E Y AMANDA,
LOS DBSCENDIENTES
DE La ABADIA,
TOMO 1.
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OSCAR Y AMANDA,
Ó LOS DESCENDIENTES
DE LA ABADIA.
OBRA ESCRITA EN INGLES
POR MISS REGINA MARIA ROCHE,
7 EN CASTELLANO
POR D. CARLOS JOSE MELCIOR,
ADORNADA CON SEIS
ESTAMPAS LITOGRAFICAS, Y PUBLICADA POR
SIMON BLANQUEL.
——=3 UNO LE>—
MEXICO.—1854.
Se vende en la librería del editor, calle del Text
Principal número 1.
MAR reto
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“La lóto novela titulada Oscar y Amanda,
6 los descendientes de la Abadía, escrita en in-
-_glés por Miss Regina María Roche, y traduci-
da al español por D. Cárlos José “Melcior, ha
sido recibida con tanta aceptacion por el públi,
¿co, que despues de consumidos cuantos ejem-
> plares vinieron, aun son muchas las personas
: : que diariamente la solicitan.
Por una desgracia, dicha traduccion, que se
e en Barcelona en el año de 1818, se
halla en estremo deslucida, no solo por los innu-
cant yerros de imprenta, sino lo que es mas,
r las continuas equivocaciones de ortografia
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y faltas de sintáxis y de propiedad y pureza
de lenguage, de que se encuentra plagada.
Todos estos defectos se han procurado enmen-
dar cuidadosamente en esta edicion mejicana.
Ella tiene tambien la recomendacion de ir ador-
nada con seis estampas, que le he hecho poner
en obsequio de las personas que encuentran un
gusto en ver representadas unas escenas que no
han podido leer sin un sumo interes.
Acerca del mérito intrínseco de la obra, nada
debo decir, pues tan notoriamente es conocido.
Siendo muchas las producciones de esta misma
especie que escribió con el mayor aplauso Miss
Regina María Roche, y que han correspondido
dignamente á su reputacion literaria, es la pre- .
sente, segun el dictámen de un sabio, en la que
se ha captado con mas generalidad los votos de
la admiracion.
A
3
OSCAR Y AMANDA,
| DA LA ABADIA, | -
£E CAPITULO L
.
Yo te saludo, dulce asilo de mi infancia; bajo tu humil-
de techo habitan la dicha y la tierna humanidad que ocul-.
ta el bien que ha hecho. Y vosotros, árboles venerables,
prestadme aun el abrigo que ha cubierto los placenteros
juegos de mis primeros años, cuando sin inquietud y sin
cuidados, semejante á las aves que pueblan vuestra fron-
dosidad, veia alegremente correr mi vida, y no habia aún
conocido la desdicha: aquí á lo menos estaré á cubierto de
la malignidad de los hombres, y aun cuando no sea feliz,
estaré por lo menos tranquila: podré esperar en paz que
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53
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—8
pase la tormenta del infortunio, y que se vuelvan á abrir
los brazos de mi padre para recibirme.
Tales eran los sentimientos que espresaba Amanda, al
momento que la silla que habia alquilado en el pueblo
inmediato, dejando la diligencia, entraba en un pequeño
camino sombreado por los grandes y verdes árboles, cu-
yas ramas enlazadas apenas le dejaban divisar la peque-
ña casa de su ama de leche, á la puerta de la cual ella
llegaba. t
Una multitud de tiernas memorias, viniendo á asaltarla
á la vez, la pusieron casi en estado de no poder bajar de
la silla. Pero la nodriza y su marido, que la esperaban
con impaciencia, la recibieron en sus brazos. La prime-
ra, penetrada de su tierna aficion, la colmaba de caricias,
ínterin que Edwin besaba respetuosamente su mano, y
dejaba ver en sus ojos bañados de lágrimas una alegría
que no podia esplicar. ¡Buen Dios, decia, qué mudanza
en tan cortos años! me parece que ha pocos dias que lle-
vaba en mis brazos esta amable criatura. Le preguntó
cómo se hallaba su querido eapitan y M. Oscar, el cual
sin duda se habria hecho un hermoso jóven. Amanda,
con los ojos húmedos, y la sonrisa en los lábios, se esforzaba
á responderle; pero estaba tan vivamente penetrada de
los sentimientos de esta buena gente, que no se hallaba
en estado de satisfacer á sus preguntas; y cuando el ma-
rido se puso á ayudar al jóven que acompañaba á Aman-
da á descargar la silla, ella dejó caer su cabeza sobre el
seno de su ama de leche, que la sostuvo en sus brazos.
Mi querida y buena nodriza, le dijo con una voz interrum.-
pida, vuestra pobre hija viene aún á buscar un asilo cer-
ca de vos.—Y yo la recibo, dijo la buena mujer llorando
de alegría; yo la recibo de todo mi corazon. He tenido
cuidado de prepararos un aposento tan propio, tan cómodo
y tan bien arreglado, qne no se desdeñaria de alojarse en
él la mas grande señora del país. Aquí teneis dos jóve-
nes, dispuestas como yo á serviros y obedeceros; esta es
Elena, vuestra hermana de leche, y aquella es Betzy, la
que dejásteis en la cuna cuando os separásteis de nosotros.
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- Tengo aún, si me es permitido decirlo, mis dos hijos, tan
hermosos como hayais visto jamas. Han ido á trabajar
- en casa del labrador nuestro vecino; pero volverán aquí
- al momento. (Gracias á Dios somos felices, aunque obli-
gados á ganar nuestro pan: pero esto.aun es mejor, pues
el trabajo lo sazona, y nosotros con él disfrutaremos la
salud y la dicha. |
Amanda abrazó tiernamente á las dos jóvenes, cuyos
semblantes respiraban la salud y la alegría. La conduje-
ron á una pequeña sala, donde habia un cuarto de dormir,
uno y otro reservado para su uso. La sala estaba con una
propiedad agradable; la chimenea guarnecida de flores, y
de tazas de té rajado puestas de muestra. Tras la puer-
ta habia un reloj; y se veia arreglada en un armario de
ébano una grande porcion de bajilla, la mas hermosa que
proporcionaba el país.
La nodriza, empezando á ejercer su hospitalidad, dejó
á Amanda para preparar la comida.—El pollo estará bien
pronto cocido, decia ella: Elena ataba los espárragos, y
Betzy ponia los nabos: Edwin sacó de su mejor sidra, y
habiéndola puesto sobre la mesa, se retiró á la cocina pa-
ra entretener al compañero de viaje de Amanda, á quien
habia servido ya cuauto tenia Ge mejor.
La comida fué con bastante prisa dispuesta para Aman-
da; estaba ella demasiado agitada para poder comer, y
aunque obligada por los testimonios del mas tierno inte-
res, no hacian mas que acrecentar su agitacion.
Herido el corazon por la maglinidad de los hombres, ó
víctima de una cruel opresion, puede exaltarse á un gra-
- do de fuerza estraordinaria, y por deeirlo así, sobrenatural;
mas esta insensibilidad aparente se desvanece á la voz de
la bondad que viene á tomar parte en las penas; como el
.
yelo se derrite al suave calor de los primeros rayos del sol
de la primavera, lágrimas de reconocimiento y sensibilidad -
atestiguan que ha cedido al mas dulce de los sentimien-
tos: lágrimas preciosas, cuyo orígen son los afectos socia-
les, y las cuales solo pueden verter los buenos.
Los hijos de la nodriza llegaron luego de su trabajo;
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eran dos jóvenes bien hechos y vigorosos. Habian sido
- estos compañeros de la:infancia y de los juegos de Aman-
da; ella los recibió con una dulce y tierna afabilidad. -
Sucedió esto poco tiempo despues que Amanda habia
perdido la dicha doméstica, y las dulzuras de la vida cam-
pestre, de que habia hasta entonces disfrutado con placer,
y de la cual sentia mas que nunca el precio; y si su pa-
dre hubiese estado con ella, nada habria faltado á su feli-
cidad. - ' ERA
Era entonces mediados de Junio, y la campiña estaba
en toda su belleza. La habitacion de Edwin era una quin-
ta cómoda y bien provista, situada al Norte del país de
Gales. Las vistas pintorescas de que abunda esta provin-
cia, convenian perfectamente con las disposiciones de
Amanda, que era infinitamente sensible á los encantos y
grandeza de escenas de esta naturaleza. El frente de la
casa estaba enteramente entapizado de madreselva y par-
ra vírgen, y el camino verde de que se ha hecho mencion
poco ha, formaba la avenida sombreada por grandes árbo-
les que llegaban hasta la puerta. Uno de los lados de la
casa daba sobre un profundo valle, girando entre dos lade-
ras revestidas del mas rico verdor; un claro riachuelo cor-
ria en el fondo, esparciendo un saludable frescor sobre sus
bordes, donde pacian los ganados del pueblo, iba mas aba-
jo á dar movimiento á un molino. Por el otro lado se
“veian ricos pastos terminados por un espeso bosque; mu-
chos edificios de casas de campo; un pequeño pueblo, cu-
yas casas estaban sembradas con irregularidad aquí y allá;
un campanario de una iglesia, y un hermoso castillo de
construccion antigua, cuyas torres se levantaban con no-
bleza sobre los árboles de que estaba circuido.
El patio, colocado á la espalda de la casa, se hallaba bien
provisto de aves caseras de toda especie, y de instrumen-
tos de todo género para las labores del campo. Estaba
separado del jardin por una palizada, guarnecida de ma-
dreselvas y rosales. ¿El jardin estaba dividido entre un
terreno destinado al cultivo de las flores, algunas hileras
de árboles frutales y hortalizas; estaba al pié de una altu-
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Ya escarpada, cubierta de flores amarillas y purpúreas, de
-tomillos y otras yerbas olorosas, donde se veian tres ó cua-
tro cabras. tan presto pacer y tan presto dar saltos con su
caprichosa ligereza. Una agua clara como el cristal des-
cendia de la montaña, y despues de haber corrido los ro-
deos de un tierno bosque, llevaba su murmullo y sus
aguas al valle. Debajo de una punta formada por las ro-
cas, habia una gruta entapizada naturalmente de moho,
euya entrada estaba hermoseada, y medio oculta por una
- gran variedad de arbustos en flor.
Amanda habia conservado solo una imperfecta memo-
ria de estos objetos, tal como la que conservamos de un
sueño agradable, que no podemos contar, sin embargo de
habernos dejado impresiones dulces.
«Circunstancias particulares la acababan de arrancar del
lado de su padre para buscar su seguridad en esta man-
sion de sencillez y de paz. Sus temores se disipaban;
pero al mismo tiempo se aumentaba la dulce melancolía
de su alma, cuando se hallaba en el mismo lugar en el
que su desgraciada madre habia acabado sus dias dándo-
la á la luz.
Tenia entonces Amanda diez y nueve años. No se in-
tentará pintar sus facciones y su persona, porque no se
podria dar una justa idea de los encantos, dulzura y sen-
sibilidad de las unas, y de la elegancia, papas y bellas
proporciones de la otra.
El dolor habia oscurecido los vivos Po o A
Las desgracias de su padre oprimian su corazon, y esta
flor se aniquilaba juntamente con el árbol que le servia de
apoyo. Afligido su padre del penoso estado de su hija,
la envió al país de trales, no tanto por su salud como por
su seguridad. Se la ordenó la leche de cabra y un ejer-
cicio moderado; pero ella estaba firmemente persuadida
de que solo el fin de las desgracias de su padre podia res-
tablecerla.
Aunque las rosas de sus mejillas estuviesen pálidas, y
el brillo de sus ojos oscurecido, con todo, ella era mas que
interesante. Era preciso estar despojado de toda sensibi-
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lidad para verla sin conmoverse, pues su figura era del
pequeño número de aquellas que atan y fijan las miradas,
y que hacen suceder á la ojeada de la admiracion, la
agitacion del sentimiento. En fin, su espíritu y su alma
eran dignos de su belleza, de la que la vista podia juzgar.
Ella se reparó de su abatimiento, para espresar su gra-
titud á sus humildes y bienhechores amigos. Su llegada
fué una fiesta para la quinta; los vasos fueron sacados del
armario, y á ruegos de Amanda se aprontó la merienda
'en la gruta del jardin. Mistriss Edwin siguió á la fami-
lia, llevando una torta caliente para dar á probar de ella
á la mitad de la parroquia.
La escena era deliciosa y bien dispuesta para desterrar
toda tristeza, escepto la que da la desesperacion. Aman-
da dejó disipar la suya, pues tenia demasiada religion pa-
ra no conservar siempre la esperanza, y en medio de sus
disgustos, ponia siempre su confianza en aquel Sér Supre-
mo, bueno y todopoderoso, que ha prometido no abando-
nar al justo en su adversidad. |
Amanda disfrutaba de la inocente alegría de sus hués-
pedes, de sus chanzas sercillas, y de su risa jovial, pues
una alma benéfica es feliz en la dicha de los otros. La
caida del sol parecia dar mayor realce á toda la escena.
El balido de los ganados era repetido por los ecos de las
vecinas montañas. Los alegres cantos de los paisanos
eran llevadós por el viento fresco de la tarde, esparciendo
los perfumes que se elevaban de las camas de flores por
las cuales habia pasado. Las abejas laboriosas, habiendo
acabado sus trabajos diarios, volvian susurrando á sus col-
menas: no habia, como dice Thomson, un árbol, un arbus-
to, ni una mata que no fuese prodigio de armonía. En
fin, para completar la escena, un tocador de arpa, ciego,
que vivia de esta habilidad corriendo el país en el vera-
no, habiendo entrado en el jardin y despues de haber me-
rendado á satisfaccion con manteca, queso y cerveza, em-
pezó á tocar.
La aparicion del viejo músico, la melodía simple y dul-
ce de su arpa, trajeron á la memoria de Amanda los cuen=.
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tos del tiempo pasado, que muchas veces habian hecho
1s delicias. Ella se remitia á los tiempos antiguos en
que los bardos celebraban los héroes que habian cesado
de existir, en que los espíritus de aquellos de quienes can-
taban sus hechos, venian llevados por los furiosos vientos,
á, oir con alegría la relacion de sus hazañas. Se acordaba
de este bello pasage de Osian, donde el viejo rey de Mor-
ven esclamaba: ¡Algunos de mis héroes han muerto! oi-
go el sonido de la muerte salir del arpa: ¡Osian, toca aún
la cuerda retumbante, manda salir al dolor! Entonces
Osian toca el arpa en presencia del rey. Los sonidos eran
lastimeros y graves: acercaos, llevados sobre vuestras nu-
bes, espíritus de mis padres; azercaos, dejad los sangrien-
tos caminos por donde habeis llevado el terror: recibid
entre vosotros al gefe que cae, sea que venga de lejanas
tierras, ó que se levante enmedio de las olas del mar irri-
tado; preparadles sus anublados vestidos, su lanza y es-
pada de un héroe á su lado, hechas de un meteoro se-
mi estinguido; que su aire y su talle sean agradables, á fin
de que sus amigos le vean con placer. ¡Acercaos, lleva-
dos sobre vuestras nubes, espíritus de mis padres, acer-
eaos!
La solícita nodriza puso fin al dulce entusiasmo que
inspiraba á Amanda la situacion en que se encontraba,
haciéndola observar que podia estar incomodada por el ro-
cío abundante que empezaba á caer. Ella habria de muy
buena gana permanecido mas tiempo en el jardin; pero
cedió á los deseos de Mistriss Edwin, y volvió á la casa.
Quiso ella tambien retirarse, y despues de una ligera ce-
na de frutas y crema, las únicas viandas que se le pudo
obligar á tomar, subió á su aposento acompañado de la no-
driza y de sus dos hijas, creyendo estas que el servicio de
las tres le era necesario, y de las que Amanda no pudo
conseguir sino con dificultad que la dejasen sola.
Vuelta en sí Amanda, fué asaltada de una especie de
miedo mezclado de ternura y respeto, viéndose en el mis-
mo aposento en que habia muerto su madre. La memo-
ria de las desgracias que la habian conducido al sepulcro
—l4—
antes de tiempo, y de las que su padre y ella esperimen»
taban despues de este acaecimiento, y el pensamiento de
las que podia aún temer, la hicieron derramar un torrente
de lágrimas: se acercó á la cama, y arrodillándose dijo:
¡Oh madre mia, si os es permitido arrojar una mirada sobre
esta tierra, escuchad y recoged la oracion humilde de vues-
tra hija, que implora vuestra proteccion para evitar los
lazos tendidos á sus pasos! Sí, continuó ella, este Sér
bienhechor que ha velado sobre vos, estenderá su benefi-
cencia y sus cuidados sobre mí, si no me separo del sen-
dero de la virtud. Es, pues, á él á quien dirijo mi fervo-
roga oracion, para que haga ilusorias todas las tramas ma-
quinadas contra mi inocencia.
Despues de esta oracion fervorosa, sus errantes pensa-
mientos se Gjason, ibn agitacion ge calmó. La sincera y
viva piedad, que sabe derramar un saludable bálsamo en
las llagas de la desgraciada humanidad, esparció en su co-
razon la dulce esperanza que susurraba en sus oidos con
estas palabras de consuelo: ¿ws males acabarán.
Ella se levantó mas tranquila y mas animosa. Todo
dormia en la casa; y no oyendo ningun otro rumor que la
péndula de un reloj en el aposento vecino, se puso á la
ventana que daba al valle. Estaba alumbrado por los ra-
yos de la luna, que teñian los árboles de una plateada y
dulce luz, y hacian distinguir al riachuelo como una línea
brillante. Todo estaba tranquilo, y la naturaleza parecia
mir en el seno de la paz. Mientras que ella contem-
plaba esta escena, un ruiseñor se puso en un árbol vecino,
y le hizo oir su dulce y lastimera melodía. Amanda, en
fin, se determinó á buscar el sueño, que vino á cerrar 8us
párpados, y llevarle el olvido de todas sus penas.
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- 4 np”: Me. *
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5 Er y y? . '
Fitzalan, padre de Amanda, descendia de una antigua
familia de Irlanda, que habia perdido su riqueza y su lus-
tre mucho antes del nacimiento de este renuevo, que no
heredó mas que un nombre ilustre por las grandes accio-
- nes de sus antepasados, El padre de Fitzalan vivia de
una pequeña plaza que tenia del gobierno, la cual le ha-
bia puesto en estado de hacer algunos gastos para dar á
su hijo una escelente educacion.
Fitzalan habia perdido«su padre y si'madre siendo muy
ióvem. Despues de haber concedido algun tiempo á su
dolor, vendió los bienes que tenia recogidos para comprar
una comision militar, cuya profesion convenia con sus in-
clinaciones, y el estado de su fortuna.
La guerra entre la América y la Francia se acababa de
declarar, y el regimiento de Fitzalan fué enviado á la
América. Los espectáculos que ofrece la guerra, aunque
conmovian profundamente la escelente sensibilidad de su
alma, en nada ADO REUAA su valor; habia heredado al -
mismo tiempo que su nom re, el ardimiento de sus ante-
pasados.
Tuvo en una ocasion la felicidad de salvar la vida á un
soldado inglés. ¡Se encontró en una escursion, en la que
su tropa, engañada por los guias, fué sorprendida en un
bosque que era menester atravesar enteramento para jun-
tarse al destacamento á que pertenecia. El solo recurso
que le quedaba era ganar un pequeño fuerte de donde
habia salido; lo que no pudo hacer sino con mucha difi
cultad, cercados como estaban por los enemigos. En el
momento que entraban al fuerte, Fitzalan vió á un pobre
soldado herido ya, y atacado por dos indios. Cediendo á
una noble compasion, que hace que uno se olvide de sí
mismo, Fitzalan volvió á su socorro, y arrojándose entre
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él y sus enemigos, mató al uno, y estrechó al otro hasta
que el inglés hubo entrado en el fuerte. Esta valerosa
accion, en la que habia corrido el mayor riesgo, le asegu-
ró el reconocimiento del soldado, cuyo nombre era Edwin,
el mismo que en el dia daba un asilo á su hija. des
Edwin en su juventud habia cometido algunas faltas
que habian indispuesto á sus padres contra él. Desespe- |
rado por haber incurrido en su desgracia, se habia engan-
chado en un regimiento que estaba de cuartel en la ve-
cindad; pero acostumbrado á una. vida cómoda, y á algu-
na abundancia, no podia amar su nuevo estado. Su re-
conocimiento por Fitzalan era sin límites; le debia la vi-
da. Habiendo despachado su asistente, Edwin le estre-
chó á tomarlo á su servicio, y Fitzalan consintió en ello.
Amaba el carácter y costumbres de Edwin, y despues de
haber oido la historia de sus desgracias, le prometió á su
vuelta á Europa dedicarse á congraciarle con sus amigos.
Durante su permanencia en América, Fitzalan obtuvo ,
el grado de teniente; su paga era el solo medio de existir, :
y por esto su beneficencia se hallaba detenida, dispuesta
por otra parte á ceder á los movimientos de una tierna
humanidad. e l
Habiendo vuelto el Mésimiento á Europa, Fitzalan obtu-
vo la licencia de Edwin y le acompañó al país de Gales,
en donde fué recibido de sus padres con grande alegría. |
Ellos habian olvidado sus faltas, que nunca se les habian
grabado en efecto profundamente, habian perdido durante |
su ausencia á otros dos hijos, y éste quedaba solo para con- De
suelo de su vejez. | ,
Su jóven amo y protector fué recibido con el mas vivo
reconocimiento. Fitzalan vertió lágrimas de alegria y
sensibilidad al espectáculo de la satisfaccion de los padres
y del arrepentimiento del hijo. El les dejó despues de |
haber gustado á su lado la dulce felicidad que acompaña
y recompensa siempre un acto de humildad, y fué á incor-
porarse con su regimiento á Escocia, donde fué enviado de
cuartel en un fuerte situado en una parte retirada del
reino.
sl de-
AV
E PER
Cerca de este fuerte, habia una antigua y hermosa po
día perteneciente á á la familia de Dunreath: estaba situa-
da en un hondo, dominada y circuida por alturas cubier-
tas de bosques, cuya vecindad daba al edificio el aire de
una sombría soledad.
El poseedor de este castillo, el conde de Dunreath, era
entonces de una edad muy adelantada. Se habia casado
dos veces con la esperanza y deseo de tener un heredero
de sus grandes bienes, y las dos veces sus esperanzas se
le frustraron. Su primera mujer habia muerto dando á
luz una niña; algunos años antes de su muerte, habia toma-
do bajo su proteccion á una jóven que quedaba sin fortuna
por las desgracias de su familia. Despues de la muerte
de su protectora, esta joven se habia retirado á la vecin-
dad en casa de uno de sus parientes. El conde de Dun-
reath acostumbrado á su sociedad, vió aumentársele su so-
ledad por su separacion. Cedia comunmente á todas sus
inclinaciones, y antes de acabarse el tiempo del luto ofre-
ció su mano á la señorita, que no se hizo de rogar para
aceptarla.
Hecha dueña de la casa la bella huérfana, desplegó to-
do su carácter; era vana, insensible y ambiciosa. Su re-
pentina elevacion echó por tierra las barreras que la pru-
dencia y el interes habian puesto hast
siones, y tomó bien pronto un.
bre el espíritu del lord. Sabi;
risa de la complacencia, y el as
Olvidando las bondades de su difunta protectora, trata-
ba á la hija de Lady Dunreath con una indiferencia y
crueldad, que se aumentó en gran manera cuando ella diá
oso ascendiente so-
-á maravilla la son--
á luz una niña. No podia sufrir la idea de que Augusta
su hij a, en lugar de heredar todos los bienes, estaria obli-
gada á partir con Malvina las posesiones y caricias de su
padre: bien presto consiguió i inspirar al Lord indiferencia
por su primera hija, y buscó los medios tambien de pri-
varla de su herencia.
Amedrentada la niña por la violencia y e de
ho madrastra, estaba abatida, y era desgraciada, BARpOn)>
TOM. 1. 2
> a, 5
3
entonces á sus pas E
lel sentimiento. qe
«e ¿al 18 8 >
ciones que Lady Dunreath hizo pasar Sl ilmente en el
concepto de su marido por obstinacion y mal carác
En cuanto á su propia hija, como no hacia mas que su vo- |
luntad, y ella se entregaba sin restriccion á toda la alegría
de su edad, era para “el conde un continuo manantial de
diversion. Su madre al mismo tiempo la adiestraba en
tributar á su padre todos los pequeños cuidados, y hacer- |
le todas las caricias, que juntas á la gracia de la infancia
no pueden dejar de llevarse insensiblemente el afecto de
un padre viejo.
De este modo fué Malvina desgraciada antes de cono-
cer el sentido de la palabra desgracia; pero á despecho
de la envidia y de los malos tratamientos, el estado pro-
gresivo de la edad desarrolló en ella todas las gracias de
la figura, y todas las calidades del espíritu y del corazon
que habian distinguido á su madre. Su aire era noble y
elegante, su fisonomía llena de dulzura, y se veia pintada
en sus bellos ojos toda la sensibilidad de su alma.
Augusta tenia tambien hermosura, pero estaba despro-
vista de las gracias y modestia que seducian en Malvina.
Aquella no se mostraba jamas sino adornada con mucha
afectacion, y sus miradas aseguradas y confiadas, parecian
exijir y esperar un universal homenaje.
- Los oficiales de la guarnición del fuerte eran bien reci-
- bidos en la Abadía, en la. que Lady Dunreath procuraba
hacer su mansion agradablo, llamando á ella todas las fa--
milias vecinas, y los estrangeros que pasaban 2. eos
dedores. EE €.
Lord Dunreath estaba hacia mucho dompa sujeto. á á
muchas enfermedades que le confinaron al fin á su cuar-
to; pero aunque debilitado el cuerpo, conservaba aun toda
la actividad de su espíritu.
Con motivo de la llegada del regimiento, Lady Dun- +
reath dió un baile, al que fueron convidados los oficiales. -
Las habitaciones góticas fueron adornadas y alumbradas
son magnificencia y gusto. La profusion de luces, la mú-
sica, los adornos, y la alegría de toda la sociedad dieron
una agitacion agradable á Malvina que nunca habia pro-
i¡ >»
Ss
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Sa
lo ordinario.
1 venes herederas fueron bien admiradas de los
militares. Malvina, por ser la mayor, abrió el baile con
SUS bellas facciones se animaron con colores mas .
el coronel. Su figura se habia llevado toda la atencion.
de Fitzalan, el cual no pudo desviar de ella sus miradas,
hasta que empeñando Augusta conversacion con él, se vió
obligado á prestarle algunos de los homenajes que ella
buscaba; y cuando en el discurso del baile tomó la mano
de Malvina y la detuvo involuntariamente mas tiempo de
lo que era menester, ella se puso colorada, y la tímida mi-
rada que arrojó, desviándose de él hizo en Fitzalan una
profunda y dulce impresion.
Cambiando los bailadores de parejas, él procuró apro-
vechar la primera ocasion que se presentó de serlo de
Malvina; la dulzura de su voz, su sencillo y al mismo
tiempo elegante lenguaje cautivaron su corazon, como ha-
bian seducido sus ojos los encantos de su figura.
«Jamas habia encontrado objeto tan amable, y tan atrac-
tivo. El no pudo sostener con ella el mismo tono de con-
versacion viva y brillante que habia tenido con Augusta.
Cuando el corazon está fuertemente interesado, no deja
al espíritu entera libertad. Be
Fitzalan era un hombre:muy agraciado: á á una talla ven-
tajosa y notable por la elegancia y nobleza, se le juntaban
hermosas y regulares facciones. La blancura de su fren-
te indicaba la de su cara, antes que la mansion en climas
apartados, y los trabajos de la guerra la hubiesen oscure-
cido. Su fisonomía tenia algo de melancólica; sus ojos.
anunciaban toda la sensibilidad de su alma, y la sonrisa.
que jugaba en sus lábios habria hermoseado la cara de
«Una mujer bella. ,
Despues que hubo bailado con Malvina, Augusta se
¿apoderó de él para lo restante de la noche. Ella le ae |
tró el mas agradable de toda la asamblea, y no cesó
procurar atraer su voluntad. La cortesía le impuso la
le obligacion de responder á á sus insinuaciones, y sus compa-
Reros no faltaron á incluirlo en la lista de los adoradores
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—2— dá
de Augusta. El fomentó es le error; y sufria las chan
sobre un objeto que le era indiferente, y hablaba tar
gremente como ellos del sitio que era menester poner
esta plaza, para enseñorearse de ella. “
Sin embargo, no se hacia ilusion sobre la posibilidad
de poder llegar al fin de su verdadera pasion. Veia que
se oponian obstáculos insuperables á la posesion de Mal-
vina; pero él tenia demasiada vanidad para quejarse de
su destino; y sacudiendo toda melancolía, se mostró asi
mas'“amable y mas animado que nunca.
Sus visitas á la Abadía llegaron á ser muy frecuentes.
Lady Augusta las tomaba por ella, y fomentaba su conti-
nua asistencia. Como su madre la dejaba dueña de suz
acciones, tenia constantemente á su tocador oficiales del
regimiento. Lady Malvina parecia raras veces á seme-
jante hora del dia; ella comunmente se empleaba enton-
ces en hacer alguna lectura á su padre, ó cuando no, se-
guia en su aposento sus favoritas ocupaciones, ó daba al-
gun paseo entre las rocas de la orilla del mar, que ofre-
cian aspectos pintorescos. (Giustaba mucho de estos solí-
tarios paseos, que le recordaban rasgos de la bondad de
su madre, y que la hacian verter lágrimas acordándole la
pérdida irreparable que habia tenido en ella,
Yendo Fitzalan un dia á la Abadía, como tenia de cos-
tumbre, y pasando por la galería que conducia al gabine-
te del tocador de Augusta, puso los ojos sobre dos peque-
ños retratos de las dos hijas del conde, que un buen artis-
“ta acababa de concluir, y venia á colocar.
di Lady Augusta estaba pintada, recostada con negligen-
“cia sobre una cama de césped en una alcoba verde; el ro-
¿paje fluctuante de su abierta ropa realzaba su hermosa fi-
tada sobre una pequeña y verde altura, al pié de la cual
corria un limpio riachuelo, entre tanto que su ganado pa-
¡a cerca de ella, y su perro descansaba bajo una grande
a a «
'»
dl =$:
yas ramas se lbn sobre la cabeza de la
defenderla de yos del Sol.
amable retrato! esclamó Fitzalan, y qué bien re-
eentad la angélica figura del original' Al decir estas
palabras oyó un suspiro detras de él, y volviéndose vió á
Lady Malvina. Perturbado, espresa aun balbuciendo su
admiracion por el retrato, sin saber lo que se decia, fijan-
do sus ojos sobre Malvina, Es en efecto muy bueno, di-
jo Malvina aparentando pensar en otra cosa dif »nte, y pa-
só al gabinete del tocador de su. hegmana.
Lady Augusta estaba ocupada haciendo a zo de cin-
ta, pero. á la llegada de Fitzalan dejó su obra, y le pregun-
tó si habia encontrado bueno su retrato. Si, dijo: y solo
ha sido para admirarlo el haber podido diferir ofrecer mis
respetos al original; y así siguió con este tono de ligero y
afectado galanteo. Enel curso de esta chanza él la quitó
.el lazo de einta, y sujetándolo con una aguja á su corazon,
la declaró que él lo llevaria siempre como un talisman
«que le defendiera en lo sucesivo de todo otro encanto; y:
arrojando al descuido una. mirada sobre Malvina, la vió
teniendo un libro en sus manos, y vueltos los ojos hácia él,
notando en ella una visible alteracion en su cara.
Todo el bello humor de Fitzalan se desvaneció. Se lle-
vantó, y dijo que estaba obligado á á irse al momento. El
abatimiento que habia reparado en Malvina, lo causaba
su hermana; su ternura estaba lisongeada, pero su sensl-
«bilidad se hallaba conmovida.
Vuelto al fuerte, salió de él inmediatamente despué >
haber comido. Se paseó por la orilla del mar, y anduvo
errante largo tiempo entre las rocas que lo circuian por de
esta parte. La escena era campestre y espresiva. Laos.
AE
weyridad de la tarde empezaba á difundirse; las olas ve
As
_ un viento, Íresco del mar agitaba dulcemente las plan!
pias crecian en las hendiduras de las: roca :
e pájaros marinos al sonido de un grito agudo y mel: an-
Í e lico se juntaban: para ir á buscar sus nidos: unos rozan-
do suavemente la superficie del agua, otros elevándose á
%
LS ra »
gee
8
las vecinas matas, iban á precipitarse como nopal
los bosques que cubrian las cumbres de las 1 añas.
Fitzalan andaba á la aventura sumergido en an |
da y melancólica meditacion, cuando fué sacado de ella
por una aria escocesa cantada por una voz dulce y melo-
diosa. Lecevantó los ojos hácia el paraje de donde salia el
sonido, y vió á Lady Malvina en pié sobre una roca, cuya
parte adelantada, y como suspendida en el aire, le servia
de pedestal. Nada habia de mas pintoresco. Su vesti-
do blanco y sus largos cabellos fluctuaban á voluntad del
viento. Ella le recordaba una de aquellas figuras aéreas
que Osian gusta tanto describir. Fitzalan se acercó dul-
cemente por detras; ella derramaba lágrimas cantando, y
las enjugaba despues de haber cantado. ¡Ah! madre mia,
¿Por qué me habeis dejado despues de vuestra muerte?
Para hacer á los hombres mejores y mas dichosos, contes-
tó Fitzalan. Ella arrojó un grito, y habria caido de sor-
presa si. tzalan no la hubiese sostenido. Obtuvo de ella
que se sentase sobre la roca, y se quedase con él hasta que
se hubiese “tranquilizado. ¿Y por qué, dijo á Lady Malvi-
na, os abandonais á la melancolía hallándoos dotada de
todo lo que puede hacer la vida agradable? Este triste
recuerdo, este paseo por.las áridas rocas no se aviene si-
no con los desgraciados; y aun pensó añadir, tales como 4
yo. ¿Puedo dejar de admirarme, continuó, de vuestra tris-
teza, cuando veo unidas en vos todas las calidades que
freguran la dicha? A
de: -- —Las apariencias á menudo engañan, replicó Malvina:
(olvidando en este momento la ley que se habia impuesto,
y habia constantemente observado, de no hacer saber los |
ZII A dei
e mn
o
y malos tratamientos que esperimentaba de sú madrastra), y
e soy una triste esperiencia de ello. La brillante Delon.
cion de las riquezas no tienen estima en una alma sen-
fue, comparadas con el retiro y la medianía, si no pue-
de juntar á ello la fruicion de la amistad, é inspirar al-
gun interes. a Hp
—¿Y quién podrá, esclamó Fitzalan arroj M0 sobre ella
una mirada espresiva, quién podrá conocer á Lady Mal-
7 A
dd
0
ina sin amarla por sus virtudes, y sin sentir gus penas?
Hablár dole así tenia asida una mano de Malvina, estre-
“chándola contra su corazon. Sintió ella el lazo de cinta
- que Fitzalan habia quitado á Augusta, y retirando de im-
-proviso su mano, y arrojándole una mirada fiera, le dijo:
capitan Fitzalan, vos ibais sin duda á hacer una visita á
4
Lady Augusta, yo no quiero deteneros.
Fitzalan á este momento, llevado de su pasion no o pudo
'contenerse, arrancó de su vestido la cinta atada á él, y la
“arrojó al mar.—;¡Yo? dijo él, yo iba á hacer una visita á
- Augusta? ¿Y es su amable hermana la que ha caido en
esta equivocacion? ¡Ah! Lady Malvina, reconozco ahora
el encanto prodigioso que me atrae á la Abadia. Una
verdadera pasion, y sin esperanza, no puede soportar la
chanza, y busca evitar el ojo de la observacion. Yo he
“ocultado la mia en el fondo de mi corazon, y he visto con
placer atribuir mis visitas á un motivo muy diferente del
que tenia, y al deseo de agradar á un objeto que verdade-
“Tamente me es indiferente; mientras que yo no deseaba
otra cosa que encontrar ocasiones de ver al « que adoraba.
Malvina se puso colorada, y esperimentó una grande
agitacion: despues de un momento de silencio, Fitzalan,
dijo ella, yo detesto el artificio. Yo lo aborrezco tambien,
Lady Malvina, dijo él. Pero, ¿por qué me esforzaré á pro-
baros mi sinceridad, cuando no puedo sacar fruto alguno?
Perdonadme esto que he dejado escapar, y creed que con
un corazon sensible, sé reprimir una ambicion que ni
ria como condenable. AN
El la presentó la mano, y la acompañó á la Y
Ella retardaba su paso á propósito, y si Fitzalan lo do y”
- se observado, habria visto en sus miradas mas placer q ue
rosentimiento. Parecia esperar de él una esplicacion ul-.
- terior, pero Fitzalan estaba demasiado turbado para aven=
+turarla, y por otra parte habia resuelto el no tocar mas un
asunto tan delicado. Ambos marcharon en silencio, y lle-
gados á la puerta de la Abadía, le dió las buenas noches.
¿Nos veremos bien presto? le dijo Malvina, con una voz
turbada y un tono que parecia reprobarle el dejarla dema
siado pronto.—No, amable amiga, le respondio Fitzalan,
arrojándola una mirada apasionada, yo voy á confinarme
al fuerte.—¡¿Qué, pues, temeis una invasion? le dijo ella
sonriéndose, y esplicando con sus ojos el sentido de estas
palabras.—Sí, dijo él siguiendo la chanza, esto es lo que
temo tiempo ha, y veo que mis temores son fundados. Yo
debo emplear todas mis fuerzas para ahuyentar el enemi-
go. Besó su mano, y se retiró con precipitacion. :
Lady Malvina entró en su aposento agitada por el sen-
timiento de una especie de placer que hasta entonces no
habia esperimentado. Ella habia gustado de Fitzalan des-
de la primera vez que lo habia visto. Aunque él dirigia
sus atenciones á Lady Augusta, el lenguaje de sus ojos,
puestos á menudo sobre Malvina, desmentia el de su boca.
Encontraba en él las cualidades que le distinguian á ella,
á saber, la dulzura y la sensibilidad. Hasta este momen-
to habia sido esclava del capricho y tiranía de su madras-
ta, y por la primera vez veia en un ser humano aquella
ternura consoladora que podia derramar algun bálsamo
sobre las heridas hechas á su sensibilidad. Esperimen-
taba al mismo tiempo una grande turbacion, y un grande
placer. Ella apartó de su pensamiento toda idea de obs-
táculos que pudiesen estorbar sus miras, y esperó con im-
paciencia una esplicacion ulterior de los sentimientos que
Fitzalan le habia mostrado.
En cuanto á éste, su situacion era bien diferente. Si
era amado, apenas podia gustar del placer de saberlo mien-
tras reflexionase sobre su situacion, la que no le dejaba
en la posibilidad de aprovecharse de esta ventaja. No se
atrevia á pensar en una union cuyas consecuencias serian
ciertamente la destruccion y ruina de la que amaba; no
podia lisonjearse de que un tal casamiento fuese jamas
aprobado por el conde, cuya severidad conocia; ni tenia
medios de hacer vivir á Malvina de un modo convenien-
te. Al fin resolvió evitar en adelante su presencia, y se
reprendió amargamente el haberle hecho conocer un amor
que habia inflamado el corazon de esta interesante mu-
chacha. E
le
po. E
suiendo este plan hizo sus visitas menos frecuentes
ye badía, y y poco. á poco las cesó enteramente. Encon-
traba á á menudo á Lady Malvina en las casas vecinas; pe-
ro guardaba el silencio que se habia impuesto, y evitaba
eon estrema reserva dejar ver alguna preferencia por ella.
Su regimiento estaba en vísperas de partir de la Escocia,
y Lady Malvina, en lugar de tener de Fitzalan la esplica-
cion que deseaba tan ardientemente, le veia siempre
igualmente cuidadoso en evitarla.
Malvina tenia el corazon demasiado tierno para sopor-
tar un tal disgusto sin abatirse. La sociedad se le hizo
insoportable; buscaba mas frecuentemente los paseos soli-
tarios, que le daban ocasiones de abandonarse sin violen-
cia á una tristeza que su vanidad le reprendia algunas
veces. e
En la semana que la guarnicion debia dejar el fuerte,
Malvina volvió una tarde á la roca donde Fitzalan la ha-
bia declarado su amor: el mismo sentimiento habia con-
ducido á éste al propio sitio. Fitzalan vió todo el palio
gro, pero no estuvo en su poder retirarse; se sentó al lado
de Malvina, y conversaron algun tiempo sobre cosas indi-
ferentes. Al fin, despues de un silencio de algunos mo-
mentos, Malvina le dijo: vos os vais, pues, Mr. Fitzalan,
y verosimilmente para no volver mas? —Es verdad con-
testó él.—De este modo no nos volveremos á ver mas, re-
plicó ella, y al mismo tiempo corrian gruesas lágrimas so-
bre sus bellas mejillas, que coloradas por la agitacion de
su COrazon, parecian á una rosa entreabierta mojada. de
gotitas del rocío de la mañana.
—¡Ah! mi amable amiga, le dijo Fitzalan, yo temo. as
efecto que no nos veremos mas, si no es en otro mejor
mundo, donde cesarán los males de éste; y diciendo estas -
palabras suspiró, y puso su trémula mano sobre las de -
Malvina. —Vuestras ideas esta tarde son melancólicas, le
dijo Malvina, con palabras que apenas podia articular.
—¡Ah! ¡Podéis vos admiraros de ello? esclamó él tras-
portado de su conmocion, y olvidando todas sus resolucio
nes. Puede sorprenderos mi tristeza, cuando creo que
20 _—
este momento es el último en el que mis ojos verán la so-
la mujer que yo he amado, y que en diciendo adios, re
nuncio para siempre la felicidad de toda mi vida.
Malvina no pudo contener por mas tiempo sus tiernos
“sentimientos. Ella recostó su cabeza sobre el seno de
Fitzalan, y sus lágrimas corrian en abundancia. ¡Oh cie-
los! esclamó Fitzalan, cuyo corazon palpitaba bajo la ama-
ble carga que sostenia. ¡Qué cruel situacion es la mia!
Miss Malvina, yo no puedo querer vuestra pérdida; he
abrazado la profesion de las armas no tanto por gusto co-
mo por necesidad; yo no tengo otras rentas que mi paga.
Yo puedo soportar mis miserias; pero no tendré valor pa-
ra sufrir las vuestras; haciéndoos partícipe de mi pobreza,
hollaria todas las leyes del honor, y mi vida seria desgra-
Ey si la vuestra fuese penosa, y sin comodidad. ¡Ah! -
estra separacion es indispensable.
ON no! esclamó Malvina: las dificultades que os de-
tienen pueden ser superables. De algun tiempo á esta
parte mi padre no me ama, y mi destino le es indiferente.
Por otro lado, tengo algunos motivos de creer que no sen-
tirá tener un pretesto de dejar la mayor parte de sus bie-
nes á Augusta, que yo no envidiaré si mi destino puede
ser el que ahora deseo. Ella acompañó estas palabras con
una mirada tan dulec y tierna, fijada sobre los ojos de Fit-
zalan, que él la apretó á su seno con un trasporte de ter-
nura que no se puede pintar. Ella continuó: pero aunque
mi padre tenga gran parcialidad por Augusta, estoy segu
ra que no será jamas para mí un padre desnaturalizado,
y que dando la mayor parte de sus bienes á mi hermana,
me dejará siempre suficientes para satisfacer unos deseos
y necesidades tan moderados como los mios, y Lady Dun-
reath, por verme separada de la casa paterna, será ella
misma mi intercesora para con mi padre. 8
La energía con que habló Malvina convenció á Fitza-
lan de que era amado: toda su alma se penetró de un sen-
timiento de felicidad que no habia probado aún, y que to-
caba á enagenamiento. En vano la prudencia le sugeria
que Malvina podia lisongearse de falsas esperanzas, el es-
4
o del amor triunfaba de toda reflexion, y aprétando de
nuevo á la bella Malvina en sus brazos contra su corazon
Je preguntó con dulzura si ella queria á todo riesgo unix
- gus destinos para siempre.
Malvina, convencida firmemente de todo lo que acaba-
ba de decirle sobre las disposiciones de Lord Dunreath
¿hácia ella, y mirando su separacion de Fitzalan como el
“mayor de los males que podian sobrevenirle, le dijo, temn-
blando y poniéndose colorada, que ella consentia en ello de
todo su corazon.
Entonces ellos se ocuparon mútuamente en la ejecucion
de su proyecto. La imaginacion de Fitzalan era demasia-
do fértil para no suministrarle al momento un plan: El
.se determinó á fiarse del capellan de su regimiento, á
quien pidió que le acompañase al otro dia por la tarde á
la capilla de la Abadía, donde convino con Lady Mi: vina
que iria con su camarera, á quien creia poder hacer esta
confianza. ¡Se convino que Fitzalan haria al otro dia por
la mañana una visita á la Abadía, y que si habian queda-
do acordes con el capellan, se lo daria á entender por una
señal.
Creciendo la oscuridad, hizo acordar á los dos amantes
que era tiempo de separarse. Fitzalan condujo á Malvi-
na hasta las gradas de la Abadía, donde se apartaron con
el alma llena y agitada de esperanzas, de temores y de
deseos.
- Al otro dia por la mañana Malvina llevó su a
O t de tocador de su hermana. Fitzalan llegó allí.
Lady Augusta le riñó de su larga ausencia, y él se escusó”
alegando las ocupaciones del regimiento. Despues de al-.
guna conversacion insignificante obligó á Augusta á á sen-
tarse al piano, y entonces echando una ojeada á Malvina,
le hizo la señal convenida.
Al pensar en la accion á que ella se habia empeñado,
Est bajó los ojos. Sus mejillas se coloraron con un encendi-
do encarnado, á lo que se siguió prontamente una estrema
| ee lla. dejó caer la cabeza sobre su seno, y su agi-
a cion le ¡eres hecho cien veces traicion, si hubiese sido
E.
$ lr , ' .
28-
observada; pero Fitzalan tuvo cuidado de ponerse por me-
- dio entre ella y su hermana, y de ocupar á ésta; y Malvi-
na pudo así retirarse sin haber dejado ver su turbacion.
Luego que ella estuvo sola y un poco sosegada, llamó á
su camarera, y despues de haber exigido de ella el mas
“inviolable secreto, le hizo saber su proyecto. Era mas de
media noche cuando Malvina se determinó á ir á la capi-
lla. Al ponerse en camino fué asaltada de un temblor
universal. Una especie de horror se apoderó de su alma.
Ella empezó á reflexionar que lo que hacia no era bueno:
pero meditando en seguida sobre los sentimientos desinte-
resados y generosos de Fitzalan, y pensando que ella mis-
ma le habia impelido á las medidas convenidas entre ellos,
sus escrúpulos y su incertidumbre se disiparon, y toman-
do el brazo de su camarera, se salió por las revueltas de
los corredores, bajó con ligereza la escalera, y entró en la
grande sala, desde donde un pazadizo oscuro de bóveda
conducia á la puerta de la capilla. !
Era éste un edificio sombrío y de una construccion par-
ticular, teniendo el carácter del siglo en que se habia edi-
ficado. Bajo de la capilla habia unas bóvedas que ser-
vian de sepultura á la familia de los condes de Dunreath,
cuyos títulos, hechos y hazañas los recordaban unos mo-
numentos cargados de inscripciones góticas. Sus estan-
dartes, pendientes de la bóveda, mudos testigos de su no-
bleza antigua, de sus proezas y dignidades, cubiertos de
polvo, eran agitados por el viento, al que dejaban entra-
da libre los vidrios rotos. y
La luz que la camarera tenia en sus manos, trazaba
unas sombras por una y otra parte que daban á este lugar
la tristeza mas solemne.
dor miradas ternerosas. Se adelantó hácia una p
que daba á un espeso bosque, y no oyendo otra co:
el murmullo del viento en las cimas de los árbole
á entrar y se sentó sobre las gradas del altar, los
ñados en lágrimas y el corazon lleno de sentimie
. . . £ y y. PR A
nos y dolorosos. Un ligero ruido vino á sus oido
A
abrirse suavemente la puerta-y entrar Fitzalan con el ea-
pellan. Ellos estaban tiempo hacia en el bosque; pero
esperaron que hubiese luz en la capilla. Fitzalan condu-
jo á Malvina al altar, y en muy pocos minutos fué su es-
osa. ;
Hasta la víspera de la marcha del regimiento para In-*
glaterra, no tuvo valor para hacer saber al conde su casa-
miento. La condesa Dunreath estaba instruida de él por
la camarera, y ella triunfaba ya de la ruina de Malvina.
Este suceso satisfacia la mala voluntad que tenia á su hi-
CM y la ansia de acrecentar la fortuna de Augusta.
or otra parte, tenia otra razon de alegrarse; pues habien-
do Augusta tomado tambien una grande inclinacion á Fit-
zalan, habria podido cometer la misma falta, que la im-
prudencia de Malvina le ahorraba, previnniédola de ante-
mano.
El carácter impetuoso y las pasiones de Augusta podian
hacer temer este peligro, pues ella amaba en realidad á
Fitzalan. En efecto, se desesperó del casamiento de su
hermana, la maldijo con toda la amargura de su cora-
zon, y se juntó con su madre para animar la severidad
natural y el carácter violento del conde, hasta tal punto,
que rehusó solemnemente todo perdon 4 Malvina, y la des-
terró para siempre de su casa y presencia.
Malvina entró en este momento en los escabrosos sen-
deros de una desgraciada vida; y aunque su guía estaba
lleno hácia ella de la mas tierna inclinacion, nada pudo en-
dulzar la pena que sentia de haberlo metido en unas eir-
cunstancias dificiles, de que la elevacion de su alma no
podia sacarle. Se marcharon á Inglaterra. El primer
año de su union, dió á luz un niño, al que dieron el nom-
bre de la familia de la madre, Oscar—-Dureath. Pasaron
los cuatro años siguientes en un estado de necesidad
cercano á la miseria, de la que ahorraremos al lector la
cion. A esta época, sus deudas eran-crecidas, y
in se vió obligado á vender su media paga. Mal-
a estaba en cinta: ella se lisonjeó de que su situacion
a conmover el corazon de su padre, y resolvió probar-
BRL Y;
lo todo áfin de obtener de él algunos socorros para su, .
= marido y niños, y obligó á Fitzalan á A á Escocia.
AMí se alojaron en casa de un paisano, en la vecindad
de la Abadía. Este hombre les informió que las enferme-
dades de Lord Dunreath se aumentaban todos los dias, y
“que acababa de celebrar el matrimonio de su hija Au-
gusta con el marques de Rosline. Este señor habia mi-
rado con pasion á Malvina, cuyos sentimientos habria que-
rido Lady Dunreath que se hubiesen dedicado á su hija.
Despues del casamiento de Malvina, habia viajado, y su
pasion estaba amortiguada. A su vuelta á Escocia, no
despreció las proposiciones que le hicieron: Lord y Lady
Dunreath. Sus dos naturales inclinaciones, la codicia y
el orgullo, se encontraban satisfechas porla posesion de
a única heredera de la casa de Dunreath. |
Al siguiente dia de su llegada, Lady Malvina envió á
la Abadía al pequeño Oscar, conducido por el viejo paisa-
no. Oscar era hermoso como un ángel, y su belleza sin
tacha semejante á una flor entreabierta; era la calma y la
dulzura de la inocencia, y la naturaleza en su primera
primavera... Ea
Lady Malvina le habia dado para el conde una carta»
en la que despues de haberle descrito patéticamente su
triste situacion, le conjuraba permitiese á la inocencia ele-
var sus manos suplicantes hasta él. El paisano esperó la
hora en que Lady Dunreath acostumbraba salir en la car-
roza antes de comer. Solicitó entonces ver al conde, y
fué introducido. Le encontró solo, y le espuso el objeto A
de su comision. El conde pareció agitado; pero no mos-
obstante recibir la carta. El pequeño Oscar, €
bia tenido siempre fijos los ojos sobre él, des
hubo entrado en el aposento, corrió hacia él;
Pr
a
dole la mano, sonriéndose con gracia, le dijo: ¡Ah! yo os
“ruego, recibid la carta de mi pobre mamá: el conde la to-
mó casi á pesar suyo, y á proporcion que la leia, su sem-
blante se enternecia, y caian algunas lágrimas á las ma-
nos del pequeño Oscar. Mi pobre mamá llora tambien,
dijo él.—Y por qué vuestra mamá os ha enviado ámí? re- -
plicó el conde.—HElla me ha dicho, contestó Oscar, que es
porque vos sois mi abuelo y me ha enseñado á amaros,
y todos los dias me hace rogar á Dios por vos.—Dios og
bendiga, hermoso habladorcillo, esclamó conmovido el
conde, y acariciando con sus manos la cabeza del niño.
A este momento, Lady Dunreath se precipita al cuarto.
Uno de sus favoritos habia corrido para instruirla de lo
que pasaba en casa, y ella habia vuelto con la prontitud
posible para combatir las peligrosas impresiones que con-
tra ella podia recibir el conde. ¿Estaba encendida en có-
lera. El conde conocia su violencia, y no tenia fuerza
para resistirla, y así fué el primero en dar órden al paisa-
no y al niño de retirarse. Entre tanto, la relacion del mo-
do con que fueron recibidos engendró esperanzas lisonge-
ras en el seno de epobre madre; esperaba de un momen-
to á otro recibir un recado para ir á la Abadía, y contaba
todas las horas. Nada sin embargo se le mandó decir
Pasados dos dias, volvió á enviar al niño; pero el portero
le prohibió el entrar, diciendo que era por espreso mandato
de milord. Amedrentado el niño de la dureza del portero,
- se volvió llorando. La desgraciada madre, viendo frustra-
. da su última esperanza, se abandonó á la desesperacion, se
deshizo en lágrimas y exhaló su dolor en lamentos de pe-
sadumbre. La noche se acercaba, cuando animándose di-
jo: Yo misma, yo misma me ensayaré á penetrar este co -
razon endurecido. ¡Ah! ninguna humillacion debe omi
tir una hija que pide perdon á un padre ofendido, y el va
lor y la paciencia son deberes para una esposa y una ma
dre que quiere separar de los objetos de su ternura la des
gracia, en la que ella misma les ha precipitado.
La noche era oscura y borrascosa. No quiso que Fitza-
la acompañase, y tomó el brazo del paisano que habia
BO
conducido á su hijo: ella violentó el paso á pesar de la de-
negacion del portero, y llegó hasta la sala. Allí se encon-.
tró delante á Lady Dunreath, y con el tono del orgullo y
de la crueldad, le rehusó el que se acercase á su padre,
declarándole que esta era la firme voluntad de Lord Dun-
reath. Dejádmelo ver un solo momento, dijo la amable
suplicante juntando sus manos, yo os lo pido en nombre
de la humanidad. Hacedme salir de aquí á esta estrava-
gante criatura, dijo Lady Dunreath á los criados, temblan-
do de cólera. Yo os castigaré si no me la sacais ali ing-
tante. La tranquilidad de Milord me es demasiado
resante, para que sea turbada por tales griterías.
Su órden absoluta fué al momento ejecutada, aunque,
como lo dice Cordelia en su Rey Lear, era la noche ne-
gra, y el tiempo tan malo, que el menos compasivo no h
bria sacado fuera de la puerta al perro de su enemigo. La
lMuvia caia á cántaros; el mar estaba furioso: un “viento »
impetuoso agitaba el bosque y parecia queria arrancar log
árboles mas corpulentos. El compasivo paisano puso SO»
bre Malvina su abrigo, y así salio, caminando sin. F
lo que hacia por el estado de sorpresa en que se hal
Fitzalan la esperaba á la puerta; ella se arrojó á á
zos y se desmayó. Así estuvo largo rato sin dar 628 al-
guna de vida. Fitzalan la inundaba con sus lágrimas,
abandonado á una agonía inesplicable, no pudiendo menos
de maldecir al ser insensible que habia podido tratarla
con tanta barbaridad. Poco á poco volvió en sí Malvina;
cuando Fitzalan la apretaba á su seno le dijo ella: he si-
do arrojada de la casa de mi padre: el golpe es grande... *
La casa en que estaban alojados no les proporcionaba
las comodidades mas simples de la vida, á las cuales es-
taban acostumbrados. En el estado en que se hallaba
Malvina, Fitzalan temia por ella si continuaba permane-
ciendo allí; pero el la Por ga no tenien
y
benefactora. y jsp los tiernos e xi
Ano necesitaba.
Pe ds
» x
tn
tro « lia por la mañana fué á buscar un medio para
eral país de Gales, y Malvina hizo su último adios
a Escocia.
Vuelta Lady Dunreath á su aposento, A de haber
hecho sacar de su casa paternal á Malvina, llevó.consigo
los tormentos del remordimiento. Reinaba en ella un lu-
jo elega , pero no podia encontrar el reposo. Su con-
ciencia e gritaba ya que si Malvina no podia sobrevivir
a
ae tratamiento, su madrastra seria su asesino.
) ra pálida de esta víctima de la desgracia estaba
pre ente á sus ojos; su corazon estaba agitado de un ter-
ror que aumentaba el horror de la noche. Bramaba la
tempestad en las almenas de la Abadía, y el ruido sordo
ilatado de los vientos en los largos corredores, parecian
ser dolorosos gemidos de los espíritus de los antiguos se-
iores de este viejo edificio, llorando el destino de la mas
mí de las de su descendencia. A la crueldad é ingra-
ady Dunreath habia añadido la mentira. Su ma-
iba á ceder á las instancias de su hija, cuando ella le
“relacion. Los sueños de la noche no
les; veia en elios á Malvina espiran-
dela y ála difunta Lady Dunreath, su bene-
factora, en pié al lado de su cama, reprendiéndola su bar-
baridad; ella creyó oir á esta fantasma pavorosa decirle:
¿Er tú, á quien yo habia abrigado en mi seno, la que ha
come lo esta horrible accion, la que ha arrojado á mi hi-
la ha reducido á una ida errante y miserable? ¡Oh
encia. qué horribles son tus aldavadas! Tú eres un
ministro. de Dios, y empiezas tu venganza antes del tiem-
po en que ella será completa. Puede triunfar el criminal;
pero jamas ser feliz; um: hay escudo que oponer á tus tiros
inevitables. , E razon que traspasas, arroja sangre por
Sy s golpes en el seno de la riqueza y
ciado “viageros fueron recibidos con la mas
idad del reconocido Edwin. A su vuelta
se habia casado con una jóven, á la que ha-
inclinacion desde su. tierna edad: sus padres
TOM. I. | 3
e e-
"3
EA E
habian muerto, y él habia heredado su pequeño patrimo-
nio. Fitzalan, viendo calmada á Malvina, y asistida con
diligencia y respeto, esperó recobrase la salud, y alguna
felicidad. Se propuso despues de verla restablecida, ha-
cer tentativas para aumentar sus asignaciones, empeñán-
dola á continuar su permanencia en la quinta de Edwin.
Llegó el momento en que ella iba á dar á luzzuna hija.
Desde que sintió los primeros dolores, toda la vecindad se
alarmó, y sus temores fueron bien fundados: ella no vivió
sino muy pocas horas despues de haber parido, y murió
en los brazos de su marido bendiciendo á sus hijos.
El dolor de Fitzalan no puede describirse. De pronto
se hizo superior á su razon, y le redujo algun tiempo á
un estado de entorpecimiento. Cuando recobró su sensi-
bilidad, su dolor no fué furioso, pero sí profundo y grave,
penetrando su corazon entero, sin poder hallar alivio en
“las lágrimas. Permaneció largo tiempo sentado cor
ma cerca de la cama donde yacian los restos de £
esposa, fijos los ojos sobre su semblante pálido
muerte, como por piedad, no habia des: o;
aún sus frios labios gritando: ¡Oh! ¿Por qué la he e
cido? ¡Ella viviria aún! El podia decir con un poeta de
su país: ¡Desgraciada de tí, modesta y bella flor! El mo-
e
mento en que te he visto, te ha sido fatal. Noi a
Pero cuando vió los preparativos de la última fúnebre
ceremonia, su dolor no conoció ya límites. ¿Cómo descri-
bir las agonías del corazon de un tierno esposo que va ás
ver la mitad de sí mismo que lo llevan al sepulcro? Se
encerró en.el aposento en que estaba muerta, y prohibió
á Edwin y á su familia acercársele. Se precipitó sobre -
su cama, recostó su cabeza sobre la al Xi
contra su seno, y la mojó con sus lágrim: s, al: ecordar que
habia rendido en ella su último suspiro.
Los lugares que habia habitado le pare
tarios y desiertos. Esta soledad, esclama
mada ya por la dulce melodía de la voz d
ojos no se consolarán con la vista de su ce
te. Fatigado de dolor, fué vencido p:
o h L
Me E g AI —
¿ Malvina sentada á su lado. Se despertaba traspor-
“tado, y conservando la viva impresion del sueño, en
día sus brazos para estrecharla contra su seno. Van
- fuerzos; no abraza mas que un fantasma. Se levantaba,
Easpimabt amargamente, recorria su aposento Con pasos
lentos, se sentaba junto á la pequeña ventana desde la
cual podia ver, con el ausilio de los rayos de la luna, el
oras de la iglesia, cerca de la cual se hallaba en-
_terrada. ¡Ah! esclamab - e ué profundo es el sueño de
| decida Malvina, la voz del amor no puede despertar-
la, ella no ve ni aun en sueño al que la llora en la mitad
de la noche, y que la llorará para,siempre!
El frio de la noche incomodaba su cabeza descubierta,
sin que él lo percibiese. Laidea de Malvina llenaba su
alma toda entera; sa imaginacion la presentaba á sus ojos,
uelta en una sábana, y esclamaba: ¡qué! este rostro pá-
ste cuerpo estenuado, es todo lo que queda de tanta
la y belleza!
sentimiento de religiol podia solamente calmar los
ttes de tan vivo dolor. Ese benéfico y sagrado po-
que derra; la un bálsamo saludable sobre las heridas
azon, y que salva de la desesperacion á los que con-
fian en ella; este poder, le decia que una paciente resig-
nacion á la voluntad del cielo, era para él el medio mas
seguro de ver algun dia á su amada Malvina.
“Esta fué enterrada en el cementerio de la villa. En el
lugar de su sepultura se labró una piedra AQuES la cual
MALVINA PITZALAN,
VALMENTE AMABLE
2 A sE pusiesen sus titulos: ha muer-
a pobre soldado, y no hija de un
de
dido su mismo nom-
ué c Ed y la niña se bautizó con los
' Malvina. La mujer de Edwin estaba enton-
es- .
«do en uno y otro todas las calidades estime
—36—- >
ces criando su primera hija; esta se confió á una nodriza,
y u pecho á la hija de Fitzalan.
1 dinero que éste habia sacado de la venta de su co-
mision, estaba cerca de acabarse, y entonces estaba dema-
siado abatido, para poder pensar y seguir ningun plan pa-
ra su existencia futura. Hacia dos meses que era muerta
Malvina, cuando un hombre de distincion, que habia en
otro tiempo conocido á Fitzalan, vino á la vecindad. El
conocimiento se renovó bien presto. El triste estado en
que se mostraba Fitzalan, y la relacion de sus infortunios,
conmovieron é interesaron de tal manera á su protector,
que sin solicitarlo, le ¿procuró una compañía en un regi-
miento que residia entonces en Inglaterra. Fitzalan vol-
vió, pues, al servicio; pero sus espíritus estaban abatidos
y su salud alterada. El estuvo cuatro años en el regi-
miento; pero deseando ardientemente volver á ver á sus
por sí mismo el cuidado de su educacion, obi "
crédito de su amigo el poder vender su capitanía.
tenia entonces ocho años, y Amanda cuatro. Su tierno ce
dre, al volverlos á ver, los estrechó contra su seno y der-
ramó sobre ellos lágrimas de dolor y de placer.
Había visto en Devonshire, en donde su regimiento ha-
bia estado de cuartel algun tiempo, un pequeño retiro; era
una situacion pintoresca adaptada á su gusto y á su fortu-
na. El lo compró y se llevó sus niños, con grande pesar
de Edwin y su muger, que los amaban eomo si fuesen hi-
jos suyos. Dos escelentes escuelas Es la vecindad, pro-
porcionaron á Oscar y Amanda los ordinarios prelímina-
res para una buena educacion; pero como ellos no esta-
ban en pension, el padre mismo se ocupaba en con
gran cuidado y placer. A- él principalment
progresos rápidos que ambos hicieron en sus
su amable carácter y en la agro lable sencillez
tumbres; y fué bien recompensa
vas que les podia desear. Llegando Oscará.
Le
” LE
0
. ES e
dio alguno para darle una carrera. Oscar mostraba tener
pasion por la militar, despues de lo que habia oido decir
á su padre; pero aunque animoso, era humano y tierno.
Su carácter era sencillo, dulce y sensible. Habia o
4 la edad de diez y ocho años, cuando el propietari a e
tierra sobre la cual estaban situados los pequeños bienes
de Fitzalan, murió. Un coronel heredero suyo vino de
Lóndres á tomar posesion. El hizo muy presto conoci-
miento con Fitzalan, y éste, en conversacion, le confió un
dia la inquietud en que se hallaba por su hijo. El coro-
.nel le dijo que era lástima que un tan bello muchacho no
fuese colocado, y dejó á Devonshire sin parecer haber to-
mado interes alguno para aliviar á Fitzalan de este cui-
dado.
Este estaba en un estremo embarazo; no podia comprar
un empleo para su hijo, sin quedarse él muy mal acomo-
dado. Despues de haber dejado el ejército, no habia man-
tenido correspondencia con el señor que le habia hecho
“tanto favor; pero habia oido hablar muchas veces de él.
€ jo que se habia entregado del todo á diversiones
, lo que comunmente estingue toda sensibili-
-—Temia que dirigiéndose á él, nada conseguiria, y su
amor propio no le permitia esponerse á una denegacion.
Fué sacado de esta pena de un modo que no esperaba, por
una carta del conde de Cherbury, quien conservando siem-
pre hácia él la misma amistad, le hacia saber que habia
procurado á Oscar una plaza de alférez cn el regimiento
del coronel Belgrave, circunstancia muy feliz, decia, por-
que el coronel conocia ya personalmente á este jóven, y
seguramente A él todos los buenos oficios que es-
tuviesen en su poder. El conde le reñia tambien, por no
habe serle. escrito. espues de mucho tiempo: le conservaba
d, A aprovechado con interes la
A,
EN Ñ
Y.
presándoles todos sus sentimientos. * El coronel Belgrave
recibió esta demostracion de agradecimiento del mismo
modo que si la hubiese merecido; lo que era muy al con-
trario. Era un hombre absolutamente despojado de sen-
sil y de moral. No habia pensado ni un solo ins-
tante en senir á Fitzalan ni á su hijo.
En una grande concurrencia en que se encontraba el
conde Cherbury, recayó la conversacion sobre la familia
Dunreath, y despues sobre Fitzalan, vituperado por unos
y escusado por otros con respecto á su casamiento. El co-
ronel Belgrave se encontró naturalmente conducido á ha-
blar de la situacion de Fitzalan y de su hijo, que iba, se-
gun decia, como otro Cincinato, á dejar presto la espada
or el arado. »
Lord Cherbury oyó lo que se habia dicho, y aunque en-
golfado en la política y en todas sus intrigas, conservaba
alguna humanidad, y obedecia su voz, á lo menos en
cuanto no se oponia á sus planes é intereses. Concibió
desde luego, y ejecutó el proyecto de servir á su amigo
Fitzalan, como acabamos de ver. O
Oscar dejó á Devonshire luego que hubo recibido su
comision, y se llevó una carta de su padre para el coro-
nel, en la que Fitzalan le recomendaba á su proteccion,
como un jóven que tenia necesidad de sus instrucciones,
para saberse conducir en un mundo que no conocia.
Desde entonces, todos los cuidados de Fitzalan se diri-
hacerse hermosa, y
Ja
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y io
- al 4 e
Ei AA
sin que el cotonel Belgrave volviese á Devonshire; pero
vino despues de haberse casado en Irlanda con una seño-
ra dotada de todos los encantos del espíritu y figura que. »
pueden cautivar un corazon, y de la que Oscar en sus/ear- >
tas hacia un elogio completo. El coronel vino sin s
ger. Fitzalan, adole como un benefactor y un . ha
go, se apresuró á saludarle, y lo convidó á hacerle el fa-
vor de venir ásu casa. Despues de o tiempo cedió
al convite. Seguramente no habria tardado tanto tiem-
po si hubiese sabido el objeto atractivo que encerraba la
habitacion de Fitzalan. El era enteramente depravado y
vicioso; no habia ni lugar sagrado, ni situacion bastante
respetable, para detenerle en la persecucion de un objeto
que hubiese despertado sus deseos.
Cuando Belgrave estuvo en el país la última vez,
Amanda era demasiado pequeña para llamarle la aten-
cion; no imaginaba que la flor que habia descuidado mi-
rar, habia desplegado tanta belleza. Su sorpresa ¡ albo-
rOozO fueron estremos, cuando en casa de Fitzalan : 1Ó á
una jóven de un talle elegante, cuya boca de rosa anun-
ciaba por una dulce sonrisa el placer de recibirle, y cuyos
bellos y modestos ojos espresaban un vivo reconocimien-
to hácia él Vió en ella su presa, y bendijo su estrella, »
que habia hecho que Fitzalan le mirase como bienhechor:
título que le daba en la casa un acceso mas libre, que no
hubiera podido tener esto. .
_Desde este momento, 11 a sin cesar á casa de Fitzalan,
escepto los dias en que él le convidaba á venir á la suya ,
yr de diversiones con Amanda. Aprovechaba to-
das _las ocasiones en que podia introducirse en el afecto E
Amanda, sin ser observado. El carácter confiado de
A, ed pro 01 ionaba frecuentemente ocasiones de
h ermano. Jamas se opo- >
lo recibia « si
, y 1 sin dificultad por AA r
da en. los negocios de la.
0
su amigo. Amanda inflamaba la pasion de Belgrave sin
e o, con las amables atenciones que tenia hácia él, y
ue miraba ella como un tributo de su reconocimiento.
le hablaba á menudo de su querido Oscar, y otras
hacia tambien elogio de su hermosa esposa; pero
siempre lo encontraba frio sobre este asunto.
Belgrave no era hombre que pudiese reprimir largo
tiempo sus pasiones. Imaginaba que la situacion desgra-
ciada de Fitzalan favoreceria los designios que habia for-
mado sobre su hija, y se atrevió en un paseo á solas con
Amanda á esponerle cuáles eran sus intentos. Amanda
tuvo mucha dificultad en comprenderle desde luego; pero
cuando aumentando su audacia se hubo esplicado plena-
mente, la sorpresa, la indignacion y el horror se apodera-
ron de ella; y cediendo á sus impulsos, le dejó precipita-
damente huyendo hácia su casa, alejándose de él como de
_ monstruo. Belgrave estuvo mortificado y furioso. La
inaria ura de las costurabres y carácter de Aman-
le habia pe ado á creer que habia hecho algun pro-
greso en ella, y que «seria para él una conquista fácil.
- La pobre Amanda no se atrevió á presentarse á los ojos
de su padre, hasta hallarse calmada un. poco A turba-
cion. Temia que la relacion mas disfrazada de lo que
habia pasado, no acarrease funestas consecuencias. Ha-
llándose al lado de su padre, le trajeron una carta. Nun-
ca imaginó ella que Belgrave + tugaese el descaro de escri-
birle, y la abrió en presencia de su padre, creyendo que
era de alguno de la vecindad; pero ¿cuál fué EU, Jn, gna-
cion al ver que era del mismo, que se habia qu
máscara? Su palidez y turbacion alarmaron á . Pitzalar ,e
cual preguntó la causa de ello. Amanda no pudo disimu-
lar qe mas A y y arándano á los piés de su padre,
3
5
y —41l—
la prohibió salir de casa; tomó su sombrero, y o
á salir: fácil es aná adónde iba. El > vil
da se acrecentó, y con una voz trémula é interru
le pidió encarecidamente que no” espusiese su vidas
la Rurals con una severidad que jamas habla v
to en él. Ella se contuvo un momento por el temor; pe-
ro cuando le vió dejar el cuarto, no pudo contenerse mas;
corrió á su padre, y arrojándole sus manos al cuello, se
desmayó en sus brazos. En esta situacion, su infeliz pa-
dre se vió precisado á dejarla al cuidado $ una criada,
«por miedo de que sus instancias patéticas no le hiciesen
diferir la vengan.a que habia resuelto tomar de un mal-
vado que habia formado tan infame y atroz proyecto. Pe-
ro no encontró á Belgrave; y apenas habia vuelto á su ca-
sa para cuidar de su “desgraciada hija, cuando recibió una
carta de Belgrave haciéndole las mas viles [o
y advirtiéndole al mismo tiempo que tuviese « cuidado có:
mo respondia; pues, decia, vuestra situacion p pone vue ostra de
suerte en mis manos. sigo EAS PO
Esto en efecto era una trist erdad. Pitzalan AE
tenido la tentacion de añadir un gran terreno á sus carm-
pos, o de de emplear allí con ventaja el po-
co dinero que le quedaba. El estaba menos instruido de
lo que era menester en la práctica de la agricultura, y es-
ta ignorancia, junta con su rectitud y buena fé, fué moti-
vo que fuese engañado por algunos vecinos avaros y arti-
o e Todo su pequeño capital lo habia consumido en
espe jencios sin : fruto, y estaba muy atrasado con Bel-
$ de la ha E a
ma complacientes, y
L edi de persegt
co
A
la a istencia de un buen labrador vecino suyo, habria si-
o arrestado. Con su socorro y el favor de la noche,
apó con Amanda, y marchó á Cond donde log
ron con toda flcidad. y" se alojaron en un cuartel retira-
do. orante su desgracia, Fitzalan se hizo.superior á su
falso orgullo, y escribió á Lord Cherbury, á fin de intere-
sarle á que le procurase algun empleo que pudiese sacar-
lo de su triste situacion; pero le ocultó cuidadosamente
toda su aventura con Belgrave, no pudiendo tolerar el
pensamiento de que pudiese saberse que habia sido vili-
pendiado hasta el punto de haber aguantado tan GIO
proposiciones. TA 1
La seguridad de Oscar dependia pe: de: e» secre-
to; ¿Pue “su padre estaba bien convencido que ningun pe-
usar podia salvar de la furia de Oscar al desgra-
habia meditado hacer un insulto tal á su her-
lolor de ver volveí su carta dada á
taba ausente, habiendo hecho un
meses. Pasó este tiempo con
le la inquietud y necesidad, y al fin se
! Rormiió á enviar á Amanda al país de Gales, para res-
lecer su salud, considerablemente alterada por sus tra-
yajos y la triste situacion de su padre.
¿ « Belgr ave habia seguido los pasos de los fugitivos; y
aunque Fitzalan tuvo bastante cuidado para no ser arres-
tado, el coronel habia encontrado medios de hacer «Megar
á Amanda unas cartas llenas de idos solicit
luntad, y que este ces JE
mitiese sus proposici ones.
y 20 Este era. paredia tza
Am : de 5 ¿pe
>
me BA
muy dispuesto 4 hacerle este servicio. Fitzalan híz
o A vd el nombre de Dufort, y la envió a
ncia para su mayor ridad.- Di-
AUS SUN p eecS dinero que le AE o a
dó á la Pro ij
Se separó de ella angustiado de dejarla; pero contento,
: pensando qUéMba- 8 encontrar el reposo y la salud. Pro-
metió noticiarle el arribo de Lord Cherbury, que suponia
deberia causar alguna mudanza en su situacion. Escri-
bió tambien 4 Edwin para prevenirle la llegada de su hi-
ja, y el cambio de nombre que ciertas circunstancias ha-
bian hecho necesario. Estos acontecimientos, que Fitza-
lan no esplicaba, escitaron en la familia Edwin
curiosidad; y no atreviéndose á instar á Amanda p
la “satisfaciese, sondearon á su compañero de via:
no vaciló en contarles las indignidades que ella .
frido de Belgrave, las que eran bien conocidas
los vecinos del parage en que habian 1
sugar .oo7 e e
ye >FORO A e e +7! pd e E
A O
A is y:
0 CAPIRULO HI.
to: A E S S
Despierta: Amiamia: de un sueño tna por un lijero
ruido en su cuarto, vió al lado de su cama á su nodriza,
ole una taza de leche de cabra. Ella recibió esta
dable con una sonrisa de reconocimiento; y le-
en seguida, se vistió en pocos min Los Win
as tranquila de lo ee estado |
ho tiempo. El pad eN S!
una habitacion situ ad
ura
NS.
campa, habria hd
FA a
sa. La nodriza batia la manteca. Elena lavaba los le-
brillos para la leche en el riachuelo del valle, y Betzy
+ amasaba una torta para el desayuno. La mesa del té es-
taba cerca de una ventana, delante de la cual se levanta-
ba una madreselva, que esparcia un daleeilo en toda la
sala. Las abejas venian á chupar sus flores, y las mari-
posas, brillantes de vivos colores, andaban á su alrede-
dor. Un sol resplandeciente alegraba toda la naturaleza,
y el viento fresco de la mañana templaba su ardor, y lle-
vaban sus alas con el rocío la dulce fragancia de las flo-
res. El canto de las aves se hacia oir en todos los bos-
ques vecinos, y los labradores esparcidos por la campiña,
ocupados en sus diferentes trabajos, animaban toda esta
escena á la presencia del hombre. ds 5
Amanda disfrutaba deliciosamente de su nueva situa-
«cion, y escribió á su padre que solo él faltaba para com-
«4 o pletar su dicha. Jl jóven que la habia acompañado, ha-
Do biendo tomado su carta, partió para el pueblo en que de-
bia :ncontrar la diligencia que le conduciria á Lóndres.
- Amanda pasó la mañana en arreglar su áposento, reco-
mocer los alrededores de la casa, y conversar con su nodri-
. za de los tiempos pasados y de su situacion presente. Para
darle mas satisfaccion, comieron en la gruta del jardin,
en donde el aire fragante y el encanto de los objetos del
rededor parecian dar mejor sabor á las viandas mas sim-
ples. ,
Por la tarde rogó á Elena que viniese á pasearse con
ella, á lo que esta consintió con el mayor placer. Elena
se compuso de lo mejor que tenia, se puso un delantal
blanco, el gorro de los domingos, un sombrero de paja car-
gado de cintas de color de amapola, y sonriéndose de su
figura en el espejo: Miss, dijo á ella: ¿adónde iremos? —Al
cementerio de la parroquia, A ¡Ob Dios mio!
esclamó Elena, es Pis para ir á pasearse!
“Mi querida Elena, le contestó Amanda, tened la bondad
á lo menos de ex mino; hay un parage que
tengo necesida de visitar. El ce menterio estaba á la en-
trada del pequeño pueblo; el estilo gí
e
eótico de la iglesia ma-
pu 4 'w
“e
, «A
“
Fa E E SE
nifestaba su antigúedad. Estaba circuida de viejos tejos +
y grandes olmos, que parecian tan viejos como el edificio,
bra cubrian la tierra donde reposaban
los restus de los antiguos habitantes de la villa, para quie-
nes una inscripcion grosera y una piedra disforme pedian
al pasagero el tributo de un suspiro.
Esta es la ofrenda que Amanda venia á ofrecer al se-
pulcro de su madre Lady Malvina, que Elena le enseñó.
Este estaba oculto bajo un espeso césped, y la inscripcion
estaba medio borrada por el tiempo. Amanda se puso de
rodillas, besó esta tierra sagrada para ella, y sus ojos se
fijaron sobre la piedra fúnebre. “Espíritu celeste, dijo
ella, el cielo os indemniza ahora de vuestros dolores, ¡Oh
madre mia, si despues de haber salido de este mundo, «
es permitido arrojar una mirada aún, fijadla sobre vues
hija con algun amor! ¡Sisu destino es caminar en e
vida por un sendero da bronco y ller 19 de espir nas com
el que vos habeis corrido, pueda tener á , lo menos la mis
ma paciencia y la misma resignacion que vos, y mostrar
el mismo temor piadoso, y la misma sumision á la volun- Ñ
tad y designios del Criador!
Esta fervorosa oracion arrancó lágrimas de los ojos de
Elena, cuyo corazon era tierno y bueno; ésta rogó á Áman-
da que se separase de este lugar de tristeza. “Amanda se
levantó deshecha en lágrimas. con el espíritu del todo aba-
dos Las ocupaciones del dia la habian distraido de sus
desazones; mas la calma y la soledad de la noche volvie-
n á traerle sus tristes memorias. Temia que la salud
EN padre, ya alterada, no se empeorase por falta de los
ausilios que ella no podia prestarle, y pensando en la mi-
seria, soledad y abatimiento en que lo habia dejado, tenia
el corazon traspasado de verse separada de él.
Su tristeza fué n méspedes. Elena Lali”
informado á su m triste paseo donde habia acom-
pañado á Aman lo que esplicaba al mismo tiempo su
melancolía. La buen: muger se animó á divertir á su que-
xida hija; pero Amanda solo se sonreja por complacencia.
- Ella se retiró temprano, pálida, lánguida é infeliz.
4
pa
dl
ce
dijo ella, yo voy allá; y no e
MD
Al dia siguiente, el retorno de la luz disipó en parte su
melancolía; pero sintió por la “primera vez que las horas
del dia-pasaban con demasiada lentitud para ella, si que-
daba privada de las varias y agradables ocupaciones que
estaba acostumbrada á llenar. Le parecia insoportable
pasar su tiempo en una inaccion perezosa, ó en correr sin
objeto ni designio los alrededores de su casa. Habia tam-
bien observado que su presencia por la mañana mortifica-
ba á sus huéspedes en sus trabajos, á los cuales no se atre-
vian á entregarse delante de ella, y entre tanto sus hu-
mildes amigos, que como las abejas, estaban obligados du-
rante la buena estacion á hacer provisiones para el invier-
no, no tenian tiempo que perder. '
+ En la huida con su padre, habia perdido sus libros, sus
lápices é instrumentos músicos, y ella no encontraba en la
casa de Edwin mas que una biblia, un libro de oraciones,
y un volúmen incompleto de antiguas canciones.
La buena de la nodriza habia ya hecho todas estas ob-
servaciones.—Corazon mio, le dijo, yo he pensado una co-
sa; que podríais irá la biblioteca de Tudor—Hall. Hay
allí bastantes libros para proporcionaros leyenda aun cuan-
do viviéseis tanto como Matusalen, y os juro que son muy
buenos; de otro modo, nuestro ministro Howel no habria
ido tan á menudo, como iba antes que pudiese tener li-
bros suyos. Toda la familia está ausente. Como la bi-
blioteca se abre cuando hace buen tiempo para renovar
el aire, vos podeis ir sin serincomodada de nadie: por otra
parte, la pobre vieja Mistriss Abergwilly os recibirá muy
bien, si quereis prometerle el no llevaros libro alguno.
Pero como vos sois tímida, si lo quereis, no teneis mas
que esperar un momento, y yo iré á pedirle el permiso.
¡Ah! Sí, dijo Amanda, A no querria ir sin vos.—Bien,
o estaré mucho tiempo. Elena
os enseñará el camino hoy mismo: este será un hermoso
y pequeño paseo para todas las mañanas.—La buena mu-
ger partió, y volvió bien pronto con el permiso de Mistriss
Abergwilly, para que fuese Amanda á la biblioteca cuan-
tas veces quisiese. Jilla usó de él al momento, y se puso
E dy : Ñ
.enmarcha con Elena hácia Tudor-Hall, desde donde se
veian las blancas torrecitas de la casa de Edwin. Era un
vasto y antiguo castillo circuido de bosque. La bibliote-
ca estaba en el piso mas bajo de la casa, y se entraba á
ella por una puerta, de dos hojas. Elena dejó allí á Aman-
da, y esta empezó á examinar con gusto el aposento, cuya
elegante sencillez se llevó su admiracion.
Por un lado habia una hilera de po ar-
-queadas al estilo gótico; en la parte opuest 'e Corres-
ndia á cada ventana, habia unos nichos en los cuales
an colocados los libros. Estos nichos estaban ador-,,
nados de guirnaldas de laurel, fabricadas de estuco con.
grande perfeccion, y en la parte superior de cada uno ha-
bia un medallon con el retrato de uno de los mas célebres
poetas. El adorno de la chimenea era del mejor mármol
de Italia, enriquecido de medallones y esculturas del me-
jor gusto. Las pinturas del cielo raso eran tambien
buenos artífices, y todas al estilo alegórico. Era dificil de-
-cidir qué se llevaba mas la atencion, si la belleza del plan
ó el fin de la ejecucion. Dos grandes globos, uno terres-
tre y otro cel “icamente montados, adornaban tambien
la biblioteca. a pieza, por su forma y situacion, era la
mas propia para el estudio y la meditacion. En todo el
rededor reinaba la soledad y el silencio, que no se turba-
ba sino por el susurro del yiento que agitaba las hojas de
_los árboles colocados delante de las ventanas, que templa-
% ban la luz del dia, y no dejaban penetrar sino una dulce
y misteriosa luz. Enfrente de la puerta por donde se en-
«traba, habia otra semejante entreabierta. Amanda no pu-
- do resistir su curiosidad; entró en una grande y po
sa pieza, que un poco mas clara por unas grandes venta-
nas, y adornada de un enos serio, formaba un con-
traste particular con el est: vero de la que acababa d
dejar. El modo con. ue estaba amueblada, y los diferen-
tes instrumentos se velan, manifestaban que era un
salon de música. Los tapices eran de damasco de un ver-
de bajo bordado de flores de plata, con una cenefa de lo
mismo. Las mesas estaban embutidas de preciosas ma-
%
deras; escelentes arañas pendian del cielo raso, el cual ré-
presentaba en diferentes cuadros escenas pastorales, sa
la mano delos mejores artistas. La orquesta estaba 1
mada por una estrada en el centro de la sala, cerrada A
una ligera balustrada de mármol blanco.
Las ventanas tenian la vista mas agradable, pues daban
á un valle profundo y verdaderamente pintoresco: las lade-
ras, entre las cuales daba vueltas, desplegaban una variedad
de aspectos admirables: estaban cubiertas de bosque
mezcladas ya de praderías, ó ya de mohosasrocas.
¿2Abundante y clara se dejaba caer como de una cas
la altura mas elevada, y esparcida en su caida por las1
ces de los árboles, y los fragmentos de las rocas, haci.
cien caminos distintos, y despues de haber corrido por la
sombra, salia rillante. á estenderse em el valle.
Amanda permaneció largo tiempo en la ventana disfru-
tando de esta deliciosa vista, y admirando e: gusto del
que habia dispuesto esta pieza para entretener al mismo
tiempo los ojos y los oidos. Habia en el salon un forte.
piano que no estaba cerrado; ella le tocó, y reconoció que
estaba bastante afinado. Amanda a con pasion la
música, en la que tenia habilidad. Su padre habia culti-
vado un talento que él tambien poseia, disponiéndose así
en la instruccion de su hija un manantial abundante de
placer; pues su alma recibia en la música las mas dulces
y fuertes impresiones. A
e
Amanda no pudo resistir á la ocasion favorable q
le presentaba de satisfacer su gusto favorito. La armonía
estaba mucho tierapo hacia separada de mí, se decia, y
con esto se sentó, y tocó una aria tierna: se acordó en se-
guida de las que su padre os mas, y tocó algunas
con un gusto esquisito. ¡Ah! decia, suspirando tristemen-
te; querido y tierno padre, ¿ qué no estais aquí para
- participar de mi placer? Despues enjugó algunas lágrimas
- que le hacia derramar esta tierna “memoria, y cantó otra
aria con el mayor gusto y espresion. q
Habia en el salon muchos libros de música, y Ñécono-
ció las obras de los mejores autores: estaba tentada de
> de : 9 19 cc
permanecer aún en el piano, pero no habia aún examina-
do la. biblioteca; volvió, pues, á ella, y encontró los mejo-
res libros tanto antiguos como modernos. Tomó uno, y se
> /á leer en el alfeizar de una ventana, para disfrutar
2h viento fresco que venia de la parte del bosque. En
esta dulce ocupacion olvidó que las horas corrian, y en na-
da pensaba menos que en volver á casa, cuando compare-
ció Elena, advirtiéndole que se la esperaba, con la comi-
da pronta, y que estaria incomodada de estar tanto tiem-
in comer. Amanda no dudo seguir á Elena; pero to-
solucion de volver todos los dias á Tudor Hall,
acontraba tan dulces diversiones, y disfrutar tam-
e los paseos solitarios del coto, que convenian tan
Jen con su. “eo y situacion, lo que ejecutó; y pasó una
semana entera, durante la cual su padre le hizo saber que,
sospechando que . a muger en casa de la cual estaba hos-
pedado habia sido ganada por el coronel Belerave, la: su-
plicaba que no le escribiese, hasta que le diese otra di-
reccion, á que añadia que podria darle tambien noticias
de Lord Cherbury, á quien esperaba de dia en dia.
o se
mE: | CAPITULO IV.
> , 8 de
3 Ea > * b.-
- Amanda continuó todas las mañanas sus. visitas á Tu-
11: a*lí alternativamente tocaba el piano óleia. Vol-
via por la tarde; pero en lugar de permanecer en la Biblio-
teca, comunmente tomaba un libro, é iba á leer sentada
al pié de algun grande árbol, bajo sus ramas cubiertas de
moho, oyendo con delicia Aa su cabeza, el susurro de
las hojas agitadas por el to, y el zambido de losinsec-
tos volando á millares A . del sol, de los cuales -
ella estaba Candida cuando no podia, ó no queria leer
mas, dejaba el lib ro el mismo sitio en que lo habia -sa-
cado, y se o parages mas espesos del bos-
que, que era su gusto favorito. El silencio, la sombra mis-
TOM. IL. | 4 4
a Gm
teriosa, y las cercanías de la noche, calmando el tumulto
de las pasiones, ponian á su alma fortalecida y elevada;
entonces era cuando ella gustaba acordarse de los pasados
dias, y hacerse planes de felicidad, que en lo a
creia podria realizar. OÚtras veces se abandonaba á to
el entusiasmo de una imaginacion jóven y novelera, y se
transportaba á aquellos tiempos donde los bosques á la
sombra de los cuales iba errando, eran, como lo dice Thom-
son, los retretes de la meditacion y las escenas e inspi-
turas celestes é inmortales, enviadas á los hol bres
e
el divino encargo de sostener la virtud vacilante sok
borde del vicio. de
un dulce E e penetraba al sesgo de sus el par-
pados. e E
Ella, sin embargo, volvió una tarde con mas abatimiento
del ordinario. Durante el tiempo en que dormia, sus sue-_
ñios tomaron el carácter de los pensamientos que le habi:
ocupado, y la perseguian con imágenes tristes de los tor-
mentos de su moribunda madre, oprimida 2 el peso de
parecia rn o mia, soy feliz: Amanda, en
su sueño, fué despertada pe música deliciosa. E
ver su aposento alumbrado por una estraordinaria luz. Las
imágenes del sueño habian hecho tan fuerte impresion so-
bre ella, que fué asaltada de un terror y temblor univer-
sal, no pudiendo esplicar lo que esperimentaba. Esta gran-
de conmocion se calmó un poco con la sorpresa, cuando
oyó debajo de su ventana una hermosa voz de hombre que
cantaba unos versos de Cowley, por un estilo, de que la
* musica instrumental que habia oido, no era mas qu
preludio. Cuando la voz cesó de cantar, Amanda, que
Xx eS
a A
habia brado de la conmocion que le habia lada su
sueño y el canto del músico, habiendo corrido la cortina
de la. ventana, reconoció que la luz de que se habia admi-=
rado, procedia de la luna que estaba entonces en la llena.
Ella pasó el resto de la noche eñ reflexionar sobre este se-
traño accidente. No podia dudar de que la serenata se di-
rigia á ella; pero no habia visto, ni conocia persona en la
vecindad de quien pudiese esperar este obsequio. Entre-
tanto, veia bien por el género del homenage, que no podia
sino de un hombre de buena helimacidn: Resolvió,
lacer al otro dia por la mañana todas las indaga-
ue podian conducirla al descubrimiento. Por las
respuestas que le dieron, sacó en limpio que el músico no
podia ser. otro que el ministro Howell, á quien ella jamas
habia visto, y de quien no imaginaba fuese conocida, has-
ta que le vino á la memoria que podia haber la visto yen-
do á Tudor-Hall, ó errante en los bosques del contorno.
Al momento que esta idea se presentó á suimaginacion,
pensó que cometeria una imprudencia volviendo á Tudor-
Hall. Sin embargo, encontraba allí tanta diversion, que no
podia renunciar á sus visitas sin grande repugnancia. Con-
sideró por fin que con una compañera, no ofenderia á su
decoxo., Elena se ocupaba comunmente en hacer media, y
Amanda pensó que esta muchacha emplearia ¡eualmente
- viniendo con ella: le rogó, pues, que “le hiciese
en lo se convino Elena de todo su corazon,
un pequeño negocio. En hora buena, die Ain con
tal que no esteis ausente mucho tiempo. Elena se lo pro-
metió y se fué. Elia habia visto en el campo vecino del
Castillo, á Tim Chip, el carpintero de la obra. Este mozo
era el Adonis de la Comarca. De mucho tiempo á esta
parte mostraba hácia Elena una preferencia, que escitaba
contra ella los zelos de las muchachas de la villa, y ella
estaba ufana de una conquista que contentaba su corazon, .
y le daba una ventaja sobre sus compañeras.
Amanda entró en el salon de música, y acord índose del
UNIVERSIMY of
A ALINOIS LIBRARY
o
y
palo, A
canto que habia oido bajo su ventana, se ensayó á ejecu-
tarlo con el piano. En efecto, le salia bien, y como las pa-
labras de Cowley le eran familiares, se puso á cantarlas
acompañándole. Acababa ya la última copla, cuando oyó
detras de ella esclamar: ¡qué voz tan celestial! Amanda
se levantó despavorida y turbada, y ve á un hermoso y
gallardo jóven á pocos pasos de ella. ¡Buen Dios! esclamó
poniéndose colorada y e ERIRAU dos presurosa hácia la
puerta, ¿dónde está Elena? —;Pensais, le dijo el estrangero
poniéndose delante de ella, pero con un tono respetuoso,
que yo os dejaré ir así? no, amable criatura; seria el mas
insensible de los seres, si no aprovechase esta oca
un feliz acaso Me proporciona, para obtener de vos €
miso de acomp Moros: y diciendo estas palabras, tomó la
| | Estad seguro, señor, le dijo Amanda,
el omo le llamais, que nos ha aproximado,
me es muy desagradable, pues que me espone á ser tra-
tada con mas libertad de la que estoy acostumbrada á su-
frir. Es posible, replicó el incógnito, que vos tengais al-
guna colera contra mí: Mas yo voy á volver la libertad á
mi amable cautiva, si ella se digna permanecer aquí algu-
nos minutos, y permitirme acompañarla á su casa. Quie-
ro ser libre al momento, gritó Amanda.—Obedezco,. res-
pondió él, dejando su mano, despues de haberla apretado
dulcemente con la suya. — Vos sois libre, y yo no puedo de-
cir otro tanto de má (1). dy
Amanda salió apresurada por el bosque, y turb:
tomó bien el camino. Buscó en vano á Elena. El
gero la seguia con los ojos por cada camino que ella
ba. En fin, acercándose mas, le gritó: ¿por qué huís de mí;
¿por qué no quereis que os acompañe á vuestra casa? pue-
- de.uno, despues de haberos visto, renunciar á veros otra
vez? Amanda nada respondia, y se alejaba siempre. En
fin, su fatiga y su Agitacion, en el estado de debilidad en
qe se hallaba aún, la obligaron á detenerse, y apoyarse
contra un árbol. La precipitacion con que habia caminado,
(1) Esta es la escena designada en la estampa de este Tomo.
_——
ES 7 AO
habi , animado los colores de su cara; sus cabellos espar*
luctuaban á voluntad del viento, y jugaban con su
llo; y sus ojos, hermoseados por el embarazo encanta-
dor de la modestia, estaban bajos para evitar las miradas
ardientes del jóven.
El parecia absorto de la admiracion mas apasionada por
ella, y se decia á sí mismo en su enagenamiento involun-
tario: ¡Dios mio! qué Angel del cielo.
Vos os hallais fatigada, le dijo, y esto solo por apartaros
de mí. Si vos pudiéseis leer mi corazon, veríais los pocos
motivos que teneis para huir de mí. Las conmociones que
encantos escitan en una alma sensible, no pueden
jamas ser enemigas de vuestra seguridad...
En este momento, Amanda divisó á á E saltando una
barrera. Ella habia dejado al fin á ip, despues de
campo, donde el ciego con su arpa, 1 concurrir para
bailar. Ella corria; mas viendo 2 -Mortim:«
prendió de manera que se detuvo sin hablar palabra. Dios
me lo perdone, exo: e" he creido que jamas volve-
ríais.
- peranza de una card Entrevista! y tomándola la mano:
¡Oh! decidme, esclamó, si me permitís presentarme á vues-
tra casa? Es imposible esto, replicó Amanda, y yo seria
Ll instante desgraciada si me detuviéreis mas tiempo.
