármol  del  umbral  separa  Atlante, 
De  extraños  jeroglíficos  esculto, 

Y  unas  ollas  ,  echando  humo  fragante  , 
Aparecen,  que  encierran  fuego  oculto: 
El  las  hace  pedazos,  y,  al  instante. 
Queda  el  monte  ,  la  cima  ,  todo  inculto, 

Y  de  ruina  y  escombros  tan  barrido , 
Como  si  tal  castel  no  hubiera  habido. 


1 6o  ORLANDO   FURIOSO. 

XXXIX. 

Cual  tordo  que  la  red  rompe  traidora, 
Aquí  el  mago  se  suelta  ,  que  igualmente 
Que  las  torres  y  muros  se  evapora  , 
Quedando  en  libertad  la  noble  gente. 
Damas  y  caballeros  vense  ahora 
De  la  cima  en  la  sábana  eminente  ; 

Y  de  ellos  hay  á  quien  amor  le  grita, 
Que  un  gran  placer  la  libertad  le  quita. 

XL. 

Hállanse  allí  Gradaso  y  Sacripante  : 
Allí  Prasildo,  insigne  caballero, 
Que  vino  con  Reinaldo  de  Levante  ; 

Y  está  Iroldo,  su   amigo  verdadero; 

Y  allí,   en   fin,  la  gallarda   Bradamante 
Encuentra  á  su  carísimo  Rugiero; 

Que  así  que  ve  su  plácida  llegada , 
La  recibe,  cual  dicha  inesperada. 

XLL 

Que  es  la  luz  de  sus  ojos,  y  la  adora 
Más  que  á  su  corazón  ,  más  que  á  su  vida , 
Desde  que  á  su  presencia,  en  feliz  hora. 
Se  quitó  el  yelmo  por  hallarse  herida. 
Largo  fuera  decir  cuánto  la  llora  ; 

Y  por  oscura  selva  y  escondida. 

Día  y  noche  y  por  montes  se  buscaron  ; 
Mas  nunca  hasta  aquel  punto  se  encontraron, 


CANTO   CUARTO.  l6l 


XLII. 

Y  cuando  aquí  la  encuentra ,  y  sabe  es  ella, 
Ella  sola  su  brava  salvadora  , 
Siente  en  el  alma  sensación  tan  bella  , 
Que  por  el  más  feliz  se  tiene  ahora. 
Del  monte  ambos  bajaron,  hasta  aquella 
Val  en  que  fué  la  dama  vencedora  ; 
Donde  hallaron  también  al  bruto  alado, 
Con  el  envuelto  escudo  del  colgado. 

XLIII. 

Va  á  cogerle  la  dama  por  el  freno, 

Y  él  la  aguarda ,  y  no  bien  cerca  la  siente  , 
Cuando  las  alas  tiende  al  aire  ameno, 

Y  no  lejos  se  para  en  la  pendiente  : 
Ella  otra  vez  le  sigue ,  y  él  sereno 
Otra  vez  á  volar  se  echa  igualmente; 
Así  en  la  seca  arena  la  corneja , 

Al  can  ,  aquí  y  allí  llevando,  aleja. 

XLIV. 

Pronto  Rugier,  Gradaso,  Sacripante, 

Y  los  demás  que  juntos  descendieron  , 
En  pos  corriendo  del  corcel  volante , 
Ansiosos  de  cogerle,  le  siguieron. 
Mas  el  Grifo ,  que  á  vuelos  va  delante  , 
Burlando  á  todos,  que  girar  le  vieron 
Por  alta  cima ,  ó  por  palustre  fosa  , 
Junto  á  Rugiero  al  fin  quieto  se  posa. 

TOMO   I.  II 


f«2 


ORLANDO   FURIOSO. 


XLV. 

Obra  del  viejo  encantador  ha  sido, 
En  quien  piadoso  anhelo  no  se  apaga 
De  salvar  al  discípulo  querido , 
Único  asunto  que  á  su  pecho  halaga; 
Por  eso  al  Hipogrifo  ha  dirigido  , 
Porque  de  esta  región  le  saque  aciaga. 
Rugier  le  coge  y  de  llevarle  trata 
Del  freno ,  y  él  resiste  la  reata. 

XLVI. 

El  bravo  joven  de  Frontín  desmonta 
(Llámase  así  el  caballo  de  Rugiero), 

Y  en  el  que  vuela  por  los  aires  monta , 

Y  le  aguija  atrevido  el  caballero. 

Un  poco  echa  á  correr  :  mas  luego  apronta 
Las  alas  ,  y  á  volar  se  echa  ligero , 
Como  azor  á  quien  quita  el  que  le  guarda 
El  capillo,  y  le  enseña  la  avutarda. 

XLVIL 

La  dama  ai  ver  por  las  etéreas  sedes 
Subir,  con,tanto  riesgo,  al  bien  querido  , 
Queda  ¡infeliz!  como  pensarlo  puedes, 
Largo  espacio  turbada,  sin  sentido  : 
La  historia  un  tiempo  oyó  de  Ganimedes, 
Llevado  al  cielo  desde  el  patrio  nido, 

Y  teme  que  á  Rugier  le  pase  aquello  ; 
Que  no  es  menos  gentil ,  ni  menos  bello. 


Canto  cuarto.  'i6S 


XLVIII. 

Con  los  ojos  allá  le  sigue  cuanto 
La  vista  alcanza,  y  luego  que  se  aleja 
Hasta  que  ya  el  mirar  no  puede  tanto, 
Aun  que  le  siga  más  á  el  alma  deja; 

Y  entre  sollozos,  y  suspiro  y  llanto, 
No  halla  tregua  ni  paz  su  triste  queja. 
Cuando  á  dejar  el  sitio  se  resuelve, 

Al  gallardo  Frontín  los  ojos  vuelve. 

XLIX. 

Y  se    propuso  allí  no  abandonarlo 
A  que  fuese  de  alguno  presa  opima, 
Mas  tenerle  consigo,   y  luego  darlo 
A  su  señor,  á  quien  aún  ver  estima. 
Sube  el  Grifo,  y  no  puede  refrenarlo 
Rugiero,  y  ya  á  sus  pies  ve  toda  cima; 

Y  tan  bajas  después,  que  en   apariencia, 
No  halla  entre  monte  ó  valle  diferencia. 


Y  cuando  es  sólo  un  punto  allá  en  el  cielo 
Para  el  que  desde  tierra  atento  mira. 
Adonde  cae  el  sol  dirige  el  vuelo, 
Cuando  con  Cáncer  se  conjunta  y  gira  '; 

Y  por  el  aire  va,  cual  barquichuelo 

Que  hiende  el  mar,  si  grato  viento  aspira. 
Mas  dejémosle  andar,  que  hará  camino, 

Y  vamos  á  Reinaldo  paladino. 


164  ORLANDO   FURIOSO. 

LI. 

Sulca  Reinaldo  el  golfo  largamente, 

Y  parece  que  el  barco  se  deshace, 
Ora  contra  las  Osas,  ó  á  Poniente, 
Ó  adonde  al  huracán  llevarle  place. 
Sobre  la  Escocia  vino  finalmente, 
Do  la  gran  selva  Caledonia  yace  : 
Do  por  sus  viejos  y  sombríos  cerros 
Retumba  el  son  de  belicosos  fierros. 

LII. 

Por  allí  los  guerreros  van  errantes, 
Los  que  en  armas  la  prez  son  de  Bretaña, 

Y  de  cercanos  reinos  ó  distantes, 

De  Francia ,  y  de  Noruega  ,  y  de  Alemana. 
Si  bríos  no  le  ayudan  muy  pujantes. 
Quien  allí  busca  honor,  muerte  se  apaña. 
Allí  Arturo  y  Tristán  ,  en  más  de  un  paso  , 
Con  Lancelot  brillaron  y  Galaso. 

LIIL 

Y  otros  cien  caballeros  de  la  nueva 

Y  de  la  antigua  Tabla  muy  famosos; 

Y  allí  quedan,  de  más  de  una  alta  prueba 
Eminentes  trofeos  y  pomposos. 
Reinaldo  su  Bayardo  y  armas  lleva 

De  esa  playa  á  los  límites  umbrosos  ; 

Y  al  piloto  le  ordena  que  se  vaya  , 

Y  que  le  aguarde  en  la  Bervikia  playa. 


CANTO   CUARTO.  l65 


LIV. 

Sin  escudero  va,  sin  compañía, 
El  caballero  por  la  selva  densa , 
Tomando  ya  por  una  ú  otra  vía, 
Según  que  hallar  más  aventuras  piensa: 
Llegó  á  la  luz  primera  á  una  abadía  , 
Que  gasta  parte  de  su  renta  inmensa 
En  honrar  á  las  damas  y  señores 
Que  allí  van  de  la  tierra  esploradores. 

LV. 

Los  monjes  y  el  Abad ,  muy  lisonjero , 
Honran  al  paladín,  que,  las  dulzuras 
De  la  mesa  probadas  ya  primero, 
Les  demanda  las  vías  más  seguras 
Por  do  mejor  encuentre  un  caballero, 
Entre  aquellos  boscajes  aventuras. 
En  que  por  algún  hecho  pruebe  un  hombre 
Si  es  digno  de  censura  ó  de  renombre. 

LVL 

Y  el  Abad  le  responde  :  «Aquí  suceden 
Del  sitio  en   el  fragor  muchas  y  extrañas. 
Que  algunas  veces  trascender  no  pueden , 
Oscuras  cual  lo  son  estas  montañas. 
Tú  buscas  ocasión  de  que  no  queden 
Muertas  en  el  olvido  tus  hazañas. 
Sino  que  al  duro  riesgo,  á  la  fatiga. 
El  galardón  y  la  alta  fama  siga. 


ìS6  ORLANDO  FURIOSO. 

LVII. 

»Pues,  si  empresa  acoger  quieres  valiente  , 
Aguardándote  está  soberbia,  inmensa, 
Cual,  ni  en  la  antigua  edad  ni  en  la  presente, 
Caballero  ninguno  hallarla  piensa. 
De  nuestro  Rey  la  hija  ora  pendiente 
Está,  ¡infeliz!  de  ayuda  y  de  defensa 
Contra  un  Barón  :  Lurcanio  el  tal  se  llama, 
Que  la  quiere  quitar  la  vida  y  fama. 

LVIII. 

»A  su  padre  Lurcanio  la  ha  acusado 
(Más  que  en  justicia  por  odiosa  traza) 
De  haberla  á  media  noche  él   encontrado 
Recibiendo  á  un  galán  por  su  terraza; 

Y  en  el  fuego  á  morir  la  ha  condenado 
Del  reino  dura  ley,  si  no  le  emplaza 

En  un  mes,  que  ya  espira  ,  un  combatiente, 

Y  al  torpe  acusador  prueba  que  miente. 

LIX. 

»Ley  de  Escocia  dispone  impía  y  fea 
Que  la  mujer  de  humilde  ó  alta  clase 
Que  se  dé  á  quien  marido  no  le  sea , 
Si  es  acusada,  á  fuego  que  la  abrase 
Vaya,  sin  que  librarla  nadie  crea; 
A  no  ser  que  un  campeón  la  libertase, 
El  cual ,  lidiando  en  su  defensa,  pruebe 
Que  es  inocente  y  que  morir  no  debe. 


CANTO    CUARTO.  167 


LX. 

»De  Ginebra  infeliz  el  Rey  dolido 
(Así  se  llama  la  sin  par  belleza), 
Por  pueblos  y  castillos  ha  extendido  , 
Que  si  de  algún  varón   la  fortaleza 
Del  suplicio  la  libra  inmerecido, 
Con  tal  que  cartas  tenga  de  nobleza, 
La  obtendrá  por  esposa,  con  estado 
Cual  cumple  á  fembra  de  su  excelso  grado. 

LXI. 

))Mas  si  en  un  mes  por  ella  nadie  viene , 
O  viniendo ,  no  vence ,  entonces  muera. 
A  ti  la  noble  empresa  te  conviene 
Más  que  vagar  errante  por  doquiera; 
Que  á  más  del  lauro  y  fama  que  contiene 

Y  pasará  á  la  gente  venidera  , 

La  flor  de  cuantas  son  hermosas  ganas 
Desde  el  Indo  á  las  playas  gaditanas. 

LXIL 

»  Y  una  riqueza  á  un  tiempo  y  un  Estado 
Que  siempre  á  tu  vivir  dará  contento; 

Y  la  gracia  del  Rey ,  si  es  rescatado 
Por  ti  su  honor  que  yace  macilento; 

A  más  de  que  la  espuela  que  has  calzado 
Te  obliga  á  rescatar  de  inicuo  intento 
A  la  que  es,  por  común  sentir,  criatura 
Modelo  de  pudor  y  virtud  pura.» 


l68  ORLANDO   FURIOSO. 


LXIII. 

Pensó  un  poco  Reinaldo,  y  dijo  luego  : 
«¿Conque  morir  una  doncella  debe 
Porque  en  sus  brazos,  al  que  la  ama  ciego 
De  inmenso  amor  el  pago  le  da  breve? 
iMaldita  sea  la  ley,  y  al  diablo  entrego 
Al  que  la  dio,  y  al  vil  que  la  conlleve  : 
Muera  mujer  que  mata  fementida  : 
No  la  que  á  su  amador  le  da  la  vida! 

LXIV. 

"Sea  verdad  ó  no  que  haya  Ginebra 
Deudas  pagado ,  no  reparo  en  esto  ; 

Y  aplaudo  si  lo  hizo  ,  que  no  quiebra 
Su  virtud  el  hacerlo  manifiesto. 

La  empresa,  pues,  mi  corazón  celebra  : 
Un  guía  dadme  que  me  lleve  presto 
Do  está  el  acusador,  que  á  la  doliente 
Espero  en  Dios  salvarla  prontamente. 

LXV. 

»Como  afirmar  no  sé  lo  que  no  toco. 
No  diré  si  lo  hizo  ó  no  :  mas  digo 
Que  por  el  acto  aquel  mucho  ni  poco 
Debe  sufrir  de  oprobio  ni  castigo; 

Y  diré  que  fué  injusto,  y  que  fué  un  loco 
Quien  primero  la  ley  dio  que  maldigo; 

Y  que  debe  por  impía  revocarse, 

Y  con  mejor  sentido  otra  formarse. 


CANTO   CUARTO.  169 

LXVI. 

«Si  un  mismo  vivo  ardor,  si  un  mismo  anhelo 
Al  uno  y  otro  sexo  inclinar  sabe 
A  aquel  fin  del  amor  ,  que  al  vulgo  ciego 
Le  suele  parecer  exceso  grave, 
¿Por  qué  á  débil  mujer  se  acusa  luego 
De  que  use  con  uno  el  placer  suave 
Que ,  con  cuantas  desea ,  el  hombre  ha  usado , 

Y  sin  castigo  va ,  y  hasta  alabado  ? 

LXVII. 

»  Estas  "leyes  á  fe  tan  desiguales 
Perjuicio  y  daño  á  la  mujer  hicieron  , 

Y  espero  en  Dios  mostrar  que  ofensas  tales 
Da  vergüenza  que  tanto  se  sufrieron.» 
Dijo,  y  obtuvo  asensos  generales 

De  que  harto  injustos  los  antiguos  fueron 
Consintiendo  tal  ley  ;  y  que  mal  rige 
El  Rey  que  con  poder  no  la  corrige. 

LXVIII. 

Cuando  el  alba  su  luz  primera  asoma 
Por  los  balcones  del  rosado  Oriente , 
Sus  armas  y  corcel  Reinaldo  toma  ; 
Y,  con  un  escudero  diligente , 
Un  día  y  otro  por  barranco  y  loma 
Cruza  aquel  bosque  denso  horriblemente, 
Hacia  la  tierra  do  se  aguarda  en  breve 
La  lid  que  por  Ginebra  ocurrir  debe. 


170  ORLANDO    FURIOSO. 


LXIX. 

Y  habían,  atronchando  ya  camino, 
La  mayor  parte  andado  de  la  vía , 
Cuando  sonar  un  llanto  oyen  vecino 
Queel  bosque  en  torno  de  amargura  henchía. 
Lanza  al  punto  el  caballo  el  paladino 
Hacia  un  valle ,  del  cual  la  voz  salía  ; 
X     Y  entre  dos  ladres  ven  á  una  doncella, 
Que  les  parece  desde  lejos  bella  , 

LXX. 

Si  lagrimosa  y  dolorida  estando , 
Cual  no  estuvo  jamás  otra  cuitada. 
Los  dos  sobre  su  pecho  están  alzando 
Con  ademán  feroz  la  dura  espada  ; 

Y  ella  con  tristes  ruegos  alargando 
Iba  el  morir,  sin  apiadarlos  nada  , 
Cuando  Reinaldo,  así  que  los  divisa. 
Con  alto  grito  su  presencia  avisa. 

LXXL 

Huyen  los  malandrines  con  presura  , 
Viendo  el  socorro  que  de  afán  los  llena , 

Y  se  lanzan  del  bosque  en  la  espesura. 
En  seguirlos  Reinaldo  no  se  apena: 
Viene  á  la  dama,  y  conocer  procura 
Por  qué  culpa  se  imponga  tanta  pena: 

Y  ordena  que  á  la  grupa  el  escudero 
La  lleve,  po^^que  el  tiempo  huye  ligero. 


CANTO    CUARTO.  I7I 

LXXII. 

Y  cabalgando  ya,  de  verla  cuida 
Más  atento,  y  que  es  bella  asaz  advierte  , 

Y  de  noble  ademán,  aunque  abatida 
Por  el  terror  de  tan  cercana  muerte  ; 

Y  ella  la  narración  por  él  pedida 

De  cuál  acto  le  trajo  á  tan  vil  suerte, 
A  decir  empezó  con  voz  de  llanto 
Cual  os  va  á  repetir  el  nuevo  canto. 


114J^1    Hi 


ORLANDO    FURIOSO. 


ARGUMENTO  DEL  CANTO  QUINTO. 


Piensa  Lurcano  que  á  su  hermano  ha   muerto 
El  amor  que  á  Ginebra  profesaba  , 

Y  de  impudor  la  acusa,  con  entuerto , 
Al  padre  que  en  sus  ojos  se  miraba. 
Ariodante  combátele  encubierto  : 
Mas  Reinaldo  suspende  la  lid  brava  , 

Y  del  fraude  alevoso  al  rey  advierte. 
Lidia  con  Polineso,  y  le  da  muerte. 


ORLANDO  FURIOSO. 


Canto  quinto. 


Cuantos  hay  animales  en  la  tierra  , 
Ya  aquellos  á  quien  vida  quieta  place  , 
Ya  los  que  se  hacen  implacable  guerra  , 
El  macho  á  la  hembra  suya  nunca  la  hace. 
Osa  con  oso  por  el  bosque  yerra  , 
Manso  el  león   con   la  leona  yace, 
La  loba  con  el  lobo  va  segura  , 

Y  no  el  toro  á  la  vaca  da  pavura. 

II. 

¿Qué  abominable  peste,  qué  Megera 
A  turbar  vino  los  humanos  pechos  , 
Que  el  marido  y  su  propia  compañera 
Siempre  en  batalla  están  con  dichosy  hechos  , 

Y  ya  cubren  su  faz  de  tacha  tìera  , 
De  llanto   ya  los  genitales   lechos  ; 

Y  no  de  llanto  sólo,  feroz  saña 

De  sangre,  á  veces,  sin  piedad  los  baña. 


176  ORLANDO   FURIOSO. 

III. 

De  natura  la  ley  el  hombre  invierte , 

Y  contra  el  mismo  Dios  rebelde  osa, 
Si  en  el  rostro  la  imprime  mano  fuerte, 

Y  ni  aun  la  arranca  un  pelo  á  dama  hermosa  : 
Mas  quien  con  fierro  vil  la  da  la  muerte, 

Ó  con  lazo,  ó  con  hierba  venenosa , 

No  es  hombre,  no,  sino  en  mortal  figura  , 

De  los  abismos  infernal  criatura. 

IV. 

Tales  debían  ser  los  dos  felones 
De  que  Reinaldo  libertó  á  la  bella. 
Llevada  á  esos  sombríos  barrancones  , 
Para  que  no  se  oyese  hablar  más  de  ella. 
Yo  os  dejé  cuando  á  darle  las  razones 
De  su  mal  principiaba  la  doncella 
Al  paladín,  trocado  ya  en  amigo; 

Y  ora,  diciendo  así,  la  historia  sigo. 

V. 

La  dama  comenzó  :   «  Voy  á  enterarte 
De  maldad  la  más  grande,  la  más  fiera 
Que  en  Tebas ,  Argos  ,  ó  en  más  cruda  parte 
Del  país  más  feroz  se  cometiera  ; 
Que  si  el  sol,  en  su  giro,  aquí  reparte 
Menos  sus  rayos  que  en  región  cualquiera  , 
Creo  que,  por  no  ver  tan  ímpia  gente, 
Con  su  luz  pura  visitamos  siente  ■. 


CANTO   QUINTO,  I77 

VI. 

»De  cuánto  el  hombre  á  su  enemigo  es  crudo , 
Las  edades  ejemplos  mil  nos  dieron  : 
Masque  démuerteá  quien  fuésiempre escudo 
De  su  honor  y  su  vida,  nunca  vieron. 
Ora,  del  acto  que  llevarlos  pudo 

Y  la  impiedad ,  con  que  cortar  quisieron  , 
La  juventud  en  flor,  que  triste  vivo, 
Desde  el  principio  te  diré  el  motivo. 

VIL 

«Quiero  que  sepas,  mi  Señor,  que  siendo 
Aun  jovencilla,  en  el  servicio  estuve 
De  la  hija  del  Rey,  con  quien  creciendo, 
En  la  corte  lugar  con  honra  obtuve. 
Mas  envidioso  amor,  mi  dicha  viendo, 
Su  secuaz  quiso  hacerme,  ¡ciega  anduve! 

Y  que  de  Albania  el  noble  duque  fuera 
Quien  de  tantos  mejor  me  pareciera. 

VIII. 

))Y  porque  me  mostró  ternura  mucha, 
Todo  mi  corazón  le  di  de  hecho. 
Se  ve  la  faz,  el  razonar  se  escucha , 
Mas  ¡ay!   ¿quién  mira  lo  interior  del  pecho > 
De  amor  y  honor  en  la  empeñada  lucha  , 
Cedí,  y  sin  ver  le  recibí  en  mi  lecho, 
Que  de  la  regia  cámara  es  aquella 
La  más  secreta  de  Ginebra  bella, 

TOMO   I.  l¿ 


178  ORLANDO   FURIOSO. 

IX. 

»Do  sus  cosas  más  íntimas  tenía, 

Y  donde  Jas  más  veces  se  acostaba. 
Entrar  por  un  terrazo  se  podía 

Que  descubierto  á  lo  exterior  estaba  : 

Y  á  mi  amante  por  él  subir  hacía, 
Con  la  escala  de  cuerda,  que  colgaba 
De  la  baranda  misma,  do  ingeniosa 
Señal  hacía,  de  abrazarle  ansiosa. 

X. 

»Y  le  hacía  venir  astutamente 
Cuando  Ginebra  nos  dejaba  espacio  ; 
Que  de  lecho  mudaba  muy  frecuente, 
Por  el  frío  ó  calor  del  tiempo  lacio. 
Nunca  le  vio  salir  humana  gente , 
Porque  daba  esa  parte  del  palacio 
A  unas  ruinas  de  casas',  que  ninguno 
Día  ó  noche  pisaba  inoportuno. 

XI. 

»Días,  y  aun  meses,  no  sentí  el  corrido 
Tiempo  de  nuestro  amor  en  juego  loco , 
Siempre  creciendo  en  mí,  ¡tan  encendido 
Dentro  llevaba  el  abrasante  foco! 

Y  no  me  fué  ¡qué  ciega!  conocido 
Que  si  mucho  fingía,  amaba  poco; 
Si  bien  su  engaño  revelar  podían 
Mil  señales  que  claro  lo  decían. 


CANTO   QUINTO.  1 79 


XII. 

«Hízose  de  allí  en  breve  nuevo  amante 
De  la  princesa  ;  y  á  decir  no  acierto, 
Si  empezó  aquel  amor  en  tal  instante, 
Ó  primero  que  el  mío,  tan  cubierto. 
Mas  ve  si  ya  se  había  hecho  arrogante, 

Y  si  ejercía  en  mí  dominio  cierto. 
Que  á  mí  se  descubrió,  para  que  fuese 
¡Oh  vergüenza!   su  ayuda  y  le  sirviese. 

XIII. 

»Me  decía  que  aquel  amor  no  era 
Como  el  mío  su  gloria  y  su  trofeo  : 
Mas  que,  fingiendo  que  la  adora  ,  espera 
Obtenerla  en  legítimo  himeneo; 
Que  el  Rey  no  ha  de  oponerse,  mientrasquiera 
Ginebra  y  le  descubra  su  deseo  ; 
Pues  él  en  sangre  y  feudos  hace  gala 
De  que  ,  después  del  Rey,  nadie  le  iguala. 

XIV. 

»Y  me  presuade  que  ,  por  obra  mía  , 
Yerno  del  mismo  Rey  podrá  llamarse, 

Y  que  entonces  tan  alto  subiría. 

Que  el  segundo  en  el  trono  ha  de  sentarse  ; 
Que  todo  á  nuestro  amor  lo  debería  ; 
Que  no  tan  gran  merced  puede  olvidarse  ; 

Y  que  á  su  esposa  misma  tendrá  en  nada  , 
Conmigo  y  mi  hermosura  comparada. 


1 8o  ORLANDO   FURIOSO. 

XV. 

»Yo  siempre  á  darle  gusto  sólo  atenta  , 
Resistir  no  sabiendo,  ó  no  queriendo, 
Hasta  en  tal  situación  me  hallé  contenta. 
Pues  veo  así  que  á  complacerle  atiendo  ; 

Y  en  cuanto  la  ocasión  se  me  presenta, 
Voy  su  mérito  y  gala  encareciendo 

Á  Ginebra,  y  no  hay  traza  que  no  trame 
Porque  á  mi  propio  amante  otra  le  ame. 

XVI. 

»Que  puso  en  su  favor  mi  ingenio  astuto 
¡Sábelo  Dios!  cuanto  á  su  alcance  estaba  : 
Mas  no  logré  sacar  el  menor  fruto 
En  pro  del  Duque  mío,  cual  pensaba; 

Y  era  la  causa  que  de  amor  tributo 
Con  afecto  honestísimo  pagaba 

Á  un  bello  paladín  de  ella  devoto, 
Llegado  á  Escocia  de  país  remoto. 

XVII. 
«Con  un  joven  ,  su  hermano  muy  dilecto  , 
Desde  Italia  aquí  vino,  y  de  tal  suerte 
Brilló,  y  en  armas  se  hizo  tan  perfecto, 
Que  Bretaña  no  ve  lanza  más  fuerte. 
Amóle  el  Rey,  y  en  muestra  de  su  afecto 
En  él  honores  y  riquezas  vierte; 
Y  con  villas,  castillos  y  otros  dones, 
Le  hizo  Grande  ú  la  par  de  sus  Barone:;. 


CANTO   QUINTO.  l8l 


XVIII. 

•  Si  grato  al  Rey,  más  grato   á  la  Princesa 
Es  el  bravo,  que  llámase  Ariodante, 
Por  su  insigne  valor,  que  á  muchos  pesa  , 

Y  también  porque  sabe  la  es  amante; 
Que  ni  el  Etna  ó  Vesubio  en  lava  espesa, 
Ni  de  Troya  la  hoguera  devorante , 
Arden  tanto,  cuanto  ella  conocía 

Que  el  pecho  de  Ariodante  en  fuego  ardía. 

XIX. 

»E1  amar  finalmente  al  que  la  amaba, 
Con  noble  corazón,  con  fe  segura, 
Hízola  desechar  cuanto  yo  hablaba , 
Dándome  de  un  rechazo  la  amargura; 

Y  cuanto  más  por  él  viva  rogaba, 
P2nsalzando  su   brío  y  donosura. 

Ella  siempre,  en  baldones  prorumpiendo, 
Enemiga  mayor  se  le  iba  haciendo. 

XX. 

»Yo  á  mi  dueño  pedíale  frecuente 
Que  dejase  por  fin  la  empresa  vana , 

Y  no  esperase  ya  torcer  la  mente 

De  aquella  á  quien  pasión  rinde  temprana  ; 

Y  conocer  le  hice  claramente 

Que  en  ella  acción  ejerce  tan  tirana. 
Que  del  mar  toda  el  agua  poca  fuera 
Para  apagar  tan  encendida  hoguera. 


!&■ 


ORLANDO   FURIOSO. 


XXI. 

»Esto  de  mí  cien  veces  Polineso 
(Que  así  el  Duque  se  llama),  habiendo  oído , 

Y  por  sí  mismo  visto  ,  bien  expreso, 
Lo  poco  que  es  su  afán  correspondido, 
Entróle  de  venganza  fiero  acceso, 

Al  mirarse  por  otro  preferido; 

Y  como  es  tan  soberbio  y  desalmado. 
Siente  en  odio  y  furor  su  amor  trocado. 

XXII. 

»  Y  entre  la  joven  y  Ariodante  piensa 
Que  discordia  feroz  fije  su  planta, 
Nacer  haciendo  enemistad  intensa 
(Que  aquella   toda  ley  rompe  ó  quebranta  ) 
Achacándola  culpa  tan  inmensa, 
Que  ni  la  muerte  borre  mancha  tanta; 

Y  no  trató  el  proyecto  ni  aun  conmigo, 
Porque  él  sólo  es  capaz  de  darle  abrigo. 

XXIII. 

>'Y  ya  resuelto  á  ejecutar,  me  dice  : 
"¿Sabes,  Dalinda   (tal  soy  yo  llamada), 
*Que,  cual  vuelve  á  brotar  de  su  raice 
«Planta  una  vez,  y  dos,  y  tres  cortada , 
"Así  la  pertinacia  mía  infelice, 
«Aunque  por  el  mal  éxito  truncada, 
"Brotando  la  he  de  ver,  hasta  que  sea, 
»  Dueña  al  tin  del  objeto  que  desea? 


CANTO   QUINTO.  l83 


XXÍV. 

»Y  no  ya  por  placer  el  caso  acecho, 
))Mas  por  em  peño  de  triunfar  sin  duda; 
»Que  aun  no  pudiendo  conseguirei  hecho, 
)'La  imagen  quiero  que  á  mi  mente  acuda; 
"Quiero  que  cual  recíbesme  en  tu  lecho, 
»Y  Ginebra  en  el  suyo  está  desnuda, 
>'Tú  tomes  sus  vestidos  cautamente, 
»Y  te  vistas  con  ellos  diligente, 

XXV. 

"Ponte  el  pelo  cual  ella:  estudia  el  juego 
))De  su  talle  y  su  acción,  y  haz  veinte  pruebas 
>'Para  imitarla;  y  al  terrazo  luego 
«Sal  á  avisarme  con  señales  nuevas. 
"Yo  de  Ginebra  á  la  ilusión  me  entrego, 
)'A1  ademán,  al  traje  que  tú  llevas  ; 
»  Y  así  logra  engañado  mi  sentido, 
»Su  deseo  tenaz  ver  extinguido.» — 

XXVI. 

"Así  me  dice  ,  y  yo  sin  embarazo, 
Sumida  en  ceguedad  que  á  nada  iguala. 
No  vi  que  era  tan  sólo  inicuo  lazo. 
Fruto  de  esa  alma  tan  torcida  y  mala  ; 

Y  en  traje  de  Ginebra  de  el  terrazo. 
Según  costumbre,  le  arrojé  la  escala; 

Y  luz  del  caso  mi  razón  no  tuvo. 
Hasta  que  el  daño  consumado  estuvo. 


184  ORLANDO   FURIOSO. 

XXVII. 

«Cuando  lo  fué,  trabó  con  Ariodante 
Plática  el  Duque,  y  en  palabras  tales 
(Que  amigos  fueron  hasta  aquel  instante 
En  que  de  un  mismo  amor  fueron  rivales), 
— «Me  maravilla  (comenzó  mi  amante) 
»Que  habiéndote,  entre  todos  mis  iguales, 
«Tenido   en  alto  aprecio  y  siempre  amado. 
»Haya  sido  por  ti  tan  mal  premiado. 

XXVIII. 

»No  ignoro  que  de  antiguo  estás  sabiendo 
»Que  á  Ginebra,  á  quien  vivo  amor  tributo , 
»Por  legítima  esposa  yo  pretendo: 
«Esa  demanda  al  rey  hoy  ejecuto: 
«¿Por  qué,  pues,  me  perturbas  y  me  ofendes. 
«Poniendo  en  ella  tu  intención  sin  fruto? 
«Yo  no  así  procediera  tan  impío 
»Si  estuviera  en  tu  caso  y  tú  en  el  mío.» — 

XXIX. 

»Y  responde  Ariodante: — «Pues  me  llama 
«La  atención,  cual  á  ti,  y  aun  mayormente, 
-Que  tú  no  sepas  que  Ginebra  me  ama  , 
"Antes  que  visto  hubieras  su  alta  frente. 
«Mas  sé  que  sabes  cuánto  amor  inflama 
«De  ambos  el   corazón,  y  cuan  ardiente; 
"Y  sé  que  no  te  ama,  y  sólo  ansia 
'Ser  la  dulce  mitad  del  alma  mía. 


CANTO    QUINTO. 


lS5 


XXX. 

))Y  á  alcanzarla  no  menos  me  prevengo 
»Para  esposa,  del  Rey;  que  si  boato, 
«Cual  tú,  riqueza  y  gala  no  sostengo, 
"No  menos  al  monarca  le  soy  grato, 
))Y  el  corazón  de  la  princesa  tengo  : 
)»¿Por  qué,  pues,  me  perturbas  así  ingrato? 
)'Yo,  á  fe,  note  ofendiera  tan  impío, 
»Si  estuviera  en  tu  caso  y  tú  en  el  mío.» — 

XXXI. 

— «¡  Oh  (dijo  el  Duque),  y  á  qué  error  funesto 
)>La  amorosa  locura  te  ha  traído! 
>'Te  juzgas  más  amado,  y  también  esto 
«Creo  de  mí;  pues  sea  esclarecido  : 
»Tú  me  harás  lo  que  logras  manifiesto  : 
»  Yo  á  ti  lo  que  á  Ginebra  la  he  debido; 
"Y  gane  el  que  contar  más  glorias  pueda , 
»  Y  al  que  venza  ,  el  vencido  el  campo  ceda. 

XXXII. 

"Y  estoy  pronto,  si  quieres,  y  lo  juro, 
"A  callar  lo  que  en  prueba  me  reveles  , 
^Queriendo  yo  también  quedar  seguro 
»De  que  cuanto  te  diga  cauto  celes.»  — 

Y  así  conformes,  sobre  el  cáliz  puro 
Puestas  las   manos,  juran  el  ser  fieles; 

Y  el  juramento  al  terminar  severo  , 
El  Ariodante  se  explicó  el  primero. 


l86  ORLANDO   FURIOSO. 


XXXÍII. 

»Y  la  verdad  le  dijo  con  lisura, 
Tal  corno  con  Ginebra  era  la  cosa  ; 
Que  le  ofreció  de  boca  y  de  escritura , 
Que  solamente  del  sería  esposa  ; 

Y  si  el  Rey  se  oponía  á  su  ventura , 
Le  juraba  mostrarse  desdeñosa 

A  cuanto  matrimonio  le  impusiera  ; 

Y  vivir  y  morir  siempre  soltera. 

XXXIV. 

»  Y  que  por  su  valor  tiene  esperanza 
(Que  en  las  armas  mostrara,  en  más  de  un  signo, 
Que  al  bien  del  reino  y  á  su  gloria  alcanza) 
De  que  tanto  ha  de  hacer,  que  el  Rey  benigno, 
Poniendo  en  él  su  amor  y  su  confianza. 
Del  más  excelso  honor  le  juzgue  digno, 

Y  sabiendo  que  gusto  da  á  la  hermosa. 
Se  la  conceda  alegre  por  su  esposa. 

XXXV. 

»Y  añadió  que  su  sola  dicha  es  esto, 

Y  nadie  más,  ni  tanto  obtener  puede; 

Y  que  tenga  por  claro  y  manifiesto , 
Que  su  honrada  pasión  jamás  se  excede  : 
Ni  más  busca,  ni  quiere,  que  lo  honesto 
Que  el  connubio  legítimo  concede; 

Pues  vano  fuera  el  pretender  cobarde 
Lo  que  á  virtud  y  honor  sólo  se  guarde.  »> 


CANTO   QUINTO.  1 87 


XXXVI. 

»  Así  que  de  ese  modo  habló  Ariodante, 
Del  favor  á  que  aspira  su  fatiga , 
Polineso,  que  estaba  ya  anhelante 
De  que  fuera  Ginebra  su  enemiga, 
Empezó  : — «Pues  de  mí  te  hallas  distante; 
)>Y  quiero  que  tu  mismo  labio  diga, 
"Cuando  bien  sepas  mi  amorosa  historia  , 
))Que  sólo  es  mía  la  ventura  y  gloria. 

XXXVII. 

•  Ella  finge  contigo  ,  y  su  agudeza 
"Con  graciosas  palabras  te  entretiene, 
))Y  tu  amor  trata  de  pueril  simpleza, 
"Cuando  de  ti  conmigo  á  decir  viene, 
"Yo  tengo  de  que  me  ama  otra  certeza  , 
"Que  más  que  ofertas  y  charlar  me  llene  , 
»  Y  á  contártela  voy,  el  juramento 
"Por  cumplir  sólo,  y  no  sin  sentimiento. 

XXXVIII. 

"No  pasa  mes  ,  de  tiempo  ardiente  ó  frío, 
>'En  que  tres  noches,  seis  ,  y  diez  á  veces  , 
»En  mis  brazos,  desnuda,  á  mialbedrío, 
"No  la  copa  de  amor  beba  con  creces; 
"De  aquí  puedes  sacar  si  al  gozo  mío 
"Se  igualan  tus  arrobos  y  chocheces;   - 
'Cédeme,  pues,  y  busca  otros  amores , 
"Pues  soy  en  éste  el  dueño  de  las  flores.»— 


l88  ORLANDO   FURIOSO. 


XXXIX. 

-^«No  es  verdad  lo  que  dices,  y  alevosa, 
«Seguro  estoy,  de   que  tu  lengua  mienta, 
»Y  de  que  urdiste  trama  tan  odiosa  , 
»Para  que  de  la  empresa  me  arrepienta. 
»Mas,  siéndole  á  su  honor  tan  ominosa, 
«Quiero  que  de  la  injuria  me  des  cuenta; 
«Y  que  eres  bajo  y  vil,  sobre  embustero, 
«Ora  aquí ,    sin  tardar  ,  probarte  quiero.» — 

XL. 

»Y  el  Duque  replicó: — «No  fuera  honesto 
»De  un  combate  trocar  en  los  enojos 
«Lo  que  tan  fácil  puedo  manifiesto, 
«Cuando  quieras  ,  ponerte  ante  los  ojos.» — 
Atónito  Ariodante  queda  en  esto, 

Y  corre  un  hielo  por  sus  miembros  flojos; 

Y  allí  mismo  caído  muerto  hubiera  , 
Si  la  invención  del  todo  la  creyera. 

XLI. 

«Con  traspasado  pecho  y  faz  de  nieve, 

Y  con  tremante  voz  y  amarga  boca: 

— «Cuando  tu  fe  (le  respondió)  me  lleve 
«Esa  fortuna  á  ver  tuya  tan  loca, 
«Dejar  prometo  á  la  que,  en   tiempo  breve  , 
»Te  dio  á  ti  tanta  suerte  ,  á  mí  tan  poca. 
«Mas  lo  atroz  que  contaste  no  te  creo  , 
"Si  antes  con  estos  ojos  no  lo  veo.»— 


CANTO  QUINTO.  189 


XLII. 

— «He  de  avisarte,  cuando  tiempo  sea.» — 
Dijo,  y  partió  al  instante  Polineso; 

Y  aquello,  á  las  tres  noches,  que  desea 
Gozar  conmigo,  concertó  el  avieso  ; 

Y  para  el  logro  de  su  infame  idea , 
Fué  en  busca  del  rival,  de  pena  opreso, 

Y  le  dijo  que  aquella  noche  fuese, 

Y  en  las  ruinas  de  casas  se  escondiese. 

XLIII. 

»Y  del  terrazo,  que  él  usaba,  al  frente 
Le  trajo,  propio  sitio  á  fascinarle. 
El  otro  sospechó  que  acaso  intente 
A  esa  hora  y  lugar  así  llevarle, 
Con  designio  trazado  astutamente 
De  ponerle  un  aguaite  y  de  matarle  , 
Tomando  por  pretexto  la  aventura, 
Que  imposible  en  Ginebra  se  tìgura. 

XLIV. 

»Aun  así,  de  acudir  tomó  el  partido; 
Mas  de  no  ser  cuidando  el  menos  fuerte  ; 
Porque  en  caso  de  verse  acometido, 
Valerse  pueda  y  evitar  la  muerte. 
Un  hermano  tenía,  distinguido 
Por  discreto  en  la  corte,  bravo  y  tuerte  : 
Lurcanio  se  llamaba  ,  y  en  más  cuenta 
Llevarle  en  su  compaña,  que  á  otros  treinta. 


IpO  ORLANDO   FURIOSO. 

XLV. 
»Le  llama,  y  dice  que  su  honor  dispuso 
Que  esa  noche  con  él  en  armas  pase; 

Y  que  no  le  contó,  decir  excuso, 
El  secreto  que  al  lance  le  empeñase. 
Ya  en  el  sitio,  á  cien  pasos  del  le  puso, 

Y  le  dijo  :  — «A  mí  ven  ,  si  te  llamase  : 
«Mas  si  no  oyes  mi  voz ,  por  Dios ,  hermano , 
«No  te  apartes  de  estar  así  lejano.»  — 

XLVI. 

— «Ve,  pues  (dice  Lurcanio),  ve  y  sosiega, 
«Que,  cual  quieres,  lo  haré.» — Y  él  al  asiento 
De  las  ruinas  fronteras  se  repliega 
Del  terrazo,  al  que  fijo  está  y  atento. 
De  la  otra  parte  el  fraudulento  llega, 
Que  del  mal  de  Ginebra  va  sediento, 

Y  me  hace  la  señal  que,  necia  amante, 
Aguardaba,  del  crimen  ignorante. 

XLVII. 

»Y  yo  con  veste  candida  y  ornada, 
Con  listas  de  oro,  en  medio  y  en  contorno, 

Y  también  de  áurea  red  la  sien  orlada, 
Entre  purpúreos  lazos,  rico  adorno, 

Y  pompa,  de  Ginebra  sólo  usada, 
De  llevar  gala  ajena  sin  bochorno, 
Al  terrazo  salí  ;  que  tal  yacía. 

Que  toda  en  derredor  me  descubría. 


CANTO  QUINTO.  I9I 


XLVIII. 

«Lurcanio,  receloso,  ora  temiendo 
Peligrara  su  hermano  en  la  aventura, 
Ó  al  deseo  común  tal  vez  cediendo, 
Que  de  saber  asiste  á  la  criatura, 
Por  las  ruinas  le  había  ido  siguiendo. 
Poco  á  poco,  ala  sombra  más  oscura; 

Y  á  menos  de  diez  pasos  va  del  bulto 
De  Ariodante,  también  á  estarse  oculto. 

XLIX. 

»Y  yo  sin  saber  de  ello  cosa  alguna. 
Vine  en  el  traje  aquél  al  dado  efecto 
Del  que,  cien  noches  con  mejor  fortuna. 
Llamó  á   mis    brazos    mi    culpable    afecto. 
Luce  la  ropa  al  claro  de  la  luna; 

Y  yo  que  de  Ginebra  el  mole  aspecto 
Tengo  y  de  su  cabello  la  corona. 
Bien  retrato  su  talle  y  su  persona. 

L. 

«Tanto  más  cuanto  espacio  alguno  había 
Entre  las  ruinas  y  do  yo  me  ostento, 

Y  así  á  los  dos  hermanos  parecía 
Pura  verdad  el  torpe  fingimiento. 
Ora  puedes  fijarte  en  la  agonía 

De  Ariodante  infeliz  en  tal  momento. 
Polineso  se  acerca ,  y  nada  iguala 
A  la  presteza  con  que  el  muro  escala. 


102  ORLANDO  FURIOSO. 

LI. 

»A1  primero  abordar  los  brazos  le  echo, 
Sin  ni  soñar  que  nadie  á  verlo  acuda  ; 
Beso  su  boca,  apriétole  á  mi  pecho, 

Y  mi  afán  cariñoso  no  se  muda, 
Mientras  él,  como  nunca  en  lazo  estrecho, 
Con   mil  caricias  á  su  fraude  ayuda. 
Aquél ,  llevado  allí  de  tan  vil  modo, 
¡Mísero  1  desde  lejos  lo  ve  todo. 

LII. 

»Y  tal  dolor  le  asalta,  que  dispone 
El  darse  en  aquel  punto  muerte  impía; 

Y  el  pomo  de  la  espada  en  tierra  pone, 

Y  la  punta  en   el  pecho  que  aun  latía. 
Lurcanio  al  ver  cual  causa  lo  ocasione 
(Que  al  Duque  recibir  visto  me  había, 
Aunque  no  su  persona  conociendo), 

Se  lanzó  de  su  hermano  el  acto  viendo. 

Lili. 

»Y  le  impidió  que  con  su  propia  mano 
El  corazón  se  atravesara  el  triste: 
Si  más  tarda,  si  más  se  halla  lejano, 
Al  trance  de  su  muerte  solo  asiste. 
— «¡Ay,  hermano  infeliz  1  jAy,  crudo  hermano  I 
«(Gritó):  ¿el  sentido  y  la  razón  perdiste? 
«¡Qué!  ¿Por  una  mujer  tan  loco  intento? 
"¡Llévese  á  todas,  como  á  niebla,  el  viento! 


CANTO    QUINTO.  igS 


LIV. 

«Haz,  pues  que  lo  merece,  que  ella  muera , 
)>Y  reserva  á  mayor  lauro  tu  muerte. 
»Si  antes  de  su  delito  grande  fuera 
»Tu  amor,  que  hoy  tu  rencor  sea  más  fuerte. 
«Hoy  que  descubres  su  perfidia  entera  , 
«A  tí  ingrata,  y  liviana  de  tal  suerte, 
«Guarda  este  acero,  que  á  tus  manos  quito, 
«Para  acusarla  al  Rey  de  su  delito.» — 

LV. 

«Cuando  á  su  hermano  ve  que  sosteniendo 
Le  está  en  sus  brazos,  el  intento  deja 
Por  aquella  ocasión  :  mas  no  el  tremendo 
Designio  de  matarse  de  sí  aleja. 
Levántase  después;  y  aunque  sintiendo 
Cada  vez  más  la  angustia  que  le  aqueja, 
Con  Lurcanio  figura  que  ya  el  alma 
Se  sosiega  y  respira  más  en  calma. 

LVI. 

«Y  á  la  próxima  luz  calladamente  , 
Sin  que  su  propio  hermano  lo  entendiera, 
Partió,  abrasado  del  despecho  ardiente, 
Sin  que  del  unos  días  se  supiera. 
Sólo  al  Duque  y  Lurcanio  era  evidente 
La  oculta  causa  que  partir  le  hiciera; 
Y  en  palacio  cien   cuentos  se  dijeron. 
Que  toda  Escocia  pronto  recorrieron. 

TOMO    I.  i3 


194  ORLANDO    FURIOSO. 


LVII. 

»Algún  tiempo  después  vino  á  la  corte 
A  contar  á  Ginebra  un  caminante, 
Sintiendo  que  noticia  tal  aporte, 
Que  en  medio  al  mar  se  sumergió  Ariodante; 

Y  no  al  soplar  del  Ábrego  ó  del  Norte, 
Sino  de  voluntad  libre  y  pensante; 

Que  de  un  peñasco,  sobre  aquel  muy  alto. 
Se  arrojó  de  cabeza ,  en  fiero  salto. 

LVIII. 

))Y  añadía  :— «Y  poco  antes  de  hacer  esto  , 
«Me  dijo  á  mí,  que  oteaba  la  marea, 
— «Ven,  que  quiero  que  le  hagas  manifiesto 
))Á  Ginebra  mi  fin  y  suerte  rea; 
»Y  que  la  digas,  cuando  pronto  el  resto 
»De  mi  designio  consumado  sea: 
»Que  j7or  ver  demasiado ,  aquí  he  venido: 
«¡Dichoso  yo,  si  ciego  hubiera  sido!» — 

LIX. 

»  Estábamos  al  pie  de  Cabobaso, 
"Que  hacia  Irlanda  en  el  mar  se  abre  camino, 
»Y  allí  á  la  cima  de  un  peñasco  raso 
»Sube  y  se  arroja  :  el  agua  en  torbellino 
»Salta ,  y  sepulto  queda  ;  y  yo  á  gran  paso , 
«Vengo  á  contarte  su  fatal  destino.» — 
Aterrada  Ginebra  el  lance  escucha, 

Y  toda  helada,  con  la  muerte  lucha. 


CANTO   QUINTO.  tgi 


LX. 

))¡Oh  Dios!  Sola,  en  su  lecho  padeciendo  : 
En  su  lecho  ultrajado,  ¿qué  diría? 
Su  desolada  faz,  su  pecho  hiriendo, 
De  su  cabello  el  oro  desparcía  , 
Veces  mil  las  palabras  repitiendo 
Que,  al  morir,  Ariodante  dicho  había  : 
Que  es  la  ocasión  de   su  desdicha,  dice, 
¡Por  haber  visto  mucho ,  el  infelice! 

LXI. 

»E1  rumor  por  doquiera  se  derrama 
De  que  por  gran  dolor  se  dio  la  muerte. 
Le  llora  el  Rey  :  no  hay  paladín  ni  dama 
Que  no  lamente  su  funesta  suerte  : 
Mas  su  hermano  infeliz,  que  tanto  le  ama, 
Se  ve  oprimido  de  pesar  tan  fuerte  , 
Que  de  imitar  su  ejemplo  está  ya  ansioso  , 

Y  seguirle  en  el  trance  doloroso. 

LXII. 

»Y  entre  sí  muchas  veces  repitiendo 
Que  fué  Ginebra  quien  mató  á  su  hermano, 

Y  que  la  vista  de  aquel  acto  horrendo 
Fué  lo  que  á  muerte  le  llevó  temprano, 
De  venganza  el  ardor  le  va  surgiendo; 

Y  á  dominar  le  llega  tan  insano. 
Que  del  país  la  cólera  soporta , 

Y  la  gracia  real  nada  le  importa. 


196  ORLANDO   FURIOSO. 

LXIII. 

»  Y  ante  el  Rey,  cuando  llena  más  de  gente 
Se  halla  la  estancia,  presentóse,  y  dijo  : 
— «Sabe,  señor,   que  quien  turbó  la  mente 
«De  mi  hermano,  con  duelo  tan  prolijo, 
j)Fué  Ginebra,  tu  hija,  que  vilmente 
»E1  dardo  del  dolor  le  clavó  fijo  : 
"Porque  viéndola  torpe  ,  envilecida  , 
"Quiso,  pues  la  perdió,  perder  la  vida.»— 

LXTV. 
«Porque  fué  su  pasión  siempre  humildosa , 
Que  eran  amantes  revelarte  quiero; 

Y  de  ti  recibirla  por  esposa 

Se  propuso,  sirviéndote  primero. 
Mas  él,  de  lejos,  de  la  planta  hermosa 
Aspiraba  el  aroma,  cuando,  artero. 
Ve  que  otro  asalta  el  tronco,  y  el  tributo. 
De  cerca,  coge  del  ansiado  fruto. 

LXV. 

»Y  siguió  refiriendo  cómo  había 
En  el  terrazo  visto  á  la  traidora; 

Y  cómo  allí  la  escala  le  tendía 

Á  un  galán  suyo,  cuyo  nombre  ignora; 
Pues  disfrazado,  el  pelo  recogía, 
Capa  arrastrando  que  el  añil  colora  ; 

Y  añade  que  es  verdad  cuanto  refiere , 

Y  que  probarlo  con  sus  armas  quiere. 


CANTO   QUINTO.  197 

LXVI. 

"Puedes  juzgar  si  el  padre  dolorido 
Quedara  oyendo  la  calumnia  inmensa  : 
Ya  porque  nunca  hubiéralo  creído, 
Ya  porque  en  las  resultas  de  ello  piensa  ; 
Pues  sabe  que  está  él  mismo  compelido, 
Si  un  guerrero  no  toma  la  defensa  , 

Y  Lurcano  á  sus  pies  no  se  perjura, 
A  condenarla  él  mismo  á  muerte  dura. 

