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Full text of "Revista de España"

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EX-LIBRIS 

M.  A.  BUCHANAN 

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PRESENTED  TO 

THE    LIBRARY 

BY 

PROFESSOR  MILTON  A.  BUCHANAN 

OF  THE 

DEPARTMENT  OF  ITALIAN  AND  SPANISH 

1906-1946 


I- 


EEVISTA  DE  ESPAM. 


REVISTA 


DE  ESPAÑA 


PRIMER  AÑO. 


TO]VlO  111. 


MADRID, 

REDACCIÓN  !  ADMINISTRACIÓN,       I       TIPOGRAFÍA  DE  GREGORIO  ESTRADA, 

Paseo  del  Prado ,  22  |  Hiedra  ,  5  y  7. 

1868. 


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LA  PRISE  DE  DOULLENS 

PAR  LES  ESPAGN0L8  EN  1595. 

PIECES  CONTEMPORAINES, 

PÜBLIÉES  ET  ANNOTÉES 

PAR   ARCHUR    DEMARSY. 

PARÍS  1867. 

Con  este  título  se  ha  publicado  en  la  capital  del  vecino  imperio 
un  folleto  relativo  á  la  entrada  del  Conde  de  Fuentes  en  Picardía, 
al  sitio  por  él  puesto  á  la  villa  de  Doullens,  que  los  nuestros  lla- 
maban Dorlans,  á  la  rota  del  ejército  francés  enviada  en  su  defensa, 
y  por  último  al  asalto  de  dicha  plaza  y  triunfo  de  nuestras  armas: 
sucesos  todos  de  que  han  tratado  largamente  cuantos  escritores, 
así  nacionales  como  extranjeros ,  se  han  ocupado  de  las  célebres 
guerras  de  la  Liga.  El  volumen  pues  recientemente  dado  á  luz  por 
M.  Demarsy  nada  nuevo  nos  ofrece  sobre  aquel  acontecimiento, 
limitándose  su  autor  á  reproducir  dos  relaciones  originales  de  la 
época,  impresas  la  una  en  Douay ,  la  otra  en  París,  precedidas  de 
un  prólogo  y  acompañadas  de  notas.  Una  de  estas  relaciones,  la 
impresa  en  Douay  de  Flandes ,  comprende  el  diario  del  sitio ,  y  es 
conocidamente  obra  de  algún  partidario  de  la  casa  de  Austria ;  la 
otra  se  refiere  tan  solo  á  la  batalla ,  está  en  forma  de  carta  escrita 
por  Henry  de  la  Tour,  Duque  de  Bouillon ,  al  Príncipe  de  Conté, 
y  se  imprimió,  según  dejamos  dicho,  en  París. 


6  LA    PRISE    DE    DOULLENS 

Aparte  de  leves  divergencias,  que  rara  vez  dejan  de  notarse 
en  documentos  de  esta  clase ,  escritos ,  impresos  y  circulados  bajo 
la  impresión  del  momento ,  y  en  que  casi  siempre  es  reparable  la 
pasión  de  vencedores  y  vencidos ,  disminuyendo  estos  su  pérdida, 
encareciendo  aquellos  su  triunfo ,  preciso  es  confesar  que  las  dos 
relaciones ,  flamenca  y  parisiense ,  convienen  en  lo  sustancial  del 
hecho,  y  se  apartan  poco  de  lo  que  el  mismo  Conde  de  Fuentes 
sobre  el  campo  de  batalla  escribía  á  los  del  Consejo  Sapremo  de 
Bruselas  anunciándoles  su  victoria.  Así  que  nada  hubiéramos 
tenido  que  advertir  en  dicha  publicación,  á  no  haber  su  autor 
reproducido  en  las  notas  uno  de  esos  errores  manifiestos  que  desde 
el  sig-lo  XVII  acá  se  vienen  repitiendo  en  historias  autorizadas  y 
corrientes ,  y  que  por  lo  tanto  conviene  disipar  y  corregir.  Aludi- 
mos á  la  especie  de  insistencia  con  que  escritores  de  nota,  así 
nacionales  como  extranjeros,  han  dicho  y  siguen  diciendo  que  el 
Conde  de  Fuentes,  vencedor  en  Dorlans,  y  el  Conde  Pablo  Ber- 
nardo de  Fontaine,  vencido  en  Rocroi,  eran  un  mismo  individuo, 
sin  reparar  en  que  entre  una  y  otra  batalla  trascurrieron  nada 
menos  que  cuarenta  y  ocho  años ;  que  aquel  era  castellano  y  de 
una  de  las  más  nobles  familias  del  reino ,  mientras  que  el  Maese 
de  campo  General  que  en  1643  mandaba  nuestra  infantería,  era 
lorenés,  aunque  al  servicio  de  España. 

«D.  Pedro  Henriquez  d'Acevedo,  Conde  de  Fuentes  (dice  M.  de 
Marsy  en  una  de  sus  notas,  pág.  25),  natural  de  Valladolid  (1), 
donde  nació  el  18  de  Setiembre  de  1560,  fué  uno  de  los  más  fa- 
mosos generales  españoles ,  y  sirvió  con  distinción  á  Felipe  III  y 
Felipe  IV.  Sucumbió  cubierto  de  heridas  en  la  batalla  de  Rocroi, 
en  la  que  á  pesar  de  su  edad  avanzada  quiso  mandar  personal- 
mente. Al  oir  la  muerte  de  tan  valiente  guerrero  el  príncipe  de 
Conde,  exclamó:  «A  no  haber  yo  salido  vencedor,  hubiera  deseado 
morir  como  él.» 

A  intento  hemos  traducido  el  anterior  pasaje  lo  más  literal- 
mente que  nos  ha  sido  posible ,  porque  á  él  habremos  de  referirnos 
con  frecuencia  en  las  siguientes  observaciones,  encaminadas  á 
probar  la  distinta  individualidad  de  uno  y  otro  personaje ,  así  como 

(1)  Ignoramos  dónde  ha  hallado  M.  Demarsy  que  el  Conde,  cuyo  segundo 
apellido  no  era  Acevedo  sino  Guzman,  nació  en  Valladolid  y  en  1560 :  ninguno 
de  los  autores  que  hemos  consultado  lo  dice.  Babia  en  su  Pontifical,  Parte  IV, 
cap.  LXIII,  le  llama  D.  Pedro  Enriquez  de  Toledo. 


PAR    LES   ESPAGNOLS    EN    1595.  7 

á  ilustrar  con  documentos  fehacientes  un  periodo  de  nuestra  his- 
toria nacional,  por  desgracia  poco  conocido.  Porque  por  más 
extraña  que  á  alg-unos  parezca  nuestra  aserción ,  hemos  sostenido 
y  continuamos  sosteniendo  que  la  historia  de  España  en  el  si- 
glo XVII  está  aún  por  escribir.  Con  Felipe  II  parece  haber  termi- 
nado la  escuela  de  los  antiguos  cronistas ;  ni  Morales ,  ni  Garibay, 
Mariana  ni  Herrera,  Sandoval  ni  Cabrera  de  Córdoba  tuvieron 
quien  los  imitase;  porque  ni  la  descarnada  narración  de  Gil  Gon- 
zález Dávila,  ni  las  ampulosas  razones  del  novelista  Céspedes, 
ni  los  breves  sumarios  de  Medrano ,  Noydens ,  Comargo  y  otros 
continuadores  de  la  historia  del  P.  Mariana ,  ni  los  ligeros  apun- 
tes ingeridos  por  Babia,  Guadalajara  y  Velasco  en  su  Pontifical^ 
ni  las  encomiásticas  disertaciones  del  retórico  y  pohtico  Malvezzi 
bastan  para  ilustrar  los  reinados  de  Felipe  III  y  IV  y  el  desorde- 
nado gobierno  de  sus  respectivos  favoritos  Lerma  y  Olivares. 
No  digamos  nada  de  su  sucesor  Carlos  II ,  de  quien  ni  una  sola 
pluma,  que  sepamos,  se  ocupó  en  referir  los  «dichos  y  hechos,» 
como  si  la  historia  se  negase  á  recordar  tanto  desastre  en  las 
armas ,  tanto  error  lamentable  en  la  política  y  en  la  administra- 
ción, tanta  decadencia  en  las  fuerzas  vitales  de  la  monarquía, 
tanta  y  tal  degeneración  del  antiguo  carácter  nacional ! 

Para  que  la  historia  de  España  pueda  escribirse ,  según  nosotros 
la  entendemos  crítica  y  filosófica ,  preciso  es  sacar  de  nuestros 
archivos  multitud  de  documentos  que  yacen  aún  ignorados,  y 
expuestos  quizá  á  desaparecer ,  y  darlos  á  la  estampa  convenien- 
temente ilustrados  y  comparados  con  los  que  de  igual  época  y 
sobre  el  mismo  asunto  se  conservan  en  países  extranjeros :  que 
solo  así  puede  llegarse  en  materias  de  historia  á  la  verdad  abso- 
luta. Preciso  es  también  que  haya  alguna  más  latitud  en  cuanto  á 
los  permisos  para  examinar  papeles  históricos  de  determinadas 
épocas,  y  que  no  se  oculten,  como  hasta  aquí  se  ha  hecho,  las 
correspondencias  en  cifra ,  bajo  el  pretexto  de  que  contienen  se- 
cretos de  Estado ;  la  historia  de  los  pasados  siglos  no  debe  tenerlos; 
más  tarde  ó  más  temprano  la  verdad  triunfa ,  y  es  cosa  pueril  hoy 
día  ocultar ,  ya  que  no  puedan  disculparse ,  las  faltas  y  desaciertos 
de  nuestros  mayores.  Mientras  no  se  publiquen  y  den  á  luz  en 
España  las  correspondencias  de  nuestros  Embajadores  en  las  prin- 
cipales cortes  de  Europa,  como  lo  hacen  hoy  día  en  Londres 
M.  Bergenvothe,  en  Bruselas  M  Gachard,  después  de  haber  pa- 


8  LA    PRISE    DE   DOULLENS 

sado  uno  y  otro  en  Simancas  años  enteros ;  mientras  no  se  descu- 
bran y  den  á  la  estampa  Memorias ,  cartas  y  documentos  privados 
de  personajes  ilustres  en  las  armas  y  en  la  política ,  asi  como  en 
las  ciencias  y  en  las  letras ,  excusados  y  estériles  serán  los  trabajos 
de  los  aficionado?  á  estudios  históricos ,  y  no  se  podrán  apreciar 
cumplidamente  ni  los  sucesos  políticos,  ni  el  movimiento  intelec- 
tual ,  ni  la  paralización  visible  de  la  energía  nacional  en  ciertas  y 
determinadas  ocasiones,  ni  otras  muchas  causas  de  nuestra  pos- 
tración y  decadencia  en  el  siglo  XVII.  Pero  hagamos  tregua  á  esta 
digresión  para  ocuparnos  del  punto  principal  de  este  artículo  «el 
Conde  de  Fuentes  y  los  historiadores  franceses.» 

D.  Pedro  Henriquez  de  Guzman  (1)  fué  hijo  de  D.  Diego  Hen- 
riquez,  tercer  Conde  de  Alba  de  Liste,  que  casó  dos  veces,  la 
primera  con  Doña  Leonor  de  Toledo ,  hija  del  Duque  de  Alba  Don 
Fadrique,  y  la  segunda  con  Doña  Catalina  de  Toledo  Pimentel, 
hija  de  D.  García,  que  murió  desgraciadamente  en  la  jornada  de 
los  Gelves  año  de  1515.  Del  primer  matrimonio  fueron  hijos  el 
prior  de  la  Orden  de  San  Juan,  D.  Antonio  de  Toledo;  Doña  María 
Henriquez,  que  casó  con  el  gran  Duque  de  Alba,  D.  Fernando, 
y  Doña  Juana  de  Toledo ,  mujer  de  D.  Sancho  Dávila,  Marqués 
de  Velada.  Nacieron  del  segundo  D.  Fadrique  Henriquez  de  Guz- 
man, mayordomo  mayor  del  Príncipe  D.  Carlos,  y  D,  Pedro  Hen- 
riquez ,  objeto  de  este  artículo.  El  año  de  su  nacimiento  se  ignora; 
pero  si  hemos  de  dar  fe  á  una  relación  original  y  auténtica  que  le 
hace  morir  en  1610,  á  la  edad  avanzada  de  85  años,  debió  nacer 
por  los  de  1525. 

Estuvo  D.  Pedro  casado  con  Doña  Juana  de  Acevedo  y  Fónseca, 
hija  de  D.  Diego ,  y  Condesa  propietaria  de  Fuentes  de  Val  de 
Opero,  en  Castilla.  El  padre  de  esta  señora,  D.  Diego  de  Acevedo, 
fué  uno  de  los  caballeros  más  ilustres  de  la  corte  de  Carlos  V:  hijo 
del  célebre  D.  Alonso  de  Fonseca ,  Arzobispo  de  Toledo ,  siguió  al 
Emperador  en  diversas  jornadas;  hallóse  en  el  socorro  de  Viena 
asediada  por  el  turco,  y  acompañó  al  Príncipe  D.  Felipe  en  sus 
viajes  á  Flandes  é  Inglaterra,  obteniendo  después  los  cargos  de 
Tesorero  general  de  la  Corona  de  Aragón ,  Embajador  en  Roma  y 
Virey  del  Perú ,  si  bien  este  último  no  le  llegó  á  ejercer,  habiendo 
fallecido  en  Valladolid  en  1559,  y  cuando  se  disponía  á  marchar 
á  su  destino. 
(1)    Véase  á  Haro,  Nobiliario  Geneológico,  tomo  I,  pág.  338. 


PAR   LES    ESPAGNOLS   EN    1595.  9 

Casó  su  hija  Doña  Juana  de  Acevedo  y  Fonseca  con  su  primo 
D.  Francisco  de  Fonseca ,  señor  de  Coca  y  Alaejos ,  pero  á  los  tres 
años  de  vida  maridable  hubo  de  retirarse  á  un  convento  con  Doña 
Elvira  de  Acevedo,  su  madre,  y  poner  demanda  á  D.  Francisco, 
acusándole  de  inhábil  para  el  matrimonio.  Disuelto  este,  Doña 
Juana  fué  depositada  en  la  Concepción  Gerónima  de  esta  corte, 
hasta  que  salió  para  casarse,  según  hemos  dicho,  con  D.  Pedro  Hen- 
riquez ,  quien  tomó  desde  entonces  el  titulo  de  Conde  de  Fuentes. 

La  primera  vez  que  hallamos  citado  su  nombre  en  nuestras 
historias  es  por  el  año  de  1585.  Celebrábanse  en  Zaragoza  los 
desposorios  de  Carlos  Manuel  Filiberto ,  Duque  de  Saboya ,  con  la 
Infanta  Doña  Catalina  de  Austria,  hija  segunda  de  Felipe  II, 
quien  asistía  en  dicha  ciudad  desde  el  21  de  Febrero ,  y  preparaba 
los  festejos  que  á  tan  ilustre  huésped  y  futuro  yerno  habian  de 
hacerse.  Iba  nuestro  Conde  de  Fuentes  en  la  comitiva  del  Rey,  y 
no  faltan  escritores  aragoneses  que  digan  fué  uno  de  los  caballeros 
que  más  se  distinguieron  en  la  cuadrilla  del  Almirante  de  Castilla, 
su  pariente,  tomando  parte  en  las  justas  y  torneos  que  entonces  á 
la  antigua  usanza  se  hicieron ;  si  bien  esta  última  circunstancia 
nos  parece  inverosímil,  atendida  su  más  que  madura  edad  en 
aquella  ocasión.  Como  quiera  que  esto  sea,  concluidos  aquellos 
festejos,  el  Rey  le  llevó  consigo  á  las  Cortes  de  Monzón,  convo- 
cadas para  catalanes ,  aragoneses  y  valencianos ,  siendo  uno  de  los 
dos  caballeros  castellanos  que  Felipe  II  nombró  para  tratar  en  su 
ausencia  ciertos  negocios  de  su  corona,  y  componer  y  ajustar  las 
diferencias  que  entre  los  mismos  diputados  aragoneses  existían. 
Tres  años  después  le  daba  el  Rey  el  mando  de  la  caballería  de 
Milán ,  encargándole  visitase  al  paso  al  de  Saboya  y  á  la  Infanta 
en  su  corte  de  Turin ,  y  tratase  con  ellos  del  auxilio  que  por  aque- 
lla parte  habia  de  darse  á  los  jefes  de  la  Liga  católica  en  Francia, 
desempeñando  su  comisión  tan  á  gusto  de  aquellos  Principes ,  y 
ganándose  de  tal  suerte  su  voluntad  y  afecto ,  que  en  una  carta  de 
la  Duquesa  á  su  padre  el  Rey ,  le  califica  del  «  más  cumplido  caba- 
llero, sagaz  político  y  prudente  capitán  que  en  los  reinos  de  España 
he  conocido.» 

En  1588  el  Conde  volvió  de  Italia ,  después  de  haber  militado  á 
las  órdenes  de  D.  Sancho  de  Guevara  y  Padilla,  gobernador  del 
Estado  de  Milán.  Aprestábase  á  la  sazón  en  los  puertos  de  la  Pe- 
nínsula la  formidable  armada  que  debía  invadir  las  costas  de  In- 


10  .  LA    PRÍSE    DE    DOULLENS 

glaterra ,  humillar  su  ya  naciente  orgullo ,  y  sacar  á  los  católicos 
de  la  opresión  en  que  gemian,  y  Felipe  II,  que  para  escoger  ser- 
vidores tenia  especial  tacto ,  dio  al  de  Fuentes  el  encargo  de  ins- 
peccionar las  levas  y  activar  los  armamentos.  Sabido  es  el  resul- 
tado que  dieron  tan  gigantescos  preparativos ;  falta  de  pericia  en 
los  que  mandaban  aquella  poderosa  escuadra ,  mucho  tiempo  .per- 
dido en  deliberaciones  que  á  nada  conduelan ,  y  furiosas  tempes- 
tades en  aquellos  estrechos  mares  fueron  causa  de  que  anegados 
los  más  y  dispersos  los  restantes ,  los  navios  de  la  Invencible  fue- 
sen en  su  mayor  parte  presa  del  enemigo  y  de  las  olas. 

Por  Febrero  de  1589  el  Conde  de  Fuentes  fué  nombrado  Capitán 
General  del  reino  de  Portugal.  Disponíanse  los  ingleses,  orgullosos 
con  la  pasada  victoria ,  á  invadir  la  costa  occidental  de  la  Penín- 
sula ,  y  restablecer  si  posible  fuese  en  Portugal  las  pretensiones  del 
Prior  de  Ocrato  D.  Antonio.  Para  conseguirlo  y  de  acuerdo  con  el 
de  Bearne ,  holandeses  y  otros  enemigos  de  España  hablan  jun- 
tado una  poderosa  armada ,  desembarcando  tropas  en  la  Coruña  y 
asediando  aunque  sin  resultado  aquella  plaza  que  defendió  animo- 
samente D.  Juan  Pacheco,  Marqués  de  Cerralbo.  Venian  los  ingleses 
mandados  por  sir  John  Drake  y  el  coronel  John  Norris,  célebre 
corsario  el  uno,  valiente  y  experimentado  caudillo  el  otro,  los 
cuales  obedeciendo  las  instrucciones  recibidas  de  su  Eeina ,  y  deses- 
perados de  causar  efecto  alguno  en  las  costas  de  Galicia ,  se  diri- 
gieron á  Lisboa ,  objeto  principal  de  la  expedición ,  donde  al  decir 
del  Prior  D.  Antonio  hablan  de  hallar  playa  indefensa  para  verifi- 
car su  desembarco ,  y  golpe  de  gentes  dispuesta  á  sacudir  el  yugo 
castellano  Llegó  la  armada  inglesa,  fuerte  de  120  navios  y  15.000 
hombres  de  guerra ,  á  Peniche ,  lugar  pequeño  y  abierto  en  la  cos- 
ta ,  el  cual  ganó  sin  dificultad ,  y  marchando  después  los  ingleses 
á  Torres  Yedras  y  á  San  Sebastian ,  dieron  vista  á  Lisboa ,  acam- 
pando en  el  sitio  llamado  Buenavista ,  á  corta  distancia  de  aquella 
capital.  AUi  esperó  Norris  algunos  dias  á  que  las  promesas  de  Don 
Antonio  se  cumplieran ;  mas  el  Cardenal  Alberto  que  estaba  den- 
tro ,  y  el  Conde  de  Fuentes  que  gobernaba  las  armas ,  mostraron 
tal  cuidado  y  vigilancia ,  que  fueron  poquísimos  los  portugueses 
que  osaron  descubrirse ,  y  esos  pagaron  con  la  vida  su  atrevimiento. 
Al  propio  tiempo  que  la  caballería  de  Fuentes  cortaba  los  víveres 
y  hacia  continuos  rebatos  en  el  campo  enemigo,  D.  'Alfonso  de 
Pazan  con  18  galeras  en  el  rio  de  Lisboa  y  amparado  del  castillo 


PAR   LES   ESPAGNOLS    EN    1595.  11 

de  San  Gian ,  tenia  las  proas  vueltas  contra  la  armada  inglesa ,  y 
cuando  la  marea  se  lo  permitía  se  acercaba  á  la  ciudad ,  ya  procu- 
rando ofender  al  ejército  invasor  con  su  artillería,  ya  haciéndole 
pensar  meditaba  por  aquella  parte  un  desembarco.  Juan  Norris, 
perdida  toda  la  esperanza  de  hacer  algún  fruto ,  levantó  el  campo 
y  fuese  retirando  en  buen  orden ,  tomando  de  paso  á  Cascaes ,  que 
le  entregó  por  pactos  el  capitán  Villafaña  su  gobernador.  El  18  de 
Junio  apareció  en  la  boca  del  rio  el  adelantado  de  Castilla  con  una 
escuadra  de  galeras ,  lo  cual  unido  á  graves  disensiones  ocurridas 
entre  Draque,  á  cuyo  parecer  se  arrimaba  D.  Antonio,  y  el  coronel 
Norris  que  mandaba  las  fuerzas  de  tierra,  fué  causa  de  que  dejando 
por  priesa  muchos  caballos  sin  embarcar,  se  hiciese  á  la  vela  la 
armada  enemiga. 

Todos  nuestros  historiadores  convienen ,  y  el  diligente  Antonio 
de  Herrera  lo  testifica ,  en  que  sin  la  actividad ,  celo  y  vigilancia 
que  el  de  Fuentes  desplegó  en  tan  apretado  lance ,  los  enemigos 
de  España  hubieran  aprovechado  aquella  coyuntura  para  suscitar 
en  Portugal  y  dentro  del  mismo  Lisboa  nuevas  dificultades  y  pe- 
ligros á  la  corona  de  Castilla,  Aún  quedaban  en  aquel  reino  bas- 
tantes partidarios  de  D.  Antonio  para  causar  recelo,  y  era  por  lo 
tanto  inminente  un  alzamiento  si  los  ingleses  lograban  entrar  en 
la  capital.  Felipe  II  apreció  como  se  merecían  tan  distinguidos  ser- 
vicios, y  en  1592  dispuso  que  el  Conde  pasase  á  Flandes,  donde  el 
estado  de  los  negocios  y  la  guerra  alli  pendiente  exigían  pronto 
y  eficaz  remedio. 

Gobernaba  aquellos  Estados  desde  1578  el  célebre  Alejandro 
Farnesio,  Duque  de  Parma,  el  cual  habia  poderosamente  contri- 
buido á  robustecer  en  Francia  la  liga  católica  y  el  partido  de  los 
Guisas ,  si  bien  la  falta  de  unión  de  los  caudillos  franceses  afiliados 
en  aquella  bandera  y  los  talentos  militares  del  Príncipe  La  Bearn 
que  subió  después  al  trono  con  el  título  de  Enrique  IV,  impidieron 
su  triunfo  completo  y  definitivo.  Herido  de  un  mosquetazo  en  el 
sitio  de  Caudebec ,  que  fué  sin  embargo  tomada  en  Abril  de  1592, 
el  de  Parma  se  volvió  á  Flandes ,  pidiendo  desde  allí  licencia  á  Fe- 
lipe II  para  retirarse  á  sus  estados  patrimoniales  mediante  á  ha- 
llarse por  sus  achaques  incapaz  para  el  mando ,  y  haberle  los  mé- 
dicos pronosticado  moriría  dentro  del  año.  El  Rey  despachó  sin 
tardanza  al  Marqués  de  Cerralbo  para  que  de  su  parte  le  conso- 
lara y  alentase  á  continuar  en  el  mando  del  ejército ;  pero  el  Mar- 


12  LA     PRISE    DE    DOULLENS 

qués  murió  antes  de  embarcarse  en  Palamós ,  y  las  cosas  fueron 
empeorando  visiblemente  así  en  Flandes  como  en  Francia ,  habién- 
dose el  Príncipe  de  Orange  Mauricio  apoderado  de  varias  plazas 
en  la  frontera,  y  perdido  los  Guisas  mucha  de  su  preponderancia. 
El  mal  pedia  pronto  remedio ,  y  Felipe  11  puso  los  ojos  en  el  Conde 
de  Fuentes ,  despachándole  con  instrucciones  secretas  y  orden  de 
no  abrirlas  hasta  su  llegada  á  Flandes.  Entró  el  Conde  en  Bruse- 
las el  4  de  Diciembre ,  mas  cuando  trataba  de  avistarse  con  el  Du- 
que á  la  sazón  enfermo  en  Arras ,  recibió  aviso  de  su  muerte  y  de 
haber  designado  para  sucederle  interinamente  en  el  mando  al 
Conde  Pedro  Ernesto  de  Mansfeld ,  uno  de  los  señores  flamencos 
de  más  autoridad  y  crédito  en  la  política  y  en  las  armas.  Negóse 
al  pronto  el  Consejo  de  Flandes  á  reconocer  y  sancionar  semejante 
nombramiento ,  pretendiendo  que  el  Duque  al  hacerlo  había  ex- 
cedido los  límites  de  su  prerogativa ;  mas  habiendo  el  de  Ponentes 
presentado  sus  credenciales  y  declarado  cuál  era  la  voluntad  real 
en  este  punto,  el  Consejo  desistió  de  su  competencia,  quedando 
desde  luego  Mansfeld  ,  aunque  viejo  y  valetudinario ,  en  el  -mando 
político  de  los  Estados ,  y  encargándose  el  de  Fuentes  de  todo  lo 
relativo  á  las  armas  hasta  la  llegada  del  Archiduque  Ernesto ,  que 
hizo  su  entrada  pública  en  Bruselas  á  principios  del  año  94. 

Lo  primero  que  el  Conde  hizo  fué  fijar  su  atención  en  la  Hacienda 
pública ,  casi  del  todo  exhausta  por  los  despilfarres  de  la  pasada 
administración  ,  y  los  grandes  gastos  ocasionados  por  las  guerras 
de  la  Liga.  Mientras  llegaban  de  España  los  socorros  de  gente  y 
dinero  que  Felipe  II  le  había  prometido,  el  de  Fuentes  dispuso 
fuesen  visitados  oficiales  y  contadores,  castigados  los  delincuentes, 
y  regularizado  el  pago  de  la  gente  de  guerra.  Para  mayor  alivio 
de  los  naturales ,  y  para  dar  más  ánimo  á  los  soldados  ,  persuadió 
á  Mandsteld  quitase  la  costumbre  que  había  de  poderse  rescatar  los 
prisioneros  trocándose  unos  por  otros,  ó  mediante  la  paga  de  un  mes. 
También  prohibió  por  público  edicto  se  echasen  contribuciones  á  los 
labradores  y  gente  indefensa ,  y  aunque  la  costumbre  por  arraigada 
no  pudo  quitarse  de  pronto ,  logróse  sin  embargo  algún  remedio. 

Mientras  tanto  Mauricio  de  Orange ,  coligado  con  los  franceses, 
aprestaba  en  Dordrecht  un  poderoso  ejército  con  el  fin  aparente  de 
acometer  á  Gruninguen ,  Dunquerque  y  otras  plazas  importantes 
de  Flandes.  Para  guarnecer  estas  fué  necesario  sacar  gente  de  la 
frontera  de  Brabante ,  de  manera  que  el  astuto  holandés  consiguió 


PAR  LES  ESPAGNOLS  EN  1595.  13 

SU  objeto  que  era  distraer  nuestras  fuerzas  j  caer  de  improviso  so- 
bre Santa  Gertrudis  ó  San  Gertrudemberg-,  plaza  importante  en  los 
confines  de  aquella  provincia  y  Holanda ,  que  sabia  estar  mal  pro- 
vista de  municiones  y  vitualla.  Era  el  Conde  de  Mandsfeld  por  su 
mucba  edad  inhábil  para  llevar  el  peso  de  tan  grandes  cuidados, 
y  asi  es  que  aunque  el  Gobernador  de  la  plaza  Mr.  de  Masiei's  le 
avisó  tener  falta  de  municiones ,  no  le  socorrió  cuando  debia  ha- 
cerlo, y  la  plaza  capituló  el  21  de  Junio,  rindiéndose  al  siguiente 
año  la  no  menos  importante  de  Gruninghen. 

Acerca  de  este  suceso  y  del  estado  de  las  cosas  en  Flandes ,  es- 
cribía á  Felipe  II  el  Conde  de  Fuentes  una  larga  carta  en  cifra, 
de  la  cual  copiaremos  algunos  párrafos. 

«Del  estado  de  las  cosas  que  es  para  dar  harto  cuidado  tras  lo  de  San 
«Gertrudemberg ,  j  lo  demás  que  se  entiende  por  las  copias  de  los  que  os 
»avisa  tístevan  de  Ibarra ,  y  me  enviasteis  con  el  postrer  despacho ,  quedo 
"enterado.  Diéramelo  aun  muy  mayor,  á  no  haberos  yo  enviado  la  orden 
«precisa  que  sabéis  para  poner  el  remedio ,  con  acudir  vos  en  persona  al 
«gobierno  de  las  armas ,  y  hacer  con  ellas  lo  que  tanto  conviene  y  de  vos 
«confio.  Y  pues  cuanto  más  peligroso  era  el  término  en  que  quedaban  las 
«cosas ,  mayor  es  la  necesidad  de  aplicarle  ese  remedio ,  espero  muy  presto 
«aviso  de  como  lo  habéis  cumplido ,  y  que  de  ninguna  manera  habréis  dado 
«lugar  á  otra  cosa ,  pues  vos  mismo  veis  y  encarecéis  el  daño  que  podria 
«seg-uirse  á  mi  servicio  de  no  remediar  la  confusión  con  que  lo  de  las  ar- 
«mas  se  trataba ,  y  por  ser  ese  el  punto  más  principal  para  todo ,  he  que- 
«rido  comenzar  por  el  y  mandároslo  expresamente  de  nuevo  como  lo  hago. 

«Mucho  habrá  convenido  tras  el  ruin  suceso  pasado,  poner  cobro  y 
«bueno  en  los  presidios,  y  vituallas  y  municiones  en  las  plazas,  á  que  se 
«entendia  que  el  enemigo  tenia  ojo ,  y  con  eso  y  con  lo  que  arriba  queda 
«dicho ,  será  posible  no  solo  reprimir  esos  insultos ,  pero  darle  alguna  mano 
«si  la  confianza  de  lo  pasado  la  hace  meterse  en  público ,  y  en  lugar  que 
«os  dé  alguna  buena  ocasión.  Y  pues  Dunquerque  cae  tan  cerca  para  po- 
sderla asistir,  y  Groninguen  importa  lo  que  se  sabe,  y  ha  tanto  que  pa- 
»dece ,  y  son  las  dos  amenazadas ,  haced  que  se  les  acuda  con  todo  lo 
«necesario ,  y  lo  mismo  á  Belduque ,  pues  dicen  quedaba  arriscada.  Y  asi- 
«mismo  á  todas  las  otras  plazas ,  aunque  ellas  dan  harta  causa  á  su  daño 
«con  no  querer  guarniciones,  corriéndole  tan  grande  que  es  bastante  señal 
«de  los  increíbles  desórdenes  que  debe  hacer  la  gente  que  anda  en  mi  ser- 
«vicio ,  pues  se  aventuran  las  villas  á  perderse  antes  que  á  sufrir  la  inso- 
«lencia  de  los  que  las  habían  de  defender ,  lo  cual  es  de  tanto  inconve- 
»niente ,  y  daño  tan  digno  de  remedio ,  que  ponerle  ha  de  ser  el  primer 
«paso  que  habéis  de  dar  en  encai'gándoos  de  las  armas. 


14  LA     PRISE   DE    DOÜLLENS 

»Fué  bien  considerado  de  vuestra  parte  el  comunicar  con  ese  Consejo 
»de  Estado  la  venida  de  mi  sobrino  al  g-obierno  de  todos  esos ,  j  hacer  que 
»por  cartas  su  jas  lo  entendiesen  las  provincias ,  para  que  cesase  la  descon- 
wfianza  y  confusión  que  pudieran  dañar  las  otras  cosas.  Y  lueg-o  que  hu- 
»biere  sido  tan  bien  recibida  esta  resolución  como  siempre  lo  esperaba,  lo 
«que  importa  es  dar  prisa  á  que  venga  y  facilitarle  los  medios  para  ello, 
»y  en  cuanto  al  daño  ja  habréis  visto  lo  que  he  ordenado ,  j  creo  que  lo 
"habréis  hecho  proveer  con  que  j  su  buena  gana  de  descansarme  j  servirme 
«pienso  que  no  podrá  tardar  en  llegar. 

» Y  porque  en  esto  de  Francia,  si  se  hace  declaración  ó  elección  á  mi 
"gusto  que  no  es  enderezado  á  otro  fin  que  al  servicio  de  Dios  j  beneficio 
»de  aquel  reino ,  será  menester  acudir  con  calor  de  fuerzas  á  apojarlo ,  j 
))si  se  desbarata ,  j  sucede  al  revés  de  lo  que  se  querria ,  se  habrá  de  sus- 
»tentar  de  fuerzas  allí  alguna  parcialidad  que  dificulte  los  intentos  á  los 
«enemigos  de  la  Iglesia  de  Dios,  j  haga  menor  el  daño ,  estaréis  aperci- 
j>bido  para  en  el  un  caso ,  ó  en  el  otro  acudir  á  dar  calor  á  ello ,  conforme 
))á  lo  que  entendiéredes  por  lo  que  os  escribirá  el  Duque  de  Feria  y  los 
«que  le  asisten. 

«Para  poder  acudir  á  esto  j  á  lo  demás  que  conviene ,  voj  dando  orden 
«en  que  las  provisiones  de  dinero  sean  puntuales  de  aquí  en  adelante,  j  en 
«que  lo  de  allá  se  refuerce  de  la  infantería  española  que  sea  menester 

«Estos  son  los  puntos  principales  á  que  agora  habéis  de  atender  con  las 
«veras  j  cuidados  que  confio  de  vos ,  j  habéis  también  de  entenderos  muj 
«bien  con  el  Conde  de  Mansfeld  j  sobrellevar  lo  que  fuere  menester  de  su 
»edad  y  condición,  pues  haj  la  entera  satisfacción  que  sus  largos  servi- 
«cios  merecen ,  j  así  os  encargo  también  esto  muj  particularmente ,  etc. — 
«San  Lorenzo  á  31  de  Julio  de  1593. — Yo  el  Rej.« 

Con  la  llegada  á  Flandes  del  Archiduque  Ernesto ,  á  quien ,  se- 
gún hemos  visto ,  confió  Felipe  II  el  gobierno  de  aquellos  Estados, 
las  cosas  de  la  guerra  mejoraron  algún  tanto.  Mientras  el  coronel 
Mondragon  hacia  frente  al  de  Orange,  entraba  el  Conde  Carlos  de 
Mansfeld  por  Picardía ,  y  Francisco  Verdugo  limpiaba  la  Frisia  de 
enemigos.  El  de  Fuentes,  con  los  tercios  españoles  é  italianos,  des- 
pués de  haber  recuperado  la  importante  plaza  de  Huys ,  que  ios 
holandeses  ganaron  por  traición  al  Arzobispo  de  Cambray,  se  dis- 
ponía á  tomar  la  ofensiva,  cuando  la  inesperada  muerte  del  Archi- 
duque, ocurrida  al  año  de  haber  tomado  posesión  del  gobierno  el 
21  de  Febrero  de  1595,  vino  á  desconcertar  sus  planes  de  campaña, 
obligándole  á  desistir  de  su  intento. 

Mientras  en  España  se  proveía  nuevo  Gobernador,  quedó  el  Conde 
encargado  del  mando  de  Flandes ;  pero  era  tan  aflictivo  el  estado  de 


PAR   LES   ESPAGNOLS   EN    1595.  l5 

la  cosa  pública ,  que  bien  necesitó  aquel  de  toda  su  prudencia  y 
energía  para  salir  del  apuro  en  que  se  hallaba.  Habíanse  amotinado 
por  falta  de  pagas  los  italianos  j  valones ,  que  dueños  de  varias  - 
plazas  importantes ,  se  resistían  á  entregarlas  mientras  no  fuesen 
satisfechas  sus  justas  reclamaciones.  Los  tudescos  entraron  tumul- 
tuosamente en  Bruxelas,  prendieron  á  su  coronel  Pernisteyn  (1),  y 
amenazaron  dar  saco  á  la  ciudad  si  no  se  les  pagaban  prontamente 
sus  atrasos.  Por  otra  parte,  el  Duque  de  Bouillon  y  el  Conde  Felipe 
de  Nassau  corrían  el  Luxemburgo;  el  Condestable  Velasco,  que 
desde  Milán  había  pasado  al  Delfinado ,  se  hallaba  bastante  com- 
prometido en  Borgoña,  y  Enrique  IV",  ya  absuelto  por  el  Papa,  y 
constituido  Rey  de  Francia ,  declaraba  solemnemente  la  guerra  á 
Felipe  II,  y  se  preparaba  á  entrar  por  la  frontera  de  Artois. 

En  tan  críticas  circunstancias  se  hubo  de  encargar  el  Conde  del 
gobierno  de  Flandes.  Su  prudencia  y  ánimo  varonil  le  sacaron,  sin 
embargo ,  de  la  situación  angustiosa  en  que  se  hallaba.  Repartiendo 
algún  dinero  entre  los  amotinados,  y  prometiéndoles  pagar  cuanto 
antes  todos  sus  atrasos ,  redujo  los  más  á  la  obediencia ,  logrando 
de  esta  manera  reunir  un  cuerpo  de  ejército  respetable.  El  Coronel 
Verdugo,  reforzado  con  tropas  y  bastimentos,  echó  del  Luxemburgo 
á  Bouillon  y  á  Nassau;  el  Marqués  de  Varambon,  flamenco,  se  opuso 
con  ventaja  á  los  designios  del  Duque  de  Longuevílle,  que  desde 
Dorlans,  donde  estaba  acampado,  amenazaba  las  fronteras  del  Hai- 
nault  y  del  Artois.  A  Cambray,  cuyo  Gobernador  M,  de  Baligny 
había  súbitamente  abandonado  el  partido  de  la  Liga  para  pasarse 
al  de  Bearn ,  envió  al  Príncipe  de  Chímay  con  orden  de  castigar 
su  deserción  y  apoderarse  de  la  plaza.  El  mismo  con  el  tercio  es- 
pañol de  D.  Agustín  Mexía,  más  tarde  Marqués  de  Leganés  y  ge- 
neral en  Italia;  el  de  D.  Alonso  de  Mendoza,  los  alemanes  y  valonea 
y  la  caballería  mandada  por  D.  Rodrigo  de  Mendoza,  Duque  de 
Pastrana,  en  todo  7.000  infantes  y  1.500  caballos,  se  metió  en  la 
Picardía.  El  15  de  Junio  tomó  á  Chatelet ,  fortaleza  importante  á 
dos  leguas  de  Cambray ;  desde  allí  fué  á  Clery,  castillo  próximo  á 
Perona,  que  también  tomó,  dejando  en  él  fuerte  presidio  que  tuviese 
en  freno  á  los  de  dicha  ciudad.  Por  último,  conociendo  que  sin  apo- 
derarse antes  de  Dorlans  era  inútil  toda  tentativa  contra  Cambray, 
resolvióse  á  atacarla. 

(l)       Por  otros  llamado  Beristayn. 


16  LA    PRISE    DE    D0ULLEN3 

Era  la  plaza  fuerte  en  demasía ;  estaba  bien  presidiada  y  baste- 
cida ,  y  además  el  Duque  de  Bouillon ,  que  andaba  por  aquellas 
cercanías,  habla  tenido  tiempo  suficiente  para  echar  dentro  400  ca- 
ballos-corazas y  800  infantes  escogidos.  Al  siguiente  día  de  haber 
acampado  nuestro  ejército,  como  el  general  de  la  artillería  Valentín 
de  Pardieu ,  señor  de  la  Motte,  armado  de  fuerte  celada  y  rodela, 
con  que  se  cubría  pecho  y  cabeza,  reconocía  las  fortificaciones  y  el 
foso,  fué  muerto  de  un  mosquetazo,  entrándole  la  bala  por  el  ojo 
derecho.  Tan  impensado  accidente  en  nada  retardó  las  operaciones 
del  sitio ;  abriéronse  las  trincheras,  colocóse  la  artillería,  y  comen- 
zaron los  nuestros  á  batir  con  furia  la  plaza  y  castillo.  Acudió  al 
socorro  el  Duque  de  Bouillon  con  todas  las  fuerzas  que  tenia  dis- 
ponibles ,  y  un  grueso  destacamento  de  infantería  recientemente 
llegado  de  Champaña  y  Normandía;  acompañábanle  el  señor  de 
Villars,  Almirante  de  Francia,  el  Conde  de  Saint  Pol,  M.  de  Ses- 
seval ,  los  gobernadores  de  los  presidios  comarcanos  y  casi  toda  la 
nobleza  de  aquellas  provincias. 

El  23  de  Julio ,  como  el  Conde  de  Fuentes  recorría  el  campo  á 
caballo  y  dirigía  las  operaciones  del  sitio ,  tuvo  aviso  cierto  de  la 
llegada  del  enemigo.  Al  punto  mandó  tocar  al  arma  y  preparóse 
para  recibirle.  Dejando  sus  trincheras  bien  guarnecidas  y  al  cargo 
de  Hernán  Tello  Portocarrero ,  dispuso  que  el  Teniente  del  Maese 
de  Campo  general,  Gaspar  Sapena,  con  1.000  infantes  españoles 
guardase  la  plaza  de  armas ,  á  la  cual  habla  hecho  previamente 
retirar  todo  el  bagaje  y  parte  de  la  artillería,  mientras  él  con  el 
resto  de  la  fuerza  hacia  frente  al  enemigo. 

Engañados  los  franceses  por  esta  maniobra ,  y  creyendo  podrían 
fácilmente  meter  socorro  en  Dorlans ,  su  principal  intento ,  sin 
aguardar  al  Duque  de  Nevers,  que  habla  de  ser  su  General ,  resol- 
vieron atacar  nuestro  campo.  Traía  la  vanguardia  el  Almirante 
Villars  con  500  caballos  y  hombres  de  armas;  seguíale  de  cerca 
M.  de  Sesseval  coa  300  plcardos  montados.  El  resto  de  la  caballe- 
ría, corazas,  dragones  y  arcabuceros  montados ,  venia  á  cargo  del 
Duque  de  Bouillon  y  del  Conde  de  Saint  Pol.  Sobre  la  mano  de- 
recha de  estos  marchaban  1.200  infantes  de  los  regimientos  de 
Champaña  y  Picardía ,  escoltando  veinte  carros  de  municiones  de 
guerra  y  boca  destinados  al  socorro  de  la  plaza.  Era  claro  que  el 
enemigo ,  al  abrigo  de  su  caballería ,  muy  superior  á  la  nuestra, 
intentaba  socorrer  á  Dorlans,  mientras  que  el  grueso  de  su  ejército 


PAR   LES   ESPAGNOLS    EN    1595.  17 

atacaba  nuestro  campo ;  mas  el  Conde,  como  General  experimenta- 
do, en  lugar  de  aguardar  al  enemigo  en  las  posiciones  que  ocupaba, 
salió  á  recibirle.  Dispuso  que  los  hombres  de  armas  alemanes,  al 
mando  del  Conde  de  Bosne,  en  apiñados  escuadrones  avanzasen 
por  la  derecha,  y  la  caballeria  lijera  por  la  izquierda,  mientras  él 
mismo  con  el  guión,  la  compañía  de  caballos  de  D.  Sandio  de  Luna, 
y  un  escuadrón  volante,  compuesto  exclusivamente  de  oficiales  en- 
tretenidos y  capitanes  reformados,  ocupó  el  centro.  Los  dos  escua- 
drones ligeros  que  primero  llegaron  al  puesto ,  á  cargo  de  Alonso 
de  Mondragon  y  Ambrosio  de  Landriano ,  volvieron  grupa  al  en- 
cuentro de  la  caballería  francesa  mandada  por  el  Almirante ;  pero 
D.  Carlos  Coloma,  que  hacia  entonces  sus  primeras  armas,  y  trazó 
después  con  elocuente  pluma  la  historia  de  esta  y  otras  guerras, 
D.  Juan  Gamarra  y  D.  Francisco  de  Padilla  con  sus  correspon- 
dientes compañías  de  caballos,  observando  que  la  gente  de  Sesseval 
se  apartaba  hacia  la  derecha  y  en  dirección  de  la  plaza,  con  el 
marcado  propósito  de  atacar  nuestro  campo  por  un  costado,  sin 
esperar  las  órdenes  de  su  general ,  arremetieron  con  tal  resolución 
y  brio,  que  más  de  cien  ginetes  franceses  perdieron  silla  al  empuje 
de  sus  lanzas,  y  los  demás  huyeron  en  varias  direcciones.  Mientras 
tanto  D.  Sancho  de  Luna  y  Ambrosio  Landriano  lograban  recoger 
sus  caballos  ligeros,  y  atacaban  con  denuedo  al  Almirante,  quien, 
viendo  avanzar  nuestra  infantería ,  mandó  tocar  retirada.  Bouillon 
y  Saint  Pol,  viendo  el  peligro  en  que  aquel  se  hallaba,  le  enviaron 
150  corazas  con  el  Conde  de  Belin ,  y  aunque  con  tan  oportuno 
auxilio  el  Almirante  logró  rehacerse  algún  tanto  y  aun  rechazar 
á  los  nuestros ,  sobreviniendo  el  de  Fuentes  con  los  hombres  de 
armas  por  un  lado,  y  por  el  otro  D.  Carlos  Coloma  con  su  compañía, 
cerraron  con  la  caballería  francesa,  que  fué  casi  toda  degollada, 
salvándose  muy  pocos.  Otro  tanto  sucedió  á  la  infantería;  queriendo 
arrimarse  á  un  bosque  para  guarecerse  en  él,  fué  alcanzada  por  los 
hombres  de  armas  de  Bossa,  y  pasada  á  cuchillo. 

Tan  insigne  victoria ,  alcanzada  el  24  de  Julio ,  víspera  de  San- 
tiago, acabó  de  confirmar  la  reputación  militar  del  Conde  de  Fuen- 
tes. Con  fuerzas  muy  inferiores  habia  derrotado  un  ejército  com- 
puesto de  tropas  aguerridas,  y  mandado  por  Generales  de  gran 
reputación  militar.  Entre  los  muertos,  que  pasaron  de  2.000,  se 
contaba  el  Almirante  de  Francia,  M.  de  Sesseval,  el  Mariscal  de 
Campo  Sesenay.  el  Conde  de  Belin ,  antig-uo  Gobernador  de  París, 

TOMO  III.  2 


18  LA   PRISE    DE   DOULLENS 

y  otros  Cabos  de  cuenta ;  los  prisioneros  fueron  muchos ,  y  en  su 
número  la  principal  nobleza  de  Picardía. 

El  dia  después  de  la  batalla  llegó  el  Duque  de  Nevers  con  algu- 
nas fuerzas  de  caballería  é  infantería ;  mas  habiendo  reconocido  el 
campo ,  y  desesperando  de  socorrer  á  Dorlans ,  se  retiró  precipita- 
damente y  la  plaza  fué  tomada  por  asalto  el  31  de  Julio.  El  Conde 
entonces ,  movido  de  las  repetidas  instancias  de  las  provincias  de 
Artois,  Hainault  y  Journeri  para  que  acometiese  la  empresa  de 
Cambray ,  ofreciéndole  para  ello  vitualla ,  gente  y  dinero  por  lo 
mucho  que  los  molestaba  la  guarnición  francesa,  no  quiso  retardar 
por  más  tiempo  el  sitio  de  aquella  plaza ,  y  el  8  de  Agosto  se  puso 
á  la  vista  con  7.000  infantes  y  1.500  caballos  escasos.  Era  gober- 
nador de  Cambray  aquel  M.  de  Baligny ,  que  abandonando  el  par- 
tido de  la  Liga  católica  en  1591 ,  se  habla  pasado  al  de  Enrique  IV: 
hombre  de  conocido  valor  y  grande  experiencia  en  las  guerras,  y 
empeñado  cual  ninguno  en  la  defensa  de  la  plaza  cometida  á  su 
cuidado  por  lo  mismo  que  habla  sido  pública  y  notoria  su  traición. 
Habla  dentro  una  guarnición  numerosa ,  abundancia  de  bastimen- 
tos y  municiones  de  guerra  :  la  ciudad  era  fortlslma  por  naturaleza 
y  por  arte ,  una  de  las  mayores  y  más  populosas  del  País-Bajo,  sus 
habitantes  poco  aficionados  á  España :  cuentan  que  Baligny ,  sa- 
biendo la  poca  gente  que  para  tamaña  empresa  traía  el  Conde .  y 
confiado  en  sus  propios  recursos  y  en  las  defensas  casi  inexpugna- 
bles de  la  plaza  ,  envió  á  suplicar  á  su  Rey  que  no  desamparase  las 
cosas  de  Borgoña  para  venir  en  socorro  suyo ,  asegurándole  tenia 
sobradas  fuerzas  para  obligar  á  los  nuestros  á  que  levantasen  el  si- 
tio. Defendíanlo  en  efecto  7.000  ciudadanos  franceses  de  corazón, 
y  en  su  mayor  parte  calvinistas  ó  luteranos,  sin  contar  unos  2.000 
infantes  entre  franceses  y  valones ,  500  suizos  y  más  de  300  caba- 
llos. La  cindadela  guarnecían  500  franceses  escogidos.  Además,  el 
Duque  de  Nevers ,  que  se  hallaba  aún  en  San  Quintin ,  habla  in- 
tentado socorrerla  ,  y  aunque  no  lo  pudo  conseguir ,  su  hijo  el  Prín- 
cipe de  Rethelois ,  mancebo  de  quince  años ,  habla  logrado  intro- 
ducirse en  la  plaza ,  acompañado  de  unos  pocos ,  dando  así  calor  á 
la  defensa.  Más  tarde,  y  comenzado  ya  el  sitio ,  Mr.  de  Vic,  Go- 
bernador de  Saint  Denis  y  uno  de  los  más  experimentados  oficia- 
les de  aquel  tiempo ,  logró  meter  dentro  500  dragones  de  socorro. 
Dos  meses  enteros  duró  el  sitio  de  Cambray,  durante  los  cuales 
el  Conde  de  Fuentes  acabó  de  acreditarse  de  prudente  Capitán  y 


PAR   LES   ESPAGNOLS   EN    1595.  19 

político  consumado.  El  8  de  Octubre  ,  después  de  abierta  la  brecha, 
j  cuando  ya  los  nuestros  se  preparaban  para  el  asalto ,  los  ciuda- 
danos de  Cambray ,  desconfiados  de  poder  prolongar  la  defensa ,  y 
cansados  de  las  tiranías  y  exacciones  del  Gobernador  Mr.  de  Ba- 
ligny ,  entraron  en  tratos  con  los  nuestros  y  les  abrieron  las  puer- 
tas de  la  ciudad.  Dos  dias  después  Baligny  ,  que  se  habia  re- 
fugiado en  la  cindadela ,  pedia  permiso  al  de  Fuentes  para  des- 
pachar un  mensajero  al  Duque  de  Nevers,  en  San  Quintín,  y  á  su 
Rey ,  si  por  ventura  hubiese  llegado ,  avisándoles  no  serle  ya  po- 
sible mantenerse  por  más  tiempo.  Seis  dias  de  tregua  solicitaba  con 
dicho  objeto.  «Si  me  aseguráis,  le  contestó  el  de  Fuentes,  que  En- 
rique acudirá  en  vuestro  socorro ,  no  digo  yo  seis  dias ,  mucho  más 
os  concederé  gustoso  para  darle  lugar  á  que  venga  y  nos  veamos 
con  él  aquí.» 

Con  la  toma  de  Cambray  terminó  la  campaña  de  aquel  año.  Pa- 
góse y  despidióse  la  gente ;  los  hombres  de  armas  de  la  tierra  se 
fueron ,  como  tenían  de  costumbre ,  á  sus  casas ,  con  orden  de  estar 
listos  para  la  primavera  siguiente ;  los  demás  se  retiraron  á  cuar- 
teles de  invierno.  A  mediados  de  Noviembre  el  Conde  tuvo  aviso 
de  que  Felipe  II  había  nombrado  á  su  sobrino  el  Cardenal  Archi- 
duque Alberto  para  el  gobierno  de  aquellos  Estados.  Así  se  lo  es- 
cribía de  su  propia  mano  el  Rey ,  manifestándole  lo  muy  satisfecho 
que  estaba  de  sus  servicios  y  el  deseo  que  tenia  de  remunerarle  con 
nuevas  mercedes.  Mandábale  al  propio  tiempo  que,  entregado  que 
hubiere  el  gobierno  al  Archiduque ,  se  volviese  á  España ,  como  lo 
verificó,  llegando  á  la  corte  en  los  primeros  meses  del  año  1596. 

Algo  tardías  fueron  las  mercedes  que  en  repetidos  despachos, 
antes  y  después  de  la  toma  de  Dorlans ,  le  prometió  Felipe  II,  pues 
exceptuando  la  Encomienda  de  los  Santos  en  la  Orden  de  Santiag*o, 
y  una  plaza  en  el  Consejo  de  Guerra ,  con  que  parece  haberle  agra- 
ciado en  el  último  año  de  su  largo  reinado ,  no  consta  le  hiciese 
aquel  Monarca  otra  distinción.  Felipe  III  fué  el  que  en  1599  le 
mandó  cubrir  y  le  nombró  del  Consejo  de  Estado.  Poco  tiempo  des- 
pués, y  habiendo  vuelto  á  España  el  Condestable  D.  Juan  Fernan- 
dez de  Velasco,  que  desde  1593  gobernaba  el  Estado  de  Milán,  se 
trató  de  nombrarle  en  reemplazo  suyo ;  si  bien  Cabrera  añade  fue- 
ron tantas  sus  exigencias  y  tales  las  condiciones  que  puso ,  que  se 
cansaron  de  él  y  se  desistió  por  entonces  de  la  idea  (1).  Sabia  bien 

(1)     fí elaciones,  pág.  33. 


20  LA   PRISE    DE    DOÜLLENS 

el  de  Fuentes  el  estado  de  las  cosas  en  aquel  ducado,  lo  alterados 
que  estaban  aún  los  ánimos  con  las  ruidosas  competencias  eclesiás- 
ticas promovidas  por  el  Cardenal  Federico  Borromeo ,  Arzobispo  de 
aquella  iglesia,  las  inquietudes  de  Venecia,  y  sobre  todo  la  desme- 
dida ambición  del  saboyano  ,  que  no  perdonaba  medio  alguno  para 
ensanchar  los  limites  de  su  pequeño  Estado ,  y  sin  duda  repugnaba 
admitir  gobierno  de  tanta  responsabilidad  mientras  no  se  le  diesen 
los  medios  de  salir  airoso  de  su  empeño.  Por  último ,  nombrado  en 
Agosto  de  1599,  partió  para  Milán  el  12  de  Junio  de  1600,  llevando 
consigo  á  la  Condesa  su  mujer  y  por  castellano  de  su  castillo  á  Don 
Diego  de  Pimentel  su  deudo. 

La  situación  en  que  el  Conde  de  Fuentes  halló  las  cosas  de  aquel 
Estado  se  podrá  fácilmente  comprender  por  una  sentida  carta,  cuya 
minuta  original  tenemos  á  la  vista ,  escrita  al  Confesor  de  S.  M.' 
fray  Gaspar  de  Córdoba.  Gozaba  este  de  gran  favor  con  el  Monarca 
y  ocupaba  además  una  plaza  en  el  Consejo  de  Estado.  Pasaban  por 
sus  manos  muchas  consultas ,  y  como  es  de  presumir ,  constituía 
una  pieza  importante  de  aquella  maquinaria  gubernamental.  An- 
tiguo amigo  del  de  Fuentes,  le  servia  en  sus  pretensiones ,  ya  acti- 
vando en  el  Consejo  el  despacho  de  las  consultas  de  Italia,  ya  dando 
al  Rey  y  al  de  Lerma  recados  verbales  de  su  parte.  Por  Noviembre 
del  año  1600,  y  á  los  pocos  meses  de  haber  tomado  posesión  del 
gobierno ,  el  de  Fuentes  le  escribió  desde  Milán : 

«La  poca  salud  con  que  V.  S.  R.  ha  estado  me  ha  llegado  al  alma.  Ben- 
dito sea  Nuestro  Señor  que  ya  pudo  V.  S.  R.  confesar  á  Sus  Majestades, 
y  en  esto  me  alegra  la  buena  nueva  de  la  convalecencia  y  la  buena  ley  del 
penitente,  cuyos  pies  beso  con  la  mayor  humildad  y  respeto  que  puedo, 
aunque  todo  será  menos  de  lo  que  á  tan  santo  y  agradecido  Rey  se  debe, 
por  haber  leido  y  holgado  aquellos  renglones  mios  que  los  remedios  y  am- 
paros que  este  Estado  há  menester ,  obligó  á  que  aquellas  verdades  envuel- 
tas en  dolor  se  saliesen  de  la  boca ,  causándolo  la  lástima  del  corazón  y  de 
a  intención  y  zelo  á  su  Real  servicio,  al  cual  cumple  que  se  averigüe 
todo  y  sepan  los  Ministros  que  se  encarg'an  de  los  oficios  que  ha  de  haber 
pena  para  el  mal  servicio  como  recompensa  para  el  bueno;  mas  este  no  se 
ha  de  sacar  del  cargo  sino  de  lo  bien  servido  en  él ,  y  con  verdad  certifico 
que  es  vergüenza  lo  que  aquí  ha  pasado.  De  todas  maneras  V.  S.  R.  lo 
verá,  si  viene  visita,  y  se  averiguarán  cosas  notables  y  vergonzosas,  que 
si  el  Duque  de  Saboya  no  estuviera  cierto  de  que  el  Marqués  de  la  Hino- 
josa  le  habia  de  ayudar,  no  hubiera  acometido  el  Estado  de  Monferrato. 
Cuando  tomó  los  primeros  lugares  de  el  dijo  á  Ervias  el  Marques  de  la  Hi- 


PAR   LES   ESPA.GNOLS   EN    1595.  21 

nojosa  que  ojalá  que  los  hubiera  tomado  todos ,  porque  siempre  fué  su  fin 
que  el  Duque  de  Saboja  le  había  de  dar  un  Estado  ,  j  los  del  Duque  de 
Saboja  lo  confiesan  y  el  Duque  de  Mantua  lo  verifica  j  1  sabe ,  j  él  mis- 
mo me  lo  ha  dicho  á  mi,  j  estotro  Embajador  del  Duque  de  Saboya  que 
está  aquí  me  lo  confirma.  La  duda  no  está  en  lo  que  podrá  probar  el  que 
viniere ,  sino  en  la  lástima  j  vergüenza  de  Espai5a  que  tal  ha  ja  pasado  por 
ella  en  daño  y  quiebra  de  un  Rey  santo  que  nos  hincha  de  bienes.  No  ser- 
virle bien  es  traición  duplicada ,  j  es  bueno  que  V.  S.  R.  me  escriba  que 
le  diga  JO  cómo  ha  de  usar  de  mis  avisos  j  de  mis  cartas ,  siendo  como 
es  amparo  j  guia  de  todas  mis  cosas.  Pero  todas  las  de  esta  vida  que  ja 
JO  puedo  desear  j  querer  de  setenta  años  j  con  poca  salud  j  remediados 
mis  hijos  como  lo  están ,  gran  mal  sería  que  no  se  redijesen  al  servicio  de 
Dios  en  primer  lugar,  j  al  de  mi  amo.  Como  esto  se  consiga,  no  quiero 
otra  cosa.  Ni  á  mis  cartas  ni  á  mis  particulares  guarde  V.  S.  R.  más  se- 
secreto  ni  más  respeto  del  que  se  encaminase  á  este  fin.» 

El  Marqués  de  la  Hinojosa,  á  quien  el  Conde  acusa  en  esta  carta 
de  favorecer  en  detrimento  de  España  las  ambiciosas  pretensiones 
del  de  Saboya,  se  llamaba  D.  Juan  de  Mendoza;  era  hijo  del  Conde 
de  Castro,  y  sobrino  de  D.  Juan  Fernandez  de  Velasco,  Duque  de 
Frias,  que  precedió  al  de  Fuentes  en  el  gobierno  de  Milán.  Llevóle 
en  su  compañía  el  Condestable,  hizole  sucamarada,  según  la  usanza 
de  aquel  tiempo,  y  dióle  además  el  mando  de  su  guardia  personal. 
Hechura  del  de  Lerma,  de  quien  era  pariente,  fué  creado  Marqués 
de  San  Germán  y  de  la  Hinojosa,  gobernador  de  Galicia,  General 
de  la  caballería  de  Milán  y  gentil-hombre  de  la  cámara  de  Fe- 
lipe III.  En  1609  tuvo  á  su  cargo  la  embarcación  por  Cádiz,  Gi- 
braltar  y  Tarifa  de  los  moriscos  valencianos,  y  la  toma  de  pose- 
sión de  Alarache  en  la  costa  de  África  que  se  entregó  el  20  de  No- 
viembre de  1610.  En  1612  fué  nombrado  gobernador  de  Milán, 
Embajador  á  Inglaterra,  y  por  último  Virey  de  Navarra,  en  cuyo 
empleo  murió  el  24  de  Febrero  de  1628.  Contra  él  se  hicieron  en  la 
corte  aquellas  célebres  coplas  que  empiezan: 

Vuestra  Majestad  despache 
Al  Marqués  de  San  Germán, 
Que  si  nos  vendió  á  Milán, 
También  nos  ganó  á  Larache. 

No  tuvo,  según  parece,  la  mejor  mano  en  arreglar  los  asuntos 
de  aquel  Estado  y  oponerse  á  los  designios  del  de  Saboya,  que  aco- 
metió primeramente  el  marquesado  de  Saluzo,  y  quiso  más  tarde 
apoderarse  del  Monferrato,  que  decia  pertenecerle.  No  es ,  pues,  de 


22  LA    PRISE    DE     DOÜLLENS 

extrañar  que  el  satírico  Villamediaiía  en  una  composición  dirigida 
al  P.  Predicador  y  principales  Ministros  de  Felipe  III  dijese  ha- 
blando de  él: 

San  Germán 

No  tenia  un  pan 

Cuando  fué  á  Milán; 

Si  allí  lo  hurtó 

No  lo  sé  yo. 

Al  poco  tiempo  de  su  llegada  á  Milán  el  Conde  de  Fuentes  pro- 
puso la  construcción  de  cuatro  cindadelas  para  la  seguridad  de 
aquel  Estado.  Una  de  ellas,  que  aún  conserva  su  nombre,  debia 
asegurar  el  paso  á  Flandes  de  la  gente  de  guerra  del  Estado  por 
medio  de  los  cantones  de  la  Suiza  católica,  con  los  cuales  habia 
llevado  á  cabo  una  importante  negociación.  «Vuestra  excelencia 
esté  cierto  (le  decia  el  de  Lerma  en  carta  particular  del  30  de  No- 
viembre de  1604)  que  por  más  que  lo  deseen  Saboya  y  Mantua,  no 
nos  llevarán  á  Cencho,  Sabionedo  ni  el  Final.  V.  E.  lo  ha  hecho 
como  quien  es,  y  como  tan  buen  criado  de  su  amo,  en  no  aprobar- 
les sus  intentos ,  y  acá  no  solo  no  se  les  concederá  lo  que  preten- 
den, sino  que  se  les  dará  á  entender  lo  mal  que  esto  ha  parecido. 
Bueno  está  lo  obrado  con  esguizaros ;  veamos  ahora  lo  que  se  puede 
hacer  con  grisones.» 

No  pasó  mucho  tiempo  sin  que  la  negociación  comenzada  con 
los  cantones  grisones ,  algo  más  difícil  y  espinosa  que  la  de  los  es- 
guizaros por  ser  en  su  mayor  parte  luteranos  ó  calvinistas,  se  lle- 
vase á  feliz  término  por  el  Conde ,  causando  gran  satisfacción  al 
Rey  y  al  de  Lerma  el  talento  y  habilidad  desplegados  en  dicha 
ocasión.  Así  se  lo  manifestaba  D.  Pedro  Franqueza,  Conde  de  Vi- 
llalonga ,  en  carta  reservada  que  tenemos  á  la  vista,  asegurándole 
entre  otras  cosas  que  la  seguridad  de  los  Estados  de  Flandes  depen- 
día en  gran  manera  de  la  negociación  que  acababa  de  hacer.» 

A  principios  del  año  1607  el  Conde  de  Villalonga,  D.  Lorenzo 
Ramírez  de  Prado,  y  otros  Ministros  de  Felipe  III,  caían  en  desgra- 
cia del  Monarca ,  y  encerrados  en  una  prisión  mientras  se  hacia  el 
inventario  de  sus  bienes ,  el  privado  escribía  al  Conde  de  Fuen- 
tes una  carta  de  su  puño  con  el  siguiente  párrafo: 

«He  parado  (le  dice)  en  tener  gota,  y  el  impedimento  de  los  píes 
dame  mucho  trabajo;  pero  bien  los  he  menester,  pues  se  han  sa- 
bido cosas  de  los  Ministros  que  están  presos  que  han  obligado  á 
hacer  tan  grande  demostración  con  ellos.  Yo  los  tuve  por  útiles  y 


PAR  LES  ESPAGNOLS  EN  1595,  23 

trabajadores ,  y  con  esta  satisfacción  los  ayudé ;  pero  en  sabiendo 
lo  que  pasaba,  el  servicio  de  nuestro  amo  lo  ha  de  preferir  todo; 
y  quiero  decir  á  V.  E.  que  todos  me  lo  callaban  y  que  Dios  me  hizo 
merced  de  encaminar  maravillosamente  la  luz  que  tuvimos.» 

A  D.  Pedro  P>anqueza  sucedió  en  el  cargo  el  Secretario  x\ndrés 
de  Prada,  con  quien  el  Conde  mantuvo  larga  correspondencia  in- 
formándole muy  por  menor  del  estado  de  los  negocios  en  Italia,  y 
ofreciendo  ayudar  al  Papa  en  su  lucha  con  venecianos ,  «pues  para 
ello  tenia  disposición  y  buena  voluntad.»  Asi  continuó  dirigiendo 
con  buen  éxito  la  política  de  España  en  Italia,  y  promoviendo  los 
intereses  materiales  del  Estado  de  Milán  hasta  su  muerte ,  que  fué 
muy  llorada  allí  como  en  España.  Según  una  relación  manus- 
crita (1)  que  se  conserva  en  la  Real  Academia  de  la  Historia,  el 
Conde  de  Fuentes  murió  el  22  de  Julio  de  1610.  Cabrera  (2)  dice 
que  la  noticia  se  supo  en  Madrid  el  4  de  Agosto,  y  que  por  el  pronto 
se  dio  orden  para  que  D,  Pedro  de  Ley  va,  Principe  de  Asculi,  fuese 
á  encargarse  interinamente  de  aquel  Gobierno,  para  el  cual  se  nom- 
bró más  tarde  al  Condestable  de  Castilla,  D.  Juan  Fernandez  de 
Velasco  (3).  Añade  la  relación  que  «murió  muy  sin  tiempo,  aunque 
tenia  harto,  pues  contaba  sobre  85  años.»  La  Condesa,  su  esposa, 
falleció  en  esta  corte  cuatro  dias  después.  No  dejaron  sucesión, 
heredando  el  titulo  y  condado  de  Fuentes  D.  Manuel  de  Acevedo  y 
Zúñiga ,  sexto  Conde  de  Monterey,  que  casó  con  hermana  de  Don 
Gaspar  de  Guzman,  Conde-Duque  de  Olivares,  y  fué  Virey  de  Ña- 
póles desde  1631  á  1637. 

Queda  pues  desvanecido  el  notable  error  que  con  tanta  insis- 
tencia se  viene  repitiendo  por  los  historiadores  franceses  unánimes 
en  confundir  al  ilustre  vencedor  de  Dorlans  en  1595  con  el  Gene- 
ral aventurero  yencido  en  Rocroi.  La  equivocación,  por  más  ab- 
surda que  sea,  se  explica  hasta  cierto  punto  en  los  antiguos  escri- 
tores de  aquella  nación.  Comes  Fontanus  le  llamaban  los  que  de 
las  cosas  de  Flandes  escribieron  en  latin;  y  entre  ellos  el  jesuíta 
Antonio  del  Rio,  que  ocultando  su  nombre  bajo  el  seudónimo  de 
Rolandus  Mirteus  ornatinus,  publicó  en  esta  corte  en  1610, 4.°,  unos 
Comentarios  de  lo  ocurrido  en  Flandes  durante  su  Gobierno.  Fon- 

(1)  Publicóse  íntegra  entre  los  preliminares  al  tomo  XVII  del  Memorial 
Histórico. 

(2)  Relaciones,  T^kg-  A\A. 

(3)  Por  segunda  vez,  pues  ya  lo  fué  desde  1593  á  1.599, 


24  LA   PRlSE    DE   DOULLENS 

tana  le  llaman  asimismo  los  más  de  los  italianos ;  á  lo  que  podre- 
mos añadir  que  siempre  que  los  nuestros  mencionan  al  Maese  de 
Campo  Fontaine  ó  Des  Fontaines ,  creado  Conde  por  Felipe  IV-,  le 
llaman  Conde  de  Fontana.  El  error  pues ,  por  más  que  en  él  per- 
sistan el  ilustre  Víctor  Cousin  y  otros  que  de  nuestras  cosas  se  han 
ocupado  en  estos  últimos  tiempos  ,  es  perdonable  en  escritores  ex- 
tranjeros; no  se  concibe,  ni  lo  es,  en  historiadores,  como  D.  Mo- 
desto Lafuente ,  que  aun  para  tratar  de  nuestras  cosas  se  valen  de 
relaciones  extranjeras  y  beben  en  fuentes  impuras.  Verdad  es  que 
los  que  de  historia  española  se  ocupan,  tienen  que  hacer  por  sí 
mismos  las  investigaciones  más  trabajosas  para  averiguar  tal  cual 
hecho,  á  veces  de  escasa  importancia,  ó  acudir  á  obras  extranjeras 
de  compilación  y  consulta,  especie  de  vademécum  histórico  en  que 
no  siempre  hallan  lo  que  buscan,  y  donde  suelen  frecuentemente 
estar  equivocadas  las  fechas  y  trastornados  visiblemente  los  hechos. 
No  se  conoce  entre  nosotros  un  Diccionario  biográfico  español,  en 
que  los  hombres  célebres  en  las  armas^y  en  las  letras,  en  ciencias 
y  artes,  en  religión  y  doctrina,  tengan  su  lugar  correspondiente,  y 
así  es  que  la  Biografía  Universelle  que  en  París  se  publica  ha  de 
ser  forzosamente,  á  pesar  de  sus  muchos  errores  en  todo  aquello 
que  á  nuestras  cosas  hace  referencia,  compañera  inseparable  del 
aficionado  á  los  estudios  históricos.  Del  Conde  de  Fuentes  poco  ó 
nada  se  sabría,  á  no  haber  nuestro  amigo  D.  Antonio  Cánovas  del 
Castillo  hecho  prolijas  investigaciones  acerca  de  este  período,  de 
las  cuáles  es  señalada  muestra  su  reciente  artículo  Del  principio 
y  fin  que  tuvo  la  supremacia  militar  de  los  españoles  en  Europa. 
Terminaremos  nuestra  tarea  con  una  décima  poco  conocida  y 
nunca  impresa  del  célebre  poeta  satírico  Villamediana,  ya  antes  ci- 
tado, en  que  hace  una  critica  sangrienta  de  los  Ministros  de  aquel 
tiempo,  y  el  siguiente  elogio  del  de  Fuentes: 

Del  saber  de  Dios  las  minas 
Brotan  candidas  acciones, 
Pues  que  premian  Cicerones 

Y  castigan  Catilinas. 
En  cosas  tan  peregrinas 

Y  en  varones  tan  prudentes, 
Señales  son  evidentes 

De  que  en  espadas  y  plumas 
Regirán  á  España  Ñumas 

Y  á  Italia  Condes  de  Fuentes. 

Pascual  de  Gayangos. 


ESTUDIOS 

SOBRE  EL  GOBIERNO  PARLAMENTARIO 

U  U  TEORÍl  Y  EN  li  PSiCTIGl. 


IL 

JMonarqLixia   constltixcloiial.— Ooblemo 
representativo. 

La  teoría  francesa  ha  consagrado  el  uso  de  estas  dos  expresiones, 
como  las  más  adecuadas  para  significar  con  su  acepción  natural  la 
idea  fundamental  del  sistema  de  gobierno  inglés.  Este  uso  se  lia 
extendido  á  toda  Europa ,  y  aun  en  Inglaterra  mismo  se  ha  gene- 
ralizado también,  por  más  que  alli  no  haya  obtenido  todavía  aque- 
lla significación  el  valor  técnico ,  circunscrito ,  y  en  cierto  modo  ofi- 
cial, que  nosotros  y  los  franceses  le  damos.  Con  esta  significación 
técnica  ninguna  de  esas  denominaciones  es  de  origen  inglés.  El  Dic- 
cionario clásico  de  Johnson  no  las  autorizaba  en  el  uso  vulgar  y  cor- 
riente de  la  lengua  inglesa:  y  no  creemos  que ,  antes  de  la  revolu- 
ción francesa ,  las  hubiese  empleado  escritor  alguno  en  Inglaterra, 
siquiera  accidentalmente,  como  designación  especifica  de  su  sistema 
de  gobierno.  Estas  denominaciones  son,  pues,  de  invención  origi- 
nal y  exclusiva  de  la  escuela  liberal  francesa  que  la  aplicó  al  sis- 
tema de  gobierno  inglés  á  manera  de  expresión  sintética  de  sus 
condiciones  esenciales. 

¿Es  exacta  esta  aplicación?  ¿Expresan  bien  aquellas  denomina- 
ciones esa  idea  concreta  que  con  ellas  se  quiere  significar? 

Que  en  ellas  hay  algo  que  es  verdad ,  no  puede  negarse.  El  go- 


26  ESTUDIOS 

bierno  inglés ,  considerado  como  monárquico ,  porque  tiene  á  su 
cabeza  un  Rey  hereditario,  es  sin  duda  alguna  constitucional, 
puesto  que  se  rige  por  leyes  constitutivas  y  fundamentales.  Es  tam- 
bién gobierno  representativo,  en  cuanto  la  representación  entra 
por  mucho  en  la  organización  y  ejercicio  de  algunas  de  las  funcio- 
nes más  importantes  del  poder  público.  Pero  estas  circunstancias  no 
abarcan  toda  la  cuestión  que  aqui  proponemos.  Esta  cuestión  está 
en  saber  si  las  expresiones  Monarquía  constitucional  y  Gobierno 
representativo  d'^slindan  y  determinan  exactamente  la  idea  que  se 
pretende  significar ,  especiicándose  con  ellas  la  índole  esencial  del 
sistema  de  gobierno  tomado  del  pueblo  inglés.  En  este  sentido  nos 
parece  que  la  adopción  de  aquellas  denominaciones  ha  sido ,  no  so" 
lamente  errónea,  sino  desgraciada  por  su  vaguedad  y  por  su  anfi- 
bología ,  según  la  experiencia  lo  ha  demostrado  ya ,  bien  á  costa 
por  cierto  de  la  idea  liberal ,  lo  mismo  aquí  que  en  Francia. 

Los  partidos  reaccionarios ,  sacando  fuerzas  de  ñaqueza ,  han  sa- 
lido á  la  palestra  de  la  discusión  política  revindicando  para  sí  solos 
el  dictado  de  verdaderos  constitucionales,  é  invocando  para  ello 
una  especie  de  mito  llamado  Constitución  no  escrita ,  á  manera  de 
doctrina  esotérica,  que  solo  á  los  iniciados  toca  descifrar  en  su- 
puestas tradiciones  secularmente  grabadas  en  la  historia,  los  há- 
bitos y  los  sentimientos  de  las  naciones.  Es  verdad  que  estos  par- 
tidos tienen  buen  cuidado  de  no  precisar  los  períodos  de  aquella 
larga  historia ,  á  que  habrían  de  pedir  en  su  caso  los  artículos  de 
su  Constitución  no  escrita ;  los  cuales  podrían  muy  bien  irse  á  bus- 
car hasta  en  los  autos  de  fe  que  durante  más  de  siglo  y  medio  pre- 
sidian solemnemente  nuestros  Reyes  en  los  venturosos  tiempos  de  la 
Casa  de  Austria.  Mas,  prescindiendo  de  esto,  fuerza  es  confesar 
que  bajo  las  Monarquías  del  antiguo  régimen  el  Estado  tenia  tam- 
bién sus  leyes  constitutivas,  y  que  en  este  concepto,  de  no  dar  á  la 
palabra  constitucional  una  significación  nueva ,  meramente  conven- 
cional y  arbitraria ,  los  absolutistas  tienen  tanto  derecho  como  los 
liberales  para  apropiarse  el  dictado  en  su  acepción  natural,  y  apli- 
carlo á  aquel  antiguo  régimen  cuya  restauración  invocan. 

Por  el  lado  opuesto  la  denominación  de  gobierno  representativo 
tampoco  sirve  mejor  á  su  propósito.  Esta  expresión ,  en  el  sentido 
propio  y  genuino  que  le  corresponde ,  adoptada  para  significar  téc- 
nicamente la  base  fundamental  y  el  principio  esencial  de  una  or- 
ganización política ,  conduce  lógica  y  necesariamente  al  gobierno 


SOBRE   EL    GOBIERNO    PARLAMENTARIO.  27 

republicano  y  democrático  en  la  única  forma  en  que  este  sistema 
puede  adaptarse  á  las  grandes  naciones  modernas.  En  rigor  cien- 
tífico, el  nombre  de  gobierno  representativo  solamente  cuadra  á  un 
sistema  republicano,  como  el  de  los  Estados- Unidos  de  América » 
donde  todas  las  funciones  del  poder ,  desde  las  legislativas  y  judi- 
ciales hasta  las  administrativas  del  orden  más  subalterno ,  son  de 
hecho  y  de  derecho  ejercidas  por  personas  salidas  directa  ó  indi- 
rectamente de  la  elección  popular :  y  por  ampliación  puede  también 
aplicarse  al  cesarismo  que  Augusto  levantó  sobre  las  ruinas  de  la 
república  romana,  asumiéndose  con  el  beneplácito  del  pueblo  la 
autoridad  efectiva  de  todas  las  magistraturas  antes  electivas ,  sin 
destruir  por  eso  las  formas  externas  y  aparentes  de  su  elección 
y  ejercicio :  sistema  híbrido  é  indefinible  que  ha  resucitado  en  nues- 
tros dias  la  dinastía  napoleónica. 

Resulta,  pues,  que  los  partidos  liberales,  tanto  aqui  como  en 
Francia,  si  alzan  la  bandera  de  la  monarquía  constitucional,  tie- 
nen que  disputarla  á  los  reaccionarios  y  absolutistas ;  si  la  del  go- 
bierno representativo ,  tienen  que  rendirla  acaso  ante  la  lógica  su- 
perior de  los  adeptos  de  la  república  ó  del  cesarismo. 

No  vemos  que  esto  suceda  ni  haya  sucedido  nunca  en  Inglaterra: 
y  no  será  ciertamente  porque  alli  se  tenga  en  poco  el  valor  de  la 
ley  escrita :  precisamente  en  lo  contrario  se  cifra  acaso  el  carácter 
más  distintivo  del  pueblo  inglés ,  que  en  este  punto  llega,  como  es 
sabido ,  á  una  exageración  que  nosotros  pretendemos  muchas  ve- 
ces ridiculizar.  De  todos  los  pueblos,  cuya  vida  nos  presenta  la 
historia ,  asi  en  la  antigüedad  como  en  los  tiempos  modernos ,  no 
hay  acaso  uno  solo  que ,  como  el  pueblo  inglés ,  se  atenga  en  todo 
y  para  todo  á  la  regla  escrita,  la  considere  más  necesaria  y  la 
guarde  y  venere  con  mayor  respeto.  Cuando  los  grandes  barones 
feudales  luchaban  con  los  Reyes  Plantagenets  para  arrancarles  el 
reconocimiento  de  sus  privilegios  y  de  los  fueros  populares ,  no  se 
creian  asegurados  en  su  triunfo  hasta  que  obligaban  al  Principe  á 
firmar  la  fórmula  escrita  de  sus  pretensiones :  desde  el  momento  en 
que  hablan  obtenido  la  firma ,  deponían  las  armas  y  fiaban  tran- 
quilos en  la  imprescriptibilidad  del  derecho  adquirido  ,  por  más  que 
no  ignorasen  la  firme  resolución  del  Rey  de  destruir  su  propia  obra 
cuando  tuviese  fuerza  y  ocasión  para  ello. 

Los  inglesss  han  hablado  en  todo  tiempo  con  frecuencia,  y  ahora 
escriben  mucho ,  y  con  grande  y  legítimo  entusiasmo ,  de  su  Co^s-' 


28  ESTUDIOS 

titucion ,  sin  llamar  pnr  eso  á  la  forma  de  su  g-obierno  constitu- 
cional; epíteto  que  solo  aplican  á  sus  actos  cuando  lo  son,  como 
les  aplican  el  de  inconstitucional  en  el  caso  contrario.  Tampoco 
han  llamado  nunca  á  su  gobierno  representativo,  por  más  que  re- 
conozcan y  sepan  encarecer,  como  es  justo,  la  parte  muy  conside- 
rable que  en  el  ejercicio  del  poder  supremo  toca  al  elemento  repre- 
sentante del  pueblo  en  la  Cámara  de  los  Comunes.  Contra  esta  idea 
protestaba  ya  enérgicamente  Burke  en  sus  violentas  y  apasionadas 
Reflexiones  sobre  la  revolución  en  Francia,  indignado  por  las 
tentativas  con  que  algunos  sectarios,  más  religiosos  que  políticos, 
pretendían  hacer  eco  en  Inglaterra  mismo  á  las  doctrinas  procla- 
madas desde  la  tribuna  francesa  por  los  más  ardientes  y  exagera- 
dos revolucionarios. 

En  Inglaterra ,  ni  la  Corona  ni  la  Cámara  de  los  Lores ,  partes 
integrantes  y  necesarias  del  poder  público  tal  como  está  organizado 
por  su  Constitución,  tienen  representación  alguna  directa  ni  indi- 
recta con  relación  al  pueblo.  El  par  de  Inglaterra,  aun  individual- 
mente ,  no  representa  en  el  Parlamento  á  nadie ,  ni  siquiera  á  su 
propia  clase :  funciona  como  miembro  de  la  Cámara  en  el  ejercicio 
de  un  derecho  propio  y  personal ,  que  se  trasmite  hereditariamente 
de  generación  en  generación ,  hasta  que  se  extingue  la  familia  ó 
descendencia  legítima  del  que  primero  lo  adquirió.  lia  excepción 
única  que  este  principio  fundamental  tiene  en  la  representación 
electiva  de  los  pares  de  Escocia ,  y  vitalicia  de  los  de  Irlanda ,  es 
una  circunstancia  puramente  accidental ,  y  acaso  transitoria ,  que 
no  afecta  en  nada  á  la  índole  y  condiciones  esenciales  de  la  Cons- 
titución inglesa.  Cuando  uno  de  aquellos  Pares  obtiene  otro  titulo 
de  Lord  del  Reino  Unido ,  aunque  solo  sea  de  simple  Barón  siendo 
ya  Conde  ó  Duque,  entra  de  pleno  derecho  en  la  condición  general 
y  ordinaria  de  los  miembros  hereditarios  de  la  Cámara :  y  son  ya 
muchos  los  antiguos  Pares  de  Escocia  y  de  Irlanda  que  se  hallan 
en  este  caso. 

Se  ha  publicado  recientemente  en  Inglaterra  una  obra  especial 
y  exclusivamente  consagrada  á  exponer  la  teoría  del  gobierno  re- 
presentativo (1).  Su  autor  John  Stuart  Mili,  escritor  sin  duda 
eminente  y  notable  por  su  talento  y  ciencia,  profesa  opiniones  muy 
radicales  asi  en  política  como  en  economía ,  aunque  rechaza  todo 
contacto,  aun  en  algunos  de  los  principios   más  fundamentales, 

(1)    Considerations  on  Mepresentative  Government,  by  J.  S.  Mili.     1865. 


SOfiRE   EL    GOBIERNO   PARLAMENTARIO.  29 

con  las  escuelas  (democráticas  francesas ;  y  en  esta  obra  reconoce 
expresamente  que  el  gobierno  ing-lés  por  su  constitución  no  es 
verdaderamente  representativo  por  más  que  lo  considera  equi- 
valente por  sus  resultados  prácticos. 

La  verdad  es ,  que  á  los  ingleses  no  les  habia  ocurrido  nun(;a  la 
idea  de  designar  y  distinguir  su  sistema  de  gobierno  con  una  de- 
nominación especifica  en  la  ciencia  política ,  basta  que  la  escuela 
liberal  francesa  propagó  estas  dos ,  que ,  aunque  poco  exactas ,  son 
ya  de  uso  generalmente  admitido.  Lo  mismo  Lord  Brougham  hoy, 
que  Blackstone  hace  un  siglo,  y  todos  los  demás  escritores,  que  en 
este  tiempo  se  han  consagrado  al  estudio  de  la  Constitución  de  la 
Gran  Bretaña ,  se  contentan  para  definirla ,  con  decir  que  es  un 
sistema  mixto ,  dentro  del  cual  se  hallan  felizmente  armonizados 
los  mejores  elementos  de  cada  una  de  las  tres  formas  simples  de  los 
gobiernos  monárquico ,  aristocrático  y  popular.  Mas  los  franceses, 
que  generalmente  se  pagan  de  los  nombres  antes  que  de  las  cosas, 
al  tratar  de  adoptar  aquel  sistema  como  una  novedad  sin  prece- 
dentes ni  vínculos  históricos  en  su  patria  ,  necesitaban  determinar 
de  algún  modo  su  esencia  por  medio  de  una  denominación  que  hi- 
ciera desde  luego  visible  á  los  ojos  de  todos  la  ventajosa  diferen- 
cia entre  lo  nuevo  que  se  introducía  y  lo  viejo  que  se  desechaba. 
El  nombre  que  más  natural  y  espontáneamente  se  ofrecía  para 
este  objeto  era  el  de  gobierno  parlamentario :  pero  esta  expresión 
no  podia  sonar  bien  á  los  oidos  de  la  Francia  liberal  de  1789.  El 
recuerdo  de  los  Parlamentos  de  los  dos  últimos  siglos  de  la  monar- 
quía francesa,  obstáculo  perenne  é  insuperable  para  todo  gobierno 
débil ,  aunque  fuera  bien  intencionado ,  é  instrumento  dócil  de  la 
tiranía  en  manos  de  todo  déspota  fuerte  y  resuelto ,  hacia  imposible 
entonces  aquel  nombre  en  Francia.  Fuera  de  este  recuerdo ,  la  pa- 
labra Parlamento  no  tenia  al  parecer,  en  si  misma ,  ni  histórica  ni 
científicamente ,  significación  alguna  propia  que  pudiera  expresar 
por  sí  sola ,  y  recomendar  por  consiguiente  las  excelencias  del 
nuevo  sistema.  Fué  preciso,  pues,  buscar  otro  nombre ;  y  los  pri- 
meros liberales  franceses  fijaron  su  preferencia  en  las  dos  expre- 
siones de  Monarquía  constitucional  ^  Gohierno  representativo,  no 
como  arbitrarias  y  de  significación  técnica  meramente  convencio- 
nal, sino  como  las  que  más  y  mejor  se  prestaban  á  indicar  con  su 
acepción  natural  y  ordinaria  la  esencia  y  condiciones  fundamen- 
tales del  nuevo  sistema  político.   La  escuela  ha  experimentado 


30  ESTUDIOS 

pronto  y  bien  á  su  costa  las  consecuencias  del  error  que  en  esto 
cometió :  y  ahora  pretende  repararlo  y  rehabilitar  la  idea  liberal 
adoptando  el  nombre  antes  desdeñado  de  sistema  parlamentario. 
Pero  los  hechos  no  han  pasado  en  vano :  y  los  extravios  originados 
de  las  falsas  ideas  que  surgieron  de  las  primeras  denominaciones, 
han  dado  armas  al  enemigo  para  hacer  del  parlamentarismo,  como 
de  invención  nueva  y  puramente  revolucionaria ,  un  objeto  de  es- 
carnio en  la  polémica ,  y  un  fantasma  aterrador  para  las  clases  y 
los  intereses  que  se  dejan  asustar  con  el  ruido  de  la  libertad.  La 
perturbación  en  las  cosas  y  en  las  ideas  ha  llegado  en  este  punto 
á  tal  extremo ,  que  en  Francia  se  ha  dado  por  hombres  de  muy 
alta  posición  política  y  social  el  singular  espectáculo  de  ir  á  bus- 
car, y  pretender  hallar  nada  menos  que  en  las  mismas  instituciones 
de  Inglaterra,  armas  y  argumentos  de  autoridad  para  combatir  al 
parlamentarismo ! 

Claro  es  que  al  fin  y  al  cabo  todas  estas  aberraciones  no  tendrán 
en  la  historia  política  de  Europa  otro  resultado  que  asegurar  más 
y  más  el  triunfo  definitivo  del  principio  liberal  por  tales  medios 
impugnado.  Aun  en  Inglatera  mismo,  ese  parlamentarismo  ha  sa- 
bido vencer  dificultades  mucho  mayores  para  llegar  á  su  actual 
florecimiento.  La  idea  liberal  avanza  siempre ;  y  si  alguna  vez  acá 
ó  allá  parece  como  que  se  detiene  en  su  camino ,  rendida  por  el 
desaliento  ó  la  fatiga  de  la  lucha  que  es  condición  ordinaria  de  todo 
progreso  humano ,  tanto  peor  para  los  que ,  fiando  en  falaces  apa- 
riencias, pretenden  convertir  en  cosa  estable  el  efimero  goce  de  un 
respiro  pasajero.  Si,  para  demostrar  esto,  fueran  menester  prue- 
bas históricas ,  no  habria  que  buscarlas  en  lo  pasado :  el  espectá- 
culo que  hoy  mismo  nos  está  dando  el  vetusto  imperio  austríaco 
bastará  para  disipar  la  ofuscación  del  más  iluso,  Pero  estas  pertur- 
baciones anti-liberales  en  el  movimiento  progresivo  de  la  sociedad, 
por  más  que  solo  sean  accidentes  pasajeros  en  la  vida  de  los  pue- 
blos ,  ejercen  perniciosa  influencia  sobre  las  generaciones  que  las 
sufren ;  y  los  que  viven  bajo  el  peso  de  esta  influencia ,  como  el 
enfermo  bajo  el  yugo  del  mal,  tienen  el  deber  moral  de  combatirla 
sin  tregua ,  revindicando  altamente  los  fueros  de  la  dignidad  hu- 
mana en  todas  las  esferas  de  acción  abiertas  á  la  inteligencia  y  á 
la  actividad  del  hombre. 

Dada  la  necesidad ,  ó  la  conveniencia  siquiera ,  de  fijar,  con  una 
denominación  sintética,  la  expresión  de  la  índole  y  condiciones 


SOBRE    EL    GOBlEENO    PARLAMENTARIO.  31 

esenciales  del  sistema  de  g-obierno  inglés ,  el  camino  que  más  na- 
turalmente se  ofrece  de  suyo  para  buscarla ,  y  debe  de  ser  el  más 
seguro  para  encontrar  el  nombre  propio  y  verdadero,  es  aquel  por 
donde  la  ciencia  política  fué  guiada ,  hace  ya  más  de  dos  mil  años, 
para  denominar  y  clasificar  todas  las  otras  formas  de  gobierno 
conocidas  y  practicadas  desde  los  principios  de  la  historia  hu- 
mana ,  fijando  los  tres  tipos  de  la  monarquia ,  la  aristocacia  y  la 
democracia. 

M.  Guizot  ha  censurado  en  nuestros  dias  esta  clasificación  secu- 
lar ,  y  la  expulsa  perentoriamente  de  la  ciencia  como  empírica  y 
superficial ,  por  suponerla  fundada  en  hechos  meramente  acciden- 
tales y  formas  externas  y  transitorias  que  no  entrañan  la  esencia 
y  el  principio  fundamental  del  Gobierno  en  la  sociedad.  En  su  lu- 
gar, aquel  insigne  escritor,  tomando  por  base  su  teoría  especial 
sobre  la  soberanía,  propone  otra  clasificación,  según  la  cual  no 
puede  haber  más  que  dos  especies  de  gobierno :  la  primera ,  que  en 
todas  sus  formas  tiene  por  principio  fundamental  y  necesario  el 
despotismo ,  comprende  todos  los  sistemas  que  atribuyen  la  sobera- 
nía de  derecho  á  alguien ,  sea  uno ,  ó  muchos ,  ó  todos  los  ciudada- 
nos ;  á  la  segunda  pertenecen  los  sistemas  que  reconocen  por  prin- 
cipio fundamental  del  Gobierno  el  axioma  de  que  la  soberanía  de 
derecho  no  reside  sobre  la  tierra  en  nadie ,  porque  es  como  un  quid 
divinum,  al  que  la  humanidad  debe  aspirar,  mas  no  puede  llegar; 
y  en  esto  hacen  consistir  M.  Guizot  y  su  escuela  el  carácter  del 
Gobierno  representativo. 

No  cabe  en  nuestro  actual  propósito  dilucidar  esta  abstrusa  doc- 
trina ,  que  nos  parece  fundada  en  el  capital  error  de  confundir  dos 
cosas  tan  distintas  como  son,  ó  deben  de  ser,  en  nuestro  concepto, 
el  criterio  puramente  político  y  jurídico  á  que  hay  que  ajustar  la 
clasificación  en  cuestión ,  y  el  otro  criterio  moral  y  filosófico ,  que 
debe  darnos  luz  para  apreciar  la  bondad  de  un  Gobierno  con  rela- 
ción al  estado  social  del  pueblo  y  al  fin  supremo  de  la  humanidad. 
De  todas  suertes,  para  los  fines  prácticos  de  la  ciencia  política,  la 
nueva  clasificación  no  vale  seguramente  la  pena  de  renunciar  á  la 
antigua,  y  la  crítica  de  M.  Guizot  sobre  esta  no  nos  parece  de 
modo  alguno  sostenible. 

Aristóteles ,  al  determinar  científicamente  esta  clasificación, 
aplicando  los  grandes  recursos  de  su  inmenso  talento  al  estudio  y 
conocimiento  práctico  de  más  de  doscientas  constituciones  de  di- 


32  ESTUDIOS 

versos  pueblos  de  la  antigüedad,  no  dio  ciertamente  el  fruto  de  un 
trabajo  empírico,  ni  era  genial  de  la  inteligencia  superior  de  aquel 
hombre  extraordinario  pararse  en  la  superficie  de  las  cosas ,  y  no 
juzgarlas  más  que  por  sus  apariencias  externas  y  contingentes. 
Para  convencerse  de  que  buscó  realmente  la  base  fundamental 
para  esta  clasificación  en  los  principios  esenciales  del  Gobierno, 
basta  considerar  la  larga  serie  de  formas  ó  constituciones  políticas 
diversas ,  que  el  mismo  filósofo  enumera  y  analiza ,  como  sub-cla" 
ses  digámoslo  así ,  ó  especies  de  organización  social  práctica ,  den- 
tro de  cada  uno  de  los  tres  tipos  clásicos ,  los  cuales ,  por  consi- 
guiente, vienen  á  ser,  como  son  efectivamente  en  su  doctrina,  los 
moldes  ideales  de  aquellas  formas  variables. 

Pero,  ¿cuál  es  ese  principio  fundamental  que,  como  atributo 
común  y  necesario  de  todo  Gobierno  social ,  cualquiera  que  pueda 
ser  su  organización ,  debe  darnos  el  criterio  regulador  para  distin- 
guir y  agrupar,  bajo  tipos  científicamente  clasificados,  los  dife- 
rentes sistemas  políticos  que  nos  ofrece  la  historia?  El  mismo  Gui- 
zot  reconoce  expresamente ,  en  otra  parte  de  su  obra  citada ,  que 
ese  principio  esencial ,  « idea  general  é  íntima ,  que  sirve  para  ca- 
racterizar y  distinguir  los  Gobiernos ,  está  en  la  manera  como  en 
ellos  se  entiende ,  determina  y  atribuye  el  derecho  de  dar  y  hacer 
ejecutar  la  ley  en  la  sociedad.»  Aristóteles  lo  comprendió  así  tam- 
bién ;  y  tomando  este  punto  de  partida  para  sus  deducciones,  halló 
justamente  que  aquel  derecho  supremo,  atributo  necesario  de  todo 
Gobierno ,  haciendo  completa  abstracción  de  las  formas  accidenta- 
les ,  pertenece  sin  duda  alguna  al  monarca  en  la  monarquía ,  á  la 
casta  ó  clase  gobernante  en  la  aristocracia ,  y  en  la  democracia  á 
la  totalidad  del  pueblo ,  cuya  voluntad  soberana  se  manifiesta  y 
formula  en  la  decisión  de  la  mayoría  numérica  de  los  ciudadanos. 
Y  esta  soberanía  no  tiene  esencialmente  para  la  ciencia  (como  su- 
pone Guizot)  el  carácter  de  un  hecho  meramente  material,  sino  que 
una  vez  constituida,  es  y  no  puede  dejar  de  ser,  en  la  teoría  como 
en  la  práctica,  la  autoridad  suprema  de  derecho,  reconocida  y 
acatada  como  tal  por  la  sociedad ,  dentro  y  fuera  del  territorio  na- 
cional ,  por  más  que  la  filosofía  y  la  moral  puedan  considerar  ra- 
cionalmente la  organización  política  de  esta  soberanía  de  impuro 
origen ,  ó  mal  ajustada  al  estado  social  del  pueblo  á  ella  sometido. 

Pero  Aristóteles  no  se  limitó  en  su  aimirable  tratado  De  Política 
á  determinar  los  diferentes  tipos  del  Gobierno  ú  organización  del 


SOBRE    EL    GOBIERNO   PARLAMENTARIO.  33 

Estado,  fundando  así  su  clasificación,  no  en  las  formas  accidenta- 
les ó  transitorias ,  sino  en  la  manifestación  permanente  y  esencial 
con  que  en  cada  uno  de  ellos  se  mostraba  el  atributo  común  de  la 
soberanía  ó  el  derecho  del  poder  supremo.  Al  mismo  tiempo ,  juz- 
gando de  los  tres  sistemas  políticos  para  apreciar  su  mérito  en  ab- 
soluto por  el  criterio  superior  de  la  filosofía  moral ,  después  de  des- 
cartar varias  utopias  corrientes  en  su  tiempo  j  resucitadas  en  el 
nuestro ,  trata  de  averiguar  cuál  de  aquellos  sería  el  mejor  y  más 
ajustado  á  los  altos  fines  del  hombre  como  ser  natural  y  esencial- 
mente social :  y  los  condena  todos  dando  su  preferencia  á  un  sis- 
tema de  gobierno  mixto ,  que  participará  en  la  proporción  conve- 
niente de  la  naturaleza  y  condiciones  esenciales  de  todos  y  cada 
uno  de  los  tres  tipos  simples. 

Es  ciertamente  notable  la  coincidencia  en  este  juicio  de  tres  pen- 
sadores de  la  antigüedad  tan  eminentes  como  Aristóteles ,  Polybio 
y  Cicerón.  El  primero  escribía  ante  el  espectáculo  de  la  total  ruina 
de  las  innumerables  repúblicas  griegas  y  de  los  imperios  asiáticos, 
que  desde  el  pináculo  de  la  prosperidad  y  la  grandeza  habían  caido 
en  la  sima  de  la  última  degradación  demagógica  ó  servil :  y  solo 
en  las  instituciones  de  Esparta ,  á  pesar  de  los  graves  defectos  que 
en  ellas  reconocía  ,  creía  ver  algún  trasunto  de  su  ideal.  Cien  años 
después  escribía  el  segundo  á  impulsos  de  la  admiración  que  le  cau- 
saba el  ya  inmenso  poderío  de  Roma  en  el  apogeo  entonces  de  sus 
virtudes  republicanas ,  y  de  la  sólida  robustez  de  sus  instituciones: 
y  en  ellas  por  lo  mismo  se  figuró  encontrar  algo  que  realizaba  el 
sistema  de  gobierno  mixto ,  fin  extremo  para  el  de  la  civilización 
humana.  Otros  cien  años  más  tarde  Cicerón  veia  tristemente  cómo 
esta  ilusión  se  sepultaba  bajo  el  polvo  de  aquellas  instituciones  bar- 
ridas por  la  tiranía  demagógica ,  y  no  acertaba  á  encontrar  una 
forma  precisa  para  el  gobierno  ideal  de  su  preferencia ;  ideal  que 
Tácito  después  no  titubeó  en  calificar  de  visionario. 

No  es  extraao :  estas  creaciones  no  son  de  los  hombres  sino  de 
los  pueblos ,  y  estaba  reservado  á  la  civilización  moderna  y  al  pue- 
blo inglés  solo  realizar,  á  través  de  aparenten  y  superficiales  ano- 
malías, aquel  gobierno  ideal  que  los  sabios  más  grandes  de  los 
tiempo  5  antiguos  no  pudieron  hacer  más  que  presentir  como  el 
cuarto  término  de  su  c"'asificacion  y  la  más  perfecta  de  las  organi- 
zaciones políticas  posibles. 

Si  este  sis'emí  de  gjb'erno  mixto  hubie j2  sido  re.iliz  :á">  y  prác- 

TOMO  II  .  3 


34  ESTUDIOS 

ticamente  conocido  por  los  antiguos,  el  genio  de  la  lengua  griega 
no  habria  dejado  de  darle  el  nombre  adecuado  en  armonía  con  su 
índole  esencial  y  en  correlación  con  los  de  los  otros  tres  tipos  sim- 
ples. Para  encontrar  hoy  el  que  le  cuadra ,  no  hay  más  que  bus- 
carlos ,  como  hemos  dicho  ya ,  por  el  mismo  método  que  produjo 
aquellos ;  es  decir ,  determinando  científicamente  en  quién  ó  dónde 
reside  de  hecho  y  de  derecho  la  soberanía ,  y  cuáles  son  sus  con- 
diciones esenciales  en  este  régimen  político.  Una  vez  conocido  y 
bien  determinado  así  el  verdadero  soberano ,  su  nombre  podrá  ser- 
vir para  formar  el  del  sistema ,  de  igual  manera  que  formaron  los 
griegos  los  de  los  otros  tres. 

Hemos  visto  ya  que  las  denominaciones  hoy  corrientes  de  Ma- 
narquia  constitucional  y  Gobierno  representativo ,  no  determi- 
nan bien  la  idea  precisa ;  porque  pueden  aplicarse  y  se  aplican  de 
hecho  con  exactitud,  y  en  algún  caso  con  más  propiedad  en  la 
acepción  natural  de  las  palabras ,  á  otros  sistemas  de  organización 
política ,  que  ni  son  realmente  mixtos  como  los  ingleses  han  con- 
siderado siempre  y  consideran  con  razón  el  suyo ,  ni  tienen  con  este 
en  sus  condiciones  esenciales  nada  de  común.  Pero  además ,  apli- 
cando á  estas  dos  expresiones  el  criterio  que ,  según  acabamos  de 
ver,  ha  servido  para  fijar  la  clasificación  usual  de  los  gobiernos, 
parece  que  debería  inferirse  que  en  este  régimen  político  la  sobe- 
ranía debe  residir,  como  monarquía  constitucional,  en  el  Monarca 
con  arreglo  á  la  Constitución,  y  como  gobierno  representativo ,  en 
el  pueblo  legítimamente  representado  en  todas  las  funciones  de] 
poder  público.  Las  dos  ideas  son  notoriamente  inconciliables,  y  de 
consiguiente  no  parece  que  puedan  adaptarse  en  buena  lógica  las 
dos  denominaciones  á  un  mismo  sistema. 

Mas ,  aun  prescindiendo  de  esta  contradicción ,  que  ya  es  grave 
reparo  á  la  nomenclatura  establecida,  ¿es  así,  con  uno  ú  otro  de  los 
dos  sentidos,  como  el  principio  de  la  soberanía,  con  relación  á  este 
sistema  de  gobierno ,  se  entiende  y  aplica  por  las  teorías  de  la  es- 
cuela liberal  francesa ,  que  nosotros  hemos  adoptado,  y  por  las  ins- 
tituciones fimdamentales  de  la  Constitución  de  Inglaterra  ? 

La  cuestión  requiere  especial  examen. 


SOBEE    EL    GOBIERNO    PARLAMENTARIO.  35 

IIÍ. 

LA  SOBERANÍA. 

Es  esta  una  de  las  cuestiones  que  más  se  han  agitado  y  agitan 
aun  en  las  teorías  políticas  francesas ;  y  al  cabo  de  ochenta  años 
de  una  polémica  tan  incesante  como  estéril,  se  halla  hoy  en  el 
mismo  estado  que  el  primer  dia.  Las  opiniones  y  doctrinas  no  esca- 
sean seguramente :  y  aun  las  aplicaciones  tampoco :  pero  la  solu- 
ción definitiva ,  no  ya  común  para  todos  los  partidos  liberales,  sino 
dentro  de  la  sola  escuela  parlamentaria ,  aguarda  todavía  la  última 
palabra. 

Los  liberales  de  1789  formularon  su  manera  de  entender  la  so- 
beranía en  el  siguiente  aforismo ,  con  que  hicieron  el  art.  3.°  de  la 
célebre  Declaración  de  los  derechos  del  hombre  y  del  ciudadano, 
decretada  por  la  Asamblea  Constituyente  á  modo  de  preámbulo  de 
la  Constitución  de  1791 :  aiKl  principio  de  la  soberanía  reside  e.?(?w- 
cm^we^/^  en  la  Nación.»  Esta  fórmula  abstracta,  vaga,  y  desti- 
tuida de  toda  significación  práctica ,  nada  definía  ni  resolvía.  Pero 
la  lógica  revolucionaria  se  encargó  de  concretar  y  precisar  su  sen- 
tido, dando  por  base  á  la  nueva  Constitución  de  1793  el  principio 
menos  ambiguo  de  la  soberanía  del  pueblo ,  y  declarando  á  mayor 
abundamiento  que  el  pueblo  francés  era  la  universalidad  de  los  ciu- 
dadanos franceses.  Este  es  hoy  el  principio  fundamental  de  la  Cons- 
titución republicana  de  los  Estados-Unidos  de  América  y  del  im- 
perio napoleónico. 

Los  funestos  resultados  que  tuvo  para  la  libertad  la  aplicación 
práctica  de  este  principio  en  la  revolución  francesa,  produjeron 
la  reacción  consiguiente  en  la  escuela  liberal,  que  ya  desde  1814 
trató  de  buscar  soluciones  menos  peligrosas  al  problema.  En  esta 
empresa  se  distinguió  principalmente  el  pequeño  grupo  de  hom- 
bres políticos,  á  quienes  se  dio  entonces  el  nombre  de  Doctrinarios, 
escuela  ó  bando ,  que  ejerció  una  influencia  preponderante  en  las 
vicisitudes  de  la  política  francesa ,  así  durante  la  Restauración 
como  después  hasta  la  catástrofe  de  1848 ,  y  que  extendió  esta  in- 
fluencia á  nuestra  patria,  dando  el  modelo  de  especial  imitación, 
no  tanto  de  conducta  como  de  doctrina  y  principios,  á  nuestro 
partido  moderado. 


36  ESTUDIOS 

Aquella  doctrina  (con  respecto  á  la  cuestio.i  de  la  soberanía) ,  tal 
como  la  exponía  Royer-Collard  en  la  tribuna ,  y  la  explanaba  en 
la  cátedra  Guízot ,  sistemáticamente  enlazada  con  el  conjunto  de 
las  demás  teorías  políticas  de  su  escuela ,  se  halla  resumida  por 
este  en  la  sexta  lección  de  su  Curso  sobre  los  orígenes  del  Go- 
bierno representativo  en  Europa ,  en  los  términos  sig-uientes : 

«Toda  potestad  política  es  un  poder  de  hecho ,  que  para  serlo 
de  derecho  debe  de  obrar  conforme  á  la  razón,  la  justicia,  la  verdad, 
única  fuente  del  derecho. » 

«No  es  dado  á  los  hombres,  individual  ni  colectivamente,  cono- 
cer y  practicar  plenamente  la  razón,  la  justicia,  la  verdad;  pero 
tenemos  la  facultad  de  lleg-ar  á  percibirlas ,  é  ir  progresivamente 
ajustando  á  ellas  nuestra  conducta.  » 

«Los  resortes  de  la  máquina  política  deben  por  consiguiente 
combinarse  de  manera  que  tiendan ,  por  un  lado ,  á  tomar  de  la 
sociedad  todas  las  ideas  y  sentimientos  de  razón,  de  justicia,  de 
verdad ,  de  que  está  naturalmente  dotada ,  para  aplicarlos  á  su  go- 
bierno; y  por  otro  lado,  á  fomentar  y  estimular  el  progreso  de  la 
sociedad  en  la  razón,  la  justicia,  la  verdad,  y  trasmitir  constan- 
temente este  progreso  de  la  sociedad  á  su  gobierno. » 

«Sobre  esta  sárie  de  ideas  fundamentales  descansa  el  Gobierno 
representativo,»  cuya  condición  esencial  es,  por  lo  tanto,  no  re- 
conocer la  soberanía  de  derecho  en  nadie  más  que  en  el  principio 
sobrehumano  de  razón ^  juüicia,  verdad. 

Ya  hemos  dicho  como  de  estas  premisas  deduce  M.  Guizot  su 
nueva  clasificación  de  los  gobiernos.  Y  esta  doctrina,  que  M.  de 
Barante  refuerza  en  sus  Qmstions  constitutionnelles  con  el  ana- 
tema del  absurdo,  que  lanza  sobre  todos  sus  contradictores,  ha  sido 
desde  entonces  la  base  de  los  principios  políticos  de  esta  escuela 
parlamentaria  en  Francia. 

Sin  tratar  ahora  de  discutir  estas  teorías ,  séanos  permitido  aven- 
turar nuestra  creencia,  de  que  solo  la  alta  y  por  otros  títulos  muy 
merecida  reputación  de  sus  distinguirlos  mantenedores  en  Francia, 
ha  podido  prestar  cierta  especie  de  encantamiento  y  fascinación 
para  muchos ,  á  una  doctrina  que  así  convierte  al  sistema  parla- 
mentario en  una  nueva  alquimia,  condenándolo  á  afanarse  perpe- 
tuamente en  busca  de  otra  piedra  filosofal;  doctrina  que,  si  no 
estamos  equivocados ,  coloca  á  la  sociedad  en  la  alternativa  inelu- 
dible de  optar  entre  el  absolutismo  del  derecho  divino,  que  puede 


SOBRE    EL    GOBIERNO    PARLAMENTARIO.  37 

ostentar  títulos  á  poseer  por  don  directo  de  Dios,  el  principio  tam- 
bién divino  de  la  razón,  la  justicia,  la  verdad,  como  única  fuente 
de  toda  lef^ítima  autoridad,  ola  anarquía,  si  el  intérprete  y  ór- 
gano humano  de  aquel  principio  ha  de  ser  la  misma  razón  del 
Hombre. 

Al  lado  de  esta  especie  de  misticismo  político,  otras  fracciones 
de  la  escuela  liberal  francesa,  sin  renunciar  del  todo  á  la  teoría 
primitiva  de  la  soberanía  del  pueblo,  pretenden,  sin  embargo, 
eludir  sus  inevitables  y  ya  probadas  consecuencias  en  daiio  de  sus 
opiniones  sobre  el  gobierno  representativo,  suponiendo  una  dele- 
gación del  pueblo  soberano  en  favor  de  los  poderes  constituciona- 
les; cuya  delegación  envuelve  para  unos  enajenación  completa 
del  poder  soberano  por  parte  del  pueblo  delegante ,  mientras  que 
para  otros  se  reduce  á  una  mera  procuración  ó  mandato ,  sin  des- 
prendimiento de  la  misma  soberanía  que  se  reserva  el  mandante. 
Hacia  los  principios  políticos  de  estas  fracciones  se  inclinan  las 
tendencias  de  nuestro  partido  progresista. 

¿Qué  es  lo  que  sobre  todas  estas  teorías  piensan  y  dicen  los  es- 
critores ingleses,  ó  resuelven  sus  instituciones?  Aquí  se  presenta 
un  singular  contraste.  Rica  y  copioea  como  es  hoy ,  con  gran  su- 
perioridad sobre  la  de  otro  alguno ,  la  literatura  política  de  aquel 
pueblo ,  difícil  será  encontrar  en  ella  alguna  página  consagrada 
ex  pro  fes  so  á  dilucidar  esta  cuestión.  No  parece  sino  que  los  hom- 
bres políticos  de  Inglaterra  en  general  ignoran  que  tal  cuestión  se 
agita  en  el  mundo ;  pero  lo  cierto  es  que  no  se  preocupan  de  ella 
mucho  ni  poco. 

El  mismo  Stuart  Mili  en  su  bella  obra  sobre  el  gobierno  repre- 
sentativo que  hemos  citado  ya,  la  más  teórica  acaso  de  cuantas 
de  alguna  nota  se  han  publicado  modernamente  en  Inglaterra  so- 
bre la  materia,  se  refiere  casi  incidental  mente  á  la  soberanía  no 
como  á  un  punto  de  controversia  ó  cuestión,  sino  como  á  supuesto 
que  está  fuera  de  discusión  en  la  ciencia  política.  Después  de  ha- 
ber consagrado  dos  largos ,  y  acaso  los  mejores  capítulos  de  esta 
obra ,  á  inquirir  cuál  es  el  criterio  moral  y  filosófico  para  apreciar 
la  bondad  de  un  gobierno ,  deduciendo  por  un  bien  trabado  razo- 
namiento ,  que  el  sistema  representativo  en  tesis  general  es  el  ideal 
del  mejor  régimen  político  posible ,  asienta  desde  luego  y  sin  ulte- 
rior demostración,  el  principio  (fundamental  en  su  teoría)  de  que 
« la  esencia  de  este  sistema  está  en  que  todo  el  pueblo  ó  una  gran 


38  ESTUDIOS 

parte  de  él  ejerce ,  por  medio  de  diputados  periódicamente  elegi- 
dos al  efecto ,  la  soberanía ,  que  en  toda  consUíucion  politica  ha  de 
residir  necesariamente  en  alguien. » 

Y  á  este  propósito  merece  notarse  la  coincidencia  de  doctrinas 
entre  un  escritor  inglés  radical  y  democrático  á  su  modo ,  y  nues- 
tro distinguido  pensador  Balmes,  sobre  la  manera  de  considerar  y 
exponer  el  criterio  supremo ,  que  debe  guiar  en  la  valoración  de 
las  diversas  formas  de  gobierno  con  relación  á  los  fines  del  hombre 
y  la  sociedad.  «El  punto  capital  (dice  Stuart  Mili)  á  que  hay  que 
mirar  para  juzgar  del  valor  y  mérito  de  las  instituciones  políticas, 
es  la  proporción  y  medida  en  que  estas  tienden  á  fomentar  en  la 
sociedad  las  calidades  morales,  intelectuales  y  activas  del  hombre, 
en  cuyo  desenvolvimiento  progresivo  está  cifrado  el  bienestar  so- 
cial, único  objeto  y  fin  del  Gobierno,  y  el  grado  de  perfección  con 
que  las  mismas  instituciones  se  adaptan  á  organizar  la  coopera- 
ción más  eficaz  de  la  virtud,  la  inteligencia  y  la  actividad  de  los 

asociados  en  la  gestión  de  los  negocios  públicos »  <.<  Moralidad, 

inteligencia ,  fuerza  (decia  Balmes  en  sus  Estudios  políticos  hace 
veinte  y  cinco  auos):  hé  aqui  los  verdaderos  poderes  sociales;  las 
instituciones  políticas  deben  reunirlos  y  organizarlos ,  haciéndolos 
más  fuertes  con  la  unión ,  haciéndolos  más  provechosos  con  la 
convergencia  hacia  un  mismo  punto :  la  felicidad  pública.  »  Tri- 
nidad algo  parecida  á  la  de  los  doctrinarios  franceses,  aunque 
colocada  en  un  cielo,  á  nuestro  juicio,  más  racional  y  menos  mís- 
tico. Lo  notable  de  esta  coincidencia  en  una  doctrina,  que  no  es 
ciertamente  nueva  sino  muy  antigua ,  es  ver  cómo  estos  dos  filóso- 
fos políticos ,  amboá  sin  duda  eminentes ,  tomando  así  en  la  teoría 
un  punto  de  partida  común  y  realmente  idéntico ,  van  á  parar  en 
las  aplicaciones  prácticas  á  conclusiones  abiertamente  contrarias  é 
inconciliables. 

Distamos  en  verdad  no  poco  de  las  de  Balmes.  Mas  no  por  eso 
estamos  enteramente  conformes  con  las  de  Stuart  Mili ,  cuyas  teo- 
rías en  cuanto  al  gobierno  de  su  patria  son  puramente  personales, 
y  no  tienen  seguramente  raíces  ni  apoyo  en  los  sentimientos  y  opi- 
niones dominantes  del  pueblo  inglés.  Esas  teorías  hoy  solo  pueden 
tener  alguna,  aunque  no  general ,  aplicación  al  sistema  de  Go- 
bierno, ó  mejor  dicho  á  la  Constitución  escrita  de  los  Esta- 
dos-Unidos de  América ,  donde  precisamente  ahora  mismo  algunas 
de  las  ideas  predilectas  de  este  escritor  se  están  viendo  desmentí- 


SOBRE   EL    GOBIERNO   PARLAMENTARIO.  39 

das  por  los  resultados  prácticos ,  de  una  manera  que  acaso  debe  de 
hacerle  vacilar  en  la  confianza  que  sobre  ellas  ostenta. 

Lord  Jolin,  hoy  Conde  Russell ,  órgano,  como  es  sabido,  el  más 
autorizado  de  los  principios  liberales  del  antig-uo  partido  wigli,  en 
su  Ensayo  Jdstór ico-critico  sobre  el  Gobierno  y  la  Consti- 
tución de  Inglaterra,  parte  resueltamente,  y  sin  demostración 
alguna,  del  supuesto  fundamental  de  que  la  soberanía  alli  está  y 
ha  estado  siempre,  de  hecho  como  de  derecho  (aun  bajo  la  dura  ti- 
ranía de  los  Tudores)  en  el  Parlamento,  lo  mismo  que  la  conside- 
raba Blanckstone  un  siglo  antes :  y  esta  es  la  noción  genuinamente 
inglesa  del  poder  soberano,  común  á  todos  los  escritores  y  hombres 
públicos  como  á  todos  los  partidos  políticos ,  y  arraigada  en  el  sen- 
timiento general  del  pueblo. 

Dos  circunstancias  importantes  y  decisivas ,  porque  son  técnicas 
digámoslo  así  en  la  política  inglesa ,  contribuyen  á  poner  esto  en 
evidencia. 

Es  la  primera  el  nombre  de  Imperial  Parliament ,  que  se  da 
enfáticamente  al  Parlamento  en  Inglaterra ,  como  para  significar 
con  más  energía  que  su  autoridad  suprema  está  por  encima  de 
todos  los  otros  poderes  é  instituciones ,  porque  en  él  solamente  re- 
side el  antiguo  Imperium,  en  que  durante  la  República  simboliza- 
ban los  romanos  la  soberanía  y  majestad  de  Roma.  La  segunda  de 
dichas  circunstancias  es  la  fórmula  imperativa  con  que  empiezan 
todos  los  estatutos  ó  leyes  inglesas,  concebida  en  estos  términos  (1): 
«Por  cuanto  es  conveniente  (aquí  se  indica  ligeramente  el  objeto 

de  la  ley) Por  tanto,  por  S.  M.  la  Reina  (ó  el  Rey),  por,  y  con 

el  consejo  y  consentimiento  de  los  Lores  espirituales  y  temporales 
y  los  Comunes ,  reunidos  en  el  actual  Parlamento,  y  por  la  auto- 
ridad del  mismo,  se  estatuye  lo  que  sigue:....» 

La  inteligencia  vulgar  y  común  del  pueblo,  la  inteligencia  cien- 
tífica y  la  inteligencia  oficial  concurren,  pues,  en  Inglaterra, 
para  atribuir  al  Parlamento  solo  la  integridad  de  la  soberanía  na- 
cional. Contra  esto  tienen,  es  verdad,  los  teóricos  franceses  dos  re- 
paros, que  á  primera  vista  parecen  concluyen  tes ,  y  que,  sin  em- 
bargo, son  realmente  ilusorios. 

(1)    La  fónnula  original  es  así: — "  Whereas  it  is  espedient Be  it  therefore 

enacted  hy  the  Queen's  Most  Excellent  Majesty,  hy  and  with  theadvice  andcon- 
sent  of  the  Lords  spiritual  and  tempoial,  and  Commo7is,  in  this  present  Par- 
liament assembled,  and  hy  ihe  authority  of  the  Same,  asfoUows " 


40  ESTUDIOS 

Supone,  por  un  lado,  la  escuela  doctrinaría  de  M.  Guizot,  que 
esa  süberauíri  práctica  del  Parlamento  inglés  no  es  más  que  la  so- 
bcrania  de  hecho,  por  encima  de  la  cual  está  todavía  la  de  derecho, 
que,  con  arreg-lo  á  sus  doctrinas,  no  puede  residir  en  ning-un  po- 
der, ni  en  institución  alguna  humana.  Prescindiendo  de  lo  que  ya 
hemos  indicado  sobre  esta  teoría  en  general ,  es  preciso  que  nos 
entendamos ,  y  sepamos  á  qué  atenernos  sobre  la  significación  de 
las  palabras:  ¿Quí  quiere  decir  soberanía  de  hecho'í  Esta  locución 
evidentemente  paralogística ,  ó  no  expresa  nada,  ó  significa  pura 
y  simplemente  la  fuerza  material  y  coactiva :  y  en  cualquiera  de 
los  dos  casos  la  expresión  está  de  más  en  la  ciencia  política,  para 
la  cuestión  del  momento.  Claro  es  que  la  fuerza  lo  avasalla  todo, 
cuando  prevalece,  sea  con  razón  moral  ó  sin  ella:  pero  suponer  que 
para  el  nuevo  orden  social ,  que  asi  pueda  establecerse ,  no  hay 
prescripción  posible,  y  que  las  instituciones  nacidas  originaria- 
mente de  un  acto  de  fuerza  no  pueden,  por  este  solo  motivo,  llegar 
jamás  á  constituir  derecho,  es  neg-ar  hasta  la  posibibidad  de  todo 
poder  y  autoridad  legítima  sobre  la  tierra.  El  vicio  radical  de  esta 
manera  de  discurrir  en  política,  vicio  común  á  muchas  teorías 
francesas  que  por  desgracia  propendemos  demasiado  á  tomar  in 
verba  magistri  por  última  palabra  de  la  ciencia,  consiste,  á  nues- 
tro juicio,  en  el  vano  afán  de  ir  á  buscar  en  ideas  absolutas  el  prin- 
cipio fundamental  y  la  sanción  positiva  de  las  instituciones  huma- 
nas, haciendo  depender  exclusiva  y  necesariamente  de  aquellas  la 
legítima  autoridad  de  estas.  La  soberanía  absoluta  es  pura  y  sim- 
plemente un  atributo  de  Dios ,  y  por  consiguiente  está  fuera  de  los 
límites  de  la  ciencia  política. 

Más  especiosa  es  la  argumentación  con  que  por  otro  lado  la  es- 
cuela ultra-liberal  ataca  también  el  principio  de  la  soberanía  parla- 
mentaria. El  Parlamento  no  podría  (se  dice,  y  es  cierto)  conculcar 
por  un  acto  de  su  poder  supremo  las  libertades  constitucionales 
del  pueblo,  ó  mejor  dicho,  del  ciudadano  inglés;  ni  podría  tam- 
poco, destruyendo  la  Constitución  misma,  abdicar  voluntariamente 
aquel  poder  entregándolo  á  discreción  de  un  déspota ,  como  lo  hizo 
la  Dieta  en  Dinamarca  en  1660.  Es,  pues,  indispensable  buscar 
en  alguna  otra  parte  el  sólido  asiento  de  la  soberanía  nacional, 
como  recurso  extremo  contra  las  contingencias  de  tales  atentados 
parlamentarios,  cuya  posibilidad  en  absoluto  no  puede  segura- 
mente negarse.  Tal  vez  podría  bastar,  para  descartarnos  de  este 


SOBRE    EL   GOBIERNO    PARLAMENTARIO.  41 

reparo  responder,  con  respecto  al  primer  punto,  recordando  las  fre- 
cuentes ocasionen  e  i  que,  aun  en  nuestros dias,  se  ha  suspendido  por 
un  acto  del  Parlamento  la  más  preciosa  salvaguardia  de  las  liber- 
tades inglesas  conocida  con  el  nombre  célebre  del  Habeas  corpus :  y 
por  lo  que  toca  al  segundo  extremo,  demostrando  que  la  soberanía 
extra-parlamentaria  no  salvaría  la  difícultad,  porque  también  los 
pueblos  soberanos,  en  la  más  democrática  acepción  de  la  palabra, 
saben  y  aun  suelen  abdicar  voluntariamente  en  manos  de  un  dés- 
pota ,  como,  entre  mil  ejemplos  de  la  antigüedad ,  nos  lo  ha  ense- 
ñado con  otros  más  recientes  y  más  decisivos  esa  misma  Francia 
tan  prolifica  de  teorías  y  de  principios  fundamentales  de  soberanía. 
Mas  no  tratamos  de  rehuir  con  esta,  que  parecería  evasiva ,  la  cues- 
tión propuesta :  porque  ya  hemos  dicho  que  para  nosotros ,  es  de- 
cir, para  el  principio  político  que  creemos  genuinamente  inglés,  la 
soberanía  del  Parlamento  es  de  pleno  derecho,  y  de  consiguiente 
claro  es  que  admitimos  como  cierto  el  supuesto  de  que  no  puede 
atacar  ni  las  libertades  constitucionales  del  pueblo,  ni  mucho  me- 
nos la  existencia  de  la  Constitución  misma. 

Pero  sacar  de  esto  argumento  contra  el  principio  es  lo  mismo 
que  sería  negar  la  omnipotencia  de  Dios ,  porque  en  ella  no  cabe 
tampoco  la  posibilidad  de  destruir  su  propia  esencia  inmortal ,  ó 
de  querer  el  triunfo  del  pecado  y  del  mal.  La  abdicación  del  Par- 
lamento, aun  cuando  fuese  voluntaria  y  lo  más  pacífica  del  mundo, 
no  dejaría  por  eso  de  ser  una  revolución ;  que  no  es  esencial  de  las 
revoluciones  políticas  y  sociales  que  hayan  de  ser  siempre  violen- 
tas. El  resultado  podría  ser  por  de  pronto  un  caso  de  fuerza,  y  si  no 
la  muerte  voluntaria  ó  violenta  de  sus  actuales  instituciones.  La 
soberanía  del  Parlamento  es  el  alma  y  la  vida  de  la  actual  Cons- 
titución inglesa :  si  suponemos  destruida  esta ,  no  hay  para  qué 
tratar  de  aquella. 

Aun  prescidiendo  del  caso  de  suicidio ,  la  soberanía  del  Parla- 
mento ,  como  la  de  todas  las  otras  clases  de  gobierno ,  como  toda 
cosa  nacida  y  humana,  está  sujeta  á  condiciones  de  relación  y 
limite:  relativamente  absoluta,  si  se  quiere,  como  poder  supremo 
dentro  de  su  esfera  de  acción ,  está  sin  embargo  encerrada  dentro 
de  los  límites  más  ó  menos  marcados  que  le  impone  esta  misma 
esfera  de  acción.  Ya  hemos  visto  que  en  las  otras  clases  de  go- 
bierno estos  límites,  aun  cuando  puedan  acaso  estar  prescritos  por 
leyes ,  dependen  siempre  en  último  lugar,  como  la  ley  misma ,  de 


42  ESTUDIOS 

la  voluntad  del  Soberano,  porque  en  ellos  la  esfera  de  acción  de 
la  autoridad  suprema ,  dentro  de  la  legalidad  constituida ,  abarca 
y  comprende  todas  las  relaciones,  y  todos  los  intereses  civiles,  po- 
líticos y  sociales  del  individuo  y  del  Estado  dentro  del  pueblo  so- 
metido á  la  misma  autoridad  ,  sea  esta  de  un  monarca ,  de  un  cuerpu 
aristocrático,  ó  de  todo  el  pueblo.  Si  sobre  esto  pudiera  caber  al- 
guna duda  con  respecto  al  gobierno  democrático ,  la  experiencia  de 
lo  que  en  estos  últimos  años  hemos  visto  y  estamos  viendo  en  la 
república  de  los  Estados-Unidos  de  América,  el  mejor  modelo  de 
la  clase ,  donde  la  voluntad  de  una  mayoría  accidental  se  sobre- 
pone á  todos  los  derechos  y  á  todas  las  leyes  inclusa  la  Constitución 
misma,  bastarla  nos  parece,  para  disiparla  por  completo, 

¿  Sucede  lo  mismo  en  el  sistema  de  gobierno  inglés  ?  Y  si  no  su- 
cede, ¿cuáles  son  en  él  los  limites,  y  por  conrjiguiente  las  condi- 
ciones esenciales  de  la  soberanía  del  Parlamento? 

No  nos  detendremos  en  la  primera  cuestión.  La  respuesta  está  á 
la  mano.  Donde  quiera  que  la  autoridad  del  poder  supremo  no 
tenga  de  hecho  y  de  derecho  más  limites  á  su  soberanía  que  su 
propia  voluntad  ó  la  fuerza ,  cualquiera  que  pueda  ser  la  organiza- 
ción política  en  las  formas  del  gobierno ,  puede  asegurarse  desde 
luego  sin  vacilar,  que  el  sistema  parlamentario  inglés  no  está  allí. 
En  esto  precisamente  puede  decirse  que  estriba ,  bajo  un  punto  de 
vista  negativo,  la  especialidad  característica  que  distingue  aquel 
sistema  de  todos  los  demás  conocidos. 

En  cuanto  á  la  segunda  cuestión ,  no  hay  que  buscar  su  solución 
directa  y  razonada  en  los  expositores  y  comentaristas  ingleses  de 
su  Constitución.  A  estos,  que  en  general  se  preocupan  poco  ó  nada 
de  explicar  sus  instituciones  á  los  extranjeros,  y  escriben  solo  para 
su  patria ,  parécenos  que  les  pasa  con  esta  cuestión  lo  que  á  un 
profesor  de  ciencias  matemáticas,  por  ejemplo,  que  no  se  para  en 
hacer  objeto  de  una  lección  la  explicación  del  valor  numeral  de 
los  guarismos.  No  es  para  ellos  un  problema  de  la  ciencia  política: 
es  un  dato,  que  todo  inglés,  instruido  ó  no,  conoce  y  siente  sin  ne- 
cesidad de  que  nadie  se  lo  explique.  El  admirable  sentido  político 
del  pueblo  inglés ,  solo  comparable  al  de  los  antiguos  romanos,  le 
ha  dado  una  palabra  de  uso  vulgar ,  que  por  sí  sola  resuelve  de 
plano  la  cuestión:  palabra,  que  en  nuestra  lengua  ni  en  la  francesa 
no  tiene  equivalente ,  ni  medio  siquiera  de  ser  fielmente  traducida 
por  locución  alguna, 


SOBRE    EL   GOBIERNO   PARLAMENTARIO.  43 

La  palabra  self-governement  es  la  expresión  de  una  idea  simple 
en  si  misma,  y  que  entraña  sin  embargo  tres  conceptos  relativos 
diferentes:  significa  gobierno  de  si  mismo ^  por  si  mismo  -^ para 
si  misino.  Esta  palabra  figura  mucho  ahora  en  todos  los  escritos, 
que  fuera  de  Inglaterra  se  publican  sobre  las  instituciones  ingle- 
sas ;  aunque  en  ellos  suele  limitarse  su  significación  técnica  al  go- 
bierno y  administración  local  de  los  pueblos  ó  corporaciones  mu- 
nicipales, porque  esa  es  realmente  su  mas  usual  aplicación.  Pero 
no  es  la  única ,  ni  tan  limitado  el  valor  propio  de  esa  expresión 
esencialmente  política  del  idioma  inglés.  En  esta  palabra,  para 
nosotros  intraducibie,  vemos  la  fórmula  felicísima  del  límite  mar- 
cado á  la  soberanía  del  Parlamento  por  la  Constitución  de  Ingla- 
terra :  porque  ella  sola  expresa  todas  las  condiciones  esenciales  de 
esta  soberanía ;  hasta  dónde  alcanza  su  poder ,  y  de  dónde  no  puede 
pasar  su  legítima  acción. 

La  clave  del  edificio  social  y  político  en  Inglaterra  es  el  indivi- 
duo. La  ley  lo  considera  revestido  naturalmente  de  ciertos  derechos 
absolutos  é  inviolables ,  que  no  se  originan  ni  dependen  de  nin- 
guna autoridad  humana ,  y  son  superiores  á  la  ley  misma :  los 
cuales  tienen  el  nombre  técnico  especial  de  libertades  flibertiesj, 
para  distinguirlos  de  los  demás  derechos  personales  (riglits),  que 
nacen  de  las  relaciones  sociales ,  y  con  ellas  pueden  sucesivamente 
ser  modificados  ó  extinguidos.  El  Gobierno ,  es  decir ,  la  organiza- 
ción política  del  poder  social ,  así  en  la  autoridad  suprema  del  Par- 
lamento como  en  las  atribuciones  privativas  de  la  Corona  y  de  las 
Cámaras ,  de  los  tribunales  y  de  la  administración ,  todo  lo  que  en 
una  palabra  constituye  el  Estado ,  no  tiene  otro  carácter  que  el  de 
una  de  las  garantías  destinadas  á  asegurar  y  proteger  el  libérrimo 
ejercicio  de  aquellos  derechos  individuales  contra  toda  agresión 
aun  de  parte  de  la  sociedad  misma.  El  ejercicio  de  estas  libertades 
sagradas  es,  pues,  la  primera  esfera  de  acción  del  seU-government, 
donde  el  individuo  es  dueño  y  absoluto  señor  y  legislador  de  sí 
mismo,  por  sí  mismo  y  para  sí  mismo. 

El  subdito  ó  ciudadano  inglés ,  sin  distinción  de  sexos ,  desde  el 
momento  en  que  llega  á  la  mayor  edad  (que  es  la  de  veintiún  años), 
si  no  es  demente ,  queda  legalmente  emancipado  de  toda  sujeción 
personal  en  lo  humano:  «la  autoridad  popular  del  padre  (dice 
Blakstone )  cede  entonces  al  imperio  de  la  razón ; »  y  entra  en  e^ 
acto  de  pleno  derecho  en  la  posesión  completa  de  su  persona  con 


44  ESTUDIOS 

todas  SUS  facultades  físicas,  intelectuales  y  morales.  El  desenvol- 
vimiento progresivo  de  estas  facultades  es  el  fin  social  del  hombre; 
y  para  que  pueda  cumplirlo  por  sí  mismo  ,  la  ley  fundamental  del 
Estado  le  garantiza  la  seguridad ,  el  pleno  dominio  y  el  libre  goce 
de  su  persona  y  de  su  propiedad  en  su  domicilio  y  en  su  industria, 
en  el  pensamiento  y  la  conciencia ,  y  en  el  uso  de  la  palabra  oral 
y  escrita,  que  son  las  libertades  naturales  que  el  individuo  no  sa- 
crifica á  la  sociedad.  En  el  uso  de  estas  libertades  no  está  el  ciuda- 
dano inglés  sujeto  á  ninguna  dirección  ni  guia  extraña  á  su  propio 
albedrio ,  ni  tiene  otro  limite  que  el  que  naturalmente  le  impone 
el  respeto  que  debe  á  los  mismos  dere:;hos  en  los  demás.  Libertad 
é  independencia  absolutas,  con  la  responsabilidad  consiguiente, 
son  asi  los  elementos  esenciales  del  self-government  individual. 

Estas  libertades  personales  están  por  consiguiente  fuera  de  la 
esfera  de  acción  de  la  soberanía  parlamentaria,  que  es  el  poder  so- 
cial. Por  lo  mismo  que  el  individuo  tiene  el  pleno  y  absoluto  do- 
minio de  sí  mismo,  no  tiene  ni  puede  tener  poder  alguno  sobre  el 
de  los  demás;  y  lo  que  no  puede  uno  tampoco  lo  pueden  muchos 
ni  todos  sobre  el  self-government  de  cada  cual.  Cualquiera  ley  del 
Parlamento  que  coartase  el  derecho  fundamental  de  estas  liberta- 
des sería  un  acto  de  fuerza  y  envolvería  una  agresión  con  las  más 
graves  consecuencias  contra  la  Constitución  inglesa. 

A  primera  vista  podrá  parecer  que  los  casos  repetidos  en  que  el 
Parlamento  ha  suspendido  la  garantía  del  Babeas  corpus  contra- 
dicen esta  doctrina ;  pero  este  es  un  error  que  nace  de  la  falsa  apre- 
ciación de  aquellos  actos  parlamentarios,  por  los  cuales  es  muy 
común  en  el  extranjero  creer  que  se  concede  al  Gobierno  un  poder 
discrecional  por  el  estilo  del  que  entre  nosotros  lleva  siempre  con- 
sigo el  estado  de  sitio  ó  de  guerra.  Lejos  de  ofrecer  contradicción 
alguna  á  los  principios  fundamentales  que  acabamos  de  exponer 
aquellos  actos  parlamentarios  en  la  significación  real  y  efectiva 
que  tienen  de  hecho  y  de  derecho,  son  su  más  explícita  confir- 
mación. 

El  Wfit  of  Raleas  Corpus  (en  lo  que  aquí  hace  al  caso,  pues 
hay  varias  especies  particulares  que  no  conducen  á  la  libertad  del 
preso)  es  un  recurso  judicial  con  que  el  individuo  arrestado  ó  de- 
tenido de  una  manera  que  él  cree  ilegal ,  puede  acudir  á  los  tribu- 
nales superiores  de  Westminster ,  ó  á  la  Chancillería ,  ó  á  cual- 
quiera de  sus  jueces  pidiendo  su  protección  contra  la  arbitrariedad: 


SOBRE    EL    GOBIERNO    PARLAMENTARIO.  45 

el  tribunal  ó  juez  ref^uerido  oye  el  recurso  y  expide  en  el  acto  un 
mandato  para  que  inmediatamente  se  le  presente  la  persona  dete- 
nida con  justificación  de  los  motivos  de  su  detención  ;  orden  que  es 
obedecida  so  pena  de  la  más  estrecha  responsabilidad ,  cualquiera 
que  sea  la  autoridad  civil  ó  militar  que  hubiere  dispuesto  el  arresto: 
y  examinado  sumariamente  el  caso ,  se  dicta  la  providencia  defini- 
tiva, bien  desestimando  el  recurso,  si  la  prisión  resulta  justificada, 
ó  bien  de  lo  contrario  poniendo  desde  lueg-o  en  libertad  al  preso 
(alg-unas  veces  bajo  fianza  de  comparecer  enjuicio) ,  y  reservándole 
la  acción  para  reclamar  la  indemnización  consiguiente  si  el  arresto 
fué  arbitrario  ó  ilegal.  Cuando  el  Parlamento,  á  propuesta  del  Go- 
bierno en  circunstancias  y  por  motivos  muy  excepcionales,  acuerda 
la  suspensión  del  Haheas  corpus ,  el  resultado  práctico  y  legal  no 
es ,  pues ,  autorizar  la  prisión  discrecional ,  y  mucho  menos  la  tras- 
lación de  domicilio  de  los  ciudadanos  bajo  ningún  pretexto ;  sino 
meramente  suspender  el  uso  de  aquel  recurso  judicial,  durante  el 
plazo  siempre  limitado  de  esta  suspensión ;  pasado  el  cual ,  las  Cá- 
maras exigen  y  reciben  del  Gobierno  cuenta  muy  detallada  y  jus- 
tificada de  todos  sus  actos ,  y  oye  las  quejas  de  las  personas  per- 
judicadas con  grave  y  efectiva  responsabilidad ,  no  solo  para  el 
Gobierno  mismo ,  sino  para  todos  sus  agentes  aun  los  mas  subal- 
ternos, si  en  esta  especie  de  juicio  de  residencia  parlamentaria  pa- 
reciese comprobada  alguna  arbitrariedad  contra  las  libertades  in- 
dividuales. En  último  resultado,  lo  que  hace  el  Parlamento  en  estos 
casos  excepcionales  no  es  más  que  avocar,  en  uso  de  su  soberanía, 
la  jurisdicción  que  ordinariamente  compete  á  los  tribunales  para 
conocer  y  decidir  sobre  la  legalidad  de  la  prisión  ó  arresto  de  un 
ciudadano,  aplazando  este  juicio  para  después  del  término  siempre 
breve  de  la  suspensión. 

Si  tan  estrecho  es  el  limite  extremo  que  el  Parlamento  no  se 
aventura  á  traspasar  con  su  poder  soberano  respecto  á  las  liberta- 
des individuales ,  aun  en  los  casos  extraordinarios  de  grave  peligro 
para  la  paz  pública  y  el  interés  social ,  fácil  es  inferir  cuánta  es  la 
fuerza  y  cuan  efectiva  es  la  inviolabilidad  constitucional  que  allí 
tienen  los  derechos  personales  reservados  al  self-govcrnmoit  del 
individuo,  como  terreno  vedado  á  la  misma  soberanía  nacional. 

Aparte  de  la  individualidad  personal  reconoce  otra  la  ley  inglesa, 
en  cierto  modo  artificial  y  ficticia,  que  no  es  ciertamente  una  es- 
pecialidad exclusiva  de  su  legislación,  porque  ha  existido  y  exis- 


46  ESTUDIOS 

tira  siempre  en  todos  los  pueblos  y  en  todos  los  países  que  hayan 
dado  siquiera  los  primeros  pasos  en  el  camino  de  la  civilización  más 
rudimental ,  como  que  tiene  su  raiz  en  uno  de  los  atributos  esen- 
ciales de  la  naturaleza  humana ,  cual  es  la  sociabilidad ;  pero  que 
en  Inglaterra  se  presenta  con  caracteres  y  condiciones  peculiares. 
El  nombre  genérico  con  que  en  el  derecho  común  de  Inglaterra  se 
distinguen  estas  individualidades  colectivas ,  es  el  de  Corporacio- 
nes (corporaCions ) ,  análogo  al  de  universüates ,  que  tenían  tam- 
bién técnicamente  en  el  antiguo  derecho  romano.  De  estas  corpo- 
raciones ,  que  son  de  varias  especies  en  el  derecho  civil ,  las  más 
importantes  para  la  ciencia  política  son  las  municipales,  por  más 
que,  en  cuanto  á  las  condiciones  legales  de  su* existencia  y  perso- 
nalidad jurídica,  y  aun  política  también  en  algunos  casos,  no  se 
diferencien  esencialmente  de  otras  instituciones  colectivas  consa- 
gradas á  objetos  de  enseSanza  ó  de  beneficencia  y  hasta  de  indus- 
tria ó  comercio. 

La  Corporación  municipal ,  ó  hablando  con  más  propiedad  en  el 
sentido  de  las  instituciones  inglesas,  el  pueblo  legalmente  incorpo- 
rado (pues  nosotros  damos  á  la  primera  locución  una  acepción  di- 
ferente) es  la  personificación  social  de  todos  los  habitantes  domici- 
liados en  su  territorio ;  y  en  este  concepto  tiene  ante  la  ley  el 
carácter  real  y  efectivo  de  un  verdadero  individuo  personal  con  los 
derechos  y  libertades  consiguientes,  que  constituyen  la  esfera 
de  acción  dentro  de  la  cual  el  mismo  pueblo  impera ,  y  ejerce 
su  propia  soberanía  con  cierta  independencia  de  la  del  Estado ,  es 
decir,  el  self-government  local.  Estas  libertades  municipales  na- 
cen ,  ó  de  la  prescripción  fundada  en  una  posesión  inmemorial ,  ó 
de  una  concesión  originaria ,  caramente  comprada  en  muchos  ca- 
sos ,  á  manera  de  nuestros  antiguos  fueros  ó  cartas  pueblas ,  espe- 
cie de  contrato  bilateral  entre  el  Estado  y  la  asociación  particular; 
paro  en  uno  y  otro  caso  son  inviolables,  y  una  vez  legalmente  ad- 
quiridas, solo  al  pueblo  mismo  compete  alterarlas  ó  modificarlas 
en  su  goce  y  ejercicio  por  medio  de  sus  propias  ordenanzas  y  acuer- 
dos (bye-lams)  en  todo  lo  que  se  refiere  y  contrae  á  los  intereses 
comunales ,  sin  trascendencia  á  las  libertades  personales  del  indi- 
viduo ,  ó  á  los  intereses  generales  de  la  sociedad  ó  del  Estado. 

La  constitución  fundamental  de  estas  libertades  municipales  es 
un  antiguo  estatuto ,  conocido  con  el  nombre  de  JDe  tallagio  non 
concedendo,  que  se  dio  en  1304  bajo  el  reinado  de  Eduardo  I,  para 


SOBRE    EL    GOBIERNO   PARLAMENTARIO.  47 

garantizar  á  los  pueblos  la  inviolabilidad  de  sus  derechos  ya  reco- 
nocidos por  la  Magna  Charta ,  y  los  revistió  del  carácter  de  ver- 
daderos cuerpos  políticos  sancionando  su  representación  entonces 
naciente  en  el  Parlamento.  El  desorden  y  confusión,  que  en  el 
trascurso  de  cinco  siglos ,  y  á  través  de  las  variadas  vicisitudes 
políticas  que  se  sucedieron  en  tan  largo  tiempo  .  con  las  ocasiones 
consiguientes  á  usurpaciones  y  abusos ,  se  hablan  introducido  en 
el  régimen  municipal ,  hicieron  indispensable  una  ley,  que  deter- 
minase bien  los  límites  y  condiciones  del  self-government  local ,  y 
sus  rela-ciones  con  el  del  Estado ;  y  esto  es  lo  que  se  hizo  en  1836 
por  medio  de  un  nuevo  estatuto  (Municipal  Corpo/ations  Reform 
Act),  que  con  algunas  modificaciones  de  detalle  posteriores,  com- 
prende y  resume  la  legislación  general  que  hoy  rige  sobre  la  ma- 
teria en  Inglaterra ,  salvos  algunos  privilegios  ó  fueros  particula- 
res de  ciertas  corporaciones ,  como  en  Londres  y  otras  partes. 

Claro  es  que  la  inviolabilidad  de  estas  libertades  municipales  no 
es  ni  puede  ser  de  un  carácter  tan  absoluto  como  lo  es  en  las  liber- 
tades puramente  personales ;  porque  realmente  no  tienen  aquellas, 
como  tienen  estas ,  su  origen  y  primer  fundamento  en  el  derecho 
natural  del  hombre,  sino  que  nacen  directa  ó  indirectamente  de  las 
disposiciones  de  la  ley  positiva ,  puesto  que  en  ellas,  de  un  modo  ó 
de  otro ,  tienen  la  raíz  de  su  existencia  misma  las  corporaciones. 
Pero  así  y  todo ,  dentro  de  los  límites  que  la  ley  les  ha  marcado, 
se  consideran  aquellas  libertades  como  un  patrimonio  de  los  pue- 
blos de  índole  esencialmente  constitucional ,  y  más  ó  menos  fuera 
de  la  autoridad  soberana  del  Parlamento;  y  es  bien  seguro  que 
este ,  mientras  subsista  en  Inglaterra  su  actual  sistema  de  gobier- 
no ,  no  intentará  nunca  traspasar  aquellos  límites  ,  y  respetará 
siempre  en  el  self-government  local ,  el  libre  ejercicio  de  la  propia 
iniciativa ,  que  tan  poderosamente  ha  contribuido  á  conquistar 
primero ,  y  á  consolidar  después  el  régimen  liberal ,  base  y  ci- 
miento de  la  prosperidad  moral  y  material  de  aquella  gran  na- 
ción ,  y  objeto  de  admiración  y  justificada  envidia  para  todas  las 
demás. 

No  faltará  quien  diga  ó  crea  que  esta  exposición  de  los  derechos 
y  libertades  constitucionales  del  pueblo  inglés  solamente  puede 
aplicarse  á  la  Inglaterra  de  nuestros  dias ,  y  que  está  muy  lejos  de 
presentar  un  cuadro  fiel  de  lo  que  su  Constitución  era  tiempo  atrás, 
acaso  no  hace  más  que  medio  siglo.  Es  cierto  que  en  esto^  últimos 


48  ESTUDIOS 

aüos  se  han  hecho  allí  reformas  políticas  de  tal  g-ravedad  y  tras- 
cendencia ,  que  á  primera  vista  bien  pudieran  pasar  por  innovacio- 
nes profundas  y  aun  radicales  en  sus  más  fundamentales  institu- 
ciones y  origen  de  nuevas  libertades  antes  no  reconocidas  ó  nega- 
das. Pero  bien  considerado  todo ,  esas  reformas ,  grandes  como  son 
sin  duda ,  recaen  solamente  sobre  el  mecanismo  de  aquellas  insti- 
tuciones que ,  obedeciendo  á  la  ley  de  la  perfectibilidad  humana, 
no  son  ni  pueden  ser  inmutables ,  sino  que  van  desenvolviéndose 
sucesivamente  en  armonía  con  las  nuevas  exigencias  que  nacen  de 
los  progresos  de  la  civilización ;  mas  no  afectan  de  modo  alguno  á 
los  principios  esenciales  del  sistema ,  que  no  son  hoy  más  ni  menos 
que  eran  hace  quinientos  años.  Y  se  engañan  grandemente  los  que, 
fascinados  por  el  bello  espectáculo  de  la  lentitud  y  madurez  con 
que  allí  se  producen  y  consuman  esas  reformas,  sin  tropezar  en  los 
escollos  que  en  otras  partes  las  hacen  zozobrar  con  los  sacudimien- 
tos alternados  de  insurrecciones  y  golpes  de  estado ,  creen  hallar 
en  Inglaterra  argumento  de  autoridad  para  las  doctrinas  de  la  es 
cuela  histórica ,  que  pretende  someter  los  progresos  políticos  de  la 
sociedad  á  leyes  naturales ,  que  suprimen  el  libre  albedrío ,  asimi- 
lándolos á  la  generación  y  crecimiento  de  las  plantas. 

Cuando  á  principios  del  siglo  XIII  los  grandes  Barones  alzados 
contra  la  tiranía  del  Rey  Juan,  y  apoyados  por  el  pueblo  de  Londres, 
le  intimaron  las  condiciones  con  que  se  someterían  á  su  autoridad, 
aquel  Monarca  respondió  indignado  á  los  parlamentarios:  «¿Por 
qué  no  piden  también  mi  corona?  No  concederé  jamás  unas  liber- 
tades que  me  harían  á  mí  esclavo. »  La  necesidad  le  impuso  luego 
lo  que  la  voluntad  negaba ,  y  la  Magna  Charta ,  aceptada  al  fin  y 
jurada  mal  de  su  grado ,  consagró  en  1215  esas  mismas  libertades 
cuya  magnitud  y  trascendencia  revelaban  bien  aquellas  palabras. 
La  doblez  característica  de  aquel  Rey  presuntuoso  y  de  su  hijo 
Enrique  III,  obligaron  á  larga  y  encarnizada  lucha  para  defender 
el  terreno  así  conquistado ,  porque  esos  Príncipes  incapaces  y  des- 
leales ,  mientras  que  en  Inglaterra  cedían  al  imperio  de  la  necesi- 
dad jurando  guardar  las  leyes  convenidas,  negociaban  en  Roma 
las  bulas  en  que  el  Papa  los  desligaba  de  estos  juramentos,  y  con 
que  después  pretendían  destruir  las  mismas  leyes  juradas  cuando 
se  creían  con  fuerza  y  medios  para  ello.  Esta  lucha  terminó  al  fin 
con  las  victorias  de  Eduardo  I;  pero  este  Rey,  uno  de  los  más  no- 
tables en  la  historia  inglesa,  lejos  de  engreírse  con  el  triunfo  al- 


SOBRE    EL    GOBIERNO    PARLAMENTARIO.  49 

canzado  en  el  terreno  de  la  fuerza ,  otorgó  espontáneamente  en 
1297  el  célebre  estatuto  titulado  Confirmatio  Chartarum ,  por  el 
cual ,  al  mismo  tiempo  que  se  confirmaban ,  como  indica  su 
nombre ,  todos  los  derechos  y  libertades  que  habia  reconocido  la 
Magna  CJiarta,  se  declaró  que  serian  radicalmente  nulos  en  todo 
tiempo  los  juicios  que  pudieran  darse  contra  aquellos  fueros ,  y  se 
fulminaron  las  más  severas  conminaciones  de  excomunión  y  anate- 
ma sobre  cuantos  en  lo  sucesivo  intentaran  infringirlos  de  cual- 
quier modo  por  obra,  palabra  ó  consejo.  Alli  se  consumó  definiti- 
vamente la  conquista  de  la  libertad :  desde  entonces  la  Constitu- 
ción inglesa  no  ha  hecho  más  que  desenvolverse  en  sus  naturales 
consecuencias. 

Las  reiteradas  y  sangrientas  usurpaciones  por  que  pasó  el  trono 
de  Inglaterra  en  el  siglo  XV  durante  las  famosas  guerras  de  las 
Dos  Rosas  entre  los  descendientes  de  Eduardo  III  contribuyeron 
mucho  á  consolidar  más  y  más  el  poder  y  la  autoridad  soberana 
del  Parlamento ;  porque  los  usurpadores  buscaban  á  porfía  en  la 
sanción  parlamentaria  el  medio  de  suplir  lo  que  á  sus  títulos  para 
reinar  faltaba  bajo  el  punto  de  vista  de  la  legitimidad  hereditaria: 
y  desde  Enrique  VII ,  el  último ,  y  el  más  afortunado  y  sagaz  de 
aquellos  usurpadores,  precisamente  cuando  en  todas  las  demás 
naciones  de  Europa  empezaban  á  hundirse  sus  instituciones  más  ó 
menos  liberales  bajo  el  despotismo  Real ,  las  de  Inglaterra  se  pre- 
sentaban ya  vigorosamente  fortalecidas  por  la  triple  garantía  de 
la  soberanía  no  disputada  del  Parlamento ,  las  libertades  inviola- 
bles del  individuo ,  y  la  autonomía  del  municipio :  garantías  todas 
tres  expresamente  consignadas  en  las  Charlas ,  que  tan  solemne- 
mente habia  confirmado  Eduardo  I.  Los  intereses  y  las  pasiones  de 
la  contienda  que  poco  después  surgió  de  la  reforma  religiosa  en  el 
siglo  XVI ,  dieron  más  de  una  vez  ocasión  á  que  el  Parlamento  se 
hiciera  cómplice  de  invasiones  transitorias  del  poder  contra  las  li- 
bertades constitucionales :  pero  el  principio  fundamental ,  y  el  de- 
recho imprescriptible  de  estas  libertades ,  era  siempre  reconocido, 
y  quedaba  á  salvo  aun  en  medio  de  aquellas  usurpaciones ;  y  las 
tentativas  posteriores  de  los  Estuardos  para  destruirlo ,  no  hicieron 
más  que  darle  ocasión  para  robustecerse  con  la  consagración  de 
nueva  y  doble  victoria.  Los  trofeos  de  esa  victoria  fueron  Petición 
de  Derechos  en  1628;  el  Bill  de  Derechos  de  1689,  y  el  pacto  di- 
nástico (Act  of  Settlement)  de  1701:  leyes  todas,  que  no  crearon 

TOMO  III.  4 


50  ESTUDIOS 

derecho  ninguno  nuevo,  sino  que  dieron  la  última  corroboración  á 
los  principios  fundamentales  de  las  antiguas  Chartas  del  siglo  XIII, 
cortando  de  una  vez  y  por  la  raiz  hasta  la  posibilidad  de  que  vuelva 
á  necesitarse  nunca  otra  alguna  para  el  mismo  objeto. 

No  fué  una  sola ,  sino  que  fueron  tres  las  revoluciones  por  que 
hubo  de  pasar  el  pueblo  inglés  para  conquistar  y  afirmar  su  actual 
Constitución:  dos  de  ellas  manchadas  también  con  extravíos  y  cri- 
minales violencias  como  las  que  en  otros  pueblos  de  Europa  des- 
doran aún  la  civilización  en  nuestros  dias:  la  tercera  definitiva. 
Después  de  esto,  ¿qué  puede  tener  de  extraño  el  espectáculo  que 
tanto  admiramos  hoy  en  Inglaterra ,  al  ver  'como  allí  se  agitan  en 
todas  direcciones  los  movimientos  de  la  opinión ,  y  á  impulsos  de 
esta  agitación  se  resisten  un  día  y  se  consuman  otro  las  más  gran- 
des y  trascendentales  reformas ,  sin  que  ni  la  resistencia  ni  la  lucha 
comprometan  jamás  la  paz  y  el.  orden  público ,  ni  el  respeto  de  la 
autoridad?  Cuando  para  explicar  el  contraste  de  este  para  nosotros 
raro  fenómeno  con  el  estéril  vaivén  de  nuestras  conmociones  polí- 
ticas ,  pretendemos  buscarle  causas  recónditas  en  supuestas  condi- 
ciones idiosincrásicas  de  la  raza  inglesa,  haciendo  de  esto  una 
cuestión  de  temperamento ,  lo  que  realmente  buscamos  no  es  más 
que  una  excusa  á  nuestra  pusilanimidad  y  apatía.  No:  el  pueblo 
inglés  no  debe  la  actual  solidez  de  sus  instituciones  y  libertades  á 
condición  alguna  peculiar  y  privativa  de  su  carácter,  sentimientos 
y  costumbres  inconciliables  con  el  temperamento  de  otros  pueblos, 
ó  con  las  exigencias  insuperables  de  otros  climas.  Lo  contrario  pre- 
cisamente es  la  verdad  que  la  historia  demuestra.  A  sus  institucio- 
nes es  á  lo  que  dabe  aquel  pueblo  hoy  privilegiado  por  ellas,  la  so- 
lidez de  su  carácter  y  costumbres,  nacidas  y  fortalecidas  en  los 
enérgios  y  perseverantes  esfuerzos  de  la  lucha  de  siglos,  con  que 
conquistó  el  firme  terreno  donde  ahora  le  es  tan  fácil  marchar  con 
paso  seguro  y  pausado,  sin  desconfianzas  ni  sacudimientos  pe- 
ligrosos. 

No  son,  pues,  de  nuestros  dias,  sino  tan  antiguas  como  la  Cons- 
titución misma  las  libertades  todas ,  que  esta  Constitución  garan- 
tiza del  modo  que  acabamos  de  exponerlas  ,  y  sobre  las  cuales  reina 
y  gohienia  sin  peligros  ni  dificultades  la  soberanía  del  Parlamento, 
limitada  ciertamente  por  aquellas  libertades  reservadas  al  self-go- 
vernment  individual  y  local ,  pero  ilimitada  y  absoluta  en  todo  lo 
que  concierne  al  Estado ,  y  á  los  intereses  colectivos  que  nacen  di- 


SOBRE   EL    GOBIERNO   PARLAMENTARIO.  51 

rectamente  de  las  relaciones  sociales.  Conocido  y  determinado  así 
el  verdadero  soberano  de  la  Constitución  inglesa ,  no  es  ya  difícil 
dar  el  nombre  propio  y  adecuado  á  este  sistema  de  gobierno ,  como 
clase  especial  de  organización  política  entre  las  demás  antes  co- 
nocidas. 

Los  antiguos  griegos  habrían  dado  acaso  á  este  sistema  el  nom- 
bre de  Parlamentarquia ,  homogéneo  de  Monarquía ,  si  fuese  suya 
la  palabra  parlamento,  cuyo  origen  etimológico  en  su  acepción  po- 
lítica es  todavía  un  problema  para  los  eruditos.  El  gusto  moderno 
ha  preferido  la  terminación  también  griega  en  ismo ,  para  locucio- 
nes de  significación  análoga ,  y  de  aquí  la  expresión  hoy  general- 
mente admitida  de  parlamentarismo.  Pero  esta  palabra  no  se  debe 
limitar  como  usualmente  se  limita,  á  expresar  ideas  relativas 
á  cuestiones  de  conducta,  ó  de  prácticas  más  ó  menos  depen- 
dientes de  las  opiniones  ó  los  intereses  de  los  partidos  políticos: 
porque  es  ó  debe  ser  la  denominación  esencial  y  necesaria  del  siste- 
ma mismo ,  de  suerte  ,  que  hoy  puede  y  debe  decirse  científicamente 
que  son  cuatro  las  clases  de  gobierno  conocidas ;  la  monarquía ,  la 
aristocracia,  la  democracia  y  el  parlamentarismo.  Dentro  de  todos 
y  cada  uno  de  los  cuatro  tipos  caben  variedades  ó  especies  particu- 
lares ,  á  las  cuales  puedan  aplicarse  los  calificativos  de  constitucio- 
nal y  de  representativo ;  porque  estas  calificaciones  se  refieren  á 
formas  externas  y  contingentes  que  en  todas  las  clases  ó  tipos 
genéricos  pueden  encontrarse  en  una  ú  otra  proporción.  Mas  el 
parlamentarismo  ó  gobierno  parlamentario,  con  la  soberanía  del 
Parlamento  por  condición  esencial ,  es  radical  y  específicamente 
distinto  de  los  otros  tres. 

No  es  esta  una  vana  cuestión  de  palabras.  Muchas  acaso  de  las 
dificultades  que  la  esuela  liberal  francesa  encuentra  para  fijar  só- 
lidamente los  principios  fundamentales  de  la  ciencia  política  con 
relación  al  sistema  parlamentario,  se  habrían  evitado,  si  no  se  hu- 
biesen adoptado  las  denominaciones  impropias  de  Monarquía  cons- 
titucional ,  y  Gobierno  representativo ,  que  tan  difícil  hacen  la 
defensa  teórica ,  y  aun  práctica  de  aquel  sistema  contra  los  demó- 
cratas de  un  lado,  y  los  que  podríamos  llamar  regalistas  del  otro. 

Prescindiendo  de  lo  que  á  estos  últimos  se  refiere,  porque  hay 
cosas  que  no  podemos  analizar  aquí,  es  un  error  á  nuestro  juicio 
peligroso,  admitir  y  dar  por  supuesto ,  como  se  da  con  frecuencia 
en  nuestras  teorías  francesas ,  y  aun  por  algunos  escritores  radi- 


52  KSTÜDIÜS 

cales  ingleses ,  que  el  Gobierno  parlamentario  no  es  más  que  un 
sistema  transitorio,  y  como  provisional ,  que  solo  sirve  para  edu- 
car á  los  pueblos  antes  monárquicos,  y  conducirlos  insensiblemente 
á  un  régimen  puramente  democrático  como  organización  definitiva 
de  la  sociedad.  Desde  un  pimto  de  vista  histórico  todos  los  sistemas 
de  organización  política  pueden  considerarse  transitorios,  puesto 
que  la  sociedad  en  todos  tiempos  y  lugares  ha  pasado  sucesiva,  y 
aun  alternativamente  de  unos  á  otros  sin  orden  preciso  de  grada- 
ción determinada.  Si  alg-una  excepción  cabe  contra  la  generalidad 
de  esta  ley  histórica ,  es  precisamente  en  favor  del  Gobierno  parla- 
mentario, al  cual  hasta  ahora  no  ha  sucedido"  otro  ninguno  donde 
quiera  que  se  ha  establecido  con  sus  propias  y  esenciales  condi- 
ciones; p:íro  ciertamente  es  demasiado  corta  aún  la  vida  de  cuatro 
ó  cinco  siglos,  que  lleva  este  sistema  en  un  solo  pueblo,  para  que 
sea  dado  admitir  la  excepción  como  un  hecho  probado.  En  todo 
caso,  para  la  ciencia  no  hallamos  razón  alguna  que  pueda  inducir 
á  considerar  ninguno  de  los  cuatro  sistemas  de  Gobierno ,  con  rela- 
ción á  los  demás,  como  definitivo,  y  el  único  ajustado  al  fin  su- 
premo y  á  las  condiciones  esenciales  de  la  humanidad  en  absolu- 
to, no  vemos  más  razón  para  que  la  nación  inglesa  llegue  á  ser 
con  el  tiempo  una  república  democrática,  que  para  que  los  Esta- 
dos-Unidos de  América  se  constituyan  en  más  ó  menos  lejano 
porvenir  en  una  ó  muchas  monarquías  parlamentarias. 

Si  esta  somera  exposición  de  los  principios  fundamentales  de  las 
libertades  y  la  Constitución  de  Inglaterra  es  trasunto  fiel  de  la  rea- 
lidad práctica ,  y  del  valor  que  en  la  ciencia  debe  darse  en  aquellas 
admirables  instituciones ,  de  suyo  salta  á  los  ojos  el  largo  trecho 
que  hay  de  ellas  á  las  teorías,  que,  como  esenciales  de  este  siste- 
ma político,  nos  enseñan,  y  hemos  aprendido  con  más  fe  que  dis- 
creción de  la  escuela  liberal  francesa.  Juzgado  por  las  doctrinas  de 
M.  Guizot,  el  Gobierno  inglés  tendría  «por  base  esencial  y  nece- 
saria el  despotismo,»  puesto  que,  reconociendo  de  hecho  y  de  dere- 
cho la  soberanía  nacional  en  el  Parlaiüento,  entra  en  la  primera  ca- 
tegoría de  su  clasificación  general  de  todos  los  Gobiernos ,  y  cae  por 
ello  bajo  el  implacable  anatema  de  M.  de  Barante.  Según  las  otras 
teorías  extrañas  aldoctrinarismo  puro,  tampoco  sería  liberal  este  Go- 
bierno, puesto  que  no  puede  considerarse  real  y  efectivamente  ba- 
sado en  la  soberanía  del  pueblo,  ni  aun  con  la  atenuación  de  una 
delegación  más  ó  menos  lata  en  sus  legítimos  representantes.  Hay, 


SOBRE    EL    GOBIERNO    PARLAMENTARIO.  53 

pues ,  inconciliable  repugnancia  sobre  este  punto  fundamental  en- 
tre la  Constitución  parlamentaria  de  Inglaterra ,  y  la  teoria  del 
sistema  tal  como  la  han  hecho  los  franceses. 

Aquí  hemos  considerado  la  soberania  del  Parlamento  en  abs- 
tracto como  un  atributo  esencial ,  y  un  principio  constitucional  del 
sistema  parlamentario.  Mas  el  Parlamento  soberano  es  una  entidad 
colectiva;  y  los  elementos  personales,  que  lo  componen,  el  Rey,  la 
Cámara  de  los  Lores  y  la  de  los  Comunes,  son  política  y  social- 
mente  distintos  entre  sí.  ¿Cómo  se  reparte  y  pondera  entre  estos 
elementos  el  poder  soberano?  Esta  es  una  cuestión,  que  se  roza  con 
otra  de  las  doctrinas  fundamentales  de  la  escuela  liberal  francesa, 
cual  es  el  principio  de  la  División  de  los  poderes:  y  la  materia  me- 
rece estudio  especial. 

Justo  Pelato  Cuesta. 


EL  DRAM  UNIVERSAL.  '" 


¡  Oh  vida !  mezcla  de  inquietud  y  calma , 
Alternativa  infiel  de  paz  ó  guerra , 
Rebelión  de  la  carne  contra  el  alma , 
Lucha  eterna  del  cielo  y  de  la  tierra! 

Venciendo  á  Soledad  el  desaliento , 
Después  de  su  amoroso  deseng-año , 
Entró  como  novicia  en  un  convento 
Y  novicia  salió  muriendo  al  año. 

Alli ,  tranquila ,  ni  el  rencor  sentia 
Ni  menos  del  amor  la  ardiente  llama ; 
Deseaba  morir ,  porque  creia 
Que  Dios  lleva  consigo  á  aquellos  que  ama. 

Y  conforme  cambiando  iba  su  mente 
En  santas  oraciones  sus  delirios , 
Su  cutis  fué  tomando  lentamente 
El  color  de  la  cera  de  los  cirios. 

¿  Os  contaré  su  vida  en  el  convento  ? 
Sin  pesares  alli ,  sin  alegrías , 
Sucediendo  un  momento  á  otro  momento , 
Los  dias  sucedieron  á  los  dias. 

(1)  Tenemos  el  gusto  de  insertar  uno  de  los  cantos  del  poema  que  con  este 
título  va  á  publicar  muy  pronto  nuestro  amigo  el  Sr.  Campoamor. 

En  la  imposibilidad  de  dar  por  ahora  una  idea  sucinta  del  poema,  para  la 
inteligencia  de  este  canto  solo  diremos  que  Honorio  es  un  personaje  que  por 
medio  de  trasmigraciones  sucesivas  sigue  todas  las  evoluciones  de  la  natura- 
leza física,  relacionándose  siempre  su  vida  con  la  historia  ó  marcha  moral  del 
poema.  En  este  canto,  que  es  el  cuarto  de  la  obra,  Honorio,  después  de  la 
muerte  de  Soledad ,  pidió  á  Jesús  el  Mago  (un  discípulo  de  Cristo  de  quien  re- 
cibió cierto  don  prodigioso )  que  le  concediera  la  gracia  de  trasmigrar  al  már- 
mol de  la  tumba  de  su  amada,  trasmigración  que  recomendamos  á  la  atención 
y  al  buen  gusto  literario  de  los  lectores  de  nuestra  Eevista. 


EL    DRAMA    UNIVERSAL.  55 

Y  solo  al  fin,  en  su  semblante  puro 
Las  huellas  se  miraron  de  sus  penas, 
Cuando  ya  en  una  red  de  azul  oscuro 
Se  dibujaron  en  su  sien  las  venas. 

¿Y  su  amante?  ¿Qué  importa?  Aunque  él ,  acaso , 
La  dejó  por  amor  de  otros  amores, 
Solo  le  pide  á  Dios  que  abra  á  su  paso 
En  honor  á  sus  pies  sendas  de  flores. 

Pues  ella  triste ,  sin  pasión ,  sin  celos , 
Al  odio  y  al  amor  indiferente , 
Como  una  dest-errada  de  los  cielos 
Solo  se  acuerda  de  la  patria  ausente. 

No  perdonando  ni  horas  ni  minutos 
El  rezo  llegó  á  ser  su  afán  diario , 
Entre  sus  dedos  por  la  fiebre  enjutos 
Deslizando  las  cuentas  de  un  rosario. 

¡  Ay  !  un  dia  en  su  blanco  dormitorio 
Teniendo  en  derredor  á  cuantos  quiere , 
Una  mano  de  sombra  echa  hacia  Honorio 
Le  dice  ¡  adiós!  y  sonriendo  muere. 


Con  sed  de  sacrificios  sobrehumanos 
Después  Honorio ,  en  lágrimas  deshecho , 
Su  sepulcro  oprimiendo  con  las  manos 
Lo  estrechó  con  furor  contra  su  pecho. 

Cual  ráfaga  hacia  alli  Jesús  avanza ; 
Mientras  Honorio  con  los  ojos  presos 
De  Soledad  en  el  sepulcro  lanza 
Miradas  voluptuosas  como  besos. 

Y  dice  asi :  —  «Ya  os  lo  conté ;  por  ella 
Más  que  en  Dios  en  Pitagoras  creia , 
Yo,  que  por  ser  lo  que  su  planta  huella 
El  cielo  con  delicia  dejaría. 

>->¥  he  de  pedir  cuando  al  dolor  sucumba. 
Que  me  convierta  por  favor  divino 
En  el  ciprés  ó  el  marmol  de  su  tumba, 
Compañero  inmortal  de  su  destino. 


56  EL    DRAMA    UNIVERSAL. 

»Que  en  posesión  de  sus  cenizas,  pueda 
Con  ellas  ver  mi  corazón  cubierto ; 
Que  el  hado  la  ventura  me  conceda 
De  hablarla  de  mi  amor  después  de  muerto. 

»Que  me  deje  sufrir  el  cielo  amigo 
Junto  á  esta  tumba  mi  dolor  eterno, 
Aunque  con  ella  aqui  sufra  el  castigo 
De  todos  los  suplicios  del  infierno ! » 

Dijo  Honorio ;  y  en  tanto  que  aguardaba 
Lo  que  el  mago  Jesús  le  respondía , 
En  las  sienes  su  sangre  martilleaba , 

Y  hasta  latir  su  corazón  oia. 

Y  contestó  Jesús :  —  «  ¿  Piensas  que  el  Cielo 
Te  dará  ni  en  la  misma  sepultura 
Un  período  de  tregua  y  de  consuelo, 
Un  oasis  de  paz  y  de  ventura? 

Trasmigra ,  pues :  mas  que  eludir  se  intente 
La  pena  de  una  culpa  es  un  delirio ; 
Si  trasmigras ,  Honorio ,  eternamente 
Solo  harás  infinito  tu  martirio. 

»No  encontrarás  la  dicha  en  parte  alguna  ; 
Mudarás  de  dolor,  mas  no  de  duelo ; 
Hasta  en  la  tumba  es  loca  la  fortuna , 

Y  no  hay  eterno  amor  sino  en  el  Cielo.» 
Dijo  Jesús ,  y  al  éter,  fugitivo, 

Le  vio  Honorio  volar  á  su  presencia , 
Después  que  sus  flaquezas  compasivo 
Con  el  manto  cubrió  de  su  indulgencia. 

— ,«  Vuelvo  á  tu  lado ,  Soledad  querida , 
Honorio  prorumpió ;  y  el  Cielo  quiera 
Que  después  de  llenar  toda  mi  vida , 
Llenes  también  mi  muerte  toda  entera.  » 

Con  voluntad  tan  firme  y  tan  constante 
Quiere  morir,  que  muere  porque  quiere; 
Vivia  con  la  vida  de  su  amante, 

Y  fiel  á  su  pasión  con  ella  muere. 
Activo,  enamorado,  violento, 

Náufrago  ya  sin  brújula  ni  estrella , 
Con  el  vivo  puñal  del  pensamiento 


EL    DRAMA   UNIVERSAL.  57 

Se  asesinó  para  morir  con  ella. 

Y  el  mármol  del  sepulcro  contemplando 
Con  alma  y  vida,  de  alegría  loco, 

La  densidad  del  mármol  penetrando 
Sintióse  en  él  filtrar  muy  poco  á  poco. 

El  mármol  con  la  carne  confundiendo. 
Parece  que  uno  en  otro  se  fundia ; 
La  carne  se  iba  en  mármol  convirtiendo, 

Y  algo  de  carne  el  mármol  se  volvía. 
Su  espíritu  en  los  poros  derramado 

En  lento  filtro  se  sumió  primero ; 
Mas  luego  se  recoge  y  concentrado 
En  el  mármol  por  fin  se  vierte  entero. 

Y  un  sordo  ruido  de  absorción  se  siente 
Como  el  que  hace,  al  sorber,  seca  la  tierra; 
No  hiere  el  corazón  tan  tristemente 

Del  ataúd  la  tapa  que  le  cierra. 

Después  que  hubo  al  sarcófago  querido 
Trasmigrado  de  Honorio  el  pensamiento, 
Solo  se  oyó  en  el  mármol  un  quejido, 

Y  un  sollozo  en  la  ráfaga  del  viento. 
Así  dio  fin  tan  triste  y  tan  oscura 

Esta  historia  de  amor  y  de  ansias  llena , 
Encerrando  una  misma  sepultura 
El  criminal,  el  crimen  y  la  pena. 

Solo  un  guarda  infeliz ,  de  espanto  yerto, 
Se  encontró  al  despuntar  del  otro  dia 
Un  muerto ,  tan  inmóvil  como  un  muerto, 
Sobre  un  mármol  que  vivo  parecía 

Campo  AMOR. 


SUSTITUCIONES 


DE  CRÉDITO  HIPOTECARIO 


EN    ALEMANIA. 


Desde  los  tiempos  más  remotos  se  ha  considerado  á  la  agricul- 
tura, como  la  primera  y  la  más  necesaria  de  las  industrias;  el  pri- 
mer destello  de  ilustración  que  brillaba  en  la  mente  de  un  pueblo 
se  aplicaba  á  mejorar  y  extender  el  cultivo  de  la  tierra,  de  tal 
modo,  que  hoy  dia,  para  juzg-ar  del  grado  de  civilización  á  que  han 
llegado  los  pueblos  de  la  antigüedad",  consideramos  como  dato  muy 
importante ,  si  no  el  principal ,  el  conocimiento  del  estado  en  que 
se  encontraba  su  agricultura.  Si  se  analiza  detenidamente  la  his- 
toria del  engrandecimiento  y  decadencia  de  los  pueblos  que  por  su 
ilustración  superior  han  regido  los  destinos  del  mundo ,  lo  mismo 
del  asirlo  y  egipcio,  que  del  griego  y  romano ,  se  ve,  que  mientras 
estos  pueblos  han  conservado  la  pureza  de  costumbres  que  engen- 
dra la  vida  del  campo  y  han  robustecido  sus  fuerzas  así  físicas 
como  intelectuales ,  con  el  trabajo  y  la  constancia  que  exige  el 
cultivo  de  la  tierra,  su  progreso  é  influencia  han  sido  crecientes; 
por  el  contrario ,  cuando  ebrios  de  poder  han  entregado  la  agri- 
cultura á  manos  mercenarias  ó  de  razas  y  pueblos  vencidos,  dedi 
candóse  exclusivamente  á  la  alta  especulación  ó  á  las  artes  de  refi- 
namiento y  deleite ,  ha  empezado  visiblemente  su  decadencia  y  hau 


SUSTITUCIONES  DE  CRÉDITO  HIPOTECARIO   EN  ALEMAMIA.     59 

acabado  por  ser  sojuzgados,  por  aquellos  mismos  á quienes  consi- 
deraban y  tal  vez  con  fundamento ,  como  de  raza  inferior. 

Preocupados  vivamente  del  progreso  de  la  agricultura ,  los  pue- 
blos que  en  la  historia  del  mundo  han  impreso  el  sello  de  su  supe- 
rior ilustración ,  la  protegieron  por  medio  de  estímulos  de  carácter 
fugaz  y  perecedero ,  bien  concediendo  honores  y  preeminencias  ó 
exenciones  de  cargas,  á  la  clase  entera  que  se  dedicaba  á  esta  in- 
dustria ó  á  las  que  de  ella  se  derivaban ,  ó  premiando  especial- 
mente á  los  individuos  que  más  se  distinguían,  perfeccionándola  é 
introduciendo  mejoras  en  su  explotación :  estos  medios  tenían  el 
carácter  de  auxilios  directos ;  pero  como  eran  privilegios  que  esta- 
blecían desigualdad  de  derechos  respecto  á  las  demás  clases ,  su 
duración  era  efímera ,  y  por  tanto  producían  escasos  resultados. 

Posteriormente,  y  aun  en  nuestros  dias,  se  ha  creído  estimular 
el  progreso  de  la  agricultura  y  de  la  industria  en  general,  por  me- 
dio del  sistema  conocido  con  el  nombre  de  protector,  que  consistía 
en  conservar  á  los  productos  de  un  pueblo  el  mercado  propio ,  ex- 
cluyendo de  él ,  los  productos  similares  de  los  demás  pueblos.  Este 
sistema,  que  estaba  en  vigor  á  principios  de  este  siglo,  ha  perdido 
su  crédito,  y  es  de  creer  desaparezca  definitivamente  antes  que 
aquel  termine. 

La  Inglaterra ,  con  el  instinto  superior  que  caracteriza  á  sus  ha- 
bitantes y  que  rara  vez  les  ha  engañado ,  comprendió  la  primera, 
que  el  mayor  y  más  eficaz  auxilio  que  puede  prestarse  á  la  agri- 
cultura es  la  abundancia  de  capitales;  y  como  por  la  extraordi- 
naria energía  y  aptitud  industrial  de  que  están  dotados  los  indivi- 
duos de  esa  raza ,  los  forma  con  rapidez  asombrosa ,  ha  podido  der- 
ramar sobre  su  suelo  inmensos  tesoros,  que  han  elevado  su  produc- 
ción agrícola  al  mayor  grado  de  perfección  conocido  en  tiempo 
alguno ,  á  pesar  de  la  excesiva  acumulación  de  la  propiedad  en 
aquel  pueblo ,  que  tanto  perjudica  el  desarrollo  de  su  cultura. 

La  Alemania,  el  pueblo  de  las  grandes  concepciones,  porque 
disfruta  desde  hace  mucho  tiempo  de  la  libertad  del  pensamiento; 
científico,  porque  posee  trece  universidades  libres  donde  se  enseñan 
todas  las  ciencias ,  desde  las  de  la  especulación  más  sublime  hasta 
las  de  carácter  más  práctico;  reñexivo,  porque  la  reflexión  nace  de 
la,  ciencia ,  comprendió  también ,  que  los  elementos  fundamentales 
de  la  agricultura  ,  como  los  de  toda  industria ,  son  la  instrucción  y 
el  capital ;  la  primera  la  poseía  en  abundancia ,  pero  no  el  segundo. 


60  SUSTITUCIONES 

Inaccesible  por  su  zona  marítima  durante  el  invierno ,  y  por  pocos 
puertos  durante  el  verano  en  razón  á  lo  bajo  j  arenoso  de  sus 
costas ;  dotada  de  un  suelo  de  pésima  calidad  en  el  norte ,  de  me- 
diana en  el  centro  y  buena  en  el  sur ;  desprovisto  del  carácter 
emprendedor  y  audaz  de  los  ingleses  y  teniendo  que  emplear  la 
mayor  parte  de  sus  economías,  en  el  sustento  de  una  población  cons- 
tantemente creciente,  no  podía  poseer  grandes  capitales;  amiga, 
por  otra  parte,  de  los  organismos,  tenía  que  inventarlos,  á  fin  de 
que  todas  las  economías ,  por  pequeñas  que  fuesen ,  se  empleasen 
en  auxiliar  y  fomentar  la  industria,  y  principalmente  la  agrícola, 
que  es  la  principal.  A  estos  organismos ,  denominados  Asociaciones 
de  propietarios ,  debe  la  industria  agrícola  alemana  el  grado  de 
esplendor  á  que  ha  llegado.  ¿Son  perfectos?  ¿Es  la  última  palabra 
de  la  humanidad  en  materia  de  crédito  territorial?  Difícil  es  de- 
cirlo ,  y  milagroso  sería  que  este  pueblo  hubiese  encontrado  en  el 
primer  ensayo,  una  fórmula  definitiva.  Lo  cierto  es,  que  la  inven- 
ción prusiana  ha  hecho  pensar  á  toda  Europa  en  la  cuestión  del 
crédito  territorial.  La  analizaremos  ligeramente  y  la  comparare- 
mos con  las  modernas  instituciones  de  crédito  territorial,  deBavie- 
ra.  Bélgica,  Francia,  Austria,  Suiza  y  Portugal. 


L 

Los  descubrimientos  que  tienen  por  objeto  curar  al  cuerpo  social 
de  las  enfermedades  que  le  aquejan ,  y  evitar  que  en  lo  sucesivo  se 
reproduzcan  con  igual  ó  mayor  intensidad ,  dando  mayor  robustez 
y  elasticidad  á  todos  sus  miembros  y  facilitándole  su  prosperidad  y 
su  progreso,  tienen  lugar  generalmente  en  aquel  pueblo  ó  parte 
del  cuerpo  social,  en  que  la  enfermedad  produce  mayores  estragos 
y  es  más  intensamente  sentida.  Pero  si  este  pueblo  carece  de  ilus- 
tración por  ser  de  raza  inferior  ó  porque  la  ha  perdido  durante  largos 
tiempos  de  servidumbre,  y  por  efecto  de  preocupaciones  inveteradas, 
ha  adquirido  la  costumbre  de  atribuir  un  origen  divino,  á  sucesos 
que  proceden  de  causas  puramente  humanas ,  en  vez  de  luchar  con 
la  enfermedad  y  de  buscar  el  remedio  oportuno ,  se  resignará  fa- 
talmente á  sufrirla,  se  abandonará  á  su  acción  corrosiva,  y  des- 
pués de  un  período  de  decadencia  más  ó  menos  largo ,  acabará  por 
aniquilarse.  Por  el  contrario,  si  ha  sido  dotado  por  la  Providencia 


1)K  CRÉDITO  HIPOTECARIO  EN  ALEMANIA.  61 

de  calidades  superiores ;  si  las  robustece  y  perfecciona  con  el  aire 
puro  de  la  libertad ;  si  discurre  despreocupadamente  y  con  plena 
conciencia  de  sus  fuerzas ,  y  distinguiendo  lo  divino  de  lo  humano, 
no  confunde  los  grandes  sucesos  por  medio  de  los  cuales  se  desen- 
vuelve la  historia  de  la  humanidad  y  que  son  definitivos ,  con  los 
que,  nacidos  de  las  pasiones  humanas,  son  contingentes  y  tienen 
remedio  también  humano ,  aplicará  sus  facultades  todas  á  encon- 
trarle ,  y  si  no  lo  consigue  en  el  primer  ensayo ,  luchará  con  cons- 
tancia y  con  energía,  y  es  seguro  que  obtendrá  la  victoria  por 
premio  de  sus  esfuerzos ;  con  ello  no  solo  curará  su  propio  mal  y 
evitará  ó  atenuará  sus  efectos  en  lo  sucesivo ,  sino  que  extenderá  á 
toda  la  humanidad  los  beneficios  de  su  invento. 

Se  nos  ocurren  estas  reflexiones  con  motivo  de  la  creación  de 
las  instituciones  prusianas  de  crédito  hipotecario ,  que  se  extendie- 
ron después  á  toda  la  Alemania  y  á  otros  pueblos  de  la  Europa 
central  y  que  deben  su  origen  al  estado  lastimoso  á  que  se  vieron 
reducidos  los  propietarios  de  la  Silesia,  á  causa  de  las  devastaciones 
de  la  guerra  de  los  siete  ailos ,  al  terminar  la  cual,  se  incorporó  este 
territorio  á  la  Prusia. 

Para  hacer  el  estudio  de  las  instituciones  de  crédito  hipotecario 
de  Alemania ,  debemos  empezar  por  la  primera ,  que  fué  la  de  Si- 
lesia ,  y  para  explicar  su  origen,  trascribiremos  varios  trozos  de  un 
manuscrito  del  Consejero  privado ,  sabio  profesor  y  director  de  es- 
tadística de  Berlin,  Dieterici.  Dice  este,  refiriéndose  á  opiniones 
de  M.  de  Strüensée ,  Ministro  de  Federico  II ,  acerca  de  las  causas 
del  estado  deplorable  de  la  propiedad  y  del  crédito  de  esta  en  Si- 
lesia, después  de  la  paz  de  1763: 

1.*  «Muchas  propiedades  estaban  completamente  devastadas, 
particularmente  aquellas  en  que  hablan  acampado  los  ejércitos 
durante  largo  tiempo.  El  suelo  existia  ciertamente;  pero  habla 
desaparecido  por  completo  todo  lo  que  es  necesario  para  cultivar- 
lo ;  las  casas  de  labranza  quemadas ;  el  ganado  disperso  habla  pe- 
recido de  hambre ;  los  útiles  de  labor  inservibles ,  y  los  campos  in- 
cultos y  mal  preparados.  En  estas  circunstancias  el  valor  de  las 
propiedades  disminuyó  de  50  á  60  por  100;  y  cuando  un  propieta- 
rio debia  de  50  á  60  por  100  del  precio  anterior  á  este  desastre,  se 
encontraba  en  la  imposibilidad  de  pagar  los  intereses  de  su  deuda, 
y  mucho  menos  de  reembolsarla  al  vencimiento.  De  este  estado  de 
cosas  resultaron  numerosas  quiebras ,  y  los  secuestros  consiguien- 


62  SUSTITUCIONES 

tes  aumentaron  más  aún  la  depreciación  de  las  propiedades  y  su 
descrédito  ante  los  capitalistas.  Estos,  perdida  ya  la  confianza  en 
la  garantía  que  les  ofrecían  las  inscripciones  legales ,  reclamaron 
repentinamente  el  reembolso  de  todas  las  sumas  que  hablan  pres- 
tado á  los  propietarios ,  y  llevaron  con  esto  á  su  colmo  el  desorden 
y  la  perturbación  general. 

2.*  » Durante  la  guerra,  los  propietarios  hablan  obtenido  pre- 
cios enormes  de  sus  productos ,  y  hablan  pagado  en  tercios  sajo- 
nes (1) ,  no  solo  los  impuestos ,  sino  también  los  intereses  de  las 
cantidades  que  habian  tomado  prestadas  en  esta  moneda  inferior. 
Estas  circunstancias  habian  bastado  para  compensar  á  los  pequeños 
propietarios  del  perjuicio  que  les  causaban  las  requisiciones ,  del 
ocasionado  por  la  caballería  que  forrajeaba  en  sus  tierras ,  y  de  las 
pérdidas  de  las  cosechas  que  nunca  eran  completas.  Pero  después 
de  la  paz  todo  cambió  súbitamente ;  el  precio  de  los  granos  bajó; 
fué  preciso  pagar  los  impuestos  y  los  intereses  de  las  deudas  en 
moneda  de  buena  ley ,  y  el  precio  de  los  jornales  no  disminuyó 
aunque  aumentó  el  valor  intrínseco  de  esta.  Por  otra  parte ,  el 
elevado  precio  de  Ioí  productos  durante  la  guerra,  había  estimula- 
do á  los  propietarios  á  aumentar  sus  gastos ,  y  como  los  continua- 
ban á  pesar  del  cambio  de  circunstancias,  su  ruina  era  inevitable. 

3.*^  »E1  precio  elevado  de  los  granos  y  la  moneda  de  baja  ley 
habian  aumentado  mucho  el  valor  precio  de  las  propiedades;  pero  este 
aumento  era  puramente  nominal  y  ficticio ;  después  de  la  paz  ex- 
perimentaron una  depreciación  proporcional.  La  fortuna  de  los 
propietarios  no  resistió  á  esta  reacción  imprevista. 

4.*  »Los  interereses  de  las  deudas  fueron  mal  servidos  después 
de  la  paz ;  los  acreedores  recibieron  algo  á  cuenta,  y  el  crédito  de 
los  propietarios  se  perdió  completamente.  Mientras  que  la  moneda 
mala  tuvo  curso ,  y  que  la  presencia  de  los  ejércitos  la  hizo  circu- 
lar activamente,  hubo  abundancia  de  dinero  y  los  que  le  poseían, 
procuraban  su  colocación  aun  á  interés  moderado.  No  se  tenia 
empeño  en  conservar  una  moneda,  cuyo  valor  era  de  convención; 
de  suerte  que  durante  la  guerra,  los  propietarios  se  la  procuraban 
fácilmente ,  pagaban  los  intereses  con  regularidad ,  y  su  falsa  si- 
tuación estaba  en  cierto  modo  disfrazada. 

5.*     »Pero  cuando  hecha  la  paz,  las  tropas  abandonaron  la  Sile- 

(1)    Moneda  de  baja  ley  equivalente  próximamente  al  tercio  de  la  buena. 


DE  CRÉDITO  HIPOTECARIO  EN  ALEMANIA.  63 

Áa,,  sus  sueldos  no  se  gastaban  ya  allí ,  j  la  moneda  usual  sufrió 
una  reducción  de  dos  tercios ,  los  capitalistas  necesitaron  su  di- 
nero, el  ciudadano  tuvo  que  reedificar  su  casa,  el  comerciante  que 
extender  su  comercio ,  y  el  padre  que  establecer  á  su  hijo  ó  dar  una 
dote  á  su  hija ;  el  dinero  faltó  para  todas  estas  necesidades ,  y  los 
propietarios ,  que  estaban  en  situación  critica ,  no  encontraron  ya 
de  quién  tomar  prestado. 

6.*  » Disfrutaba  crédito  en  Silesia  la  opinión,  de  que,  una  obli- 
gación garantida  judicialmente  ofrecía  toda  seguridad,  y  que  en 
las  circunstancias  más  desastrosas  no  se  corria  riesgo  alguno  de 
perder  el  capital.  Para  conservar  su  crédito  los  propietarios,  difí- 
cilmente concedían  una  inscripción  hipotecaria  sobre  sus  bienes; 
preferían  suscribir  obligaciones  libres ;  y  cuando  los  acreedores  in- 
sistían por  obtener  una  inscripción  judicial ,  enseñaban  la  situa- 
ción hipotecaría  de  sus  bienes,  que  hacia  aparecer  su  posición 
como  muy  ventajosa ;  pero  comenzaron  las  persecuciones  judicia- 
les, se  despertó  la  atención  de  los  acreedores,  y  se  reconoció  que  los 
propietarios  estaban  completamente  agobiados.» 

Debemos  hacer  mención  de  un  hecho  de  suma  importancia  que 
omite  en  su  relación  el  profesor  Dietericí ,  y  que  acabó  de  retraer 
al  capital  del  auxilio  de  la  propiedad ,  y  es ,  que  queriendo  el  Rey 
evitar  la  expropiación  por  falta  de  pago  con  que  amenazaban  á  los 
propietarios  comprometidos,  sus  acreedores ,  expidió  un  edicío  de 
iíididgencia  fmoraíoriumj,  en  virtud  del  cual,  se  prorogaba  por 
tres  años  la  devolución  de  los  capitales  prestados  á  la  propiedad; 
este  acto  de  tiranía ,  que  anulaba  el  perfecto  derecho  de  los  acree- 
dores á  reembolsarse  el  capital  prestado ,  si  es  cierto  que  favoreció 
á  los  que  estaban  más  agobiados,  perjudicó  á  los  propietarios  en 
general,  hasta  el  punto,  de  que  los  más  desahogados  tenían  que 
pagar  un  10  ó  12  por  100  de  interés  y  3  por  100  de  comisión,  por 
los  préstamos  sobre  hipoteca. 

«  Se  hallaban  las  cosas  en  este  estado ,  cuando  los  grandes  pro- 
pietarios ,  cuya  posición  aún  era  buena ,  se  asociaron  para  tomar  á 
préstamo.  Rogaron  al  Rey  les  concediese  ciertos  derechos  especia- 
les de  ejecución,  que  les  permitieran  perseguir  sumariamente  á  los 
deudores  retardatarios,  y  apoderarse  de  las  rentas  de  sus  bienes 
cuando  no  pagasen  regularmente  los  intereses.  Pidieron  también 
una  autorización,  para  hacer  tasar  los  bienes,  con  arreglo  á  bases 
fijas  determinadas  por  ellos.  » 


64  SUSTITUCIONES 

Este  proyecto,  presentado  al  Rey  en  Octubre  de  1769,  fué  auto- 
rizado en  Julio  de  1770. 

Esta  asociación  constituida  por  la  iniciativa  de  Kaufmann  Bür- 
hing,  comerciante  de  Berlin,  se  estableció  bajo  las  bases  siguien- 
tes. Formaban  parte  de  ella  forzosamente,  todos  los  propietarios  de 
bienes  nobles  (ritters-cliaft)  (1)  de  la  Silesia  y  del  condado  de  Glatz. 
Emitia  obligaciones  Mpoiecarias  al  i^ortaáor  fpfand-briefj,  que  de- 
vengaban interés ,  y  este  se  cobraba  semestralmente  por  la  presen- 
tación de  la  obligación.  La  asociación  prestaba  á  los  propietarios 
asociados,  en  obligaciones  hipotecarias,  que  estos  negociaban,  hasta 
el  50  ó  55  por  100  del  valor  de  su  propiedad ;  debian  abonar  á 
la  asociación ,  además  del  interés  semestral  de  las  obligaciones  que 
habian  recibido,  una  cantidad  anual  de  1,  1/2  ó  1/4  por  100  del 
préstamo  recibido ,  según  que  este  fuese  pequeño  ó  grande ,  para 
subvenir  á  los  gastos  de  administración  y  constituir  un  fondo  de 
reserva ;  los  propietarios  deudores  podian  amortizar  parte  ó  toda 
su  deuda,  entregando  cantidades  en  efectivo  ó  en  obligaciones 
compradas  en  la  Bolsa.  La  asociación  era  responsable  y  debia  ser- 
vir semestralmente  á  los  tenedores  de  las  obligaciones  sus  respec- 
tivos intereses ,  y  además  debia  procurarse  el  numerario  necesario, 
para  la  amortización  á  la  par  de  las  obligaciones  que  se  denuncia- 
sen, con  seis  meses  de  anticipación :  si  el  fondo  de  reserva,  consti- 
tituido  con  la  diferencia  de  intereses  servidos  por  los  deudores  y 
pagados  á  los  tenedores  de  obligaciones ,  no  era  suficiente  á  satis- 
facer la  demanda  de  amortización ,  debia  proveerse  á  ella  por  me- 
dio de  derramas  entre  los  deudores,  proporcionales  á  sus  débitos 
respectivos.  La  dirección  reside  en  Breslau  y  se  compone  de  un 
director  general ,  tres  delegados  generales  de  la  provincia,  reelegi- 
dos cada  tres  años ,  de  un  síndico ,  de  un  contador  y  de  un  comisa- 
rio regio ,  que  tiene  el  encargo  de  velar  por  el  cumplimiento  de 
los  estatutos ,  y  que  generalmente  suele  ser,  el  representante  del 
poder  central  en  el  departamento.  Es  el  centro  de  nueve  adminis- 
traciones con  un  personal  análogo,  al  cual  se  agregan  notables  del 
país  y  diputados  provinciales. 