2d, pues, le. dijo abriéndole una reja que daba del bos-
a semiagiicon. qué generosidad un caballero atento os
ya de vuestra prision; mas no creais, tan bella y cruel
peranza de vencer vuestra dureza.
¡Ah! mi Dios! dijo Elena cuand ieron salido del bos-
que; ¡cómo habeis encontrado á Lord Mortimer? —¡Lord
Mortimer! replicó Amanda.—Sí, dijo Elena, es €l e
jamas he tenido yo igual sorpresa, como cuando le ví mi-
ernura; es unjóven bien acabado, y á mas
suyo. Amanda se turbó muchísimo
1 dueño de la casa, donde la habia
que Tudor—Ha
cuando supo que
omo sois, añadió jovialmente, que yo abandone toda es-
a
"
E 71: ES
encontrado con tanta franqueza y libertad como 10 podia es*
tar en la suya propia.
Así como entraban en la casa de Edwin, Elena, tirando
de la manga á Amanda, le dijo: mirad, mirad, Miss. Vol-
viendo la cara Amanda, vió al Lord Mortimer que la ha-
bia seguido de lejos hasta la mitad del camino. Al verse
observado se sonrió, y saludando con la mano se retiró.
La madre de Elena se alegró de que Lord Mortimer hu-
biese visto á su querida hija, lo que Elena luego fué á noti-
ciarle. Ella no dudaba que la belleza de Amanda hubiese
escitado la admiracion del Lord; y de la admiracion solo
habia“un paso que dar á cosas mas importantes. El cora-
zon de Amanc pa una sensación muy agra-
radas dé Ella empezó á creer que seria él
quien tan alegremente l abia interrumpido sus sueños; pe-
ro la reflexion la sacó de esta idea. Era evidente que Lord
Mortimer habia 11 sado. aquel mismo dia á Tudor-Hall;
de otro modo, ella lo habria sabido, y aun cuando él la hu-
biese visto antes, le parecia poco yerosímil que hubiese
- tomado la pena de introducirse de esta manera con una
persona que debia mirar, segu
no infinitamente mas baja de con
“to, era claro que el'acaso solo no habia podido conducirle
al lugar en que la habia sorprendido. El obsequio natural
á los hombres del mundo le habia dictado el longue fine
habia usado con ella. A este pensamiento suspiró
cluyó consigo misma que era el ministro ] well q
habia dado la serenata. Ella tomó desde enton la re
lucion de que cuando encontrara al ministro, si él le ple
ba la menor señal de inclinacion por ella, hacerle perder
al momento todas las esperanzas que hubiese tenido la
vanidad de formar.
as las Aucas, co-
Ñ
.n +.
y.
DO
e
y
CAPITULO Y.
Despues del té, Amanda se llevó á la pequeña Betzy al
paseo, pues Elena con todos sus adornos habia ido al bai- -
le. Amanda no se puso en camino tan pronto como lo te-
nia de costumbre. Su gorro era tan pesado y le iba tan
mal, que ella no pudo determine WI onérselo sin hacer
en él alguna variacion, y aun encontró que no le estaba
bien. Despues se probó un sombrero; este le iba mejor, y
al fin marchó. En esta vez no se detuvo, para manifestar
su admiracion, como ordinariamen : odas las ve-
ces que un nuevo sitio ó algun asp le la choca-
ban á la vista. Estaba tan absorta e mientos, que
parecia: despertarse sobresaltada, cuan etzy se dirigia
á ella, como hacia á menudo, ya para rogarle que le dibu-- +
jase alguna figura sobre la arena, ó ya para coger con ella
aleunas flores del cam abiendo apenas dónde iba, se
dirigia Amanda hácia ] la, y sintiéndose fatigada, entró
en el cementerio para descansar sobre un las piedras
que en él habia. e
Las tumbas estaban adornadas de guirnaldas de flores,
“tributos de las j Ad de la poblacion í á la memoria de
| “cogido con boy y la colgó á la mina
fúnebre levantada en el lugar de la sepultura de Lady
Malvina. Sus bellos ojos se “elevaron hácia el cielo, como
“para convidar a su madre á recibir la ofrenda campestre
de su hija. Ella cruzó sus manos sobre su pecho, y es-
clamó: ¡Ah! este es el solo tributo que la fortuna me ¿ha
dejado que poderos ofrecer. Al mismo tiempo oyó hablar
bajo bastante c e ella; y volviéndose, vióá Lord Mor-
timer con el jó istro medio ocultos detras de algu-
nos árboles, que servaban con atencion. Colorada y *
E
confusa, bajó su sombrero sobre la cara, y tomando á Bet-
zy por la mano, se volvió á su casa.
Lord Mortimer habia ido errando por los alvodédres de
la casa de Edwin con la esperanza de encontrar á Aman-
da por la tarde. Al verla salir se puso á seguirla de lejos;
y al tiempo que ella iba á entrar al cementerio, encontró
al ministro: él se habria pasado con mucho gusto sin esta
compañía en un momento tan favorable para juntarse con
Amanda; pues estaba mas solícito de lo que él mismo
creia de introducirse con ella.
Lord Mortimer estaba entonces en la primavera de su
vida. Era perfectamente bien hecho: sus modales eran in-
sinuantes y agradables: su sonrisa de una dulzura seduc-
tora; sus ojos llenos de espresion eran espirituosos, y anun-
ciaban una estrema sensibilidad; la energía y pureza de
su lenguage tomaban de la dlls de su voz un encanto,
al cual era dificil resistir; su alma, en fin, era el asiento de
todas las virtudes. Pero un superior rango y una grande
fortuna le colocaban en una situacion en que la virtud lle-
ga á ser dificil; y él no tenia siempre la fuerza de resistir
á las tentaciones de que estaba cercado; pero aun deján-
dose llevar de algunos estravíos, jamas habia entrado en
los senderos vicio; ; jamas habia cesado de respetar la
inocencia, ni hecho paso alguno que pudiese ofender el co-
razon de un amigo. El suyo estaba abierto á todos los no-
bles sentimientos que nos da la naturaleza. La compasion
á favor del desgraciado era una de sus inclinaci
nantes, y jamas rehusó su mano á sus gene
Entre los varios talentos que habia cultivad
sica lo habia llevado almas alto grado de perfeccion; su
residencia en los países estrangeros le habia proporcio-
nado los medios para ello. La dulce y melodiosa voz de
Amanda habria sido suficiente para ganar su corazon; pe“
ro ayudada de todos los otros encantos de esta amable mu-
chacha, acabaron de dominarle.
Habia venido al país de Gales con el objeto de ir á ha-
cer una visita á un amigo antiguo que vivia en la Isla de
Anglesey. El no habia formado intencion de detenerse en
A
Tudor-Hall; pero habiéndose volcado á algunas millas de
su casa la silla de posta en que viajaba, y habiendo que-
dado bastante estropeado, alquiló un coche, y se fuéá Tu-
dor-Hall, para recobrarse bajo los cuidados de la vieja ama
de llaves Mistriss Abergwilly, la cual, poseyendo mayor
fondo de conocimientos médicos y quirúrgicos que la mis-
ma Lady Borentiful, curaria sus contusiones, á lo que él
creia, en menos tiempo que ningun cirujano de campaña.
El la habia prohibido hacer saber á nadie su llegada á la
casa, no queriendo, en los pocos dias que habia de perma-
necer en ella, ser importunado con visitas que no faltarian
á hacerle si se supiese su llegada. Desde un aposento jun-
to al salon de música, habia oido á Amanda. Aunque mal-
tratado aún de su caida, á los primeros acentos de su voz
se acercó ú la puerta, la que estando entreabierta, le dió
la facilidad de verla perfectamente sin a -El esta-
do de debilidad en que aun se hallaba, h habia podido solo
impedirle presentarse á ella inmediatan 1e
sar la admiracion que le habia inspirado:
ella salió, envió á buscar á la ama de llaves, para saber
quién era la bella estrangera. Mistriss Aberswilly no pu-
do decirle mas de lo que sabia; esto es, que era una seño-
rita jóven recientemente llegada de Lón
en casa del labrador Edwin, la muger del
dido para ella el permiso de leer en la Biblioteca: que ella
se lo habia concedido viendo que Milord leia en su gabi-
nete: que si Milord no aprobaba lo que habia hecho, ella
dd ia á decir á los Edwin, que Lady Dunford no vinie-
se mas. Guardaos de hacerlo, le dijo Lord” Mortimer.
Amanda, pues, h.bia continuado sus visitas, no sospechan-
do que tuviese tan cerca de ella un observador tan aten-
to, y un admirador tan apasionado. Lord Mortimer se res-
tablecia de dia en dia; pero parecia haber olvidado ente-
ramente el objeto de su viaje al país de wales. El tenia
un poco de novelista en su carácter y espíritu; y en su con-
valescencia se dedicó á ello tomando un laud, y dando una
serenata á la am persona hospedada en casa de Edwin.
Como no podia sin impolítica desembarazarse de Ho-
de. 3
=-HB== de
well, se habia contentado con seguirla con el “miñistro
hasta: el cementerio, donde ocultos detras de los árboles
él y su compañero la habian observado, sin que ella hu-
biese reparado en ellos, hasta que una esclamacion invo-
luntaria que se escapó á lord Mortimer, hizo traicion á su
enagenamiento. Cuando ella hubo marchado, leyó la ins-
cripcion de la piedra fúnebre; pero con motivo de la dis-
cordancia de los nombres, nada pudo sacar de allí concer-
niente á lady Dunford. Howell no pudo dar mas luces á
su ignorancia; este era un jóven recientemente encargado
de esta parroquia, y que aquella tarde por la PS vez
habia visto 4 Amanda.
Lord Mortimer estaba escesivamente atormentado por
los deseos de ser instruido de quién era lady Dunford.
Como las funciones pastorales de Howell le daban libre
entrada en las:casas de sus feligreses, á nadie podia diri-
girse mejor que á él, para adquirir noticias de esta espe-
cie. El lord, pues, le manifestó sus deseos de saber" quién
era esta persona, para satisfacer, decia, una simple curio-
sidad, y le rogó que si no tenia inconveniente se traslada-
se 6 la casa de Edwin y procurase sacar de esta buena
gente algunos descubrimientos: Howell se encargó de es-
ta comision po gusto. La figura, el aire melan-
cólico, y sobrz todo el acto piadoso de Amanda, de que
habia sido testigo, habian interesado su sensibilidad, 5d
citado toda su curiosidad.
Llegó á la casa de Edwin poco despues ue ella, yla
encontró riendo de las profecías de su ama de leche, que
la anunciaba que algun dia seria ciertamente una grande
señora. Amanda quiso dejar el aposento á la llegada del
ministro; pero viendo éste su intencion, la declaró que si
le servia de confusion, se retiraria al momento. Ella se
volvió á sentar, con algun placer de haber sido detenida,
porque pensó que con alguna mirada o palabra del minis-
tro podria descubrir si era él quien le habia dado la mú-
sica que habia oido por la noche, y por esta misma on
se prestó á entrar en conversacion con él. |
Toda la familia, , escepto la madre, habia sonados á Ele-
3
e
na: ile. La buena muger creyó que no podia hacer
cosa mejor para recompensar el honor que le hacia Ho-
wel, que darle una pequeña cena. La afectuosa disposi-
cion de Howell, la bondad de su carácter y la dulce jovia-
lidad de su humor lo hacian amado de sus parroquianos,
á los cuales divertia unas veces con canciones sencillas,
y otras con cuentos -agradables. Amanda quedó á solas
con él mientras que la nodriza preparaba la cena. Aman-
da bien pronto estuvo contenta de su tono y sencillez de
modales, como él lo estuvo de la delicadeza y dulzura de
los de Amanda. Los objetos de que estaban cercados tra-
Jeron la conversacion sobre asuntos campestres, y de alli
sin esfuerzo alguno pasaron á hablar de la poesía. Este
asunto interesaba particularmente á Howell, que obsequia-
ba á menudo á las musas en sus paseos campestres:
Amanda les rendia incesantes cultos, aunque lo ocultaba
por modestia; ella fué conducida por el hilo de la conver-
sacion á citar algunos pasages bellos de sus autores favo-
ritos, y la dulce sensibilidad de su declamacion trasportó
á Howell. El la miraba, la escuchaba como si sus ojos
no pudiesen jamas hartarse de verla, ni sus oidos de oirla.
A su ruego, ella recitó la descripcion patética del carácter
del ministro y de sus amables hijas en ee serios villa-
ge de Goldsmith. Algunas lágrimas mojaron sus mejillas.
Howell, llevado por un menta involuntario, puso sus
manos sobre las de Amanda, y esclamó: ¡qué ángel, Dios
mio! qué ápgel
Vamos, vamos, dijo Amanda sonriéndose de este -
porte, vos á lo menos no debiais lisonjear. ¡Lisonjear! di-
jo con énfasis; el cielo me es testigo, cuán lejos estoy de
ello. Muy bien, dijo ella, procurando desviar la conver-
“sacion; pero no os sirvais en adelante de espresion alguna
que pueda darme lugar á dudar de vuestra sinceridad.
Señora, dijo él, me seria imposible adularos; no pudiendo
hacer los mas grandes elogios, sino muy bajos e
to álo que mereceis. ¡Aún! dijo Amanda.
ñora, replicó él, la apion es una bajeza be
Las espresiones que vos llamais lisonjeras, las a
- . Ed
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pe
a A ms
las mas verdaderas conmociones, y una sensibili
yo me despreciaria á mí mismo si no la tuviese. -
El pato y los verdes guisantes fueron servidos; mas en
vano la ama esforzaba á Howell á comer. Sus ojos fijos
sobre Amanda, no le permitian entregarse á ninguna otra
sensacion. La buena muger, no pudiendo ganar nada por
este lado, le rogó que la cantase una de sus viejas cancio-
nes de que ella gustaba mucho. El se escusuba, cuando
Amanda, que tenia sus razones para ello, juntó sus ruegos
á los de la ama. Alinstante que oyó su voz, se conven-
ció de que no era la persona que habia cantado bajo su
ventana. Despues de la complacencia de Howell, ella no
pudo rehusarle cantar tambien. El sonido de esta voz
penetró hasta el corazon del ministro. Parecíale estar ba-
jo el poder mágico de algun encantador, y clavado á su
asiento. El escuchaba aún, cuando ella no cantaba, y no
pensaba en levantarse, ni menos retirarse, hasta que la
nodriza le advirtió que era tarde, y que temía que Áman-
da no hubiese estado desvelada demasiado tiempo.
Entrando á su casa, él suspiró, y estos fueron los prime-
ros suspiros que habia arrojado pensando en la medianía
de su fortuna. Con todo, decia pasando la vista por su
aposento, en esta estancia, tan humilde como es, el posee-
dor de una Amanda podria encontrar la felicidad.
El pobre ministro habia enteramente olvidado el obje-
to de la visita que habia ido á hacer en casa de Edwin,
y la comision que le habia dado lord Mortimer. Este ha-
bia empeñado á Howell á que fuese á cenar con él, des-
pues de evacuada su comision, y lo habia esperado con
estrema impaciencia. Habia sufrido mucho, viendo pa-
sar las horas sin verlo volver. En fin, incapaz de repri-
mir la impetuosidad de sus sentimientos, llegó á casa de
Howell al tiempo que este acababa de entrar en ella. El
le preguntó con buen humor por qué no habia cumplido
la palabra que le habia dado de ir á cenar con él. Domi-
nado Howell por una sola idea, confuso, turbado é inca-
paz de encontrar escusa buena, le dijo lo que¿habia sido
realmente, y que él habia olvidado absolutamente su pro-
_—b1—
“Supongo, dijo Mortimer con voz turbada, que ha-
asado una noche agradable. Deliciosa, dijo Howell.
Mortimer estaba mas y mas descontento; pero era
de sí mismo mas que del ministro. El se arrepentia de
su locura por haber puesto bajo la diligencia de Howell
una tal tentativa, y de haberse ganado acaso un ri-
val. ¡Y bien! dijo él despues de haber dado aigunos pa-
sos por el aposento, ¿qué sabeis de Miss Dunford? ¿De
Miss Dunford? repitió Howell saliendo de su meditacion.
¡Ah! nada. ¡Cómo nada! dijo lord Mortimer. No, repli-
có Howell, sino que es un ángel.
Lord Mortimer se convenció entonces que el ministro
tenia la cabeza trastornada; y despues de este convenci-
miento, resolvió hacer en adelante sus negocios por sí mis-
mo. Obtuvo de Howell, sin embargo, una relacion de
aquella noche, de la que este le hizo una penetrante des-
cripcion, y le envidió las horas afortunadas que habia pa-
sado al lado de Amanda.
CAPITULO VI,
Y
dde!
Al otro dia por la mañana, al tiempo del desayuno,
Amanda recibió una carta que le trajo Betzy. Ella espe-
raba nuevas de su padre. Abrió la carta con Le ha
cion, y con grande a leyó lo que sigue.
€> > —AMiss Dunford.
“Lord Murtimer se toma la libertad de asegurar á Miss
“Dunford, que él no estará en paz consigo mismo, hasta
“que haya podido justificarse en persona de la sorpresa
“que le causó en Tudor-Hall. Si la dulzura y bondad de
“Viss son tales como las anuncian sus rasgos, se lisongea
“obtener pronto el perdon. Entre tanto no crecrá olvida-
“da qu falta, si Miss Dunford interrumpe sus visitas á la
BRE
“biblioteca. Lord Mortimer se encontrará dichoso A
“ciado, si ella puede hallar en Tudor-Hall alguna cosa
“que pueda contribuir á su diversion, ó merecer su esti-
““macion.
“Julio 17.”
¡De lord Mortimer! esclamó Amanda muy conmovida;
yo estoy verdaderamente atónita de ello. ¡Ah, buen Dios!
dijo la nodriza encantada. Amanda le hizo señas que ca-
llase, porque el criado estaba en el aposento vecino. Ella
llamó á Betzy. Dile al criado, dijo ella..... La nodriza la
interrumpió, y tirándola por la manga, le dijo á media
voz: mi querida, escribid una pequeña carta á Milord, yo
os lo ruego, aun cuando no fuese mas que para hacerle
ver lo bien que escribís.
Amanda no pudo menos de reirse; pero deshaciéndose
de la buena muger, yendo al criado, le rogó peso á Mi-
lord que ella le agradecia su política y atenciones, pero
que en adelante ella no podria ir á la biblioteca. Cuando
entró en el cuarto, Mistriss Edwin se quejó amargamente
de que no hubiese querido escribir. Las mas grandes co-
sas, dijo ella, tienen pequeños principios. Ella no com-
prendia por qué trataba á Milord de este modo. Que no
era esta la conducta con que ella se habia portado. con
Edwin. Ella se acordaba, decia, que jamas habia recibi-
do de él el menor garabato, que no le hubiese respondido
tambien por escrito. Amanda se esforzó en persuadirle
que en esta circunstancia no era ni necesario ni conve-
niente que le escribiese. Ellas habian pasado mucho
tiempo altercando sobre esta cuestion, cuando llegaron
dos criados, viniendo de Tudor-Hall y llevando una pe-.
queña cajita de libros dirijida á Miss Dunford, con los
cumplimientos de parte de su señor, quien iba á llegar á
rendirle sus respetos.
Amanda se turbó mucho con este anuncio; pero su tur-
bacion estaba mezclada con un placer involuntario. Su
cuarto estaba siempre con gran propida Dad todo, la
nodriza y sus dos hijas se agitaron par obar, si era, po-
¿bi
arreglarlo mejor. Fueron tambien á buscar nue-
flores al jardin, y no quisieron retirarse, hasta que
vieron que lord Mortimer se acercaba á la casa. Aman-
da, que habia abierto la cajita de los libros, habia tomado
uno en sus manos, para no manifestar que no estaba ¿Scu-
pada en otra cosa que en su arribo.
El entró con un aire desembarazado y al mismo Ea
po respetuoso, y le pidió perdon de la libertad que se ha-
bia tomado en Tudor—Hall. Amanda se puso colorada, y
tartamudeó alguna cosa del embarazo que le habia causa-
do una tal sorpresa. El la rogó que volviese á sentarse, y
tomando una silla para colocarse á su lado, la dijo que la
habia enviado algunos libros para diver, hasta que
quisiese condescender en venir á la biblioteca, como él
encarecidamente se lo pedia; prometiéndole que si ella se
dignaba ir, la biblioteca y el salon de música serian para
ella sola Y él mismo no se presentaria alií sino por su
manda
S ¡a le dió gracias de su política; pero conti-
ándose de pecodos: á ello. Lord Mortimer la mi-
diferencia. entre ella y la mayor parte de las mugeres de
moda que habia visto, y que á menudo habia censurado
el sacrificar la decencia y aun su belleza al ídolo del ar-
te y de la moda. El delicado carmin que animaba las
mejillas de Amanda, anunciaban el efecto involuntario de
su modestia: su vestido era notable por su sencillez. Lo
llevaba de bombasí, con un velo de muselina clara, que
la lefendia del aire sin ocultar su fisonomía, y que daba
presion de una Madona de Rafael ó
de Gúido. Sus her sos cabellos finctuaban en pr
e cayendo hasta su cintura y levantándose en bu-
cles sobre su frente. psi se
—¡Oh Dios! esclamó Mortimer, ¡cómo me ha perseguido
yudktra imágen toda la noche última! Si por la mañana
habia estado hechizado, por la tarde, viéndoos llenar un
deber piadoso, he encontrado en vuestras miradas y vues-
tra actitud, masa de todo lo que la imaginacion puede
concebir de graci elleza. Vos me habeis parecido una
—
s
Pu
64d — '
criatura celes , llorando una de vuestras com Tas,
y me he se 0:conmovido de respeto, y de un sentin en-
to llevado hasta la adoracion.
- Embarazada Amanda de estos elogios, de la energía de
estas espresiones y de las miradas apasionadas de Morti-
mer, sabiendo apenas lo que hacia, volvia las hojas del
del libro que tenia en sus manos, cuando vió escrito sobre
la primera página el nombre del conde Cherbury. ¡Cner-
bury! dijo ella atónita. ¡Le conoceis? preguntó Mortimer.
—No personalmente, dijo ella, mas lo reverencio y esti-
mo, como uno de los mejores y verdaderos amigos de mi
padre. ¡Oh! qué feliz seria el hijo, esclamó - Lord Morti-
mer, si sadicnt inspiraros los sentimientos que mostrais
por el padre. ¡Su hijo! replicó Amanda fija do la vista en
Lord Márimen ¿Bi replicó él. ¿Es, pues, posible
ignoreis verdaderamente quién es mi padre?
La sorpresa la hizo guardar silencio .
minutos. Su padre no le habia dado jan
de la familia del conde, antes del moment
do necesario recurrir á él, y despues de es
estado tan ocupada con las desgracias de
podia dar atencion á nada de lo que le era.
país. Ella jamas habia oido hablar de Lord
que Tudor-Hall no le pertenecia, pues habi
do de un tio á Lord Mortimer. >
Yo creo en efecto, Milord, le d A a cuando se
hubo recobrado un poco, haberos oido nombrar por vues-
tro nombre de familia; pero las circunstancias en que me
he hallado no me han permit ido hacer en ello bastante -
atencion. ES
¡Ah! ?consentireis, esclamó L ord ortimer con una so)
entre sus hijos, y permitireis, continuó tomándola las a a-
no y apretándola á sus labios, que este beso sea testimc
nio de ello? El se informó en seguida del orígen tm ]
conexion del padre de Amanda con Lord Cherbury; ]
Amanda eludia estas preguntas. Ella creyó que sin el
permiso de su padre, no tenia derechgíá ellas, y que en la
+ «0
n que ella misma y su padre se encontraban,
rea podia tener demasiada reserva. Su amor prepio y
su delicadeza le prescribian tambien ocultar á Mortimer
-el verdadero estado de su padre. No podia sufrir la idea
de dejar ver que el destino de Fitzalan dependia de Lord
“Cherbury, ignorando aún si este señor llenaria/ las espe-
ranzas de su padre. ¡
-Se arrepentia de haber dejado escapar auguna aye de
“la conexion que subsistia entre los dos padres, y £ cura-
-ba apartar la conversacion de este asunto; á lo que le
ayudaba el mismo Lord Mortimer, pues no le faltaba pe-
netracion para conocer lo que la embarazaba. El la pi-
“dió el permiso de volverla á ver; pero aunque Amanda es-
tuvo tentada de concedérselo, su prudencia le sugirió una
dene , ion. Ella le rogo que no Ani, ello; la des-
que hay entre nosotros, le dijo, me prohibe re-
sitas, y hablándole así, ella se puso colorada,
ó los ojos. Lord Mortimer continuó estre-
lla permaneció constante en rehusar; pero él
: , sin que ella no le prometiese venir por
bd diversion en el bosque cerrado de Tudor-
lal no habia visto, y que le ponderó ser de
a belleza. Tambien le pidió permiso de
4 lo que no quiso acceder, y le fué fuer-
on venir delante de ella á alguna distan-
A la hora convenida, ella salió, y le encontró esperan-
do á algunos pasos de la. casa. Cuando Mortimer le diri-
-gió las enérgicas espr 1es de su admiracion, los colores
de su ros m mas; pero Lord Mortimer
no limitó su conversac stos cumplimientos, que ha-
brian n oido tan delicado como el de
Amanda. El tocó diferentes asuntos, y la pureza de su
-Jensuage, lo adecuado de sus observaciones, y la riqueza
-de su imaginacion, divirtieron, é igualmente interesaron
á su hermosa compañera. Habia en efecto en el carácter,
“modales y talento de Lord Mortimer esta feliz mezcla de
vivacidad y dulzura, que divierte el LES A éintere-
TOM 1.
L-: Qe
fet Ñ
sa al corazor as habia pasado Amanda unas horas tan
deliciosas y tan cortas. Entrando en el paseo que él que-
S e ' .» . ETE
ria hacerle ver, ella reconoció que no habia exagerado sus
bellezas. Despues de haber recorrido muchas calles lar-
gas y sombrías, llegaron á una grande pradería, del mas
escelente verde, circuida de árboles magestuosos que se
elevaban sobre el terreno en anfiteatro, cuyas sombras es-
<
vo de Amanda q
locado contra una immensa encina,
revestido de yedra. Hacia poros inca 4
sentada, cuando el silencio que reinaba al rededo
r de ellos
fué de improviso interrumpido por una noble
dulce, que parecia salir de los bordes del riachuelo con
an homenage de la náyade que lo habitaba. Los AcM .
hinchados por grados con mucho ' arte, eran repetidos pc de
los ecos de la montaña, que les. daban efectos mas pode-
rosos. Esto era un encantamiento, y la E.
da hácia Mortimer parecian decirle
el encantador. Desp e haber di e
meta sorpresa, él la e: que esta música era €
da por dos de sus criados, de los cuales uno tocaba
no, y el otro el clarinete, y estaban colocados en un:
ta de la montaña enfrente de ellos. No obstante las pri.
meras ideas que se habian dado á Amanda sobre la sere-
nata, volvió á creer que la debia á Lord Mortimer: no hay -
necesidad de decir que este descubrimiento fué placente-
ic
a
o es,
a. Len Y
ecuta-
o
yl
e
Y
a
— 61 «o
para ella. Se confirmó mas en este pe miento, pues
astándola La ord Mortimer á á que cantase, como clla se es-
e
¡sas e, él] a dijo. que no tenia ningun motivo poderoso pa-
no ceder, pues que no seria esta la primera vez que
oiria; y que él tambien se habia dejado oir de ella, y en-
tonces confesó que era él quien habia cantado bajo de su
ventana la cancion de Cowley, A esta confesior, se apo-
deró de Amanda una especie de turbacion mezclada de
placer, y estuvo algun tiempo para recobrarse de la sor-
presa. Lord Mortimer la condujo. al medio de un puente
rústico, construido sobre el pequeño riachuelo, desde don-
de sus músicos podian oírla bastante bien para acompa-
ñarla, como Mortimer les habia dado la órden. Sus tier-
nos y melodiosos acentos ya repetidos, ya acompañados,
por | os sonidos dirigidos por el clarinete y el corno suavi-
arecia un ser la MITA del eco de la montaña, y produ-
1 tan atractiva, que embriagada el al-
rtada á los Campos Elíseos de los anti-
Sade olicidad de sus habitantes.
primera vez en la imposibi-
) lo que sentia. Desde allí condujo
quecillo, en el que encontró una pro.
s, helados y crema, traido allí como por es-
ntamiento, pues nadie aparecia. La cerca- ,
eles advertia que debian volver á casa;
2r no quiso que se retirase sin haber do
un: a cosa de esta elegante merienda. aliódo*
ntre tanto Prortimes no podia contentarse con verá
nda | o de tarde una hora ú c0% y al acer-
rdel acaso ó de la fortuna
€ me nuevo para que lesper-
fana, prometiéndole que
ES con estar cerca de ella, y hacerle alguna léctura du-
nte el tiempo,que trabajara. La resistencia de Aman-
: ydebilitaba siempre mas. Al fin ella le dijo: que
s condiciones que él acaba de espresar, podria venir
de y
E ci
de cuando en cuando. Se deja bien comprender
no faltó á usar de este permiso, y despues de a se
pasaba dia alguno sin que se viesen OMAR horas en
ferentes ratos del dia. e AA
La reserva de Amanda llegaba á ser por grados menos
rigurosa. Despues que habia sabido que Lord Cherbury,
benefactor de su padre, lo era de Mortimer, se persuadió
que no podia mirar al hijo sino como un simple conoci-
miento. Los sentimientos que habia concebido por él, le
“parecian justificados por este descubrimiento, así que por
“el reconocimiento que debia á Lord Cherbury, por los be-
neficios que su padre habia recibido de él, y que pedian, á
lo que creia, que estendiese su estimacion al hijo de un
“tan respetable padre. Ella no podia menos, porotra parte, .
de reconocer en Lord Mortimer un mérito que autorizaba
su inclinacion hácia él, pues lo hallaba uno de los; as ama-
nas creia nap porque era un Pr 11 re
de su inocencia. Llamaba amistad á lainclinacion q
nia por él; pero Mortimer penetraba demasiado, pa no
echar de ver claramente en ella un sentimiento mas tier-
no y vivo. Por sus incesantes cuidados y f finas atenciones,
se habia introducido tan adentro en el corazon de Aman-
da, que se hizo dueño de él, sin que ella lo advirtiese ni
que en adelante pudiese sustraerse de este imperio. El
era el compañero en sus paseos. La melancolía que -fre-
cuentemente venia á alterar la serenidad de esta a
muchacha, se desvanecia á la presencia de este ami; o,
estando en conversacion con él, olvidaba todos sus pesares.
«Diferentes veces Mortimer procuró sacar de ella alguna
- esplicacion sobre las cireunstancias de que le habia insi-
nuado alguna cosa en la primera visita que le hal he-
cho, y sobre las cuales se ha visto que ella se de
momento. Amanda, poniéndose colorada, desviaba
el vbjeto de esta conversacion. Desgraciada PO) hi
idea de que Mortimer podia saber que Fitzalan en su
: te situacion, esperaba los ausilios de Lord Cherb
id
2 >
,
—63I—
ue si Lord “Mortimer insistia: sobre este asunto, lo
odia creer que llegaria tarde ó temprano, no podria
nos de decirle la verdad; pero que hasta este punto es-
feos resuelta á á no hacerle ella misma esta humillante con-
on.
:9El parque y los bosques de Tudor—Hall eran sus paseos
favoritos. Algunas veces ella se dejaba conducir al salon
de música; pero como ésto era raras veces, Mortimer ha-
bia hecho llevar á su casa un laúd que tambien tocaba con
Eo gusto, y en la gruta del pequeño jardin ella canta-
“tocaba con él. En este mismo retiro frecuentemente:
Le hacia lecturas, escogiendo de los mejores poetas, piezas:
elegantes y patéticas, á las cuales la dulzura de su voz y:
- la verdad de su declamacion aumentaban nuevos eican--
E sde
tos; ues esta voz penetraba hasta el corazon de Aman-
da, ye eso 8 su e aun mas que el fondo del:
E
taba pe 0o.yá una grande distancia una cadena de
altas montañas: formando horizonte, Mortimer se dejaba lle-
var. de su elocuencia para pintar las maravillosas escenas
y los a admirables puntos de vista de este vasto paisage, y
siempre. que. Amanda, con simple inocencia le manifesta-
ba el deseo de ver mas de cerca estos bellos espectáculos,
él -suspiraba, y espresaba el placer que tendria de. condu-
cirla él y hacerle observar las bellezas que ella estaba en
estado de comprender. con un gusto tan delicado como el
rc | A.
; Ss veces, ni el alto de una colina vecina,
desde donde veian esparcidas aquí y allí las humildes ha-
bitaciones de lugarejos vecinos, Mortimer hacia la pintu-
la felicidad de una vida tranquila, pasada en un tal
e, con un objeto amable, y tiernamente amado. Sus
en trar s ojos se volvian entonces sobre Amanda, y pa-
a: decirle que ella era el solo ser jes qeda realizar
r
noO
—710— de
su calor, y el embarazo en sus palabras smanifedta bill
ella los mismos sentimientos. Todos los frutos y delicade-
zas de Tudor-Hall eran enviados diariamente á la casa
de Edwin á pesar de las repetidas prohibiciones de Aman-
da. Algunas veces era admitido Lord Mortimer á comer
en la gruta del jardin. Tres semanas así pasadas en una
familiar y continua comunicacion, les aficionó uno á otro
mas estrechamente que no lo habrian hecho meses y años,
pasados en el bullicio de la sociedad.
CAPITULO Vil,
ds
Howell no ignoraba las dulces horas que se pasaban en
la casa de Edwin. El paseaba al rededor de ella, y apro-
vechaba todos los momentos de la ausencia de Mortimer
para presentarse á Amanda. Su conmocion hacia traicion
á sus sentimientos, y Amanda afectaba con él una grande
reserva, con la esperanza de estinguir una pasion que, á
á lo que entonces empezaba á creer, era bien temible cuan:
do era sin esperanza. e
Howell se habia abandonado á una melancolía, no so-
lamente por su propio interes, sino por los temores que te-
nia de la seguridad y felicidad de Amanda. Temia que
Lord Mortimer, como todos los hombres de moda, hiciese
poco escrápulo en valerse de las ventajas que le daban su
nacimiento y su riqueza, para seducir á esta jóven. Es
verdad que lo conocia por un hombre bueno, y de probi-
dad; pero por otro lado veia en él ligereza y arrebato, y
temblaba por el peligro que corria con él la inocente cre-
dulidad de Amanda. Aunque perdida para mí, .>
el desgraciado jóven, ¡ah! que esta amable muc no
se pierda para ella misma.
El habia recibido muchas pruebas de estimacion y
tad de Lord Mortimer, y su reconocimiento le noribia
no ofender á su benefactor, advirtiendo á Amanda el pe-
ligro que corria. Imaginó, pues, dará uno y á otro este ga-
ludable aviso desde lo alto del púlpito, dirigiéndose á su
auditorio en general, esperando que aquellos para quienes
estaba particularmente destinado, se lo aplicarian á ellos
mismos, y abandonarian con tiempo sus proyectos, si los
habian formados criminales.
El domingo siguiente, Lord Mortimer y Amanda asis-
_tieron al oficio divino, como Howell lo esperaba. El ban-
co de Milord y el de Amanda estaban situados en frente
uno de otro, y se puede bien calcular que sus ojos se en-
contrarian á menudo.
El jóven predicador subió al púlpito. Su testo fué saca-
do de Jeremías concebido en estos términos: “Ella llora.
“con abundancia durante la noche, y sus mejillas están
“mojadas de lágrimas. Entre sus amantes no tenia quien
“la consolase. Todos sus amigos la han vendido y se han
“ «hecho sus enemigos.”
iba á á entretener su auditorio, entró en materia. Descri-
_bió una jóven adornada de inocencia y belleza, caminando
Com intrepidez por las sendas de la virtud, que le habia
ierto una escelente educacion, y haciendo la gloria de
todo cuanto lo cercaba, cuando en mitad de su felicidad,
una calamidad repentina é inesperada la precipita en un
abismo de males. En una tan dura prueba, saca grandes
recursos de la religion y de la virtud en la que su alma se
d Juiada por ella, no es el mundo donde tie-
ne su recurso esta amable afligida para encontrar su con-
suelo, es en Dios solo,que ha prometido tan solemnnemen-
te asistir al justo en sus adversidades. Reanimada y con-
o solada, está capaz de entr egarse á una honesta ocupacion,
para sacar de allí con qué proveer á las necesidades de
la vida. Mira el trabajo como la mejor prueba que puede
dar de sumision á la voluntad del cielo, y encuentra la
tranquilidad de conciencia, que la fortuna sola no le pue-
de dar. En el ínterin que ella ocupa así su vida, un pér-
“fido corruptor la ve, y se propone hacerla su presa, porque
Despues de un corto exordio, en
el cual esplicó su pesar de que el olvido de los principios
de la moral exigiese que él tratase un asunto sobre el cual
mi
ed
tl
nn ¿A
es amable, y no tiene apoyo; la encuentra accesible á sus.
artificios por la. confianza y credulidad misma que da la
inocencia, y adulá dola se hace pronto dueño de su cora-
zon. Ella se halla envuelta en las redes que él le ha ten-
dido, y bien pronto abandonada de su corruptor, que su
mismo libertinage hace inconstante, cae en las mismas
desgracias, y aun mas grandes que aquellas que habia sa-
bido combatir en un principio. Mas qué diferencia entre
esta segunda caida y la primera. El testimonio de su con-
ciencia no le presta ya su apoyo contra los disgustos que
Cda, ¿oprimen; la desesperacion se sucede á la esperanza, y
no tiene amigos que endulcen sus penas, ni á su alrede-
dor alma alguna compasiva que le ayude á soportarlas; y
- mofada puede ser tambien, por alguna criatura insensible,
que no ha escapado de mayores faltas, sino porque la na-
turaleza no le habia dado tentaciones semejantes. Pronun-
ciando Howell su discurso, penetrado él mismo de los sen-
timientos que tan al vivo pintaba, habia involuntariamen-
te puesto los ojos sobre Amanda. Penetrada de su simple
y patética elocuencia, tenia ella fijados los suyos sobre él,
apoyada su cara sobre la mano; Mortimer miraba alterna-
tivamente á Howell y Amanda, observando con inquietud
la impresion que esta sentia. El vió escaparse algunas lá-
grimas de los ojos de Amanda; sus desgracias, y su aven-
tura con Belgrave, la colocaban con poca diferencia en la
situacion descrita por Howell: Lord Mortimer se conmo-
vió hasta el último grado de este espectáculo: se cubrió la
cara con su pañuelo para ocultar su conmocion, que no se
calmó hasta el fin del oficio. Amanda volvió á su casa, y
Mortimer esperó á Howell al salir de la iglesia. Howell,
le dijo Mortimer, ¿4 qué diablos nos habeis dado un sermon
semejante? Habeis descubierto en vuestra parroquia algu-
na pequeña intriga, que hayais querido desconcertar? , Ho-
well se embarazó y respondió vagamente. Mortimer le dijo
aún algunas chanzas, al tiempo “de marcharse, pero todas
con tono alegre. E
En los primeros momentos de su conocimiento con Aman-
da, por lo que le habia dicho Mistriss Abergwilly, y por lo .
ae
»uesaión: observado él mismo, estaba tentado á creer que
Amanda tenia alguna cosa que ocultaba, y era muy natu-
1 creer que este misterio encubria alguna falta. Verá
una persona tan jóven, tan amable, tan hermosa, y confi-
nada en una casa de paisanos, reducida á vivir con gentes
cuyos modales y sociedad eran tan poco conformes con ella,
verla temblar, y embarazarse á la menor palabra que se
dirigiese á descubrir los motivos de su retiro; todas estas
circunstancias habian naturalmente escitado en la imagi-
nacion de Mortimer injuriosas sospechas contra Amanda. pt
Estas sospechas le habian conducido á pensar que la po- *
bre muchacha se habia dejado llevar de algun estravío,.
que le habia hecho perder la proteccion de sus padres y he
amigos, y la habian obligado á condenarse á este retiro, 4
del cual no estaria disgustada de encontrar una ocasion de
salir. Despues de estas ideas, creyó que él podia, sin tener
un grande escrúpulo, ceder á los deseos que los encantos
de Amanda habian hecho nacer en él. Encontraba tambien
una razon para creer que Amanda habia formado el pro-
yecto de inspirarle gusto. Mistriss Abergwilly le habia
dicho que ella habia confiado á la muger de Edwin la lle-
gada de Milord, y de consiguiente no dudaba que esta no-
ticia se la hubiesen dado á Amanda, y pues que despues
de haberla tenido, ella continuaba en ir á Tudor-Hall ma-
ñana y tarde, era claro que ella misma habia querido me-
terse en las miras de Milord. Mistriss Edwin habia sido
en efecto instruido de la llegada de Mortimer; pero lo ha-
bia ocultado á Amanda, por temor de que esta no inter-
rumpiese sus visitas á Tudor—Hall, lo que Mistriss Edwin
sabia bien que Amanda no faltaria en hacer. |
-A la verdad, á los ojos de Mortimer, Amanda presenta-
ba todos los carácteres de la inocencia; mas esta apanón-
eia no podia destruir enteramente sus sospechas; pues ya,
habia visto en otras ocasiones, ocultos bajo un aire de can-
dor y simplicidad, los artificios de yn corazon depravado.
¡Ah! se decia á sí mismo, ¿por qué uma muger amable, do-.
tada de todas las gracias que el cielo puede dispensar, re-
nuncia á la mas poderosa de todas, la modestia? por qué
e
a
pa y
-8u ligereza, y el olvido del pudor le hacen perder el tribu-
to de estimacion y adoracion que nadie le podria rehusar?
No es á ella sola á quien perjudica; ella desalienta la
virtud, mueve contra ella los tiros de la ridiculez, y ense-
ña á los hombres á armar el lazo en el cual se la hará caer.
Evitamos el sol ardiente, lo buscamos cuando tiempla sus
rayos. La rosa que hace ostentacion de su belleza en medio
del dia, nunca es tan buscada como cuando no ha hecho
mas que entreabrirse; y segun la espresion de uno de nues-
tros mejores poetas modernos, las gracias mas seductoras
son aquellas que se ocultan aun de las miradas.
Lord Mortimer jamas habia oido al conde su padre pro-
nunciar el nombre de Dunford; y por esta razon no creia
poder dar mucho crédito á lo que Amanda le habia dicho
de las relaciones de su familia con Lord Cherbury, sobre
todo viéndola confusa, y que desviaba la conversacion to-
das las veces que él la volvia á tocar. Su reserva le pare-
cia ridícula, y se lisonjeaba que ella no la sostendria lar-
go tiempo.
Tales habian sido las miras y disposiciones de Mortimer
en sus primeras entrevistas con Amanda; mas ellas habian
cambiado á medida que encontrándose mas á su gusto con
él, ella le habia proporcionado muchas ocasiones de reco-
nocer en ella un gran número de cualidades estimables,
la fuerza, y lo adecuado de su espíritu, la riqueza de su
imaginacion, y sobre todo, la pureza de sus sentimientos,
y la modestia que acompañaba á todas sus palabras. Es-
tos dones y virtudes que le habian inspirado una grande
admiracion, habian desde luego disminuido, y bien pronto
disipado enteramente sus sospechas. Desde entonces ha-
bia renunciado á los primeros proyectos que ella le habia
hecho nacer. La estimacion se habia juntado al amor, y
el respeto á la admiracion. El solo se encontraba feliz á
su lado, y apartaba su pensamiento de las consecuencias
que tarde ó temprano, debia tener una tal inclinacion; mas
eu fin, la ceguedad del amor habia alejado de él las refle-
xiones que el discurso de Howell en la iglesia le habia es-
citado. El se preguntó seriamente á sí mismo, cuáles eran
ó es Ago A EA”
sus miras con respecto 4 Amanda. Veia tan grandes obstá-
culos á una union legítima con esta amable persona, que
se arrepentia, lo mismo que sucede siempre que uno se se-
- para del camino trazado por la razon, de no haber huido,
luego que pudo haber divisado el peligro. Estos obstácu-
los le parecian tan insuperables, que tomaba algunas ve-
ces la resolucion de romper con Amanda, si podia encon-
trar un medio de separarse de ella sin menoscabo de su
reputacion, despues de los continuos cuidados que habia
—tributado. AA
Pero antes de tomar el último partido, quiso probar el
descubrir cuál era la verdadera situacion de Amanda: aun
alejándose de ella, seria para él una grande satisfaccion
saber si podia serle útil; y sea cual fuese el plan que se
-proponia seguir, este conocimiento le era necesario. Escri-
-bió, pues, á su hermana Lady Araminta Dormer, que se ha-
llaba entonces en el campo con Lord Cherbury, rogándola
se informase de su padre si conocia alguna persona del
nombre de Dunford, y le enviase las noticias que pudiese
adquirir de esta familia y su situacion. La suplicó al mis-
mo tiempo que no diese á entender que estas preguntas
venian de parte de él, diciéndole que en lo sucesivo le ha-
ria saber sus motivos. El continuó sus obsequios á Aman-
da, esperando con impaciencia una respuesta á su carta.
Pero con qué disgusto tan mortal supo por su hermana,
que Lord Cherbury jamas habia conocido persona alguna
con el nombre de Dunford! Entonces renacieron sus pri-
meras dudas; pero antes de ceder á ellas enteramente, re-
solvió dirigirse á la misma Amanda, y preguntarla en los
términos menos equívocos, cómo y en qué tiempo su pa-
dre habia tenido conexiones con Lord Cherbury, determi-
nado, si ella le respondia francamente y sin embarazo, co-
municar á Lady Araminta todos los detalles que Amanda
le daria, para asegurarse que la respuesta de Lord Cher-
bury no era efecto de un olvido de su parte. Así como sa-
lia del bosque con la intencion de ir á ver á Amanda, vió
á Edwin y su mujer que venian de la poblacion, á cuyo
mercado habian llevado aves y frutas. El creyó que estas
—16— , e
gentes con su sencillez, podrian darle noticias de lo que
deseaba saber de la situacion de Amanda, y ahorrarla la.
penosa necesidad de hacerle pregun'as, á las cuales pue-
de ser que ella no querria responder, á menos que él le.
diese parte de los verdaderos motivos que tenia para ha-
cerlas, lo que Mortimer estaba bien lejos de querer dár-
selos. dis
_Con esto, se detuvo para esperar á Edwin y su muger;
y dirigiéndose á ellos con su ordinaria afabilidad, les pre-
guntó si habian vendido bien sus géneros. Ellos le res-
pondieron respetuosamente. Mortimer les propuso des-
cansar en el castillo un momento, pues parecian estar fa-
tigados. Las buenas gentes, lisonjeadas de esta política,
entraron seguidas del amo de la casa, el cual se fué al
momento á ordenar que se les llevase algun refresco. La
nodriza, muger bastante avisada á su modo, sospechó al
instante que el hacerles este agasajo, tenia por objeto sa-
ber de ellos alguna cosa tocante á Miss Amanda. Luego
que vió que Mortimer se alejaba, David, dijo ella á su
marido, quitándose el delantal, y hablándole con propie-
dad, como es verdadero el proverbio de dar por sacar, el jó-
ven lord no nos ha convidado á entrar sino por saber al-
guna cosa de nosotros sobre Amanda. Ella es tan her-
mosa, que no me admiro de que esté curioso de saber
quién es; pero nos es preciso tener cuidado, para no de-
cirle ni poco ni demasiado. Si hablamos demasiado, ella
podria incomodarse y preguntarnos de dónde habiamos
aprendido tanto: no tendria en adelante buena idea de
- nosotros, si pudiera sospechar que habiamos hecho char»=
lar á Jemmy Hawthorn acerca de ella, cuando nos la con-
dujo desde Lóndres á nuestra zasa. Todo lo que podemos
hacer es decirle algunas palabras sobre su situacion, las
que pondrán á lord Mortimer en camino para hacer á ella
misma otras preguntas, á las cuales ella responderá.
Acuérdate de esto, David.—Bueno, replicó David, fiate
de mí. Un soldado viejo sabe tanto como cualquiera otro.
Entonces entraron ambos en una sala donde lord Morti-
mer les esperaba. Este encontró alguna resistencia para
Y,
5
: — 11 —
“h acerlos sentar á la mesa, donde. se les sirio carne fria y
Js Lord Mortimer empezó por preguutar á Edwin: si
estaba bie contento de su quinta, y si tenia su casa en
spñen estadí - Yo estoy muy bien, respondió Edwin dán-
ole gracias de su obsequiosa pregunta. En seguida le
“habló lord Mortimer de su familia.—Gracias á Dios los
pobres. muchachos son buenos. Lord Mortimer, que no
habia aún llegado al punto que le ocupaba el corazon, es-
taba agitado y turbado. En fin, componiéndose lo mejor
que pudo, les preguntó cuánto tiempo pasaria Miss Dun-
ford con ellos. Esto tocaba á la nodriza el responderlo:
ella habia estado hasta entonces sonriéndose, y haciendo
reverencias á Milord, le respondió: esto dependerá de las
circunstancias. Pobre jóven, añadió, aunque nuestra pe-
.queña habitacion sea bien diferente de la que gozaba,
“aun se encuentra feliz en ella.—HElla hará mucha falta á
-gu padre, dijo Mortimer.—Seguramente su querida hija
era bien necesaria á su dicha, respondió la nodriza; pero
¡pasan cosas tan estrañas todos los dias! Yo no habria j ja:
“mas imaginado que este pobre señor se viese obligado á
separarse de su hija. —¿Qué, es, pues lo que ha sucedido,
«que le haya obligado á ello? esclamó Mortimer parándose
al instante en mitad de la sala, en la que hasta entonces
se habia paseado. La nodriza le respondió, que aunque
no le tocase en manera alguna mezclarse en los negocios
«de las gentes de superior esfera, como era lástima que
-Milord que era tan bueno y tan afable no supiese nada
de ello, no podia menos de decirle que Miss Amanda no
«era lo que parecia. Pero Milord, añadió, si ella supiere
que soy yo quien os ha dicho esto, jamas me lo perdona-
'ria. ¡Pobre muchacha! se desesperaria si se supiese su
situacion, aunque ella no sea la primera que haya encon-
“trado un hombre perverso; pero maldito sea el que ha
causado su desgracia y la de su padre.
Lord Mortimer habia oido bastante. Sus dudas se ha-
bian aclarado y sus sospechas realizado, y no quiso ni pu-
do llevar mas adelante sus preguntas. Le pareció claro
que Amanda no merecia su estimacion, y el reconoci-
e
_ miento y detall de las circunstancias que la habian hecho
indigna de él, no podia menos de atormentarlo inútilmen-
te. El llamó precipitadamente, y despues de aber dicho
á Mistriss Abergwilly que hiciese compañía á los 1 Edwins,
se retiró. - Creyó desde entonces tener una ocasion y. un
motivo para romper con Amanda, sin tener que reprobar-
se el ofender con esto su honor; pero este a”)
lejos de causarle placer, le llenó de tristeza, agonía y €
sesperacion. Era el candor y senciilez de Amanda, mas
PS E Ñ
que la belleza, lo que habia cautivado su alma, y lo que
le habia determinado, si por otra parte la encontraba. dig-
na de él, á superar todos los obstáculos para unirse con
ella. Estaba indignado de pensar que Amanda tenia so-
lo la máscara de sus calidades seductoras, que ella las ha-
bia representado para tenderle un lazo, y que su falsa
modestia no habia sido otra cosa que un medio de atraer-
le á hacerle honrosas proposiciones. Estimándola menos,
empezó á encontrarla menos hermosa, y creyó que la cas-
tigaria convenientemente, y conseguiría una noble victo-
ria sobre sí mismo, si triunfaba de su pasion y olvidaba
el objeto que era orígen de ella. Lleno de estas ideas, Y:
_de resentimiento contra el engaño, del cual suponia ser
el objeto, resolvió ejecutar al momento el proyecto que le
habia conducido á Gales, é ir á visitar á su amigo á la Is-
la de Anglesey. Pero ¡qué débiles son las resoluciones y
el resentimiento contra el amor! Apenas acababa de dar
la órden para hacer los preparativos del viage, cuando la
revocó, persuadiéndose por lo demas, que esta mudanza
no era efecto de debilidad en su primera resolucion. MES
decia á sí mismo, que quedándose por algun tiempo mas
en Tudor-Hall, sin verla ni informarse de ella, le proba-
ria que no tenia encantos tan poderosos y victoriosos co-
mo creia. Despues de este hermoso proyecto, mudó su
plan de vida en Tudor-Hall. Desde su llegada se habia
negado constantemente á todos los convites que habia re-
cibido de sus vecinos, para dedicarse enteramente á Aman-
da. Resolvió, pues, prestarse á ellos en adelante. Era en
efecto el Medio de sostener su resolucion, no ver á á Aman-
4
a > E
da, y desterrarla de su pensamiento; pero estira el peor
de los medios para conseguir el fin que se habia propues-.
to. La sociedad que habia buscado era tan diferente de
la. que acababa de gustar, que la comparacion de una y
Se otra s se presentaba sin cesar á su imaginacion, y siempre
ER con ventaja de Amanda. Perdió el reposo, se hizo infe-
liz, yen fin, sintió que para encontrar alguna tranquili-
e dad y felicidad, era preciso volver á ver 4 Amanda. Co-
nocia tambien que si ella rehusaba la sola medida que
ES podia en adelante proponerle, despues de la idea que te-
nia de ella, seria él muy desgraciado; tanto habia llegado:
á ser necesaria en él la sociedad de esta amable mucha-
cha, y tan seducido estaba de la dulzura de sus modales
- y de los encantos de toda su persona. Tomó, pues, esta
- resolucion en una gran comida en casa de un baron ve-
$e cino suyo, de donde despues de estar aburrido, marchó
precipitadamente, y muy temprano, para irse en casa de
Edwin.
Durante este tiempo, tampoco Amanda habia estado
tranquila. El primer dia de le ausencia de Mortimer ha-
-bia tenido alguna tristeza, la que procuraba disipar, pen-
sando que lo habia detenido algun negocio. Al otro dia
por la mañana ella no se movió de su cuarto, esperando
verle llegar á cada momento; pero esta esperanza pronto
Se destruyó. Ella oyó á uno de los hijos de Edwin con-
tar á otros, que habia encontrado una grande comitiva
que iba á casa de Sir Levis á Shenrins, y entre otros á
lord "Mortimer: que el criado de Milord le habia dicho
que el dia anterior su amo habia comido en casa de Mr.
Jones, donde habia concurrido mucha gente, y por la no-
che habia habido baile. El corazon de Amanda fué tras-
pasado con esta noticia. No eran, pues, negocios, sino di-
versiones y placeres, los que habian impedido á lord Mor-
timer verla. El la habia declarado muchas veces que es-
tas frívolas diversiones no tenian atractivo para él, des-
pues que habia conocido, le decia, las dulzuras de su so-
ciedad; luego ó no era sincero cuando le hablaba así, Ó se
habia mudado con ella. Se condenaba á sí misma el ha-
me.
E
—8)-
- ber permitido sus visitas y obsequios. Ella le reprendia
los que le habia tributado, como una traicio , que no. de-
bia- permitirse, conociéndose, como lo e 4 ' duda, un
hombre e é inconstante. A pesar de 1
dar atencion á cosa ld salió, pues, por la tard o
evitó ir por el lado de Tudor-Hall, y tomó sin
camino que conducia á la casa dondo lord A Lortimer
bia comido. Caminaba lentamente absorta Ss
samientos, sin interesarse en cosa alguna de todo lo que
tenia al rededor, cuando el ruido de las pisadas de una
persona la sacó de sus pensamientos, y vió e ella
el mismo objeto que únicamente la ocupaba. Sorprendi-
EN p e r :)
e para ta
abandonarse en un paseo. solitario á á tuda su tristeza. . Ma
“saberlo
da y turbada, pero obediente á un movimiento de arro=
gancia, iba á retroceder, cuando pensó que evitando á
Mortimer con esta precipitacion y de un modo tan cono-
cido, le daria alguna superioridad. Con esto, se detuvo -
para escuchar las solícitas preguntas que le hizo sobre el
estado de su salud. Ella respondió con afectada frialdad,
é iba á seguir su camino cuando fué detenida por lord
Mortimer, el cual, tomándola una mano, le preguntó - ¿o
qué iba tan apresurada ¿ á apartarse de él. Amanda no
“respondió, sino rogándole la dejase sola. Jamas, gritó él,
hasta que vos me trateis con menos rigor. ¡Ah! si vos
supiéseis lo que he sufrido durante los dos. dias que he
pasado sin veros, tendríais piedad de mí! El corazon de
Amanda se conmovió de alegría; pero ocultó su agita Sy
considerando que habia contradiccion entre lo que decia
de su tristeza, y sus viages á convites de placer. Pene-
trada de la idea que Mortimer le espresaba un sentimien-
to que no habia esperimentado, hizo] los mas grandes es-
fueros para desasir su mano, pero sin écsito.
El vió que verdaderamente estaba ofendida, y estuvo
mas que persuadido de haber hecho progresos en el cora-
zon de Amanda; y pues que ella se resentia tan vivamen-
te de su negligencia, estaba atraida sin duda del precio
eo:
>,
ls
E,
:
E 2. el
a
.
É —81—
de sus atenciones. Sin dejarle ver que creia que era este
el motivo de la frialdad que le manifestaba, se justificó
diciendo con alguna verdad, que una carta que habia re-
cibido última aente lo habia desazonado, de modo que le
hizo inc paz de sociedad, y que habia tomado ese tiempo
de su desazon y mal humor, para aceptar los convites á
los cuales se hailaria obligado á ceder tarde ó temprano,
para no malquistarse con sus vecinos, y por esto habia re-
_servado para ella los momentos en que recobrada la tran-
quilidad de espíritu necesaria, pudiese disfrutar de las
dulzuras de su sociedad. El corazon de Amanda se ali-
vió con esta esplicacion; con tanta facilidad admite uno
las escusas del objeto que ama. Ella levantó sus ojos, que
- hasta entonces habia tenido bajos; sus mejillas tomaron
color, - una encantadora sonrisa, la de la inocencia y
amor, embelleció sus facciones. Pareció olvidar al mo-
mento que su mano estaba fuertemente asida por lord
Mortimer, pues ella no hizo esfuerzo alguno para retirar-
la: tambien toleró que la apretase dulcemente entre las
suyas, y se dejó llevar á uno de sus paseos favoritos de
Tudor—Hall.
Ella escuchó colorándose, pero con estremo placer, á
Lord Mortimer esplicarse con mas calor aún del que ha-
bia usado en sus conversaciones precedentes, y pintar lo
que habia pasado sin verla. De estas espresiones ardien-
Fe y apasionadas, ¿qué consecuencia podia sacar la pobre
é inocente Amanda. sino que tenia la intencion, uniendo
sus destinos, de asegurarse el goce de una sociedad á á la
cual estaba tan Bficiomado? ¿lué podia concluir, sino que
iba á esplicar claramente esta intencion? Este pensamien-
to era demasiado agradable para que dejase de causarle
una grande agitacion. Mientras seguian su paseo por el
bosque, el cielo, que habia estado cabicrto todo el dia, se
oscurecio mas en un momento, y anunció una próxima
tempestad. Lord Mortimer no se opuso á que ella vol-
viese á su casa; pero apenas habian tomado el camino de
su quinta, cuando los relampagos se doblaron, y los ecos
de las montanas repitieron el ruido de su espantoso true-
TOM. 1. 6
—82—
no. Tudor-Hall estaba mas cerca que la quinta, y Lord
Mortimer, poniendo su brazo al rededor del cuerpo de
Amanda, se la trajo consigo hácia la casa; pero antes que
estuviesen á cubierto, les alcanzó una violenta lluvia; Lord
Mortimer quitó 4 Amanda su sombrero y schal que esta-
ban todos mojados, y pidió té y café porque ie rehu-
só toda otra merienda. Sus ojos hechizados estaban fijos
sobre ella. Jamas la habia visto tan hermosa. La car-
rera habia animado las rosas de su semblante, sus hermo-
sos cabellos rizados y brillantes como una seda, fluctua-
ban á su alrededor con un agradable desórden: sus ojos
brillaban con un fuego mas vivo, al mismo tiempo que se
mezclaba una agradable turbacion, que descubria el pla-
cer que le causaban las tiernas atenciones de Lord Morti-
mer. Este no pudo contener los sentimientos de que su
corazon estaba agitado. ¡Oh qué felicidad! esclamaba.
Ya no me admiro de encontrar toda sociedad insípida, des-
pues de haber disfrutado de la vuestra. ¡Dónde encontra-
ré tanta dulzura y sensibilidad? lina alma tan dulce, una
vivacidad tan animada, una belleza tan encantadora, que
aun ella misma lo ignora. ¡Oh mi querida Amanda, qué
dulce pasará su vida quien la disfrute á vuestro lado!
Amanda se esforzaba á calmar estos trasportes; pero ella
estaba deliciosamente penetrada de ellos, pues que los mi-
rzba como espresiones de un amor casto, y de una honra-
da inclinacion. Entretanto, el placer que ella recibia no
le hacia olvidar la decencia. Habian tomado ya el té, el
cielo se habia serenado, y manifestó que queria partir.
Lord Mortimer la instó á que esperase, y para determi-
narla á ello la hizo ver por la ventana que aun llovia. El
la prometió acompañarla luego que hubiese cesado la llu-
via, y la rogó que en el ínterin le cantase una aria. Aman-
da no pudo rehusárselo; mas al escucharla, espresó su ena-
genamiento con tal energía, que ella se alarmó, y se le-
vantó del piano despues de la primer aria á pesar de to-
das las instancias de Mortimer. Ella volvió á pedir su
sombrero y su schal, que Mistriss Abergwily se habia lle-
vado para hacerlos secar. Lord Mortimer al fin obedecien-
do con pena, salió para ir á buscarlos.
— BA
Amanda se fué á la ventana donde habia la vista mas
encantadora. El cielo volvia á estar sereno; solamente
se veian algunas ligeras nubes teñidas de color de púrpu-
ra por los últimos rayos del sol á su ocaso. Los árboles
eran de un verde mas vivo, y aun se veian brillar en sus
hojas las gotas del agua qne los habia refrescado. Sobre
el valle se estendia un hermoso arco-íris, testimo nio sa-
grado del pacto de Dios con los hombres. Toda la natu-
raleza parecia revivir y animarse. Los pajaros gorgea-
ban sus pequeñas canciones; y se oian los balidos de los
ganados que pacian en las vecinas cuestas. ¡O qué vista
tan encantadora! (Qué paisage tan hermoso, gritó Amanda,
con el trasporte que el espectáculo de la naturaleza, en
su calma y frescura, jamas deja de escitar en una alma
religiosa y sensible.
En efecto, es encantadora esta vista, repitió Lord Mor-
timer, que volvia á entrar, y le aseguraba que iban á traer
su sombrero; pero yo lo admiro porque vos lo admirais
conmigo; sin vos ella no tendria atractivo para mis ojos.
Decidme, os suplico, esclamó estrechándola en sus brazos,
¿por qué esta prisa de dejarme? ¡Acaso encontrareis en
otra parte un ser que tenga á mayor precio que yo vues-
tra sociedad? ¡Encontrareis un corazon mas tierno y mas
consagrado á vos que el mio? ¡O mi querida Amanda!
Si tuviéseis un pensamiento tal, os engañariais de medio
á medio.
Amanda se coloró, y volvió la cabeza quedando sin ac-
cion para responderle. Y ¡por qué, añadió él, persiguien-
do con sus miradas los ojos desviados de Amanda, por qué
en adelante nos haremos desgraciados á nosotros mismos
separándonos? Amanda á estas palabras levantó sus ojos
hácia él, con una sorpresa que se conocia en toda su per-
sona. Lord Mortimer comprendió el sentido de este mo-
vimiento, reconoció que hasta entonces ella le habia su-
puesto intenciones bien diferentes de las que realmente
tenia. Habria sido cruel en dejarla mas lar¿o elo en
esta ilusion. El la estrechó contra su corazon, y procuró
imprimir un beso en sus labios, le juró que su vida sin
— Bl tun
ella perdia para él todos sus atractivos, que la emplearía
toda entera en servirla, y que su fortuna y su corazon le
serian enteramente consagrados. á
Habiéndose desembarazado Amanda con bastante difi-
cultad de los brazos de Mortimer, le preguntó con alguna
formalidad, qué era lo que entendia por esto. La pregun-
ta y el tono con que la hizo, sorprendieron y confundieron
á Mortimer; mas acordándose que este era el momento de
una esplicacion, desviando sus ojos, y con frases interrum-
pidas le declaró sus esperanzas, sus deseos, y sus inten-
ciones. La sorpresa, el horror y la indignacion pusieron
algun tiempo á Amanda fuera de sí misma; mas recobran-
do repentinamente sus sentidos, su presencia de espíritu
y una fuerza estraordinaria, se alejó de él rápidamente, y
corrió hácia la puerta. Lord Mortimer la detuvo. ¿Dón-
de vais, Amanda, gritó, espantada como estais? Lejos del
mas vil de los hombres, dijo ella, procurando con todo su
esfuerzo desasirse de él. Mortimer cerró la puerta, y la
pidió encarecidamente que se sentase. Estaba confundi-
do y amedrentado de las miradas de Amanda. Veia cla-
ramente que el dolor y la desesperacion que ella manifes-
taba no podian ser representadas, que la conmocion pro-
funda y terrible que esperimentaba, no podian causarla
sino los sentimientos puros y delicados que él habia agra-
viado. Las rosas de su color habian desaparecido, y ha-
bia ocupado su lugar una palidez mortal. Sus ojos os-
curecidos se hallaban fijos en tierra con la espresion del
abatimiento y de la desgracia. Con esto Lord Mortimer
principió á calcular que él se habia engañado groseramen-
te sobre el carácter de esta amable muchacha, ó á lo me-
nos sobre sus actuales disposiciones: la idea de haber in-
sultado á la virtud, ó aun solamente al arrepentimiento,
fué para él como un golpe de puñal. ¡Uh alma mia, escla-
mó, apretando una mano de Amanda entre las suyas, ¡cuál
es vuestra intencion dejándome tan precipitadamente?
Mi intencion, Milord, dijo ella levantándose, es tan fá-
cil de conocer, como lo es al presente la vuestra. Yo me
aparto para siempre de un hombre que, so color de aten-
A
ciones delicadas, ha meditado contra mí una tan infame
maquinacion. Mi credulidad ha podido serviros de di-
version, pero no os ha dado objeto alguno de triunfo. La
ternura que vols creeis haberme inspirado, y yo no la nie-
go, habiendo nacido en mí de la idea de vuestras virtudes,
se ha desvanecido con la ilusion que le habia dado orígen.
Un sentimiento que era inocente se haria culpable en ade-
lante. ¡Oh cielos! continuó ella, juntando con pasion sus ma-
nos, y ii en lágrimas, ¿soy yo hija de la desgra=
cia, la que Lord Mortimer ha creido poder sacrificar á
un amor criminal? De la mano del hijo de Lord Cherbu-
ry debia recibir tal golpe el desgraciado Fitzalan.
Lord Mortimer se estremeció. ¡Fitzalan! repitió des-
pues de ella. ¡Oh Amanda! ¿Porqué me habeis ocultado
vuestro verdadero nombre? ¡Y qué he podido inferir de
este misterio? Todo lo que habreis querido, dijo ella: la
opinion de un hombre á quien ya no estimo, me es muy
indiferente. Entre tanto, continuó, á fin de que no os que-
de escusa alguna de vuestra conducta háeia mí, sabed que
solo he ocultado mi nombre por órden de mi padre, el que
habiendo caido en una situacion muy infeliz ha creido es-
ta precaucion necesaria para los dos.
¡Ah! esclamó Mortimer, este misterio me ha perdido ar-
rojándome en un error que lloraré toda mi vida. ¡Oh
Amanda! dignaos saber las circunstancias que me 16
conducido á esta fatal equivocacion, seré menos culpable
á vuestros ojos de lo que os parezco, y encontrareis en mí
alguna escusa.
No, Milord; yo no me dejaré engañar voluntariamente
á mí misma; ¿qué es lo que sucederia si creyese que po-
díais encontrar escusa, para vuestra conducta, ó lo que ves
llamais error? Si por atraerme vuestra atencion hubiese
empleado algun artificio ó coquetería, seríais tal vez escu-
sable; pero cuando me habeis seguido, yo me he retirado.
Solo por haber sabido que érais hijo de Milord Cherbury,
-el bienhechor de mi padre, he permitido vuestras visitas.
Yo os las he dejado continuar, porque me eran agrada-
bles. ¡Desgraciada facilidad! ¡Cruel Mortimer! ¡Cómo
+
==
os ha faltado la generosidad! ¡Y cómo habeis abusado
de mi simple confianza!
Al acabar estas palabras, ella se adelantó hácia la puer-
ta otra vez. Espantado de su aire, confundido de sus
reprensiones, atormentado de sus remordimientos, y ofen-
dido de que rehusase escuchar escusa alguna, Mortimer no
se opuso por mas tiempo á su salida. El la siguió hasta
mas allá de la puerta. ¿Qué pretendeis, Milord, le dijo
ella, ebátióndome A conduciros con seguridad á
vuestra casa, replicó él, con un aire de dignidad mezcla-
do de jovialidad.—; Y es lord Mortimer, dijo ella mirándo-
le, quien pretende cuidar de mi seguridad? El dió una
patada en la tierra, llevó con violencia y apoyó su mano
sobre su frente y esclamó: Ya lo veo, ya lo veo, soy detes-
table á vuestros ojos; pero, Amanda, yo no puedo sufrir lo
que me echais en cara. Permitidme algunos minutos,
y vereis que no lo merezco tanto como os habeis imagi-
nado.
Ella no replicó, pero apresuró sus pasos hasta las cer-
canías de su casa, donde él la detuvo con un aire respe-
tuoso y la dijo: Amanda, me es imposible separarme de
vos de este modo; me mirais como el último de los hom-
bres, me desterrais de vuestro corazon, y voy á ser un ob-
jeto horroroso para vos.—Seguramente, Milord, le dijo
ella vivamente.—¿Qlué, mi arrepentimiento no puede ha-
ceros olvidar mi error?—No es el arrepentimiento, dijo
ella, lo que sentís; es el pesar de no haberos salido bien
vuestros designios.—No, replicó él, os lo juro por todo
cuanto hay de mas sagrado. Es el remordimiento que yo
conservaré toda mi vida de haber pensado tan injuriosa-
mente de vos. Pero, os lo repito, si os dignais escuchar-
me no me encontrareis tan culpable. ¡Oh! hacedme esta
gracia. Dejadme esperar que mi vida podrá seros aún de-
dicada, y que podré así justificar, á lo menes en parte, mi
conducta con vos. ¡Oh mi querida Amanda! (arrojándose
de rodillas) no me aparteis de vos cuando os presento mi
arrepentimiento.
Vuestras instancias gon inútiles, replicó ella; él se le-
PE y A
vantó con desesperacion. Sí, dijo él, ¡con esta frialdad
soy abandonado de Amanda! Decidme solamente que no
me detestais, y que la miemoria de las dulces horas que
me habeis permitido pasar á vuestro lado no os son odio-
sas.
Mortimer estaba pálido y temblando, y corrian algunas
lágrimas de sus ojos. Amanda no pudo contener las su-
yas; ella apartó su cara para ocultarlas, pero él habia ya
reparado en ellas. Vos llorais, le dijo, mi querida Ama
da; en fin, sentís alguna compasion por mí.—No, no, Mi-
lord, dijo ella, yo sé y creo que vos teneis alguna sensibi-
lidad, y el pensar que vos os reprendeis cruelmente á vos
mismo vuestra conducta hácia mí, me quita la fuerza de
echárosla nuevamente en cara; pero, Milord, aprovechaos
de vuestros remordimientos para no entregaros á unas
pasiones que la virtud condena, y la razon no puede jus-
tificar. Así habló el ángel, y la grave y severa instruc-
cion dada por la juventud y la belleza, tomó en su boca
una gracia invencible.
Amanda se desasió en fin de las manos de lord Morti-
mer, y entrando en casa, cerró la puerta con precipita-
cion. La nodriza al verla se espantó de sus miradas. Es-
ta habia sabido por uno de sus hijos, que durante la tem-
pestad Amanda se habia refugiado en Tudor—Hall, y la
veia volver sin schal, sin sombrero, el semblante pálido,
los cabellos en desórden, sin poder responder mas que con
suspiros y lágrimas. ¿Qué teneis, mi querida hija? ¿Qué
os ha sucedido?
Aliviada Amanda con sus lágrimas, dijo á la nodriza que
no se hallaba buena, y habiendo reflecsionado que no era
conveniente el continuar viendo á lord Mortimer, le su-
plicó no se le recibiese en caso que se presentase.
La buena muger meneó la cabeza, y dijo que sin duda
habria alguna querella entre los dos, pero que si el Lord
habia hecho alguna cosa que pudiese desagradar á su
querida Amanda, ella lo haria arrepentir de ello. Aman-
da le prohibió hablar jamas á lord Mortimer sobre este
asunto, y despues de haberle ecsijido la promesa de no
“be
LU Ñ
recibirle mas en su casa, se retiró á su aposento débil y fa-
tigada. El coronel Belgrave habia insultado su virtud, y
agraviado su vanidad, pero no habia dirijido su intriga
por el lado mas sensible de su corazon, que solo Marti-
mer habia podido alcanzar.
El atractivo que hasta entonces habia endulzado sus
penas se habia disipado; Amanda, por un vivo resenti-
miento, se hallaba abatida por el dolor de un amor enga-
ñado. ¡Ah, padre mio! esclamaba, he aquí el retrete se-
guro y Md alo que habiais creido descubrir para mí;
¡cruel engaño! Yo tenia menos que temer del vicio pre-
sentándose con insolente audacia, que cubierto con la
máscara seductora de la virtud. La desverguenza de Bel-
grave me advertia el peligro; pero mi misma inocencia
me dispuso á la confianza de Mortimer, y la credulidad
estaba en lugar de la sospecha. ¿Estoy yo, pues, destina-
da á ser víctima de la violencia ó del artificio de los hom-
bres, y escepto el corazon de mi tierno padre, encontraré
todos los demas llenos de engaño y de traicion? ¡Ah! si en
la tierna edad una esperiencia prematura de los hombres
nos hace perder la confianza y la esperanza, ¿qué atructi-
vo conservará la ecsistencia para nosotros? La alma se
encontrará abatida dentro de sí misma, y no se apasiona-
rá mas por su vida. Belgrave quiso mi deshonor; pero
solo Mortimer ha podido penetrar mi corazon con un gol-
pe mortal. ¡Oh Mortimer! ¡de vuestra mano podia yo reci-
bir, un golpe tan terrible; de vos, á quien miraba como un
guia, un compañero y un amigo!
Por otro lado, Mortimer estaba abandonado á todas las
agonías que puede esperimentar una alma ingenua, opri-
mida por los remordimientos que sentia por su grave fal-
ta. La venganza mas implacable no hubiera podido im-
ponerle una pena mas severa que la que sentia por sus
remordimientos. La pasion criminal que le habia estra-
viado un momento, habia perdido todo su imperio, y el
honor y la razon habian vuelto á tomar su ordinario y na-
tural ascendiente. Reflecsionando sobre el carácter ino-
cente, uniforme y sostenido que siempre habia observado
89 *
- en la conducta de Amanda, no se podia perdonar, ni sus
AE dudas, ni la audacia que habia tenido de insultarla, mani-
festándolas. Pensando en los disgustos que tenia ya, es-
taba indignado contra sí mismo por haberlos agravado.
-¡Ab, querida Amanda! esclamaba, ¿vuestras desgracias y
vuestra virtud no debian ser para mí un objeto el mas sa-
grado?
El encontraba algun alivio en pensar que obtendria de
ella el poder esponerle las circunstancias que le habi
conducido á un proceder tan injurioso para ella, y tan
digno de sí mismo. Una tal esplicacion debia ha Roo
recobrado la inclinacion y confianza de Amanda, y deter-
minarla á aceptar su mano, que estaba resuelto á ofrecer-
le al momento: pues el orgullo y la ambicion no podian
ser por mas tiempo obstáculos á la reparacion que creia
deberá Amanda. Sino era aceptada, no podia en ade-
lante ser feliz. Amanda le importaba mas que su vida,
y no podia formar plan alguno de felicidad para él, en
que Amanda no fuese el agente principal. Impetuoso en
- sus pasiones, no podia resolverse á esperar hasta el dia
siguiente para declararle su arrepentimiento, implorar su
perdon. y darle á conocer sus intenciones. Acercóse á la
quinta, y dispuesto á poner mano en el pestillo de la
puerta se detuvo, no queriendo demostrar á estos paisa-
nos su vergúenza y confusion. Todos dormian en la ca-
sa. Los rayos de la luna difundian por este techo de pa-
ja una luz tranquila, y los vientos reposados, ni aun agi-
taban las hojas de los árboles.
Felices habitantes de los campos, se decia á sí mismo
el desconsolado Mortimer, er el seno del contento y de la
inocencia, el sueño cierra dulcernente vuestros párpados.
Mi amada reposa tambien como vosotros, pues es igual-
mente inocente. Al dar una vuelta al rededor de la casa,
vió una luz en una ventana; se acercó y reconoció por los
vidrios á la misma Amanda ir hácia su aposento con un
aire agitado. Estaba con un pañuelo en sus ojos para en-
jugar las lágrimas. Este espectáculo le puso fuera de sí.
Se echó mil maldiciones reprendiéndose por haber sido la
AS
causa de que corriesen. Una hora despues de media no-
che, habiendo tocado el reloj de la poblacion; ¡Gran Dios!
dijo, y qué horas han de pasar aún ántes que pueda arro-
jarme á los piés de mi amable víctima, implorar mi per-
don, oir su dulce voz, y (como él se lisonjeaba) en los
trasportes de nuestra reconciliacion, estrecharla contra mi
corazon palpitando de ternura y de alegría, como debien-
do ser en adelante la compañera inseparable de mi vida.
Habiendo Amanda al fin apagado la luz, él no pudo de-
e á buscar aún el reposo, y continuó en ir va-
gando al rededor de la casa como sombra desgraciada,
hasta que empezó á despuntar el dia, y vió algunos labra-
dores que iban á sus trabajos: entonces se retiró para no
ser observado por ellos.
CAPITULO VII
Luego que Mortimer creyó que podria ver á Amanda,
se apresuró á ir á la quinta de Edwin. La nodriza guar-
dó la promesa que le habia hecho de no echarle en cara
cosa alguna; pero en su aire manifestaba bastante que
estaba mal contenta de él, y que creia que habia hecho
alguna cosa de la que su querida hija tenia de que que-
jarse.—Miss Fitzalan, le dijo ella, está demasiado indus-
puesta para ver á persona alguna (pues lord Mortimer ha-
bia pedido noticias de Miss Fitzalan, detestando el nom-
bre de Dunford, al cual él imputaba en gran parte la des-
graciada conducta que habia tenido con ella). La nodri-
za solo le dijo la verdad, diciéndole que Amanda se halla-
ba indispuesta. La agitacion habia sido demasiado fuer-
te para un cuerpo tan delicado; y á la mañana fué ataca-
da de una calentura que la detuvo en cama. En el aba-
timiento en que se encontraba, solo deseaba la soledad.
Hasta entonces, ella habia esperado con impaciencia la
vuelta del dia, porque disfrutaba con Mortimer de la fres-
bis
cura del aire fragante, y de la tranquilidad de la mañana.
Pero Mortimer ya no era aguardado.
Por la tarde, Mortimer hizo una nueva tentativa: y en-
contrando á á Elena : «ola, la envió á suplicar á Amanda
que le recibiese. Ella venia de lavarse, y Mistriss Ed-
win la hacia el té. Los colores se asomaron á su cara.—
Decidle, respondió á Elena, que estoy admirada de su de-
manda, y que le he hecho saber ya mis resoluciones: que
busque en otra parte un corazon que se le parezca mas
al suyo, y que no incomode mas mi reposo. Mortimer
oyó estas palabras desde el aposento inmediato donde
aguardaba, y salió desesperado «de la casa. Howell llegó
á ella un momento despues, y supo por Elena toda la
querella. A esta nueva, una secreta esperanza renació
en su corazon, y rogó á á Elena que viniese á juntarse con
él dentro de media hora en el valle mas bajo del jardin,
resuelto á encargarla alguna embajada para Amanda.
Como el ministro jamas habia dirigido á Miss Fitzalan
atencion alguna, que á los ojos del vulgo pudiese hacer
creer que estuviese prendado de ella, y á menudo habia
conversado familiarmente y reido con Elena, á la pobre
muchacha se le puso en la cabeza que Howell se habia
hecho su“amante, y si la inclinacion de Chip por ella ha-
bia escitado la envidia de sus vecinas; cuánto mayor iba
á ser su triunfo si ella sujetaba al ministro! Despues de
esta esperanza, se ocupó en adornarse para la cita que
acababa de darle Howell. Mientras se hallaba ocupada
en tan importante cuidado, el honrado y fiel Chip entró
con su vestido de domingos, que venia á buscarla para
llevársela á un baile. A la primera proposicion que le
hizo, se erguió Elena, y admirando el modo con que Aman-
da habia despedido á lord Mortimer, y el elocuente men-
sage de que estuvo encargada, resolvió imitar este ejem-
plo.—Timoteo, dijo ella, llevando su cabeza para atras y
de lado, vuestra proposicion es la mas impertinente que
se puede concebir, y yo no puedo decentemente aceptarla.
Yo os digo, Tim (levantando, y agitando el delantal por
su estremidad para darse gracia) que me admiro de vues-
e ES
tra presuncion; no me fatigueis mas con vuestras protes-
tas de amor, buscad entre “las gentes de vuestra especie
un corazon semejante al vuestro, y no me incomodeis en
mis placeres.
Chip quedó en silencio un momento, como si encontra-
se dificultad en comprender lo que ella le acababa de de-
cir.—Al fin, Nell, le dijo, todo este lenguaje significa, á lo
que creo, que vos y yo nada tenemos que decirnos.—LEs
verdad, replicó la coqueta Elena.—Muy bien, dijo Chip
muy conmovido; tiempo vendrá, Elena, en que os arrepen-
tireis de haber tratado tan mal á un muchacho de bien
que os amaba; y despues de estas palabras salió con pre-
cipitacion.
Elena, adornada, se miraba con grande admiracion y no
esperaba menos que obtener la mano del ministro. Le
encontró en el paraje citado, y sentándose en un peque-
ño banco: Elena, le dijo el ministro tomándole la mano,
¿creeis que haya alguna esperanza para mi?—Verdadera-
mente, Mr Howell, respondió ella, con un aire y un tono
afectado, vos me haceis una pregunta estraña.—Pero pue-
de ser, replicó Howell, que la querella se apaciguara.—
No, os lo juro, respondió con viveza, vos sois unicamente
el objeto de ella.—¡Es posible! esclamó Howell trasporta-
do de placer. ¡Luego puedo hablar de mi pasion?—Ah
mi querido Mr. Howell, vos sois muy ejecutivo.—;¡Creeis,
le preguntó él, que está demasiado enferma para verme? —
¡Enferma! ¿quién”—¡Quién! replicó Howell. Eh, Miss Fit-
Elda (pues desde el momento que Elena habia sabido
que lord Mortimer se hallaba instruido del verdadero
nombre de Amanda, no faltó á decírselo á Howell).—
¡Miss Fitzalan! replicó Elena mudando de color.—Sí, Ele-
na, la querida y amable Miss Fitzalan, que yo amo mas
de lo que puedo decir, y de lo que la imaginacion puede
concebir.
Adios esperanzas de Elena: ella no pudo ocultar su
dolor, y sus lágrimas corrieron. El ministro le preguntó
con interes la causa de su dolor. Aunque vana, era fran-
ca y no pudo disimular. ?Por qué me habeis tenido, le di-
E
jo ella, semejantes discurses? Yo creia.... y pues vos me
mirabais de un modo.... pero en fin, no se trata ya de
esto, creo que todos los hombres son falsos.
Las lágrimas de Elena y lo truncado de su discurso,
comenzaron á hacer sospechar á Howell la verdad, y su al-
ma sensible se afligió de la idea de haberle causado dis-
gusto Solícito sin embargo de saber su suerte, preguntó
á Elena si podia verá Amanda. Ella le respondió con
alguna aspereza, que no lo sabia, y lo dejó precipitada-
mente para retirarse á casa, donde se alivió de su dolor
derramando un torrente de lágrimas. Era una lástima ha-
berse ataviado para nada. Ella se determinó á ir al bai-
le, consolándose con el proverbio de que es preciso tener
dos cuerdas en su arco. Ademas de que si Chip no era
tan agradable como el ministro, se podia muy bien pre-
sentar. En el camino encontró á un muchacho, que le
traia una carta de Chip. Persuadida que contenia propo-
siciones de reconciliacion, se er á abrirla y leyó lo
que sigue:
“Elena: despues de vuestra orivetaná conmigo, ya no
“puedo sufrirme mas en el pueblo, ni podria jamas dar un
“hachazo de buena gana; todos los árboles y praderías me
“harian infeliz acordándome el amor que ha tenido por el
“pobre Chip la preciosa muchacha que yo amaba, pero que
“no me ama ya. Y así cuando recibireis esta carta, yo me
“habré alistado ya en los bajeles del Rey, y Dios sabe si
“nos volveremos á ver; pero si llega este caso, yo amaré
“siempre á Elena, aunque haya sido tan cruel hácia su su 1 fiel
“Servidor.
“Tim Cuip.”
Así la vanidad de Elena recibió pronto castigo. Su do-
lor fué vivo durante alguno dias; pero se calmó con los
cuidados de Amanda, que le dió la esperanza de volver á
ver á su fugitivo héroe.
Howell obtuvo al fin una conferencia, y se arriesgó á
hablar de pasion. Amanda le dió gracias por los sentimien-
tos que le manifestaba; pero le contestó que no podia res-
— 94 —
ponder como hubiera deseado, asegurándole por otra par-
te de su estimacion y sincera amistad. Yo me contentaré,
pues, con ellas, dijo él. La afliccion y las esperanzas en-
gañadas no son cosas nuevas para mí; y cuando mis des-
gracias pesaren demasiado á mi corazon, yo llevaré mi
pensamiento hácia vos como hácia un ángel consolador, y
de este modo la carga me será mas ligera por algunos
momentos. :
Lord Mortimer nizo diferentes tentativas para volverá
ver á Amanda, pero todas fueron vanas. Escribió, pero
sus cartas no fueron recibidas; al fin, con el ausilio de una
estratagema, consiguió obtener una entrevista. Encontró
al hijo segundo de Edwin que volvia del pueblo vecino
con una carta del correo para Miss Fitzalan. Mortimer no
tuvo mucha dificultad en obtener la carta del muchacho,
diciéndole que él se encargaba de llevársela al momento.
Voló en efecto á casa de Edwin. Será preciso ahora, dijo
él, que la inexorable Amanda se manifieste, si quiere la
carta. La nodriza fué á decir á Amanda que Lord Morti-
mer estaba alli llevando una carta del correo. Ella escusó
salir, pidiendo la carta. Juro que no la engaño, dijo él,
mas no quiero entregar á otro la carta que á ella en sus
manos. .
Es verdaderamente cruel esto, dijo Amanda saliendo
del cuarto; pero dadme la carta, y tendió la mano con im-
paciencia para recibirla. Resta por cumplir otra condicion,
dijo Mortimer; yo os suplico, Miss Fitzalan, que leais la
carta en mi presencia. ¡Gran Dios! ¡y cómo me atormen-
tais, esclamó ella! ¡Consentís en ello? añadió él. Sí, res-
pondió ella, y recibió la carta de sus manos.
El dolor y los remordimientos de Mortimer se hicieron
sentir mas vivamente cuando contempló la cara pálida de
Amanda, y su aire lánguido, la que durante este tiempo
leyó la carta siguiente de su padre.
“Haciendo saber nuestra felicidad á mi querida Aman-
“da, estoy indemnizado de lo que he sufrido despues de
“muchos meses de separacion. Enjugad vuestras lágrimas,
“mi querida hija, vos que habeis conocido la desgracia tan
— RS
“temprano. El orígen de la nuestra ha cesado por la bon-
“dad estrema de Lord Cherbury, que ha hecho por mí mas
“de lo que podia desear, procurándome medios de hacer
“feliz á mi Amanda en lo sucesivo, tanto mas que una for-
“tuna mediana es necesaria para la felicidad. Yo me es-
—*“plicaré mas largamente en mi próxima carta; al presente
“no tengo un momento mio, lo que escusará del laconismo
“de esta. El bueno de Edwin se alegrará de saber el res-
“tablecimiento de los negocios del padre de su querida
¡DAES 8 Pp q
“Amanda.
“Aucusto FiTzALAN.”
Amanda no pudo contener su conmocion. La carta cayó
de sus manos trémulas, levantó al cielo sus ojos mojados
en lágrimas. ¡Gran Dios! bendecid al bienhechor de mi
padre por esta buena accion, y que el disgusto y el infor-
tunio jamas se acerquen á él. ¡Quién es, preguntó Morti-
mer, el afortunado mortal que ha merecido que Amanda
dirigiese al cielo para él una tan penetrante oracion? Ved,
le dice ella, presentándole la carta, y felicitándose ella
misma en este momento, de poner á sus ojos la prueba de
lo que habia dicho, de la conexion de su padre von Lord
Cherbury.
Lord Mortimer se conmovió mucho con la carta. Sus
ojos se llenaron de lágrimas. Se volvió para ocultar su
conmocion; en fin, despues de haberse sosegado un poco,
se acercó á Amanda, y le dijo: ¡y qué! miéntras rogais con
tanta bondad por la prosperidad del padre, habeis resuel-
to precipitar al hijo en el abismo de la desesperacion. Si
un arrepentimiento sincero puede expiar mi falta, y mere-
cer gracia, debeis perdonarme.
Amanda se levantó con la intencion de retirarse, pero
Mortimer la detuvo por la mano. No penseis, le dijo él,
que yo quiera perder la ocasion, que largo tiempo he bus-
cado, y que he encontrado con tanta pena, de justificar mi
conducta con vos. De cualquier manera que sea recibida
mi justificacion, yo debo por mí mismo ofrecérosla; pues,
como no he insultado jamas voluntariamente á la inoeen-
Es "96 ás
rir ser mirado como violador y desco-
nocedor de su chos. Entre los estravíos en que la es-
travagancia de. la juventud me ha arrojado con demasiada
frecuencia, mi corazon no tiene que po de ac-
cion alguna, que haya dejado en mi conciencia el aguij
del remordimiento; la virtud ha sido siempre sagra
ra mí; y sobre todo la virtud unida á la desgracia
ttm Ella se vo Ra bo, 34 esenchó, o ado
las circunstancias que lo habian desviado por la opinion
que habia formado de ella. El alborozo de Amanda llegó
á lo sumo, cuando despues de haberle oido, reconoció que
era el siempre amable, el generoso, y el noble Mortimer,
cual ella lo habia considerado. Lágrimas de placer, tan
dulces como las que habia derramado algunas veces con
él, corrieron de nuevo; ¡pues qué sentimiento mas delicio-
so que el de reconocer que el objeto que no podemos me-
nos de amar meréce aún toda nuestra estimacion! Es así,
continuó Mortimer, que yo caí en tau grosero error: er-
ror que no sabré por otra parte sentir haber cometido, sal-
vo la pena que os ha causado, pues que me ha proporcio-
nado la mas fuerte convicción que ninguna otra circuns-
tancia podria darme. de las admirables calidades de una
alma, y que ha alejado de mi las preocupaciones que te-
nia contra vucstro sexo, que aunque no son del todo infun-
dadas, pero llevais una escepcion brillante. Si todas las
mueres se portasen como vos en semejante situacion, no
se oiria á tantas de ellas quejarse de la ligereza éinfideli-
dad de los hombres.
e.
Entre tanto, el objeto de todos mis votos es poder oslla-
mar mi esposa; la felicidad de mi vida depende de vues-
tra decision. ¡Oh mi querida Amanda!—sea ella favorable,
y permitid que escriba á M. Fitzalau, y que le pida me
otorgue el mas grande de los bienes que un hombre pue-
da dar + otro, una muger amable dotada de todas las ca-
lidades y de todos los talentos que vos reunis.
Oyendo Amanda que Mortimer iba á dirigirse á Fitza-
xi — 3
lan para. obtenerla de él, no dudó mas de la pureza de sus
intenci Jones... Encontraba en su propio corazon un solicita-
dor.mas elocuente que el mismo Mortimer. Ella no daba
aún su mano á Mortimer, pero se la dejaba tomar. Yo es-
toy, pues, perdonado, decia Lord Mortimer apretándola á
¿su seno. Oh mi querida Amanda, años enteros de tiernas
atenciones jamas pagarán tanta bondad!
Luego que se calmaron sus primeros transportes, Mor-
timer escribió á Fitzalan, y dijo á á Amanda que suplicaba
una pronta respuesta. Esta jóven heroina dió parte de su
felicidad á toda la buena familia Edwin, á quienes Lord
Mortimer recompensó liberalmente su fidelidad por Aman-
da.. El mismo escusaba las espresiones algo duras de que
se habian servido algunas veces con él, para alejarlo, vien-
do que eran dictadas por su sencillez, y celo por el servi-
cio. de Amanda. Tambien descubrió la manera con que
habian llegado á tener noticia de la situacion de Amanda,
preguntando al jóven muchacho que la habia conducido
desde Lóndres.
Al dia siguiente de su reconciliacion, Lord Mortimer di-
jo.4 Amanda que le era fuerza dejarla por algunos dias,
que podia muy bien pensar que no era sino con grande
repusnancia el apartarse de ella así; pero que la visita que
. debia hacer en Anglesey, habiéndose retardado tanto tiem-
po; que para prevenir este contratiempo que le priva-
ria.de la dulzura que encontraba en estar cerca de ella,
iba á pasar algunos dias en Anglesey; que esperaba á
su vuelta encontrar la respuesta de M. Fitzalan que auto-
rizaria su union. Amanda hubiera querido ocultar el do-
lor que le causaba esta separacion, pero no pudo conse-
guirlo. Entre tanto la idea, que la ausencia seria corta, la
calmó pronto, y Mortimer partió el mismo dia.
Jamas Amanda se habia encontrado en tan feliz situa-
cion.. Ella se veia en visperas de ser elevada por el hom-
bre á quien amaba, á un estado que le daria medios po-
derosos de satisfacer el sentimiento mas dulce de su cora-
zon, ejerciendo su beneficencia y sus gustos mas amables,
empleando los talentos en las artes que cultivaba. ¡Oh!
TOM. 1. 7
-
en la dátref a de ]
para a ella imaginas
de la desgracia, y.
les eran los plane
da que hacia de lo
fortuna, y de la qe podia disfru sparciénd A,
no temia oposicion alguna pa a su casamiento de A
de lord Cherbury. Su padre no e ente
muy inferior al del padre de Morti
disputa de bienes entre ella y Mo di
elevada, decia ella, no mira | las da
para proveer no sie TAS cad e es, e.
tambien á las comodidades y lujo de la vida. — Tales eran 3
los pensamientos de la inocente y novelera Am: : ,
los cuales levantaba en el aire un. edificio fa rtástico, cu-
Ñ> e
ya poca solidez solo la esperiencia podia ha acerle rage
: ” £ y dí
e LN e a EN o e pri e anpo
e POMPUULO IX. 08
- . 7 Pet e Ps A de
Al cuarto dia de la partida de lord yo Er ba
por la tarde Amanda sentada en la gruta ( del jardin de
Edwin, cuando oyó el ruido dé un carruage. Al mom
to que iba á entrar, . la A q la de posta se detuvo 4]
ta, y con la mayor ad
á su padre” AEREA
Fija en el lagar en qu
nos momentos antes de pc e -
verle las tiernas caricias - de el JE Yo
venido, mi querida Amanda 1, le dijo (sin an
cumplimientos de Edwin), y ca evaros conmig
ai daros mas e una C
a hora? Sí dijo él, y
na mostran-
Edwin, dispuesta toda á seguir á Fitzalan
“al estremo de o. consinticron en ello de
untad, y Elena, t teniendo una grande inclinacion.
da, é eii desde la partida. de su amante, se.
a con la idea de salir de su país.
ucedia así con Amanda. Separarse ' lejos de lord
Mor timer al. momento de su reconciliación, era un . golpe.
Ainiticda E crue uel, que ella no podia. recibir-sin sufrir mor-
tales amg gustias. Creyó que Apra recibido
a e Mortimer, la que debia hacer conocer
an la situacion. en Que se encontraba, Ella dejó.
nedic lio'arreglado, y bajó. para hablar á á su pas
cad: O al verla. Top con trémulos lábios,
los ojos d desvia s, y no sabiendo por dónde empezar,
» cas conoció su designio, y la dijo tomándole la ma-
no: mi querida Amanda, dejemos ahora toda esplicacion
y do- objeto de discusion; los momentos son preciosos;
chaos para arreglar vuestro paquete, pues de otra
llegariamos demasiado tarde á la posada donde
: cuento pasar la noche. Amanda se volvió silenciosa á su
cuarto para obedecer á sá padre. Sus lágrimas corrian:
ella estuvo por la primera vez penetrada de horror, á la.
sola idea de ser llevada lejos de Milord Mortimer, para.