LXVII. 

»No  creo  que  te  sea  ¡oh  Señor!  nueva 
Nuestra  ley  que  condena  á  fallo  odioso, 

Y  á  una  triste  mujer  á  morir  lleva, 

Si  la  acusan  de  que  á  otro  que  á  un  esposo 
Se  entregue,  á  menos  que  á  lidiar  se  atreva 
Por  ella,  antes  de  un  mes ,  un  valeroso 
Que,  al  falso  acusador  venciendo,  pruebe 
Que  es  inocente,  y  que  morir  no  debe. 

LXVIII. 

«Hace  el  Rey  publicar  por  libertarla 
(Y  la  juzga  acusada  falsamente) 
Que  esposa,  con  gran  dote,  quiere  darla 
A  quien  de  mancha  tal  lave  su  frente. 
Que  en  su  estado  infeliz  quiera  ampararla 
No  hay  hasta  aquí  varón  que  se  presente; 
Pues  el  Lurcano  en  armas  es  tan  fiero  , 
Que  teme  sucumbir  todo  guerrero. 


198  ORLANDO   FURIOSO. 

LXIX. 

'>La  suerte  ha  preparado  que  Zerbino  , 
Su  hermano,  ora  en   Escocia  no  se  hallase  : 
Que  anda  ha  ya  muchos  meses  peregrino, 
Su  prez  mostrando  por  do  quier  que  ándase, 
Si  del  reino  estuviera  más  vecino 
Aquel  prode  gallardo,  ó  do  llegase 
La  noticia  de  suerte  tan  tirana. 
El  defendiera  á  su  afligida  hermana. 

LXX. 

"El  Rey  que  en  tanto  averiguar  procura, 
Por  otro  azar  que  el  que  las  armas  prueben, 
Si  es  verdadera  ó  no  tal  aventura, 

Y  es  ó  no  justo  que  á  morir  la  lleven , 
A  varias  camareras,  con  presura. 
Manda  prender  que  el  caso  saber  deben  ; 
De  do  supuse  yo,  si  me  prendían , 

Los  males  que  infinitos  me  vendrían. 

LXXL 

"\'  antes  de  que  la  noche  aquella  pase  , 
Al  Duque  fui  y  á  demandar  su  influjo 
Contra  el  daño  que  á  entrambos  amagase, 

Y  él  el  paso  aprobó  que  allí  me  trujo  ; 

Y  lo  alabó,  y  me  dijo  no  dudase, 

Y  por  fin  A  partir  suave  me  indujo 

A  un  fuerte  suyo  que  cercano  había, 

Y  á  dos  me  dio  para  mi  amparo  y  guía. 


CANTO  QUINTO.  1 95 


LXXII. 

»¡  Ay!  cuánto  esta  mujer  le  sea  sierva, 

Y  euán  ciega  por  él  y  dócil  ande , 
Ya  escuchaste,  Señor;  y  si  proterva 
Llegó  hasta  obrar  vilezas  que  la  mande. 
La  merced  ora  escucha  que  reserva 

En  pago  digno  á  merecer  tan  grande  : 

Mira  si  mujer  hay  enamorada 

Que  deba  ya  esperar  el  verse  amada. 

LXXIIL 

»Que  este  aleve,  cruel,  fiero,  malvado, 
Al  fin  ha  puesto  en  duda  la  fe  mía, 

Y  la  sospecha  torpe  en  él  ha  entrado 
De  que  descubra  su  artimaña  impía  ; 

Y  que  me  retiraba  ha  simulado, 
Hasta  que  ceda  el  Rey  en  su  porfía  , 
Mandándome  á  lugar  seguro  y  fuerte  ; 
¡Y  adonde  me  mandaba  era  á  la  muerte! 

LXXIV. 

')Que  encomendó,  en  secreto,  á  esosprecitos 
Que  al  llegar  á  esa  oscura  selva  ingrata  , 
Diéranme  muerte.    ¡  Obsequios  infinitos 
Así  pagaba!  Y  sin  piedad  me  mata. 
Si  tú  no  acudes  á  mis  tristes  gritos. 
¡Ve  cómo  amor  á  quien  le  sigue  trata!» — 
Así  Dalinda,  y  siempre  caminando, 
A  Reinaldo  su  historia  iba  contando. 


loo  ORLANDO    FURIOSO. 


LXXV. 

Al  cual  el  bien  saberla  asaz  le  agrada , 

Y  el  encuentro  feliz  de  la  doncella, 
Viendo  que  le  es  la  prueba  encomendada 
De  la  inocencia  de  Ginebra  bella. 

Y  si  esperado  había,  aunque  acusada 
Lo  fuera ,  y  con  razón ,  salvar  á  aquella , 
Ora  con  más  confianza  va  y  valiente, 

Al  ver  que  la  calumnia  es  evidente. 

LXXVI. 

Y  á  la  ciudad  del   santo  Andrés  '  corría , 
Do  el  Rey  se  hallaba  con  la  corte  entera, 

Y  el  singular  combate  ocurriría 
Que  el  lance  de  Ginebra  decidiera. 
Iba  Reinaldo,    á  cuanto  más  podía  , 
Cuando  paró,  ya  cerca,  su  carrera; 
Porque  encontró  á  su  paso  un  escudero 
Que  era  de  frescas  nuevas  mensajero. 

LXXVII. 

Del  supo  que  un  campeón  era  venido 
Que  de  Ginebra  el  lado  sustentara, 

Y  con  yelmo  y  pavés  desconocido 
Misterioso  y  oculto  se  mostrara  ; 
Que  desde  que  llegó,  nadie  ha  podido 
Un  instante  no  más  verle  la  cara  , 

Y  hasta  el  que  de  escudero   le  servía  , 
Juraba  que  quien  era  no  sabía. 


CANTO  QUINTO. 


LXXVIII. 

A  poco  andar  se  hallaron  á  la  altura 
De  los  muros,  y  al  pie  de  la  gran  puerta. 
Siente  Dalinda  al  verla  harta  pavura: 
Pero  Reinaldo  á  serenarla  acierta. 
Cerrada  se  halla,  y  al  que  de  ella  ha  cura  , 
Demanda  el  paladín  :  ¿Por  qué  no  abierta? 

Y  fuele  dicho  que,  por  ver  el  modo 
Del  combate,  ha  salido  el  pueblo  todo. 

LXXIX. 

Que  entre  un  campeón  ignoto  y  el  Lurcano 
Se  da  al  lado  ulterior  de  la  muralla , 
En  un  palenque  dilatado  y  llano, 

Y  que  ya  comenzaron  la  batalla. 

El  portero  al  señor  de  Montealbano 
Abre,  y  cierra  tras  él  portillo  y  valla. 
Cruza  el  pueblo  vacío  el  caballero, 

Y  á  Dalinda  á  un  hostal  manda  primero. 

LXXX. 

Y  la  dice  al  partir  que  allí  podría 
Segura  estar,  y  que  él  volverá  presto  ; 

Y  al  campo  de  la  lid  los  pasos  guía. 
Do  se  habían  ya  asaz  dado  y  respuesto 
Los  bravos,  y  se  daban  todavía. 
Contra  Ginebra  estaba  mal  dispuesto 
Lurcano;  y  al  rival  mucho  interesa 
¡Tan  bravo  lidia!  la  abrazada  empresa. 


202  ORLANDO   FURIOSO. 


LXXXI. 

Seis  Barones  con  él,  ante  el  tablado  , 
A  pie  estaban,  armados  de  coraza, 
Con  el  duque  de  Albania,  bien  montado 
En  un  fuerte  corcel  de  buena  raza. 
Como  á  gran  Condestable,  encomendado 
Le  está  el  mando  del  campo  y  de  la  plaza , 

Y  está  orgulloso,  y  plácido  celebra 
El  inminente  riesgo  de  Ginebra. 

LXXXII, 

Reinaldo  pasa  entre  una  y  otra  gente  , 

Y  le  abre  paso  el  buen  corcel  Bayardo; 
Que  quien  la  tempestad  que  trae  siente, 
En  franquearle  ancha  vía  no  es  muy  tardo 
Encima  el  paladín  se  alza  eminente, 

Y  flor  de  los  valientes  va  gallardo. 
Luego  enfrente  del  Rey  para  el  caudillo, 

Y  allí  todos  se  agolpan  por  oillo. 

LXXXIIL 

Y  dice  :  «¡Oh  Rey,  que  Escocia  ama  y  venera  I 
(No  dejes  que  esa  lid  siga  impíamente; 
Que  de  entrambos.  Señor,  cualquier  que  muera 
Morirá  por  tu  culpa  injustamente! 
Uno  eré  que  razón  le  asiste  entera  ; 
Lo  falso  afirma,  y  juzga  que  no  miente, 

Y  le  pone  las  armas  en  la  mano 

£1  error  mismo  que  mató  á  su  hermano. 


CANTO    QUINTO.  203 


LXXXIV. 

»E1  otro  la  verdad  no  ha  descubierto, 
Y  sólo  por  bondosa  gentileza 
Al  peligro  se  expone  de  ser  muerto 
Por  no  dejar  morir  tanta  belleza. 
Yo  traigo  á  la  inocencia  amparo  cierto, 
\'  el  castigo  al  delito  y  la  vileza  : 
Mas  primero  la  lid,  por  Dios  ,  suspende  ; 
Lo  que  á  decirte  voy,  después  atiende.» 

LXXXV. 

Fué  de  la  autoridad  de  hombre  tan  digno 
Cual  Reinaldo  aparece  en  su  talante, 
Tan  conmovido  el  Rey,  que  hace  benigno 
Señal  de  que  la  lid  pare  al  instante: 
Al  cual  y  á  los  Barones  de  más  signo. 
Caballeros  y  gente  circunstante, 
Hizo  Reinaldo  allí  relato  expreso 
De  lo  que  urdió  á  Ginebra  Polineso. 

LXXXVI. 

Y  con  las  armas  sostener  ofrece 
Que  cuanto  ha  dicho  es  claro  y  es  perfecto. 
Polineso  ,  llamado  ,  comparece 
Trémulo  todo  y  con  turbado  aspecto: 
Mas  dice  audaz  que  es  falso,  y  se  enfurece. 
Y  de  la  prueba  aliénese  al  efecto. 
Los  dos  armados  ,  hecha  la  estacada  , 
Para  empezar  la  lid  no  falta  nada. 


204  ORLANDO  FURIOSO. 


LXXXVII. 

¡Oh  cuánto  el  Rey,  cuánto  su  pueblo  caro 
Ver  á  Ginebra  ansian  inocente! 
Tocios  quieren  que  el  cielo  muestre  claro 
Que  la  acusan  de  impura  injustamente. 
Polineso  de  crudo ,  vil  y  avaro, 

Y  soberbio,  es  tachado  por  la  gente; 
Así  que  á  muchos  les  parece  sea 
Del  solamente  la  perversa  idea. 

LXXXVIII. 

Está  el  Duque  turbado  y  temeroso  , 
Le  late  el  corazón  sin  esperanza, 

Y  al  tercer  toque  arranca  receloso  : 

A  su  encuentro  Reinaldo  raudo  avanza  ; 

Y  de  acabar  más  pronto  deseoso. 
Tira  á  pasarle  el  pecho  con  la  lanza; 

Y  no  distinto  del  deseo  el  hecho, 

Del  asta  la  mitad  le  hunde  en  el  pecho. 

LXXXIX. 

Y  con  el  üjo  tronco  le  echa  á  tierra 
Lejos  de  su  corcel    más  de  seis  codos, 

Y  desmontando   súbito  le  aferra: 

Le  quita  el  yelmo,  el  rostro  le  ven  todos, 

Y  conocen  que  ya  no  hará  otra  guerra. 
El  merced  pide  con  sumisos  modos, 

Y  á  la  corte  y  al  Rey,  con  labio  inerte, 
Revela  el  crimen  que  le  da  la  muerte. 


CANTO   QUINTO.  205 


xc. 

Y  antes  que  acabe  lo  que  fiel  relata  , 
Ya  la  voz  con  la  vida  le  abandona. 

El  Rey,  que  el  vacilante  honor  rescata 
De  su  hija,  y  ve  salva  la  persona, 
Tiene  aquella  ventura  por  más  grata 
Que,   si    habiendo   perdido  la  corona, 
La  volviere  á  ceñir  su  excelsa  frente; 

Y  así  á  Reinaldo  honora  extensamente. 

XCI. 

Y  cuando  el  yelmo  aparta,  y  conocido 
Hubo  al  que  ya  otras  veces  visto  había, 
Las  manos  alza  á  Dios,  que  le  ha  traído 
Al  que  servicio  tanto  hacer  podía. 

En  tanto  aquel  campeón  desconocido  , 
Que  también  á  Ginebra  defendía  , 

Y  á  combatir  por  ella  vino  armado, 
Todo  lo  estuvo  viendo,  allí  apartado. 

XCIL 

Su  nombre  el  Rey  pidióle  que  dijera , 
Ó  que  al  menos  mostrara  descubierto 
El  rostro,  porque  así  pagar  pudiera 
El  favor  que  le  expuso  á  quedar  muerto. 

Y  él,  después  que  rogado  mucho  fuera 
Quitóse  el  yelmo  y  descubrió  lo  cierto: 
Mas  oirlo  podréis  al  nuevo  canto  , 

Si  de  la  historia  el  fin  os  mueve  á  tanto. 


ORLANDO    FURIOSO. 


ARGUMENTO    DKL  CANTO  SEXTO. 

Con  el  dote  de  Albania,  da  á  Ariodante 
El  Rey,  á  su  Ginebra  ya  salvada. 
Rugiero,  en  esto,  en  el  corcel  volante 
Llega  de  Alcina  á  la  fatal  morada. 
En  mirto  convertido  Astolfo  amante  , 
Las  perfidias  le  cuenta  de  la  Hada  ; 
Y  al  huir  de  la  inicua,  en  su  camino  , 
Le  pone  en  riesgo  el  escuadrón  ferino. 


ORLANDO   FURIOSO 


CANTO    SEXTO. 


I. 


j  Triste  del  que  mal  obra ,  y  se  confía 
De  que  siempre  el  delito  estará  oculto. 
Que  aunque  todos  callasen,  lo  diría 
La  tierra  ,  el  aire  ,  el  fondo  en  que  es  sepulto  ! 

Y  hasta  Dios,  que  al  culpable  á  veces  guía, 
Aunquealgún  tiempo  elcrimen  yazcainulto  , 
A  que  él  mismo  descubra  inadvertido,  ' 
Por  algún  rastro,  el  mal  que  ha  cometido. 

II. 

Creído  había  el  crudo  Polineso 
Cortar  su   culpa  con  seguro  atajo, 
Librándose  del  cómplice   exprofeso, 
Único  en  su  diabólico  trabajo; 

Y  uniendo  al  anterior  más  grave  exceso, 
El  mal ,  que  pudo  diferir,  se  atrajo  ; 

Y  en  vez  de  detenerse,  cual  debiera  , 
Espoleó  hacia  la  muerte  la  carrera. 

TOMO  1.  14 


2  IO  ORLANDO   FURIOSO. 


III. 

Y  perdìo  á  un  tiempo  amigos,  vida,  estado, 

Y  hasta  el  honor,  que  es  pérdida  más  grave. 
Ya -arriba  os  referí  que  fué  rogado 

El  campeón ,  que  quién  sea  aún  no  se  sabe. 

Quitóse  el  yelmo,  pues,  y  el  rostro  amado 

Vieron  ,  cuya  altivez  tanto  se  alabe  : 

El  ínclito  Ariodante  era  de  cierto  : 

El  que  Escocia  hasta  allí  tuvo  por  muerto  : 

ÍV. 

El  que  costó  á  Lurcano  acerbo  llanto: 
El  que  lloró  Ginebra  noche  y  día, 

Y  el  Rey  y  el  pueblo  ,  que  estimaban  tanto 
Al  que  invicto  por  ellos  combatía; 

Así  que  falso  y  fabuloso  cuanto 
Les  contó  el  mensajero  parecía; 

Y  era  verdad,  con  todo;  que  le  vido 
Tirarse  al  mar  desde  el  peñasco  erguido. 

V 

Mas,  cual  suele  ocurrir  al  que  tirana 
Pasión  arrastra  á  desear  la  muerte 
De  lejos  vista ,  que  al  estar  cercana 
Ya  ,  que  el  trance  es  acerbo  y  duro  advierte  ; 
Así  aquél ,  al  beber  de  la  onda  insana, 
De  morir  se  arrepiente,  y  como  es  fuerte , 

Y  bravo  y  diestro,  y  nada  á  maravilla  , 
Hendió  las-aguas  y  alcanzó  la  orilla. 


CANTO   SEXTO.  2tl 


Ylv 

Y  teniendo  por  loca ,  y  desechando 
Su  anterior  ansia  de  perder  la  vida , 
Lacio  y  de  agua  empapado,  fué  buscando 
De  un  cercano  eremita  la  guarida, 
Para  estar  en  secreto ,  allí  esperando 
A  que  fuera  la  muerte  suya  oída, 

Y  saber  si  á  Ginebra  la  agradaba , 
Ó  si  tal  vez  piadosa  la  escuchaba. 

VII. 

Que,  por  el  gran  dolor  (oyó  primero) 
En  grave  riesgo  de  morir  estuvo, 
Dando  bien  que  decir  al  pueblo  entero; 
¡Contrario  efecto  al  que  esperado  tuvo 
Del  cuadro  aquel  de  desamor  tan  fierpl 
Por  el  que  cerca  de  la  muerte  anduvo; 
Luego  oyó  que  Lurcano  acusa  rea 
A  Ginebra  y  en  armas  ya  campea. 

VIII. 

Y  contra  aquél  enciéndese  en  más  fuego 
Que  el  que  contra  la  dama  le  encendiese  , 
Pues  acto  le  juzgó  bárbaro  y  ciego, 
Aunque  en  obsequio  suyo  lo  ejerciese. 

Y  que  no  se  presenta,  supo  luego, 
Quien  de  Ginebra  por  campeón  saliese  ; 
Pues  de  su  hermano  la  braveza  es  mucha , 

Y  no  osa  nadie  tan  tremenda  lucha. 


312  ORLANDO    FURIOSO. 

IX. 

Y  quien  le  conocía  le  juzgaba 

Por  tan  prudente  y  de  tan  grande  acierto. 
Que  de  no  ser  verdad  lo  que  contaba, 
No  se  expusiera  al  riesgo  de  ser  muerto. 
Por  eso  el  mayor  número  juzgaba 
Que  era  tomar  la  empresa  grave  entuerto: 
Mas  Ariodante,  que  á  sus  dudas  vuelve  , 
Al  mismo  hermano  combatir  resuelve. 

X. 

Y  decía  entre  sí  :  «  ¡Qué  horrible  idea  , 
Si  ella  por  causa  mía  á  morir  fuese! 
¡Cuánto  fuera  mi  muerte  acerba  y  rea, 
Si  viviendo  yo  aún,  morir  la  viese! 

i  Ay  I  i  Yo  quedara  sin  mi  bien ,  mi  Dea  , 

Y  mis  ojos  sin  luz  si  la  perdiese! 

Si  tengo  ó  no  razón,  mi  voz  no  escucha  : 
Lidiemos,  y  muramos  en  la  lucha. 

XÌ. 

))Sé  que  á  un  entuerto  voy.  jüh  suerte  impía, 
Si  ora  me  asustas,  es  porque  la  puerta 
De  su  vida  abrirá  la  sangre  mía, 

Y  tal  beldad  al  lin  yacerá  muerta  I 
Sólo  un  alivio  mi  morir  tendría; 
Que  si  aún  á  Polincso  á  amar  acierta, 
Claramente  verá,  verá  sin  duda, 

Que  la  ve  y  no  se  mueve  á  darla  ayuda. 


cAi«To  SEXTO.  ai3 


XII. 

»Y  yo,  á  quien  tanto ¡ay,  mísero!  ha  ofendido, 
Verá  que  amante  en  su  defensa  muero. 
De  Lurcano  también,  que  me  ha  traído 
Tanto  mal,  á  la  vez  vengarme  quiero; 
Que  ha  de  gemir,  cuando  haya  comprendido 
El  fin  que  obtuvo  por  su  encono  fiero  : 
Vengar  habrá  creído  al  caro  hermano. 

Y  le  habrá  dado  muerte  por  su  mano. 

XIII. 
Así,  <jue  decidióse  al  acto  crudo. 
Que  armas  buscó  y  corcel,  deciros  debo. 

Y  vistió  negra  veste  y  negro  escudo, 
De  gayo  orlado  y  de  color  de  acebo  '. 

Y  tomó  un  escudero  que  hallar  pudo, 

Y  era  en  aquella  tierra  extraño  y  nuevo; 
E  incógnito,  cual  antes  he  narrado, 
Contra   Lurcano  presentóse  armado. 

XIV. 

Y  también  os  narré  lo  que  ocurriera  , 

Y  cómo  conocido  fué  Ariodante. 

Y  no  el  padre  menor  gozo  tuviera 
Que  Ginebra,  salvada  en  tal  instante. 

El  Rey,  que  ya  entre  sí  pensó  no  hubiera 
Más  insigne  varón,  más  fino  amante, 
Pues  la  amparaba,  aunque  ofendido  v  todo , 
Contra  su  propio  hermano  de  aquel  modo. 


214  Orlando  furioso. 

XV. 

Ya  por  su  inclinación,  que  harto  le  amaba, 
Ya  por  los  vivos  ruegos  de  la  corte, 

Y  de  Reinaldo,  que  cual  nadie  instaba  , 
De  Ginebra  por  fin  le  hace  consorte. 
Muerto  el  vil  Polineso,  al  que  reinaba 
El  ducado  de  Albania  iba  en   reporte; 

Y  en  ocasión  mejor  vacar  no  puede , 

Y  por  dote  á  su  hija  se  lo  cede. 

XVI. 

Reinaldo  por  Dalinda impetró  gracia, 
Que  fué  de  tanto  mal  nudo  evidente; 

Y  ella,  por  vocación,  y  porque  sacia 
Está  del  mundo,  á  Dios  vuelve  la  mente, 

Y  á  entrar  en  un  convento,  fué  hasta  Dacia, 
Abandonando  á  Escocia  prestamente. 

Mas  tiempo  es  de  volver  al  buen  Rugiero  , 
Que  sulca  el  cielo  en  el  corcel  ligero. 

XVII. 

Aunque   es  Rugiero  de  ánimo  arrogante, 

Y  ni  el  color  del  rostro   ha  demudado, 
Persuadirme  no  puedo  que  anhelante 
El  corazón  no  le   haya  palpitado. 

Ya  de  Pirene  hallábase  distante, 

Y  harto  lejos  el  límite  dejaba 

Que  al  navegante,  en  sus  marin;is  lides, 
Prescribió,  vanamente,  el  fuerte  Alcidcs. 


CANTO   SEXTO.  2íS 


XXIII. 

El   Hipogrifo,  aquel  pájaro  andante  , 
Le  lleva   en  alas,  de  tan  gran  firmeza, 
Que  dejaría  atrás  al  fulminante 
Veloz  ministro  de  la  suma  alteza. 
No  hay  por  los  aires,  en  la  grey  volante , 
Quien  le  iguale  en  la  rápida  presteza  ; 
Y  la  flecha,  y  el  rayo,  de  la  altura  ' 

No  al  suelo  bajan  con  mayor  presura. 

XIX. 

Cuando  el  pájaro  en  vuelo  nunca  lacio, 
Larga  recta  corrió  ,  sin  desviarse, 
Con  vastas  ruedas,  ya  del  aire  sacio, 
Sobre  una  isla  comenzó  á  bajarse  j    •  •   " 
Cual  aquella  á  que  fué,  tras  mucho  espacfo  , 
De  engañar  á  su  amante  y  fatigarse , 
Por  senda,  bajo  el  mar,  ciega  y  profusa, 
A  ser  fuente  la  virgen  Aretusa  \ 

XX. 

No  vio  suelo  más    plácido  y  jocundo  ^ 
En  todo  el  trecho  por  do  el  cielo  hiende  : 
Ni  aunque  corrido  hubiese  entero  el  mundo , 
Mejor  le  viera  que  el  que  allí  se  extiende. 
En  él,  con  ancho  giro  sin  segundo, 
Con  Rugiere  el  gran  pájaro  desciende. 
Suaves  collados,  fértiles  llanuras, 
Bosquecillps  umbríos,  aguas  puras  , 


2l6  ORLANDO   FURIOSO. 

XXI. 

Verjeles  que  matizan  mil  colores , 

Y  entre  palmas  y  pinos  colosales, 
Naranjeros  con  frutos  y  con  flores , 
Bellos,  por  artificios  naturales, 
Son  reparo  á  los  férvidos  calores 
En  los  ardientes  días  estivales  ; 

Y  por  las  ramas  ,  con  seguros  vuelos, 
Alondra  y  ruiseñor  cantan  sus  duelos. 

XXII. 

Y  entre  rosa  y  clavel  del  acirate , 
Que  aura  tibia  y  feraz  siempre  conserva, 
Can  y  liebre  corrían  sin  combate; 

Y  ciervos  ,  con  la  frente  alta  y  superba  , 
Sin  miedo  á  brazo  que  los  coja  ó  mate , 
Paciendo  yacen,  ó  rumiando  yerba; 

Y  las  cabras  y  corzos,  que  allí  abundan , 
Por  doquiera  saltando,  el  campo  inundan. 

XXIII. 

Y  cuando  el  Hipogrifo  toca  á  tierra, 

Y  ya  menos  el  salto  es  peligroso, 
Rugiero,  fácil,  al  arzón  se  aferra, 

Y  en  medio  cae  del  esmalte  herboso  : 
Mas  con  mano  viril  las  riendas  cierra , 
Que  no  quiere  más  vuelo  prodigioso, 

Y  á  un  grande  mirto,  entre  un  laurel  y  un  pino. 
Cerca  le  ató  del  litoral  marino. 


CANTÒ    SEXTO.  217 

XXIV. 

Y  aquí,  á  la  margen  de  sonora  fuente . 
Entre  palmas,  y  cedros,  y  verduras. 
Puso  el  pavés,  y  el  yelmo  de  su  frente 
Quitóse,  y  desnudó  las  manos  duras  ; 

Y  ora  al  monte,  ora  al  mar  plácidamente 
Volvióse  á  respirar  las  auras  puras. 
Que  en  suave  murmurar,  mueven  la  ropa 
Del  abeto  y  del  roble  en  su  alta  copa. 

XXV. 

Y  baña  el  seco  labio  en  las  serenas 
Ondas,  y  con  sus  manos  las  desguaza, 
Porque  salga  la  arsura  de  las  venas, 
Que  el  peso  le  encendió  de  la  coraza; 
Que  no  es  asombro  que  le  cause  penas , 
Pues  no  la  usó  para  lucir  en  plaza. 
Sino  que,  todo  de  armas  revestido. 
Mil  leguas  sin  descanso  ha  recorrido. 

XXVI. 

En  tanto  el  Hipogrifo,  que  ha  quedado. 
Entre  hojarascas,  á  la  fresca  sombra, 
Se  agita,  para  huir  ,  como  espantado, 
De  un  no  sé  qué  que  siente  y  que  le  asombra; 

Y  chascar  hace  al  mirto  á  que  está  atado, 

Y  de  sus  hojas  al  reedor  le  escombra  : 
Mas  si  le  hace  crujir  y  deshojarse, 

Él  no  logra  con  todo  desligarse. 


2l8  ORLANDO  FURIOSO. 

XXVII. 

X  Guai  tronco  que  en  raluras  estimula 

Al  fuego  destructor  con  que  porfía  , 
Cuando  al  voraz  impulso,  la  medula 
Se  consume  que  dentro  contenía, 

Y  rechinante  con  rumor  pulula, 
Hasta  que  al  fin  al  aire  se  abre  vía , 
Así  chascando  el  mirto  está  mezquino  , 

Y  su  voz  de  dolor  busca  camino. 

XXVIII. 

Y  con  eco  brotó,  triste  y  sombrío, 
Expedita  y  clarísima  locuela  , 

Y  dijo  :  «Si  eres  tú  cortés  y  pío  , 
Cual  tu  aspecto  bellísimo  revela , 
Aparta  ese  animal  del  tronco  mío; 
Baste  mi  propio  mal ,  que  me  flagela, 
Sin  que  otro  con  mi  acerba  pena  juegue  , 

Y  á  acrecer  mi  dolor  de  fuera  llegue.» 

XXIX. 

Al  primer  son  que  escucha  el  caballero. 
Vuelve  la  faz  y  guía  allí  la  planta; 

Y  que  el  mirto  es  quien  habla  al  ver  Rugiero , 
Estupefacto  queda  ,  y  se  adelanta 

El  Hipogrifo  á  desatar  ligero; 

Y  la  faz  roja,  por  sorpresa  tanta, 
«Perdona  tú  quien   feas  (le  decía)  , 
Humano  ser,  ó  numen  de  esta  umbría. 


CANTO    SEXTO.  21^ 


XXX. 

»E1  nunca  haber  sabido  que  se  esconda 
Alma  humana  de  un  tronco  en  la  aspereza, 
Por  mi  culpa  azotó  tu  rica  fronda, 

Y  ofendió  de  tu  mirto  la  belleza. 
Mas  tu  acento  á  mi  súplica  responda  : 
¿Quién  eres?  ¿Quién,  en  rústica  corteza, 
Vivir  con  vida  racional  te  hizo  ? 

¡Así  el  cielo  te  guarde  de  granizo  ! 

XXXI. 

»Y  si  ora  ,  ú  otra  vez  tu  desperfecto 
Con  algún  otro  bien  puedo  pagarte, 
Por  la  mujer  á  quien  doné  mi  afecto, 

Y  que  tiene  de  mí  la  mejor  parte, 
Te  juro  con  palabra  y  con  efecto, 
Que  á  olvidar  este  daiío  he  de  obligarte. « 
Dijo  Rugier,  y  al  árbol  se  aproxima  ; 

Y  tembló  el  mirto  desde  el  pie  á  la  cima. 

XXXII. 

Y  parece  que  sude  y  se  retuerza , 
Cual  tronco  del  jaral  recién  cortado, 
Que  el  fuerte  ardor  en  resistir  se  esfuerza 
Del  fuego  que  creciendo  va  inflamado. 

Y  comenzó  :  «  Tu  voz  cortés  me  fuerza 
A  que  por  mí  te  sea  revelado 

A  un  tiempo  quién  yo  fui ,  quién  á  este  tronco 
Me  ató  con  nudo  tan  estrecho  y  bronco. 


2X0  ORLANDO   FURIO^. 

XXXIII. 

"Astolfo  fué  mi  nombre,  y  paladino 
Era  de  Francia,  asaz  temido  en  guerra; 
De  Reinaldo  y  de  Orlando  soy  sobrino. 
Cuya  fama  inmortal  llena  la  tierra  , 

Y  el  cetro  me  esperaba  peregrino. 

Tras  de  mi  padre  Otón ,  de  la  Inglaterra  . 
Tan  galán  fui,  que  cien  bellas  me  amaron 

Y  ora  aquí  mis  delirios  acabaron. 

XXXIV. 

«Volviendo  de  las  ínsulas  Ardientes, 
Por  Levante  ,  á  do  el  mar  índico  lleva, 
F.n  donde  con  Reinaldo  y  diez  valientes 
Caímos  en  prisión  y  oscura  cueva, 
'  De  la  cual  nos  sacaron  las  potentes 
Fuerzas  de  Orlando,  con  heroica  prueba  i  , 
Por  las  costas  venía  en  que  soplaba 
Del  duro  Setentrión  la  furia   brava. 

XXXV. 

'>Y  el  rumbo,  ó  el  destino  maldecido. 
Nos  llevó  á  dar,  á  la  hora  matutina, 
A  playa  en  que  el  castillo  se  alza  erguido 
Sobre  la  mar,  de  la  potente  Alcina  ; 

Y  la  hallamos  que  había  de  61  salido, 

Y  sola  estaba  al  pie  de  la  marina, 

Y  sin  caña,  ni  redes,  acercaba 

A  la  orilla  los  peces  que  llamaba. 


CANTO   SKXTO. 


XXXVI. 

«Iban  allí  de  lejos  los  salmones  : 
De  las  cercanas  rocas  los  crustáceos  , 
Con  sus  abiertas  fauces  tiburones, 
Plateado  volador,  meros  violáceos  , 
Raudos  delfines,  carpas  y  dentones; 

Y  nadando  en  escuadras  los  cetáceos, 
Focas,  y  pezespadas,  y  ballenas 

De  horribles  barbas  y  de  grasa  llenas. 

XXXVII. 

»  Y  una ,  cual  nunca  vio  la  onda  salada  , 
Vino  á  la  playa  en  rápida  embestida  ; 
Once  pasos  y  á  un  más  mide,  acostada, 
Fuera  del  mar  la  espalda  desmedida. 
Nuestra  sangre  á  su  vista  quedó  helada  ; 

Y  como  inmóvil  yace  allí  tendida, 
(^ue  es  aquello  una  ínsula  creemos  , 
¡Tan  distantes  están  sus  dos  extremos! 

XXXVIII. 

i)A  los  peces  Alcina  salir  hace 
Con  palabras  de  hechizo  en  breve  instante  ; 
Alcina,  que  de  ün  parto  mismo  nace 
Con  Morgana,  después  de  ella  ó  delante. 
Miróme  atenta,  y  pienso  que  le  place 
Mi  figura,  á  juzgar  por  su  semblante; 

Y  quiso,  con  ingenio  y  con  engaños  , 
Privarme,  y  lo  logró,  de  mis  compaúos. 


292  ORLANDO   FURIOSO. 

XXXIX. 

»Vino  á  nos  y,  mostrando  sus  jardines, 

Y  con  graciosos  modos  reverentes , 

Nos  dijo  :  — «Cuando  os  plazca,  paladines, 
»Mis  huéspedes  seréis  muy  preferentes  : 
«En  mi  estanque  veréis  y  en  mis  confines 
«Pescados  de  mil  clases  diferentes; 
«Cual,  de  piel  lisa,  con  escama  ó  pelo, 
a  Pues  los  hay  más  que  estrellas  en  el  cielo.» — 

XL. 

»Y  queriendo  ir  á  ver  una  sirena 
Que  á  la  mar  con  sus  cantos  adormece, 
De  allí  pasamos  á  la  opuesta  arena, 
Donde  á  esas  frescas  horas  aparece. 
Volvió  luego  á  mostrarnos  la   ballena , 
Que ,  como  os  dije ,  una  ínsula  parece  ; 

Y  yo,  que  mi  locura  siempre  asomo 
(Y  bien  me  pesa),  me  subí  en  su  lomo. 

XLI. 

«Reinaldo  me  hizo  señas,  é  igualmente 
Dudón ,  de  que  no  fuese ,  y  no  hice  caso  ; 

Y  la  Hada,  con  faz  dulce  y  riente. 
Dejando  á  los  demás,  sigue  mi  paso: 
La  ballena,  á  su  oficio  dcligcnte. 

Se  echa  á  la  mar  ,  nadando  con  fracaso. 
Pronto  me  arrepentí  de  mi  osadía  : 
Mas  lejos  de  la  orilla  ya  me  vía. 


CANTO   SEXTO.  22  3 


XLII. 

»  Reinaldo  al  agua  se  arrojó  atrevido 
Para  ampararme ,  y  casi  sumergióse , 
Pues  levantóse  un  noto  embravecido, 

Y  cielo  y  mar  en  sombras  envolvióse; 
Lo  que  fué  luego  del  ya  no  he  sabido. 
Alcina  á  confortarme  dedicóse; 

Y  aquél  día  y  su  noche,  sin  remedio, 
Sobre  el  monstruo  pasé,  del  mar  en  medio. 

XLIII. 

»  Llegué  después  á  esta  ínsula  tan  bella, 
De  que  Alcina  gran  parte  se  ha  tomado, 
Pues  á  una  hermana  la  usurpó  doncella, 
A  quien  todo  su  padre  le  ha  dejado  , 
Por  no  tener  legítima  más  que  ella  ; 
Que  (por  ciertas  noticias  que  he  alcanzado 
De  quien  estaba  bien  seguro  de  esto) 
Las  otras  dos  nacieron  de  un  incesto. 

XLIV. 

»Y  cuanto  son  de  inicuas  y  malvadas 

Y  llenas  de  los  vicios  más  brutales , 
Así  aquella  virtudes  muy  preciadas 
Cultiva  por  instintos  naturales. 

En  su  daño  las  otras  conjuradas 

Más  de  una  vez  con  ímpetus  marciales 

Lanzarla  de  la  isla  han  intentado, 

Y  más  de  cien  castillos  la  han  tomado. 


224  ORLANDO    FURIOSO. 


XLV. 

«Y  ni  un  palmo  tendría  ya  de  tierra 
Longistila  (que  tal  es  nominada), 
Sino  que  un  golfo  el  paso  de  aquí  cierra, 

Y  de  allí  una  montaña  inhabitada, 
Como  tienen  á  Escocia  ,  de  Inglaterra 
Una  ría  y  un  monte  separada. 

Mas  Alcina  y  Morgana  no  perdonan  , 

Y  hurtar  lo  que  le  queda  aún  ambicionan. 

XLVI. 

«Que  esta  torpe  pareja  aborrecía 
A  aquella ,  porque  es  púdica  y  es  santa. 
Mas  seguiré  lo  que  antes  te  decía  , 
De  cómo  vine  á  convertirme  en  planta. 
Alcina  entre  deleites  me  tenía  , 

Y  muestra  de  su  amor  me  daba  tanta. 
Que  yo,  al  mirarla  tan  cortés  y  hermosa  , 
También  ardía  en  ímpetu  amorosa. 

XLVII. 
»En  sus  túrgidos  miembros  me  gozaba, 

Y  hallar  me  parecía  allí  reunido 
Cuanto  de  suave  y  bello  se  encontraba 
En  las  demás  criaturas  esparcido  : 

Y  de  Francia  y  del  mutiblo  me  olvidaba, 
Siempre  en  mirar  sü   rostro  embebecido; 

Y  mi  único  pensar  estaba  en  eso, 

Y  sólo  allí  mi  gloria  y  mi  embeleso. 


CANTO   SEXTO.  J25 


XLVIII. 

«Era  de  ella  otro  tanto  ó  más  amado; 
Que  Alcina  de  los  otros  no  se  cuida, 

Y  había  todo  amante  abandonado  , 
Pues  de  no  pocos  antes  fué  querida. 
Día  y  noche  teníame  á  su  lado  : 
Era  su  consejero  de  por  vida  : 

En  todo  á  mi  querer  se  acomodaba  : 
A  nadie  oía ,  ni  con  nadie  hablaba. 

XLIX. 

«Mas  ¿por  qué  voy  mis  llagas  ¡ay!  tocando , 
Si  no  hay  ya  para  ellas  medicina  ? 
¿Porqué  el  perdido  bien  voy  recordando, 
Ora  que  sufro  estrecha  disciplina  ? 
Cuando  juzgaba  ser  dichoso,  y  cuando 
Creía  más  amor  deber  á  Alcina , 
El  que  dado  me  había  disipóse, 

Y  á  otro  más  nuevo  fácil  entregóse. 

L. 

»Tarde  aprendí  su  loco  desvarío , 
Que  amar  y  desamar  sabe  muy  presto. 
Dos  meses  nada  más  duraba  el  mío  , 
Cuando  ya  otro  galán  tomó  mi  puesto  : 
De  sí  me  arroja  con  desdén  impío. 
Sin  alegar  disculpa  ni  pretexto: 
Que  tuvo  cien  amantes  después  supe, 
Que  adora  un  tiempo  y  luego  los  escupe. 

TOMO    1.  i5 


226  ORLANDO  FURIOSO. 


LI. 

»Y  á  fin  de  que  no  vayan  por  el  mundo 
De  ella  á  contar  la  condición  lasciva, 
Aquí  y  allí,  por  suelo  tan  fecundo, 
A  uno  en  sauce,  á  otro  en  pálmale  cautiva; 
Ó  en  mirto  como  á  mí ,  que  en  lo  profundo 
De  este  tronco  me  ves  junto  á  esta  riva  ; 

Y  aun  mudó  á  alguno  en  fiera,  y  hasta  en  fuente 
De  esta  maga  el  capricho  omnipotente. 

LII. 

«Ora  quién  eres  dime,  y  con  qué  idea 
Vienes,  señor,  á  tierras  tan  fatales, 
Para  que  otro  infeliz  por  ti  se  vea 
Vuelto  en  árbol ,  en  fuente  ó  cosas  tales. 
Aquí  tendrás  cuanto  el  mortal  desea, 

Y  la  envidia  serás  de  los  mortales; 
Mas  sabe  que  has  de  verte  prontamente 
En  árbol  convertido,  en  fiera  ó  fuente. 

Lili. 

»Y  si  te  doy  este  oficioso  aviso. 
No  es  que  crea  que  puede  aprovecharte  : 
Es  porque  no  te  coja  de  improviso, 

Y  porque  sepas  de  sus  mañas  parte; 
Que  así  cual  muda  el  rostro  como  quiso  , 
Así  divinos  son  su  modo  y  arte  ; 

Y  aun  quizá  puedas  reparar  el  daño, 
Que  otros  mil  no  pudieron,  de  su  engaño.  > 


CANTO   SEXTO.  11'] 


LIV. 

Rugiero,  que  sabía  por  la  fama 
Que  Astolfo  de  su  dama  deudo  era, 
Asaz  dolióse  de  que  en  tronco  y  rama 
Tan  tristemente  convertido  fuera  ; 

Y  por  amor  de  la  que  tanto  ama 
(Si  pudiera  saber  de  qué  manera), 
Hubiérale  servido  :  mas  consuelo 
Darle,  y  no  más  ,  podía  en  tanto  duelo. 

LV. 

Y  le  conforta  y  su  impotencia  esconde; 

Y  le  pregunta  si  hay ,  aunque  penosa  , 
Vía  hacia  Longistila,  mas  por  donde 
La  de  Alcina  se  evite  peligrosa. 

El  mirto ,  que  otra  había  ,  le  responde, 
Aunque  sombría ,  agreste  y  pedregosa  ; 
Por  do,  á  la  diestra  mano  revolviendo. 
Yace  tras  de  un  collado  el  monte   horrendo 

LVÍ. 

Mas  que  seguir  no  piense  fácilmente 
Por  el  dicho  camino  mal  seguro  , 
Porque  gran  copia  encontrará  de  gente 
Fuerte  y  feroz,  que  le  pondrá  en  apuro; 
Pues  contra  quien  dejar  su  reino  intente  , 
Allí  la  tiene  Alcina  en  foso  y  muro. 
Dio  las  gracias  al  mirto,  y  ya  Rugiero, 
De  todo  sabedor  ,  partió  ligero. 


328  ORLANDO  FURIOSO. 

LVII. 

Y  á  soltar  corre  su  caballo  alado, 
Para  que  de  la  rienda  le  siguiera, 

Y  no  rompiendo  el  aire  mal  su  grado  , 
Sin  que  su  rumbo  dirigir  pudiera. 
Pensaba  en  su  interior,  cómo  al  estado 
De  Longistila  á  salvamento  fuera; 

Y  va  dispuesto  y  firme  á  cualquier  suerte 
Que  de  Alcina  y  su  imperio  le  liberte. 

LVIII. 

Aun  de  cruzarlo  á  vuelo  no  desiste 
En  su  Hipogrifo  por  mejor  recurso  : 
¿Mas  como  si  al  bocado  se  resiste , 

Y  le  desvía  por  opuesto  curso? 

«  ¡Y  qué!  ¿mi  fuerte  brazo  no  me  asiste?» 
(Dice  entre  sí);  mas  vano  es  su  discurso. 
Cuando  dejó  á  dos  millas  la  marina, 
La  ciudad  bella  descubrió  de  Alcina. 

LIX. 

Desde  lejos  se  ve  muralla  rara 
Que  una  grande  extensión  circunda  y  cierra, 

Y  parece  que  al  cielo  alta  se  encara, 
De  oro  desde  su  cima  hasta  la  tierra. 
De  mi  opinión  alguno  se  separa, 

Y  dice  que  es  de  alquimia:  acaso  yerra; 
Ó  acaso  más  que  yo  de  aquello  entiende. 
Oro  á  mí  me  parece,  pues  esplende. 


CANTO   SEXTO.  a»^ 


LX. 

Al  ver  no  lejos  la  almenada  altura 
(Otra  no  así  se  vio  de  oro  cubierta  ) , 
Rugierdejó  la  vía  en  derechura 
Amplia  y  llana ,  que  guía  hasta  la  puerta  ; 
Y  á  su  derecha  ,  á  aquella  más  segura 
Que  lleva  al  monte,  á  dirigirse  acierta  ; 
Mas  pronto  el  escuadrón  halló  ferino 
Que  á  detenerle  sale  en  su  camino. 

LXI. 

Nunca  enjambre  se  vio  de  aquella  norma  ; 
Ni  el  que  hace  guardia  de  Satán  al  trono. 
Del  cuello  abajo  de  hombres  tienen  forma , 
Unos  con  faz  de  gato ,  otros  de  mono  : 
Estos  de  pie  caprino  estampan  horma  : 
Centauros  esos,  braman  con  encono  : 
Hay  jóvenes  lascivos,  viejos  sueltos, 
Ó  desnudos,  ó  en  raro  pelo  envueltos. 

LXII. 

Quién  ,  sin  freno ,  en  veloz  caballo  escapa  , 
Quiénes  van  en  jumentas  perezosas  : 
Uno  de  un  gran  lagarto  el  lomo  atrapa; 
Esos  montan  en  gimios  y  en  raposas  : 
Éste  un  cuerno,  botella  aquél  destapa: 
Quién  es  macho,  quién  hembra,  ó  ambas  cosas: 
Quién  vibra  un  asador,  de  un  perro  encima  : 
Quién  suena  un  almirez,  quién  sorda  lima. 


2  3o 


ORLANDO  FURIOSO. 


LXIII. 
Destos  el  capitán  que  los  mandaba 
Tenía  hinchado  el  vientre,  el  rostro  craso, 

Y  un  enorme  galápago  montaba  , 
Que  con  lento  arrastrar  movía  el  paso. 
De  cada  lado  un  conductor  llevaba, 
Porque  va  ebrio  y  de  la  vista  escaso  : 

Le  hace  éste  viento,  y  pica  á  la  tortuga  : 
Aquél  su  frente  y  triple  barba  enjuga. 

LXIV. 

Uno  de  forma  humana  en  pies  yen  vientre 
Con  cuello  de  mastín,  oreja  y  testa, 
Ladra  contra  Rugiero,  porque  entre 
En  la  ciudad,  de  que  á  escapar  se  apresta  ; 

Y  él  dice:   «No  lo  haré,  mientras   encuentre 
Fuerza  en  mis  brazos,  y  en  mis  manos  esta.» 

Y  de  la  espada  la  aguzada  punta 
Junto  á  los  belfos  hórridos  le  apunta. 

LXV. 

El  le  amenaza  herir  con  su  gran  lanza: 
Mas  Rugiero  lugarni  tiempo  dale, 

Y  una  estocada  tírale  á  la  panza, 

Que  por  detrás  el  fierro  un  palmo  sale; 

Y  embrazando  su  escudo,  firme  avanza, 

Y  dando  á  tutiplén,  por  todos  vale: 

Y  uno  aquí  ensarta,  al  otro  allí  le  afcrra , 

Y  hace  á  la  muchedumbre  áspera  guerra. 


CANTO   SEXTO.  l3l 


LXVI. 

Unos  echan  los  dientes  :  otros  echan 
Las  entrañas,  de  aquella  inicua  raza; 
Que  no  contra  el  doncel  les  aprovechan 
Escudo,  ni  gorgnera,  ni  coraza. 
Pero  de  todos  lados  tal  le  estrechan  , 
Que  poco  fuera,  para  abrirse  plaza 

Y  apartar  de  sí  en  torno  al  pueblo  reo  , 
Con  más  brazos  contar  que  Briareo. 

LXVII. 

Si  descubrir  hubiérale  ocurrido 
El  escudo  que  fué  del  Nigromante, 
El  que  ciega  la  vista  y  el  sentido , 
Que  dejado  al  arzón  había  Atlante, 
Pronto  hubiera  al  enjambre  aquel  vencido. 

Y  le  viera  caer  en  breve  instante. 
Pero  su  aliento  despreció  ese  modo 
Queriendo  á  su   valor  deberlo  todo. 

LXVIII. 

Antes  quiere  morir  que  el  duro  ultraje 
De  verse  prisionero  de  tal  gente. 
Mas  ve  aquí  que  del  muro  al  campo  baje 
De  jóvenes  pareja  diligente  , 
Que  en  la  soltura,  el  ademán  y  el  traje, 
Muestran  que nohan nacido  humildemente, 
Nutridas  por  pastor,  con  privaciones, 
Mascón  regalo,  en  fúlgidas  mansiones. 


a32  ORLANDO   FURIOSO. 

LXIX 

Montaba  cada  cuál  bello  unicorno, 
Más  blanco  que  la  nieve  de  Apenino  : 
Bellas  eran  las  dos,  y  era  su  adorno 

Y  su  vestir  tan  rico  y  peregrino, 

Que  un  mortal,  para  verlas  en  contorno, 

Tener  necesitaba  ojo  divino, 

Si  hubiera  de  juzgar  tanto  detalle 

Y  armonía,  de  gracia,  y  suelto  talle. 

LXX. 

Una  y  otra  avanzaron  do  oprimido 
Rugiero  está  del  escuadrón  villano, 
Que  se  apartó  al  instante  que  las  vido. 
Ellas  al  Caballero  dan  la  mano. 
Que  de  color  de  púrpura  teñido, 
Las  rinde  gracias  por  el  acto  humano; 

Y  porque  á  darlas  gusto  en  eso  acierta, 
Seguirlas  quiso  bastala  rica  puerta. 

LXXI. 

La  cúpula  que  extensa  encima  gira  , 
Como  unos  siete  pies  sale  adelante  . 
Cubierta  con  rcliev'es  se  la  mira 
De  las  piedras  más  ricas  de  Levante; 

Y  la  sostienen  ,  con  labor  que  admira  , 
Cuatro  columnas  de  íntegro  diamante: 
Nada  á  la  externa  vista  tan  jocundo , 

Falso  ó  no,  puede  hallarse  en  todo  el  mundo. 


CANTO   SEXTO.  233 


LXXII. 

Adentro  y  fuera  de  la  puerta  de  oro, 
Van  jóvenes  triscando  licenciosas,         * 
Que  si  el  respeto  al  mujeril  decoro 
Guardasen  más,  serían  más  hermosas. 
Viste  de  color  verde  todo  el  coro, 

Y  coronan  las  frentes  frescas  rosas  ; 

Y  dos ,  con  blando  ruego  en  dulce  riso , 
Convidan  á  Rugiero  al  Paraíso. 

LXXIII. 

Que  así  puede  llamarse  el  suave  foco 
Donde  acaso  el  amor  tuvo  su  cuna. 
Allí  corre  la  vida  en  juego  loco 
De  fiesta  y  danza,  en  perennal  fortuna: 
Allí  grave  pensar,  mucho  ni  poco 
Puede  dentro  albergar  alma  ninguna  : 
Allí  no  entra  pesar,  ni  triste  idea  : 
Lleno  está  siempre  el  cuerno  de  Amaltea. 

LXXIV. 

Allí,  do  con  tranquila  y  leda  frente 
Ríe  perene  Abril  fresco  y  tranquilo, 
Ellos  y  ellas  están  :  cuál  de  una  fuente 
Duerme  al  caer  del  transparente  hilo: 
Cuál ,  de  un  monte  á  la  falda  ,  alegremente 
Ó  danza  ó  canta  en  deleitoso  estilo: 
Quién  ,  retirado  con  gentil  doncella, 
Su  amor  le  dice  y  dulce  se  querella. 


i34  ORLANDO   FURIOSO. 

LXXV. 

Entre  rosa  y  jazmín  ponen  sus  lechos  , 
O  vuelan  por  los  árboles  frondosos , 
Cupidillos  que  trazan  sus  acechos. 
Unos  de  sus  victorias  van  gozosos, 
Se  aprestan  otros  á  flechar  los  pechos  , 
Ó  preparan  sus  redes  cautelosas. 
Quién  á  un  arroyo  el  dardo  está  templando; 
Quién  le  va  en  piedra  móvil  aguzando. 

LXXVI. 