(1)  En  su  origen  la  denominación  de  bienes  nobles  se  aplicaba  á  los  que 
poseía  la  clase  privilegiada  :  conservaron  su  nombre  aun  cuando  pasaron  al 
dominio  de  la  plebeya ,  y  hoy  se  designa  con  este  calificativo  toda  propiedad 
territorial  que  excede  de  cierto  valor;  varia  este  en  los  diversos  Estados  ó  pro- 
vincias de  la  Alemania,  entre  1.000  y  5.000  thalers.  Un  thaler  equivale  k  3 
francos  y  75  céntimos. 


DE  CRÉDITO  HIPOTECARIO  EN  ALEMANIA.  65 

Antes  de  referir  la  historia  de  esta  asociación  y  de  indicar  las 
que  se  crearon  posteriormente  y  á  imitación  suya ,  creemos  con- 
veniente detenernos  un  momento  á  examinar,  siquiera  sea  ligera- 
mente ,  el  plan  general  de  este  monumento  y  la  calidad  y  exten- 
sión de  su  cimiento ,  para  comprobar  el  análisis  que  de  él  hagamos, 
con  las  vicisitudes  de  su  historia. 


II 

En  primer  lugar,  la  idea  fundamental  de  la  institución  es  la 
idea  de  asociación ;  para  comprender  su  necesidad ,  conviene  re- 
cordar, que  el  crédito  con  garantía  de  prenda  es  y  ha  sido  siempre 
preferido  al  crédito  personal ,  y  que  puede  admitirse  como  axioma 
económico  el  plus  est  cautionis  in  re  q%am  in  persona,  que  cita  Wo- 
lowsky ;  la  prenda  moviliaria ,  de  suyo  perecedera  y  contingente, 
es  inferior  sin  duda  á  la  prenda  inmoviliaria ,  y  más  aun  á  la  propie- 
dad territorial :  en  efecto ,  la  tierra,  es  el  origen ,  es  la  fuente  de 
donde  emanan  todos  los  productos ,  desde  los  que  satisfacen  las  ne- 
cesidades más  perentorias  é  imprescindibles  de  la  humanidad ,  co- 
mo son  el  sustento ,  el  vestido  y  la  habitación ,  hasta  las  del  lujo 
más  refiaado  y  superfino;  de  suerte  que  mientras  exista  el  hombre, 
la  tierra  será  para  él,  el  objeto  de  valor  más  preciado  de  los  que  le 
rodeen ;  por  manera ,  que  cuando  la  propiedad  territorial  encuen- 
tre dificultad  para  adquirir  capital  mueble  con  la  garantía  de  su 
propio  valor,  habremos  de  deducir,  que ,  ó  este  es  sumamente  es- 
caso y  se  emplea  en  satisfacer  necesidades  urgentes  con  grandes 
beneficios ,  ó  que  circunstancias  extraordinarias,  perturban  honda- 
mente la  ley  natural  de  las  relaciones  entre  el  capital  mueble  y  el 
inmueble.  De  la  reseña  de  los  sucesos  que  precedieron  y  determi- 
naron la  creación  de  la  asociación ,  se  desprende :  que  el  valor  de  la 
propiedad  atravesaba  una  crisis  espantosa,  durante  la  cual,  no  solo 
perdió  el  precio  exagerado  y  de  convención  adquirido  en  los  últi- 
mos años  de  la  guerra,  sino  que,  solicitado  este,  por  la  pendiente 
sobre  que  resbalaba  y  por  el  pánico  que  siempre  se  desarrolla  du- 
rante las  tempestades  económicas,  habia  llegado  á  unpunto,  infe- 
rior de  mucho  al  verdadero  y  natural,  que  determinábalos  rendi- 
mientos de  aquella.  La  primera  necesidad  que  la  institución  debia 
satisfacer,  era,  la  de  restablecer  la  confianza  en  el  valor  de  la  pro- 

TOMO    III.  5 


66  SUSTITUCIONES 

piedad,  y  para  conseguirlo,  ningún  medio  mejor  que  el  de  la  aso- 
ciación que  se  empleó;  en  efecto,  al  englobar  en  un  todo  compacto, 
en  una  gran  unidad ,  propiedades  en  condiciones  diversas ,  grava- 
das de  grandes  deudas  unas ,  de  menores  otras ,  y  otras  completa- 
mente libres ,  el  valor  superabundante  de  estas  servia  de  compen- 
sador al  de  las  primeras,  sin  perder  gran  parte  del  suyo  propio.  Se 
producía  con  esta  combinación  un  efecto  análogo,  al  que  se  obtiene 
de  reunir  en  una  misma  manzana,  multitud  de  casas  aisladas  y  que 
se  encuentran  en  condiciones  de  resistencia  diferente;  las  más  sóli- 
das sirven  de  contrafuerte  y  apoyo  á  las  más  débiles ,  y  el  mutuo 
enlace  de  ellas  comunica  tal  fuerza  al  conjunto,  que  le  permite  resis- 
tir á  vicisitudes  y  tiempo,  que  las  habrían  destruido  en  detall. 
Además ,  la  responsabilidad  individual  de  propietarios  ,  algunos  de 
los  cuales  no  habían  demostrado  gran  acierto  en  la  explotación  de 
sus  propiedades ,  era  reemplazada  por  la  colectiva  de  toda  una 
clase ,  de  la  clase  que  por  su  nivel  social ,  por  su  influencia  en  el 
Estado  y  por  su  ilustración  y  cultura ,  ofrecía  mayor  garantía  mo- 
ral. La  asociación  constituida  como  queda  dicho  era  una  verdadera 
sociedad  de  responsabilidad  mutua  a  favor  de  los  acreedores. 

De  la  sustitución  de  la  buena  moneda  en  vez  de  la  antigua,  cuyo 
valor  era  el  tercio  del  de  aquella ,  resultó  disminución  real  del  ca- 
pital circulante ,  que  aumentada  con  la  ficticia ,  debida  al  retrai- 
miento producido  por  el  pánico ,  redujo  aquel  á  proporciones 
exiguas  é  insuficientes  para  las  necesidades  del  comercio.  La  concen- 
tración de  este  capital  en  las  manos  de  los  banqueros  y  comercian- 
tes ,  y  la  necesidad  para  la  propiedad  de  obtener  sumas  de  alguna 
consideración,  permitía  á  estos,  ejercer  el  monopolio  del  préstamo 
sobre  hipoteca ,  y  naturalmente  lo  explotaban  con  grandes  benefi- 
cios-, imponiendo  á  los  propietarios  condiciones  durísimas,  que 
hacian  su  situación  cada  dia  más  angustiosa.  Para  librarse  de  esta 
opresión  y  conseguir  que  los  comerciantes  moderasen  sus  preten- 
siones ,  pensó  la  asociaxion  en  atraer  al  préstamo  sobre  hipoteca 
nuevos  capitales ,  los  capitales  pequeños ,  resultado  de  las  econo- 
mías déla  clase  proletaria,  que  aunque  exiguos  por  si  mismos, 
formaban  sumas  considerables  habido  en  cuenta  su  número:  á  este 
fin  emitió  varias  series  de  obligaciones  hipotecarias  de  un  valor 
nominal,  que  variaba  entre  25  y  1.000  escudos  de  Prusia  (Ij. 

(1)    Un  escudo  de  Prusia  vale  3,75  fr. 


DE  CRÉDITO  HIPOTECARIO  EN  ALEMANIA.  67 

Pero  no  estaba  exenta  de  lunares  esta  sublime  concepción ,  y  si 
no  eran  de  tal  mag-nitud  que  la  desvirtuaran  por  completo ,  eran 
de  bastante  consideración  para  empañar  su  brillo  y  para  crearle  di- 
ficultades en  su  aplicación.  Es  el  primero,  el  carácter  de  obligatoria 
que  tenia  para  todos  los  propietarios  de  bienes  inmuebles:  para  com- 
prender este  monstruoso  abuso  de  poder,  á  virtud  del  cual,  se  afec- 
taba una  propiedad  de  dominio  particular  á  las  eventualidades  y 
responsabilidad  de  una  sociedad  mercantil,  contra  la  voluntad  de 
su  dueño ,  hay  que  recordar  que  esto  pasaba  en  Prusia  en  tiempo 
del  Gran  Federico :  se  daria  por  excusa  de  esta  violencia  que ,  de- 
jando en  libertad  á  los  propietarios ,  los  más  desahogados  no  ha- 
brían concurrido  con  la  buena  garantía  de  su  propiedad  á  dar  cré- 
dito á  la  naciente  asociación ;  pero  como  todos  ó  casi  todos ,  por 
buena  que  fuese  su  situación ,  tenian  necesidad  de  capital  mueble 
para  poner  en  producción  sus  tierras,  es  probable  hubieran  acu- 
dido voluntariamente  á  ella,  como  el  único  medio  de  obtenerlo  en 
buenas  condiciones. 

El  segundo,  si  no  tan  importante  mirado  desde  el  punto  de  vista 
del  derecho ,  lo  era  mucho  más,  económicamente  considerado,  por- 
que podia  afectar  profundamente  la  marcha  y  el  desarrollo  de  la  aso- 
ciación y  hasta  destruirla  por  completo ;  consistía,  en  la  facultad 
concedida  á  los  poseedores  de  obligaciones  hipotecarias,  de  exigir 
su  amortización  álos  seis  meses  de  anunciada;  esta  cláusula  dejaba 
entregada  la  asociación  á  la  merced  de  los  acreedores:  en  efecto, 
podia  ocurrir  una  crisis  y  en  su  consecuencia,  presentarse  á  la 
amortización  tantas  obligaciones ,  que  se  viera  la  asociación  en  la 
dura  necesidad  de  expropiar  á  aquellos  de  sus  deudores  que  no  pu- 
diesen pagar  los  dividendos  correspondientes  á  una  amortización 
considerable ,  y  de  ejecutar  por  su  misma  mano,  á  aquellos  en  be- 
neficio de  los  cuales,  más  principalmente  se  habia  creado. 

En  los  primeros  meses  de  vida  de  la  asociación,  se  colocaban  di- 
fícilmente las  obligaciones  á  precio  corriente  y  la  dirección  procuró 
aunque  inútilmente  hacer  una  emisión  en  Holanda  ó  Suiza ,  donde 
en  aquel  tiempo ,  como  ahora ,  habia  grandes  capitales :  entonces 
solicitó  y  obtuvo  del  Eey  un  préstamo  de  300.000  (1)  escudos  al 
2  por  100:  con  este  auxilio  invertido  en  préstamos  ó  en  la  compra 
de  obligaciones ,  sostuvo  su  precio  y  consiguió  que  se  cotizaran  á 

(1)    200.000  según  otros. 


68  SUSTITUCIONES 

tipo  más  alto  que  los  demás  valores  incluso  los  del  Estado;  las 
buenas  cosechas  de  1670 ,  71  y  72  contribuyeron  poderosamente 
á  este  resultado ,  y  el  favor  de  que  disfrutaban  las  obligaciones 
era  tal ,  que  su  interés,  que  en  los  primeros  tiempos  era  de  5  por 
100 ,  se  redujo  en  1776  á  4  V2  y  en  1778  á  4  por  100. 

El  éxito  de  la  asociación  y  los  cuantiosos  auxilios  que  dispensó 
á  la  ag-ricultura  y  á  la  propiedad  en  general ,  determinaron  al  Rey 
á  impulsar  la  creación  de  otras  semejantes  en  las  demás  provincias 
de  la  Monarquía.  Por  su  indicación,  y  á  pesar  de  la  resistencia 
que  manifestaron  varios  propietarios ,  se  creó  en  1781  la  de  Pome- 
rania,  en  1782  la  de  Hamburg-o,  la  de  la  Prusia  Occidental  en  1787, 
y  en  1788  la  de  la  Prusia  Oriental.  Estas  asociaciones  obedecían 
en  sus  estatutos,  á  los  principios  fundamentales  que  hablan  servido 
de  base  á  la  de  Silesia,  aunque  diferian  de  esta  en  circunstancias  de 
detalle:  en  unas,  ]a.asociacion  era  forzosa  para  todos  los  propietarios; 
en  otras  era  voluntaria,  y  la  responsabilidad  mutua  de  los  propieta- 
rios tenia  lugar  mientras  eran  deudores,  y  cesaba  en  el  momento 
en  que  dejaban  de  serlo:  en  unas  las  obligaciones  llevaban  cupones 
que  se  separaban ,  y  la  presentación  y  entrega  de  estos,  bastaba 
para  el  pago  de  los  intereses ;  en  otras ,  los  cupones  estaban  adhe- 
ridos á  la  obligación^  y  para  cobrar  los  intereses,  era  necesaria  la 
presentación  de  esta ;  las  asociaciones  extendían  de  dia  en  dias  sus 
operaciones ,  prestaban  cantidades  considerables  á  la  agricultura, 
y  merced  á  este  auxilio ,  esta  prosperaba  y  mejoraba  sus  condicio- 
nes productivas.  Como  á  pesar  de  haber  reducido  el  interés  de  las 
obligaciones  á  4  por  100,  estas  obtenían  prima  en  los  mercados, 
no  se  presentaban  á  la  amortización ,  y  confiada  la  asociación  en  la 
prosperidad  del  presente ,  no  se  cuidaba  del  porvenir ;  los  propie- 
tarios ,  como  por  medio  de  las  obligaciones  podían  obtener  dinero 
á  un  interés  mínimo  y  no  se  les  exigía  dividendo  alguno  para  su 
amortización ,  miraban  á  la  sociedad  como  una  mina  inagotable  de 
valores,  que  no  debían  descender  nunca  por  debajo  del  cambio 
de  par,  y  no  se  preocupaban  de  la  eventualidad  de  su  reembolso.  Así 
es ,  que  satisfechas  las  necesidades  de  la  agricultura ,  contraían 
más  deudas,  bien  para  dedicar  su  importe  á  la  especulación,  ó 
para  comprar  propiedades  á  precios  exorbitantes,  ó  lo  que  es  peor, 
para  aumentar  el  confort  y  lujo  de  su  existencia.  Pero  ocurrieron 
las  guerras  con  el  Imperio  francés ,  vino  luego  la  ocupación ,  y  tras 
de  estos  desastres  la  crisis  mercantil  y  la  baja  de  todos  los  valores. 


DE  CRÉDITO  HIPOTECARIO  EN  ALEMANIA.  69 

y  entre  ellos  las  obligaciones ,  que  llegaron  á  cotizarse  á  menos  de 
la  par.  Como  seg'un  los  estatutos,  tenían  los  tenedores  de  obliga- 
ciones derecho  permanente,  á  reclamar  su  amortización  á  la  par, 
mediante  seis  meses  de  antelación  en  el  aviso ,  todos  se  apresuraron 
á  usar  de  este  derecho ,  y  las  asociaciones  que  no  hablan  previsto 
una  demanda  de  amortización  tan  extraordinaria ,  ni  ocurrido  á  su 
remedio  aumentando  el  fondo  de  reserva ,  se  vieron  en  la  alterna- 
tiva, ó  de  ejecutar  á  la  mayor  parte  de  sus  asociados  deudores, 
que  no  podian  pagar  los  grandes  dividendos  que  les  correspondían, 
ó  de  rehusar  la  amortización ,  dejándose  ejecutar  por  los  obliga- 
cionistas acreedores;  pero  comprendiendo  que  ambas  cosas  eran 
ruinosas  para  ellas  y  para  los  propietarios  que  las  formaban,  ob- 
tuvieron del  Rey  un  segundo  edicto  de  indulgencia  de  9  de  Marzo 
de  1807,  por  el  que  se  suspendía  indefinidamente  el  derecho  de 
los  tenedores  de  obligaciones  á  reclamar  su  amortización,  y  las 
asociaciones  quedaban  obligadas  únicamente  á  servir  los  intereses 
de  ellas  (1).  Entonces  las  obligaciones  llegaron  á  cotizarse  á  50 
ó  60  por  100;  pero  estos  precios  tan  bajos  duraron  poco,  y  pronto 
se  repusieron  y  llegaron  á  cerca  de  la  par. 


IIL 

Hemos  visto,  que  el  vicio  fundamental  de  que  adolecían  las  aso- 
ciaciones prusianas,  consistía,  en  la  facultad  conferida  á  los  tenedo- 
res de  obligaciones,  de  elegir  el  semestre  de  su  amortización.  Esta 
instabilidad  en  la  duración,  es  absolutamente  incompatible  con  el 
carácter  propio  y  peculiar  de  los  préstamos  hipotecarios. 

La  agricultura  necesita  capitales  por  dos  conceptos  y  para  dos 
aplicaciones  completamente  diversas  ;  el  capital  que  se  emplea  para 
explotar  la  industria  agrícola  ya  creada,  y  que  se  invierte  en  la 
adquisición  de  simientes  ,  abonos ,  pago  de  salarios  y  en  los  demás 
gastos  que  exigen  las  cosechas  usuales  de  aquella,  y  el  destinado 
á  saneamientos  y  desecación ,  irrigación  y  cambio  de  cultivo ,  y  á 
todos  aquellos  trabajos  que  tienen  por  objeto ,  el  fomento  de  las 
condiciones  productivas  de  la  tierra.  El  primero ,  que  puede  lla- 
marse móvil,  produce  por  lo  general  intereses  muy  varios  y  se 

(1)  Esta  situación  se  prorogó  hasta  1818  en  las  Marcas,  Pomerania  y  Sile- 
sia, y  hasta  1832  en  la  Prusia  oriental  y  occidental. 


70  SUSTITUCIONES 

reforma  ó  reconstituye  después  de  la  campaña  agrícola ,  que  suele 
durar  de  dos  á  diez  meses;  aunque  las  instituciones  hipotecarias 
puedan  proveer  de  él  á  los  agricultores ,  como  estos  las  más  de  las 
veces,  no  son  dueños  de  la  propiedad  que  explotan ,  y  carecen  por 
consiguiente  de  aptitud  para  hacer  uso  del  crédito  hipotecario ,  se 
procuran  los  cajiitales  que  necesitan,  por  medio  del  crédito  personal 
ó  por  las  instituciones  agrícolas  que  empiezan  á  establecerse.  El 
segundo  se  inmoviliza  en  la  tierra  ó  propiedad  á  que  se  aplica ,  se 
funde  en  ella  y  pierde  definitivamente  sn  carácter  de  capital  móvil, 
para  adquirir  el  de  inmueble  por  el  aumento  de  valor  que  da  á 
aquella.  Si  se  ha  empleado  con  inteligencia  y  ha  mejorado  las 
condiciones  productivas  de  la  tierra ,  esta  dará  más  productos  ó  de 
mayor  valor ,  y  en  ambos  casos  aumentará  su  renta  ó  beneficio 
anual ;  pero  como  este  aumento  de  renta  es  lento  ,  por  más  que  sea 
creciente,  y  hay  que  separar  de  esta  anualmente,  la  parte  corres- 
pondiente al  servicio  de  los  intereses  del  capital  tomado  á  présta- 
mo y  la  que  exigen  las  necesidades  ordinarias  del  propietario ,  el 
residuo  de  aquella,  destinado  á  la  reconstrucción  del  capital,  será 
pequeño  y  no  podrá  conseguir  su  objeto,  sino  en  un  gran  número 
de  años;  se  abreviaría  este  plazo,  si  estos  residuos  anuales  pudiesen 
invertirse  fructuosamente  y  produjesen  intereses  que  se  acumula- 
sen por  la  ley  del  interés  compuesto.  Pero  como  es  difícil  que  los 
propietarios  encuentren  por  sí  mismos,  colocación  segura  y  benefi- 
ciosa para  estas  pequeñas  sumas ,  de  que  pueden  disponer  anual- 
mente para  la  reconstrucción  del  capital  que  deben ,  de  aquí  la 
segunda  é  importantísima  misión  que  en  beneficio  de  la  propiedad, 
corresponde  desempeñar  á  las  instituciones  de  crédito  hipotecario. 
Deben  percibir  del  propietario  deudor,  anual  ó  semestralmente,  una 
cantidad  fija,  que ,  empleada  en  las  mismas  obligaciones  que  ha 
emitido,  produzca  la  amortización  de  la  deuda  en  un  plazo  tanto 
más  breve,  cuanto  mayor  es  el  importe  de  aquella  cantidad. 

Esta  idea  sirvió  de  base,  á  la  institución  de  crédito  hipotecario 
establecida  en  Zelle  para  el  Lunemburgo,  bajo  la  protección  del 
Rey  Jorge  III  de  Hannóver  (1).  Esta  sociedad,  destinada  á  hacer 
préstamos  á  los  bienes  nobles  que  exceden  de  5.000  thalers,  ad- 
quiere su  capital  por  medio  de  negociaciones  directas  con  comer- 
ciantes, á  un  interés  que  generalmente  es  de  3  por  100;  lo  presta 

( 1 )  Esta  idea  se  importó  de  Inglaterra  donde  ya  reinaba  un  príncipe  de  la 
casa  de  Hannóver. 


DE  CRÉDITO  HIPOTECARIO  EN  ALEMANIA.  71 

á  los  propietarios  que  satisfacen  las  condiciones  establecidas  en  sus 
estatutos  al  5  por  100  durante  los  primeros  cinco  años,  5  por  100 
ó  4  1/8  desde  el  quinto  al  decimosexto  año,  y  5  ó  4  por  100  hasta 
la  amortización  definitiva :  el  tiempo  de  duración  de  esta,  está  cal- 
culado de  manera,  que  la  sociedad  se  reintegre  de  su  capital,  inte- 
reses que  por  él  paga  á  los  capitalistas  y  gastos  de  administración. 
Posteriormente  se  han  establecido  otras  tres  instituciones  de  crédito 
territorial  en  Hannóver,  con  estatutos  análogos  á  los  de  la  anterior, 
unas  destinadas  á  auxiliar  á  la  propiedad  en  general ,  y  otras  para 
redimirla  de  cargas  especiales ,  dirigidas  unas  por  el  Gobierno  y 
todas  auxiliadas  por  él.  Algunas  de  estas  instituciones  emiten  bo- 
nos á  treinta  dias  vista  con  un  interés  minimo. 

En  el  gran  ducado  de  Posen  se  fundó  en  1822,  una  asociación  que 
reúne  las  mejores  condiciones  y  que  ha  servido  de  modelo  para  la 
reorganización  de  iodi?is>\'áB asociaciones  prusianas  en  1835,  y  para 
las  que  se  han  fundado  después  en  el  reino  de  Polonia,  en  Gallitzia 
y  en  Bohemia.  Las  bases  principales  de  sus  estatutos  son  las  si- 
guientes: forman  parte  de  ella  voluntariamente  los  propietarios  de 
bienes  nobles  ó  de  paisanos  libres  cuya  propiedad  libre  ascienda 
por  lo  menos  á  5.000  thalers  (1).  La  asociación  les  presta  en  obli- 
gaciones al  portador  con  interés  de  4  por  100  hasta  el  55  por  100 
del  valor  de  su  propiedad,  debiendo  abonarle,  además  del  interés 
semestral  de  las  obligaciones ,  1  por  100  anual  de  amortización 
y  1/4  por  100  para  gastos  de  administración ;  de  esta  suerte  la 
deuda  se  amortiza  en  41  años.  La  asociación  después  de  servir  pun- 
tualmente los  intereses  de  las  obligaciones ,  empleará  el  excedente 
de  sus  fondos  en  la  compra  de  ellas  siempre  que  esta,  pueda  ve- 
rificarse á  menos  de  la  par;  si  obtuviesen  prima,  entonces  se  amor- 
tizan por  sorteo ,  abonando  la  prima  de  que  disfruten  en  el  mer- 
cado hasta  el  máximum  de  4  por  100  (2) :  todo  propietario  deudor, 
puede  acelerar  la  amortización  de  su  deuda,  por  medio  déla  entrega 
de  obligaciones  ó  de  cantidades  en  efectivo. 

Increíble  parece,  que  la  idea  de  la  amortización  de  la  deuda,  por 
la  entrega  de  una  cantidad  fija  anual,  establecida  en  el  Lunem- 
burgo  desde  el  año  1790,  no  se  haya  introducido  inmediatamente 

(1)  Los  que  poseen  propiedades  de  menos  valor  pueden  asociarse  hasta 
reunir  esta  cantidad. 

(2)  Esta  disposición  es  absurda  é  incompatible  con  el  principio  de  amorti- 
zación á  anualidad  fija;  no  se  cumple  ya. 


72  SUSTITUCIONES 

en  las  demás  instituciones  de  crédito  existentes  en  Prusia ,  pues  es 
el  único  medio,  de  que  los  propietarios  deudores,  se  liberen  del  peso 
de  una  deuda  que  no  pueden  reconstruir  en  totalidad  ni  en  canti- 
dades considerables.  Aplicada  al  gran  ducado  de  Posen,  se  intro- 
dujo en  las  asociaciones  prusianas  al  reformarlas  en  los  años  1835 
y  1839,  y  en  todas  las  demás  instituciones  que  con  posterioridad 
se  han  creado  en  Polonia,  Rusia  y  Austria.  En  las  de  Prusia,  des- 
pués de  la  reforma,  el  interés  de  las  obligaciones  es  de  3  1/2  por 
100  para  las  mayores,  y  3  1/3  por '100  para  las  pequeñas;  el 
tanto  de  amortización  es  de  1  por  100,  y  además  se  abona  1/4  por 
100  para  gastos  de  administración;  con  estas  condiciones  las  deu- 
das se  amortizan  en  41  años  (1).  En  Polonia  el  interés  de  las  obli- 
gaciones es  de  4  por  100  y  el  tanto  de  amortización  de  2  por  100; 
esta  se  verifica  en  28  años.  En  todas  ellas  los  asociados  son  volun- 
tarios y  la  amortización  de  las  deudas  puede  acelerarse,  por  au- 
mento de  la  anualidad  fija,  por  entregas  de  obligaciones  ó  de  can- 
tidades en  efectivo. 

En  el  año  1835  se  estableció  en  la  Silesia  otra  asociación  de  pro- 
pietarios, cuyas  obligaciones  llevan  la  letra  B,  para  distinguirlas  de 
las  de  la  primitiva;  esta  presta  á  sus  asociados  hasta  el  75  por  100 
del  valor  de  la  propiedad  suscrita.  Son,  pues,  siete  In,^  institucio- 
nes de  crédito  hipotecario  existentes  en  Prusia. 

Sobre  bases  análogas  á  las  de  las  anteriores ,  aunque  más  direc- 
tamente protegidas  por  los  Gobiernos ,  en  razón  á  que  la  pequenez 
del  territorio  á  que  extienden  su  acción,  no  les  permite  sufragar  los 
gastos  de  administración,  se  han  creado,  la  de  Esthonia  y  Livonia 
en  1803,  la  de  Schleswig  y  Holstein  en  1811,  la  de  Mecklem- 
burgo  en  1818,  la  de  Groninga  en  1823,  la  de  la  Frisia  oriental  en 
1828,  la  Caja  provincial  de  Westfalia  en  1831,  la  Caja  de  amorti- 
zación de  Paderborn ,  la  deEsfeldyla  Caja  de  crédito  de  Dinamarca, 
que  presta  á  la  agricultura  al  2  por  100,  y  en  el  fondo  es  más  bien 
una  institución  de  crédito  agrícola,  dotada  por  el  Rey  con  750.000 
thalers. 

En  Wurtemberg  se  creó  en  1827  una  verdadera  Agencia  de  prés- 
tamos hipotecarios,  del  género  de  las  del  reino  de  Hannóver,  que 
hemos  examinado.  Adquiría  su  capital  por  medio  de  o¿^¿^¿zao;>ieí 
que  negociaba  con  los  capitalistas  á  un  interés  inferior  general- 

(l)  A  los  dueños  de  propiedades  pequeñas  las  asociaciones  les  prestan  hasta 
el  25  por  100  de  su  valor,  y  á  los  de  las  grandes  hasta  los  2/3. 


DE  CRÉDITO  HIPOTECARIO  EN  ALEMANIA.  73 

mente,  ó  lo  más,  de  3  por  100,  y  prestaba  este  capital  en  efectivo  á 
3  1/2,  más  un  tanto  de  amortización,  calculado  de  suerte,  que  esta 
se  verificase  en  50  años  á  lo .  mas ;  al  hacer  el  préstamo  descon- 
taba el  4  por  100  de  su  importe  y  terminada  la  amortización,  per- 
cibía los  intereses  durante  dos  años ;  en  cambio  repartía  entre  sus 
deudores,  una  parte  de  las  utilidades,  proporcionalmente  al  importe 
de  la  deuda  y  á  su  duración :  los  deudores  pueden  liberarse  de  su 
deuda,  anticipando  cantidades  en  efectivo.  Las  obligaciones  por  me- 
dio de  las  que  esta  Agencia  ó  sociedad,  adquiere  sus  capitales  y  que 
ganan  3  por  100  de  interés,  suelen  disfrutar  de  una  prima  de  10  ó 
10  1/2  por  100,  lo  que  prueba  que  en  Wurtemberg  hay  gran  oferta 
de  dinero  sobre  hipoteca  de  fincas.  Esta  sociedad  presta  su  capital 
á  toda  clase  de  propietarios  nobles  ó  plebeyos ,  y  sobre  propiedades 
de  cualqier  valor,  ya  de  pertenencia  individual  ó  colectiva. 

Trató  esta  sociedad  de  extender  sus  operaciones  al  gran  ducado 
de  Badén  y  al  reino  de  Baviera ,  y  al  efecto  estableció  sucursales 
en  Carlsruhe  y  Munich ;  pero  por  lo  imperfecto  del  régimen  hipo- 
tecario de  estos  paises ,  por  la  extremada  división  de  la  propiedad 
en  el  primero,  y  por  la  creación  en  el  segundo  de  un  Banco  hipo- 
tecario privilegiado,  experimentó  pérdidas,  que  le  obligaron  á  cir- 
cunscribir su  acción  al  Wurtemberg. 

Del  Banco  de  Baviera  nos  ocuparemos  cuando  estudiemos  las  ins- 
tituciones de  crédito  de  Bélgica,  Francia,  Suiza,  Austria  y  Portu- 
gal, con  las  que  tiene  mucha  semejanza. 


74 


SUSTITUCIONES 


IV. 

ESTADO  del  precio  á  que  se  han  cotizado  las  obligaciones  hipote- 
carias del  reino  de  Prusia  en  diversas  épocas,  y  de  la  suma  á 
que  asciende  el  valor  de  las  que  estalan  en  circulación  en  el  año 
1850  en  Prusia  y  en  otros  Estados  Alemanes. 


OBLIGACIONES  3¿  POR  100. 

1838. 

1841.     1845. 

1848. 

1850 

Silesia 

lou 
loo 

981 
101 
99 

)) 

1021 

lou 
loo 

102  i 

lou 

» 

104  i 

102  1 

lou 

103 
102  i 

93 
83 
96 
97 
93 
69 

98 

95 
101 
102 

99 

86  i 

Prusia  occidental 

—     oriental 

Gran  Ducado  de  Posen 

Pomerania 

Deuda  prusiana  3' [2  por  1 00. . 

Prusia  (7  asociaciones) 396 .  748 .  000  francos . 

Hannóver  (4  ídem) 34. 964. 000 

Sajonia  (2  Ídem) 4. 124. 000 

Mecklemburgo 15.320.000 

Wurtemberg  j  Badén 31 .  564 . 000 

Hesse-Cassel 37.464.000 

Nassau 6.526.000 

El  Estado  que  precede,  muestra  con  la  claridad  y  energía  de 
expresión  de  los  números ,  los  asombrosos  resultados  que  la  Prusia 
ba  obtenido  de  sus  instituciones  de  crédito  hipotecario.  Si  tenemos 
en  cuenta  que  cerca  de  la  mitad  del  valor  de  las  Migaciones  en 
circulación,  corresponden  á  las  pequeñas,  que  producen  SYspor  100 
de  interés  anual,  y  la  prima  con  que  se  cotizan,  deduciremos,  que 
la  propiedad  territorial  de  aquel  reino  tiene  empleados  en  su  me- 
jora, en  su  bonificación,  en  el  fomento  de  sus  condiciones  produc- 
tivas, la  extraordinaria  suma  de  400  millones  de  francos,  y  paga 
por  réditos  de  esta  suma  13  millones  escasos;  calculando  en  vein- 
ticinco años  el  plazo  medio  de  renovación  de  esta  deuda,  resulta, 
que  la  propiedad  territorial  se  asimila  cada  siglo  1.600  millones  de 


DE  CRÉDITO  HIPOTECARIO  EN  ALEMANIA.  75 

francos.  Si  recordamos  que  los  habitantes  de  este  pais  son  los  más 
instruidos  de  Europa,  comprenderemos  fácilmente,  como  la  produc- 
ción por  hectárea  de  un  terreno  de  mediana  calidad ,  en  general, 
llegue  casi  á  igualar  á  la  producción  de  la  Francia,  que  posee  uno 
.  de  los  territorios  más  fértiles  de  Europa ,  y  que  no  reconozca  su- 
perior más  que  á  la  de  Inglaterra. 

Pero  si  es  fácil  explicar  los  resultados  de  la  adquisición  de  tanto 
capital  á  corto  interés ,  no  lo  es  tanto  el  darse  cuenta  de  cómo  un 
pueblo  pobre  en  sus  principios ,  con  un  suelo  naturalmente  poco 
fértil ,  y  sin  facilidad  para  el  comercio ,  haya  podido  allegar  tantos 
recursos  con  que  mejorar  su  condición.  Desde  luego  observaremos, 
que  puesto  que  las  condiciones  materiales  del  pais  no  son  favora- 
bles á  la  formación  de  la  riqueza ,  hay  que  buscar  el  origen  de  ella, 
en  las  calidades  morales  del  pueblo. 

El  alemán,  cuando  abre  su  corazón  á  los  encantos  de  su  bella  y 
expresiva  poesía  y  de  su  delicada  y  profunda  melodía,  ó  deja  vagar 
su  imaginación  por  el  espacio  infinito ,  recordando  las  leyendas  de 
su  tradición  nacional  y  los  mil  cuentos  fantásticos  de  que  está  llena 
su  literatura .  es  capaz  de  tanto  vigor  de  sentimiento  y  de  tanto 
ensueño  de  fantasía,  como  el  tipo  más  acabado  de  la  raza  neolatina. 
Cuando  frente  á  frente  del  universo ,  y  armado  únicamente  de  su 
razón  se  pone  á  discurrir ,  estad  seguros  que  no  habrá  pasiones  ni 
preocupaciones,  que  le  desvien  un  momento  del  camino  que  su  ra- 
zón le  marque,  y  que  ella,  y  sola  ella,  será  la  autora  de  sUs  jui- 
cios, por  muy  atrevidos  que  estos  sean  y  por  mucho  que  contradigan 
las  opiniones  admitidas.  Si  en  el  Parlamento  tiene  que  sostener  una 
tesis,  veréis  cómo  discute  política  con  el  mismo  rigorismo  y  rigidez 
de  juicio,  con  que  sostenía  una  proposición  filosófica  ó  matemática. 
Pero  haced  que  nuestro  alemán  descienda  á  la  vida  práctica,  al 
terreno  de  los  hechos,  y  veréis  qué  timidez  en  su  persona,  qué 
dudar  en  su  juicio,  qué  pavor  de  la  brutalidad  de  los  hecJios,  qué 
espíritu  conservador,  en  fin ;  el  alemán  es  eminentemente  conser- 
vador, y  por  lo  tanto  económico.  El  prusiano,  además  del  instinto 
económico  que  posee  por  su  raza ,  tiene  el  espíritu  de  economía  que 
le  ha  inculcado  su  dinastía,  cuyos  príncipes,  todos  han  coincidido 
en  esta  virtud  por  más  que  se  diferenciasen  en  otras  calidades; 
sabe  que  la  Reina  Marta  pasaba  hilando  todo  el  tiempo  que  le  de- 
jaban libre  los  negocios  del  Estado,  y  que  el  Rey  Federico  Gui- 
llermo sacudía  con  su  bastón,  á  todos  los  ciudadanos  de  Berlín  que 


76  SUSTITUCIONES 

encontraba  perdiendo  el  tiempo  á  las  puertas  de  sus  casas ;  y  si  es 
ilustrado  en  la  historia  de  su  pais,  sabe  también,  que  los  fundado- 
res de  la  monarquía  la  compraron  con  el  oro  que  hablan  ahorrado, 
y  que  el  Gran  Federico,  pudo  sostener  las  campañas  con  que  la  en- 
grandeció, por  el  mucho  que  tenia  en  sus  arcas. 

El  alemán  además  es  muy  sensato ,  muy  poco  amigo  de  aven- 
turas, así  mercantiles  como  políticas  (1);  no  gusta  de  arriesgar 
su  fortuna,  y  mucho  menos  sus  economías,  en  negocios  azarosos; 
prueba  de  ello  las  pocas  grandes  fortunas  que  hay  en  Prusia;  pre- 
fiere una  colocación  segura  de  sus  fondos ,  aunque  sea  poco  pro- 
ductiva, y  como  sabe  que  no  hay  mejor  g-arantía  que  la  buena 
propiedad,  toma  las  obligaciones  hipotecarias  como  su  caja  de 
ahorros,  yasi  se  explica  la  facilidad  con  que  se  colocan  las  obli- 
gaciones, en  particular  las  pequeñas. 

Por  último,  el  alemán  posee  en  alto  grado  el  sentimiento  de  la 
nacionalidad,  es  gran  patriota ,  pero  en  el  sentido  más  positivo  de 
la  palabra;  comprende  que  para  que  la  nacionalidad  sea  grande, 
sea  poderosa ,  tenga  influencia  en  el  mundo ,  la  primera  condición 
á  que  debe  satisfacer,  es,  á  la  de  ser  numerosa,  y  para  que  se 
multiplique,  se  le  ocurre  naturalmente  que  el  único  medio  que  hay 
que  emplear,  es  el  de  procurarle  medios  de  subsistencia ;  y  como  la 
tierra  es  la  encargada  de  proveer  á  esta  necesidad,  es  preciso 
aumentar  sus  fuerzas  productivas.  Tiene  grabada  en  su  corazón  y 
en  su  mente  la  imagen  de  Turgot ,  que  compara  la  tierra  al  pul- 
món de  la  humanidad,  que  convierte  en  productos  frescos  y  de  más 
condiciones  nutritivas,  á  los  antiguos  y  algo  gastados  que  se  de- 
positan y  asimilan  con  ella. 

Si  del  análisis  de  las  calidades  que  constituyen  el  carácter  indi- 
vidual del  pueblo  germánico,  nos  elevamos  á  la  consideración  de  los 
rasgos  culminantes  que  caracterizan  á  la  colectividad  ó  al  Estado 
que  la  representa ,  y  nos  fijamos  en  la  Prusia ,  que  es  de  todos  los 
pueblos  alemanes  el  que  por  su  población  y  la  importancia  que  ha 
adquirido  en  estos  últimos  años,  parece  destinado,  si  no  á  absorber- 
los ,  á  representarlos  ante  los  demás  pueblos  de  Europa ;  admirare- 


(1)  Todo  el  mundo  recuerda  los  cinco  años  de  crisis  constitucional  que  ha 
atravesado  la  Prusia  sin  que  el  partido  liberal  recurriese  á  la  revolución  y  lo 
antipática  que  era  en  toda  Alemania,  y  hasta  en  la  misma  Prusia,  la  guerra 
que  terminó  con  la  batalla  de  Sadowa, 


DE  CRÉDITO  HIPOTECARIO  EN  ALEMANIA.  77 

mos  la  extremada  sencillez  y  economía  de  su  administración ,  que  le 
permiten  desarrollar  su  prosperidad  material  y  adquirir  una  ilustra- 
ción superior,  con  un  presupuesto  de  gastos,  menor  relativamente, 
que  el  que  necesitan  los  demás  pueblos  de  Europa ;  observaremos 
también  el  tacto  exquisito  con  que  se  conduce  en  todas  las  vicisi- 
tudes políticas ,  y  la  extremada  prudencia  y  la  paciencia  envidia- 
ble que  emplea  en  la  preparación  de  sus  medios,  para  realizar  la 
misión  histórica  que  cree  le  está  encomendada ,  y  la  moderación 
de  que  usa  en  sus  éxitos  para  calmar  susceptibilidades.  Condicio- 
nes todas  que  le  han  permitido  realizar  grandes  fines  y  conquistar 
el  alto  puesto  que  ocupa  entre  los  pueblos  del  mundo ,  sin  contraer 
grandes  deudas  y  sin  ejercer  una  concurrencia  perniciosa,  sobre  los 
capitales  que  deben  destinarse  al  fomento  de  la  agricultura  y  de 
las  demás  industrias. 

Así  se  explica  las  numerosas  cantidades. que  el  pueblo  alemán 
presta  á  interés  módico  á  la  propiedad  y  la  fe  ciega  que  tiene  en 
el  porvenir  de  ella ,  y  que  en  los  momentos  de  más  angustia  de 
la  ocupación  francesa,  no  bajaran  las  obligaciones  del  50  por  100, 
con  lo  que  salia  el  interés  del  dinero  al  6  por  100,  tipo  inferior  al 
que  paga  la  propiedad  francesa  en  tiempos  normales ;  y  que  en 
medio  de  los  apuros  financieros  que  produjo  la  campaña  de  1813, 
se  mantuviesen  las  obligaciones  á  72  por  100  y  subieron  á  la  par 
en  1815. 

Por  último ,  otra  de  las  causas,  y  muy  poderosa,  que  determinan 
el  movimiento  del  capital  mueble  en  dirección  de  la  propiedad 
territorial ,  y  que  explica  y  justifica  la  baratura  del  interés  que 
percibe  por  su  auxilio,  es  la  completa,  la  absoluta  seguridad,  de 
que  la  finca  hipotecada  á  un  préstamo ,  siempre  que  el  contrato 
conste  en  los  registros  oficiales ,  queda  afecta  á  este  con  preferecia 
á  cualquier  otro  compromiso  del  propietario.  Este  derecho  perfecto 
que  concede  á  los  créditos  sobre  la  propiedad,  la  legislación  hipote- 
caria de  los  pueblos  germánicos  y  que  en  algunos  llega  hasta  el 
punto,  de  concederles  la  intervención  en  la  administración  de  aque- 
lla, cuando  se  pruebe  que  la  del  propietario  es  desacertada  y  pro- 
duce su  demérito,  es  indudablemente,  el  fundamento  de  la  facilidad 
con  que  la  propiedad  atrae  y  se  asimilia  los  capitales  que  necesita 
para  aumentar  sus  condiciones  productivas.  Una  prueba  conclu- 
yente  de  este  aserto  es ,  que  las  asociaciones  alemanas  que  tantos 
beneficios  han  derramado  sobre  la  propiedad  en  casi  todo  el  país, 


78      SUSTITUCIONES  DE     CRÉDITO  HIPOTECARIO  EN  ALTIMANIA. 

no  han  podido  extender  su  acción  á  los  territorios  renhanos,  donde 
está  en  vigor  la  ley  hipotecaria  francesa. 

En  resumen,  deduciremos:  que  el  carácter  eminentemente  con- 
servador del  puehlo  germánico  le  permite  formar  capitales  muebles 
y  destinar  gran  parte  de  ellos  al  préstamo  hipotecario.  Que  la  per- 
fecta efectividad  de  la  garantía,  sancionada  por  la  ley  hipotecaria, 
á  la  vez  que  esfuerza  la  atracción  de  aquellos  hacia  la  propiedad, 
disminuye  su  interés  ,  pues  es  un  axioma  económico  que  á  igual- 
dad de  oferta  y  demanda  de  capitales ,  el  interés  del  préstamo  será 
menor,  cuanto  mejor  sea  la  garantía  de  su  devolución.  Las  asocia- 
ciones de  propietarios  por  la  emisión  de  obligaciones  hipotecarias 
principalmente  por  las  pequeñas ,  ofrecen  el  préstamo  hipotecario 
á  la  concurrencia  de  todos  los  capitales  muebles ,  y  completan  y 
facilitan  la  consecución  de  los  resultados  anteriores ;  y  con  la  amor- 
tización á  plazos  largos  permiten  la  liberación  de  la  propiedad  y 
facilitan  su  trasmisión ,  trasmisión  destinada  á  hacer  desaparecer 
el  rentista  de  la  tierra  y  á  convertir  el  cultivador  en  propietario. 

En  otro  artículo  estudiaremos  los  Bancos  hipotecarios  de  Baviera, 
Francia  y  otros  países,  y  los  compararemos  con  los  prusianos. 

Joaquín  Carbonell. 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS 


DEL  INSIGNE  POETA  SEVILLANO 


D.  JUAN  DE  ARGUIJO. 


«Es  indudable  (dice  el  distinguido  crítico  D.  Juan  Colon  y  Co- 
lon) que  Fernando  de  Herrera  fijó  el  leng-uaje  poético,  y  que  á 
su  imitación  le  siguieron ,  aventajándole ,  ya  en  esta ,  ya  en  otra 
cualidad",  el  sublime  y  melancólico  Rioja,  el  atrevido  Arguijo 

y  el  lozano  Jáuregui Pero  entre  ellos,  el  que  logró  llevar  la 

frase  poética  de  Herrera  á  su  mayor  perfección  y  belleza  fué  Don 
Juan  de  Arguijo.  Dotado  de  una  imaginación  elevada ,  enri- 
quecido con  una  instrucción  vasta  y  amena ,  empapado  en  la  dic- 
ción del  Divino ,  pero  siguiéndole  con  gusto  y  acierto;  conociendo 
á  fondo  la  Índole  de  la  lengua  y  siendo  perfecto  versificador ,  creó 
con  tan  raras  propiedades  ese  estilo  y  ese  lenguaje ,  modelo  ines- 
timable para  cuantos  apetezcan  saborearse  y  estudiar  en  el  legiti- 
mo tono  de  la  poesia  española » 

Puede  fijarse  aproximadamente  la  época  del  nacimiento  de  Don 
Juan  de  Arguijo  hacia  fines  del  segundo  tercio  del  siglo  XVI . 
Fueron  sus  padres  D.  Gaspar  de  Arguijo,  Veinticuatro  de  Sevilla, 
y  Doña  Petronila  Manuel ,  ambos  de  cuna  ilustre  y  de  una  de  las 
familias  más  antiguas  de  aquella  ciudad ,  en  la  cual  vio  nuestro 
poeta  la  primera  luz  según  afirma  Rodrigo  Caro ,  y  comprueban 
otros  datos  contemporáneos.  Recibió  sin  duda  una  brillante  educa- 


NOTICIAS   BIOGRÁFICAS  80 

cion  literaria,  adecuada  á  sus  felices  disposiciones  y  correspon- 
diente á  la  calidad  y  riqueza  de  sus  padres  que  contaban  con  más 
de  18.000  ducados  de  anual  renta,  y  se  dedicó  preferentemente  á 
los  estudios  humanísticos,  distinguiéndose  como  insigne  poeta 
desde  su  más  temprana  edad. 

Por  cédula  y  provisión  de  S.  M.  expedida  en  Marzo  de  1590,  y 
viviendo  aun  su  padre  (que  falleció  con  posterioridad  al  12  de 
Mayo  de  1593) ,  ocupó  la  plaza  de  regidor  Veinticuatro  de  Sevilla 
que  liabia  renunciado  Lope  Zapata,  jurando  en  sábado  7  de  Abril 
del  expresado  año.  Convocadas  por  Felipe  III  las  Cortes  del  Reino 
á  fines  de  1598,  fué  elegido  Arguijo  Procurador  por  Sevilla,  en 
compañía  del  jurado  Juan  de  Lugo ,  según  consta  de  acta  de  aquel 
Ayuntamiento,  fechada  en  9  de  Diciembre.  Contra  esta  elección 
protestaron  repetidamente  los  regidores  D.  Luis  de  Monsalve  y 
D,  Gonzalo  Saavedra,  y  aun  cuando  Arguijo  recibió  sus  poderes, 
los  renunció  por  último  en  D.  Juan  Ortiz  de  Zúñiga  y  Avellaneda, 
bisabuelo  paterno  del  escritor  analista  de  Sevilla,  ocupando  el  ofi- 
cio, que  el  Zúñiga  desempeñaba,  de  administrador  de  los  almoja- 
rifazgos. 

Tomada  y  saqueada  por  los  ingleses  la  ciudad. de  Cádiz  en  fines 
de  Junio  y  principios  de  Julio  de  1596 ,  fué  por  ellos  destruido  el 
colegio  de  la  Compañía  de  Jesús,  fundado  en  1564.  Restablecié- 
ronle á  su  costa  D.  Juan  de  Arguijo,  su  madre  ya  viuda  Doña 
Petronila  Manuel,  y  Doña  Sebastiana  Pérez  de  Guzman,  vecina 
también  de  la  ciudad  de  Sevilla.  Asi  lo  acreditan ,  no  solamente 
la  inscripción  que  en  dicho  templo  al  pié  de  la  escalinata  del  pres- 
biterio, dice:  Esta  bóveda  y  enterramiento  es  de  losSres.  D.  Juan 
y>de  Arguijo,  Doña  Petronila  Manuel,  y  Doña  Sebastiana  Pérez 
y>de  Guzman ,  Jundadores  de  este  Colegio;»  sino  el  libro  de  la  ha- 
cienda de  la  fundación  del  mismo  Colegio  y  cuenta  de  su  adminis- 
tración ,  año  de  1 658 ,  que  se  halla  en  el  archivo  de  las  propieda- 
des del  Estado ,  en  el  cual  se  lee  esta  noticia :  «  Los  señores  Doña 
» Petronila  Manuel,  viuda  del  Sr.  Gaspar  de  Arguijo,  Veinti- 
»cuatro  de  Sevilla,  y  D.  Juan  de  Arguijo  su  hijo,  y  Doña  Sebas- 
»tiana  Pérez  de  Guzman ,  vecina  de  dicha  ciudad  de  Sevilla, 
»fundaron  este  Colegio  de  Santiago ,  de  la  Compañía  de  Jesús ,  de 
»la  ciudad  de  Cádiz,  y  le  dieron  199.655  maravedises,  que  valen 
»52.550  ducados,  en  esta  forma:  los  10.409  maravedises  de  ellos, 
»que  la  Sra.  Doña  Petronila  dio  y  adjudicó  en  las  casas  y  tiendas 


DE    D.    JUAN   DE    ARGUlJO.  81 

»de  Sevilla  y  cortijos  de  Utrera  y  Lebrija,  y  los  99.246  maravedi- 
»ses  restantes  adjudicaron  los  Sres.  D.  Juan  de  Arguijo  y  Doña  Se- 
»bastiana,  y  los  99.000  maravedises  en  el  principal  de  un  piso 
«almojarifazgo  mayor  de  Sevilla,  y  los  246  maravedises  restantes 
»en  contado,  reservando  por  sus  vidas  el  usufructo. — El  P,  Fran- 
»cisco  de  Quesada,  provisor  de  esta  provincia,  admitió  dicha  funda- 
»cion ,  y  á  dichos  señores  por  fundadores  de  dicho  Colegio ,  y  obligó 
»á  la  Compañía  á  tener  y  conservar  dichos  bienes,  y  que  se  les 
»daria  la  capilla  mayor  de  dicho  Colegio  para  su  entierro ,  aunque 
»esto  no  tuvo  efecto  por  haberse  enterrado  en  la  casa  profesa  de 
» Sevilla,  y  para  la  fábrica  de  dicha  capilla  mayor  señalaron  di- 
»chos  señores  fundadores  los  12  réditos  de  esta  hacienda ,  y  piden 
»se  ponga  en  ella  sus  armas  en  los  lugares  acostumbrados  y  en  la 
»losa  de  su  entierro  que  ha  de  estar  en  medio  de  la  capilla  mayor, 
»en  el  cual  no  se  ha  de  poder  enterrar  más  que  los  religiosos  de  la 
»Compañía  y  no  otra  persona ,  y  señalaron  para  diá  de  la  funda- 
»cion  y  posesión  el  de  la  Inmaculada  Concepción  de  Ntra.  Señora, 
»y  este  dia  piden  se  les  diga  la  misa  cantada  con  sermón  y  con  la 
«solemnidad  que  la  Compañia  acostumbra  en  semejantes  dias,  y 
»los  sacerdotes  la  misa,  y  los  hermanos  el  rosario.  » 

Campea  en  efecto  el  escudo  de  armas  de  la  familia  de  Arguijo 
al  pié  de  la  cúpula  de  dicha  iglesia. 

Estas  noticias  documentales  ha  publicado  el  Sr.  D.  Adolfo  de 
Castro ,  entre  sus  ilustraciones  de  la  Historia  del  saqueo  de  Cádiz 
por  los  ingleses  en  1596,  escrita  por  Fray  Pedro  de  Ahreu,  fran- 
ciscano ,  impresa  ea  aquella  ciudad  por  acuerdo  de  su  Ayunta- 
miento ,  el  pasado  año  de  1866.  El  erudito  ilustrador,  al  exponer- 
las, llama  esposa  de  D.  Juan  de  Arguijo  á  la  Doña  Sebastiana 
Pérez  de  Guzman :  yo  juzgo  que  si  ya  lo  hubiese  sido  en  aquella 
fecha ,  así  la  denominarla  el  documento ,  y  no  meramente  vecina 
de  Sevilla.  Tal  vez  era  solo  entonces  su  prometida ,  con  quien  des- 
pués acaso  contraería  matrimonio. 

Dueño  ya  por  aquel  tiempo  de  la  cuantiosa  hacienda  paterna, 
su  próspera  situación  y  su  carácter  franco,  generoso  y  desprendido 
le  llevaron  á  tal  extremo  de  prodigalidad ,  que  en  menos  de  quince 
años  consumió  toda  su  hacienda.  A  este  exceso  contribuyó  muy 
principalmente  su  pasión  á  las  letras  y  á  las  bellas  artes :  protegió 
dadivoso  á  los  ingenios ;  hizo  en  su  morada  academias  de  poetas, 
músicos  y  decidores ;  colectó  pinturas  y  esculturas  traídas  de  Italia, 

TOMO  III.  6 


82  NOTICIAS   BIOGRÁFICAS 

y  acaso  por  él  mismo  (1) ;  y  por  último  á  visitar  á  Sevilla,  en  1599 
la  Marquesa  de  Denia ,  esposa  del  Duque  de  Lerma ,  gastó  en  ob- 
sequiarla sumas  de  gran  consideración.  Reducido  al  fin  á  las  ren- 
tas dótales  de  su  esposa  ( cuyo  nombre  y  circunstancias  habian  ig- 
norado hasta  el  dia  los  biógrafos ,  aunque  asegurando  que  le  dio 
sucesión),  rentas  que  consistían  en  4.000  ducados  anuales",  vino 
al  extremo  de  la  indigencia ,  debiendo  en  sus  postreros  dias  la  ma- 
nutención y  el  asilo  á  una  comunidad  religiosa.  En  10  de  Octubre 
de  1 622 ,  por  renuncia  que  habia  hecbo  de  la  plaza  de  Veinticua- 
tro, ocupó  su  puesto  D.  Antonio  Manrique. 

No  han  hallado  hasta  el  dia  los  biógrafos  noticia  de  la  fecha  de 
su  fallecimiento;  pero  existe  un  dato  que  la  circunscribe  á  deter- 
minado periodo.  Hubo  de  ocurrir  indudablemente  la  muerte  de  Don 
Juan  de  Arguijo  en  el  que  trascurrió  desde  8  de  Julio  de  1622 
hasta  igual  época  de  1623.  Asi  lo  evidencia  el  siguiente  pasaje  de 
la  introducción  que  Juan  Antonio  de  Ibarra  puso  al  Encomio  de  los 
Ingenios  Sevillanos  en  la  fiesta  de  los  ¡Santos  Inacio  de  Loyola  y 
Francisco  Xavier (Sevilla,  1623);  relación  del  certamen  poé- 
tico celebrado  en  aquellos  festejos ,  que  no  fué  impresa  hasta  el 
otoño  de  1623,  pues  que  su  aprobación  es  de  15  de  Agosto  del 
mismo  año.  Dice  asi:  «La  esperanza  de  la  luz  deste  certamen  ha 
sido  incendio,  cuidado  y  horror  de  algunos ,  poco  apreciadores  de 
las  causas  que  pueden  haberle  dado  mal  nombre :  la  enfermedad 
del  Sr.  D.  Juan  de  Arguijo,  de  cuyo  ebo  inmortal  nos  aseguran 

(1)  Para  conjeturar  que  Arguijo  estuvo  en  Italia,  nos  fundamos  en  el  si- 
guiente soneto  que  Lope  le  dirigió  publicándole  entre  sus  Rimas. 

i  D.  JUAN  DE  ARGUIJO,  VIENDO  ÜN  ADONIS,  VÉNÜS  Y  CUPIDO  DE  MÁRMOL. 

"Quien  dice  que  fué  Adonis  convertido 
En  flor  de  lirio,  y  Venus  en  estrella, 
No  vio,  Señor  Don  Juan,  la  imagen  bella 
Que  á  España  aveis  de  Genova  traido. 

Trasformacion,  que  no  escultura  ha  sido, 
Y  porque  no  quedó  beldad  sin  ella 
Ni  amor  sin  él ,  á  las  espaldas  della 
También  en  piedra  se  mudó  Cupido. 

Los  mismos  son ,  que  no  pudiera  el  arte 
Vencer  al  cielo  en  perfección  tan  rara; 
Testigos  son  las  piedras  de  Anaxarte: 

Y  si  todas  así  Jas  transformara, 
Yo  os  diera  un  marmol  tan  divino  en  parte 
Que  el  olvidado  amor  resucitara." 


DE    D.    JUAN   DE    ARGÜÍ  JO.  83 

las  prendas  admirables  con  que  enriqueció  la  fama  y  el  argu- 
mento de  las  plumas.  Tenia  en  su  elección  resignada  gran  parte 
deste  juicio,  y  guardándole  los  términos  de  la  cortesía,  se  espera- 
ron los  de  su  salud,  hasta  que  la  fué  a  tener  en  los  cielos  eterna- 
mente ,  con  aplauso  de  sus  cortesanos ,  funestas  celebridades  de  sus 
amigos  y  eterno  sentimiento  de  su  patria,  gloriosa  con  tal  hijo.» 
Fué  enterrado  en  el  panteón  de  su  familia,  casa  profesa  de  los  je- 
suítas ,  hoy  iglesia  de  la  Universidad  literaria ,  al  lado  de  la  epís- 
tola del  altar  de  la  Concepción. 

Aficionado  extremadamente  á  la  música ,  dedicó  á  ella  todos  los 
ratos  ociosos  de  su  vida  y  en  un  discante  (dice  Rodrigo  Caro)  era 
el  primer  Jmmhre  de  toda  España.  Pruébalo  así  también  aquella 
canción  suya  que  empieza: 

En  vano  os  apercibo, 
Dulce  instrumento  mió! 

El  diligente  erudito  sevillano  Sr.  D.  Antonio  Gómez  Aceves  nos 
ha  dado  en  varios  de  sus  artículos  literarios  insertos  en  la  Revista 
de  Ciencias ,  Literatura  y  Artes  de  aquella  ciudad ,  conocimiento 
de  varias  partidas  sacramentales  por  él  halladas  en  las  parroquias 
de  lá  misma :  documentos  que  á  la  vez  comprueban  los  acendrados 
sentimientos  de  caridad  de  nuestro  insigne  Arguijo,  y  su  estancia 
en  aquella  capital  en  ciertas  y  determinadas  fechas.  Tales  son  la 
partida  bautismal  de  Agustín,  hijo  de  Francisco  González  y  de  Fe- 
lipa de  Santiago  su  mujer;  bautismo  que  recibió  en  la  parroquia 
de  Santa  Marina ,  día  1.°  de  Junio  de  1592,  siendo  padrino  D.  Juan 
de  Arguijo;  la  de  María,  hija  de  Alonso  de  Salas  y  de  su  esposa 
Catalina  de  Caravajal ,  en  14  de  Setiembre  de  1593  y  en  la  misma 
parroquia,  siendo  asimismo  padrino  el  insigne  poeta;  la  de  Cata- 
lina, hija  de  Gonzalo  Pérez  de  Ábrego  y  de  Doña  Leonor  de  Ayala 
de  la  Cerda:  bautizóse  en  Santa  Cruz  de  Sevilla  el  20  de  Marzo 
de  1600,  teniéndola  en  la  pila  nuestro  D.  Juan;  y  las  de  casa- 
miento de  Juan  de  Mesa,  natural  de  Antequera  (1),  con  Añade  Guz- 
man,  vecina  de  Sevilla,  en  la  parroquia  de  San  Pedro,  el  3  de  Agosto 
de  1620,  siendo  D.  Juan  de  Arguijo  uno  de  los  testigos ;  y  de  Juan 

(1)  Probablemente  el  poeta  antequerano  Juan  Bautista  de  Mesa,  de  quien 
hay  composiciones  en  las  Flores  de  poetas  ilustres.  Tradujo  el  Libro  de  la  Cons- 
tancia, de  Justo  Lipsio,  y  publicó  esta  elegante  versión  en  Sevilla,  año  de 
1616. 


* 


84  NOTICIAS   BIOGRÁFICAS 

Sánchez  con  Dominga  González  en  la  antedicha  ig-lesia ,  dia  5  de 
Mayo  de  1622,  sirviendo  igualmente  de  testigo  nuestro  poeta  en 
unión  con  Miguel  de  Pineda  y  otros. 

Fué  D.  Juan  de  Árguijo  amigo  muy  querido  y  Mecenas  del  Fé- 
nix de  los  Ingenios ,  Lope  de  Vega  Carpió ,  á  quien  trató  intima- 
mente en  Sevilla  desde  el  año  de  1600,  en  que  Lope  se  trasladó  á 
dicha  ciudad,  con  su  amiga  la  desconocida  serrana  Lucinda,  hasta 
principios  de  1604  en  que  regresó  á.  Toledo  y  Madrid.  Dedicóle  el 
grande  ingenio  La  Hermosura  de  Angélica,  la  segunda  edición  de 
La  Dragontea  y  la  primera  parte  de  las  Rimas ,  que  juntas  pu- 
blicó en  Madrid  año  de  1602 ,  y  después  la  edición  suelta  de  la 
primera  y  segunda  parte  de  las  mismas,  que  dio  á  luz  juntas,  im- 
presas en  Toledo  año  de  1605,  Las  tres  portadas  del  primero  de 
estos  libros  ostentan  el  escudo  de  armas  de  Arguijo,  con  el  siguien- 
te lema  puesto  por  el  dedicante:  Virtud  y  nobleza.  Arte  y  natura- 
leza. Años  después,  en  1621 ,  le  dedicó  una  bella  epístola  impresa 
en  su  Filomena ,  y  la  comedia  titulada  La  Buena  Guarda ,  inclui- 
da en  la  Décimaquinta  parte  de  sus  obras  dramáticas.  La  sobredi- 
cha epístola ,  que  forma  parte  del  libro  intitulado  La  Filomena, 
versa  sobre  puntos  bastante  inconexos ,  porque  asi  lo  permite  su 
género ;  mas  parece  que  el  principal  intento  de  Lope  al  escribirla 
fué  compararse ,  por  su  estado  de  fortuna  y  su  retiro ,  con  el  ilus- 
tre ingenio  á  quien  la  dirigía.  Concluye  en  estos  términos: 

Vos  sois  la  imagen  más  valiente  y  bella 
Para  ejemplo  del  mundo :  á  vuestro  asilo 
En  víctima  me  ofrezco,  viendo  en  ella 
Mi  historia  propia  por  mejor  estilo. 

Son  muy  notables  asimismo  los  siguientes  párrafos  de  la  dedica- 
toria con  que  Lope  dirigió  á  nuestro  insigne  sevillano  su  citada 
comedia  La  Buena  Guarda:  (Principia  refiriéndose  á  la  comedia 

que  ofrece,  y  continúa:) «Las  virtudes  de  vm.  me  obligaron  á 

»dedicársela ,  cosa  á  que  tenia  tan  hecha  la  mano ,  que  luego  me 
»llevó  tras  la  imaginación  la  pluma.  A  sombra  de  su  valor  tuvo 
»vida  mi  Angélica,  resucitó  mi  Dragontea  y  se  leyeron  mis  Ri- 
»mas ;  y  si  vm.  por  modestia  no  me  hubiera  mandado  que  no  pasara 
»adelante  en  esta  resolución  tan  justa ,  mi  Jerusalen  tuviera  el  mis- 

»mo  dueño »  Le  alaba  después  de  varonil,  ingenioso  y  humilde, 

» cualidades  (dice)  que  Platón  creyó  muy  difíciles  de  hallarse  re- 
unidas. » 


DE    D.    JUAN    DE    ARGUIJO.  85 

Por  SU  parte  D.  Juan  de  Arg-uijo  escribió ,  en  alabanza  de  Lope 
y  de  su  novela  El  Peregrino  en  su  patria ,  un  soneto  que  va  al 
frente  de  esta  obra ,  cuya  primera  edición  se  imprimió  en  Sevilla, 
año  de  1604. 

Refiérese  en  un  manuscrito  de  letra  de  principios  del  sig-lo  XVII, 
titulado  Miscelánea,  y  que  D.  B,  J.  Gallardo  menciona  existente 
en  el  archivo  catedral  de  Sevilla ,  que  habiendo  enviado  Lope  su 
dicho  libro  El  Peregrino  á  la  amistosa  censura  de  Arg-uijo ,  como 
este  le  aprobase  y  elogiase  extremadamente  en  su  citado  soneto,  un 
cierto  versificador  sevillano ,  mozo  de  muy  lucido  ingenio ,  pero 
inquieto  y  atrevido ,  llamado  Alonso  Alvarez ,  hijo  de  otro  Alonso 
Alvarez ,  jurado  de  aquella  ciudad ,  hizo  la  copla  siguiente : 

Envió  Lope  de  Ve-  Que  estando,  como  está,  ma- 

Al  señor  don  Juan  Argui-  Dice  es  otro  Garcila- 

El  libro  del  Peregri-  En  su  traza  y  compostu- ; — 

A  que  diga  si  está  bue-:  Mas  luego  entre  sí,  ¿quién  du- 

Y  es  tan  noble  y  tan  discre-  No  diga  que  está  bella-? — 

Añade  el  manuscrito  que  esta  fué  la  primera  copla  de  pié  que- 
brado que  se  oyó  en  Sevilla  (1). 

Los  elogios  y  dedicatorias  que  Arguijo  recibió  de  otros  muchos 
de  sus  contemporáneos  fueron  en  número  considerable.  El  prin- 
cipe de  los  Ingenios  españoles  le  alabó  en  su  Viaje  del  Parnaso^ 
capitulo  III,  en  los  siguientes  versos: 

Apolo  luego,  con  alegre  gesto. 
Abrazó  á  los  soldados,  que  esperaba 
Para  la  alta  ocasión  que  se  ha  propuesto. 


Entre  ellos  abrazó  á  don  Juan  de  Arguijo, 
Que  no  sé  en  qué,  ó  cómo,  ó  cuándo,  hizo 
Tan  áspero  viaje  y  tan  prolijo. 

Con  él  á  su  deseo  satisfizo 
Apolo  y  confirmó  su  pensamiento; 
Mandó,  vedó,  quitó,  hizo  y  deshizo. 

Don  Francisco  de  Medrano ,  su  insigne  compatricio ,  le  dirigió 
varias  de  sus  bellísimas  composiciones  poéticas ,  distinguiéndole  con 
el  nombre  arcádico  de  Argio.  Luis  de  Belmonte  Bermudez ,  el  in- 
genioso y  fecundo  dramático  ( también  su  paisano ) ,  le  dedicó  su 
poema  inédito  La  Hispálica ,  existente  en  la  Biblioteca  Colombina. 

(1)  El  infeliz  Alonso  Alvarez  murió  ajusticiado  en  Sevilla,  siendo  Asistente 
el  Conde  de  Castrillo. 


86  NOTlCfAS   BIOGRÁFICAS 

D.  Diego  Félix  Quijada  y  Riquelme,  malogrado  poeta,  de  la  mis- 
ma patria ,  sometió  su  colección  inédita  de  ochenta  sonetos ,  deno- 
minada Soliadas:  propiedades  del  Sol  aplicadas  á  airo  iSol  más 
hermoso ,  á  la  aprobación  amistosa  de  nuestro  Arguijo,  quien  se  la 
dio  en  una  elegante  carta  que  va  puesta  al  frente  de  la  obra,  cuya 
fecha  es  de  Sevilla,  año  de  1619.  Tengo  á  la  vista  el  manuscrito 
de  estas  Soliadas,  colección  de  ochenta  sonetos  en  que  se  describen 
y  elogian  las  prendas  físicas  y  morales  de  Finelda  ( la  dama  del 
joven  poeta) ;  manuscrito  que  no  es  original ,  sino  un  traslado  he- 
cho por  aquel  tiempo.  De  él  trascribo  á  continuación  la  curiosa 
carta  aprobatoria  de  nuestro  insigne  D.  Juan,  como  muestra  de  su 
castiza  y  elegante  prosa. 

"Don  Juan  de  Arguijo,  Veintiquatro  de  Sevilla, 
á  D.  Diego  Félix  Quijada  y  Riquelme." 

«Vuelvo  á  dar  mil  gracias  á  Vmd.  por  la  que  me  ha  hecho  de- 
»xándome  gozar  sus  sonetos  de  espacio.  Helos  leido  muchas  veces,  no  solo 
«obligado  de  la  atención  con  que  Vmd.  me  mandó  que  los  viese,  sino  tam- 
)>bien  del  gusto  que  de  nuevo  iba  hallando  siempre.  Si  me  dexara  lisonjear 
»de  la  honra  que  Vmd.  me  hace  estimando  mi  aprobación,  mucho  le  dixera 
»en  esta  parte;  mas  escúsolo,  porque  ni  la  obra  tiene  necesidad  de  defensa 
»ni  para  que  Vmd,  conozca  lo  que  justamente  merece,  sin  riesgo  de  enga- 
«ñarse  con  el  amor  propio ,  ha  menester  que  se  lo  digan  otros.  El  argu- 
»mento  es  muy  nuevo ;  que  no  he  oido  hasta  agora  que  le  haya  tratado 
«alguno:  va  enriquecido  de  afectos  y  erudición,  sin  que  el  autor  disimule, 
«cuando  se  le  ofrece  ocasión,  que  no  está  ignorante  de  las  Artes  y  Theo- 
>dogia  que  ha  profesado  y  con  tantas  ventajas  conseguido.  Los  modos  son 
»muy  poéticos  y  desviados  de  la  frasi  vulgar,  y  la  aplicación  de  las  pro- 
«piedades  de  el  Sol  bien  acomodada  al  intento  que  Vmd.  pretende:  y  cierto 
»que  para  acreditar  la  diligencia  con  que  he  obedecido  á  Vmd.  y  la  ver- 
»dad  con  que  le  hablo,  deseé  hallar  algo  en  que  pudiese  asir  mi  calumnia, 
«que  sin  duda  no  se  lo  encubriera.  A  la  par  estimara  haber  podido  hacer 
«algunos  versos  en  testimonio  desto,  pero  hallóme  tan  remoto  de  la  facul- 
«tad ,  con  el  olvido  largo  destos  diez  años ,  que  no  me  basta  haberlo  pro- 
«curado.  Guarde  Dios  á  Vmd.  como  puede  y  yo  deseo.  —  D.  Juan  de 
^^Ar guijo. ^^ 

Pintó  con  singular  perfección  su  retrato  D.  Juan  de  Fonseca  y 
Figueroa,  canónigo  maestrescuela  de  la  catedral  de  Sevilla,  in- 
signe erudito  y  favorecedor  de  los  ingenios.  Asi  consta  de  la  si- 
guiente composición  poética  que  escrita  en  un  papel  suelto  de  letra 


DE   D.    JUAN    DE   ARGCIJO.  87 

de  D.  Francisco  de  Rioja,  y  sin  duda  alguna  debida  á  su  numen, 
existe  en  el  códice  M.-82  de  la  Biblioteca  Nacional: 

"Dos  palmas,  dos  laureles 
Para  Orfeo  y  Apeles 
Preven,  ó  tú  que  notas  admirado 
De  Arguijo  el  fiel  traslado 

Y  de  Fonseca  el  dibujar  valiente: 
Dos  famas  voladoras, 

Que  desde  el  rojo  Oriente 

A  donde  muere  el  Sol  canten  su  gloria 

Y  den  eterna  vida  á  su  memoria." 

Consérvase  en  el  mismo  códice  y  constituye  su  folio  316  una 
esquela  autógrafa  de  nuestro  Arguijo,  que  probablemente  hubo  de 
ser  dirigida  al  expresado  Fonseca  ó  bien  al  insigne  Rioja,  puesto 
que  el  tomo  se  compone,  en  su  mayor  parte ,  de  papeles  que  perte- 
necieron á  estos  dos  eminentes  sevillanos. — La  esquela  dice  asi: 

«t^  deseamos  ver  algo  del  libro  nuevo  en  el  Colejio  donde  oy  é  sido 
huésped.  Suplico  á  Vmd.  nos  lo  franquee  de  aquí  á  las  tres,  que  entonces 
se  bolverá  puntualmente,  g.  d.  á  Vmd. — Don  Juan  de  Arguijo.» 

Dejadas  aparte  las  composiciones  del  ilustre  Arguijo ,  publicadas 
en  alabanza  y  al  frente  de  varios  libros  de  su  tiempo ,  las  primeras 
poesías  suyas  que  vieron  la  pública  luz  fueron  seis  sonetos  que 
el  insigne  antequerano  Pedro  de  Espinosa  incluyó  en  las  Flores 
de  Poetas  ilustres  (Valladolid  1605).  Tres  de  estos  reimprimió  el 
P,  Baltasar  Gracián  en  su  Agudeza  y  Arte  de  Ingenio  (Madrid 
1642),  obra  que  publicó  bajo  el  nombre  (como  todas  las  suyas)  de 
Lorenzo  Gracian  su  hermano.  Francisco  Pacheco  insertó  del  mismo 
poeta  otra  composición  en  el  Arte  de  la  Pintura  (Sevilla  1649). 
Los  modernos  colectores  López  de  Ledano  y  el  supuesto  D.  Ramón 
Fernandez  (D.  Pedro  Estala)  sacaron  áluz,  el  primero  una  canción 
y  el  segundo  29  sonetos  y  otras  cuatro  flores  poéticas  del  ilustre 
Arcicio.  En  1841  publicó  el  malogrado  sevillano  D.  Juan  Colon  y 
Colon  (ilustrándolos  con  un  articulo  critico-biográfico  del  cual 
hemos  tomado  varios  datos  para  el  presente )  60  sonetos  del  mismo 
poeta ,  32  de  ellos  inéditos ,  con  anotaciones  del  humanista  Fran- 
cisco de  Medina ,  colección  cuyo  manuscrito  antiguo  original  con- 
serva mi  amigo  el  distinguido  erudito ,  profesor  de  la  universidad 
de  Sevilla,  D.  José  Maria  de  Álava  y  Urbina.  En  el  tomo  XXXII 


88  NOTICIAS   BIOGRÁFICAS 

de  la  Biblioteca  de  Autores  Españoles  del  señor  Rivadeneira ,  pri- 
mero de  Poetas  Líricos  de  los  siglos  XVI y  X Vil ,  colectado  por 
D.  Adolfo  de  Castro  (Madrid  1854),  han  visto  de  nuevo  la  luz 
pública  las  poesías  de  Arguijo  conocidas  hasta  esa  fecha.  El  co- 
lector prefiere  unas  veces  el  texto  de  Colon ,  otras  el  de  Estala, 
pero  anotando  al  pié  las  variantes  respectivas ,  asi  como  las  que 
ofrecen  los  de  Espinosa  y  Gracián.  No  copia  sino  algunos  de  los 
apuntamientos  de  Medina.  Compendia  la  biografía  escrita  por 
Colon  y  Colon ,  estampando  el  nombre  de  este  al  apuntar  las  suso- 
dichas variantes.  En  el  laureado  Ensayo  de  una  Biblioteca  Espa- 
ñola de  libros  raros  y  curiosos  formado  con  las  papeletas  biblio- 
gráficas del  insigne  erudito  D.  Bartolomé  José  Gallardo ,  ordena- 
das y  aumentadas  por  los  señores  D.  Manuel  Remon  Zarco  del 
Valle  y  D.  José  Sancho  Rayón ,  tomo  I ,  se  han  incluido  cuatro 
nuevas  composiciones  de  nuestro  Arguijo:  una  canción,  una  silva 
y  dos  sonetos.  Una  elegante  y  briosa  traducción  suya  de  la  oda  3.** 
del  primer  libro  de  Horacio ,  fué  publicada  en  la  Revista  de  cien- 
cias ,  literatura  y  artes  de  Sevilla ,  tomo  I ,  número  del  1 .°  de 
Febrero  de  1856 ,  sacada  de  un  manuscrito  de  la  Biblioteca  Co- 
lombina. 

Ignoramos  de  qué  originales  trasladó  Estala  las  poesías  de 
nuestro  autor  que  en  su  colección  insertó  además  de  las  que  ya 
existian  impresas.  Refiriéndose  á  todas  las  que  allí  daba  á  la  es- 
tampa, dijo  vagamente  en  el  prólogo  que  se  habían  sacado  de 
varios  códices  comunicados  al  editor. 

De  la  canción  de  Arguijo  que  incluyó  López  de  Sedaño  en  su 
Parnaso  Español,  dice  este  colector  que  existía  entre  las  muchas 
preciosidades  literarias  pertenecientes  á  poetas  andaluces  que  con- 
servaba en  Sevilla  el  Conde  del  Águila. 

Entre  los  apuntes  bibliográficos  de  D.  Bartolomé  José  Gallardo 
se  ha  encontrado  papeleta  descriptiva  de  un  códice  compaginado 
al  parecer  por  el  diligente  bibliógrafo  sevillano  D.  Ambrosio  de 
la  Cuesta  Saavedra ,  cuya  portada  y  contenido  eran  como  sigue: 
Cisnes  del  Bétis. — Lo  que  contiene  este  cartapacio,  es  lo  siguiente: 
Versos  de  D.  Juan  de  Arguijo. —  Versos  de  Francisco  de  Rioja. — 
Versos  de  Fer.  de  Herrera  que  no  han  sido  impresos. — Trajedia 
de  Lupercio  Leonardo  d' Argensola.  En  4.°,  con  las  signaturas: 
Est.  15  lit.  D.  Constaba  de  281  fojas,  mas  la  tabla,  y  al  fin 
sendos  índices  de  letra,  al  parecer,  de  Cuesta  Saavedra.  Las  poesías 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS   DE   D.    JUAN    DE    ARGUIJO.  89 

de  Arguijo  llegaban  á  su  folio  35. — No  expresa  Gallardo  dónde 
existia  este  precioso  códice. 

De  otro  antiguo  manuscrito  de  los  versos  de  Arguijo  nos  da 
noticia  en  sus  apuntes  el  mismo  bibliógrafo ;  pero  sin  expresar 
tampoco  la  biblioteca  en  que  se  guardaba ;  su  título :  Versos  de 
D.  Juan  de  Arguijo,  Año  de  mil  y  seiscientos  y  doce. — Manuscrito 
en  cuarto  de  35  fojas ,  con  una  portada  grabada  y  la  firma  del 
artista :  F.  Heylan  mefecit  Granatce.  El  fondo  está  en  blanco  para 
poner  el  título  de  mano,  que  no  llegó  á  ponerse. 

El  erudito  D.  Juan  Nepomuceno  González  de  León,  sevillano, 
que  escribió  á  fines  del  siglo  pasado ,  en  una  de  sus  notas  al  ma- 
nuscrito de  los  Claros  varones  en  Letras,  naturales  de  Sevilla, 
obra  de  Rodrigo  de  Caro,  dice  asi:  «D.  Juan  de  Arg-uijo  escribió: 
y>Relacion  de  las  fiestas  de  toros  y  juegos  de  cañas  con  libreas, 
y>que  en  la  ciudad  de  Sevilla  hizo  D.  Melchor  Alcázar  en  servicio 
»de  la  Purísima  Concepción  de  Nuestra  Señora,  martes  \^  de 
^Diciembre  de  1617.»  (Imprimióse  el  año  de  1617.)»  Este  papel 
debe  de  ser  en  extremo  raro ,  puesto  que  á  la  fecha  presente  aún 
no  ha  podido  ser  habido  ni  aun  por  el  laureado  y  diligentísimo 
colector  de  esta  clase  de  relaciones  Sr.  D.  Genaro  Alenda  Mira  de 
Percebal. 

En  la  Biblioteca  Nacional  de  Madrid  existe  ( Sala  de  manuscri- 
tos: M-298)  un  códice  en  cuarto,  sin  foliación,  con  el  siguiente 
epígrafe:  Cuentos  muy  mal  escritos  que  notó  i?."  /í¿.°  de  Ar- 
guijo. Comprende,  sin  más  portada,  y  de  varias  y  muy  malas  letras, 
todas  del  siglo  XVII ,  una  colección  de  527  cuentos ,  numerados, 
y  después  uno  añadido,  de  diversa  mano.  La  mayor  parte  de  estos 
Cuentos  (en  los  cuales  no  entiendo  que  nuestro  Arguijo  tuviese 
otra  que  la  de  mero  compilador )  son  saladísimos :  y  aunque  muchos 
de  ellos  ya  conocidos ,  y  aun  vulgares ,  bien  merecían  ver  así  re- 
unidos la  pública  luz. 

Cayetano  Alberto  de  la  Barrera  t  Leirado. 


EL  MÉTODO  RACIONAL 

Y 

EL     MÉTODO     empírico 

EN  LAS  CIENCIAS  FÍSICAS. 

(Continuación.) 

VI. 

Vimos  en  el  articulo  anterior  que  la  física  moderna  habia  conse- 
guido encerrar  en  unas  cuantas  hipótesis, — el  éter,  la  ley  newto- 
niana  de  la  gravitación,  las  libraciones  moleculares,  etc., — la 
mayor  parte  de  los  fenómenos  físicos  y  químicos  del  universo.  De 
estas  hipótesis  parte  la  ciencia  como  de  otros  tantos  postulados, 
y  por  medio  del  análisis  matemático  desentraña  la  infinita  riqueza 
de  verdades  que  en  si  contienen.  Pero  hemos  hablado,  no  de  una 
hipótesis ,  sino  de  muchas ;  pues  hé  aquí  otro  nuevo  trabajo  que  ha 
de  cumplir  el  eterno  Hércules  de  la  ciencia:  el  espíritu. 

Se  condensaron  los  hechos 'en  leyes  empíricas;  se  han  reducido 
estas  á  un  corto  número  de  hipótesis,  que  son  en  rigor  grandes 
síntesis ;  pero  falta  completar  la  obra ,  reducir  todas  las  hipótesis 
á  una ,  y  si  es  posible  hacer  que  esta  ley  única  pierda  su  carácter 
empírico ,  se  racionalice  por  completo ,  y  busque  en  la  filosofía  su 
verdadero  origen  y  su  natural  deducción. 

Esta  aspiración  noble  y  levantada  no  se  ha  realizado  todavía: 
este  divino  ideal  de  la  ciencia  fulgura  allá  entre  nieblas  en  los  úl- 


Y   EL   EMPÍRICO   EN   LAS   CIENCIAS   FÍSICAS.  91 

timos  límites  del  horizonte:  ¿podrá  llegarse  á  él?  ¡Qué  importa! 
Por  alcanzarlo  se  trabaja. 

Todas  las  teorías  de  la  física,  antes  distintas,  apartadas,  á  ve- 
ces opuestas ,  hoy  se  estrechan  j  se  funden :  son  rayos  de  luz  que 
convergen  á  un  foco.  No  hay  progreso  parcial  que  no  refluya  á  los 
más  lejanos  extremos  de  la  ciencia :  todo  descubrimiento  en  una 
teoría  salva  sus  naturales  límites  y  pasa  á  las  demás:  de  este  modo 
la  concepción  de  Mayer  sobre  el  calor  ha  trascendido  hasta  la 
misma  química ,  y  aún  pugna  por  llegar  á  las  altas  regiones  de  la 
metafísica ;  así  la  hipótesis  del  éter  condensa  dentro  de  una  misma 
unidad  y  reduce  á  un  solo  problema  de  mecánica,  el  calor,  la  luz, 
el  magnetismo  y  todos  los  fenómenos  eléctricos. 

Pero  este  extraordinario  movimiento  en  que  han  tomado  parte 
activa  todas  las  naciones  europeas , — menos  España  por  desgracia 
nuestra, — desgracia  que  no  es  maravilla ,  sino  antes  bien  conse- 
cuencia, más  que  lógica,  fatal,  de  nuestra  historia;  porque  sin 
matemáticas  la  física  no  existe ,  y  nuestra  patria  desde  los  árabes 
acá  no  ha  tenido  ni  un  matemático  de  primer  orden ,  es  decir,  á  la 
altura  de  Newton,  Descartes,  Pascal,  Leibnitz,  Bernouilli,  La- 
grange ,  Cauchy,  etc. — este  magnífico  y  extraordinario  movi- 
miento, repetimos,  ni  ha  terminado,  ni  terminará  hasta  que  se 
elabore  por  completo  la  gran  síntesis  de  la  época  moderna ,  que  ha 
de  ser  glorík  de  nuestra  edad  y  asombro  de  las  futuras. 

Sin  embargo ,  dos  tendencias ,  entre  otras  varias  menos  inpor- 
tantes ,  se  marcan  ya ;  frente  á  frente  se  hallan ,  y  aspiran  al  do- 
minio exclusivo  de  la  ciencia:  séanos  permitido,  para  terminar 
nuestro  trabajo ,  dar  una  sucinta  idea  de  cada  una  de  ellas. 

Y  son : 

La  teoria  atomisticay  la  teoHa  de  las  fuerzas  abstractas  (1). 

Ambas  convienen  en  un  punto ,  á  saber :  en  explicar  el  mundo 
material  por  este  solo  principio : 

«Todos  los  fenómenos  físicos  no  son  más  que  apariencias  distin- 
»tas  y  múltiples ,  riquísima  variedad ,  combinaciones  infinitas  de 
y>mi fenómeno  único:  el  movimiento  de  la  materia. yy 

Movimiento  del  éter  es  la  luz ;  movimiento  etéreo  es  la  electri- 
cidad ;  vibración  de  las  moléculas ,  es  decir ,  movimiento  molecu- 
lar ,  es  el  calor ;  y  el  sonido  es  movimiento  del  aire ;  y  los  fenóme- 

(1)  De  Vunitá  delleforze  fisiche.—V .  Secchi.^  The  elementsof  molecular  me 
hcanics. — Bayma. 


92  EL    MÉTODO   RACIONAL 

nos  celestes  son  movimientos  de  la  materia  cósmica ;  y  aun  las 
acciones  y  reacciones  de  la  química  son  movimientos  internos  y 
atómicos  de  las  sustancias. 

Hé  aquí  la  gran  afirmación,  la  magnífica  síntesis  de  ambas 
teorías. 

Afirmación,  no  caprichosa  ó  fantástica ,  sino  fundada  en  hechos; 
síntesis  de  cuanto  la  ciencia  sabe  hasta  hoy. 

Y  nótese  esta  tendencia  de  ambos  sistemas ,  aunque  en  el  pri- 
mero mucho  más  marcada  que  en  el  segundo ,  á  destruir  de  una 
vez,  á  negar  rotundamente  esta  gran  categoría,  la  cualidad,  re- 
duciéndola ¡  á  ella  que  había  pasado  durante  siglos  por  primitiva 
é  irreducible!  á  otra  eminentemente  matemática:  la  cantidad.  Po- 
drá no  ser  absoluta  esta  negación  como  supone  la  teoría  atómica; 
pero  hay  en  ella  un  fondo  de  verdad. 

En  efecto,  el  color  era  antes  una  cualidad;  ser  azul,  verde, 
amarillo ,  era  ser  algo  por  sí ;  los  colores  procedían  de  los  senti- 
dos, y  eran  irreemplazables  por  categorías  del  espíritu.  Mas  hoy 
la  cualidad  color,  como  cosa  irreducible  (y  prescindiendo  del  pro- 
blema fisiológico)  queda  anulada:  su  esencia  íntima  es  el  movi- 
miento ;  todos  los  colores  son  vibraciones  del  éter ,  como  las  notas 
de  la  música  son  vibraciones  del  aire.  ¿Y  en  qué  difieren  unos  de 
otros?  Sólo  en  el  número  de  estas  vibraciones. 

¿Palpita  la  molécula  etérea  685.000.000.000.000  de  veces  en 
un  segundo?  Pues  hé  aquí  el  color  azul. 

¿Va  y  viene  477.000.000.000.000  de  veces  en  un  segundo?  Pues 
la  vista  no  cuenta  estas  vibraciones  al  por  menor ,  pero  las  cuenta 
en  globo  y  según  su  especial  sistema ;  ó  dicho  con  más  verdad, 
las  siente;  y  á  este  movimiento  extraordinario  le  da  un  nombre  y 
lo  convierte  en  cualidad,  y  le  llama  color  rojo. 

De  esta  manera ,  repetimos ,  la  óptica  ha  destruido  una  cualidad 
empírica  convirtiéndola  en  categoría  racional ,  y  en  adelante  la 
razón  podrá  pensar  los  colores, y  medirlos, y  calcularlos,  porque 
caen  dentro  de  la  cantidad  y  de  sus  leyes. 

Otra  cualidad ,  ó  más  bien  otra  sustancia ,  era  en  la  física  anti- 
gua el  calor ;  mas  la  ciencia  moderna  ha  destruido  esta  falsa  idea 
convirtiendo  el  clásico  fluido  calórico  en  lo  que  realmente  es :  en 
movimiento  de  las  moléculas;  y  aquí,  como  en  la  óptica,  aparece 
la  cantidad ,  el  número ,  la  ley  matemática. 

Aun  las  acciones  químicas  entran ,  según  las  hipótesis  modernas, 


Y    EL    EMPÍRICO    EN   LAS    CIENCIAS   FÍSICAS.  93 

en  el  mismo  gran  principio  á  que  están  sujetos  los  fenómenos  tísi- 
cos; y  no  es  imposible,  según  dichas  hipótesis ,  que  partiendo  de  un 
cortísimo  número  de  datos ,  se  deduzcan  a  priori  las  propiedades 
íntimas  de  los  cuerpos,  se  prevean  los  resultados  de  las  reacciones, 
se  llegue  á  la  unidad  de  sustancia ,  y  que ,  en  una  palabra ,  á  esa 
ciencia  eminentemente  experimental,  que  nunca  brotó  de  un  silogis- 
mo sino  del  fondo  de  las  retortas ,  y  que  se  burla  triunfante  desde 
su  laboratorio  de  la  elucubración  abstracta  del  filósofo ,  se  le  apli- 
que un  dia  el  método  matemático  de  la  cantidad. 

Ya  el  inglés  Bayma  intenta  definir  la  forma  geométrica  del  oxí- 
geno, del  ázoe,  del  carbono,  etc. ;  procura  explicar  por  leyes  ma- 
temáticas las  reacciones;  nos  dice  de  cuántas  maneras  pueden  agru- 
parse los  átomos,  y  cómo  de  aquí  se  deduce  la  teoría  de  los  equi- 
valentes; escribe  en  fórmulas  la  palpitación  interna  de  la  materia; 
cuenta  el  número  de  moléculas  que  hay  en  un  milímetro  cúbico; 
mide  la  distancia  de  uno^  centros  á  otros ;  y  tales  cosas  hace  y  ta- 
les empresas  acomete ,  que  si  como  es  osado  á  emprenderlas,  fuera 
potente  á  terminarlas,  bieu  pudiera  colocársele  entre  los  más  pre- 
claros ingenios  que  han  visto  los  siglos  pasados ,  que  ven  los  nues- 
tros, y  que  admirarán  los  venideros. 

Mas  prescindiendo  de  estos  esfuerzos,  quizá  prematuros,  pero 
dignos  de  consideración ,  es  la  verdad  que  no  parece  cosa  tan  dis- 
paratada é  imposible  una  trasformacion  de  la  química. 

En  efecto ,  todos  los  problemas  de  esta  ciencia  pueden  en  buena 
ley  reducirse  á  este  hecho  único :  «  combinando  dos  ó  más  cuerpos 
A,  £,....  dotados  de  ciertas  propiedades  físicas:  a,  a'...  el  primero, 
b,  b'.. .  el  segundo ,  etc. ,  resultan  otros  nuevos  cuerpos  M,N,..  .pose- 
yendo cualidades  físicas  diversas  de  las  anteriores ,  de  suerte  que 
M posee  las  propiedades  m,  m',  ....;  N  las  n,  n',....  P  las  p, 
p\...\  etc.:»  hé  aquí  toda  la  química ,  según  las  teorías  modernas. 
Luego  la  propiedad  química  no  es  otra  cosa  que P0TENCiAjt?(2;rú^  tras- 
formar  unas  cualidades  físicas  en  otras;  pero  si  todas  las  propieda- 
des físicas  no  son  más  que  apariencias  del  movimiento  y  por  él  se 
explican ,  y  en  él  se  resuelven ,  trasformar  propiedades  físicas  es 
trasformar  movimientos ;  y  en  el  movimiento  mismo ,  y  en  sus 
varias  combinaciones,  reside  sin  género  alguno  de  duda  esta  admi- 
rable facultad. 

Tiempo  y  espacio  nos  faltan  para  juzgar  la  doctrina  que  precede, 
y  debemos  contentarnos  con  hacer  constar  la  tendencia  marcadísima 


94  EL    MÉTODO    RACIONAL 

de  estas  escuelas  á  negar  las  cualidades,  y  á  reducirlas  todas,  como 
á  categoría  única,  á  la  cantidad,  haciendo  que  cuantos  fenómenos 
físicos  se  desarrollan  en  el  seno  del  espacio  caigan  bajo  el  dominio 
de  la  mecánica  y  bajo  la  ley  del  número ,  según  la  antiquísima  y 
admirable  concepción  pitagórica. 

Indudablemente  este  es  un  gran  paso ,  si  es  firme  y  seguro,  ha- 
cia la  ciencia  absoluta :  las  cualidades  de  las  sustancias  no  están  a 
priori  en  la  razón ;  el  pensamiento  determina  por  su  propia  fuerza 
el  modo  de  ser  y  las  leyes  de  la  cantidad ,  y  como  cantidades  par- 
ticulares las  leyes  del  espacio  y  el  tiempo ;  pero  no  descubre ,  por  más 
que  discurra,  el  oxígeno,  el  amoniaco  ó  la  potasa,  ni  la  intensidad 
déla  pesantez ,  ni  el  color  de  la  atmósfera ;  pero  si  en  el  orden  físico 
no  existe  la  cualidad ,  si  todas  las  maravillas  de  los  mundos  mate- 
riales no  son  más  que  manifestaciones  del  movimiento  de  la  sus- 
tancia única ,  claro  es  que  la  sola  ciencia  tísica  es  la  mecánica,  y 
que  las  fórmulas  algebraicas,  leyes  racionales  de  la  cantidad,  lo 
explicarán  todo ,  desde  el  astro  que  voltea  en  lo  infinito  al  átomo 
etéreo  que  vibra  y  engendra  la  luz. 


VIL 

Hasta  aquí  la  tendencia  común  de  ambas  teorías  (la  atomística 
y  la  de  las  fuerzas  abstractas) ;  pero  media  entre  ellas  en  lo  demás 
un  abismo  insondable. 

La  primera  no  solo  niega  la  cualidad  como  categoría,  sino  que 
niega  otro  elemento  importantísimo  del  mundo  físico ,  á  saber :  la 
fuerza. 

En  la  nueva  teoría  atómica  la  fuerza  no  existe  como  entidad 
propia,  ni  aun  como  cualidad  de  la  materia.  La  atracción  planeta- 
ria ,  la  pesantez  terrestre ,  las  fuerzas  eléctricas  y  magnéticas ,  la 
capilaridad ,  la  cohesión ,  la  afinidad ,  todas  las  potencias  risicas  y 
químicas ,  no  son  otra  cosa  que  puras  apariencias;  no  hechos  pri- 
mitivos, sino  fenómenos  complejos;  no  elementos  irreducibles,  sino 
resultantes  de  otros  elementos ;  y  para  decirlo  de  una  vez ,  combi- 
naciones dinámicas ,  y  nada  más  que  combinaciones,  de  los  movi- 
mientos de  los  átomos. 

La  materia  en  esta  teoría  es  un  conjunto  de  partecillas  archi- 
microscópicas ;  pero  sólidas,  macizas,  formadas  por  la  sustancia 


Y   EL   EMPÍRICO    EN   LAS   CIENCIAS   FÍSICAS.  95 

Única  de  la  naturaleza,  que  viene  á  ser  el  célebre  substractum  de 
la  filosofía :  sustancia  inerte ,  incapaz  de  acción ,  y  cuya  sola  pro- 
piedad es  la  de  ser  impenetrable.  Estas  partecillas  ó  átomos  se 
mueven  cuando  otros  chocan  con  ellos ,  y  siguen  caminando  basta 
que  tropiezan  contra  un  obstáculo ;  y  este  vagar  infinito ,  sujeto 
tan  solo  á  las  condiciones  iniciales  y  á  las  leyes  de  la  mecánica ,  es 
el  fondo  real  de  la  naturaleza. 

¿Se  agrupan  los  átomos  en  un  sistema  de  tal  modo  que  dos  ma- 
sas se  aproximen  de  hecho?  Pues  el  físico,  que  ve  únicamente  la 
parte  externa  de  los  fenómenos ,  dice  que  ambas  se  atraen;  pero 
semejante  atracción  no  existe:  se  mueven  como  si  atrajeran,  mas 
no  porque  se  atraigan :  es  el  torbellino  material  que  las  envuelve 
el  que  empuja  una  hacia  otra ;  que  por  lo  demás  la  materia  es 
inerte  y  no  puede  influir  sobre  la  materia  de  otro  modo  que  por 
contacto  directo. 

La  acción  á  distancia  entre  dos  masas ;  algo  que  vaya  de  una  á 
otra  sin  intermedio  físico ,  sustancial  y  sólido ;  potencias  abstrac- 
tas ,  ideales ,  sin  dimensiones  geométricas ,  que  traben  el  polvo 
disperso  de  los  átomos  y  lo  organicen;  fuerzas  que,  mantenidas  en 
su  idealidad,  marchen  por  el  vacio,  son  cosas  que  la  teoría  atómica 
declara  incomprensibles  y  absurdas. 

La  materia ,  la  impenetrabilidad  y  el  movimiento  son  toda  la 
física,  y  todo  lo  explican,  ó  todo  intentan  explicarlo.  Las  diversas 
hipótesis,  en  que  se  sintetiza  la  ciencia  como  en  grandes  unidades, 
quedan  condensadas  en  otro  principio  único :  el  movimiento  de  la 
materia ,  pero  no  como  efecto  de  fuerzas  actuales ,  sino  como  puro 
movimiento  trasmitido  de  unas  á  otras  moléculas. 

Toda  la  parte  experimental,  según  esta  escuela,  se  reduce  al 
átomo;  lo  demás  se  compone  de  categorías  eminentemente  racio- 
nales: el  espacio,  el  tiempo,  el  movimiento,  es  decir,  la  mecá- 
nica. De  tal  suerte ,  que  si  en  un  instante  dado  pudieran  conocerse 
las  posiciones ,  las  masas  y  las  velocidades  de  todos  los  átomos  que 
constituyen  el  universo ,  las  fórmulas  de  D'Alambert  serian  la  his- 
toria inerrable  de  la  materia,  el  libro  profético  de  su  porvenir. 
Ellas  nos  dirían  lo  que  fué  de  cada  molécula,  y  lo  que  será  por  los 
siglos  de  los  siglos:  ellas  escribirían,  con  la  sublime  elocuencia  del 
álgebra,  la  Odysea  de  cada  átomo:  su  vagar  en  la  nebulosa,  su  pe- 
regrinación en  los  mundos  constituidos ,  cuándo  describió  inmen- 
sos círculos  en  las  sombrías  entrañas  de  un  globo,  cuándo  brilló 


96  EL    MÉTODO   RACIONAL 

en  el  rojizo  penacho  de  un  volcan,  cuándo  se  vio  anegado  en  los 
Océanos,  en  qué  instante  cruzó  entre  vapores  la  atmósfera,  en 
cuál  otro  bajo  forma  de  gota  descompuso  la  luz  del  sol  y  pintó  el 
iris  en  el  cielo ,  en  qué  sublime  momento,  en  fin,  rodó  como  lágrima 
por  una  mejilla  humana  sintiendo  quizá  estremecida  su  pequenez 
al  aliento  divino  del  espíritu. 

Asi,  pues,  toda  la  parte  práctica  y  empírica  de  la  teoría  atomís- 
tica moderna  sólo  tiene  por  objeto  suplir  este  dato  único ,  estado 
dinámico  del  universo  en  un  momento  fijo ;  lo  demás  son  leyes  ra- 
cionales y  principios  a  priori.  Decir  que  contra  esta  teoría  se  al- 
zan tremendas  objeciones  es  punto  menos  que  inútil. 

La  física ,  la  química ,  la  metafísica  le  dirigen  preguntas  terri- 
bles, á  las  que  ni  contesta  ni  puede  contestar  hoy. 

¿Cómo  se  explica  la  conservación  de  la  fuerza  vivaí  Imposible 
parece  explicar  este  gran  principio  de  la  mecánica  en  la  teoría 
atómica :  en  todo  choque  de  cuerpos  no  elásticos  hay  pérdida  de 
fuerza  viva ;  luego  el  universo  tiende  al  reposo  absoluto ;  muere 
el  movimiento  por  instantes ;  el  impulso  inicial  se  agota ;  el  cosmos 
es  algo  que  agoniza ,  un  inmenso  péndulo  que  se  para ,  una  ho- 
guera que  se  extingue. 

¿Cómo  se  explica  la  elasticidad?  La  elasticidad  no  existe  en  la 
teoría  atómica :  es  una  pura  apariencia. 

¿Cómo  se  explica  el  átomo?  No  se  explica  tampoco:  al  querer 
comprenderlo  se  desvanece ;  al  analizarlo  se  deshace ;  es  polvo  que 
se  desmenuza  en  polvo  más  y  más  pequeño  sin  otro  límite  que  la 
nada.  Porque,  en  efecto,  si  tiene  dimensiones  y  es  macizo,  es  divi- 
sible en  partes;  y  puesto  que  no  existe  en  la  naturaleza  fuerza  al- 
guna de  cohesión ,  nada  une  y  traba  estas  partes  entre  sí ;  luego 
el  átomo  no  puede  ser  un  elemento  primitivo ,  debe  dividirse  lógi- 
camente ,  y  prácticamente  debe  estar  dividido  en  otros  más  peque- 
ños; pero  de  cada  uno  de  estos  puede  decirse  lo  que  del  anterior, 
y  así  la  lógica  nos  fuerza  á  triturarlos  y  á  desmenuzarlos  más  y 
más ,  sin  otro  límite  que  su  aniquilamiento  absoluto. 

El  átomo  de  la  teoría  atomística  encierra  en  sí  su  propia  ne- 
gación. 

Afirmarlo  y  definirlo  es  negarlo  al  propio  tiempo. 


T   EL  EMPÍRICO    EN   LAS   CIENCIAS   FÍSICAS.  97 

VIL 

¿Puede  la  teoría  atómica  eludir  en  algún  modo  estas  gravísi- 
mas dificultades? 

Todavía  no  lo  ha  intentado,  pero  hay  un  camino  por  donde  es- 
capar al  peligro ,  y  un  medio  de  parar  los  recios  golpes  de  las  es- 
cuelas rivales,  y  en  particular  de  la  metafísica. 

Este  medio  estratégico  de  salvación  consiste  en  romper  de  una 
vez  con  el  materialismo ,  en  ir  más  allá  de  la  continuidad  sólida, 
y  dicho  en  una  palabra,  en  idealizar  el  átomo. 

La  materia  y  el  movimiento  eran  sus  principios  fundamentales 
y  se  resolvían  en  estos  tres  términos :  la  sustancia  única ,  el  tiempo 
y  el  espacio. 

Había  sacrificado,  en  gracia  á  la  unidad,  las  cualidades;  habia 
sacrificado  aun  las  fuerzas  abstractas ;  pues  bien,  dé  un  paso  más, 
arroje  al  inmenso  y  vacío  océano  de  la  nada  el  último  fardo  de  su 
cargamento  físico,  la  materia;  quédese  con  el  espacio  y  el  tiempo, 
y  el  sistema  más  positivo  y  material  habráse  convertido  en  el  más 
abstracto. 

Es  cosa  curiosísima  observar  estas  trasformaciones  de  las  escue- 
las al  llegar  á  los  últimos  límites ,  y  es  fenómeno  extraño  las  mis- 
teriosas relaciones  que  de  improviso  aparecen  entre  sistemas  físicos 
y  sistemas  filosóficos  los  más  distantes. 

Y  en  efecto ,  este  último  paso  de  la  teoría  atomística  hacia  la 
unidad  está  ya  dado,  no  ciertamente  subiendo  de  la  física  á  la 
filosofía,  pero  sí  descendiendo  de  la  metafísica  á  la  naturaleza. 

Trabajo  inmenso  de  un  filósofo  tan  combatido  como  ensalzado: 
semi-dios ,  según  sus  discípulos  y  adeptos ,  monstruo  de  la  para- 
doja en  concepto  de  sus  adversarios:  nos  referimos  á  Hegel. 

Séanos  permitido  detenernos  aquí  breves  momentos. 

En  el  gran  proceso  hegeliano,  cuando  agotada  la  esfera  lógica, 
LA  IDEA,  cual  germen  que  se  desarrolla,  pugna  por  abandonar. el 
estado  abstracto,  por  tomar  en  la  realidad  carne  y  sangre,  por  cu- 
brir el  esqueleto  ideal  de  todas  sus  determinaciones  precedentes 
{ el  ser  y  el  no  ser ,  la  cualidad  y  la  cantidad ,  la  esencia  y  la  exis- 
tencia ,  lo  uno  y  lo  múltiple ,  el  efecto  y  la  causa ,  etc. ,  etc. ) ,  con 
la  materia  y  la  vida ;  é  impulsada  de  esta  suerte  por  la  potencia 
interna  que  la  solicita,  y  á  que  la  escuela  llama  fuerza  didáctica, 
TOMO  in.  7 


98  EL    MÉTODO    RACIONAL 

lanza  fuera  de  si,  y  dispersa  en  infinita  oposición,  toda  la  riqueza 
abstracta  que  encerraba ,  obligándola  á  pasar  del  estado  lógico  á 
otro  estado  más  real ;  sus  primeras  determinaciones  son  el  espacio 
y  el  tiempo ;  momentos  iniciales  de  la  idea  en  la  naturaleza ,  mo- 
mentos en  que  todavía  se  ve  algo  de  la  esfera  lógica  de  donde 
vienen,  y  que,  si  se  nos  permite  esta  imagen,  trascienden  á  abs- 
tracción. 

Hay  en  el  espacio  y  el  tiempo  algo  de  abstracto  y  de  ideal :  ni 
uno  ni  otro  son  materia,  pero  en  su  seno  han  de  encerrar,  y  por  él 
han  de  ir,  todos  los  fenómenos  del  mundo  físico. 

Dejan  adivinar ,  según  Hegel ,  algo  más  abstracto  antes ,  algo 
más  concreto  después :  la  idea  lógica  como  precedente ,  la  natura- 
leza como  término  inmediato  de  la  serie.  Por  lo  que  son ,  indican 
á  la  vez  de  dónde  vienen  y  adonde  van :  así  tienen  la  vaporosa 
vaguedad  de  aquella  evolución  lógica  en  cuyas  entrañas  se  engen- 
draron ,  y  á  la  vez  la  dispersión ,  la  divisibilidad ,  la  solidez 
(aunque  vacía),  la  tendencia  á  ocupar  y  á  pasar  del  mundo  físico. 
Considerados  el  espacio  y  el  tiempo  como  primeros  momentos 
de  la  idea  al  llegar  á  la  naturaleza ,  basta  dejarles  seguir  el  im- 
pulso que  su  propia  fuerza  didáctica  les  comunica ,  para  que  engen- 
dren el  movimiento  y  la  materia. 

No  podemos  detenernos  á  desarrollar  esta  deducción ;  pero  conste 
que  la  sustancia  material ,  y  por  lo  tanto  el  átomo ,  á  ser  cierta  la 
hipótesis  hegeliana ,  se  deducen  del  espacio  y  el  tiempo ;  de  suerte 
que  aquellos  tres  términos  de  la  escuela  atómica  aún  se  reducen  á 
dos,  idealizándose  para  ello  el  más  grosero  y  tosco. 

Y  esta  concepción  que  parecerá  absurda,  ó  cuando  menos  fantás- 
tica, al  que  no  haya  meditado  en  estas  sutiles  cuestiones,  sin  afir- 
mar que  sea  cierta ,  comprende  en  sí  un  gran  problema ,  y  es  por 
todo  extremo  digna  de  estudio. 

Hegel  hace  notar  que  la  potencia  que  en  sí  encierra  una  masa 
en  movimiento  depende  de  dos  Jactores :  de  la  masa  por  una  parte, 
pero  además  de  la  velocidad;  y  la  velocidad  es  término  complejo, 
que  se  divide  en  espacio  y  en  tiempo. 

Observa  aún  que  la  bala,  que  atraviesa  el  corazón  de  un  hombre 
y  le  arranca  la  vida ,  no  mata  únicamente  por  el  plomo  que  con- 
tiene ,  sino  por  la  velocidad  con  que  choca :  matan  tanto  ó  más 
que  la  masa  metálica,  dos  abstracciones,  el  espacio  y  el  tiempo. 
Y  hé  aquí  cómo  la  idea  por  sí  sola,  sin  materializarse  de  antemano. 


Y    EL    EMPÍRICO    EN   LAS    CIENCIAS   FÍSICAS.  99 

produce  efectos  mecánicos ,  y  nos  prueba  prácticamente  que  en  si 
tiene  potencia  bastante  para  pasar  de  la  región  ideal  al  mundo 
físico. 

En  g-eneral ,  una  masa  pequeñísima  m,  dotada  de  una  gran  velo- 
cidad V,  produce  efectos  materiales  equivalentes  á  los  de  otra 
enorme  masa  M,  animada  de  una  mínima  velocidad  •y;  de  suerte 
que  la  velocidad  V-v  suple  y  equivale  á  la  masa  M-m;  pero  cosas 
que  dan  origen  á  idénticos  efectos,  indican  identidad  de  esencia, 
puesto  que  en  el  efecto  se  identifican;  luego  la  materia,  dice  Hegel, 
no  es  más  que  cierta  unidad ,  cierta  síntesis  ,  ó  si  se  quiere  cierta 
expansión  didáctica  del  movimiento;  como  el  movimiento  es  el  re- 
sultado de  unir  en  un  mismo  fenómeno  dos  elementos  abstractos, 
el  tiempo  y  el  espacio. 

En  lenguaje  vulgar,  que  no  es  ciertamente  la  manera  y  el  estilo 
de  la  escuela,  hemos  procurado  exponer  esta  serie  de  razonamientos 
que ,  acéptense  ó  se  rechacen ,  son  profundos ,  nuevos  y  dignos  de 
meditación. 

La  verdad  es  que  en  este  mismo  orden  de  ideas ,  ó  en  uno  muy 
parecido ,  se  funda  la  física  para  reducir  el  calor ,  la  luz ,  el  mag- 
netismo ,  el  fluido  eléctrico ,  y  cien  otros  fenómenos ,  á  esta  senci- 
llísima unidad:  materia  y  movimiento.  Porque  el  trabajo  y  la  fuerza 
viva  se  equivalen  y  trasforman  mutuamente ;  porque  el  calor  se 
convierte  en  trabajo  mecánico,  y  este  á  su  vez  engendra  aquel,  de 
suerte  que  desaparecen  calorías  y  aparecen  kilográmetros  ó  caballos 
de  vapor;  porque  la  electricidad  da  origen  á  un  desarrollo  de  caló- 
rico, y  este  en  las  pilas  termo-eléctricas  se  trueca  en  corriente; 
por  esas  trasformaciones ,  y  esas  equivalencias,  y  esas  mutuas 
sustituciones,  se  dice  que  calor,  y  luz,  y  electricidad,  y  fuerza 
viva ,  son  una  misma  cosa ,  y  que  esta  cosa  única,  este  fondo  común 
de  dichos  fenómenos,  esta  gran  unidad,  es  el  movimiento  déla 
materia. 

Pues  marchando ,  al  menos  al  parecer ,  por  la  misma  senda ;  ca- 
minando en  idéntica  dirección ;  discurriendo  en  el  mismo  orden  de 
ideas ,  puede  decirse  que  si  la  velocidad  suple  á  la  masa ,  y  esta  á 
aquella ,  y  se  identifican  ambas  en  los  efectos,  algo  hay  adelantado, 
como  Hegel  supone  y  sostiene ,  para  deducir ,  aun  desde  el  punto 
de  vista  práctico ,  igualdad  de  esencia  entre  la  materia  por  una 
parte ,  el  espacio  y  el  tiempo  por  otra ;  y  no  es  maravilla  que  el 
gran  filósofo  alemán,  que  en  más  arduas  empresas  estaba  aguerrí- 


100  EL    MÉTODO    RACIONAL 

do ,  redujese  con  su  desenfado  propio  y  su  acreditada  presteza  los 
tres  términos  precedentes  á  dos,  y  después  á  uno  solo. 

No  creemos  que  el  problema  esté  vencido :  tan  solo  está  enun- 
ciado :  mas  lleva  tal  sello  de  grandeza  intelectual ,  es  tanta  su  va- 
lentia ,  y  revela  una  tan  inmensa  profundidad ,  que  aun  rodeado 
de  sombras  atrae,  y  empeña  á  la  razón  en  su  seguimiento. 

En  resumen,  la  teoría  atómica  moderna  es  un  gran  esfuerzo,  pero 
llevada  al  límite  cae  en  profundas  contradicciones ,  y  no  puede  en 
modo  alguno  considerarse  como  la  última  palabra  de  la  ciencia. 


VIIT. 

A  la  doctrina  de  los  átomos  se  opone  otra:  la  de  las  fuerzas  abs- 
tractas. Niega  la  primera  la  fuerza,  y  solo  acepta  el  elemento  ma- 
terial: rechaza  la  segunda  con  desden  toda  concepción  de  sustancia 
física,  y  proclama  la  fuerza  como  única  entidad  real. 

Pero  no  la  fuerza  como  propiedad  de  la  materia ,  no  como  algo 
apegado  á  un  mlstractum ,  sino  como  verdadera  fuerza  ideal :  y 
así  los  átomos  no  son  pequeños  sólidos  continuos  y  rellenos ,  son 
verdaderos  centros  matemáticos  de  fuerzas,  sin  dimensiones,  sin 
formas  geométricas ,  sin  más  que  un  cruzamiento  en  ellos  de  po- 
tencias abstractas. 

Estos  centros  son  los  que  se  atraen,  los  que  se  rechazan,  los  que 
se  mueven ;  y  donde  se  acumulan  muchos  aparece  la  solidez  y  la 
impenetrabilidad. 

La  sustancia  de  la  escuela  materialista  desaparece  de  esta  teoría; 
es  tosca  apariencia,  á  la  que,  por  decirlo  así,  los  sentidos  dan  nom- 
bre, pero  que  la  razón  con  su  potente  fuego  purifica  y  sublima, 
consumiendo  en  él  toda  escoria  material. 

Espacio  nos  falta  para  desarrollar  esta  nueva  teoría,  que  cuenta 
en  el  extranjero  con  ilustres  mantenedores ,  y  preciso  es  que  ter- 
minemos este  larguísimo  y  árido  artículo. 

Solo  diremos  que  bajo  el  punto  de  vista  práctico  la  concepción 
de  la  fuerza  ideal  salva  terribles  dificultades ;  pero  que  cuanto  más 
se  separa  de  los  grandes  abismos  en  que  la  teoría  atómica  cae, 
tanto  más  se  aleja  del  término  de  todas  sus  aspiraciones,  la  unidad. 

¿Qué  diferencia  hay  entre  tener  muchas  sustancias  y  tener  mu- 
chas fuerzas  ?  Mientras  no  se  determine  su  esencia  común  y  no  se 


T    EL   EMPÍRICO   DE   LAS   CIENCIAS   FÍSICAS.  101 

llegue  á  su  última  j  definitiva  unidad ,  el  problema  queda  en  pié 
y  sin  resolver. 

Entre  los  dos  límites  extremos  (la  teoría  atómica  y  la  teoría  de 
las  fuerzas  abstractas)  existe  la  escuela  ordinaria  que  acepta  el  áto- 
mo como  sustancia  y  la  fuerza  como  cualidad  del  átomo. 

De  esta ,  por  conocida ,  es  inútil  que  nos  ocupemos ;  y  por  otra 
parte,  tiempo  es  ya  de  concluir. 


La  razón ,  adquiriendo  su  natural  y  legítimo  predominio  sobre  el 
método  empírico ,  pero  sin  prescindir  de  él ,  sin  negarle  la  gran 
importancia  que  en  realidad  tiene;  y  este, perdiendo  relativamente 
en  categoría  y  convertido  en  mero  instrumento ,  pero  llegando  á 
un  admirable  grado  de  perfección ,  tales  son  los  primeros  caracte- 
res de  la  ciencia  moderna. 

La  unidad ,  las  hipótesis ,  la  reducción  de  casi  todos  los  fenóme- 
nos físicos  al  movimiento  son  sus  rasgos  dominantes. 

Condensar  todas  las  síntesis  parciales  en  una  gran  síntesis  gene- 
ral ,  la  unánime  aspiración  de  cuantos  físicos  pasan  el  nivel  común . 

Bien  comprendemos  que  esta  tendencia  filosófica  de  la  física  en- 
contrará adversarios ;  pero  es  esfuerzo  vano  el  de  querer  ahogar  en 
el  espíritu  del  hombre  una  de  sus  más  nobles  aspiraciones :  buscar 
en  todo  lo  absoluto. 

Si  lo  encuentra ,  bien  hizo  en  buscarlo :  si  no  lo  encuentra ,  pero 
se  aproxima  á  él,  bien  hizo  en  acercarse :  y  en  todo  caso  su  noble 
empeño  no  será  estéril ,  porque  la  esperanza  es  el  aliento  de  la 
vida. 

La  ciencia  cae  á  veces,  á  veces  se  extravía;  hay  en  ella  retroce- 
sos parciales,  errores  y  delirios ;  pero  en  grandes  períodos  históricos 
su  marcha  es  siempre  progresiva  y  ascendente. 

Pasa  de  la  India  al  Egipto,  del  Egipto  á  Grecia,  enriqueciéndose 
más  y  más ;  y  si  en  la  edad  media  decae ,  se  alza  en  cambio  con 
nuevo  brío  en  el  renacimiento  y  hoy  llega  á  prodigiosa  altura.  A 
sus  eclipses  suceden  más  brillantes  destellos,  y  sus  grandes  evolu- 
ciones son  como  olas  de  esa  marea  creciente  que  se  llama  progreso-, 
que  así  como  en  el  océano  levanta  la  atracción  solar  las  aguas,  así 
también  en  el  gran  océano  de  las  sociedades  levanta  la  atracción 
de  Dios  los  espíritus  hacia  sí. 

José  Echegaray. 


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CUENTOS  ESTRAMBÓTICOS. 

CUENTO  PRIMERO. 

MAESE  CORNELIO  TÁCITO. 


ORIGEN  DEL  APELLIDO  DE  LOS  PALOMINO  DE  PAN-CORVO. 

I. 

Este  era  un  Sastre. 

Y  dijo  el  Sastre  á  su  mujer  (que  era  su  cruz):  «ya  se  ensució  en 
el  faldón  de  la  levita  nueva  del  Licenciado  Piñones.» 

Y  replicó  la  Maestra  (que  así  la  llamo  aunque  ni  era  sastra) :  «tal 
y  tan  nueva  que  aún  la  tienes  por  concluir...  pero  á  tí  solo  suceden 
esas  cosas;  porque  yo  ya  le  hubiera  repasado  las  plumas.»  Y  así  di- 
ciendo, se  daba  los  aires  de  pelar  pollos. 

De  resultas  del  caso ,  se  produjo  en  el  matrimonio  un  diálog-o 
desagradable,  que  terminó  sin  escándalo;  gracias  á  que  las  sensi- 
bilidades estaban  trocadas  entre  los  cónyuges. 

El  Sastre,  para  desviarla  de  sus  conatos ,  regaló  á  la  sastresa  un 
tierno  palomino,  que  le  supo  á  ella  muy  bien  en  pepitoria. 

Durante  la  mesa,  fué  la  Sastresa  tan  generosa  contra  su  costum- 
bre, tan  expresiva  contra  su  carácter,  que  hizo  un  obsequio  al 
Sastre. 

Dióle  con  mimo  todo  el  pico  del  palomino;  y  además ,  las  dos 
patas  enteras. 


MÁESE   CORNELIO    TÁCITO.  103 

Quiero  decir  en  lo  de  las  patas,  que  le  dio  desde  los  corvejones 
exclusive  hasta  las  uñas  inclusive. 

El  Sastre  se  limpió  las  uñas  con  las  uñas  del  ave,  y  los  dientes 
con  el  pico;  pero  la  Sastresa,  que  habia  tomado  algo  de  la  lengua 
latina  en  la  propia  lengua  del  Licenciado  Piñones,  hirió  con  punta 
de  mofa  á  su  marido,  diciéndole:  «  Aliquicl  c7mpatur.y> 

A  eso  ya  no  pudo  resistir  el  pacientisimo  esposo,  y  se  tragó  de 
enfado  los  extremos  de  aquel  pájaro  adolescente,  cuyo  cuerpo  y 
sangre  habia  consumido  por  entero  su  mujer. 

Pero  nada  dijo,  ni  se  notó  cosa  que  sea  de  contar;  como  no  sea 
cosa  contable  lo  que  tengo  por  chisme  de  lugar;  y  es ,  que  desde 
entonces  dio  en  piar  cuando  sentia  el  hambre,  y  en  comer  al- 
garroba. 

Entró  en  el  acto  el  Licenciado  Piñones,  que  vestia  de  luto  añejo. 
Habia  dejado  de  crecer  desde  los  veinte  años,  se  arropaba  con  la 
de  entonces,  y  hacia  otros  tantos  que  él  y  su  traje  marchaban  jun- 
tos cuando  el  cuervo  se  ensució  en  el  faldón  de  la  levita  nueva;  pero 
en  sus  primeras  décadas  habia  el  Licenciado  crecido  mucho. 
Estaba  más  alto  que  un  palomar. 

Entró,  y  dijo:  «  que  me  chupen  brujas,  si  no  adivino  lo  que  anda. » 
Y  arrulló  de  buche  profundo,  como  palomo  ladino,  á  la  Sastresa 
«No  está  la  Madalena  para  tafetanes,»  le  respondió  ella;  y  diz 
que  pió  el  Sastre  de  pura  necesidad. 

Dios  quiso  que  aquello  no  pasara  adelante,  porque  el  Licenciado 
queria  probarse  la  levita;  Maese  no  habia  hecho  más  que  chuparle 
la  mancha  de  primera  intención,  y  la  Sastresa  refunfuñaba  en  se- 
creto, movida  de  dos  voluntades  en  un  solo  provecho. 

Entonces,  fué  cuando  el  Licenciado  Piñones  dijo  aquello  que 
está  escrito  en  piedra:  «Sicut  palominus  dividiturita  jungitur 
in'iino.y> 
Y  no  hubo  más. 

IL 

Ello  es ,  que  no  constando  su  nombre,  le  llamaban  Tácito  por 
lo  sufrido;  pero  el  Sastre  en  puridad  se  llamaba  Cornelio  desde  la 
pila ;  y  apellido  no  le  tenia  de  herencia  generativa ,  aunque  le  su- 
cedía lo  que  pasa  á  otros ,  que  lo  heredan  del  dia  del  Santo  en  que 
nacieron.  Y  la  fe  de  bautismo  reza  que  se  llamaba  Cornelio  del  Es- 
píritu Santo. 


104  CUENTOS   ESTRAMBÓTICOS. 

Era  la  Sastresa  hija  del  ama  del  cura ,  que  la  casó  con  Cornelio 
Tácito:  y  el  Licenciado  pasaba  por  natural  de  Balsain;  pero  nadie 
sabia  de  fijo  si  habia  nacido  ó  no  en  aquel  lug-arejo,  sino  que  á  él 
se  le  encontraron  pequeñito  como  g-rano  de  pina  desprendido,  y  le 
llamaron  Fiñon. 

Después  creciendo  se  llamó  Piñones ,  porque  es  fama  que  los  cas- 
caba juntos  á  maravilla. 

El  Licenciado  quiso  y  no  pudo  matrimoniar  con  la  Sastresa  an- 
tes que  tal  fuera. 

Cuentan  que  por  no  perder  un  beneficio  simple,  que  le  vino  de 
la  Granja;  pero  bien  la  tenia  conocida  visperas  que  casara  con  Cor- 
nelio Tácito;  y  este  que  no  gozaba  beneficio,  casó  con  ella,  sin  co- 
nocerla, porque  le  pusieran  tienda. 

Esto  se  sabia  de  público;  y  no  hubo  más. 

m. 

Habian  trascurrido  unos  días ,  desde  que  la  Sastresa  se  comió  en 
pepitoria  las  noventa  y  nueve  centésimas  del  palomino,  cuando  en- 
tré en  la  tienda,  para  que  Maese  Cornelio  Tácito  me  diese  una  opi- 
nión facultativa. 

Tenia  yo  unos  pantalones  que  me  venian  chicos ,  porque  fueron 
heredados  de  mi  tio  el  enano,  señor  de  poca  menos  talla  que  un 
chivo,  y  yo  mido  cinco  pies  y  seis  pulg-adas. 

Iba,  pues ,  á  preguntarle ,  cómo  podria  sacar  de  ellos  una  mon- 
tera completa  para  mi ,  sin  aventurar  la  empresa  á  un  quién  pen- 
sara. 

Éntreme  de  rondón  en  la  tienda  como  solia,  y  topé  con  el  Sastre, 

Dios  y  ayuda  necesité  para  que  le  conociese ;  porque  estaba  bobo 
de  penas  que  por  largo  espacio  habian  dormido  en  su  corazón,  y 
ahora  se  le  despertaban  todas  juntas. 

Traia  los  ojos  emponzoñados  de  lágrimas  que  le  cegaban;  volá- 
banle las  canas  esparcidas ;  y  hacia  aspavientos  con  los  brazos  en 
alto,  crispadas  las  manos  en  que  mostraba  unas  tijeras  sangrientas. 

Aunque  siempre  le  tuve  por  blandisimo  de  corazón  y  sobrado  de 
bondades,  sé  lo  que  son  los  buenos  y  pacientes  cuando  rompen;  que 
rompen  tarde  y  exceden  el  rigor. 

Movióme  á  susto  el  verle  y  á  compasión  dejarlo  solo,  tanto,  que 
cerré  la  puerta  y  le  dije :  j Maese!  ¿Qué  gran  pena  es  esa? 


MAESE    CORNELIO    TÁCITO.  105 

Y  al  mirarme  nada  dijo ;  pero  se  le  desató  el  nudo  de  los  sollozos 
en  torrente  de  lágrimas,  y  me  abrazó. 

Yo  creí  que  hubiese  dado  muerte  á  su  mujer;  y  en  verdad  que 
toda  la  vecindad  hubiera  declarado  lo  contrario ,  aunque  asi  fuese. 
Mas  no  era ,  porque  en  el  punto  mismo  la  vi  en  la  trastienda, 
altercando  con  el  Licenciado  Piñones ;  y  al  cabo  de  otras  inmodes- 
tias, entendí  que  le  dijo:  «Pues  que  me  apliquen  aquel  cantar  que 
se  canta : 

Como  me  entró  el  antojo 
Me  dio  la  gana ; 
A  unas  les  entra  flojo 
A  otras  que  rabia. 

Y  soy  de  aquellas 
Que  no  niegan  al  cuerpo 
Lo  que  le  peta. 

Y  lo  entonó  por  lo  recio ,  tal  y  como  digo  ;  cuando  aún  sollozaba 
el  Sastre  por  lo  bajo ,  tal  y  como  iba  diciendo. 

«  ¡  Oh  sastres !  »  exclamó  Maese  ,  apenas  concluida  la  seguidilla 
por  la  Sastresa :  « ¡  Aquí  me  tenéis ,  oh  sastres ,  que  clavé  mis  tije- 
ras en  mis  propias  entrañas ! . . .  » 

Entonces  creí  que  á  la  manera  desesperada  de  Catón  se  hubiese 
infligido  la  muerte  con  sus  armas. 

Para  semejante  acto  le  bastaba  no  ser  estoico:  y  compadecido  de 
su  flaqueza ,  le  registré  todo  el  cuerpo  hasta  que  vide  no  tenía  roto 
en  que  no  hubiese  remiendo. 

En  esto  comenzaba  á  anochecer. 

Perplejo  me  tenía  el  espectáculo ,  y  entraron  en  la  tienda  el  Li- 
cenciado Piñones  y  la  Sastresa...  que  por  cierto  se  me  había  olvi- 
dado decir  su  nombre ;  pero  que  la  llamaban  la  Sotanera ;  y  en  su 
vida  cosió  una. 

La  Sotanera  traía  con  ambas  manos  una  cazuela  humeante  á 
borbotones,  y  el  Licenciado  un  candil  vivo  pendiente  del  dedo  ín- 
dice. Ella  entraba  muy  cernida  y  él  muy  tieso ,  al  paso  que  estaba 
el  Sastre  todito  encorvado  en  un  rincón;-  y  yo  no  tuve  tiempo  de 
mirarme  á  mí  mismo,  porque  me  faltaban  ojos  para  ver  lo  ajeno. 

Plantificáronle  á  Maese  Cornelio  Tácito  un  veladorcillo  de  pino 
á  toca-ropa ,  y  encima  de  este  velador  puso  la  sastresa  la  cazuela 
á  quema-ropa. 

A  todo  esto  diciendo:  «Está  diciendo  comedme.» 

Sin  que  el  esposo  mostrase  más  ganas  que  las  de  llorar. 


106  CUENTOS   ESTRAMBÓTICOS. 

Donde  hay  candil  no  falta  garabato ;  y  al  resplandor  dudoso  y 
vacilante  de  un  candil  recien  colgado ,  sentáronse  á  la  redonda  con 
el  Sastre,  que  ya  lo  estaba,  la  Sastresa  y  el  Licenciado. 

Creí  que  si  no  me  saludaban  fuese  por  no  convidarme ,  y  quéde- 
me de  bolo ,  sirviendo  de  percha  á  los  pantalones  de  mi  tio  el  ena- 
no ,  y  parado  tan  en  firme  como  estatua  de  sastre Si  los  sastres 

no  colgasen  ropas  más  que  en  las  Venus ,  en  ios  Apolos  ó  en  los 
Mercurios  de  yeso  con  que  adornan  sus  talleres ,  andarian  más  ho- 
nestos. Pero  yo  he  visto  en  ciudad ,  en  la  ropería  de  la  Buena- 
Muerte ,  dos  levitas ,  dos  casacas ,  dos  chupas  y  dos  chaquetas,  que 
todas  juntas  colgaban  de  los  solos  brazos  de  un  Santo  Cristo  de  la 
Buena-Muerte ,  cuyo  divino  Señor  más  parecía  por  esto  el  hortera 

voceador  de  las  excelencias  de  la  tienda,  que  su  Santo  Patrón 

Y  quédese  lo  dicho  por  paréntesis,  que  no  por  digresión  imperti- 
nente ,  aunque  lo  sea. 

«Está  que  dice  comedme,»  repitió  la  Sotanera,  y  destapó. 

Si  no  lo  hubiese  yo  visto  tan  grande ,  creído  hubiera  que  fuese 
perdiz. 

En  mi  ánima  que  no  vi  en  mi  vida  pájaro  tan  rollizo  y  sazonado. 

Estaba  boca  arriba  mostrando  lo  mejor ,  y  estaba  solo  porque  lo 
llenaba  todo ,  salvo  que  le  murmuraban  aplausos  las  espumas  por 
bajo  y  los  costados. 

Era  un  buen  bocado  para  cuatro  que  se  dieran  mano  á  ello.  Y 
sí  digo  que  era  un  buen  bocado  para  cuatro,  entiéndase  que  la 
frase  un  hiien  bocado  me  la  encuentro ;  y  es  prueba  que  estaba  he- 
cha aun  antes  que  el  guisado. 

Bien  advertí  que  el  Sastre  no  piaba,  y  me  di  cuenta ;  mas  no  así 
me  expliqué ,  cómo  no  se  relamia  el  Licenciado  con  ser  chupón  de 
lo  ajeno  y  nada  sobrado  de  lo  suyo. 

Pero  en  mitad  de  este  silencio  é  inmovilidad  especiante ,  solo  la 
Sotanera  comió  todo ,  hasta  mondar  los  huesos  ,  y  se  sorbía  los  de- 
dos por  añadidura. 

«¡Rara  avis  in  térra/»  exclamó  el  Licenciado  á  las  pechugas, 
hecho  todo  ojos,  mientras  que  el  sastre  apretaba  los  suyos,  tanto 
que  más  que  ojos  me  parecieron  ojales  sin  botón. 

Y  proseguía  el  Licenciado  diciendo  á  los  bocados:  «Sicpani  corvo 
jwigitur  Palominus.y> 

Y  añadió ,  por  último ,  cuando  hubo  visto  que  no  veía  nada  en 
la  cazuela:  <<  Consummatiim  est.» 


MAESE    CORNELIO    TÁCITO.  107 

Habló  el  Sastre  y  dijo:  «¡Fiat  voluntas  tua!y>  Mas  no  fué  á  ella 
la  muy  tragona ;  que  bien  noté  cómo  el  pobrecito  despertaba  para 
poner  la  expresión  de  su  voluntad  en  la  más  alta  voluntad  de  Dios. 

Es  el  primero  y  el  último  latin  que  escuché  en  boca  del  Sastre; 
latin  que  por  ser  sencillamente  tomado  del  Padre  Nuestro ,  sentá- 
bale muy  bien  con  ser  tan  lego. 

No  así  el  Licenciado  Piñones ,  que  todavía  dio  más  en  hablar 
culto ;  y  poniéndose  en  pié  que  media  tres  varas ,  abrió  otras  tres 
los  brazos ,  extendió  las  manos ,  que  las  tenia  como  dos  infolios, 
sobre  la  cerviz  de  los  esposos,  y  habló  y  dijo:  «Amen  dico  volis 
quod  sic  pañi  corvo  palominus  additur.  » 

y  echó  la  casa  afuera ,  para  ir  donde  tuviese  su  manida. 

La  Sotanera  le  despidió  con  un  bostezo ,  y  luego  diciendo :  «  en 
la  cama  me  las  den  todas,»  se  fué  á  ella. 

Quedámonos :  el  Sastre ,  que  era  de  palo ,  y  yo  que  me  iba:  pero 
como  sintiese  el  desdichado  esposo  que  le  abrazaba  en  muda  des- 
pedida, volvió  al  dolor,  y  me  retuvo  quedo  para  hablarme  estas 
palabras,  que  le  respondí  como  van  unas  y  otras. 

El  Sastre.     ¡Tengo  miedo! 

Fo.     Maese,  ¿De  qué  tenéis  vos  miedo  en  vuestra  propia  casa? 

El  Sastre.     ¡  De  la  soledad ! 

Fo.     La  soledad  es  nada :  ¿tenéis  vos  miedo  de  la  nada? 

El  Sastre.  La  soledad  es  todo  lo  que  somos  nosotros  dentro  de 
nosotros  mismos,  ¡y  tengo  miedo!... 

Fo.     Será,  pues,  de  vos  mismo. 

El  Sastre.  ¡Ah!  ¡El  que  nunca  lastimó  á  otro,  mal  pudiera  te- 
merse contra  sí ! . . .  acompañadme  os  pido ,  vecino  mío ,  donde  este- 
mos los  dos  y  la  soledad ,  pero  que  no  sea  esta:  llevadme  á  aquella 
soledad  sencilla  en  que  duermen  sin  asechanza  las  aves  libres...  ¡Ay 
de  mí!  Nace  en  el  hombre  un  temor  con  riesgo  y  sin  peligre,  que  no 
es  miedo  de  la  muerte....  hay  temor  que  es  el  miedo  déla  vida...  » 

¡Oh,  cuan  dulcemente  sentí  que  donde  se  lamenta  un  desgraciado 
surge  el  poeta  y  llora  la  poesía ! 

Como  cada  nota  musical  tiene  tres  tonos ,  multiplicados  luego 
por  el  arte ,  y  así  resulta  que  no  son  siete  sino  veintiuna ,  elevadas 
por  la  inspiración  al  infinito,  las  notas  del  alfabeto  mágico  con  que 
expresa  la  música ;  con  que  la  armonía  evoca  los  espíritus  afines, 
vagabundos ;  y  penetrando  la  expresión  del  canto  en  nuestra  vida 
hace  que  se  compenetren  los  corazones  y  lq,s  almas. 


108  CUENTOS   ESTRAMBÓTICOS. 

Así,  así  también  el  timbre  de  su  voz  era  todo  su  ser,  todo  su  ser 
mistificado  por  sti  dolor ;  y  encerraba  conceptos  más  íntimos ,  de- 
mostrativos y  elocuentes  que  la  significación  de  sus  palabras. 

¡Cuan  conmovido  lo  apreté  á  mi  pecho! 

Si  en  aquel  momento  me  preguntan:  «¿sabes  tú  de  qué  te  con- 
dueles?» hubiera  respondido:  «  ¡Sí,  que  siento  la  compenetración 
del  alma  de  ese  hombre  con  el  alma  mia!»  Y  si  me  hubieran  man- 
dado explicar  este  fenómeno  del  sentimiento  por  la  eufonía,  hubiera 
llorado  por  toda  respuesta,  y  los  buenos  me  hubiesen  comprendido. 

Maese  Tácito  casi  se  sonrió  de  gratitud ;  conoció  por  impresión 
que  hallaba  un  amigo  en  el  punto  y  lugar  mismo  en  que  acababa 
de  perder  otro;  uno  hasta  entonces  en  su  amargada  vida. 

Parecía  haber  restaurado  por  entero  su  vigor. 

Se  levantó ,  ante  todo ,  para  recoger  con  esmerada  solicitud ,  y 
guardar  en  su  pañuelo ,  los  huesos  mondos  y  lirondos  que  por  allí 
estaban  esparcidos,  y  después  anduvimos. 

Las  noches  se  parecen  á  la  mar,  ambas  son  insondables...  muy 
anchas ,  muy  largas  y  muy  profundas ;  y  muy  mansas  y  muy  so- 
berbias, pero  siempre  augustas. 

Esta  noche  estaba  serena :  sobre  su  fondo  se  dibujaban  los  con- 
tornos de  los  cerros  y  de  los  árboles ,  y  los  dintornos  morían  apa- 
gados en  la  sombra,  macizando  la  arquitectura  ingente  de  la  na- 
turaleza. 

Pudiera  tal  vez  decirse,  que  entre  el  mar  y  la  noche  tomaron  ge- 
neración confusa  y  manifestación  exigua  los  monumentos  druídicos. 

Dejábame  yo  guiar  del  sastre ,  ya  que  iba  con  él ,  por  él  y  para 
él ;  pero  mi  pobre  amigo  nada  me  habló ,  ni  miraba  más  que  á  la 
senda,  hasta  que  hubimos  llegado  á  la  margen  del  rio. 

Allí  hay  en  un  ángulo  saliente  un  pequeño  promontorio  á  cuyo 
pié  remansa  el  agua ;  y  en  la  cumbre  hay  un  sauce  cuyas  ramas 

descienden  voluntarias  á  jugar  con  la  corriente parece  una 

mujer  hermosa ,  melancólica ;  con  amor  y  sin  amante ,  que  distra- 
yendo en  el  fondo  de  aquel  fugaz  espejo  su  mirada,  deja  que  floten 
libres  sus  cabellos. 

Este  sauce  lo  había  plantado  el  Sastre ;  lo  vio  crecer  pagando  su 
cuidado ;  y  después  á  su  sombra  se  sentaba  á  coser  sin  sobresalto, 
á  deplorar  sin  testigos ;  y  acaso  á  contemplar  sin  verla ,  pero  sí 
sintiendo  la  relación  conjunta ,  ecuable  y  majestuosa ;  la  armonía 
infinita  con  que  la  creación  se  ostenta ,  habla  y  camina. 


MAESE    CORNELIO   TÁCITO.  109 

Ya  puestos  junto  al  árbol  me  dijo:  «Dejadme  ahora  hacer  un 
hoyo  con  mis  propias  manos  y  os  contaré  después ; »  y  diciendo  y 
haciendo ,  escarbó  la  tierra  y  puso  en  el  hueco  los  huesos  aquellos 
que  en  su  casa  y  tienda  habia  recogido. 

¡  Restos  inútiles  á  la  voracidad  de  su  mujer ! 
Los  tapó  con  el  polvo  removido,  y  pareció  consolarse  á  la  manera 
de  aquellos  hombres  primitivos,  que  se  desceuian  de  su  dolor  des- 
pués que  enterraban  á  su  muerto. 

Yo  le  contemplaba  no  sin  extraueza,  cuando  me  dijo:  «Sentaos 

y  me  sentaré,  para  que  hablemos  y  sepáis He  cumplido  con 

mi  corazón  y  Dios  me  lo  perdone;  ahora  cumpliré  con  vuestra 
amistad,  y  perdonadme  vos.» 

Le  oprimí  la  mano ,  él  me^entendió,  y  puse  toda  mi  atención  re- 
suelto á  no  interrumpirle. 
Habló  asi: 

«Esos  huesos  recien  enterrados  por  mí ,  son  los  huesos  de  un 
cuervo ;  yo  he  dado  la  muerte  á  ese  cuervo  que  era  mi  único  com- 
pañero ,  mi  amigo ,  mi  amor  y  mi  familia  toda.  Durante  quince 
años  partí  con  él  un  alimento  que  hubiera  sido  parco  para  mí 

solo ¡  Oh !  en  la  constante  necesidad  de  nuestra  común  pobreza, 

¡  cuántas  veces  vino  á  mí  mi  compañero  provisto  de  sustento ;  re- 
cordándome aquel  cuervo  providencial  con  que  Dios  socorría  al 
Ermitaño ! . . . .  ¡  Oh ,  y  cuántas  veces  su  generosa  acción  fué  casti- 
gada ! . . . .  Mi  mujer  le  llamaba  ladrón ;  ¡  y  era  mi  hermano  en  el 
amor  de  la  caridad !... .  Comprendereis  que  no  se  llamaba  ladrón; 
se  llamaba  Pan. 

»Pan  concurrió  conmigo  á  plantar  este  sauce  que  sombreará  su 
sepultura. 

»Seamos  buenos  con  todos  y  con  todo ,  para  que  los  árboles  nos 
paguen  con  su  sombra  y  las  aves  con  su  gratitud;  nos  dé  su  luz  el 
sol ,  su  tibia  claridad  la  luna ,  la  piedra  nos  preste  su  resistencia, 
su  elasticidad  el  aire ,  la  fuente  su  frescura ,  el  fuego  su  calor ,  la 
yerba  su  molicie,  las  fieras  su  mansedumbre,  y  venzamos  al  hombre. 
»Pan  concurrió  conmigo  á  plantar  este  sauce,  y  dije  á  Pan: 
ayúdame  con  tu  pico  á  ahondar  un  hoyo  para  plantar  un  árbol ;  y 

labramos  juntos  una  cuna  en  que  yo  puse  un  árbol  niño ahora, 

bien  lo  veis ,  he  abierto  yo  solo  una  sepultura  para  enterrar  los 
restos  de  un  amigo  al  pié  de  un  árbol  ya  lozano. 

»Estareis  pensando  por  qué  maté  á  mi  amigo.  Lo  maté  por  no 


lio  CUENTOS   ESTRAMBÓTICOS. 

matar  á  mi  enemigo;  culpadme  vos,  en  tanto  que  yo  no  me  disculpe. 
»En  quince  años  enteros  no  hizo  Pan  mas  acción  indigna  que  la 
de  ensuciarse  en  la  levita  nueva  del  Licenciado  Piñones ;  y  eso  yo 
no  se  lo  vi  hacer. 

»Cuando  Pan  no  tenia  nombre  propio ,  ni  hogar  mancomunado 
con  el  hombre ,  ni  sello  de  esclavitud  en  sus  tendidas  alas ;  y  era 
libre ,  feliz  como  lo  son  todas  las  aves  del  cielo,  entonces  lo  derribó 
de  un  tiro  el  Licenciado  Piñones. 

»E1  pobre  pájaro  habia  caido  manco ;  pero  como  un  cuervo  he- 
rido vale  más  que  un  cuervo  muerto ,  lo  trajo  vivo  el  Licenciado  y 
probó  venderlo. 

»Tres  dias  lo  tuvo  expuesto  al  público ,  sin  curarlo  ni  darle  de 
comer. 

»Los  muchachos,  en  vez  de  juntar  cuartos  para  la  redención  del 
cautivo,  juntaban  piedras  en  su  daño:  yo  sentia  lástima,  y  movi- 
do de  ella  hablé  con  el  cazador ,  y  le  dije :  «  Mirad  que  si  quitas- 
teis la  libertad  á  un  ser  viviente ,  y  no  le  disteis  por  cálculo  la 
muerte,  la  razón  os  dicta  que  le  deis  de  comer  á  ese  pobre  animal, 
que  hallaba  carne  en  la  mesa  de  la  Providencia dadle  siquie- 
ra pan.» 

Rióse  el  Licenciado,  y  me  respondió.  «A  vos  que  nada  os  debe 
dadle  de  lo  vuestro,  que  á  mi  todavia  me  debe  el  tiro.» 

Esta  fria  crueldad,  tan  puramente  humana,  confieso  que  me 
sacó  de  quicio ,  y  le  argüí  diciendo :  «¿  Pues  por  qué  g-astásteis  ese 
tiro  en  quien  no  lo  esperaba ,  ni  os  lo  hubiera  tirado  á  vos ,  porque 
ni  él  era  hombre  ni  vos  su  necesidad?» 

Tal  reprensión  dio  mucho  más  que  reir  al  Licenciado ,  y  bur- 
lándose de  mi  compasión  me  reprendió  á  su  vez  de  que  quisiera  yo 
dar  limosna  con  lo  ajeno,  guardando  lo  mió. 

Le  pedi,  pues,  que  me  vendiese  el  cuervo,  no  por  dineros,  que 
no  tenia,  y  si  á  cuenta  de  puntadas. 

A  esto  se  avino  pronto  por  falta  de  otro  postor ;  y  dióme  una 
ropilla  muy  rota  para  que  de  mi  cuenta  y  con  mi  aguja  le  llenara 
los  huecos. 

Cerramos  trato  y  me  llevé  mi  cuervo. 

Aqui ,  que  solo  Dios  nos  oye,  os  confio  todo,  mi  buen  amigo. 

Mi  mujer  no  puede  ver  á  los  pájaros  vivos:  nunca  dio  de  comer 
á  uno ,  ni  arrojó  jamás  sobras  á  perro ,  ni  en  su  vida  mantuvo 
gato ,  ni  tampoco  la  asustan  los  ratones. 


MAESE    CORNELIO    TÁCITO.  111 

Con  esto  ya  conocéis  á  mi  mujer ;  dice  de  los  ratones ,  que  aun- 
que son  muy  tunantes ,  se  la  suelen  pagar ;  de  los  gatos  dice ,  que 
le  sobra  con  los  de  la  vecindad ;  asegura  que  el  mejor  perro  es  el 
de  San  Roque ,  porque  no  come  ni  ladra ,  y  afirma  que  los  pájaros 
son  pura  cosa  de  comer. 

Por  no  criar  nada,  ni  cria  gallinas;  y  solo  sabe  capar  pollos,  que 
mantiene  en  su  corral  el  Licenciado ,  y  luego  nos  los  comemos  los 
*  tres  juntos. 

Cuando  entré  en  mi  casa ,  y  la  maestra  me  vio  sacar  el  huésped 
que  traia,  lo  tomó  á  peso  y  me  llamó  zopenco. 

Yo  no  me  atrevía  á  preguntar  el  motivo ;  pero  añadió  en  el  acto 
arrojando  el  cuervo ,  que  ya  que  compraba  grajos,  cuidase  en  ade- 
lante de  comprarlos  pelados. 

Como  comprendéis ,  aqui  topé  con  otro  contratiempo ,  y  vi  claro 
que  el  mártir  habia  pasado  tan  solamente  de  la  de  Anas  á  la  de 
Caifas. 

Mirad ,  vecino ,  hay  satisfacciones  que  cada  hombre  las  saca  á 
su  manera  del  capital  de  su  desgracia. 

Lo  que  voy  á  deciros  será  una  simplicidad  sin  fundamento;  pero 
es  una  simplicidad  que  me  consuela ,  que  me  alienta  en  el  caiiiino 
de  la  piedad. 

Yo  creo  que  los  sentimientos  de  amor  constante  y  profundo  ha- 
cia todos  los  seres ,  sean  ya  seres  racionales ,  irracionales ,  anima- 
dos ó  inanimados,  los  penetran. 

Creo  que  el  amor  es  penetrativo  hasta  en  el  duro  hierro;  y  que, 
por  ejemplo,  mis  tijeras  me  sirven  más  y  mejor  porque  bien  las 
quiero  ,  y  que  este  árbol  se  goza  cuando  lo  cuido ,  me  aguarda 
cuando  le  dejo ;  y  que  me  dice  algo  que  percibe  mi  alma  cuando  lo 

acompaño asi  me  parece  á  mi;  reios  vos  si  lo  merece,  que  yo 

digo  esto  á  propósito  de  que  aquel  pobre  pájaro,  de  naturaleza 
bravia,  que  mi  mujer  condenaba  á  la  muerte,  arrojándolo  con 
despreciativa  violencia ,  y  que  yo  antes  habia  abrigado  al  calor  de 
mi  pecho ,  me  miró  en  su  desconsuelo  con  la  expresión  de  un  niño 

desamparado Repito  que  Dios  está  presente  y  él  sabe  cuánto 

me  animaron  aquella  mirada  intensa ,  junto  con  aquella  actitud 
desvalida  de  un  cautivo  salvaje ,  caido  á  traición  en  las  garras  del 
hombre  desde  los  abiertos  espacios !  Y  dije  á  mi  mujer :  «  Mira,  mu- 
.  jer,  ¿tú  no  has  comprendido  aún  que  yo  he  contado  antes  con  tu 
bondad?  Este  pobre  animal >  tan  flaco  y  tan  maltratado  ,  no  es 


112  CUENTOS   ESTRAMBÓTICOS. 

cosa  que  se  come ;  esto  es  cuervo ;  tú  bien  ves  qué  malo  está ,  y 
yo  lo  traigo » 

Mi  mujer,  que  como  ella  dice  con  razón  de  si  misma ,  es  muy 
lista ,  me  interrumpió  diciendo  :  «  Cornelio  ,  yo  no  entiendo  en  más 
bondades  que  las  que  reza  el  refrán ,  «Pájaro  que  vuela  á  la  ca- 
zuela. »  No ,  mujer,  la  repliqué  con  cierta  entereza ;  te  advierto 
que  lo  traigo  para  sanarle  las  heridas ,  domesticarlo  bien  y  que  me 
acompañe  después. 

Me  miró  al  rostro  la  Sastresa,  y  se  impuso  pronto  de  que  yo, 
por  la  primera  vez  de  mi  vida,  estaba  resuelto  á  una  defensa. 

La  miraba  yo  á  ella ,  y  vi  que  relampagueaba ;  pero  no  rom- 
pió en  truenos,  sino  en  lluvia  de  lágrimas Vecino,  ¡me  man- 
tuve firme!  ¿Podréis  creerlo?  Me  mantuve  más  firme  cuanto  más 
arreciaba  el  llanto  de  mi  mujer ;  y  cuando  ella  se  persuadió  que 
aquello  era  llover  en  seco ,  tornó  en  sereno  como  si  tal  cosa :  me 
volvió  de  súbito  la  espalda  dando  tornillazo ;  y  fué  y  se  sentó  á  la 
puerta  de  la  calle,  y  alli,  á  cuantas  gentes  pasaban,  decia:  «mi 
marido  ha  traido  un  pan.» 

Pan  te  has  de  llamar  en  adelante ,  lleno  j'^o  de  la  vanidad  de  mi 
triunfo,  dije  al  desdichado  pájaro,  que  casi  espiraba,  y  lo  recogí 
del  suelo ,  repitiendo :  «  Pan  has  de  llamarte  con  el  bautizo  de  tus 
enemigos,  para  que  tu  nombre  sea  recuerdo  de  nuestra  alianza.» 

Esta  segunda  vez  noté  hasta  la  evidencia  que  Pan ,  á  la  manera 
peculiar  que  sienten  y  comprenden  los  irracionales ,  habia  pene- 
trado mi  buen  corazón. 

Mi  pobre  compañero ,  mi  reciente  amigo ,  dio  con  toda  la  ex- 
presión de  sus  sentidos ,  un  graznido  que  era  entonces  todo  su  idio- 
ma. Pronunció  aquel  graznido  manso  con  que  habia  saludado  en 
las  selvas  el  nacimiento  del  dia ,  la  proximidad  á  su  compañera,  la 
llegada  al  nido  de  sus  hijos ,  y  luego  que  se  dejó  coger  sin  ama- 
gar defensa ,  escondía  su  cabeza  en  los  pliegues  de  mi  seno ,  pal- 
pitando de  gozo. 

En  tal  estado  me  lo  llevé  á  un  corralejo  en  que  tiempos  atrás 
tuve  también  una  borrica ,  que  por  cierto  mi  mujer  cambió  por  un 
guarda-piés ;  recuerdo ,  me  dijo ,  que  lo  habia  hecho  porque  la 
burra  tenia  mala  voz  ;  pero  no  era  sino  muy  sonora ,  y  ella  no  lo 
hizo  por  aquel  motivo,  sino  porque  el  zagalejo  tenia  lente- 
juelas. 

Como  iba  diciendo,  alojé  mi  huésped,  acomodé  su  cama,  parti 


MAESE   CORNELIO    TÁCITO.  113 

con  él  mi  comida  sin  cercenar  la  ajena ,  y  curábale  diariamente 
las  heridas. 

Al  paso  que  Pan  se  sentia  mejorado  ,  salia  más  adelante  á  reci- 
birme brincando  de  gozo.  Yo  le  prodigaba  caricias ,  yo  le  habla- 
ba ;  él  atendía  ,  él  entendia  ;  pero  nada  me  dijo  hasta  los  seis 
meses. 

Pensando  estaréis  vos ,  mi  buen  vecino  ,  lo  que  me  dijo  el  cuer- 
vo al  cabo  de  medio  año  de  amistad pues  habéis  de  saber  que, 

estando  yo  despiojándole  la  cabeza ,  y  él  dejándosela  despiojar, 
muy  esponjado  del  gusto  que  recibía  en  ello,  me  llamó  ¡PicJwn! 
en  el  mismo  tono ,  con  la  misma  voz ,  ni  más  ni  menos,  que  si  lo 
pronunciara  mi  mujer. 

Como  yo  no  tengo  nada  de  pichón ,  y  como  la  maestra  es  de  con- 
dición estéril  y  de  palabra  seca ,  nunca  de  sus  labios  habia  llegado 
á  mis  oidos  semejante  expresión  de  cariño  ,  y  admirábame  de  oiría 
en  el  pico  de  Pan,  sin  habérsela  enseñado. 

Seguia  el  cuervo  llamándome  pichón ,  á  tiempo  que  entraron  mi 
muger  y  el  Licenciado  Piñones. 

«Oid ,  les  dije ,  cómo  comienza  á  explicarse  mi  pupilo;»  el  cuervo 
T&^iiió  picJion. 

El  Licenciado  palideció  de  asombro ;  mas  la  Sastresa  soltó  una 
carcajada  y  pegó  al  aprendiz  de  idioma  un  puntapié  que  hubo  de 
saberle  bastante  mal. 

Desde  este  suceso  el  cuervo  no  volvió  á  proferir  aquella  palabra 
en  presencia  de  persona  extraña ;  pero  cuando  estábamos  solos  él 
y  yo ,  siempre  que  lo  acaricié  me  llamaba  pichón. 

¡Pobrecito!  llegó  á  hacer  tales  progresos  en  el  arte  de  la  palabra, 
que  oido  y  no  visto  parecía  loro ;  con  esta  misma  frase  me  lo  afirmó 
un  indiano ,  que  me  daba  por  él  catorce  pesos ,  y  gracias  á  Dios 
pasó  de  largo,  así  que  le  vio  la  pluma. 

Por  cierto  que  se  iba  el  tal  indiano  diciendo ,  «  buena  pata  tiene 
el  loro,»  como  si  las  patas  de  loro,  que  son  patas  por  concluir, 
fuesen  cosa  buena  ó  en  algo  mejores  que  las  patas  del  cuervo,  que 
parecen  pié  y  pierna  de  Señor  de  Justicia. 

¡  Pobrecito  !  nunca  picó  por  alto  más  que  las  moscas ;  y  todo  lo 
que  hallaba  por  los  suelos ,  incluso  el  dedal  y  las  sabandijas ,  me 
lo  traia. 

¡Oh  pobrecito!  como  vivia  por  mí ,  vivía  siempre  conmigo  y  para 
mí :  pisaba  en  mis  pisadas ,  se  reposaba  en  el  palo  de  mi  silla ,  comia 

TOMO  III.  8 


114  CUENTOS   ESTRAMBÓTICOS. 

de  mi  comida ,  tomaba  de  mi  razón ,  dormia  peg-ado  á  mi  estrecha 
cama,  soliamos  estar  juntamente  tristes;  me  anunciaba  la  aurora 
y  sacudia  de  su  pluma  el  ^rato  peso  de  las  sombras ,  cuando  yo 
sacudia  la  bondadosa  pereza  de  la  nocbe ,  para  reanudar  el  nece- 
sario trabajo  de  cada  un  dia. 

En  este  continuado  trato,  en  este  cambio  de  favores,  no  tan  solo 
se  identificaron  nuestros  gustos,  nuestros  instintos  y  se  asimilaron 
nuestras  almas ,  sino  que  también  alcanzaron  á  parecerse  nuestras 
facciones. 

Bien  veis ,  vecino ,  lo  que  difiere  un  hombre  blanco  que  anda 
paso  tras  paso  de  un  negro  cuervo  que  vuela ;  pues  yo ,  yo  he  oido 
á  los  muchachos  disputar  muchas  veces  sobre  si  yo  era  el  que  me 
parecia  á  mi  cuervo ,  ó  si  era  mi  cuervo  el  que  se  me  parecia. 

Alguna  vez  pensé  en  esto ,  que  mide  más  tela  de  la  que  puede 
cortar  un  sastre. 

Que  yo  me  estampara  en  mi  cuervo ,  ó  que  mi  cuervo  se  estam- 
para en  mi,  esto  ni  cosa  semejante  se  dijo  nunca  respecto  á  mi 
mujer;  siendo  asi  que  de  más  antiguo  nos  tratamos;  y  que  más 
nace  parecida  una  mujer  á  un  hombre,  que  un  hombre  blanco  y 
cristiano  á  un  pájaro  negro.  Hoy  mi  semejante  ha  desaparecido  en 
el  estómago  de  mi  mujer,  y  ya  no  disputarán  por  aquello  los  mu- 
chachos. 

¡Oh  Pan!  ¡mi  asesinado  Pan!  ¡el  amigo  en  mi  desgracia!  ¡la  vic- 
tima dos  veces  confiada  y  sorprendida! 

¡Oh  mansa  victima  de  mi  cruel  virtud!  ¡ya  no  me  oyes!  ¡ya  no 
me  acompañas!  ¡ni  me  ves,  ni  te  veo,  ni  padecemos  juntos!  ¡Oh 
latido  de  mi  corazón...  ya  no  me  despertará  otra  voz  que  la  del 
remordimiento! . . . 

Dejadme  llorar,  vecino,  y  bien  veo  que  no  conviene  que  os  aflija 
con  mayor  relato ,  por  vos  y  por  mi ;  pues  hay  dolores  que  hieren 
hasta  de  reflejo ,  sin  aliviar  por  eso  al  desdichado ,  y  que  lejos  de 
enaltecerlo  lo  abaten  más :  porque  hay  dolores  que  siempre  son  in- 
mensos ,  y  que  solo  son  generosos  cuando  los  consagra  la  santidad 
del  silencio. 

Lo  que  nos  conviene  es  que  yo  acabe  pronto  y  que  vayáis  vos  á 
dormir. 

Asi  os  digo,  que  llevo  ya  veinte  años  de  casado  y  mi  mujer 
anuncia  tener  el  primer  hijo. 

En  su  embarazo  le  han  ocurrido  ya  dos  antojos ;  el  uno  eran  cas- 


MAESE   CORNELIO   TÁCITO.  115 

tañuelas ,  que  por  cierto  se  las  compró  el  Licenciado ,  y  repican 
juntos;  el  otro  ha  sido  comerse  á  mi  compañero,  al  pobre  Pan^  que 
nunca  le  debió  una  migaja. 

Bien  se  comprende  en  sana  moral  que  yo  no  podia  negar  á  mi 
esposa  en  cinta  un  sacrificio  posible,  sin  que  me  atribuyese  el 
mundo  una  maldad  inaudita ,  dado  el  caso ,  también  posible ,  de 
que  tras  la  negativa  naciera  un  niño  negro. 

Ya  os  he  dicho  mucho,  vos  habéis  visto  algo  de  lo  demás. 

Sabed  ahora ,  que  aguardando  la  voluntad  de  Dios  deseo  morir- 
me.... No  tengo  ningún  amigo  antiguo,  y  no  se  tornan  tan  de 
pronto  los  hombres  en  amigos,  como  mi  mujer  se  trasforma  de 
blancos  en  negros  los  cabellos ;  antes  al  contrario  vanse  formando 
las  amistades  despacio ,  como  á  mí  se  me  han  cuajado  las  canas, 
poco  á  poco...  ¡  Ay  del  que  tiene  canas  recientes,  sin  contar  amis- 
tades añejas ,  porque  ese  estará  solo  en  su  alma  hasta  la  muerte  y 
su  alma  será  su  soledad  en  toda  la  vida! 

Nada  más  que  una  cosa  me  falta  confiaros,  mi  buen  vecino. 

Tenia  Pan ,  entre  sus  excelencias ,  la  de  la  probidad  más  acen- 
drada ,  y  la  de  la  economía  doméstica  por  norte  de  sus  acciones. 

Jamás  tocó  moneda  que  no  pasara  de  mi  mano  á  su  pico ;  y  por 
este  medio  ahorró  en  quince  años  sigilosa  é  insensiblemente  una 
suma  que  yo  no  sé  de  fijo  á  cuánto  alcanza ,  pero  que  está  inte- 
gra   ¡  Bien  sé  yo  que  está  integra ! . . . . 

Mañana,  cuando  nii  mujer  entre  en  la  Iglesia,  entrad  vos  en 
mi  casa. 

Os  guiaré  al  corralejo ,  y  alli  donde  veáis  un  sombrajo  poco  lim- 
pio y  desmadejado ,  como  queda  siempre  la  cama  de  un  cadáver, 
allí  debajito  del  sombrajo  hay  un  agujero  que  da  á  una  cañería 
seca :  meted  la  mano,  y  hallareis  dinero ;  sacadlo  todo  y  emplead- 
lo  empleadlo  en  lo  que  emplearse  pueda  el  peculio  de  un  cuervo 

muerto yo  no  lo  sé. 

Con  aquella  frase  interrumpida  puso  fin  á  su  relato  Maese  Cor- 
nelio  Tácito;  y  como  el  pobrecito  aguardase  respuesta,  se  la  di 
afirmativa ,  hecho  ya  en  mi  conciencia  testamentario  de  un  pájaro 
difunto ,  ni  más  ni  menos  que  si  las  últimas  palabras  del  Sastre 
fuesen  la  disposición  ultra-tumba  del  malogrado  cuervo. 

Mañanita  del  día  siguiente ,  que  era  un  domingo ,  me  puse  de 
acecho ,  y  cuando  la  Sotanera  entró  en  la  casa  de  Dios ,  éntreme 
yo  en  la  suya  donde  me  esperaba  Maese. 


116  CUENTOS    ESTRAMBÓTICOS. 

«Recogedlo  todo»  me  dijo  señalando  el  paso  al  corralejo,  y  an- 
duve y  vi  el  sombrajo  incurioso,  desvencijado,  y  como  si  cediera  al 
peso  de  la  soledad  y  el  abandono. 

Lo  miré  con  impresión ;  lo  reflexioné  con  pena ,  y  me  recordó  en 
efecto  el  mortuorio  y  beatifico  lecho  de  mi  padre ,  que  cuando  le 
arrancaron  el  cadáver,  se  quedó  vencido  y  envejeció  de  pronto. 

Apartando  las  pajas  hallé  el  agujero  y  tuve  que  ensanchar  para 
que  me  cupiese  la  mano :  éntrela  en  la  alcancía  del  cuervo  hasta 
palpar  los  ahorros;  registré  el  fondo,  y  rebané  sin  dejar  nada. 

Estaba  todo  en  cuartos  y  en  ochavos  segovianos;  y,  como  vi  des- 
pués, juntaban  doscientos  reales. 

Salíame  ya  cargado  como  cobrador  de  banca ,  á  tiempo  que  se 
me  vino  encima  el  Sastre  muy  azorado ,  empujándome  y  diciendo 
que  corriera  sin  ser  visto ,  porque  habia  columbrado  á  la  Sastresa. 
Fuime  hurtado .  llegué  salvo ,  puse  la  suma  á  recaudo  luego  de 
bien  contada,  y  me  eché  á  pensar  piadosamente  en  qué  podria  em- 
plearse el  peculio  de  un  pájaro  muerto  abintestato,  que  por  ser 
pájaro  no  era  racional,  que  por  ser  irracional  no  era  cristiano ,  y 
que  por  esto ,  por  aquello  y  por  lo  otro,  no  se  le  sabia  la  voluntad, 
ni  tenia  parientes  conocidos. 

Era  el  caso  singular  como  no  hay  ejemplo ,  y  anduve  perplejo 
por  largo  espacio  de  tiempo  sin  dar  en  el  hito ,  viéndome  tan  em- 
barazado con  mi  cometido ,  que  hasta  pensé  consultar  el  punto  de 
conciencia  con  un  cura,  y  lo  hubiera  hecho;  pero  el  honrado  Sastre 
me  habia  confiado  para  mí  solo  el  secreto ,  los  dineros  y  el  des- 
empeño. 

Entonces  fué  cuando  creí  ver  luz  y  me  dije :  si  el  Sastre  era  en 
el  cuervo  ó  el  cuervo  era  en  el  Sastre,  lo  han  dudado  el  misijio 
Sastre  y  todos  los  muchachos  de  Balsain.  Ahora  ha  quedado  el  Sas- 
tre todo  en  sí  mismo ,  y  no  digo  uno  solo  en  si  mismo ,  puesto  que 
por  cosas  que  le  tengo  oidas  está  encuervado :  luego  si  yo  aplico 
al  Sastre  lo  que  en  vida  del  cuervo  era  del  cuervo,  cumplo  cierta- 
mente con  la  voluntad  humanizada  de  la  naturaleza  afine  del  cuervo 
ensastrado...  pero  me  temo  al  propio  tiempo  que  tal  vez  no  cumpla 
en  todas  sus  partes  con  la  firme  voluntad  del  sastre  encuervado... 
Declaro  que  con  esta  última  cavilosidad  se  me  apagó  la  luz  del 
entendimiento  y  volví  á  quedar  á  tientas,  en  tanto  que  me  pesa- 
ban los  doscientos  ■  reales  segovianos  más  que  cuando  los  tenía 
encima. 


MAESE    CORNELIO    TÁCITO.  117 

Así  anduve  á  tientas  hasta  la  noche,  mal  hallado  con  el  depósito 
de  confianza  y  peor  avenido  con  mi  oficio  de  testamentario,  cuando 
ya  muy  tarde  cog-ióme  el  sueño  y  á  ojos  cerrados  vi  que  volando 
hacia  mí  llegaba  un  cuervo.  Yo  le  apunté  con  la  escopeta  del  Li- 
cenciado Piñones ,  y  cuando  iba  á  descerrajarle  el  tiro,  seguro  de 
partirle  en  dos  pedazos,  porque  le  tenía  muy  cerca,  me  dijo  el  ani- 
mal: «No  seas  bruto.» — Perdone  V.,  le  respondí,  que  yo  creia  que 
era  V.  un  pájaro  (1). 

En  esto  se  me  cayó  el  arma  de  las  manos ,  y  cata  que  con  la 
mayor  franqueza  se  me  paró  el  cuervo  en  la  barriga ,  de  manera 
que  él  derecho  y  yo  acostado ,  nos  veíamos  las  caras ,  y  estábamos 
pico  á  boca. 

Tomó  seguidamente  la  palabra ,  y  hé  aquí  lo  que  hablamos : 

El  cuervo.     ¿Te  peso  mucho? 

Yo.     Ni  una  pizca,  señor;  ni  siquiera  lo  que  pesa  una  pluma. 

El  cuervo.     ¿Luego  qué  piensas  tú  que  soy? 

Yo.  Es  vuestra  merced  cosa  negra,  cosa  que  parece  clérigo  de 
viento  y  humo,  ó  togado  vacío,  ó  con  perdón  de  vuestra  merced, 
sombra  de  cuervo. 

El  cuervo.     Tú  vas  viendo  claro. 

Yo.  No  señor ,  que  no  veo  sino  oscuro ,  y  por  eso  y  por  lo  que 
no  pesa  vuestra  merced  digo  que  me  parece  más  sombra  de  cuervo. 

El  cuervo.  Pues  por  lo  mismo  que  ves  oscuro  ves  claro ;  que  yo 
ni  soy  funda  de  clérigo  de  viento ,  ni  envoltura  de  togado  hueco, 
sino  la  propia  sombra  del  mismísimo  cuervo  muerto  por  la  So- 
tanera. 

Yo.  Reconozco  ahora  á  vuestra  merced;  pero  dé  vuestra  mer- 
ced lo  suyo  á  cada  uno ,  señor  mió ,  que  á  vuestra  merced  lo  mató 
el  Sastre  y  no  ella. 

El  cuervo.  Si  las  sombras  llorasen,  harían  estanque  de  tu  om- 
bligo mis  ojos  con  sus  lágrimas.  Á  mi  me  mató  la  Sotanera ;  mi 
buen  Padre  Cornelio  fué  el  verdugo ,  y  no  hay  ajusticiado  que  antes 
no  perdone  y  después  no  compadezca  al  miserable  que  lo  ejecutó. 
El  marido  humilde  de  la  mujer  desenvuelta  es  como  hijo  de  eje- 
cutor, que  sin  su  culpa  hereda  deshonras  y  practica  tormentos;  pero 


(1)    La  frase  subrayada  la  aprendí  del  Sr.  D.  Manuel  Mendoza  oyéndole 
referir  un  ingenioso  cuento  de  cierto  lugareño  que  se  encontró  un  loro. 


118  CUENTOS  ESTRAMBÓTICOS. 

Cornelio  era  mi  padre  entre  los  hombres,  y  será  redimido  de  la  es- 
clavitud y  de  la  pobreza.  Allá  lo  veredes,  y  mientras... 

Juega  el  30  en  luna  llena 
Sin  extracto,  añade  el  10, 
Copa  al  temo  en  cuarentena, 
Y  en  noche  de  Noche  Buena 
Repicará  el  almirez. 

Juro  por  mi  ánima  que  desperté  admirado  para  recoger  un 
aviso  de  la  Providencia ,  sin  más  parar  mientes  en  el  cuervo :  pre- 
sumo que  se  apagó ,  porque  no  lo  vi  volar,  ni  me  le  hallé  en  el 
vientre  al  levantarme. 

Apunté  mi  terno ;  faltaban  cuatro  meses  para  la  Noche-Buena, 
y  para  entonces  aplacé  la  jugada;  sin  olvidarme  de  seguir  los 
pasos  á  la  luna  para  llenar  en  todo  y  por  todo  los  preceptos  de 
la  cabala. 

En  cuanto  al  sastre ,  solo  le  dije  que  me  esperara  cuatro  meses 
y  un  dia;  y  como  la  conformidad  era  su  índole,  se  encogió  de  hom- 
bros y  dejó  correr. 

Mañanita  fria  del  17  de  Diciembre  á  las  seis  de  ella,  dia  por  filo 
y  con  punta  del  mártir  San  Lázaro ,  abogado  del  Sastre ,  cami- 
nando iba  yo  para  Segovia  con  mis  doscientos  del  pico no  del 

pico  de  mayor  suma ,  que  no  lo  habia ;  sino  con  mis  doscientos  del 
pico  del  cuervo ,  que  más  de  dos  mil  viajes  le  costaron. 

Entraba  la  luna  nueva  en  Géminis  á  las  siete  y  treinta  y  cinco 
minutos ;  y  á  esta  hora  en  punto  entraba  yo  á  toda  luna  en  la  lote- 
ría de  Primo-Dígito  (que  así  le  llamaban,  porque  solo  contaba  por 
los  dedos),  y  le  espeté  á  D.  Primo  mi  terno  seco  con  todos  los 
cuartos  en  montón ,  que  le  dieron  bastante  en  qué  entender. 

Volvía  yo ,  hecho  mi  encargo ,  asaz  aliviado ,  con  solo  la  cédula 
encima ,  cuando  ya ,  junto  á  las  tapias  de  Quita-Pesares ,  me  enca- 
ré de  súbito  con  el  Sastre  que  andaba  jornada  en  busca  de  misas; 
y  para  aliviarme  por  entero  le  detuve  y  le  dije  todo :  dile  además 
la  jugada ,  descargándome  de  lleno ;  y  él  se  puso  de  rodillas ,  y 
besando  la  tierra  rezaba  al  de  la  lepra. 

Después  siguió  con  prisa  camino  de  ida ,  y  yo  camino  de  vuelta 
muy  despacio,  y  reposé. 

Todo  ello  pasó  como  lo  cuento ,  y  no  hubo  más ,  salvo ,  y  se  me 
olvidaba,  que  también  vi  á  la  Sotanera  frente  á  su  tienda.  Más 
media  cincha  que  cinta :  cabía  en  su  vientre ,  y  podia  dudarse  si 


MAESE    CORNELlO   TÁCITO.  119 

era  ella  la  madre  del  feto  ó  si  estaba  el  feto  preñado  de  la  Sastresa. 
Así  andaba  y  desandaba  treinta  pasos  contados  hasta  sumar  qui- 
nientos que  le  tenia  recetados  el  barbero. 

La  saludé  diciendo:  «Buenos  dias, »  j  como  era  fisgona,  no  me 
respondió  á  esto,  j  sí  me  dio  aviso  de  que  me  habían  llevado  carta 
á  casa,  mientras  que  yo  me  iba  á  picos  pardos. 

•  En  verdad ,  en  verdad ,  que  á  despecho  de  su  sabor  á  chisme,  el 
anuncio  me  puso  espuela  por  lo  extraño. 

Yo  entonces  no  me  comunicaba  con  nadie  más  allá  de  la  viva 
voz ,  y  estaba  pobre. 

Subí  pues  apresurado  á  mi  cuarto ,  y  hallé  en  efecto  un  anchu- 
roso pliego  sellado ,  resellado  y  puesto  á  mi  nombre  con  cada  letra 
como  un  geme;  rompí  la  nema,  miré  la  firma,  y  era,  ¡oh  placer! 
dé  mi  tío  el  Gigante ,  que  hacía  muchos  años  nos  había  abandona- 
do á  mí  y  á  mi  tío  el  Enano. 

Hé  aquí  la  carta. 

Sobrino :  Por  un  fraile  de  paso  supe  que  también  se  murió  mi 
hermano  Mínimo  Corpúsculo. 

Como  aquel  tu  tullo  era  de  suyo  tan  escaso ,  hombre  faldero  por 
lo  menudo,  y  sujeto  en  fin  de  poca  raspa  y  de  menos  tercios,  siem- 
pre pensé  que  no  llevaría  gran  vida  á  la  grupa ,  fundado  en  que 
no  le  cabria  toda  la  natural ;  y  fué  tan  exacto  mi  juicio,  que  se  le 
apeó  el  alma  del  cuerpezuelo  escurrida  por  las  ancas ,  y  se  le  vio 

morir  hecho  una  nada,  según  me  dijo  el  fraile ¡téngalo  Dios, 

si  lo  encontró,  que  sí  creo! 

El  buen  Corpúsculo,  que  cabia  de  balde  en  la  tartana  del  Cuco; 
el  buen  Corpúsculo ,  que  no  abultó  en  este  mundo  lo  que  un  glo- 
ria patri  de  mi  rosario ,  holgado  andará  en  la  gloria  entera.  Tén- 
galo Dios ,  como  lo  tuvo  el  Cuco ,  y  aguárdenme ;  que  si  vale  el 
vivir  por  el  tamaño,  la  cosa  va  de  largo. 

Sobrino  •  bien  escribí  al  difunto  que  te  midiera ,  y  que  me  man- 
dase lo  que  alcanzas ;  pero  como  se  me  pasó  advertirle  que  te  pal- 
meara estando  tú  en  la  cama,  presumo  que  no  pudo  complacerme, 
porque  no  te  llegó  de  cabo  á  rabo. 

Sobrinillo :  yo  no  sé  si  tú  sabes  que  me  fui  de  Europa ,  porque 
ahí  todas  las  mujeres  me  venían  cortas.  Y  porque  me  ha  pasado 
por  acá  lo  mismo  con  las  hembras  patagonas ,  y  porque  estoy  de 
non ,  despareado  en  el  mundo ;  y  por  cuanto  cuento  con  muchos 
pares  de  pesos  y  sobrados  pares  de  años ,  te  mando  que  vengas ,  y 


120  CUENTOS   ESTRAMBÓTICOS. 

te  mediré  con  este  dedo  de  punta  á  punta.  Lo  demás  de  mi 
cuenta. 

Desde  las  Pampas  etc. — Tu  tio ,  Máximo  Espanta-Leones. 

La  leia  y  releia  estupefacto mas  para  ser  breve  digo  que  co- 
bré aliento  hasta  salir  por  agua  de  este  mundo  viejo  y  sentar  pies 
en  el  Nuevo-Mundo. 

De  como  no  me  despedí  de  nadie  en  Balsain ,  lo  extrañaría  solo 
el  Sastre ;  y  de  cómo  di  con  mi  tio  en  las  Pampas ,  digo  que  lo  pri- 
mero vi  la  sombra  y  anduve  por  ella  á  Pampa  oscura  hasta  dar 
con  el  bulto. 

Mi  tio  estaba  á  la  sazón  sentado ,  y  al  verme  se  levantó  para 
abrazarme ;  pero  como  no  me  llegaba  con  las  manos ,  tendióse  boca 
arriba  y  yo  le  corrí  á  lo  largo  hasta  caer  en  sus  brazos. 

La  escena  fué  tiernísima ,  y  vivimos  juntos  diez  años ,  al  cabo 
de  los  cuales  reventó. 

Era  mi  tio  Máximo  mayor  que  una  fragata;  y  por  el  estruendo 
que  hizo  calculo  que  reventó  de  puro  fuerte ,  ó  que  se  le  voló  la 
Santabárbara  por  incendio  en  la  bodega. 

El  caso  horrendo  aconteció  de  noche ,  y  el  estallido  fué  tal ,  que 
estremeció  la  tierra,  y  caímos  todos ,  incluso  los  que  estaban  acos- 
tados. 

Los  que  dormían  en  posición  supina  despertaron  boca  abajo, 
chocando  en  rudo  y  simultáneo  contraste  con  los  que  dormían  boca 
abajo,  que  despertaron  boca  arriba  sin  atinar  la  causa. 

La  sorpresa  era  natural ;  mas  la  escena  resultó  lastimosa  en  sumo 
grado ,  y  las  consecuencias  se  lamentan  todavía  allá  en  las  Pampas. 

A  sus  resultas  todos  los  niños  salvajes  quedaron  con  alferecía, 
las  doncellítas  se  quedaron  pochas,  las  matronas  en  estado  intere- 
sante abortaron  de  golpe,  y  á  los  varones  les  cayó  el  barbote.  Ya 
con  lo  dicho,  y  calcular  mi  pena,  se  verá  cuan  deplorables  fueron 
los  resultados  de  la  súbita  muerte  de  mi  tío. 

«  ¡  Guay ,  que  se  despanzurró  Espanta-leones !  gritaban  todos 
)cada  uno  en  su  lengua ) ,  y  ya  repuestos  del  susto  le  enterramos 
entero  en  dos  barrancos  porque  no  cabía  en  uno. 

Mas  para  ser  breve ,  digo  que  con  los  dineros  de  mi  tio  me  volví 
á  Balsain. 

Entraba  yo  en  la  aldea  saboreando  el  ambiente  de  la  patria,  am- 
biente siempre  sazonado  con  los  recuerdos  de  la  infancia;  y  al 
propio  tiempo  me  sentía  benévolamente  curioso  respecto  al  incierto 


MAESE   CORNELIO    TÁCITO.  121 

porvenir  de  Maese  Cornelio  Tácito ,  porvenir  tanto  más  incierto, 
cuanto  que  lo  habia  dejado  pendiente  de  un  lote. 

Con  este  deseo  pasé  por  la  casa  del  honrado  Sastre  antes  de 
buscarme  albergue,  j  hallé  que  la  tienda,  la  habitación  y  el  cor- 
ralejo  hablan  cedido  su  lugar  á  otro  ostentoso  edificio ;  era  tal,  que 
para  ser  egreg-io  le  sobraba  el  ser  nuevo,  ó  mejor  dicho,  era  tal, 
que  para  ser  del  todo  egregio ,  le  faltaba  ser  viejo. 

Quedábame  la  ignorancia  de  quién  fuese  el  dueño  y  la  sospecha 
de  si  podria  serlo  el  Sastre. 

Reconociendo  detenidamente  la  fachada ,  paré  la  vista  en  un  es- 
cudo de  armas  que  por  su  tamaño  bastarla  á  decorrar  un  palacio  de 
augustas  dimensiones;  y  luego  examinando  los  cuarteles,  noté 
que  solo  contenia  dos. 

Era  el  primero  un  palomino  atontado  en  campo  simple  y  orlado 
el  campo  con  un  lema  que  decia :  /Sicut  palus-minus  divisum  est\ 
ita  jungituT  in  uno,  y  era  el  segundo  en  campo  de  gules  un  pan 
partido  con  unas  tijeras ,  y  sobre  el  pan  un  cuervo  con  un  mote  en 
el  pico  que  decia :  Sic  pañi  corvus  additnr. 

Coronaba  el  escudo  un  yelmo  con  cimera  plumífera ,  y  pendia  de 
todo  una  gran  medalla  de  oro  en  cuyo  exergo  leí  este  emblema: 
Con  30,  10  y  40  nació,  vive  y  se  acrecienta. 

\  Hé  aquí  mi  sastre !  ¡  hé  aqui  la  realización  de  mi  sueño  !  dije ,  y 
me  colé  de  rondón. 

Pasado  el  portal ,  allí  en  aquel  mismo  sitio  en  que  estuvo  la  tien- 
da ,  estaba  sentado  un  venerable  anciano ,  tranquilo ,  limpio ,  sere- 
no como  los  justos;  me  arrojé  á  su  cuello  y  lloró  de  placer  al  co- 
nocerme; ni  siquiera  nos  dimos  nuestros  nombres. 

Pregunté  á  Maese  Cornelio  por  su  mujer,  y  me  respondió  que 
había  muerto  la  noche  de  Noche-Buena  de  aquel  año ,  que  yo  me 
sabia,  después  de  haber  dado  áluz  un  niño. 

Naturalmente  le  pregunté  por  el  niño ,  y  solo  me  dijo  que  lo 
quería  mucho. 

Le  pregunté  entonces  por  el  Licenciado  Piñones ,  y  contestó  á 
esto  que  el  Licenciado  habia  sido  el  arquitecto  de  aquella  casa;  pero 
que  habiendo  salido  cierto  día  á  cazar  gangas ,  le  voló  una  y  la 
tiró ;  pero  que  habiéndole  salido  el  tiro  por  la  culata ,  cayó  muerto 
en  redondo. 

Dísgresó  desde  su  última  respuesta  con  marcada  ternura ,  sin 
dejar  más  ocasión  á  mis  preguntas,  y  siguió  así:  «Ayudado  de 


122  CUENTOS   ESTRAMBÓTICOS. 

VOS ,  mi  buen  vecino ,  soy  feliz ,  á  Dios  gracias ;  soy  todo  lo  feliz 
que  puede  serlo  un  viejo.  Tengo,  como  tenemos  los  ancianos,  la 
felicidad  del  cansacio  por  la  necesidad  del  reposo. 

Quedaos  ahora  á  vivir  conmigo ,  os  lo  suplico ,  y  ya  juntos  para 
siempre :  cuanto  me  lia  pasado  en  toda  la  vida  y  lo  que  os  haya 
acontecido  en  diez  años  de  ausencia  nos  lo  contaremos  tranquilos, 

sin  ambición  ni  pobreza;  sentados  á  la  sombra  de  aquel  sauce 

ya  lo  veréis ,  ¡  qué  garrido ,  qué  lozano ,  qué  pomposo  está !  Parece 

un  templo No,  no;  parece  un  altar  erigido  á  la  Esperanza  en 

el  templo  de  la  naturaleza. 

Junto  á  este  altar  en  que  las  aves  aplauden  á  Dios ,  veréis  tam- 
bién una  lápida ;  labrada  está  con  la  punta  de  mis  tijeras,  ¡y  es  la 
losa  que  cubre  las  cenizas  de  mi  primer  amigo ! . . . . 

Asi  vos ,  mi  segundo  y  último  amigo ,  cubráis  con  idéntico  amor 
mis  restos  mortales  y  visitéis  muchos  años  mi  sepultura  sin  sombra 
de  dolor  en  la  memoria. 

Antonio  Ros  de  Olano. 


EL  CANTO  DEL  CISNE, 

EPISODIO  PRIERO  DE  LAS  MEMORIAS  DE  ÜN  CORONEL  RETIRADO. 


XVII. 

EL  ESPIONAJE.— PRIMER  ENCUENTRO.— PRECAUCIONES  DE  UN 

CURIAL  EN  SUS  AVENTURAS.— CONCURSO  DE  ACREEDORES.— LA  REO  VERDUGO. 

Continuación. 

Madrid  9  de  Octubre. — Al  pasar  yo  por  delante  de  la  iglesia  del 
convento  de  monjas  de  D.  Juan  de  Alarcon,  sus  campanas,  tocando 
á  maitines ,  anunciáronme  que  la  fatídica  hora  de  la  media  noche 
se  acercaba  rápidamente. 

El  alumbrado  de  las  calles  de  Madrid  (1)  parece  no  tener  otro 
objeto  que  el  de  hacer  visible,  y  por  tanto  sensible,  el  horror  de  las 
tinieblas  que  en  ellas  imperan  siempre  que,  en  ausencia  del  sol, 
no  se  digna  la  luna  iluminarlas.  Sobre  escasos  en  núinero  y  en  luz 
pobrísimos ,  los  faroles  que  pretenden  alumbrarnos ,  ó  pagan  á  sus 
administradores  y  sirvientes  un  tributo  en  aceite ,  ó  reciben  de  ellos 
ración  insuficiente  en  cantidad  y  en  calidad  pésima.  Sea  por  lo 
que  quiera ,  de  hecho,  casi  siempre  á  las  once  de  la  noche  se  en- 
cuentran ya  en  nuestras  calles ,  tres  faroles  apagados  y  uno  mori- 
bundo, por  cada  cinco  que  se  encienden  lo  más  tarde  que  se  puede; 

(1)  Este  párrafo  paréceme  intercalado  con  mucha  posterioridad  á  la  fecha 
en  que  figura.  Las  observaciones  sobre  policía  urbana  que  contiene,  parecen 
más  propias  de  los  discretos  artículos  del  Curioso  parlante,  que  del  Diario  de 
un  hombre  en  la  situación  en  que  entonces  se  encontraba  Lescura. — N.  del 
Editor. 


124  MEMORIAS 

pero  que  á  las  doce  muy  en  punto  se  apagan ,  cuando  ellos  mismos 
al  farolero  no  se  le  han  ya  anticipado.  La  noche,  además,  era  de  las 
nubladas  y  más  que  frescas  de  los  últimos  dias  del  otoño ;  por  ma- 
nera que ,  al  llegar  yo  á  una  de  las  esquinas  de  la  calle  en  que  la 
pérfida  beldad  habita,  encontróme  en  oscuridad  tan  absoluta,  y 
soledad  tan  completa ,  como  el  ladrón  prudente  y  el  amante  dis- 
creto á  par  que  favorecido,  la  desean. 

Faltaban,  en  mi  reloj,  algunos  minutos  todavía  para  la  media 
noche. 

Visitar  casa  alg'una  á  tal  hora ,  no  tratándose  de  baile  ó  g-ran 
tertulia,  no  era  cosa  que  cupiera  ni  aun  en  mí  entonces  alterado 
juicio:  mas  aparte  esa  consideración ,  el  aviso  anónimo  bastara  para 
determinarme  á  ponerme  en  acecho  y  observar  calle  y  casa ,  du- 
rante algún  tiempo,,  antes  de  tomar  resolución  definitiva. 

Solo  quien  sepa  cuan  soberanamente  antipático  me  es  todo  lo  que, 
de  cerca  ó  de  lejos,  tiene  la  menor  semejanza  con  el  espionaje  y  la 
policía,  instituciones  cuya  necesidad  no  disputo,  cómo  tampoco  la 
de  las  cloacas ,  que  sin  embargo  me  sublevan  el  estómago  si  tengo 
la  desdicha  de  acercarme  á  ellas;  solo  quien  sepa,  repito,  cuánto 
detesto  el  espionaje ,  ó  quien  como  yo  lo  abomine ,  añado  ahora, 
podrá  darse  cuenta  del  humillante  remordimiento  que  agravaba  en 
mi  alma  las  celosas  angustias ,  mientras  con  planta  cautelosa,  re- 
primiendo el  aliento,  y  en  las  paredes  procurando  incrustarme  casi, 
inspeccioné  aquella  maldita  calle,  sin  encontrar  en  mi  primera 
ronda  cosa  alguna  que  confirmase  ó  disipara  mis  sospechas. 

Puertas  y  ventanas  estaban  cerradas  á  piedra  y  lodo,  como  suele 
decirse ,  en  la  casa  de  Laura  lo  mismo  que  en  todas  las  restantes . 
Nadie ,  absolutamente  nadie ,  ni  parado,  ni  transitando,  ni  por  el 
arroyo,  ni  en  las  aceras ,  ni  ocultándose  en  los  umbrales  de  las  casas, 
ó  en  las  rinconadas  de  la  calle.  «¡Juliana  ha  mentido!  (Me  decía 
yo) ;»  «¡  Laura  me  es  fiel!»  Y  alentado  por  esas  consoladoras  ideas, 
separábame  de  las  paredes  á  que  había  ido  como  pegado  durante 
mi  primer  paseo,  y  ya,  como  quien  nada  recela,  emprendía  á 
cuerpo  descubierto  la  segunda  ronda. 

Al  terminarla ,  en  la  esquina  del  extremo  opuesto  á  aquel  donde 
la  comencé ,  vi  empero,  á  la  vuelta  de  la  calle ,  en  otra  á  ella  casi 
perpendicular,  un  carruaje  parado.  Era  una  berlina  de  color  oscuro, 
tirada  por  dos  soberbias  muías ,  y  cuyo  cochero  envuelto  en  un  gran 
Carrick  verde,  sin  galón  de  librea  en  él  ni  en  el  sombrero,  estábase 


DE  UN    CORONEL  RETIRADO.  125 

inmóvil  y  silencioso,  fumando  un  cigarrillo  de  papel,  en  lo  alto  de 
un  pescante  de  los  llamados  de  tumba. — «¿Qué  hacia  allí,  en  aquel 
sitio,  nada  aristocrático  por  cierto,  y  á  aquellas  horas,  una  berlina, 
indudablemente  particular,  y  de  particular  rico,  á  juzgar  por  la 
calidad  de  las  muías  y  el  traje  del  auriga? 

y  un  hombre ,  que  detrás  del  coche ,  como  á  cosa  de  cuarenta  ó 
cincuenta  pasos ,  se  dejaba  ver  apenas ,  y  parecía  embozado  hasta 
los  ojos  en  una  gran  capa.  ¿Era,  por  ventura,  el  lacayo;  un  agente 
de  policía;  ó  un  quídam  que,  por  su  cuenta,  espiaba  al  dueño  de  la 
berlina? 

Eso  me  preguntaba  yo,  cuando  sonaron  las  doce  de  la  noche  en 
un  reloj  de  torre  no  muy  distante. 

Cada  vibración  del  bronce  por  el  martillo  de  la  máquina  herido, 
fué  como  un  golpe  en  mi  corazón  asestado  por  la  mano  airada  de 
los  celos.  Sin  saber  por  qué ,  parecíame  que  sonaba  para  mí  la 
hora  fatal ;  y  solo  acierto  á  explicar  mi  congoja,  comparándola 
con  la  del  sentenciado  á  muerte ,  á  quien  se  notifica  que  el  mo- 
mento de  ir  al  patíbulo  ha  llegado. 

Simultáneamente  ,  al  son  de  las  campanadas ,  el  cochero  hizo  un 
movimiento  de  hombros ,  como  quien  se  apercibe  á  entrar  en  ac- 
ción ,  ó  más  bien  como  el  soldado  á  la  voz  de  Firmes ,  recogiendo 
al  mismo  tiempo  las  riendas  que ,  como  abandonadas ,  antes  tenia; 
y  el  hombre  embozado  retiróse  apresuradamente  algunos  pasos, 
yendo  á  ocultarse  ó  perderse,  en  la  sombra  de  una  casa  vecina,  de 
la  alineación  general ,  como  otras  muchas ,  discordante. 

Yo ,  á  mi  vez ,  contramarché  de  nuevo  en  dirección  á  la  casa  de 
Laura ;  y,  en  la  acera  opuesta,  plánteme  como  centinela  de  vista. 

Según  después  he  calculado,  hube  de  estar  así  en  acecho,  y 
como  magnetizado ,  de  seis  á  ocho  minutos ,  espacio  que  me  pare- 
ció entonces  el  de  un  siglo. 

Al  cabo  de  ese  tiempo  oí, — y  aun  me  estremezco  al  escribirlo — 
pero  oí  el  escaso  sonido  que  una  buena  llave  produce  al  dar  vuelta 

en  la  cerradura  para  que  se  hizo Sí  lo  oí;  y  era  en  la  puerta 

de  la  casa  de  la  infiel ;  y  no  sé  si  el  sonido  de  la  trompeta  del  jui- 
cio final  hará  saltar  mis  huesos  en  la  tumba  como  entonces ,  estoy 
por  decir,  que  crugieron ,  al  compás  mismo  que  mis  desdichados 
nervios  se  crispaban.  ¡Estúpidos  somos  los  hombres,  cuando  de  va- 
nidad acusamos  á  las  mujeres !  ¡  Cómo  no  han  de  envanecerse,  sa- 
biendo que  tal  y  tan  gran  poder  ejercen  en  nuestros  flacos  misera- 


126  MEMORIAS 

bles  corazones ,  precisamente  cuando  ellas ,  por  sus  villanías ,  se 
hacen  del  universal  desprecio  más  dignas ! 

En  fin ,  yo  me  estremecí  horripilado  al  crugir  del  hierro  de  la 
llave  en  la  cerradura  ;  mis  cabellos  se  erizaron;  mi  mano  asió  con- 
vulsiva el  puño  de  mi  espada ;  y  sin  embargo ,  me  fué  tan  imposi- 
ble moverme ,  como  si  raíces  hubieran  mis  plantas  echado  en  el 
suelo  sobre  que  insistían. 

En  tanto  abrióse  la  puerta,  y  salió  por  ella,  embozado  como 
puede  suponerse,  un  hombre  en  quien,  sin  embargo,  más  bien 
adivinaron  mis  celos  que  reconocieron  mis  ojos  á  la  incierta  luz 
de  la  bujía  con  que  la  doncella  de  Laura  le  alumbraba,  al  Marqués 
del  Marmolejo. 

¡  La  primera  parte  del  aviso  anónimo  habíase  ,  pues ,  infelicísi- 
mamente  realizado  ;  y  yo  permanecía  como  petrificado  en  mi 
puesto ! 

El  Marqués ,  volviéndose  á  la  criada ,  y  como  alargándola  algo, 
que  ella  tomó  sin  hacerse  de  rogar,  díjole,  en  voz  tan  baja  que  no 
pude  oírlas ,  algunas  palabras ,  á  que  una  sola ,  pero  muy  expre- 
siva inclinación  afirmativa  de  cabeza ,  sirvió  de  respuesta. 

Entonces  Marmolejo  echóse  á  la  calle ;  la  doncella  dio  un  por- 
tazo al  cerrar ;  y  yo ,  saliendo  al  fin  de  mi  estupor,  atraveséme  en 
el  camino  de  aquel ,  á  mi  parecer,  mortal  venturoso ,  díciéndole  en 
ronco  iracundo  acento : 

— «  ¡  Alto ,  Sr.  Marqués!  ¡Tenemos  los  dos  que  ajustar  una  cuen- 
))ta ,  aquí ,  y  ahora  mismo!  » 

El  instinto  de  la  propia  conservación ,  ó  la  sorpresa ,  hicieron  á 
á  mi  hombre  dar  precipitadamente  dos  ó  tres  pasos  á  su  espalda, 
en  el  momento  en  que  aparecí  súbito  á  su  vista;  mas,  recobrándose 
instantáneamente  ,  replicóme  con  socarrona  flema : 

— ¡ Ah!  ¿Es  V. ,  amigo  Lescura?  ¡Ya  me  lo  figuraba! 

— ¡Tanto  mejor!  (repuse).  Así  ahorraremos  palabras  inútiles. 
¿Trae  V.  armas? 

— No  las  traigo  (me  contestó,  siempre  en  el  mismo  tono),  ni  me 
hacen  falta.  Lo  que  necesitamos  los  dos ,  y  V.  según  veo  más  que 
yo,  es  un  poco  de  cachaza,  y  mucho  silencio  ahora.  Véngase  V. 
conmigo.» 