¿je sin saber por qué. Su ternura por él, tanto como
honor, exigian que le hiciese conocer las causas de una
cha. tan precipitada: pero cuando quiso tomar la plu-
2 para instruirle de ello, su trémula mano lo rehusó; y
la 10 odriza. y sus hijas, yendo y viniendo sin cesar para: La--
cer escvalo dl de su marcha, la turbaron de mane-
ni una línea. En fin, llegando
lo ella iba 4 hacer una nueva
esaz á despacharsc, y no. per-
en la imposibilidad de poder
dar á la nodriza
zalan estaba tar 'ado pi
consentir que desatasen los cab
refresco alguno en casa , á pesar de todas sus
instancias, ni respo der á las p , hata que le haci:
bre la ruta que iba á tomar, dición les que se los !
saber luego; en fin, se dieron los zos de d
con el corazon muy angustiado, y Amanda subió á le sl:
Ma. El silencio ocupó á los viajantes, ellos estaban fui
temente conmovidos, aunque de una manera diferente.
La vista de la quinta y dela iglesia del pueblo habia
traido á la memoria de Fitzalan tristes recuerdos, y caian
lágrimas de sus ojos al pensar en su tierna 2 y desgraciada
Malvina. Amanda suspiraba al perder de vista las 'tor-
recillas de Tudor—Hall, y Elena sollozaba al pasar por de-
lante de la choza abandonada del pobre Chip. La rapi-
dez de su curso, robando de sus ojos los objetos de. sus
sentimientos, no borraban de sus almas las impresiones
que de ellos habian recibido. Fitzalan fué el primero en
romper este triste silencio, esforzándose 4 levantar á su
hija del abatimiento en que la veia. Un camino de tra-
ves les condujo prontamente á la barca de Conway que
les era preciso pasar. Si Amanda hubiese todo el
píritu tranquilo, hubiera disfrutado de la vista de los
tos de magnificencia gótica que conserva Conway-Uastle;
sin embargo, no pudo verle sin eonmocion, y al pasar dió
un suspiro en tributo á esta grandeza decaida. No se
detuviéron en Conway sino para cambiar de caballos y
de silla, y se encontraron pronto bajo los prodigiosos Bo
ñascos de Penmaenmawr. Esta escena era tan nueva.
mo espantosa para Amanda. Dios nos libre, gritó Elena,
¡qué camino tan ruin! no falta sino que una de estas enor-
mes rocas caiga del alto sobre nuestro coche. No se de-
tuvieron otra; vez, hasta Bangor, de debian pasar la
noche. Las fuerzas y. ánimo de Amanda estaban, consu-
midos de tal modo, que á ní haberle hecho tomar un va-
so de vino, habria caido de debilidad: en fin, la opresi
de su corazon se alivió con las lágrimas. Su padre la de-
; ATA: lord Mortimer. Fit-
partir, que ni aun quiso
de la silla, ni tomar
jó con Blena para irá dar alg órdenes para el o
al da se acercó á. a ventana
ela fresco de ls montadas: oscuridad. de la noche
ldiaba con una hermosa luna, s trémulos rayos toca-
ema a superficie de las aguas, y que distri-
buy o aquí y allí sobre los objetos, masas de sombra y
e luz, daban claridad á unas escenas que habrian alegra-
. Afnanda en cualquiera otra situacion. Todo estaba
tranquilo á su. alrededor, y no se oia otra cosa que un"rui-
do sordo. y algunas voces en los aposentos bajos. —Mien-
tras estaba sumergida en una profunda meditacion, fué
sacada de ella por el ruido de los remos de una barca que
atravesó el rio, y abordó luego á la ribera frente á donde
estaba. Vió salir y entrar en su posada una asombrosa
multitud de gentes, que por su aire y su séquito parecian
ser de buena. compañía; era en efecto una reunion de via-
je. La noche no permitia distinguir-las caras; pero la -fi-
gura de uno de ellos se parecia tanto á Mortimer, que el
corazon de Amanda se sobresaltó; se adelantó fuera de la
ventana tanto como pudo para enterarse de ello, y al mis-
mo instante oyó su voz, que conocia muy bien; que daba
órdenes á su postillon de tener los caballos prontos á me-
-dia noche, porque queria, decia él, aprovechar este hermo=
so tiempo para llegar luego á Tudor-Hall. La compañía
recien venida se juntó prontamente á un aposento conti-
guo al que ocupaba Amanda; y el bullicio de los criados
y el ruido de los preparativos del servicio anunciaban-una
grande cena. No se puede pintar la agitacion de Aman-
da, al pensar que en un momento podia instruir á lord
Mortimer de su situacion, y que le era preciso callar. A
la verdad, la agitacion que se apoderó de ella solo duró
un momento, pues se calmó al pensar que instruyendo á
lord Mortimer, causaria: á su padre un disgusto mortal.
Cuando estaba ocupada en estos pensamientos, Fitzalan
Pr precipitacic ire y su modo persuadieron
1a co e lord Mortimer estaba
en e posalas y que temia que ella no le viese, pues. la
y la abrió para respirar
> mtb A, be > » | $ :
hizo retirar de la ventana, y por la 1era vez de su ví-
da le arrojó una: mirada dura y- severa. Esta fué como
una puñalada de Amanda; un sentimiento de horror se
apoderó de ella al solo pensamiento de perder la amistad
de su padre, y el temor de esta desgracia la turbó tanto,
como si hubiese dado motivo para ello. La cena que Fit-
zalan habia pedido se retardó un poeo, por los. preparati-
vos de la grande comida de sus alegres vecinos. El ha-
bria querido otro euarto, pero todos estaban ocupados.
Las. dos mugeres no pudieron comer; Amanda estaba in-
dispuesta, y Elena espantada sin saber de qué. El cria-
do fué despedido, y no hubo mas conversacion.
Una alegría sin límites reinaba en el aposento vecino,
y todo cuanto se decia en él se oia perfectamente desde
el de Amanda; las risas se sucedian rápidamente, y pron-
to empezaron á servir los brindis. Habiéndole llegado su
turno á Mortimer, le preguntaron cuál era la dama de sus
pensamientos.—Yo os daré, dijo él con un tono de voz so-
Jlemne y que indicaba un grado de exaltacion poco co-
mun, yo os daré un ángel. El corazon de Amanda latió
eon violencia, y sus mejillas se cubrieron de un vivo en-
.camado.—El nombre de esta celestial belleza? preguntó
uno de los convidados.—Amanda, dijo Mortimer.—¡Oh! á
fé mia, Mortimer, dijo otro, nosotros no te pasarémos tu
ángel si no nos dices su nombre entero.—Miss Fitzalan,
dijo lord Mortimer sin titubear.—¡Oh! oh! gritó el tercero
riendo á carcajada, despues de haber correspondido el
brindis como era debido, ahora empiezo á entrever el
misterio. Por mi alma, yo no habia podido imaginar has-
ta ahora lo que os habia detenido tanto tiempo en Tudor—
Hall, pues yo eonozco la parte femenil de la casa, y no he
visto cosa que pueda tentar; pero esta Amanda es sin du-
da una hermosa y fresca muchacha de algun pobre viea-
rio de la vecindad, que por.....—Poco á poco, replicó Mor-
timer con una voz alterada, tened cuidado con lo que de-
cís, y no me hagais arrepentir de haber proferido un nom-
bre tan respetable en esta sociedad. Miss Fitzalan no es
loque os imaginais; pero básteos saber que tiene un mé-
rito que la debe precaver de toda especie de ligereza so-
bre su cuenta, y que aun cuando ella no tuviese defenso-
res, sus encantos y'sus virtudes bastarian para ponerla al
abrigo de todo insulto. Durante esta conversacion, la ca-
ra de Fitzalan era todo fuego, y arrojaba sobre Amanda
miradas terribles. Dijo á su hija que se retirase con Ele-
“na para tomar algun reposo, y preparase para la jornada
larga y penosa que temian que hacer al dia siguiente, y
para la cual era preciso se levantasen muy de mañana.
Amanda, por la primera vez de su vida, se separó de. su
padre con placer. El mismo la condujo á su cuarto de
dormir, situado precisamente encima del que ocupaba la
compañía. Fué imposible á Amanda tomar algun repo-
so; la severidad de las miradas de su padre, su viaje pre-
cipitado, sin saber dónde la conducia, pero con el mani-
fiesto designio de alejarla de Mortimer, llenaban su alma
de turbacion y tristeza. Elena, con su modo sencillo, se
»esforzaba á consolarla. ¿En qué pensais, Miss? dijo ella.
Si yo bajase y fuese á decir á lord Mortimer que estais
aquí, podríais verlo con facilidad un momento en el jar-
din, ó bien yo lo conduciria aquí; y si el capitan viniera
y nos sorprendiese, ocultariamos á Milord detras de la
cortina. Amanda la hizo callar, procurando aún no per-
der nada del sonido de la voz de Mortimer, pero determi-
nada, á pesar del deseo que tenia de verle, á no hacer
gestion alguna que se opusiese á la voluntad de su padre.
Al fin se oyeron sacar los caballos dé la cuadra, y bajar
“todos los convidados. Amanda abrió poco á poco la ven-
tana, y vió á lord Mortimer montar ligeramente á caballo,
despedirse en dos palabras de sus amigos, y tomar el ga-
lope. Lo restante de la compañía marchó al mismo tiem-
“po, pero por opuesto camino. Amanda permaneció á la
ventana la cabeza fuera, hasta que dejó de oir el galope
de los caballos. Cesado este ruido, cayó en un estremo
abatimiento, y retirándose de la ventana, lloró amarga-
mente. La idea del disgusto que Mortimer esperimenta-
“ria al no encontrarla en, casa de Edwin, aumentaba su pe-
na; y no se opuso por mas tiempo á la proposicion po le
—104— o
habia hecho Elena de desnudarla: consumida de
cedió al sueño, y su fantasía la le, 2 itudor-H2A
lado de Mortimer. ” a
Al despuntar el dia, golpearon á la puerta; lo pide qui-
tó esta dulce ilusion, oyendo la voz de su poca la ins-
taba á levantarse al instante. Rendida como se hallaba
del sueño, obedeció y dopado $ á Elena. En pocos src]
estuvieron prontas. 4
Una barca les esperaba que los condujo al otro lado del
pequeño brazo de mar que separa el condado de Carna-
van de la isla de Anglessey; y allá encontraron un carrua-
ge. El dia crecia, y una niebla blanquizca ocultaba: las
montañas é impedia distinguir los objetos en el llano; pe-
ro pronto la atmósfera se aclaró. Las nubes brillantes del
lado del Este se teñian de co'or de oro, y el sol con toda
su belleza resplandeciente y magestuosa se mostró sobre
el horizonte, reanimando toda la. inaturalezalfon su bené-
fico calor. Los árboles y matorrales agitados del viento
fresco de la mañana parecian inclinar sus cabezas húme-
das del rocío, para saludar al astro del dia, mientras que
sus alados habitantes, elevándose en el aire, hacia olr
su dulce melodía. e
Amanda, á á pesar de su tristeza, veia este agradable es-
Alo con admiracion, y Fitzalan lo contemplaba con
delicia. Toda la ias esclamó, enseña al hombre
el reconocimiento debido al divino distribuidor de estos
bienes. Encierra, sin duda, en su seno un corazon de pie-
dra, aquel á quien el dulce y delicioso goce que este mo-
mento le proporciona, no le despierta aqueilos sentimien-
tos. Amanda aplaudió esta reflexion con una sonrisa,
pues no estaba en estado de hablar. Detuviéronse solo en
Gwine y, donde se desayunaron, y de allí llegaron á Holy-
Head que Fitzalan les nombró al entrar. Amanda enton-
ces traslució solamente que su padre la conducia á e
da, lo que se lo confirmó el ir á informarse al instante si
algun paquebot estaba pronto para hacerse á la vela. Ma-
nifestó el padre la mayor satisfaccion cuando supo que ha-
bia gro que saldria sobre las seis de la tarde. Ajustó tres
-105— á
s, y habiendo pedido la comida temprano, envió á
a á otro aposento, y sentándose al lado de Amanda,
nó de la mano y con una voz afectuosa le dijo:
Mi querida hija, mi corazon ha sufrido mucho afligien-
do el vuestro; pero el honor me ha obligado á la medida
que he tomado, y estoy seguro que mi Amanda me escu-
sará, cuando sepa los motivos que voy á á esponerle con ór-
den. A la llegada de Lord Cherbury á Lóndres de vuelta
de Francia, tuve noticia de ello al momento por uno de
sus criados, y le escribí. Apenas hubo leido mi carta,
cuando con «todo el celo de un verdadero amigo corrió á
mi casa, y me llevó á la suya, para pensar lo que debia
hacer; formó prontamente un plan que me llenó de ale-
gría y reconocimiento, proporcionándome un medio de sub-
sistir con alguna comodidad sin hacerme perder mi inde-
pendencia. Este medio es la administracion de un consi-
derable patrimonio en el Norte de Irlanda, que tiene de su
muger la difunta Condesa de Cherbury, que era irlandesa,
y rica heredera. Me ha propuesto habitar el castillo, y
me ha ofrecido adelantarme una suficiente suma, para mis
primeros gastos, esforzándose á disminuir sus. favores de-
clarándome que su propio interes le habia aconsejado lo
que hacia por mí, obligado como se hallaba á buscar un
hombre de bien y»seguro, despues de haber sido. engaña-
por el que.hasta entónces habia tenido este encargo. Yo
he aceptado sus generosos ofrecimientos, y por este medio
he escapado de la persecucion de Belerave. Ya esperi-
mentaba una tranquilidad que no tenia hacia mucho tiem-
po, y me preparaba á veniros á visitar cuando - vino una
carta de Miiord Mortimer como un rayo á destruir toda
mi felicidad. ¡(ran Dios! me estremecí al pensar que en
el momento mismo en que Lord Cherbury me colmaba
de beneficios, las lisongeras esperanzas que él tenia con
respecto á su querido hijo las podia trastornar mi propia
hija. El me habia instruido de un proyecto de casamien-
to muy honroso y muy rico, en el éxito del cual ponia el
mas vivo interes; el jóven insensato, él mismo ha tenido
algun conocimiento del proyecto de su padre; pues. su su
106 bi
carta inconsiderada me exije el secreto relativo á $
ras sobre vos. Sin duda no habria: pedido mi co:
miento, si hubiese podido obteneros sin él, y ha compren-
dido que vanamente tentaria á desunirnos. Pero él me
ha mirado como un hombre á quien la necesidad y la am-
bicion harian aprovechar una ocasion de procurar á su hi-
ja una grande fortuna, y clase elevada á espensas de su
honor. No podia caer en error mas grosero; pues aun-
que vos me seais mas apreciable que el aire que respiro;
aunque hija de la esposa adorada que he perdido, ocupeis
su lugar; aunque mi ternura por vos sea capaz de hacer-
me emprender, y sufrirlo todo para haceros feliz, preferi-
ria veros muerta á mis piés, ó merecer é incurrir en el re-
mordimiento de una bajeza. He arrojado al fuego la car-
ta de Mortimer, y he pedido al conde Cherbury sus últi-
órdenes, no queriendo diferir mi partida para Irlanda,
óndornelo desear el estado de vuestra salad, le dije
llevaria conmigo. El consintió, y tomé la posta al
resuelto á separaros, de Lord Mortimer aun
ubiese encontrado á los dos al pié de los
“creais con todo que mi reconocimiento por
bury, ó el cuidado de mi honor sean los solos
s de mi conducta. No, vuestra felicidad ha sido
mbien mi objeto. Una alma sensible y delicada como
pi la vuestra no podria jamas ser feliz, si era objeto del odio
P de la familia de su marido; sobre todo, si podia echarse
en cara haber merecido este tratamiento entrando en su
seno ú pesar suyo. ¿Podria yo sufrir que una hija tan
ama r su carácter y por los encantos de su persona,
nacida de una familia de consideracion, fuese mirada co-
mo artificiosa intrigante, carácter que la opinion pública
no faltaria á atribuiros por vuestra union con Lord Morti-
mer? Yo debo al autor de la naturaleza que os ha con-
fiado á mi cuidado, el velar por vuestra felicidad tan antaibo-
mo por la mia; lo debo á vuestra madre, cuyas úl
palabras os encomendaron á mi ternura. Esta cara espo-
sa vive aún en má la veo á mi lado; en todo cuanto hago
no me determino á accion alguna, á la que no esté seguro
a
daria su aprobacion; tan grande es el imperio de
d, que sobrevive á la disolucion de nuestra frágil
quina. Vuestra inclinacion á Lord Mortimer se desva-
necerá cando combatais contra ella con las armas de la
razon é intrepidez. En cuanto á él, lejos del objeto que
ha seducido su corazon, olvidará pronto una conmoción
pasagera. Pero cuando sea bastante osado para perseve-
rar, á pesar de mi oposicion, encontrará mi resolucion
inalterable. El honor es la sola herencia que me ha que-
dado entera de mis padres; yo la conservaré intacta como
la he recibido. El ha dado algun brillo á mis primeros
años en la carrera de una vida desgraciada, y dorará aún
con sus rayos las últimas horas de mi vida.
Durante este discurso, la conmocion de Amanda la ha-
cia incapaz de toda respuesta y accion. Tenia un aire de
estatiquez, en tanto que su padre con un jenguage firme
y rápido le anunciaba el trastorno de todas sus es Jran-
zas. El padre se incomodó de este silencio, y 1
dose con precipitacion desu silla se paseaba aj
un aire turbado en el bo, —Ya lo veo,
jándola una triste mirada; estoy destinado á
desgraciado. El solo bien que he salvado d
gio, y que solo habria bastado para sostenerme
me, ¿es, pues, perdido para mí?-¡Oh padre mio! g
da levantándose y corriendo á arrojarse en sus "brazos, vo;
me traspasais el corazon. ¡Oh! el mejor de los padres aña-
dió con una voz interrampida de sollozos, ¿qué es el mun-
do entero para mí en comparacion de vos? Puedo yo*po-
ner en balanza vuestra felicidad con la de Lord : mer,
que poco ha me era del todo indiferente? No, los mismos
movimientos de mi corazon serán en adelante sometidos
á vuestra voluntad: Fitzalan se enterneció hasta llorar.
El entusiasmo de la virtud se apoderó de uno y otro, les
prodigó sus dulces consuelos, y les indemnizó Ino
te de todos sus sacrificios.
Servida la comida, Amanda es stuvo tranquilizada por la
felicidad de su padre. que por una dulce sonrisa la mani-
festaba, y ella misma se halló mas alegre. La tarde era
Hr.
-
Ale
a se
A +4
—108—
hermosa cuando se embarcaron, y el bajel tenia viento fa-
vorable. El mareo obligó luego á Amanda y á Elena á
retirarse de encima del puente; pero la primera arrojó con
sentimiento la última mirada á las montañas de «Gales.
A la mañana del dia siguiente, el Paquebot entró en la ba-
hía de Dubiin. Se hospedaron en el meson de la marina,
donde se desayunaron, y despues se fueron á otro en Ca-
pel-Street, en donde se propusieron permanecer algunos
dias para pasarlos con Oscar, cuyo regimiento se hallaba
allí de guarnicion, y para comprar algunos muebles de
casa antes de pasar mas adelante hácia el Norte. Como
su coche bajaba por Capel-Street, Amanda vió á un ofi-
cial jóven detenido á la esquina de Mary's-Abbey, que le
pareció asemejarse á su hermano. ¡Su corazon palpitó; le
miró con mas atencion y reconoció que era el mismo Os-
car. El coche pasó con demasiada rapidez para dar lu-
gar á que él reconociese á Amanda; mas viendo una her-
mosa mano que le hacia señas, siguió al carruage y llegó
á la puerta de la posada al miooo tiempo que los via-
gerona rs ,
dto E
e 1 '
+ CAPITULO X
No puede describirse el alborozo de Oscar y Amanda
al encontrarse; el de Oscar sobre todo estaba aumentado
Ya , —. PP
por la sorpresa. Este se hallaba por desgracia de guardia
en el banco este dia, y de consiguiente no pudo ver á su
padre y hermana sino un momento; pero al dia siguiente,
luego que fué relevado, corrió á ellos. Fitzalan habia da-
do dinero á Amanda para comprar los muebles que juz-
gase necesarios, y Oscar la acompañó á casa de los merca-
deres. Se proveyó de algunos vestidos y modas, y una
pequeña coleccion de los mejores libros, y de todo cuanto
necesitaba para dibujar, sin olvidar las pequeñas necesi-
dades de Elena. Y olvieron certa de la hora de comer á
,
e
| > —109—
osada, donde encontraron á su padre que habia hecho
1as s diligencias en la Ciudad para Lord Cherbury. En
ta situacion se presumia tener su dicha como segura,
vi do reunidos á sus hijos, y sin inquietud en adelante
para las principales necesidades de la vida. Pero ¡ah! el
infortunio está muchas veces á la puerta del hombre di-
-choso, esperando el momento de entrar, y Fitzalan hizo
la triste esperiencia, observando la grande mutacion que
habia sufrido Oscar. Sus ojos no brillaban ya con el mis-
mo fuego; los colores de sus mejillas estaban deslustrados,
su alegría parecia forzada y afectada, á fin de ocultar un
profundo dolor.
Fitzalan, con la inquieta ternura de un padre y la de-
licadeza de un amigo, le manifestó el deseo de conocer la
causa del estado en que se hallaba, á fin de poder poner-
le remedio con mas fruto, dándole á entender que si era
alguna de las imprudencias á las cuales la juventud se
deja llevar algunas veces sin preveer las consecuencias,
estaba dispuesto del todo á escucharlo, persuadido de que
su arrepentimiento seria sincero. Oscar se estremeció á
la idea de dejar conocer la causa de sus disgustos, y ma-
nifestó á su padre, que pues desgraciadamente se la ha-
bia conocido, no creyese que fuese efecto de ninguna im-
prudencia: esta es, decia, una llaga que se curará por ella
misma, si no se toca. Pero Fitzalan ponia demasiado in-
PONES en este asunto para abandonarlo tan prontamente
o Oscar deseaba. Despues de haber mirado á su hi-
jo una triste y profunda atencion, esclamó: ¡ah, mi
ido. hijo! temo mucho que el mal sea mas grande de
e que decis, pues no quereis confesármelo!'—Ciertamente,
Oscar, le dijo Amanda con una dulce sonrisa, para sacar-
lo del embarazo en que lo habia puesto la conversacion
de su padre, y para disipar la inquietud y la tristeza pin-
tadas. en la cara de Fitzalan: ciertamente, aunque yo no
tenga grande esperiencia en esto, apostaria que vuestro
corazon no está libre. El respondió á Amanda conuna
afectada alegría; y para mudar de conversacion se puso á
“hablar del coronel Belgrave, diciéndoles que al presente
ú
-
ES ”
se hallaba ausente del regimiento, y no echó de ver la ale
y
teracion que causaba en el semblante de su padre y her-
mana el nombre de Belgrave. —¡Conoceis á á Madama Bel-
grave? dijo Amanda reponiéndose de su turbacion.—¿Si
conozco á Madama Belgrave? repitió dando un s
¡oh! sí; y despues de algunos momentos de silencio diri lén-
dose á su padre, le dijo: Creo haberos ya informado he
es hija de vuestro valiente y viejo amigo el general Hon-
ney—Wood, el cual, os aseguro que me ha acogido con
mucha bondad por amor vuestro. Su casa es sel tem lo.
de la hospitalidad, del cual su hija es la diosa, —¿Es : fel iz?
dijo Amanda.—¡Oh! seguramente, respondió Oscar, no dis-
- tinguiendo el alivs secreto que su hermana tenia: para.
hacerla esta pregunta, si se puede serlo con todo lo que
los hombres miran como medios de felicidad.
Fitzalan habia dicho á su hijo que habia sacado á
Amanda de Devonshire porque el aire era contrario á su
salud; le habia hablado tambien de la amistad de lord
Cherbury, de quien tenia motivos de esperar prontamen-
te los adelantos de Oscar.—Estad por otra parte seguro,
mi querido Oscar, le dijo, que no hay sacrificio que no ha-
ga para mejorar vuestra situacion, y aumentar vuestra fe-
licidad.—¡Mi felicidad! repitió tristemente Oscar, cuyos
ojos se Mino dñ de lágrimas, que procuró ocultar acercán-
dose á la ventana. Amanda le siguió con estrema conmo-
cion.—Mi querido Oscar, le dijo arrojándole. los brazos al
“cuello, vuestro dolor me conmueve mas allá de lo,
uedo esplicar. :
A ObdibiA cuennaiódo su cabeza en el E su
na, la mojaba con sus lágrimas.—¡Oh cielos! esclamó Fit-
zalan, ¡qué espectáculo para mí! ¡Oh mis queridos hijc ost
yo no puedo ser feliz sino con vuestra dicha: y si mis es-
peranzas se engañan; ya no estimo la vida. Se acercó á
ellos, y les dijo: “No obstante, en medio de las agonías ue
esperimento, gusto un momento de placer Ea
los dos una tan fuerte y tierna amistad; ella será. vuestro
mutuo amparo y vuesi o consuelo, cuando. el débil recur-
so de que puedo reee os faltare. Entonces, mi querido
*
2
Die os Po
A
« —111—
Oscar, , dijo u uniendo las manos de sus dos. hijos entre las
ad ros sereis el amigo y protector de esta amable hija,
“impedireis
A sentimiento demasiado cruel de
amargura ] la pérdida de su tierno y
1 demasiada
rraciado padre.
AS lágrimas. de Oscar y Amanda se redoblaron á este
penetrante discurso. En fin, haciendo Oscar un esfuerzo
sobre sí mismo, dijo á Fitzalan: padre mio, vuestros de-
seos se cumplirán, y vuestra voluntad me será sagrada.
Estoy avergonzado de la debilidad que he manifestado; no
mea Jandonaré mas á ella, olvidad la que habeis presen-
ciado; ó ó si os acordais, sea solo para perdonármela: reci-
bid-mi solemne promesa de que haré los mayores esfuer-
zos sobre mí mismo para triunfar, y que los pocos dias
que nos quedan que pasar juntos, no sean estos oscureci-
dos con tristes pensamientos.
Algunos momentos despues, Oscar dijo á su padre y her-
mana que habia una fiesta en Marborough-Green, y pro-
puso llevarse á Amanda, lo que fué aceptado. Elena fué:
confiada á á un soldado jóven aficionado á Oscar. La asarn- o
blea era numerosa y llena de oficiales, llevándose Arman-.
da prontamente sus miradas, pareciéndoles una de las per-
sonas mas hermosas que se pueden ver. Tomaron luego.
en medio á su hermano, el cual se halló obligado á satis-
facer su curiosidad, diciéndoles quién era ella, y presen-
tándosela. Sus cumplimientos impidieron á Amanda ha-
cer atencion al espectáculo; pero lo que Elena notaba sen- .
tras de ella, divirtió mucho á los de su alrededor.
erosa multitud de oficiales habrian acompañado .
Amanda á la posada, si Oscar no se hubiese opuesto á ello.
El dia guiente lo emplearon en visitar los edificios -
olicos, el parque y otras casas de campo del rededor.
Al otro dia Fitzalan y Amanda continuaron su ruta hácia
el Norte, donde Oscar les dijo que esperaba les iria á ver
el verano siguiente despues de la revista. Al darla ma-
no á su hermana para entrar en el coche, esta le dió una
pequeña cartera que su padre le habia dado para el efec-
to, y algunos billetes de!
412 E
Dejaremos á los viajeros, para hacer saber á nuestros
lectores las causas de las tristezas de Oscar. A" we
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> acia Pos il AO AR Mz ai de
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CAPITULO XI. oral
a de y “ " E $e PRA e
Es
Cuando Oscar fué á juntarse por la primera vez. con su
regimiento en Irlanda, el cuerpo estaba de guarnicion en
Enniskelline. El tenia. un buen conjunto de prendas, y
los habitantes de la ciudad eran corteses y amaban l:
hospitalidad. Oscar estaba gozoso, como todo j jóven a
diente y activo, de entrar en una carrera que mirab: co-
mo la de la eloria y del placer. En los dias que sus de-
beres le dejaban alguna libertad, recorria el país, unas ye-
ces en compañía de otros oficiales y otras veces solo.
En uno de sus paseos solitarios á lo largo de las her-
mosas márgenes del Lough-Erne y en los bosques .
bajan hasta dicho rio que abundan en caza, despues. de
haber hecho muchas millas con una lijera escopeta á la
a espalda, se encontró fatigado por el calor, que era estre-
«mado, pues era en verano, y distinguiendo á alguna dis-
tancia un vergel cuyos árboles estaban cargados de her-
mosas manzanas, no ignorando que las frutas de las cer-
canías de la poblacion eran llevadas al mercado TE
preguntar si podia comprar. Abrió, pues, una
barrera, y siguiendo un sendero que atravesal
agñoga pradería circuida de una empalizada, g
y rta de una pequeña casa con la punta de la esc
y vió salir de ella una amable y pequeña muchacha,
no hermosa niña, le dijo él, ¡puedo yo. comprar de
tas hermosas manzanas que veo!—No, dije la niña con
una sorpresa sencilla. Oscar al mismo tiempo fijando los
ojos en la casa, divisó en una puerta m abierta, una
hermosa mujer q 1e miraba lo que pasaba. a se. e sorpren-
dió, y cuando la niña entró y abrio. la juerta del a osento
| de alguna edad, de un asp noble,
a ' se
—113—
y de úña , fisonomía agradable. Madama, dijo Oscar sa-
ludándola, temo haberme hecho culpable de una grande
ecion; pero creo justificarme diciéndoos que soy fo-
ras ero; y sabiendo que la mayor parte de las huertas de
estos alrededores tienen frutas para vender, vengo á com-
prar —Vuestro error, le dijo la señora, con una sonrisa
benévola, es de muy poca pen oianpia para tener nece-
sidad de apología.
Ella le suplicó entonces que pasase á la sala, donde tu-
vo todo el tiempo que quiso para contemplar con tanto
placer como admiracion á la bella jóven que no habia he-
cho mas que entrever. Tenia apenas diez y siete años,
y era el modelo que un artista podia elegir para pintar á
la jóven y risueña Hebe. Su talle era un poco menos que
mediano; pero perfectamente bien hecho: su cutis era de
una blancura relumbrante, y tan trasparertte, que se le
veian todas sus venas. Sus bellas y frescas mejillas es-
taban animadas por los mas hermosos y naturales colores,
su boca pequeña, y mil gracias acompañaban á á su sonri-
a: sus ojos de un azul celeste dulce, eran sin embargo
llenos de fuego, y daban, lo mismo que su fisonomía, la
idea de la inocencia, del espíritu y sensibilidad. Sus ca-
bellos castaños claros y lustrosos, fluctuaban sobre sus
espaldas y cuello. Aunque vestida con negligencia de
musclina, tenia el aire de una muger de alguna esfera.
Por el modo con que recibió la mirada de Oscar, se cono-
a ( taba acostumbrada á ser el objeto de la ad-
ue de serlo al presente no la disgustaba. | a
sion que ella hacia en Oscar no era equivoca; yé
un creyó ver alguna sonrisa de satisfaccion en su sem--
ante, cuando veia las miradas del estranjero dirigirse EN
ella involuntariamente.
Trajeron á Oscar un canastillo de hermosas manzanas
y cidra deliciosa; y encontró á sus huéspedes tan obse-.
quiosas en su modo de tratar, como agradables en su con-
versacion. La sencillez del esterior, de la casa no anun-
ciaba la belleza interior; los les era n. legantes; el
on adornado de hermosos ' una puerta de
TOM. l. :
b e
— 114 —
.%. AS
eristales conducía de allí á un jardin muy agrada le.
Adela, que así se llamaba la jóven y amable persona,
conversó con mucha facilidad y viveza; y vaciando el ces-
to encima de la mesa, escojió entre las manzanas las mas
hermosas y las presentó á Oscar. No hay necesidad de
decir con qué conmocion las recibió. Pero, ¡qué cortas son
las horas de la dicha! Tocando un reloj las tres, advirtió
que habia pasado ya dos en esta interesante casa. ¡Cielo!
dijo levantándose, yo he cometido una grande indisere-
cion. ¿Veis, señoras, dijo tomando respetuosamente su per-.
miso, á qué se espone uno con tanta política y modo se-
ductivo? y despues de haberlas dado muchas gracias del
modo mas agradable y animado, salió; pero no sin volver
los ojos mas de una vez hácia el lugar que dejaba.
Atravesando la pradería, divisó que las señoras habian
tomado el mismo camino que él. Oscar se detuvo para
hacerles el elogio del admirable punto de vista que habia
desde la altura en que se hallaba, sobre el lago y las islas
esparcidas en él. Creo, le dijo Adela tocando la escope-'
ta sobre la que se hallaba apoyado, que vos habeis ejerci-
tado vuestra destreza hoy tirando á alguna perdiz.—Sí,
“dijo él, pero como veis, sin efecto.—Pues yo os aseguro,
dijo ella, que nuestros bosques abundan en caza, de mo-
do que no hay mas que elegir.—¡Ah! dijo Oscar, yo com-
prendo que se puede ernplear aquí mejor el tiempo.—Va-
“mos, vamos, Adela, dijo la señora anciana; nosotras dete-
nemos á este señor. Entónces ella tomó á la jóven por el
brazo, y se volvieron á casa. Oscar las siguió nl
ojos, y sofocando un suspiro entró en el camino Y
Pe dejó de mirar este encuentro como una de las a o
ras de las novelas que leia 4 Amanda mientras trabajaba,
y pi ra acabar la semejanza creyó que no estaba dispensa-
lo de hacerse el enamorado de la pequeña heroina: ¡ah,
ar! ¡guárdate de semejante imprudencia; no dés entra-
da en tu corazon á tiernas impresiones, hasta que la for- te
rad aspecto mas favorable! He aquí,
ia mi padre si se hallase presente,
2 terrible cadena de infortunios
A
AR
y
e Hug e E O í , e Part
que > ha esperimentado. Yo voy á procurar condi cami
como si él estuviese presente, y delante de mis ojos. Va-
mos, añadió, poniendo su escopeta á la espalda, la gloria
es la sola señora que debo cortejar hasta cierto tiempo.
Al dia siguiente, el cazador volvió á tomar su escopeta,
y se dirigió naturalmente hácia el mismo parage en que
habia estado el dia anterior, evitando á los oficiales cama-
radas, por temor de que alguno de ellos no se propusiese
juntarse con él; pues sentia una grande repugnancia á dar-
les á conocer la jóven, y las manzanas de la vieja señora.
A su llegada encontró la barrera del vergel abierta, y ade- €
lantándose algunos pasos por el sendero, 'divisó la casa;
pero nadie parecia. Oscar era demasiado comedido para
presentarse sin ser convidado, y por consiguiente:vo vió:
entónces empezó á.sentir el calor y la fatiga, y se sentó al
ié de un árbol, sobre una piedra cubierta de moho cerca
del borde del lago y á poca distancia de la casa, eu sombre-
ro y escopeta á sus piés, gozando de un viento fresco y
agradable: sobre la superficie del agua volaban una mul-
titud de barquitos y pequeños bastimentos con vela hácia
todas direcciones, que vivificaban la vista agradable del
lago. Estando disfrutando de este espectáculo, fué distral-
do de golpe por la voz de una muger, y volviéndose vió á
Adela cerca de él. ¡Buen Dios! dijo ella; ¿quién esperaba
veros aquí? Vos teneis semblante de estar fatigado, y ten-
dreis necesidad de algunas manzanas para relrescaros « co-
mo y entónces sentándose en el lugar de donde aca-
baba de levantarse Oscar, se quitó su sombrero, que dec:
ella, le daba un calor inaguantable, y se puso á re
la bolsa de labor que llevaba colgando de un brazo, :
cando las manzanas se las ofreció. Oscar ¿mel -
$
tomar un vivo. peras y sus S ptes Sób
dela con la mas tierna admira ion. El n o conten-
—116—
rumpidas, que Adela escuchó sin turbacion; pero bas; To-
gó que comiese prontamente sus manzanas ó se las pusie-
se en su faldriquera, porque ella necesitaba su sombrero,
y queria volverse á casa. El obedeció y obtuvo el per-
miso de volverle á atar el sombrero. Un hombre deprava-
do habria interpretado'mal la condescendencia y compla-
cencia de Adela, y habria intentado aprovecharse de ella;
pero la impresion de la virtud, grabada por la naturaleza
y la educacion de Oscar, era profunda é é indeleble. El no
sospechó coquetería alguna en Adela, y por nada de este
mundo, habria pensado en hacer la menor injuria á su ino-
cencia. Laj Juzgó lo que en efecto era, una niña jóven, sen-
calla y pura, á quien los juegos de la niñez eran sugeridos
por la misma inocencia. : 4
Os aseguro, dijo ella levantándose, que tengo repugnan-
cia en hallariue precisada á dejar este hermoso parage;
pero si me detuviese mas tiempo daria inquietud.—;¡Puedo
yo acompañaros á vuestra casa? dijo Oscar abriendo la
barrera para ella.—Si vos venís hasta casa, dijo ella, lo
menos que pueden Cecir es, que nos hemos buscado uno á
otro toda la mañaña.—Y bien, dijo Oscar riéndose de esta
reflexion ligera de Adela, si dicen esto no se engañarán
en cuanto á mí.— Adios, adios, dijo ella, despidiéndose
con la mano; yo no quiero oir una palabra mas.
— ¡Qué mezcla de belleza y gracia! dijo Oscar acompa-
nándola con los ojos hasta la entrada de su casa. A la vuel-
ta de su alegre paseo, encontró algunos paisanos de quie-
- nesse informó á quién pertenecia la casa, y supo. que era
de una viuda respetable llamada Lady Marlowe.
Vuelto Oscar á Enniskilling, supo por los oficiales, que
ely viejo general Honey-Wood, que tenia una hermosa po-
se sion cerca de catorce millas distante de la ciudad, habia
venido por la mañana á hacerles una visita, y á á convidar-
les á una grande fiesta y baile, que daba todos los años el
dia primero de Julio, en memoria de una de las gloriosas
victorias del Rey Guillermo. Todas las personas de consi-
deracion y de : alguna calidad en la vecindad estaban con-
vidadas, y los de e debian asistir con gran ES,
, aid
pues deseaban de algun tiempo á esta parte, ver la hija
del g: encral, cuya belleza era muy alabada. 4
“El general, como verdadero militar, conservaba una
apasi ionada inclinacion por la carrera de las armas, á
la cual habia consagrado, no solo su juventud, sino tam-
bien su edad madura; y aun no loshabria dejado, si el de-
sárden y debilidad de su salud no le hub'esen obligado á á
ello. Establecido'en la casa de sus padres, empezó á es-
perimentar la necesidad de ura compañia que diese mas
estima al goce de una vida tranquila, y dulcificase las en-
fermedades de la edad. Encontró pronto estas ventajas,
casándose con una jóven de la vecindad: que solo le llevó
por dote su belleza. La diferencia de edades dió motivo á
que dijeran que ella se habia casado con Honey-Wood
por su dinero; pero su conducta hizo prontamente callar
la malevolencia, pues ella se portó con él como esposa la
mas tierna. Jamas se ha visto union mas feliz. Esta feli-
cidad la destruyó la muerte de su joven muger que fué ar-
rebatada dos años despues de haber dado á su marido una
niña. Toda la terneza del general se concentró en esta hi-
ja. Muchas mugeres de la vecindad, incitadas ó por lo que
sabian de la felicidad que disfrutó Mistriss Honey-Wood,
ó por las grandes riquezas del general, habian querido em-
peñarlo en nuevos lazos; pero él se resistió á todas con fir-
meza, declarando solamente que él jamas daria madrastra
á su querida hija. En su niñez, ella habia sido su jugue-
te, y adelantando su edad llegó á ser su consuelo. Acari-
ciada, lisongeada y adorada desde que nació, apenas cono-
cia el sentido de las palabras severidad, ni sujecion; pero
una dulzura natural, y los cuidados de una escelente mu-
ger que le habia servido de madre, la habian precavido
las consecuencias de este esceso de indulgencia. Ea es es-
taba absolutamente agena de rebozo y doblez. Estaban
patentes todos sus sentimientos, y suponia en los otros la
¿misma sinceridad. Muchas veces, diciendo la sencilla ver-
dad, ó manifestando francamente su inclinacion ó aversion,
se hacia tachar de imprudente; pero si alguno lo hacia re-
parar, no hacia mas que reir, pues Pel eral habia decla-
dE
—1iB—
rado una vez por todas que ella tenia razon siempre, _que
no encontraba jamas en su propio corazon sino seguridas
de la pureza de sus intenciones. A medida que crecia, ha-
cia la casa de su padre mas agradable. El general, aun-
que enfermo, volvia á cobrar su antigua alegría, y su ca-
rácter de buen convidado. El se deleitaba en la sociedad
de sus amigos, y podia aún poner su grande baston "en las
espaldas á manera de fusil, y volver á contar sus pulpos
cumbates. ca
Llevado Oscar de una inclinacion que no acertaba á es-
plicar, continuó á Pasear por las cercanías del VEIESb, Pero
sin vo'ver á ver á Adela.
Llegó en fin el dia de la fiesta que daba el general, Ho-
ney-Wood, y los oficiales y una numerosa compañía de la
ciudad partieron para Wood- Lawn, nombre de la casa del
general. Estaba esta situada á las orillas del lago, á don-
de encontraron unas barcas que los llevaron á una peque-
ña isla, que era el lugar de la reunion por la mañana. El
desayuno estaba pre parado en medio de las ruinas de un
edificio antiguo, notables por sar restos de su elegancia gó-
tica, y antiguamente consagrado á la religion. Un conjun-
to de árboles viejos con sus elevadas ramas formaban un
dosel impenetrable á los rayos del sol. La yedra enredan-
do el largo de las paredes, cerraba muchas aberturas que
en otro tiempo habian servido de ventanas. Las que que-
daban aún libres dejaban una vista agradable del lago.
Los restantes arcos de la capilla estaban cubiertos de mo-
ho, y de las hendiduras de las piedras salian diferentes
flores, espontáneas producciones de la naturaleza. En es-
te sitio singular se habian preparado para el desayuno
unas mesas cubiertas con la inayor profusion, y del cd
gusto.
Los oficiales esperimentaron una agradable sorpresa al
entrar; pero la de Oscar, y los sentimientos de que estuvo
asaltado fueron distintos, cuando en la hija del general
Honey—W ood reconoció á la amable Adela. Y bien, amigo
mio, díjole ella, ¿la fruta del general tendrá para vos tanta
tentacion como la mia?—¡Ah! esclamó Oscar suspirando y
ia
pá.
—119—
al mismo tiempo sonriéndose, la vuestra es del jardin. de
, as, de donde no es permitido coger. Los cui-
da e e Adela por la concurrencia durante el desayuno,
no le permitieron ocuparse de otro modo con Oscar, que
diri iéndole algunas miradas y sonrisas. Como el baile no
deb ja ser hasta el anochecer, acabado el desayuno, toda la
concurrencia se dispersó en diferentes grupos cada uno se-
gun su fantasía. A
El terreno de la isla era agradablemente variado por
pequeñas colinas y valles. Una espesura de matas y arbo-
lillos esparcidos aquí y allí, cubiertos de olorosas flores, lle-
naba de fragancia el aire. Bajo unos toldos formados de
laureles y lilas se encontraban frutas, helados y refrescos. A
borde del lago habia una grande tienda destinada para los
oficiales del regimiento que el coronel Belgrave habia man-
dado traer para recibir en ella al general; una bandera
fluctuaba encima, y sobre una pequeña eminencia habia
algunas piezas de campaña: los que debian servir estaban
esparcidos por todas partes con hábitos blancos adornados
de cintas de color de naranja. Los barqueros, vestidos del
mismo modo, conducian diferentes compañías á las peque-
ñas islas vecinas; y una multitud de barcas surcando las
aguas del lago adornadas de banderolas fluctuando á la
voluntad de un viento fresco, formaban un cuadro agrada-
ble, ínterin que una música ya dulce, ya brillante, repeti-
da por los ecos de las vecinas montañas, ayudaba mas á
los embelesos de estas escenas encantadoras.
Oscar no se apartaba un momento de Adela; pero luego
que la vió deshacerse de una innumerable compañía de que
estaba circuida, el general hizo señas á este jóven que vi-
niese cerca de él sobre un banco en una sombra en que
estaba sentado. Al acercarse al general, tendió éste la ma-
no, y se la apretó con cordialidad.—Seais bien venido, hi-
jo mio, le dijo: vos sois hijo de un hombre valiente, á quien
he conocido particularmente. Me he acordado muy bien
del nombre de Fitzalan luego que os han nombrado, y he
tenido mucho gusto de saber por el coronel Belgrave, que
no me he engañado pensando que érais el hijo de mi ami-
— 120 —
go antiguo. En seguida le hizo varias preguntas bañar"
nientes á Fitzalan, y el modo espresivo y amigable con que
habló de él, lisonjeó infinitamente á Oscar. El me ha salva-
do una vez la vida con riesgo de la suya, dijo el pom
lo que no olvidaré jamas mientras viva. «+.
- El general, que como el Don Guzman del G Gil Blas, se
complacia en volver á contar sus batallas, empezó á acor-
darse de contar diferentes acaecimientos de la guerra de
América, en donde él y Fitzalan habian servido en un mis-
mo cuerpo. Oscar le habria dispensado con mucho gusto
esta narracion; pero el general, que no podia. persuadirse
á que nose le oyese con el gusto que él la contaba, seguia
siempre. Al fin Adela, despues de haberle dejado: decir
-á su padre algun tiempo, impaciente ella misma y cono-
«ciendo que lo estaba Oscar, se llegó á su padre: papá, le
dijo, no le detengais un minuto mas, pues es menestex
que nos embarquemos al lago, y antes que volvamos ten-
dreis arreglados perfectamente todos vuestros planes de
batalla, aunque pudiera bien deciros de paso que no le es-
tá bien á un viejo guerrero haser miedo á un jóven con
estos cuentos lastimosos y estos sangrientos combates. El
general la llamó impertinente, la besó con trasporte, y la
vió con gusto irse saltando con su jóven y nuevo amigo,
quien aprovechó este momento favorable para solicitar ser
su pareja para la primera contradanza. Á cosa de las cua-
tro, el concurso se juntó en la Abadía para comer, y la
música tocó durante la comida. Los brindis fueron pro-
clamados á son de trompetas, y correspondidos por otras
tantas descargas de la artillería que estaba sobre la altura.
A las seis, las damas volvieron á Wood-Lawn para tomar
los vestidos de baile, y prontamente se armaron de todos
sus encantos. Se sirvió el té y café, y á cosa de las once,
la sala del baile se llenó de la concurrencia mas brillante:
los hombres sobre todo, muy dispuestos al baile y recono-
cidos por los abundantes presentes que el general les ha-
bia mandado hacer á la gloriosa memoria del rey Gui-
Mermo. dues
Adela, ataviada con un gusto y cuidado que Oscar aun
—121—
no habia visto en ella, le pareció mas hermosa que nunca.
La forma. de su vestido hecho de Ja muselina mas fina
bordada de lentejuelas daba á su persona el aire de una
ninfa. Oscar acababa de recordarle la promesa que aque-
Na mañan; habia hecho, cuando el coronel se le acer-
-có para proponérsela. Ella sin titubear le dijo que esta-
ba empeñada con M. Fitzalan. ¡M. Fitzalan! dijo el co-
ronel con el aire y alto tono de un hombre que se cree
ofendido, M. Fitzalan es bien apresurado; pero aunque se
% puede envidiar su dicha, nadie puede admirarse de su fa-
cilidad en obtenerla.
El baile se abrió, y jamas compareció Adela con mayo-
res ventajas. El general la seguia con los ojos, y no per-
«dia ni uno solo de sus movimientos; ¡es incomparable! es
-angélica! eran las espresiones de su admiracion, dictadas
por el amor propio y la ternura de que su paternal cora-
zon estaba lleno. Oscar, que tenia una figura muy agra-
dable y distinguida, obtuvo tambien su admiracion, y de-
-claró al coronel Belgrave que no creia se pudiese encon-
trar en todo el mundo una tan hermosa pareja. Esta ob-
servacion no pudo menos de desagradar al coronel, que te-
«nia tanta vanidad como tuvo jamas una coqueta, y que
¿persuadido que poseia todas las perfecciones, no podia so-
portar la idea de un rival en el agrado de las señoras, y
sobre todo un rival tan peligroso como Oscar. Habiendo
acabado Adela su contradanza, dijo que se hallaba fatiga-
-da y se retiró á una ventana donde Oscar la siguió. Des-
de allí se veia el lago, la pequeña isla y la Abadía en que
se habian desayunado por la mañana. La luna en su lle-
na derramaba su luz plateada sobre los objetos, y daba al
-paisage un tinte mas agradable acaso que el que recibia
_del sol con todo su brillo. Adela, bailando, habia dejado
“caer una cinta que sujetaba sus cabellos. Oscar se habia
apoderado de ella y queria retenerla. Adela procuró qui-
társela; pero él tomándole la mano tiernamente le dijo:
permitirme guardarla, mañana la arrojareis como una co-
sa inútil, y yo la conservaré como un tesoro precioso y de
un Salef inestimable; dejadme, os ruego, esta memoria de
—122—
los momentos felices que he pasado cerca de vos. ¡Oh! á
un lado, si gustais, dijo Adela, semejantes espresioues.
Estas son, añadió, (sin impedir que Oscar metiese la cinta
en su seno) frases comunes del galanteo que se emplean
mil y mil veces, y se repiten siempre. ¿Qué, es esta
vuestra opinion” le dijo Oscar. -Si, replicó e ¡Oh! plu-
guiese al cielo que se me permitiese convence s cuán fal-
sa es en cuanto á mí! Adela riéndose, contestó, esta seria
empresa dificil. Oscar se puso pensativo: creed, dijo, que
si estuviese perseguido por la desgracia," de todos los re=
tiros, esta vieja Abadía seria la que preferiria.—Verdade-
ramente, dijo Adela, ella está bastante bien dispuesta pa-
ra servir de hermita; y si os da la manía de hacer una vi-
da solitaria, os ruego que me lo aviseis con tiempo, pues
tendria un singular placer en prepararos una cama de
musgo y una comida frugal. La razon de mi eleccion, di-
jo Oscar, no os debe ser desconocida; tendria desde allí la
vista de Wood-Lawn.—¡Ah! ah! replicó Adela! ¿tiene
Wood-Lawn algun ENVIÓ particular que os haga delicio-
sa su vista tanto como vos lo ponderais? +
A este momento se les avisó para una nueva q
za, aviso que no fué agradable ni á uno ni á otro, pues
les interrampia un á solas muy interesante. El coronel
habia empeñado á Adela para su primera contradanza; y
aunque Oscar no tuviese deseo alguno de bailar con nue-
va pareja, para evitar las observaciones malignas se diri-
gió á una jóven muy bonita: Adela, como si se hallase
fatigada, no tenia bailando el aire animado; dirigiéndole
el coronel algunas palabras obsequiosas, ella le interrum-
pió precipitadamente para preguntarle si creia que Miss
O-Neal (pareja de Oscar) fuese tan bonita como general-
mente se decia. El coronel era demasiado fino para no
comprender el motivo que obligaba á Adela á hacer esta
pregunta. En verdad, dijo él despues de haber examina-
do á Miss O-Neal con un lente, la muchacha tiene algu-
nas gracias, pero tan eclipsadas por las que están á mis
ojos (arrojando una mirada lánguida sobre Adela), que tal
vez no podré hacerle la justicia que se meri: Fit-
ES
rN 9
—123 —
zalan, parece, por los homenages que la prodiga, que quie
: indemnizarlá de todos los que otros le rehusarian. _Ade-
1 $ ; puso pálida, y despues del baile aprovechó la prime-
ra ocasion que pudo encontrar para pedir de nuevo su cin-
taá Oscar. El se la rehusó riendo, manifestando que era
una me e la dicha que habia disfrutado en este dia,
y que habia oido del general su padre, que un soldado ¡ ja-
mas abandonaba un trofeo tan glorioso. Volvedme lo mio,
replicó Adela, y procuraos. una de Miss O-Neal. No, di-
jo él, yo no haré á sus encantos, y 4 su sinceridad, el in-
sulto de pedirle un regalo que no tiene en mi concepto el
menor precio; Adela se repuso de su abatimiento, y no pi
dió mas su cinta.
El baile se repitió despues de la cena con muy pocos
intervalos hasta las siete de la mañana, en que los convi-
dados pasaron á otra pieza para desayunarse, despues de
lo cual se separaron. El general hizo una distinguida
despedida á Oscar, acompañada de las señales de un afee-
to particular: le rogó que en adelante mirasc 4 Wood-Lawn
como su cuartel general. Estad seguro, le dijo el buen
general, que el hijo de mi digno y valiente amigo será
siempre apreciable á á mi corazon, y bien venido á mi casa;
y pluguiese á Dios que en la calma de la tarde de mi vi-
da, vuestro padre y yo estuviésemos mas cerca uno de
otro. >
Despues de esto, la casa del general vino á ser la de
Oscar, y el general gustaba tanto de su compañía, que es-
taba incomodado en su ausencia. Los cuidados que Os- -
car tenia con respecto á él, eran como los de un hijo bien
“educado para con un padre tierno. Cuando su respetable
amigo probaba hacer algun paseo, Oscar le daba el brazo.
Le acompañaba en las visitas que hacia á sus posesiones,
le hacia alguna lectura para dormirle, y escuchaba sin la
menor señal de impaciencia sus largos, y algunas veces
molestos cuentos de campañas y batallas: tributando es-
tos cuidados al buen general, Oscar obedecia á sus senti-
mientos de reconocimiento y de “estimacion por él, satis-
E y Ai disposicion queñe; hacia
E
A >
j ;
>» +
yr
49 E
encontrar gusto; pe aa por decirlo así,+la cuna de la
vejez. - e
Mas el tiempo qué Oscar dedicaba al general, no le im--
pedia consagrar muchas horas del dia á Adela. Conver-
saba, leia y cantaba con ella; recorrian juntos los paseos
amenos que ofrecen las agradables orillas de en: Brno;
y las montañas vecinas. La acompañaba casi siempre á
las diversiones á que sus vecinos la convidaban, y aun con
mayor placer á los asilos de la miseria, donde veia aliviar
con una mano generosa. los males que habian arrancado
de sus ojos lágrimas de una -tierna compasion; se deja
bien conocer cuán imposible era para Oscar en estas peli-
grosas conversaciones á solas, el poder resistir á un tierno
sentimiento; pero este quedaba oculto en su corazon, y su
boca no lo proferia. La confianza que el general Je ma-
nifestaba permitiéndole una tan libre comunicacion con
su hija, era para él un objeto sagrado que no podia profa-
nar; pero al mismo tiempo que su honor resistia, su salud
suífria el combate de sus sentimientos con su virtud.
Por otro lado, Adela, que hasta entonces habia buscado
la sociedad, se puso de una vez pensativa: evitaba el con-
curso, y parecia encontrar mas gusto en sus paseos con
Oscar que en las diversiones mas brillantes. El lugar fa-
vorito que frecuentaban casi todas las tardes, era un sen-
dero á las márgenes del lago, á lo largo del pié de una
montaña cubierta de árboles, donde sentados veian poner-
_se el sol detras de las colinas opuestas, disfrutando de sus
benéficos rayos, que prontos á desaparecer, ' tenian de púr-
pura y oro las trémulas aguas: desde allí oían con delicia
las pesadas canciones del labrador, acercándose á su hu-
milde morada, los gorgeos de las aves en los vecinos bos-
ques, y el balido de las manadas de ovejas que volvian
del campo. Todas estas circunstancias, que en esta parte
del dia dan á la naturaleza tan dulces encantos, enterne-
cen y vuelven mas sensibles los corazones, penetrados ya
uno y otro de tiernos sentimientos. Adela condescendia
algunas veces en cantar una pequeña aria cz
sencilla, apoyada con negligencia al brazo de
=125—
recia que entonces disfrutaba de una felicidad completa.
_No sucedia lo mismo con el pobre Oscar, que sufria. el
-mas acerbo combate rehusándose á esta los senti-
mientos de que estaba agitado.
Tal era la situacion qa Oscar, cuando un acaecimiento
le hizo aun mas querido del general. Un dia que se ha-
laban juntos en un Faeton, siguiendo un camino cortado
en la montaña, espantados los caballos por el ruido de un
tiro que se oyó del lago, se pusieron á retroceder del mo-
do mas peligroso. El carruage se dirigía al precipicio, y
los criados apoderados del terror, no daban ningun socor-
ro. Oscar vió que solo habia un partido desesperado pa-
ra salvarles. Saltó ligeramente del carruage, ganó la de-
lantera, agarró la brida de los caballos con inminente pe-
ligro de caer en el precipicio, en los bordes del cual le
era preciso andar. Los criados, un poco repuestos de su
temor, vinieron á su socorro. Se rompió el tiro, y el po-
re general, cuya cabeza estaba débil por la edad y falta
de salud, fué llevado á su casa casi sin conocimiento.
Adela, viéndole en este estado desde la ventana de su ga-
binete, corrió á su encuentro; y sabiendo el peligro de que
habia escapado, se arrojó á su cuello agitada con una
mezcla de alegría y terror. Las caricias de su hija que-
rida le reanimaron bien pronto, y al instante buscó los
ojos de su libertador. Oscar estaba inmediato al general
mirándole con inquietud é interes. Este le tomó la ma-
no, y apretándola lo mismo que la de Adela contra su se-,
no, los ojos mojados en lágrimas, les dijo: vosotros sois
“ambos los hijos de mi corazon, y yo no puedo ser feliz si-
no por vosotros. Oscar no vió en estas palabras sino un
desahogo del reconocimiento del general por el servicio
- que acababa de hacerle, y no sospechó nada de todo el
proyecto que habia ya formado el pobre humbre, y que
probablemente habia consultado con su hija. Este gene-
roso viejo, que otros llamarán de novela, sentia una gran-
de ternura, y un reconocimiento sin límites hácia A
+
' e —126— ó
confesado á su padre el gusto que tenia por Oscar. Ho-.
ney-Wood a que el jóven era de familia noble, de un
earácter bueno y amable, y hombre de valor. Por esta
jon aseguraba para el resto de su vida la compañía de
su hija. El queria casarla bien, pero temia que el yerno.
no la alejase de sí. Oscar, obligado de reconocimiento,
consentiria con gusto en quedarse en Wood-Lawn. Re-
solvió, pues, comunicar su proyecto al coronel Belgrave, á.
quien creia de parte de Oscar segun le habia dicho, y
creia en efecto deber en parte á Belerave esta comision.
Habiendo llegado Belgrave á Wood-Lawn la mañana.
del dia siguiente en que el gencral habia tomado su reso-
lucion, Honey-Wood le rogó que lo acompañase á un pa-.
bellon del jardin. ¿El pobre Oscar fué asaltado de una
grande inquietud. Tenia un cierto presentimiento de que
seria el objeto de su conversacion, y no dudaba que la in-
tencion del general fuese quejarse á su superior de su
continua asistencia al lado de Miss Honey—-Wood. En el
ínterin, el general hizo su confidencia al coronel.
Esto fué un golpe terrible para Belgrave: la admira-
cion, la envidia y la rabia le tuvieron en silencio algunos
momentos. La falsedad vino alinstante á su socorro:
procuró tartamudeando manifestar su admiracion por una
tal generosidad. ““Sin embargo, añadió, mi general, ¡con-
fiar un tesoro tan precioso, que tantos pretendientes” de
alta esfera y. grande fortuna se disputarian, á un jóven.
que no tiene ni una ni otra ventaja, y cuyos afectos pue-
den cambiar tan fácilmente.....—Permitidme que os diga,
coronel, le interrumpió el general golpeando la tierra con
el baston y poniéndose en camino hácia su casa, que no
temo la inconstancia en un hombre que tendrá por mu-
ger una muchacha como Adela: así, os suplico no me di-
gais nada mas sobre este asunto: solamente comunicad
mi proyecto alj jóven; pues esto me inquieta de tal modo,
que lo enredaré todo, y por nada haré tocar generala.” -
El aire sombrío y confuso del coronel, desp ends la
conversacion precedente, llenó de temores á Osca:
y e)
atribuyó á la amistad que el coronel le profesaba. -
— 127 —
ba impaciente por saber lo que le habia dicho el general,
y con este fin deseaba con ansia salir de Wood—Lawn.
El mismo coronel estaba en un suplicio. Habia medita=
do la conquista de Adela, cuya fortuna y belleza la ha-
cian un objeto muy apreciable. Renunciar esta esperan-
za sin hacer algun esfuerzo para apartar á Oscar, es á lo
que no podia resolverse; y hacer perder esta dicha á su
rival si él no podia alcanzarla, le seria muy satisfactorio.
Se resolvió, pues, á probarlo todo para alcanzar uno y
otro objeto.
Partieron en fin para Ennskilling, habiendo Belgrave
enviado adelante á su criado, para poder seguir sin suje-
cion la conversacion que Oscar manifestaba gran deseo de
entablar:
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Tomo. 2
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113543 UE: Mago vie
OSCAR Y AMANDA,
Ó LOS DESCENDIENTES
DE LA ABADIA.
OBRA ESCRITA EN INGLES
POR MISS REGINA MARIA ROCHE.
PUESTA EN CASTELLANO
POR D. CARLOS JOSE MELCIOR.
ADORNADA CON SEIS
ESTAMPAS LÍTOGRAFICAS, Y PUBLICADA POR
SIMON BLANQUEL.
—=$ TONO 1.5
MEXICO.—18534.
Se vende en la librería del editor, calle del Teatro
Principal número 1.
OSCAR Y AMANDA,
h
Ó LOS DESCENDIENTES
33 yA ABADIA.
0- E ES
CAPITULO L.
E
Y has al Ajó lOecat: imagino que el general
ha querido entreteneros á costa mia, yo espero que no me
ocultareis nada de una conversacion, en la que mi honor ,
“interesado. ¡Ah! dijo el coronel, gozoso de empe-"
ecucion de su plan; él me ha dado algunas quejas
de vos. Está bien persuadido que sois un bravo jóven;
pero no puede determinarse á recompensar vuestro méri-
to con el don de su hija y su fortuna.—El cielo me es tes-
tigo, esclamo el confiado Oscar, que jamas me he atrevido
á aspirar ni á uno ni á otro, y que mi inclinacion á su hi-
be
E
ja, aunque muy tierna, ha sido siempre sin esperanza, y
mi estimacion hácia él tan desinteresada como sincera.
Yo moriré antes que abusar de la confianza que ha teni-
do conmigo, haciendo conocer á su hija los sentimientos
que me ha inspirado; yo me veo desgraciadamente des-
terrado para siempre de Wood-Lawn.—No, no, dijo el co-
ronel, solamente evitad encontraros á solas con Miss. Yo
creo, por mi vida, que ella tiene mas vanidad que sensi--.
bilidad. Os aconsejo que en vuestra primera visita, que
desearia hiciéseis pronto, la declaráseis eon un tono des-
embarazado que antes de vuestra llegada á Irlanda te-
níais ya una pasion. Está declaracion lo arreglará todo
con el general, quien ya no temerá por su hija: vos conti-
nuareis siendo tan bien recibido como antes en Wood
Lawn, y disfrutando durante vuestra permanencia en este
país, de una sociedad, á la que estais acostumbrado.—No,
dijo Oscar, yo no diré. semejante falsedad .—Mi. querido hi-
jo, replicó el coronel, vuestros eserápulos son dignos de
lástima; por Dios, dejad € esas ideas romancescas. Yo se-
ria el último: en aconsejaros decir una mentira que pudie-
se hacer agravio á alguno; pero no ha sacerdote al
en la cristian dad Jue no. os dé la: absolucion por la que yo
os sugiero. | A
e supuesto, e Fitzalan, E
¿cuál será el resultado para mí, sin:
nas en la que está envuelto mi corazon, y col
gracia? A fé mia, dijo el LN “veo por vu K
sos y vuestros escrúpulos. que no habéis Ao e JOCiOS
de amor com las lindas muchachas d de este reino, antes : de
encontrar á ésta: pero con derad cuán desagra ¿ble a
rá renunciar á la amistad del general, y á la ag orada
ciedad que encontrais en "00d Lawn. Esto par
raro á los_que estén instruidos de vuestros anteriofes |
sequios; 08. diré mas, estais obligado como hombre de ho-
nor á hacer. lo que exijo de vos, pues si la muchacha ha
sido bastante imprudente para tomaros alguna aficion, el
espediente que os propongo la hará cesar, pues tiene de-
masiado orgullo para conservárosla cuando sepa que tiene
po
A AS
una rival, y con esto os conformareis verdaderamente con
las intenciones del general.
Mi querido coronel, dijo Oscar, con un tono animado y
los:030$ vivos, ¡pensais que ella haya sido bastante impru-
dente para gustar de mi? Yo no sé qué deciros á esto, re-
plicó el coronel; estas son cosas de las cuales uno no pue-
de tener una entera certeza¿ no obstante, si quereis saber
mi opinion, por el módo alegre y libre con que está con
vos, me parece que no. Yo creo en efecto que no, dijo Os-
car suspirando; ¿pero porqué me haré culpable de una
mentira por una, persona á quien soy indiferente? Yo os
he dado mi parecer, replicó friamente el coronel, á vos to-
ca tomar el partido. (Quedaron algun tiempo sin decirse
cosa alguna; pero la conversacion prontamente recayó so-
bre la misma materia, y se alegaron varias razones de una
y Otra parte. El corazon de Oscar favorecia secretamente
el plan del coronel. Adoptándolo, no perdia la sociedad de
Adela, y no podia soportar el pensamiento. de verse des-
terrado de un golpe de JYood-Lawn. Su razon cedió á la
violencia de, su pasion, y cayó en el lazo que le habia ten-
didoda perfidia de Belerave; de este modo perdió por una
sola separacion del camino de la verdad, la dicha que una
providencia benefactora le habia preparado.
¡Oh, las almas rectas que se dejan llevar por las sendas
de la mentira que no esperen jamas conseguir la felicidad
por medios culpables! La esperanza que les lisongea de
llegar á ella por tales vias, se parece á estos fuegos en-
pañosos que desencaminan á los viajantes durante la no-
che en lugar de guiarles.
Luego, despues de esta fatal promesa al coronel, la víc-
tima desgraciada que ella misma se sacrificaba, se fué á
Wood=Lawn con su pérfido consejero. A su llegada Miss
Honey—Wood estaba en el jardin. Oscar, temblando, fué á
buscarla, y la encontró bajo un toldo de flores. Jamas le
habia parecido mas hermosa; el calor animaba los colores
de sus mejillas, 4 quien hacian sombras sus fluctuantes y
rizados cabellos; y sus ojos, al momento que vió á Oscar,
brillaron con la mas dulce ternura, y la mas seductora sen-
a E e.
sibilidad. Mi querido Fitzalan, le dijo. arrojando el libro
que tenia, y alargándole la mano; ¡qué contento es el mio
en veros! yo espero que os establecereis por “algun tiempo
en Wood-Lawn.—;¡¿Lo esperais? dijo tristemente Oscar.—
Seguramente, dijo ella, pero ¿qué hay? vos estais pálido y
del todo diferente de vos mismo; teneis el aire de un pas-
tor desesperado que va á ahorcarse al primer sauce que
encuentre.—Yo soy en efecto desgraciado, replicó Oscar,
y vos no os admirareis de ello si os digo la situacion de
mi alma.—Y bien, replicó Adela, yo quiero ser vuestro
confidente; y sonriéndose con finura continuó, yo quiero sa-
ber los motivos que teneis para desesperaros.—Con mucho
gusto, dijo Oscar. Es menester que os cuente mi historia;
pero no, no puedo. Esta querida y preciosa prenda, dijo
él, sacando de su seno un retrato en miniatura de su her-
mana, os dice por mí, si el-que ama este objeto. puede j ja-
mas separarse de lo que ama. Adela tomó precipitadamen-
te el retrato de.sus manos, y un estremecimiento InvpApE
tario hizo traicion á su estrema orpresa.. Las p e
no Ms espresar la E ERE, al y
Ps
1 >
O nub
ger el, > ato (
e.
AE
señándole z d
A E z :
caido el re pa
tándolo: e lamó:
de hacerte servir! ¡a
mi Adela, la pierdo p re.
pues, yo ¡jamas EE poseer la?
he atrevido á -onsiderar, como posil ble un
entrar Adela en su casa, encontró á su padre € n un:
que habia á la entrada del jardin.—Y bind pequeña in-
e
pa o
erata, ¡no merezco un beso, por no haber querido turbar
vuestro á solas con el briboncillWde Fitzalan?—0Os ruego,
le dijo Adela, no pudiendo detener sus lágrimas, os ruego
que no me hableis mas de él; se ha hablado ya demasiado.
—Mi querida hija, esclamó el general, mirándola con sor-
presa; te ruego detengas tus lágrimas y suspiros, y dime
de qué se trata.—Estoy ofendida, dijo ella con una voz
mal asegurada, de que se haya hablado tanto por mí res-
pecto de Fitzalan, á quien_no puedo mirar sino como un
simple conocimiento. El coronel, que espresamente ¿se
aguardaba en el bosque, tomó ocasion para entrar. Adela
se sobresaltó, y salió por otra puerta. A fé mia, querido
coronel, que estoy muy contento de, que esteis aquí; acaba
de haber una pequeña escaramuza entre mi hija y el jó-
ven. Yo supongo que esta querella acabará como todas
las amorosas, por una reconciliacion; pero decidme, ¿cómo
ha recibido.la buena noticia que le habeis anunciado? Es
una cosa bien mortificante para una alma razonable, dijo
el coronel con un tono grave, sentándose y alegrándose in-
teriormente del suceso de su artificio, ,vex á.los hombres
llevados por no sé qué fatalidad, á desechar el bien que se
les ofrece, por el que ellos no pueden conseguir; y como
los niños, dejar y perder sus juegos, para perseguir un pá-
jaro que se burla de ellos.—Es una gran verdad, dijo el
general; sobre mi palabra que esto es constante, y dudo
que el capellan del regimiento pueda decir mas. Pero, mi
querido coronel, le dijo, golpeando el muslo de Belgrave,
¿qué ha dicho el jóven?—Yo siento, mi general, hallarme
obligado á confesaros que la reflecsion por la que he prin-
cipiado es aplicable á él; reconoce el mérito de vuestra hi-
ja, admira vuestra generosidad, pero rehusa aceptar vues-
tra oferta, por motivo de una pasion anterior á la que no
puede renunciar, aun cuando no tiene esperanza de con-
seguir el objeto de ella.
¡Como diablo, lo rehusa! gritó el general luego que la
rabia y la sorpresa le permitieron proferirlo; ¡impertinen-
tillo, tontuelo, ingrato! ¡Otra pasion! ¡rehusar á mi hija, mi
Adela, que es buscada por muchos que valen mas que él;
Y rs
y voy á ver divulgado esto por todo el país, y oiré decir
que mi hija ha:sido rehu*Ma! ¡y por quién? por un alfere-
cillo, cuya fortuna toda consiste en su espada.,.. He ju-
gado una hermosa pieza, verdaderamente. Pero si este pre-
sumidillo me habla de todo esto, sirvame un cañonazo de
veneno, si no tomo una ruidosa venganza.—Mi querido
general, dijo el coronel, podeis estar seguro que por su ho-
nor.mismo callará este asunto; pero aun suponiendo que
no reparase en hablar de ello, vos sabeis que ho está en
supoder dañar la reputacion de Miss Honey—-Wood, tan
amable, tan perfecta y dotada de todas las perfecciones.
Conozco algunos hombres, ó á lo menos un hombre que
tiene nacimiento y fortuna, y que divulgará sus sentimien-
tos por ella, si recibe la menor esperanza.—Muy bien, di-
jo el general, respirando aún con dificultad, hablarémos
de esto en otra ocasion, pues estoy resuelto á casar pronto
á mi hija; pero quiero casarla á gusto suyo.
Oscar y Adela no parecieron hasta la hora de comer.
Uno y otro habian trabajado en componerse y calmarse,
pero el pobre Oscar con menos efecto, no porque los, sen-
timientos de Adela fuesen menos tiernos, pues su pasion
era profunda, y ella se lisonjeaba de haber inspirado á
Oscar otra semejante. Se prometia que este inútuo amor,
aprobado por su padre, aseguraria y haria la dicha de to-
da su vida. Veia con un generoso placer á su querido Fit-
zalan levantando en lo sucesivo á un estado de prosperi-
dad é independencia. Engañada por la primera vez en sus
esperanzas, su corazon estaba oprimido, y las agradab es
quimeras de su imaginacion se disiparon dando lugar á
una sombría melancolía; pero su orgullo igualaba á su sen-
sibilidad, y por consiguiente se determinó á no suministrar
á Oscar motivo de triunfo mostrándosele triste y abatida.
Ella, pues, hizo desaparecer de sus ojos todo vestigio de
lágrimas, reprimió los suspiros que vanamente buscaban
escaparse de su corazon, y se adornó con el mayor cuida-
do; sin embargo, sus ojos embotados, y sus descoloridas
mejillas hacian traicion á sus sentimientos; en la mesa pro-
curó manifestarse alegre, pero sin efecto, y cuando se qui-
AA: Ys hi —
ELFO por ARE ld se retiró, segun, costumbre, no habiern-
do otra,muger que ella.
El general eraincapaz de disimulo, y así no trató á Oscar
con una. ternura que ya no sentia por él. Al verle compa-
recer pálido y.turbado, le recibió.con un aire severo y casi
impolítico. La agitacion de Osear se acrecentó, y su alma
estaba trastornada, Yano amaba como antes la sociedad;
lasdicha y alegría de los otros hacian un contraste pene-
trante con su desgracia y abatimiento. Se veia miserable
y abandonado, entregado en adelante al dolor y dependen-
cia: lácrimas ardientes caian de sus ojos sobre su asiento.
Else maldecia á sí mismo dessu debilidad, y por fortuna
no era observado. No atrayendo mas la atencion del ge-
neral, no se llevó la de los convidados; “y así su situacion
llegó á á ser tan penosa que no pudo soportarla. Salió, pues,
sin que nadie le detuviese; y por un secreto impulso. 1és,
conducido al salon de tertulia; alí exicontró á Adela, que q.
ani de los Eso de la mañana, y abatida, ab
ec] A dormido. a dea
la 1
pl
otos por VOS, OS. ten-
Ea E
Dove , vuestra imágen que-
ficar sus penas, y en 08 pe-
d que. está. destinado á á correr en
ness sender pp atras sus ojos. s para encontrar alo 108
momentos felic SN “Adela. se movió algun poco, y probu
ció algunas inarticuladas ] palabras, y levantándose a su
asiento vió á Fitzalan en pié inmóbil delante de sí. Ella
e Ai
le miró, y con un tono imperioso le dijo que qué hacia
allí, por qué habia entrado en este aposento. Yo no creia,
encontraros en él, respondió Oscar; mas viéndoos, he per-
manecido aquí sin tener fuerza para alejarme de vos. El
tono lastimero con que pronunció estas palabras penetró
el corazon de Adela; ella suspiró, y volviéndose fué á sen-
tarse cerca de una ventana. Oscar la siguió, olvidándose
de sostener el personage de que se habia revestido por la
mañana, y tomando su mano la estrechó dulcemente con-
tra su seno. En este momento crítico,la simpatía de dos
corazones ambos tiernos iba á triunfar del artificio que los
habia desunido, se abrió. la puerta y compareció el coronel
Beleraves» Desde el momento que Oscar habia dejado el
comedor, Belgrave habia estado como entre espinas, y ha-
bia querido seguirle para prevenir las consecuencias de
una conversacion á solas que temia. Toda la concurrencia
entró con él.
Oscar estaba determinado á no pasarla noche en Wood-
Lawn, é hizo saber su intencion preguntando al coronel
si tenia órdenes que darle para Enniskilling, donde con-
taba volver en seguida. Por qué os apresurais? dijo el ge-
neral refunfuñando; pues que vos habeis estado hasta aho-
ra, podeis aun pasar la noche aquí; las nubes se amonto-
nan sobre el lago, y amenazan una tormenta. No señor,
dijo Oscar poniéndose colorado, y dejando ver su agita-
cion, ninguna tormenta puede detenerme. Adela suspiró,
pero el orgullo no la permitió tomar la palabra. Fitzalan
se acercó á ella; Miss Honey-Wood la dijo, y la voz le fal-
tó para proseguir. Adela igualmente turbada no pudo
menos de animarlo con una dulce mirada. Incierto, con-
tinuó, si jamas tendré la dicha de volver 4 verá Wood-
Lawn, no puedo descuidar al dejaros, de aseguraros que
las bondades de que he sido testigo no saldrán jamas de
mi memoria, y que el mas vivo dolor que mi corazon pue-
de experimentar, es pensar que he perdido la amistad con
que vos y vuestro padre me habeis honrado. Adela bajó
la cabeza, y viendo Oscar que ella no queria, ó no podia
decirle cosa alguna, saludó al general y salió de la sala.
193
Sus lágrimas, que hasta entonces fueron detenidas con el
mayor esÍuerzo, corrieron en abundancia, y al último de
la escalera se vió obligado á sostenerse sobre el pasama-
no. Miéntras ponia los ojos á su alrededor, como para
hacer la triste despedida á los lugares en que habia dis-
frutado la dicha, oyó que uno venia cerca de él; era el des-
pensero, antiguo criado aficionado á Oscar, y su ordinario
compañero en la.caza y pesca. Cuando se hallaba ocu-
pado en servir el té habia oido. á4 Oscar anunciar su mar-
cha, y venia á manifestarle su sorpresa y su disgusto. ¡Ah
buen Dios! M. Fitzalan ¡por qué nos dej ais tan prota
damente? pero si estais determinado á volver esta tarde á
Enniskilling, esperad que os ensille un caballo. «Oscar de
algun tiempo á esta parte disponia de,toda la cuadra del
general; pero no creyó conveniente despues de haber per-
dido la amistad del dueño de la casa, usar de la misma li-
bertad que esta amistad le habia autorizado hasta enton-
ces. Oscar estrechó la mauo de su amigo el despensero,
y de un brinco salió de la casa. Marchó al principio con
mucha presteza, hasta que hubo llegado á un sendero
practicable en.la montaña siguiendo las riberas del lago,
donde iba á menudo con Adela. ¡Ah, jamas, dijo él, dán-
dose un golpe en la frente, jamas la volveré á ver aquí!
¡Oh mi querida Adela! ¡vuestro desgraciado Fitzalan no
disfrutará mas con vos este agradable espectáculo! ¡ ¡0 qué
corta ha sido mi felicidad!
Consumido porla agitacion de su alma, se sentó apoya-
do ála montaña. Cuanto mas se acercaba la tormenta,
la noche se hacia mas negra, y un viento frio y violento
agitaba los árboles de la montaña y las aguas del lago:
empezaba á caer agua y granizo, sin que Fitzalan abis-
mado en su do'or reparase apenas en ello. El nada oia,
nada veia sino á Adela. El ruido que los pescadores, ha-
cian procurando poner en seguridad sus barcas, le sacó de
esta enagenacion, y se internó en el bosque para dejar pa-
sar la tormenta. Al fin el tiempo se puso claro, y la lu-
na penetrando las nubes, aclaró los objetos que le cer-
caban.
E A
Esta parte del bosque estaba en frente de uno de los
lados de la casa, donde estaba el aposento de Adela, y
Oscar vió luzen él. ¡Mi querida Adela! esclamó esten-
diendy los brazos como si ella le hubiese oido, y hubiese
podido llegar á él, y prontamente dejándolos caer decia:
¡Ah, ella ya no se acuerda de un desgraciado como yo! ¡O
que alivio para mi pobre cabeza desatinada si pudiese re-
posar un momento sobre su seno, y oir con su dulee voz
algunas palabras de compasion por los tormentos de mi
corazon! ¡Sucumbiendo á sus penas se encontró cerca de
una choza construida eu el bosque, en donde Adela y él
habian descansado juntos. Y bien, dijo refugiándose á
ella, hay tantos hombres de bien que no tiene mejor ca-
ma, y á quienes Dios protege y consuela. Durmió en ella
con sueño inquieto y agitado. En fin, al salir el alba fué
despertado por el canto de los pájaros, y se apresuró á ga-
- nar el'camino por temor de ser visto de alguna de las pen-
tes de Honey-Wood. No llegó tan temprano á Enniski-
line que no le encontrasen muchos oficiales, que le mira-
ban con grande admiracion. Su uniforme estaba echado
á perder, sus cabellos sin polvos, y caidos sobre las espal-
das; el penacho de su sombrero roto, y el desórden de su
fisonomía tan grande como el de su porte y sus vestidos.
A. sus preguntas respondió tartamudeando que habia cai-
do, y con la mayor dificultad se sustrajo á su curiosidad.
Habia en un-pequeño y ruin lugar á quince millas de
Enniskilling, un destacamento del regimiento. El oficial
que lo mandaba estaba muy disgustado en él; pero siendo
toda sociedad insoportable á Oscar, era precisamente la
mansion que le convenia; y gustosamente obtuvo el per-
miso de reemplazar á su camarada. Las penas que su es-
píritu sufria, las tormentas que habia aguantado, eran cho-
ques demasiado violentos para no resentir su salud. A su
llegada á los nuevos cuarteles fué asaltado de una grave
calentura. Se envió otro oficial en su lugar para llenar
sus obligaciones. Pasó mucho tiempo sin que los que le
cuidaban viesen sintoma alguno de que se pudiese esperar
su restablecimiento. Luego que pudo levantarse se juz-
E 156-—
pó necesario trasportarlo 4 Enniskilling para estar á la vis-
ta y cuidado del cirujano mayor del regimiento.
Como el coche iba con lentitud, Oscar se sorprendió
agradablemente reconociendo el vergel de Mistriss Marlo-
we. No pudo resistir el deseo de verla, y tener de ella
algunas noticias de los que habitaban en. Wood-Lawn.
Habia concebido hácia esta señora una tierna y sincera
amistad. y era una muger de mérito del mejor trato. Ade-
la le debia en eran parte los talentos y gracias de que es-
taba dotada; y ensu casa habia pasado Oscar con Adela
muchos momentos deliciosos.
Era la tarde cuando Oscar se encontró en la vecindad
de Mistriss Marlowe. El subió lentamente la colina apo-
yado enel brazo de su criado. Un espectro que se hubie-
se presentado á la vieja señora no la hubiera admirado
mas que la figura flaca y desecha de su jóven amigo.s«Ella
apretó las manos de Oscar con las suyas con toda la ter-
nura de una madre: lo hizo sentar cerca de un buen-fue-
go, y servir de algunos refrescos, que juntos al interes de
la conversacion animaron sus espíritus. En este momen-
to se presentó á su memoria su primera visita á Mistriss
Marlowe. Yo espero, dijo, que nuestros amigos de Wood-
_Lawn....aquí se detuvo, espresando sus ojos las pregun-
tas que su lengua no podia articular.—Todos están buenos,
le dijo Mistriss Marlowe; vos sin duda sabeis todo lo que
ha pasado allí. No, yo no sé nada, respondió Oscar: vos
me veis salir de la tumba.—Antes que os instruya, repli-
có Mistriss Marlowe, quiero manifestaros mi aprobacion
y mi admiracion por la conducta noble y desinteresada
que os ha hecho rehusar la fortuna que os ofreció, para ser
fiel á la pasion de vuestro corazon.—;¿Cuál es, pues, pre-
guntó Oscar mirando á Mistriss Marlowe con un aire de-
sordenado, cuál es la fortuna que he rehusado?—La que
el general os ha ofrecido, dijo Mistriss Marlowe.—¡El ge-
neral! gritó Oscar.—Si, el general, cuyas intenciones os
manifestó el coronel Belgrave.—¡0 cielos! esclamó Oscar
levantándose de la silla á pesar de su debilidad, ¡cómo! el
general decís, ha tenido tales intenciones, y fué Belgrave
— 10
encargado de instruirme de ellas! Bien, Belgrave me ha
engañado. Elme dijo lo contrario; que mis atenciones á
Miss Honey-Wood desagradaban al general, é hiriendo mi
corazon con un golpe mortal, me ha conducido á cometer
una falsedad que me ha perdido en el concepto de Adela
y de su padre. ¡O monstruo! esclamó Mistriss Marlowe;
vos habeis sido víctima de su perfidia. ¡Ah! replicó Os-
car, voy á.arrojarme á los piés del general, le abriré toda
mi alma, le esplicaré que ideas falsas de honor me han
conducido hasta hacerme pretestar una pasion que jamas
he sentido. sino por la.amable Adela, y obtendré mi per-
don y mi Adela.—¡Ah querido hijo! le dijo Mistriss Mar-
lowe deteniéndole, ya no.es tiempo. Adela no puede ser
vuestra, pues está casada, y es esposa de- Belgrave. Os-
car yacilando sus piernas arrojó un profundo gemido y ca-
yódesmayado. Mistriss Marlowe llamó á su socorro sus
criados y el de Oscar. Le pusieron en la cama, pero que-
dó por mucho tiempo sin conocimiento. Al fin, abriendo
los ojos, y arrojando un largo suspiro, esclamó: es hecho.
ya, la he perdido para siempre. i .
Despidieron al criado, y Mistriss Marlowe, sentándose al
lado dela cama, le dijo: —¡Oh amigo mio! mi corazon sufre.
con el vuestro; pero vuestro ánimo y no micompasion pue=
de daros resistencia para sufrir vuestras desgracias.—¡Oh
mi querida señora, replicó él, ¡qué horrible es el pensar que
he tenido en mis manos y cerca de mis labios la copa de
la felicidad, y que la haya arrojado yo mismo lejos de mí!
—;¡Ah! dijo Mistriss Marlowe, penetrada de las penas de su
jóven amigo como si hubiesen sido propias; ¡ah! he aquí
los hombres: ellos 4 menudo se privan á sí mismos por su
imprudencia y su locura de los beneficios de una Providen-
cia ocupada en su felicidad. ¡Oh hijo mio; nacido, como
sois, con una alma ingenua y elevada, no la abajeis jamas
á la mas ligera disimulacion'—¡Ah! dijo Oscar, no agraveis
mis dolores acordándome mi cruel falta.—No, dijo ella; no,
mi amigo, estoy bien lejos de esta barbarie; pero una in-
útil instruccion jamas penetra tan profundamente en el al-
ma como cuando está preparada por el infortunio. Ama-
o y RS
ble y jóven egmo sois aún, os promete la vida muchos go-
ces, que sabreis recojer y apreciar mejor despues de las se-
veras lecciones de la desgracia.—¡Ah! dijo Óscar, ¿qué en-
cantos puede en adelante tener para mí la vida? —Todos
aquellos, dijo Mistriss Marlowe, que están aún en vuestras
anos: la paz del alma, la dicha que acompaña al testi-
monio de haber llenado sus deberes, y ser defendido por
la paciencia, y la firmeza contra todas las pruebas que ha
sufrido. —¡Pensais, pues, dijo Oscar interrumpiéndola, que
puedo dejar impune la m:: :lvada traicion de Belgrave? No,
continuó llevando la mano á su espada, que estaba á suin-
mediacion. EM qué quereis hacer? le dijo Mistriss Mar-
lowe, agarrándole el brazo; im prudente jóven, ¿cuál es
vuestra iutencion? ¿quereis esparcir á vuestro derredor la
muerte y desolacion? Y aun cuando hubiéseis satisfecho
vuestra venganza, ¡encontraríais la felicidad? ¿pensais que-
Adela, educada en la decencia yl virtud, soportará la
vista del asesino de su mari o, ó que el y general,
os habia preparado con tanta bondad da dichosa, « cds
Je ria las muevas desgracias que e
lia, aun cuando pudiese sobrevivir á ellas?
espa Aedo las manos de Oscar.— —;¡Yo soy culp:
i eptruemtone na _tales > en ero
EA . < E ni
pen: c
ar que el
su a amable Ade-
! Por tanto, o, convenció ¡ a.
S dad d e “sepultar r este mal secreto. La
da on "que ecibió Oscar con toda esta escena, le vol-
vió la calentura, y noes uvo ya en estado de ponerse en
marcha para Enniskilling. Mistriss Marlowe le hizo pre?
parar una cama, esperan ue pronto se restableceria;
pero á pesar de todos los cuidados que tomá por él, pues
TOM. UH. 2
»
re
Ss *
248
Je trató con toda la ternura de una madre, su enfermedad
se alargó, y esta flor herida por la reja del arado -porpóla
marchita:se todos los dias. a
El general habia sentido profundamente « el ver des
ciar unos ofrecimientos que miraba, con razon, como. Epa
ces de desvanecer á Oscar de alegría y reconocimiento; ja-
mas su orgullo habia recibido un tan crudo golpe, ni habia
sido humillado aún á sus propios ojos. El coronel procuró
hacerle desviar estas mortificantes reflexiones con lisonjas
delicadas y cuidados continuos: aseguró al general que je
do el mundo habia -aprobado su conducta. Los sofis
que nos reconcilian con nosotros mismos nos son Bco
agradables. El coronel poco á poco llegó á ser el favori-
to del general, y cuando por la primera vez le babló de su
inclinacion á Adela, Honey- Wuod le aseguró que hablaria
con el mayor interes por el á su hija. El ral estaba
mas impaciente que Pi verla ¿olor Encontra-
ba en el sonrojo que habia sufrido, cierta cosa tan humi-
Mante para él y para su hija, que en ciertas ocasiones es-
taba fuera de sí mismo. El corona des bienes;
: esta ventaja era de poco precio para el general, cuyo
lesinteres hemos visto ya, y aun menos para su hija.
sp PGE Y le hizo su padre sobre las
a er 1elm nte en sus prime €
Mi coraz necesitaba tic
Ss nl penas; pero sus lang
1 publiéabaneló que ¿Pide
€ iba er rante sin cesar po litorios
y rrido con Oscar A ye ba en él:
se reprendia de haberl tratado con de
ella le veia víctima de la tristeza, y si
alejado con una frialdad es remada. Est
que le habia manifestado tan repentinamente, no podia
“1nenos de hacer ercer á Oscar que era deseraciada por ver-
se abandonada, y este pensamiento mor tificaba al mismo
tiempo su vanidad y su delicadeza. Ella habria querido
á toda costa persuadir á Oscar que jamas lo habia mirado
sino como á un amigo.
—19—
A No. > se des alentaba el coronel con la frialdad de Adela,
pues estaba , acostumbrado á superar obstículos. | Algunas
s se hacia venir bien el juntarse con ella en sus soli-
tarios aseos como conducido allí por el acaso. Su con-
versacion era siempre divertida, y se contenia en los lími-
tes que Adela le habia prescrito; pero con sus miradas es-
presaba !a pena que le costaba esta reserva, y su conducta
no desagradaba á Miss Honey-Wood, en la que veia la su-
mision del coronel á su voluntad.
Algunas semanas se habian pasado despues de haberse
Oscar desterrado voluntariamente de Wood-Lawn, y por
mas confiadas que fuesen las esperanzas de Belgrave, no
.ereia poderlas E da á efecto, á lo menos tan pronto como
deseaba, sin emplear alguna estratagema. Fértil en in-
“venciones, formó prontamente su plan. Trato, pues, de
verá Adela una mañana en el jardin, y la encontró le-
yendo en una glorieta. A la llegada del coronel, dejó el
libro. Conversaban sobre asuntos indiferentes, cuando el
criado del coronel llegó con un.paquete de cartas. Belgra-
ve hizo ademan de ponirscla sh su faltfiquera sin leerlas,
ero Adela le dijo: —Nada de ceremonias, coronel; yo con=
inuaró mi ps mientras vos leeis vuestras cartas. El
dió gracias, y se puso á abrir y leer las. cartas.
: ¡les de un momento, esclamó con una grande « nmo-
cion: ¡Qué insolencia! y en seguida, pareciendo acordarse -
qUe estaba en presencia de Adela a, agió alguna buen,
de pres algunas palabras, y vo á tomar la carta.
s de haberla leido, aparentó ponérsela e E
y era E, la dej caer á sus piés: recorrió despues la
tes cartas, y levantán se, se escusó con Adela «
te para ir á escribir lo
st: Apenas 3 se habia ido el coronel, oo
la, vien lo la carta tirada y aun medio abierta, la tor
Sia intencion de llevársela á su casa; pero su nom
en letras grandes, que le parecieron ser de la man de
Fitzalan, la hizo una fuerte sensacion, y fué asaltada de
un temblor nervioso. listo la hizo SN eahiE el deseo de
saber cómo se halaba la correspppdencia entre Oscar y
—20—
Belgravál ! sus, ojos se dirigieron involuntariamen
este escrito fatal, y leyó algunas palabras que escitaro
aun mas fuertemente su curiosidad. En fin,no Udo
resistir por mas tiempo á la tentacion, tomó la carta y leyó:
Al coronel Belgrave. > dal
“Vos me acusais de insensibilidad á lo que llamais en-
“cantos incomparables de Adela, y yo convengo en ello;
“pero no en la justicia de lo que me reprobais, pues ¿qué -
“quereis? yo he sido cautivado fuertemente de las gracias
“de otra persona, que á mis ojos (que son á la verdad los
“de un amante) me parecen muy superiores. La oferta
“del general era ciertamente la mas generosa y la mas li-
DE J
“sonjera del mundo; ella ha contentado toda mi alma,
“proporcionándome una ocasion de sacrificar al altar del
““amor el interes y la ambicion: mi desinteres en esta oca-
“sion me ha asegurado mas la ternura de mi querida ami-
“sa, que no se “ha lisonjeado medianamente del triunfo
“¿que segun la heinstruid a llevado sobre Adela; senti-
“miento muy natural, y que tal parecerá á todos 7 quellos -
“que conozcan el objeto á quien he preferido. Deseo mu="
“cho que el general ceda á vuestros deseos; yo seré feliz
“do ver á mi primero y mejor amigo en posesion dal teso-
“ro por el cual suspiró despues de largo tiempo. Espero
- «que vos me a reis el Mister dejado traslucir mi aven-
“tura con Ad ela; loa fé mia que no he podido menos d
“contarlo á mi amable amiga. Dios quiera que ella sea
“discreta, pues de otro aodo preyeo? que será necesa
“batirme con el viejo: general. Adios, creed, mi que
“coronel, que soy todo restro. 5
pod he a | po - Oscar Fitzalas yr
¡Mis ble! esclamó Adela, con una acitacion estrema-
da, y dejando caer la carta de sus manos, cuya letra es
ba bien contrahecha y parecila á la de Oscar; ¡es pues
así como reconoce los cuidados de mi padre yd mios
para asegurar su dicha? ¡Oh cruel Pitzalan! ¿es á Adela,
A A
ntrabais tan amable, quien no ha
' sino cuando las ha considerado como un me-
ceros feliz? ¡A quien os atreveis á ridiculizar,
e vuestra vanidad ha querido triunfar? Su mor-
cado orgullo y su ternura aun viva combatian en su
interior. Ella volvió á caer sobre el banco, y sostenien-
do su cabeza con la mano, se abandonó á los suspiros y
lágrimas. Tan pronto queria hacer saber á Fitzalan que
estaba instruida de toda la bajeza de su conducta, y pe-
_netrar su corazon con las mas sangrientas reconvenciones;
tan pronto se determinaba á un silencio de menosprecio.