A  Rugiero  un  corcel  le  han  prevenido, 
Gallardo,  fuerte,  de  cerviz  de  toro , 
Con  paramento  bello,  guarnecido 
De  ricas  piedras  sobre  esmalte  de  oro  , 
Y  confiaron   en   guarda   el  conocido 
Caballo  volador  del  viejo  Moro 
A  un  joven,  que  detrás  le  lleva  luego 
Del  buen  Rugiero ,  con  mayor  sosiego. 

LXXVII. 

Aquellas  dos  doncellas,  que   amistosas 
De  la  turba  al  campeón  han  defendido  : 
De  la  turba  de  castas  horrorosas 
Que,  guarda  del  camino,  le  han  salido  , 
Le  dijeron  :  «Señor,  vuestras  famosas 
Hazañas,  que  aquí  habemos  conocido, 
Nos  mueven  á  pedir  el  favor  vuestro 
(Sufrid  la  audacia)  en  benefìcio  nuestro. 


CANTO  SEXTO.  233 


LXXVIII. 

»De  aquí  cerca  se  encuentra  una  riada 
Que  en  dos  partes  divide  la  llanura, 
La  bárbara  Erilila  (así  es  llamada) 
Defiende  el  puente,  y  roba,  engaña,  apura 
Al  que  dirige  allende  su  jornada  : 
Es  gigantesca  en    forma  y  estatura  : 
Tiene  anchos  dientes,  muerdo  venenoso, 
Largas  uñas,  y  gruñe  como  un  oso. 

LXXIX. 

«Además  de  estorbarnos  el  camino , 
Que  expedito  y  capaz  fuera  sin  ella , 
Discurre  por  doquier,  y  al  campesino 
Ora  roba  esta  prenda  y  ora  aquella  ; 
Y  sabed  que  de  aquel  pueblo  asesino  , 
Que  vuestro  brazo  rinde  y  atrepella  , 
Muchos  sus  hijos,  todos   sus  secuaces  , 
Son,  y  cual  ella  pérfidos,  rapaces.» 

LXXX. 

Rugiero  respondió:  «No  una  batalla 
Por  vosotras  daría  ,  sino  ciento. 
De  cuanto  valgan  mi  persona  y  talla 
Disponed,  como  cumpla  á  vuestro  intento  ; 
Que  el  Orden  por  que  visto  cota  y  malla 
No  es  para  conseguir  tierras  ni  argento, 
Mas  para  empresas  dignas  unas  de  otras  ; 
Y  más  en  pro  de  damas  cual  vosotras.» 


236  ORLANDO   FURIOSO. 


LXXXI. 

Danle  gracias  sin  fin  por  el  respiro 
Que  con  esto  su  gente  tomaría, 
Y  marchan  con  Rugiere,  hasta  que  á  tiro 
Del  puente  están  que  corta  alh'  la  ría. 
Ornado  de  esmeralda  y  de  zafiro 
El  áureo  arnés,  se  muestra  allí  la  impía  ; 
Mas  para  el  otro  canto  dejar  quiero 
El  lance  que  con  ella  hubo  Rugiero. 


I 


ORLANDO  FURIOSO 


ARGUMENTO  DEL  CANTO  SÉTIMO. 

Rugiero  á  la  giganta  abate  y  tiende , 

Y  le  llevan  las  dos  damas  á  Alcina, 
Que  con  dulces  halagos  tal  le  enciende. 
Que  es  ya  el  único  amor  que  le  domina. 
Mas  Melisa,  que  al  joven  siempre  atiende, 
Le  lleva  á  su  dolencia  medicina; 

Y  el  anillo,  que  siempre  bien  responde. 
Descubre  la  hediondez  que  Alcina  esconde. 


ORLANDO  FURIOSO 


CANTO  SÉTIMO. 
I. 

Quien  lejos  de  su  patria  ciencia  adquiere, 
Y  ve  cosas  que  él  tuvo  antes  por  vanas, 
Si  al  volver  á  su  pueblo  las  refiere , 
Las  tratan  de  mentiras   soberanas  ; 
Que  el  vulgo,  necio  asaz,  dar  fe  no  quiere 
A  cosas  que  no  ve  claras  y  llanas. 
Por  eso  sé  que  dar  poca  creencia 
A  mi  canto  podrá  la  inexperiencia. 

11- 

Mas  tenga  mucha  ó  poca,  yo  no  cuento 
Con  el  voto  del  necio  vulgo  ignaro  : 
Sé  que  creeréis  vosotros  el  portento , 
Los  que  el  juicio  tenéis  discreto  y  claro  : 
Sólo  á  vosotros  ofrecer  intento 
De  mi  estudio  y  fatiga  el  fruto  caro. 
Os  dejé  cuando,  al  pie  de  la  ribera, 
Se  presentó  la  gigantesca  fiera. 


240  ORLANDO   FURIOSO. 


III. 

Del  más  fino  metal  estaba   armada 
Que  engarza  joyas  de  color  distinto, 
Verde  esmeralda,  perla  nacarada  , 
Encarnado  rubí,  rubio  jacinto. 
Iba,  mas  no  á  caballo  ágil  montada. 
Sino  en  un  lobo  de  sangriento  instinto  : 
Un  lobo  en  que  veloz  cruza  la  ría 
Sobre  arzón  de  cuajada  pedrería. 

IV. 

Mayor  no  creo  que  la  Apulia  cría  , 
Pues  más  que  un  craso  buey  mide  y  levanta; 
No  el  freno  de  su  labio  espuma  envía , 
Ni  sé  cómo  gobierna  fiera  tanta  : 
Gran  sobreveste,  de  color  sombría, 
Lleva  sobre  las  armas  la  giganta  , 
Que,  fuera  del  color  ,  es  de  aquel  porte 
Que  los  Obispos  usan  en  la  corte. 

V. 

En  el  escudo  y  la  cimera  ostenta 
Hinchada  y  venenosa  una  serpiente. 
Así  á  Rugiero  armada  se  presenta  , 
Llamándole  á  la  lid  de  acá  del  puente; 
Que,  como  suele  hacer,  cortarle  intenta 
El  paso  y  abatirle  prontamente  : 

Y  le  grita  que  atrás  se  vuelva  presto, 

Y  Rugiero  la  lanza  enristra  en  esto. 


CANTO  sériMO.  341 


VI. 

No  menos  pronta  la  giganta  fiera 
Se  afirma  en  el  arzón,  y  va  atrevida, 
Enristrando  en  mitad  de  la  carrera  : 
El  suelo  hace  temblar  á  su  embestida  ; 
Mas  al  terrible  encuentro  salta  fuera  , 
Que  es  por  Rugiero  bajo  el  yelmo  herida; 

Y  con  tal  fuerza  el  bote  le  asegura , 
Que  á  seis  brazas  la  arroja  en  la  llanura. 

VII. 

Y  el  acero  sacando  enardecido, 
Iba  á  cortarla  la  cerviz  superba  ; 
Que  bien  lo  puede  hacer,  pues  sin  sentido 
Yerta  Erifila  está  sobre  la  hierba; 
Mas  las  damas  :  «Te  basta  haber  vencido 
(Le  gritan),  sin  venganza  tan  acerba: 
Depon,  joven  cortés,  la  fuerte  espada, 

Y  pasemos  el  puente  si  te  agrada.» 

VIII. 

Pasaron ,  y  de  un  bosque  en  la  espesura 
Entraron  por  molesta  áspera  vía; 
Que  aunque  estrecha  y  fatal,  en  derechura 
Hasta  la  falda  del  collado  guía; 
Mas  así  que  subieron  á  su  altura, 
Salieron  á  espaciosa  pradería  , 
Do  vieron  el  palacio  más  jocundo 
Que  en  el  globo  jamás  se  vio  del  mundo. 

TOMO  i.  16 


242  ORLANDO  FURIOSO. 

IX. 

Le  sale  á  recibir  la  bella  Alci  na 
De  las  puertas  primeras  á  la  entrada, 

Y  en  señoril  talante  se  avecina, 
De  bellísima  corte  rodeada. 

Ella  al  valiente  paladín  se  inclina; 

Y  es  de  todas  su  prez  tan   festejada, 
Que  no  lo  fuera  más  si  allí  viniese 
Un  Dios  que  de  los  cielos  descendiese. 

X. 

No  tanto  aquel  palacio  era  excelente 
Porque  en  rico  esplendor  nada  le  hermana  , 
Cuanto  porque  contiene  amable  gente, 
De  cultura  y  de  gracia  soberana. 
Apenas  una  de  otra  es  diferente 
En  la  hermosura  ni  en  la  edad  temprana. 
Solo  Alcina  entre  todas  es  más  bella , 
Como  es  más  bello  el  sol  que  toda  estrella. 

XI. 

Es  su  persona  tal,  tan  bien  formada, 
Que  la  envidiaran  diestros  escultores  : 
Su  rubia  cabellera,  bien  trenzada, 
Sobrepuja  deloro  á  los   fulgores; 

Y  adornan  su   mejilla   delicada 
De  rosa  y  azucena  los  colores; 

Si  bien  sólo  el  jazmín  luce  en  su  frente. 
Elevada  y  extensa  juntamente. 


CANTO   SÉTIMO.  ^  043 


XII. 

Bajo  dos  lindos  arcos,  centinela 
*-Hacen  dos  ojos,  como  soles  claros, 
Ojos  cuya  mirada  nos  revela 
La  pena  dulce,  los  deleites  caros  , 

Y  en  torno  de  los  cuales  amor  vuela, 
Juguetea  y  acecha  sus  disparos. 
Luego  perfecta  la  nariz  desciende. 

Do  la  eavidia  no  ve  cosa  que  enmiende. 

XIII. 

Está  después,  como  entre  dos  colinas. 
La  boca  fresca  en  su  carmín  natío  , 
Con  sus  hileras  dos  de  perlas  finas  , 
Que  un  labio  cierra  y  abre,  dulce  ó  pío  ; 
De  do  brotan  las  pláticas  divinas  , 
Que  suavizan  el  pecho  más  bravio, 

Y  do  la  risa  plácida  se  forma, 

Que  es  en  la  tierra  de  los  cielos  norma. 

XIV. 

Su  cuello  es  de  marfil,  de  leche  pura 
El  blanco  y  ancho  pecho,  de  manera  , 
Que  dos  pomas  en  él,  de  nieve  dura , 
Van  y  vienen  cual  onda  á  la  ribera. 
Argos  con  sus  cien  ojos  la  figura 
Ver  de  las  otras  partes  mal  pudiera  ; 
Mas  se  puede  juzgar  que  corresponde 
A  lo  que  fuera  está,  lo  que  se  esconde. 


244  ORLANDO   FURIOSO. 

XV. 

Muestran  los  brazos  esbeltez  robusta: 
¿Y  qué  cincel  á  remedar  se  atreve 
La  mano  que  medida  alcanza  justa, 
En  que  vena  no  abulta  lo  más  leve? 
¿Y  cuál  el  cabo  déla  talla  augusta, 
El  pie  precioso,  colmadito  y  breve? 
¡Ahí  No  es  dable  que  oculte  humano  velo 
La  angélica  beldad  que  es  don  del  cielo. 

XVL 

Tal  lazo  entre  sus  gracias  hay  tendido  , 
Ya  ría,  hable,  ó  de  su  amor  dé  seña. 
Que  no  es  mucho  que  el  joven  haya  sido 
Cautivo  en  él,  no  siendo  dura  peña. 
Lo  que  ya  el  mirto  de  ella  ha  referido. 
De  que  es  pérfida  ,  inicua  ,  él  lo  desdeña; 
Que  no  cabe  se  esconda  la  impostura 
Tras  de  una  risa  tan  donosa  y  pura. 

XVIL 
Antes  sospecha  que  el  tratar  sería 
A  Astolfo  así,  señal  de  desconfianza, 
ó  castigo  tal  vez  de  alevosía, 

Y  que  esto  y  más  merezca  su  mudanza; 

Y  cuanto  el  triste  mirto  refería, 

A  falsedad  lo  achaca  ó  á  venganza; 

Y  que  la  rabia,  en  fin ,  á  aquel  doliente 
Blasfemar  le  hace,  y  que  del  todo  miente. 


CANTO    SÉTIMO.  24? 


XVIII. 

De  la  honesta  beldad  que  tanto  amaba. 
Ya  por  la  nueva  el  corazón  se  olvida; 
Que  Alcina  con  hechizos  se  lo  lava 
De  toda  sangre  de  la  antigua  herida; 

Y  con   buril  de  fuego  su  amor  graba, 

Y  su  imagen  en  él  queda  esculpida. 

Mas,  pues,  le  hace  inconstante  magia  aleve, 
AI  buen  Rugiero  perdonar  se  debe. 

XIX. 

De  la  mesa  aumentaban  la  alegría 
Arpa,  y  cetra,  y  laúd,  entre  canciones, 
Haciendo  con  suavísima  armonía 
El  aire  titilar  los  dulces  sones: 
Ni  falta  quien  decir  al  canto  hacía 
Los  deleites  de  amor  y  sus  pasiones, 
Ni  quien  con  trazas  bellas  animase 
Poéticas  ficciones  que  inventase. 

XX. 

No  banquete  triunfal  esplendoroso, 
De  quien  que  fuere  sucesor  de  Nino; 
No  aquel  mismo  magnífico  y  famoso 
Que  dio  Clopatra  al  vencedor  latino  ', 
Podrían  compararse  al  que  suntuoso 
Ofrecía  la  Hada  al  paladino: 
Ni  creo  que  mejor  se  apreste  dove 
Sirve  el  rubio  garzón  al  sumo  Jove. 


246  ORLANDO  FURIOSO. 


XXI. 

Tras  el  banquete  á  un  juego  les  invita , 
En  que  puesta  al  redor  toda  la  gente, 
Cada  uno  á  una  bella  solicita 
Al  oído,  un  favor,  secretamente, 
Lo  cual  á  los  amantes  facilita 
El  descubrir  su  amor  resueltamente. 
De  lo  tratado  aquí  fueron  los  puntos 
Pasar  aquella  dulce  noche  juntos. 

XXII. 

Acabóse  aquél  juego  en  breve  instante  : 
Más  breve  que  del  uso  se  presuma  '; 

Y  entran  pajes  después  con  luz  brillante 
En  candeieros  de  riqueza  suma, 

Y  de  Rugiere  así  marchan  delante. 
Que  va  al  descanso  de  la  blanda  pluma, 
Que  en  cámara  preciosa  le  convida, 
Por  la  mejor  de  todas  escogida. 

XXIII. 

Y  luego  que  de  dulces  y  de  vinos 
Nueva  ofrenda  le  rinden  ,  é  inclinados 
Le  saludan,  y  vanse  á  sus  destinos 
Los  demás  reverentes  convidados, 
Toma  Rugier  los  aromosos  linos 
Que  parecen  de  Aracne  preparados, 
Puesto  en  vela  el  oído  diligente 
Por  si  los  pasos  de  su  amada  siente. 


CANTO    SÉTIMO.  147 


XXIV. 

¡Guarde  Ja  noche  las  delicias  estas! 
Apenas  dejan  la  amorosa  estanza  : 
Al  día  veces  tres  mudan  las  vestas 
De  bello  corte,  á  diferente  usanza  : 
Siempre  están  en  convite ,  siempre  en  fiestas , 
En  el  juego,  en  la  escena ,  en  baño ,  en  danza, 
Ó  al  margen  de  un  arroyo ,  entre  las  flores , 
Leen  de  amor  en  áticos  autores. 

XXV. 

Ora  en  umbrosos  valles  ó  colinas, 
Cazando  van  rumiantes  temerosos. 
Ora,  al  faisán,  con  perros,  sus  nebrinas 
Hacen  dejar  con  vuelos  rumorosos: 
Ora,  con  liga,  á  tordo  y  golondrinas 
Prenden  sobre  cantuesos  olorosos  : 
Ora  con  corvo  anzuelo,  y  red  á  veces, 
Coleando  sacan  los  pintados  peces. 

XXVI. 

Así  goza  Rugiere  en  grata  fiesta , 
Mientras  combaten  Carlos  y  Agramante  : 
Mas  su  historia  dejar  quiero,  y  aun  esta , 
Por  volver  á  la  hermosa  Bradamante  , 
A  quien  la  espina  del  dolor  molesta 
Con  la  memoria  del  perdido  amante; 
Y  sin  tino  corriendo  varios  días, 
Va  en  busca  suya,  por  diversas  vías. 


348  ORLANDO    FURIOSO. 

XXVIÍ. 

Antes  que  de  los  otros,  de  esta  digo 
Que  con  celoso  afán  le  busca  en  vano 
Por  selvas,  sin  descanso,  sin  abrigo, 
Por  cabana  y  ciudad,  y  selva  y  llano. 
Sin  noticia  tener  del  caro  amigo, 
Que  por  tan  largo  espacio  está  lejano. 
Hasta  del  Mauro  campo  en  torno  anduvo: 
Mas  del  oro  y  espías  nada  obtuvo. 

XXVIII. 

Y  penetra  por  fin  al  campamento , 

Y  razón  no  le  dan  de  sus  acciones, 
Aunque  averigua  en  tiendas  más  de  ciento 

Y  en  tinglados  inquiere  y  pabellones; 

Y  como  hallar  no  puede  impedimento. 
Pasa  entre  caballeros  y  peones; 

Que  el  anillo  en  seguro  la  coloca. 
Cuando  quiere  ponérselo  en  la  boca. 

XXIX. 

Ni  alcanza  á  imaginar  que  muerto  sea , 
Pues  de  guerrero  tal  la  última  ruina  , 
Desde  la  cuna  de  la  luz  febea, 
Sonara  hasta  do  el  sol  rojo  declina: 
¿Ni  qué  vía  ocurrir  puede  á  su  idea. 
Por  donde  hallarle  deba  la  mezquina? 
Le  va  buscando,  y  son  sus  compañeros 
El  llanto  y  los  gemidos  lastimeros. 


CANTO   SÉTIMO.  249 


XXX. 

Al  fin  pensó,  doliente  más  que  nunca , 
Irá  la  tumba  do  Merlin  se  anida, 

Y  gritar  tanto  en  torno  á  la  espelunca  , 
Que  ablandara  la  piedra  endurecida; 
Que  si  Rugiero  vive,  ó  si  le  trunca 
Alto  querer  de  Dios  la  dulce  vida , 

Se  sabrá  allí;  y  en  la  inspirada  sede 
El  consejo  mejor  tomarse  puede. 

XXXI. 

Siguió  el  camino  con  aquel  intento. 
Hacia  la  selva  que  á  Pontier  se  arrima , 
Donde  la  tumba  de  Merlin  asiento 
Tiene  en  el  fondo  de  la  alpestre  sima.      * 
Mas  la  maga,  á  quien  siempre  el  pensamiento 
De  todo  bien  por  Bradamante  anima  : 
De  aquella,  digo,  que  con  arte  y  traza 
La  instruyó  de  la  gloria  de  su  raza  : 

XXXII. 

Esa  benigna  y  sabia  encantatrice, 
Quede  la  hermosa  el  porvenir  acecha  , 
Pues  no  ignora  ha  de  ser  la  genitrice 
Que  de  héroes  tantos  dé  la  gran  cosecha. 
Por  saber  cada  luz  lo  que  hace  y  dice , 
Consulta  estrellas  y  las  suertes  echa; 

Y  de  Rugiero  así,  libre  ó  perdido, 

O  amante  en  India,  todo  lo  ha  sabido. 


25o  ORLANDO  FURIOSO. 


XXXIII. 

Vistole  había  en  el  corcel  volante, 
Que  veloz  le  llevó  desenfrenado 
A  apartarse  de  Europa  tan  distante  , 
Por  camino  det  hombre  nunca  usado  ; 

Y  bien  sabía  que  en  gozar  constante 
Los  días  pasa  ,  torpe  enamorado  , 

Sin  que  de  su  Señor  guarde  memoria  , 
Ni  de  su  dama  ya,  ni  de  su  gloria. 

XXXIV. 

Y  así  ve  que  el  vigor  de  su  edad  leda 
Tendrá  en  inercia  mísera  consunto  , 

Y  así  mancebo  tan  gallardo  pueda 
Perder  el  cuerpo  y  ánima  en  un  punto  ; 

Y  aquel  olor  que  de  nosotros  queda  , 
Cuando  el  barro  mortal  yace  difunto  , 
Que,  aun  en  la  tumba,  vida  le  conserva  , 
Va  la  planta  á  trocar  en  seca  hierba. 

XXXV. 

Pero  aquella   que   del  mejor  procura 
Que  él  de  sí  mismo,  de  delirios  lleno. 
Por  vía  intenta  libertarle  dura  , 

Y  déla  alma  virtud  volverle  al  seno; 
Como  excelente  médico  que  cura 
Con  acero,  y  con  fuego,  y  con  veneno  , 
Que  si  bien  mucho  en  el  principio  duele , 
Después  con  gozo  agradecerse  suele. 


CANTO   SÉTIMO.  25 1 


XXXVI. 

Esta  Maga  en  amar  no  es  imprudente  , 
Ni  con  ciega  mortal  pasión  se  inflama , 
Como  el  Mago,  que  aspira  solamente 
De  su  alumno  á  guardar  la  vital  trama , 

Y  prefiere  que  viva  largamente 

Sin  honor,  sin  virtudes  y  sin  fama, 

A  que,  por  cuanta  gloria  haya  en  el  mundo, 

De  su  vida  perder  pueda  un  segundo. 

XXXVII. 

Él  á  la  isla  le  mandó  encantada 
Para  alejarle  en  ella  de  la  muerte; 

Y  como  tiene  ciencia  consumada 
En  hechizos  urdir  de  toda  suerte , 
Ligado  había  el  corazón  del  Hada 

Con  nudo  estrecho  de  un  amor  tan  fuerte, 
Que  el  tiempo  desatarle  no  pudiera  , 
Aunque  más  años  que  Néstor  viviera. 

XXXVIII. 

Volvamos  ora  á  la  que  sólo  halaga 
El  puro  bien;  y  os  digo  que  previene 
La  recta  vía ,  por  do ,  triste  y  vaga , 
De  Amón  la  hija  en  busca  suya  viene; 

Y  cuando  Bradamante  ve  á  la  Maga, 
Al  dolor  la  esperanza  sobreviene  ; 

Y  esa  el  caso  la  pinta  verdadero 
De  cómo  con  Alcina  está  Rugiero. 


252  ORLANDO   FURIOSO. 


XXXIX. 

AI  oirlo,  la  joven  queda  absorta  , 
Viendo  tan  lejos  á  su  caro  amante, 

Y  que  del  daño  la  ocasión  no  es  corta, 
Si  no  lleva  el  remedio  en  breve  instante 
Mas  la  piadosa  amiga  la  conforta , 

Y  á  do  punza  el  dolor  pone  el  calmante  ; 

Y  la  afirma,  y  la  jura  que  muy  breve, 
Le  sacará  á  Rugiere  de  la  aleve. 

XL. 

Y  la  dice:  «Pues  llevas  ya  contigo 
El  anillo  que  anula  todo  encanto , 
Si  al  sitio  voy,  llevándole  conmigo  , 
Donde  Alcina  á  Rugiero  da  quebranto , 
Verás,  si  su  prisión  romper  consigo  , 

Y  te  vuelvo  á  traer  al  que  amas  tanto. 
Partiré  de  esta  noche  á  primer  hora, 

Y  veré  el  Indo  al  despuntar  la  aurora.» 

XLI. 

Y  siguiendo,  le  explica  el  plan  sencillo 
Con  que  todo  muy  pronto  va  á  obtenerlo. 
Sacar  logrando  del  fatal  castillo 

A  su  amante,  y  á  Francia  devolverlo. 
La  dama  al  punto  séquito  el  anillo, 

Y  no  sólo  gustosa  va  á  ofrecerlo  : 
Mas  hasta  el  corazón ,  la  vida  diera  , 
Si  á  su  Rugiero  de  algo  le  sirviera. 


CANTO   SÉTIMO.  233 

XLII. 

Dale  el  anillo,  y  á  ella  se  confía, . 

Y  aun  le  encomienda  más  á  su  dilecto, 
A  quien  finezas  de  su  amor  le  envía , 

Y  á  Provenza  después  va  en  curso  recto. 
La  Maga  desde  allí  toma  otra  vía, 

Y  para  dar  á  su  designio  efecto , 
Venir  un  palafrén  hace  á  su  antojo. 
Que  tenía  un  pie  negro  y  otro  rojo. 

XLIII. 

Pienso  que  en  esa  forma  se  lo  apronta 
El  abismo  y  que  un  genio  menor  fuera. 
Desceñida  y  descalza  en  él  se  monta , 
Dando  al  aire  la  irsuta  cabellera: 
Mas  del  dedo  el  anillo  quita  pronta, 
Porque  no  sus  encantos  deshiciera; 

Y  después  tanto  anduvo,  que  de  Alcina 
Llegó  á  la  tierra  á  la  hora  matutina. 

XLIV. 

Allí  con  arte  suma  trasmutóse: 
Aumentó  más  de  un  palmo  su  estatura, 

Y  á  proporción  los  miembros  abultóse , 
De  la  talla  quedando  y  la  grosura 
Conque  al  astuto  anciano  asemejóse 
Que  de  Rugiere  infante  tuvo  cura; 

Y  su  barba  tomó  blanca  y  copiosa, 

Y  la  frente  y  la  faz  como  él  rugosa. 


254  ORLANDO    FURIOSO. 

XLV. 

En  el  aìre,  en  la  voz,  en  el  semblante 
Imitóle  tan  bien,  que  totalmente 
Podía  parecer  el  mago  Atlante  ; 

Y  se  ocultó  después  tan  diestramente , 
Que  á  Rugiere  apartado  de  su  amante 
Ver  logró  una  mañana  finalmente; 

Y  fué  gran  suerte;  que  de  noche  ó  día 
En  hablarla  ó  en  verla  se  extasía. 

XLVI. 

Le  halló  que  solitario  disfrutaba 
Del  dulce  amanecer  fresco  y  ameno, 
A  la  margen  de  un  río  que  bajaba 
A  dar  á  un  lago  límpido  y  sereno. 
El  ocio  y  la  lascivia  revelaba 
El  traje  que  flotaba  desde  el  seno. 
Por  Alcina  tejido  con  gran  arte, 

Y  de  oro  y  sirgo  recamado  en  parte. 

XLVII. 

Ricas  joyas  ,  usanzas  mujeriles , 
Acrecen  de  un  collar  los  claros  brillos; 

Y  de  sus  brazos,  antes  tan  viriles, 
La  piel  enervan  lúcidos  cerquillos: 
Ambas  orejas  abren  muy  sutiles. 

Hilo  de  oro  y  dan  juego  á  unos  zarcillos 
De  que  pendiendo  van  dos  perlas  tales. 
Que  no  vieron  Arabia  y  Persia  iguales. 


CANTO    SÉTIMO.  255 


XLVIII. 

Húmida  la  odorante  cabellera, 
Del  abuso  de  esencias  daba  indicio, 

Y  parecía,  en  gesto  y  en  manera, 
Hecho  en  Valencia  al  mujeril  servicio. 
No,  en  fin,  tenía,  tan  corrupto  fuera. 

De  su  nombre  á  excepción,  nada  sin  vicio. 
Así  encontrado  fué,  diverso  tanto 
De  su  ser  propio ,  por  el  vil  encanto. 

XLIX. 

En  figura  de  Atlante  sale  á  plaza 
La  Maga  que  tan  bien  lo  parecía  : 

Y  con  la  grave  y  venerable  traza 
Que  siempre  aquel  reverenciar  solía; 

Y  con  los  ojos  de  ira  y  de  amenaza 
Que  desde  su  niñez  temido  había , 

Le  dice  :  «¿Conque  es  este  el  fruto  hermoso 
Porque  tanto  sudó  mi  afán  celoso? 

L. 

«¿Palpitantes  medulas  de  las  fieras 
Te  di  yo  por  manjares  preferentes  ; 
Infante,  te  llevé  noches  enteras 
Por  cavernas  de  horror  ,  á  ahogar  serpientes , 
Las  uñas  á  arrancar  á  las  panteras , 

Y  al  feroz  jabalí  los  corvos  dientes, 
Porque  fueses,  tras  tanta  disciplina. 
El  Adonis  ó  el  Atides  de  Alcina? 


256  Orlando  furioso. 

LI. 

«¿Paró  en  esto  el  decir  de  las  estrellas  , 
Las  sacras  íibras  ,  puntos  acoplados, 
Sueños,  augurio,  en  fin,  todas  aquellas 
Artes  de  mis  estudios  consumados  ? 
Desque  aún  tu  labio  andaba  en  las  mamellas, 
Dijeron  que  tus  años,  hoy  logrados, 
Brillarían  de  honor,  con  hechos  tales, 
Que  nunca  el  orbe  los  vería  iguales. 

LIL 

»  ¡A  la  verdad  que  este  principio  alabo, 
"  Pues  nos  anuncia  que  serás  muy  presto 
Alejandro,  Escipión,  Aquiles  bravo! 
¿Quién  te  viera  ¡ay  de  mil  parar  en  esto? 
En  ser  de  Alcina  el  miserable  esclavo: 
Y  aun  porque  sea  á  todos  manifiesto, 
Llevas  al  cuello  y  brazos  la  cadena 
Con  que  preso  te  tiene  la  sirena. 

Lin. 

y  »Si  no  te  mueve  de  la  fama  el  plaustro, 

y,  Ni  el  honor  á  que  el  cielo  te  ha  elegido, 
¿Por  qué  á  la  prole ,  que  del  Sur  al  Austro 
Brillar  debe  ,  defraudas  sin  sentido? 
¿Por  qué  cierras  eternamente  el  claustro 
Do  quiere  Dios  por  ti  ver  concebido 
El  linaje,  que  luz  tan  clara  encierra. 
Que  más  que  el  sol  ha  de  alumbrar  la  tierra? 


CANTO   SÉTIMO.  iSj 


LIV. 

»No  impidas  tú  que  de  las  nobles  almas 
Que  están  ya  acaso  en  la  eternai  idea 
(  Si  hoy  el  furor  de  las  pasiones  calmas), 
Raíz  tu  sangre  un  tiempo  y  otro  sea. 
¡Ah!  no  los  lauros  tronches  ni  las  palmas 
Con  que  ,  tras  larga,  pertinaz  pelea, 
Tus  hijos,  y  los  de  ellos  sucesores, 
Darán  á  Italia  insólitos  honores. 

LV. 

»Y  si  á  rendir  tu  espíritu  vagante 
No  el  dulzor  te  bastara  sin  segundo 
De  tanto  fruto  de  esplendor  brillante, 
Con  que  ha  de  florecer  tu  árbol  fecundo, 
Te  debiera  un  par  sólo  ser  bastante  : 
Hipólito  y  su  hermano,  que  en  el  mundo 
No  se  ha  de  ver,  en  siglos  dilatados, 
Quien  de  virtud  y  honor  suba  á  más  grados. 

LVI. 

«Más  de  estos  dos  solía  yo  narrarte 
Que  de  los  otros  ,  con  plausible  intento: 
Ya  porque  esos  contaban  mayor  parte 
De  virtud,  y  saber,  y  de  ardimiento, 
Y  ya  porque  te  vía  interesarte 
Más  por  ellos  y  oirme  siempre  atento  , 
Gozándote  en  que  prole  tan  famosa 
Naciera  de  tu  cepa  generosa. 

TOMO   I.  17 


258  ORLANDO   FURIOSO. 

LVII. 

»¿Qué  tiene  la  que  así  tu  frente  inclina, 
Que  no  tengan  las  otras  meretrices? 
¿Esta  q  ue  fué  de  tantos  concubina , 
Trocados  luego   en   brutos  ó  raíces? 
Mas  porque  sepas  bien  lo  que  es  Alcina, 
Desnuda  de  sus  fraudes  infelices  , 
Ponte  al  dedo  este  anillo,  y  vuelve  á  ella  , 

Y  entonces  juzgarás  de  cuanto  es  bella.» 

LVIII. 

Mudo  estaba  Rugiero  y  vergonzoso. 
Sin   saber  qué  decir,  mirando  al  suelo; 

Y  Melisa  el  anillo  prodigioso 

Le  ciñó  al  dedo  con  su  usual  desvelo; 
Él,  cuando  en  sí  volvió,  tan  pesaroso 
Se  vio  y  tan  lleno  de  rubor  y  duelo, 
Que  á  mil  brazas  de  tierra  estar  quisiera, 
Antes  de  que  la  faz  nadie  le  viera. 

LIX. 

Aquí  la  docta  Maga  en  dos  instantes 
Á  su  forma  primera  se  traslada  ; 
Que  no  necesitaba  ya  de  Atlantes, 
Viendo  que  su  esperanza  está  lograda; 

Y  ora  os  diré  lo  que  no  os  dije  de  antes; 
Que  esta  Maga  Melisa  era  llamada. 

Á  Rugiero  de  todo  ella  previene, 

Y  le  dice  quién  es,  y  á  lo  que  viene. 


CANTO    SÉTIMO.  iSg 


LX. 

Que  la  envía  la  triste  de  amor  llena  , 
Que  su  dulce  recuerdo  nunca  olvida, 
Para  sacarle  de  la  vil  cadena 
A  que  mágico  engaño  ata  su  vida  : 
Que  la  forma  de  Atlante  de  Carena 
Tomó,  para  ser  del  mejor  creída  ; 

Y  que,  pues  la  salud  ya   le  ha  devuelto  , 
Revelarle  sus  planes  ha  resuelto. 

LXI. 

«La  doncella  gentil  que  te  ama  tanto  : 
La  que  tan  digna  de  tu  fe  sería  : 
A  la  que  (si  te  acuerdas)  debes  cuanto 
De  dulce  libertad  gozaste  un  día, 
Ese  anillo  ,  que  vence  todo  encanto , 
Manda,  y  el  corazón  te  mandaría. 
Si,  como  aquél,  tuviera  la  virtud 
El  corazón  de  darte  la  salud.» 

LXH. 

Le  dice;  y  el  amor  le  fué  narrando 
Que  Bradamante  le  ha  tenido  y  tiene; 

Y  le  fué  sus  acciones  encomiando  , 
Cuanto  el  afecto  á  la  verdad  se  aviene: 

Y  dijo,  en  fin,  lo  que  de  dulce  y  blando 
A  mensajera  diestra  más  conviene, 

Y  á  Rugiero  inspiró  contra  la  Maga 
El  horror  que  se  tiene  á  cosa  aciaga. 


26o  ORLANDO  FURIOSO. 

LXIII. 

Horror  imponderable  y  grande  tanto , 
Cuanto  antes  fué  su  amor;  y  no  os  extrañe  , 
Porque  este  era  producto  del  encanto, 
Que  sabéis  que  el  anillo  desmarañe. 
Él  descubrió  que  era  engañoso  cuanto 
A  la  falsa  beldad  de  Alcina  atañe; 
Que  era  extraño  y  postizo  lo  que  bello 
Lucía  de  los  pies  hasta  el  cabello. 

LXIV. 

Gomo  rapaz  que  la  madura  poma 
Ledo  esconde,  y  se  olvida  pronto  de  esto, 
Si  hartos  días  después  la  vista  asoma. 
Por  acaso,  al  lugar  aquél  repuesto, 
Se  sorprende  de  ver  que  ora  la  toma 
Podrida  y  fea  y  no  como  la  ha  puesto; 
Y  tanto  como  de  antes  le  gustaba  , 
Ora  la  odia,  y  por  tirarla  acaba; 

LXV. 

Rugiero  así,  des  que  Melisa  le  hace 
Que  á  Alcina  vuelva  á  ver,  con  el  anillo 
Que  todo  encanto  anula  y  lo  deshace  , 
De  unirlo  al  dedo  al  proceder  sencillo, 
Se  encuentra ,  en  vez  de  lo  que  de  antes  place 
Por  su  hermosura  de  esplendente  brillo, 
Tan  horrible  mujer ,  que  no  la  idea 
El  mismo  Satanás  más  vieja  y  fea. 


CANTO    SÉTIMO.  201 


LXVI. 

Pálida  y  arrugada  faz  tenía  : 
Ralo  y  canoso  pelo  enmarañado  : 
Seis  palmos  su  estatura  no  medía, 
Y  ni  un  diente  en  la  boca  le  ha  quedado: 
Ni  la  Cumea,  ni  Hécuba,  ni  Argia, 
Ni  nadie  tantos  años  ha  contado; 
Pues  usa  el  medio  (en  nuestra  edad  ignoto) 
De  sacar  juventud  de  un  cuero  roto. 

LXVII. 

Y  se  hace  bella  con  el  arte  fino 
Que  á  tantos  engañó  como  á  Rugiero  : 
Mas  el  anillo  á  descubrir  ya  vino 
De  enteros  siglos  el  engaño  artero; 
No  es,  pues,  milagro  que  el  amor  pristino 
Lance  del  alma  el  digno  caballero, 

Y  Alcina  le  dé  horror,  hoy  que  la  mira 
Sin  que  pueda  valerla  la  mentira. 

LXVIII. 

Mas  como  le  encargó  Melisa,  estuvo 
Sin  alterar  el  anterior  semblante, 
Hasta  que  revestido  todo  hubo  . 
El  olvidado  acero  rutilante; 

Y  por  no  dar  sospechas  cauto  anduvo  , 
Probar  fingiendo  si  vigor  bastante 
Tiene;  y  si  en  tantos  días  que  pasaron , 
Sus  bien  nutridos  miembros  engrosaron. 


262  ORLANDO   FURIOSO. 

LXIX 
Enlaza  Belisarda  al  férreo  nudo 
(Ese  nombre  su  espada  fiel  tenía); 
Busca  también  el  admirable  escudo, 
Que  no  sólo  la  vista  oscurecía , 
Mas  en  el  alma  da  golpe  tan  rudo, 
Que  exhalarse  del  cuerpo  parecía. 
Le  toma,  y  con  el  paño  rojo  y  bello 
Con  que  envuelto  aún  está,  lo  cuelga  al  cuello. 

LXX. 

Baja  á  las  cuadras,  y  un  corcel  reclama 
Que  le  ensillen,   más  negro  que  el  endrino 

Y  si  éste  elige,  de  Melisa  es  trama , 
Qué  sabe  cuan  ligero  es  y  cuan  fino: 
Quien  le  conoce  ,  Rabicán  le  llama; 

Y  es  aquel  mismo  en  que  á  las  islas  vino 
El  caballero  que  de  la  otra  arena 

Por  el  mar  trajo  la  infernal  ballena. 

LXXI. 

A  Hipogrifo  tener  puede  igualmente  , 
Que  junto  á  Rabicán  estaba  atado: 
Mas  Melisa  le, ha  dicho:  pon  la  mente. 
Que  sabes  cuánto  sea  desmandado; 

Y  á  entender  dióle,  que  á  la  luz  siguiente 
Se  propone  sacarlo  de  este  estado , 

Para  en  otro  lugar  mejor  domarle, 

Y  en  ir  á  do  le  manden  adiestrarle. 


CANTO    SÉTIMO.  203 


LXXII. 

Y  así  más  tiempo  la  sospecha  alarga 
De  la  fuga  que  intenta  si  le  deja. 
Hace  Rugier  lo  que  Melisa  encarga , 
Que  al  oído  invisible  le  aconseja. 
De  este  modo  ingenioso,  de  la  carga 
Se  libra  al  fin  de  la  malvada  vieja , 
A  una  puerta  llegando,  que  á  la  vía 
Daba  que  á  Longistila  conducía. 

LXXIII. 

A  las  guardias  asalta  de  improviso: 
Entre  ellas  se  abre  paso,  espada  en  mano; 
A  uno  deja  sin  dientes,  á  otro  inciso, 

Y  ya  fuera  del  puente  se  ve  sano  ; 

Y  antes  que  llegue  á  Alcina  el  pronto  aviso, 
Largo  espacio  de  tierra  está  lejano. 

Otro  canto  os  dirá  más  dura  brega, 

Y  después  cuándo  á  Longistila  llega. 


ORLANDO    FURIOSO. 


ARGUMENTO  DEL  CANTO  OCTAVO. 


Huye  Rugier  de  Alcina;  Astolfo,  en  esto, 
Por  Melisa  recobra  el  cuerpo  humano. 
En  Bretaña  de  gentes  hace  apresto. 
Diligente,  el  señor  de  Montealbano. 
De  su  hermosura  por  el  don  funesto  ; 
Angélica  es  expuesta  á   un  pez  insano. 
De  París  sale  Orlando  por  un  sueño. 
Dejando  á  Cario  Magno  en  grave  empeño. 


I 


ORLANDO  FURIOSO, 


CANTO  OCTAVO. 


I. 


¡Cuántas  en  nuestro  mundo  encantadoras, 

Y  cuánto  encantador  hay,  no  sabido. 

Que  á  amantes  de  ambos  sexos,  con  traidoras 
Artes  y  falsos  rostros  han  rendido  ! 

Y  no  con  filtros,  en  nocturnas  horas, 
Ni  de  los  astros  al  girar  medido, 
Sino  con  fraude,  engaños,  ilusiones, 
Atan  hasta  morir  los  corazones. 

II. 

Quien  el  mágico  anillo,  ó  el  más  cierto 
De  la  razón  tuviese,  bien  pudiera 
Leer  en  todo  rostro,  lo  que,  abierto, 
De  cada  cuál  el  pecho  contuviera. 
Hoy  hermoso  juzgamos  lo  encubierto, 
Que,  sin  ficción,  fatal  nos  pareciera. 
¡Grande  fué  de  Rugiero  la  ventura, 
Con  el  anillo  al  ver  la  verdad  pura  ! 


208  ORLANDO   FURIOSO. 

III. 

Disimulando  aquel  (como  os  decía), 
En  Rabicán  vino  á  la  puerta,  armado: 
Métese  entre  la  guardia  que  allí  había , 
No  prevenida,    y  con  la  espada,  airado. 
Hiere  y  mata;  y  del  puente  ya  salía, 
El  rastrillo  dejando  destrozado, 

Y  entra  en  el  bosque,  y  no  gran  trecho  corre , 
Cuando  veloz  de  Alcina  un  siervo  acorre. 

IV. 

Lleva  empuñado  un  grandehalcón  rapante, 
Que,  por  placer,  de  presa  ejercitaba 
Por  los  campos  y  un  lago  no  distante, 
En  que  variados  pájaros  cazaba. 
A  su  lado  va  el  perro  acompañante, 

Y  él  un  rocín  con  breve  arnés  montaba. 
Conoció  que  Rugiero  iba  fúgido. 
Cuando  con  prisa  tal  correr  le  vide. 

V. 

Lesale  al  trente,  y  le  demanda  fiero, 
Por  qué  corriendo  va  con  tal  presura. 
Responderle  no  quiere  el  buen  Rugiero, 

Y  él  más  de  que  va  huyendo  se  asegura. 
A  arrestarle  resuélvese  ligero, 

Y  el  brazo  extiende,  y  grita:  «¿No  es  locura 
Que  pienses  que  así  huyendo,  no  te  agarra 
De  mi  valiente  pájaro  la  garra?» 


CANTO  OCTAVO.  269 


VI. 

Y  lanza  el  ave,  y  la  estimula  á  voces, 

Y  ella  volando  á  Rabicán  estrecha. 
Del  palafrén  los  ímpetus  feroces 
Suelta;  le  quita  el  freno  ,  y  detrás  le  echa. 
Ya  tempestad  de  muerdos  y  de  coces 
Parece  aquel  y  disparada  flecha; 

Y  al  caballero  sigue  tan  violento. 
Que  dirías  le  empujan  fuego  y  viento. 

VIL 

No  quiere  el  perro  aparecer  más  tardo, 

Y  sigue  á  Rabicán,  de  la  manera 
Que  á  las  liebres  persigue  el  leopardo: 
Cree  Rugier  que  es  su  oprobio  si  no  espera  , 

Y  se  vuelve  al  que  viene  á  pie  gallardo 
Sin  más  arma  que  vírgula  ligera  : 
Aquella  con  que  al  can  regir  le  agrada  ; 

Y  así  desdeña  desnudar  la  espada. 

VIII. 
El  cazador  se  acerca  y  le  percude: 
A  la  derecha  el  perro  dale  un  muerdo; 
La  grupa  el  libre  palafrén  sacude, 

Y  le  hiere  también  el  lado  izquierdo  ; 
El  pájaro  volando  en  torno  acude, 
A  veces  en  clavar  la  uña  no  lerdo  ; 

Y  asustando  al  corcel,  con  grito  agudo  , 
A  espuela  y  freno  rebelarle  pudo. 


2^0  ORLANDO   FURIOSO. 


IX. 

Rugier,  forzado,  al  hierro  al  fin  se  abraza  , 

Y  de  molestia  tanta  por  librarse , 
Al  siervo  y  á  sus  bestias  amenaza  , 
Dando  de  tajo  y  punta  sin  pararse; 
Pero  el  tropel  tenaz  más  le  embaraza  , 

Y  en  el  camino  está  sin  apartarse. 
Rugiero  al  deshonor  y  al  daño  atiende 
Que  ha  de  sufrir,  si  allí  más  tiempo  expende. 

X. 

Sabe  que  si  dilata  aquella  lucha, 
Llegará  Alcina  con  su   pueblo  armada. 
De  trompas  y  campanas  ya  se  escucha 
La  voz  por  monte  y  valles  dilatada. 
Piensa  que  le  ha  de  dar  vergüenza  mucha 
Contra  inerme  peón  blandir  la  espada  ; 

Y  que  es  mejor,  y  en  la  ocasión,  bastante, 
El  raro  escudo  descubrir  de  Atlante. 

XL 

Quitóle  aquel  sedil  paño  encarnado, 
Que  tantos  días  su  fulgor  tapaba  , 

Y  el  efecto   causó,   ya  tan    probado, 
Cuando  su  luz  sobre  los  ojos  daba. 
Queda  en  el  suelo  el  siervo  adormentado. 
Junto  al  can  y  al  rocín ,  y  el  que  volaba 
Cae  á  plomo,  cesando  en  sus  graznidos. 
Ledo  Rugier  los  deja  así  dormidos. 


CANTO   OCTAVO.  27 1 


XII. 

Alcina,  á  quien  avisan  que  la  puerta 
Su  amante,  por  huir,  forzado  había, 
Dejando  parte  de   la   guardia   muerta, 
De  angustia  llena,  el  pecho  en  su  agonía 
Se  maltrata  y  la  faz,  y  queda  yerta, 

Y  maldice  su  inercia  y  su  apatía. 
Manda  tocar  alarma  prontamente  , 

Y  á  su  lado  venir  toda  la  gente. 

XIII. 

Forma  luego  dos  trozos,  uno  unido, 
Al  campo  envía  do  Rugier  camina; 

Y  al  otro  ,  de  más  número  elegido  , 
Hace  en  barcos  entrar  en  la  marina. 
Con  sus  velas  ya  el  mar  se  ha  oscurecido: 
Con  ellas  va  la  despechada  Alcina; 

Que  tanto  el  ansia  por  Rugiero  aqueja, 
Que  hasta  los  muros  sin  custodia  deja. 

XIV. 

En  la  ciudad  no  queda  ni  un  rehacio; 

Y  eso  á  Melisa,  que  está  ya  anhelosa 
De   libertar  del  campo  y  del  palacio 
A  la  gente  que  sufre  dolorosa, 

Le  da  comodidad  y  grande  espacio 
De  ir  buscando  su  hechizo  á  cada  cosa  ; 

Y  romper  rombos  *,  sellos,  piedras  duras. 
Túrbidos  deshacer,  nudos,  figuras. 


47*  ORLANDO   FURIOSO. 

XV. 

Después  por  la  campiña  va  ligera , 

Y  á  los  que  han  sido  de  la  hada  amantes , 
Convertidos  en  planta,  en  fuente,  en  fiera. 
Hace  que  vuelvan  á  su  forma  de  antes; 

Y  ellos,  que  del  peligro  se  ven  fuera. 
Las  huellas  de  Rugier  siguen  andantes; 
De  pronto  á  Longistila  se  acogieron  , 

Y  luego,  á  Escitia,  á  Persia,  á  Grecia  fueron. 

XVI. 

Melisa  los  mandó,  con  sus  arneses, 
Á  su  país  ,  nunca  volver  jurando. 
Fué  el  primero  el  señor  de  los  ingleses 
Á  quien  volvió  su  forma,  recordando 
Del  buen  Rugier  las  súplicas  corteses; 

Y  que  es  deudo  del  que  ora  está  amparando  ; 
El  cual  le  dio  el  anillo  que  ella  trajo, 
Porque  mejor  lograra  su  trabajo. 

XVII. 

De  Rugiere  á  los  ruegos,  le  ha  repuesto , 
Antes  que  á  nadie ,  en  su  anterior  figura  : 
Mas  poco  le  parece  hacer  con  esto. 
Si  recobrar  no  le  hace  su  armadura; 

Y  aquella  lanza  de  oro,  que  tan  presto 
Al  que  toca  derriba  en  la  llanura , 

De  Argalia  ayer,  de  Astolfo  es  hoy  la  lanza, 

Y  uno  y  otro  con  ella  gloria  alcanza. 


CANTO   OCTAVO.  273 

XVIII. 

En  el  palacio  halló  la  lanza  de  oro 
Melisa,  que  la  Hada  en  él  retiene, 
Con  otras  armas,  bélico  decoro 
Del  Anglo  y  de  otros  nobles  que  allí  tiene. 
Ella  el  corcel  montó  del  viejo  Moro , 

Y  á  la  grupa  á  subir  Astolfo  viene. 
Desde  allí  á  Longistila  se  lanzaron  , 

Y  al  fugitivo  un  hora  le  ganaron. 

XIX. 

En  busca  de  la  Hada  bienhechora, 
Rugiere,  en  tanto,  por  breííal  camino, 
Iba  entre  dura  escalla  cortadora. 
Menudas  guijas,  ó  punzante  espino; 
Así  que  con  fatiga  abrasadora 
A  la  férvida  nona  está  el  mezquino 
Entre  el  monte  y  la  mar,  en  una  abierta, 
Desnuda  playa,  estéril  y  desierta. 

XX. 

Abrasa  el  sol  la  próxima  colina, 

Y  del  ígneo  calor  que  le  da  en  cara, 
Tanto  la  arena,  el  aire,  se  calcina. 
Que  hasta  el  mismo  cristal  se  liquidara. 
Quedo  el  pájaro  está  :  sólo  rechina 

La  voz  de  la  cigarra  ruda  y  rara , 
Que  entre  las  matas,  con  fatal  desvelo, 
Ensordece  la  mar,  el  monte,  el  cielo. 

TOMO  I.  1 8 


274  ORLANDO  FURIOSO. 

XXI. 

Al  eco  de  esa  cantiga  enemiga, 
Caminando  por  vía  así  horrorosa, 
El  calor  y  la  sed ,  y  la  fatiga 
Compañía  al  viajero  hacen  penosa. 
Mas,  como  no  es  razón  que  siempre  os  diga  , 

Y  repitiendo  esté  la  misma  cosa, 
Dejo  á  Rugiero ,  de  molestias  harto, 

Y  en  busca  de  Reinaldo  á  Escocia  parto. 

XXII. 

Muy  bien  el  paladín  está  admitido 
Por  el  Monarca  y  gente  de  la  tierra; 
Así  que  la  ocasión  que  le  ha  traído , 
Ora,  ocioso,  mas  tiempo  ya  no  encierra  ; 

Y  por  su  Rey  le  dice  que  ha  venido 
Su  socorro  á  pedir  y  el  de  Inglaterra; 

Y  muy  justas  razones  de  alcanzarlo 
Unió  á  los  ruegos  que  le  manda  Cario. 

XXIII. 

Sin  tardar ,  por  el  Rey  le  fué  respuesto , 
Que  por  cuanto  su  reino  se  extendía, 
.Por  gusto  y  por  honor,  siempre  dispuesto 
A  servir  al  Imperio  le  tendría; 

Y  que  en  espacio  breve  habrá  repuesto 
Cuantos  más  caballeros  se  podría; 

Y  si  no  porque  anciano  está  y  doliente, 
Iría  el  mismo  á  comandar  la  gente. 


CANTO   OCTAVO.  37 5 


XXIV. 

Y  que  ni  excusa  tal  digna  juzgaba 
Para  hacerle  quedar  :  mas  que  tenía 
Un  hijo,  cuyo  ingenio  y  alma  brava, 
El  mayor  de  los  mandos  merecía  , 

El  cual  aunque  ora  fuera  se  encontraba  , 
Sabe  que  á  Escocia  á  tiempo  volvería , 
En  que  ya  hallara  juventud  guerrera, 
Que  después  á  la  gloria  condujera. 

XXV. 