Absorto ,  como  se  comprende ,  al  verme  recibido  con  tal  sangre 
fría ,  y  tratado  con  tanto  desahogo  en  tan  crítico  lance ,  hubo  un 
momento  en  que  estuve  por  creer  que  soñaba ,  y  no  supe  qué  de- 


DE  UN  CORONEL  RETIRADO.  127 

cirle  á  mi  serenísimo  rival ;  pero  él ,  aprovechando  discreto  mi  ir- 
resolución ,  y  acercándose  con  todo  el  aplomo  de  quien  se  reconoce 
á  sí  mismo  en  serenidad  superior  al  hombre  con  quien  habla ,  tra- 
bóme del  brazo ,  y  andando  ya ,  me  dijo : 

— Usted  está  armado,  y  o  inerme,  y,  por  consiguiente,  sé  que  no 
corro  con  V.  peligro  alguno.  Si  más  tarde  se  empeña  V.  en  reñir, 
que  no  lo  creo ,  prometo  complacerle.  Yo  también  he  servido,  y  yo 
también  tengo  honra ;  pero  se  me  figura  que  la  cosa  no  vale  la 
pena  de  que  dos  hombres  decentes  arriesguen  su  vida.  Un  desafío 
por  esa  mujer  nos  pondría  á  los  dos  en  ridículo,  y  á  mí  sobre  todo. 

Créame  V. ,  amigo :  lo  que  hemos  de  hacer  es Pero  ya  tenemos 

aquí  mi  berlina Hágame  el  favor  de  honrarla » 

En  efecto ,  andando  yo  maquinalmente ,  y  hablando  él  como  si 
del  negocio  más  indiferente  para  uno  y  otro  se  tratara ,  habíamos 
llegado  donde  estaba  la  berlina ,  y  el  Marqués ,  abriendo  la  porte- 
zuela, invitábame  no  menos  con  el  gesto  que  con  la  palabra,  á  que 
á  ella  subiera. 

Yo  entonces ,  recobrándome  un  poco ,  neguéme  diciéndole : 

— Puesto  que  está  V.  sin  armas,  habremos  de  esperar  á  mañana. 
Sírvase  V.  señalar 

— Tiempo  habrá  para  hacerlo,  si  es  necesario.  Ahora,  siquiera 
V.  cerciorarse  de  que  no  somos  solos  los  dos,  los  acreedores  á  este 
concurso  conwcados ,  favorézcame  subiendo  á  la  berlina.» 

— ¡Marqués,  Marqués!  Yo  no  tengo  la  dichosa  indiferencia  que 
V.  demuestra;  y  para  saber  si  es  verdad  tanta  infamia  en  esa  mu- 
jer, quiero  quedarme  en  la  calle. 

— Que  será  el  medio  infalible  de  que  nada  sepa  V. ,  absolutamente 
nada.  ¿Cómo  quiere  V.  que  nuestro  tercero  en  discordia,  que  no 
es  hombre  de  armas  tomar  ni  mucho  menos,  se  ponga  en  campaña 
mientras  haya  moros  en  la  costa?  Aun  cuando  él  se  arriesgara,  que 
no  se  arriesgará,  ella,  que  sabe  muy  bien  la  aguja  de  marear, 
tomaría  sus  precauciones  de  manera  que  perdiese  V.  el  tiempo. 
Quizá  esta  detención  nos  eche  ya  á  perder  el  negocio.  Suba  V. ,  y 
yo  le  respondo,  bajo  mi  palabra  de  honor,  de  que  si  lo  que  necesita 
es  cerciorarse  de  que  somos  tres,  por  lo  menos,  los  bienaventura- 
dos, pronto  quedará  más  que  satisfecho. 

Persuadido  á  medias  por  tales  razones ,  subí  no  obstante  al  car- 
ruaje ,  que,  apenas  cerramos  la  portezuela  se  puso  en  marcha  al 
trote  largo  de  su  excelente  tiro ,  sin  que  el  Marqués  le  dijera  á  su 


128  MEMORIAS 

cochero  ni  una  sola  sílaba.  A  la  cuenta  el  fiel  é  inteligente  auriga 
tenia  de  antemano  recibidas  sus  instrucciones. 

— Hace  tiempo  (dijo  Marmolejo,  tomando  la  palabra  inmediata- 
mente) que  yo  sospechaba,  Sr.  de  Lescura,  las. relaciones  de  Laura 
con  V.;  pero,  de  algunas  semanas  á  esta  parte  solamente,  las  sé  con 
certidumbre.  Ignoraría,  sin  embargo,  su  llegada  de  V.  hoy  y  su  más 
que  probable  paseo  nocturno  por  estas  calles,  si  el  corresponsal  anó- 
nimo que,  en  cuanto  á  lo  primero,  me  puso  en  camino,  no  me  hu- 
biera esta  noche  misma  avisado  lo  segundo,  y  algo  más  que  vere- 
mos. Apostaría  mí  cabeza  á  que  V.,  en  mí  lugar,  hubiera  corrido á 

buscar  á  la  infiel  y  pedirle  cuenta  de  su  infame  conducta,  y 

¡qué  sé  yo!  Hace  algunos  años  hubiera  yo  hecho  otro  tanto;  hoy  sé 
que, en  tal  caso,  solo  habría  logrado  ponerla  sobre  aviso  y  hacerme 
engañar  de  nuevo,  infaliblemente.  ¡Nada,  amigo  mío,  nada  de  eso! 
La  franqueza  en  estas  materias,  con  las  mujeres  galantes,  es  una  san- 
dez de  que  ellas,  sin  el  menor  escrúpulo,  se  prevalen.  Yole  he  hecho 
á  Laura  mi  acostumbrada  visita  esta  noche,  como  sí  la  creyera  más 
leal  que  Penélope,  y  la  dejo  tan  satisfecha  de  que  me  la  pega,  como 
la  Rosína  de  El  Barbero  de  Sevilla  cuando  en  las  barbas  de  Don 
Bartolo  se  casa  con  Almaviva. 

A  V.  le  supone  todavía  en  Pamplona :  por  consiguiente  nada 
recela  por  esa  parte,  y  va,  sin  remedio,  á  caer  en  el  lazo.  ¡Ya  verá 
V.  qué  lance  tan  divertido ! 

Al  proferir  el  Marqués  la  última  palabra  de  su  cínica  peroración 
y  sin  darme  tiempo  á  replicarle,  hizo  alto  la  berlina;  saltó  al  suelo 
Marmolejo,  y  seguíle  yo  en  la  situación  de  espíritu  que  cualquiera 
puede  imaginarse. 

Dando  en  poco  tiempo  una  gran  vuelta,  habíanos  el  carruaje  lle- 
vado al  extremo  de  la  calle  de  Laura  opuesto  al  que  fué  nuestro 
punto  de  partida;  pero  conviene  advertir  que  no  llegamos  en  coche 
á  la  calle  misma,  sino  que  dejamos  el  tal  vehículo  en  una  de  las 
adyacentes;  y  á  pié,  y  en  profundo  silencio,  nos  dirigimos  á  la  mo- 
rada de  la  pérfida  belleza. 

Precisamente  al  doblar  nosotros  la  esquina,  un  embozado  y  un 
•  Sereno,  á  quienes  vimos  merced  á  la  luz  del  farol  del  último,  lle- 
gaban á  la  puerta  de  la  mansión  de  aquella  Venus  erótica. 

— Esta  gente  de  curia  (murmuró  el  Marqués  á  mi  oído  con  bur- 
lón acento ) ,  esta  gente  de  curia  es  siempre  muy  precavida  y  sabe 
guardar  el  bulto.  Viendo  á  ese  mozo  con  el  Sereno,  chuzo  en  ristre 


DE  UN  CORONEL   RETIRADO.  ,129 

y  farol  encendido  á  su  bdo,  ¿quién  diablos  se  figurará  que  se  trata 
de  una  cita?  Cualquiera  diria  que  es  un  Comadrón  á  toda  prisa  lla- 
mado. 

Mientras  asi  decia  aquel  hombre ,  cuya  calma  envidio  sin  com- 
prenderla todavía ,  reteníame  cabe  sí  muy  mal  de  mi  grado ,  por- 
que mi  deseo  era  arrojarme  sobre  el  tercer  galán  y  darles  á  él  y  á 
su  alumbrante  una  lección  contundente  en  el  acto.  Pero  no  hubo 
medio  de  lograrlo :  mientras  yo  pugnaba  por  desasirme  del  Mar- 
qués ,  el  embozado  entraba  en  la  casa ;  y  el  Sereno ,  cerrando  la 
puerta  con  gran  sosiego,  íbase  cantando  en  voz  estentórea:  « ¡  Las 
doce  y  media  y  nubladooo ! » 

— Ahora  (exclamó  el  Marqués,  frotándose  las  manos  con  la  mis- 
ma satisfacción  que  si  le  hubiera  tocado  un  premio  á  la  lotería  ó 
cosa  semejante),  ¡cinco  minutos  de  paciencia,  amigo  Lescura! 
¡  cinco  minutos  no  más !  y  nos  veremos  las  caras  mi  estimable  y 
fidelísima  señora  Doña  Laura ,  por  antítesis,  sin  duda,  llamada  de 
Piedrafirme. 

Hay  hombres  feroces  consigo  mismos  en  ciertas  materias,  á  quie- 
nes no  les  basta  saber  con  evidencia  que  los  engañan.  ¡Quieren 
verlo  por  sus  propios  ojos!  ¡No  están  satisfechos,  si  en  su  propia 
ignominia  no  se  bañan  ! 

Tal  me  parecía  el  propósito  de  Marmolejo ,  y  sin  embargo  tuve 
la  debilidad  de  asociarme  á  él.  Sí:  tuve  la  debilidad  de  permanecer 
en  aquella  calle  los  cinco  minutos  exigidos,  sin  perdonárseme  un 
solo  segundo.  Al  cabo  de  ellos,  entreabrióse  un  postigo  de  uno  de 
los  balcones  de  la  casa ,  y  detrás  de  la  cortina  de  la  vidriera  apa- 
recióse, como  figura  fantasmagórica,  una  mujer  con  una  luz  en  la 
mano:  cerróse  de  nuevo  el  postigo,  y  al  instante  me  dijo  el  Marqués: 

— Lorenza,  la  doncella  de  Laura,  me  avisa  de  que  ya  es  tiempo. 
Sígame  V. 

Entonces  llegamos  á  la  puerta;  abrióla  Marmolejo  con  una  llave 
que  sacó  del  bolsillo;  entramos;  subimos  á  tientas  la  escalera,  como 
malhechores  que  en  el  silencio  libran  el  éxito  de  sus  iniquidades;  y 
encontrando  en  el  piso  principal  el  paso  franco,  llegamos  sin  tro- 
piezo á  los  umbrales  del  boudoir  de  la  infame  hermosura. 

Ambos ,  como  de  común  acuerdo  aunque  nada  nos  habíamos  di- 
cho ,  paramónos  allí ,  respirando  apenas ,  y  mirándonos  uno  á  otro 
á  la  cara  con  asombro  y  vergüenza. 

¡Un  celoso  que  sorprende  y  mata,  si  á  mano  viene,  él  solo,  por 

TOMO  III.  9 


130  MEMORIAS 

SU  desesperada  pasión  movido ,  á  su  esposa  ó  á  su  amada  en  el  mo- 
mento en  que  aquella  su  infidelidad  consuma,  ya  se  concibe  y  se  ex- 
plica, y  aun  á  veces  se  justifica:...!  Pero  \dos  celosos  á  un  tiempo! 
¡  Dos  hombres  simultáneamente  favorecidos,  y  simultáneamente  por 
la  misma  mujer  engañados,  y  simultáneamente  también  acechán- 
dola de  consuno  y,  de  cuenta  y  mitad,  disponiéndose  á  castigarla! 

Hay  en  esa  complicidad ,  de  que  soy  reo ,  cierta  especie  de  co- 
bardía ,  algo  de  impudor ,  que  no  acierto  á  perdonarme ;  y  que  con- 
sidero, quizás,  como  la  mayor  de  las  desdichas  que  debo  á  la  maldad 
de  Laura. 

¡  Y  qué  hermosa ,  qué  seductora  estaba  la  pérfida ! 

Su  houdoir  (que  gabinete  no  expresa  bien  lo  que  es  aquella  ha- 
bitación) su  boudoir ,  de  seda  azul  y  rosa  entapizado ,  y  cuyas  cor- 
tinas son  todas  de  muselina  blanca  de  la  India  bordada  de  oro; 
estaba  entonces  iluminado  solamente  por  una  lámpara  de  alabastro, 
pendiente  de  tres  cadenas  de  bronce  que  la  unian  al  techo  primo- 
rosamente pintado  al  fresco. 

Ella ,  recostada  muelle  y  voluptuosamente  en  una  otomana,  suelto 
su  magnifico  y  negro  cabello ,  y  vestida  una  bata  de  finísima  ba- 
tista, con  guarniciones  de  flamencos  encajes,  tenia  un  pié,  taa  breve 
como  primorosamente  calzado ,  sobre  un  taburete  de  tapicería ,  y 
el  otro  en  el  suelo.  Su  mano  izquierda  teníala  asida....  ¡La  pluma 
parece  que  me  abrasa  la  mano  al  querer  escribirlo !  Pero ,  en  fin,  es 
verdad:  Fausto,  el  sobrino  del  Procurador;  Fausto,  el  imbécil  as- 
pirante á  curial;  Fausto,  con  su  perpetuo  alfiler  de  brillantes  y  su 
belleza  de  mozo  de  cuerda ,  y  su  ingénita  vulgaridad ,  estaba  allí, 
en  la  misma  otomana,  al  lado  de  Laura ,  devorándola  con  ojos  de 
irracional  sensualismo ,  asiendo  una  de  sus  manos ,  y  con  el  brazo 
libre  enlazando  su  cuello. 

— «No  seas  aprensivo — decíale  ella  cuando  llegamos. — ¡El  Mar- 
qués ha  salido  solo ! 

—  «Te  digo  que  le  he  visto  subir  con  otro  á  su  berlina»  re- 
plicó él. 

—  «Algún  conocido  que  se  habrá  por  casualidad  encontrado;  si 
es  que  no  has  visto  visiones ,  como  supongo. 

—  i  No  he  visto  visiones ,  bien  de  mi  vida ! 

—  ¿Y  qué  importa ,  Fausto  mió?  Gáname  tú  el  pleito ;  recohre  yo 
lo  que  tengo  en  poder  de  ese  hombre ;  y  verás  como ,  rompiendo  un 
yugo  que  yo  no  puedo  soportar 


DE  ÜN  CORONEL  RETIRADO.  131 

—  «¿Serás  enteramente  mia?  ¿Te  casarás  conmigo,  Laura  ado- 
rada ? »  preguntó  con  brutal  entusiasmo  el  muy  belitre ;  pero  Laura 
no  pudo  responderle ,  porque  el  Marqués ,  diciéndome  con  imper- 
turbable serenidad : 

— «Me  parece,  Lescura,  que  ya  bemos  visto  y  oido  bastante;» 
á  lo  cual  repliqué  rebosando  en  ira: 

—  ¡  Y  de  sobra,  Marqués ! ;  levantó  el  picaporte ,  abrió  la  puerta, 
y,  juntamente  conmigo ,  penetró  en  el  budoir. 

¿Quién  de  los  cuatro  actores  en  aquella,  no  sé  si  diga  ridicula, 
infame  ó  tristísima  escena ,  era  y  fué  desde  el  primer  momento  el 
más  perplejo  y  avergonzado  ?  Lo  único  que  sé  decir  es  que  no  fué 
ciertamente  Laura  la  confundida. 

El  Marqués  bizo  su  aparición  con  la  amarga  sonrisa  de  la  ironia 
en  los  labios ;  y  sin  quitarse  el  sombrero  ni  desembozarse ,  sentóse 
como  quien,  á  titulo  ^q  pagano,  estaba  en  su  casa. 

Yo  de  pié ,  bajo  el  umbral  de  la  puerta ,  cruzados  los  brazos  so- 
bre el  pecho ,  y  á  medio  cerrar  los  ojos,  como  para  excusarme  la  ig- 
nominia de  ver  alli  claramente ,  estoy  seguro  de  que  parecía  más 
un  autómata  que  un  ser  viviente. 

El  curial ,  perdida  la  color ,  trémulo  de  pies  á  cabeza ,  separán- 
dose apresuradamente  de  su  dama,  y  mirándonos  como  si  dos  ver- 
dugos tuviera  delante ,  estábase,  á  medio  sentar  y  á  medio  levantar 
contra  la  otomana  reclinado. 

En  cuanto  á  Laura,  después  de  un  primer  grito  involuntario,  no 
sé  si  de  vergüenza  ó  de  terror,  pero,  en  todo,  caso  fugaz  síntoma 
solo  de  transitoria  debilidad,  recobró  muy  pronto  su  aplomo,  y  por 
lo  que  á  mi  hace ,  diómelo  á  conocer  por  vez  primera. 

Un  solo  instante  bastó  para  trocar  la  hada  seductora  en  una  im- 
púdica Bacante.  Aquella  voluptuosa  figura  que  ,  suelto  el  cabello, 
apenas  vestida,  y  por  el  deseo  abrasada,  pudiera  compararse,  cuando 
entramos ,  á  la  soberbia  Diana ,  dejando  al  mundo  en  tinieblas  para 
arrojarse  en  los  brazos  diQ\  pastor  dormido ,  trasformóse  á  nuestra 
vista ,  con  increíble  presteza ,  no  sé  si  diga  en  la  de  una  Norma 
respirando  venganzas ,  ó  en  la  de  una  Pitonisa  por  los  Númenes  in- 
fernales inspirada. 

Sus  ojos  por  el  deseo  velados ;  sus  mórbidas  formas,  al  contacto 
del  garzón  querido  palpitantes ;  toda  ella ,  en  fin ,  trocóse  en  una 
Furia ,  respirando  iras  y  amenazando  ruinas. 

Su  actitud  que  debiera  ser ,  cuando  más  pretenciosa ,  la  de  Fedra 


132  MEMORIAS 

en  brazos  de  Hipólito  sorprendida ,  era  en  realidad  la  de  Medea 
pronta  á  maldecir  al  infiel  Jason. 

Sin  moverse ,  pues ,  de  la  otomana ,  antes  bien  reclinándose  y 
como  hundiéndose  en  ella ;  echando  atrás  el  cabello ,  y  despejando 
la  frente  con  la  una  mano,  mientras  con  la  otra  en  el  brazo  del  mue- 
ble se  apoyaba;  y  alargando  el  cuello  como  la  víbora,  cuando  á  mor- 
der se  apresta;  y  devorándonos  con  los  ojos,  como  un  tigre  ham- 
briento, interrumpió  al  cabo  de  algunos  instantes  el  silencio  que 
todos  guardábamos ,  diciendo  en  voz  por  la  cólera ,  el  orgullo  y  el 
despecho  á  un  tiempo  inspirada: 

—  «¡Gran  victoria!  ¡Gloriosa  hazaña!  Espiar  en  la  sombra  las 
»vidas  ajenas;  abrir  puertas  con  llaves  maestras;  corromper,  tal 
»vez,  criados;  llegar,  por  sopresa,  a]  gabinete  de  una  mujer,  cuando 

»se  sabe  que  está  con  ella un  curial,  y  los  que  llegan,  juntos 

»por  si  acaso ,  son  dos  hombres  de  espada. . . . !  Supongo  que  al  Mar- 
»qués ,  por  obra  y  gracia  de  una  vieja ,  le  valdrá  este  triunfo  el  ti- 
»tulo  de  Duque,  ó  el  Toisón.  ¡  En  cuanto  al  Sr.  Oficial  de  la  Guardia, 
»lo  menos  que  le  corresponde ,  es  la  cruz  laureada  de  San  Fernando. 
»Ya  están  VV.  aqui;  ya  saben  y  han  visto  lo  que  querian.  ¡Y  bien, 
»y  qué?  Soy  libre,  he  tenido  un  capricho  por  ese  cuitado  que  está 
»temblando  de  miedo ,  lo  siento  ahora  que  sé  que  es  cobarde ;  pero 
»ya  está  hecho.  ¡Fuera  de  aquí,  aprendiz  de  Procurador!  El  hom- 
»bre  que  no  sabe  defenderme,  aunque  yo  sé  hacerlo  sola,  no  es 
»digno  de  que  yo  le  mire ! » 

El  acento ,  la  actitud ,  el  gesto  de  aquella  mujer,  eran  tales  y 
tan  irresistiblemente  imperiosos  en  aquel  momento ,  que  no  sé  yo 
si  cualquiera  de  nosotros  no  hubiera  hecho  lo  que  el  cuitado  de 
Fausto,  que  fué  salir,  en  efecto,  del  gabinete,  con  las  orejas  gachas 
y  murmurando  entre  dientes.  « ¡Nos  veremos  caballeros !  ¡Qué  mu- 
»jer ,  Dios  mió !  ¡  Qué  mujer !» 

Ella ,  dejándole  irse ,  y  sustituyendo  en  su  rostro  la  expresión 
del  más  venenoso  sarcasmo  que  imaginarse  puede ,  á  la  del  des- 
precio con  que  á  Fausto  habia  tan  sumariamente  despedido ,  enca- 
róse entonces  con  el  Marqués,  y  díjole: 

— Serafin,  tú  y  yo  nos  conocemos  demasiado  á  fondo  para  poder 
engañarnos  el  uno  al  otro.  Hace  tiempo  que  te  estoy  viendo  el 
juego.  Soy  para  tí  desde  que  eres  rico  una  carga  pesada;  y  si  no 
me  temieras 

— ¡Temerte!  Exclamó  aquí  Marmolejo. 


DE  UN  CORONEL  RETIRADO.  133 

—¡Y  mucho,  Serafín,  mucho!  Sabes  que  guardo  todas  tus 
cartas ;  no  has  olvidado  lo  que,  en  los  tiempos  de  tít>  calentura,  me 
escribias  sobre  la  Juventud  de  tu  mujer,  mi  señora  la  Marquesa, 
y  sobre  tus  racionales  esperanzas  de  que  sus  aíios ,  sus  idas  á  los 
bailes,  que  tú  promovías,  en  el  rigor  del  invierno,  llevándola 
descotada 

— ¡Laura!  ¿Serias  capaz  de  suponer;  de  decir ?  Interrumpió 

ya  casi  desarzonado,  Marmolejo. 

— Nada  que  no  conste  repetidamente  en  tus  cartas ;  nada  sobre 
ese  punto,  ni  sobre  los  fondos  que  tan  previsoramente  has  ido  co- 
locando en  Inglaterra 

— ¡A  tu  nombre,  ingrata!  ¡Para  asegurar  tu  suerte!  Dijo  sen- 
timentalmente el  acusado, 

^— ¡  A  mi  nombre !  (Prosiguió  ella  sin  turbarse.)  Sí ;  el  veinticinco 
por  ciento  á  mi  nombre;  el  resto  al  tuyo.  Sabes  que  por  el  procu- 
rador Acequia 

— ¡Pobre  Acequia!  No  pudo  menos  de  exclamar  socarronamente 
el  Marqués. 

— ¡Por  su  sobrino,  si  quieres!  Replicó  la  cínica  criatura,  sin 
inmutarse  siquiera.  ¡Por  algo  le  he  hecho  caso! 

Lo  cierto  es  que  yo  sé  de  memoria  tus  fechorías,  que  tengo 
pruebas  de  ellas,  escritas  de  tu  puño  y  letra;  y  que  puedo,  el  dia 
que  se  me  antoje,  abrirle  los  ojos  á  tu  estantigua  de  Marquesa.  Un 
codicilo  que  se  hace  en  cinco  minutos ,  anula  en  menos  renglones, 
no  uno  sino  veinte  testamentos. 

— ¿Serias  capaz,  Laura  mía?  Preguntó,  ya  tierno  como  un 
Amadís,  el  codicioso  advenedizo. 

— De  todo,  si  me  provocas;  de  todo,  si  esta  tu  infamia,  que 
acaso  podré  perdonarte  mediante  equitativas  condiciones ,  llega  á 
transpirar  al  público.  No  soy  santa,  nadie  mejor  que  tú  lo  sabe; 
nadie  acaso  después  de No  importa  quien  sea:  pero  nadie  des- 
pués de  aquel  Demonio  del  infierno ,  ha  contribuido  más  que  tú  á 
perderme.  Si  no  quieres  que  me  vengue ,  como  puedo  hacerlo,  has 
de  contribuir  con  tu  silencio  al  menos 

— ¡Por  mi  parte,  te  lo  prometo  eterno !  Si  eso  te  basta 

— No  me  basta :  pero  tiempo  nos  queda  para  capitular  en  forma. 
Ahora  déjame  pedirle  perdón  al  único  que  aquí,  con  derecho, 
puede  de  mí  quejarse;  y  cuya  generosidad  conozco  lo  bastante 
para  no  creer  necesario  ni  pedirle  misericordia. — ¿Tú  no  querrás 


134  MEMORIAS 

perderme?  (Esto  levantándose  y  acercándoseme  en  ademan  casi 
contrito.  ¡Qué  hermosa!  ¡Qué  hechicera  estaba!)  ¿No  es  verdad 
que  no  querrás  perderme ,  Arturo  mio'í 

— ¡Despreciarte,  basta!  Contesté  en  voz  apenas  inteligible,  y 
haciendo  un  esfuerzo  increíble  para  apartar  los  ojos  de  aquella 
fascinadora  belleza. 

— ¡Si!  replicó  ella  con  tristeza.  ¡Si!  Ahora  me  desprecias,  me 
abominas,  y  con  razón  al  parecer. 

— ¡Cómo!  al  parecer'^  Repuse,  brotando  fuego  por  los  ojos. 

— ¡Eres  tan  niño,  amas  tan  de  buena  fe,  la  tienes  tan  grande  en 
la  virtud  y  en  la  lealtad;  que  no  me  comprenderías....!  ¡Dichoso 
tú  que  crees  y  que  sientes!  ¡Dichoso  tú  mil  veces,  aun  en  este 
momento ,  en  que  pierdes  la  más  suave ,  la  más  profunda  de  tus 
amantes  ilusiones !  ¡  Si  supieras  lo  que  es  haber  perdido  la  facultad 
de  sentir !  ¡  Si  supieras  lo  que  es  no  tener  fe  en  nada  ni  en  nadie; 
y  vivir  del  engaño  y  con  el  engaño  exclusivamente!  Mi  única 
pena  esta  noche  es  perder  en  tí  el  último  lazo  que  con  el  mundo 
del  sentimiento  y  de  la  fe  me  unía!  ¡Vete  x\rturo;  vete,  y  olví- 
dame !  ¡  Yo  no  te  olvidaré  nunca ,  nunca !  ¡  Las  lágrimas  que  ahora 
vierto  son  verdad ;  pero  también  las  últimas  !  No  te  pido  ni  quiero 
queme  perdones.  Sé  que  nunca  me  harás  daño.  ¡Adiós  para  siem- 
pre! I  Tú  te  llevas  el  último  resto  de  bondad  que  en  mi  habia....! 
¡  Adiós ,  mi  pobre  Arturo ,  adiós! ! 

Diciendo  así ,  abrazóme  y  besóme ,  bañándome  el  rostro  con  sus 

ardientes  lágrimas;  y  yo ¡Yo  miserable  mortal  que  soy!  Yo 

también  la  estreché  frenético  contra  mi  corazón ;  yo  también  sellé 
sus  labios  con  los  ardientes  mios ;  yo  también  mezclé  con  el  suyo 
mi  abundantísimo  llanto. 

¡Ah!  Si  esa  mujer  hubiera  cometido  un  crimen  de  los  que  las 
leyes  á  pena  capital  condenan;  por  infame  que  su  delito  fuera, 
siento  que  asi ,  así  es  como  yo  de  ella  me  hubiera  al  pié  del  ca- 
dalso despedido. 

No  la  he  vuelto  á  ver ;  no  volveré  jamás  á  su  trato ;  mi  concien- 
cia la  condena ;  mi  honra  la  desprecia :  pero  mi  corazón ,  mi  débil 
corazón  la  llora ,  y  la  llorará  mientras  en  mi  pecho  lata! 


DE  ÜN  COBONEL  RETIRADO.  135 

xvm. 

CONSECUENCIAS  DE  LA  NOCHE  DEL  23.— ENFERMEDAD  GRAVE.— CON- 
VALECENCIA.—reminiscencias.— la  BERLINA  MISTERIOSA.— DESENCANTO. 

(Madrid  10  de  Octubre.) 

Cuando  salí  de  casa  de  Laura ,  apenas  podían  ser  las  dos  de  la 
madrugada ;  y  sin  embargo ,  parece  que  no  llegué  á  mí  habitación 
hasta  el  amanecer.  Yo  nada  recuerdo ,  pero  es  probable  que  corrí 
desatentado  las  calles  de  Madrid,  hasta  que  el  frío  y  los  primeros 
albores  del  día  me  hicieron  recobrar  la  razón  lo  bastante  para  re- 
tirarme á  casa.  Santiago  dice,  que  al  abrirme  la  puerta,  creyó 
ver  un  difunto.  ¡  No  es  extraño !  Vivía  mi  cuerpo ,  pero  el  alma  de 
muerte  estaba  herida.  Llegué  (sigue  diciendo  mi  buen  asistente), 
y  no  sin  trabajo  al  gabinete:  pero  una  vez  allí,  desplomándome, 
felizmente  sobre  el  sofá,  hube  de  perder  por  completo  el  sentido, 
pues  ya  nada  recuerdo  desde  aquel  instante  hasta  ocho  días  hace. 

Santiago,  auxiliado  por  Mari-Cruz,  desnudóme  como  pudo, 
metióme  en  la  cama  y  corrió  en  busca  de  un  facultativo. 

Vino  el  médico ,  declaró  que  yo  padecía  un  gravísimo  ataque  al 
cerebro;  y  recetándome,  por  de  pronto,  una  sangría  y  no  sé  que 
drogas,  retiróse  ofreciendo  volver  dentro  de  poco  á  visitarme  de 
nuevo. 

En  tal  conflicto,  Mari-Cruz  y  Santiago,  celebrando  consejo 
de  familia,  resolvieron  avisar  al  Brigadier  y  á  mis  amigos  más 
íntimos. 

Como  lo  habían  resuelto,  lo  ejecutaron:  mi  entrañable  Jefe  dejó 
su  lecho  para  venir  á  la  cabecera  del  mío ;  Patricio ,  Luis  y  Simón 
se  constituyeron  en  mis  constantes  y  solícitos  enfermeros ;  hubo 
consulta  de  médicos ;  escribióse  á  Pamplona  á  los  albaceas  de  mi 
abuelo;  y  en  suma,  nada  se  omitió  de  cuanto  procedía  en  tan 
grave  enfermedad  como  yo  padecía. 

La  misericordia  de  Dios,  la  ciencia  de  los  facultativos,  mi  juven- 
tud y  los  cuidados  de  mis  amigos  y  criados,  me  salvaron  la  vida. 

Al  terminarse  el  primer  setenario,  comenzaron  á  remitir  los 
síntomas  graves,  y  antes  de  acabarse  el  segundo  me  declaró  el 
médico  de  cabecera  fuera  de  todo  peligro. 


136  MEMORIAS 

Cuatro  dias  liace  que  me  lie  levantado  por  vez  primera ,  débil 
de  cuerpo ,  quebrantado  el  espíritu ,  sin  ilusiones ,  sin  esperanzas, 
sin  objeto  en  la  vida. 

Y  sin  embarg-o,  vivo;  y  sin  embarg-o,  voy  recobrando  fuerzas  y 
volviendo  á  mi  natural  prístino  estado  físico. 

Ayer  y  anteayer  me  ocupé  en  escribir  la  historia  del  más  desdi- 
chado de  los  dias  de  mi  existencia :  hoy  quiero  atar  cabos  sueltos, 
como  suele  decirse,  y  explicar  lo  que  en  «mi  primer  relato  puede 
aparecer  confuso. 

Las  noticias  que  sig-uen  se  las  debo  en  parte  á  Santiago,  y  en 
parte  á  Luis,  que,  como  amante  hoy  de  Angustias,  la  sobrina  de 
Laura,  sabe  cuanto  en  su  casa  ocurre. 

Juliana  ha  venido  diariamente  á  informarse  de  mi  estado,  durante 
el  peligro;  y  departiendo,  según  su  aneja  costumbre,  con  mi  asis- 
tente, que  es  de  suyo  tan  curioso  como  locuaz,  le  ha  hecho  saber: 
primeramente,  que  siempre  me  ha  querido  mucho  de  veras;  en 
segundo  lugar,  que  entre  todas  mis  infidelidades^  la  que  más  la  ha 
cargado  (sic)  es  la  que  le  hice  con  la  viuda  \  y  por  último,  que  eso 
de  sufrir  que  aquella  bribona  me  la  pegase ,  era  superior  á  sus 
fuerzas. 

Así ,  pues ,  y  enterada  por  su  prima  Lorenza ,  la  doncella  de 
labor  de  Laura,  tanto  de  las  relaciones  permanentes  de  esta  con 
el  Marqués ,  como  de  su  aventura  con  Fausto ,  que  no  era  única  en 
su  género ,  al  decir  de  la  maldiciente  bordadora ,  resolvió  mi  anti- 
gua quei'ida  abrirme  los  ojos,  rompiendo  al  efecto  el  fuego  de  sus 
baterías,  con  el  diluvio  de  anónimos  que  de  su  mano  recibí  en 
Pamplona. 

Sé  por  Luis,  que  el  Marqués ,  para  quien  Laura,  es  mucho  tiempo 
ha,  más  una  costumbre  y  una  cadena,  que  un  placer  y  un 
afecto,  hubo  de  reparar  en  los  últimos  tiempos  que  Lorenza  es 
buena  moza,  más  joven  que  su  ama,  y  quizá  no  menos  que  ella  á 
la  galantería,  sui  generis  se  entiende,  aficionada. — Sea  como 
quiera,  Marmolejo  dio  en  perseguir  á  la  camarera  de  su  querida, 
y  la  camarera  en  dejarse  alcanzar;  echólo  Laura  de  ver  muy  pronto, 
y  sin  decirle  nada  al  infiel ,  amenazó  á  áu  criada,  maltratándola 
gravemente  de  palabra  y  acaso  de  obra ,  de  enviarla  á  la  Galera 
si  daba  á  los  requiebros  del  Marqués  oído. 

Laura ,  y  no  es  la  sola  mujer  en  su  género ,  da  ejemplo  en  los 
salones  de  culta  amabilidad  y  amenísimo  trato ;  pero ,  en  lo  inte- 


DE  UN   CORONEL  RETIRADO.  137 

rior  de  su  casa  es  una  especie  de  tirano  con  faldas ,  j  suele  explÍ7 
carse  (según  me  dicen),  con  tanta  ó  más  pintoresca  energia  en  su 
lenguaje,  que  cualquier  cabo  de  escuadra  con  los  reclutas  que  ins- 
truye. 

Pero  no  es  eso  lo  que  me  asombra;  lo  que  si  admiro  y  me  aturde, 
es  que ,  siendo  Lorenza  sabedora  y  aun  cómplice  de  todas  las  fe- 
chorías galantes  de  Laura ,  osara  esta  maltratarla ,  desconociendo 
ó  provocando  el  riesgo  de  ser  por  ella  vendida ,  como  aconteció  en 
efecto. 

— «Apenas  báy  mujer  (me  dice  Luis),  á  quien  no  suceda  otro 
»tanto.  Cuando  montan  en  cólera,  y  cualquier  bagatela  basta  para 
»ello,  son  capaces  todas,  por  desahogar  su  pasión,  no  solamente 
»de  echar  la  casa  por  la  ventana,  sino  de  hacerse  á  sabiendas 
^traición  á  si  mismas.» 

Asi  debe  ser  sin  duda ,  ó  al  menos  asi  fué  en  la  ocasión  que  lo  ha 
sido  de  mi  desdicha, 

Lorenza ,  en  venganza  del  mal  trato  recibido ,  y  de  acuerdo  con 
su  prima  Juliana ,  de  quien  es  grande  amiga ,  y  compañera ,  ade- 
más ,  de  aventuras ,  denunció  á  Marmolejo  las  infidelidades  de  su 
dama ,  disponiendo  muy  hábilmente  las  cosas  para  producir  la  ca- 
tástrofe que  el  lector  conoce. 

Según  á  Luis  se  lo  ha  contado  Angustias ,  y  él  á  mi  me  lo  ha 
referido ,  Laura  y  Marmolejo ,  que  después  de  mi  retirada  de  la  es- 
cena, parece  que  acabaron  de  decirse  todas  las  del  barquero,  no  se 
han  vuelto  á  ver,  como  antes  al  menos ,  desde  la  funesta  noche  del 
23.  Mi  amigo  cree,  sin  embargo  y  con  buenos  datos,  que  debe 
haber  mediado  entre  la  viuda  y  el  Marqués  un  convenio  formal  y 
eficazmente  garantido ,  en  cuya  virtud  Laura  asegura  su  indepen- 
dencia pecuniaria,  y  Marmolejo  su  tranquilidad  doméstica,  en 
cuanto  al  testamento  de  su  mujer  sobre  todo. 

Lorenza  no  ha  sido  despedida,  hecho  que  me  pareciera  absurdo, 
si  Angustias  no  se  lo  hubiera  claramente  explicado  á  Luis ,  en  es- 
tos términos : 

— «Mi  tia  (dijo)  procede  como  mujer  de  mundo  y  de  talento,  en 
no  despedir  ahora  á  esa  tunanta.  Ponerla  en  la  calle  hoy,  equival- 
dría á  darle  un  cuarto  al  pregonero ;  porque ,  de  seguro ,  ella  iria 
por  calles  y  plazas  declarando  á  gritos  por  qué  y  cómo  salia  de 
casa  de  la  viuda  del  General  Piedra-firme.  Confiarnos  á  las  cria- 
das es  una  temeraria  necedad ,  que  casi  todas  nosotras  comete- 


138  MEMORIAS 

mos ;  pero  una  vez  hecha ,  no  hay  más  remedio  que  tratar  de  ate- 
nuarla en  lo  posible,  á  fuerza  de  maña  y  de  paciencia.  Mi  tia  gana 
en  ag-uantar  ahora  á  Lorenza,  primero  que  disminuyan  las  proba- 
bilidades de  que  su  desagradable  aventura  corra  hasta  por  los  mer- 
cados y  tiendas  de  aceite  y  vinagre ;  y  además ,  no  tener  necesidad 
de  enterar  á  otra  de  lo  que  ya  Lorenza  sabe.» 

— ¿Y  no  seria  mejor  (me  ha  dicho  Luis  que  replicó)  no  hacer 
cosa  que  con  sus  criadas  la  comprometiera? 

— ¡Bah!  (parece  que  respondió  Angustias,  que  es  dignísima 
sobrina  de  su  tia) ;  ¡sois  famosos  los  hombres!  Venís  á  buscarnos  y 
nos  hacéis  la  corte,  quizá  solo  porque  nos  sabéis  galantes;  y  apenas 
os  hacemos  caso ,  os  admiráis  de  no  encontrarnos  poco  menos  que 
santas ! ! ! » 

¿Qué  contestar  á  tan  contundente  como  único  argumento? 

Pero  continuar  Lorenza  al  servicio  de  la  señora  á  quien  tan  gra- 
vemente ha  comprometido ,  no  es  cosa  que  valga  la  pena  de  men- 
cionarse siquiera ,  en  comparación  de  otra  noticia  que  Luis  ha  te- 
nido que  repetirme  dos  ó  tres  veces,  afirmándome,  bajo  su  palabra 
de  honor,  que  su  verdad  le  consta ,  para  que  yo  comience  á  resol- 
verme á  no  mirarla  como  la  más  absurda  de  las  extravagantes  in- 
venciones de  algún  destornillado  cerebro. 

Fausto,  ese  escriba  fabulosamente  imbécil ;  Fausto ,  después  de 
lo  que  sabe,  de  lo  que  ha  oido,  de  lo  que  ha  visto;  Fausto,  no  solo 
pide  perdón  de  haberse  dejado  sorprender  y  humillar  y  escarnecer; 
no  solo  ronda  la  calle  y  asedia  las  puertas  de  Laura ,  sino  que  pre- 
tende la  honra  de  enlazar  su  persona,  su  fortuna  y  su  nombre  á  la 
virtuosísima  viuda. 

Su  tío ,  el  Procurador  Acequia ,  ha  ido,  en  traje  de  ceremonia  y 
coche  de  alquiler,  á  solicitar  para  su  dignísimo  sobrino  la  casta 
mano  de  la  viuda  de  Piedra-firme ;  y  ella — ¡  asombra  tanta  auda- 
cia!— pero  ella  se  ha  tomado  tiempo  para  reflexionarlo,  porque, 
según  dice,  Fausto  es  demasiado  joven,  y  todavía  no  bastante 
asentado,  para  que  una  mujer  como  ella  le  confie  su  felicidad,  que 
tan  fácil  seria  comprometer  al  menor  síntoma  de  inconstancia  del 
enamorado  pretendiente. — Luis  cree  que  lo  que  Laura  no  quiere  es 
renunciar  á  su  libertad ;  pero  Angustias  asegura  que  su  tia ,  des- 
pués de  hacerse  de  rogar  lo  bastante  para  que  aparezca  que  cede  á 
pesar  suyo ,  acabará  por  casarse,  sin  renunciar  por  ello  ni  á  la  más 
mínima  parte  de  su  libertad  en  todos  géneros. — «Fausto  (añade  la 


DE  UN  CORONEL   RETIRADO.  139 

»dama  de  mi  amigo)  está  cortado  para  marido  de  una  mujer  como 
»Laura ,  en  su  último  período  hábil.  Cuando  él  abra  los  ojos ,  si  es 
»que  los  tiene,  ya  ella  no  estará  más  que  para  las  cuarenta  horas.» 
¡Imposible  me  parece  que  tal  sea,  y  yo  lo  sepa,  la  mujer  que 
hace  tan  pocos  dias  era  para  mí  el  tipo  ideal  de  la  perfección  feme- 
nina ,  y  de  cuyo  recuerdo  aun  hoy  no  acierto  á  desprenderme  del 
todo. 

Mañana  me  ha  dicho  el  Médico  que  ya  puedo  salir  á  dar  una 
vuelta,  pero  en  carruaje,  porque  mis  fuerzas  aun  no  consienten  el 
ejercicio  á  pié. 

— «¡Santiago!  Es  preciso  que  vayas  á  alquilarme  un  coche  para 
mañana. 

' — »No  es  menester,  mi  Alférez, — responde  el  soldado  son- 
riéndose. 

— »Pues,  ¿no  sabes  que  el  Médico ? 

— Sí,  señor;  y  á  la  una  en  punto  tendrá  V.  el  coche  á  la 
puerta. 

— ¡Vamos!  ¿Es  decir  que  ya  lo  habías  encargado?  ¡Gracias  por 
la  previsión! 

— No  las  merezco,  mi  Alférez...  Por  que... 

— ¿Acabarás  de  explicarte? 

— Es  que  me  han  encargado  el  secreto ... 

— ¿El  alquilador  de  coches  hace  un  misterio  de  su  comercio? 

— ¡Buen  alquilador  nos  dé  Dios! 

— Mira,  Santiago,  si  no  te  explicas  pronto  vas  á  impacientarme. 

— No  señor,  mi  Alférez,  no  se  impaciente  V.,  que  yo  me  expli- 
caré. La  cosa  no  tiene  nada  de  particular,  y  no  sé  á  qué  viene  el 
secreto...  Porque  al  cabo  y  al  fin ,  como  dijo  el  otro,  á  rey  muerto 
rey  puesto,  y  la  mancha  de  la  mora  con  otra  verde  se  quita. 

— ¡Por  Cristo ,  Santiago ! . . . 

— ¡Allá  voy,  señor!  ¡Allá  voy!  Pues  ha  de  saber  V.,  mi  Alférez, 
y  ya  lo  habrá  visto  por  sus  tarjetas ,  que,  mientras  ha  estado  en- 
fermo, le  visitaron  muchos  señorones  y  señoronas,  es  decir,  las  seño- 
ronas  enviaron  recado,  que  ellos  casi  todos  en  persona  han  venido.. . 

— Todo  eso  lo  sé ,  y  lo  agradezco  muy  de  veras :  pero  no  en- 
tiendo... 

— Pues  á  eso  voy.  Todas  ó  casi  todas  las  señoras,  con  el  recado 
mandaron  tarj  etas ... 


140  MEMORIAS 

— Ya  las  he  visto.  ¡Adelante! 

— Una  sola. . .  ¡  Y  una  real  moza ,  por  cierto ,  con  perdón  de  V. , 
mi  Alférez!  Pues,  como  digo,  ella  lo  que  es  muchacha,  que  llama- 
mos, no  lo  es :  pero  buena  moza,  y  de  buen  trapío... 

— ¡Mira,  Santiag-o ,  que  me  tienes  en  brasas,  y!... 

— Pues  á  eso  voy... 

— ¿A  freirme  vivo.  Belitre? 

— No  señor,  mi  Alférez,  pero  es  V.  tan  súpito  que  me  aturde,  y 
ya  no  sé  donde  voy  de  mi  cuento. 

— En  que  una  señora  buena  moza  ,  aunque  no  joven... 

— Eso  es ,  ha  venido  ella  misma  ,  lo  menos  cinco  veces ,  á  infor- 
marse de  cómo  estaba  V. ;  á  preguntar  si  algo  le  hacia  falta ,  á 
ofrecerme... 

— ¿A  ofrecerte  á  ti? 

— Si  señor,  á  mi :  pero  para  V.  Vamos,  me  ofreció  su  bolsillo. 

— Supongo  que  no  habrás  aceptado. 

— Ni  por  pienso,  mi  Alférez.  Ya  le  dije  que,  gracias  á  Dios, 
nada  nos  hace  falta,  porque  acabamos  de  heredar  al  abuelo.., 

— Bien  hecho.  ¿Sabes  quién  es  esa  señora? 

— Nueva,  mi  Alférez. 

— ¿Cómo  nuevaí 

— Porque  no  la  conozco ,  no  la  he  visto  en  mi  vida  -,  y  i  las  an- 
ticuas, es  decir,  á  las  que  solian  veair. . . 

— ¿Es  hermosa,  dices? 

— Lo  que  es  eso,  lo  supongo... 

— Pues ,  ¿no  la  has  visto? 

— No  señor:  nunca  se  ha  levantado  el  velo.  Pero  el  cuerpo  y  el 
traje » 

Al  llegar  aqui  nuestro  diálogo,  cruzó  por  mi  mente  una  idea,  ó 
más  bien  brotó  en  mi  corazón ,  no  sé  si  diga  un  recelo  ó  una  espe- 
ranza ,  que  me  hizo  estremecerme  y  avergonzarme. 

¿Seria  Laura  la  desconocida  de  quien  mi  asistente  me  hablaba? 
¿Osarla  esa  mujer  pisar  mis  umbrales,  siendo  su  iniquidad  la  que 
á  mí  á  los  de  la  tumba  casi  me  ha  llevado?  ¿Tan  baja  idea  era  la 
que  de  mí  tenia,  que  se  atreviera  á  suponerme  capaz  de  aceptar  sus 
servicios  en  caso  alguno? 

Santiago ,  que  es  listo ,  aunque  grosero  é  ignorante ,  debió  de 
adivinar  lo  que  por  mí  pasaba,  puesto  que  espontáneamente  dijo: 

— Lo  que  es  la  hribona  de  la  calle  de...  no  es,  mi  i^lférez.  A  esa 


DE  UN  CORONEL  RETIRADO.  141 

la  conozco  demasiado,  y ,  aunque  se  vistiera  de  obispo ,  no  se  me 
despintaría.  No  señor ,  no ;  no  es  ella. 

Si  hubiera  tenido  la  desvergüenza  de  venir. . .  lo  que  es  las  esca- 
leras, de  cabeza  las  habria  bajado. 

Le  digo  á  V.  que  no  es  ella. 

— Sea  quien  quiera  (repuse  yo  entonces  más  tranquilo)  yo  no  sé 
ni  por  qué  hemos  hablado  ahora  de  ella. 

— Mi  Alférez ,  porque  me  ha  mandado  V.  que  le  alquile  un  co- 
che ,  y  yo  le  he  contestado  que  no  es  menester. 

— Cierto. 

— Pues  esa  señora ,  que  no  viene  desde  que  V.  se  levanta  ya  de 
la  cama,  envia  puntualmente  todos  los  dias  á  informarse  de  su 
salud  de  V.  á  un  señor  muy  bien  vestido  de  negro  y  con  su  corbata 
blanca,  que  ya!...  Buena  persona,  muy  llano,  y  que,  vamos,  no  le 
disgusta  una  copa. . . 

— Algún  portero  de  estrados . . . 

— No  señor,  mi  Alférez.  El  dice  que  es  ayudante... 

— ¿De  cocina? 

— De  cámara,  dice. 

— Ayuda  de  cámara.  ¿Y  qué? 

— Pues  ese,  ha  venido,  como  siempre,  hoy  á  medio  dia;  y  yo  le 
he  dicho  lo  que  el  Médico  ha  dicho ;  y  él  me  ha  dicho ,  pues  bien, 
señor  Santiago,  ¿sabe  V.  qué  le  digo?  Que  mañana  á  la  una  tendrá 
su  amo  de  V.  á  la  puerta  una  buena  berlina. 

— Pues  yo  te  digo,  Santiago,  que  le  digas  al  que  eso  te  ha  dicho, 
que  yo  digo  que  le  agradezco  el  obsequio,  pero  que  no  acepto  nin- 
guno de  personas  desconocidas,  y  mucho  menos  habiendo  mujer 
de  por  medio.  Con  que ,  hazme  el  favor  de  irte  á  casa  del  alquila-^ 
dor,  ahora  mismo:  ¿lo  entiendes?  Ahora  mismo;  y  no  hablemos  más 
del  asunto.» 

Por  más  que  mi  asistente  aseguraba  y  juraba  que  la  descono- 
cida no  era  Laura ,  yo  no  acertaba  á  dejar  de  temer  lo  contrario. 
Yo  no  tenia  relaciones  entonces  con  mujer  ninguna ,  que,  por  amor 
ó  reminiscencia,  estuviese  en  el  caso  de  favorecerme  de  aquella 
manera.  Precisamente  mis  desdichados  amores  con  la  viuda  de 
Piedra-firme,  me  hablan  hecho  apartarme  de  la  sociedad  entera,  y 
hasta  cierto  punto  indisponerme  con  todas  mis  amigas  antiguas  y 
modernas. —  Laura  pues,  Laura  sola  estaba  en  el  caso,  por  remor- 
dimiento siquiera ,  de  cuidarme  con  tal  solicitud ;  y  que  Santiago 


142  MEMORIAS 

no  la  hubiera  conocido,  solo  probaba  la  infernal  habilidad  de 
aquella  mujer  en  todo  género  de  engaños.  ¿Y  no  era  también  po- 
sible que  se  hubiera  valido  de  tercera  persona  para  informarse  de 
mi  estado....?  ¡Ella  es!  ¡Ella  es  sin  duda!  Pero  mal  me  conoce,  si 
espera  que  no  rechace  cuanto  de  su  mano  proceda ! 

(11  de  Octubre.) 

El  paseo  en  coche  me  ha  sentado  maravillosamente ;  he  comido 
bien  en  compañía  de  Simón ,  que  lo  hizo  á  las  mil  maravillas ;  he 
dormido  después  una  corta  pero  aprovechada  siesta ,  y  me  siento 
ahora  más  vigoroso  de  cuerpo  y  con  el  entendimiento  más  despe- 
jado que  hace  muchos  dias  lo  tuve. 

Ya  que  estoy  solo,  voy  á  ordenar  los  recuerdos  del  dia,  obra  que 
no  ha  de  fatigarme ,  porque  no  son  muchos  ni  de  grande  impor- 
tancia. 

Confiésome,  en  primer  lugar  y  con  vergüenza ,  de  no  haber  po- 
dido apartar  de  mi  en  toda  la  noche  de  ayer  y  parte  de  su  mañana 
de  hoy ,  el  importuno  recuerdo  de  la  infiel  Laura.  ¡  Para  abomi- 
narla ,  para  maldecirla ,  para  jurar  que  no  he  de  perdonarla  nunca, 
para  indignarme  de  que  se  atreva  á  recordar  mi  nombre  siquie- 
ra.... 1  Todo  eso,  si;  pero,  al  fin  y  al  cabo,  todo  eso  es  acordarme 
de  la  traidora  y  pensar  en  ella ,  que  es  precisamente  lo  contrario 
de  lo  que  hacer  debiera  y  deseo. 

Parecíame  esta  mañana  que  no  llegaba  nunca  la  hora  de  que, 
viniendo  á  mis  puertas  el  carruaje  por  ella  enviado ,  y  haciéndole 
yo  despedir  secamente ,  recibiese  la  pérfida  la  primera  de  las  du- 
rísimas lecciones  que  la  reservo,  si  en  perseguirme  se  obstina 

Pero  llegó  al  cabo  el  momento  suspirado.  Cinco  minutos  antes  de 
señalar  el  reló  la  una  de  la  tarde ,  entró  Santiago  en  el  gabinete 
aunciándome  el  coche. 

—¿Qué  coche?  — le  pregunté,  inmutándome  no  sé  por  qué. 

— ¿El  coche el  coche  de  no  sé  quién,  mi  Alférez ¡Pre- 
cioso carruaje !  ¡  Lindos  caballos ! 

—  ¡Cómo  caballos!  ¿De  cuando  acá  se  permiten  los  simones  ese 
lujo,  raro  en  Madrid  hoy  todavía  entre  los  particulares? 

•^— No  sé ,  mi  Alférez  ;  pero  caballos  son  y  de  punta. 

—  ¡Imposible  I  — Exclamé,  sabiendo  que  Laura  no  tenia  coche, 
y  que  para  enviarme  uno  era  preciso  que  lo  hubiera  alquilado. 


DE  UN  CORONEL  RETIRADO.  143 

Pero  mi  asistente  que  solo  al  hecho  atendia ,  no  pudo  menos  de 
insistir  diciéndome: 

— Hag-a  V.  el  favor  de  asomarse  al  balcón ,  mi  Alférez ,  y  verá 
si  miento  ó  si  estoy  soñando. 

Asómeme  en  efecto,  más  que  por  complacer  á  Santiago,  por 
salir  de  mi  propia  curiosidad  que  era  grande ,  y  vi  con  asombro 
una  berlina  inglesa  de  excelente  y  elegante  construcción ,  aunque 
oscuros  colores  y  modesta  apariencia ,  tirada  por  dos  caballos  an- 
daluces de  buena  casta  y  airosas  formas ,  aunque  no  de  grande  al- 
zada ni  mucho  hueso;  y  con  inteligente  esmero  evidentemente  cui- 
dados. El  cochero,  con  su  levitón  color  de  castaña  y  su  sombrero 
guarnecido  solo  de  galón  dorado ,  sin  escarapela  ni  otro  adminiculo 
de  librea ,  tenia  sin  embargo  todas  las  apariencias  de  un  criado  de 
casa  más  que  decente.  Aquel  carruaje  era,  sin  duda,  de  propiedad 
particular ,  y  salia  de  caballeriza  muy  bien  ordenada. 

¿Lo  confesaré?  ¿Por  qué  no,  si  precisamente  para  decirme  á  mi 
propio  la  verdad  desnuda  llevo  y  escribo  estas  notas? 

Al  convencerme  de  que  aquella  berlina  no  era  de  alquiler,  y 
por  tanto  de  que  no  podia  ser  Laura  quien  la  enviaba ,  senti  en  el 
corazón  un  desconsuelo  tan  indefinible,  como  para  mi  amor  propio 
poco  lisonjero.       '  . 

¡ No  era  ella ,  nó !  ¡La  infiel ,  ni  remordimientos  tenia !  ¡ Ni  su 
corazón  ni  su  conciencia  la  impulsaban,  como  pudo  imaginarlo 
mi  necia  vanidad ,  á  ocuparse  en  saber  de  mi ,  á  procurar  la  repa- 
ración posible  al  mal  que  me  habia  hecho ! 

¡  Y  yo  menguado. . . . !  ¿Yo. . . .  ? 

Eetiréme  del  balcón,  avergonzado  de  mí  mismo,  y  para  distraer- 
me ,  mandé  á  Santiago  que  bajara  á  despedir  la  berlina ;  pero  in- 
sinuándole, al  propio  tiempo,  que  no  me  pesarla  que  averiguase, 
sonsacando  al  cochero,  á  quien  pertenecían  tan  lindos  caballos. 

Obedecióme  el  asistente ,  pero  dando  á  entender  con  su  aspecto 
mojigato ,  que  no  esperaba  gran  fruto  de  sus  pesquisas ,  sin  duda 
ya  antes  inútilmente  comenzadas. 

En  efecto ,  á  los  cinco  minutos  oí  el  rodar  del  misterioso  carruaje 
apartándose  de  casa ,  y  pocos  instantes  después  se  me  presentó  San- 
tiago mohíno  y  cabizbajo. 

— ¿Qué  hay?  le  pregunté. 

—  ¡  Que  ese  hombre  es  un  poste ! 

—  ¿No  te  ha  contestado? 


144  MEMORIAS 

—  Sí  señor ,  mi  Alférez ;  pero  en  gringo. 
—¿Cómo? 

— ii¡Ay  Don  Testan! h  ¡Mi  Alférez,  eso  me  ha  dicho  más  de  cien 
veces,  como  si  yo  conociera  á  ningún  Don  Testan!  ¿Le  conoce  V.? 

— Yo  no ,  Santiago. 

— Pues  ese  debe  ser  el  nombre  del  amo  del  coche,  porque  el  tu- 
nante del  cochero,  á  todas  mis  preguntas,  no  ha  respondido  otra 
cosa.  Y  tanto  me  lo  ha  repetido,  que  ya  le  dije:  « ¡Respóndeme  en 
«cristiano ,  francés !  ¡  Yo  que  tal  dije  !  El  muy  bribón ,  como  si  le 
»hubiera  llamado  perro  judío,  me  miró  como  un  basilisco,  y  aun 
«sospecho  que  levantó  la  fusta  como  para  pegarme,  diciendo  al 
»mismo  tiempo :  ¡  Francés ,  no !  ¡Mi  inglis  main ! 

— Vamos,  el  hombre  es  inglés,  y  lo  que  te  ha  dicho  es  que  no 
te  entendía. 

— No  señor,  mi  Alférez;  lo  que  me  ha  dicho  es:  <í,Ay  Don  Tes- 
tan! >^ 

—  Pues  eso  (I dont  understand)  quiere  decir:  «No  entiendo.» 
En  suma,  el  auriga  enviado  por  mi  favorecedora  misteriosa,  es 

un  inglés  que  todavía  no  sabe,  y  es  posible  que  nunca  sepa  el  espa- 
ñol ;  circunstancia  que ,  sin  duda ,  contribuyó  grandemente  á  que 
á  mi  puerta  se  le  enviara. 

¿Quién  le  ha  enviado,  supuesto  que  ya  de  Laura  no  puedo ,  sin 
absurdo,  suponerlo? 

¡ TJiat  is  tlie  question!  «Esa  es  la  cuestión,»  como  dice  el  gran 
poeta  del  país  del  cochero  de  Don  Testan. 

A  la  una  y  cuarto  vino  mi  coche  de  alquiler :  subí  en  él  con  Si- 
món ,  que  hoy  me  ha  consagrado  la  mayor  parte  del  dia :  y  char- 
lando amistosamente  con  él ,  he  pasado  bien  el  par  de  horas  que 
las  muías  tardaron  en  llevarnos  y  dar  la  vuelta  á  casa,  por  el  paseo 
de  Las  Delicias  al  embarcadero  del  canal ,  en  cuyo  arco  de  ingreso 
leerán  los  numismáticos  futuros,  para  honra  y  gloria  de  la  poesía 
oficial  de  nuestra  época ,  este .  elocuente ,  cadencioso  y  eufónico 
dístico : 

"Navegación  y  arbolado 

"Son  obras  dignas  del  Gran  Femando. ti 

Verdad  es  que,  por  el  susodicho  canal,  apenas  navegan  (hasta 
Vacia-Madrid)  tres  ó  cuatro  barcas  por  semana,  vacías  á  la  ida  y 
cargadas  de  yeso  á  la  vuelta ;  que  el  arbolado  se  reduce  á  unas 


DE    ÜN  CORONEL  RETIRADO.  145 

cuantas  docenas  de  álamos  blancos  ó  negros,  que  apenas  dan  som- 
bra ,  y  que,  en  cambio  de  tantas  ventajas ,  abastecen  aquellas  ori- 
llas de  tercianarios  al  hospital  de  Madrid :  pero  no  por  eso  deja  de 
ser  el  canal  de  Manzanares  el  titulo  más  incontestable  de  gloria,  en 
punto  á  obras  públicas,  de  que  puede  envanecerse  este  reinado. 

Simón  me  ha  dejado  á  las  cuatro ;  yo  he  dormido  hasta  poco  más 
de  las  cinco ;  y  ahora ,  que  son  apenas  las  siete  de  la  noche ,  me 
encuentro  con  que,  en  acabando  estas  lineas,  me  voy  á  hallar  en 
tete  á  tete  conmigo  mismo ,  ocioso  y  sin  sueno. 

Leeremos  cualquier  novela ,  pero  no  francesa ,  que  todas  tratan 
de  amores,  y  no  estoy  yo  para  eso.  Walter  Scott  sea  conmigo,  que 
es  el  más  filósofo ,  el  más  histórico  y  el  menos  erótico  de  los  nove- 
listas que  conozco. 

.¡Por  cuanto  no  he  ido  á  tomar  el  tomo  de  los  baños  de  San  Ro: 
man  (St-Ronan's  Well) ,  y  abrirlo  precisamente  por  el  capitulo  que 
titula   «.El  encuentroy>  (The  Meeting),  y  encabeza  con  estos  versos- 

"  We  meet  as  shadows  in  the  land  of  dreams, 
"  Wich  speak  net  hut  in  signs. " 

Que,  parafraseados  en  castellano,  vienen  á  decir: 

"Así,  en  la  tierra  del  ensueño  vagan, 
"Raudas,  fugaces,  las  aéreas  sombras: 
.    "Se  encuentran,  pasan,  y,  callando  siempre, 
"Se  entienden,  mudas,  con  las  señas  solas." 

La  desgarradora  entrevista   entre  clara   Mowbray  y  Fráncis 

Tyrrel,  no  es  cuadro  á  propósito  ahora  para  mis  nervios Lejos 

de  mi  el  inoportuno  libro. 

Pero,  ¿qué  hacer? — Sueño  no  tengo;  para  estudiar  no  estoy;  salir 
no  puedo....! 

Simón  no  volverá ;  Patricio  está  de  guardia ;  Luis  de  servicio  á 
la  persona  de  Angustias ¡Larga  y  fastidiosa  velada  me  espera! 

Casi  me  dormia  en  el  sofá ,  á  pesar  de  estar  desvelado  como  he 
dicho ;  que  suele  á  veces  suplir  al  sueño  el  fastidio,  cuando  oí  sonar 
la  campanilla  de  la  puerta. 

¡Gracias  á  Dios!  Exclamé.  Alguien  viene. 

Pero  nó:  Santiago  entra  con  una  carta  en  la  mano,  diciéndome: 

— Esperan  respuesta. 

— Bien  está. — Respondo  abriendo  la  tal  carta,  que  dice  asi: 

«Amigo  Lescura:  Por  mi  marido,  en  cuyo  despacho  y  presencia 

TOMO  III.  10 


146  MEMORIAS  DE  UN    CORONEL  RETIRADO. 

»escribo,  acabo  de  saber,  con  la  satisfacción  que  debe  V.  suponer, 
»sino  es  injusto  sobre  ingrato,  que  ya  está  V.  completamente  res- 
»tablecido  de  la  peligrosa  enfermedad  por  que  ha  pasado.  Dios  haga 
»que  también  haya  V.  recobrado  el  juicio,  y  con  él  la  memoria  de 
»sus  buenos,  de  sus  verdaderos,  de  sus  desinteresados  amigos. 
»Suponiéndolo  asi ,  quizá  solo  porque  muy  sinceramente  lo  deseo, 
»pido  á  V.  que  me  consagre  el  dia  de  mañana.  Antonio  tiene  un 
»convite  diplomático,  á  que  le  acompaña  el  Abate  Rioso;  me  dejan, 
»pues ,  sola ,  y  yo,  atendida  la  debilidad  propia  de  la  convalecencia, 
»me  arriesgo  al  tete  á  tete  con  V.;  y  lo  que  es  más,  hago  cómplice 
»á  mi  esposo  y  señor  de  tanta  temeridad. — Broma  á  parte:  vén- 
»gase  V.  primero  á  dar  una  vuelta  en  coche  conmigo,  á  cuyo  efecto 
»le  mandaré  la  misma  berlina  que  hoy  ha  desairado,  no  sin  escán- 
»dalo  de  mi  nuevo  cochero  inglés ;  después  á  comer  en  mi  compa- 
»ñia.  El  cocinero  está  advertido,  y  le  menú  será  higiénico.  Cuento 
»con  V. ;  y  me  repito,  por  más  que  sus  infidelidades  no  lo  merez- 
»can,  su  amiga  de  corazón,  Carmen. — P.  D.  (de  otra  letra).  De  muy 
»buen  grado,  consiente  el  marido  en  esta  cita;  y  lo  que  es  más, 
»ruega  al  galán  que  no  falte  á  ella. — De  V.  amigo  afectísimo. — 
»C.  el  Duque  de  Calanda  (1).» 

¡Buena,  excelente,  incomparable  amiga!  ¡No  faltaré  á  un  con- 
vite con  tanta  cordialidad  hecho!  No  hay  Principe  en  el  mundo 
con  quien  ella  hiciera  lo  que  hace  con  este  pobre  Alférez.  En 
cuanto  al  Duque,  ha  encontrado  el  secreto,  con  su  discreta  toleran- 
cia ,  de  tener  una  mujer  fiel ,  y  al  mismo  tiempo  por  todo  el  mundo 
incensada. 

¡  y  yo  que  creia  ver  un  misterio  de  amor  y  remordimientos  en  la 
dichosa  berlina! 

Decididamente  soy  tonto,  con  mis  puntas  y  collar  de  fatuo,  que 
es  lo  peor  del  cuento! 

(l)  Como  es  sabido,  nuestros  Grandes  tienen  la  galantería  de  anteponer 
á  sus  títulos,  en  la  firma,  la  inicial  del  nombre  de  su  respectiva  esposa. 

(Se  continuará.) 

Patricio  de  la  Escosura. 


REVISTA  POLÍTICA. 


INTERIOR. 

Circunstancias ,  de  que  no  nos  incumbe  informar  al  público ,  obligan 
hoj  al  que  suscribe  á  llenar,  por  extraordinario  j  afortunadamente  una 
sola  vez ,  esta  parte  de  nuestro  periódico.  Mal  va  á  salir  de  su  compromi- 
so, porque  disgustado,  tiempo  há,  de  lo  qae  llaman  política,  casi  no  sabe 
lo  que  pasa  en  nuestra  España.  No  es,  pues,  posible  que  informe  bien  á  los 
otros  de  lo  que  él  mismo  ignora.  Solo  tiene  algunas  ideas  vagas  j  harto 
someras  de  lo  que  ocurre  por  lo  que  oye  decir  acá  y  acullá ,  y  que  recoge 
al  paso  sin  prestar  grande  atención  y  enterándose  apenas.  Desde  que  un 
sujeto  muy  ducho  en  estas  cosas  le  acusó  y  censuró  porque  no  gastaba 
pleguerías ,  esto  es ,  porque  no  sabia  negar  hoy  con  maravilloso  desen- 
fado y  envidiable  frescura  lo  que  una  semana  antes  afirmaba  y  sostenía 
con  todos  sus  brios,  enmudeció  el  que  suscribe  en  todo  lo  tocante  á  poli- 
tica  ,  por  temor  de  que ,  al  hablar  de  este  difícil  arte ,  le  aconteciese  algo 
parecido  á  lo  que  aconteció  al  Patriarca  Noé ,  cuando  gustó  por  vez  pri- 
mera el  zumo  fermentado  de  las  uvas.  Lo  que  es  hoy,  por  dicha,  no  ha- 
bía de  faltar  un  Sem  ó  un  Jafet  piadoso  que  le  echase  encima  una  capa 
colorada  antes  de  que  saliese  de  su  tienda  ó  tabernáculo  y  se  presentase 
coram  populo.  Esperamos  que  dicho   Sem  ó  Jafet  no  tenga  ocasión  ni 
pretexto  para  ejercer  ahora  menester  tan  caritativo.  Vamos  á  salir  con 
todas  las  pleguerías,  que,  á  pesar  del  calor  que  hace,  nos  sea  dado  sufrir 
sin  ahogarnos.    • 

Pero  todavía  queda  en  pié  la  mayor  dificultad.  ¿Qué  es  lo  que  vamos  á 
decir?  Nos  estaría  bien  repetir  hablillas  y  rumores  absurdos?  Nada  menos 
que  eso.  Pues  de  lo  que  realmente  pasa,  ¿quién  nos  ha  de  enterar  con 
certidumbre  para  que  enteremos  á  nuestra  vez  álos  lectores?  Está  visto; 
lo  mejor,  lo  más  seguro ,  es  decir  que  no  pasa  nada.  Verdad  es  que  se  ha 
hablado  de  nuevas  modificaciones  en  el  Ministerio:  pero  todo  parece  infun- 
dado. Lo  único  cierto  es  que  el  Ministerio  se  afirma,  que  vence  todas  las 
dificultades ,  y  que  dirige  la  nave  del  Estado  con  próspero  viento  por  un 
mar  bonancible,  sin  escollos  ni  bajíos.   Hasta  los  asuntos  rentísticos  de- 


148  REVISTA   POLÍTICA, 

ben  de  haberse  hecho  fáciles  j  sencillos ,  de  arduos  j  complicados  que 
eran ,  cuando  el  Sr.  Marqués  de  Orovio  puede  solazarse  yendo  á  su  lugar, 
donde  habrán  de  haberle  recibido  alborozados  los  riojanos  al  verle  al  fin 
con  titulo. 

En  suma,  todo  está  tranquilo ;  nada  sucede; 

Todos  duermen  en  Zamora, 

como  dice  el  antiguo  romanee.  En  nuestro  sentir,  solo  haj  un  caso  me- 
morable en  estos  últimos  dias ,  y  sobre  él  vamos  á  hablar,  j  aun  á  disertar 
si  es  licito.  Se  trata  del  discurso  leido  por  el  Sr.  Catalina,  Ministro  de  Fo- 
mento ,  al  instalar  solemnemente  la  Junta  superior  central  de  Instrucción 
primaria,  üon  este  motivo  tendremos  que  hablar  mucho  del  Sr.  Catalina, 
darle  á  conocer  según  nuestro  concepto ,  j  aim  encomiarle  francamente 
j  sin  el  menor  viso  ni  asomo  de  ironía. 

Nuestros  principios  (y  ¿cómo  lo  hemos  de  negar?)  son  otros  que  los 
suyos;  pero  aquí  no  vamos  á  discutir  principios.  Esto  no  conduciría  á 
nada.  Así  pues ,  discurriremos  partiendo  de  una  hipótesis.  Supondremos 
que  nuestros  principios  son  los  mismos  que  los  del  Sr.  Ministro  de  Fo- 
mento. Y  una  vez  hecha  esta  suposición,  en  la  cual  no  es  tampoco  todo 
arbitrario ,  porque  en  algo  sustancial  convenimos  de  veras ,  trataremos  de 
la  aplicación  de  estos  principios  á  la  práctica ;  de  los  medios  de  que  ha 
sabido  valerse  el  Sr.  Catalina  para  que  triunfen.  Al  tratar  de  esto ,  lloverán 
nuestras  alabanzas  sobre  la  cabeza  del  cristiano  repúblico.  Nadie  ha  sa- 
bido mostrarse  más  diestro  y  prudente  para  conseguir  su  ñn.  Al  terminar 
su  discurso  exclama:  «Si  viese  realizado  mi  deseo,  no  ambicionaría  ya 
mayor  gloria  sobre  la  tierra;  daría  gracias  al  Cielo  repitiendo  aquellas 
hermosas  palabras  de  Simeón:  Nunc  dimittis  servum  tuum,  Domine.  Esta 
oración  eucarística ,  que  condicíonalmente  piensa  en  dirigir  al  Señor,  nos- 
otros le  aconsejaríamos  que  la  dirigiese  desde  luego,  si  todos  los  decretos, 
reglamentos  y  medidas  gubernamentales  no  fueran  tan  instables  en  nues- 
tro país.  El  edificio  que  ha  levantado  el  S.  Catalina  es  hermoso,  sólido, 
bien  proporcionado ,  á  propósito  para  su  objeto,  pero  tal  vez  dure  poco; 
tal  vez  esté  fundado  sobre  arena  movediza.  No  es  culpa  suya,  sino  de 
nuestro  carácter.  Dentro  de  seis ,  de  ocho ,  de  quince  meses ,  dentro  de  un 
año  ó  de  dos,  vendrá  otro  Ministerio,  y  le  derribará  para  fundar  otro 
muy  diferente.  Pero  si  no  fuera  por  esto,  bien  podría  el  Sr.  Catalina  de- 
cir, no  solo  las  hermosas  palabras  de  Simeón,  sino  también  con  el  Sal- 
mista: Circumdedisti  me  laetitia,  ut  cantet  Ubi  gloria  mea,  por  haber  re- 
primido como  conviene  á  los  que  corrupti  sunt  et  abominabiles  facti  sunt 
in  studiis  suis. 

La  serie  de  trabajos  del  Sr.  Catalina  empezó  bajo  el  Ministerio  del  hoy 
Marqués  de  Orovio.  La  obra  está  ya  terminada.  Solo  le  faltan  algunos  per- 


INTERIOB.  149 

files  que  se  le  pondrán  sin  duda.  Hecha  la  obra,  y  si  nadie  la  derribase,  el 
propósito  del  Sr.  Catalina  se  cumpliria  indefectiblemente  al  cabo  de  algu- 
nos años.  Lo  malo  es,  como  ya  hemos  dicho,  que  en  España  no  es  de  es- 
perar que  duren  algunos  años  estas  cosas.  Pero  imaginemos  por  un  ins- 
tante que  duran.  ¿Cuál  sería  el  resultado?  El  resultado  sería,  y  en  esto 
resplandece  el  talento  del  Sr.  Catalina ,  que  la  instrucción  laical  acabaría 
del  todo  ó  casi  del  todo ;  que  las  escuelas  de  primera  enseñanza  estarían  en 
manos  del  clero ;  que  no  habría  institutos ,  sino  seminarios ;  y  que  las 
universidades ,  despojadas  del  carácter  que  hoy  tienen ,  vendrían  á  ser  me- 
ras escuelas  especíales  para  formar  médicos  y  abogados ,  sin  influjo  algu- 
no en  la  vida  y, en  el  movimiento  intelectual  de  la  nación. 

Dios  nos  libre  de  discutir  aquí  si  esto  sería  un  mal  ó  un  bien.  Diluci- 
darlo sería  asunto  de  un  libro  profundo ,  no  de  un  artículo  de  periódico  es- 
crito á  la  ligera.  Aquí  solo  afirmamos  que  esto  sería. 

•En  un  Real  decreto ,  dado  en  Zarauz  en  1866 ,  estriba  principalmente 
esta  esperanza.  Dicho  Real  decreto  es  la  piedra  angular  de  todo  el  edifi- 
cio. Fundado  en  sabias  consideraciones,  apoyándose  en  razones  de  equi- 
dad ,  sosteniendo  que  la  confianza  que  se  deposita  en  fundadores  de  cole- 
gios privados  no  puede  negarse  á  los  Rdos.  Obispos,  el  Real  decreto  de- 
termina «que  los  estudios  que  se  hagan  en  los  seminarios  conciliares  ha- 
biliten para  ingresar  en  las  carreras  civiles.»  Ahora  bien:  ni  esos  empre- 
sarios privados  que  fundan  colegios ,  ni  el  Gobierno ,  que  es  también  un 
empresario ,  podrán  dar  la  instrucción  tan  barata ,  ni  difundirla  por  todas 
partes  como  hace  y  hará  el  clero.  Una  vez  establecida  la  competencia,  no 
podrán  luchar  ni  los  colegios  ni  los  institutos ,  y  al  fin  tendrán  que  cer- 
rarse porque  se  quedarán  vacíos.  El  mismo  Real  decreto  indica  ya  una  de 
las  causas  por  que  se  quedarán  vacíos,  á  saber:  porque  es  crecido  el  nú- 
mero de  poblaciones  en  que  hay  seminario  conciliar  y  no  hay  instituto ,  y 
porque  no  es  de  creer  que  los  habitantes  de  estas  poblaciones  se  separen 
de  sus  hijos  para  enviarlos  á  los  institutos ,  cuando  pueden  hacer  que  es- 
tudien en  los  seminarios ,  guardándolos  en  casa.  Los  padres  que  no  ha- 
biten en  población  donde  haya  seminario,  no  enviarán  sus  hijos  al  institu- 
to ,  sino  al  seminario  también ,  donde  podrán  estar  de  internos  por  muy 
poco ,  y  les  saldrá  su  educación  más  barata. 

Temibles  competidores  ha  suscitado  el  mencionado  Real  decreto  á  los 
catedráticos  de  [instituto.  De  temer  es  que  se  queden  pronto  sin  discí- 
pulos. ¿Qué  actividad  no  desplegará  en  esto  el  clero,  en  la  patria  de  San 
Ignacio  de  Loyola  y  de  San  José  de  Calasanz?  ¿Cómo  han  de  fallar  entre 
nuestros  sacerdotes  hombres  que  sigan  las  huellas  y  que  tengan  el  temple 
de  alma  de  aquel  infatigable  aragonés  y  de  aquel  glorioso  vizcaíno?  Los 
catedráticos  seglares  apenas  tendrán  para  mantener  á  sus  familias  con  los 
7  ú  8.000  rs.  que  les  dé  el  Gobierno.  Los  catedráticos  de  seminario  po- 


150  REVISTA  POLÍTICA, 

drán  vivir  en  el  seminario  mismo ,  punto  menos  que  por  nada,  j,  exentos 
de  los  cuidados  j  desvelos  que  la  familia  inspira ,  consagrarse  con  ardor 
eficaz  j  exclusivo  al  magisterio ,  j  cumplir  la  alta  misión  j  el  divino  pre- 
cepto de  ite  et  (lócete  omnes  gentes.  Y,  no  hay  que  dudarlo,  en  pocos  años 
de  este  régimen ,  acabarán  por  enseñar  á  todas  las  gentes ,  j  el  Gobierno 
podrá  hacer  un  considerable  ahorro  suprimiendo  los  institutos  por  inútiles. 
Entonces ,  según  ja  pronostica  el  Real  decreto ,  cuín  exultatione  et  sim- 
plicitate  coráis,  no  solo  los  más  grandes  teólogos,  sino  los  juristas  más 
afamados ,  los  poetas  más  insignes  y  los  sabios  que  honran  los  fastos  de 
la  ciencia,  y  por  consiguiente  los  Ministros,  los  Senadores,  los  Diputados, 
j  hasta  los  Ingenieros  de  canales  j  caminos ,  saldrán  de  los  seminarios 
conciliares.  Imilatores  mei  estote. 

En  todos  ó  en  casi  todos  los  demás  establecimientos  de  educación ,  el 
Sr.  Catalina  ha  ido  descubriendo  que  se  esconde  el  genio  de  la  impiedad 
y  de  la  rebeldía.  Ya  en  la  circular  de  20  de  Julio  de  1866  indicaba  que  las 
universidades  é  institutos  ofrecían  motivos  de  amargura ,  aunque  no  tantos 
como  las  escuelas  de  primeras  letras.  En  estas  escuelas  principalmente  es 
donde  se  enseñaba  á  los  niños  á  aborrecer  y  á  rebelarse  en  vez  de  ense~ 
ñarles  á  obedecer  y  á  amar.  Más  tarde,  en  el  mes  de  Octubre  del  mismo 
año,  descubre  el  Sr.  Catalina  que  las  escuelas  normales  están  emponzo- 
ñadas ,  que  han  tenido  la  desgracia  de  inspirar  en  España  serias  inquie- 
tudes: y  estas  inquietudes  le  han  preocupado  de  tal  suerte,  que  desde  luego 
pensó  en  suprimir  las  escuelas,  como  un  semillero  de  pestilencia  y  unas 
sinagogas  de. Satanás:  pero,  en  la  imposibilidad  de  adoptar  por  lo  pronto 
otros  medios  de  formar  maestros,  admitió  por  entonces  su  conservación, 
si  bien  reformándolas  y  extirpando  los  abusos. 

En  el  mismo  mes  y  año  reformó  también  y  organizó  el  Sr.  Catalina 
la  segunda  enseñanza.  Teniendo  en  cuenta  aquello  de  non  plus  sapere 
quam  oportet  sapere,  sed  sapere  ad  sobrietatem,  suprimió  no  pocas 
cosas  de  las  que  habia  antes  que  aprender ,  á  fin  de  no  acostumbrar  á  los 
niños  á  la  trivialidad  de  ideas  generales  mal  comprendidas ,  y  llevó  á  tal 
extremo  su  interpretación  del  ad  sobrietatem  del  Apóstol,  que  dedicó  cuatro 
años  al  estudio  del  latin ;  pero  nada  más  que  del  latin ,  durante  los  tres 
primeros ,  con  un  poco  de  retórica  y  poética  en  el  tercer  año ,  y  bastante 
de  Catecismo ,  enseñado  durante  los  seis  años  sucesivos  por  el  párroco  ó 
por  un  sacerdote.  Como  es  de  suponer  que  los  niños,  en  la  escuela  ó  en 
el  seno  de  su  familia ,  deben  saber  ya  la  doctrina  cristiana  al  entrar  en  la 
segunda  enseñanza ,  de  suponer  es  también  que  con  los  seis  años  más  de 
Catecismo  y  de  Historia  Sagrada ,  y  con  un  año  de  religión ,  casi  deben 
salir  de  la  segunda  enseñanza  hechos  unos  razonables  teólogos,  si  no  son 
muy  menguados  de  entendimiento.  En  cuanto  al  latin  no  hay  que  temer 
tampoco  que  dejen  de  aprenderle  por  falta  de  tiempo.  En  cuanto  ál  griego. 


INTERIOR.  151 

el  Sr.  Catalina  le  ha  suprimido  porque  ja  era  demasiada  la  sobriedad  con 
que  se  enseñaba,  ó  por  aquello  de  que  para  poca  salud  más  vale  ninguna. 
Lo  que  no  acertamos  á  comprender  es  lo  que  dice  de  que  «cuando  se  for- 
men muchos  j  verdaderos  helenistas ,  entonces  podrá  pensarse  en  dar  co- 
nocimientos de  aquel  interesantísimo  idioma  á  los  alumnos  de  segunda 
enseñanza. »  ¿Cómo  se  han  de  formar  muchos  helenistas  cuando  se  supri- 
men las  cátedras  en  que  pudieran  formarse?  Si  hasta  ahora,  existiendo  las 
cátedras,  solo  se  han  formado  falsos,  como  se  deduce  del  deseo  del  señor 
Catalina  de  que  los  ha  ja  verdaderos ,  ¿'qué  sucederá ,  dichas  cátedras  su- 
primidas? 

El  Sr.  Catalina,  en  el  afán  de  reformarlo  todo,  en  todo  ha  puesto  mano; 
pero  no  se  puede  negar ,  que  obedeciendo  siempre  á  la  misma  idea ,  con 
unidad  de  miras ,  conspirando  siempre  al  mismo  propósito  de  que  no  ha  ja 
attendentes  spiritibus  erroris  et  doctrinis  dcemoniorum.  No  nos  es  posible 
elaminar  cómo  ha  reformado  las  escuelas  especiales  j  las  facultades  de 
Filosofía  j  Letras ,  de  Derecho ,  de  Farmacia  j  de  Medicina.  Solo  tocare- 
mos de  paso  algunos  puntos  que  nos  parecen  dignos  de  atención. 

Lo  es,  en  primer  lugar,  que  se  prohiba  «el  estudio  simultáneo  de  la 
facultad  de  Filosofía  j  Letras  con  las  de  toda  otra  facultad.»  Ser  en  Es- 
paña filósofo  ó  literato ,  con  título  ó  sin  título,  vale  para  poco  ó  para  nada. 
¿Quién,  pues,  habrá  de  dedicarse  exclusivamente  á  serlo?  Este  artículo, 
por  lo  tanto,  hace  inútiles  ó  poco  menos  que  inútiles  las  cátedras  de  Filo- 
sofía j  Letras.  Estarán  desiertas,  ó  poco  menos  que  desiertas,  si  no  se 
consiente  al  que  sigue  una  carrera  para  ganarse  honradamente  la  vida, 
como  médico ,  como  abogado  ó  como  farmacéutico ,  que  estudie  al  mismo 
tiempo ,  para  adornar  su  espíritu  j  calmar  su  sed  de  saber ,  las  letras  j 
la  filosofía.  Resultará  además  que  ni  el  médico  ni  el  abogado  podrán 
ser,  oficialmente  al  menos,  ni  literatos  ni  filósofos.  No  es  de  creer  que 
vuelvan  á  ser  estudiantes ,  después  de  ser  ja  médicos  j  abogados ,  aban- 
donando los  negocios  ó  los  enfermos.  El  mismo  Sr.  Catalina  conoció ,  por 
lo  visto,  la  malquerencia  contra  la  filosofía  j  las  letras  profanas,  que 
implicaba  la  mencionada  disposición,  j  la  modificó  en  una  Real  orden. 

Sobre  la  organización  dada  por  el  Sr.  Catalina  á  la  facultad  de  Ciencias, 
salvo  los  errores  en  que  puede  haber  incurrido  en  los  pormenores ,  porque 
al  fin  no  es  omniscio ,  j  estas  son  materias  extrañas  á  sus  estudios ,  debe- 
mos darle  j  le  damos  grandes  alabanzas ,  aunque  nos  hagamos  impopula- 
res con  algunos  ingenieros,  harto  poseídos  del  espíritu  de  corporación.  Las 
escuelas  especiales  son  verdaderamente  de  aplicación ,  j  como  el  comple- 
mento de  lo  que  se  aprenda  en  la  facultad  de  Ciencias ,  donde  deben  darse 
los  conocimientos  teóricos. 

Lo  que  no  aplaudimos  es  el  artículo  8."  de  este  decreto,  que  dice:  «Queda 
prohibida  la  simultaneidad  de  la  facultad  de  Ciencias  con  toda  otra  j  de 


152  REVlSTk    POLÍTICA 

SUS  secciones  entre  sí. »  Comprendemos  el  horror  que  inspira  al^Sr.  Cata- 
lina lo  que  vulgarmente  llaman  un  Petrús  m  cunctis ;  pero  no  basta  esto 
para  disculparle.  ¿Quién  ha  de  querer  ser  en  España  meramente  sabiol 
Como  no  sea  un  Principe  ó  un  gran  señor,  nos  parece  que  nadie.  Por  otra 
parte ,  no  nos  negará  el  Sr.  Catalina  que  puede  haber  un  abogado  ó  un 
médico  que  sea  buen  naturalista  ó  buen  matemático ,  y  que  estas  cosas, 
j  aun  otras  mas  disparatadas ,  pueden  aprenderse  j  saberse  á  la  vez ,  como 
V.  gr.  lengua  hebrea  j  náutica. 

Sean  severos  los  exámenes;  no  se  apruebe  á  los  que  no  ha  jan  estu- 
diado ó  no  tengan  capacidad  bastante  para  que  el  estudio  les  aproveche;  y 
quede  en  libertad  de  aprender  á  la  vez  cuanto  se  le  antoje  el  que  se  sienta 
con  fuerzas  para  ello. 

Debemos  notar  aquí ,  que  si  bien  en  todos  los  Institutos  se  debe  apren- 
der mucho  latin ,  y  en  las  Universidades  donde  ha  ja  facultad  de  Filosofía 
j  Letras,  griego,  árabe  j  hebreo,  las  lenguas  vivas  de  Europa  han  sido 
muj  desdeñadas  por  el  Sr.  Catalina,  j  no  se  nos  dice  que  habrá  cátedras 
de  ellas,  aunque  las  haj  en  Universidades  é  Institutos,  ni  se  exige  su 
estudio  para  ninguna  carrera.  Nosotros  convenimos  con  el  Sr.  Catalina  en 
que  es  una  picardía  que  nos  señalen  con  tinta  negra  en  un  mapa  que  se 
vende  por  ahí  sobre  la  ilustración ,  j  donde  la  Islandia  está  fulgurante 
de  luces ,  aunque  no  hubiéramos  tomado  en  cuenta  dicho  mapa  al  escribir 
un  documento  oficial :  nosotros  convenimos  en  que  España  tiene ,  pásenos 
el  neologismo  el  Sr.  Catalina,  una  grande  autonomía  literaria;  pero  en 
suma ,  bueno  será  convenir  también  en  que  haj  pueblos  en  Europa  que 
igualmente  la  tienen,  que  están  mucho  más  adelantados  que  el  nuestro,  j 
cujas  lenguas  deben  enseñarse  en  España  para  gozar  bien  de  los  tesoros 
de  ciencia  j  de  poesía  con  que  han  sido  enriquecidas  é  ilustradas.  Las  cá- 
tedras de  francés,  alemán,  inglés  é  italiano,  acaso  son  tan  útiles  ó  más  que 
las  de  latin,  árabe,  griego  j  hebreo. 

Otras  muchas  disposiciones  relativas  á  Instrucción  pública  se  han  dado 
también  en  estos  últimos  tiempos ,  casi  todas ,  en  nuestro  sentir ,  debidas 
á  la  poderosa  iniciativa  del  Sr.  Catalina ,  aunque  durante  un  poco  de  tiempo 
dejó  éste  el  negocio  de  los  estudios  j  se  engolfó , 

Por  mares  nunca  de  antes  navegados, 

siendo  Ministro  de  Marina. 

Algunas  de  estas  disposiciones  merecen  el  aplauso  de  toda  persona  im- 
parcial ,  como  por  ejemplo ,  la  fundación  de  Museos  arqueológicos. 

Al  Sr.  Marqués  de  Orovio ,  á  pesar  de  lo  que  hemos  dicho  j  creemos 
sobre  la  iniciativa  del  Sr.  Catalina ,  le  cabe  la  gloria  de  aparecer  como  el 
reformador  de  la  enseñanza  en  España :  él  ha  firmado  casi  todas  las  Rea- 


INTEBIOR.  153 

les  órdenes  j  los  decretos.  Bien  merece  la  gran  cruz  de  la  Orden  Piaña  que 
dicen  acaba  de  obtener. 

La  fuerza  de  la  reforma  realizada  y  hasta  la  fuerza  de  las  mismas  cir- 
cunstancias concurren  á  que  se  verifique  lo  que  ya  decíamos  al  empezar  este 
articulo,  es  á  saber:  que  las  Universidades  dejen  en  realidad  de  serlo. 
El  Gobierno  mismo  lo  declara  en  otro  decreto  de  Julio  de  1867 :  muchas 
Universidades ,  pobremente  asistidas,  limitadas  á  tres  ó  á  dos  facultades, 
quizás  á  una  sola,  no  merecerán  el  nombre  de  Universidad.  «La  clásica 
antigüedad  daba  solo  nombre  de  Universidad  á  aquellos  insignes  estable- 
cimientos donde  para  todas  las  ciencias  habia  cátedras,  y  fácil  entrada 
para  todos  los  deseosos  de  saber.»  A  pesar, pues, de  la  clásica  antig'üedad, 
seguirán  llamándose  Universidades  diez  escuelas  superiores  de  España; 
pero  cada  dia  se  suprimen  cátedras  y  aun  facultades  enteras  en  muchas  de 
ellas.  En  Oviedo ,  Santiag-o  y  Zaragoza,  no  habrá  en  adelante  facultad  de 
Teología.  En  las  otras  Universidades  se  irán  suprimiendo  también.  En  Sa- 
lamanca no  se  podrá  pasar  de  bachiller  en  Filosofía.  La  facultad  de  Filo- 
sofía y  Letras  se  suprime  en  muchas  Universidades,  y  solo  en  la  Universi- 
dad central  se  seguirá  dando  el  grado  de  doctor. 

El  Sr.  Catalina  ha  terminado  su  obra,  ya  de  Ministro  de  Fomento  y 
rubricando  él  mismo  la  ley  y  los  reglamentos  sobre  instrucción  primaria, 
en  la  cual  tendrá  el  clero  la  mayor  influencia ,  no  solo  porque  los  párrocos 
presidirán  todas  las  juntas  locales  inspectoras ,  sino  porque ,  suprimidas 
las  escuelas  normales,  todos  los  maestros  estudiarán  en  los  colegios  de  se- 
gunda enseñanza;  casi  de  seguro  en  los  seminarios  :  de  esta  suerte,  donde 
no  hubiere  maestro  seglar ,  será  un  clérigo  el  maestro ,  y  donde  hubiere 
maestro  seglar,  este  por  lo  general  estará  educado  en  un  Seminario.  Sinite 
párvulos  venire  ad  me.  No  es  posible  dar  mayor  influencia  y  parte  al  clero 
en  \m  negocio  de  que  depende  tanto  el  porvenir  de  la  patria.  Esperemos, 
si  es  que  duran  las  disposiciones  del  Sr.  Catalina ,  que  esta  influencia  sea 
para  bien  y  que  por  ella  cunda  la  instrucción  en  los  pueblos ,  mejorando 
mucho  también  su  religiosidad  y  su  moralidad,  á  fin  de  que  no  se  diga 
en  lo  futuro:  populi  meditati  sunt  inania. 

A  este  punto  habíamos  llegado  de  nuestro  artículo ,  el  cual  empezó  afir- 
mando que  no  habia  novedades  de  que  hablar ,  cuando  supimos ,  por  la 
voz  pública  y  por  los  periódicos  diarios,  ima  novedad  extraña  y  grave, 
cuyas  causas  no  sabemos.  El  Capitán  General  Duque  de  la  Torre;  los  Te- 
nientes Generales  D.  Fernando  Fernandez  de  Córdoba,  D.  Antonio  Eos  de 
Olano,  D.  Juan  Zavala,  D.  Domingo  Dulce,  D.  Félix  María  Messina,  Don 
Rafael  Echagüe,  D.  José  María  Marchesi  y  D.  Francisco  Serrano  Bedoya; 
los  Mariscales  de  Campo  D.  Tomás  García  Cervino,  D.  Francisco  Uzta- 
riz  y  D.  Antonio  Caballero  de  Rodas;  y  los  Brigadieres  D.  Manuel  Bu- 
ceta,  D.  Antonio  López  Letona,  D.    Juan  Alaminos  y  D.  José  Sánchez 


154  REVISTA   POLÍTICA. 

Bregua;  j  tal  vez  algunos  otros  que  no  han  llegado  á  nuestra  noticia, 
han  sido,  presos  unos  j  otros  no,  pero  todos  ellos  mandados  de  cuartel 
á  diversos  puntos  de  la  Península,  de  las  islas  Baleares  y  de  las  Canarias. 

También,  á  lo  que  parece,  se  ha  dispuesto  que  salgan  de  España  los 
Infantes  Duques  de  Montpensier. 

Sobre  esto,  j  sobre  lo  que  ocurra  en  los  dias  que  quedan  hasta  la  pu- 
blicación de  la  Revista,  no  extrañarán  nuestros  habituales  lectores  que 
nos  abstengamos  de  dar  opinión  alguna,  aunque  El  Español  j  La  España 
se  hayan  creido  ja  en  el  caso  de  darla  de  un  modo  que  La  Epoca  califica 
de  altamente  inconveniente. 

Juan  Valer  a. 

9  de  Jnlio. 


EXTERIOR. 


El  examen  de  los  presupuestos  del  vecino  imperio  ha  sido  causa  de  una 
interesante  discusión,  en  que  han  mediado  los  más  famosos  oradores  del 
Cuerpo  legislativo ,  j  es  digno  de  notarse  que  la  mayoría ,  la  oposición  y 
aun  el  Ministro  del  ramo  han  convenido  en  que  no  es  satisfactorio  el  estado 
de  la  Hacienda,  pues  no  podía  menos  de  confesarlo  hasta  el  mismo  Go- 
bierno que  pide  autorización  para  tomar  prestados  440  millones  de  francos 
á  fin  de  saldar  déficits  de  presupuestos  anteriores  y  de  ocurrir  á  ciertos 
gastos  que  no  bastan  á  satisfacer  los  ingresos  ordinarios  del  Tesoro.  Afor- 
tunadamente para  nuestros  vecinos,  la  situación  de  su  Hacienda,  aunque 
embarazosa ,  según  la  oportuna  frase  de  un  diputado  de  la  oposición,  y 
digna  por  tanto  de  la  atención  y  vigilancia  de  los  hombres  que  la  dirigen, 
no  es  señal  ni  consecuencia  del  mal  estado  económico  del  país.  Es  verdad 
que  la  riqueza  pública  no  ha  seguido  en  estos  últimos  años  la  progresión 
rapidísima  que  hacían  esperar  los  anteriores,  pero  las  fuentes  de  la  produc- 
ción fluyen  con  abundancia,  y  si  sus  corrientes  se  estancan,  es  por  causas 
accidentales  que  necesariamente  habrán  de  desaparecer.  La  industria  fran- 
cesa ,  que  ha  llegado  á  un  grado  de  perfección  extraordinario ,  hace  todos 
ios  dias  nuevos  adelantos,  y  la  cantidad  de  riqueza  que  produce  es  tan 
grande,  que  ,  como  lo  prueban  los  depósitos  del  Banco  de  Francia,  después 
de  satisfacer  el  consumo  general  del  país ,  ya  directamente ,  ya  por  medio 
del  cambio  de  las  mercancías  nacionales  con  las  extranjeras ,  deja  un  ex- 
cedente que  se  eleva  sin  duda  á  algunos  cientos  de  millones  de  francos, 
Jos  cuales  servirán  de  riego  fecundante  á  la  misma  industria  cuando  la  se- 


EXTERIOR.  155 

guridad  de  la  paz  y  el  orden  interior  den  garantías  á  los  capitales,  que 
como  ha  dicho  M.  Thiers,  recordando  una  frase  del  Barón  Louis,  tienen 
más  espíritu  político  que  todos  los  hombres  de  Estado. 

Nos  ha  parecido  conveniente  exponer  las  consideraciones  anteriores,  para 
que  no  se  crea  al  hablar  de  los  embarazos  de  la  Hacienda  de  Francia  que 
son  análogos  á  los  de  otras  naciones,  j  sobre  todo  para  que  no  haya  tal 
vez  quien  diga  que  ipio  debe  alarmarnos  una  situación  que  es  poco  más  ó  me- 
nos igual  á  la  de  otros  países.  La§  diferencias  son  tan  grandes  y  tan  desfa- 
vorables para  nosotros,  que  bastará  una  sola  indicación  para  que  se  com- 
prenda: enFrancia  es  menester,  como  hemos  dicho,  recurrir  á  un  empréstito 
para  saldar  los  déficits  de  presupuestos  anteriores  y  el  que  ocasionarán  en 
el  del  próximo  año  ciertos  gastos.  Pues  bien:  ese  empréstito  se  cubrirá  con 
capitales  franceses,  de  manera  que  la  nación  se  presta  á  sí  misma.  Además, 
en  el  país  vecino  el  déficit  proviene  de  que  no  solo  se  está  renovando  y 
aumentando  en  una  proporción  gigantesca  el  material  de  guerra  terrestre  y 
marítimo ,  sino  que  al  mismo  tiempo  se  lleva  adelante  la  construcción  de 
ferro-carriles ,  que  enlazan  y  ponen  en  comunicación  hasta  poblaciones  de 
poca  importancia ;  se  aumentan  en  grande  escala  los  caminos  vecinales;  se 
multiplican  los  canales;  se  establecen  líneas  de  vapores  que  llevan  la  ban- 
dera y  los  productos  de  Francia  á  todos  los  mares  y  á  los  más  remotos 
países ;  se  construye  de  nuevo  á  París  y  otras  ciudades ,  y  en  una  pala- 
bra ,  se  da  á  las  obras  públicas  de  toda  especie  un  desarrollo  tan  gigantesco 
que  no  puede  compararse  ni  aun  con  lo  que  se  hacia  en  los  antiguos  tiem- 
pos ,  cuando  la  esclavitud  proporcionaba  á  los  Gobiernos  el  trabajo  gra- 
tuito, haciendo  de  ese  modo  cosas  que  aún  producen  la  admiración  de  los 
que  las  contemplan. 

A  pesar  de  estas  consideraciones ,  y  reconociendo  todos  los  que  han 
tomado  parte  en  la  discusión  de  que  vamos  á  dar  noticia,  cuan  grandes  han 
llegado  á  ser  las  fuerzas  productoras  de  Francia ,  convienen  sin  embargo 
en  que  la  progresión  de  los  gastos  públicos  es  más  rápida  que  la  de  la  ri- 
queza, y  sobre  todo  mucho  más  que  la  del  producto  de  los  impuestos. 
M.  Magnin ,  que  inauguró  estos  debates  en  la  sesión  del  29  de  Junio  pro- 
nunciando un  extenso  discurso ,  entró  sobre  esta  materia  en  consideracio- 
nes importantísimas  y  fundadas  en  datos  incontrovertibles.  En  primer  lugar, 
hizo  presente  que  dejándose  llevar  de  halagüeñas  ilusiones,  á  que  son  muy 
propensos  así  los  que  manejan  la  Hacienda  pública  como  los  hombres 
todos  que  siempre  confian  en  el  porvenir  más  de  lo  que  la  prudencia  acon- 
seja, se  había  establecido  el  sistema  de  contar  con  el  aumento  de  los  in- 
gresos para  satisfacer  los  gastos  que  iban  en  proporción  creciente.  Estos 
cálculos  se  habían  realizado  en  cierta  medida  algunos  años ;  pero  ya  en  el 
último  se  ha  visto  que  el  producto  de  los  impuestos  indirectos,  lejos  de  au- 
mentar ha  disminuido ,  sin  que  deba  atribuirse  este  fenómeno ,  en  opinión 


156  REVISTA  POLÍTICA 

de  M.  Magnin ,  únicamente  á  la  crisis  económica  que  de  resultas  del  temor 
de  que  la  paz  se  turbe ,  está  atravesando  la  nación  vecina ,  sino  que  reco- 
noce una  causa  más  permanente ,  á  saber :  que  la  cuota  de  todos  los  im- 
puestos grava  sobre  la  producción  general  del  país  en  tales  proporciones, 
que  ya  es  un  obstáculo  para  su  desarrollo,  j  que  la  agotaría  si  aquella  se 
aumentase.  A  18.000  millones  de  francos  asciende  la  riqueza  producida 
en  un  año  en  Francia ,  según  un  cálculo  que  supone  exagerado  M.  Magnin, 
el  cual  supone  que  no  llega  más  que  á  12.000  millones,  j  como  las  contri- 
buciones producen  2.000  millones,  resulta  que  el  Tesoro  consume,  según 
el  primer  supuesto,  más  del  16  por  lOO  de  la  masa  total  de  la  producción 
j  el  25  por  loo  según  el  segundo ,  proporción  que  sin  duda  es  excesiva. 
Pero  como  ha  tenido  que  confesar  el  Gobierno,  ni  aun  con  la  suma  de 
2.000  millones  de  francos  basta  para  levantar  las  cargas  públicas,  saldán- 
dose por  consiguiente  en  déficit  los  presupuestos  j  teniendo  que  acudir  al 
crédito  en  todas  sus  formas  para  satisfacer  la  diferencia  entre  ingresos 
y  gastos. 

No  hay  para  qué  decir  cuan  peligroso  es  el  sistema  de  apelar  al  crédito 
para  satisfacer  las  obligaciones  del  Estado ,  aun  en  los  países  en  que  sin 
salir  de  su  propio  territorio  se  encuentran  con  gran  facilidad  capitales  para 
cubrir  los  empréstitos  que  necesitan ;  con  lo  cual  se  cae  en  la  tentación  de 
apelar  con  frecuencia  á  este  recurso ,  que  según  los  oradores  de  la  opo- 
sición se  emplea  con  tal  regularidad,  que  en  su  opinión  constituye 
ja  un  sistema ,  supuesto  que  en  los  últimos  quince  años  se  han  tomado  á 
prestado  3.000  millones  de  francos,  sin  contar  con  los  440  que  ahora  nue- 
vamente se  piden.  M.  Louvet,  Diputado  de  la  mayoría,  que  contestó  á 
M.  Magnin,  empezó  declarando  que  no  combatiría  el  discurso  pronunciado 
por  este ,  j  en  el  suyo  manifestó ,  que  si  bien  la  situación  no  era  tan  peli- 
grosa como  algunos  suponían ,  era  sin  embargo  bastante  grave ,  siendo 
menester  examinarla  con  atención  j  ponerle  pronto  remedio. 

En  la  sesión  de  30  de  Junio  M.  Garnier-Pagés ,  cuya  competencia  en 
estas  materias  es  de  todo  el  mundo  reconocida ,  insistió  en  los  hechos  que 
ya  se  habían  expuesto  y  que  nadie  niega,  por  más  que  sea  distinta  la 
importancia  que  cada  partido  les  atribuya.  Examinando  las  causas  que 
producen  el  desnivel  de  los  presupuestos ,  dijo  que  consistían  en  que  el  Go- 
bierno pretende  un  imposible ,  sosteniendo  al  propio  tiempo  todos  los  glas- 
tos que  ocasionan  los  armamentos  y  los  que  producen  las  obras  públicas  en 
gran  escala  ,  siendo  á  su  parecer  el  remedio  de  la  situación  en  pri- 
mer lugar  las  modificaciones  que  son  necesarias  en  la  Constitución  para 
que  se  establezca  la  responsabilidad  ministerial,  única  manera  de  que  sea 
eficaz  la  intervención  de  los  representantes  del  país  en  la  gestión  de  la  Ha- 
cienda, y  en  segundo  el  desarme  hasta  poner  á  la  nación  en  pié  de  paz, 
cosa  que  cree  tanto  más  natural  y  conveniente,  cuanto  que  el  país  no 


EXTERIOR.  157 

desea  la  guerra  ni  haj  peligro  alguno  próximo  que  la  haga  temer,  porque 
ninguna  nación  se  halla  en  estado  de  atacar  con  las  armas  á  Francia ,  que 
en  todo  caso  sabría  defenderse ,  como  en  otras  ocasiones,  sacando  á  salvo 
de  todo  peligro  su  dignidad  y  su  independencia. 

M.  de  Saint-Paul ,  que  siguió  á  M.  Garnier-Pagés  en  el  uso  de  la  pala- 
bra ,  habló  por  su  propia  cuenta ,  aunque  pertenece  á  la  mayoría ,  y  reco- 
nociendo el  desnivel  de  los  presupuestos ,  dijo  que  sin  embargo  era  impo- 
sible disminuir  los  gastos  y  que  en  su  opinión  no  habia  más  medio  para 
cubrirlos  que  hacer  producir  más  á  los  impuestos,  estableciendo  otro  nuevo 
sobre  el  te,  el  café  y  el  cacao ;  con  lo  cual ,  y  con  un  secreto  que  no  quiso 
revelar  y  que  produciría  20  millones,  se  remediaría  la  situación.  La  Cámara 
pidió  á  M.  Saint-Paul  que  revelase  su  secreto,  pero  este  contestó,  que  por 
lo  mismo  que  lo  era  no  habia  de  ir  á  decírselo  á  200  personas.  M.  Talhouet, 
que  habló  luego  en  nombre  de  la  comisión,  no  creía  que  los  remedios  indi- 
cados por  el  preopinante  fuesen  suficientes,  pues  el  impuesto  sobre  el  te,  el 
café  y  el  cacao  solo  produciría  30  millones,  y  aun  sumando  á  esta  cantidad 
los  20  del  secreto ,  solo  se  obtendrían  50  millones ,  cuando  pasa  el  déficit 
de  loo  según  los  cálculos  mas  moderados.  M.  Thalhouet  indicó  que  el 
camino  que  había  que  seguir  era  el  que  había  emprendido  la  comisión, 
introduciendo  en  los  gastos  ciertas  economías  que  se  podían  hacer  exten- 
sivas á  varios  servicios,  y  explicó  luego  los  déficits  por  los  gastos  extra- 
ordinarios que  habían  ocurrido  en  años  anteriores  y  por  los  que  tenían  que 
satisfacerse  también  dentro  del  ejercicio  del  presupuesto  de  69  que  se  estaba 
discutiendo. 

No  es  posible  que  sigamos  el  orden  cronológico  en  esta  reseña,  so  pena 
de  darle  una  extensión  que  no  permite  su  índole,  y  por  lo  tanto  referiremos 
en  resumen  los  discursos  pronunciados  por  M.  Thiers  en  las  sesio- 
nes de  1.*  y  del  3  de  Julio.  En  ellos  trató  el  famoso  orador  la  cues- 
tión de  presupuestos  con  muchos  detalles  y  con  la  inteligencia  propia  de 
quien  se  reconoce  en  estas  materias  discípulo  del  barón  Louis.  Debe  en  efecto 
advertirse  que  el  historiador  del  consulado  y  del  imperio ,  que  llegó  á  ser 
Presidente  del  Consejo  de  Ministros  y  que  dirigió  bajo  la  Monarquía  de 
Julio  las  relaciones  internacionales  de  Francia ,  empezó  su  carrera  admi- 
nistrativa siendo  Subsecretario  del  gran  hacendista  que  hemos  nombrado 
antes,  y  aplicando  M.  Thiers  las  grandes  dotes  de  su  entendimiento  á  esta 
clase  de  asuntos,  los  dominó  muy  pronto,  tomando  una  parte  importantí- 
sima y  para  él  gloriosa  en  los  debates  financieros  de  aquella  época.  En- 
tonces, previendo  el  desarrollo  de  los  gastos  públicos  y  el  de  la  riqueza 
del  país ,  contestó  á  los  que  se  alarmaban  porque  los  primeros  habían  lle- 
gado á  la  suma  de  1.000.000.000  de  francos  con  estas  frases,  que  se  han 
hecho  célebres:  despedios  de  ese  millón  de  millones  porque  no  le  volvereis  á 
ver.  La  experiencia  ha  demostrado  hasta  qué  punto  eran  exactas  las  pre- 


158  REVISTA   POLÍTICA. 

visiones  de  M.  Thiers ,  pues  como  se  sabe  los  gastos  públicos  han  dupli 
cado  desde  entonces,  esto  es,  en  un  periodo  de  treinta  j  cinco  años.  Es 
de  creer  que  no  continúe  esta  prog-resion ,  porque  en  caso  contrario  se  lle- 
garía en  un  siglo ,  que  es  un  momento  para  la  vida  de  las  naciones ,  á  re- 
sultados que  por  su  misma  magnitud  serian  imposibles. 

Varios  puntos  principales  trató  en  su  discurso  M.  Thiers.  Consistió  uno 
de  ellos  en  una  cuestión  de  método,  pero  de  grande  importancia,  á  saber: 
la  división  de  los  presupuestos  generales  en  otros  particulares,  con  lo  cual 
se  introduce  una  confusión  que  no  deja  ver  con  claridad  su  resultado.  Mon- 
sieur  Thiers  cree ,  j  á  nosotros  nos  parece  que  con  razón ,  que  no  hay  mo- 
tivo racional  para  que  exista  un  presupuesto  ordinario ,  otro  extraordina- 
rio ,  otro  para  la  amortización  de  la  Deuda ,  sin  contar  con  el  presupuesto 
rectificado  y  sin  el  que  llama  especial  que  comprende  los  de  los  departa- 
mentos y  municipios.  Sumando  el  resultado  de  todos  ellos,  encuentra  Mon- 
sieur  Thiers  que  la  situación  financiera  del  país  es  gravísima  porque  existe 
con  realidad  un  déficit  de  300.000.000  de  francos  en  el  presupuesto  que 
ahora  se  examina  ,  siendo  de  la  misma  importancia  el  que  han  tenido  los 
de  otros  años  anteriores. 

No  podemos  seguir  á  este  orador  en  el  análisis  de  todos  sus  cálculos,  de 
los  que  deduce,  entre  otras  cosas ,  que  los  gastos  denominados  extraordi- 
narios no  lo  son  porque  los  adelantos  de  la  ciencia  harán  que  sea  menester 
que  se  renueven  continuamente  los  armamentos ,  j,  las  obras  públicas  de- 
berán seguir  su  actual  desarrollo,  so  pena  de  que  la  progresión  de  la  riqueza 
nacional  se  paralice  j  aun  decrezca.  Por  otra  parte,  M.  Thiers  piensa  que 
no  es  posible  introducir  economías  en  los  gastos  públicos  sin  desorganizar 
los  servicios,  ni  dar  de  mano  en  los  armamentos  sin  exponer  á  Francia  á 
graves  peligros ;  de  suerte  que  para  el  ilustre  orador  la  situación  es  irre- 
mediable j  proviene  de  la  poHtica  desacertada  que  así  en  el  interior  como 
en  el  exterior  sigue  hace  años  el  Gobierno :  en  el  interior,  no  dando  á  las 
libertades  públicas  la  extensión  que  es  menester  para  que  el  país  inter- 
venga eficazmente  en  sus  propios  negocios ;  y  en  el  exterior,  favoreciendo 
la  formación  de  grandes  naciones  que  han  comprometido  la  paz  amen- 
guando la  influencia  de  Francia. 

El  Ministro  de  Hacienda  M.  Magne  defendió  su  obra  modificada  por  la 
comisión ,  rectificando  algunos  errores  de  detalle  que  M.  Thiers  había  co- 
metido ,  especialmente  al  calcular  el  importe  de  la  Deuda  flotante;  explicó 
los  déficits  de  años  anteriores  por  las  guerras,  pestes,  inundaciones  y  otros 
estragos  que  habían  sobrevenido  bajo  el  reinado  del  Emperador,  y  se  em- 
peñó ,  á  nuestro  parecer  con  poco  fundamento ,  en  sostener  como  buena  la 
división  de  los  presupuestos  tal  como  hoy  existe.  Verdad  es  que  de  este 
modo  es  muy  fácil  la  defensa  de  la  gestión  financiera,  pues  se  supo- 
nen en  equilibrio  el  presupuesto  ordinario ,  el  de  la  amortización ,  el  de  las 


EXTERIOR.  159 

localidades,  j  se  cargan  todas  las  faltas  al  extraordinario,  que  viene  á  s^r 
le  boncemissaire  de  todos  los  pecados  financieros  que  puedan  cometerse 
por  los  gobernantes. 

Puede  decirse  que  con  estos  discursos  terminó  el  interés,  por  decirlo  asi 
técnico,  de  la  discusión;  pero  no  el  político,  que  ja  despertó  en  alto  grado 
M.  Ollivier  en  la  sesión  del  2 ,  j  que  llevó  á  su  colmo  M.  Julio  Favre  en 
la  del  4,  el  primero,  fundándose  en  los  resultados  de  la  gestión  financiera  j 
haciendo  ver  que  el  sistema  de  recurrir  á  empréstitos  para  satisfacer  los 
gastos  públicos  siempre  crecientes,  encuentra  el  remedio  de  los  males 
gravísimos  que  esto  origina  en  un  cambio  de  política  que  debe  consistir 
en  extender  las  libertades  públicas.  Más  explícito  Mr.  J.  Favre,  mani- 
festó en  su  discurso  que  la  paz  no  podía  asentarse  sobre  bases  sólidas  mien- 
tras la  guerra  dependiese  de  la  voluntad  soberana  de  un  solo  hombre ,  y 
con  este  motivo  atacó  fuertemente  la  esencia  del  sistema  imperial ,  pro- 
porcionando á  M.  Rohuer  ocasión  para  que  pronunciase  una  de  esas 
arengas  que  despiertan  el  entusiasmo  de  la  majoría,  que  parece  muj 
propicia  á  dejarse  arrebatar  por  esos  arranques  oratorios,  y  que  en  la  oca- 
sión presente  se  mostró  tan  apasionada  é  intolerante,  que  no  consintió 
que  se  contestara  al  Ministro  orador,  pidiendo  con  insistencia  j  algazara 
que  se  cerrara  la  discusión  á  pesar  de  las  enérgicas  j  razonables  protestas 
de  M.  Ollivier:  así  han  terminado  estos  debates,  cuja  gravedad  no  se  ocul- 
tará ciertamente  á  nuestros  lectores. 

También  en  Italia  son ,  como  se  sabe ,  objeto  de  atención  preferente  las 
cuestiones  financieras ;  pero  no  debe  extrañarse  que  ese  país  que  ha  sos- 
tenido dos  guerras  considerables  para  conquistar  bu  independencia  j  llegar 
á  su  unidad ,  manteniendo  entre  ambas  grandes  ejércitos ,  haja  tenido  que 
hacer  enormes  sacrificios  que  ahora  son  obstáculos  para  normalizar  la  si- 
tuación de  su  Hacienda.  Por  otra  parte ,  la  Administración  pública  en  casi 
todos  los  Estados  que  ahora  constitujen  el  reino  de  Italia,  espe- 
cialmente en  Ñapóles,  estaba  antes  en  un  abandono  casi  inconcebible, 
j  claro  es  que  no  se  han  de  obi*ar  sin  inconveniente  las  reformas  necesa- 
rias, porque  es  sabido  que  nada  repugnan  los  pueblos  tanto  como 
cualquiera  innovación  en  el  sistema  tributario.  El  Gabinete  Menabrea  ha 
sido  hasta  ahora  más  afortunado  que  sus  predecesores  en  esta  materia,  ha- 
biendo logrado  que  las  dos  Cámaras  aprueben  el  projecto  de  lej  en  que 
se  crea  el  impuesto  sobre  la  molienda ,  que  solo  puede  admitirse  por  una 
necesidad  inexcusable,  porque  grava  sobre  el  pan,  base  de  la  alimentación 
de  las  clases  pobres.  Así  es  que  para  justificarlo  en  la  misma  lej  j  por  uno 
de  sus  artículos  se  establece  también  el  impuesto  sobre  las  rentas  públicas 
contra  el  cual  pueden  aducirse  tantas  razones  de  justicia  j  de  conveniencia; 
de  justicia ,  porque  el  impuesto  disminuje  el  interés  que  prometió  el  Go- 
bierno á  los  que  le  prestaban  sus  capitales ;    de  conveniencia ,  porque  con 


160  REVISTA   POLÍTICA, 

esto  se  lastima  el  crédito  nacional  y  no  podrá  apelarse  á  él  cuando  sea  ne- 
cesario ó  será  menester  imponerse  mayores  sacrificios  para  obtener  algún 
resultado  de  este  medio  de  allegar  fondos.  En  la  actualidad  se  discute  en 
las  Cámaras  de  este  país  otro  proyecto  de  ley  que  tiene  por  objeto  arren- 
dar el  estanco  del  tabaco.  No  hay  para  qué  recordar  todos  los  inconve- 
nientes financieros  y  políticos  que  tiene  el  arrendamiento  de  las  rentas  pú- 
blicas ;  pero  en  este  como  en  otros  asuntos  de  índole  análoga,  el  Gobierno 
obedece  á  la  dura  ley  de  la  necesidad ,  apelando  á  esta  clase  de  expedientes 
para  salir  de  sus  ahogos.  El  arriendo  del  tabaco  producirá  desde  luego  su- 
mas de  gran  consideración  para  el  Tesoro ,  y  se  cree  además  que  la  expío  - 
tacion  de  este  ramo  mejorará  en  manos  de  la  industria  privada,  cosa  tanto 
más  necesaria ,  cuanto  que ,  según  se  dice ,  este  servicio  se  hace  actual- 
mente en  malas  condiciones,  siendo  pésima  la  calidad  de  sus  productos.  A 
pesar  de  estas  consideraciones  el  Ministerio  corre  peligro  en  esta  discusión, 
pues  es  contraria  á  su  proyecto  una  gran  parte  de  la  mayoría  ,  á  la  cual 
se  unirá  la  oposición ,  como  suele  suceder  en  casos  análogos. 

No  deduzcan  de  todo  lo  que  va  dicho  consecuencias  contrarias  á  la  ac- 
tual situación  del  reino  de  Italia  sus  sistemáticos  enemigos;  sin  ser  buena 
bajo  el  aspecto  económico,  es  incomparablemente  mejor  que  la  que  antes 
tenían  los  Estados  diversos  en  que  se  dividía  la  península ,  ya  estuvieran 
sometidos  directamente  al  yugo  extranjero,  ya  gimieran  bajo  el  férreo  ab- 
solutismo de  Príncipes  que  en  realidad  eran  agentes  de  la  dominación  aus- 
tríaca. Recuérdese  por  otra  parte  cuál  era  la  situación  de  España  durante 
la  guerra  civil  y  algunos  años  después  de  terminada ,  y  se  verá  que  sin 
ser  mayores  los  resultados  políticos  que  con  ella  hemos  alcanzado,  fueron 
mucho  más  graves  y  funestas  las  consecuencias  económicas  que  ocasionó 
la  lucha  contra  los  representantes  y  partidarios  del  antiguo  régimen. 

Los  sucesos  ocurridos  últimamente  en  Servia  han  confirmado  casi  todo  ' 
lo  que  decíamos  en  nuestra  anterior  Revista.  La  Skuptchina  ha  proclamado 
heredero  del  Trono  al  Príncipe  Milano,  y  se  ha  constituido  una  Regencia 
compuesta  de  los  Ministros  y  altos  funcionarios  que  servían  á  las  órdenes 
del  Príncipe  Miguel;  pero  no  contenta  con  esto  la  Asamblea,  que  ha  es- 
tado muy  pocos  dias  reunida ,  ha  tomado  otras  determinaciones  de  gran 
importancia,  tales  como  la  obligación  impuesta  al  Gobierno,  de  que  du- 
rante la  menor  edad  del  Príncipe  reinante  sea  convocada  á  lo  menos  una 
vez  al  año ,  la  del  establecimiento  del  jurado  para  toda  clase  de  delitos; 
la  concesión  de  la  libertad  de  imprenta ,  y,  en  una  palabra ,  cuanto  cons- 
tituye la  esencia  de  los  gobiernos  constitucionales  que ,  como  se  ve ,  ex- 
tienden por  todas  partes  su  benéfico  influjo ;  esperando  los  pueblos  de  su 
ejercicio  el  remedio  de  los  males  que  los  aquejan ,  con  tanta  más  razón 
cuanto  que  la  experiencia  demuestra  que  la  propiedad  y  grandeza  de  las 
naciones  modernas  están  en  proporción  de  las  libertades  políticas  de  que 


EXTERIOR.  161 

g-ozan.  Además  de  estas  medidas  de  orden  interior,  la  Skuptehina  ha  re- 
suelto levantar  una  estatua  al  Príncipe  Miguel  en  el  parque  de  Topchidéré 
que  fué  teatro  de  su  muerte ,  y  que  se  conserven  las  relaciones  internacio- 
nales ,  tal  como  últimamente  las  liabia  establecido  este  Principe.  Esta  re- 
solución, que  será  muj  bien  recibida  en  Austria  y  en  Turquía ,  no  se  verá 
con  el  mismo  gusto  en  San  Petersburgo ,  y  el  Gobierno  moscovita ,  apo- 
yando las  pretensiones  del  partido  gran-servio ,  podrá  con  facilidad  agi- 
tar el  país  durante  la  minoría  del  Príncipe  Milano ,  á  pesar  de  la  una- 
nimidad y  de  las  muestras  de  entusiasmo  con  que  ha  sido  proclamado,  por- 
que así  empiezan  todos  los  poderes  nuevos ,  y  después  el  descontento  que 
los  errores  humanos  producen  siempre  engrosa  las  filas  de  los  enemigos 
que  al  principio  estuvieron  retraídos  y  silenciosos.  Ahora  en  Servia  tienen 
grandes  motivos  para  estarlo  los  de  la  situación  dominante,  porque  de  re- 
sultas de  la  protesta  publicada  por  el  Príncipe  Karageorgiewitch ,  en 
que  manifiesta  que  ninguna  parte  había  tenido  él  ni  su  familia  en  el  ase- 
sinato del  Príncipe  Miguel ,  los  ejecutores  y  cómplices  de  este  atentado 
han  hecho  revelaciones  importantísimas,  de  las  que  se  deduce  con  claridad 
que  el  asesinato  era  consecuencia  de  un  verdadero  complot  político  en  que 
estaban  comprometidos  todos  los  partidarios  de  la  familia  Karageorgie- 
witch ,  y  por  lo  tanto  muchos  miembros  del  partido  gran-servio  que  se 
habían  declarado  en  oposición  al  Príncipe  Miguel  desde  que  éste  habia 
cambiado  de  política  estrechando  sus  relaciones  amistosas  con  Austria  y 
abandonando  los  proyectos  de  desmembrar  de  Turquía  alguna  parte  de 
su  territorio. 

Por  de  pronto  se  han  alejado  los  temores  de  que  los  sucesos  de  Servia 
reprodujeran  la  cuestión  de  Oriente ,  que  es  uno  de  los  peligros  que  cons- 
tantemente amenazan  turbar  la  paz  de  Europa,  y  que  no  se  desvanecerán 
mientras  que  la  organización  de  aquellos  países  no  deje  de  ser  una  viola- 
ción flagrante  de  la  justicia  y  de  la  razón.  Deseamos ,  aunque  sin  grandes 
esperanzas ,  que  las  iniquidades  de  que  vienen  siendo  víctimas  hace  siglos 
los  pueblos  cristianos  de  Oriente  vayan  desapareciendo  con  el  progreso  de 
la  civilización  y  mediante  la  intervención  moral  y  amistosa  de  los  Estados 
de  Occidente:  solo  cuando  esto  se  haya  conseguido  se  quitarán  pretextos  á 
ciertas  ambiciones ,  y  no  será  la  cuestión  de  Oriente  una  amenaza  contra 
el  sosiego  de  Europa. 

Después  de  varias  sesiones  en  que  han  tomado  parte  los  oradores  más 
notables  de  la  Cámara  de  los  Lores ,  el  bilí  sobre  la  reforma  de  la  Iglesia 
establecida  en  Irlanda  ha  tenido  contra  su  segunda  lectura  una  mayoría 
de  l92  votos,  presentándose  solo  97  favorables  á  ella.  Según  se  ve,  la  alta 
Cámara  se  muestra  contraria  á  esta  reforma  como  lo  ha  sido  siempre  á 
todas  las  que  ha  inspirado  el  espíritu  liberal  de  los  tiempos  modernos; 
pero  esto,  lejos  de  maravillarnos,  nos  parece  natural»  porque  es  consecuen- 
TOMO  III.  11 


162  REVISTA  política  exter  or. 

cia  del  carácter  conservador  j  resistente  de  la  alta  Cámara;  sin  embargo, 
no  será  obstáculo  para  que  triunfe,  como  triunfaron  la  ley  electoral ,  la 
de  emancipación  de  los  católicos  j  la  de  cereales,  á  pesar  de  que  lastima- 
ba los  intereses  de  los  grandes  propietarios  territoriales  que  en  dicha 
Cámara  tienen  asiento  y  voto. 

Si  como  es  de  creer  las  próximas  elecciones  dan  mayoría  á  los  partida- 
rios de  la  reforma  propuesta  por  Gladstone  en  la  Cámara  de  los  Comu- 
nes ,  que  es  la  que  en  realidad  gobierna  y  administra  en  la  Gran  Bretaña, 
esa  medida  se  llevará  á  cabo  sin  que  sea  siquiera  preciso  apelar  á  una 
gran  hornada  de  Lores,  porque  la  Cámara  alta  con  su  gran  espíritu  polí- 
tico y  práctico  sabe  hasta  qué  punto  puede  y  debe  llevar  su  resistencia  á 
las  reformas ,  y  jamás  se  opone  desacordadamente  á  la  manifestación  ex- 
plícita y  constante  de  la  opinión  pública.  Ya  lo  hemos  dicho ,  el  sistema 
constitucional  saldrá  victorioso  de  esta  prueba  como  de  las  anteriores :  la 
prosperidad  de  Inglaterra  continuará  su  majestuoso  curso  para  servir  de 
ejemplo  á  los  pueblos  que  aún  no  poseen  las  instituciones  que  allí  han  pro- 
ducido tanto  bienestar  y  tanta  grandeza. 

A.  M.  Fabié. 


boletín  bibliográfico. 


Elementos  de  filosofía  especulativa,  acomodados  para  servir  de  texto  en  los 
institutos  y  universidades ,  por  D.  Bartolomé  Beato,  Catedrático  y  Decano  de 
la  Facultad  dé  Filosofía  y  Letras  de  Santiago.— Santiago.  Establecimiento  ti- 
pográfico de  José  María  Paredes,  1866. — (XIII,  423  páginas  en  4.°) 

De  esta  obra ,  cuyo  título  es  idéntico  al  de  la  escrita  en  italiano  por  el  pres- 
bítero Pi'isco  y  recientemente  traducida  á  nuestro  idioma  por  el  Sr.  Tejado, 
solo  ha  salido  á  luz  el  primer  tomo,  que,  además  de  una  Introducción  general, 
donde  el  autor  define  la  filosofía  y  explica  su  origen ,  sus  relaciones  con  las 
demás  ciencias ,  su  importancia  y  utilidad ,  partes  de  que  consta ,  métodos  se- 
guidos en  su  estudio  y  plan  del  presente  tratado,  comprende  la  Psicología  em- 
pírica y  la  Lógica,  con  un  Apéndice  acerca  de  la  naturaleza,  origen  y  reali- 
dad objetiva  de  las  ideas  como  introito  á  la  Ontologia.  Sobre  esta,  la  Teodi- 
cea, la  Psicología  racional,  la  AntrojMlogia  y  la  Ética,  versará  el  segundo  vo- 
lumen, todavía  inédito. 

Si  hemos  de  ser  francos ,  nó  hallamos  enteramente  aceptable  el  plan  adop- 
tado por  el  Sr.  Beato.  Convenimos  con  él  en  que  la  Psicología  debe  preceder 
á  la  Lógica  ;  pero  creemos  que  otro  tanto  puede  decirse  de  la  Ontologia,  su- 
puesto que  la  Lógica  no  se  reduce  á  la  simple  aplicación  de  las  verdades  y  le- 
yes psicológicas,  sino  que  aplica  igualmente  las  verdades  y  leyes  ontológicas, 
los  conceptos  trascendentales  por  medio  de  los  cuales  pensamos  y  conocemos, 
y  sin  los  que  el  entendimiento  humano  sería  una  potencia  muerta  é  infecunda. 
Tampoco  juzgamos  plausible  la  separación  que  establece  entre  la  Psicología 
empírica  y  la  racional,  y  entre  una  y  otra  y  la  Antropología ;  división  mani- 
fiestamente inexacta ,  puesto  que  siendo  la  Psicología  la  ciencia  del  alma  hu- 
mana, y  formando  esta  alma  parte  esencial  é  integrante  del  hombre,  objeto 
de  la  Antropología,  claro  se  vé  que  los  dos  primeros  miembros  están  conteni- 
dos en  el  segundo,  ó  á  lo  menos  deben  estarlo,  dada  la  unidad  del  hombre,  si 
no  queremos  presentarlo  lastimosamente  mutilado. 

Notamos  estos  defectos  con  tanto  mayor  disgusto,  cuanto  que  por  lo  demás, 
nos  parece  el  Sr.  Beato  uno  de  nuestros  mejores  filósofos  modernos,  ya  se 
atienda  á  la  solidez  y  trabazón  dialéctica  con  que  de  ordinario  discurre ,  ya  á 
la  claridad,  precisión  y  limpieza  con  que  expresa  sus  conceptos  y  desarrolla 
sus  teorías,  poniéndolas  al  alcance  de  cualquiera  entendimiento  medianamente 
despejado;  mérito  en  que  pocos  le  igualan  y  nadie  le  excede.  Su  punto  de  par- 
tida y  su  método  son  los  de  la  escuela  escocesa;  pero  en  el  orden  de  materias, 
rigurosamente  sistemático,  dentro  de  cada  tratado,  y  en  no  pocos  puntos  de  sus 


164  BOLETÍN  BIBLIOGRÁFICO. 

doctrinas  presenta  notable  originalidad,  conociéndose  que  no  es  mero  compi- 
lador, sino  que  tiene  pensamiento  propio,  y  que  sin  desechar  los  materiales 
que  otros  pudieran  suministrarle,  sabe  asimilárselos  y  construir  por  sí  mismo, 
digámoslo  así,  su  filosofía,  la  cual  participa  á  la  vez  del  psicologismo  y  del  es- 
colasticismo, y  es  en  sus  conclusiones  francamente  ortodoxa. 

Divide  la  Psicología  emjyírica  en  cuatro  secciones  armónicamente  combina- 
das, dedicando  la  primera  al  estudio  de  los  sentimientos  y  de  la  sensibilidad, 
la  segunda  al  del  conocimiento  y  la  inteligencia ,  la  tercera  al  de  los  actos ,  la 
actividad  y  la  voluntad,  y  la  cuarta  al  de  las  relaciones  de  los  pensamientos,  con 
cuyo  motivo  explica  la  filosofía  del  lenguaje  que  comunmente  se  incluye  en  la 
lógica.  De  esta  hace  tres  secciones  que  versan  respectivamente  acerca  de  la 
verdad  y  el  error  y  sus  relaciones  con  la  inteligencia,  sobre  las  leyes  de  las  fa- 
cultades anímicas  en  sits  relaciones  con  la  verdad,  y  sobre  los  medios  auxilia- 
res de  la -inteligencia,  que  son  el  asunto  especial  de  la  dialéctica. 

Emplea  con  sobriedad  la  erudición  ;  pero  al  ventilar  los  puntos  cardinales, 
casi  siempre  indica  y  rebate  ó  corrige  las  opiniones  profesadas  acerca  de  ellos 
por  los  más  famosos  filósofos,  señaladamente  las  de  Platón,  Aristóteles,  los  es- 
colásticos y  los  modernos  alemanes.  De  estos  últimos,  Kant  y  Krause  son  los 
que  más  frecuentemente  impugna.  En  la  teoría  de  las  ideas  se  aparta  de  ellos 
igualmente  que  de  los  tradicionalistas,  acercándose  más  á  los  escolásticos,  si 
bien  rechaza  el  entendimiento  agente  y  el  posible  que  tanto  papel  hacen  en  las 
filosofías  peripatéticas,  y  sostiene  que  la  razón  percibe  lo  universal  directa- 
mente y  no  en  los  fantasmas,  sino  en  los  objetos  mismos.  Los  argumentos  que 
en  apoyo  de  esta  opinión  aduce  son  á  nuestro  ver  de  bastante  peso.  Lo  que  no 
comprendemos  tan  fácilmente  es  cómo  esa  percepción,  esa  generalización  sú- 
bita de  los  individuos  pueda  efectuarse  una  vez  despojada  el  alma,  como  la 
despoja  el  Sr.  Beato,  de  las  ideas  innatas  ó  concepciones  primeras,  impresión 
y  trasunto  de  los  ejemplares  divinos.  ¿Qué  son  los  objetos  individuales  y  sus 
propiedades  sino  retratos  en  miniatura,  por  decirlo  así,  de  las  razones  univer- 
sales y  eternas?  ¿Y  cómo  nos  elevaríamos  de  aquellos  á  estas,  percibiendo  su 
conformidad,  si  de  estas  no  tuviésemos  prenoción  alguna?  "En  el  orden  inte- 
"lectual,  dice  el  P.  Yañez  del  Castillo  en  sus  Controversias  críticas  con  los  racio- 
>'nalistas  (1),  hay  que  suponer  un  punto  fijo  como  en  el  orden  material.  ¿Qué  son 
nsino  las  ideas  innatasl  jDe  dónde  le  vino  al  hombre  la  idea  de  la  justicia?.... 
"Debiendo  tener  las  acciones  un  tipo  según  el  cual  son  justas  ó  injustas ,  no 
"siéndolo  las  ideas  innatas ,  no  queda  otro  que  las  mismas  acciones,  lo  cual  es 
"una  contradicción  que  ellas  sean  uno  y  otro ,  la  acción  y  el  tipo  de  ella ,  lo 
"justo  y  la  norma  de  lo  justo.»  Esto  que  el  P.  Yañez  del  Castillo  dice  de  la 
dea  de  justicia  es  aplicable  igualmente  á  todas  las  ideas  generales,  que  como 
observa  en  su  Estlética  el  Sr.  Nuñez  Arenas  "siempre  contienen  más  que  los 
i.hechos  particulares. "  No  son  pues  actos  del  espíritu  que  conoce,»  cual  pretende 
el  Sr.  Beato ;  "son  los  atributos  de  la  inteligencia  por  los  que  se  conoce  á  sí 
"misma  y  conoce  todo  lo  demás,"  según  afirma  y  demuestra  el  Sr.  Martin  Ma- 
teos en  El  Espiritvxílismo. 

(1)     Citamos  de  intento  esta  obra  que  consta  de  diez  tomos  en  4."  y  es  muy  poco  co- 
Bocida,  á  fin  de  recordarla  á  nuestros  lectores.  Se  publicó  en  VaUadolid  en  1854, 


BOLETÍN   BIBLIOGRÁFICO.  166 

Por  lo  demás ,  aunque  en  esta  cuestión  y  alguna  otra  disentimos  del  pare- 
cer del  Sr.  Beato ,  repetimos  que  su  obra  merece  la  atención  de  los  doctos  y 
puede  ser  de  no  escaso  provecho  como  libro  de  texto ,  sobre  todo  si  se  procura 
que  los  alumnos  la  confronten  con  otras,  de  suerte  que  adquieran  el  hábito  de 
pensar  por  sí  mismos  y  no  segiiir  servilmente  las  opiniones  del  autor  ni  las  del 
catedrático,  supuesto  que  la  Filosofía  es  antes  que  nada  ciencia  de  razón  ilus- 
trada y  reflexiva. 

Apuntes  para  una  historia  de  la  sátira  en  algunos  pueblos  de  la  antigüedad 
y  de  la  Edad  Media.  Discursos  leídos  en  el  Ateneo  Catalán  por  D.  Joaquín 
Rubio  y  Ors.  Barcelona,  1868.  Un  tomo  en  8."  250  páginas. 

El  autor  de  esta  obra,  catedrático  que  ha  sido  de  literatura  en  la  Univer- 
sidad de  Valladolíd,  y  actualmente  de  historia  en  la  de  Barcelona,  se  ha 
dado  ya  á  conocer,  no  solo  como  poeta  catalán  con  el  famoso  pseudónimo  de 
Gayter  del  Llobregat,  sino  también  por  varios  trabajos  referentes  á  las  dos 
materias  cuya  enseñanza  ha  desempeñado.  Entre  otros  publicó  no  há  mucho 
dos  estudios  sobre  Tácito  y  Salustio  y  otro  sobre  el  sentimiento  de  la  natu- 
raleza en  los  pueblos  modernos.  El  que  ahora  anunciamos  requería  en  su 
autor  para  el  perfecto  desempeño ,  además  de  tacto  delicado  y  de  prudencia 
exquisita ,  sólidos  conocimientos  históricos  y  literarios.  Obra  de  investigación 
científica,  como  son  poco  comunes  entre  nosotros,  no  se  reduce  ni  á  una 
árida  enumeración  de  hechos ,  ni  á  vagas  consideraciones  sin  base  histórica. 
Es  no  menos  que  un  ensayo  general  de  la  historia  de  la  sátira,  y  que  como  tal 
se  diferencia  de  los  demás  trabajos  concernientes  á  la  materia  que  se  han 
publicado,  monografías  que  se  limitan  á  tal  ó  cual  país  ó  á  tal  ó  cual  período 
de  tiempo.  A  la  riqueza  de  hechos  reúne  la  abundancia  y  trascendencia  de 
consideraciones  teóricas,  y  á  la  índole  científica  el  atractivo  déla  exposición, 
que  como  de  obra  destinada  á  la  lectura  pública,  es  algún  tanto  oratoria.  El 
autor  ha  acudido  de  continuo  á  las  fuentes,  conforme  demuestra  á  menudo 
con  la  rectificación  de  algunos  datos  ya  conocidos,  pero  que  habían  sido 
expuestos  de  un  modo  inexacto  ó  exagerado:  servicio  grande  hecho  á  la 
ciencia,  á  la  cual  no  tanto  interesa  la  suma  de  los  hechos,  como  su  recta 
apreciación.  Con  tanta  lucidez  como  profundidad  y  amplitud,  al  mismo 
tiempo  que  con  suma  fijeza  de  principios  y  de  convicciones,  discútelos  varios 
problemas  históricos,  literarios  y  morales  que  le  van  saliendo  al  paso.  Aunque 
decidido  y  franco  adversario  del  espíritu  satírico,  da  muestras  de  que  ha  estu- 
diado su  asunto  con  perseverante  amor,  y  en  ninguna  parte  de  su  libro  se  nota 
la  huella  del  cansancio  ó  del  desaliento.  Observaremos,  finalmente,  que  ha 
logrado  reproducir  con  suma  corrección  los  textos  latinos  y  latino-bárbaros, 
pro  vénzales  y  franceses,  de  que  ha  hecho  uso  oportuno  y  sobrio. 
'  Después  de  algunas  indicaciones  de  la  sátira  entre  los  egipcios ,  habla  con 
más  detención  de  la  de  los  griegos.  Dedica  luego  un  discurso  entero  á  la  sátira 
romana.  El  tercero  trata  de  los  tiempos  más  oscuros  de  la  Edad  Media  y  de 
aquella  poesía  latina  ínfima  que  se  designa  con  el  nombre  de  popular,  dando 
curiosas  noticias  de  los  llamados  Goliardos.  El  capítulo  siguiente  habla  de 
varias  costumbres  paródicas  y  burlescas  de  la  Edad  Media,  y  volviendo  á  la 
historia  de  la  sátira  escrita,  de  aquella  que,  como  uno  de  los  géneros  predi- 


166  boletín  bibliográfico. 

lectos  de  su  poesía  lírica,  cultivaron  los  provenzales.  El  capítulo  quinto  está 
únicamente  destinado  á  la  poesía  satírica  en  la  Francia  del  Norte  en  la  Edad 
Media,  campo  vastísimo  y  difícil  de  recorrer  por  la  multiplicidad  y  aglome- 
ración de  los  materiales.  El  sexto  y  último  habla  de  la  sátira  y  caricatura  en 
la  escultura  arquitectónica  religiosa  de  los  períodos  bizantino  y  gótico.  Como 
páginas  de  singular  excelencia  notaremos  (puesto  que  nos  es  posible  mencio- 
nar todo  lo  notable)  aquellos  en  que,  descrita  la  armónica  y  serena  majestad 
del  Partenon,  lo  finge  invadido  de  repente  por  el  genio  de  la  caricatura,  y 
aquellas  tan  sentidas  en  que  manifiesta  el  verdadero  carácter  y  significación 
de  la  catedral  cristiana  de  los  tiempos  medios. 

Fhüosophia  elementaría  ad  usum  academicce  ac  pr(JEse7'tin  ecclesiasticce  Ju- 

ventutis  opera  et  studio  R.  P.  Fr.  Zex)liyrini  González,  Ordinis  Prcedicatoruvi, 

Volumem  primum  Logicam,  Psychologiam  et  Idealogiam  complectens. — >S'tt- 

periorumpermissu.—Msitúü:  Apud  Polycarpum  López.  MDCCCLXVIII.— 

(567  páginas  en  4.°) 

La  composición  de  obras  en  latin,  cosa  todavía  frecuente  en  Inglaterra, 
Alemania  é  Italia,  ha  venido  á  hacerse  rarísima  entre  nosotros  en  lo  que  va 
de  siglo,  sobre  todo  desde  que  el  antiguo  régimen  fué  expulsado  definitiva- 
mente de  la  escena  política,  pasando  á  la  región  de  los  recuerdos.  Tal  vez  no 
lleguen  á  doce  los  libros  escritos  en  el  idioma  del  Lacio ,  que  se  han  dado  á 
luz  en  España  durante  el  reinado  de  Isabel  11.  De  ellos  solo  tenemos  presentes 
en  este  momento  el  Tratado  de  Teología  de  los  PP.  dominicos  Puig  y  Xarrié, 
el  de  Derecho  canónico  del  Dr.  de  la  Fuente,  y  los  Cursos  elementales  de  Filo- 
sofía de  Balmes,  el  P.  Cuevas  y  el  Dr.  Costa,  á  los  que  se  agrega  ahora  el  del 
P.  González ,  autor  ya  ventajosamente  conocido  por  sus  profundos  Estvdios 
sobre  la  filosofía  de  Santo  Tomás. 

El  latin,  de  oratorio  que  era  en  la  antigüedad,  se  hizo  filosófico  en  la  Edad 
Media ,  ganando  en  precisión  y  lógica  cuanto  perdió  de  pompa  y  ritmo.  En 
este  latin  escolástico ,  malamente  ridiculizado  por  algunos  que  desconocen  que 
los  idiomas  no  pueden  menos  de  acomodarse  á  las  sucesivas  evoluciones  del 
entendimiento  humano,  si  ha  de  haber  la  debida  congruencia  entre  la  palabra 
y  la  idea ,  está  escrita  la  Philosophia  elementaría  con  propiedad  y  pureza  y  la 
posible  armonía.  Se  padece  un  grave  error  al  suponer  que  el  latin  es  una  len" 
gua  muerta,  y  por  consiguiente  ya  fijada  definitivamente.  Es  lengua  viva, 
puesto  que  se  usa  todavía  para  la  trasmisión  del  pensamiento,  y  como  tal, 
obedece  y  debe  obedecer  en  su  desarrollo  á  las  mismas  leyes  que  las  demás 
lenguas  vivas.  En  este  concepto,  censuraríamos  al  P.  González ,  si  por  atem- 
perarse á  las  exigencias  de  los  humanistas  que  opinan  lo  contrario,  hubiese 
intentado  vaciar,  á  favor  de  continuos  y  enervantes  circunloquios,  las  ideas 
de  Santo  Tomás  en  la  frase  de  Marco  Tulio  y  Tito  Livio ,  pues ,  dado  que  lo 
consiguiese,  de  fijo  sería  oscuro  é  insufriblemente  afectado  sii  estilo,  con  el 
inconveniente  además  de  romper  la  cadena  de  la  tradición  escolástica ,  y  cer- 
rar, por  ende,  á  sus  lectores  las  puertas  de  la  filosofía  cristiana  de  la  Edad 
Media,  cuya  renovación  es  cabalmente  el  objeto  que  se  propone,  dócil  á  una 
tendencia  muy  poderosa  hoy  en  el  mundo  sabio. 

El  P.  González — ya  lo  hemos  dicho — es  escolástico-tomista;  pero  no  por  eso 


boletín  bibliográfico,  167 

niega  que  desde  Santo  Tomás  hasta  el  dia  se  hayan  hecho  adelantos  positivos 
en  puntos  secundarios  de  las  ciencias  filosóficas.  Con  ellos  procura  ampliar  é 
ilustrar  oportunamente  las  teorías  del  Doctor  Angélico ,  siguiendo  á  Leibnitz, 
que  decia:  la  filosofía  de  los  antiguos  es  sólida,  y  las  nuevas  elucubraciones  no 
deben  encamÍ7iarse  á  destruirla,  sino  á  comjüetarla  y  exclarecerla.  Tampoco  le 
vemos  entregarse  á  las  sutilezas  y  cuestiones  inútiles  que  tanto  descrédito 
atrajeron  sobre  el  escolasticismo  en  los  siglos  anteriores.  Limítase  á  desenvol- 
ver metódicamente  lo  sustancial  y  perenne  de  las  doctrinas  á  que  rinde  culto, 
y  de  paso  expone  y  refuta  las  contrarias,  citando  á  los  más  afamados  filósofos 
que  las  han  profesado.  Así  en  la  Psicología  dedica  un  largo  pasaje  á  resumir 
é  impugnar  las  principales  opinionesacerca  del  entendimiento,  pasando  revista, 
con  este  motivo,  á  Platón,  Aristóteles,  Plotino  y  los  Neo-platónicos,  Spinosa, 
Leibnitz,  Malebranche,  Cousin,  Gratry,  Ubaghs,  Kant,  Hegel,  Jacobi  y 
Linchtenfels,  Gioberti  y  Rosmini,  sin  olvidarse  de  los  modernos  frenólogos, 
cuyo  sistema  da  á  conocer,  discutiendo  al  propio  tiempo  la  posibilidad  y  con- 
diciones de  una  verdadera  Frenología.  Así  también  en  la  Ideología,  que  es 
sin  disputa  el  centro  y  riñon  de  las  especulaciones  filosóficas,  trata  extensa- 
mente de  los  más  importantes  sistemas  sobre  el  origen  de  las  ideas,  clasificán- 
dolos en  tres  grandes  grupos  que  designa  con  los  nombres  de  escuela  emjñrica, 
escuela  ontológica  y  escuela  psicológica.  A  la  primera  refiere  las  teorías  de  Loc- 
ke ,  Condillac  y  demás  sensualistas ;  á  la  segunda  las  de  los  propugnadores  de 
las  idea^  innatas  (Platón,  Leibnitz,  Rosmini),  y  de  la  intuición  divina  (Male- 
branche, Gioberti,  Schelling;;  y  á  la  tercera,  la  de  Fichte  y  la  de  la  repre- 
sentación sensible,  abrazada,  entre  otros,  por  Balmes,  Liberatore  y  Cuevas. 
Las  de  Kant  y  Cousin  participan,  en  sentir  del  P.  González,  ya  del  empirismo 
y  el  ontologismo ,  ya  de  este  y  el  psicologismo.  Más  comprensiva  la  que  él 
explica  y  defiende,  puede  considerarse  como  la  síntesis  de  dichas  tres  escuelas, 
puesto  que  asienta  con  los  empíricos  que  "no  se  da  en  el  hombre  conocimiento 
alguno  sin  que  preceda  la  percepción  sensible  de  algún  objeto;"  con  los  ontó- 
logos  que  "preexisten  en  nosotros  las  primeras  concepciones  del  entendimiento" 
y  que  este  "no  es  más  que  una  cierta  impresión  de  la  Verdad  Primera,  una 
"semejanza  participada  de  la  Luz  increada,  en  la  cual  se  contienen  las  razones 
"eternas;"  y  por  último,  con  los  jjsicólogos ,  que  "  las  ideas  son  producidas  por 
"el  entendimiento,"  lo  cual  se  verifica  "mediante  la  cópula  de  las  percepciones 
"de  los  sentidos  con  las  primeras  concepciones  de  la  razón;"  teoría  que  no  dis- 
crepa tanto  como  pudiera  creerse  de  la  expuesta  por  el  Sr.  Martin  Mateos  en 
JSl  Espiritualismo ,  dado  que  lo  que  este  llama  ideas  no  son  más  que  las  con- 
cepciones primeras  de  que  halDla  el  P.  González,  y  ambos  convienen  en  supo- 
nerlas innatas  y  correlativas  con  las  razones  eternas,  y  ambos  exigen  la  concur 
rencia  de  la  actividad  intelectual  y  de  la  percepción  sensible  para  la  existen, 
cia  del  conocimiento.  Acaso  la  discordancia  está  más  en  los  términos  que  en 
las  cosas. 

Más  divergentes  hallamos  á  los  dos  expresados  filósofos  en  la  manera  de 
determinar  el  principio  inmanente  de  las  operaciones  vitales  del  hombre.  El 
P.  González  lo  pone  en  el  alma  racional,  á  quien  hace  sujeto  de  los  fenómenos 
puramente  fisiológicos,  lo  mismo  que  de  los  noológicos  y  prasológicos;  el  señor 


168  boletín  bibliográfico. 

Mateos,  por  el  contrario,  le  reputa  de  todo  punto  diverso  de  aquella,  le  esta- 
blece en  cierta  actividad  propia  de  nuestro  organismo.  Esta  opinión  nos  parece 
más  aceptable.  El  P.  González  se  propone  .y  refuta  dos  de  los  argumentos 
opuestos  al  animismo  que  profesa;  pero  omite  y  deja  en  pié  otro  que  juzgamos 
irrefragable  y  del  cual  extrañamos  no  se  haya  heclio  cargo,  habiéndole  ex- 
puesto tan  vigorosamente  un  escritor  que  no  debe  serle  desconocido,  el  Conde 
de  Maistre ,  en  su  Ensayo  sobre  los  sacrificios.  "  La  carne  tiene  deseos  contra- 
"rios  á  los  del  espíritu, "  nos  enseñan  acordes  la  Sagrada  Escritura  y  la  expe- 
riencia. Amamos  á  un  mismo  tiempo  el  bien  y  el  mal,  amamos  y  aborrecemos 
el  mismo  objeto,  queremos  y  no  queremos,  tenemos  valor  y  juntamente  tem- 
blamos de  miedo.  ¿Cómo  un  sujeto  simple,  cual  lo  es  el  alma,  puede  ser  prin- 
cipio de  esos  movimientos  simultáneos  tan  radicalmente  antitéticos  1  i  Cómo  el 
cuerpo  que  es  inerte  de  suyo,  sin  más  actividad  que  la  que  recibe  del  alma,  no 
obedece  siempre  á  los  mandatos  superiores  de  esta  y  á  menudo  se  le  rebela? 

Desearíamos  saber  qué  solución  da  á  esta  dificultad  el  docto  dominico.  Tam- 
bién quisiéramos  que  nos  dijese  cómo  concilla  su  doctrina  con  aquella  sen- 
tencia de  San  Pablo:  "  la  palabra  de  Dios  es  espada  viva  que  penetra  hasta  la 
"división  del  alma  y  del  espíritu;'^  donde  se  nos  figura  ver  claramente  procla- 
mada la  diferencia  que  el  vitalismo  pone  entre  el  principio  fisiológico  y  el 
principio  racional  en  el  hombre. 

Sea  de  esto  lo  que  fuere,  y  opínese  como  se  quiera  en  punto  á  esa  y  otras 
cuestiones ,  no  se  ha  de  negar  que  el  P.  González  ha  compuesto  un  libro  de 
mérito,  útil  no  solo  en  cuanto  facilita  el  estudio  de  los  monumentos  filosóficos 
de  la  Edad  Media ,  sino  también  por  la  erudición  que  contiene  y  porque  con- 
tribuirá á  mantener  vivo  en  España  el  amor  á  las  especulaciones  profundas  y 
trascendentales. 


tUrector  y  Editor,  José  L.  Albuieda. 


TlPOGhAFÍA  DE  GREGORIO  ESTRADA,  Hiedra,  5y  7    Madrid. 


ROMA  Y  ESPAÑA 
Á  MEDIADOS  DEL  SIGLO  XVL 


ARTICULO  TERCERO. 

De  la  guerra  y  paces  entre  Felipe  II  y  el   Papa  con  la  conclufáon    del 
Pontificado  de  Paulo  IV,  los  principios  del  de  Pió  IV,  y  las  últimas  conse- 
cuencias de  todos  los  sucesos  referidos. 

I. 

Expuestas  en  otros  artículos  las  negociaciones  varias  y  las  con- 
trapuestas ideas  que  dieron  origen  ó  calor  á  la  contienda  en- 
tre el  Pontífice  Paulo  y  España ,  cúmpleme  relatar  en  el  presente 
los  hechos  y  consecuencias  materiales  que  de  allí,  más  ó  menos 
directamente  ,  se  derivaron.  ¡  Triste  á  la  verdad  ,  y  en  mucha 
parte  repugnante  tarea !  Porque  no  es  ya  principalmente  el  estudio 
de  las  intenciones  lo  que  ha  de  ocuparme ,  ni  el  análisis  en  los  do- 
cumentos de  los  conceptos  ó  palabras,  por  donde  ellas  habían  por 
fuerza  de  ponerse  en  claro.  Todo  aquello  puede  decirse  que  era 
combustible  hacinado:  y  lo  que  ha  de  llamar  la  atención  ya  hoy,  es 
el  chisporroteo ,  el  resplandor ,  la  llama  viva  que  al  fin  produ- 
ce ;  los  míseros  y  largos  estragos  que  fué  causando ,  aún  después 
que  parecía  envuelto  en  cenizas  el  fuego.  Comienza  la  acción  en 
suma :  los  papeles  se  convierten  en  armas,  y  de  ellas  brotan  copio- 
sas fuentes  de  sangre  y  lágrimas.  Lo  que  queda  por  ver  es  mucho 
más  triste  que  el  contraste  doctrinal  del  absolutismo  monárquico 
con  la  Iglesia ;  que  el  despecho  de  los  doctores  regalístas  ó  de  los 
ministros  eclesiásticos ;  que  los  despachos  insidiosos  de  los  Mínis- 

TOMO   III.  12 


no  ROMA    Y    ESPAÑA 

ti'os,  Ó  las  conversaciones  de  los  Diplomáticos  propios  y  extraños; 
que  las  exclamaciones  del  reciproco  j  opuesto  patriotismo  que 
encendía  á  Paulo  IV  y  al  Duque  de  Alba ;  que  las  míseras  quere- 
llas del  Cardenal  Carrafa,  ó  las  imprudencias  de  Sarria  y  Garcilaso; 
que  cuanto,  en  resumen,  ha  sido  hasta  aqui  objeto  de  mis  in- 
vestigaciones. Y  es  que  las  ideas ,  sean  cuales  sean ,  siempre  apa- 
recen más  nobles ,  más  puras ,  menos  groseras  que  su  realización 
en  la  vida.  Pero  hay  que  recorrer  las  páginas,  en  gran  parte  lú- 
gubres ,  que  me  quedan  por  escribir  todavía,  para  conocer  comple- 
tamente este  asunto,  y  conservar  idea  exacta  del  genio  y  condicio- 
nes de  todos  los  principales  personajes  que  desempeñaron  papel  en 
los  sucesos.  Por  eso  me  atrevo  á  pedir  á  mis  lectores,  en  esta  última 
pero  triste  y  larga  parte  de  mi  trabajo,  atención  y  paciencia. 

No  vendría  á  propósito  que  relatase  aquí  yo  al  pormenor  cuanto 
ocurrió  con  ocasión  de  la  guerra ,  al  fin  sobrevenida ,  entre  ponti- 
ficios y  españoles,  dado  que  lo  que  desde  el  principio  me  pro- 
puse fué  más  bien  exclarecer  sus  causas ,  é  inquirir  sus  efectos.  Si 
alguna  cosa  se  representa  idéntica  en  todos  los  siglos,  por  otra  parte, 
es  la  guerra.  La  confusión  que  ella  siempre  introduce  en  los  prin- 
cipios más  obvios  de  la  religión ,  la  moral  y  el  derecho ,  no  hay 
que  maravillarse  de  que  también  se  notara  en  la  contienda  de  que 
ahora  hablo  ,  por  masque  tuviese  lugar  entre  el  Padre  espiritual 
de  los  fieles  y  el  más  devoto  de  sus  hijos,  y  entre  los  ejércitos 
más  católicos  de  la  tierra.  De  una  como  de  otra  parte  se  acudió  á 
todo ,  sin  escrúpulos ,  con  tal  de  acrecentar  sus  fuerzas  ó  dismi- 
nuir las  contrarias.  Habíase  ya  visto  el  Cardenal  Carrafa ,  aun  antes 
de  llegar  á  las  manos,  sacar  provecho,  sin  reparo,  del  ilegítimo 
influjo  que  sobre  Enrique  II  ejercía  la  famosa  Diana  de  Poitiers, 
Duquesa  de  Valentinois,  sirviéndose  de  ella  para  atraer  á  este  á  sus 
intentos:  lo  cual  demuestran  sobradamente  las  varias  cartas  que  la 
escribió,  y  constan  en  el  manuscrito  de  la  Biblioteca  Nacional 
(X  34),  que  he  tenido  presente.  Aquel  extraño  pié  de  igualdad, 
en  que  se  prestó  á  vivir  la  Reina  Catalina  de  Médicis  con  la  dama 
de  su  esposo  durante  la  vida  de  este,  fué  cuidadosamente  respe- 
tado por  el  primer  Ministro  de  la  Santa  Sede ,  que  nunca  escribió  á 
la  una  recomendándola  sus  cosas,  sin  escribir  al  propio  tiempo 
á  la  otra ,  llegando  hasta  servirse  á  las  veces  de  una  sola  redac- 
ción para  entrambas ;  y  aun  los  Obispos ,  como  Monseñor  de  Man- 
ne,  que  lo  fué  de  Frejus,  enviados  á  París  de  parte  de  Roma  iban 


k    MEDIADOS    DEL  SlQLO    XVI.  171 

recomendados  á  la  par  entonces  á  la  dama  y  á  la  Reina:  católicas 
celosísimas  las  dos ,  aunque  de  iguales  y  poco  plausibles  costum- 
bres. No  debió  sorprenderle  tanto,  por  lo  mismo,  al  anotador  de 
Ñores,  Scipion  Volpicella,  ni  referir  en  son  de  tanta  censura, 
que  uno  de  los  principales  medios  de  que  se  valiesen  á  la  sazón  los 
españoles  para  conservar  el  señorío  de  Ñapóles ,  fuera  satisfacer  la 
liviandad  de  una  mujer  y  el  vano  orgullo  de  otra.  Fúndase  para 
decir  esto  Volpicella  en  los  hechos  siguientes.  Sábese  por  un  bió- 
grafo que  entre  la  vireina  Doña  María  Henriquez ,  hija  del  Conde 
de  Alba  de  Liste  y  Doña  María  de  Aragón ,  Marquesa  del  Vasto  ó 
del  Guasto ,  una  de  las  más  hermosas  dames  galantes  de  que  hace 
mérito  el  Sr.  de  Branthome  en  la  vida  que  escribió  de  las  de  su 
tiempo  (1),  y  que  era,  sin  duda,  la  principal  mujer  de  aquel 
reino,  nació  cierta  competencia  enconada  y  ruidosa,  á  causa  de 
no  querer  tratar  de  Excelencia  sino  de  Señoria  aquella  á  esta. 
Recelábase ,  de  resultas ,  que  la  Marquesa  emplease  su  fortuna  y 
las  poderosas  amistades  que  tenia  en  deservicio  de  España ,  cuan- 
do el  Duque  de  Alba,  no  menos  prudente  que  severo,  terció  en 
la  contienda ,  llevando  á  su  esposa  en  casa  de  la  del  Vasto  á  que 
la  diese  el  tratamiento  que  pretendía;  cosa  tan  agradecida  por 
ella ,  que  inmediatamente  se  puso  del  lado  del  Duque  con  su  di- 
nero y  todo  su  influjo ,  reunió  en  su  propia  casa  los  principales 
del  reinó,  y  no  paró  hasta  persuadirles  á  hacer  un  donativo  cuan- 
tioso ,  con  que  se  remedió  en  bastante  parte  la  escasez  de  recursos 
que  allí  había  para  formar  y  abastecer  el  ejército.  No  poco  de  lo 
que  faltaba  se  cubrió  también  luego  con  un  préstamo  de  600.000 
escudos  que  el  Duque  de  Alba  obtuvo  de  la  Reina  madre  de  Polo- 
nia, Bona  Sforcia  ú  Sforza ,  residente  á  la  sazón  en  su  estado  de 
Bari ;  valiéndose  del  influjo  de  Juan  Lorenzo  Pappacoda ,  gentil- 
hombre napolitano ,  muy  servidor  de  España ,  por  quien  había  ella 
dejado  hijos  y  reino,  siguiéndole  á  Italia  enamorada  y  sumisa. 
Ni  aun  la  segunda  de  estas  trazas  merece  la  mitad  de  la  censura 
que  un  crítico  severo  podría  hacer  de  la  singular  correspondencia 
sostenida  entre  Diana  de  Poitiers  y  el  Cardenal  Carrafa;  y  en  cuanto 
á  la  primera  es  digna  por  todos  estilos  de  aplauso.  Más  difíciles  son 
de  explicar  satisfactoriamente ,  atenta  la  piedad  intransigente  del 
Duque ,  ciertas  disposiciones  rigorosísimas  que  tomó  para  hacerse 
de  recursos ,  á  costa  de  las  personas  y  cosas  eclesiásticas  del  reino. 
(1)     Viet  de»  dames  galantes.  París,  1848. 


172  ROMA    Y    ESPAÑA 

Refiere  detalladamante  Pietro  Giannone  (1),  que  ordenó  el  de  Alba 
descolgar  las  campanas  de  todas  las  iglesias  y  monasterios  de  Be- 
nevento  para  fundirlas  y  proveerse  de  artillería,  bien  que  ofre- 
ciendo pagarlas,  después  de  acabada  la  guerra.  Dispuso  igualmente, 
según  el  mismo  autor,  que  por  mano  de  notarios  públicos  se  hiciese 
inventario  de  cuanto  oro  ó  plata  poseyesen  las  iglesias  y  monaste- 
rios del  reino ,  y  que,  recibiéndolo  luego  á  peso  ciertos  comisarios 
al  efecto  nombrados,  lo  condujesen  todo  al  arzobispado  de  Ñapóles, 
donde  habia  de  quedar  á  disposición  del  Rey,  exceptuándose  sólo , 
y  no  sin  que  antes  de  publicada  la  excepción  se  hubiesen  ya  recogido 
muchos  ó  muchas,  las  patenas  y  cálices  de  los  templos.  Causó,  como 
era  natural ,  no  corto  escándalo  en  el  reino  el  transporte  de  tan 
sagrados  objetos  á  Ñapóles;  y  el  Duque  modificó  su  determinación 
al  fin ,  previniendo  en  adelante  que  quedasen  secuestrados  en  ma- 
nos de  personas  eclesiásticas  ,  hasta  que  tuviese  él  que  echar  mano 
de  ellos.  Acordó ,  por  último,  en  esta  materia  el  Virey,  que  contri- 
buyese todo  el  clero  al  donativo  que  hizo  el  reino  á  S.  M.  para  las 
necesidades  de  la  guerra ;  y  que,  no  prestándose,  graciosamente  á 
ello ,  se  lo  sacasen  los  Gobernadores  de  las  provincias  á  viva  fuerza, 
con  arreglo  á  ciertas  notas  que ,  por  si  tal  sucedía ,  con  harta  pre- 
caución se  les  acompañaban.  Por  otra  parte ,  en  tanto,  lamentábase, 
y  no  sin  razón  Paulo  IV,  á  3  de  Julio  de  1556 ,  de  que  las  tropas 
alemanas  que  enviaba  el  Emperador  en  auxilio  del  Rey  de  España, 
atravesando  el  territorio  Véneto ,  se  compusieran  en  bastante  parte 
de  luteranos ;  y  no  debió  de  padecer  menos  el  religioso  ánimo  del 
Pontífice ,  al  saber  los  desórdenes  de  muchos  de  sus  mercenarios  sol- 
dados que  también  lo  eran,  de  lo  cual  dieron  hartas  señas  mientras 
duraron  las  hostilidades  en  el  territorio  eclesiástico ,  viviendo  como 
tales ,  y  haciendo  además  público  escarnio  de  los  más  respetables 
dogmas  y  prácticas  del  culto  católico.  Llegó  á  tal  punto ,  sobre  todo, 
el  desenfreno  de  unos  350  alemanes  de  la  guarnición  de  Montalcino, 
en  Toscana ,  tomados  por  el  Papa  á  sueldo  después  de  rendida  aque- 
lla plaza  á  nuestro  aliado  Cosme  deMédicis,  que  Andrea  Navajero 
manifestó  en  su  Relación  no  poca  extrañeza  de  que  un  Papa  tan 
celoso  se  hubiera  resignado  á tolerarlo.  Tocáronse  aún  masías  con- 
secuencias de  esto  en  Francia ,  donde  al  romper  la  tregua  hubo  que 
levantar  nuevos  regimientos  de  alemanes ,  que  siendo  asimismo  lu- 

(l)     Di'ir  J storia  civile  del  Regno  di Napoli,  Libro  33,  cap.  1." 


Á    MEDIADOS   DEL  SIGLO    XVI.  173 

teranos ,  por  lo  general ,  en  gran  parte  promovieron  las  discordias 
religiosas  de  aquel  reino. 

Mas  ¿qué  mucho,  si  la  perturbación  de  las  ideas  y  el  peligro  de 
las  conciencias,  llegó  en  el  hervor  de  la  guerra  hasta  la  misma  Pe- 
ninsula  española?  «Lleváronse  allá  tan  adelante,»  dice  con  esta 
ocasión  el  P.  Sforza  Pallavicino,  «so  pretexto  de  evitar  el  envío  de 
»dinero  á  Roma,  los  agravios  de  la  jurisdicción  eclesiástica,  que 
»solo  después  de  muchos  años  y  no  sin  trabajo  inmenso,  á  pesar  de 
»ser  cónjidentisimo,  ú  amigo  intimo  de  los  españoles  el  sucesor  de 
/>Paulo  IV,  se  logró  repararlos;  lo  cual  enseña  cuanto  sean  funestas 
»las  diferencias  entre  Papas  y  Principes  católicos,  por  religiosos  que 
»sean :  que  aunque  manda  la  religión  que  se  reconozca  á  Cristo  en 
»su  Vicario,  mal  suelen  el  espíritu  sumergido  en  la  materia ,  y 
»los  humanos  sentidos,  distinguir  la  persona  representante  de  la 
«representada ,  sometiéndose  debidamente  á  launa,  cuando  hay 
»que  combatir  con  la  otra  (1).»  Tales  palabras  del  historiador  del 
Concilio ,  verdaderas  siempre  que  se  disputan  puntos  políticos  en- 
tre los  Sumos  Pontífices  y  los  Jefes  de  las  naciones ,  por  no  haber 
separación  completa  entre  la  Iglesia  y  el  Estado,  eran  como  nunca 
aplicables  á  la  España  del  siglo  XVI ,  donde  el  Estado  y  la  Iglesia 
vivían  de  tal  suerte  en  uno,  y  tan  confundidos ,  que  era  imposible 
distinguir  muchas  veces  en  los  casos  prácticos  sus  respectivos  he- 
chos ó  atribuciones.  De  aquí  el  singular  conflicto  en  que  se  halla- 
ron entonces  los  piadosos  y  leales  españoles.  Prohibió  el  Papa,  por 
ejemplo,  que  saliesen  de  Roma  los  subditos  del  Rey  Felipe,  como 
aquel  les  ordenó,  según  ya  he  dicho:  y  ¿qué  hacer,  sobre  todo  los 
sacerdotes,  en  tal  trance?  (2)  Preciso  es  decir,  en  verdad,  que  no  so- 
lamente el  mayor  número  de  los  seglares ,  sino  aun  la  generalidad 
de  los  prelados  y  sacerdotes  de  estos  reinos ,  viéndose  obligados  á 
optar  entre  el  Papa  y  el  Rey  sin  remedio ,  se  inclinaron  entonces 
del  lado  del  último ,  contra  lo  que  se  observa  en  semejantes  casos 
en  nuestros  días.  Ya  se  ha  visto  que  la  razón  del  dinero,  á  que  Pa- 
llavicino alude ,  fué  tenida  por  buena  por  aquel  insigne  Melchor 
Cano,  de  quien  dijo  un  historiador  jesuíta  al  censurar  los  denues- 
tos que  escribió  contra  la  Compañía,  «que  era  hombre,  con  todo  eso, 

(1)  Istoria  del  Concilio  de  Trento,  libro  XIV,  cap.  1.°,  pág.  95. — Edición 
de  Roma. 

(2)  Mambrin  Roseo  de  Fabríano.  Dell  Compendio  DelV Istoria  Del  Regno 
di  Napoli. — Venecia  1591.  Seconda  parte.  Libro  VI. 


174  ROMA    T   ESPAÑA 

»en  cuyo  sublime  entendimiento  las  ciencias,  las  artes  y  las  musas, 
»tenian  su  más  culto  gabinete;»  y  que,  dado  cierto  supuesto,  la 
aceptó  y  aprobó  también  el  maestro  Fray  Pascual  Mancio,  catedrá- 
tico de  prima  de  Santo  Tomás  en  Alcalá ,  del  cual  escribe  el 
autor  antecitado,  que  era  «claro  ornamento  de  la  familia  de  Santo 
»Doming'o,  el  primer  hombre  de  aquel  liceo,  y  uno  de  los  mayores 
»de  su  siglo.»  Pues  no  hay  que  dejar  de  la  mano  á  aquel  his- 
toriador para  hallar  ejemplo  más  interesante  y  respetable  toda- 
vía, de  la  perplejidad  dolorosa  en  que  puso  los  ánimos  de  los  es- 
pañoles esto  de  tener  al  Pontífice  por  temporal  enemigo.  Cuenta  el 
Cardenal  Cienfuegos,  que  es  á  quien  me  estoy  refiriendo,  que  el  de- 
votísimo jesuíta  San  Francisco  de  Borja  supo  un  día,  «por  bien  se- 
»creto,  y  bien  seguro  aviso,  que  la  Cabeza  de  la  Iglesia,  enfure- 
»cida  contra  el  Monarca  español ,  y  los  Ministros  de  toda  su  justi- 
»cia ,  se  había  resuelto  á  declarar  excomulgados  y  cismáticos ,  al 
»Príncipe  D.  Felipe,  y  á  todos  sus  tribunales ,  obligándole  á  él  con 
»censuras,  por  Letras  Apostólicas,  á  que  fuese  infeliz  instrumento, 
»que  tomase  en  la  mano  azote  tan  sensible,  y  que  castiga  más  al 
»mismo  verdugo.»  Al  llegar  aquí  el  Santo,  en  boca  del  cual  pone 
la  antecedente  relación  Cienfuegos ,  exclamaba  según  el  mismo  de 
esta  suerte.  «Batallan,»  decía,  «dentro  de  mi  pecho,  las  dos  estre- 
»chas  obligaciones  de  subdito  y  de  vasallo,  y  me  es  preciso  ó  ser 
»reo  de  la  Majestad  ó  del  Supremo  Pastor.  ¿En  qué  extremo  ha- 
»llaré  el  acierto?  Solo  se  me  representa  que,  si  no  obedezco,  parece 
»que  me  hago  delincuente,  y  transgresor  del  voto,  y  me  expongo  á 
»todo  el  fuego  del  rayo;  y  sí  me  rindo  al  presente ,  veo  arder  por 
»España  el  escándalo,  y  que  el  silbo  del  Pastor  ha  de  pasar  á  ser 
»trueno.»  ¡Terrible  duda,  en  verdad,  para  un  Santo!  Probablemente 
el  amorá  la  libertad  de  los  ciudadanos,  no  ha  puesto  aún,  en  tamaño 
conflicto  en  nuestros  días  á  ninguna  alma  religiosa ,  como  puso  á 
la  de  San  Francisco  de  Borja,  entonces,  su  profundo  amor  á  la  au- 
toridad de  los  Príncipes.  Al  contemplar  las  angustias  de  aquel  rico- 
hombre y  ministro,  recien  trocado  en  apóstol ,  y  haciendo  ya  obras 
de  santo ,  cuando  se  creyó  obligado  á  optar  precisamente  entre  su 
profundísima  fe  religiosa ,  y  las  extremadas  opiniones  monárquicas 
que  profesaba  en  política,  no  puedo  menos  de  volver  también  con 
pena  los  ojos  hacia  el  conflicto  idéntico,  en  que  por  muchos  se 
quiere  colocar  hoy  en  día  á  los  que ,  sin  abjurar  de  su  fé  religiosa, 
profesan  ciertas  políticas  opiniones  que  no  por  ser  otras  que  las  d  e 


Á  MEDIADOS   DEL  SIGLO  XVI.  175 

bienaventurado  Duque  de  Gandía,  dejan  de  ser  abrigadas  con  sin- 
ceridad, ni  de  seguro  merecen  menor  respeto.  Acrecentó  más  aún 
entonces  la  confusión  de  espíritu  de  San  Francisco,  como  acrecienta 
la  de  otros  ahora,  la  sospecha  de  que  «los  particulares  intereses  se 
»introdujesen  á  ser  celo  en  muchos  corazones,»  con  ocasión  de  tales 
diferencias,  como  textualmente  refiere  Cienfuegos  (1).  Y  lo  cierto 
fu3,  al  cabo,  que  ni  el  santo  jesuíta,  ni  otro  ningún  prelado  ó  sa- 
cerdote, se  resolvió  á  fijar  en  las  puertas  délas  catedrales  de  España, 
según  se  hizo  en  menores  casos,  la  bula  In  Ccsna  Domini,  adicio- 
nada, que  se  leyó  en  Roma  el  dia  de  Jueves  Santo  de  1557,  donde, 
cual  ya  he  dicho,  se  contenia  la  excomunión  del  Emperador  y  del 
Rey  Felipe;  y  que  no  fué  menester  hacer  uso  ninguno  de  las  Reales 
provisiones  de  12  de  Mayo  del  mismo  año,  por  las  cuales  se  manda- 
ron recoger,  como  también  se  ha  visto  en  otro  artículo,  cuantos  des- 
pachos viniesen  de  Roma  con  igual  propósito:  porque,  en  suma,  nin- 
gún español  ni  extranjero  se  atrevió  á  poner  á  prueba  sus  rigores. 
Por  lo  que  toca,  entre  tanto,  á  los  puros  hechos  de  armas,  poco 
me  propongo  decir:  que  ellos  fueron  en  realidad  insignificantes 
para  los  que  solían  ejecutar  en  aquel  tiempo  los  soldados  de  Es- 
paña, y  sobrado  fáciles  para  acrecentar  su  gloria,  ni  la  del  caudi- 
llo que  los  mandaba.  No  esperó  para  obrar  siquiera  el  Duque  á  que 
volviese  de  Roma  Pirro  Loffredo  (2)  á  quien  encargó  que  presen  - 
tase  su  conocido  ultimátum  al  Papa;  y  como  este  no  lo  despachase 
con  la  respuesta  incontinenti,  vino  á  suceder  que  todavía  no  estaba 
terminada  la  comisión  de  aquel,  y  ya  el  ejército  español  habia 
roto  por  la  campaña  de  Roma  adelante  desde  San  Germán;  toman- 
do al  paso  á  Pontecorvo,  Frusolone  y  otros  lugares  de  la  Iglesia, 
sobre  todo  hacia  la  parte  en  que  se  hallaban  los  Estados  de  la 
CasaColonna,  casi  por  entero  recobrados  bien  pronto,  sin  otra  nota- 
ble excepción  que  la  fortaleza  de  Pallano.  Esto  le  costó  al  mensa- 
jero napolitano  ser  encerrado  por  el  iracundo  Papa  en  Sant-Angelo; 
pero,  en  cambio,  tomaron  ya  y  pusieron  á  sacólos  nuestros  la  ciudad 
de  Anagni.  Hallábase  aún  á  las  puertas  de  aquella  plaza  el  de  Alba, 
cuando  recibió  una  carta  del  Cardenal  de  Bellay,  Decano  del  Sacro 
Colegio,  protestando  en  nombre  de  este  contra  una  disposición 
suya,  que  en  cierto  modo  tendía  á  separar  la  causa  del  Pontífice 

(1)  Vida  del  grande  San  Francisco  de  Borja^  libro  TV,  cap.  13. 

(2)  Llámanle  otros  Pirrho  L'Ofredo:  pero  yo  sigo  á  los  historiadores  it^i- 
lianos. 


176  ROMA    Y    ESPAÑA 

de  la  de  sus  Cardenales.  «Podría  acusársenos,»  decía  el  Cardenal  á 
este  propósito  «no  menos  que  de  impíos ,  y  casi  de  cismáticos ,  si 
»tolerásemos  que  los  capitanes  y  soldados  del  ejército  español  con- 
»tinuaran  obligando  á  prestar  juramento  de  fidelidad  al  Sacro  Co- 
»legio,  á  los  habitantes  de  los  lug-ares  que  van  conquistando,  cuan- 
»do  está  vivo,  sano  y  gallardo  su  señor  temporal,  que  es  el  Jefe 
))de  la  Iglesia  (1),»  Excusóse  con  decir  el  Duque  que,  «para  que 
»los  Estados  de  su  Rey  no  fuesen  invadidos,  ni  ofendidos,  durante  la 
»vida  de  Su  Santidad,  era  necesario  mantener  debajo  déla  protec- 
»cion  de  S.  M.  las  tierras  ocupadas,  y  que  se  ocuparen,  con  deter- 
»minacion  firme  y  duradera  de  restituirlas  á  la  Santa  Sede ,  siem- 
»pre  que  fuera  conveniente;  y  que,  como  si  Su  Santidad  faltase, 
«tocarla  al  Sacro  Colegio  g-obernar  la  Iglesia,  por  eso  Labia  pen- 
»sado  que,  desde  entonces  para  luego,  se  le  diese  á  este  último  la 
»obediencia : »  concluyendo  con  muchas  palabras  corteses  y  respe- 
tuosas hacia  los  Cardenales ,  y  encargándoles  de  nuevo  que  incli- 
nasen el  ánimo  del  Pontífice  á  la  paz.  Mas  en  el  ínterin,  la  noticia 
de  la  toma  de  Anagni  espantaba  á  Roma ,  donde  á  toda  prisa  co- 
menzaron á  levantarse  fortificaciones,  trabajando  en  ellas  sacerdotes, 
nobles  y  pueblo,  derribándose  lugares  sagrados,  y  acudiéndose,  en 
fin,  á  todos  aquellos  recursos  propíos  de  las  circunstancias  extremas. 
Llegó  el  Duque  en  efecto  muy  pronto  á  Frascati ,  Grottafcrrata  y 
Marino;  y  desde  lo  alto  de  aquellas  dulces  colinas  Albanas,  pudo 
ya  contemplar  la  cúpula  de  San  Pedro,  y  el  desierto  y  verde  Agro 
romano.  Nettuno  en  la  costa  marítima  del  Lacio,  se  dio  de  por  sí 
luego  á  los  españoles,  y  Ostia,  plaza  bastante  fuerte  para  aquel  tiem- 
po, en  la  boca  misma  del  Tiber,  fué  después  de  alguna  resistencia 
conquistada  ;  advirtiéndose  hoy  todavía  en  el  perfil  purísimo  de 
sus  muros  del  Renacimiento,  las  señales  de  la  brecha  que  allí 
abrió  entonces  la  artillería  española.  Ocupada  al  propio  tiempo 
la  Isla  Sacra,  situada  en  medio  del  Tiber,  y  dominada  toda  la 
Campañfi  de  Roma  por  la  caballería  de  España,  que  estuvo  á  punto 
de  apoderarse  de  la  importante  persona  del  Cardenal  Carrafa,  junto 
á  la  misma  puerta  Salara ,  víóse  este  obligado ,  después  de  ha- 
ber rehuido  una  conferencia  con  el  Duque  en  Grottaferrata ,  á 
aceptar  por  fin  una  suspensión  de  armas.  Gobernaba  el  ejército 
de  la  Iglesia  el  florentino  Pedro  Stroz/i ,  uno  de  los  mejores  gene- 
rales de  su  tiempo ;  pero  como  los  franceses  no  se  habían  declarado 
(1)    Documento  21  del  Apéndice  á  la  historia  de  Ñores. 


Á    MEDIADOS   DEL    SIGLO    XVI.  177 

aún ,  ni  enviado  más  que  cortos  refuerzos ,  la  lucha  era  hasta  alli 
desigual,  y  hallaban  corta  resistencia  por  donde  quiera  los  nues- 
tros. Fué,  pues,  el  intento  del  Pontífice,  como  el  de  su  sobrino, 
ganar  tiempo  para  que  entrasen  en  campaña  del  lado  de  Flándes 
los  franceses ,  y  enviasen  nuevos  refuerzos  á  Italia :  lo  cual  no 
habian  hecho  antes  ellos,  parte  por  disponer  mejor  sus  armas,  y 
parte  porque  el  pretesto  que  se  proponían  alegar  para  romper  la 
reciente  tregua  de  Vaucelles,  era  el  que  los  españoles  hubiesen 
ocupado  tierras  y  castillos  del  Papa ,  aliado  de  Francia ,  y  en  tal 
concepto  comprendido  en  aquel  pacto.  Relata  á  este  propósito 
Andrés  Navajero,  que  manifestándose  él  alegre  un  dia  delante 
del  Papa,  por  aquella  suspensión  de  armas,  y  dándola  por  principio 
de  paz ,  le  dijo  este  todo  alterado : — «¿Cómo  paz?  No  se  hará  nada, 
»no  se  hará.  Os  protestamos,  magnífico  Embajador,  que  no  se  hará 
»nada.» — Y  siendo  esto  notorio  desde  entonces ,  podría  culparse 
á  primera  vista  al  General  español  por  haber  asentido  á  la  tregua, 
teniendo  tan  mal  parado  ya  al  enemigo.  Consta  en  descarg-o  suyo, 
no  obstante,  que  aquella  campaña  de  Otoño  en  las  insalubres 
marismas  del  Lacio,  que  fuerzan  de  ordinario  á  abandonar  sus  casas 
á  los  habitantes  mismos,  y  las  de  Ostia  especialmente,  había  enfla- 
quecido sobremanera  nuestro  ejército,  careciéndose  además  por  com- 
pleto de  forraje  y  provisiones  de  boca,  á  causa  de  impedir  las  continuas 
tormentas  que  llegaran  de  Gaeta  los  convoyes  oportunamente  dis- 
puestos. A  19  de  Noviembre  de  1556  se  estableció  por  medio  del 
Cardenal  de  Santa  Flor  la  tregua,  de  solos  diez  días  en  un  princi- 
pio, entre  el  Cardenal  Carrafa  y  el  Duque  de  Alba;  y  dos  más  tarde 
celebraron  una  conferencia  estos  últimos  personajes,  dentro  de  la 
isla  formada  por  el  delta  del  Tiber,  y  en  presencia  de  los  dos  ejér- 
citos que  ocupaban  las  opuestas  orillas:  la  de  Ostia  el  español,  y 
la  de  Fiumicino  el  eclesiástico.  Allí  fué  donde  se  prolongó  por  otros 
cuarenta  días  la  tregua,  socolor  de  intentar  en  el  transcurso  el  ajuste 
definitivo  de  la  paz:  la  cual  supone  erradamente  Ñores,  que  de  ve- 
ras deseaba  ya  la  Santa  Sede.  Aparte  de  la  cita  de  Navajero ,  po- 
seemos las  Instrucciones  dadas  por  el  Cardenal  Carrafa  á  Monse- 
ñor Fantuccio,  enviado  á  Bruselas,  según  se  convino,  para  tratar 
de  la  paz ;  y  ellas  no  permiten  dudar  de  la  mala  fé  con  que  se 
procedió  en  este  punto.  «Irá  V.  S. ,  le  decía  el  Cardenal,  á  la 
»córte  de  Inglaterra»  (que  era  como  solían  apellidar  en  Roma  á  la 
del  Rey  Felipe),  «y  procurará  entender  de  S,  M.,  qué  satisfacciones 


178  ROMA  Y  ESPAÑA 

»piensa  dará  nuestro  Señor,  á  fin  de  que  él  pueda  decidirse  á  perdo- 
»nar  las  graves  ofensas  que  ha  recibido ;  cuál  prueba  de  humildad  y 
»sumision  esté  dispuesto  á  ofrecer  S.  M.  en  este  caso;  cuáles  repa- 
»raciones  harán  aquellos  de  sus  Ministros  que  con  cartas  muy  libre- 
»mente  escritas,  y  con  armas,  tienen  inferidos  tan  ásperos  agravios, 
»y  hecho  tan  atroces  injurias  á  Su  Beatitud ,  superior  de  todos  los 
»Principes  cristianos ,  y  Señor  directo  lo  mismo  que  del  reino  de 
»Nápoles,  del  de  Inglaterra:  todo  ello  en  el  supuesto  de  que, 
«habiendo  sido  la  falta  pública  al  mundo ,  tendrá  que  ser  la  satis- 
»faccion  igual,  y  darse  de  la  propia  manera.»  Todavía  tras  esto  se 
exigían  indemnizaciones  por  los  daños  causados ,  y  negábase  de 
antemano  toda  satisfacción  ó  reparación  por  las  ofensas  que  pudie- 
ran alegar  España  ó  sus  aliados;  entregándosele  al  Embajador  una 
copia  de  la  carta  famosa,  que  por  ultimátum  remitió  al  Santo  Pa- 
dre el  Duque  de  Alba,  para  que  llamara  especialísimamente  sobre 
ella  la  atención  del  Rey  de  España  (1).  ¿Y  cómo  era  posible  que  se- 
riamente se  pensara  en  Roma  obtener  con  tales  condiciones  la  paz? 
Parece  cierto  que  el  partido  de  que  era  jefe  en  la  corte  D.  Rui  Gó- 
mez de  Silva,  Principe  de  Eboli,  se  inclinaba  áajustarlaá  cualquier 
precio,  en  odio  al  de  x\lba,  que  regia  la  parcialidad  contraria,  y  á 
quien  se  querían  así  quitar  de  las  manos  ocasiones  de  gloria,  que 
acrecentasen  su  importancia  militar  y  política;  pero  es  probable 
con  todo  eso,  que  el  comisionado  del  Duque ,  D.  Francisco  Pacheco, 
hermano  del  Marqués  de  Cerralvo,  y  que  llegó  luego  á  Cardenal, 
tuviese  que  trabajar  bien  poco  en  Bruselas ,  para  que  las  insultan- 
tes propuestas  de  Monseñor  Fantuccio  fuesen  cual  aquel  deseaba, 
desechadas.  Lo  único ,  por  lo  mismo,  en  que  se  empleó  esta  breve 
tregua  de  ambos  lados,  fué  en  ganar  tiempo,  para  renovar  con  más 
brio  la  lucha  empeñada. 

Por  la  parte  del  Papa,  desde  luego,  como  dice,  con  tal  ocasión. 
Andrea  en  su  libro  De  la  guerra  de  campaña  de  Roma  y  del  reino 
de  Ñapóles  (2) ,  ''<aunque  él  quería  mostrar  de  tener  toda  la  con- 
»fianza  en  Dios,  no  se  dejaban  de  hacer  todos  los  aparatos  po- 
»sibles. »  Así  fué  que  se  apresuraron  mucho  en  Roma  las  nego- 

(1)  Son  estas  instrucciones  el  documento  26,  del  Apéndice  de  Ñores,  en  la 
edición  de  Florencia. 

(2)  Be  la  guerra,  etc.  Tres  libros  de  Alejandro  Andrea,  napolitano,"  diri- 
gidos al  Cathólico  Eei  D.  Felippe  N.  S.,  II  de  este  nombre:  Madrid  15.39. 
libro  I ,  pág.  49, 


Á    MEDIADOS   DEL    SIGLO    XVI.  179 

ciaciones  con  el  Duque  de  Ferrara,  hasta  lograr  que  entrase  en  la 
liga  contra  España.  Encargóse  además  al  Obispo  de  Terracina, 
Nuncio  á  la  sazón  en  Suiza,  que  levantase  alli  hasta  3.000  hom- 
bres ,  y  se  apretó  de  tal  suerte  al  Rey  de  Francia ,  que  la  víspera 
de  la  Epifanía  de  1557,  es  decir,  el  5  de  Enero,  hizo  aquel  ya  rom- 
per violentamente  á  sus  soldados  la  tregua  de  Vaucelles ,  asaltando 
de  improviso  á  Douai ,  que  no  pudieron  tomar ,  y  á  Lenz ,  que  en- 
traron á  saco  cruelmente.  Por  tal  manera  se  obtuvo,  que  cuando 
en  8  de  Enero  espiró  la  suspensión  de  armas  ajustada  entre  el  Car- 
denal Carrafa  y  el  de  Alba ,  ya  los  franceses  hubiesen  comenzado 
de  nuevo  la  guerra  en  Flandes ,  al  propio  tiempo  que  pasaba  rápi- 
damente los  Alpes  el  Duque  de  Guise ,  el  más  hábil  y  famoso  de  los 
Generales  franceses  de  la  época ,  para  socorrer  al  Papa  con  ejér- 
cito de  12.000  infantes  y  1.200  caballos.  Reunido  este  en  Reggio 
con  el  del  Duque  de  Ferrara,  que  contaba  7.000  infantes  y  800  ca- 
ballos, al  mando  en  los  principios  del  Duque  en  persona,  fué  á  pa- 
sarles muestra  el  Cardenal  Carrafa ,  y  á  acordar  con  los  caudillos  el 
plan  de  campaña.  Pero  ni  el  Rey  D.  Felipe  en  Bruselas,  de  quien 
escribió  Monseñor  Fantuccio  á  Roma,  que  habia  jurado,  al  saber  la 
toma  y  saco  de  Lenz ,  no  dejar  las  armas  hasta  tomar  plena  ven- 
ganza de  los  franceses ,  ni  el  Duque  de  Alba  en  Ñapóles ,  descui- 
daron tampoco,  entre  tanto,  sus  propios  preparativos.  Tuvo  la 
buena  suerte  España ,  conforme  refiere  Andrea ,  que  Monseñor  de 
la  Vigne ,  enviado  por  el  Rey  de  Francia  al  Gran  Turco  Solimán 
para  estimularle  á  mover  pronto  sus  infieles  armadas  contra  Ñapó- 
les, irritase  antes  de  tiempo  con  sus  patentes  mentiras  á  aquel  bár- 
baro Principe ,  debiéndose  á  esta  torpeza  del  Prelado,  que  por  aquel 
año  se  negase  el  Sultán  á  mandar  sus  naves  contra  los  cristianos; 
con  lo  cual  tuvo  que  atender  únicamente  el  de  Alba  en  Ñapóles  á 
la  frontera  terrestre.  Acometiéronla  al  fin  los  franceses  por  la 
parte  de  los  Abruzos ,  que  confina  con  la  Marca  de  Ancona ;  y  el 
Virey,  que  habia  recibido  ya  considerable  refuerzo  de  alemanes 
y  españoles ,  y  reorganizado  sus  regimientos  de  italianos ,  salió 
de  Ñapóles,  el  11  de  Abril  del  referido  año  de  1557  á  recha- 
zarlos. Detuvo  al  General  francés  por  muchos  dias,  sin  fruto  al- 
guno, la  importante  plaza  de  Civitella,  esforzadamente  guar- 
dada por  el  Conde  de  Santa  Flor ,  hermano  del  Cardenal  de  su 
apellido ,  que  mandaba  á  los  nuestros ;  y  levantó  después  precipi- 
tadamente el  asedio,  por  haberse  aproximado  á  socorrerla  el  Duque 


180  ROMA    Y   ESPAÑA 

de  Alba  con  cerca  de  26.000  infantes  y  2.400  caballos,  donde  no 
habia  sino  poco  más  de  3.000  españoles.  Surgieron  con  ocasión  de 
aquel  desgraciado  sitio  muchas  diferencias  entre  el  Duque  de 
Guise  y  los  sobrinos  del  Papa ,  Antonio  y  Juan  Carrafa ,  queján- 
dose amargamente  el  primero  de  que  no  se  le  diesen  por  parte  de 
sus  aliados  los  auxilios  indispensables  y  ofrecidos  para  la  guerra. 
Desalentó,  aparte  de  esto,  al  de  Guise  el  ver  que,  lejos  de  hallar 
en  los  Abruzzos  las  grandes  connivencias  que  el  Cardenal  Carrafa 
habia  anunciado  á  su  Rey,  mostrábanse  fidelisimos  á  los  españoles 
los  habitantes ,  militando  en  las  filas  contrarias  muchos  señores  im- 
portantes del  reino ,  y  hasta  tres  de  la  familia  Carrafa,  es  á  saber: 
el  Conde  de  Pópoli ,  General  de  nuestra  caballería  ligera ,  el  Du- 
que de  Nocera,  Gobernador  de  Pescara,  y  el  Conde  de  Matalone, 
que  regia  en  el  ejército  del  de  Alba  una  compañía  de  hombres 
de  armas.  Con  esto,  y  el  mal  éxito  de  Civitella ,  abandonó  sin  pe- 
lear antes  de  mucho  el  General  francés  la  frontera  de  Ñapóles ,  y 
fué  retirándose  hasta  Tívoli ,  adonde  le  llamaba  también  apresura- 
damente el  Papa;  cuyo  ejército,  compuesto  de  italianos  y  suizos ,  fué 
completamente  derrotado  en  campal  batalla,  no  lejos  de  Segni, 
por  los  españoles  y  alemanes  que  mandaba  en  jefe  Marco  Antonio 
Colonna.  Peleó  este  allí,  al  decir  de  Pallavicino,  como  quien,  «ya 
»que manejase  entonces  la  espada  con  más  bravura  que  gloria,  la 
»afilaba,  sin  saberlo,  por  providencia  divina,  para  ejercitarla 
»en  mayor  teatro  y  con  más  honra  de  Dios ; »  aludiendo  á  sus  in- 
dudables hazañas  en  la  naval  de  Lepanto  (1).  Siguió  á  tal  triunfo  el 
de  la  toma  de  Segni  por  asalto,  en  el  cual  se  señalaron  los  españoles, 
como  solían,  siendo  los  primeros  que  entraron;  mas  no  sin  disputárse- 
las luego  á  los  tudescos,  tocante  á  la  crueldad  del  saco.  «Robáronse» 
dice  Alejandro  Andrea,  «las  cosas  sagradas  y  profanas;  matáronse 
)i>los  armados  y  desarmados;  todas  las  mujeres  fueron  deshonradas. 
»y  aun  algunas  monjas.»  «Ni  iglesias,  ni  altares,  ni  santas  reli- 
»quias»  añade  por  su  parte  Ñores,  «quedaron  á  salvo,  no  habién- 

(1)  Marco  Antonio  Colonna  fué ,  como  es  sabido,  General  del  Papa  en  la 
batalla  de  Lepanto,  donde  peleó  con  gi-andísima  serenidad  y  firmeza,  al  lado 
derecho  de  la  Real  de  D.  Juan  de  Austria;  siendo  recibido  después  en  Roma 
en  triunfo,  á  la  manera  de  los  antiguos  Cónsules  vencedores.  En  la  misma 
batalla  desempeñaron  importantes  funciones  é  hicieron  señaladas  proezas 
Ascanio  de  la  Gomia  y  el  Conde  de  Santa  Flor,  que  sirvieron  en  el  ejército 
del  Duque  de  Alba  contra  Paulo  IV,  á  causa  de  lo  cual  fueron  declarados  re 
beldes  por  éste  y  excluidos  del  tratado  de  Cavi. 


k   MEDIADOS   DEL    SIGLO    XVl.  181 

»dose  oido  ni  visto  desde  muchos  siglos  atrás  en  Italia ,  tamaño  es- 
»trago.»  Entre  tanto,  el  Duque  de  Alba  marchó  de  nuevo  sobre  la 
Campaña  de  Roma  con  sus  hombres  de  armas,  que  guiaba  el  propio 
historiador  Alejandro  Andrea,  repetidas  veces  citado;  todo  el  resto 
de  su  caballería,  y  mucha  parte  de  sus  infantes ,  sin  molestar  al 
Duque  de  Guise  en  su  retirada,  ni  menos  forzarle  á  una  batalla:  por 
ser  su  costumbre  excusarlas,  siempre  que  de  cualquiera  otra  suerte 
podia  lograr  sus  fines  en  la  guerra.  Llegaba  ya  á  Valmontone, 
cuando  se  le  presentó  un  mensajero  del  Cardenal  de  Santa  Flor,  el 
cual  le  dio  detenida  cuenta  de  la  gran  victoria  de  San  Quintín,  y  de 
que,  con  la  toma  de  esta  plaza,  nada  parecía  que  pudiese  ya  detener 
en  su  camino  al  triunfante  ejército  de  España.  Tras  esto  le  propuso 
de  parte  de  aquel  una  nueva  suspensión  de  armas  con  el  Papa; 
manifestándole  que  estaba  ya  Su  Beatitud  persuadida,  de  que  era 
imposible  continuar  en  Italia  la  guerra,  después  de  lo  ocurrido  por 
la  parte  de  Flándes.  Calculó  inmediatamente  el  Duque  que  de 
Francia  llamarían  con  efecto  á  toda  prisa  al  de  Guise  y  á  sus  tro- 
pas, y  que  solo  y  vencido,  como  ya  se  confesaba  el  propio  Papa, 
era  llegada  la  hora  de  que  usase  él  sin  jactancia  el  tono  de  vence- 
dor; y  despidió,  por  lo  mismo,  con  aspereza  al  enviado  diciéndole, 
que  al  proponerle  una  simple  suspensión  de  armas,  no  parecía 
»sino  que  estuviese  el  Papa  con  su  ejército  tan  cerca  de  Ñapóles 
»cuanto  él  de  Roma.»  Lo  que  el  General  español  pensaba  para  sí, 
en  tanto ,  era  aproximarse  mucho  más  á  esta  todavía  á  fin  de 
«capitular  con  más  reputación;»  según  Andrea  afirma,  que  se 
halló  presente.  No  están  claras,  sin  embargo,  las  razones  que  tuvo 
para  llevar  tan  lejos  aquella  resolución,  y  abandonarla  luego,  en  el 
punto  mismo  de  ser  puesta  por  obra.  Lo  seguro  es,  que  en  la  noche 
del  28  de  Agosto  de  1557,  dos  horas  después  de  oscurecer,  salió  el 
de  Alba  de  la  Colonna ,  solar  antiguo  de  la  ilustre  familia  de  este 
apellido,  con  todo  su  ejército,  llevando  los  soldados  camisas  encima 
de  las  armas ,  como  en  las  empresas  nocturnas  se  solia;  y  descen- 
diendo silenciosamente  de  los  Montes  Latinos,  caminó  sin  hacer 
alto,  hasta  cosa  de  media  milla  de  la  puerta  de  San  Juan  de  Letrán 
en  Roma.  Habla  dado  por  seña  al  ejército  aquella  noche  la  palabra 
Libertad,  mandando  publicarla  á  los  capitanes  cuando  entrasen 
en  una  ciudad ,  cuyo  nombre  no  reveló ,  por  lo  que  Andrea  dice, 
sino  á  tal  cual  persona.  Dirigió  el  Duque  por  si  el  movimiento, 
llegando  poco  más  de  una  hora  antes  de  amanecer,  con  la  vanguar- 


182  ROMA    Y    ESPAÑA 

(lia ,  al  sitio  indicado ;  cuando  la  retaguardia  apareció  ,  casi  anja- 
necia;  y  era  ya  de  dia  claro,  y  la  artillería,  encargada  al  Barón  de 
Feltz ,  quedaba  aún  distante ,  bien  que  el  Duque  le  enviara  á  decir 
que  se  diese  prisa :  sin  duda  por  el  mal  estado  en  que ,  según 
Mambrin  Roseo,  puso  los  caminos  la  lluvia,  que  sorprendió  al 
ejército  en  su  marcha  (1).  Bastan  estos  hechos,  ó  expuestos  ó  con- 
fírmados  por  Alejandro  Andrea ,  testigo ,  como  se  sabe ,  de  vista 
para  sospechar,  que  si  hubo  el  propósito  de  sorprender  de  no- 
che á  Roma ,  no  se  llegó  á  tiempo  de  realizarlo ,  puesto  que  la  van- 
guardia, que  fué  la  única  que  estuvo  alli  antes  de  amanecer,  se 
componía  sólo  de  caballería  ligera ,  y  ni  de  la  infantería ,  ni  mu- 
cho menos  de  la  artillería,  se  pudo  disponer  hasta  que  fué  de 
dia  claro.  No  era  propio  ciertamente  de  la  cautelosa  estrategia  del 
Duque ,  ni  asaltar  una  ciudad  apercibida ,  y  bien  presidiada  como 
estaba  á  la  sazón  Roma,  á escala  vista,  y  de  improviso,  ni  empren- 
der un  sitio  en  regla  antes  de  reunir  los  bastimentos ,  municiones 
y  artillería  indispensables.  De  otra  parte ,  el  muro  antiguo  que 
ciñe  á  Roma,  por  la  orilla  izquierda  del  Tiber,  aunque  flaco  en  al- 
guno que  otro  punto ,  ofrece  generalmente ,  á  causa  de  su  notable 
altura,  grandísima  dificultad  para  ser  escalado,  á  poco  que  de 
adentro  se  estorbe.  No  hay  que  buscar,  á  mi  juicio,  otros  motivos 
que  estos,  á  la  inopinada  retirada  que  emprendió  el  Duque  aquella 
mañana  misma,  al  lugar  de  la  Colonna  de  donde  habla  salido. 
Verdaderamente  el  de  Alba  iba  ya  un  tanto  inquieto  sobre  Roma. 
«  Yo  sé  por  cosa  cierta,»  dice  el  tantas  veces  citado  Andrea,  «que  án- 
»tes  de  partir,  estando  encamisándose  el  Duque ,  dijo  á  D.  Fernando 
»de  Toledo ,  su  hijo ,  estas  palabras :  temo  que  hemos  de  saquear  á 
»Roma,  y  no  querría. »  Mas  de  aquí  por  necesidad  se  deduce  que  no 
era  su  intento  quedarse  á  media  milla  de  Roma,  puesto  que,  desde 
tal  distancia,  no  habla  por  qué  temer  el  saco.  Sin  duda  que  la  memo- 
ria odiosa  que  quedó  en  el  mundo  del  que  el  ejército  de  Borbon  llevó 
á  cabo,  el  recuerdo  de  los  recientes  horrores  de  Segni,  no  solo  saquea- 
da ,  sino  aun  asaltada  antes  de  tiempo  y  contra  la  voluntad  de  su 
General ,  por  ansia  de  gozarse  en  el  estrago ,  y  la  larga  experiencia 
que  tenia  de  la  índole  de  los  soldados  de  aquel  tiempo ,  trabajaron 
mucho  aquella  noche  el  ánimo  del  Capitán  español ,  y  le  hicieron 

(1)  Mambrin  Roseo.  Obra  citada,  libro  VI.  Este  autor  es  contemporáneo; 
y  aunque  no  de  gran  crédito,  en  otras  cosas,  no  hay  por  qué  negárselo  en  esta 
parte. 