" Mientras estaba fluctuando su espíritu, el coronel se acer-
eó poco á poco. En la turbacion en que se hallaba, se
= habia olvidado que podia volverá cada instante, y a' ver-
le se sobresaltó. Ella creyó que él sospecharia que habia
leido la.carta, y con este pensamiento bajó la cabeza y
se puso colorada. (Qué aturdido soy, dijo el coronel le-
uy
vantando la carta, que manifestó verla por la primera vez, -
de todas mis cartas es sl as sentiria que se le-
Jese. Conoció Adela por es MO co,
y”? e arcada á esta idea se puso pálida-y. vo!
tarse, no pudiendo soportar la acusa sion qu
se hacia d tal indiscreción. * p
:" Belgrave corrió á sostenerla. ¡Oh lamas a: dE de
mugeres! la dijo con un tono el mas tierno que po: y
tar, ¡qué nifica esa agitaciom? er be
Sra. no es nada, y volviendo un pc rabló de vol-
rá casa.—Así huís de mí siempre, replicó el caroreL dl
o sé, Miss, qu tengo derecho alguno, mi C
he deros detener; sm embargo, continus llama
orro y cayendo de sus ojos una ó dos lá grimas, estad.
que jamas encontrareis un corazon que 0s sea n ma
mente aficionado que el mio; pero veo queos
portuno, y voy á tomar el silencio que me habeis in ed
to. ¡Oh ia mas adorada y mas amable de las mugeres! si
yo n uedo aspirar á un titulo mas precioso y mas ele-
vado, concededimme á lo menos el de amigo vuestro.—De
todo mi corazon, le dijo ella pengigaila de estas seducto-
em $?
ció A
€ os de volver á casa. Lac cantis Ó
atenciones: sus labios insidiosos derramaron la
alabanza, y la condujo insensiblemente á trist :
rosas memorias, y lisongeó su vanidad con el re
le manifestaba. Ella se agradó de la indignacion «
bia dejado ver contra Fitzalan con motivo de la ea rta
en fin. concibió respeto y estimacion por él, al pil 10.
tiempo que resentimiento y menosprecio por Oscar. Te-
nia el coronel mucha penetracion, advirtió la mudanza 3
“¿procuró sacar de ella toda la ventaja posible. E tr
Adela á sus «sentimientos habituales y verdadex
rechazado toda proposicion de casamiento, pe:
en lo vivo su vanidad, la condujo en este momento á E
paso que probaria á Fitzalan su indiferencia por él.
general obtuvo el consentimientoe n favor del coronel, :
la promesa de éstede dejarle por algun tiempo.
hicieron suntuosos, preps os las bodas; pero au l-
que el resenti iento de ela contra Oscar fué siempró,
el mis o, con todo, pronto reconoció que se habia recio
pitado demasiado en obedecer. Ella senti: a rep a
- nancia involuntaria á la % y que iba á formar, y la ha- -
. rehusado siempre sin la promesa que habia dado á
dre. se Pus a amiga Mistriss Marlowe
01 s de prueba, y al
ela dis su mano al pérfide
eunos oficiales el.
l ce. Oscar. A este
dl ellos, Mistriss om
C Oscars ; bien dicKogó de hat
1 ergue; por todas partes le suce
-mo.—¡Pobre muchacho! dijo Adela dar do un snspirt
el que niaun ela reparó. Belgrave puso los ojos
ella, y encontró los suyos. La mirada del coro 1
sombría y severa, y parecia querar penetrar. hasta el fon-
do del corazon de Adela. Fila se estremeció, y poPt
— 23 —
primera vez sintió la tiranía del dueño á que se habia en-
tregado. Como Mistriss Marlowe no le hizo saber que
hubiese recibido á Oscar, ella no quiso escribirle; pero le
habia convidado con muchas instancias á venir á Wood-
Lawn, esperando tener noticias por ella de lo que queria
saber, pero sin suceso. Pasados quince dias, Mistriss
"Marlowe vino á Wood-Lawn. Estaba ésta muy flaca y
pálida. Adela la riñó con agrado de su larga ausencia,
esperando con esto forzarla á decirle el motivo, noticián-
dola los cuidados que habia tenido con Oscar; pero Mis-
tris Marlowe no le habló una palabra que tuviese la me-
nor relación con estc asunto; desvió la conversacion ha-
ciéndola recaer sobre materias indiferentes, y así descon-
certada Adela, tomó un poco de mal humor, y. se puso
tristemente á trabajar.
Pocos dias despues, Adela, luego que hubo comido, su-
bió al coche para hacer una visita á Mistriss Marlowe: su-
ponia ella que ya no encon'raria allí á Oscar, y solamente
se lisonjeaba que en el discurso de la conversacion sabria
que estaba perfectamente restablecido.
Para causar á su amiga una sorpresa agradable, hizo
“detener el coche á alguna distancia de la casa, y llegá
por un sendero que dirigia a la puerta de la sala, que
abrió poco á poco. ¡Cuál fué su admiracion al divisar á
Oscar sentado cerca del fuego con Mistriss Marlowe, en-
golfados en una conversacion séria! Ella se detuvo sin
poder dar un paso, hasta que Mistriss Marlowe, acercán-
<dosele, la abrazó é hizo entrar. La conmocion de Oscar
“no fué menos fuerte que la de Adela. El procuró levan-..
tarse, y volvió á caer sobre la silla; con todo, estuvo un
E animado por una espresiva mirada de Mistriss Mar-
. ¿Jowe, que parecia conjurarle de no ceder á una debilidad
que haria traicion á sus verdaderos sentimientos hácia -
Adela. Levantándose en fin, y acercándose á ella, le di-
jo: Señora, que me sea permitido.... y las palabras es-
piraron en sus labios, pues no tuvo fuerza para acabar el
cumplimiento sobre un suceso que probablemente habia
hecho su desgracia y la de Adela —¡Oh! dejemos cumpli-
pe E
mientos, dijo Mistriss Marlowe, esforzándose á tomar un
aire alegre. Vamos. jóvenes, sentémonos y disfrutemos
de la felicidad de hallarnos delante de un buen fuego por
el rigoroso frio que hace. Ella instó á la trémula Adela á
beber un poco de vino, y con esto recuperó su espíritu
abatido, y aun el mismo Oscar tomó un poco de ánimo.
Pero la tristeza de su fisonomía y de su semblante, y las
agonías de su alma iban creciendo: la frialdad ceremonio-
sa y la reserva que ambos se impusieron, llenaba los dos
corazones de tristeza y pesar. Fitzalan estaba tan páli-
do, tan decaido y parecia tan desgraciado, como víctima
de la tristeza y desesperacion, que aun cuando hubiese
atentado contra la vida de Adela, no conservaria esta si-
no sentimientos de compasion por él. Mistriss Marlowe
chanceándose contó la pena que le habia dado Oscar. Os
aseguro, decia, que me paga bien, mal mis cuidados, des-
pues que le he dado un poco de libertad, pues él no ob-
serva regla alguna de las que le he prescrito. Yo os rue-
go que junteis vuestra autoridad á la mia, para obligarle
á contemplarse mas.—Uon mucho gusto, dijo Adela, si
yo puedo tener algun crédito sobre él.
¡Algun crédito! replicó Oscar. ¡Ob cielos! y diciendo
esto, se levantó precipitadamente, y se fué á una ventana
para ocultar su turbacion. El espectáculo de la campiña
era muy triste. Era el fin del otoño, la tarde fria; un
viento fuerte soplaba por la parte de la montaña, y el cie-
lo estaba oscurecido por las cercanías de una tormenta.
Mistriss Marlowe lo sacó de su meditacion, ( iciéndole:
¿qué haceis aquí? La vista de esa ventana no _puede : te-.
ner grande atractivo para vos.—¡Ah! dijo él, tiene Isle
agradable y dulce en la tristeza que me inspira. Lo
boles despojados, las flores marchitadas, están acordes.
con mis tristes pensamientos, son otros tantos emblemas
de un corazon que ha visto desvanecérsele sus mas dulces
esperanzas, y que no las verá reflorecer con su primitiva
belleza como les árboles y las flores. — Todo es estrava-
gancia, dijo Mistriss Marlowe: vuestra enfermedad os ha
hecho muy melancólico; pero esta tristeza se disipará an-
e —25— e
tes que mi vergel vuelva á tomar su SE verdor y
frutos, y obligue á un oficial j Jóven á venir á visitar á una
vieja.—¡Oh! esclamó Oscar, qué memoria para mí la del
momento en que entré aquí por la primera vez! —Dejémo-
nos de lisonjas, replicó Mistriss Marlowe sonriéndose: vos
no me hareis creer que mis atractivos hayan hecho sobre
vos una impresion permanente, cuando sé muy bien que
mudando de guarnicion direis otro tanto á la primera vie-
ja bien parecida que encontráreis.—No, replicó Oscar, aco-
modándose á la chanza: yo os puedo asegurar que la im-
presion que he recibido aquí, jamas se borrará de mi co-
razon; y al mismo tiempo arrojó una mirada á Adela, la
cual bajó sus ojos, y dejó caer la cabeza sobre su seno
sintiendo una grande conmocion. Mistriss Marlowe pro-
euraba desviar la conversacion: ella esperimentaba una
viva y tierna compasiom por esta jóven y desgraciada pa-
reja, cuya union habia ardientemente deseado. Pero des-
pues que un obstáculo insuperable les habia separado,
procuraba impedir entre ellos toda muestra de mútua in-
elinacion, que no serviria: sino de aumentar su desgracia.
Ella avisó para el té, é hizo lo que pudo para divertir
la conversacion, pero sin efecto, pues sus dos huéspedes
_no la seguian. Entónces, cuando hubieron tomado lugar
cerca del fuego, dijo á Adela: muchas veces habeis desea-
do oir la historia de mi vida: hasta ahora el temoreés'des-
pertar en mi los pesares que jamas cesarán, me ha impe-
_dido contárosla; pero como no tenemos que hacer cosa al-
- guna mejor para pasar el tiempo, os haré esta relacion.
—Yos me obligareis mucho, dijo Adela, pues sabeis que
tedo lo que a á vos interesa mi curiosidad.
E
an
—2— +
q 0
200 CAPITULO Ml.
4
Yo era hija única de un vicario de un pueblo en el Sur
de Inglaterra: mi padre y mi madre eran de honradas fa-
milias, pero poco ricas. Contentos con su.suerte, vecinos
agradables, prontos á favorecer en todas ocasiones, eran
muy felices en su mediocridad. Era yo su ídolo: todo el
mundo decia á mi madre que yo llegaria á ser hermosa, y
la pobre muger se lisonjeaba con esta esperanza. Un po-
co ambiciosa y novelera por naturaleza, no dudaba que
mis atractivos me conducirian algun dia á una grande for-
tuna. Para hacerme mas capaz ade llegar á este estado,
me dió una educac on mas brillante que sólida. Mi pa-
dre, de un carácter indolente y dulce, me dejó absoluta-
mente conducir por ella. Así, dejándome ignorar la gra-
mática de mi propia lengua, ella misma me enseñó á par-
latear en mal frances; y en lugar de enseñarme á compo-
¿ner hacer mis vestidos, me hacia .emplear el tiempo en
ms bordar muselina y raso. Se me dió por maestro de baile
E un mal músico del lugar. Bien hubiera querido hacer-
; E e,epseñar á tocar algun instrumento; pero. la compra de
un clavesó déuna : arpa pasaba de la medianía des mis
padres, y mi madre se contentó con hacer ne cult;
música vocal, enseñándome ella misma algunas arias vie-
jas que cantaba. con todas las gracias qe crei A lor-
naban. A
¿Para búlbiime capaz de oscurecer todas las muchachas
Jóvenes « del canton por mis adornos, como por mil otras
ventajas, ella cortó sus ropas viejas, y les dió todas las
formas que pudo discurrir, imitando lo que creia ser de
nueva moda. Y el motivo mas poderoso (Dios me lo per-
done) que me conducia. á la iglesia el domingo, era ense-
ñar mi jubon de seda con falbalas y mi gorro de Mahon
pintado.
Es — 27 —
Cuando hubé llegado á la edad de diez y seis años, juz-
gó mi madre que yo era la criatura mas perfecta que ha-
bia en el mundo, y no dudó fuese esta la opinion univer-
sal. Yo era viva, atolondrada, vana y ambiciosa en esce-
80; pero entretanto conservaba mi inocencia y mi senci-
llez; olvidaba á menudo el personage que querian hacer-
me representar, y me abandonaba á la alegría natural en
los juegos de las niñas, y en la pradería al pié de una pi-
la de heno y á la claridad de la luna, disfrutaba una per-
fecta felicidad.
Un dia á lu semana, acompañada de mi madre, iba á
«casa del maestro de baile, donde encontraba otras jó-
venes, y allí repetiamos nuestras contradanzas. Una tar-
de, así como acabamos de bailar, un jóven bien puesto
entró en el aposento, y se llevó nuestra admiracion y sor-
presa. No olvidaré jamas la conmocion que senti al acer-
cárse. Todas mis compañeras esperimentaron otro tan-
to: las mejillas de todas se colorearon, y los ojos de todas
brillaron de deseo y esperanza. El dió una yuelta por
la sala con un aire desembarazado, como para pasartos
revista, y se detuvo en frente de una jóven muy na Osa.
hija del molinero. Yo estuve en una agonia mortal, lo
mismo que mi madre, que estaba á mi lado, la cual se pue
80. pais y creo que se habria hallado indispuesta á no
haber el jóven arrojádome una mirada y detenido sus ojos
sobre mí. Despues de haber manifestado su admiración,
y parecido deliberar algun tiempo, me hizo una reveren-
A a con toda la gracia posible, y me suplicó que fuese su
pareja. Mi política hasta entonces no habia sido mas qué.
teórica, y no falté á hacer uso de ella. Despues de una
profunda reverencia, le dije que el honor estaba entero
de mi parte, y que yo era [feliz cediendo á su demanda.
El se sonrió con malignidad, y creo que tosió para sofó-
¿ar una carcajada. Yo me turbé y puse colorada; pero
cuando me hubo conducido á la parte superior de la sala
para abrir la contradanza, mi triunfo sobre mis compañe-
ras reanimó mi espíritu y disipó mi turbacion.
Yo habia prometido bailar con ún jóven labrador, y es-
AI
te se encolerizó, no solo de no haberle cumplido mi pala-
bra sin haberle pedido permiso, sino de encontrar en mi
pareja unas gracias que le hacian tener por un formidable
rival. —Pardiez, me dijo con un tono agrio, yo creo, Miss
Fanny, que vos me tratais muy mal. Yo no sé por qué
este señorito viene á hacer del amo en nuestra casa.—
Vos sois un impertinente, le dije con una mirada en que
le manifesté un tán profundo desprecio, que no pudo su-
frirlo, y se retiró murmurando entre dientes. Mi pareja
no pudo menos de reirse á carcajadas. La sencillez de
mi carácter, haciendo contraste con el aire que yo me da-
ba, le divertia infinito.—No hay que admirarse, dijo él,
que el pobre zagal amoroso esté mortificado, viéndose se-
parado de su amable Fanny.
Acabada la contradanza, nos juntamos con mi madre,
que ardia en deseo de entablar una conversacion con el
estrangero, á quien queria dar á conocer que debia distin-
guirnos entre la multitud que allí habia. Ciertamente,
le dijo ella, que un hombre de vuestra calidad debe en-
eontfrarse aquí muy disgustado. Nosotras lo estamos tam-
bien como es regular, pero en un lugar tan pequeño como
este, : no puede una menos de adherirse á esta sociedad,
pues de otra manera será menester vivir en una ermita.
¡ED “estrangero convino en la congruencia de la observa-
-—eion, y aceptó el convite que le hizo de cenar con noso-
£ras. Mi madre envió al momento á proves mi pa-
dre, para que hiciese, no como se dice arroz y ga lo sis
to, sino un pato; él y la criada se dieron tanta: prisa,
á nuestra vuelta del baile encontramos dispuesta una ce-
na regular. Mr. Marlowe, que era el nombre del estrange-
to, estuvo muy amable. Es inútil deciros que mi padre,
ani madre y yo estuvimos llenos de complacencia y aten-
siones. Al partir nos pidió permiso de volvernos á ver,
y vino al dia siguiente. Mi madre le miró desde este ins-
tante como un hombre que iba á ser luego su yerno.
Como en un lugar pegueño como el que nosotros habi-
tábamos todo se sabe, fuimos informadas que la tarde an-
tecedente, deteniéndose en la posada, habia oido los instru-
AS
de A le habia llevado al 1 ugar en
Se nos dijo tambien que sus criados os ha-
ue era llamado á una grande herencia. Es-
P azon en su
ser una con-
ificil. para un a que á este E poderoso
il una figura agradable, y un talento cul-
e venia continuamente á nuestra casa, y tan ig.
Í te como ua, gane su saca ases conversando con
dad, dejé todi. afectacion, y “solo pbudis á los movimien-
tos de la naturaleza y de la sensibilidad. No tardó “mu-
cho tiempo en declararme que el objeto de sus fr entes
a visitas era obtener mi mano, pero que no podia satisfacer
| > desde luego la dulce inclinacion de sn corazon; que su si-
-——tuacion hacia la cosa imposible, pues quedando huérfano
y sin bi
enes desde niño, un tio viejo y de un carácter es-
! —Fravagastes. casado con una muger que no lo era menos,
le habia adoptado como heredero de todos sus bien
estaba cierto que seria desheredado si
sent to, y que nu obstante no que
- su fantasía; que si mis ; padres pan ciA
s diésemos mútuamente palabra de ca
mento, os él independiente partiria
eron y yo tambien. Mr.
que
U con-
e s era un espía que se le habi e"
onces lo habia deslumbrado en cui nt
lole que mi padre era íntimo am
to irá hacer una visita á su ti
Y, , L '
en con quien estaba muy es rechada antes de co-
arlowe, Vino, á verme. ¡Cómo, Fanny, me dijo,
dejado ¿ Mr. Marlowe! o
di A :
e no os haga r la pérdida
—;¡Ah! le dije y | con una cl
maré sin duda vuestros consejos.
Ey 26
ó is
—En verdad, dijo ella, vos hareis muy bien en segu
y os advierto que hareis una tontería de no asegura
buen establecimiento con Clod el hijo del molinero.—
Clod! esclamé con un tono mas elevado: ¡buen Dios! A
mia, ¿vos Os s olvidais, pues, quién soy yo" —¡Quién sois
vos: replicó ella provecada por mi insolencia. ¡Oh! sí, di-
jo ella, sí, olvidaba que sois la hija de un pobre, vicario
del pueblo, teniendo mas vanidad en vuestra cabeza que
dinero en vuestro bolsillo.—Y yo, le dije, no olvido que
vuestra ignorancia es igual á vuestra impertinencia: si soy
hija de un pobre vicario, estoy desposada con un hombre
rico, y no pienso que vos podais pretender comparacion
alguna conmigo. Nuestra conversacion fué repetida en
el lugar, y llegó á á oidos del criado de Marlowe, que com-
prendió al instante el motivo que detenia al jóven en el
lugar, y dió luego parte al tio. En cousecuencia, el pobre
Marlowe recibió Juego una carta llena de las mas amar-
gas reconvenciones, y una érden de volver si sin demora.
Este fué un golpe mortal para todos nosotros; pero era
menester escoger. pentre la obediencia o la pérdida de la
enevolencia del tio. Yo temo, me dijo, preparándose
marchar, y apretándome coutra su seno; temo que
tros estaremos largo tiempo sin veruos, y temo tam-
hallarme obligado á á prometer á mi tio el no escri-
. SI estos dos temores se realizan, no imputeis ni
ni ausencia ni mi silencio. á ninguna MR ion
£ ierno afecto que os profeso. Marchó el en fin
tar nbien toda mi dicha. Poco tiempo despu
cha, una Liebre maligna atacó á mi madre, y:
| re, de un carácter débil y de una e
e penetró tanto de la ca-i repentin
ucumbió á su dolor. on
1bir el poa de mi sit acion, Me A.
do, sin teu una mano amiga que es
borde de la tumba, que habia recibido en.
tenia de mas querido. el mundo. '
vivia Marlowe; y aun cuaudo lo hubiese sa
bria atrevido á tener comunicacion con é
2 - 55
via perdido la estimacion de mis. E
inencia, y se limitaban á hacer por mí lo
de sí la humanidad en comun, para impedir el
se, y haciéndome sentir toda la amargura de mi
: dencia, En esta triste situacion recibi. un recado
"ile una de mis camaradas de escuela, casada con un rico
hacendado establecido á unas cuarenta millas de nuestro
pueblo, en el que me proponia ir á vivir con ella hasta
que estuviese en estado de encontrar algunos medios de
de a Yo acepté su oferta con diligencia; y despues
aber llorado por la última vez sobre la tumba de mis
ho queridos padres, marché con el carruage menos caro que
e hallar, para trasladarme á su lado con todo cuanto
a que se contenia en una.maleta. e
Yo me lisonjeaba de encontrar al lado de mi amiga un
5 dos ) apacible hasta que Marlowe estuviese en estado de
cumplir su promesa, y pudiese yo misma recompensar los
bueuos oficios que la debia; pero prontamente fué. preciso
“renunciar á á esta idea. Pues apenas mi salud estuyo un
pS restablecida, cuando ella misma me declaró que era
ster que yo encontrase algun medio de vivir con mi
abajo y mis servicios. Yo me turbé mucho al y Tse des-
de anecer así mis esperañiza?. Vana como :
Sands “Marlowe no pensaria mas en mí, si.
) de criada. Yo la dije que no sabia espe 1
servicio, y que solo sabia bordar y €
algun obras de fantasia. Sobre «
in , ne dijo, que podria
> al servicio.de una «¿hora dela a,
ho tiempo ha. E alguno
a rabajar á su gusto. Me
Monja ám
r otra
í mi reputacion cn ana. casa ta TeS- r
o tenia « qué escojer: é informándome mas
dela señora, supe con la mayor co e
que e era la tia de Marlowe. Mi corazon se sob tó de
placer al pensar que habitaria con él bajo u un mismo techo.
Q. >=
A
¿dea temano A os un poco rara, pero que
>. Pp
table. 1
Ny particularmer Le
Lé
fi-
Pd. — 38
Me "prometí que el servicio de su tia no me degradaria. en
su concepto. Era preciso sin embargo que mi verdadero
nombre estuviese oculto, y supliqué á mi amiga que no lo
divulgase. Ella se burló de la vanidad que me habia su-
gerido esta idea, pero prometió prestarse á ella. No duda-
ba mi amiga que seria recibida por su recomendacion, y
habiéndome llevado algunas de mis pequeñas obras, salí
para la casa de Marlowe. Era esta una habitacion anti-
gua rodeada de vallados esactamente iguales, de una lla-
na pradería, y de regulares plantados. “Dos estátuas de la
misma configuracion, no pareciéndose á sér alguno conoci-
do sobre la tierra, en los mares ni en el aire, hacian un
gesto horrible sobre los pilares de una puerta. ¡any sólida,
de que parecia que ellas defendian la entrada. Un por-
tero viejo vino á abrirme, á quien dije el objeto de mi vi
sita. El me escuchó inmoble; y resuelto á lo que creo, á no
dejar. “su puerta aun cuando estuviese encargado de la em-
bajada - de un rey, llamó ás un criado que siendo un poco
sordo pasó un cuarto de hora antes de que viniera, y en
fin, me condujo á á un aposento del primer piso. Yo me creí
trasportada á la zona tórrida, pues aunque estábamos á me-
diados: de Julio, ardía un gran fuego en la estancia. Un
ores, cubría suelo.
1aSs ventanas macizas estaban esactamente cerrada
vidrios mu y sucios. El dueño y la dueña de la ca
e estaban e en una Sr. sillas poltronas, uno á cada l:
dela chinienea. Tres perros y otros tantos gatos dormi
ba 31 marido estaba apoyado sobre una rresa, fi-
Jos los ojos. sobre un libro grande, y la muger adobába una
La fisonomía de ambos manifestaba al.
o falta de salud y mal natural. Con que vos-
dijo la señora, levantando de su we. unos gran
anteojos, y examinándome de pies á A la que ve
de parte de Mistriss Wilson: pero hij mia, vos sois den
siado jóven para lo que os necesitam« pea os lla-
mais? ¿de dónde venís? Yo venia pre a para estas
Os y le oculté mi verdadero nombre, y lugar de
+ uu.
y
tapiz muy espeso en que habia pájaros, cuadrúpodos y
ismo
47
e
us
— 33 —
mi nacimiento.—Véamos, pues, vuestras obras, me dijo:
yo se las presenté.—No está esto mal, dijo ella, en cuanto
á la ejecucion, pero los diseños son malos, y muy malos.
Hé aquí de guslo, añadió ensenándome álgunos bordados
en unos cuadros dorados. Yo le dije que jamas habia
visto cosa semejante; lo que ella interpretó como una es-
presion de mi admiracion, que no le supo mal.—Segura-
mente, me dijo ella, yo corro algun pe'igro recibiéndoos;
sin embargo, si os quereis conformar con las reglas de la
casa, por compasion y por la recomendacion de Mistriss
Wilson, me aventuraré á tomaros; pero debeis saber que
yo quiero ni una andaricga, ni una curiosa ni habladora
en mi casa: debeis ser decente en vuestro vestido y en
vuestro porte, discreta en vuestras palabras, ocupada en
vuestro trabajo, y contentaros con salir los domingos para
ir la jolesia. Yo vien este género de vida que se me
anunciaba una verdadera y penosa servidumbre; pero me
determinó la idea de que me endulzaria de ella con la pre-
sencia de Marlowe. Bajo la promesa de llenar todas sus
intenciones, me quedé: ella misma se encargó de hacerme
ejecutar mis promesas con el mayor rigor. Yo no os con-
taré las diferentes pruebas que su severidad y agrio humor
me hicieron sufrir, y bastará deciros que mi paciencia y
mi gusto sufrieron un verdadero martirio. Estaba todo el
dia sentada al bastidor, trabajando en los dibujos de su
invencion, que representaban todo lo que hay de mas fas-
tidioso en la naturaleza. Yo no podia poner el pié fuera
de casa sino los domingos para irá la iglesia, ó algunas
veces, por acaso, á la tarde cuando no se podia distinguir
de ros |
Marlowe estaba ausente de casa cuando entré en ella,
y yo no osaba preguntar cuando volveria. Mi salud de-
caja y mis espiritus se agobiaban al peso de la vida se-
dentaria que me hacian llevar. Si podia salir un momen-
to, en lugar de disfrutar el aire fresco y hacer algun ejer-
icio, me sentaba para llorar mi pasada felicidad. Yoco-
con la vieja ama de llaves, quien me notició un dia
r o el jóven Mr. Marlowe, ausente de algun tiempo á es-
0... TOM. 3
y 3
E
PEL Y a
ta parte, estaba para llegar al dia siguiente. Por fortuna
la buena mujer no advirtió mi turbacion. Yo dejé la me-
sa lo mas pronto que pude agitada de un inconcebible pla-
cer. Jamas olvidaré la conmocion que sentí al oir el rui-
do de los caballos que lo conducian, y al verle entrar en
la casa. En fin, procuré continuar mi labor. Mis manos
temblaban, y me dejé caer sobre la silla para abandonar-
me á la idea deliciosa de una entrevista con él, que creia
no poderme faltar. Pero mi ama vino á sacarme de esta
agradable ilusion, notificándome que debia confinarme en
mi aposento y en el de la ama de llaves, durante el tiem-
po que su sobrino, jóven un poco salvage, decia, pasaria
en la casa: que discreta y virtuosa como parecia, opinaria
sin duda del mismo modo en cuanto á la necesidad de cs-
ta medida. A este liscurso mi corazon se oprimió; pero
pasados algunos momentos, me consolé pensando que yo
podria engañar á la ama de llaves: antes que pudiese eje-
cutar mi proyecto, se pasaron muchos dias, durante los
cuales se me volvia el juicio de pensar que estaba en la
misma casa que Marlowe, sin que él supiese nada.
En fin, examiné un espediente que podia, á lo que es-
peraba, ponerme en camino para descubrirme. Acababx
de concluir una obra de la que la vieja señora gustaba
mucho. Este era un enorme canasto de flores, llevado á
la espalda de un gato que tenia entre sus uñas un desgra-
ciado raton. La alegría de mi ama á la vista de esta pie<
za maestra, me alentó á pedirle permiso para ejecutar una
obra de mi invencion. Jilla consintió en ello, y me puse
á trabajar con ardor. Copié mi figura lo mejor que pude,
me coloqué con vestido de luto y en una actitud pensati-
va al lado de una tumba en un cementerio del campo, y
al rededor del cual coloqué una casa muy semejante á la
de mi pueblo, y medio oculta en un grupo de árboles. El
conjunto de todos estos objetos debia despertar en Marlo-
we el recuerdo de la pobre Fanny. dE
Yo llevé la obra á mi ama, de la que estuvo muy con-
tenta, y dijo que la haria poner un cuadro. Al dia siguien-
tc, al tiempo que comia con la ama de llaves, se abrió la
de
ade
»
—3—
puerta de un golpe, y ví entrar á Marlowe. Pensé des-
mayarme. Mi compañera dejó caer su cuchillo y teneder;
pero Marlowe dirigiéndose á ella, le dijo que se encuntra-=
ba indispuesto, y le rogaba le diese algun cordial para ali-
viarse. Ella salió con un aire descontento, para ir á bus-
car lo que la pedia; y luego acercándose Marlowe á mí,
arrojáíndome una mirada de compasion y ternura, me dijo:
á las once de la noche encontraos en la sala. El tiempo
me pareció muy largo, pero en fin llegó la hora. Encontré
á Marlowe que me apretó en sus brazos; sus lágrimas se
mezclaron con las mias cuando le conté mi triste historia.
Mi querida Fanny, me dijo, ahora que habeis perdido el
apoyo de vuestros padres, me toca á mí reemplazarlos. Yo
corresponderéá la confianza que les debo: vuestro honor y
el mio son una misma cosa. Yo no me habia engañado
en la idea que me habia formado del tratamiento que te-
nia que esperar de mis insensibles parientes: si no hubie-
se prometido solemnemente renunciar toda corresponden-
cia con vos, me habrian abandonado sin remedio. Es bien
amargo, me dijo él con las lágrimas en los ojos, el pan de
la dependencia. Es con la mayor pena que me someto á
una tan indiena esclavitud: pero en fin, sufro mi situacion
consolado con el pensamiento de ta dicha que partiré al-
gun dia con mi Fauny. Si hubiese sabido, añadió, vues-
tra situacion, lo que me era imposible atendida la vigi-
lancia delos espías de mi tio, ningun temor me habria im-
podido volar á vuestro socorro. ¡Sea el cielo alabado, le
dije, de que lo hayais ignorado! Mi tia, continuó él, me
ha enseñado vuestra obra, á la que prodiga wnil elogios.
Yo al principio la miré sin atencion, pero pronto se ha
cambiado en el mas vivo interes, cuando he reconocido por
los objetos que en ella se representan, que este trabajo no
podia ser sino obra de vuestras manos. Yo procuré sacar
de mi tía algunas luces que me guiaran en mis conjetu-
ras; pero todos mis esfuerzos han sido inútiles Al vestir
me he preguntado'á mi criado, si durante mi ausencia ha-
bia habido algun cambio ó aumento en la casa; y él me
ha dicho que sabia que habia llegado una jóven que tra»
+ ys
Ea
E PE
bajaba en bordar; pero que ella no tenia comunizacion al-
guna cou las otras criadas. de
“Marlowe me declaró al mismo tiempo que él no podia
sufrir que viviese por mas tiempo en el estado de criada,
y q eria unir sin tardar su destino con el mio. Al
principio me opuse á la resolucion bastante débilmente, y
luego, determinada puede ser por mi propio interes, dí mi
consentimiento. Cunvenimos en que yo manifestaria á
su tia que mi salud no me permitia estar mas tiempo á su
lado, y que me retiraria á un pueblo á seis millas de allí,
en donde Marlowe se encargó de traer un ministro amigo
suyo particular, para casarnos. Nuestro plan se ejecutó
del mismo medo que se habia trazado, y yo llegué á ser
la esposa de Marlowe. Vosotros vais á suponerme desde
entouces llegada al colmo de la felicidad, y la tocaba en
efecto, cuando mi locura me precipitó. El secreto que de-
bia guardar me pesaba en estremo. Suspiraba por el mo-
mento en que podria salir brillante de la nube que tenia
ocultos mis talentos y mi belleza á los ojos de un mundo,
del que estaba segura que me prestaria homenaje. Las
personas en cuya casa estaba alojada tenian algunas obli-
gaciones á Marlowe, y por interes tanto como por recono-
cimiento, tenian sepultada en el mas profundo secreto mi
residencia en su casa. Ellos creian, ó hacian semblante
de creer, que era una huéríama encargada á los cuidados
de Marlowe, sin saberlo su tio. Tres ó cuatro veces á la
semana, venia á verme Marlowe á escondidas. Un mes
se habia pasado de esta manera, cuaudo un dia estando
en la veutana de la sala vi á Mistriss Wilson que atrave-
saba el lugar. Yo me retiré con precipitacion, pero no
con tanta prontitud que pudiese escaparme de ser obser-
vada. lla al momento golpeó á la puerta con todo el co-
nato de su curiosidad. Yo sufrí bastante bien sus prime-
ras preguutas; pero cuando me reconvino con aspereza por
haber dejado la escelente colocacion que me habia procu-
rado, por hizber sido falsa diciendo que iba á colocarme á
otra parte, en fin, por haber perjudicado á Marlowe por
mi indiscrecion, no pude contenerme, y acordánc o ne de la
Ñ —37 —
dureza a que me habia obligado á tomar el humilde
estado de crirda, resolví mortificarla completamente, y me
dí ul tono soberbio que sabia tomar. Yo me balanceaba
en mi silla manifestando una perfecta indiferencia á todo
lo que me decia: en fin, le dije con un aire de autoridad,
que no me fatigase mas con sus haibladurías. Ella se in-
disnó, y encolerizada, me dijo claramente que mi conduc-
ta con Marlowe era indigna de la aficion que me tenia: le
contesté olvidando toda prudencia: de manera que segun
vuestra cuenta, él no deberia ver mas á su muger.—¡Su
muger! replicó en tono de desprecio y de incredulidad.
Para convencerla y acabarla de irritar, le enseñé la carta
de casamiento.—Así la vanidad y el resentimiento me lle-
varon á poner mi suerte en las manos de una muger que
no conocia sentimiento alguno generoso, y cuyo corazon
estaba devorado por la envidia. La súplica que la hice,
á su marcha, de tener en secreto lo que acababa de decir-
le, no hizo mas que determinarla á revelarlo al instante.
Al dia siguiente de su visita, ví entrar en mi aposento á
Marlowe pálido, agitado, y respirando con dificultad, se
arrojó en una silla de brazos. Mi conciencia culpable
atormentaba mi corazon, y estaba temblando cuando me
acercaba á él. El me rechazó dulcemente cuando quise
tomarle la mano. Muger cruel é inconsiderada, me dijo,
¡en qué abismo os ha precipitado vuestra vanidad é indis-
crecion! Vos habeis acarreado la ruina sobre vuestra ca-
beza y sobre la mia. La vergiienza, el remordimiento
ataron mi lengua; y aun cuando hubiese podido hablar, no
habria emprendido escusarme. Me puse á un rincon del
cuarto, y derramaba un torrente de lágrimas. Marlowe,
siempre bueno, siempre tierno para mí, no pudo sostener
su resentimiento. Se abalanzó, pues, dejando la silla, á
mis brazos; oh Fanny, me dijo, vos me habeis arminado,
y me sois tan querida como siempre. Sn ternura me con-
movió, mucho mas fuertemente que lo habrian hecho to-
das sus reconvenciones, y mis lágrimas y suspiros atesti-
guaron la sinceridad de mi arrepentimiento.
Todas sus esperanzas por parte de su tio estaban t:a1-
38 ba e
tornadas. Con la nueva de nuestro casamiento, que Mis-
triss Wilson le habia dado despues que hubo salido de mi
casa viejo habia hecho rasgar su testamento, y habia
hec ro á favor de otro pariente lejano. Al saber este
detall estuve fuera de mí; me arrojé á los piés de mi ma-
rido, imploré su perdon, manifestándole que yo no me
perdonaria jamas á mí misma. El se calmó para no acre-
centar la agitacion y la desesperacion en que me veia.
Me dijo tambien que perdiendo el socorro de su tio, aun
le quedaba recurso en algunos amigos. Partimos para
Lóndres, y no se engañó su esperanza. Poco tiempo des-
pues de nuestra llegada, obtuvo una colocacion en la ofi-
cina de la administracion con un buen sueldo. Mi mari-
do estaba siempre dispuesto á satisfacer todas mis fanta-
sias, á menudo estravagantes. Estaba siempre en el aire,
no buscando sino divertirme y hacerme admirar. Pasaba
por hermosa, y escuchaba con alegría las palabras frívo-
las y lisonjas que me dirijian. Yo hice conocimiento con
una viuda jóven, que bajo la apariencia de virtud oculta-
ba un corazon depravado, y que sirviendo á los vicios de
otros, procuraba los medios de satisfacer los suyos; pero
ponia tanto cuidado en su conducta, que su reputacion
quedaba intacta, y su casa era el obsequio de las gentes
de mejor calidad. Mi marido, que gustaba de sus moda-
les, animaba nuestra intimidad. En npestras diversiones
Vegué á ser el objeto de la admiracion del hijo de un par,
que era el principal entre los jóvenes del buen tono. El
me deelaró que era una de las mujeres mas agradables
que jamas hubiese visto; y despues de esta declaracion,
yo no falté á imaginarme que era el hombre mas hermo-
so de los tres reinos. Como el lord T. era mi adorador
apasionado, yo ciertamente debia é iba á amarle loca-
«amente; pero mis trasportes fueron un poco amortigua-
dos por las exhortaciones severas de mi marido, que me
decia que el lord T. era un famoso, ó mas bien, un infa-
me libertino, y que si yo no alejaba este hombre de mí,
se veria obligado á renunciar de la sociedad de la jóven
viuda. Yo encontraba sus resoluciones muy crueles; pe-
ME 1 VE
ro ellas eran firmes, y yo prometia conformarme; prome-
sa que no cumplia sino cuando él estaba presente. Esta-
ba entonces en cinta, y Marlowe desraba que yo criase al
que naciera: mi corazon lo queria así, y estaba resuelta á
obedecerle, cuando la viuda, que supo mi intencion, se
burló de ella, diciéndome que era una cosa ridícula re-
nunciar á todos los placeres de la vida por el amor de un
niño lloron; que por otra parte, seria mucho mejor criarlo
en uno de los pueblos del rededor. Yo resistí por mucho
tiempo á sus argumentos; pero ella me representó con
tanta e y fuerza los grandes sacrificios que estaria
obligada áshacer, y los placeres á los cuales seria preciso
renunciar, que consiguió arrastrarme á su opinion. Yo
pretendí que mi salud era demasiado delicada para sopor--
tar una tal fatiga, y Marlowe sacrificó al momento su vo-
luntad á la mia. Muchas veces me he admirado de la
facilidad con que cedia á mis menores deseos. Mi peque-
ña hija fué enviada lejos de mí luego que nació; pero,
cuando yo estuve en estado de engolfarme en el mundo,
- fuve un esto mortal al saber que mi noble adorador
debia pasar al continente á arreglar algunos de sus nego-
cios. Yo continué aún entregándome al placer y á la di-
sipacion por mas de tres años, durante los cuales tuve un
hijo, y mi hija volvió de la nodriza. Muchas veces des-
pues me he admirado de la indiferencia y frialdad con
que miraba á Marlowe y á nuestros amables niños, que
él amaba con todo el entusiasmo de la ternura paternal.
¡Ah! la vanidad, que ocupaba entonces mi corazon entero,
sofocaba los sertimientos de la naturaleza, pues ella es
la madre del egoismo y de la insensibilidad, y nos degra-
da hasta lo mas vil de la humanidad.
El lord T. estaba entonces de vuelta del continente. El
me juró que mi imágen habia estado siempre presente á
su memoria, y que yo era tan hermosa como siempre; y
yo le encontré el mas amable y mas agraciado de los
hombres. Mi marido me hizo sobre esto nuevas repre-
sentaciones, que algunas veces me hacian fuerza, pero
que las mas desechaba como inútiles. Mis intenciones
— $
eran en efecto inocentes, y creia poder satisfacer mi a
dad y mi gusto por el placer, sin peligro de mi reputacion
y de mi dicha. Hácia este tiempo, un amigo de Marlowe,
ivia á algunas millas de Lóndres, y que estaba malo
ligro, le suplicó fuese á verle. Mi hija tenia una
lentura que inquietaba á su padre, y me detenia en ca-
sa, lo confieso, á mi pesar. Marlowe, antes de tir,
apretándome en sus brazos, me dijo: ¡Mi querida Fanny,
mi corazon al dejaros se llena de tristes presentimientos!
¡Oh, mi querida amiga! en vos y en nuestros queridos hi-
jos tengo puesta toda mi felicidad. Tened cuidado de es-
tas amables criaturas, y sobre todo (arrajincana una tier-
na mirada), tened cuidado de vos misma, á fin de que á
mi vuelta os pueda estrechar en mis brazos con mi ale-
gría acostumbrada. El me hizo este razonamiento con
un tono tan solemne y tan tierno, que mi corazon se pe-
netró, y mis lágrimas corrian con las suyas. Yo habia
asistido á mi hija con cuidado durante dos dias, cuando
la viuda vino á verme. Esta me aseguró que yo caería
enferma si estaba así encerrada; que mis mejillas estaban
ya casi pálidas. Ella me habló de un baile de máscara
que me seria agradable, y para el cual el lord T. le ha-
bia dado billetes para las dos; pero que no iría si yo no
iba con ella. De algun tiempo á esta parte, yo deseaba
ver un baile de máscara: sin embargo, resisti á sus solici-
taciones, pero demasiado débilmente para que dejase de
redoblar sus instancias. Cedí al fin, y dejando la niña
enferma al cuidado de una criada, salí con la viuda, á fin
de comprar un vestido de baile. Lord 'P. comió con nos-
otras, y estuvimos todos en una alegría la mas deliciosa.
Cerca de media noche montamos en un coche con él, pa-
ra trasladarnos á Haymarket. Yo estaba fuera de mí por
sus galanterías, y por el espectáculo brillante que tenia á
mis ojos. Nos retiramos á las cinco, y la viuda tomó una
silla de manos. Yo deberia haber seguido su ejemplo;
pero Milord quiso absolutamente hacerme subir á su co-
che, y en el camino empezó á tenerme una conversacion
que me irritó y me dió algunos temores. Yo le manifes-
2
o
té mi descontento en términos que reprimí su osadía, y le
convencieron de que esperimentaria mas dificultad de la
que habia creido para dar cumplimiento á sus deseos. El
me hizo su apología con un tono tan humilde, que me
apacigiié. Llegamos á la casa de la viuda con la misma
armonía que habiamos salido. El paso para las gradas
estaba mojado, y el lord T. quiso darme la mano hasta la
casa. Yo observé á la puerta un hombre embozado con
su redingote, y la cara tapada con su sombrero bajo; pe-
ro como nadie lo notó, yo tampoco hice grande atencion,
Nos pusimos á cenar cun mucha alegría, y á conversar so-
bre los placeres de nuestra velada. Lord T. nos propuso
hacer un paseo al dia siguiente en su casa de campo de
Richemont, cuando hubiéramos descansado algunas horas.
Aceptamos su proposicion, y nos retiramos la viuda y yo
para tomar algun descanso. Cerca de medio dia me le-
vanté, y estaba vistiéndome, cuando Milord y la viuda
“entraron al mismo tiempo trayéndome una carta.—¡Buen
Dios! dije á la viuda: gtórida Halcot, ¿qué será dé mí,
si Marlowe está de vuelta?—¡0h! leed, querida, dijo con
impaciencia: nosotros verémos en seguida cómo encontrar
Una escusa.—He guardado preciosamente esta carta, con-
tinuó Mistriss Marlowe, y la he llevado siempre en mi se-
no y sobre mi corazon, para preservarme de alguna nue-
locura. Vedla:
“Mis tristes presentimientos no eran sino muy funda-
dos. Estamos separados para no volvernos á ver jamas.
¡Oh Fanny, á quien he amado tanto, cómo os habeis per-
dido á vos misma, y cómo me habeis perdido para siem-
pre! He sacrificado por vos la fortuna y todas sus venta-
jas, y este sacrificio nada me ha costado, persuadido como
estaba de que encontraria la felicidad en una vida pasada
á vuestro lado. Vuestra belleza me habia encantado; pe-
ro sobre todo vuestra sencillez fué la que cautivó mi co-
razon. Yo habia creido haber arrimado á mi seno la ni-
ña querida de la inocencia y la sinceridad. Mi deber y
tierna inclinacion hácia vos me habian determinado á da-
ros un asilo contra la adversidad. Vos habeis podido ver
bd
y +
-42— E
las agonías é inquietudes que he esperimentado en vues-
tras mas ligeras indisposiciones. Yo entonces temia el
que habria sido para mi un suceso casi feliz en compara-
cion de la desgracia que me oprime ahora; pues os lo con-
fieso, Fanny, yo habria cien veces mas querido My en
los brazos de la muerte, que en los de la infamia.
“Estaba yo de vuelta de casa de mi amigo, postrado
por el espectáculo doloroso que encontré en ella, y por la
escena de muerte de que habia sido testigo, pero sosteni-
do por la esperanza del consuelo que encontraria al lado
de mi Fanny. ¡Buen Dios, qué sentimiento tan horrible
se apoderó de mí, cuando encontré á mi pobre hija, casi
moribunda, abandonada de su madre y de la mercenaria
á cuyos cuidados ella la habia confiado! Me informé, y
crueles verdades vinieron á asaltar mi alma. Sin embar-
go, despues de los primeros momentos de mi indignacion,
fuí de parecer que faltaban unas pUenas mas claras que
el dia para determinarme á separarme de vos. ¡Ah, de-
masiado fácilmente las adquiri! Yo os he seguido en
vuestro insensato camino, hasta el momento en que os he
visto casi en los brazos del lord T., en la casa de la infa-
me intrigante que le maneja sus placeres. Us admirareis
acaso de que no os haya arrancado de sus brazos. Sin
duda no habria vacilado un momento, si este medio hu-
biera podido volveros á mi poder con toda vuestra ino-
cencia; pero no era ya tiempo. Me volví á mis pobres
hijos, huérfanos ya de madre, y he llorado sobre ellos con
todas las agonías de un corazon tierno cruelmente ven-
dido.
“Antes de que os dé el último y eterno adios, quiero, si
es posible, convenceros de que jamas puede uno hacer ca-
llar la voz de la concie:cia; de que un amor criminal va
seguido siempre de remordimientos y engañado en sus lo-
ras esperanzas; de que cuando el hábito ó la edad han
debilitado los encantos que han sido su orígen, muere en-
teramente en el seno del que no se aficiona sino de las
bellezas esteriores y pasageras. Cuando este momento
de abandono llegue á vos, puede ser que os acordeis de
04
» —AB3—
Marlowe. Sí, Fanny, estoy seguro que cuando los cuida
dos amargos habrán marchitado las rosas de vuestro co-
dor; cuando vuestro espíritu esté rendido á la desespera-
cion, pensareis en aquel cuya ternura hácia vos habria so-
brevivido al tiempo y al infortunio, y os habria sostenido
en el camino penoso de la vida. :
“Detenerse en la senda del vicio, es un esfuerzo LA y
casi vecino de la virtud. Podeis vos ser capaz. de ello, y
de dar á los espiritus celestiales la alegría que se nos dice
que tienen del arrepentimiento del pecador. A fin de que
la necesidad no os haga demasiado dificil este esfuerzo, os
dejo todo cuanto puedo quitar de los bienes de mis hijos.
¡Ob demasiado querida culpable! acordaos de los preceptos
en los cuales se os ha criado en la juventud, las lecciones
de aquellos á quienes el sueño del sepulcro impide las lá-
grimas amargas y tardías que derramarian como yo sobre -
vos. En la soledad á que me retiro, dirigiré al cielo mis
plegarias por vos; y cuando mis hijos levantarán sus ino-
centes manos á Dios, les enseñaré á implorar su misericor-
dia por los mortales culpables, sin hacerles saber vuestros
estravíos. ¡A4h, que no tengan jamas que avergonzarse
de las faltas de una madre! ¡Puedala sinceridad de vues-
tro arrepentimiento volveros la paz del alma, y dejáros en-
contrar alguna dulzura en la vida, bienes que á mi enten-
der habeis perdido, á fin de que podais aún sostener con
ánimo el peso de la existencia! Yo os tendré siempre pre-
sente en mi memoria como una persona que fué en otro
tiempo la gus habia en el mundo mas querida de JE
$
“MARLOWE.”
-Al acabar de leer esta carta, caí sin conocimiento. Mis-
tris Halcoty el Lord T. aprovecharon este momento para
satisfacer su curiosidad, y la leyeron. Al volver en mi
acuerdo, me hallé entre los dos.—Vos veis, mi querido án-
gel, me dijo el Lord, que vuestro cruel marido: s abandona;
pero no os desconsoleis: encontrareis en mis brazos un
asilo mas agradable que el que os podia dar él.—Milord
. «b de
.- 777
tiene razon, dijo Mistris Halcot, y vos teneis motivos de
alegraros del abandono en que os deja Marlowe. > de
No os repetiré lo que les dije en mi desesperacion. Yo
les eché en cara el ser ambos los autores de mi ver_úenza
y de mi miseria; y mientras desechaba con indignacion al
lord T. que estaba á mis rodillas, dije á Mistress Halcot
que ella no tenia ni sentimientos ni delicadeza; pero las
reconvenciones mas duras y mas justas que les dirigia, no
aliviaban mi corazon del peso que lo oprimia. Mi con-
ciencia me decia demasiado que yo era el autor de mi pro-
pia miseria: estaba como una persona que sale de un sue-
fio espantoso y pesado, que no ha recobrado el uso de to-
dos sus sentidos; y á medida que mis ideas de honor y de
virtud venian á mi imaginacion, Jloraba con la mayor
amargura los estravíos que me habian alejado de ellos.
En este estado, mi sola idea y mi solo deseo era reconci-
liarme con mi marido, y esta era la sola felicidad á que
aspiraba en adelante. Me levanté, pues, con precipita-
cion; pero antes de llegar á la puerta, las lágrimas me so-
focaron, cuando me vino al pensamiento que él sin duda
estaba muy lejos de mí. Mis infames compañeros procu-
raron apaciguar mi dolor, y me hicieron ciertas proposi-
ciones, por las cuales conocí que en efecto me miraban
como una muger tan corrompida como el pobre de Marlo-
we suponia. Yo les escuchaba con el silencio del despre-
cio, y permanecí algun tiempo incapaz de levantarme y
tomar algun partido, hasta que un criado vino á avisarme
que me llamaban abajo. La idea de que este podia ser
ami marido mismo se me presentó, y volé allá; pero no
encontré mas que uno de sus íntimos amigos. AÁ su as-
pecto mi dolor fué estremo. Le pregunté si sabia dón-
de estaba Marlowe, y me aseguró que lo ignoraba entera-
mente: me informó que habiz recibido de él en la maña-
na una carta, en que le hacia saber nuestra separacion y
los motivos que tenia para adoptar este partido. La car-
ta contenia la donacion de unos cortos bienes que hgspto
de su padre, y un billete de banco de cien libras
nas. Tambien me dijo el amigo de mi marido,
— He
en su casa todos mis vestidos, pues Marlowe habia des-
arrendado la casa que ocupábamos. Yo no tuve mucha
dificultad en convencer á este hombre honrado de mi ino-
cencia; y poniéndome bajo de su proteccion, obtuve de él
que me condujera á un barrio retirado, donde alquilé una
pequeña habitacion. El me prometió emplear todos sus
esfuerzos para descubrir la residencia de mi marido; pero
fueron inútiles. Haciéndome el tiempo perder la espe-
ranza de volverlo á hallar, sin disminuir el deseo ardien-
te que tenia de ello, mi salud se perdia rápidamente, y
me aconsejaron mudar de aires, y así fui á Bristol Tuve
allí la dicha de encontrarme en una misma casa con una
señora anciana irlandesa, cuyos modales dulces y benéfi-
cos ganaron mi confianza, y me sugirieron la idea de con-
tarle mi triste historia, con la esperanza de escitar su
compasion. Ella habia tenido tambien grandes disgustos;
pero como sus desgracias eran de aquellas que traen de
si las vicisitudes de la fortuna y de la vida, y no conse-
cuencias de sus imprudencias y laltas, las sufria con áni-
mo, y sin las agonias que me causaban las mias. Acer-
cándose su marcha, preveia nuestra separacion con la ma-
yor pena. Ella disipó este pensamiento, proponiéndome
irá vivir con ella. Ya habian pasado ocho años despues
que habia perdido á mi marido, y no tenia esperanza al-
guna razonable de encontrarlo, que pudiese hacerme des-
_preciar las ventajas que se me ofrecian. Antes de mar-
char escribí á muchos de sus amigos, para instruirles del
partido que tomaba, y del lugar á donde me podrian diri-
jir las noticias de Marlowe gne pudiesen tener. He pa-
sado cinco años al lado de esta respetable amiga, y he te-
nido el placer de pensar que he consolado sus últimos
dias. Esta casa y terreno contiguo, y cuatrocientas libras
esterlinas, eran toda su riqueza que ella me legó, no te-
niendo pariente alguno que tuviese derecho.
Los acaccimientos que acabo de contaros son una con-
firmacion de algunos principios de moral, que importa no
erder jamas de vista: el uno, que sin un respeto religio-
) Por. la consecuencia moral de todas nuestras acciones,
AT
nosotros no podemos tener la vida feliz; el otro, que es de
nuestra conducta en la primera edad, la que prepara á
la. ¿van 000 la dicha y el consuelo, ó la miseria y los re-
mordimientos. Si yo hubiese escuchado estas lecciones
que dictan la sabiduria y la esperiencia, habria evitado
las faltas que mi imprudencia me ha hecho cometer, y no
habria sacrificado mi dicha á la vanidad. En lugar de
quedar un ser aislado en el mundo, habria visto cercar mi
hogar al esposo á quien habia dado mi corazon, y mis hi-
jos, y puede ser los hijos de mis hijos, jugando al rededor
de mí. Pero las privaciones y los dolores son una tasa
que debemos á la locura. Yanamente se alega por escu-
sa la debilidad humana, la fuera del ejemplo, las seduc-
ciones del mundo; tentaciones, dirán, demasiado podero-
sas para la virtud que quiere y no puede resistirlas: insu-
—ficiente defensa. No hay tentacion alguna á la que nos-
otros no podamos escapar ó resistir: es, pues, siempre fal-
ta nuestra, si nasotros no encontramos ó tomamos los me-
dios. Es falta nuestra, si nosotros no evitamos los lazos
que el vicio y la locura tienden á nuestros pasos. Las pe-
nas del corazon y las esperanzas engañadas son los gages
de la humanidad; y cuando no son efecto de nuestras im-
prudencias, es menester considerarlas como pruebas salu-
dables, á las cuales nos espone el cielo para corregirnos
y hacernos mejores, sufriéndolas con paciencia y sereni-
dad.” Un profundo suspiro se escapó á Oscar, así como
acabó de hablar Mistriss Marlowe, y algunas lágrimas mo- -
jaron las mejillas de Adela.—Yo os he contado, añadió,
como una vieja que soy, una larga y enfadosa dos | pe-
ro cuento con la indulgencia de la amistad.
—U—
por CAPITULO Ml
Habiendo llegado la noche, Adela se levantá para par-
tir, luego que su amiga hubo acabado su narracion. Mis-
triss Marlowe se guardó bien de detenerla, aunque las mi-
radas de Oscar parecian suplicarle que emplease su amis-
tad. Eltiempo estaba sombrío y lluvioso, lo que impidió
á Mistriss Marlowe que acompañase á Adela á su coche.
Oscar tomó el paravuas de la mano del criado, y le envió
para hacer acercar el coche, y tener la puerta abierta. Os-
car, dijo Mistriss Marlowe no queriendo dejarle á solas
con Adela aun este corto instante, Madama Belgrave os
dispensa todo obsequio, vos no estais bastante bueno para
esponeros al mal tiempo que have. Adela esforzó sus re-
presentaciones con las de Mistriss Marlowe, pero con una
voz débil, y en sonidos apenas articulados. Oscar le ofre-
ció su brazo, sobre el cual se apoyó. El observó que ella
temblaba, y otro tanto hacia él. Puede ser que jamas
Adela ni él mismo habian esperimentado una pena tan
cruel. Pareciéndole á Adela que debia hablarle, para
que su silencio no se atribuyese á efecto de demasiada
turbacion, le dijo: yo temo que vuestra salud no permite
los cuidados que me tributais. Oscar estuvo tentado de
- responderle, que su salud habia ya recibido un menoscabo
mas funesto, pero él se detuvo, y se contentó con decirle,
que seria muy mal soldado si no podia sufrir un poco de
viento. A la luz de las linternas del coche, divisó que las
mepgillas de Adela estaban mojadas de lágrimas. Turbada
por el temor de dejar ver su conmocion, se apresuró á su-
bir al coche, pero antes de dejar el brazo de Oscar, des-
cansó en él su mano un momento, como si esta accion hu-
biese sido el adios que su boca no osaba pronunciar. El
coche partió, y Oscar permaneció inmóbil en el lugar en
que lo habia dejado, y en una inesplicable agonía, hasta
o
-.
157
a
que fué sacado de esta situacion por la voz de Mistriss
Marlowe, que alarmada por su ausencia, venia ella misma
á buscarle. Calrmmado pour sus tiernos cuidados, vo.vió á
casa; pero su indignacion contra el pérfido Belgrave le agi-
tó de nuevo. Le maldijo con mil imprecaciones, no solo
coma autor de su desgracia, sino como el de la de un ser
que queria mas que á sí mismo, esto es, la amable Adela.
Mistriss Marlowe lo probó todo para endulzarle y con-
solarle, y llegó al fin á disminuir la violencia de sus senti-
mientos. Ella convino con él en la grande pérdida que
habia sufrido; pero le representó que siendo esta pérdida
irreparable, la razon y la virtud le imponian la ley de
co. batir su dolor, de ocultarlo, y de evitar en adelante
ver á Adela. El reconoció la verdad de estas observacio-.
nes, y prometió solemnemente conformarse con ellas. La
amistad de esta escelente muger fué un bálsamo derrama-
do en las llagas de Oscar, y su sociedad el unico placer
que era capaz de distraerlo. El iba á su casa todas las
veces que podia ausentarse de su cuartel, y á menudo pa-
saba allí tres ó cuatro dias seguidos. Cesaudo de frecuen-
tar las casas vecinas á Wood-Lawn, evitó todas las ocasio-
nes de ver á Adela. Sin embargo, en las mas crudas no-
ches de invierno dejaba á menudo el buen fuego de Mis-
triss Marlowe para ir á recorrer las orillas del lago: y allí
los asilos solitarios donde habia pasado horas tan dulces
con Adela. Allí se abandonaba a todo el esceso de su do-
lor, y gustaba en la sensacion de úna melancolía virtuosa,
un placer que no habria cambiado por todas las delicias
de la vida. :
Tambien iba muchas veces hasta aquella parte del bos-
que desde donde se veia el aposento de Adela; y si por un
dichoso «¿caso la veia, aun estando tan lejos esperimenta-
ba un placer delicioso. 1l dirijia al cielo los mas ardien-
tes votos por la felicidad de este caro objeto de su ternu-
ra, y volvia á Mistriss Marlowe con el cora.on aliviado.
Esta tierna amiga se lisonjeaba de que la juventud de Os-
car y su alegre natural, debilitarian poco a poco una pa-
sion queno se alimentaba con la esperanza: pero este jó-
-
o
z
ver se consu ia, E en lugar de la lccuá
mas so a desespe: racion. El odo o
de adquirir de ls disposiciones en que e e
pecto á él el geueral y Adela, hacian sus: esares inso-
as ¿Al pensar que la generosidad de padre, y la
ternura de la hija le-habian preparado la «mayor dicha á
que podia aspirar, perdia el ánimo. De ES sin ce-
sar en el pensamieuto de los bienes quel ia “podido: dis-
frutar, y perdiendo el gu-to de todos lo “que le quedaban,
lejos. de disminúir su dolor con el tiempo, no hacia mas
que aumentarse. Lo que le costaba s que todo, era re=
sistir al sentimiento de horror y de indignacion que espe-
- rimentaba cuando encontraba á Belgrave. Sin embargo,
lo couseguía, acordámdose, no solamente. le la promesa
que. habia hecho á Mieteios Marlowe, sin A lo que era mu-
cho mas para él, la tranquilidad y honor: le Adela. ) se
portaba con él en términos de la mas A sin dar-
le lá menor señal de estimacion ó respeto. €
“La deseraciada Adela, porsu parte, estaba devorada por
el diseusto que ocúltaba: su entrevista con Oscar la habia
acabado de hacer perder toda su tranquilidad”. La figura
pálida y. flaca de es e jóven perseguia. su «imaginacion, y
en vano buscaba en la carta. dirigida á Belerave razones
para apartarle de su memoria. Su compasión por él, era,
mas fuerte. que su resentimiento, y se decia á sí: misma,
que despues de todo. ella hubiera encontrado mas dulzu-
Ta en la amistad simple de Oscar que en el amor de cual-
quiera otros Creia ella que resolviéndose á la indiferen-
cia, despues de la indienacion que le habia inspirado esta
carta fatal, se habia condenado ella misma á una vida
desgraciada. Belarave era un hombre sobre quien su
eleccion ¡ jamas era ¡fruto de la reflecsion, y de los senti-.,
mientos habituales. Ya no tenia en su madó: de portarse
¿on ella sta dulzura de que se habia valido, mientras le*
fué necesaria pata llegar al fin que se proponia. -Insen-
sible y corrompido como era, das virtudes de Adela no le
inspiraban estimacion alguna de ella, y el amor-que habia
sentido, si se puede llamar con este nombre el deseo de
Mi TOM. TL. 4
y
“y
A
aa = 50— R
e
gozar, sehabia casi del todo estinguido despues dele sa-
miento. Oo: general se habia retenido en su poder
y dominio la mayor ¡parte de sus: bienes, el coronel se
con Adela; *pero esclavo de sus
misma habia fox] E
llevarlas sin muúrmurar. El pobre general, que no pene-
traba, y la veia,tranquila en apariencia, creia que su que-
rida Adela era perfectamente feliz; ¿ero no era esta la
opinion de aquellos que la visitaban en Wood-Lawn.
Las rosas de la salud no coloraban ya. las mejillas de- =
Adela, ni sus ojos brillaban con el mismo lustre.
4 coronel no iba ya á Enniskiling sino por asuntos de
“su regimiento; pero hacia frecuentes correrías á la capital
y á otras partes del reino para buscax el placer. Adela
estaba un poco aliviada en.su ausencia; y el general, con-
tento con que no le quitasen la. hija, no se quejaba. Se
acercaba el,stiempo de pasar el regimiento á otro cuartel.
Adela no habia visto 4 Oscar despues de su encuentro en
casa de Mistris Marlowe. Habia evitado asistir á las revis-
tas que preceden á los cambios de guarnicion, y deseaba
sinceramente que ningun acaso le proporcionase el ver
á Oscar. Este no pudo sufrir la idea de alejarse sin ha-
berla visto. Sabia él que ella no marchaba con el coros
nel. Los oficiales debian ir á hacer una visita de despe-
dida á Wood-Lawn, y no pudo resistir á los deseos de ser
uno de ellos. Fueron, pues, recibidos por el general y -
Adela en el salon. Adela se sobresaltó á la vista de Os-
car, pero pronto se calmó y entró en conversacion. El
general estrechó á los oficiales á que*se quedasen á comer,
pero ellos se escusaron con la multitud de visitas que te-
nian que hacer. Mi querido, 1 itzalan, e el eneral, cu-
ya cólera ya hacia mucho tiempo que le:habia pasado, os
deseo toda. suerte de felicidad y de suceso, y espero veros
pronto á la cabeza de una compañía. Acordaos que yo
»)
Es
e
”
a . 20%
— 1 — po
os lo he profetizado. Yo soy soldado viejo, y sentiria ir
á subir la última trinchera sin hallarine asegurado de la
felicidad de mis amigos. Vuestro padre era un honmibre
muy valiente, y o adelantos es el precio debido á:
sus servicios. Oscar apretó las manos del general, puso
sus ojos llenos de lágrimas sobre Adela, y esta bajó los
suyos y suspiró. Estad seguro, señor, dijo. Oscar, que el
Teconocimiento que me han inspirado vuestras bondades,
es el mas vivo que puedo sentir, y que no hay votos mas
ardientes que los que yo formo por la felicidad de los ha-
bitantes de Wocd-Lawn.—-V otos bienineficaces, murmuró
Adela, á lo menos para mí, de quien la dicha se ha aleja»
do para siempre.
Los deseos del general con respecto á Oscar podrian tes
nerse y reputarse como un cumplimiento de estilo, s
fuesen atompañados de-los mas reales ofrecimientos;
ro este buen señor, bienhechor y caprichoso, despues del
casamiento de su hija, habia dicho al coronel que su in-
tencion era dar mil libras esterlinas á Oscar para ayudar
á sus adelantos. No pudiendo sufrir Belerave que el hom-
bre á quien habia pedos an tan cruelmente llegase al-
gun dia á-ser suigual, de á Honey-Wod de este ge-
neroso proyecto, diciéndole que Oscar estaba protegido
por Lord Cherbury, y que las bondades del general po-
drian ser mejor empleadas en algun oficial de mérito que.
estuviese sin apoyo. El general desistió, declarando que
¿Ijamas habia encontrado un ojicial valiente en necesi-
dad sin venir á su socorro.
Oscar obtuvo de Mistriss Marlowe el permiso de escri-
birle, para saber, decia balbuciente, Po de la
salud de los habitantes de Wood-Lawn.
Establecido en Dublin, donde hemos visto que su padre
y hermana e habian “encontrado, la situacion de su alma
era la migm Se consumia de pesar, y su salud cada dia,
se bae y El no podia darse el consuelo de confiarles
sus penas, pues se hacia una violencia para no dejarlas co-
nocer, Asijuntaba en su corazon todos los dolores, el,
modo que un avaro acumula sus tesoros, temiendo y evi-
tando las observaciones de la sospecha. ¡Ah! si cuando
apretaba á á su amable hermana contra su seno, hubiese
podido imaginar que habia sido para Belgrave el objeto
de una pasion insultante, no habria podido contener su
resentimiento en los límites que se habia preserito, y ha-
bria perseguido al monstruo hasta el E del mundo
para castigar este doble atentado.
Entretanto, dejaremos á Oscar, para seguir á4 Fitzalan ,
y Amanda.
CAPITULO IV,
e
ee
“a castillo de Carberry, donde llegaron nuestros viajan-
tes, era una grande masa gótica, construida en los tiem-
pos groseros en que se buscaba en los edificios la fuerza
y la solidez, y no la elegancia y búen gusto. Desde Jue-
go se reconocian en él los estragos de la guerra y del tiem-
po, por unas paredes arruinadas y unas torres cubiertas
en su cima de moho y plantas $ agar adas. Estaba situa-
do sobre ma altura formada por algunas roeas que se ade-
lantaban hácia el mar, teniendo una vista agradable por
el lado de Eseocia. Se podian observar restos de las anti-
guas fortificaciones, un foso, reliquias de un puente leva-
dizo, y un pozo seco de mucho tiempo hecho en la roca:
Nolej os del castillo se elevaba una alta montaña cubier-
ta de árboles hasta la cima, sobre la cual se veian los res-
tos del templo de los Druidas. Del otro lado se estendia
una grande y bella praderia circuida de bosque, y fertili-
zada por un hermoso riachuelo que descendia de la monta=
ña, y serpenteaba murmullando sobre una cama de gni-
Jarros. ' y
Despues de un viaje agradable, sobre la tarde del guar-
to dia llegaron nuestros viajantes á Carberry. Un viejo
y una vieja, que eran los conserges de él, estaban avisa-
dos de su llegada. y al scercarse cl coche vinieron á abrir-
O
les y recibirlos. Era casi de noche, y los objetos apenas
se distinguian. Amanda fué sorprendida, y quedó admi-
* rada á la vista de este grande edificio, en el cual las cer-
canías de la noche aumentaban su oscuridad natural. La
so.edad, el silencio, y el ruido sordo de las olas, que ve-
nian á deshacerse al pié de la roca, ayudaban á la melan-
colía; pero esta melancolía tenia algo de agradable. A es-
to se juntaba un poco de aquel entusiasmo que las almas
noveleras y sensibles esperimentan á la vista:de los res-
tos venerables y monumentos de la grandeza é historia
de nuestros padres. Al entrar en una sala artesonada de
un antiguo enmaderamiento de roble, donde se veian pen-
dientes cotas de armas, picas, lanzas y todas las piezas
de la antigua armadura, ella llevó sus pensamientos has-
ta aquellos antiguos tiempos, donde puede ser en esta
misma sala los bardos cantaban las hazañas de los héroes,
cuyas armas veia allí conservadas. En la novela que for-
maba en su imaginacion, hubiera querido tener á su lado
algun antiguo bardo que le contase las proezas del tiem-
po antiguo, las grandes acciones de los reyes célebres de
nuestro país, y de los gefes que ya no existen. En algu-
nos nichos se veian tambien figuras de algunos gefes es-
“coceses, esculpidos en la madera groseramente de cuerpo
entero. Su semblante guerrero hizo miedo á Elena. ¡Buen
Dios! dijo ella, qué diantre hacen allí aquellas villanas £i-
guras, que no son buenas sino para espantar la gente, y
parece que quieren sacarla de casa! :
Entraron en seguida á una grande sala amueblada á lo
antiguo, donde encontraron una cena bastante buena.
Postrados de la fatiga, se retiraron cada uno á su euarto,
despues de haber comido un poco. Al dia siguiente, in-
“mediatamente despues del desayuno, Amanda, ayudada
de Elena y de la buena vieja, se ocupó en arreglar los
aposentos. El interior de los apartamientos era tan góti-
eo eomo lo de afuera: eran escaleras de caracol, galerías
que daban vuelta á.la casa, y viejos tapices representan-
do las batallas en que los señores castellanos de Carberry
se habian distinguido. Sus retratos y los de sus mugeres
E
llenaban una larga galería, cuyas ventanas en arco día-
gonal solo dejaban pasar una luz sombría que daba á las
«figuras un aire solemne. La galería remataba en un «pe-
queño aposento, formado por una de las torres que flan-
gueaban el castillo. Era octózono, y tenia la vista del
mar y de la campiña circunvecina. Sus muebles eran no
solamente modernos, sino de muy buen gusto, lo que es-
citó la averiguacion de Amanda. La muger vieja le dijo
que este aposento habia servido de gabinete y tocador á
la difunta condesa de Cherbury ántes y despues de casat-
se. Era, añadió, la mejor y mas amable señora que he
conocido. ¡Ah! el castillo quedó en un.instante desierto
despues de su muerte. Yo creí que mi corazon se que-
brantaria al saber esta triste nueva. Me acuerdo que la
¿ hoche anterior habia oido el Banishe, hiriendo el aire con
tamentables gritos. —¡Qué es eso, interrumpió Amanda,
qué es ese Banishe?
—¡Qué, Miss! dijo la vieja; ¿no sabeis que esta es una
muger pequeña, que no tiene mas que un pié y medio de
, alto, que lleva-un jubon azul y un pañuelo atado á la'ca-
beza, y cuando el principal de una familia, y sobre todo
si es numerosa, ha de morir, siempre la oye gritar y la-
mentarse alguno de los criados antiguos de la casa? —Dios
hos asista, dijo Elena. Yo espero que Milord no imagina-
rá morirse durante el tiempo que nosotros estemos aquí,
pues preferiria encontrar una bruja de Peñascos de Pet-
maenmowr.—Proseguid, dijo Amanda á la vieja.—Y bien,
señora, replicó ella, como yo os lo decia, oí gritar espan-
tosamente. Jonathan, dije á mi marido, estoy segura que
nosotros tendremos alguna mala noticia de Milord ó de
Milady, y esto es lo que no faltó á llegar: despues de este
tiempo no hemos visto aquí á nadie de la familia. —¡Ha-
beis visto alguna vez al jóven Lord? preguntó Amanda,
dejando escapar involuntariamente esta pregunta.—Sí,
dijo ella; lo he visto cuando aun no tenia mas que ocho
años: mirad su retrato encima de la chimenea; Milady lo
habia mandado hacer por un pintor inglés muy hábil, y lo
trajo aquí: se ha querido pintar su carácter tanto como su
dy
E
figura. Los ojos de Amanda se dirigieron con diligencia
sobre el retrato, y aun creyó discernir alguna semejanza.
El.pintor parecia haber querido espresar la tierna compa-
sion en la figura del niño, que estaba representando dar
asilo en su seno á una trémula paloma persesguida por un
cruel gavilan.— Oh Mortimer, se dijo Amanda á sí misma;
vuestro carácter benéfico y sensible está aquí copiado de
la verdad, pues vos encontrais vuestra dicha en socorrer
ia debilidad y el infortunio, y salvarlos de la opresion.
Su padre habia querido que eligiese el aposento mas agra -
dable: ella se decidió al instante por aquel, al cual juntó
el aposento contiguo, que habia sido tambien cuarto para
dormir Lady Cherbury: allí se llevó su equipage; sus li-
bros, sus obras y lapiz fueron colocados en mesitas y ar-
marios embutidos de colores. Contenta del arreglo que
habia hecho, condujo allí á su padre para hacérselo ver.
Fitzalan encontró un placer sumo al verla distraerse y
calmarse de este modo, y llamó al aposento la Torre de
Amanda. Subieron despues juntos á los terrados del cas-
tillo, y quedaron enteramente contentos de la hermosa *
vista que tenian. Se veia á algunas millas de distancia *
un grande edificio apoyado contra un bosque de antiguos
robles. Fitzalan hizo saber á su hija que aquel lugar era
Ulster-Lodge, perteneciente al marques de Rosline, par de
Escocia y de Irlanda, y que tenia grandes posesiones en
este último reino; que cada tres Ó cuatro años el marques
venia á pasar algun tiempo; pero que jamas habia venido
ni con la marquesa ni con Lady Bufrasia Sutherland, su
única hija. : 4
Fitzalan y Amanda prontamente trazaron el plan de su
vida en Carberry-Castle. Tomaron dos criados, un jóven
y una muchacha: á Jonathan y á su muger Kate no pudie-
ron tenerlos sino como jubilados. Elena se dedicó al ser-
vicio de Amanda. Fitzalan empezó á gustar alguna feli-
cidad en pensar que disfrutaba una especie de indepen-
cia, y que estaba en camino de hacer algunos ahorros pa-
ra asegurar la suerte de sus hijos Amanda, despues del
primer dolor de su separacion de Mortimer, volvió á tomar
De
a A
poco á poco alguna.serenidad. Las quimeras de la espe-
ranza se apoderaron de nuevo de su imaginacion: sentia
un secreto placer de vivir en una casa en que Mortimer
habia habitado: se lisonjeaba que en las relaciones que
mediaban entre ambos padres, ella encontraria ocasiones
de saber alganas noticias suyas: juzgaba por su constancia
de la de Mortimer, y creia que este no la oJvidaria jamas.
Reconocia muy bien que los motivos de Fitzalan para se-
pararla de Mortimer eran igualmente razonables y delica-
dos; pero estaba al mismo tiempo persuadida que si Lord.
Mortimer declaraba al Lord su padre su pasion, lo que no.
dudaba que haria, la ternura del padre para con.el hijo, la
amistad que tenia á Fitzalan, y el conocimiento que tenia
de la descendencia de su familia, le harian dar su aproba-
cion á una union que no tenia otro inconveniente que un
defecto de fortuna, que no podia detener á una alma ele-
vada como la de Lord Cherbury, cuando él y su hijo goza-
ban de unas rentas bastante considerables para tener aún
una gran superfluidad.
Amanda ocupaba agradablemente el tiempo ejerciendo
sus talentos. Su padre, cuya principal dicha era procurar-
le algun placer, le habia comprado una escelente harpa en
Dublin, y las hermosas piezas que ejecutaba, mincraban
las penas de uno y otro, borrando sus tristes memorias.
Amanda gustaba mucho de levantarse temprano, y dis-
frutaba de los primeros rayos del sol paseando en la pra-
dería aun húmeda de rocío, mientras los rebaños mugien-
do pacian la florida yerba, y las muchachas que los guar-
daban cantaban sus árias lánguidas y lastimeras.
Hacia tambien con su padre largos paseos por las cer-
canías. El habia de antemano tomado aleun conocimiento
del país, y le hacia notar todo lo que era digno de atencion;
los lugares donde los héroes de los primeros siglos habian
caido, ó donde se hatia elevado una grande piedra como
monumento de su fama, que manifestaban á los niños del
Norte el lugar donde sus padres habian combatido. y ha-
cian decir al fatigado cazador que se sentaba sobre su tum-
ba cubierta de moho: “Aquí descansan nuestros antepasa-
dos héroes, y su fama no morirá jamas.”
>
Muchas veces Ámanda se paseaba sola y errante entre
las rocas del borde del mar que forman grutas naturales.
Allí gustaba de leer al ruido de las olas. que venian á es-..,
trellarse contra la ribera. La vista de las montañas de Es-
cocia sobre la ribera opuesta, se llevaba á menudo su
atencion. y le hacia derramar lágrimas al acordarse en
ella de las desgracias de su madre.
Por la mañana, cuando ella trabajaba en su aposento,
Elena, á quien consideraba menos como criada que como
amiga, estaba á su lado, y allí llevaban á menudo la con-
versacion sobre la casa de campo de Edwin, de donde
Elena pasaba con la mayor sencillez á Tudor-Hall y á
Lord Mortimer, y en fin, al pobre Chip, y acababa escla-
mando: “¡Qué lástima que el amor verdadero tenga siem-
pre obstáculos!” y
CAPITULO Y.
Apenas habian pasado qui las, cuando la soledad de
Carberry-Castle fué interrumpida por las visitas y convites
de las familias de la vecindad. La primera, á la cual Fit-
zalan se prestó, fué la de Mr. Kilcorban. Este hombre dis-
frutaba de grandes bienes, los que, segun la opinion de mu-
chas gentes, podian compensar la grosería de sus moda'es
y su profunda ignorancia; escusa muy insuficiente á los
ojos de todos los hombres que piensan con alguna eleva-
cion. Sus mismos defectos eran tanto mas sensibles, cuan-
to pretendia sobresalir en todo, y que se creia autorizado:
por sus riquezas y su importancia á decir y hacer cuanto
le pasaba por la cabeza.. Su muger, como él mismo, era
un compuesto de ignorancia, vanidad y tontería. Ellos
tenian muchos hijos: los tres primeros, que empezaban á
presentarse en el mundo, los miraban sus padres (y se con-
templaban ellos mismos) como verdaderos modelos de ele-
gancia y períeccion. El mayor habia sido enviado á la
me
Ek
universidad: entregado á sí mismo, habia aprovechado po-
co en ella; pero bastante á su parecer para un hombre 1ly-
_ mado á una grande fortuna, que no tenia necesidad de sa-
ber e un profesor. “us modales eran gTOSCrOS,
toda su person: sin gracia, y su modo de presentarse era
estremadamente ridículo. El no cesaba de estudiar la mo-
da y su espejo; y tanto él como su familia, era lo único en
que se ocupaban. +
SeHiraba 4 á las señoritas no menos completas, ón
do á que habian tenido maestros de toda especie; pero á la
verdad. de todo lo que se les habia enseñado no habian re-
tenido sino las palabras. La naturaleza no habia sido pró-
diga en comunicarles sus dones; pero ellas se creian bien
satisfechas, y empleaban para adornarse, los lunares, el
polvo, el blanco,y encarnado, con toda la exageracion de
la moda. Ellas pasaban casi todas las mañanas en correr
con su madre de aquí allí en una carroza de seis caballos,
en hacer visitas y recojer noticias. Sus veladas las pasa-
ban constantemente en una sociedad numerosa, sin la cual
decian que era imposib ir. Afectaban algunas veces
la languidez y la sensi hablaban de amistad, y la
profesaban á un muy g número de personas. Sin
embargo, pretendian muchas miras de parte de las
muchachas de su sociedad, y se complacian en enseñarles
sus galas con ostentacion, mall el designio de morti-
ficarlas haciéndolas apesadumbrar de no poder o
unas iguales.
- Mr. Kilcorban habia pasado un otoño en Bath comica
su familia, y este viage le habia proporcionado materia
inagotable para la conversacion. Repetia sin cesar las
cosas raras que habia visto, la admiracion que le habian
causado, las agradables relaciones que habia formado, y
los sumas exhorbitantes que habia gastado: todo esto era
descrito y exagerado.
Lady Grey stock estaba entónces en casa de Kileamil,
á quien habia venido á hacer una visita: era una wiuda
vieja que habia conocido á Fitzalan siendo aún jóven, y
renovó su conocimiento con él. Las noticias que ella dió
se
$
YE
de la familia y relaciones del recienvenido, previno á fa-
yor de Fitzalan toda la sociedad Ella tenia talento y dis-
cernimiento, una dignidad que imponia respeto, pero un
tono satírico que el retiro le Er aaváa uo: .
Una calesa vieja que estaba retirada mucho tiempo ha-
cia en la cochera de Carberry—Castle, fué sacada para con-
ducir á Fitzalar y su hija á comer en casa de Kilcorban,
que vivia á unas dos millas de allí. Un numeroso concur-
-so se habia juntado cuando llegaron: mientras que AÁman-
da fué presentada á Mistriss Kilcorban y á Lady Greys-
tock. un favorable y universal murmullo se levantó entre
los jóvenes reunidos en grupo á > y distancia del resto
del concurso. El uno de ellos es Ó
$
mó: “Dios me conde-
ne, si esta no es una agradable muchacha.” Este fué ayu-
dado por otro que volvió á esclamar sobre la belleza de
sus colores.—Vos sois muy simple, replicó una señorita
jóven que pasaba por tener mucho ingenio: yo estoy segu-
ra de cncontrar en Dublin por medio duro tan bellos co-
lores como los que vos admirais tanto. Sus compañeras
rieron mucho del epigrama vinieron en que ella so-
la habia juzgado con acie . Drian Kilcorban, apo-
yándose sobre el re silla de la delsbello in-
genio, añadió que,efeia urgente proponer á la cámara un
proyecto, establetiendo una tasa sobre todos los colores de
esta especie, porque, decia, las mugeres tienen ya de la
naturaleza unos encantos tan poderosos é irresistibles, que
no es conciencia llamen aún en su socorro el arte. En se-
guida se dirigió á Amanda, que estaba sentada al lado
de Lady Greystock, diciéndola que despues que habia te-
nido la fortuna de verla en su casa, habian encontrado el
tiempo muy largo, y que bastaba haberla entrevisto, para
suspirar por el momento de volverla á ver. El anuncio de o
“hallarse dispuesta la comida.la libró de estos complimien-
tos tontos. La comida fué suntuosa, y Amanda se fasti-
diaba de muerte. Habiendo las señoras dejado la mesa, s
fueron al salon, y Miss Kilcorban y sus compa err
pezaron á examinar, y admirar la ropa y peinado
da.—¡Qué brillante corte de vestido! dijo una.—;¡
HAL,
*
E y A
moso gorro! esclamaba otra.—Ciértamente, querida mia,
los tenderos de moda en Inglaterra, tienen un gusto pro-
disioso.—Mi querida, dijo Miss Kilcorban á Amanda, lle-
vándosela á una ventana, yo tengo una súplica que hace-
ros.—Disponed de mí, dijo Amanda, en cuanto pueda se-
ros agradable, si la cosa está en mi poder.—¡0h! dijo ella,
lo que tengo que pediros os es muy fácil, y es que rehu-
sels prestar vuestro gorro, para hacer otro semejante á to-
das estas señoritas, que no faltarán á pedíroslo, y no lo
presteis sino á mí y á mi hermana. Vos no podeis formar
una idea del estremno. deseo que tenemos de ser las pri-
meras en sacar nuevas. modas. ¡Es uno mirado con tanta
atencion y envidia! detesto Edo lo que llega á ser co-
mun. No os podeis imaginar, qué fastidioso es para noso-
tras todos los veranos, Ras volvemos á Dublin; nos fa-
tigan con peticiones para dar patrones de nuestras modas:
pero nos hemos hecho una ley de rehusarlas. ¡Ah! quiero
contaros una pieza que jugué á una de mis amigas. Ha-
bia ella recibido en regalo, una pieza de muselina de In-
dias, que guardaba preciosam ente hasta mi vuelta de Du-
blin, suponiendo que la prestaria alguno de mis nuevos
vestidos para hacerse uno semejante, porque en efecto la
quiero mucho. Yo la presté uno, cuyaymoda ya habia pa-
sado asegurándola que no habia otra nueva: h2 aquí
que corta su hermosa pieza de muselina, sobre el modelo
que le habia proporcionado, de manera que no podia ya
hacer otra cosa. Nos encontramos en un baile, donde se
hallaba junto todo lo que habia de mas elegante en los al-
rededores. Yo no he visto jamas una persona mas descon-
certada y que hiciese una figura mas ridícula que mi que-
rida amiga, cuando se vió con su vestido “antiguo sola en
la concurrencia. Creo que iba á desmayarse de veras, ín-
terin que mi hermana y yo no podiamos contener la risa.
La pobre muchacha, lloraba de todo su corazon. ¿No pen-
sais que esta es una hermosa pieza? —Ciertamente, dijo
Amanda, con una ironía que Miss Kilcorbaw no tuvo ta-
lento para discernir: ese fué un escelente chasco.—Y bien,
querida, prosiguió Miss Kilcorban, si vos quereis, mi her-
ud
mana y yo irémos mañana por la mañana á ver vuestros
vestidos. —Esto será darse mucha pena, bien inútilmente,
dijo Amanda, que ho gustaba de sus indiscretas deman-
das; yo no tengo mas que las cosas mas sencillas del mun-
do, y yo misma hago todas mis modas.—¡Oh! verdadera=
mente os aseguro, dijo Miss Kilcorban, que teneis mucho
gusto. Mi camarera, que es muy diestra, creo que seria
capaz de trabajar tan bien, si fuéseis vos tan buena, que
nos prestáscis vuestros patrones, y nos dareis mucho gus-
to si decís que estas son las últimas modas de Bath. ¡Ha-
beis estado alguna vez en Bath?—No, dijo Amanda.—¡0h!
os aseguro que es un agradable p, cer, una estancid la
mas encantadora del mundo, y raiso verdadero: yo
crel morirme cuando nos fué ne io partir. Papá estu-
vo inflexible, y jamas ha querido conducirnos allí segun-
da vez. Es verdad que es un gasto monstruoso. ¿Cuánto
creereis. que le costó nuestra estada?—Yo soy, dijo Aman-
da fatigada de tan impertinente charlatanería, la persona
mas incapaz del mundo para juzgar estas CENAS: y al mis-
mo tiempo se retiró de la ventana. La tarde era hermosa;
la parte del jardin, vecina á la casa, muy agradable: ¿ella
habló de ir á pasear. Á esta proposicion, las señoritas que
habian quedado, cuchicheando entre ellas, se miraron, y
callaron durante algunos minutos. En fin, Miss Kilcorban,
que no tenia idea de manifestar la menor complacencia:
para con la estrangera, dijo: Hace mucho viento, y esta-
ria al momento despeinada, Otra mirando sus zapatos de
raso blaneo, protestó que por nada de este mundo iria por
el césped humedo: y otra manifestó que una vez compues-
ta, no podia sufrir ser deslucida. Amanda tenia demasia-
da política. para insistir, y unánimemente convinieron to-
das las señoritas, cn que se mantendrian en el salon has-
ta que toda la concurrencia se hubiese juntado.
Lady Greystock, hizo señal á Amanda para que viniese
á sentarse á su lado.—Y bien, mi querida hija, le dijo, yo
creo que estareis harta de todas estas señoritas de campa-
Ta, que creen tener el mejor « aire, y el mejor tono. Aman-
da se gonrio; pareciendo convenir en lo que se le decia.
—62— A
— Dios me preserve, continuó Lady Greystock, lo m
que á todos los que yo amo, de charlatanería insoportable.
Esta es una confusion de lenguas peor que la de Babel!
Algunos tienen la tontería de mirar á estas señoritas. co-
mo otras tantas maravillas. La pobre Mistriss Kilcorban
me fastidiaba, alabándome las perfecciones de todas” sus
hijas. En consiguiendo que estas no se hayan casado, lo
que ella crec que llegará pronto, nos darán una nueva ni-
dada de gracias, que irán produciéndose. ¡Jesus! ¡Qué gar,
> paisanas! Yo apostaria “mi cabeza que al mo=
hablen van corriendo como potros sueltos, fati-
gando y atorménta na desgraciada aya francesa,
ántes de ahora ama es de una señora de calidad, y
que aún no sabe la g ca de su propia lengua.— ¡Ahl,
dijo Amanda; la prevencion de Mistriss Kilcorban por sus
hijas es muy natural; es de una madre.—Sí, dijo Lady
Greystock; pero*por esto no es mas escusable: yo empren-
deria desengañarla, si creyera que todos los que vienen
aquí me perdonasen el haberles privado el placer de bur-
larse de ella y sus hijas. A
«Mz. Brian * Kilcorban e unos otros hombres. entra-.
ron entonces. en el salon. veo, dijo Brian á á Amanda;
que vos os habcis dejado gcbernar por la viuda; pero sea *
yo ahorcado si no.es verdad que dejaria crecer mi >
si todas las mugeres se le pareciesen.—Vos fingís á mara
villa, replicó Lady Greystock, siempre pronta á “a respues-
ta. ¡Ab, pobre jóven!todo el cuidado ¿que podeis tomar del
esterior de vuestra persona, no es capaz de hacernos creer
que en el fondo valgais alguna cosa. ln este momento La-
dy Greystock, fué á una partida de wisht, y Miss Kilcorban.
tomó ae el lugar dejado por la vieja señora.—
Queri a, dijo, vos estareis muy incomodada con ps
señora; es la mas estraordimaria del mundo. Apostaria que +
os ha pedido, como hace á todo el mundo, que le So
algun delantal ó pañuelito. Ella nos atormenta sin -
con peticiones de esta naturaleza, de las que no nos p
* mos escusar, respecto de que es rica y parienta de papá, y
que no los tiene mas cercanos que nosotros. —Estos son,
me
— Bj
de a tios bastantes para tener alguna com-
placencia con ella; pero podríais, me parece, tener mas
cuidado de ocultarlas.—¡Óh! nada de eso, dijo Miss Kil-
corban: todo el mundo l, sabe tanto como nosotras. El ve-
rano pasado, estaba ella aquí, y tuvo la fantasía de tener
un delantal como el mio, y me rogó que yo misma se lo
hiciese, queriendo, decia ella, impedirme estar ociosa. Yo
se lo prometí, y escribi á la casa de Moraves en Dublin,
donde habia comprado el mio, para que se me hiciese otro
én todó semejante. Luégo que lo recibí, se lo llevé, espe-
rando que me daria en cambio algunas de sus agujás de
diamantes, que tantas vecgs me o admirar, y son las
mas hermosas que conozco, y qu Tv
$: Ella tuvo la crueldad dé 1 «en ello solamente-
n verdad, dijo Mistifis Kileorban, que estaba sentada al
otroslado de Amañda, y habia escuchadó € con gusto parti-
3 cular, la charlatanería de su hija, Lady Greystock es una
rauger muy estravagante: yo no la ke encontrado pareja
en todos mis viajes á Inglaterra, Irlanda y al país de Ga=
les; pero ella tiene la lengua bien colgada, y ] jamas se ames
da corta. - Aa - E
- Síjse decia Amanda Á Á Si a, y se puede decir otto '
tanto de vos y de wuestras hijas. Despues del té, se dejó
conducir á jugar; pero prontamente se enfadó de la comipas -
ja y del juego, y pidió permiso para retirarse. Ella te-"
«nia esperanza de poder conversar aún con Lady Greystock;
pero esta vieja señora amaba el juego con tanta pasion,
que no lo habria .dejado por disfrutar de la elocuencia de *
Ciceron. Kilcorban, viendo á Amanda desasida, la persi-
guió aún con sus ridículos: cumplimientos, hasta que un
desafió á las treinta ó cuarenta que se llevó á Kilcorban,
lw libró de esta persecucion. Ella dió vueltas al rededor
, de las mesas de juego hasta la hora de cenar.
Amanda tenia. la costumbre de decir á su padre su pa-
recer sobre las sociedades equ se encontraba, y sus sen-
timientos se hallaron perfe ente de acuerdo sobre la
que aca ola de dejar. Ella le divirtió mucho, contándo- +
le lo que las Kilcorbans le habian dicho de decidió
id
y > t
w —64—
tock, pues él sabia con qué bajeza lisonjeaban á á la
señora, con la esperanza de tener de ella alguna parte le
su fortuna. $ z
E
e
CAPITULO VI. E
Ds ys:
A
Fitzalan y Amanda habian prometído pasar la tarde sio
guiente en cása de Un : artendador de la vecindad, que vi-
via cerca de una milla e Carberry-Castle. Era esta una
-casa cubierta de paja; pero por otra parte propia y fuerte.
estaba situada en una bella pradería, separada del cami:
no real por nn cercado de zar as. XA otro lado del cawmi-
no habia un grande pasto comun, al fin del cual se veian
las respetables ruinas de un érabdle edificio, en otro tieim:+
po abadía de Santa Uatalina, que presentaba un triste
ejemplo del poder destructor del tiempo, y llevando tras
sí la atencion y la curiosidad, obtenia tambie e EE
de la sensibilidad. de
La familia del arrendador Be componia de trcall ijas y
dos hijos. todos adornados de lo mejor.que tenian. Ellos
INan ico: un gran número de vecinos, entre los cu
les habia un ministro gordo y pequeño llamado el padre
O-Gollahgan, que pasaba por el alma de todas las. artis
das de diversion, y un ciego-tocador de la cornamusa. El
aposento era pequeño y embarazado de muebles tanto cos.
mo de concurrentes. Jste no estaba separado de la coci-
ha sino por un pequeño pasadizo; y el vapor de: la torba?.
y el horno donde se cocian las tortas daban un. calor intó=.
6 TER Por mas que Amanda se acercó á la ventana de
ra tomar un poco de airé, se encontró algo. penataps.
Como no estaba aún dispuesto el té, pidió á Mi 0
nagan que la condujes anta Catalina, á lo. ¿que A
chacha consintió. El minis ro, que la miraba de lado y
* de arriba á bajo desde que habia entrado en el aposento,
tomó entonces su grande risa, y le dijg; Yo desearia mu
se
di
>
re $e bdo Y eário is
Ae s religiosa de Santa Catalina, pues haria un gran-
de bien vel alma tener que confesar á una hermosa crias
tura. como vós, aunque á fé mia creo que seríais como
P.ddy M”Denough, que tenia por costumbre confesarse en
, las pascuas, y sin embargo, Jamas tenia cosa que decirme.
“Yo entonces le decia: Mi querido Parldy, vos sois un gran
santo; es preciso que os pongamos en algun nicho.— ¡Oh,
padre! decia él, no, aun no. Es menester que antes tens
+ga con qué hacerme un hábito nuevo, que yo no puedo
tener hasta S. Miguel. Amanda dejó la compañía, rién-
dose de este impropio cuento, mientras “su padre estaba
en conversacion con algunos arre ores de la vecindad,
que le pedian rebajaso alguna cosa del precio de sus ar
rendamientos. o $
No distaba mas que un cuarto de milla la casa de la.
Abadía; pero el terreno erá pantanoso y escabroso, y las
raíces de los árboles manifestaban que en otro tiempo ha-.
bia habido allí un gran bosque. Aun se veian aleunos
restos de él gen los grandes. roles vecinos al edificio de
la Abadía, que parecian ocultaF con su sombra venerable.
las rúi e-habian visto sus progresos, y que Amanda
o ay dignas de ser notadás. Ella se admiró la
elegancia y estensión que debia haber habido « ti-
guo edifici lo, y sus restos daban idea de ello. «Recorrió con
un santo respeto los espaciosos claustros, consagra en
tro tiempo á la meditacion; y los vestigios de las celdas
antiguas, que aun se conocian entre las paredes y arcos
arruinados y medio ocultos por las plantas agarradas y la.
yedra, enredada. —Miraba con interes las tumbas de los que
Poio habitado estos santos lugares, colocadas al rededor. *
a de su fundador que se distinguía entre ellas por una
z. Era, segun tradicion comun que le contaba Miss
de: eñora piadosa eta
abia. ]
: sor, quien s sin da haria de ellos mejor
( :llos para quienes los habia destinado. Ella
TOM. IL. $ 9)
O- Planuagan, un santo religioso, ne dirigia la | ciencia.
-p
>
as
a
n
E OS
: —66— 1 y
bedeció esta órden, y este santo hombre empleó us bie-
nes en fundar esta Abadía, dedicada á Santa Catalina, pa-
trona de la benefactora. El techo de la antigua iglesia
se habia caido de vejez; pero aun se velan muchos monu-
mentos de piedra, escapados de la destruccion de los tiem-
pos; estatuas de santos mártires, altares, pilas de agua
bendita, muchas tumbas con inscripciones curiosas; y las
nas incapaces de entenderse. Sobre una piedra lisa, que
parecia recientemente colocada, y que la yerba empezaba .
á cubrir en parte, vió esparcidas recientes flores, y poni
do la vista sobre su compañera, la advirtió algunas 1adhe
mas: Amanda le «preguntó la causa de su conmocion, y la
jóven muchacha le dijo que era la tumba de un mL
querido que habia perdido. Amanda se detuvo conmovi-
da de esta escena sensible. Todo á su rededor era triste,
solitario y silencioso, El suelo he lado de la iglesia, cu-
bierto de yerba y moho, parecia no haber sido pisado por
hombre alguno despues de mucho tiempo. Las paredes
desquiciadas amenazaban ruina, y el viento, silbando en
sus grietas, daba á la imaginacion la idea ado s. gemidos
del dolor, llorando la. destruccion de estos santos Tugares.
La amable y sensible Am , lleno el espíritu deideas
cólicas y morales, inc inada sobre la tumba del her-
mano desu compañera, la humedecia con sus lágrimas,
y leva ando una de las flotes ya marchitas.—¡Uh, decia,
qué justo y verdadero es este emblema de muestra vida, y-
qué bien representado está por estas palabras: “El hom-
bre es como la flor de pes campos, que Pa un momen-
to, y luego pasa.” +. e
: Ag Miss O-Flannagan la coddejOs tllacas 6H algunos ro-
-—deos, al fin de los cuales se encontró con estrema sorprésa
1 un grande jardin cercado por todas partes de ruinas,
la mitad del cual se encontraba un largo casco de edi-
ledijo que era un convento: habia
wcapilla, donde entrando eficon-
— ] cion (1)- ae 4 o
hs: y ds seño 5, que la autora describ ha ls en
la Irlanda. id ANO “qutora.)