Y  arma  navios,  con  presteza  extraña  , 

Y  manda  por  sus  tierras  comisiones 
Para  que  junten,  con  dinero  y  maña, 
Gente,  caballos,  armas,  provisiones. 
Parte  entonces  Reinaldo  á  la  Bretaña , 

Y  le  acompaña  el  Rey  con  sus  Barones 
A  Bervik,  su  frontera  ,  por  servirle  ; 

Y  hasta  llorar  le  ven  al  despedirle. 

XXVI. 
Sopla  en  la  popa  de  la  nave  el  viento  : 
Embárcase  el  de  Amón ,  y  cortésmente 
Adiós  á  todos  dice  :  el  nauta  atento 
Zarpa,  y  el  barco  va  tan  raudamente, 
Que  pronto  llega  donde  al  mar  violento 
Lanza  el  Támesis  hondo  su  corriente; 
Ya  desde  allí  hasta  Londres,  sin  cautela  , 
Van  seguros  sulcando  á  remo  y  vela. 


276  ORLANDO  FURIOSO. 

XXVII. 

De  Otón  ,  que  con  el  rey  Carlos  se  halla 
Oprimido  en  Lutecia,  trae  mandado 
Reinaldo,  para  el  duque  de  Cornualla, 
Que  en  escrito  le  dice,  reservado. 
Que  le  envíe  la  gente  de  batalla 

Y  jinetes  que  dé  todo  el  Estado; 

Y  que  á  Calais  los  mande  sin  ahorro. 
Con  que  á  Carlos  y  á  Francia  dé  socorro. 

XXVIII. 

El  Príncipe  al  heroico  venedizo 
(Porque  ora  ejerce  los  poderes  reales 
Ausente  Otón)  honores  tantos  le  hizo, 
Que  no  al  Rey  suyo  los  hiciera  iguales. 
Después  á  las  demandas  satishzo, 

Y  los  aprestos  recogió  marciales 
De  Bretaña  y  sus  islas  á  porfía. 
Fijando  luego  de  su  embarque  el  día. 

XXIX. 

Lo  que  hace  el  tañedor  en  su  instrumento , 
Por  no  cansar,  mi  musa  aquí  recuerda; 
Que  muda  aquél  el  son  y  el  sentimiento, 
Ora  con  grave,  ó  con  aguda  cuerda. 
Así,  mientra  á  Reinaldo  estaba  atento, 
De  Angélica  la  hermosa  se  me  acuerda , 
Que  su  fuga  asustada  precipita, 

Y  se  encuentra  á  su  paso  un  eremita.        •  ^ 


CANTO   OCTAVO.  277 


XXX. 

Voy  á  seguirla,  pues,  en  su  carrera. 
Os  dije  ya  que  de  buscar  se  cura 
Modo  para  llegar  á  la  ribera; 
Que  tiene  de  Reinaldo  tal  pavura, 
Que  si  el  mar  no  pasara  ,  se  muriera  , 
Pues  no  juzga  en  Europa  estar  segura. 
El  padre  al  lado  suyo  caminaba, 
Porque  el  estar  con  ella  le  agradaba. 

XXXI. 

Tanta  belleza  ideas  le  sugiere, 

Y  le  llega  á  encender  la  carne  flaca  : 
Mas  viendo  que  con  él  quedar  no  quiere, 
Mientras  la  fuerza  del  calor  se  aplaca , 
Con  una  y  otra  punta  al  rucio  hiere  : 
Pero  de  su  pachorra  no  le  saca , 

Y  nada  marcha  al  trote,  y  poco  al  paso, 

Y  atrás  se  va  quedando  mustio  y  laso. 

XXXII. 

Y  como  el  fraile  lejos  ya  la  observa, 
X    Y  ve  que  á  poco  más  pierde  la  horma , 
Invoca  al  Rey  de  la  legión  proterva , 

Y  tropel  infernal  junto  á  sí  forma. 
Uno  escoge,  entre  toda  la  caterva, 
Al  cual  de  su  querer  antes  le  informa  : 

Le  hace  entrar  por  detrás  ,  bajo  la  enjalma , 

Y  él  con  la  dama  se  le  lleva  el  alma. 


278  ORLANIìO   FURIOSO. 

XXXIII. 

Como  perro  sagaz ,  bien  enseñado 
De  animales  diversos  en  la  caza, 
Que  si  escapa  la  zorra  por  un  lado , 
Va  por  otro  y  parece  perdió  traza  , 
Cuando  le  ven  que  al  sitio  ya  ha  llegado , 

Y  en  la  boca  la  tiene,  y  la  ataraza  ; 
El  fraile  así,  que  vaya  por  doquiera, 
Al  fin  se  ha  de  juntar  con  la  hechicera. 

XXXIV. 

Lo  que  el  tal  se  proponga  voy  calando, 

Y  á  su  tiempo  veréis  su  intento  loco. 
Nada  la  pobre  joven  recelando, 

Va  siguiendo  á  jornadas  poco  á  poco. 
El  diablo  en  el  rocín  se  va  ocultando, 
Como  se  encubre  alguna  vez  un  foco. 
Que  con  tan  grande  incendio  luego  estalla, 
Que  ningún  medio  de  extinguirle  se  halla. 

XXXV. 

En  cuanto  toma  Angélica  el  sendero. 
Próximo  al  mar,  que  á  los  Gascones  lava, 

Y  el  corcel  de  la  playa  está  al  lindero 
Por  do  menos  la  arena  húmida  estaba, 
\  las  ondas  le  empuja  el  diablo  fiero, 
Tanto  que  ya  el  cadrúpedo  nadaba. 
Qué  hacer  no  sabe  aquí  la  pobrccilla, 
Sino  tenerse  bien  sobre  la  silla. 


CANTO    OCTAVO.  2jq 


XXXVI. 

No,  á  tirones  del  freno,  le  da  vuelta, 

Y  antes  va  entrando  más,  délos  pies  falto. 
La  falda  hasta  el  arzón  alza  revuelta  : 
Toda  se  encoge  ,  con  los  pies  en  alto. 

La  cabellera,  por  la  espalda  suelta, 
Recibe  de  la  brisa  blando  asalto; 
Tranquilos  son  el  mar,  los  otros  vientos  , 
A  ver  tanta  hermosura  acaso  atentos. 

XXXVII. 

Ella  á  tierra  los  ojos  vuelve  en  vano, 
Que  la  inundan   enllanto  el  rostro  y  seno; 

Y  el  suelo  cada  vez  ve  más  lejano 
Irse  perdiendo  en  el  azul  sereno. 

El  caballo  nadando  á  diestra  mano. 
Tras  largo  giro,  la  llevó  á  un  terreno 
Rodeado  de  grutas  á  su  aproche, 
Al  venir  ya  las  sombras  de  la  noche. 

XXXVIII. 

Cuando  se  mira  aislada  en  tal  desierto  , 
Que  el  contemplarlo  sólo  da  pavura, 
A  la  hora  que  el  sol,  del  mar  cubierto 
Deja  el  aire  sin  luz,  la  tierra  oscura. 
Se  paró  en  actitud,  que  no  de  cierto 
Dirías  si  está  viva  esa  figura, 
Ni  si  aquello  persona  verdadera, 
O  imagen  sin  color,  ó  mármol  era. 


á80  ORLANDO    FURIOSO. 

XXXIX. 

Inerte,  fija  en  la  desnuda  roca, 
Con  los  sueltos  cabellos  encrespados  , 
Juntas  las  manos,  trémula  la  boca  , 
Tiene  al  cielo  los  ojos  levantados; 

Y  al  gran  motor  como  acusando  invoca, 
Que  la  condena  á  tan  horribles  hados. 
Breve  espacio  está  en  éxtasis  envuelta, 

Y  después  al  dolor  el  freno  suelta. 

XL. 

Y  dice  así:  «Fortuna,  ¿qué  les  resta 
En  mí  á  tus  iras  que  dañar  impías? 
¿Ni  qué  puedo  yo  darte,  sino  es  esta 
Triste  vida?  Mas  tú  no  la  querías. 
Pues  la  sacaste  de  la  mar  tan  presta. 
Cuando  pudiste  allí  cortar  sus  días. 
Fué  sin  duda,  cruel,  la  vida  darme  , 
Por  más,  antes  que  muera,  atormentarme. 

XLI. 

»Pero  cuál  daño  me  has  de  hacer  no  leo, 
Después  de  los  sin  fin  que  me  has  causado. 
Del  trono  real  por  ti  lejos  me  creo. 
Sin  duda  para  siempre,  y  de  mi  Estado; 

Y  mi  honor,  que  aún  es  más,  perdido  veo; 
Pues  |ayl  aunque  en  efecto  no  he  pecado, 
Dirán  que  esta  vagancia  á  mí  me  halaga; 

Y  una  impúdica  soy,  siendo  una  vaga. 


CANTO    OCTAVO.  iSì 


XLII. 

))¿Qué  puedeá  una  mujer  quedar  de  bueno, 
Si  la  fama  de  casta  perdió  un  día? 
Si  el  ser  bella,  en  la  tìor  de  Abril  sereno, 
Cierto  ó  no,  más  que  bien,  males  me  cría. 
No  le  agradezco  á  Dios  don  tan  ameno. 
Pues  del  me  viene  la  desdicha  mía. 
Por  él  mi  hermano  Argalia  ha  perecido; 
Y  su  encantado  arnés  no  le  ha  valido. 

XLIII. 

«Por  él  quitó  Agricán,  Rey  de  Tartaria, 
A  Galafrón  mi  padre  las  coronas 
De  India  y  Catay,  con  suerte  bien  contraria; 
Por  él  á  condición  tal  me  abandonas. 
Que  cambio  día  y  noche  estancia  varia: 
Si  el  haber,  si  el  honor,  si  las  personas  , 
Si  me  has  quitado,  en  fin,   cuanto  tenía, 
¿Qué  mal  me  has  de  hacerya,  fortuna  impía? 

XLIV. 

»Si  á  tu  juicio  cruel  le  pareciera 
Que  el  ahogarme  en  las  olas  no  era  muerte, 
No  me  niego  á  que  mandes  una  fiera 
Que  me  haga  trozos  mil  con  garra  fuerte; 
No  hay  martirio,  con  tal  de  que  yo  muera: 
Nada  de  que  no  pueda  agradecerte.» 
Así  llorando  Angélica  exclamaba  , 
Cuando  ve  que  á  su  lado  el  fraile  estaba. 


382  ORLANDO   FURIOSO. 

XLV. 

Desde  un  alto  peñón  ha  contemplado 
El  eremita  á  Angélica  afligida  , 
Que  allá  en  lo  bajo  está  del  risco  alzado  , 
Del  dolor  y  el  despecho  poseída: 
Allí,  seis  días  antes  ha  llegado , 
Por  senda  de  un  demonio  conocida, 

Y  se  le  acerca,  devoción  fingiendo, 

Y  un  Hilarión  -.  un  Pablo  apareciendo. 

XLVI. 

Cuando  le  empezó  á  ver  la  dama  hermosa 
sintió,  desconociéndole,  no  corto 
Alivio  al  miedo  y  la  inquietud  penosa,. 
Si  bien  conserva  su  mirar  absorto; 

Y  ya  al  lado,  le  dice:  «A  esta  llorosa  . 
Por  piedad  ,  padre  mío,  dad  conforto.» 

>(    Y  con  voz  que  interrumpe  hondo  singulto  , 
Le  cuenta  lo  que  á  él  noie  era  oculto. 

XLVII. 

Comienza  el  ermitaño  á  consolarla, 
Con  devoto  decir,  de  alivios  lleno; 

Y  audaces  manos  pone  ,  mientras  parla  . 
Ya  en  el  húmedo  rostro,  ya  en  el  seno. 
Luego   más  atrevido   va  á  abrazarla , 

Y  ella  le  opone  ,  con  desdén  sereno. 
Una  mano  en  el  pecho,  y  le  restriñe, 

Y  de  honesto  rubor  toda  se  tiñe. 


CANTO    OCTAVO.  283 


XLvin. 

De  una  bolsa  que  él  lleva  ,  un  transparente 
Frasco  sacó  de  elíxir,  con  falacia, 

Y  en   los  ojos,   do  amor  su  chispa  ardiente 
Puso,  y  que  de  su  imperio  son  la  gracia  , 
Breve  jugo  vertió  muy  suavemente, 

Que  de  hacerla  dormir  tuvo  eficacia. 
Supina  ya  sobre  la  arena  yace, 
Para  cuanto  al  capricho  satisface. 

XLIX. 

Ella  duerme  insensible;  y  ya  la  toca 
Con  deleite  y  la  abraza  el  estafermo  ; 
Ora  la  besa  el  pecho ,  ora  la  boca  : 
No  hay  nadie  que  le  mire  en  aquel  yermo. 
Mas  en  vano  se  agita  y  se  provoca , 
Que  á  su  ardor  no  responde  el  cuerpo  enfermo. 
No  le  permite  obrar  su  edad  anciana  , 

Y  puede  menos,  cuanto  más  se  afana. 

L. 

Excitar  su  flaqueza  en  vano  intenta, 
Midiendo  la   hermosura  que   le  exalta: 
En  vano  se  revuelve  y  se  atormenta, 
Que  más  la  fuerza  cada  vez  le  falta. 
Al  fin  junto  á  la  dama  se  adormenta , 
A  quien  nuevo  infortunio  ora  le  asalta. 
[Cuando  nos  toma  la  fortuna  á  juego  , 
Nada  basta  á  saciar  su  encono  ciego! 


284  ORLANDO    FURIOSO. 

LI. 

Preciso  es  que  antes  que  os  relate  el  caso. 
Deje  por  poco  la  directa  ruta. 
En  Tramontana  ,  yendo  hacia  el  ocaso, 
A  la  Irlanda  una  isla  el  mar  disputa: 
Ebuda  '  se  nomina,  en  donde  raso 
El  suelo  está,  desque  la  Orea  bruta, 
Con  su  marina  grey ,  al  pueblo  lanza 
De  Proteo  implacable  la  venganza. 

LII. 

Cuenta  remota  historia  peregrina 
Que  hubo  en  esa  nación  un  Rey  potente, 
Que  tenía  una  hija,  tan  divina. 
Que  pudo  con  su  hechizo  fácilmente, 
Una  vez  que  mostróse  en  la  marina  , 
Encender,  entre  el  agua,  en  fuego  ardiente 
A  Proteo,  que  en  cinta  allí  dejóla, 
Un  día  que  á  la  triste  la  halló  sola. 

un. 

Cuando  el  padre  cruel  su  estado  advierte. 
El  padre,  que  incapaz  es  de  clemencia, 
Aun  sin  oiría,  la  condena  á  muerte; 
Y  le  abrasa  el  furor  con  tal  violencia. 
Que  ni  aun  por  ver  su  seno  de  esa  suerte , 
Suspende  ejecutar  la  atroz  sentencia  ; 
Al  nietecillo  haciendo,  despiadado, 
Que  muera,  aún  no  nacido,  y  sin  pecado. 


CANTO   OCTAVO.  285 


LIV. 

Proteo ,  que  al  ganado  da  alimento 
Del  fiero  Rey  de  los  marinos  reyes, 
Siente  por  la  que  amó  duro  tormento, 

Y  rompe  en  su  furor  reglas  y  leyes; 
Así  que  no  en  mandar  á  tierra  es  lento 
De  Oreas  y  Focas  las  marinas  greyes; 
Que  no  sólo  destruyen  las  labores, 
Sino  reses,  y  casas  y  cultores. 

LV. 

Y  á  veces  á  ciudades  van  muradas  , 

Y  las  ponen   en  torno  horrible  asedio. 
Las  gentes  día  y  noche  están  armadas, 
Con  grave  susto,  con  cansancio  y  tedio  : 
Las  campiñas  se  ven  abandonadas; 

Y  por  lograr  al  fin  algún  remedio , 
Fueron  á  do  el  oráculo  se  oculta, 

El  cual  responde  abierto  á  su  consulta  : 

LVL 

Que  era  fuerza  encontrar  una  doncella 
Hermosa  cual  la  otra,  á  maravilla, 
Que  á  Proteo  agradase  como  aquella; 

Y  expuesta  de  esas  playas  á  la  orilla, 
La  tomaría,  si  la  hallase  bella, 
Librando  al  pueblo  de  la  atroz  cuadrilla. 
Mas  una  hay  que  exponer  constantemente 
Hasta  que  el  dios  marino  se  contente. 


286  ORLANDO   FURIOSO. 


LVII. 

Así  ha  empezado  el  sacrificio  aleve; 

Y  la  que  de  beldad  más  fama  goza  , 
Preciso  es  que  á  Proteo  se  le  lleve, 
Por  ver  si  su  hermosura  le  alboroza. 
Todas  hasta  este  día  muerte  breve 
Recibieron;  que  el  vientre  las  destroza 
Una  Orea,  que  así  que  fué  apartado 
Lo  demás  de  la  grey,  allí  ha  quedado. 

LVIII. 

Que  fuese  cierta  ó  no  la  horrenda  cosa 
(Yo  nolo  afirmo)  que  del  dios  se  cuenta, 
El  país  conservó  la  ley  odiosa 
Que  á  tantas  hermosuras  atormenta; 

Y  de  sus  carnes  hoy  Orea  monstruosa , 
A  la  orilla  saliendo,  se  alimenta. 

Así,  si  en  todas  partes  no  es  fortuna 
Nacer  mujer,  aquí  como  en  ninguna. 

LIX. 

(Pobres,  ay,  las  de  afuera  á  quien  la  suerte 
Ingrata  lleva  al  litoral  infausto, 
Do  yace  vigilante  el  sexo  fuerte 
Para  hacer  de  sus  cuerpos  holocausto; 
Pues  si  no  expone  ajenas  á  la  muerte, 
De  las  propias  se  queda  siempre  exhausto! 
Por  eso  cuando  el  viento  no  las  trae, 
Van  á  buscar  la  presa  que  les  cae. 


CANTO   OCTAVO.  iBf 


LX. 

Y  recorren  doquier  por  la  marina  , 
Con  sus  barcos,  que  son  hoy  su  tesoro; 

Y  de  costa,  ya  lejos,  ya  vecina, 
Traen  alivio  al  femenino  coro, 

Las  que  adquieren   por  fuerza  ó  por  rapina, 
C)  por  dulces  lisonjas,  ó  por  oro: 
Llegando  hasta  tener  en  sus  prisiones 
Damas  de  todos  climas  y  regiones. 

LXL 

De  una  fusta  ^  que  al  viento  más  se  cierra, 
Pasando  al  ras  de  aquella  adusta  riva , 
Donde  entre  hierba,  al  pie  de  l'alta  sierra, 
A  Angélica  infeliz  el  sueño  priva , 
Multitud  de  galeotes  salta  á  tierra, 
Listos  para   hacer  leña  y  agua  viva; 

Y  en  los  brazos  del  falso  reverendo, 
A  la  flor  de  las  bellas  ven  durmiendo. 

LXII. 

¡Oh  cara  por  demás  presa  eterea. 
Para  gentes  tan  brutas  y  villanas! 
¡Oh  fortuna  cruel!  j  quién  hay  que  crea 
Que  en  las  cosas  así  puedas  humanas! 
¡Que  quieres  que  de  un  monstruo  pasto  sea 
La  beldad,  que  á  las  márgenes  indianas 
Desde  el  Caucaso  trajo  á  Agricán  fuerte, 
Con  media  Escitia  á  desatìar  la  muerte! 


288 


ORLANDO    FURIOSO. 


LXIII. 

La  divina  beldad  que  Sacripante 
Más  que  á  su  gloria  y  á  sus  reinos  ama  : 
La  gran  beldad  que  al  gran  Señor  deAnglante  ^ 
El  ingenio  eclipsó,  manchó  la  fama  : 
Por  quien  revuelto  fué  todo  el  Levante, 
Que  en  el  calor  de  tanta  lid  se  inflama. 
Hoy  no  tiene  ¡tan  sola  está  la  imbele! 
Quien  con  una  palabra  la  consuele. 

LXIV. 

Antes  que  despertara  al  sentimiento, 
Encadenada  fué  la  dama  hermosa  ; 
Llevan  con  ella  al  mago  turbulento 
A  la  nave  en  que  va  turba  llorosa; 

Y  en  el  mástil  la  vela  suelta  al  viento  , 
Zarpa  ligera  á  la  ínsula  medrosa, 

Do  á  la  dama  encerraron  en  un  fuerte, 
Hasta  el  día  en  que  tóquele  la  suerte. 

LXV. 

Mas  la  infeliz  logró  ,  por  ser  tan  bella  , 
Mover  á  la  piedad  gente  tan  dura; 

Y  el  sacarla  á  la  horrible  muerte  aquella 
Guardan  ,  hasta  si  el  caso  les  apura  ; 

Y  mientras  hay  de  fuera  una  doncella  , 
Perdonan  ala  angélica  hermosura. 

Al  monstruo  fue  llevada  finalmente, 

Y  llorando  detrás  iba  la  gente. 


CANTO   OCTAVO.  289 


LXVI. 

¿Quién  contara  la  angustia,  el  grito  y  pena 
Que  envía  al  cielo  el  popular  gentío? 
¡El  mismo  mar  cambió  su  faz  serena, 
Cuando  fué  expuesta  sobre  el  mármol  frío , 
Do,  sin  amparo,  atada  á  una  cadena, 
De  su  muerte  aguardaba  el  trance  impío! 
Yo  no  seré;  que  tanto  dolor  siento, 
Que  á  otra  parte  dirijo  el  pensamiento. 

LXVII. 

Quiero  encontrar  acento  menos  flojo, 
Hasta  que  se  reponga  en  sí  la  mente  ; 
Que  no  el  león,  en  su  más  ciego  enojo; 
Ni  viuda  tigre  en  su  furor  creciente; 
Ni  cuanto,  desde  Atlante  hasta  el  Mar  Rojo, 
Veneno  arrastra  por  la  arena  ardiente, 
Ver  podrían  sin  pena  desolada  , 
Al  duro  escollo  Angélica  Hgada. 

LXVIII. 

Si  lo  hubiera  sabido  en  su  litigio 
Orlando,  que  á  París  fué  á  rescatarla  : 
Ó  los  dos  que  aquel  paje  del  Estigio,        -i-dt^,--^; 
Por  el  viejo,  engañó  con   falsa  parla, 
Buscaran  el  angélico  vestigio, 
Por  entre  muertes  mil  hasta  salvarla. 
Mas  aunque  lo  supieran,  no  podría 
Llegar  ya  á  tiempo  su  alta  bizarría. 
TOMO  I.  19 


290  ORLANDO   FURIOSO. 


LXIX. 

Asediada  París  en  tanto  era 
Por  el  hijo  implacable  de  Trojano; 
Que  un  día  en  tal  aprieto  la  pusiera, 
Que  casi  en  ella  entrar  tuvo  en  su  mano; 

Y  si  el  cielo  en  su  auxilio  no  viniera, 
Que  en  lluvia  torrencial  inundó  el  llano, 
Del  África  abatiera  la  arrogancia 

Al  santo  Imperio,  al  gran  nombre  de  Francia. 

LXX. 

Mas  el  Criador  Supremo  volvió  luego 
Los  ojos  al  clamor  del  viejo  Cario, 

Y  con  súbita  lluvia  apagó  el  fuego, 
Que  no  esfuerzo  mortal  pudo  apagarlo  : 
Sabio  porque  dirige  á  Dios  su  ruego; 
Que  nadie  como  Él  puede  ayudarlo; 

Y  así  el  devoto  Rey,  no  cabe  duda, 
Que  salvo  fué  por  la  divina  ayuda. 

LXX  I. 

De  noche  á  Orlando  el  pensamiento  erran  te 
Le  da  vigilia  entre  la  pluma  leve  : 
Aquí  ó  allí  lo  lleva  palpitante, 
ó  lo  resume  y  fija  en  punto  breve; 
Cual  la  luz  de  agua  pura  tremulante, 
Que  hiere  el  sol,  ó  la  plateada  Febe, 
Á  diestra  ó  á  siniestra ,  en  bajo ,  en  alto  , 
Por  amplios  techos  va  con  vago  salto. 


CANTO  OCTAVO.  29 I 


LXXII. 

La  dama  suya  acúdele  á  la  mente  : 
Cual  antes  la  miró  de  su  partida 
Se  le  ofrece;  y  le  enciende  más  ardiente 
La  llama  que  juzgaba  ya  extinguida. 
Con  él  venido  había  hasta  Poniente 
Desde  el  Catay,  y  aquí  la  ve  perdida  ; 

Y  ya  en  vano  la  buscan  sus  deseos , 
Desque  la  hueste  huyó  junto  á  Burdeos. 

LXXIIL 

Por  eso  el  corazón  le  da  castigo  : 
Por  eso  su  simpleza  condenaba. 
«¡Amor  mío!  (decía):  mal  contigo 
¡Ay!  me  porté:  ¿qué  impulso  me  obligaba, 
Pudiendo  día  y  noche  yo  conmigo 
Tenerte  (tu  bondad  me  lo  otorgaba), 
A  dejar  que  Namón  te  recogiera, 

Y  yo  á  vergüenza  tal  me  sometiera? 

LXXIV. 

»¿  Y  qué?  ¿Carlos  razón  de  disculparme 
No  tenía,  y  tal  vez  hubiéralo  hecho? 

Y  aun  si  no,  ¿quién  podría  á  mí  forzarme? 
¿Quién  quitármela  ó-sara  á  mi  despecho? 
¿Antes  no  pude  de  mi  acero  armarme? 
¿Ant  es  sacarme  el  corazón  del  pecho? 
Mas  ni  Carlos  armado,  con  su  gente, 

Era  para  arrancármela  potente. 


29*  ORLANDO    FURÍOSO. 

LXXV. 

»¿No  pudo  haberla  puesto  aquí  en  seguro 
Dentro  de  la  ciudad,  en  lugar  fuerte? 
Mas  al  darla  á  Namón  ,  ya  me  tìguro 
Que  fué  para  extraviarla  de  esa  suerte. 
¿Quién  la  guardara  de  un  marcial  apuro 
Como  yo,  que  lo  haría  hasta  la  muerte? 
¡  Guardarla  ,  más  que  el  alma  ,  yo  infelice 
Debía  ,  y  lo  podía  ,  y  no  lo  hice  ! 

LXXVI. 

»¡Ay!  ¿Adonde,  sin  mí,  mi  dulce  vida, 
Quedas  ora  ,  tan  joven  y  tan  bella  , 
Cual  corderilla  candida  ,  perdida 
Entre  bosques  ,  de  noche  y  sin  estrella. 
Que  del  pastor  creyendo  ser  oída  , 
Bala  por  esta  parte  ó  por  aquella  , 
Tanto  que  el  lobo  al  fin  la  oye  lejano, 

Y  el  infeliz  pastor  la  llora  en  vano? 

LXXVI  I. 

»¿  Dónde  ora  estás ,  mi  vida  y  mi  consuelo  ? 
Quizá  triste  y  solita  andes  errando, 
Ó  tal  vez  te  ha  encontrado  el  lobo  en  celo, 
Sin  la  custodia  de  tu  fiel  Orlando, 

Y  la  flor  que  pondríame  en  el  ciclo  , 
La  flor  que  tanto  yo  viví  guardando , 
Por  no  asustar  tu  mente  y  casto  pecho, 
Te  habrán  cogido  lay  mísero!  y  deshecho. 


CANTO  OCTAVO.  2g3 


LXXVÍII. 

«¿Qué  haré  ,  infeliz,  sino  morir  maldito, 
Si  mi  flor  tan  hermosa  me  han  robado? 
Antes  que  éste,  mi  Dios,  que  es  infinito, 
Dame  otro  mal ,  el  duelo  más  colmado. 
Si  eso  fué,  con  mis  manos  hoy  me  quito 
La  vida,  y  pierdo  el  alma  despechado.» 
El  dolorido  Orlando  así  decía, 
Llorando* y  suspirando  en  su  agonía. 

LXXIX. 

Cuanta  especie  animal  puebla  las  tierras 
Reparando  está  ya  sus  fuerzas  flojas  : 
Cuál  en  las  rocas  de  las  duras  sierras, 
Cuál  sobre  plumas  ó  entre  verdes  hojas  : 
Tú  solo,  Orlando,  el  párpado  no  cierras. 
Punzado  por  recelos  y  congojas, 
Que  ni  el  sueño  común  por  un  momento 
Le  da  tregua  á  tu  duro  sufrimiento. 

LXXX. 

Le  parecía  á  Orlando,  en  una  riva 
De  flores  odoríferas  sembrada , 
Ver  el  bello  marfil  y  la  nativa 
Púrpura  por  el  mismo  amor  pintada, 
Y  los  dos  claros  astros  ,  do  cautiva 
Le  tiene  aquél  el  alma  enamorada  ; 
De  los  ojos  decir  y  el  rostro  quiero 
Que  le  han  robado  el  albedrío  entero. 


Ì94  ORLANDO   FURIOSO. 


LXXXI. 

Gozaba  el  gran  placer,  la  mayor  fiesta 
Que  sentir  puede  el  más  dichoso  amante; 
Cuando  ve  aquí  que  el  aire  se  atempesta  , 

Y  flores,  ramas  ,  troncha  en  un  instante. 
No  tormenta  rugió  mayor  que  es  ésta, 
Cuando  combaten  Noto,  Austro  y  Levante. 
Le  parecía  errar  por  un  desierto, 

Sin  ver  techumbre  do  yacer  cubierto. 

Lxxxn. 

Aquí,  sin  saber  cómo,  desparece 
Su  dama  por  el  ámbito  insereno  ; 

Y  él ,  llamándola  á  voces  ,  ensordece 
El  valle,  de  su  dulce  nombre  lleno; 

Y  mientras  dice  :  ¡Ayme!  ¿qué  me  acontece? 
¿Quién  cambia  mi  dulzor  en  tal  veneno? 
Oye  de  la  que  adora  el  eco  claro , 

Que  llorando  le  grita  :  /  Auxilio  !  ¡  Amparo! 

LXXXIH. 

Do  eré  que  suena  el  grito  va  veloz: 
Corre  al  val  y  del  bosque  á  Jo  profundo; 

Y  cuando  su  dolor  es  más  atroz  , 

Por  ya  no  ver  el  rostro  aquel  jocundo. 
Salir  de  otro  lugar  oye  esta  voz  : 
No  esperes  ya  gomarla  en  este  mundo. 
A  este  grito  de  horror,  grito  de  alerta, 
En  lágrimas  bañado  se  despierta. 


CANTO   OCTAVO.  295 

LXXXIV. 

Sin  pensar  que  es  mentido  lo  que  exalta, 
Cuando  por  ansia  ó  por  temor  se  sueña  , 
Su  pasión  por  Angélica  es  tan  alta, 
Que  su  riesgo  en  juzgar  verdad  se  empeña. 
Cual  rayo  asolador  del  lecho  salta  : 
Cota,  yelmo,  pavés,  nada  desdeña, 

Y  en  Brilladoro  móntase  ligero , 

Y  se  echa  á  andar  sin  pajes  ni  escudero. 

LXXXV. 

Y  para  entrar  doquiera  más  seguro  , 
Sin  que  en  nada  se  empañen  su  decoro. 
Ni  los  cuarteles  de  blasón  tan  puro. 
Fajados  de  bermejo,  blanco  y  oro. 
Quiso  ceñirse  un  armamento  oscuro 
Muy  propio  á  su  dolor,  que  ganó  aun  moro  : 
A  un  Amostante,  al  cual,  de  una  embestida  , 
Ha  pocos  años  le  quitó  la  vida. 

LXXXVI. 

De  media  noche  á  la  avanzada  hora 
Parte,  y  del  tío  excelso  se  desvía: 
Ni  á  Brandimarte  avisa ,  que  le  adora  , 

Y  á  quien  él  mismo  amar  tanto  solía. 
Mas  cuando  ya  la  sonrosada  aurora 
Del  rico  albergue  de  Titón  salía, 

Y  las  húmedas  sombras  ahuyentaba. 
Descubre  el  Rey  que  el  paladín  faltaba. 


296  ORLANDO    FURIOSO. 

LXXXVII. 

¡Qué  disgusto  el  saber  no  ha  de  causarle 
Que  partió  aquella  noche  su  sobrino, 
Cuando  debiera  estar  para  ayudarle  ! 
Mal  contenerse  puede,  y  ,  ya  sin  tino, 
Se  queja  del,  y  pasa  á  denostarle, 

Y  aquel  su  proceder  llama  mezquino, 

Y  le  amenaza,  si   no  vuelve,  y  cuenta 
Que  le  hará  que  del  caso  se  arrepienta. 

LXXXVIII. 

Brandimarte,  que  á  Orlando  amaba  tanto , 
Asimismo  de  allí  partir  quería: 
O  que  oir  su  baldón  le  da  quebranto, 
Ó  creyendo  que  acaso  le  traería. 
Sólo  detuvo  su  partida  cuanto 
Se  tardó  en  extinguir  la  luz  del  día; 

Y  ni  á  su  Flor  de  Lis  decirla  quiere, 
Porque  no  su  designio  le  impidiere. 

LXXXIX. 

Esta  dama  hace  tiempo  era  señora 
De  su  pecho:  verdad  que  lo  merece; 
Pues  en  decoro  y  gracia  encantadora 
Brilla,  y  en  discreción  verde  florece. 
Si  aviso  del  partir  no  le  da  ahora, 
Es  que  volver  á  verla  le  parece 
A  la  siguiente  luz  :  mas  no  lo  alcanza  , 
Que  burló  la  fortuna  su  esperanza. 


1 
i 


CANTO   OCTAVO.  297 


xc. 

Aguardándole  un  mes  la  dama  estuvo, 

Y  viendo  que  no  vuelve ,  el  vivo  fuego 
Del  deseo  más  tiempo  no  contuvo; 

Y  sin  guía  se  arroja  al  azar  ciego. 
Corriendo  en  busca  suya  mucho  anduvo, 
Como  la  historia  fiel  os  dirá  luego. 

Así  de  ambos  sabréis  más  adelante; 
Que  ora  me  llama  el  paladín  de  Anglante. 

XCI. 

Este ,  que  del  blasón  ha  prescindido 
De  Almonte  excelso  ,  va  á  una  puerta,  en  donde, 
Con  breve  y  clara  voz,  dice,  al  oído 
Del  Capitán  de  guardia  :  Soy  el  Conde; 

Y  el  puente  á  su  mandato  es  abatido; 

Y  por  la  vía  que  á  su  afán   responde, 
Se  dirige  derecho  al  enemigo  : 

Lo  demás  en  el  otro  canto  os  digo. 


' 


ORLANDO  FURIOSO. 


ARGUMENTO  DEL  CANTO  NOVENO. 

Así  que  escucha  el  paladín  de  Anglante 
La  bárbara  y  sangrienta  ley  de  Ebuda  , 
Determina  con  ánimo  constante 
Anularla  del  todo  por  lo  cruda. 
Mata  á  Cimosco;  y  vuélvele  su  amante 
A  Olimpia,  y  mientras  que  Bireno  suda 
Por  ir  allende  á  celebrar  sus  bodas , 
Va  Orlando  á  recorrer  las  tierras  todas. 


ORLANDO   FURIOSO. 


CANTO  NOVENO. 


I. 


¿Qué  no  hará  del  que  tiene  en  nudo  estrecho 
Uncido  á  su  coyunda  Amor  aleve  , 
Cuando  á  Orlando  borrar  puede  del  pecho 
La  lealtad  que  á  su  señor  le  debe? 
Antes  fué  de  la  Iglesia,  en  más  de  un  hecho , 
Campeón  ilustre,  y  de  saber  no  breve; 
Ora  se  cuida  ya ,  por  su  amor  loco , 
Nada  del  noble  tío,  y  de  Dios  poco. 

II. 

Mas  le  excuso,  y  me  encuentro  complacido 
De  tener  compañero  tan  ingente; 
Que  yo  asimismo  al  bien  he  enflaquecido , 

Y  me  hallo  para  el  mal  sano  y  potente. 
El  de  negros  colores  va  vestido, 

Y  amigos  tantos  olvidar  no  siente; 

Y  huye  de  donde,  de  África  y  España 
El  ejército  junto,  está  en  campaña. 


'ioa  ORLANDO   FURIOSO. 

III. 

Mas  junto  no;  porque  el  llover  del  cielo 
Le  tiene  en  tiendas  ó  árboles  sembrado; 
A  cuatro,  á  seis ,  á  diez,  entre  agua  y  hielo  : 
Quién  distante,  quién  cerca  acurrucado: 
Lacios,  rotos  se  ven ,  y  uno  en  el  suelo 
Tendido,  otro  en  la  diestra  está  apoyado. 
Duermen;  y  el  Conde  á  muchos  herir  puede  ; 
Mas  Durindana  honor  tan  pobre  cede. 

IV. 

Que  es  tanto  el  corazón  del  bravo  Orlando, 
Que  desdeña  el  matar  gente  dormida: 
Sigue,  y  por  muchos  sitios  rastreando 
Las  huellas  va  de  la  mujer  querida. 
Si  á  su  paso  halla  alguno,  suspirando, 
De  su  aspecto  y  vestir  le  da  medida , 

Y  le  ruega  después  le  diga  dónde 

Estar  podrá  la  que  á  su  amor  se  esconde. 

V. 

Y  ya  el  día  al  venir  claro  y  luciente , 
Busca  en  todo  el  ejército  moresco  ; 

Y  bien  lo  puede  hacer  seguramente, 
Porque  el  traje  y  arnés  lleva  arabesco , 

Y  á  la  ficción  le  ayuda  fácilmente 
El  saber  más  idiomas  que  el  galesco , 

Y  el  africano  hablar  tan  de  corrido, 
Como  si  hubiera  en  Trípoli  nacido. 


CANTO   NOVENO.  3o3 


VI. 

En  ese  vasto  campo,  por  tres  días, 
Inquiriéndolo  todo  se  detuvo; 

Y  después,  por  ciudades  y  alquerías. 

Fué  buscando;  y  no  sólo  Francia  anduvo, 
Sino  Auvernia,  y  Gascuña  y  cercanías, 

Y  hasta  en  la  aldea  más  pequeña  estuvo , 

Y  corrió  de  Provenza  hasta  Bretaña , 

Y  del  Picardo  hasta  el  confín  de  España. 

VIL 

Al  empezar  Noviembre  sus  heladas; 
Cuando  las    plantas   su    beldad   frondosa 
Van  perdiendo,  hasta  hallarse  descarnadas 
Sus  tìbras,  á  merced  de  escarcha  odiosa  ; 
Al  emigrar  de  pájaros  bandadas  , 
Orlando  á  su  pesquisa  fué  amorosa. 
Sin  dejarla  ni  un  punto  en  toda  aquella 
Fea  estación,  ni  en  la  que  sigue  bella. 

VIII. 

Un  día  que,  cual  siempre,  va  pasando 
De  uno  en  otro  país,  á  un  río  ingente 
Llegó,  que  del  Bretón  corta  al  Normando , 

Y  hacia  el  vecino  mar  va  de  Occidente; 

Y  ora  hinchado  ,   sus  aguas  aumentando 
Con  suelta  nieve  y  montaraz  torrente. 

El  puente   ha  roto   con  furor  pujante , 
Impidiéndole  el  paso  al  caminante. 


304  ORLANDO  FURIOSO. 

IX. 

Media  el  sitio  con  la  vista  atenta 
Orlando,  que  no  ve  cosa  sencilla 
(No  siendo  pez  ni  ave)  lo  que  intenta 
De  poner  pie  seguro  en  la  otra  orilla  ; 
Cuando  una  dama  aquí  se  le  presenta 
Eh  la  popa  de  breve  navecilla; 
La  cual  le  hace  señal  que  va  á  buscarle  , 
Aunque  la  barca  allí  no  osa  acercarle. 

X. 

No  la  proa,  por  tanto,  tierra  abarca  , 
Que  teme  ser,  contra  su  gusto,  presa. 
El  paladín  le  ruega  que  en  su  barca  , 
Le  pase  allá  ;   mas  ella  (y  no  le  pesa) 
Le  dice:  «Aquí  guerrero  no  se  embarca  , 
Si  por  su  honor  no  me  hace   la  promesa 
De  que  á  una  lid  que  le  diré  se  ajusta  , 
La  más  honrosa  á  un  tiempo  y  la  más  justa. 

XL 

"Si  empeíío,  pues,  tenéis  de  trasladaros 
X'    Allende,  en  nuestros  barcos  ó  almadías. 
Me  habéis  de  prometer  que  antes  que  claros 
De  este  próximo  mes  crezcan  los  días  , 
Al  rey  de  Ibernia  '  habéis  de  ir  á  juntaros 
Que  prepara  una  escuadra  á  gentes  pías, 
Que  vayan  á  arruinar   la  isla  de  Ebuda  , 
De  cuantas  el  mar  ciñe  la  más  cruda. 


CANTO   NOVENO,  3oS 


XII. 

«Saber  debéis  que  más  allá  de  Irlanda, 
Aquella  entre  otras  diferentes  yace: 
A  esa  gente  de  Ebuda,  una  ley  manda 
Que  á  los  de  enrededor  vaya  rapace , 

Y  á  las  bellas  que  coja ,  en  cualquier  banda  , 
Las  dé  por  pasto  á  un  animal  vorace, 

Que  viene  diariamente  á  la  ribera. 
Do  siempre  halla  mujer  grave  ó  soltera. 

XIII. 

»De  ellas  juntan  acopio  extraordinario, 

Y  con  gusto  mayor  de  las  doncellas; 
Contando  cada  día,  de  ordinario. 
Como  presa  menor,  una  de  aquellas. 

Si  no  sois,  pues,  del  dulce  amor  contrario; 
Si  el  pecho  os  mueven  á  piedad  las  bellas. 
De  ser  uno  debéis  estar  contento 
De  los  que  van  al  generoso  intento.» 

XIV. 

Ni  acabarla  de  oir  Orlando  pudo , 

Y  juró  ser  primero  en  tal  empresa  ; 
Como  que  cualquier  acto  infame  y  crudo 
Sufrir  no  puede ,  y  hasta  oir  le  pesa  ; 
Llegando  hasta  sentir  cual  dardo  agudo. 
Que  á  Angélica  esa  gente  tenga  presa; 
¿Pues  cómo,  recorriendo  tierra  tanta, 
No  encontró  ni  vestigio  de  su  planta? 

TOMO    I.  20 


3o6  ORLANDO   FURIOSO. 

XV. 

Ya  el  designio  anterior  no  le  domina, 

Y  el  nuevo  de  su  mente  se  hace  dueño: 
Acudir  lo  más  pronto  determina 

Á  dar  calor  al  generoso  empeño; 

Y  así  que  el  otro  sol  al  mar  declina, 
Ocupa  en  Sanmaló  flotante  leño; 

Y  antes  que  el  alba  el  cielo  desabroche, 
El  monte  San  Miguel  pasa  de  noche  '. 

XVI. 

Breaco  y  Laudriiler  á  izquierda  mano 
•z  Deja  ,  y  el  largo  de  bretona  tierra  ; 

Y  va  á  la  blanca  arena  (aunque  es  en  vano  i 
Que  el  nom  bre  de  Albión  '  le  dio  á  Inglaterra 
Pues  el  viento  le  falta  Meridiano  , 

Y  entre  Poniente  y  Aquilón  se  cierra, 
Con  tanta  fuerza ,  que  á  bajar  le  obliga 
Toda  vela,  y  la  popa  le  fatiga. 

XVII. 

El  mar,  que  en  cuatro  días  ha  corrido 
El  bajel ,  desandar  uno  le  hace  ; 

Y  al  experto  piloto  se  ha  debido 
Que  no  como  cristal  se  despedace. 
Después  de  sacudirle  embravecido, 
Calmar  el  día  quinto  al  viento  place  ; 

Y  entrar  pudo  la  nave  en  la  bahía 
A  do  el  Escalda  su  corriente  envía. 


CANTO    NOVENO,  307 


XVIII. 

Cuando  en  la  estrecha  fez  metió  el  marino 
El  maltratado  barco  finalmente, 
Por  la  derecha  orilla ,  de  un  vecino 
Lugar,  salió  un  varón ,  en  cuya  frente 
Blanco  pelo  anunciaba  el  gran  camino 
Que  hizo  en  el  mundo,  el  cual  muycortésmente 
Al  Conde  á  recibir  fué  con  presteza. 
Pues  de  los  otros  le  juzgó  cabeza. 

XIX. 

Y  en  nombre  le  rogó  de  una  doncella 
Que  entre  á  verla  y  hablar ,  si  no  le^es  grave , 
Que  no  á  fe  le  ha  de  ser ,  porque  es  muy  bella , 

Y  de  trato  además  discreto  y  suave  ; 

Y  que  aun  ,  si  es  menester,  iría  ella 
A  platicar  con  él  hasta  su  nave; 

Que  es  merced  que  á  otros  muchos    ha  debido, 
Paladines  que  errantes  han  venido. 

XX. 

Que  ninguno  que  cerca  de  ella  arriba , 
Ó  por  tierra  ó  por  mar,  si  es  caballero, 
El  razonar  con  esa  dama  esquiva , 

Y  serla  ,  en  un  mal  suyo,  consejero. 

En  cuanto  Orlando  lo  escuchó,  á  la  riva 
Sin  detenerse  más  ,  saltó  ligero  ; 

Y  como  es  tan  cortés  y  tan  humano, 
Echóse  á  andar  do  le  llevó  el  anciano. 


3o8  ORLANDO    FURIOSO. 

XXI. 

Y  ya  en  tierra ,  á  un  palacio  es  conducido , 
Donde  al  fin  de  marmóreos  escalones  , 
Ve  una  dama  de  aspecto  dolorido  , 
Cuyo  duelo  revelan  sus  facciones, 

Y  la  negra  color  de  su  vestido, 

Y  los  paños  de  estancias  y  salones  ; 
La  cual  tras  de  cortés  digna  acogida , 
Le  hace  sentar  y  dícele  afligida  : 

XXIL 

«Sabed ,  señor ,  que  el  gran  Conde  de  Holanda 
Fué  mi  padre,  y  yo  del  tanto  querida 
(Aunque  no  á  mí  tan  solo  Dios  le  manda , 
Pues  fui  de  dos  hermanos  precedida)  , 
Que  de  cuanto  soñaba,  la  demanda 
Nunca  me  fué  un  instante  diferida. 
Gozábame  en  tan  plácido  destino  , 
Cuando  á  la  corte  nuestra  un  Duque  vino. 

XXIIL 

»Eralo  de  Zelandia  :  á  lidiar  iba 
Con  el  moro  á  la  Vasca  tierra  brava  : 
Su  juventud  hermosa  y  atractiva, 

Y  yo  que  del  amor  todo  ignoraba, 
Fácilmente  me  hicieron  su  cautiva; 
Tanto  más,  que  por  fuera  se  mostraba  , 

Y  lo  creía  y  creo ,  que  anhelante 
Pagaba,  y  paga,  mi  ternura  amante. 


CANTO   NOVENO.  309 


XXIV. 

»E1  tiempo  que  con  él  me  tuvo  el  viento, 
Contrario  á  los  demás,  y  á  mí  propicio  , 
Un  siglo  á  todos  fué ,  y  á  mí  un  momento  : 
Un  gozo  á  mí,  si  á  aquellos  un  suplicio. 
En  pláticas  que  hubimos,  juramento 
Hízome  de  acudir  al  dulce  auspicio 
De  himeneo  á  su  vuelta  prometida  : 
El  me  ofreció  su  fe;  yo  á  él  mi  vida. 

vxv. 

"No  bien  Bireno  hubo  de  allí  partido 
(Ese  es  el  nombre  de  mi  fiel  amante)  , 
El  Rey  del  Frisio  reino,  dividido 
Por  río  y  mar  del  nuestro,  y  no  distante, 
Pensó  darme  á  su  hijo  por  marido. 
Que  no  tiene  otro  más,  llamado  Arbante, 

Y  á  los  más  grandes  de  su  Corte,  á  Holanda  ; 
A  pedirme  á  mi  padre  al  punto  manda. 

XXVI. 

))Yo,  que  á  la  fe  de  mi  Bireno  ausente 
Faltar   no  puedo;    y   ser  falsa  y  perjura  , 
Ni  aunque  pudiese,  amor  me  lo  consiente, 
Que  en  mi  pecho  constante  y  firme  dura  ; 
Para  cortar  la  práctica  corriente  , 

Y  entre  ambas  casas  hasta  allí  segura  , 
A  mi  padre  morir  pido  llorosa, 
Primero  que  ir  á  Frisia  á  ser  esposa. 


3 IO  ORLANDO  FURIOSO. 

XXVII. 

»Mi  buen  padre,  á  quien  solo  place  cuanto 
Me  place  á  mí,  calmarme  se  propuso , 
Consuelos  darme,  y  enjugar  mi  llanto, 

Y  de  antiguos   convenios  rompió  el  uso; 
De  lo  cual  el  Frisón  Monarca  tanto 

Se  ardió  de  enojo,  y  tan  feroz  se  puso, 
Que  entró  en  Holanda  y  comenzó  la  guerra 
Que  destruyó  á  los  míos,  y  á  mi  tierra. 

XXVIII. 

«Porque  además  de  ser  bravo  y  potente. 
Que  ventaja  en  la  lid  nadie  le  lleva , 

Y  en  la  maldad  y  astucia  de  la  mente 
Pocos  pueden  con  él  ponerse  á  prueba; 
Usa  de  un  arma  que  la  antigua  gente 
No  vio  jamás,  y   él    solo  entre  la  nueva: 
Un  tubo  de  seis  pies,   que  encierra  sola. 
Entre  polvo  negruzco,  férrea  bola. 

XXIX. 

«Detrás  de  un  foco,  do  el  cañón  termina , 
Toca  un  resorte  que  se  mira  apena, 
Cual  tocar  suele,  con  la  punta  fina 
El  médico   al    enfermo  alguna  vena, 

Y  eso  expele  á  la  bola  tan  dañina , 
Que  parece  relámpago  que  truena, 
Pues  cual  rayo  del  cielo,  por  do  hiende, 
Todo  lo  rompe,  y  rásgalo,  y  enciende. 


CANTO    NOVENO.  3ll 


XXX. 

»Con  ese  invento  á  mis  hermanos  mata, 
En  dos  veces    que    pone  el  campo  en  rota: 
En  la  primera,  al  uno  desbarata 
El  pecho  ,  entrando  por  la  hirviente  cota  : 
En  la  segunda,    al   que  de  huir  ya  trata  , 
Del  cuerpo  aparta  el  alma  la  pelota  ; 
Que  le  entra  por  la  espalda,  y  fulminante 
Le  atraviesa  ,  saliendo  por  delante. 

XXXI. 

»Y  un  su  castillo  defendiendo  un  día 
Mi  buen  padre,  á  quien  más  no  le  haquedado. 
Pues  todo  el  reino  ya  perdido  había , 
De  otro  golpe,  cadáver  quedó  helado; 
Que  mientras  disponiendo  iba  y  venía 
Las  defensas  del  uno  y  otro  lado, 
En  la  frente  le  clava  el  disco  atroce 
El  traidor,  que  de  lejos  le  conoce. 

XXXIL 
«Muertos  hermanos,  padre,  el  señorío 
Yo  heredaba  de  la  ínsula  de  Holanda  ; 
Y  el  Rey  Frisón ,  con  el  deseo  impío 
De  asegurar  su  imperio  de  esta  banda, 
Saber  nos  hace  á  mí  y  al  pueblo  mío  , 
Que  en  paces  cambiará  la  guerra  infanda. 
Si,  accediendo  á  lo  que  antes  no  he  querido  , 
Tomo  á  Arbante  su  hijo  por  marido. 


3 12  ORLANDO   FURIOSO. 


XXXIII. 

»Yo  ,  no  por  sólo  el  odio  grande,  abierto  , 
Que  me  inspira  su  astucia  depravada, 
Que  á  mis  hermanos  y  á  mi  padre  ha  muerto, 

Y  á  mi  patria  infeliz  tiene  arrasada  ; 

Mas  también  por  no  hacer  infame  entuerto 
A  aquel  á  quien  promesa  hice  sagrada 
De  que  mortal  ninguno  me  obtuviera 
Mientras  él  de  la  España  no  volviera, 

XXXIV. 

»Le  respondí  que  tras  de  un  daño,  ciento 
Quiero  sufrir,  perder  lo  que  aún  tenía, 

Y  darme  al  fuego,  y  mi  ceniza  al  viento  , 
Primero  que  aceptar  la  unión  impía. 

Mi  pueblo  en  apartarme  de  ese  intento 
Se  empeña  :  quién  me  ruega  :  quién  decía 
Que  antes  me  han  de  entregará  mí  y  la  tierra. 
Que  morir  todos  en  tan  triste  guerra. 

XXXV. 