Á    MEDIADOS    DEL    SIGLO    XVl.  183 

temer  de  veras,  que  pasase  su  nombre  con  el  de  Alaricoá  la  historia 
Cuéntase  á  este  propósito,  y  no  es  sino  harto  probable,  que  habiendo 
prometido  el  Duque  á  los  jefes  de  los  tudescos  dos  pagas,  con  tal  que 
renunciasen  al  saco  en  Roma ,  no  halló  buena  acogida  entre  ellos  su 
propuesta ,  trasluciéndoseles  en  semblantes  y  palabras,  que  una  vez 
dentro,  tomarían  por  sus  manos  mayor  premio.  Ni  era  prudente 
contar  con  mayor  moderación  por  parte  de  los  infantes  españoles, 
que  hablan  á  la  verdad  ejecutado  en  aquella  guerra  increíbles  ha- 
zañas individuales,  como  de  ordinario;  pero  que  lo  que  es  en  falta  de 
respeto  á  las  cosas  de  los  vencidos ,  bien  sagradas ,  bien  profanas, 
no  les  iban  en  zaga  á  los  de  otra  nación  ninguna,  luterana  ócatólica, 
Temia,  pues,  con  razón  sobrada  el  Duque  saquear  á  Roma;  y  lo  que 
él  pretendió ,  en  mi  concepto ,  fué  ocupar,  sin  resistencia  ni  ruido, 
alguna  ó  algunas  puertas  de  la  ciudad ,  poner  y  mantener  allí  en 
buena  ordenanza  sus  escuadrones,  y  obligar  á  recibir  la  ley  al  Papa, 
antes  de  tener  que  soltar  por  las  calles  y  plazas  de  la  Ciudad  Eterna  la 
muchedumbre  acalorada  y  sangrienta  de  sus  terribles  soldados.  Tal 
vez  contaba  para  la  ejecución  de  esto,  como  se  dijo  ya  entonces,  con 
que  los  numerosos  partidarios  de  la  casa  Colonna  le  abriesen  al- 
guna puerta ;  que  si  era  la  de  San  Juan  de  Letrán ,  muy  bien  ha- 
bría podido  establecer  gran  parte  de  su  ejército  en  los  grandes 
despoblados  y  ruinas  de  aquella  parte ,  y  lograr  quizá  sus  dos 
evidentes,  bien  que  entre  sí  poco  conciliables  propósitos,  á  un  tiem- 
po: el  de  entrar  en  Roma,  y  el  de  no  entregarla  á  nuevo  es- 
trago. Andrea  vio  que  se  llevaban  escalas  hacia  el  muro :  Mam- 
brin  Roseo  afirma  que  llegaron  á  intentar  valerse  de  ellas  unos 
300  infantes ,  encargados  de  la  sorpresa ,  y  que  fueron  sentidos  y 
maltratados:  todo,  pues,  me  inclina  á  creer  en  esta  debatida  cues- 
tión que  acierto  en  mi  sospecha ,  y  que  fué  el  doble  objeto  que 
digo  lo  que  se  propuso  y  no  pudo  ejecutar  el  de  Alba.  Tal  remate 
tuvo  de  todas  suertes  la  última  operación  de  aquel  General,  y  con 
ella  puede  decirse  que  terminaron  también  las  hostilidades.  Porque, 
bien  que  continuase  por  algunos  dias  aún  el  sitio  de  la  fortaleza  de 
Paliano,  comenzado  tiempo  habla  por  Marco  Antonio  Colonna,  ni 
hubo  facción  importante,  ni  se  logró  allí  efecto  alguno,  quedando 
en  poder  de  los  pontificios  y  en  el  señorío  del  Conde  de  Montorio, 
al  ajustarse  por  fin  la  paz. 


184  ROMA    Y   ESPAÑA 


II. 


No  estaba  indudablemente  el  Duque  de  Alba ,  cuando  la  paz  se 
hizo,  muy  deseoso  de  dejar  las  armas  todavía.  La  dura  respuesta 
que  él  dio ,  y  he  referido ,  á  las  primeras  insinuaciones  del  Carde- 
nal de  Santa  Flor,  obligó  al  Papa  á  solicitar  los  buenos  oficios  de 
la  República  de  Venecia ,  que  se  apresuró  á  emplearlos ;  mas  no 
sin  gran  trabajo  lograron  aplacar  su  ánimo  el  agente  con  tal  fin 
enviado  por  el  Gran  Consejo  Véneto,  y  otro  de  Cosme  de  Médicis, 
que ,  temeroso  del  demasiado  engrandecimiento  de  la  potencia  es- 
pañola en  Italia,  unió  á  las  de  la  República  sus  propias  instancias. 
Quizá  meditaba  el  Duque  algún  nuevo  amago  sobre  Roma :  quizá 
deseaba,  y  no  sin  razón  por  cierto,  rendir  antes  de  negociar  aque- 
lla fortaleza  de  Paliano  ,  que  habia  sido  tan  principal  motivo  de  la 
guerra ,  y  que  podia  dar,  como  dio  ocasión  realmente ,  á  dificul- 
tades no  escasas  todavía.  Pero  hostigado  por  la  República  y  por  el 
Duque  de  Florencia ,  su  deudo ,  así  como  por  los  Cardenales  del 
partido  imperial  y  español,  que  cada  dia  le  importunaban  más 
para  que  concluyese  la  guerra,  prestóse  al  fin  á  recibir  al  Cardenal 
Carrafa  en  su  campo  ,  entrando  con  él  en  nuevos  tratos.  Ocupaba 
el  ejército  español  todos  los  lugares  asentados  en  las  risueñas  coli- 
nas que  dominan  el  llano  de  Roma  por  la  parte  de  Ñapóles ;  y  en 
Cavi  tenia  su  cuartel  general  el  Duque  de  Alba.  El  8  de  Setiem- 
bre salió  de  Roma ,  y  fué  allá  Carrafa  acompañado  de  los  Cardena- 
les de  Santa  Flor  y  Vitelli ;  conferencióse  largamente,  y,  no  sin 
difíciles  deliberaciones,  quedaron  á  la  postre  establecidos  dos  tra- 
tados ,  público  el  uno  y  el  otro  secreto ,  del  tenor  siguiente  : 

Las  cláusulas  del  público  eran : 

1.'  Que  el  Duque  de  Alba,  de  parte  deS.  M.  Católica,  como  devoto  y 
obediente  hijo  que  era  de  la  Santa  Sede ,  daría  los  pasos  convenientes  para 
que  Su  Santidad  lo  perdonara  y  admitiese  en  su  gracia,  sin  perjuicio  de 
que  después  mandase  el  Rey  persona  especialmente  encargada  de  aquel 
oficio. 

2.*  Que  el  Santo  Padre  recibiría  al  Rey  por  bueno  y  obediente  hijo 
suyo  y  de  la  Sede  Apostólica ,  admitiéndole  en  su  gracia  al  igual  de  los 
otros  Principes  cristianos. 

3.*     Que  Su  Santidad  abandonaría  la  liga  que  tenia  pactada  con  el  Rey 


k   MEDIADOS   DEL   SIGLO   XVI.  185 

Cristianísimo ,  prometiendo  que  en  adelante  sería  Padre  común  de  los  fie- 
les, j  se  conservaría  entre  ellos  neutral. 

4."  Que  el  Rey  restituiría  desmantelados  cuantos  lugares  j  castillos 
de  la  Sede  Apostólica  habían  conquistado  sus  armas. 

5."  Que  se  devolverían  por  ambas  partes  los  cañones  de  que  en  cual- 
quiera forma  se  hubieren  reciprocamente  despojado. 

6."  Que  se  alzarían  inmediatamente  todas  las  penas  temporales  ó  espi- 
rituales impuestas ,  ora  á  seglares ,  ora  á  eclesiásticos ,  á  causa  de  la 
guerra ,  con  restitución  á  cada  cual  de  sus  bienes ,  honores  j  privilegios; 
declarándose,  no  obstante,  no  comprendidos  en  esto  ni  á  Marco  Antonio 
Colonna,  ni  á  Ascanío  de  la  Comía,  ni  al  Marqués  de  Bagno,  ni  á  ningún 
otro  rebelde  al  Papa  ;  todos  los  cuales  habían  de  permanecer  en  la  misma 
desgracia  de  antes,  y  sujetos  á  la  voluntad  del  Padre  Santo. 

7.*  Que  la  fortaleza  de  Palíano,  tal  como  se  hallaba,  se  entregase  á 
Bernardíno  Carbone  ,  hombre  de  la  confianza  de  ambas  partes ,  y  que  á 
las  dos  debería  jurar  fidelidad,  el  cual  la  guardaría  con  800  infantes  paga- 
dos de  por  mitad  por  los  contratantes ,  y  daría  cumplimiento  á  los  pactos 
respecto  de  este  particular  establecidos  entre  el  Cardenal  y  el  Duque  para 
el  mejor  servicio  de  sus  Principes. 

Los  artículos  del  tratado  secreto  eran : 

1.°  Que  la  fortaleza  de  Palíano  quedaría  en  manos  de  una  persona  de 
la  confianza  de  ambas  partes ,  como  se  había  convenido ,  ó  se  desmantela- 
ría, si  esto  le  pareciese  mejor  al  Rey  Católico. 

2.'  Que  prefiriendo  el  Rey  desmantelarla,  no  se  podrían  alzar  de  nue- 
vo sus  muros  por  quien  la  poseyese,  sin  que  S.  M.  hubiera  dado 
compensación  á  su  gusto  al  Conde  de  Montorio. 

3.*  Que  si  tocante  á  la  compensación  no  hubiese  acuerdo ,  se  remitiría 
la  decisión  á  la  República  de  Venecía ,  á  cuyo  arbitraje  quedaban  en  esto 
obligadas  á  someterse  sin  apelación  ambas  partes. 

4.°  Que  aceptada  la  compensación  y  desmantelada ,  cedería  el  de  Mon- 
torio ,  Duque  á  la  sazón  de  Palíano ,  esta  plaza,  á  quien  el  Rey  Católico 
le  designase ,  con  tal  que  no  fuera  persona  enemiga  del  Santo  Padre  ó  de 
la  Sede  Apostólica,  ni  estuviese  declarada  rebelde. 

5.°  Que  el  Rey  daría  tal  compensación  en  el  término  fatal  de  seis 
meses,  y  que  pasado  este  plazo  sin  darla,  el  Gobernador  común  de  Palíano 
procedería  á  desmantelar  por  sí  la  fortaleza,  entregando  el  lugar  al  Conde 
de  Montorio. 

6.°  Que  para  mayor  seguridad  de  estas  cosas,  y  persuadir  enteramente 
al  Bey  Católico  de  su  adhesión ,  dentro  de  cuarenta  días  se  presentaria  á 
S.  M.  en  Bruselas  el  Cardenal  Carrafa. 

No  consintió  el  Duque  de  Alba  en  firmar  el  primero  de  estos 

TOMO  III.  13 


186  ROMA    Y    ESPAÑA 

tratados  sin  que  el  Cardenal  pusiese  antes  la  rúbrica  en  el  segun- 
do ;  y  del  uno  como  del  otro  tuvo  cabal  conocimiento  el  Pontífice, 
según  resulta  claramente  de  los  documentos ,  y  Ñores  y  el  Carde- 
nal Sforza  Pallavicino  asientan.  Propúsose,  no  obstante,  Su  San- 
tidad, fundándose  en  la  condición  de  secreto  que  uno  de  ellos  tenia, 
aparentar  tenazmente  que  no  sabía  de  él  cosa  alguna.  De  aquí  na- 
cieron confusiones  y  daños ,  de  que  lie  de  hablar  luego  amplia- 
mente ,  cuando  por  menor  examine ,  con  ocasión  del  proceso  que 
se  le  formó ,  la  conducta  del  Cardenal  Carrafa  en  este  y  otros 
casos.  Baste  por  ahora  decir,  que,  desconocida  del  publicóla  grave 
cláusula  mediante  la  cual  el  Cardenal ,  primer  Ministro  del  Papa, 
debia  presentarse  en  plazo  brevísimo  á  hacer  una  verdadera  sumi- 
sión al  Rey  Católico,  y  no  reparando  en  las  condiciones  especiales 
á  que  el  tratado  público  aludía  respecto  de  Paliano  ,  basadas  por 
cierto  en  el  principio  de  que  aquel  lugar  quedaría  á  merced  del 
Rey  Católico ,  para  dársele  á  quien  tuviera  por  conveniente ,  sor- 
prendió la  paz  á  los  más  piadosos,  por  lo  sobradamente  ventajosa 
que  parecía  para  la  Santa  Sede  ,  así  como  escandalizó  á  los  poco 
afectos  al  Pontífice ,  teniéndola  por  vergonzosa  y  por  todo  extremo 
indigna  de  un  Rey  de  España.  Lo  que  con  más  razón  debieron  de 
criticar  todos  entonces ,  fué  el  abandono  en  que,  al  parecer,  quedaba 
el  valeroso  Marco  Antonio  Colonna,  que,  muerto  su  padre,  era  ya 
señor  legítimo  de  Paliano  (1) ;  pero  respecto  de  este  particular,  ha 
de  verse  más  adelante  lo  que  hubo  de  aparente  ó  de  cierto.  Entre 
tanto,  es  indudable  que  el  Duque  de  Alba  no  obtuvo  de  Roma 
cuanto  en  circunstancias  iguales  habría  alcanzado  de  otra  po- 
tencia cualquiera.  Mas  ha  de  tenerse  en  cuenta  que,  dado  el  carác- 
ter singularmente  soberbio  de  Paulo  IV,  no  era  poco  lo  que  de  él 
se  obtenía,  obligándole  á  abandonar  á  los  franceses  maltratados, 
después  de  haberlos  comprometido  en  la  guerra;  forzándole  á  de- 
clarar con  sobrada  franqueza  que  sería  en  adelante  Padre  común  de 
los  fieles ,  y  guardaría  neutralidad  estricta  entre  los  Príncipes  crís- 

(1)  Murió  Ascanio  Colonna  preso  en  Ñapóles  en  la  fortaleza  de  Castelnovo 
por  ciertas  relaciones  que  se  le  descubrieron  con  el  Príncipe  de  Salerno ,  uno 
de  los  napolitanos  emigrados  que  seguían  el  partido  francés.  Por  eso  el  Rey 
Felipe  y  sus  Ministros  reconocieron  la  usurpación  que  hizo  Marco  Antonio, 
español  de  corazón ,  de  los  Estados  de  su  padre.  Por  error  material  se  di- 
jo en  el  primero  de  estos  artículos,  que  al  principio  délas  desavenencias  fué 
obligado  á  prestar  fianzas  en  Roma  Ascanio  Colonna ,  debiéndose  allí  haber 
escrito  Ascanio  de  la  Cornia  ó  la  Corguia. 


Á   MEDIADOS  DEL   SlGLO   XVl.  187 

tianos;  trayéndolo,  además,  á  consentir  en  que  el  Cardenal,  su 
sobrino ,  fuese  por  Legado  á  Bruselas ,  con  el  humilde  objeto  ya 
referido,  y  en  que  Paliano  pudiera  quedar  á  disposición  del  Rey 
Felipe,  por  más  que  estuviese  él  resuelto  á  no  permitir  nunca  que 
parase  en  manos  de   los  Colonnas  sus  inquietisimos  subditos.  Esto 
de  una  parte:  que  de  otra,  ¿quién  no  ve  y  comprende  las  sumas  di- 
ficultades que  se  le  ofrecían  á  España  para  llevar  á  los  últimos  tér- 
minos, y  contra  la  propia  persona  de  Paulo  IV,  su  venganza?  Si  este, 
como  declaró  cien  veces ,  y  era  hombre  de  hacerlo ,  se  hubiera  re- 
signado ,  antes  que  ^consentir  en   condiciones  más  depresivas  de 
su  autoridad,  á  dejar  que  el  de  Alba  ocupase  y  saquease  á  Roma, 
encerrándose  él  mismo  en  Sant- Angelo,  para  quedar  allí  preso 
como  Clemente  VII,  por  algún  tiempo;  ¿cuáles  no  habrían  sido 
los  embarazos  entonces  de  la  política  española?  Pensar  como  se 
pensó  al  principio  en  declararle  ilegitimo ,  deponerle ,  ó  negarle 
la  obediencia,  después  de  vencido,  y  dejado  completamente  á  salvo 
el  reino  de  Ñapóles ,  cuando  no  se  habia  osado  ponerlo  por  obra  al 
cabo  durante  las  necesidades  y  peligros  de  la  guerra,  hubiera 
rayado ,  á  mi  juicio  ,  en  manifiesta  locura ;  mucho  más  teniendo, 
como  tenia  ya  Paulo  IV,  no  menos  que  ochenta  y  un  años  cumplidos 
al  firmarse  la  paz.  ¿Y  era  posible,  por  otro  lado,  hacer  todo  eso,  y  con- 
tinuar desempeñando  en  el  mundo  el  papel  del  primer  campeón  del 
catolicismo ,  que  Felipe  II  habia  escogido  con  convicción  como  su 
padre  sin  duda  alguna,  pero- cuya  representación  estaba  enlazada 
ya,  por  el  curso  natural  de  las  cosas,  á  todos  los  intereses  terri- 
toriales y  temporales  de  su  política?  Ya  entonces,  como  escribió 
con  melancólico  estilo  Gonzalo  de  Illescas  ( I ) ,  no  se  prendían  ó 
quemaban  sólo  en  España  herejes  «tudescos ,  flamencos  ó  ingleses» 
de  los  que  venían  á  estos  reinos  emponzoñados  de  la  mala  secta 
que  allá  en  sus  tierras  se  predicaba :  ya  no  sallan  sólo  á  los  ca- 
dalsos ,  y  tenían  sambenitos  en  las  iglesias  «gentes  viles  y  de  ruin 
»casta:»  en  estos  años  postreros  (es  decir,  en  los  que  precedieron 
inmediatamente  al  grande  auto  de  fe  de  1559  en  Valladolid,  que 
tuvo  lugar  no  mas  que  dos  después  de  la  paz  de  Cavi) ,  «habernos 
»visto,»  decía  aquel  historiador,  «las  cárceles  y  los  cadalsos  ,  y  aun 
»las  hogueras,  pobladas  de  gente  de  lustre,   y    lo  que  es  más 

(1)    Segunda  parte  de  la  iT^síormpowíi^caZ.-— Salamanca  1577,  libro  VI 
párrafo  ó  capítulo  4.° 


188  ItOMA   Y   ESPAÑA 

»de  llorar,  de  ilustres,  y  de  personas  que  al  parecer  del  mundo, 
«en  letras  y  en  vida  hacian  ventaja  muy  grande  á otros.»  Fueron, 
según  el  mismo  historiador  refiere,  estas  alteraciones  y  noveda- 
des en  el  negocio  de  la  religión ,  «las  que  hicieron  al  Rey  D.  Fe- 
»lipe  venir  en  las  capitulaciones  de  la  paz , »  que  antes  de  mucho 
ajustó  también  con  Francia ;  añadiendo,  que  «  por  esta  misma  causa 
«quiso  S.  M.  apresurar  su  venida  en  estos  reinos,  porque  de  su 
»ausencia  no  naciese  algún  mal  irremediable.» No  hay  que  dudar- 
lo :  sentiase  ya  estrechado  y  perseguido  el  Monarca  español  por  el 
protestantismo  en  todas  partes,  en  Alemania,  en  Inglaterra,  en 
Flándes,  donde  rugia  sordamente:  y  hasta  el  mismo  corazón  de 
sus  dominios ,  Castilla,  parecía  ya  herida  muy  gravemente.  ¿Cómo 
llevar  más  adelante,  en  momentos  tan  críticos,  la  contradicción  es- 
candalosa y  palmaria  que  estaba  ya  resultando  á  los  ojos  de  todos,  de 
negar  el  Rey  Felipe  los  grandes  respetos  debidos  á  la  autoridad  del 
Papa,  que  era  la  que  esencialmente  se  habia  debatido  en  los  princi- 
pios de  la  rebelión  luterana,  y  en  cuyo  reconocimiento  ó  menospre- 
cio se  cifraba  todavía  la  más  clara  y  tangible  de  las  diferencias  exis- 
tentes, entre  las  dos  grandes  corrientes  religiosas  de  la  época?  ¡Ah! 
no :  las  burlas  del  fingido  Soave ,  ó  sea  Fra  Paolo  Sarpi ,  sobre  la 
paz  de  Cavi ,  no  son  justas ,  como  con  razón  dice  su  contradictor 
Pallavicino:  ni  Gregorio  Leti  en  lo  antiguo ,  ni  Prescott  en  nues- 
tros dias ,  han  juzg-ado  con  imparcialidad  la  conducta  de  Felipe  II 
en  aquel  caso.  Difícil  es  que  Carlos  V  hubiese  llegado  ala  sazón  á 
más  ,  bien  que  no  quedase  en  Yuste  satisfecho  de  los  tratados :  que 
ni  aun  el  más  experto  político  ve  con  igual  exactitud  las  cosas  den- 
tro y  fuera  del  poder.  La  dignidad  del  Papa  no  quedó  bien  parada, 
dígase  lo  que  se  quiera ,  en  ellos ;  y  las  contradicciones  que  entre 
ambos  se  advierten,  y  los  delicadísimos  cabos  que  dejaron  suel- 
tos ,  causaron  harto  mayores  duelos  después ,  que  no  al  Rey  ó  al 
Duque  de  Alba  ,  al  Papa  Paulo ,  y  sobre  todo  al  Cardenal  Car- 
rafa. 

Pero  ello  es,  en  el  ínterin,  que  la  paz  de  Cavi  fué  aprobada  por 
el  Papa,  y  con  increíble  alegría  á  lo  que  se  dijo.  El  14  de  Setiembre 
quedó  la  negociación  terminada:  el  17  envió  Su  Beatitud  un  men- 
sajero al  de  Alba,  invitándole  á  pasar  á  Roma;  y  el  19  se  presentó 
allá  con  efecto  el  Duque,  no  sin  haberlo  excusado  antes  cuanto 
pudo,  pretendiendo  que  hiciese  sus  veces  D.  Fadrique,  su  hijo, 
hasta  que  el  Cardenal  Ca'-rafa  tuvo  que  ir  á  rogarle  que  asistiese 


k    MEDIADOS   DEL    SIGLO    XVI.  189 

en  persona  (1).  Recibióle  el  Papa  ,  saliendo  de  su  pieza,  como  dice 
Andrea ,  y  en  presencia  de  veinte  Cardenales :  llegóse  á  besarle  el 
pié  el  Duque  con  humildad  y  reverencia  suma ,  y  le  pidió  perdón 
en  su  nombre  y  el  de  su  amo  por  los  delitos  cometidos  durante 
la  pasada  guerra  contra  la  Sede  Apostólica  ó  la  persona  de  Su  San- 
tidad ;  ofreciéndosele  para  en  adelante  por  obediente  hijo ,  no  sólo 
de  su  parte,  si  no  de  la  de  su  Rey.  Dióle  tiernamente,  en  cambio, 
su  bendición  el  Padre  Santo ,  llamándole  siempre  hijo  de  allí  ade- 
lante; y,  después  de  ser  abrazado  por  todos  los  Cardenales  presen- 
tes, se  retiró  á  las  habitaciones  que  en  el  mismo  Vaticano  le  estaban 
dispuestas.  Fueron,  por  de  contado,  puestos  en  libertad  á  la  par 
no  sólo  Garcilaso ,  Taxis ,  el  Abate  Briceño  y  los  demás  subditos 
del  Rey  Católico  detenidos ,  si  no  también  Julio  Cesarini ,  Camilo 
Colonna  y  su  hermano  el  Arzobispo,  presos,  como  se  dijo,  algo 
antes  de  estallar  la  guerra.  El  Papa  convidó  á  almorzar  al  Duque 
con  todo  el  Sacro  Coleg-io ,  colocándole  enfrente  del  Cardenal  De- 
cano; y,  durante  la  misa  que  se  celebró  aquella  mañana  misma  en  la 
capilla  pontificia,  se  le  dio  lugar  inmediato  á  los  Cardenales ,  pre- 
cediendo á  los  sobrinos  seglares  del  Papa.  No  contento  aún  con 
estas  honras  inusitadas,  mandó  el  Papa  que  Andrés  Acquaviva, 
Proto-Notario  apostólico,  pasara  á  Ñapóles,  con  título  de  Nuncio,  y 
pusiera  en  manos  de  la  Vireina  Doña  María  Henriquez  y  Toledo  la 
bien  conocida  Mosa  de  oro.  Dejó,  pues,  á  Roma  el  Duque  de  Alba 
con  honores  y  satisfacciones  de  Príncipe  soberano ;  y  él  escribió  en 
cambio  á  su  esposa ,  según  cuentan ,  que  con  haberse  hallado  en 
tantos  y  tales  trances  de  guerra ,  nunca  habia  notado  que  le  fla- 
queasen  el  ánimo  y  la  voz ,  si  no  al  ver  delante  de  sí  la  mages- 
tad  del  Papa.  Por  haber  este  advertido  sin  duda  tal  respeto  y 
devoción,  dejóse  llevar,  como  siempre,  de  su  extremoso  carác- 
ter, y  no  solamente  lo  acarició  y  honró  mucho,  durante  su  resi- 
dencia en  Roma,  si  no  que  según  escribió  á  su  corte  el  Secretario 
de  la  Legación  de  Florencia ,  tomó  luego  la  palabra  en  el  Consis- 
torio de  1.°  de  Octubre,  «y  predicó  magníficas  alabanzas,  lo  mismo 
»que  del  Rey  Felipe  del  Duque  de  Alba:»  firmante  el  uno  del  3Ie- 
morial,  y  el  otro  de  la  carta  famosa  que  conocemos.  «Tal  fin  tuvo» 
exclama  al  llegar  á  este  punto  las  cosas,  Pedro  Ñores,  «el  genero- 
»so  y  poco  afortunado  pensamiento  de  Paulo  IV,  de  libertar  á  Italia 

(1)    Correspondencia  del  Residente  toscano  en  Roma ,  existente  en  el  ar- 
chivo Mediceo.  Docximento  citado  en  las  notas  á  la  historia  de  Ñores. 


190  ROMA   Y   ESPAÑA 

»del  yugo  extranjero.»  Y  por  tan  dulce  manera  acabaron,  aña- 
diré yo  aquí  ahora,  las  desavenencias  terribles  que  liubo,  á  media- 
dos del  sig-lo  XVI,  entre  las  cortes  de  Roma  y  de  España. 

III. 

Lo  que  queda  por  relatar  ha  de  servir  ya  únicamente,  para  ex- 
clarecer mejor  lo  sucedido ,  y  poner  más  de  relieve  todavía,  los 
caracteres  é  intenciones  de  las  diversas  personas  que  hicieron  prin- 
cipal papel,  en  estos  singulares  acontecimientos.  Procuraré  ser  muy 
breve ,  porque  importan  menos  que  otros ,  en  la  narración  de  los  que 
precedieron  al  final  desenlace  de  todo.  En  los  últimos  días  de  Octubre 
partió  el  Cardenal ,  para  Bruselas  cuidando  de  no  faltar  al  plazo 
prefijado ,  y  fué  allí  recibido  con  cortesía  por  el  Rey ,  que  no  bien 
hubo  aquel  comenzado  á  murmurar  algunas  disculpas,  le  interrum- 
pió el  discurso  diciendo :  «  que  no  guardaba  de  lo  pasado  memoria 
»alguna,  y  que  para  verle  con  gusto  bastaba  con  ser  él  Legado  del 
»Papa.»  No  fué  por  cierto  tan  comedido  el  bufón  del  Rey  llamado  Pe- 
reson,  porque  viendo  que  Garcilaso,  que  ya  estaba  allí,  se  adelanta- 
ba á  besar  la  mano  al  Legado,  dijo  en  altas  voces:  «Monseñor,  ¿cono- 
»ceis  á  este  caballero?  Este  es  Garcilaso  de  la  Vega;»  aludiendo  al 
mal  trato  que  en  Roma  se  le  había  dado.  Pero,  pasados  estos  pri- 
meros embarazos,  forzosamente  nacidos  de  la  falsa  posición  en  que 
se  hallaba,  bien  pronto  encontró  amigos  entre  los  Ministros  espa- 
ñoles y  comenzó  á  tratar  sin  estorbo  de  los  negocios  que  le  impor- 
taban. El  que  principalmente  le  había  encargado  el  Papa  era  el 
ajuste  de  la  paz  entre  España  y  Francia,  como  quien  ya  comprendía 
el  mal  lugar  en  que  quedara,  habiendo  abandonado  á  sus  aliados  en 
la  mala  fortuna.  Poseo  yo  dos  copias  distintas  délas  instrucciones 
que  se  dieron  sobre  este  punto  al  Cardenal  (1),  y  son  á  la  verdad 
curiosas.  Abundan  en  ellas  las  palabras  más  lisonjeras  para  el 
Rey  Felipe,  procurándose  de  cierto  modo,  en  cambio,  echar  sobre  el 
Emperador,  su  padre,  las  culpas  de  todo  lo  pasado.  Por  rebajar  á 
este,  hasta  pretendía  Su  Santidad  que  era  ya  mayor  la  gloria  mi- 
litar del  tímido  hijo  de  Carlos  V ,  que  la  de  su  esforzado  y  glorioso 
padre,  diciendo :  «que  si  bien  las  armas  de  Carlos  habían  preso  á 
»un  Rey  francés,  no  debía  aquello  atribuirse  á  su  valor,  si  no  á  m 

(1)    Colección  de  papeles  vai-ios  de  mi  propiedad. 


Á    MEDIADOS    DEL    SIGLO  XVI.  191 

»fortuna ,  pues  que  no  se  habia  hallado  por  su  persona  en  tal  he- 
»ctio;  cuando  el  Rey  Felipe,  al  contrario,  habia  por  si  dirigido,  sin 
»consejo  de  nadie  ni  ayuda  extranjera,  la  g-loriosa  campaña  de  San 
»Quintin  ,  en  la  cual  habia  roto  á  un  ejército  enemigo,  no 
«apartado  de  su  pais,  como  el  vencido  en  Pavia,  si  no  dentro 
»de  sus  propias  fronteras,  no  con  mucha  pérdida  como  alli  se  triun- 
»fó ,  si  no  con  poca ,  no  limitándose  luego  á  salvar  una  ciudad 
»propia ,  si  no  conquistando  una  agena  que  le  abria  camino  á  en- 
»sanchar  por  allá  el  confín  de  sus  Estados.»  Entre  estas  injustas 
apreciaciones,  que  sólo  cito  por  nueva  prueba  del  particular  odio  que 
profesó  el  Papa  Paulo  hasta  el  fin  de  su  vida  á  Carlos  V,  descubría 
claramente  aquel  los  verdaderos  motivos  de  su  presente  solicitud 
por  la  paz.  «La  ruptura  de  la  tregua,»  decia,  «principal  ofensa  al 
»parecer  recibida  por  el  rey  Felipe,  no  debe  considerarse  tal,  por- 
»que  dieron  ocasión  á  ella  los  que  pusieron  en  tan  duros  trabajos  á 
»la  Santa  Sede,  la  defensa  de  la  cual  era  natural  y  justo  que  to- 
»mase  á  su  cargo  el  Rey  Cristianísimo ,  cuando  estaba  de  todos 
»abandonada;  y  el  haber  obrado  el  Rey  Enrique  tan  en  pro  del 
» Vicario  de  Cristo,  antes  debe  ser  suprema  razón  de  aplauso ,  que 
»no  de  censura  para  tan  católico  Principe  como  el  Rey  de  España.» 
No  sé  yo  hasta  qué  punto  estas  notables  razones  pudieran  inclinar 
á  pacíficos  pensamientos  el  ánimo  de  Felipe  II.  Lo  cierto  es,  que  la 
victoria  de  Gravelingues,  sumada  á  la  de  San  Quintín,  dieron  á 
España  una  superioridad  militar  incontestable,  de  que  usó  además 
entonces  con  moderación  bastante  su  Soberano;  por  la  cual  no 
tardó  con  efecto  mucho  en  ajustarse  la  paz  con  Francia. 

Pero,  en  lo  tocante  á  sus  propios  negocios,  alcanzó  entre  tanto  el 
Cardenal  en  Bruselas  harto  mejores  palabras  que  obras ,  así  del 
Rey  Felipe  como  de  los  Ministros  españoles.  Ni  aun  las  primeras 
fueron  tales  que  dejara  de  tener  á  las  veces  con  los  últimos  muy 
acerbas  contestaciones ;  y  no  pudo  obtener,  entre  otras  cosas ,  que 
el  principado  de  Rosano  y  el  ducado  de  Barí ,  que  la  Reina  de  Po- 
lonia Bona  Sforza  dejó  á  la  sazón  en  su  testamento  al  Rey  de  Es- 
paña ,  y  que  pretendió  el  Papa  al  instante  para  sus  sobrinos ,  se  le 
otorgase  liberalmente ;  ofreciéndose  sólo  á  Rosano  como  compen- 
sación de  Paliano  al  Conde  de  Montorio ,  y  en  descargo  de  lo  que 
sobre  este  particular  dispuso  el  tratado  de  Caví.  Agravó  las  difi- 
cultades que  el  Cardenal  ya  hallaba,  el  arribo  á  Bruselas  del  Duque 
de  Alba,  llamado  ex-profeso  por  el  Rey,  para  oír  su  parecer  en  los 


192  *  ROMA    Y    ESPAÑA 

pendientes  tratos.  No  era  hombre  el  Duque  falto  de  memoria,  en 
los  agravios ;  y  era  sobrado  leal ,  por  otra  parte ,  para  no  defender 
los  intereses  de  su  teniente  Marco  Antonio  Colonna,  á  todo  trance. 
Lleg-aron  así  á  punto  el  Cardenal  j  el  de  Alba  de  faltarse  al  res- 
peto delante  del  Rey.  Bastó ,  en  verdad,  esta  conducta  del  de  Alba 
para  que  sig-uiera  con  ardor  la  contraria  su  competidor  D.  Ruy  Gó- 
mez de  Silva;  pero,  á  pesar  de  la  eficaz  ayuda  de  éste,  estuvo  á  punto 
de  salir  muy  burlado  el  Cardenal ,  y  muy  furioso  de  Bruselas.  Solo 
acertó  á  desarrugarle  el  ceño  el  Rey,  y  eso  en  la  última  audiencia 
que  con  él  tuvo :  ganóle  desde  luego  el  ánimo  con  corteses  palabras; 
gratificóle  con  12.000  ducados  de  pensión  sobre  la  mitra  de  To- 
ledo ,  y  otros  8.000  á  titulo  de  naturalizado  en  España ;  rogóle,  por 
último ,  al  decir  de  Ñores ,  que  disimulase  las  inconveniencias  de 
algunos  de  sus  Ministros,  ya  que  él  mismo  tenia  con  frecuencia 
que  tolerarlas ,  á  causa  de  ser  la  mayor  parte  de  ellos  servidores 
viejos  de  su  padre,  los  cuales  no  podia  remover  por  respeto  á  éste, 
y  porque  estaban  de  tal  manera  ejercitados  en  los  vastos  negocios 
de  la  monarquía ,  que  tampoco  podia  pasarse  sin  ellos ;  prefiriendo 
sufrir  y  callar  no  pocas  veces ,  y  aun  sacrificar  su  propio  parecer, 
cuando  no  la  autoridad  de  su  persona.  Con  estas  explicaciones  y 
halagos  quedó  contento  el  Cardenal  de  todo  punto ,  y  se  ofi-eció  in- 
dudablemente á  servir,  en  cambio,  al  Rey  en  las  cosas  en  que  S.  M. 
tenia  sumo  interés :  lo  cual  procuró  cumplir,  tal  y  como  se  verá 
más  adelante. 

No  bien  tornó,  sin  embargo,  á  Roma,  poco  antes  de  comenzar  el 
mes  de  Mayo  de  1558 ,  comenzaron  á  llover  sobre  él  sucesivamente 
los  reveses  y  las  desdichas.  Parecía  como  si  el  astro  de  su  fortu- 
na se  hubiera  eclipsado ,  dejándole  sin  luz  por  todo  el  tiempo  que 
le  quedaba  de  vida.  No  halló  de  buen  rostro  ya  al  Papa ,  profun- 
damente descontento  de  los  resultados  que  había  tenido  una  guerra 
tan  solicitada  por  el  Cardenal ,  y  de  que  nada  obtuviera  él  lue- 
go en  su  misión,  que  hiciese  menos  pesada  á  la  Santa  Sede 
la  paz  de  Caví;  y  receloso,  además,  de  que,  por  el  contrarío,  hu- 
biere prometido  al  Rey  nuevas  concesiones ,  algunas  de  las  cuales 
estaba  resuelto  á  no  otorgar  en  ningún  caso.  Bastante  debían  de 
haber  ya  inñuido  también  en  sus  orejas  las  insinuaciones  intencio- 
nadas de  los  enemigos  numerosos  que  al  Cardenal  le  habrían  oca- 
sionado ,  de  una  parte  el  ejercicio  del  poder,  que  los  proporciona 
siempre,  y  la  conocida  violencia  de  su  carácter,  de  otro:  habiendo 


k    MEDIADOS   DEL   SIGLO    XVI.  193 

podido  aprovecharse  largamente  los  tales ,  así  del  mal  éxito  de  su 
política  que ,  buena  ó  mala ,  se  juzgaría  no  más  que  por  los  efec- 
tos ,  como  suele  acaecer  en  todo  tiempo ,  cuanto  de  su  propia 
ausencia,  para  desprestigiarle  á  su  sabor  y  perderle.  Al  llegar  Car- 
rafa á  Roma  iba ,  según  todos  los  indicios ,  resuelto  á  ponerse  allí 
á  la  cabeza  del  partido  español,  y  comenzó  por  eso  á  apartarse  de 
sus  antiguos  amigos  los  del  partido  francés ,  que  ,  como  era  natu- 
ral, no  tardaron  en  mostrársele  adversarios;  pero  como  por  su  parte, 
los  Cardenales ,  Prelados  y  Ministros  diversos ,  que  constituían  el 
primero,  no  le  perdonaban,  en  tanto,  los  pasados  agravios,  traba- 
jando con  más  ardor  que  nunca  en  su  daño,  acertó  así  á  verse  á  un 
tiempo  desamparado  de  todos.  El  último  triunfo  de  aquel  infortunado 
Político,  fué  que  se  designase  por  Nuncio  en  España  al  Obispo  de 
Terracina,  parcial  suyo,  y  á  D.  Francisco  de  Vargas  Megía,  con 
quien  había  contraído  estrechas  relaciones ,  por  Embajador  del  Rey 
en  Roma ;  después  que  Paulo  IV  se  negó  á  recibir  como  tal  á  Don 
Juan  de  Figueroa,  Castellano  y  Gobernador  interino  de  Milán,  que 
fué  el  primeramente  designado ,  so  pretexto  de  estar  excomulgado, 
á  causa  de  cierto  desacato  cometido  en  su  gobierno  contra  un  cur- 
sor de  letras  apostólicas.  Vargas  ayudó  luego  cuanto  pudo  al  Carde- 
nal con  efecto;  pero  en  la  corte  de  Bruselas,  donde  no  se  hacían  cargo 
de  las  dificultades  de  su  posición,  le  quitaban  cada  día  á  éste  presti- 
gio y  fuerza,  negándose  á  satisfacer  los  menores  deseos  del  Papa,  é 
insistiendo,  por  el  contrario,  con  creciente  empeño  en  recobrar  áPa- 
liano,  á  cambio  del  principado  de  Rosano ,  y  en  que  se  perdonase  á 
Marco  Antonio  para  de  volvérselo .  Este  último  asunto ,  tocante  al  cual 
llegó  á  imaginar  el  Papa  que  el  Cardenal  defendía  más  bien  la  parte 
del  Rey  que  la  suya  y  la  del  propio  hermano ,  fué  el  que  consumó 
al  fin  la  ruina  del  Ministro ,  según  el  propio  Cardenal  escribió  de 
su  puño  en  un  papel  que  poseyó  César  Campana ,  y  citó  este  en  su 
importante  Historia  de  Felipe  II  {!).  De  pensar  á  obrar  solía  ha- 
ber como  se  sabe,  en  Paulo  IV  escasa  distancia.  Un  día ,  pues,  que 
se  presentó  el  Cardenal ,  cual  todos,  en  la  antecámara  pontificia, 
después  de  aguardar  cuatro  horas  en  vano,  recibió  la  orden  de  re- 
tirarse y  no  comparecer  más  en  presencia  del  Papa.  En  seguida  se 
les  comunicó  á  él  y  á  su  hermano  el  de  Montorio  la  orden  de  des- 
ocupar las  habitaciones  que  tenían  en  el  Vaticano  mismo ;  y  pocos 

(1)    La  vita  del  Catholico  et  invitissimo  Don  Filippq  secondo  D'Amtria  fte 
delle  Spagne,  etc,  Lib.  12,  pág.  86.  Venecia,  1608. 


194  ROMA    Y    ESPAÑA 

dias  después,  á  27  de  Enero  de  1559,  convocó  ya  el  Santo  Padre  un 
Consistorio,  con  asistencia  del  Gobernador  de  Roma  y  del  fiscal  de 
la  Cámara  Apostólica,  en  el  cual,  conlág-rimas  en  los  ojos,  pronun- 
ció un  largo  discurso  contra  la  vida  y  costumbres  de  sus  sobrinos, 
mandando  extender  allí  mismo  un  decreto  en  que  dispuso  :  que  en  el 
término  de  doce  dias  saliesen  de  Roma  el  Cardenal  Carlos  Carrafa, 
el  Conde  de  Montorio,  Duque  de  Paliano,  y  el  Marqués  de  Monte- 
bello;  yendo  á  residir,  el  primero,  en  el  lugar  de  Civita-Lavi- 
nia ,  el  segundo  en  el  de  Gállese ,  y  el  tercero  en  las  tierras  de  su 
marquesado;  que  cesase  el  Cardenal  en  cuantos  cargos  de  gobierno 
desempeñaba ,  prohibiéndosele  intervenir  en  adelante  en  negocios 
políticos ;  que  el  Duque  de  Paliano  soltase  también  el  empleo  de 
Capitán  General  de  la  Iglesia  y  Almirante  de  sus  galeras ,  que  de- 
sempeñaba; que  el  Marqués  de  Montebello,  en  fin,  fuera  sustituido 
por  otro  en  el  mando  de  la  pontificia  guardia,  que  ejercía.  Leído 
este  decreto  á  los  presentes ,  prohibió  luego  el  Papa ,  bajo  severí- 
simas  penas,  que  ningún  Cardenal  fuese  osado  á  interceder  por 
aquellos  reos ,  ni  á  pedir  que  en  ningún  tiempo  se  les  concediese  la 
más  mínima  remisión  ó  gracia.  Ni  falta  quien  diga  que  la  cólera 
de  Paulo  IV  contra  sus  sobrinos  era  ya  á  la  sazón  tan  extrema, 
que  habiendo  ido  á  interceder  por  ellos  su  madre  Doña  Catalina 
Cantelmo,  la  echó  de  su  presencia  con  estas  terribles  palabras: 
<<maldito  sea  tw  vientre  que  7ut  producido  tales  malvados  (1).  La 
violencia  que  en  esta  ocasión  mostró  aquel  Pontífice,  tan  propia  de 
su  vehemente  carácter ,  dio  lugar  á  que  se  murmurase  al  punto  de 
la  expulsión  de  sus  sobrinos,  poco  menos  que  se  hubiese  censurado 
hasta  allí  su  engrandecimiento.  «Viendo,»  decía  por  ejemplo,  el 
Embajador  francés  en  Venecia  M.  de  Acqs ,  «que  no  puede  ya  salir 
»contento  de  este  mundo,  quiere  dejar  en  él  algún  contento  de  su 
»persona.»  De  estas  malignidades  externas,  y  de  interna  soledad  y 
recelo,  fueron  acompañados  ya  solamente  los  pocos  días  que  vivió 
aún  Paulo  IV.  Desencantado ,  vencido ,  triste ,  no  conservó  más 
afecto  humano  hasta  la  última  hora  en  su  pecho ,  que  el  que  pro- 
fesaba al  hijo  del  Marqués  de  Montebello  ,  Alfonso  Carrafa,  á  quien 
había  hecho  Cardenal  y  Arzobispo  de  Ñapóles ,  no  obstante  sus 
cortísimos  años;  poniéndole  además  á  la  cabeza  del  nuevo  género 
de  Gobierno  que  instituyó,  en  que  reservaba  más  para  sí,  y  daba 

(1)    Hállafíe  consignada  esta  anécdota  tíii  el  manuscrito  del  P.  Caracciolo' 
ya  citado. 


Á    MEDIADOS   DEL    SIGLO    XIX.  195 

mayor  participación  de  la  que  solian  tener  á  los  otros  Cardenales. 
Tres  meses  después  de  estos  sucesos ,  cayó ,  por  último ,  enfermo, 
y  al  cabo  de  otros  tantos  de  enfermedad ,  rindió  al  Criador  su  vida 
el  dia  18  de  Agosto  de  1559.  Sus  postreras  palabras  fueron  para 
recomendar  á  los  Cardenales  el  tribunal  de  la  Inquisición ,  único 
apoyo  ala  sazón,  según  les  dijo,  de  la  cristiandad,  que  sin  él  ame- 
nazaba ruina.  Y  al  alba  del  dia  19  se  supo  ya  por  toda  Roma ,  con 
extraordinaria  y  bárbara  alegría ,  que  habia  cesado  de  ocupar  la 
Silla  dé  San  Pedro  el  virtuoso,  aunque  ardiente  y  duro,  Paulo  IV. 
Bien  pronto,  no  obstante ,  reemplazó  á  la  alegría  la  confusión, 
no  ya  sólo  en  aquella  ciudad ,  sino  en  todo  el  Estado  eclesiástico. 
Repartido  el  vulgo  en  cuadrillas ,  rompió  las  puertas  de  las  cárce- 
les, y  señaladamente  las  de  la  Inquisición ,  poniendo  en  libertad  á 
todos  los  presos;  y  en  poco  estuvo  que  no  quemase  la  iglesia  de  la 
Minerva  por  ser  de  los  frailes  de  Santo  Domingo  y  residir  allí  el 
Santo  Oficio ,  en  demostración  del  aborrecimiento  que  á  aquel  tri- 
bunal se  profesaba.  Quisieron  las  turbas  desencadenadas  derribar 
la  casa  que  habitaba  cuando  era  Cardenal  el  Papa  difunto;  destru- 
yeron sus  retratos;  y  asaltando  el  Capitolio,  donde  tres  meses  antes 
se  le  habia  levantado  una  estatua  en  mármol  para  perpetuar  la  me- 
moria del  destierro  de  sus  sobrinos,  separaron  á  golpes  del  tronco 
la  cabeza  de  aquel  simulacro ,  la  arrastraron ,  la  pisotearon ,  y  no 
sin  dejarla  por  entretenimiento  de  muchachos  largas  horas,  la  arro- 
jaron al  Tiber.  Adelantáronse  á  publicar  los  caudillos  de  aquella 
asonada  un  bando,  disponiendo  que  se  arrancaran  de  todas  las  igle- 
sias ,  casas  y  lugares  públicos  en  que  estuviesen ,  las  armas  de  la 
familia  Carrafa,  y  hasta  que  se  borrasen  cuantas  inscripciones  con- 
tuviesen aquel  apellido.  Fué  tal  la  rabia  del  pueblo  de  Roma  contra 
aquel  sagrado  y  celoso  campeón  de  la  independencia  de  Italia,  que 
hubo  que  guardar  su  cadáver,  de  cuerpo  presente,  con  buen  golpe 
de  soldados,  porque  no  experimentase  algún  insulto.  A  todos  estos 
pormenores,  que  constan  en  un  diario  contemporáneo  ya  impreso  (I), 
añade  el  Cardenal  Sforza  Palla  vi  ciño  en  su  Istoria  del  Concilio 
otros  igualmente  dignos  de  censura.  Habia  mandado  el  Papa  Paulo 
que  la  raza  hebraica  llevase  por  distintivo  en  Roma  cierto  birrete 
amarillo ;  y  uno  de  los  haraposos  habitantes  del  Ghetto  prestó  aquel 
dia  por  afrenta  el  suyo ,  á  la  cabeza  de  la  escarnecida  estatua  del 
Pontífice.  Ni  aun  los  vendedores  de  agiia  pudieron  llevar  durante 
(1)    Documento  41  del  Apéndice  al  Ñores. 


196  ROMA    Y    ESPAÑA 

aquellos  dias  una  carafa  ó  garrafa  de  agua  por  las  calles ,  sin  ex- 
ponerse á  desaguisados  sangrientos.  Dirigían  tales  excesos  los  mis- 
mos Magistrados  municipales  de  Roma ,  los  cuales  osaron  ir  con 
insolentes  mensajes  al  Sacro  Colegio ,  solicitando  su  concurso  para 
apoderarse  de  las  fortalezas  de  los  Carrafas.  «¿A  qué  están  aquí  los 
soldados?»  exclamó  al  fin  indignado  el  Cardenal  español  D.  Barto- 
lomé de  la  Cueva ,  animando  con  su  actitud  colérica  al  Sacro  Co- 
legio para  que  se  pusiese  coto ,  como  á  la  postre  se  puso ,  al  desor- 
den. Pero  en  el  entre  tanto,  Marco  Antonio  Colonna  fué  sobre 
Paliano ,  la  tomó ,  y  sin  permiso  de  nadie  se  puso  en  posesión  de 
sus  antiguos  Estados.  Urgia  nombrar  Papa  para  poner  á  tanta  con- 
fusión algún  remedio ;  y  sin  embargo ,  habiéndose  cerrado  el  Cón- 
clave á  5  de  Setiembre ,  duró  este  hasta  el  dia  primero  de  Pascua 
de  Natividad,  en  que  fué  elevado  á  aquella  dignidad  altísima  el  Car- 
denal Juan  Ángel  de  Médici,  patricio  de  Milán.  Hubo  de  particular 
en  este  Cónclave,  y  no  es  para  omitido,  que  todavía  estuvieran 
en  él  á  punto  de  ser  Papas  dos  españoles ,  es  á  saber :  los  Cardenales 
Pacheco  y  de  la  Cueva ;  el  primero  de  los  cuales  llegó  á  reunir  es- 
pontáneamente hasta  27  votos ,  uno  solo  menos  de  los  que  la  elec- 
ción canónica  requería  (1).  La  lucida  votación  de  D.  Pedro  Pa- 
checo y  la  elección  de  Médici ,  subdito  también  del  Rey  de  España, 
y  de  los  más  comprometidos  en  el  partido  español ,  harto  patente- 
mente demuestran,  de  parte  de  quién  estuvo  el  influjo  en  aquel  Cón- 
clave. Pero  lo  que  no  pudo  sospecharse  años  antes  fué  que  más  que 
nadie  contribuyese  á  sacar  allí  triunfantes  los  candidatos  de  Felipe  II 
el  Cardenal  Carrafa.  Abandonando  por  completo  los  intereses  de  la 
Francia,  desde  que  se  entendió  con  el  Rey  Felipe  en  Bruselas,  míen- 
tras  su  hermano  el  de  Montorio  se  inclinaba  masque  antes  á  ella ,  por 
lo  de  Paliano,  empleó  aquel  Cardenal  la  influencia  que  le  había  dado 
en  el  Sacro  Colegio,  su  omnímodo  poder  de  otro  tiempo ,  en  fortificar 
al  partido  ó  facción  española ,  como  se  decía  entonces ;  haciendo 
caer  siempre  de  parte  de  esta  la  balanza,  en  los  distintos  escrutinios 

(1)  Según  refiere  Pallavicino,  dependió  de  una  rarísima  casualidad  el  que 
no  fuese  elegido  por  su  parte  el  Cardenal  de  la  Cueva ;  porque  un  cierto  Leo- 
nardo de  Torres  que  le  servia,  fué  suplicando  de  uno  en  uno  á  todos  los  Car- 
denales que  le  diesen  un  solo  voto  siquiera,  á  fin  de  que  saliese  con  cierto  ho- 
nor del  Cónclave.  Treinta  y  dos  Cardenales  nada  menos,  cuando  bastaban  28 
para  ser  Papa,  se  lo  ofrecieron  así,  de  tal  suerte,  que  en  el  instante  en  que  por 
azar  se  descubrió  el  engaño,  habían  ya  votado  por  él  17,  y  tenían  los  demás, 
hasta  el  número  dicho,  las  papeletas  con  su  nombre  en  las  manos. 


i    MEDIADOS   DEL   SIGLO  XVI.  19*7 

á  que  dio  lugar  sólo  la  falta  de  acuerdo  respecto  de  la  persona  ( 1 ). 
¿Qué  esperaba  de  esta  conducta  el  impresionable,  y  por  lo  mismo 
poco  previsor  Ministro  de  Paulo  IV  ?  ¿  Qué  respuesta  dio  á  las  es- 
peranzas que  lo  lisonjeaban  entonces  lo  por  venir?  Esto  se  ha  de 
ver  en  los  párrafos  sucesivos. 

IV. 

Fué ,'  como  de  ordinario ,  la  mudanza  de  Papa  señal  de  grandes 
cambios  de  personas ,  y  de  importante  alteración  en  el  Gobierno 
de  la  Santa  Sede.  A  los  sobrinos  Carrafas  sucedieron  los  Bórre- 
meos; entrando  á  desempeñar  el  puesto  de  Cardenal  Nepote  el  jo- 
ven Carlos ,  elevado  inmediatamente  á  aquella  dig-nidad  ,  y  que 
ocupa  hoy  lug*ar  entre  los  Santos.  Bien  pronto  fué  reconocido  por 
leg"itimo  Emperador  de  Alemania  el  hermano  de  Carlos  V ,  que  lo 
habia  pretendido  del  Papa  Paulo  IV  tan  en  vano.  Marco  Antonio 
Colonna  fué ,  no  solamente  indultado  de  las  penas  espirituales  que 
sobre  él  pesaban ,  sino  admitido  en  la  gracia  del  nuevo  Papa ,  de- 
jándosele disfrutar  tranquilamente  de  la  pronta  justicia  que  se 
habia  hecho  por  sus  manos,  y  recobrando  al  cabo  cuanto  le  pertenecía 
en  el  territorio  eclesiástico.  Lo  que  tardó  algo  más  fué  la  total  per- 
dición de  los  sobrinos  de  Paulo  IV,  Halagólos  y  rechazólos  alterna- 
tivamente el  nuevo  Papa,  en  los  principios,  como  si  vacilase  en  sus 
resoluciones.  Aparte  del  impedimento  moral  que  le  ofrecía  para 
ensañarse  con  ellos,  el  notorio  apoyo  que  el  Cardenal  Carlos  le 
habia  dado  en  el  Cónclave,  como  candidato  del  Rey  Felipe,  ignoró 
á  punto  fijo  por  algún  tiempo  cuáles  fuesen  los  fines  de  éste ,  res- 
pecto de  sus  enemigos  antiguos.  Estaba  ya  allí,  como  he  di- 
cho, por  Embajador  de  España,  D.  Francisco  de  Vargas  Mejía, 
designado  al  Rey  Católico  por  el  referido  Cardenal ,  que  le  conoció 
en  Venecia,  y  á  quien  el  Rey,  que  no  ignoraba  sus  firmes  doctri 
ñas  regalistas,  debió  juzgar  muy  apto  para  tal  empleo;  y  como 
se  sintiese  por  extremo  agradecido  el  diplomático  doctor  á  los  bue- 
nos servicios  del  Cardenal ,  no  oyó  el  nuevo  Papa  de  aquel  sino 
palabras  al  último  favorables.  Fué  preciso,  pues,  que  llegara  á  Ro- 
ma, como  Orador  de  obediencia  á  Pió  IV,  D.  Luis  Hurtado  de  Men- 

(1)  César  Campana^  D.  Filippo  Secondo ,  libro  XII,  ya  citado.  Gregorio 
Leti,  Vita  del  Católico  Re  Filijjpo  secondo,  parte  19,  libro  14.  Pedro  Ñores, 
Gueira  degli  spag7iuoli  contra  Papa  Paulo  I V,  Libro  IV. 


Í98  ROMA    Y    ESPAÑA 

doza,  Marqués  de  Mondéjar  y  Conde  de  Tendilla,  que  era  ya  del 
Consejo  de  Estado ,  y  fué  lueg-o  Presidente  de  los  de  Castilla  y  de 
Indias ,  para  que  Su  Santidad  comprendiese  los  verdaderos  deseos 
del  Rey  de  España.  No  habiendo  visto  hasta  ahora  las  instruccio- 
nes que  acerca  de  este  punto  se  dieron  al  Marqués  de  Mondéjar, 
debo  limitarme  á  exponer,  lo  que  dicen  de  su  misión  los  historia- 
dores más  acreditados.  Traia  consigo  ,  según  Ñores  cuenta,  el  Mar- 
•qués  á  un  hijo  del  Duque  de  Alba,  que  se  mostraba  como  su  padre, 
muy  contrario  á  la  familia  Carrafa;  y  aquel  historiador  añade, 
que  no  bien  habló  con  ellos  Pió  IV ,  se  persuadió  de  que  el  Rey 
Felipe  veria  con  gusto  la  ruina  del  Cardenal  Carrafa,  y  de  su 
casa.  Este  aserto  de  Ñores  da  valor  á  la  versión  de  Gregorio 
Leti,  (1)  que  ofrece  bastantes  pormenores  acerca  de  la  intervención 
del  de  Mondéjar,  en  la  persecución  de  los  Carrafas,  señalando  por 
prueba  de  la  desconfianza ,  que  como  Ñores  también  dice ,  inspi- 
raba en  el  asunto  D.  Francisco  de  Vargas,  el  hecho  de  haber 
rehusado  su  hospedaje  el  Orador  de  obediencia,  albergándose  en 
el  mismo  palacio  del  Papa.  Gregorio  Leti ,  por  otro  lado ,  es  un 
historiador  á  quien  no  hay  que  dar  siempre  crédito  seguramente, 
pero  que  tuvo  mucha  noticia  de  aquel  tiempo.  Aparte  de  la 
amistad  que  al  cierto  habia  entre  el  Cardenal  Carrafa  y  Vargas, 
parece  también  probable  que  este  último  tuviese  compromisos  espe- 
ciales con  él ,  como  insinúa  Juan  Bautista  Adriani  (2) ,  por  pro- 
mesas que  le  debió  de  hacer  durante  el  Cónclave,  para  moverle  más 
y  más  á  favorecer  los  candidatos  españoles.  Adriani  es  historiador 
de  bastante  más  autoridad  que  Leti,  contemporáneo,  y  que  tuvo  á 
su  disposición  en  Florencia  los  papeles  de  Cosme  de  Médicis,  á  quien 
supone  también  Ñores  instigador  principal  de  la  persecución 
de  los  Carrafas;  y  que  estuvo ,  sea  como  quiera ,  muy  al  cabo  de 
todo.  El  caso  es,  en  suma,  que  después  de  la  llegada  del  de  Mon- 
déjar á  Roma,  y  de  una  breve  y  fastuosa  estancia  alli  del  Duque 
Cosme,  fué  cuando  Pío  IV  se  resolvió  á  obrar.  Mandó  prender  al  salir 
de  un  Consistorio  al  Cardenal  Carlos  Carrafa  y  á  su  sobrino  don 
Alfonso ,  llamado  el  Cardenal  de  Ñapóles ,  aquel  que  habia  sido 
hasta  la  hora  de  la  muerte  la  persona  amada  de  Paulo  IV ,  sepa- 
rando al  propio  tiempo  de  la  Nunciatura  de  España  al  Obispo  de 

(1)  Vita  del  Católico  Re  Filippo  II,  parte  prima,  pág.  355.  Colonia,  1679. 

(2)  Istoria  de  suoi  tempí  de  Giovan  Batista  Adriano,  Gentilhuomo  fio- 
rentino.  Libro  XVI,  pág.  1154.  Año  1587. 


i    MEDIADOS   DEL    SIGLO    XVI.  199 

Terracina ,  parcial ,  como  se  sabe ,  de  los  Carrafas ,  y  enviando  en 
su  lug-ar  á  Monseñor  de  Santa  Cruz ,  al  cual  encargó  por  cierto  en 
sus  Instrucciones,  hacer  presente  al  Rey  Felipe  que  los  motivos 
de  su  resolución  eran :  « la  mala  conducta ,  la  infamia ,  los  da- 
»ñosque  procuraban  á  S.  M.  y  el  fueg-o  y  ruina  en  que  hablan  pues- 
»to  á  casi  toda  la  cristiandad  los  sobrinos  del  Papa  difunto;»  (1) 
añadiendo  á  reglón  seguido,  «que  tal  hecho  se  hubiera  llevado  án- 
»tes  á  cabo,  á  haber  habido  Ministro  de  S.  M.  en  Roma  de  quien  po- 
»der  fiar,    cuanto   se  habia  fiado  al  fin  del  Conde  de  Tendilla.» 
¿Se  necesita  más  para  demostrar  la  intervención  del  último  en  la 
persecución  de  los  Carrafas?  Cuando  menos  es  evidente  que  prestó 
su  consentimiento  ó  aprobación ;  y  es  muy  digno  de  considerarse 
que  en  el  Ínterin  continuase  como  si  tal  cosa  ostentando  Vargas 
Mejia  su  amistad  á  los  Carrafas,   é  intercediendo  por  ellos,   á 
nombre  de  su  Soberano:  hasta  el  punto  de  que,  según  se  lee  en 
un  Diario  del  tiempo,  el  dia  en  que  se  vio  su  causa,  se  presentó 
aún  á  reclamar  su  absolución  en  el  Vaticano ,  y  aunque  reci- 
bió orden  del  Papa  para  no  mezclarse  más  en  el  asunto ,  todavia 
insistió  con  igual  ardor  en  su  empeño  al  dia  siguiente.  Difícil 
es  de  suponer  ciertamente  que  D.  Francisco  de  Vargas  Mejia,  cria- 
tura suya,  y  el  hombre  de  mayor  confianza  que  antes  y  después  tuvo 
Felipe  II  en  los  asuntos  de  Roma,   contrariase  por  tal  manera 
sus  deseos  é  instrucciones,  ó  que  obrara  contra  aquellas  y  estas  el 
Conde  de  Tendilla,  por  su  parte.  Más  probable  parece  seguramente, 
que  estando  comprometido  Vargas  con  Carrafa ,  por  los  indudables 
servicios  de  este  en  el  Cónclave,  como  Ádriani  indica,  fuera  quien 
interpretara  sus  Íntimos  y  verdaderos  sentimientos ,  cerca  de  Pió  IV 
el  Orador  de  obediencia.  Nihabriaque  maravillarse  de  que  cada  uno 
de  los  dos  Embajadores  ignorase  las  instrucciones  del  otro,  tocán- 
dole á  cada  cual  papel  distinto  en  el  asunto.  Porque  era  axioma  del 
tiempo,  que  los  Reyes  hábiles,  para  disfrazar  mejor  sus  intenciones, 
debian  engañar  á  las  veces  á  sus  propios  Embajadores  (2);  y  en  esto 

(1)  Párrafo  copiado  de  ellas  por  Pedro  Ñores,  é  inserto  en  el  cuerpo  de 
su  obra. 

(2)  Contentaréme  con  citar  aquí  á  este  propósito  las  palabras  de  D.  Cris- 
tóbal Benavente  y  Benavides  en  su  famoso  libro  intitulado  Advertencias  para 
Reyes,  Príncipes  y  Embajadores.  Madrid,  1643.  Dice  así:  "el  Príncipe  que 
npor  mano  de  su  Embajador  quiere  engañará  otro,  lo  primero  de  todo  engaña 
iiá  su  Embajador,  porque  así  él  con  mayor  resolución  ejecuta  el  negocio  que 
iise  le  cometiere,  pensando  no  es  fingido  lo  que  trata  de  parte  de  su  Príncipe,  h 


200  ROMA   Y   ESPAÑA 

de  hábil  nadie  ha  alcanzado  reputación  mayor  que  Felipe  II.  Lleg*a- 
ba  además  hasta  alli  el  eco  de  los  partidos  palaciegos  que  agitaron 
la  corte  de  aquel  Monarca ;  pues  que  el  Conde  de  Tendilla  fué  ele- 
gido para  tal  comisión ,  según  parece ,  contra  la  voluntad  del  que 
capitaneaba  D.  Rui  Gómez  de  Silva ,  al  cual  estaban  ya  como  afi- 
liados, el  Cardenal  Carrafa,  y  el  Nuncio  Monseñor  de  Terracina, 
y  que  era  en  todo  opuesto  al  que  reconocía  por  jefe  al  Duque  de 
Alba.  De  lo  dicho  deduzco  yo,  con  todos  los  historiadores  contem- 
poráneos ó  próximos  á  aquellos  sucesos ,  bien  que  careciendo  de 
documentos  acerca  de  este  punto ,  que  no  le  faltó  alguna  razón  en 
su  último  instante  al  Cardenal  Carrafa,  para  imputar  justamente 
su  triste  fin  al  Rey  Felipe  y  al  augusto  sucesor  de  Paulo  IV. 

Abierto  en  resolución  el  proceso,  ejerció  en  él  las  funciones  de 
Fiscal  el  mismo  Alejandro  Pallentieri,  que  tan  gallardamente  acusó 
en  Consistorio  á  Carlos  V  y  Felipe  II,  llegando  á  pedir  contra 
ellos  hasta  la  pena  capital  ú  otra,  al  arbitrio  de  la  Santa  Sede. 
Acrecentó,  en  el  caso  presente,  la  malignidad  y  osadía  de  aquel 
terrible  hombre  de  ley  la  encarnizada  enemistad  que  con  el  Car- 
denal tenia ,  desde  mucho  antes  que  cayera  este  del  poder.  Hablan 
llegado  las  cosas  á  punto  de  mandar  el  Cardenal  prenderlo  y  encer- 
rarlo en  el  castillo  de  Sant-Angelo ,  de  donde  no  salió  libre  hasta  los 
primeros  dias  del  Pontificado  de  Pió  IV.  Y  es  claro  que  con  tal 
hombre  y  tal  pasión ,  el  proceso  no  podia  menos  de  ofrecer  singu- 
laridades, como  las  ofreció,  quizá  aún  mayores  que  se  esperaban. 

No  sé  si  parecerá  á  algunos  ocioso ,  que  consagre  tanta  parte 
del  presente  estudio  á  exponer  detalladamente  lo  que  dieron  de 
sí  los  autos.  Mi  opinión  es  que  aquel  proceso  ensena  más  por  sí 
sólo ,  acerca  de  la  materia  que  trato ,  que  cuantos  discursos  pu- 
diera ya  añadir  en  adelante.  Por  esto  prefiero  exponerlo,  á  con- 
cluir con  extensos  comentarios  y  reflexiones.  Veráse  ahora  en  él 
hasta  dónde  llevó  la  pasión  contra  España,  no  solamente  al  Car- 
denal Carrafa ,  sino  al  austero  Pontífice  Paulo  IV :  veránse  en  él 
retratados  más  al  vivo  que  en  parte  alguna ,  así  el  carácter  del 
Cardenal ,  como  el  de  su  hermano  el  de  Montorio ,  que  fué  Capitán 
General  de  la  Iglesia,  y  el  del  Fiscal  Pallentieri ,  los  tres  princi- 
pales campeones ,  cada  cual  por  su  estilo ,  que  empleó  entonces  el 
Pontificado  contra  España :  veránse  como  nunca  patentes  los  prin- 
cipios, los  sentimientos,  las  costumbres  de  aquel  siglo,  que  con 
tan  loca  ó  maligna  injusticia,  presentan  por  ideal,  y  claro  ejemplo 


Á    MEDIADOS    DEL    SIGLO    XVl.  201 

muchos,  al  siglo  presente.  La  más  severa  imparcialidad  ha  de 
presidir  á  mi  análisis,  y  de  ello  dará  testimonio,  el  que  ha  de  apa- 
recer menos  aborrecible  á  las  veces  en  estas  páginas,  que  nuestros 
propios  parciales,  aquel  mismo  desatentado  y  fiero  Carlos  Carrafa, 
tan  acérrimo  enemigo  de  España  por  mucho  tiempo ,  y  tan  odiado 
entonces  por  nuestra  nación  toda  entera.  Y  esto  digo,  porque  la 
única  imparcialidad  que  cuesta  sacrificios  honrosos  al  alma  es 
la  que  obliga  á  contradecir  los  sentimientos  justos  ó  injustos  de 
la  propia  patria. 

Conviene  advertir,  antes  de  entrar  aqui  en  materia,  que  falta  el 
Proceso  original ,  quemado  en  la  ocasión  que  se  dirá  más  lejos.  No 
se  carece,  por  dicha,  no  obstante,  de  loque  basta  para  formar  entero 
juicio.  En  el  tomo  manuscrito  de  la  Biblioteca  Nacional  (X  34)  hay 
unáocnmento  mútiúado  Fxtractus  processus  Cardinalis  Carrafae, 
que  es,  en  suma,  una  refutación  de  los  cargos  que  se  le  hicieron: 
mas  no  sin  exponerlos  antes,  uno  por  uno.  Otros  varios  papeles 
existen  de  igual  naturaleza,  y  con  diversos  títulos,  asi  en  las  biblio- 
tecas de  Roma  como  en  las  demás  de  Italia ;  y  aunque  yo  no  haya 
podido  cotejarlos,  paréceme  que  el  que  aqui  poseemos  en  la  Biblio- 
teca Nacional,  debe  ser  el  mismo  que  sé  que  se  conserva  en  la  Va- 
ticana, y  que  lleva  el  nombre  y  la  firma  del  defensor  del  Cardenal 
J.  Félix  Scalaleone,  abogado  napolitano.  Formóse  este  escrito  sin 
conocimiento  entero  de  los  autos ,  que  el  abogado  con  harta  razón 
pedia  que  originales  se  le  comunicasen,  á  fin  de  aprovechar  cuanto 
conviniese  á  la  defensa  de  su  parte ;  pero  bien  que  tal  súplica  conste 
al  pié  del  documento  (1)  á  que  me  refiero,  se  sabe  á  la  par  que  no 
fué  tomada  en  consideración  por  el  fiscal  Pallentieri ,  ni  por  el  Pa- 
dre Santo.  Hubo,  pues ,  de  atenerse  el  abogado,  sin  duda,  á  los  car- 
gos hechos  al  Cardenal  en  los  diversos  interrogatorios  á  que  se  le 
sujetó;  y  no  es  de  extrañar,  por  lo  mismo,  que  no  colocase  en  su 
propio  orden  y  lugar  cada  uno  de  los  capitulos  del  proceso.  Donde 
este  se  halla  más  por  extenso  es ,  aparte  del  Extracto  que  tengo 
ahora  delante ,  en  un  Sumario  que  hay  en  la  Academia  Etrusca  de 
Cortona;  del  cual  dá  detenida  noticia  Luciano  Scarabelli,  en  su 
prefacio  á  la  historia  de  Pedro  Ñores ,  insertando  además  Íntegros 
dos  de  los  capitulos  por  apéndice.  Comparado  el  extracto  del  de- 
fensor con  el  sumario  de  Cortona,  resulta  que ,  aunque  expuestos 

(1)    Este   documento  fué  impreso  por  Hoffmann.  (Crist  Godofr).   Nova 
scriptorem  ac  Monumentorum  partim  rariss.  partim  inpd' 

TOMO  III.  14 


20*2  ROMA    Y    ESPAÑA 

los  cargos  con  orden  diverso,  y  en  distinto  número,  son,  á  no  du- 
darlo, unos  mismos.  Voy  á  examinarlos,  pues ,  sirviéndome  alter- 
nativamente del  Sumario  de  Cortona,  ó  del  Extracto  de  la  Biblio- 
teca Nacional ,  según  convenga  á  la  claridad  de  los  hechos. 


V. 

Los  cargos  acumulados  contra  el  Cardenal ,  según  la  numera- 
ción del  Extracto,  fueron  los  siguientes: 

Primero:  Que  18  años  antes,  y  mediante  suma  de  dinero,  se  prestó  Car- 
los Carrafa  (Cardenal  luego),  á  vengar  la  muerte  de  im  cierto  Silvio, her- 
mano de  Gerónimo  Contubernio,  asesinando  psrsonalmente  en  efecto  al 
matador  de  aquel ,  que  era  un  tal  Pennachio  de  Benevento ,  en  el  distrito 
de  Cerinola  del  reino  de  Ñapóles. 

Segundo:  Que  por  Octubre  ó  Noviembre  de  1558,  es  decir,  acabada  ya  la 
guerra,  envió  el  Cardenal  á  Ñapóles  dos  asesinos  pagados,  que  se  llamaban 
Pedro  Gascón  y  Antonio  Camilo  de  Urbino,  á  fin  de  que  quitasen  la  vida 
á  Domingo  de  Máximis,  que  desempeñaba  á  la  sazón  el  empleo  de  Regente 
de  Ñapóles. 

Tercero:  Que  estando  al  servicio  del  Rey  de  Francia,  y  durante  la 
guerra  de  este  con  el  Emperador,  hizo  dar  muerte  á  algunos  soldados  es- 
pañoles ,  de  los  que  guarnecian  la  isla  de  Córcega. 

Cuarto:  Que  en  tiempo  del  Pontificado  anterior,  derribó  por  su  persona 
en  tierra  á  un  tal  Bernardino  Banderario ,  causándole  con  el  golpe  que  re- 
cibió la  muerte. 

Quinto:  Que  en  los  dias  del  propio  Pontificado  hizo  encarcelar  á  ciertos 
familiares  ó  domésticos,  de  la  familia  Lante  (al  parecer),  enviando  uno  de 
ellos  á  galeras. 

Sexto:  Que  durante  el  Pontificado  referido  fueron  presos  é  injustamente 
castigados,  con  el  último  suplicio,  César  Spina,  calabrés,  y  un  cierto 
abate  Nanni,  imputándoles  el  intento  de  envenenar  al  Pontifice  Paulo,  y  al 
propio  Cardenal  Carrafa ,  por  comisión  y  órdenes  de  los  Ministros  de  Fe- 
lipe II;  siendo  todo  ello  mera  intriga  del  Cardenal  susodicho,  para  irritar 
al  Papa,  y  moverlo  más  fácilmente  á  romper  con  España. 

Séptimo:  Que  el  propio  Cardenal  Carrafa  estimuló  á  su  hermano  el  Conde 
de  Montorio,  y  Duque  á  la  sazón  de  Paliano,  para  que  hiciese  matar  á  su 
esposa,  por  medio  del  Conde  de  Aliffi ,  que  era  hermano  de  ella,  y  de  sü 
cuñado  también  y  amigo  D.  Leonardo  de  Cardines. 

Octavo:  Que  el  mismo  Carlos  Carrafa  indujo,  con  dolo  y  fraude,  á 
Paulo  IV,  á  ajustar  una  liga  ofensiva  y  defensiva  con  el  Rey  de  Francia, 


k   MEDIADOS   DEL    SIGLO   XVI.  203 

en  contra  del  Emperador  Carlos  V  y  de  su  hijo  D.  Felipe,  para  mover 
guerra  á  estos  j  á  sus  Estados,  sin  respetar  la  tregua,  poco  antes  jurada, 
j  pretendiendo  también  la  ayuda  del  Gran  Turco,  enemigo  común;  de  la 
cual  guerra  habían  procedido,  por  culpa  del  Cardenal,  que  la  promovió, 
homicidios,  incendios,  rapiñas,  invasiones  y  discordias  entre  Príncipes 
Cristianos. 

Noveno:  Que  al  ajustar,  después  de  esta  guerra,  jSrmes  paces  con  el 
Duque  de  Alba,  suscribió  sin  instrucciones  ni  conocimiento  del  Papa  una 
convención  secreta,  referente  al  Estado  de  Palíano. 

Décimo:  Que  en  el  punto  ya  de  su  desgracia,  y  cuando  fueron  desterra- 
dos de  Roma  por  su  tio  Paulo  IV,  así  el  Cardenal  como  eldeMontorio, 
envió  el  primero  á  España  un  comisionado,  por  nombre  Pablo  Filonardo, 
para  que  suplicase  en  su  nombre  al  Rey  Felipe  que  lo  recibiera  bajo  su  pro- 
tección, con  toda  la  familia  Carrafa,  é  intercediera  por  ella,  con  el  Pontí- 
fice ;  ofreciendo  observar  en  cambio  todas  sus  órdenes ,  y  poner  á  su  dis- 
posición el  Estado  de  Paliano,  que  no  quería  ceder  Su  Santidad  de  modo 
alguno. 

Undécimo:  Que  era  el  Cardenal  sospechoso  de  herejía,  por  haberse  ha- 
llado, aparte  de  otras  cosas,  entre  sus  papeles ,  el  ejemplar  de  una  conven- 
ción ó  tratado  de  alianza,  que  Alberto,  Marqués  de  Brandemburgo  (una 
de  las  principales  y  más  famosas  cabezas  del  protestantismo  alemán,  como 
es  sabido),  propuso  al  Papa  y  á  la  Santa  Iglesia  Romana,  en  contra  de  la 
monarquía  española. 

Duodécimo:  Que  había  defraudado  á  la  Cámara  Apostólica  en  grandes 
sumas,  no  dando  sus  debidas  pagas  ó  auxilios  á  los  soldados  alistados 
para  la  guerra. 

El  Sumario  de  Cortona omite  el  cap.  6.°  del  Extracto^  que  consta 
indudablemente  como  uno  de  los  más  graves  que  se  formaron  con- 
tra el  Cardenal,  trocándolo  con  otro  acerca  de  los  manejos  emplea- 
dos por  aquel  en  las  promociones  al  Sacro  Colegio,  y  acerca  de 
haberse  él  mismo  ocupado  en  la  elección  de  futuro  Pontífice,  vivien- 
do Paulo  IV  todavía.  Trata,  además,  en  capítulo  aparte,  de  la 
alianza  turca  con  este  título:  « Quod  armatam  Turcarum  solli- 
citamrit  contra  imperiales; »  dando  con  razón  otra  importancia  al 
asunto  que  le  concedía  el  abogado  defensor  en  su  Extracto.  En  el 
resto  de  los  capítulos,  por  más  que  suelan  ser  muy  diferentes  los 
epígrafes,  es  siempre  idéntico  el  fondo. 

No  es,  en  verdad,  posible,  pasar  la  vista  por  estos  cargos  y  fun- 
damentos del  proceso,  sin  sospechar  de  golpe  que  la  voz  del  odio, 
y  no  la  de  la  justicia,  pudo  dictar  los  más  de  ellos.  Perseguir  á  un 
Cardenal  de  la  Santa  Iglesia  Romana,  al  Ministro  universal  de  un 


204  ROMA.    Y   ESPAÑA 

Pontífice  por  algunos  años,  al  que  había  ostentado  en  París  y  Bru- 
selas la  altísima  representación  de  Legado  del  Santo  Padre ,  reci- 
biéndole como  tal  los  dos  más  poderosos  Reyes  de  la  tierra ,  por 
el  delito  vil  que  se  suponía  cometido  18  años  antes  en  Cerinola, 
parece  cosa  por  demás  extraña.  Después  de  aquel  tiempo  babia 
servido  á  su  Soberano  el  Rey  de  España ,  como  buen  soldado ,  sin 
que  tal  delito  se  le  imputase  enjuicio;  había  tomado  órdenes,  de- 
pendiendo de  su  voluntad  sola  al  recibir  la  que  le  faltaba ;  había 
sido  elevado  á  dignidad  en  que  hubiera  podido  salir  de  un  Cón- 
clave Papa;  había  intervenido  en  los  más  grandes  negocios  de  su 
tiempo :  y  aunque,  á  decir  verdad,  ni  las  costumbres  generales  de 
la  época ,  ni  las  peculiares  de  aquel  irascible  y  poco  escrupuloso 
prelado,  hagan  inverosímil  que  participase  de  joven  en  el  homi- 
cidio pagado  de  Cerinola,  y  que  con  razón  mereciese  por  ello  en- 
tonces el  nombre  de  asesino  que  le  dio  luego  el  Rey  Felipe  en  su 
Memorial  á  los  teólogos  y  juristas,  ni  aquel  hecho  concreto  se 
probó  bastantemente  en  el  proceso,  á  lo  que  parece,  ni  en  todo 
caso  podía  menos  de  tenerse  ya  por  indultado,  ó  por  prescrita  al  me- 
nos la  acción  jurídica  que  se  ejercitaba.  Tocante  al  asunto  del  ho- 
micidio de  Domingo  de  Máximis ,  declaró  este  mismo ,  según  el 
Extracto,  que  no  lo  creía  fraguado  por  el  Cardenal ,  sino  por  otros 
enemigos  suyos ,  que  se  ampararan  con  su  nombre  para  hallar  cóm- 
plices más  fácilmente.  Y  por  lo  que  hace  á  la  condenación  á  ga- 
leras de  cierto  criado  ó  familiar,  que  refiere  el  proceso,  apenas  me- 
rece mención  alguna,  habiendo  en  ello  intervenido  sentencia  de 
jueces,  que  no  es  probable  que  fuesen  movidos  con  fuerza  mayor 
á  dictarla,  por  una  parte;  y  siendo,  por  otra,  ordinaria  práctica  de 
aquel  siglo,  la  de  imponer,  sin  forma  de  juicio,  estos  castigos  me- 
nores á  cualquier  hombre  del  pueblo:  de  la  cual  usaban  frecuen- 
tísimamente  los  primeros  Ministros  de  todas  las  naciones  del  con- 
tinente ,  y  aun  los  inferiores ,  sin  dar  ocasión  á  procedimiento  cri- 
minal ó  á  grande  escándalo  siquiera.  No  más  fundado  era  el  cargo 
de  haber  hecho  matar  á  varios  soldados  españoles  en  Córcega, 
obrando  como  enemigo ,  y  en  tiempo  de  guerra  ;  y  ni  aun  se  con- 
cibe que  debiera  esto  ser  objeto  de  juicio  en  Roma,  donde  faltaba 
el  pretexto  que  habría  podido  alegarse  en  España  ó  Ñapóles ,  tra- 
tándose de  persona  nacida  subdita  del  Rey  católico ,  bien  que  es- 
tuviese ya  desnaturalizado.  Sí  he  de  dar  crédito,  por  añadi- 
dura, á  los  hechos  que  asienta  como  firmes  el  abogado   defensor 


Á  MEDIADOS    DEL  SIGLO  XVl.  205 

ninguna  prueba  directa  resultaba  tampoco  contra  el  Cardenal ,  en 
aquellos  lejanos  delitos  que  se  le  imputaban.  Lo  que  aparece  pro- 
bado es ,  que  viviendo  su  tio ,  se  ocupó  ya  mucho  en  quién  habia 
de  sucederle,  lleg-ando  hasta  ajustar  con  el  Embajador  de  Francia 
un  pacto  para  oponerse  á  los  deseos  del  Rey  Felipe  en  el  futuro  Cón- 
clave; pero  no  menos  cierto  es  igualmente,  que  habia  costumbre  de 
tratar  en  Roma  de  la  elección  de  nuevo  Papa  antes  deque  llegasen 
á  morir  los  que  ocupaban  la  Santa  Silla,  cosa  que  seria  facilisimo 
demostrar  con  más  de  un  documento  que  poseo :  por  lo  tanto  no 
parece  que  en  esto  debiera  fundarse  cargo  muy  grave  contra  Car- 
rafa. Ni  tales  tratos  podian  decirse  criminales ,  cuando  no  se  aten- 
tara en  ellos  contra  el  poder  ó  la  autoridad  del  Papa  reinante; 
ni  juzgarse  en  extremo  inoportunos ,  hallándose  con  Pontífice 
de  más  de  80  años,  que  necesariamente  habia  de  vivir  muy 
poco,  y  en  tiempos  tan  revueltos,  por  todos  estilos,  para  la  Igle- 
sia (1).  Acusar  en  el  entretanto  al  Cardenal  á  un  propio  tiempo, 
de  haber  alimentado  la  discordia  con  el  Rey  de  España,  tan  prin- 
cipalmente acalorada,  como  es  sabido,  por  la  confiscación  del  Es- 
tado de  Paliano ,  y  de  haber  intentado  cederle  en  este  al  mismo 
Monarca,  los  derechos  que  mediante  aquella  habia  adquirido  su  fa- 
milia, así  como  el  calificar  tal  intento  de  alienatione  terrarum 
Ecclesia,  cosa  es  también  no  poco  digna  de  ser  notada,  en  el 

(1)  Sirva  de  ejemplo,  entre  otros,  el  que  da  á  conocer  la  siguiente  carta 
expedida  por  Felipe  III  desde  Burgos,  á  10  de  Agosto  de  1601,  cuatro  años 
antes  que  muriese  el  Pontífice  á  que  se  refiere: 

"Duque de  Escalona,  primo :  han  parecido  tan  mal  las  pláticas  en  que  Aldobran- 
dino  y  otros  andan  en  esa  corte  sobre  la  elección  de  futuro  Pontífice,  viviendo  el 
que  lo  es,  que  holgaría  viniese  á  noticia  de  Su  Santidad,  para  que  viese  desde 
luego  y  entendiese  lo  que  tiene  en  cada  uno;  y  assi  os  encargo,  y  mando,  que 
con  gran  recato  se  lo  echéis  en  los  oidos,  por  medio  de  algún  religioso  capu- 
chino, ó  otro  confidente  suyo,  sin  que  por  ningún  camino  se  pueda  entender 
que  naze  de  vos ,  y  si  no  se  pudiese  encaminar  sin  entenderse,  será  menos  in- 
conveniente dejarlo  de  hacer."  Manuscrito  de  mi  propiedad.  No  he  dudado 
en  dar  aquí  á  luz,  por  su  brevedad,  este  texto,  que  basta  á  demostrar  lo  que 
digo.  La  oportunidad  de  citar  esta  carta  consiste,  además,  en  que  el  Aldobran- 
dini,  que  trataba  como  se  vé  de  la  persona  que  debia  elegir  el  futuro  Cónclave, 
viviendo  todavía  el  Papa,  era  el  Cardenal  Nepote  de  Clemente  VIII,  Cincio 
Aldobrandini,  intitulado  Cardenal  de  San  Jorge,  que  ocupaba  en  1601  en 
Eoma,  exactamente  la  misma  posición  del  Cardenal  Carlos  Carrafa,  depen- 
diendo todo  de  él,  en  lo  político,  y  aun  en  lo  eclesiástico.  Gincio  Aldobran- 
dini, era  sobrino  de  Hipólito  Aldobrandini,  que  fué  un  gran  Papa  con  el  ya 
referido  nombre  de  Clemente  VIII. 


206  ROMA    Y   ESPAÑA 

proceso  de  que  hablo.  Y  respecto  de  la  defraudación  de  sueldos  de 
militares,  de  que  también  se  le  acusaba,  baste  decir,  en  prueba  de 
la  injusticia  con  que  tal  delito  se  le  imputara ,  que  no  se  sabe  que 
se  le  hallasen  á  su  muerte  bienes  algunos ,  y  que  entre  los  Carde- 
nales que  asistieron  al  Cónclave ,  que  eligió  Papa  á  Pió  IV,  ninguno 
pasaba  ya  por  más  pobre  que  él ,  á  lo  que  resulta  de  testimonios 
contemporáneos :  circunstancia  muy  digna  de  tenerse  en  cuenta; 
que  la  mejor  justificación  que  ofrecen  los  hombres  públicos  de  su 
integridad  en  el  manejo  de  la  fortuna  general  que  se  les  confia,  es 
la  escasez  ó  falta  de  la  suya  propia  cuando  caen  del  poder,  ó  la  re- 
ciben sus  herederos  á  la  puerta  de  su  sepulcro.  Esto,  á  la  verdad, 
si  notorias  prodigalidades ,  que  tocante  al  Cardenal  no  constan  de 
modo  alguno,  no  dan  razón  del  mal  fin,  de  lo  mal  adquirido.  Di- 
rigió, además,  el  Cardenal  á  su  tio  un  memorial  fechado  á  19  de 
Enero  de  1559  (1) ,  solicitando  con  mucha  instancia,  que,  á  pesar 
de  haber  rendido  ya  todas  sus  cuentas ,  y  de  estar  aprobadas  por 
la  Cámara  Apostólica,  nombrase  persona  ó  tribunal  que  de  nuevo 
las  examinase,  después  de  su  desgracia  y  destierro;  ofreciéndose  á 
permanecer  en  la  cárcel  hasta  haber  satisfecho  cualquier  reparo  ó 
descubierto  que  resultase.  En  el  propio  memorial  suplicó  al  Santo 
Padre  que  mandara  publicar  un  bando,  por  todo  el  territorio  ecle- 
siástico, para  que  quien  quiera  que  pretextase  agravio  de  su  Go- 
bierno, presentara,  dentro  de  un  plazo  determinado,  querella  contra 
él ,  ante  el  Tribunal  ó  jueces  que  pareciesen  más  competentes  para 
el  caso;  pero  ni  la  revisión  de  cuentas  se  ejecutó,  ni  se  publicó  el 
bando,  á  pesar  de  la  desatada  cólera  que  á  la  sazón  mostraba  en  su 
contra  Paulo  IV.  De  una  parte  los  incontestables  argumentos  de  su 
abogado,  que  me  es  imposible  dar  aquí  por  extenso,  y  de  otra  las 
consecuencias  que  naturalmente  se  deducen  de  los  hechos  por  mi 
propio  estudiados  y  expuestos ,  me  incitan  á  tener  por  insubsis- 
tentes y  apasionados  los  capítulos  hasta  aqui  citados  del  Proceso. 
De  más  gravedad  que  el  del  Cardenal  tendrían  quizá  que  ser  estos 
capítulos,  en  el  futuro  proceso  de  su  fiscal  Pallentieri. 

(1)    Apéndice  á  la  historia  de  Pedro  Noras,  documento  40. 


Á    MEDIADOS    DEL    SIGLO    XVI.  207 


VI. 


De  otra  importancia  y  fundamento  son  los  demás  cargos,  j  más 
relacionados  con  el  asunto  principal  de  este  estudio ,  por  lo  cual 
habré  de  examinarlos  con  distinta  detención.  ¿  Fué  ó  no  el 
Cardenal  instigador  malicioso  de  la  guerra  con  Felipe  II ,  y  prin- 
cipal ,  verdadero  ó  solo  autor  de  la  ruptura  de  la  tregua  jurada  en 
Vaucelles,  que  tanta  sangre  y  tesoros  obligó  á  desperdiciar  luego  á 
las  mayores  naciones  católicas?  ¿Trató  aquél  algo  con  España  opues- 
to á  las  instrucciones  del  Papa ,  y  sin  su  consentimiento  respecto 
del  estado  de  Paliano?  ¿Pretendió  también  de  veras,  y  por  sí  solo, 
que  se  coligase  la  Santa  Sede  con  el  Marqués  de  Brandemburgo, 
Maestre  rebelde  de  la  religión  teutónica,  y  el  mayor  enemigo 
quizá  que  tuviese  ya  el  catolicismo  en  aquel  tiempo ,  para  mover 
guerra  ál  piadoso  solitario  de  Yuste ,  y  al  devoto  fundador  del  Es- 
corial ,  los  dos  más  sinceros  y  poderosos  defensores  del  catolicismo 
en  su  época?  ¿Aceptó  por  si  solo,  y  con  el  propio  intento,  el  nefan- 
do auxilio  y  alianza  del  gran  turco ,  incitándole  á  que  asolase  las 
provincias  cristianas  de  España  y  Ñapóles,  mientras  atendían  á 
pelear  sus  naturales  defensores  con  los  ejércitos  del  Pontífice  y  del 
Rey  de  Francia?  ¿Hubo  legítimas  causas  para  condenar  á  muerte 
á  Nanni  y  á  Spina?  ¿Es  cierto ,  por  último ,  aunque  no  sea  esen- 
cial para  nuestro  objeto ,  que  aconsejara  ú  ordenara  á  su  hermano 
el  Conde  de  Montorio  la  muerte  q\ie,propria  auctorit ai e,  hizo  este 
dar  á  su  esposa?  Tales  son  los  más  graves  puntos  del  proceso,  y 
los  que  me  propongo  analizar  sucesivamente. 

Poco  hay  que  inquirir,  tocante  al  primero,  á  pesar  de  su  notoria 
importancia  política.  No  negó  el  abogado  del  Cardenal  que  hubiese 
él  aconsejado  á  su  tío  la  alianza  con  los  franceses  y  el  rompimiento 
con  la  casa  de  Austria ,  ni  era  posible  negarlo.  Sin  contar  con  las 
muchas  pruebas  parciales,  acumuladas  ya  al  paso  en  este  estudio,  la 
ofrecen  plena  otros  documentos.  A  22  de  Enero  de  1556  (1)  había 
escrito  el  Cardenal  mismo  al  Rey  de  Francia  una  carta ,  en  que  se 
leen  estas  palabras :  « Sire ,  io  sonó  stato  quello  chi  ho  promesso 
»tutto  questo  affare.»  Y  en  la  instrucción  dada  con  igual  fecha  al 

(1)    Biblioteca  Nacional.  (X.  34.) 


208  ROMA    Y   ESPAÑA 

Duque  de  Somma  (1) ,  que  iba  de  ageate  á  Francia,  decia  el  Car- 
denal textualmente ,  « que  desde  que  el  Papa  le  encargó  de  la  di- 
»reccion  de  los  negocios  políticos ,  se  propuso  atraerlo  á  la  amistad 
»del  Rey  de  Francia ,  lo  cual  habia  hecho  superando  molte  difjí- 
y^coltate,  que  suponía  bien  sabidas  por  la  persona  á  quien  se  dirigía;» 
volviendo   á  declarar  después,  sin  ambajes,  que  él  habia  sido  el 
promotor  de  todo  lo  hecho.  Igualmente  confesó  en  otras  instruc- 
ciones ,  entregadas  á  César  Brancaccio ,  que ,  «  para  lograr  aquel 
»in tentó,  habia  procurado  despertar  en  la  memoria  de  Su  Santi- 
»dad  cuantas  ofensas  tenia  recibidas  del  Emperador,  y  los  suyos, 
»en  todos  tiempos ,  y  mayormente  en  el  Cónclave  último ,  al  paso 
»que  iba  introduciendo  en  su  gracia  á  los  Ministros  franceses  que 
>^residian  en  Roma.»  Pero  nunca  dejó  de  protextar  el  Cardenal, 
que  el  motivo  que  á  ello  le  inducía,  no  era  otro  sino  la  creencia  en 
que  estaba,  de  que  la  alianza  francesa  seria  tan  conveniente  al 
Pontificado,  cuanto  parecía  ya  indispensable  á  su  autoridad  dismi- 
nuir el  poder  de  la  casa  de  Austria  en  Europa,  y  en  especial  en  Italia. 
Y  aunque  no  fuesen  estos  los  solos  móviles  que  en  su  ánimo  obra- 
sen ,  y  aunque  su  despecho  personal  influyera  harto  en  sus  accio- 
nes ministeriales ,  ¿  con  arreglo  á  qué  ley  ó  principio  de  derecho 
oonstituido  podía  esto  declararse  delito  imputable  y  penable  por  la 
ley  positiva?  De  este  género  de  delitos  se  han  visto  castigados  al- 
gunos por  las  turbas  populares  ó  los  tribunales  revolucionarios: 
pero  no  en  los  Estados  normalmente  constituidos:  ni  en  nuestro  siglo, 
felizmente  iluminado  por  principios  más  verdaderos  y  justos  que 
los  que  reglan  las  conciencias  durante  el  siglo  XVI,  ni  en  aquel 
siglo  mismo  donde  tan  mal  parada  solia  andar  la  justicia.  Lo  pro- 
pio Lerma  que  Olivares  guiaron  no  mucho  después  á  los  Monarcas 
españoles  por  bastante  mal  camino ,  dejándose  llevar  con  suma 
frecuencia  de  sus  personales  afectos;  y  sin  embargo,  nadie  osó 
perseguirlos  por  sólo   eso.  Bastárale  al  Cardenal  en  este  punto, 
con  la  reprobación  segura  de  la  historia,  la  cual  infama  justamente 

(1)  Llamábase  este  Duque  de  Somma  Giamberardino  Sanseverino,  de  ilus- 
tre famiha  de  Ñapóles:  su  padre  habia  abrazado  el  partido  francés,  por  lo  cual 
fué  desposeído  de  sus  estados,  y  el  hijo,  que  sirvió  al  principio  al  Emperador, 
se  pasó  también  al  fin  á  sus  enemigos,  viendo  que  ni  por  eso  se  los  devolvian, 
siendo  ya  siempre  en  lo  sucesivo  grandísimo  enemigo  de  España.  Véase  la 
Apología  de  tre  seggi  illustri  di  Napoli,  di  M.  Antonio  Terminio:  Venecia, 
1851;  de  donde  he  tomado  muchas  de  las  noticias  que  doy  al  paso,  de  los 
naturales  de  Ñapóles  que  figuraron  eu  estos  sucesos. 


i   MEDIADOS   DEL    SIGLO    XVl.  209 

álos  que  dirijen  por  móviles  personales  sus  acciones  públicas :  que 
en  cuanto  á  la  justicia  ordinaria  nada  habria  tenido  que  entender 
en  eso ,  á  no  haber  sido  impulsada  por  la  mano  implacable  de  las 
pasiones  políticas. 

Por  lo  que  toca  á  si  tuvo  ó  no  conocimiento  Paulo  IV  de  cuanto 
ofreció  ó  admitió  el  Cardenal,  en  sus  negociaciones  con  el  Duque 
de  Alba  y  el  Rey  de  España-,  acerca  del  Estado  de  Paliano ,  pué- 
dense  abrigar,  con  fundamento,  mayores  dudas.  Por  su  gusto  es 
claro  que  el  Cardenal  no  hubiera  pactado  otra  cosa  en  el  tratado 
de  Cavi ,  sino  que  el  Estado  de  Paliano  quedase  á  perpetuidad  en 
.su  casa  y  hermano.  Ningún  interés  propio  se  halla  en  la  larga 
correspondencia  que  medió ,  y  que  he  podido  examinar  en  distin- 
tas colecciones  manuscritas,  capaz  de  contraponerse  al  que  su  her- 
mano y  su  casa  debian  inspirarle.  Si  alguno  tuvo,  debió  ser  poste- 
rior á  su  caida  de  la  gracia  del  Papa ,  y  consistiría  únicamente  en 
granjearse  la  protección  del  Rey  de  España;  pero  cuando  firmó 
la  Convención  secreta  de  Cavi ,  y  cuando  tornó  de  Bruselas ,  des- 
pués de  su  última  conferencia  con  el  Rey,  ni  consta  que  abrigase, 
ni  puede  con  verosimilitud  atribuírsele  otro  propósito ,  que  el  de 
ajustar,  cuanto  antes,  ó  confirmar  la  paz.  Lo  que  hubo  fué,  que 
en  aquel  hombre  extremoso  é  impresionable  faltó,  como  siem- 
pre, justo  medio.  Pedro  Ñores  concluye  su  libro  resumiendo  con 
acierto,  á  mi  juicio ,  la  vida  pública  del  Cardenal  en  estas  breves  é 
intencionadas  palabras:  «un  solo  error  cometió,»  dice,  «indig- 
»no  de  perdón  ó  excusa  eu  la  política ,  que  fué  fiarse  por  demás 
>;de  sus  amigos  al  principio ,  y  demasiadamente  al  fin  de  sus  contra- 
»rios.»  Aquel  valiente  soldado  de  Antonio  de  Leiva ,  que  por  ven- 
gar injurias  personales  pasó  á  ser  adalid  encarnizado  de  la  nación 
francesa ,  tan  pronto  como  desde  el  poder  vio  luego  vencida  su  cau- 
sa,  y  se  halló  forzado  á  reconciliarse  con  sus  nuevos  enemigos,  pasó 
de  un  solo  salto  de  la  reconciliación  á  la  amistad ,  y  de  esta  á  la 
confianza  más  íntima ,  echándose  en  brazos  del  Rey  Felipe,  con 
igual  ardor  é  imprevisión  que  se  puso  antes  en  manos  de  su  rival 
Enrique  II.  Cual  quiso  la  guerra,  quiso  la  paz:  de  repente,  á  toda 
costa.  Y  lo  mismo  que  se  lisonjeó  un  día,  con  razón,  de  llevar  el 
ánimo  de  su  tio  lentamente  á  abrazar  la  causa  de  Francia,  sin  éxito 
se  lisonjeó,  más  tarde,  de  traerle  á  punto  de  satisfacer  aquel  cons- 
tante y  vivísimo  deseo  del  Monarca  español ,  de  restituir  el  Estado 
de  Paliano  á  sus  históricos  y  actuales  aliados  los  Cplonnas  ó  Colpne- 


210  ROMA    Y    ESPAÑA 

ses.  Sábese  por  una  carta  impresa  del  mismo  Conde  de  Montorio, 
que  el  Duque  de  Alba  le  llamó  siempre  á  secas  en  su  correspon- 
dencia oficial  Duque  Juan  Garrafa ;  como  si  aun  después  de  la 
paz,  ni  interinamente  le  reconociese  el  titulo  de  Paliano.  Sábese 
por  otros  documentos  que  el  mismo  Alba  y  otros  Ministros  españo- 
les propalaron  inmediatamente  en  Roma  los  artículos  de  la  con- 
vención secreta ,  ni  más  ni  menos  que  si  no  lo  fuese :  sábese ,  en 
fin ,  con  igual  certeza,  que  en  las  conferencias  de  Bruselas  no  cesó 
el  Rey  Felipe  de  pretender  la  restitución  de  Paliano  á  sus  aliados. 
El  art.  4.°  del  tratado  ó  la  convención  secreta,  firmada  á  ins- 
tancias del  de  Alba,  antes  que  la  pública,  y  que  á  este  particular  se 
referia ,  determinó  lo  siguiente :  que,  después  de  darse  compen- 
sación bastante  á  Montorio ,  pudiera  el  Rey  Felipe  entregar  á  quien 
quisiera  el  Estado  de  Paliano ,  «  con  tal  que  no  fuese  persona  ene- 
»miga  del  Papa ,  ni  de  la  Santa  Sede ,  ni  que  sobre  sí  tuviera  la 
»nota  de  rebelde.»  Todo  lo  que  le  faltaba  por  conseguir,  pues,  á 
España,  era  que  perdonase  el  Papa  á  Marco  Antonio  Colonna: 
que  con  esto  quedaba  ya  solamente  á  su  cargo  el  devolverle 
á  Paliano.  Y  todo  lo  que  de  secreto  ofreció  el  Cardenal,  en  mi 
concepto ,  en  Cavi ,  y  á  última  hora  en  Bruselas ,  fué  ir  conven- 
ciendo mañosamente  á  su  tío  para  que  concediese  aquel  perdón  á  la 
larga.  Por  fiar  ya  en  esto ,  fué  por  lo  que  probablemente  ajustó  el 
Duque  de  Alba  una  paz ,  que  de  otro  modo  no  dejaba  bien  puesta 
la  lealtad  de  España ,  supuesto  que  después  de  comprometerle,  ha- 
bría así  abandonado  á  un  aliado  que,  aparte  otros  títulos,  acababa 
de  prestar  servicios  señaladísimos  en  aquella  propia  guerra.  No 
desconfiando,  en  tanto,  de  persuadir  la  conveniencia  de  esto  á  su  an- 
ciano tio ,  bien  pudo  tomar  el  Cardenal  ya  entonces  algún  compro- 
miso acerca  del  particular,  y  ratificarlo  en  Bruselas.  Mas  de  un 
lado  la  ordinaria  altivez  del  Papa  presentó ,  como  ha  de  verse,  es- 
pontáneas dificultades  al  buen  propósito  del  Cardenal:  de  otro  su 
hermano  el  de  Montorio  (cual  publica  á  las  claras  su  correspon- 
dencia ,  que  en  parte  está  inserta  por  apéndice  á  la  historia  de  No- 
res,  y  en  parte  comprendida  en  una  colección  intitulada,  <f.Ma- 
nuscriptos  de  differ entes  materias,»  que  yo  poseo),  prefiriendo  á 
lo  futuro  lo  que  tenia  en  la  mano,  prestábase  mal  á  ayudarle.  Y  lo 
peor  de  todo  fué  que  el  Duque  de  Alba ,  como  queda  dicho  ,  ó  por 
hacer  valer  más  las  ventajas  que  había  sabido  obtener  en  la  paz,  ó 
^caso  por  consolar  á  Marco  Antonio  y  á  sus  muchos  partidarios  en 


k    MEDIADOS    DEL  SIGLO    XVI.  Í2Í1 

el  territorio  eclesiástico ,  que  con  el  texto  público  de  la  paz  debie- 
ron quedar  desesperados ,  divulgase  antes  de  tiempo  la  clave  de  la 
convención  secreta  y  de  todo  el  tratado  de  Cavi:  que  era,  sin  duda 
alguna ,  el  perdón  de  Colonna ,  ofrecido  por  el  Cardenal  para  más 
adelante ,  cuando  lo  obtuviese  del  Papa  su  buena  maña.  Hacer  pú- 
blica esta  intención  secreta,  era  impedir  que  se  realizase;  porque  una 
vez  advertido  el  Papa ,  no  podia  haber  maña  alguna  que  lo  redujera 
á  ceder.  ¿No  se  percibe  ya  con  evidencia  el  compromiso  horrible  del 
Cardenal  y  el  origen  de  aquella  conducta,  para  tantos  inexplicable, 
que  le  hizo  quedar  mal  con  todo  el  mundo  á  un  tiempo?  Por  burla 
de  la  suerte  lo  que  trajo  á  tal  situación  al  desventurado  Ministro, 
fué  el  más  inocente  y  plausible  propósito  de  su  vida  entera:  como 
que  se  encaminaba  á  dejar  satisfechos  al  Papa ,  al  Rey  y  á  los  Co- 
lonnas,  no  sin  alguna  mengua  ala  par  del  prestigio  de  su  propia 
casa,  fuese  cual  fuese  la  compensación  que  recibiera. 

Harto  dan  á  entender  todo  esto  á  los  que  tienen  experiencia  de 
negocios  los  documentos  á  que  ya  he  aludido ,  y  de  que  importa 
extractar  algunas  frases.  «Aproveche  V.  S. , »  le  decia  al  Carde- 
nal su  hermano  en  5  de  Noviembre  de  1557,  escribiéndole  á  Bru- 
selas de  parte  del  Papa ,  « cualquiera  ocasión  que  se  le  ofrezca 
»para  manifestar  al  Duque  de  Alba,  que  no  se  cuente  con  el  per- 
»don  del  Sr.  Marco  Antonio,  en  manera  alguna ,  atento  que  Su 
»Santidad  está  resuelto  á  no  perdonarle ;  y  en  cuanto  al  Rey  y  sus 
»demás  Ministros,  apresúrese  también  á  exponerles  libremente, 
»que  á  Su  Santidad  no  le  pasa  por  la  imaginación  siquiera  la  idea 
»de  indultar  á  ese  perturbador  de  sus  Estados ,  que  lo  es  tanto  por 
»su  propio  genio,  como  por  los  malos  hábitos  de  rebeldía  que  hay 
»ya  arraigados  en  su  casa  y  familia:  lo  cual  no  deberá  parecer  duro 
»á  nadie ,  pero  menos  todavía  á  un  Príncipe  que  de  cierto  no  sufri- 
»ría  semejantes  subditos  en  sus  Estados ;  y  por  eso  mismo  nues- 
»tro  Señor  considera  su  propósito  de  imponérselos  á  la  Santa  Sede, 
»como  indicio  patente  de  no  ser  buen  hijo  suyo ,  ni  tenerle  el  de- 
»bido  afecto.»  Como  este  despacho  hay  varios  en  la  corresponden- 
cia oficial  del  de  Montorio  con  el  Cardenal ,  mientras  duró  la  mi- 
sión de  este  en  Bruselas.  Pues  véase  ahora  lo  que ,  al  volver  de 
allá,  escribía  el  Cardenal  á  la  Corte  de  España,  dando  cuenta 
reservada  y  directa  de  sus  consabidas  y  secretas  gestiones.  Hay  en 
la  colección  ya  citada  de  Manuscriptos  de  differ entes  materias, 
que  yo  tengo,  un  papel  intitulado :  Instructione  alSig.  D.  Pietrq 


212  ROMA    Y    ESPAÑA 

quando  ando  alia  Corte  Catholica  sopra  le  cose  di  P allano,  del 
cual  ha  impreso  la  segunda  parte  solamente  el  editor  de  la  histo- 
ria de  Ñores ,  sin  dar  noticia  alguna  de  la  primera ,  ni  de  la  per- 
sona á  quien  fuese  todo  él  dirigido.  Era  el  D.  Pedro,  según  alli  se 
dice,  sobrino  del  Papa,  y  deudo  del  Cardenal  consiguiente;  y,  por 
lo  que  este  último  indicaba ,  habia  deseado  mucho  desde  sus  pri- 
meros años  servir  al  Rey  católico,  su  Principe  ó  Señor  natural. 
Para  que  á  la  sazón  pusiese  su  deseo  por  obra ,  era  para  lo  que 
en  apariencia  se  le  mandaba  no  más  á  España ,  en  compañia  del 
Obispo  de  Cousa  ó  Chiusi ;  pero  su  verdadera  misión  parece  que  no 
era  otra  sino  servir  de  agente  secreto  al  Cardenal  cercadel  Rey,  y 
de  sus  Ministros  amigos.  Dióle  aquel  por  tanto  recomendaciones  ex- 
presas para  el  confesor  del  Rey,  para  el  Sr.  Rui  Gómez  de  Silva, 
para  D.  Francisco  de  Vargas,  que  aún  no  estaba  nombrado  Emba- 
jador, y  el  Sr.  D.  Gonzalo  Pérez,  señalándoselos  todos  por  hom- 
bres de  su  especial  confianza,  y  más  que  ninguno,  aquel  mismo 
Vargas  que  tan  duramente  habia  tratado  en  su  respuesta  al  Memo- 
rial del  Rey,  á  cuantos  intervenían  por  entonces  en  el  gobierno  de 
la  Iglesia.  Encargó  el  Cardenal  á  su  sobrino',  con  todo  eso,  que 
principalmente  se  entendiese  con  este  último ,  al  cual  tenia  ya 
mostrado  Su  Santidad,  según  decia,  «sumo  afecto  en  Roma,»  y 
con  quien  él  ostentaba  tener  «  familiaridad  muy  estrecha.»  Y  lo  que 
aquel  Ministró  ordenó  hacer  en  Madrid  á  su  nuevo  agente  fué  en 
resumen  lo  que  sigue  (1):  «que  excusase  la  tardanza  de  su  salida 
»para  la  corte  de  España,  manifestándole  á  S.  M.  que  á  la  vuelta 
»del  Cardenal  á  Roma  halló  tan  afligido  al  Papa ,  que  habia  te- 
>^mido  proponerle  súbitamente  la  negociación  referente  á  Paliano, 
»come  di  cosa  nonpiú  udila,  es  decir,  cual  de  cosa  no  antes  oida,  y 
hde  todo  punto  agena  á  su  pensamiento ;  que  por  eso  se  habia  de- 
»dicado  á  tranquilizar  su  ánimo  antes  de  solicitar  diestramente  la 
>.gracia  y  perdón  del  Sr.  Marco  Antonio ;  que  no  le  habia  ya  cos- 
»tado  poco  trabajo  destruir  la  mala  semilla  sembrada  por  el  Duque 
»de  Alba ,  el  cual  habia  procurado  que  por  otros  caminos  que  el 
»suyo ,  y  natural  de  Cardenal  Nepote ,  llegase  á  oidos  del  Santo 
»Padre ,  quello  cke  s'era  íenuto  célalo  á  Sua  Beatitudine  per  buon 
»rispetto,  es  á  saber,  lo  que  por  buenas  razones  hasta  alli  se  le  te- 
»nia  oculto ,  á  fin  de  irritar  contra  su  persona  al  Papa ,  sin  atender 

[\),    Esto  es  lo  único  publicado  en  el  apéndice  de  Ñores  con  el  siguiente 
título;  Imtrnctione  sopra  le  cose  di  Paliaiw. 


i    MEDIADOS   DEL   SIGLO    XVl.  213 

»al  deservicio  que  en  ello  habia  de  seguírsele  á  S.  M.  Católica;  que 
»por  las  palabras  que  de  labios  de  Su  Santidad  oyera  él  mis- 
»mo,  podia  asegurarle  al  Rey ,  que  hablan  estado  para  meterle  en 
»nuevas  complicaciones  sus  propios  Ministros;  que  después  de 
»vencer  ya  tantos  embarazos,  y  de  tomar  todas  las  precauciones 
»conveniente3 ,  habia  expuesto  al  fin  á  la  consideración  del  Santo 
»Padre  el  tenor  de  la  capitulación ,  la  calidad  de  la  recompensa 
»que  por  Paliano  se  ofrecía ,  y  la  forma  misma  de  la  oferta ,  así 
»como  cuanto  se  habia  escrito  sobre  el  particular  en  Bruselas  ó 
»en  Roma ,  acerca  de  aquella  cuestión  y  de  las  demás  pendientes; 
»que  Su  Santidad ,  después  de  haberle  oido,  y  pesado  todo ,  se  ne- 
»gaba  resueltemente  á  recibir  en  su  gracia  al  Sr.  Marco  Antonio 
»Colonna  y  aun  á  tratar  siquiera  de  la  compensación  de  Paliano, 
»cuyo  Estado  debía ,  á  su  juicio,  dejar  en  manos  de  un  Carrafa  el 
»Rey  de  España ,  no  sin  maravillarse  de  que  este  último  instase 
»tanto  en  lo  contrario ,  sabiendo  que  el  castigo  de  los  Colonnas  no 
»habia  sido  causado  por  la  amistad  que  con  él  los  ligase ,  sino  por 
»otros  justos  y  particulares  motivos  de  que  sólo  debia  juzgar  la 
»Santa  Sede ,  y  protestando  de  nuevo,  que  estaba  resuelto  á  perder 
»la  vida  antes  que  tolerar  indignidad  alguna ,  ó  que  se  rebajase  en 
»lo  más  mínimo  la  autoridad  de  su  persona;  que,  bien  mirado,  al 
»mismo  Rey  católico  no  le  convenia  dar  compensación  alguna  para 
»recobrar  á  Paliano ,  porque  si  aprendían  este  camino  los  futuros 
«sobrinos  de  Papas ,  tendría  que  estarles  dando  siempre  compen- 
»saciones,  sopeña  de  que  despojasen  á  los  Colonnas  en  cada  nuevo 
»Pontificado;  que  por  consiguiente,  lo  único  que  quería  ya  ofrecer 
»el  Papa  al  Rey  católico  era  que  sirviesen  y  dependiesen  en  ade- 
»lante  los  de  su  familia  de  España  en  todo,  viviendo  continuamente 
»bajo  su  protección ,  y  sumisos  á  sus  mandatos.  »  Puesto  ya  en 
este  caso  el  Cardenal ,  en  quien  es  posible  que  no  ya  solo  influyera 
en  Roma  la  resolución  del  Papa ,  sino  también  la  poca  voluntad 
que  su  propio  hermano  tenía  de  soltar  á  Paliano ,  recomendaba  á 
su  agente,  que  encareciese  mucho  al  Rey  la  circunstancia,  de  que 
habiendo  ya  empleado  sin  éxito  todos  los  medios  posibles  para  ar- 
reglar por  otro  estilo  el  asunto ,  y  estando  persuadido  por  el  cono- 
cimiento que  tenía  del  carácter  de  su  tío,  de  que  aquella  sentencia 
sería  irrevocable ,  lo  que  le  convenia  era  recibir  por  aliado  en  vez 
de  los  Colonnas  á  su  hermano  el  Conde  de  Montorío,  y  reconocerle 
como  tal  Üuque  de  Paliano:  ofreciendo  que  este  renunciaría  el 


214  ROMA  Y  ESPAÑA 

collar  de  San  Miguel  que  le  había  dado  el  Rey  de  Francia,  luego 
que  se  le  concediese  el  del  Toisón  de  Oro ,  y  que  el  otro  hermano 
suyo  se  entregaría  también  á  la  voluntad  de  España ,  de  acuerdo 
con  su  peculiar  deseo,  que  no  era  otro  sino  que  quedasen  tutti 
quanti,  en  lo  sucesivo,  bajo  la  protección  de  esta  Corona. 

A  la  verdad,  la  objeción  que  había  de  hacer  á  todo  esto  el  Rey 
Felipe ,  no  podía  ignorarla  el  Cardenal ,  puesto  que  debió  haberla 
escuchado  en  más  de  una  ocasión  de  su  boca.  Exigía  sin  duda 
alguna  la  lealtad  de  España ,  que  hecha  la  paz  se  restituyesen  á 
sus  aliados  los  Estados  de  que  habían  sido  desposeídos  al  comen- 
zar la  guerra;  pero  á  esto  respondía  el  Papa,  en  primer  lugar  «que 
»no  era  digno  de  S.  M.  dar  á  entender  que  habia  aceptado  la  exclu- 
»sion  de  Colonna,  como  rebelde,  en  el  tratado  de  Cavi  con  intención 
«de  burlarlo  en  esta  parte»;  y  en  segundo  lugar,  con  una  observa- 
ción en  aquel  altivo  Pontífice  notable:  «Su  Santidad,  dice,»  le  es- 
cribía el  Cardenal  en  las  instrucciones  que  extracto  ,  á  su  deudo; 
«que  para  la  reputación  ó  autoridad  que  el  Rey  de  España  desea 
»adquirír,  basta  ya  con  no  haberle  mandado  Embajador,  que  le 
»diese  las  satisfacciones  asi  ofrecidas  en  Caví ,  y  que  á  su  carácter 
»de  Príncipe  cristiano  correspondían ,  esperando ,  por  el  contrario, 
ȇ  que  de  Roma  se  le  mandase  un  Legado  primeramente ,  cual  se 
»ha  hecho.»  Desprendiéndose  de  todo  esto,  con  total  evidencia,  á 
mi  juicio,  que  el  Papa  no  desconoció,  si  no  antes  después,  el  tenor 
del  tratado  de  Cavi,  en  la  parte  que  se  refería  á  Paliano;  pero  que 
tomó  al  pié  de  la  letra  su  texto  expreso ,  no  presumiendo ,  al  ser 
excluidos  terminantemente  de  las  estipulaciones  todos  los  que  es- 
taban declarados  por  rebeldes  á  la  Santa  Sede ,  que  se  tratase  de 
sacarle  mañosamente  luego  el  perdón  de  Colonna,  para  poder  de- 
volverle sus  Estados.  Por  otra  parte  no  aparece  ni  en  esto ,  ni  en 
lo  general  de  los  sucesos ,  disimulado  ó  falso  el  Cardenal  por  cierto: 
antes ,  por  el  contrarío ,  lo  que  se  echa  en  él  de  menos  suele  ser 
círcunspecciony  templanza;  y  así  es  que  la  idea  de  que  hubiese  ofre- 
cido á  los  españoles  obtener  el  perdón  de  Colonna ,  por  engañarlos, 
me  parece  poco  digna  de  examen.  Todo  demuestra,  además,  paten- 
temente que  solicitó  tan  de  veras  la  protección  de  España ,  después 
de  la  paz ,  como  antes  habia  deseado  la  de  la  Francia.  Vencida  esta, 
lo  que  le  convenia,  sí  hubiera  podido  obtenerla  ya  sincera,  era 
la  amistad  del  Rey  Felipe ;  y  tal  como  cumplió  con  él  en  el  Cónclave, 
más  tarde,  habría  cumplido  en  lo  de  Paliano,  á  no  estorbárselo  las 


Á    MEDIADOS   DEL    SIGLO    XVI.  21 5 

circunstancias.  Y  esto  supuesto,  ¿cómo  hallar  aqui  cuerpo  ó  ma- 
teria de  delito?  ¿De  conformidad  con  qué  principios  de  justicia  se 
pudo  considerar  tal,  en  tiempo  de  un  Papa  amigo  de  España,  el 
que  tarde  ó  temprano  hubiera  querido  servirla  el  Cardenal,  ven- 
ciendo de  cualquier  modo  la  oposición  de  su  tio?  O  si  se  admite 
por  un  momento  que  Carrafa  no  ofreció  de  veras  servir  á  España 
en  lo  de  Paliano,  ¿dónde  estaba  su  delito  para  los  que  habian  de 
juzgarle  en  Roma?  Difícil  parece  contestar  satisfactoriamente  á 
una  ó  otra  de  estas  preguntas  concretas. 

Tampoco  se  ofreció  en  el  proceso  prueba  alguna,  de  que  pro- 
pendiese al  luteranismo  el  Cardenal  Nepote  de  Paulo  IV.  Verda- 
deramente en  el  Memorial  del  Rey  Felipe  á  sus  teólogos  y  juris- 
tas, que  no  parece  á  las  veces  sino  el  primer  borrador  de  la  acusa- 
ción fiscal  que  me  ocupa  al  presente ,  se  hablaba  ya  de  que  en 
Venecia  hibia  dado  higas  al  Santísimo  Sacramento,  y  dicJio  pú- 
blicamente que  no  creia  en  él;  pero  sin  citar  los  orígenes  de  tan 
grave  noticia.  Lo  cierto  es  que  D.  Francisco  de  Vargas,  que  le 
conoció  alli ,  donde  combatió  elocuente  y  victoriosamente  sus  pre- 
tensiones, llegó  á  tener  con  él  muy  grande  familiaridad,  cual 
queda  dicho ,  siendo  uno  de  sus  mayores  amigos  y  confidentes ;  y 
eso  que  Vargas,  aunque  más  partidario  del  Rey  que  del  Pontífice, 
era ,  como  se  ha  visto ,  apasionadísimo  del  Santo  Oficio ,  y  enemigo 
acérrimo  de  los  herejes  de  profesión.  Consta,  en  verdad,  por  el 
capitulo  integro  del  proceso,  que  se  halla  en  el  manuscrito  de 
Cortona ,  que  el  Arzobispo  de  Cousa ,  Nuncio  apostólico  en  la  corte 
de  Bruselas  al  tiempo  de  la  ruptura,  dirigió  al  Nepote  y  Ministro 
del  Papa  Pió  IV ,  que  fué  luego  San  Carlos  Borromeo ,  una  especie 
de  relación  de  las  profanaciones  y  herejías  atribuidas  á  su  antecesor 
en  aquel  puesto.  Incluido  este  documento  en  los  autos ,  léense  en  él 
contra  el  Cardenal  las  mismas  acusaciones  del  Memorial  del  Rey; 
lo  cual  no  debe  extrañarse  sabiendo,  que  el  antiguo  Nuncio  se 
refiere,  en  mucho  de  lo  que  alli  cuenta,  á  informes  que  le  ha- 
bian dado  el  Obispo  de  Arras,  Granvelle,  tan  enojado  entonces 
contra  Roma  como  es  sabido,  y    D.   Bernardino  de  Mendoza, 
que,  desde  el  Gobierno  de  Ñapóles,  habia  también  tomado  parte 
muy  activa  en  las  primeras  diferencias  que  ocurrieron.  ¿Pero  es 
creíble  que,  yendo  ya  ordenado  de  diácono ,  y  no  menos  que  de 
Legado  Pontificio  á  Venecia,  se  burlase  Carrafa  alli  públicamente 
del  Santísimo  Sacramento,  como  se  dijo  ya  en  el  Memorial,  y  el 


216  ROMA    Y    ESPAÑA 

Arzobispo  de  Cousa  repitiera?  ¿Qué  pensar  entonces  de  D.  Francisco 
de  Vargas  Mejia ,  tan  amig-o  sujo  más  tarde ,  si  fuera  cierto ,  como 
escribió  el  propio  Arzobispo  al  futuro  Santo ,  que  durante  la  em- 
bajada en  Venecia,  habia  tenido  Carrafa  públicos  banquetes  con 
Principes  y  Ministros  luteranos,  haciendo  gala  de  comer  carne 
con  ellos  en  los  dias  de  abstinencia,  escarneciendo  la  misa,  y 
obrando,  en  fin,  como  el  hereje  más  declarado?  Y  por  otra  parte, 
¿tan  poca  estima  habia  de  tener  de  su  propia  posición,  una  vez 
alcanzada ,  ó  tan  poca  cuenta  con  la  severidad  de  su  tio  que  tal 
hiciese?  Porque  nadie  ha  puesto  siquiera  en  duda  que  fuese  escru- 
pulosísimo en  lo  tocante  á  la  religión  Paulo  IV ;  hasta  el  punto  de 
que,  cuando  más  necesitaba  de  la  alianza  francesa,  se  negó  á  nombrar 
Cardenales,  por  creerlos  poco  piadosos  á  algunos  favoritos  de  Enri- 
que II  y  su  esposa ,  oblig-ando  á  confesar  á  su  sobrino,  en  cierta 
instrucción  secreta  al  Duque  de  Somma,  que  «in  quello  clie  apparte- 
nevaalla  religione  non  si  lasciava  volgere  da  lui  ne  da  alfri.»Y con 
un  Papa  tal,  y  cuyo  enojo  tanto  mostraba  temer  en  cada  una  de 
sus  cartas,  ¿habia  aquel  de  atreverse  á  hacer  públicos  alardes  de 
herético?  ¿Ni  qué  fruto  habria  podido  prometerse  de  sus  gestio- 
nes diplomáticas  en  un  pueblo  católico  con  semejante  conducta? 
Fuesen  las  que  fuesen  las  opiniones  religiosas  del  Cardenal ,  y  la 
mayor  ó  menor  virtud  que  hubiera  en  su  conciencia ,  no  á  la  ver- 
dad muy  estrecha,  paréceme  que  por  lo  que  toca  á  los  actos  públi- 
cos de  que  se  le  acusó,  puede  hoy  absolvérsele  sin  reparo.  Algo 
más  importante  que  lo  de  Venecia  es ,  á  no  dudarlo ,  lo  que  diré 
ahora.  Halláronse,  al  prenderle,  entre  sus  papeles,  un  proyecto  de 
tratado  y  varias  cartas ,  que  mediaron  entre  él  y  aquel  grande  he- 
reje, Alberto  de  Brandemburgo ,  con  ocasión  de  la  guerra: 
hecho  que  consta  por  extenso  en  el  Sumario  de  Cortona ,  y  puede 
ser  expuesto  originalmente.  Interrogado  Carlos  Carrafa  acerca  de 
este  punto,  comenzó  por  decir,  que  no  recordaba  haber  tenido 
carta  alguna  de  luteranos,  y  que,  á  recibirlas,  no  las  habria  leído 
por  no  mantener  trato  alguno  con  ellos:  haciendo  así  sospe- 
char de  su  veracidad  ciertamente ,  por  causa  del  rubor  que ,  aun 
siendo  cual  era,  debia  ocasionarle  la  memoria  de  aquel  absurdo 
trato.  Porque  el  Fiscal  supo  estrecharle  con  los  documentos  á  punto, 
que  hubo  de  hacer  al  fin  confesión  detallada  de  cuanto  habia  pa- 
sado. Resulta,  pues,  indudablemente  por  la  confesión  y  los  docu- 
mentos, lo  que  sigue:  que  al  principio  del  Pontificado  de  Pau- 


Á    MEDIADOS   DEL   SIGLO   XVI.  217 

lo  IV,  fué  á  Roma  un  cierto  Federico  Spet  con  una  carta,  que 
decía  serdeldiclio  Brandemburgo,  pretendiendo  hablar  con  el  Santo 
Padre;  que  el  Spet  se  negó  á  tratar  cosa  alguna  con  el  Cardenal, 
alegando  que  sus  instrucciones  le  prevenían  entenderse  no  más  con 
el  Papa ;  que  tras  de  muchas  vacilaciones ,  haberle  querido  echar 
de  Roma  primero ,  y  vuelto  á  mandar  luego  que  se  quedase  de 
orden  del  Papa ,  prestóse  este  á  verle ,  siendo  conducido  á  su  pre- 
sencia por  Silvestre  Aldobrandíni ,  aquel  mismo  que  leyó  en  Con- 
sistorio ,  como  Abogado  fiscal ,  la  terrible  acusación  de  infidelidad 
á  la  Santa  Sede  contra  Carlos  V  y  Felipe  II ,  de  que  se  hizo  ya 
mérito;  que  el  Papa  le  oyó  con  efecto,  según  declaró  el  Carde- 
nal Augustense,  el  cual  puso  en  conocimiento  del  Padre  Santo,  no 
bien  llegó  á  saberlo,  que  el  tal  Federico  Spet  era  luterano  y  reo  ade- 
más de  muchos  delitos  infames,  contestándosele  por  Su  Santidad 
únicamente,  <í.che  non  dovevano  essere  tante  cose,»  y  que  hablase 
de  ello  con  su  sobrino ;  que  hubo  en  realidad  un  proyecto  de  liga 
(textualmente  inserto  en  el  Sumario  de  Cortona) ,  en  el  cual  par- 
tiendo el  enviado  del  Marqués  de  Brandemburgo  deque  «no  podia 
»ser  ya  domeñada  en  materia  de  religión  la  Alemania,»  propuso 
abiertamente  á  la  Santa  Sede  que  se  entendiese  con  «los  Prínci- 
»pes  luteranos ,  entrando  en  confederación  con  ellos ,  para  defen- 
»der  mejor  la  libertad  y  privilegios  de  aquel  país  y  de  Italia ,  y 
oponerse  á  la  tiranía  de  los  españoles  f  1) ;  que  de  todo  esto  tuvie- 
ron conocimiento,  no  ya  sólo  el  citado  Cardenal  de  Augsbourg  ó  Au- 
gustense, sino  también  el  Cardenal  Farnese;  que  nada,  en  resumen, 
se  concluyó,  sin  embargo ,  entre  las  dos  partes,  suponiendo  el  Car- 
denal Carrafa  en  sus  confesiones ,  que  él  siguió  la  negociación  por 
mero  entretenimiento ,  y  que  el  Papa  prestó  á  ella  oídos ,  con  el 
objeto  único  de  conocer  los  verdaderos  propósitos  de  Spet,  tenién- 
dole cierto  respeto  solamente ,  por  la  credencial  y  firma  del  Mar- 
qués de  Brandemburgo  que  traía.  Juzgúese  como  quiera  este  asunto, 
dos  cosas  parecen  incontestables :  la  primera ,  que  tal  negociación 
no  siguió  adelante  sin  conocimiento  del  Pontífice  mismo :  la  segun- 
da ,  que  de  ella  no  se  desprende  poco  ni  mucho ,  que  participase  el 
Cardenal  Nepote  de  las  opiniones  luteranas.  La  intervención  demos- 
trada del  Papa ,  quita  sin  duda  á  semejante  cargo  toda  probabi- 
lidad y  eficacia. 

(1)    Apéndice  á  la  Storia  de  Ñores.  Edición  del  Archivio  italiano.  Pági- 
nas 471  y  472. 

TOMO  III.  15 


218  ROMA    Y    ESPAÑA 

Bastante  más  importante  en  todo  que  el  pasado  es  el  cargo  que  se 
le  hizo  al  Cardenal,  por  haber  contado  con  la  alianza  del  Gran  Turco 
contra  el  Rey  de  España,  siendo  Ministro  de  la  Sede  Apostólica. 
Ni  los  documentos,  ni  su  propia  confesión,  permiten  declararle  ino- 
cente en  este  punto.  En  la  instrucción  secreta  por  él  dirigida  al 
Duque  de  Somma,  en  5  de  Marzo  de  1556  ,  y  antes  de  ahora  citada, 
después  de  quejarse  de  que  la  tregua  de  Vaucelles  pudiera  perpe- 
tuar en  la  Casa  de  Austria ,  y  quizá  en  cabeza  del  Rey  Felipe  « la 
vida  del  Imperio,  cuyo  Un  tantos  y  tantos  años  Jiabia,  se  estaba  es- 
y>perando,>->  lamentábase  de  que,  «siendo  ya  viejo  el  Sultán  de  los 
xturcos ,  y  no  gozando  de  salud  colmada ,  »  pudiera  este  ,  durante 
los  cinco  años  que  se  suponía  duradera  aquella  tregua ,  pigliar 
altro  indirizzo,  es  á  saber,  «tomar  otra  dirección,  »  ó  emprender 
alguna  empresa  militar  ó  política ,  por  otro  lado ,  que  le  impidiese 
venir  á  infestar  con  las  bárbaras  tripulaciones  de  sus  innumerables 
naves  las  costas  católicas  de  Italia  ó  España ,  sujetas  á  aquella  co- 
rona, sin  la  cual  nohabria  habido  siquiera  batalla  naval  de  Lepan- 
to.  Echando  cuentas  galanas,  en  aquel  despacho  mismo,  acerca  de 
la  guerra,  y  calculando  que  España  no  se  podría  valer  contra  tantos 
enemigos,  cuando  se  quebrantase  la  tregua,  fijábase  el  Cardenal  tam- 
bién, con  cierto  amor,  en  la  idea  de  que  por  aquel  año  se  sabia  ya 
en  Francia  que  podían  contar  con  la  Armada  de  Levante,  es  decir 
la  de  los  turcos,  según  aviso  del  Rey  mismo.  Ni  es  maravilla  que  así 
luego  pensase,  puesto  que  desde  antes  de  ser  Cardenal,  y  tan 
pronto  como  se  separó  del  servicio  de  España ,  consta  positivamente 
que  cuantas  intrigas  y  conspiraciones  urdió  Carlos  Carrafa  en  el  rei- 
no de  Ñapóles ,  partían  del  supuesto  de  que  la  Armada  turca  había 
de  presentarse  hostilmente  en  aquellas  costas  (1),  Mas  como  existe 
íntegramente  el  capítulo  que  de  esto  trata  en  el  manuscrito  de  Cor- 
tona,  bien  puede  quedar  exclarecído  de  todo  punto.  Estrechado  en 
el  interrogatorio  por  las  cartas  y  documentos  incontestables  que 
se  le  presentaron,  acabó  por  declarar  plenamente  el  Cardenal 
cuanto  sigue:  «que  era  verdad  que  habia  procurado  y  solicitado  la 
»venída  á  Italia  del  turco ,  por  comisión  del  Papa ,  y  para  castigar 
ȇ  los  que  se  le  mostraban  enemigos  en  aquel  tiempo ;  que  el  Mar- 
»qués  de  Brandemburgo  se  lo  aconsejó  al  Papa,  y  que  Su  Santidad 
»luego  le  dijo  que  era  justo  servirse  de  aquellas  armas  para  vencer 

(1)  /Síoria  c?e  iVoré-s,  página  311.  Edición  de  Florencia.  Nota  de  Scipiou 
Volpicella. 


k    MEDIADOS    DEL    SIGLO    XVI.  219 

»las  de  sus  adversarios ,  no  habiendo  él  hecho  otra  cosa  que  asentir 
»á  tan  respetable  opinión  y  á  la  de  Francia,  por  quien  aquello 
» mismo  habia  sido  en  muchas  ocasiones  propuesto ;  que  el  Santo 
»Padre  dispuso  que  se  encargase  él  de  arreglar  este  particular  con 
»el  Rey  Enrique  para  dejar  á  salvo  el  decoro  y  reputación  de  la 
»Santa  Sede,  y  que  por  eso  Aníbal  Rucelay  manifestó  de  su  parte 
»en  París  los  deseos  que  el  Papa  su  señor  tenia ,  de  que  viniese  la 
» Armada  turca;  que  no  hubo  aquí  resolución  espontánea  del  Papa, 
»sino  promovida  por  las  ofertas  del  Rey  Cristianísimo ,  y  por  ha- 
»berle  hecho  tocar  con  las  manos  el  de  Brandeinburgo ,  que  la  Ar- 
omada turca  bastaba  para  dejarle  en  breve  espacio  triunfante;  que 
»estando  él  en  Francia  habia  recibido  cartas  del  Duque  de  Paliano, 
»y  de  otros  que  llevaban  la  correspondencia  de  parte  de  Su  San- 
>^tidad ,  ordenándole  que  negociase  acerca  de  la  venida  de  la  Ar- 
>>mada  de  Levante  ó  turca ,  y  los  corsarios  argelinos,  en  socorro  de 
>da  Iglesia;  que  nada  de  esto  se  llegó  á  poner  en  ejecución ,  porque 
»no  lo  requirió  la  necesidad ,  pero  que  si  la  paz  no  se  hubiese  ajus- 
»tado  tan  pronto ,  Su  Santidad  se  habria  visto  obligado ,  á  no  du- 
»darlo ,  á  traer  la  Armada  pagana  en  su  ayuda ,  para  concluir  la 
»guerra,  expeliendo  al  enemigo  de  sus  Estados.»  De  otras  muchas 
cartas  cuyo  texto  no  conozco  por  extenso ,  pero  que  aparecen  ex- 
tractadas en  el  proceso ,  resulta  que  el  Rey  Enrique  envió  realmente 
á  Constantinopla  un  Prelado,  que  tenia  por  nombre  Monseñor  deLa- 
vigne,  para  solicitar  la  pronta  salida  de  la  Armada  turca ;  que  el 
Santo  Padre  no  desaprobaba  la  venida  de  esta  Armada,  pero  que  no 
quería  que  cundiese  que  tal  fuera  su  intención,  porque  algunos  Car- 
denales no  estaban  con  ella  conformes ,  siendo ,  en  suma ,  el  deseo 
de  Su  Santidad ,  que  tomase  sobre  sí  toda  la  dirección  del  asunto  el 
Rey  de  Francia ,  y  que  no  se  pudiera  sospechar  ^su  participación 
en  esto ,  con  lo  cual  la  Armada  turca ,  unida  á  la  francesa ,  podría 
obrar  aún  más  libremente,  y  conforme  exigieran  las  circunstan- 
cias (1).  Negaba  el  fiscal  de  la  causa,  contradiciendo  las  declara- 
ciones de   Carrafa ,  que  ni  de  esto  hubiera  tenido  conocimiento 
el  Papa ,  ni  tampoco  del  inútil  trato  que  se  siguió  con  los  lutera- 
nos ,  fundándose  en  la  severidad  religiosa  de  aquél ,  que  fué ,  sin 
duda,  muy  grande  y  muy  sincera.  No  es  posible,  no  obstante,  ad- 
mitir por  sólo  un  momento,  que  tal  negociación  como  la  de  la 

(1)    Apéndice  á  la  historia  de  Ñores.  Páginas  483  á  506  de  la  edición  de 

Florencia. 

* 


220  ROMA    Y    ESPAÑA 

alianza  con  los  turcos  y  argelinos ,  directamente  seguida  por  el  Rey 
de  Francia  y  sus  Ministros ,  y  que  tanto  habia  de  dar  que  hablar 
en  cuanto  sus  efectos  se  tocasen ,  pudiera  iniciarla  el  Cardenal  sin 
conocimiento  de  su  augusto  tio.  Lo  que  bien  pudo  ser,  es  que  en 
sus  declaraciones  pusiera  demasiadamente  cu  relieve  el  sobrino  la 
iniciativa  del  Pontífice  en  el  asunto,  para  disculpar  la  vehemencia 
con  que  él  probablemente  lo  tomarla,  cual  todos,  por  su  cuenta. 
Pero  no  hay  que  negar  tras  eso  que  el  ánimo  de  Paulo  IV,  por  de- 
más también  apasionado  y  violento ,  pudiera  hacerle  incurrir  en 
tales  y  tan  monstruosas  contradicciones.  Justo  es  advertir  primera- 
mente que  las  ideas  de  aquel  siglo,  aunque  muy  cristiano,  no  eran 
todo  lo  contrarias  que  las  del  actual  serian,  á  la  singular  alianza  del 
Papa  y  el  Gran  Turco  en  contra  del  Rey  por  excelencia  católico. 
Precedente  habia  dejado  ya  de  ello  otro  Pontífice  contra  Carlos  V, 
y  no  hay  más  que  ver  la  defensa  del  abogado  del  Cardenal  en  este 
punto  (1)  para  comprender  cuan  escasa  importancia  era  posible  dar 
ala  sazón  á  este  cargo.  Jactábase  aquel,  de  demostrar  injure,  «quia 
pro  defensione  status  licet  ficleli  principi  habere  iii  servitio  injide- 
lies;»  y  al  propio  Papa  Paulo  atribuye  en  el  proceso  un  testigo  la 
frase  de  que  «él  sabria  castigar  á  unos  enemigos  con  otros,»  equi- 
parando con  poca  razón,  sin  duda.  Jos  españoles  de  entonces,  y  los 
bárbaros  turcos.  Todo  esto  sojuzgarla  hoy  ciertamente  de  otro  modo 
en  el  mundo ;  pero  ni  entonces ,  ni  ahora  debió  considerarse  como 
delito  digno  de  ser  tratado  en  juicio,  lo  que  hizo  un  Ministro,  bien 
ó  mal,  con  conocimiento  de  su  Soberano,  y  mas  siendo  este  tan  dig- 
no de  respeto,  como  debe  serlo  un  Pontífice,  á  los  ojos  de  su  sucesor 
y  de  todos  los  católicos. 

No  carecieron  tampoco  de  gravedad  los  cargos  dirigidos  al 
Cardenal  por  el  castigo  impuesto  al  xibate  Nanni  y  á  César  Spina, 
que  se  juzgó  injusto.  Formáronse  contra  estas  personas ,  en  tiempo 
de  Paulo  IV,  dos  procesos ,  intitulado  el  primero  Romana  veneni 
et  aliorum  excessmom,  y  el  segundo  Coram  S,  D.  N.  pro 
Fisco  C.  Apostólica  contra  PMlippum  Regem  Hispaniarum  et 
cómplices.  El  fiscal,  de  uno  de  ellos,  por  lo  menos,  fué  el  propio  Pa- 
llentieri,  que  lo  era  en  el  que  se  seguia  ahora  contra  el  Cardenal, 
interviniendo  en  la  sustanciacion  y  sentencia  diversos  jueces,  entre 
los  cuales  se  contaron  Silvestre  Aldobrandini  y  César  Brancaccio, 
encargado  del  gobierno  ó  prefectura  de  Roma,  ninguno  de  los  cuales 
(1)     Extrnctuíi  processHs  Cardinaliíi  Carrafa.  Biblioteca  Nacional.  (X.  34.) 


Á    MEDIADOS    DEL    SIGLO    XVI.  221 

se  vio  luego  que  fuese  instrumento  ciego  del  Cardenal  Nepote;  que 
al  fallarse  el  proceso  de  Nanni  no  estaba,  por  otra  parte,  en  Roma, 
sino  en  Francia.  De  tal  circunstancia  y  otras  hace  intencionada 
mención  Pedro  Ñores ,  tenido  antes  por  enemigo  que  por  amigo  de 
la  memoria  de  los  Carrafas ,  no  habiendo  razón ,  por  tanto ,  para 
negarle  crédito ;  y  basta  con  que  ellas  sean  ciertas ,  y  con  pesarlas 
sin  prevención,  para  dudar  que  fuese  obra  sólo  de  las  calumnias  y 
violencias  del  Cardenal  la  muerte  de  Nanni  ó  la  de  Spina.  Que  si 
hubiera  de  darse  también  crédito  á  todos  los  detalles  que  ofrece 
Ñores  de  la  causa  especial  que  se  formó  á  estos  últimos,  y  á  alguno 
que  cuenta,  respecto  de  la  indefensión  en  que  se  dejó  al  Cardenal 
acerca  de  este  punto ,  tendría  que  ser  mi  juicio  muy  diverso,  y  de- 
clarar fundadas  ciertas  acusaciones  gravísimas,  por  aquel  fulmina- 
das en  sus  despachos  contra  los  Ministros  españoles.  Pero  me  excita 
de  un  lado  á  dejar  esto  en  duda,  el  no  conocer  los  procesos  de 
Nanni  y  Spina,  y  de  otro,  el  que  de  las  confesiones  que  luego  hizo 
el  Conde  de  Montorio  á  Pió  IV  resultó ,  que  él  y  su  hermano  el 
Cardenal -hablan  falsificado  alguna  que  otra  vez  procesos,  y  alte- 
rado importantes  documentos.  No  es  inverosímil,  pues,  que  hu- 
biese dolo  en  las  causas  de  Spina  y  Nanni ,  aunque  los  indicios 
inclinen  más  bien  á  pensar  lo  contrario.  La  relación  de  Ñores, 
cierta  ó  no,  es  la  siguiente.  Nanni,  dice,  que  era  espía  doble  de 
pontificios  y  españoles ,  y  que  mientras  los  engañaba  á  unos  ú 
otros ,  propuso  cierto  dia  á  D.  García  de  Haro ,  uno  de  los  conti- 
nuos del  Marqués  de  Sarria,  D.  Fernando  Ruiz  de  Castro  (1),  á 
entrar  en  relaciones  con  el  cocinero  del  Cardenal,  para  disponer 
que  este  fuese  envenenado ,  ya  que  no  se  había  podido  hacer  con 
el  Santo  Padre  otro  tanto.  A  creer  á  Ñores ,  aceptó  nuestro  Don 
García  el  plan ;  pero  el  cocinero  descubrió  á  su  amo  la  propuesta 
de  Nanni ,  y  preso  este ,  no  tan  solo  se  encontró  ya  en  su  casa  pre- 
parado el  veneno,  sino  que,  puesto  á  tormento,  confesó  de  plano  el 
crimen :  habiendo  tenido  que  echar  de  Roma  á  D.  García  el  Em- 
bajador, por  la  notoriedad  de  su  culpa.  Muy  semejante,  al  decir  de 
Ñores ,  fué  también  el  caso  de  Spina.  De  este  supone  que  aceptó 
el  Lug'arteniente  D.  Bernardino  de  Mendoza,  en  Ñapóles,  la  oferta 
horrible  de  asesinar  al  Cardenal  Carrafa ,  enviándole  con  tal  pro- 

(1)  Llamósele  por  error  material  D.  Pedro  en  el  artículo  antecedente,  así 
como  por  igual  razón  se  acentuó  en  la  última  letra  su  título  de  Marqués  de 
Sarria,  en  Galicia,  cual  si  lo  fuese  de  Sarria,  en  Cataluña. 


222  ROMA    T   ESPAÑA 

pósito  á  Roma,  bien  provisto  de  recomendaciones  y  de  dinero. 
Delató  á  Spina  un  cierto  Franchino  á  quien  él  fió  su  secreto ;  con- 
fesó ,  según  Ñores ,  su  delito ,  y  lo  expió ,  como  Nanni ,  en  un  pa- 
tíbulo. Harto  diferentes  son,  como  es  natural,  las  versiones  espa- 
ñolas que  hay  manuscritas  del  suceso.  Pero  lo  cierto  es  que  á  la 
postre  el  cocinero  del  Cardenal ,  'que  se  supuso  tentado  por  Don 
García  de  Haro  para  envenenarle ,  y  Franchino ,  el  que  delató  á 
César  Spina ,  fueron  llamados  á  declarar,  en  el  alto  proceso  que 
aquí  examino;  y  uno  y  otro  sostuvieron  entonces,  que  habían  sido 
instigados  y  pagados  por  el  Cardenal,  para  hacer  las  declaraciones 
jurídicas  que  costaron  la  vida  á  Nanni  y  á  Spina.  Para  los  espa- 
ñoles de  aquel  tiempo  fué  esta  vez  cuando  dijeron  la  verdad ,  y  no 
la  anterior  aquellos,  de  todas  suertes,  falsos  testigos;  para  Ñores, 
por  el  contrario  ,  fué  en  esta  última  ocasión  cuando  obraron  gana- 
dos por  el  fiscal  Pallentieri  y  por  el  mismo  D.  García  de  Haro ,  á 
fin  de  que ,  retractándose  de  sus  anteriores  declaraciones ,  pudiera 
ser  el  Cardenal  también  culpado  de  haber  urdido  tamaña  intriga, 
con  el  fin  de  irritar  más  y  más  el  ánimo  de  Paulo  IV  y  empujarle 
contra  los  españoles.  No  es  pueril  amor  de  patria  lo  que  me  ira- 
pide  dar  fe  completa  en  este  punto  á  la  respetabilísima  opinión  de 
Ñores :  que  sé  demás  que  en  aquel  siglo ,  ni  los  Príncipes ,  ni  los 
Ministros  cristianos,  pensaban  mancharla  conciencia,  usando  con- 
tra sus  adversarios  políticos  del  puñal  ó  del  veneno  de  asesinos  pa- 
gados. Es  que  hallo  el  caso  oscuro ;  ig'uorando,  como  ignoro,  ciertos 
datos  que  pudo  tener  Ñores  presentes  para  formar  su  juicio.  Y  lo 
que  más  me  obliga  á  suspender  el  mío ,  es  que  tratando  de  las 
acusaciones  de  esta  especie ,  que  solia  dirigir  el  Cardenal  Carrafa  á 
los  españoles,  puso  ya  en  duda  Pallavicino,   que  fuesen  ciertas, 
^    como  en  el  artículo  precedente  se  dijo:  que  lo  que  aquel  historia- 
dor pontificio  no  creyó,  no  ha  de  creerlo  un  español  solamente  por- 
que lo  afirme  Ñores.  ¡Triste  tiempo,  sin  embargo,  aquel  en  que  pro- 
cesos como  los  de  Nanni  y  Spina,  ó  el  del  Cardenal,  podían  así  adul- 
terarse por  los  propios  Ministros  de  la  justicia !  ¡Época  triste  aquella 
en  que  Roma,  fuente  de  eterna  justicia,  podía  ofrecer,  ó  una  vez  ú 
otra,  semejantes  ejemplos  al  mundo !  Y  aun  lo  más  absurdo  es  que 
el  audaz  Pallentieri  acusase  con  unos  mismos  testigos  á  Nanni  y  al 
Cardenal  de  tan  contrarios  hechos,  por  haber  sido  Fiscal  en  ambas 
ocasiones ,  sin  que  ó  su  inteligencia  ó  su  buena  fe  se  pusieran ,  por 
Pío  IV,  ni  por  su  sobrino  y  Ministro  Carlos  Borromeo,  como  pare- 


Á    MEDIADOS   DEL    SIGLO  XVI.  223 

cia  natural ,  en  duda.  Verdad  es  que  una  deposición  sola  era  te- 
nida en  la  jurisprudencia  bárbara  de  la  época  por  bastante  indicio 
para  que  el  acusado  debiera  purgarlo  en  el  tormento ,  lo  mismo  en 
España  que  en  Roma;  y  que  el  tormento  sabia  arrancar  confesiones 
falsas,  que  en  los  labios  de  Spina  y  Nanni  pudieron  legitimar  los 
fallos.  Mas  ¿no  es  siempre  repugnante  que  aquel  Pallentieri ,  que 
tenía  sobre  su  conciencia  tamaño  error,  según  aparentaba,  osase  aún 
prestar  fe  en  juicio  y  ofrecer  por  fundamento  á  otro  fallo,  las  de- 
posiciones contradictorias  de  notorios  falsarios,  como  eran  por  su 
primera  ó  su  segunda  declaración,  los  que  acusaron  al  Cardenal 
de  haber  forjado,  en  odio  al  Rey  de  España  y  sus  Ministros,  los 
procesos  de  Nanni  y  de  Spina? 

Queda  por  examinar  el  último  capítulo  de  cargo  contra  el  Car- 
denal ;  donde  hallaré  ocasión  ,  al  paso,  para  compendiar  el  proceso 
que  se  siguió  y  terminó,  á  la  par,  contra  su  hermano  el  Conde  de 
Montorio.  Tócame  referir  aquí,  por  necesidad,  una  novelesca  y  tris- 
tísima historia ,  muy  al  pormenor  contenida  entre  otros  particula- 
res, en  cierto  manuscrito  que  poseo,  y  del  cual  me  he  de  servir 
ya  bastante  en  todo,  con  este  título:  Pontificato  di  Paolo  IV  Ca- 
raffa,  con  piü  tutto  cid  che  é  seguito  dopo  la  di  lui  morte ,  nel 
Pontificato  di  Pió  IV,  Medid,  con  piú  la  morte  fatt a  daré  ásuoi 
Nepoti ,  ed  estirpazione  di  questa  Famiglia,  Tenia  Juan  Carrafa 
por  gentil-hombre  á  uno  de  sus  deudos  llamado  Marcello  Capece, 
á  quien  amaba  sobremanera,  bien  que  hubiese  ya  dado  un  grande 
escándalo  á  principios  de  1559,  asaltando  con  gente  armada  la 
casa  del  Secretario  de  su  amo,  para  sacar  de  allí  una  cortesana 
famosa,  llamada  Martuccia ;  con  quien  cenaban  á  la  sazón  alegre- 
mente ,  así  el  secretario  mencionado,  como  el  Cardenal  del  Monte, 
joven  de  cortísimos  años.  Por  lo  que  Ñores  dice,  puso  el  buen  Car- 
denal mano  á  la  espada,  que  con  trage  segdar  llevaba  al  cinto ,  en 
defensa  de  la  Martuccia,  logrando  hacer  abandonar  el  campo  á 
Marcello  Capece  y  sus  secuaces :  hecho  que  indignó  sobremanera 
al  austero  Paulo  IV,  que  casi  fuera  de  sí  gritaba  luego  á  los  Car- 
denales en  Consistorio ,  reforma ,  reforma :  á  lo  cual  repuso  osada- 
mente el  Cardenal  español  Pacheco,  «que  bueno  sería  comenzarla 
»cada  cual  por  su  casa,»  como  dándole  á  entender,  que  de  la  mala 
conducta  privada  de  sus  sobrinos  dependía ,  en  suma ,  la  que  obser- 
vaban todos  sus  servidores  y  paniaguados,  y  que  por  ellos  debia  co- 
njenzarse  el  remedio.  Hicieron  tales  palabras,  no  poca  impresión, 


224  ROMA   Y   ESPAÑA 

en  el  mal  preparado  ánimo  del  Papa;  y  algo  contribuyó  asi  ya  Mar- 
cello  Capece  á  la  primera  desdicha  de  su  amo,  y  de  toda  la  familia 
Carrafa.  Bien  pronto  pasó,  sin  pensarlo,  á  terminuar  su  obra  en 
Gállese.  Residia  en  tal  lug-ar  la  esposa  del  Conde,  Doña  Violante 
Diaz  Garlom,  señora  muy  noble  de  Ñapóles,  y  nieta  de  uno  de  los 
principales  caballeros  arag-oneses  que  allí  siguieron  á  D.  Alfon- 
so V.  La  hermosura  de  la  Duquesa,  la  soledad,  el  desorden  en 
que  vivia  su  marido,  bien  conocido  del  Capece  y  de  la  Duquesa 
misma,    puesto  que  habia  llegado  á  punto  de  introducir  aquel 
sus  amantes  en  el  propio  tálamo  conyugal,  dieron  ánimo  al  gentil- 
hombre para  convertir  su  respetuoso  servicio  en  insinuaciones  de 
amor ,   al  propio  tiempo  que  se  lo  quitaban  á  la  Duquesa,  para 
defender  su  corazón  largamente.  No  fué  tanta  su  condescenden- 
cia, sin  embargo,  que  no  rechazase  la  primera  vez  las  preten- 
siones de  Capece ;  pero  tampoco  fue  tan  contrario  el  efecto  que 
en  ella  hicieron  las  palabras  del  atrevido  servidor,  como  acaso 
pensó  en  el  momento  ella  misma,  ó  él  se  quedó  quizás  imaginando. 
Lejos  de  eso,  la  Duquesa  dio  en  reinar  en  las  palabras  de  Marcello, 
y  no  paró  hasta  desahogar  su  inquietud  en  cierta  doncella  nobilí- 
sima, que  también  la  servia,  por  nombre  Diana  Brancaccio,  ala  cual 
solía  otorgar  mayor  confianza  y  cariño  que  á  otra  alguna.  Oyóla 
con  pla(íer  sumo  la  Brancaccio,  como  que  justamente  andaba  ena- 
morada ella  de  un  tal  Fornari ,  familiar  del  Marqués  de  Montebe- 
11o,  hermano  de  Montorío,  con  quien  deseaba  casarse  y  no  podía,  á 
causa  de  la  diferencia  de  cuna  entre  ambos,  por  lo  cual -se  opo- 
nían á  semejante  proyecto  sus  deudos;  y  al  punto  se  propuso  sacar 
partido  de  la  pasión  de  Capece  en  favor  de  la  suya.  Posible  es  que 
la  Brancaccio  supiese  ya  que  en  las  consultas  y  confidencias  de 
esta  naturaleza,  suele  antes  buscarse  la  aprobación  del  propio  de- 
seo, que  no  consejo  adverso:  posible  es  también  que,  sin  haber 
observado  tanto,  la  guiase  su  solo  instinto  por  seguro  camino.  Lo 
cierto  es ,  que  estimuló  á  su  señora  para  que  no  desperdiciase  tal 
ocasión  de  vengarse  de  su  esposo  ;  y  soplando  reciamente  en  aque- 
lla chispa,  que  de  suyo  estaba  á  punto  de  alzar  llamas,  bien  pronto 
obtuvo  licencia  para  abrir  por  su  propia  mano  á  Capece  la  puerta 
del  aposento  ducal.  Pero  mientras  este  al  fin  realizaba  su  atrevido 
pensamiento,  no  desatendía,  en  verdad,  la  Brancaccio  su  propio 
amor.  Fácilmente  logró  de  su  señora  que  protegiese  sus  relaciones 
con  el  Fornari ,  so  color  de  matrimonio ,  y  más  aún  de  Capece,  que 


Á   MEDIADOS   DEL  SIGLO    XVI.  225 

lo  mandara  venir  al  lugar  en  que  estaban ,  y  le  hiciese  capa  para 
que  todas  las  noches  entrara  también  en  su  estancia.  Corrieron 
alegremente  asi  las  cosas  por  alg-un  tiempo,  hasta  que  ad virtiendo 
Doña  Violante  que  la  Brancaccio  no  observaba  de  su  parte  cau- 
tela alguna,  y  temerosa  de  ser  descubierta  por  culpa  agena,  fin- 
gió de  acuerdo  con  Capece  poner  punto  á  sus  relaciones;  y  mandó 
salir  á  Fornari  de  Gállese,  no  sin  ofrecerle  á  la  Brancaccio  mediar 
con  sus  deudos,  para  que  se  apresurase,  como  ya  era  razón,  el  ma- 
trimonió. Desde  entonces  procuraron  verse  Doña  Violante  y  Capece 
sin  conocimiento  de  nadie.  Poco  tardó,  no  obstante,  la  enamorada 
sirviente  en  hacerse  cargo  de  que  era  ella  sola  la  burlada,  y  como 
su  señora  pareciese  haber  puesto  lo  del  matrimonio  en  olvido,  y  el 
mismo  Fornari,  cansado  de  ella,  hubiera  dejado  hasta  el  servicio  de 
los  de  Montebello  por  irse  más  lejos,  se  encendió  en  tal  rabia  su 
ánimo,  que  todo  se  le  hizo  bueno  para  lograr  venganza.  Residia 
por  mala  ventura  en  la  casa  ó  palacio  de  Gállese ,  la  madrastra 
del  de  Paliano  y  Montorio,  Gerónima  Spinello,  mujer  entrada  en 
años,  yque  aborrecía  tanto  á  la  hermosa  Condesa  óDuquesa,  cuanto 
se  suele  entre  damas  obligadas  á  vivir  juntas,  no  por  voluntad  propia 
si  no  por  obligación  social ;  y  más  si  de  la  una  á  la  otra  han  pasa- 
do por  sucesión,  el  nombre,  la  fortuna,  y  el  puesto  preeminente  de 
la  familia.  Cierta  noche  que  Capece  pasó  al  cuarto  de  Doña  Vio- 
lante, la  Brancaccio,  que  andaba  en  acecho,  y  que  conocía  los  senti- 
mientos de  la  madrastra ,  la  despertó  súbitamente  y  puso  en  su 
noticia  lo  que  sucedía.  Oir  esto ,  saltar  alegje  del  lecho ,  desper- 
tar á  toda  su  servidumbre ,  prevenirla  de  antorchas  y  espadas ,  y 
al  frente  en  suma ,  de  todos  los  habitantes  de  la  casa ,  dirigirse  al 
aposento  de  la  hasta  allí  dichosa  Doña  Violante ,  fué  para  la  Spi- 
nello todo  un  punto.  ¿Qué  le  importaba  á  aquella  mujer  hacer  tan 
pública  una  ofensa  que  solo  heria  á  su  hijastro,  y  á  su  rival  abor- 
recida? No  se  detuvo  en  nada:  en  vano  pretendió  Doña  Violante 
cerrar  el  paso ,  imponer  respeto  con  la  ultrajada  autoridad  de  su 
persona:  el  aposento  fué  registrado,  y  preso  en  él  Capece,  deba- 
jo del  lecho  mismo  de  su  ama.  Y  la  Spinello  triunfante,  severa, 
hizo  poner  luego  en  segura  custodia  á  Capece ,  y  dio  de  todo  parte 
al  de  Montorio. 

Hallábase  este  á  la  sazón  afligidísimo  como  todos  sus  hermanos, 
porque  acababan  de  incurrir  entonces  en  la  desgracia  de  su  tio;  y 
aquel  golpe  acabó  de  desconcertar  su  ánimo.  Fué  su  primer  propó- 


226  ROMA     Y    ESPAÑA 

sito,  alo  que  parece,  disimular  prudentemente  él  suceso,  achacando 
á  otros  motivos  la  prisión  de  Capece,  y  el  rigoroso  castig-o  que  pen- 
saba imponerle  de  todos  modos ;  pero  la  Spinello  publicaba  de  pro- 
positó lo  sucedido,  por  donde  quiera,  los  testigos  babian  sido  mu- 
chos ,  j  bien  pronto  se  supo  en  Roma  y  en  todas  partes.  Viendo 
esto  Juan  Carrafa,  y  estimulado  por  las  exajeradas  ideas  del  siglo  en 
la  materia,  determinó  poner  lueg-ó  mano  en  la  triste  obra  de  su  ven- 
ganza. Con  tal  intento  mandó  llamar  al  Conde  d'Aliffi,  D.  Fernando 
Diaz  Garlom,  hermano  de  Doña  Violante,  y  á  Juan  Anso  Toraldo, 
á  quien  llama  también  mi  manuscrito  su  cuñado;  y  con  ellos  se  en- 
caminó á  Gállese;  constituyéndose  los  tres  juntos  en  una  especie  de 
tribunal  de  familia.  Interrogado  inmediatamente  Marcello  Capece, 
negó  el  hecho,  y  estuvo  firme,  aunque  el  Conde  y  sus  cuñados 
le  colgaron  de  una  cuerda,  haciendo,  por  lo  que  se  vé,  de  verdugos, 
y  le  dieron  tormento  al  uso  de  la  época.  Tuvo  valor  para  insistir  en 
su  negativa  delante  de  la  Spinello,  de  la  Brancaccio,  y  de  todas  las 
mujeres  y  servidores  de  la  casa,  traídos  para  confundirle  alli  mismo; 
pero  no  pudo  soportar  al  cabo,  que  con  desfachatez  increíble ,  se 
pusiese  á  afearle  la  Brancaccio  su  falta.  Poseído  de  una  súbita  y 
ciega  cólera ,  declaró  espontáneamente  entonces  cuanto  aquella 
mujer  hiciera,  confesando  al  paso,  naturalmente,  los  amores  de 
que  ella  habia  sido  tercera.  Dejóle  concluir  su  confesión  el  de  Mon- 
torio;  y  en  el  punto  mismo  de  callar  se  le  avalanzó  á  la  cara,  y  le 
arrancó  un  pedazo  de  carne  con  sus  propios  dientes :  en  seguida  le 
puso  una  pluma  en  la  mano,  y  le  mandó  que  mojándola  en  la  san- 
gre que  le  llovia  del  rostro ,  trascribiese  á  un  papel  la  confesión 
verbal  que  habia  hecho.  A  nada  se  negó  ya  el  triste  Marcello;  y, 
no  bien  acabó  de  escribir,  sacó  su  puñal  el  Conde  y  lo  mató  de  tres 
golpes,  sin  querer  otorgarle  la  confesión  que  aquel  pedia  á  voces, 
para  hacerle  perder,  según  le  dijo,  no  ya  solo  la  vida  presente,  sino 
también  la  futura.  Vuelto  luego  ala  Brancaccio,  más  muerta  que 
viva,  y  harto  arrepentida  probablemente  de  su  delación,  la  tomó  por 
los  cabellos,  y  le  segó  con  un  cuchillo  la  garganta.  Terminó  aquella 
escena  horrible,  que  presenciaban  impávidos  los  dos  cuñados,  man- 
dando recojer  el  Conde  los  dos  cadáveres,  y  arrojarlos  en  una  cloaca 
vecina.  Cuenta  Ñores  que  al  referir  esto  á  Paulo  IV  su  sobrino  Al- 
fonso, Cardenal  de  Ñapóles,  preguntó  luego  «¿y  qué  se  ha  hecho 
»con  la  Duquesa?»  Y  todas  las  versiones  convienen,  en  que  un  cier- 
to Silvio  Giozzi,  familiar  del  Cardenal  Carrafa ,  escribió  luego  al  de 


k    MEDIADOS    DEL    SIGLO    XVI.  227 

Montorio,  diciéndole,  que  su  Señor  estaba  muy  enojado  por  no  ha- 
ber ya  castig-ado  comoáCapece  á  su  esposa,  y  añadiendo,  que  si  no 
lavaba  pronto  con  sangre  de  esta  la  supuesta  mancha,  no  contase 
con  su  protección  en  cosa  alguna ,  porque  no  le  tendria  más  por 
hermano.  Dicese  además,  que  por  aquellos  mismos  dias  se  descu- 
brieron ciertas  inteligencias  de  Dona  Violante  con  el  natural  ene- 
migo de  su  marido  Marco  Antonio  Colonna,  para  que  este  acudiera 
á  libertarla  de  su  prisión  por  fuerza,  ofreciéndose  ella  en  cambio 
á  entregarle  después  al  Conde,  vivo  ó  muerto.  Sea  lo  que  quiera  de 
esto  último,  bastaban  las  palabras  del  Papa  y  del  Cardenal ,  lige- 
ramente interpretadas  las  primeras,  siniestras  y  de  todo  punto 
claras  las  segundas ,  para  decidir  'el  ánimo  á  la  verdad  vacilante 
de  Montorio,  por  lo  tocante  á  su  esposa.  En  una  carta  dirigida  á 
Pío  IV,  desde  la  cárcel  de  Torre  de  Nona  á  17  de  Enero  de  1561, 
declaró  aquel  durante  el  proceso  que ,  habiendo  consultado  la  carta 
que  de  parte  de  su  hermano  le  escribió  Silvio  Giozzi  con  el  grande 
amigo  de  su  familia  D.  Leonardo  de  Cardines,  que  era  también  su 
cuñado  según  mi  manuscrito ,  convinieron  ambos  en  que  no  que- 
daba más  remedio  que  dar  muerte  á  Doña  Violante;  bien  que  el  Conde 
protestó  siempre  que  él  quería  que  no  se  ejecutara  tal,  hasta  después 
de  haber  dejado  de  estar,  como  estaba,  la  infeliz  señora  en  cinta. 
Parece  por  aquella  carta  del  Conde ,  ya  impresa,  y  por  otros  in- 
formes ,  que  el  más  impaciente  porque  muriese  Doña  Violante,  era 
su  propio  hermano  D.  Fernando  Diaz  Garlom,  Conde  d'Aliffi,  á 
quien  habia  enviado  también  mensaje  el  Cardenal  Carrafa  con  el 
propio  objeto  que  á  Montorio,  según  se  dijo.  La  bárbara  prisa  del 
hermano,  las  instigaciones  salidas  de  la  casa  del  Cardenal  Carrafa, 
y  el  deseo  de  dar  fin  al  hecho ,  para  mayor  seguridad ,  durante  la 
confusión  de  la  Sede  vacante ,  atento  que  en  aquellos  mismos  dias 
murió  justamente  Paulo  IV,  ahogaron  en  el  corazón  del  Conde  de 
Montorio  los  últimos  escrúpulos  de  humanidad  que  le  quedaban,  y 
dio  al  fin  por  escrito  la  orden  de  matar  á  su  esposa.  Presentáronse 
con  aquella  horrible  credencial  en  Gallesse  D.  Fernando  Diaz  y 
D.  Leonardo  de  Cardines,  acompañados  de  dos  padres  capuchinos 
encargados  de  confesarla ,  habiendo  sido  precedidos  dos  dias  antes 
por  el  Capitán  Vico  de  Nobili ,  á  cuyo  valor  se  confió  la  guarda  y 
seguridad  del  palacio,  mientras  tenia  cumplimiento  aquella  ilegal 
y  bárbara  sentencia.  Notificada  esta  por  su  propio  hermano  y  Car- 
dines á  Doña  Violante ,  resignóse  ella  sin  inútiles  lamentos ,  á  su 


228  ROMA    Y    ESPAÑA 

suerte;  pero  no  bien  se  enteraron  los  capuchinos  de  su  estado,  se 
negaron  á  confesarla,  por  no  facilitar  de  aquel  modo  la  perpetra- 
ción de  un  doble  homicidio.  Terribles  debieron  ser  aquellos  instantes 
de  lucha,  durante  los  cuales  persistían  el  hermano  y  el  cuñado  en 
matarla,  con  confesión  ó  sin  ella,  mientras  que  protestaban  los  pa- 
dres capuchinos  contra  tan  inhumano  propósito,  y  suplicaba  á  estos 
la  desdichada  Doña  Violante,  que  ya  que  habia  de  ser,  no  la  de- 
jaran morir  sin  reconciliarse  con  Dios,  y  obtener  la  absolución  de 
sus  pecados.  Sus  lágrimas,  y  la  feroz  resolución  de  los  asesinos, 
rindieron  por  fin  á  los  padres.  Doña  Violante  se  confesó;  D.  Leonar- 
do de  Cardines  se  acercó  á  ella  luego  y  la  sujetó  las  manos,  con 
que  la  infeliz  apretaba  un  devoto  crucifijo ;  el  hermano,  ministro 
cruel,  de  ideas  falsas,  le  echó  entre  tanto  una  cuerda  al  cuello, 
y  la  estranguló;  y  no  bien  muerta  aún  se  pusieron  á  extraer  los 
asesinos  el  feto,  que  resultó  muerto.  Con  prisa  he  escrito,  porque 
deseaba  concluirlo,  este  espantoso  relato.  Ello  es  que  aun  siendo 
cuales  eran  los  tiempos ,  causó  en  Roma  general  horror ,  aumen- 
tando el  odio  que  los  hermanos  Carrafa  inspiraban;  y  más  si  cabe, 
el  del  Cardenal,  á  quien  se  juzgaba  principal  instigador  del  he- 
cho. Negó  este  último  luego,  en  el  proceso,  y  en  presencia  del 
mismo  Silvio  Giozzi ,  haberle  mandado  escribir  á  su  hermano  aque- 
lla carta  terrible ,  con  que  le  decidió  á  hacer  matar  á  su  esposa-. 
Pero  ya  he  dicho  en  otro  articulo  que  la  pasión  dominante  en  toda 
esta  familia  Carrafa  era  la  cólera ;  y  ya  se  sabe  también  que  los  há- 
bitos de  soldado  del  Cardenal  le  hacian  mirar  con  indiferencia  el 
derramamiento  de  sangre  humana.  Como  no  es  verosímil,  por  otra 
parte,  que  inventase  de  por  sí  el  Giozzi  cosa  en  que  nada  le  iba,  y 
tan  grave ,  puédese  tener  por  culpado  en  esto  al  Cardenal ,  sin  nin- 
gún escrúpulo. 

Pero ,  como  era  natural ,  este  cargo  último  alcanzó  en  primer 
término  al  Conde  de  Montorio,  y  á  sus  co-reos  el  Conde  de  D'Aliffi 
y  D.  Leonardo  de  Cardines.  Por  eso ,  y  haber  confesado  en  nueva 
carta  escrita  al  Santo  Padre,  en  6  de  Febrero  de  1561,  que  habia 
ayudado  á  su  hermano  el  Cardenal  á  enredar  el  asunto  de  las  ga- 
leras del  Prior  de  Lombardía,  dando  orden  primero  para  dejarlas 
ir  de  Civitta-Vecchia ,  y  recogiéndola  y  trocándola  por  otra  cpn- 
traria  luego;  así  como  por  haber  declarado  también  allí  mismo, 
que,  de  concierto  con  el  propio  Cardenal,  habia  urdido  ciertos  pro- 
cesos falsos  reinando  ya  Pío  IV,  con  el  fin  de  hacer  creer  dolosamente 


1    MEDIADOS    DEL    SIGLO  XVI.  229 

que  Marco  Antonio  Colonna  intentaba  envenenarlo  ó  matarlo  so- 
bre seg-uro ,  siguió ,  como  va  á  verse ,  Juan  Carrafa  la  suerte  del 
ya  infeliz  Ministro  de  Paulo  IV.  Verdad  es  que  la  carta  antedicha 
no  se  obtuvo  del  Conde  de  Montorio ,  sino  después  de  atarle  á  la 
cuerda  del  tormento;  pero  tal  solia  ser  la  costumbre,  ya  que  no  siem- 
pre la  ley  de  aquel  tiempo,  y  en  poco  estuvo  que  al  propio  Cardenal 
Carrafa  no  se  le  pusiese  en  el  potro,  para  obligarle  á  decir  por  su  boca 
los  delitos  de  que  se  le  acusaba.  Lo  que  es  el  Fiscal  Pailentieri  bien 
lo  pidió ;  y  si  no  se  hizo,  fué  porque  el  Sacro  Colegio  todo  entero 
protestó  en  contra  de  aquella  última  profanación  de  la  santa  púr- 
pura, con  que  estaba  aquel  aún  revestido.  Así  se  ahorran  los  lec- 
tores de  este  estudio  una  al  menos  de  las  dudas  horribles,  que  deja 
tras  si  siempre  en  la  conciencia  de  los  hombres  de  este  siglo,  cada 
cual  de  los  antiguos  triunfos  jurídicos  del  tormento. 


VI. 

Preciso  es  decir  ya  ahora  el  fin  que  tuvo  todo  este  proceso,  y  sus 
sangrientas  consecuencias.  El  dia  3  de  Marzo  de  1561  convocó  el 
Pontífice  Pío  IV  un  Consistorio ,  al  cual  asistieron  los  Cardenales 
diputados  para  entender  en  los  autos,  que  eran  los  siguientes: 
D.  Bartolomé  de  la  Cueva,  del  título  de  San  Mateo;  Juan  Bautista 
Cicada,  genovés,  del  título  de  San  Clemente;  Federico  Cecis, 
Obispo  de  Todi ,  del  título  de  San  Pancracio ;  Miguel  Gislerio  ó 
Ghisilieri ,  del  título  de  Santa  María  supra  Minerva  ( San  Pío  V ) ; 
Juan  Bertrand,  francés,  del  título  de  Santa  Prisca;  Luis  Cornaro, 
veneciano ,  del  título  de  San  Teodoro ;  y  Julio  de  la  Rovere ,  de  la 
casa  de  ürbino,  que  llevaba  el  título  de  San  Pedro  in  mncuUs. 
Ocho  horas  seguidas  duró  en  aquella  sesión  solemnísima  la  lec- 
tura del  proceso,  y  en  seguida  el  Papa  mismo  pronunció  la  senten- 
cia ,  prout  in  schedula.  Por  el  tenor  de  ella ,  quedó  desde  aquel 
punto  relajado,  y  mandado  entregar  al  brazo  secular  el  Cardenal 
Carlos  Carrafa ,  condenándole  además ,  lo  propio  que  á  su  hermano 
D.  Juan,  Conde  de  Montorio  y  Duque  de  Paliano,  á  D.  Fernando 
Díaz  Garlom,  Conde  d'Aliffi,  y  D.  Leonardo  di  Cardines,  ejecutores 
del  homicidio  de  Doña  Violante,  á  la  pena  de  muerte :  la  cual  se 
habia  de  cumplir ,  respecto  del  Cardenal ,  dentro  del  castillo  de 
Sant-Angelo,  y  tocante  á  los  otros  en  las  cárceles  de  Torre  di  Nona. 


230  ROMA    Y    ESPAÑA 

por  medio  de  la  decapitación  en  los  últimos,  y  de  la  estrangulación 
en  el  primero.  Declaróse  alli  también  incapaz  á  la  familia  Carrafa 
de  obtener  en  lo  sucesivo  dignidades  ú  honores.  No  he  hallado  bas- 
tante explicada  en  parte  alguna ,  esta  forma  de  juicio  :  la  hoja  de 
papel  fschedula),  en  que  se  comprendió  tal  sentencia,  la  dio  perso- 
nalmente el  Papa  para  que  se  ejecutase ;  y  no  se  sabe  que  hubiera 
ninguna  votación  en  aquel  especial  Consistorio ,  ni  que  hablaran  si- 
quiera acerca  de  su  contenido  los  Cardenales  presentes,  que ,  al  pa- 
recer, hacian  allí  también  de  jueces.  Todo  lo  que  dice  el  Manuscrito 
últimamente  citado,  y  donde  mayores  pormenores  he  hallado  de  estos 
sucesos  postreros  (1),  es,  que  aunque  «la  sentencia  se  promulgó  en 
»presencia  de  siete  Príncipes  purpurados ,  á  ninguno  se  le  permitió 
»decir  una  palabra,  cuanto  más  su  entero  parecer  acerca  de  lo 
«actuado.»  Me  es  imposible,  por  lo  mismo,  dar  sobre  las  razones'de 
la  sentencia  pormenor  alguno. 

A  la  tarde  del  siguiente  dia  se  notificó,  sea  como  quiera,  al  Conde 
de  Montorio,  á  D.  Leonardo  de  Cardines,  y  al  Conde  d'Aliffi,  en  las 
cárceles  de  Torre  de  Nona ,  donde  con  efecto ,  prepararon  breve- 
mente el  cadalso.  Escribió  D.  Juan  Carrafa  al  punto  de  saber  ^u 
inmediato  fin,  una  carta  tiernísima  á  su  hijo  D.  Diómedes,  reco- 
mendándole mucho  el  servicio  y  obediencia  del  señor  natural  que 
Dios  le  había  dado,  que  era  el  Rey  de  España,  y  entre  otras  cosas, 
que  no  ofendiese  jamás  en  las  mujeres  á  los  vasallos  de  su  casa  (2); 
encargó  luego  á  algunos  de  sus  parientes  que  solicitasen  del  Papa 
el  perdón  de  ciertos  pecados  secretos  que  apuntó  en  un  pliego  cer- 
rado ;  y  en  presencia,  por  último,  de  la  mayor  parte  de  la  nobleza 
romana,  que  acudió  á  enterarse  de  aquel  caso  trágico,  animosa- 
mente rindió  al  hacha  la  vida.  Con  igual  serenidad  recibieron  tras 
él  la  muerte  D.  Leonardo  di  Cardines  y  aquel  cruelísimo  hermano 
de  Doña  Violante,  que  reclamó  y  obtuvo  el  derecho  de  ser  su  verdu- 
go, por  obediencia  exagerada  á  la  antigua  ley  de  honor ,  que  con 
tantos  dolores  acrecentaba,  los  que  causa  naturalmente ,  y  de  todos 
modos,  el  curso  perenne  de  las  pasiones  humanas.  Los  cadáveres  de 
los  tres  caballeros  fueron  expuestos  sobre  el  puente  de  Sant-Angelo, 
con  mucho  número  de  antorchas  encendidas,  y  sobre  negros  paños 

(1)  Manuscrito  de  mi  propiedad,  cuyo  título  se  insertó  poco  antes  en  el 
texto. 

(2)  Está  esta  carta  publicada  en  el  Apéndice  á  la  historia  de  Ñores,  y  en 
otras  muchas  partes ,  pasando  en  Italia  por  un  modelo  literario  en  su  género. 


Á    MEDIADOS   DEL   SIGLO    XIX.  231 

funerales,  sirviendo  de  curioso  espectáculo  al  vulgo  por  largas  ho- 
ras. (1)  Pero  fué  aun  más  digna  de  memoria,  ya  que  no  de  lástima, 
la  escena  semejante  que,  instantes  después  comenzó  á  representarse 
en  una  de  las  estancias  de  la  Mole-Adriana ,  ó  castillo  de  Sant- 
Angelo.  No  bien  acabado  su  triste  encargo  en  Torre  de  Nona,  pre- 
sentáronse dos  alguaciles  y  un  verdugo  al  Castellano  de  aquella 
fortaleza,  el  cual,  vistas  las  órdenes  Pontificias  que  traian ,  trasladó 
á  sus  manos  las  llaves  del  aposento  que  el  Cardenal  Carlos  Carrafa 
ocupaba.  Dormian  ya  todos  los  servidores  de  este ,  y  solo  él  velaba 
con  sus  pensamientos  melancólicos,  todavia  muy  lejanos ,  sin  em- 
bargo, de  los  que  estaban  ya  para  ocuparle.  De  repente  oye  el  preso 
ruido  de  luces ,  ábrese  la  puerta  de  su  propia  alcoba,  y  un  alguacil 
llamado  Gasperini ,  no  sin  saludarle  respetuosamente ,  le  dirige  este 
breve  discurso  (2) .  «  Mucho  me  pesa ,  ¡  oh  Monseñor !  traeros  la  in- 
»fausta  nueva  :  Su  Santidad  ha  ordenado  que  V.  Emma.  muera. — 
»¡ Morir  yo!...  exclamó  el  Cardenal  asombrado. — Si,  Monseñor, 
»repuso  el  alg'uacil  tranquilamente:  para  eso  precisamente  hemos 
»venido;  fuerza  será  que  se  arme  V.  Emma.  de  paciencia,  y  que 
»se  encomiende  bien  á  Dios,  en  el  poco  espacio  que  le  queda.»  Oran- 
de  molestia,  es  en  suma,  la  separación  del  alma  del  cuerpo,  dice  al 
llegar  aqui  candidamente  el  autor  del  manuscrito  que  voy  siguien- 
do; y  el  Cardenal  no  pudo  menos,  por  eso  mismo ,  de  dar  alguna 
rienda  á  su  pesar  antes  de  prestarse  sosegadamente ,  como  al  fin  se 
prestó  á  la  muerte. — «¡Oh  Papa  Pió!  ¡Oh  Rey  Felipe!  no  espera- 
»ba  esto  de  vosotros» — exclamó  repetidamente  (3).  Vistióse  entre 
tanto,  y  pidió  el  birrete  cardenalicio;  pero  Gasperino  vedó  que  se  lo 
dieran,  ad virtiendo,  que  no  tenia  tal  dignidad ,  porque  ya  Su  Beati- 
tud le  habia  despojado  de  ella.  «¡Paciencia!»  contestó  no  más  á 
esto  el  Cardenal,  calándose  el  sombrero  de  un  criado. 

Luego  que  estuvo  vestido  pusiéronle  los  alguaciles  esposas  en 
las  manos;  y  el  Cardenal  suplicó  con  gran  cortesía  á  un  soldado 
que  llamase  al  Castellano  de  la  fortaleza.  Llegado  este ,  echóse  á 
sus  pies  Carrafa,  pidiéndole  perdón  de  cualquier  disgusto  que  le  hu- 
biese ocasionado ,  y  alzado  del  suelo  prestamente  por  aquel  caballero 

(1)  Gregorio  Leti,  Vita  di  Felippo  II,  parte  prima,  libro  16,  pag.  376. 

(2)  Todos  estos  pormenores  y  otros  muchos  se  hallan  en  el  Manuscrito  de 
mi  propiedad,  que  últimamente  voy  citando. 

(3)  O  Pío  impio,  6  Re  Filippo  traditore ,  dice  Leti ;  Pero  Pedro  Ñores  no 
apunta  más  que  las  palabras  que  traduzco  en  el  texto. 


232  ROMA    Y    ESPAÑA 

condolido  y  confuso,  departió  con  él  en  puridad  algún  tiempo, 
concluyendo  por  pedirle,  según  se  dijo,  que  después  de  muerto 
hiciese  saber  al  Padre  Santo,  «que  por  más  que  en  ello  pensaba,  no 
»se  le  venia  á  las  mientes  que  nunca  le  hubiera  ofendido  en  lo 
»más  mínimo ;  antes  bien ,  estaba  cierto  de  haberle  servido  en  todo 
»tiempo  y  ocasión ,  con  cariiio.  »  Y  como  acabó  de  hablar  con 
el  Castellano,  se  volvió  á  los  alguaciles  y  les  dijo:  «vamos,  her- 
»manos  mios,  ya  estoy  pronto.  »  Entonces  Gasperini  le  hizo  saber 
que  no  tenian  que  ir  á  ninguna  otra  parte ,  puesto  que  hablan  de 
quitarle  en  aquel  mismo  aposento  la  vida ;  no  faltando  más  ya  para 
poner  mano  en  esto,  sino  que  él  se  confesara  con  un  sacerdote 
que  traian  consigo :  en  fe  de  lo  cual  mandó  entrar  incontinenti  al 
confesor  en  el  aposento.  Oyó  con  espanto  el  Cardenal  que  habla  de 
morir  alli  mismo,  y  no  sin  pena,  que  se  le  negase  su  propio  confe- 
sor ,  enviándole  un  desconocido ;  pero  todo  lo  llevó  con  resignación 
al  cabo,  y  quedándose  á  solas  con  aquel  padre' de  almas,  comenzó 
su  confesión  general.  Interrumpióle,  pasada  una  hora  el  Gasperini, 
diciéndole  que  se  despachase  pronto,  pues  no  tenia  tiempo  que  perder 
á  lo  que  repuso  el  Cardenal  humildemente:  «¿no  me  dejareis 
»acabar  esto  siquiera?»  Tornó  un  cuarto  de  hora  después  Gasperini 
á  insistir  en  que  la  confesión  hiciese  punto,  y  entonces  el  Cardenal 
terminó,  recitó  devotamente  algunos  salmos,  hizo  sus  oraciones, 
se  sentó  en  una  silla ,  y  allí  recibió  en  el  cuello  el  lazo  que  le  echó 
el  verdugo.  Tuvo  todavía  el  Cardenal  la  mala  suerte  de  que,  medio 
desvanecido  ya,  se  rompiera  la  cuerda,  cayendo  él  de  golpe  al  suelo; 
por  lo  cual  puede  decirse,  que  no  una  sino  dos  veces  sufrió  la 
muerte :  á  fin  de  que  nada  faltase  á  la  postre  á  la  desdicha  de  un 
hombre ,  que  habia  sido  antes  arbitro  del  gobierno  de  la  Santa  Sede, 
Legado  apostólico  en  las  cortes  de  Francia  y  España,  y  Legado 
general  de  la  Santa  Iglesia  en  Italia ,  durante  la  guerra ;  que  pudo 
contender  con  Carlos  V  y  con  Felipe  II ,  osando  hasta  procesarlos: 
que  supo  negar  siempre  á  Fernando  de  Austria ,  el  título  y  los  ho- 
nores debidos  á  la  dignidad  imperial.  Habia  ordenado  el  Papa 
Pío  IV  al  Castellano  de  Sant- Angelo ,  que  en  el  instante  mismo 
que  el  Cardenal  espirase,  encendiera  una  antorcha  en  la  Mole- 
Adriana  ,  con  el  fin  de  que  la  nueva  llegase  pronto  á  su  conoci- 
miento. Grande  fué  la  maravilla  de  sus  prelados  domésticos  y  ser- 
vidumbre al  verle  pasear  en  horas  harto  avanzadas  ya  de  la  noche, 
por  su  estancia,  y  mirar  á  cada  instante  hacia  el  Tiber,  por  las 


Á    MEDIADOS   DEL    SIGLO   XVI,  233 

ventanas;  ignorando  cual  ignoraban  todos,  lo  que  en  aquellos  ins- 
tantes mismos  acontecia  en  la  torre  de  Sant-Angelo.  Al  cabo  apa- 
reció en  lo  alto  la  luz  siniestra  que  esperaba ,  y  Pió  IV  pidió  la 
cena  tranquilamente,  diciendo  en  alta  voz  estas  palabras:  laquens 
contritus  est,  et  Nos  liherafi  sumus  -.  concepto  más  artificioso  que 
la  ocasión  requería ,  y  extraño  en  un  Papa  que ,  como  no  sin  razón 
Ñores  dice ,  «habiendo  sido  ayudado  por  el  Cardenal  á  conseguir 
»dignidad  tamaña,  pudo  acrecentar  mejor  su  gloria  con  actos  de 
»generosa  gratitud  ,  que  no  con  obras  de  sobrado  estrecha  justicia.» 
No  es  en  esto  mi  juicio  diferente  en  la  sustancia,  del  de  aquel 
discreto  discípulo ,  y  constante  adepto  de  los  jesuítas ,  celosísi- 
mo católico ,  y  hombre  de  confianza  de  los  más  eminentes  Cardenales 
de  su  tiempo.  Seguramente  Carlos  Carrafa  habia  cometido  graví- 
simas faltas  políticas ,  y  hasta  delitos  comunes  podían  con  razón 
imputársele;  pero  no  es  menos  cierto  que  se  le  persiguió  también  por 
hechos  que  él  mismo,  y  todo  el  mundo  debían  considerar  indultados; 
por  otros  que  nunca  han  sido  objeto  de  juicios  criminales:  y  por  al- 
gunos, en  fin,  que  dada  la  mayor  pureza  de  principios  de  nuestro  si- 
glo, serían  penados,  sin  duda  alguna,  en  todas  partes ;  pero  que  eran 
ordinarios ,  corrientes ,  y  parecían  como  naturales  durante  la  época 
de  fanatismo  religioso  y  de  absolutismo  monárquico  que  estoy  tra- 
tando. La  injusticia  relativa  fué,  en  verdad,  mayor  que  la  absoluta, 
en  la  sentencia  que  costó  la  vida  al  Cardenal  Carrafa.  Ninguna  de 
las  naciones  cultamente  regidas,  habría  tenido  á  tal  hombre  por 
Ministro  al  presente ;  y  en  cualquier  país  moderno  de  los  muchos 
que  disfrutan  de  orden  moral,  Carlos  Carrafa  y  su  hermano,  habrían 
quizá  caído  antes  aún  en  manos  de  la  justicia.  Pero  no  era  nada  de 
esto  lo  que  es  ahora,  en  el  siglo  XVI  ni  el  siguiente.  Por  eso  sin 
duda,  y  por  los  notorios  absurdos  del  proceso ,  que  he  ido  señalan-* 
do  al  extractarlo ,  todavía  ofrecieron  estos  sucesos  al  mundo,  pocos 
años  después ,  un  nuevo  é  inaudito  espectáculo.  Elevado  á  la  Apos- 
tólica Silla  Pío  V,  anuló  y  casó  luego,  como  se  dice  ahora,  la  sen- 
tencia pontificia ,  mediante  la  cual  fué  estrangulado  el  Cardenal 
Carrafa,  declarándola  sin  valor,  y  en  lo  sucesivo  sin  efecto  algu- 
no ;  y  devolviendo  por  lo  mismo  á  la  familia  de  Paulo  IV  la  capa- 
cidad para  adquirir  honores ,  y  el  buen  nombre  y  fama  de  que  se  la 
habia  privado.  Ni  se  contentó  con  esto  el  nuevo  Papa,  sino  que 
los  restos  del  infeliz  Cardenal ,  humildemente  sepultados  en  Santa 
María  de  la  Traspontína.  fueron  ostentosamente  colocados  por  orden 

TOMO  III.  16 


234  ROMA    Y    ESPAÑA 

suya ,  y  en  sepulcro  proporcionado  á  su  dignidad,  en  Santa  María 
sopra  Minerva,  ad perpetwam  reimemoriam.  Quizá  no  duela  tanto 
como  otras  cosas  á  los  lectores  saber,  que  el  fiscal  Alejandro  Pallen- 
tieri ,  que  lo  mismo  que  el  de  Carlos  V  y  Felipe  II ,  habia  formado 
el  proceso  de  su  atrevido  adversario  Carlos  Carrafa,  fué  por  su 
conducta  en  el  último  condenado  entonces,  cual  público  ladrón, 
á  morir  en  una  horca ,  donde  terminó  su  larga  y  poco  ejemplar 
carrera.  Y  conviene  muclio  notarlo:  todo  esto  lo  dispuso  y  llevó  á 
cabo  uno  de  los  jueces  mudos,  que  entendieron  en  la  causa,  y 
asistieron  á  su  vista  y  sentencia ,  aunque  ninguna  parte  tomasen 
como  se  ha  dicho  en  esta:  es  á  saber ,  el  Cardenal  Frai  Mig'uel  Gis- 
lerio  del  Bosco ,  Papa  entonces ,  y  reverenciado  al  presente  en  los 
altares  con  el  nombre  de  San  Pió  V. 