-”
Or
ns sd
: e —61—
: Amanda se retiró por temor de incomodarla; pero Miss.
O-Flannagan se la acercó, y la religiosa la volvió el sal
do con aire de cordialidad. Era muger de cincuenta años,
porlo que luego supo Amanda, pues parecia tener muchos
ménos. Conservaba un hermoso cútis sin arruga alguna;
y sus mejillas tenian aun mucha frescura. Aunque por
su acento se vió que era estrangera, su voz era armonio-
sa y dulce, y la benevolencia que manifestaba en todos
sus modales, compensaba con ventaja el defecto de las,
gracias que uno podia echar de menos. Su ropa, hecha
de flanela blanca, era larga y sujetada al rededor+de su
cuerpo con un cinto del cual pendia un rosario y una cruz.
Llevaba un velo de lo mismo, que la llegaba hasta el sue-
lo, y una especie de capilla y una cinta escondian-sus Ca-
bellos.
Miss O Flannagan presentó á Amanda como una es-
trangera que deseaba ver lo que hubiese de mas curioso
en la capilla. —¡Ah! mi querida, dijo ¿Jar religiosa, siento
que haya venido en este momento, en que nos encuentra
á todas col mayor desconsuelo por la pérdida que aca-
bamos de tener de nuestra priora, por la cual veis que el
altar está cubierto de luto; pero si quereis, venir el domin-
go prócsimo, dijo á Amanda, nos encontrareis en € tado
de recibiros mejor. Habiéndole respondido Amanda que
no podria volver aquel dia, le dijo la religiosa: YO lo sien-
to, pues vos habeis ganado mi corazon, y cuando amo á
alguno; le deseo la felicidad que yo disfruto. Amanda
souriéndose le dijo: Yo creo que en efecto vos sois aquí
muy feliz. La religiosa le enseñó con todo agrado las re-
liquias y adornos de la capilla. Enel número de.aque-
llas se hallaba la cabeza de una de las once mil vírgenes. ye
y un armario lleno de vesti!luras sacerdotales de seda *
muy ricamente bordadas: tambien le enseñó en unas ga- k
vetas una porcion grande de flores artificiales, de la;
religiosas y des us educandas. Amanda creyó.
gar la pena que la habia causado e
despues de e dado una parte á Miss
que le parec a tener envi
ed
dia, dejó las restante
«a
—Ñ 08 o
osa, prometiendo venir á tomarlas al dia siguiente: ve-
nid, dijo la religiosa, y estad s Jura que sereis muy bien
Pa Vereis : aquí criaturas pobres muy felices. pero
ninguna mas feliz que yo. Entré en esta casa de diez
años: hice mis votos á los quinee, y despues de esta épo-
ca hasta el dia, que es un largo espacio de tiempo, he go-
zado una vida feliz, gracias á la Santís sima Virgen, dijo
levantando los ojos al “cielo. En seguida hizo subir á las
estranjeras al coro de las religiosas, “separado del resto de
la capilla por una ligera balaustrada. A5lí habia un ór-
gano,'á la vista del cual la religiosa suspiró. ¡Ah! dijo
ella, Ho encontrarémos jamas una organista como la po-
bre Sor Agueda; era en efecto digna de entrar en el coro
de los ángeles. ¡Ah! querida mia, dijo á Amanda, si vos
la hubieseis conocido la habríais amado sin duda. Era
muestra priora, y habia sido nombrada para este empleo
á la edad de veinte y nueve años; era ser muy jóven pa-
ra un empleo que ecsije mucha capacidad. Eldomingo
prócsimo se retiran las fúnebres colgaduras, como os. he
dicho; pero el luto quedará siempre en nuestros corazo-
nes. Miss O-Flannagan advirtió 4 Amanda que, ya. era
jempo de volverse, á lo que consintió Amanda á su pe-
ar. La religiosa la instaba á que se quedase, y luego se
limitó á recordarle la promesa de volver. Volviéndose
hácia Pa la compañera de Amanda la notició que la
pequeña A, onsistia solamente en doce religio-
sas: que sus cortos bienes puestos:en comun no sufre ga-
ban á todas sus necesidades; que tenian uña escuela An
de las muchachas de la vecindad: iban á á aprenderá leer,
escribir, coser, bordar y hacer flores “artificiales; y añadió
que e estas religiosas tenian la libertad de salir de. su en-
cierro, pero que pocas d e ellas usaban de ella; y queá « es-
$ EPR de las jóvenes, no practicaban ninguna de las aus-
> teridades de los convent l continente.
Ureyo Amanda que u stitucion de esta especie > con-
venia perfectamente á á la tuacion de laspersonas que la
habian a ptado. Encontrando un, asilo en , el seno mis-
mo de las ruinas de que estaban cergadas, viviendo en
Ho
0
medio de las tumbas, sus ascos y sus descós no.se
tendian mas a del encierro de sus paredes arruinadas.
Ningun otro objeto se presentaba á su vista queles tenta=
seá traspasar este límite. Elmundo que irian á buscar
seria para estas criaturas de la naturaleza y de la pobre-
za, tan seco y falto de hospitalidad como la comun este-
rilidad que tenian á sus ojos.
El padre O-Gallashan vino á la puerta delante de
Amanda, y tomándole la mano con familiaridad, la dij
ya habeis permanecido bastante tiempo allá para Me
el velo. Nosotros CNS todos esperándoos; las tortas
tienen ya manteca, y el té está hecho. ¡Ah ficarillal por
San Patricio que estos ojos brillantes no se os han dado
para el bien de vuestra alma. Vos venís aquí á turbar
los corazones pacíficos de nuestros jóvenes y sencillos ir-
landeses. Tonto seria quien dudase que pronto. causareis
entre ellos bastante desórden, del que respon ndereis delan-
te de Dios, y entonces, supongo que os vendreis á confe-
sar conmigo, y yo os daré la “absolución; pero entended,
querida, que quiero se me pague por adelantado. Aman-
da retiró su mano, y se entró en la sala, en donde la con-
currencia se disponia á á tomar el té, y á merendar con to-
dos los regalos de que estaba cubierta la mesa, y para cu-
yo acto cada muger estendió un pequeño pañuelo sobre
sus rodillas. Las dos hermanas O-Flannagan se habian
dado tanta prisa en hacer y servir el té, que estaban en-
carnadas como las cintas de que llevaban cargada la ca-
beza. Se quitó la mesa, se arreglaron las sillas, se colo-
earon los bancos hasta en el pasadizo, y la cornamusa to-
cando una giga irlandesa fué la señal dada para baile.
El hijo mayor del arrendador, con vestido azul bei
do nuevo, sus cabellos lisos cadolo sobre la frente
la cara encarnada como fuego, se adelantó hácia Aman-
da, y le suplicó con mucho embarazo y multiplicadas Cora
tesías que le hiciera el favor de bailar con él; ella titu-
beaba cuando el padre O- Gallashan, dándole una mano-
tada sobre la espalda, la hizo sobresaltar. y levantarse de
su sitio. El se puso á reir á carcajadas diciendo, que dee
este de 4
ETE
scaba mucho ver 4 una jóven ale animada; que co-
mo él no podia bailar, se consolaba 1 1 o las funcio-
.nes de maestro de ceremonias, é insistió en que Amanda
abriese el baile bájo la dirección del ministro con botas.
Ella no se hallaba dispuesta, pero estaba llena de aquella
complacencia, que hace que uno sacrifique su gusto por
el de los demas, para el recrco de la sociedad, y por lo
mismo se dejó conducir por el ministro hasta la parto su-
or de la sala, y abrió el baile: pero no estando el sue-
¡ ¿nladrillado ni entablado, y solo allanado de tierra,
A prontamente, y se eseusó de continuar bailando.
Ella y su ¡padre de buena gana habrian dispensádoles la
cena; pe ¿e que casi .era imposible sin mortificar á
las Buénas gentes que los recibian con tanta hospitalidad.
ds mesa estaba cubierti con "profusion, de buenas y
erandes viandas de campaña. Nadie Jisfrutaba de los
Mess de la fiesta como el ministro. Cuando cesaba de
comer, atacaba á todo el mundo con sus chanzas y diver-
tia á todos los convidados; y como Falstaft, no solamente
estaba alegre él, sino el. ci en alegría á los demas.
Os ruego, padre mio, me digais, le preguntó un jóven, ¿có-
mo pagareis el obsequio que ge os hace «qu DIMRO%
mis huéspedes mi bendicion; ¿qué EA o darles mejor?
—Vos podeis pensar así, le dijo el jóven; pero nosotros
no juzgamos del mismo modo, y á este propósito os con-
taré una pequeña historia. ot hombre pobre se dirigió
un dia á un ministro que pas ba por muy rico, y al mis-
mo tiempo muy caritativo. Pero todo lo que se cuenta no
es el Evangelio, y mi hombre tenia algunas dudas sobre
la grande caridad del ministro, y resolvió ponerla á á prue-
ba. Padre mio, le dijo, acabo de esperimentar grandes
pérdidas, mi choza se ha incendiado; me han robado” mis
lechoncillos, y mi vaca se ha caido en un foso y ha muer-
to, de manera que vengo á implorar vuestra caridad, y á
suplicaros por amor de Dios, que me presteis nna corona.
—;¡Una corona! replicó el ministro montado en cólera; ¡y
en qué oficio crees tá, ÍCArO, que yo gane “tanto dinero
para poder prestar, á )S que robe como tú?—¡Ah! pa-
> A
' he confesado con vos, y quede na-
erde la conciencia. Decó solamen-
te ly quereis res rme tan solo media corona.— o, dijo
el ministro, ni un farthing (1), —A lo menos me dareis
vuestra bendicion, dijo el paisano.—;¡Oh! esto con mucho
gnsto, replicó el ministro —Pues bin dijo el paisano, yo
no quiero vuestra bendicion; pues vos veis que si hubiese
valido un farthing, no habríais querido dármela.
Fitzalan estaba un poco admirado de la libertad con
que estas gentes trataban á su ministro; pero reia c
los otros, y sabia bien que-permitiéndoles chancearse co
él, no tenian deseo alguno de sacudir su autoridad. Lue-
go que le fué posible, se retiró con Amanda. Esta diver-
sion no tuvo para ella otro agrado que el de“la novedad.
¿A la mañana del dia siguiente, Amanda volvió al conven-
to, y preguntó por Sor María, aquella buena religiosa que
. visto el dia anterior. Esta compareció luego,
: alegrándose mucho de volver á verá Amanda, la condu-
jo á la escuela, donde estaban las educandas, y todas las
otras religiosas. Amanda estuvo encantada del aire de
contento de estas mujeres, y del órden establecido en su
escuela, como tambien del celo que le manifestaron en
satisfacer á á su curiosidad, Despues la condujeron al in-
terior de la casa, recorrió: todos sus departamentos, que
consistian en una celda para cada religiosa, amueblada
con una cama, una silla, una mesa y un crucifijo. En se-
guida la llevaron á una sala en la que ntró á la nue-
va priora. Era esta ya de edad; pero un pintor que qui-
siese retratar la benevolencia, hubiera podido tomarla por
modelo. Su fisonomía y su aspecto respiraban dulzura
y bondad, Se veian en aleunos de sus rasgos, los vesti-
glos de un profundo pesar; pero la dulce serenidad de su
mirar anunciaba su perfecta resignacion. Ella recibió á á
Amanda con una verdadera política salida del corazon, '
Amanda concibió hácia ella una estimacion resueiaaió
Observando que la situacion de esta estimable muger
la mas feliz que podia tenor es pespa 3 á Amanda dd E
dre! vos sabe
ne. de esto.
(1) La mas pequeña moneda que se usa en Inglaterra.
O E
mundo estuviese privado de una persona que habria sido
su adorno y modelo. 7
Sor María habia desaparecido un o pero pror-
tamente llego llevando unas tortas, de las que Amanda
no pudo menos de gustar. La buena religiosa estaba en-
cantada de la jóven estranjera, y no teniendo arte alguno
para ocultar sus sentimientos, espresaba abiertamente su
admiracion. Mi querida madre, decia á la priora, ¿no es
esta una encantadora criatura? ¡Qué bellos ojos. qué her-
mosa mano! ¡Ah, si la Virgen santa quisiese tocar su Co-
razon, y determinarla á venir á vivir con nosotras;
feliz seria yo! La priora se sonrió; y no tomando parte
en el célo de Sor María, seria grande pecado, decia,
una tan hermosa flor, se escondiese en las ruinas de
ta Catalina. ' EA
Amanda volvió á comprar algunas flores artificiales, y
religiosas le instaron que les hiciese frecuentes visi-
A su llegada á Carberry Castle, encontró á la puer=-
ta un cozhe, de donde vió salir á Lady Greystock, y las:
hijas de Kilcorban. Todas allí hablaban á una voz; de
manera que Amanda no entendió la mitad de lo que de-
cian. Visitas adosas decian, les habian impedido des-
de la víspera porla mañana ver las cosas bonitas que
Amanda les prometió enseñar. Amanda las satisfizo, y
las permitió tomar todos los patrones que quisieron esco-
jer. Lady Greystock se sonreía con malignidad á todas
las indiscreciones de estas jóvenes. Manifestaron deseo
de ver el castillo, y Amanda las acompañó. Las conten-
tó mucho el gabinete de tocador. Allí las señoritas jóve-
nes, curiosas hasta la indiscrecion, quisieron verlo todo y
examinarlo todo; y Lady (Greystock, tan curiosa como
ellas, no les podia vituperar una libertad que ella misma
se tomaba. Al observar una pieza bordada al tambor,
encontró el dibujo muy hermoso, y sabiendo que era de la
mano de Amanda, le hizo mil cumplimientos sobre su
gusto, y manifestó que quisiera uno muy semejante á to-
da costa. Espresó ella tan claramente su deseo, que
Amanda no pudo Eno y ¿encontrando algun placer
$e
Ea
en obligar á una persona de su edad, la prometió traba-
jar uno para aos. acabando el que tenia puesto. Lady
Greystoc ió graciosamente á esta obsequiosa pro-
mesa, y la djo muchas dulzuras. Las dos Miss Kilcor-
ban se miraron malignamente, y tomando á su turno la
mano de Amanda, le protestaron que habian concebido
hácia ella una tierna amistad, y que esperaban disfrutar
á menudo de su sociedad. Amanda respondió friamente
esta falsa política, y las señoras volvieron á partir.
y,
e
CAPITULO Vil. >
| Eoled Lflllincia las delicias de Amanda, porque en -
peto odia a bandonarse á.sus queridos pensamientos. Es-
dt a siempre volver á ver á lord Mortimer, y se lison-
E ba de que lord Cherbury daria á su union un conse
«miento que disiparia todos los escrúpulos de la delica
za de Fitzalan. Divirtiendo á su padre, llenando. cd
0 A su tiempo, emp
e las ilusiones liso
E a unos placeres que preferia á las vanas di-
versiones que le ofrecian las concurrencias, á las que era
á menudo convidada. Jamas le daba pena emplear el
ti o en Carberry-Castle y en toda la estension de su
ninio; dirijia con preferencia sus cuidados al jardin, cu-
ya situacion era del todo pintoresca, y cuya rusticidad na-
tural estaba aumentada con el abandono en que habia es- 7
tado. despues de mucho tiempo. Anmánda encontró aún y
en muchas partes, señales del gusto con que habia sido
plantado, y se propuso volverlo á gu primera belleza. Los
árboles frutales no estaban podados, las calles estaban cu-
biertas de yerbas, y lag flores sofocadas debajo de las zar-
zas. De un lado habia una parte del jardin todo agres-
te, cercando un templo gótico, del otro un terreno pen=.
diente en diferentes caras, sembrado de piedras. Algu- »
nos senderos hechos en la roca viva, conducian á una gru-
ta que se encontraba encima 7 ac de las mas altas pe-
E,
>
' ñas. Una cruz groseramente esculpida y.los, restos. de
una tosca cama, amunciaban una antigua hermita. La
eruta estaba en el borde de la mar; y á “alguna. elevacion
debajo de ella estaban las rocas cortadas por el pié, con-
tra las cuales las olas venian á batir con violencia. Sobre
una puerta baja, y al centro de ella, habia una piedra pu-
«lida, sobre la cual se leian grabados unos versos de Dye,
cuya sustancia eg a menudo. el peregrino, cuando, la no-
“con espanto henderse las altas torres á la voz del
“po, y caer con un ruido semejante al de un truen
se levanta hasta la region de la luna.”
Con los cuidados de Amanda el jardin tom
te un aspecto mas risueño. Se renovó lacan
mita, su gruta adornada de muchas conchas
rinas, vino á ser un delicioso retrete. Los polea e
pios las calles limpias de las espinas que las emba-
azaban, fueron recompuestas de piedrecitas y arena, y
hasta el altar del pequeño templo gético fué adornado de
flores que Amanda habia comprado en Santa id
dispuestas en guirnaldas y festones.
Bila se Pa á pta en los condi reccidós
de la montaña, y los seguia hasta muy lejos del*,castillo.
Desde esta altura sustaba de ver las ondas del mar *bri-
llar con el reflejo de los rayos del sol, de los cuales esta-
ba defendida por espesas hojas; pero ni sus placeres hijos
de su imaginacion, ni los deliciosos paseos, ni los cuida-
dos domésticos, le hacian olvidar las necesidades de la
doliente humanidad, á las cuales podia A al-
gun alivio. Visitaba los asilos de la pobreza, y les lleva-
ba.todos los socorros que la medianía de su rtana ponia
en sus manos. La miseria tan comun y tan grande d So
gente, la llenaba no solo de compasion, sino tambien -
sorpresa: no podia comprender cómo la libertad y un sue-
seo lo fértil no daban á todos los habitantes de un país la co-
| modidad y la dicha. Su padre, á quien daba parte de su
admiracion, le esplicaba cómo el no residir los propieta-
-Yios en las heredades era causa de la pobreza de los pai-
y
EN
E
á : »
. —15=
sanos. Sus rentas, le decia, se gastan en una tierra leja- '
na, en lugar de enriquecer el suelo que las ha ganado; su
interes” bien entendido deberia las mas de las veces em-
plearse en las mismas tierras. La renta de medio año
empleada así, volveria al provecho de los pobres feudata-
rios, cuyos trabajos han servido para hacerlo nacer. Esci-
fáñdo su reconocimiento, animarian su industria, y au-
mentado sus ans mejorarian aun E Posesión pa-
y rocios para refrescar y Corlras el suelo mis-
que las ha formado. La mayor parte de los vejetales
an la tierra que los ha nutrido; y así la naturaleza
en todas sus obras, da por todas partes al hombre ejem-
plos y lecciones; pero esclavo de la disipacion, ño sabe ni
estudiarla ni segtirla; agota así sus manantiales abunda
tes de placeres, tales como los de endulzar las penas 12
hombre laborioso, aliviar al pobre, y levantar el ánimo
del mérito abatido. ¡Oh, y qué superiores son estos pla-
ceres qe que pueden dar el fausto y la disipacion!. >
Se abandona la felicidad real por un vano fantasma
Ele se llama placer, que se desvanece en un momento, y
en este mismo momento penetra el seno con un en-
venenado dardo. El corazon que se complace en las fun-
nes domésticas, que eleva hasta los cielos la voz de un
Pinoso reconocimiento, que se enternece al aspecto de la
desgracia, este solo puede gustar los placeres durables y
verdaderos. La resignacion con que las pobres gentes
del campo soportan sus privaciones, es un ejemplo para
nosotros mismos, que debe detener nuestras murmuracio-
nes cuando nos acosa la adversidad. Ellos sufren sin que-
jarse; el que tiene un monton de turbes para el invierno,
un pe ueño cuadro de coles y patatas, una vaca, un cer-
do y vas gallinas, se encuentra feliz bajo el techo de
paja que divide con los animales domésticos. ;
Un pensamiento delicioso ocupaba muchas veces des
Amanda; se representaba á lord Mortimer viniendo á ha-
08 ?
de Pit en Carberry—Castle; haciendo desaparecer las cho-
zas de los paisanos, para sustituirles casas sanas y ac:
dadas; recorriendo la campiña con proyectos de bene
cia realizados prontamente por las manos de la Paridad;
dando colores de salud á las mejillas ajadas por la mise-
,Tia, y trayendo el contento y la alegría á los lugares que
no la conocian de mucho tiempo á esta parte; en fin,
acompañándole ella misma en estos paseos bienhec ores,
y testigos de los movimientos de una alma llena de sen-
sibilidad. E o '
E
db y de Lady da en el bie
cy ¡Oh querida! esclamó, al entrar da
mayor, tóñemos muy buenas nuevas que conta
vinad, ¿quién nos va á llegar luego? vuestro tio, *
tia y vuestra prima. Ha venido esta mañana un espreso
- de Dublin al conserge de Ulster-Lodge, con órden de te-
ner las habitaciones prontas para la próxima semana.—
Yo os envidio mucho, dijo la pequeña Miss Alicia, el 8
cer que tendreis en verlos. Amanda se puso colorada, se
sobrecogió, y dijo: yo no sé que razon podeis tener de pen--
sar así, pues yo no les conozco.
—Ah, buen Dios! esclamó Mistriss Kilcorban;. esto. es
deérdáderamente cómico. ¡Qué! ¿no conoceis á vuestros.
, parientes? ¿pero puede ser que ellos hayan vivido en Es-
cocia, y vos no os habeis atrevido á pasar el mar ara ha
cerles una visita.—Si este solo obstáculo, dijo Lady (
tock sonriéndose malignamente de la ignorancia e
triss Kilcorban, hubiese impedido á Miss AE Ll pa
Ñ sar de Inglaterra á Escocia, se habria fácilmen asegt
rado poniendo los ojos sobre un mapa, donde habria vis
queno tenia que pasar mar.—Sea en buena he :
Mistriss Kilcorban; yo no he pensado en esto. Pe
00 suplico, Miss, ¡puedo yo preguntaros la causa de que no
» os conozcais por escrito? —Poco os importa cid la razon,
- dijo friamente Amanda.
Se dice que Lady Enfrasia Sutherland es una persona
¡ a
hz : 2n—
perfecta, dijo Miss Kilcorban; y así, una correspondencia
de ria ser deliciosa. ¡Vos tambien escribís tan bien! Si
13 Carbelty-Castle, OS pido la gracia de que me es-
Ibais; pues sobre todo, me gusta muchísimo el mante-
á ner. a correspondencia sentimental. Yonome admiro
de ello, dijo Lady Grreystock; vos teneis cuanto es menes-
ter para sostener semejante correspondencia. E
Querida mia, replicó Miss Kilcorban, nosotros vamos á
n baile el mas agradable del mundo. Papá nos ha
toda-la libertad para ello.—Yo creo, dijo Mistriss
e esto tendrá un terrible óbice; pero la hija,
on la observacion de su madre continuó: Nos
iso tener de Dublin confiteros, y cocineros fran-
dueremos que todo sea lo mejor, y dispuesto pa-
1 € rcer dia. de la llegada del marques y la marquesa.
Así, qu 1erida, vos y vuestro papá estareis dispuestos. Mi
he EA: o nos mandamos venir de Dublin los vesti-
le baile. Yo no quiero daros la idea de la forma que
ls hemos . encargado, E sorprenderán y encantarán. To-
dos los personages de tono del país se hallarán en nues-
tra lesta; pero es menester que vos os deis alguna pena
para prepararos á ella.
La naturaleza, dijo Lady Greystock, ha sido tan liberal
con Miss Fitzalan, que no tiene necesidad de hacer tantos
preparativos. —;¡Ah buen Dios! esclamaron las señoritas
ero sdO, la cabeza, Miss Fitzalan no.es seguramente
loca para no ponerse como todo el mundo; y á mas de
, dijeron ] levantándose con su madre y haciendo una . >
everencia de mas ceremonia y. mas fria de lo ordinario, ;
s Juzeaz sobre. eo de
E AAN abia visto á la marquesa despues de su
E ni CviS de deseado verla. La inhumanidad
in habia tratado á su amable. hermana, la malicia
que. e mezclado, para aumentar el resentimien:
SU sake e contra la pobre. Malvina, le habia dado una i
joio é é insensibilidad « de esta muger, que habia
o contra ella una aversion insuperable. >. ot, SÍ
e
| rabajcomo a depajdora de aus, somo um a
de 7
— 18 ” a, 1] 3
causas de la muerte de su tierna esposa, y de consiguien-
te como la autora de todo lo que habia él sufrido; y.
dignacion contra ella no estaba aún amansada, ni pe
sentimientos religiosos, ni por el tiempo.
CAPITULO VIH
we
El marques de Rosline y su familia llegaróh $ á U
Lodge con un gran tren, y recibieron las. visitas d
personas mas considerables del país, y entre 0
Kilcorban, á quienes su riqueza daba inucha 1 imp
Mr. Kilcorban fué mas diligente que otro en p
os podia Dee an nombrar miembro de
Desechado ya, cuando se habia presentado Co
dato en la última eleccion, este solo papel le
representar, lo que él deseaba vivamente. (
que sus talentos oratorios no eran muy gran es,
muchas veces que no tenia la lengua tan bien co
=- como muchos otros, pero sí el que mas podia patear, y e
buscar en los ojos de las damas de las tribunas el parecer
que era preciso seguir (1), y en fin, lo que le. parecia un.
título, su nombramiento aumentaria su di 531
el país. »S
e Las damas Kilcorban al salir de Ulster llegaz ron a
berry-Castle, donde entraron con un aire de i portan
que no habian dado aún, y que se creian ES
tomar despues de la visita que acababan 1 den
lugar de dirigirse solícitas hácia Amanda, co,
- de costumbre, se esparcieron por el aposento,
everencia ligera; y poniendo de manific sto
elegancia, al fin se a caer sobre un cana pé
q e ne
do Enfrente de un espejo, en el cual no cesaron de mirar- £
leas) las notas que habian hecho sobre los ves-
K
e Lady Eufrasia.—Ciertamente, Alicia, dijo Miss
w rban á su hermana, yo tendré un suda de levan-
" tarme dc. ba como el de Milady. Aquella vuel-
ta de finos encajes al rededor de su cuello es la cosa mas
her: asa del mundo, y el forro de seda azul bajo, sienta
perfectamente á un color delicado. —Yo pienso, Carlota,
replicó la pequeña, que yo lo mandaré hacer de muselina
bordada sobre el mismo modelo, pero pondré el forro co-
lor” de clavel, para hacer resaltar mejor el bordado.
Ímestra tia, querida, dijo Mistriss á Amanda, parece
amente una muger de mérito, y su hija una per-
nosa. ¡Oh, dijeron las hijas, estas son criaturas
¡tan o tan rbd
“sobre la elegancia y pata de las daras de
"Yo he creido, añadió, que Mr. Kilcorban temia
a el marques se embarcase esta mañana misma para
da Nilínto nos ha acosado al desayunarnos y entrar
oche; aunque debió saber que nos haria llegar an-
de la hora en que las personas de buen tono pueden
estar visibles. Q-., Ed
Los cab Mos nos han conducido vientre á tierra, como
1 se hubiese tratado de salvar la vida á alguno; y cuando
Miami hicieron entrar á Mr. Kilcorban en el gabinete
Y
”
Ss. A las monas, los papagayos, que parecian
le estado de viage, miaulando, ladrando, refunfuñan-
. do, y gritando en e aposento vecino. En fin, pareció 1 E
pequeño lacayo muy empolvado; y despues de hab
- dicho que las señoras estaban dispuestas á tener el honor dl
de 3 A é saltando, Ss lo las gradas de la
le atro en cuatro. L rquesa se adelantó
p: srta canapo para cios y Lady Eufrasia
>
a 5 .
e a
y sólo se ha medio levantado de su silla poltrona,
de habernos examinado un momento, como po 1
se si éramos criaturas humanas, ha tomado su prime
. actitud lánguida y afectada, y ha continuado ver=>
sacion con un jóven de calidad que ha “venido on ellas >
de Inglaterra. S
Este j jóven, á lo menos, esclamó Miss e . con t
no de admiracion, convendreis en que es una amable Cria:
tura. ¡Oh! ¡qué ojos! qué sonido de voz tan encantado
yo no he visto jamas un jóven tan bello.
En efecto, dijo Lady Greystock, Lord Mortimer
de pasmo. as es esto, Miss Flatan
Greystock;+os hallais inala?—No señora, died Ar
una voz trémola; es solo una palpitacion dec
que estoy sujeta. Yo os pido perdon de ha
rumpido; continuad, os ruego.—Decia, pues, com )
Greystock, que Lord Mortimer es un jóven
agradables y seductores que yo haya visto:
ojos llenos de espresion parecian desaprobar!
de Eufrasia, y nos ha redoblado sus obsequ los, | lo que n
Mu. ne ás
ma noble. ES
El corazon de Amanda se agitó de placer ¿ á este. elégio 4
natural y reciente de Lord Mortimer. Una. lágri as S.
liciosa, espresion de un amor delicado, mojó su párpad
y estuvo muy cerca de escaparse. . >
Miss Kilcorban, cuyo. orgullo estaba mortif ad
7 relacion que acababan de hacer á Amanda, del
. e con que. la £»milia habia sido recibida en
clamando, dijo: Dios mio, señora, no se por
Lític
se
Ly Eufrasia haya faltado á 1
nosotras. - Me parece que n echo n
tiqueta: 'e las gentes de cierta. calida
E 1 nsarse d obsopvaS SiS
"Ya. el muy, tenta, | querida mia, 1
_ Greystock, de ve esta ocasion, que o os hal
chado de di A e
JA e 3 de
ES
n1r
¡
a
es.—Os aseguro, Miss, dijo Mistriss Kilcorban á
que yo no he olvidado el decir á la marquesa,
te una sobrina en la vecindad. Ella me ha res-
use ido con un poco de frialdad. Supongo que habrá ha-
y ose querella entre las familias, que puede haber:
| de no haberle vos hecho visita; pero en nuestro
iodo, se podrá arreglar. Amanda no replicó, y las.
> olbta que acababa de saber ds la llegada de
ner á la vecindad, le causó, como se puede muy bien
imaginar, una grande agitacion; pero el placer que sentia A
- Sed ebilitaba poco á poco, cuando consideró que Mortimer
a miliar, y probablemente el amigo de una familia
via contribuido á las desgracias de la suya, y que
puesto el carácter que representaban en el mun o) no
do Fabia mal que los hijos de la muger que habian per-
Ñ _seguido, fuesen desgraciados como ella. Aun cuando hu-
- Piesen de ya á Lord Mortimer algunas prevencio-
a ES seria bastante para ellos saber que era An
persiguiesen, Lady Eufrasia, dotada de to- .
'ajas de gerarquía y fortuna, habia ganado sin
¿los afectos del hombre que habria conse-
la ternura de Amanda.
Sin embargo, prontamente se reprendia estos pensa-
un Se EOS como injuriosos á Lord Mortimer, cuyo carácter, e
ecia á sí misma, es demasiado noble para ser incons-
mientras que yo no le dé motivos para mudarse. — >
es reanimaba su espíritu abatido, acordándose
leas fa avoritas sobre la posibilidad de una aproc-
Lord Mortimer. El lugar de su ac-
cia, ora un misterio para la familia de E win,
artas p ara Ae eran constantemente dirigid
don distante de Carberry-Castle, pp |
traidas á á Amanda; pero ella se lisonjeaba
abria instruido á á Lord Mortimer del . (
aba, y q E evitar las sospechas yo o
arse á Lord Cher PA AA su jo 4
e pe mn.
a A A
ye
Peas. A o
Irlanda, este habia tomado el pretesto de : compañ ála
familia del marques de Rosline: que venia á asegurarse
s1 ella le conservaba su afecto, y pedir el consentimiento
ptas Fitzalan antes de dar parte al conde de sus intencio-
nes. an re
Mientras balanceaba así entre el temor y peranza,
Elena, pálida y sin aliento, entró corriendo osen-
to gritando: él está aquí: Lord Mortimer está aquí.—¡Oh -
cielos! esclamó Amanda sentada sobre la silla, y dffando
a, caer sus brazos. Elena, alarmada, y echándose en cara:
su precipitacion, corrió: un armario, y toma;
una botella de agua de alucema, le hizo :
e frotó las sienes, y la ayudó á acercarse - ;
estaba tal, dijo la buena muchacha viendo á su seño-,
“recobrar sus sentidos, que no he sabido lo que hacia.
s me es testigo que la vuelta del pobre Chip no, me
ó habria dado mayor placer. Yo atravesaba la sala baja
cuando he visto á Milord bajar del De si hubiese vis-.
to uno de esos viejos guerreros, que A Sl e
que no me atrevo á atravesar la sala por a: “des-
4 - cender de su nicho, no habria estado mas s espan a H
+ huido á la pequeña sala, desde donde he oido á NM
preguntar por Mr. Fitzalan. El sonid o de su e e ha
alegrado el corazon, pues es un antiguo amigo, y desde*
que entró en el gabinete de Mr. Fitzalan, he pi y
creo que no es dificil pensar de qué hablan.
La conmocion de Amanda se acrecentó mas. Te mal bla-
ba tan fuertemente, que no podia t Fa e Map: a su
á destino y la felicidad de toda su
ida epender. de Dir
e E E
TE y procuró calmarse, aunqu inútilmente. Este
ado de una esperanza la mas penoss , que uno se se puede
Ass Es rar, le causaba una agitacion imposible de repr
Rós __ Habria permanecido casi una hora en €
cion, cuando vino á sus oidos la voz de Mortimer. Sot
h óse; y adelantándose un poco ' háci. tana, vió á
3 » rtimer atravesar la pradería con gu”
a. al llegar Sii a barrera donde sus cria
'd Pc espidióo de tzalan. Viendc
dl
SR
da ya la es yjeranza de una entrevista con Lord Mortimer,
esperimentó una gran opresion de corazon, y sus lágrimas
corrian en abundancia.
Elena en su aposento se aturdió tanto como su señora;
4 murmuró alguna cosa de la inconstancia de los hombres,
lecia, se parecian todos, y como Chip eran todos en-
ey sos en todas ocasiones. AÁvisando á Amanda la cam-
pana de comer, enjugó sus ojos, y se puso un gorro muy
adelante para que no se notase que habia llorado. Su
padre divisó su turbacion, y JUzgó que no ignoraba la vi-. .
e acababa de recibir. Al ver á Lord Mortimer, ya no
iró de la tierna inclinacion que Amanda habia con-
or él. El aire noble ¿ingenuo del Jóven
prevenido al instante á Fitzalan en su favor. Le vi
tado de todas las calidades propias á hacer una fuerte
durable impresion sobre una alma sensible. Suspiró s0-
lo de pensar que la cruel necesidad le obligaba á separar
dos seres tan bien formados uno para otro: pero como es-
te obstáculo ni podia ni debia quitarse, el padre se alegraba
de que Lord Mortimer, en lugar de venir á Caxberry-Cas-
tle para hablarle de su hija, no le habia hablado de otra
0 que de neg rocios, ni le habia preguntado noticias de ES
Amanda, sino co) a la frialdad que podia ser consecuencia
de un amor AE remonte domado, ni le habia hablado
abra de la carta en la que habia comunicado á Fitza-.
Tan sus miras acerca de Amanda; de todo lo cual concluia,
que Lord Mortimer habia renunciado á una hija sin for-
E vu y llevado sus afectos á algun otro objeto. Este ob-
: pr eferido le parecia ser Lady Eufrasia Sutherland, de ¿
en le habia hablado Lord Cherbury como de un es-
le partido para su hijo, y por la cual parecia que
- ¡Mortimer habia hecho el viage á Irlanda. RA
É E itzalan no tenia ánirio de comunicar sus reflecsiones S ES
aja; queria mas que « ella las penetrase con sus. _pro-
servaciones. Esperaba que de este modo e amor -
( la vendria á á su socorro para ayud rle á
sion. La comida se pasó sin conversa-
18 se rotixariigo! los criados, Fitzalan deter-
v :
E, PA e, «€
»
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E
so
que habia tomado, y se ha encantado de haberse engaña-
Bm
minó aliviarla de la inquietud en que la veia, y. le hablo
de la visita de Lord Mortimer. Ha venido, dijo él, úni-
camente para reconocer el estado en que se hallaba el
castillo. Es en efecto un jóven amable y razonable, y ha-
rá honor á su familia. Deseaba mucho tiempo ha, me di-
jo él, visitar una posesion querida, por la memoria de los:
primeros años que en ella ha pasado, y porque su madre
nació allí, haciéndola su residencia favorita; y habiendo!
encontrado una ocasion de hacer este viage en buena.
compañía, no ha querido diferir mas tiempo el darse esta.
satisfaccion. e
Lord Mortimer ha hablado de su madre, añadió Fitza--
n, con un verdadero respeto, y una penetl nte ternura..
ll tono de su voz y sus ojos húmedos de lágrimas, me han.
o ver un corazon lleno de sensibilidad. * La memorias
a madre es tan honrada por las virtudes de su hijo,
como por los elogios que le tributa. Se habia dicho ás
Mortimer que el castillo estaba muy decaido. Se ha sor-
prendido agralablemente de haberlo encontrado en un es-
tado que no se podia esperar de un edificio tan antiguo,
No espera encontrar allí vestigio alguno de los cuidados
do. Cada situacion le recordaba felices memorias, y so»
bre todo se ha detenido en el pequeño templo gótico, y
despues de haber guardado algun ¡Bo de silencio: ¡Oh
ha dicho, qué momentos tan felices he pasado aquí con li
mejor de las mujeres! En verdad, mi querida Amanda
que habeis adornado este lugar con mucho gusto. Yo cre:
realmente que Lord Mortimer hubiera de buena gana ro
bado de vuestro altar alguna de las guirnaldas de rosas :
lirios de que lo habeis adornado: tanto las ha mirade
Amanda se puso colorada, y su padre, leyendo siempre e:
sus ojos la esperanza y la curiosidad, añadió: Lord Morti
mer ha puesto tambien los ojos sobre algunas porcione
de terreno; y como me ha esplicado el modo con que que
ria que se trabajasen, yo no creo quegvuelva al castillo,
tampoco que permanezca aún mucho tiempo en este reine
Despues de esta conversacion, «Fitzalan se, retiró á 8
> É
d »
En
a E
gabinete, y Amanda pasó en seguida al jardin, y Se apre-
suró á ir al pequeño templo. Jamas los habia encontrado
tan pintorescos, jamas le habia parecido adornar tanto el
paisage. El silencio de Mortimer cuando entró, no le pa-
recia, como á Fitzalan, causado únicamente por la memo-
ria de la felicidad que habia gustado al lado de su madre.
No, decia ella, en este sitio ha pensado tambien en mí.
Es verdad que Mortimer no habia hablado á Fitzalan
de Amanda sino con indiferencia; pero esta indiferencia
podia ser efecto del resentimiento. Ella habia huido pre-
cipitadamente del país de Gales para evitarlo, despues de
haberlo acojido de un modo que le daba un cierto derecho
á ser sabedor de sus acciones, lo que ella habia descuida
do despues. Amanda se lisonjeaba que esta era la ca
verdadera de la frialdad de Mortimer, y que una esplica
cion que estaba en estado de darle á su primera eni vis-
ta, produciria al momento una reconciliacion. Su pad e,
lleno de ternura por ella, y no pudiendo ser feliz sino con
ella, prevenido á favor de Mortimer, no se opondria por
mas tiempo á su union: permitiria que Mortimer se abrie-
se al conde Cherbury, y que este sin duda se conduciria
en esta ocasion, como lo hacia siempre, como padre tierno
y hombre desinteresado. %
Así Amanda, alimentándose deideas conformes á sus
deseos, procuraba Mridar las contradicciones que habia es-
perimentado por la mañana. Fitzalan, tomando el té con
su hija, no le sorprendió que hubiese estado en el peque-
ño ' templo; pero se admiró de ver en ella un aire de ale-
gría que no le era ordinario. Conocia bastante el corazon
humano para comprender que ella no habia podido sacu-
dir la tristeza de la mañana, sino con el favor de algunas |
lisonjeras ilusiones. Creyó, pues, que el mejor medio de
disiparlas era dejarla ver á Lord Mortimer.
Reflecsionando aún sobre el carácter de este jóven Lord,
y sobre todo lo. que habia sabido de Lord Cherbury, se per-
suadió mas fuerignotia, de que Lady Eufrasia era no so-
lamente destinada á Lord Mortimer, sino tambien el ob-
jeto de sus afectos. Creyó. tambien que la visita de. Mor-
$. +
..
5
a. «
*
H
E
O
timer á Carberry-Castle habia tenido por objeto manifes-
tar la mudanza de sus sentimientos con la frialdad de su
conducta, y estinguir de este modo todas las esperanzas
que su mansion en la vecindad habian podido hacer na-
cer y alimentar.
El habia vacilado en aceptar el convite de los Kilcor-
ban; pero se determinó á ir y llevará su hija, lleno de
la idea de. que se convenceria ella misma de la mudanza
de Mortimer para con ella, conviccion que era necesario
que tuviese.
Amanda esperó con grande i impaciencia esta noche, en
que debian realizarse sus esperanzas 6 sus temores.
ds A.
e CAPITULO IX.
de noche tan deseada llegó al fin. Amanda se adornó
con la mayor agitacion; sus espíritus se reanimaron cuan-
do se miró en el espejo. La esperanza habia aumentado
el brillo de sus ojos, y avivado los colores de su cara. Ele-
na, que tenia un grande interes en que su jóven señora se
presentase la mas hermosa del baile, declaró que Aman-
da iba á escitar los celos de todas las damas irlandesas, y
al mirarla Fitzalan se sorprendió de verla tan hermosa.
La miró con una alegría que atrajo algunas lágrimas á sus
ojos, y sintió una secreta vanidad de manifestar á la mar-
_Quesa, que este descuidado renuevo de su desgraciada her-
mana habia llegado á ser tan hermoso y florido, aunque
lastimado del viento de la pobreza, y de la tempestad | de
la desgracia.
No, se decia á sí mismo, los encantos de Bufrasia no pue-
den disputar con los de Amanda, á á lo menos no pueden
escederlos. La dulzura y la inocencia se manifiestan en
la frente de mi hija, y la marquesa habrá i igabuido . su ca-
rácter y sus miradas fieras á Lady Eufrasia.
Llegando Amanda á PA encontró todas das ave-
3 * y PR
nidas ESE mos arrozas. La casa estaba perfectamente
ilumi “daba á conocer como la mansion de la
rugosa y. del placer. Temblaba al subir la escale- |
ro, A detenerse un momento para repararse; pero la
pue
se abrió, y Mistriss Kilcorban vino delante de ella
para recibirla. Aunque la sala era muy grande, habia un
concurso numeroso; estaba adornada de festnes de flores,
é iluminada de gran cantidad de luces. A la entrada es-
taba la orquesta, y al fin de ella y enfrente la marquesa y
toda su sociedad. Latia el corazon de Amauda cuando
se dirigió á Mistriss Kilcorban, y su conmocion estinguia
su voz. Sin embargo, acordándose de que Mortimer la
observaba, y de que las miradas malévolas de sus orgullo-
sas parientas estaban fijas sobre ella, volvió á tomar su
resolucion, y atravesó la sala con gracia y con dignidad.
Muchas personas de la concurrencia no la conocian, y se
oyó un general murmullo: ¿quién es esta jóven tan hermo-
sa? y otras muchas espresiones de admiracion de la ma-
yor parte de los hombres, entre los cuales se hallaban mu-
chos oficiales de la guarnicion de la vecina ciudad, Con-
fusa de la atencion que se atraia, se apresuró á tomar el
primer puesto vacante, que se encontraba al lado del de
la marquesa. Ella verdaderamente habia escitado la ad-
miracion universal, sobre todo entre los hombres, por su
belleza, sus gracias naturales y la sencillez de su vestido.
Era de tafetan blanco liso, con un gorro de crespon en
forma de turbante, adornado de plumas caidas. No lle-
vaba otro adorno que un collar de perlas del cual colgaba
un retrato de su madre, y al borde de su basquiña un li-
gero bordado representando hojas de laurel, y flores de pla-
ta. ¡Sus cabellos abundantes y rizados, brillantes por su
color natural, ondeaban sobre sus espaldas, y acompaña-
ban á unas mejillas, cuya blancura se confundia con los
dulces matices de la rosa; cuando se hubo sentado, su tur-
bacion se disminuyó, levantó los ojos, y se encontró con
los de Mortimer, el cual se hallaba apoyado sobre el res
paldo de la silla de Lady Eufrasia. Mortimer la miraba
fijo con una estrema atencion, pareciendo querer penetrar
Y
Dee
— 38 ==.
en los rincones de su corazon, y buscar allí si tenia guar-
dado algun lugar. Ella se puso colorada, y desviando sus
miradas, conoció que era el objeto de la crítica de la mar-
quesa y de Lady Eufrasia. Tenian ellas un aire de ma-
lignidad que la sobresaltó. No pudo ver sin horror á la
que habia tan fuertemente contribuido á las desgracias de
Malvina. Es verdad, decia Lady Eufrasia, con un tono
afectado y una sonrisa desdeñosa, á un oficial jóven que
estaba á su lado, ¿es verdad que la encontrais hermosa?
—¡Hermosa! replicó el jóven con calor; ¡ah! la encuentro
MaS encantadora.
La marquesa arqueó las cejas con soberbia; Lady Eu-
frasia se sonrió con desden, meneó la cabeza, y enredó con
¿su abanico. La envidia y mal natural, que la marquesa
habia manifestado en su juventud, eran los mismos que
en su edad madura; pero en lugar de ser envidiosa y per-
versa, por respecto á sí, lo era por respecto á su hija. Pa-
ra concentrar á Eufrasia todos los elogios y toda la admi-
racion de la sociedad, habria visto con placer una buena
cara desfigurada, y las buenas calidades de una persona
hermosa menospreciadas, y no dejaba jamas escapar oca-
sion alguna de denigrar la figura, y calumniar el carácter
de todas las que pudiesen ser rivales de Eufrasia.
Tenia estos mismos sentimientos, con respecto 4 Aman-
da; y á pesar de su ceguedad por su hija, no podia disi-
mular la superioridad de Amanda, á'lo menos en su figu-
ra. Lady Eufrasia heredaba unos grandes bienes, lo que
le aseguraba siempre mucho miramiento; pero esta consi-
deracion estaba destituida de estimacion éinclinacion, dic-
tada solo de la lisonja. ¡Qué diferencia entre los homena-
ges de esta especie, y los que una espontánea admiracion
tributada á Amanda, que sin titulos y sin fortuna, estaba
perseguida de los elogios, y habria atraido á su alrededor
una multitud de adoradores, si esto hubiese sido compati-
ble con su modestia, y con su vida retirada!
El carácter de Lady Eufrasia, era el mismoYue el de su
madre; pero en su figura se parecia á su padre. Su talle
era pequeño, y sus facciones recojidas y groseras; lo que
”
a
le daba un aire de edad mayor que Amada, aunque las
dos tenian una misma. Con una grande fortuna, era des-
graciada al instante que veia á una persona con quien po-
dia creer que la naturaleza habia sido mas liberal que con
ella. En su interior, como objeto de una continua lisonja,
era de bastante buen humor; pero por el esterior, esperi-
mentaba el mayor pesar siempre que encontraba alguna
muger superior en rango y fortuna, y á quien se hiciese
mejor acogida que á ella misma.
Habia contado parecer en este baile como una divini-
dad. Todo el arte imaginable, y todas las invenciones de
la moda habian concurrido á su adorno, y habia hecho su
entrada en el salon, con toda la insolencia que podian ins-
pirar el orgullo de su carácter y la pretension á la belle-
za. Caminaba como si tuviese dificultad de mover y sos-
tener sus miembros delicados, y sus ojos lánguidos esta-
- ban-medio cerrados. Viendo en una concurrencia buen nú-
mero de hermosas, tomaba mal humor; pero los respetos
que se tributaban á su calidad, la tranquilizaban un poco.
Habia encontrado el medio de tener á sulado á Lord Mor-
timer y á Sir Carlos Bingley, el jóven oficial. de que he-
mos hablado poco ha, coronel del regimiento que se ha-
llaba de guarnicion en la vecina ciudad. Su alegría esta-
ba sostenida por las atenciones de los dos mas amables
hombres de la sociedad, y como una orgullosa sultana en
medio de sus esclavas, se saboreaba con las alabanzas que
arrancaba de su política, en los discursos falsamente mo-
destos que lestenia. Pero cuando la puerta se abrió, Aman-
da, pareciendo como un ángel de luz, disipó en un momen-
to los vapores de la vanidad, y las ilusiones del egoismo que
se da importancia. Lord Mortimer no abrió su “boca; pero
sus miradas espresaban todos sus sentimientos; y | Sir Cár-
los Bingley, que no tenia motivo alguno secreto para
ocultar los suyos, declaró abiertamente su admiracion,
en los términos arriba descritos, y á los cuales Lada Eu
frasia respomdió como hemos dicho.
Todo el alborozo « que manifestaba Sir Cárlos, lo sentia
Mortimer. Su alma parecia quererse escapar E O
EN
00%
da, para llevarle sus sentimientos, asegurarse de los que
habia conservado hácia él, y quejarse del tratamiento que -
habia recibido de ella; pero este primer movimiento de
ternura decaia, cuando se acordaba de la conducta que ha-
bia tenido con él; con qué crueldad é ingratitud habia
huido en el momento mismo en que le habia dejado con-
cebir las mas dulces esperanzas; con qué dureza lo habia
abandonado á la desconfianza, á las inquietudes y á los
pesares, dejándole con el temor de alguna inclinacion in-
juriosa para él, que ni ella ni su padre querian confesar.
El estaba infinitamente distante de pensar que la escru-
pulosa delicadeza de Fitzalan fuese la causa sola de la
huida de Amanda. El la adoraba siempre, y no podia ni
queria desterrarla de su pensamiento, sino despues de es-
tar bien asegurado de que ya no era digna de su aficion,
y estaba en una mortal impaciencia por tener una espli-
cacion de su conducta misteriosa. Desde Tudor—Hall ha-
bia marchado á Lóndres agitado y desgraciado. Poco tiem-
po despues de su llegada, el marques de Rosline le habia
propuesto acompañarle á Irlanda; lo que él habia rehusa-
do, teniendo motivos para creer que Lord Cherbury tenia
el proyecto de casarlo con la hija del marques. El conde
manifestó alguna desazon á su hijo por esta denegacion.
Le dijo que habia deseado que hiciese el viaje de Irlanda
para saber su opinion sobre el estado «de Carberry-Cas-
tle, donde habia enviado á residir á un hombre de toda su
confianza, sobre quien se podria descansar para mandar
hacer con economía é inteligencia, todos los reparos y me-
joras que se creyeran necesarias y útiles, y le nombró á
Fitzalan. La agitacion y sorpresa de Mortimer fueron
grandes, pero las ocultó, y con un aire de indiferencia, hi-
zo á su padre algunas preguntas sobre este hombre, y.re-
conoció ser el padre de Amanda. No hizo mencion alguna
de ella; pero le dijo que pues que Lord Cherbury lo de-
seaba tanto, él acompañaria al marques. Este estuvo muy
satisfecho, pues habian convenido con el conde ( C erbury,
en unir las familias casando á Lord. 3 Mortimer « m Lady
Eufrasia. Mortimer sospechaba alguna cosa del 1 pato,
A
y Lady Eufrasia estaba enteramente en sus miras, pues
no tenia el alma hecha para la sensibilidad.
En cuanto á Mortimer, se resistia á dar esperanzas que
no tenia intencion de realizar jamas. Trataba á Lady Eu-
frasia con política, y parecia preferir constantemente la
conversacion de la madre á la hija, queriendo sofocar este
proyecto ántes de que naciese, y ahorrarse la pena de re-
husarlo formalmente. Aun cuando su corazon hubiese es-
tado libre, jamas Lady Eufrasia habria sido objeto de su.
eleccion. Si reconocia que Amanda era tal como como la
habia juzgado desde el principio, se miraba como empe-
ñado por todos los lazos del amor y del honor á no tener
otra esposa que ella; pero al mismo tiempo estaba resuel-
to á no escuchar la voz de su ternura á favor de Aman-
da, sino cuando estuviese perfectamente convencido de
que ella no habia merecido perderla. Habia venido á
Carberry—Castle, con el designio formado de hacer creer
su indiferencia, y quitar 4 Amanda toda la idea de que
hubiese venido por ella á Irlanda. No se hacia escrúpulo
de afligir su ternura, si ella aun conservaba alguna hácia
él, por una frialdad aparente que no seria mas que una
pequeña venganza, de la pena que ella le habia causado
huyendo con tanta crueldad; pero él estaba resuelto á lle-
—gará una esplicacion, despues de la cual arreglaria su
conducta en lo sucesivo.
El se habia propuesto permanecer toda la noche del to--
do indiferente con Amanda; pero ella se manifestó tan
amable, y Sir Cárlos Bingley tan obsequioso con ella, que
estuvo cien veces tentado de desnudarse del carácter de-
que se habia revestido, y libertarse de la sujecion que se-
habia impuesto.
La marquesa y Lady Eufrasia no fueron las. solas per-
sonas á quienes atormentaron los sucesos de Amanda. Las.
dos Miss Kilcorban llegaron por ello á la desesperacion.
Se habian lisonjeado de atraerse sobre ellas solas todas-
las admiraciones; y se habian tanto mas cruelmente enga-
ñado en sus esperanzas, cuanta mayor pena se habian to--
mado y mayores gastos habian hecho para adornarse. A.
2 — ,
las sugestiones de su vanidad se habian juntado. y “tá
el tiempo del tocador los elogios de su madre, que á cada
momento esclamaba: Vamos, vamos; los hombres no ten=
drán con qué defenderse, pues he aquí dos formidables -
enemigos contra ellos. ,
Vestidas de gasa de color, y arrastrando las colas de mas.
de seis palmos de largo, atravesaron. la sala con estrépito
para presentarse 4 Amanda: la aseguraron que tenian el -
mayor contento en verla; pero que temian se hallase in-.
dispuesta, pues tenia mal color. Amanda les respondió
que no sentia indisposicion alguna. Miss Kilcorban le di-
jo al oido: la marquesa no se ha sonreido desde el momen-
to en que habeis entrado; yo temo que mamá haya come-
tido una grande falta convidándoos juntas, La grosería de
esta observacion chocó á Amanda, é iba á replicar, cuando
Miss Alici a dijo que creia que Lord Mortimer estaba loca-
mente enamorado de Lady Eufrasia. Amanda levantó in-
voluntariamente los ojos buscando á Mortimer, y vió cer-.
ca de ella á Sir Cárlos Bingley.—¿Se me perdonará, dijo
él, turbar un trio tan amable? pero un soldado debe agar-.
rar la ocasion por los cabellos, y esta es tan favorable á
los deseos de mi corazon, que puedo temer no encontrar
otra semejante. Miss Kilcorban se enderezó á este dis-
curso, se dió aire con el abanico, y se sonrió graciosa-
mente con Sir Cárlos, no dudando que venia á empeñarse
para ser su pareja en la primera contradanza; pero escur-
riéndose por entre las dos hermanas, saludó agradablemen-
te á Amanda, y la suplicó quisiese honrarlo con su mano.
Ella le manifestó su consentimiento con una dulce sonri-
sa, y se sentó á su lado, esperando que empezase el baile.
Las dos Kilcorban arrojaron sobre ellos una mirada malé--
vola, y se separaron con un aire de indiferencia y de des-
precio. nas
Lady Eufrasia habia esperado que Sir Cárlos y Lord. e
Mortimer se disputarian su mano; pero la mortificó i nfin >
tamente la desercion del primero, y aun mas la prefere
cia que daba á su prima. Sir Cárlos era Óv
da y lleno de vivacidad: ella lo habia honsado 4
us 9 Y im
con una acogida favorable en Inglaterra, y habia deseado
ponerlo en la lista de sus adoradores, ó de aquellos que ella
tomaba por tales. Solo le faltaba el ofrecimiento de Lord
des Mortimer para ponerla de buen humor. Así como este aca-
baba de comprometerse con ella, llegó el jóven Kilcorban,
y Lord Mortimer sintió sinceramente que no le hubiese ga-
nado por mano. Eljóven se desesperó de haber encontra-
do empeñada ya á la dama; pero le suplicó que le permi-
A
tiese tener el supremo honor y la agradable dicha de reci-
bir su mano para la ralla siguiente, lo que le pro-
metió con un tono tan afectado como impertinente, si es-
taba (decia) en estado de soportar una segunda contra-
danza.
Amanda y Sir Cárlos, Lady Eufrasia y Lord Mortimer
eran en la contradanza las parejas vecinas. Amanda. es-
cuchaba á Sir Cárlos, cuya conversacion era viva q Agra-
dable. Lord Mortimer les miraba con una atencion inquie-
ta. Lady Eufrasia observaba á Mortimer, y su aire y al-
gunas indirectas que soltaba, manifestaban bastante su
descontento. Mortimer se esforzaba por dominarse y ser po-
lítico; pero Eufrasia, no contenta con verle volverse á ella,
procuraba tambien atraer la atencion de Sir Cárlos. Ella
le dirigia la palabra por delante de Amanda; pero todos
sus esfuerzos eran vanos. Decia de paso una palabra á
Eufrasia, y sus ojos no podian desviarse de la encantado-
ra figura de su pareja. La mano de Amanda temblaba
cuando tenia que darla á Lord Mortimer; pero este, esten-
diendo la suya, evitaba tocar la de Amanda, que tenia el
corazon penetrado de este desden. Ella suspiró sin adver-
tirlo, y Sir Cárlos le preguntó sonriéndose á quién se diri-
gia este suspiro.
Esta observacion puso á Amanda sobrgysí í misma, y to-
mó un aire animado, que sostuvo durante el resto del bai-
le. Acabada la contradanza, Sir Cárlos la condujo á un
asiento vecino al que Lord Mortimer acababa de tomar; y
reparando que Mortimer fijaba á menudo sus ojos sobre
ella, esperó que la suplicaria bailase con él. Sir Cárlos '
sentia que la costumbre antigua de no cambiar de pareja
AO
”
estuviese abolida, y protestó que no la dejara nast
no le hubiese prometido una tercera contradanza: €
pudo rehusarla. En este mismo momento, habiend
do Mortimer el lado de Eufrasia, el seno de Re oe -
pitó al ver acercársele. El se detuvo; el desfalle-
cer su corazon; él le arrojó una mirada, y y pasó adelante 4 á
otra: Amanda le siguió con SOI ue se con
metió con Miss Kilcorban. Ms 5
Este fué para Amanda un golpe Lore La. cortesía,
se decia á sí misma, exigia en efecto que bailase al prin- .
cipio con Lady Eufrasia; “pero á menos que yo no le sea
absolutamente indiferente, no debia descuidarse de propo-
me la segunda. Yo no soy nada para él, y ya no está
p do sino de Eufrasia, y de mugeres que pueden ser
les á este único objeto de sus atenciones. Muchos
es vinieron para sacarla á bailar: ella alegó su can-
lo, y fué á sentarse sola cerca de una ventana, tenien-
el aire de estar ocupada mirando el baile; pero ála ver-
dad absorta en sus tristes pensamientos. Los bosques ve-
cinos, alumbrados por la luna, presentaba á su men oria
los de Tudor-Hall, donde tantas veces hal la 1
con esta dulce luz, y donde habia recibi
una eterna fidelidad; promesas que tenia muy grabadas
en su corazon, pero que no tenia esperanza alguna de ver
realizadas. "al
Habiéndose suspendido el baile, la concurre AO a.
otra sala para tomar algun refresco. Entregada Amanda
á sus pensamientos, no habia advertido este movimiento,
cuando el jóven Kilcorban corrió saltando á decirle que es-
taba tan sola como un ermitaño, y riendo hasta las narices,
le volvió la espalda con una impertinencia sin igual. El no
la habia mirado en toda la noche. Era este uno de aque:
llos insectos importunos que no se manifiestan sino al £
de la fortuna. Orgulloso de sus relaciones con la
sa y Lady Eufrasia, se habia descuidado de 4
sr como poco digna de su atencion, sino por(
encia le parecia que era para él un medio y
- a de las mugeres. Advertida Amand
4 .,
$ 4” AN 4
reparó que habia quedado casi sola, y quiso pasar al
o aposento; pero encontró en él todos los asientos ocu-
- —pados: cerca de la puerta estaban Lady Eufrasia y las dos
Las Miss Kilcorban. Lord Mortimer estaba apoyado sobre el
respaldo del asiento de Milady, y el jóven Kilcorban, sen-
_tado al lado de ella, no imaginó ofrecer su asiento á Aman-
da. Esta estaba en pié y en una situacion muy desagra-
dable, y ademas tenia el disgusto de oir ¿muchas perso-
nas, notar cuán estraño era que no hubiese sido recibida
con aprecio por una parienta tan próxima como la mar-
quesa de Rosline. Ella se vió el objeto del cuchicheo uni-
versal entre los que circuian á Lady Eufrasia, escepto
Mortimer.—Sobre mi palabra, dijo el jóven Kilcorban,.
hay ciertas mugeres que estudian en tomar acti
las cuales seria mejor que renunciasen.—Sí,
para observar la decencia, dijo Eufrasia con su ordinaria -
altanería. Podria, añadió, servir de modelo para una figu-
ra de Esperanza.—Sí, respondió Kilcorban, dándole una
áncora para apoyarse.—Perfectamente, respondió Eufrasia
balanceando su cabeza y los rizos de sus cabellos, y ha-
"ciendo mover sus ojos moribundos.—Tambien podria re-
-— presentar la Melancolía en un monumento, añadió Kilcor-
ban.—Pero ¡tiene algun dolor que acariciar? dijo Eufrasia.
+ —SÍ, Milady, replicó él; tiene uno, pero no que pueda com-
>
placerle, y es ver sus encantos enteramente os por
e] * e Ea . AS p
yd vuestros.
"Lord Mortimer, cuyos ojos centellaban de indignacion
- durante este diálogo, tomó la palabra diciendo: —Señoras, la
pintaríais de otra manera si lo hiciérais bajo la figura de
la Sabiduría, mirando con compasion las locuras humanas;
= y sonrióse de ver los tiros de la maledicencia, dirigidos
contra el seno de la inocencia y de la modestia, volverse
contra aquellos que los despedian.
%
Amanda no oyó palabra alguna de estas, que Mortimer
habia pronunciado á media voz. Las impertinencias de
que era objeto, escitaron la indignacion de su corazon: ella
habria dejado el aposento si el paso no hubiese estado
$ embarazado por mucha gente. Ocupado Sir Cárlos Bin-
la
il ¿2% >
TGS
gley con la jóven con quien habia bailado, habia pe A
de vista á Amanda hasta este momento. Corrió hácia ella.
—i¡Sola, le dijo, y en pié! Yo no lo habia advertido hasta
ahora: parece que estais fatigada. Ella en efecto estaba
muy pálida. —Kilcorban, dijo Sir Cárlos dirigiendo la pa-
labra á este jóven, seguramente no habíais visto que Miss
Fitzalan estaba en pié; de otra manera le habríais ofreci-
do vuestro lugar: y tomándole por el brazo, y haciéndole
levantar, llevó la silla á Amanda; y despues de haberle
procurado algunos refrescos, se sentó á sus piés, diciendo:
—Aquí está el trono, donde los reyes vienen á postrarse.
Las gracias amables y naturales de Amanda habian én-
cantado á Sir Cárlos; y la negligencia con que la veia trata-
- da, daba á sus atenciones con ella una dulzura y una ter-
nura que no habia manifestado aún. Su sensibilidad se
mortificaba; y aun cuando hubiese sido una muger ordina-
ria, en esta situacion, habria llegado á ser el objeto parti-
cular de sus atenciones. Tomó en aborrecimiento á la
marquesa y su hija por su envidia, y en menosprecio á las
Kilcorban por su vil insolencia. La marquesa le habia
contado largamente la conducta chocante que habian teni-
do los padres de Amanda, cuyas malas calidades, decia
ella, se manifestaban en su hija: en fin, habia hecho todos
sus esfuerzos para desacreditarla á sus oJOS, lo que era
bien imposible.
¡Dios mio! dijo Lady Eufrasia levantándose, dej dme sa-
lir de aquí. Esta escena verdaderamente es desogradable
Lord Mortimer la dejó ir sola, y se puso á pasear la sala,
trayendo sus miradas sobre Amanda, cuyas esperanzas se.
reanimaron en este momento. Sus ojos volvieron á to-
mar su brillo, un ligero encarnado tiñó de nuevo sus me-
jillas: aunque comprometida con Sir Cárlos para la con-
tradanza, hubiera deseado que Lord Mortimer se la pro-
pusiese. El concurso habia vuelto á la sala de MU: Y
Sir Cárlos le presentó la mano para conducirla á ella
este mismo momento, Mortimer se acercó, y dd se
detuvo como para volverse á arreglar alguna cosa de su
£
adorno. El se dirigió á una señorita. muy. hermosa, á
As lo
*
a - 7 sas
” quien le ofreció ser pareja suya. Amanda le siguió coti
los ojos, quedándose en el mismo lugar, hasta que Sir
¿E
Cárle , tomándola por la mano, la sacó del pensamiento
- que la ocupaba. | |
Despues de la contradanza con Sir Cárlos, Amanda ha-
—bria partido si hubiese tenido á su criado; pero despues
- de haber quitado los caballos del coche, se habia vuelto á
Carberry-Castle, y no podia tenerlo sino muy tarde. Ella 5
declaro su resolucion de no bailar mas; y Sir Cárlos, re-
nunciando tambien á ello, pasaron á una pieza donde se
jugaba y habia menos gente yue en otras. Lady Greys-
tock estaba en una mesa con el marques y la marquesa.
Hizo señal á Amanda para que se le acercase, y le mani-
festó el placer que encontraba en verla. El marques se
puso sus anteojos para mirarla. La marquesa mostró mu-
So A manifestó que tendria cuidado en lo su-
_cesivo de no aceptar funciones de placer donde pudiesen
concurrir personas que no debian estar. Este discurso era
demasiado directo para no ser entendido. Amanda hu-
biera querido ocultar su conmocion; pero como sentia que
no seria señora de sí misma, se alejó de la mesa. Sir Cár-
los la siguió, procurando retirarla de las observaciones y
ocultar las lágrimas que derramaba.—¡Detestable maligni
dad! dijo él; mi querida Miss Amanda, vos no sois el ob-
“ jeto de ella, sino porque vuestro mérito y vuestra belleza
" indi con demasiado esplendor. Es vicio de pequeñas
"he
a almas aborrecer la superioridad á que ellas no pueden lle-
> gar. —lós cosa cruel, es horrible, dijo Amanda, bacer so-
brevivir la enemistad al objeto que han perseguido hasta
el di: y aborrecer á la hija porque detestaron á la
madre. ¡Y qué madre, decia, poniendo los ojos sobre la
miniatura que llevaba, y qué poco merecia estos crueles
tratamientos! Sir Cárlos arrojó una mirada sobre el re-
trato, y vió que estaba todo bañado de lagrimas de Aman-
Ni da: las enjugó con su pañuelo, que al instante despues
llevó á sus labios, y puso en seguida en su seno.
En este momento vió ella 4 Lord Mortimer, que estaba
observando esto á solas sin ser visto: desde que se atrajo
- _ OM. MH. — 7 L. |
Lis
é —> me
sus miradas, se alejó Lord Mortimer, y dijo Sir Cárlos:
este es como un duende; no hace mas que ir y venir, y.
creo que las cosas no van muy bien entre él y Lady Eu--
frasia.—¡Glué! dijo Amanda, ¿hay alguna cosa entre ellos?
—Se dice, respondió Sir Cárlos; pero yo no siempre creo
lo que murmura el público. Conozco á Lord Mortimer
- hace mucho tiempo, y despues de la idea que tengo de él,
no creeré jamas que Lady Eufrasia pueda agradarle: aun
apostaré, por el contrario, que él no tiene el menor gusto
por ella. Yo no diré otro tanto de las mugeres que están
aquí. Me ha venido muchas veces la idea esta noche, de
que despues de las frecuentes miradas que os ha dirigido,
está en el punto de ofreceros sus homenages; lo. que os
confieso no me daria placer alguno. Mortimer tiene aun
mas mérito y gracias que su esterior anuncia, y es un ri-
val enfadoso de encontrar. 4 Sat
Amanda, embarazada de esta conversaci )M, procuró
desviarla, y lo consiguió al fin. —Hablaron agradablemen-
te sobre diferentes objetos hasta la cena, durante la
cual Sir Cárlos tuvo las mismas atenciones para con
Amanda. Lord Mortimer estaba ó parecia estar todo en-
tero para Lady Eufrasia, la cual de tiempo en tiempo cu-
chicehaba con las dos Miss Kilcorban, y arrojaban mira-
das satíricas 4 Amanda. Al dejar el comedor Amanda,
encontró á su criado, y le dijo hiciese adelantar el coche.
Sir Cárlos, que le daba la mano, la rogó que permanecie-
se aún; pero le confesó que era por él mismo o
esta súplica, pues convenia con ella en que no encontraria
placer alguno en quedarse por mas tiempo. Conducién-
dola á su coche, le dijo que iba á seguir su ejemplo reti-
rándose, pues que dejando ella esta escena, perdia para él
todos sus atractivos. El la suplicó, y obtuvo el permiso
de ir á hacerle una visita á la mañana siguiente.
Llegó, pues, á Carberry-Castle en un estado muy dife-
rente del que se hallaba cuando marchó por la mañana.
Su padre la recibió en sus brazos pálida, temblando, dé-
bil, pues él no habia querido acostarse antes de su llega-
da. El adivinó en seguida la causa de su abatimiento, y
su corazon sufrió los golpes que llevaba el de su hija.
-
bl
al e de
Ñ —99—
Al ver á su padre arrojarle una mirada de dolor y de
ternura, procuró reanimar su espiritu; y despues de ha-
rle hecho algunos detalles de la fiesta, respondió á todas
- las preguntas que le hizo sobre la conducta de la marque-
3 per Lady Enufrasia con ella. El se afligió mucho de es-
ta relacion.—¡Gran Dios, dijo él, qué carácteres! Pero,
mi querida Amanda, vos sois demasiado amable, y os pa-
receis muchísimo á vuestra madre en vuestras escelentes
calidades, para no ser como ella el blanco de la malicia.
¡Oh! ¡Quiera el cielo que no os llegue para haceros des-
graciada! ¡Quiera la Providencia, á quien imploro todos
los das protejer á la hija de mi amor, hacer ilusorios to-
dos los lazos tramados cul ella, y que mis ojos disfru-
ten algun dia del espectáculo de su dicha!
- Amanda se retiró á su aposento, penetrada á lo sumo
de las espresiones que acababa de oir.—Sí, decia ella, con
el corezo BÍO o compasion y de reconocimiento por su
padre, yo le ocultaré en adelante mis penas, para ahorrar-
le el sentimiento de ellas. Sí, Mortimer, el dolor que me
causa vuestra inconstancia permanecerá sepultado en el
fondo de mi corazon; y jamas la felicidad de mi padre se-
rá turbada con la certidumbre de que yo he perdido para
siempre la mia.
El dia empezaba á apuntar, y Amanda no tenia gana
alguna de dormir. Estaba á la ventana; el silencio de la
noche solo era interrumpido por los coches que volvian á
conducir á sus casas los actores fatigados de una escena
de placer y de disipacion.—Pocas horas ha, se decia á sí
misma, que estaba alegre, animada y feliz, y ahora estoy
triste y abatida. ¡Oh Mortimer, á quien debo esta mudan-
za! Pocas horas ha que me creia amada de vos, y ahora
la ilusion está ya disipada: “ya no puedo esperar mas, ni vos
engañarme mas. En fin despues de haberse desnudado,
se arrojó obre la e. y consumida de fatiga se durmió.
PERE
o
TE
CAPITULO Xe 3 Lal 5
Al dia siguiente po la mañana, Sir Cárlos Bingley fué
- á Carberry-Castle. Fitzalan habia salido, y Amanda lo
recibió en su gabinete-tocador. El la dijo con un cono-
cido disgusto que estaba préximo á partir ¿ Dublin y de
allí á Inglaterra, donde le llamaban las cartas que cabe
ba de recibir; que sentia infinito que su conocimiento
mas bien su amistad, término que le pic permi-
tiese usar, fuese así interrumpido desde su nacimiento: le
aseguró que esta contradiccion era mas dolorosa para él
de lo que ella podia imaginarse ni él mismo esplicar; que
él se apresuraria á volver á Irlanda pare ¿O cerca de
ella, y que le conjuraba de tenerle en la memol ia
da, suponiendo que la simple política le habia
hacer esta peticion, le dijo: mi padre será muy feli
conoceros, si volveis á nuestra vecindad. Al entrar, h:
dicho que no podia estar mas que pocos minutos, y pasó
al lado de Amanda cerca de dos horas. Al tiempo de mar-
charse, protestó que creia que el castillo estaba encantado,
pues era tan dificil salir de él; y sin embargo, añadió, á
diferencia de los antiguos caballeros andantes, yo no qui-
siera quebrantar el encanto que me detiene en él.
Los dias se pasaban, y Lord Mortimer no y
Amanda oia hablar de él á menudo, y siempi
uno de los adoradores de Ls |
canías. Las Kilcorban pareci
Lady Greystock era de aquella familia le que h xbia ec
1ciones. Habi:
nuado teniendo con ella algunas at
do“dos ó tes veces á Carberry-Castle á ver
estaba concluido, y contar á Amanda las n
bia podido recojer. Amanda sostenia bas
solucion que habia formado de ocultar su tri
ed $
». de E
E
dre; 0 do se abando E Lor á ella cuando se hallaba sola.
La i e la union Lord Mortimer con Lady Eufrasia
posel imaginaci a la amargura en todos
movimientos. Si, esclamaba pascándose en los jar-
dines, que su e lo > habia vuelto á su primitiva belleza;
yo he plantado «€ estas flores, y,su: ye gancia servirá para
otra: estas rosas que mis manos han cultivado, Mortimer
las esparcirá bajo las pisadas de Eufrasia, y ella disfruta-
á de las bellezas « de este paisage que yo he adornado.
¿Cerca de tres semanas despues ne, una mañana,
hallándose en el gabinete engañando su displicencia con
un canto lastimero y tierno, oyó detras de ella abrir la
puerta: creyó que era Elen a; pero no ad=lantándose nadie,
, no á Elena, sino al mismo Lord
Mortimer. Se levantó con sorpresa de la silla; la obra
que tenia se le cayó de sus manos, y no pudo hablar ni
moverse.—Yo os pido perdon de haberme introducido así;
pero me habian dicho que encontraria aquí á Mr. Fitza-
-Está en su gabinete, Milord, dijo friamente Aman-
da. "oy á decirle que Milord desea verlo.—No, dijo él,
yo no sufriré que os deis esta pena: no tengo cosa muy
precisa que decirle. OUbligó á Amanda á volverse á sen-
tar, y tomó una silla á su lado.
Ella se puso á trabajar mientras que Lord Mortimer,
mirando al rededor del aposento, parecia reconocer en él
unos 's objetos que le eran familiares, y que veia con un pla-
nez: lado de pena, como recordándole la memoria de
las felices que ya no existian.—LEste aposento, dijo
él, era. el retrete favorito de una de las mas amables y
mas estimables mugeres.
Esto es lo que m
Amanda; se recuerdan con reconocimiento en todos
estos alr ores las virtudes de Lady Cherbury Yo creo,
dijo Meter arrrojando á Amanda una. nirada llena de
ternura, que deben tener la misma opinion de la que ha-
bita en el dia en su aposento Amanda bajó los ojos y
suspiró; pero. este suspiro era mas de sentimiento que de
placer. Ella pensó en este momento que Mortimer sole
+ á
— 102
venia para asegurarse de si le conservaba alguna inclina-
cion. ¿No la habia tratado con pa uayor indiferencia?
¿No era el admirador declarado de : aa Luego no
venia por ella, sino por Fitzalan. as estas ideas se
presentaron á su imaginacion, y se determinó á no que-
darse por mas tiempo con él. Su delicadez orgu-
llo le daban este ¿snto, pues temia, si escuchaba mas su
lenguaje seductor, hacer traicion á los sentimientos de su
corazon. Ella se levantó diciendo que iba á; avisar á
padre que Milord queria verle.
¡Fria é insensible Amanda! esclamó Lord Mortimer agar-
soda una de sus manos, y deteniéndola, ¿así huis de mi?
Cuando yo me separé en el país de Gales, creyendo no
dejaros mas que por pocos dias, ¡podria yo ereer que espe-
rimentaria jamas un recibimiento semejante? En efecto,
puede ser que no, replicó ella con algun imperio; pero des-
pues de esta época, ambos hemos escuchado mejor los con-
sejos de la prudencia. ¡Qué, dijo él, de la E que
os habria hecho evitar una accion que debia e SOs-
pechas! ¡Sospechas! Milord, replicó Amanda con una es-
pecie de Lord que manifestaban sus miradas. Perdo-
nad, dijo él, la palabra es dura; pero, Miss Fitzalan, cuan-
do vos reflecsioneis sobre vuestra conducta conmigo, so-
bre vuestra marcha precipitada y clandestina en el mo-
mento mismo en que el consentimiento recíproco de nues-
tros sentimientos parecia debia ser seguido de la mas en-
tera confianza entre nosotros, no os podreis admirar de
que las conjeturas tan afligidas se ha ayan pregona o á mi
imaginacion.
¿Es posible, Milord, que no hr jamas concebido la
razon de mi partida? ¡Y es posible reflecsi
os haya conducido á adivinarla? No
contestó Mortimer; os lo protesto solemnem:
recobraré el reposo mientras no tenga sta esplic:
se detuvo como esperando esta satisfacion; pe acopio,
agitada por lo que acababa de decirle, no estaba en esta-
do de responderle. Mientras ella aun guardaba silencio
temblando y pareciendo turbada, oyó la voz de su padre
—103—
en la escalera.—Es preciso que me vaya, dijo á Mortimer;
mi padre está aquí. Prometedme, pues, hallaros en Santa
Catalina esta tarde sobre las siete de ella, pues sin esto yo
no os dejo. H staré en suplicio hasta que me espliquesi
vuestra conducta.—Os lo prometo, dijo Amanda. Lord
Mortimer la dejó, y ella se retiró á su aposento con tiem-
po suficiente para no ser vista de su padre.
Sus esperanzas empezaron á renacer; y volvió á persua-
_dirse que lord Mortimer habia hecho el viaje á Irlanda
or ella. El rumor que corria de que estaba enamorado
de Eufrasia, no estaba fundado sino en que él vivia en la
casa del marques y en su sociedad.—Si él hubiera estado
indiferente para conmigo, decia, no habria manifestado
en diferentes circunstancias su conmocion. Las miradas
y el lenguage de lord Mortimer espresaban constante-
mente los sentimientos de un corazon desgraciado y afi-
cionado tiernamente. En fin, á menos de que alguna cir-
cunstancia imprevista no impidiese renovar esta aficion,
ella tenia tanta impaciencia en darle la esplicacion de su
conducta, como él la tenia de obtenerla.
Apenas habia salido lord Mortimer, cuando se presentó
lady Greystock. Amanda creyó que segun su costumbre,
venia á hacerle una visita de poco tiempo. Su pena y su
sorpresa fueron estremas cuando le oyó decir que venia á
pasar con ella todo el dia en familiaridad, porque las se-
ñoras de Grangeville estaban tan atareadas con los pre-
parativos de una fiesta que daban al dia siguiente, que
habian cerrado la puerta á todo el mundo, y en la casa
no se podia estar sin incomodidad. |
Amanda se esforzó á disimular su pesar; pues juzgó
que le seria imposib: sostener la conversacion hallándo-
se sus pensamientos ocupados sobre un objeto ausente.
Por fortuna suya, lady Greystock hablaba mucho y nece-
sitaba mas de oyentes que de interlocutores; ella, pues, no
estaba descontenta de la taciturnidad de su hermosa com-
pañera. Amanda procuró tranquilizarse con la esperan-
za de que la vieja señora se iria temprano para encontrar
en uirangeville su ordinaria partida de W?sk; pero ha-
— 104 —
bian ya dado las seis, y ella no hacia semblante de mar-
charse. Amanda estaba como en un suplicio, y el color
de sus mejillas manifestaba su ao ya se levantaba,
ya caminaba en el aposento, ya iba á la ventana para
ocultar su turbacion, mientras que su padre y y Gerys-
tock conversaban. Fitzalan, en fin, dijo que tenia algu-
nas cartas que escribir, y suplicó á lady Greystock que lo
escusase si se ausentaba por algunos momentos. La se-.
ñora entonces sacó de su bolsa su labor, y rogó á Aatedad
que le hiciese a guna lectura hasta la hora del té. A
da tomó un libro; pero estaba tan turbada, que br a-
bia lo que leia, y lo hacia muy mal.
Poco á poco, poco á poco, querida hija, dijo lady dea
tock, cuya atencion no podia seguir una lectura tan rápi-
da; vos correis la posta. Amanda se puso colorada, y le-
yó con mas lentitud; pero cuando el reloj del castillo tocó
las siete, no fué ya señora de contener su impaciencia.
Dios mio, le dijo, dejando caer el libro de sus sr
dejándose caer de la silla, yo no puedo tenerme.—; Qué
es esto, pues, querida mia?.dijo lady E en admirad
¿qué tencis? —Un dolor de cabeza terrible, señora, dijo
Amanda, continuando en caminar hácia su aposento.
Su imaginacion, fuertemente penetr ada, le representaba
en este momento á lord Mortimer esperándola en la cita:
oia el ruido de sus pasos, y el eco de sus pisadas en me-
dio de las ruinas de Santa Catalina. Una entera recon-
ciliacion entre ellos no estaba retardada sino ] or una du-
da que estaba segura de disipar. ¿Quéiba á conc. úr de
no encontrarla en una entrevista tan ardientemente de-
seada, tan solemnemente prometida, sino que se hallaba
en la imposibilidad de poderle dar una esplicacion que le
satisfaciese? Puede ser que él no quisiera creer los moti-
vos que le habian impedido ir á la cita; puede ser que no
le diese tiempo para decirlos, ni aun para esplicar la
marcha precipitada del país de Gales; y si Mortimer con»
conservaba estas dudas, perderia toda su ternura hácia
Amanda, y la desterraria para siempre de su corazon.
Atormentada de estas desconsoladoras reflecsiones, estu-
—105—
vo un momento pensando si enviaria á Elena á Santa Ca-
talina, p +, Aca 4 Mortimer la causa que le impedia
ir E misma; pero prontamente renunció á este proyecto )
diendo resolverse á dar conocimiento á nadie de una
a que o ba á su mismo padre; semejante modo de
bee le parecia contrario á su deber y á su delicadeza.
No, ci a, yo no me dejaré llevar de la inconsidera-
cion. que hace traspasar á tantas personas de mi secso los
límites de la decencia yA del decoro, y por restablecerme
en la estimacion de uno solo no quiero perder la de todos
los demas, y sobre todo mi propia estimacion. Si lord
Mortimer rehusa oir mi justificacion, hollará las leyes de
la justicia y el respeto que debe á mi sinceridad, y enton-
ces mi vanidad me ayudará á triunfar de mis pesares.:
Me parece estais en un estado muy estrabo, querida
mia, dijo lady Greystock, que la habia observado atenta-
mente mientras que estas ideas daban vueltas en su ima-
ginacion. Reconociendo Amanda que en efecto se podia
encontrar su semblante un poco estraordinario, se sentó
rocuró volver á tomar un poco de tranquilidad. Ha-
biendo vuelto Fitzalan, y tomando el té, lady Greystock
observó que eran precisamente bastantes para hacer un
wisk á á tres. Amanda lo habria rehusado con mucho gus-
to; pero la política le impedia hacer conocer su repugnan-
cia. Su padre y lady Greystock: veian claramente que
estaba en un estremo abatimiento. Esta última creyó
adivinar la causa en haber rehusado su padre un convite
de baile para. su hija a! dia siguiente.
Mi querida hija, dijo ella á Amanda sentándeka y bai-
lando las cartas, no os aflijais de no ir á esta diversion;
no es en los bailes y en los lugares públicos donde las jó-
venes encuentran mas fácilmente su establecimiento. Yo
he sido tres veces casada, y no he hecho la conquista de
ninguno de mis maridos en las concurrencias, no, solo en
la sociedad privada los he aficionado. Fitzalan y Aman-
_da se sonrieron, y ésta le dijo: yo no estoy jamas descon-
tenta de quedarme en casa, aunque no deseo ni espero de
mi retiro las mismas ventajas que vos.
— 106—
¿Vos no queríais sino un marido? dijo Fitzalan á lady
Greystock.—Sí: y á propósito de marido, he aquí á lady
Eufrasia Sutherland muy feliz, pues creo que no se podia
dar un jóven mas cumplido que Mortimer. —iVos creeis,
pues, dijo Fitzalan, que hay algun fundamento en los ru-
mores que corren de él y de lady Eufrasia?—Seguramen-
te, dijo ella, es un casamiento muy proporcionado; el na-
cimiento y la fortuna son iguales por ambas partes. Sí,
pensaba Amanda, pero ¿qué diferencia en sus carácteres?
Estoy persuadida, continuó lady Greystock, de que Enfra-
sia antes de un año será lady Mortimer.
Fitzalan puso sus ojos sobre Amanda. Estaba esta pá-
lida como la muerte, y jugaba todo al contrario. Al fin
llezó el coche de lady Greystock, y rompió la partida de
juego, que Amanda no habria podido continuar por mas
tiempo. Su padre habia reparado los esfuerzos penosos
que habia hecho para ocultar su turbacion. El aparentó
creer que se hallaba indispuesta, y la instó á que se reti-
rase. Amanda le tomó la palabra, y empezó á reflecsio-
nar profundamente sobre lo que acababa de oir á lady
Greystock. ¿No es esto muy verosímil? se preguntaba á
sí misma. ¿No ha manifestado lord Mortimer su indife-
rencia conmigo desde su llegada aquí? ¿El modo tierno
con que me ha hablado esta mañana, no le ha sido suge-
rido únicamente por el deseo de saber las razones de mi
súbita partida del país de (rales, ó por la necesidad de
contentar su vanidad, obteniendo aún de mí alguna prue-
ba de mi inclinacion hddla él? En seguida se abandonaba
á esta idea. Lady Greystock podia muy bien engañarse.
¡Hay tantos casamientos de que se habla, y en los cuales
las mismas partes no han soñado! No podia creer á lord
Mortimer tan vano ni tan falso para servirse de la ternu-
ra con ella, con el único proyecto de satisfacer su curiosi-
dad y su vanidad. Pero estas reflecsiones la dejaban
siemp1e desgraciada, y su único consuelo era la esperan-
za de ver pronto acabar esta cruel incertidumbre.
No pudo cerrar los ojos en toda la noche, y toda la ma-
fñana pasó con la misma agitacion. Ninguna de sus ocu-
—107—
—paciones o podia proseguir; y no oia paso alguno
en toda la e que no creyese ser de lord Mortimer. Des-
pue: ; de comer, salió sola, y tomó el camino de Santa Ca-
talina. Llegando al a de sus ruinas, se sintió fatiga-
da, y se sentó sobre una tumba de la capilla, apoyando la
cabeza en su mano. Aquí, decia ella, puede ser que
Mortimer 100 haya esperado con una tierna impaciencia,
y pu ado e ser tambien acusándome de indiferencia para
con -de haberlo engañado. Con esto oyó ruido, y vió
oi
Seais bien venida, querida mia, le dijo la buena reli-
giosa abrazándola tiernamente; pero ¿por qué no habeis
venido á casa? Amanda le dijo que esta era su intencion;
pero que se hallaba indispuesta, y que se habia quedado
al aire con la esperanza de encontrarse mejor.—;¡Jesus!
dijo Sor María, vos teneis en efecto mala cara: voy á pe-
dir algun cordial á nuestra priora para vos, que os asegu-
ro sabe tanto como un doctor. Amanda la detuvo por la
ropa así como queria partir, y le aseguró que se encontra-
ba mucho mejor.
Bien, pues, dijo ella sentándose, os contaré una aventu-
ra rara? me sucedió ayer al anochecer. Yo me pa-
seaba entre estas ruinas entre perro y lobo, como se acos-
tumbra decir; respecto de que el aire era algo frio, me
habia cubierto con el velo: estaba en uno de los rincones
del claustro, cuando oí pasos de alguno que me seguia, y
caminaba con bastante presteza. o me detuve ¡EReyen-
do que era alguna de nuestras hermanas que queria jun-
tarse conmigo. Vos podeis juzgar de mi sorpresa, cuan-
do me ví alcanzado por un jóven el mas agradable y el
mas bello del mundo. ¡Jesus, y cómo se sobrecogió al
verme! Estoy segura que me tomó por una alma del otro
mundo. Sus miradas se volvieron como despavoridas, y
se apartó hablando entre dientes. Yo encontraba su apa-
ricion muy estraña, y me apresuraba á volver al conven-
to, cuando saliendo de repente de debajo de este arco ar-
ruinado que veis allí, se llegó á mí con el sombrero en la
mano, me saludó con una dulce sonrisa, me pidió perdon
—108—
del espanto que temia haberme causado, y e seguida, po-
niéndose colorado y ocultando su confusion on el pañue-
lo, me preguntó si acaso habia visto una “señorita jóven
en las cercanías la tarde misn a, pues que él habia sabi-
do por uno de sus amigos ( debia venir, y que él se
proponia acompañarla á á su casa,
Mi querido señor, le dije, yo me he parida pá naá
toda la tarde y no he encontrado mas hom nuger ni
niño, que nosotros dos, de manera que, añadí, es precio
que la jóven señorita haya mudado de parecer, y hecho
otro paseo.—Es preciso que sea así, me dijo él, y se vol-
vió tan pálido y tan triste, que yo no pude menos 7
sar que estaba allí en busca de su amor. Yo quise darle
algun consuelo, y le dije: Si vos quercis darme alguna
señal por la cual pueda yo conocer á la jóven que b seais,
me quedaré aquí un poco de tiempo para esperarla; y si
ella viene, le diré cuán afligido habeis estado de no en-
contrarla, y no faltaré á enviarla á á vuestro lado. * No, me
dijo él dándome las gracias, me importa poco no haberla
encontrado ahora, y aun de no haberla encontrado, y di-
ciendo estas palabras se marchó.
¡El os ha dicho esto! esclamó Amanda. ¡Ay mi Dios, di-
jo lá religiosa, vos estais aun mala que á vuestra lle-
gada! Amanda convino en ello, pero le suplicó quede es-
cusase si no entraba al convento. La hermana la instó inú-
tilmente á tomar el té, ó á lo menos al cordial. Ella lo
rehusó todo, y se puso en marcha con gran sentimiento de
la buena religiosa. ? .
Apenas habia vuelto al camino real, una carroza con
sus caballos, acompañada con otras gentes á caballo, pasó
con tanta prontitud, que solo tuvo tiempo de apartarse pa-
ra evitarla. Vió en ella á lord Mortimer y Lady Enufrasia,
en frente uno de otro. Notó que la habian visto, y que
Lady Enufrasia habia mirado con una sonrisa maligna. Le
pesó mucho á Amanda este encuentro, pues habia algo de
humillante en el contraste de su situacion, con la de Eufra-
sia. Se veia solitaria, abandonada y abatida, cuando esta
disfrutaba de todas las ventajas de la fortuna. Sin embar-
—109—
go, decia ella, un corazon generoso como el de Mortimer
ne en menos por esta diferencia. pa
no puedo t | :
. 2 . : - Sl > Le > a $
piensa y siente como yo, debe preferir un paseo solitario
como el que vengo de hacer en medio de estas ruinas, á
todas las magnificencias de que va á ser testigo. Retira-
da á su casa, encontró la noche muy larga. La idea de
Mortimer pro igando sus atenciones á Lady Eufrasia, no
salió un momento de su imaginacion. ¿
A la mañana siguiente, el primer objeto que vió desde
su ventana fué una fragata anclada á poca distancia del
castillo. Elena entró en su aposento, dando un gran suspi-
ro, como hacia todas las veces que veia nn navío, y dijo
que desearia con el mayor gusto que aquel trajese á bor-
do su querido Chip. Amanda conservaba aún la esperan-
za de ver á lord Mortimer en el discurso del dia: su espe-
ranza fué engañada. Despues del té, se retiró á su gabi-
nete oniéndose á la ventana, disfrutó de una escena
¡ito en medio de la calma de la noche. El azul
sombrío del cielo no estaba manchado de nube alguna; la
luna esparcia rayos de su luz plateada sobre las ondas
que venian á deshacerse á la ribera, con un ruido sordo y
A solo que con las voces de los marineros
disminuidas por la distancia, turbaba el silencio de la no-
che. Entre tanto, Amanda oyó un ruido de remos y divi-
só una grande chalupa, viniendo de la fragata, dirigida
por marineros ves idos de chaqueta y calzon blanco. Este
espectáculo, era verdaderamente pintoresco. Amanda les
siguió con la vista hasta que la chalupa desapareció bajo -
las rocas elevadas, que circuyen la costa. La campana de
la cena la sacó de la ventana; mas apenas habia vuelto á
subir, entró Elena temblando, y pareciendo embriagada
de alegría. 4 q
Yo lo he visto, señora, yo lo he visto al pobre Chip, y
su buen cyrazon es Mélnpre el mismo para mí. Yo habia
ido esta tarde al pueblo á ver la vieja Norach, á quien en-.
viásteis unas camisas, que verdaderamente es una buena -
muger, pues no se burla de mí como hacen las otras cuan-
-do hablo en mi lengua del país de Gales. Así como me
E
$
—110—
volvia, ví venir hácia á mí, un gran número de hombres
todos vestidos de blanco. Venian riendo, y mas alegres
de lo que podian estarlo. Al momento me detuvieron,
me circuyeron y se me acercaron. Yo dí grandes gritos, y
al instante una voz que me sobresaltó gritó: es Elena, y
me ví en los brazos de Chip. Eran estos los marineros de
la fragata, que iban á comprar provisiones a al pueblo; de
manera que me volví con ellos, hemos bebido un gran bol
de ponch, y comido muchas tortas, y Chip me ha contado
sus aventuras: él está muy contento de saber que estoy
con vos, porque dice que sois una buena señora, que está
muy seguro que hablareis muchas veces de él, y que es-
pera tener su licencia, y entonces... . Y entonces OS casa-
reis, dijo Amanda esplicando su perplejidad, y los colores
de Elena.
Sí señora; y os aseguro que Chip no ha cdi 0 nada,
por haber estado en la mar. Su voz es un poco mas á,
ra; pero me ha dicho que era efecto de haber «pil
á mandar la maniobra. El pobre muchacho vuelve á mar-
char mañana; pues el bajel estará parado en Irlanda, y él
va á Dublin. Feliz Elena, decia Amanda, retirándose á su
aposento: tus inquietudes se han disipado, asegurada c como
estás, de la aficion de Chip: la paz y la alegría van á ser
vuestro patrimonio. '
Al dia siguiente, por la tarde, al anochecer, Amanda ba-
jó á la orilla del mar con su padre, para ver como los pes-
cadores tiraban sus redes. Mientras Fitzalan conversaba
con ellos, Amanda se sentó sobre una roca, para disfrutar
de este espectáculo. El regular y melancólico ruido de las
ondas, estaba unísono con sus tristes pensamientos. Con-
centrada consigo misma, habia perdido poco á poco toda
la atencion á la escena que tenia delante de sus ojos,
cuando el dd de una voz, detras de ella á alguna dis-
tancia, la sacó de sus imaginaciones. Creyó oi oir la voz de
Mortimer, y no se engañó. Bajaba este por un sendero ve-
cino, acompañado de un oficial de marina. Elno podia
pasar sin verla: se detuvo á algunos pasos, con el aire de
titubear si le hablaria ó no; despues de algunos momen-
a
—111—
tos, su incertidumbre pareció cesar. Tenia su pañuelo en
la mano, y itó como para hacerle un saludo de des-
pedida, y se adelantó hácia un pequeño barco que estaba
en con entre las rocas, y llevó hácia la fragata, á él
y á su compañero. El corazon de Amanda latió con vio-
lencia. Elena le habia dicho que la fragata se hacia á la
vela aquella misma noche, y nada podia llevar á Morti-
mer á ir áuna tal hora, sino el proyecto de marcharse con
lla. - »
$ No hay tormento cruel, como la incertidumbre, y Aman-
da era víctima de ella. Volvió, pues, al castillo antes que
su padre, y se retiró á.su a osento, donde al instante hizo
venir á Elena, y le eN si las noticias que Chip le.
habia « e de la marcha de la fragata, eran positivas.—
¡Ah! señora, respondió Elena suspirando, ya veo la. ra-
qué me lo preguntais. Vos habeis visto á lord
er embarcarse. Yo lo he visto tambien en la playa
o con Chip, que era uno de los marineros del bar-
UE Mevaban á Mylord y al capitan; y ciertamente yo
he estado fuera de mí, cuando he visto embarcarse 4 Mylord,
pues sabia bien que iba resentido por el tratamiento que
ha recibido de vos.—¡De mí! esclamó Amanda.