•Así  cuando  á  amenaza  y  ruego  vano 
Me  vieron  cada  vez  más  firme  y  dura, 
Con  el  F'risón  acordes  ,  en  su  mano 
Me  pusieron,  que  el  miedo  les  apura. 
Aquel ,  sin  proceder  contra  mí  insano. 
De  la  vida  y  del  reino  me  asegura. 
Si  de  mi  alma  la  borrasca  aquieto, 
Y  á  ser  de  Arbante  esposa  me  someto. 


CANTO    NOVENO.  3l3 


XXXVI. 

«Estrechada  yo  así,  jugar  là  vida 
Quiero  por  á  tal  riesgo  sustraerme  : 
Mas  si  antes  no  me  vengo,  más  herida       V 
Que  de  cuanto  he  sufrido  juzgo  verme.        ^ 
Pienso,  y  saca  mi  mente  comprimida 
Que  sólo  la  Hcción  puede  valerme. 
Finjo,  no  que  me  pesa ,  antes  quisiera 
Su  perdón  merecer  y  ser  su  nuera. 

XXXVII. 

«Entre  los  de  mi  padre  más  probados 
Amigos,  dos  hermanos  he  elegido  ,  *  ' 

De  grande  ingenio  y  corazón  dotados , 

Y  aun  más  de  fe  segura;  porque  han  sido 
En  las  reales  estancias  educados , 

Y,  niños,  con  nosotros  han  crecido; 
Siendo  tan  míos,  que  por  mí  y  mi  suerte 
Irían  con  placer  hasta  á  la  muerteiJI^oni  sü^* 

XXXVIII. 

»Mi  plan  les  comunico,  y  fácil  era 
Comprender  que  lo  aceptan  con  delicia. 
A  Flandes,á  que  un  barco  nos  trajera, 
Mando  al  uno;  que  el  otro  es  mi  justicia. 
Mientras  que  los  del  reino  y  los  de  fuera 
Acuden  á  las  bodas  ,  la  noticia 
Llega  de  que  Bireno  no  está  inerte, 

Y  prepara  en  Gascuña  armada  fuerte. 


3 14  ORLANDO   FURIOSO. 

XXXIX 

«Por eso,  dada  la  primer  batalla, 
En  la  que  roto  y   muerto  fué  un  hermano, 
Mando  un  correo  á  do  Bireno  se  halla, 
A  darle  cuenta  del  suceso  insano: 
Mas,  mientras  él  sus  naves  avitualla. 
Ya  del  Frisón  Holanda  está  en  la  mano. 
Bireno,  que  mal  tanto  no  recela, 
Ansiando  por  venir,  se  da  á  la  vela. 

XL. 

»A1  Rey,  á  quien  la  suerte  no  abandona , 
Va  el  aviso  veloz:  al  hijo  entrega 
De  la  boda  el  cuidado;  y  en  persona 
Al  Duque  busca,  y  en  fatal  refriega, 
Rompe  y  quema  su  escuadra  y  le  aprisiona: 
Mas  no  á  nosotros  la  noticia  llega. 
En  tanto  aquél  se  desposó  conmigo, 
Y  en  el  lecho  á  mi  lado  quiere  abrigo. 

XLI 

nDeirás  de  las  cortinas ,  yo ,  cuidoso , 
Tengo  oculto  á  mi  fiel,  que  no  se  mueve, 
Mientras  no  ve  llegar  á  mí  el  esposo. 
Mas  así  que  á  acostarse  ya  se  atreve, 
Alza  un   acha,  y  ,  con  brazo  vigoroso. 
Descarga  en  su  cerviz  un  golpe  breve. 
Que  le  envía  al  abismo  oscuro  y  ciego; 
Yo  salto  presta,  y  su  garganta  siego. 


CANTO   NOVENO.  3l5 

XLII. 

«Cual  buey  al  machetazo  caer  suele, 
Cae  de  Cimosco  el  hijo  malhadado; 
Ese  es  el  nombre,  que  aun  decir   me  duele, 
De  ese  tirano  pérfido  y  malvado  ; 
El  que  al  acto  fierísimo  me  impele; 
El  que  padre  y  hermanos  me  ha  matado; 
El  que  mi  mano  y  trono  pretendía, 
A  fin,  tal  vez,  de  asesinarme  un  día. 

XLIII. 

"Antes  que  más  trastorno  allí  ocurriera, 
Recogido  lo  más  rico  y  urgente, 
Mi  cómplice  á  la  mar  me  echa  ligera , 
Por  una  cuerda  ,  del  balcón  pendiente. 
Que  alcanza  al  barco,  do  su  hermano  espera  ; 
El  que  me  trae  de  Flandes  diestramente. 
Dimos  velas  al  viento  :  al  agua  remos, 
Y  como  plugo  á  Dios,  salvos  nos  vemos. 

XLIV. 

"No  sé  si  contra  mí  más  espantoso. 
Que  de  la  muerte  de  su  hijo  opreso , 
Se  sentiría  el  bárbaro  orgulloso  , 
A  la  siguiente  luz,  cuando  al  acceso 
Del  palacio,  do  entraba  victorioso 
Con   sus   banderas  y  Bireno  preso. 
Venir  creyendo  á  triunfo,  boda  y  fiesta, 
Con  la  escena  de  horror  se  halla  funesta. 


3l6  ORLANDO  FURIOSO. 


XLV. 

»La  piedad  por  el  hijo  :  el  odio  insano 
Contra  mí,  día  y  noche  ya  le  ahoga  : 
Mas  como  llorar  muertos  lance  es  vano, 

Y  la  venganza  el  odio  desahoga, 
No  cual  sensibles  almas,  el  tirano 
Con  ayes  y  suspiros  se  desfoga  : 

De  su  rabia  al  tenor  quiere  buscarme, 

Y  en  sus  manos  tenerme  y  destrozarme. 

XLVI. 

»A  cuantos  se  figura,  ó  le  hacen  bueno 
Que  en  el  hecho  pudieron  asistirme; 
A  los  que  amor  me  guardan  en  su  seno  , 
Hiere  ó  saquea,  en  perseguirlos  firme. 
El  primero  matar  quiso  á  Bireno , 
Cuya  muerte  más  que  otra  ha  de  afligirme 
Mas  pensó  que  si  vivo  le  tenía, 
La  red  con  que  pescarme  guardaría. 

XLVII. 

»Y  esta  vil  condición  ,  infame  y  dura , 
Le  impone  :  que  en  el  término  de  un  año 
Tormento  le  ha  de  dar  y  muerte  oscura  , 
Si  por  librarse  del  oprobio  y  daño, 
Con  sus  gentes  y  amigos  no  procura. 
Empleando  la  fuerza  ó  el  engaño, 
Presa  entregarme;   así  la   única  vía 
De  salvarle  ha  de  ser  la  muerte  mía. 


CANTO   NOVENO.  3l7 


XLVIII. 

«Cuanto  por  su  salud  hacerse  pueda, 
Fuera  de  yo  entregarme,  helo  intentado. 
Vendí,  de  lo  que  en  Flandes  aún  me  queda, 
Seis  castillos  ;  y  el  precio  que  me  han  dado , 
Parte  en  ganar  que  su  custodio  acceda 
Á  dejarle  escapar;  parte  he  gastado 
En  hacer  que  al  inicuo  y  sus  desmanes 
Fuerza  opongan  ingleses  ó  alemanes. 

XLIX. 

«Mas  sea  que  otra  cosa  no  han  podido 
Mis  mensajeros;  sea  que,  al  decoro 
No  muy  atentos,  sólo  me  han  vendido 
Promesas  y  no  ayuda  ,    á   peso  de  oro; 
El  señalado  término  ha  venido 
Tras  el  cual,  ya  ni  fuerzas  ,  ni  tesoro 
Han  de   servir  para   evitar  la  muerte, 
Del  que  gozar  me  niega  infausta  suerte. 

L. 

«Por  él  de  sangre  están  mis  tierras  llenas: 
Mi  familia  por  él  veo  extinguida  : 
Gasté  lo  que  hasta  allí  bastaba  apenas 
Para  sostén  de  mi  infelice  vida , 
En  romper  de  su  encierro  las  cadenas; 
¿Qué  otro  arbitrio    me   queda  ,   qué  salida 
Si  no  yo  misma  al  fuego  condenarme, 
Y  al  verdugo  feroz  ir  á  entregarme? 


3l8  ORLANDO   FURIOSO. 


LI. 

»  Pues  bien  :  sì  ya  que  hacer  nada  me  resta  ; 
Si  no  hallo  más  favor  ni  más  amparo 
Que  la  vida  perder,  que  me  es  funesta  , 
El  darla  por  la  suya  hasta  me  es  caro. 
Sólo  un  temor  mi  espíritu  molesta  ; 
Que  pacto   no  podré   fijar  tan  claro  , 
Para  mí  tan  seguro,  que  el  impío 
Lo  cumpla,  cuando  tenga  el  cuerpo  mío. 

LII. 

»Dudo  que  mientras  dueño  suyo  fuera , 

Y  en  mí  sus  iras  implacables  gaste, 
La  vida  que   mi    bien  me  agradeciera  , 
No  dé  á  Bireno,  en  el  fatal  contraste  , 

Y  que  le  abrase  el  odio  de  manera, 
Que  matarme  á  mí  sola  no  le  baste  ; 

Y  que  estando  de  sangre  mía  lleno, 
Quiera  beber  después   la  de  Bireno. 

Lili. 

»Ved  la  causa.  Señor,  porqué  oportuno 
Consejo  os  pido  ahora  ,  y  porqué  á  cuantos 
Caballeros  que  llegan  importuno; 
Pues  pienso  así  que,  consultando á  tantos, 
Cómo  lograr  podré  me  diga  alguno, 
Que  después  que  me  entregue  á  más  quebrantos, 
A  Bireno  el  traidor  guardar  no  quiera  , 

Y  después  de  mi  muerte  haga  que  muera. 


CANTO  NOVENO.  'Í19 


LIV. 

«Que  estén  conmigo  á  varios  he  pedido, 
Cuando  vaya  á  entregarme  al  Rey  de  Frisa, 

Y  me  ofrezcan  que  el  cambio  convenido, 
Con  medida  ha  de  hacerse  tan  precisa , 
Que  seamos  yo  dada,  él  recibido 

A  la  vez;  que  muriendo  de  tal  guisa , 
Contenta  moriré,  pues  de  esa  suerte 
Le  habré  dado  la  vida  con  mi  muerte. 

LV. 

»  Hasta  el  día  ,  de  cuantos  he  rogado, 
A  la  empresa  ninguno  se  dispone; 
Porque  fe  no  les  presta  el  Rey  malvado, 

Y  temen  que  me  prenda  y  me  aprisione  , 

Y  no  devuelva  á  mi  Bireno  amado; 

Y  entonces,  ¿qué  ha  i  ae  hacer?  Tal  les  impone 
Aquel  arma  tan  fuerte  en  la  batalla , 

Contra  la  que  no  valen  cota  y  malla. 

LVI. 

«Ora,  si  corresponde  en  vos  el  brío 
Al  rostro  fiero  y  al  hercúleo  aspecto  : 
Si  juzgáis  que  tenéis  el  poderío 
De  rescatarme,  si  su  obrar  no  es  recto, 
A  entregarme  venid  ;  que  yo  confío 
Que  si  os  llevo  conmigo  á  aquel  efecto. 
Mientras  él  no  esté  libre  ,  intentos  vanos 
Serán  tenerme  entre  sus  torpes  manos.» 


320  ORLANDO   FURIOSO. 

LVIÍ. 

La  historia  así  acabó  que  la  doncella  , 
A  veces  con  su  llanto  acompañaba  , 

Y  el  noble  Orlando,  cuando  el  labio  sella  ; 
El,  que  hacer  todo  bien  nunca  excusaba, 
En  palabras  locuaz  no  fué  con  ella, 
Porque  pocas  gastar  acostumbraba  ; 
Mas  su  fe  la  promete  ;  y  la  decía 

Que  hará  más  de  lo  que  ora  le  pedía. 

LVIII. 

Llevar  no  intenta  á  Frisia  ala  cuitada 
Para  librar  al  mísero  Bireno  , 
Que  á  entrambos  salvará  su  fuerte  espada , 
Sí  el  usado  valor  le  arde  en  el  seno. 
El  mismo  día  emprende  la  jornada, 
Pues  tiene  el  viento  próspero  y  sereno  , 

Y  el  deseo  de  ir  le  impele  ardiente 

El  monstruo  á  combatir  y  la  ímpia  gente. 

LIX. 

Ora  á  la  diestra,  ora  á  la  izquierda  banda, 
Va  el  piloto  sondeando  los  canales: 
Ve  una  isla  ,  detrás  las  de  Celanda , 

Y  otras  y  otras  de  formas  desiguales  ; 

Y  al  tercer  día  Orlando  llega  á  Holanda  : 
Mas  no  con  la  que  sufre  acerbos  males; 
Que  no  quiere  que  vaya  ,  hasta  que  muerte 
Le  dé  al  autor  de  su  infelice  suerte. 


CANTO  NOVENO. 


LX. 

Desciende  armado  á  la  marina  marca 
El  paladín  en  un  trotón  overo  , 
Nutrido  en  Flandes  ,  nato  en  Dinamarca, 
Mas  no  veloz,  aunque  robusto  y  íiero  ; 
Porque  en  Bretaña ,  cuando  entró  en  la  barca, 
Dejado  había  su  corcel  ligero, 
Su  Brilladoro,  aquel  bello  y  gallardo 
Que  no  tiene  rival  sino  en  Bayardo. 

LXI. 

Llega  á  Dordrek  Orlando ,  y  allí  encuentra 
En  la  puerta  gran  guardia  preparada , 
Que  se  suele  aumentar,  ya  cuando  entra 
Algún  nuevo  varón  á  la  estacada  : 
Ya  porque  al  Rey  llegó,  que  se  concentra 
En  Celandia  una  grande  y  fuerte  armada 
De  naves  y  soldados,  donde  viene 
Un  deudo  del  Señor  que  preso  tiene. 

LXII. 

Orlando  á  un  oficial  que  allí  se  avanza 
Le  ruega  diga  al  Rey  que  un  noble  errante 
Quiere  con  él  probarse  á  espada  y  lanza; 
Pero  con  este  pacto  por  delante  : 
Que  si  vencer  al  retador  alcanza , 
Le  dará  á  la  mujer  que  mató  á  Arbante, 
A  la  cual  tiene  en  sitio  allí  cercano , 
Fácil  para  ponérsela  en  su  mano. 

TOMO   1.  21 


■J2?  ORLANDO   FURIOSO. 

LXIII. 

Y  que  á  su  vez  Cimosco  ha  de  ofrecerle 
Que ,  si  es  vencido  en  la  marcial  porfía, 
En  libertad  al  Duque  ha  de  ponerle, 
Dejándole  doquiera  ir  en   franquía. 
El  reto  el  oficial  va  á  someterle 
Al  Rey,  que,  como  honor  y  cortesía 
No  tuvo  nunca,  enderezó  el  intento 
Á  la  traición,  al  fraude,  al  fingimiento. 

LXIV. 

Piensa  que,  aprisionando  al  caballero, 
Á  la  mujer  tendrá  que  le  ha  ofendido; 
Si  es  cierto  ,  y  lo  oyó  bien  el  mensajero, 
Que  en  su  poder  la  guarda  precavido. 
Treinta  armados  envió,  por  un  sendero 
Diverso  del  que  Orlando  ha  recorrido  ; 
Los  cuales,  rodeando  foso  y  falda, 
Han  de  apostarse  ocultos  á  su  espalda. 

LXV. 

Dar  palabras  al  vil  poco  le  duele, 
Mientras  quedan  aquellos  apostados; 
Y  al  estar  ya  do  el  fraude  les  impele, 
Sale  luego  con  otros  treinta  armados. 
Como  al  bosque  y  las  fieras  rodear  suele 
Experto  cazador  por  todos  lados  ; 
Como  la  pesca ,  que  en  Volana  *  abunda , 
Con  vasta  red  el  pescador  circunda; 


CANTO   NOVENO.  323 


LXVI. 

Así  de  Frisia  el  Rey  todo  lo  mide , 
Para  que  no  se  escape  aquel   valiente  : 
Cogerle  vivo  á  su  intención  preside; 

Y  eso  piensa  obtener  tan  fácilmente, 
Que  aquel  terrestre  rayo  ora  no  pide, 
Con  que  ha  deshecho  y  muerto  tanta  gente; 
Que,  pues  prenderle  y  no  matarle  intenta, 
Con  las  usuales  armas  se  contenta. 

LXVI  I. 

Cual  hábil  pajarero  guarda  vivos 
Los  pajarillos  que  atrapó  primero, 
Para  hacer  infinitos  más  cautivos, 
De  su  pío  al  reclamo  vocinglero, 
Tales  sus  actos  son  preparativos  : 
Mas  no  cazar  se  deja  el  caballero  , 
Que  no  es  de  los  que  caen  al  instante  ; 

Y  pronto  rompe  el  lazo  circunstante. 

LXVIH. 

A  do  ve  que  más  gente  se  le  atreva , 
El  bravo  paladín  enristra  el  asta, 

Y  á  uno,  á  dos,  á  tres,  la  muerte  lleva, 

Y  á  otros  cuatro,  y  parecen  ser  de  pasta; 
Que  ha  enfilado  hasta  seis,  y  los  eleva; 

Y  como  ya  la  lanza  no  le  basta 

A  ensartar  más  ,  al  siete  sólo  hiere  , 
Que  queda  fuera  :  mas  del  golpe  muere. 


324  ORLANCO   FURIOSO. 

LXIX. 

No  de  otro  modo  en  la  estación  amena , 
De  un  charco  al  borde,  miras  ensartadas 
Del  flechero  ingenioso  en  la  faena, 
Unas  tras  otras  ranas  apretadas  ; 

Y  no  aparta  su  flecha,  hasta  que  llena 
Hasta  la  punta  está  de  las  cuitadas. 
Entonces  su  gran  lanza  Orlando  tira , 

Y  con  la  espada  fulminando  gira. 

LXX. 

Con  aquella  que  al  flanco  invicta  ciñe  ; 
Aquella  que  jamás  un  golpe  pierde, 
Cuando  de  punta  ó  tajo  atroz  constriñe , 
A  jinete  ó  peón ,  que  el  polvo  muerde  : 
La  que  cuanto  tocó  de  rojo  tiñe, 
Sea  azul,  sea  negro,  ó  blanco  ó  verde. 
De  menos  echa  aquí,  Cimosco  ciego , 
Cuando  más  falta  le  hace,  el  fatal  fuego; 

LXXI. 

Y  con  voces  horrísonas  lo  pide; 

Y  amenaza;  y  de  nadie  es  atendido; 
Que  volver  á  salir  el  miedo  impide 

Á  los  que  á  la  ciudad  se  han  acogido. 
Cimosco  que  el  temor  de  todos  mide, 
De  salvarse  también  toma  el  partido; 

Y  á  la  puerta  va  á  alzar  el  puente,  cuando 
Ve  que,  ya  vencedor,  le  ocupa  Orlando. 


CANTO  NOVENO. 


LXXII. 

La  espalda  vuelve  el  Rey ,  y  del  le  deja 
Dueño,  y  de  entrambas  puertas,  y  de  suerte 
Huye,  que  á  todos  gana,  y  más  se  aleja  ; 
Que  más  que  todos  su  caballo  es  fuerte. 
No  el  Conde  á  la  menuda  plebe  aqueja  : 
Sólo  quiere  del  pérfido  la  muerte: 
Mas  su  corcel,  corriendo,  poco  vale; 

Y  al  que  huye,  ni  el  viento  que  le  iguale, 

LXXIII. 

Pronto  de  calle  en  calle  ya  le  ha  visto 
Perderse  el  paladín  :    mas  vuelve  presto  ,     • 
De  aquellas  armas  hórridas  provisto, 
Cuyo  uso  en  su  mano  es  tan  funesto  ; 

Y  detrás  de  un  cantón  le  aguarda  listo  ; 
Cual  montero,  que  espera  desde  el  puesto. 
Con  sus  perros  y  el  chuzo,  al  espantoso 
Jabalí,  que  se  acerca  rumoroso; 

LXXIV. 

Y  avienta  piedras  ,  árboles  desase 
Con  ramaje  y  raíz,  que  va  esparciendo; 
Que  parece  que  en  torno  se  fracase 
La  selva  toda  con  horrible  estruendo 
Así  Cimosco  espera  á  que  no  pase 
Sin  pagarle  el  portazgo  aquel  tremendo; 

Y  en  cuanto  llega  ,  con  el  fuego  toca 
Al  tubo,  que  dispara  por  la  boca; 


326  ORLANDO   FURIOSO. 

LXXV. 

Y  cual  rayo  al  caer,  relampaguea, 

Y  tiembla  el  monte,  y  bajo  el  pie  el  terreno, 

Y  en  derredor  el  aire  centellea, 
Retumbando  el  espacio  el  ronco  trueno; 

Y  el  disco  ardiente  que  su  furia  emplea 
Doquier  que  toca ,  de  pujanza  lleno , 
Silba  ;  mas  no  va  á  dar  adonde  el  tino 
Le  dirige  del  bárbaro  asesino. 

LXXVI. 

Ya  el  ansia  de  matarle  que  tuviere, 

Y  hace  el  brazo  mover,  y  el  pulso  altera; 
Ya  que  temblar  cual  hoja  el  viento ,  hiciere 
El  miedo  que  de  su  alma  se  apodera  ; 

O  la  bondad  divina,  que  no  quiere 
Que  su  leal  campeón  tan  pronto  muera, 
Al  vientre  del  corcel  va  á  dar  el  tiro, 

Y  cae,  lanzando  el  último  respiro. 

LXXVII. 

Al  suelo  van  caballo  y  caballero  : 
Aquel  le  abruma  :  éste  le  toca  apenas  ; 
Pues  tan  vivo  levántase  y  ligero, 
Cual  si  azogue  corriera  por  sus  venas. 
Como  botaba  cada  vez  más  ñero 
Anteo  '  de  las  líbicas  arenas  , 
Tal  y  con  mayor  fuerza  se  alza ,  cuando 
Toca  la  tierra,  y  se  levanta,  Orlando. 


CANTO    NOVENO.  J27 


LXXVIII. 

Quien  visto  haya  salir  rasgante  el  fuego 
Que  en  su  potente  mano  Jove  cierra, 

Y  entrar  en  sitio  reservado  y  ciego , 

Que  salitre,  y  carbón  ,  y  azufre  encierra; 
Que  apenas  llega,  apenas  toca  luego, 
Ya  parece  que  estallan  cielo  y  tierra, 

Y  paredes,  y  mármoles  se  rajan  , 

Y  al  alto  van ,  y  á  ios  abismos  bajan  , 

LXXIX. 

Se  puede  imaginar  cómo  cayendo 
Al  suelo  el  paladín  ,  al  levantarse 
Tendría  el  ademán  y  el  rostro  horrendo. 
Capaz  de  hacer  á  Marte  amedrentarse. 
Aquí  espantado  el  Frisio  Rey,  torciendo 
Las  riendas  al  corcel,  pudo  escaparse  : 
Mas  detrás  fuele  Orlando,  no  más  tardo 
Que  del  arco  tirante  sale  el  dardo. 

LXXX. 

Y  lo  que  hacer  no  pudo  la  vez  prima 
A  caballo,  ora  á  pie  lograrlo  cuenta  ; 

Y  tan  veloz  le  sigue,  que  no  estima 
Nadie  que  ha  de  escapar  de  la  tormenta. 
Alcánzale  á  muy  poco  ;  y  á  la  cima 

Del  yelmo  alza  la  espada  ,  y  tal  la  asienta  , 
Que  la  cabeza  pártele  hasta  el  cuello  , 

Y  lanza  en  tierra  el  postrimer  resuello. 


328  ORLANDO    FURIOSO. 

LXXXI. 

Ora  salir  de  la  ciudad  se  siente 
Nuevo  rumor  de  gritos  y  de  espadas; 
Que  el  deudo  de  Bireno,  con  la  gente 
Que  trae  de  su  tierras  embarcadas, 
Cuando  abiertas  las  puertas  vio  á  su  frente, 
Por  las  calles  entrando  abandonadas, 
A  lo  interior  del  pueblo  se  introdujo  , 
Que  á  tanto  miedo  el  Paladín  redujo. 

LXXXII. 

En  derrota  huyen  todos  ,  ignorando 
Quién  esta  gente  sea  y  qué  demanda  ; 
Pero  así  que  en  el  traje  van  notando, 

Y  en  el  hablar,  que  son  los  de  Zelanda , 
Paces  piden  ,  el  blanco  parió  alzando, 

Y  al  Capitán  diciendo  ,  que  comanda, 
Que  ayuda  le  darán  contra  el  Rey  fiero, 
Que  á  su  Duque  retuvo  prisionero. 

LXXXIII. 

Siempre  aquel  noble  pueblo  fue  enemigo 
Del  Frisio  Rey,  y  de  quien  le  es  secuaz, 
Porque  dio  muerte  á  su  Seííor  antigo, 

Y  porque  era  tirano,  ímpio  y  rapaz. 
Orlando  ,  entre  ambas  partes,  como  amigo  , 
Se  interpuso,  y  les  hizo  hacer  la  paz; 

Y  así  unidos,  frisones  no  dejaron 

Que  no  hirieron ,  prendieron  ó  mataron 


CANTO   NOVENO.  329 

LXXXIV. 

De  la  cárcel  las  puertas  arrojadas 
Á  tierra  son ,  sin  esperar  la  llave. 
Bireno  al  Conde,  en  frases  extremadas, 
Muestra  que  agradecer  su  amparo  sabe; 

Y  luego  con  sus  gentes  van  armadas 

Do  espera  á  Orlando  Olimpia  en  una  nave: 
Así  se  llama  la  que  aguarda  ahora 
Del  trono  de  la  Holanda  ser  señora. 

LXXXV. 

La  que  allí  el  paladín  ha  conducido 
Sin  creer  que  lograr  pudiese  tanto, 
Pues  aspiraba  sólo  á  que  servido 
Fuese  Bireno  y  libre  del  quebranto. 
Todo  el  pueblo  le  honora  agradecido  ; 

Y  demás  fuera  referiros  cuanto 

Ella  á  su  amante  dice  ,  y  él  responde, 

Y  los  dos  cuántas  gracias  dan  al  Conde. 

LXXXVI. 

El  pueblo  á  la  doncella  en  el  paterno 
Solio  repone ,  y  su  lealtad  la  jura. 
Ella  al  esposo,  á  quien  en  nudo  eterno 
Amor  la  liga  con  pasión  tan  pura, 
Del  Estado  y  de  sí  le  da  el  gobierno  ; 

Y  Bireno  que  de  otro  tiene  cura, 
Pueblos ,  castillos  en  confiar  no  tarda 

A  su  deudo ,  á  quien  todo  lo  da  en  guarda. 


33o  ORLANDO  FURIOSO. 


LXXXVII. 

A  volver  á  Zelandia  él  se  dispone, 
Llevando  á  su  consorte  fiel  consigo; 
Porque  después  en  Frisia  se  propone 
Probar  si  el  hado  le  protege  amigo: 
Hoy  que  en  sus  manos  una  prenda  pone 
Con  que  pueda  ofrecer  premio  ó  castigo  : 
La  hija  de  sus  Reyes,  que  gemía 
Entre  muchos  cautivos  que  allí  había. 

LXXXVIH. 

Y  parece  que  quiere  que  su  hermano  , 
Que  era  de  edad  menor,  sea  su  esposo. 
Partió  también  hacia  el  país  britano 

El  mismo  día  el  Conde  generoso  , 
Que  entre  tantos  despojos,  no  su  mano 
Eligió  más  que  el  tubo  aquel  odioso  : 
El  instrumento  con  que  espanta  al  suelo, 
Y  asemeja  al  veloz  rayo  del  cielo. 

LXXXIX. 

Y  no  es  ya  la  intención  que  en  él  asoma 
Servirse  del,  y  usarlo  en  su  defensa; 

Que  ir  con  ventaja  ,  el  Senador  de  Roma 
Siempre  ha  tenido  por  flaqueza  inmensa, 
Sino  para  arrojarle  ora  le  toma 
Do  no  pueda  causar  á  nadie  ofensa  , 
Con  las  bolas,  el  polvo  y  todo  el  resto 
Que  el  instrumento  aquel  hacen  funesto. 


CANTO    NOVENO.  33 1 


xc. 

Y  así,  cuando  en  la  mar  entrado  había, 

Y  en  medio  de  ella  se  miró  engolfado, 
Que  de  una  y  otra  banda  no  se  vía 
Niel  extremo  de  risco  ó  monte  alzado, 
Se  irguió  diciendo  :  «Porque  ya  osadía 
Nunca  más  des  á  lidiador  menguado. 
Ni  con  tu  auxilio  equipararse  pueda 

Al  vil  con  el  valiente,  aquí  te  queda, 

XCI. 

»¡Oh  abominable  invento  y  maldecido  , 
Del  Tártaro  labrado  allá  en  lo  inmundo , 
Por  mano  de  Satán,  que  ha  concebido 
Por  medio  tuyo  destruir  el  mundo; 
Ve  al  abismo  infernal  de  que  has  salido!» 

Y  así  exclamando,  lo  arrojó  al  profundo , 
En  tanto  el  viento  hacia  la  Ebuda  brava 
A  las  hinchadas  velas  empujaba. 

XCII. 

Tanto  deseo  al  paladín  le  anima 
De  saber  do  se  encuentra  la  adorada 
Bellísima  mujer,  sin  la  que  estima 
Poco  la  fama,  la  existencia  nada  ; 
Que  teme,  si  á  la  Ibernia  se  aproxima  , 
Que  le  ocurra  otra  cosa  no  esperada. 
Por  la  que  luego  diga  en  vano:  «  ¡  Ay  laso  ! 
¡Por  qué  no  apresuré  ,  Dios  mío,  el  paso!» 


332  ORLANDO   FURIOSO. 

xeni. 

Ni  escala  en  Inglaterra,  ni  en  Irlanda 
Hacer  permite,  ni  en  la  opuesta  riva  ; 
Mas  dejémosle  andar  á  do  le  manda 
El  que  su  flecha  le  clavó  tan  viva  ; 
Que  antes  que  del  os  cuente,  voy  á  Holanda; 
Y  contrariado  á  fe,  porque  nos  priva 
De  que  asistamos  á  la  boda  y  fiesta , 
De  un  hecho  triste  la  ocasión  funesta. 

XCIV. 

Dignas  fueron  las  bodas  :  mas  no  fueron 
De  tan  regio  esplendor,  ricas  y  bellas, 
Como  en  Zelanda  hacerlas  prometieron  : 
Mas  no  os  invito  la  asistencia  á  ellas  , 
Porque  á  impedir  su  ejecución  surgieron 
Motivos  de  dolores  y  querellas. 
Que  en  el  canto  que  sigue  ,  entre  suspiros , 
Si  no  os  cansáis  de  oirme,  he  de  deciros. 


ORLANDO  FURIOSO 


ARGUMENTO  DEL  CANTO  DÉCIMO. 


Traidor  Bireno,  de  otro  amor  llevado, 
A  Olimpia  en  playa  vil  deja  doliente. 
De  las  fuerzas  de  Alcina  libertado , 
A  Longistila  va  Rugier  valiente  : 
Ella  le  entrega  su  caballo  alado, 
Y  él  registra  desde  él  la  inglesa  gente. 
Por  su  valor  Angélica  es  salvada, 
Que  ya  al  monstruo  voraz  era  entregada. 


ORLANDO  FURIOSO 


CANTO  DÉCIMO. 
I. 

Entre  cuanto  de  amor  ha  visto  el  mundo  ; 
Entre  cuantos  á  amor  fueron  constantes  ;  • 
Entre  cuantos,  por  triste  ó  por  jocundo 
Destino,  fueron  célebres  amantes, 
Daré  el  primer  lugar,  que  noel  segundo, 
Aun  contando  los  siglos  más  distantes, 
A  Olimpia;   que  entre  antiguos  y  presentes, 
Nunca  terneza  igual  vieron  las  gentes. 

II. 

Ella,  con  pruebas  tantas,  tan  preciosas  , 
Tiene  adquirido  al  hombre  que  está  amando, 
Que  no  hay  mujer  que  darlas  más  copiosas 
Pueda  ,  aunque  el  corazón  fuera  enseñando. 
Y  si  merecen  premio  almas  hermosas 
Que  lealtad  tan  firme  están  mostrando , 
Con  tanto  ó  más  amor  que  hay  en  su  seno, 
Digo  que  á  Olimpia  amar  debe  Bireno. 


336  ORLANDO   FURIOSO. 

III. 

Y  que  jamás  abandonarla  debe 

Por  otra  alguna  ;  ni  aunque  fuese  aquella 
Que  Asia  y  Europa  '  ardió  con  guerra  aleve, 
Ó  la  que  Jove  convirtió  en  estrella  ', 

Y  antes  de  que  la  pierda,   pierda  breve 
El  oído,  y  el  gusto,  y  la  luz  bella , 

Y  la  vida,  y  la  honra,  y  cualquier  cosa  , 
Si  hay  alguna  en  el  mundo  más  preciosa. 

IV. 

Si  Bireno  la  amó  como  fué  amado  ; 
Si  fiel  cual  ella  fué  y  agradecido; 
Si  no  lleva  á  otra  parte  su  cuidado  , 
Ó  si  tanto  servicio  ha  desoído , 

Y  por  negros  caminos  descarriado, 
Tanto  amor  y  fe  tanta  él  ha  vendido, 
Vais  á  oir,  y  yo  á  haceros,  con  su  agravio, 
Las  cejas  enarcar,  temblar  el  labio. 

V. 

Y  así  que  nota  la  impiedad  os  sea, 

Y  el  aprecio  que  amor  tan  grande  inspira, 
¿Quién  habrá  de  vosotras  que  ya  crea 
¡Oh  damasi  de  un  amante  en  la  mentira? 
Él ,  por  lograr  el  fruto  que  desea , 

Sin  ver  que  Dios  todo  lo  escucha  y  mira, 

Amontona  promesas,  juramentos. 

Que  luego  esparcen  por  doquier  los  vientos. 


CANTO    DÉCIMO.  337 


VI. 

Promesas,  juramentos  sólo  rigen 
Hasta  que   el  fuego  del  amor  se  pasa; 
Hasta  que  á  los  amantes  ya  no  afligen 
Los  deseos,  la  sed  que  los  abrasa. 
Dad,  pues,  al  llanto  y  ruegos  que  os  dirigen, 
Sordos  oídos  y  clemencia  escasa. 
¡Felices,  mis  señoras,  las  criaturas 
Que  aprenden  en  ajenas  desventuras! 

VII. 

Y  guardaos  de  aquellos  que  en  la  flor 
Tienen  de  juventud  rostro  galano  ; 
Que  en  ellos  vive  y  muere  pronto  amor, 
Cual  encendido  en  paja,  fuego  vano. 
Como  sigue  á  la  liebre  el  cazador. 
Que  se  hiele  ó  que  sude,  en  monte,  en  llano , 
Y  la  arroja  de  sí  cuando  es  ya  suya, 
Con  empeño  siguiendo  otra  que  huya  ; 

VIII. 

Esos  lindos  así  suelen  portarse  ; 
Que  mientras  os  mostráis  crudas,  protervas  , 
Os  reverencian  y  aman,  y  postrarse 
Suelen  humildes,  tiernos,  sin  reservas  ; 
Mas  su   orgullo    no  bien  pueda  jactarse 
De  la  victoria ,   en  vez  de  dueñas,  siervas 
Pronto  seréis;  y  de  vosotras  sueltos, 
A  nuevo  y  verde  amor  los  veréis  vueltos. 

TOMO   i.  22 


338  ORLANDO   FURIOSO. 

IX. 

No  por  eso  os  prohibo  (y  error  fuera) 
Que  de  amar  os  dejéis,  que  sin  amante 
Seréis  como  la  pobre  vid,  rastrera, 
Porque  sin  palo  ni  sostén  se  plante. 
Tan  solo  la  lanugine  primera 
Os  exhorto  á  esquivar,  floja,  inconstante 
Á  no  coger  el  fruto  acerbo  y  duro  ; 
Si  bien  tampoco  el  por  demá«  maduro. 

X. 

íbaos  diciendo  que  una  hija  tierna 
Del  rey  de  los  frisones  fué  encontrada  , 
Por  quien  tuvo  Bireno  idea  interna 
De  que  fuera  á  su  hermano  destinada; 
Mas  al  ver  luego  su  beldad  superna  , 
Que  era  juzgó  de  sobra  delicada; 

Y  por  el  gusto  ajeno,  error  colmado, 
Quitarse  de  la  boca  tal  bocado. 

XI. 

La  virgencilla  no  pasaba  ahora 
Délos  catorce,  y  era  hermosa  y  fresca, 
Como  rosa  que  apenas  la  colora 
Rayo  del  sol,  y  el  aura  la  refresca. 
Pronto   Bireno  de  ella  se  enamora; 

Y  no  fuego  tan  vivo  arde  la  yesca 
Puesta   por  viles  manos  enemigas 
En  las  tostadas  férvidas  espigas , 


CANTO    DÉCIMO.  ÍSq 


XII. 

Como  el  que  entró  en  su  pecho  raudamente 
La  sangre  de  sus  venas  encendiendo  , 
Cuando  la  vio  regarla  faz  doliente, 
De  su  padre  al  pensar  el  fin  horrendo  ; 

Y  cual  suele,  si  el  agua  fría  siente 
Quedar  la  que  primero  está  cociendo  , 
Así  el  amor,  que  á  Olimpia  tanto  halaga, 
Por  el  nuevo  esta  vez  en  él  se  apaga. 

XIII. 

Y  de  la  antigua  está  tan  aburrido , 
Que  aun  el  verla  le  da  fastidio  y  pena  ; 
Cuando  la  jovencilla  le   ha    encendido. 
Tal  que  mientras  no  logra,  se  condena. 
Por  íin  hasta  que  el  día  que  ha  elegido 
Llega,  su  angustia  y  malestar  refrena; 

Y  finje  amar  á  Olimpia  de  tal  modo , 
Que  su  deseo  lo  antepone  á  todo. 

XIV. 

Y  si  acaricia  á  aquélla  (aunque  se  excede 
De  lo  debido) ,  y  en  su  halago  insiste, 
Tomarlo  á  mala  parte  nadie  puede, 

Sino  á  piedad  bondosa  que  le  asiste; 
Que  levantar  al  que  de  lo  alto  ruede, 

Y  dar  alivio  y  consolar  al  triste,    ' 
Merece  aplauso,  honor,  y  no  censura, 

Y  más  á  una  infeliz  tierna  criatura. 


340  ORLANDO  FURIOSO. 


XV. 

Los  modos  de  Bireno,  impios,  profanos  , 
Se  achacan,  pues ,  á  móvil  santo  y  puro. 
¡Cómo  los  juicios  son  de  los   humanos 
Ofuscados,  oh  Dios,  por  velo  oscuro! 
Los  marineros,  puestas  ya  las  manos 
En  los  remos  ,  con  viento  van  seguro , 
Por  los  lagos,  llevando  raudamente 
Hacia  Zelanda  al  Duque  y  á  su  gente. 

XVL 

Ya  de  vista  borrados  y  perdidos 
Quedan  detrás  los  términos  de  Holanda, 
Y  la  Frisia  esquivando,  más  ceñidos 
A  Escocia  van  por  la  siniestra  banda, 
Cuando  de   un  viento  vense  acometidos 
Que  á  errar  tres  días  por  el  mar  los  manda: 
Al  tercero  la  nave  á  dar  acierta 
Á  la  ensenada  de  ínsula  desierta. 

XVI L 

Así  que  dentro  están  de  un  corvo  seno, 
Muchos  á  Olimpia  á  tierra  transportaron  , 
Que  en  compañía  de  su  infiel  Bireno 
Cena,  y  sospechas  |  ay  !  no  la  inquietaron. 
Con  él  después  en  un  lugar  ameno, 
Dose  alzó  un  pabellón,  se  retiraron. 
Los  demás  compañeros  á  las  naves 
Van  del  sueño  á  buscar  los  goces  suaves. 


CANTO  DÉCIMO.  34  I 


XVIII. 

La  fatiga  del  mar  y  la  pavura  , 
Que  la  tienen  sin  sueño  y  mal  dispuesta; 
El  hallarse  tranquila  ya  y  segura, 
Lejos  de  todo  ruido,  en  la  floresta, 

Y  que  ningún  pesar,  ni  sombra  oscura, 
Estando  allí  su  esposo  ,  la  molesta  , 
Son  á  Olimpia  tan  plácido  beleño , 
Que  ni  oso,  ni  lirón  tienen  más  sueño. 

XIX. 

El  falso  amante  ,  al  que  sus  artes  malas 
Hacen  velar,  cuando  dormir  la  siente , 
Baja  suave  del  lecho ,  y  de  sus  galas 
Un  lío  haciendo  ,  sale  cautamente 
Del  pabellón;  y  entonces,  como  si  alas 
Le  nacieran,  escapa  hacia  su  gente; 
Los  despierta,  y  envían  silenciosos 
Las  quillas  por  los  mares  espumosos. 

XX. 

Atrás  dejan  la  tierra,  y  la  mezquina 
Olimpia  yace  aún  sin  despertarse; 

Y  cuando  al  alba,  la  sutil   neblina 
De  las  playas  empieza  á  levantarse, 

Y  escucha  á  los  alciones  ♦  la  marina 
Del  antiguo  infortunio  lamentarse, 
iMedio  dormida  entonces,  con  la  mano 
Va  á  Bircno  á tocar:  mas  ¡ay!  en  vano. 


342  ORLANDO   FURIOSO. 

XXI. 

Nada  encuentra,  y  al  punto  la  retira; 

Y  otra  vez  vuelve,  y  piensa  se  equivoca, 

Y  aquí  un  brazo  y  el  otro  hacia  allí  estira , 

Y  entrambos  pies ,  con  inquietud  no  poca. 
Vence  al  sueño  el  temor:  despierta  y  mira; 

Y  no  ve  nada;  y  ya  no  huella  y  toca 
El  viudo  lecho,  sino  el  suelo  alcanza, 

Y  muy  veloz  del  pabellón  se  lanza. 

XXII. 

Correr  al  mar  es  su  primera  idea, 
Présaga  de  su  mísera  fortuna  : 
Se  arranca  el  pelo;  el  pecho  se  golpea, 

Y  va  oteando ,  al  rayo  de  la  luna , 

Si  alguna  cosa  más  que  el  mar  se  vea, 

Y  ¡ay!  fuera  de  la  mar,  no  hay  cosa  alguna. 
¡Bireno!  grita  ;  y  esa  voz  que  oían  , 
Apiadados  los  antros  repetían. 

XXIII. 

Se  elevaba  al  extremo  de  la  playa, 
Peñón  que  el  mar,  con  su  azotar  frecuente  , 
Cavóle  el  pie;  y  á  guisa  de  atalaya 
Alzábase  sobre  él  corvo  y  pendiente; 

Y  no  os  asombre  que  á  escalarle  vaya 
Olimpia,  que  el  dolor  la  hace  potente. 
De  allí  de  su  señor  ¡oh  cuadro  horrendo! 
Ve  lejanas  las  velas  ir  huyendo. 


CANTO    DÉCIMO.  343 


XXIV. 

Las  vio,  ó  su  vista  se  las  fué  ideando, 
Que  entonce  apenas  despuntaba  el  día; 

Y  caer  se  dejó  ,  toda  temblando , 
Como  la  misma  nieve  blanca  y  fría. 
Mas  cuando  ya  se  pudo  ir  levantando , 
A  do  las  naves  van  su  nombre  envía 
Una  y  cien  veces  al  cruel  consorte, 

Y  parece  que  el  grito  el  aire  corte. 

XXV. 

Y  al  grito  siguen  el  suspiro,  el  llanto. 
Cuando  por  impotente  la  voz  calma. 
«¿Dónde  huyes,  cruel,  rápido    tanto? 
¿Va  tu  bajel  á  disputar  la  palma  ? 
Para  :  tómame  á  mí ,  que  no  es  quebranto 
Que  lleve  el  cuerpo,  pues  que  lleva  el  alma.» 
Dice ,  y  porque  la  nave  vuelva ,  grita  , 

Y  ropa  y  brazos  por  señal  agita. 

XXVI. 

Mas  del  ingrato  joven  empujaban 
Las  anchas  velas  los  propicios  vientos  , 

Y  con  ellas  de  Olimpia  se  llevaban 
También  el  llamo,  y  gritos  y  lamentos. 
Ella  en  las  olas  que  á  sus  pies  bramaban 
Cuatro  veces  los  ojos  puso  atentos. 

Del  agua  al  fin  los  quita,  y  baja  presta 
A  do  la  noche  descansó  funesta. 


344  ORLANDO    FURIOSO. 

XXVII. 

Y  la  vista  clavada  en  aquel  nido  , 
Bañándolo  de  llanto  le  decía  : 
«A  dos  cuerpos  anoche  has  recibido , 
¿Por. qué  no  somos  dos  á  ver  el  día? 
¡Oh,  pérfido  Bireno,  oh   maldecido 
El  fiero  instante  en  que  á  vivir  nacía  ! 
¿Sola  aquí  mi  dolor  á  quién  apela? 
¿Quién  me  da  ayuda  ¡ayme!  quién  me  consuela; 

XXVI 11. 

"Hombre  no  veo,  ni  del  hombre  el  paso 
Por  doquier  que  mi  vista  aquí  se  posa: 
Ni  nave  alguna,  á  Oriente  ni  al  ocaso. 
Que  de  angustia  me  saque  tan  penosa. 
Del  hambre  moriré;  ¿y  hallaré  acaso 
Quien  los  ojos  me  cierre  y  me  dé  fosa? 
¡Como  no  me  la  den,  si  me  perciben, 
Los  lobos  y  los  osos  que  aquí  viven  ! 

XXIX. 

»¡Ay,  lo  temo!  Y  que  viene  á  destrozarme 
Ya  me  figuro  el  tigre  encarnizado  , 
U  otra  fiera,  de  aquellas  á  quien  arme 
La  dura  garra,  el  diente  ensangrentado. 
Mas  ¿qué  fieras  podrán  el  mal  causarme 
Que  tú,  fiera  cruel ,  ya  me  has  causado  ? 
Podrán  darme  una  muerte  en  un  momento, 
Y  tú  rrift  haces,  feroz,  morir  de  ciento. 


CAHtO    DÉCIMO.  H* 

XXX. 

«Pero  demos  que  aquí  piloto  arribe 
Que  me  quiera  sacar  de  estos  desiertos, 

Y  así  del  tigre  la  fiereza  esquive , 

La  sed,  el  hambre  y  tantos  males  ciertos; 
;Me  llevarán  á  Holanda  ,  donde  vive 
El  que  hoy  guarda  sus  torres  y  sus  puertos? 
¿Me  llevará  á  la  tierra  en  que  he  nacido, 
Cuando  ya  por  tus  artes  la  he  perdido? 

XXXI. 

»Me  la  has  robado  tú ,  bajo  el  pretexto 
De  deudo  y  amistad ,  con  felonía, 

Y  en  poner  tus  presidios  fuiste  presto, 
Pues  en  tu  mano  así  siempre  estaría. 
¿Volveré  á  Flandes ,  do  vendí  ya  el  resto 
De  lo  que  yo  para  vivir  tenía , 

Y  aunque  poco,  gástelo  por  salvarte 
De  inicua  muerte  y  de  prisión  sacarte? 

XXXII. 

«¿Debo  ir  á  Frisia  ,  do  reinar  pudiera  , 
Si  por  ti  no  lo  hubiese  desquerido  , 

Y  hermanos,  padre  y  cuanto  Dios  me  diera, 
Todo  por  causa  tuya  lo  he  perdido? 

Mas  lo  que  hice  por  ti  ya  no  quisiera 
Echarte  en  cara  ,  y  sí  darlo  al  olvido  : 
Tú  bien  lo  sabes,  y  también,  malvado, 
Sabes  la  recompensa  que  me  has  dado. 


346 


ORLA'NDO    FURIOSO. 


XXXIII. 

»¿Será  que  de  piratas  presa  sea , 

Y  como  vil  esclava  ¡oh  Dios!  vendida? 
¡Primero  el  tigre  ante  mis  ojos  vea, 

Y  su  garra  me  arranque  con  la  vida 
El  corazón  do  tu  maldad  se  lea  , 

Y  muerta  ya,  me  arrastre  á  su  guarida!» 
Así  diciendo,  el  fúlgido  tesoro 
Arranca  á  crenchas  del  cabello  de  oro. 

XXXIV. 

Corre  de  nuevo  al  mar,  de  rabia  llena  : 
Rasga  sus  ropas  ,  y  con  paso  incierto, 

Y  ciega  del  dolor  que  la  enajena  , 

Con  sus  manos  maltrata  el  rostro  yerto, 

Y  se  arrastra  cual  Hécuba  *  en  la  arena  , 
Cuando  halla  al  ñn  á  Polidoro  muerto. 
Vuelve  al  peñasco,  y  mira  el  mar  que  crece, 

Y  ella  misma  una  roca  allí  parece. 

XXXV. 

Quede  en  su  duelo;  que  el  pesar  me  guía 
A  encontrar  á  Rugiero  en  su  camino, 
Que  en  el  intenso  ardor  del  mediodía, 
Por  la  playa  sudando  va  y  cansino. 
Hiere  el  collado  el  sol  ;  su  rayo  envía 
ígneo  reflejo  al  arenal  vecino  : 
Poco,  al  arnés  que  sobre  sí  llevaba  , 
Para  arder  como  el  fuego  le  faltaba. 


CANTO   DÉCIMO.  347 


XXXVI. 

Mientras  así,  rendido,  el  tiempo  corre, 

Y  el  caballo  con  marcha  va  penosa  , 
Hundiéndose  en  la  arena  que  recorre, 
Víctimas  ambos  de  la  sed  rabiosa, 
Halla  á  la  sombra  de  una  antigua  torre 
Que  sobre  el  mar  alzábase  orgullosa  , 
Á  dos  damas  :  su  gracia  peregrina 

Y  su  traje  le  dicen  ser  de  Alcina. 

XXXVII. 

En  tapices  están  alejandrinos, 
Dando,  tendidas,  al  calor  consuelo, 
Con  sendos  vasos  de  aromosos  vinos , 

Y  cuantas  ricas  frutas  cría  el  suelo. 
Al  vaivén  de  los  ímpetus  marinos. 
Las  espera  allí  cerca  un  barquichuelo, 
Hasta  que  el  viento  á  henchir  sea  bastante 
La  vela  que  aun  no  mueve  corto  instante. 

XXXVIII. 

Ellas,  que  andar  por  la  no  firme  playa 
Ven  á  Rugiero,  que,  á  su  viaje  atento, 
Sudando  sigue  la  marina  raya  , 
El  labio  seco,  el  rostro  macilento, 
Comiénzanle  á  decir  que  no  así  vaya  , 
Sin  darse  de  reposo  ni  un  momento  ; 

Y  que  á  esa  sombra  plácida  se  llegue , 

Y  no  su  brío  á  restaurar  se  niegue. 


^4'  ORLANDO   FURIOSO. 


XXXIX. 

Y  de  ellas  una  á  su  corcel  camina , 
Pidiéndole,  al  estribo ,  que  bajara  : 

Y  otra  le  ofrece,  en  copa  cristalina, 
Un  licor,  que  su  sed  pronto  curara  : 
Mas  resiste  Rugier  la  medicina  ; 
Porque  á  poco  que  allí  se  retardara, 
Alcina  con  su  gente  le  detiene, 

Que  ya,  muy  cerca,  á  sus  espaldas  viene. 

XL. 

No  así  el  salitre  ni  el  azufre  puro 
Que  el  fuego  toca,  súbito  se  inflama  : 
Ni  así,  al  impulso  de  turbión  oscuro. 
El  mar  se  agita,  y  espumante  brama, 
Como,  al  ver  que  Rugier  sigue  seguro 
Su  camino,  apartando  vino  y  dama, 

Y  las  desprecia  (y  tiénense  por  bellas) , 
De  rabia  y  de  furor  arde  una  de  ellas. 

XLI. 

Y  u  No  eres  tú  cortés  ni  caballero 
(Dice  con  dura  voz  gritando  fuerte); 
Tú  robaste  corcel  y  arnés  guerrero, 
Que  no  pueden  ser  tuyos  de  otra  suerte; 

Y  como  lo  que  digo  es  verdadero. 
Pluguiese  á  Dios  te  dieran  digna  muerte, 

Y  te  viese  clavar  descuartizado. 