VIH 

Tenia  razón,  pues,  no  hay  ya  que  dudarlo,  en  casi  todos  los  he- 
chos desnudos  que  alegara ,  el  autor  del  Memorial  que  á  nombre  del 
Rey  D.  Felipe  II  se  dio  á  sus  juristas  y  teólogos;  aunque  aquellos 
estuviesen  alli  expuestos,  «no  sin  pasión  ni  cólera,  »  como  dije  en 
mi  primer  artículo.  Verdad  resulta,  por  los  documentos  pontificios 
y  el  testimonio  de  los  historiadores  romanos,  que  desde  antes  de 
ocupar  el  Pontificado  Paulo  IV  miraba  ya  con  malos  ojos  á  la  nación 
española ;  verdad  que  hizo  siempre  cuanto  pudo  para  que  perdiése- 
mos el  reino  de  Ñapóles ;  verdad  que  prefería  los  napolitanos  emi- 
grados y  descontentos  á  los  fieles  ó  sumisos  á  España ;  verdad  que 
aborrecía  á  los  Colonnas ,  amigos  antiguos  de  España ,  queriendo 
privarlos  para  siempre  de  sus  Estados ;  verdad  que  maltrató  á  mu~ 
chos  parciales  y  aun  Ministros  del  Rey  católico ;  verdad  que  indujo 
á  Francia,  por  medio  del  Cardenal  su  sobrino,  á  hacer  con  él  liga, 
y  á  romper  la  tregua  jurada;  verdad  que  solicitó  también  la  ayuda 
de  Venecia  y  otros  potentados  con  igual  objeto ;  verdad  que  dijo, 
y  se  creyó  en  Roma  entonces,  que  justamente  podia  desde  allí 
dirigirse  la  armada  del  Gran  Turco,  contra  las  costas  españolas. 
Habia  exageración  en  el  Memorial  al  dar  á  entender,  que  las  naves 
turcas  que  por  aquel  tiempo  fueron  sobre  Oran ,  procedían  ya  soli- 
citadas por  el  Papa ,  porque  Monseñor  de  la  Vigne  no  pudo  obte- 
ner de  Solimán ,  como  se  ha  dicho ,  promesa  alg'una ;  la  habia  en 


Á    MEDIADOS   DEL   SIGLO    XVI.  235 

suponer  que  el  Cardenal  Ministro  de  Paulo  IV  fuese  herético ,  y  en 
que ,  siendo  tal  ó  nó ,  llegara  á  tener  nunca  á  su  disposición  el  go- 
bierno espiritual  de  la  Ig-lesia.  Pero  en  cambio  es  indudable,  como 
el  MernoTial  asimismo  decia ,  « que  habia  tratado  el  Papa  de  las 
»personas  de  SS.  MM.  Imperial  y  Real  con  palabras  indignas , »  y 
que  su  fiscal  puso  «en  Consistorio  acusación  contra  S.  M.  Imperial 
»y  Real,  pidiendo  se  procediese  á  privación  de  imperio  y  reinos.» 
Respecto  de  la  falsificación  de  pruebas  y  procesos,  de  que  también 
el  Me.morial  hablaba,  es  de  lo  que  debe  quedar  el  juicio  en  suspenso. 
¿Mas  quien  negará,  que  con  lo  que  está  de  seguro  demostrado,  liabia 
motivos  justos  para  que  se  diesen  Carlos  V  y  su  hijo  por  muy  agra- 
viados de  Paulo  IV  y  su  primer  Ministro?  Para  juzgar,  no  obstan- 
te ,  con  equidad  la  conducta  de  todos  en  estos  sucesos ,  es  preciso 
tener  ante  todo  presentes  las  dos  importantes  conclusiones  que  he 
deducido  ya  de  lo  expuesto  en  los  precedentes  artículos :  es  indu- 
dable que  la  mala  voluntad  de  Paulo  IV  á  los  españoles  nació  sólo 
de  su  patriotismo  exaltado  y  del  deseo  de  mantener  el  prestigio  de 
su  autoridad  temporal :  es  no  menos  cierto  que  el  Rey  Felipe  II  y  los 
Ministros  españoles,  de  aquella  época,  llegaron  en  sus  propósitos  y 
aun  en  su  hostilidad  contra  Roma ,  hasta  donde  no  se  ha  llegado 
después  aquí  en  ningún  tiempo;  ni  siquiera  en  aquellos  dominados 
por  la  inevitable  corriente  de  las  revoluciones  modernas.  Respecto 
de  estas  concretas  afirmaciones  ,  cuanto  hoy  podria  ya  decir ,  está 
dicho:  no  quiero  añadir  una  palabra  más  por  mi  parte. 

Pero ,  aunque  muy  brevemente ,  preciso  será  examinar  todavía, 
á  la  luz  de  la  crítica ,  la  importancia  y  moralidad  de  cada  uno  de 
los  hechos  así  afirmados.  Todos  los  agravios  del  Papa  á  España  se 
resumen  en  dos ,  dado  que  los  demás  fueron  accesorios  y  contin- 
gentes :  la  g-uerra  preparada  para  desposeernos  del  territorio  recien 
conquistado  de  Ñapóles  el  uno :  el  otro  la  ocupación  de  las  fortale- 
zas y  lugares  de  la  familia  Colonna.  No  intentó  Paulo  IV  interve- 
nir en  el  gobierno  civil ,  ni  alterar  los  confines  de  las  Coronas  de 
Aragón  y  Castilla ,  ni  siquiera  se  metió  con  los  extraños  Estados 
de  Flándes;  ni  agravió  con  deliberado  propósito  á  otro  dependiente 
de  España  que  á  su  propio  subdito  Marco  Antonio  Colonna :  esto 
es,  evidente.  La  política  de  España,  por  su  parte,  tampoco  tendía 
esencialmente  á  más,  que  á  guardar  por  todos  los  medios ,  piadosos 
ó  no,  á  Ñapóles;  y  á  mantener  en  el  señorío  eclesiástico  la  influen- 
cia y  poder,  conveniente  ó  no  al  Soberano  temporal,  de  los  Colon- 


236  ROMA    Y    KSPAÑA 

ñas ,  sus  parciales :  lo  demás ,  dicho  estaba  que  se  arreglaría  de 
suyo ,  no  bien  aquellas  dos  fundamentales  cuestiones  quedasen  zan- 
jadas. Pues,  comenzando  por  esto  último ,  es  claro,  que  tocante  á 
que  el  Rey  de  España  tuviese  derecho  á  defender  con  sus  armas  las 
conquistas,  más  ó  menos  leales  y  justamente  emprendidas,  que  le 
hablan  reconocido  al  fin  los  tratados,  no  cabe  duda  alguna.  La  di- 
ficultad consiste  en  esto  otro:  ¿debia  el  Rey  D.  Felipe  por  un  inte- 
rés de  dominación  y  conquista  que ,  como  tal ,  era  secundario  al 
cabo  para  la  sociedad  en  general ,  y  más  aún  para  sus  naturales  sub- 
ditos, poner  á  discusión  nada  menos  que  un  Cisma  en  tiempo  y  lu- 
gar donde  apenas  era  ya  permitido  discutir  ningún  otro  género  de 
cuestiones  ?  Si  semejante  intento  mereciese  disculpa ,  ó  si  la  me- 
recieran los  hechos  concretos  y  las  positivas  intrusiones  de  juris- 
dicción, de  que  no  sin  razón  se  quejaba  después  Pallavicino,  por- 
que respecto  de  la  posesión  de  una  conquista  extranjera,  se  ha- 
llase discorde  á  la  sazón  con  el  Papa  el  Rey  de  España ,  ¡  cuánto 
más  blandamente  no  deberían  juzgarse  ,  que  juzgan  muchos,  las 
palabras  ú  obras  con  que  hoy  pretenden  los  gobiernos  defender  á 
las  veces,  no  intereses  extraños,  sino  propios,  no  lejanos  derechos, 
sino  derechos  inmediatos ,  no  bienes  ó  dominios  temporales ,  sino 
ideas,  instituciones  y  altísimas  necesidades  sociales.  Por  la  misma 
razón  que  parecieron  á  la  cristiandad  toda  tan  deplorables  las  dife- 
rencias entre  aquel  Rey  y  aquel  Papa,  lo  son  también  al  presente, 
sin  duda,  muchas  de  las  que  suelen  sobrevenir,  entre  las  naciones 
cultas  y  la  Iglesia  Católica.  Los  excesos  de  los  poderes  temporales, 
sea  cualquiera  su  origen  y  forma ,  lleg-ados  estos  conñictos  de  inte- 
reses, son  poco  menos  que  irremediables,  por  lo  que  perennemente 
enseña  la  experiencia.  Mas  es  justo  reconocer  que  en  el  propósito 
de  Felipe  II ,  y  de  sus  antecesores ,  de  conservar  y  aun  estimular 
por  su  propio  provecho  y  para  tener  en  jaque  al  Papa ,  el  constante 
estado  de  rebelión  de  los  Colonnas ,  no  solamente  habia  ya  exceso, 
sino  uno  de  los  mayores  que  han  podido  hasta  aquí  cometerse  con- 
tra su  potestad  temporal.  Declarada  la  guerra,  y  hecha  de  con- 
cierto con  aquella  familia,  habría  sido  desleal,  sin  duda,  abandonar- 
le en  la  paz ;  pero  ¿  cómo  querían  hacer  compatible  un  Carlos  V ,  y 
un  Felipe  II ,  la  autoridad  soberana  del  Papa ,  con  la  existencia  de 
subditos  cuales  los  Colonnas  de  entonces,  en  sus  Estados?  Y,  sin  em- 
bargo ,  no  puede  menos  de  ser  deplorable,  por  otra  parte,  lo  que 
á  las  veces  se  vé ,  y  aconteció  durante  el  siglo  XVI  con  motivo  de 


Á    MEDIADOS    DEL    SIGLO    XVI.  237 

estos  sucesos  relatados ,  es  á  saber ,  que  lleg-aran  también  á  em- 
plearse, por  patte  de  la  Sede  Apostólica,  la  fuerza  y  eficacia  de  las 
armas  espirituales,  en  fines  ajenos  á  su  santo  objeto.  He  explicado, 
y  hasta  excusado  ya,  el  noble  y  levantado  pensamiento  de  Paulo  IV 
de  hacer  independientes  á  los  pueblos  italianos :  como  ciudadano 
de  Ñapóles ,  y  como  Príncipe  temporal ,  tenía  derecho  indubitable 
aquel  Papa  para  desear  lo  que  deseaba ,  y  aun  para  hacer  cuanto 
hizo  en  su  esencia;  pero  ¿quien  juzgará  ahora  que  no  fué  injusta, 
cuando  nadie  lo  negó  en  España  en  el  siglo  XVI ,  la  excomunión  ' 
lanzada  entonces  por  la  Santa  Sede  contra  los  Monarcas  españoles, 
tan  solo  porque  defendían  las  provincias ,  de  que  estaban  en  pose- 
sión ,  con  las  armas ,  ó  contenían  dentro  de  su  propio  territorio  á 
los  que  se  disponían  á  invadirlas  ?  ¡  Ah !  Permítaseme  que  vuelva 
á  repetir  aquí,  sin  tocar  en  más  pormenores,  que  son  funestas,  fu- 
nestísimas discordias  estas  de  la  religión  y  la  política,  y  que  no 
harán  nunca  demasiado  para  evitarlas,  ni  la  Iglesia,  ni  las  socie- 
dades civiles ! 

Frutos  notorios  de  las  que  tuvieron  lugar,  en  el  siglo  XVT,  en- 
tre el  Pontificado  y  el  primer  Gobierno  católico  de  entonces,  y  sobre 
todo ,  de  la  última,  y  más  larga  que  acabo  de  referir,  entre  Paulo  IV 
y  Felipe  II,  fueron  la  consolidación  del  protestantismo  en  Ale- 
mania ,  su  desarrollo  súbito  en  Francia  y  las  provincias  de  Ho- 
landa ,  su  amenazadora  aparición  en  España  misma;  que  solo  pudo 
impedirse ,  impidiendo  á  la  par  la  circulación  de  la  vida  intelec- 
tual en  el  cuerpo  de  esta  nación  desdichada ,  y  condenándola  por 
siglos  á  estériles  acciones,  ó  á  reposada  y  verg'onzosa  flaqueza. 
Hasta  faltó  poco ,  como  se  ha  visto ,  para  que  aquellas  diferen- 
cias mismas,  abrieran  los  puertos  de  Italia,  y  entregaran  el  dominio 
del  Occidente  á  las  hordas  osmánlicas,  que  habían  3^a  destruido  al 
Imperio  oriental.  En  las  aguas  de  Lepan to,  á  haber  de  todas  suer- 
tes batalla,  pudieron  bien  luchar  el  hermano  de  Felipe  II,  y  Marco 
Antonio  Colonna,  no  al  frente  de  la  Liga,  sino  contra  los  estan- 
dartes pontificios  y  turcos  reunidos ;  si ,  como  declaró  Carlos  Car- 
rafa ,  « no  se  hubiera  hecho  pronto  la  paz , »  y  hubiera  prolon- 
gado más  sus  días  Paulo  IV.  Pero  ya  que  la  casual  victoria  de  San 
Quintín  evitara  tamaño  escándalo ,  y  que  los  turcos  no  se  aprove- 
chasen de  los  sucesos  que  digo,  para  entrar  más  adelante  en  el 
corazón  de  la  Europa  cristiana ,  no  desperdició  sin  duda  el  tiempo, 
para  fortificar  entonces  su  posición  humilde  la  casa  de  Brandem- 


238  ROMA    Y    ESPAÑA 

burg-o ,  que  á  tan  grandes  y  tan  poco  católicos  destinos  parece  lla- 
mada en  la  edad  presente.  De  todas  partes  que  se  mira,  pues,  apa- 
rece lo  mismo :  la  lucha  por  intereses  temporales,  y  de  índole 
esencialmente  civil  entre  la  Santa  Sede  y  la  casa  de  Austria,  como 
proclama  Ranke,  y  muchos  otros  protestantes,  modestamente  con- 
fiesan, dio  más  triunfos  á  la  herejía  de  aquel  tiempo,  que  sus  teó- 
logos ,  sus  Principes  y  sus  ejércitos ;  y  estuvieron  á  punto  de  poner 
en  tal  trance,  unos  y  otros,  á  la  religión  verdadera,  que  habria 
desaparecido  de  entre  los  hombres  sin  duda  alguna ,  á  no  estor- 
barlo por  medio  de  circunstancias ,  en  la  apariencia  fortuitas ,  la 
Providencia  Divina.  Por  lo  que  toca  á  los  hombres ,  no  hay  duda 
que  pusieron  cuanto  estaba  en  su  mano  para  lograrlo ,  señalada- 
mente aquellos  á  quienes  más  de  cerca  correspondiera  el  ^deber 
de  conservar  íntegra  la  grande  herencia  religiosa  que  habían  dejado 
otros  siglos.  Pues  otro  tanto  que  en  aquella  época  sucederá  siem- 
pre que  se  contraponga  lo  sobrenatural,  eternamente  indispensa- 
ble ,  á  lo  temporal  y  contingente ,  es  decir,  á  los  principios ,  á  las 
instituciones ,  á  los  poderes,  que  en  cada  uno  de  los  períodos  de  la 
historia  necesita  establecer  el  género  humano,  para  concertar  con 
el  estado  de  su  conciencia,  las  condiciones  de  su  vida  práctica  y 
externa.  El  siglo  XVI  estaba  fatalmente  llamado  á  organizar  las 
sociedades  humanas,  sobre  la  base  exclusiva  de  las  Monarquías 
absítlutas;  y,  esto  dado,  el  Monarca  era  de  por  sí  entonces  una  insti- 
tución esencial ,  predominante ,  irresistible ,  invasora ,  usurpadora 
á  las  veces  ;  pero  con  la  cual  era,  por  lo  mismo,  peligrosísimo  para 
la  potestad  espiritual,  ó  empeñar,  ó  mantener  contiendas,  sin  mucha 
razón,  prudencia  y  justicia.  En  un  régimen  como  aquel,  donde 
nada  estaba  en  los  particulares,  y  todo  en  los  Príncipes  que  poseían 
por  entero  la  fuerza ,  cualquier  señorío  de  hecho  era  legítimo ;  la 
conquista  era  un  verdadero  derecho  político ;  la  voz  de  la  indepen- 
dencia de  los  pueblos  tan  sediciosa ,  como  pudiera  parecer  hoy  la 
protesta  de  los  individuos  contra  las  leyes.  Por  lo  mismo,  al  hostili- 
zar Paulo  IV  á  Felipe  lí  para  quitarle  el  reino  de  Ñapóles,  atacaba 
todo  el  derecho  político  vigente,  la  institución  política  fundamental 
de  la  época ,  los  principios ,  en  suma  ,  y  los  hechos  consumados  de 
su  siglo.  ¿Quién  duda  que  ideas  eran  también  ó  principios,  los  que 
pusieron  de  parte  del  Rey  contra  el  Papa  entonces,  á  un  letrado  que 
paró  en  monge,  como  D,  Francisco  de  Vargas,  y  á  la  más  terri- 
ble espada  del  catolicismo ,  en  aquel  tiempo ,  que  era  la  del  Duque 


k   MEDIADOS   DEL    SIGLO    XVt.  239 

de  Alba,  haciendo  vacilar,  y  hasta  inclinarse  también  del  lado  del 
Rey  mismo,  á  un  santo  como  San  Francisco  de  Borja?  El  Ponti- 
ficado en  su  previsión,  se  hizo  cargo  de  todo  esto  al  cabo :  y  tran- 
sigió bastante  con  la  Monarquía  absoluta ,  que  es  decir,  con  el 
espiritu  del  siglo  XVI ,  y  los  siguientes ,  unas  veces  expresamente 
en  los  .Concordatos ,  tácitamente  otras,  tolerando  las  intrusiones 
indudables  del  re  golismo  en  su  propia  esfera.  Lo  que  de  este  ejem- 
plo y  precedentes  tales  pueda  deducirse  que  aproveche  á  nuestra 
edad  ó  las  futuras  ,  no  es  ya  de  mi  incumbencia ,  ni  entró  por  cierto 
en  mi  propósito  al  escribir  estos  articules :  que  sobrado  largos  han 
sido,  y  sobre  todo  este  último,  para  dilatarlos,  y  extender  por  nue- 
vos horizontes  su  asunto. 

Permitaseme ,  pues,  que  ponga  ya  punto  con  una  confesión ,  no  sé 
si  importante ,  pero  que  nadie,  después  de  leer  estas  páginas,  debe 
tener  por  extravagante  ó  por  poco  sincera.  Del  estudio  que  termino 
en  este  instante,  asi  por  lo  que  toca  á  los  grandes  y  esenciales  he- 
chos ,  como  á  los  menores  y  accesorios ;  asi  en  cuanto  se  refiere 
á  las  causas  como  á  los  efectos ;  asi  en  lo  respectivo  á  las  ideas  como 
á  la  forma  de  ser  realizadas ,  se  deriva  para  mi  mucho  mayor  ad- 
miración y  amor  que  ya  tenia  á  todo  eso  ,  que,  en  son  de  desprecio 
impotente ,  llaman  algunos  libertad ,  progreso  y  civilización  mo- 
derna. No  me  es  posible ,  después  de  bien  analizado  en  si  y  en  sus 
obras  preferir,  ¿qué  digo  preferir?  vacilar  siquiera,  en  la  preferencia 
que  dentro  de  mi  alma  doy,  sobre  el  espiritu  del  siglo  XVI,  al  es- 
piritu de  mi  tiempo.  ¿Quién  cambiarla ,  á  no  estar  loco ,  los  poderes, 
en  este  estudio  retratados  por  los  poderes  de  ahora ,  los  hombres 
de  entonces  por  los  hombres  actuales,  ni  aquella  por  esta  justicia, 
ni  aquellas  por  estas  preocupaciones ,  ni  nada,  en  fin ,  de  lo  que  las 
páginas  que  he  escrito  contienen,  por  lo  que  hoy  acontece  ó  puede 
acontecer  en  el  mundo  culto?  No :  las  naciones  modernas  en  nin- 
guna esfera  ,  ni  en  la  religiosa ,  ni  en  la  moral ,  ni  en  la  política, 
dejan  de  ser  inmensamente  superiores  á  las  del  siglo  XVI:  que 
si  hay  alguna  que  todavia  se  contente  con  llamar  á  aquel  su  Siglo 
de  oro,  y  echar  de  menos  á  cada  paso  lo  que  en  él  era ,  harta  des- 
dicha la  suya  es ,  y  mal  y  enfermedad  peculiar,  en  que  no  tienen 
seguramente  la  menor  culpa  la  savia  fecunda ,  ó  la  sombra  apa- 
cible de  la  civilización  moderna. 

A.  Cánovas  del  Castillo.  '>í' 


EL  PESCADOR. 


ROMANCE. 


(1) 


Reina  la  noche  :  mis  ojos 
Desde  una  estrecha  ventana 
Contemphm  inmensidades 
Que  apenas  la  mente  abarca. 

La  g'ran  bóveda  del  cielo , 
De  estrellas  mil  recamada , 
Matiza  su  azul  oscuro 
Con  leves  nubes  de  nácar. 

La  Osa  brilla  ante  mi  vista  , 
Y  á  mi  derecha  levanta 
Con  lentitud  majestuosa 
La  Luna  su  frente  pálida. 

A  sus  tibios  resplandores, 
Que  argentan  del  mar^^las  aguas , 
Miro  elevarse  al  castillo, 
De  la  ciudad  noble  guarda : 

(1)    Lo  escribió  la  autora  hallándose  tomando  baños  en  San  Sebastian, 
donde  habitaba  una  casita  cerca  del  mar. 


EL    PESCADOR.  241 

De  la  ciudad  que  dormida 
Diviso  allá  en  lontananza , 
Do  se  dibujan  sus  torres 
Como  inmóviles  fantasmas. 

Se  encumbra  inmensa  á  mi  izquierda 
La  cadena  de  montañas 
Que  de  este  hermoso  país 
Son  g-igantes  atalayas, 

Y  en  cuyas  cumbres  aun  brillan 
De  nieve  lucientes  franjas ; 
Mientras  cubren  los  castaños 
De  densa  sombra  sus  faldas. 

¡  Todo  es  silencio  en  la  tierra ! 
i  Todo  es  en  el  cielo  calma , 

Y  frescura  en  el  ambiente , 

Y  soledad  por  las  playas ! . . . 

A  quebrantarse  en  su  arena , 
— Que  ciñen  de  orlas  de  plata, — 
Con  monótono  ruido 
Lleg-an  las  olas  sin  pausa ; 

Que  solo  ellas  de  la  vida 
Parece  que  impulsos  guardan . 
Cuando  en  reposo  profundo 
Naturaleza  descansa. 

Por  todo  el  líquido  llano 
Solo  distingo  una  barca , 
Que  recogidas  las  velas 
Allá  se  mece  á  distancia. 

•     Y  á  los  Cándidos  albores 

Que  entre  las  brumas  la  alcanzan . 

Parece  cisne  viajero 

Que  pliega  al  dormir  sus  alas, 


242  EL    PESCADOR. 

¡  Oh ,  nada  más !  — Ni  un  ser  miro 
Que  mi  vig-ilia  comparta, 
Para  admirar  de  esta  noche 
La  paz,  cual  solemne,  grata. 

Pero  no  :  que  brillar  veo , 
— Aunque  pequeña  y  lejana , 
Desde  el  blanco  caserío 
Que  entre  peñas  se  destaca , — 

Una  luz....  sí....  ya  se  aviva, 

Y  revela  á  mis  miradas 
Que  el  pescador  laborioso 
Velando  su  red  prepara. 

¡  Compañero  de  mi  insomnio , 
Yo  te  saludo! — ¡Que  plazca 
Al  Señor  darte  una  pesca 
Cual  no  sueña  tu  esperanza  ! 

¡  Escucha !  A  la  voz  del  mar 
Su  voz  junta  la  campana , 
Que  anuncia  que  está  la  noche 
Ya  á  la  mitad  de  su  marcha. 

¡  Al  remo  pronto !  No  pierdas 
Las  horas  que  vuelan  rápidas , 
Mientras  de  la  brisa  al  soplo 
Se  encrespan  las  olas  mansas. 

j  Ah !  me  obedece :  sus  velas 
Ya  la  barquilla  desata , 

Y  con  suspiro  armonioso 
Acude  el  viento  á  llenarlas. 

Ya  escucho  el  golpe  del  remo , 
Ya  surca  la  proa  el  agua , 

Y  hermoso  rastro  de  espuma 
La  linea  borda  que  traza. 


EL    PIíSCADOK.  243 

De  pronto  al  rumor  distante , 
Que  va  difundiendo  el  aura , 
Se  asocian  tonos  sencillos , 
Mas  de  una  dulzura  extraña : 

Son  agrestes  armonías 
Del  hijo  del  mar,  que  canta , 
A  la  vez  que  el  bote  vuela 
Por  la  llanura  salada , 

Buscando  el  sitio  en  que  el  cielo  % 

Le  tiene  dispuesta  carga , 
Con  que  á  una  pobre  familia 
Sustento  en  la  aurora  traiga. 

¡Rema,  rema,  pescador, 
Mi  bendición  te  acompaña , 
La  mar  su  imperio  te  entrega , 
La  luna  tu  senda  aclara ! 

Dormido  el  mundo ,  ni  un  eco 
De  sus  pasiones  infaustas 
Mi  pensamiento  conturba, 
Ni  tu  trabajo  embaraza ; 

Y  vela — al  par  que  nosotros — 
El  Señor  de  cuerpos  y  almas , 
Que  ve  le  sirven  tus  miembros 
Mientras  mi  mente  lo  ensalza. 


Á  UNA  JOVEN  MADRE 


EN 


LA  PÉRDIDA  DE  SU  HIJO. 


¿Por  qué  lloras  ¡oh  Emilia!  con  dolor  tanto? 

—  ¡  Ay!  he  perdido  el  ángel  que  era  mi  encanto. 

Ni  aun  leves  huellas 
Dejaron  en  el  mundo  sus  plantas  bellas. 

—  Te  engañas ,  joven  madre ;  templa  tu  duelo . 
Que  ese  ángel — aunque  libre  remonta  el  vuelo - 

Te  sigue  amante 
Do  quiera  que  dirijas  tu  paso  errante. 

¿No  admiras,  cuando  baña  la  tibia  esfera 
Del  alba  sonrosada  la  luz  primera , 

Con  qué  armonía 
Cielo  y  tierra  saludan  al  nuevo  dia? 

Pues  sabe ,  joven  madre  ,  que  cada  aurora 
Por  las  manos  de  un  ángel  su  faz  colora, 

y  aquel  concento 
Se  lo  enseña  á  natura  su  dulce  acento. 

Cuando  del  sol  el  rayo  postrero  espira , 
¿No  escuchas  un  suspiro  que  en  torno  gira*? 

Y  un  soplo  leve 
¿No  acaricia  tu  rostro,  tus  rizos  mueve?... 


Á  UNA  JOVEN  MADRE  EN  LA  PÉRDIDA  DE  SU  HIJO.  245 

Pues  dicen ,  joven  madre ,  que  en  cada  tarde 
Hay  un  áng-el  que  el  rayo  postrero  guarde ; 

Y  es  su'  sonrisa 

La  que  te  llega  en  alas  de  fresca  brisa. 

En  el  silencio  grave  de  la  alta  noche, 
Cuando  la  luna  oculta  su  lento  coche, 

¿Ves  blanca  estrella 
Que  trémula  en  tu  frente  su  luz  destella"? 

Pues  oye ,  joven  madre ,  las  almas  puras 
Viajan  por  esos  astros  de  las  alturas ; 

Y  es  su  mirada 

La  que  á  halagarte  llega  dulce  y  callada. 

Aun  ahora  que  me  escuchas,  ¿pierde  tu  oido 
Cierto  eco  misterioso ,  que  á  mi  eco  unido 

Vierte  en  tu  alma 
Bálsamo  delicioso  que  su  afán  calma?... 

Pues  mira ,  joven  madre ,  dolor  tan  grave 
Solo  un  ángel  celeste  consolar  sabe, 

Y  el  tuyo  dice  : 

«  ¡  No  llores  más ,  no  llores. . .  que  soy  felice ! » 

G.  G.  DE  Avellaneda. 


RECUERDOS 
DE    GRECIA.' 


Partida  de  Marsella. — Mesina. — Cabo  de  Matapar. — Hydia. — Noche  estrella- 
da.— El  Pirec— Salida  del  Pireo. — Avara  vegetación  del  Ática. — Llegada  á 
Atenas. — Aspecto  de  la  ciudad. — Digresión  retrospectiva. 


Fair  Checce!  sad  relie  of  departedwortd! 
Inmortal  thouph  no  more,  thouph  fallen,  preat! 
Bybon. 

Nombrado  por  Real  decreto  Cónsul  general  de  España  en  Atenas, 
tomé  posesión  de  mi  destino  el  3  de  Julio  de  1862,  Prescindiendo 
del  testimonio  unánime  de  mis  predecesores,  constábame  por  la 
opinión  general  que  la  residencia  en  la  metrópoli  Helénica  dista 
mucho  de  ser  envidiable.  No  obstante  esto,  era  tal  el  prestigio 
que  para  mi  tenia  el  nombre  de  Atenas ,  que  bastaba  pronunciarlo 
para  levantar  una  polvareda  luminosa  en  mi  imaginación  ^  y  evocar 
mi  memoria  siglos  de  genio ,  gloria  y  belleza. 

Una  fascinación  análoga  experimenté  al  ir  á  la  república  Argen- 
tina. Durante  luengos  años  habia  incubado ,  con  febril  anhelo ,  el 

(1)  En  este ,  como  en  los  demás  artículos  del  mismo  género,  ha  creido  con 
Veniente  el  autor  abstenerse  de  repetidas  llamadas  en  el  texto,  correspondien- 
tes á  otras  tantas  notas  justificativas  en  el  margen ;  notas  que  el  lector  rara 
vez  consulta,  que  jamás  verifica,  y  cuyo  solo  resultado  es  molestar  su  atención 
y  fraccionar  su  lectura.  Igualmente  ha  creido  decoroso  el  autor,  si  bien  versado 
en  la  lengua  griega,  prescindir  de  citas  en  este  idioma,  juzgando  pedantesco 
erizar  sus  páginas  con  caracteres  generalmente  desconocidos. 


RECUERDOS   DE  GRECIA.  247 

deseo  de  ver  la  bella  constelación  austral ,  conocida  con  el  nombre 
de  la  Cruz  del  Sur,  y,  al  cerciorarme  que  no  tardarla  en  contem- 
plar este  Lábaro  fulgoroso,  invisible  en  nuestro  hemisferio,  no 
pude  menos  de  exclamar  como  Keplero :  Compos  vocis. 

Estas  niñerías ,  pues  tal  nombre  efectivamente  merecen,  prueban 
que  no  sólo  á  la  edad  tierna  y  al  estado  salvaje  incumbe  el  triste 
privilegio  de  dejarse  deslumhrar  por  abalorios  y  plumas  rojas ,  y 
que  á  todos  nos  cuadra,  en  mayor  ó  menor  grado,  el  apostrofe  del 
sacerdote  egipcio  al  ateniense  Solón  :  «¡Oh  griegos!  siempre  seréis 
niños.» 

Semejante  entusiasmo  parecerá  tal  vez  excesivo  y  con  asomos 
de  ridiculo,  tratándose  de  un  hombre  que  habia  pasado  en  aquel 
entonces  la  edad  juvenil  que  engalanan  flores,  destinadas  tal  vez 
á  trocarse  en  frutos ;  pero  media  una  circunstancia  que  atenúa  esta 
flaqueza.  Educado  en  un  colegio  extranjero ,  habia  cultivado  el 
idioma  griego,  cuyo  estudio  se  hallaba  menos  generalizado  que 
hoy  en  España  en  la  época  á  que  me  refiero;  y,  á  pesar  del  tiempo 
trascurrido,  poblada  se  hallaba  aún  mi  memoria  de  gloriosos  re- 
cuerdos y  humeante  mi  imaginación.  Los  años  hablan  tal  vez  acri- 
solado mi  entusiasmo  juvenil ,  que  habia  ganado  en  profundidad  lo 
que  perdiera  en  superficie. 

Por  otra  parte ;  como  la  naturaleza ,  como  el  amor,  como  todo 
lo  que  lleva  el  sello  del  infinito,  la  Grecia  es  inagotable.  A  la  ma- 
nera del  sol,  del  mar,  de  los  dioses  del  Olimpo,  Atenas  será  eterna- 
mente joven.  Teatro  de  la  gloria,  de  la  ciencia,  de  la  ilustración, 
de  la  libertad ,  de  nobles  catástrofes ,  la  ciudad  de  Minerva ,  como 
la  hija  de  Céres,  brota  siempre  á  la  luz  entre  áureas  espigas, 
ofreciendo  amplia  cosecha  de  ideas  poéticas  aun  á  los  menos  elo- 
cuentes viajeros. 

En  otro  tiempo  una  expedición  á  Grecia  era  empresa  tan  grave 
como  excepcional.  Generalmente  las  personas  que  se  aventuraban 
á  hacerla  procedían  de  la  activa  y  tétrica  Inglaterra,  ó  de  la  docta 
y  pedantesca  Alemania.  Los  alemanes,  tan  ingenuos  como  entu- 
siastas, hubieran  gustosos  helenizado  su  nombre  por  la  adición  de 
la  sílaba  os,  como  los  suecos  de  antaño  latinizaban  el  suyo ,  con  la 
terminación  en  «í  ,  y  sin  sentir  ni  por  asomo  la  ironía  con  que  á  sí 
mismo  se  juzgaba  el  anticuario  de  Walter  Scott ,  se  ponian  en  ca- 
mino con  tanto  fervor  como  los  islamistas  al  emprender  la  peregri- 
nación al  sepulcro  del  Profeta;  no  sin  formular  antes  de  abandonar 


248  RECUERDOS 

SUS  hog-ares ,  sus  últimas  disposiciones ,  y  si  eran  católicos  recibir 
los  postreros  sacramentos. 

En  el  dia ,  gracias  á  la  fuerza  omnipotente  del  vapor,  que,  como 
tantas  veces  se  ha  repetido,  ha  anulado  el  tiempo  y  el  espacio,  un 
viaje  á  Atenas  es  una  partida  de  recreo,  y  cinco  dias  bastan  á  un 
vapor  francés  para  efectuar  la  travesía  del  Mediterráneo. 

Cuando  zarpó  la  Newa  del  puerto  de  Marsella ,  el  sol  se  inclinaba 
al  horizonte,  y  plácidas  se  mostraban  las  ag-uas,  salvo  alg-unos 
copos  de  candida  y  rizada  espuma ,  producidos  por  la  estela  del 
buque ,  que  un  poeta  de  otros  tiempos  hubiera  comparado  á  los  re- 
baños de  Proteo.  Algunas  marsoplas  nadaban  en  torno  del  barco, 
triscando  juguetonas ,  resollando  ruidosas ,  y  produciendo  la  ilu- 
sión de  los  tritones  y  delfines  mitológicos.  Pronto  vimos  las  costas 
de  Córcega  bajo  la  forma  de  una  nube  lejana,  y  dos  dias  después 
fondeábamos  en  frente  de  Mesina,  linda  población,  cuya  fisonomía 
exterior  es  tan  bella ,  tan  simétrica ,  tan  imponente ,  que  no  es  po- 
sible olvidarla  ni  confundirla  con  la  de  otro  puerto  marítimo.  Du- 
rante dos  horas  tuve  la  libertad  para  callejear  por  aquella  antigua 
colonia  griega,  fundada  por  los  míseros  mesinos  que  emigraron  del 
suelo  patrio  para  evitar  la  dura  esclavitud  con  que  los  amenazaba 
la  rencorosa  Esparta;  si  bien  conviene  advertir  en  excusa  de  esta, 
que  la  misma  suerte  hubieran  tenido  sus  hijos  si  la  fortuna  hubiera 
coronado  el  tesón  de  los  compañeros  de  Aristómenes.  Harto  se  co- 
lige esto  de  las  porfiadas  contiendas  de  ambos  Estados,  heroicos 
aunque  microscópicos :  la  historia  enseña  que  el  encono  fratricida 
está  en  razón  inversa  de  la  distancia  y  de  la  magnitud  del  territo- 
rio ocupado  por  los  combatientes.  Nada  excede,  según  los  natura- 
listas, á  la  saña  y  ferocidad  con  que  luchan  entre  sí  dos  hormi- 
gueros vecinos. 

Por  último,  no  tardamos  en  ver  las  costas  de  la  Grecia,  cuyo 
perfil  indeciso  en  el  horizonte ,  adquirió  en  pocas  horas  delinea- 
mientos fijos.  A  lo  lejos  se  empinaba  el  famoso  Taigete,  cantado 
en  las  Geórgicas  de  Virgilio ,  que  es  seguramente  el  punto  más 
alto  del  territorio  helénico.  Pronto  doblamos  el  cabo  de  Matapan, 
nombre  bárbaro,  que  reemplazan  los  griegos  por  la  antig-ua  deno- 
minación de  Tenaro.  Sea  como  fuere ,  ello  es  cierto  que  este  cabo 
forma  la  parte  más  meridional  del  continente  europeo,  y  termina 
la  Península  de  la  Morea,  cuyos  habitantes  le  han  restituido  su 
antiguo  nombre  de  Peloponeso.  Y  no  obstante,  la  horrible  leyenda 


DE   GRECIA.  249 

que  evoca  este  último  nombre,  contrasta  con  la  idílica  y  risueña 
denominación  de  la  Morea ,  llamada  así  á  causa  de  la  semejanza 
que  encontraron  los  venecianos  entre  la  hoja  del  moral  y  la  Penín- 
sula griega. 

El  cabo  de  Matapan  avanza  entre  dos  golfos  profundos ,  forma- 
dos por  la  proyección  de  la  punta  ó  espolón  que  entra  en  el  mar. 
Estos  dos  golfos  llevan  los  nombres  de  Conon  y  de  Kolotika ,  y  en 
ambos  el  azul  de  la  onda  contrasta  con  la  desolación  sepulcral  de 
las  rocas  hendidas ,  calvas  y  calcinadas  que  cimentan  las  costas  de 
una  región,  cuya  aridez  tan  solo  cede  á  la  del  Pico  de  Tenerife. 
En  la  costa  se  ven  pocas  playas ,  aún  menos  ensenadas ,  y  por  do- 
quier empinadas  tapias,  acau tilladas  y  cortadas  al  sesgo,  que  re- 
cuerdan el  salto  de  Leucades :  la  materia  que  las  forma  no  es  el 
granito  como  en  \B,s/alaise^  de  Bretaña  y  Normandía ,  sino  la  al- 
magra ,  la  greda  y  otras  sustancias  do  se  engarzan  pedruscos  de 
diferentes  dimensiones. 

Mas  nada  cede  en  desolación  á  las  islas  del  Archipiélago.  En 
mis  tiernos  años  embalsamaban  mi  memoria  los  nombres  de  Samos, 
Paros,  Délos,  Naxos,  Lesbos,  etc.  Mi  imaginación  juvenil  veía 
desfilar  estas  islas  como  los  nevados  cisnes  del  Caistro,  consagra- 
dos á  Apolo;  ó  mecerse  en  la  onda  como  cestos  de  flores  fragantes. 
A  cada  momento  repetía  estos  versos  populares  del  poeta  cuya  me- 
moria conservan  como  un  culto  los  griegos  modernos: 

The  isles  of  Greece!  the  isles  of  Greece! 
Whereburring  Sappo  loved  and  sung, 
Where  gren  the  arts  of  warand  peace, 
Where  Délos  rose,  and  Phoebns  sprung! 

Mas  ¡ay!  ¡cuan  implacable  es  la  realidad!  ¡qué  aborto  continuo 
el  de  la  esperanza!  Las  islas  del  Archipiélago  no  pasan  de  ser  yer- 
mos diseminados,  y  algunos  guardan  tal  vez  más  de  una  semejanza 
con  los  paisajes  de  la  luna,  si  es  cierto  que  el  agua,  la  vegetación 
y  la  vida  son  desconocidas  en  nuestro  satélite.  Me  acuerdo  de  ha- 
ber examinado  de  cerca  la  isla  de  Hydia ,  cuyo  nombre  contrasta 
con  la  aridez  que  ofrece.  Este  nombre  parece  una  antítesis  irónica, 
como  la  de  llamar  Euménides  á  las  Furias,  y  Filadelfo  á  un  Rey 
de  Egipto  fratricida. 

Tal  vez  podía  objetar  un  fileleno  apasionado  que,  juntamente 
con  la  gloria,  naufragó  el  campo  de  esta;  que,  después  de  tan  ful- 
guroso alumbramiento,  quedó  agotado  el  suelo  de  la  Grecia,  como 

TOMO   III.  17 


250  RECUERDOS 

Castalia  é  Hipocrene  en  el  concepto  de  los  románticos ;  que  lo  que 
actualmente  divisamos  es  el  esqueleto  de  un  cuerpo  bello,  que  anida 
un  alma  aun  más  bella ;  que  deshojada  se  encuentra  la  encina  helé- 
nica, y  dispersadas  por  el  aquilón  sus  hojas;  que  el  despotismo  se- 
cular otomano,  á  la  manera  del  caballo  de  Atila ,  no  deja  retoñar 
la  yerba  bajo  sus  pasos ,  etc. ,  etc. 

Todas  estas  razones  son  de  no  poco  efecto,  y  sobre  todo  se  hallan 
impregnadas  de  un  sentimentalismo  que  incita  á  quien  las  profiere 
á  lamerse  los  labios;  mas  desgraciadamente  pecan  por  la  base. 
Aunque  menos  desolada  que  en  nuestros  dias ,  la  Grecia  antigua 
era  seca,  mustia,  pulverulenta  y  cálida.  Su  vejetacion  era  avara 
y  raquítica,  su  cielo  implacable  de  serenidad.  Platón,  Pausanias^;* 
Estrabon  convienen  unánimes  en  la  aridez  del  Ática.  Las  alusiones 
de  otros  autores  corroboran  este  aserto.  Los  paisajes  de  Teócrito  en 
nada  obstan  á  la  opinión  general.  Teócrito  describe  los  campos  de 
la  Sicilia ,  cuya  pingüe  feracidad  era  proverbial  entre  los  griegos 
y  los  romanos.  Por  otra  parte,  es  sabido  que  los  poetas  describen 
un  mundo  ideal,  no  solo  diferente,  sino  opuesto  al  que  les  rodea. 
Así  los  españoles  ponderan  la  sombra,  los  ingleses  las  praderas 
bañadas  por  el  sol  (simny  meaderos),  los  árabes  sueñan  con  ei  mur- 
mullo del  agua  cristalina. 

Más  allá  de  Hydia  se  ve  descollar  un  islote  informe ,  cuyo  perfil 
sombrío  se  destaca  en  el  puro  azul  del  cielo.  No  me  acuerdo  cómo 
se  llama,  mas,  ¿qué  importa  un  nombre  más  ó  menos  sonoro,  pro- 
cedente de  una  lengua  marmórea  y  cristalina ,  aplicado  á  un  es- 
collo inhabitado  é  inhabitable ,  salvo  por  algunas  legiones  de  ga- 
viotas y  otras  aves  marinas ,  destinadas  tal  vez  á  tapizar  de  guano 
este  solitario  peñasco?  ¿Acaso  no  llevan  los  poéticos  nombres  de 
Juno,  Palas,  Céres,  esas  rocas  planetarias,  de  origen  volcánico, 
fragmentos  procedentes  de  la  ruptura  de  un  astro  situado  entre 
Marte  y  Júpiter,  masas  informes  que  giran  mudas  y  cadavéricas 
en  el  espacio?  Un  agua  de  color  de  añil ,  jabonosa  y  espumante, 
hervía  en  torno  de  aquel  islote ,  cuyas  pendientes  mostrábanse  fa- 
jadas de  zonas  blancas  y  amarillas,  como  la  piel  de  la  cebra. 

Poco  después,  en  pos  de  un  crepúsculo  efímero,  y  desprovisto 
de  la  gala  que  caracterizan  las  puestas  del  sol  en  París ,  sobrevino 
una  noche  sin  luna ,  oscura  á  la  vez  y  trasparente ,  mostrando  en 
toda  su  integridad,  y  sin  el  menor  celaje,  la  bóveda  cristalina, 
esmaltada  de  astros  sin  fin.  Las  estrellas  brillaban  con  un  tinte 


DE    GRECIA.  251' 

áureo,  y,  más  allá  de  las  que  ordinariamente  divisamos  notábanse, 
gracias  á  la  oscuridad  profunda  y  á  la  ausencia  de  vapores ,  nue- 
vas capas  concéntricas  de  astros  apiñados,  polvo  de  mundos  leja- 
nos. La  via  Láctea  brillaba  como  una  faja  fúlgida ,  de  tal  modo, 
que  el  abismo  parecía  hervir  de  luz ,  y  la  vista  quedaba  como  ofus- 
cada. Hay  pocas  personas  á  quienes  no  magnetice,  en  mayor  ó 
menor  grado ,  el  mirar  á  las  estrellas ;  mas  cuando ,  en  vez  de  ver 
á  medias  el  cielo,  que  generalmente  nos  velan  las  nubes ,  las  tapias, 
los  árboles,  ó  la  luz  de  la  luna,  contemplamos  extendida  sobre 
nuestras  cabezas,  y  en  toda  su  plenitud,  la  bóveda  estrellada,  en- 
tonces el  infinito  por  la  luz  nos  sublima  á  la  vez  y  nos  anonada ,  y 
comprendemos  la  frase  de  Epicteto  que  asegura  que  el  hombre  ha 
sido  criado  para  contemplar  los  astros. 

Al  dia  siguiente  anclábamos  enfrente  del  Pireo ,  asediados  por 
una  turba  vocinglera,  compuesta  de  mocetones  medrados,  que  tre- 
paron ág'ilmente  sobre  cubierta,  ofreciéndonos  á  porfía  sus  servicios 
y  cantando  en  coro  los  loores  de  sus  respectivas  fondas  ó  posadas. 
Todos  se  distinguían  por  un  porte  marcial ,  una  cintura  cenceña 
que  hacía  resaltar  un  trage  pintoresco ,  un  color  atezado  j  espesos 
bigotes  negros.  Su  animada  fisonomía ,  su  despejo  natural ,  el  fue- 
go de  sus  miradas ,  su  nariz  aguileña ,  revelaban  una  raza  inteli- 
gente, pero  al  mismo  tiempo  rapaz  y  sin  hidalguía. 

Al  desembarcar  en  el  Pireo  se  pisa  el  territorio  de  Atenas,  ó  el 
Ática  propiamente  dicha,  de  que  formó  parte  el  citado  puerto, 
siendo  este  para  la  metrópoli  lo  que  el  Havre  para  París.  Contiene 
su  muelle  varios  fondeaderos  ó  ensenadas ,  cuyas  principales  son 
Cantaros,  Cea  y  Afrodision.  Esta  situación  favorable  fué  causa  de 
que  durante  su  administración  diese  Temístocles  la  preferencia  al 
Tireo  sobre  Falera ,  embarcadero  y  puerto  de  Atenas  hasta  enton- 
ces. De  Falera  habia  salido  Teseo  en  dirección  á  Creta  para  llevar 
al  rey  Minos  el  tributo  exigido  en  satisfacción  de  la  muerte  de  su 
hijo  Andogeo :  y  en  el  mismo  puerto  embarcóse  más  adelante  el  rey 
Menesteo  al  frente  de  su  flota  para  ir  al  sitio  de  Troya. 

Así  el  nombre  de  Temístocles  es  inseparable  del  nombre  del  Pi- 
reo. No  contento  con  dotar  á  su  patria  de  un  puerto  y  arrabal 
preciosos,  el  vencedor  de  Salamina  intentó  unirlo  con  la  misma 
Atenas.  Su  catástrofe  política  le  impidió  realizar  este  designio 
colosal.  Aún  dicen  que  existe  en  el  Pireo  el  sepulcro  del  héroe, 
ó  por  mejor  decir  un  cenotafio  que  le  otorgaron  sus  compatriotas 


252  RECUERDOS 

arrepentidos.  Este  monumento,  que  nunca  he  conseg'uido  ver,  se 
halla  á  menudo  cubierto  por  las  aguas ,  y  la  saña  de  Neptuno  pa- 
rece haber  secundado  el  rencor  de  los  atenienses.  Mas,  ¿qué  im- 
porta una  frágil  inscripción  ?  ¿  Acaso  no  es  Salamina  una  memoria 
perenne  en  favor  del  héroe,  cuyo  valor  y  prudencia  rechazaron  el 
armamento  más  formidable  que  vieron  los  siglos?  Y  tratábase  nada 
menos  que  de  una  lucha  decisiva  entre  el  pasado  y  el  porvenir, 
entre  la  civilización  y  la  barbarie,  entre  la  libertad  y  el  despotis- 
mo. Asi  Salamina  es  el  sepulcro  de  Temistocles,  y  aún  masque 
Salamina  la  historia,  que  embalsama  pia  la  memoria  del  ateniense. 
La  tumba  de  los  héroes,  dice  Tucidides,  es  el  universo  entero. 

De  lugarejo  insignificante,  adquirió  el  Pireo  proporciones  gran- 
diosas. El  comercio  lo  enriqueció  en  pocos  anos.  A  la  sombra  de 
una  marina  militar,  rival  de  las  de  Tiro  y  Cartago,  y  superior  á  la 
de  cualquier  estado  griego ,  cruzaban  los  mares  los  buques  mer- 
cantes de  Atenas  ó  campeaban  en  el  puerto  del  Pireo  juntamente 
con  las  galeras  de  Corinto,  Rodas,  Tiro,  Cartago  y  Siracusa.  En 
trueque  del  aceite  ,  higos ,  vinos,  aceitunas ,  bellas  cortesanas  y  ar- 
tefactos artisticos,  recibía  la  ciudad  de  Minerva  la  lana  de  Damasco, 
el  estaño  de  Bretaña,  los  cedros  del  Líbano ,  los  abetos  de  Senir ,  la 
púrpura  de  Tiro ,  las  velas  de  Egipto ,  las  perlas  de  Ofir ,  el  oro  de 
España ,  los  aromas  de  Sabá ,  etc. 

El  principal  comercio  lo  efectuaban  los  ricachos  de  Tii'o  y  Car- 
tago, ciudades  opulentas,  cuyos  habitantes,  desprovistos  de  senti- 
miento artístico ,  se  distinguían  por  su  carácter  industrial  y  mer- 
cantil ,  estaban  dotados  del  genio  de  los  negocios  y  de  una  codicia 
insaciable.  Esta  raza  seca,  sórdida ,  torpemente  sensual,  rapaz  en 
sumo  grado ,  aventurera  sin  heroísmo ,  en  una  palabra ,  antítesis 
viviente  de  la  radiante  estirpe  helénica ,  proveía  á  los  puertos  grie- 
gos de  artículos  de  lujo  debidos  á  miserables  trueques ,  arrancados 
tal  vez  por  violencia  ó  por  astucia  en  las  tres  partes  del  mundo 
conocido,  y  vendidos  á  precio  exorbitante  á  los  crédulos  habitantes 
de  Atenas  y  Corinto.  Cartago  no  solo  abastecía  á  estas  dos  me- 
trópolis de  maderas  de  construcción ,  si  no  que  recibía  encomien- 
das para  construir  en  sus  arsenales  galeras  iguales  ó  superiores  en 
ligereza  y  solidez  á  las  de  Rodas  y  Siracusa. 

Tucidides  habla  del  gran  bazar  ó  mercado  de  Hípodamo ,  vasto 
depósito  de  mercancías  en  el  puerto ,  y  también  del  Digma ,  equi- 
valente á  la  Lonja  de  nuestros  negociantes  modernos. 


DE    GRECIA.  *253 

Aunque  principalmente  mercantil ,  el  Pireo  era  también  indus- 
trial. Sus  manufacturas  consistían  en  áncoras  elaboradas  en  vastas 
fraguas  y  en  productos  artísticos ,  objeto  de  exportación  extranjera. 
Este  puerto  poseía ,  por  otra  parte ,  obras  de  arte  ventajosamente 
citadas.  Pausanias  menciona  como  existentes  en  su  tiempo  una 
Minerva  de  bronce  y  un  Júpiter  del  mismo  metal,  debidos  al  cincel 
de  Leocares;  como  igualmente  un  cuadro  de  Arcesilao  represen- 
tando á  Laostenes  y  su  familia. 

Las  fiestas  de  Diana  atraían  al  Píreo  á  la  juventud  ateniense.  A 
ella  alude  Platón  en  su  Politeia,  que  los  romanos  tradujeron  por  el 
nombre  vago  de  República.  Sócrates,  quien  para  asistir  al  culto 
había  venido  al  Pireo ,  fué  hospedado  por  Polemano ,  cuyo  padre 
Céfalo ,  Néstor  por  los  años ,  es  representado  como  práctico  en  el 
curso  de  la  vida.  Los  diálogos  de  Platón  muestran  que  el  filósofo 
acudía  á  menudo  al  Píreo  en  busca  de  sus  amigos,  ¡  Qué  enjambre 
de  pensamientos  debían  asaltar  á  aquella  inteligencia  sobrehuma- 
na, al  divisar  aquel  bosque  de  mástiles,  y  oír  zumbar  aquella  col- 
mena afanosa ! 

En  el  día ,  el  Pireo  es  un  puerto  infecto  y  de  mediana  impor- 
tancia comercial.  Sus  aguas  contienen ,  amen  de  los  buques  mer- 
cantes griegos  y  extranjeros,  algunas  embarcaciones  de  guerra 
con  bandera  de  las  primeras  potencias  de  Europa,  La  población  del 
puerto ,  prescindiendo  de  algunos  cónsules  y  negociantes ,  se  com- 
pone casi  exclusivamente  de  almaceneros ,  taberneros  y  marineros. 
La  variedad  de  trages,  los  gritos  de  los  mercaderes  ambulantes ,  los 
grupos  animados  en  que  resuena  el  más  bello  idioma  que  han  ha- 
blado los  hombres ,  causan  una  impresión  vivísima ,  que  cooperando 
la  reacción  que  sigue  á  un  viaje  marítimo ,  puede  degenerar  en 
embriaguez. 


IL 


La  distancia  del  Pireo  á  Atenas  es  algo  más  de  legua  y  media. 
La  ruta  al  comenzar  no  ofrece  delineamientos  fijos,  sino  se  con- 
funde con  eriales  polvorosos  que  suelen  trocar  las  lluvias  en  vas- 
tos pantanos.  La  calzada  empieza  luego  y  ofrece  hasta  la  me- 
trópoli una  regularidad  perfecta.  El  calor  habia  ajado  la  escasa 
vegetación  de  los  llanos  limítrofes.    No  obstante  esto,  algunos 


254  RECUERDOS 

álamos,  simétricamente  dispuestos ,  me  recordaron  las  alamedas  de 
Andalucía.  A  cierta  distancia  notábanse  algunos  tilos,  arrastrá- 
banse algunas  vides ,  j  empinábanse  algunas  higueras  que  pare- 
cían torcer  su  tronco,  y  cuyas  anchas  hojas,  tapizadas  de  polvo, 
aguardaban  un  serio  aguacero  para  verdear  risueñas.  A  lo  lejos 
destacábanse ,  en  un  cielo  polvoroso ,  espesuras  formadas  por  oli- 
vares sombríos ,  y ,  en  torno ,  extendíanse  yermos  abrasados,  cuyo 
uniforme  color  de  yesca  contrastaba  con  el  azul  del  horizonte.  En 
vano  la  vista  deslumbrada  por  la  luz ,  y  ofuscada  por  el  polvo,  bus- 
caba afanosa  esas  alfombras  de  mullido  césped ,  que  considera  el 
Profeta  de  la  Meca  como  condición  indispensable  de  felicidad  hu- 
mana, tanto  en  este  mundo,  como  en  el  postumo. 

No  sé  si  aún  quedan  vestigios  de  los  muros  que  en  la  ruta  del 
Pireo  hizo  construir  Conon ,  pues  por  lo  tocante  á  los  que  erigió 
Temístocles  después  de  la  retirada  de  los  persas,  sabido  es  que 
fueron  destruidos  por  los  treinta  tiranos.  Pausanias  menciona  los 
sepulcros  de  Menandro,  de  Eurípides,  de  la  amazona  Antíope 
y  de  otros  personajes  ilustres,  cuyos  cenotafios  guarnecieron  la 
ruta  del  Pireo ,  como  igualmente  una  estatua  ecuestre  atribuida  á 
Praxiteles.  Las  olas  humanas ,  más  implacables  que  las  del  tiempo, 
han  borrado  todos  estos  monumentos,  cuya  existencia  ignora  la 
mayor  parte  de  los  atenienses  modernos. 

Nótase  en  el  camino  el  cauce  exhausto  de  un  riachuelo,  que  se 
humedece  algún  tanto  en  invierno.  Tal  es  el  Cefiso,  á  cuyo  lado 
nuestro  Manzanares  es  un  Marañon.  Eurípides  nos  dice  grave- 
mente que  Venus ,  después  de  haberse  sentado  en  sus  orillas ,  dotó 
al  Ática  de  céfiros  suavísimos,  arrullados  por  Amores,  ornadas  las 
sienes  con  guirnaldas  de  fragantes  rosas,  procedentes  de  los  jardi- 
nes de  Pafos.  El  señor  Eurípides,  en  esto  de  ponderar,  podía  mojar 
la  oreja  al  más  pintado  de  todos  los  andaluces. 

No  tardé  en  divisar  la  Acrópolis  é  imponentes  ruinas  que  la  co- 
ronan ,  cuya  elevación  domina  todo  el  llano.  A  medida  que  me 
acercaba,  distinguía,  si  bien  confusamente,  los  capiteles  de  las 
Propileas  y  las  columnas  del  Partenon. 

Por  último ,  después  de  tres  cuartos  de  hora  llegamos  á  la  ciudad 
de  Minerva,  viendo  desfilar,  en  una  nube  de  polvo,  el  templo  de  Te- 
seo  y  las  columnas  colosales  de  Júpiter  Olímpico. 

Es  preciso  reconocer  que  el  aspecto  de  la  ciudad  dista  mucho  de 
corresponder  á  la  esperanza  incubada  en  los  ánimos  entusiastas. 


DE    GRECIA.  255 

Al  atravesar  aquel  conjunto  de  callejuelas  y  encrucijadas,  nadie 
creerla  pisar  la  ciudad  cuya  belleza  no  se  saciaban  de  ponderar  los 
antiguos.  «Quien  no  ha  visto  á  Atenas,  dice  Lisipo,  nada  ha  visto; 
quien  la  ve  sin  caer  postrado  de  admiración ,  es  un  zote ;  quien  la 
deja  sin  dolor,  un  insensato.» 

No  solamente  los  griegos,  sino  los  romanos,  los  persas,  y,  si  he- 
mos de  creer  la  leyenda  del  escita  Anacársis ,  los  bárbaros  hiper- 
bóreos visitaban  piadosamente  la  ciudad  de  Pericles ,  como  los  mu- 
sulmanes la  Meca.  Los  loores  tributados  á  la  antigua  Atenas  eran 
cuando  menos,  hiperbólicos,  y  las  letanías  de  la  metrópoli  helé- 
nica se  desgranaban  como  las  perlas  de  un  collar.  Así  Apolo  la 
llama  el  palacio  de  la  Grecia ,  Píndaro  el  baluarte  de  la  libertad . 
Arístides  el  refugio  de  los  perseguidos ,  Ateneo  la  ciudad  fulgo- 
rosa,  otros  la  bella  coronada  de  violetas,  la  sonrisa  del  Olimpo,  el 
pedestal  de  Minerva,  la  diosa  que  escoltan,  á  manera  de  ninfas, 
las  islas  del  Archipiélago. 

Los  pueblos  de  Grecia  la  tributaban  un  culto ,  que  participaba  á 
la  vez  de  veneración,  ternura  y  reconocimiento.  Aun  en  la  época 
de  su  decadencia ,  era  Atenas  objeto  de  obsequios  repetidos  de  parte 
de  sus  vencedores,  y  el  acento  ateniense  daba  derecho  de  impunidad. 
La  soldadesca  vencedora  se  abstenía  allí  de  todo  exceso,  y  los  jefes 
se  hubieran  considerado  sacrilegos  si  hubieran  desmoronado  una  pie- 
dra, ó  vertido  una  gota  de  sangre  en  la  ciudad  de  Minerva.  El  ma- 
cedón Filipo  la  encomia;  Alejandro  la  agasaja,  el  tosco  Poliopercon 
la  respeta ;  Demetrio  de  Falerio  la  engalana ;  Demetrio  Poliocertes 
la  trata  como  á  niña  mimada.  Solo  el  terrible  Sila  dio  á  entender  á 
los  atenienses  que  á  todo  hay  un  límite  en  este  mundo.  Los  sarcas- 
mos de  la  plebe  desenfrenada  hallaron  eco  en  el  romano  renco- 
roso, y  la  sangre  corrió  husta  el  Cerámico. 

A  excepción  de  Corinto,  era  Atenas  la  ciudad  más  extensa,  más 
bella  y  más  rica  de  Grecia,  advirtiendo  que  ninguna  metrópoli 
griega  igualaba  en  población  á  esos  vastos  colmenares  de  Jonia  y 
Sicilia ,  tales  como  Mileto ,  Efeso  ,  Agrigento  y  Siracusa ,  en  que 
resonaba  igualmente  el  bello  idioma  helénico.  Mas  si  Atenas  cedía 
á  Corinto  en  magnitud  y  opulencia,  no  admitía  rival  en  lo  tocante 
á  monumentos ,  obras  artísticas ,  ínclitos  varones  ,  preponderancia 
política  é  irradiación  luminosa.  Plínio  nos  dice  que,  en  su  tiempo, 
contaba  nada  menos  de  tres  mil  estatuas,  á  pesar  de  su  decadencia 
secular,  aserto  que  corrobora  el  testimonio  de  San  Juan  Crisóstomo. 


256  RECUERDOS 

Empresa  prolija  seria  enumerar  los  magnificos  edificios  que  con- 
tenia la  antig-ua  ciudad  de  Pericles,  y  reconstruir,  mediante  los 
informes  de  la  antigüedad ,  la  suntuosa  ciudad  de  Minerva  antes 
de  los  estragos  acarreados  por  la  barbarie  romana ,  la  saña  del 
tiempo ,  la  estupidez  otomana  y  el  cañón  de  Morosini.  Aristides 
nos  dice  que  una  jornada  entera  exigia  su  circuito  ,  si  bien  es  pro- 
bable que  aludiera  al  ámbito  formado  por  los  descomunales  muros, 
que,  juntamente  con  la  metrópoli,  incluian  al  Pireo,  Falerio  y 
Munichia. 

Cicerón ,  que  visitó  á  Atenas  después  del  saqueo  operado  por  las 
tropas  de  Sila,  no  se  sacia  de  ponderar  la  belleza  de  la  ciudad, 
bajo  cuyos  pórticos ,  que  habian  anidado  tantos  y  tan  célebres  fi- 
lósofos ,  se  paseaba  embebido  en  una  meditación  profunda ,  ó  ad- 
mirando las  pinturas  de  Zeuxis. 

Estos  pórticos ,  confinantes  con  el  templo  de  Ceres ,  y  un  vasto 
edificio  destinado  al  culto  de  las  Panateneas ,  conduelan  al  Cerá- 
mico, barrio  que  contenia  los  jardines  de  la  Academia,  objeto  de 
predilección  del  orador  romano,  imbuido  de  la  miel  de  Platón. 
Igualmente  contenia  el  citado  barrio  el  pórtico  regio  en  que  resi- 
dían los  Arcontes ,  se  reunia  el  Areopago  y  admirábanse  las  esta- 
tuas de  Teseo,  Conon,  Timoteo,  Evágorasy  Píndaro.  La  de  este  úl- 
timo tenia  una  lira  en  la  mano  y  una  diadema  en  las  sienes.  Tebas, 
su  patria ,  lo  habia  condenado  á  una  multa  por  cantar  los  loores 
de  Atenas,  cuyos  hijos  le  erigieron  este  monumento,  movidos,  me- 
nos por  entusiasmo  poético ,  que  por  odio  á  los  tebanos. 

Otros  dos  pórticos  merecen  particular  mención :  el  de  Hermes» 
adyacente  á  la  calle  del  mismo  nombre ,  lleno  de  informes  estatuas 
de  Mercurio ,  resto  del  origen  egipcio  de  la  ciudad  de  Cecrops ;  y 
el  del  Pecite,  atestado  de  trofeos  y  recuerdos  gloriosos,  como 
igualmente  de  páginas  monumentales ,  debidos  al  pincel  de  Políg- 
noto ,  Micon  y  Pereno.  En  él  veíase  á  Milcíades  exhortando  á  los 
soldados  á  la  pelea.  Tal  fué  el  único  premio  que  recibió  de  su  pa- 
tria el  héroe  de  Maratón. 

Sería  prolijo  describir  todos  los  edificios  que  encerraba  el  recinto 
de  la  antigua  Atenas ,  tales  como  el  Odeon ,  teatro  lírico ,  cons- 
truido por  Pericles,  con  columnas  marmóreas,  y  cuyo  techo  lo 
formaban  el  maderamen  de  las  embarcaciones  persas  apresadas 
por  los  atenienses ;  el  teatro  de  Croco ,  obra  de  Tilon ,  de  que  aún 
quedan  vestigios ;  el  templo  de  Venus ,  engalanado  con  las  pintu- 


DE  GRECIA.  '2^1 

ras  de  Zeuxis  y  Parrasio ;  el  templo  de  Júpiter  Olímpico ,  cuyas 
descomunales  columnas  admira  la-  generación  actual ,  al  paso  que 
deplora  la  pérdida  de  la  estatua  del  dios,  obra  del  inmortal  Fidias, 
incluida  entre  las  maravillas  del  mundo;  el  templo  de  Teseo, 
erigido  por  Cimon,  hijo  de  Milcíades,  pocos  años  después  de  la 
batalla  de  Platea ,  tipo  del  orden  dórico ,  y  el  solo  edificio  que  ex- 
teriormente  se  ba  conservado  intacto  hasta  nuestros  dias ;  el  Opis- 
todomo,  ó  tesoro  público,  rodeado  de  un  muro  doble ;  el  Pritaneo, 
en  que  la  república  hospedaba  y  pensionaba  á  algunos  ciudada- 
nos beneméritos ;  el  templo  de  Castor  y  Polux ;  la  capilla  de 
xigraula ,  hija  de  Cecrops ,  y  tantos  otros  monumentos  que  divi- 
saba el  viajero  al  recorrer,  desde  la  cumbre  del  Areópago ,  ó  del 
Himeto ,  el  vasto  panorama  que  se  extendía  á  su  vista. 

Merece  particular  mención  la  Cindadela  ó  Anópolis ,  que  domi- 
naba lá  ciudad  entera ,  y  cuyo  recinto  compendiaba  todas  las  ma- 
ravillas de  la  metrópoli.  Allí  notábanse  las  Pro  pilcas,  ó  vestíbulo  de 
la  cindadela ,  edificio  dórico ,  obra  del  arquitecto  Mnesicles.  Cinco 
años  duró  su  construcción ,  inaugurada  bajo  el  arcontado  de  Eu- 
tídemes ,  y  costó  mil  y  doce  talentos ,  suma  que  excede  á  cuarenta 
millones  de  reales  de  nuestra  moneda. 

El  botin  procedente  de  los  persas,  y  la  munificencia  de  los  Ge- 
nerales atenienses ,  anhelosos  de  popularidad ,  acumularon  repeti- 
das obras  de  arte  en  tan  estrecho  recinto.  Asi  no  es  de  extrañar 
que ,  á  pesar  de  la  ingratitud  proverbial  de  Atenas  para  con  sus 
Generales ,  campeasen  las  estatuas  de  Cimon ,  Pericles ,  Ificrates  y 
Timoteo  al  lado  de  las  imágenes  de  los  dioses  del  Olimpo. 

El  templo  de  la  Victoria  Áptera  era  igualmente  objeto  de  la  ad- 
miración de  los  viajeros ,  menos  por  su  belleza  arquitectónica,  que 
por  las  pinturas  que  lo  decoraban. 

Numerosas  inscripciones  atestiguaban  el  profundo  respeto  á  la 
posteridad  que  distinguía  á  la  estirpe  helénica,  y  su  firme  propósito 
de  arrancar  del  olvido  á  algunos  ciudadanos,  coronándolos  de  glo- 
ria ,  ó  mancillándolos  con  el  baldón  de  la  infamia.  Contiguo  al  al- 
tar del  Pudor  y  al  de  la  Amistad ,  veíase  una  columna  de  bronce, 
con  una  inscripción  cubriendo  de  oprobio  y  condenando  al  horror 
de  la  posteridad  á  un  ciudadano  ateniense ,  juntamente  con  su  fa- 
milia ,  por  haber  aceptado  el  oro  persa. 

Más  allá  notábase  una  Minerva  de  bronce  atribuida  á  Fidias, 
obra  gigantesca  y  de  ejecución  prodigiosa  ,  si  bien  inferior  á  la 


258  RECUERDOS 

famosa  estatua  de  la  misma  diosa  erigida  junto  al  Partenon,  y 
obra  igualmente  de  Fidias.  La  que  actualmente  nos  ocupa  fué  con- 
sagrada á  la  Patrona  de  Atenas  por  la  piedad  y  gratitud  de  los 
atenienses,  por  el  triunfo  de  Maratón. 

A  poca  distancia  alzábanse  dos  capillas  dedicadas  á  Neptuno- 
Erecteo,  y  á  Minerva-Poliada.  Ambas  divinidades  hablan  disputado 
entre  sí  el  honor  de  dar  su  nombre  á  la  ciudad  de  Cecrops.  Inútil 
es  reproducir  la  fábula  mitológica  harto  sabida  del  caballo  y  del 
olivo.  Baste  recordar  que,  más  adelante,  Neptuno  hizo  brotar  las 
aguas  del  mar  en  vez  del  corcel  fogoso,  emblema  de  la  guerra. 
Este  mito  trasparente  nos  revela  la  tendencia  al  comercio  marítimo, 
en  un  pueblo  primitivamente  agrícola.  Así  los  atenienses  conven- 
cidos de  la  verdad  más  adelante  propalada  por  Sully,  dividieron 
su  culto  entre  ambas  deidades  bienhechoras,  consagrándoles  un 
altar  común ,  conocido  bajo  el  nombre  del  Olvido ,  armonizando 
así  el  olivo  y  las  aguas  del  mar ,  esto  es ,  la  agricultura  y  la  nave- 
g-acion. 

Pausanias  nos  dice  que  veíase  ante  la  estatua  de  la  diosa  una 
lámpara  de  oró  bajo  una  palma  del  mismo  metal ,  doble  produc- 
ción del  escultor  Calimaco,  cuyo  solo  defecto  era  un  esmero  exce- 
sivo en  sus  obras.  La  lámpara  ardía  noche  y  día,  si  bien  no  reci- 
bía aceite  más  que  una  vez  en  el  año.  Su  torcida  era  de  amianto, 
y  por  tanto  inconsumible.  Igualmente  conservaba  la  capilla  de  Mi- 
nerva, á  guisa  de  trofeos  opimos,  la  coraza  de  Masistio,  la  cimi- 
tarra de  Mardonio  en  la  batalla  de  Platea ,  y  el  trono  sobre  el  cual 
contempló  Jerges  la  batalla  de  Salamina. 

Mas  la  maravilla  culminante  de  la  Acrópolis,  de  Atenas,  de 
Grecia,  del  mundo  entero,  era  el  Partenon  ó  templo  de  Minerva, 
cuyas  ruinas  aún  existentes  atestiguan  que  no  iba  errada  la  anti- 
güedad al  señalar  este  edificio  como  el  primer  monumento  erigido 
por  humanas  manos.  Veintidós  siglos  nos  separan  de  su  construc- 
ción, y  nada  puede  comparársele  ni  en  el  tiempo  ni  en  el  espacio. 
Contigua  al  Partenon  admirábase  la  colosal  Minerva  crisoelefantina, 
esto  es ,  esculpida  en  oro  y  marfil ,  obra  del  inmortal  Fidias ,  de 
treinta  y  siete  pies  de  alto.  Salvo  el  Júpiter  Olímpico,  debido  al 
cincel  del  mismo  escultor,  la  minerva  del  Partenon  no  reconocía 
rival  en  materia  de  arte  ;  y,  por  una  coincidencia  feliz,  admirábase 
simultáneamente  en  el  mismo  recinto,  la  obra  maestra  arquitectó- 
nica, y  la  obra  maestra  escultural. 


DK    GRECIA.  259 

Al  bajar  de  la  Acrópolis  por  la  parte  del  Mediodía ,  se  dÍTÍsaba 
en  dirección  al  Poniente,  una  calle  diagonal,  ancha  y  espa- 
ciosa, conocida  bajo  el  nombre  de  calle  del  Pireo,  y  habitada  prin- 
cipalmente por  negociantes  y  proveedores  de  buques.  La  marina 
militar  ateniense  era  formidable ,  superior,  individual  y  colectiva- 
mente, á  todas  las  demás  marinas  de  Grecia ;  y,  bajo  sus  alas,  habia 
adquirido  incremento  un  comercio  marítimo  que  no  reconocía ,  en 
todo  el  Orbe  á  la  sazón  conocido,  más  rival  que  el  de  Cartago.  La 
calle  del  Pireo  era  el  tránsito  de  los  marineros  y  mujeres  de  mala 
vida,  y  escena  de  continuo  bullicio  y  contiendas  nocturnas.  A 
mano  derecha  descollaba  la  colina  del  Áreópago ,  y  á  izquierda  la 
del  Museo.  El  plan  de  Temístocles  era  unir  entre  sí  el  Píreo  y  la 
metrópoli ,  y  los  oradores  populares  que  seguían  las  huellas  del 
venceder  de  Salamina,  no  escaseaban  medio  alguno  conducente  al 
aumento  de  la  navegación ,  aconsejando  al  pueblo  que  todo  lo  sa- 
crificase á  la  preponderancia  marítima,  y  comentando  apasionada- 
mente el  oráculo  emitido  por  la  Pitia ,  de  que  los  muros  de 
Atenas  debían  ser  de  madera.  Por  esta  razón  la  tribuna  de  las 
arengas  se  hallaba  en  frente  del  Pireo,  y  la  vista  de  los  demago- 
gos abrazaba  sinópticamente  este  puerto ,  que  se  desplegaba  en 
forma  de  abanico  ó  anfiteatro.  Así  no  es  de  extrañar  que  todos  los 
discursos  acabasen  por  furibundos  apostrofes.  La  plebe,  por  otra 
parte,  no  podía  olvidar  las  gloriosas  jornadas  de  Salamina  y  Mi- 
cala,  debidas  á  la  excelente  organización  de  la  marina  ateniense. 
Los  aristócratas,  pues  á  pesar  de  las  leyes  ultra-democráticas  de 
Solón,  contaba  la  república  no  pocos  partidarios  de  la  oligarquía 
espartana ,  favorecían  la  agricultura  y  el  ejército  de  tierra ,  que- 
jándose abiertamente  de  que  Temístocles  y  sus  secuaces  hubiesen 
aumentado  el  número  de  marineros,  y  consiguientemente  el  des- 
enfreno de  la  plebe.  Así ,  después  de  que  á  consecuencia  de  la  der- 
rota de  Egos-Pótamos  cayó  Atenas  en  poder  de  Lísandro,  volvióse 
la  tribuna  en  dirección  á  los  campos ,  y  el  orador  tenia  que  dar  la 
espalda  al  Pireo.  Tal  lo  dispusieron  los  treinta  tíranos,  reclutados 
entre  los  mismos  atenienses ,  y  entre  los  cuales  figuraba  Criptias, 
discípulo  de  Sócrates.  Esta  disposición  fué  uno  de  aquellos  agra- 
vios que  no  perdonan  las  masas  en  una  república  tan  democrática 
como  turbulenta,  y  uno  de  los  principales  argumentos  de  que  se  valió 
Trasíbulo  para  conmover  ásus  conciudadanos,  emigrados  enTebas, 

Al  salir  de  la  metrópoli  notábase  el  monte  Himeto,  fragante  de 


260  RECUERDOS 

tomillo  y  romero,  cuya  miel  pasaba  y  aun  pasa  por  la  más  aromá- 
tica del  mundo.  El  Iliso,  en  cuyas  aguas  confunde  las  suyas  el  Ce- 
fiso,  serpenteaba  en  torno  de  la  ciudad.  En  sus  márgenes  sembra- 
das de  violetas ,  se  complacia  en  discurrir  de  filosof ia  moral  el  sa- 
bio Sócrates,  si  hemos  de  creer  á  su  discípulo  Platón.  Más  allá 
veíanse  los  gimnasios  del  Cinogargo  y  del  Liceo,  como  igualmente 
los  jardines  de  la  Academia ,  contenidos  en  el  barrio  de  Cerámico; 
y,  á  mano  izquierda,  un  montículo  llamado  Colona,  célebre  por  el 
nacimiento  del  poeta  Sófocles ,  quien  en  él  ya  estableció  la  escena 
de  su  Edipo.  Allí  cantaba  el  ruiseñor,  susurraban  movedizos  los 
olivos ,  respirábase  el  olor  de  la  cera  procedente  de  afanosos  col- 
menares ,  y  verdeaban  lozanas  esas  fecundas  higueras ,  cuyo  fruto 
tan  apetecido  por  los  persas,  era  objeto  de  tráfico  clandestino. 

¿Cómo  pudo  eclipsarse  tanta  gloria?  ¿Cómo  pudo  la  brillante 
ciudad  de  Feríeles  degenerar  en  la  Atenas  de  nuestros  días?  Pre- 
gúntese á  la  rosa  marchita  y  deshojada  por  qué  no  conserva  pe- 
rennemente su  frescura  y  lozanía ,  sus  mág-icos  pimpollos ,  el  ver- 
dor de  sus  hojas,  su  suave  fragancia,  sus  delicados  matices,  sus 
pétalos  chispeantes  der  ocio. 

nessun  maggior  dolore 

Che  ricordarsi  del  tempo  felice 
Nella  miseria 

«Los  tordos,  dice  Aristófanes,  se  ceban  de  preferencia  en  el  pin 
güe  racimo  de  maduras  uvas,  que  pronto  reducen  á  escobajo.);' 
Los  tordos  son  los  caudillos  invasores,  que  estragan,  saquean  ó 
mutilan ,  desde  el  sanguinario  Sila,  hasta  el  mezquino  Lord  El- 
gin.  «¿Qué  queda  á  la  ciudad  de  Pandion,  decia  ya  en  su  tiempo 
Ovidio,  sino  el  nombre  irónico  de  Atenas?»  De  los  informes  de 
Spon,  Wheter  y  otros  anticuarios  que  la  visitaron  hace  siglos, 
se  colige  que  no  diferia  de  las  demás  poblaciones  turcas ,  sino  por 
sus  restos  monumentales. 

in. 

Inútil  juzgamos  describir  la  metrópoli  helénica  tal  como  actual- 
mente existe ,  tal  como  hemos  podido  examinarla  durante  dos  años 
de  residencia.  Baste  decir  que ,  á  pesar  de  la  irregularidad  que  pre- 
sentan ciertos  barrios ,  á  pesar  de  ese  conjunto  informe  de  casu- 
cas  y  callejuelas  tortuosas,  Atenas  pasa  tal  vez  por  la  más  linda 


DE    GRKCIA.  261 

ciudad  del  Oriente ,  gracias  á  las  innovaciones  acarreadas  por  estos 
últimos  años.  Desgraciadamente  es  asi,  pues  la  palabra  linda  la 
empleamos  en  sentido  irónico.  En  efecto,  gracias  á  las  innovacio- 
nes modernas,  gracias  á  la  trivial  monotonía  que  implica  lo  que 
llaman  Tiaiismanismo  los  franceses  modernos,  la  cuna  de  tantos 
héroes,  filósofos  y  artistas  acabará  por  perder  todo  carácter,  y  uni- 
formarse con  esas  poblaciones  francesas ,  inglesas  y  alemanas ,  muy 
bonitas ,  muy  aseadas ,  muy  regulares ,  pero  insulsas ,  monótonas, 
prosaicas,  desprovistas  de  sal  y  pimienta,  como  dicen  los  andaluces. 

El  gas  ya  alumbra  sus  calles ,  los  coches  y  agentes  de  policía  circu- 
lan por  ellas  libremente ,  los  ferro-carriles  la  unirán  pronto  con  las 
poblaciones  del  Peloponeso,  los  terrenos  sagrados  se  adjudican  almas 
pujante  postor,  y  pronto  no  quedará  vestigio  de  la  ciudad  de  Miner- 
va. El  industrialismo  que  caracteriza  nuestro  siglo,  es  más  desalma- 
do que  los  vándalos,  más  sórdido  que  los  turcos.  El  Kislar-Agá,  ó 
jefe  de  los  eunucos  negros,  á  quien  Mahomet  II  otorgó  Atenas  en 
patrimonio,  respetó  religiosamente  una  ciudad  cuyo  pasado  vis- 
lumbraba confusamente.  El  sultán  mismo  decía  á  sus  genízaros  al 
entrar  en  Constantinopla:  «os dejo  las  riquezas  y  las  mujeres,  pero 
respetad  las  piedras.»  El  feroz  Sila  se  cebó  únicamente  en  los  ciu- 
dadanos, y  los  godos  no  descantillaron  el  menor  edificio.  Mas  no 
obraron  asi  los  venecianos  de  Morosini,  los  escoceses  de  Lord  El- 
gin ,  los  alemanes  del  Rey  Otón ,  los  mismos  descendientes  de  Fe- 
ríeles y  Milciades ,  cuyas  habitaciones  modernas  se  elevan  sobre 
una  tierra  santa. 

¡Cuánto  más  hubiera  valido  establecer  la  capital  en  el  Pireo,  en 
Nauplia,  en  Sira,  en  cualquier  punto  marítimo,  que  al  paso  que 
hubiera  asegurado  á  la  metrópoli  el  tránsito  de  las  ondas,  y  la  pros- 
peridad mercantil ,  hubiera  dejado  á  la  ciudad  de  Minerva,  en  con- 
fitada ,  por  decirlo  así ,  como  esas  frutas  que  conserva  el  azúcar 
cristalino  ¿A  qué  debe  Pompeya  sino  á  sus  ruinas  el  prestigio  de 
que  goza?  Las  cenizas  del  Vesubio  fueron  más  piadosas  que  el  pro- 
saísmo de  nuestros  días. 

Los  antiguos  atenienses  conservaban  con  religioso  esmero  la  na- 
ve en  que  había  regresado  á  su  patria  Teseo ,  después  de  haber  ven- 
cido al  monstruo  de  Creta.  Mas  la  vida  de  una  nave  es  corta,  como 
la  del  hombre :  asi  cada  parte  que  cedía  á  la  acción  del  tiempo,  la 
reemplazaban  los  atenienses  con  otra  de  igual  tamaño ,  forma  v 
color,  en  términos  que  en  tiempo  de  Feríeles  mostrábase  la  nave 


262  RECUERDOS 

de  Teseo  tal  como  cuando  tantos  sig-los  atrás  la  montó  el  héroe, 
aunque  cada  una  de  sus  partes  hubiese  sido  repetidas  veces  re- 
puesta. 

¿Qué  faltaba  á  esa  Niobe  augusta,  petrificada  de  dolor  por  la 
pérdida  de  sus  hijos,  sino  verse  arrancada  de  su  pedestal  y  pulve- 
rizada por  los  industriales  modernos? 

Las  olas  del  tiempo  arrastran  todo  lo  humano,  y  Saturno  devora 
á  sus  propios  hijos.  ¿Qué  nos  quedan  de  esos  siglos  de  gloria  y 
Ijelleza ,  de  esa  civilización  fulgente,  rítmica ,  armónica  y  crista- 
lina? Las  estatuas  griegas  se  han  fundido  como  la  nieve;  la  feal- 
dad es  la  reina  del  mundo ;  las  generaciones  modernas  han  olvi- 
dado el  camino  de  Paros.  Exhausto  se  halla  el  Iliso ;  mudas  las 
encinas  de  Dodona ,  desanimados  los  bosques ,  agotadas  ó  cenago- 
sas las  fuentes ,  la  yerba  crece  sobre  el  marmóreo  Pentélico ,  mina 
de  Dioses  y  más  preciosa  que  las  de  Golconda  y  Visiapur.  Ya  no 
destila  la  ciencia  melodiosa  la  luz  y  el  amor  en  el  cabo  de  Sunio, 
ni ,  como  la  abeja  del  Himeto ,  elabora ,  de  las  flores  por  doquier 
esparcidas,  la  miel  de  la  sabiduría. 

Colonia  de  Sais,  hija  del  tétrico  Egipto.  Atenas  supo  desatar  poco 
á  poco  los  listones  de  momia  que  la  envolvían ,  bañarse  en  el  mar 
cerúleo,  y  sonreír  al  verse  bella  en  el  espejo  de  las  ondas. 

Mas  la  juventud  y  la  gloria  son  ráfagas  de  verdura ,  tan  fu- 
gaces en  la  vida  como  la  flor  en  los  árboles,  ó  la  cristalización 
en  los  minerales.  El  pueblo  griego  simboliza  la  parte  juvenil  de  la 
humanidad.  Nuestro  planeta  protesta  contra  todo  asomo  de  felici- 
dad ,  como  el  clima  de  Inglaterra  contra  una  serie  de  días  despeja- 
dos, y,  aun  entre  la  misma  Grecia  coronada  de  mirtos  y  de  rosas, 
el  mito  de  Nemesis  era  harto  significativo. 

La  raza  helénica,  como  la  música  de  Rossini,  no  conocía  la 
tristeza.  El  himno  de  la  vida,  la  gala  de  la  luz,  la  magia  de  la 
belleza ,  la  fuerza  de  los  atletas  en  el  estadio  olímpico ,  la  lucha 
de  la  libertad  con  el  destino ,  el  perpetuo  himeneo  del  cielo  y  de 
la  tierra ,  eran  los  temas  favoritos  de  los  cantos ,  en  las  fiestas  de 
Eleusis  y  de  los  Panateneas.  En  ese  pueblo  venturoso ,  el  dolor 
mismo  era  armónico ,  el  terror  bello ,  las  matemáticas  razón  su- 
prema de  la  Divinidad,  la  poesía  y  la  filosofía  inseparables,  la 
sabiduría  hablaba  por  símbolos  floridos ,  la  verdad  se  bebia  en  la 
copa  de  la  belleza ,  las  cuchillas  ultrices  de  Harmodio  y  Aristogiton 
kSc  ocultaban  bajo  flores,  los  templos  conservaban  á  las  cortesa- 


I)E    GRECIA.  263 

ñas  esculpidas  en  oro ,  la  belleza  era  derecho  de  impunidad ;  los 
escultores ,  sacerdotes  de  la  belleza ,  en  cuya  presencia  mostraban 
piadosamente  las  madres  á  sus  hijas  desnudas;  las  constelaciones, 
formadas  de  héroes  en  otro  tiempo  terrestres  y  bienhechores  de  la 
humanidad ,  vertían  rayos  fraternales ,  y  guiaban ,  como  tropel  de 
candidos  cisnes,  á  los  navegantes.  Los  dioses  que  reg'ian  á  esta 
prole  privilegiada ,  eran  efluvios  de  fuerza  y  virilidad ,  leyes  in- 
mutables ,  principios  vivientes ,  personificaciones  de  las  altas  con- 
cepciones de  la  inteligencia.  Humanamente  apenas  diferian  de  los 
mortales ,  con  quienes  los  ligaban  vincules  de  grandeza  y  debili- 
dad. Amigos  indulgentes,  y  no  dueños  severos ,  nada  adustos  ni 
ceñudos ,  tratando  á  los  mortales  con  familiaridad  fraternal ,  reci- 
bían en  su  Olimpo  á  los  héroes  humanos ,  ó  bajaban  entre  los  hom- 
bres para  defenderlos  de  sus  enemigos. 

Mas  ya  estos  tiempos  están  lejos  de  nosotros,  y  una  religión 
austera ,  descubriéndonos  la  fragilidad  de  todo  lo  que  usurpa  el 
nombre  de  ser  y  la  vanidad  de  todo  lo  que  no  es  eterno  ,  nos  mues- 
tra que  el  placer  es  estéril ,  el  dolor  fecundo,  y  que  nuestro  planeta 
nos  hospeda  momentáneamente  como  una  tienda  plantada  en  la 
arena  durante  tan  solo  las  horas  de  la  noche. 

Jacobo  Bermudez  de  Castro. 


H  * 


INSTITUCIONES  - 


DE   CRÉDITO   HIPOTECARIO 


EN  EL  SUR  Y  OCCIDENTE  DE  EUROPA. 


La  Revolución  francesa,  que  á  la  vez  que  destruía  de  raíz  el  car- 
comido árbol  de  la  civilización  antigua ,  inauguraba  la  era  del  mo- 
vimiento liberal  y  democrático  del  mundo  moderno,  y  con  el  terror 
espantaba  el  mundo :  el  Imperio,  que  con  sus  aspiraciones  de  do- 
minación universal,  llevaba  la  guerra  á  todos  los  pueblos  y  les  obli- 
gaba á  atender  á  la  más  perentoria  de  las  necesidades ,  que  es  la 
conservación  de  su  autonomía,  explican  suficiente  si  no  satisfacto- 
riamente, que  el  movimiento  económico  en  favor  de  la  propiedad, 
iniciado  en  la  Alemania  del  Norte ,  no  fuese  continuado  por  la  del 
Sur  y  por  las  naciones  del  Mediodía  de  Europa,  en  el  primer  cuarto 
del  presente  siglo.  Las  luchas  políticas  que  siguieron  en  Francia  ala 
caída  del  primer  imperio ,  y  que  al  parecer  aún  no  han  terminado 
de  un  modo  definitivo ;  la  revolución  que  empezó  en  España  en  los 
últimos  años  de  la  guerra  de  la  Independencia ,  la  guerra  de  suce- 
sión y  la  constante  instabilidad  de  nuestras  situaciones  políticas;  el 
estado  de  sujeción  y  de  fraccionamiento  en  que  ha  vivido  Italia;  por 
último ,  el  sistema  de  hipotecas  tácitas  que  consiente  la  legislación 
de  estos  tres  pueblos  y  el  gobierno  absoluto  que  ha  regido  el  imperio 
de  Austria,  disculpan,  ya  que  no  justifiquen,  el  poco  interés  con 

(1)  En  el  número  anterior  se  cometió  el  error  de  imprenta  de  poner  Susti- 
tuciones por  Instituciones  y  de  decir  en  el  estado  de  cotización ,  Obligaciones, 
al  3j  por  100  en  vez  de  al  3|  por  100. 


tNSTlTÜCI0NE3  DE  CRÉDITO  HIPOTECARIO.  265 

que  han  mirado  la  cuestión  del  crédito  territorial  en  el  segundo 
cuarto  del  siglo ,  j  que  se  hayan  dejado  adelantar  en  el  estudio  y 
aplicación  de  ella,  por  Baviera  y  Bélgica.  Y  es  que  cuando  los 
pueblos  tienen  que  luchar  en  defensa  de  la  independencia  y  de  la 
integridad  de  su  territorio  contra  los  ataques  de  enemigos  exte- 
riores ,  ó  se  ven  perturbados  en  el  goce  y  pacifico  disfrute  de  sus 
derechos  y  libertades,  por  la  acción  de  enemigos  interiores,  engen- 
drados en  su  propio  seno  por  la  ambición  y  las  malas  pasiones, 
atentos  exclusivamente  al  cuidado  y  protección  de  estos  tan  im- 
portantes y  supremos  intereses ,  descuidan  todo  lo  que  se  refiere  á 
la  mejora  de  su^vida  material,  y  escasamente,  si  solicitados  por  las 
necesidades  imprescindibles  y  apremiantes  que  exige  su  conserva- 
ción, atienden  á  procurarse  el  indispensable  sustento.  Por  eso  los 
pueblos  privados  de  libertad,  ó  que  luchan  por  conseguirla,  se  pre- 
sentan en  un  estado  de  adelanto  moral  y  material ,  inferior  é  in- 
comparable siempre,  con  el  de  aquellos  que  en  perfecta  posesión 
de  este  que  podemos  llamar  el  quid  divinum  de  la  civilización  y 
del  progreso ,  pueden  desarrollarlo  pacificamente,  con  el  concurso 
de  todas  sus  fuerzas  y  en  todas  las  esferas  de  la  actividad  humana. 


I. 


Restablecida  la  paz  entre  las  naciones  de  Europa ,  Baviera ,  do- 
tada de  un  Gobierno  paternal  y  tolerante ,  y  Bélgica ,  regida  cons- 
titucionalmente ,  emprendieron  á  la  par  la  benéfica  obra  de  dotar 
á  su  propiedad  de  Instituciones  de  Crédito  Hipotecario. 

Parecía  natural  que  Baviera,  poblada  por  la  raza  germánica, 
rodeada  de  Estados  alemanes  y  unida  á  ellos  por  tantos  intereses 
comunes  en  lo  presente  y  por  su  historia  en  lo  pasado ,  siguiera  en 
la  creación  de  Instituciones  Hipotecarias  el  sistema  con  tanto  éxito 
planteado  en  aquellos  países ,  de  que  nos  hemos  ocupado  en  el  ar- 
tículo anterior  ( 1 ) ,  y  que  habia  sido  practicado  en  su  propio  terri- 
torio por  la  Asociación  de  Wurtemberg.  Sin  embargo,  en  vez  de 
seguir  el  anchuroso  camino  abierto  por  la  Alemania  del  Norte  y  del 
Occidente,  tomó  otro  completamente  distinto  y  hasta  contrario.  A 
la  Asociación  de  Propietarios  sustituyó  la  Asociación  de  Capitalis- 

(1)    Revista  de  España^  núm.  9."  del  15  de  Julio. 

TOliO  III.  18 


266  INSTITUCIONES 

tas ;  á  los  préstamos  en  obligaciones,  los  préstamos  en  efectivo ,  y 
al  organismo  para  un  fin  único,  el  organismo  para  un  fin  múltiple. 
Fenómeno  extraño  y  que  aparece  á  primera  vista  con  el  carácter 
de  una  aberración ,  pero  que ,  como  todos  los  fenómenos  sociales, 
tiene  su  explicación  y  fundamento  racional ,  que  procuraremos  ex- 
poner cuando  comparemos  los  diversos  sistemas  de  Instituciones  de 
Crédito  Hipotecario. 

En  400  millones  de  florines  ( 1 )  se  calculaba  la  deuda  que  sopor- 
taba la  propiedad  territorial  del  reino,  en  1825.  La  mayor  parte  de 
esta  deuda ,  contraida  en  circunstancias  angustiosas ,  devengaba 
intereses  tan  crecidos ,  que  era  imposible  su  liberación ,  y  á  veces, 
hasta  el  pago  puntual  de  aquellos ;  de  esta  situación  se  originaban 
multitud  de  demandas  de  secuestro  y  el  peligro  inminente  para 
mucbos  propietarios,  de  verse  expropiados  de  sus  bienes.  Las  con- 
diciones usurarias  de  los  préstamos  y  las  preocupaciones  que  en- 
tonces se  tenian  sobre  la  usura,  eran  tales ,  que  los  tribunales,  con 
la  mira  de  atenuar  la  apurada  situación  de  los  propietarios  y  de 
castigar  indirectamente,  lo  que  entonces  se  creia  un  abuso  de  los  ca- 
pitalistas, prescindían  en  sus  fallos  de  la  estricta  justicia  |en  daño 
de  estos  y  beneficio  de  aquellos.  Esta  infracción  de  las  leyes,  que  pri- 
vaba de  validez  á  los  contratos  hipotecarios ,  retrajo  más  el  capital 
y  agravó  la  situación  de  los  propietarios.  Y  como  siempre  sucede 
que  del  exceso  del  mal  resulta  el  remedio ,  se  pensó  en  el  Crédito 
Hipotecario.  Después  de  muchos  estudios  se  adoptó  la  proposición 
presentada  por  el  Barón  de  Eichtal ,  y  en  su  virtud  se  estableció 
en  1835  el  Banco  Bávaro  Hipotecario  3'  de  Descuento. 

El  capital  del  Banco  se  fijó  al  principio  en  10.000.000  de  flori- 
nes, dividido  en  20.000  acciones  de  500  florines  una ,  con  facultad 
de  aumentarlo  hasta  20  millones ;  podia  el  Banco  emitir  billetes  al 
portador  hasta  el  máximum  de  2/5  del  capital  total.  Se  le  facultó 
para  admitir  depósitos  y  para  ejecutar  todas  las  operaciones  de  un 
Banco  de  Circulación  y  Descuento;  además  se  le  permitió  establecer 
una  Caja  de  Ahorros ,  un  Montepío  y  una  Sociedad  de  Segaros  so- 
bre la  vida  y  sobre  incendios,  á  prima  fija;  podia  establecer  sucur- 
sales. Por  último ,  se  le  concedió  privilegio  por  noventa  y  nueve 
años  para  todas  estas  atribuciones.  El  Banco  se  obligaba  á  su  vez 
á  prestar  á  la  propiedad ,  mediante  hipoteca,  y  hasta  el  50  por  100 
de  su  valor ,  los  3/5  de  su  capital  al  interés  de  4  por  100  por  in- 
(1)    Un  florín  equivale  á  2  francos,  195  miléaimas. 


DE   CRÉDITO   HIPOTECARIO.  267 

« 

tereses  y  comisión ,  más  el  tanto  anual  por  amortización ,  que  va- 
riaba de  1/2  por  100  en  adelante,  según  la  duración  de  aquella, 
teniendo  facultad  el  propietario  deudor,  de  variar  á  su  voluntad  el 
tanto  de  amortización ,  y  de  consiguiente  el  plazo  de  liberación  de 
su  deuda.  El  mínimum  de  los  préstamos  era  de  500  florines.  Los  2/5 
restantes  del  capital  se  invierten  en  operaciones  de  Banca  y  en 
préstamos  hipotecarios  á  propietarios  extranjeros,  debiendo  con- 
servar en  metálico  el  1/4  de  la  emisión  en  billetes.  El  capital  total 
del  Banco  se  compone;  del  valor  de  las  acciones  emitidas,  más  los 
2/5  de  esta  suma  en  billetes  al  portador,  y  de  las  cantidades  que 
recibe  por  primas  de  seguros ,  como  Caja  de  Ahorros,  y  por  de- 
pósitos. 

Las  utilidades  del  Banco  que  se  reparten  á  los  accionistas ,  pro- 
vienen: 1.°,  del  3  por  100  de  los  préstamos  hipotecarios;  2.°,  de  las 
utilidades  que  resultan  de  la  emisión  de  billetes;  3.°,  de  las  comi- 
siones, tanto  de  los  préstamos  hipotecarios ,  como  de  los  seguros, 
Caja  de  Ahorros,  Montepio  y  de  las  operaciones  de  Banca;  el  10 
por  100  de  las  utilidades  2.''  y  3.*  sirven  para  constituir  un  fondo 
de  reserva  hasta  el  10  por  100  del  capital. 

La  suma  total  de  préstamos  verificados  por  este  Banco,  varía  en- 
tre 14  y  18  millones  de  florines ,  y  como  el  reembolso  anual  es  ge- 
neralmente del  1/12  al  1/10  del  préstamo  total,  en  un  siglo  puede 
prestar  á  la  propiedad,  de  150  á  180  millones  de  florines.  El  Go- 
bierno ,  que  posee  cierto  número  de  acciones ,  y  que  en  sus  muchas 
relaciones  con  el  Banco  se  sujeta  á  la  ley  general,  ejerce  en  las 
operaciones  de  este  su  vigilancia  y  tutela,  por  medio  de  un  Comi- 
sario. 

En  el  año  1850  se  reformaron  los  estatutos,  en  la  parte  que  se 
refiere  á  la  administración  del  Banco.  Componen  esta,  un  Comité 
general  formado  por  los  60  mayores  accionistas.  La  Administración 
la  componen  siete  accionistas  residentes  en  Munich ,  elegidos  por  el 
Comité ,  y  estos  á  su  vez  nombran  un  Director  y  un  Subdirector; 
además  existe  un  Comité  de  censura  elegido  por  el  general ,  des- 
tinado á  ilustrar  á  la  Administración  sobre  el  valor  de  las  firmas. 

Muchos  lunares  pueden  señalarse  en  esta  institución ;  es  el  pri- 
mero, el  de  que  prestando  este  Banco  su  propio  capital  y  siendo 
este  fijo ,  no  conserva  siempre  la  relación  conveniente  con  las  ne- 
cesidades de  la  propiedad ,  y  cuando  estas  sean  grandes  y  no  pueda 
servirlas  todas,  los  propietarios  que  no  obtengan  su  auxilio,  tendrán 


556B  INSTITUCIONES 

que  sufrirlas  duras  condiciones  de  la  usura,  tanto  más  sensible, 
cuanto  más  en  pequeño  se  ejerza ,  y  aumentada  por  el  privilegio 
de  que  disfruta  el  Banco :  el  segundo  nace,  de  la  obligación  im- 
puesta al  Banco  de  prestar  á  un  interés  constante;  nada  hay,  en 
efecto,  más  contrario  á  la  naturaleza  de  las  cosas;  el  interés  del  di- 
nero es  un  elemento  esencialmente  variable  con  la  abundancia  ó 
escasez  de  capitales,  y  si  se  comprende  que  un  capitalista,  preste 
una  cantidad  pequeña  á  interés  fijo  durante  un  plazo  largo ,  como 
se  mantendría  constante  por  medio  de  estufas  la  temperatura  de  una 
habitación ,  seria  locura  imaginar  el  mismo  resultado,  para  un 
campo  extenso  abierto  á  los  vientos  y  al  sol  y  á  todos  los  agentes 
que  influyen  en  la  temperatura.  Por  último ,  es  tan  vario  y  tan 
vasto  el  campo  de  las  operaciones  del  Banco ,  algunas  de  ellas  son 
de  índoles  tan  diversas  entre  si,  que  difícilmente  se  pueden  armo- 
nizar. 

Sin  embargo  de  los  vicios  económicos  de  que  adolece  esta  insti- 
tución ,  ha  prestado  grandes  beneficios  á  la  propiedad ,  no  solo  de 
Baviera ,"  sino  también  de  Austria ,  adonde  ha  extendido  su  acción 
por  las  buenas  condiciones  del  régimen  hipotecario,  prestando 
grandes  cantidades,  á  intereses,  que  aumentados  con  la  anualidad 
de  la  amortización,  variaban  entre  4  1/2,  5,  5  1/2,  ó  lo  más  6  por 
100  al  año,  produciendo  la  liberación  de  la  deuda  en  61  1/2  años, 
en  42,  en  34  1/2  y  en  29. 

Por  otra  parte ,  los  accionistas  han  obtenido  grandes  beneficios; 
de  suerte  que  las  acciones  se  han  cotizado  siempre  con  prima,  va- 
riando esta  entre  40  y  100  por  100,  á  pesar  de  haber  atravesado 
épocas  de  grandes  crisis  económicas  y  políticas .  como  la  del  año 
1848,  que  se  llamó  la  preuve  dufeu. 

Sin  embargo  del  buen  éxito  que  este  sistema  de  Crédito  Hipote- 
cario ha  tenido  en  Baviera ,  debemos  desconfiar  de  la  conveniencia 
de  su  aplicación  á  otros  países.  ¿Cómo  era  posible  que  resistiese  á  las 
violentas  sacudidas  que  experimenta  el  interés  del  dinero  en  In- 
glaterra y  en  otros  pueblos  de  grande  iniciativa  y  actividad  mer- 
cantil? En  Baviera,  por  ser  país  esencialmente  agrícola,  con  una  in- 
dustria bastante  limitada ,  de  escaso  movimiento  comercial  por  la 
posición  central  que  ocupa  en  Europa,  y  poblado  por  una  raza  la- 
boriosa y  sobria ,  pero  prudente  con  extremo,  y  gracias  también  á 
la  vigilancia  constante  é  ilustrada  del  Gobierno ,  ha  podido  sub- 
sistir, á  pesar  de  los  vicios  orgánicos  que  lleva  en  su  seno. 


DE   CRÉDITO    HIPOTECARIO.  269 

Bélgica ,  país  eminentemente  industrial  y  mercantil ,  hasta  el 
punto  de  que  la  suma  de  valores  de  este  orden,  alcance  á  igualar 
sino  supera,  al  valor  de  la  propiedad  rural ,  debia  obedecer  en  la 
creación  de  las  Instituciones  Hipotecarias,  al  carácter  y  tendencias 
dominantes  en  sus  habitantes ;  así  sucedió  en  efecto ,  y  las  dos  que 
se  establecieron  en  Bruselas  en  el  año  1835 ,  denominada  Caja  de 
Propietarios  la  una ,  y  Caja  Hipotecaria  la  otra ,  más  que  institu- 
ciones destinadas  á  facilitar  á  la  propiedad  empeñada ,  al  menor 
interés  posible ,  los  capitales  que  necesitase  para  su  liberación  y 
fomento,  eran  Asociaciones  de  Capitalistas,  reunidos  con  el  objeto 
evidente,  de  monopolizar  y  beneficiar  en  su  exclusivo  provecho, 
los  préstamos  á  la  propiedad. 

La  Caja  de  Propietarios  se  fundé  con  un  capital  de  3.000.000  de 
francos,  dividido  en  acciones  de  500  francos ;  prestaba  su  capital 
al  4  por  100  sobre  hipoteca  de  fincas,  y  emitía  además  otro  tanto 
en  obligaciones  con  4  por  100  de  interés,  para  aumentar  su  capital 
disponible,  que  de  este  modo  podía  doblarse.  Percibía  de  los  propie- 
tarios deudores,  además  del  interés  fijo  de  4  por  100 ,  1  por  100  de 
comisión  y  el  tanto  de  amortización,  que  variaba  según  el  plazo  de 
esta ,  desde  cinco  hasta  cincuenta  años ,  y  que  podía  anticiparse 
por  entregas  en  efectivo.  Las  ohligaciones  se  amortizaban  por  sor- 
teo, con  primas  de  lotería,  que  variaban  desde  6  hasta  100  por  100 
del  valor  de  aquellas;  el  fondo  para  estas  primas,  se  formaba  con  el 
25  por  100  de  las  utilidades  de  la  sociedad  y  el  75  por  100  restante, 
se  distribuía  entre  los  accionistas.  El  tanto  por  ciento  anual  que 
obtenían  de  su  dinero  los  obligacionistas,  era  por  término  medio 
8  por  100;  4  del  interés  fijo  de  aquellas  y  otro  4  por  100  importe 
medio  de  las  primas ;  el  beneficio  de  los  accionistas  y  administra- 
dores era  muy  superior  y  resultaba,  que  la  anualidad  que  pagaban 
los  propietarios  deudores  de  Bélgica,  era  más  de  1  por  100  mayor 
que  la  que  pagaban  los  de  Wurtemberg ,  á  igualdad  de  duración 
del  préstamo.  La  Caja  de  Propietarios  prestaba  hasta  el  66  por  100 
del  valor  de  las  fincas  hipotecadas ,  y  el  privilegio  de  su  existencia 
era  de  noventa  y  nueve  años. 

La  Caja  Hipotecaría,  cuyo  título  de  concesión  le  asignaba  una 
existencia  de  sesenta  años,  era  como  la  anterior  una  sociedad  de 
capitalistas,  fundada  con  un  capital  de  12.000.000  de  francos,  di- 
vidido en  acciones  de  1.000  francos.  Podía  también  emitir  obliga- 
ciones al  4  por  100  de  interés,  que  amortizaba  á  la  par  sin  sorteo 


270  INSTITUCIONES 

m  prima,  pero  las  admitía  en  pa^o  de  anualidades;  el  importe  de 
aquellas  no  podia  exceder  del  de  los  préstamos  en  numerario.  Perci- 
bía 1  por  100  de  comisión  y  disfrutaba  el  beneficio  de  dos  privile- 
gios, de  que  carecía  la  Caja  de  Propietarios;  consistía  el  primero,  en 
la  creación  de  una  Caja  de  seguros  sobre  la  vida;  y  el  segundo,  en 
lo  que  se  llamaba  el  préstamo  compuesto ,  según  el  cual ,  los  pro- 
pietarios deudores  que  pagaban  anualidades  dobles  de  las  que  les 
correspondían  por  sus  préstamos ,  percibían  al  año  de  amortizados 
estos,  un  capital  igual  á  su  valor. 

Estas  instituciones,  como  operaban  con  capital  limitado  é  insufi- 
ciente á  satisfacer  las  necesidades  de  la  propiedad,  gravada  según 
cálculos  que  merecen  crédito,  con  una  deuda  de  700.000.000  de 
francos ,  dispensaban  á  esta  escasos  beneficios ;  como  por  otra  parte 
tenían  interés  en  repartir  grandes  dividendos  á  sus  accionistas, 
prestaban  á  un  tanto  por  ciento  superior  al  corriente ,  y  de  estos 
préstamos  con  carácter  usurario ,  se  originaban  litigios  sin  cuento 
con  los  deudores  morosos ,  y  por  último  expropiaciones  forzosas. 
Como  además  la  legislación  hipotecaria  belga,  no  era  tan  favorable  al 
préstamo  hipotecario  como  la  germánica ,  la  acción  de  estas  socie- 
dades se  redujo  más  de  día  en  día ,  hasta  el  punto  de  que  su  exis- 
tencia, no  produjera  resultado  alguno  en  beneficio  de  la  propiedad. 

En  el  año  1850  presentó  á  las  Cámaras  el  Ministro  de  Hacienda 
Mr.  Frére  Ordan,  un  proyecto  de  ley  de  reforma  de  la  legislación 
hipotecaria  y  otro  para  el  establecimiento  de  una  Asociación  de 
Propietarios ,  sobre  el  modelo  de  la  de  Gallícía.  Esta  Asociación  no 
llegó  á  formarse,  y  en  el  año  1861  se  fundó  en  Bruselas  una  socie- 
dad anónima  con  6.000.000  de  francos  de  capital,  denominada 
Caisse  Mpotecaire  Belge ,  para  ejercer  el  préstamo  hipotecario  por 
medio  de  obligaciones  hipotecarias. 

Esta  sociedad  ha  prestado  á  la  propiedad  grandes  sumas,  á  inte- 
rés módico ,  en  los  pocos  años  que  lleva  de  ejercicio,  pero  como  sus 
eístatutos  son  casi  iguales  á  los  del  Crédit  Foncier  de  France,  y  de 
creación  posterior,  no  hablaremos  de  ella. 


II. 


Vamos  á  considerar  ahora  el  que  podemos  llamar,  tercer  periodo 
del  Crédito  Hipotecario,  inaugurado  en  Francia  en  el  año  1854  con 


DE   CRéülTO   HIPOTECARIO.  2>f\ 

la  institución  denominada  Crédit  Foncier ,  y  que  ha  servido  de 
modelo  literalmente ,  ó  con  ligeras  variantes ,  para  la  creación  de 
instituciones  análogas  en  Portugal,  Suiza  y  Austria. 

La  propiedad  francesa  se  encontraba  gravada  en  el  año  1852  con 
una  deuda  que,  según  opinión  de  ilustres  estadistas,  ascendía  á  8  ó 
10.000.000.000  de  francos,  de  los  que  3.000  afectaban  exclusiva- 
mente á  la  propiedad  rústica ;  esta  deuda  se  contraía  y  se  adminis- 
traba por  el  intermedio  de  los  notarios ,  los  plazos  de  los  contratos 
eran  cortos ,  el  reembolso  se  verificaba  en  totalidad ,  y  el  interés 
medio  que  servia,  se  calculaba  en  más  de  7  1/2  por  100;  condi- 
ciones sumamente  desfavorables  á  los  propietarios,  que  los  tenian 
en  perpetuo  temor  respecto  á  su  porvenir  como  tales ,  y  que  pro- 
ducían la  expropiación  para  muchos.  Además ,  los  gastos  de  ins- 
cripción de  la  hipoteca  y  de  formalizacion  del  contrato  eran  tales, 
que  aumentaban  en  10  por  100  el  interés  de  un  préstamo  de  300 
francos  durante  un  año ;  y  como  según  el  Marqués  d'Audiffret  se 
verifican  anualmente  más  de  250.000  préstamos  de  cantidades  me- 
nores de  300  francos ,  resulta  que  la  pequeña  propiedad  de  Francia, 
pagaba  por  sus  deudas  á  plazo  corto,  de  15  á  20  por  100  al 
año. 

Preocupado  el  Gobierno  francés  con  la  penosa  situación  en  que 
se  encontraba  la  propiedad,  é  ilustrado  con  los  estudios  que  del 
crédito  hipotecario  en  Alemania,  hablan  hecho  por  su  encargo 
Mr.  Royery  Mr.  Josseau,  expidió  un  decreto  en  Febrero  de  1852, 
autorizando  el  establecimiento  de  sociedades  de  Crédito  Hipotecario, 
formadas  por  propietarios  ó  por  capitalistas ,  limitadas  á  circuns- 
cripciones determinadas ,  y  que  prestasen  á  la  propiedad  por  me- 
dio de  obligaciones  Mpotecarias ,  en  condiciones  semejantes  á  las 
de  las  asociaciones  alemanas.  Para  facilitar  la  acción  de  estas  so- 
ciedades ,  el  decreto  indicado  creó  en  su  favor  una  ley  civil  espe- 
cial, y  un  procedimiento  sumario  de  secuestro  y  expropiación,  pa- 
recido al  que  se  emplea  en  los  asuntos  mercantiles. 

A  la  sombra  de  este  decreto  se  crearon  varias  sociedades  forma- 
das por  capitalistas ;  en  París  se  fundó  la  Banque  Fonciére  y  otras 
dos ,  la  una  en  Nevers  y  la  otra  en  Marsella ;  pero  la  falta  de  regu- 
laridad en  los  títulos  de  propiedad  y  la  concurrencia  que  les  hacían 
los  notarios,  dificultaron  en  extremo  la  acción  de  estas  sociedades, 
particularmente  las  de  las  provincias ,  que  faltas  de  capitales  que 
se  invirtiesen  en  sus  obligaciones,  tuvieron  que  recurrir  á  contraer 


272  INSTITUCIONES 

empréstitos  con  la  Banque  Fonciére  de  Paris\  hasta  que  por  últi- 
mo se  fundieron  en  ella  y  constituyeron  la  sociedad  conocida  con 
el  nombre  de  Crédit  Foncier  de  France ,  con  privilegio  exclusivo 
por  noventa  y  nueve  años ,  para  prestar  á  la  propiedad  de  toda  la 
Francia ,  en  obligaciones  hipotecarias ,  y  disfrutando  de  una  sub- 
vención de  10,000.000  de  francos,  que  debia  percibir  proporcio- 
nalmente  al  importe  de  los  préstamos  que  otorgase. 

El  Crédit  Foncier  de  France  se  constituyó  definitivamente  con 
un  capital  de  60.000.000  de  francos,  dividido  en  acciones  de  500  y 
con  facultad  para  aumentarlo ,  á  fin  de  que  el  importe  de  su  capi- 
tal realizado  fuese  siempre  el  5  por  100  de  los  préstamos  otorgados. 
La  Administración  de  la  sociedad  se  compone  de  un  Gobernador  y 
dos  Subgobernadores  nombrados  por  el  Gobierno;  de  un  Consejo  de 
Administración  y  de  un  Comité  de  Censura  elegidos  por  la  Asamblea 
general  de  acionistas ,  y  compuesto  el  primero  de  veinte,  y  de  tres 
accionistas  el  segundo ,  renovable  el  primero  por  quintas  partes,  y 
el  segundo  por  terceras.  Los  corresponsales  de  la  sociedad  en  las 
provincias  suelen  ser  notarios  ó  los  receveurs  des  finances ,  y  los 
nombra  el  Gobernador:  la  Asamblea  general  de  accionistas  la  com- 
ponen los  doscientos  que  representan  mayor  número  de  acciones. 

La  sociedad  tiene  por  objeto: 

Artículo  1."  Prestar,  sobre  hipoteca ,  á  los  propietarios  de  inmuebles, 
sumas  reembolsables ,  á  plazo  largo  por  anualidades,  á  plazo  corto  con 
amortización  ó  sin  ella.  Crear  y  negociar  obligaciones  hipotecarias  por  un 
valor  que  no  puede  exceder  al  de  las  sumas  que  le  deben  los  propietarios 
deudores.  Puede  aplicar,  con  la  autorización  del  Gobierno,  cualquier  otro 
sistema  que  tenga  por  objeto  facilitar  los  préstamos  sobre  inmueble ,  la 
mejora  del  suelo,  los  progresos  de  la  agricultura  y  la  extinción  de  la  deuda 
de  la  propiedad.  La  sociedad  puede  tratar  con  compañías  de  seguros  fran- 
cesas ó  extranjeras  para  favorecer  la  liberación  del  deudor. 

Art.  2.'  La  sociedad  está  autorizada  para  recibir,  con  interés  ó  sin  él, 
capitales  en  depósito.  Estos  capitales  podrán  ser  empleados ,  hasta  la  con- 
currencia de  la  mitad  de  su  valor,  y  por  un  plazo  que  no  excederá  de  90 
dias ,  ya  según  condiciones  deliberadas  en  Consejo  de  Administración,  en 
adelantos  sobre  las  obligaciones  emitidas  por  la  sociedad ,  ó  sobre  cuales- 
quiera otros  valores  que  sean  recibidos  en  el  Banco  de  Francia  como  ga- 
rantías de  préstamos,  bien  en  compras  de  bonos  del  Tesoro.  El  excedente 
ingresará  íntegramente  en  el  Tesoro,  en  cuenta  corriente,  al  tanto  de  inte- 
rés que  fije  el  Ministro  de  Hacienda.  Las  sumas  que  la  sociedad  puede  recibir 
en  depósito,  no  podrán  exceder  de  la  cifra  determinada  por  el  Ministro- 


DE   CRÉDITO   HTPOTECARIO.  273 

Art,  3.*  La  duración  de  la  sociedad  es  de  noventay  nueve  años ,  á'  con-' 
tar  del  30  de  Julio  de  1852.  Su  asiento  j  su  domicilio  están  establecidos 
en  París. 

Trascribimos  á  continuación  la  parte  más  importante  de  los  es- 
tatutos ,  y  que  explica  con  suficiente  claridad  el  mecanismo  de  la 
sociedad. 

Art.  5l,  La  sociedad  hace  préstamos  iiipotecarios  de  dos  clases:  los 
unos  son  reembolsables  á  plazo  largo ,  por  anualidades  calculadas  de  ma- 
nera que  se  amortice  la  deuda  en  un  trascurso  de  diez  años  á  lo  menos ,  ó 
de  sesenta  años  á  lo  más .  Los  otros  son  reembolsables  á  plazo  corto ,  con 
amortización  ó  sin  ella.  Estos  préstamos  pueden  hacerse ,  bien  en  numera- 
rio, ó  en  obligaciones  hipotecarias  (1). 

Art.  52.  La  sociedad  no  presta  á  los  propietarios  de  inmuebles  más 
que  sobre  primera  hipoteca. 

Art.  54.  No  se  admiten  al  beneficio  de  los  préstamos  hechos  por  la 
sociedad :  los  teatros  ,  las  minas  y  canteras ,  los  inmuebles  pro  indiviso ,  si 
la  hipoteca  no  se  establece  sobre  la  totalidad  de  ellos ,  con  el  consenti- 
miento de  todos  los  copropietarios ;  aquellos  cuyo  usufructo  y  la  propie- 
dad desnuda  no  están  reunidos ,  á  menos  del  consentimiento  de  todos  los 
derecho-habientes  al  establecimiento  de  la  hipoteca. 

Art.  56.  El  total  del  préstamo  no  puede  exceder  de  la  mitad  del  valor 
del  inmueble  hipotecado.  Es  á  lo  más  del  tercio  del  valor  para  las  viñas, 
los  bosques  y  otras  propiedades  cuya  renta  proviene  de  plantaciones.  Los 
edificios  de  talleres  y  fábricas  no  se  estiman  más  que  en  razón  del  valor 
independiente  de  su  aplicación  industrial 

Art.  57.  En  ning-un  caso,  la  anualidad  al  servicio  de  la  cual  el  deudor 
se  obliga,  puede  ser  superior  á  la  renta  total  de  la  propiedad. 

Art.  59.  La  anualidad  es  pagadera  en  numerario.  Comprende:  el  inte- 
rés ,  la  amortización  determinada  por  el  tanto  de  interés  y  la  duración  del 
préstamo ,  una  alocacion  anual  por  derechos  de  comisión  y  gastos  de  ad- 
ministración ,  que  no  puede  exceder  de  60  céntimos  por  lOO  francos ,  sino 
en  virtud  de  un  decreto  imperial  expedido  por  el  Consejo  de  Estado  y  á 
demanda  del  Consejo  de  Administración. 

Art.  60.  Las  anualidades  son  pagaderas  por  semestre ,  en  las  épocas 
determinadas  por  el  Consejo  de  Administración.  En  el  momento  de  efec- 
tuar un  préstamo ,  la  sociedad  retiene  del  capital  el  interés  y  la  alocacion 
aplicables  al  tiempo  que  debe  trascurrir  hasta  el  primer  vencimiento  se- 
mestral. 

Art.  61.     Todo  semestre  no  pagado  al  vencimiento,  devenga  interés  de 

(1)  El  Crédit  Foncier  no  realiza  actualmente  sus  préstamos  á  plazo  largo  más  que 
&n  obligaciones  hipotecarias. 


274  INSTITUCIONES 

pleno  derecho  j  sin  aviso  en  beneficio  de  la  sociedad ,  al  respecto  del  5  por 
loo  al  año.  Lo  mismo  sucede  con  los  gastos  de  ejecución  liquidados  ó  ta- 
sados, hechos  por  la  sociedad  para  alcanzar  el  cobro  de  sus  créditos  j  desde 
el  dia  en  que  fueron  adelantados. 

Art.  62.  Además,  la  falta  de  pago  de  un  semestre  hace  exigible  la  to- 
talidad de  la  deuda  un  mes  después  del  aviso. 

Art.  63.  Los  deudores  tienen  derecho  á  liberarse  por  anticipación  en 
todo  ó  en  parte.  Los  reembolsos  anticipados  se  efectúan,  á  elección  de  los 
deudores  ,  en  numerario,  ó  en  obligaciones  hipotecarias  pertenecientes  á  la 
emisión  indicada  por  el  contrato  del  préstamo.  Estas  obligaciones  serán 
''ecibidas  á  la  par,  cualquiera  que  sea  su  precio  corriente.  Los  reembolsos 
anticipados  dan  lugar,  en  beneficio  de  la  sociedad,  á  una  indemnización 
de  1|2  por  lOO  del  capital  reembolsable  por  anticipación.  Los  fondos  que 
provengan  de  los  reembolsos  anticipados ,  efectuados  en  numerario ,  se 
emplearán ,  ja  en  amortizar  ó  rescatar  obligaciones  hipotecarias ,  ó  en 
efectuar  nuevos  préstamos. 

Art.  70.  La  estimación  de  los  bienes  ofrecidos  en  garantía  tiene  lugar 
en  vista  de  los  títulos ,  contratos  de  arrendamiento  j  otras  noticias  dadas 
por  el  propietario  que  desea  contratar  el  'préstamo.  La  sociedad  tiene  de- 
recho además  de  hacer  proceder  á  un  avalúo  por  peritos.  En  todos  los  ca- 
sos el  avalúo  se  hace  por  la  doble  base  del  valor  en  venta  j  de  la  renta. 

Art.  74.  Las  obligaciones  hipotecarias  creadas  por  la  Sociedad  son 
nominativas  ó  al  portador. 

Art.  76.  Las  obligaciones  hipotecarias  no  pueden  exceder  en  valor  al 
de  los  compromisos  de  los  deudores. 

Art.  78.  Los  tenedores  de  obligaciones  hipotecarias,  no  tienen  otra 
acción  para  el  cobro  del  capital  é  intereses  exigibles,  que  la  que  pueden 
ejercer  directamente  contra  la  sociedad. 

Art.  82.  Las  obligaciones  hipotecarias  se  crean  sin  época  fija  de  exi- 
gibilidad  del  capital.  Son  llamadas  al  reembolso  por  medio  del  sorteo. 
Cada  reembolso  comprende  el  número  de  obligaciones  necesario  para  ve- 
rificar una  amortización  tal ,  que  las  obligaciones  que  queden  en  circula- 
ción, no  excedan  nunca  á  los  capitales  que  son  debidos  por  razón  de  los 
préstamos  hipotecarios. 

Art.  83.  Con  la  autorización  del  Gobierno  pueden  asignarse  á  las  obli- 
gaciones, lotes  y  primas  pagaderos  en  el  momento  del  reembolso. 

Art.  89.  Los  beneficios  líquidos  realizados  se  distribuyen  anualmente 
del  modo  siguiente:  L°  El  5  por  lOO  del  capital  realizado  del  valor  de  las 
acciones  para  ser  repartido  á  todos  los  accionistas.  2.°  Una  suma ,  que  no 
puede  exceder  del  20  por  lOO  del  remanente ,  afectada  al  fondo  de  reserva, 
en  la  proporción  determinada  por  el  Consejo  de  Administración.  Lo  que 
queda ,  completa  el  dividendo  á  repartir  entre  todas  las  acciones  emitidas . 


DE    CRÉDITO   HIPOTECARIO.  S7S 

Arfe.  91.  El  fondo  de  reserva  se  compone,  de  la  acumulación  de  las  su- 
mas  producidas  por  la  distribución  anual  de  los  beneficios,  en  ejecución  del 
articulo  89,  hasta  constituir  la  mitad  del  fondo  social. 

Aunque  en  su  origen  el  Crédii  Foncier  tenía  por  única  y  ex- 
clusiva misión  la  de  prestar  á  la  propiedad  por  medio  de  obliga-^ 
ciones  y  mediante  hipoteca ,  con  el  tiempo  ha  ido  ensanchando  su 
esfera  de  acción  y  ha  extendido  el  círculo  de  sus  atribuciones.  En 
virtud  de  una  ley  de  17  de  Julio  de  1856  el  Estado  estaba  autori- 
zado para  emplear  una  suma  de  100  millones  de  francos  en  présta- 
mos para  trabajos  de  drainaje ;  por  un  decreto  del  28  de  Mayo  de 
1858  el  Orédit  Foncier  se  ha  encargado  de  realizar  estos  présta- 
mos ,  por  medio  de  emisiones  de  ohligaciones  de  drainage  reembol- 
sables  á  la  par,  sustituyendo  al  Estado  en  la  responsailidad  de  los 
ya  efectuados. 

Por  decreto  de  11  de  Enero  de  1859  el  Orédit  Foncier  ha 
extendido  á  la  Argelia  el  privilegio  y  las  atribuciones  de  que  dis- 
frutaba en  Francia ,  pero  limitando  la  suma  de  los  préstamos  que 
verificase  en  aquel  territorio,  al  5  por  100  como  Tiiáximum,  de  los 
otorgados  en  este.  Los  préstamos  en  la  Argelia  deben  hacerse  en 
numerario;  son  reembolsables  por  anualidades  que  comprenden: 
1.°  El  interés,  que  no  debe  exceder  de  8  por  100:  2.°  La  suma  ne- 
cesaria para  amortizar  la  deuda  en  un  plazo  de  treinta  años  á  lo 
más:  y  3.°  Los  gastos  de  administración,  que  no  pueden  exceder  de 
1  franco  20  céntimos  por  100. 

En  virtud  de  una  ley  de  19  de  Mayo  de  1860  el  Crédit  Foncier 
ha  reemplazado  al  Gomptoir  d'Escompte  para  todas  las  operaciones 
del  Sous-Comptoir  des  entrepreneurs  de  bdtiments ,  hasta  la  con- 
currencia de  2.500.000  francos.  El  Crédit  Foncier,  después  de 
recibir  como  depósito  de  garantía  el  75  por  100  del  capital  social 
del  Sous-Comptoir ,  abre  créditos  con  garantía  de  prenda  sobre 
valores  y  mercancías,  y  facilita  el  desorrollo  de  las  construcciones. 

La  ley  de  6  de  Julio  de  1860   ha  autorizado  al  Crédit  Foncier 
para  hacer  préstamos ,  por  medio  de  obligaciones  llamadas  comu- 
nales ,  á  los  departamentos ,  municipios  y  asociaciones  sindicales, 
siempre  que  el  presupuesto  de  la  corporación  pueda  servir  des 
ahogadamente  las  anualidades  del  préstamo. 

Por  último,  bajo  la  protección  y  como  secuela  del  Crédit  Fon- 
cier, el  Gobernador  y  el  Consejo  de  Administración  de  este,  funda- 
ron en  1861  una  sociedad  anónima  denominada  Orédit  Agricole, 


276  INSTITUCIONES 

con  20  millones  de  francos  de  capital ,  dividido  en  acciones  de  500 
francos.  Su  objeto,  según  los  estatutos ,  es : 

Art.  2.*  La  sociedad  tiene  por  objeto  procurar  capitales  ó  créditos  á  la 
agricultura  y  á  las.  industrias  que  se  enlazan  con  ella ,  haciendo  ó  facili- 
tando por  su  g-arantía  el  descuento  ó  la  negociación  de  efectos  exigibles  á 
90  dias  lo  más.  Abrir  créditos  ó  prestar  á  plazo  más  largo ,  pero  sin  que 
exceda  de  tres  años,  sobre  prenda  ó  garantía  especial.  Recibir  depósito 
con  interés  ó  sin  él ,  sin  que  puedan  exceder  de  dos  veces  el  capital  reali- 
zado ó  representado  por  títulos  depositados  en  la  caja  de  la  sociedad,  con_ 
forme  al  art.  9.'  Abrir  cuentas  corrientes.  Verificar  cobros,  j  Hacer,  con 
la  autorización  del  Gobierno,  todas  las  demás  operaciones  que  tengan  por 
objeto  favorecer  el  descuaje  ó  la  mejora  del  suelo  ,  el  aumento  j  la  conser- 
vación de  sus  productos  j  el  desarrollo  de  la  industria  agrícola.  Puede, 
según  las  necesidades  de  sus  operaciones ,  crear  y  negociar  títulos  ó  vaio- 
res  cuya  época  de  exhibilidad  no  podrá  exceder  de  cinco  años ,  pero  sola- 
mente en  representación  y  dentro  de  los  límites  de  los  créditos  ó  préstamos 
verificados. 

Dos  causas  muy  importantes  impidieron  que  el  Crédit  Foncier, 
diese  en  un  principio  gran  desarrollo  á  sus  operaciones.  Fué  la 
primera,  lo  imperfecto  de  la  titulación  de  la  propiedad  francesa, 
que  aún  no  se  habia  adaptado  á  la  reforma  reciente  del  régimen 
hipotecario,  aumentada  por  su  extremada  división,  que  según 
cálculos  que  merecen  crédito ,  la  constituye  en  poder  de  ocho  mi- 
llones de  propietarios.  La  segunda  es  debida,  á  los  sacrificios 
extraordinarios  que  el  Gobierno  del  Imperio  ha  exigido  de  los  con- 
tribuyentes, para  atender  á  las  costosas  guerras  á  que  le  han  con- 
ducido su  política  de  preponderancia  y  de  aventuras ,  y  al  gran 
desarrollo  de  las  obras  públicas ;  y  además ,  al  espíritu  de  empresa 
y  á  la  fiebre  de  especulación,  que  hasta  un  extremo  exagerado  y 
funesto ,  han  fomentado  las  grandes  compañías  mercantiles  de  mo- 
derna creación ,  y  á  cuyo  estimulo  la  Francia  ha  empleado  sumas 
inmensas  en  negocios  ruinosos  ó  de  un  porvenir  muy  remoto  en  el 
Mediodia  de  Europa.  Calmado  ya  ese  elán  característico ,  y  á  ve- 
ces irreflexivo  del  pueblo  francés,  que  si  en  ocasiones  es  de  gran- 
des resultados ,  no  puede  constituir  un  sistema  de  conducta  perma- 
nente y  normal ,  ha  dirigido  sus  economías  hacia  los  valores  sóli- 
dos ,  como  las  obligaciones  hipotecarias ,  y  ha  elevado  su  precio 
desde  400  francos  que  tenian  en  su  origen,  hasta  496  á  que  se  co- 
tizan las  de  500  francos  al  3  por  100,  y  paga  á  99  frs.  50  cénti- 


DE   CRÉDITO   HIPOTECARIO.  ^■fl 

moslas  fracciones  de  aquellas  de  100  frs.  Precio  al  que  nunca  han 
llegado  las  obligaciones  prusianas ,  y  que  permitiendo  á  la  propie- 
dad francesa  obtener  préstamos  á  interés  módico ,  ba  aumentado 
en  grande  escala  las  operaciones  del  Crédit  Foncier. 

Algunas  censuras  se  han  dirigido  al  Consejo  de  Administración; 
pero  todas  se  refieren  á  cuestiones  de  detalle ,  que  tienen  fácil  re- 
medio ,  si  son  pertinentes.  Se  ha  dicho  que  prestaba  poco  á  la  pro- 
piedad rústica ,  y  menos  todavía  á  la  pequeña  propiedad.  El  Go- 
bernador contestó ,  y  no  fué  desmentido ,  que  la  preocupación  del 
Consejo  de  Administración  era,  la  de  encontrar  deudores  para  la 
gran  colocación  que  habia  siempre  de  obligaciones.  De  todos  mo- 
dos ,  el  sistema  de  instituciones  que  representa  el  Crédit  Foncier, 
cuenta  pocos  años  de  práctica ,  y  aún  no  ha  salido  del  período  de 
ensayo ;  creemos  que  es  susceptible  de  mejoras  y  de  perfeccionarse 
en  el  sentido  de  que  dispense  á  la  propiedad ,  asi  á  la  grande  como 
á  la  pequeña,  inmensos  beneficios. 

Del  Compte  rendu  presentado  en  27  de  Abril  de  1868  á  la  Asam- 
blea general  de  accionistas ,  tomamos  los  siguientes  datos  de  las 
operaciones  de  la  sociedad  hasta  el  fin  de  1867. 


Su  importe. 
Francos. 


Préstamos  hipotecarios  á  largo  plazo,  14.036.  .  .  .  845.203.554 
De  estos  corresponden  á  toda  Francia,  excepto  el 

departamento  del  Sena,  5.686.  , 235.971.314 

Y  á  la  propiedad  rural,  3.053 ,  .  .  .  .  159.578.030 

Préstamos  á  los  ayuntamientos,  departamentos  y 

sindicatos 599.298.505 


Argelia. 


lí  <• 


Préstamos  hipotecarios  á  largo  plazo,  319. 4.266.900 

ídem  á  los  ayuntamientos,  26 9.434.100 

Sous  Comptoir  des  entrepreneurs . 

Créditos  aprobados  por  el  Crédit  Foncier,  309.  .  .  64.576.828 


278  INSTITUCIONES 

Crédit  Agricole. 

Préstamos  sobre  hipoteca 18.103.163 

ídem  id.  g-arantia  de  prenda 42.638.956 

Portugal ,  esa  nación  pequeña ,  pero  ilustrada ,  situada  al  bor- 
de del  Océano  como  centinela  avanzado  del  continente  europeo, 
para  recoger  y  trasmitir  á  su  hermano  del  Brasil  todos  los  ade- 
lantos y  mejoras  que  el  espiritu  moderno  realiza  para  el  progreso 
de  la  humanidad,  también  posee  una  institución  de  crédito  hipote- 
cario denominada  CompanJda  geralde  Crédito  Predial  Portuguez. 

Esta  Compañía ,  fundada  con  el  capital  de  9.000,000.000  de  Iréis 
(50  millones  de  francos),  dividido  en  100.000  acciones  de  90.000 
reis  (500  francos),  obtuvo  del  Gobierno  portugués  en  25  de  Octu- 
bre de  1864,  el  privilegio  exclusivo  durante  25  años,  para  verificar 
préstamos  á  la  propiedad  con  garantía  de  hipoteca,  ó  á  los  muni- 
cipios, por  medio  de  obligaciones  Jdpotecao'ias .  Los  estatutos  de  esta 
Sociedad  son  casi  los  mismos  que  los  del  Crédit  Foncier ;  se  dife- 
rencian de  aquellos ,  en  que  esta  tiene  una  existencia  más  inde- 
pendiente respecto  al  Gobierno  que  la  francesa.  En  esta  el  nom- 
bramiento del  Gobernador,  Subgobernador ,  individuos  del  Consejo 
de  Administración  y  del  Comité  fiscal  ó  de  Censura ,  corresponde  á 
la  Asamblea  general,  que  es  el  poder  supremo  de  la  Compañía,  y  de 
la  que  forman  parte  todos  los  socios  que  posean  diez  acciones  al  me- 
nos; el  Gobierno  puede  únicamente  aprobar  ó  reprobar  el  nom- 
bramiento del  Gobernador.  El  capital  de  la  sociedad,  del  cual 
dispone  esta  en  totalidad ,  en  aquella  está  afecto  en  la  mitad ,  al 
servicio  del  Gobierno.  El  tanto  por  100  de  los  préstamos  que  per- 
cibe esta  sociedad  por  razón  de  comisión  y  administración  es  de 
1  por  100;  en  la  francesa  es  de  0,60  cts.  por  100:  esta  diferencia 
se  explica  porque  esta  sociedad ,  extendiendo  su  acción  á  un  terri- 
torio de  corta  extensión,  tendrá  menos  ocasión  de  lucro.  Descon- 
fiando la  sociedad  de  poder  colocar  á  buen  precio  en  Portugal ,  las 
primeras  emisiones  de  obligaciones  hipotecarias ,  estableció  una 
sucursal  en  París  para  verificarlas  allí ;  pero  según  datos  que  con- 
sideramos como  auténticos ,  el  capital  portugués  ha  rescatado  ya, 
más  de  la  mitad  de  las  obligaciones  emitidas  en  París. 

Copiamos  del  balance  del  año  1867  el  adjunto  estado  que  de- 
muestra el  desarrollo  de  operaciones  de  esta  sociedad: 


DE   CRÉDITO   HIPOTECARIO.  279 

PRÉSTAMOS  A  PLAZO  LARGO. 

Municipales  al  6  por  100 12.205.997  reis  (1) 

Prediales  »  » 2.961.287.628 

Prediales  al  5  por   100 135.430.108 

3.108.923.723 

OBLIGACIONES  EN  CIRCULACIÓN. 

Municipales  de  6  por  100 12.096.000 

Prediales  »  » 2.960.244.000 

Prediales   de   5   por   100 134.658.000 


3.106.998.000 


Para  completar  el  sistemado  instituciones,  destinadas  á  fomentar 
las  condiciones  productivas  del  suelo  y  á  mejorar  su  explotación, 
las  Cámaras  han  votado  una  ley,  autorizando  la  creación  de  Bancos 
agrícolas ,  que  reciben  depósitos  con  interés  á  corto  y  á  larg-o  plazo, 
y  emiten  obligaciones,  á  vencimientos  que  varian,  desde  36  meses 
á  5  años.  El  Gobierno  los  subvenciona  con  bienes  de  manos  muer- 
tas, que  representan  un  valor  de  50  millones  de  francos. 

A  los  que  dudan  de  la  capacidad  de  nuestro  pueblo  para  adqui- 
rir los  elementos  de  civilización  y  de  progreso  que  poseen  otras 
naciones  de  Europa,  puede  presentárseles  el  ejemplo  de  Portugal 
que  poblado  por  la  misma  raza  y  habiendo  pasado  en  su  historia 
por  las  mismas  vicisitudes  que  el  nuestro ,  ha  sabido  mantenerse  á 
la  altura  de  los  pueblos  más  ilustrados ,  merced  á  los  treinta  años 
de  paz  y  de  libertad  que  ha  disfrutado. 

En  Austria  se  ha  establecido  recientemente  el  Crédit  Foncier 
AutTichien  sobre  las  mismas  bases  y  con  estatutos  iguales  á  los 
del  francés ,  sin  otra  diferencia,  que  la  de  permitir  á  la  sociedad 
mayor  libertad  de  acción  y  más  suma  de  atribuciones  en  la  inver- 
sión de  su  capital  de  garantía.  En  los  pocos  años  que  lleva  de 

(1)    9.000  reis  equivalen  á,  50  francos.         ^''  -=J!p  í5;:u:j  jj't:j    i  -  ■  'ü    ;  ^ 


280  INSTITUCIONES 

ejercicio  ha  otorgado  bastantes  préstamos,  siendo  el  principal,  el 
que  lia  heclio  al  Estado  con  la  hipoteca  de  sus  dominios. 

Últimamente  en  Suiza ,  donde  existen  desde  hace  mucho  tiempo 
dos  Asociaciones  de  Propietarios  como  las  prusianas,  en  Berna  una 
y  en  Basilea  la  otra ,  se  ha  establecido  el  Crédit  Foncier  jSuisse, 
con  estatutos  análogos  al  de  Portugal ;  con  la  circunstancia  nota- 
ble ,  de  que  para  evitar  que  los  altos  empleados  exploten  á  la  so- 
ciedad en  su  provecho ,  se  les  prohibe  solicitar  préstamos  sobre  sus 
fincas ,  cláusula  significativa  que  determina  claramente  la  misión 
de  estas  instituciones  j  las  condiciones  á  que  deben  obedecer  para 
satisfacerlas. 

III. 

Analizados  ya ,  aunque  ligeramente ,  y  sin  descender  á  detalles 
los  tres  sistemas  de  instituciones  de  Crédito  Hipotecario  que  hasta 
ahora  se  han  empleado,  vamos  á  hacer  su  comparación.  Como  las 
Asociaciones  de  Capitalistas  que  prestan  el  capital  propio  á  interés 
fijo ,  por  razón  de  la  limitación  de  sus  recursos  no  pueden  atender 
á  las  grandes  y  variables  demandas  de  la  propiedad,  y  por  la  fijeza 
del  tanto  de  interés,  producen  una  perturbación  funesta  en  el  ré- 
gimen mercantil  del  país ,  las  consideramos  como  impotentes  para 
la  consecución  del  fin  que  las  dio  origen ,  y  no  nos  ocuparemos  de 
ellas.  Vamos  á  comparar  únicamente,  las  Asociaciones  de  Propieta- 
rios ,  responsables  individual  y  colectivamente ,  con  las  modernas 
sociedades  comanditarias ,  que  sirven  de  agentes  responsables  entre 
la  propiedad  y  el  capital ;  y  para  hacerlo  con  método ,  debemos 
empezar  por  analizar  las  condiciones  á  que  deben  satisfacer  en  su 
organización  fundamental  las  Instituciones  de  Crédito  Hipotecario, 
y  á  fin  de  que  este  análisis  sea  claro ,  expondremos  brevemente 
algunos  principios  generales. 

Si  tuviéramos  que  examinar  ó  formar  un  juicio  comparativo, 
entre  varias  máquinas  ú  organismos  destinados,  á  trasmitir  fuerzas 
materiales  y  á  realizar  por  su  medio  determinados  fines  mecáni- 
cos ,  deberíamos  tener  presentes  los  principios  de  la  mecánica  que 
más  luz  podrían  darnos,  para  formar  aquel  juicio  y  para  hacer 
aquel  examen.  Análogamente  para  hacer  la  critica  comparativa 
de  los  dos  sistemas  de  Instituciones  ó  Bancos  de  Crédito  Hipotecario, 
que  no  son  otra  cosa  que  organismos  económicos,  destinados  á  poner 


DE    CRÉDITO    HIPOTECARIO.  281 

en  contacto,  á  facilitar  el  mutuo  auxilio  que  deben  respectiva- 
mente prestarse ,  la  riqueza  ó  capital  mueble  y  el  inmueble ,  ha- 
bremos de  traer  á  nuestra  memoria  algunos  principios  de  la  cien- 
cia económica ,  que  estudia  á  la  sociedad  humana  en  su  modo  de 
ser  activo ,  para  que  sirvan  de  base  á  nuestro  examen  y  sean  el 
fundamento  de  nuestro  criterio. 

La  economía  política,  casi  ignorada  á  mediados  del  siglo  pasado, 
ha  adelantado  tanto  desde  entonces ,  se  ha  enriquecido  con  tantos 
y  tan  fundamentales  principios,  que  si  hoy  dia ,  aún  no  se  la  puede 
calificar  con  el  dictado  de  ciencia,  en  la  acepción  rigorosa  y  que  tie- 
ne esta  palabra  en  filosofía,  puede  decirse  repitiendo  la  frase  de  un 
hombre  ilustre  por  su  saber ,  que  sólo  espera  la  mano  de  un  hábil 
arquitecto  que  la  constituya  como  á  tal ,  sobre  sólida  base  y  en 
conjunto  ordenado  y  armónico.  Uno  de  los  principios  más  impor- 
tantes que  ha  adquirido,  es  el  de  la  división  del  trabajo',  fúndase 
este  en  la  consideración  simultánea  de  la  variadísima  y  compleja 
multiplicidad  de  necesidades  que  siente  el  género  humano ,  y  que 
aumentan  en  número  y  en  intensidad  á  medida  que  su  espíritu  se 
desenvuelve  y  perfecciona ,  y  en  la  extraordinaria  perfectibilidad 
de  facultades  de  la  raza  humana  y  diversidad  de  gustos,  inclina- 
ciones, y  aptitudes  de  los  seres  que  la  forman.  Admitida  la  verdad 
de  esta  observación ,  se  desprende  de  ella  naturalmente ,  que  si  para 
satisfacer  una  necesidad  social,  se  dedican  al  trabajo  que  ella 
exige,  los  hombres  dotados  de  aptitudes  más  idóneas ,  y  á  quienes 
la  inclinación  y  el  gusto  hacen  aquel  menos  repulsivo  y  violento, 
y  hasta  agradable ,  el  efecto  del  trabajo  será  más  productivo  en 
cantidad  y  calidad ,  que  lo  seria,  si  por  la  fuerza  se  obligase  á  eje- 
cutarlo á  los  que  nó  reúnan  aquellas  condiciones.  Y  como  no  se 
conoce  otro  clasificador  de  las  inclinaciones  y  tendencias  de  los 
individuos,  más  que  el  instinto  y  sentimiento  propios,  ni  otro  ava- 
luador de  la  potencia  de  sus  fuerzas ,  que  el  juicio  de  la  propia 
conciencia  y  la  experiencia  que  de  ellas  se  ha  hecho,  cuando  pue- 
den formarse  y  manifestarse  espontánea  y  libremente  •  se  deduce 
lógicamente ,  que ,  para  que  las  varias  y  múltiples  fuerzas  de  que 
dispone  la  humanidad,  se  dediquen  á  satisfacer  las  necesidades  para 
cuya  realización  son  más  aptas ,  y  para  que  pueda  verificarse  la 
más  conveniente  división  del  trabajo ,  debe  existir  la  libertad  del 
trabajo.  Admirable  armonía  de  principios  que  no  pueden  tener 
realidad  práctica,  sin  la  completa  coexistencia  de  todos  ellos.  Si 

TOMQ  III.  19 


282  INSTITUCIONES 

tendemos  la  vista  por  Europa  veremos  sancionada  por  la  experien- 
cia la  verdad  de  esta  teoría;  Inglaterra  y  los  Países  Bajos,  los  pue- 
blos del  continente  en  que  primero  ha  existido  la  libertad  del 
trabajo,  son  los  más  adelantados,  los  más  ricos,  son  los  que  marcban 
á  la  cabeza  y  dirigen  el  movimiento  industrial  de  los  tiempos  mo- 
dernos ;  y  es  porque  á  la  benéfica  sombra  de  esa  libertad,  ha  po- 
dido verificarse  natural  y  espontáneamente  la  división  del  trabajó 
en  el  límite  y  forma  más  convenientes. 

Aplicando  estos  principios  á  la  cuestión  que  discutimos,  podemos 
establecer,  que  todo  organismo  económico,  destinado  á  realizar  un 
fin  determinado  y  distinto  de  los  demás  fines  sociales ,  debe  consti- 
tuirse con  elementos  humanos,  que  libremente  y  por  su  propia  y 
espontánea  iniciativa  y  con  perfecto  conocimiento  de  la  responsa- 
bilidad que  contraen,  concurran  á  desenvolverlo. 

Analizando  el  problema  del  Crédito  Hipotecario,  observaremos, 
que  los  propietarios  para  mejorar  las  fuerzas  productivas  de  sus 
fincas,  necesitan  capitales  con  determinadas  condiciones  de  devo- 
lución del  préstamo  y  de  baratura  de  interés,  y  para  obtenerle  dan 
en  garantía  su  propiedad.  Por  otra  parte,  los  que  por  resultado  del 
trabajo  y  de  la  economía  han  logrado  formar  capitales,  desean  co- 
locarlos de  un  modo  seg-uro  y  fructuoso.  Tenemos  pues  aquí,  dos 
colectividades  dedicadas  á  trabajos  especiales,  á  cuidar  y  fomentar 
la  propiedad  la  una ,  y  á  la  formación  y  conservación  de  capitales 
la  otra ,  que  experimentan  necesidades  que  se  corresponden  recí- 
procamente ,  pero  cuya  satisfacción  mutua  exige  un  trabajo  espe- 
cial, que  ninguna  de  las  dos  está  llamada  exclusivamente  á  ejecu- 
tar. Hé  aquí  justificada  la  existencia  de  una  tercera  colectividad, 
que  tenga  por  misión  única  satisfacer  aquella  doble  necesidad,  sir- 
viendo de  agente  de  préstamos  para  el  propietario  y  de  hipotecario 
responsable  para  el  capitalista. 

Pero  se  dirá  que  este  agente  no  ofrece  al  capitalista  una  garantía 
tan  sólida  como  la  Asociación  mutua  de  Propietarios ,  en  la  que  las 
propiedades  de  todos  los  mutuarios  garantizaban  la  falta  de  pago  de 
cualquiera  de  ellos  y  el  demérito  de  su  propiedad ,  pues  la  hipoteca 
que  suscribe  cada  propietario  en  favor  del  agente  está  afecta  úni- 
camente á  la  responsabilidad  de  su  propia  deuda.  Para  que  el 
agente  ofrezca  al  capitalista  toda  la  garantía  necesaria,  es  preciso, 
pues,  que  posea  un  capital  propio,  que  pueda  compensar  el  demé- 
rito de  las  fincas  cuyos  dueños  dejen  de  pagar  sus  anualidades. 


DE   CRÉDITO   HIPOTECARIO.  283 

La  estadística  permite  calcular  fácilmente  el  máximum  de  que- 
brantos posibles  por  la  causa  indicada ,  y  que  debe  servir  de  ga- 
rantía efectiva  de  la  agencia. 

Este  sistema  tiene  para  los  capitalistas  la  ventaja  de  evitarles 
las  molestias  consiguientes  á  la  expropiación  y  venta  en  pública 
subasta  de  los  bienes  que  garantizan  sus  créditos ;  y  para  los  pro- 
pietarios ,  la  de  permitirles  dedicarse  al  cuidado  y  explotación  de 
su  propiedad ,  sin  las  preocupaciones  consiguientes  á  la  adminis- 
tración de  una  asociación  de  que  forman  parte.  Para  estos  últimos, 
tiene  además  oti'a  ventaja  de  más  importancia  que  la  anterior  y  de 
un  carácter  más  positivo.  Se  funda  en  otro  principio  de  economía 
social  que  corresponde'á  una  tendencia  general  de  la  humanidad; 
consiste  esta  en  la  aspiración  que  tiene  el  común  de  los  hombres  á 
separar  de  su  existencia  y  de  su  porvenir  todo  lo  que  siendo  even- 
tual y  variable  les  impide  establecer  de  un  modo  seguro  el  que 
podríamos  llamar  presupuesto  de  sus  obligaciones;  á  virtud  de 
esta  tendencia ,  el  trabajo  por  prestación  personal  se  ha  convertido 
en  el  salario  para  las  obligaciones  del  presente ,  y  las  cajas  de 
ahorros ,  las  de  socorros  mutuos  y  los  seguros  solre  la  vida  se  han 
creado  para  ocurrir  á  las  contingencias  del  porvenir.  En  las  aso- 
ciaciones alemanas ,  el  propietario  vive  siempre  bajo  la  amenaza 
de  un  dividendo  de  valor  variable ,  por  causa  del  demérito  en  las 
fincas  de  deudores  quebrados  ó  por  errores  en  su  avaluó ;  preferirá 
pagar  á  la  Agencia  un  dividendo  fijo  equivalente  al  término  medio 
de  aquel,  con  tal  que  esta  le  sustituya  en  aquella  responsabilidad. 
Prueba  de  esto  es ,  que  las  sociedades  de  seguros  mutuos  á  prima 
ó  dividendo  variable,  se  han  convertido  en  sociedades  de  seguros 
á  prima  fija. 

Si  se  autoriza  á  la  Sociedad-agencia  para  que  especule  con  el 
capital  de  garantía ,  el  dividendo  fijo  ó  prima  que  exigía  por  aque- 
lla responsabilidad ,  será  tanto  menor  cuanto  más  lucrativas  sean 
las  operaciones  para  que  se  la  faculte ;  la  prudencia  aconseja  que 
estas  operaciones  sean  de  índole  segura,  y  que  se  obligue  á  la 
agencia  á  reponer  anualmente  el  capital  que  hubiese  perdido. 

Por  último ,  si  entre  los  propietarios  y  capitalistas  hay  algunos, 
cuya  perfección  de  facultades  y  variedad  de  aptitudes  é  inclinacio- 
nes, les  permite  é  impulsa  á  dedicarse  á  trabajos  distintos  de  los 
que  constituyen  su  especialidad ,  y  que  sirvan  de  pasto  á  su  acti- 
vidad exuberante ,  pueden  voluntaria  y  libremente  ing-resar  en  la 


284  INSTITUCIONES 

Agencia  como  socios  comanditarios ;  de  suerte  que  este  sistema, 
estableciendo  marcadamente  la  diferencia  de  fines  que  deben  reali- 
zar tres  colatividades  diferentes ,  no  opone  obstáculos ,  aunque  no 
obliga ,  á  que  los  individuos  de  cualquiera  de  ellas  puedan  contri- 
buir espontáneamente  á  realizar  los  fines  de  las  otras.  En  el  siste- 
ma de  asociación  de  propietarios  deudores,  por  el  contrario,  al 
conceder  un  préstamo  á  un  propietario ,  se  obliga  forzosamente  á 
este  nuevo  deudor,  no  solo  á  la  responsabilidad  inherente  á  los 
préstamos  que  la  Asociación  otorgue  á  partir  del  momento  de  su 
ingreso  en  ella ,  sino  á  la  correspondiente  á  los  verificados  ante- 
riormente ,  y  cuando  él  no  tenia  intervención  alguna  en  la  admi- 
nistración de  la  Asociación.  Creemos  por  estas  consideraciones  más 
perfectas  y  más  en  armonía  con  los  principios  de  la  ciencia,  las  so- 
ciedades comanditarias  que  las  Asociaciones  de  Propietarios. 

Si  del  estudio  de  la  cuestión  en  el  terreno  de  la  ciencia ,  descen- 
demos á  su  examen  en  la  práctica  y  en  el  terreno  de  los  hechos, 
encontraremos  motivos  fundados  para  deducir  la  misma  conclu- 
sión. Según  hemos  dicho  al  ocuparnos  del  Crédito  Hipotecario  en 
Francia,  en  el  año  de  1852  se  expidió  un  decreto,  autorizando  el 
establecimiento  de  Asociaciones  de  Crédito  Hipotecario  regionales, 
formadas  á  voluntad  de  los  interesados,  por  la  asociación  de  capita- 
listas ó  de  propietarios ;  se  constituyeron  tres :  la  de  Paris ,  la  de 
Nevers  y  la  de  Marsella :  otras  muchas  llegaron  á  solicitar  la  au- 
torización especial  que  necesitaban  para  constituirse    Pues  todas 
estaban  formadas  poí  la  asociación  de  capitalistas,  ninguna  por 
propietarios ;  y  es  que  no  hay  punto  alguno  de  contacto  entre  las 
costumbres,  la  clase  de  trabajo  y  el  modo  de  ser  en  general  del 
agricultor ,  y  las  atenciones ,  cuidados  y  hasta  conocimientos  que 
se  necesitan  para  formar  parte  con  inteligencia  y  provecho  de  una 
sociedad  mercantil ;  en  Francia ,  donde  la  propiedad  está  muy  di- 
vidida ,  y  donde  la  mayor  parte  de  los  propietarios  pepueños  son  á 
la  vez  agricultores ,  y  viven  en  su  propiedad  separados  de  las  ciu- 
dades donde  tendrían  asiento  las  asociaciones ,  les  sería  muy  one- 
rosa la  asistencia  á  las  juntas ,  y  serian  asociados  para  las  pérdi- 
das ,  pero  no  para  la  intervención  y  previsión  en  evitarlas.  A  los 
capitalistas  que  por  sus  costumbres ,  aficiones ,  inteligencia  y  me- 
dios ,  reúnen  las  condiciones  necesarias  al  desempeño  de  las  funcio- 
nes que  esas  asociaciones  exigen ,  es  á  quienes  corresponde  for- 
marlas. 


DK    CRÉDITO    HIPOTECARIO.  285 

lY. 

La  segunda  cuestión  en  importancia,  que  debemos  discutir  al 
ocuparnos  del  Crédito  Hipotecario ,  es  la  de  si  conviene  que  estas 
instituciones  extiendan  su  acción  á  un  gran  territorio ,  á  toda  una 
nación ,  ó  si  es  preferible  por  el  contrario ,  que  la  circunscriban  á 
un  territorio  pequeño  que  forme  una  parte  de  aquella.  Desde  tres 
puntos,  de  vista  debemos  mirarla ,  para  tener  en  cuenta  los  tres 
grandes  intereses  que  se  rozan  con  ella  y  que  aunque  solidarios 
en  definitiva ,  aparecen  en  ocasiones  divergentes ;  son  estos  el  de 
los  propietarios,  el  de  los  capitalistas  que  poseen  obligaciones 
hipotecarias,  y  el  de  la  Agencia. 

¿Cuál  es  el  interés  de  los  propietarios?  El  interés  de  los  propie- 
tarios consiste,  en  obtener  buen  precio  de  las  obligaciones  que  reci- 
ben de  la  Agencia  en  todas  las  circunstancias ,  asi  en  las  buenas 
como  en  las  malas ,  y  con  preferencia  en  estas.  Veamos  cuál  de  los 
dos  sistemas,  el  de  circunscripciones  pequeñas  ó  el.de  las  grandes, 
satisface  mejor  esta  necesidad.  Si  el  territorio  es  pequeño ,  domi- 
narán en  él  generalmente  las  mismas  condiciones  climatológicas  y 
meteorológicas ;  de  suerte ,  que  las  buenas  ó  malas  cosechas  serán 
también  generales ;  cuando  sean  buenas ,  los  propietarios  harán 
poco  uso  del  crédito,  y  se  emitirán  pocas  obligaciones,  y  como  por 
efecto  de  la  amortización  periódica  de  las  que  están  en  circulación 
y  del  natural  aumento  del  capital  en  tiempos  de  abundancia ,  cre- 
cerá la  demanda  de  ellas ,  y  el  precio  de  las  que  se  emitan  será 
muy  alto ;  este  aumento  de  valor  de  las  obligaciones  abaratará  el 
interés  de  los  préstamos  é  impulsará  á  los  propietarios,  á  con  traer- 
los con  exceso  para  mejoras  poco  pensadas,  ilusorias  á  veces,  ó 
para  invertirlos  en  obras  de  lujo  y  recreo.  Pero  supongamos,  y 
esta  hipótesis  se  realiza  con  harta  frecuencia  por  desgracia,  que  se 
suceden  dos  ó  más  años  de  malas  cosechas ;  la  demanda  de  présta- 
mos ,  no  para  bonificar  y  para  aumentar  las  condiciones  producto- 
ras de  la  tierra  con  trabajos  de  utilidad  á  larga  fecha ,  sino  para 
las  necesidades  ordinarias  del  cultivo ,  será  extraordinaria ,  y  ex- 
traordinaria también  la  emisión  correspondiente  de  obligaciones; 
como  en  tiempos  de  escasas  ó  malas  cosechas,  el  alto  precio  de  las 
subsistencias  y  la  falta  de  trabajo ,  consumen  gran  parte  de  las 
economías  y  del  capital  circulante ,  parte  del  cual  estaba  invertido 


286  INSTITUCIONES 

en  obligaciones ,  estas  saldrán  á  la  venta  y  aumentarán  la  oferta, 
y  de  consig-uiente  disminuirá  su  valor,  y  si  lá  crisis  se  prolonga, 
llegará  á  encontrarse  el  mercado,  abarrotado  de  obligaciones,  como 
se  dice  mercantilmente,  y  no  podrán  colocarse  á  ningún  precio; 
en  esta  situación  los  propietarios  más  agobiados  dejarán  de  pagar 
sus  anualidades ,  serán  expropiados ,  y  sus  fincas  vendidas  en  pú- 
blica subasta ,  y  si  son  muchos ,  y  lo  serán  en  una  circunscripción 
castigada  toda  por  la  misma  calamidad,  la  oferta  simultánea  de 
muchas  propiedades  disminuirá  su  valor,  encarecerá  más  el  precio 
del  dinero ,  con  lo  que  se  producirá  una  quiebra  general  para  los 
propietarios  y  un  peligro  para  la  Agencia ,  que  tendrá  que  acudir 
á  su  fondo  de  garantía  para  servir  los  intereses  y  amortización  de 
las  obligaciones ,  porque  no  encontrará  comprador  para  las  propie- 
dades hipotecadas  que  están  en  completa  depreciación  (1). 

Por  el  contrario,  en  una  gran  extensión  territorial,  en  una  na- 
ción, rara  vez  acontece  que  las  buenas  ó  malas  cosechas  sean  gene- 
rales ;  las  diferencias  de  clima  y  los  distintos  efectos  meteorológicos 
de  las  regiones  que  lo  componen ,  establecen  cierta  compensación . 
de  la  que  resulta  que  son  rarísimas  las  cosechas  muy  buenas  y 
también  las  malas.  De  esta  situación  casi  normal  en  que  constan- 
temente se  encuentra  la  propiedad ,  se  desprende,  que  la  demanda 
de  préstamos  y  la  emisión  de  obligaciones,  seguirán  cierta  ley  pe- 
riódica de  tiempo  y  de  cantidad  que  no  perturbará  el  mercado ,  y 
dará  lugar ,  á  lo  más ,  á  pequeñas  alteraciones  de  precio  general- 
mente ascendente.  Si  una  provincia  ó  región  limitada  sufre  una 
ííCquía  ó  una  calamidad  de  cualquier  género ,  y  para  acudir  á  su 
remedio  tiene  que  usar  del  crédito  con  exceso,  encontrará  en  un 
mercado  vasto ,  donde  hay  abundancia  de  dinero ,  comprador  de 
sus  obligaciones  á  un  "precio  que  puede  llamarse  corriente,  y  sin 
grande  quebranto  podrá  eludir  los  efectos  de  la  calamidad. 

Consideremos  la  cuestión  con  relación  á  los  capitales  que  se  in- 
vierten en  obligaciones ,  y  para  proceder  en  su  estudio  con  completo 
conocimiento ,  tratemos  de  indagar  y  de  determinar  en  lo  posible, 
el  carácter  propio  de  estos  capitales  y  las  condiciones  que  exigen 
en  su  empleo  ó  colocación. 


(1)  ;,En  qué  situación  se  encontraría  en  el  presente  año  un  Banco  Hipote- 
cario, destinado»  exclusivamente  al  servicio  de  las  provincias  de  Castilla  ó  de 
la  Mancha? 


DE   CRÉDITO   HIPOTECARIO.  287 

El  capital  mueble  de  que  dispone  la  Sociedad ,  ya  provenga  del 
trabajo  de  las  generaciones  anteriores  ó  del  suyo  propio,  puede  di- 
vidirse ,  en  cuanto  á  su  aplicación  ó  fines  á  qué  se  destina ,  en  dos 
grandes  grupos  ó  categorías;  componen  el  primero  los  capitales 
activos  que  crean  nuevas  industrias  ó  sirven  de  motores  á  las  an- 
tiguas ,  y  que  pueden  compararse  con  la  sangre  que ,  circulando 
por  las  infinitas  arterias  del  organismo  industrial  de  la  Sociedad, 
le  dan  vida  y  movimiento  y  le  permiten  satisfacer  las  múltiples  y 
variadas  necesidades  que  esta  siente.  Estos  capitales,  más  ávidos 
de  ganancia  que  de  seguridad  de  su  propia  conservación ,  á  los  que 
no  arredra  ninguna  aventura  industrial,  por  peligrosa  que  parezca, 
miran  el  interés  elevado  como  la  condición  principal  que  determina 
su  empleo;  vienen  á  ser,  respecto  á  la  masa  total  de  capitales  so- 
ciales, el  elemento  batallador  que  guerrea  constantemente  para 
adquirir  nuevos  territorios  industriales,  ó  para  conservar  por  lo 
menos  la  flexibilidad  y  el  vigor  de  los  antiguos ,  que  ya  poseia  la 
Sociedad,  Estos  capitales  suelen  estar  acumulados  en  pocas  manos, 
y  de  esta  suerte  su  acción  es  más  eficaz. 

El  segundo  grupo  ó  categoría  lo  forman  los  capitales  que ,  ya 
provengan  del  trabajo  y  de  la  economía  de  las  clases  más  numero- 
sas de  la  Sociedad,  ya  de  la  situación  de  retiro  definitivo  ó  tempo- 
ral á  que  forzosa  y  naturalmente  tienden  los  de  la  primera  cate- 
goría, buscan  en  su  empleo,  no  tanto  el  alto  interés  ó  beneficio, 
cuanto  la  completa  seguridad  y  puntualidad  en  la  percepción  de  su 
renta  ó  interés ,  aunque  sea  pequeño ,  y  principalmente  las  mejores 
garantías  de  conservación  de  su  perfecta  integridad ;  en  una  pala- 
bra, solicitan  en  su  empleo  una  que  podríamos  llamar  consolida- 
ción temporal ,  durante  la  cual ,  tranquilamente  y  sin  pérdida,  des- 
cansen de  su  acción  y  se  preparen  para  nuevas  empresas ,  ó  se  acu- 
mulen lenta,  pero  con  seguridad,  basta  consolidarse  definitivamente 
por  su  inversión  en  la  propiedad ,  que  les  sirve  como  de  fundente. 
De  este  grupo  de  capitales,  que  es  el  mayor  en  toda  Sociedad  bien 
organizada  económicamente,  provienen  los  que  se  destinan  á  la 
adquisición  de  obligaciones  hipotecarias ,  y  será  mayor  la  tenden- 
cia de  aquellos  á  invertirse  en  esta  clase  de  valores,  cuanto  más 
verifiquen  y  satisfagan  estos  á  las  condiciones  que  convienen  á 
aquellos  y  que  son:  1.*^  La  puntualidad  y  seguridad  en  el  cobro  del 
interés :  2.'^  La  fijeza  ó  pequenez  de  oscilaciones  que  su  valor  ex- 
perimente: y  3.*  La  facilidad  de  su  compra  y  venta,  para  que  en 


288  INSTITUCIONES 

todo  momento  puedan  realizarse  y  destinar  los  capitales  invertidos 
en  ellos  á  otras  aplicaciones  diferentes. 

La  primera  condición  se  satisface  siempre  que  la  Agencia  ó  Banco 
cuente  con  una  garantía  suficiente.  La  segunda  es  más  difícil,  ó 
mejor  dicho ,  no  se  puede  conseguir  cuando  la  circulación  de  las 
ohligaciones  tiene  lugar  en  una  circunscripción  pequeña ,  pues  en 
esta  las  oscilaciones  del  precio  son  mayores  por  las  razones  que 
hemos  expuesto  al  tratar  la  cuestión ,  mirándola  en  interés  de  los 
propietarios ;  y  como  la  limitación  del  mercado  supone  disminución 
de  compradores  y  de  vendedores ,  será  imposible  encontrar  en  cual- 
quier momento  quien  quiera  comprar  ó  vender ;  y  de  consiguiente 
se  dificultará  la  fácil  realización ,  que  era  la  tercera.  En  un  mer- 
cado extenso  y  que  cuenta  diversos  centros  de  contratación ,  el 
sobrante  de  obligaciones  de  los  unos  se  compensará  con  la  escasez 
de  los  otros ,  y  de  esta  compensación  resultará  cierta  consolidación 
de  los  precios ,  que  á  la  vez  que  mantendrá  la  integridad  del  capi- 
tal empleado  en  estos  valores ,  facilitará  su  realización  por  la  mul- 
tiplicidad de  las  operaciones ,  originada  del  continuo  movimiento 
de  obligaciones  que  pasan  de  los  centros  abundantes  á  los  escasos 
de  ellos. 

Finalmente ,  el  interés  de  la  agencia  consiste,  en  que  se  verifique 
el  mayor  número  posible  de  préstamos ;  y  que  su  capital  de  garan- 
tía sea  pequeño  con  relación  al  territorio  á  que  extiende  su  acción. 
Para  conseguir  el  primer  resultado ,  es  preciso  que  la  baratura  del 
interés  estimule  á  los  propietarios  á  mejorar  sus  fincas ,  y  de  con- 
siguiente que  el  mercado  sea  grande,  para  que  por  lo  que  hemos 
dicho,  atraiga  la  mayor  suma  de  capitales  á  la  adquisición  de  obli- 
gaciones y  eleve  su  precio;  la  depreciación  general  de  la  propiedad  en 
un  territorio  pequeño  pudiendo  ser  mayor  que  la  que  tenga  lugar 
en  todo  un  gran  territorio,  de  aquí  que  en  las  circunscripciones 
pequeñas ,  el  fondo  de  garantía  debe  ser  mayor  relativamente  que 
en  las  grandes ,  y  mayor  también  de  consiguiente  la  prima  del  in- 
terés de  este  que  deben  pagar  los  propietarios  y  que  aumentará  el 
interés  definitivo  del  préstamo. 

Es  pues  evidente,  que,  tanto  en  interés  de  los  propietarios  como 
de  los  capitalistas  y  de  la  Agencia  ó  Banco  intermedio  entre  las  ne- 
cesidades de  aquellos ,  es  preferible  que  esta ,  por  medio  de  sucur- 
sales ó  representantes  en  los  centros  comerciales  de  una  nación ,  ó 
bien  constituido  por  agrupación  de  sociedades  provinciales,  ex- 


DE  CRÉDITO  HIPOTECARIO.  289 

tienda  á  todo  el  territorio  el  benefício  del  Crédito  Hipotecario  por 
la  emisión  de  una  sola  clase  de  valores.  ¿Quién  duda  que  las  obli- 
gaciones al  3  1/2  por  100  de  las  asociaciones  prusianas,  ganarían 
en  precio  medio  y  circularían  más  fácilmente,  si  correspondiesen  á 
un  tipo  único?  ¿Pues  no  es  una  verdad  demostrada  por  la  experien- 
cia ,  que  la  unificación  de  las  deudas  de  los  Estados,  eleva  su  precio? 
No  queremos  terminar  el  estudio  de  esta  cuestión,  sin  presentar 
un  simil  que  representa  con  perfecta  exactitud,  la  situación  res- 
pectiva de  los  grandes  y  pequeños  Bancos  y  facilita  su  compa- 
ración. Supongamos  un  lago  alimentado  por  diferentes  rios  y  en 
el  que  el  agua  mantiene  su  nivel  entre  ciertos  limites  por  la  evapo- 
ración atmosférica;  si  el  lago  es  pequeño,  tendrá  pocos  afluentes. 
y  estos  tomando  sus  aguas  de  la  misma  región  hidrográfica,  crece- 
rán ó  menguarán  simultáneamente  y  producirán  notables  variacio- 
nes de  nivel ,  que  no  podrán  compensar  la  evaporación  que  es  lenta 
y  varia  poco;  si  por  el  contrario  el  lago  es  grande  y  le  surten  de 
aguas  muchos  rios  que  proceden  de  regiones  hidrográficas  distin- 
tas ,  casi  nunca  acontecerá  que  todos  los  rios  crezcan  ó  mengüen 
simultáneamente;  será  lo  probable,  que  crezcan  ó  mengüen  en 
épocas  distintas  y  de  consiguiente  que  se  verifique  cierta  compen- 
sación en  el  caudal  de  aguas  que  lleven  al  lago,  y  que  el  nivel  de 
estas,  aunque  varíe,  lo  haga  entre  limites  más  próximos.  El  lago 
es  el  mercado  ó  territorio  á  que  extiende  su  acción  el  Banco;  los 
rios  son  las  emisiones  de  obligaciones  que  proveen  el  mercado;  la 
evaporación  es  la  amortización. 

V. 

Demostrada  á  nuestro  juicio  de  un  modo  evidente ,  la  superio- 
ridad de  la  organización  del  crédito  territorial ,  por  medio  de  so- 
ciedades en  comandita ,  que  sirvan  de  agentes  intermedios  entre  el 
capital  y  la  propiedad ,  respecto  á  la  de  las  Asociaciones  de  Propie- 
tarios ;  réstanos  ahora  explicar  las  causas ,  en  virtud  de  las  cuales 
el  espíritu  humano  ha  pasado  de  un  sistema  á  otro,  deteniéndose 
en  el  del  Banco  de  Capitalistas  que  prestaban  capital  propio,  como 
en  Baviera  y  Bélgica ;  es  decir,  la  ley  que  ha  presidido  al  desen- 
volvimiento filosófico  de  la  idea  del  crédito  territorial. 

Así  como  en  el  mundo  material  los  adelantos  de  las  ciencias  físico- 
matemáticas,  van  tendiendo  á  establecer  como  Ihipótesás  fundamen- 


290  INSTITUCIONES 

tal,  que  la  materia  y  todas  sus  determinaciones  y  manifestaciones, 
no  son  otra  cosa,  que  efectos  de  acciones  y  reacciones  de  fuerzas  que 
pugnan  y  obran  unas  respecto  á  otras ;  podríamos  admitir  como 
hipótesis,  que  las  opiniones  é  ideas  que  cruzan  por  la  mente  de  la 
humanidad,  son  también  manifestaciones  y  efectos  de  las  acciones 
y  reacciones  de  los  grandes  intereses  que  la  agitan,  creados  para 
satisfacer  las  necesidades  sociales  y  que  constituyen  las  fuerzas  del 
mundo  moral.  Esta  hipótesis,  que  puede  fundarse  en  la  unidad  de 
concepción  que  debió  presidir  á  la  creación  de  las  leyes  que  rigen 
tanto  al  mundo  material  como  al  inmaterial  ó  del  espíritu ,  está  has- 
ta cierto  punto  probada,  por  la  serie  de  oscilaciones  que  el  espíritu 
humano  ejecuta  á  un  lado  y  otro  de  la  verdad  antes  de  alcanzarla, 
y  por  esa  especie  de  flujo  y  reflujo  de  opiniones  y  de  juicios,  que 
alternativa  y  sucesivamente,  asaltan  y  dominan  la  inteligencia  hu- 
mana, cuando  estudia  y  procura  buscar  la  exjílicacion  de  un  fe- 
nómeno ó  el  medio  de  subvenir  á  una  dificultad ;  rara  vez  se  veri- 
fica que  á  una  apreciación  de  un  fenómeno ,  mirado  bajo  cierto 
aspecto  ó  considerado  desde  cierto  punto  de  vista ,  suceda  otra  to- 
mada desde  el  mismo  punto,  ó  que  lo  mira  bajo  el  mismo  aspecto; 
lo  natural,  lo  práctico  es,  que  á  una  opinión  que  satisfaciendo 
cierto  orden  de  intereses ,  olvida  otros  tan  importantes  como  aque- 
llos ,  pero  distintos  y  hasta  opuestos  á  veces ,  corresponde  otra  opi- 
nión en  cierto  modo  y  apariencia  antitética ,  que  viene  á  neutrali- 
zar y  á  corregir  por  su  acción  la  exclusiva  y  absorbente  de  aquella. 
De  esta  serie  de  apreciaciones  que ,  partiendo  de  diferentes  puntos 
de  vista  van  aproximándose  sin  embargo,  de  esas  oscilaciones 
cada  vez  menores  del  juicio  humano,  á  un  lado  y  otro  de  la  verdad 
que  busca,  que  corresponden  á  intereses  distintos  enlazados  con 
ella ,  nace  su  conocimiento  más  completo  y  las  instituciones  desti- 
nadas á  darle  realidad  práctica. 

La  idea  del  Crédito  Hipotecario ,  que  tuvo  su  origen  en  un  mo- 
mento de  crisis  para  la  propiedad,  se  realizó  prácticamente  por 
medio  de  las  Asociaciones  de  Propietarios  en  beneficio  y  provecho 
propios ,  con  una  administración  compuesta  exclusivamente  de  pro- 
pietarios ,  y  en  la  que  no  se  concedía  intervención  alguna ,  ó  si  se 
concedía  era  insignificante ,  á  los  representantes  del  capital ,  ele- 
mento tan  impoitante  como  el  de  la  propiedad  en  el  desarrollo 
práctico  del  crédito  territorial. 

Este  vicio  fundamental  de  la  organización  del  crédito  se  puso  de 


DE   CRÉDITO    HIPOTECARIO.  291 

manifiesto,  cuando ,  después  de  las.guerras  del  primer  Imperio  fran- 
cés, se  expidió  el  edicto  de  indulgencia  que  eximia  á  los  propietarios 
de  la  obligación  de  devolver  los  capitales  y  hasta  de  pagar  los  inte 
reses ,  anulando  el  perfecto  derecho  á  reclamarlos  que  asistía  á  los 
capitalistas,  Esta  forma  absorbente  y  exclusiva  de  la  dirección  y 
administración  del  Crédito  Hipotecario  en  perjuicio  de  los  intereses 
y  de  la  representación  que  les  correspondía  en  ella  á  los  capitalis- 
tas ,  produjo  la  reacción  natural  de  que  hemos  hablado  en  el  pár- 
rafo anterior,  y  fué,  á  nuestro  juicio,  el  origen  filosófico  de  las 
asociaciones  de  prestamistas  que  se  establecieron  en  Bélgica  y  en 
Baviera.  En  la  creación  de  esta  debió  inñuir  además  otra  causa  de 
carácter  más  práctico ,  que  apuntamos  al  tratar  del  Banco  Bávaro- 
Hipotecario  y  de  Descuento,  y  fué,  la  injusticia  con  que  los  tribu- 
nales fallaban  los  litigios  entre  capitalistas  y  propietarios  en  be- 
neficio de  estos  y  daño  de  aquellos.  En  Bélgica ,  donde  el  espiritu 
mercantil  es  tan  general,  se  explica  más  fácilmente. 

Pero  arrastradas  estas  asociaciones  por  el  instinto  de  monopolio 
y  de  exclusiva,  que  generalmente  caracteriza  á  las  colectividades 
que  representan  un  determinado  orden  de  intereses,  prescindieron 
en  su  organismo  de  la  emisión  de  obligaciones ,  ó  les  dieron  un 
carácter  especial  y  comanditario  á  las  que  crearon ;  privaron  á  las 
instituciones  de  crédito  territorial  de  la  obligación  JdpotecOyHa  al 
portador ,  que  es  un  instrumento  necesario ,  sin  el  que  no  podrían 
aquellas  proporcionar  beneficios  de  importancia  al  capital  y  á  la 
propiedad ,  y  por  cuya  invención  es  acreedor  el  genio  prusiano  á 
la  admiración  de  la  humanidad.  Por  otra  parte ,  el  afán  de  lucro  y 
de  ganancia ,  que  debe  únicamente  animar  y  presidir  á  toda  socie- 
dad formada  exclusivamente  de  capitalistas ,  y  la  limitación  del 
capital  de  que  disponían  ,  explican  las  condiciones  onerosas  de  los 
préstamos,  y  las  hacian  ineficaces  para  el  fin  que  debian  realizar. 

De  la  doble  oscilación  que  experimentó  la  idea  del  Crédito  Hipo- 
tecario al  pasar,  en  su  aplicación  práctica ,  de  las  Asociaciones  de 
Propietarios  á  las  de  Capitalistas,  se  deduce  lógicamente,  que  es- 
taba fuera  de  su  natural  y  verdadero  asiento  en  ambas  institucio- 
nes ,  y  demuestra  que  para  realizar  el  fin  práctico  en  ella  conteni- 
do ,  necesita  un  organismo  independiente  en  su  esencia  fundamen- 
tal ,  de  los  grandes  intereses  que  debe  poner  en  contacto.  Para  que 
esta  independencia  le  permita  desarrollarse  en  beneficio  de  ambos 
y  sin  perjuicio  de  ninguno,  es  preciso  que  su  interés  y  su  benefi- 


292  INSTITUCIONES    DE    CRÉDITO    HIPOTECARIO. 

cío  nazcan  de  su  propio  instituto ,  y  no  del  beneficio  ó  interés  ex- 
clusivo que  pueda  obtener  ning-uno  de  ellos.  En  una  palabra,  es 
preciso  que  no  sea  capitalista  que  preste  á  la  propiedad ,  para  no 
tener  intereses  contrarios  á  los  de  esta,  y  que  no  sea  propietario  que 
necesite  capitales  para  tenerlos  opuestos  á  los  capitalistas.  Debe 
ser  un  intermedio  responsable,  activo  y  económico,  cuyo  único 
interés  consista  en  que  las  relaciones  entre  el  capital  y  la  propie- 
dad sean  lo  más  frecuentes  y  más  fáciles  posible. 

Si  recordamos  que  la  idea  del  Crédito  Hipotecario  ha  recorrido 
los  tres  periodos  de  su  evolución  en  el  espacio  de  ochenta  años ,  y 
pensamos  en  los  inmensos  beneficios  que  de  su  aplicación  debe  es- 
perar la  humanidad ,  habremos  de  admirar  la  elevación  de  juicio 
que  en  nuestros  tiempos  ha  adquirido  el  espíritu  humano  y  la  ener- 
gía y  el  vigfor  con  que  los  grandes  intereses  sociales,  reclaman  la 
parte  que  les  es  propia  y  la  misión  que  les  corresponde,  en  el  des- 
arrollo práctico  de  las  instituciones  sociales. 

Joaquín  Carbonell. 


EL  CANTO  DEL  CISNE, 

EPISODIO  PRIMERO  DE  LAS  MEMORIAS  DE  UN  CORONE  RETIRADO. 


XíX. 


LA  GRAN  SEÑORA  PIADOSA  Y  NO  MOGIGATA.— COMIENZA  LA 

fflSTORIA  DE  LAS  DOS  TRINIDADES.— GERVASIO  PÉREZ.— CECILIA  RECLUSA.-  - 
CONSPIRACIÓN  VENDIDA. 

(Madrid  12  de  Octubre.; 
Continuación. 

No  sé  por  qué,  pasa  en  autoridad  de  cosa  juzgada  que,  entre 
personas  de  sexo  diferente,  no  cabe  amistad  sin  amor,  cuando  la 
vejez  no  media;  pero  el  hecho  es  que,  de  cien  individuos ,  noventa 
y  nueve  asi  lo  creen,  ó  por  lo  menos  lo  afirman.  La  razón ,  sin  em- 
bargo, contradice  apriori  ese  antisocial  apotegma;  y,  en  cuanto 
á  mi  puedo  asegurar,  por  experiencia  propia ,  que  es  además  ab- 
surdo. 

Y  si  á  mi,  tan  joven  aún,  me  fué  dado  encontrar  una  sincera 
amiga,  ¿por  qué  á  los  demás  mortales  ha  de  negarles  el  cielo 
igual  bendición? 

¡Bendición,  si,  bendición  inefable! 

Bien  intencionados  son,  y  á  consolarme  se  encaminan  el  estoi- 
cismo de  cuerpo  de  guardia  de  Simón,  la  cortesana  filosofía  de 
Luis,  y  los  burlones  consejos  de  Patricio;  ¡  pero  cuan  distantes  de 
la  tierna  solicitud,  discreta  sagacidad,  y  tacto  exquisito,  con  que 
de  hecho  logró  suavizar  mi  dolor,  la  incomparable  amiga,  con 
quien  ayer  pasé  el  dia! 


294  MEMORIAS 

Por  muchos  que  el  Cielo  me  conceda'de  vida,  no  olvidaré  cierta- 
mente esa  jornada. 

A  la  hora  anunciada,  vino  á  buscarme  la  berlina,  vistiendo  ya 
el  cochero  y  lacayo  de  don  Testan  la  librea  de  sus  amos. 

Lleváronme  al  palacio  de  Calanda,  hasta  el  pié  de  su  escalera: 
y,  puntual  como  un  acreedor  ala  cita  que  para  cobrar  le  dieron, 
casi  en  el  instante  aparecióse  la  Duquesa ,  tan  sencilla  y  elegante- 
mente vestida  como  lo  acostumbra ;  pero  no  sola ,  sino  apoyándose 
en  el  brazo  del  Duque  su  marido.  Ambos  me  acogieron  casi  pater- 
nalmente ,  felicitándome  por  mi  restablecimiento;  ambos  parecían 
tan  satisfechos  de  verme  en  su  casa  y  en  su  coche,  como  si  de  mí 
pudieran  prometerse  alg-un  beneficio;  y  ambos,  en  fin ,  se  conduje- 
ron de  suerte,  que  apenas  si  pude  manifestarles  mi  gratitud,  más 
que  con  mal  formados  acentos,  y  las  lágrimas  que  á  los  ojos  se  me 
asomaron. 

No  me  conozco  otros  títulos  atan  desinteresada  benevolencia,  más 
que  mi  juventud,  mi  orfandad,  y  mi  propia  insignificancia  en  el 
mundo;  como  no  sea,  y  es  acaso  lo  cierto,  la  circunstancia  de  ser 
hoy  víctima  de  la  inicua  traición  con  que  mi  estúpido  sincerísimo 
amor  ha  pagado  Laura. 

Sea  como  quiera ,  el  Duque ,  después  de  felicitarme  por  el  resta- 
blecimiento de  mi  salud,  sin  aludir  ni  remotamente  á  la  causa 
que  de  ella  me  habia  privado,  estrechóme  la  mano,  besó  galante  la 
de  su  mujer,  y  despidióse  de  los  dos,  diciendo  festivo: — «Juicio, 
niños.» 

La  Duquesa  entonces  dijo  á  su  cochero: 

— «¡Al  convento  de  Atocha!»  —  Y  las  bóvedas  del  aristocrático 
zaguán  resonaron  heridas  por  el  estruendo  de  caballos  y  ruedas 
sobre  su  marmóreo  pavimento. 

— «  Ahora  (dijo  la  dama ,  mirándome  con  más  atención  que  an- 
tes, al  todavía  pálido  y  demacrado  rostro). — Ahora,  señor  mió, 
vamos  á  hacer  juntos  una  visita,  que  debió  V.  haber  hecha  primero 
que  otra  ninguna.  Dichosamente  la  Señora  á  quien  era  y  es  debida, 
no  mira  el  tiempo,  sino  la  sinceridad  con  que  á  sus  pies  se  acude. 
— ¿Qué  dice  V.,  Duquesa? — -Pregunté  yo,  sin  comprenderla  bien 
todavía. 

— Digo  que  Dios  le  ha  hecho  á  V.  la  gracia  de  redimirle  de  un 
igniominioso  cautiverio,  en  que  hasta  su  honra  pudiera  peligrar;  val 
mismo  tiempo  la  de  salvarle  casi  milagrosamente  la  vida.  Tales 


DE  UN  CORONEL    RETIRADO.  295 

beneficioá,  amigo  Lescura,  bien  valen  la  pena  de  darle  siquiera 
las  gracias  al  que  todo  lo  puede ;  y,  como  en  cumplir  con  ese  deber 
ha  tardado  V.  un  poco  más  de  lo  conveniente,  vamos  ahora  á  im- 
plorar la  intercesión  «de  la  Madre  de  los  pecadores ,  Reina  de  los 
»ángeles.  ¿Por  qué  me  mira  V.  con  ese  asombro?....  Yo  no  soy  mo- 
»gigata,  á  Dios  gracias ;  no  soy  beata  ,  ni  siquiera  devota  ,  en  el 
»sentido  vulgar  de  la  palabra.  Soy  una  mujer  del  mundo  en  que 
»vivo,  ni  más  ni  menos; pero  creyente,  sinceramente  creyente,  por 
»educacion ,  por  gratitud  y  por  sentimiento.  Desde  que  mis  labios 
»fueron  capaces  de  modular  palabras ,  al  comenzar  y  acabarse  cada 
»dia,  mi  excelente  madre,  oraba  conmigo,  y  á  orar  me  enseñaba. 
»Faltóme  ella,  y  mi  niñez  corrió  en  las  Salesas ,  de  cuyas  leccio- 
»nes,  la  de  la  oración  es  acaso  la  que  más  recuerdo;  y  positiva- 
»mente  la  que  más  útil  me  ha  sido.  Donde  V,  me  ve,  tan  serena,  tan 
»señora  de  mi  misma,  tan  bienaventurada,  que  mi  honrado  marido 
»puede,  sin  temor  al  ridiculo  ni  á  la  maledicencia,  dejarme  correr 
»las  calles  y  paseos  de  la  Corte,  en  esta  berlina  y  mano  á  mano 
»con  un  Alférez  de  la  Guardia,  calavera,  poeta,  y. ló  que  es  peor. 
»ya  casi  célebre  por  sus  aventuras  galantes,  ni  soy  de  piedra. 
»ni  tengo  pretensiones  de  pasar  por  una  excepción  en  mi  sexo,  ni 
»tampoco  me  eximí  de  las  luchas ,  de  los  riesg'os ,  de  las  tentacio- 
y>nes,  para  decirlo  como  el  Catecismo,  que  á  todas  las  hijas  de  Eva 
»nos  dejó  en  herencia  nuestra  pecadora  madre. 

— ¡Usted.  Duquesa!  '¡Usted!! 

— Yo,  señorito;  yo  en  persona.  A  mi  manera  también  tengo,  y 
sobre  todo  he  tenido  en  mis  primeros  años  de  mundo,  mis  aspira- 
ciones poéticas ,  mis  platónicas  ilusiones.  Y  mi  pobre  Antonio,  di^ 
todo  tiene  menos  de  pastor  de  la  Arcadia ,  ó  de  héroe  de  novela  sen- 
timental. Me  casaron  antes  de  cumplir  diez  y  siete  años:  no  era  en- 
tonces fea,  ni  lo  fui  más  tarde 

— Ni  lo  es  V.  ahora,  Duquesa. 

-  -Muchas  gracias :  mi  fe  de  bautismo  y  mi  espejo  me  dicen  á 
qué  debo  atenerme  en  ese  punto.  Pero,  en  fin ,  bonita  ó  fea,  dis- 
creta ,  ó  no  más  que  racional  criatura ,  bastóme  ser  mujer,  y  mu- 
jer con  marido,  para  que  no  me  faltasen  g-alanes;  y  si  á  los  tres  ó 
cuatro  primeros ,  ó  á  los  veinte  segundos ,  pude  oir  como  quien  oye 
llover 

— ¿Sería  posible?  Exclamé  imprudente. 

— No  lo  fué  ,  á  Dios  gracias ,  lo  que  V.  sin  duda  presume,  mali- 


296  MEMORIAS 

cioso  personaje  (me  respondió  la  Duquesa ,  sin  alterarse) ;  pero  si 
lo  bastante  para  ponerme  á  prueba.  Un  hombre  habia,  y  hay  en  el 
mundo,  que ,  como  él  decia,  tuvo  la  desdicha  de  conocerme  tarde. 
Ese  hombre,  que  se  enamoró  de  mi  perdidamente,  poseia  cuantas 
prendas  pueden  cautivar  á  una  mujer  de  corazón  y  entendimiento; 
y  con  medios  de  seducción,  y  costumbre ,  tal  vez ,  de  emplearlos 
victoriosamente,  me  respetó,  sin  embargo,  siempre.  Por  eso  sólo, 
creo  que  me  amaba  de  veras.  ¿Llegué  yo  también  á?../.  No  lo  sé, 
Lescura:  temo  que  si,  temo  que  llegué...  ¿Por  qué  regatearlas  pala- 
bras? Temo  que  llegué  también  yo  á  enamorarme ,  y  temo  además, 
que  el  estado  de  mi  entonces  desdichado  corazón,  no  era  un  miste- 
rio para  el  que  le  habia  conquistado. — ¿Sabe  V.  lo  que  me  salvó  de 
aquel  peligro  inminente? — ¿Nó?  Pues  voy  á  decírselo.  De  tejas  abajo, 
el  tacto  admirable  con  que  mi  marido,  sin  perderme  de  vista,  sin 
abandonarme  al  riesg'o,  pero  también  sin  darse  por  entendido  de  lo 
que  sospechaba,  ni  mucho  menos  acosarme  con  la  violencia  de  sus  ce- 
los, ú  oprimirme  con  la  fuerza  de  su  autoridad,  supo,  dejándome 
libre  al  parecer,  excusarme  ocasiones  que  son  siempre  ocasionadas. 
Eso  me  salvó,  repito,  de  tejas  abajo:  pero  eso  de  poquísimo  prove- 
cho fuera  á  no  haber  dentro  de  mí  un  principio  de  moralidad  pro- 
funda, que,  constante,  vigoroso,  incontrastable,  oponía  una  inven- 
cible barrera  al  poder  la  pasión  ciega.  La  costumbre  de  examinar 
mi  conciencia  cada  noche,  de  rodillas  ante  la  imagen  de  aquella 
que  es  «vida  y  dulzura,  esperanza  nuestra;»  el  hábito  de  invocarla 
en  todas  mis  tribulaciones ;  la  persuasión  de  que  no  me  es  posible 
ocultar  á  su  maternal  vigilancia,  ni  el  más  íntimo  de  mis  pensa- 
mientos ;  y  el  temor,  en  fin ,  de  no  osar  ponerme  ante  sus  castos 
ojos ,  si  mi  propia  pureza  á  manchar  llegaba;  mis  creencias ,  mis 
sentimientos  religiosos ,  en  una  palabra,  son ,  amigo  Lescura,  los 
que  del  precipicio,  á  cuyo  borde  y  ya  sobre  él  inclinada,  llegué  á 
verme.  Negar  que  el  sacrificio  fué  doloroso,  sería  mentir;  pero  ha- 
bría muy  negra  ingratitud  á  la  misericordia  divina  en  no  decir 
también,  que  me  ha  pagado  las  angustias  de  algunos  meses,  con 
la  dicha  de  muchos  años.  ¿Comprende  V.  ahora,  por  qué  le  llevo 
al  convento  de  Atocha? 

— Sí  lo  comprendo.  Duquesa;  y,  cuando  también  á  mí  la  fe  no 
me  llevara  al  pié  de  los  altares,  iría  por  seguir  á  una  mujer  tan 
virtuosa  como  lo  es  V. 

—  ¡No  exageremos,  por  Dios!  ¡No  exageremos!  Vuelvo  á  decir 


De  un  coronel  retirado.  297 

á  V.  que  yo  no  soy  más  que  una  mujer  del  mundo  en  que  vivo;  y 
que ,  contenta  con  ser  creyente ,  sentiría  infinito  que  se  me  tuviera 
por  lo  que  suele  llamarse  una  devota. 

Tras  media  hora  de  estancia  y  oración  en  el  santuario,  empren- 
dimos luego  nuestro  paseo  en  derredor  de  las  humildes  tapias  de 
esta  imperial  y  coronada  villa. 

La  Duquesa,  que  es  una  mujer  de  instrucción  y  sin  pretensiones, 
de  ingenio  y  sin  acre  mordacidad,  aunque  sí  con  cierta  tendencia 
á  la  sátira,  hizo  casi  exclusivamente  el  g*asto  de  nuestro  diálogo. 
Yo  la  escuchaba  con  delicia,  limitándose  mi  papel  á  lo  que,  en 
el  teatro,  llaman  los  franceses  donner  la  replique,  y  nosotros  dar 
el  pié  al  qtte  la  palabra  lleva. 

Ni  una  vez  sola  se  aludió  directa  ó  indirectamente  á  mi  reciente 
mala  ventura.  Visible  y  muy  discretamente,  aquella  señora  deseaba 
distraerme  en  realidad,  no,  como  la  mayor  parte  de  los  que  toman 
ó  aceptan  el  papel  de  consoladores ,  hacer  gala  de  sus  filosóficas 
teorías  á  costa  de  irritar  la  llaga  que  cicatrizar  dicen  que  pre- 
tenden. 

Ya  cerca  de  las  cuatro  de  la  tarde ,  regresamos  al  palacio  de 
Calanda;  su  castellana,  dejándome  en  un  cómodo  y  lindo  gabi- 
nete ,  que  llama  el  de  los  tapices ,  porque  le  adornan  unos  magní- 
ficos de  los  Gobelinos,  y  provisto  de  libros  de  entretenimiento,  re- 
tiróse á  su  cuarto  á  mudar  de  traje  para  la  comida. 

Aquí,  volviendo  á  mi  cuento,  tengo  que  confesar  una  debilidad 
en  que  incurrí,  ó  por  mejor  decir,  una  consecuencia  de  la  debili- 
dad en  que  mis  padecimientos  me  han  dejado. — Viéndome  solo, 
tomé  un  álbum  cuyos  grabados  representan  las  más  notables  vistas 
del  Rhin  y  sus  orillas ,  en  la  parte  del  curso  de  aquel  célebre  rio 
que  los  viajeros  elegantes  visitan  de  preferencia:  pero  con  él  en 
la  mano ,  rendido  al  cansancio  del  largo  paseo  en  coche ,  dormime 
en  el  sofá  en  que  estaba  sentado ;  y  dormime  tan  profundamente, 
que  el  libro  se  me  escapó  de  las  manos,  y  mi  persona — ¡Dios  me 
lo  perdone! — mi  persona  se  tendió  en  el  cómodo  mueble. 