¡Oh mi querida señora! eseclamó Elena siempre llorando,
vos no me perdonareis jamas lo que yo he hecho; pero en
verdad, volviendo á ver á mi pobre Chip, yo ne he pen-
sado sino en él, y he olvidado lo demas. Ayer por la tar-
de, como iba á la casa de la muger Norach, encontré á My-
lord en el camino paseándose muy tristemente, segun me
pareció. Yo no pude menos de hacerle una cortesía al pa-
sar, y él vino hácia mí, con la mas dulce sonrisa, y la mas
graciosa mirada, puso mis manos entre las suyas, que os
aseguro que son como terciopelo, y me dijo: os ruego, mi
querida Elena, me digais si Miss Fitzalan está en el cas-
tillo, y está sola Sí, Mylord, le dije, está, y Dios sabe cuán
triste. Yo la he dejado á la ventana de su gabinete, mi-.
rando al mar, y escuchando el ruido del viento. Muy bien,
querida muchacha, me dijo, id, os ruego, á decirle que le
estaré infinitamente obligado, si en seguida quiere ir hácia
—112
las rocas, que están mas allá del onto le prometí
ir, y me puso en la mano, y me obligó á guardar cinco gui-
neas, y tomó otro camino, recomendándome que evacuase
al momento mi comision; pero como estaba muy cerca de
Norach, fuí allí antes, y casi como salia encontré al pobre
Chip que, Dios me lo perdone, me habria hecho olvidar
padre y madre. ad -
¡Oh Elena! esclamó Amanda: ¡es esto lo que debia espe-
rar de vos? ¡Ah! mi querida señora, dijo redoblando sus
lloros y suspiros, ciertamente soy una de las mas desgra-
ciadas criaturas del universo. Pero, ¿por qué estais tan
afligida? Mylord os ama demasiado para conservaros re-
sentimiento alguno. El pobre Chip, que creia que amaba
al ministro Howell, no me ha olvidado presto, y Bpprnelto
á mí. e... 3
Los A Elena para consolar á E o
sin efecto. Amanda la cespuió para entregarse entera-
mente y sin testigos, al pensamiento amargo de E
“ga, y acaso eterna separacion de lord Mortimer, teniendo
justas razones de creerlo ofendido. Mylord verosímilmen-
te la habria desterrado de su memoria, ó si conservaba al-
gun recuerdo, seria sin sentimiento alguno de ternura ó
estimacion, y estaria en adelante dispuesto á otra elec-
cion. Ella veia desde la ventana levar las áncoras de la
fragata y tender sus velas.—!Oh Mortimer! se decia á sí
misma, es así como nosotros nos separamos? Es así como
se han engañado.las esperanzas que habeis hecho nacer
en mi corazon? Vos partís y no habeis juzgado 4 Aman-
da digna de un adios; vos poneis los ojos tal vez en. este
mismo momento sobre Carberry--Castle, sin daros pena al-
guna por la que lo habita. ¡Ah! si hubieséis amado verda-
deramente, jamas el resentimiento habria triunfado de
vuestra ternura. Vos me habeis engan , diciénd me que
os soy tan apreciable, y puede ser que os hayais.
do vos mismo. A hallarme en vuestro lugar, mi e
no habria sido como la, vuestra. Abandonándos stas
tristes reflecsiones, siguió con los ojos al bajel, hasta que
desapareció sobre el horizonte. He aquí que ya ha mar-
pe,
ye”
Ñ 113
o ella retirándose de la ventana anegada en lá-
“si jamas vuelvo á verle, no será sino como es-
sady Eufrasia.
CAPITULO XI.
> Lord Mortimer habia partido en efecto, con sentimien-
tos muy poco favorables hácia Amanda. El habia espera-
do en Santa Catalina, con la dulce esperanza que le disi-
paria todas las dudas sobre los motivos de su precipitada
fuga « del país de Gales, con una esplicacion que le satisfa-
ciese. Suspiraba por una reconciliacion. Su ternura, cuyo
desahogo se habia detenido por tantos obstáculos, era aun
mas viva. El disfrutaba con delicia de la idea de apretar
e nuevo contra su seno á su querida Amanda, y oir de
ella mi que aun merecia sus-tiernas caricias. Pero
cuando o hora dela cita habia pasado, y que no pudo espe-
rar ver llegar ¿ Amanda, el dolor que esperimentó no pue-
de pintarse. El se aventuró, como hemos visto mas arriba,
á hacer algunas preguntas á Sor María, y continuó vagan-
do por las ruinas largo tiempo, aun despues que la buena
religiosa se habia retirado al convento, y hasta que la no-
che no le permitió ya distinguir los objetos.—Ella teme,
decia al dejar este triste lugar, con el corazon oprimido
de una agonía mortal, ella teme venir aquí, porque no
puede aclarar mis dudas. Yo he notado esta mañana su
agitacion y su embarazo, cuando se las he indicado. No,
el a de su partida que nos ha separado, ya no será
o; y yo me lisongearia vanamente con la esperan-
LE volverla á á ver para obtener de ella esta esplicacion.
ES Desde > este momento perdió toda esperanza. Su dolor
As rbacion, “señalados en todas sus acciones, no se esca-
ron á las observaciones y chuladas de la marquesa y
¡ady Eufrasia; pero hizo poco caso de sus chanzas, y no
ebro á ellas. Estaba tan absorto en sus tristes refleo-
- 'siones, que no pudieron sacarlo de ellas.
TOM, 1. 8
e
—114—
Con todo esto, y á pesar suyo, las habia acompañado á
una grande concurrencia en casa de uno de sus vecinos.
El inesperado encuentro de Amanda, cuando esta le vió
pasar en la carroza así como venia de Santa Catalina, le
habia causado una grande conmocion. Los mas poderosos
medios de la elocuencia no habrian defendido la causa de
Amanda con tanta fuerza y éxito como su presencia en
momento semejante. La languidez esparcida en su sem-
blante, la dulce espresion de todos sus rasgos, su actitud
pensativa, la timida modestia con la cual procuraba ocul-
tarse de la observacion; todo esto removió la sensibilidad
de lord Mortimer, revivió su ternura, reanimó sus espe-
ranzas, y determinó insistir aún, para obtener de ella la
esplicacion que tan vivamente habia deseado. Esta mu-
danza fué notada por las damas con quienes estaba: ellas
se sonreian una á otra con malignidad. Lady Eufrasia no
tuvo vergúenza en decir: Esta muchacha sin duda no es-
tará allá en emboscada sino para recibir el tributo de su
admiracion, que su viejo padre ha dicho que tiene dere-
cho á exijir, para encontrar alguna buena ventura. Lord
Mortimer recogió esta proposicion; jamas le habia pareci-
do tan enérgico el contraste entre Lady Eufrasia y Aman-
da, por la ventaja que esta tenia en ganar su estimacion,
tanto como la primera la perdia.
En la tarde del dia siguiente, anduvo errando largo tiem-
po al rededor del castillo, con la esperanza de volver á en-
_contrar á Amanda. Esperó, despues de haber hablado á
Elena y haberle encargado su comision. Con esta confian-
za se fué á las rocas, esperando á cada momento ver com=-
parecer á Amanda á la cita. Una hora habia pasado espe-
rando, y el resentimiento prevaleció de nuevo sobre la ter-
nura. El no puso en duda la esactitud de Elena, sino so-
lamente la disposicion de Amanda. Recorrió largo tiempo
la orilla con una inquietud y una impaciencia mortales. Al
fin oyó la campana de la cena, de Ulster-Lodge, que ja-
mas tocaba sino muy tarde. Desde entonces perdió toda
esperanza de verá Amanda, y aun renunció á la idea
de buscar en adelante ocasiones de composicion. Estaba
—1i5—
tentado á no agradecerse á sí mismo haber manifestado
tanto deseo. de volverla á ver, y su orgullo humillado se
indignaba á la idea sola de buscar otra entrevista. No,
Amanda, se decia á sí mismo despues de haber pasado
del castillo, no, vos no teneis derecho alguno á mi ternu-
ra. El misterio de vuestra huida ha levantado dudas y
sospechas en miimaginacion. Proporcionándoos ocasiones
de disiparlas por una esplicacion, he hecho todo lo que el
candor, la ternura y el honor exijian. En adelante, lejos
de hacer esfuerzo alguno para sincerarme con vos, procu-
raré olvidaros, y espero conseguirlo.
Al dia siguiente por la mañana, acompañó al marques
á la fragata, en donde se sorprendió agradablemente de
encontrar por capitan de ella á uno de sus antiguos ami-
gos, Sir Somerwille, que volvió con él á Ulster—Lodge.
Allí, medio serio, medio alegre, habiéndole propuesto el ca-
pitan de acompañarle en un crucero que iba á hacer, Mor-
timer aceptó desde luego esta proposicion. El estaba muy
fastidiado de la familia Rosline, y muy contento de probar
á Amanda, dejando el país aun antes que sus huéspedes,
que él no estaba tan ciegamente prendado de ella como
podria creerse. El encuentro de Amanda antes de embar-
carse, alteró su resolucion; parecia que se ponia en su ca-
mino para darle sentimiento. Estuvo tentado violentamen-
te de acercarse á ella; pero se contuvo acordándose del
cuidado y constancia con que hasta entonces lo habia evi- Y
tado. Su arrogancia le hizo pasar adelante; mas alejándo-
se el barco de la ribera, sus ojos permanecieron fijos hácia
el lugar donde acababa de verla, y cuando perdió del to-
do la vista de su vestido blanco, fluctuando á voluntad del
viento, dió un suspiro á la memoria de los felices dias que
habia pasado con ella en Tudor—Hall, y otro al pensamien-
to que estos dulces momentos no volverian mas.
Las damas de Ulster-Lodge, estuvieron muy mortifica-
das y desconcertadas por su partida. Inútilmente se esfor-
zó para endulzar su descontento, prometiéndoles esperar
su llegada en Dublin, para volver con ellas á Inglaterra
Su marcha les daba bastante prueba de que su inclinacion.
A has
LE
-
Ml
-»
—116—
por lady Eufrasia no era tanta como deseaban: ellas tu-
vieron alguna razon de creer, despues de la grande mu-
danza que le observaron, inmediatamente despues de su
arribo á Ulster-Lodee, que la rival de Eufrasia habitaba
en la vecindad. Con la esperanza de descubrirla, no per-
dian de vista á lord Mortimer con el mayor cuidado en to-
das las concurrencias en que estaban con él; pero pronta-
tamente O que sus conmociones las causaba un
objeto ausente. Al nombre de Amanda ó de Fitzalan, no-
taban ellas alguna alteracion manifestarse sobre su cara,
y le veian á menudo dirigirla vista 4 Carberry-Oastle.
Ellas imaginaron en fin que era Amanda la que él ama-
ba, y que esta pasion habia tenido su orígen en el baile
de Kilcorban, donde habian cojido algunas de las miradas
que lord Mortimer dirigió á esta parienta, objeto de un
doio tanto mas violento de su parte, cuanto mas amable
era. La rabia se apoderó de su corazon: estuvieron deses-
peradas de haber hecho el viaje á Irlanda, que habia da-
do á Mortimer, (4 lo que ellas creian) la ocasion de cono-
cer á Amanda, habiéndoles dicho muchas veces lord Cher-
bury, que ni él ni su hijo conocian los hijos de Fitzalan.
Ellas sabian tambien que las pasiones de lord Cherbury
eran impetuosas, y que la ambicion era su principal mó-
vil: se creian aseguradas de que lord Cherbury, deseando
vivamente una esplicacion entre las dos familias, no se
detendria por obstáculo alguno para llegar á este fin, y to-
maron la resolucion de si lord Mortimer á su vuelta 4 In-
glaterra se manifestaba lo menos distante del mundo lle-
nar las intenciones de su padre, instruir al conde de los
“motivos de la resistencia de su hijo, y representarle á Fit-
zalan y á su hija, como autores de los lazos tendidos á lord
Mortimer para atraérselo y conducirlo á una union no ade-
cuada. Esta calumnia encontraria fúcilmente crédi
horabre de mundo, que conocia los hombres, lord como Cl
bury. La estimacion que hasta entónces habia tenido á Fit-
zalan, se cambiaria en odio y menosprecio; y perdiendo el
apoyo del conde y el empleo que habia confiado á Fitzalan,
el padre y la hija volverian á caer en la indigencia y en
e.
>
—117—
la oscuridad. Pensar que la miseria pondria á Amanda en la:
necesidad de servir; que la belleza de su figura se oculta-
»
ria, bajo los: groseros hábitos de la pobreza, y los.encantos
de su cara,.marchitados por la miseria, eranideas tan agra-
dables y tan dulces para ellas, que por verlas realizadas,
se encontraron “dispuestas á consolarse de la ausencia de
lord Mortimer con la esperanza de perder al desgraciado
Fitzalan. Sin estar bien aseguradas de la verdad de sus
sospechas, ya no habrian vacilado en comunicarlas á lord
Cberbury; pero para su propia satisfaccion, resolvieron in-
vestigar con cuidado los medios de verificarlas: Lady
Greystock era la sola persona que podia servirles en esto,
con motivo de su amistad con Amanda. Empezaron, pues,
á descender de su natural orgullo para unirse mas con ella;
le hicieron confianzas, que fueron recibidas con alegría, y
la hicieron olvidar sus pasadas negligencias. Aviniéndose
mas con la vieja señora, disfrutáron mejor del talento que
tenia de hacer cuentos burlescos, donde ponia con toda
claridad los vicios de la gente de su sociedad, y sobre to-
do de aquellos á quienes no amaba. Lady Greystock po-
seia en grado supremo este arte: conocia á los hombres, y
sabia tergiversar sus defectos conforme á su ventaja. La
escesiva vanidad de la marquesa y su hija, no se habian
escapado de su observacion, y derramándoles en su copa
la lisonja abundantemento, lo que Sterne llama el bálsa-
mo del alma, ganó del todo su corazon. La marquesa, des-
pues de haberle encargado el secreto, comunicó á Lady
Greystock sus temores relativamente á lord Mortimer y
Amanda; temores, decia ella, que los escitaban los respe-
tos que debia al uno, y la piedad que tenia por la otra:
ella sabia que lord Cherbury jamas perdonaria á gu hijo
una inclinacion hácia esta muchacha, de cualquier natu-
raleza que fuese. Importaba, pues, saber hasta qué térmi-
no habian llegado las cosas entre ambos, para prevenir las
consecuencias. Lady Greystock no fué engañada en estos
pretendidos motivos: ella reconoció que no era la compa-
sion ] por Amanda, sino la envidia é interes, las que incita-
ban á la marquesa: creyó tambien que si lord Mortimer se
—1i8—
habia aficionado á Amanda, despues del carácter que le
conocia, no tenia en su inclinacion sino honradez. Con to-
do, ocultó:su modo de pensar, y afectó entrar en todas las
inquietudes de la marquesa, y le prometió hacer todos sus
esfuerzos para descubrir qué especie de inclinacion subsis-
tia entre Mortimer y Miss Fitzalan. Para ejecutar este
proyecto, hizo visitas mas continuas á Carberry—Castle, pa-
sando allí dias enteros en intimidad, y tentando todos los
medios de sorprender los secretos del corazon de Amanda.
Unas veces se chanceaba de su melancolía; otras le mani-
festaba el mas tierno interes en los términos mas seducto-
res. Ella le contaba anécdotas falsas ó verdaderas de su
juventud, en cuyo tiempo, decia, habia sido bien desgra-
ciada por una tierna aficion: de aquí pasaba á lord Morti-
mer, y admiraba que se hubiese marchado con tanta pre-
cipitacion: hacia de él un elogio el mas lisonjero, y decla-
raba que si Lady Eufrasia podia atraerlo, de lo que duda-
ba mucho, seria una de las mugeres mas felices del mundo.
Amanda tenia demasiada delicadeza para confesar sus
sentimientos: por otra parte, se creia sin esperanza en su
pasion, y se humillaria recibiendo consuelo sobre este
asunto; pero aunque la reserva cerraba sus labios, su sem-
blante le hacia traicion; se ponia colorada al nombre de
Mortimer, parecia sufrir cuando se hablaba de una union
entre él y Eufrasia; se sonreia si oia algun obstáculo que
podia estorbarlo. En fin, Lady Greystock, sin poder sacar
de Amanda la confesion de sus sentimientos, no dudó mas
de ellos, y se creyó autorizada á decir á la marquesa que
estaba segura de que habia pasado alguna cosa, de que
habia habido alguna relacion entre Mortimer y Miss Fit-
zalan, que no habia podido descubrir por la gran reserva
de Amanda; pero que sin embargo no podia dudarlo. En-
colerizada la marquesa, se determinó mas que nunca á
perder á Amanda, si Lord Mortimer vacilaba un momento
en obedecer á su padre dando su man á Lady BDufrasia.
A
E A
CAPITULO Xil.
pa
Un mes despues de la partida de lord Morti.aer, la fa-
milia Rosline dejó á Ulster—-Lodge. Amanda suspiró al
verla partir, penetrada de la idea que iba á encontrarse
con lord Mortimer, y que esta reunion no le dejaria de
Mortimer mas que una dolorosa memoria, que no deberia
conservar. Los propietarios de las tierras vecinas á Car-
berry—Castle, se habian ido casi todos, á pasar el invierno
en la ciudad. Los que habian quedado en la campaña des-
pues de navidad, se habian descuidado tanto de Amanda,
despues de la llegada de la marquesa, que no se atrevian
á volver al castillo, persuadidos de que serian recibidos
con frialdad por Fitzalan y su hija, que tenian demasiada
dignidad para no resentirse de su proceder.
"La estacion era tan rigorosa, que Amanda no podia ha-
cer ya sus ordinarios paseos. La tristeza de este castillo,
se aumentaba con la melancolía de Amanda: el poder má-
gico de la esperanza no hermoseaba ya con sus brillantes
colores las escenas que estaban á su vista. Su corazon era
una region desierta y desolada como la que veia desde sus
ventanas. Sus ocupaciones ordinarias no tenian ya para
ella nada de agradable: no ponia interes alguno en ellas,
disgustada con la idea de que ella y sus talentos habian
llegado á ser indiferentes á lord Mortimer. ¡Su salud de-
clinaba, y Fitzalan tenia nuevamente el dolor de ver á es-
ta amable flormordida por el gusano del disgusto. Las
“rosas habian abandonado sus mejillas, y la delicadeza de
sus facciones pasaban á una debilidad que amenazaba
una cercana destruccion. No ignoraba él la causa del mal;
pero no queria herir á su hija tocando á la llaga de su co-
razon. Hacia esfuerzos para volverle alguna serenidad,
pero todos inútiles. La.sonrisa que nacia en los labios de
Aaa, era pasagera como los rayos del sol de invierno,
— IBA
y no hacia mas que hacer mas sensible la tristeza melan-
cólica y sombría que la seguia. e |
En estas circunstancias, Lady Greystock, que continua-
ba siempre sus visitas á Carberry-Castle, hizo á Fitzalan.
una proposicion que él abrazó con calor. Este ofrecimien-
to era llevarse á Amanda con ella á,Lóndres, donde le era
preciso ir por un pleito entre ella y el sobrino de su últi-
mo marido. ad
Fitzalan esperó que la mudanza de escena sacaria á
Amanda del abatimiento de espíritu en que se hallaba, y
contribuiria á restablecer su salud. Ya no tenia temor
de que Lord Mortimer la buscase de nuevo despues de
haberse descuidado de aprovecharse para esto de su man-
sion en la vecindad de Carberry-Castle. Ureia que esta
indiferencia era efecto de la inclinacion que habia toma-
do por Lady Eufrasia. El no estaba instruido de la inti-
midad que recientemente se habia formado entre Lady
Greystock y la familia Rosline, ni veia en sus conexiones
motivos para temer que Amanda se encontrase á menudo
con Lord Mortimer. Si ella lo veia, imaginaba que solo
seria como marido ó como amante preferido de Lady Eu-
frasia; y en ambas proposiciones, conocia bastante la ele-
vasion y pureza de los principios de su hija para estar se-
guro que ella haria los mayores esfuerzos para domar su
inclinacion; esfuerzos en los cuales seria ayudada podero-
samente con la disipacion y placeres de ¡a A que
le procuraria Lady Greystock, que tenia numerosos y bri-
llantes conocimientos en Lóndres.
El miraba, como otros muchos, á esta señora, como una
muger agradable y razonable al mismo tiempo, á la que
con seguridad podia confiar su mas precioso tesoro. Esta
proteccion podia ser útil á su hija no solo al presente, sino
en lo sucesivo. lílla tenia poca salud, y se lisonjeaba de
que Lady Greystock, habiendo una vez tomado á su hija,
se aficionaria á ella lo bastante para guardarla á su pa
y tomar cuidado de su fortuna, si acaso fuese arrebatado
de sus hijos ántes de haberlos podido colocar. No
ban en las esperanzas de Fitzalan ni personalida
—121—
vil interes. Lady Greystock le habia asegurado muchas
veces que no tenia parientes sino muy remotos, y que era
muy rica, de suerte que si Amanda recibia de ella algu-
nos testimonios de amistad, no usurparia los derechos de
nadie. :
El estado de sus cosas no estaba así, aunque ignoradas
de-Fitzalan y de todo el mundo, por el estremo cuidado
que Lady Greystoeck tomaba en ocultarlo. Su educacion
habia hecho nacer en ella ó perfeccionado el arte de un
profundo disimulo. Era de una familia del Sur de Irlan-
da, numerosa y poco rica. Su madre, escelente muger de
gobierno, viendo que su marido era incapaz de dotar á
sus hijas, las educó de un modo que las pusiese en estado
de hacerse á sí mismas la fortuna.
A la edad de diez y nueve años, Miss Bridget, por su re-
putacion de economía é inteligente en el gobierno de una
casa, se llevó la atencion de un caballero vecino que tenia
alguna fortuna. Era este, como Nembrod, un poderoso ca-
zador delante del Señor, y tenia necesidad de una muger
que tomase á su cargo el gobierno de la casa, de lo que él
descuidaba por sus caballos y sus perros; y esto era de lo
que Miss Bridget era muy capaz. Su pasion por la caza
y su vida tuvieron fin al segundo año del casamiento, por-
que se mató queriendo saltar una barrera. Su muger ha-
bia tenido buena viudedad. Ella se consoló de esta pér-
dida con el rector de la parroquia, hombre pequeño y gor-
do, un verdadero bonifacio, que vino á persuadirla, y la
salió tan bien, que tuvo la felicidad de recibir su mano
luego que se acabó el luto. Ellos pasaron felizmente jun-
tos cuatro años; pero un uso poco moderado de los bienes
de la vida, consumió el temperamento del pobre rector,
de modo que estuvo obligado á recurrir á las aguas de
Bath, donde terminó su carrera mortal, y toda su fortuna
pasó á manos de la viuda.
En la casa donde estaba alojada, habitaba un viejo Ba-
ronet, que nunca se habia casado. Sus bienes eran consi-
derables; pero su carácter era raro y sus modales estraños.
. AER y .
Sin embargo, á sus rarezas se juntaba un buen natural.
e
—122—
Como la hermosa viuda habia quedado sola y sin amigos
á su alrededor, él fué á verla y ofrecerle los consuelos y
M4 a e
servicios de que podia tener necesidad. Esta atencion su-
girió á la viuda el pensamiento de inspirar á su cortes ve-
cino otros sentimientos que los de la compasion. Los tí-
tulos y bienes tenian tanto atractivo con ella, que ni el
humor caprichoso del Baronet, ni su edad avanzada, que
era de sesenta años, mientras que ella solo tenia veinte y
ocho, no le desviaron del proyecto de casarse con él. Sus
esfuerzos fueron sin suceso por mucho tiempo; pero la per-
severancia obra milagros. Su continua alegría á su lado,
los incesantes cuidados que tomaba de su salud en el es-
tado de enfermedad en que se hallaba, ablandaron en fin
este corazon de piedra, y por un entusiasmo de gratitud
le ofreció su mano, que ella aceptó sin titubear.
El heredero presuntivo de los grandes bienes del Baro-
net era el hijo único de una de sus hermanas, muerta án-
tes queél. A la época de este inesperado casamiento, su
sobrino tenia casi veinte años, agradable en su persona,
de costumbres dulces y amables, y tiernamente amado de
su tio. Esta amistad del tio era un obstáculo al deseo
que alimentaba Lady Greystock, de llegar á la posesion de
todos los bienes del Baronet. Formó diferentes proyectos
para llegar á arruinar á Rusbrook antes de detenerse en
alguno. En fin, la casualidad le proporcionó un medio
de lograrlo.
En la vecindad donde el Baronet tenia su residencia,
Rusbrook habia tomado inclinacion á la hija de un hom-
bre á quien su tio tenia un odio inveterado. Lady Greys-
tock vió que una union del jóven Rusbrook con esta hija,
le perderia infalíblemente en el concepto de su tio. Ella
le dió á entender que se hallaba instruida de su pasion, y
que compadecia sinceramente su situacion. Alentó su amor
con los elogios mas lisongeros de su adorable Emilia; gi-
mió por la separacion de dos corazones tan bien hechos el
uno para el otro, y al fin le dijo que si se casaba con esta
amable muchacha, se lisongeaba que obtendria su gracia
de Sir Geoffroy. Sus pérfidas insinuaciones hicieron caer
— 123 —
á esta desgraciada y confiada pareja en el lazo que ella les
habia tendido, y su proceder fué prontamente seguido de
las funestas consecuencias que ya habia ella previsto, im-
citándoles á el!o.
La cólera de Sir Geoffroy fué implacable, y juró no vol-
ver á ver á su sobrino. Lady Greystock- procuró salvar las
apariencias á los ojos del mundo; obtuvo de su marido qni-
nientas libras esterlinas para Rusbrook, y añadió otras tan-
tas de sus propios bienes. Ella misma le remitió este so-
corro, asegurándole que patrocinaria su causa con su tio
siempre que encontrara ocasiones favorables.
El compró una bandera en un regimiento que partia
para América, en donde queria mas bien dejar ver sus
apuros, que entre aquellos que en otro tiempo lo habian
visto con comodidades.
Lady Greystock redobló su atencion y sus cuidados por
su marido, y le persuadió de tal manera que tenia una
tierna aficion por él, que hizo un testamento, en el cual
le dejaba todos sus bienes, de los cuales se lisonjeaba que
disfrutaria prontamente. Pero la constitucion de Sir Geof-
froy era mas fuerte de lo que habia imaginado, y así se
vió obligada á sostener muche mas tiempo de lo que con-
taba la conducta obsequiosa con la cual le habia ganado,
sabiendo que el menor decaimiento con un hombre de es-
te carácter echaria á rodar todas sus esperanzas.
Habia pasado quince años de este modo, cuando Rus-
brook fué avisado por un amigo de que no se fiase mas
tiempo de las promesas que Lady Greystock continuaba
haciéndole: le ofreció interceder por él con su tio; pero
empeñándole al mismo tiempo á que él mismo escribiese
á Sir Geoffroy para obtener su perdon. Rusbrook siguió
este consejo, y escribió á su tio una carta muy patética, *
que su amigo se encargó de remitir. La carta y solicitud
del amigo produjeron una grande mudanza en los senti-
mientos del Baronet. Su ternura hácia un sobrino que
habia mirado desde su infancia como su heredero, revivió.
Creyó él que iba á enriquecer una familia que le era es--
traña, y dejaba en la miseria los restos de la suya. Su al-
A n*
—14= :
4. "Ya
tanería se indignó á .esta idea, é hizo entrever á su soli-
citador que no estaba ageno de una reconcilia con sm.
sobrino. 4
Lady Greystock, oclta en el cafiicto inmediato, ha-
bia oido toda esta conversacion que la llenó de espanto,
y prontamente se apoderó de ella la desesperacion cuan-
do vió llegar á un notario, á quien vió que su marido. dic-
taba un testamento á favor de Rusbrook.
Luego despues el tio consintió en volver á ver á su so-
brino. No quiso recibir á su muger é hijos; pero les dió
socorros abundantes, con los cuales toda la familia se pu-
so en estado de pasar á América con el regimiento.
Poco tiempo despues de su partida, Sir Greoflroy tuvo
un ataque de apoplegía, del cual se podia poco lisonjear
que se levantaria. Su estado favoreció los designios de
Lady Greystock. Nadie entraba al aposento de su mari-
do, sino ella ó gentes de quienes estaba segura. Envióá
buscar un notario, de quien se habia ya servido para sus
negocios de Irlanda, y habiéndole ganado con una buena
suma de dinero, le hizo estender un testamento semejan-
te al que el Baronet habia hecho ya en su favor. Ella
sostuvo á su marido en sus brazos mientras que el nota-
rio, conduciendo la mano del moribundo, le hizo firmar el
acto, en el cual pusieron tambien su firma dos hombres
como testigos. Sir Geoflroy espiró pocas horas despues.
El amigo de Rusbrook, qne tenia poder suyo, se apre-
suró á comparecer para hacer valer los derechos de su so-
brino. Se leyó el testamento encontrado en la secretaría
del difunto, por el cual Rusbrook era nombrado único he-
redero. Mas la alegría de su amigo fué corta. Habien-
do comparecido los procuradores de la viuda, y producido
un acto de última voluntad de Sir Greoffroy, que hacia nu-
lo al primero, la consternacion y sorpresa del amigo de
Rusbrook fué estrema; pero el acto que se le oponia esta-
ba revestido de todas las formas legales, de modo que no
se podia disputar: por lo mismo sospechó una picardía, y
no perdió tiempo en comunicar sus sospechas á Rusbrook.
La viuda se apresuró á arreglar todos sus negocios, y se
La
- O q
volvió con. gran diligencia á su país, del cual se hallaba
ausente desde mucho tiempo. La mayor parte de sus pa-
rientes mas próximos eran muertos. Solo le quedaban
“algunos muy lejanos, los cuales atraidos por el cebo de su
grande fortuna, vinieron á recordarle su parentesco, y ha-
cerle la corte á porfía unos de otros. Lia dama. ponia «su
celo en provecho, y vivia y se alegraba á espensas suyas.
Era en estremo económica de bienes. Convidada en mu-
chas casas, rara vez estaba en la suya. Juzgando de los
otros por ella, atribuia las atenciones que le tenian á su
verdadera causa, esto es, al interes, y reia á costa de jigue-
llos que ella contaba darles chasco.
Sobre todo, tenia la costumbre qne Miss Kilcorban el
-bia dicho 4 Amanda, de pedir á las j jóvenes que le hicie-
sen pequeñas labores de moda, como encajes, vueltas, de-
lantales y pañuelitos.
La tranquilidad de que habia disfrutado durante los dos
años que siguieron á la muerte de Sir Geoflroy, se turba-
ron un poco con la llegada de su sobrino de América, y
quien por consejo de algunos jurisconsultos hábiles enta-
bló un pleito contra ella para romper el testamento que
producia en su favor, como hecho 15 Sir Geoflroy en un
estado de imbecilidad.
Sin embargo, no se inquietó mucho por este acaecimien-
to: sabia que Rusbrook no tenia dinero para seguir este
pleito, y que los abogados se lo abandonarian pronto cuan-
do vieran que nada tenian que ganar en ello. Con todo,
obligada á ir á Lóndres por su litigio, creyó que Amanda -
le seria agradable, no solo para hacerle compañía cuando
estaria en casa, sino para hacerle muchas pequeñas labo-
. res de moda, y ahorrarle así un grande gasto.
: manda se resistió con todas sus fuerzas á este proyec-
to que ] la alejaba de su padre: ella aseguró á Fitzalan que
una mudanza de escena no le seria necesaria para reco-
brar su tranquilidad y su ordinaria serenidad, y que iba:4
hacer todos sus esfuerzos para probarlo. Fitzalan' no du-
daba de su sinceridad en la promesa que le hacia; pero
conocia tambien la imposibilidad en que se hallaba de
3
>
ee
— 126—
cumplirla. El dijo que esta separacion era necesaria; que
el tambien restableceria su salud, prestándose á distrac-
ciones, las cuales rehusaba por su causa. En fin, él la
convenció é hizo sus preparativos para el viage. Como
ella debia entrar á Inglaterra por Holdy—Head, Fitzalan
resolvió volver á enviar á Elena á sus parientes, hasta la
vuelta de su hija á Irlanda, lo que agradaba mucho á Ele-
na, que deseaba volver á ver á su familia y hablarles de
Chip. A las inmediaciones de la partida, el dolor de
Amanda por dejar á su padre fué estremo: ella no podia
ocultarlo, y el de Fitzalan no era menos vivo. En fin, al
momento de la separacion, despues del postrer abrazo,
creyeron al dejarse uno y otro abandonar la vida. El mis-
mo Fitzalan formaba tristes presentimientos, y se arre-
pentia de haber obligado a su hija á partir, y poco faltó
para que no le propusiese quedarse con él.
Lady Greystock, que en todas las situaciones y escenas
del mundo permanecia siempre señora de sí misma, advir-
tió á Fitzalan el mal que hacia á su hija entregándose á
tales conmociones, y recordó á los dos que su separacion
seria corta, y que Amanda sacaria ventajas de ella que no
debian ser despreciadas.
Estas consideraciones calmaron al padre. El condujo
á las dos á su coche, al que le siguió una silla de alquiler
que conducia á Elena y á la camarera de Lady Greystock.
Despues de un último adios, Fitzalan volvió á entrar en
su casa, y á despecho de su razon, lloró de verse separado
de su hija. :
Las lágrimas corrian de los ojos de Amanda sobre su
pálidas y flacas mejillas, y se redoblaron, cuando bajando
el coche de una altura, arrojó la última mirada sobre Car-.
berry-Castle.
Sin embargo, conociendo luego que Lady Greystock no
- gustaria de una compañera de viage siempre triste, procu-
ró recobrar alguna calma, y entrar en conversacion.
Lady Greystock tenia un gran número de amigos en es-
ta parte de Irlanda que ella recorria, y jamas se detenia
en ninguna casa de posada.—Qluerida mia, dijo Amanda,
>
hd
>
— 127 —
yo he aprovechado siempre la amistad que me han ma-
nifestado, y esta práctica me ha hecho pasar una vida
agradable. E
Llegaron al tercer dia á Dublin en la calle de Sackevi- |
le, en - Lady Greystock tenia una casa, y dos dias
despues se embarcaron para Inglaterra. A su llegada á
Anglesey hicieron noche en Holy-Head, y continuaron su
viage al dia siguicniga E
> . E
$ FIN DEL TOMO SEGUNDO. 7
-
TOMO a. ES yl
$ jm A s
Ñ E. A ó $ |
¡Yayo Y ce
OSCAR Y AMANDA,
Ó LOS DESCENDIENTES
DE LA ABADIA.
OBRA ESCRITA EN INGLES
POR MISS REGINA MARIA ROCHE.
PUESTA EN CASTELLANO
POR D. CARLOS JOSE MELCIOR.
> ADORNADA CON SEIS
ESTAMPAS LITOGRAFICAS, Y PUBLICADA POR
SIMON BLANQUEL.
— MONO E e
MEXICO.—18354.
Se vende en la librería del editor, calle del Teatro
Principal número 1. se
Imprenta de ANDRES BOIX,
Bajes de S. Agustin n? 6.
y
OSCAR Y AMANDA,
Ó LOS DESCENDIENTES
CAPITULO LL
“7
Arana se repuso poco á poco de su abatimiento,
con la esperanza de volver á ver á lord Mortimer; pero es-
to no era sin ocasionarle algunos temores, y grandes agi-
taciones. Unas veces se imaginaba que lo encontraria apa-
sionado de Lady Eufrasia; y otras se decia á sí misma que
él tenia un carácter demasiado noble y sincero, para va-
riar con tanta facilidad súbitamente, y que la indiferencia
que le habia manifestado, escitada por el resentimiento,
se desvaneceria, si tenia una sola ocasion de esplicarse con
él; esplicacion que seguramente no rehusaria oir. En fin,
e De
ad
ella calmó un poco la agitacion que le causaban estas re-
flecsiones, pensando que su incertidumbre se disiparia
prontamente. !
A las cinco de la tarde, llegaron á una posada, donde
debian pasar la noche, distante una milla de Tudor—Hall.
Despues de comer, Amanda dijo á Lady Greystock, que se
proponia acompañar á Elena á casa de sus padres. Lady
Greystock no se opuso á esto, no teniendo Amanda nece-
sidad de carruage para tan corto camino: solamente le
encomendó no se olvidase de la hora del té, en la cual,
despues de haberse reparado con un corto sueño, se encon-
traria en estado de hacer su piquet acostumbrado. e
Amanda y Elena partieron solas, habiendo esta última
rehusado que les siguiese un hombre que le trajese su
balija, la que decia que enviaria á buscar al dia siguiente.
Amanda tomó esta disposicion como hecha á medida su-
ya, pues queria dar, sin otra compañía que la de Elena,
un paseo en el que se abandonaria á su melancolía, y en
donde volveria á ver unos lugares que le recordarian tier-
nas memorias. e ;
Este sentimiento es muy natural: en efecto, son un es-
pectáculo triste, pero acompañado de alguna dulzura, los
lugares en que otro tiempo hemos sido felices. Al acor-
darnos de una pasada felicidad, sentimos revivir por un
momento en nuestros corazones alguna cosa de las impre-
siones que en otro tiempo recibimos, y dulcifica nuestro
pesar de haberla perdido. e
Tales eran los sentimientos que ocupaban á Amanda,
mientras que Elena, á quien lo pasado no le dejaba re-
cuerdos tristes, veia con placer, y enseñaba á su señora
las habitaciones de sus padres y amigos. Sin embargo,
la vista de la choza abandonada por el pobre Chip, arran-
có algunas lágrimas de sus ojos; pero estas lágrimas fue-
ron acompañadas de una sonrisa, por la cual parecia de-
cir á la humilde mansion de su amigo: Aunque al pre-
sente te halles solitaria y desierta, el momento se acerca
en que la alegría y la dicha volverán á tu seno, en que tu
fuego y tu luz alegrarán á tus huéspedes, y llamarán al
estraviado bajo tu caritativo techo.
nl
e
Habiendo Amanda dejado el brazo de Elena, marcha-
ba lentamente. La tarde era deliciosa; la bóveda del cie-
lo estaba brillante de estrellas; el aire, sin ser estremada-
mente frio, era puro y fresco, y el camino estaba resguar-
dado de él por un lado con los bosques de Tudor-Hall.
Amanda los veia conmovida; pero llegada á la reja que le
habia abierto Lord Mortimer, cuando huia de fl á su pri-
mera vista, su corazon enternecido no pudo resistir á este
recuerdo. Ella se detuvo pensativa, y dió curso á sus lá-
grimas. Las siempre verdes madreselvas, de que se ha-
llaba lleno este bosque, le impedian tener aspecto triste y
desnudo aun en esta estacion del invierno: ella hubiera
deseado internarse en su oscuridad la mas retirada; pero
no tenia tiempo, ni hubiera podido llevarse consigo á Ele-
na, que no estaba esenta de temores supersticiosos. ¡Ah!
se decia á sí mismo, cuando las plantas se reanimarán,
cuando las hojas y las flores vegetarán de nuevo con los
rayos del sol, y que estos bosques resonarán con la dulce
melodía de las aves, ¡en qué sitio estaré yo? y ¡cuán lejos
de estas escenas deliciosas, descuidadas, puede ser, y olvi-
dadas del dueño de estos hermosos lugares!
- El ruido de los vientos en las cimas de los árboles, y el
del agua que caia á corta distancia, empezaron á desper-
tar los temores de Elena, la cual asió con trémula mano
á Amanda, y la suplicó por el amor de Dios acelerasen su
llegada al pueblo. El camino daba algunas vueltas aún
por el bosque, y las luces de las casas á corta distancia de
él, alumbraban sus márgenes, mientras que el viento lle-
vaba el sonido de las voces de los labradores reunidos al
rededor de su hogar, descansando de las fatigas del dia.
Hombres pacíficos, decia Amanda: cuando habeis satis-
fecho las necesidades de la naturaleza, ningun cuidado ni
inquietud turba vuestras almas. Fatigados, pero no con-
sumidos de los trabajos del dia, con los cuales preparais
el seno de la tierra para recibir las fecundas influencias
de la primavera, buscais y encontrais el dulce reposo.
Ella se detuvo un momento en la pradería vecina á la
-easa de su nodriza. En esta pradería le habia seguido
e >
una vez Mortimer, y veia desde allí á Tudor-Hall. Tam-
bien procuró divisar las ventanas de la biblioteca; pero la
noche era demasiado oscura, y no pudo distinguir otra co-
sa que el sitio donde estaban los criados, que se hallaba
alumbrado con algunas luces. Llegadas á las casas de
Edwin, vieron por la ventana átoda la familia al rededor
de un buen fuego, conversando y riendo. La diligencia de
Elena no le dió lugar á tomar precaucion alguna: esta
abrió la puerta de repente, y fué á arrojarse á los brazos
ue su madre. La sorpresa de esta buena gente fué estre-
ma, y su alegría sin límites. Ellos recibieron á Amanda
con tanto amor y ternura, como si hubiese sido su propia
hija, sin preguntarle los motivos que la conducian. La
primera pregunta fué si venia á pasar algun tiempo con
ellos, y su respuesta les afligió mucho. Como la instasen
ofreciéndole algunos refrescos, ella les dijo que le era im-
posible detenerse; que habiendo pasado ya el tiempo que
se le habia dado, temia que Lady Greystock se enfadase
por haberla dejado sola tanto tiempo: les dió precipitada-
mente algunos pequeños regalos que les habia traido, é
iba á dejarlas, cuando la pobre Elena, que despues de ha-
ber vivido tanto tiempo al lado de Amanda, la amaba has-
ta adorarla, voló á los brazos de la señora, y la estrechó
entre los suyos como para resistir á una separacion, cuya
idea no podia sufrir. |
¡Oh mi querida señora! le decia, ¡qué! ¡es preciso que os
deje! Mi corazon se parte á este pensamiento; la misma
presencia de Chip no me consolaria. Yo sé: que vos no.
sois feliz, y esto redobla mi pena al dejaros: vuestras me-
jillas han perdido su color; yo os he visto llorar muchas
veces cuando creíais no ser vista de nadie. Si vos, que
sois tan buena, no sois feliz, ¡cómo una pobre muchacha
como yo puede esperar serlo? ¡Oh! ¡Pudiera yo veros
pronto en Tudor-Hall como dueña del castillo, y casada
con el mejor y mas amable de todos los hombres, que, os
lo juro, os ama de todo su corazon. Entonces Chip y yo
seremos felices, pues estoy segura de que vos y Milord
nos protejereis.
ASS
Amanda apretó á la buena muchacha contra su seno, y
mezcló sus lágrimas con las suyas, diciéndole al oido:
Querida Elena, no hableis de esto; vuestra dicha me será
siempre cara: yo haré cuanto pueda para apresurar vues-
tro casamiento con Chip, y espero que pronto os reu-
nireis.
¡Ah! dijo la buena nodriza: vos os vais cuando me li-
songeaba de que veníais á pasar algun tiempo con noso-
tros, y que puede ser que Milord vendria y habriais sido
tan felices uno y otro de volveros á ver Yo creí que per-
dia el entendimiento cuando no os halló aquí. Me causó
lástima, y no habria hecho escrúpulo en decirle dónde es-
tábais, si lo hubiese sabido como él se lo creia, pues me
ofreció mucho para que se lo dijese. Nosotros tenemos
aún aquí al pobre M. Howell, que está como un desterra-
do despues de vuestra partida, y suspira sin cesar. El
viene casi todos los dias á preguntarme si sé alguna cosa
de vos, y si Lord Mortimer está en vuestra compañía.
¡Oh! él no se consolará si sabe que habeis venido aquí, sin
que os haya visto.—Y bien, mi querida nodriza, le dijo
Amanda esforzándose á parecer alegre, es preciso esperar
que algun dia nos encontrarémos reunidos.
Ella se despidió, y apoyándose sobre el brazo de Ed-
win, volvió á la posada, en la que encontró á Lady Greys-
tock despertándose. Ambas tomaron el té, y despues de
haber jugado casi una hora á los cientos, se retiraron pa-
ra irse á acostar. Amanda, que habia dormido poco, se
levantó temprano, y viendo que Lady Greystock no se ha-
llaba aún despierta, bajó al patio para pasearse en él. El
primer objeto que allí divisó con gran sorpresa suya, fué
el ministro Howell, apoyado sobre una barrera á la puer-
ta, pareciendo triste y pensativo. El corrió hácia ella, y.
tomando su mano, la dijo: Vos os admirais de verme; pe-
ro yo me lisongeo de que no os enfadareis de ello. No
he podido resistir al deseo de veros, despues de todas las
penas que he sufrido por vuestra marcha precipitada; y
desesperando de volveros á ver, estoy aquí desde la salida
del dia, esperando este momento feliz.
dr +
Siento mucho, le dijo Amanda con gravedad, que vues-
tro tiempo sea tan mal empleado.—¡Con qué frialdad me
hablais! la dijo él. ¡Ah! si pudiéscis leer mi corazon, y
ver cuán lejos estoy de toda pretension, os aseguro, que
sin querer aliviar mis penas, tendríais aleunha piedad de
mi. Yono he cesado despues de vuestra “partida de re-
correr los lugares que gustábais frecuentar; me he deteni-
do muchas veces en la tumba de vuestra madre, pensando
en vos, he llevado allí mi ofrenda en la primavera, y he
colgado en ella guirnaldas de las flores mas bellas de mi
jardin en memoria de su celestial hija. “h
La voz dulce y lastimosa de Howell, y su semblante
abatido, escitaron en su favor toda la sensibilidad de
Amanda; pero confusa con las tiernas espresiones del mi-
nistro, le dijo con un tono afectuoso, que ella tenia á gran
dicha volverle á ver, y procuró retirar su mano.—Cierta-
mente, dijo él, podeis permitirme deteneros aún un mo-
mento, pues vais á volver al seno de los placeres y de la
dicha, y á juntaros con el hombre mas feliz de todos.
El se detuvo; y Amanda, procurando aún desasir su
mano, y mirando si alguno la observaba, vió á Lady
Greystock á la ventana, que se sonrió con finura. Vien-
do que el carruage estaba dispuesto, la dijo que iba á ba-
jar. Howell dejó entonces la mano á Amanda; esta pare-
ció enfadada, y él manifestó un disausto tal, y se eseusó
de un modo tan humilde y tan sumiso, que no pudo rehu-
sarle su perdon. Les ayudó á subir al coche, y les dió un
triste adios.
He aquí verdaderamente, dijo Lady Greystock, un jóven
muy amable. Aunque estrechada á partir, no he querido
interrumpir vuestra interesante conversacion. Vos habeis
sin duda pasado algun tiempo aquí, pues que conoceis tan
bien á este hermoso mozo. Amanda hubiera deseado no
convenir enla verdad de esta conjetura que podia condu-
cir á Lady Greystock á descubrir, ó 4 lo menos sospechar
gu intimidad con Lord Mortimer.—Sabeis ya, señora, res-
pondió ella, que la madre de Elena ha sido mi nodriza.
—Sí. querida mia, replicó Lady Greystock con alguna ma-
. — 11 —
lignidad; pero si vuestro conocimiento con este jóven ha
empezado desde vuestra infancia, imagino que lo habreis
renovado despues. Amanda se puso colorada, y para
ocultar su turbacion aparentó mirar al país con atencion.
Lady Greystock la observaba, y la oyé suspirar al pasar
á la vista de Tudor-Hall.— He aquí, dijo ella 4 Amanda,
una casa muy herm.sa; presumo que la conoceis, como
igualmente al dueño á quien pertenece.
- Amanda no podia decir una falsedad, ni escapar de las
preguntas de Lady Greystock, y así la confesó no sola-
mente que Tudor-Hall pertenecia á Lord Mortimer, sino
que le tuabia visto allí el verano pasado. Lady Greystock
sacó prontamente la consecuencia que allí habia principia-
do la recíproca inclinacion entre ella y Lord Mortimer, y la
turbacion de Amanda en confesar que habia estado ya en
el país de Gales, confirmaron esta conjetura. Sin embar-
go, procuró introducirse en la confianza de Amanda, ma-
nifestándola mucha amistad y estimacion, y sobre todo
haciéndole entender que despues del conocimiento que te-
nia de las disposiciones de Lord Mortimer, no creia que
hubiese pensado ni pensase jamas sériamente en Lady
Eufrasia. Esperaba que esto empeñaria á Amanda á
abrirle su corazon; pero se engañó en sus esperanzas.
Con todo, ella se lisonjeó de que habia sabido bastante
para que la marquesa la perdonase el haber conducido á
Amanda á Lóndres, si desaprobaba este paso, como habia
motivos de temerlo, resuelta por otra parte á decirle que
Fitzalan la habia obligado á ello.
Llegaron á Pall-Mall la tarde del tercer dia, en el alo-
jamiento que los procuradores de Lady Greystock habian
ajustado. Lady G+reystock, aunque tenia muchos negocios,
y en vísperas de ver comenzar su proceso, no descuidaba
las ocasiones de divertirse: al dia siguiente de su llegada,
envió á saber noticias de la familia Rosline, y al otro dia
por la mañana, como lo esperaba, la marquesa y su hija
vinieron á hacerla una visita. Amanda se hallaba en la
ventana cuando el coche se acercó á la puerta. Se metió
al momento, y se retiró á su aposento, no queriendo ni es-
PD e
ponerse á su impertinencia, ni parecer solícita de presen-
tarse á ellas. Lady Greystock las hizo saber que Aman-
da la habia seguido á Lóndres; lo que las sorprendió y
desagradó. Ella entonces las dijo, como lo habia proyec-
tado, que no habia podido resistir á las importunas ins-
tancias de Fitzalan, que la habia obligado á tomar su hi-
ja, teniendo, segun decia, razones para estrecharla así.
Entonces las notició todo lo que habia descubierto de la
inclinacion de Lord Mortimer hácia Amanda, que habia
tenido orígen en Gales, donde se habian encontrado el ve-
rano anterior.
La marquesa y su hija sacaron al momento la conse-
cuencia de que Amanda habia sido enviada á Lóndres con
la mira de un casamiento que ellas resolvieron impedir
por todos los medios. La marquesa la aborrecia de tal
manera, que nada habia que no estuviese dispuesta á ha-
cer para estorbarla, no solo que fuese preferida á Lady
Eufrasia por Lord Mortimer, sino aun impedirle el logro
de cualquier otro establecimiento. Ella superó la repug-
nancia que tenia de volverla á ver, con la esperanza de
que estaria mas en estado de verla y dañarla. Comunicó,
pues, esta idea á su hija, quien habiéndola tomado y
adoptado, dijo á Lady (Greystock, que ya que ella habia
traido á Miss Fitzalan, deseaba que la hiciese venir.
Enviaron á buscar á Amanda, y tomándola Lady Greys-
tock por la mano, la presentó á las dos señoras. La mar-
quesa, levantándose con una frialdad que no pudo disimu-
lar, la dijo, que puesto que Lady Greystock la honraria
con su visita, ella estaria muy contenta de recibir á Miss
Fitzalan. Lady Eufrasia se contentó con hacerle una
corta reverencia, y cuando Amanda hubo acercado una
silla por sí misma al sofá doede Eufrasia estaba echada
mas que sentada, esta continuó en mirarla fijamente, can-
tando entre dientes una aria italiana, y acariciando un
pequeño perro que habia traido. 1l aire desembarazado,
y los nobles modales de Amanda, la sorprendieron y mor-
tificaron mucho. Ellas se habian prometido disfrutar de
su embarazo. Para su alma: altanera, nada habia mas
e
agradable que inspirar á aquellos que se les acercaban
este temor y esta humilde deferencia que las almas vul-
gares y sin elevacion están dispuestas á manifestar á la
gerarquía y á la fortuna; pero se picaron de ver por el
contrario en Amanda el sentimiento de su dignidad en
lugar de una tímida desconfianza. Al verla la marquesa
al lado de Eufrasia, no pudo menos de confesar que era
para su hija una rival poderosa; pues nunca sus rasgos y
su semblante se presentaron con mayor ventaja en con-
traste con los de Eufrasia. La marquesa abrevió su visi-
ta, no pudiendo sufrir mas tiempo el tormento que le cau-
saba la envidia de que se hallaba devorada.
Ella y su hija se persuadieron que ya no debian, como
lo habian proyectado, comunicar á Lord Cherbury las sos-
pechas que tenian de la inclinacion de Lord Mortimer.
Reconocieron que de nada serviria inspirar al padre la
separacion de Amanda, si la pasion de su hijo se sostenia.
Sabian que Lord Mortimer era de un carácter indepen-
diente, y que los bienes de sus antepasados le habian
asegurado el poderse casar á gusto suyo. Jl medio que
les pareció mejor para salir con la suya, fué perder á
Amanda en el concepto de Lord Mortimer, y se lisongea-
ban del écsito de esta empresa.
Al mismo tiempo se propusieron derribar las ésperan-
zas de Amanda y de su padre, alejándole la proteccion de
Lord Cherbury. De este modo triunfarian completamen-
te, sumergiendo en la miseria á dos seres que detestaban
ardientemente entre las dos familias.
La constante indiferencia de Mortimer hácia Lady Eu-
frasia no les permitia ignorar por mas tiempo que era
preciso tuviese otra inclinacion anterior al conocimiento
que habia hecho con Eufrasia, sin lo cual no habria sido
insensible á sus atractivos. No les quedó, pues, otro me-
dio mejor que hacer despreciable á los ojos de Mortimer
el objeto de su inclinacion, de cuya medida podria resul-.
tar que volviese su afecto á Lady Eufrasia. El orgullo
de esta la habria impedido aceptar la mano de Lord Mor- -
timer despues de haber conocido que tenia una rival pre-
+
PP A
ferida; pero el placer de triunfar de Amanda le hizo abra-
zar con ardor todos los planes de su madre.
Lord Cherbury no se habia esplicado jamas positiva-
mente con su hijo sobre el proyecto que habia formado
de su casamiento, y solo se habia contentado con decírse-
lo. Lord Mortimer no habia hecho reparo; pero el padre
“conocia bien que su hijo no estaba dispuesto á entrar en
sus miras. Sabia que Mortimer tenia ideas muy fijas so-
bre la independencia que debe guardar toda alma sensible
en un negocio de tan alta importancia como la union con-
yugal, que declaraba abiertamente deber ser eximido de
la opinion de otro, y no poderse determinar por las ven-
tajas de la fortuna.
Para evitar una esplicacion desagradable con un hijo á
quien tenia mucha ternura y estimacion, el conde Cher-
bury procuró entre su hijo y la familia Rosline una co-
nexion que pudiese conducirlo á una especie de obligacion
recíproca. Para esto imaginó juntar á menudo las dos fa-
milias en lugares de públicas diversiones, donde Lord
Mortimer, viéndose frecuentemente con Lady Enfrasia, die-
se lugar al rumor de un cercano casamiento entre ellos.
El mismo Lord Cherbury contribuia á esparcirlo oculta-
mente entre sus amigos. Esperaba que estas noticias, vi-
niendo á los oidos de Mortimer, conducirian á su hijo á
una esplicacion con él, en la cual se proponia decirle que
despues de haber dado lugar por sus obsequios continuos
á Lady Eufrasia á los rumores que corrian, no podia, por
su honor, dispensarse de realizarlos. Temia, á la verdad,
que el sano juicio y penetracion de Lord Mortimer no fue-
ran obstáculo al éxito de este proyecto; pero á mas tenia,
para desear la ejecucion, un motivo poderoso que no se
atrevia á dar á conocer. 7
Lord Mortimer conoció prontamente cuáles eran las mi-
ras de su padre impeliéndole á la sociedad de la familia
Rosline. El se escusaba cuanto le era posible, y sin fal-
tar á las leyes de la cortesía, desmentia sin cesar los ru-
mores que se esparcian de su proyectado casamiento con
Lady Eufrasia. El jamas la habia amado; pero su indife-
p , ;
«ia
rencia se habia cambiado en odio: sentia en su interior
que aun cuando su corazon fuese enteramente libre, jamas.
lo ofreceria, ni daria su mano á una persona que no tuvie=-
se su estimacion. Deseaba evitar el tener con su padre
una esplicacion, que no podia menos de ser desagradable,
y se lisonjeaba que la indiferencia que siempre habia ma-
nifestado á Eufrasia, convenceria á Lord Cherbury de la
imposibilidad de ejecutar su proyecto, sin que le obligasen
á rehusarlo formalmente. y
Por la tarde, Lady Greystock y Amanda recibieron un
recado de ir á comer al dia siguiente en casa de la mar-
quesa de Rosline. Amanda no puso dificultad alguna en
aceptarlo: una negacion de su parte habria incomodado
mucho á Lady Greystock, o la habria reducido á quedarse
sola. En fin, pensó que así tendria una ocasion de ver á
Lord Mortimer, que suponia frecuentaba la casa del mar-
ques. Su corazon palpitaba á esta idea, y esta esperanza
animó de tal modo su fisonomía, que Lady Greystock co-
noció la mudanza: la felicitó por haberse reparado de sus
fatigas, y tomó este pretesto para pedirle le hiciese un pe-
queño adorno para el dia siguiente. Amanda se ocupó in-
mediatamente en ello, y como trabajaba con tanta celeri-
dad como gusto, prontamente adelantó la obra; la que dió
mucho gusto-á Lady Greystock, que durante esta labor le
contaba anécdotas mordaces, de las que tenia su cabeza
llena. G
Adornándose Amanda para la visita á casa de Rosline,
se rizó sus hermosos cabellos, pero no se dispensó de la
elegante sencillez con la que se vestia siempre. Sus sen-
cillos adornos fueron arreglados con mucho gusto, y nada
olvidó de cuanto podia contribuir á su ventaja. Estaba tan
hermosa, que Lady Greystock empezó á temer sériamente
que la marquesa y Eufrasia no le perdonarian jamas el ha-
berla introducido en su sociedad.
Llegaron cerca de las seis á Portman-Square, donde.
encontraron un numeroso concurso. Despues de las pri-
a £ Aaa
meras ceremonias, y de presentar 4 Amanda al marques,
no como una cercana parienta, poes que le era del
mm
¡A
todo estraña, habiéndose adelantado un hombre hácia la
marquesa de Rosline, y díchole algunas palabras al oido,
ella se levantó y presentó á Amanda al conde Cherbury.
—Mi querida jóven, le dijo él, permitidme que os pinte
al vivo el placer que tengo de ver á la hija de mi digno
amigo Mr. Fitzalan, y que junte á esta satisfaccion, aña-
dió tomándole la mano y conduciéndola hácia una persona
muy hermosa, la de presentaros á mi hija Araminta Dor-
mer, y pediros vuestra amistad para ella. ;
Sorprendido y encantado el corazon de Amanda, espe-
rimentó una grande conmocion: ella se consternó; pero no
fué tal su embarazo que la privase de hacer conocer con
mucha gracia su sensibilidad á la obsequiosa atencion de
Lord Cherbury. Le aseguró que ya le habian inspirado
desde sus principios sentimientos de reconocimiento y de
respeto por él. El la saludo, y se apartó para ocultarse á las
nuevas gracias, y la dejó sentada al lado de su hija, quien
le manifestó el placer que tenia de hacer conocimiento con
ella, no con el aire y tono orgulloso de Lady ico sino
con el acento de la afabilidad y bondad.
- La accion de Lord Cherbury habia llamado la atencion
de la concurrencia hácia Amanda. La marquesa y Lady
Eufrasia manifestaron su disgusto con miradas llenas de
malignidad; mas se consolaron con la confianza en que es-
taban de que podrian perderla á su voluntad en el concep-
to del conde Cherbury.
—Yo os ruego me digais, dijo á Lady Eufrasia Miss
Malcolm, parienta de la marquesa, que siendo fea, rica y
maligna era muy amada de Eufrasia, ¿quién es aquella
criatura, que se parece á una aldeanilla, que fiera
vez se encuentra en nuestra concurrencia, y que se turba
y tiembla cada vez que observa que la miran? —Es, le res-
pondió Lady Eufrasia, una parienta muy lejana de mi ma-
dre, que esta vieja viuda Lady Greystock ha recojido en Ir-
landa, y nos ha obligado á recibir. Nosotros desde mucho
tiempo la habriamos protejido por compasion, á no ser por
la conducta impertinente de toda su familia con mi madre,
y si ella misma no manifestase ya las mismas disposicio-
nidad y buena opinion que tiene de sí misma: ella se com-
eS [TIM
nes: es verdaderamente ridículo que la hayan enviado E
Lóndres, y ostoy segura de que su viejo y loco padre ha
hecho un esfuerzo estraordinario para ponerla en estado
de presentarse con alguna decencia, sin duda con la espe-
rauza de que ella hará caer en sus redes á algun tonto y
rico que proveerá á las necesidades del padre y al mismo
tiempo á las de la hija.
—Apostaria, esclamó eljóven Free-Love, presumidillo,
que se hallaba apoyado en el respaldo de la silla de Lady
Eufrasia, que toda la renta del año la han empleado en
adornarla así.
Este jóven estaba bajo la tutela de Lord Cherbury. Sus
bienes eran considerables; pero la naturaleza no habia si-
do muy liberal con él: sus inelinaciones y su persona eran
afeminadas hasta el estremo; toda su ambicion era ser un
hombre á la moda, en sus costumbres y en sus vestidos,
como en sus palabras. El no aprobaba ni las personas ni
las cosas hasta que no estuviese bien asegurado de que
unas y otras fuesen del buen tono. Habia sido uno de los
perseguidores de Lady Eufrasia durante algun tiempo,
ella habia animado sus obsequios con la mira de darle al-
gunos zelos con Mortimer; pero un rival de esta naturale-
za era poco de temer. Continuando en observar 4 Aman-
da con un lente pendiente de los botones de la casaca, di-
jo:—Yo declaro que si su padre ha puesto toda su espe-
ranza en las conquistas que debe hacer su hija, tendrán
mal éxito sus proyectos, pues por mi vida que no veo na-
da en esta muchacha que pueda seducir, sino la novedad,
atractivo que se debilita todos los dias: todo cuanto puede
ella esperar, es un establecimiento de a'gunos meses con
algun hombre sin gusto, que ame la sencillez de una luga-
reña.—Y esto seria aun mas de lo que merece, dijo Miss
templa un modelo de belleza, y ya veis lo que es; ha he-
cho creer á algunas personas, seguramente de un gusto
TOM. HI. : 2
- do de Araminta, que le impidió encontrar largo el tiempo
£
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muy estraño, que es perfecta, aunque me atrevo á decir
. e a e g
que si puede leer pasablemente y garabatear una esquela,
es seguramente todo lo que puede hacer.—Si quereis, dijo
Free-Love, despues de comer pondremos sus talentos á
prueba, y nos divertiremos un poco á su costa.—Muy bien,
dijo Miss Malcolm; la haremos tocar y cantar: ella preten-
de sobresalir en ambas habilidades; pero seguramente la
pobreza de su padre no le ha permitido cultivar esta espe-
cie de talento: nosotros la confundiremos, y disfrutaremos
de su confusion cuando su ignorancia sea conocida.
Durante esta conversacion, Amanda gustaba un placer
muy puro y muy dulce entreteniéndose con Lady Aramin-
ta. Esta jóven era el retrato dulce y hermoso de su herma-
no: el tono de su voz tenia la misma suavidad y el mismo
carácter, y se la escuchaba y miraba con un placer igual.
Amanda, confiada, buscaba con los ojos á Lord Mortimer
por toda la concurrencia; pero inútilmente: cada vez
que la puerta se abria, esperaba verle entrar; su cora-
zon. palpitaba, y esta idea no la dejó hasta la hora de
comer. Felizmente consiguió colocarse en la mesa al la-
de la comida. .Despues de comer, las salas se llenaron de
una brillante concurrencia, sin que pareciese Mortimer.
Amanda sufria con algun contento su ausencia, viendo en
ella una razon de pensar que no era tan solícito en ver á
Lady Enfrasia: algun negocio ó promesa anterior podian
detenerlo á la verdad; pero ella preferia la primera de es-
tas interpretaciones, que la lisonjeaba mas.
Lady Eufrasia, para ejecutar su maligno complot contra
Amanda, condujo la mayor parte de la social! salon
de música: Free-Love habia dicho á algunos que iban á
divertirse con la irlandesa. Lady Eufrasia se puso al pia-
no para tener el derecho de hacer tocar á Amanda. Free-
Love se sentó al lado de esta, y entabló una conversacion
que tenia por objeto llenarla de confusion; pero produjo un
efe 'o enteramente contrario, haciéndose á sí mismo muy
ridículo, |
Amanda conoció su intencion, y sobre todo, cojió algunas
e
—1)—
miradas de inteligencia entre él, Eufrasia y 1 iss Malcolm.
Aunque modesta en estremo, tenia talento y elevacion de»
alma para no sacar ventaja en un combate semejante, y
dejar de responder á sus chuscadas impertinentes y poco
delicadas. : | E de
—¡Habeis visto ya alguuas curiosidades de Lóndres?
“preguntó Free-Love á Amanda, meneándose en su silla y
admirando la brillantez de sus hebillas de diamantes.—-
Sí, dijo Amanda, mirándole con algun orgullo; he visto ya
algunas cosas curiosas. Su vista y tono de la respuesta
empezaron á levantar algunas carcajadas á espensas del
preguntador.—Yo pienso, continuó él, que no dejareis de ir
á ver el monumento, y sobre todo, la torre, en donde ve-
reis grandes rarezas; si quereis permitirmelo, yo os acom-
-pañaré á ella.—¡0h! no, dijo ella; yo no tengo deseo de ir
á buscar allí animales salvages; se ven todos los dias mas
os y menos nocivos, á pesar de toda su ansia por
ys
E.
Free-Love conoció bien que él mismo se habia hecho el
objeto de la risa de los concurrentes, y se retiró convinien-
do en lo mismo. Lady Eufrasia, dejando el piano, vino 4
rogar á Amanda que tomase su lugar, diciéndole con una
falsa modestia: —Mi poco talento va á hacer sobresalir la
superioridad del vuestro. Amanda se escusó mucho tiem-
po; pero en fin, Miss Malcolm, juntando sus solícitas ins-
tancias hasta la importunidad á las de Eufrasia, la hizo
ceder. y Aa
—Yo supongo, le dijo Lady Eufrasia, siguiéndola al pia-
no, que preferireis estas pequeñas arias á la música mas
difícil. Amanda no contestó nada, y abrió un libro de so-
natas de una ejecucion mucho mas difícil que todo lo que
habia tocado Eufrasia. Al principio se turbo un poco; pe-
ro despues de haberse asegurado, su ejecucion fué tan bri-
illante y desembarazada, que escitó la admiracion universal,
escepto la de aquellos que se habian propuesto hacer reir
“á sus espensas, y fueron cojidos en su propio lazo.
Despues que hubo tosado algunas piezas, algunos músi-
y%
»
me PE
cantó una ária italiana patética y tierna, en la cual desple*
gó una voz dulce y sensible y un escelente gusto. Todo el
auditorio quedó admirado y arrebatado, no solamente de
su talento, sino de la conformidad encantadora de su fiso-
nomía y toda su persona con los armoniosos sonidos que
hacía oir. La alabaron con entusiasmo, y ella se levantó
del piano sonrosada y confusa de los aplausos de toda la:
concurrencia. Los hombres se reunieron al rededor de
Lady Eufrasia para saber quién era esta bella estrangera,
y ella les dió, con poca diferencia, la misma respuesta que
habia dado á Miss Malcolm. Tanto-ella como su madre
tuvieron mucho que hacer para ocultar la rabia del éxito
de Amanda. E a
Es una cosa muy absurda, dijo Lady Enfrasia á algu-
nos de los que la cercaban, dar talentos de esta especie á
una jóven que por el estado de su fortuna no puede em-
plearlos sino haciendo de aya de niñas ó cantora de ópe-
ra.—Yo antes bien creo, añadió Miss Malcolm, que la ha-
remos trinar en alguno de nuestros teatros, pues no creo
que haya nadie entre las gentes de tono que quiera con-
fiar sus hijas á una criatura de esta naturaleza. 6
Habiendo pasado Amanda al aposento inmediato con
Araminta Dormer, fué seguida de muchos hombres, que
la cercaron y prodigaron los lisongeros camplimientos que
la belleza recibe comunmente con tanto gusto; pero que
fatigaron á Amanda, no solo por la exageracion que veia
en ellos, sino porque la impedian entretenerse con Ara-
minta. La marquesa, que no la perdia de vista, alejó
prontamente de ella á todos los cortesanos, colocándoles
en mesas de juego, no pudiendo sufrir que Amanda reci-
biese tantos homenages, y lisongeándose de causarle al-
gun disgusto privándola de ellos.
En el discurso de la conversacion, Lady Araminta hizo
mencion de Irlanda, y dijo que no habia conservado sino
una débil memoria de Carberry—Castle; que ella habia te-
nido alguna inclinacion á acompañar al marques y su fa-
milia en su último viage á aquel país, y que les habia pro-
metido ir el verano siguiente. Seguramente, continuó ella,
Y
9 — 21 —
habreis visto allí 4 Lord Mortimer.—Sí señora, dijo Aman-
da balbuciendo y poniéndose colorada hasta los ojos. Ara.
— minta, que tenia penetracion, € observó que esta turbacion
indic caba entre Amanda y su hermano algo mas que un
simple y ligero conocimiento. Ella se habia chanceado
algunas veces con Amanda sobre el sentimiento que ma-
nifestaba de haber dejado la Irlanda, y conoció que esta
_ materia despertaba en ella profundos pesares. Sabia el
proyecto que habia formado su padre de una alianza con
la familia de Rosline; pero jamas lo habia aprobado. La-
dy Eufrasia le era del todo desagradable: estaba persua-
dida de que una alma como la de Mortimer, noble, tierna
y sincera, no encontraria jamas la felicidad con un ser tan
diferente de él, como lo era por todos respectos Lady Eu-
frasia. HAmaba tiernamente á su hermano; creia, sin ha-
ber comunicado jamas esta idea á nadie, que Mortimer
a alguna aficion en Irlanda, y hubiera desea-
que la hubiese hecho su confidente; pero no queria so-
licitar esta confianza, sabiendo que no estaba en estado
de poderle servir. Estaba tambien convencida de que
ella no tenia ascendiente alguno sobre su padre, para ha-
cerle abandonar el proyecto “de casar á su hijo con Eufra-
sia. La figura, las gracias y modales de Amanda la ha-
bian encantado; pero entreteniéndose con ella, le habia
conocido unas calidades que la hicieron añadir á su admi-
racion su estimacion. Juzgaba muy bien que Mortimer
no habria dejado de hablarle de la amable Miss Fitzalan,
si no hubiese temido que su eonmocion le hubiese hecho
traicion hablando de ella. Amanda parecia ser precisa-
mente en el concepto de Araminta la especie de muger
que Mortimer podia amar, y que se parecia al ser fantás-
tico del que se habia hecho un medelo en sus noveleras
ideas, como la sola capaz de cautivar su corazon. Lady
Araminta encontraba en las miradas de Amanda una es-
presion de ternura, y en la dulzura de su voz un encanto,
al cual era imposible resistir. Era de parecer que si su
corazon estuviese oprimido de tristeza, Amanda seria de
todos los seres, aquel á euyo lado creeria encontrar mas
y — 22— o
consuelo. La turbacion de Amanda á la menor mencion
de Mortimer, indicaba bastante las relaciones que podia
haber entre los dos. Araminta tenia involuntariamente
fijos los ojos en Amanda, como para penetrar los ocultos
rincones de su corazon; pero con una benevolencia que
parecia decir que no haria traicion al secreto que ella qui-
siera descubrirle.
Lord Cherbury vino en este Horaria! y dijo á Aman-
da que acababa de presentar á Lady Greystoek uma peti-
cion y una apología, y que venia á dirigirla tambien á á ella.
Por una parte la rogaba que con Lady Greystock fuese á
comer á su casa al dia siguiente con la familia del mar-
ques, y por otra se escusaba de hacerle este convite tan
precipitadamente y sin las formalidades ordinarias, por
la necesidad en que se hallaba su hija de dejar á á Lóndres
de allí á á dos dias; lo que no dejaba tiempo á Lady Ara-
minta de hacerle una visita. 5
Aranda le dió gracias por este convite, el aa
tanto mas. agradable por haber sido hecho sin etiqueta,
por manifestar de parte de Lord Cherbury un deseo de
ver consolidada la intimidad entre ella y Araminta, y por
darle tambien alguna esperanza de ver á Lord Mortimer.
Todas estas ideas dieron á su espíritu una actividad poco
comun, y se entabló una conversacion muy interesada en-
tre ella y Lord Cherbury, que era tambien hombre de
gran vivacidad. Lady Araminta vió con placer las aten-
ciones de su padre hácia Amanda, y se lisongeó de que la
buena opinion que empezaba á concebir de “ella, tendria
tarde ó temprano consecuencias ventajosas.
Lady Greystock se levantó al fin para marchar. Lady
Araminta se despidió tiernamente de Amanda, y Lord
Cherbury condujo á las dos damas á su coche. Por el ca-
mino, Lady Greystock alabó la estrema cortesía del Lord,
é hizo de él un elogio tan lisongero. que Amanda pensó
que la viuda podria proponerse muy bien hacer de Lord
Cherbury su cuarto esposo.
Retirada Amanda á su aposento, gustó mas felicidad
que no habia disfrutado de mucho tiempo á esta parte;
E
pero era una felicidad agitada, q que no daba sensaciones *
muy ulces á un corazon susceptible q todas las impre=
sabi:
hu felicidad era sa Bl de la óriniza, y por consiguien-
te capaz de desvanecerse con ella de un momento á otro.
Esta esperanza estaba fundada en las atenciones de Lord
Cherbury, en la amistad de Lady Araminta, y en lo que
le habia dicho sobre la tristeza de Lord Mortimer, y S0=
bre no haber este comparecido á la concurrencia de la fa-
milia de Rosline; dos circunstancias en las que veia aún
la inclinacion, que la conservaba Mortimer. Amanda se
ocupó esta misma noche en instruir á su padre de lo que
habia pasado durante el dia, pues su principal consuelo
cuando se hallaba separada de él, era escribirle largamen-
te, y recibir á menudo cartas suyas. Habiendo acabado
su carta, se sentó cerca del fuego, meditando sobre la con-
ferencia. que esperaba tener al dia siguiente, hasta que
. los serenos, anunciando las tres, la sacaron de sus deva--
_ neos. Se sonreia consigo misma de verse así suspensa y
absorta en sus pensamientos; pero al fin se fué á acostar
para ser feliz aun durmiendo.
Su sueño fué tranquilo, y agradables las imágenes que
le presentó; despertó tarde, conservando su serenidad y la
vivacidad del dia anterior. Despues de haberse desayu-
nado con Lady Greystock, salieron ambas en coehe para
ir á diferentes partes de la ciudad. Todo era nuevo para
«Amanda, que en su primera mansion en Lóndres habia vi-
vido reclusa en un cuartel retirado: todo la divertia y to-
do la admiraba. A cosa de las cuatro de la tarde, volvie-
ron á su casa. Amanda hizo su tocador con una agita-
cion que se aumentó cuando subió á la carroza, y llegaron
á casa de Lord Cherbury á Saint Jame's-Square. Ella se-
guia á Lady Greystock con paso mal asegurado, y el pri-
mer objeto que al entrar en el salon se presentó á sus
ojos, fué Lord Mortimer en pié cerca de la puerta.
he
BA
.
CAPITULO Il. de
Lady Greystock y Amanda encontraron reunidos en el
salon al marques y á la marquesa de Rosline, Lady Eu-
frasia, Miss Malcolm y Free-Love. Lady Araminta des-
cubrió en la voz de Amanda la turbacion que la agitaba,
y no se disminuyó nada cuando Lord Cherbury, tomándo-
la por la mano, dijo á su hijo: Mortimer, creo que debeis
haber visto ya á Miss Fitzalan en Irlanda.—Sí, Milord,
respondió Mortimer acercándose para saludar á Amanda.
Todos los ojos, escepto los de Lord Cherbury y de Free-
Love, se volvieron entónces hácia Amanda y Lord Mor-
timer, y conocieron en la espresion de su fisonomía moti-
-—vos de confirmar sus sospechas sobre la reciproca aficion
que se suponia entre los dos.
Amanda, sentada ya, se esforzó á vencer su turbacion.
Habia un sitio vacante al lado de ella, y viendo Miss Mal-
colm á Lord Mortimer dispuesto á ocuparlo, se apoderó
de él. Ella le atrajo en seguida á su lado, y le empeñó
en una conversacion insignificante hasta la hora de comer.
No habiéndose podido dispensar Mortimer de darle la ma-
no para conducirla al comedor, arrojó una mirada desde-
ñosa sobre Amanda. Viendo Lady Araminta á todos los
hombres ocupados, ofreció chanceando su brazo á Aman-
da, de quien seria, segun decia, el caballero. Habiendo
conducido Lord Mortimer á Miss Malcolm á su puesto, y
disimulando la instancia que le hizo de colocarse entre
ella y Lady Eufrasia, pasó al otro lado de la mesa, y se
sentó al lado de Amanda. Las dos damas abandonadas es-
tuvieron desesperadas, y Amanda encantada y por lo tanto
confusa. Pero reparando en las miradas observadoras de
la marquesa y Eufrasia fijas sobre ella, se animó á sí mis-
ma, y prontamente estuvo en estado de mezclarse en la
conversacion general entablada por Lord Mortimer.
$
105
Este habia esperimentado tan grande sorpresa como
placer con la ota de Amanda á Lóndres, á pesar de
su resentimiento contra ella. Lady Araminta, estando so-
la con él-aquella mañana, le habia hablado de la jóven
estrangera con los mayores elogios. El la habia oido con
una satisfaccion que le convenció de que estaba mas que
nca apasionado de Amanda. Despues de su retorno de
is, habia sido víctima de la incertidumbre y de la
afliccion. La inocencia, la pureza y la ternura que habia
visto en ella cuando las traia á la memoria, no podia creer
que todo esto lo fingiese, y empezó á reflecsionar que el
misterio de su conducta seria aclarado algun dia de un
modo satisfactorio; que él reconoceria que ella no se ha-
bia apartado voluntariamente, y que si él no se hubiese
dejado conducir por su violencia, precipitando su marcha,
habria recibido una esplicacion que hubiera disipado to-
das sus dudas. Aflijido de haber dejado la Irlanda, ha-
bria vuelto allá al instante, si no hubieratemido las pregun-
tas que su padre le haria, á las cuales no hubiera podid:
satisfacer. Ya proyectaba ir el verano siguiente con La-
dy Araminta, no pudiendo sufrir por mas “tiempo una in-
certidumbre tan penosa. Bendecia el destino que condu--
ciendo á Amanda á Lóndres, le proporcionaba una nueva
ocasion de aclarar sus dudas, y aun de apartar mas fácil-
mente los obstáculos que se oponian á su dicha, y como
él tambien se lo prometia, á la felicidad de Amanda, El
se creia en adelante tambien mas en estado de vencer la
oposicion de su padre: sin embargo, no queria hacer ente-
ra confianza de su hermana, temiendo se indispusiese con
su padre por sostener con demasiado ardor su causa, y
defender los intereses de un hermano que amaba tierna-
mente. o
Le pareció que Amanda tenia los colores menos vivos
que en Irlanda, y que estaba un poco mas delgada; pero
estaba para él aun mas interesante, persuadido por una
mirada que le dió al entrar, que era por su separacion por
lo que habia perdido la frescura de sus hermosas mejillas.
Apénas podia disimular su alegría, de verla _Aproximarso
3.0%
PE
— IN
por unas s relaciones necésarias, y corazo y suspugia por
una esplicacion, que seria tambien ¡e! e una perfec-
ta reconciliacion.
Los hombres se juntaron con las señoras á tomar el té.
Lady Eufrasia propuso ir al Panteon, lo que fué aceptado.
Amanda sobre todo, quedó muy contenta de ello, tanto
porque no conocia este espectáculo, como porque Morti
podria encontrar alguna ocasion de hablarle, lo cual - id
bia conocido que deseaba, sin haberlo podido verificar en
casa. El marques y Lord Cherbury, se escusaron de ir:
Lady ( Greystock, que no habia pedido su carroza, sino pa-
ra muy tarde, aceptó un asiento en la de la marques Pe
Ni Lady Eufrasia, ni Miss Malcolm, podian sufrir
idea de ver 4 Amanda y Mortimer en un mismo coche,
persuadidas como lo estaban, de que la presencia de Lady
Araminta, no les impediria una comunicacion que les dis-
gustaba en estremo. Lady Eufrasia se determinó al mo-
mento, y manifestó que ella y Miss Malcolm cederian sus
asientos en la carroza de la marquesa á Amanda y Free—
Love, para tener el gusto de ir en compañía de Lady Ara-
minta. La marquesa, que adivinó los motivos de su hija,
apoyó esta proposicion con mucho disgusto de Amanda, y
gran enfado de Mortimer, que se dejaba ver. Sin embar-
go, Amanda se conso!ó con el pensamiento del placer que
tendria luego que cesaria de ser el objeto de la malévola
atencion de la marquesa, y de su hija. ]
Durante el camino, sus reflexiones no fueron turbadas,
pues nadie la dirigió la palabra. La marquesa, y Lady
Greystock cuchicheaban juntas, y Free-Love cantó una
aria entre dientes, como si su designio hubiese sido mor-
tificarla, no teniendo atencion alguna con ella. Cuando la
carroza se detuvo, dió la mano á las dos damas; y como si
se hubiese olvidado del todo, que hubiese ser alguno en
este mundo que se llamase Amanda, se fué tras ellas.
Amanda bajaba sola, cuando lord Mortimer apresurándose
hácia ella, le dió la mano, y apretándola con la suya, le
dijo en voz baja: Hétenos aquí ya reunidos de nuevo: la
envidia y el odio no nos separarán mas. Un amable en-
E S
- p DN
carnado, pintó las mejillas e Amanda; su mano temblaba
dentro de la de Mortimer, y con esto se halló indemniza-
da de la contradiccion que acababa de esperimentar, y
aun mas de la impertinencia de Free-Love. Lord Morti-
mer la condujo con Araminta que la esperaba, y entraron
juntas en la sala. Lady Eufrasia, no estaba dispuesta á
disfrutar el placer del espectáculo; por lo demas, se halla-
ba convencida de que lord Mortimer estaba apasionado
de Amanda, y esta conviccion la ponia en un desconsuelo.
Desde el momento que habia entrado en la carroza con
ella, habia guardado un silencio obstinado, á pesar de los
esfuerzos que Miss Malcolm, y aun ella misma, habian he-
cho para hacerle entrar en alguna conversacion. El las
habia dejado, al llegar al panteon para encontrarse, á la
llegada de la carroza de la marquesa, y despues de haber-
se juntado con Amanda, se habia dedicado enteramente á
lla, sin recatarse de ello, haciéndoles sus sentimientos
olvidar las precauciones de la prudencia. La novedad y
lo brillante de la escena, causaban á Amanda una sorpre-
sa y un placer grande, y Mortimer se contemplaba feliz,
viéndola disfrutar de esta diversion, y estaba gozoso con
la descripcion enérgica y animada, que le hacia la misma
Amanda de la sensacion que esperimentaba. En cuanto
observaba, veia unidos á una imaginacion viva, mucho ta-
lento y un escelente gusto. Se olvidaba de que los ojos
de la malevolencia y de los celos, estaban fijos sobre los
dos, y lo olvidaba todo, para no pensar sino en ella.
Pero la pobre Amanda estaba destinada á esperimen-
tar esta tarde todas las contradicciones. Lady Greystock,
consecuente á un consejo que le habia dado Eufrasia, des-
pues de haber dado algunas vueltas en la sala, vino á
Amanda, y le pidió que viniese á sentarse á su lado, pre-
testando la salud de Amanda, que no le permitia soste-
ner una tal fatiga. Inútilmente la protestó Amanda, que
no estaba fatigada, y que ella preferiria pasearse, y en fin,
que habia prometido á lord Mortimer, bailar con él, Lady
Greystock se negó á todo, y particularmente á esta última
proposicion, á pesar de las instancias de Araminta, que
E
$ A »
patrocinaba la causa de su amiga, asegurándola que ten-
dria cuidado de impedir que Amanda se fatigase dema-
siado. ez :
¡Ah! dijo Lady Greystock, vosotras jóvenes, os dejais lle-
var así de vuestro ardor, sin prever las circunstancias;
pero declaro que como Amanda está confiada á mis cui-
dados, me creería culpable, si la dejase correr especie
algun peligro. | "y
Araminta hizo nuevas instancias, á las cuales Amanda
habria aún juntado las suyas, si no hubiese tenido temor
de hacer sospechar el verdadero motivo. Ella observó que
este pequeño debate detenia á toda la sociedad; ofreció
su brazo á Lady Greystock, y fué á sentarse con ella y la
marquesa. Lady Eufrasia, apoderándose del brazo de Ara-
minta, se la llevó á la multitud, y Miss Malcolm agarrán-
dese de Mortimer le obligó á seguirla. Mortimer en el dis-
curso del paseo, buscaba las ocasiones de desasirse; pero
Miss Malcolm tuvo una alegría estremada de verle renun-
ciar á este proyecto, cuando hubo reconocido que Amanda
estaba colocada de modo que le seria imposible acercarse
á ella. En efecto, la marquesa la habia colocado entre
ella y Lady Greystock; y bajo el pretesto de conversar con
esta, estaba continuamente delante de Amanda, impidién-
dola ver y ser vista, lo que independientemente del pesar
de estar separada de Mortimer y Araminta, la tenia en
una situacion muy desagradable. La marquesa se compla-
cia malignamente del penoso estado de Amanda, que le
parecia una venganza muy ligera, de los celos que daba á
Eufrasia, y de los homenages que le robaba.
Es verdad que Amanda recorriendo la sala y observan-
do con sorpresa y con placer la escena brillante que tenia
á sus ojos, habia sido el objeto de la atencion y curiosidad
general; que ella habia sido seguida y admirada, y que es-
taban convencidos de que era la mas hermosa que hubie-
se concurrido allí, despues de mucho tiempo. ;
El retiro de Amanda puso á Eufrasia de mejor humor.
Se reia maliciosamente con Miss Malcolm del desconcier-
to de Mortimer y Amanda. Despues de algunas vueltas,
ión
=Á
Sir Carlos Bingley pasó por su lado. Este habia gustado
mucho á Miss Malcolm, y lo habia tentado todo para que
se aficionase á ella. Las atenciones que la simple política
le hacia tener para con ella, y los usuales cumplimientos,
que casi por fuerza exijia de él, manifestaban, á lo que ella
creia, que lo tenia subyugado. Lady Eufrasia, á pesar de
la amistad que profesaba á Miss Malcolm, y sus miras
hácia lord Mortimer, tenia un grande deseo de poner á Sir
Cárlos Bingley en el número de sus admiradores; y estas
dos damas estaban determinadas á no dejarle pasar cerca
de ellas sin detenerlo. Ellas ejecutaron su proyecto; y le
dijeron las cosas mas lisongeras para un hombre, que hu-
biese hecho algun caso de sus elogios; mas el jóven baro-
net, á quien en ninguna manera le agradaban, despues de
haber respondido política y vagamente, iba á dejarlas,
cuando su compañero le tiró de la manga, y le enseñó una
hermosa jóven, sentada en frente de ellos. Esta era Aman-
da, colocada entre la marquesa y Lady Greystock.
¡Buen Dioz! dijo él todo conmovido, y poniéndose colo-
rado de placer, ¡es posible, es verdad que está allí Miss
Fitzalan? Sí, es ella misma, dijo acercándose, y saludán-
dola con gracia: este es un encuentro tan feliz, como ines-
perado, y yo no os disimularé que por disfrutar de la di-
cha que el acaso me proporciona aquí, estaba resuelto á
partir para Irlanda dentro de dos ó tres dias.
Amanda se puso colorada á esta declaracion pública de
Sir Cárlos, blasonando el imperio que ella tenia sobre él.
Su turbacion dió tiempo á este de conocer que en medio
de su sorpresa, se habia olvidado de la marquesa y Lady
Greystock. El se esforzó á reparar este olvido. La prime-
ra le saludó con altanería y sin hablarle una palabra, y
Lady Greystock le dijo, sonriéndose maliciosamente, que
A: veia muy bien, que su admiracion por Miss Fitzalan
e habia hecho olvidar á los demas. Sir Cárlos estaba de-
sesperado de no poder acercarse á Amanda, y entretener-
se con ella: apénas podia verla, pues contipuando la mar-
quesa y Lady Greystock su conversacion, se la quitaban
sin cesar de la vista. Como conocia mucho el carácter y
¿30
disposiciones de la marquesa, conjetaró prontamente los
motivos de esta conducta.
Señoras, dijo él á la marquesa y Lady Greystock, voso-
tras estais verdaderamente llenas de bondad, ocultando
asi á Miss Fitzalan, pues sabeis que presentándola daríais
mucho disgusto á las otras hermosas de la concurrencia;
pero vos, dijo á á Amanda, ¿por qué permaneceis así senta-
da en lugar de pasearos? Amanda no dió respuesta algu-
na; pero una espresiva mirada echada sobre él, y sobre las
dos señoras que la. guardaban, le hizo conocer que no. pe
dia esplicarse de otra manera. sd
Lady Eufrasia y Miss Malcolm, ofendidos de la preci-
pitada marcha de Sir Cárlos, habian continuado su paseo,
cuando la envidia y la curiosidad las volvió á traer alli.
Lady Araminta conoció su disgusto, y se complació en él.
Sir Cárlos, que esperaba con impaciencia que se acercasen,
no las vió antes que él instase á juntarse con ellas.—Per-
mitid, le dijo él presentando una mano á Amanda, que
sea vuestro caballero, y que os libre de la que PrapEnos
llamar verdadera esclavitud.
Ella no vaciló en aceptar este ofrecimiento. El ruido de
la sala, y el movimiento continuo de los que iban y venian,
la habia aturdido: ella no creyó deber escusarse con las
señoras, con quienes estaba para reunirse al resto de la
compañia, y salió de su puesto para juntarse con Lady
Araminta, que se habia detenido para esperarla. Jia mul-
titud impidió que se adelantasen un momento, y Sir Cár-
los aprovechó este instante favorable, para apretar su ma-
no, y manifestarle el placer que sentia por haberla encon-
trado.—¡Qué lejos estaba, le dijo, de creer que esta tarde
me proporcionaria una tan granle dicha! —Sir Cárlos, le
dijo Amanda, procurando desasirse: despues de vuestra
vuelta á Inglaterra habeis aprendido el arte de adular.—
Yo hubiera “querido, replicó él, aprender aquí solamente a
espresar cómo en mí se hallan los sentimientos qe poe
rimento. -
Lord Mortimer compareció en este momento. 1
bia hecho abrir paso en medio de la multitud. -
MS
“quererse retirar viendo á Amanda, detenida por Sir Cár-.
los, cuyo color anunciaba los lisongeros cumplimientos de
que ella era el objeto. —
id uniéndose Amanda con las j jóvenes, esperaba ver lle-
apento € á lord Mortimer; pero aun cuando hubiese te-
nido este proyecto, la continua asistencia de Sir Cárlos se
lo habria impedido. El no perdió de vista á Amanda , y se
resintió ó verdaderamente de que hubiese dejado su puesto
por Sir Cárlos, complacencia que habria podido tener por
él antes. Sir Cárlos y otros muchos, le ofrecieron ser sus
parejas para hacerla bailar: ella se escusó, y Lady Ara-
minta siguió su ejemplo. Lady Eufrasia y Miss Malcolm,
estaban demasiado turbadas para entregarse á ningun gé-
nero de diversion. e
- Engañada Amanda en su esperanza, de volverse á jun-
tar con lord Mortimer, se esforzaba á reprimir aun mas
fuertemente los obsequios de Sir Cárlos, quien le protes-
taba que habia precipitado todos los negocios que lo ha-
bian atraido á Inglaterra, únicamente para volver con mas
prontitud á Irlanda, y que los dias le habian parecido si-
glos hasta el momento feliz en que la habia encontrado.
-Jilla se alegró al oir 4 Lady Araminta, que propuso vol- qe
ver á casa. Lady Eufrasia y Miss Malcolín no insistieron
en el proyecto de irse con Araminta como habian venido,
persuadidas de que lord Mortimer estaba ya fuera, y así
Araminta y Amanda marcharon solas. La primera convi-
dó á Sir Cárlos á cenar, y este aceptó con el mayor gusto
el convite, y prometió concurrir luego que lo hubiese pre-
venido, á la compañía con quien habia venido.
Lady Araminta y Amanda llegaron un poco antes que el
Pd de la compañía. Araminta le decia que se veia obli-
ada á dejar la ciudad para ir á las bodas de una íntima
Macizo, pero que esperaba á su vuelta estrechar aun mas la
amistad de Amanda: Mortimer entró de i improviso. Este
pareció sorprendido y satisfecho de encontrar á ambas jun-
tas y solas, y sentándose á su lado, dijo con el acento de
la mas tierna sensibilidad: —Este momento vale mas que
¡as horas que acabamos de pasar. ¿Puedo pensar que se-
cn FE i
rá tan feliz para mí, como acaba de serlo para Sir Cárlos
Bingley? Decidme, por vida vuestra, ¿no os habeis agra=
dablemente sorprendido esta tarde?—Seguramente, dijo
Amanda.—;¡Por la vista del panteon y por la de Sir Cárlos?
replicó Mortimer.—No, respondió Amanda sin titubear; yo
no le conozco bastante para que su presencia pueda dar-
me contento ni disgusto. is
Esto cabalmente era lo que Lord Mortimer tenia nece-
sidad de oir. Las miradas de Amanda, y el modo con que
recibia los obsequios de Mortimer, no dejaban ya á éste
duda alguna. Todos los zelos se le disiparon, y recobró
toda la vivacidad de su espíritu. Jamas se siente el alma
tan feliz como en el momento en que acaba de aliviarse de
una penosa incertidumbre. | :
Lady Araminta, cojiendo el hilo de lo que Mortimer aca-
baba de decir á Amanda acerca de Sir Cárlos, dijo á su
hermano:—Miss Fitzalan no puede encontrar muchas per-
sonas que, como ella, se grangeen la admiracion y estimas
cion á primera vista; yo no puedo persuadirme que ella sea
para mí un conocimiento de dos dias: tan grande es el inte-
res que me inspira, que la miro como á hermana. Aquí se
detuvo, echó una mirada espresiva á su hermano, y sus be-
llos ojos se animaron de placer.—¡Ah mi querida Aramin-
ta! esclamó Mortimer, tened por ella esta ternura de her-
mana: ¿quién la merece tanto como Miss Fitzalan? ¿Y quién
otra sino Miss Fitzalan, dijo al oido de Amanda, tiene de-
recho á pretenderla?
En este momento se oyó el ruido de un coche, y la com-
pañía entró, terminando una escena que si se hubiese pro-
longado mas tiempo, hubiera dejado señales visibles en los
ojos de estos. Las damas iban acompañadas de Sir Cár-
los y Free-Love: Lord Cherbury y el marques habian sali-
do, pero entraron casi al mismo tiempo. Despues de la
cena se separaron, y Lady Araminta se despidió tierna-
mente de Amanda. sb
Las inquietudes que tanto tiempo habian destruido el
corazon de Amanda, se habian disipado ya. La palabra
que Lord Mortimer le habia dicho al oido, le probaba no
*
O
e ella pes en su concepto el objeto de su tierna afi»
sino. tam ien de una prometida eleccion, y estaba li-
por la decision que manifestaba Araminta en apo-
sentimientos de su hermano.
| dia siguiente por la mañana despues del desayuno,
6 salió ) para ir á casa del abogado; y habién-
L : anda á su labor en el gabinete, recibió un
a" A e Sir Cárlos Bingley. Este le manifestó con la mis»
12 energí ía que el dia anterior el gusto que tenia de verla, *
Ao do encontrarla sola, y la repitió muchas veces
de e el momento de su primera vista habia tenido
Pos: ágen siempre presente. Amanda no tenia la ridícu-.
la vani ad de hacer alarde de recibir testimonios de un
sentimiento que no podia corresponder; antes bien las
atenciones de Sir Cárlos le disgustaban porque podian in-
quietar á Lord Mortimer. No respondió, pues, á Sir Cárlos,
sino con una fri: y reserva insoportables á un homb
de un carácter tan. etuoso como el suyo. Entre tee,
tido y medio chanceándose, le dijo que, él no podia dejar=
se tratar así, y se apoderó de su mano á pesar de la resis-
tencia que ella pudo hacer. En este Ms an ai
la puerta, y compareció Lord Mortimer. Aun cuando
Amanda hubiese aprobado y animado las intenciones de .
Sir Cárlos, no habria manifestado mayor confusion. Lord
+ Mortimer se retiró algunos pasos pareciendo turbado; pero
en seguida se acercó con un aire frio, y tomó asiento. Sir
Cárlos se levantó precipitadamente, manifestando en su
aire el descontento de haber sido interrumpido, y dando
algunos pasos en el aposento. Amanda fué la primera que
rompió el silencio, preguntando si Araminta habia parti
do.—No, respondió friamente Lord Mortimer;pero va á
partir luego, y cuento acompañarla una parte del camino.