Tosco,  ingrato,  bestial,  ladrón,  malvado. n 


CANTO   D¿CIlfÓ.  3i^ 

XLII. 

Con  estas  y  otras  voces  injuriosas , 
Se  desahogó  la  joven  altanera  ; 
Por  más  que,  huyendo  luchas  vergonzosas, 
Nada  el  digno  Rugier  la  respondiera. 
Ella,  con  las  hermanas  vagarosas,  ^J' 

Va  veloz  al  batel  que  las  espera  ; 

Y  apelando  á  los  remos ,  le  seguía 
Por  ja  orilla  á  que  marcha  todavía. 

XLIII. 

Y  np  es  aún  en  baldonarle  parca  , 
Hasta  que  el  paladín  está  ya  junto 
A  estrecho  breve  que  del  reino  es  marca 
De  la  que  de  virtudes  es  conjunto. 
Allí  á  un  viejo  piloto  en  una  barca 
Mira  zarpar  de  la  otra  orilla  ,  á  punto; 
Que,  como  Longistila  le  prescribe. 
Está  esperando  á  que  Rugiere  arribe. 

XLIV. 

Llega  el  piloto,  y  alza,  como  es  uso. 
Los  remos  en  su  honor.   Si  del  sujeto 
Puede  el  rostro  dar  fe,  no  fuera  abuso 
Decir  cuánto  es  benigno,  fiel,  discreto. 
Rugiero  en  el  bajel  la  planta  puso  ; 

Y  gracias  dando  á  Dios ,  por  el  mar  quieto 
Va,  razonando  con  el  nauta  anciano; 

Que  experiencia  y  saber  no  cuenta  en  vaao. 


35o  ORLANDO   FURIOSO. 

XLV. 

Él  loaba  al  guerrero  que  se  hubiese 
Sabido  desprender  de  Alcina,  antes 
Que  la  bebida  mágica  le  diese, 
Que  administraba  al  fin  á  sus  amantes; 

Y  que  así  á  Longistila  se  viniese , 

Do  están  virtud  y  honor  siempre  reinantes; 

Y  belleza  eternai ,  y  santa  gracia, 

Que  alimento  da  al  alma  y  nunca  sacia. 

XLVI. 

aEsta  5  (decía)  pasmo  y  reverencia 
Al  hombre  infunde  y  su  consejo  anima 
Á  contemplar  mejor  la  suma  Esencia, 
Con  la  que  es  todo  bien  de  poca  estima. 
Su  amor  del  otro  amor  se  diferencia: 
Te  abrasa  aquél,  y  el  corazón  te   lima  : 
En  éste,  no  el  ardor  se  descomide; 
Goza  lo  que  le  dan,   y   no  más  pide. 

XLVII. 

»Ella  otros  gustos  que  festines,  cantos, 

Y  danzas  y  placer  ha  de  enseñarte  : 

Te  hará  probar  deseos  ,  sin  quebrantos, 
Que  á  más  alta  región  han  de  elevarte, 

Y  de  ia  gloria  misma  de  los  Santos 
En  tu  cuerpo  mortal  sentirás  parte.» 
Así  diciendo,  el  docto  marinero 

En  busca  de  su  orilla  iba  ligero; 


CANTO   DÉCIMO.  35 1 

XLVIII. 

Cuando  á  lo  largo  ve  de  la  marina  , 
Venir  sobre  él  la  numerosa  armada 
Á  do  comanda  la  ofendida  Alcina , 
De  mucha   gente   suya   acompañada  : 
Que  el  Estado  exponer  quiere  á  su  ruina, 
Ó  la  perdida  prenda  ver  cobrada  ; 
Pues  eso  amor  violento  la  prescribe , 

Y  no  menos  la  injuria  que  recibe. 

XLÍX. 

Y  de  tal  modo  en  su  interior  batallan 
Ambos  afectos  en  porfiada  lucha  , 
Que  hace  agitar  los  remos  quje  restallan  , 
Entre  espumas  y  luz  con  fuerza  mucha. 
Á  su  estruendo,   ni  mar,  ni  rivas  callan  , 

Y  el  eco  en  torno  resonar  se  escucjia. 
«El  escudo   es   forzoso  aquí,  Rugiero, 
Ó  serás  con  vergüenza  prisionero.» 

L. 

Así  el  piloto  anciano  á  voces  pide  ; 

Y  juntando  al  decir  la  acción,  desprende 
El  paño, que  al  escudo  el  juego  impide, 
Con  que,   ya  descubierto  ,   vivo  esplende; 

Y  el  fulgor  encantado  que  despide, 
Tanto   con   su  virtud  la  vista  ofende. 
Que  á  los  contrarios  ciega,  y  los  azora, 

Y  caen,  quién  á  popa  y  quién  á  prora. 


3bi  ÓkLANDO   FURIOSO. 

LI. 

Uno,  que  de  atalaya  está  observando , 
Ve  la  escuadra  que  avanza  al  descubierto, 

Y  la  campana  toca,  redoblando, 

Con  que  pronto  el  socorro  llega  al  puerto  ; 

Y  máquinas  de  guerra  van  sacando 
Contra  los  que  á  Rugier  van  de  concierto; 
Así  de  todas  partes  de  él  se  cuida  , 

Y  así  la  libertad  salva  y  la  vida. 

LII. 

Cuatro  damas  hay  juntas  en  la  playa, 
Que  mandó  Longistila  con  presura  : 
La  valerosa  Andrónica  *,  la  gaya 
Frenesia  fiel,  Discila,  sabia  y  pura, 

Y  la  casta  Sofronia ,  que  bien  haya , 

Que  es  quien  de  estos  asuntos  más  se  cura  ; 

Y  el  ejército,  al  cual  nada  supera, 
Deja  el  muro  y  se  extiende  en  la  ribera. 

Lili. 

Bajo  el  castillo,  en  la  tranquila  fez, 
Hay  de  fuertes  navios  una  armada, 
A  un  toque  de  campana,  y  á  una  voz, 
Día  y  noche  á  la  lid  aparejada  ; 

Y  la  batalla  así  fué  tan  atroz, 

Y  por  tierra  y  por  mar  tan  empeñada. 
Que  en  un  día  cayó,  con  alta  ruina. 
Todo  cuanto  á  su  hermana  robó  Alcina. 


CANTO   DÉCIMO.  353 


LIV. 
Así  el  final  de  las  batallas  esas 
Fué  (que  empeñó  con  ambición  constante}, 
Que  no  sólo  la  engañan  las  promesas: 
.  No  sólo-  pierde  al  fugitivo  amante  , 
Mas  de  sus  naves,  antes  tan  espesas 
Que  á  extenderlas  el  mar  no  era  bastante, 
Para  escapar,  Alcina  un  pobre  leño 
Salva  tan  sólo  en  el  sangriento  empeño. 

LV. 

Huye  ;  y  su  gente  mísera  ,  ó  se  estrella  , 
O  queda  presa ,  errante ,  ó  sumergida  ; 
.  Y  perder  á  Rugiero  siente  ella 
Más  que  tanta  desgracia  padecida. 
Día  y  noche  del  joven  se  querella, 

Y  en  llanto  pasa  la  culpable  vida; 

Y  de  su  pena  al  apurar  las  heces , 
De  no  poder  morir  se  duele  á  veces. 

LVI. 

A  las  Hadas  morir  no  les  es  dado, 
Mientras  su  curso  el  sol  siga  tranquilo; 
Si  así  no  fuese,  era  el  dolor  sobrado 
Para  cortarle  de  la  vida  el  hilo: 
O  cual  Dido  '  se  hubiera  traspasado  ; 
O  cual  la  Reina  espléndida  del  Nilo  % 
Muriera  por  los  áspides  picada  : 
Mas  no  siempre  morir  puede  una  Hada. 

TOMO   I.  23 


354  ORLANDO  FURIOSO. 

LVII. 

Volvamos  al  de  gloria  siempre  digno, 

Y  la  maga  fatal  quede  en  su  pena. 
Cuando  Rugiero ,  del  vigía  al  signo, 
Logra  bajar  á  más  segura  arena , 
Gracias  da  á  Dios  que  le  sacó  benigno 
De  tanto  riesgo  y  tan  mortal  faena; 

Y  por  la  firme  tierra,  diligente 
Marcha  al  castillo  que  se  eleva  al  frente. 

LVIII. 

No  hay  alcázar  que  el  mundo  preconice, 
Que  á  competir  con  él  sea  arrogante. 
Son  sus  muros  (que  el  cielo  los  bendice) 
Más  ricos  que  el  piropo  y  el  diamante. 
El  mundo  de  sus  piedras  nada  dice, 

Y  quien  de  eso  noción  quiera  bastante. 

Ha  de  venir  aquí;  que  no  hay  más  de  ellas 
Que  en  la  suma  región  de  las  estrellas. 

LIX. 

La  virtud  que  á  esa  piedra  á  tanta  altura 
Levanta,  sobre  todas,  con  exceso. 
Es  que  viéndose  en  ella  la  criatura  , 
Su  perfecto  retrato  allí  ve  impreso  ; 

Y  así  no  ha  menester  de  oir  censura  , 
Ni  á  la  vana  lisonja  dar  acceso; 
Pues  nada  necesita  el  que  prudente 
Se  mira  en  esc  espejo  refulgente. 


CANTO    DÉCIMO.  355 


LX. 
Su  claro  brillo,  que  al  del  sol  ¡mita, 
Tal  esplendor  despide  en  su  contorno. 
Que  quien  los  ojos  de  su  luz  no  quita, 
Puede  día,  sin  sol  ,  hacerse  en  torno. 
Ni  sólo  es  de  admirar  la  margarita  ; 
Que  no  es  menos  el  arte  del  adorno: 
Así  quién  venza,  mal  puedo  pintarte. 
Si  el  arte  á  la  materia,  ó  si  ésta  al  arte. 

LXI. 

Sobre  arcos,  en  bronce  sostenidos. 
Que  bóvedas  del  cielo  parecían  , 
Jardines  se  ostentaban  tan  pulidos  , 
Que  no  en  el  suelo  iguales  se  obtendrían  ; 
Verdear  los  arbustos  florecidos 
Por  entre  los  merlones  se  veían  ; 
Que,  dando  ,  sin  cesar,  frutos  y  ñores, 
Derramaban  suavísimos  olores. 

LXII. 

Verse  no  pueden  plantas  tan  perfetas , 
Sino  en  estos  bellísimos  jardines: 
Ni  tal  primor  de  rosas  y  violetas , 
De  amarantos,  de  lirios  y  jazmines. 
Fuera  de  este  lugar,  viven  sujetas 
Al  sol,  en  sus  comienzos  y  en  sus  tìnes; 
Y  deja  viudo  al  tallo,  y  cae  al  suelo  , 
La  flor,  pendiente  del  variar  del  cielo. 


356  OIH.ANnO   FURIOSO. 

LXIII. 

Pero  es  aquí  perpetua  la  hermosura 
De  esta  flor,  viva  en  lozanía  eterna; 

Y  no  es  benignidad  de  la  natura 
Lo  que  templadamente  la  gobierna; 
Mas  Longistila  con  su  estudio  y  cura. 
Sin  el  auxilio  de  influencia  externa, 
Primavera  inmutable  ¡oh  virtud  rara! 
A  las  plantas  que  cuida  las  depara. 

LXIV. 

Longistila  mostró  suma  alegría, 
Viendo  la  busca  tan  cabal  guerrero  ; 

Y  mandó  que  le  hicieran  cortesía 
Todos,  y  dulce  halago  al  caballero. 
Astolfo,  que  llegado  antes  había, 
Fué  muy  bien  acogido  por  Rugiero; 

Y  los  otros  después  también  llegaron, 
Que  su  ser  por  Melisa  recobraron. 

LXV. 

Pasados  breves  días,  visitada 
Fué  por  Rugier  su  mágica  prudente, 
Con  el  Duque,  á  quien  menos  no  le  agrada 
A  la  región  volverse  de  Poniente. 
Melisa  por  los  dos,  pidió  á  la  Hada 
Su  licencia,   rogando  humildemente 
Que  los  ayude  y  aconseje  en  todo 
Para  su  viaje,  y  les  elija  el  modo. 


CANTO     DÉCIMO.  357 


LXVÍ. 
La  Hada  prometióles  que  al  tercero 
Día  sabrán  lo  que  mejor  les  vaya  : 
Luego  piensa,  entre  sí,  cómo  á  Rugiero 

Y  al  Duque  Astolfo  de  ampararlos  haya; 

Y  al  fin  decide  que  Rugier,  primero  , 
Vuele  en  el  Grifo  á  la  aquitana  playa  : 
Mas  antes  ha  de  hacérsele  un  bocado  , 
Con  que  sea  regido  y  gobernado. 

LXVIL 

Le  muestra  lo  que  debe  obrar,  si  quiere 
Subir  muy  alto,  y  cómo  al  suelo  baje; 

Y  con  qué  ayuda  en  torno  vueltas  diere, 
Ó  esté  sereno,  ó  que  los  aires  raje; 

Así  que,  en  cuanta  escuela  en  tierra  hubiere, 
Hace  Rugier  que  el  animal  trabaje; 
Que  como  es  en  aquellas  muy  preciado, 
Es  ya  maestro  en  el  caballo  alado. 

LXVIH. 

Despidióse  del  Hada  bienhechora 
El  joven  cuando  estuvo  así  instruido, 
A  la  cual  desde  entonces  siempre  honora  , 

Y  á  su  amor  con  amor  estuvo  unido. 
Antes,  pues,  del  que  parte  sin  demora 
Voy  á  decir  :  después  lo  acontecido 

A  Astolfo,  que  con  más  tiempo  y  fatiga, 
Llegó  de  Carlos  á  la  corte  amiga. 


358  ORLANDO   FURIOSO. 

LXIX. 

Partió  Rugier  :  mas  por  las  vías  sumas 
No  ya  que  la  otra  vez  sulcó  rendido, 
Que  entonces  fué  del  Grifo,  entre  las  brumas, 
Sobre  el  mar  ó  la  tierra  conducido; 

Y  ora,  que  sabe  dirigir  sus  plumas, 
Guiándole  doquiera  reprimido, 
Seguir  quiere  la  ruta ,  circulando , 
Que  los  Magos,  9  á  Herodes  evitando. 

LXX. 

Recta  vía  tomó  ,  dejando  á  España, 
Por  llegar  á  la  India  ;  que  es  bien  siga 
Más  al  Oriente,  por  do  el  mar  la  baña, 
Donde  un  Hada  de  otra  es  enemiga  ; 

Y  ora  á  ver  se  dispone  la  campaña 
Que,  con   sus  vientos,  Eolo  castiga. 
Gastando  luego  cuanto  tiempo  absorbe. 
En  haber,  como  el  sol,  rodeado  el  orbe. 

LXXI. 

Al  Catay  fué  :  después  vio  la  Mangiana  '", 
Sobre  el  gran  Quiensaí  ",  veloz  corriendo: 
Volvió,  por  el  Imavo  ":  á  Sericana  " 
Dejó  á  la  diestra;  y,  siempre  descendiendo, 
Desde  la  Escitia  hasta  la  onda  Hircana  '*, 
Llegó  á  la  parte  Sármata,  y  siguiendo, 
Á  do  se  aparta  Europa  del  Asiano, 
Vio  al  Pruteno  ">,  y  Pomerio,  y  al  Rusiano. 


CANTO    DÉCIMO.  35g 


LXXII. 

Y  aunque  su  gusto  principal  sería 
A  su  fiel  Bradamante  tornar  presto, 
No  la  noble  intención  que  de  ir  tenía 
Rodeando  el  mundo,  se  extinguió  por  esto; 
Que  á  ver  fué  los  Polacos  y  la  Hungría, 

Y  del  Germano  la  región,  y  el  resto 
De  aquella  boreal  horrenda  tierra; 

Y  llegó  ,  en  fin  ,  á  la  última  Inglaterra, 

LXXIII. 

Y  no-  creáis  que ,  por  tan  larga  vía , 
Todo  el  tiempo  en  el  aire  está  morando: 
Cada  noche  á  un  albergue  descendía, 
De  no  alojarse  mal ,  siempre  cuidando; 

Y  días  y  hasta  meses  invertía: 

¡Tanto  en  ver  tierra  y  mar  está  gozando! 
Por  fin,  un  día,  cuando  el  cielo  aclara. 
Sobre  el  soberbio  Támesis  se  para. 

LXXIV. 

En  los  campos  que  á  Londres  son  afines, 
Vio  infinitos  jinetes  y  peones, 
Que  al  eco  de  trompetas  y  clarines, 
Iban   formando  sendos  escuadrones, 
Ante  Reinaldo,  honor  de  paladines; 
Del  cual ,  si  recordáis,  di  las  razones 
Porque  á  Inglaterra,  enviado  del  rey  Carlos, 
A  pedirlos  venía  y  prepararlos. 


36o  ORLANDO   FURIOSO. 

LXXV. 

Llegó  á  punto  Rugier,  cuando  se  hacía 
La  bella  muestra  de  la  grey  de  guerra  ; 

Y  por  mejor  saber,  hablar  quería 

A  un  guerrero  ,  y  por  eso  bajó  á  tierra. 

Ese,  que  era  discreto,  le  decía: 

«  Que  de  Escocia,  de  Irlanda  y  de  Inglaterra  , 

Y  las  islas  de  en  torno  y  de  otras  partes, 
Eran  los  numerosos  estandartes. 

LXXVL 

»  Y  la  muestra  que  ves  ,  en  acabando , 
Todos  han  de  marchar  con  firme  pecho. 
Do  los  están  las  naves  esperando 
Para  cruzar  el  nebuloso  estrecho. 
Los  franceses,  cercados,  anhelando 
Están ,  para  salvarse  ,  este  pertrecho  ; 
Mas  porque  así  te  informes  plenamente. 
Numerándote  iré  toda  la  gente. 

LXXVIL 

«Bien  estás  viendo  aquella  gran  bandera. 
Do  juntos  van  las  Lises  y  Leopardos: 
Esa  es  la  insignia  general  primera, 
Que  todos  en  seguir  no   serán  tardos. 
Esta  tierra  al  caudillo  le  venera: 
Es  Leoneto,  la  flor  de  los  gallardos  : 
Donde  marcha  esc  bravo  no  hay  desastre  : 
Nieto  del  Rey,  es  Duque  de  Alencastre. 


CANTO    DÉCIMO.  36 I 


LXXVIII. 

«Junto  al  real  Gonfalón,  luce  sus  galas 
Primera,  después  del,  la  enseña  donde 
En  campo    verde,  ves   las  blancas  alas, 
Que  usa  Ricardo,   de   Bervikia   Conde". 
Aquella  con  dos  cuernos,  que  señalas  , 
Al    Duque   de     Glocestra   corresponde. 
Del  Duque  de  Clarencia  es  esa  face. 
Aquel  árbol  del  Duque  de  Elborace. 

LXXIX. 

))Es  la  insignia  del  Duque  de  Nortfocia 
Aquella  lanza  rota  en  tres  porciones. 
Ese  grifo  es  del  Conde  de  Pembrocia. 
Del  buen  Conde  de  Cáucia  esos  hachones. 
La  balanza  es  del  Duque  de  Sulfocia. 
Aquel  yugo  ,  que  oprime  á  dos  dragones , 
Es  del  Conde  de  Exenia  ,  y   la   guirlanda 
En  campo  azul  ,   del    Sir   de  Nortbelanda. 

LXXX. 

»Del  Conde  de  Arundelia  enseña  ha  sido 
Esa  barquilla  que  de  mar  se  inunda. 
Ve  al  Marqués  de  Bardeyo:  va  seguido 
De  los  Condes  de  Marchia  y  de  Ritmunda. 
Lleva  el  primero,  en  blanco  ,  un  monte  hendido 
Este  una  palma,  un  pino  aquél  fecunda. 
Ve  de  Dorcesia  al  Conde  :  ve  al  de  Antena  : 
De  uno  el  carro  :  del  otro  es  la  corona. 


36i'  ORLANDO    FURIOSO. 

LXXXI. 

»E1  Halcón,  que  en  el  nido  el  ala  inclina, 
Lleva  Raimundo  ,  Conde  de  Devonia. 
Su   jalde  y  negro  luce  Vigorina: 
Su  perro  el  Derbia:   el  oso  aquel  de  Osónia. 
La  Cruz  que  resplandece  cristalina 
Es  del  rico  Perlado  de  Batonia. 
La  sede  en  campo  gris,  que  allí  promedia  , 
Es  del  Duque  Ariman  de  Somersedia. 

Lxxxn. 

«Gentes  d'armas  y  arqueros  de  á  caballo 
Son  cuarenta   y   dos  mil,  si  mal  no  cuento  , 

Y  dobles  los  infantes,  si  no  fallo 

(Que  será  cuando  más  en  algún  ciento). 
¿Ves  los  peones  que ,  entre  tantos,  hallo 
Con  listas  jalde,  verde,  ceniciento, 
Negro,  azul?  Cada  cuál  con  su  estandarte 
Sigue  á  Gofredo,  Arrigo,  Herman,  Odoarte. 

LXXXIIL 

»E1  Duque  de  Bukingia  es  el  primero; 
Sigue  Arrigo,  señor  de  Sarisberia; 
Rige  á  Burgenia  Herman  el  viejo  austero, 

Y  aquel  Odoarte  es  Conde  de  Croisberia. 
Éstos,  más  de  Levante  hacia  el  Lucero , 
Son  losanglos:   mas  vuélvete  á  la  Esperia; 
Treinta  mil  escoceses  allí  luce 

Zerbino,  hijo  del  Rey,  que  los  conduce. 


CANTO   DÉCIMO.  3€3 


LXXXIV. 

"Entre  unicornios  dos,  mira  el  glorioso 
León  que  con  la  espada  asusta  al  suelo: 
Ese  es  de  Escocia  el  Gonfalón  famoso: 
Zerbino,  hijo  del  Rey  ,  le  eleva  al  cielo. 
Ninguno  hay,  entre  tantos  ,  tan  hermoso: 
Le  hizo  natura,  y  destruyó  el  modelo: 
No  le  hallarás  más  bueno,  ni  más  hombre  ; 
El  Ducado  de  Rosela  le  da  nombre. 

LXXXV. 

))E1  Conde  de  Otenleis,  dorada  barra, 
Sobre  cuadrado  azur  tiene  por  seña. 
La  insignia  allí  del  buen  Duque  de  Marra  ; 
Aquí  el  Leopardo,  que  en  cazar  se  empeña. 
Con  varias  aves,  de  color  bizarra , 
Del  gallardo  Alcabrán  luce  la  enseña: 
Conde  ó  Duque  no  es  él:    mas  su  linaje 
Le  hace  el  primero  en  su  país  salvaje. 

LXXXVL 

»A1  Duque  de  Trasfordia  le  señala 
El  ave  que  ve  al  sol  con  ojos  francos. 
Lleva  Lurcanio;  que  de  Angoscia  es  gala  , 
Un  toro  con  lebreles  á  los  flancos. 
Mira  al  Duque  de  Albania,  el  cual  iguala 
Los  colores  azules  á  los  blancos. 
Al  Conde  de  Bocania  no  se  pierde, 
Por  el  Buitre  que  aferra  un  Drago  verde. 


364  ORLANDO    FURIOSO. 

LXXXVII. 

«Señorea  á  Forbiese  el  fuerte  Armano, 
De   quien    es   blanca  y  negra  la  bandera. 
Tiene  al  Conde  de  Erelia  á  diestra  mano 
Que  lleva,  en  campo  verde,  una  lumbrera. 
Mira  á  los  Inverneses  junto  al  llano: 
Manda  de  sus  escuadras  la  primera 
El  Conde  de  Childér,  y  el  de  Desmunda 
Trae  de  sus  montañas  la  segunda. 

LXXXVIll. 

))A1  primero  distingue  un  pino  ardiente: 
Al  otro,  en  blanco,  una  bermeja  banda. 
Ni  dan  socorro  á  Carlos  solamente 
Los  de  Inglaterra,  Escocia  y  los  de  Irlanda; 
También  la  Suiza  y  la  Noruega  gente; 
Y  viene  la  de  Tule  y  la  de  Islanda; 
Y,  en  suma,  toda  cuanta  el  Norte  abriga, 
Que  de  la  paz,  por  genio,  es  enemiga. 

LXXXIX. 

»Forman  diez  y  seis  mil  junto  al  barranco. 
Que  vienen  de  sus  grutas  y  sus  selvas: 
Tienen  peludo  el  rostro  ,  el  pecho ,  el  flanco , 
Lomos,  brazos  y  pies,  como  una  belva. 
Sus  lanzas  en  redor  del  signo  blanco. 
Hacen  que  el  llano  aquel  bosque  se  vuelva; 
Morato  le  tremola,  que  su  albura 
Teñirá  en  sarracena  sangre  impura.» 


CANTO   DÉCIMO.  ■ 365 


XC. 

Mientras  Rugiero  de  la  gente  bella, 
Que  en  defensa  de  Francia  se  prepara, 
Aprende  cada  insignia  que  descuella, 

Y  Señores  Britanos  ve  y  compara; 
Muchos,  al  contemplar  la  bestia  aquella 
Que  monta  el  paladín  única  y  rara, 
Muestran  de  asombro  y  maravilla  el  gesto, 

Y  corro,  en  torno  suyo,  forman  presto. 

XCI. 

Y  para  hacer  la  admiración  cumplida , 

Y  gozar,  viendo  tanta  corva  ceja, 
Al  volante  corcel  alza  la  brida, 

Y  ambos  los  flancos  con  la  espuela  aqueja. 
Emprende  el  ave  al  cielo  la  subida  ,- 

Y  extáticos  de  asombro  á  fodos  deja. 
Luego  Rugier,  cuando,  de  banda  á  banda, 
Vio  á  los  ingleses,  caminó  hacia  Irlanda. 

XCII. 

Y  á  la  Ibernia  despu4s  el  Grifo  impele, 
Do  el  santo  anciano  humilde  gruta  cava  '', 
En  la  que  gracia  tanta  hallarse  suele, 
Que  el  hombre  de  su  culpa  allí  se  lava. 
Luego  sobre  la  mar  le  hace  que  vuele 
Hasta  do  la  menor  Bretaña  acaba  ; 

Y  á  la  infeliz  Angélica  le  toca 
Mirar  atada  á  la  tremenda  roca. 


366  ORLANDO    FURIOSO. 

xeni. 

Sobre  el  peñasco ,  en  la  ínsula  del  Llanto 
(Con  ese  triste  nombre  era  llamada 
Aquella  que ,  de  pueblo  fiero  tanto, 
Inhumano  y  feroz  era  habitada)  ; 
Que,  como  ya  os  decía  en  otro  canto, 
Su  escuadra  tiene  por  doquier  sembrada, 
A  las  bellas  robando  en  su  carrera, 
Para  horrenda  comida  de  la  fiera. 

XCIV. 

En  aquella  mañana  allí  la  ataron  , 
A  do  viniera  á  devorarla  viva 
El  monstruo  que  de  carne  alimentaron  , 
Por  largo  tiempo ,  de  mujer  cautiva  ; 
Y  ya  os  dije  que  á  Angélica  encontraron 
Esos  piratas  ,  en  la  agreste  riva , 
Junto  al  perverso  encantador  durmiendo , 
Que  por  encanto  allí  la  fué  trayendo. 

XCV. 

La  fiera  gente,  inhospital  y  cruda, 
Bárbara  expuso  á  la  espantable  hiena 
Á  la  divina  Angélica  desnuda , 
Cual  la  formó  natura  en  luz  amena. 
Ni  un  velo  tiene  que  á  cubrir  acuda 
El  rosado  clavel  y  la  azucena, 
Flores  no  por  Eneros  marchitadas 
Que  se  ven  por  sus  miembros  derramadas. 


CANTO    DÉCIMO.  367 


XCVI. 

Por  estatua  tuviérala  erigida 
De  alabastro,  ó  de  piedra  más  preciosa, 
Rugiero ,  y  al  escollo  así  adherida, 
De  alto  escultor  por  invención  famosa, 
Si  no  viera  una  lágrima,  caída 
Entre  el  ligustro  y  la  purpúrea  rosa, 
En  las  pomas  rocío  hacer  de  argento , 

Y  el  dorado  cabello  ondear  al  viento. 

XGVII. 
Él,  no  bien  en  sus  ojos  quedó  fijo, 
Recordando  á  su  dulce  Bradamante, 
De  amor  á  un  tiempo  y  de  dolor  prolijo. 
Sintió  en  el  pecho  el  dardo  penetrante; 

Y  blandamente  á  la  doncella  dijo, 
Parando  el  ala  del  corcel  volante: 

«  ¡Oh  tú,  que  no  mereces  más  prisiones 
Que  con  las  que  ata  amor  los  corazones! 

XCVIII. 

"¿Quién  atormenta  así  mujer  tan  bella? 
¿Cuál  es  el  hombre  quebrutal ,  perverso, 
Con  pardas  manchas,   oprimiendo,  sella 
De  esas  manos  de  nieve  el  cristal  terso?» 
Púsose  á  tales  dichos,  la  doncella, 
Como  blanco  marni  en  grana  inmerso, 
Desnuda  viendo  aquella  parte  ,  donde 
El  pudor,  aun  lo  hermoso,  siempre  escoríde. 


3b8  ORLANDO    FURIOSO. 

.  XGIX. 

Y  cubierta  su  faz  la  mano  habría , 
Si  ligada  al  peñasco  no  estuviera:       >■ 
Ma*s  del  llanto,  que  en  fin  verter  podía , 
La  regó,  procurando  no  se  viera; 
Y  entre  el  gemir,  que  el  corazón  partía,    , 
Ya  empezaba  á  sonar  la  voz  entera.... 
Mas  no  rompió  ,  que  devolvióla  adentro  , 
El  ruido  que. arrojó  del  mar  el  centro. 

;  C. 

Y,  aquí  aparet:e  el  monstruo  desmedido, 
Me^io  fuera  del  mar,  medio  encubierto. 
Como  suele  del  Bóreas  sorprendido 

■■■  Venir  navio  ingente  á  tomar  puerto, 

.;Así  aj  pasto  se  avanza  conocido 
La  bestia  horrenda  ,  que  á  pintar  no  acierto. 
La  joven, 'medio  muerta  de  pavura, 
•No  por  confortó  ajeno  se  asegura; 

CL         , 

La  n9.  enristrada  lanza,  en  alto  puesta, 
Vibra   Rugier,   y  al  monstruo  golpes  tira. 
No  sé  de  fiera  á  semejanza  de  esta; 
Es  masa  enorme  que  se  mueve  y  gira: 
No  muestra  de  animal  sino  la  testa  : 
Colmillos  tiene,  y  como  el  cerdo  mira. 
En  la  frente  la  hiere  el  caballero; 
Mas  parece  que  toca  en  firme  acero. 


CANTO   DÉCIMO.  SÓQ 


CII. 

Y  cuando  el  primer  golpe  ve  fallando, 
Otro  repite  que  mejor  responda. 
La  Forca  que,  la  sombra  reflejando, 
Ir  de  aquí  para  allí  mira  en  la  onda , 
Deja  la  presa  cierta,  y  va  buscando 
La  falsa,  que  parece  se  le  esconda  : 
Tras  ella  furibunda  el  muso  alarga: 
Rugier  desciende  y  golpes  la  descarga. 

cin. 

Cual  águila  del  alto  disparada , 
Que  ha  visto  la  culebra,  en  falda  herbosa, 
O  al  sol,  en  rasa  piedra  reposada, 
Aseándose  la  piel  áurea  escamosa. 
No  la  quiere  embestir  por  donde  armada 
Le  presenta  la  lengua  venenosa, 

Y  la  agarra  del  cuerpo  do  le  place  , 
Cuidando  no  se  vuelva  y  la  atarace  ; 

CIV. 

Así  aquel,  con  la  espada  y  con  la  lanza. 
No  do  el  muso  de  dientes  tiene  armado. 
Sino  en  un  ojo  y  otro  á  herirla  alcanza  : 
Ora  á  la  espalda  tira,  ora  al  costado  : 
Si  la  Forca  se  vuelve ,  él  presto  avanza 

Y  en  la  grupa  le  asesta  golpe  airado. 
Mas  como  siempre  topa  en  piedra  dura  , 
Nunca  puede  romper  tal  armadura. 

TOMO  I.  24 


SyO  ORI-ANDO   FURIOSO. 

GV. 

Así  lucha  la  .nosca  impertinente 
Contra  el  mastín ,  el  polvoriento  Agosto, 
Ó  en  el  mes  anterior,  ó  en  el  siguiente  : 
De  espigas  lleno  aquél  ;  éste  de  mosto. 
Ya  le  pica  el  hocico  ,  ya  la  frente, 
En  cerco,  á  cada  vuelo,  más  angosto. 
Rechina  el  can  los  dientes;  y  la  mosca 
En  la  peluda  oreja  se  le  embosca. 

GVI. 

La  fiera  con  la  cola  está  azotando 
El  agua  que  hasta  el  cielo  hace  saltar; 

Y  no  sabe  Rugier  si  va  volando, 
Ó  nada  el  Hipogrifo  por  la  mar. 

Ya  á  veces  de  apartarse  está  tratando; 
Que  si  el  chubasco  aquel  ha  de  durar, 
Teme  que  el  ala  al  pájaro  se  empape  , 

Y  sin  un  barco  allí  no  tiene  escape, 

CVII. 
Tomó  el  nuevo  consejo,  y  fué  el  mejor. 
De  vencer,  sin  peligro,  al  monstruo  crudo; 

Y  á  deslumhrarle  va  con  el  fulgor, 
Que  guarda  oculto  el  encantado  escudo. 
Vuela  á  la  playa;  y  por  no  darse  á  error, 
A  la  que  tiembla  en  el  peñón  desnudo 
Pone  en  el  dedo  de  su  blanca  mano 

El  anillo  ,  que  el  fraude  deja  vano  : 


CANTO   DÉCIMO.  871 


CVIII. 

El  que  á  Brúñelo  arrebatado  había, 
Por  salvar  á  Rugiero,  Bradamante; 

Y  después  contra  Alcina ,  maga  impía, 
Por  medio  de  Melisa  ,  envió  á  su  amante; 

Y  Melisa  (como  antes  os  decía) 
Salvó  con  él,  á  muchos  en  Levante  ; 

Y  lo  entregó  á  Rugicr  ;  y  decir  puedo 
Que  desde  entonces  lo  llevó  en  el  dedo. 

CIX. 

Ora  lo  da  á  la  joven  ,  que  ha  temido 
Que  del  escudo  el  brillo  esplendoroso 
La  deslumbre  los  ojos  y  el  sentido  : 
Los  ojos  que  está  viendo  ya  amoroso. 
El  tiene  contra  el  mar  ora  oprimido , 
Por  el  vientre  ,  al  cetáceo  monstruoso  ; 

Y  puesto  así ,  levanta  el  rojo  velo  ; 

Y  entonces  otro  sol  alumbra  el  cielo. 

ex. 

Hirió  el  fulgor  los  ojos  de  la  fiera, 
Produciendo  el  efecto  acostumbrado. 
Como  trucha  que,  herida  en  su  carrera , 
Fué  en  el  río  por  canto  disparado , 
Se  vía  en  medio  al  mar  de  esa  manera , 
Al  monstruo  boca  arriba  derribado. 
Da  cien  golpes  aquí  y  allí  Rugiero  : 
Mas  taladrar  no  logra  el  rudo  cuero. 


372  ORLANDO    FURIOSO. 

CXI. 

Vuelta  hacia  él,  Angélica  le  ruega 
No  hiera  en  balde  así  la  escama  fuerte. 
«Ven  (le  decía);  á  desatarme  llega, 
Antes  ¡por  Dios!  que  el  animal  despierte. 
Súbeme  al  aire,  y  en  el  mar  me  anega; 

Y  no  tendré  en  su  vientre  horrible  muerte. 
Soltó  á  la  dama  ,  al  grito  doloroso, 

Y  sobre  el  Grifo  la  montó  amoroso. 

CXII. 

Aquél,  punzado,  alzóse  de  la  arena. 
Tendiendo  al  viento  el  ala  desplegada; 

Y  el  hueco  del  arzón  el  joven  llena, 

Y  á  la  grupa  la  hermosa  va  sentada. 
Así  privó  á  la  Forca  de  una  cena 

A  su  gola  de  sobra  delicada. 
Rugiero  va  volviéndose;  y  deshecho, 
Los  ojos  vivos  besa,  el  blanco  pecho. 

CXIII. 

No  cual  antes  pensó,  quiere  la  vía 
Circulando  seguir  de  toda  Espafia; 

Y  á  la  próxima  playa  el  corcel  guía , 
Do  más  se  avanza  la  menor  Bretaña. 
En  la  orilla  frondoso  bosque  había, 

Y  en  un  prado  ,  una  fuente  le  acompaña  . 
Do  responde  al  rumor  del  agua  amena 
Con  sus  quejosos  trinos  Filomena. 


CANTO   DÉCIMO.  Sj'i 


CXIV. 

Aquí  el  ansioso  paladín  detiene 
El  curso  audaz,  y  baja  al  verde  prado, 

Y  hace  plegar  las  alas,  y  retiene 

Del  freno  á  su  corcel ,  de  un  pino  atado. 
Mas  ya  tanto  escuchar  acaso  os  pene, 
Que  el  canto  por  demás  he  dilatado; 
Así  suspenderé  la  historia  un   punto, 

Y  más  grato  os  será  luego  su  asunto. 


ORLANDO    FURIOSO. 


ARGUMENTO    DEL    CANTO    UNDÉCIMO. 

Ya  por  Rugiere  Angélica  salvada 
Con  el  anillo  ocúltase  al  instante. 
Mientras  aquel  registra  una  enramada, 
Mira  una  dama  en  brazos  de  un  gigante  : 
Este  huye  :  él  la  sigue ,  y  le  es  robada 
Su  bella  y  siempre  cara  Bradamante. 
Orlando  salva  á  Olimpia  :  el  monstruo  doma  ; 
Y  á  Olimpia  Uberto  por  esposa  toma. 


ORLANDO   FURIOSO, 


CANTO   UNDÉCIMO. 


I. 


En  la  mitad  de  su  correr  fogoso , 
Para  el  freno  al  caballo  más  enhiesto  ; 
Pero  nunca  el  ardor  libidinoso 
De  la  razón  al  freno  está  dispuesto: 
Viendo  cerca  el  placer,  es  cual  el  oso, 
Que  no  se  aparta  de  la  miel  tan  presto, 
Como  á  oler  llegue  su  fragancia  amena, 
Ó  á  chupar  una  gota  en  la  colmena. 

II. 

¿  Y  habrá  razón  que  al  buen  Rugiero  enfrene 
Para  que  no  á  gozar  se  dé  sediento 
A  aquella  hermosa,  que  desnuda  tiene. 
Del  blando  césped  en  el  verde  asiento? 
La  imagen  á  su  mente  ya  no  viene 
De  Bradamante;  y  si  en  aquel  momento 
Aún  la  recuerda ,  es  loco  si  no  estima 
La  que  allí  tan  gentil  su  sangre  anima. 


SyS  ORLANDO   FURIOSO. 


III. 

Tan  gentil,  que  Senócrates  '  el  crudo 
No  fuera  más  que  él  mismo  continente. 
Rugiero  á  un  lado  echó  lanza  y  escudo, 
Quitándose  las  armas  impaciente. 
La  dama  aquí,  mirándose  el  desnudo 
Cuerpo,  y  ya  roja  de  pudor  la  frente. 
Vio  en  su  mano  el  anillo  %  que  en  su  duelo, 
Allá  en  Albraca  la  quitó  Brúñelo. 

IV. 

El  que  al  campo  francés  llevó  en  su  mano 
La  primer  vez  que  anduvo  ese  camino; 
Que  con  ella  y  la  lanza  hizo  su  hermano, 
Que  fué  luego  de  Astolfo  paladino: 
El  que  de  Malaguigio  tornó  vano 
Todo  encanto,  en  la  cueva  de  Merlino. 
Con  él  á  Orlando  y  otros,  de  la  inquina 

Y  encantos  libertó  de  Dragontina. 

V. 

Con  él  salió  invisible  del  horrendo 
Encierro  en  que  el  mal  viejo  la  guardaba: 
Mas  ¿para  qué  cansaros  repitiendo 
Lo  que  sabéis  de  aquella  gente  prava  , 

Y  que  Bruncl  se  lo  quitó,  sabiendo 
Cuánto  Agramante  poseerlo  ansiaba? 
De  entonce  acá  la  suerte  ,  con  encono, 
La  ha  perseguido  hasta  quitarla  el  trono. 


CANTO    UNDÉCIMO.  Sj^ 

VI. 

Hoy  (como  os  dije),  que  lo  ve  en  su  mano  , 
Tanta  sorpresa  y  tan  gran  gozo  siente  , 
Que  le  parece  aquello  un  sueño  vano, 

Y  casi  duda  lo  que  ve  patente. 
Veloz  toma  el  anillo  soberano  : 
En  la  boca  le  pone  prontamente; 

Y  así  á  los  ojos  de  Rugier  se  cela , 
Como  al  sol  una  nube  á  veces  vela. 

VIL 
Todo  en  torno  el  burlado  registraba, 

Y  ambas  las  palmas  extendía  al  tacto; 
Cuando  el  anillo  recordó  que  usaba  , 

Y  corrido  quedó  y  estupefacto. 

De  su  propio  descuido  blasfemaba , 

Y  acusaba  ala  dama  de  aquel  acto 
Injusto  y  descortés ,  y  el  maleficio 

Que  obtiene,  en  pago  de  tan  gran  servicio. 

VIII. 

«Ingrata  damisela  (la  decía)  : 
¿Con  qué  premio  pagar  tu  deuda  quieres, 
Pues  robarme  el  anillo  con  falsía  , 
A  recibirlo  en  don  así  prefieres? 
Toma  escudo  y  corcel ,  y  el  alma  mía , 

Y  haz  de  ellos  y  de  mí  lo  que  quisieres. 
Con  tal  que  tu  hermosura  no  me  escondas: 
Mas  ¿ni  merezco  ya  que  me  respondas?» 


38o 


ORLANDO    FURIOSO. 


IX. 

Así  diciendo,  en  torno  á  la  fontana  , 
Como  ciego,  el  ambiente  iba  palpando; 

Y  abrazó  veces  mil  el  aura  vana  , 
Estrechar  á  la  joven  esperando. 
Ella,  que  se  encontraba  ya  lejana. 
Hasta  que  halló  una  cueva  fué  vagando, 

Que  bajo  un  monte  había ,  ancha ,  estupenda ,  ■ 

Donde  en  su  apuro  halló  techo  y  vivienda. 

X. 

Allí  un  viejo  pastor,  que  un  gran  ganado 
De  yeguas  custodiaba  ,  siesta  hacía; 
Las  bestias  iban  ,  por  el  verde  prado, 
Hierbas  pastando,  cabe  herbosa  ría; 

Y  el  antro  está  de  establos  circundado, 
Do  evitaban  el  sol  de  mediodía. 
Angélica  en  la  cueva  hospitalaria 
Pasó  esa  luz  ,  no  vista  y  solitaria. 

XI. 

Y  cuando  al  fin  la  tarde  refrescóse, 

Y  creyó  que  descanso    hubo  bastante, 
En  ciertos  burdos  paños  envolvióse; 

Y  así  traje  vistió  no  semejante 
A  aquel  con  que  otros  tiempos  adornóse, 
De  estofas  ricas  de  color  brillante. 
Mas  no  la  humilde  ropa  borrar  puede 
La  grandeza  y  beldad  que  á  todo  excede. 


CANTO    UNDÉCIMO. 


38 1 


XII. 

Calle  el  que  á  Filis  ó  Glicera  alaba; 
No  á  Calatea  por  beldad  coronen; 
Que  á  esta  hermosa  ninguna  la  igualaba, 

Y  Melibeo  y  Títiro  perdonen. 
La  dama  del  ganado  que  pastaba  , 
Sin  esperar,  á  fe,  que  se  la  donen. 
Una  yegua  eligió:  y  allí  á  su  mente 
La  idea  vino  de  volverse  á  Oriente. 

XIII. 

Rugiero,así  queun  tiempo  esperó  en  vano. 
Por  si  al  fin  á  sus  ruegos  respondía, 
Cede  á  la  pena  de  su  error  liviano, 
Pues  ni  próxima  estaba  ,  ni  le  oía  ; 

Y  va  al  lugar  adonde  ató  su    mano 
El  Grifo,  con  que  tierra  y  mar  corría; 

Y  ve  que  brida  y  freno  sacudiendo. 
Libre  y  suelto  ,  los   aires  va  rompiendo. 

XIV. 

Grave   aumento  á  su  mal  fué  y  á  su  daño 
Ver  su  alado  corcel  desparecido: 

Y  éste,  no  menos  que  el  femíneo  engaño, 
El  corazón  de  pena  le  ha  transido; 

Mas  con   dolor  le   aflige  más  extraño 
El  primoroso  anillo  haber  perdido  ; 
Menos  por  la   virtud   que  él  atesora , 
Cuanto  por  ser  un  don  de  la  que  adora. 


384        ^  ORLANDO    FURIOSO. 

XV. 

Con  el  pecho,  cual  nunca  pesaroso, 
Sus  armas  revistió:  tomó  el  escudo: 
Dejó  la  costa,   y   por  el   valle  herboso, 
Marchó,  baja  la  vista,  el  labio  mudo  , 
Hasta  que  al  margen  de  alto  bosque  umbroso 
Un  marcado  camino  encontrar  pudo  ; 

Y  no  mucho  entró  en  él,  cuando  á  su  oído 
De  la  agreste  espesura  llegó  un  ruido. 

XVÍ. 

De  sacudidas  armas  suena  estruendo 
Espantable  y  feroz:  él  se  apresura 
A  entrar  allí,  y  encuentra  combatiendo 
Á  dos  en  la  estrechez  de  falda  oscura, 

Y  sin  tregua  ni  límite,  queriendo 
Tomar,  no  sé  de  qué,  venganza  dura. 
Es  el  uno  un  fierísimo  gigante: 

El  otro  un  bravo  caballero  errante. 

XVII. 

Éste  á  espada  y  escudo,  con  gran  tino  , 
Aquí  y  allí  saltando,  se  defiende, 

Y  evita  de  la  maza  el  dar  contino 

Con  que,  á  dos  manos,  el  jayán  le  ofende 
Muerto  yace  el  caballo  en  el  camino  : 
Rugierc-para,  y  al  combate  atiende; 

Y  pronto  inclina  el  ánimo  y  desea 
Que  el  caballero  el  victorioso  sea. 


CANTO    UNDÉCIMO.  383 

XVIII. 

No  que  ayudar  intente  al  del  escudo; 
Mas,  á  un  lado,  la  lucha  atento  mira. 
Con  su  terrible  maza  el  gran  membrudo 
Al  menor,  sobre  el  casco  un  golpe  tira, 

Y  cae  el  lidiador  al  golpe  crudo  : 

El  otro,   que  le   ve   que  no  respira , 

Le  va  el  yelmo  á  quitar,  por  darle  muerte, 

Y  Rugier  le  ve  el  rostro  de  esa  suerte. 

XIX. 

Y  esa  es  la  faz  de  la  que  tanto  él  ama  , 
Déla  dulce  beldad  por  quien  alienta: 
Descubierta  la  ve  ;  ve  que  es  su  dama 
Aquella  que  el  jayán  matar  intenta  ; 
Así  al  combate  súbito  le  llama 

Y  con  fiero  ademán  se  le  presenta: 
Mas  él,  á  no  más  lucha  decidido, 
La  levanta  en  sus  brazos  sin  sentido. 

XX. 

Y  echándola  á  su  espalda  se  la  porta, 
Como  arrebata  al  corderillo  errante 
Hambriento  lobo:  como  á  liebre  absorta  , 
En  sus  garras  el  águila  rapante. 
Rugiero  ve  cuánto  su  ayuda  importa, 

Y  corre  cuanto  puede  ;  y  el  gigante 
Tan  ligeros  sus  largos   pasos  lanza, 
Que  ni  á  seguirle  con  la  vista  alcanza. 


384  ORLANDO    FURIOSO. 

XXI. 

Así,  corriendo  aquél,  éste  jadeando 
Sudoroso  detrás,  furente  y  hosco, 
Por  la  vía,  que  se  iba  dilatando  , 
Salieron  del  boscaje  umbrío  y  fosco. 
Pero  quédense  aquí.  Yo  vuelvo  á  Orlando, 
Que  aquel  rayo,  que  fué  del  Rey  Cimosco 
Lanzó  del  alto  mar  en  lo  profundo, 
Porque  á  verlo  jamás  volviera  el  mundo. 

XXII. 

Mas  poco  fué;  que  la  serpiente  impía 
Que  inicua  lo  inventó,  con   arte  insana, 
Copiándolo  de  aquel  que  el  cielo  envía 
Para  lesión  de  la  familia  humana  , 
Causándonos  un  daño,  como  el  día 
En  que  á  Eva  engañó  con  la  manzana  , 
Hizo  que  lo  encontrara  un  Nigromante, 
De  nuestra  edad  en  tiempo  no  distante. 

XXIII. 

La  máquina  maldita ,  que  á  doscientos 
Codos  de  agua  yació  por  muchos  años, 
Fué  sacada  á  virtud  de   encantamientos, 

Y  á  Germania  llevada,  donde  extraños 
Se  hicieron  por  demás  experimentos  ; 

Y  abriéndoles  Satán  ,  para  más  daños. 
Los  ojos  de  la  vista  y  de  la  mente , 

Su  empleo  descubrieron  finalmente. 


CANTO    UNDÉCIMO.  385 

XXIV. 

Francia,  Italia,  y  del  mundo  una  gran  parte, 
Del  arma  el  uso  pérñdo  adoptaron. 
Unos  en  huecos  moldes,  con  gran  arte, 
Los  liquidados  bronces  derramaron: 
Otros  del  dúctil  fierro,  que  reparte 
Su  materia,  en  cien  formas  la  labraron. 
Quién  la  llamó  bombarda,  quién  escopio, 

Y  quién  doble  cañón,  ó  cañón  propio. 

XXV. 

Y  ora  sacre,  falcón,  ó  culebrina, 
La  oiréis  nombrar,  como  al  autor  le  agrada: 
Que  con  ella  el  metal,  la  piedra  arruina, 

Y  abre  paso  en  muralla  y  estacada. 
Ya  puedes  de  la  fragua  á  la  oficina 
Mandar  todo  tu  arnés,  y  hasta  la  espada; 

Y  échate  al  hombro  el  arcabuz  pesado, 
Si  pan  quieres  ganar,  triste  soldado. 

XXVI. 

¿Cómo  en  humanos  pechos  has  podido, 
Torpe  invención  ,  entrar?  Por  ti  va  muere 
La  gloria  militar  :  por  ti  ha  caído 
La  profesión  que  al  bravo  ennobleciere. 
Tú  el  esfuerzo,  el  valor  has  reducido 
A  que  al  más  digno  el  más  ruin  supere  : 
Ya  no  la  gallardía,  el  noble  aliento, 
Puede  siempre  en  el  campo  hallar  su  asiento. 
TOMO  I.  a5 


386  ORLANDO    FURIOSO. 

XXVII. 

Por  ti  bajaron  á  morder  la  tierra 
Tantos  señores,  caballeros  tantos, 
Antes,  que  el  fin  llegara  de  esta  guerra 
Que  á  la  Italia  y  al  mundo  costó  llantos. 
Tú  fuiste,  pues,  y  mi  decir  no  yerra. 
El  invento  más  bárbaro  de  cuantos 
Ocurrieron  á  espíritus  sutiles, 
En  torpes  medios  y  en  astucias  viles. 

XXVIII. 

Y  viendo  estoy  que  ,  del  fautor  odioso, 
Que  tantas  mereció  penas  agudas. 
Puso  Dios,  en  el  báratro  espantoso, 
El  alma  inicua  junto  al  mismo  Judas. — 
Mas  sigamos  á  aquel  que  presuroso 
Va  buscando  el  país  de  los  Ebudas, 
Donde  las  hermosuras  más  preciadas 
Son  al  monstruo  voraz  por  pasto  dadas. 

XXIX. 

Cuanta  más  prisa  tiene  el  Paladino, 
Parece  que  menor  la  tiene  el  viento; 

Y  en  soplar  por  la  popa  de  contino, 
O   por  ambos  costados  es  tan  lento, 
Que  se  avanza  con  él  poco  camino; 

Y  á  veces  ni  aun  da  al  barco  movimiento, 

Y  á  veces  tan  adverso  está  silbando , 

Que  hay  que  volverse,  ó  que  girar  orzando. 


CANTO    UNDÉCIMO.  387 

XXX. 