Cuando  volví  en  mi  acuerdo,  era  ya  de  noche;,  y  la  Duquesa 
leía  tranquilamente  á  la  luz  de  una  bella  lámpara  de  porcelana  de 
Sevres,  no  sé  qué  historia  ó  novela.  Figúrese  el  lector  mi  ver- 
güenza al  considerar  la  involuntaria  desatención  que,  con  tan  her- 
mosa dama  y  benévola  amiga,  había  cometido  mi  indiscreto  sueño. 

Pero  Carmen  anticipóse  á  la  disculpa ,  diciéndome : 

TOMO  III.  2U 


298  MEMORIAS 

— El  cansancio  y  la  convalecencia,  amigo  Lescu?a,  son  má 
poderosos  que  la  galantería.  Está  V.  absuelto  de  culpa  y  pena.s 
Celebro,  sin  embargo,  que  se  haya  V,  dispertado  antes,  de  que 
vengan  los  demás  convidados. 
— Yo  creia ,  Duquesa ,  que  comeríamos  solos. 
— Con  fundamento,  pues  que  así  se  lo  escribí  á  V.;  pero  luego 
lo  he  pensado  mejor.  El  téU  á  tete ,  cuando  se  prologa  con  exceso, 
acaba  en  fastidio,  aun  entre  amantes. 
— ¿Puede  V.  creer?.... 

— No  sólo  puedo  creer,  sino  que,  en  efecto,  creo  y  sé  por  expe- 
riencia ,  que  la  soledad  pone  á  prueba  el  amor  mismo ,  y  hace  bos- 
tezar á  los  mejores  amigos  del  mundo.  Pero  no  es  esa  la  conside- 
ración que  principalmente  me  ha  determinado. 

— ¿Y  á  quién  tenemos.  Duquesa,  si  la  pregunta  no  es  indiscreta? 
— Otra  pareja  de  amigos, •de  sexo  diferente.  ¡Partie carree, 
Ttwn  cher  sous-lieutenanti 
— Siempre  está  V.  de  buen  humor. 

•^^Con  mis  amigos;  y  los  que  espero  son,  broma  aparte,  los 
que- más  quiero. 

— ¿Los  que  más ^  Duquesa?  ¿Y  yo? 

— Usted  me  hará  el  favor  de  contentarse  con  el  tercer  lugar ,  si 
le  place.  Los  otros  son  más  antiguos. 

— ¡Mal  título,  según  dicen,  con  las  damas! 
— Vulgaridad  de  amantes  pesados:  pero,  además,  aquí  estamos 
en  el  firme  terreno  y  pura  atmósfera  de  la  amistad.  El  tiempo  la 
sazona  y  consolida. 
— ¿Como  al  vino? 

— ¡Como al  vino  de  buena  cepa,  generoso  y  puro!  No  hay  mal 
en  la  comparación ,  aunque  sea  un  poco  prosaica, 

— ¿Por  qué,  una  mujer  tan  buena  y  tan  entrañable  como  V., 
se  obstina  siempre  en  huir  de  la  poesía ,  y  aparentar ,  al  menos, 
que  todo  ló  mira  en  prosa? 

— ¿Recuerda  V.  la  respuesta  de  García  del  Castañar  al  Rey, 
cuando,  disfrazado,  le  aconseja  que  abandone  sus  montes  y  vaya 
á  la  corte? 
— En  este  momento  nó.  Duquesa. 
— Pues  yo  sí: 

"Vívese  aquí  más  despacio,  n 
"Es  más  segura  esta  tierra,  n 


DE  ÜN  CORONEL  RETIRADO.  299 

Quizá  en  prosa  se  goza  menos ;  pero,  en  la  vida  poética,  se  arries- 
ga más  positivamente. 

Aqui  llegábamos  con  nuestra  conversación ,  cuando  el  portero 
de  estrados ,  levantando  el  tapiz  de  la  puerta  del  gabinete ,  anun- 
ció clara,  pero  respetuosamente: 

— «S.  E.  la  señora  Condesa  de  Roca-Umbria.»  ♦ 

— «El  Sr.  Brigadier  D.  Manuel  de  Castel-Leon.» 

Y  en  efecto,  juntos  y  del  brazo,  entraron  la  bella  Nióbe,  tan 
pálida-,  tan  fatídica  (si  asi  puede  decirse)  como  de  costumbre;  y 
mi  jefe,  tan  militarmente  aristócrata,  tan  rudamente  cordial,  cual 
siempre  le  he  visto. 

Confieso  que,  al  aparecérseme  aquellos  dos  inesperados  hués- 
pedes, y  sobre  todo  Cecilia  Pimentel  de  Aguilar,  sorprendime 
fuera  de  razón ,  y  déjelo  ver  mucho  más  de  lo  que  á  mi  reputación 
de  muchacho  de  mundo  conviniera.  Felizmente  la  Duquesa,  ade- 
lantándose á  recibir  con  gran  cariño  y  en  sus  brazos ,  á  la  amiga 
de  su  infancia ,  y  saludando  al  mismo  tiempo  con  cierta  marciali- 
dad cómica  al  Brigadier ,  me  dio  tiempo  á  reponerme  lo  bastante 
para  entrar  á  mi  vez  en  escena  con  el  conveniente  desembarazo. 

Un  apretón  de  mano  bastó  entre  D,  Manuel  y  yo ;  en  cuanto  á 
Cecilia ,  preludié  con  una  profunda  y  ceremoniosa  reverencia ,  al 
trivial  cumplimiento  de  ordenanza  que  iba  á  hacerla ;  pero  ella, 
anticipándose ,  me  dijo: 

— ¡Mucho  me  alegro  de  verle  á  V.  ya  enteramente  bueno,  Les- 
cura !  ¡  Veng*a  esa  mano !  (Y,  en  efecto ,  alargóme  la  suya  que  tomé 
y  besé  respetuoso).  Su  padre  de  V.  fué  mi  amigo  en  la  niñez  casi; 
y  es  menester  que  V.  lo  sea  también,  ahora  que  ya  voy  para 
vieja.  Precisamente  eso  me  trae  aqui 

— ¿Cómo,  señora? — Exclamé  yo,  absorto  al  oir  tales  palabras. 

— Que  vengo  hoy  aqui  á  que  nuestra  amistad  se  cimente  en  la 
estimación  reciproca. 

— Basta  ahora  de  conversación  sobre  ese  punto. — Interrumpió 
la  Duquesa,  entre  burlas  y  veras.— Lo  que  importa  es  comer;  que 
el  pobre  convaleciente  debe  estarse  muriendo  de  debilidad. 

Cinco  minutos  después ,  llevando  mi  Brigadier  del  brazo  á  Ce- 
cilia ,  ■  y  llevándome  á  mí  Carmen ,  á  pretexto  de  que  no  podia 
tenerme  en  pié,  pasamos  á  otro  saloncito  inmediato,  de  orden  de  la 
Duquesa  trasformado  en  comedor  intimo,  por  decirlo  así,  para 
aquel  solo  dia.  Un  solo  criado  nos  sirvió  ala  mesa,  sin  darnos 


300  MEMORIAS 

lugar  ni  al  deseo ;  no  se  oyó  sonar  un  plato ;  no  Imbo  un  solo  mo- 
mento en  que  cada  cosa  no  estuviese  á  punto  y  en  su  sitio.  Los 
.manjares  no  fueron  muchos,  pero,  en  cambio,  si  delicados;  los 
vinos ,  á  excepción  de  una  botella  de  Chambertin ,  para  mi  Briga- 
dier, que  dice  que  el  Burdeos  es  un  chacolí  francés,  y  el  chacolí 
una  vinagrada ,  fueron  los  que  á  dos  señoras  y  un  convaleciente 
convenían:  Sauterne  para  el  pescado,  Rhin  para  el  cuerpo  de  la 
comida,  una  copa  de  Champag*ne  helado  para  el  asado. 

Muy  dadas  las  seis,  nos  sentamos  á  la  mesa;  á  las  siete,  ya  ha- 
bíamos tomado  café  y  estábamos  otra  vez  los  cuatro  en  el  gabinete 
de  los  tapices.  La  Duquesa,  no  sin  admiración  mía,  dijo  á  su 
criado  al  despedirle: — «No  estoy  en  casa  para  nadie.» 

Casi  estuve  por  exclamar ,  mentalmente  se  entiende : — íí\  Encer- 
rona tenemos!» — Como,  sin  duda,  lo  dijera  mí  amigo  Simón  en  su 
metafórico  lenguaje  de  jugador  incorregible.  Pero  la  curiosidad 
suspendió  en  mí,  no  menos  el  pensamiento  que  la  palabra. 

Mi  Brigadier ,  usando  de  su  exclusivo  y  personalísimo  privilegio 
en  aquella  casa ,  fumaba  silenciosamente  su  cigarro  en  un  cómodo 
sillón  á  la  VoUaire ;  la  Duquesa ,  sentada  cerca  de  un  velador  de 
mosaico ,  hojeaba  con  distracción  un  álbum  inglés ;  Cecilia ,  sola 
en  un  confidente  frontero  al  que  yo  ocupaba,  parecía  entonces  más 
estatua  que  nunca ;  y  yo ,  como  he  dicho ,  cómodamente  reclinado 
en  mi  confidente,  aguardaba,  con  cierta  inquietud,  que  alguno  de 
los  presentes  se  dignara  iniciarme  en  el  misterio  de  aquella  entre- 
vista. 

Hube ,  sin  embargo ,  de  esperar  desesperándome ,  unos  ocho  ó 
diez  minutos  que  tardó  la  Condesa  en  decidirse  á  entablar  la  con- 
versación, interpelándome  bruscamente  y  con  imperioso  acento, 
en  esta  forma: 

— «¿Qué  sabe  V,,  ó  qué  cree  saber  de  mí  historia,  señor  de 
Lescura?» 

Carmen  ,  dejando  el  álbum ,  volvióse  hacia  nosotros;  ,D.  Manuel 
miróme  un  instante,  y  siguió  fumando;  yo  quédeme  perplejo, 
oyendo  bien  las  palabras,  pero  sin  comprender  su  sentido.  Res- 
pondí pues,  turbado: 

— ¡Yo,  Condesa!....  ¿De  su  historia  de  V?....  (1). 

(1)  Para  evitar  la  repetición  de  los  nombres  y  atormentadas  frases,  escribo 
lo  que  sigue  en  forma  dramática:  C,  significa  Cecilia;  D,  la  Duquesa;  B,  mi 
Brigadier;  L,  Lescura.  í Xofa  <lel  fUn-nnel  retirado.) 


DE  UN  CORONEL    RETIRADO.  301 

G .  ¿O  de  la  que  me  haya  forjado  la  mujer  que  V.  sabe  y 
nombrar  no  quiero? 

L.  Aseguro  áV.,  señora,  que  basta  proceder  de  tal  origen, 
para  que  yo  nada  crea 

C,  Eso  no  es  responderme ,  sino  esquivar  la  cuestión ;  y  de- 
be V.  comprender  que  he  venido  aqui,  y  rogado  á  Carmen  que 
esta  entrevista  me  proporcionara ,  con  la  firme  resolución  de  poner 
las  cosas  en  claro:  si  su  padre  de  V.  ó  su  pobre  madre  vivieran, 
tendrían  derecho,  como  unos  de  mis  mejores  amigos,  á  pedirme, 
y  yo  necesidad  moral  de  darles  explicaciones  sobre  mi  conducta. 

Pues  yo  trasfiero  á  V,  ese  derecho.  No  quiero  que  el  hijo  de 
Isabel  y  de  Fernando  tenga  la  menor  duda  sobre  la  acrisolada 
honra  de  la  hija  y  heredera  del  Conde  de  Roca-Umbría... 

L.     ¡Protesto  á  V.,  señora,  que  no  la  tengo! 

C.  ¡Eso  no  es  verdad!  ¡Eso  no  puede  serlo! 

D.  Complazca  V.  á  Cecilia ,  Lescura.  Tiene  derecho  á  exigirlo. 

B.  ¡No  se  haga  V.  de  rogar,  compañero! 

Por  mucho  que  me  repugnara  tener  que  decirle  á  una  dama  y 
cara  á  cara,  cosas  en  verdad  desagradables ,  compréndese  que  no 
me  fué  posible  resistirme  más  tiempo;  y,  en  consecuencia,  referí 
lo  más  concisa  y  benévolamente  que  me  fué  posible  compendiarlo, 
lo  que,  por  la  carta  de  Laura,  sabia  respecto  á  los  amores  y  secreto 
enlace  de  D.  Carlos  de  Guzman  con  la  hija  de  Roca-Umbría. 

Ella,  durante  mi  relato ,  mirábame  de  hito  en  hito,  como  un  juez 
pesquisidor  al  testigo  importante  que  examina ;  y  de  su  impacien- 
cia é  indignación  sólo  daba  muestras  en  la  violenta  contracción  de 
los  músculos  de  su  bello  rostro ,  y  en  el  incesante  acompasado  ba- 
tir el  suelo  con  la  planta  del  pié  derecho. 

Por  lo  que  hace  á  la  Duquesa  y  á  mi  Brigadier ,  mirábanse  de 
cuando  en  cuando  con  la  sonrisa  del  desprecio  en  los  labios  en  unos 
pasajes,  con  la  expresión  de  la  ira  en  los  ojos,  en  otros ;  y  yo  ha- 
blaba más  que  como  quien  refiere  lo  que  le  han  contado ,  con  el 
mismo  ruboroso  embarazo  que  si  fuese  autor  de  aquella  historia  ó 
de  aquella  calumnia. 

Terminado  que  hube,  mis  tres  apasionados  oyentes  exclamaron» 
casi  á  un  tiempo : 

C .  \  Con  qué  infernal  habilidad  me  calumnia! 

D.  ¡Esa  mujer  es  una  hiena! 

B.     ¡Esa  mujer  es  una...  ,  hija  de  su  madre!! 


302  MEMORIAS 

¡Oh  Laura,  Laura!!  ¿Quién  me  dijera,  pocas  semanas  há,  que 
en  mi  presencia  se  te  maldeciria  de  ese  modo ,  y  que  yo  habia  de 
oirlo  y  tolerarlo,  sin  protestar  siquiera  con  un  solo  acento  en  tu  de- 
fensa? 

¿Pero  qué  podia  yo  decir  ni  alegar? 

Pasado  aquel  primer  momento  de  colérica  emoción ,  Cecilia,  ha- 
ciendo y  con  fruto ,  un  visible  esfuerzo  para  dominarse ,  tomó  la 
palabra  de  nuevo,  diciendo : 

— Lo  peor  de  todo  es  que  esa  mujer,  tomando  de  la  verdad  el 
fondo  de  su  novela  infamatoria,  ha  sabido  hacerla  hasta  cierto 
punto  verosímil. 

L.  Condesa:  esta  conversación  afecta  á  V.  penosamente,  y 
también  á  mí  que  deploro  haberla,  bien  á  pesar  mió,  promovido. 
Excúsela  V,  si  quiere,  que  yo,  bajo  mi  palabra  de  honor  pro- 
testo  

C .  No  me  basta  eso:  he  venido  á  decirle  á  V.  la  verdad  toda, 
y  á  decírsela  en  presencia  de  testigos  de  tal  calidad,  que  su  aquies- 
cencia sola  baste  para  no  dejar  á  V.  la  menor  duda. 

L.     Pero  si  digo.  Condesa,  que  no  la  tengo 

C.     ¡No  importa!  j  Óigame  V. ,  lo  exijo! 

— Es  verdad  que ,  apenas  salí  del  convento ,  conocí  á  Carlos  en 
casa  de  Carmen ,  mi  intima  amiga ,  como  lo  era  también  de  en- 
trambas nuestra  compañera  Isabel  de  Erice,  su  madre  de  V.  Ella, 
en  nuestra  trinidad,,  como  nuestras  condiscípulas  nos  llamaban, 
QY?i\Q.Mansedii,ml)re\  Carmen  la  Travesura ;  yo,  decían,  q%e  la  Vo- 
luntad y  la  Fuerza.  Ninguna  de  las  tres  teníamos  madre;  y  al  salir 
al  mundo  el  mismo  día,  nos  encontramos  bajo  la  tutela  de  nuestros 
respectivos  padres ,  todos  hombres  de  honor  y  moralidad ;  pero  to- 
dos incapaces ,  como  los  más  suelen  serlo ,  de  dirigir  conveniente- 
mente á  muchachas  en  nuestras  circunstancias. 

El  padre  de  Carmen,  gran  señor  palaciego,  devoto  y  achacoso; 
el  de  Isabel ,  docto  Consejero  de  Castilla,  por  sus  continuas  aunque 
sedentarias  ocupaciones  absorbido ;  y  el  mío ,  que  por  la  inflexible 
violencia  de  su  carácter ,  siempre  estaba  en  lucha  encarnizada  con- 
tra algo  ó  contra  alguien ;  los  tres ,  repito^,  hubieron  de  confiarnos 
respectivamente  á  la  custodia  y  dirección ,  cual  de  una  tía  vieja  y 
egoísta ,  y  cual  de  un  aya ,  ignorante  ó  fatua ,  y  siempre  desauto- 
rizada. 

La  Mansedumbre ,  sin  embargo,  acomodándose  á  su  situación 


DE  UN   CORONEL  RETIRADO.  303 

fácilmente,  no  tardó  en  hacerse  á  las  mañas  de  su  vieja  tia;  la  Tra- 
vesura supo  sacar  partido  discretamente  de  su  Dueña ,  y  yo  sola ,  yo 
con  mi  Voluntad  tan  de  hierro  como  la  de  mi  padre,  era  la  rebelde 
á  todo  yugo ,  y  por  tanto  la  más  atormentada. 

D.  Di  también  que  el  tuyo  era  el  más  insoportable ;  y  añade, 
que  solo  respirabas  cuando,  por  gracia  especial ,  te  autorizaban  á 
pasar  el  dia  Qn  casa,  con  Isabel  y  conmigo. 

C.  \  Dias  venturosos,  por  cierto,  aquellos  !  ¡  Con  qué  efusión  nos 
referíamos  nuestras  domésticas  contrariedades !  ¡  Con  qué  saaa  de- 
clamaba yo  contra  mi  aya !  ¡  Con  qué  gracia  ponias  tú  en  ridiculo 
á  la  tuya !  ¡  Y  con  qué  angelical  indulgencia  disculpaba  Isabel  las 
impertinencias  de  su  tia ! 

D.  Y  todo  ello  terminaba  siempre  en  quiméricos  proyectos  de 
sublevación,  al  estrépito  de  alegres  carcajadas  proclamados,  y 
pocas  veces ,  que  yo  recuerde ,  puestos  por  obra ;  hasta  que  apareció 
en  escena,  para  soliviantarnos,  otra  Trinidad ^  pero  masculina,  de 
la  cual  tenemos  aqui  presente  una  persona  importante ,  en  la  del 
señor  Brigadier  D.  Manuel  de  Castel-Leon,  mi  amigo  y  dueño. 

B.  Y,  años  há,  constante  y  resignada  victima  de  la  Travesura 
de  Carmen  cita. 

D.  Entendámonos :  de  mi  Travesura  á  ratos;  pero  en  el  fondo, 
de  los  encantos  de  la  Mansedumbre. 

B.  \  Por  Cristo ,  no  toquemos  la  cuerda  sensible !  Ya  este  mozo 
sabe  que  su  santa  madre  me  dio  calabazas ;  con  que  hablemos  de 
otra  cosa. 

C.  Si;  entonces  conocimos  aquellos  tres  amigos,  llamados,  en 
su  tiempo,  los  inseparables)  jóvenes  como  nosotras 

B.  ¡  Hum !  ¡  Hum !  Con  algunos  años  de  ventaja  ó  de  contra, 
por  nuestra  parte.  Yo,  sobre  todo,  que  soy  el  mayor  de  los  tres, 
era  ya  Alférez ,  y  más  antiguo  que  Fernando  una  ó  dos  promocio- 
nes ;  y  eso  que  él  no  repitió  nunca  ningún  curso ,  y  yo  si ,  más  de 
uno.  En  cuanto  á  Carlos,  bien  sabe  V.  que  no  era  todavía  más 
que  Distinguido  en  la  Brigada  Real  de  Carabineros. 

C.  Sea  como  quiera  ,  jóvenes  éramos  entonces  los  seis  ;  muy 
jóvenes,  casi  niños ;  y  por  mi  comenzaron  nuestras  relaciones.  Car- 
los me  vio,  no  sé  si  en  paseo  ó  en  la  iglesia,  y  prendándose  de  mí, 
desde  luego  se  puso  á  seguirme  á  todas  partes  y  á  rondar  mi  calle 
dia  y  noche ;  pero  nunca  ó  pocas  veces  solo,  V.  lo  sabe,  Manuel. 

B-    Como  que  nunca  nos  separábamos;  como  que  todo  entre 


304  mi:morias 

nosotros  era  común ;  y  lo  que  á  uno  interesaba ,  era  para  los  otros 
dos  como  cosa  propia. 

B.  Yo  decia  entonces  que,  como  otros  roban,  W.  galantea- 
ban en  cuadrilla. 

C.  Tú ,  entonces  como  ahora ,  te  burlabas  de  lo  mismo  que  ha- 
ces y  sientes,  Carmen  de  mi  vida.  Pero,  volviendo  á  mi  historia, 
Lescura,  casi  inútil  es  decir  á  V,  que,  desde  que  vi  á  Carlos,  le  amé 
con  pasión  invencible ;  que  asi  le  he  amado  siempre  y  le  amaré 
mientras  viva;  y,  si  Dios  me  lo  permite,  en  el  mundo  de  la  eterni- 
dad le  amaré  ig-ualmente. 

B.  Y  él  á  V.  se  lo  pagó  y  se  lo  paga  con  toda  su  alma. 

C.  ¡No  sé! 

D.  ¡Eres  injusta,  Cecilia! 

C.  No ,  Carmen ,  no ;  pero  no  creo  que  los  hombres  pueden 
nunca  amar  como  nosotras  lo  hacemos,  cuando  de  veras  amamos. 
Tienen  profesión ,  tienen  negocios ,  toman ,  por  inclinación  ó  por 
necesidad ,  una  parte  demasiado  activa  en  la  vida  social ,  para  que 
puedan  como  nosotras,  á  quienes  la  aguja  «ola  reclama,  y  aun  esa 
no  en  nuestra  clase,  consagrarse  exclusivamente  á  un  afecto.  Car- 
los estaba,  ha  estado ,  y  aunque  en  nuestra  edad  parezca  ridiculo, 
está  todavía  enamorado  de  mí,  yo  te  lo  confieso,  porque  lo  creo;  y 
sin  embargo ,  ese  amor  no  es  el  exclusivo  objeto  de  la  existencia 
de  Carlos ,  como  el  suyo  lo  es  de  la  mia. 

B.  Muchas  filosofías  son  esas  para  mí ,  Cecilia.  Lo  cierto  es  que 
Carlos  no  ha  pensado  nunca  en  mujer  ninguna  más  que  en  V. 

C.  Con  una  sola  y  deplorable  excepción,  amigo  Castel-Leon. 

B.  Aprensiones  de  V. ,  Sra.  Doña  Cecilia. 

C.  No  hay  aprensión  que  valga  cuando  media  la  certidumbre, 
y  esa  la  tengo  por  confesión  del  culpado  mismo.  Pero  eso  vendrá 
en  su  tiempo  y  lugar:  ahora  lo  que  necesito  decir  á  Lescura  es 
que ,  simultáneamente ,  se  entablaron  mis  amores  con  Carlos  y  los 
de  Isabel  con  Fernando,  siendo  de  entrambas  parejas  confidentes  y 
cómplices,  puede  decirse,  Carmen  y  Manolo,  como  entonces  llamá- 
bamos al  hoy  respetable  Brigadier  aquí  presente.  Durante  algunos 
meses  bogamos  viento  en  popa  y  mar  en  bonanza.  Aya,  Tia  y  Pa- 
dres fueron  engañados  y  burlados ,  merced  á  los  ingeniosos  artifi- 
cios y  discretas  invenciones  de  nuestra  Travesura.  De  dia  nos  veía- 
mos de  lejos,  ya  en  el  Prado,  ya  en  misa ;  de  noche,  alguna  vez  en 
el  teatro... 


DE  UN    CORONEL  RETIRADO.  3C^ 

D.  Las  más  á  la  reja  para  pelar  la  pava,  mientras  yo  cuidaba, 
dentro  de  casa,  de  que  nadie  os  sorprendiera;  y  Castel-Leon,  en  la 
calle ,  velaba  para  apartar  de  ella  á  todo  importuno ,  administrán- 
dole, sin  hacerse  de  rogar,  una  buena  cuchillada  al  que,  por  su  mal 
se  obstinaba  en  no  mudar  de  camino. 

B.     Era  mi  obligación. 

D.  Diga  V.,  Manuel:  ¿Por  qué  no  nos  enamoramos  nosotros 
también? 

B.  '  \  Pregunta  V.  unas  cosas ,  señora! .... 

D.  Si  la  pregunta  le  parece  á  V.  extraña ,  veamos  si  la  res- 
puesta le  contenta.  No  dimos  en  enamorarnos,  señor  mió,  porque, 
desde  el  primer  instante  de  nuestras  relaciones,  nos  tratamos  y  con- 
sideramos como  dos  camaradas ,  ambos  confidentes  de  amores  aje- 
nos y  ambos  igualmente  extraños  al  sentimentalismo.  Supongo- 
que  no  le  pareci  á  V.  fea... 

B.     Ni  mucho  menos. 

D.  Y  yo  confieso  que  V.  era  un  buen  mozo  de  veras;  pero,  en 
suma ,  nos  vimos  siempre  en  prosa  y  no  al  través-  de  ese  mágico 
prisma  que  todo  lo  idealiza. 

B.  Me  parece,  Carmen,  que  estamos  interrumpiendo  á  Cecilia. 
D.     Tiene  V.  razón.  Perdona,  y  prosigue,  amiga  mia. 

C.  Todo  iba  bien,  como  decia,  en  nuestros  amores,  aunque  en 
el  horizonte  de  los  mios  con  Carlos,  las  esperanzas  de  un  feliz  des- 
enlace mostrábanse  más  que  remotas.  Por  mi  desgracia,  era  yo  la 
sucesora  de  mi  padre  en  mayorazgo ,  titulo  y  grandeza ;  y  Carlos, 
aunque  de  tan  buena  familia  como  la  mia ,  y  no  sin  medios  propios 
de  subsistencia ,  no  era  realmente  boda  para  una  muchacha  de  mi 
posición  social.  Teníamos,  pues ,  y  tuvimos  que  encomendar  nues- 
tro destino  á  la  Providencia ,  esperando  que  ella  nos  allanase  el  ca- 
mino á  los  altares ;  y  entre  tanto ,  no  sin  envidiar  su  dicha ,  asisti- 
mos todos  al  enlace  de  Isabel  y  Fernando ,  casi  niños  ambos ,  pero 
cuyas  familias,  las  dos  importantes  en  Navarra,  y  en  el  caudal  como 
en  la  nobleza  equilibradas,  se  hablan  fácilmente  entendido  para 
unirlos. 

B.  El  viejo  D.  Pedro,  ya  retirado,  benefició  una  compañía  de 
infantería  para  Fernando ,  que  se  cruzó  de  Alcántara  al  salir  del 
cuerpo. 

I).     ¡  Bien  bailé  en  la  tal  boda !  ¡  Todavía  me  acuerdo  ! 

C-     Sus  padres  de  V. ,  Lescura,  apenas  casados,  partieron  para 


306  MEMORIAS 

Pamplona  donde  estaba  de  guarnición  el  regimiento  de  Fernando 
Esto  era  en  los  primeros  dias  del  ano  de  siete. 

B.     En  cuyo  penúltimo  mes  nació  este  mozo. 

G.  Y  comenzaron  también  mis  desventuras.  Mi  presentación  en 
Palacio  hizome  ser  conocida  por  el  Favorito ;  y  su  antojadiza  con- 
dición á  él,  poner  en  mi  los  atrevidos  ojos.  Por  más  que  su  Laura 
de  V.  diga,  es  mentira,  mil  veces  mentira,  que  yo  diese  ni  remo- 
tamente ,  no  digo  lugar,  pero  ni  pretexto  siquiera ,  á  que  aquel 
hombre  con  sus  infames  deseos  me  insultara.  Ni  siquiera  los  eché 
de  ver,  hasta  que  me  los  insinuó  mi  Aya  (no  mi  doncella ,  como  se 
ha  dicho),  corrompida  por  las  dádivas  del  seductor,  y  aconsejada 
por  un  malvado  que,  en  mi  casa  y  vida,  desempeña  desde  entonces 
el  papel  de  Satanás  mismo. 

D.  No  digo  que  no  sea  diablo,  Cecilia;  pero  ha  de  serlo  de 
baja  ralea. 

B.  De  la  de  los  lacayos  de  los  diablos  más  viles,  indudable- 
mente. 

L.  Deben  VV.  aludir,  sin  duda,  al  hombre  infame  á  quien  co- 
nocí con  motivo  de  su  frustrado  duelo  con  D.  Carlos,  y  de  quien 
sospecho  que,  ya  dos  veces,  me  ha  denunciado  calumniosamente  á 
la  Policía. 

C.  Al  mismo,  Lescura ,  al  mismo  villano  nos  referimos. 

L.  Pues  confieso  á  V. ,  Condesa,  que  estoy  más  que  curioso  de 
saber  de  ese  canalla  algo  más  de  lo  poquísimo  que  hoy  conozco. 

G .  Gervasio  Pérez  es  hijo,  legalmente,  de  un  bodegonero  de 
Zamora ,  cuya  mujer  se  dice  que  le  parecía  bien  á  un  tío  de  mi 
padre ,  que  fué ,  siendo  Mariscal  de  Campo,  Gobernador  militar  de 
aquella  plaza ,  allá  por  los  años  de  ochenta  y  tantos  del  siglo  pa- 
sado. Que  el  buen  señor,  á  pesar  de  sus  sesenta  del  pico ,  gustaba 
de  la  hermosa  figonera ,  no  admite  duda ;  que  ella ,  que  era  muy 
alegre  de  cascos ,  le  daba  cuerda  al  viejo ,  se  lo  he  oído  decir  mu- 
chas veces  á  mi  padre ;  y  que ,  en  fin ,  mi  respetable  tío  sacó  de 
pila  (con  escándalo  de  toda  Castilla  la  Vieja)  al  susodicho  Gerva- 
sio ,  consta  oficialmente  de  su  partida  de  Bautismo. 

B.  Si  no  la  ha  forjado  él ;  porque,  de  veras,  me  parece  imposi- 
ble que  ese  malandrín  esté  bautizado. 

G.  A  la  muerte  del  tío ,  mi  padre ,  su  heredero  universal ,  re- 
cogiendo al  Gervasio  de  la  casa  de  sus  padres ,  que  sin  dificultad 
se  lo  entregaron ,  púsole  en  uno  de  los  colegios  de  los  Escolapios  en 


DE  UN  CORONEL  RETIRADO,  307 

Madrid,  donde  le  tuvo  educándose  hasta  cumplirlos  diez  y  seis  años. 
No  fueron  rápidos  ni  grandes  sus  progresos :  pero  tampoco  pudo  de- 
cirse que  fuera  rudo  ó  desaplicado.  Su  inteligencia  no  pasaba  del  nivel 
más  bajo  de  la  medianía ;  su  instrucción,  cuando  mi  padre  se  lo  trajo 
á  casa  en  calidad  de  paje,  bastárale  para  ordenarse  tal  vez,  pero 
no  anunciaba  un  sabio  ni  un  filósofo.  En  cuanto  á  su  carácter 
y  moralidad  ya  entonces ,  he  visto  entre  los  papeles  de  mi  pa- 
dre ,  una  curiosísima  nota  del  director  de  los  estudios  de  la  Escue- 
la Pia ,  que  termina  con  estas  palabras  ,  que  sé  de  memoria: 
«Gervasio  es  más  sagaz  que  inteligente ;  menos  valeroso  que  agre- 
»sivo ;  poco  ascético ,  aunque  á  la  superstición  inclinado.  Incapaz 
»de  afectos  tiernos ,  pero  sensual  hasta  el  delirio ;  codicia  riquezas, 
»y  no  ambiciona  honores ,  más  que  por  envidia  de  los  que  los  al- 
»canzan.  Temo  que  él  nunca  será  nada,  pero  que  hará  á  los  de- 
»más  mucho  daño.» 

Sin  duda  el  padre  Escolapio  que  tal  escribió,  estaba,  al  hacerlo, 
por  el  don  de  profecía  iluminado.  Cuando  yo  salí  del  convento, 
Gervasio  tenia  ya  de  veinticuatro  á  veinticinco  años ,  y  era  el  se- 
cretario particular,  el  confidente ,  el  ojo  derecho  de  mi  pobre  pa- 
dre. Conmigo,  aquel  mal  eng'cndro  comenzó  por  mostrarse  servil- 
mente humilde  y  empalagosamente  cortesano.  Recibíle,  tengo  que 
confesarlo ,  con  el  soberano  desden  que  instintivamente  me  inspi- 
ran los  parásitos  todos ;  pero  él ,  sin  desanimarse  por  ende ,  antes 
bien  cada  día  con  mayor  rendimiento,  dio  en  aparentar  que  se 
creía  mi  amigo  y  tratarme  en  consecuencia.  De  su  no  deseada  in- 
timidad fué  la  primera  muestra  revelarme,  el  muy  villano,  que  se 
creía  hijo  de  mi  tio ,  ó  lo  que  es  lo  mismo ,  revelarme ,  sin  necesi- 
dad ni  vergüenza,  la  fragilidad  supuesta  de  su  madre,  y  envane- 
cerse de  ella. 

L.     ¡Monstruo! — ¿Así  escarnecía  á  su  propia  madre? 

O .  Precisamente  en  hacerlo  estribaba  su  mejor  título  al  favor  del 
Conde  de  Rocaumbría  que ,  á  mí  juicio ,  creyó  siempre  que  el  hijo 
de  la  Bodegonera  zamorana  lo  era ,  en  efecto ,  del  General  Pimen- 
tel ,  quien ,  á  su  vez ,  murió  en  la  persuasión ,  un  poco  aventurada 
á  sus  años,  de  dejar  en  Gervasio  un  espurio  vastago. 

D.  Yo  creo ,  Cecilia ,  que  ese  tunante  se  enamoró  de  tí  desde 
luego, 

G.  Pues  te  engañas,  Carmen.  Eso  vino  más  tarde;  cuando 
Gervasio  llegó  á  descubrir  mis  amores  con  Carlos.  Y,  al  decir  que 


308  MTÍMORIAS 

eso  vino  más  tarde ,  me  expreso  mal :  Grervasio  no  se  enamoró ,  ni 
puede  enamorarse  ;  Gervasio  me  deseó  asi  que  supo  que  mi  corazón 
tenia  dueño;  y,  al  desearme,  comprendió  que  casarse  conmig-o  seria 
hacer  su  fortuna  y  elevarse  á  una  altura  para  él  fabulosa. 

B.  Yo  tenia  entendido  que ,  por  entonces ,  ese  menguado  no  se 
atrevió  á  declarar  á  V.  su  temerario  deseo. 

G.  Y  asi  es  la  verdad.  Lejos  de  declararse  mi  amante,  pareció 
aspirar  solo  á  ser  mi  confidente. 

L.     ¿Tuvo  V.  la  debilidad  de  revelarle  sus  amores? 

C.  Él  los  sabia,  y  yo  ni  pude  ni  quise  negárselos;  pero  cometí 
el  error  de  confesarle  de  plano  la  verdad  toda ;  y  el  más  grave  de 
confiar  en  la  promesa  que ,  bajo  juramento ,  me  hizo ,  no  sólo  de 
ocultar  aquel  secreto  á  mi  padre ,  sino  de  ayudarme  en  cuanto  pu- 
diera. 

B.  De  resultas  de  lo  cual ,  Carlos  consintió  en  ponerse  de  acuer- 
do con  el  infame  de  Gervasio ,  y  yo  descendi  hasta  estrechar  su 
mano  en  la  mia ,  y  considerarle  mi  amigo  !  j  No  me  lo  perdonaré 
nunca,  por  muchos  anos  que  viva  ! 

G.  Por  datos  posteriores  sé ,  á  no  poderlo  dudar,  el  plan  dia- 
bólico que  el  perverso  Gervasio  formó  entonces.  Convencido,  en  pri- 
mer lugar,  de  que  yo  amaba  de  veras  á  Carlos;  y,  en  segundo,  de 
que  mi  padre ,  dadas  las  circunstancias  del  momento ,  jamás  con- 
sentirla, aunque  yo  lo  quisiera ,  en  el  enlace  de  su  hija  con  el  pu- 
tativo vastago  de  un  bodegonero ,  propúsose ,  para  facilitar  el  lo- 
gro de  sus  deseos  codiciosos ,  reducirnos  á  la  hija  y  al  padre  á  con- 
diciones tales  de  infamia,  que  tuviésemos  que  aceptarle  á  él  un  dia, 
no  solo  con  gratitud,  sino  como  nuestro  redentor  único.  Figúrense 
VV.,  por  un  momento,  que  Cecilia  Pimentel  hubiera  consentido  en 
ser  la  dama  del  Favorito ,  y  comprenderán  que  Gervasio  calculaba 
bien  á  su  manera,  suponiendo  que,  para  encubrir  hasta  cierto  punto 
mi  deshonra,  mi  padre  y  yo  tendriamos  que  consentir,  agradecidos, 
en  que  con  su  mano  y  nombre  me  honrase  el  bastardo  de  la  bode- 
gonera. A  su  vez  el  omnipotente  Valido,  ¿cómo  no  habia  de  en- 
cumbrar y  enriquecer  al  complaciente  encubridor  de  sus  torpes 
apetitos? — Gervasio  Pérez,  pues,  iba  á  conseguir,  favoreciéndolos 
designios  del  Favorito,  separarme  de  Carlos;  vencer  los  escrúpu- 
los de  mi  padre ;  hacerme  suya ;  y  elevarse  él  adonde  nunca  so- 
ñarlo pudo. 

L.     ¡Asombran  tanta  infamia  y  maquiavelismo  tan  inmundo! 


t)E  UN  Coronel  retirado.  309 

D.  Bien  dijiste ,  Cecilia,  que  el  Escolapio  fué  profeta  al  juzgar 
á  Gervasio. 

B.  Ni  Judas  mismo  está  en  los  profundos  infiernos  con  más 
motivo,  que  ir  allá  merece  ese  malvado. 

G  ¡  Dios  le  ha  permitido ,  como  al  infernal  espiritu  que  le  ins- 
pira le  permitió  respecto  á  Job ,  perseguirme  sin  tregua  ni  miseri- 
cordia durante  largos  años,  reduciéndome  á  veces  al  extremo  de  la 
infelicidad  moral !  ¡  Pero,  bendita  sea  su  misericordia !  Nunca  hasta 
ahora  y  nunca  hacerme  olvidar  de  quien  soy,  ni  de  lo  que  debo  á  la 
ley  divina  y  á  la  honra  de  mi  nombre. 

D.     \  Pobre  Cecilia ! 

O.  Tú  y  Castel-Leon  recordáis,  sin  duda,  pero  Lescura  ignora 
ciertos  pormenores  importantes  de  lo  ocurrido,  cuando  mi  honrado 
y  colérico  padre  lleg-ó  á  saber  que  el  Favorito  me  solicitaba ,  y  ha- 
bla ya  sobornado  á  mi  aya  y  á  mi  criado  de  librea,  para  que  aque- 
lla me  corrompiera ,  y  el  último  trajera  y  llevara  recados  y  bille- 
tes. ¿Quién  le  reveló  al  Conde  aquel  infame  comercio?  Mucho 
tiempo  he  creido  que  Gervasio  ;  pero,  entre  los  papeles  de  mi  padre 
que  á  su  muerte  vinieron  á  mi  poder,  hallé  las  pruebas  de  lo  con- 
trario. Un  anónimo  de  letra  femenina,  en  efecto,  contiene  la  de- 
nuncia de  la  trama  por  el  Favorito  urdida ,  la  revelación  de  mis 
amores  con  Carlos,  y  una  alusión  masque  transparente  al  Secreta- 
rio, suponiéndole  hasta  cierto  punto  encubridor,  si  no  cómplice, 
en  uno  y  en  otro  asunto.  Por  el  estilo  ,  por  los  pormenores  palacie- 
gos que  en  aquel  escrito  abundan ,  y  por  otras  muchas  circunstan- 
cias, creo  firmemente  que  es  ajeno  á  él  mi  perseguidor,  á  cuyos  fi- 
nes ,  por  otra  parte ,  no  convenia  por  el  momento  que  tan  pronto 
estallara  el  rayo  sobre  mi  cabeza.  Como  quiera  que  sea,  mi  padre, 
apenas  recibido  el  aviso ,  sorprendiendo  infraganti  al  aya  y  lacayo 
infieles ,  hizo  de  ellos  sumaria  y  severa  justicia ,  y  conmigo  dio  de 
la  noche  á  la  mañana  en  las  Salesas  por  segunda  vez ;  pero  enton- 
ces ,  no  ya  como  colegiala ,  sino  como  reclusa ,  y  muy  especial- 
mente recomendada  á  la  vigilancia  de  las  religiosas. 

Con  Gervasio  tuvo  también  una  escena  violentisima ,  llegando, 
según  mis  noticias  ,  hasta  á  castigarle  corporalmente  con  el 
bastón. 

B.  Lo  que  el  Conde  debió  hacer  entonces,  fué  matarle  á  palos. . . 

C.  Es  indudable  que  algunos  recibió  de  su  mano,  Gervasio,  en- 
tonces, í  >'J'i  h:. 


310  ESTUDIOS 

L.     ¿Aceptándolos,  sin  duda,  con  grandeza  de  alma? 

C.  Aceptándolos  por  cobardía ;  pero  con  firme  propósito  de  to- 
mar de  ellos  traidora,  larga  y  cruel  venganza.  Por  el  momento  su 
villana  humildad ,  sus  hipócritas  lágrimas  y  sus  falsos  juramentos, 
lograron  convencer  á  mi  padre ,  cuya  penetración  no  era  excesiva, 
de  que  su  secretario  estaba  inocente  en  todo ;  y  lo  que  es  más ,  de 
que  debia  devolverle,  como  lo  hizo ,  y  para  siempre ,  y  absoluta- 
mente ,  toda  su  confianza. 

D.  Es  singular,  y  sin  embargo  constante,  que  los  más  de  los 
hombres  se  fien  precisamente  de  aquellos  que ,  por  su  bajeza  misma, 
son  con  evidencia  los  mas  indignos  de  toda  confianza. 

C.  Como  saben  VV.,  á  muy  poco  de  habérseme  encerrado  en 
el  convento ,  salió  mi  padre,  dejándome  en  él ,  para  un  destierro. 

B.  Y  Carlos,  desesperado  y  delirante,  cada  dia  formaba  un 
nuevo  proyecto  más  extravagante ,  más  imposible  que  los  ante- 
riores, para  rescatar  á  V.  de  su  cautiverio,  casarse  de  secreto  y 
huir  adonde  Dios  quisiera.  La  ausencia  de  Fernando,  cuyo  buen 
juicio  nos  hubiera  sido  entonces  útilísimo,  dejónos  solos,  para  hacer 
frente  á  dificultades  insuperables,  á  Carlos  loco  de  amor,  y  á  mi 
loco  y  violento,  sin  necesidad  de  motivo  alguno :  pero  aún  así 
y  todo ,  quizá  hiciéramos  algo  de  provecho ,  á  no  ocurrírsenos 
en  hora  menguada,  la  estúpida  idea  de  confiar  nuestros  pla- 
nes  

L.     ¿Al  Gervasio? 

B.  ¡Usted  lo  ha  dicho,  niño!  Al  Gervasio,  que,  dejado  en  Ma- 
drid por  su  amo  ,  más  para  espiarnos  que  para  cuidar  de  su  casa  y 
papeles ,  vino  á  buscarnos ,  á  vendérsenos  por  amigo  y  á  ofrecernos 
su  ayuda  y  valimiento.  ¿Qué  habíamos  de  hacer?  El  convento  era 
una  fortaleza  para  nosotros  inexpugnable.  Bien  guardado  siempre, 
lo  estaba  mucho  más  entonces ,  tanto  por  las  recomendaciones  del 
Conde  respecto  á  su  hija ,  cuanto  por  el  espontáneo  celo  en  ese 
punto  de  las  relig-iosas ;  y  siendo  la  base  de  cualquier  cosa  que 
intentáramos,  ponernos  de  acuerdo  con  Cecilia,  ¿cómo  podía  ocur- 
rírsenos rehusar  la  cooperación  del  bribón  del  bodegonero  bas- 
tardo, que  nos  ofrecía  hacer  llegar  á  manos  de  la  reclusa  un  billete 
de  Carlos,  y  traernos  también  la  respuesta? — Aceptamos,  pues; 
escribió  Carlos;  tomó  el  traidor  la  misiva,  diciéndonosque  la  haría 
pasar  por  carta  del  Conde  á  su  hija ;  y  á  los  tres  días  nos  trajo,  en 
efecto,  la  prometida  respuesta. 


DE  UN  CORONEL   RETIRADO.  811 

C,  Lo  singular  es ,  ó  más  bien  parece  ser,  que  realmente  el 
billete  de  Carlos  llegó  á  mis  manos  por  conducto  de  la  religiosa 
lega  especialmente  encargada  de  mi  custodia,  y  por  el  mismo  pasó 
mi  respuesta.  La  buena  de  la  monja  creia  que  se  trataba  realmente 
de  una  correspondencia  entre  padre  é  hija. 

B.  El  muy  canalla,  lo  que  queria  era  cog-ernos  á  todos  en  la 
misma  trampa;  y,  sobre  todo,  comprometer  á  V.  y  á  Cecilia  con  el 
público ;  y  para  ello  era  preciso  que  las  cartas  fueran  y  vinieran 
como  él  lo  dispuso. — Nuestro  plan  era  tan  sencillo  como  atrevido. 

D.  Y  añada  V. :  como  ingenioso ,  que  también  la  Travesura 
reclama  en  él  su  parte. 

La  conversación  prosiguió  sin  interrumpirse ,  pero  mi  cabeza  y 
mi  mano,  ya  fatigadas,  me  obligan  á  dejar  para  otro  dia  su  con- 
tinuación en  este  Diario. 


XX. 


CATÁSTROFE  DE  LA  CONJURACIÓN.— MOTÍN  DE  ARANJUEZ. 

NUEVA  PERSECUCIÓN  DE  ROCA-UMBRIA  Y  NUEVAS  MALDADES  DE  SU  SECRETARIO.— ALZA- 
MIENTO DE  ESPAÑA.— EL  CONDE  AFRANCESADO.— GERVASIO  TRAIDOR  Y  POLIZONTE. 

(Madrid  13  de  Octubre.) 

— En  efecto ,  Carmen  ( replicó  mi  Brigadier  á  la  Duquesa ) ,  con 
V. ,  nuestro  muy  querido  camarada,  consultamos  siempre  Carlos 
y  yo  todos  nuestros  planes;  y  á  V.  debimos  cuanto  pudo  haber  en 
ellos  de  ingenioso!  Pero  ha  de  confesar  V.  que  cayó  también,  como 
nosotros,  en  las  redes  del  tunante  de  Gervasio. 

D.     Por  confesado,  mal  que  me  pese;  y  prosiga  el  cuento. 

B.  Pues,  como  todo  Madrid  abominaba  entonces  al  Favorito,  y 
los  ánimos  estaban  exaltadísimos,  especialmente  entre  los  Guardias 
de  Corps,  fanáticos  partidarios  del  Principe  de  Asturias ,  en  quien 
España  entera  libraba  sus  esperanzas  de  mejor  Gobierno ,  el  des- 
tierro del  Conde  de  Roca-Umbria ,  y  la  reclusión  de  Cecilia  que  se 
atribuyó ,  aunque  sin  razón ,  al  Valido  mismo ,  fueron  aconteci- 
mientos, en  primer  lugar  muy  ruidosos  y  murmurados  en  la  Corte 
y  en  la  Villa ;  y  en  segundo ,  que  hicieron  del  padre  y  de  la  hija 
dos  víctimas  "al  público  muy  simpáticas.  —  A  Carlos  le  ha  dado 
siempre  por  lo  político ,  y  sobre  todo  por  lo  liberal  desde  que  tiene 


312  Memorias 

uso  de  razón,  y  aunque  muy  joven  en  la  época  a  que  nos  referí-mos, 
estaba  ya  en  relaciones  bastante  íntimas  con  una  pandilla  de  poetas 
de  que  era  cabeza,  bandera  y  profeta  D.  Manuel  José  Quintana, 
el  polo  opuesto ,  no  sé  bien  por  qué  ni  tampoco  rae  importa ,  del 
Abate  Moratin ,  cuyas  comedias  me  gustan  más  que  su  conducta 
antes  y  después  del  levantamiento  del  Dos  de  Mayo.  También  su 
padre  de  V, ,  Lescura,  era  de  aquellos  copleros,  y  todavía  recuer- 
do  que  él  y  Carlos  volvieron  con  fiebre  de  la  pradera  que  se  llama 
hoy  del  Canal ,  cierto  día  que  allá  los  llevó  Quintana,  con  otros  de 
su  estofa  misma,  á  oir  la  lectura  que  les  hizo  de  su  Oda  a  Padi- 
lla (1).  Digo  todo  eso  para  que  Lescura  comprenda  cómo  la  perse- 
cución del  Conde  y  el  encierro  de  Cecilia  tomaron  cierto  carácter 
político,  y  el  sentimiento  público  se  puso  de  parte  nuestra,  al  me- 
nos en  cuanto  á  maldecir  y  abominar  á  los  que  entonces  lo  podian 
todo.  Contábamos,  en  consecuencia,  con  el  general  asentimiento;  y 
creímos  en  nuestra  buena  fe  de  jóvenes,  que,  llegado  el  caso,  sus 
simpatías  habían  de  convertirse  en  declarada  protección.  Lo  que 
nos  proponíamos  era  muy  sencillo.  Gervasio  nos  dijo,  y  era  verdad, 
que  á  Cecilia  solo  se  le  permitía  pasear  para  que  la  falta  de  ejercicio 
no  perjudicara  á  su  salud,  una  ó  dos  horas  al  anochecer,  en  la 
huerta  del  convento ;  cuyas  tapias,  enormes  de  altura,  dan  al  soli- 
tario paseo  de  Recoletos. 

O .  Las  Religiosas  no  querían,  y  con  razón,  que  sus  educandas 
se  enterasen  de  que  había  en  el  monasterio  una  muchacha  reclusa 
por  motivos  de  galantería.  Teníanme ,  en  consecuencia ,  absoluta- 
mente incomunicada  con  mis  antiguas  condiscípulas ;  y,  hasta  que 
ellas  se  recogían  por  la  tarde,  no  me  dejaban  salir  á  la  huerta,  es- 
coltada por  la  lega,  mi  carcelera,  á  dar  el  paseo  consabido. 

B,  Partiendo  de  ahí ,  formamos  nuestra  composición  de  lugar 
para  sacar  á  Cecilia  del  convento  y  llevarla 

D.  A  la  quinta  de  su  propiedad  hoy,  y  entonces  de  la  de  mi 
padre ,  llamada  del  Consuelo-rústico ;  á  la  cual  yo ,  á  pretexto 
de  no  recuerdo  ya  qué  enfermedad  que  requería  los  aires  del  cam- 
po ,  según  el  complacientísímo  médico  de  casa  ,  me  hice  enviar  con 
mi  aya. 

(1)  En  efecto,  Quintana  leyó,  un  dia  del  año  de  1807,  á  sus  amigos,  entre 
lüs  cuales  D.  J.  N.  Gallego  y  el  padre  del  Editor  de  estas  Memorias ,  la  mag- 
nífica Oda  que  aquí  se  cita,  en  la  pradera  del  Manzanares ,  no  atreviéndose  á 
leér'sela  en  su  propia  casa.  (Nota  del  Editor.) 


DE  UN  CORONEL  RETIRADO.  213 

C .  Si ;  allí  liabias  tú  de  acogerme  y  ocultarme ;  allí,  uu  clérigo 
más  interesado  que  escrupuloso,  debia  uiiirnos  en  lazo  indisoluble 
á  Carlos  y  á  mí ;  y  de  allí  estaba  dispuesto  que  emprendiésemos  la 
fuga  á  Portugal  ó  á  Francia,  con  el  poco  dinero  que  entre  todos, 
es  decir:  entre  el  mismo  Carlos,  Manuel  y  tú,  pudisteis  reunir  al 
efecto. 

B.  No  olvide  V.,  Cecilia ,  que  Fernando,  aunque  ausente,  con- 
tribuyó al  fondo  común,  enviándome  una  letra  de  cien  doblones, 
en  respuesta  á  la  carta  que  le  escribí  enterándole  de  lo  que  pasaba. 

D.  Poco  más  de  mil  pesos  reunimos,  y  se  nos  figuraba  poseer 
un  inagotable  tesoro. 

C .  Teníamos  el  de  la  fe  en  la  amistad  y  el  amor,  que  vale  más 
que  ninguno, 

B.  Sf,  cuando  lo  necesario  para  vivir  bien  no  falta.  Pero  va- 
mos á  nuestro  cuento.  Lo  primero  que  naturalmente  se  nos  ocur- 
rió fué  escalar  las  tapias  de  la  huerta  del  convento,  de  enorme 
altura  como  ya  lo  he  dicho:  pero  que,  con  más  ó  menos  riesgo, 
Carlos  y  yo  hubiéramos  podido  salvar  al  cabo.  Ofrecíase  también 
Cecilia  á  trepar  valerosa  por  la  escala  (que  no  podía  menos  de  ser 
de  cuerda):  mas  con  tal  evidencia  eran,  la  ascensión  primero  y 
luego  el  descenso  peligrosos,  aun  para  un  volatín  de  oficio,  que, 
en  consejo  constituidos,  Carmen,  Guzman  y  yo,  acordamos  por 
unanimidad  que  sería  cruel,  sobre  absurdo ,  pensar  siquiera  en  tal 
cosa.  Yo  entonces,  propuse  que  con  el  zapapico  ó  la  pólvora  (tales 
eran,  en  aquella  época,  mis  ideas  de  prudentes  y  realizables ) ,  abrié- 
semos brecha  en  la  maldecida  tapia ;  y,  no  sin  dificultad,  se  me  hizo 
comprender  que  tanto  valiera  asaltar  de  dia  el  monasterio,  como 
si  fuera  castillo  de  moros.  En  tal  perplejidad  estábamos,  cuando  el 
Demonio  en  persona  vino  á  sacarnos,  al  parecer,  del  apuro. 

L.     ¿Gervasio,  mi  Brigadier? 

B.  \  Cabal !  Gervasio ,  al  cabo  de  seis  ú  ocho  días  que  nos  dejo 
el  gran  bribón  para  devanarnos  los  sesos  buscando  en  vano  el  me- 
dio de  penetrar  en  el  convento ,  preséntesenos  á  decirnos  que  había 
ganado,  á  fuerza  de  oro,  á  un  mozo  del  hortelano  de  las  monjas,  y 
obtenido  de  él,  que  la  noche  por  nosotros  designada,  nos  abriría  lá 
puerta  falsa  de  la  huerta,  destinada  exclusivamente  á  la  entrada 
y  salida  de  los  que  la  cultivaban.  Poco  nos  faltó  á  todos  para  abra- 
zar y  besar  al  traidor ,  cuya  infernal  astucia  no  podíamos  ni  si- 
quiera creer  posible.  —  En  fin,  señalamos  dia,  ó  más  bien  noche 

TOMO    £11  ¿1 


314  MEMORIAS 

y  hora;  escribimos  á  Cecilia ,  que,  como  pudiera,  retardase  la  salida 
á  su  ordinario  paseo ,  y  luego  prolongara  este  lo  bastante  para  en- 
contrarse todavia  en  la  huerta  á  las  siete  de  la  noche. 

D.  (A  Lescura.)  Advierta  V.  que  estábamos  á  mediados  de 
Noviembre ,  época  en  que  el  sol  se  pone  á  las  cinco  menos  cuarto 
de  la  tarde,  y  el  cielo  está  de  ordinario  nublado. 

G.  Contábamos  también  con  lo  solitario  y  no  muy  seguro  en- 
tonces, ni  aun  ahora  (1830),  asi  que  el  sol  se  oculta,  de  los  alre- 
dedores de  la  Puerta  de  Recoletos. 

B.  Y  sobre  todo,  con  que  la  oscuridad  absoluta  de  aquel  pa- 
raje y  lo  desabrido  ya  de  la  estación,  no  daban  lugar  á  temer  que 
paseantes  de  ningún  género  nos  importunasen.  En  el  páramo  que 
de  la  puerta  afuera  se  tiende ,  tan  árido ,  tan  desprovisto  de  vegeta- 
ción como  los  desiertos  del  África,  teníamos,  en  uno  de  los  pocos  teja- 
res que  entonces  constituían  la  triste  y  única  población  del  campo 
que  toma  su  nombre  de  la  Fuente  Castellana ;  teníamos ,  digo ,  en- 
ganchada y  pronta  á  partir  una  especie  de  silla  de  posta,  que  de  la 
quinta  en  que  Carmen  nos  esperaba  trajimos.  Dos  guardias  de  Corps, 
amigos  míos,  y  que,  sin  preguntar  de  qué  ni  de  quién  se  trataba, 
se  prestaron  con  entusiasmo  y  hasta  con  gratitud,  á  auxiliarme  así 
que  les  dije  que  iban  á  servir  á  dos  amantes  y  jugarle  una  mala 
partida  al  aborrecido  Favorito,  escoltaban  la  silla  á  caballo,  bien 
armados  y  en  traje  de  contrabandistas.  Carlos  vestía  uno  de  va- 
quero ,  de  los  que  traen  á  encerrar  los  toros  á  la  plaza  de  Madrid, 
y  yo  el  de  un  Manolo  de  la  época,  con  mi  enorme  sombrero  de  tres 
picos  y  mi  gran  capa  de  color  oscuro.  A  la  hora  convenida,  todo 
el  mundo  estaba  en  su  puesto ,  comenzando  por  el  infame  Bodego- 
nero ,  cuya  turbación,  ó  por  mejor  decir:  cuyo  miedo  atribuimos 
Carlos  y  yo ,  no  á  su  verdadera  causa,  sino  á  lo  grave  y  realmente 
arriesgado  de  nuestra  empresa :  porque,  en  efecto,  requeríanse  toda 
la  pasión  de  Carlos  y  toda  la  falta  de  juicio  de  los  que  le  auxiliá- 
bamos, para  cometer  la  triple  temeridad  de  asaltar  un  monasterio, 
arrebatar  de  él  una  edudanda  ó  reclusa,  y  llevarse  la  hija  y  heredera 
de  un  Grande  de  España,  sin  más  ceremonia  que  tomarla  de  la  mano; 
y  todo  eso  realizado  por  cuatro  militares  casi  imberbes ;  y  todo  eso 
hecho  en  los  dominios  de  un  Rey  absoluto,  en  su  corte,  y  en  las 
barbas  mismas  de  los  señores  del  Consejo  Supremo  del  Santo  Oficio. 

D.     Entonces,  sin  embargo,  la  cosa  nos  parecía  lo  más  natu- 
ral, lo  más  lógico  y  lo  más  justificado  del  mundo. 


DE  ÜN   CORONEL  RETIRADO.  315 

B.  Eu  fin ,  Gervasio  estaba  visiblemente  atribulado  y  teme- 
roso, pero  en  su  puesto,  es  decir:  á  nuestro  lado,  y  provisto  (nos 
dijo)  de  la  llave  de  la  puerta  falsa  de  la  huerta,  al  dar  los  tres 
cuartos  para  las  siete.  Carlos,  sin  proferir  palabra,  paseábase 
frente  á  las  tapias ,  por  el  lado  á  ellas  opuesto ,  y  en  el  sitio  donde 
después  se  ha  establecido  la  Veterinaria.  Gervasio,  á  la  sombra 
y  apoyándose  en  el  tronco  de  uno  de  los  álamos  del  paseo ,  tendia 
la  oreja  como  el  escucha  en  campaña ;  y  yo  piafaba,  yendo  de  uno 
á  otro ,  fumando  cigarro  tras  cigarro  y  contando  los  instantes 
por  los  latidos  de  mi  corazón,  con  impaciencia  febril.  Trascurrieron 
uno  á  uno,  los  quince  minutos  que  faltaban  para  las  siete  con  esa 
impasible  regularidad  con  que  el  tiempo  nos  mide  placeres  y  dolo- 
res; y  no  sé  qué  reló  de  torre  dejó  oir,  al  fin,  la  primera  campanada 
de  la  suspirada  hora.  Carlos  y  yo,  movidos  por  un  mismo  espíritu, 
acercámonos  al  Gervasio,  que  permanecía  inmóvil  bajo  el  álamo, 
como  si  fuera  sordo  ó  no  le  importara  tanto  como  á  nosotros  la  hora. 

—  ¡Hola,  camarada!  le  dije:  ¿vamos? 

— 9 Adonde?  Me  preguntó,  volviendo  en  si  con  un  sobresalto  que 
no  comprendí,  y  ahora  me  parece  muy  natural. 
— ¿Cómo  adonde?  Repliqué  mohino. 

— i  La  llave,  Gervasio,  y    vamos  á  la   huerta!    nos  interrumpió 
Carlos,  perdiendo  ya  su  habitual  paciencia. 

—  ¡  Ah ,  si !  exclamó  el  Galalon  hipócrita ;  \  la  llave ,  y  á  la 
huerta ! 

Y,  diciendo  y  haciendo,  echó  á andar  apresurado  delante  de  nos- 
otros ,  más  con  la  prisa  del  que  huye ,  que  con  la  resolución  del 
que  al  peligro  va  con  ánimo  entero. 

Creo ,  no  obstante ,  que  el  deseo  de  hacer  mal ,  y  la  próxima  y 
de  sobra  fundada  esperanza  de  conseguirlo ,  inspiraron  al  per- 
versó,  si  no  valor  precisamente,  porque  no  quiero  concederle  á 
un  canalla  de  su  especie  esa  prenda  del  hombre  honrado  ,  al  menos 
la  audacia  que  en  los  malos  la  suple.  Abrió,  pues,  con  más  sereni- 
dad que  hasta  entonces  mostrara,  la  puerta  á  que  llegamos;  abrió- 
nosla  de  par  en  par;  y,  con  acento  de  irónica  deferencia,  nos  dijo, 
cediéndonos  el  paso  : — «¡  Adelante,  caballeros!  » 

Carlos,  que  esperaba  conquistar  allí  la  mano  de  su  amada,  no 
se  hizo  decir  dos  veces  que  pasara ;  y  yo ,  que  no  tenía  más  fin  que 
ayudar  á  Carlos ,  seguíle  ciegamente. 

La  huerta ,  cuando  los  dos  la  pisamos ,  estaba  oscura  y  al  pare- 


316  MEMORlAti 

cer  solitaria;  mas  no  por  eso  nos  detuvimos.  Suponiendo  que  Ceci- 
lia ,  por  no  alarmar  á  su  carcelera  antes  de  tiempo ,  se  estaria  pa- 
seando á  la  parte  opuesta ,  lanzámonos ,  el  uno  en  pos  del  otro  y 
sin  volver  atrás  la  cabeza ,  por  la  primera  calle  de  las  de  aquella 
plantación  que  á  mano  hallamos.  Yo ,  sin  embargo,  oí  á  retaguar- 
dia un  ruido  sordo  á  que  no  di  por  el  momento  importancia ,  y  que 
procedía  nada  menos  que  de  haber  Gervasio  cerrado  con  llave  la 
puerta  por  donde  habíamos  entrado. 

Z.     ¿No  entró  él  con  VV.? 

B.  Guardóse  de  ello,  como  querrá  en  vano,  guardarse  de  en- 
trar por  las  puertas  del  infierno ,  adonde  sin  duda  le  han  de  lle- 
var sus  maldades. 

Z.  Perdone  V.  que  le  haya  interrumpido ;  y  por  Dios  prosiga, 
que  estoy  con  el  alma  en  un  hilo. 

B.  En  brasas  la  tenía  yo  mientras  caminamos  (que  no  fué 
mucho  tiempo)  por  la  huerta  adelante,  sin  ver  á  nadie,  sin  oir  una 
voz ,  sin  hallar  rastro  ni  remoto  de  Cecilia ,  ni  de  su  lega ,  y  sin 
dirigirnos  tampoco  la  palabra  el  uno  al  otro.  Así  anduvimos  como 
doscientos  pasos  por  las  calles  de  la  huerta,  hasta  dar  en  su  noria, 
situada  en  un  artificial  altozano ,  y  rodeada  de  unos  cuantos  árbo- 
les frondosos  como  todos  los  que  el  agua  tienen  tan  próxima.  Allí, 
haciendo  alto,  mirámonos  el  uno  al  otro,  como  preguntándonos  re- 
ciprocamente :  «  qué  significa  esto ?  ¿qué  hacemos? — Pero,  antes  de 
que  pudieran  nuestros  labios  formular  respuesta  alguna,  hallámo- 
nos  cercados,  envueltos ,  sujetos-,  y  presos  en  fin,  por  una  cohorte 
de  fantasmas ,  al  parecer  por  la  tierra  abortados ,  y  que,  silenciosos 
como  la  muerte ,  pero  robustos  como  atletas  y  hábiles  como  verdu- 
gos ,  instantáneamente  nos  tuvieron  amordazados  y  esposados ,  ó 
lo  que  es  lo  mismo,  en  la  imposibilidad  de  servirnos  de  las  armas, 
de  nuestros  brazos  y  pies ,  y  hasta  de  lamentarnos  de  nuestra  des- 
dicha. 

Z.     Pero  ¿y  Cecilia? 

C.  Cecilia  estaba  entonces,  bajo  llave,  en  su  solitaria  celda, 
mesándose  el  cabello ,  llorando  más  de  ira  que  de  pena ,  temblando 
por  el  que  amaba,  y  maldiciendo  su  propia  suerte.  Aquella  misma 
tarde,  la  superiora  del  monasterio,  avisada  sin  duda  por  el  traidor 
Gervasio  de  cuanto  para  mi  evasión  estaba  dispuesto,  fué  á  mi 
celda,  y  después  de  reconvenirme  como  puede  V.  figurarse,  inti- 
móme que  desde   aquel   momento  quedaba  incomunicada,  y  no 


DE  UN     CORONEL    RETIRADO.  317 

áialdria  (le  la  celda  hasta  que  S.  M.  (no  mi  padre)  resolviera  lo 
que  habia  de  hacerse  con  tan  rebelde  y  temeraria  criatura.  Y,  en 
efecto ,  Lescura ,  más  de  siete  meses  consecutivos  pasé  encerrada, 
sin  más  trato  que  el  de  la  superiora ,  el  de  la  lega  que  me  asistía, 
y  el  del  confesor  á  cuyos  pies  y  en  hora  extraordinaria,  me  lleva- 
ban una  vez  cada  quince  dias.  ¡  Siete  meses  estuve  presa  é  incomu- 
nicada! Y  sabe  Dios  cuánto  tiempo  lo  hubiera  estado,  á  no  ocurrir 
los  sucesos  del  Dos  de  Mayo  y  la  revolución  en  que  mi  padre  tomó, 
por  desdicha,  el  partido  del  Rey  intruso. 

B.  Pues  mientras  V.  se  estaba  presa  en  su  celda ,  á  Carlos  y  á 
mí  nos  sacaban  los  esbirros  en  hombros,  como  dos  fardos  de  azúcar, 
de  la  bienaventurada  huerta ,  y  por  la  puerta  misma  por  donde  en 
mal  hora  entramos  en  ella.  Metiéronnos  en  un  coche  délos  de  tumba 
y  sopandas,  tirado  por  muías  tan  negras  como  la  caja  y  las  rue- 
das de  aquella  fúnebre  máquina ,  entrando  con  nosotros  cuatro  de 
los  aprehensores ,  armados  y  recelosos  como  si  condujeran  dos  ti- 
gres recien  cazados .  Púsose ,  no  sin  dificultad ,  el  vehículo  en  mo- 
vimiento, y  comenzamos  á  caminar,  sintiendo  apenas  las  pisadas  del 
tiro ,  y  menos  el  choque  de  las  ruedas  contra  el  pavimento  de  las 
calles,  si  es  que  por  las  calles  fuimos,  que,  en  realidad,  aun  hoy  no 
puedo  con  certeza  afirmarlo  ni  negarlo.  Lo  que  sí  sé  es  que  estu- 
vimos caminando  más  de  una  hora,  sin  que  nuestros  conductores 
profiriesen  una  sílaba,  ni  su  exquisita  vigilancia  se  relajase  un  solo 
instante.  En  cuanto  á  nosotros,  las  cuerdas  en  los  pies,  las  espo- 
sas en  las  manos,  y  las  mordazas  en  los  labios,  nos  reducían  al  pa- 
pel de  autómatas  en  lo  externo ,  si  bien  de  autómatas  para  su  ma- 
yor desdicha  de  sentimiento  dotados.  Llegamos,  en  fin ,  á  nuestro 
destino.  Entró  el  coche  en  un  vasto  zaguán,  cuyas  puertas  se  cer- 
raron detrás  de  nosotros ;  sacáronnos  del  carruaje ,  como  en  él  nos 
habían  metido,  á  guisa  de  fardos;  y,  subidas  algunas  escaleras, 
crugieron  cerrojos  y  llaves ,  abrióse  una  maciza  puerta  de  planchas 
de  hierro  revestida ,  y  entramos  en  una  especie  de  salón,  lúgubre- 
mente iluminado  por  una  lámpara  de  aceite  colg-ada  del  techo ,  y 
dos  velas  de  sebo  que  ardían  perezosas  sobre  una  mesa  con  tapete 
verde,  que  al  fondo  de  la  habitación  se  divisaba,  A  ella  estaban 
sentados  dos  hombres  de  fisonomía  vulgar  y  dura,  hojeando  unos 
libros  en  pergamino,  que  debían  ser  los  registros  de  aquella  cárcel; 
y  que  apenas  se  dignaron  volver  las  cabezas  para  mirarnos.  A 
ellos,  sin  embargo,  mientras  el  portero  de  golpe  cerraba  de  nuevo 


318  MEMORIAS 

la  puerta  por  donde  habíamos  entrado ,  se  dirigió  el  que  parecia 
ser  jefe  de  nuestros  aprehensores ,  probablemente  para  decirles 
quiénes  éramos  los  presos,  j  por  qué  lo  estábamos.  Los  de  la  mesa 
escribieron  algo ,  cada  cual  en  su  libro ;  luego  el  que  alli  nos  con- 
dujo dióles  á  leer  un  papel  qife  sacó  del  bolsillo;  y  en  seguida  se 
procedió  á  registrarnos  los  bolsillos  j  personas,  con  una  habilidad 
minuciosa  que  demostraba  la  práctica  de  aquellos  hombres  en  tan 
villano  oficio.  Dichosamente  hablamos  tenido  la  precaución  de  no 
llevar  con  nosotros  papel  alguno ,  y  el  dinero  teníalo  Carmen  en 
su  poder.  Quitándonos,  pues,  solamente  alguna  docena  de  duros  que 
entre  los  dos  llevábamos  por  junto;  y,  terminado  el  registro,  desli- 
gándonos las  piernas  para  que  caminar  pudiésemos,  condujéron- 
nos  sendas  parejas  de  esbirros ,  cada  cual  á  su  calabozo  distinto,  en 
lo  interior  de  aquel  vasto  y  tenebroso  recinto. 
Z.     ¿Estaban  VV.  en  la  Inquisición? 

B.  Lo  ha  adivinado  V. :  en  las  cárceles  de  la  Suprema ,  en  la 
calle  del  mismo  nombre  (1). 

C.  ¡  Qué  horror  ! 

B.  En  cuanto  á  las  consecuencias  posibles .  y  aun  probables, 
de  nuestra  fechoría,  en  aquel  terrible  tribunal,  razón  tiene  V.  de 
sobra:  pero  por  lo  que  respecta  á  la  prisión,  tranquilícese  V.,  que 
no  la  tuvimos  peor  ciertamente  que  en  cualquiera  otra  cárcel  se- 
glar la  tuviéramos  entonces.  Nuestros  calabozos  no  eran  precisamen- 
te gabinetes  como  este,  pero  tampoco  mazmorras  tenebrosas,  ni  som- 
bríos lugares  por  la  humedad  corrompidos.  Lo  que  á  otros  les 
pasaría,  no  lo  sé:  pero  sí  que,  á  Carlos  y  ámí,  nos  trataron  en  la  In- 
quisición acaso  mejor  que  lo  hubieran  hecho  en  la  cárcel  de  Corte. 

I).  No  estaban  VV.  allí  por  causas  de  fe:  todo  ello  se  reducía 
á  una  gran  calaverada,  que  solo  caía  bajo  la  jurisdicción  del  Santo 
Oficio  porque  en  el  recinto  de  un  convento  de  monjas  era  donde 
el  rapto  de  una  pobre  reclusa  se  había  intentado.  A  mayor  abun- 
damiento, cierto  agente  del  Favorito,  que,  acaso  sin  saberlo  aquel, 
había  sido  cómplice  de  Gervasio  en  todo  el  negocio,  apenas  fueron 
VV.  capturados,  puso  el  hecho  en  conocimiento  de  su  patrón,  y 
aquel  hombre  que  nunca  fué  cruel ,  preciso  es  hacerle  esa  justicia, 
he  sabido  yo  que  intervino  eficaz  y  útilmente  para  que  no  se  les 
maltratara  á  VV. ,  y  lo  que  importó  más ,  también  para  que ,  evi- 

(1)    Hoy  de  Isabel  la  Católica. 


DE  ÜN  CORONEL  RETIRADO.  319 

tando  el  escándalo ,  todo  ello  acabase  como  no  necesito  decírselo  h 
quien  tan  bien  lo  sabe. 

B.  En  efecto ,  al  cabo  de  treinta  dias  de  rigorosa  incomunica- 
ción ,  eso  sí,  pero  de  soportable  trato,  salvos  la  frecuencia  con  que 
nos  hacían  comer  de  vigilia ,  el  mutismo  del  calabocero ,  la  abso- 
luta falta  de  noticias  de  cuanto  j  cuantos  podían  interesarnos ,  y 
el  tedio  de  no  consentírsenos  otros  libros  que  un  Devocionario  y  la 
vida  del  Santo  del  dia ,  lecturas  muy  provechosas ,  mas  para  únicas 
poco  entretenidas ;  al  cabo ,  digo ,  de  un  mes  de  incomunicación 
allí, "sin  que  nadie  nos  dijera  ni  preguntara  cosa  alguna,  llegó  una 
noche  en  que  nos  sacaron  de  nuestros  respectivos  calabozos,  y 
previa  una  severa  y  docta  amonestación  de  uno  de  los  Consejeros 
déla  Suprema,  nos  remitieron  á  la  Capitanía  general  de  Madrid. 
Allí,  con  otra  peluca  para  cada  cual,  en  estilo  menos  teológico, 
pero  más  acentuado  si  cabe ,  despacháronnos  en  el  acto ,  á  Carlos 
para  Zaragoza  y  á  mí  para  la  Coruña,  sin  escolta,  mediante  la 
palabra  de  honor  que  dimos,  y  excuso  decir  que  religiosamente 
cumplimos ,  de  salir  en  el  acto  de  la  Corte ,  sin  comunicar  con  na- 
die; de  trasladarnos ,  via  recta,  á  nuestro  destino ;  y  de  no  revelar 
dónde  ni  por  qué  habíamos  estado  presos. 

L.  Mi  Brigadier ,  ¿quiere  V.  decirme  qué  fué  de  los  dos  Guar- 
dias de  Corps,  amigos  de  V. ,  que  escoltaban  la  silla  de  posta? 

B.  Aquellos  honrados  jóvenes  esperaron  firmes,  aunque  impa- 
cientes ,  hasta  la  media  noche ;  y  viendo  á  esta  hora  que  nadie  de 
nosotros  parecía ,  retiráronse ,  ordenando  muy  cuerdamente  al  co- 
chero que  se  volviera  con  su  carruaje  á  Consuelo-rústico, 

fjSe  continuar á.J 

Patricio  de  la  Escosura  . 


REVISTA  política. 


INTERIOR. 


No  sabemos  hasta  que  punto  se  han  estrechado  hoy  los  límites  en  que 
la  prensa  política  ha  podido  desenvolverse  durante  el  largo  período  de  si- 
lencio por  que  el  país  viene  atravesando,  j  casi  no  alcanzamos  a  distinguir 
ja,  entre  las  ideas  que  cruzan  por  nuestra  mente,  las  que  sea  lícito  pu- 
blicar de  aquellas  que  tienen  vedado  el  sol  y  el  aire. 

El  deseo  de  cumplir  el  compromiso  contraído  con  los  habituales  lecto 
res  de  la  Revista  y  la  confianza  que  no  puede  menos  de  inspirar  en  nos- 
otros la  firme  resolución  de  contar  los  sucesos  políticos  y  sociales  que 
pasan  á  nuestra  vista ,  con  la  imparcialidad  de  que  hemos  dado  recientes  é 
inequívocas  pruebas ,  ponen  la  pluma  en  nuestras  manos  y  nos  deciden  á 
consignar  en  las  páginas  de  esta  publicación ,  más  que  nuestras  propias 
inspiraciones ,  el  juicio  que  de  los  sucesos  recientes  han  formado  así  las 
personas  como  las  publicaciones  más  importantes  de  las  diferentes  parcia- 
lidades políticas  que  hoj  tienen  representación  viva  en  la  sociedad  es- 
pañola. 

Creemos ,  por  otra  parte ,  que  nos  será  lícito  volver  los  ojos  con  ánimo 
desapasionado  hacia  los  trascendentales  sucesos  que  han  tenido  lugar  úl- 
timamente ,  porque  estando  el  país  en  un  estado  de  tranquilidad  completa 
y  siéndoles  permitido  á  los  periódicos  amigos  del  Gobierno  en  artículos  y 
correspondencias  calificar  con  los  más  rudos  epítetos  á  personas  que  ocu- 
pan una  alta  posición  social,  las  nociones  más  vulgares  de  la  justicia  y  del 
derecho  nos  inducen  á  presumir  que  no  habrá  autoridad  que  estime  en 
tan  poco  la  dignidad  humana  como  seria  necesario  para  impedir,  no  ya 
la  defensa  de  persona  alguna,  que  intentarla  siquiera  seria  tanto  como 
reconocer  culpa,  sino  el  que  vean  la  luz  pública  reflexiones  modestas  sin 
otro  carácter  que  el  de  imparcial  relato, 


REVISTA  POLÍTICA  INTERIOR.  321 

Un  Gobierno  que  se  jacta  de  representar  en  toda  su  pureza  el  principio 
antirevolucionario,  un  Gobierno  de  franca  resistencia,  el  cual  ha  declarado 
que  no  sólo  combate  la  revolución  armada  sino  la  doctrinal,  que  considera 
como  el  foco  de  todas  las  calamidades  sociales,  es  natural  entienda  como  su 
principal  misión  el  sostenimiento  del  orden  público;  pero  injusto  seria  en  ver- 
dad quien  crejese  que  por  orden  público  entendian  los  actuales  Consejeros 
de  la  Corona  el  orden  externo,  cuya  perturbación  se  nota  en  la  plaza  pública, 
y  que  está  á  cargo  de  la  policía  y  de  las  patrullas,  «el  orden  material  que 
se  apresuran  á  restablecer  los  más  vulgares  facciosos ,  y  que  deseara  y  pro- 
tegiera-el  más  oscuro  de  los  Catilinas  al  dia  siguiente  de  su  triunfo.» 

No  somos  nosotros  los  que  hemos  de  juzgar  de  este  modo  á  un  Go- 
bierno que ,  sea  cualquiera  la  política  que  defienda  y  practique ,  alcanza  hoy 
el  honor  de  estar  al  frente  de  la  nación  española;  para  hombres  que  estén  á 
la  altura  de  su  misión,  por  orden  público  no  puede  menos  de  entenderse, 
además  del  orden  material,  sin  el  cual  toda  sociedad  es  imposible,  el  or- 
den moral  en  que  se  desarrollan  las  ideas,  los  sentimientos,  aspiraciones  ó 
intereses  de  un  gran  pueblo ,  el  orden  fundado  por  las  leyes  y  las  grandes 
influencias  sociales ,  el  orden  que  nace  de  «  esos  eternos  principios  que 
tienen  por  base  el  respeto  profundo  del  derecho ,  el  culto  de  la  inteligencia, 
la  veneración  de  la  ley  moral  y  el  afianzamiento  de  las  tradiciones  públicas 
y  privadas ,  siempre  conciliables  con  los  adelantos  positivos. » 

Tampoco  pertenecemos  nosotros ,  aunque  en  alguna  ocasión  por  agra- 
dar á  elevados  personajes  con  tal  distintivo  se  nos  haya  calificado,  á  esos 
políticos  llamados  angélicos,  faltos  de  ánimo  viril  para  arrostrar  justas 
responsabilidades  que  pasan  su  seráfica  existencia  en  purísima  contemplación 
de  las  más  sanas  teorías,  sin  correr  jamás  los  riesgos  y  la  responsabilida- 
des propias  de  los  hombres  que  se  creen  con  títulos  suficientes  para  influir 
en  los  destinos  de  su  patria. 

No  es  pues  con  ánimo  apocado ,  ni  sobrecogido  por  pueril  temor,  como 
hemos  de  juzgar  á  un  Gobierno  que  tiene  la  energía  necesaria  para  hacer 
variar  de  domicilio  á  un  Capitán  General  de  ejército ,  á  varios  Tenientes 
Generales,  Mariscales  de  Campo  y  Brigadieres.  El  Ministerio  ha  creído 
sin  duda  que,  obrando  como  lo  ha  hecho,  cumplía  su  providencial  misión; 
y  la  prontitud  y  energía  ha  seguido  de  una  manera  eficaz  á  la  concepción 
del  pensamiento. 

Si  el  Príncipe  de  Metternich  estuviese  hoy  de  representante  de  su  país 
en  España,  como  en  cierta  época  crítica  lo  estaba  en  Francia,  no  tendría  que 
repetir  aquella  célebre  frase:  «Yo  estaría  más  tranquilo,  si  el  Presidente  del 
Consejo  lo  estuviese  menos.» 

Ansiosos  de  buscar  explicación  á  los  sucesos  que  hemos  presenciado  y 
no  encontrándola  en  ningún  manifiesto  de  carácter  oficial,  hemos  leído 
con  avidez  las  declaraQiones  de  la  publicación  ijiás  batalladora  de  cuantas^ 


322  REVISTA  POLÍTICA 

están  en  relación  directa  con  el  Gabinete,  la  cual  dice  lo  que  sigue  al  dar 
cuenta  á  sus  Ictores  del  acontencimiento  á  que  nos  venimos  refiriendo: 

"El  Grobierno,  cumpliendo  con  el  más  esencial  de  sus  deberes,  acaba  de  tomar  una 
actitud  enérgica  y  decidida,  que  de  corazón  han  de  agradecerle  todos  los  hombres  de 
orden ,  la  mayoría  inmensa  del  país. 

Para  nadie  es  un  misterio,  después  de  las  reiteradas  y  significativas  declaraciones 
de  estos  días,  que  las  huestes  revolucionarias,  deponiendo  antiguos  enojos  y  aun  ra- 
dicales diferencias,  habían  pronunciado  la  última  palabra  de  conciliación,  siqviiera  mo- 
mentánea, para  el  horrible  propósito  de  destruir  y  aniquilar  lo  existente. 

En  pos  de  la  última  palabra  está  la  jirimera  obra:  y  el  Gobierno  no  podía  consentir 
que  el  período  de  las  obras  llegase.  Sabia  que  de  largo  tiempo  los  enemigos  del  orden  y 
de  las  instituciones  se  agitaban  en  busca  de  medios  con  que  llevar  á  cabo  sus  intentos; 
proponían  y  estipulaban  alianzas,  aceptando  y  desechando  nombres  para  símbolo  y 
enseña  de  sus  planes.  El  Gobierno  seguía  con  perseverante  vigilancia  antes  y  después 
de  la  muerte  del  ilustre  Duque  ríe  Valencia  el  curso  de  esas  negociaciones,  en  las 
cuales  tenía  motivos  para  creer  envueltas  á  personas  que  también  el  instinto  público 
indicaba  como  centro  directivo,  ó  muy  eficaz  cuando  menos,  de  los  proyectos  revolu- 
cionarios. El  Gobierno  se  había  limitado  á  observar  atentamente  la  marcha  y  progreso 
de  esas  infelices  coaliciones  engendradas  por  el  odio  y  nacidas  para  menguados  fines 
de  ambición,  y  abstúvose  de  tomar  acuerdo  alguno  que  pudiera  producir  alarma  pre- 
matura en  los  ánimos,  ó  la  perturbación  más  leve  en  respetables  intereses  del  Estado. 
Seguro  en  la  rectitud  de  sus  propósitos  y  en  el  inquebrantable  valor  cívico  de  que  lo 
revisten  la  conciencia  de  su  deber  y  su  profundo  amor  al  Trono  de  D.*  Isabel  II  y  á 
las  instituciones  por  que  España  serige,  aguardaba'  que  nuevos  hechos  y  noticias  más 
concretas  completaran  su  convicción  moral,  demostrándole  que  el  reposo  público  y  los 
altos  objetos  cuya  defensa  es  antes  que  todo,  exigían  ya  la  aijlicacíon  de  medidas  efi- 
caces en  bien  de  la  sociedad,  en  bien  quizá  de  las  i)ersonas  mismas  á  quienes  aquellas 
puedan  referirse. 

Esta  convicción  moral  ha  debido  completarse  en  el  ánimo  del  Gobierno  cuando  cree 
llegado  el  momento  de  apartar  de  Madrid  y  diseminar  en  varios  puntos  de  los  domi- 
nios españoles  á  algunos  jefes  militares  señalados  por  la  opinión  piiblica  como  adver- 
sarios del  actual  orden  de  cosas,  n 

En  purísima  fe  j  altísimo  entusiasmo  debe  arder  el  pecho  de  los  que 
con  tal  brío  escriben  j  lanzan  al  público  acusaciones  calificadas  de  impru- 
dentes por  un  periódico  que  ha  alcanzado  el  honor  de  que  el  Sr.  Ministro 
de  Estado  le  cite  en  la  Cámara  Alta  como  modelo  de  juicio,  y  que  se  ha 
colocado  más  de  una  vez  resueltamente  al  lado  del  actual  Gobierno. 

No  existiendo  ninguna  declaración  oficial,  como  antes  hemos  dicho, 
que  explique  al  país  conmovido  las  razones  porqué  el  Ministerio  ha 
adoptado  tan  trascendentales  medidas,  es  natural  que  el  público  haya 
buscado  su  explicación  en  las  palabras  de  aquellas  publicaciones  más  li- 
gadas por  sus  antecedentes  y  doctrinas  con  los  hombres  que  dirigen  hoy  la 
gobernación  del  Estado. 

Teniendo  esto  en  cuenta  y  estudiando  con  ánimo  desapasionado  los 
actos  anteriores  á  aquel  suceso,  se  comprende  que  el  motivo  que  ha  deci- 
dido al  Gobierno  para  obrar  como  lo  ha  hecho,  ha  sido  el  acuerdo  entre  el 
partido  progresista,  y  la  unión  liberal,  inserto  en  los  periódicos   más  re- 


INTERIOR.  323 

putados  de  estas  parcialidades  políticas.  En  este  acuerdo,  que  nosotros 
aprobamos,  contra  el  cual  no  habia  aparecido  protesta  alguna,  j  que  La 
Época  y  otros  periódicos  conservadores  calificaron  patrióticamente  de 
fausto  suceso,  debia  creerse  entraban  las  personas  más  respetables  de 
uno  j  otro  bando.  Pues  bien:  ni  los  antecedentes,  ni  la  historia,  ni  los 
servicios  recientes  de  esforzados  patricios  en  el  orden  militar  y  civil,  han 
sido  garantía  suficiente  para  que  los  entusiastas  ministeriales  hajan  deja- 
do de  calificar  á  ambos  partidos,  por  una  transacion  en  que  figuraban  tan 
respetables  ciudadanos,  de  ^huestes  revolucionarias,  que  deponiendo  an- 
»tiguos. enojos  y  radicales  diferencias,  habían  pronunciado  la  última  pa- 
«labra  de  conciliación ,  si  quiera  momentánea  ,  para  el  horrible  propósilo 
v(le  destruir  y  aniquilar  lo  existente.  ^^ 

Sin  duda  alguna  el  país  absorto  y  la  Europa,  aunque  ja  muj  acos- 
tumbrada á  contemplar  nuestros  extravíos,  esperarán  con  gran  interés  la 
prueba  de  estas  aseveraciones.  Deseosa  está  la  Nación,  por  otra  parte ,  de 
que  llegue  un  día  en  que  abiertos  los  Cuerpos  Colegisladores  se  discuta 
la  importante  cuestión  política  que  semejante  conducta  encierra,  para  ver  si 
el  Gobierno  afirma  ó  niega  las  imprudentes  palabras  de  sus  entusiastas 
parciales. 

El  acto  público,  repetimos,  anterior  á  la  determinación  tomada  por  el 
Ministerio  de  obligar  á  los  Generales  á  residir  en  puntos  extremos  de  la 
Península  é  islas  adyacentes,  es  la  publicación  en  los  periódicos  progresis- 
tas y  de  unión  liberal  de  varios  artículos  que  ponían  de  manifiesto  la  nece- 
sidad de  cooperar  á  restablecer  el  sistema  constitucional,  tal  como  lo  com- 
prenden los  partidos  liberales.  Los  periódicos  del  Gobierno  han  dicho  en 
sou  de  profecía:  en  pos  de  la  última  palabra  está  la  primera  obra.  ¿Pero 
cuál  era  esta?  Los  periódicos  ministeriales  no  podían  decir  cuál  era  sin 
aducir  pruebas  ,  y  las  pruebas  no  se  han  presentado .  Desde  que  subió 
al  poder  el  Gabinete  presidido  por  el  Sr.  Duque  de  Valencia ,  cantaron  al 
unísono  sus  glorias  y  triunfos  diarios  que  hasta  aquel  día  habían  repre- 
sentado bien  opuestas  tendencias  y  doctrinas.  ¿En  virtud  de  qué  principio 
moral  se  condena  el  acuerdo  de  Iqs  periódicos  liberales  j  se  aplaude  la  flamante 
armonía  de  las  publicaciones  ministeriales  con  los  representantes  de  la  Mo- 
narquía pura?  ¿Jamás  han  pensado  estos  últimos  por  ventura  en  destruir 
lo  existente?  Nada  más  natural  que  á  esa  reconstrucción  de  fuerzas  ultra- 
conservadoras  siguiese  otra  reconstrucción  de  fuerzas  liberales,  ¿  pero 
estaba  probado  que  este  nuevo  movimiento  de  los  partidos  políticos  espa- 
ñoles no  pudiese  dar  por  resultado  el  desenvolvimiento  legal  de  sus  más 
legítimas  aspiraciones?  ¿Se  ha  intentado  al  menos  depurar  en  amplio  de- 
bate la  intención  de  su  propósito?  ¿Cuántas  veces  han  pedido  los  órganos 
del  poder  la  reconstrucción  de  los  antiguos  partidos?  ¿No  era  por  otra  parte 
este  previo  acuerdo,  cujas  condiciones  descoíiocemos,  el  primer  paso  en  tan 


324  REVI8TA    POLÍTICA 

patriótico  camino  ?  Así  al  menos  lo  declararon  por  entonces  publicaciones 
independientes;  j  habia  motivos  para  pensar  que  el  Gobierno  lo  consideraba 
de  este  modo  al  ver  la  libertad  con  que  empezó  á  discutirse  el  problema, 
libertad  que  no  podia  explicarse  de  otra  manera  sin  incurrir  en  la  no 
aceptable  presunción  de  que  el  uso,  una  de  la  más  legítimas  facultades 
del  hombre  civilizado,  sirviese  de  celada  en  los  tiempos  presentes  para  su- 
poner responsabilidades  en  que  nadie  habia  incurrido. 

No  es  posible  presumir  siquiera  semejante  propósito ,  y  por  eso  es  más 
difícil  encontrar  la  explicación ,  averiguar  el  móvil ,  comprender  el  pensa- 
miento que  el  Gobierno  se  ha  propuesto  realizar  con  las  medidas  adopta- 
das durante  los  pasados  acontecimientos.  Cosa  parece  fuera  de  toda  duda 
que  la  separación  de  una  parte  importante  del  Estado  raajor  del  ejército 
de  su  natural  domicilio,  no  puede  menos  de  ser  motivada  por  causas  me- 
ramente políticas  ,  pues  si  entrare  como  explicación  la  sospecha  del  que- 
brantamiento de  deberes  militares ,  al  más  incompetente  en  la  materia  se 
le  ocurrirá  que  era  necesario  haber  entablado  otro  orden  de  procedimientos. 

Considerada  desde  otro  punto  de  vista  la  cuestión ,  nos  explicamos  más 
difícilmente  la  conducta  del  Gobierno ,  porque  no  es  posible  suponer  que 
los  actuales  Consejeros  de  la  Corona  desconociesen  la  impresión  que  ha- 
bia de  causar  en  Europa  la  noticia  de  sucesos  que  han  venido  á  confirmar 
la  idea  ja  harta  esparcida  de  que  el  sistema  representativo  tropieza  entre 
nosotros  con  graves  dificultades ,  y  como  este  sistema  es  la  única  forma 
de  gobierno  que  inspira  confianza  á  las  naciones  y  da  crédito  á  los  Es- 
tados ,  cosas  ambas  en  verdad  de  que  harto  necesita  la  Hacienda  española 
y  los  intereses  más  respetables  del  país  si  hemos  de  atravesar  la  situa- 
ción poco  desahogada  que  se  presenta  á  nuestros  ojos,  de  ahí  que  propios 
y  extraños  vituperen  y  critiquen  cuanto  tiende  á  menoscabar  dicho  siste- 
ma. Ya  el  Sr.  Barzanallana  manifestó  con  noble  franqueza  en  la  Cámara 
Alta  los  obstáculos  que  se  interpusieron  en  su  camino  con  motivo  de  me- 
didas análogas  adoptadas  en  los  primeros  meses  del  Ministerio  Narvaez, 
Y,  ó  mucho  nos  equivocamos ,  ó  pronto  encontrará  el  Gabinete  contrarie- 
dades semejantes  en  las  diferentes  negociaciones  á  que  la  gestión  de  la 
Hacienda  pueda  dar  lugar. 

Ufanos  están  los  órg-anos  ministeriales  por  la  aprobación  que  en  su  sen- 
tir han  merecido  del  público  las  medidas  recientemente  adoptadas  por  el 
Gobierno  ,  y  nosotros  no  deseamos  amenguar  tan  patriótico  orgullo.  Sin 
duda  por  temor  de  que  siguiendo  con  perseverancia  la  política  hoj  en 
boga  recobre  pronto  la  nación  española  el  rango  que  tuvo  en  otro  tiempo 
y  la  influencia  que  ejerció  en  los  destinos  de  la  Europa  y  del  mundo,  nos 
combaten  publicaciones  respetables  de  todos  los  países  constitucionales. 
La  altivez  de  los  escritores  del  Ministerio  se  regocija  sin  duda  al  encontrar- 
se en  H  envidiable  posición  de  trabar  rudo  combate  con  los  periodistas  de 


EXTERIOR.  325 

más  nota  de  Francia ,  Ing-laterra ,  Bélgica  é  Italia,  j  de  hacerles  confe- 
sar sus  errores,  enalteciendo  j  ensalzando  la  presente  civilización  española. 
Es  verdad  que  apenas  pasa  un  dia  sin  que  se  lea  en  los  periódicos  de  la 
capital  el  anuncio  de  que  tal  <5  cual  respetable  persona  ó  familia  va  á  ins- 
talar su  casa  en  algún  punto  del  extranjero ,  pero  esto  sólo  prueba  que 
hay  gentes  de  mal  gusto  que  no  quieren  disfrutar  de  la  dulce  paz  con 
que  el  suelo  natal  les  brinda.  Con  esto,  con  sostener  el  sistema  protec- 
cionista en  toda  su  pureza,  con  la  real  orden  desestimando  la  pretensión 
de  los  comerciantes  é  industriales  pidiendo  se  derogue  el  decreto  que  ha 
declarado  zona  fiscal  los  terrenos  comprendidos  en  las  lineas  férreas  y  con 
la  reforma  de  la  instrucción  pública  llevada  gloriosamente  á  cabo  por  los 
Sres.  Oro  vio  j  Catalina,  España  llegará  en  breve  plazo  á  contestar  con  su 
cultura,  grandeza  j  poderío  á  las  injustas  críticas  de  sus  actuales  detrac- 
tores. 

Nada  hemos  dicho  del  involuntario  viaje  á  Portugal  de  los  Sres.  Infan- 
tes de  Montpensier,  porque  altas  consideraciones  nos  obligan  á  guardar 
un  silencio  que  fácilmente  comprenderán  nuestros  lectores. 

J.    L.    AXBAREDA. 


EXTERIOR. 


A  pesar  del  horror  que  causan  las  prácticas  parlamentarias  á  algunos 
defensores  de  la  política  imperial ,  las  últimas  modificaciones  introducidas 
en  la  Constitución  francesa  por  la  prudente  iniciativa  del  Emperador,  han 
dado  origen  á  que  renazcan  aquellas,  aimque  no  con  toda  la  extensión  y 
consecuencias  que  tenían  cuando  el  poder  era  ejercido  de  hecho  por  las 
Asambleas  deliberantes;  y  como  la  iniciativa  de  los  Diputados  no  ha  al- 
canzado todavía  el  grado  de  libertad  que  es  menester  que  tenga  para  dis- 
cutir oportunamente  los  actos  del  Gobierno ,  el  examen  de  los  presupues- 
tos da  ocasión  á  que  se  discuta  y  critique  en  todos  sus  detalles  la  política 
que  allí  no  se  puede  decir  que  sea  del  Gabinete ,  pues  el  Jefe  del  Estado 
reina  y  gobierna  al  propio  tiempo  y  responde  ante  el  país  de  la  gestión 
de  los  negocios  públicos ;  á  diferencia  de  lo  que  sucede  en  los  pueblos  regi- 
dos por  un  sistema  verdaderamente  constitucional  y  representativo  en  los 
cuales  el  poder  se  ejerce  por  los  Ministros  en  nombre  del  Monarca,  de  ma- 
nera que  éste  en  realidad  no  gobierna  y  por  lo  tanto  es  irresponsable  se- 
gún el  precepto  consignado  en  la  ley  fundamental. 


326  REVISTA   POLÍTICA. 

Nadie  desconoce  los  inconvenientes  de  aplazar  para  el  examen  de  los 
presupuestos  la  discusión  de  todas  las  cuestiones  políticas ,  por  eso  en  In- 
glaterra ,  donde  una  larga  j  fecundísima  experiencia  ha  enseñado  á  los 
hombres  públicos  á  usar  con  oportunidad  y  con  fruto  de  sus  derechos 
constitucionales,  rara  vez  ocasiona  esa  discusión  grandes  debates  políti- 
cos, pues  estos  se  suscitan  cuando  pueden  ser  provechosos;  esto  es,  en  el 
momento  en  que  surgen  las  cuestiones  internacionales  ó  cuando  se  hacen 
sentir  necesidades  interiores  que  reveladas  por  los  diversos  órganos  de  la 
opinión  pública,  sólo  al  poder  legislativo  toca  remediar  y  satisfacer.  Por 
casualidad  ha  podido  sin  embargo  tratarse  oportunamente  con  ocasión  del 
examen  del  presupuesto  del  Ministerio  de  Justicia  y  Cultos  una  cuestión 
importantísima  que  es  la  que  se  refiere  á  la  convocatoria  del  Concilio  ecu- 
ménico hecha  por  Su  Santidad  para  el  próximo  año  de  1869. 

La  importancia  que  tiene  la  reunión  en  un  Concilio  general  de  toda  la 
Iglesia  docente ,  es  cosa  que  nadie  desconoce;  y  el  haber  trascurrido  más  de 
trescientos  años  desde  que  se  celebró  el  último ,  aumenta  el  interés  y  la 
curiosidad.  Este  suceso  es  para  España  más  grave  que  para  ninguna  otra 
nación  de  Europa,  por  ser  la  única  que  en  realidad  merece  el  dictado  de  ca- 
tólica, no  habiendo  ya  ningún  país  en  que  sea  exclusiva  esta  religión.  Las 
resoluciones  del  Concilio  han  de  tener  más  influencia  en  nuestra  patria  que 
en  parte  alguna ,  aunque  no  lleguen  á  regir  en  ella  las  disposiciones  disci- 
plínales que  en  esa  Asamblea  se  adopten ,  ya  por  que  sean  contrarias  á  la 
disciplina  particular  de  la  Iglesia  española ,  ya  porque  el  poder  público 
no  las  acepte  en  uso  de  su  derecho  indisputable  y  fundándose  en  motivos 
de  conveniencia  general. 

Por  estas  razones ,  y  aunque  la  cuestión  de  Concilio  presente  para  Es- 
paña caracteres  distintos  de  los  que  tiene  para  otros  pueblos ,  nos  parece 
conveniente  que  se  sepa  lo  que  con  este  motivo  dicen  y  piensan  los  hom- 
bres políticos  de  Francia  ,  donde  ya  que  no  exclusivo  es  dominante  el 
catolicismo,  existiendo  entre  la  Iglesia  y  el  Estado  vínculos  muy  estre- 
chos que ,  lejos  de  haberse  roto ,  han  sido  eficaces  para  producir  desde 
1848  dos  intervenciones  armadas  á  fin  de  protejer  la  soberanía  temporal 
del  Papa ,  establecida  por  cierto  en  el  siglo  VIII  por  el  primer  Monarca 
de  la  dinastía  carlovingia  ungido  y  consagrado  por  Esteban  II.  M.  Olli- 
Vier  manifestó  que,á  diferencia  de  lo  que  habia  acontecido  siempre,  la  con- 
vocatoria actual  se  ha  hecho  sin  la  anuencia  y  aun  sin  el  conocimiento  de 
los  Monarcas,  y  esta  novedad  es  importantísima,  porque  después  de  los 
Concilios  llamados  apostólicos,  por  haberse  celebrado  en  vida  de  los  discí- 
pulos inmediatos  de  Jesucristo ,  los  ocho  primeros  que  tuvieron  el  nombre 
de  ecuménicos  fueron  convocados  por  los  Emperadores ,  y  los  demás  lo 
han  sido  con  la  intervención  y  acuerdo  de  los  que  con  más  ó  menos  razón 
se  creían  sucesores  de  aquellos,  de  lo  cual  han  deducido   algunos  la  erró- 


EXTERIOR.  327 

nea  doctrina  de  que  residía  en  los  príncipes  la  facultad  de  reunir  j  convo- 
car los  Concilios,  que  es  propia  sin  duda  del  Pontífice,  el  cual  tiene  y  ejerce 
en  la  Iglesia  el  primado  de  honor  j  de  jurisdicción ,  pero  que  hasta  ahora 
habia  procedido  siempre  en  acto  tan  grave  y  de  tan  trascendentales  conse- 
cuencias no  solo  religiosas  sino  también  políticas  y  sociales,  de  acuerdo  con 
loa  príncipes  cristianos,  para  facilitar  la  reunión  de  los  Concilios  y  la  efica- 
cia de  sus  deliberaciones.  Es  por  lo  tanto  una  novedad  importante  la  de 
proceder  el  Papa  por  sí  solo  á  la  convocación  de  un  Concilio  ecuménico. 

Como  consecuencia  de  esta  innovación ,  hay  en  la  convocatoria  actual 
otras  particularidades  que  modifican  fundamentalmente  las  disposiciones 
de  la  disciplina  hasta  ahora  vigente.  Todos  los  canonistas  al  tratar  de  los 
Concilios  y  de  su  celebración,  dicen,  y  no  podían  menos  de  decirlo  porque 
en  esta  materia  solo  tenían  que  recordar  hechos,  que  según  disciplina  an- 
tigua, eran  convocados  los  Obispos  asistiendo  además  para  ilustrar  las 
cuestiones  cierto  número  de  personas  versadas  en  las  ciencias  eclesiásticas 
que  se  denominaban  consultores,  y  el  Emperador  y  sus  oradores,  los  cua- 
les presentaban  las  propuestas  que  creían  convenientes,  teniendo  aquél  el 
carácter  de  protector  del  Concilio.  La  disciplina  nueva  no  introdujo  en 
esta  parte  más  variación  que  la  de  extender  el  derecho  de  asistencia  á 
ciertas  gerarquías  desconocidas  antes  en  la  Iglesia ,  tales  como  los  Pre- 
lados inferiores  con  jurisdicción  veré  nulliiis,  llamados  abades  benditos, 
los  Cardenales  de  la  Santa  Romana  Iglesia  y  los  Generales  de  las  órdenes 
regulares,  habiéndose  determinado,  con  arreglo  ala  misión  y  carácter  de 
cada  una  de  estas  clases  de  personas,  sus  derechos  y  prerogativas  en  el  Con- 
cilio. Los  Obispos  eran  en  él  los  jueces,  como  no  pueden  menos  de  serlo  en 
virtud  de  su  calidad  de  maestros  y  depositarios  de  la  doctrina ,  pero  los 
oradores  regios  tenían  el  derecho  de  proponer,  como  se  ha  dicho,  lo  que 
creyeran  necesario  y  conveni«nte,  mientras  que  los  teólogos  consultores 
sólo  podían  hablar  cuando  eran  interrogados. 

Pues  bien:  por  lo  que  resulta  hasta  ahora ,  los  Príncipes  y  sus  legados 
ú  oradores  no  son  convocados  al  Concilio  ni  tendrán  por  consiguiente  en  él 
voto  deliberativo,  y  en  esto  consiste  la  modificación  más  profunda  y  tras- 
cendental que  introduce  la  reciente  convocatoria.  Sobre  ella  llamó  la  aten- 
ción del  Gobierno  francés  M.  OUivier ,  no  para  que  se  hiciesen  las  repre- 
sentaciones necesarias  á  fin  de  que  prevalezcan  los  derechos  que  una 
jurisprudencia  no  interrumpida  concede  á  los  Príncipes  cristianos  como 
representantes  del  poder  público  para  intervenir  en  los  Concilios,  sino  para 
manifestar  que,  ensu  opinión,  con  el  acto  de  la  actual  convocatoria*  el  Pon- 
tífice declaraba  la  completa  división  y  mutua  independencia  del  Estado  y 
de  la  Iglesia.  M.  Ollívíer ,  lejos  de  considerar  esto  como  un  mal ,  lo  cree 
beneficioso  y  conveniente ,  le  parece  que  la  independencia  de  ambas  potes- 
tades es  tm  verdadero  progreso  que  se  ha  realizado  por  la  fuerza  misma  de 


328  REVISTA  POLÍTICA, 

las  cosas  j  quizá  contra  la  voluntad  de  los  que  ahora  la  proclaman.  Para 
demostrar  que  no  es  posible  valerse  en  la  ocasión  presente  de  los  privile- 
gios j  tradiciones  de  la  Iglesia  galicana,  afirmó  el  orador  que  esos  privile- 
gios j  esa  jurisprudencia  eran  completamente  inútiles ,  y  que  la  influencia 
del  poder  político  en  la  Iglesia  habia  desaparecido  á  pesar  del  Concordato 
y  de  sus  famosos  artículos  orgánicos,  como  se  habia  visto  claramente  con 
motivo  de  la  publicación  de  la  Encíclica  Cuanta  cura  que  produjo  todos 
sus  efectos  á  pesar  de  haberse  perseguido  por  abuso  á  algún  Obispo,  per- 
secución que  ni  dio  entonces  ni  daría  en  adelante  ningún  resultado  efi- 
caz, porque  aun  cuando  no  se  ha  jan  derogado  las  antiguas  leyes  canó- 
nicas que  aseguraban  las  prerogativas  y  privilegios  de  la  Iglesia  galicana, 
el  espíritu  del  clero  que  la  constituye  actualmente  ha  variado  por  com- 
pleto. 

Explicando  M.  Olliviereste  cambio,  exclamaba:  ¡Cuánto  ha  variado  todol 
Antiguamente  la  Iglesia  de  Francia  tenia  por  base  treinta  mil  sacerdotes 
inamovibles,  y  solo  dos  mil  amovibles  sometidos  á  Obispos  respetuosos 
hacia  el  Papa,  pero  defensores  tenaces  de  los  derechos  que,  en  su  opinión, 
les  habían  sido  trasmitidos  directamente  por  la  consagración,  le  reco- 
nocían como  superior,  pero  su  autoridad  estaba  contenida  por  las  cos- 
tumbres, por  las  asambleas  y  por  las  leyes.  Hoy  todo  esto  no  es  más 
que  un  recuerdo ,  una  tradición  histórica ;  las  antiguas  máximas  se  han 
abandonado  y  la  situación  de  la  Iglesia  es  del  todo  diferente;  su  base  está 
constituida  también  por  treinta  mil  sacerdotes ,  pero  amovibles ,  habiendo 
solo  tres  mil  inamovibles:  los  primeros  están  despojados  de  todas  las  ga- 
rantías canónicas,  y  en  la  situación  que  el  Cardenal  de  Bonnechose  caracte- 
rizaba con  un  lenguaje  enérgico  y  lleno  de  verdad ,  cuando  decía :  « Cada 
uno  de  nosotros  tiene  un  regimiento  que  mandar,  y  marcha.  Sobre  el  cle- 
ro están  los  Obispos,  que  aún  retienen  como  un  derecho  propio_  la  potes- 
tad de  orden,  pero  en  cuanto  ala  de  jurisdicción  y  ala  de  enseñanza,  están 
sometidos  alas  congregaciones  romanas,  casi  sin  autoridad  propia  y  re- 
ducidos á  prefectos  ó  á  agentes  de  Roma.»  Esta  organización  tiene  por 
fundamento,  según  la  opinión  de  M.  Ollivíer,  la  doctrina  de  la  infalibilidad 
del  Papa.  Por  este  medio  continuó  diciendo  el  orador  ,  los  prelados  y  el 
clero  francés  han  abandonado .  las  máximas  de  Bossuet  aceptando  las  de 
Bellarmino ,  y  yendo  aún  más  adelante  que  este  canonista  en  cuanto  á  las 
prerogativas  y  facultades  del  Pontífice. 

Estas  aseveraciones  están  fundadas  en  hechos  notorios ,  y  seguramente 
üo  se  encontrará  ya  en  la  prelacia  francesa  quien  apele,  como  en  otro  tiempo 
para  ante  el  Concilio,  de  las  resoluciones  del  Pontífice ,  y  ni  en  esa  nación 
ni  en  otra  ninguna  habrá ,  cuando  llegue  aquel  á  reunirse  y  á  adietar  sus 
definiciones  dogmáticas  ó  disciplínales,  ningún  Obispo  católico  que  diga 
como  el  famoso  D.  Pedro  Guerrero,  Arzobispo  de  Granada,  al  suscribir  las 


EXTERIOU.  329 

fictas,  aquellas  memorables  palabras  confirmationem  non  peto,  con  lo  cual 
aseveraba  que  la  plenitud  del  poder  espiritual  estaba  en  el  Concilio ,  no 
siendo  menester  para  la  validez  de  sus  resoluciones  la  confirmación  del 
Pontífice. 

En  tal  situación,  esto  es  destruido  el  espíritu  de  las  Iglesias  particulares, 
opina  M.  Ollivier  que  no  será  posible  que  los  Obispos  franceses  se  unan 
al  poder  político  para  defender  sus  prerogativas ,  ni  para  influir  en  el  fu- 
turo Concilio  á  favor  de  sus  aspiraciones  j  propósitos ,  y  por  lo  tanto  ni 
será  hacedero  ni  práctico  que  se  celebren  reuniones  de  Obispos  antes  de 
la  reunión  del  futuro  Concilio ,  como  las  que  se  verificaron  antes  del  de 
Trento,  ni  habrá  para  qué  enviar  como  entonces  Embajadores  que  re- 
presenten en  la  Asamblea  al  Gobierno  francés ,  y  que  sirvan  para  dirigir 
á  los  prelados  de  esta  nación,  dándoles  unidad  y  fuerza,  á  fin  de  que 
hagan  prevalecer  los  deseos  de  su  Soberano.  El  Concilio  futuro  será, 
pues,  una  Asamblea  meramente  eclesiástica,  y  esta  innovación  es,  en 
sentir  de  M.  Ollivier,  la  más  grave  y  trascendental  que  ha  ocurrido  en 
Europa  desde  1789. 

Las  consecuencias  que  de  ella  se  derivan  serán ,  pues ,  notabilísimas ,  y 
según  el  orador  se  resumen  en  la  fórmula  tan  conocida  de  la  Iglesia  libre 
en  el  Estado  libre:  pai*a  llegar  á  ese  fin,  dijo  que  era  menester  modificar 
la  legislación  existente ,  aunque  no  suprimir,  como  algunos  proponen ,  el 
presupuesto  del  clero,  que  constituye  una  obligación  sagrada  para  la  nación; 
pero  M.  Ollivier  prevee  que  llegará  el  momento  en  que  la  Iglesia  misma 
renuncie  al  sueldo  que  le  da  el  Estado ,  con  lo  cual  se  consumará  la 
separación  de  ambas  potestades ,  «  y  desde  el  día  en  que  la  espada  tempo- 
«ral  se  separe  del  báculo  pastoral ,  se  verificará  no  una  confusión ,  sino  un 
"acuerdo  lleno  de  promesas  entre  el  ideal  religioso  y  la  razón  humana.  >- 
Así  terminó  el  orador  su  discurso,  que  fué  muy  aplaudido,  según  consigna 
El  Monitor,  y  que  le  valió  las  felicitaciones  de  sus  colegas ,  los  cuales  se 
agolparon  alrededor  de  su  asiento ,  teniéndose  que  suspender  la  sesión  por 
algunos  minutos. 

A  este  discurso  contestó  M.  Baroche,  Guarda-sellos  y  Ministro  de  la 
Justicia  y  Cultos,  pero  desde  sus  primeras  palabras  manifestó  que  su  posi- 
ción le  obligaba  á  guardar  una  gran  reserva  respecto  á  las  graves  cues- 
tiones que  había  suscitado  M.  Ollivier,  quien,  hablando  en  su  propio  nom- 
bre ,  gozaba  de  una  libertad  que  no  podía  tener  el  que  contestaba  á 
nombre  del  Gobierno.  Después  de  esta  declaración  es  evidente  que  no 
podia  hallarse  mucha  luz  en  las  palabras  del  Ministro,  para  descubrir  las 
intenciones  y  propósitos  del  Emperador  en  el  asunto  que  se  discutía.  Así  es 
que  M.  Baroche,  procediendo  con  habilidad  indudable,  se  ocupó  en  primer 
lugar  de  los  ataques  que  otros  oradores  habían  dirigido  á  la  influencia  del 
clero  en  materia  de  enseñanza ,  y  á  la  que  ejercían  por  medio  de  los  perió- 
xoMü  m.  22 


330  REVISTA  política. 

dicos ,  y  contestó  satisfactoriamente  á  sus  razonamientos ,  haciendo  ver 
que  esa  influencia  era  hija  de  la  libertad  garantida  por  la  Constitución  j 
por  las  leyes ,  lo  mismo  á  los  individuos  del  clero  que  á  los  demás  ciuda- 
danos, pero  que  cuando  aquellos  infringian  las  leves,  eran  reprimidos  con 
arreglo  á  sus  disposiciones ,  como  sucedió  con  algunos  prelados  con  oca- 
sión de  la  Encíclica  y  del  Silabus.  No  contento  con  esto  el  Emperador, 
aprovechó  la  primera  ocasión  que  se  le  ofreeia  de  hablar  en  público ,  j  en 
el  discurso  de  apertura  de  1865  dijo,  entre  otras  cosas,  á  propósito  de  este 
asunto:  «La  religión  j  la  instrucción  pública  son  objeto  de  mis  asiduos 
«cuidados.  Todos  los  cultos  gozan  de  igual  libertad ;  el  clero  católico  tiene 
»aun  aparte  de  su  ministerio,  una  legítima  influencia,  concurre  á  la  ins- 
"truccion  de  la  juventud,  por  la  lej  electoral  puede  entrar  en  las  Asam- 
))bleas ,  y  por  la  Constitución  en  el  Senado ;  mas  por  lo  mismo  que  le  mos- 
»tramos  consideración  j  deferencia ,  esperamos  que  respetará  las  leyes 
"fundamentales  del  Estado.  Es  mi  deber  conservar  intactos  los  derechos 
>-del  poder  civil  que  desde  San  Luis  no  ha  abandonado  ningún  Soberano 
»de  Francia.» 

Tal  es  hoy  todavía,  y  continuará  siendo,  el  programado  la  política  im- 
perial, según  M.  Baroche,  en  esta  importante  materia. 

Ocupándose  luego  de  las  opiniones  del  clero  francés ,  afirmó  que  no  era 
exacto  que  fuese  en  su  gran  mayoría  ultramontano ,  y  que  respetaba  y 
acataba  las  instituciones  del  país  aunque  reconoció  que  existe  una  minoría 
turbulenta  que  hace  mucho  ruido  por  lo  mismo  que  es  poco  numerosa.  El 
episcopado  está  unánime ,  según  M.  Baroche,  en  su  afecto  al  país  y  á  las 
tradiciones  y  doctrinas  de  la  iglesia  galicana ,  y  lo  probó  en  Roma  el  año 
pasado  cuando  se  reunieron  los  Obispos  en  las  fiestas  del  Centenar  de  San 
Pedro. 

Al  ocuparse  de  lo  relativo  al  Concilio ,  M.  Baroche  confirmó  expresa- 
mente lo  dicho  por  M.  Ollivier,  manifestando  que ,  á  diferencia  de  lo  que 
habia  ocurrido  en  otras  ocasiones  ,  el  Gobierno  no  habia  sido  notificado  ni 
el  Soberano  invitado  á  asistir  por  sí  ó  por  medio  de  sus  representantes  al 
futuro  Concilio  ;  que  tanto  el  Ministro  que  hablaba,  como  el  de  Relaciones 
Internacionales,  estaban  reuniendo  antecedentes  y  documentos  relativos  al 
asunto ,  y  que  sobre  él  se  habían  empezado  negociaciones ,  por  lo  cual  se 
abstenía  de  manifestar  los  propósitos  del  Gobierno,  afirmando  que  nada 
haría  que  fuese  contrario  á  los  derechos  y  á  la  dignidad  del  país.  Por 
Jo  que  toca  á  la  separación  del  Estado  y  de  la  Iglesia ,  afirmó  que  su  rea- 
lización ocasionaría  muchas  dificultades  y  peligros ,  por  lo  cual  pedia  que 
se  aplazasen  esas  cuestiones  para  que  obre  el  tiempo  ,  que  tal  vez  resuelva 
esta  como  ha  resuelto  otras  importantísimas ,  sino  tan  graves  ni  de  tanta 
trascendencia. 

Basta  con  lo  dicho  para  que  se  comprenda  la  importancia  que  así  el 


EXTERIOR.  331 

Gobierno  como  los  que  lo  combaten  dan  en  Francia  á  los  asuntos  religio- 
sos ,  los  cuales  lian  de  influir  de  un  modo  decisivo  en  la  solución  de  todos 
los  grandes  problemas  políticos  que  están  planteados  en  las  naciones 
modernas.  Por  eso  nos  liemos  detenido  más  que  en  otros  en  el  incidente 
promovido  por  M.  Ollivier  con  ocasión  del  examen  del  presupuesto  del 
Ministerio  de  la  Justicia  y  Cultos.  También  ofrece  interés  otro  que  pro- 
movió, al  discutirse  el  del  Ministerio  de  Instrucción  pública,  M.  Simón 
para  condenar  la  conducta  arbitraria  del  Gobierno  al  conceder  ó  negar 
su  permiso  para  las  conferencias  ó  explicaciones  públicas. 

Nuestros  lectores  no  ignorarán  sin  duda  que  en  el  vecino  Imperio  se  ha 
introducido  la  plausible  costumbre  de  que  los  hombres  más  notables  por 
su  saber  ó  por  sus  dotes  oratorias,  ya  individualmente,  ya  asociándose 
varios ,  den  lecciones  públicas  sobre  diferentes  materias  científicas  y  lite- 
rarias ;  por  lo  común  la  asistencia  á  estas  lecciones  no  es  gratuita ,  y  su 
producto,  que  suele  subir  á  cantidades  de  importancia,  cede  en  beneficio 
de  los  que  explican  ó  de  algún  objeto  piadoso.  Antes  que  en  Francia  esta 
costumbre  existia  en  Inglaterra  y  en  los  Estados-Unidos ,  dándose  con 
propiedad  á  las  conferencias  el  nombre  de  lecturas ,  porque  los  que  á  esto 
se  dedican  leen  sus  disertaciones  ó  discursos.  Recientemente  el  gran  no- 
velista Dickens  ha  hecho  un  viaje  á  la  América  del  Norte ,  con  el  objetó 
de  dar  lecturas,  de  las  que  ha  obtenido  gran  provecho  y  mayor  gloria, 
habiéndole  despedido  con  tales  honores  y  con  tan  grandes  manifestaciones 
de  entusiasmo  como  las  que  suelen  hacerse  enlos  países  monárquicos  á  los 
Príncipes  más  populares  y  gloriosos.  Pues  bien,  entre  las  omnímodas  fa- 
cultades discrecionales  que  se  habia  reservado  el  Gobierno  francés  desde  la 
reacción  de  1852 ,  se  cuenta  la  de  otorgar  ó  negar  el  permiso  que  se  ha 
declarado  obligatorio  para  dar  esas  lecciones  ó  conferencias  públicas;  y 
M.  Simón  opina,  á  nuestro  parecer  con  grandísimo  fundamento,  que  esa 
facultad  arbitraria  no  puede  ni  debe  conservarse  después  de  publicada  la 
ley  de  reuniones ,  porque  á  pesar  de  las  cortapisas  que  se  ponen  en  ella  al 
derecho  de  reunión,  puede  sin  previo  permiso  ejercerse,  y  por  lo  tanto  es 
absurdo  que  cuando  dos  ó  más  personas  tienen  la  facultad  de  hablar  en 
presencia  de  otras  muchas  sobre  diferentes  materias ,  se  niegue  á  una  sola 
el  hacerlo  como  no  sea  con  la  autorización  ó  permiso  previo  del  Gobierno. 
Después  de  notar  esta  anomalía,  M.  Simón  manifestó  que  las  prohibi- 
ciones dictadas  por  M.  Duruy  eran  arbitrarias  y  habían  recaído  sobre 
personas  respetables  de  diversas  opiniones,  sin  entrar  él  en  cuenta,  á  pesar 
de  haber  sido  uno  de  los  que  no  habían  alcanzado  licencia  para  hablar 
en  público  sobre  las  materias  filosóficas  que  son  objeto  de  sus  especiales 
estudios;  pero  tampoco  la  han  obtenido  Prevost-Paradol,  Gueroult,  Cochin 
y  el  Príncipe  Broglie ;  de  suerte  que  la  prohibición  se  extiende  á  hom- 
bres importantes  de  casi  todos  los  partidos. 


332  REVISTA  política. 

No  podemos  explicarnos  este  sistema ,  en  un  país  en  que  la  libertad  cien' 
tífica  es  tan  grande  que  pueden  sostenerse  en  los  libros  las  doctrinas  más 
atrevidas ,  y  sobre  todo  cuando  recaen  las  prohibiciones  en  personas  qup 
siendo  Diputados  tienen  á  su  disposición  la  tribuna  para  decir  en  ella  con 
más  holgura  que  pueden  hacerlo  en  una  cátedra ,  cuanto  crean  conveniente 
sobre  la  política  del  Gobierno,  que  es  lo  que  á  éste  puede  importarle  más. 
Por  esto  nos  pareció  ridicula  la  contestación  de  M.  Duruy,  fundando  ó 
pretendiendo  fundar  la  negativa  del  permiso  á  M.  Simón,   en  que  éste 
pronuncia  en  el  Cuerpo  legislativo  muchas  conferencias  excelentes  desde  el 
punto  de  vista  que  le  es  propio;  ¿pues  si  esto  es  así,  qué  inconveniente 
puede  haber  para  que  las  pronuncie  también  en  otra  parte?  Si  la  falta  de  per- 
miso redujese  á  M.  Simón  al  silencio,  si  la  lengua  y  la  pluma  del  orador 
j  del  publicista  estuvieran  en  manos  del  Ministro,  comprenderíamos,  aun- 
que no  lo  justificaríamos ,  que  se  impidiera  que  una  j  otra  se  ejercitasen: 
¿pero  qué  gana  el  Gobierno  con  que  dejen  de  oír  doscientas  ó  trescientas 
personas  á  M.  Simón,  cuando  pueden  leer  y  leen  millares  de  ellas,  no 
sólo  los  discursos  que  pronuncia  y  que  reproducen  El  Monitor  y  los  demás 
periódicos ,  sino  las  obras  de  este  escritor  que  adquieren  más  importancia  y 
popularidad  con  las  medidas  de  precaución  del  Gobierno ,  por  lo  mismo 
que  le  presentan  al  público  como  un  mártir  ó  como  un  hombre  peligrosoí 
Todavía  es  más  incomprensible  otra  razón  dada  por  M.  Duruy  para  ex- 
plicar la  negativa  dada  á  M.  Gueroult ,  y  decimos  que  es  más  incompren- 
sible, porque  consiste  en  una  vulgaridad  indigna  del  talento  y  del  saber 
del  actual  Ministro  de  Instrucción  pública,  el  cual,  á  falta  de  buenos  argu- 
mentos para  defender  su  causa ,  que  es  deplorable ,  se  permitió  decir  que 
no  había  dejado  hablar  en  público  á  M.  Gueroult  á  fin  de  que  no  se  fo- 
mentase la  afición  á  la  política ,  que  cree  funestísima  para  las  letras ,  aña- 
diendo que  así  como  antes  la  aspiración  de  todos  los  jóvenes  era  componer 
una  tragedia  en  cinco  actos,  ahora  su  afán  es  escribir  artículos  de  fondo. 
No  sabemos  qué  debe  admirarse  más  en  este  razonamiento,  sí  su  incon- 
gruencia ó  las  inexactitudes  en  que  está  fundado.  Pues  parece  evidente 
que  porque  hable  ó  deje  de  hablar  M.  Gueroult  en  público,  no  se  ha  de 
aumentar  ó  disminuir  la  afición  de  los  jóvenes  á  la  política ,  y  de  seguro 
poco  agradecerán  las  musas  esta  manera  de  protegerlas. 

En  efecto,  M.  Duruy  sabe  mejor  que  nadie  que  en  Grecia,  cuya  historia 
ha  escrito,  no  impidieron  las  agitaciones  políticas  el  desarrollo  y  admira- 
ble ñorecimiento  de  la  literatura  y  de  las  ciencias :  un  soldado  de  Maratón 
es  el  primer  poeta  trágico  de  ese  gran  pueblo,  y  entonces  el  soldado  no  era 
un  mercenario,  sino  un  ciudadano  que  discutía  en  el  agora  los  negocios 
públicos  lo  mismo  que  esgrimía  en  el  campo  de  batalla  sus  armas  en  de- 
fensa de  la  patria.  La  poHtica  era  la  musa  de  Aristófanes ,  de  tal  manera 
que  cada  una  de  sus  comedias  es  un  folleto,  una  defensa  apasionada  de  ios 


EXTERIOR.  333 

hombres  de  su  partido  y  de  los  principios  que  defendia ,  ó  una  inventiva 
sangrienta  contra  sus  adversarios.  Por  último.  ¿  Tendría  Atenas  la  gloria  de 
contar  entre  sus  hijos  ilustres  á  Demóstenes,  si  las  luchas  j  las  vicisitudes 
de  Grecia  no  hubiesen  dado  motivo  á  sus  admirables  arengas?  Sin  la  acu- 
sación de  Esquines  ¿hubiera  pronunciado  su  discurso  pro  coronal  ¿La  hu- 
biera merecido  si  no  hubiese  consagrado  su  actividad  j  su  fortuna  á  la 
defensa  de  su  patria? 

Luego  que  decajó  el  espíritu  público  en  Grecia ,  cuando  quedó  desam- 
parada la  tribuna  j  desierto  el  agora ,  también  acabaron  los  grandes  poe- 
tas y  los  grandes  filósofos :  no  hay  para  qué  decir  que  no  volvieron  á  verse 
grandes  oradores,  y  que  no  hubo  ya  más  que  versificadores  y  sofistas.  No  ha 
sido  sólo  en  Grecia  donde  se  ha  notadoeste  fenómeno,  que  tiene  su  funda- 
mento en  la  misma  naturaleza  del  espíritu  humano ,  el  cual  nada  pro- 
duce sino  le  exalta  un  gran  sentimiento,  y  solo  hay  dos  que  le  muevan 
con  fuerza  irresistible,  el  espíritu  religioso  y  el  amor  de  la  patria.  Bajo 
las  tiranías  no  se  ha  producido  nunca  más  que  la  abyección  y  la  deca- 
dencia. En  la  misma  Roma  los  escritores  y  poetas  que  brillaron  en  el 
siglo  de  Augusto  participaban  del  espíritu  de  los  últimos  tiempos  de 
la  república ,  no  es  grande  la  distancia  que  separa  á  Cicerón  de  Virgilio  y 
de  Horacio ,  y  cuando  la  dominación  corruptora  de  los  Césares  se  estable- 
ció definitivamente  en  Roma,  al  par  que  el  espíritu  público  decayeron  las 
letras  latinas.  Lo  mismo  ha  sucedido  entre  nosotros:  la  virilidad ,  la 
grandeza  de  espíritu  que  al  principio  del  siglo  XVI  eran  los  caracteres 
propios  de  los  españoles,  su  maravillosa  aptitud  para  las  letras  y  las  ar- 
tes en  aquella  época ,  todo  esto  provenia  de  los  tiempos  de  libertad  tu- 
multuosa, pero  fecunda,  á  que  puso  fin  la  dinastía  austríaca,  la  cual  brilló  en 
su  principio  aprovechándose  de  las  fuerzas  que  se  habían  desarrollado  bajo 
otro  régimen ,  pero  que  con  el  suyo  produjo  la  decadencia  que  sin  parar 
fué  creciendo  hasta  la  miseria  y  ruina  á  que  vinimos  bajo  el  cetro  de  su 
último  Monarca. 

Estas  cosas  y  otras  muchas  que  demuestran  el  error  de  M.  Duruy,  de- 
ben tenerse  muy  presentes  entre  nosotros  donde  ciertas  escuelas  políticas 
han  propagado  esas  perniciosas  doctrinas  y  donde  se  tiene  por  señal  de 
honradez  y  casi  de  virtud  heroica  el  no  mezclarse  en  los  asuntos  públicos, 
cuando  en  realidad  debiera  esto  considerarse  por  lo  menos  como  indicio 
de  egoísmo  ó  de  indiferencia  y  apalía  punibles. 

Antonio  María  Fabié. 


NOTICIAS  LITERARIAS. 

La  Feance  Nouvelle ,  par  J/r.  Prevost-Paradol,  de  V Academie  franí^aise. 
— Faris,  Michel  Levy  f reres ,  editeurs. 

Se  acaba  de  publicar  en  París  tin  nuevo  libro  de  M.  Prevost-Paradol,  titu- 
lado La  France  Nouvelle,  libro  que  trata,  según  las  palabras  del  autor,  úni- 
camente de  filosofía  política  y  de  historia^  y  que  (añadimos  nosotros)  encierra 
un  severo  y  justísimo  examen  del  estado  político  y  administrativo  de  Francia, 
señala  con  acierto  y  laudable  imparcialidad  sus  principales  causas ,  propone 
un  sistema  completo  de  Gobierno,  opuesto  por  de  contado  al  que  allí  rige  hoy; 
muestra  con  exactitud  y  penosa  sinceridad  los  síntomas  de  abatimiento  que 
se  notan  en  aquella  nación ;  se  afana  por  reanimar  su  decaída  influencia  en 
los  negocios  políticos  de  Europa ,  y  expone  los  medios  que,  en  el  sentir  de 
M.  Prevost-Paradol,  pueden  evitar  su  ruina,  la  que  temerosamente  prevee  al 
consignar  en  las  primeras  páginas  del  Prefacio  esta  aciaga  profecía  :  sit  ut  est, 
et  non  erit. 

Todo  el  libro  está  escrito  por  el  estilo  sobrio,  castizo,  vigoroso  y  elegante  de 
que  da  repetidas  muestras  el  acreditado  redactor  del  Joiirnal  des  Debats,  y 
por  el  que,  siendo  aún  muy  joven,  se  le  abrieron  hace  pocos  años  las  puertas 
de  la  Academia  francesa ;  observaciones  juiciosas,  pensamientos  elevados, 
grande  amor  á  la  verdad  y  acendrado  patriotismo  habrán  de  notar  en  sus  pá- 
ginas los  que  menos  conformes  estén  con  las  ideas  que  en  ellas  se  emiten; 
ideas  que  todas  aparecen  subordinadas  al  noble  propósito  de  combatir  lo 
mismo  que  á  los  cortesanos  de  la  fuerza  y  del  poder,  á  los  que  adulan  las  pa- 
siones aviesas  de  la  muchedumbre,  y  de  contrarestar  la  indiferencia  política  á 
que  se  abandonan  el  pueblo  francés  y  algunos  otros,  sin  parar  mientes  en  que 
esta  indiferencia  es  tan  impotente  para  evitar  los  trastornos  y  las  rebeliones 
populares,  como  eficacísima  para  fomentar  la  tiranía  de  los  Gobiernos. 

De  esta  obra ,  por  la  importancia  de  su  asunto  y  por  su  valor  literario,  se 
pudiera  hacer  un  análisis  detenido,  y  aun  tomándola  como  punto  de  partida 
habría  ocasión  de  discurrir  larga  y  fecundamente  sobre  las  cuestiones  de  que 
en  ella  se  trata,  con  aplicación  á  España,  pues  que ,  por  desgracia  nuestra,  así 
todas  aquellas  cuestiones  esperan  una  resolución  definitiva ,  ha  muchos  años, 
lo  mismo  aquí  que  en  el  otro  lado  del  Pirineo. 

Un  trabajo,  tal  como  el  que  indicamos,  emprenderíamos  nosotros  gustosí- 
simos ;  pero  si  M.  Prevost-Paradol  descubre  recelos  en  el  prólogo  de  su  libro 
de  que  pudiera  estorbar  su  publicación  algún  agente  subalterno  del  poder, 
codicioso  de  dar  pruebas  de  su  celo ,  ó  turbado  por  el  susto  de  no  comprender 
un  escrito  en  el  que  no  hallase  nada  reprensible,  ¿qué  no  recelaríamos  nos- 


NOTICtAS   LITERARIAS.  335 

otros  a  escribir  hoy  de  la  democracia  y  de  s?í  gobierno^  de  cQmo  llega  á  ha- 
cerse democrática  una  sociedad,  de  la  suerte  de  la  libertad  y  de  la  igualdad 
bajo  el  despotismo  democrático,  de  te  relaciones  de  la  Iglesia  y  el  Estado ,  del 
derecho  de  sufragio,  de  las  Cámaras,  de  la  responsabilidad  ministerial,  del 
Jefe  supremo  del  poder  ejecutivo  en  la  monarquía  y  en  la  república ,  de  los  pe- 
riódicos, del  ejército  (1)  etc.,  etc.1  ¿Qué  no  recelaríamos  nosotros  cuando,  al 
coger  la  pluma,  quizá  tendríamos  que  disculpar  de  antemano  el  miedo  y  la 
suspicacia  de  los  agentes  subalternos  del  poder,  porque  sabemos  que  en  los 
tiempos  que  corren  el  tratar  libremente  de  aquellas  cosas  pone  en  peligro  al 
español  más  cristiano  de  caer  en  poco  menos  que  pecado  mortal]  Si  el  Sr.  Mi- 
nistro-de Fomento  (adalid  de  la  confrarevolucion  doctrinal)  que  tan  proba- 
das tiene  su  diligencia  y  su  arte  para  esto  de  hacer  reglamentos,  nos  diese 
uno  á  cuyos  preceptos  hubiésemos  de  amoldar  nuestro  juicio  siempre  que  se 
nos  ocurriese  pensar  en  asuntos  políticos  y  sociales,  acaso  podríamos  decir 
algo  sobre  lo  que  arriba  apuntamos ;  pero  como  todavía  carecemos  de  esta  es- 
pecie de  itinerario  oficial  de  la  razón  humana,  habremos  de  examinar  some- 
ramente el  libro  de  M.  Prevost-Paradol,  y  marchando  con  ojo  avizor,  corta  la 
rienda  y  recogido  el  aliento ,  como  quien  cabalga  en  un  potro  brioso  y  ar- 
diente por  sendas  angostas  y  resbaladizas. 

Estos  apuntes  son  una  crítica,  aunque  hecha  á  la  ligera,  y  no  un  panegírico 
de  la  obra  de  que  tratan :  algo ,  pues ,  hemos  de  censurar  en  ella ,  y  comenza- 
remos por  decir  que  el  propósito  del  autor,  revelado  por  el  título  del  libro ,  es 
superior  á  las  fuerzas  de  una  sola  inteligencia,  por  poderosa  que  esta  sea,  y 
quizás  á  las  de  todas  las  inteligencias  de  una  generación  entera  de  estadistas. 
Nada  menos  que  hacer  una  Francia  nueva  (entiéndase  que  se  habla  en  el  sen- 
tido político  y  administrativo),  intenta  M.  Prevost-Paradol;  intento  que,  por 
lo  vasto,  nos  parece  imposible  de  realizar,  y  ocasionado  á  que  tal  vez  sea  ta- 
chado aquel  publicista  de  visionario  y  soñador,  cuando  por  el  contrario  en  to- 
dos sus  escritos  políticos  muestra  tanta  rectitud  de  juicio  y  tan  buen  sentido, 
que  más  parecen  fruto  de  la  experiencia  que  de  la  reflexión  y  el  estudio. 

En  descargo  de  M.  Prevost-Paradol  debe  decirse  que  esta  pretensión  de  va- 
riar de  golpe  y  totalmente  el  modo  de  ser  político  y  administrativo  de  una 
nación,  es  achaque  propio  y  general  de  los  escritores  políticos  de  aquellas  que 
padecen  continuas  y  violentas  transiciones  políticas,  nacidas  del  influjo  más  ó 
menos  eñcaz,  franco  ó  encubierto,  que  en  la  esfera  del  Gobierno  ejercen  los 
antiguos  y  nuevos  elementos  que  resisten  en  vano  al  establecimiento  de  las  li- 
bertades públicas.  Y  no  hay  que  acusar  de  esta  funesta  comezón  de  enmendar 
de  plano  la  organización  política  de  un  país  linicamente  á  los  liberales,  á  quie- 
nes, entre  ciertas  gentes,  se  ha  hecho  moda  acusarnos  de  todo  y  por  todo,  no: 
cuanto  trastornan ,  destruyen  y  pretenden  fundar  los  Gobiernos  represivos  y 
reaccionarios,  es  sabido  de  todo  el  mundo;  y  si  apartando  nuestra  atención 
de  la  práctica  de  los  negocios  la  llevamos  á  los  discursos  parlamentarios,  libros 
y  artículos  de  periódico  que  sirven  como  de  programa  político  á  los  partidos 
anti-liberales ,  veremos  que  á  pesar  de  sus  chistosos  alardes  de  mantenedores 
de  lo  pasado ,  son  tan  nuevos  y  tan  peregrinos  los  sistemas  de  gobierno  que 

(1)     Materias  de  que  trata  M.  Prevost-Paradol  en  su  libro, 


336  NOTíCIAS  LITERARIAS 

nos  ofrecen ,  que ,  ya  que  no  por  lo  ingenioso  del  invento  ni  por  lo  filantrópico 
déla  intención,  al  menos  por  lo  fantásticos  é  irrealizables  pueden  rivalizar 
con  la  Utopia  de  Tomás  Morus. 

No  afirmaremos  nosotros,  como  han  hecho  otras  personas  que  se  han  ocu- 
pado en  hablar  del  libro  de  M.  Prevost-Paradol,  que  su  objeto  al  escribirlo  no 
ha  sido  otro  que  dar  un  ataque  más  al  Gobierno  imperial,  que  tantos  ha  reci- 
bido ya  de  su  vigoroso  talento :  verdad  es  que  en  toda  la  obra  combate  el  au- 
tor aquella  política  qi;e  juzga  funesta  para  su  patria,  ya  lo  haga  disimulada- 
mente, como  cuando  con  tanta  energía  como  cultura  nos  hace  el  retrato  de  lo 
que  á  su  ver  es  el  despotismo  democrático ,  y  nos  lo  pinta  afanándose  en  vano 
por  constituir  su  poder  en  hereditario,  creando  una  sombra  de  nobleza,  pro- 
curando satisfacer  todas  las  esperanzas  y  los  deseos  que  hierven  en  la  imagi- 
nación popular,  y  esforzándose  por  representar  á  la  libertad  y  á  la  igualdad 
que  mueren  á  sus  manos ;  ya  la  combata  franca  y  abiertamente  como  cuando 
en  el  capítulo  que  titula  lo  porvenir,  acusa  al  Imperio  de  haber  consentido  en 
la  desmembración  de  Dinamarca,  y  nos  lo  presenta  perdiendo  gradualmente 
su  influencia  en  Europa,  á  consecuencia  de  aquella  primera  culpa,  hasta  verlo 
hoy  fatalmente  empeñado  en  una  guerra  más  ó  menos  cercana  con  Prusia, 
guerra  que  Prevost-Paradol  considera  funesta  para  su  patria,  aun  en  el  caso 
de  que  alcance  la  victoria,  porque  piensa  que  ni  así  podrá  sofocarse  el  movi- 
miento unitario  de  Alemania,  que  habrá  de  ser  á  Francia  costosísimo. 

Verdad  es,  repetimos,  que  de  estos  y  otros  muchos  modos  condena  el  autor 
del  libro  el  sistema  de  gobierno  que  rige  en  la  nación  vecina ;  pero  esta  cen- 
sura no  es  el  propósito  de  su  obra,  sino  que  forma  parte  integrante  de  él,  que 
consiste  en  jjrocurar,  fundándose  en  el  conocimiento  de  los  males  de  hoy  y 
los  pasados  extravíos,  constituir  política  y  administrativamente  la  Francia, 
de  manera  que  asegure  el  bienestar  y  la  dignidad  personal  de  sus  hijos ,  ha- 
ciendo de  ella  una  nación  libre. 

Para  lograr  este  objeto  piensa  M.  Prevost-Paradol  que  es  necesario 'estable- 
cer en  Francia  un  Gobierno  verdaderamente  democrático,  lo  que  en  su  opi- 
nión es  á  lo  que  piincipalmente  aspira  una  sociedad  cuando  se  ha  hecho 
democrática :  situación  á  que  con  razonamientos  lógicamente  encadenados 
demuestra  él  que  ha  llegado  la  sociedad  francesa.  Salvar  al  Gobierno  y  al 
Estado  democrático  de  su  mayor  peligro ,  que  es  el  de  caer  en  la  anarquía,  es 
su  principal  conato  al  sentar  las  bases  usobre  que  imagina  fundar  aquel  Go- 
bierno tal  como  M.  Prevost-Paradol  lo  entiende. 

Con  más  ingenio  y  buen  deseo  que  exactitud,  á  nuestro  ver,  se  empeña 
en  probar  que  para  constituir  esencialmente  este  nuevo  Gobierno  democrático- 
importa  poco  que  se  le  dé  la  forma  republicana  ó  la  monárquica,  aunque  de- 
clarando alguna  vez,  y  dejando  traslucir  siempre,  que  por  afecto  y  pbr  con- 
vicción prefiere  la  Monarquía,  Llevado  por  el  afán  de- hacer  evidente  la  rea- 
lización de  este  pensamiento,  se  da  á  trazar  toda  una  organización  política  y 
administrativa,  modificando  ó  construyendo  de  nuevo  desde  el  ayuntamiento 
de  la  aldea  hasta  las  Cámaras  y  el  Ministerio  que  haya  de  ejercer  el  poder  eje- 
cutivo con  el  Eey  ó  Presidente  de  la  República.  Impertinente  sería  que  ana- 
lizásemos todos  los  planes  de  reforma  que  comprende  esta  segunda  parte  de 


NOTICIAti    LITERARIAS.  337 

la  obra  que  examinamos ;  mucho  hay  en  sus  capítulos  digno  de  ser  estudiado 
y  atendido,  según  nuestro  juicio  ;  algo  que  demuestra  ser  más  fácil  concertar 
sobre  el  papel  de  una  obra  filosófica  que  en  la  práctica  de  los  negocios  los 
diversos  elementos  que  se  agitan  en  la  esfera  de  la  política,  y  no  poco  que 
por  ocupar  la  atención  del  lector  con  pormenores  inútiles,  la  separa  del  pen- 
samiento principal  del  libro  y  debilita  su  eficacia.  Esto  xiltimo  es  otro  de 
los  malos  efectos  que  produce  el  compendiar  en  los  estudios  de  política-prác- 
tica ,  esa  iiniversalidad  de  asuntos  y  de  miras  que  antes  censuramos. 

M.  Prevost-Paradol  muestra  de  continuo  que  no  es  de  los  políticos  que,  por 
decirlo  así ,  se  contentan  con  vivir  al  dia :  sin  que  lo  deslumhren  aparente.-< 
grandezas  ni  lo  seduzcan  las  recientes  conquistas  de  la  idea  liberal  de  Francia 
(las  que  acaso  juzga  inseguras  por  la  naturaleza  de  su  origen),  observa  las 
señales  de  decadencia  que  ofrece  aquella  sociedad,  y  trabaja  por  su  engran- 
decimiento en  lo  futuro,  no  solamente  censurando  al  poder,  si  no  contrares- 
tando  también  el  mortal  extravío  de  la  opinión  pública  que  induce  á  un 
pueblo  á  poner  todos  sus  derechos  y  deberes  en  manos  de  un  Gobierno  omni- 
potente y  personal. 

Filosófica,  razonada  y  brillantemente  echa  una  ojeada  histórica  sobre  la 
caida  de  los  varios  Gobiernos  que  desde  1789  han  regido  al  pueblo  francés. 
Allí  están,  aunque  rápida,  acertadamente  apuntadas  las  causas  de  sus  fre- 
cuentes sacudimientos  revolucionarios ,  y  puestas  á  la  luz  de  la  verdad  histó- 
rica con  respetuosa  consideración,  pero  con  severa  justicia,  las  faltas  que  co- 
metieron aquellos  gobiernos  y  la  explicación  de  su  ruina. 

El  futuro  engrandecimiento  de  la  población  y  el  territorio  de  Alemania, 
iniciado  ya  por  las  ambiciosas  empresas  políticas  y  guerreras  de  la  Prusia,  son 
en  sentir  de  M.  Prevost-Paradol,  amenaza  de  muerte  para  la  importancia  po- 
lítica y  material  de  la  unión  francesa,  y  el  aumento  de  población  y  territorio 
de  esta,  es  el  medio  que  considera  más  eficaz  para  conjurar  aquel  peligro.  La 
extensión  de  las  conquistas  francesas  en  Argelia  con  intención  de  llevarlas 
hasta  Marruecos ,  procurando  asimilarse  Francia  la  población  de  aquellas  co- 
marcas, ó  poblarlas  de  franceses;  la  formación,  en  una  palabra,  del  Imperio 
del  Mediterráneo  es  lo  que  se  le  ocurre  para  realizar  el  aumento  de  territorio 
y  de  población  que  juzga  necesario,  y  para  alcanzar  tan  grande  empeño  con- 
cluye exhortando  elocuentemente  á  sus  compatriotas ,  á  que  en  vista  de  los 
riesgos  que  amenazan  á  su  madre  común ,  den  tregua  á  las  miserables  querellas 
que  los  separan  entre  sí  y  se  unan  para  asegurar  la  perpetuidad  y  la  honra  del 
nombre  francés. 

Nosotros  concluimos  también  este  trabajo,  dando  por  el  suyo  nuestro  modes- 
to parabién  á  M.  Prevost-Paradol,  con  quien  nos  unen  á  más  de  la  conformidad 
de  pareceres  en  algunas  cuestiones,  la  simpatía  que  es  natural  exista  entre  hom- 
bres que  por  los  años  que  cuentan  pertenecen  á  una  misma  generación  política: 
y  al  concluir  advertiremos  á  nuestros  lectores,  que  si  los  medios  que  se  ocur- 
ren al  publicista  francés  para  aumentar  el  territorio  y  la  población  de  su  pa- 
tria, son  ya  ó  pueden  ser  mañana  algo  más  que  una  mera  elucubración  filosó- 
fico-política,  importa  mucho  á  cuantos  se  interesen  por  la  suerte  y  el  honor 
nacional  de  España  que  paren  cuidadosamente  su  atención  en  este  asunto, 


boletín  bibliogeáfico. 


Sebastian  de  Horozco.  Noticias  y  obras  inéditas  de  este  autor  dramático  des- 
conocido,  por  D.  José  María  Asensio  y  Toledo.  -Sevilla.  Imprenta  de  Geo- 
frin,  1868. 

Así  como  hay  en  Madrid  una  Sociedad  de  Biblióñlos,  de  que  ya  hemos  ha- 
blado en  la  Revista,  en  Sevilla  se  ha  fundado  también  otra  asociación  por  el 
mismo  orden ,  que  se  llama  Sociedad  de  Biblióñlos  andaluces.  Generalmente 
al  menos  tal  es  nuestra  opinión ,  la  bella  literatura  no  debe  esperar  aumento 
notable  de  riqueza  de  estas  asociaciones.  La  fortuna,  desde  la  invención  de  la 
imprenta,  no  suele  ser  á  la  larga  injusta  con  los  libros:  así  es  que  los  que  con 
el  tiempo  llegan  á  ser  raros  y  desconocidos,  es  porque  no  son  muy  buenos  por 
lo  común.  Con  todo ,  en  nuestra  España  falla  y  puede  fallar  esta  regla  más  que 
en  otros  países,  á  causa  de  la  gran  decadencia  y  hundimiento  que  hubo  á  fines 
del  siglo  XVII,  y  del  posterior  renacimiento  en  el  siglo  XVIII ;  renacimiento 
en  que  entraron  tantos  elementos  venidos  de  tierras  extrañas,  que  y)erjudica- 
ron  mucho  á  lo  propio  y  castizo ,  haciendo  que  se  olvidase  ó  desdeñase. 

Por  otra  parte,  aunque  los  bibliófilos  rara  vez,  ni  en  España,  desentierren 
y  saquen  del  olvido  obras  de  un  gran  valor  literario ,  pueden  y  suelen  dar  k 
luz  libros  que,  considerados  como  documentos  históricos,  tienen  mucho  mé- 
rito y  son  de  grande  importancia  y  utilidad. 

Por  todas  estas  razones ,  y  precaviéndose  contra  la  alucinación  de  los  biblió- 
filos que  á  menudo ,  por  buen  gusto  que  tengan ,  confunden  la  rareza  de  un 
libro  con  su  bondad ,  es  muy  de  aplaudir  que ,  tanto  en  Madrid  como  en  Se- 
villa, se  hayan  fundado  las  mencionadas  sociedades.  Los  libros  que  han  pu- 
blicado son  todos  curiosos  é  interesantes.  En  este  número  entra  el  que  nos 
sirve  de  epígrafe  con  su  título ,  y  que  contiene  algunas  obrillas  inéditas  de 
Sebastian  de  Horozco,  célebre  jurisconsulto  de  Toledo,  autor  de  varias  rela- 
ciones históricas,  de  un  libro  de  cueíitos  y  de  una  ó  dos  colecciones  de  re- 
franes. 

El  Sr.  Asensio  nos  da  ahora  dos  poesías  líricas  y  tres  composiciones  dramá- 
ticas de  dicho  avitor.  Dos  de  estas  composiciones  son  sobre  asuntos  sacados  de 
los  Evangelios,  y  la  tercera  es  un  entremés,  menos  que  medianamente  gra- 
cioso ,  donde  figura  un  fraile  que  va  pidiendo  para  su  convento ,  y  que  come 
buñuelos,  y  se  emborracha  con  otros  picaros,  los  cuales  le  mantean  porque 
no  quiere  pagar  el  gasto. 

No  cabe  duda  en  que  el  trabajo  que  se  ha  tomado  el  Sr.  Asensio  en  dar  á 
luz  estas  obrillas,  es  muy  útil  y  conducente  para  ilustrarlos  orígenes  de  núes 


BOLETÍN   BIBLIOGEÁFICO.  339 

tro  gran  teatro.  Horozco,  y  otros  como  él,  con  sus  farsas  rudas  y  faltas  de  ar- 
tificio,  echaron  la  semilla  que  había  de  producir  más  tarde  un  Lope,  un  Tirso, 
un  Calderón  y  un  Moreto. 

Psicología^  por  D.  Juan  Manuel  Ortí  y  Lara,  Catedrático  del  Instituto  del 
Noviciado  de  esta  corte.  Tercera  edición.  Madrid,  1867.  (Un  tomo  de  VIII-' 
242  páginas  en  4.") 

El  Racionalismo  y  la  Humildad^  el  Ensayo  sobre  el  Catolicismo  en  sus  re- 
laciones con  la  alteza  y  dignidad  del  hombre^  las  Lecciones  sobre  la  Filosofía 
de  Kratise,  La  Sofística  democrática,  y  otros  varios  libros  y  opúsculos,  de- 
bidos á  su  fecunda  pluma,  han  dado  al  Sr.  Ortí  y  Lara  bastante  fama  entre 
las  personas  que  en  España  se  dedican  á  estudios  religiosos  y  filosóficos.  Los 
hombres  de  El  Pensamiento  Español  y  de  La  Constancia  ven  en  él  un  digno 
sucesor  de  Balmes  y  Donoso  Cortés.  Seríalo  tal  vez  si,  haciendo  la  conve- 
niente distinción  entre  los  dogmas  de  fe  y  las  opiniones  de  escuela,  acertara 
á  desprenderse  del  nimio  respeto  que  ciertos  doctores  le  inspiran,  y  procurase 
volar  con  sus  propias  alas.  Pertenece  al  número  de  aquellos  para  quienes  son 
expresiones  equivalentes  las  de  Filosofía  escoládica  y  Filosofía  cristiana. 
Los  Santos  Padres  que,  ó  bien  reprobaron  toda  Filosofía  no  derivada  inme- 
diatamente de  la  Biblia,  ó  bien  filosofaron  eclécticamente,  no  eran,  por  lo 
visto,  filósofos  cristianos,  ni  sabían  el  método  qiie  debe  emplearse  en  la  ex- 
posición y  defensa  de  la  verdad  revelada.  A  esta  cuenta,  tampoco  han  debido 
de  serlo  Bossuet  y  Fenelon,  Gerdíl  y  de  Maistre,  Fei}oo„y  Hervas  y  Panduro, 
y  otros  mil  que  de  las  sendas  peripatéticas  se  desviaron.  Así  es  que ,  fervoroso 
católico,  el  Sr.  Ortí  y  Lara  se  desvive  por  volver  á  encarrilarnos  en  las  vías 
del  escolasticismo,  únicas  que,  en  su  sentir,  van  derechamente  al  Reino  de  los 
Cíelos.  No  se  crea,  por  eso,  que  sus  obras  están  sembradas  de  citas  de  los 
antiguos  escolásticos  españoles.  En  esta  parte  parece  dar  la  razón  á  los  libera- 
les que  tanto  ponderan  el  marasmo  filosófico  de  la  España  inquisitorial  y  ab- 
solutista, cuando,  ni  aun  para  restaurar  el  peripato,  ha  encontrado  en  ella 
materiales  á  propósito.  Sus  guias  únicos  son  los  modernos  italianos  Libera- 
tore  y  Sanseverino,  y  sobre  todo  La  Civiltá  Cattolica,  En  estas  fuentes  ha 
bebido,  según  ingenuamente  declara,  toda  la  doctrina  de  su  Psicología ,  si 
bien  procurando  acomodarla  á  las  condiciones  del  vigente  Plan  de  estudios 
de  segunda  enseñanza. 

Dando  á  la  Psicología  mayor  latitud  de  la  que  han  solido  darle  los  sectarios 
de  la  escuela  de  Edimburgo,  hasta  ahora  omnipotentes  en  nuestros  Institu- 
tos, no  la  circunscribe  al  simple  estudio  de  las  facultades  ó  potencias  del 
alma  ( Dinamilogía),  sino  que  comprende  en  ella  también  el  de  las  ideas, 
por  medio  de  las  cuales  tiene  lugar  el  conocimiento  (Ideología),  y  el  de  la 
naturaleza  del  alma  y  de  sus  relaciones  con  el  cuerpo  (A  ntropologíaj.  Salvo 
el  opinar  que  este  último  tratado  estaría  mejor  á  la  cabeza  de  los  otros  dos, 
puesto  que,  así  como  el  conocimiento  de  las  ideas  presupone  el  de  las  faml 
tades  anímicas  correspondientes,  el  de  estas  exige,  cual  condición  previa,  el 
de  la  esencia  en  que  radican ;  por  lo  demás  convenimos  con  el  Sr.  Ortí  y 
Lara  en  que  la  Psicología  debe  abarcar  esas  tres  partes ,  si  ha  de  ser  com- 


340  boletín  bibliográfico. 

pleta  y  elevarse  sobre  la  limitada  esfera  del  empirismo  escocés.  Menos  plau- 
sible nos  parece  la  aplicación  que,  siguiendo  á  Sanseverino,  hace  de  las  de- 
nominaciones de  Dinamüogia  y  Antropología.  Dinamüogía,  según  su  valor 
etimológico,  significa  tratado  acerca  de  las  fuerzas,  sin  particular  determina- 
ción á  la  de  Dios,  ni  á  las  del  mundo  físico,  ni  á  las  del  espíritu  humano 
ni  á  las  de  los  ángeles,  ni'á  las  de  los  animales.  Tiene,  pues,  una  significa- 
ción mucho  más  general  que  la  que  le  atribuye  el  Sr.  Ortí  y  Lara.  No  es, 
por  tanto,  término  exacto  en  la  acepción  en  que  él  lo  emplea.  Lo  propio  á^- 
ñmoB  de  Antropología.  Esta  palabra,  no  sólo  atendiendo  á  su  origen,  sino 
también  por  razón  del  uso,  significa  tratado  del  hombre,  del  hombre  íntegro, 
del  hombre  físico  lo  mismo  que  del  espiritual;  por  donde  se  ve  que,  lejos  de 
ser  la  Antropología  una  parte  de  la  Psicología,  sucede  todo  lo  contrario,  la 
Psicología  QB  una  parte  de  lo,  Antropología.  Cambiar  esta  relación,  contra- 
riando las  ideas  recibidas,  como  lo  hace  el  Sr.  Ortí  y  Lara,  sólo  puede  servir 
para  aumentar  la  algarabía  y  confusión ,  ya  no  pequeñas ,  que  reinan  en  el 
campo  de  las  ciencias  filosóficas,  con  tanta  diversidad  de  sistemas  y  nomen- 
claturas, i  Cómo  llegar  á  entendernos  si  cada  cual  toma  en  diverso  sentido  las 
expresiones? 

Hemos  indicado  que  nuestro  autor  acata  como  autoridad  suprema  en  ma- 
terias filosóficas  á  La  Civiltá  Cattolica.  Véase  ahora  un  ejemplo  de  su  humilde 
adhesión  á  los  dictámenes  de  la  célebre  Revista  romana ,  aun  en  las  cosas  de 
menos  momento.  Sanseverino,  y  su  discípulo  y  colaborador  Prisco,  bautizaron 
con  el  nombre  de  Psicologismo  racional  la  doctrina  por  ellos  profesada  acerca 
del  origen  de  las  ideas  ;  pero  vino  La  Civiltá  censurando  esa  denominación 
y  prefiriendo  la  de  sistema  escolástico ,  y  hé  aquí  que  ,  sin  otra  razón  ni  funda- 
mento, el  Sr.  Ortí  y  Lara  prefiere  y  adopta  esta  última.  Con  perdón  de  La 
Civiltá  y  del  docto  profesor  español ,  nosotros  creemos  mucho  más  aceptable 
la  primera  de  dichas  denonimaciones,  puesto  que  responde  adecuadamente  á 
los  caracteres  intrínsecos  del  objeto  desigTiado,  mientras  que  la  segunda  solo 
expresa ,  inexactamente  por  cierto ,  las  relaciones  históricas  del  mismo.  Inexac- 
tamente ,  decimos ,  porque  en  orden  al  punto  mencionado  no  hay  uno  ,  sino 
VARIOS  sistemas  escolásticos.  No  recordaremos,  en  prueba  de  ello,  las  contro- 
versias que  sostuvieron  en  la  Edad  Media ,  y  aun  en  tiempos  posteriores  sobre 
el  origen  y  naturaleza  de  las  ideas,  los  nomincdistas,  conceptualistas  y  realistas, 
los  tomistas,  e-^cotiMas  y  otras  sectas  escolAsticas ;  bastará  hacer  notar  que  uno 
de  los  sistemas  ideológicos  impugnados  por  el  P.  Zeferino  González,  escolástico 
acérrimo,  es  el  de  la  re2)resentacion  sensible,  segaido  y  defendido  á  su  vez  por 
los  PP.  Cuevas  y  Liberatore ,  cuyo  escolaticismo  nadie  pondrá  en  duda,  y  me- 
nos el  Sr.  Ortí  y  Lara  que  por  escolásticos  los  alaba  con  tan  sincero  entusias- 
mo. Escolástico  inflexible  es  también  el  mismo  Sr.  Ortí  y  Lara.  Pues,  sin  em- 
bargo ,  en  su  teoría  ideológica  falta  por  completo  un  elemento,  que  hace  muy 
principal  papel  en  la  de  Santo  Tomás,  el  príncipe  de  los  escolásticos;  elemento 
de  importancia  suma  y  que  pone  radicales  diferencias,  por  más  que  se  procure 
disimularlo ,  entre  los  que  le  admiten  y  los  que  le  excluyen ,  el  elemento  onto- 
lógico,  derivado  de  San  Agustín,  el  Doctor  Angélico,  para  quien  preexisten 
innatos  en  nuestro   entendimiento,   como  impresión  de  las  razones  eternas  y 


Boletín  bibliogrÁeico.  341 

semejanza  ele  la  verdad  increada,  los  conceptos  primordiales,  iwima  intelligi- 
bilia,  semillas  de  las  ciencias,  por  los  cuales  juzgamos  de  todas  las  cosas. 
iCon  qué  razón ,  pues ,  se  denomina  escolástico  á  un  sistema  dado ,  cuando 
tan  divididos  andan  los  escolásticos  respecto  á  la  materia  sobre  que  versa? 

Los  defectos  que  dejamos  notados  atañen  solamente  al  método  y  tecnicismo 
de  la  obra.  No  es  del  caso  juzgar  las  doctrinas  en  ella  contenidas,  ni  hay  para 
<iué,  puesto  que  nada  encierran  de  original  y  de  nuevo.  Únicamente  adverti- 
remos que  están  elegidas  con  sobriedad  y  buen  gusto.  El  estilo  y  lenguaje 
son  asimismo  dignos  de  alabanza.  El  Sr.  Ortí  y  Lara,  aunque  escolástico, 
cuida  con  singular  esmero  su  forma  de  expresión ,  que  por  lo  elegante  y  cas- 
tiza ,  y  hasta  por  el  número  y  dulzura  de  los  períodos ,  nos  trae  á  la  memoria 
frecuentemente  los  más  bellos  y  galanos  pasajes  de  nuestros  insignes  místicos, 
en  cuya  lectura  se  conoce  que  está  muy  empapado.  Su  ejemplo  demuestra  ir- 
recusablemente que  la  lengua  castellana,  sabiendo  manejarla,  tan  dócil  y 
flexible  se  presta  á  las  abstracciones.de  lamas  sutil  metafísica,  como  á  los 
briosos  arranques  de  líi  oratoria  y  á  los  encumbrados  vuelos  de  la  poesía.  ¡  Que 
no  tuviera  en  esta  parte  muchos  imitadores  el  Sr.  Ortí  y  Lara ! 

Rovia  á  la  vista. — Con  este  título  acaba  de  publicar  en  Valencia  el  presbí- 
tero D.  Antonio  Gil  y  Santa  Cruz,  ex-regente-cura  de  la  Real  y  parroquial 
Iglesia  de  aquella  ciudad,  una  obrita,  la  cual  nos  parece  digna  de  llamar  la 
atención  del  público ,  pues  además  de  insertar  en  ella  la  cronología  de  los 
acontecimientos  más  importantes  de  la  historia  de  Roma,  la  de  sus  Empera- 
dores y  Pontífices,  y  las  de  los  pintores,  escultores  y  arquitectos  más  célebres 
del  mundo,  y  de  dar  una  noticia  de  su  anterior  y  actual  topografía,  describe 
minuciosa  y  metódicamente  cuantos  edificios  y  monumentos  antiguos  y  mo- 
dernos encierra  esa  metrópoli  del  catolicismo,  sin  excluir  sus  principales  fun- 
ciones religiosas  y  sagradas  reliquias  que  en  ella  se  conservan,  sus  obeliscos, 
sus  columnas,  sus  castillos,  puentes,  termas,  acueductos,  fuentes,  jardines, 
paseos,  museos,  galerías,  esculturas,  y  cuantas  cosas  son  dignas  de  especial 
mención,  colocando  en  sus  respectivos  lugares  las  notas  convenientes  para  la 
inteligencia  del  lector. 

Son  curiosos  los  datos  que  suministra  para  hacer  un  viaje  á  aquella  ciudad, 
rápido,  cómodo  y  económico  á  la  vez,  puesto  que  incluye  una  escala  de  iti- 
nerarios con  el  coste  de  los  ferro-carriles,  vapores,  fondas,  cafés,  nombres  de 
las  comidas  italianas,  tal  como  debe  pronunciarlas  el  español  que  ignore  dicho 
idioma;  palabras  que,  tanto  en  francés  como  en  italiano ,  puede  dirigir  á  los 
cocheros  ó  conductores  para  que  le  lleven  al  punto  que  se  designe ;  valor  de 
la  moneda  francesa  é  italiana  comparada  con  la  nuestra,  utilidad  de  su  cam- 
bio en  billetes  ó  papel  moneda,  modo  de  conocer  los  legítimos  y  los  falsos; 
pesas  y  medidas,  y  en  suma,  todo  cuanto  pueda  serle  necesario  á  una  persona 
en  un  país  extranjero  cuyo  idioma  ignora. 


342  BOLETÍN  BIBLIOGRÁFICO. 


LIBROS  EXTRANJEROS. 


Introduction  d  la  philosoj^lde  et  pre'paration  á  la  metaphisique.  —  Etude 
analytique  sur  les  ohjets  fondamentaux  de  la  science.—  Critique  du  ¡wsitivisme, 
par  G.  Tiverghien,  Docteur  en  Philosophe,  Professeur  á  TUniversité  libre  de 
Bruxelles. — Bruxelles,  librairie  d'Aug.  Decq.  1868. 

El  objeto  de  la  última  publicación  del  discípulo  tal  vez  más  ilustre  de 
Krauss,  y  el  contenido  de  ella,  se  exponen,en  la  Dedicatoria  á  sus  alumnos  que 
Va  al  frente  del  libro,  y  que  dice  así:  nEste  libro  es  vuestro,  porque  lo  he  com- 
puesto con  vuestro  auxilio;  aceptad,  pues,  mi  Dedicatoria.  Desde  que  empecé 
hace  veinte  años  á  enseñar  la  Filosofía,  establecí  en  mis  cursos  conferencias  en 
que  todos  tomábamos  á  nuestra  vez  la  palabra ;  vosotros  para  manif estax'me 
vuestras  dudas ,  yo  para  tratar  de  disiparlas.  Estas  conferencias  tienen  la  doble 
ventaja  de  fortalecer  vuestras  convicciones  y  de  indicarme  los  puntos  oscuros 
ó  defectuosos  de  mi  enseñanza.  Este  libro  es  la  exposición  metódica  de  los 
problemas  que  discutimos.  Si  parece  que  se  dirige  á  sabios  más  bien  que  á 
estudiantes,  puedo  atestiguar  con  mi  experiencia  que  los  objetos  de  que 
trata  son  precisamente  los  que  más  os  preocupan  é  interesan.  Os  hablo  libre 
y  sinceramente  de  Dios,  de  la  inmortalidad  del  alma,  del  ideal  de  la  humani- 
dad, de  la  dignidad  de  la  razón,  de  los  progresos  de  la  civilización,  de  la  inde- 
pendencia de  los  pueblos,  de  los  derechos  y  de  los  deberes  del  hombre,  y  noto 
con  satisfacción  que  estas  grandes  cosas  que  hacen  sonreír  á  .los  que  despre- 
cian la  ciencia,  inflaman  siempre  el  entendimiento  y  conmueven  el  corazón  de 
la  juventud. " 

Sirve  de  introducción  á  la  obra  un  examen  de  la  situación  actual  de  la  filo- 
sofía en  Europa,  que  consiste  principalmente  en  el  análisis  crítico  de  las  doc- 
trinas de  la  moderna  escuela  positivista,  expuestas  por  su  fundador  y  maestro 
Augusto  Comte  en  sus  dos  obras  fundamentales,  tituladas.  Sistema  de  filosofía 
positiva  y  Sistema  de  política  positiva.  El  cuerpo  principal  de  esta  introducción 
es  el  discurso  de  apertura  de  la  Universidad  libre  de  Bruselas,  pronunciado 
por  el  autor  el  7  de  Octubre  de  1867,  en  el  cual  demuestra  cumplidamente  que 
el  positivismo  no  es  más  que  una  forma  hipócrita  y  tímida  del  materialismo  y 
del  ateísmo.  Este  discurso  fué  origen  de  una  polémica  de  que  Tiverghien  da 
cuenta  en  la  tercera  parte  de  la  introducción,  donde  se  ratifica  en  sus  pri- 
tneras  observaciones,  aduciendo  para  confirmarlas  las  aseveraciones  ya  fran- 
camente materialistas  de  Moleschot  de  Buchener  de  Vogt  y  de  los  redactores 
del  periódico  titulado  el  Pensamiento  nuevo  ^  todos  los  cuales,  aunque  separa- 


boletín  bibliográfico.  343 

dos  en  diversos  puntos  del  positivismo  de  Comte,  son  hijos  de  su  doctrina  y 
de  sus  tendencias.  Después  de  este  trabajo  crítico,  que  era  indispensable  para 
afirmar  la  posibilidad  y  la  legitimidad  de  la  filosofía,  entra  el  autor  en  mate- 
ria, exponiendo  la  noción  de  la  ciencia,  y  trata  en  los  dos  capítulos  siguientes 
de  sus  condiciones  y  de  su  división ,  dedicando  los  tres  últimos  de  la  obra 
al  estudio  de  la  noción  de  la  filosofía,  y  así  mismo  de  sus  condiciones  y  de 
su  división;  todas  estas  materias  están  expuestas  de  un  modo,  por  decirlo  así, 
extemo  y  por  un  procedimiento  analítico  para  que  sirvan  de  prolegómenos  á 
la  metafísica,  que  es  el  estudio  sintético  de  la  ciencia ,  ó  lo  que  es  lo  mismo,  la 
exposición  sistemática  de  los  principios  y  de  sus  deducciones  ó  consecuencias 
necesarias.  Como  no  podríamos  examinar  á  fondo  en  esta  breve  noticia  las 
doctrinas  del  autor,  nos  contentaremos  con  lo  que  se  deja  dicho,  reservando 
nuestro  juicio  para  cuando  nos  dediquemos  con  más  espacio  á  exponer  el  es- 
tado actual  de  la  filosofía  en  las  naciones  de  Europa. 

L' Imagination  ses  hienfaits  et  ses  égarements  sur  tout ,  dans  le  domaine  du 
Tnerveilleux ,  par  J.  Tissot,  Professeur  de  Philosophie,  Doyen  de  la  Facilité  de 
Lettres  de  Dijon.  París,  Didieret  C'^  1868.  Prix:  7  fr.  50  es. 

La  obra,  de  que  vamos  á  dar  una  breve  noticia,  no  es  sólo  el  estudio  psi- 
cológico de  una  de  las  facultades  más  importantes  del  alma  humana,  sino  que 
tiene  un  interés,  por  decirlo  así,  histórico,  como  se  verá  por  lo  que  luego  di- 
remos. El  primer  libro,  de  los  cuatro  en  que  la  obra  se  divide,  trata  de  la 
imaginación  considerada  en  sí  misma  y  en  su  objeto,  para  lo  cual  el  autor 
examina  primero  su  naturaleza  y  el  papel  que  esta  facultad  desempeña  en  la 
formación  del  pensamiento  y  en  las  determinaciones  de  la  vida,  ocupándose 
después  de  la  parte  que  toma  en  la  expresión  del  pensamiento  mismo ;  y  por 
último,  de  la  que  se  le  debe  asignar,  considerándola  como  elemento  del  pro- 
greso y  de  la  civilización.  En  todo  este  libro  se  examinan  las  funciones  nor- 
males de  la  imaginación,  y  por  lo  tanto  se  manifiestan  sus  beneficios.  En  el 
segundo,  que  trata  de  la  imaginación  en  las  pasiones,  se  exponen  los  extra- 
víos á  que  conduce ,  y  sus  funestos  resultados ,  para  lo  cual  el  autor  estudia 
la  pasión  en  general,  y  examina  sus  relaciones  con  la  locura,  después  de  lo 
cual  analiza  la  manera  con  que  la  imaginación  influye  en  las  pasiones,  cómo 
obra  en  la  locura,  cómo  llega  hasta  á  producir  el  suicidio,  poniendo  fin  á  este 
libro  con  un  paralelo  entre  la  pasión ,  la  inmoralidad  y  la  locura.  Los  fenó- 
menos de  la  imaginación  en  el  sueño  y  en  estados  análogos,  forman  la  ma- 
teria del  libro  tercero,  que  empieza  por  un  estudio  del  sueño  y  de  la  vigilia, 
dedicándose  después  un  largo  capítulo  al  examen  del  sonambulismo  y  de  sus 
diferentes  especies ;  en  los  dos  últimos  capítulos  de  este  libro  tercero  se  estu- 
dia cómo  obra  la  imaginación  en  la  interpretación  de  los  fenómenos  cósmicos, 
y  cómo  se  produce  el  realismo  en  las  ciencias,  y  especialmente  en  la  Me- 
tafísica. 

Aunque  son  de  grandísimo  interés  todos  los  asuntos  que  se  tratan  en  los  li- 
bros anteriores ,  lo  tiene  sin  duda  muy  superior  el  que  es  materiaj  del  cuarto, 
que  ocupa  las  dos  terceras  partes  del  Volumen,  que  tiene  por  objeto  lo  maravi- 


;M4  boletín  bibliográfico. 

lioso ,  considerado  como  obra  de  la  imaginación ,  y  donde  después  de  explicar 
én  qué  consiste  la  propensión  del  hombre  á  lo  suprasensible,  se  exponen  todas 
las  formas  de  este,  y  se  sigue  el  curso  de  sus  diversas  manifestaciones,  desde 
los  primeros  tiempos  de  la  Historia  hasta  el  espiritismo,  que  es  la  forma  con 
que  se  presenta  en  nuestros  tiempos.  Basta  con  lo  dicho ,  para  que  se  com- 
prenda el  interés  que  tienen  los  capítulos ,  en  que  se  estudian  filosóficamente 
los  presentimientos,  las  visiones,  los  oráculos,  los  presagios  y  las  adivinado 
nes,  así  como  el  misticismo  en  todas  sus  épocas,  la  magia,  y  principalmente 
la  brujería,  que  tanto  dio  qué  hablar  y  qué  hacer  en  los  tres  siglos  anteriores 
al  nuestro.  M.  Tissot  no  se  ocupa  más  que  de  las  brujas  y  de  los  brujos  ale- 
manes, franceses  é  italianos,  sin  duda  porque  desconoce  la  historia  de  los 
españoles;  no  obstante  la  gran  fama  del  aquelarre  de  Zugarramendi,  y  la 
(lue  dio  al  lUtimo  auto  de  fe  en  que  fueron  condenados  en  Logroño  varias 
personas  por  volar  y  otros  excesos,  nuestro  Moratin  con  sus  saladísimas 
notas. 


Dírtctor  y  Editen-,  José  Tj.  Albakeda. 


Tiror.KAKu  DE  f.REilORiO  LSTKADA,  Hiedra,  &y  7.  Maiind 


EL  día  i  de  setiembre 

DE  1855 

EN  EL  SITIO  DE  SEBASTOPOL. 

Han  pasado  doce  años  desde  que  la  plaza  de  Sebastopol,  defendida 
por  el  ejército  ruso,  fué  tomada  por  los  soldados  de  Francia,  Ingla- 
terra y  Turquía ,  apoyados  en  los  últimos  dias  del  sitio  por  un 
cuerpo  de  piamonteses.  A  pesar  del  tiempo  trascurrido ,  creemos 
que  los  lectores  de  la  Revista  de  España  han  de  leer  con  interés 
estas  modestas  páginas ,  dedicadas  á  recordar  algunos  de  los  he- 
chos gloriosos  acaecidos  en  aquella  campaña  titánica,  verda- 
dera epopeya  militar  del  siglo  presente  y  cuyas  descripciones 
tendrán  siempre  el  privilegio  de  levantar  el  ánimo  y  exaltar  la 
fantasía  de  cuantos  amen  y  admiren  los  resultados  de  las  ciencias, 
de  la  industria  y  de  todos  los  adelantos  humanos  aplicados  al  arte 
de  la  guerra.  Tenemos  también  la  fundada  esperanza  de  que  no 
carezca  de  interés  de  actualidad  este  escrito  aun  para  los  que  no  se 
dedican  exclusivamente  á  estudios  militares ,  toda  vez  que  la  com- 
plicada cuestión  de  Oriente  está  de  continuo  sobre  el  tapete  de  los 
Gobiernos  europeos,  pues  la  cuestión  panslavita,  la  defensa  siempre 
simpática  de  los  cristianos  de  Oriente ,  el  equilibrio  continental  y 
los  graves  temores  de  la  Europa  culta  ,  son  otras  tantas  causas  de 
luchas,  dificultades  y  contradicciones  para  resolver  el  problema 
amenazador  que  entraña  la  cuestión  de  Oriente. 

Convencidos  del  interés  que  en  nuestros  lectores  deben  desper- 
tar los  recuerdos  de  la  célebre  toma  de  Sebastopol ,  que  resume  el 
acto  más  conmovedor  del  drama  que  durante  once  meses  de  trin- 
chera abierta  se  representó  en  la  campaña  de  Crimea  al  frente  de 
aquella  plaza ,  nos  proponemos  narrar  con  brevedad  suma  la  per- 
severancia ,  los  sufrimientos  y  los  heroicos  esfuerzos  de  valor  que 
tuvieron  glorioso  desenlace  el  dia  8  de  Setiembre  de  1855 ,  cuya 
TOMO  m.  23 


346  EL  día  8  DE  SETIEMBRE  DE    1855 

jornada  imperecerlera  será  el  objeto  especial  de  nuestro  trabajo  j 
al  que  nos  dedicamos  con  la  confianza  de  interesar  á  los  lectores  de 
la  Revista  ,  sino  con  la  belleza  del  estilo ,  con  la  verdad  al  menos 
de  testigos  presenciales  de  todos  los  hechos  que  alli  acaecieron, 
pues  tuvimos  la  envidiable  fortuna  de  asistir  á  la  campaña  comi- 
sionados para  hacer  su  estudio  por  el  Gobierno  español,  en  unión  de 
los  Coroneles  de  Artillería  é  Ingenieros  Sres.  Marqués  de  la  Con- 
cordia (1)  y  D.  Tomás  O'Rian  (2)  y  el  entonces  teniente  del  último 
cuerpo  D.  Vicente  Villalon  (3). 

(1)  Escribiamos  estas  páginas  cuando  llegó  á  nuestra  noticia  la  muerte  del 
ilustre  Marqués  de  la  Concordia,  acaecida  en  Sevilla  el  dia  19  de  Mayo  de 
1868,  y  no  podemos  menos  de  dedicarle  un  recuerdo  de  cariño  afectuoso  y  de 
justicia,  rindiendo  culto  á  las  relevantes  cualidades  que  adornaban  á  tan  dis- 
tinguido militar  como  excelente  caballero.  Era  D.  Manuel  Pereyra  y  Abascal 
uno  de  los  jefes  de  Artillería  que  gozaban  mejor  concepto  cuando  fué  nom- 
brado para  estudiar  el  sitio  de  Sebastopol ,  y  con  él  vivimos  durante  catorce 
meses  bajo  la  misma  tienda  de  campaña,  como  cariñosos  hermanos,  apren- 
diendo mucho  de  sus  dotes  militares,  de  su  práctica  y  conocimientos  en  la 
guerra,  adquiridos  en  la  nuestra  de  los  siete  años,  donde  se  habia  distin- 
guido notablemente.  En  la  campaña  de  Crimea  se  captó  el  aprecio  y  la 
consideración  de  los  Generales  aliados  y  de  cuantos  tuvieron  el  gusto  de  co- 
nocerle y-  tratarle.  Después  de  la  toma  de  Sebastopol  y  terminación  de  aquella 
campaña,  tuvo  el  Marqixés  de  la  Concordia  la  honra  de  batirse  en  la  que 
nuestra  patria  sostuvo  con  el  Imperio  marroquí,  con  la  distinción  que  le 
era  habitual,  y  una  vez  ajustada  la  paz  de  Vald-Rasd,  continuó  al  frente  del 
regimiento  de  artillería  que  mandó  en  África  hasta  que,  á  solicitud  suya,  fué 
destinado  á  la  isla  de  Cuba,  donde  formó  parte  del  cuerpo  de  ejército  allí  or- 
ganizado para  operar  en  Méjico,  á  cuya  expedición  asistió  hasta  su  reem- 
barco. Ascendido  á  Brigadier,  se  le  encargó  el  mando  de  una  columna  en  la 
campaña  de  Santo  Domingo ,  y  allí,  como  siempre,  logró  distinguirse.  Vuelto 
á  la  Península ,  fué  nombrado  Director  del  Colegio  de  Infantería ,  y  en  situa- 
ción de  cuartel,  hace  pocos  dias  murió  en  Sevilla  rodeado  de  su  familia  y  com- 
pañeros que  perdieron  en  él  tan  excelente  jefe  como  fraternal  amigo. 

(2)  El  Coronel  O'Rian  merece  también  de  nuestra  parte  un  recuerdo  de 
consideración  y  afecto  consignando  que  terminada  la  campaña  de  Crimea, 
tuvo,  como  el  Marqués  de  la  Concordia  y  todos  los  que  formamos  parte  de  la 
comisión  en  Crimea,  la  suerte  de  batirse  en  África  por  la  honra  de  la  nación, 
recibiendo  una  grave  herida  y  el  merecido  ascenso  á  Brigadier.  Antes  fué 
nombrado  por  el  Gobierno  para  estudiar  la  campaña  de  Italia  en  la  lucha  sos- 
tenida por  Francia  é  Italia  contra  el  Imperio  austríaco,  á  la  que  tuvimos  tam- 
bién la  fortuna  de  asistir  con  la  misma  comisión.  El  Brigadier  O'Rian,  des- 
pués de  la  campaña  de  África ,  ha  ocupado  siempre  puestos  de  confianza  y  de 
difícil  desempeño,  como  el  mando  de  las  plazas  de  Melilla,  del  Ferrol  y  Ali- 
cante, la  Secretaría  de  la  Dirección  de  Infantería,  y  actualmente  la  de  la 
Junta  consultiva  de  Guerra,  merecida  recompensa  de  su  laboriosidad  y  talen- 
tos distinguidos. 

(3)  El  hoy  Comandante  de  Ingenieros  en  la  isla  de  Cuba  D.  Vicente  Villa- 
Ion,  que  formó  parte  de  la  comisión  para  estudiar  el  sitio  de  Sebastopol,  asis 


EN  EL  SITIO  DE  SEBASTOPOL.  34*7 

•  Dividiremos  nuestro  escrito  en  dos  partes:  la  primera  compren- 
derá en  un  ligero  resumen  las  operaciones  de  los  aliados  desde  su 
desembarco  en  Crimea  y  los  trabajos  del  sitio  de  Sebastopol  hasta 
los  primeros  dias  de  1855 ;  y  la  segunda  parte,  el  plan  de  ataque 
general  y  su  ejecución,  con  los  sucesos  más  interesantes  del  dia  me- 
morable de  la  toma  de  Sebastopol ,  objeto  principal  de  nuestro 
trabajo. 

PRIMERA  PARTE. 
I. 

En  la  peninsula  Taurida  ó  Crimea,  y  en  su  extremo  meridional 
se  encuentra ,  bañado  por  el  Mar  Negro,  el  cabo  Kersoneso,  nombre 
tomado  de  la  antigua  ciudad  de  Kersoneso ,  que  existió  en  el  lugar 
que  hoy  ocupa  Sebastopol :  este  cabo  forma  una  meseta  elevada, 
de  perímetro  irregular,  en  uno  de  cuyos  lados  puede  considerarse 
la  orilla  Sur  de  la  gran  rada  ó  puerto  de  Sebastopol  que  se  extiende 
de  E.  á  O.  y  en  cuyo  extremo  ó  fondo  de  la  bahia  desemboca  el  rio 
Tschernaía,  cuya  corriente  se  abre  paso  por  una  serie  de  alturas 
que  constituyen  en  sus  márgenes  fuertes  posiciones  naturales  y 
llega  á  desembocar  por  un  valle  ancho  y  en  tierras  menos  acci- 
dentadas. Otro  lado  del  perímetro  de  la  meseta  puede  considerarse 
formado  por  la  cresta  del  terreno  que ,  extendiéndose  desde  la  des- 
embocadura de  aquel  rio  hasta  el  fondo  de  la  bahía  de  Balaklaba, 
domina  la  llanura  y  puerto  de  este  nombre.  Desde  el  puerto  de 
Balaklaba  á  la  entrada  de  la  gran  rada  de  Sebastopol  forma  la 
costa  los  dos  lados  del  cabo  avanzado  en  el  Mar  Negro ,  cuyas 
ondas  se  han  abierto  en  uno  de  ellos  varios  fondeaderos  ó  bahías, 
de  las  cuales  las  de  Kamiesch  y  de  la  Cuarentena  son  las  más  im- 
portantes. La  meseta  de  Kersoneso,  que  ocupó  el  ejército  aliado 
durante  el  sitio  de  la  plaza,  tiene  una  extensión  aproximada  de  71 
kilómetros  cuadrados. 

Antes  de  pasai*  adelante  historiemos,   aunque  de  una  manera 

tío  también  á  la  campaña  de  África  con  distinción,  y  destinado  posterior- 
mente al  ejército  de  la  isla  de  Cuba,  tuvo  la  suerte  de  distinguirse  en  la  guerra 
de  Santo  Domingo,  en  la  que  ascendió  á  Teniente  Coronel ,  y  recibió  como 
justa  recompensa  además  el  grado  de  Coronel.  Hoy  continúa  de  Comandante 
de  Ingenieros  en  Santiago  de  Cuba. 


348  EL  DÍA  8  DE  SETIEMBRE  DE    1855 

brevísima,  conforme  con  la  índole  de  un  artículo  de  revista,  esta 
parte,  la  mas  importante,  por  los  hechos  en  ella  ocurridos  y  por  su 
posición  estratégica,  de  la  península  Taurida. 

En  el  siglo  V  antes  de  Jesucristo  fundaron  la  ciudad  de  Kerso- 
neso  colonos  venidos  de  la  de  Herácleo,  que  la  hicieron  florecer 
con  su  comercio  y  la  fortificaron  contra  los  escitas.  Kersoneso  es- 
tuvo situada  en  una  de  las  orillas  de  la  gran  rada  de  Sebastopol; 
más  tarde  Diofonte,  capitán  de  Mitrídates,  construyó  al  Este  de 
aquella  ciudad  una  fortaleza,  á  la  que  dio  su  nombre.  Por  los  años 
de  65  antes  de  Cristo  sufrió  Kersoneso  la  dominación  romana,  y  des- 
pués la  del  Imperio  bizantino.  Durante  todo  este  tiempo  sus  ha- 
bitantes supieron  mantener  su  independencia  contra  los  ataques 
de  pueblos  bárbaros  vecinos,  rechazando  sucesivamente  á  los  hu- 
nos, turcos,  etc.  El  primer  sitio  notable  que  sufrió  Kersoneso  fué 
en  el  año  968  de  la  Era  cristiana:  entonces  los  rusos,  al  mando  del 
Gran  Duque  Uladimirol,  intentaron  castigar  de  este  modo  la  mala 
fe  de  los  Emperadores  bizantinos.  Ocupó  el  Gran  Duque  la  rada  (1) 
con  las  embarcaciones  que  conducían  sus  tropas  y  rodeó  la  ciu- 
dad con  un  ejército  numeroso.  Sus  defensores  la  sostuvieron  va- 
lientemente ,  y  sólo  se  rindieron  cuando  les  faltó  el  agua  por  la 
destrucción  del  acueducto  que  del  rio  Tshernaia  surtía  á  la  plaza. 
Uladimiro  entró  triunfante  en  Kersoneso ,  abrazó  la  religión  cris- 
tiana y  restituyó  la  ciudad  al  Imperio  de  Bizancio. 

Recordamos  este  hecho  acaecido  ha  tantos  siglos  en  el  mismo  lu- 
gar que  ocupa  hoy  Sebastopol ,  y  en  el  cual  los  rusos,  ahora  si- 
tiados, desempeñaron  entonces  el  papel  de  sitiadores. 

En  el  siglo  XIII  Kersoneso ,  en  gran  decadencia ,  formó  parte  de 
los  Estados  de  la  República  de  Genova.  Las  invasiones  de  los  tur- 
cos y  tártaros  destruyeron  por  completo  la  antigua  ciudad.  Poste- 
riormente los  tártaros  levantaron  otra  población  en  las  cercanías 
de  la  antigua  Kersoneso,  á  la  que  llamaron  villa  de  Akhtiar  y  que 
por  algún  tiempo  dio  nombre  á  la  bahía ,  cuya  importancia  mili- 
tar y  marítima  fué  desconocida  por  los  turcos  y  abandonada  á 
los  tártaros,  hasta  que  el  creciente  poder  de  los  rusos  en  el  Mar 
Negro  fijó  su  atención  en  todo  el  partido  que  de  aquella  importan- 
te posición  de  la  península  Taurida  podían  sacar  especialmente  para 

(1)  Otra  hubiera  sido  la  suerte  délos  aliados  si,  como  Uladimiro,  hubiesen 
ocupado  con  sus  escuadras  la  rada  de  Sebastopol ,  única  manera  de  aislar  la 
ciudad  y  completar  el  cerco  de  la  plaza. 


EN  EL  SITIO  DE  SEBASTOPOL.  349 

SUS  escuadras,  y  en  1778  los  ejércitos  de  Catalina  II  se  apoderaron 
de  ella,  mandando  en  1784  establecer  un  puerto  militar  en  la  gran 
bahía  y  fundar  la  ciudad  de  Sebastopol ,  que  quiere  decir :  Ciu- 
dad céledre  en  el  lugar  que  hoy  ocupa. 

Los  rusos ,  desde  que  tomaron  posesión  del  cabo  Kersoneso ,  fue- 
ron sucesivamente  mejorando  el  gran  puerto  de  la  nueva  ciudad, 
fortificando  sus  entradas ,  construyendo  arsenales ,  diques  y  fon- 
deaderos abrigados  para  sus  escuadras,  fabricando  y  abasteciendo 
grandes  almacenes ,  levantando  cuarteles  etc. ,  y  parecia  como 
que  iban  acumulando  recursos  inmensos  que  tuvieran  por  objeto 
empresas  superiores  al  papel  que  por  si  solo  jugara  aquel  ex- 
tremo de  la  Península  como  parte  integrante, del  Imperio,  y  es 
que  el  pensamiento  de  Pedro  el  Grande  seguía  elaborándose  en  to- 
das las  generaciones  sucesivas ,  y  Catalina  II ,  con  su  genio  supe- 
rior, hizo  comprender  á  sus  subditos  la  importancia  estratégica  de 
aquel  inmenso  puerto  para  realizar  la  soñada  dominación  de  la 
Cruz  griega  sobre  la  cúpula  de  Santa  Sofía ,  y  una  vez  dueños  los 
rusos  del  estrecho  de  los  Dardanelos ,  completar  su  atrevido  pen- 
samiento ,  haciendo  algún  día  desembocar  sus  formidables  y  nu- 
merosas escuadras  del  Báltico  y  del  Mar  Negro  para  recorrer  vic- 
toriosas los  mares  de  la  Europa  occidental  hasta  las  columnas  de 
Hércules. 

n. 

Sebastopol ,  ciudad  militar  y  marítima  principalmente ,  está  si- 
tuada en  una  colina  cuyo  descenso  al  NO.  y  en  forma  de  anfi- 
teatro sobre  la  rada  ó  gran  puerto ,  está  ocupado  por  la  población, 
de  aspecto  pintoresco ,  y  en  la  que  sobresalen  algunos  edificios  pú- 
blicos de  importancia.  Sus  habitantes  llegaban,  en  los  días  de 
que  hablamos,  al  número  de  42.000 ,  de  los  cuales  35.000  perte- 
necían al  ejército  y  la  marina. 

La  gran  rada  que  forma  su  magnífico  puerto ,  comparable  sólo 
á  los  de  Mahon  y  Malta ,  comprende  una  extensión  de  7  kilóme- 
tros de  E.  á  O.  desde  la  entrada  que  tiene  800  metros  de  ancho 
hasta  el  fondo  de  la  rada  donde  desemboca  el  rio  Tschernaia ;  la 
anchura  en  el  interior  llega  en  algunos  parajes  hasta  1.500  me- 
tros, su  profundidad  varía  entre  6^  ,50  y  18  metros,  suficiente  para 
recibir  los  buques  de  mayor  calado  que  pueden  dar  bordadas  en  la 


350  EL  DÍA  8    DE  SETIEMBRE  DE   1855 

bahía  y  acercarse  á  tierra  en  casi  todas  las  orillas  cuanto  necesitan 
para  las  faenas  de  carga,  descarga  etc.  En  la  orilla  Sur,  desde  la 
entrada  hasta  la  desembocadura  del  Tschernaia ,  se  encuentran  las 
bahías  de  la  Cuarentena ,  de  la  Artillería ,  del  Sur  ó  puesto  militar 
y  de  la  carena :  la  del  Sur,  que  puede  contener  escuadras ,  divide 
á  Sebastopol  en  dos  partes ,  la  ciudad  al  E.  y  el  arrabal  Karabe- 
luaia  al  O.  En  el  último  se  encuentran  el  arsenal,  gradas  de  cons- 
trucción ,  carena ,  grandes  cuarteles  y  otros  edificios  militares.  La 
orilla  Norte  presenta  también  algunas  calas  ó  pequeños  fondeade- 
ros ,  y  cerca  de  sus  embarcaderos  existen  algunos  almacenes, 
fuertes ,  y  una  insignificante  población  de  marineros  y  trabaja- 
dores. 

La  plaza  y  puerto  de  Sebastopol  estaban  defendidos ,  al  desem- 
barcar los  aliados  en  Crimea,  con  las  siguientes  obras  permanen- 
tes y  de  campaña.  Formando  la  extrema  derecha  de  los  rusos  con- 
tra el  ataque  por  el  Sur  de  los  aliados  y  sobre  la  bahía  de  la 
Cuarentena ,  se  encontraba  el  fuerte  llamado  de  este  nombre  con 
]ma  batería  acasamatada  que  defendía  la  costa,  entrada  de  la  rada 
y  bahía  de  la  Cuarentena ,  cerrando  el  fuerte  por  la  parte  de  tierra 
un  rediente  y  cortinas  con  perfiles  de  campaña.  En  la  orilla  Sur  de 
la  rada,  el  fuerte  acasamatado  Alejandro,  cuyas  baterías  cruzaban 
en  la  bahía  sus  fuegos  con  la  del  Norte ,  y  hacia  la  parte  de  tierra 
se  cerraba  con  un  muro  aspillerado  y  un  cuartel  blindado,  rodeado 
de  un  glásis.  A  la  extrema  derecha  del  recinto  ó  línea  defensiva 
de  la  ciudad,  el  fuerte  llamado  de  la  Artilleria,  con  fuegos  á  la 
bahía  y  batiendo  de  revés  los  fuertes  de  la  Cuarentena  y  Alejan- 
dro y  el  terreno  de  sus  cercanías  con  baterías  permanentes  y  de 
campaña.  Seguían  los  baluartes  de  la  Cuarentena ,  Central  y  del 
Mástil,  que  terminaban  la  defensa  de  la  ciudad  hasta  el  barranco 
del  puerto  militar  ó  bahía  del  Sur :  estos  llamados  baluartes ,  que 
antes  de  la  declaración  de  g-uerra  á  Turquía  carecían  de  impor- 
tancia defensiva  por  la  parte  de  tierra ,  fueron  reforzados  apresu- 
radamente, y  aprovechando  un  muro  aspillerado  que  unía  á  los  dos 
primeros  fuertes  se  le  adozaron  algunas  baterías  de  tierra  y  mam- 
postería ,  construyendo  otras  delante  del  cuartel  que  existia  en  el 
Central  y  á  sus  inmediaciones ,  ligándolas  al  baluarte  del  Mástil 
con  una  trinchera,  en  la  que  situaron  algunas  piezas  de  artillería; 
(d  baluarte  del  Mástil,  cuyo  foso  estaba  abierto  en  la  roca,  se 
componía  de  grandes  baterías  de  tierra ,  y  desde  estas  al  fondo  del 


EN  EL  SITIO  DE  ¡SEBASTOPOL.  351 

barranco  se  establecieron  en  los  puntos  por  dónde  el  terreno  pre- 
sentaba más  fácil  acceso  para  el  enemigo ,  barricadas  ó  parapetos 
imperfectos  con  poca  artillería :  en  el  fondo  de  la  bahía  del  Sur ,  y 
para  su  defensa  por  la  avenida  y  carretera  del  barranco ,  se  hablan 
construido  cuatro  baterías  de  escasa  importancia.  El  arrabal  Kara- 
baluaia  estaba  defendido  por  el  Gran-rediente ,  Fuerte  MalaKqff, 
Pequeño-rediente  y  Obras  ó  baterías  de  la  punta ,  que  constituían 
la  extrema  izquierda  rusa  en  su  línea  Sur  y  sobre  la  bahía  de  la 
Carena.  El  Gran-^rediente  lo  formaban  una  fuerte  batería  con  foso 
abierto  en  el  terreno ,  cuyas  caras  estaban  flanqueadas  por  otras 
pequeñas  baterías  establecidas  á  retaguardia,  todas  de  campaña. 
El  Fuerte  MalahoJf^Q  reducía  á  una  torre  semicircular  de  mam- 
postería  con  dos  pisos  aspillerados  para  infantería  y  una  batería  á 
barbeta,  rodeándola  un  foso  abierto  en  el  terreno,  con  glásis  natu- 
ral. Las  obras  denominadas  Pequeño-rediente  y  Negras  ó  de  la 
punta ,  se  reducían  en  aquella  época  á  dos  baterías  de  tierra  de  re- 
vestimientos de  campaña  que  ocupábanlos  puntos  más  importantes 
y  cerraban  la  especie  de  campo  atrincherado  que  envolvía  al  arra- 
bal Karabaluaía ,  el  cual ,  por  la  poca  defensa  que  tenia ,  á  causa 
del  desarrollo  de  la  línea  de  fuertes  avanzados  que  dejamos  descrita, 
y  que  estaba  ligeramente  construida  y  debidamente  artillada ,  se 
rodeó  con  una  trinchera  y  barricadas  que  fueron  una  segunda  de- 
fensa con  los  cuarteles,  arsenal  y  edificios  de  dicho  arrabal.  La 
rada  quedaba  defendida ,  á  su  entrada  en  las  orillas  Sur  y  Norte, 
con  los  fuertes  Alejandro  y  Constantino,  continuando  la  orilla  Sur, 
desde  el  fuerte  Alejandro,  con  los  de  la  Artillería,  Nicolás  y  Pa- 
blo ,  este  último  en  la  entrada  de  la  bahía  ó  puerto  militar;  todos 
cruzaban  sus  fuegos  en  la  bahía  con  los  fuertes  de  Severuaia, 
Miguel  y  Constantino,  situados  en  la  orilla  Norte,  y  limitando  en 
la  costa  la  línea  fortificada  de  aquella  parte  de  la  defensa  por  tier- 
ra :  todos  los  fuertes  que  defendían  la  rada  eran  acasamatados  de 
mampostería  con  dos  y  tres  órdenes  de  baterías.  La  parte  Norte 
por  tierra  estaba  protejida  con  un  fuerte  octogonal  permanente  y 
algunas  pequeñas  obras  de  campaña  que  formaban  una  especie  de 
campo  atrincherado  para  garantir  de  un  ataque  por  aquella  direc- 
ción á  los  establecimientos  y  repuestos  allí  acumulados. 