—Le suerte, replicó Sir Cárlos, que aguardando que Lady
ta esté pronta, para no perder momento, habcis ve-
nido á ver á Miss Fitzalan.
Lord Mortimer nada contestó, y despues de alguna con-
versacion la mas indiferente, permaneció muy sério, y al
de pocos minutos, saludó 4 Amanda y salir.
TOM. 111.
EE
Convencida Amanda de que Lord Mortimer venia á ha-
cerle esta visita con el designio de esplicarse con ella: nas
claramente de lo que lo habia hecho st entonce , NO
por la NS y je quien obtuvo el e, de v
hora del té para traerle unos billetes de de a á á pesar
de haber declarado Amauda su poca aficion á este espec-
táculo. Queria evitar las observaciones ( del público,
mo igualmente las atenciones de Sir Cárlos; pero n
ni otro pudo conseguir. La impresion que sus encantos
habian hecho en el corazon del baronet, era demasiado
“profunda y demasiado viva para poderse borrar por una
fria acogida. “Noble y generoso, poseedor, de grandes bie-
nes, era inde pendiente, y podia solo dar oidos á la voz de
sus inclinaciones. Verdaderamente é él se proponia casarse
con Amanda; y aunque ofendido de su indiferencia, no es-
taba desanimado, y esperaba triunfar. Acostumbrado á
conseguir sus caprichos, no podia sufrir la idea de que se
le frustrase un proyecto al que creia ligada su felicidad.
Si el corazon de Amanda hubiese estado libre, verosímil-
mente habria salido con su intento, pues era hombre agra-
dable y al mismo tiempo de méritó. Amanda le profesa-
ba estimacion, y sentia sinceramente que este sentimien-.
to para con ella pasase ya á ser una pasion.
Lady (Greystock tenia en Lóndres muchos y brillantes
conocimientos, que frecuentaba sin cesar. Estos cabalmen-
te eran los mismos que tenia Sir Cárlos, quien se encon-
traba en casi todos los parages á que Amanda concurria.
Su asistencia continua á su lado y sus atenciones fueron
notadas de todo el mundo, y le hicieron mirar universal-
mente como el adorador declarado de la hermosa compa-
ñera de Lady Greystock. Esto es lo que decian todos los
hombres, mientras las mugeres, sin esceptuar la misma
Lady (+reystock, estrañaban que Sir Cárlos se afici 'á
una muchacha cuya situacion era miserable, y á mas
ez Y pa
de esto nada tenia de estraordinario. Lady Greystock la
pintaba á todos. como reducida á una estrena miseria, y se
a de haberla tomado en su casa por compasion. Miss
Im se tomaba las mayores libertades contra ella, y
y decia todo lo que la malicia y la enyidia le podian sugerir.
La marquesa y Lady Eufrasia, juzgando á Amanda segun
lo que sentian ellas mismas, pensaban que pues no esta-
ba asegur de obtener la mano de Mortimer, aceptazia
- la de Sir Cárlos; y aunque esto las hubiera desembaraza-
do de una rival con Lord Mortimer, con todo, la idea de la
fortuna é importancia que adquiria con semejante union,
las afligia, pues la enyidia es el mayor sptigio del que la
wo
posee. '
- Lord Mortimer volvió á tomar su aire de reserva hácia
Ali nda: encontrándose con ella, como sucedia muchas
veces, nu ¡le manifestaba atencion alguna particular. Tenia
á menudo fijas sobre ella sus miradas, y las retiraba siem-
pre que ella le sorprendia con las suyas; pero aquellas pa-
recian decirle que la mudanza ocurrida en sus procedi-.
mientos, no era efecto de ninguna diminucion de su ter-
nura: él estaba determinado á reglar su conducta por la
que Amanda observara con Sir Cárlos. Aunque ofendido
de las atenciones de este rival, tenia demasiada altivez pa-
ra aprovecharse de su anterior conexion con Amanda: una
muger que podia balancear entre dos objetos, le parecia
indigna de ambos; y así, estaba resuelto á dejar 4 Amanda
abandonada á sí misma, y enteramente libre de obrar co-
mo quisiese; especie de prueba á la que sujetaba la aficion
que la habia manifestado. Sin embargo, á pesar de todo
su orgullo, creemos que no habria arriesgado esta prueba
si no hubiese estado persuadido que saldria vigoroso de
ella. Habia llegado el tiempo de la vuelta de Lady Ara-
minta, y Amanda la esperaba con impaciencia; pero supo
por Lady Eufrasia que habia caido enferma, y que su vuel-
ta se retardaria. Este fué un contratiempo sensible para
Amanda, que esperaba por la mediacion de Araminta ver
un poco menos á Sir Cárlos, y con mas frecuencia á Lord
Mortimer.
*
4 de
Mos
>
das: Y
ye e
CAPITULO HI. e
Amanda se encontraba sola una mañana en el salon de
tertulia de Lady Greystock, cuando vió entrar á un hombre
que preguntaba por dicha señora, y á quien habian dicho
que la esperase. ste estrangero tendria la edad de cua-
renta y cinco á cincuenta años. Su vestido era de militar,
y bastante roto para manifestar que la guerra no le habia
enriquecido. Su talle era alto y su fisonomía interesante;
pero su cuerpo parecia agobiado de las enfermedades: en
su semblante estaba pintada la tristeza, conservando con
todo una espresion que indicaba la jovialidad de que lo
habia dotado la naturaleza. Sus sienes hundidas, su color
amarillo y su figura, inspiraron á MS PLA Ac: é inte-
res. La sensibilidad y las lecciones que habia recibido en
su juventud, le habian enseñado á respetar al desgraciado,
y consecuente á estos principios, se conmovió toda al ver
en el viejo militar todas las señales de la desgracia.
La estacion era muy rigorosa, y el estrangero parecia
sufrir y temblar de frio. Habiéndole Amanda acercado
ana silla al lado del fuego, él la dió gracias, y la dijo: —
Amable jóven, yo puedo asegurarós que jamas he tembla-
do delante del enemigo tanto como tiemblo ahora; nosotros
los oficiales subalternos debemos igualmente despreciar el
frio y el fuego.
Amanda se sonrió, y volvió á tomar su labor. Estaba
ocupada en hacer una guarnicion de flores artificiales, que
Lady renal queria regalar á una jóven cuya familia
le habia hecho algunos servicios. Este era un medio de
recompensarlos, que le costaba poco.
—Este trabajo, dijo el estrangero, es divertido, y vues-
tras rosas son materialmente sin espinas, como las que co-
jereis en el camino de la vida.—¡Ah! respondió Amanda,
yo no me lisonjeo de esta esperanza.—Hay pocas] jóvenes
como vos, dijo el estrangero, y que dotadas de vuestras
e
Ñ
PL ga
Jóvenes es un tirano que les arranca de las manos
v el placer hácia el cual corren; placer que rechazan en una
edad adelantada como memorias molestas, enemigas de
nuestra tranquilidad.—Yo imagino, dijo Amanda, que vos
hareis en vuestra censura algunas escepciones. —Hay al-
gunas tal vez, contestó el estran gero; pero muchas veces,
cuando la conciencia nada tiene que temer de la reflexion,
la sensibilidad la teme, porque no solo recuerda la memo-
ria de las horas felices, sino que nos da pesares tan amar-
md que pone al alma en un estado i incapaz ( de. hacer es-
zo alguno para combatir la desgracia.
manda, que;observaba al estrangero con la mayor aten-
cion, PE, E que se aplicaba á sí mismo las reflexiones
e acababa de producir, pues su fisonomía habia tomado
ee espresion mas fuerte de tristeza.
—Mi querida jóven, continuó él sonriéndose, yo 0s agra-
dezco la complacencia que habeis tenido de prestaros á la
conversacion de un viejo militar; pero así os habré _propor-
cionado un medio de comparar los viejos con los jóvenes:
en estos encontrareis mas calor, pero no mas discernimien-
to para apreciar lo que valeis: ellos alabarán el brillo de
vuestros ojos, la dulzura y bondad que templan su lustre,
admirarán los colores de vuestra tez; pero yo adoraré la
sensibilidad de vuestra alma, que sucesivamente tiene po-
der de hacerlos mas vivos ó de hacerles perder su vigor. ...
En este momento entró Lady Greystock con aire de im-
portaneia y de desden, que se echaba de ver en toda su
fisonomía. Levantóse el estrangero, y se aumentó su pa-
lidez.—¡Ah! ¿sois vos, Mr. Rusbrook? dijo ella al fin; sen-
taos, haciéndole seña con la mano. Retiróse Amanda, que
se habia quedado un momento bajo pretesto de arreglar su
bastidor con la esperanza de saber quién era este estran-
gero.
naa siempre oido hablar de Rusbrook á Lady Greys-
prendas piensen así.—Y esto es, sin embargo, lo que de.
ben pensar todas aquellas que son capaces de reflexiom,
y Amanda.—Sin duda, replicó el estrangero; pero
pocas merecen este elogio! La reflexion á los ojos
ed
a EA
tock, como de un hombre falso y despreciable. Su fisono-
mía refutaba esta calumnia, y Ámanda comenzó á per ¡sar
que Lady Greystock podia so.o divulgarla con el designic
de desacreditar 4 á su adversario en el proceso que contra.
tenia que sostener. Desde que vivia con esta seño: a, ha-
bia reconocido en ella muchas disposiciones poc o loa les,
y habia con esto confirmado la verdad «e que el cari rácter
de las personas no puede conocerse sino con el trato $ ínti-
mo y duradero. ;
Desde entonces tomó mucho interes en. Favor de Rus-
- brook. Habia oido decir que estaba cargado de una familia
numerosa, la que conjeturó que se. hallaba en una e ”
miseria. Habia observado en él una especie a teza
tan particular, que le habia interesado mas | E que ha-
bria hecho un total abatimiento, pues era el resultado qe ,
los esfuerzos de una alma elevada para triunfar de
desgracias, y no hay espectáculo mas admirable y al mis-
mo tiempo mas penetrante que el de la virtud animosa
combatiendo contra la Me ee da li
Pensativa quedaba Amanda en la ventana, reflexionan-
do sobre esta desigualdad de fortunas, que en el órden na-
-tural establecido por la Providencia es como las montañas
y los valles en el órden físico, cuando vió á Rusbrook atra-
—vesar la calle con paso lento y con todas las señales de un
estremado abatimiento. Llevaba sus manos delante de los
ojos como para enjugar sus lágrimas, y á este solo pensa-
miento corrian tambien las de Amanda. El frio aumen-
taba, la nieve caia á grandes copos, y Rusbrook solo tenia
para guarecerse de ella un miserable vestido. Amanda se
conmovió profundamente á este espectáculo, y cuando hu-
bo perdido enteramente de vista á Rusbrook, se abandonó
á un soliloquio sentimental al estilo de Yorik.
Yiendo pasar un hermoso coche, se dijo á sí misma: Si
esta carroza fuese mia, ciertamente que un pobre militar
como Rusbrook no quedaria cspuesto á los rigores de la
estacion; tendria un vestido mejor, y su corazon no seria
víctima de las agonías que lleva consigo la necesidad. Si
veia correr una lágrima en sus mejillas, diria á esta lágri-
+9 —
Desaparece, pues traigo el consuelo. Hablando ella
, la idea de Mortimer, que podia ponerla en estado de
ar estas fantasmas bienhechoras, se presentó á su
'acion: sus lágrimas se detuvieron, y sus mejillas
E an el primitivo color.
obre Rusbrook, : añadió ella, acaso no está lejos el
men! en que la Providencia bienhechora proveerá á
cd NS
5 necesidades por las manos de Amanda, y en que el
Lortimer se reunirá á ella para socorrerte.
ca amarera de Lady Greystock vino a llamar á Aman-
Esta se dió prisa, curiosa de saber
conversacion que se habia tenido, y en-
Jreystock ta tri iunfante d e alegría. —Querida
engo buenas Y SEA que daros: E usbrook
e Ad e le ayudaba con su bolsillo á
letrados, viendo que ha perdido la
er han tomado las de villadiego, y le han
O para q e lo siga del modo que pueda. El
y: 10 saben en qué irán á á parar.
AR hasta dónde llega “su. descaro: ha
decirme que haria con gusto una composicion.
señora! dijo Amanda.—¡Y bien, señora! repitió
eystock remedándola: yo le he respondido que
seria menester que estuviera loca y para prestarme á seme-
jante propuesta, despues de la audacia que ha tenido de
disputar la legalidad del testamento dc mi querido esposo
difunto Sir Geoffroy, ja quien se ha portado tan mal,
No, no, le he dicho, vos podeis proseguir: mis agentes de
negocios están dispuestos; y despues de haberse dado tan-
tos afanes las dos: partes, seria lástima que con todo lo
que se ha hecho ho se terminasc nada.
Sin embargo, $ señora, replicó Amanda, como vos cono-
ceis la miseria á que está reducido, le habreis dado sin
duda algun socorro. ¡Qué, pues! respondió agriamente
Lady Greystock, ¿creeis que él tenga derecho á exigir cosa.
alguna de mí?—Si no de vuestra justicia, dijo Aman: h
de vuestra humanidad.—Es decir, replicó Lady Greys ¡
que me aconsejais que arroje mi dinero por las A as
a A
para que él lo recoja.—Sí, dijo Amanda sonriéndose, y ti-
rarle mucho.—Muy bien, dijo Lady Greystock: cua
vos seais de mi edad, conocereis mejor el valor +
nero. ¿e
Yo me lisongeo, señora, replicó vivamente Ax
que lo conozco ya; solamente lo estimamos di erentemen-
te.—0Os ruego, dijo Lady Greystock con una sonrisa ( des-
deñosa, me digais qué es el dinero segun vuestro -parecs
—Señora, respondió Amanda, es el medio de esparcir. la
felicidad E rededor de nosotros, de aliviar la miseria
alegrar un corazon afligido. Es un depósito que Dis da
confia para emplearlo así. Este uso de las riqueza
para nosotros un manantial abundan o de sentim e
pacíficos, y deliciosos, que á manera de amigos:
dan solícitos al rededor de la cama del dolor y de la m
te, para endulzar las penas del uno y disipar. los terrores
de la otra.
He aquí, á fé mia, dijo Lady ON - ua o q
curso muy propio para insertarse en una n ovela senti-.
mental ó en un tratado moral, para la instruccior la
juventud. Pero os aconsejo, querida mia, qu ardeis
para vos misma en lo sucesivo vuestras ro y no-
veleras máximas, en que hareis creer que no os habeis
instruido sino en quimeras; pues las palabras que acabais
de decir son precisamente las que: usan las heroinas de
las novelas.
Amanda nada replicó: sin embargo, viendo á esta mu-
ger sentada en una gran silla poltrona cerca de un buen
fuego, y teniendo delante de ella una escelente sopa, co-
mo la tomaba todas las mañanas, no pudo menos de de-
cirse á sí misma: ¡Muger dura y sin piedad, ocupada en
vos sola, ningun sentimiénto de compasion os conmueve
por la miseria de los otros: tranquila al abrigo de la des-
gracia, la veis descargar sobre la cabeza de vuestros se-
mejantes, y mientras que os entregais al goce del lujo,
permaneceis insensible á los dolores de aquellos que no
pueden satisfacer las primeras y mas urgentes necesida-
des de la vida!
— 41 —
La noche se pasó en casa de la marquesa en una con”
irrencia numerosa: en aquella escena brillante y alegre»
manda no pudo disipar las ideas tristes que desde la
'añana ocupaban su imaginacion. La figura pálida y
flaco de Rusbrook volviendo á su afligida familia, la per-
seguia. Observando la magnificencia de las salas y los
“adornos de aquellos que las llenaban, pensaba que una
corta porcion de tantos gastos de vanidad, aliviaria las ne-
cesi idades de una multitud de pobres, y se decia á sí mis-
ma: Estos ricos orgullosos, entregados á una diversion li-
cenciosa, que el placer y la abundancia embriaga en las
horas de su loca alegría, no piensan en otra cosa que en
el 1 momento. en que se abandonan á ella, mientras que hay
criaturas. humanas que esperimentan los terrores de la
uerte y los dolores que la acompañan; que millares de
“sus setlejantes beben en la copa del dolor, y comen el pan
a ” negro de la miseria, sin vestido en los rigores
d iritando bajo en techo de paja 986 oculta su tris-
te dee
Sacóla de estas diodes la Mosada de Sir Cárlos
Bingley, el cual vino como de ordinario á sentarse á su
lado. “Pocos minutos despues compareció Lord Mortimer.
Se propuso una partida á las veinte y una, en la que qui-
so Amanda entrar para desembarazarse de los obsequios
de Sir Cárlos; pa no pudo impedir se colocase aún al
lado de ella: Lor ortimer se puso en frente, ,
Bingley, dijo uno o de los jugadores en el discurso de la
partida, ciertamente que sois el hombre mas mudable
que conozco. Cerca de tres semanas ha que estábais muy
afanado para hacer un viage á Irlanda, y segun la prisa
que os dábais, parecia que os iba la vida en diferirle un
momento, y os encuentro aun en Lóndres, divirtiéndoos y
recorriendo las concurrencias como antes.
Es verdad, respondió Bingley, que no he marchado; pe-
ro no por esto merezco la tacha de inconstante en mis
proyectos, pues mis acciones son siempre dirigidas á á un
mismo fin, y conducidas por los mismos motivos; y di-
ciendo estas palabras, tenia los ojos fijos en Amanda.
$
ae A
Amanda se sonrió, y recogió al mismo tiempo una pe-
netrante mirada que Mortimer arrojó sobre ella. Su si-
tuacion era muy desagradable: temia que las atencion
de Sir Cárlos no manifestasen que eran correspondid
Ya habia procurado desviarlas; y en fin, tomó la resolu-
cion de hacer el último esfuerzo para librarse enteramen-
te de él. -e
Sir Cárlos vino á verla al dia siguiente al oa
que Lady Greystock subia al coche para ir á easa UN
abogados. Lady Greystock le dijo que encontraria á
Fitzalan en el salon de tertulia.—Vos oísteis ayer p por 1
noche, dijo á á Amanda al entrar, que mi conducta relativa 4 a
mi viage á Irlanda ha causado alguna sorpresa á mis
gos. Ellos me creen loco, viéndome renu ciar tan cl-
pitadamente un proyecto que ardia en la impaciencia de
ejecutar. Permitidme, añadió tomándola de la maño, | que
os esplique el verdadero motivo de- esta o 8
te en mis resoluciones.
—Sir Cárlos, le dijo Amanda, y ya es tiempo de jar
esta chanza.—Sí, sí, respondió él; de todo mi co razon, si
quereis terminarla consintiendo en mi felicidad, y: aceptan.
do con mi mano la ofrenda que os hago de un corazon ele
mas tierno. Se produjo despues con una delicadeza estre-
mada y una ternura patética, conjurándola, con el desinte-
res que la generosidad mas noble ps exigir, á ageptar
la oferta de su mano.
Amanda esperimentó un verdadero di ¡loro á estas pro-
posiciones de Bingley: su sensibilidad y su reconocimien-
to la hacian sentir la pena que iba á darle. —Creedme, Sir
Cárlos, le dijo, que verdaderamente soy sensible al honor
que me haceis; pero me creeria indigna de la opinion fa-
vorable que os debo, si tardase un momento en haceros
conocer que la amistad es el solo pago con que puedo sa-
tisfacer vuestras cbsequiosas disposiciones.
Las pasiones impetuosas de Sir Cárlos se pusieron en-
tonces todas en movimiento. Se levantó, y corrió por el
salon con una estremada agitacion; al cabo de algunos mo-
mentos se volvió á sentar.—Yo no puedo creer, Miss Fit-
A
>
bi
-zalan, dijo, que permanezcais siempre inflexible; ni vos
isma creais que pueda abandonar con facilidad una es-
anza que he alimentado por tanto tiempo, y en la cual
a
E
e O a la felicidad de mi vida. —Cisrtamente, Sir
MS jo o él con un acento apasionado, me habeis ibnifes,
sie ¡pre una frialdad igual.—¿Cómo, pues, la habeis
lo? le respondió ella.—Yo he sido conducido, dijo
or la natural inclinacion que tenemos á engañarnos á
nosotros mismos, pintándonos el suceso á medida de lo que
pm e ¡Ah, Miss Fitzalan, no me quiteis tan dulce
POr no os instaré ahora á accion alguna por la cual
hai S la menor repugnancia; os ruego solamente me per-
esperar que el tiempo, la perseverancia y las aten-
ue jamas decaerán, harán sobre vos alguna impre-
roducirán | en mi favor alguna : mudanza.—Sir Cár-
o Amanda, escuchadie: yo no alimentaré una
esperan a que no creo poder realizar jamas; un poco de
a debe haceros conocer que debeis agradecerme
ención tan sincera. - En este momento estamos
de do acaso demasiado turbados para poder sostener esta
ys e versacion por mas tiempo; perdonadme si la termino
en este mismo. nomenta, asegurándoos que conservaré to-
da mi vida una memoria reconocida de vuestras intencio-
nes acerca de mí, y que cn adelante profesaré una cons-
tante amistad á Sir Cárlos Bingley. Dicho esto, se retiró
od sin que él la detuviese.
El dolor de ver frustradas sus esperanzas, habia, por de-
cirlo así, suspendido todas las facultades de Bingley; pero
vuelto despues en sí, se retiró. Su orgullo lo llevó al prin-.
_cipio á renunciar á Amanda; pero la pasion que sentia por
- ella, combatia esta resolucion. El tenia una inclinacion á
creer que todo cuanto deseaba era posible y fácil; disposi-
cion fomentada hasta entonces por el éxito de todo cuanto
habia emprendido. Como se lisonjeaba que la frialdad de
Amanda era efecto de una reserva natural mas que de
desvío alguno por él, esperaba aún estrecharla con su
_A PE
constancia. La miraba como tan superior á todas las: mu-
geres que habia conocido, y tan propia para hacerlo feliz,
que despues de haberse repuesto del golpe que recibió su
amor propio, resolvió hacer nuevos esfuerzos para 1 vencer
la resistencia de Amanda. Habia oido hablar de la amis- $
tad que unia á Lord Cherbury y Fitzalan: imaginó que es-
te Lord seria el mejor intercesor que podia tener en tal
circunstancia. Se fué, pues, á su casa, y lo encontró « con
Lord Mortimer. Despues de los usuales cumplimientos,
le dijo: —Yo he venido, Milord, á suplicaros que os intere-
seis por mí en un negocio del que depende la felicidad de
mi vida, y me lisonjeo que me perdonareis este paso $
do os diga que es relativo á Miss Fitzalan.
El conde, con su ordinaria política, le. respondió que
ria feliz en servirle, que él mismo se Ms e
Fitzalan, no solo por ser hija de su antiguo amigo, sino
por el mérito personal de esta amable jóven. Sir Cárlos.
entonces instruyó á Lord Cherbury de las Da e
que acababa de Hace a á Miss Fitzalan, y de la sd
denegacion que habia sir suplicándole que emplease
su crédito en su favor para con Mr. Fitzalan y para con la
misma Amanda. pa
—Es verdaderamente una cosa estraordinaria, esclamó
Lord Cherbury, que Miss Fitzalan deseche un ofrecimien-
to tan ventajoso. ¡Estais seguro, Sir a que ella no
tiene otra pasion anterior? —Yo jamas ' To he ido decir, re-
plicó Sir Cárlos, ni lo creo. A estas palabras Lord Morti-
mer se puso colorado; mas por fortuna nadie lo observó.
—Y o escribiré hoy, dijo el conde, á Mr. Fitzalan, y le ha-
blaré de vuestras proposiciones como debo; pero á menos
que él me autorice al objeto, me escusareis, Sir Cárlos, si
no me mezclo en el asunto: si él aprueba vuestras miras,
como no dudo, podeis contar con que os ayudaré con todo
mi poder.
Esta promesa satisfizo á Sir Cárlos, el cual se retiró.
Lord Mortimer, á quien no quedó entonces duda alguna
sobre las disposiciones de Amanda, no tardó en trasladar-
se á Pall-Mall; y habiéndose asegurado de que Llora
> 2
Ah
panteon subió al salon, al cual Aral habia
S CAPITULO IV.
pr endida de una visita tan inesperada, Amanda dejó
ler. de las manos el libro en que leia, y se levantó de su
- asiento 1 muy agitada.—Temo, dijo Lord Mortimer, haber-
me presentado con demasiada precipitacion; pero me
cusará el ardiente deseo y estrecha necesidad de Po
char esta. oportunidad, que tal vez no se volverá á presen-
tar, p ara tener con vos una esplicacion.
| : es, tomando la mano de Amanda y( conduciéndo-
anapé, se sentó á su lado. Comenzó por pintarle
; que habia sufrido á su vuelta 4 Tudor-Hall no en-
rándola allí, ni pudiendo imaginar qué razon la obli-
gaba á á una marcha tun precipitada; que cuanto mas habia
reflexionado, tanto mas desf raciado era, y que durante su
permanencia en Irlanda, habia fluctuado entre el temor y
We, la esperanza; que esta cruel incertidumbre lo habia tenido
en un suplicio: la confesó la resolucion que habia tomado,
viendo á % Si Cárlos Bingley aficionado á ella, y concluyó
ue no obstante todas las inquietudes que
imentado, su ternura hácia ella era siempre la
entada Amanda con esta seguridad, y mas tranquila,
ei instruyó de los motivos que habian precipitado su mar-
ES del país de Gales, los incidentes que últimamente la
habian impedido en Irlanda tener con él una conferencia
que habia deseado; y aunque su decencia y su delicadeza
no de permitiesen manifestar, como Mortimer lo habia he-
cho, lo que habia sufrido por su separacion, bastante se
esplicó para convencerle de que tambien habia sufrido.
Habiendo Mortimerrecobrado toda su confianza
da le fué mas amable que nunca.
*
46—
seno; el placer brillaba en sus ojos, y esclamaba: —¡Aman-
da, vos sois, pues, mia! ¡Puedo yo aún hacer planes de fe-
licidad, y realizarlos en vuegtl compañía! Sin eml rgo,
en medio de estos trasportes, su frente se oscureció enun-
momento, y mirándola con ternura y con un alre AER E
vo, esclarnó: —¡GCluiera el cielo que en este ar
reconciliacion pueda decir que todos los obstácul
nuestra union están superados! Amanda se estremeció á
esta reflexion, y permaneció en silencio.
—Yo no puedo disimularos, mi querida e
él, que mi padre se opondrá á mi felicidad; aunque noble -
generoso por naturaleza, algunas veces, como los demas
e se deja llevar del interes: este es el motivo por
el cual mucho tiempo ha tiene proyectado + irme con
la familia del marques de Rosline. Aunque deterrainad:
absolutamente á no someterme á es plan, he evitado o
hasta ahora declararle mi resolucion, con la esperan: za de
que algun feliz acaso me será favorable, y me ah a el
disgusto de ver perturbada la buena roo q reina
entre mi padre y yo. -
—¡Milord! dijo Miss Fitzalan tiálida y oda de él,
yo no quiero ser la causa desgraciada de una division en
vuestra familia; ceded á los deseos de Lord Cherbury, ca- -
saos con Lady Eufrasia, y olvidadme.
—Amanda, replicó Lord Mortimer, no os acuscis á vos
misma injustamente de ser la causa de mi oposicion á los
deseos de mi padre; aun cuando no os hubiese visto jamas,
me hubiera sido imposible ser esposo de Lady Eufrasia:
su carácter y su figura me disgustan igualmente. Estoy
convencido de que la riqueza no basta para la felicidad, y
siempre he creido que el hombre que sacrifica los senti-
mientos de su corazon al interes ó á la ambicion, se de-
grada de su carácter racional; que el casarse así es una de
las mas culpables y despreciables acciones que pueden co-
meterse. ln fin, para contraer semejante union, seria me-
nester que las delicias que se pueden disfrutar con las ri-
quezas, tuviesen á mis ojos algun atractivo, de lo que es-
toy muy lejos: joven aún y dueño de mis aociones¿He ol
eS
sa
En
ES
bido en la copa del placer; pero muy pronto me he dis-
ado de una bebida que nada tiene de aquel sabor de-
de la cual no puedo encontrar sino en una muger
cuy eleccion mi corazon apruebe, que posea mi entera
confianza y mi ternura, que sea no solamente el manan-
tial de todos mis placeres, sino el consuelo de todas mis
penas: en vos he encontrado esta muger, este ser que de
esperaba encontrar. ;
—Esperimento al mismo tiempo un sentimiento mas e
te por vos, si es posible, que el del amor: el honor, el re-
_“onocimiento por la bondad con que me habeis perdonado
“el error que me hizo culpable, es lo que mas me aficiona á
vos. e me prometo, mi querida Amanda, q que no pen-
sareis que este error haya sido en mí efecto de la depra-
vacion. Hecho, como lo he dicho, dueño de mis acciones
desde mi juventud, la inconsideracion natural á esta edad
me ha hecho cometer, por las que me he castigado
despues á mí mismo muy severamente. Así, he encontra-
do mugeres cuyos modales, en lugar de poner un freno á la
libertad, á cuyo abuso son los hombres demasiado propen-
sos, la alimentan, y que al mismo tiempo juntando un en-
. tendimiento cultivado á unos sentimientos delicados, eran
mas que peligrosas. De mi roce con ellas me ha quedado
una prevencion general contra su sexo, y he vacilado en
dar crédito á la inocencia, de la que vos llevais todos los
caracteres.
Yo he sido, en fin, muy feliz y completamente desenga-
"ado; mis prevenciones se han desvanecido como las tinie-
blas al salir el sol, y como las ilusiones delante de la ver-
dad. Si las mugeres que como vos, mi querida Amanda,
están dotadas de encantos poderosos é irresistibles, los em-
pleasen segun las miras de una Providencia bienhecho:a
en hacer triunfar la virtud, el vicio desapareceria de la
tierra. ,
=iB=<
Es imposible espresar con palabras el poder de la belle-
za sobre el alma humana, y este poder puede ser dirigido
hácia los fines mas nobles. Los preceptos de la do
liendo de una boca que inspira amor, como la voz del án-
gel guia de nuestro primer padre, penetran dulcemente en
nuestros oidos hasta llegar al profundo del corazon. El
hombre que no está del todo endurecido en el vicio no
puede resistirla, y en lugar de procurar corromper la vir-
tud de vuestro sexo, la adora enternecido y humillado. -
Pero volviendo á mi objeto principal: siendo del todo
diferentes de las mias las opiniones é intentos de mi pa-
de: no creo deberle dar á conocer un proyecto que est
terminado á llevar al cabo si vos no poneis en él obst;
culo alguno. Yo no quiero mortificarlo, obrando contra su
formal prohibicion. Aunque me glorío de mi eleccion, las
circunstancias deben empeñar á Amanda en convenir en.
que ocultemos nuestras mutuas promesas, hasta que no esté
en el poder de los hombres el romperlas. Nuestra situa-
cion, y la necesidad de asegurar nuestra dicha, exigen que
contratemos al momento una union secreta. Yo ignora,
mientras no pudiese llamaros mi esposa: la vida es dema-
siado corta para perder los momentos preciosos, dejándose
llevar de escrúpulos y de ceremonias insignificantes; el ojo
de la sospecha está fijo mucho tiempo ha sobre nosotros,
y pronto llegarán sin duda á descubrir nuestro secreto an-
tes de tiempo si no lo prevenimos de antemano.
No me tacheis de precipitado, mi querida Amanda, aña-
dió él pasando su brazo al rededor de ella, si yo exijo de
vos como una dulce y última prueba de la confianza que
merezco, me permitais que mañana sea vuestro protector
y vuestro conductor: un viage á Escocia nos será necesa-
rio. En el arreglo que yo tomaré para la ejecucion de es-
ta medida, se observarán todas las conveniencias debidas
á vuestra delicadeza.
—Milord, le dijo Amanda con una voz tremula, si estos
son los medios, no hablemos mas; no nos alucinemos con
la esperanza de unirnos. j
Amanda se habia lisonjeado hasta este momento de que
+
. 5 «A Ed ' ,
a Ñ TJ e — y Me
. Y
: Lord Cherbury álos deseos de su hijo
lue ue esti EE de « e Mortimer f fijaba su
union. Ella juzgaba lel padre de Mortimer
$4 situaciones s respectivas hubiesen
ss Tico, la hub iese dado á Mortimer sin fortuna.
a idea habia : alimentado su inclinacion; «pero su dicha
“se > desvaneció como un sueño cuando oyó decir á Mortimer
que no podia.pedir á á su padre su consentimiento por el
temor de que se lo rehusase. Era verdaderamente desgra-
EA perder 4, Mortimer; pero seria deseraciada y cul- de
di |
a mismo tiempo si se casaba con él contra la vol
tad conocida de su padre; y no pudiendo sostener este cho
eN su corazon se oprimió como con un peso insoportab] e:
temblor nervioso se apoderó de ella, é incapaz de sos-
te 'nerse,. d r la cabeza sobre los hombros de Morti--
1er, y su és se manifestó con un torrente de lágrimas. Ñ
Sorprendido. Mortimer de su situacion, le preguntó la.cau=
sa y la esplicacion de lo que acababa de decirle. y
Entonces ella le dijo: —Milord, mi respuesta á vuestras
proposiciones, es que no puedo consentir á medida alguna
clandestina, ni sufrir que vos incurrais por mí en la des-
gracia de vuestro padre; si Lady Eufrasia no os es agra-.
dable, muchas mugeres hay iguales en rango y fortuna
que poseen las cualidades que os convienen. Buscad una
de esta especie; podeis escojer entre las jóvenes que reu-
nen las mayores prendas; olvidad á Amanda, que no tiene
títulos ni fortuna, y que no puede ser agradable á vuestro
padre; dejadme volver al asilo oscuro que el mio debe á
sus bondades.—;¡Y es vuestro corazon, Amanda, quien me
da este consejo? respondió él.—No, dijo ella, dejando es-
capar una sonrisa en medio de sus lágrimas, no es mi co-
razon, es mi razon. La
Y qué! dijo Mortimer, ¿no es obedecer ála voz de las y
o unir mi destino con el vuestro? ¿La razon no nos
enseña á buscar la felicidad por el camino de la virtud?
3 ¿Y esto no se encuentra todo en una muger amable y vir-
tuosa? No, Amanda, ninguna señorita de título ni de ri-
quezas puede reemplazaros en mi corazon. La imagina-
- TOM. II. E:
cion alfil Prenohiata a | |
como la.vue; tra; p o; e ratos visi
bles no me hu ubiesen Íl | linado áci AR 12 pa
ra siempre, ca dose ellos unidos á un ceo:
: alma tan amable, Dana estas calidades p cautivar-
me. Eligiéndoos por la compañera de mi vida, no violo
los derechos del deber de un hijo hácia su padre; pues si
por un lado no es necesaria la débil indulgencia de un pa-
dre, por otro no se puede exigir de un hijo una _obedien-
cia.ciega, que le haga sacrificar su dicha y SU TAZÓN. Na-
e ha hecho proponeros una union clandestina, sino la
Jeranza de evitar por este medio graves inconvenien-
es. - Si vos insistís en rehusarlo, no ocultaré mas mis in-
tenciones, pues me esimposible soportar por mas tiempo
este estado de incertidumbre y perplejidad.
¿Pensais vos, pues, Milord, dijo Amanda, que yo quiero.
entrar en vuestra familia llevando á ella la disension y la
division? No, no daré este paso ni abierta ni clandesti-
namente á disgusto de vuestro padre. >
¿Y es esto, esclamó Lord Mortimer, lo que yo me habia
prometido de nuestra reconciliacion? ¿Una adhesion obs-
tinada 4 una vana formalidad, es el pago que debia espe-
rar de Amanda? ¿No puede ella hacer un ligero sacrifi-
cio á un hombre que la adora, y hácia quien manifiesta
alguna correspondencia?
Sí, Milord, dijo ella; yo os haré de muy buena gana to-
dos los sacrificios compatibles con la virtud y el deber fi-
lial; pero no puedo pasar estos límites. Si uniéndome á
vos creyese violar estas sagradas leyes, la mano que reci-
biríais seria fria, insensible, é indigna de vos. ¡Desdicha-
da de mí, si tuviese que sonrojarme jamas, volviendo á
mi padro, y pudiese echarme en cara el no haber conser-
ado sin tacha el honor de mi familia, y el haber traspa-
io el corazon del que tiene derecho á esperar de mí su
¡cidad! As
No seais inflecsible, mi querida Amanda, dijo. a nord
Mortimer; no permitais que un esceso de escrúpulo os ha-
> p .
ga sumergir en la desgracia. No se puede. ser z sin
'
y
- E... —u>I — e ad
yr algunos. obstáculos Un poco de «resolucion de
2 parte triunfará aquell 3 que nos. 'estorban.
la cosa esté hecha, e el resentin ¡ento -de mi padre
taste El ec e ocerá la , inutilidad, y la
| paz se nl e nosotros. Ara-
mir Es ama: ¡con qué ternura estrechará contra su. seno
una tan querida y tan amable hermana! Vuestro padre,
feliz en vuestra dicha, se convencerá de que sus máximas
eran , demasiado rigorosas, y de que cediendo á misinstan-
cias, no habeis hollado ni vuestra propia pomeeocaa: nisu
honor.
Milord, replicó Amanda, areRiiOs argumentos no me c
vencen. Yo no puedo deslumbrarme hasta ver las cosas
mo vos las veis. Unirme con vos con un casamiento clan-
destino, seria atacar de frente la autoridad paterna: pedir
4 Lord Cherbury un consentimiento, que seguramente
usará, seria esponerme á un insulto, y disolver la amis-
tad que ha subsistido hasta ahora entre Lord Cherbury y
mi padre. En semejante situacion es preciso separarnos;
seria fuera de razon seguir un proyecto, contra el cual se
levantan tales obstáculos. Puede ser que os sea menos
«díficil de lo que imaginais olvidar á la desgraciada Aman-
da. Vuestra situacion en el raundo es muy propia para de-
bilitaros los recuerdos penosos; y en el retiro á que el des-
tino me condena, espero que mis esfuerzos conseguirán
el mismo resultado.
Las lágrimas corrian sobre las mejillas de Amanda; ella
veia que era preciso separarse, y este pensamiento le cau-
saba una inesplicable agonía. Penetrado Lord Mortimer
á un mismo tiempo de dolor, y agradablemente conmovi-
do de su sensibilidad, se acercó á ella, y mirándola de hi-
to, le dijo: ¿Crecis, pues, que estas lágrimas tan preciosas.
para mi, sean un medio de hacerme adoptar el triste es-
pediente que me proponeis? ¡Olvidaros, mi querida Am an
da! la dijo estrechándola en sus brazos, es imposible; mi.
aun sabria probarlo. La vida ya no tiene aliciente para
mí, si no la paso á vuestro lado, y no puedo abandonar
un solo instante la deliciosa esperanza de unir mi destino
2
sible, Pa de sE ele m
cho, y estoy seguro de'que mi Amanda seria la muger que
escojeria para mí. “Ahora está en su casa de po: voy
á escribirle, haciéndole saber nuestra situacion, y rogán-
dole que venga á la ciudad, y emplee en nuestro favor el
crédito que tiene sobre mi padre. Sus bienes han legado
á ser considerables por el legado que ha recibido de un
- pariente muy rico; y atendida la generosidad que le ador-
na, no dudo se encargará de indemnizar á mi padre de la
lida de los bienes de Eufrasia. Este es el solo espe-
ente que imagino para vencer los obstáculos que se opo-
nen á nuestra felicidad sin repugnar á vuestros principios,
y espero que vos dareis vuestra aprobacion.
Este plan pareció en efecto ejecutable á Amanda, y con
sintió en probarlo, no viendo nada en él que pudiese dis-
gustar á su padre. Su corazon se alivió de un peso enor-
me, á medida que la esperanza se reanimaba. Sus lágri- e
mas se enjugaron, y habiéndose disipado la sombría nube
que les circuia á ambos, se entretuvieron con placer con
la idea de los dias felices que se prometian.
Lord Mortimer trazaba el plan de su vida. Amanda se
sonreia de la fecundidad de su imaginacion, y deseaba
que pudiese ejecutarlo con la misma facilidad con que lo
proyectaba.
Aunque el retiro, decia él, pueda ser mas agradable pa-
ra nosotros que una vida disipada, es preciso hacer algun
sacrificio á la sociedad de que somos parte. En una esfe-
ra elevada, y con una grande fortuna, uno tiene obligacio-
nes que llenar hácia los hombres de clases inferiores, de
que no puede dispensarse sin hacerles mucho agravio. Yo
no quisiera tener oculta en la oscuridad la piedra preciosa
que poseo; pero despues de haber pasado el invierno en la
ciudad en una distraccion que jamas será escesiva, nos da-
remos prisa á volvernos á las tranquilas sombras de T
dor—Hall. Yo:
El se detenia arrebatado, describiendo la fe
bes dí
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cd 6 ¿E 4 A - pS
tariah. No olvid época.en su ternura se-
8 Ds Ñ 5 E Y
ria ra posible, reanú da: ' Los vos tes-
O qe E -¿M , LY
en los h ijos, JU-
O E A y arrojando rosas e sus piés. Mortimer
espresaba tambien su deseo de reunir á Fitzalan con su
hija, y hablaba de algunas mudanzas que para esto debian
e los aposentos de Tudor—Hall, cuando la vuelta
de Lady Greystock hizo cesar esta agradable conversa-
cion.
Antes de entrar Lady Greystock en el salon, Mortimer
tuvo aún tiempo de asegurar á Amanda que esper
que todo esto tendria efecto segun el plan que A
trazarle, y que en adelante aprovecharia todos los mo-
mentos de la ausencia de Lady Greystock para verla.
- Muy bien, dijo Lady Greystock al entrar: ahora, Aman-
de que os encuentro con tan agradable compañía, ya no
'
A
p.
»
He
dará cuidado el dejaros en casa. Amanda se puso co-
-lorada, y Mortimer creyó distinguir en las palabras de La-
ES dy Greystock una disposicion . malévola hácia Amanda, y
-- estuvo mas que nunca impaciente de libertarla de esta es-
clavitud. Poco despues partió.
Los sucesos de este dia, tan interesantes para Amanda,
la habian agitado mucho, y sentia un gran abatimiento
de cuerpo y espíritu. ¡Sus esperanzas no eran tan confia-
das como las de Lord Mortimer. Ella las habia ya visto
frustradas, y temia abandonarse á ellas. Veia la felicidad
. en perspectiva; pero dudaba poderla conseguir: sin em-
bargo, la pena que le causaba esta incertidumbre, estaba
endulzada por el pensamiento de que todos los acaeci-
mientos están bajo la direccion del Ser Supremo.
Lady Greystock habia sabido por su doncella que la vi-
sita de Lord Mortimer habia sido muy larga; y en vista de
esta circunstancia y del estado en que habia encontrado debe
Amanda, sacó por consecuencia que habia pasado algo
interesante en aquella visita. Estaban comprometídas
para una funcion aquella tarde; y despues de comer antes
de separarse para ir al tocador, Amanda vió llegar una
quger 'plebeya, á á quien conoció, por haber vivido en la
CU
on su padre, despues de
ocultarse á las persecu-
| coronel Belgrave. Esta muger, ganada por
aquel, haa remitido uchas veces cartas del coronel á
manda, y esta no. “podia, verla sino con horror, como
cómica en los proyectos infames tramados contra ella.
Cuando esta muger manifestó su sorpresa y su placer de
volver á ver á Amanda, esta no le respondió sino con una
fria reverencia, y se retiró del aposento, pues la incomo-
daba la presencia de esta despreciable criatura: hasta en-
tonees habia ocultado por delicadeza la conducta de Bel-
e á Lady Greystock, ni temia que Mistris Jenings la
instruyese de ello, porque pensaba que ella misma estaba
interesada en tener esta aventura secreta.
—Mistriss Jenings habia sido ama de lHaves de Lad 7
Greystock durante su mansion en Inglaterra, y habia ga-
nado tan bien su confianza, que la poseia aun despues de
haber dejado su casa. Lady Greystock se admiró de ver
que conocia 4 Amanda, y quiso saber los pormenores de
este conocimiento. El modo indiferente con que Lady
Greystock habia hablado de Amanda á Mistriss Jennings,
habia persuadido á esta que su antigua señora no tenia
una gran consideracion por aquella jóven; y consecuente
á este pensamiento, juzgó que podria decir de ella todas
las mentiras que quisiese. Como conocia á Lady Greys-
tock, por lo mismo sabia que jamas combatia una calum-
nia contra una persona á quien no amaba, y que todo
cuanto dijese contra Amanda seria creido, 4 mas de que
encontraba tambien algun placer en vengarse del frio re-
cibimiento que le habia hecho Miss Fitzalan.
Contó, pues, á Lady (Grreystock que habia cerca de un
año que Miss Fitzalan se habia hospedado en su casa con
un viejo oficial, á quien ella llamaba su padre; pero que
si hubiese conocido antes á ambos, jamas los habria reci-
bido. (Que Miss estaba de tal modo rodeada de galanes,
que temia no padeciese por ello la reputacion Casa:
que entre sus perseguidores habia un cierto poo Bel-
grave, libertino decidido, que era su favorito. En fin, aña-
—55— 7 ES
a pe
ella, yo estaba resuelta
ESA desapar 1Óó a
lady Greystó .
zalan y la detente conducta epa para dar Aa
á las imposturas de Mistriss Jennines: conoció bien
malicia y la falsedad, que supuso tendrian por
la vanidad agraviada, é ó la codicia descontenta. Cor
resolvió contar á la marquesa todo lo que esta m
habia dicho, sin añadir que ella misma nada. cre:
ello. E
Es bien de estrañar que Lady Greystock, habiendo to -
mado á Amanda bajo su proteccion, procurase dañarla? y
tratarla como paje sin haber recibido de ella injuria
ima. Pero esta muger no tenia principio alguno mo-
. Habia encontrado algunas ventajas en llevará Aman-
da consigo, y encontraba otras en sacrificarla. Se habia
casado dos veces muy ventajosamente por sus bienes, es-
taba dispuesta á un tercer himeneo, y Lord Cherbury era
el objeto que tenia en acecho. La marquesa le habia he-
cho entender muy claramente que si podia frustrar el plan
de Mortimer relativo á Amanda, en feconocimiento 'favo-
receria su proyecto sobre Lord Cherbúry. Lady Greystoék
pensó que los hechos alegados por Mistriss Jennings po-
drian servir de algun chisme 'coritra Amanda, y. que ésta
misma muger llamada para testigo lo sostendria. Ala
mañana siguiente se trasladó á Portman-Square, y dió
parte á la marquesa y á Lady Eufrasia de todo lo qu ha-
bia sabido.
- A estas interesantes noticias, la alegría brilló en el sem-
«blante de estas damas, y concibieron la agradable espe-
ranza de hacer que ondo é á Amanda, Mortimer la
abandonase. Les pareció, con todo, necesario ocultar esta
satisfaccion durante algun tiempo: creyeron que el suceso
de didas estaria mas asegurado, si lo llevaban con
una lentitud, y determinaron minar desde luego sorda-
¿mente la reputacion de Amanda antes de atacarla de
tente.
ñA
>
Sa
o , e — 36 —
he 4
ierto que Lady Greystock:lo contado,
ro. igual ¿to que aquella, ocul-
credulidad. Habia en efecto
El la tanta sencillez y dulzura, que
A y pure-
an para castigar en él la virtuosa denegacion de su hija;
ero este testigo habia pasado al continente, y,no temian
E sus calumnias contra Amanda fuesen desmentidas, ni
lanes desconcertados. sj
Despues de haberlo: consultado bien, dispusieron para
asegurar la ejecucion de su enredo, Lady Greystock y
Amanda fueran desde luego á vien casa de la mar-
quesa. Esta mudanza de habitacion tenia la ventaja de
impedir á Mortimer el tomar medida alguna importante
y decisiva con respecto á Amanda, hasta la época en que
le hubiesen hecho perder el concepto que tenia de su
querida.
Lady Greystock, de vuelta á Pall-Mall, muy satisfecha
de la amistad de la marquesa, comunicó á Amanda el
ofrecimiento que acababa de recibir de ir á vivir á la ca-
sa de Rosline, declarando que no habia podido negarse á
un ofrecimiento, que tenia por objeto de parte de la mar-
-Quesa el deseo de disfrutar mas de la sociedad de Aman-
da y de la suya, durante el poco tiempo que habian de
pasar en Lóndres. Tambien dijo á Amanda que la mar-
quesa y Eufrasia le habian manifestado el deseo de probar
al mundo que la indiferencia que habia podido separar á
las dos familias, habia cesado desde que Amanda habia
venido á vivir con ellas bajo un mismo techo.
Esta mudanza de domicilio fué sumamente desagrada-
ble á Amanda, pues era un obstáculo á las visitas que ha-
bria por las mañanas recibido de Mortimer, dura: te la
ausencia de Lady Greystock, y la amenazaba de estar en
adelante con la mayor opresion por la continua vigilancia
de Lady Eufrasia, la cual no dejaria escapar una mirada -
o — E
ni una accion. “Con todo,no to CA
sino someterse. “Se desocupó la habitacion, x
mañana siguiente tomaron. oses on de la nueva, co oran
de disgusto de Mortimer, e cual, como Amanda, temia'
algunas funesta consecuencias de esta traslacion.
Sorpre Amanda la mudanza que observó en. el
trato de la marquesa y Eufrasia: ambas la recibieron. n no
solo con cortesía, sino tambien con apariencia de verdad
ro afecto. La repitieron lo que Lady Greystock le hal
contado relativamente á sus disposiciones, la me
que mirase su casa como propia, y la dieron una mucha-
cha dedicada únicamente á su servicio. E
No obstante la conducta anterior, fria y despreciable
que habia tenido que su ufrir, Amanda, con su inocencia y
sencillez, no pudo creer que esta benevolencia fuese fingi-
da; antes bien imaginó que su paciencia y su dulzura las
habian vencido. Esta idea la recreaba, y se apresuró á
comunicarla á su padre, como lo hacia en todo A
que podia darle alguna satisfaccion.
En cuanto á lo que habia temido, se sorprendió agrada-
blemente de verse dueña absoluta de su tiempo y de sus
acciones. Cuando se encontraba con Mortimer, no se la
observaba con miradas malignas, no se procuraba turbar
ya su conversacion, ni impedirla como lo habian hecho
hasta entonces. La marquesa le hizo muchos y hermosos
regalos, y Lady Eufrasia dejó muchas veces el uso de lla-
rmaarla con el cumplimiento de Miss Fitzalan, para nom-
brarla con el nombre mas familiar de Amanda.
Sir Cárlos Bingley, conforme á la resolucion que habia
tomado de no renunciar á Amanda, antes de haber sabido
el efecto de la mediacion de Lord Cherbury, continuó sus
obsequios cuando estuvo en la casa del marques.
Hacia cerca de quince dias que Amanda habitaba en
Portman-Square, cuando las damas la condujeron al pan-
teon. Lord Mortimer le habia dicho que si podia des-
asirse de otra diversion ya proyectada, no faltaria allí, ro-
gándola procurase estar libre. Pero al momento mismo
que entraba, se llegó á ella Sir Cárlos Bingley, con quien
> de
a
— $8 —
obligada á bailar ara ceder á sus instancias, si no
eria entrar en conversacion con él. Ella prefirió el pri-
mero de estos dos partidos, que manifestaba menos co-
nexion. Acabada la contradanza, Sir Cárlos la condujo á
una mesa para hacerle tomar algun refresco, euando un
caballero que le aguardaba, llamó á Bingley por su nom-
bre. Amanda, haciéndole impresion el sonido de esta
voz, y volviéndose, vió con tanto horror como sorpresu al
coronel Belgrave.
A gu vista volvió el rostro pálido y trémulo, y esclamó
involuntariamente: ¡Ay Dios! Estremerióse, como si un
mal espíritu se hubiese arrojado delante de ella, cerrándo-
le el camino de la felicidad. Conmovida hasta el punto
de desfallecer, se agarró del brazo de Sir Cárlos para pre-
venir su caida.
Bingley se sorprendió de su palidez y su agitacion, y le
preguntó la causa, pues se hallaba poco dispuesto á creer,
á pesar de lo que habia visto, que fuese efecto de la ve-
nida del coronel Belgrave.—¡Oh! sacadme, dijo ella con
voz trémula, sacadme de aquí. El coronel Belgrave pre-
guntó con aire de interes qué podria hacer para servirla,
procurando al mismo tiempo tomarle la mano. Ella la
retiró con una mirada en que estaba pintado el horror, y
suplicó de nuevo á Sir Cárlos que la condujese fuera de
la sala, y le procurase una silla de manos para volverse
á casa. Su agitacion llegó á ser entonces contagiosa. Sir
Cárlos no pudo dejar de conocer que Belerave era la cau-
sa, y temblaba él mismo sosteniendo á la trémula Aman-
da. Belgrave ofreció de nuevo su brazo para conducirla
fuera de la sala; mas ella manifestó rehusarlo por una se-
ña con la mano.
. Amanda encontró á Lord Mortimer á la puerta: espan-
tado este del estado en que la veia, olvidó toda precaucion
y toda reserva. Sus preguntas rápidas y apasionadas hi-
cieron traicion al tierno interes que le movia. Como ella
no estaba en estado de responder, Sir Cárlos respondió
por ella, que se sentia mala despues de haber bailado, y
añadió que él la dejaba á su cuidado para irá buscarla
una silla de manos. Lord Mortimer sostuvo ¿
Amanda en sus brazos, hablándola con ternura.
A sus dulces palabras empezó á recobrarse, y se calmó
“un poco; pero levantando su cabeza, apoyada sobre la es-
palda de Mortimer, vió cerca de sí al coronel Belgrave mi-
rándola con ojos malignos. Desvió los suyos, y dijo á Lord
Mortimer que el aire le convendria tal vez. Ella condu-
¿jo fuera, y aprovechó este momento para espresarle el ar-
diente deseo que tenia de que llegase el tiempo de ser su
único guarda, el apoyo de su debilidad, y el consuelo de
-8us penas.
«Algunos minutos despues, volvió Sir Cárlos á decirle
que le habia procurado una silla de manos. Ella le dió
gracias con la mayor sensibilidad por sus cuidados, y su-
«plicó á Lord Mortimer que instruyese á las damas de las
«razones de su partida precipitada. Else ofreció á acom-
«pañarla hasta Portman-—Square; pero ella lo rehusó, porte-
«mor de que esta atencion no fuese demasiado notada. Se '
«retiró al llegar á su aposento, y procuró, aunque en vano,
calmar su estremada agitacion.
Lo que habia sufrido por la insolencia de Belgrave, ha-
bia dejado en su alma vestigios indelebles. La vista de es-
te hombre la penetraba de un terror que no podia vencer,
y la hacia concebir los mas funestos presentimientos, pues
le creia capaz de todo. Habia visto en sus miradas los
deseos impuros que conservaba aún; se estremecia con la
«sola idea de que podia emplear nuevas estratagemas, y
“sus temores eran al doble dolorosos, pues se hallaba obli-
gada á disimular, temiendo hacer correr peligro á las per-
sonas que le eran tan queridas. «Imploró la proteccion del
cielo, y sus terrores se calmaron con la confianza del Po-
der Supremo, protector de la inocencia, que desvaneceria
los intentos de Belgrave contra su felicidad.
- Despues de la partida de Amanda, Sir Cárlos volvió á
entrar en la sala, llevando por el brazo á Belgrave. Des-
«pues de algunos momentos de una conversacion indife-
rente, le dijo: Belgrave, ¡conoceis á Miss Fitzalan? Bel-
¿grave titubeó un poco antes de responder.—SÍ, respondió:
O
Y tenia, una quinta mia en Devonshire: es una de
1as hermosas donas que he conocido.
Es amable en efecto, continuó Sir Cárlos con un suspi-
ro:pero he encontrado muy estraordinario que en lugar
de acogeros como una persona conocida, haya parecido
sorprendida y agitada, eomo con la vista de un enemigo.
—Mi querido Bingley, respondió Belgrave, en el siglo en
que estamos, vos sin duda no estrañareis los inesplicables
caprichos del bello sexo.—Sí, no los estraño; sin embargo,
estoy admirado, os lo confieso, dijo Bingley, de la conduc-
ta de Miss Fitzalan. ¡Habeis tenido con ella alguna cor-
respondencia seguida? Una maligna sonrisa se manifestó
en toda la fisonomía de Belgrave.
Blgrave, continuó Sir Cárlos con calor, vuestro modo
misterioso me turba el espíritu; si la amistad no es bas-
tante para empeñaros á una esplicacion mas clara, mis
proyectos sobre esta señorita me obligan á insistir sobre
esto. Enhorabuena, replicó el coronel, este lugar no es
propio para una confesion; pero independientemente de
la amistad que nos une, podeis contar sobre mi honor que
no os ocultaré nada de lo que os pueda interesar. Ha-
blando así, se desembarazó de Bingley, y se perdió en la
multitud.
Esta seguridad no calmó las inquietudes de Sir Cárlos.
Impaciente como estaba de tener la esplicacion del mis-
terio que la agitacion de Amanda y las evasivas respues-
tas de Belgrave le parecian ocultar, buscó á Belgrave cn
la sala, hasta que estuvo asegurado de que habia salido
de ella, y resolvió ir ála mañana siguieute para estre-
charle á hablar francamente.
A la mañana siguiente, despues de su desayuno, mien-
tras se disponia á esta visita, reeibió el siguiente billete.
“Si Sir Cárlos estima su honor y su tranquilidad, re-
“nunciará al momento á las miras que pueda tener sobre
“Miss Fitzalan. Este aviso es de un sincero amigo, á
“quien su delicadeza ha sugerido este modo de hacérselo
“llegar.” ¡O
Sir Cárlos leyó y releyó este billete. Apenas creia á
—61—
sus propios ojos. Despues de algunos ae: le arro-
jó lejos de sí, y juntando las 1 manos: mo es, dijo, una Ha
ble esplicacion. Vuelve á tomar e r el billete detestable
mina el carácter de letra, y cree reconocer la mano da
Belgrave. Toma su sombrero, y vuela á casa del co-
ronel. ve >
Belgrave, le dijo al entrar no respirando apenas, ¡este
billete es vuestro? Belgrave tomó el billete, lo leyó, y
continuó guardando silencio. —¡Oh Belgrave! esclamó Sir
Cárlos con una voz trémula y ahogada, por piedad sacad-
me de esta cruel incertidumbre.—Sí, dijo el, con una es-
pecie de énfasis, este billete es mio. Miss Fitzalan y yo
hemos sido tiernamente aficionados en otro tiempo. Yo
no soy libertino determinado; pero cuando una hermosa
seductora se acoge á mi proteccion......
Eso es bastante, dijo Sir Cárlos: no teneis necesidad de
buscar escusa aleuna. Miss Fitzalan y yo quedamos se-
parados para siempre. No pudo sostener su conmocion,
se apoyó sobre una mesa, y se cubrió la cara con su pa-
ñuelo.
El golpe que recibo, dijo él, me pone fuera de mí.
Amanda, debo decirlo, era para»mí mas querida de lo que
se puede espresar. Yo la creia la muger mas amable y
mas digna de aprecio, y el dolor que esperimento en este
momento es aun mas por ella que por mí. Yo no puedo
sufrir la idea de la infamia que va á caer sobre ella. ¡Oh
Belgrave! ¡Qué doloroso espectáculo es ver á una cria-
tura humana dotada por la naturaleza de tantas prendas
encantos, indigna de sus dones, y desconociendo lo que
valen! Sin embargo, añadió, no puedo acusar a Amanda |
de haber querido engañarme, pues jamas ha alentado mi
pretension.
—No os ha animado jamas, dijo Belgrave, porque tiene
miras mas elevadas. Amanda, bajo un esterior especioso
de sencillez é inocencia, tiene una grande ambicion; aspi-
ra á la mano de Lord Mortimer, y verosímilmente la ob-
tendrá, pues, como lo pudísteis echar de ver, las atencio-
nes de Mortimer por ella ayer en la tarde eran de un hom-
bre tiernamente enamorado.
y
Ñ —62
pai me. yielio al momento á Irlanda, dijo Sir Cárlos,
rocurar olvidare la he conocido jamas. — Ella me
ho probar todo el ardor de una pasion tierna, y toda
ió de una esperanza engañada: creo que lo que
he sentido por ella, no lo sentiré por otra muger. Cierro
para en adelante mi alma á todo tierno seutimiento, y mis
ojos no verán en las bellezas de una muger sino medios
de engaño; no, ya no volverán á tener ningun encanto so-
bre mi.
Sir Cárlos Bingley y el coronel Belgrave Fabian contrai-
do en su juventud una estrecha amistad, que el tiempo ha-
bia fortificado entonces, y despues reducido á vanas apa-
riencias. Al encontrar al coronel en Lóndres, Sir Cárlos
le habia instruido de sus intenciones respecto á Amanda:
Belerave se sobresaltó á este nombre. Este habia hecho
esfuerzos inútiles para descubrirla: el orgullo, el amor y la
venganza le impelian á volver á emprender sus proyectos,
que estaba decidido á seguir por habérsele frustrado sus
primeras tentativas. Era uno de aquellos caractéres de-
terminados, que no abandonan jamas una empresa aun
cuando hallen á los cielos y á la tierra armados contra
ellos. En vista de la confianza que Six Cárlos tenia en él,
y el carácter ardiente y confiado que le conocia, no dudó
que su amigo daria crédito á todas las calumnias que der-
ramara contra Amanda, y no perdió tiempo en poner en
- ejecucion su infame proyecto, sin hacer el menor escrúpu-
lo de arruinar la reputacion de una amable é inocente jó-
ven, y labrar la desgracia de un hombre en bien é in-
te.
persuadió que su víctima no podia escapársele, ha-
ando á Amanda lejos de su padre; y para desviar á otro
defensor que podiillener en Sir Cárlos, so color del interes
que tomaba por él, le instó para que se volviese á Irlanda.
No puede menos de admirarse la confianza tan pronta
con que Sir Cárlos declaró sus amores á Belgrave; pero si
se considera su larga intimidad y el poco conocimiento uo
tenia Bingley del carácter de su antiguo amigo,
cerá tan singular. a
— '
Le habia conocido hombre sensible á los placeres, pero
no un endurecido libertino, y no po ia imaginarse que hu-
biese hombre en el mundo bastante osado y malvado para,
levantar contra Amanda tan horribles imputaciones; sin.
tener de ello pruebas evidentes.
- Sir Cárlos, que condenaba á su amigo por las faltas de
su juventud, le creia mas bien arrastrado por la violencia
de sus pasiones, que corrompido.
La impresion que Amanda habia hecho en el corazon
de Sir Cárlos era demasiado profunda para que se borrase
fácilmente creyéndola culpable: muchas veces habia inten-
tado, como el ángel que tiene cuenta de nuestras acciones,
reparar con una de sus lágrimas la falta de Amanda; pero
en seguida se reprendia su debilidad, y al fin hizo sus pre-
parativos para una pronta vuelta á Irlanda.
CAPITULO V.
Lord Mortimer, inquieto por la indisposicion de Aman-
da, salió de su casa mas de mañana de lo acostumbrado -
para ir á Portman-Square, y fué recibido en el gabinete
tocador de Lady Eufrasia. Esta se desayunaba á solas con
Miss Malcolm; pero el verdadero objeto de su visita no -
estuvo mucho tiempo oculto, pues apenas se habia senta-
do, cuando preguntó por Miss Fitzalan. es
—Se halla indispuesta; aun no ha dejado su aposento,
dijo Lady Eufrasia.--Aun no ha vuelto de la sorpresa de
ayer por la tarde, añadió Miss Malcolm con una sonrisa
desdeñosa.—¡Qué sorpresa? dijo Lord Mortimer. —¡Eh!
querido, replicó Miss Malcolm, ¿no estábais con ella cuan-
do encontró al coronel Belgrave?—No, dijo Mortimer mu-
dando de color, yo no estaba entonces; pero ¿qué relacion
hay entre el coronel Belgrave y Miss Fitzalan?—Esta es
una pregunta que Milord puede hacer á la misma Miss
M0 Ea tengo dificultad en creer, dijo Lady Eu-
e
pi
E
frasia dirigiéndose á su compañera, que se encuentre mala
por haber td e coronel Belgrave: vos sabeis que
jamas nos ha dicho que lo conociese, aunque su padre: ha-
ya sido arrendador de Belgrave en Devonshire.-
«La turbacion de Mortimer se acrecentó, y se levantó pre-
cipitadamente. Lady Eufrasia le hizo saber el proyecto
que tenia de ir por la noche á la comedia, y le convidó á
esta diversion: él prometió que no haria falta. > La turba-
cion que habia manifestado, prestó á estas jóvenes materia
para muchos chistes: la marquesa fué quien les habia no-
ticiado la aventura del panteon, pues con Lady Greystock
se habia hallado cerca de Amanda en el momento que es-
ta habia encontrado á Belgrave.
La situacion de Lord Mortimer era harto desgraciada.
Cuando la sospecha entra una vez en el alma, este incó-
modo huésped vuelve á ella con el mas ligero pretesto, y
á la verdad, no era del todo indiferente la circunstancia
que inquietaba al sensible Mortimer. La subitánea indis-
posicion de Amanda, su estraordinaria agitacion, y su prisa
para salir de la sala, la obstinacion de Belgrave en seguir-
la y callar, todo reunido daba verosimilitud á la insinua-
cion significada antes por Miss Malcolm, de que el estado
en que se encontraba Miss Fitzalan era efecto del encuen-
tro acaecido con el coronel Belgrave. Residiendo Morti-
mer en Lóndres mas constantemente que Sir Cárlos Bin-
gley, habia tenido mas ocasion que este de conocer el ver-
dadero carácter del coronel, y sabia que era un libertino
de profesion. Era estraño que Amanda, comunicando á
Mortimer que habia habitado en Devonshire, le hubiese
ocultado la circunstancia de que su padre habia sido arren-
dador del coronel Belgrave. De aquí comenzó á pensar
que la resistencia de Amanda á un casamiento clandesti-
no podia provenir. e alguna secreta pasion, mas bien que
de la sumision escrupulosa á los deberes de la piedad fi-
lial, por la que hubiera aún merecido mas su aprecio.
Sin embargo, apenas habia concebido esta idea, la dese-
chaba como despertándose de un pesado sueño, cuyas tris-
tes imágenes se procuran alejar. ¿El mismo se admiraba
ue 2 =
e
— 060 —
de haberla concebido; se reprendia de 0 dejado debili-
tar por un momento en su razon la esti on que la te-
nia. ternura, se decia á sí mismo, su pudor, su virtud,
no pueden ser mera apariencia. Amanda se le presenta-
ba siempre como el tesoro mas precioso que podia poseer-
se; ¡y seria bastante insensato para desechar la dicha que
habia anhelado tanto tiempo?
La calma que adquiria con la ayuda de sus reflexiones
no era sino pasagera, pues renacian siempre las dudas que
se habian levantado en su imaginacion. Se inclinaba á
creerlas injustas; pero no tenia vigor para desviarlas. Va-
namente recurria á los pensamientos que antes le consola-
ban, tales como la esperanza de que su padre, á instancias
de su tia, consentiria en su union con Amanda, y el colmo
de la felicidad que esperaba: un peso insoportable oprimia
su corazon, y una nube de sospechas daba un color som-
E ío á todos los objetos de sus pensamientos. Volvió tris-
abatido á su casa, á á la puerta de la cual encontró á
Sir Cárlos Bingley, quien le dijo que acababa de recibir un
billete de Lord Cherbury, que deseaba hablarle.
Lord Mortimer entró en casa de su padre con Sir Cárlos.
Lord Cherbury dijo á este que acababa de recibir una car-
ta de Mr. Fitzalan, en la que espresaba en los términos”
mas enérgicos cuán sensible era al honor que Sir Cárlos
hacia á su familia, en solicitar la mano de Miss Fitzalan,
persuadido de que dando su hija á un hombre apreciable,
haria la felicidad de uno y otro. Ha escrito al mismo tiem-
po á su hija (continuó Lord Cherbury) para darle parte de
sus disposiciones, y así no dudo que este negocio se mane:
jará á medida de vuestros deseos. aye
——Siento mucho, Milord, respondió Sir Cárlos con una
voz turbada, descubriendo su o en su semblante,
el haberos dado la incomodidad que por mí-os habeis to-
mado, pues he abandonado para siempre toda idea de unir-
me con Miss Fitzalan. silos
Esta resolucion, replicó el conde, es verdaderamente es-
traordinaria, y muy repentina despues de la conversacion
que hemos tenido los dos sobre este asunto. —Convengo,
TOM. IL.
ESE
Milord, en que mi resolucion debe pareceros estraña; pe-
ro sin embargo, está fundada en una entera conviecic
que no encontraria la felicidad en mi union con Miss.
zalan. La ternura de Sir Cárlos por Amanda, siendo siem-
pre la misma, no queria que sufriese por su parte su re-
putacion, y continuó así.
Vos convendreis, Milord, en que no puedo lisonjearme
de ser feliz con una muger que constantemente me ha
manifestado una períecta indiferencia. Mi razon estaba
perturbada con mi pasion, cuando os supliqué interpusié-
seis en mi favor vuestro ascendiente con Mr. Fitzalan; pe-
ro ahora que la razon ha recobrado en mí sus derechos,
la reflecsion me hace abandonar un proyecto, cuya ejecu-
cion no me proporcionaria las ventajas que me prometí
al principio. |
Vos sois ciertamente, dijo Lord Cherbury á Sir Cárlos,
el mejor juez de lo que á vos toca. Yo no me he mezcla-
do en este negocio sino por serviros, y por la amistad que
profeso al capitan Fitzalan. Supongo que vuestra conduc-
ta es honrada, y que no quedará mancha alguna en el ho-
nor de Miss Fitzalan.
De esto puede Milord estar perfectamente asegurado,
replicó Sir Cárlos con algun calor: hasta aquí todas mis
acciones y mi objeto han podido sufrir sin temor el mas
rigoroso exámen. Yo quedo muy reconocido al interes que
Milord ha manifestado por mí. Si las cosas hubiesen mu-
dado, como yo lo habia esperado, no puedo negar que ha-
bria sido mas feliz de lo que soy. Y dicho esto, saludó á
Milord, y salió.
Lord Mortimer habia oido con la mayor sorpresa á Sir
Cárlos renunciar á Amanda; y pensó, como su padre, que
una resolucion tan repentina era muy estraordinaria. An-
tes temia perder el amor de Amanda: ahora el honor de
la que amaba. La agitacion de Sir Cárlos declarando que
no pretendia ya á Miss Fitzalan, manifestaba en Pigi
motivo algo mas poderoso que la frialdad con que ella lo
habia recibido. El Baronet y el coronel Belgrave eran ín-
timos amigos, y este pensamiento le dió temores y sospe-
a y pa
alió, pues, de casa, y apresurándose á alcanzar á
5, se juntó con él antes de salir de la plaza.
, le dijo acercándosele con una alegría afectada,
demasiado buen caballero para dejaros abatir con
facilidad por la desesperacion en una empresa amorosa; y
yo no creeré que hayais renunciado á una hermosa jóven
que habia ganado vuestro corazon, sin haber hecho los úl-
timos esfuerzos para vencer su resistencia.
Nada de eso, respondió Sir Cárlos; yo dejo las proezas
de esta especie á vos, Milord, y á aquellos que tienen
tanta paciencia como vos.
Pero sériamente, Bingley, continuó Lord Mortimer, yo
no puedo esplicar esta resignacion tan precipitada con que
renunciais á Miss Fitzalan, despues de haberos oido jurar-
le ayer por la tarde que estábais tan prendado de ella co-
mo siempre. La amistad de mi padre con el capitan Fit-
zalan pone á su hija, por decirlo así, bajo la proteccion de
Lord Cherbury y mia: y como las consecuentes y particu-
lares atenciones que habeis tenido hácia ella, han atraido
las miradas del público, creo que retirándoos de ella tan
precipitadamente, debeis á sus amigos alguna esplicacion
de vuestro proceder.
A esto respondió Sir Cárlos: como Lord Cherbury es la
sola persona á quien me he dirigido para los pasos que he
querido hacer relativos á Miss Fitzalan, y él se ha conten-
tado de la esplicacion que le he dado de mi conducta,
creed, Milord, que no os daré otra.
Vuestras espresiones, dijo Mortimer con cierto calor,
dan á entender que teneis algun otro motivo á mas del
que habeis dicho á Lord Cherbury; y ¡qué consecuencias
tan sensibles se pueden sacar de tal insinuacion! ¡Ah! Sir.
Cárlos, la reputacion es una flor delicada, que un ligero
putacion de Miss Fitzalan no se oscurece sino por mi bo-
ca, quedará sin tacha.
ne _Yoá á la verdad, continuó Mortimer, no tengo derecho á
constitu rme su defensor; pero me considero como su ami-
BO, y es a amistad me inspira un tierno interes por su fe-
lo puede marchitar. Milord, replicó Bingley, si la re-
fo, ud
licidad; y me hace sentir vivamente todo lo que podria
esponerla á la cc de parte de cualquiera. pair! ksa
Permitidme, Milord, dijo Bingley, haceros una pregun-
ta, y prometedme bajo palabra de honor de responder á
ella con claridad. Os lo prometo, respondió Mortimer. Y
bien, Milord, ¿habeis realmente deseado jamas que mis
miras por Miss Fitzalan tuviesen efecto? Lord Mortimer
se sonrosó. Yo os lo confieso, Sir Cárlos: no, jamas lo he
deseado.
Vuestras pasiones y las mias, dijo Sir Cárlos, son impe-
tuosas. Uno y otro habriamos obrado mejur deteniéndo-
las cón tiempo, para no dejarnos llevar de ellas mas allá
de los límites... .Pero estad seguro que nadie es mas ce-
loso que yo del honor de Miss Fitzalan. La amo, y acep-
tando mi ofrecimiento habria asegurado mi felicidad; por
mas repentina que sea mi retirada, no puede hacer agra-
vio alguno á su opinion, cuando manifiesto que el único
motivo es su indiferencia hácia mí. Lord Cherbury ha
quedado satisfecho de esta razon: él sabe bien que un
hombre sensible no puede ser feliz en su union con una
muger que no le dedica enteramente su corazon: y supon-
go este modo de pensar muy conforme con el vuestro.
Ciertamente, respondió Mortimer. Y bien, Milord, dijo
Sir Cárlos, una reflexion me admira; es vuestra conducta
y no la mia la que perjudica á la reputacion de Miss Fit-
zalan. ¡Son vuestras palabras y no las mias las que lle-
van en sí una insinuacion contra ella; sois vos quien ma-
nifestais creer que á mas del motivo que confieso me ha-
ce apartar de ella, hay algun otro que callo.
Lord Mortimer sintió luego la verdad de la observacion
de Sir Cárlos. Empezó á temer que su calor por la de-
fensa de Amanda no produjese un efecto todo contrario,
descubriese las dudas que habia concebido, y las comnni-
case á personas que por su pasion 4 Amanda ó su delica-
deza, no dejarian de esparcir. z
- Teneis razon, Sir Cárlos, dijo él, en todo cuanto habeis
dicho. La pasion es como un mal abogado, que echa mu-
chas veces á perder la causa que quiere defender, Él co-
+
e. es
ques” PAN
nocimiento que tengo de vuestro carácter deberia haber
bastado para convencerme de que vos os conduciriais co-
mo caballero y hombre de honor. Se dice que volvereis
á Irla a; permitidme aseguraros que no hay paso alguno
que no haga por vuestra felicidad.
=— Sir Cárlos estrechó la mano que le presentaba Lord Mor-
timer, á quien respetaba y estimaba. Se hicieron al se-
pararse mútuos cumplimientos, no esperando volver á ver-
se en mucho tiempo.
La indisposicion de Amanda era mas moral que corpo-
ral; á la primera proposicion que se le hizo de ir á la co-
media, se determinó á ello, esperando que esta diversion
la sacaria de su abatimiento. La carta de su padre en fa.
vor de Sir Cárlos la habia turbado un poco; pero como la
habia dejado dueña de la decision, se contentó su corazon
con la firme resolucion, que tomó y le manifestó, de, no
¿aceptar jamas ofrecimientos de esta naturaleza sin Con-
sentimiento suyo.
Lord Mortimer y Free-Love siguieron á las damas á la co-
media. Mortimer encontró ocasion de preguntar 4 Aman-
da noticias de su salud. Cuando estuvieron colocados, vió
en otro palco 4 una señora á quien queria hablar, y por es-
to dejó su compañía. La dama le ofreció lugar á su lado,
lo que él aceptó. Amanda no la conocia, pero era una jó-
ven muy hermosa. No tenia la ridícula debilidad de te-
mer una rival en cada muger, y de inquietarse si Morti-
mer saludaba á otra; asegurada de que su pasion por ella
estaba fundada sobre la estimacion, y que él conservaria
este sentimiento mientras continuase en merecerlo, pudo
dedicar toda su atencion á la pieza que se representaba,
sin que la distrajese del espectáculo la agradable conver-
sacion de que Mortimer disfrutaba; de modo que no llegó
á divisar las frecuentes miradas que Mortimer la dirigia;
pero notó que la jóven la miraba á menudo con grande
tencion, y que hablando á Mortimer, se detuvo de repen--
: y mudó de color. El tambien se puso pálido, y con una
z turbada la preguntó sí conocia á la dama que miraba
con tanto interes. Sí, la conozco, respondió ella, ¡oh cielos!
la conozco demasiado.
e
— 70 o
Lord Mortimer, herido como de un rayo, tuvo que recur-
rir á su pañuelo pa ultar su conmocion. La jóven con
quien hablaba, era la amable Adela, esposa descuidada
de Belgrave. Habia pasado algun tiempo en Lóndres, y
su conocimiento con Lord Mortimer habia principiado .
una diversion en que habia bailado con él. Mortimer n
era de aquellos hombres que no tienen ojos sino para mi-
rar la muger que aman; podia admirar la belleza en las
otras. Reparaba que Adela conocia á Amanda, y que
viéndola esperimentaba una grande pena. El libertinage
de su marido vino á la memoria de Mortimer, y se estre-
meció.
La curiosidad habia atraido los ojos de Adela sobre
Amanda; pero la admiracion y la memoria de haber visto
ya esta figura habian fijado sus miradas. Al fin se acordó
que era el original de la miniatura que le habia hecho ver
Oscar; turbada á la vista de una persona que miraba co-
mo la causa inocente de su desgracia, y á la memoria de
las escenas pasadas, rogó á Lord Mortimer que le diese la
mano para volver á su casa.
El obedeció; pero antes de dejar la sala le suplicó le di-
jese en qué paraje habia visto á la señorita que miraba
tan atentamente. Adela se turbó, y hubiera querido elu-
dir la pregunta; pero la seriedad con que insistió Morti-
mer la obligó á responder. Le dijo que jamas la habia vis-
to en persona hasta entonces; pero que habia visto su re-
trato en las manos de un conocido suyo. Y ¿quién es ese
hombre? preguntó él, con una sonrisa forzada y una voz
trémula. ¡Oh! esto, dijo Adela con viveza, yo no lo diré.
Yo os debo pedir perdon, continuó Lord Mortimer volvien
do en sí, por una curiosidad que puede pareceros indiscre-
ta. La condujo á su silla, y deliberó consigo mismo si se-
guiria su ejemplo dejando la sala.
Miss Malcolm le habia dado las primeras inquietudes,
y Sir Cárlos Bingley habia fortificado las dudas que mi
dama Belgrave acababa de acrecentar sin medida.
mia verlas confirmadas enteramente. El retrato, se
jante al pañuelo de Otelo, le causaba agonías mortale
y
La turbacion que madama Belgrave habia manifestado
hablándole, y el no querer nomb: 1 hombre en cuyas
manos habia visto el retrato, le inducian fuertemente á
creer que este hombre no era otro que Belgrave.
Sin embargo, para que no se le pudiese acusar de ha-
er dado oidos á unos celos infundados, resolvió encerrar
así sus sospechas como sus disgustos en su seno, hasta
que estuviesen bien fundados. Poco tiempo le bastaria
para fijar su opinion sobre Amanda. Si notaba que daba
fomento á Belerave, estaba determinado á dejarla sin nin-
guna otra esplicacion. Si por el contrario, veia que evi-
taba al coronel, se proponia referirle la anécdota del re-
trato de manera que no la ofendiese, y arreglar sobre su
respuesta la conducta que deberia suardar « en adelante.
Volvió al palco de Amanda, y se sentó detras de ella.
Apenas estaba en esta situacion, cuando vió al coronel
Belorave venir de otra parte de la sala en que estaba con
otras mugeres, entrar en el palco vecino, y acercarse á la
pilastra contra la cual se habia apoyado Amanda. Allí
procuró atraerse las miradas de Amanda; pero despues de
haberle visto, ella estaba sobre sí, y se habia vuelto de
espaldas. Su embarazo era visible, y todo el palco se di-
vertia con ello, escepto Mortimer, quien apenas podia
contenerse en pedir á Belgrave razon de la insolencia con
que porses guia á á Amanda con sus miradas; solo le detuvo
el tea una accion tal escitaria la risa de todos.
El inde ectáculo sacó por último á Amanda de su
penosa situacion. Como lord Mortimer estaba cerca de
la marquesa, no pudo dispensarse de darle la mano. Free-
Love condujo á Lady Eufrasia; Lady Greystock y Miss
Malcolm las siguieron, y Amanda salió la última del pal-
co. La multitud los detuvo un poco en la salida. Aman-
da seguia inmediatamente despues de la marquesa. Bel-
grave se abrió paso hasta ella, y queriendo darle la mano,
rd Mortimer se volvió, y oyó que Belgrave le decia:
erida y cruel Amanda, ¿por qué esta mudanza en vues-
a conducta? EE
Los ojos de Mortimer eran todos fuego: Miss Fitzalan,
e]
Pi IP
dijo con una voz alterada, si quereis aceptar mi brazo, yo
os haré hacer lugar, ó á lo me Ñ pondré al abrigo de
los insultos. Amanda no vaciló en aceptar su ofrecimien-
to. Belgrave bien vió que las palabras de Lord Mortimer
eran por él; pero disimuló por el temor de que saliese fa- sw»
llida la ejecucion de un proyecto formado ya contra '
Amanda. Desde este momento, la pasion que sentia por
ella no era tan poderosa para animarle á seguir su proyec-
to, como lo era el deseo de vengarse de Mortimer. Cono-
ció que este estaba tiernamente prendado de esta jóven, y.
creyó que no podia causar á este rival un dolor mas cruel
que conseguir separarlos para siempre. ;
Lord Mortimer condujo á Amanda hasta el cop Le
instaron á venir á cenar con la marquesa; pero él lo rehu-
só. A la vuelta encontraron las damas al marques y Lord
Cherbury justos. Despues de la cena se retiró Amanda:
el encuentro de Belgrave habia aumentado su abatimien-
to, al-cual habia creido que el espectáculo ¡pondria reme-
dio. Deseaba con impaciencia ver el momento en que
pudiese tener derechos á ser protegida de Mortimer, des-
pues de lo cual no tendria ya que temer las asechanzas
del audaz Belgrave. Alir á retirarse, Lord Cherbury'le
espresó su pesar por ia frialdad que habia esieeiado + á
joso establecimiento. :
Las palabras de Lord Cherbury fucroa a señal para
la marquesa de empezar las operaciones proyectada
tra Miss Fitzalan. Lady ce dde fué
estravagante á los que no conocen sus verdaderos moti-
vos; pero su ambicion no se contenta fácilmente: y no vi-
tupero tanto á esta muchacha por las locas esperanzas
que alimenta, como detesto á los que se las han inspirado.
Lord Cherbury se admiró de lo que oia, y pidió la esplica-
E ord, continuó Lady Greystock, yo creo servir me
ab, e istad diciendo claramente mi pensamiento, que
disimulándolo. Cuando conozcais las miras de Miss Fit
eS —/3—
zalan, estarcis mas en estado de hacerle sentir su estrava-
gancia, y de Dersap Orla no perder un establecimiento
por perseguir una quimera. En fin, Milord, pues es pre-
ciso que os lo diga, Miss Fitzalan á E de su pa-
a ha puesto los ojos en Lord Mortimer. Fitzalan
se ha lisonjeado por la amistad que le al de que
no os opondreis á su union. Yo no creo que Lord Morti-
mer haya entrado en sus proyectos; pero encontrándose
esta muchacha continuamente con él, era imposible que
no lo notase. Yo no aprobé su viaje á Lóndres, sospe-
chando algo de las miras que se proponia su padre; pero
él me persiguió de tal modo, que no pude rehusar tomar-
la conmigo.
A fé mia, esciamó el marques, que no estaba incluido
en la liga de las damas, y que si lo hubiesen llamado, no
habria hecho escrúpulo alguno de hacer en ella su papel;
es preciso que el capitan Fitzalan haya tenido algun mo-
tivo cia al que dice Lady Greystock para enviar
á su hija á dres; pues de otra manera no habria sido
tan loco en hacer los gastos que eran necesarios para po-
nerla en estado de presentarse en una sociedad para la
cual no habia nacido.
Jamas ha bia creido, esclamó Lord Cherbury irritado
sirse con tal doblez. El sabélas miras que
jÓ, y de su parte es una infame traicion
w
sa á la inquietud paternal ocupada en el establecimiento
de un hijo.
No señora, replicó él, yo no perdono la falsedad, ni el
sacrificio del honor y del reconocimiento al interes; lo que
acabo de saber me causa una pena estrema, y pido á Mi- ;
dy el permiso de retirarme. Nada hay mas cruel
engañado por aquel en quien se ha puesto 00
1NZA.
Muy satisfechas quedaron las damas del suceso
»ó
==>
plan. Lord Cherbury apenas pudo contenerse en su pre-
sencia. La tempestad iba á desd obre la cabeza de
Fitzalan. No hicieron mencion al de Belgrave, de-
terminadas á aparentar una profunda i ignorancia relativa-
mente á este particular.
Las pasiones de Lord Cherbury eran impetuosas. He-*
mos dicho ya que tenia motivos secretos de desear la
unien de su hijo con Lady Eufrasia, y la idea de que su
plan seria trastornado lo ponia fuera de sí. Sabia que
las pasiones de su hijo, aunque menos fáciles de irritar,
eran tan indomables como las suyas. Hacerle amonesta-
ciones seria tiempo perdido. Al fin se determinó á hacer
salir de Lóndres á Miss Fitzalan, antes que Mortimer su-
piese que estaba instruido de su mutua pasion.
El conde no tenia duda alguna de la veracidad de La-
dy Greystock. Bien convencido por el conocimiento que
tenia de los hombres, de que el interes personal era el
grande móvil de las acciones humanas, se persuadió que
Fitzalan se habia dejado llevar de él. Como le era pre-
ciso aliviar su indignacion, antes de acostarse escribió á
Fitzalan una carta llena de amargura y de reconvencio-
nes, terminada por decirle, ó mas bien ordenarle que en-
viase por su hija sin tardanza.
Este golpe era terrible para el desgracia
cual, despues de tantas vicisitudes de la fortuna
jeaba de haber encontrado al fin un asilo donde acabar
sus dias en paz. >. de
Al dia siguiente, la inocente Amanda f bi
una graciosa sonrisa por las mismas ] las que tra-
maban su ruina. Mientras se desayunaba un criado vi-
no á decir á Lady (Grreystock que una jóven deseaba ha-
blarle.—;¿Quién es? preguntó Lady Greystock; ¿ha dicho
su nombre? No señora, solo ha dicho que deseaba ha-
blaros en particular. La marquesa dijo que podia hacer-
do Fitzalan, el
la subir, y el criado introdujo una muchacha de unos diez
y siete “años. Su figura era agradable, y su fisonomía in-
e! Ms
teresa ante, no solo por un aire de inocencia, sino por una
es presi on de melancolía en todas sus facciones. Entró
turbada y temblando y sus vestidos manifestaban pobreza.
$5 y
2—¿Y bién? hija mia, le dijoLad y Greystockmirándola de
piés á cabeza, ¡teneis alguna cosa que decirme? Sí se-
ñora, , respondió la jó 8 bajo que apenas la podia en-
tender; mi 1 padre el n Rusbrook me ha enviado pa-
ra entregaros una bábta la presentó y procuró ocultarse
*de las u.iradas despreciadoras y curiosas de Lado Enfra-
sia, adelantando su sombrero á los ojos. 3
Yo no concibo, le dijo Lady Greystock, que vuestro pa-
dre tenga nada que decirme, pues sin duda me hace la
misma proposicion que me ha hecho últimamente. ¡Có-
mo! dijo ella despues de haber leido, yo creo que él me
tiene por una tonta. Estoy muy admirada de que se atre-
va á pedirme ausilios, despues de la conducta insolente
que ha tenido conmigo. No, hija mia, él ha dejado esca-
par la ocasion de interesarme en su favor; seria indiscre-
cion proporcionar medios de mantener una familia en hol-
gazanería. No, no; vos y las otras muchachas que tiene,
debeis aprender á ganar vuestra vida.
La pobre muchacha se puso colorada: las lágrimas se le
asomaron á los ojos. Procuraba detenerlas; pero no pu-
do conseguirlo, y corrieron hasta su seno. Indignada
Amanda, no pudo soportar por mas tiempo este espectáculo
salió precipitadamente, y se fué á una sala baja. La com-
pasion la hizo partícipe de todos los sentimientos doloro-
sos que _penetr: ban á la pobre muchacha. Ella misma
¡perimentado cuán duro es aguantar la insolencia
dl, el desprecio del orgullo, y los insultos
ente recibe de los hombres sin virtud.
se retiró y se detuvo un momento en lo
bajo de la escalera para enjugar sus. lágrimas. Amanda
la tomó de la mano, y conduciéndola al recibidor, procuró
con una dulzura angélica calmar su conmocion. Sorpren-
dida de esta atencion, y no pudiendo resistir mas tiempo
á su sentimiento, descansó su cabeza en el seno de Aman
da y le mojó con sus lágrimas: ¡Ah pobres padres!
mo podré volver á ellos para ser testigo de su miseri
El sepulcro es el solo asilo que les queda, como j
Ae sus desgraciados hijos.
A
AA ¿de
——
Querida mia, le dijo Amanda, no.
desesperacion; 17 Providencia bené
puede hacer suceder en un momento
los consuelos al dolor: decidme, ¿de dd de vivíst- |
-—sington. E 5
¡En Kensington! SO en el E de debili-
dad en: que os hallais, no podreis hacer un tal viage. Sin
ba es preciso que lo haga, dijo Miss Rusbrook.
Amando. algunos pasos . hácia la ventana, m itando
LE
un plan c que acababa de formar. ¿Conoceis, le dijo Aman-
da, alguna casa á poca distancia de aquí, eee es-
perarme. algun tiempo! Yo iré en coche, y os conduciré
á vuestra casa.
Este ofrecimiento era muy agradable á la pobre, débil
y trémula muchacha; pero lo “rehusaba modestamente,
por el temor de causarle incomodidad. Amanda le rogó
no perdiese el tiempo en vanos escrúpulos, y le indicase
una casa donde pudiese encontrarla. Miss Rusbrook la
dió la seña en Bondstreet, en casa de un sombrerero de
quien ella le dió el nombre, y le dijo que iria á esperarla
allí. Arreglado este punto, Amanda, que temia ser sor-
prendida, la condujo poco á poco á la puerta, y volvió á
subir al salon, donde encontró á Lady Eufrasia, que iba á
leer á la marquesa la carta de Rusbrook para divertirla.
En ella se veian pintados los combates penosos del or-
gullo y de la necesidad, el primero Ps o por la se-
gunda, y el honor de una alma noble que [gun ali-
vio á sus s males, en quien es la causa misma de ellos. El
desgraciado Rusbro a habia visto obligado á á este paso
humillante que por sí solo no habria dado jamas, por el
“espectáculo penetrante de una esposa tierna y amada, en-
ferma y rodeada de una numerosa familia falta de todo.
Decia en esta carta que él y su familia habian bebido
hasta el fondo la copa de la desgracia. Ya no cd
por e á los motivos de justicia contra Milady, so -
ploraba su humanidad, cuya voz se lisonjeaba que e
cha Para interceder en su favor le enviaba un j
suplicante, cuyos ojos llenos de lágrimas, y 1
chitadas, serian testigos de la miseria que le:
do. Pero Amanda, en esta, como en otras mu=
Mea era EEE n parecer bien diferente; mas lo ocul-
tó cuidadosamente, así como un pequeño proyecto que ha-
bia concebido en favor del pobre Rusbrook.
Del dinero que su ¿padre le habia dado para sus gastos,
le quedaban diez guineas, las que habia destinado para
comprar gunos adornos para un baile que la duquesa
B.... daba la siguiente semana, y para el cual Lord Morti-
mer le habia pedido fuese su pareja. Renunciar á á este
baile y consagrar á un acto de beneficencia el dinero des-
tinado á la vanidad, tal era su proyecto; y se tuvo por
muy feliz de que Rusbrook hubiese dado este paso antes
de hacer su compra, despues de la cual se hubiera halla-
do imposibilitada de poderle dar un shelling. Su alma
estaba indignada de la inhumanidad de Lady Greystock,
y de la de la marquesa y su hija. Al abrigo de todas las
necesidades, no sentian piedad alguna de las mas estre-
chas penurias de los demas. Si esta frialdad, esta dureza
de corazon, se a á sí misma, son los CLOS de la
prosperidad, ; jah! que jamas se me acerque, pues los fas-
tuosos placeres que ella da, no tendrán jamas para mí
tanto valor, « como el dulce sentimiento de la sensibilidad
y compasion.
Las damas habian hablado de ir á una feria pública, en
la que, hablando al estilo de Eufrasi: , debia encontrarse
todo el universo. Amanda se escu elrá la funcion,
pues tenia alguna compra que LN n la ciudad. Se
contentaron de su escusa, y cuando las damas se retiraron
para coIponerse, Amanda envió á buscar un coche, y se
) instante Á á Bondstreet, donde encontró á Miss Bus>
, que la esperaba con inquietud. -
w- po
ES
1 el camino hácia as la afabilidad de A: 21 e,
AZ a Ss
ger y seis hijos, habia sido aconsejado por Mr. Heathfeld,
el amigo ue habia reconciliado al tio y al sobrino, de en-
A eito contra Lady Greystock, sobre la presun-
cion el testamento en virtud del cual Lady Grey-
st se habia puesto en posesion de los bienes de Sir
Geofroy, no era legítimo. Le habia abierto su bolsillo
para los gastos, y su casa por asilo: Rusbrook habia acep-
tado sus ofrecimientos, y . habiendo vendido su empleo de
capitan, para satisfacer algunas deudas que habia contrai-
do en la manutencion de su familia, habia E resi-
dencia bajo la hospitalidad de su amigo. En medio de
la felicidad que disfrutaba en este asilo, y en el seno de
las esperanzas lisonjeras que alimentaba, y que sus abo-
gados le fomentaban, una fiebre violenta se llevó á Heata-
field sin dejarle ni tiempo de hacer testamento, en el cual
hubiera dejado á Rusbrook un legado considerable. El
heredero del difunto, hombre “avaro y sin nobleza, ha-
biendo temido mucho tiempo que la amistad de su pa-
riente hácia Kusbrook perjudicase á sus intereses, para
vengarse de la inquietud que le habia causado, no lo dejó
por mas tiempo en posesion de la casa que ocupaba
Heathfield, y la devolvió á su propietario, vendiendo al
instante todos sus muebles. Todo el favor que hizo á
Rusbrook, fué dejarle habitar la casa desmueblada duran-
te algunos meses que quedaban del arriendo. Los procu-
radores, conociendo la imposibilidad en que Rusbrook iba
á verse, de pagarles: salario alguno, le declararon que ya
no debia contar con su socorro, y en un momento toda la
perspectiva de su dicha desapareció de su vista como un
edificio sin funda nent levantado en un ensueño engaño-
so, y que despues de él no deja ni aun rastro de haber
existido en nuestra fantasía.
Habia hecho con Lady Greystock una tentativa que de-
bia á su familia, proponiéndole una composicion entre. le
justicia y la avaricia, la que le habria proporcionado al
gun medio de subsistir. La insolencia é inhumanid
esta muger le hirió prendo: y resolviós n Se
se
ON A
4] ke de SS
a a ¿qa «
>
pu 1 cta
menazando aún la existencia de su familia, y So-
do la de su muger postrada de enfermedad, habia
: +. o
sido tud y la inocencia ablandarian el cora-
] n de piedra de Lady Greystock, que asegurada para en
adelante por la miseria de Rusbrook, de que habia aban-
donado toda pretension á sus bienes, se determinaria con
mas facilidad á darle algun socorro. 7
Nosotros hemos probado este. último recurso , continuó
Miss Kusbrook acabando su ingenua. relacion, y no nos ha
salido bien. Mucho tiempo ha que estamos privados de
todas las comodidades de la vida; pero ahora nos faltarán
aun las cosas mas necesarias. El socorro, dijo Amanda,
muchas veces viene de donde uno menos lo espera; y de-
jarse llevar de la desesperacion, es poner en duda la bon-
dad del ser o que ha prpgbico protejer á to-
das las criaturas.