Mas  fué  favor  de  Dios  que  no  viniese 
Antes  del  Rey  de  Ibernia  á  aquella  parte; 
Porque  más  plenamente  se  cumpliese 
Lo  que  dentro  de  poco  he  de  narrarte. 
Mandó  Orlando  al  piloto  que  le  diese 
El  esquife,  y  le  dijo:    «Aquí  esperarte 
Debes;  que  sólo  yo,  sin  compañía. 
Quiero  avanzar  hasta  la  roca  impía. 

XXXI. 

Y  un  ancla  me  darás  de  temple  firio , 

Y  el  mayor  cable  que  la  nao  tiene; 

Y  verás  á  qué  objeto  los  destino, 

Si  conmigo  á  embestir  el  monstruo  viene. 

Y  echado  el  bote  al  mar,  el  Paladino 
Entró  en  él  con  las  cosas  que  previene  ; 

Y  la  espada  tan  sólo  al  flanco  allega , 

Y  sin  más  armas  al  peñón  navega. 

XXXII. 

Los  remos  trae  al  pecho  y  da  la  espalda 
Al  punto  mismo  á  do  bajar  intenta  ; 
Así  el  cangrejo  ,  en  la  marina  falda , 
Corre  con  falsa  marcha,  aunque  no  lenta. 
Era  el  momento  en  que  de  rojo  y  gualda 
Viste  el  cielo  la  aurora  soñolienta  , 

Y  va  la  faz  volviendo  á  Febo  hermoso,  ' 
No  sin  enojo  de  Titón  celoso. 


388  ORLANDO    FURIOSO. 


XXXIII. 

Ya  cerca  entonces  de  la  peña,  cuanto 
Alcanzar  puede  un  canto  despedido  , 
Juzga  oir  y  no  oir  un  triste  llanto  : 
¡Tan  débil,  por  el  agua,  es  su  sonido! 
A  la  izquierda  su  cuerpo  vuelve  un  tanto, 

Y  observando  en  la  playa  con  sentido, 
Ve  una  mujer  como  nació,  desnuda, 
Cuyos  atados  pies  la  mar  saluda. 

XXXIV. 

Como  lejana  está,  y  al  suelo  inclina 
La  faz,  no  es  de  admirar  no  la  discierna, 
Ambos  remos  constriñe,  y  se  avecina 
Llevado  del  temor  y  angustia  interna: 
Mas  mugir  siente  en  esto  la  marina  , 

Y  horrendos  rimbombar  selva  y  caverna. 
Sube  ola  atroz,  y  el  monstruo  aquí  aparece. 
Que  esconder  con  el  pecho  el  mar  parece. 

XXXV. 

Cual  suele  descender  de  cumbre  alzada 
Nube  henchida  de  viento  y  aguacero, 
Que  crece  y  se  derrama  dilatada  , 
Robando  al  día  su  esplendor  primero, 
Así  por  tanto  espacio  el  monstruo  nada, 
Que  parece  que  ocupa  el  golfo  entero. 
Bramando  el  mar,  avanza  ó  se  retira: 
Impávido  á  la  Forca  Orlando  mira. 


CANTO    UNDÉCIMO.  "iSg 

XXXVI. 

Y  como  quien  por  sí  no  sufre  apuro; 

Y  porque  á  un  tiempo,  á  la  infelice  diera 
Abrigo  y  al  cetáceo  asalto  duro, 
Rápidamente  avánzase  á  la  fiera, 

Y  el  barco  entre  las  dos  mete  seguro: 
Deja  quieta  la  espada,  y  se  apodera 
Del  áncora  y  del  cable  ;  y  al  coloso 
Con  su  gran  corazón  busca  animoso. 

XXXVII 
Cuando  el  monstruo  al  varón  que  va  á  su  encuentn 
Llegó  en  el  breve  esquife  á  divisallo, 
Abrió  tan  grande  boca,  que  en  su  centro 
Bien  pudiera  caber  hombre  á  caballo. 
No  se  detiene  Orlando,  y  se  echa  adentro  , 
Con  el  ancla  dispuesta,  y  si  no  fallo, 
Con  el  barco  también  ;  y  en  muestra  brava , 
Entre  la  lengua  y  paladar  la  clava  ; 

XXXVIII. 

Con  lo  cual ,  las  quijadas ,  que  dan  grima, 
Kn  vano  el  fiero  pez  jugar  pretende. 
El  minero  avanzando  en  honda  sima, 
Así  la  tierra  sobre  sí  suspende. 
Porque  no  en  ruinas  se  le  caiga  encima, 
Mientras  él  fijo  á  su  trabajo  atiende. 
De  pico  á  pico  el  áncora  es  tan  alta. 
Que  allí  Orlando  no  llega ,  si  no  salta. 


SgO  ORLANDO   FURIOSO. 

XXXIX. 

Clavadas  ya  las  puntas,  y  seguro 
Que  no  el  monstruo  cerrar  podrá  la  boca, 
Saca  la  espada,  y  por  el  antro  oscuro, 
De  tajo  y  punta  aquí  y  allí  la  toca. 
Como  cuando  el  contrario  entró  en  el  muro 
Suele  el  sitiado  defender  la  roca, 
Defenderse  el   cetáceo   procuraba. 
Del  Conde  que  en  su  gola  se  alojaba. 

XL. 

Y  opreso  del  dolor,  al  mar  se  arroja, 

Y  alza  los  flancos  y  la  grupa  entera  , 
Que  el  ahogado  respiro  la  acongoja: 
Con  el  vientre  la  arena  lanza  fiera , 

Y  el  Paladín  sintiendo  que  le  moja 
El  agua  asaz,   nadando   sale  fuera. 
Deja  clavada  el  ancla,  y  prontamente 
La  mano  al  cable  echó  de  ella  pendiente. 

XLI. 

Y  hacia  la  roca  rápido  nadando, 

Y  allí  afirmado  el  pie,  del  fierro  tira 
Que  está  ai  monstruo  la  boca  taladrando; 

Y  vanamente,  resistiendo  gira; 
Pues  le  obliga  á  seguirle  coleando 

La  fuerza  que  otra  igual  el  sol  no  mira; 
Pues  puede,  en  un  arranque  solamente. 
Más  que  en  diez  vueltas  cabrestán  potente. 


CANTO    UNDÉCIMO.  SqI 

XLII. 

Como  toro  que  al  asta  descuidada, 
De  improviso  tirar  se  siente  un  lazo, 
Brinca,  y  colea,  y  se  alza  á  la  empinada, 
Sin  poder  sacudirse  el  embarazo; 
Fuera  así  de  su   plácida   morada, 
Sacado  porla  fuerza  de  aquel  brazo. 
El  pez,  aunque  se  agita,  y  lucha,  y  brega, 
Al  cable  sigue  que  á  romper  no  llega. 

XLIII. 

Y  tanta  sangre  de  las  fauces  vierte  , 
Que  ese  día  la  mar  se  vuelve  roja, 

Y  sus  ondas  sacude  de  tal  suerte  , 

Que  el  fondo  enseña  y  con  la  cola  arroja 
Alta  el  agua ,  y  en  ímpetu  tan  fuerte , 
Que  tapa  el  sol,  y  hasta  las  nubes  moja, 
Retumbando ,  al  rumor  que  en  torno  suena, 
Selvas  y  montes  y  remota  arena. 

XLIV. 

De  su  gruta  Proteo  sale,  cuando 
Oye  que  el  mar  tan  crudo  se  embravece  , 

Y  en  sus  golas  al  ver  entrar  á  Orlando , 

Y  salir,  y  arrastrar  tan  vasto  peca. 
Huye  por  el  Océano,  dejando 

Su  ganado  esparcido,  y  tanto  crece 
El  fragor,   que  Neptuno  sus  delfines 
Empuja  á  los  etíopes  confines. 


Sgi  ORLANDO    FURIOSO. 

XLV. 

Con  Melicerta  '  al  cuello  ,  Ino  gimiendo  : 
Las  Nereidas,  del  padre  sin  cuidarse; 
Los  Tritones  y  Glaucos  van  huyendo 
Adonde  aquí  ó  allí  puedan  salvarse. 
Saca  el  Conde  á  la  orilla  el  pez  horrendo, 
Del  que  no  ha  menester  ya  fatigarse  ; 
Quede  los  golpes  y  la  angustia  fiera, 
Antes  muere  que  toque  á  la  ribera. 

XLVL 

Pueblo  asaz  de  la  ínsula  ha  salido 
A  contemplar  la  lidia  sobrehumana, 
Que  de  fatal  superstición  movido, 
Tan  generosa  acción  juzga  profana  ; 

Y  que   hará  sólo   el   lance  maldecido 
De  Proteo  atizar  la  rabia  insana; 
Pues  su  grey  lanzará  potente  y  mucha, 
Renovando  otra  vez  la  antigua  lucha. 

XLVIL 

Y  antes  de  que  el  castigo  mayor  sea, 
Piensa  que  más  pedir  le  convendría 
La  paz  al  Dios,  y  que  arrojado  vea 
A  la  mar  al  que  osó  la  acción  impía. 
Cual  pasa  el  fuego  de  una  en  otra  tea, 

Y  pronto  en  noche  oscura  esparce  el  día, 
Así  de  un  pecho  en  otro  va  cundiendo 
Ansia  de  echar  á  Orlando  al  golfo  horrendo. 


CANTO   UNDÉCIMO.  Sg'i 


XLVIII. 

Quién  de  una  piedra ,  y  quién  de  un  arco  armado 
De  espada  ó  lanza,  al  litoral  desciende, 
Y  de  frente,  y  de  atrás,  y  de  costado, 
De  cerca  ó  lejos,  cada  cual  le  ofende. 
De  asalto  tan  brutal  é  inesperado 
El  valeroso  Conde  se   sorprende, 
Viéndose  así  embestir  con  furia  y  dolo 
Por  lo  que  honra  y  merced  merece  sólo. 

XLIX. 

Mas,  como  suele  el  oso,  conducido 
Con  más  belvas  por  Rusios  ó  Lituanos  , 
Las  calles  recorrer,  sin  que  el  ladrido 
Le  inquiete  ó  turbe  de  los  gozques  vanos. 
Pues  parece  ni  haberlos  percibido. 
Así  desprecia  el  Conde  á  esos  villanos, 
Que  con  un  soplo  solo  de  su  aliento, 
A  toda  la  falange  echara  al  viento. 

L. 

Y  pronto  se  hace  abrir  en  torno  plaza , 
Cuando  á  ellos  vuelto,  á  Durindana  invoca; 
Que  se  creía  la  insolente  raza 
Que  será  débil  su  defensa  y  poca, 
Viendo  que  sin  escudo  ni  coraza. 
Ni  un  leve  arnés  ,  la  resistencia  es  loca. 
Mas  no  sabía  que  el  que  está  delante 
Tiene  la  piel  más  dura  que  el  diamante. 


^94  ORLANDO  FURIOSO. 

LI. 

Y  lo  que  en  él  los  otros  no  pudieron  , 
El  lo  pudo  en  los  otros  fácilmente. 
Treinta  mató ,  y  en  todo  sólo  fueron 
Diez  los  golpes  que  dio,  y  escasamente. 
Pronto  de  aquel  lugar  todos  huyeron  , 

Y  ya  á  soltar  la  dama  iba  impaciente, 
Cuando  nuevo  tumulto  y  grito  suena 
Por  la  extensión  de  la  Ebudense  arena. 

LII. 

Mientras  del  Paladín  por  esta  banda 
De  tal  modo  los  bárbaros  huían , 
Sin  resistencia  casi,  los  de  Irlanda , 
Por  varias  partes  la  ínsula  embestían  ; 

Y  ya,  sin  freno,  mortandad  nefanda 
De  la  ímpia  gente  por  la  costa  hacían  , 

Y  que  impiedad  ó  que  justicia  fuese, 
Sin  que  sexo  ni  edad  los  contuviese. 

Lili. 

Resistió  poco  ó  nada  el  pueblo  reo  : 
Ya  porque  de  improviso  fué  la  entrada, 
Ya  porque  es  horda  sin  marcial  arreo, 
Corta  en  número,  y  pobre,  y  no  avisada. 
La  ciudad  dada  al  fuego  y  al  saqueo 
Fué,  y  la  gente  en    sus  casas  degollada; 

Y  hasta  el  suelo  los  muros  arrasaron, 

Y  ni  un  habitador  vivo  dejaron. 


CANTO   UNDÉCIMO.  395 

LIV. 

Extraño  el  Conde  á  la  embestida   aquella  ^ 

Y  al  rumor  y  al  tumulto  y  á  la  ruina, 
Avanza  á  la  infeliz  que  se  querella 
Atada  en  el  peñón  de  la  marina. 

Mira  ,  y  eré  conocer  á  la  doncella  ; 

Y  más  conforme  más  se  la  avecina, 

Y  en  el  rostro,  de  lágrimas  cubierto, 
Olimpia  le  parece  ,  y  lo  es  de  cierto. 

LV. 

Olimpia:  la  que  á  prueba  tan  impía 
Redujo  amor,  y  la  desdicha  cruda 
Dio  á  los  piratas  ,  que  en  el  mismo  día 
La  llevaron  á  la  ínsula  de  Ebuda. 
Ella  reconoció  (cuando  volvía) 
Al  Paladín:  mas  viéndose  desnuda, 
Baja  tiene  la  frente  ,  y  no  osa  hablarle, 
Y,  llena  de  rubor,  ni  aun  á  mirarle. 

.     LVI. 

Mas  él  la  preguntó  qué  inicua  suerte 
Así  la  trajo  á  escena  tan  sangrienta, 
Cuando  en  brazos  de  esposo  noble  y  fuerte 
La  dejó  tan  felice  y  tan  contenta. 
«No  sé  (  le  respondió  )  si  de  la  muerte 
Gracias  os  debo  dar  por  verme  exenta  , 
Ó  si  dolerme  de  que  en  este  día 
No  haya  acabado  la  existencia  mía. 


396  ORLANDO    FURIOSO. 


LVII. 

«Dároslas  debo,  sí ,  pues  de  manera 
De  morirían  atroz  me  habéis  salvado; 
Que  espantoso  sería,  si  la  fiera 
En  su  vientre  me  hubiese  sepultado. 
Mas  del  dolor  que  invade  mi  alma  entera  , 
A  la  muerte  librarme  sólo  es  dado  ; 
Conque  os  debiera  aún  más,   si  me  salvaseis 
De  esta  carga  que  arrastro,  y  me  mataseis.» 

LVÍII. 

Con  gran  llanto   después  siguió  diciendo 
Cómo  por  su  ímpio  amante  fué  vendida  , 
Que  en  la  ribera  la  dejó  durmiendo, 
Donde  de  los  corsarios  fué  cogida. 
Y  mientras  ella  hablaba,  revolviendo 
Iba  el  cuerpo,  en  la  acción  en  que  esculpida 
A  Diana  se  ve,  cuando  en  la  fuente 
Agua  al  triste  Acteón  echa  en  la  frente. 

LIX. 

Pues  cuanto  más  esconde  vientre  y  pecho, 
Más  á  la  vista  espalda  y  flanco  entrega. 
Mientra  á  Olimpia  sacar  del  duro  estrecho 
El  Conde  ansia  ,  y  el  bajel  navega 
De  do  vestirla  puede,  á  corto  trecho. 
Ve  al  Rey  de  Ibernia,  á  cuyo  oído  llega, 
Que  ya  el  marino  monstruo,  por  quien  vaya, 
Muerto  al  largóse  encuentra  de  la  playa. 


CANTO    UNDÉCIMO.  397 

LX. 

Y  que  nadando  un  caballero  ha  ido 
A  meterle  en  la  gola  áncora  grave; 

Y  así  á  tierra,  de  sirga,  le  ha  traído, 
Como  se  suele  hacer  con    fuerte  nave. 
El  Rey,  á  quien  el  caso  han  referido, 
Por  ver  si  la  verdad  de  cierto  sabe, 
Aquí  se  viene ,  en  tanto  que  su  gente 
Quema  y  destruye  á  Ebuda  totalmente. 

LXI. 

El  Rey  Uberto,  aunque  se  hallaba  Orlando 
Tinto  en  sangre  y  de  broza  lleno  y  lodo 
(De  lo  que  tanta  copia  sacó,  cuando 
Salió  del  monstruo  do  sumióse  todo), 
Por  el  de  Brava  al  fin  le  fué  tomando, 

Y  más  cuando  del  hecho  supo  el  modo  ; 
Cayendo  en  cuenta  ,  que  de  lid  tan  nueva , 
Orlando  puede  sólo  hacer  la  prueba. 

LXI  I. 

Le  conoció  cuando  de  honor  Infante 
Estuvo  en  Erancia,  de  donde  ha  venido 
A  tomar  la  corona,  que  vacante 
Dejó  su  padre,  ha  poco  fallecido. 
En  la  corte  de  Carlos  imperante 
Le  vio  y  habló  cien  veces  complacido. 
Corrió,  pues,  y  en  sus  brazos  arrojóse, 

Y  por  confianza  el  yelmo  desnudóse. 


%8  ORLANDO  FURIOSO. 


LXIII. 

No  Orlando  menos  se  mostro  contento 
De  ver  al  Rey,  que  el  Rey  de  ver  á  Orlando. 
Repetido  el  gozoso  abrazamiento, 
Le  contó  el  Conde  el  proceder  infando 
Que  con  la  dama  de  virtud  portento 

Y  de  constancia  ejemplo  memorando. 
Tuvo  Bireno;  que  con  vil  falsía 
Pagaba  á  la  que  tanto  amor  debía. 

LXIV. 
Y  le  narró  las  pruebas  estupendas 
Que  fueron  de  su  amor  seguro  aviso  : 
Cómo  su  paz,  sus  deudos,  sus  haciendas 
Perdió  por  él ,  y  dar  la  vida  quiso  ; 

Y  que  no  pocas  vio  de  tales  prendas , 
De  que  puede  relato  hacer  preciso. 
Mientras  habla,  los  ojos  tan  amenos 
De  la  dama,  de  llanto  se  ven  llenos. 

LXV. 
Su  bello  rostro  está  cual  aparece 
Alguna  vez  de  primavera  el  cielo, 
Cuando  llueve  á  la  vez  que  el  sol  parece 
De  sí  apartando  el  nebuloso  velo; 

Y  como  entonce  el  ruiseñor  se  mece 

Y  trina,  en  el  laurel  del  bosquezuclo, 
Así  amor  en  sus  lágrimas  rcioza. 

Se  baña  en  ellas,  y  en  su  luz  se  goza. 


CANTO    UNDÉCIMO.  SpQ 

LXVI. 

Y  de  sus  ojos  en  la  tea  enciende 
El  áureo  astil ,  y  en  el  raudal  le  atìla 
Que  entre  blanca  y  rosada  flor  desciende; 

Y  en  punto  ya,  contra  el  garzón  le  enfila, 
Á  quien  malla  ni  escudo  le  defiende 

Del  refulgir  de  la  vivaz  pupila  ; 
Pues,  mientras  la  contempla  embebecido, 
Sin  saber  cómo ,  el  pecho  siente  herido. 
LXVI  I. 

Las  lindezas  de  Olimpia  eran  de  aquellas 
Nunca  vistas  ;  que  no  la  frente  sola, 

Y  las  líneas  del  rostro  tiene  bellas, 

Y  ojos,  boca,  nariz  y  seno  y  gola, 
Sino  que  al  descender  de  las  mamellas , 
Las  partes,  que  cubrir  suele  la  estola. 
Son  de  tanto  primor,  que  anteponerse 
Deben  á  cuanto  humano  puede  verse. 

LXVin. 

Al  puro  hielo  en  el  albor  vencían, 

Y  eran  más  que  el  marfil  tersas  al  tacto: 
Las  pomas  ,  que  de  leche  parecían 

De  los  juncos  sacada  en  aquel  acto, 
Ancho  espacio  entre  sí  se  dividían  , 
Cual  entre  dos  collados  mide  exacto 
Umbroso  val,  que,  en  estación  amena, 
Del  invierno  la  intacta  nieve  llena. 


400  ORLANDO   FURIOSO. 


LXIX. 

Las  caderas  son  curva  seductora  , 

Y  neto  cual  cristal  el  vientre  plano, 
Muestra  ser,  con  las  gracias  que  atesora, 
Por  Fidias  hecho  ó  por  más  diestra  mano. 
¿Y  qué  os  podré  decir  de  lo  que  ahora 
Intentaba  esconder  la  simple  en  vano? 
Os  diré,  en  suma,  que  no  hay  cosa  bella 
Que  de  la  frente  al  pie  no  luzca  en  ella. 

LXX. 

Si  hubiese  sido  en  la  campiña  Idea 
Vista  del  pastor  Frigio,  no  sé  cuánto 
De  envidia  ardiera  la  Ciprina  Dea  , 
Que  á  las  otras  venció  con  primor  tanto. 
Ni  á  la  playa  tal  vez  fuera  Amiclea  * 
El  huésped  á  violar  el  deber  santo  : 
O  «Quédate  con  Menelao  '  (diría) , 
Que  esta  Helena,  y  no  más,  mi  gusto  ansia.» 

LXXI. 

Y  si  viva  en  Cretona  estado  hubiera 
Cuando  Zeuxis  hacer  la  imagen  quiso 
De  Juno,  que  en  su  templo  erguir  debiera  , 

Y  desnudas  pintar  creyó  preciso 
Hermosas  tantas  ,  con  que  así  pudiera 
Elegir  de  una  el  seno,  de  otra  el  riso, 
A  ésta  sóla  tomara,  y  no  otra  alguna  , 
Pues  todas  las  bellezas  ella  aduna. 


CANTO    UNDÉCIMO.  4OI 

LXXII. 

No  creo  que  Bireno  vio  desnudo 
Aquel  tan  lindo  cuerpo,  que  estoy  cierto 
Que  no  sería  el  bárbaro  tan  crudo 
Que  le  dejara  en  el  fatal  desierto. 
Os  diré,  en  fin,  que  resistir  no  pudo, 

Y  en  tantos  fuegos  encendióse  Uberto, 
Que  la  consuela,  y  la  promete  y  jura 
Que  pronto  ha  de  acabar  su  desventura. 

LXXIII. 

Y  la  ofrece  partir  con  ella  á  Holanda  , 
Á.  recobrar  el  trono  que  ha  perdido, 

Y  dar  al  mundo  justa  y  memoranda 
Venganza  del  traidor  que  la  ha  vendido  : 
Que  marchará,  con  cuanto  pueda  Irlanda  , 

Y  lo  hará  prontamente,  y  decidido. 
Hace  buscar  en  tanto  por  doquiera 
Con  que  cubrir  su  desnudez  pudiera. 

LXXIV. 

No  allende  fué  preciso  que  se  mande 
Por  femeniles  ropas  para  el  gasto: 
De  las  bellas  las  hay,  en  copia  grande, 
Que  del  ávido  monstruo  fueron  pasto  ; 

Y  sin  que  mucho  se  requiera  y  ande, 
Halló  Uberto  de  todo  rico  abasto. 
Hizo  vestir  á  Olimpia;  y  aún  le  atrista. 
Que  no  de  excelsa  Emperatriz  la  vista. 

TOMO  I.  26 


402  ORLANDO    FURIOSO. 


LXXV. 

Mas  ¿qué  seda,  qué  sirgo,  ni  qué  oro 
Labra  industriosa  Florentina  mano. 
Ni  qué  recamo  borda  diestro  Moro, 
Que   pareciera  al  príncipe   Iberniano 
Vestido  digno  de  su  real  decoro? 
Ni  aun  hecho  por  Minerva  ó  por  Vulcano, 
Digno  de  revestir  le  Juzgaría 
Los  celestiales  miembros  que  veía. 

lxxVl 

Por  muchas  causas  de  ese  amor  contento, 
Dulce  satisfacción  al  Conde  cabe, 
Que  á  más  de  que  no  el  Rey  sin  escarmiento 
Ha  de  sufrir  que  el  criminal  se  alabe. 
Quedará  el  mismo  por  tal  medio,  exento 
De  harto  trabajo  fatigoso  y  grave  : 
Pues  no  aquí  por  Olimpia  vino  Orlando  : 
Vino  por  libertar  la  que  está  amando. 

LXXVIL 

Que  en  la  isla  no  estaba  vio  de  cierto  : 
Mas  no  que  nunca  estuvo  la  cuitada; 
Porque  ¿á  quién  demandar,  si  allí  fué  muerto 
Todo  el  enjambre  de  la  vil  brigada? 
A  la  siguiente  luz  zarpó  del  puerto, 
Llevando  á  todos  la  Irlandesa  armada, 
Y  con  ellos  también  al  Paladino, 
Pues  de  su  vuelta  á  Francia  era  camino. 


CANTO    UNDÉCIMO.  4OJ 

LXXVIII. 

Por  más  que  Uberto  de  rogar  no  cesa , 
Un  día  apenas  se  paró  en  Irlanda; 
Porque  aun  tardanza  leve  ya  le  pesa, 

Y  amor  en  pos  de  Angélica  le  manda. 
Parte;  yantes,  que  cumpla  su  promesa, 
Que  á  su  Olimpia  no  olvide ,  al  Rey  demanda  : 
Bien  que  no  ha  menester  le  recomiende 

Lo  que  en  tan  vivo  ardor  su  pecho  enciende. 

LXXIX. 

Recoge  en  breves  días  armas,  gente; 

Y  en  liga  con  los  Reyes  de  Inglaterra 

Y  de  Escocia,  recobra  diligente 

A  Holanda,  y  gana  del  Frison  la  tierra  : 

Y  á  Bireno  la  suya  hace  insurgente  ; 

Y  no  acaba  de  armarle  estrago  y  guerra. 
Hasta  que  en  lid  el  pecho  le  traspasa  : 
Pena  que  á  su  delito  aún  es  escasa. 

LXXX. 

A  Olimpia  por  esposa  tomó  Uberto, 

Y  de  Condesa  á  Reina  la  destina. — 
Orlando  en  tanto  por  el  golfo  incierto 
Día  y  noche  impertérrito  camina  ; 

Y  después  le  recibe  el  mismo  puerto 
Do  lanzóse  al  vaivén  de  la  marina  ; 

Y  en  Brilladoro  á  tierra  saltó  armado, 

Y  los  trances  dejó  del  mar  salado. 


404  ORLANDO   FURIOSO. 


LXXXI. 

Dicen  que  en  ese  invierno  aún  hizo  cosas 
Dignas  de  aquel  valor  tan  manifiesto  : 
Mas  las  hizo  correr  tan  silenciosas, 
Que  no  es  mi  culpa  si  os  defraudo  en  esto. 
Porque  Orlando  á  acabar  obras  famosas  , 
Más  que  á  narrarlas,  siempre  está  dispuesto  ; 

Y  nunca  de  ellas  la  noticia  suena, 
Hasta  que  al  mundo  con  su  ruido  llena. 

LXXXII. 

Pasó,  pues,  ese  invierno  tan  callado, 
Que  no  se  supo  del  cosa  segura  : 
Mas,  cuando  el  sol  desde  el  Tusón  dorado  ' 
Que  llevó  á  Frisio,  envió  su  lumbre  pura, 

Y  Zefiro  volvió  ledo  y  templado  , 
Nuncio  de  primavera  y  de  dulzura  , 
Las  hazañas  de  Orlando  ya  sonaban, 
Con  las  hierbas  y  flores  que  llegaban. 

LXXXIII. 

Por  playa  y  val;  por  bosque  y  por  otero, 
Iba  aquel  triste  ,  exhausto  de  esperanza. 
Cuando  junto  á  una  selva,  lastimero 
Agudo  grito  á  herir  su  oído  alcanza. 
Pica  ei  caballo  ,  empuña  el  fiel  acero, 

Y  á  do  suena  el  clamor  veloz  se  lanza. 
Mas  difiero  el  contar,  si  oirlo  os  place, 
Al  otro  canto  lo  que  de  este  nace. 


ORLANDO  FURIOSO 


ARGUMENTO  DEL  CANTO  DUODECIMO 


Orlando,  por  seguir  á  un  caballero 
Que  le  robaba  el  bien  que  más  quería, 
Á  un  gran  palacio  llega,  do  Rugiero 
Va  también ,  del  gigante  en  compañía. 
Sale  Orlando,  y  combate  emprende  fiero 
Con  Ferraud,  que  el  yelmo  le  exigía. 
En  dura  lid  con  los  paganos  entra  : 
Luego  á  Isabel  en  triste  gruta  encuentra. 


ORLANDO  FURIOSO 


CANTO    DUODECIMO. 


I. 


Ceres  así  que  de  la  madre  Idea  ' 
Fué  presurosa  á  la  apartada  falda 
En  donde  oprime  la  montaña  Etnea 
Del  fulminado  Encelado  la  espalda , 
A  la  hija  no  hallando,  que  la  Dea 
Dejó  dormida  en  lecho  de  esmeralda, 
Su  rostro  y  pechos  maltrató  divinos; 

Y  al  fin  irosa,  desgajó  dos  pinos. 

II. 

Y  encendidos  en  llamas  de  Vulcano, 
Virtud  les  dio  que  ardieran   permanentes; 

Y  uno  llevando  luego  en  cada  mano, 
En  su  carro,  que  tiran   dos  serpientes, 
Corrió  selva  y  egido ,  y  monte  y  llano  : 
Valles ,  ríos  y  lagos  y  torrentes, 

Y  tierra  y  mar;  y  cuando  arriba  el  mundo 
Registró  todo,  descendió  al  profundo. 


408  ORLANDO   FURIOSO. 

III. 

Si  á  Orlando  así  virtud  de  tal  valía  , 
Como  quisiera,  hubiérale  asistido, 
Por  buscar  á  su  Angélica  no  habría 
X^     Dejado  de  correr  selva  y  egido  , 

Ríos,  lagos,  y  tierra,  y  mar  bravia, 

Y  hasta  los  reinos  del  eterno  olvido. 
'    Mas  como  carro  y  sierpes  no  llevaba. 

Lo  mejor  que  podía  la  buscaba. 

IV. 

Toda  Francia  ha  corrido,  y  se  apareja 
'  Por  Italia  á  buscarla  y  Alemana  : 
Por  la  nueva  Casiiila  y  por  la  Vieja, 

Y  pasar  luego  á  Libia  desde  España. 
Mientra  pensaba  así,   como  una  queja 
Oye  sonar,  que  le  parece  extraña: 
Avanza  presto,  y  en  corcel  ligero 
Ante  sí  ve  escapando  á  un  caballero. 

V. 

En  brazos  lleva  ,  y  del  arzón  delante , 
Por  fuerza,  á  una  hermosísima  doncella 
Que  solloza,  y  con  pálido  semblante, 
Cual  pidiendo  socorro,  se  querella. 
El  valeroso  príncipe  de  Anglante 
En  cuanto  llega  á  ver  la  joven  bella, 
Que  es  la  perdida  amante  ,  le  parece  , 
Por  cuya  ausencia  de  dolor  perece. 


CANTO    DUODÉCIMO.  4O9 

VI. 

Y  no  digo  que  Angélica  se  crea; 
Mas  es  retrato  íiel  de  la  que  él  ama  ; 

Y  el  Conde,  que  oprimida  así  su  Dea 
Ve  en  brazos  de  otro,  furibundo  brama; 

Y  ardiendo  en  ira  por  maldad  tan  rea, 
Con  voz  tremenda  al  insolente  llama  ; 

Y  grita  y  le  amenaza,  y  del  caballo 
Hace  que  hierva  el  resonante  callo. 

VII. 

No  hay  que  el  felón  se  pare  ni  responda, 
Al  gran  provecho  de  su  presa  atento  , 

Y  por  la  selva  tan  veloz  se  ahonda, 
Que,  á  seguirle,  tardío  fuera  el  viento. 
Éste  corre,  aquél  huye;  y  por  la  fronda 
Se  oye  sonar  el  femenil  lamento. 

Así  salieron  á  una  verde  manta, 
Donde  un  rico  castillo  se  levanta. 

VIII. 

De  mármoles  magnífico  decoro 
El  palacio  real  luce  altanero; 

Y  en  él  penetra  por  su  puerta  de  oro , 
Con  la  dama  oprimida  ,  el  caballero; 

Y  detrás  de  ellos  llega  Brida  de  oro. 
Llevando  al  Conde  amenazante  y  fiero. 
Cuando  Orlando  la  vista  dentro  gira , 
No  más  ladrón  ,  ni  más  doncella  mira. 


410  ORLANDO    FURIOSO. 


IX. 

Veloz  desmonta ,  y  por  la  regia  casa 
Entra  y  recorre  el  ándito  precioso: 

Y  de  aquí  para  allí  la  planta  rasa , 
Registra  toda  con  empeño  ansioso, 

Y  visto  el  bajo  piso  ,  al  alto  pasa, 
Por  la  escala  que  sube  presuroso; 

Y  no  menos  en  lo  alto  que  en  lo  bajo, 
Pierde  el  buen  Conde  el  tiempo  y  el  trabajo. 

X. 

De  oro  y  seda  los  lechos  ve  vestidos  : 
De  muro  y  de  tapial  nada  aparece; 
Que  esos  y  el  suelo  brillan  guarnecidos 
De  tapices  que  añil  y  oro  enriquece. 
Aquí  y  allí  de  Orlando  los  sentidos 
Buscan  ,  y  nada  encuentra,  y  se  entristece 
De  no  hallar  á  su  amada  y  al  infame 
En  quien  su  enojo  vengador  derrame. 

X.I 

Y  mientras  vanamente  mueve  el  paso, 
Lleno  de  pensamientos  lastimeros, 
Ve  á  Brandimarte,  á  Ferraud,  Gradaso, 
A  Sacripante  y  otros  caballeros. 
Que  buscaban  salir  ,  con  fruto  escaso, 
Por  intrincadas  vueltas  y  senderos, 

Y  denostando  al  robador  punible, 
De  aquel  palacio  huésped  invisible. 


CANTO   DUODECIMO.  4I I 

XII 

Contra  el  felón  que  á  todos  ha  robado, 
De  todos  se  alza  murmurante  labia: 
Este  echa  menos  su  corcel  preciado: 
Por  la  perdida  dama  esotro  rabia, 

Y  de  cien  fraudes  más  es  acusado , 

Y  nadie  osa  salir  de  aquella  gabia  ; 

Y  lamentando  daños  y  reveses, 
Así  pasan  semanas  y  hasta  meses. 

XIII. 

Cuando  cinco  ó  seis  veces  hubo  Orlando 
El  extraño  palacio  recorrido , 
Dijo  entre  sí  :  «  Tal  vez  aquí  morando  , 
Habré  mi  tiempo  y  la  ocasión  perdido; 

Y  lejos  podrá  el  ladre  irse  burlando, 
Por  salida  interior  desparecido.» 

Y  con  sospecha  tal ,  sale  á  un  paseo  , 
Que  es  del  castillo  circular  recreo. 

XIV. 

Mientras  rebusca  á  diestra  y  á  siniestra 
El  verde  suelo  ,  con  afán  contino , 
Por  si  alguna  señal  ó  traza  muestra 
Que  indicio  pueda  dar  de  algún  camino, 
Se  oye  claro  llamar  de  una  fenestra  : 
Los  ojos  alza;  y  el  hablar  divino 
Le  parece  escuchar,  y  la  figura 
Ver  de  la  que  portento  es  de  hermosura. 


412  ORLANDO   FURIOSO. 


XV. 

Que  es  Angélica  juzga  ;  y  que  llorando 
Con  gran  dolor  le  dice  :  «¡Amparo!  ¡Ayuda! 
Mi  virginal  pudor  está  temblando  : 
¿Será  que  no  por  él  tu  brazo  acuda, 

Y  que  á  los  ojos  mismos  de  mi  Orlando 
Me  lo  robe  de  un  vil  la  rabia  cruda? 
Déme  tu  espada,  por  piedad,  la  muerte. 
Antes  que  baje  á  tan  humilde  suerte.» 

XVI. 

Una  vez  y  otra  vez  estos  acentos 
Le  hacen  volver,  correr  por  cada  estanza, 
Con  gran  fatiga  y  negros  pensamientos, 
Aunque  templados  ya  por  la  esperanza. 
Si  aquí  se  para,  escucha  unos  lamentos 
De  la  voz  de  su  amada  á  semejanza; 

Y  si  está  en  una  parte,  en  otra  el  Conde 
Sonar  los  oye,  sin  saber  en  dónde. — 

XVII. 

Mas  volviendo  á  Rugier,  que  dejé  cuando 
Dije  que  por  jaral  de  bosque  umbroso, 
Al  gigante  y  la  dama  alcance  dando, 
Iba  á  salir  á  un  vasto  prado  herboso, 

Y  que  llegó  sabéis,  antes  que  Orlando, 
A  aquel  mismo  castillo  primoroso. 

Os  diré  que  primero  entró  el  gigante, 

Y  detrás  del  el  irritado  amante. 


CANTO    DUODÉCIMO.  4l3 

XVIII. 

Así  que  en  lo  interior  la  planta  posa, 
Por  el  gran  patio  y  por  las  salas  mira, 

Y  ni  al  gigante  ve  ,  ni  ve  á  la  hermosa , 
Por  más  que  en  derredor  la  vista  gira; 

Y  arriba,  abajo  tiéndela  afanosa  : 
Corre ,  y  llegar  no  puede  á  lo  que  aspira  : 
Ni  alcanza  á  imaginar  dónde  tan  presto 
Se  hundió  con  ella  el  robador  funesto. 

XIX. 

Así  que  varias  veces,  por  la  insana 
Mansión,  prolijo  á  rebuscar  se  entrega; 

Y  sube  y  baja,  y  con  porfía  vana  , 
Toda  á  medirla  sin  descanso  llega; 
Parte,  esperando  hallarla  en  la  cercana 
Selva:  mas  una  voz  oye,  que  juega 
Cual  laque  Orlando  oyó,  con  tal  fatiga. 
Que  á  volver  al  palacio  así  le  obliga.    , 

XX. 

Una  voz  sola,  y  sólo  una  persona. 
Su  hermosa  Indiana  parecióle  á  Orlando, 

Y  á  Rugiero  la  suya  de  Dordona  * , 
Por  la  que  el  infeliz  está  penando. 
Si  con  Gradaso  ó  Ferraud  razona, 

Ó  con  cualquier  de  los  que  están  vagando  , 
Parece  á  cada  cuál  que  aquello  sea 
Engaño  que  por  él  solo  se  idea. 


414  ORLANDO   FURIOSO. 

XXI. 

Este  era  un  nuevo  y  desusado  encanto 
Compuesto  por  Atlante  de  Carena, 
Porque  á  Rugiero  entretuviese  un  tanto 
De  aquel  trabajo  la  apacible  pena; 

Y  al  influjo  fatal,  por  dar  quebranto, 
Que  á  perecer  tan  pronto  le  condena. 
Así  junta  esta  prueba  el  Mago  artero 
A  la  de  Alcina   y  del  castel    de  acero. 

XXII. 

Y  no  sólo  en  traer  allí  se  place 
A  Rugier;  que  á  los  Francos  de  más  fama 
Busca  también;  y  porque  al  joven  Trace 
No  le  den  muerte,  sus  prisiones  trama; 
Aunque,  mientras  vivir  allí  les  hace, 
No  falta  cuanto  el  hombre  precia  y  ama  ; 

Y  tan  provisto  su  palacio  tiene  , 

Que  estar  en  él  hasta  á  gustarles  viene. — 

XXIII. 

Mas  volvamos  á  Angélica,  que  lleva 
Aquel  anillo  milagroso  tanto, 
Que  hace  en  la  boca  la  invisible  prueba , 

Y  es,  en  el  dedo,  inaccesible  á  encanto: 
La  cual,  provista  en  la  silvestre  cueva 
De  alimento,  corcel,  ropa,  y  de  cuanto 
Menester  hubo,  abriga  el  pensamiento 
De  volver  á  su  indiano  regio  asiento. 


CANTO    DUODÉCIMO.  4l5 


XXIV. 

Á  Orlando  de  buen  grado  ó  Sacripante 
Llevar  quisiera;  y  no  porque  la  dama 
Estima  más  que  al  uno  al  otro  amante, 
Sino  porque  á  los  dos  al  par  desama. 
Mas  debiendo  ir  tan  lejos  á  Levante, 
Por  tantos  pueblos  de  esplendente  fama , 
Andar  sin  compañía  torpe  fuera, 
¿  Y  cuál  otra  más  tìel  llevar  pudiera? 

XXV. 

Ora  al  uno,  ora  al  otro  procurando 
Fué,  sin  hallar  indicio,  noche  y  día  : 
Ni  cuando  pueblos  recorrió,  ni  cuando 
Por  campos  los  buscó,  por  bosque  ó  vía. 
La  fortuna  por  fin  do  yace  Orlando 
Con  Sacripante  y  Ferraud  la  envía  : 
Al  palacio  en  que  tantos,  con  el  Conde, 
En  raro  laberinto  el  Mago  esconde. 

XXVL 

Entra  sin  que  la  vea  el  Nigromante  : 
Todo  lo  observa,  oculta  con  su  anillo, 

Y  ve  corriendo  á  Orlando  y  Sacripante 
Al  eco  suyo,  y  de  su  rostro  al  brillo; 

Y  ve  que,  figurando  su  semblante. 
Los  entretiene  el  Mago  en  el  Castillo. 
A  quién  dellos  elija  mucho  mide 
Dentro  de  sí,  y  al  fin  no  se  decide. 


4l6  ORLANDO   FURIOSO. 


XXVII. 

No  sabe  á  quién  de  entrambos  más  prudente 
Será  escoger  :  si  al  Conde  ó  si  al  Circaso. 
Orlando  á  defenderla  es  más  potente, 

Y  á  libertarla  de  difícil  paso  : 
Mas  si  le  hace  su  guía ,  fácilmente 
Puede  en  su  dueño  convertirse  acaso; 

Y  cuando,  sacia  del,  dejarlo  quiera , 
¿De  devolverlo  á  Francia  habrá  manera? 

XXVIII. 

Si  al  Circaso  prefiere  ,  podrá  ella 
Deponerle,  aunque  alzado  le  haya  al  cielo; 

Y  esta  razón  decide  á  la  doncella 

A  que  le  escoja,  y  muestre  amable  celo. 

Tomó  el  anillo,  y  de  su  frente  bella 

A  Sacripante  descorrióle  el  velo  : 

Mas  cuando  á  él  solo  hacerlo  imaginaba, 

Vio  á  Ferraud,  vio  á' Orlando  que  pasaba. 

XXIX. 

Digo  que  allí  venían ,  recorriendo 
Los  dos  con  impertérrita  porfía , 
Castillo  y  prado,  por  doquier  siguiendo 
A  la  que  amor  tan  grande  los  unía. 
La  m  irán ,  y  á  su  encuentro  van  corriendo , 
Porque  ora  ningún  fraude  lo  impedía; 
Pues  el  precioso  anillo,  ya  en  su  mano, 
El  encanto  de  Atlante  vuelve  vano 


CANTO    DUODÉCIMO.  417 

XXX. 

Los  tres  ciñen  arnés ,  si  casco  en  testa 
Sólo  dos  de  los  bravos  que  yo  canto  ; 
Pues,  desque  viven  la  mansión  funesta, 
Día  y  noche  le  usaban  sin  quebranto; 
Que  no  les  pesa  más  que  simple  vesta, 
A  aquel  arreo  acostumbrados  tanto. 
También  sus  armas  Ferraud  vestía; 
Que  yelmo ,  ni  llevaba  ,  ni  quería , 

XXXI. 

Hasta  ganar  aquel  que  el  Paladino 
Logró  de  Almonte,  en  buena  lid  ceñirse; 
Como  juró  cuando  del  velmo  fino 
De  Argalia  ya  otra  vez  quiso  servirse. 
Ora,  si  tuvo  al  Conde  allí  vecino, 
No  logró   Ferraud   con   él   medirse: 
Que  conocerse  dentro  no  pudieron 
Del  Castillo  encantado  en  que  vivieron. 

XXXIL 

Éralo  tanto  aquella  gran  morada, 
Que  nunca  ,  ó  de  otra  forma  se  veían  ; 

Y  usaban  día  y  noche  arnés  y  espada  , 

Y  jamás  del  escudo  prescindían. 
Sus  corceles  la  silla  al  lomo  echada, 
Puestas  las  bridas  al  arzón  ,  pacían 
Cerca  del  atrio,  y  en  estancia  amena  , 
De  secas  hierbas  y  de  granos  llena. 

TOMO  I.  27 


4l8  ORLANDO  FURIOSO. 

XXXIIÍ. 

No  Atlante  contener  puede,  ni  sabe  , 
Que  no  opriman  la  silla  los  varones , 
Pues  correr  tras  la  hermosa  sólo  cabe 
En  aquellos  fogosos  corazones  , 
Cuando  ella,  á  quien  parece  el  caso  grave, 
Á  su  montura  aplica  los  talones  : 
Que  no  á  los  tres  en  dura  compañía, 
Sino  al  uno  tras  otro  ver  quería. 
XXXIV. 

Y  así  que  del  palacio  separado 
Los  hubo,  sin  que  en  ellos  ya  temiera 
Que  el  Nigromante  el  proceder  malvado 
De  sus  inventos  ejercer  pudiera  , 
Del  dulce  labio,  entre  el  carmín  preciado 
Puso  al  que  amparo  en  sus  peligros  era  ; 

Y  á  los  simples  dejó  llenos  de  enojos, 
Despareciendo  súbito  á  sus  ojos. 

XXXV. 

Aunque  primero  sus  intentos  fueron 
Llevar  consigo  á  Orlando  ó  Sacripante, 
Porque  volverla  el  reino  la  ofrecieron 
Que  Galafrón   usurpa  allá  en  Levante  , 
Ambos  al  fín  su  hastío  se  atrajeron, 
Mudándose  su  gusio  en  breve  instante; 

Y  sin  darles  favor ,  ni  el  más  sencillo , 
Pensó  que  por  los  dos  vale  el  anillo- 


CANTO    DUODÉCIMO.  419 

XXXVI. 

Por  todo  en  derredor  vuelven  apriesa 
Estúpidos  sus  rostros  los  burlados, 
Como  el  can  que  siguiendo  va  á  su  presa  , 
Liebre  ó  zorr^ ,  y  de  pronto  en  los  cercados 
Se  le  oculta,  ó  en  cueva,  ó  mata  espesa, 

Y  su  olfato  y  vigor  deja  engañados. 
De  los  tres  queda  Angélica    riendo, 
Y,   no  vista,  cuanto  hacen  está  viendo. 

XXXVII. 

No  tiene  el  bosque  aquel  más  que  una  vía  , 

Y  no  dudan  los  tres  que  la  doncella 
Siguiendo  por  allí  se  escaparía  , 

Pues  no  se  puede  andar  más  que  por  ella. 
Volaba  Orlando,  Ferraud  corría, 

Y  Sacripante  todo  se  atropella. 

La  dama  un  tanto  el  palafrén  contiene, 

Y  tras  ellos  con  menos  pri.sa  viene. 

XXXVIII. 

Llegados  al  lugar  do  los  senderos 
Venían  á  perderse  en  la  foresta, 

Y  empezando  á  buscar  los  caballeros 
Si  en  la  hierba  señal  se  manifiesta, 
Ferraud  ,  que  de  fiero  entre  los  fieros , 
La  corona  ostentar  puede  en  su  testa, 
Dando  frente  á  los  dos,  con  faz  precita, 
«¿Vosotros  qué  buscáis  aquí?  (les  grita). 


420  ORLANDO   FURIOSO. 

XXXIX. 

«Volveos ,  ó  tomad  otro  camino , 
Si  no  queréis  que  os  llegue  la  agonía. 
I  Nadie  crea  que  aguanto  convecino 
En  amar  ó  en  seguir  la  dama  mía!  » 

Y  al  escucharle,  exclama  el  Paladino 
Con  altivo  desdén:   «¿Qué  más  podría 
Decir  este  varón ,  si  nos  tuviera 

Por  la  más  miserable  y  vil  ramera? 

XL. 
»(  Y  vuelto  á  Ferraud  )  :  ¡  Bestial  criatura  ! 
Si  sin  yelmo  (le  dice)  no  estuvieras, 
De  las  palabras  de  tu  lengua  impura 
Te  haría  que  ora  aquí  te  arrepintieras.» 

Y  el  pagano:   «¿Por  qué  te  tomas  cura 
De  lo  que  nada  importa  á  tus  quimeras? 
Sin  yelmo  como  estoy,  tengo  el  capricho 
De  sostener  contra  los  dos  lo  dicho.» 

XLI. 
Y  el  Conde  á  Sacripante  :  «Por  un  poco, 
Cortés  tu  yelmo  al  retador  le  presta  , 
Hasta  que  la  locura  que  en  él  toco 
Le  cure;  que  ninguna  vi   cual  esta.» 

Y  el  Circaso:  «Yo  en  eso  fuera  el  loco; 

Y  pues  juzgaste  la  demanda  honesta  , 
Préstale  el  tuyo;  que  en  remedios  buenos, 
Para  curar  á  locos,  no  soy  menos.» 


CANTO   DUODÉCIMO.  4»  I 

XLII 

Y  Ferraud:  «Los  dos  lo  sois  sobrado; 
Pues  si  llevar  un  yelmo  me  pluguiera, 
De  uno  de  esos  me  habría  apoderado, 
Sin  que  al  permiso  vuestro  me  atuviera. 
Mas  os  diré,  por  gracia  y  de  buen  grado , 
Que  juré  no  calarme  la  visera 

Hasta  ver  en  mis  manos  aquel  fino 
Con  que  ciñe  su  trente  el  Paladino.» 

XLIII. 

"¿Conque  (risueño  Orlando  le  responde) 
Piensas  que  así,  sin  yelmo,  eres  bastante 
Tú  para  hacer  al  Conde  lo  que  el  Conde 
En  Aspramonte  al  hijo  de  Agolante? 
Pues  si  le  vieras  freme  á  frente,  ¿á  dónde 
Iría  esa  hinchazón  tan  arrogante? 
No  sólo  el  yelmo  entonces  no  tendrías, 
Mas  en  pacto  tu  arnés  todo  darías.» 

XLIV. 

Y  dijo  el  español  :  «Veces  sobradas 

He  visto  y  puesto  al  Conde  en  tal  estrecho, 
Que  no  el  yelmo  ,  mas  fueran  me  entregadas 
Sus  armas  todas,  en  marcial  derecho  ; 

Y  si  así  no  ocurrió,  fué  que  mudadas 
Las  miras  suelen  ser  que  abriga  el  pecho. 
Entonces  no  lo  quise  :  hoy  ya  lo  ansio; 

Y  fácil  ha  de  serle  al  brazo  mío.» 


422  ORLANDO   FURIOSO. 

XLV. 

Más  paciencia  tener  no  puede  Orlando, 

Y  grita  :  «¡Falso,  fanfarrón,  perdido! 

¿En  dónde,  dime,  me  encontraste,  y  cuándo 
Más  que  yo,  puesto  en  armas,  has  podido? 
Ese  yo  soy  de  quien  te  vas  jactando  , 
Porque  de  ti  lejano  le  has  creído. 
Ahora  ve  si  tú  el  yelmo  has  de  quitarme, 
Ó  si  yo  de  tu  arnés  apoderarme. 

XLVI. 

»Y  ve  si  sobre  ti  ventaja  gano;» 

Y  así  diciendo  ,  el  yelmo  se  desprende, 

Y  de  un  mirto  le  cuelga ,  y  echa  mano 
De  Durindana  que  á  su  flanco  pende. 
No  pierde  Ferraud  su  gesto  ufano  : 

Su  damasquino  acero  al  aire  tiende  , 

Y  con  él ,  y  elevando  el  fuerte  escudo , 
Guarda  lo  que,  al  azar,  lleva  desnudo. 

XLVII. 

Así  los  dos  guerreros,  revolviendo 
Sus  caballos,  empiezan  á  asaltarse; 

Y  á  do  los  hierros  crújanse  rugiendo  , 
Allí  acuden  entrambos  á  tantearse. 
Nunca  la  tierra,  en  su  ámbito  estupendo  , 
De  una  pareja  tal  pudo  gloriarse  : 
Iguales  en  valor,  en  fuerza  iguales, 

De  que  puédanse  herir  no  dan  señales. 


I 


CANTO   DUODÉCIMO.  423 

XLVIII. 

Ya,  señor  mío,  que  sabéis  estimo 
Que  el  cuerpo  Ferraud  tiene  hechizado, 
Menos  allí  do  el  alimento  primo 
Toma  el  niño,  en  el  vientre  aún  encerrado  ; 

Y  hasta  que  del  sepulcro  el  negro  limo 
Le  cubra  el  punto  aquél,  le  lleva  armado 
Con  siete  planchas  de  metal  famoso. 
Que  le  guardan  de  golpe  peligroso. 