Descritas  ligeramente  las  principales  defensas  y  puntos  fortifica- 
dos de  la  plaza  y  puerto  de  Sebastopol  al  desembarcar  en  Eupatoria 
los  ejércitos  aliados ,  resumiremos  este  somero  relato  consignando 


352  EL  día  8  DE  SETIEMBRE  EE  1855 

que  la  rada  y  puntos  próximos  de  la  costa  estaban  perfectamente 
fortificados  y  defendidos  contra  todo  ataque  por  mar,  presentando 
una  serie  de  fuertes  de  mamposteria  acasamatados  y  baterías,  que 
montaban  un  total  de  610  piezas  de  todos  calibres,  además  de  la 
poderosa  escuadra  anclada  en  la  bahia  y  puertos  interiores,  com- 
puesta de  14  navios,  7  fragatas,  11  vapores  y  un  gran  número  de 
pequeños  buques  de  guerra  y  trasportes  con  2.000  piezas  de  arti- 
llería. La  parte  Sur  de  la  plaza  por  tierra  dejaba  mucho  que  de- 
sear en  su  defensa ,  para  la  que  presentaba  al  enemigo  los  fuegos 
de  145  piezas  de  todos  calibres ,  en  una  extensión  de  siete  kilóme- 
tros y  medio.  El  arrabal  Karabaluaia  era  la  parte  más  débil,  pues 
la  importante  altura  de  Malakoff  sólo  estaba  defendida  por  la  bate- 
ría á  barbeta  de  su  torre  con  5  piezas  de  artillería  y  fuegos  de 
mosquetería.  La  línea  del  Norte  por  tierra  estaba  artillada  con  47 
piezas,  aprovecbándose  también  de  su  defensa  el  fuego  de  otras  23 
piezas  de  los  fuertes  de  la  rada  que  batían  el  terreno  próximo  á  las 
costas. 

El  ejército  ruso  que  ocupaba  toda  la  Península  se  componía  de 
unos  cincuenta  y  tantos  mil  hombres ,  de  cuyo  número  el  Príncipe 
Mentschikoff,  General  en  Jefe,  solo  podía  reunir  unos  30.000 
con  88  piezas  de  artillería  para  la  defensa  de  Sebastopol  en  el  mo- 
mento de  ser  invadido  el  terreno  de  su  mando.  La  flota  contaba 
para  su  servicio  18.000  hombres  próximamente  entre  Jefes,  Ofi- 
ciales, tropa  y  marinería.  La  guarnición  de  Sebastopol  constaba 
de  unos  4.000  hombres  de  todas  armas,  y  en  la  plaza  existían 
suficientes  recursos  para  aumentar  su  defensa  y  prolongar  un  ase- 
dio, ayudándose  como  podían  hacerlo  con  la  artillería ,  pertrechos 
y  material  de  la  marina. 

Nos  hemos  detenido  en  la  descripción  de  los  medios  de  combate 
con  que  contaba  Sebastopol  á  la  llegada  de  los  aliados ,  algo  más 
de  lo  que  este  trabajo  exige,  con  objeto  de  hacer  comprender  á 
nuestros  lectores  las  consideraciones  que  expondremos  más  ade- 
lante sobre  la  naturaleza  y  especialidad  de  aquel  memorable  sitio. 

Veamos  ahora  la  fuerza  y  composición  del  ejército  anglo-turco- 
frances  al  tomar  puesto  al  frente  de  Sebastopol. 


EN  EL  SITIO  DE  SEBASTOPOL.  353 


III. 


El  ejército  aliado  que  salió  de  Varna ,  en  la  costa  turca  del  mar 
Negro,  dirigiéndose  á  Eupatoria,  costa  oriental  de  Crimea,  se  com- 
ponia  de  85.000  hombres  de  mar  y  tierra:  de  estos  desembarcaron 
30.000  franceses,  21.500  ingleses  y  7.000  turcos,  al  mando  de  los 
Generales  Saint- Arnaud ,  Raglán  y  Achmet-Bajá.  Las  escuadras 
reunían  un  total  de  34  navios ,  50  buques  de  vapor  y  300  traspor- 
tes ,  mandados  por  los  Almirantes  Hamelin  y  Dundas.  El  ejército 
francés  llevaba  68  piezas  de  campaña  y  65  de  sitio ,  y  el  inglés  50 
de  campaña  y  un  pequeño  parque  de  sitio. 

Después  del  desembarco  en  Olf-Fort  al  Sur  de  Eupatoria ,  el  dia 
14  de  Setiembre  de  1854,  del  ejército  aliado,  y  de  haber  vencido 
al  ruso  el  20  en  las  alturas  que  ocupó  para  oponerse  al  paso  del 
rio  Alma  que  se  encontraba  en  el  camino  que  por  la  costa  debía 
seguir  el  ejército  invasor  para  dirigirse  sobre  Sebastopol,  sin  per- 
der el  apoyo  de  las  escuadras  por  su  flanco  derecho ,  camino  que  les 
conducía  al  Norte  de  la  plaza ,  hubieron  de  abandonar  el  proyecto 
de  ataque  por  aquel  extremo,  creyéndolo,  como  lo  era  en  efecto, 
menos  importante  ó  suponiéndolo  más  defendido  que  la  parte  Sur, 
donde  encontrándose  los  arsenales,  gradas  de  construcción,  gran- 
des cuarteles,  almacenes  y  la  ciudad  con  el  importante  puerto 
militar,  que  ocupaban  una  grande  extensión  de  terreno ,  su  defensa 
debía  ser  más  difícil  al  ejército  ruso  vencido  en  Alma ,  pudiendo 
quizá  proporcionar  á  los  aliados  la  ocasión  de  apoderarse  de  la  pla- 
za por  un  ataque  brusco ,  proyecto  atribuido  siempre  al  entonces 
General  en  Jefe  de  la  fuerza  francesa  Mariscal  Saint- Arnaud.  Al 
continuar,  pues,  su  marcha  el  ejército  invasor,  abandonó  la  costa, 
pasó  el  rio  Tschernaía  que  ya  digimos  desembocaba  en  el  fondo  de 
la  rada  de  Sebastopol ,  y  reconocidos  los  fondeaderos  de  Kamiesch 
y  Balaklaba,  acamparon  las  tropas  en  la  meseta  de  Kersoneso,  á  la 
vista  de  la  plaza  y  en.  comunicación  con  las  escuadras ,  que  ha- 
biendo doblado  el  cabo,  fondearon  en  los  nombrados  puerto  de  Ba- 
laklaba y  bahía  de  Kamiesch ,  constituyendo  ¡la  base  de  abasteci- 
mientos del  ejército  que  no  podía  encontrar  recursos  en  el  país, 
escaso  de  ellos  y  mucho  más  cuando  las  divisiones  de  Mentschikoff 
habrían  de  ocupar  la  margen  derecha  del  Tschernaía,  cortándole 


354  EL    día    8    DE    SETIEMBRE    DE    1855 

toda  comunicación  con  el  Norte  de  la  plaza  y  oponiéndose  á  los 
reconocimientos  que  hacia  el  interior  pudieran  intentarse. 

El  ejército  moscovita,  vencido  en  Alma,  retrocedió  á  Sebastopol, 
y  dadas  por  el  Príncipe  Mentschikoff  órdenes  para  sumergir  varios 
buques  de  guerra  á  la  entrada  de  la  rada  que  interceptasen  su  paso, 
desembarcar  fuerza  de  artillería  é  infantería  de  marina  para  ayu- 
dar á  la  defensa  terrestre  de  la  plaza ,  aumentar  la  guarnición  y 
encomendar  la  dirección  de  la  defensa  al  Teniente  General  Moller, 
y  al  Vice- Almirante  Korniloff  con  una  guarnición  total  de  16.500 
combatientes ,  soldados  y  marineros ,  dirigióse  con  el  resto  de  su 
ejército  á  las  alturas  próximas,  para  observar  los  movimientos  de 
las  tropas  invasoras.  Creyeron  los  defensores  de  Sebastopol  que 
el  enemigo  intentaría  su  ataque  por  el  Norte,  en  cuya  dirección 
marchaba,  y  allí  concentraron  todos  sus  cuidados,  reuniendo  el 
mayor  número  de  fuerzas  disponibles  para  resistir  la  acción  de  sus 
contrarios :  pero  entre  tanto  estos ,  como  dejamos  dicho ,  cambiaban 
su  orden  de  marcha ,  y  á  la  vista  de  las  divisiones  rusas  que  ope- 
raban fuera  de  la  plaza,  con  cuya  retaguardia  empeñaron  algunas 
escaramuzas,  cogiéndoles  cierto  número  de  furgones  y  equipajes  al 
efectuar  el  paso  del  Tschernaía ,  tomaron  posesión  de  la  meseta  de 
Kersoneso,  donde  fijaron  sus  campamentos  al  Sur  de  Sebastopol. 

Cuando  acampó  en  la  meseta  de  Kersoneso  el  ejército  vencedor 
en  Alma,  en  cuya  batalla  habían  tomado  parte  55.000  aliados  con 
1 12  piezas  de  artillería,  y  33.600  rusos  con  96  piezas,  había  tomado 
el  mando  del  ejército  francés  el  entonces  General  de  división  Can- 
robert,  por  enfermedad,  que  después  causó  la  muerte  del  Mariscal 
Saint- Arnaud,  y  efectuado  un  reconocimiento  general  de  la  plaza 
de  Sebastopol,  decidióse  en  consejo  de  Generales  conservar  un  sitio 
más  ó  menos  formal  contra  las  obras  defensivas  de  los  rusos ,  que 
debían  ser  cañoneadas  antes  de  intentar  un  ataque  contra  ellas, 
renunciando  á  la  idea  de  tomarlas  por  un  atrevido  golpe  de  mano. 

Dejemos  ya  frente  á  frente  los  ejércitos  enemigos,  el  ruso  ocu- 
pando sus  posiciones  y  el  aliado  preparándose  para  abrir  las  trin- 
choras  y  empezar  los  trabajos  de  sitio. 

¿Debió  el  ejército  invasor  atacar  las  posiciones  de  Sebastopol 
intentando  apoderarse  de  ellas  antes  de  empezar  el  sitio?  No  vaci- 
lamos en  contestar  afirmativamente,  robusteciendo  nuestra  opinión 
con  la  serie  de  trabajos,  pérdidas  y  contrariedades  del  sitio,  cuyo 
término  fué  un  ataque  general  á  formidables  posiciones  que  no  te- 


EN   EL    SITIO    DE   SEBASTOPOL.  355 

nian  las  condiciones  de  una  plaza  cercada,  con  los  fuegos  de  su  arti- 
lleria  apagados,  brecha  abierta  y  una  guarnición  diezmada ,  fati- 
gada y  falta  de  recursos :  además  sabemos  por  las  relaciones  he- 
chas por  los  rusos,  que  las  obras  defensivas  del  Sur  de  Sebastopol 
á  la  llegada  de  los  aliados,  dejaban  mucho  que  desear  para  resistir 
un  ataque  de  40  á  50.000  hombres  que  se  hubieran  lanzado  con  la 
fuerza  moral  de  unas  tropas  victoriosas  en  Alma,  y  que  abrirían  la 
campaña  con  tan  favorables  auspicios,  mientras  que  la  guarnición 
rusa  recibirla  el  ataque  impresionada  con  la  pérdida  de  la  reciente 
batalla,  (1)  y  hasta  cierto  punto  abandonada  del  grueso  del  ejército 
ruso,  que  bajo  las  órdenes  de  Mentschikoff  ejecutaba  una  marcha 
alejándose  de  la  plaza.  No  dudamos  del  éxito  de  la  jornada  por 
parte  de  los  invasores ,  y  dueños  los  aliados  de  la  plaza,  demolidos 
sus  fuertes  y  arsenales,  y  destruida  la  escuadra  enemiga,  hubieran 
podido  reembarcarse  para  llevar  la  guerra  á  otro  punto  del  Impe- 
rio ruso.  Ahora  bien,  esta  atrevida  operación  ¿hubiera  tenido  á  la 
larga  mayores  ventajas  para  los  aliados  que  la  detención  en  aquel 
extremo  de  la  península  Taurida?  Dudamos  en  afirmarlo,  pues  fi- 
jándonos en  las  enormes  distancias  que  para  llegar  á  Sebastopol 
era  preciso  recorrer  desde  los  centros  militares  rusos  por  terrenos 
difíciles  y  faltos  de  buenas  vías  de  comunicación ,  sin  poder  hacer 
uso  de  sus  escuadras  encerradas  en  la  bahía  y  durante  un  terrible 
invierno,  es  para  nosotros  claro  y  evidente  que  la  concentración 
de  los  aliados  en  la  meseta  de  Kersoneso  había  de  atraer  todos  los 
esfuerzos  de  los  rusos  á  defender  el  punto  amenazado ,  luchando 
con  tantas  y  tan  grandes  dificultades ,  que  la  pérdida  de  Sebasto- 
pol les  obligaría  á  la  paz ,  mientras  que  una  prolongada  campaña 
sostenida  en  el  Danubio ,  en  los  Balkanes ,  el  Dniéper  ó  en  Asia 
hubiera  podido  ser  desventajosa  á  los  ejércitos  aliados ,  cuyos  re- 
fuerzos ,  material  y  provisiones  de  boca  y  guerra ,  salían  de  puer- 
tos tan  distantes  de  sus  bases  de  operaciones ,  y  teniendo  que  buscar 
á  un  enemigo  poderoso  en  su  propio  terreno.  Por  estas  razones, 

(1)  En  la  obra  notable  é  imparcial  publicada  por  el  General  ruso  Todleben, 
titulada  Defensa  de  Sebastopol ,  al  relatar  el  efecto  producido  en  la  guarniaion 
de  Sebastopol  por  el  resiütado  del  combate  de  Balaklaba,  en  que  los  aliados, 
particularmente  la  caballería  inglesa,  tuvieron  grandes  pérdidas,  dice:  "La 
catástrofe  de  Alma  se  olvidó,  etc.,"  prueba  del  indudable  abatimiento  que  en 
aquellos  soldados  habia  producido  la  noticia  de  la  derrota,  y  que  su  fuerza 
moral  necesitó  para  repararse  un  combate  al  parecer  feliz,  que  tuvo  lugar  el 
25  de  Octubre;  es  decir,  un  mes  después  de  la  batalla  de  Alma. 


356  EL    día   8    DE   SETIEMBRE    DE    1855 

aunque  juzgáramos  más  fácil  la  posesión  de  Sebastopol  por  un 
ataque  brusco ,  es  posible  que  al  decidirse  por  el  sitio  los  aliados 
acertaran  en  su  final  resultado. 


IV. 


Conocidas  las  posiciones  de  los  ejércitos  enemig-os ,  abrióse  la 
trinchera  contra  las  defensas  rusas  en  la  noche  del  9  al  10  de  Oc- 
tubre ,  dando  principio  á  un  sitio  que  se  hizo  lento ,  laborioso,  san- 
griento y  difícil ,  y  en  cuyos  interesantes  detalles  no  nos  permite 
entrar  la  índole  especial  de  este  escrito.  Durante  los  once  meses  de 
trinchera  abierta,  hasta  el  asalto  general  contra  obras  colosales  que 
se  aumentaban  y  crecían  á  medida  que  los  sitiadores  intentaban 
estrechar  sus  trabajos  de  aproche ,  el  sitio  de  Sebastopol  no  se  pa- 
reció á  sitio  alguno  de  plaza ;  fué  verdaderamente  el  ataque  de  un 
grande  ejército  contra  otro  provisto  de  medios  inagotables  para 
fortificarse  y  defenderse,  con  sus  comunicaciones  al  interior  del 
país  expeditas ,  su  línea  defensiva  guarnecida  con  tropas  que  po- 
dían relevarse ,  con  la  retirada  asegurada  y  un  ejército  de  opera- 
ciones que  amenazaba  continuamente  al  sitiador :  este,  por  el  con- 
trarío, inferior  en  artillería,  teniendo  grandes  dificultades  para 
adquirir  provisiones ,  en  tierra  enemiga ,  sin  más  abrigo  que  las 
tiendas  de  campana ,  encontrábase  á  no  dudarlo  en  notable  desven- 
taja respecto  del  sitiado.  Para  formarse  una  idea  siquiera  aproxi- 
mada de  los  sufrimientos,  perseverancia  y  valor  de  los  aliados ,  con- 
sidérese que  el  invierno  los  sorprendió  con  sus  grandes  fríos,  lluvias, 
nieves,  hielos  y  tempestades  (1),  cuando  apenas  se  habían  cambiado 
dos  fuertes  cañoneos  con  los  sitiados  en  los  días  17  de  Octubre  y 
1.°  de  Noviembre,  desde  la  1.*,  'i.""  y  3."  paralelas,  sin  resultado 
satisfactorio  aparente ,  mientras  los  rusos  reforzaban  sus  guarni- 
ciones del  Sur,  acumulaban  baterías,  abrían  fosos  y  trincheras, 
blindaban  sólidamente  sus  atrincheramientos,  ligaban  sus  obras 

(1)  La  temperatura  media  en  los  meses  de  invierno,  varió  según  las  obser- 
vaciones hechas  por  la  sección  topográfica  del  Estado  mayor  francés  entre 
-+-5°  y  — 5°  centígrados  ordinariamente,  llegando  en  algunos  dias  que  fueron 
muy  pocos  en  los  dos  inviernos  y  por  fortuna  los  vientos  que  causaban  tan 
enormes  descensos  solían  durar  corto  número  de  horas,  á  — 17°  centígrados. 
Los  cambios  de  temperatura  solían  ser  muy  bruscos,  y  se  veía  bajar  y  subir 
la  columna  termométrica  en  ocasiones  de  13  á  14°  bajo  O,  á  3  ó  4  sobre  0. 


EN    EL    SITIO    DE   SEBASTOPOL.  dSl 

principales ,  distinguiéndose  ya  en  aquellos  multiplicados  y  bien 
entendidos  trabajos ,  el  genio  del  entonces  Teniente  Coronel  Tod- 
leben ,  encargado  como  Comandante  general  de  Ingenieros ,  de  la 
dirección  de  la  defensa  en  cuanto  á  su  ramo  especial  competia. 

Antes  de  terminar  el  año  de  1854,  los  rusos  atacaron  dos  veces 
al  ejército  aliado,  dando  lugar  al  combate  llamado  de  Balaklaba 
y  á  la  batalla  de  Inkerman,  El  primero  se  verificó  el  dia  25  de  Oc- 
tubre atacando  un  cuerpo  de  ejército  ruso  de  20.000  hombres  con 
64  piezas  de  artillería ,  á  las  órdenes  del  General  Liprandi ,  cuyas 
tropas  hablan  llegado  de~  refuerzo  al  ejército  de  observación  de 
Sebastopol,  el  campamento  y  reductos  avanzados  qae  defendían 
las  avenidas  del  valle  del  TscbernaTa  hacia  el  puerto  de  Balaklaba: 
los  fuertes  avanzados  en  el  valle ,  defendidos  por  la  división  turca, 
cayeron  en  poder  de  los  rusos  al  empezar  la  acción  á  las  cinco  de 
la  mañana  y  se  apoderaron  de  los  pocos  cañones  que  en  ellos  habia: 
continuaron  las  columnas  rusas  su  movimiento  de  avance  hacia  el 
campamento  inglés ,  y  allí  fueron  recibidos  por  el  nutrido  fuego 
de  la  infantería  inglesa ,  siendo  rechazados  por  una  carga  de  su 
caballería  ligera ;  formado  en  linea  el  ejército  ruso ,  esperó  en  el 
valle  observando  los  movimientos  de  la  fuerza  aliada ,  apoyando 
su  izquierda  en  los  reductos  tomados  á  la  división  turca ,  y  su  de- 
recha en  las  alturas  inmediatas  á  la  margen  izquierda  del  Tscher- 
naía :  por  el  centro  de  sus  líneas ,  y  siguiendo  el  valle ,  fueron  tan 
valerosa  como  imprudentemente  cargados  por  el  grueso  de  la  ca- 
ballería inglesa,  cuyos  ginetes  después  de  atravesar  las  líneas  rusas 
por  las  que  fueron  recibidos  con  un  nutrido  y  aprovechado  fuego  de 
artillería  y  mosquetería,  se  pronunciaron  en  retirada,  pagando  su 
heroico  arrojo  con  pérdidas  de  consideración  y  siendo  protegidos  al 
rehacerse  sobre  su  infantería,  por  algunos  escuadrones  delacaballe- 
ría  francesa  que  volvieron  á  sus  posiciones  sin  empeñar  formal  pelea 
con  las  fuerzas  superiores  rusas.  Así  terminó  el  combate  de  aquel 
dia ,  quedando  los  reductos  que  por  la  mañana  ocupaban  los  turcos, 
abandonados,  y  volviendo  los  ejércitos  enemigos  á  sus  posiciones 
respectivas,  aunque  reforzando  los  ingleses  el  campamento  de  las 
cercanías  y  alturas  de  Balaklaba. 

La  batalla  de  Inkerman  fué  el  segundo  esfuerzo  hecho  por  el 
ejército  de  operaciones  ruso,  contra  la  línea  de  circunvalación  de 
los  aliados.  Redújose  á  un  ataque  combinado  de  dos  cuerpos  de 
ejército  contra  el  flanco  derecho  del  ejército  sitiador  que  cubrían 


358  EL    día    8    DE    SETIEMBRE    DE     1855 

las  tropas  inglesas  en  las  alturas  de  Inkerman ,  al  mismo  tiempo 
que  otro  cuerpo  ruso  amagaba  por  el  valle  las  posiciones  de  Bala- 
klaba  para  distraer  al  enemigo  en  aquella  dirección ,  extrema  de- 
recha de  la  linea  de  circunvalación,  y  una  fuerte  salida  de  las 
obras  sitiadas  entretenia  á  los  franceses  por  su  extrema  izquierda. 
Con  esta  combinación  de  movimientos,  la  situación  del  ejército 
aliado  estaba  comprometida,  pues  siendo  inferior  en  número  al  ruso 
y  dudoso  del  objeto  que  este  se  proponia  en  su  acción  combinada, 
no  podian  acumular  el  grueso  de  sus  fuerzas  contra  el  ataque  prin- 
cipal de  Inkerman.  En  efecto,  al  romper  el  dia  del  5  de  Noviembre, 
los  rusos  lanzaron  sus  primeras  columnas  contra  la  línea  inglesa, 
que  sufrió  la  embestida  de  dos  cuerpos  de  ejército  fuertes  de  18.300 
hombres  con  38  piezas  de  artillería,  y  15.800  con  96  piezas,  que 
desembocaron ,  el  primero  por  el  barranco  de  la  bahía  de  la  Carena, 
al  Sur  de  la  plaza ,  y  el  segundo  atravesando  el  Tschernaía  por  el 
puente  de  Inkerman :  el  ataque  fué  rudo,  y  los  ingleses  resistieron 
con  alg'unas  baterías  de  posición  establecidas  en  su  campo ,  y  con 
la  serenidad  y  sangre  fria  de  su  infantería ,  que  fué  sorprendida  á 
causa  de  la  niebla.  Trabóse  la  pelea  con  ardor  por  ambas  partes, 
oponiendo  los  ingleses  al  ataque  un  total  de  11.500  hombres,  muy 
inferior  al  de  las  fuerzas  rusas,  pero  sosteniendo  sus  posiciones 
desde  las  cuatro  hasta  las  ocho  de  la  mañana ,  que  fueron  reforza- 
dos con  una  brigada  de  la  Guardia  Real  inglesa;  y  por  último, 
después  de  defender  el  terreno  palmo  á  palmo ,  perdiendo  y  recu- 
perando más  de  una  vez  alguna  de  las  baterías  de  posición  que  les 
disputaban  los  rusos ,  fueron  auxiliados  por  su  flanco  derecho  por 
dos  batallones  franceses  y  12  piezas  de  artillería ,  enviados  por  el 
General  Bosquet ,  de  la  línea  de  circunvalación ,  que  se  arrojaron 
impetuosamente  sobre  el  flanco  izquierdo  ruso,  siendo  á  su  vez  car- 
gados por  los  batallones  enemigos,  superiores  en  número.  A  las 
diez  de  la  mañana  los  franceses  pudieron  lanzar  los  refuerzos  lle- 
gados de  los  puntos  que  no  habían  sido  sino  amenazados  por  el 
enemigo,  cargando  de  una  vez  juntamente  con  sus  aliados  los  in- 
gleses ,  que  habían  recobrado  nuevos  bríos ,  logrando  que  el  ejér- 
cito ruso  se  pronunciara  en  retirada  protegido  por  sus  baterías,  que 
á  las  dos  de  la  tarde  abandonaban  las  últimas  posiciones  del  lado 
acá  del  rio ,  y  fuera  de  la  línea  defensiva  de  la  plaza ,  perseguidos 
por  algunos  destacamentos  anglo-franceses ,  y  por  los  disparos  de 
la  artillería.  Esta  victoria  costó  cara  á  los  aliados,  pero  fué  de  gran 


EN    EL    SITIO    DE   SEBASTOPOL.  359 

efecto  moral  sobre  los  rusos,  cuyo  ejército  en  aquella  fecha  cons- 
taba ya  de  100.000  hombres,  y  el  anglo-turco-frances  de  70.800, 
para  continuar  el  sitio  y  defender  la  extensa  linea  de  circunvala- 
ción en  toda  la  meseta  de  Kersoneso. 

Durante  este  primer  invierno  de  la  campaña ,  llegaron  los  sitia- 
dores ,  por  falta  de  medios ,  inferioridad  de  su  número  respecto  á 
los  sitiados,  enfermedades  que  diezmaban  sus  filas  (1),  las  lluvias 
y  los  g-raudes  frios,  á  reducir  sus  trabajos  á  una  mera  defensa 
de  la  linea  de  sitio  contra  los  principales  baluartes  rusos,  con- 
virtiéndose de  sitiadores  en  sitiados ,  pues  los  trabajos  del  enemi- 
go, gracias  á  los  inmensos  recursos  de  que  disponía,  se  aumen- 
taban de  dia  en  dia ,  desarrollando  sus  obras  defensivas ,  una  vez 
perfeccionada  la  primera  linea ,  que  como  digimos  anteriormente 
comprendía  desde  el  fuerte  de  la  Cuarentena  á  las  Obras  negras  ó 
de  ¡apunta  sobre  la  bahía  de  la  Carena,  ligando  los  fuertes  ó  ba- 
luartes de  la  Artillería,  Cuarentena,  Central,  del  Mástil,  Gran- 
rediente,  Malakoff,  Pequeño-redientey  Bateriasde  la  punta,  obras 
todas  guarnecidas  de  gruesa  y  numerosa  artillería  en  baterías  de 
enormes  perfiles  con  colosales  revestimientos,  abrigos  blindados 
para  las  tropas  defensoras,  y  fosos  inmensos  y  enfilados ,  constitu- 
yendo un  formidable  recinto.  Sobrados  de  fuerzas  y  superiores  á 
los  sitiadores,  se  salieron  de  esta  primera  línea,  estableciendo  avan- 
zadas y  pequeños  abrigos  para  tiradores  que  continuamente  moles- 
taban con  sus  certeros  disparos  á  las  guardias  de  trinchera  en  los 
aproches  enemigos :  estos  abrigos  de  los  tiradores ,  á  los  que  se  dio 
el  nombre  de  emboscadas,  se  reducían  á  cavidades  abiertas  en  el  ter- 
reno, formando  con  la  tí  erra  extraída  de  ellas  una  especie  de  parapeto 
imperfecto  que  los  mismos  soldados  completaban  valiéndose  de  cuan- 
tos medios  encontraban,  piedras,  ramajey  maderos;  introducidos  dos 
ó  más  tiradores  en  aquellos  hoyos  ó  cavidades ,  resguardados  por  el 

(1)  En  aquellos  meses  de  invierno  se  desarrollaron  en  el  ejército  aliado 
tres  epidemias,  cólera,  tifus  y  escorbuto,  además  de  las  calenturas  perniciosas 
que  atacaban  á  los  heridos  y  enfermos  en  los  hospitales :  agregúese  á  los  estra- 
gos de  estas  enfermedades  las  bajas  causadas  por  el  fuego  enemigo  y  los  gran- 
des frios  en  los,  por  fortuna,  pocos  días  que  la  temperatura  descendió  á  14, 16  y 
17°  bajo  O,  y  se  formará  una  idea  de  los  sufrimientos  del  ejército  y  de  susenor- 
mes  pérdidas,  que  apenas  se  cubrían  con  los  continuos  refuerzos  que  Uegaban 
de  Francia  é  Inglaterra.  Los  rusos  sufrían  también  las  epidemias,  los  frios, 
bajas  de  fuego,  etc.;  pero  naturalmente  se  encontraban  en  mejores  condicio- 
nes de  abrigo  y  alimentación. 


360  EL    día    8    DE    SETIEMBRE    DE    1855 

parapeto  en  el  que  apoyaban  sus  armas  de  precisión ,  causaban  nu- 
merosas bajas  en  las  trincheras  y  baterías  enemigas.  También  los 
aliados  se  valieron  de  este  sistema  de  emboscada  para  avanzar  al- 
gunos tiradores  de  las  lineas  de  ap roche  (1),  Como  quiera  que  los 
rusos  hubieran  cuidado  de  fijar  las  dichas  emboscadas  en  los  sa- 
lientes que  el  terreno  presentaba  á  vanguardia  de  los  puntos  más 
importantes  de  su  recinto  principal  y  en  los  barrancos  intermedios, 
cuando  tuvieron  su  primera  línea  perfeccionada  empezaron  á  ligar 
las  emboscadas  con  una  trinchera,  y  aprovechando  la  excelente 
posición  de  aquellas,  construían  algunas  baterías  que  fueron  base 
de  una  segunda  línea  de  reductos  avanzados,  levantados  contra  los 
sitiadores  á  la  vista  de  ellos,  y  sin  que  les  fuera  posible  impedirlo, 
pareciendo  como  si  el  sitiador  estuviera  á  su  vez  sitiado,  pasmando 
verdaderamente  el  ver  cómo  apenas  construida  una  batería  en  cual- 

(1)  Organizóse  para  el  servicio  de  tiradores  en  las  emboscadas  y  puntos 
avanzados  de  los  aproches ,  una  compañía  de  soldados  voluntarios  dedicados 
exclusivamente  á  tan  peligroso  objeto.  Formaban  parte  del  ejército  francés 
dos  regimientos  de  la  llamada  legión  extranjera,  compuestos  de  soldados  vete- 
ranos procedentes  de  todas  las  naciones  de  Europa ;  de  estos  habia  cerca  de 
500  españoles  que  se  distinguían  por  su  valor  y  excelentes  condiciones  de  sol- 
dados decididos  para  toda  clase  de  trabajos  peligrosos,  no  faltando  algunos 
que  se  prestaban  á  formar  parte  de  los  tiradores  voluntarios.  Habiéndose  dis- 
tinguido notablemente  uno  de  aquéllos,  fué  llamado  por  el  General  en  Jefe 
Canrobert  que  le  elogió,  dirigiéndole  frases  y  gracias  por  su  valor  y  su  deci- 
sión en  el  servicio  que  prestaba,  ofreciéndole  por  último  una  moneda  de  oro 
de  valor  de  20  francos ,  que  fué  altiva  y  noblemente  rechazada  por  el  soldado 
español ,  respondiendo  que  en  su  país  no  se  pagaba  con  dinero  la  clase  de  ser- 
vicio que  él  prestaba;  á  lo  que,  sorprendido  el  General,  y  conocedor  del  ca- 
rácter de  los  españoles,  por  haber  mandado  en  África  la  legión  extranjera, 
tendióle  la  mano,  que  el  soldado  estrechó  con  gratitud,  marchándose  más 
satisfecho  de  aquella  muestra  de  afecto  de  su  General  que  del  oro  antes 
ofrecido.  Entre  los  500  españoles  de  la  legión  se  distinguió  notablemente 
el  Comandante  D.  Antonio  Martínez,  que  ascendió  en  Crimea  á Teniente  Co- 
ronel, y  recibió  la  cruz  de  Oficial  de  la  Legión  de  Honor,  llegando  á  Coronel 
después  de  la  campaña  de  Italia,  en  la  que  mandó  su  regimiento  por  muerte 
en  Magenta  del  Coronel.  A  este  excelente  Jefe,  que  procedía  de  las  filas  del 
pretendiente  D.  Carlos ,  debimos  una  sincera  amistad  y  todo  género  de  consi- 
deraciones. También  servían  entre  los  españoles  de  la  legión  dos  oficiales,  el 
Capitán  D.  Paulino  Bombiño,  y  el  Subteniente  D.  Francisco  Llopis:  ambos 
fueron  heridos  y  se  distinguieron  en  la  campaña,  como  los  10  sargentos,  3  ca- 
bos y  los  restantes  soldados  hasta  muy  cerca  de  600,  de  los  que  55  murieron 
en  acción  de  guerra,  70  fueron  heridos,  33  contusos  y  36  muertos  de  enfer- 
medades. 


EN    EL    SÍTIO    DE   SEBASTOPOL.  361 

quiera  de  las  últimas  paralelas  del  sitio,  con  objeto  de  batir  alguna 
cara  de  un  baluarte  ruso,  al  amanecer  del  dia  siguiente  aparecían 
como  por  encanto  dos  ó  más  baterías  enemigas ,  que  á  la  vez  batian 
las  del  sitiador.  En  estos  términos  crecia  y  aumentaba  la  defensa 
de  los  rusos ,  quedando  envuelto  su  primer  recinto  por  otro  exte- 
rior de  obras  avanzadas  que  fueron ,  delante  del  recinto  de  la  ciu- 
dad los  contra-aproches  llamados  de  la  Cuarentena  y  Cementerio, 
á  vanguardia  de  3íalakoff,  como  á  500  metros  de  su  foso,  el  reducto 
llamado  Mamelon-verde ,  dejando  el  terreno  una  ondulación  ó  bar- 
ranco suave  entre  este  fuerte  y  MalaKoff^  y  por  último;  pasando  el 
barranco  de  la  bahía  de  la  Carena  en  una  eminencia  próxima,  las 
llamadas  Obras  llancas :  todos  estos  fuertes  de  la  segunda  línea,  ó 
primera  para  el  sitio,  estaban  armados  con  artillería  y  bien  guar- 
necidos de  tropas.  Redujese,  pues,  el  ejército  sitiador  á  perfeccio- 
nar, ensanchar  y  fortificar  sus  trincheras  y  paralelas ,  construyendo 
algunas  nuevas  baterías,  cuyos  trabajos  quedaban  tan  acabados  y 
perfectos ,  particularmente  los  franceses ,  que  parecían  ejecutados 
como  para  servir  de  modelo  en  un  peligro;  aunque  las  trincheras 
inglesas  dejaban  mucho  que  desear,  no  sucedía  lo  mismo  con  sus 
baterías,  que  eran  también  verdaderos  y  acabados  modelos  de  cons- 
trucción. Auxiliáronse  los  aliados  con  cañones  de  grueso  calibre  de 
sus  escuadras  para  armar  algunas  baterías  del  sitio,  baterías  que 
también  fueron  servidas  por  marinería  desembarcada  de  los  buques 
respectivos  con  dicho  objeto.  Pasáronse  de  esta  manera  los  meses 
más  crudos  del  invierno ,  menudeando  las  salidas  de  los  rusos  que 
daban  lug*ar  á  combates  nocturnos  tan  sangrientos  como  verdade- 
ras batallas,  llegando  á  tomar  parte  en  algunos  de  ellos  hasta 
veintidós  batallones  de  una  y  otra  parte.  Las  tropas  de  los  cuerpos 
que  guarnecían  la  línea  de  circunvalación  hacían  también  un  rudo 
servicio  de  observación  y  descubierta ,  corta  de  ramaje  y  lena,  cons- 
trucción de  caminos ,  escoltas  y  abastecimientos ,  sufriendo  todos  los 
rigores  del  invierno,  faltos  de  fuego,  hasta  para  hacerse  la  comida, 
no  sobrados  de  alimento,  abrigados  por  débiles  tiendas,  y  poniendo 
á  prueba  la  abnegación  de  aquellos  valientes  y  sufridos  soldados. 
El  ejército  ruso  luchaba  igualmente  con  las  penalidades  de  tan 
ruda  campaña,  habiéndose  encontrado  frente  á  trente  pueblos  y 
ejércitos  dignos  los  unos  de  los  otros ,  militarmente  considerados. 
Én  todo  esto:  que  hemos  llamado  primer  período  del  sitio,  hasta 
el  principio  de  la  primavera,  en  que  ambos  ejércitos  combatientes 

TOMO  III.  24 


362  EL  día  8  DE  SETtEMBRE  DE   1855 

se  encontraron  aptos  para  organizar  y  vigorizar  sus  operaciones, 
el  moscovita  se  habia  aumentado  considerablemente ,  y  además  de 
la  numerosa  guarnición  de  Sebastopol ,  operaba  exteriormente  y 
comunicándose  con  aquella  un  cuerpo  de  tropas  fuerte  de  45  á 
50.000  hombres.  El  aliado  por  su  parte  habia  recibido  grandes  re- 
fuerzos de  Francia  é  Inglaterra,  y  aun  alg'unos  de  Turquía,  au- 
mentando asi  sus  medios  de  ataque  contra  la  plaza,  y  se  preparaba, 
para  cuando  el  tiempo  mejorase  y  lo  permitiera,  á  poner  en  movi- 
miento su  ejército  de  observación,  pues  en  el  ánimo  del  General 
Canrobert  dominaba  el  plan  de  buscar  y  batir  al  ejército  ruso  fuera 
de  Sebastopol,  cortando  las  comunicaciones  de  la  plaza  por  el  Norte, 
vista  la  lentitud  y  lo  poco  que  se  adelantaba  en  un  sitio  contra  po- 
siciones que  no  estaban  envueltas  por  el  sitiador  (1).  Este  plan  del 
General  en  jefe  francés  coincidía  con  el  trazado  por  el  Emperador 
Napoleón,  cuando  pensó  tomar  el  mando  del  ejército  de  Crimea, 
plan  que  fué  sometido  á  sus  Generales  después  de  abandonar  la 
idea  de  su  viaje  á  la  Península  Taurida. 

En  el  mes  de  Marzo  de  1855  murió  el  Emperador  Nicolás  I  de 
Rusia ,  siendo  reemplazado  en  el  trono  por  su  hijo  Alejandro  II. 
Dimitido  el  mando  del  ejército  de  Crimea  por  el  Príncipe  Menschi- 
koff,  fué  nombrado  para  sucederle  el  Príncipe  Gortschakof  II,  á  cu- 
yas órdenes  quedó  el  ejército  ruso  llamado  del  Sur,  que  compren- 
día el  de  ocupación  de  Crimea  en  Sebastopol  y  el  acampado  á  las 
orillas  del  Dniéper ,  mandado  por  el  General  Lüders.  En  Diciem- 
bre de  1854  había  sido  encargado  del  mando  de  la  guarnición 
de  Sebastopol  el  Ayudante  de  Campo  General  Osten-Saken,  que 
relevó  al  General  MoUer ,  y  la  escuadra  estaba  ya  á  las  órdenes  del 
Vicealmirante  Nakicnoff  por  muerte  del  Almirante  Korniloff. 

No  podemos  menos  de  consignar  en  breves  renglones  algunas  de 
las  altas  cualidades  que  adornaban  al  General  de  marina  Korniloff, 
uno  de  los  jefes  que  más  se  distinguieron  en  la  defensa  de  Sebas- 

(1)  El  General  Canrobert  se  encontraba  tan  contrariado  con  la  prosecución 
del  sitio,  opinión  constante  de  Lord  Raglán,  que  no  lo  podia  ocultar;  y  como 
prueba  de  ello  referiremos  que  en  ocasión  de  haber  sido  convidados  á  almor- 
zar con  el  General  en  jefe  francés,  terminado  el  almuerzo,  se  nos  acercó  dicho 
General  con  la  bondad  que  le  era  propia,  y  aparte  de  los  demás  convidados, 
próximos  á  la  ventana  de  la  barraca  que  servia  de  comedor  en  el  gran  cuartel 
general,  poniéndonos  la  mano  sobre  el  hombro,  "votis  étes  jeune,"  nos  dijo, 
"mon  cJiér  Commandant ;  vous  aimez  laguerre,  ¡eh  hien!  ne  faites  jamáis  un 
siége  comme  celui-lá  pá..  y  señalaba  en  dirección  al  de  la  plaza  de  SebastopoL 


EN  EL  SITIO  DE  SEBASTOPOL,  363 

topol ,  y  cuyo  genio  militar,  junto  con  el  del  General  de  Ingenieros 
Todleben ,  se  destacan  y  sobresalen  en  el  cuadro  de  los  generales 
rusos. 

Mandaba  el  Almirante  Korniloff  la  escuadra  del  Mar  Negro,  surta 
en  la  rada  de  Sebastopol,  cuando  se  supo  el  desembarco  de  los  alia- 
dos y  la  derrota  de  Alma  ,  que  causó  profanda  impresión  en  la 
guarnición  de  aquella  plaza.  Reunidos  en  consejo  los  Generales 
para  tomar  medidas  y  acordar  la  manera  de  defenderse  en  el  caso 
probable  de  ser  atacados  por  el  enemigo  invasor ;  el  bravo  marino 
propuso  salir  con  toda  su  escuadra  en  busca  de  la  aliada,  muy  su- 
perior á  la  de  su  mando ,  y  como  quiera  que  la  inferioridad  no  le 
permitiera  batirse  con  ventaja,  daria  orden  á  sus  buques  de  poner 
la  proa  á  igual  número  de  barcos  enemigos ,  abordarles  á  toda  má- 
quina ó  vela ,  y  en  el  momento  de  la  embestida ,  volar  sus  repues- 
tos de  pólvora  para  destruir  de  esta  manera  un  gran  número  de 
buques  aliados ,  y  aunque  pereciendo  dignamente  la  escuadra  rusa, 
quedarla  la  enemiga  imposibilitada  para  reembarcar  y  abastecer 
á  su  ejército  de  tierra,  que  atacado  por  el  ruso,  tendría  que  su- 
cumbir falto  de  recursos.  Este  atrevido  plan  tuvo  muy  pocos  vo- 
tos en  el  Consejo ,  y  sometido  más  tarde  al  Principe  Menschicoff 
fué  á  su  vez  desechado  por  el  General  en  Jefe ,  porque  en  realidad 
aquel  pensamiento  era  en  extremo  temerario  y  de  una  dificilísima 
ó  casi  imposible  ejecución ;  no  pudiendo  elogiarse ,  sino  como  ex- 
presión y  rasgo  que  pinta  por  si  solo  una  de  las  condiciones  de 
grande  abnegación  que  adornaban  el  carácter  del  intrépido  marino. 

Comenzado  el  sitio  de  la  plaza ,  y  reducida  la  artillería  y  tropas 
de  marina  á  la  defensa  de  las  fortificaciones ,  el  Almirante  Korni- 
loff pasaba  los  dias  en  las  baterías  en  construcción  y  en  cuantos 
trabajos  peligrosos  se  emprendían ;  visitaba  los  hospitales  alentando 
siempre  con  su  noble  ejemplo  á  soldados  y  marinos ,  sobre  los  cua- 
les adquirió  un  gran  dominio ,  inspirándoles  ciega  confianza :  fre- 
cuentemente les  dirigía  la  palabra  entusiasmándoles  con  sus  opor- 
tunas y  elocuentes  frases.  Citaremos  las  que  un  dia  dirigió  al  re- 
gimiento de  Moscovia :  «Soldados  del  regimiento  de  Mosco w,  les  de- 
cía ,  03  encontráis  aqui  en  los  últimos  confines  de  la  Rusia,  de- 
fendiendo un  rincón  del  territorio  por  demás  querido  al  imperio. 
El  Czar  y  la  nación  entera  tienen  sus  ojos  fijos  en  vosotros :  si  no 
llenáis  cumplidamente  vuestros  deberes,  cuando  volváis  á  Moscow, 
aquella  ciudad  querida  no  os  recibirá  como  á  hijos  dignos  de  llevar 


364  EL    día    8    DE    SETIEMBRE    DE    1855 

SU  nombre.»  Durante  el  fuerte  cañoneo  que  los  aliados  sostuvieron 
el  dia  17  de  Octubre  de  1854  contra  todas  las  baterías  rusas,  el 
valiente  Kornlloff  se  mantuvo  en  los  pantos  más  combatidos  por  el 
enemigo,  dirigiéndose  por  último  á  caballo  hacia  la  torre  de  Ma- 
lakoff  sobre  la  cual  continuaba  el  fuego  del  sitiador  con  insistencia: 
los  jefes  y  oficiales  de  su  estado  mayor  le  rogaron  que  no  se  expu- 
siera tanto  á  los  disparos  enemigos ,  protestando  de  que  ellos  le  in- 
formarían de  cuanto  ocurriera  en  Malakoff.  «Estoy  convencido,  res- 
pondióles, de  que  cada  uno  de  VV.  llenarla  su  cometido  como  lo  exi- 
gen las  circunstancias  y  su  propio  honor ;  juro  en  este  dia  solemne 
ver  á  nuestros  héroes  en  el  lugar  de  sus  hazañas ,  es  un  imperioso 
deber  de  mi  alma.»  ¡Nobles  y  levantadas  palabras  pronunciadas  jno- 
mentos  antes  de  recibir  la  mortal  herida  de  bala  de  cañón  que  ha- 
bla de  terminar  su  gloriosa  carrera!  «Señores,  os  recomiendo 
la  defensa  de  Sebastopol ,  ¡  no  lo  entreguéis ! »  exclamó  al  sentirse 
mortalmente  herido,  y  perdiendo  poco  después  el  conocimiento  y 
trasportado  al  hospital  de  la  marina,  espiró  á  las  dos  horas,  te- 
niendo todavía  un  instante  de  lucidez  para  pronunciar  estas  últi- 
mas y  dignas  palabras :  «Decid  á  todos  cuan  dulce  es  morir  con  la 
conciencia  pura.  ¡Dios  mió,  bendecid  á  la  Rusia  y  al  Emperador! 
¡  Salvad  á  Sebastopol  y  á  la  flota ! »  Así  terminaron  los  días  de 
aquel  valeroso  é  ilustre  soldado,  ejemplo  digno  de  estímulo  y  de 
imitación  para  cuantos  sientan  en  su  alma  el  fuego  sagrado  del 
amor  patrio  y  la  honrosa  ambición  de  la  gloria  militar. 

La  pérdida  de  Kornlloff  fué  en  extremo  sentida  por  el  ejército, 
y  desde  el  dia  de  su  muerte  que ,  como  dejamos  dicho,  fué  causada 
por  la  herida  recibida  en  Malakoff,  se  dio  su  nombre  á  dicho  fuerte, 
que  desde  entonces  se  le  llamó  por  los  rusos  reducto  Kornüoff. 


V. 


En  el  mes  de  Mayo ,  y  por  disentimiento  respecto  al  plan  de  ope- 
raciones que  los  aliados  se  proponían  para  la  primavera ,  el  Gene- 
ral Canrobert  dimitió  su  elevado  mando  y  fué  reemplazado  por  el 
entonces  General  del  primer  cuerpo  de  ejército,  Pellssier.  Habiendo 
muerto  en  las  trincheras  el  Comandante  General  de  Ingenieros 
francés  Blzot,  sucedióle  en  la- dirección  de  los  trabajos  del  sitio  el 
ayudante  del  Emperador,  General  de  Ingenieros  Niel. 


EN   EL    SITIO    DE   SEBASTOPOL.  365 

El  ejército  francés  se  componía  en  aquella  fecha  de  un  efectivo 
de  100.000  hombres  de  todas  armas  é  institutos,  de  cuyo  total,  de- 
duciendo bajas  naturales  y  las  fuerzas  empleadas  en  los  servicios 
de  sanidad,  administración,  etc. ,  reducíase  el  número  de  comba- 
tientes á  unos  80.000.  Los  ingleses  contaban  con  un  contingente 
de  40.000,  que  podrían  calcularse  en  25  ó  30.000  combatientes. 
Habíase  aumentado  el  ejército  aliado  con  15.000  soldados  piamon- 
teses,  desembarcados  en  Crimea  á  las  órdenes  del  General  La-Már- 
mora ,  unidos  en  reciente  alianza  con  Francia ,  Inglaterra  y  Tur- 
quía; y  por  último,  el  ejército  turco  de  Omer-Bajá  se  había  distri- 
buido entre  Eupatoria  y  la  meseta  de  Kersoneso ,  donde  estableció 
su  cuartel  general  el  Generalísimo  turco  con  unos  26.000  hombres. 
Componían  pues  los  ejércitos  aliados  un  total  aproximado  de  150.000 
hombres  de  todas  armas  con  348  piezas  de  artillería  de  posición  y 
.de  campaña  para  operar  en  Crimea ,  continuando  el  sitio  de  Sebas- 
topol y  defendiendo  el  campo  atrincherado  establecido  en  las  cer- 
canías de  Eupatoria  para  su  defensa ,  que  había  sido  atacado  por 
los  rusos,  sin  éxito,  el  17  de  Febrero,  y  que  distraía  una  fuerza 
de  12  á  15.000  hombres'. 

Los  rusos  tenían  por  entonces  distribuida  en  toda  la  península 
una  fuerza  próximamente  igual  á  la  de  los  aliados ,  con  494  pie- 
zas de  artillería:  de  estas  tropas  35.000  hombres  guarnecían  to- 
das las  defensas  en  el  Sur  y  Norte  de  Sebastopol;  50.000  próxima 
mente  observaban  la  línea  exterior  de  los  aliados ,  que  se  extendía 
ya  por  la  margen  izquierda  del  rio  Tschernaia  hasta  el  valle  de 
Baldar ,  y  el  resto  de  las  fuerzas  rusas  operaba  á  la  vista  del  campo 
de  Eupatoria  y  en  la  pequeña  península  de  Kertch ,  que  dominaba 
al  estrecho  de  Jeni-Kalé ,  entrada  del  Mar  de  Azoff  y  en  el  istmo 
de  Perekoff,  que  une  la  península  de  Crimea  con  el  continente 
ruso. 

Constituidos  de  la  manera  que  dejamos  expuesta,  los  ejércitos 
enemigos ,  y  decidida  por  los  aliados  la  prosecución  del  sitio  con 
toda  actividad,  siguiéronse  aumentando,  en  este  que  llamaremos 
segundo  período  del  ataque ,  los  trabajos  de  aproche ,  cerrándose 
sobre  las  obras  avanzadas  rusas ,  •  empleando  toda  clase  de  medios, 
marchando  contra  los  salientes  sitiados  con  galerías  de  minas ,  que 
eran  combatidas  á  su  vez  por  los  minadores  rusos ,  y  por  último  se 
dio  principio  á  una  serie  de  ataques  á  las  obras  avanzadas  de  la 
defensa  rusa,  que  dejaron  por  fin  en  poder  de  los  anglo-franceses 


366  EL    día    8    DE    SETIEMBRE    DE    1855 

los  contra-aproches  construidos  á  vanguardia  de  los  baluartes  de 
la  Cuarentena  y  Central,  del  1.°  al  2  de  Mayo,  y  los  reductos  lla- 
mados Mamelon-verde  y  Obras  Mancas  el  7  de  Junio :  la  toma  de 
estas  obras  costó  grandes  pérdidas  á  rusos  y  aliados ,  convirtién- 
dose aquellos  ataques  en  verdaderas  batallas :  en  el  del  Mamelon- 
verde  y  Obras  blancas  tomaron  parte  25.000  franceses,  y  no  hay 
exageración  en  asegurar  que  en  aquel  encuentro  pelearon  hasta 
40.000  hombres  de  una  y  otra  parte,  haciendo  estragos  la  formi- 
dable artillería  de  sitiadores  y  sitiados  en  masas  de  combatientes, 
que  recibían  la  metralla  á  pecho  descubierto ,  recorriendo  los  gran- 
des espacios  del  terreno  que  mediaba  entre  los  últimos  aproches  y 
las  obras  atacadas ,  fuego  y  mortandad  que  sufrían  los  rusos  en  las 
salidas  de  sus  gruesas  columnas  para  resistir  el  ataque ,  cargando 
repetidas  veces  á  los  batallones  que  asaltaban.   Con  la  toma  de 
todas  las  obras  avanzadas  del  primer  recinto  ruso ,  que  se  ligaron 
á  las  lineas  de  aproche,  formando   nuevas  paralelas  y  reductos 
artillados  (1),  la  defensa  quedó  reducida  á  la  cintura  de  fuertes, 
baterías  y  trincheras  que  envolvía  á  la  ciudad  y  arrabal  Karaba- 
luaía  desde  la  Cuarentena  á  la  bahía  de  la  Carena.  Alentados  los 
aliados  con  el  éxito  de  los  últimos  ataques,  intentaron  el  18  de 
Junio  otro  fuerte  y  rudo  contra  Malakqff,  que  dominando  la  ciu- 
dad y  el  arrabal  constituía  la  verdadera  llave  de  Sebastopol  y  con- 
tra toda  la  línea  defensiva  del  arrabal  Karabaluaía.  Lanzáronse 
al  asalto  á  las  dos  y  media  de  la  madrugada  del  día  18  las  prime- 
ras columnas  de  tres  divisiones  francesas  contra  las  Obras  de  la 
punta,  Pequeño-rediente  y  Fuerte  Malakojf,  teniendo  de  reserva 
una  división  de  la  Guardia  Imperial ,  que  formaban  un  total  de 
26.000  hombres,  y  contra  el  Gran-rediente  una  división  inglesa 
formada  de  tres  columnas ,  teniendo  de  reserva  otra  división  y  dos 
brigadas ,  la  escocesa  y  la  de  la  Guardia  Real ,  que  no  entraron  en 
fuego,   haciéndolo  únicamente  unos  14.000  hombres.  Los  rusos 
defendieron  la  línea  de  fortificaciones  con  su  artillería  y  37  bata- 
llones de  infantería ,  estando  aquella  parte  de  la  defensa  mandada 

(1)  Los  reductos  denominados  hasta  entonces  Mamelon-verde  y  Obras  hlan- 
cas ,  fueron  llamados  desde  el  día  7  de  Junio  por  los  aliados,  reductos  Bran- 
cion  y  Lavarande  para  honrar  la  memoria  del  valiente  Coronel  de  Brancion 
del  50  de  línea,  que  murió  gloriosamente  sobre  los  parapetos  del  primero,  y 
del  no  menos  bizarro  General  Lavarande,  muerto  de  una  bala  de  cañón  en  el 
servicio  de  guarnición  del  segundo,  en  la  mañana  del  dia  siguiente  á  su  toma. 


EN  EL  SITIO  DE  SEBASTOPOL.  367 

por  el  General  Kruleff.  La  refrieg-a  duró  cinco  horas  con  alterna- 
tivas de  ser  arrollados  y  volver  al  ataque  por  ambas  partes ,  lle- 
gando algunos  batallones  franceses  á  posesionarse  de  las  primeras 
casas  del  arrabal  y  de  los  fosos  de  Malakoff,  donde  no  se  pudieron 
sostener,  particularmente  cuando  rechazados  los  ingleses  del  Gran- 
rediente,  pudo  la  artillería  de  este  fuerte  dirigirse  sobre  la  izquierda 
de  los  franceses,  y  á  pesar  de  los  heroicos  esfuerzos  de  aquellas  va- 
lientes tropas ,  no  les  fué  posible  resistir  por  más  tiempo  el  fuego 
de  metralla  y  el  nutrido  de  las  cerradas  filas  de  la  infantería  rusa 
que  coronaba  todos  los  parapetos  de  su  extensa  línea ,  ordenándose 
por  el  General  Pelissier  la  retirada  á  las  siete  y  media  de  la  maña- 
na, que  se  verificó  en  orden,  dejando  los  fosos  de  las  obras  rusas 
y  el  terreno  comprendido  entre  las  trincheras  y  la  linea  de  ataque, 
cubiertos  de  cadáveres,  que  fueron  recogidos  y  enterrados  al  si- 
guiente dia ,  mediante  un  armisticio  solicitado  por  los  Generales 
aliados  (1).  En  este  ataque,  como  en  los  anteriores  al  Mamelón- 
verde  y  Obras  blancas ,  algunos  vapores  de  guerra  rusos  desde  la 
bahía,  donde  ejecutaban  movimientos  al  efecto,  ayudaban  á  la 
defensa  haciendo  uso  de  su  artillería  sobre  las  alturas  que  domi- 
naban la  rada  y  bahía  de  la  Carena,  sacando  gran  partido  de  sus 
disparos ,  que  eran  muy  aprovechados  contra  las  columnas  fran- 
cesas. 
Con  el  mal  éxito  de  la  jornada  del  18  de  Junio,  renunciaron  los 

(1)  En  los  armisticios  para  enterrar  muertos  y  recoger  heridos  hacíase 
notable  la  verdadera  fraternidad  que  reinaba  entre  los  oficiales  aliados  y  sus 
enemigos,  particularmente  por  parte  de  los  franceses  y  los  rusos,  que  mez- 
clándose en  la  zona  que  se  señalaba  neutral  para  la  triste  operación  de  recoger 
cada  cual  sus  muertos  y  heridos,  se  conversaba  familiar  y  amablemente, 
cambiándose  bromas  y  hasta  tarjetas  para  si  la  fortuna  les  deparaba  volver  á 
encontrarse  algún  dia  en  París  ó  San  Petersburgo,  reconocerse  como  buenos 
amigos,  lo  cual  no  impedia  que  una  vez  abatidas  las  banderas  blancas  de  una 
y  otra  parte,  tronara  de  nuevo  el  cañón  llevando  quizá  la  muerte  á  algunos 
délos  que,  tan  alegres  momentos  antes,  hacían  cálculos  lisonjeros  para  el 
porvenir. — Los  muertos  eran  cambiados  recíprocamente  y  recogidos  los  heri- 
dos con  especial  cuidado.  Los  primeros  se  enterraban  vestidos  con  todas  sus 
ropas,  despojándoles  únicamente  de  las  fornituras  y  armamentos,  haciendo 
una  excepción  los  soldados  aliados  con  las  botas  de  los  muertos  rusos ,  que 
siendo  fuertes  y  excelentes  para  aquellos  terrenos,  sobre  todo  en  los  tiempos 
lluviosos  en  que  se  formaba  un  barro  sumamente  molesto  para  marchar,  se 
permitían  descalzarles  al  enterrarlos,  usando  las  botas  recogidas  ó  vendién- 
dolas á  los  oficiales  que  las  pagaban  bien,  especialmente  los  ingleses. 


368  EL    día   8    DE    SETIEMBRE    DE    1855 

aliados  á  nuevos  ataques  sin  adelantar  los  trabajos  de  aproche,  en 
términos  que  tuvieran  las  columnas  de  asalto  cortos  espacios  de 
terreno  que  recorrer  bajo  la  metralla  enemiga ,  y  dedicáronse  con 
g-ran  perseverancia  á  los  trabajos  de  sitio,  avanzando  sus  trinche- 
ras j  paralelas  sobre  Malahoff^  su  linea  de  Karabeluaía  y  armando 
nuevas  baterias:  los  rusos,  por  su  parte,  reparaban  los  desper- 
fectos sufridos  por  los  grandes  bombardeos  que  precedían  siempre 
á  los  ataques  y  asaltos ,  al  mismo  tiempo  que  terminaban  un  gran 
puente  de  balsas  para  atravesar  la  rada  desde  el  fuerte  Nicolás, 
en  la  orilla  Sur ,  al  fuerte  Miguel ,  en  la  Norte ;  pues  sufriendo 
mucho  los  buques  de  la  escuadra  que  hacian  los  trasportes  de  una 
á  otra  orilla  por  el  fuego  del  sitio ,  preparaban  aquel  medio  más 
seguro ,  tanto  para  reforzar  la  guarnición  y  defensa ,  como  para 
asegurar  una  retirada  al  ejército  defensor  en  el  caso  de  ser  tomada 
la  ciudad ;  mucho  más  teniendo  los  rusos  el  proyecto  de  incendiar 
algunos  buques  y  echar  á  pique  el  resto  de  su  flota. 

A  fines  de  Junio  murió  Lord  Raglán  de  un  ataque  de  cólera, 
recayendo  el  mando  del  ejército  inglés  en  el  General  Simpson,  que 
más  tarde  fué  nombrado  en  propiedad  para  dicho  mando. 

A  fines  de  Julio  fué  llamado  á  Constantinopla  Omer-Bajá ,  de- 
jando su  ejército  en  Crimea  á  las  órdenes  de  Osman-Bajá. 

A  principios  de  Agosto ,  fué  á  su  vez  llamado  á  Paris  por  el 
Emperador  Napoleón,  el  General  Canrobert. 

El  20  de  Junio  recibió  una  herida  grave  el  General  de  Ingenie- 
ros ruso  Todleben ,  que  le  obligó  á  resignar  la  dirección  áe  los 
trabajos  defensivos  de  Sebastopol.  Este  distinguido  ingeniero  ad- 
quirió una  fama  envidiable  y  más  tarde  un  nombre  europeo  por  la 
dirección  de  aquellas  colosales  fortificaciones.  Se  habia  hecho  cargo 
de  organizar  los  trabajos  para  defender  la  plaza  á  la  llegada  de 
los  aliados,  siendo  Teniente  Coronel,  y  terminó  la  campaña  de 
General;  á  su  poderosa  iniciativa,  á  su  alta  inteligencia,  á  su 
actividad  é  incansable  energía,  se  debieron  aquellos  portentosos 
trabajos  y  la  designación  acertadísima  de  los  puntos  en  los  cuales 
se  fijaron  las  obras  principales  de  defensa,  así  como  el  bien  enten- 
dido sistema  de  fuertes  avanzados  delante  del  primer  recinto ,  que 
tanto  dificultó  la  concentración  de  los  trabajos  del  sitio,  y  por 
tantos  meses  prolongó  la  notabilísima  defensa  de  Sebastopol.  Ale- 
jado de  la  plaza  por  causa  de  su  herida,  no  le  fué  posible  agotar 
todos  los  recursos  de  su  ingenio  en  los  últimos  dias  de  la  defensa. 


EN    EL    SITIO    DE  SEBASTOPOL.  369 

Su  afortunada  estrella  no  quiso  que  aquel  soldado  valeroso  tuviera 
la  honda  pena  de  presenciar  la  pérdida  de  su  querida  ciudad ,  ya 
que  el  Dios  de  la  guerra  habia  de  favorecer  con  la  victoria  los 
esfuerzos  heroicos  del  sitiador.  El  genio  superior  de  Todleben 
quedará  grabado  con  caracteres  indelebles  en  la  historia  militar 
de  Ru^ia. 

En  todo  el  tiempo  que  trascurrió  desde  el  frustrado  ataque  del  18 
de  Junio  hasta  el  8  de  Setiembre  en  que  terminó  este  segundo  y 
último  periodo  del  sitio ,  solo  ocurrió  de  notable ,  aparte  del  im- 
pulso dado  por  los  sitiadores  que  avanzaban  sobre  los  salientes 
del  recinto  ruso  con  grandes  dificultades  y  sangrientas  pérdidas  de 
una  y  otra  parte  por  la  proximidad  de  los  trabajos  del  ataque  y  la 
defensa,  la  batalla  general  dada  por  el  ejército  de  operaciones 
ruso  al  mando  del  Principe  Gortschakoff  contra  toda  la  linea  del 
Tschernaía ,  último  esfuerzo  de  las  tropas  moscovitas  en  cam- 
paña rasa. 

La  batalla  de  Tschernaía  ó  del  puente  de  Traktir ,  como  también 
se  la  llamó ,  que  tenía  por  objeto  cortar  la  linea  defensiva  de  los 
aliados  sobre  el  rio,  atacando  á  Balaklaba para  dividir  sus  ejérci- 
tos ,  y  cuyo  éxito  por  los  rusos  hubiera  colocado  en  apurada  situa- 
ción á  los  aliados,  fué  mejor  combinada  que  ejecutada.  Al  amane- 
cer del  dia  16  de  Agosto  dos  cuerpos  rusos  de  á  20.000  hombres  con 
118  piezas  de  artillería  y  numerosa  caballería,  teniendo  en  reserva 
otros  dos  cuerpos  de  á  13.000  y  20.000  hombres  con  62  piezas, 
atacaron  en  una  extensión  de  4.500  metros  las  posiciones  france- 
sas ,  las  sardas  y  parte  de  las  turcas ,  que  tenían  en  reserva  ó  segun- 
da línea  el  resto  de  las  tropas  turcas ,  la  caballería  inglesa  y  algu- 
nas divisiones  francesas,  componiendo  un  total  de  35.000  combatien- 
tes próximamente,  pero  en  fuertes  posiciones,  con  algunas  baterías 
en  las  trincheras  de  sus  campamentos,  dominando  las  avenidas 
del  valle  en  que  corría  el  rio.  Las  columnas  rusas ,  favorecidas  por 
una  densa  niebla ,  pasaron  el  rio  y  acueducto  paralelo  á  él  con  la 
ayuda  de  puentes  portátiles  y  por  el  de  Traktir,  cuya  guardia  fué 
arrollada  y  tomada  la  cabeza  del  puente  que  lo  defendía ,  y  ataca- 
ron vigorosamente  las  posiciones  francesas  y  sardas ,  trabándose  la 
pelea  en  los  mismos  campamentos  aliados,  que  casi  fueron  sorpren- 
didos con  aquel  impetuoso  ataque :  hízose  general  la  refriega ,  y 
reforzada  la  primera  línea  aliada  por  las  divisiones  de  la  segunda 
con  numerosa  artillería  para  contrarestar  el  fuego  del  gran  nú- 


370  EL    día    8    DE    SETIEMBRE    DE    1855 

mero  de  piezas  rusas  que  desde  las  alturas  del  otro  lado  del  rio 
sembraban  la  muerte  eii  los  campamentos  atacados ,  dióse  un  ata- 
que g-eneralá  la  bayoneta,  que  los  rusos  no  pudieron  resistir,  y  á  la 
una  del  dia ,  después  de  un  largo  y  encarnizado  combate  en  el  que 
jugaron  con  provecho  las  tres  armas,  pronunciáronse  los  rusos  en 
retirada ,  repasando  el  rio  perseguidos  por  los  aliados ,  volviendo 
estos  á  sus  antiguas  posiciones ,  donde  presenciaron  la  retirada  de 
todo  el  ejército  ruso  que  protegido  por  algunos  disparos  de  su  ar- 
tillería se  encaminaba  á  los  campamentos  respectivos ,  escarmen- 
tado de  su  atrevido  intento  y  reduciéndose  á  la  inacción  hasta  el 
dia  8  de  Setiembre. 

En  todo  aquel  intervalo  de  tiempo ,  las  operaciones  de  ambas 
fuerzas  enemigas  se  limitaron  á  la  prosecución  sangrienta  y  difí- 
cil del  sitio  y  la  defensa ,  haciendo  la  plaza  continuas  salidas  que 
daban  lugar  á  encuentros  y  combates  casi  diarios,  bajo  el  fuego  de 
una  potente  y  numerosa  artillería,  que  disparaba  á  cortísimas  dis- 
tancias; mas,  el  penoso  trabajo  subterráneo  de  minas  y  contrami- 
nas con  las  voladuras  y  desperfectos  consiguientes  (1)  en  los  tan 
cercanos  aproches  y  contra-aproches.  Llegóse  de  este  modo  á  los 
primeros  dias  de  Setiembre ,  y  en  ellos  se  decidió  por  los  Generales 
aliados  hacer  el  último  esfuerzo  con  un  as9,lto  general  á  Sebasto- 
pol y  todas  sus  defensas. 

Entremos  pues  en  la  reseña  de  la  situación  de  ambos  ejércitos  y 
de  los  medios  con  que  contaban  al  verificarse  el  último  y  san- 
griento encuentro  que  había  de  dar  fin  á  la  inmensa  y  prolongada 
batalla,  que  tal  puede  llamarse,  empeñada  al  avistar  los  aliados  la 
plaza,  y  que  duraba  ya  once  meses  de  continuos  trabajos,  fatigas, 
combates ,  batallas ,  sufrimientos  y  heroísmo  por  parte  de  unos  y 
de  otros  combatientes. 


(1)  En  la  noche  del  28  al  29  de  Agosto  una  bomba  rusa  incendió  el  gran 
repuesto  blindado  de  pólvora  y  municiones  del  Mamelon-verde  que  surtía  á 
todas  las  baterías  de  aquel  lado  del  ataque,  y  cuya  explosión  de  7.000  kilogra- 
mos de  pólvora  causó  40  muertos  y  unos  140  heridos,  además  de  grandes  des- 
perfectos en  el  reducto,  inutilizando  dos  baterías.  El  dia  31  del  mismo  mes 
hubo  otra  explosión  análoga  en  la  extrema  derecha  del  ataque  sobre  la  bahía 
de  la  Carena. 


KN    EL    SITIO    DE    SEBASTOPOL.  371 


VI. 


Presentaba  Sebastopol  para  defender  su  población  y  arrabal 
Karabeluaia ,  un  primer  recinto  completo ,  desarrollándose ,  como 
dejamos  dicho ,  desde  la  bahia  de  la  Cuarentena  hasta  la  de  la  Ca- 
rena, en  una  formidable  linea  de  obras  colaterales  de  campaña 
que  por  sus  perfiles ,  revestimentos ,  fosos ,  abrigos  j  por  la  g-ruesa 
y  numerosa  artillería  que  coronaba  sus  baterías ,  así  como  por  los 
notables  trabajos  de  mina  que  rodeaban  los  salientes  en  algunos 
importantes  baluartes ,  y  por  las  fuerzas  que  guarnecían  aquellas 
extensas  lineas  de  fuertes  y  trincheras ,  no  se  puede  considerar  el 
sitio  y  el  asalto  de  Sebastopol  en  las  condiciones  naturales  del  ata- 
que de  una  plaza  fortificada  con  arreglo  á  los  conocimientos  mo- 
dernos, y  cercada  y  sitiada  siguiendo  las  reglas  ordinarias.  Estas 
consideraciones  se  desprenden  de  cuanto  dejamos  expuesto  ante- 
riormente ,  y  lo  recordamos  porque  conviene  á  nuestro  propósito 
para  hacer  comprender  á  los  lectores  la  razón  del  acuerdo  de  los 
Generales  aliados  al  resolverse  por  un  último  esfuerzo  y  ataque 
general. 

Los  trabajos  de  sitio  envolvían  ya,  tanto  cuanto  era  posible,  la 
línea  rusa  sobre  los  salientes  de  sus  obras  más  importantes ;  se  ha- 
bía avanzado  en  términos  de  ser  casi  imposible  continuar  las  trin- 
cheras, que  costaban  inmensas  pérdidas  de  una  y  otra  parte;  los  fo- 
sos de  aquellos  fuertes  y  baluartes  por  ser  de  campaña  y  no  tener 
sus  escarpas  revestidas  con  mampostería ,  no  necesitaban  para  efec- 
tuar sus  pasos  el  coronamiento  de  caminos  cubiertos,  construcción 
de  baterías  de  brecha,  hacer  estas  practicables,  y  en  una  palabra, 
todos  los  últimos ,  necesarios  y  sangrientos  trabajos  de  un  sitio  exi- 
gidos por  una  plaza  fortificada  permanentemente ;  habia  llegado, 
pues,  el  momento  del  asalto  general,  y  si  este  daba  por  resultado 
la  ocupación  de  los  atrincheramientos  rusos,  sobre  todo  de  la  im- 
portante-posición de  Malakoff,  desde  cuya  altura,  por  dominar  al 
puerto  y  á  la  ciudad,  se  podrían  destruir  el  puente  que  ponía  en 
comunicación  las  dos  orillas  de  la  rada  y  los  buques  de  la  escuadra  , 
rusa  para  aislar  la  plaza,  necesariamente  habría  de  sucumbir  esta. 

Veamos  el  estado  de  las  principales  obras  que  debían  ser  asalta- 
das ,  y  examinemos  la  situación  y  término  de  los  trabajos  del  sitio 
sobre  cada  una  de  ellas, 


372  EL  día  8   DE  SETIEMBRE  DE   1855 

Para  evitar  la  confusión  consiguiente  al  nombrar  el  ala  del  ata- 
que y  de  la  defensa  desde  cada  uno  de  los  campos  enemigos ,  con- 
sideraremos ambas  lineas  partiendo  de  la  situación  ocupada  por  los 
aliados  y  llamaremos  derecba  é  izquierda  rusas  las  mismas  del 
ataque. 

Los  sitiadores  dividían  sus  trabajos  en  ataque  de  la  izquierda  ó 
contra  la  ciudad,  y  de  la  derecba  ó  contra  Karabeluaia,  separados 
ambos  ataques  por  dos  barrancos  que,  á  partir  del  fondo  de  la  babia 
del  Sur ,  se  ensancbaban  hacia  los  campamentos  aliados ,  y  se  de- 
nominaban dichos  barrancos,  el  de  la  izquierda  de  los  Ingleses,  y 
el  de  la  derecba  Woronzoff.  La  bahia  del  Sur  dividía  á  su  vez  la 
defensa  rusa  en  dos  grandes  secciones.  El  ataque  de  la  ciudad  com- 
prendía desde  el  barranco  de  los  Ingleses  hasta  la  costa,  y  el 
del  arrabal  abarcaba  desde  aquel  barranco  hasta  el  fondo  de  la  gran 
rada. 

El  primer  cuerpo  del  ejército  francés  tenia  á  su  cargo  el  sitio  de 
la  ciudad  avanzando  sus  trabajos  sobre  el  recinto  formado  por  los 
fuertes  de  la  Cuarentena,  Alejandro  y  de  la  Artilleria,  y  baluar- 
tes de  la  Cuarentena,  Central  y  del  Mástil;  envolvía  este  recinto  el 
terreno  sobre  que  se  elevaba  la  ciudad  de  Sebastopol,  ocupando 
los  baluartes  del  Mástil  y  Central  dos  alturas  separadas  por  un 
barranco  llamado  de  la  Ciudad ,  que  descendían  por  la  derecha  del 
Mástil  hacia  el  barranco  de  los  Ingleses  y  por  la  izquierda  del 
Central  hacia  otro  barranco  llamado  de  la  Cuarentena;  este  último 
barranco  terminaba  en  el  fondo  de  la  bahia  de  su  nombre :  dé  ma- 
nera que  formaban  salientes  en  el  recinto  los  dos  baluartes  sobre 
los  cuales  adelantaban  los  trabajos  del  primer  cuerpo  del  ejército 
francés. Consideremos  pues  la  defensa  de  la  ciudad  dividida  en  tres 
frentes,  los  dos  formados  por  los  baluartes  del  Mástil  y  Central 
con  sus  alas  hasta  los  barrancos  ya  nombrados ,  y  el  tercero  que 
comprendía  el  baluarte  de  la  Cuarentena  y  fuertes  hasta  la  costa. 

El  frente  del  Mástil  y  sus  alas  adyacentes  hasta  el  fondo  de  la 
bahia  del  Sur  á  la  derecha ,  y  el  del  barranco  de  la  ciudad  á  la 
izquierda,  presentaba  en  la  altura  el  baluarte  con  fuertes  baterías, 
fosos  enfilados ,  grandes  traveses  en  su  interior  con  abrig-os  blin- 
dados para  una  guarnición  numerosa,  repuestos  y  baterías  de  mor- 
teros ;  la  gola  se  cerraba  con  una  linea  de  tenaza  que  formaba  un 
segundo  recinto  batiendo  de  revés  las  caras  de  la  obra,  y  comuni- 
cándose por  trincheras  con  las  calles  de  la  ciudad  que  estaban  cor- 


EN  EL  SITIO  DE  SEBASTOPOL.  373 

tadas  con  barricadas  y  artillería  en  cuantos  puntos  dominaban  al- 
gún trabajo  del  sitio.  Las  alas  que  prolongaban  el  recinto  hasta  el 
fondo  de  los  barrancos  inmediatos  estaban  construidas  con  una 
fuerte  trinchera  y  baterías  que  cruzaban  sus  fuegos  en  todo  el 
frente.  Un  sistema  de  galerías  de  contra-mina  envolvía  el  baluarte, 
y  al  final  del  glásis  se  habían  establecido  varias  líneas  de  pozos  de 
lobo.  Estaba  defendido  el  frente  del  Mástil  en  sus  dos  recintos  por 
el  fuego  de  169  piezas  de  todos  calibres. 

Contra  este  formidable  baluarte  y  sus  atrincheramientos  habían 
marchado  los  sitiadores  desde  la  apertura  de  su  primera  trinchera, 
abriendo  hasta  lai  cuarta  paralela  á  50  metros  de  la  obra  atacada  y 
construyendo  21  baterías  de  cañones ,  morteros  y  obuses  de  todos 
calibres ,  con  un  total  de  137  piezas ,  más  los  trabajos  de  mina  que 
se  encontraban  continuamente  con  las  contra-minas  rusas. 

El  baluarte  Central,  cuyo  frente  se  unía  al  del  Mástil  en  el 
fondo  del  barranco  de  la  Ciudad  y  al  baluarte  de  la  Cuarentena 
con  un  antiguo  muro  de  mampostería  aspillerado ,  estaba  cons- 
truido á  semejanza  del  Mástil  y  ocupando  también  el  punto  más 
alto  del  terreno  con  baterías ,  fosos ,  traveses ,  repuestos ,  abrigos 
y  blindajes  fuertísimos ;  desde  cada  uno  de  sus  lados  continuaba  el 
recinto  formando  dos  lunetas  ó  reductos  que  se  denominaron,  el  de 
la  derecha  reducto  ScJiwartz  y  el  de  la  izquierda  luneta  Belkina, 
ambos  con  artillería.  La  gola  del  baluarte  estaba  cerrada  con  un 
antiguo  cuartel  de  mampostería  blindado  y  aspillerado ,  y  toda  la 
cresta  de  la  meseta ,  base  de  la  obra ,  estaba  coronada  por  trinche- 
ras y  baterías  que  determinaban  el  segundo  recinto  de  aquel  frente 
batiéndolo  de  revés.  Este  segundo  recinto  se  ligaba  por  una  trin- 
chera con  otro  reducto  artillado ,  construido  á  retaguardia  del 
muro  aspillerado  en  la  mitad  de  la  distancia  entre  los  baluartes 
Central  y  de  la  Cuarentena,  donde  había  existido  una  poterna,  á 
vanguardia  de  la  cual  se  había  levantado  un  atrincheramiento  con 
artillería  que  barría  con  sus  fuegos  todo  el  frente  del  muro.  Desde 
el  saliente  del  baluarte  Central  hasta  el  del  reducto  Schwartz 
avanzaba  sobre  los  sitiadores  un  sistema  completo  de  contra-minas. 
El  total  de  las  baterías  que  defendían  el  frente  del  baluarte  Cen- 
tral, los  reductos  anejos  y  su  segundo  recinto,  presentaban  el 
fuego  de  175  piezas  contra  el  sitiador. 

Los  trabajos  de  ataque  habían  llegado  á  la  cuarta  paralela ,  70 
metros  distante  délos  salientes  del  baluarte  y  del  reducto  xS'c^Wííyí;^, 


374  EL  día  8   DE  SETIEMBRE  DE   1855 

sobre  los   cuales  marchaban  los  minadores  franceses.  Habíanse 
construido  20  baterías  con  134  piezas  para  batir  todo  aquel  frente. 

El  baluarte  de  la  Cuarentena,  contra  el  cual  se  defendía  la  iz- 
quierda del  ataque  sin  adelantar  gran  cosa  sobre  su  saliente ,  sino 
más  bien  asegurando  su  flanco  y  respondiendo  á  las  baterías  ene- 
mi  o'as  ,  tenia  fuertemente  artilladas  sus  caras  y  lados ,  cerrando  la 
gola,  como  en  el  Central,  un  antiguo  cuartel.  Desde  el  saliente  y 
en  dirección  de  la  bahía  de  la  Cuarentena  hasta  el  punto  del  ter- 
reno más  dominante ,  se  había  construido  una  línea  de  trincheras 
y  baterías  que  cortaba  por  aquella  parte  el  paso  al  sitiador.  A  par- 
tir de  la  gola  del  baluarte ,  continuaba  el  muro  de  mampostería 
aspíllerado  y  una  trinchera ,  que  terminaban  el  recinto  en  el  fuerte 
de  la  Artillería  sobre  la  rada.  Este  frente ,  con  todas  las  baterías 
y  las  de  los  fuertes  de  la  Cuarentena ,  Alejandro  y  de  la  Artille- 
ría, que  se  aprovechaban  contra  el  ataque,  reunía  el  fuego  de  92 
piezas  de  artillería. 

El  sitiador  estableció  en  sus  paralelas  y  trincheras  14  baterías 
con  83  piezas  para  batir  aquel  frente. 

Resumiendo  la  reseña  de  los  trabajos  de  ataque  y  defensa  contra 
la  ciudad,  tenemos  que  el  sitiado  presentaba  468  piezas  próxima- 
mente de  todas  clases  y  calibres  en  batería  en  su  doble  recinto  y  en 
las  calles  de  la  población ,  con  sus  fortificaciones  en  estado  de  re- 
sistir mucho  tiempo,  sus  trabajos  de  contra-minaadelantando,y  una 
guarnición  de  que  después  nos  ocuparemos.  El  sitiador  atacaba 
con  el  fuego  de  356  piezas  de  artillería,  con  sus  aproches  á  50  y  70 
metros  de  las  obras  sitiadas,  guerreando  subterráneamente  y  te- 
niendo abiertos  37  kilómetros  de  trinchera  en  terreno  que  en  al- 
gunos puntos  era  preciso  atacar  con  barrenos. 

El  ataque  de  la  derecha ,  dirigido  contra  las  defensas  del  arra- 
bal Karabeluaia,  que  comprendían  el  Qra7i-Rediente,  Fuerte  Ma- 
laKoff,  Pequeño-Rediente  y  Obras  de  la  Punta  desde  la  bahía  del 
Sur  á  la  de  la  Carena,  fué  ejecutado  por  un  cuerpo  del  ejército  in- 
glés que  sitiaba  el  Oran-Rediente  y  otro  del  francés  que  adelantó 
sus  trabajos  sobre  las  restantes  obras. 

El  Gran-Rediente  se  había  construido  aprovechando  la  meseta 
del  terreno  elevado  que  se  encontraba  delante  de  los  edificios  mili- 
tares del  arrabal  próximos  á  la  bahía  del  Sur,  cuya  eminencia 
descendía  por  la  izquierda  á  la  bahía  y  por  la  derecha  al  barranco 
llamado  de  Karabeluaia,  que  le  separaba  de  la  altura  en  que  se 


EN  EL  SITIO  DE  SEBASTOPOL.  375 

elevaba  Malakoff.  La  obra  principal  que  formaba  el  centro  de  esta 
linea,  limitada  por  los  dos  barrancos,  era  el  Rediente  con  grandes 
fosos,  fuertes  baterías,  traveses  de  desenfilada  en  su  interior,  abri- 
gos y  repuestos,  todo  construido  bajo  el  mismo  sistema  que  los 
baluartes  de  la  ciudad.  La  gola  del  Rediente  se  cerraba  con  un 
través  enorme ,  y  desde  este  través  se  habia  construido  una  segun- 
da linea  ó  recinto  artillado  que  envolvía  los  edificios  del  arrabal 
por  aquella  parte ,  y  cuyos  fuegos  batian  de  revés  la  cara  del  Re- 
diente y  las  alas  del  primer  recinto  •  estas  alas ,  que  partían  del 
Rediente ,  terminaban  en  el  fondo  de  la  bahia  del  Sur,  defendida 
con  una  gran  batería ,  y  en  el  del  barranco  Karabeluaia,  adaptán- 
dose á  las  sinuosidades  del  terreno  con  una  fuerte  trinchera  y  gran 
número  de  baterías.  Todo  este  frente  defensivo,  con  sus  dos  recin- 
tos ,  baterías  á  vanguardia  de  los  cuarteles  y  barricadas  del  arra- 
bal, dirigían  el  fuego  de  160  piezas  de  artillería  contra  los  ingleses. 

Los  trabajos  de  sitio  habían  sido  dirigidos  por  el  ejército  inglés 
marchando  en  dos  secciones,  que  separaba  el  barranco  Worouzoff\ 
es  decir,  que  la  izquierda  del  Gran-Rediente  fué  atacada  con  rama- 
les, paralelas  y  baterías  que  adelantaban  por  la  meseta  elevada 
entre  los  dos  barrancos  Worouzoff  y  de  los  ingleses  que  partían  del 
fondo  de  la  bahía  del  Sur,  separándose  hacia  el  campamento  aliado, 
y  la  derecha  por  los  trabajos  que  avanzaban  sobre  el  saliente  entre 
los  barrancos  Worouzoffy  Karabeluaia.  En  ambas  secciones  tenían 
construidas  hasta  cinco  paralelas  con  32  baterías  y  179  piezas  de 
artillería ,  encontrándose  á  200  metros  del  saliente  de  la  obra  ata- 
cada y  adelantando  el  trabajo  de  zapa  con  dificultad  suma  á  causa 
de  la  roca  viva,  que  formaba  aquel  terreno.  Las  trincheras  ingle- 
sas tenían  de  desarrollo  13  kilómetros. 

El  frente  de  Malakoff  con  el  Pequeño- Rediente  y  Oirás  de  la 
punta ,  comprendido  entre  el  barranco  Worouzoff  y  bahía  de  la 
Carena ,  estaba  formado  en  su  primer  recinto  por  una  fuerte  trin- 
chera y  parapeto  con  baterías  que  se  prolongaban  por  la  cresta  del 
terreno  que  defendían  con  fuegos  cruzados  en  todo  él.  En  la  meseta 
más  alta,  y  dominándolo  todo ,  se  encontraba  la  importante  obra 
de  Malakoff^  cuyo  recinto,  de  perímetro  irregular,  se  extendía 
por  la  cresta  de  la  meseta  presentando  como  saliente  hacia  el  ata- 
que un  parapeto  de  tres  lados  que  envolvía  la  antigua  torre ,  re- 
ducida ya  á  su  primer  piso  aspillerado  para  infantería :  el  inte- 
rior de  la  obra ,  al  que  se  llegaba  por  una  abertura  dé  la  gola. 


376  EL  día  8  DE  SETIEMBRE  DE  1855 

estaba  sembrado  de  fuertes  traveses,  blindajes  para  la  g-uarnicion, 
almacenes  y  repuestos  de  pólvora  y  municiones:  desde  la  g-ola  des- 
cendía el  terreno  en  una  extensa  rampa  hacia  el  arrabal :  las  ba- 
terías que  coronaban  los  parapetos  del  fuerte  batían  las  avenidas  á 
la  altura  en  todas  direcciones ,  y  de  revés  las  alas  del  primer  re- 
cinto, á  derecha  é  izquierda  de  la  obra.  A  partir  de  los  extremos  de 
la  g-ola ,  una  segunda  línea  de  trinchera  con  artillería,  ó  seg-undo 
recinto  lig-aba  el  gran  reducto  con  las  defensas  últimas  del  arrabal 
y  con  la  gola  del  Peqimio-redieiite.  Entre  este  reducto  y  Malakoff 
se  extendía  una  cortina  recta  artillada ,  que  era  parte  del  primer 
recinto ;  y  entre  la  obra  principal  y  el  barranco  Worowzoff^  á  media 
pendiente ,  existía  una  especie  de  reducto  artillado  que  se  denominó 
haterías  Scherwe.  La  obra  llamada  Peqnem-Rediente  tenia  la  for- 
ma pentagonal,  y  su  construcción  era  semejante  á  la  de  todos  los 
reductos  rusos,  con  baterías,  traveses  etc.  Desde  el  Peqiieño- 
Rediente  á  las  Obras  ó  baterías  de  la  punta  seguía  el  recinto  for- 
mando otra  cortina  con  una  trinchera  á  vanguardia,  y  las  obras 
que  constituían  la  extrema  izquierda  de  la  defensa  sobre  la  bahía 
de  la  Carena ,  se  componían  de  varias  baterías  y  un  cuartel  cuya 
planta  tenia  la  forma  de  cruz,  aspillerado  y  blindado.  El  cuartel  se 
comunicaba  con  los  edificios  del  arrabal  por  trincheras  que  eran 
segundo  recinto  en  este  extremo  de  la  línea.  En  el  glásis  de  la 
cortina  que  unía  á  MalaJwff  zou  el  Peqtieño-Rediente,  habia  varias 
líneas  de  pozos  de  lobo,  y  las  contra-minas  rusas  envolvían  el  sa- 
liente de  la  otra  principal ,  cuyos  trabajos  no  estaban  muy  ade- 
lantados. 

El  cuerpo  francés  encargado  de  esta  parte  del  sitio  habia  llegado 
delante  de  Malakoff  á  25  metros  del  foso  y  á  40  del  Peqtteño-Re- 
diente  con  7  paralelas ,  en  las  cuales ,  y  sobre  las  alturas  dominan- 
tes de  los  trabajos  defensivos,  habían  construido  39  baterías  con 
281  piezas  de  todas  clases  y  calibres.  Sus  trincheras  desarrolladas, 
daban  un  total  de  30  kilómetros  y  los  ramales  de  mina  se  encon- 
traban con  las  contra-minas  de  Malakoff. 

En  total ,  la  defensa  de  Sebastopol  presentaba  contra  el  sitio  un 
doble  recinto  de  fuertes ,  baluartes,  reductos  y  trincheras,  con  ga- 
lerías de  contra-mina  en  los  principales  salientes,  y  todo  género  de 
obstáculos  para  oponerse  á  la  marcha  del  sitiador,  ocupando  un 
terreno  accidentado  y  extensísimo,  favorable  á  la  defensa ,  guar- 
neciendo sus  atrincheramientos  numerosas  tropas  que  podían  ser 


EL  día  8  DE  SETIEMBRE  DE  1855  EN  EL  SITIO  ETC.         377 

reforzadas  y  relevadas,  y  por  consig-uiente  con  su  retirada  segura. 
Ayudaba  á  sus  defensores  el  fuego  que  desde  la  rada  aprovechaban 
algunos  buques  de  vapor  contra  las  columnas  de  asalto,  y  reunía 
por  último,  la  defensa  sobre  el  sitiador  los  disparos  de  más  de  mil 
piezas  de  artilleria  de  todos  calibres.  Los  trabajos  de  contra-mina 
rusos  se  desarrollaban  en  5.360  metros  de  galería  delante  de  los 
baluartes  Central  y  del  Mástil ,  y  solo  unos  500  metros  á  vanguar- 
dia de  Malakoff. 

Los  sitiadores  á  su  vez  envolvían  aquel  inmenso  campo  atrinche- 
rado con  trabajos  de  trinchera,  paralelas,  y  galerías  de  mina,  te- 
niendo construidas  125  baterías  armadas  con  814  piezas  de  artille- 
ría de  todos  calibres  (1),  siendo  el  desarrollo  total  de  las  trincheras 
abiertas  en  terreno  extremadamente  duro  por  algunos  parajes,  de 
80  kilómetros  ó  veinte  leguas  francesas,  y  en  cuyos  trabajos  y  ba- 
terías se  habían  empleado  80.000  gabiones  ó  cestones,  sin  contar 
los  cogidos  en  las  trincheras  rusas  que  se  iban  tomando,  y  que  se 
aprovechaban  contra  el  sitiado,  60.000  faginas  y  más  de  un  mi- 
llón de  sacos  de  tierra.  El  desarrollo  de  los  trabajos  de  mina  era 
de  1.251  metros  de  fosos,  galerías  y  ramales,  en  los  que  se  consu- 
mieron 65.795  kilogramos  de  pólvora,  con  una  pérdida  de  176 
minadores,  y  67  auxiliares  de  infantería. 

En  las  condiciones  que  dejamos  expuestas  se  encontraban  los'- 
ejércitos  enemigos  al  empezar  el  mes  de  Setiembre  de  1855. 

(1)  La  artillería  usada  en  el  sitio,  comprendía  cañones,  obuses  y  morte- 
ros, de  los  siguientes  calibres:  Cañones  de  68  rusos,  de  50  y  32  ingleses,  de 
30,  24,  11  y  12  franceses  é  ingleses,  obuses  de  80,  28,  22,  16  cents.,  y  algunos 
turcos,  y  morteros  de  .3.3,  32,  22,  17,  1.5,  14  y  13  cents,  turcos,  franceses  é  in- 
gleses. 

J.  López  Domínguez. 


LA   SEGUNDA   PARTE   EN   EL   SIGUIENTE   NUMERO. 


TOMO  III  25 


DE  LOS  PRIMEROS  MISIONEROS  EN  NUEVA-ESPAÑA, 


CARTA  DE  FRAY  PEDRO  DE  GANTE, 


DEUDO  DEL  EMPERADOR  CARLOS  V. 

La  historia  de  España,  tan  fecunda  en  grandes  sucesos,  tiene  un 
periodo  brillante,  cuya  fama,  por  los  distinguidos  hechos  que  acon- 
tecieron, lleva  el  sello  de  la  popularidad  y  de  la  ventura.  Ese  pe- 
ríodo fausto,  de  imperecedera  memoria,  es  el  del  reinado  de  Doña 
Isabel  de  Castilla  y  de  D.  Fernando  de  Aragón ,  el  de  los  Reyes 
Católicos.  Rodeados  de  hombres  de  consejo,  de  hábiles  capitanes, 
de  esforzados  guerreros,  de  intrépidos  aventureros  y  magnates  es- 
plendorosos, se  asocian  intimamente  á  todo  lo  grande  de  su  época, 
y  con  los  nobles  esfuerzos  de  Gonzalo  de  Córdoba ,  la  destreza  del 
Cardenal  Jiménez  de  Cisneros  y  el  ánimo  invencible  de  Cristóbal 
Colon  fortalecen  el  poder  real ,  ensanchan  los  dominios  de  su  tro- 
no ,  humillan  en  Granada  la  media  luna  tremolando  el  estandarte 
de  Castilla  sobre  los  torreones  de  la  Alhambra,  y  añaden  un  nuevo 
mundo  á  su  corona.  La  empresa  del  Genovés,  desdeñada  de  los  ex- 
traños y  laureada  con  el  más  feliz  éxito ,  es  el  asombro  de  las  na- 
ciones y  la  admiración  de  todos ,  y  el  más  alto  y  legítimo  orgullo 
de  los  españoles  y  de  su  reina.  Consiguió  Colon  las  albricias  del 
descubrimiento  inmortalizando  su  nombre,  que  poco  importa  se  le 
alzara  Américo  Vespucio  con  su  honra  y  la  envidia  le  engendrara 
contradicciones,  continuas  sombras  que  siguen  á  las  ajenas  prospe- 
ridades; que  su  ilustre  memoria  vivirá  eternamente,  no  solo  por  el 
presente  de  las  nuevas  tierras  llenas  de  riquezas ,  sino  por  el  dila- 
tado campo  que  dejaba  abierto  para  llevar  fructuosamente  la  cul- 


DE    LOS   PRIMEROS    MISIONEROS   EN    NÜEVA-ESPAÑA         379 

tura  y  las  creencias  de  la  metrópoli.  Es  indudable  que  las  primi- 
cias evangélicas  que  allí  se  lograron  se  deben  á  Isabel  I,  y  que  sus 
proyectos  benéficos  no  pudo  realizarlos  su  corazón  magnánimo :  el 
sepulcro  cerró  sus  dias,  y  quedó  reservado  á  su  nieto  D.  Carlos  la 
grande  obra  de  la  civilización  de  las  Indias  Occidentales. 

Apenas  se  habia  publicado  el  nuevo  mar  y  las  noticias  de  países 
tan  remotos  y  desconocidos,  cuando  acudieron  varones  de  vida  apos- 
tólica ofreciéndose  sin  premio  ni  recompensa  alguna  á  la  enseñanza 
de  los  indios  y  darles  á  conocer  el  verdadero  camino  del  Cielo.  Eu 
muy  pocos  aíios  concurrieron  en  la  Isla  Española,  Cuba  y  Jamaica 
no  pocos  sujetos  de  varias  órdenes  religiosas,  dando  principio  á  la 
predicación,  que  fuera  más  provechosa  si  no  lo  impidieran  en  tiem- 
pos de  tanta  licencia  y  turbación  las  continuas  guerras  y  frecuen- 
tes competencias  que  por  alli  se  suscitaban. 

No  bien  llegó  á  España  el  Emperador  Carlos  V  y  comenzado  á 
reinar,  mostró  su  ardiente  solicitud  en  favorecer  la  propagación  de 
la  fe;  y  llevara  á  buen  término  su  propósito ,  si  dieran  pronto  des- 
pacho á  varias  consultas  teológicas  y  jurídicas  los  doctos  maestros 
que  hablan  de  informar  sobre  la  adquisición  y  retención  en  la  co- 
rona real  de  las  tierras  descubiertas  y  conquistadas,  y  de  los  medios 
que  hablan  de  adoptarse  para  la  conversión  de  los  indios:  muy  poco 
se  adelantó  en  aquella  sazón  fiando  el  Emperador  la  resolución  á 
sus  gobernantes,  pues  que  atenciones  muy  urgentes  le  obligaron  á 
dar  la  vuelta  á  Alemania. 

Entre  los  muchos  que  más  ardientemente  solicitaron  por  enton- 
ces pasar  á  los  nuevos  descubrimientos  arriesgándose  á  tan  largo  y 
trabajoso  peregrinaje,  que  no  pudieron  realizar  su  intento  por  cau- 
sas extrañas  á  su  voluntad,  merecen  un  lugar  preferente  Fray  Juan 
Clapion,  natural  de  Flándes  y  confesor  que  habia  sido  del  mismo 
Carlos  V,  y  Fray  Francisco  de  los  Angeles,  hermano  del  Conde  de 
Luna,  que  por  sus  buenas  dotes,  asi  de  nobleza  como  de  instrucción 
y  observancia,  era  uno  de  los  principales  frailes  de  la  Orden  de 
San  Francisco;  y  tanto,  que  muy  pronto  fué  elegido  Ministro  Ge- 
neral, y  después  Cardenal  del  titulo  de  Santa  Cruz.  No  era  dudoso 
consiguieran  la  venia  imperial  y  el  permiso  para  ir  á  Roma ,  en 
donde  tampoco  les  faltó  lá  licencia  de  su  prelado  superior,  acu- 
diendo al  punto  á  Su  Santidad  para  recibir  su  bendición  y  supli- 
carle se  sirviese  conceder  á  los  religiosos  franciscanos  que  fuesen  á 
la  conversión  de  los  indios  las  mismas  facultades  y  privilegios  que 


380  DE    LOS    PRIMEROS    MISIONEROS 

SUS  predecesores  les  habían  otorg-ado  cuando  iban  á  predicar  á 
tierras  de  infieles.  En  efecto ,  el  Papa  León  X  expidió  en  Roma  á 
25  de  Abril  de  1521  una  bula  tan  colmada  de  gracias,  que  no  sola- 
mente les  concedió  la  administración  general  de  casi  todos  los  sa- 
cramentos, sino  que  en  las  provincias  donde  no  hubiese  Obispo  pu- 
diesen conferir  órdenes  menores,  y  confirmar,  conmutar  votos,  dis- 
pensar ciertos  grados  de  parentesco ,  reconciliar  iglesias,  absolver 
de  los  casos  reservados  á  los  diocesanos,  y  sentenciar  causas  matri- 
moniales. Y  finalmente,  entre  otras  mercedes,  que  pudiesen  hacer 
todo  aquello  que  creyesen  más  conveniente  para  la  dilatación  de  la 
fe,  sin  que  nadie,  cualquiera  que  fuese  sa  dignidad,  se  atreviera  á 
impedirlo  bajo  la  pena  de  excomunión  mayor.  Con  tan  importante 
documento  volvieron  á  España  para  poner  en  ejecución  sus  santos 
deseos  y  escoger  entre  sus  compañeros  los  más  idóneos  y  de  voca- 
ción más  decidida;  pero  apenas  hablan  llegado  á  Castilla,  aconte- 
ció la  muerte  de  León  X  en  el  mismo  año  de  152L  Sucedióle  en  el 
pontificado  Adriano  VI,  Obispo  de  Tortosa  y  maestro  que  habia  sido 
del  Emperador:  este  se  hallaba  ausente,  y  como  no  pudiese  despa- 
char tan  presto  la  provisión  de  los  ministros  eclesiásticos,  forzosa- 
mente tuvieron  que  suspender  su  jornada. 

Estaba  en  Gante  Carlos  V  cuando  recibió  la  carta  relación  de 
Hernán-Cortés  en  que  le  daba  cuenta  de  sus  prósperos  sucesos  en 
Méjico  y  del  extraordinario  servicio ,  cual  nunca  vasallo  hizo  á  su 
señor ,  y  es  su  mayor  elogio ,  de  haberle  conquistado  un  imperio 
tan  grandioso ,  que  contaba  extendidos  reinos  y  muchedumbre  de 
provincias:  al  mismo  tiempo  le  rogaba  encarecidamente  enviase  al- 
gunos misioneros  que  pudiesen  doctrinar  á  los  naturales,  pues  que 
su  capacidad  era  mayor  que  la  de  todos  los  demás  que  se  hablan 
descubierto  en  aquel  Nuevo  Mundo.  Admitió  gustoso  el  Emperador 
tan  gratas  nuevas  y  dio  calor  á  la  empresa,  no  tanto  por  engran- 
decer sus  dominios ,  cuanto  que  creciendo  la  influencia  de  Lutero 
en  gran  parte  de  sus  Estados  de  Alemania,  perdiendo  la  fe  que  de 
muchos  años  hacia  venian  profesando,  abria  con  mayores  ganan- 
cias una  nueva  puerta  al  Evangelio  en  las  naciones  que  nunca  le 
habían  óido  ni  tenido  noticia  de  él.  Y  para  no  descuidar  negocio 
tan  importante  escribió  al  nuevo  Pontífice  con  el  despacho  que  Cor- 
tés le  habia  enviado,  suplicándole  concediera  su  plenaria  autoridad 
á  los  religiosos  de  las  órdenes  mendicantes  que  hubiesen  de  pasar 
á  América ,  quien  accediendo  á  sus  ruegos  expidió  la  famosa  bula 


BN   NUEVA-ESPAÑA.  381 

llamada  la  Omnimoda  á  9  de  Mayo  de  1522,  no  sólo  confirmando, 
sino  ampliando  la  de  su  antecesor  León  X. 

Estas  letras  apostólicas  llenaron  de  contento  á  Fray  Juan  Cla- 
pion  y  Fray  Francisco  de  los  Angeles,  y  aunque  nada  se  oponia  á 
su  viaje,  convinieron  en  suspenderlo  para  asistir  al  capítulo  de  su 
Orden  que  en  el  siguiente  año  de  1523  se  habia  de  celebrar  en  Bur- 
gos con  el  doble  objeto  de  proporcionarse  algunos  principales  reli- 
giosos que  se  les  asociasen  y  consultar  varios  asuntos  referentes  á 
su  misión;  pero  habiendo  sido  elegido  Ministro  General  Fray  Fran- 
cisco de  los  iíngeles,  y  pasado  á  mejor  vida  poco  tiempo  después 
el  P.  Clapion,  ni  uno  ni  otro  pudieron  realizar  sus  deseos. 

En  este  mismo  año  hubo  tres  frailes  también  de  la  Orden  de  San 
Francisco,  del  convento  de  Gante,  que  movidos  de  celo  y  piedad  y 
contando  con  la  benevolencia  del  Emperador,  se  propusieron  pasar 
ala  Nueva  España  como  los  primeros  apóstoles  de  la  divina  pala- 
bra entre  tantos  que  con  más  ó  menos  fortuna  lo  habian  intentado. 
Y  al  decir  los  primeros  apóstoles  no  se  trata  de  sostener  una  cues- 
tión de  prioridad ;  que  harto  sabido  es  que  Fray  Bartolomé  de  Ol- 
medo, mercenario,  acompañó  á  Hernán-Cortés  en  sus  conquistas,  y 
ofició  la  primera  misa  en  aquella  tierra  el  clérigo  Juan  Diaz :  de 
aquel  se  dice  que  catequizó  á  la  Malintzin  y  éste  la  bautizó  por  la 
disposición  que  hallaron  para  esto ,  por  ser  india  tan  ladina  y  en- 
tendida ,  que  lo  pudieron  hacer  en  nuestra  lengua ,  y  que  con  el 
nombre  de  Marina  es  bien  conocida  en  la  historia.  También  apare- 
cen los  clérigos  Juan  Ruiz  de  Guevara  y  Juan  de  León,  que  llevó 
en  su  compañía  Panfilo  de  Narvaez ,  y  el  P.  Melgarejo ,  que  dejó 
en  la  Villarica  y  después  fué  con  Cortés  á  la  jornada  que  hizo  en 
favor  de  sus  amigos  los  Chalcas;  pero  ni  de  estos  ni  de  otro  alguno 
se  tiene  noticia  que  aprendiesen  la  lengua  mejicana,  y  por  lo  tanto 
no  pudieron  doctrinar  á  los  indios ,  sin  quitarles  el  mérito  de  que 
fuesen  los  que  primeramente  enarbolaran  el  estandarte  de  la  Cruz. 
Los  que  verdaderamente  fueron  como  tales  misioneros  con  licencia 
del  Emperador  y  de  su  provincial,  y  se  ejercitaron  en  ese  ministerio 
sin  que  se  sepa  de  ninguno  anterior,  son  Fray  Juan  de  Tecto, 
Fray  Juan  de  Aora  y  Fray  Pedro  de  Gante. 

Fray  Juan  de  Tecto ,  natural  de  Flándes ,  de  la  Orden  de  San 
Francisco ,  era  guardián  del  convento  de  Gante  y  confesor  del  Em- 
perador Carlos  V ,  quien  resistió  dejarle  partir  para  las  misiones 
por  el  grande  afecto  que  le  tenia  y  lo  mucho  que  fiaba  en  sus  con- 


382  DE    LOS    PRIMEROS    MISIONEROS 

sejos  y  virtudes :  ilustró  la  universidad  de  París  enseñando  teología 
por  espacio  de  catorce  años ,  y  fué  varón  tan  docto ,  que  según  afir- 
man los  padres  Oroz,  Mendieta  y   Torquemada,  no  pasó  á  las 
Indias  otro  que  en  ciencia  se  le  igualase.  En  1523,  llegó  á  la  Nueva- 
España  con  sus  dos  compañeros  mencionados  y  eligió  por  residen- 
cia la  ciudad  de  Tezcuco ,  sin  dejar  de  acudir  con  frecuencia  á  la 
de  Méjico.  Lleno  de  caridad  y  consolado  de  esperanzas,  no  dudó 
un  momento  de  los  copiosos  frutos  que  tendría  la  fe,  y  ardiendo  en 
deseos  de  la  conversión  de  aquellos  infieles ,  comprendió  al  punto 
que  para  sazonar  la  entrada  del  Evangelio  no  bastaba  ganarles  el 
corazón  con  cariños ,  sino  que  era  preciso  convencerlos  con  razo- 
nes; para  esto  no  descansó  hasta  aprender  la  lengua  mejicana  de- 
dicándose con  el  mayor  celo  á  enseñar  la  doctrina  cristiana  á  los 
niños  de  la  clase  noble  para  que  fuese  más  rápida  su  propagación, 
y  adquiriese  mayor  autoridad.  No  tardó  mucho  en  llegar  á  Méjico 
la  misión  del  venerable  Fray  Martin  de  Valencia ,  compuesta  de 
doce  religiosos  de  la  misma  Orden ,  y  como  viese  este  que  todavía 
se  conservaban  los  templos  de  los  Ídolos ,  y  que  los  indios  continua- 
ban en  su  falsa  religión,  interrogó  á  Fray  Juan  ¿Qué  ha  hecho- 
padre  ,  vuestra  caridad  y  sus  compañeros?  A  lo  que  respondió :  «he, 
mos  estado  aprendiendo  la  teología  que  ignoró  San  Agustín ,  y  sin 
esa  que  es  la  lengua  de  estas  gentes  ,  ningún  fruto  podemos  sacar. » 
En  1525  acompañó  á  Hernán-Cortés  á  la  conquista  de  las  Hibue- 
ras ,  y  como  faltasen  los  víveres  por  el  alzamiento  de  Cristóbal  de 
Olid ,  fué  uno  de  los  muchos  que  perecieron  de  hambre  cerca  de 
Honduras,  siendo  la  última  jornada  de  sus  trabajos  y  la  primera 
de  la  recompensa  eterna. 

Escribió :  Primeros  rudimentos  de  la  doctrina  cristiana  en  len- 
gua mejicana ,  de  los  que  se  sirvió  para  formar  su  catecismo  Fray 
Pedro  de  Gante,  y  la  Apología  del  bautismo  administrado  d  los 
jentiles  mejicanos ,  con  solo  el  agua  y  la  forma  sacramental. » 

Fray  Juan  de  Aora ,  era  también  flamenco  de  nación ,  sacerdote 
franciscano ,  y  de  edad  muy  avanzada :  residió  en  Tezcuco  y  aun 
cuando  se  dedicó  á  convertir  á  los  indios ,  se  hacia  entender  con 
suma  dificultad  y  no  llegó  á  aprender  la  lengua  mejicana,  pues  á 
los  pocos  meses  de  su  llegada  recibió  el  premio  de  sus  apostólicos 
deseos.  Fué  el  primer  misionero  que  murió  en  Nueva-España ,  y 
su  cuerpo  quedó  depositado  en  una  capilla  que  se  habla  labrado  en 
la  casa  del  cacique  que  lo  habla  acogido ,  de  donde  se  trasladó  al 


EN    NÜEVA-ESPAÑA.  383 

convento  que  se  edificó  después  bajo  la  advocación  de  San  Antonio 
de  Pádua,  siendo  g-uardian  el  venerable  Fray  Toribio  de  Motolinia. 

En  la  villa  de  Igüen,  en  la  provincia  Budardo  de  Flándes,  nació 
Fray  Pedro  de  Gante ;  era  de  noble  linaje  y  recibió  una  educación 
esmerada ,  aunque  misteriosa ,  haciendo  sus  estudios  en  la  univer- 
sidad de  Lo  vaina ,  en  donde  excedió  á  muchos  de  sus  compañeros, 
y  se  igualó  con  los  más  aventajados.  Siendo  mozo  tomó  el  hábito 
de  San  Francisco ,  comenzando  desde  su  florida  edad  á  ejercitarse 
en  la  humildad  como  fundamento  de  la  perfección  cristiana,  y 
aunque  por  sus  letras  y  merecimientos  pudiera  ser  corista  y  orde- 
narse de  sacerdote ,  siempre  permaneció  en  el  estado  de  lego  sin 
aspirar  á  títulos  y  prelacias ,  que  raras  veces  dejan  de  tropezar  en 
descuidos  y  omisiones. 

Era  morador  en  el  convento  de  Gante ,  cuando  la  fama  con  su 
lijero  vuelo  corrió  en  poco  tiempo  la  Europa  publicando  los  descu- 
brimientos de  las  nuevas  tierras  y  sus  grandezas ,  conmoviendo  la 
curiosidad  á  muchos  y  la  codicia  á  todos ;  más  la  caridad  única- 
mente encendió  á  Fray  Pedro  en  vehementes  deseos  de  procurar 
con  su  talento  y  capacidad  la  reducción  de  los  infieles  al  conoci- 
miento de  la  verdadera  religión. 

A  los  pocos  meses  de  llegar  á  la  Nueva-España  habia  aprendido 
con  tanta  prontitud  como  perfección  la  lengua  mejicana :  fué  el 
primero  que  fundó  escuelas  en  Tezcuco ,  Méjico  y  Tlaxcala ,  ense- 
ñando á  los  niños  y  principales  á  leer ,  escribir ,  contar ,  la  doctrina 
cristiana ,  y  á  tocar  instrumentos  músicos  y  á  cantar ;  y  á  los  adul- 
tos les  instruía  además  en  la  pintura ,  escultura ,  arquitectura  y 
oficios  mecánicos.  Instituyó  en  Méjico  un  colegio  de  niñas  nobles, 
y  con  el  fin  de  que  recibieran  la  mejor  educación,  suplicó  á  la  Em- 
peratriz que  mandase ,  como  lo  verificó ,  seis  matronas  que  las  en- 
señasen todas  las  labores  propias  de  su  sexo :  hizo  fabricar  hasta 
cien  iglesias  en  aquel  reino ,  y  muy  particularmente  la  suntuosa 
capilla  de  San  José ,  inmediata  á  la  primera  y  pequeña  iglesia  de 
San  Francisco ,  donde  acudían  los  indios  á  oir  la  predicación  y  ce- 
lebrar las  festividades  religiosas :  hizo  edificar  la  escuela  de  niños 
(hoy  San  Juan  de  Letran)  donde  se  doctrinaban  los  hijos  de  los 
señores  del  imperio  mejicano ,  y  junto  á  ella  espaciosos  aposentos 
para  enseñar  á  los  indios  á  pintar ,  y  alli  se  hicieron  las  primeras 
imágenes  y  retablos  para  los  templos  de  toda  la  república :  también 
procuraba  con  la  mayor  perseverancia ,  que  según  sus  aficiones  se 


384  DE    LOS    PRIMEROS    MISIONEROS 

industriasen  los  naturales  en  todos  los  oficios  mecánicos ,  utilizando 
los  conocimientos  de  algunos  menestrales  que  en  busca  de  riquezas 
solían  llegar  á  Méjico  Hizose  arquitecto  y  albañil ,  poniendo  el 
barro  y  levantando  el  adobe ,  y  sin  más  paga  que  servir  á  todos, 
ni  más  jornal  que  engrandecer  la  religión.  Ajustaba  sus  obras  con 
sus  obligaciones ,  y  en  cuanto  trabajaba,  que  era  mucho ,  no  aten- 
día á  su  comodidad  ni  buscaba  su  interés ,  sino  el  del  bien  común. 

Todos  sus  contemporáneos  convienen  en  que  era  tartamudo ,  y 
al  mismo  tiempo  nos  aseguran  de  la  gracia ,  facilidad  y  elocuencia 
con  que  predicaba  sus  sermones ,  siendo  la  opinión  de  su  pulpito 
con  aprobación  general,  porque  edificaba  con  su  modestia,  instruía 
con  sus  palabras,  y  resplandecía  con  su  vida  ejemplar ,  aun  cuando 
estudiaba  en  disimular  sus  virtudes.  Poseía  las  lenguas  latina, 
francesa,  castellana  y  mejicana,  y  en  esta  última  compuso  y  pu- 
blicó una  doctrina  cristiana ,  que  en  su  tiempo  fué  de  las  más  co- 
piosas y  aplaudidas. 

En  carta  escrita  por  el  mismo  Fray  Pedro  al  provincial  de  Flán- 
des,  que  se  imprimió  en  Bruselas  el  año  de  1528,  entre  otras  cosas, 
dice :  «  hemos  bautizado  más  de  doscientos  mil  indios :  cada  provin- 
cia ,  país  y  parroquia  tiene  ahora  su  iglesia ,  su  altar ,  su  cruz  y 
su  pendón ,  y  muestran  gran  devoción.  Vamos  trabajando  según 
nuestra  posibilidad  y  su  capacidad  en  convertirlos  á  Dios.  Yo  en- 
seño y  predico  continuamente,  y  de  Dios  enseño  la  doctrina.  El 
país  es  muy  grande  y  poblado :  nosotros,  aunque  tan  pocos,  hemos 
juntado  en  nuestras  casas  hijos  de  señores  y  principales  para  ins- 
truirles, y  ellos  después  instruyen  á  sus  padres  y  parientes.  Estos 
mismos  saben  leer  escribir,  cantar,  predicar,  hacer  el  culto  Di- 
vino ni  más  ni  menos  que  los  sacerdotes.  De  estos  niños  tengo  á  mi 
cargo  en  esta  ciudad  hasta  quinientos :  á  cincuenta  escogidos  en- 
seño en  la  semana  lo  que  han  de  predicar  el  domingo  siguiente ,  y 
van  á  predicar  también  los  domingos  fuera  de  la  ciudad  hasta 
treinta  leguas  á  la  redonda ,  disponiendo  con  la  doctrina  al  bau- 
tismo. También  nosotros  discurrimos  con  ellos  por  el  país  demo- 
liendo los  ídolos ,  y  bendiciendo  en  su  lugar  iglesias  del  verdadero 
Dios.  Así  pasamos  el  tiempo  con  increíble  trabajo  para  traer  el 
pueblo  infiel  á  la  fe  de  Cristo.» 

Los  Prelados  de  las  órdenes  tenían  muy  recomendado  á  sus  reli- 
giosos que  diesen  cuenta  del  fruto  de  sus  misiones ,  y  expresamente 
lo  tenia  mandado  el  Consejo  de  Indias ,  á  fin  de  tener  conocimiento 


EN    NÜEVA-ESPA.ÑA.  ^5 

no  sólo  de  los  adelantos  de  la  cristiandad ,  sino  del  estado,  costum- 
bres, población  y  riquezas  de  tierras  tan  dilatadas,  y  ciertamente 
en  estas  relaciones  es  donde  se  hallan  noticias  las  más  curiosas  y 
peregrinas  de  la  historia  y  sucesos  más  notables  de  aquellos  países. 

El  P.  Fray  Juan  de  Zumarraga,  primer  Obispo  de  Méjico,  va- 
ron  de  santa  vida ,  y  cuya  memoria  es  respetada  de  todos ,  escribió 
una  epístola  que  se  leyó  y  repartió  en  el  Capitulo  general  de  la 
Orden  de  San  Francisco,  celebrado  en  Tolosa  de  Francia  el  año 
de  1532,  en  la  que  después  de  referir  algunos  acaecimientos  dig- 
nos de  atención ,  y  enumerar  los  trabajos  y  penalidades  de  sus  her- 
manos los  de  la  regular  observancia,  dice  lo  siguiente...  (1)  «En- 
tre los  frailes  que  están  bien  enseñados  en  la  lengua  indica ,  es  uno 
que  se  llama  Fray  Pedro  de  Gante ,  y  es  lego ,  el  cual  habla  aque- 
lla lengua  facundísima  y  copiosamente ,  y  tiene  solícito  y  diligen- 
tísimo cuidado  de  seiscientos  mozos  ó  más,  el  cual  fraile  es  el  prin- 
cipal casamentero,  porque  en  los  días  de  fiesta  con  muy  gran 
solemnidad  casa  aquestos  mozos  con  otras  mozas  cristianas  que 
están  muy  bien  enseñadas.»  Y  el  Maestro  Gil  González  Dávila  (2) 
añade  que  Fray  Pedro  fué  el  mayor  ministro  que  en  aquella  edad 
y  tiempo  tuvo  la  Nueva-España. 

Tres  veces  le  enviaron  licencias  de  Europa,  sin  solicitarlas,  para 
que  recibiese  los  Ordenes  sagrados :  la  primera  del  Papa  Paulo  III; 
la  segunda  del  Capítulo  celebrado  en  Roma ,  siendo  General  de  la 
Orden  Fray  Vicente  Lunel ,  y  la  tercera  de  un  Nuncio  apostólico 
en  estos  reinos,  pero  siempre  prefirió  permanecer  en  su  humilde  y 
primera  vocación  y  acudir  á  la  enseñanza  como  pobre  lego. 

Trataba  á  todos  con  amoi  y  dulzura ,  granjeándose  las  volunta- 
des ,  y  haciéndose  dueño  de  los  corazones  que  le  correspondían  con 
respeto  y  veneración,  y  así  solia  decir  con  donaire  el  Sr.  Montu- 
far:  «Yo  no  soy  Arzobispo  de  Méjico,  sino  Fray  Pedro  de  Gante,» 
y  es  indudable  que  hubiera  obtenido  esta  mitra  si  quisiera  acep- 
tarla ,  pues  en  la  vacante  del  Sr .  Zumarraga  se  la  ofreció  el  Em- 

(1)  Hállase  esta  carta  traducida  del  latín  al  castellano,  que  es  de  donde  se 
ha  copiado,  en  el  libro  intitulado:  Thesoro  de  virñides,  copilado  por  un  reli- 
gioso portugués ,  llamado  fray  Alonso  de  la  Isla ,  de  la  orden  del  seráfico  pa- 
dre san  Francisco...  Fué  impresa...  en  la  villa  de  Medina  del  Campo  por  Pe- 
dro de  Castro...  año  de  154.3.  4."  gótico. 

(2)  Gil  González  Dávila  incluye  esta  misma  carta,  aunque  con  muchas  va- 
riantes, en  la  iglesia  de  Méjico  de  su  Teatro  eclesiástico  de  las  Indias  Occi- 
dentales. 


386  DE    LOS   PRIMEROS    MISIONEROS 

perador  Carlos  V,  y  para  que  no  se  dude  de  un  hecho  que  se  ha 
tenido  por  vulgar,  citaré  unas  palabras  de  Fray  Diego  Valades, 
Procurador  general  en  Roma,  que  lo  trató  y  conoció  mucho  (1): 
Cujus  rei  certissimus  testis  esse  possum ,  ut  pote  qui  multas  res- 
ponsionis  ejus  nomine  (de  Fray  Pedro)  conscripserim ,  et  epístolas 
Caesaris  plenas  henevolentice  et  propensionis  viderim.  Este  fué  el 
origelí  y  fundamento  para  que  algunos  sospecharan  que  habia  es- 
trecho lazo  de  parentesco  entre  el  Emperador  y  el  lego ,  si  bien 
otros  lo  atribulan  á  ser  paisanos  y  haberse  conocido  en  su  juven- 
tud. Pero  cuando  acaeció  la  muerte  de  este  se  hallaba  de  Provin- 
cial de  la  Nueva-España  el  célebre  P.  Fray  Alonso  de  Escalona ,  y 
en  el  mismo  año ,  en  carta  dirigida  al  Rey  Felipe  II ,  le  decia :  «He- 
mos perdido  uno  de  los  mejores  obreros  en  Fray  Pedro  de  Gante. 
Dios  se  lo  llevó  á  si  para  darle  el  premio ,  según  lo  sabe  dar  á  sus 
servidores,  que  fuera  harto  pesado  y  molesto  si  diera  cuenta  á  V.  M. 
de  lo  mucho  que  hizo  y  obró  por  acá ,  pues  que  la  tierra  está  hen- 
chida de  su  fama ;  fué  pastor  infatigable,  trabajando  en  su  ganado 
cincuenta  años ,  y  muriendo  en  medio  de  sus  ovejas ,  muy  distinto 
de  aquel  Obispo  Cassaus  que  las  abandonó,  y  murió  muy  lejos  de- 
llas :  mucho  agradecimiento  le  deben  estos  indios ,  y  nosotros  los 
religiosos ,  pues  que  le  daba  brios  el  ser  deudo  tan  allegado  del 
cristianísimo  padre  de  V.  M.,  que  por  su  medio  nos  era  gran  favo- 
rescedor  y  nos  otorgaba  muchas  de  las  mercedes  que  todos  habla- 
mos menester. »  En  prueba  de  lo  que  afirma  el  Padre  Escalona, 
bastará  copiar  lo  que  el  mismo  P.  Gante  escribía  al  Emperador 
en  ocasión  que  clamaba  contra  el  servicio  personal  de  los  indios, 
y  solicitaba  alguna  ayuda  para  la  conservación  de  la  escuela  que 
habia  fundado  contigua  á  la  capilla  de  San  José  :  «Justa  cosa  es 
que  se  me  conceda  atento  á  lo  mucho  que  he  trabajado  con  ellos, 
y  que  tengo  intención  de  acabar  mi  vida  en  su  doctrina ,  y  dame 
atrevimiento  ser  tan  allegado  de  V.  M. ,  y  ser  de  su  tierra ;»  y  en 
una  breve  relación  de  varios  sucesos,  es  mucho  más  explícito, 
«pues  que  V.  M.  é  yo  sabemos  lo  cercanos  é  propíneos  que  somos, 
é  tanto  que  nos  corre  la  mesma  sangre ,  le  diré  verdad  en  todo  para 
descargo  de  mi  conciencia,  y  que  V.  M.  pueda  descargar  la  snya.» 

(1)  Rhetorica  christiana  ad  concionandi  et  orandi  usum  accommodata... 
auctore  P.  F.  Didaco  Valades...  Perusiae,  apud  Petrum  lacobum  Petru- 
tium,  1579.  4.*  pag.  222.  La  parte  4.*  adornada  de  láminas,  se  refiere  á  las 
antigüedades  mejicanas  é  introducción  del  Evangelio  en  la  Nueva-España. 


EN    NUEVA-ESPAÑA.  387 

Hasta  aquí  nuestras  investig-aciones ,  que  no  hemos  escaseado .  sin 
poder  rastrear  cuál  fuese  el  grado  de  parentesco  que  debió  de  ser 
muy  próximo ,  según  se  deduce  de  tantas  afirmaciones. 

A  pesar  de  sus  virtudes  no  faltaron  á  Fray  Pedro  algunas  tribu- 
laciones en  su  vida.  Por  efecto  de  una  calumnia,  su  Prelado  le  en- 
vió de  Méjico  á  morar  á  Tlaxcala,  en  donde  prosiguió  en  sus  mi- 
nisterios, hasta  que  justificada  su  inocencia,  se  probó  de  una 
manera  evidente  que  entre  millares  de  indias,  algunas  más  fáciles 
que  honestas,  gozó  de  mayor  victoria  en  la  resistencia.  Volvió  ^ 
Méjico ,  saliendo  á  recibirle  el  pueblo  á  la  gran  laguna  de  Tez- 
cuco  con  una  flota  de  canoas ,  haciéndole  una  fiesta  á  manera  de 
combate  naval ,  y  llevándole  en  triunfo  hasta  su  convento  entre 
escuadrones  de  danzas  y  diversidad  de  regocijos. 

Vivió  como  ángel  y  murió  como  santo  en  Méjico  el  29  de  Junio 
de  1572,  en  que  fué  á  gozar  el  premio  de  sus  merecimientos. 

Las  crónicas  de  su  Orden  encarecen  sus  servicios,  y  aqui  se 
abrevian  sus  méritos.  Escribió : 

Epístola  ad  Provincialem  Flandria  de  rehus  ad  Jidem  chris- 
tianam  in  Novo  Orbe  pertinentibus .  Antuerpise,  1528.  En  8." 

Doctrina  cristiana  en  lengua  mexicana.  Empieza  asi :  «  Nicam 

ompehua  in  doctrina  cristiana  México  Tlatolli  tiquitohua »  y 

concluye :  «  A  honrra  y  gloria  de  nuestro  Señor  Jesucristo  y  de  su 
bendita  madre  aqui  se  acaba  la  presente  doctrina  cristiana  en  len- 
gua Mexicana.  La  qual  fue  recopilada  por  el  R.  P.  Fray  Pedro  de 
Gante  de  la  orden  de  Sant  Francisco.  Fue  impressa  en  casa  de  luán 
Pablos  impresor  de  libros.  Año. de.  1553.  8."  letra  gótica.  Libro  de 
la  mayor  rareza. 

La  carta  que  insertamos  á  continuación  creemos  será  leida  con 
especial  agrado ,  y  nos  lisonjeamos  de  que  en  ella  encontrarán  no- 
ticias curiosas  los  amantes  de  la  historia  y  de  la  literatura.  Dice 
literalmente  asi  (1) : 

S.  C.  C.  M.  '■-M  ->u-^ 

Después  que  á  mi  noticia  vino  como  Nuestro  Señor  habia  sido 
servido  que  por  los  grandes  trabajos  y  enfermedades  de  que  el 
Emperador  nuestro  Señor,  padre  de  V.  M.  se  sentia  cargado,  y 

(1)  Para  mayor  facilidad  en  la  lectura  hemos  adoptado  la  ortografía  mo- 
derna, conservando  el  texto  conforme  con  su  original.  ' 


388  DE   LOS   PRIMEROS    MISIONEROS 

para  que  como  cristianísimo  con  más  quietud  y  desembarazo  de 
negocios  tan  arduos,  y  trabajos  para  su  edad  no  poco  difíciles,  y 
ansí  mesmo  necesarios  para  la  existencia  y  perpetuidad  de  nuestro 
augmentamiento  en  la  fe  católica  y  cristianismo ,  se  habia  recogi- 
do y  traspasado  en  vida  á  V.  M. ,  como  á  hijo  heredero  suyo,  el 
Estado,  y  con  él  estos  reinos  de  la  Nueva-España,  tuve  determi- 
nado como  uno  de  los  más  particulares  servidores  de  V.  M. ,  pues 
dende  muy  mozo  siempre  me  he  ocupado  en  cosas  tocante  al  ser- 
vicio de  la  Corona  Real  antes  de  mi  conversión ,  y  después  acá 
muy  mucho  mejor.  Para  mayor  evidencia  de  lo  dicho  daré  á  V.  M. 
relación  (aunque  no  tan  larga  como  pudiera  si  fuera  della  necesa- 
rio, la  cual  dejo  por  evitar  prolijidad),  del  suceso  desta  tierra  co- 
mo hombre  experimentado  por  experiencia  muy  larga  de  muchos 
años,  como  es  menester  á  todo  leal  servidor,  y  para  que  V.  M. 
tuviese  alguna  previa  noticia  para  cuando  alguna  vez  se  ofreciere, 
que  siempre  se  ofrecen  cosas  necesarias  que  suplicar  á  V.  M.  para 
el  descargo  de  su  Real  conciencia,  de  las  cuales  como  V.  M.  está 
tan  lejos  y  apartado  y  no  las  puede  ver  ni  su  Real  presencia  puede 
ser  habida ,  tenemos  necesidad  los  religiosos  como  leales  servido- 
res ,  desapasionados  y  libres  de  lo  temporal  y  deseosos  de  que  lo 
espiritual  permanezca ,  de  le  dar  cuenta  y  relación  é  información 
para  que  como  siempre  el  Emperador  Nuestro  Señor  lo  ha  hecho 
con  aquel  celo  cristianísimo  de  las  ánimas,  V.  M.  como  tal,  é  hijo 
de  tal  padre.  Rey  é  Señor  Nuestro ,  pues  que  Dios  Nuestro  Señor 
nos  le  dio  por  tal ,  provea  lo  que  más  y  mejor  le  pareciere  conve- 
nir según  Dios  al  bien  de  los  pobres  y  existencia  de  la  tierra.  Y  es 
el  caso ,  que  yo  vine  con  S.  M.  el  Emperador  Nuestro  Señor  cuan- 
do vino  á  España  y  desembarcó  en  Santander ,  con  otros  dos  reli- 
giosos en  compañía  de  Clapion,  su  Confesor,  el  uno  se  llamaba 
Fray  Juan  de  Tecto ,  Guardian  de  Gante ,  y  el  segundo  se  llamaba 
Fray  Juan,  también,  los  cuales  son  muertos,  y  á  mí  me  llaman 
Fray  Pedro  de  Gante,  servidor  muy  leal  de  V.  M.,  en  donde  tuvi- 
mos nueva  que  Hernando  Cortés  habia  descubierto  estas  tierras  y 
populosos  reinos  á  los  cuales,  deseando  mejor  y  más  cumplida- 
mente servir  á  Dios  y  á  la  Corona  Real,  procuramos  de  venir,  y  en 
llegando  incansablemente  trabajar  en  la  viña  del  Señor ,  conforme 
al  talento  poco  ó  mucho  de  cada  uno ,  y  conforme  á  las  fuerzas  de 
cada  uno  y  las  que  el  Señor  nos  habia  dado  aprendiendo  la  lengua, 
cosa  cierto  en  aquel  tiempo  muy  difícil ,  pues  era  gente  sin  escrip- 


EN    NUEVA-ESPAÑA.  389 

tura,  sin  letras,  ni  caracteres  y  sin  lumbre  de  cosa  alguna,  ni  de 
donde  nos  poder  favorecer  si  no  solo  de  la  gracia  de  Dios ,  con  la 
cual  fué  servido  en  breve  tiempo  la  supiésemos ,  y  con  ella  procu- 
ramos de  recoger  los  hijos  de  los  principales  y  señores  y  enseñalles 
la  ley  de  Dios  para  que  ellos  consiguientemente  la  enseñasen  á  sus 
padres  y  madres  y  á  todos  los  demás ,  y  esto  por  instrucción  del 
Capitán  ,  que  entonces  era  Hernando  Cortés ,  cierto  de  buena  me- 
moria ,  el  cual  luego  fué  gran  parte  y  el  todo  para  que  el  Evan- 
gelio de  Dios  fuese  tenido  y  reverenciado ,  honrando  á  los  minis- 
tros del  y  teniéndolos  en  mucho ,  por  lo  cual  fué  digno  y  lo  son 
todas  sus  cosas  en  este  mundo  de  honra  y  en  el  cielo  de  gloria, 
como  creo  que  la  tiene ,  porque  luego  mandó  á  toda  la  tierra  que 
de  veinte  y  cuarenta  leguas  alrededor  de  donde  estábamos  que 
todos  los  hijos  de  los  señores  y  principales  viniesen  á  Méjico  á  San 
Francisco  á  aprender  la  ley  de  Dios  y  á  la  enseñar  y  la  doctrina 
cristiana ,  y  ansi  se  hizo ,  que  se  juntaron  luego  poco  más  ó  menos 
mil  mochachos,  los  cuales  teníamos  encerrados  en  nuestra  casa  de 
dia  y  de  noche,  no  les  permitiendo  ninguna  conversación  con  sus 
padres  y  menos  con  sus  madres,  salvo  solamente  con  los  que  los 
servían  y  los  traian  de  comer ,  y  esto  para  que  se  olvidasen  de  sus 
sangrientas  idolatrías  y  excesivos  sacrificios ,  donde  el  demonio  se 
aprovechaba  de  innumerable  cantidad  de  ánimas ,  por  cierto  cosa 
increíble  que  hubiese  sacrificio  de  50.000  ánimas.  Doy  esta  rela- 
ción á  V.  M.  para  que  conozca  qué  trabajos  pasarían  los  pobres 
religiosos  en  semejantes  casos  y  en  cosas  tan  nuevas,  y  lo  que  hoy 
dia  pasarán  para  conservar  lo  que  con  tanto  trabajo  han  adquirido 
y  la  necesidad  que  tendrán  del  favor  de  V.  M.  para  lo  sustentar, 
porque  como  no  sea  menos  trabajo  buscar  lo  adquirido  que  conser- 
var las  cosas  ganadas ,  es  necesario  no  falte  el  ayuda  de  vuestra 
Invictísima  Magestad,  y  ansí  suplicando  á  V.  M.,  me  atrevo  no 
mire  á  mis  palabras  ni  á  mis  trabajos  pobres  en  que  yo  he  gastado 
mi  vida  sirviendo  á  V,  M.  (los  cuales  me  dan  atrevimiento  á  que 
en  esta  vea  el  deseo  que  tengo  con  toda  mi  vejez  de  ayudar  á  estos 
pobrecitos)  si  no  á  la  muy  Real  sangre  y  obligación  que  V.  M.  tiene 
de  augmentar  la  fé  cristiana  y  conservarlos. 

Es  bien  que  V.  M.  sepa  la  orden  que  con  ellos  se  ha  tenido  para 
qu3  vea  en  cuanto  abatimiento  y  á  cuantos  trabajos  se  sujetaban 
los  religiosos ,  los  cuales  no  son  nada  en  comparación  de  otros  que 
al  presente  no  hacen  al  caso.  Es  que  de  mañana  hacían  los  religio- 


390  L<E    LOS    PRIMEROS    MISIONEROS 

SOS  se  ayuntasen ,  y  rezasen  y  cantasen  el  oficio  menos  de  Nuestra 
Señora,  dende  prima  hasta  nona ,  y  luego  oian  misa  ,  y  luego  en- 
traban á  enseñarse  á  leer  y  á  escrebir ,  y  otros  á  enseñarse  á  cantar 
el  Oficio  divino  para  lo  oficiar :  los  más  hábiles  aprendían  la  doctri- 
na para  la  predicar  á  los  pueblos  y  aldeas,  y  después  de  haber  leido, 
cantaban  nona  de  Nuestra  Señora:  después  de  comer  daban  gracias 
al  Señor ,  cantaban  Oficios  de  finados ,  rezaban  los  salmos  y  canti- 
cum  gradum  de  tal  arte ,  que  nunca  estaban  ociosos :  leian  hasta 
vísperas,  las  cuales  acabadas,  tenian  otro  rato  de  ejercicio  en  en- 
señar la  doctrina  y  letras ,  que  en  aquel  tiempo ,  como  V.  M.  verá, 
no  era  poco  difícil  enseñarla :  tenía  yo  después  de  completas  una 
hora  ó  casi  de  tiempo  en  que  les  predicaba  y  tomaba  cuenta  á  los 
que  predicaban  á  las  ciudades  populosas  y  aldeas  de  cómo  lo  ha- 
cían ,  y  todos  así  juntos  como  los  tenía ,  se  iban  á  dormir  hasta 
maitines ,  á  los  cuales  se  levantaban  grandes  y  chicos  haciendo  tres 
veces  en  la  semana  disciplina  para  que  el  Señor  los  convirtiese. 
Todas  las  semanas ,  los  más  hábiles  y  alumbrados  en  las  cosas  de 
Dios,  estudiaban  lo  que  habían  de  predicar  y  enseñar  á  los  pueblos 
los  domingos  y  fiestas  de  guardar ,  y  los  sábados  los  enviaba  de  dos 
en  dos  (que  no  había  otro  sino  yo  con  otros  religiosos ,  que  no  éra- 
mos más  de  cuatro  para  un  mundo)  á  cada  pueblo  alrededor  de 
Méjico  cinco  y  seis  leguas ,  y  á  los  de  diez ,  y  de  quince  y  de  veinte 
leguas,  de  veinte  en  veinte  días,  y  á  otros  más  ó  menos,  salvo 
cuando  era  fiesta  ó  dedicación  de  los  demonios ,  que  enviaba  los 
más  hábiles  para  las  estorbar ;  y  cuando  algún  señor  hacia  fiesta 
alguna  en  su  casa  secretamente ,  los  mesmos  que  yo  enviaba  á  ver 
me  venían  á  avisar ,  y  luego  los  enviaba  llamar  á  Méjico  y  venían 
á  capítulo ,  y  les  reñía  y  predicaba  lo  que  sentía  y  según  Dios  me 
lo  inspiraba;  otras  veces  los  atemorizaba  con  la  justicia,  dicién- 
doles  que  los  habían  de  castigar  si  otra  vez  lo  hacían ,  y  desta  ma- 
nera ,  unas  veces  por  bien  y  otras  por  mal ,  poco  á  poco  se  destru- 
yeron y  quitaron  muchas  idolatrías ,  á  lo  menos  los  señores  y  prin- 
cipales iban  alumbrándose  algún  poco ,  y  conociendo  al  Señor ,  y 
procuraba  siempre  de  aficionallos  al  yugo  suave  del  Señor  y  á  la 
Corona  real  por  buenas  palabras  y  halagos,  y  otras  veces  por  te- 
mores ,  aconsejándoles  y  declarándoles  la  diferencia,  sin  compara- 
ción ,  que  habia  de  servir  á  Dios  y  á  la  Corona  real ,  á  servir  al 
demonio  y  á  estar  tiranizados.  Empero  la  gente,  como  estaba  como 
animales  sin  razón ,  indomables ,  que  no  los  podíamos  traer  al  gre- 


EN   Nü EVA-ESPAÑA.  391 

mió  y  congregación  de  la  iglesia ,  ni  á  la  doctrina,  ni  á  sermón, 
sino  que  huian  como  salvajes  de  los  frailes  y  mucho  más  de  los  es- 
pañoles ,  mas  por  la  gracia  de  Dios  empezelos  á  conocer  y  entender 
sus  condiciones  y  quilates ,  y  como  me  debia  haber  con  ellos ,  y  es 
que  toda  su  adoración  dellos  á  sus  Dioses  era  cantar  y  bailar  de- 
lante dellos ,  porque  cuando  habían  de  sacrificar  algunos  por  al- 
guna cosa ,  asi  como  por  alcanzar  Vitoria  de  sus  enemigos ,  ó  por 
temporales  necesidades,  antes  que  los  matasen  habian  de  danzar  de- 
lante del  Ídolo ,  y  como  yo  oi  esto  y  que  todos  sus  cantares  eran  de- 
dicados á  sus  Dioses,  compuse  metros  muy  solemnes  sobre  la  ley  de 
Dios  y  la  fe ,  y  como  Dios  se  hizo  hombre  por  salvar  el  linaje  hu- 
mano, y  como  nació  de  la  Virgen  María,  quedando  ella  pura  é 
sin  mácula ,  y  esto  dos  meses  poco  más  ó  menos  antes  de  la  Nati- 
vidad de  Jesucristo,  y  también  díles  libreas  para  pintar  en  sus 
mantas ,  para  bailar  con  ellas ,  porque  así  se  usaba  entre  ellos  con- 
forme á  los  bailes  y  á  los  cantares  que  ellos  cantaban ,  así  se  ves- 
tían de  alegría ,  ó  de  luto ,  ó  de  vitoria ,  y  luego  cuando  se  acer- 
caba la  pascua  hice  llamar  á  todos  los  convidados  de  toda  la  tierra 
de  diez  leguas  alrededor  de  Méjico  para  que  viniesen  á  la  fiesta  de 
la  Natividad  de  Cristo  nuestro  Redentor ,  y  ansí  vinieron  tantos  que 
uo  cabían  en  el  patio ,  aunque  es  harto  grande ,  y  cada  provincia 
tenía  hecha  su  xacala  (1)  adonde  se  recogían  los  principales,  y 
unos  venían  de  siete  y  ocho  leguas  en  hamacas ,  enfermos ,  y  otros 
de  seis  y  diez  por  agua ,  los  cuales  oían  cantar  la  mesma  noche  de 
la  Natividad  los  ángeles  en  el  cíelo ,  que  decían  en  tal  noche  nació 
el  Redentor  del  mundo ,  y  otras  palabras  semejantes.  De  esta  ma- 
nera vinieron  á  los  principios  por  bien,  y  algunas  veces  por  mal, 
á  la  obediencia  de  la  santa  iglesia  y  de  V.  M.  Desde  entonces  se 
hinchen  las  iglesias  y  patios  de  gentes ,  y  muchas  cerimonias  que 
ellos  tenían  dedicadas  á  los  demonios  han  ido  desapareciendo,  y  el 
cortarse  los  cabellos  por  los  cuales  conocían  la  dignidad  de  cada 
uno ,  lo  han  quitado  de  tal  manera ,  que  en  poco  tiempo  no  había 
memoria  dello.  Considere  V,  M.  qué  trabajos  se  pasarían  hasta 
venir  á  estos  términos ,  y  ansí  estando  ellos  aquella  noche  de  Na- 
vidad en  el  patío  de  San  Francisco  de  Méjico  con  deseo  y  hervor 
de  aprovechar  en  la  ley  de  Cristo  nuestro  Redentor ,  alzaron  una 
cruz  de  doscientos  pies  en  alto ,  la  cual  está  hoy  en  día  en  el  mis- 
mo patío :  por  tanto,  ya  que  V.  M.  no  quiera  mirar  á  mis  trabajos 
(1)    Tienda. 


392  DE    LOS   PRIMEROS   MISIONEROS 

que  han  sido ,  como  el  Señor  del  mundo  lo  sabe ,  muy  mortales  y 
de  gran  peso ,  y  muy  diversos ,  mire  á  la  obligación  que  tiene  de 
que  estos  pobrecitos  se  salven ,  ya  porque  no  quede  por  falta  de 
quien  dé  aviso  á  V.  M. ,  yo,  como  padre  que  he  sido  de  sus  ante- 
pasados y  de  los  presentes ,  querria  suplicar  á  V.  M. ,  que  porque 
yo  estoy  muy  viejo  y  caneado ,  y  casi  ya  en  lo  último  de  mi  vida, 
que  V.  M.  me  conceda  este  galardón  por  última  merced  de  misser- 
"V icios  y  para  el  bien  universal  de  todos  los  fieles,  que  V.  M.  alcan- 
ce indulgencia  plenaria  á  todos  los  que  se  enterrasen  en  el  dicho 
patio  de  Méjico  de  San  Francisco  para  que  quedase  perpetua  me- 
moria de  V.  M.  y  de  la  conversión  de  todos,  y  la  capilla  es  la  ca- 
beza de  todos  y  la  más  antigua ,  y  por  eso  se  llama  San  Joseph  de 
Betlem,  pues  que  en  ella  nació  Cristo  y  ansi  solia  ser  de  paja  como 
un  portal  pobre ,  empero  agora  es  muy  buena  y  muy  vistosa ,  y  ca- 
ben en  ella  10.000  hombres ,  y  en  el  patio  caben  más  de  70.000, 
en  donde  se  enseña  la  doctrina  que  há  más  de  treinta  y  cuatro  años 
la  tengo  en  mi  poder ,  y  ansi  por  ser  cosa  tan  notable  vino  á  verla 
el  Virey  é  Oidores  y  Perlados ,  y  me  mandaron  hiciese  de  mi  parte 
lo  que  pudiese  que  de  V.  M.  era  hacer  lo  principal  que  era  ayu- 
dallos  y  conservarlos :  enséñanse  diversidades  de  letras ,  y  á  cantar, 
y  á  tañer  diversos  géneros  de  músicas  y  aprender  á  leer  y  escrebir 
muy  muchos  indios  y  son  coadjutores  de  los  religiosos  y  los  ayudan 
á  administrar  la  lengua  y  sacramentos,  de  donde  salen  jueces  de 
los  pueblos ,  alcaldes  y  regidores ,  y  ellos  son  los  que  enseñan  á 
otros  la  doctrina  y  predicación ,  y  á  mí  me  ayudan  en  lo  que  con- 
viene ,  porque ,  como  dicho  tengo ,  no  puedo  ni  tengo  fuerzas  más 
de  andar  entre  ellos  con  mi  poca  posibilidad ,  por  lo  cual  querria 
suplicar  á  V.  M. ,  que  atento  á  que  el  Emperador  nuestro  Señor  y 
el  Consejo  de  las  Indias ,  habida  información  del  provecho  que  al 
servicio  de  Dios  y  á  V,  M.  resulta  desta  capilla,  para  los  mocha- 
chos  della  se  hizo  una  limosna ,  la  cual  mandaron  fuese  de  penas 
de  la  Cámara ,  y  estas  son  tan  pocas ,  que  se  ha  pasado  un  año  que 
no  les  han  dado  nada ,  y  pasa  ya  el  año  en  que  estamos  que  no  ten- 
drán que  comer ,  por  tanto  V.  M.  mande  que  la  limosna  que  se  les 
ha  de  hacer  sea  de  la  caja ,  para  que  estos  pobres  y  todos  sus  des- 
cendientes se  conserven  y  no  se  pierdan ,  permanesciendo  en  esta 
santa  obra ,  asi  los  que  enseñan  la  doctrina ,  como  los  que  espiri- 
tualmente  ayudan  á  los  indios  en  todos  los  pueblos ,  los  cuales  son 
casados  con  mujer  é  hijos ;  y  si  esta  merced  V.  M.  no  les  hace,  no 


EN    NUEVA-ESPAÑA.  ^93 

se  pueden  sustentar  ni  vivir  de  sus  trabajos  por  estar  siempre ,  co- 
mo digo ,  ocupados  en  ei  escuela ,  Oficio  divino ,  y  ayudando  á  to- 
dos los  pueblos,  que  no  es  posible  escusallos  del  trabajo  en  que  se 
ocupan,  en  ser  tan  necesario;  y  esto  pido  y  suplico  á  V.  M.  se  cum- 
pla con  estos ,  pues  tan  bien  y  tan  fielmente  me  han  ayudado  y 
ellos  ayudan  á  otros  y  ayudarán  viéndose  favorecidos  de  V.  M.  Ha- 
blo aqui  solamente  de  solos  los  de  Méjico,  que  están  y  siempre  han 
estado  á  mi  cargo ,  que  los  demás  como  ya  hay  algunos  religiosos 
aunque  no  nada  para  en  comparación  de  los  muchos  que  habia  de 
haber  para  tanta  miese  como  hay.  Ellos  tienen  por  allá  cargo  de 
sus  escuelas ,  aunque  no  es  tanta  cantidad  de  gente  como  la  desta 
ciudad  de  Méjico ,  ni  tanta  la  necesidad.  Y  porque  confio  en  Nues- 
tro Señor,  V.  M.  nos  hará  á  todos  sus  siervos  merced ,  no  más  de 
que  quedo  á  Nuestro  Señor  suplicando  nos  deje  gozar  de  V.  M.  por 
muy  largos  tiempos  en  paz  y  sosiego.  De  San  Francisco  de  Méjico 
de  Junio  23  de  1558  años.=Beso  los  pies  de  V.  M.  su  siervo  y  con- 
tinuo orador,  Fray  Pedro  de  Gante. 

Después  de  haber  escrito,  se  me  ofrecieron  unos  avisos  que 
avisar  á  V.  M.  tocantes  al  repartir  de  los  pueblos  destas  tierras  á 
los  españoles  destas  partes  los  grandes  inconvinientes  que  hay, 
antes  permita  V.  M.  en  dalles  sus  rentas  ó  unos  juros  que  no 
repartir  la  tierra ,  los  daños  son  estos :  lo  primero  que  los  españo- 
les con  los  repartimientos  de  indios,  á  lo  que  se  tiene  entendido, 
están  perpetuamente  ellos  y  sus  descendientes  en  peligro  de  salva- 
ción ,  porque  hacer  cura  de  ánimas  á  hombres  casados  y  con  mu- 
jeres é  hijos  con  honras  del  mundo  y  sus  cumplimientos  no  parece 
poder  guardar  ni  hacer  lo  que  conviene  á  los  unos  ni  á  los  otros ,  y 
con  las  rentas  que  V.  M.  les  diere  estarán  sus  conciencias  quietas 
y  sin  cargo  de  conciencia ,  y  cultivarán  la  tierra  y  no  tendrán  que 
ver  con  indios  y  no  tienen  ocasión ,  temiendo  esto  de  tener  com- 
petencias con  los  ministros  de  la  dotrina ,  como  cadia  acontece ,  y 
teniendo  lo  suficiente  para  pasar  no  habrá  temor  de  que  se  alzen 
contra  la  Corona  real ,  porque  como  no  tengan  todos  mas  que  un 
Dios  y  un  Rey  no  habrá  tantas  disensiones  y  se  mantendrán  y 
sustentarán  mas  en  paz  y  justicia.  El  Padre  que  la  presente  lleva, 
que  se  dice  Fray  Pedro  de  Bejar,  es  uno  de  los  que  han  trabajado 
apostólicamente  en  esta  tierra,  y  sabe  dos  lenguas,  mejicana  y 
otomí;  mándele  V.  M.  volver  con  brevedad  y  cantidad  de  religio- 
sos, que  tanta  necesidad  de  ellos  se  tiene,  y  es  persona  de  crédito, 

TOMO  III.  2i5 


394  DK    LOS    PRIMIÍRO.S    MISIONEROS 

porque  há  dias  también  que  está  acá ,  y  por  la  larga  experiencia 
que  tiene  de  la  tierra  como  el  dará  parte  á  V.  M.  y  larga  relación 
no  digo  mas.=Beso  los  pies  de  V.  M.  su  siervo  y  continuo  orador.::^ 
Fray  Pedro  de  Gante. 

Según  se  ha  visto ,  el  documento  que  precede  es  una  expresiva 
relación  dirigida  al  Monarca  Felipe  II ,  dándole  cuenta  de  los  pro- 
gresos de  la  cristiandad  en  la  Nueva  España .  y  muy  particular- 
mente del  método  adoptado  para  la  enseñanza  de  los  indios ,  pre- 
parando por  estos  medios  las  voluntades  para  asegurar  la  con- 
quista y  hacer  más  suave  la  dominación  española.  Admirable  es 
el  valor  heroico  de  Hernán-Cortés ,  sorprendentes  las  empresas  de 
nuestros  capitanes  y  la  bravura  de  los  soldados  que  los  acompaña- 
ban ,  y  muy  cierto  que  si  á  veces  faltaba  á  alguno  la  templanza, 
sobrábales  á  todos  la  bizarria,  el  arrojo  y  la  temeridad. 

Cuando  se  registran  las  historias  y  los  anales  de  aquellos  paises, 
una  de  las  cosas  que  más  llama  la  atención  y  causa  maravilla,  son 
los  trabajos  sin  cuento ,  las  continuas  fatigas  y  asombrosas  pena- 
lidades de  los  primeros  misioneros  de  toda  la  América ,  que  sola- 
mente pueden  compararse  con  los  Apóstoles  de  Jesucristo.  Sin  más 
armas  que  la  peroración  cristiana,  esclarecieron  el  nuevo  orbe 
difundiendo  la  luz  y  apoderándose  de  la  tierra ,  sin  descaecer  su 
ardor ,  ni  rendirles  la  opulencia ,  ni  más  deseos  que  dilatar  la  fe 
con  un  Breviario  debajo  del  brazo  y  un  tosco  hábito  que  los  amor- 
tajaba. Estos  religiosos  humildes,  pobres,  casi  desnudos,  corrían 
de  unas  en  otras  provincias  derramando  la  semilla  del  cielo ,  des- 
pertando á  los  que  estaban  sepultados  en  las  tinieblas,  extirpando 
las  idolatrias  y  supersticiones,  y  con  atrevido  valor  expuestos  á 
perder  las  vidas  quebraban  los  ídolos  y  derribaban  sus  templos. 
Andaban  de  pueblo  en  pueblo  declarando  las  verdades  evangélicas 
y  de  casa  en  casa  dando  ejemplo  con  sus  virtudes,  despreciando 
el  oro,  asqueando  la  plata  y  huyendo  de  las  comodidades,  pues 
que  sólo  pretendían  la  salvación  de  las  almas.  Caminaban  á  pié  por 
montes  y  collados,  reduciendo  á  la  vida  común  aquella  multitud 
que  bárbaramente  vivia  desparramada  en  las  breñas  y  en  las  sier- 
ras, oponiendo  su  ardiente  solicitud  á  la  dureza  de  los  indios;  y 
revestidos  de  celestial  espíritu ,  predicaron  en  todas  partes  la  pala- 
bra de  Dios ,  que  llegó  á  extenderse  hasta  los  fines  de  la  tierra. 
Fueron  edificando  templos  y  conventos ,  testigos  á  la  posteridad 
de  la  magnificencia  de  aquellos  reinos,  erigieron  hospitales,  fun- 


EN    NUEVA-ESPAÑA.  395 

fiaron  escuelas  en  donde  ensenaron  los  primeros  rudimentos ,  las 
artes  liberales  y  oficios  mecánicos ,  haciendo  á  los  indios  más  so- 
ciables y  menos  suspicaces;  juntaban  innumerables  niños,  canta- 
ban con  ellos  la  doctrina  cristiana  y  los  bautizaban ;  catequizaban 
á  sus  padres ,  y  si  algunos  idolatraban  después ,  volvíanlos  á  re- 
ducir ,  dando  por  bien  empleadas  sus  fatigas  y  cobrando  mayores 
alientos  sus  deseos.  Hacian  llevar  árboles  frutales  de  España ,  flo- 
res, verduras,  ganados  y  todo  aquello  de  que  carecía  la  tierra, 
enseñándolos  á  sembrar  el  trigo  y  á  cultivar  con  más  facilidad  y 
en  mejor  tiempo  el  maíz  de  que  se  sustentaban.  Eran  estos  varones 
ángeles  de  paz  y  jueces  que  amigablemente  componían  los  agra- 
vios entre  los  indios ,  reprendiéndolos  con  mansedumbre ,  sin  irri- 
tar á  nadie ,  y  si  llegaban  á  castigarlos ,  hacíanlo  como  los  padres 
á  sus  hijos,  después  de  emplear  las  caricias  y  negociar  conlas  ame- 
nazas; no  pedían  ofrendas,  y  repartían  con  los  pobres  lo  que  á 
ellos  daban  de  limosna,  acudían  á  los  enfermos  y  socorrían  en 
cuanto  podían  las  necesidades ;  en  una  palabra ,  eran  maestros  de 
toda  virtud ,  de  inculpable  vida ,  austeros ,  compasivos  y  sobrema- 
nera penitentes.  La  mayor  contrariedad  que  en  los  principios  tuvo 
la  conversión ,  fué  la  variedad  de  lenguas  que  asi  se  multiplicaban 
los  idiomas  según  las  provincias,  ya  que  cada  una  usaba  la  suya 
particular,  y  los  pueblos  distinguíanse  por  vocablos  particulares. 
Inútil  es  ponderar  los  inconvenientes  de  reducir  á  reglas  lenguas 
tan  difíciles  y  desconocidas,  y  sin  embargo  puede  asegurarse  que 
apenas  quedó  una  sola  que  no  tuviese  su  arte  y  vocabulario ,  y  de 
algunas  pueden  citarse  muchos:  no  bastaría  un  gran  libro  para 
formar  un  catálogo  de  las  doctrinas ,  catecismos ,  cartillas ,  confe- 
sionales ,  sermonarios ,  tratados  ascéticos  y  morales ,  y  aun  versio- 
nes de  la  Sagrada  Escritura ,  sin  contar  la  mayor  parte  de  estas 
obras  que  se  han  extraviado  y  que  no  nos  quedan  más  que  sus 
memorias  para  que  su  pérdida  sea  más  lamentable.  Todos  los  pri- 
meros misioneros  unieron  á  la  santidad  el  saber  y  la  ilustración ,  y 
muy  raros  los  que  dejaron  de  aprender  los  idiomas  en  donde  tenían 
que  ejercitar  su  ministerio,  y  en  tanto  que  lo  conseguían  no  por 
eso  estaban  ociosos,  pues  que  suplían  la  tardanza  con  su  ingenio: 
así  se  ve  que  Fray  Jacobo  de  Testera ,  recien  llegado  á  la  Nueva- 
España  en  1529,  hizo  pintar  en  lienzos  los  misterios  de  nuestra 
Fe,  que  declaraba  á  los  naturales,  valiéndose  de  un  indio  lengua- 
raz que  llevaba  consigo ;  y  este  método  de  enseñar  por  medio  de 


396  DE    LOS    PRIMEROS    MISIONEROS    EN    NUEVA-ESPAÑA. 

estampas  que  á  principios  de  este  siglo  se  ha  celebrado  como  de 
peregrina  invención,  era  ya  conocido  y  practicado  por  nuestros 
misioneros  en  los  primeros  años  de  la  conquista  de  América,  y 
entre  otras  obras  que  pudieran  señalarse,  lo  haremos  de  una  sola, 
que  por  ser  rarísima,  merece  singular  mención,  como  es  la  doctrina 
cristiana  en  lengua  huasteca,  por  Fray  Juan  de  la  Cruz  (1),  en  la 
que  están  representados  en  numerosos  grabados  los  preceptos  y 
principales  misterios  de  nuestra  religión  correspondientes  al  texto 
castellano  y  huasteco ,  á  fin  de  que  los  indios  pudieran  compren- 
derlos con  menos  trabajo  y  retenerlos  en  la  memoria  con  más  faci- 
lidad. Por  otra  parte  la  carta  de  Fray  Pedro  de  Gante  nos  revela 
por  completo  el  método  adoptado  con  grande  éxito  de  la  enseñanza 
mutua ,  que  hace  poco  más  de  medio  siglo  dio  á  conocer  en  Ingla- 
terra Andrés  Bell  que  lo  habia  visto  practicar  en  la  India ,  y  que 
Lancaster  se  lo  apropió  pretendiendo  los  honores  de  la  invención. 
El  daño  mayor  que  la  predicación  tenia,  y  las  más  grandes 
amarg'uras  que  los  religiosos  padecian,  procedía  de  los  mismos  es- 
pañoles, que  muchos  vivian  á  ojos  de  los  indios  peor  que  idólatras 
encenagados  en  la  sensualidad,  arrebatando  las  mujeres,  usur- 
pando las  haciendas ,  promoviendo  continuos  disturbios  y  provo- 
cando sediciones  sin  más  ocasión  que  mala  voluntad ,  ni  más  mo- 
tivo que  la  codicia.  Si  se  quisiera  enaltecer  la  paciencia  y  los 
sufrimientos  de  unos  pobres  frailes ,  dignos  de  tanta  veneración  y 
que  tanta  gloria  nos  legaron,  seria  posible  desmayaran  los  que 
pretenden  imitarlos ,  y  muy  fácil  que  enmudecieran  los  que  igno- 
rando ú  olvidando  tan  santas  lecciones  se  apartan  de  la  senda  más 
perfecta  y  segura ,  y  si  á  alguno  pareciere  fáciles  los  imposibles 
que  aquellos  acometieron,  tenga  en  cuenta  que  no  juzga  cuerda- 
mente lo  que  costó  la  victoria  el  que  se  entró  en  ciudad  ganada 
sino  se  halló  en  los  asaltos  cuando  se  defendía. 

(1)  Doctrina  christiana  en  lengua  guasteca  con  la  lengua  castellana,  la 
guasteca  correspondiente  á  cada  palabra :  de  guasteco :  según  que  se  pudo  to- 
lerar en  la  frasis :  de  la  lengua  guasteca :  compuesta  por  industria  de  un  frailé 
de  la  orden  del  glorioso  sanct  Augustin:  Obispo  y  doctor  de  la  Sancta  Iglesia. 
En  México,  en  casa  de  Pedro  Ocharte.  1571.  4.°  gótico. 

Francisco  González  Vera. 


ÜN  INVULNERABLE. 


BOCETO  DE  UNA  NOVELA. 

Al  dar  las  nueve  y  media  de  la  noche  en  el  reló  de  Palacio ,  se 
paraba  en  el  vestíbulo  del  Teatro  Real  un  cupé  azul ,  cuyas  formas 
mostraban  bien  á  las  claras ,  aun  al  más  mediano  conocedor ,  que 
habia  salido  recientemente  de  casa  de  Winder.  LTn  caballo  inglés, 
que  á  duras  penas  refrenaba  un  cochero,  cuyo  pelo  rubio  y  g-rave 
continente  manifestaban  que  era  compatriota  del  noble  bruto, 
piafaba  y  corveteaba  entre  las  varas  del  coche ,  cual  si  estuviese 
atado  á  los  pilares  de  un  antig-uo  picadero  español. 

— Go  amay  and  dont  return.  Retírate  y  no  vuelvas ,  dijo  una  de 
las  dos  personas  que  bajaban  de  la  berlina,  dirigiéndose  al  hijo 
de  la  aristocrática  Albion ,  más  en  alto  colocado  por  su  posición 
social  que  por  ser  descendiente  del  mismo  Guillermo  el  Conquis- 
tador. 

— Me  iré  en  tu  coche;  añadió  al  bajar  el,  sin  duda,  dueño  del 
cupé. 

— Bueno :  contestó  la  segunda  persona  que  salia  de  la  berlina. 

Eduardo  de***  Marqués  de  Tilli  se  presentaba  en  el  Teatro  Real 
después  de  haber  estado  algún  tiempo  ausente  de  España,  de  donde 
habia  salido  á  los  22  años  para  hacer  un  viaje  al  extranjero  y  su 
entrada  en  los  circuios  del  gran  mundo. 

Era  una  noche  en  que  el  teatro  estaba  de  bote  en  bote:  la  buena 
sociedad  de  la  corte  se  habia  dado  cita  en  el  Regio  coliseo.  Eduardo 
ocupaba  el  palco  de  su  familia ,  después  de  algunos  años  de  ausen- 
cia: el  aspecto  de  la  sala  era  muy  diverso,  en  verdad,  del  que  pre- 
sentaba la  última  vez  que  él  la  habia  Visto.  Las  mujeres  que 


398  UN    INVULNERABLK. 

dejara  en  la  flor  de  la  juventud ,  radiantes  de  belleza ,  como  si 
dijéramos  en  la  plenitud  de  su  imperio ,  en  el  sol  de  su  hermosura, 
hablan  entrado  en  el  crepúsculo  de  la  tarde  de  la  vida ,  y  los  pro- 
digaos que  el  arte  ha  alcanzado  en  los  dias  que  corren ,  eran  insu- 
ficiente defensa  contra  los  crueles  estragos  del  tiempo.  Las  peli- 
negras se  hablan  vuelto  rojas;  los  cabellos,  cubiertos  con  polvos 
de  diferentes  matices ,  ocultaban  algunas  hebras  blancas  mil  veces 
más  crueles  que  los  desengaños  y  las  perdidas  ilusiones ;  los  antes 
turgentes  senos  comenzaban  á  marchitarse ,  las  antiguas  Reinas 
hablan  perdido  sus  cortes,  y  la  fria  mano  de  la  muerte  señalaba 
aún,  con  el  vacio,  sitios  célebres  que  no  hablan  alcanzado  á  llenar 
las  nuevas  generaciones. 

Eduardo  cogió  los  gemelos  que  un  momento  antes  colocara  un 
elegante  groom  sobre  el  antepecho  del  palco ,  y  recorrió  con  ellos 
las  diferentes  localidades  del  teatro. 

— ¡Qué  triste  es!....  dijo,  (dirigiéndose  á  su  compañero  que  ocu- 
paba el  asiento  de  enfrente),  la  impresión  primera  que  produce  una 
sociedad  de  la  que  se  ha  estado  ausente  largo  tiempo.  Me  parece 
que  estoy  entre  ruinas.  ¡Cómo  contemplar  sin  amargura  los  enve- 
jecidos seres  que  antes  causaban  nuestro  embeleso!  Mira,  sin  ir  más 
lejos  (y  los  dos  amigos  dirigieron  sus  ojos  á  un  mismo  punto);  ¿qué 
resta  de  aquella  celestial  mujer  que  era  la  admiración  de  todos 
cuando  éramos  niños? 

— ¡  Qué  trasformacion  tan  horrible,  continuó  Eduardo ,  y  cuánto 
no  debe  sufrir  la  desdichada  criatura ,  que  conservando  tal  vez  un 
alma  joven,  deseos  de  vida,  de  triunfo,  de  placeres,  ya  que  no  ilu- 
siones ,  arrastra  la  terrible  cadena  de  un  cuerpo  flaco ,  seco  y  en- 
clenque ,  ó  la  pesada  carga  del  monumental  volumen  con  que  suele 
regalar  la  naturaleza  á  la  excelsa  matrona  que  ha  cumplido  la  prin- 
cipal ,  sino  la  única  misión  de  la  mujer. 

— Según  Napoleón  I,  le  interrumpió  sonriendo  su  acompañante. 

— No  sé  si  Napoleón  lo  ha  dicho  antes  que  otro ,  pero  de  seg-uro 
no  es  el  primero  que  lo  ha  pensado. 

— Mucha  compasión  te  inspiran  los  que  sufren  las  consecuencias 
de  tener  un  alma  joven  encerrada  en  un  cuerpo  viejo ,  pero  ¿qué 
me  dices  del  caso  contrario?  ¿Cómo  se  soporta  un  alma  vieja  en 
un  cuerpo  joven?  Una  sonrisa  de  seca  ironía  acompañó  á  esta  pre- 
gunta. 

— Ese  es  el  supremo  bien  de  la  vida ,  chico ,  contestó  Eduardo 


ÜN  INVULNERABLE.  399 

eso  es  salir  de  la  lag-una  Estigia  sin  tener  el  talón  vulnerable ,  eso 
es  poder  levantar  la  voluntad  humana  á  una  altura  digna  del 
hombre,  eso  es  ser  dueño  de  si  mismo,  libre  y  racional  en  fin. 

— ¿y  estás  seguro  de  la  existencia  de  esos  invulnerables  sin 
talón? 

— Ya  lo  creo  ,  dijo  Eduardo,  con  el  acento  de  la  convicción  más 
profunda. 

El  Marqués  de  Tilli  debia  pensar  asi.  Su  naturaleza ,  su  juven- 
tud ,  su  vida  en  el  gran  mundo ,  sus  triunfos ,  sus  placeres ,  su  ri- 
queza ,  todo  debia  contribuir  á  darle  tal  convicción ,  y  eso  que  el 
Marqués  de  Tilli  era  un  hombre  meridional ,  que  habia  recibido 
una  educación  española ,  que  habia  pasado  los  primeros  años  de  su 
existencia  en  el  seno  de  la  familia ,  siendo  el  objeto  preferente  de 
las  caricias  de  una  madre  joven  y  apasionada.  No  habia  tenido  ayo 
ni  preceptor;  no  habia  respirado  la  atmósfera  fria  de  una  niñez 
reglamentada,  en  la  que  se  ve  á  los  seres  que  inspiran  más  tierno 
amor  como  de  cumplido  y  en  horas  de  aburrimiento  ó  de  des- 
canso. 

Eduardo  habia  salido  de  los  brazos  de  su  madre  para  ir  al  cole- 
gio, donde  empiezan  á  desarrollarse  los  primeros  afectos  del  corazón 
humano,  con  el  trato  de  seres  que  tienen  una  misma  edad,  incli- 
naciones parecidas,  aspiraciones  análogas,  juegos  semejantes; 
seres  que  se  divierten  á  la  misma  hora ,  que  trabajan  al  mismo 
tiempo,  que  alimentan  idénticas  ilusiones ,  que  rien ,  que  lloran 
juntos;  pero  Eduardo  habia  pasado  ocho  años  en  Paris  y  su  espíritu 
se  habia  desarrollado  entre  los  placeres  de  aquella  nueva  Babilo- 
nia; alli  solo,  libre,  rico,  elegante,  dotado  de  una  figura  inteli- 
gente y  simpática ,  habia  devorado  la  existencia  en  los  salones  de 
los  clubs ,  en  las  salas  de  armas ,  sobre  el  tapete  verde  en  el  turf 
de  los  hipódromos ,  en  las  coulisses  de  los  teatros  y  en  los  boudoirs 
de  las  cortesanas. 

Poco  tiempo  habia  necesitado  el  joven  Marqués  para  grangearse 
una  posición  distinguida  en  aquel  mundo  de  viejos  verdes,  de  ju- 
gadores aristocráticos ,  de  capitalistas  improvisados ,  de  títulos  de 
origen  desconocidos,  de  americanos  debaucJiés ,  de  liones  de  todos 
los  países ,  y  cocottes  de  todas  las  naciones. 

Las  mujeres  del  demi-monde,  especie  de  porteras  de  la  buena 
sociedad  de  Paris ,  se  encargaron  las  primeras  de  dar  á  conocer  al 
joven  español;  bastaron  unas  cuantas  cenas  en  el  café  anglais^  en 


400  UN    INVULNERABLE. 

la  maison  doré,  algunas  joyas  repartidas  con  discreción,  y  algunos 
billetes  de  Banco  dados  á  tiempo ,  para  entrar  con  notoria  reputa- 
ción en  los  bailes  de  Trois  f reres  y  en  los  altos  circuios  de  la  vieja 
guardia.  Pronto  mereció  el  Marqués  de  Tilli  los  honoríficos  dicta- 
dos de  leaii  brun,  gentil  espagnol  j  fort  joU  garcon;  pronto  fué  el 
preferido  de  alguna  retirada  que  habia  consolidado  los  despojos 
de  sus  amantes ,  y  cuya  celebridad  atraia  sobre  el  novel  galán  las 
miradas  de  todas  las  novicias  del  templo  de  Guido  y  las  envidias 
de  los  imberbes  Don  Juanes  y  Lovelaces. 

Lleg'ó  en  fin  á  ser,  usando  el  argot  del  gran  mundo,  un  cocodet  en 
regla.  Presentado  por  sus  nuevos  amigos  en  los  circuios  de  se- 
gundo orden ,  su  natural  distinción ,  su  habitual  buen  tono ,  su  ge- 
nerosa indiferencia  en  el  juego,  le  abriéronlas  puertas  del  Petit 
cercle  y  del  Jocliey  club.  Colocado  á  la  altura  de  su  nueva  posición 
social ,  sus  trenes  llamaban  la  atención  en  el  Bosque ;  sus  caballos 
en  Vicennes,  en  la  Marche  y  en  Long-champs.  Se  habia  batido  más 
de  una  vez  por  una  frase  equivocadamente  interpretada ,  por  una 
mirada  altiva ,  en  la  defensa  de  una  mujer  que  despreciaba  en  el 
fondo  de  su  alma ,  y  habia  pasado  el  Estrecho  no  pocas  ocasiones 
para  asistir  á  alguna  partida  de  caza  ó  para  acompañar,  á  la  que- 
rida que  reinaba  en  aquellos  dias ,  á  las  carreras  del  Derby. 

Tilli  habia  pasado  en  pocos  meses  de  niño  á  hombre ,  saltando 
por  una  de  las  fases  más  importantes  de  la  vida.  Los  placeres  de 
París  hablan  sofocado,  al  nacer,  los  verdaderos  instintos,  las  incli- 
naciones naturales  de  su  alma.  El  amor,  primera  aspiración  que 
absorbe  por  completo ,  durante  cierta  edad  en  la  mayor  parte  de 
las  org-anizaciones ,  las  facultades  del  espíritu ,  y  que  nace ,  crece 
y  se  desarrolla  entre  contrariedades  y  obstáculos ,  habia  sido  para 
él  rosa  sin  espinas,  flor  arrojada  por  mano  pródiga  en  su  camino, 
manantial  de  variados  goces ,  abundosa  fuente  de  placeres ,  cuyas 
cristalinas  aguas  enturbiaron ,  sin  embargo ,  pronto  el  cansancio  y 
el  hastío. 

En  la  sociedad  de  que  se  habia  rodeado  Eduardo  en  París  cier- 
tas almas  viven  mal  y  suelen  huir  espantadas  del  bullicio  que  las 
rodea ,  unas  veces  para  dejar  de  existir ,  otras  para  guardar  en  el 
silencio  profundo  de  una  muerte  aparente  sus  naturales  y  verda- 
deras condiciones.  La  criatura  humana  es  una  estatua  que  es  pre- 
ciso ver  por  dentro ,  y  la  historia  secreta  de  los  hombres  del  gran 
mundo  está  salpicada  de  puerilidades  y  pequeneces  que  causarían 


UN  INVULNERABLE.  401 

rubor  al  escolar  más  inocente.  Nunca  está  el  hombre  tan  cerca  de 
ser  pequeño  como  cuando  empieza  á  creerse  g-rande.  En  este  ri- 
godón perpetuo  de  la  humanidad,  á  cada  uno  le  toca  á  su  vez 
hacer  la  figura ;  entonces  los  demás  bailarines  toman  puestos  y 
comienza  la  critica  sin  comprender  que  ayer  bailaron  ellos ,  y  que 
tal  vez  volverán  á  bailar  mañana. 

El  Marqués  de  Tilli  habia  llegado  á  los  30  anos  sin  haber  sido 
juguete  de  las  despiadadas  veleidades  del  niño  alado,  habiendo  ad- 
quirido tal  convencimiento  de  la  fortaleza  y  temple  de  su  alma,  que 
nada  le  inspiraba  en  el  mundo  tan  soberano  desden  como  el  hombre 
que  cedia  á  exigencias  de  amor.  Se  esforzaba  sin  embargo  por  pre- 
sentar, á  los  ojos  del  mundo,  un  tipo  bien  contrario  de  como  real- 
mente se  creia ,  no  dejando  descubrir  lo  que  consideraba  como  sus 
verdaderas  cualidades,  sino  en  una  irónica  sonrisa  dibujada  alguna 
vez  en  su  rostro,  semejante  á  aquella  con  que  habia  dicho  á  su 
amigo  que  créia  en  la  existencia  de  seres  invulnerables. 

Pertenecia  el  Marqués  de  Tilli  á  una  familia  demasiado  conoci- 
da en  los  buenos  circuios  sociales  para  que  no  fuese  pronto  notada 
su  aparición :  además  la  buena  sociedad  de  la  corte  es  bastante  re- 
ducida para  que  no  llame  la  atención  un  joven  elegante  que  se 
presenta  en  un  palco  de  hombres  solos  en  el  Teatro  Real. 

Más  de  unos  gemelos  se  dirigieron  pronto  en  la  misma  línea, 
aunque  en  dirección  contraria  de  los  de  Tilli ,  y  las  sacramentales 
preguntas  de  «¿Quién  es?  ¿Le  conoces?  Es  elegante ,  tiene  buena 
figura»,  se  repitieron  al  mismo  tiempo  en  varios  palcos  á  la  vez. 

El  Marqués  de  Tilli  dirigió  un  cariñoso  saludo  á  una  platea,  di- 
ciendo al  mismo  tiempo  á  su  acompañante. 

— Allí  está  la  tia  Carlota. 

— ¿La Condesa?  contestó  su  amigo. — Se  conserva  guapa;  ¡y  qué 
bonita  se  va  poniendo  Elenilla!  ¿Quién  es  aquella  elegante  dama 
que  viene  con  ellas?  añadió  en  tono  zumbón  el  Marqués. 

— Victorina  :  ahi  tienes  una  invulnerable. 

— Las  aguas  de  la  célebre  laguna  no  tienen  virtud  para  las  mu- 
jeres. La  mitología  no  habla  de  ninguna  Aquiles. 

— Pues  yo  creo ,  replicó  su  amigo  ,  que  á  las  mujeres  se  las  lla- 
ma sexo  débil  por  antífrasis.  ¿Qué  hay  más  fuerte  que  ellas?  En 
el  acero  mejor  templado  se  hace  mella  al  fin ,  ¿pero  cómo  se  edi- 
fica con  arena?  ¿Quién  evita  que  el  aire  se  lleve  las  cenizas? 

—  Es  posible,  añadió  con  indiferencia  el  Marqués  de  Tilli, 


402  UN  INVULNERABLE. 

Enfrente  de  este  diálog-o  tenía  lugar  otro  semejante  en  la  platea 
de  la  tia  de  Eduardo . 

—Vamos ,  Victorina ,  ¿qué  tal  mi  sobrino?  dijo  Carlota. 

—Bien ,  contestó  Victorina  con  natural  indiferencia ;  y  mirando 
al  palco  en  que  estaba  el  Marqués ,  añadió  después  de  un  momen- 
to,—Me  parece  un  poquillo  pag-ado  de  guapo. 

— ¿No  lo  es?,  replicó  Cariota,  herida  en  su  orgullo  de  familia. 

—Si,  pero  me  ha  hablado  esta  tanto  de  él,  que ¡hija!  dijo 

Victorina  dirigiéndose  á  Elena :  « No  es  tan  bravo  el  león  como 
la  gente  lo  pinta.» 

Victorina  era  andaluza,  estaba  en  lo  que  se  podria  llamarla  edad 
perfecta  de  la  vida :  era  una  flor  que  ayer  habia  sido  capullo ,  y 
que  mañana  empezarla  á  marchitarse  :  tenía  26  años,  se  habia  ca 
sado  á  los  18  con  un  hombre  que  podia  ser  su  padre ,  y  á  los  pocos 

meses  habia  tenido la  fortuna  íbamos  á  decir,  la  desgracia  de 

quedarse  viuda,  libre  y  heredera  de  la  pingüe  fortuna  de  un  esposo 
que  no  habia  sido  invulnerable ,  como  se  ve  por  la  irrecusable  prue- 
ba de  dejar  cuanto  poseía  á  una  belleza  descendiente  en  línea  recta 
de  aquellas 

«Cuya  generación  guardarán  solas 
»Las  árabes  provincias  españolas.» 


II. 


Al  concluir  el  segundo  acto  del  Barbero,  ópera  que  se  cantaba 
aquella  noche,  Eduardo  fué  á  saludar  á  su  tia  interrumpiendo  su 
entrada  en  el  palco  de  Carlota  el  diálog-o  anterior. 

Carlota,  Condesa  de tenia  poco  más  de  cuarenta  años,  edad 

que  solo  podia  adivinarse  reparando  en  algún  que  otro  cabello  que 
atestiguaba  con  su  blanco  color  que  el  tiempo  no  pasa  en  vano,  y 
dando  asimismo  á  conocer  el  carácter  natural  y  franco  de  la  Con- 
desa: Carlota  habia  aceptado  con  verdadero  valor,  desde  que  su 
hija  habia  salido  al  mundo  el  papel  de  madre  sin  disputar  á  Elena 
los  triunfos  de  la  hermosura ,  sino  antes  al  contrario  ,  org-ullosa  de 
ser  el  fondo  del  cuadro  en  que  se  destacaban  los  delicados  contor- 
nos de  aquella  preciosa  criatura,  la  nota  grave  que  servia  de  acom- 
pañamiento al  melodioso  eco  de  su  dulce  voz,  el  verde  follaje  del 


UN  INVULNERABLE.  403 

jardín  en  cuyo  centro  se  destacaba  Elena  como  la  flor  más  de- 
licada. 

De  las  tres  mujeres  que  estaban  en  el  palco  en  que  entró  Eduardo, 
podía  decirse  que  representaban  el  porvenir,  el  presente  y  e'l  pasado 
de  la  belleza,  Elena,  Victorina  y  Carlota. 

Vestida  de  blanco ,  rodeando  su  talle  una  ancha  cinta  azul  ce- 
leste ,  estaba  Elena  sentada  en  el  centro  de  la  platea :  un  hilo  de 
cuentas  del  mismo  color  del  cinturon  hacía  resaltar  el  blanco  mate 
de  su  cuello  y  espalda,  y  un  pequeño  lazo  clavado  en  las  rizadas  on- 
das de  sus  cabellos  era  el  único  adorno  de  &u  cabeza.  La  delicada 
belleza  casi  infantil ,  el  aire  naturalmente  tímido ,  la  pura  inocen- 
cia de  su  expresión  verdaderamente  angelical,  contrastaban  con 
la  provocante  hermosura  de  Victorina. 

Atribuirles  á  las  mujeres  del  Mediodía ,  como  condición  especía- 
lísima  de  raza,  un  alma  ardiente,  una  imaginación  de  fuego,  un 
organismo  privilegiado ,  es  achaque  de  hombre  poco  observador  y 
nada  práctico.  El  amor  y  la  ternura  no  son  flores  de  clima 
ni  país  determinado.  Dios  arrojó  sus  semillas  sobre  la  superficie  del 
globo  y  sus  productos  más  bellos ,  lo  mismo  nacen  bajo  el  sol  ra- 
diante de  los  trópicos  que  bajo  los  hielos  polares  :  la  planta  puede 
tener  diferentes  colores,  variadas  formas,  pero  el  germen  es  único, 
la  priruera  materia  de  la  estatua  es  siempre  la  misma,  la  variación 
está  en  el  ropaje  y  los  contornos.  Pero  en  cuanto  la  diferencia 
es  posible,  en  lo  que  puede  considerarse  como  peculiar  á  cada  país, 
á  cada  raza,  Victorina  era  un  tipo.  Negros  cabellos  como  el  ala 
de  la  g-olondrina;  ojos  rasgados,  lánguidos  y  hermosos;  dientes 
blancos;  labios  rojos  y  frescos  como  hojas  de  rosas;  las  líneas  mo- 
vibles de  su  boca  estaban  dotadas  de  un  atractivo  irresistible ,  la 
expresión  de  su  fisonomía  era  tal ,  que  sus  más  leves  movimientos 
tenían  verdadera  elocuencia,  sus  miradas,  sus  sonrisas ,  el  pliegue 
más  indiferente  de  su  rostro  anunciaban  antes  de  que  hablase  la  idea 
que  cruzaba  por  su  mente ,  el  sentimiento  que  se  agitaba  en  su 
alma. 

— ^Bien  venido,  señor  sobrino,  dijo  sonriendo  Carlota. 

^- Adiós ,  tia ,  contestó  Eduardo  sentándose  á  su  lado ;  ¿y  tú  cómo 
estás,  Elena?  añadió  Tilli  dirigiéndose  á  su  prima.  —  ¡Esta  chica 
cada  dia  es  más  bonita !  ya  se  ve ,  de  tal  árbol ,  etc . 

—  Tú  .siempre  el  mismo  ;  la  galantería  en  los  labios i 

— Y  ahora  en  el  corazón,  dijo  Eduardo  con  prontitud. 


404  UN   INVULNERABLE. 

—En  cuanto  á  eso pero  se  me  olvidaba  y  estoy  cometiendo 

una  grosería  y  una  indiscreción. 

— Victorina,  mi  primo  el  Marqués  de  Tilli ;  Eduardo,  mi  más  ín- 
tima amiga  Victorina  de 

Victorina  saludó  amable,  pero  distraída,  demasiado  distraída  tal 
vez,  para  una  mujer  acostumbrada  á  vivir  en  los  círculos  del  buen 
tono,  que  debía  saber  guardar  las  conveniencias  sociales.  Eduardo 
hizo  una  profunda  reverencia,  no  sin  tener  al  mismo  tiempo  sus  ojos 
fijos  en  el  precioso  rostro  de  Victorina.  La  conversación  que  se  en- 
tabló en  seguida  entre  tía  y  sobrino  fué  bastante  animada.  Car- 
lota hizo  mil  preguntas  sobre  cosas  de  París ,  lo  cual  dio  ocasión  á 
Eduardo  para  lucir  su  ingenio.  Tilli  era  lo  que  los  franceses  lla- 
man un  causeur;  música,  teatros,  artistas,  mujeres  del  gran 
mundo,  literatos  ala  sazón  en  boga,  trajes,  caballos,  cuanto  de 
curioso  y  notable  encerraba  en  aquellos  dias  la  capital  del  Im- 
perio vecino,  pasó  como  un  tumulto  en  aquella  especie  de  revista 
de  feerie ,  á  que  daba  lugar  el  diálogo  cortado  y  chispeante  que 
sostenían  la  tía  y  el  sobrino ,  y  que  completaban  las  encantadoras 
sonrisas  de  Elena ,  y  alguna  que  otra  ligera  observación  de  Vic- 
torina. 

Como  debían  saludarse  en  la  Edad  Medía  dos  adalides  al  bajar 

la  arena  del  torneo,  como  se  estudian  observándose  artistas  del 
mismo  género  al  encontrarse  en  el  mundo,  así  se  contemplaban 
frente  á  frente  Eduardo  y  Victorina, 

Eduardo  destilaba  gracia ,  ingenio  y  magnetismo  por  todos  los 
poros  de  su  alma  y  de  su  cuerpo ,  disfrazando  con  una  naturalidad 
aparente  sus  dotes  sociales ;  pocas  veces  se  había  presentado  más 
completo  y  perfecto  el  tipo  del  hombre  de  mundo ,  gracia  en  la 
narración ,  cultura  en  el  epigrama ,  delicadeza  en  la  sátira ,  acom- 
pañando cada  frase  de  un  movimiento  elegante  y  simpático :  Tilli 
aparecía  á  los  ojos  de  aquellas  tres  mujeres  en  uno  de  esos  mo- 
mentos lúcidos  que  tienen  las  organizaciones  privilegiadas. 

Carlota  le  oía  con  verdadero  agrado;  Elena  con  admiración;  la 
altivez  de  Victorina  se  revelaba  contra  aquel  hombre  en  quien  á 
pesar  suyo  reconocía  cierta  superioridad. 

El  instinto  natural  de  la  mujer  es  dominar;  no  parece  sino  que 
su  aparente  debilidad  engendra  en  ellas  este  sentimiento,  sin  com- 
prender que  de  él  nace  el  verdadero  peligro  :  como  el  choque  de 
los  cuerpos  físicos  produce  el  fuego,  en  cumplimiento  sin  duda 


UN  INVULNERABLE.  405 

de  la  misma  ley  de  la  naturaleza,  del  choque  de  los  espíritus  nace 
el  amor,  que  es  el  fueg-o  del  mundo  moral. 

A  medida  que  Carlota  y  Elena  escuchaban  con  más  atención  á 
Eduardo,  Victorina  parecía  más  distraída  :  un  práctico  en  galan- 
teos, bien  pronto  hubiera  conocido  toda  la  intención  de  aquella  in- 
diferencia. Durante  el  animado  diálogo  de  Carlota  y  Eduardo,  Vic- 
torina miró  con  los  gemelos  á  diferentes  partes  del  teatro,  se  quitó 
uno  de  los  guantes  que  ocultaban  sus  cuidadas  manos  y  se  alisó 
negligentemente  el  cabello ,  arrancó  una  hoja  de  la  camelia-rosa 
que  llevaba  en  el  centro  de  un  ramo  que  habia  colocado  con  el 
abanico  y  el  pañuelo  en  la  tablilla  del  palco,  y  se  la  llevó  á  la  boca, 
¿quién  sabe  si  inocentemente  y  por  distracción ,  quién  sabe  si  para 
que  alguien  notase  que  el  color  de  sus  labios  era  más  bello  que  el 
de  la  misma  flor? 

Antes  que  acabase  el  primer  acto ,  Eduardo  volvió  á  su  palco 
donde  su  amigo  le  esperaba. 

— ¿Qué  te  ha  parecido  la  viuda? 

— Es  guapa,  dijo  maquinalmente  el  Marqués. 

Al  mismo  tiempo  Carlota  le  preguntaba  á  Victorina : 

— Vamos ,  ¿  que  te  parece  mi  sobrino? 

— Es  un  hombre  agradable ,  contestó  Victorina ,  que  seguia  dis- 
traída; un  lijero  carmín  coloreó  las  mejillas  de  Elena. 


III. 

— El  Sr.  Marqués  de  Tilli — dijo  un  lacayo,  abriendo  la  puerta 
que  daba  entrada  al  salón  en  que  tenia  sus  reuniones  de  confianza 
la  tia  de  Eduardo. 

Carlota  se  quedaba  en  casa  los  miércoles ;  su  pequeño  circulo 
estaba  aquella  noche  más  animado  que  de  costumbre. 

Elena  hacia  sonar  las  teclas  del  piano  bajo  las  lijeras  pulsaciones 
de  sus  dedos  suaves  como  bellones  de  algodón  finísimo,  ligeramente 
sonrosados,  movibles  cual  si  cediesen  á  un  influjo  magnético,  escla- 
vos sumisos  de  una  voluntad  más  hija  del  corazón  que  del  pensa- 
miento. No  ejecutaba  Elena  las  armonías  que  una  mano  hábil 
habia  escrito  sujetando  su  inspiración  á  las  leyes  del  contrapunto; 
aquellos  sonidos  se  producían  como  filtrándose  por  su  alma;  su  or- 
ganización delicada  y  nerviosa  encontraba  en  las  ondulaciones  de 


406  UN  INVULNERABLE. 

la  melodía  un  lenguaje  apasionado ,  que  sabia  respetar  la  pureza 
de  su  espíritu. 

Al  entrar  Tilli  en  el  salón ,  se  alzaron  instintivamente  de  las 
teclas  las  manos  de  Elena.  Una  mirada  sobrehumana  que  penetrase 
el  fondo  de  los  corazones  hubiera  visto  que  no  eran  las  cuerdas  del 
piano  las  que  únicamente  vibraban  en  aquel  momento;  un  hombre 
observador  y  de  buena  memoria  habría  notado  en  el  lindo  rostro 
de  Elena  el  mismo  lijero  carmin  que  coloreó  sus  mejillas  la  primera 
noche  que  el  Marqués  de  Tilli  se  presentó  en  el  palco  de  su  madre. 

Victorina  que,  recostada  en  una  butaca  cerca  de  la  chimenea, 
estaba  rodeada  de  galanteadores,  puso  enjuego  en  aquel  momento 
todos  los  hechizos  de  que  la  naturaleza  la  habia  dotado,  centuplicó 
los  atractivos  de  una  amabilidad  tanto  más  encantadora ,  cuanto 
más  era  deseada ,  y  sus  ojos  se  fijaron  con  aparente  ternura  en  los 
ojos  del  que  tenia  más  cerca. 

La  defensa  propia  es  un  derecho  legitimo.  Victorina  obraba  en 
defensa  propia ,  y  seria  injusto  en  demasía  el  que  le  pidiese  cuenta 
de  aquel  leve  delito  de  coquetería.  Si  al  huir  heria,  si  al  defenderse 
mataba,  culpa  era  del  destino,  y  no  de  su  voluntad:  para  aparecer 
indiferente  ante  Eduardo ,  Victorina ,  encarnación  perfecta  de  las 
condiciones  de  su  sexo,  se  creia  en  la  necesidad  de  fingir  una  ama- 
bilidad que  estaba  muy  lejos  de  sentir.  En  este  jwjar  al  esconder 
de  las  almas  enamoradas,  la  que  más  se  oculta  suele  ser  la  que  se 
descubre  primero. 

La  exajerada  animación  de  Victorina,  y  las  recientes  distraccio- 
nes de  Elena  no  hablan  pasado  inadvertidas  para  Carlota. 

La  Condesa  observaba  dia  y  noche  á  su  hija,  asustada  y  temerosa 
de  descubrir  en  el  puro  y  trasparente  cielo  de  su  existencia  la  más 
lijera  nube  de  la  tormenta  que  empezaba  á  sospechar  se  iba  for- 
mando en  su  alma. 

El  Marqués  de  Tilli  saludó  afectuosamente  á  cuantas  personas 
conocía  en  el  salón ,  y  se  colocó  delante  de  la  chimenea ,  trabando 
al  punto  conversación  con  Carlota.  Elena  se  levantó  del  piano ,  y 
acercándose  á  una  mesa  se  puso  á  hojear  un  Álbum  de  retratos. 
Victorina,  cada  vez¡  más  animada  y  alegre,  charlaba  y  reiaenmedio 
de  la  cohorte  de  adoradores  que  la  rodeaba. 

•—Victorina,  dijo  en  voz  alta  Carlota;  es  preciso  formar  una  liga 
contra  Eduardo  :  me  pongo  desde  hoy  á  la  cabeza  de  la  insurrec- 
ción. 


UN  INVULNERABLE.  407 

— ¿Por  qué?  preg-iintó  Victorina  con  desden. 
— Dice  que  Madrid  le  aburre. 
— No  es  eso  tia,  replicó  Tilli. 

—  Es  natural,  añadió  Victorina  irónicamente;  Madrid  es  escena 
demasiado  estrecha  para  el  Marqués. 

—  No  recuerdo  haberle  hecho  á  V.  nunca  daño,  asi,  que  no  me 
explico  tan  inesperada  agresión,  como  no  tenga  V.  por  costumbre 
burlarse  de  aquellos  que  más  la  admiran. 

— ¿Burlarme  yo?  dijo  Victorina  plegando  su  rostro  tan  graciosa 
sonrisa,  que  Eduardo  no  pudo  menos  de  sentarse  junto  á  ella  ex- 
clamando : 

— Es  V.  realmente  encantadora.  Elena  levantó  la  vista  de  los 
retratos ,  y  miró  un  momento  á  Eduardo  y  Victorina. 

Si  por  arte  del  diablo  tomaran  cuerpo  y  forma  esas  corrientes 
aéreas ,  impalpables ,  misteriosas;  esos  hilos  telegráficos  invisibles, 
que  cruzan  el  espacio  de  un  salón,  que  van  de  corazón  á  corazón, 
de  voluntad  á  voluntad,  de  pensamiento  á  pensamiento,  la  socie- 
dad seria  imposible;  pero  por  fortuna  no  sucede  asi,  y  solo  las  feas, 
las  solteronas,  y  las  viejas  que  tienen  pacto  con  el  demonio,  suelen 
comprender  esta  enigmática  clave  que  hará  la  desesperación  eterna 
de  las  naturalezas  apasionadas,  y  de  las  almas  celosas. 


IV. 

Era  una  mañana  del  mes  de  Abril ;  el  sol  iluminaba  con  sus  ra- 
yos los  altos  capiteles  del  Real  Palacio;  las  nevadas  cumbres  de  Gua- 
darrama y  Somosierra  se  destacaban  como  prismas  de  plata  en  el 
azul  purisimo,  diáfano  y  trasparente  que  presenta  el  cielo  de  Madrid 
en  un  sereno  dia  de  primavera!  Un  stage-coach  tirado  por  cuatro 
caballos  á  guide ,  atravesaba  por  delante  de  la  Puerta  de  Hierro  en 
dirección  á  la  Casa  de  Campo ,  donde  debian  tener  lugar  aquel  dia 
carreras  de  caballos. 