El coche habia llegado á Kensington, y á algunos pa-.
sos de la habitacion de Rusbrook. Amanda hizo detengo
el coche, y apretó la mano á Miss Rusbrook, poniéndole a
mismo tiempo un billete de banco de diez libras esterli-
nas, diciéndole: Yo me lisonjeo de que no está lejos el
tiempo en que el conocimiento que acabamos de formar,
será cultivado bajo los mas felices auspicios. Miss Rus-
brook abrió el papel, que estaba doblado, y sus mejillas se
sonrosaron. ¡Oh señora! esclamó, ¡qué bondad! Sus lá-
grimas le impidieron decir otra cosa.
Me haríais un agravio, le dijo Amanda tomándola de la
mano, hablando mas de esta bagatela; si mis medios cor-
respondiesen á mi inclinacion, habria tenido vergiienza
de ofrecéroslo; pero tal como es, os suplico que lo acepteis
como una porcion muy módica de los bienes que el cielo
ha reservado para vos. Dijoá Miss Rusbrook que no
( _detenerla mas. La jóven le besó la mano con el
xr trasporte, y le dijo: Vuestra figura es la de un án-
de dE E Hondad corresponde á vuestra belleza. Yo
- nO Ye husaré vuestros beneficios, señora, los acepto « con re-
Con: mi ento, por unas personas que amo mas qu mí
isma Pero, ¿no puedo esperar volvero 08 á ver?” ne sois
a
tan buena señora, que 1 uno olvida todos Sus pesares. ha-
o ue vo
Sible. -.* e
AS Amanda or-
E ar e que la Edo - á la ciudad
lo mas pronto que le fuese posible. Habia andado aún
poco camino, cuando uno de los caballos, habiéndose des-
herrado, obligó al cochero á bajarse y detenerse á Teparar
el mal. Esta tardanza dió mucha pena é imanda, por-
que hubiera querido estar de vuelta antes que las damas,
de miedo que si entraba despues de ellas, Lady Greystock
la estrecharia á manifestar la razon de su ausencia; y en
cuanto á decirle la verdad, no podia resolverse á ello, per-
suadida de que si Lady Greystock sabia que habia SOCOr-
rido á Rusbrook, naceria de esto una disputa que no le
permitiria habitar mas tiempo con ella bajo un mismo te-
cho. Por otro lado, no podia pensar sin un gran ca
DES dejar á Lóndres, en el momento en que iba á t
se su negocio con Lord Mortimer.
En fin, vuelto á subir el cochero á su sitio, Yi cami
do el coche con presteza, Amanda se lisonjeó que.
á tiempo, y se puso á pensar con delicia en el soco gue
su pequeño regalo iba 4 ser para la desograciada fa
de Rusbrook. Este pensamiento tenia para ella tanta dul-
zura y un encanto tan superior al de los placeres de un.
baile, que apenas soñaba en el disensto que Lord Morti-
mer AA de no verla allí. Estaba convencida de 10d
cia el dinero
ue 1$ era necesario para un vesti o de bai-
le. Por otra pl temia que una tal narracion escitase
la enero Mortimer hácia la familia pa
brook, lo que su delicadeza le aconsejaba evitar. z
Al llegar, pr Ai do e que le abrió la pue
las damas hab eo 11 eE dijeron que sí, ]
comer. Apresuró la “muchacha que la servia le
que Lady deriado 1abi reguntado por ella desde su
Negada.” Amanda se aderezó con la mayor prontitud. y
se fue al salon As tertulia, donde eucontró juntos, á mas
de la familia, á Lord Mortimer, Miss Malcolm y otras mu-
chas personas, tanto hombres como mugeres. ;
¡Dios mio! dijo Lada Greystock al momento que entró
Aranda! ¿dónde habeis estado, hija mia, toda la mañana?
Yo sospecho, esclamó Lady Eufrasia, que nos habeis ocul-
tado vuestros pasos esta mañana. - ¡Y bien! dijo Miss
Malcolm riendo, las gentes que urifan sus pasos tienen
para ello. razones que no quieren decir á á todo. el mundo.
Amanda. ada respowdió á esta malicio, , insinuacion,
sino con dl silencio del desprecio; pero. 41 las preguntas
rey etidas de Lady Greystock, dijo vacilando y á media
voz, que habia estado en la ciudad. En la ciudad! _repi-
tió Lord Mortimer. Esta aci aniskó hizo sobresaltar á á
Amanda, quien volvió los ojos á Mortimer, y vió que. la
aba con una curiosidad penetrante y seria. Entonces.
los colores le salieron al ros stro, como si acabase de 5
sorprendida en una mentira, y Mu los ojos. ;
- La conversacion se distrajo; pero fué menester mucho
po para que Amanda e repusiera de su turbacion.
: respuesta habia ote blo á Lord Mortimer, por una
razon que ella poco sospechaba. El se ni e en la
feria con la marque sa y las otras señoras; pero pronta-
mente se fastidió no viendoá Amanda. Con esto, pretes-
+ tó un negocio y volvió á su casa; hizo poner los caballos á
una silla, y tomó la ruta de Kensinseton, y pasando al lado
del Góhe de Amanda, detenida como hemos dicho, la co-
noció. Lady Eufrasia le habia dicho que Amanda no ha-
bia venido á la feria por tener algun negocio en la. ciudad.
El nunca habia oido hablar que tuviese conocimiento al-
guno en Kensington, y se alarmó al v era. Con esto si-
guio de lejos el coche, y dando á guardar : su silla al laca-
- hizo lo restante del camino á pié asta | que la hubo
04 le la c osline. Amanda
habia pastas ocupada como e aba en sus pensa-
, y estar en el fondo del coche y á uno de sus
te 11. "6
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lados. Lord Mortimer volvió « Á su silla, y cuan-
do estuvo cerca de ella, vió al « Belgrave á caballo
mirando con atencion los caballos, que en efecto eran muy
hermosos, y preguntando de quién eran. Hasta éste mo-
mento, su recíproco conocimiento estaba limitado á salu-
larse pasando; pero entonces, impelido por un motivo
que él mismo no podia esplicar, le hizo un saludo mas
obsequioso, y le preguntó si se habia divertido en el pa-
seo, y si habia estado muy lejos, No mas que en Ken-
sington, respondió el coronel.
Esta respuesta confirmó los primeros temo es de Lord
Mortimer. Se puso pálido, dejó caer las riendas que ha-
bia tomado. con intencion de volver á subir á su carruaje,
y llegó á su casa todo trastornado. - Habia prometido ¡ rá
comer en casa del marques. En los primeros: momentos
de su turbacion, estaba determinado á enviar sus escusas;
pero á la llegada del criado á á quien iba á mandar con es-
+.
ta comision, “mudó de parecer. Yo iré, dijo él; aunque las
apariencias sean contra ella, tal vez me dará una esplica-
cion que me satisfaga de suida á Kensington. Atormen-
tado de sus sospechas, y víctima alternativament las
dudas y de la esperanza, llegó á Portman-Square.
Lady Greystock y Lady ufrasia habian hablado y
tiempo sobre la larga ausencia de Amanda en la mañana.
Cuando entró en el salon, les pareció confusa, y creyeron
ver su embarazo aumentado por las preguntas de Lady
Greystock. .Pero cuando hubo respondido que habia ido
por la ciudad, su falsedad le chocó de tal modo, que Mor-
timer no pudo menos de repetir su respuesta con admira-
cion. En su indignacion, poco faltó para que no se hiciese
una escena de sangrientas reconvenciones. El color que
cubria las mejillas de Amanda, no le pareció ser el de la
inocencia ingenua y modesta, sino el de la y úenza y
remordimiento; le pareció evidente que habia visto á Bel-
grave por la mañana; que el misterio ocultaba la
que el conocimiento de esta conexion con este hon |
bia determinado á Sir Cárlos Bingley árenunciará A
da tan repentinamente. - MN
0%
A
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AN E*
¡Gran Dios! se decia á
Amanda, hubiera podido creer que su seno encerrase un
corazon tan falso? y sin embargo, tengo motivos harto po-
ho: de para juzgarla así. Con todo, quiero aún sufrir esta,
orrible incertidumbre, y disimular mis sospechas, hasta
que esté enteramente convencido. En la mesa se colocó
po de Amanda, y sus ojos sin cesar se volvian há-
do e
- alma, empezaba á obrar. Ya disfrutaban de antemano del
éxito de su artificio. Lady Eufrasia en particular estaba
alborozada de vengarse del sensible corazon de Morti-
mer: de volverle todo lo que este la habia hecho sufrir, y
añadir todo lo que dependiese de ella, á las desgracias que
prontamente iban á descargar sobre Amanda.
mbien Amanda notó el abatimiento de Mortimer: se
ovió, y concibió algunos temores de su causa. La tia
rtimer habia rehusado interceder con su padre, ú
acaso estaba mas fuertemente estrechado á unirse luego
con Eufrasia; acaso vacilaba entre el amor y el deber. Es-
_ta idea helaba su corazon. Pero no, decia ella, esto no
puede ser. Si lord Mortimer pudiera mudarse, no me de-
jaria ignorar su mudanza. A
Al anochecer, la concurrencia llegó á ser mucho mas
numerosa. Pero lord Mortimer se mantuvo largo tiempo
so pensativo. Amanda por casualidad se encontró sen-
tada á su lado. Estaba sobresaltada de verle tan pálido y
tan abatido, y le manifestó sus inquietudes sobre su salud.
En efecto, respondió Mortimer con un suspiro, no estoy
muy bueno. -
_Al mismo tiempo observó que Amanda le miraba con
E: Head pero le habia ya pasado el tiempo en que
una mirada semejante le habria trasportado: ahora le ma-
: - nifestaba un sentimiento que tenia en el dia suficientes
A
+ ei
me o
' «
—t4—
imotivos para mirar como fingido 2
siones, aniquiladas por su propia vi ia, lo dejaban en
una especie de calma, y la tristeza era su sentimiento do-
minante. Aunque llorando a mente la perfidia de
Amanda, no estaba en estado de echársela en cara. La
miraba con una ternura taciturna, y cuando ella le mani
festó su pesar de verlo indispuesto, se conte: tó con repli-
car: ¡Ah Amanda! el hombre por quien vos realmente sen-
tís un tierno interes, debe ser feliz. E Pa
Amanda, no sospechando un siniestro sdntid o oculto ba-
jo estas palabras, las recibió mas bien como una e
que empleaba lord Mortimer para pintar su propié
no dudó que él mismo se creyese el objeto de todo
rcs que ella podia manifestar, y esta idea la go sus in-
quietudes.
Su conversacion fué entónces interrumpida por Miss
Malcolm, que vino riendo á colocarse al lado de Mortimer,
para levantar, segun decia, sus espíritus abatidos.
CAPITULO Vi.
; e >
Desde esta noche al dia del baile, nada aconteció intere-,
sante. La mañana de este dia, estando Amanda en el sa-
lon con las damas, entró Lord Mortimer. Lady Enfrasia
no supo hablar de otra cosa mas que de la fiesta á iba
á asistir, que seria la mas bella que se habia visto en to-
do el invierno. Fe
Yo espero, le dijo Amanda, que mañana por la 2,
podreis darme una fiel descripcion de ella. ¡Por qué, pues?
dijo Eufrasia. ¿¡Tendreis necesidad de mis descripciones,
despues de haberlo visto y oido todo vos misma?—Sin du-
da que no, si yo fuese; pero esto no será. ¡Cómo que no!
¿vos no ireis al baile esta noche? esclamó Lady Eufr
¡Ay mi Dios! hija mia, añadió Lady Greystock, ¿qué fe nta-
sía rara os ha venido? Mi querida Lady Greystocl
“0 +
$
ie a —8S—
con un tono de buen humor que no le era ordi-
ado por la misma resolucion de Amanda, no
gais á Miss Fitzalan.
ué! realmente no ireis al baile? esclamó Mortimer con
una sorpresa y un disgusto conocidos. No, Milord, dijo
ella. Yo aseguro, dijo la marquesa, aun mas contenta
que su hija de la resolucion de Amanda, y que favorecia
una liga que habia formado despues de eva tiempo,
que desearia que mi hija fuese tan razonable como Miss
Fitzalan. Se queja desde esta mañana de hallarse indis-
puesta, y esto no puede inducirla á renunciar á este baile.
Lady Eufrasia, que jamas habia estado mejor de salud
que en el momento en que su madre la hacia pasar por
enferma, se disponia á contradecir lo que la marquesa ha-
bia dicho, cuando la detuvo una ojeada que le hizo enten-
der que tenia motivos para hablar así.
¿No podemos esperar, Miss Fitzalan, dijo Mortimer,
que una resolucion tomada tan de repente podrá ser aban-
donada con la misma prontitud?—No, Milord, no ha sido
tomada con la precipitacion que suponeis. Lord Morti-
mer, procurando adivinar esta resolucion, iba y venia ma-
nife tando la mayor agitacion. Amanda, dijo él, ¿habeis
olvidado - vuestra promesa conmigo? No, dijo ella.—;¡Pues
me esplicareis lo que os impide 6 ó aparta de cumplirla?
—Con mucho gusto, Milord.—¿Cuándo, pues? preguntó
Lord Mortimer con todas las señales de impaciencia, pues
no podia soportar el tormento de la incertidumbre; pero
deseaba mas obtener una esplicacion relativa á Belerave,
que sobre el baile.
Mañana, Milord, dijo Amanda, pues vos lo exijís, os es-
plicaré el por qué no cumplo la promesa que os he hecho,
y me lisonjeo, añadió con un modesto rubor, que aproba-
“reis mis motivos. Lord Mortimer no dudó que la seriedad
que habia usado pidiéndole esta esplicacion, hubiese he-
cho comprender á Amanda su verdadero y principal ob-
jeto. ¡Hasta mañana, pues, es preciso que yo sufra mi in-
quietud!
Entre tanto, Amanda suponia que el pesar de Mortimer
O
—86 == ¿ En
nó tenia otra causa que el no verla en el baile. ?
da de esta idea, estaba determinada po Mud el verd
ro motivo que se lo habia in:pedido, segura de que obten-
dria su aprobacion, y de que abriria al pobre Rusbrook un
manantial de nuevos socorros en la generosidad de Morti-
mer, á quien se hallaba obligada á confesar lo que habia
hecho por aquel padre de familia desgraciado.
Por la tarde, Amanda asistió al tocador de Eufrasia,
quien le habia pedido espresamente que la ayudase á ves-
tir. Serian cerca de las seis cuando vió marchar la com-
pañía sin el menor pesar de no seguirla. Feliz por la sa-
tisfaccion que tenia de sí misma, disfrutaba de una calma
deliciosa esparcida en el alma; calma á la verdad engaño-
sa, que adormeciéndola en una confiada seguridad, iba á
descargar con mayor violencia sobre su cabeza la tempes-
tad que se le acercaba: calma semejante á la que deseri-
be Shakespeare en estos hermosos versos:
Cuando los cielos serenos
manifiestan mas bonanza, y
viene el furor de los vientos AS e
á arrebatarles su calma. E"
Amanda se habia quedado en el gabinete tosidor de
Lady Eufrasia, y leia la historia sentimental de Pablo Ma-
ría. Su lectura la ocupaba enteramente, y lloraba el des-
tino de la amable María, cuando un ruido repentino la hi-
zo volver la cabeza, y vió con tanto horror como sorpresa,
al coronel Belgrave que se acercaba. Levantóse despavo-
rida, y corrió hácia la puerta; pero él se puso delante, la
tomó en sus brazos, y la derribó sobre el sofá, cerrándola
ásperamente su boca, para impedirle gritar. PEE
Ni vuestros gritos, ni vuestra resistencia, le dijo él, os
pueden servir. Podeis creer muy bien que no me he po-
dido introducir aquí, sin el socorro de un amigo que vigi-
la, y podeis estar segura de que nuestra conferencia no
será interrumpida. Amanda se estremeció, á la noticia de
semejante traicion, y convencida por lo que Belgrave le
a
$ $ e
no debia esperar SOCOTTO, procuró sl
su espíritu, y emplear e a valor.
nestro proyecto, coronel Belorave, le dijo ella, es igual
mente vil é insensato. Aunque introducido aquí po a la.
traicion de algun criado, debeis estar muy seguro de E
el marques de Rosline, que habiéndome dado a
me debe su proteccion, no dejará sin venganza el insulto
que me haceis en su casa. El marques va á volver al mo-
mento: si vos no quereis ser deshonrado, retiraos sin tarda.
-¡Oh! no, replico Belgrave, no es para retirarme tan fá-
cilmente el haber tomado tanto trabajo en acechar con
tanta inquietud el momento de tener con vos esta confe-
rencia. No temais ningun insulto; pero no os dejaré hasta
que os haya es do claramente mis intenciones. Mi
or, ó mas bien mi adoracion, no ha sufrido mengua al-
gus por nuestra separacion; y siempre que un feliz acaso
os ue á mí, no descuidaré de aprovechar la ocasion.
¡Gran Dios! dijo Amanda trasportada de indignacion.
¿Cónio teneis la audacia de confesar vuestros insolentes
proyectos, que sabeis .0. de mucho tiempo que no podeis
conseguir?
¿Y por qué? mi abras Amanda, dijo él procurando te-
nerla apretada contra su seno, mientras que ella lo recha-
zaba con todas sus fuerzas; ¡por qué no tendrán efecto mis
proyectos? ¡Por qué os obstinais en rehusar la riqueza y
la dicha? ¿Por qué desechais el ardiente y sincero amor
un hombre que creyó, haciendo vuestra felicidad, apo-
yar en ella la suya? Mi yida y mis bienes están á vues-
tras órdenes; mi reconocimiento eterno os pagará el ligero
sacrificio que me habreis hecho. No vacileis en procura-
ros el contento, que una alma generosa como la vuestra,
encuentra en la fruicion de tan dulces placeres; no vaci-
leis en asegurar la independencia - estro padre, y los
tos de vuestro hermano, y estad segura de que si la
union que he formado bajo tristes auspicios, engañado por
las apariencias de perfeccion, se puedes AARErS mi mano
y mi corazon todo será vuestro.
+ ¡Monstruo! esclamó Amanda; aun cuando vuestra mano
A,
-
. > +
“y
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00
fuese libre, yola os con horror, como el resto de
vuestros ofrecimientos ad de atormentarme con vues-
tra presencia; si no, llamaré á mi justa defensa á aquellos
que tenlrán el poder y la voluntad de castigar vuestra
insolencia. Con esta consideracion, y con la certeza de la
inutilidad de vuestros esfuerzos, abandonad sua a eri-
minales deseos; pues estad seguro de que sois objeto
horroroso para mí.
Acabando de hablar, y llamando á su socorro todas sus
fuerzas, se desasió de él, y procuró ganar la puerta. El se
puso aún delante de ella inflamado:de e lera, y arrojándo-
le una mirada horrorosa. Amanda queria evitarle, pero él
la agarró de nuevo en sus brazos: ella dió dos grandes gri-
tos, y no pareciendo nadie, su terror se aumentó. >
¡Oh Belerave! le dijo temblando, si teneis algun senti-
uáehto de honor, si os queda alguna humanidad, retiraos;
yo os perdonaré y callaré todo lo que ha pasado, £ _me
concedeis lo que os pido. |
Yo os incomodo, Amanda, dijo él con un tono mas sua-
vizado; pero creedme: aunque en vuestra crueldad é infle-
xibilidad no os haceis cargo del nfal que me causais, mi
alma sufre cruelmente por el que yo os causo: escuchadme
con calma, no me permitiré ningun acto que pueda ofen-
deros. El la volvió á conducir sobre el sofá y continuó.
Alucinada por falsas ideas, hnís y detestais al solo hom-
bre que ha tenido la franqueza de haceros eonocer sus
verdaderas intenciones. Vuestra credulidad é inesperien-
cia os han chasqueado ya: habeis creido que Sir Cárlos
Bingley era uno de vuestros apasionados adoradores, mien-
tras que yo puedo responderos de que aficionándose por
vos, solo escuchaba la vanidad que le lisonjeaba, y la es-
peranza de obtener de vos alguna preferencia que le dis-
tinguiese. El no ha tenido otro objeto, como él mismo me
lo ha confesado, y si vos hubiéseis aceptado sus fingidos.
ofrecimientos, habria encontrado algun pretesto para bur-
laros. Las atenciones de lord Mortimer tienen un motivo,
mucho mas peligroso para vos. El os admira, y quisiera
que creyéseis que sus miras son honradas; mas desconfiad
4 e Da,
de sus artificios: él procura sacar ventajas de la demasia-
da confianza que pondríais en él. Una vez conseguido sn
fin, os sacrificará á Lady Eufrasia, cuyas malévolas dispo-
siciones conozco bastante, para estar convencido de que
gozaria a, que se le habria hecho. de una víe-
L eciosa. ¡Ah mi querida Amanda! no creais que
ra, it y todas vuestras gracias puedan ha-
cer olvidar á la mayor parte de los hombres, ias ventajas
adherentes á las riquezas. Lord Mortimer en particular
es mas inclinado á ellas que otro alguno; es tan ambicioso
y tan avaro como su padre; y aunque tenga una verdade-
ra aversion á Lady Eufrasia, se casará con ella por su can-
dal. Como el mio es sabido, todas las promesas que os
hago las sostendré fielmente: no dudeis mas tiempo, mi
erida Amanda, sobre el partido que os propongo.
, no, yo no lo dudo, dijo ella, y se levantó. Belgrave
ag su mano. En este momento llamaron á la. puerta
de la casa con grandes golpes. Amanda se estremeció, y
Belgrave se detuvo en el razonamiento comenzado. Aman-
da creyó que era el marques que volvia á casa. No era
natural que entrase en el aposento en que se encontraba;
pero ¡cuál fué su turbacion cuando en lugar de su voz oyó
la de la marquesa y toda la sociedad, que volvian del bai-
le antes de tiempo! Jn este momento, todas las horribles
consecuencias de su situacion se presentaron á su imagi-
nacion. Ella habia sido burlada mucho tiempo, por la for-
zada política de la marquesa y Lady Eufrasia, y tenia mo-
tivos de creer despues de su odio inveterado, que se ale-
rian de ver perdida su reputacion. Veia con horror que
os ojos de la imparcialidad, las apariencias estaban con-
. lla: habia rehusado ir al baile, contra lo que todos es-
peraban: habia manifestado que se e quedaría en casa con
gusto. Todas estas circunstancias se repasarian: ¡qué ideas
iban á nacer en el espíritu de - lord Mortimer r, demasiado
propenso ya á las sospechas celosas!
Alucinada con estos horribles pensamientos, juntó sus
manos y esclamó: ¡óh cielos! soy perdida para siempre. No,
no, esclamó Belgrave arrojándose á sus piés; perdonadme,
tu
— 90 — si .
yo no turbaré mas vuestro reposo. Veo que vuestros prin-
cipios son inalterables: admiro y respeto vuestra virtud, y
ya no quiero combatirla mas. Estaba en el punto de ha-
ceros esta misma declaracion, cuando herx0s oido estos
desgraciados golpes. Reponeos, y considerad- o que de-
beis hacer en tal circunstancia. Si me ven aqu |
dida. Las criaturas diabólicas con quienes vivís,
creerán á dos testimonios reunidos para atestiguar vues-
tra inocencia. Ocultadme si os es posible, hasta que cada
uno se retire á su aposento: la que me ha introducido aquí
me hará salir, y os juro que no os importunaré mas.
Amanda titubeaba entre el partido de confiarse á su ino-
cencia, y el temor de que todo cuanto dijera fuese inútil
para su justificacion, si la encontraban con Belgrave. Ella
vió subir la compañía. En la turbacion de su espíritu, el
temor se llevó tras sí la repugnancia que tenia en tar
á Belgrave, y le hizo señal de retirarse en un gabinete
contiguo al del tocador. El obedeció, y cerró tras si la
puerta poco á poco.
Amanda, tomando con precipitacion un libro, procuró
componcerse; pero sus esfuerzos fueron vanos, y estaba to-
da temblando. Su agitacion.se aumentó, cuando Lady
Eufrasia la llamó desde afuera para que le abriese: corrió
á la puerta, y pensó desmayarse al encontrarla cerrada,
ignorando que lo estuviese; le costó algun trabajo abrirla,
y entró toda la compañía seguida del marques.
Por vida mia, dijo la marquesa, que Miss Fitzalan no
quiere ser turbada en sus meditaciones. Vos sin duda es-
tareis admirada de vernos volver tan prontamente; pero la
pobre Eufrasia se hallaba mala en el baile, y nos he
vuelto con ella. E
Miss Fitzalan, á lo que pienso, no está mejor que yo, di-
jo Lady Eufrasia alo 'o atentamente á Amanda. qa
Dios! dijo lady Greystoc , ¿qué teneis, hija mia? teneis el
semblante de un muerto. Miss Fitzalan ama la soledad,
dijo el marques, previniendo la respuesta de Ama da á
Lady Greystock; cuando he vuelto á casa, habrá cerca de
una hora, la he hecho suplicar que me honrase con su
AS
A
compañía en el salon, y os aseguro que se me ha negado.
clar
ne efecto, el marques habia pedido verla; pero nada de
esto se habia dicho á Amanda. Os protesto, Milord, dijo
Amanda, que nadie me ha pedido tal cosa de vuestra par-
te. Y bien , hija mia, preguntó Lady Greystock, ¿cómo ha-
beis empleado vuestro tiempo? He leido, señora, dijo
Amanda balbuciendo y poniéndose pálida.
Vos ciertamente no estais buena, dijo Lord Mortimer,
que estaba sentado á su lado; temo que no os hayais aban-
donado á ideas melancólicas; y tomándole la mano tierna-
mente, continuó, pues seguramente esta noche teneis algo
de estraordinario. Amanda queria responder, pero su gran-
de conmocion le cortaba la palabra, y algunas lágrimas
corrian sobre sus mejillas. Lord Mortimer | conoció que de-
seaba no se ocupasen de ella.
En este momento, Lady Eufrasia se e aba de un vio-
lento dolor de cabeza; La marquesa hizo como que queria
tocar la campana. pero Lady Eufrasia se opuso á ello; y
en seguida, como si en aquel instante se acordase, dijo que
se encontraria en el gabinete una botella de agua de alu-
na , que la aliviaria ciertamente.
Al nombre de gabinete, la sangre de Amanda se heló
sus venas: pero cuando vió á la misma Lady Eufrasia
antarse para entrar en él, si la muerte se hubiese pre-
sentado bajo las formas mas espantosas, no le habria ins-
pirado mas horror. Síguela con los ojos, y con un sem-
blante en que se pintaban el desacuerdo y el espanto reu-
nidos, como el de Macbeth cuando veia el espectro de Ban-
Lord Mortimer, observando el desórden de toda su fiso-
a, comenzó á espantarse, la tomó la mano temblando,
sclamó: Amanda, ¿qué significa esta agitacion? Pero to-
la atencion de la compañía fué. atraida por un grande
frasia, que salia del gabinete seguida del coro-
nel Belgrave.
da Dios! esclamó Mortimer dejando la mano de Aman-
da y levantándose con recipitacion. Amanda arrojó una
mirada sobre todos los que la circuian, y vió todos los ojos
—92— A
fijos sobre ella con la espresion de la admiracion y del des-
precio. Este choqne era demasiado violento para poderlo
soportar. Su imaginacion se penetró de la idea confusa
de que habian armado un lazo para perderla: esclamó con
una voz moribunda: ¡Yo soy perdida! y cayó trastornada
sobre el sofá. po
Lord Mortimer á su esclamacion se estremeció. ¡Oh cie-
los! esclamó poniendo los ojos sobre ella: pero luego, inca-
paz de aguantar la escena que iba conduciendo al descu-
brimiento que acababan de hacer, dándose un golpe con
la mano en la frente, salió del aposento. *
En la antesala fué detenido por Mistriss Jánes, la mu-
chacha que dieron á Amanda para servirla. ¡Ah Milord!
le dijo ella, temo que no haya sobrevenido alguna desgra-
cia arriba. ¡Oh mi querido señor! ¡cuánto cuesta algunas
veces ser demasiado buena! Si hubiese creido que pudie-
se originarse algun mal de mi indulgencia, por ceder á los
deseos que tenia Miss Fitzalan de ver al corunel Belgrave,
habria podido rogarme é instarme mucho tiempo, pero sin
efecto. ¡Cómo! dijo Mortimer, ¿es ella quien os ha pedido
que introdujéseis al coronel Belgrave en esta casa?
Ciertamente, Milord, ella me lo ha pedido; pues cs u
cosa que jamas la habria hecho sin esta circunstancia. M
ha rogado é instado mucho tiempo á que buscase al;
medio para hacerle entrar; me ha contado una larga paté-
tica historia capaz de enternecer un corazon de pedos de
sus amores con Belgrave antes de su casamiento.
¡Justo cielo! esclamó Mortimer, ¡cómo me ha engañado!
é iba á salir, cuando Mistriss Janes le detuvo por el ves-
tido. d dy e
Yo seguramente perderé mi colocacion, dijo fingiend
llorar, pues Milord y Milady jamas me perdonarán - o
introducido de este modo un hombre en su casa; con !
yo no he creido que hubiese un grande mal e |
me he dejado llevar sino por la demasiada ]
corazon; pues ¿cómo resistir ¿una pobre y queri
que se lamenta y dice que solo quiere des
querido Belgrave? Lord Mortimetillo pudo oir
desasió de Mistriss Janes y salió de la casa.
A
da coc de espíritu.
a: ques levantándose y acercándose á él, vos
1 dis onareis de saber que solo la traicion de
ros criados me ha arrojado en la situacion
en que e Para mi justificacion debo deci-
io! mcho tiempo por parte del coronel Bel-
E e una persecucion tan degradante por su
arácto, e de, o insultante por el mio. Cuando con la ma-
ha entrado esta noche en este aposento,
1 que tenia un amigo en esta casa, que le
1 A infroducido. Los derechos de la hospitalidad, Mi-
me constituyen bajo vuestra proteccion. Yo exijo
S va al momento quién en vuestra casa ha favore-
o el insulto tramado contra mí, persuadida que averi-
1 ado este odioso misterio, mi conducta será justificada,
mi reputacion puesta al abrigo de la c a la. 3
e
Lo que vos exigiís, señora, dijo el marq on una ma-
liciosa sonrisa, no es s ta fáci Bordados i el mun-
de rédul como imaginais. Vuestra es-
nilitud; ; nadie en mi casa se ha-
O e que cs quejais, sa-
mis criados . aba onsecuencia para ellos
do pa ca re mE espues, señora, sl
o nu , no ha-
E consentido «
amd cap od
iente, la ill
e este disc
Zigfbceltár
at n mi ps he vis semejan-
uesa; aun quiere hace e Mi
x $.
'Greystock, como “ella ha Fail
$
+3
AS
confiada á mi cuidado, creo que es necesario aclarar este
asunto. Os suplico me digais, dijo ella al coronel, ¿por
qué medio habeis sido introducido aquí? En cuanto á es-
to, señora, respondió el coronel, escusareis mi silencio. Yo
os aseguraré solamente, dijo arrojando una mirada sobre
Amanda, que cuando me he ocultado, no ha sido por amor
de mí; con todo, estaré siempre pronto á defender las cir-
cunstancias de mi conducta, que no creo deber revelar.
Señor, dijo el marques con altanería, aquí no se trata de
esplicar ni de defender vuestra conducta; yo no na ni
derecho ni voluntad de mezclarme en los asuntos de Miss
Fitzalan.
El coronel, habido saludado á la compañía, se retira-
ba, cuando Amanda corrió hácia él, y le tomó por el.
zo. Ciertamente, esclamó ella pudiendo apenas re
vos no podreis ser tan inhumano para retiraros sin
esplicado todo lo que ha pasado. ¡Oh Belgrave! no me
dejeis presa de la calumnia; si conservais alguna esperan-
za de perdon del que nos ha de juzgar á todos, salvadme
del deshonor, manifestando lo que ha pasado entre no-
sotros.
Mi' querida niña, dijo él á media voz, pero bastante alto
para ser oido, todo cuanto yo diria seria inútil. Vos veis
que todos cuantos nos cercan, están decididos á ver las
cosas bajo otro aspecto del que nosotros lo present
mos. Calmaos, 'yo os lo suplico, estad segura de q que
mientras viva, nada os faltará, e, Hablando así, se
desembarazó de ella y salió del aposento, dejándola, por
decirlo así, clavada en el suelo, na de a inso-
lencia y perfidia semejantes.
Yo sentiré toda mi vida, dijo Lady cralitoa haberla
tomado conmigo. Despues de algunos indicios que he te-
nido á mi llegada á Lóndres, no es la primera vez qu que me
he visto tentada de volverla á enviar á su padre; pero una
necia compasion me ha detenido. Yo esperaba que fre-
cuentando buenas compañías se corregiria, y t el
dulce consuelo de salvar una criatura de su ruina. —Cier-
tamente, dijo la marquesa, despues de los disgustos que
20 —ÁÑ FR
he sufrido de su familia, solo la amistad de Lady Grey
1 udo determinarme* recibirla en mi casa.
ha, añadió el marques, que yo habria to: do
un , partido con respecto á ella si me hubiese pertenecido
como á vos; y á vos sola, Milady, toca decidir. Yo creo
absolutamente cesario que Lady Eufrasia se ausente,
- mientras que del Fitzalan quede en casa. Voy á dar
deme para que podamos mañana partir á la campaña.
eguramente, Milord, os seguiré allá, dijo la marquesa.
Yo no puedo sufrir mas su “vista; ni tampoco quiero que
se E ha sido arrojada de nuestra casa, aun cuando
merezca este tratamiento. El solo partido que hay que
tomar, es que parta lo mas pronto posible para Irlanda.
Cuando vuelva á su primitiva oscuridad, este acaecimien-
to mo rirá por sí mismo.
- No, dijo Amanda, no morirá; será conocido para confu-
sion eterna de los autores y cómplices de tan infame pro-
ecto. Yo espero que el cielo vengará mi inocencia; su
"Tica es segura, aunque algunas veces tarda, y su hora
llega en el momento en que menos se espera. Yo he su-
frido mucho, y sin duda aun tengo que sufrir; pero aun
creo mi situacion preferible á á la de los malvados que me
pjgercado con sus lazos; ellos deben esperimentar ago-
mas crueles que las mias, las del remordimiento. Yo
lveré á mi oscuridad, feliz por el testimonio de mi con-
de ra esta me dice que no voy á ocultar allí la vergien-
za del crímen, sí solo á buscar un asilo contra la crueldad
de mis perseguidores; crueldad que habria debido esperar
de aquellos que despues de mucho tiempo han cesado de
escuchar la voz de la sangre, > yde aquellos, añadió miran-
des á Lady Greystock, cu on está cerrado á la justi-
7 cia y humanidad: Acabando estas palabras, salió del apo-
- sento, dejando á la marquesa y á Lady Greystock temblan-
En do de rabia y esclamando: ¡qué de yergton 2. qué inso-
: z ia! > < ELO
: Retirada. Aia á su cuarto, Mistriss' Janes, á quien
iS € cnriótidad habia atraido con los otros criados cerca de
la puerta de la pieza que Amanda dejaba, la sigue.
6
Las conmociones que acababa de esperimentar, y ql
bia contenido. cuanto le habia sido posible, revent
entonces con toda su viole:ucia; las lágrimas y los s
le cortaron la respiracion. La ama de llaves y
Janes la desnudaron, y ayudaron á ponerse en-la cama.
Cuando ella pudo hablar, pidi» que se le procurase un
carruage para marchar al dia siguiente temprano á Irlan-.
da: se lo prometieron, y á sus ruegos la dejaron sola.
La marquesa habia logrado un éxito completo en la eje-
cucion de su plan contra Amanda; pero no era por esto mas
feliz. Triunfaba en la desgracia de Amanda; peo temia
que este triunfo solo fuese pasagero. La habia hecho
caer en el lazo, pero no estaba segura de retenerla en él.
No tenia confianza en los que le habian servido en sus de-
signios, pues los malvados desconfian siempre > E
otros. Ellos podian venderla; Belgrave podia arrepentir-
se. Sin embargo, estos peligros, si eran reales, estaban
aún lejos, y en tanto que tardaban en verificarse, podria
conseguir el objeto principal que se habia propuesto, que
era el casamiento de su hija con Mortimer. Mucho tiem-
po hacia que buscaba un medio de perder áj¡Amanda, no
solo en el concepto de Mortimer, sino tambien en la opi-
nion pública. Conocia el libertinage é inmoralida
Belgrave, y habia juzgado que no rehusaria la ejecuc
de un plan que podia conducirle á la posesion de Ama
da. Belerave, habiendo descubierto la residencia de Aman-
da, habia encargado á su criado, digno confidente y coo--.
+
perador de todas sus infamias, el descubrir algun medio
de introducirse con Amanda. Este hombre, para conse-
guirlo, se habia dedicado á obsequiar á Mistriss Janes, á
quien la marquesa habia colocado con Miss Fitzalan; co-
dl . . > A 3 . ¿e
nociéndola capaz de practicar todos sus planes. El cria-
do hizo conocer á Belgrave Mistriss Janes, el cual le hizo
un hermoso regalo para hacerla entrar en sus malvados
planes. ca pes
Mistriss Janes habia denliparie á la marquesa y á su
hija de los proyectos del coronel Belgrave, y desde enton-
ces habian buscado medios para conducirla á una escena
Er
Ú
e
a
rejante á la que acabamos de : ver. Pero la condu
da habia hasta entonces desconcertado sus mi-
fin, haber rehusado Amanda ir al baile, les pro-
orcionó esta ocasion. Lady Eufrasia habia sido instrui-
da del estratagema, y desde la mañana habia hablado de
su indisposicion, á fin de prevenir una esplicacion natural
de la vuelta precipitada que se preparaba.
- Mistriss Janes habia introducido al coronel en el gabi-
Jato por una puerta que daba á un corredor, y mientras
que Amanda estaba ocupada en su lectura, habia salido
poco á poco y cerrado la puerta que daba entrada al ga-
binete tocador, como hemos dicho ya.
Cuando Lady Eufrasia manifestó que estaba indispues-
ta, y 1e no podia quedarse en el baile, Mortimer le ofre-
ció pañarla á su casa, y si él no lo hubiese propues-
to, la marquesa se lo habria rogado. Elmarques vela en
Amanda una rival diestra y peligrosa de su hija, y por
esto la aborrecia. Las leyes de la hospitalidad le obliga-
ban á tratarla con cortesía; pero abrazó con alegría la pri-
mera ocasion que se presentaba de manifestarla su aver-
sion.
- Lady Greystock comprendia perfectamente que habia
rama; pero estaba enteramente dispuesta á encontrar
o ya clarar culpable 4 Amanda, lo que era suficiente para
3 , MAIquesa, El marques dejó á las damas juntas, y se
fué á dar órdenes para el viage del dia siguiente.
- Un momento despues de haberse separado, se oyó lla-
mar á la puerta fuertemente. Conjeturaron que en aque-
lla hora solo podia ser Mortimer, y no se engañaron. Des-
pues de haber divagado mucho tiempo por las calles su
friendo imponderables agonías, volvió á Portman-Square.
et imaginacion le presentaba á Amanda oprimida de ver-
de y sufriendo crueles reconvenciones. La idea de
tormentos hacia olvidar á á Mortimer todos sus supues-
tos deslices y la perfidia de que era culpable. El hombre
está sujeto á cometer una falta, decia, y el mas noble es-
fuerzo es el perdonar. Diciendo algunas palabras de con-
suelo á esta jóven infeliz, aliviaria su corazon. Afligido
TOM. II. 7
> ETA
BP
A
y todo en desórden entrá en su aposento y E
en él á las damas, las que al verle tomaroz un semblante
muy triste. : e
Milord, dijo la marquesa, estoy muy contenta de veros
aún. Como amigo de la familia, esperamos que nos dareis
vuestros consejos en estas circunstancias. Yo creo, dijo
Lady Greystock, que Milord debe estar tan embarazado
como nosotros para saber lo que es necesario hacer. Aun
¡si él se hallase en situacion de repararlo! pero un hom-
bre casado ¡es una cosa horrible!
¡Monstruo execrable! esclamó Lord Mortimer levantán-
dose de su asiento y dando vueltas por el aposento; seria
hacer un grande servicio al género humano purgar la tier-
ra de él. Pero ¡dónde está la desgraciada? dijo con una
voz interrumpida, y sin pronunciar el nombre de Amanda
En su cuarto, respondió la marquesa, y os aseguro, conti-
nuó, que ha manifestado mucha insolencia cuando Lady
Greystock le ha hablado de volver á Irlanda. En cuanto
á mí, yo la dejaré hacer lo que guste. En seguida habló
de la resolucion que el marques habia tomado de dejar la
casa é irá la quinta, hasta que Amanda hubiese marcha-
do, y añadió que ella y su hija le seguirian.
Seguramente, dijo Lord Mortimer, no tiene otro parti-
do que tomar, que volver al lado de.su padre; pero permi-
tid, Milady, el que os suplique que no mireis como inso-
lentes las espresiones que pueden habérsele escapado; que
tengais piedad de su desgracia, y que endulceis sus penas.
¡Ah, mi Dios! dijo Lady Eufrasia, yo estoy penetrada de
una compasion tal por ella, que he pensado enfermar.
¡Vos, pues, habeis tenido piedad de ella! dijo Mortimer *
sentándose al lado de Eufrasia. ¡Qué! ¿vos le habeis teni-
do compasion y habeis endulzado sus penas? Sí, dijo ella.
Si alguna vez Lady Eufrasia ha tenido algun atractivo á
los ojos de Mortimer, fué en este momento, en que tuvo la
sencillez de creer que habia derramado una lágrima sobre
la suerte desgraciada de Amanda. : o Jan
El la tomé la mano. ¡Oh! mi querida Lady! la dijo con
el acento de la ternura, ella sin duda tiene necesidad de
zz
e q. prado as VS e ”k e
uelo; solo de la mano de una muger puede otra mu-
“esperar alivio en las heridas de su corazon. Lady Eu-
frasia se apropió la espresion; dijo que iba al cuarto de
Amanda, y él la condujo hasta la puerta. Vos vais á ha-
cer el oficio de ángel consolando á los afligidos. ¡Ah! ¡es
este un ministerio que sienta tan bien á una persona jó-
ven y amable!
_Eufrasia le dejó; pero en lugar de ir al aposento de
Amanda, se retiró al suyo para ecshalar su rabia en impre-
caciones contra Lord Mortimer por la inclinacion que aun
conservaba hácia Amanda. Habiéndose Eufrasia retirado,
Lady Greystock volvió á contar todo lo que le habia di-
cho Mistriss Jennings, y lloró la fatalidad que le habia he-
cho tomar á Amanda en su compañía.
Este asunto era demasiado desagradable á Mortimer, y
así se despidió de las damas. Habia oido hablar de sus
preparativos para la Marcha del dia siguiente, y diciendo
que le quedaba poco tiempo para tomar algun reposo, se
retiró precipitadamente, encargando á su criado que vela-
se sobre lo que pasara, y le instruyese del momento en
que dejasen la ciudad.
Sola Amanda y fatigada por tantas conmociones, se rin-
dió al sueño, que le atrajo el olvido pasagero de sus penas.
Despertóla el ruido que se hacia en la casa. Oyó un car-
ruage, y creyendo ser el que habia pedido para su mar-
cha, se fué á la ventana, desde la cual vió la carroza del
marques, y que subieron á ella él, su muger y su hija.
Luego de partida la carroza, llamó y compareció la ama de
llaves en lugar de Mistriss Janes, que se habia llevado la
marquesajá la casa de campo. Amanda preguntó si ha-
bian dejado un carruage para ella. La muger respondió,
que cuando en la víspera habia dicho que le tomasen, era
demasiado tarde; pero que desde luego iba á enviar á
buscarle. ,
Amanda se ocupaba en hacer su paquete, cuando una
criada entró y le dijo que Lord Mortimer estaba abajo y
pedia permiso para verla. Una agitacion mezclada de
placer se apoderó de Amanda; esta no esperaba ver ya á
a
— 100 —
Lord Mortimer antes de partir á Irlanda, desde donde es-
peraba escribirle todos los pormenores del suceso. Su vi-
sita parecia anunciarle que no la habia juzgado del todo eul-
pable, pues imaginaba que venia á asegurarle que la te-
nia en la misma opinion que antes. Sí, se decia á sí mis-
ma animada de este pensamiento, yo triunfaré de la ma-
licia y de la traicion. . A
Ganó la delantera á la criada, sus piés no tocaban la
tierra, y en un momento se encontró en los brazos de Mor-
timer, que los abrió casi involuntariamente para recibirla,
sin lo cual débil, trémula y fuera de sí como estaba, ha-
bria caido á su vista: colocada sobre un sofá, y levantando
la cabeza de encima de la espalda de Mortimer, esclamáó:
¡Ah, ya os veo aquí! Sí, vos habeis venido á consolarme.
Pluguiera al cielo que estuviese en estado de poder dar y
recibir consuelos, respondió Mortimer; tal vez llegara el
momento, (á lo menos me lisonjeo que llegará) en que
ambos estaremos mas serenos. Endulzar vuestras penas
será. aliviar las mias; pues jamas, no, jamas se borrarán
de mi memoria el amor y estimacion que he tenido hácia
Amanda. -
¿El amor y estimacion que habeis tenido hácia mí? dijo
+ Amanda repitiendo las palabras de Mortimer, ¿luego no
me los teneis ya? El tono doloroso con que pronunció es-
tas palabras, penetró el corazon de Mortimer, y no hallán-
dose en estado de hablar, se levantó y fué á una ventana
á ocultar su agitacion. esa
Sus palabras, y despues su silencio, hicieron sospechar á
la desgraciada Amanda una cruel verdad, esto es, su se-
paracion de Mortimer. Vió en el concepto de este su ho-
nor perdido, y que habia llegado á ser ya el objeto de su
desprecio, despues de haber sido el de su estimacion y el
de su amor. Su amor era escesivo; pero la fiereza de su
inocencia ultrajada la inclinaba al disimulo, y mientras
Lord Mortimer estaba enla ventana, procuró salir del apo-
sento sin ser observada; pero antes de llegar á la puerta,
un desfallecimiento le quitó las fuerzas; sintió que las pier-
Bas le flaqueaban, y cayó en el suelo dando un grito. Lord
e
— 101 —
Mortimer, desatinado, llamó los criados á su socorro; la le-
vantaron, y poniéndola sobre un sofá lloró sobre ella.
Y o he lastimado vuestra alma sensible, mi querida
Amanda, le dijo él; pero con el mismo golpe he despeda-
zado la mia. ¡Ah! la mas querida para mí aún de todas
las mugeres! si el mundo tuviera de vuestros errores la
misma compasion que yo, jamas habríais llegado á ser el
objeto de la calumnia y del desprecio. ¡Qué palidez! ¡qué
flor encantadora marchitada antes de tiempo! pero ¿una'
alma como la suya, elevada y noble en su orígen, debia su-
cumbir bajo tanta deshonra? ¡Execrable Belgrave! habeis
destruido la mejor obra de la naturaleza. ¡Oh mi querida
Amanda! cuán grande es mi desgracia! Mientras el pe-
sar de haberos perdido despedaza mi corazon, es preciso
que disimule, sin tener siquiera el triste consuelo de ma-
nifestar un dolor de que el mundo se burlaria.
Así Mortimer ecshalaba su dolor al lado de Amanda des-
mayada. La ama de llaves, que hasta entonces habia es-
cuchado á la puerta, compareció por fin y ofreció socorros:
los suspiros de Amanda anunciaban un pronto recobro de
sus sentidos. Lord Mortimer, no pudiendo sufrir las que-
jas dolorosas, á las que no dejaria de abandonarse al vol-
ver en sí, se determinó á alejarse antes de que hubiese
vuelto á tomar todo su conocimiento. | *
Miss Fitzalan, dijo á la ama de llaves, partirá esta mis--
ma mañana; yo me encargo de procurarle un carruage y
“un hombre que la conducirá hasta la casa de su padre.
Sed buena y dulce con ella, mi querida señora, y contad
con mi eterno agradecimiento. Cuando haya del todo vue.
to en sí, entregadle esta carta. La ama de llaves prome-
tió hacer todo lo que deseaba, y él se marchó.
- Su proyecto era enviar á Amanda á Irlanda con una an-
tigua criada de su madre y un criado de confianza. Le
habia indignado la conducta de la marquesa y de Lady
Greystock con respecto 4 Amanda, y la inhumanidad con
que habian abandonado á esta desgraciada. La carta que
habia dejado para ella, escitó tan vivamente la curiosidad
de la ama de llaves, que cedió á la tentacion de abrirla,
-
— 102—
en tanto que Amanda no estaba en estado de observarla:
La carta estaba de modo que se podia abrir y volver á
cerrar con la mayor facilidad. ¡Su admiracion fué estre-
ma al ver que contenia un billete de banco de quinientas
libras esterlinas. La carta estaba concebida en estos tér-
minos. |
“Amanda, miradme en adelante como hermano, y acep-
“tad los servicios que en esta calidad puedo haceros; esto
“Será para mí un consuelo que vos misma, me lisonjeo, es-
“tareis dispuesta á darme. Es necesario que volvais al
“lado de vuestro padre; no vacileis, os ruego, en hacer uso
“de este billete: vuestra condescendencia en este punto
“me probará que conservais aún un sentimiento de amis-
“tad por
Fl
ina
“Mortimer.”
¡Qué suma! esclamó la ama de llaves, examinando el
billete de banco. ¿GQué hermosa fortunilla para una mu-
ger de bien, si puedo juntarla con mis ahorros? Es lásti-
ma que cayese en manos de semejante criatura. La ama
de llaves de Milady era tan fértil en invenciones como su
misma señora. Corria á la verdad algun riesgo cometien-
do esta infidelidad; pero la ventaja era bastante grande
para hacérselo olvidar. Si podia desembarazarse de Aman-
da antes de que llegase el carruage de Lord Mortimer,
confiaba salir bien con su proyecto. Amanda, ignorante
de las atenciones de Mortimer, no se opondria al plan que -
le propusiese para su marcha. Salió llena de esta idea,
y llamando un criado en quien tenia toda su confianza, le
encargó fuese á buscar al instante una silla para el viaje.
Volvió luego al lado de Amanda, que habia recobrado al
fin su conocimiento.
Vamos, vamos, le gritó impeliéndola ásperamente, ¡ha-
beis concluido vuestras escenas trágicas? Preparaos para
vuestra marcha; el carruage que habeis pedido estará aquí
luego. Amanda, despues de haber recorrido con los ojos
el aposento, preguntó: ¿Ha marchado Lord Mortimer?
Ciertamente, respondió la cruel muge: s ha dejado ten-
AE
e
— 103 —
dida en el suelo, y al tiempo de irse dijo que no 08 daria
jamas nueva ocasion de engañarle. A esta noticia, se apo-
deró de Amanda una especie de frenesí: torcia sus manos;
hablaba de Lord Mortimer con el lenguaje de la desespe-
.racion, y arrojándose por tierra esclamó: ¡Este último gol-
pe es mas duro de lo que yo puedo AO
La ama de llaves se sorprendió, y temiendo que su agi-
tacion retardase su marcha, la levantó, y le dijo que se
«calmase antes de ponerse en camino, pues su partida no
podia diferirse, habiendo dejado órden la marquesa de
-despedirla de la casa aquella misma mañana.
¿Maldita casa! dijo Amanda, volviendo en su acuerdo
-4 las brutales amonestaciones de la ama. ¡Ok! ¡pluguiese
al cielo que jamas hubiese puesto los piés en ella! Ha-
lándose demasiado débil para hacer sus lios, dijo que si
querian ayudarla, estaria pronta á la llegada del carruage.
La ama de llaves y una criada la siguieron á su aposento;
la ayudaron á vestir y á hacer sus maletas, que dejó para
que se las enviasen á Carberry-Castle, donde tenia aún
ropa blanca y otros vestidos; de modo que se redujo á lle-
varse consigo muy poca ropa. Tenia solo algunas guineas
en el bolsillo; pero llevaba un reloj de valor, y si el dine-
ro le faltaba en el camino, sabia que de este mueble saca-
ria lo bastante para llegar hasta los brazos de su padre.
El carruage llegó por fin: ella bajó con el corazon des-
—pedazado y sosteniéndose con dificultad. Vió abajo á Ni-
colas, el criado que habia ido á buscar el carruage, dispo-
niéndose á acompañarla, lo que le dijo que era. inútil; pe-
ro él replicó que no era decoroso dejar viajar sola á una
jóven como ella: esta atencion la enterneció. La idea del
abandono en que iba á hallarse, la estremecia, y se con-
movió hasta derramar lágrimas, al encontrar un ser hu-
mano que se interesase en su favor. El carruage tomó la
uta de Park-Gate, prefiriendo Amanda embarcarse allí
que á Holy-Head. Despues de haber andado cuatro horas,
el carruage se detuvo en una pequeña casa con aparien-
cia de taberna. Amanda no queria bajar; pero era preciso
mudar los caballos. La hicieron entrar en un pequeño
lr 4
— 104 —
aposento, bajo, oscuro y hediondo. Estaba muy débil, y pi
dió té. Se admiró mucho al sentarse, de ver á Nicolas en-
trar en su aposento con un aire muy familiar, y sentarse
tambien á su lado. Al principio creyó que estaba borra-
cho; pero no observando en él síntoma alguno de embria-
guez, empezó á temer que este hombre se creia autoriza-
do á tratarla con insolencia despues de los insultos sufri-
dos en la casa del marques: se levantó precipitadamente,
y armándose de valor le mandó que se retirase, que ya le
llamaria si era necesario.
Levantándose tambien Nicolas de su asiento y siguién-
dola, la tomó en sus brazos diciéndole: ¡buen Dios! ¡Cómo
os habeis hecho tan dificil en poco tiempo! Amanda arro-
jó un grito de horror é indignacion. ¿Cómo? dijo Nicolas,
despues de lo que ha sucedido en casa, creo que no tenei
necesidad de hacer la desdeñosa conmigo. ¡Oh Dios! escla-
mó Amanda, salvadme de las manos de este miserable.
La puerta se abrió, y compareció un muchacho de la po-
sada, que dijo á Nicolas que le llamaban. Nicolas salió,
Amanda se dejó caer en una silla. La imaginacion se le
trastornaba, al pensar en los peligros que la circuian: ella
se veia en poder de uno, y tal vez de muchos miserables;
la casa en que se encontraba, le parecia propia para favo-
recer los actos de violencia, sin esperanza de encontrar so-
corro alguno. Se asomó á la ventana, con la idea de salir
por allí y escaparse; pero volvió á su desesperacion, vien-
y así no pudo sino levantar al cielo sus débiles manos.
Pocos minutos habia pasado en esta agonía, cuando
abrieron la puerta. lira la dneña del figon, quien le dijo
que Nicolas le presentaba sus respetos, y que sentia mu--
cho hallarse obligado á volver á la ciudad, y no poderla
acompañar hasta el fin de su viaje. ¡Ha marchado real-
mente? preguntó Amanda con estrema alegría. Sí, dijo la
muger; una persona que ha llegado de Lóndres le dijo que
volviese. ¡Y están prontos los caballos? dijo Amanda; le
respondieron que sí. Yo quiero marchar al momento, dijo
ella; este desdichado podria volver. La huéspeda la detu-
“do delante de ella un buen número de gentes que bebian,
E e
vo presentándole la cuenta. Amanda sacó el bolsillo y pa-
gó, rogándola no la detuviese mas tiempo.
Amanda partió, muy contenta de salir de esta casa tan
ruin. La silla habia hecho cerca de dos millas, cuando en
un camino muy solitario, ó mas bien en un sendero en me-
dio de un bosque, se detuvo de repente. Amanda, inquieta,
preguntó lo que era, y se llenó de un terror que no puede
describirse, viendo al coronel Belgrave acompañado de
Nicolas. Entonces gritó, é instó al postillon á que siguiese
adelante, pero en vano; él no se movió. Nicolas abrió la
- puerta, y el coronel Belerave se arrojó al coche. Ella quiso
salir por la puerta opuesta; pero él la tomó en sus brazos,
y el postillon tocó los caballos á.trote largo.
El criado de Belgrave se habia quedado oculto toda la
'e en la casa del marques, por los euidados de Mistriss
Ja anes, para poder instruir á su amo de todo lo que ocur-
riese consecuente á la escena de la víspera. Sabiendo que -
el marques y toda su familia habian salido al campo, fué .
fácil á Belgrave, empeñar á los criados restantes, á entre-
gar á Amanda en sus manos. Tenia por cierto que Nico-
las conduciria á Amanda hasta alguna distancia de Lón-
dres; Belerave y su lacayo fueron siguiendo el carruage.
Cuando se detuvieron á la puerta del bodegon, el coronel -
hizo llamar á Nicolas, y convinieron en que el postillon
pasaria por un camino que atravesaba el bosque á lo lar-
go, y conducia á una casa de campo del coronel. Ejecuta-
do el plan, y contento Nicolas, no de lo que acababa de ha-
cer, sino de lo que acababa de ganar, volvió á tomar el ca-
mino de Lóndres
El coche y los dos criados enviados por Mortimer llega-
ron aun mucho ántes de lo que se les esperaba, y la ama
de llaves bendijo su feliz estrella, en haber conseguido su
fin, precipitando la marcha de Amanda. Lord Mortimer,
que no podia soportar el pensamiento de dejar ir á Aman-
da sin verla otra vez, seguia de cerea el coche que le en-.
viaba. Su dolor y su admiracion fueron terribles sabiendo
que habia a ¡Marchado! repitió él
color. ”
$ ES
a? e WE.
La ama de llaves le dijo entonces que Miss Fitzalan
habia alquilado una silla sin su conocimiento, al instante
que llezó se arrojó adentro, aunque le dijeron que Milord
iba á enviarle una. Ella ha dicho tambien, añadió la mu-
ger, que no tenia la menor necesidad de vuestros cuida-
dos, y que no podia salir demasiado presto de esta casa
donde habia sido tan desgraciada, ni alejarse demasiado
de unas personas que la habian tratado tan mal.
Lord Mortimer preguntó si iba acompañada de alguno,
y si habia recibido su carta. La ama respondió afirmati-
vamente á ambas preguntas. Es regular, Milord, que ha-
yais puesto en la carta alguna cosa muy agradable, pues
se sonrió al abrir un papel que habia dentro, y esolamó:
¡Bueno! ¡bueno! esto es un consuelo.
Mortimer estuvo á pique de esclamar: ¡qué bajeza! y
se detuvo bastante, para ocultar una idea que se prese
taba á su imaginacion, y agravaba cruelmente su pecho,
representándole el objeto de su mas tierno amor, como in-
digno de él. Sin embargo, su inquietud por su seguridad
se aumentaba á cada circunstancia; él la veia emprender
un largo viaje bajo la proteccion de un criado, de quien
no estaba satisfecho; y no pudiendo soportar los temores
que le atormentaban, se determinó al instante á seguirla
hasta que hubiese llegado al puerto.
La muger que Mortimer habia enviado con la silla, vol-
vió á casa por su órden, y él subió á ella, prometiendo al
postillon recompensarle largamente si iba con diligencia.
Aun no habian mudado mas que una vez los caballos, cuan-
do lord Mortimer divisó á Nicolas, á quien conocia bien,
volviendo á Lóndres. Hizo detener la silla, y le preguntó
dónde habia dejado á Miss Fitzalan. A fé mia, dijo Nico-
las deteniéndose y quitándose el sombrero, la he dejado
en muy buena compañía con el coronel Belgrave, á quien
ella habia dado cita para el camino.
¡Qué horrible ceguedad! se dijo á sí mismo lord Morti-
mer; ¡nada, pues, la puede arrancar de lainfamia! ¡Volve-
mos á Lóndres? preguntó el postillon. Lord Mortimer va-
ciló un momento; pero en seguida respondió que siguiese.
% e A
4 Poo
Estaba resuelto á ir hasta Park-Gate para asegurarse de
si Amanda volvia á Irlanda. Apenas habia hecho una mi-
Ma, cuando habiendo pasado su silla delante de otra, cono-=*% >
ció en esta á Amanda y Belgrave. Al verlos, le acometió -
un temblor universal, y apartando los ojos esclamó: ¡Pér--
fida Amanda! Despues de haber ganado alguna delantera
al coche de Belgrave, ordenó al postillon que tomase otro
camino, y que con el rodeo de algunas millas volviese á
conducirle á Lóndres.
Era manifiesto que Amanda se habia entregado ella
misma en las manos de Belgrave, y de este modo le era
indiferente saber si iba ó no á Irlanda, pues que no podia
tener ya deseo alguno de reclamarla.
ando llegó á su casa, el primer objeto que se le pre-
tó á la vista, fué su tia Lady Marta Dormer, que á sus
tancias llegaba á Lóndres para apoyar sus proyectos.
No se puede pintar la angustia y confusion de Mortimer
á su vista; la aparicion de un espectro nole habria causa- -
do tan terrible impresion. Y bien, mi querido Federico,
le dijo la buena tia, yo no he perdido el tiempo para obe-
becer vuestras órdenes; he volado aquí, puedo decir, con
las alas del amor. ¿Pero dónde está vuestra divinidad?
tengo grande deseo de verla para rendirle mis homenages.
Lord Mortimer, en su embarazo inesplicable, se fué á la
ventana. Yo me prometo ver en ella la perla de las mu-
.geres; absolutamente quiero, Federico, conocerla hoy mis-
mo. Mi querida tia, por amor del cielo, perdonadme. De-
cidme, continuó ella, ¡cuándo empezaremos á atacar á:
vuestro padre? ¡Nunca, nunca! dijo Mortimer con un aire
trastornado. ¿Por qué, pues? suponeis, continuó Lady Mar-
ta, que será inflexible? Yo espero que no lo será á mi me-
diacion; pero decidme, Federico, ¿cuándo veremos á esta
amable joven? ¡Ay Dios! esclamó Mortimer golpeando su
frente, está perdida para mí! sí, y para siempre!
Lady Marta se alarmó, observando por la primera vez
la palidez y las miradas inquietas de su sobrino. ¡Buen
Dios! dijo ella, ¿qué hay? qué ha sucedido? Lord Morti-
mer se vió entonces en la necesidad de contarle su triste
E se a
$
ó io d: *
historia; pero la vergúenza de confesar que habia sido tan
groseramente engañado, las agonías que le causaba este
pensamiento, y la escesiva agitacion que habia tenido la
noche precedente y durante todo el dia, habian estingui-
do sus fuerzas, de suerte que le abandonaron de repente,
y se desmayó.
¡Qué espectáculo para la buena Lady Marta, que lo ama-
ba tiernamente! Conocia bien que le habia acaecido algun
triste suceso, del que estaba ignorante, y lo supo del mis-
mo lord Mortimer luego que hubo recobrado sus sentidos.
Despues de haberle hecho su afligida narracion, se re-
tiró con resolucion de no ver persona alguna. Todas sus
esperanzas eran muertas, y no podia renunciar á la triste
ocupacion de echarla de menos en su soledad. Conocia
que le era imposible arrancar á Amanda de su corazon.
La habia mirado casi como esposa, y cuando lo hubiese si-
do en efecto, el desliz que habia sufrido no le habria cau-
sado un dolor mas vivo que si la muerte se la hubiese ar-
rebatado. Cuando despues de haberse unido con ella la
hubiese encontrado indigna de su afecto, habria podido
sostener su desgracia con valor; pero verla abandonada á
un vil malvado, era un golpe que no podia soportar.
CAPITULO Vil
Amanda se habia desmayado á la entrada del coronel en
el coche, y tenia la cabeza apoyada en el seno de Belgrave
cuando Lord Mortimer pasó: permaneció en esta situacion
hasta que el coche entró en un camino desviado, donde el
.postillon se detuvo y el criado fué á buscar agua á una
casilla; se la echaron á la cara, y con este ausilio volvió en
sí, pero no podia oponer á Belgrave la menor palabra ni
movimiento. Sentia una estremada debilidad, que mira-
ba como precursora de la muerte; el abatimiento de su al-
ma habia casi estinguido en ella la sensacion de sus des-
gracias. mn
Ds
. SCA
RA
- 7 pe a Sd F E
e rapto
HT
: Rehusó | por señas los refrescos que querian hacerle to-
mar llegó en este estado cerca de las nueve de la noche
á la de Belgrave, situada en medio de un grande bos-
que. El mismo la sacó del carruage y la colocó sobre un
sofá en una gran sala. Allí comparecieron algunas muge-
res trayendo algunos cordiales que pudiesen sacarla del es-
tado débil é insensible en que estaba. Una de ellas pre-
sentó al coronel una carta que le turbó mucho. La habia
traido un espreso, avisándole que su tio, cuyo título y bie-
nes heredaba, estaba enfermo de peligro, y que era necesa-
ria su presencia al lado del moribundo.
_ El coronel no estaba tan ciego en sus amores que des-
preciase su fortuna y su interes: una sucesion le era muy
ortante, pues que sus negocios estaban desarreglados;
Mio Amanda no estaba en estado de atender á ninguna
de las proposiciones que pretendia hacerle, prontamente
tomó la resolucion de partir, contando con que á su vuel-
ta, que seria pronta, Amanda estaria no solo restablecida,
sino tambien dispuesta á ceder á sus deseos.
Despidió á las mugeres que habian socorrido á Amanda,
y tomándole la mano le dijo que estaba en la necesidad de
separarse de ella por poco tiempo, dándole á entender que
á su vuelta esperaba no encontrar obstáculo alguno á su
dicha.—Vos debeis estar convencida, mi querida Amanda,
le dijo friamente, de que vuestra reputacion está tan com-
pletamente perdida como si os hubiéseis entregado ente-
ramente á mí; y pues que el sacrificio está hecho, ¿Por qué
no sacais de él las ventajas que podeis? dd
— ¡Monstruo! le dijo Amanda, vuestros artificios han po-
dido destruir mi reputacion; pero mi inocencia desafía
vuestro poder.—Abandonad, Amanda, vuestra obstinacion,
Ó si Mi esporda” de que 4mi vuelta no me irrite al fin.
Como vos no teneis necesidad alguna de dinero, me escu-
sareis, mi querida niña, si tomo vuestro bolsillo para guar-
darlo; mis criados serán fieles cuando no sean tentados, y
cuando no tengais con qué ganarlos y corromperlos.
Entonces se “apoderó de la bolsa y reloj de Amanda, en
consecuencia de una resolucion bien formada de antemano.
¿€
2 ts bd
Habia esplicado á sus criados el modo con que queria que
fuese guardada y tratada, y ordenó que la condujes á su
aposento, y le hiciesen tomar algun alimento.
—Reflexionad bien, le dijo antes de marchar, en la si-
tuacion en que os hallais, y sabed apreciar, mientras aun
teneis tiempo, las ventajas que os ofrezco: la riqueza, los
placeres y la pasion de un hombre que os adora, no son
cosas para desdeñarse. Yo verdaderamente estoy deses-
perado por haberos de dejar; pero los placeres que me pro-
meto á mi vuelta, me indemnizarán de las penas de la
ausencia. Al acabar estas palabras, intentaba darle un be-
so; pero ella gritó, y se apartó de él. Belgrave manifestó
su mal humor; pero no teniendo tiempo que perder, remi-
ti6 á otra ocasion la espresion de su descontento, y partió.
Amanda fué conducida á su aposento, y puesta sobre la
cama con su vestido. Le ofrecieron pan y vino; pero no
estaba en estado de comer: hacer representaciones á cria-
turas insensibles de que estaba cercada, era trabajo perdi-
do. Ella sofocó sus suspiros y gemidos contra su almoha-
da, para no dar ocasion á que se alegrasen en su dolor.
Creia cercana su muerte, y era una idea horrible para ella
estar separada de los objetos de su ternura, cuya presen-
cia habria endulzado sus últimos momentos. Su padre y
su hermano, llorando, eran los cuadros tristes que se pre-
sentaban á su imaginacion.—¡Caros objetos de mi ternura!
esclamaba á media. voz, ACA dAS jamas os volverá á ver;
pero su último suspiro será para vosotros. ¡Ah! ¿por qué
me ejado arrancar del lado de mi padre?
Una jóven se acercó entonces á Amanda, y la observó
con ojos malignos. Era la hija del conserge, que se habia
dejado corromper de Belgrave á sabiendas de;
El la habia amado con ardor, y en la fuerza d
la habia hecho dueña de su casa, donde ejercia
ridad verdaderamente tiránica. Belgrave no conocia la
violencia de su carácter, ni imaginaba que tuviese atrevi-
miento para contrariar las inclinaciones de su amo, ni pa-
ra desobedecer sus órdenes, y con esta idea le habia en-
cargado particularmente el velar sobre Amanda.
2
> A
apenas habia él salido,c uando juró que, fuesen las
las que fuesen, la jóven que habia conducido á la
se quedaria en ella. Partirá, decia, aun cuando é
debiese echarme á mí misma á su vuelta: no se dirá ja-
mas que una asquerocilla como esta me lo ha robado. Las
otras criadas, temerosas delante de ella, no se atrevieron
á contradecirla.
— Vamos, señora, dijo ella agarrando á Amanda por el
brazo y levantándola de la almohada; dejad ya vuestro
aire lánguido, y marchemos.—¿Qué quereis decir? respon-
dió Amanda espantada.—Quuiero decir que vais á dejar la
casa al momento; yo me admiro ciertamente de que el co-
ronel Belgrave haya tenido la resolucion de conducir aquí
una criatura como vos. as
-—0s engañais, le dijo Amanda, si creeis que he venido
aquí de buena gana: he sido conducida por fuerza, y por
una infame traicion; yo no soy quien suponeis, y si como
decís, me permitís irme de aquí, os miraré toda mi vida
como una amiga, y rogaré por vos todos los dias.—¡Oh que-
rida! respondió la jóven, no se me engaña tan fácilmente.
Vamos, dijo á una criada, ayúdame á conducir á la puerta
esta hermosa dama.—¡Buen Dios! esclamó Amanda, á
quien las dos mugeres habian sacado de la cama violenta-
mente, ¿qué quereis, pues, hacer de mí?—Yo no quiero si-
no que dejeis la casa.—Pero seguramente vos no me arro-
jareis sin guia y á esta hora. Refirió entonces cómo el co-
ronel Belgrave le habia quitado el reloj y el bolsillo, y su-
plicó á la jó ven, en los términos mas patéticos, le prestase
algun dinero; que le devolveria luego que hubiese encon-
trado á sus amigos; y acabó asegurándole que se alejaria
con la mayor alegría y reconocimiento si le prestaba este
ausilio, y un guia que la condujese hasta un lugar donde
encontrase algun carruage.
—¡Bueno! replicó la jóven; las damas de vuestra calidad
jamas hallan obstáculos para encontrar dinero y posada:
ya adivino vuestro artificio; vos procurais aplacarme á fin
de que os deje aquí hasta la vuelta del coronel; pero seria
menester que yo fuese muy tonta; buena la hariaoms cier-
% o b.
— 112—
tamente. No, no, partid; partid en este mismo momento
Al mismo tiempo agarró ásperamente á Amanda por el
brazo, y ayudada de la otra muger, la hizo bajar me esca-
lera y la sacó de la casa, llevándola hasta muy adentro del
bosque, y se volvió con su compañera, dejando á la des-
graciada Amanda apoyada en un árbol. Esta fijó los ojos
al rededor de sí; la noche estaba muy opaca, en la espesura
del bosque no se veia otra luz que la de algunas estrellas,
que servian solamente (usando de la espresion de Milton)
para hacer visibles las tinieblas.—¡Mi Dios, tened piedad
de mí! esclamó Amanda, codos; desfallecer y caer:
sin embargo, el aire fresco la reanimó. Descansó la cabe-
za sobre una pequeña elevacion, y en este momento la
afliccion de su padre, al saber su desgraciado destino, se
presentó á su imaginacion. ¡Ah! decia, él morirá de dolor
cuando sepa que yo he sido arrojada de una casa como in-
digna de proteccion y aun de lástima; que su hija Aman-
da, que llevaba en su corazon y en quien esperaba encon-
trar los encantos de su vida, y su consuelo en la edad
avanzada, no ha obtenido la compasion que no se rehusa
al ser mas despreciable que se arrastra sobre la superficie
de la tierra, y que ha perecido por falta de un miserable
abrigo: ¡y mi pobre hermano! tambien seré para él un ma-
nantial de miseria y de desgracias. ¡Y Lord Mortimer com-
padecerá mi destino? ¡Ah! no puedo creerlo: él, que me ha
dejado moribunda en las manos de criaturas insensibles, y
que ha creido tan prontamente á mis calumniadores, debe
tener un corazon endurecido ó inaccesible al sentimiento
de mis sufrimientos; pero mis desgraciados padre y her-
mano no dudarán de mi inocencia, y me llorarán.
Esta idea, de la desgracia de su padre y de su hermano,
y la compasion que sentia en su corazon para o: ob-
os tan queridos, le dió ánimo para sufrir sus males y pa-
ra conservarse á su ternura. Otro sentimiento consolador
le vino tambien: consideró que era por una bondad espe-
cial de la Providencia el que se encontrara fuera de la
mansion de la infamia por su misma espulsion: y raientras
gu corazon se llenaba de reconocimiento á esta idea, se
>
LA
hos!
eu
e
PSA Rh
qt
—113—
teanimaba poco á poco, y se levantó; pero sus fuerzas no
correspondieron á su resolucion. La oscuridad se habia
hecho mas profunda, y los senderos mas escabrosos por las
ramas y troncos de los árboles. Despues de haber andado
algun tiempo, empezó á creer que en lugar de salir del
bosque, se habia enmarañado mas, y que le seria imposi-
ble el saiir de él antes del dia. Con este pensamiento, y
cediendo á su estremada fatiga, buscaba un lugar donde
pudiese pasar el resto de la noche, cuando divisó una débil
luz Inmediatamente se encamino hácia ella, y sirviéndo-
le de guia, llegó á la estremidad del bosque, donde vió que
la luz venia de un lugarcillo vecino: ella se diripió á aquel
punto. Un profundo. silencio reinaba él, interrumpido sO-
lamente por los ladridos de algunos perros, que oyéndose
de lejos tenian alguna cosa de imponente y triste.
Las luces, que iban desapareciendo sucesivamente, anun-
ciaban que todas las casas iban a cerrarse para toda la no-
che: y aun cuando ellas estuviesen abiertas, decia Aman-
da. no eucontrarée entrada en ninguna, privada como me
hallo de los medios de pagar el asilo que se me diera. Se
estremecio a la idea de pasar la noche espuesta á las inju-
rias del aire. Ahora sé, decia, lo que sufren los desgracia-
dos que no tienen asilo. Caminaba poco á poco, y el rui-
% do de sus mismos pasos la . spantaba. Estaba ya muy cer-
ca de la entrada del lugarcillo y á uno de sus estremos,
cuando delante de una pequeña casa, separada de las otras
por unos arboles viejos que la circuian, vió á un anciano.
respetable, que se podia haber tenido por un antiguo her-
mitauo. us cabellos blancos y claros daban sombra a su
frente. la impresion de un profundo pensamiento estaba
pintada eu su fisonomia: sus brazos cruzados sobre el
cho, y =usS 0jos, llenos de una dulce melancolía, estab
levantados hucia el cielo, como hacia la mansion de algun
ser que le era amado, y hubiese perdido. Ciertamente, di-
jo ella, este anciano tendra piedad de mi; y sin que él la
viese se le acercó. Tres veces quiso hablar, y otras tantas
se estinguió la palabra en sus labios; al fin, tomando áni-
mo, articulo estas palabras;
TOM. MI. 8
—1l4—
—Tened piedad de mí, y al mismo tiempo cayó casi sin
sentido á sus piés. oi e CES
El alma del anciano estaba llena de toda la sensibilidad
que su fisonomía anunciaba. Una mirada que arrojó sobre
Amanda, renovó en él todos sus tiernos sentimientos, y
llamó á su criado y á una vieja, su sola compañera, para
que le ayudasen á levantar y conducir dentro de su casa á
aquella jóven incógnita. El corazon de la buena muger
era tan humano como el de su amo, y la juventud, la be-
lleza, y la triste situacion de Amanda, escitaron igualmen-
te su sorpresa y su piedad. Algun tiempo pasó antes que
Amanda pudiese abrir los ojos, y en este primer momento
su vista no estaba fija.—¡Ah, padre mio, padre mio, ya no
os volveré á ver mas! Esto fué todo lo que pudo articular.
La condujeron á un pequeño aposento, en donde la vieja
la desnudó y puso en la cama, y permaneció á su lado lo
restante de la noche. - Amanda se despertaba á menudo
sobresaltada, y en una especie de delirio pronunciaba con
horror el nombre de Belgrave como autor de todos sus ma-
les. Solo la mano de la muerte, decia, puede sanar la he-
rida que ha hecho á mi corazon. Nombraba tambien á la
marquesa; llamaba en su socorro á su padre, y echaba en
cara á Mortimer el haber concurrido á perderla. Ella per-
maneció en este estado tres dias enteros, durante los cua-
les el anciano y la fiel criada la asistian con el mayor cui-
dado. Llamaron á un boticario, y una muchacha de la
vecindad la velaba durante la noche. El anciano se esta-
E muchas veces al lado de la cama esperando algun sín-
toma favorable. Los discursos incoherentes de Amanda
le penetraban el corazon: una dolorosa simpatía Je hacia
participar de las penas del corazon paternal, por el cual
ta jóven manifestaba tanta ternura, y suplicaba al cielo
que la reuniese con su desgraciado padre.
Al tercer dia porla tarde. despues de un largo sueño, se
despertó Amanda, habiendo recobrado todo su conocimien-
to, y pocos minutos despues, se acordó muy bien de todas
las circunstancias que habian precedido, y la habian pues-
to en la situacion en que se hallaba. Ella abrió la cortina,
y vió á la vieja Eleonor sentadá al lado de su cama.
+
— 115—
"Temo, le dijo ella con una sonrisa lánguida, haberos
causado mucha pena y estorbo. No no, respondió la bue-
na Eleonor, encantada de oirla hablar con toda calma, y
tirando toda la cortina para observar su semblante. Aman-
-da le preguntó despues cuánto tiempo habia que estaba
en la cama. Eleonor se lo dijo, y añadió: vos debeis dar
gracias al cielo, mi querida hija, de haberos conducido á
la casa de mi amo, quien tiene mucho placer en socorrer
á los desgraciados. El cielo se lo recompense, dijo Amanda.
El aposento estaba sombrío, y pidió que le abriesen los
postigos. Eleonor la satisfizo, y un rayo del sol cerca de
su ocaso alegró su corazon. Ella se acordó perfectamente
de la figura del hombre venerable, á quien se habia diri-
gido á la puerta de la pequeña casa, y estaba impaciente
por manifestarle su reconocimiento. Al dia siguiente se
lisonjeó que cumpliria con este deber, y que estaria en es-
tado de levantarse. Su solo deseo era juntarse con su pa-
dre. Antes que pudiese darle parte de lo que le habia su-
cedido, resolvió instruir de ello á su huésped, esperando
que este hombre benefactor, le proporcionaria medios
de pasar á Irlanda, ó que si no pudiese ayudarla en esto,
le daria tiempo de escribir á su padre, aunque tenia mu-
cha repugnancia en tomar este último partido, temiendo
el terrible efecto que tal noticia le produciria.
Al dia siguiente, contra el parecer de Eleonor, Áman-
da se levantó, y luego que se vistió, envió á pedir á Mr.
Howell, cuyo nombre acababa de decirle Eleonor, el per-
miso de verle. ve,
Ella bajó á un aposento en el piso llano. Desde la ven- -
tana se veian un número de casas blancas apoyadas con-
tra unas cuestas elevadas, cubiertas hasta su cima de ár-
boles que empezaban á tener hojas. Delante de las BE
habia un riazhuelo de agua corriente y pura, donde unas.
jóvenes lavaban la ropa, y otras la tendian sobre las ha- »
yas, unas y otras divirtiendo su trabajo, cantando, conver-
sando y riendo juntas. .
¡Dichosas criaturas! esclamó Amanda; al pié de las mon-
tañas que os han visto nacer, estais al abrigo de los vicios,
.
—1Í116—
de las locuras y miserias del grande mundo. Los florídos
senderos por donde pasais, no están sembrados de lazos;
vuestros corazones no conocen las agonías; y la maldad
de los hombres no marchita, antes de tiempo, la flor de
vuestra juventud.
- El anciano pareció é interrumpió las reflecsiones de
Amanda. Cuando él vió que Amanda volvía su cara hácia
él, y con un aire de dulzura angélica, esparcida en todos sus
rasgos tenderle sus manos débiles y suplicantes, y mani-
festarle con una voz dulce y sensible todo su reconoci-
miento, no pudo contener su conmocion; él apretó dulce-
mente las manos de Amanda entre las suyas; las lágrimas
corrian sobre su cara, y esclamó: doy gracias al benéfico
autor de la naturaleza, que conserva y reanima esta her-
mosa flor.
Un profundo suspiro de Amanda dió testimonio al an-
ciano de cuán conmovida estaba, por los sentimientos que
le manifestaba. El contuvo la espresion de su sensibilidad,
para no afectar con demasiada fuerza la de Amanda,
¡Cuán dulce es, dijo ella, encontrar compasion en la
desgracia! pero yo seria humillada si la obtuviera, sin haber
conseguido al mismo tiempo vuestra estimacion; y siento
que no pueda tener derecho alguno á ella, antes de habe-
ros esplicado el modo con que he caido en la situacion en
que me veis. En seguida le dió á conocer su familia y to-
dos los sucesos de su vida.
¡Ah! mi querida hija, le dijo el anciano despues que hu-
bo terminado su narracion, vos teneis mucha razon de
“sentir el haber conocido á Belgrave; pero el mal que os ha
hecho sufrir será, yo lo espero, pasagero, y el que él me
ha hecho durará toda mi vida. Vos pareceis sorprendida.
¡Ah! sin él, una hija tan amable y tan buena como Miss
_Fitzalan, consolaria mi vejez: vos teneis, yo lo veo, dema-
siada reserva y delicadeza, para manifestar la curiosidad
que os inspiro; pero no vacilaré en satisfacerla. Mi histo-
ria os hará derramar lágrimas; pero los tormentos de nues-
tros semejantes nos ayudan á sufrir los nuestros.
0 CAPITULO VII.
Hace muchos años que vine á establecerme en este pue-
blo estraviado. Yo me retiré á él, para alejarme de un
mundo en que los vicios me habian hecho perder el bien
mas querido de mi corazon. Dos hijos divertian mi sole-
dad, y educándolos virtuosos, olvidaba la mitad de mis pe-
nas. Mi hijo, teniendo ya alguna instruccion, le envié á
Oxford: un amigo me habia prometido procurarle alguna
colocacion en el estado eclesiástico. Pero mi hija estaba
destinada al retiro, no solo por el motivo de mi poca for-
tuna, sino por mi íntima conviccion, de que era el mejor
medio de asegurar su felicidad. Juliana era de un carác-
ter dulce cb feliz. Hlla no conccia mayor dicha que la de
contribuir á la mia, ni otros placeres que los del pueblo,
y era en fin una de las mas alegres y mas amables mu-
chachas del canton. Un dia, ¡dia fatal! le permití ir con
algunas otras compañeras jóvenes, á un baile campestre
que daban los parientes de Belgrave, á sus arrendadores,
viniendo á establecerse á Woed-House, de donde habia
mucho que habian estado ausentes. Las gracias de mi hi-
ja atrajeron bien pronto la atencion del hijo de la casa.
Aunque jóven, era ya un libertino declarado. El ELO
del padre habia corrompido tempranamente al hijo,
yas disposiciones eran ya viciosas. En seguida formó
proyecto infame, cuya ejecucion facilitaba la oscuridad de
nuestra situacion.
Desde este momento buscó todas las ocasiones de rá
mi hija. Yo tuve luego sospechas, ó mas bien temor:
pues no conocia la corrupcion de Belgrave; pero sabia bie
que una aficion entre él y mi hija, haria la desgracia de
mi Juliana, por causa de la desigualdad que la fortuna
habia puesto entre los dos. No me era dificil convencer á á
mi hija de los peligros que habia en prestarse á semejan-
v
e .
4 e y pat
te asion; pero ¡ah! veia con dolor que esta conviccion
traspasaba su Corazon.
Belgrave, afectando siempre una gran dulzura y “deli-
cadeza, habia hecho en su corazon una impresion que no
era posible borrarla. Sin embargo, resolvió hacer todos los
esfuerzos, y. tomar todos los medios que la prudencia po-
dia sugerirle para complacerme, alejándose de Belerave.
Esta conducta, y el cuidado que yo tenia con ella, le con-
vencieron luego que seria dificil adormecer mi vigilancia
ó seducir su inocencia; y viendo que no podia conseguir
ni verla, ni hacerle recibir sus cartas, al marcharse sus pa-
rientes de Wood-House, fingió que tambien se iria con
ellos.
Juliana, al saber su marcha, procuró dominar su AidDa:
pero las lágrimas que se le escapaban, y su palidez, anun-
ciaban el estado de su alma. Yo no os diré lo que sufria
yo cuando la veia penar. Mi compasion estaba mezclada
de algun respeto por su virtud, viendo á un corazon tan
jóven combatir así una pasion viva, desaprobada de su pa-
dre. El dia de la mareha de Belorave, en la tarde, estan-
do mas libre por haberse alejado el hombre que estaba
obligada á á evitar, fué á pasearse sola, é impelida, puede
ser, de una especie de instinto, tomó el camino de Wood—
Hou Ella anduvo errante por las partes mas espesas
del bosque, y allí exhaló sus sentimientos que no podia re-
primir. La oscuridad del bosque se aumentaba con la
cercanía de la noche. Al rededor de ella reinaba una pro-
funda calma, muy propia para alimentar pensamientos
tristes y tiernos. El nombre de Belerave salia de su boca,
y se quejaba de estar separada para siempre de él. Un
ruido repentino se oyó detras de ella, y en el mismo ins-
tante vió á Belgrave á sus piés esclamando: Ya estamos
reunidos, mi querida Juliana, para no separarnos mas. En
su sorpresa y turbacion, tuvo mucha dificultad para defen-
derse de sus caricias. Cuando ella hubo vuelto en sí, él la
dijo que venia para hacerle proposiciones honradas; pero
que para llenar sus intenciones era preciso que lo siguiese.
Ella se puso pálida á esta proposicion, y declaró que ja-
—119— “y
mas consentiria en un matrimonio clandestino. No se des-
alentó por eso Belgrave: conocia el poder que tenia sobre
el corazon de Juliana, y este conocimiento daba mucha
fuerza á sus argumentos, y consiguió alterar y trastornar
la resolucion de mi desgraciada hija. Ya habeis hecho, le
decia él, un sacrificio suficiente al deber filial; ahora de-
beis alguna cosa á un amor como el mio, que me hace ar-
rostrar los mas graves inconvenientes. Como yo no tengo
la edad que requieren las leyes para contraer un empeño,
no podemos dispensarnos de pasar á Escocia para unirnos.
Yo ciertamente daria parte de este proyecto á vuestro pa-
dre, si no temiese su escrupulosa delicadeza, y las ideas
ecsageradas que él se ha formado de la autoridad paternal:
en fin, él dió á Juliana su palabra de honor que la volve-
ria á conducir á su padre inmediatamente despues de la
ceremonia. Sus argumentos insidiosos, las espresiones de
su ternura, y la secreta inclinacion que mi hija le tenia, la
persuadieron en fin, y la determinaron á marchar con él
aquella misma noche.
Me es imposible pintaros mi desconsuelo, cuando á la
mañana siguiente en lugar de mi hija encontré una carta
en que me “instruia de su evasion: basta deciros q pe-
rimenté todas las agonías de un padre tierno, temblando
por el honor y la felicidad de una hija querida. Ellas fue-
ron tales, que habria sucumbido á su peso si hubiesen du-
rado mas tiempo. Pero Belgrave, segun su promesa, vol-
vió á conducirme á mi hija al cabo de algunos dias. Esta-
ba un dia solo sumergido en la tristeza, cuando la ví ar-
rojarse á mis piés sostenida por Belgrave, que se me pre-
sentó como su esposo. Yo recibí á mi hija en mis débiles
brazos, y levantándola le ofrecí el corazon lleno de un
piadoso reconocimiento al cielo que me la volvia pura.
Sin embargo, no podia dejar de sentir que su union hubie-
se sido clandestina: instaba á Belgrave á que escribiese á
su padre en los términos mas sumisos para obtener su
consentimiento. El me lo prometió, pero dándome parte
del temor que tenia de no poder lograrlo: me pidió que en
caso de rehusarlo su padre, le guardase su muger en mi
E a DO
. casa hasta que hubiese llegado á la edad que se requeria.
Su demanda me fué muy dulce, y un mes se pasó cn ue
yo gozaba una perfecta felicidad, turbada solamente por
el pesar de no recibir carta de su padre. Al espirar este
E dd me dijo que era menester que fuese á
juntarse con su regimiento; pero que él volveria inmedia-
tamente, prometiendo tambien escribir á su esposa y
á mí. rg
- Con todo, se pasaron quince dias sin que recibiese nin-
guna noticia. Juliana estaba inquieta; pero su solo temor
era de que estuviese enfermo. Estábamos desayunando-
_nos una mañana, cuando oimos un carruage detenerse á
nuestra puerta.—¡Ya está aquí, ya está aquí! esclamó Ju-
liana, corriendo á la puerta que ella abrió. Pero cuál fué
su sorpresa, viendo en lugar del hijo Belgrave, al padre,
cuyo aire altanero y severo anunció anticipadamente su
desgracia. ¡Ah! él nos hizo conocer prontamente el objeto
de su visita. Nos dijo que venia para hac: y anular el
matrimonio de Juliana con su hijo. Mi hija putest- que
creia que ningun medio podia operar en esta separacion,
á la cual el honor y la ternura de su hijo Belgrave no se
> E jamas.
No os lisonjeeis de ello, mi jóven señora, le dijo con una
maligna sonrisa: Belgrave, vuestro querido Belgrave, de
quien os creeis tan tiernamente amada, es el mismo que
me ha autorizado á venir á declararos la intencion que
tiene de hacer romper su casamiento por la razon de no'
tener la edad que se requiere.
Juliana no pudo oir mas; cayó desmayada en los brazos
de su desgraciado padre. ¡Oh! qué situacion fué la mia
cuando oí á mi corazon decirme que era crueldad volver-
le la vida! Ella en efecto recobró sus sentidos, pero para
sentir mas cruelmente su desgracia. Ku casamiento fué
anulado, y su salud y felicidad la abandonaron. Con to-
do, yo la veia esforzarse por amor de 1ní, y soportar el
peso de su triste ecsistencia. Se emplearon inútilmente
todos los socorros del arte; un dolor profundo y arraigado
era causa de su muerte, que ningun remedio podia gam>
Ae m0
y
vu
A
Age. ¡Oh! cuántas veces me levantaba á mica noche
para escuchar desde la puerta si aun respiraba! ¡Cuántas
veces, oyendo sus gemidos convulsivos, me Acioaia de
egoismo por desear la continuacion de una vida que no
era para ella sino una prolongacion de horribles tormen-
tos! Sí, al espectárulo de sus dolores, á menudo dije: Mi
Dios, yo os la vuelvo, pues es cierto que solo en vos puede
hallar su dicha. Pero ¡ah! la débil naturaleza volvia pron-
to á llevárseme mi resignacion, y postrado conjuraba al
cielo que me dejase á mi hija, ó terminase mis dias con
los suyos.
Ella me vió un dia mas abatido de lo ordinario, y me
propuso que la condujese á pasear, con el pensamiento
que haciendo ella misma algun esfuerzo, me daria uu po-
co de ánimo; pero cuando vi á mi pobre hija en la flor de
su edad no poder sostener su débil máquina; enando la ví
no poder dar un paso sin apoyarse en mi débil brazo, mi
corazon se despedazó. En vano queria ella confortarme;
yo apartaba mi semblante y lloraba. Ella propuso ir has-
ta Wood-House. Apenas estuvimos á la vista, cuando no
pudo ir mas adelante, y nos sentamos. Habia un momen-
to que estábamos allí, cuando vió salir del beeda
grave con una jóven que ella conocia ser hija del conserge.
La familiaridad con que parecian estar juntos, no dejaba
duda alguna de sus conexiones. El semblante de Juliana
tomó una palidez mortal. Ella se levantó, y nos volvi-
mos juntos á casa, de donde en menos de una semana fué
llevada al sepulcro. o
Ocho años, continuó él despues de una pausa, se han
pasado desde su muerte, y su mérito, su belleza y sus
desgracias viven aún en la memoria de los habitantes del
pueblo y en la mia. Yo no dejo alguna yerba mala mez-
clarse al espeso césped que cubre su tumba. Hácia la
parte en que reposa su cabeza he plantado un rosal, en
donde las flores echan sus capullos, se abren y mueren en
esta tierra sagrada. Mi hija ha bajado al sepulcro antes
que yo, y espero que ella me ayudará á bajar mas dulce-
mente. Yo la veo cn todos los lugares que me circuyen.
é 4 , e + ” 4 ; S p e
| o y e y de A, vd + »
7 e EM BE s
ap de x 122 ,
s de este pequeño. aposento son todos dede
ss IANOS convertidos mucho tiempo haen triste polvo
Es en esta cama... Aquí se le ha esc capado un profundo.
- suspiro, y muchas lágrimas. En esta cama, continuó, ha
dado ella su último suspiro, Je el último besoá sus la-
bios frios: Li
En la calma de las noches, senado lod descansa, yo
tengo gusto « en contemplar este cielo, en el que .ereo que
habita, y en el que prontamente me reuniré-con bid Sin
esta esperanza, yo seria, de todos los seres que respiran,
seguramente el mas desgraciado. ¡Oh, qué crueles son los
hombres, que levantando dudas Rd una vida futura,
destruyen una tan dulce esperanza! Hijos del error, tened
encerradas en vuestros corazones vuestras impías- dudas;
no arranqueis por una barbarie sin objeto á los desgracia-
dos su último consuelo, cuando este mundo no es mas pa-
ra ellos que un Jugar desierto y desolado, ¡cuán dulce les
es pensar que hay otro en que todo es felicidad! Cuando
lloramos la pérdida del objeto de nuestra tierna aficion,
qué alivio es pensar que nos reuniremos un dia con él.
Este dia ha enjugado muchas veces mis lágrimas, y dete-.
nido mis suspiros. ¿Qué digo? me ha dado algunas veces
una especie de alegría, y hasta en la tumba que enci
los restos de mi querida Juliana, he esclamado: ¡Oh m:
te! ¡dónde está tu victoria? ¿dónde están tus teráibIé rm :
ciones? Yo las desafio, pues que tengo la certeza de vol-
ver á ver algun dia á mi hija.
Amanda derramó lágrimas de una tierna compasion por
la suerte de Juliana, y sintió todos los dolores del desgra-
ciado padre, cuya narracion acrecentó su. reconocimiento
“al cielo que acababa de arrancarla de las os de un
ocu de perfidia y crueldad, como lo Ae ave.
l disipó las in ce indos que tenia A los me-
peo e volver al lado de su padre, decia E le,
solamente la proveeria del dinero necesario parg
sino que la acompañaria hasta P: ark-Gate.
e nombre de Howell habia hesho impresion á Aman
des Ella no habia olvidado á. su jóven amigo d
Gáles, y preguntó á Howell si era pariente de un jóve
at
e E
A |
SE,
; de conocido en las dercanipá] o Toigilan |
y supo con un e stremado placer que el anciano era su pas
“dre. La dulza . ¿de carácter de Enrique le hace. propio.
para la ca ra que 1 ha abrazado; ella le Aparta de. la do
pacion las ] pa - E del gran mundo. El pastor tiene
>» la biie de su LD peo :
a Ea solo quiso | de icar dos dias á cae fuer-
za Howell hizo venir una silla, en la que se puso con
ella muy de mañana. La buena Eleonor, despues de ha-
pere prestado de Eu a opa algunas frioleras, la acom-
pañó con sus deseos políticos. El cementerio estaba cer-
ca de un cuarto de legua distante del pueblo. Solo esta-
E separado del cumino por una , pared baja y arruinada.
| rboles viejos daban.sombra á los sepuleros e de
césped yy daban á este recinto un aspecto sombrio y reli-
so. ¿Veis, dijo Howell á Amanda tomándole la mano
— y bajando el vidrio de la portezuela, veis la cama donde
descansa mi Juliana? UU
El sepulcro, en efecto, se distinguia de los o
rosal, á quien el viento fresco de la mañana agitaba las
hojas, y un espeso césped le “cubria: Aman Ho vió con,
un sentimiento de profunda tristeza, pero que procuraba
5 q
“s aa >
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no manifestar por no aumentar el de aquel desgraciado |
z padre. En cuanto á 4, Howell, lágrimas corrian sobre
sus mejillas de 0
e el obj -me
. La debi
deriquido:
na noche enel camino, y al dia si-
ate con e an satisfaccion suya, pues
de que Belgrave no |
> rales de debia salir á á las cuatro (
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; a hizo una ligerascomida con su nuevo y -be=
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