XLIX. 

Tiene  el  insigne  Príncipe  de  Anglante  , 
Fuera  de  un  sitio,  hechizos  igualmente  : 
Sólo  va  el  pie  seguro  por  delante, 
Pues  la  planta  es  herida  fácilmente. 
Los  dos,  en  lo  demás,  son  cual  diamante. 
Si  la  fama  habladora  no  nos  miente; 

Y  llevan  uno  y  otro,  en  la  lid  dura. 
Tan  sólo  por  adorno  la  armadura. 

L. 

Se  encrespa  y  encrudece  la  batalla. 
Que   no  se  puede  ver  con  faz  serena. 
Ferraud ,  cuando  punza  ó  cuando  talla , 
De  anillas  de  metal  el  campo  llena. 
Todo  golpe  de  Orlando  ó  plancha  ó  malla 
Desclava,  hace  crugir,  raja  ó  barrena. 
De  Angélica ,  invisible ,  el  pecho  late , 
Allí,  sola,  mirando   el  gran  combate. 


424  ORLANDO    FURIOSO. 


LI. 

Porque,  en  tanto,  el  Circaso  Rey,  pensando 
Que  no  lejos  Angélica  estuviese , 
Así  que  mira  á  Ferraud  y  Orlando 
Trabados  ya,  por  el  camino  fuese 
Por  do  creyó  que  se  escapaba  ,  cuando 
Desparecer  de  pronto  se  la  viese  ; 
Así  que  á  contemplar  la  lucha  brava 
De  Galafrón  la  hija  sola  estaba. 

LlI. 

Cuando,  cual  era,  horrible  y  pavorosa. 
Ella  cerca,  encenderse  la  vio  tanto, 

Y  crecer  cada  vez  más  peligrosa. 

De  suspender  tan  bárbaro  quebranto, 

Y  á  otro  asunto  llamarlos,  deseosa  , 
Robarles  quiso  el  yelmo  ,  por  ver  cuánto 
Podrán  hacer,  al  ver  que  se  les  quita 
La  ocasión  que   á  la  lid  les  precipita. 

LIH. 

Devolvérsele  al  Conde  se  propone: 
Mas  quiere  el  juego   aquel  hacer  primero. 
Toma  el  yelmo,  y    al   hombro  se  le  pone; 

Y  después  de  mirar  al  par  guerrero, 

A  partir,  sin  más  habla,  se  dispone; 

Y  ya  lejos  buscaba  otro  sendero. 

Sin  que  en  el  hecho  aquel  pusieran  mente; 
I  Era  tanta  en  los  dos  la  furia  ardiente! 


CANTO  DUODÉCIMO.  425 

LIV. 

Ferraud,  que  ante  el  mirto  se  coloca, 
Dice  al  Conde,  del  caso  ora  advertido: 
«Mira  cómo  por  sandios  nos  provoca 
El  otro  que  con  nos  hemos  tenido: 
¿Cuál  el  premio  será  que   ya  le  toca 
Al  vencedor ,  si  el  yelmo  hemos  perdido?» 
Párase  Orlando,  y  hacia  el  árbol  mira: 
No  ve  su  hermoso  casco,  y  arde  en  ira. 

LV. 

Y  en  la  opinión  de  Ferraud  conviene 
De  que  el  otro  lastima  su  decoro, 

Y  ni  un  punto  sus  ímpetus  contiene , 

Y  las  espuelas  clava  á  Brida  de  oro. 
Ferraud,  que  lo  ve,  no  se  detiene  , 

Y  cuenta  el  no  seguirle  por  desdoro. 
Cuando  al  sitio  llegaron  do  la  huella 
Ven,  que  dejó  en  la   hierba  la  doncella, 

LVl. 

Tomó  Orlando  del  monte  la  vertiente 
Hacia  un  val,  por  do   entróse  Sacripante 

Y  Ferraud  se  dirigió  al  Oriente, 

Por  el  monte  do  va  la  hermosa  errante, 
En  medio  del,  la  joven  á  una  fuente 
Llegó,  que  al  margen  de  verjel  fragante, 
Con  fresca  linfa  al  pasajero  invita. 
Que  de  allí  sin    probarla    no  se  quita. 


426  ORLANDO   FURIOSO. 


LVII. 

Angélica  se  acerca  á  su  onda  pura , 
Cierta   de  que    ninguno  la  sorprende. 
Pues  de  todo  peligro  va  segura 
Con  el  anillo  fiel  que  la  defiende. 
El  yelmo,  no  bien  entra  en  la  espesura, 
A  la  rama  de  un  árbol  le  suspende; 

Y  busca  do  más  yerba  y  mejor  nazca. 
Porque   su  yegua  con   más  gusto  pazca. 

LVIII. 

Ferraud,  que  las  huellas  ha  seguido 
De  la  dama,  á  la  fuente  se  acercaba  ; 
Cuando  ella  que  le  ve  y  ha  conocido. 
Huye  otra   vez  con  impaciencia  brava; 

Y  el  yelmo,   que  al  huir  se  le  ha  caído. 
No  recoge,  pues  ya  lejos  se  hallaba. 
Cuando  repara  en  ella,  el  Sarraceno 
Corre  detrás,  de  inmenso  gozo  lleno. 

LIX. 

La  dama  ,  que  un  momento  vio  delante  , 
Se  le  evapora  cual    fantasma  en  sueño  : 
Él,  por  las  matas,  búscala  anhelante; 
Mas   á  su    pobre  vista  es  vano  empeño. 
De   Macón  blasfemando,   y  Trebigante  >, 

Y  de  Mahoma,  su  profeta  y  dueño, 
Ferraud  á  la  fuente  torna  bella, 

Y  del  Condecí  morrión  encuentra  en  ella. 


CANTO    DUODÉCIMO.  427 

LX. 

Al  punto,  por  lo  escrito  conocióle 
Que,  de  la  orla  en  derredor,  declara 
Que  el  Príncipe  de  Anglante  conquistóle  , 

Y  á  quién,  y  cómo  y  cuándo  le  ganara. 
El  pagano  en  su  testa  colocóle, 

Y  ese  hallazgo  su  duelo  algo  repara  ; 

Su  duelo,  porque  pierde  aquel  bien  sutno  , 
Que  ante  sus  ojos  se  convierte  en  humo. 

LXI. 

Así  que  el  yelmo  se  caló  en  la  testa , 
Vio  que  para  alcanzar  cuanto  apetece 
Á  Angélica  encontrar  sólo  le  resta , 
Que  relámpago  luce  y  desparece. 
Con   afán  la  buscó  por  la  foresta; 

Y  cuando  su  esperanza  desfallece 

De  hallar  huella  ó  vestigio  en  el  terreno, 
Volvió  á  París  al  campo  sarraceno , 

LXII. 

Mitigado  el  pesar,  como  os  decía, 
De  no  haber  á  su  amor  alivios  dado, 
Con  poseer,  según  jurado  había. 
El  yelmo  de  varón  tan   afamado. 
Cuando  Orlando  esto  supo,  noche  y  día 
Fué  Ferraud  por  él  doquier  buscado. 
Sin  poder  alcanzarlo,  hasta  que,  fuerte, 
Entre  dos  puentes  le  encontró  y  dio  muerte  <, 


4^8  ORLANDO    FURIOSO. 

LXIII. 

Angélica  invisible  iba  y  solita 
Caminando  con  baja  y  triste  frente, 
Porque  el  yelmo  perdió  ,  cuando  en  su  cuita 
Se  le  cayó  tan  próximo  á  la  fuente. 
«Mi  ligereza  al  Conde  el  yelmo  quita: 
¡Ay!   con  acuerdo  anduve   no   prudente: 
¡Buena  paga  por  cierto  ésta  primera 
Por  tanto  como  Orlando  por  mí  hiciera! 

LXIV. 

»Con  la  intención,  á  fe  ,  mejor  que  cabe, 
Aunque  efecto  diverso  y  triste  siga, 
Tomé  el  yelmo  ,  y  mi  objeto  ¡  Dios  lo  sabe  ! 
Fué  por  dar  tregua  á  tan  atroz  fatiga, 
No  porque  ese  español  bruto  se  alabe, 
Y  el  yelmo,  que  ganar  juró,  consiga.» 
En  su  interior  así  va  lamentando 
Haber  privado  de  su  yelmo  á  Orlando. 

LXV. 

Descontenta  de  sí,  tomó  la  vía 
Que  tuvo  por  mejor,  siempre  al  Oriente. 
Se  ocultaba,  ó  de  pronto  aparecía. 
Según  el  sitio,  la   ocasión,   lu  gente. 
Después  que  mucha  tierra  andado  había. 
Llegó  á  un  bosque,  en  el  cual  inicuamente  , 
Entre  dos  compañeros  muertos,  vido 
A  un  jovencito,  en  medio  el  pecho  herido. — 


CANTO   DUODÉCIMO.  429 

LXVÍ. 
Pero  aquí  quede  Angélica:  bastante 
Aún  tengo  que  decir  que  os  interese; 

Y  á  Ferraud  también  y  á  Sacripante 
Quiero  olvidar,  por  poco,  aunque  nie  pese. 
Para  acudir  al  príncipe  de  Anglante; 

Que  atrás  debo  dejar  á  quien  que  fuese. 
Por  narrar  las  fatigas  que  corría, 
Buscando  lo  que  al  fin  nunca  obtendría. 

LXVII. 

En  la  primer  ciudad  con  que  tropieza 
Porque  de  andar  cubierto  bien  se  cura  , 
Viste  de  un  casco  nuevo  su  cabeza; 

Y  de  cualquiera  laya  le  procura, 
Pues  sea  poca  ó  mucha  su  firmeza  , 
De  su  cuerpo  el  hechizo  le   asegura. 
Así  oculto  ,  prosigue  ,  á  toda  prisa  , 

Que  llueva  ó  queme  el  sol,  en  su  pesquisa. 

LXVIII. 

A  la  hora  en  que  Febo  sus  corceles 
Del  mar  sacaba  ,  humedecido  el  pelo, 

Y  la  aurora  de  lirios  y  claveles 
Iba  regando  la  extensión  del  cielo, 

Y  las  estrellas  ,  á  su  riego  infieles  , 
Tomaban  ya  para  esconderse  el  velo  , 
Un  día,  á  vista  de  París  pasando, 

Dio  muestra  insigne  de  su  esfuerzo  Orlando. 


43o  ORLANDO   FURIOSO. 

LXIX. 

Se  halló  con  dos  escuadras:  Manijarte 
Mandaba  la  primera,  el  canecido 
Rey  de  Negricia,  un  tiempo  bravo  Marte, 
Cual  hoy  para  el  consejo  más  cumplido. 
A  la  segunda  guía  el  estandarte 
Del  Rey  de  Tremecén,  que  era  tenido 
En  África  por  lanza  la  más  brava; 

Y  entre  su  gente  Alcirdo  se  llamaba. 

LXX. 

Éstos  con  el  ejército  pagano , 
Pasaron  la  invernada  larga  y  fría  : 
Cuál  cabe  la  ciudad  :  cuál  más  lejano  , 
Por  castillos  y  pueblos  que  allí  había; 
Porque  Agramante ,  que  consume  en  vano, 
En  expugnar  París  ya  más  de  un  día  , 
Quiere  asaltarlo,  y  exponerlo  todo, 
No  pudiendo  tomarlo  de  otro  modo. 

LXXI. 

Con  tal  desighio  innumerable  gente 
Juntó  á  la  que  con  él  llegada  era  ; 

Y  á  la  que  ,  desde  España  ,  está  obediente 
Del  Rey  Marsilio  á  la  real  bandera; 

Y  asoldó  mucha  en  Francia  fácilmente; 
Pues  cuanto  hay  de  París  á  la  ribera 

De  Arles,  con  parte  de  Gascuña,  excepto 
Breves  rocas,  se  rinde  á  su  precepto. 


CANTO    DUODÉCIMO.  43 1 

LXXII. 

Y  así  que  á  derretirse  los  cristales 
Empezaron  de  fuente  y  de  laguna  ; 

Y  campo  y  prado  y  bosque  á  dar  señales 
De  ir  sacando  sus  galas  una  á  una  , 
Agramante  convoca  á  los  parciales 
Secuaces  de  su   próspera   fortuna; 
Que  á  la  siguiente  luz  reseña  pasa  , 

Para  dar  forma  á  tan  ingente  masa. 

LXXIII. 

Á  su  llamada,  el  Rey  de  Tremisene, 
Con  el  de  la  Nigricia  allí  acudía, 
Para  á  tiempo  llegar,  á  do  conviene 
Numerar  tanta  escuadra  y  compañía. 
Orlando,  por  acaso,  á  hallarlos  viene  , 
Como  os  he  dicho  ,   por  la   misma  vía, 
Por  do    buscando  va,  como  acostumbra, 
El  sol   de  amor  que  su  existencia   alumbra. 

LXXIV. 

Cuando  Alcirdo  al  varón  mira  eminente  , 
Que  otro  de  más   valer  no  tiene  el  mundo, 
Con  tan  fiero  y  altivo  continente, 
Que  el  de  Marte  á  su  lado  era  segundo , 
Quedó   admirado  al  ver  su  noble  frente, 
Su  vista  audaz,  su  rostro  furibundo, 

Y  le  estimó  varón  de  nombradía, 

Y  probarse  con  él  ya  sólo  ansia. 


432  ORLANDO    FURIOSO. 

LXXV. 

Era  joven  Alcirdo,  y  arrogante, 

Y  de  gran  fuerza  y  corazón  dotado; 

Y  para  entrar  en  lid  salió  adelante  : 
¡Más  le  valiera  quieto  haberse  estado! 

Que, en  el  encuentro,  el  príncipe  de  Anglante 
Arrojóle,  del  pecho  atravesado  . 
Escapando  el  corcel,  de  espanto  lleno, 
Ya  sin  jinete  que  le  rija  el  freno. 

LXXVI. 

Súbito  aquí,  elevóse  un  grito  horrendo 
Con  que  el  aire  tristísimo  resuena, 
Cuando   vieron  al    mísero,  cayendo, 
Brotarla  sangre  en  tan    copiosa  vena. 
Contra  el  Conde  gran  turba  entra  rugiendo, 

Y  cien  golpes  le  asesta  ,  de  ira  llena , 

Y  aún  más  granizo  de  volantes  dardos 
Lanza  al  que  es  nata  y  flor  de  los  gallardos. 

LXXVII. 

Con  el  rumor  con  que  la  gente  irsuta 
Correr  suele,  olvidando  su  cabana. 
Si  el  lobo  hambriento,  por  sorpresa  astuta, 
Ó  el  oso  que  bajó  de  la  montaña , 
Con  un  lechón  corriendo  va  á  su  gruta, 
Cuyo  gruñido  aturde  la  campaña. 
Con  ese  el  vil  tropel  avanza  á  Orlando: 
¡À  él,  á  él!  (con  frenesí  gritando). 


CANTO   DUODÉCIMO.  433 

LXXVIII. 

Saeta,  lanza,  espada  á  la  coraza 
A  cientos  van,  y  á  miles  al  escudo 
Quién  por  detrás  le  hiere  con  la  maza: 
Quién  le  da  por  delante  golpe  rudo. 
Mas  aquel  que  jamás  temió  amenaza  , 
Del  bárbaro  gentío  temer  pudo 
Lo  que  dentro  el  redil  el  lobo  suele 
Temerlos  cientos  del  rebaño  imbele. 

LXXIX. 

Desnuda  vibra  la  fulmínea  espada  , 
Que  da  la  muerte  á  turba  tan  ingente, 
Que  bien  le  cabe  ocupación  colmada 
Al  que  número  tal  contar  intente. 
Corre  un  río  de  sangre  por  la  estrada, 
En  que  no  cabe  ya  la  muerta  gente  ; 
Porque  no  yelmo  ni  broquel  retrae 
A  la  atroz  Durindana  donde  cae  : 

LXXX. 

Ni  casco  henchido  de  cotón,  ni  tela 
Que  en  mil  vueltas  la  frente  orla  y  circunda. 
No  con  ayes  el  aire  solo  vuela , 
Pues  de  rompidos  miembros  hoy  abunda: 
La  muerte  por  el  campo  va  y  asuela , 
Y  todo  de  cadáveres  lo  inunda. 
Diciendo:  «Más  que  mi  segur  insana 
Vale  en  manos  de  Orlando  Durindana.» 
TOMO  I.  28 


434  ORLANDO  FURIOSO. 

LXXXI. 

Sus  golpes  menudea  de  manera 
Que  todos  á  la  fuga  se  lanzaron; 

Y  el  tropel,  tan  veloz  como  viniera, 
Porque  á  uno  solo  acometer  juzgaron  , 
Ora  ni  al  padre,  ni  al  hermano  espera, 
Por  rebasar  los  puestos  que  dejaron. 
Quién  corre  á  pie,  ó  en  el  corcel  se  lira; 
Que  si  el  camino  es  bueno  nadie  mira. 

LXXXII. 

Iba  en  torno  el  valor  con  el  espejo 
Que  del  alma  hace  ver  cualquiera  arruga; 

Y  en  él  no  se  vio  nadie  sino  un  viejo 

Á  quien  la  edad,  la  sangre  aún  no  le  enjuga: 
Ese  halló  en  el  morir  mejor  consejo, 
Que  deshonrar  la  vida  con  la  fuga  : 
El  de  Nigricia  fué,  que,  sin  jactancia, 
Va,  lanza  en  ristre,  al  Paladín  de  Francia. 

LXXXIII. 

En  el  envés  la  rompe  del  escudo 
Del  Conde,  que  ni  un  ápice  movióse; 

Y  en  Durindana,  que  oponerle  pudo 
Solo  de  plano  Manilardo  hirióse. 
Fortuna  le  ayudó,  que  el  fierro  crudo 

De  Orlando,  al  dirigirlo  al  Rey,  volvióse: 
No  fué  posible,  pues,  de  hlo  darle; 
Pero  sí  fácil  del  arzón  lanzarle. 


CANTO    DUODÉCIMO.  435 


LXXXIV. 

Del  corcel,  sin  sentido,  cae  á  tierra. 
No  para  el  Conde,  ni  á  mirar  se  vuelve; 
Que  á  otros  mata,  acuchilla,  hiende,  a  ferra , 

Y  á  todos  los  dispersa  y  los  envuelve. 
Como  cuando  con  ella  el   sacre  cierra. 
Bandada  de  estorninos  se  disuelve. 
Del  Mauro  así,  por  la  llanura  vasta. 
Este  cae,  ese  muere,  aquel  se  aplasta. 

LXXXV. 

No  terminó  la  desigual  palestra 
Hasta  que  el  campo  se  quedó  sin  gente. 
Dudoso  Orlando  en  proseguir  se  muestra 
Por  la  vía  que  trajo  hasta  el  presente, 
Ó  en  tomar  á  la  diestra  ó  la  siniestra  ; 

Y  no  es  mucho  la  duda  le  atormente 
De  andar  á  todas  partes  á  buscarla , 
Menos  á  aquella  adonde  puede  hallarla. 

LXXXVI. 

De  la  entrada  apartado,  que  animoso 
Dejó  en  la  lid,  recorre  el  Paladino 
Pueblos,  campos  y  selvas  afanoso , 
Hasta  que  al  pie  de  una  montaña  vino  , 
Donde  un  humo  salir  vio  luminoso 
De  un  peñasco  lejano  del  camino; 

Y  dirigióse  hacia  la  luz  flotante, 

Por  si  en  aquel  lugar  se  halla  su  amante. 


436  ORLANDO   FURIOSO. 

LXXXVII. 

Como  del  bosque  en  la  nebrina  hojosa  , 
Ó  en  el  rastrojo ,  en  la  campiña  abierta  , 
Cuando  se  sigue  á  liebre  temerosa 
Por  maleza  intrincada  y  senda  incierta  , 
Se  acude  á  cada  mata,  á  cada  fosa, 
Por  si  en  su  centro  oscuro  está  encubierta, 
En  busca  de  su  bien  así  se  lanza 
Orlando  á  do  le  lleva  la  esperanza. 

LXXXVIII. 

Hacia  la  llama  aprisa  caminando, 
A  la  entrada  del  bosque  llega  el   Conde 
Do  más  la  luz  que  sube  va  aclarando  : 
La  cual  á  extensa  gruta  corresponde. 
Ve  que  á  su  frente  está  como  amparando 
Con  trama  de  hojarasca  que  la  esconde  , 
A  los  que  dentro  viven  ,  porque  ultraje 
No  reciban  ni  daño  en  tal  paraje. 

LXXXIX. 

Aunque  no  es  dable  verla  por  el  día  , 
De  noche  por  su  luz  es  descubierta. 
Bien  ve  Orlando  lo  que  eso  ser  podía  ; 
Pero  quiere  tener  la  prueba  cierta  , 

Y  así  que  á  Brida  de  oro  atado  había  , 
Va  á  la  gruta  de  obstáculos  cubierta, 

Y  por  su  boca,  de  hojas  rodeada, 
Penetra  dentro,  sin  pedir  la  entrada. 


CANTO    DUODECIMO.  437 

xc. 

Por  cien  gradas  al  fondo  se  bajaba 
Donde  sepulta  yace  viva  gente  ; 

Y  no  poco  el  peñasco  espacio  daba, 
En  bóveda  tallada  diestramente. 
No  la  diurna  luz  dentro  llegaba  , 
Por  la  boca  que  envía  insuficiente  : 
Mas  la  recibe  asaz  de  una  fenestra 
Que  tiene  su  abertura  á  mano  diestra. 

XCI. 

En  medio  de  la  cueva,  junto  á  un  fuego, 
A  una  joven  hermosa  se  veía, 
Que  parecióle  al  Conde  desde  luego 
Que  quince  años  no  más  tener  podría  ; 

Y  tan  hermosa,  que  el  agreste  y  ciego 
Lugar  en  paraíso  convertía; 

Y  eso  que  de  sus  ojos  llanto  vierte , 
Seguro  indicio  de  su  triste  suerte, 

XCII. 

Con  ella  está  una  vieja  en  gran  disputa , 
Cual  suele  entre  mujeres  ser  el  uso  : 
Mas  así  que  el  guerrero  entró  en  la  gruta, 
Cesó  el  hablar  y  el  replicar  difuso. 
Él  las  saluda  atento;  y  de  su  ruta 

Y  aquella  entrada  al  explicar  confuso , 
Ellas  se  levantaron  prontamente, 
Respondiendo  al  saludo  cortésmente. 


438  ORLANDO    FURIOSO. 


xeni. 

Verdad  es  que  turbáronse  un  instante, 
Cuando  oyeron  de  pronto  aquel  acento, 

Y  vieron  penetrar  tan  arrogante 

A  un  hombre  de  tan  crudo  portamento. 
Orlando  demandó  quién  fué  bastante 
Injusto,  descortés,  feroz,  violento, 
Para  tener  so  tierra,  así  sepulto. 
Tan  lindo  rostro,  tan  gallardo  bulto. 

XCIV. 

Y  respondió  la  joven  fatigosa , 
Por  el  triste  sollozo  interumpida. 
Que  entre  las  perlas  y  el  carmín  rebosa  , 
Mientras  con  llanto  riega  dolorida 
De  su  divina  faz  el  lirio  y  rosa , 

Y  aun  al  vuestro  tal  vez  dando  salida , 
Lo  que  en  el  canto  oiréis  que  presto  sigue 
Cuando  el  cansancio  vuestro  se  mitigue. 


FIN    DEL    TOMO    PRIMERO. 


NOTAS 

CORRESPONDIENTES  A  LOS  DOCE  PRIMEROS  CANTOS 

CANTO  PRIMERO 

I  Esta  guerra  que  nos  canta  el  Ariosto  es  casi 
pura  invención.  En  su  fondo,  y  en  la  mayor  parte 
de  sus  detalles,  ha  seguido  al  poeta  Mateo  Boyar- 
do, que  escribió  un  poema  titulado  Orlando 
amoroso,  que  estuvo  muy  en  boga  ;  y  aunque  su 
estilo  es  pesado  é  inculto,  respecto  del  interés  y 
de  la  invención,  fué  en  su  tiempo  el  encanto  de 
sus  lectores.  Otro  poeta  (el  Berni)  resucitó,  con  el 
título  de  Orlando  enamorado,  el  muerto  poema 
del  Boyardo,  revistiéndolo  de  un  nuevo  y  elegan- 
te estilo,  que  le  hizo  tan  célebre  y  popular,  que 
Ariosto  no  dudó  en  apropiarse  el  asunto;  enri- 
queciéndole de  tal  modo,  que  es  hoy  en  Italia,  y 
acaso  en  Europa,  una  de  las  más  preciadas  joyas 
de  la  moderna  literatura. 

Nuestro  gran  poeta  dio  á  su  poema  el  título  de 
Orlando  fukioso;  tal  vez  por  no  desviarse  dema- 
siado del  nombre  que  tan  célebre  se  había  hecho, 
porque  en  realidad  le  correspondía  con  más  pro- 
piedad el  de  Rugiero;  pues  la  locura  de  Orlando 
en  el  poema  no  pasa  de  un  bello  é  interesantísi- 


440 


ORLANDO   FURIOSO. 


mo  episodio,  cuando  su  héroe  principal  es  aquel 
otro,  á  quien  supone  fundador  déla  casa  de  Este, 
en  el  Ducado  de  Ferrara ,  del  cual  y  de  la  cual  se 
ocupa  en  casi  todo  el  poema,  siguiendo  con  amor 
predilecto  á  su  'protagonista  en  muchos  de  sus 
cantos,  contándonos  su  historia  desde  su  naci- 
miento, prediciéndonos  su  muerte,  y  hasta  aca- 
bando el  poema  con  la  victoria  de  Rugiero  sobre 
Rodomonte,  no  de  otro  modo  que  Virgilio  acaba 
su  Eneida  con  la  muerte  de  Turno  á  manos  del 
prófugo  de  las  costas  troyanas. 

Para  no  tener  que  estarlo  repitiendo  frecuen- 
temente á  nuestros  lectores  en  otras  notas,  no 
acabaremos  ésta  sin  decirles  que  cuanto  se  refiere 
á  la  guerra  de  los  sarracenos  en  Francia  contra 
Carlo-Magno  y  sus  famosos  Pares,  lo  toma  Arios- 
to del  Boyardo;  así  como  éste  toma  el  fondo  de 
su  narración  del  libro  xi  del  apéndice  á  la  His- 
toria de  Gregorio  de  Tours,  y  la  embellece  con 
invenciones  sacadas  de  nuestro  español  romance 
Espejo  de  Caballería,  y  con  la  antigua  crónica 
falsamente  atribuida  á  Turpino,  fraile  de  San 
Dionisio  en  Francia,  y  Arzobispo  de  Amiens  en 
753;  y  digo  falsamente,  porque  ninguno  de  los 
autores  que  han  escrito  desde  el  siglo  vni al x han 
tenido  conocimiento  de  que  escribiera  el  Arzo- 
bispo semejante  romance  de  caballería  con  pre- 
tensiones de  Crónica;  y  hase  conjeturado  por  los 
peritos  en  la  ciencia,  que  pudo  ser  escrito  por  un 
fraile  de  San  Andrés,  en  Viena  del  Delfinado. 


2    Orlando,  según  aquella  crónica,  fué  hijo 


NOTAS.  441 

natural  de  Berta,  hermana  de  Cario  Magno  y  de 
Milón  de  Anglante,  á  quien  su  madre  ,  huyendo 
de  la  cólera  del  gran  Emperador,  dio  á  luz  en 
una  choza  en  los  alrededores  de  Roma.  Se  le 
nombra  muchas  veces  con  los  títulos  de  Señor 
de  Anglante,  de  Brava  ,  Senador  de  Roma,  y 
con  el  de  el  Conde  ,  como  por  antonomasia. 

3  Alude  á  cierto  amor  que  parece  le  tenía  sor. 
bido  el  seso  ;  como  otra  vez  vuelve  á  decirnos  en 
la  invocación  del  canto  trigésimoquinto. 

4  El  Cardenal  Hipólito  de  Este,  hijo  de  Hér- 
cules, primer  Duque  de  Ferrara,  á  cuyo  servicio 
estuvo  Ariosto  como  su  gentil-hombre  ,  y  al  cual 
dedicó  su  poema,  después  de  haberle  celebrado 
en  él,  así  como  á  toda  esa  familia,  de  un  modo 
exagerado,  según  la  universal  opinión,  debien- 
do consignar  aquí  la  nuestra  ,  pues  no  participa- 
mos del  desdén  y  hasta  desprecio  con  que  suele 
ser  tratado  este  Príncipe  de  la  Iglesia  ,  acaso  sin 
más  motivo  que  el  haber  querido  hacer  de  él 
nuestro  poeta  un  héroe  leyendario  á  la  par  de  los 
Aquiles  ó  los  Eneas  ,  ó  porque  no  fué  con  Arios- 
to tan  pródigo  Mecenas,  como  con  Horacio  y 
Virgilio  lo  fué  el  procer  latino.  Pero  de  los  he- 
chos consignados  por  la  historia  es  indudable  que 
fué  un  distinguido  capitán,  un  político  hábil  y 
un  miembro  útilísimo  en  el  Consistorio  romano, 
en  el  que  entró  apenas  había  cumplido  veintidós 
años,  habiendo  sido  muy  estimado  por  su  abue- 
lo el  gran  Corvino ,  Rey  de   Hungría  ,  en  cuya 


44''*  ORLANDO   FURIOSO. 

corte  fué  educado.  Respecto  al  cargo  que  se  le 
hace  de  poco  generoso  ,  tambiéo  hay  que  tener 
en  cuenta  que  no  tenía  más  riqueza  que  la  que 
le  proporcionaba  su  mitra  de  Agria  ,  y  que  sus 
mandos  militares  y  políticos  le  obligaban  á  gas- 
tos superiores  á  sus  medios. 

5  Este  yelmo  lo  ganó  Orlando ,  así  como  el 
resto  de  las  armas  ,  matando  á  Almonte ,  que  las 
poseía. 

6  Esta  invención  no  es  de  Boyardo  :  está  to- 
mada de  un  antiguo  romance  italiano,  en  que  se 
cuenta  que  Reinaldo  lo  ganó  á  Mambrino ,  Rey 
pagano  ,  que  había  venido  con  un  grande  ejérci- 
to contra  Cario  Magno. 

7  Madre  de  Ferragud. 

8  Angélica,  hija  de  Galafrón,  Rey  de  Cathay, 
que  dicen  ser  la  China. 

9  Este  guerrero  es  Gradase,  Rey  de  Sericana 
ó  Sabatea,  que,  según  Plinio  y  Esirabón,  era  la 
Arabia  feliz. 

10  Reinaldo,  Señor  de  Montealbano,  es  su- 
puesto en  este  poema,  hijo  de  Amón  ,  aunque  es- 
critores  notables  dicen  que  Amóa  no  tuvo  más 
hijos  que  Guichardo,  Alardo  y  Ricardo. 


443 


CANTO  SEGUNDO. 


1  Nombre  de  la  espada  de  Reinaldo:  en  Fran- 
cia se  la  llamaba  también  Flamberga. 

2  Bradamante,  hermana  de  Reinaldo,  hija  del 
duque  Amón,  amada  de  Rugiero,  y  últimamente 
su  esposa  :  de  cuya  unión  deduce  (á  su  capricho 
y  sin  ninguna  verdad  histórica)  el  origen  de  la 
casa  de  Este.  Hace  de  ella,  en  todas  las  ocasio- 
nes que  puede,  una  guerrera  tan  temible,  que 
combate,  y  algunas  veces  vence  á  los  campeones 
más  esforzados. 

3  Según  la  relación  de  Boyardo,  este  Agolan- 
te fué  muerto  por  Orlando.  Su  hija  Galaciela, 
después  de  la  alevosa  muerte  de  Rogerio  de  Risa, 
y  la  destrucción  de  ésta  su  ciudad,  huyó  al  Áfri- 
ca, en  donde  dio  á  luz  á  Rugiero  y  á  Martisa.  De 
esta  última  hace  una  invicta  guerrera;  así  como 
de  su  hermano  el  héroe  principal  de  su  poterna, 
como  ya  hemos  dicho. 

4  Supuesto  Rey  de  los  sarracenos  españoles. 

3  Ciudad  junto  al  Roña.  Tal  vez  Rodumna, 
según  la  geografía  antigua. 

6  Verso  último  del  canto  quinto  del  Infierno 
de  Dante. 


444  ORLANDO    FURIOSO. 

7  El  poeta  supone  que  se  ha  sublevado  y  en- 
tregado á  Marsilio  (que  nos  da  como  Rey  de  Es- 
paña) una  parte  de  la  Galia  Narbonense. 

8  Dividía  á  estas  dos  casas  un  odio  implaca- 
ble, que  tenía  por  fundamento  haber  perdido  el 
favor  que  su  jefe  Canelón  tenía  con  Carlo-lVlag- 
no;  en  cuyo  favor  le  sucedió  Rolando.  El  pri- 
mero era  de  la  familia  de  Maganza,  ó  Mayenza, 
y  el  segundo  de  la  de  Claramonte,  ó  Clermont, 
como  dicen  los  franceses. 

9  Bradamante,  hija  de  Amón,  duque  de  Dor- 
dona. 

CANTO  TERCERO. 

1  Apolo  en  la  guerra  de  Júpiter  contra  los 
Titanes,  que  intentaron  escalar  el  cielo. 

2  Esta  es  Melisa,  maga  benigna,  protectora 
de  la  unión  de  Bradamante  con  Rugicro;  por  la 
que  se  interesa  por  inspiración  divina,  que  la  ha 
dado  á  conocer  la  ilustre  progenie  que  de  ella  ha 
de  venir,  para  felicidad  de  Italia.  El  poeta  em- 
plea casi  todo  el  canto  en  celebrar  á  los  prínci- 
pes de  la  casa  de  Este  con  elogios  excesivos. 

3  Se  cuenta  que  Merlin,  que  vivía  en  el  siglo 
V,  en  tiempo  de  los  reyes  bretones  Wortijcrno  y 
Wortimerio  es  el  leyendario  Artus,  que  fundó  la 
caballería  de  la  Tabla  Redonda. 


NOTAS.  445 

Según  los  cuentos  romancescos,  Merlin  era  hijo 
de  un  espíritu  infernal,  y  de  una  casta  joven  que 
una  noche  se  había  descuidado  de  rezar  las  preces 
que  acostumbraba  para  ponerse  bajo  la  protección 
de  Dios  y  del  ángel  de  su  guarda.  Parece  que  el 
tal  Merlin  se  enamoro  de  una  hermosa  llamada  la 
Dona  del  Lago,  que  era  también  maga,  á  la  cual 
la  enseñó  un  sepulcro  que  había  construido  para 
los  dos  en  el  bosque  de  Nortes,  en  Inglaterra,  y  la 
reveló  ciertas  palabras  mágicas  que  ,  pronuncia- 
das sobre  la  losa,  impedirían  que  se  pudiese  abrir. 
Esta  dama,  con  halagos  y  femeniles  caricias, 
consiguió  que  su  amante  entrase  en  la  sepultura, 
y  ,  cuando  estuvo  en  ella  ,  la  cerró  de  pronto, 
pronunciando  las  consabidas  palabras  ,  cuyo  en- 
gaño practicó  por  rivalidad  en  el  ejercicio  de  la 
ciencia  de  la  nigromancia.  Merlin  quedó  dentro; 
pero  no  pudiendo  salir  su  alma  por  la  virtud  del 
encanto  ,  quedó  allí  prisionera  viva  con  el  muer- 
to despojo  de  la  tierra  ,  y  por  su  espíritu  adivino 
siguió  profetizando  y  respondiendo  á  los  que  iban 
á  consultarle.  Ariosto  traslada  á  Francia  el  se- 
pulcro de  Merlin. 

4  Alude  á  Pinabelo,  que  es  quien  la  hizo  caer 
traidoramente  en  la  cueva,  al  cual  dio  la  muerte 
Bradamante  en  castigo  de  aquel  atentado  ,  como 
se  verá  más  adelante ,  ó  tal  vez  al  triunfo  que  su- 
pone obtendrá  sobre  la  casa  de  Maganza  ,  reco- 
brando bienes  que  estaba  poseyendo  Canelón, 
jefe  de  esa  familia. 


44^  ORLANDO  FURIOSO. 

5  Pentáculo,  según  la  nigromancia ,  es  una 
figura  de  cinco  lados,  en  todos  los  cuales  hay  es- 
critos caracteres  mágicos. 

ó  Alberto  Visconti  libertó  á  Milán  ,  que  esta- 
ba sitiada  por  Berengario  I,  á  quien  dio  muerte. 
Su  hijo  Hugo  conquistó  ese  Estado,  desplegando 
en  él  la  divisa  de  su  casa  ,  que  era  una  serpiente 
devorando  á  un  niño.  Parece  que  un  Visconti 
que  fué  con  Godofredo  á  la  conquista  de  Jerusa- 
lén,  habiendo  muerto  á  un  sarraceno  que  llevaba 
un  casco  en  cuya  cimera  se  veía  un  dragón  de- 
vorando á  una  criatura,  adoptó  para  sí  esa  divi- 
sa, que  siguió  siendo  después  el  escudo  genealó- 
gico de  la  familia. 

7  Conocidas  son  las  crueldades  que  este  tirano 
ejerció  en  Italia  en  el  siglo  xtii.  Entre  otras,  co- 
metió la  de  hacer  quemar  vivos  á  doce  mil  pa- 
duanos.  (Así  se  ha  escrito.) 

8  Azón  V ,  Señor  de  Este ,  fué  uno  de  los 
miembros  más  activos  de  la  liga  formada  contra 
el  emperador  Federico  II.  Ariosto ,  al  darle  toda 
la  gloria  de  haberle  lanzado  al  profundo ,  le  da 
más  de  la  que  le  corresponde,  en  su  deseo  de  en- 
salzar esta  familia.  En  ese  espíritu  está  escrito 
todo  este  canto,  censurado  por  la  crítica  moder- 
na con  más  dureza  de  la  que  corresponde,  tra- 
tándose de  un  estilo  poético,  que  permite  al  vate 
la  glorificación  de  sus  héroes,  no  faltando  en  ab- 
soluto á  la  verdad  de  los  hechos  históricos.  Como 


NOTAS.  447 

esos  constan  en  la  narración,  uo  pondremos  no- 
tas á  los  que  de  sobra  se  explican  por  sí  mismos, 
para  que  de  ellos  juzgue  el  lector  como  tenga  por 
conveniente  ,  y  sólo  anotaremos  lo  que  nos  pa- 
rezca de  aclaración  indispensable.  El  que  quiera 
saber  con  toda  exactitud  los  hechos  de  que  aquí 
se  trata,  y  los  verdaderos  méritos  que  á  esta  fa- 
milia se  atribuyen,  puede  leer  á  Muratori,  en  su 
obra  Antichità  Estense. 

9  Ferrara,  situada  (como  sabe  el  lector)  cerca 
del  Po,  río  llamado  poéticamente  Erídano.  La 
fábula  cuenta  que  Faetón,  hijo  de  Apolo,  fué  lan- 
zado á  ese  río  por  Júpiter  ,  que,  viéndole  condu- 
cir el  carro  del  Sol ,  que  por  debilidad  afectuosa 
le  había  prestado  su  padre,  y  guiar  torpemente 
los  caballos,  exponiendo  á  la  tierra  á  los  calores 
ó  á  los  fríos  excesivos  con  sus  subidas  ó  bajadas 
desordenadas,  se  vio  en  la  necesidad  de  disparar- 
le un  rayo,  que  le  hizo  caer  en  dicho  río  Erída- 
no. Las  hermanas  de  Faetón  se  convirtieron,  á 
fuerza  de  llorarle,  en  unos  álamos,  que  dan,  como 
lágrimas,  el  electro  ó  ámbar.  Su  tío  Cieno,  que 
le  amaba  también  tiernamente,  fué  convertido  en 
Cisne,  cantor  de  este  triste  acontecimiento. 

10  Robigo,  que  los  latinos  llamaron  Rhodi- 
gium,  de  la  palabra  griega  Rhodos,  que  quiere 
decir  rosa, 

1 1  Comaquio,  ciudad  entre  los  ríos  Primayo 
•y  Volano,  brazos  del  Po.  Dice  que  aquellos  natu 


44^  ORLANDO  FURIOSO. 

rales  desean  que  los  vientos  turben  la  mar,  para 
que  los  peces  vayan  á  guarecerse  á  sus  pantanos, 
que  constituyen  la  riqueza  de  sus  moradores,  por 
la  abundante  pesquería  que  en  ellos  se  hace. 

12  Venecia,  que  tenía  por  armas  un  león  con 
alas. 

1 3  Castor  y  Pólux ,  según  la  mitología ,  naci- 
dos de  un  huevo,  procreado  por  Júpiter  conver- 
tido en  Cisne,  en  Leda  ,  esposa  de  Tíndaro.  Cas- 
tor fué  muerto,  y  Pólux  rogó  á  Dios  que  le  deja- 
ra perder  su  inmortalidad  ,  permitiéndole  vivir 
con  su  hermano,  ya  en  el  cielo,  ya  en  la  tierra, 
por  espacios  alternados  de  tiempo. 

14  Parece  aludir,  no  á  sí  propio,  como  á  pri- 
mera vista  parece  (lo  que  sería  de  su  parte  una 
gran  inmodestia),  sino  á  Andrés  Marón,  famoso 
improvisador  en  la  corte  de  Alfonso,  y  contem- 
poráneo suyo  ;  pero  de  ese  improvisador  nada 
nos  ha  quedado;  y  sí  estos  versos  de  Ariosto  ;  por 
los  que  bien  podemos  muy  justamente  llamarle 
el  Virgilio  de  un  Augusto,  bien  inferior  por  cier 
to  al  que  ha  honrado  con  su  nombre  á  las  majes, 
tades  más  grandes  del  mundo  civilizado. 

i3  Fernando  y  Julio, hermanos  del  Duque  Al- 
fonso, tramaron  una  conspiración  para  quitarle  la 
vida  y  el  trono.  El  agredido  les  conmutó  en  pri- 
sión perpetua  la  pena  de  muerte  á  que  fueron  con- 
denados. < 


449 


CANTO  CUARTO. 

I  El  solsticio  de  Estío,  en  que  supone  la  emi- 
gración del  Hipogriío  ,  que  se  dirige  hacia  las  re- 
giones de  la  India. 

CANTO  QUINTO. 

1  Alude  á  lo  nebuloso  del  cielo  de  Escocia. 

r 

2  Santo  Andreux,  en  el  Condado  de  Tife. 

CANTO  SEXTO. 

1  Colores  que  usaban  los  caballeros  andantes 
en  señal  de  tristeza,  según  nos  dicen  los  libros  de 
Caballería;  negro  leonado  y  verde  claro  ;  pues  el 
verde  esmeralda  era  señal  de  esperanza,  y  el  ver- 
dinegro de  desesperación. 

2  Aretusa,  por  librarse  déla  persecución  de  Al- 
feo  (según  la  mitología),  fué  metamorfoseada  por 
Diana  en  fuente,  en  la  isla  Ortigia  (en  Sicilia), 
después  de  abrirse  paso  submarino  desde  el  Pe- 
loponeso,  donde  Alféo  quedó  convertido  en  río. 

3  Pomari  conjetura  que  esta  isla  ha  de  ser  Zi- 
pango,  nombre  dado  al  Japón,  según  la  geografía 
de  Marco  Polo;  de  la  cual  no  se  había  pasado  en 
tiempo  de  Ariosto. 

TOMO   1.  29 


4Ì>0  ORLANDO    FURIOSO. 


CANTO  SÉTIMO. 

1  Marco  Antonio,  el  triunviro  romano. 

2  Sin  duda  este  juego  de  prendas  debía  pare- 
cería muy  pesado  al  Ariosto,  y  trata  aquí  de  abre- 
viar su  duración. 

CANTO  OCTAVO. 

1  Nombresde  diferentes  figuras  pertenecientes 
á  la  magia. 

2  Dos  santos  ermitaños,  uno  en  Egipto  y  otro 
en  Palestina. 

3  Una  de  las  islas  Hébridas. 

4  Especie  de  barco  con  remos  que  usaban  los 
piratas. 

5  Orlando  ,  que  ya  hemos  dicho  usaba  este 
título. 

CANTO  NOVENO. 

1  Ibernia  :  Irlanda. 

2  Ariosto  no  descuida  los  más  pequeños  deta- 
lles geográficos,  particularmente  de  toda  Europa, 


NOTAS.  451 

como  se  irá  viendo  en  adelante,  y  en  este  mismo 
canto  :  hasta  el  punto  de  dar  á  unas  ciudades  de 
la  costa  que  recorre  Orlando,  su  nombre  bajo- 
bretón  de  Breaco,  que  es  San  Brienne,  y  Landri- 
ller,  que  es  Freguier.  Estas  poblaciones  no  se  ven 
desde  alta  mar  :  pero  el  poeta  no  dice  que  lasvca, 
sino  que  pasan  á  su  altura. 

3  Son  diversas  las  opiniones  sobre  lo  que  ha 
podido  dar  á  Inglaterra  el  nombre  de  Albión  :  la 
más  corriente  es  la  de  que  es  á  causa  del  color 
blanco  de  las  arenas  de  su  costa. 

4  Una  de  las  embocaduras  del  Po. 

5  La  mitología  supone  que  Anteo,  gigante  hijo 
de  la  tierra,  combatiendo  con  Hércules  ,  cuando 
tocaba  al  suelo,  derribado  por  el  héroe,  su  madre 
le  volvía  las  fuerzas  para  levantarse.  Para  vencer- 
le Hércules  tuvo  que  ahogarle  en  el  aire. 

CANTO  DÉCIMO. 

1  Elena  ,  causa  de  la  ruina  de  Troya. 

2  Calixto. 

3  Son  dos  pájaros  que,  siempre  juntos,  viven 
á  orillas  del  mar,  y  tienen  un  canto  á  modo  de 
gemido  triste.  La  mitología  cuenta  que  son  Ceice 
y  Alción.  Esta,  yendo  á  consultar  un  oráculo,  se 


4^2  ORLANDO  FURIOSO. 

ahogó  en  el  mar;  y  su  esposo  Ceice,  viendo  en  la 
playa  su  cadáver,  se  arrojó  desesperado  al  agua. 
Júpiter,  á  ruegos  de  Eolo,  padre  de  Alción,  los 
convirtió  en  esas  dos  aves  que  siempre  están  jun- 
tas; y,  según  los  marinos,  su  canto  ó  clamor  tris- 
te anuncia  buen  tiempo. 

4  Hécuba,  viuda  de  Priamo,  rey  de  Troya,  en- 
contró en  Tracia,  á  cuya  costa  llegó  cautiva,  el 
cadáver  de  su  último  hijo  Polidoro;  y  el  poeta 
hace  aquí  alusión  á  sus  horribles  gritos  y  ladri- 
dos de  desesperación  ;  pues  hasta  cuentan  que  se 
convirtió  en  perra. 

5  Parece  que  Ariosto  personifica  en  Longistila 
la  verdadera  sabiduría. 

6  Estas  damas,  son:  Andrónica,  la  fuerza;  Fro- 
nesia,  la  sabiduría;  Discila,  la  justicia,  y  Sofro- 
nia, la  templanza. 

7  Según  Virgilio  ,  Dido  ,  abandonada  por 
Eneas,  se  dio  la  muerte. 

8  Cleopatra,  reina  de  Egipto,  por  no  caer  en 
poder  de  Octavio,  vencedor  de  Marco  Antonio, 
se  aplicó  al  pecho  unos  áspides,  y  murió,  por 
tanto,  envenenada. 

9  Según  el  cap.  ii  del  Evangeliode  San  Marcos. 
JO    No  hay  duda  de  que  el  poeta  tenía  los  da- 


NOTAS.  453 

tos  geográñcos  de  Marco  Polo,  el  primero  que  pe- 
netró en  la  China,  á  la  cual  divide  en  Cathay  y 
en  Mangiana. 

11  Quinsay  es  Hangtheon.  Dice  M.  Polo  de 
esta  ciudad  que  es  la  mayor  del  mundo. 

12  Gran  cadena  de  montañas  desde  el  mar  Cas- 
pio bástalos  confines  de  la  China, comprendiendo 
en  ella  los  montes  del  Himalaya. 

1 3  Debería  ser  el  Norte  de  la  India. 

14  El  mar  Caspio. 

1 5  Los  prusianos. 

ló  Según  Fornari,  comentador  de  Ariosto,  la 
descripción  que  hace  el  poeta  de  las  insignias  de 
los  diversos  caudillos,  no  es  caprichosa,  sino  que 
corresponde  exactamente  á  los  escudos  de  armas 
de  los  señores  ingleses  y  escoceses  que  vivían  en 
su  tiempo.  Para  intercalar  en  la  rima  y  suavizar 
la  aspereza  anglo-sajona,  les  da  las  transformado, 
nes  que  puede  observar  el  lector.  También  el 
traductor  se  ha  permitido  alguna  variante,  aun- 
que muy  leve,  para  darle  las  desinencias  armonio- 
sas del  castellano.  Los  escudos  en  inglés,  y  según 
vienen  enumerados,  son:  Warwick,  Kent,  Pem- 
broke,  Essex,  Northumberland,  Southampton, 
Winchester,  Derby,  Bath,  Salisbury,  Shrevrsbu- 
ry,  Athol,  Angus  y  Abergavenny.  Los  otros  He- 


434  ORLANDO    FURIOSO. 


van   nombres  más    conocidos ,    y  propiamente 
acentuados. 

17  La  célebre  cueva  de  San  Patricio  ,  Após- 
tol de  Irlanda  en  el  siglo  iv.  Era  una  caverna,  en 
una  islilla  de  Ultonia.  Alejandro  VI  la  mandó 
cerrar  por  excesos  que  se  cometían  en  ella,  bajo 
pretexto  de  devoción. 

18  La  que  ya  se  ha  citado  con  el  nombre  de 
Ebuda. 

CANTO  UNDÉCIMO. 

1  Senócrates,  tìlósofo  griego,  contemporáneo 
de  Aristóteles,  renombrado  por  su  castidad. 

2  Esta  historia  del  anillo  está  tomada  del  poe- 
ma de  Berni. 

3  Dioses  marinos  son,  según  la  Mitología,  Me- 
licerta  ,  Ino,  las  Nereidas,  los  Tritones  y  Glauco. 

4  Playa  á  pocas  leguas  de  Esparta,  de  donde 
robó  á  Helena  ei  pastor  Frigio  (como  se  dice  poco 
antes),  que  no  es  otro  que  Paris,  el  cual,  en  la 
campiña  del  monte  Ida,  declaró  á  Venus  por 
más  hermosa  que  sus  rivales  Juno  y  Minerva 
(según  la  mitología). 

3  El  esposo  de  Helena,  al  cual  se  la  robó 
Paris. 


NOTAS.  455 

6  El  carnero,  signo  del  zodiaco,  que  corres- 
ponde al  mes  de  Marzo.  Según  la  mitología,  este 
animal  salvó  á  Frisio,  que  iba  á  ser  sacrificado  á 
Júpiter,  por  el  odio  de  su  madrastra  Ino.  La  ma- 
dre de  Frisio,  Nefele,  le  dio  un  carnero,  que  tenía 
vellones  de  oro,  para  que  en  él  se  salvara  echán- 
dose al  mar.  Este  carnero  le  fué  dado  á  Nefele 
por  Mercurio,  dios  del  comercio;  y  de  toda  esta 
alegoría  se  deduce  que  el  hijo  se  salvó  por  el  di- 
nero que  le  dio  la  madre  ,  en  un  barco  llamado 
Carnero. 

CANTO  DUODÉCIMO. 

1  Idea,  sobrenombre  de  Cibeles,  por  el  mon- 
te Ida,  en  el  que  se  celebraban  sus  fiestas.  Esta 
diosa  es  madre  de  Ceres,  que  á  su  vez  lo  es  de 
Proserpina,  que  le  fué  robada  por  Plutón  en  el 
Monte  Etna,  bajo  del  cual  supone  la  mitología 
que  está  sepultado  el  gigante  Encelado,  traspa- 
sado por  un  rayo  de  Júpiter,  contra  quien  se  su- 
blevó con  los  demás  hermanos  suyos. 

2  Bradamante,  llamada  así  por  el  dominio  de 
su  padre  Amón,  duque  de  Dordona. 

3  Divinidades  paganas  ideadas  por  los  ro- 
manceros. 

4  Ariosto  no  cuenta  en  su  poema  este  lance, 
que  se  narra  en  el  romance  del  supuesto  Turpino. 


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