Cinco  ó  seis  jóvenes  elegantes,  entre  los  cuales  sobresalía  el 
Marqués  de  Tilli ,  ocupaban  los  asientos  exteriores  del  coche ;  los 
lacayos  iban  dentro  custodiando  las  cestas  del  launch  y  las  cajas 
de  botellas.  La  más  franca  y  cordial  alegría  reinaba  arriba  y  abajo, 
amos  y  criados  conversaban  y  reian ,  interrumpiendo  alguna  vez 
aquella  doble  sociedad,  el  arranque  de  los  caballos  que  se  alegra- 


408  UN  INVULNERABLE. 

ban  más  de  lo  necesario  con  los  gritos  y  voces  de  los  señores  del 
piso  alto. 

Ya  en  la  Casa  de  Campo  el  carruaje  tomó  puesto  cerca  de  la 
cuerda  en  frente  de  las  galerías:  al  bajar  Tilli  del  pescante  dijo  á 
uno  de  los  lacayos : 

— Desengancha  el  par  de  cortas  y  ocupa  bastante  sitio  para  que 
pueda  colocarse  luego  el  otro  carruaje.  Un  momento  después  el 
Marqués  de  Tilli  y  sus  amigos  se  hablan  diseminado  por  el  hipó- 
dromo ,  las  cuadras  y  el  pesage. 

Ames  de  que  partiesen  los  caballos  que  debian  disputar  el  premio 
más  importante  del  dia,  una  elegante  carretela,  aprovechándose 
del  espacio  que  le  hablan  reservado  los  sirvientes  del  Marqués  se 
colocaba  delante  del  Stage. 

— Juan,  dijo  la  más  joven  de  las  tres  damas  que  venian  en  el  car- 
ruaje recien  llegado,  dirigiéndose  al  cochero  del  Stage.  ¿Disputa 
este  premio  algún  caballo  del  Marqués? 

—  Si,  señorita,  contestó  el  interpelado,  la  yegua  Topsy.  Cha- 
queta azul  y  mangas  grises,  tiene  el  número  uno,  y  lleva  la  cuerda. 
— Mamá,  ahora  va  á  correr  un  caballo  de  Eduardo,  exclamó 
con  vivo  interés  Elena. 

Victorina  se  puso  de  pié  sobre  el  asiento  de  la  carretela.  Sonó  la 
campana  y  partieron  los  caballos ;  un  momento  después  el  groom 
de  la  chaqueta  azul  y  las  mangas  grises,  pasaba  el  primero  ganando 
una  interesante  lucha  por  delante  del  coche.  Topsy  era  vencedora. 
Las  tres  señoras  del  carruaje  saludaron  con  sus  pañuelos  al  Mar- 
qués de  Tilli ,  que  atravesaba  el  hipódromo  para  acariciar  su  yegua 
favorita. 

Los  accidentes  al  parecer  más  insignificantes  de  la  vida ,  suelen 
ser  manantial  de  grandes  placeres  y  de  terribles  dolores :  si  se  fue- 
sen á  buscar  en  el  campo  de  la  historia  de  la  humanidad,  los  gran- 
des acontecimientos  producidos  por  causas  levísimas,  desde  el  llanto 
primero  del  niño  que  alejan  del  regazo  de  la  madre,  hasta  las  con- 
vulsiones y  caldas  de  los  más  grandes  imperios,  se  formarla,  de 
seguro ,  la  más  extraña  y  curiosa  de  las  estadísticas ,  el  más  in- 
creíble relato,  la  más  entretenida  crónica.  Apenas  pasa  un  dia  en 
este  valle  de  lágrimas  en  que  se  mueve,  ajita  y  revuélvela  huma- 
nidad doliente ,  sin  que  la  Providencia  manifieste  su  poderlo  y 
grandeza  por  el  trascendental  influjo  y  graves  consecuencias  de  las 
causas  pequeñas. 


ÜN  INVULNERABLE.  409 

Al  tomar  puesto  el  cochero  de  Carlota  en  el  centro  del  hipódromo 
echaha  4  la  suerte  la  alegría  y  el  llanto  de  dos  corazones,  de- 
biendo g-anar  y  perder  en  la  jugada  uno  de  ellos,  según  el  car- 
ruaje entrase  en  linea  de  un  lado  ó  de  otro. 

Carlota  venia  en  el  testero  de  la  carretela ,  trayendo  á  su  dere- 
cha, como  era  natural ,  á  Victorina.  Elena  estaba  sentada  enfrente 
de  su  madre:  tal  como  el  coche  se  habia  colocado,  Carlota  y  Elena 
quedaban  cerca  de  la  cuerda.  Era ,  pues ,  lo  más  natural ,  y  así 
sucedió,  que  al  venir  á  hablarles  el  Marqués  se  acercase  á  la 
carretela  por  aquel  lado.  Tilli  saludaba  á  su  tía ,  á  su  prima  y  á 
su  amiga ,  en  cumplimiento  de  un  deber  de  atención ,  por  familiar 
afecto.  Les  petites  avances  de  Victorina  no  herían  en  lo  más  míni- 
mo el  ánimo  de  un  hombre  acostumbrado  á  los  triunfos  del  mundo; 
las  inocentes  y  angelicales  deferencias  de  Elena  estaban  expresa- 
das en  un  lenguaje  desconocido  para  Eduardo. 

Aquellos  dos  corazones  se  incendiaban,  sin  que  el  fuego  en  que 
ardían  tuviese  nada  de  contagioso.  El  Marqués  de  Tilli  era  real- 
mente invulnerable. 

Eduardo,  al  acercarse,  apoyó  sus  brazos  en  la  portezuela  de- 
carruaje ;  sus  manos  tocaban  casi  las  faldas  de  Elena.  Jamás  habia 
estado  el  Marqués  más  alegre,  más  distinguido,  más  inspirado; 
cada  palabra  era  un  galanteo ,  una  flor ;  su  aliento  rozaba  dulce- 
mente en  ocasiones  el  rostro  de  su  prima.  Quien  haya  amado  de 
veras  podrá  únicamente  comprender  lo  que  pasa  en  un  alma  ena- 
morada al  sentir  por  primera  vez  el  más  leve  contacto  de  la  per- 
sona querida.  Un  mundo  de  sensaciones  desconocidas  se  presentaba 
ante  Elena ;  era  la  estatua  animada  por  el  fuego  de  Pigmaleon; 
Una  felicidad  eléctrica  inundaba  todo  su  ser;  en  sus  ojos  brillaba  la 
alegría  de  los  inspirados;  jamás  el  sol  habia  sido  para  ella  tan  her- 
moso ,  el  aire  tan  puro ,  la  naturaleza  tan  risueña ;  hay  instantes 
fugaces  en  la  vida  que  valen  mil  existencias.  ¡  Desdichados  los 
que  no  han  sentido  jamás  estas  inefables  delicias ! 

Por  una  compensación,  que  constituye  una  de  las  más  tristes  ar- 
monías del  mundo  moral ,  los  dolores  y  las  penas  suelen  tener  idén- 
tico origen ;  pocas  veces  he  visto  risas  que  no  lleven  lágrimas  en 
pos  de  sí ;  en  el  ángulo  que  forman  las  corrientes  del  sentimiento, 
la  ventura  tiene  casi  siempre  á  la  desdicha  por  eco. 

La  felicidad  que  rebosaba  del  infantil  corazón  de  Elena  inun- 
daba de  amargura  el  alma  experimentada  de  Victorina  ;  la  paloma 

TOMO    III,  21 


410  'JN  INVULNERABLE. 

revoloteaba  libre  en  el  puro  ambiente  del  amor :  el  águila  estaba 
aprisionada  en  el  tirano  lazo  de  los  celos. 

Por  fortuna  de  Victorina  j  por  desdicha  de  Elena ,  las  carreras 
se  acabaron  pronto ;  Tilli  subió  al  pescante  del  Stage ;  los  dos  car- 
ruajes partieron  uno  detras  de  otro ;  hay  horas  implacables  para  el 
bien  y  para  el  mal.  Elena,  colocada  al  vidrio  en  la  carretela,  que- 
daba naturalmente  colocada  frente  á  frente  de  Eduardo,  que  guiaba 
el  Stage;  el  idioma  de  los  ojos,  el  más  elocuente,  sin  duda  del  amor, 
seguia  colmando  de  [dicha  el  alma  de  Elena  y  emponzoñando  el 
corazón  de  Victorina. 

Eduardo  era ,  sin  embargo ,  completamente  ajeno  al  bien  y  al 
mal  que  causaba:  el  amor  era  para  él,  hacia  mucho  tiempo,  como 
un  juego  de  niños  que  se  recuerda  con  placer  en  la  edad  madura, 
pero  que  consideraba  como  la  mayor  de  las  humanas  puerilidades. 

Fumando  en  el  pescante ,  distraído  ,  guiaba  el  Marqués  de  Tilli 
sus  caballos ,  por  los  que  tenia  una  afición  decidida ,  conversaba  y 
reia  con  sus  camaradas,  y  miraba  de  cuando  en  cuando  á  Elena 
como  podria  fijar  su  vista  en  un  árbol ,  en  un  ave,  en  una  flor,  y 
eso  que  Eduardo  quería  bien  á  su  prima ,  pero  la  queria  como  se 
quiere  á  un  camarada  ó  á  un  chico  entretenido,  á  cualquier  ser  que 
inspira  simpatía.  Nada  le  hubiera  sorprendido  tanto  como  encon- 
trar en  su  alma  más  elevado  sentimiento:  alas  mujeres,  decia  él  en 
momentos  de  espansion ,  las  ha  colocado  Dios  entre  los  caballos  y 
los  perros;  entretienen  más  que  los  segundos  y  algo  menos  que  los 
primeros.  Esto,  no  obstante,  tenia  el  buen  tono  de  alabarlas  en 
público,  de  guardarles  las  mayores  consideraciones  y  respetos  so- 
ciales. 

El  Marqués  de  Tilli  no  era,  sin  embargo ,  un  hombre  superficial 
ni  ligero ;  tenia  bastante  talento  y  estaba  dotado  de  condiciones 
enérg-icas  y  varoniles:  separado  de  la  sociedad  en  que  habia  naci- 
do y  en  que  vivia,  en  su  rica  naturaleza  hubieran  pronto  apare- 
cido los  elementos  de  un  hombre  que  superaba  en  mucho  ala  gene- 
ralidad de  sus  amigos  del  gran  mundo. 

Al  llegar  al  puente  de  Seg'ovia  tuvieron  que  detenerse  los  cai'- 
ruajes,  tal  era  la  multitud  que  alli  se  habia  aglomerado;  el  Mar- 
qués refrenaba  á  duras  penas  sus  cuatro  caballos,  cuando  uno  de 
sus  compañeros  de  carruaje ,  tocándole  en  el  brazo ,  le  dijo: 

—  ¡  Eduardo ,  mira  qué  mujer  tan  bonita  va  en  ese  coche  I 

Recostada  en  el  fondo  de  un  lando  amarillo,  tirado  por  dos  caba- 


UN  INVULNERABLE.  411 

líos  tordos,  se  presentó  á  les  ojos  de  Eduardo  una  mujer  descono- 
cida, envuelta  en  un  ligero  plaide,  que  al  ceñir  su  torneado  cuerpo 
dibujaba  con  sus  plicg-ues  los  contornos  más  perfectos  que  imagi- 
nar pudiera  el  genio  de  Fidias  ó  de  Praxiteles.  Un  velo  azul  de  fi- 
nísima gasa  de  seda  velaba  dulcemente  su  rostro  pálido  y  melan- 
cólico, í  abia  en  el  aire,  en  la  fisonomía  de  aquella  mujer  algo  de 
vago,  de  misterioso,  que  inspiraba  repulsión  y  simpatía  á  un  mis- 
mo tiempo.  Inmóvil  como  una  estatua  arrancada  de  su  asiento, 
permanecía  indiferente  en  el  fondo  del  coche  á  cuanto  pasaba 
cerca  de  ella.  En  vano  Eduardo  sonó  la  fusta  que  llevaba  en  la 
mano;  en  vano  se  encabritaron  al  oír  su  chasquido  los  caballos  del 
Stage;  en  vano  llegaron  casi  á  chocar  las  ruedas  de  los  dos  carrua- 
jes; ni  se  animó  el  rostro  de  la  desconocida,  ni  cambió  de  dirección 
su  mirada,  ni  hizo  el  más  leve  movimiento  su  cabeza.  No  parecía 
sino  que,  presa  de  un  dulce  arrobamiento ,  su  alma  estaba  fuera 
del  mundo  que  la  rodeaba. 

— ¿Quién  es  esa  mujer?  dijo  con  un  interés,  en  él  extraño,  el 
Marqués  de  Tilli. 

— ¿Qué  sé  yo?  contestó  uno  de  sus  compañeros  de  carruaje. 

— Un  ángel  bajado  del  cielo,  replicó  otro. 

— Ó  un  demonio. 

— ¡Nueva  en  esta  plaza!  dijo  con  aire  calaveresco  un  polh  que 
venia  en  la  banqueta  de  detras. 

— ¿Será  su  padre  el  viejo  que  la  acompaña? 

— O  su  marido.  Las  románticas,  por  regla  general,  suelen  tener 
parentesco  con  los  Coburgos. 

—Ó  su 

— ¡Calla! ,  es  demasiado  bonita,  añadió  Eduardo  con  cierto  respeto 
bien  ajeno  á  su  carácter,  para  considerarla  como  objeto  de  comercio. 

— jBah!.... 

Al  lado  de  aquella  criatura  interesante,  de  aquel  personaje  ver- 
daderamente novelesco,  venía  un  hombre  como  de  60  años  de  edad, 
cuyos  cabellos  completamente  blancos  daban  cierto  aire  respetuoso 
á  su  distinguida  fisonomía,  el  cual,  durante  el  tiempo  que  estuvie- 
ron parados  los  carruajes,  miraba  con  atención  los  caballos  del  co- 
che del  Marqués. 

El  laudó  siguió  su  camino  en  dirección  opuesta  á  la  que  llevaba 
el  Stage,  en  el  que  se  hicieron  mil  comentarios  sobre  la  inesperada 
aparición  de  la  dama  desconocida. 


412  TIN  INVULNERABLE. 

VI. 

Como  se  refleja  en  las  aguas  de  un  lago  el  color  del  cielo;  como 
varían  las  figuras  que  forman  sus  ondas  á  impulso  del  aire  que  las 
mueve;  como  se  dibujan  en  su  superficie  las  sombras  de  las  nubes 
que  sobre  él  pasan ,  asi  se  reflejan  en  el  alma  humana  las  varias 
impresiones  que  producen  en  los  sentidos  los  seres  que  nos  rodean; 
así,  impulsadas  por  fuerza  desconocida,  varían  en  el  espíritu  del 
hombre  las  ideas;  así,  por  causas  extrañas  á  la  voluntad,  se  dibu- 
jan en  el  corazón  humano  los  más  extraños  sentimientos. 

Sea  que  el  Marqués  de  Tilli  empezase  á  echar  de  menos  los  pla- 
ceres de  la  bulliciosa  vida  de  París,  sea  que  la  existencia  tranquila 
que  forzosamente  llevaba  en  Madrid  influyese  en  su  ánimo,  sea  que 
empezasen  á  reaparecer  las  verdaderas  condiciones  de  su  alma,  sea 
que  causase  una  verdadera  trasformacion  en  su  organismo  los  mal- 
ditos treinta  años ,  es  lo  cierto  que  Eduardo  se  aburría,  que  pasa- 
ba largos  ratos  sentado  en  una  butaca,  distraído,  contemplando 
cómo  se  perdían  en  el  espacio  las  ondulaciones  del  humo  de  su  ci- 
garro; que  le  gustaba  el  silencio;  que  empezaba  á  encontrar  en  la 
soledad  atractivos  para  él  hasta  entonces  desconocidos;  que  le  cos- 
taba trabajo  ir  al  mundo)  que  empezaban  á  aburrirle  los  caballos  y 
los  carruajes;  que  le  causaban  hastío  el  lujo  y  los  triunfos  de  lá 
vida  social. 

¿Qué  había  ocasionado  aquella  repentina  trasformacion?  Hé  ahí 
una  cosa  que  él  mismo  no  se  explicaba:  hé  ahí  un  misterio  cuya 
clave  no  quería  descubrir,  avergonzado  tal  vez  de  su  propia  debili- 
dad, de  lo  que  llamaba,  hablando  consigo  mismo  y  riéndose  de  sí 
propio,  \n.  primavera  de  la  vejez.  Pero  era  lo  cierto  que  Eduardo  sa- 
lía casi  todas  las  tardes  á  caballo,  y  maquinalmente ,  forjándose  la 
ilusión  de  que  no  sabía  lo  que  hacía,  de  que  le  era  indiferente  ir  á 
un  punto  ó  á  otro,  un  extraño  instinto  lo  llevaba  á  la  Casa  de  Cam- 
po, lo  hacia  discurrir  por  los  sitios  en  que  solía  encontrar  á  la  que 
llamaba  en  son  de  burla  su  romántico  amor. 

Aquella  organización  bulliciosa ,  ajena  hasta  entonces  á  ciertos 
sentimientos,  gozaba  ahora  en  los  paseos  solitarios ;  la  naturaleza 
se  presentaba  á  sus  ojos  revelándole  misterios  antes  ignorados 
de  su  espíritu,  goces  de  que  no  tenía  conocimiento,  melancolías 
dulces ,  aspiraciones  á  nuevos  placeres  bien  diferentes  de  los  que 


UN   INVULNERABLE.  418 

siempre  habían  sido  alimento  de  su  alma.  Más  de  una  vez  habia 
pasado  cerca  del  Marqués  de  Tilli  el  carruaje  que  encontró  al  vol- 
ver de  las  carreras  'de  caballos,  y  más  de  una  vez  habia  sentido  al 
verle  una  sensación  vaga ,  incomprensible ,  que  participaba  de  la 
naturaleza  del  dolor,  de  la  naturaleza  de  la  alegría,  de  la  natura- 
leza de  la  esperanza. 

En  una  de  estas  tardes,  al  atravesar  una  de  las  calles  de  árboles 
de  la  Casa  de  Campo ,  sintió  en  su  corazón  un  latido  extraño ,  un 
movimiento  en  su  pecho  semejante  al  que  habia  sentido  alguna 
vez  al  llegar  al  terreno  de  un  duelo,  al  exponer  una  fuerte  canti- 
dad á  los  azares  de  la  suerte.  El  lando  amarillo  de  los  caballos  tor- 
dos se  acercaba  en  dirección  opuesta  al  camino  por  donde  venia 
Eduardo ,  que  al  llegar  á  la  altura  del  coche  buscaba  instintiva- 
mente con  la  vista  á  la  persona  que  solia  venir  dentro.  Eduardo 
refrenó  maquinalmente  su  yegua,  y  al  mismo  tiempo ,  por  fortuna 
ó  por  desgracia,  los  caballos  del  coche  marchaban  despacio  tam- 
bién; el  encuentro  duró  naturalmente  algunos  instantes ,  los  sufi- 
cientes sin  duda  para  que  una  mirada  que  penetre  en  el  fondo  del 
alma,  pueda  descifrar  aquellos  sentimientos  extraños,  dulces,  me- 
lancólicos, que  no  acierta  á  explicar  el  lenguaje  humano. 

Habia  en  la  mirada  de  la  mujer  que  venia  en  el  lando ,  una  va- 
guedad incomprensible ;  parecia  que  su  vista  abarcaba  el  horizonte 
todo  que  ante  ella  se  extendia ;  aquellos  ojos  al  fijarse  en  un  hom- 
bre desconocido  no  se  parecian ,  sin  embargo ,  á  los  ojos  de  una 
coqueta ,  al  contrario ,  era  imposible  dejar  de  descubrir  en  ellos, 
una  pureza ,  un  sentimiento,  que  estaba  á  mil  leguas  de  la  coque- 
tería. Sintió  el  Marqués  de  Tilli  al  verse  solo  en  las  alamedas  de  la 
Casa  de  Campo  una  necesidad  vaga ,  un  deseo  de  volver  á  encon- 
trar á  la  mujer  que  producía  en  su  ánimo  impresión  tan  nueva 
como  desconocida,  y  poniendo  maquinalmente  al  galope  la  yegua 
que  montaba,  entró  por  las  encrucijadas  y  caminos  que  iban  en 
la  dirección  que  habia  seguido  el  coche. 

El  varón  tuerte  corria  de  un  lado  para  otro  como  pudiera  hacerlo 
el  más  novel  galán.  Cupido,  desde  aquel  momento,  debia  contar 
una  flecha  menos  en  su  sangrienta  aljaba. 

Al  llegar  á  la  puerta  de  la  Casa  de  Campo ,  después  de  haberla 
cruzado  por  diferentes  sendas  inútilmente,  puso  Eduardo  su  yegua 
al  paso,  tiró  las  riendas  sobre  su  cuello  y  entró  en  cuentas  consigo 
mismo.  ¿Qué  locura  era  aquella?  ¿En  qué  inaudita  ridiculez  habia 


414  UN    INVULNERABLE. 

incurrido?  ¿Qué  candido  sentimiento  asi  le  trasformaba  y  le  enton- 
tecía? Después  de  un  momento  de  reflexión  ,  acabó  por  reirse  de  si 
mismo. — ¡Bah!  exclamó  encendiendo  un  cigarro  tranquilamente.  . 
y  las  mujeres  de  Paris ,  y  sus  fáciles  y  pasadas  conquistas ,  y  el 
recuerdo  de  los  placeres  del  gran  mundo,  cruzaron  alegremente  y 
en  torbellino  por  su  memoria. 

El  carruaje  amarillo ,  que  volvia  hacia  Madrid ,  pasó  en  aquel 
momento  al  lado  del  Marqués  que ,  dueño  ya  de  si  mismo ,  pudo 
contemplarle  con  la  mirada  del  hombre  corrido,  con  la  natural  al- 
tivez de  su  verdadero  carácter,  quizá  con  burla ,  tal  vez  con  sar- 
casmo ,  como  contempla  el  guerrero  vencedor  en  cien  batallas  la 
sombra  que  le  causó  temor  pueril,  como  se  ríe  el  niño  atrevido  del 
fantasma  con  que  han  querido  asustarle.  La  hasta  entonces  justifi- 
cada fatuidad  de  Eduardo ,  debia  esperar  una  nueva  mirada ;  pero 
la  mujer,  que  iba  en  el  coche  recostada  negligentemente  y  dis- 
traída, no  reparó  aquella  vez  en  el  altivo  galán.  Ni  la  elegancia 
del  ginete,  ni  la  pura  raza  de  la  yegua,  ni  las  gallardas  corvetas 
que  hizo  al  sentir  el  ruido  del  carruaje,  la  sacaron  de  su  arro- 
bamiento ;  el  coche  siguió  de  largo,  el  Marqués  pasó  sin  ser  visto. 
¿Qué  sucedía  entonces  en  el  alma  de  aquel  hombre  ?  El  aire  dulce 
de  la  tarde ,  al  mecer  las  hojas  de  los  árboles ,  debe  producir  en 
ocasiones  un  ruido  semejante  á  las  irónicas  risas  de  la  Diosa  del 
Amor. 

VII. 

Pronto  se  convenció  el  Marqués  de  Tilli  de  -que  sus  paseos  soli- 
tarios á  la  Casa  de  Campo  y  á  la  Moncloa  degeneraban  en  ridícu- 
los, de  que  los  sentimientos  que  habia  sorprendido  en  su  alma  po- 
dían sólo  compararse  con  los  temores  que  suelen  asaltarnos  durante 
la  silenciosa  oscuridad  de  la  noche  en  nuestro  propio  aposento,  aun- 
que estemos  rodeados  de  personas  que  velen  por  nuestra  seguri- 
dad, temores  inexplicables,  reminiscencias  sin  duda  de  sustos  de 
la  niñez  levantados  en  el  alma  del  más  bravo  por  una  sombra,  por 
el  ruido  más  natural,  hijos  tal  vez  de  la  preocupación  más  desca- 
bellada y  estrambótica. 

Decidió  Eduardo  volverse  á  París  terminado  el  arreglo  de  los 
negocios  de  su  casa,  objeto  único  de  su  viaje  á  España,  conven- 
cido de  que  las  nuevas  aspiraciones  de  su  espíritu  serian  enferme- 


UN   INVULNERABLE.  415 

dad  pasajera  de  que  no  debia  ocuparse  más.  Alegre  y  jovial 
como  en  los  primeros  dias  de  su  juventud,  queria  volver  á  buscar 
la  compañía  de  sus  amigos ,  dispuesto  á  atolondrarse  si  necesario 
fuese  con  los  placeres  de  un  mundo  de  que  no  podia  ni  queria 
apartarse.  La  imagen  de  la  jolie  veuve ,  nombre  que  en  su  fuero 
interno  daba  siempre  á  Victorina ,  cruzó  por  su  memoria,  con- 
vencido de  que  en  ella  encontraría  las  condiciones  que  en  la  oca- 
sión presente  podían  serle  más  útiles  y  agradables. 

Recordó  entonces  que  aquella  noche  se  abriaelCircode  caballos, 
y  comprendiendo  que  Victorina  estaría  allí ,  se  decidió  á  buscar 
una  distracción  propia  de  sus  aburrimientos  en  la  amistad  in- 
tima de  aquella  mujer. 

Entró  Eduardo  en  el  Circo  un  poco  tarde,  y,  como  habla  pen- 
sado, Victorina  estaba  allí.  La  primavera  engalana  á  las  mujeres, 
como  á  las  plantas ,  á  los  árboles ,  á  los  prados  y  los  valles. 

Las  telas  ligeras  y  trasparentes ,  los  colores  vivos ,  las  flores  na- 
turales ,  son  sin  duda  alg-una  el  marco  hecho  por  Dios  para  embe- 
llecer el  cuadro  que  presenta  la  compañera  del  hombre. 

Victorina  estaba  aquella  noche  radiante  de  hermosura ;  la  des- 
aparición de  Eduardo  de  la  buena  sociedad  no  había  entibiado  el 
interés  que ,  á  pesar  de  ella  misma ,  le  inspirara,  y  que  se  anidaba 
bajo  su  risueño  y  alegre  rostro ;  orgullosa  de  tener  á  sus  pies  al 
apuesto  y  noble  Marqués,  desenvolvía  como  nunca  los  mágicos 
hechizos  de  su  radiante  hermosura. 

La  pública  ostentación  de  los  galanteos  del  Marqués ,  la  venga- 
ban de  más  de  una  picante  broma  de  adoradores  burlados,  que  al 
mirar  á  su  palco  no  podían  dejar  de  notar  la  alegre  indiferencia 
con  que  ella  le  escuchaba. 

Poca  curiosidad  se  necesitaba  tener  en  verdad  para  oir  desde  el 
palco  de  junto ,  el  diálogo  entablado  por  ambos  personajes. 

— ¿Hace  mucho  tiempo  que  no  ve  V.  á  Elena?  decía  Victorina, 
no  sin  intención. 

— Mucho ,  contestó  Tilli  con  negligencia. 

— ¿Se  ha  hecho  V.  hermano  de  San  Vicente  de  Paul!  replicó 
Victorina  irónicamente. 

— No  seria  difícil,  si  V.  insiste  en  tratarme  tan  cruelmente 

— Como  no  se  le  ve  á  V.  en  ninguna  parte,  se  me  habia  ocurri- 
do aquello  de  «El  demonio  harto 

— De  desdenes,  dijo  Eduardo  interrumpiéndola. 


416  UN    INVULNERABLE. 

— Esa  es  fruta  para  V.  desconocida,  añadió  Victorina  mirando 
con  los  gemelos  á  los  palcos  de  enfrente  á  aquel  en  que  estaba  co- 
locada. 

— Y  por  eso  sin  duda  quiere  V.  regalármela  en  abundancia... 

— No  pico  yo  tan  alto. 

— Ni  yo  más  bajo,  dijo  el  Marqués. 

— Pura  galantería. 

— Seria  necesario  escalar  el  cielo  para  subir  más. 

— Corren  rumores  en  el  mundo,  exclamó  Victorina  dándole  otro 
giro  á  la  conversación ,  de  que  una  pasión  inocente  y  pura 

— ¿De  veras? 

— Asi  se  dice  al  menos. 

— ¿Lícita? 

— Ya  lo  creo,  y  de  ello  hay  que  darle  gracias  á  Dios,  pues  de  lo 
contrario  me  temo  que  íbamos  á  ver  la  segunda  edición  del  Mar- 
qués de  Lombay. 

— ¿De  San  Francisco  de  Borja?  preguntó  el  Marqués. 

— No,  de  San  Eduardo  de  Tilli,  contestó  cariñosamente  Victorina, 

— ¿Cosa  de  que  aparezca  pronto  en  el  Calendario ?^ 

— ¡Quién  sabe! 

— ¿Seria  V.  tan  cruel? 

— Allí  entran  Elena  y  Carlota,  dijo  Victorina  interrumpiendo 
al  Marqués  y  señalando  á  un  palco  en  que  tomaban  asiento  la  tía 
y  la  prima  de  Eduardo. 

El  Marqués  saludó  afectuosamente  con  la  mano  á  Carlota  y  á 
Elena.  Carlota  le  devolvió  el  saludo  más  fríamente  que  tenia  de 
costumbre ;  Elena  con  la  alegría  del  niño  que  encuentra  un  ha- 
llazgo inesperado. 

— ¡  Qué  bonita  está  Elena !  dijo  Victorina. 

— Muy  bonita :  y  al  pronunciar  estas  palabras  miró  Eduardo  con 
los  gemelos  á  su  prima.  Los  dientes  alabastrinos  de  Victorina  se 
clavaron  dulcemente  en  sus  labios  de  rosa. 

vm. 

Los  amigos  íntimos  de  Eduardo ,  que  habían  empezado  á  notar 
lo  que  llamaban  la  variación  de  su  carácter ,  volvieron  á  encontrar 
en  la  sociedad  del  Marqués  de  Tilli  los  atractivos  de  siempre ; 
la  tertulia  se  formó  como  antes  á  la  hora  de  almorzar ,  volvió   á 


UN   INVULNERABLE.  417 

discutirse  saboreando  una  olorosa  taza  de  té  ó  una  copa  de  Fine 
Champagne  la  supremacía  del  Bourgogne  sobre  el  Bonrdeaux,  la 
inferioridad  del  caballo  árabe  comparado  con  el  inglés  de  pura  san-^ 
gre,  se  murmuró  un  poco  del  sentimentalismo,  de  los  amores  joowr 
le  bon  motif,  se  recordaron  aventuras  de  juego ,  lances  de  amantes 
burlados,  historias  de  maridos  dóciles.  Allí,  gracias  á  Dios,  como 
decia  uno  de  los  más  asiduos  concurrentes ,  se  volvía  á  respirar  el 
aire  de  la  vida. 

Se  proyectaban  cacerías ,  giras  de  campo ,  paseos  á  caballo ,  di- 
versiones, en  fin,  de  todas  clases,  propias  de  la  edad  y  condiciones 
de  los  asociados. 

Una  de  estas  mañanas  se  despidieron  los  comensales ,  quedando 
convenidos  en  reunirse  por  la  tarde  en  casa  de  Victorina ,  que  era 
por  entonces  la  mujer  á  la  moda  en  Madrid ,  y  á  la  que  todos  tri- 
butaban más  ó  menos  sinceramente  rendido  homenaje. 

A  la  hora  señalada  la  comitiva  aguardaba  á  caballo  á  la  puerta 
de  Victorina,  que  no  se  hizo  esperar  mucho  tiempo.  Victorina,  co- 
mo la  mayor  parte  de  las  mujeres  de  su  país,  había  adquirido  bien 
pronto  las  formas  de  la  sociedad  en  que  vivía.  Estaba  dotada  su 
naturaleza  de  esa  flexibilidad  que  sólo  poseen  por  lo  regular  los 
seres  colocados  en  los  extremos  sociales.  Lo  que  más  se  parece 
á  una  dama  á  la  moda ,  exteriormente  considerada  por  supuesto, 
es  una  cortesana  del  gran  mundo ,  lo  cual  no  quiere  decir  que  no 
exista  un  verdadero  abismo  entre  ellas  desde  el  punto  de  vista 
del  espíritu. 

Victorina  vestía  una  amazona  azul ,  corta  y  ceñida,  cuyos  plie- 
gues dejaban  descubrir  los  contornos  de  un  cuerpo  que  recordaba 
las  formas  clásicas  de  una  estatua  griega.  Sujetaba  sus  cabellos 
un  sombrero  negro  de  copa  alta ,  graciosamente  colocado ,  del  que 
pendía  un  ligero  velo  del  mismo  color  del  vestido.  Una  yegua  tor- 
da que  tenia  por  la  brida  un  distinguido  jefe  de  cuadra,  la  espera- 
ba en  el  portal  volviendo  de  cuando  en  cuando  su  cabeza  pequeña 
y  ligera  como  la  de  una  corza  para  buscar  un  terrón  de  azúcar  con 
que  su  ama  tenía  costumbre  de  obsequiarla  las  tardes  que  estaba 
de  servicio.  Colocó  Victorina  la  mano  izquierda ,  que  resguardaba 
del  aire  un  guante  ancho,  en  la  horqueta  de  la  silla,  y  apoyando 
su  diminuto  pié  en  la  mano  de  Eduardo  que  la  servia  de  estribo, 
saltó  ligera  como  una  pluma  sobre  la  yegua.  La  comitiva  se  puso 
á  seguida  en  movimiento, 


418  UN   INVULNERABLE. 

Si  me  preguntasen  cuál  es  el  pedestal  que  más  embellece  á  una 
mujer,  contestaría  sin  titubear  que  el  caballo.  Es  muy  posible  que 
esto  sea  una  extravag-aneia  de  mi  imaginación ,  un  capricho  de  mi 
fantasía ;  pero  en  ninguno  de  los  cuadros  y  retratos  que  he  visto 
en  mí  vida ,  en  ninguna  de  las  descripciones  que  en  prosa  y  verso 
he  leído ,  en  cuantos  tipos  he  idealizado  en  horas  en  que  mi  alma 
hñ  sido  áemñaia.do  vU'lner adíe ,  he  encontrado,  ni  en  el  mundo  ni 
en  el  pensamiento  á  la  mujer  en  una  forma  más  bella  que  cuando 
rige  y  domina  con  valor ,  soltura  y  desembarazo  la  fogosa  agilidad 
del  noble  bruto:  además  de  la  belleza  que  encuentro  en  el  caballo, 
hay  para  mí  algo  de  seductor  en  sus  graciosos  movimientos, 
algo  de  fascinador  en  su  carrera.  Me  ha  parecido  siempre  qne 
una  mujer  á  caballo  levantaba  en  mí  corazón  un  sentimiento  más 
ideal  que  en  ningún  otro  momento  de  la  vida.  El  Marqués  de  Tillí 
no  participaba ,  sin  duda,  de  esta  extravagancia  mía ,  pues  estuvo 
toda  la  tarde  alegre ,  tranquilo  y  contento ;  pero  con  completa  íti- 
difereneía  al  lado  de  aquella  mujer  á  quien  admiraban  todos. 

Ocultaba  el  sol  su  disco  de  fuego  iluminando  sus  últimos  rayos 
los  caprichosos  celajes  del  horizonte,  cuando  dama  y  caballeros 
volvían  para  la  corte :  caminaba  Víctorína  delante ,  suelta  la 
rienda  sobre  el  flexible  cuello  de  su  yegua,  que  jugueteaba  con  el 
caballo  de  Eduardo;  la  Amazona  charlaba  risueña  con  el  Marqués, 
recorriendo  su  imaginación,  como  mariposa  que  pica  de  ñor  en 
flor,  todas  las  pasiones,  intereses  y  deseos  que  se  agitan  en  la  vida 
social.  Eduardo  la  escuchaba  agradablemente,  no  sin  quedarse  dis- 
traído alguna  que  otra  vez  como  si  su  alma  se  trasladase  á  pesar 
suyo  á  otro  mundo,  que  estaba  fuera  del  mundo  en  que  vivia  Vic- 
torina.  Estas  distracciones ,  interpretadas  en  su  favor ,  eran  un  ma- 
nantial de  esperanzas ,  de  ilusiones  para  el  alma  de  aquella  mujer 
que  disfrutaba  en  aquel  momento  un  bienestar  extraño,  de  que  ha- 
cía mucho  tiempo  no  había  gozado. 

Interrumpiendo  este  diálogo  se  acercó  uno  de  los  galanes  que  la 
acompañaban,  y  colocándose  al  lado  de  Víctorína  dijo: 

— ¡Eduardo!  ¿no  ves  quién  viene  en  ese  coche?  El  lando  amari- 
llo, que  por  una  fatalidad  del  destino  perseguía  al  Marqués  de  Tillí, 
cruzaba  entonces  el  camino:  Víctorína  fijó  los  ojos  en  el  coche 
sobre  que  llamaban  la  atención  de  Eduardo. 

— Es  bonita  esa  mujer,  dijo  sorprendida:  ¡la  conoce  el  Marqués? 
preguntó  después    con  interés.  Eduardo  que   miraba  con    más 


UN  INVULNERABLE,  416 

atención  al  coche  de  lo  que  Victorina  podia  desear,  hizo  un  gesto 
negativo,  levantando  los  hombros  con  indiferencia.  La  tercera  per- 
sona que  se  habia  acercado  á  ellos  exclamó  al  mismo  tiempo. — La 
ha  visto  por  lo  menos  una  vez  volviendo  de  las  carreras  de  ca- 
ballos. 

Con  el  sagaz  instinto  de  toda  alma  enamorada ,  Victorina  sintió 
nacer  en  su  pecho  una  profunda  aversión  hacia  aquella  mujer  á  la 
que  zahirió  durante  el  resto  del  paseo  con  mil  punzantes  epigra- 
mas. Los  caballos  se  juntaron  en  pelotón  y  la  conversación  se  hizo 
g-eneral.  Eduardo  siguió  toda  la  tarde  distraído;  por  primera  vez 
de  su  vida ,  su  ingenio  no  brillaba  en  una  lucha  de  discreteos  so- 
ciales. La  dama  del  lando  amarillo  habia  pasado  sin  reparar  en  la 
Amazona  ni  en  su  brillante  cortejo. 


IX. 

Algunos  dias  después  de  este  paseo,  subia  el  Marqués  de  Tilli  la 

escalera  déla  habitación  de  su  tia  la  Condesa  de Era  la  noche 

del  17  aniversario  del  nacimiento  de  Elena.  La  casa  estaba  hecha 
un  ascua  de  oro ;  macetas  de  madera  labrada ,  de  búcaro  y  de  por- 
celana ,  cuajadas  de  olorosas  flores ,  y  adornadas  de  verdes  hojas, 
engalanaban  la  escalera  y  recibimiento ;  tallos  de  palmeras  y  de 
plátanos,  floridas  magnolias  y  matizadas  alteas  entrelazadas  por 
enredaderas  de  blancos  jazmines  y  de  madre-selvas  de  diferentes 
colores ,  formaban  una  especie  de  jardin  que  daba  entrada  á  los 
salones  del  baile.  Era  una  fiesta  de  verano ,  en  la  que  se  respiraba 
la  atmósfera  voluptuosa  de  las  últimas  noches  del  mes  de  Junio. 
Las  mujeres  más  bellas  de  la  corte  cruzaban  por  aquellas  habita- 
ciones ,  centro  de  la  elegancia  y  del  buen  gusto.  He  tenido  siempre 
la  pretensión  de  creer ,  y  de  seguro  no  soy  solo  quien  asi  piensa, 
que  las  habitaciones  de  una  mujer,  las  flores  de  su  agrado,  los 
adornos  y  trajes  que  ordinariamente  usa,  son  casi  siempre  indicios 
de  sus  cualidades.  No  es  esto  decir  que  los  datos  sean  infalibles, 
pero  no  son  de  seguro  los  que  menos  hay  que  compulsar ,  como 
diria  un  jurisconsulto,  para  formarse  idea  siquiera  aproximada  de 
ese  logogrifo  viviente  que  se  llama  mujer. 
En  aquellos  salones  se  retrataba  el  alma  de  la  Condesa  Carlota 
Eduardo  entraba  aquella  no^he  en  los  salones,  como  el  General 


420  UN   IVVULNERA.BLE. 

cubierto  de  laureles ,  vuelve  después  de  algunos  dias  de  armisticio 
al  campo  de  batalla.  En  su  esmerado  traje,  en  su  noble  talante, 
en  sus  distinguidas  maneras  se  descubría  al  antiguo  galanteador, 
al  hombre  de  mundo ,  que  venia  á  recobrar  el  puesto  que  siempre 
habia  ocupado  en  los  altos  circuios  sociales. 

La  presencia  del  Marqués  de  Tilli  en  los  salones  de  la  Condesa,  de 
los  que  faltaba  algún  tiempo  hacia,  fué  bien  pronto  notada  ;  la  ju- 
ventud elegante  le  rodeó  al  momento ,  porque  el  Marqués ,  como 
todos  los  seres  privilegiados ,  inspiraba  grandes  simpatías ,  y  era 
el  modelo  que  se  proponían  imitar  los  recien  salidos  del  cas- 
caron. Tutear  al  Marqués  de  Tilli  era  para  la  j»o/^gn'«  imberbe  ad- 
quirir diploma  de  hombre ,  y  merecer  una  galantería  de  sus  labios 
motivo  de  orgullo  aun  para  las  que  figuraban  en  el  ejército  de  re- 
serva que  en  la  sociedad  forman  las  mamas. 

Los  cuchicheos  pasaban  de  boca  en  boca  como  la  electricidad 
corre  por  los  hilos  del  telégrafo.  Para  las  viejas  que  adornan  los 
ángulos  de  los  salones ,  no  hablan  pasado  sin  comentarios  las  me- 
lancolías de  Elena  ni  las  fingidas  alegrías  de  Victo  riña.  Los  fis- 
cales se  pusieron  al  acecho. 

Según  antiguo  convenio  de  familia ,  Elena  debía  casarse  con  un 
marino,  primo  suyo,  que  venia  de  dar  la  vuelta  al  mundo,  pero 
aún  no  estaba  decidida  la  boda ,  no  faltando  quien  asegurase  que 
secretas  inclinaciones  de  Elena  destruirían  este  proyecto.  Carlota, 
que  sólo  pensaba  en  la  felicidad  de  su  hija ,  no  contrariaba  en  lo 
más  mínimo  sus  inclinaciones :  lo  cierto  era  que  Elena  y  el  ma- 
rino guardaban  las  conveniencias  sociales  de  un  modo  tal,  que 
daban  lugar  con  su  extremada  reserva  á  que  adquiriese  crédito 
este  rumor.  Los  celos  de  Víctorína  y  la  vista  maternal  de  Carlota 
habían  adivinado  hacia  tiempo  lo  que  en  el  mundo  empezaba  á 
sospecharse. 

Carlota  recibió  al  Marqués  de  Tilli  con  la  amabilidad  de  siempre, 
redoblando ,  desde  que  notó  su  presencia  en  el  baile ,  el  vigilante 
interés  que  tenia  por  su  hija. 

La  figura  de  Elena  había  variado  mucho  en  pocos  meses.  Hay  dos 
momentos  en  la  vida  de  la  mujer  en  los  cuales  las  trasformacíones 
son  tan  súbitas  como  inexplicables:  uno  al  sentir  las  primeras  amar- 
guras del  amor,  otro  al  nacer  en  su  corazón  el  afecto  de  madre. 
En  estos  momentos  adquiere  completo  desarrollo  su  naturaleza 
moral  y  física.  Elena  era  una  mujer  muy  distinta  de  la  que,  cua- 


UN   INVULNERABLE.  421 

tro  Ó  cinco  meses  antes,  vio  Eduardo  en  el  Teatro  Real.  Nada  habia 
perdido  de  su  hermosura:  al  contrario,  tal  vez  habia  aumentado; 
pero  su  actual  belleza  era  de  otro  orden.  Un  traje  color  de  lila  claro, 
un  cinturon  ancho  del  mismo  color  y  unos  broches  de  esmeralda 
fijos  en  sus  rizados  cabellos,  daban  á  Elena  un  aspecto  de  seriedad 
muy  diverso  de  su  antigua,  inocente  y  jovial  alegría;  parecía  una 
flor  que ,  arrancada  de  su  tallo,  conserva  la  riqueza  de  sus  colores, 
la  suavidad  de  sus  hojas ,  su  propia  fragancia ;  pero  que  ha  per- 
dido la  lozanía  de  la  planta.  Elena,  como  sensitiva  que  dobla  sus 
hojas  al  contacto  del  ser  humano,  habia  doblado  su  alma  á  la  pér- 
dida de  sus  primeras  ilusiones. 

Pronto  Eduardo  se  encontró  frente  á  frente  de  su  prima ;  pero 
ahora  las  mejillas  de  Elena  no  se  tineron  con  el  indiscreto  carmín 
de  otras  veces;  sólo  en  un  movimiento  de  su  seno,  más  agitado  que 
de  costumbre,  podía  descubrir  un  ojo  perspicaz  que  algo  pasaba 
en  el  corazón  de  aquella  mujer. 

La  dignidad  que  se  alberga  en  todo  espíritu  puro  habia  salvado 
á  Elena.  Habló  un  rato  con  natural  indiferencia  con  su  primo. 
Carlota,  que  los  estudiaba  desde  lejos,  dijo  para  si  observando  á  su 
hija: 

— El  marino  está  en  alza. 

Ya  muy  entrada  la  noche ,  apareció  en  el  baile  Victorína. 

Una  nube  de  encajes  recogidos  con  broches  de  brillantes  so- 
bre fondo  color  de  rosa  rodeaba  su  esbelto  talle.  Espigas  de  las 
mismas  piedras,  montadas  al  aire  y  movibles  como  las  niñas  de  sus 
ojos,  adornaban  su  negra  cabellera.  Cuando  la  naturaleza  hizo  la 
mujer  morena,  fabricó  sin  duda  el  color  de  rosa  para  engalanarla. 
Victorína  habia  sabido  escoger  las  armas  con  que  entraba  en  aque- 
lla suprema  lucha.  Los  involuntarios  desdenes  de  Eduardo  habían 
exaltado  el  ánimo  de  aquella  belleza  no  vencida  hasta  entonces, 
que  disputaba  palmo  á  palmo  el  terreno  del  combate ,  y  como  \ú 
antigua  Guardia  Imperial ,  estaba  dispuesta  á  morir  antes  de  ren- 
dirse. Atravesó  los  salones  con  verdadero  aire  de  triunfo  del  brazo 
de  uno  de  esos  afortunados  servidores  de  las  damas  del  gran  mundo, 
especie  de  bastones  animados ,  naturalezas  medias  que  no  inspiran 
jamás  verdadero  amor  á  las  mujeres  ni  odio  á  los  hombres ,  criatu- 
ras destinadas  á  conllevar  las  histéricas  furias  de  las  celosas,  á  en- 
jugar las  lágrimas  de  las  abandonadas ,  á  distraer  á  las  madres  im- 
pertinentes, á  ser   inocentes  correos  de  palabras  que  envuelven 


422  UN   INVULNERABLE. 

un  mundo  de  esperanzas  ó  un  deseng-año  horrible,  y  á  veces  discre- 
tos testigos  de  bárbaras  infidelidades. 

Victorina,  como  toda  mujer  d  la  moda,  tenia  su  estado  mayor, 
y  entre  los  edecanes  de  servicio  habia  escogido  por  acompañante 
al  más  inofensivo,  si  porta-abanicos ,  lo  cual  probaba  que  los  celos 
era  arma  que  aquella  noche  no  entraba  en  batalla. 

Pronto  sentó  Victorina  sus  reales  cerca  de  una  gran  jardinera 
colocada  en  un  saloucito  pequeño  tapizado  de  blanco :  alli ,  recos- 
tada en  un  sofá  de  seda  de  India,  al  que  llamaba  su  mueble  favo- 
rito f  se  vio  al  momento  rodeada  de  admiradores. 

El  Marqués  de  Tilli ,  sin  embargo,  no  formaba  en  el  círculo. 
Eduardo,  como  plaza  sitiada ,  no  entraba  en  combate,  era  preciso 
tomar  la  ofensiva,  Victorina  dijo,  al  oir  las  primeras  notas  de  un 
rigodón,  muy  en  boga  entonces.  «Esta  quadrille  me  encanta.» 
Cuantos  formaban  el'  pequeño  comité  se  mostraron  dispuestos  á 
bailar. 

— ¿Vamos?  dijo  Victorina  tocando  el  hombro  del  más  joven,  y 
luego  añadió  dirigiéndose  á  los  demás, — no  es  preferencia,  él  habló 
primero. — Al  levantarse ,  como  quien  da  consuelos  y  esperanzas, 
repartió  entre  sus  admiradores ,  el  bouquet ,  el  pañuelo  y  el  pomo 
de  sales. 

Colocada  Victorina  delante  de  la  pareja  que  le  hacia  vis-á-vis 
descubrió  á  Eduardo,  y  fácilmente  se  comprende  desde  aquel  mo- 
mento  todas  las  coqueterías  y  seducciones  que  puso  en  juego. 

¿Qué  hacia  entre  tanto  el  Marqués?  Vagaba  distraído  sin  darse 
apenas  cuenta  de  lo  que  pasaba  á  su  alrededor,  ya  deteniéndose  á 
hablar  con  los  hombres  políticos ,  ya  escuchando  las  bromas  de  la 
gente  joven ,  ya  contemplando  solo  y  pensativo  los  cuadros ,  las 
estatuas  y  demás  objetos  de  arte  que  adornaban  los  salones. 

Al  terminar  el  rigodón ,  Victorina  pasó  muy  cerca  de  Tilli 
que  de  espalda  á  ella  seguía  distraído:  ni  el  eco  de  su  suave  voz, 
más  penetrante  en  aquella  ocasión  que  de  continuo ,  ni  el  resba* 
lar  de  la  crujiente  seda  de  su  vestido  sacaron  de  su  distracción  á 
Eduardo;  era  pues  preciso  dar  la  señal  de  combate;  pero  sin  duda 
por  una  casualidad  venturosa  se  le  escapó  á  Victorina  el  abanico, 
cayendo  tan  cerca  de  los  pies  del  Marqués  de  Tilli  que  este  al  co- 
gerlo y  entregárselo  á  su  dueño  como  le  obligaba  la  más  vulgar 
cortesía  j  se  encontró  fíente  á  frente  de  Victorina. 

'-*-¿Acaba  V.  de  entrar?  le  preguntó  ella  con  indiferencia. 


ÜN    INVULNERABLE.  42'A 

— No:  hace  tiempo  que  he  venido,  dijo  el  Marqués. 

— No  le  he  visto  á  V,  hasta  ahora,  añadió  volviendo  la  cara 
para  mirar  á  una  elegante  dama  q  ue  pasaba  cerca  ^  movimiento 
que  presentaba  á  Victorina,  á  los  ojos  del  Marqués,  delineando  su 
cuerpo  el  más  bello  escorzo. 

— No  me  negará  V,  que  esa  mujer ,  siguió  diciendo  Victorina. 
es  algo  más  bonita  que  su  desconocida  de  la  otra  tarde. 

— Eso  va  en  gustos,  replicó  Tilli,  y  sobre  gustos  ya  sabe  V.  lo 
que  el  refrán  dice. 

— ¡Cómo!....  le  interrumpió  Victorina. 

— Y  eso  que  ahora  yo  desmiento  el  refrán. 

—¿Por  qué?  y  la  viuda  fijó  sus  ojos  en  los  ojos  del  Marqués. 

— Porque  la  encuentro  á  V.  divina,  y  piensan  como  yo  cuantos 
conozco. 

— Mala  prueba  de  ello  es  en  verdad  no  haberme  visto  en  el 
baile  hasta  ahora. 

— Sin  duda  será,  porque  el  sol,  cuanto  más  fuerte  sale,  más 
ciega  á  los  que  han  estado  en  la  oscuridad  algún  tiempo. 

— Está  V.  esta  noche  irresistible. 

— Empiezo  á  acostumbrarme  á  los  rayos  del  sol. 

Sonaron  las  primeras  notas  de  un  wals ;  un  wals  es  para  toda 
mujer  de  las  condiciones  de  Victorina ,  el  supremo  recurso. 

— ¿No  baila  V.,  Marqués?  dijo  sonriéndose  Victorina. 

— Hace  tiempo  que  por  iniitil  abandoné  el  oficio,  contestó 
Eduardo. 

—¿De  veras? dijo  Victorina. 

— ¿Me  ha  visto  V.  bailar?.... 

— Alguna  prohibición  misteriosa,  alguna  palabra  empeñada. 
Tengo  curiosidad  de  saber  si  es  V.  capaz  de  cumplir  una  palabra. 

— i  Señora !  dijo  el  Marqués  asombrado. 

— A  las  mujeres ,  se  entiende ,  añadió  Victorina  interrumpién- 
dole afablemente. 

—¡Y  V.  lo  duda! 

— Voy  á  creerlo  al  ver  á  V.  figurar  entre  los  hombres  graves... 
Haya  ó  no  palabra  empeñada,  dijo  Victorina  haciendo  un  signo 
afirmativo,  el  amor  únicamente  le  impide  á  V.  bailar. 

— No  por  cierto el  baile  es  la  guerra  de  los  salones  ♦  y  yo 

estoy  herido ,  formo  ya  entre  los  inválidos ^ 

— ¿Y  nadie  tendrá  la  virtud  de  curarle? 


424  UN   INVULNERABLE. 

— Usted  tan  solo ,  replicó  el  Marqués ,  cediendo  á  su  inveterada 
costumbre  de  decir  g-alanterias. 

Victo  riña  no  necesitaba  más. 

— A  verlo,  dijo  la  viuda  centuplicando  sus  naturales  atractivos. 

El  Marqués  caia  en  las  redes  y  Victorina  empezaba  á  triunfar. 

Recostada  dulcemente  en  el  brazo  del  Marqués,  colocando  en 
el  hombro  de  este  la  mano  izquierda ,  en  la  cual  apoyaba  en  oca- 
siones su  rostro ,  recogía  con  la  derecha  la  falda  del  vestido  lo  su- 
ficiente para  descubrir  el  pié  más  bello  que  pisó  jamás  parquet  al- 
guno. Su  cuerpo  esbelto,  flexible  y  cimbreante,  se  doblaba  en  los 
alternados  giros  del  wals ,  como  si  una  fuerza  magnética  le  comu- 
nicase un  doble  movimiento ;  no  parecía  sino  que  el  talle  giraba 
sobre  si  mismo,  dentro  de  los  brazos  de  Eduardo,  siguiendo  el 
acelerado  compás  de  una  música  que  los  arrastraba  en  torbellino. 

Latia  el  corazón  de  Victorina ,  y  los  movimientos  de  su  pecho 
no  eran  imperceptibles  para  Eduardo ;  más  de  una  vez  sus  rizados 
cabellos  tocaron  la  cara  del  Marqués ,  quizás  al  atravesar  por  entre 
aquella  multitud  de  parejas  se  juntaron  sus  rostros,  tal  vez  Victo- 
rina llegó  á  soñar  recordando  el  verso  del  Dante 

amor  ch'a  nuil' amato  amar  perdona^ 

que  ardía  ya  en  el  espíritu  de  Eduardo  el  fuego  en  que  su  alma  se 
consumía. 

Elena ,  desde  un  extremo  de  la  sala ,  contemplaba  pálida  como 
una  estatua  á  aquella  pareja,  que  era,  sin  duda,  el  más  bello  or-^ 
nato  de  la  fiesta ,  y  Carlota ,  sin  que  nadie  lo  notase ,  observaba  á 
su  hija.  Antes  que  el  wals  terminara ,  se  sentaron  Eduardo  y  Vic- 
torina. La  atmósfera  de  la  sala,  la  excitación  de  su  espíritu,  habían 
encendido  el  sonrosado  color  de  sus  mejillas ;  sus  ojos  despedían 
rayos  de  fuego ;  algunos  cabellos  cortos ,  que  el  movimiento  del 
baile  había  separado  de  los  demás ,  formaban  ligeros  rizos  sobre  su 
frente ;  al  menor  movimiento  de  su  cuello  exhalaban  chispas  de  lu2 
las  espigas  de  brillantes  de  la  corona  que  ceñía  sus  sienes ;  entre- 
abierta su  boca  por  la  agitada  respiración  que  el  cansancio  la  pro- 
ducía ,  y  por  una  vaga  sonrisa ,  descubría  las  blancas  y  nacaradas 
puntas  de  sus  preciosos  dientes ;  su  seno  se  agitaba  en  rápido  mo- 
vimiento ,  y  su  espalda ,  más  inclinada  hacia  adelante  que  de  ordi- 
nario, mostraba  la  perfecta  redondez  de  sus  torneados  hombros. 

Las  sillas  que  habia  en  el  salón  estaban  casualmente  muy  jun- 


UN   INVULNERABLE.  425 

tas :  sin  darse  cuenta  de  ello ,  Victorina  había  cubierto  con  la  falda 
de  su  vestido  al  Marqués ,  que  quedó  sepultado  bajo  una  nube  de 
encaje  y  seda.  Era  imposible  no  admirar  en  aquel  momento  la  her- 
mosura ,  la  gracia ,  el  incentivo  que  rodeaba  á  aquella  mujer  cuya 
atmósfera  respiraba ,  cuyas  pulsaciones  sentia ,  cuyo  aliento  venia 
á  herir  su  rostro ,  y ,  sin  embargo ,  preguntándose  Eduardo  á  sí 
mismo  lo  que  le  pasaba ,  sintió  su  corazón  muerto ,  su  alma  nie- 
lada ,  su  pensamiento  lejos  de  allí.  El  Invulnerable ,  como  el  amian- 
to, resiste  al  fuego ,  era  insensible  á  tanto  hechizo.  Victorina  había 
quemado  en  balde  el  último  cartucho. 

Los  espíritus  fuertes  desdeñan  los  bailes  como  diversión  fútil  é 
indigna  del  hombre ;  y,  sin  embargo ,  ¡  cuántas  dichas  y  cuántas 
desgracias  respetables  habrán  tenido  origen  en  un  wals,  en  un  ri- 
godón, ó  en  una  polka 

Elena,  concluida  la  fiesta  de  la  noche  de  su  cumpleaños,  entró 
en  el  cuarto  de  su  madre ,  la  dio ,  como  tenía  de  costumbre ,  un 
beso  en  la  frente,  y  le  anunció  que  estaba  decidida  á  casarse  con  su 
primo  el  marino.  Victorina,  á  quien  había  llevado  al  coche  uno 
de  sus  más  constantes  y  rendidos  adoradores,  exclamó  tirando  de- 
sesperada el  abanico  y  el  pañuelo  en  el  rincón  de  la  berlina : 

— ¡Pasar  la  vida  rodeada  de  esta  turba  de  necios! 

Eduardo ,  que  bajaba  la  escalera  bostezando  ,  decía  para  sus 
adentros : 

—  Decididamente  me  aburren  estas  mujeres. 


VIII. 


En  vano  buscaba  el  Marqués  de  Tillí  en  sus  antiguas  y  habi- 
tuales distracciones  la  perdida  jovialidad  de  su  carácter;  la  tras- 
formacíon  que  poco  á  poco  había  ido  verificándose  en  su  alma  era 
mayor  de  lo  que  él  mismo  imaginaba;  existía  constantemente  en  su 
corazón  un  secreto  fondo  de  melancolía ;  en  medio  de  los  placeres 
del  mundo ,  cruzaban  por  su  mente  ideas  tristes,  extrañas;  sentia, 
rodeado  de  sus  amigos ,  un  aburrimiento  inexplicable  que  lo  lle- 
varon más  de  una  vez  á  aquellos  paseos  solitarios  de  que  en  dife- 
rentes ocasiones  se  había  burlado. 

Volviendo  de  una  quinta  de  recreo,  que  poseía  en  los  alrede- 
TOMo  in.  28 


426  UN   ÍNVÜLNEÍIABLE. 

dores  de  Madrid,  una  de  las  muchas  tardes  en  que  le  daba  el  ataque. 
burlesca  calificación  con  que  el  Marqués  de  Tilli  se  mofaba  de  sus 
melancolías,  un  secreto  presentimiento  le  hizo  volver  las  riendas 
de  la  yeg-ua  que  montaba ,  y  poniéndola  al  galope ,  se  dirigió  á  la 
Casa  de  Campo. 

Por  una  de  esas  volubilidades  de  espíritu ,  tan  naturales  en  la 
vida  de  las  personas  mimadas  por  la  suerte ,  que  viven  en  el  seno 
de  los  placeres ,  el  mismo  hombre ,  que  tantas  veces  se  habia  reído 
de  sus  paseos  solitarios,  sentía  en  aquel  momento  vehementes  deseos 
de  visitar  los  sitios  en  que  encontrara  á  la  única  mujer  que, 
á  pesar  suyo,  habia  hecho  mella  en  su  alma.  Ignoro  sí  las  almas 
enamoradas  poseen  la  doble  vista  magnética ,  que  en  vano  trata  de 
explicar  el  sonambulismo  en  boga ;  pero ,  sea  de  esto  lo  que  fuere, 
Eduardo  decubrió  bien  pronto  á  lo  lejos  el  carruaje  amarillo,  que 
pausadamente  volvía  de  paseo. 

Cediendo  al  verle  á  un  impulso  secreto  de  su  espíritu ,  clavó  las 
espuelas  en  el  vientre  de  la  yegua,  que  partió  como  un  rayo.  El 
groom  le  seguía  á  larg-a  distancia.  Antes  de  llegar  al  coche  se  puso 
el  Marqués  al  paso,  y  fijó  su  vista  en  las  personas  que  en  él  iban. 
La  mujer  á  quien  sin  duda  buscaba ,  volvió  dulcemente  su  rostro 
encontrándose  sus  hermosos  ojos  con  los  del  Marqués.  La  mirada 
que  en  otras  ocasiones  habia  desesperado  el  alma  de  Eduardo  entre 
dudas  indescifrables,  le  hacia  sentir  en  aquel  momento  el  purísimo 
goce  de  una  felicidad  para  él  desconocida.  Cuanta  dulzura  puede 
crear  el  idealismo,  estaba  pintada  en  la  tranquila  fisonomía  de 
aquella  criatura  celestial.  Reñejábase  en  toda  ella  un  tinte  subli- 
me de  amargura,  de  resignación,  de  dolor.  Eduardo,  entregado  á 
las  más  halagüeñas  esperanzas,  recordó  en  aquel  instante  las  sáti- 
ras de  Victorina  y  de  sus  amigos,  creyendo  descubrir  en  la  triste 
expresión  de  aquellos  ojos,  tal  es  el  lenguaje  mudo  de  las  ilusio- 
nes ,  una  secreta  queja ,  y  pensó  tan  sólo  en  tributarle  patente 
prueba  de  su  arrepentimiento.  Los  caballos  del  carruaje  se  pusie- 
ron al  trote;  el  Marqués,  que  no  lo  perdía  de  vista,  cogió  una  flor 
que  la  jardinera  de  su  quinta  le  había  dado  al  salir,  y  que  él  ha- 
bia puesto  maquinalmente  en  el  ojal  de  la  levita,  y  acelerando  el 
paso  se  colocó  delante  del  lando  al  entrar  por  las  calles  de  Madrid. 
Triunfando  el  Marqués  de  un  sentimiento  de  respeto  que  le  detenia, 
dejó  caer  la  ñor  al  pasar  en  la  falda  de  la  mujer  que  iba  en  el 
cocho.  Llamó  en  seguida  al  groom ^  y   precipitadamente   le  dijo: 


ÜN   INVULNERABLE.  427 

'i  apéate  del  caballo ,  sigue  ese  lando ,  entérate  dónde  entra ,  y 
procura  que  no  te  vean.» 

El  obediente  groom ,  acostumbrado  sin  duda  á  encargos  de  este 
género ,  entregó  al  Marqués  las  riendas  de  su  caballo  y  obedeció  á 
su  amo. 

Era  un  espectáculo  curioso  el  que  presentaba  el  aristocrático  y 
elegante  Marqués  de  Tilli ,  volviendo  á  su  casa ,  trayendo  del  dies- 
tro la  cabalgadura  de  su  mismo  criado.  El  amor,  más  que  todas  las 
filosofías  humanitarias,  nivela  las  categorías  sociales. 


IX. 

Paseábase  el  Marqués  de  Tilli  á  la  caida  de  la  tarde,  sólo  y  á  pié; 
por  una  de  las  alamedas  de  la  Moncloa ,  donde  babia  solido  encon- 
trar alguna  que  otra  vez  á  aquella  mujer  que  llevaba  dia  y  noche 
retratada  en  su  pensamiento.  Las  luchas  pasadas  habian  cesado  por 
completo;  el  sentimiento  del  amor,  con  su  vaga  y  dulce  esperanza, 
con  sus  infantiles  sobresaltos ,  hasta  con  sus  inexplicables  y  extra- 
vagantes celos ,  se  habia  apoderado  del  corazón  de  Eduardo.  Por 
lo  mismo  que  apenas  conocia  á  aquella  mujer,  por  lo  mismo  que 
no  habia  oido  el  eco  de  su  voz ,  por  lo  mismo  que  ignoraba  las  cua- 
lidades de  su  alma ,  Eduardo ,  preso  una  vez  en  las  redes  de  sus 
propias  ilusiones ,  idealizaba  el  ser  amado.  Como  el  artista  reúne 
en  la  estatua  que  crea,  los  contornos  y  perfiles  más  bellos  que  sepa- 
radamente le  presentó  la  naturaleza ,  combinándolos  con  su  prodi- 
giosa fantasía,  asi  Eduardo  encontraba  en  el  color,  en  la  forma, 
en  la  mirada ,  en  los  movimientos ,  en  los  accidentes  más  insigni- 
ficantes de  su  desconocida ,  seg'uro  indicio  de  todas  las  perfecciones 
que  habia  creido  descubrir  en  mil  mujeres  distintas.  Tesoros  de 
poesia,  libres  de  toda  rima,  ajenos  á  toda  medida,  más  grandes 
que  las  palabras,  tan  grandes  como  la  imaginación  en  que  brotan, 
inundaban  su  alma. 

En  uno  de  estos  momentos,  abstraído  de  cuanto  pasaba  á  su  al- 
rededor, fuera  del  mundo  en  que  vivía,  siguiendo  el  vuelo  de  su 
pensamiento ,  sintió  cerca  de  sí  un  ruido  suave  semejante  al  que 
hace  el  aire  al  mecer  las  hojas  de  las  ñores Bra  ella Li- 
gera como  el  aire,  tímida  como  una  gacela,  asustada  como  un 
cervatillo,  apareció  ante  Eduardo  entre  el  verde  follaje  del  jardín. 


428  UN  invulnerable!. 

En  aquel  momento  de  sorpresa,  de  asombro.  Eduardo  no  sabia  lo 
que  pasaba  en  su  espíritu ,  creyéndose  juguete  de  una  visión ,  al 
sentir  apoyarse  dulcemente  en  su  brazo  el  brazo  de  aquella  mujer 
á  la  que  Dios  babia  concedido  una  belleza  superior  á  la  de  las 
otras.  Sus  ojos  se  encontraban  con  sus  ojos;  habia  en  la  mirada, 
en  la  fisonomía  de  aquel  ser  humano ,  una  nube  de  tristeza  in- 
comprensible ,  de  dolor  inexplicable ,  no  parecía  sino  que  una 
fuerza  extraña  la  impulsaba  más  que  su  voluntad  propia. 

Eduardo  sintió  al  mismo  tiempo  dolor  y  alegría ,  simpatía  y  re- 
pulsión, cruzó  por  sus  venas  el  fuego  del  amor  y  un  no  se  qué 
parecido  á  la  frialdad  de  la  muerte.  Aquella  mujer  se  sonreía,  y 
sus  ojos  casi  derramaban  lágrimas ;  brillaba  luego  la  alegría  en 
su  mirada,  y  sus  labios  se  plegaban  con  dolorosa  ironía.  Las  líneas 
de  su  rostro  movibles  como  las  de  la  de  la  Haydée  de  Lord  Byron 
cuando  Lambro  quiere  arrancar  la  vida  á  su  amante  D.  Juan, 
sufría  súbitas  trasformaciones ,  expresando  por  instantes  los  más 
encontrados  sentimientos. 

— Mary.  dijo  en  inglés  con  acento  algo  americano  una  voz 
desconocida  para  Eduardo.  La  venerable  y  distinguida  fisonomía 
del  hombre  que  el  Marqués  de  Tilli  habia  encontrado  constante- 
mente en  el  lando  amarillo  se  ofreció  á  su  vista.  Las  miradas  de 
aquellas  tres  personas  se  encontraron,  sin  que  ninguno  de  ellos  pro- 
nunciase una  sola  frase ;  mil  pensamientos  diversos  cruzaron  por  la 
mente  del  Marqués. 

¿Quién  era  este  hombre?  ¿Qué  clase  de  autoridad  ejercía  sobre 
aquella  mujer?  ¿Cuál  era  el  vínculo  que  ligaba  estos  dos  seres? 

La  mujer,  verdadera  esfinje  para  Eduardo,  soltó  maquinal- 
raente  su  brazo  al  oir  la  voz  que  habia  pronunciado  su  nombre. 
Más  parecía  un  autómata  que  obedecía  á  un  resorte ,  que  una  cria- 
tura humana  dueña  de  sus  propias  acciones.  ¿Era  una  víctima  obe- 
diente á  una  voluntad  superior  que  la  esclavizaba ,  ó  una  alma  que 
cedía  cariñosamente  al  influjo  de  un  ser  amado?  Imposible  hubiera 
sido  adivinarlo ,  ambos  sentimientos  podían  expresar  las  líneas  de 
su  rostro ,  el  movimiento  de  su  fisonomía. 

El  caballero ,  sobre  cuyo  brazo  se  apoyó  la  desconocida  con  la 
misma  naturalidad  con  que  un  momento  antes  se  habia  apoyado  en 
el  brazo  de  Eduardo,  saludó  respetuosamente  al  Marqués,  y  des- 
apareció con  ella  por  una  de  las  alamedas.  Eduardo,  inmóvil,  ab- 
sorto, no  podía  darse  cuenta  de  lo  que  en  su  corazón  pasaba.  ¿Eran 


UN    INVULNERABLE.  429 

celos,  era  respeto,  era  amor,  el  sentimiento  que  rebosaba  del  pe- 
cho del  Marqués  de  Tilli?  Aquel  hombre  podia  ser  el  amigo,  el 
amante,  el  marido,  el  padre  de  aquella  mujer.  La  ternura,  el 
cariño ,  el  respeto  con  que  habia  pronunciado  su  nombre ,  podian 
ser  cualidades  propias  de  todos  esos  vínculos,  siempre  que  el  senti- 
miento que  de  cualquiera  de  ellos  naciese  fuese  elevado  y  grande. 
Era  imposible  seguir  asi :  habia  llegado  el  momento  de  aclarar 
tantas  dudas,  el  Marqués  de  Tilli  se  decidió  al  fin  á  penetrar  á 
todo  trance  aquel  misterio.  En  el  saludo  cortés,  casi  afable,  del 
hombre  que  acababa  de  desaparecer ,  no  se  descubría  el  menor  in- 
dicio de  los  celos. — No  puede  ser,  dijo  Tilli,  rompiendo  el  silencio 
interno  de  su  alma,  ni  su  amante,  ni  su  marido;  ¿pero  si  es  su 
padre,  cómo  no  le  ha  causado  estrañeza  encontrar  á  su  hija  del 
brazo  con  una  persona  que  le  es  enteramente  desconocida? — En 
realidad  no  era  cosa  fácil  dar  con  la  clave  de  aquel  enigma. 


X. 

En  vano  habia  recorrido  el  Marqués  de  Tilli  varias  tardes  segui- 
das los  paseos  y  caminos  en  donde  solia  encontrar  el  lando  ama- 
rillo. Dice  un  canto  popular : 

Ausencia  es  aire 

Que  apaga  el  fuego  chico 

Y  enciende  el  grande. 

y  pocas  veces,  en  honor  de  la  verdad,  se  habría  realizado  como  en  la 
ocasión  presente  el  fenómeno  que  este  canto  encierra.  Tilli  deseaba 
más  que  nunca  volver  á  ver  el  objeto  desu  amorosa  curiosidad,  pasaba 
los  dias  con  la  esperanza  de  encontrarla ,  de  adivinar  en  su  fisonomía 
el  arcano  de  la  última  entrevista :  salía  todas  las  tardes  con  la  mis- 
ma esperanza,  y  volvía  con  la  misma  desesperación.  Paseaba 
algunas  noches  por  delante  de  la  casa  en  que  su  groom  le  dijo 
vio  entrar  el  coche.  Era  divertido  ver  al  mismo  cuya  juventud 
habia  corrido  desdeñando  á  las  mujeres  y  riéndose  de  los  sacrifi- 
cios que  los  hombres  hacían  por  ellas ,  acechar  hoy  como  un  es- 
tudiante en  sus  primeros  devaneos  la  fortaleza  que  encerraba  la 
dama  de  sus  pensamientos.  En  una  de  estas  noches  iluminando 
la  luna  con  su  pálida  luz  una  de  las  ventanas  de  la  casa  ante  la 


430  UN    INVULNERABLE. 

cual  se  paseaba,  descubrió  Eduardo  en  ella  los  leves  y  voluptuo- 
sos contornos  de  una  mujer  vestida  de  blanco,  recostada  graciosa- 
mente su  cabeza  sobre  una  de  sus  manos ,  contemplando  el  astro 
de  la  noche.  Cuantos  tipos  de  amor  ideal  conocía  el  Marqués  de 
Tilli  asaltaron  su  memoria  :  el  hombre  práctico,  el  esprit  fort  que 
habia  entrado  de  lleno  en  las  locuras  del  amor,  creia  encontrar  en 
aquella  mujer  la  viva  imagen  de  todos  los  tipos  ideales  que  han 
pintado  los  poetas,  y  la  verdad  es  que  habia  en  ella  algo  de  la 
pura  delicadeza  de  la  Clarissa  de  Lovelace ,  algo  de  la  Lucia  de 
Edgardo,  algo  de  la  OpJielia  de  Hamlet. 

El  verdadero  amor  presenta  por  lo  común  idénticos  síntomas;  las 
almas  enamoradas  rara  vez  dejan  de  tener  cualidades  semejantes; 
el  mismo  deseo,  la  ansiedad  suma  con  que  Eduardo  habia  esperado 
una  ocasión  oportuna  para  acercarse  á  la  mujer  que  amaba,  le  dete- 
nia en  aquel  momento  :  deseaba  andar  y  no  podia  dar  un  paso.  La 
intrepidez  social ,  el  toupé  del  hombre  de  mundo  hablan  desapare- 
cido por  completo.  Eduardo  se  habia  vuelto  tímido,  porque  amaba» 
y  el  amor,  lo  he  dicho  antes,  no  renuncia,  sea  cualquiera  el  alma 
en  que  se  albergue,  á  sus  propias  y  naturales  condiciones :  haciendo 
un  esfuerzo  supremo,  dio  Eduardo  algunos  pasos  hacia  adelante, 
los  suficientes  para  poder  llamar  la  atención  de  aquella  mujer  que 
seguía,  sin  embargo,  distraída,  que  para  nadase  ocupaba,  al  pa- 
recer al  menos,  del  Marqués  de  Tilli, 

La  figura  venerable  del  hombre  que  con  su  presencia  le  habia 
hecho  soltar  el  brazo  de  Eduardo  en  el  singular  encuentro  de  la 
Moncloa,  apareció  en  el  hueco  de  la  ventana,  y  dándole  un  beso  en 
la  frente,  desaparecieron  los  dos  de  la  vista  de  Eduardo,  cuyo  co- 
razón latía  con  violencia,  preso  de  un  sentimiento  en  que  luchaban 
los  celos  con  el  dolor  de  haber  perdido  la  ocasión  primera  que  le 
proporcionaba  el  destino  en  que  poder  enterar  á  aquella  mujer  de 
lo  que  pasaba  por  su  alma. 

XL 

Sentado  en  una  butaca,  al  lado  de  una  mesa  pequeña  sobre  la 
que  habia  varios  libros ,  periódicos  y  revistas ,  y  en  la  que  humeaba 
una  taza  de  té ,  descansaba  el  Marqués  de  Tilli ,  presente  en  su  ima- 
ginación, de  las  mil  maneras  que  en  diferentes  ocasiones  la  habia 
visto,  la  imagen  del  ser  que  llegara  á  posesionarse  por  com- 


UN   INVULNERABL-E.  431 

pleto  de  su  rebelde  y  altivo  espíritu.  Vino  á  sacarle  de  aquel  ar- 
robamiento ,  de  aquel  especie  de  éxtasis  en  que  estaba  sumergido, 
una  carta  que  sobre  una  bandeja  cincelada  de  plata  le  presentó  su 
ayuda  de  cámara. 

— ¿Quién  ha  traido  esto?  preguntó  Eduardo  tomando  el  papel. 

— Ün  criado  que  no  conozco ,  y  que  parece  inglés,  contestó  res- 
petuosamente el  ayuda  de  cámara. 

— ¿Espera  contestación?  añadió  el  Marqués. 

— Se  ha  ido  sin  decir  una  palabra. 

Eduardo  abrió  la  carta ,  no  sin  notar  que  las  armas  del  sello  y 
la  letra  del  sobre  le  eran  completamente  desconocidas :  un  vago 
presentimiento  le  daba  á  entender  que  aquella  carta  encerraba 
algo  que  debia  interesarle,  y  la  abrió  con  avidez. 

"En  cumplimiento  de  un  deber,  y  por  consideraciones 
que  V.  merece  sin  duda,  le  suplico  venga  á  verme  esta 
noche  á  las  once  y  media." 

WlLLIAM  BeRKELEY. 

Al  pié  de  este  extraño  papel  estaban  las  señas  de  la  casa  en 
cuya  ventana  Eduardo  habia  visto  al  objeto  de  su  amor. 

El  tono  altivo,  seco  y  raro  de  aquella  misiva,  heria  la  aristocrá- 
tica susceptibilidad  del  Marqués  de  Tilli. 

— Estos  ingleses,  vengan  de  donde  vengan,  son  siempre  lo  mis- 
mo, dijo  para  sus  adentros,  y  hubiera  cruzado  por  su  mente  el 
propósito  de  dar  una  lección  de  cortesía  á  quien  se  dirigía  á  él  de 
este  modo ,  si  otro  ínteres  más  grande  no  le  preocupase  en  aquel 
momento ;  sí  las  canas  del  hombre  que  sin  duda  le  escribía  aquella 
carta  no  se  presentasen  á  los  ojos  de  su  imaginación  santifica- 
das por  la  aureola  de  respeto  que  rodeaba  á  cuanto  estaba  en  re- 
lación con  la  mujer  cuya  presencia  había  trasformado  por  completo 
su  naturaleza,  abriendo  á  su  alma  nuevos  y  desconocidos  hori- 
zontes. 

Es  más  fácil  comprender  que  descríbrir  las  ideas,  los  pensamien- 
tos, los  temores,  las  esperanzas  que  se  forjó  Eduardo  durante 
las  horas  que  trascurrieron  desde  la  lectura  de  esta  carta  hasta 
subir  al  cupé  que  debía  conducirle  al  lugar  de  la  cita.  Cuantos 
lances,  historias  y  aventuras  extravagantes  habia  oído  contar, 
habia  leído  desde  niño ,  cruzaron  en  tropel  por  su  mente.  Mil 
veces  se  preguntó  quién  era  el  hombre  que  le  escribía  aquella 


432  UN   INVULNERABLE. 

carta,  —  ¿Será  su  padre?— repetía.  Y  aquella  idea  dulcificaba  su 
espíritu,  rudamente  combatido  por  mil  extraños  y  tristes  presen- 
timientos. 

Llegó  la  hora,  y  Eduardo  subió  al  cupé,  ansioso  de  aclarar  tan 
terribles  dudas. 

Un  momento  después,  atravesaba  la  berlina  del  Marqués  la  reja 
que  rodeaba  la  casa  á  que  Eduardo  se  dirigía,  la  que  abrió  el  por- 
tero con  la  solicitud  del  que  espera  una  visita  anunciada. 

Eduardo  bajó  de  la  berlina  y  atravesó  el  dintel.  Un  lacayo  con 
librea  le  señaló  silenciosamente  la  escalera  por  donde  debia  subir. 
Otro  lacayo  le  esperaba  arriba.  El  aspecto  interior  de  la  casa  no 
pudo  menos  de  llamar  la  atención  del  Marqués  de  Tilli,  aumen- 
tando la  angustiosa  curiosidad  de  que  estaba  poseída  su  alma.  Un 
débil  resplandor  iluminaba  con  lámparas  que  ardian  á  media  luz  la 
escalera  y  los  corredores ,  en  que  se  respiraba  la  atmósfera  de  dul- 
ce y  triste  tranquilidad  de  un  claustro.  Dejó  el  Marqués  al  lacayo 
el  ligero  abrigo  que  cubria  sus  hombros ,  y  entró  en  un  pequeño 
salón,  en  el  cual  le  esperaba  en  pié  delante  de  la  chimenea,  sobre 
la  que  ardian  varias  bujías  colocadas  en  dos  magníficos  candela- 
bros, á  uno  y  otro  lado  de  un  reló  ,  Sir  William  Berkeley,  pues  ya 
conocen  los  lectores  el  nombre  del  que  hacía  venir  al  Marqués  á 
aquel  sitio. 

Vestido  de  negro,  con  la  elegancia  peculiar  de  los  hombres  que 
pertenecen  á  la  alta  banca  de  su  nación,  Sir  William  Berkeley  sa- 
ludó respetuosa  y  afablemente  al  Marqués  de  Tilli. 

El  Marqués  de  Tilli  inclinó  su  cabeza  con  altiva  dignidad  ante 
el  hombre  que  debia  descubrirle  el  enigma  de  aquella  cita. 

— Comprendo,  dijo  Mr.  Berkeley,  toda  la  extrañeza  que  le  habrá 
causado  mi  carta ;  pero  el  instinto ,  que  rara  vez  engaña  á  un  pa- 
dre   Eduardo,  al  escuchar  esta  frase,  sintió  que  le  quitaban  de 

su  corazón  un  peso  enorme  ;  las  sospechas  que  por  espacio  de  algún 
tiempo  habían  acibarado  su  existencia  desaparecieron  por  com- 
pleto, naciendo  en  su  corazón  un  sentimiento  de  afectuoso  respeto 
hacía  el  hombre  á  quien  más  de  una  vez  había  mirado  con  verda- 
dero odio. — Consideraciones  de  otro  orden,  continuó  Mr.  Berkeley, 
han  decidido  mí  ánimo  á  dar  este  paso ,  del  que  no  creo  tener  que 
arrepentirme ,  dirigiéndome  á  una  persona  como  V. 

El  Marqués,  cuya  curiosidad  rayaba  en  el  último  extremo,  hizo 
un  gesto  de  asentimiento,  y  una  corriente  magnética  de  recíproca 


ÜN  INVULNERABLE.  433 

confianza  se  entabló  entre  las  almas  de  aquellos  dos  hombres  uni- 
dos por  el  lazo  de  un  doble  afecto  que  el  Marqués  había  temido 
fuesen  incompatibles. 

—  Llevo  vertidas  demasiadas  lágrimas  para  que  me  sean  indi- 
ferentes las  que  pueda  derramar  otra  persona  por  la  mispia  causa 
que  yo 

Dieron  las  doce  en  el  reló,  que  estaba  sobre  la  chimenea. 

Apenas  sonó  la  última  campanada  cuando  se  oyó  en  la  habita- 
ción inmediata  un  grito  horrible,  desgarrador... 

Eduardo  estaba  atónito ;  en  cuanto  pasaba  á  su  alrededor  se  re- 
velaba un  misterio  que  temblaba  descubrir,  y  creyéndose  preso  de 
un  sueño ,  dudaba  de  la  realidad  de  lo  que  veia.  Mr.  Berkeley,  en 
cuyo  rostro  se  delineaba  el  dolor  más  sincero  y  respetable ,  le 
agarró  silenciosamente  de  la  mano ,  y  lo  llevó  hacia  la  puerta  del 
cuarto,  del  que  sallan  ayes  lastimeros,  y  adonde  Eduardo  se  de- 
jaba conducir  maquinalmente :  levantó  luego  el  anciano  las  cor- 
tinas de  Persia  que  cubrían  la  entrada  del  aposento,  y 

j  Qué  espectáculo  se  presentó  á  la  vista  del  Marqués ! 

Inmóvil ,  blanca  como  el  mármol ,  sobre  un  lit  de  repos ,  ten- 
dida de  espalda ,  cual  si  estuviese  muerta ,  vio  la  mujer  cuj'^a  her- 
mosura habia  tantas  veces  admirado ;  sus  rubios  cabellos  sueltos  y 
esparcidos  cubrían  sus  hombros ,  tenia  entreabierta  su  boca ,  y  si 
una  risa  sardónica  no  se  dibujase  en  ella,  se  creerla  que  acababa 
de  espirar.  Contrájose  su  cuerpo  de  pronto  por  un  movimiento 
nervioso,  y  rechinaron  sus  dientes  de  una  manera  que  crispábalos 
nervios. 

La  señora ,  que  de  ordinario  iba  con  ella ,  le  sujetaba  dulce- 
mente los  brazos,  que  retorcía  sobre  el  pecho,  cual  si  quisiera  des- 
garrárselo con  sus  propias  manos.  Como  se  levanta  erguida  sobre 
la  cola  y  se  arrastra  la  serpiente  que  pisa  el  caminante ,  así  se  le- 
vantaba y  caía  el  cuerpo  de  aquella  infeliz  criatura.  Un  momento 
después ,  como  herida  por  el  rayo ,  como  sí  á  impulso  de  una  chis- 
pa eléctrica  se  hubiesen  desatado  sus  acerados  miembros,  como 
muere  la  culebra  cuyas  vértebras  rompe ,  al  sacudirla ,  fuerte 
brazo ,  cayó  inerte ,  derramando  sus  ojos  del  color  del  cielo  un  mar 
de  lágrimas. 

Eduardo  permanecía  exánime,  sin  respirar  apenas,  temiendo 
que  el  aliento  de  su  pecho  turbase  su  descanso. 

•-— Hg,  pasado  la  crisis,  dijo  Mr.  Berkeley,  y  mi  hija  me  necesita; 


434  UN    INVULNERABLE. 

en  ese  papel  encontrará  V.  la  explicación   de  cuanto  ha  visto, 
Mr.  Berkeley  entregó  al  Marqués  de  Tilli  una  carta  abierta  y  un 
periódico. 
La  carta  decia  asi : 

"He  creído  cumplir  un  deber  de  humanidad  haciendo 
que  vea  V.  por  sus  propios  ojos  el  estado  de  mi  hija." 

En  el  margen  del  periódico  estaban  señaladas  las  siguientes 
lineas : 

«Hace  pocos  dias,  á  las  doce  de  la  noche,  unos  cuantos  negros  que  se 
habían  insurreccionado  en  la  quinta  de  Mr.  Berkelej,  antes  de  incorpo- 
rarse al  ejército  del  Norte,  han  robado  á  su  dueño,  asesinando  bárbara- 
mente á  Lady  Berkeley  que  rezaba  á  aquella  hora  con  su  hija.  No  es  la 
muerte  de  la  virtuosa  Lady  la  única  desgracia  lamentable  en  hecho  tan 
feroz.  Miss  Mary,  que  vio  morir  á  su  madre ,  y  cuya  sangre  manchó  sus 
vestidos ,  cayó  presa  de  un  horrible  delirio  y  aún  no  ha  recobrado  el 
juicio. 

»Hace  algunos  dias  que  han  salido  para  Europa  el  honorable  Berkeley 
y  su  hija,  con  la  esperanza  de  que  las  impresiones  del  viaje  alivien  sus  de- 
lirantes padecimientos. » 

Si,  como  lia  dicho  Madama  Stael,  son  perlas  las  lágrimas  de  los 
hombres ,  el  Marqués  de  Tilli  depositó  en  aquel  papel  un  tesoro 
superior  al  de  todos  los  potentados  de  la  tierra. 

El  hombre  que  habia  vivido  indiferente  entre  las  mil  cortesanas 
de  París,  el  que  habia  desdeñado  la  ardiente  pasión  de  la  seductora 
Victorina ,  aquel  para  quien  habían  pasado  sin  ser  vistos  los  idea- 
les y  puros  sentimientos  de  Elena,  se  encontraba  al  fin  preso  en  las 
redes  del  amor. 

El  invulnerable  estaba  herido  de  muerte. — ¿Por  quién? — Por 
una  loca. 

J.  L.  Albabedá. 


DON  FRANCISCO  DE  GOYA  Y  LUCIENTES. 


NUEVOS  Y  PRECIOSOS  DATOS  PARA  Sü  VIDA. 


I. 


De  la  muerte  de  Carlos  II  á  la  muerte  de  Carlos  III  pasaron  po- 
cos dias  más  de  ochenta  y  ocho  años ,  durante  los  cuales  habíase 
operado  una  trasformacion  completa  en  nuestra  patria.  No  era  ya 
la  nación  decadente  bajo  la  fatal  influencia  del  despotismo  inqui- 
sitorial ,  y  amenazada  de  ser  dividida  en  pedazos  por  voluntad  y  á 
beneficio  de  los  soberanos  más  poderosos  de  Europa ,  sino  la  nación 
restaurada  á  fuerza  de  labor  fecunda,  y  reg'ida  por  un  Monarca, 
á  quien  Austria ,  Dinamarca,  Francia,  Inglaterra,  Prusia,  Rusia, 
Suecia  y  Turquía  tributaban  reverente  homenaje,  apelando  á  su 
buen  sentido ,  rectitud  proverbial  y  larga  experiencia ,  para  diri- 
mir sus  discordias  sobra  la  ya  antigua  y  nunca  zanjada  cuestión 
de  Oriente ,  y  proponer  los  medios  más  propios  de  llegar  á  una  pa- 
cificación absoluta  y  generalmente  deseada. 

Como  la  nueva  luz  nos  vino  de  Francia  con  la  dinastía  de  los 
Borbones ,  y  como  allí  vino  después  del  siglo  de  Luis  XFV  el  siglo 
de  la  Enciclopedia  y  de  la  Revolución  magna ,  que  abrió  una  edad 
novísima  en  la  historia ,  á  menudo  acontece  que  se  atribuyan  sen- 
timientos de  incredulidad  á  los  personajes  españoles  de  más  viso 
por  entonces;  sin  reparar  que  D.  Melchor  Rafael  de  Macanaz  y 
Fray  Benito  Jerónimo  Feijóo  aparecieron  como  los  dos  grandes  he- 
raldos de  todo  género  de  reformas ,  antes  de  que  Yoltaire  y  Rqus^ 


436  DON   FRANCISCO    DE    GOYA    T   LUCIENTES. 

seau  empezaran  á  sonar  en  el  mundo ;  ni  que  los  escritos  lumino- 
sos de  estos  varones  eminentes  sirvieran  de  guia  á  los  gobernantes 
posteriores ,  para  marchar  por  las  anchas  vias  de  la  civilización  á 
la  española.  Tres  Condes  llegaron  bajo  el  cetro  paternal  y  rege- 
nerador de  Carlos  III  á  celebridad  legítima  y  suma ,  de  resultas  de 
la  parte  activa  que  tomaron  durante  largo  tiempo  en  los  negocios 
del  Estado ;  y  esta  simple  indicación  es  suficiente  para  dar  á  en- 
tender que  se  alude  á  los  Condes  de  Aranda ,  de  Floridablanca  y 
de  Campomanes.  Muy  ancianos  murieron  todos,  y  después  de  es- 
tar alejados  mucho  tiempo  de  todo  cargo  público  y  de  vivir  á  solas 
con  el  recuerdo  de  sus  actos.  Á  los  tres  alcanzó  la  nota  de  impíos 
en  proporción  más  ó  menos  lata :  del  primero  se  ha  asegurado  que 
murió  impenitente ,  y  de  los  otros  dos  que  á  última  hora  firmaron 
sus  retractaciones. 

Desde  luego  salta  á  los  ojos  que  el  ilustrado  y  piadosísimo  Car- 
los III  no  hubiera  honrado  años  y  años  con  su  plena  confianza  á 
personas  descreídas ,  y  que  sólo  hipócritamente  aparentaran  senti- 
mientos religiosos.  Enemigos  tenían  de  sobra  que  les  acusaran  de 
irregularidades :  vigilante  andaba  la  Inquisición  todavía ,  aunque 
ya  el  humo  de  sus  hogueras  no  ennegreciese  nuestros  horizontes: 
sin  duda  se  pusieron  ardides  é  intrigas  de  todas  especies  en  juego 
para  procurar  su  caída ;  y  es  la  verdad  que  á  la  muerte  de  Car- 
los III  continuara  Aranda  de  Embajador  en  Francia,  sino  insis- 
tiera en  su  renuncia  para  venir  á  hacer  vida  con  su  segunda  es- 
posa ,  cuya  salud  se  resentía  por  demás  en  aquel  clima ;  así  como 
quedaron  en  ocasión  de  tanto  duelo ,  Floridablanca  al  frente  de  la 
primera  Secretaría  del  Despacho  de  Estado,  y  Campomanes  de 
Gobernador  del  Real  Consejo  de  Castilla.  Mucho  dice  ya  á  todas 
luces  en  su  abono  la  circunstancia  de  merecer  sin  ninguna  inter- 
rupción la  gracia  de  tal  Soberano ;  pero  además  existen  datos  par- 
ticulares y  auténticos  de  haber  atendido  los  tres  á  la  salvación  de 
su  alma,  sin  remordimientos  de  conciencia  por  ninguno  de  sus  ac- 
tos públicos  y  sin  aguardar  á  la  última  hora  para  hacer  vida  de 
cristianos. 

Entre  enciclopedistas  y  revolucionarios  se  hallaba  en  París  el 
Conde  de  Aranda,  cuando  á  fines  de  1785  supo  del  Conde  de  Flori- 
dablanca que  varios  pueblos  y  algunos  prelados  se  aplicaban  á  com- 
batir las  preocupaciones  vulgares  sobre  la  construcción  de  cemen- 
terios ,  y  que  el  Monarca  erigía  á  su  costa  el  del  Real  Sitio  de  San 


Don  francisco  de  gota  y  lucientes.  43'7 

Ildefonso;  y  le  dijo  en  respuesta  :  «Alabo  dos  cosas ;  una  el  que  ya 
se  establezcan,  otra  el  modo  de  introducirlos,  pues,  hecho  el  ejem- 
plar en  una  de  las  residencias  Reales,  es  un  tapabocas  para  el  sin- 
número de  ignorantes  que  gritarían,  creyendo  no  ir  al  cielo  sin 
sepultura  á  cubierto,  y  olvidando  que  antes  de  morir  es  cuando  se 
ha  ganado ,  y  que  después  ni  el  bajo  del  altar  mayor  sirve  de  nada.» 
Testimonio  irrefragable  es  este  de  la  creencia  de  Aranda  en  la  otra 
vida,  pues  conviene  advertir  que  á  Floridablanca  escribía  siempre 
sobre  toda  clase  de  materias  sin  reserva  alguna  y  con  el  mayor 
abandono.  Por  el  mes  de  Octubre  de  1787  dejó  la  embajada:  á 
principios  de  Marzo  de  1792  sucedió  á  Floridablanca  en  el  Minis- 
terio, no  desempeñándolo  más  que  hasta  mediados  de  Noviembre, 
y  ocupando  su  puesto  el  joven  Duque  de  la  Alcudia.  Contra  este 
personaje  sostuvo  á  principios  de  1794  ante  el  Consejo  de  Estado, 
presidido  por  el  Monarca,  la  injusticia  y  la  impolítica  de  la  guerra 
ya  declarada  y  hecha  durante  una  campana  á  la  República  fran- 
cesa. Ardoroso  de  carácter,  hubo  de  pronunciar  frases  que  disgus- 
taron al  Soberano;  y  de  aqui  provino  su  destierro  á  la  Alhambra, 
desde  donde  se  le  permitió  al  poco  tiempo  trasladarse  á  su  país 
nativo.  Aún  vivió  en  Epila  más  de  tres  años ,  señalándose  por 
las  obras  de  caridad  y  misericordia,  y  en  paz  inalterable  con  su 
esposa ,  cuya  gran  piedad  reconoce  el  mismo  que  tacha  de  impe- 
nitente al  Conde ,  según  tradición  infundadísima  de  los  capuchinos 
de  Jarque.  Por  su  partida  de  defunción  consta  que  murió  con  to- 
dos los  Sacramentos  de  la  Santa  Madre  Iglesia  el  dia  9  de  Enero 
de  1798,  á  la  edad  de  79  años.  Ante  todo  en  el  testamento  enco- 
mendó á  Dios  su  alma ,  para  que ,  ya  que  la  habia  redimido  con 
su  preciosa  sangre,  se  dignara  colocarla  con  sus  Santos  en  la  glo- 
ria ;  luego  dispuso  que  su  cuerpo  se  enterrara  en  el  monasterio  de 
San  Juan  de  la  Peña,  y  sepulcro  de  sus  mayores;  y  finalmente,  dejó 
á  cargo  de  su  señora  viuda  los  sufragios  que  se  hubieren  de  hacer 
por  su  alma.  A  los  cinco  dias  se  le  dedicaron  solemnes  honras  por 
el  Abad  y  Cabildo  de  monjes  de  San  Juan  de  la  Peña,  y  en  el  acta 
de  la  entrega  del  cadáver  y  demás  ceremonias,  está  consignado  que 
á  la  sazón  se  leyeron  dos  cartas ,  una  escrita  desde  París  el  4  de 
Setiembre  de  1786  por  el  Conde,  y  otra  del  Cabildo  en  respuesta 
y  de  15  de  Octubre;  ambas  relativas  á  concertar  su  enterramiento 
en  aquel  célebre  santuario.  Así  es  que  el  Sr.  Duque  de  Híjar  com- 
pendió verazmente  en  1855  la  historia  de  tan  digno  personaje, 


43H         DON  FRANCISCO  DE  GOYA  Y  LUCIENTES. 

mandando  grabar  con  previa  autorización  del  Señor  Obispo  de  la 
diócesis  el  siguiente  epitafio :  « Aqui  reposan  los  restos  mortales 
del  Excmo,  iSr.  D.  Pedro  Pablo  Abarca  de  Bolea ,  Conde  de  Ar an- 
da, Grande  de  España,  Capitán  general  de  sus  ejércitos  y  Presi- 
dente del  Supremo  Consejo  de  Castilla;  ilustrado  Promotor  de  to- 
das las  reformas  útiles,  liábil político ,  fiel  Consejero  de  la  Corona 
y  su  digno  representante  en  Lisboa,  Paris  y  Varsovia,  se  mos- 
tró digno  de  la  conñanza  de  Carlos  III,  contribuyendo  poderosa- 
mente al  esplendor  de  su  feliz  reinado.  Con  la  tranquilidad  y  la 
fé  del  cristiano  y  la  resignación  del  sabio  falleció  en  Epila  el  9  de 
Enero  de  1798.  La  posteridad  honra  su  memoria.  La  patria  le 
llora  y  le  bendice  agradecida.» 

Por  la  misma  pluma  española  se  han  echado  á  volar  no  hace 
mucho  las  dos  especies  de  la  impenitencia  de  Aranda  y  de  la  re- 
tractación de  Floridablanca ,  no  sin  decir  con  referencia  á  este  y 
de  autoridad  propia  que  los  impíos  le  ponen  en  las  nubes.  Lo  de 
la  impenitencia  ya  se  ha  visto  de  una  manera  notoria  que  no  tiene 
fundamento  alguno;  y  lo  de  la  retractación  se  halla  en  igual  caso. 
¿De  qué  se  habia  de  retractar  D.  José  Moñino ,  conde  de  Florida- 
blanca?  ¿Sobre  cuál  de  sus  actos,  como  PMscal  del  Consejo  de  Cas- 
lia,  ó  como  Embajador  en  Roma,  ó  como  Secretario  del  Despacho 
de  Estado,  se  habia  de  fundar  la  retractación  supuesta?  Después 
de  la  muerte  de  su  gran  protector  Carlos  III  no  le  faltaron  desven- 
turas ,  pues  fué  blanco  de  los  tiros  de  libelistas  infames  y  del  pu- 
ñal de  un  extranjero  alevoso  ;  y  el  28  de  Febrero  de  1792  se  le  des- 
terró de  la  corte ;  y  hacia  el  mes  de  Julio  del  mismo  año  se  le  con- 
dujo preso  desde  Hellin  á  la  cindadela  de  Pamplona  ,  donde  estuvo 
sometido  á  dos  injustísimas  causas.  Apenas  libre  del  encierro  for- 
zoso, cada  vez  más  desengañado  de  las  venturas  terrenales,  sé 
condenó  á  encierro  voluntario  en  una  celda  del  convento  de  San 
Francisco  de  Murcia.  Alli  estuvo  constantemente  dedicado  á  obras 
de  caridad  y  á  ejercicios  piadosos ,  y  meditando  y  aun  escribiendo 
sobre  los  goces  inefables  de  la  eterna  bienaventuranza,  ¿cómo  no 
habia  de  recordar  una  y  muchas  veces  los  sucesos  varios  de  su 
vida ,  para  poner  la  enmienda  posible  en  lo  que  exigiera  arrepen- 
timiento profundo  ?  Nada  tuvo  que  borrar  por  cierto  de  la  verídica 
relación  de  sus  servicios  en  el  Memorial  presentado  á  Carlos  III  por 
Octubre  de  1788  para  que  le  relevara  del  Ministerio  de  Estado,  ni 
en  la  exposición  remitida  por  Diciembre  de  1792  desde  la  ciuda- 


DON  FRANCISCO  DE  GOYA  Y  LUCIENTES.        139 

déla  de  Pamplona ,  para  responder  á  los  cargos  que  se  le  hicieron 
sobre  los  canales  de  Aragón  y  de  Tauste.  Allí  dijo  con  admirable 
superioridad  de  espíritu  que ,  en  caso  de  duda  mediana  y  racional- 
mente fundada,  desde  luego  pedia  que  se  adjudicase  al  Rey  cuanto 
era  de  su  pertenencia ,  pues  quedaría  contentísimo  de  salir  hasta 
de  los  más  mínimos  escrúpulos ,  y  se  ceñiría  á  la  dotación  que  le 
fuese  consignada ,  no  debiendo  esperar  que  se  le  abandonase  en  el 
ultimo  tercio  de  su  vida ;  bien  que ,  aspirando  sólo  á  no  malograr 
los  auxilios,  que  Dios  le  habia  querido  otorgar  en  sus  desgracias, 
se  conformaría  gustoso  con  no  tener  nada  y  vivir  á  merced  de  los 
que  le  quisieran  asistir  con  socorros.  No  es  menos  edificante  lo  que 
dejó  escrito  Floridablanca  bajo  este  epígrafe  de  su  puño  y  letra: 
Puntos  que  pueden  servir  para  que  hagan  rejlexiones  á  favor  de 
mi  conducta  mis  pobres  herederos ,  sobrinos ,  parientes  y  amigos, 
d  quienes  no  dejo  otras  riquezas  que  las  del  buen  nombre.  En  este 
documento  notable  resaltan  el  desinterés  y  la  pureza  del  Conde  de 
Floridablanca,  su  constante  anhelo  por  el  bien  público,  su  lealtad 
á  toda  prueba ,  y  su  moderación  cristiana  hasta  respecto  de  sus  ma- 
yores enemigos.  Así  pensaba  ya  retraído  por  completo  del  mundo, 
sin  el  más  remoto  deseo  de  volver  á  hacer  figura ,  cuando  el  le- 
vantamiento de  las  provincias  españolas  cundió  vigoroso  á  su  ciu- 
dad nativa ,  y  por  aclamación  vióse  al  frente  de  la  Junta  de  Mur- 
cia. No  se  habia  de  fundar  la  retractación  supuesta  en  los  actos  de 
contribuir  eficazmente  á  la  formación  de  la  Junta  Central  de  Es- 
paña é  Indias ,  ni  en  ser  su  Presidente ,  ni  en  no  desesperar  nunca 
de  la  salvación  de  la  patria,  según  lo  dijo  con  oportunidad  grande 
el  Sr.  D.  Alberto  Lista  en  su  Elogio.  Tan  sólo  merecer  una  repu- 
tación universal  fué  el  pío  del  Conde  de  Floridablanca ,  y  se  lo 
concedió  benigno  la  Providencia.  Desde  fines  de  1808  duerme  el 
sueño  de  la  eternidad  en  el  panteón  Real  de  Sevilla ,  y  su  epitafio 
dice  de  este  modo  con  versión  castellana :  «  A  José  Moñino ,  Conde 
de  Floridablanca,  varón  eminente  en  todas  las  ciencias  ,  asi  como 
en  la  administración  de  los  negocios  públicos,  que  fué  elevado  por 
sus  virtudes  hasta  la  cumbre  de  los  Iwnores  y  de  las  dignidades; 
al  que ,  protector  espléndido  de  los  literatos  y  de  las  letras  en  la 
época  de  su  prosperidad,  después  de  haber  llenado  de  admiración 
y  merecido  los  favores ,  no  sólo  de  sus  Reyes,  sino  también  de  las 
naciones  extranjeras ,  fué  arrojado  luego  de  su  puesto  por  la  envi- 
dia de  un  infame  cortesano;  al  anciano  sapientísimo,  reservado  por 


440  DON   FRANCISCO    DE  GOYA    Y   LUCIENTES. 

singular  Promdencia  de  Dios  para  que  librara  a  España  de  su  ruina 
en  el  momento  del  peligro,  y  que,  repuesto  por  último  en  su  an- 
tigua dignidad  por  sufragio  unánime  de  sus  conciudadanos ,  fué 
elegido  Presidente  de  la  Junta  Central  Suprema  de  España  é  In- 
dias, reunida  principalmente  por  sw  diligencia  en  circunstancias 
sumamente  azarosas  para  el  Estado ;  de  aquella  Junta  Central  en 
que  fué  colocada  toda  esperanza  de  salvación  para  la  patria  y  de 
devolver  la  libertad  á  Fernando  Vil-,  á  su  llorado  Presidente,  ar- 
rebatado ¡ay!  por  el  inexorable  liado  el  30  de  Diciembre  de  1808, 
año  de  la  salvación  para  la  patria,  á  la  edad  de  81  años  y  2  meses. 
Los  Diputados  de  la  misma  Junta  Central. »  Aquí  no  hay  más  er- 
ror que  el  de  poner  un  año  más  á  Floridablanca ,  pues  su  naci- 
miento fué  en  1728  á  28  del  mes  de  Octubre.  Desde  el  19  de  No- 
viembre de  1849  perpetúa  la  ínclita  fama  de  este  personaje,  digno 
de  todo  encomio  por  las  virtudes  cívicas  y  cristianas ,  á  despecho 
de  injustos  detractores,  su  estatua  erig-ida  solemnemente  en  un  pa- 
seo de  la  ciudad  de  Murcia. 

Algo  significó  uno  de  los  Diputados  serviles  de  las  Cortes  gene- 
rales de  Cádiz  sobre  la  retractación  del  Conde  de  Campomanes; 
pero  otro  Diputado  liberal  le  salió  al  encuentro  de  plano.  Siempre 
será  gloria  de  la  magistratura ;  no  menos  de  treinta  años  vistió  la 
toga  ,  promoviendo  el  bien  público  de  continuo  y  la  instrucción  de 
la  muchedumbre ,  como  base  de  todo  progreso  en  las  naciones. 
Cuando  por  el  mes  de  Abril  de  1791  fué  jubilado,  se  le  oyó  decir 
lleno  de  gozo:  ¡  Gracias  á  Dios  que  se  me  cojicede  un  intervalo  en- 
tre los  negocios  y  la  muerte !  Lo  primero  de  todo  hizo  su  disposi- 
ción testamentaria.  Aún  vivió  once  años  con  la  regularidad  severa 
de  siempre,  teniendo  cerca  de  79  cuando  en  2  de  Febrero  de  1802 
bajó  al  sepulcro.  Por  la  partida  de  defunción  consta  que,  á  tenor 
de  su  voluntad,  se  le  amortajó  con  hábito  de  San  Francisco  ,  de 
cuya  Orden  tercera  fué  hermano ,  y  que  se  le  enterró  de  secreto  en 
la  bóveda  de  los  Plateros,  de  la  parroquia  de  San  Salvador  de  esta 
corte.  Asimismo  dejó  dispuesto  que,  además  de  la  misa  conventual, 
con  asistencia  del  clero  de  su  parroquia,  se  le  dijeran  cien  misas 
rezadas  con  la  limosna  de  20  rs.  cada  una,  mediante  á  que  por  su 
alma  y  la  de  su  mujer  había  mandado  ya  celebrar  otras  varias  en 
nda.  Naturalmente ,  los  ultramontanos  hallaron  lunares  en  los  sen- 
timientos religiosos  de  Campomanes ,  como  que  representó  el  pa- 
pel principal  entre  los  regalistas  de  su  tiempo.  Desde  la  cátedra 


DON  FRANCISCO  DE  GOYA  Y  LÜCllíTÍTES.  44 1 

del  Espíritu  Santo ,  y  bajo  las  bóvedas  de  la  Real  iglesia  de  San 
Isidro  impuso  rígido  silencio  el  ilustrado  y  virtuoso  D.  Joaquín 
Fraggia  á  los  divulgadores  de  tan  malignas  especies,  pronunciando 
la  oración  fúnebre  de  Campomanes ,  en  las  honras  que ,  como  Di- 
rector, le  hizo  la  Academia  de  la  Historia ,  á  los  tres  meses  caba- 
les de  su  fallecimiento  cristiano.  Después  de  explicar  magistral- 
mente  la  esencia  del  regalismo,  en  armonía  inalterable  con  los 
dogmas  de  la  religión  católica  apostólica  romana ,  se  manifestó  ad- 
mirado de  que  se  pudiese  poner  en  duda  la  rectitud  de  sentimien- 
tos de  este  gran  patricio ,  cuando  probaba  la  pureza  de  su  fe  con 
la  regularidad  de  sus  obras,  y  cuando  la  concupiscencia  de  la  carne, 
la  codicia  del  oro  y  la  ambición  de  honores ,  tres  objetos  que  sue- 
len cegar  el  corazón  de  los  hombres  de  superior  entendimiento,  no 
pudieron  conmover  su  alma ,  prevenida  de  la  gracia  y  dirigida  por 
la  sabiduría.  Su  autorizadísimo  testimonio  hizo  constar  que  Cam- 
pomanes se  prosternaba  ante  el  tribunal  de  la  Penitencia  y  asistía 
á  la  sagrada  mesa  de  la  Eucaristía  en  las  principales  fiestas  del  año, 
y  que  frecuentemente  leía  las  Sagradas  Escrituras ,  las  obras  ascé- 
ticas de  nuestros  mejores  autores  y  el  compendio  de  la  doctrina  de 
Jesucristo,  en  especialidad  por  Cuaresma.  Texto  de  su  panegírico 
fué  este:  El  deseo  de  la  sabiduría  conduce  al  reino  perpetuo.  Opor- 
tunamente dijo  en  el  cuerpo  del  discurso  con  el  salmista :  Dichoso 
el  que  entiende  en  promover  los  intereses  del  pobre  y  necesitado. 
Y  dirigiéndose  al  ilustre  difunto ,  le  presagió  lo  imperecedero  de 
su  fama  en  este  concepto  sublime:  « ¡ Eternamente  ceñirá  tus  sie- 
nes la  pura  oliva,  símbolo  de  la  felicidad  que  deseaste  a  hs  hom- 
bres y  de  la  luz  y  ciencia  con  que  ilustrastes  sus  almas  !>->  No 
desmentía  la  posteridad  por  cierto  el  augurio  de  tan  preclaro  sa- 
cerdote. 

Imposible  ha  sido  omitir  las  reflexiones  antecedentes,  después 
de  leer  en  un  libro  de  M.  Carlos  Iriarte ,  del  que  se  hablará  más  en 
lugar  oportuno ,  que  el  movimiento  de  ideas  correspondiente  al  de 
la  Revolución  francesa  está  representado  en  España  por  tres  hom- 
bres :  un  escritor ,  Jovellanos ;  un  canonista ,  Olavide ,  y  un  pintor, 
Francisco  Goya.  Eso  no  es  más  que  sintetizar  á  capricho  y  discur- 
rir con  vaguedad  inaceptable ,  sobre  todo  ,  en  cuanto  pueda  hacer 
íeferencia  á  las  ideas  religiosas ,  puesto  que  entre  el  movimiento 
de  la  Revolución  de  Francia  es  muy  de  notar  que  sus  giros  varios 
condujeron  á  rendir  culto  á  la  diosa  Razón  y  al  Ser  Supremo,  tras  de 

TOMO  III.  29 


442  DON  FRANCISCO  DE  GOYÁ  Y  LUCIENTES. 

echar  por  tierra  los  altares  cristianos.  Jamás  el  célebre  autor  del  In- 
forme sobre  la  ley  Agraria  emitió  pensamiento  relacionado  con  tal 
extravio,  ni  aun  politicamente  se  le  debe  juzgar  como  representante 
del  movimiento  de  la  revolución  de  1789  entre  nosotros;  y  lo  demues- 
tra de  una  manera  irrebatible  la  circunstancia  de  no  prevalecer  sus 
doctrinas  en  la  convocatoria  de  las  Cortes  generales  y  extraordi- 
narias ,  ni  en  los  debates  y  las  votaciones  de  aquella  célebre  Asam- 
blea. Con  decir  que  el  Sr.  D.  Cándido  Nocedal  ha  dedicado  su  plu- 
ma á  referir  la  vida  y  á  avalorar  la  significación  de  D.  Gaspar 
Melchor  de  Jovellanos,  al  frente  de  la  colección  de  sus  obras ,  harto 
se  concibe  la  inexactitud  radical  del  juicio  de  M.  Carlos  Iriarte  so- 
bre español  tan  eminente.  Tampoco  D.  Pablo  Olavide  ocupa  como 
economista  el  lugar  señalado  por  mero  antojo,  ni  hizo  más  que 
atender  con  superior  inteligencia  á  la  fundación  y  fomento  de  las 
colonias  de  Sierra-Morena  y  del  desierto  de  la  Parrilla.  Mucho  an- 
tes de  que  publicara  El  Evangelio  en  triunfo ,  ya  habia  tenido  oca- 
sión bien  solemne  de  expresar  con  todo  carácter  de  verdad  sus  creen- 
cias. Llamado  á  principios  de  1776  á  la  corte,  socolor  de  tratar  de 
palabra  acerca  de  asuntos  relativos  á  las  colonias,  muy  luego  llegó 
á  recelar  que  le  habia  delatado  á  la  Inquisición  el  capuchino  Fray 
Romualdo  de  Friburgo ;  y  por  ver  de  parar  el  golpe ,  se  determinó 
á  escribir  á  D.  Manuel  de  Roda,  Secretario  del  Despacho  de  Gracia 
y  Justicia ,  una  sentidísima  carta  en  que  se  leen  estos  pasajes:  «Car- 
gado de  muchos  desórdenes  de  mi  juventud ,  de  que  pido  á  Dios 
perdón,  no  me  hallo  ninguno  contra  la  religión.  Nacido  y  criado 
en  un  pais ,  donde  no  se  conoce  otra  que  la  que  profesamos ,  no  me 
ha  dejado  hasta  ahora  Dios  de  su  mano  para  haber  faltado  nunca 
á  ella ;  he  hecho  g'uia  de  la  que ,  por  gracia  del  Señor ,  tengo ,  y 
derramarla  por  ella  hasta  la  última  gota  de  mi  sangre Es  ver- 
dad que  yo  he  hablado  muchas  veces ,  y  con  el  mismo  Fray  Ro- 
mualdo ,  sobre  materias  escolásticas  y  teológicas ,  y  que  disputába- 
mos sobre   ellas;    pero  todas  católicas,  todas  conformes  á  nuestra 
santa  religión El  Padre  Friburgo  es,  á  mi  juicio,  muy  supers- 
ticioso ,  como  lo  han  probado  sus  hechos  y  manifiestan  sus  discur- 
sos; y  me  parece  que  en  todos  casos  tomaba  yo  el  partido  de  la 
verdadera  y  sana  religión ,  que  él  degradaba  con  sus  ideas.  Yo  no 
soy  teólogo ,  ni  en  estas  materias  alcanzo  más  que  lo  que  mis  pa- 
dres y  maestros  me  enseñaron  conforme  á  la  doctrina  de  la  Iglesia. 
Por  otra  parte ,  nuestras  disputas  no  se  versaban  sobre  puntos  fun- 


DON  FRANCISCO  DE  GOTA  Y  LUCIENTES.  443 

damentales  sino  sobre  cosas  probables  y  lícitamente  disputadas,  en 
que  solo  la  malignidad  puede  hallar ,  con  falsas  y  torcidas  inter- 
pretaciones, motivo  á  la  censura ¿No  hay  una  manera  de  cor- 
tar esto?  Yo  no  me  sustraeré  al  castigo  ,  si  lo  merezco;  pero  quiero 
ser  oido,  y  si  puedo,  como  creo,  convencer  en  una  sesión,  tanto 
mi  inocencia  como  la  malicia  de  mi  delator ,  quiero  que  se  corte  y 

aniquile  una  causa,  que  ella  sola  me  deshonra  para  siempre » 

Sin  fruto  resultó  la  instancia  ardorosa;  pero  el  corazón  de  Olavide 
se  ve  aquí  al  desnudo. 

Y  ahora  ¿qué  pruebas  hay  de  que  D.  Francisco  de  Goya  figurará 
como  un  excéptico  rematado  y  un  filósofo  á  la  francesa?  MM.  Lo- 
renzo Matheson  y  Carlos  Triarte  preséntanlo  además  como  un  pen- 
denciero vitando,  siempre  fugitivo  de  la  Inquisición  ó  de  la  justi- 
cia ,  sin  casa  ni  hogar  lo  más  del  tiempo ,  ó  escalando  balcones ,  ó 
admitiendo  á  damas  tapadas  en  su  estudio  ,  ó  dando  asaltos  al  aire 
libre ,  á  pesar  de  su  casaca  bordada ;  todo  lo  cual  da ,  sin  duda,  un 
tinte  por  demás  novelesco  á  la  vida  azarosa  del  grande  artista ,  pero 
ageno  de  la  verdad  á  todas  luces.  A  si  es  muy  de  elogiar  el  opúsculo 
estimable  de  las  Noticias  lio  gráficas  de  Goya,  que  D.  Fran- 
cisco Zapater  3^  Gómez  acaba  de  publicar  en  Zaragoza ,  por  consi- 
derar un  deber  de  patriotismo  la  vindicación  de  tan  esclarecido 
nombre ,  é  igualmente  un  obsequio  hecho  á  la  historia  de  las  be- 
llas artes  en  España. 

n. 

Tres  períodos  abarcan  las  noticias  del  Sr.  Zapater  y  Gómez  sobre 
Goya :  durante  el  primero ,  lucha  ya  casi  desalentado  hasta  afian- 
zar su  renombre :  en  el  segundo  ya  se  le  ve  gozar  de  los  frutos  de 
su  trabajo ;  y  todo  el  tercero  nos  le  presenta  en  el  apogeo  de  su  for- 
tuna. Sacadas  están  las  tales  noticias  de  una  preciosa  colección  de 
132  cartas  originales  y  dirigidas  por  el  mismo  Goya  desde  el  año 
de  1775  al  de  1801  á  su  íntimo  amigo  D.  Martin  Zapater  y  Cla- 
vería.  Goya  nació  el  30  de  Marzo  de  1746  en  el  lugar  de  Fuende- 
todos,  y  hasta  los  14  años  estuvo  allí  con  sus  padres ,  que  eran  la- 
bradores. No  se  pueden  referir  á  esta  época  de  ningún  modo  las 
supuestas  aventuras  de  su  mocedad  agitada.  Zapater  y  Gómez  han 
consultado  allí  á  los  más  ancianos ,  según  cuyos  informes ,  Goya 
era  inquieto  y  travieso  de  chico :  desde  la  más  tierna  edad  borro- 


444         DON  FRANCISCO  DE  GOTA  Y  LUCIENTES. 

neaba  figuras ;  primero  pintó  en  la  capilla  de  las  Reliquias  unos 
cortinajes  al  fresco ;  después  la  venida  de  la  Virgen  del  Pilar,  al 
óleo,  en  las  puertas  del  retablo :  todos  recuerdan  que  en  el  lugar 
estuvo  durante  el  segundo  sitio  de  Zaragoza ;  que  era  sordo  y  su 
criado  le  hablaba  por  señas ,  que  remedan  todavia ;  y  aún  mencio- 
nan que ,  al  ver  la  pintura  del  retablo ,  les  encargó  no  decir  que 
era  obra  suya ;  pero  ninguno  hace  memoria  de  acontecimiento  rui- 
doso de  esos  que  dejan  huella  tradicional  en  los  lugares ,  enlazado 
con  la  primera  salida  de  Goya  de  la  casa  paterna ;  y  todos  afirman 
contestes  que ,  no  pudiendo  ya  aprender  nada  como  pintor  en  Fuen- 
detodos,  se  partió  á  Zaragoza. 

Bajo  la  dirección  del  pintor  D.  José  Luzan  y  Martínez ,  perma- 
neció allí  Goya  seis  años.  Tampoco  el  Sr.  Zapater  y  Gómez  se  in- 
clina á  creer  que  Goya  marchara  en  traza  de  fuga  á  la  corte,  donde 
pronto  se  enviara  una  requisitoria ,  sino  más  bien  alentado  por  el 
ejemplo  de  paisanos  suyos,  que  encontraban  medras  á  favor  de 
otros,  constituidos  en  altos  puestos.  No  sabe  la  fecha  en  que  Goya 
fué  á  Roma;  pero  si  que  en  Madrid  estaba  el  año  de  1775  de  re- 
torno. Aquí  es  donde  empieza  su  correspondencia  interesante  con 
Zapater  y  Claveria.  Muy  luego  aparece  casado  con  una  hermana 
de  D.  Francisco  Bayeu,  y  padre  el  22  de  Enero  de  1777  de  un 
guapo  mucliaclio :  en  Abril  del  mismo  año  se  halla,  gracias  a  Dios<, 
ya  bueno  de  su  enfermedad  grave :  gracias  a  Dios  tiene  lo  sufi- 
ciente para  no  cansar  á  nadie  y  esperanzas  de  adquirir  campicos. 
Al  año  siguiente  grabó  un  juego  de  obras  de  Velazquez  y  remitiólo 
á  Zaragoza  con  un  borrón  antig-uo ,  que  representa  un  baile  en  la 
Ronda,  no  sin  añadir  que  Sabatini  se  habia  echado  sobre  otros 
guapos  borrones.  Este  pasaje  es  de  carta  escrita  en  1779  á  9  de 
Enero.  «Si  estuviera  más  despacio,  te  contaria  lo  que  me  honró  el 
Rey,  y  el  Príncipe  y  la  Princesa  que  por  la  gracia  de  Dios  me 
proporcionó  el  enseñarles  cuatro  cuadros ,  y  les  besé  la  mano ,  que 
aún  no  habia  tenido  tanta  dicha  jamás ;  y  te  digo  que  no  podia  de- 
sear más  en  cuanto  á  gustarles  mis  obras ,  según  el  gusto  que  tu- 
vieron de  verlas  y  las  satisfacciones  que  logré  con  el  Rey  y  mucho 
más  con  SS.  AA.  Y  después  con  toda  la  grandeza,  gracias  á  Dios, 
que  yo  no  merecía  ni  mis  obras  lo  que  logré.  Pero,  chiquio,  cam- 
picos y  buena  vida ,  nadie  me  sacará  de  esta  opinión ,  y  más 
ahora  que  empiezo  á  tener  enemigos  mayores  y  con  mayor 
encono. » 


DON  FRANCISCO  DE  GOYA  Y  LUCIENTES.         445 

Su  pincel  ganaba  en  popularidad  con  varios  retratos  y  diversos 
cuadros  de  costumbres;  asi  por  Mayo  de  1790  le  abrió  sus  puertas 
la  Academia  de  San  Fernando.  Este  mismo  año  fué  desig-nado  con 
Bayeu  para  pintar  varios  frescos  del  templo  de  Nuestra  Señora  del 
Pilar  en  Zaragoza.  Con  este  motivo  escribía  á  su  amigo  Zapater 
que  le  buscase  casa,  necesitando  para  si  una  estampa  de  la  Virgen 
del  Pilar,  una  mesa,  cinco  sillas,  una  sartén,  una  bota,  y  un  tipie 
y  asador,  y  candil  por  único  menaje.  Después  de  tenérsela  buscada, 
le  decia  por  encargo  de  su  mujer  que  el  paraje  le  parecía  triste  en 
razón  de  ser  como  sepultura  de  las  mujeres  la  casa;  más  le  auto- 
rizaba de  lleno  para  proceder  á  su  gusto.  En  23  de  Agosto  le  anun- 
ciaba su  próximo  viaje  convCstas  frases:  «Ya  ba  parido  la  Pepa, 
gracias  á  Dios,  un  muchacho  muy  guapo.  Con  que  nos  veremos 
más  pronto  de  lo  que  pensaba. »  =  A  Zaragoza  fué  por  el  mes  de 
Octubre,  y  allí  residió  hasta  el  año  siguiente  por  Junio.  Durante 
este  espacio  de  tiempo  experimentó  graves  desazones.  No  gustaron 
á  la  junta  de  obras  sus  bocetos,  según  le  dijo  el  Canónigo  D.  Ma- 
tías Allué  en  carta  de  11  de  Marzo  de  1781,  obligándole  á  que  los 
sujetara  al  examen  de  D.  Francisco  Bayeu ,  su  cuñado.  Goya  re- 
sistiólo con  su  gran  tesón  de  costumbre,  no  juzgando  competente 
á  un  pintor  de  iguales  títulos  y  categoría ,  y  sometiéndose  tan  sólo 
al  juicio  de  la  Academia  de  San  Fernando.  Personas  influyentes 
de  la  ciudad  y  además  el  Cabildo ,  procuraron  allanar  el  asunto,  y 
Goya  propuso  como  el  mejor  medio  de  dar  gusto  al  Sr.  Allué  y  á 
la  junta  de  obras,  que  le  indicaran  los  defectos  notados  en  los  bo- 
cetos de  las  pechinas ,  no  obstante  estar  TiecJios  según  arte.  Fray 
Félix  Salcedo,  religioso  condecorado  de  la  Cartuja  de  Aula  Dei,  y 
amigo  y  admirador  de  Goya,  le  escribió  el  30  de  Marzo  una  carta 
notable ,  en  que  después  de  puntualizar  fervoroso  las  excelencias 
de  la  humildad  cristiana,  se  expresó  de  este  modo:  «Ya  no  resta 
si  no  que  V.  me  diga  que  está  pronto  á  exponer  su  obra  á  la  crí- 
tica de  la  Academia  de  Madrid ,  pero  no  á  la  de  su  cuñado ;  si  piensa 
V.  así,  es  tentación  clara  del  enemigo ,  que  solicita  el  indisponerlo 
á  V.  para  siempre  con  su  hermano,  fomentar  en  ambos  un  aborre- 
cimiento irreconciliable ,  causar  un  escándalo  público  con  infinitos 
pecados ,  con  otras  desventuras :  esto  y  mucho  más  se  seguirla  de 
semejante  resolución.  Por  lo  mismo  que  se  ha  cruzado  entre  los 
dos  lo  que  sé,  debe  V.  con  todo  generosidad  y  caridad  cristiana 
sujetar  sus  bocetos  al  dictamen  de  Bayeu ,  para  hacer  á  Dios  este 


41íi  DON  FRANCISCO  DE  QOYA  Y  LUCIENTES. 

obsequio  de  humildad ,  al  público  de  edificación ,  á  sus  amibos  de 
gusto ;  y  aún  á  María  Santísima  le  adelantará  la  gloria  de  que 
desde  luego  quede  pintada  su  casa.  ¿Qué  ha  de  decir  su  cuñado  á 
vista  de  un  proceder  de  V.  tan  cristiano  y  prudente?  Tengo  por 
cierto  que  su  censura  será  para  llenarlo  á  V.  de  honor;  me  per- 
suado de  ello  firmemente.  Cuando  él  quisiera  vengarse  con  des- 
acreditarlo á  V.  (que  no  creo)  todo  el  mundo  sabría  entonces  la 
diferencia  de  corazones  de  Bayeu  y  de  Goya,  y  haría  justicia;  y 
principalmente  Dios,  que  ve  todos  nuestros  interiores,  daría  á  cada 
uno  lo  que  se  merece.  Y  entonces  vendría  bien  el  apelar  de  su  cen- 
sura á  la  Real  Academia,  que  el  Señor  lo  favorecería  á  V. ;  pero 
de  lo  contrario  no  espere  V.  buen  éxito.  Mi  dictamen,  como  de  su 
mayor  apasionado ,  es  que  V.  se  someta  á  lo  que  pide  la  junta;  que 
haga  llevar  sus  bocetos  á  casa  de  su  hermano ,  y  le  diga  con  el 
mejor  modo :  Esto  pide  el  Cabildo ;  aquí  los  .tienes ,  regístralos  á 
tu  satisfacción ,  y  pondrás  por  escrito  tu  dictamen  para  presentarlo, 
portándote  en  ello  según  Dios  y  tu  conciencia  te  lo  dicte,  etc.  Y 
esperar  la  resulta.  Reflexíónelo  V.  despacio;  pídale  á  la  Virgen 
del  Pilar  le  dé  luces  para  el  acierto,  y  ejecute  lo  que  le  parezca 
ha  de  serle  más  grato  á  S.  M.  y  á  su  Divino  Hijo.» — De  cómo  in- 
fluyeron las  sentidas  razones  del  venerable  Cartujo  sobre  el  ánimo 
del  tenaz  Goya ,  nos  entera  de  plano  esta  carta  suya ,  dirigida  al 
canónigo  Allué  á  los  siete  días. — «Muy  Sr.  mío:  Enterado  de  lo 
que  se  sirve  V.  prevenirme  en  su  carta  de  26  del  pasado,  y  deseoso 
de  que  por  mí  se  verifiquen  los  anhelos  que  tengo  de  servir  y  com- 
placer á  los  señores  de  la  junta  y  á  V. ,  haré  nuevos  bocetos  para 
las  pechinas,  de  acuerdo  con  mi  cuñado  D.  Francisco  Bayeu;  y 
precedida  la  aprobación  de  éste,  en  los  términos  que  los  señores  de 
la  junta  determinen,  pasaré  á  ejecutarlos  en  la  media  naranja, 
haciendo  igualmente  en  esta  lo  que  pareciese  á  dicho  mi  cuñado. 
Suplico  á  V.  se  sirva  dar  noticia  á  los  señores  de  la  junta  de  esta 
prueba  de  mi  justa  consideración  á  sus  preceptos,  y  de  la  sumisión 
con  que  venero  sus  resoluciones,  dispensándome  V.  los  que  fuesen 
de  su  agrado. »== Apenas  concluidos  los  frescos,  se  volvió  á  la  Corte 
bajo  la  impresión  bien  marcada  en  estas  palabras  de  varias  cartas 
suyas  á  Zapater  y  Clavería. — «No  me  acuerdes   esos  sujetos  que 

tantos  disgustos  me  han  causado El  cuadro  lo  haré,  basta  que 

tú  me  lo  pides,  y  lo  haré  lo  antes  que  pueda  para  que  quedes  bien 
con  tu  palabra ;  pero  creo  que  sólo  tu  amistad  me  lo  haría  hacer, 


DON  FRANCISCO  DE  GOYA  Y  LUCIENTES.  447 

porque,  en  acordarme  de  Zaragoza  y  pintura,  me  quemo  vivo 

He  estado  muy  apretado;  Dios  ha  querido  aliviarme.» 

Otra  perspectiva  muy  diferente  vieron  sus  ojos  á  la  vuelta  del 
viaje;  y  asi  escribía  con  fecha  de  25  de  Julio: — «Amig-o,  llegó  el 
tiempo  del  mayor  empeño  en  la  pintura  que  se  ha  ofrecido  en  Ma- 
drid; y  es  que  á  competencia  ha  determinado  S.  M.  que  se  hagan 
los  cuadros  para  la  Iglesia  de  San  Francisco  el  Grande  de  esta  corte, 
y  se  ha  dignado  nombrarme  á  mí,  cuya  carta-órden  el  Ministro 
se  la  envia  hoy  á  Goicochea  para  que  la  enseñe  á  esos  viles ,  que 
tanto  han  desconfiado  de  mi  mérito ;  y  tú  la  llevarás  adonde  co- 
nozcas que  has  de  hacer  fuego,  que  hay  motivo  para  ello,  pues 
Bayeu  el  grande  hace  también  su  cuadro ,  Maella  también  hace  el 
suyo,  y  los  demás  pintores  de  Cámara  también  hacen :  en  fin,  esto 
es  una  competencia  formal,  pues  parece  que  Dios  se  ha  acordado 
de  mi ,  y  tengo  esperanzas  de  que  sea  todo  en  felices  resultas  des- 
pués de  hechas  las  obras.  El  tamaño  del  cuadro  es  nueve  varas 
castellanas  de  alto  y  la  mitad  de  ancho ;  es  tamaño  natural .  Como 
tan  interesado  en  mi  bien,  tú  sabrás  el  uso  que  debes  hacer  de  esta 
noticia,  y  los  porrazos  que  debes  dar.»  —  Sobre  el  mismo  asun- 
to escribía  en  cartas  de  3  y  de  29  de  Agosto ,  de  6  y  de  20  de 
Octubre  y  de  13  de  Noviembre  del  propio  año.  =  «A  los  demás  no 
les  ha  bajado  la  orden  del  cuadro  tan  amplia  como  la  mia ;  he  visto 

dos  más Trabajo  en  el  borrón  de  San  Francisco Quedo  en 

avisarte  las  novedades  del  cuadro ,  sin  reservarte  nada ,  aunque  sea 
contra  mi,  pues  una  vez  que  tú  y  yo  somos  uno,  nos  callaremos  lo 

que  haya  que  callar Viene  el  tiempo  de  las  tordas,  que,  si  no 

fuera  por  el  cuadro  de  San  Francisco ,  no  habia  de  reparar  dichos 

ni  michos Ahora  vendrá  la  corte,  y  veremos  cómo  parecen  los 

borrones  de  los  cuadros  de  San  Francisco.» — Preocupado  se  halla- 
ba Goya  con  negocio  tan  vital  para  su  carrera ,  cuando  recibió  la 
noticia  de  estar  gravemente  enfermo  su  padre ,  y  de  haber  muerto 
una  hermana  de  su  íntimo  amigo ,  con  quien  desahogó  así  su  pe- 
sadumbre:—  «Martin  mío:  Mucho  sentimiento  me  ha  causado  la 
noticia  de  la  hermana ,  y  la  he  encomendado  á  Dios ;  pero  me  ha 
consolado  el  juicio  que  tengo  hecho  de  que  era  muy  buena ,  y  se 
habrá  hallado  un  buen  pedazo  de  gloria ;  lo  que  nosotros,  que  he- 
mos sido  tan  tunantes ,  necesitamos  enmendar  en  el  tiempo  que 
nos  queda.  Á  tí  no  te  faltan  reñexiones,  ni  yo  soy  capaz  con  mi 
pluma,   pues  me  considero  muy  debajo  de  tu  superior  talento. 


448  DON  FRANCISCO  DE  GOTA  Y  LUCIENTES. 

También  estoy  aguardando  la  funesta  noticia  de  que  mi  pa- 
dre fallezca  el  mejor  dia ,  pues  me  escriben  da  muy  pocas  espe- 
ranzas, y  el  médico,  que  es  Ortiz,  también  me  lo  ba  escrito:  sólo 
tengo  el  sentimiento  de  no  poder  estar  abí  para  tener  ese  con- 
suelo.» 

Ya  entrado  el  año  de  1784  se  acabó  la  obra  de  San  Francisco  el 
Grande ,  y  alli  se  colocaron  tapados  los  cuadros  de  todos  los  pin- 
tores hasta  la  fiesta  del  Seráfico  Patriarca :  el  del  Jubileo  de  la 
Porciúncula  era  de  D.  Francisco  Bayeu ;  el  de  San  Antonio  de  Pa~ 
dua,  de  D.  Andrés  Calleja;  el  de  San  Francisco  y  Santo  Domingo 
en  el  acto  de  abrazarse ,  de  D.  José  del  Castillo ;  el  de  La  Concep- 
ción, de  D.  Mariano  Maella;  el  de  San  José,  de  D.  Gregorio  Fer- 
ro; el  de  San  Buenaventura,  de  D.  Antonio  Velazquez;  el  de  San 
Bernardino  de  Sena  predicando  al  Rey  D.  Alfonso  de  Aragón,  de 
D,  Francisco  de  Goya.  Este  escribía  en  espera  de  ocasión  tan  solem- 
ne. «Hasta  entonces  nada  corre  mi  caballo.»  Sin  embargo,  cartas 
de  anterior  fecha  revelan  como  su  reputación  iba  en  auge,  pues  el 
año  de  1783  dijo  á  su  amigo  zaragozano  en  22  de  Enero,  26  de 
Abril  y  20  de  Setiembre. — «Aunque  me  ha  encargado  el  Conde  de 
Floridablanca  que  no  diga  nada,  lo  sabe  mi  mujer  y  quiero  que  tú 
lo  sepas  sólo ;  y  es  que  le  he  de  hacer  su  retrato ,  cosa  que  me 
puede  valer  mucho :  á  este  Señor  le  debo  tanto,  que  esta  tarde  me 
he  estado  con  Su  Señoría  dos  horas  después  que  ha  comido ,  que  ha 

venido  á  comer  á  Madrid En  esta  jornada  he  hecho  la  cabeza 

para  el  retrato  del  Sr.  Moñino ,  en  su  presencia ,  y  me  ha  salido 
muy  parecido  y  está  muy  contento ;  ya  te  escribiré  lo  que  resul- 
te   Acabo  de  llegar  de  Arenas  y  muy  cansado.  Su  Alteza  me 

ha  hecho  mil  honores :  he  hecho  su  retrato ,  el  de  su  Señora  y  niño 
y  niña ,  con  un  aplauso  inesperado ,  por  haber  ido  ya  otros  pinto- 
res y  no  haber  acertado  á  esto.  He  salido  dos  veces  á  caza  con  Su 
Alteza  y  tira  muy  bien,  y  la  última  tarde  me  dijo  sobre  tirar  á  un 
conejo: — «Este  pintamonas  aún  es  más  aficionado  que  yo.» — He 
estado  un  mes  continuamente  con  estos  Señores  y  son  unos  ángeles; 
me  han  regalado  mil  duros,  y  una  bata  para  mi  mujer,  toda  de 
plata  y  oro  que  vale  treinta  mil  reales,  según  me  dijeron  allí  los 
guarda-ropas.  Y  han  sentido  tanto  que  me  haya  ido ,  que  no  se 
podian  despedir  del  sentimiento ,  y  con  las  condiciones  que  habia 
de  volver  lo  menos  todos  los  años.  Si  te  pudiera  yo  decir  por  me- 
nor las  circunstancias  y  lo  que  allí  ha  ocurrido ,  se  que  te  daria 


DON  FRANCISCO  DE  GOYA  Y  LUCIENTES.  449 

mucho  gozo,  pero  no  puedo:  estoy  reventado  del  coche,  que  por 
orden  de  Su  Alteza  me  han  traído  muy  de  prisa.» 

Estas  distinciones  del  Infante  D.  Luis  y  del  Conde  de  Florida- 
blanca  acrecentaron  las  enemistades  contra  Goya ,  que  se  lleg-ó  á 
aburrir  de  la  pintura ,  no  hablando  ya  en  su  correspondencia  epis- 
tolar más  que  de  caza,  á  cuyo  ejercicio  se  entregaba  de  cotidia- 
no. A  su  casa  habia  traido  á  su  madre  ya  viuda ,  y  para  su  her- 
mano Camilo  habia  alcanzado  del  Infante  en  el  condado  de  Chin- 
chón, una  capellania.  Del  agraciado  es  la  carta  de  18  de  Octubre 
de  1783  para  D.  Martin  Zapater  y  Claveria  con  este  pasaje:  «El 
no  haberle  á  V.  escrito  luego  que  llegué  acá,  fué  por  no  poderle 
dar  las  noticias  que  deseaba  de  Francho ,  pues  éste ,  aunque  Dios 
le  ha  dado  fortuna  y  habilidad ,  está  esta  perseguida  con  tanto  es- 
fuerzo ,  que ,  ya  que  no  son  capaces  de  oscurecerla  ( pues  no  es 
Zaragoza  este  pueblo ) ,  le  quitan  la  paciencia  si  ha  dicho ,  si  no 
ha  dicho ,  y  revolviendo  con  sus  mentiras  todo  Í3)  que  pueden,  pues 
en  la  hora  en  que  escribo  tengo  el  corazón  muy  sobresaltado, 
siendo  así  que  no  dice  lo  que  podria  decir ;  lo  peor  es  que  logran 
de  este  modo  que  aborrezca  la  pintura,  y  no  pudiendo  quitarle 
la  habilidad ,  logran  el  que  no  continúe ,  ó  al  menos  está  ex- 
puesto á  ello ;  porque  no  pueden  sufrir  que  logre  tanto  obsequio 
ni  alcance  tanto  honor  de  todos  los  demás.  Bien  puede  V.  perdo- 
nar, que  no  puedo  escribir  ni  sé  lo  que  me  escribo;  pensaba  escribir 
al  Sr.  D.  Juan  Martin,  pero  le  escribiré:  está  en  esta  misma  hora 
riñendo  á  favor  de  Bayeu  y  contra  Francho  el  mismo  cuñado ,  y 
levanta  la  voz  porque  me  han  dado  la  capellanía,  y  estoy  que 
saltaría  por  el  Rey  de  Francia.»  Con  fecha  de  7  de  Enero,  de  3  de 
Marzo  y  de  2  de  Julio  de  1784  escribía  Goya:  «Amigo,  nada  hay 
de  nuevo,  y  aún  hay  más  silencio  en  mis  asuntos  con  el  Sr.  Moñi- 
no  que  antes  de  haberle  hecho  el  retrato ;  lo  más  que  me  ha  dicho, 
después  de  haberle  gustado :  —  Goya ,  ya  nos  veremos  más  despa- 
cio  — Todos  se  pasman  de  no  haber  habido  resulta  ninguna  del 

Ministro  de  Estado ,  después  de  haberle  dado  tanto  gusto;  con  que 
SI  en  esto  no  hay  nada ,  no  hay  que  esperar  más ;  y  por  esperar 
con  tanto  mérito,  desconfio  más Estoy  flaco  y  no  trabajo  mu- 
cho ;  aún  no  he  acabado  el  retrato  á  caballo  de  la  Señora  del  In- 
fante; pero  le  falta  poco.  Para  San  Francisco  se  van  á  descubrir 
los  cuadros  de  su  iglesia :  habrá  mucha  bulla ,  porque  ya  empieza 
desde  ahora;  allá  se  verá  cómo  salimos.» 


450         DON  FRANCISCO  DE  GOYA  Y  LUCIENTES. 

x-ilentado  siempre  por  esta  esperanza ,  Go/a  acabó  el  retrato  á 
caballo  de  la  Señora  Doña  Teresa  Vallabriga ,  y  para  el  Infante 
D.  Luis  hizo  otro:  ambos  le  valieron  30.000  reales.  Por  encargo 
del  Consejo  de  las  Ordenes  pintó  cuatro  cuadros  el  mismo  año  para 
el  Colegio  de  Calatrava  de  Salamanca ,  representando  la  Concep- 
ción, San  Bernardo,  San  Benito  y  San  Raimundo,  del  tamaño 
natural  todos.  Por  oficio  de  D.  Gaspar  Melchor  de  Jovellanos  supo 
que  el  Consejo  de  las  Ordenes  habia  acordado  que  se  le  librasen  400 
doblones  por  recompensa  de  su  habilidad  y  trabajo ,  y  que  estaba 
singularmente  satisfecho  del  esmero  y  la  diligencia  en  concluir 
aquellas  pinturas  y  del  mérito  sobresaliente  que  habia  en  ellas. 
Desde  fines  de  Octubre  hasta  principios  de  Diciembre  de  1784  es- 
cribió Goya  tres  cartas  á  su  amigo  en  este  lenguaje  satisfactorio: 
«El  Rey  acaba  de  mandar  se  concluya  la  iglesia  de  San  Francis- 
co, pues  parece  que  va  y  quiere  celebrar  alli  la  función  de  los 
Hábitos.  Yo  estoy  ¿dndo  los  últimos  retoques  á  mi  cuadro,  del  que 
ya  oirás  hablar  como  de  todos  los  demás ,  pues  es  función  muy  es- 
perada entre  los  profesores  y  los  deleitantes  de  las  artes.  Los  otros 
pintores  hacen  lo  mismo,  menos  mi  cuñado,  que  ha  respondido  que 
á  últimos  de  este  vendrá  de  Tolfedo ,  y  que  su  cuadro  no  tiene  qu^ 

tocar Ya  se  han  descubierto  todos ,  y  yo  no  te  quiero  decir  más 

sino  que  se  empieza  á  hablar  ya  bastante ,  y  que  será  mucho  me- 
jor que  empecéis  á  saber  por  otros  la  justicia  que  se  hace,  pues 
hasta  que  el  Rey  vaya  y  se  aseguren  bien  las  voces  que  corren, 
no  te  escribiré  con  individualidad  lo  que  hay  en  el  asunto ,  pues 
me  acuerdo  mucho  de  tu  jaco  cuando  veníamos  de  Cogullada,  que 
hacias  que  otros  dijesen  lo  que  tú  habías  de  decir Ahora  esta- 
mos en  la  bulla  de  los  cuadros  de  San  Francisco ,  y  siempre ,  gra- 
cias á  Dios ,  van  siguiendo  las  voces  como  empezaron :  el  miércoles 
va  el  Rey;  ya  te  diré  lo  que  haya Es  cierto  que  he  tenido  for- 
tuna para  el  concepto  de  intelig'entes  y  para  todo  el  público  con  el 
cuadro  de  San  Francisco ,  pues  todos  están  por  mi  sin  ninguna 
disputa ;  pero  hasta  de  ahora  nada  sé  de  lo  que  debia  resultar  por 
arriba :  veremos  en  volver  el  Rey  de  la  jornadilla ;  ya  te  lo  parti- 
ciparé todo  por  menor;  adiós,  tuyoy  retuyo.» 

Todas  empezaron  ya  á  ser  felicidades  para  D.  Francisco  de  Go- 
ya: en  Mayo  de  1785  era  nombrado  Teniente  Director  de  la  Aca- 
demia de  San  Fernando,  por  muerte  de  D.  Andrés  Calleja,  y  pin- 
tor del  Rey  al  año  siguiente  para  pintar  los  ejemplares  de  tapices, 


DON  FRANCISCO  DE  GOYA  Y  LUCIENTES.         451 

y  lo  que  al  óleo  ó  al  fresco  ocurriese  en  Palacio.  Esta  gracia  le 
cogió  tan  de  sorpresa,  que  el  1."  de  Agosto  escribia  á  su  amigo: 
'<  Me  habia  yo  establecido  un  modo  de  vida  envidiable :  ya  no  hacia 
antesala  ninguna  :  el  que  queria  algo  mió ,  me  buscaba :  yo  me 
hacia  desear  más;  y  si  no  era  personaje  muy  elevado,  ó  con  em- 
peño de  algún  amigo ,  no  trabajaba  nada  para  nadie ;  y  por  lo 
mismo  que  yo  me  hacia  tan  preciso  ,  no  me  dejaban  ( ni  aún  me 
dejan),  que  no  sé  cómo  he  de  cumplir,  estando  asi  tan  impensado 
como  puedes  tú  estar  de  lo  más  remoto.  Sabia  yo  que  habia  preten- 
dientes por  el  ramo  de  tapices,  y  no  me  interesaba  más  que  ale- 
grarme de  que  algunos  profesores  de  los  de  más  mérito  tuviesen  su 
acomodo Con  lo  que  yo  tenia,  compongo  más  de  28.000  rea- 
les, que  no  quiero  más,  gracias  á  Dios;  lo  que  te  ofrezco  con  las 
veras  que  sabes.»  En  la  misma  carta  le  hablaba  de  estar  cojo  desde 
el  dia  de  Santiago ,  por  haber  querido  un  napolitano  dar  la  vuelta, 
á  estilo  de  su  tierra,  con  un  magnífico  birlocho  que  Goya  tenia 
ajustado  en  90  doblones,  y  dentro  del  cual  iba  para  probar  sus 
condiciones  y  las  del  caballo,  y  venir  á  parar  la  vuelta  en  darla 
caballo  y  birlocho,  y  caer  nuestro  pintor  y  el  napolitano  susodicho. 
Por  Abril  del  aiio  siguiente  expresábase  en  esta  forma :  «Ya  no 
quiero  birlocho  de  dos  ruedas :  el  otro  dia  volqué ,  y  cuasi  maté  á 
un  hombre  que  andaba  por  la  calle,  y  yo  no  me  hice  mucho  pro- 
vecho: me  sangré,  etc. ;  por  lo  que  escribo  á  mi  hermano  Tomás 

que  me  compre  un  par  de  muías En  cnanto  á  la  chacota  que 

gastas  de  que  tengo  los  doblones  ñorecidos,  todos  los  que  tengo 
están  á  tu  disposición  y  cuanto  tengo ;  pero  no  hago  más  con  los 
que  tengo  q  ue  pasarlo  anchamente ,  sobrándome  cuasi  siempre  100 
ó  200 ,  sin  300  ó  400  que  me  deben ;  y  en  fin ,  si  trabajo  para  el 
público,  bien  puedo  mantener  la  berlina  para  conservarme.  Yo 
todo  te  lo  ofrezco  con  la  voluntad  que  puede  ofrecer  un  hombre 
á  otro.» 

Por  consiguiente ,  bajo  el  reinado  de  Carlos  III  ya  tenia  Goya 
consolidada  su  gran  fama ,  y  estaba  en  situación  de  vivir  con  hol- 
gura. Cada  vez  andaba  más  atareado ,  en  términos  de  no  lográr- 
sele jamás  el  deseo  de  complacer  á  su  amigo,  á  quien  decia  en 
1787  por  el  mes  de  Junio  :  «¡Qué  Virgen  del  Carmen  te  he  de  pin- 
tar tan  hermosa ! »  Pero  al  mismo  tiempo  le  anunciaba  que  para  el 
dia  de  Santa  Ana  hablan  de  estar  colocados  en  su  sitio,  por  volun- 
tad del  Rey,  tres  cuadros ,  uno  del  Tránsito  de  San  José ,  y  los 


452        DON  FRANCISCO  DE  GOYA  Y  LUCIENTES. 

otros  de  San  Bernardo  y  Santa  Lutgarda ,  no  teniendo  aún  nada 
empezado  para  tal  obra.  Igualmente  acosado  le  escribía  en  1788, 
á  fines  de  Mayo,  pues  no  faltaba  un  mes  para  que  la  familia  Real 
viniera  de  Aranjuez  á  la  corte ,  y  por  entonces  debia  presentar  ya 
concluidos  los  diseños  para  el  dormitorio  de  las  Infantas ,  siendo  el 
tiempo  corto  y  tan  difíciles  los  asuntos ,  como  la  pradera  de  San 
Isidro  con  todo  el  bullicio  del  dia  de  su  fiesta.  Sobre  lo  mismo  se 
expresaba  así  el  2  de  Julio :  «Y  en  cuanto  á  no  haber  cumplido  yo 
con  tu  encargo ,  lo  siento  muchísimo  por  ser  cosa  tuya ;  pero  lo 
mismo  le  ha  sucedido  al  Arzobispo  de  Toledo ,  que  me  tenía  en- 
cargado un  cuadro  para  su  iglesia ,  y  ni  aún  el  borrón  he  podido 
hacer  (sin  duda  aludía  al  de  la  Traición  de  Judas  que  compuso  al 
cabo).  Ya  ves  que  yo  no  lo  puedo  remediar,  pues  quisiera  complacer 
á  todos ,  basta  que  se  acuerden  de  mí ;  pero  estoy  deseando  que  no 
se  acuerden ,  para  vivir  con  más  tranquilidad  y  desempeñar  aque- 
llas obras  de  mi  obligación ;  y  el  tiempo  sobrante  emplearlo  en 
cosas  de  mi  gusto,  que  es  de  lo  que  carezco.» 

Ya  aquí  se  ven  como  en  germen  los  memorables  Ca,pricJios  de 
Goya ,  sus  Proverbios ,  sus  Suertes  de  corridas  de  toros  y  otras 
colecciones  que  bastarían  para  su  fama.  En  tiempo  de  Carlos  IV 
hizo  algunas ;  y  el  viento  de  la  prosperidad  le  sopló  aún  más  de 
popa.  A  pintor  de  Cámara  ascendió  en  Abril  de  1789  sin  aumento 
de  sueldo.  Del  20  de  Febrero  de  1790  son  estos  pasajes  de  carta 
suya :  « Hoy  he  entregado  un  cuadro  al  Rey,  que  me  había  man- 
dado hacer  él  mismo  para  su  hermano  el  Rey  de  Ñapóles ,  y  he  te- 
nido la  felicidad  de  haberle  dado  mucho  gusto ;  de  modo  que ,  no 
sólo  con  las  expresiones  de  su  boca  me  ha  elogiado ,  sino  con  las 
manos  por  mis  hombros ,  medio  abrazándonos ,  y  hablándome  mal 

de  los  aragoneses  y  de  Zaragoza Mí  situación  es  muy  diferente 

de  lo  que  piensan  muchos,  porque  gasto  mucho,  porque  ya  me  he 
metido  en  ello,  y  porque  quiero.  También  hay  la  circunstancia  de 
ser  yo  un  hombre  tan  conocido ,  que ,  de  los  Reyes  abajo  ,  todo  el 
mundo  me  conoce ,  y  no  puedo  reducir  tan  fácil  ini  genio  como  tal 
vez  lo  harían  otros;  ahora  tenía  el  ánimo  de  pretender  más  sueldo, 
y  por  ser  tan  mala  situación ,  y  aguardar  mejor  ocasión,  no  lo  ha- 
go.» Al  fin  del  31  de  Octubre  de  1799  fué  nombrado  primer  pin- 
tor de  Cámara  con  el  sueldo  de  50.000  reales.  Don  Manuel  Godoy 
le  distinguía  mucho ,  según  revelan  estos  pasajes  de  cartas  poco 
posteriores  á  su  ultimo  ascenso,  «Más  te  valia  venir  á  ayudar  á 


DON  FRANCISCO    DE    GOtA   Y   LUCIENTES.  453 

pintar  á  la  de  Alba,  que  se  me  metió  en  el  estudio  á  que  la 
pintase  la  cara ,  y  se  salió  con  ello ;  por  cierto  que  me  gusta  más 
que  pintar  en  lienzo ,  que  también  la  he  de  retratar  de  cuerpo 
entero,  y  vendrá  apenas  acabe  yo  un  borrón  que  estoy  haciendo 
del  Duque  de  la  Alcudia  á  caballo ,  que  me  envió  á  decir  me  avi- 
sarla y  dispondría  mi  alojamiento  en  el  Sitio,  pues  me  estarla  más 
tiempo  del  que  yo  pensaba:  te  aseguro  que  es  un  asunto  de  lo 

más  difícil  que  se  puede  ofrecer  á  un  pintor Antes  de  ayer 

llegué  de  Aranjuez ,  y  por  eso  no  te  he  respondido.  El  Ministro  se 
ha  excedido  en  obsequiarme ,  llevándome  consigo  á  paseo  en  su 
coche;  haciéndome  las  mayores  expresiones  de  amistad  que  se 
pueden  hacer,  me  consentía  comer  con  capote,  porque  hacia  mucho 
frió;  aprendió  á  hablar  por  la  mano ,  y  dejaba  de  comer  para  ha- 
blarme (de  algunos  años  atrás  era  sordo  Goya) :  queria  que  me  es- 
tuviese hasta  la  Pascua ,  y  que  hiciese  el  retrato  de  Saavedra ,  que 
es  su  amigo,  y  yo  me  hubiera  alegrado  de  hacerlo;  pero  no  tenia 
lienzo  ni  camisa  que  mudarme,  y  le  dejé  descontento  y  me  vine. 
Ahí  tienes  una  carta  suya  que  lo  acredita ;  no  sé  si  podrás  leer  su 
letra ,  que  es  peor  que  la  mia :  no  la  enseñes  ni  digas  aada ,  y  vuél- 
mela  á  enviar.»  Del  año  de  1801  es  la  última  carta  de  Goya,  de 
que  el  Sr.  Zapater  y  Gómez  da  cuenta,  y  por  ella  consta  que  á 
Carlos  IV  debia  iguales  obsequios,  y  que  sin  saber  por  qué  le  que- 
rían los  más  de  la  servidumbre,  quienes  desvanecían  lealmente  las 
especies  echadas  á  volar  por  hombres  viles  sobre  que  no  queria  ser- 
vir al  Monarca. 

IIÍ. 

A  vueltas  de  la  pugna  por  subir  adonde  le  impulsaba  el  mérito 
propio ,  nunca  dejó  Goya  de  ser  hombre  de  familia  y  de  casa:  ade- 
más de  tener  con  pensión  á  su  madre  en  Zaragoza,  pues  no  se  acos- 
tumbró á  vivir  en  la  corte;  de  continuo  enviaba  regalos  á  sus 
hermanos  Tomás  y  Rita,  después  de  poner  á  Camilo  en  carrera: 
cualquier  indisposición  de  su  mujer  le  llenaba  de  sobresalto ,  y  todo 
lo  abandonó  por  acompañarla  á  Valencia  á  tomar  aires ,  según 
prescripción  de  los  facultativos:  no  habla  mejor  padre.  Respecto 
de  uno  de  sus  hijos  decia  en  1784  á  4  de  Diciembre :  «El  dia  2  de 
este  dio  á  luz  mi  mujer  un  niño  muy  guapo  y  robusto ;  se  bautizó 
ayer  con  los  nombres  de  Francisco  Pedro ;  la  parida  va  por  los  tér- 


454        DON  FRANCISCO  DE  GOYA  Y  LUCIENTES. 

minos  regulares.  Dios  quiera  evste  se  pueda  log-rar. »  Y  en  1789  á 
23  de  Mayo :  «  Tengo  un  niño  de  cuatro  años ,  que  es  lo  que  se  mira 
en  Madrid  de  hermoso ;  y  lo  he  tenido  malo ,  que  no  he  vivido  en 
todo  este  tiempo.  Ya,  gracias  á  Dios,  lo  tengo  mejor.»  A  conti- 
nuación anadia  cuidadoso ,  por  muestra  de  pensar  en  mañana ,  á 
pesar  de  vivir  con  anchura:  «Dime  tú,  que  tienes  talento  y  tanto 
tino  en  las  cosas ,  en  donde  estarán  mejor  cien  mil  reales ,  en  el 
Banco ,  ó  en  Vales  Reales ,  ó  en  los  Gremios ,  y  que  me  traiga  más 
utilidad.  »  Aunque  Goya  era  mal  sufrido ,  y  á  las  veces  tenia  vio- 
lentas genialidades ,  más  exacerbadas  por  la  sordera ,  su  buen  co- 
razón granjeábale  pronto  el  afecto  de  cuantos  le  conocían  de  trato. 
Lejos  de  rendir  parias  á  la  envidia,  se  deleitaba  en  reconocer  y 
divulgar  el  mérito  ageno.  Ya  se  ha  visto  cuan  de  nuevas  le  cogió 
el  Real  nombramiento  para  pintar  los  ejemplares  de  tapices  y  lo 
que  ocurriese  en  Palacio,  no  deseando  sino  que  sobre  algunos  pro- 
fesores de  los  de  más  valer  entre  los  pretendientes  recayese  la 
gracia.  En  carta  de  23  de  Abril  de  1794,  celebraba  la  excelente 
ejecución  de  un  retrato  de  D.  Ramón  Pignatelli  en  miniatura  por 
D,  Rafael  Maria  Este  ve,  artista  á  la  sazón  principiante;  y  decia 
con  toda  la  efusión  de  su  noble  alma :  «  Y  espero  que  te  gustará 
como  á  mi ,  que  yo  he  sido  la  causa  de  que  pintase  de  esa  clase, 
porque  se  lo  he  leido  en  el  cuerpo ,  que  él  no  lo  sabia  que  tenia  tal 
habilidad.  ¡  Vaya  que,  si  estuviera  el  tuyo  aquí,  baria  que  me  hi- 
ciese uno  para  llevarte  en  una  caja !  »  Al  óleo  se  lo  habia  pintado 
cuatro  años  antes,  y  de  modo  que  puso  al  pié  del  cuadro:  «Mi 
amigo  Martin  Zapater ,  con  el  mayor  trabajo  te  ha  hecho  el  re- 
trato. Goya^  1790.»  Sobre  Esteve  habla  en  varias  cartas  suyas. 
No  hay  una  sola  en  que  no  trazara  la  señal  de  la  cruz  al  principio, 
y  las  hay  que  rebosan  de  sentimientos  cristianos;  en  contestación 
á  la  triste  noticia  de  la  muerte  del  padre  de  su  amigo  de  Zaragoza 
le  dirigía  estas  palabras:  «Con  el  sentimiento  que  te  puedes  pensar, 
tomo  la  pluma  para  responderte ;  y  en  este  asunto ,  amigo ,  ya  sabes 
he  pasado  por  el  mismo  lance,  y  como  el  viaje  lo  vamos  haciendo 
unos  después  de  otros,  creo  que  el  que  va  mejor  dispuesto  (como 
es  regular  que  tu  padre  como  el  mió  en  su  edad  lo  habrán  estado), 
va  mejor  y  es  la  mayor  dicha.  Con  que  así,  querido  mío,  alegrarse 
y  ofrecerlo  al  servicio  del  Señor,  que  yo  cumpliré  con  tu  encargo.» 
Nada  falta  á  la  vindicación  patriótica  y  oportuna  que  D.  Fran-- 
cisco  Zapater  y  Gómez  hace  del  célebre  pintoí  D.  Francisco  de 


DON  FRANCISCO  DE  GOYA  Y  LUCIENTES.         45b 

Goya.  Sus  caprichos  y  demás  dibujos  satíricos  no  tienen  la  signifi- 
cación que  les  atribuye  M.  Carlos  Triarte.  Hombre  político  no  fué 
nunca ;  y  como  artista  limitóse  á  condenar  los  vicios  sociales ,  y  á 
propender  á  que  la  luz  y  la  verdad  ahuyentaran  las  tinieblas  de  la 
ignorancia  fanática  y  supersticiosa.  Por  más  que  las  nuevas  doc- 
trinas bailaran  adictos  en  nuestras  principales  ciudades,  aqui  el 
amor  á  las  reformas ,  siempre  mostróse  acompañado  del  respeto  á  la 
religión  católica  y  al  trono ,  sin  que  se  hostilizaran  estas  dos  vene- 
randas instituciones  en  ninguna  de  las  providencias  administrati- 
vas, ni-  en  las  obras  económicas  ó  literarias.  Como  ciudadano  pudo 
sin  duda  participar  Goya  del  anhelo  por  mejoras  en  todos  los  ramos; 
más  no  hay  razón  fundada  para  atribuirle  representación  tan  pú- 
blica y  directa  en  un  movimiento ,  no  desarrollado  tampoco  aquí 
al  modo  que  en  Francia.  Si  Goya  no  hubiera  tenido  sesenta  y  dos 
años ,  al  levantarse  el  pueblo  de  Madrid  contra  los  franceses ,  de 
juro  empuñara  también  las  armas,  á  juzgar  por  el  ardiente  patrio- 
tismo que  revelan  sus  lúgubres  Episodios  del  Dos  de  Mayo ,  y  sus 
Desastres  de  la  guerra ,  publicados  no  há  mucho  en  álbum  pre- 
cioso por  la  Academia  de  San  Fernando.  Una  prueba  luminosa  hay 
de  que  siempre  Goya  hizo  vida  de  artista ,  y  es  que  entre  sus  re- 
tratos figuran  los  de  José  Bonaparte ,  del  Duque  de  Wellington  y 
de  Fernando  VII  ya  restablecido  en  el  trono ,  sin  que  ni  remota- 
mente le  alcanzaran  las  persecuciones  que  á  los  afrancesados. 

Tal  aparece  Goya  en  retrato  fiel  y  como  hecho  por  mano  propia, 
según  el  texto  de  cartas  intimas  y  escritas  con  el  mayor  abandono, 
desde  sus  veintinueve  hasta  sus  cincuenta  y  cinco  años ,  sin  la  más 
lejana  sospecha  de  que  se  habían  de  publicar  nunca.  Genio  más  ó 
menos  aventurero ,  más  ó  menos  adicto  de  inteligencia  y  de  corazón 
á  novedades ,  constantemente  se  le  ve  unido  á  la  familia ,  y  á  la 
sociedad  de  igual  modo ,  aun  cuando  satirice  sus  vicios ,  y  jamás 
se  le  ve  divorciado  de  la  religión  de  sus  padres ,  que  invoca  en  to- 
das ocasiones.  Con  fundado  motivo  califica  el  Sr.  Zapater  y  Gómez 
de  patriótico  su  trabajo ,  pues  destruye  el  falso  renombre  con  que 
amancillan  la  gloria  verdadera  de  una  celebridad  honrosísima  para 
España  y  Europa ,  aquellos  que  no  conciben  grandes  artistas  sin 
defectos  grandes  como  hombres.  Indudablemente  el  autor  del 
opúsculo  titulado  Noticias  hiográúcas  acaba  de  hacer  un  servicio 
señaladísimo  á  la  memoria  de  D.  Francisco  de  Goya  y  Lucientes  y 
á  la  historia  de  las  bellas  artes ,  como  sobrino  del  íntimo  amigo  del 


456        DON  FRANCISCO  DE  GOYA  Y  LUCIENTES. 

pintor  ilustre  y  como  corresponsal  de  la  Academia  de  San  Fer- 
nando. 

Y  es  lo  singular  que  M.  Carlos  Triarte  cita  á  D,  Francisco  Zapa- 
ter  y  Gómez  entre  los  que  le  auxiliaron  con  sus  luces  y  documen- 
tos, para  escribir  el  libro  titulado:  Qoya;  su  vida  y  su  obra.  Cier- 
tamente no  daria  á  la  preciosa  colección  de  sus  cartas  más  que  un 
pasavolante :  de  otro  modo  con  fidelidad  mayor  nos  le  presentara 
cual  hombre.  Otras  lijerezas  de  su  texto  saltan  á  los  ojos.  Por 
ejemplo ,  á  Bayeu  tiene  por  suegro  de  Goya ,  siendo  cuñado ;  á  Jo- 
vellanos  supone  traductor  del  Contrato  social  de  Rousseau  y  con- 
sejero de  José  Bonaparte  :  de  este  Monarca  intruso  dice  que  estuvo 
en  España  hasta  la  batalla  de  Tolosa ;  asi  como  retrasa  la  vuelta 
del  Rey  legitimo  Fernando;  y  se  le  figura  que  representa  un  baile 
á  orillas  del  Manzanares  el  cuadro  de  el  juego  del  cucharon  de 
Goya.  Todo  cuanto  sobre  su  excepticismo  aventura  M.  Carlos 
Triarte  lo  destruye  al  avalorar  el  mérito  del  Santísimo  Cristo ,  que 
hoy  se  ve  de  frente  al  subir  la  escalera  del  Ministerio  de  Fomento 
y  de  la  Comunión  de  San  José  Calasanz  en  el  templo  de  los  Padres 
Escolapios  de  San  Antonio  Abad  de  esta  corte ,  siendo  de  advertir 
que  trascurrieron  cuarenta  años  de  la  ejecución  del  uno  á  la  del 
otro,  pues  compuso  hacia  T780  el  primero  y  en  1820  el  segundo. 
Del  Santísimo  Cristo  dice  el  escritor  francés  que  es  notable  y  que 
lleva  el  sello  de  una  fe  profunda  y  de  un  fervor  elevado ,  en  térmi- 
nos de  que  se  podría  firmar  por  los  maestros  más  insignes.  Acerca 
de  la  Comunión  de  San  José  Calasanz ,  expone  que  desde  su  pin- 
tura del  Santísimo  Cristo ,  jamás  Goya  habia  expresado  tan  feliz- 
mente el  fervor  y  la  gracia ;  y  añade  que ,  viendo  un  aguador  ya 
terminado  el  cuadro  y  todavía  sobre  el  caballete ,  poseido  de  ad- 
miración se  puso  de  rodillas  con  espíritu  devoto.  ¿Por  qué  privile- 
gio especial  habia  de  comunicar  Goya  hasta  al  ínfimo  vulgo  ningún 
sentimiento  que  no  germinara  y  se  nutriera  dentro  de  su  alma? 
Ociosísima  parece  ya  la  insistencia  sobre  este  punto. 

Pero  no  se  vaya  á  creer  de  ningún  modo  que  el  libro  de  M.  Car- 
los Triarte  muestre  sombra  de  semejanza  con  las  obras  de  otros 
Compatriotas  suyos ,  que  sólo  mencionan  á  los  españoles  para  de- 
primirlos con  la  palabra  ó  con  la  pluma.  Artista  y  literato  á  la  par, 
ha  estudiado  á  Goya,  y  le  coloca  á  la  altura  adonde  le  elevaron  su 
inspiración  soberana  y  su  fecundidad  prodigiosa,  bajo  el  doble  con- 
cepto de  gran  dibujante  y  de  superior  colorista.  No  sólo  traza  su 


DON    FRANCISCO    DE    GOYA    Y   LUCIENTES.  457 

biografía  con  apreciables  pormenores,  sino  que  forma  juicios  bas- 
tante atinados  y  presenta  muestras  numerosas  de  sus  frescos ,  de 
sus  retratos,  de  sus  pinturas  religiosas  y  de  género  y  de  ejempla- 
res de  tapices,  así  como  de  sus  aguas-fuertes.  Al  final  ensaya  un 
catálogo  general  de  sus  obras :  no  se  hallan  citadas  algunas  de  las 
que  mencionó  el  mismo  Goya  en  las  cartas  á  su  amigo  zaragozano: 
entre  varias  que  se  echan  de  menos,  desde  luego  ocurren  el  retrato 
ecuestre  de  D.  José  Palafox  y  Melci ,  primer  duque  de  Zaragoza; 
una  Junta  de  los  cinco  Gremios  mayores,  que  fué  de  D.  Ángel  Ter- 
radillos,  y  Una  Feria,  que  perteneció  á  D.  Pió  Crespo  y  hoy  po- 
see D.  Juan  Pérez  Calvo.  Sin  embargo,  hasta  hoy  no  poseíamos  un 
catálogo  tan  completo;  y  de  todas  maneras,  la  dedicatoria  del  libro 
está  bien  hecha  á  la  Real  Academia  de  Nobles  Artes  de  San  Fer- 
nando. 

Goya  tuvo  por  fin  campicos,  según  sus  deseos.  Aún  se  ve  deco- 
rada por  su  pincel  una  quinta,  á  la  entrada  del  camino  de  árboles 
que  lleva  á  la  ermita  de  San  Isidro  por  la  orilla  derecha  del  Man- 
zanares. Ya  viudo  y  sin  más  hijo  que  Francisco  Pedro,  allí  moró 
bastantes  años,  hasta  que  en  1822  se  fué  á  Francia,  y  después  de 
estar  en  París  se  vino  á  establecer  en  Burdeos.  Otra  vez  ocupó  á  fi- 
nes de  1826  y  principios  de  1827  su  quinta :  entonces  fué  cuando 
pintó  D.  Vicente  López  su  retrato,  que  está  en  el  Museo  de  Pintu- 
ras. Por  motivos  de  salud  volvió  á  Francia.  Nunca  se  le  cayó  el 
pincel  de  las  manos,  y  alcanzóle  el  tiempo  aún  para  aprovechar  la 
invención  de  la  litogratía  en  cuatro  láminas  de  corridas  de  novi- 
llos, que  tituló  Diversión  de  España ,  y  hoy  escasean  mucho ,  y 
entre  los  aficionados  se  designan  con  el  nombre  de  Las  Litografías 
de  Burdeos.  Allí  fueron  discípulos  suyos  la  Eosario  Weis  y  Bru- 
gada.  Conocido  era  por  todos  los  burdeleses,  chicos  y  grandes,  á 
quienes  parecía  una  figura  leyendaria  con  su  levitón  gris  y  su  som- 
brero á  lo  Bolívar  y  su  amplía  corbata  blanca,  según  testimonio  de 
M.  Carlos  Iriarte.  Aún  tenía  fibra  para  sobrellevar  sus  muchos 
años;  le  aceleró  la  muerte  una  caída  de  la  escalera  de  su  casa.  En- 
tonces anuncióle  su  hijo  Francisco  Pedro  desde  Madrid  que  le  iría 
á  ver  pronto ,  y  el  célebre  pintor  cogió  la  pluma  por  vez  postrera 
para  trazar  las  siguientes  frases:  «Mi  querido  Javier:  No  te  puedo 
decir  más  sino  que  tan  grande  alegría  me  ha  hecho  daño  y  que  es- 
toy en  la  cama.  ¡Quiera  Dios  que  vengas  á  buscar  á  tus  hijos,  y  en- 
tonces mí  alegría  será  completa!»  Y  la  Providencia  le  consintió 

TOMO  III,  30 


458        DON  FRANCISCO  DE  GOYA  Y  LUCIENTES. 

este  goce,  pues  su  amado  hijo  llegó  á  tiempo  de  cerrarle  piadosa- 
mente los  ojos  el  16  de  Abril  de  1828,  y  por  consiguiente  á  muy 
pocos  dias  de  cumplir  82  años.  Con  toda  pompa  se  le  celebraron 
las  honras,  y  al  panteón  de  la  familia  de  Goicochea  se  condujeron 
sus  restos  mortales. 

No  hace  mucho  que  la  Sociedad  Económica  Aragonesa  pidió  per- 
miso para  trasladarlos  á  Zaragoza ;  sobre  cuya  instancia  opinó  la 
Academia  de  la  Historia  que  no  debia  ser  atendida ,  mientras  no 
estuviese  habilitada  la  nueva  sepultura.  Justo  es  calificar  este  dic- 
tamen de  muy  juicioso.  Cuando  el  inolvidable  D.  Ventura  de  la 
Vega  compuso  La  Critica  del  Si  de  las  niñas ,  le  animó  el  noble 
propósito  de  hacer  atmósfera  con  objeto  de  que  los  restos  mortales 
de  D.  Leandro  Fernandez  Moratin  se  trajeran  á  España;  y  una  y 
cien  veces  se  arrepintió  después  de  que  sus  deseos  llegaran  á  lo- 
gro, pues  del  concurrido  cementerio  del  P.  La  Chaise  de  Paris  se 
trasladaron  á  la  nunca  visitada  bóveda  de  la  Real  Iglesia  de  San 
Isidro  de  esta  corte,  donde  desde  el  año  de  1853  yacen  arrincona- 
dos. También  D.  Juan  Melendez  Valdes  tenia  en  Mompeller  desde 
1817  una  modesta,  pero  pública  sepultura,  costeada  por  el  Duque 
de  Frias,  y  á  la  cual  D.  Juan  Nicasio  Gallego  puso  el  epitafio:  dos 
años  van  ya  trascurridos  desde  que,  á  instancias  de  un  sobrino  del 
ilustre  Batilo ,  se  removieron  de  allí  sus  cenizas  para  que  reposa- 
ran entre  nosotros,  y  arrumbadas  están  en  la  misma  bóveda  que  las 
del  célebre  Inarco  Celenio.  Ante  estos  lamentabilísimos  ejempla- 
res, bien  es  que  prosiga  enterrado  en  Burdeos  el  preclaro  D.  Fran- 
cisco de  Goya  hasta  que ,  estando  más  en  proporción  de  honrar  á 
nuestros  difuntos  esclarecidos,  le  erijamos  un  sepulcro  y  aun  una 
estatua. 

Antonio  Ferrer  del  Rio. 


LA  FÉ 


(1) 


Cuando  no  puede  esperar 
si  es  perdida 
la  fé  defiende  la  vida. 
Cancionero. 


I. 


— Adiós ,  el  Rey  á  pelear  me  envía 
Al  África  abrasada, 
Si  tu  amor  se  opusiera ,  rompería 
En  tu  reja  mi  espada. 

— Vé  á  lidiar,  pero  lleva  en  el  combate, 
Como  escudo  sagrado 
Del  corazón  leal  que  por  mí  late, 
La  cruz  que  yo  he  bordado. 

— Por  ella  de  los  árabes  infieles. 
Como  nupciales  arras, 
Yo  te  traeré  marlotas  y  alquiceles 

Y  rotas  cimitarras. 

Adiós,  dijo  la  dama  en  triste  queja, 

Y  adiós  el  caballero; 

Y  bañando  en  sus  lágrimas  la  reja. 
Partir  le  vio  ligero. 

II. 

Cuatro  veces  Abril  de  gayas  flores 
Cubrió  la  madre  tierra, 

(1)  Esta  poesía  forma  parte  de  un  libro  que,  con  el  título  de  Cuentos  de  la 
Villa,  dará  muy  pronto  al  público  el  Sr.  Víedma. 


460  LA    FE. 

Des  que  el  noble  doncel ,  soñando  amores, 
Partió  para  la  guerra. 

Cuatro  años  há  que  en  el  altar  del  templo, 
Donde  adora  Castilla 
A  su  invicto  patrón ,  de  héroes  ejemplo, 
Una  lámpara  brilla. 

Cuatro  años  há  que  en  vano  su  ventana, 
Dama  de  ilustre  cuna, 
Cierra  al  primer  albor  de  la  mañana 

Y  abre  al  lucir  la  luna. 

No  mene ,  dice  ya  la  corte  ociosa, 

Y  el  corazón  deshecho, 

/  Vendrá! ,  con  ciega  fé  dice  la  hermosa , 
Llevó  una  cruz  al  pecho. 


III. 


Mas  de  nuevo  tornó  á  buscar  su  nido 
La  golondrina  errante, 
Y  espirar  vio  la  dama  el  mes  florido 
Sin  ver  tornar  su  amante. 

Detrás  de  la  entornada  celosía 
Llorando,  en  triste  queja , 
«¡Ojalá  hubiera  roto,  se  decia. 
Su  espada  en  esta  reja!» 

Cuando  una  noche  al  trasponer  los  cerros 
La  luna  enamorada. 
Sintió  en  su  reja  destallar  los  hierros 
Al  choque  de  una  espada. 

«¡Él  és!»  dijo  al  abrir,  y  en  grito  ardiente 
Oyó  decir  «¡£s  ella!» 
A  tiempo  que  asomaba  en  el  Oriente 
Blanquísima  una  estrella. 

Juan  A.  de  Viezma. 


EL  CANTO  DEL  CISNE, 

EPISODIO  PRIMERO  DE  LAS  MENORÍAS  DE  DN  CORONEL  RETIRADO. 


XX. 


CATÁSTROFE  DE  LA  CONJURACIÓN.— MOTÍN  DE  ARANJUEZ. 

NUEVA  PERSECUCIÓN  DE  ROCA-UMBRIA  Y  NUEVAS  MALDADES  DE  SU  SECRETARIO— ALZA- 
MIENTO DE  ESPAÑA.— EL  CONDE  AFRANCESADO.— GERVASIO  TRAIDOR  Y  POLIZONTE. 

( Madrid  13  de  Octubre. ) 

(Continuación.) 

D.  Figúrese  V.  cuál  seria  mi  ansiedad  durante  las  cinco  ó  seis 
horas  que  estuve  esperando,  siempre  de  un  momento  á  otro,  la 
llegada  de  mi  pobre  amiga ;  cuáles  mis  palpitaciones  al  entrar,  al 
galope,  la  berlina  en  el  patio  de  la  casa  de  campo ;  y  cuáles,  en  fin, 
mi  angustia ,  mi  terror ,  mi  mortal  incertidumbre ,  al  verla  llegar 
vacia  y  decirme  el  cochero  que  ignoraba  por  qué  así  era. — Al  dia 
siguiente,  regresando  á  Madrid  con  mi  aya,  fuíme  en  persona  á 
las  Salesas,  donde  se  me  recibió  con  gran  frialdad,  y  se  me  dijo 
que  <iá  Dios  gracias ,  nada  se  sabia  de  Cecilia  y  sus  locuras.  »  De 
Carlos  ni  de  Manuel,  nadie  me  daba  razón  tampoco.  Escribí  le  á 
Isabel,  por  si  acaso  Fernando  su  marido ,  tenía  algún  conocimiento 
del  paradero  de  sus  amigos ;  y  la  respuesta  fué  negativa ,  como  no 
podia  menos  de  serlo. 

L.  ¿No  se  le  ocurrió  á  V.,  Duquesa,  preguntarle  al  infame 
Gervasio  ? 

D.  Sí  se  me  ocurrió,  y  fué  lo  primero  que  traté  de  hacer:  pero 
en  vano.  Gervasio,  según  me  dijeron  en  casa  de  su  amo  el  Conde 


462  MEMORIAS 

de  Roca-Umbría ,  había  salido  para  Valladolid ,  (donde  estaba  el 
padre  de  Cecilia  desterrado) ,  tres  dias  antes  de  la  noche  en  que  el 
rapto  de  Cecilia  debió  verificarse.  ¿Mintieron  los  criados  del  Conde, 
ó, en  efecto,  el  traidor,  para  poder  probar,  en  su  casóla  coartada, 
dejó  la  casa  de  aquel,  suponiendo  que  á  Valladolid  se  iba? — No  lo 
supe  entonces ,  ni  lo  sé  ahora  positivamente ,  pero  á  la  última  su- 
posición me  inclino.  En  todo  caso,  amigo  Leseara,  la  verdad  es 
que  no  volví ,  á  pesar  de  mis  continuas  y  exquisitas  diligencias ,  á 
saber  cosa  alguna  de  mis  pobres  amigos ,  hasta  que  Guzman  desde 
Zaragoza ,  y  desde  la  Coruna  Castel-Leon ,  me  escribieron  dicién- 
dome  pura  y  sencillamente :  «Aquí  estamos ,  Carmen ;  y  somos  los 
»de  siempre.» 

B.  Nuestra  palabra  empeñada,  no  nos  permitía  decir  más 
tampoco.  A  su  vez  V. ,  lo  mismo  á  Carlos  que  á  mí,  según  él  me 
ha  dicho,  no  nos  dijo  en  respuesta,  ni  podía  decirnos  más  que  su 
absoluta  y  angustiosa  ignorancia,  respecto  á  la  suerte  de  Cecilia. 
Supongo  que  mi  desdichado  amigo  estaría  con  fiebre  continua; 
porque  yo,  que  nunca  fui  como  él  exaltado  y  poeta ,  y  á  quien  el 
amor  como  á  él  no  abrasaba,  puedo  asegurar  á  VV,  que  estuve 
para  volverme  loco  á  fuerza  de  cavilar  inútilmente, 

L.     ¡Desdichadísima  situación  la  de  todos  VV.! 

C .  ¡  Desesperada ,  en  verdad ;  pero  en  cuanto  á  mí  al  menos, 
la  suerte  me  preparaba  otras  todavía  más  horribles! 

D.  ¡Pobre  Cecilia  mía! 

B.  ¡Y  pobre  Carlos! 

G.  ¡Dios  se  apiadará  de  nosotros  algún  día,  si  no  en  éste,  al 
menos  en  el  otro  mundo!  Pero  ahora  lo  que  importa  es  proseguir 
con  el  cuento  de  mi  lastimosa  historia.  — A  consecuencia  del  motín 
de  Aranjuez,  regresó  á  Madrid  mi  padre:  y  en  seguida  se  indis- 
puso con  la  nueva  Corte ,  resultando  de  ello  que  otra  vez  se  le  des- 
terrara, nada  menos  que  á  las  Baleares ,  y  en  calidad  de  presunto 
reo  de  Estado. 

L.  El  Abate  Rioso  me  ha  dicho  que  entonces  le  llevó  á  sus  cár- 
celes la  Inquisición. 

C.  Y  así  es  la  verdad. 
L.     ¿Por  qué  y  cómo? 

C.  Mi  padre  era,  en  realidad,  uno  de  los  muchos  hombres  de 
su  época ,  que ,  conservando  y  manteniendo  celosamente  todas  sus 
preocupaciones  políticas ,  y  todos  los  privilegios  sociales  de  que  en 


DE  UN  CORONEL  RETIRADO.  463 

posesión  se  encontraban,  dejábanse  ir,  no  obstante,  en  materia  de 
creencias  religiosas ,  á  las  sugestiones  del  filosofismo  de  los  enci- 
clopedistas franceses.  De  ahí  que  fuese ,  ya  que  no  me  atrevo  á  de- 
cir un  filósofo,  si  un  escéptico,  quizá  más  por  manía  que  por 
razonada  convicción;  y  que  de  serlo  hiciese  gala,  con  su  impru- 
dencia característica ,  siempre  que  se  le  ofrecía  la  oportunidad  de 
hacerlo;  y  muchas  veces,  además,  inoportunamente.  Añada  V.  á 
eso,  que  en  su  biblioteca  se  contaba  un  gran  número  de  volúme- 
nes de  los  libros  entonces  más  severamente  prohibidos ,  y  compren- 
derá bien  con  cuánta  facilidad  pudo  su  delator  al  Santo  Oficio,  dar 
colorido  y  fundamento  á  su  infame  denuncia. 

L.  Lo  que  no  entiendo.  Condesa,  es  quién  pudo  ser  el  delator, 
y  qué  fin ,  para  él  útil,  se  propuso  al  cometer  tal  villanía. 

B.  En  la  misma  duda  hemos  estado  todos,  hasta  diez  años 
hace,  es  decir:  hasta  el  de  veinte,  que  entre  los  papeles  arrebata- 
dos del  Archivo  de  la  Suprema,  por  los  liberales  que  la  asaltaron 
y  saquearon ,  se  halló  y  se  publicó  no  se  en  qué  periódico  de  los 
infinitos  de  aquella  época,  un  documento  del  cual  consta  que  el  in- 
fame Gervasio  Pérez  fué  el  que  delató  á  su  bienhechor  y  amo. 

Z.  La  infamia  de  ese  hombre  no  me  sorprende ;  pero  su  fin  se 
escapa  á  mi  inteligencia. 

C .  Primeramente  la  venganza,  pasión  en  su  pecho,  si  no  única 
entre  las  malas,  al  menos  dominante. 

Q.     Pero  ¿qué  agravio  le  había  hecho  el  Conde? 

C .  Uno  que  jamás  le  ha  perdonado  aquel  monstruo  de  iniqui- 
dad. El  de  negarle  mi  mano. 

L.     ¿Osó  pedírsela  el  miserable? 

C.  Precisamente  pedírsela ,  en  el  sentido  literal  de  la  frase,  no, 
amigo  Lescura.  A  tanto  no  se  atrevió  por  entonces  todavía  Gerva- 
sio; pero  indirecta  y  muy  encarecidamente,  sí  lo  hizo.  Para  ello, 
la  tentativa  de  rapto  de  mi  persona,  en  que  yo  había  consentido,  y 
en  la  cual  Gervasio  cuidó  de  ocultar  al  Conde  su  complicidad  aun 
que  traidora,  ofrecíale  á  su  parecer  ocasión  propicia.  ¿Qué  hombre 
que  se  respetara,  siendo  de  mídase  y  caudal ,  había  de  aceptar  mi 
mano,  después  de  una  aventura  como  aquella,  y  de  que,  más  tarde 
ó  más  temprano,  había  de  llegar  el  público  á  tener  conocimiento? 
¿Sería  él  (Gervasio),  por  ventura,  el  primer  bastardo  de  un  gran 
señor,  en  una  ú  otra  forma,  legitimado  ó  cuando  menos  habilitado, 
para  llegar  á  los  honores  paternos  y  figurar,  de  unaú  otra  manera, 


464  MEMORIAS 

entre  los  Proceres  cortesanos?  Cierto  que ,  amen  de  la  legitimidad, 
le  faltaba  la  riqueza;  pero,  vencida  la  primer  barrera,  la  segunda 
podia  salvarse  fácilmente ,  alcanzando  un  puesto  lucrativo  en  In- 
dias ( poseiamos  aún  entrambas  Américas),  que  en  pocos  años 
le  permitiría  regresar  á  España  con  caudal  suficiente  á  sostener 
el  decoro  y  ostentación  propios  de  nuestra  categoría.  En  suma  : 
yo  era  una  muchacha  incasable:  él  tenia  la  abnegación  de  ofre- 
cerse á  cargar  conmigo;  y  mi  padre  debia  darse  con  un  canto  en 
los  pechos ,  si ,  á  costa  de  transformar  al  espurio  de  la  Bodegonera 
en  confesado  bastardo  de  Procer,  y  de  hacerle  nombrar  Intendente 
del  Perú  ó  de  Méjico,  lograba  rehabilitar,  casándola  con  el  señor 
Gervasio  Pérez,  á  su  infamada  hija.  Toda  esa  receta  de  envenena- 
dor alquimista ,  fué  el  villano  administrándosela ,  allá  en  Vallado- 
lid,  en  tenues  y  sucesivas  dosis,  á  mi  irascible  y  muy  aristócrata  y 
muy  linajudo  padre  y  señor,  sin  que  este,  al  principio,  pudiera  ni 
imaginar  siquiera,  el  ambicioso  blanco  á  que  los  tiros  de  su  traidor 
secretario  se  dirigían.  Animado  el  último  por  el  silencio  con  que  su 
dueño  le  oia,  atribuyó  al  consentimiento,  lo  que  sólo  de  la  igno- 
rancia procedía;  y,  poco  á  poco,  fué  explicándose  con  claridad  tal, 
que,  al  cabo  y  al  fin,  entreviendo  mi  padre  de  qué  se  trataba,  es- 
talló violento  el  volcan  de  su  siempre  terrible,  y  entonces  justifi- 
cadísima cólera.  Recogió  velas,  como  de  razón  y  justicia,  Gerva- 
sio; renegó  de  sus  palabras;  quiso  darles  sentido  contrario  al  que 
tenian ;  oyó  paciente  los  más  insultantes  denuestos ;  quizá  soportó 
resignado  la  corrección  manual  á  que  su  dueño,  filósofo  y  todo, 
era  de  sobra  propenso;  y  logró,  en  fin,  si  no  justificarse  del  todo,  ser 
por  insensato  perdonado.  Yo  creo  que  mi  padre,  pasado  el  primer 
arrebato  de  la  ira ,  no  hubiera  sido  nunca  capaz  de  apartar  de  si  á 
Gervasio,  aunque  este  le  clavara  un  puñal  en  la  espalda.  Sea  como 
fuere,  el  Conde  y  su  secretario  se  reconciliaron;  aquel,  olvidando 
según  su  costumbre;  el  último,  conforme  á  su  inicua  índole,  ate- 
sorando el  rencor  en  su  cobarde  corazón,  hasta  que  la  fortuna  le 
deparase  ocasión,  para  vengarse  á  mansalva,  oportuna.  Solo  así 
puedo  explicarme  que,  creyendo  á  mi  padre  definitivamente  per- 
dido, por  su  ruptura  con  la  nueva  Corte ,  y  no  pareciéndole  bas- 
tante desdicha  la  de  su  destierro  y  confinamiento  al  castillo  de 
Bellver,  quisiera  Gervasio  rematarle  con  su  denuncia,  que  condujo, 
en  efecto,  al  Conde  á  las  cárceles  secretas  de  la  Suprema.  Bien  sa- 
ben VV   que  aquel  tribunal  no  revelaba  nunca,  ni  al  acusado  ni 


DE  UN  CORONEL  RETIRADO.  465 

á  nadie  á  sus  misterios  profano,  los  nombres  de  los  acusadoi'es, 
delatores,  ó  testigos  en  sus  procesos.  Gervasio,  pues,  heria  á  su 
bienhechor  á  mansalva;  y  tanto,  que  al  salir  aquel  de  la  Inquisi- 
ción, cuando  los  franceses  la  suprimieron,  pudo  su  inicuo  secreta- 
rio ser  la  primera  persona  que  se  le  presentara,  y  volver  tranquila 
y  naturalmente  al  ejercicio  de  sus  funciones  y  al  goce  de  su  funesta 
privanza.  El  primer  uso  que  de  ella  hizo,  fué  precipitar  á  mi  pa- 
dre ,  enconando  en  su  pecho  el  recuerdo  de  los  recientes  agravios 
y  dura  persecución  padecidos,  en  el  sendero  de  la  deslealtad  á  la 
causa  de  su  patria. 

Gervasio ,  indudablemente,  fué  quien  decidió  al  Conde  de  Roca- 
Umbria  á  aceptar  un  alto  puesto  en  la  servidumbre  oficial  del  Rey 
intruso. 

L.     Probable  parece. 

G.  Yo  lo  sé  con  evidencia ,  porque  entonces  mi  padre ,  sacán- 
dome de  mi  encierro  en  el  convento ,  me  llevó  á  su  casa ,  impo- 
niéndome la  obligación ,  dura  por  cierto  para  mi ,  de  hacer  los  ho- 
nores de  nuestro  hogar  doméstico  á  los  j.efes  del  ejército  invasor  y 
á  los  españoles  afrancesados ,  únicos  que  la  frecuentaban.  Excuso 
encarecer  lo  acerbo  de  aquel  suplicio  moral.  Mi  corazón  era  natu- 
ralmente patriota;  amaba,  además,  á  un  hombre  al  servicio  de  la 
causa  nacional  consagrado;  y  sin  embargo,  la  autoridad  paterna, 
única  contra  la  cual  no  tuve  nunca  valor  para  rebelarme  cara  á 
cara ,  me  obligaba  á  vivir  precisamente  entre  los  franceses  enemi- 
gos y  los  españoles  que  traidoramente ,  á  mi  juicio,  les  servían. 
Duro  me  es  confesarlo;  pero,  desde  aquel  tiempo,  el  Conde  mismo 
no  fué,  á  mis  ojos,  más  que  un  tirano  doméstico,  cuya  conducta 
política  ni  disculparlo  siquiera  podia ,  por  más  que  sinceramente 
deseaba. 

D.     \  Muy  desdichada  has  sido  siempre ,  mi  pobre  Cecilia ! 

C.  \  En  todo  y  por  todo !  ¡  Y  quiera  Dios  ,  quiera  Dios  que  no 
me  esperen  todavía  más  crueles  desventuras  que  llorar  amarga- 
mente!— Gervasio  obtuvo  un  destino  en  la  policía 

B.     ¡  Esa  es  su  vocación ! 

G.  En  la  policía  del  Intruso ,  se  entiende :  en  una  policía  ex- 
clusivamente destinada  á  perseguir  á  los  buenos  españoles ,  entre- 
gándolos á  las  comisiones  militares  francesas  ó  á  los  tribunales  por 
el  Usurpador  establecidos,  y  naturalmente  de  afrancesados  exclu- 
sivamente compuestos.  Sin  embargo ,  el  Bastardo  aceptó  aquella 


466  MEMORIAS 

posición  infame  y  sus  pingües  emolumentos ,  si  bien  disfrazando  la 
primera  con  el  nombre  de  no  sé  qué  cargo,  al  parecer  bonorifico,  en 
la  Prefectura ,  y  cohonestando  los  segundos  con  la  denominación 
de  sueldo  de  su  ostensible  empleo.  Diéronle  también  una  cruz  por 
José  Napoleón  creada,  y  que,  por  irrisión  y  aludiendo  al  color  de  la 
cinta  de  que  pendia ,  llamó  el  público  de  la  Berengena ;  y  el  mise- 
rable ,  que  á  mi  ver,  ni  para  dormir  la  dejaba ,  llegó  á  creerse  per- 
sona decente ,  y  ya  en  vias  de  subir  por  su  mérito  á  los  más  altos 
puestos  del  Gobierno.  Aunque  yo  ignoraba  entonces  todavía  sus 
traiciones,  sobrábame  lo  del  afrancesamiento  para  despreciarle; 
pero,  como  él  seguia  afectando  el  papel  de  mi  muy  humilde  confi- 
dente ,  y  simulando  que  me  compadecía  y  en  mi  amor  por  Carlos 
se  interesaba;  y  pretendiendo  que,  solo  por  gratitud  y  obediencia 
al  Conde ,  servia  al  Intruso ,  tengo  que  confesar  que ,  si  no  como 
amigo  ni  sin  repugnancia,  sufríale  como  instrumento  indispensa- 
ble, y  tolerábale  más  que  debiera. 

Desde  el  primer  dia  del  glorioso  alzamiento  de  España  contra 
las  huestes  invasoras ,  interrumpiéronse  las  comunicaciones  ordi- 
narias entre  Madrid  y  las  provincias.  Mi  antigua  aya ,  despedida 
al  enviarme  á  las  Salesas ,  fué  reemplazada  por  una  mujer  adusta 
por  naturaleza,  y  facultada  además  para  vigilarme  muy  de  cerca; 
y  mi  padre  y  yo  vivíamos  como  marido  y  mujer  de  hecho  divor- 
ciados ,  pero  que  por  respetos  humanos  comen  á  una  misma  mesa 
y  bajo  el  mismo  techo  duermen.  Así  no  me  quedaba  más  arbitrio, 
más  esperanza  para  saber  de  Carlos ,  que  valerme  de  Gervasio, 
única  persona  de  quien  mi  padre  no  desconfiaba. 

D.  Es  de  advertir  que  al  anochecer  del  Dos  de  Mayo  salí  de 
Madrid  con  toda  mi  familia,  á  pié  y  disfrazada  de  foncarralera.  Re- 
fugiámonos  primero  en  Consuelo  rústico ;  y,  á  pocos  días ,  salimos 
para  Sevilla :  por  manera  que,  por  entonces,  no  volvimos  á  saber, 
ni  era  posible  que  supiéramos,  la  una  de  la  otra. 


DE  ÜN  CORONEL  RETIRADO.  467 

XXL 

DON  CARLOS  EN  ZARAGOZA.— GERVASIO  FALSIFICADOR.— LA  ESTAN- 
QUERA GENERALA— ESPAÑA  EiN  1810.— VIAJE  Á  FRANCIA. 

Madrid  14  de  Octubre. 

Interrumpióse  la  conversación  algunos  minutos,  mientras  el  té 
nos  servian;  y  asi  que  nos  dejaron  los  criados,  prosiguió  la  Con- 
desa de  Roca-Umbria ,  con  su  taza  en  la  mano ,  diciendo  : 

«No  sin  vencer,  á  duras  penas,  la  instintiva  repugnancia  que  á 
tratar  con  Gervasio  sentia ,  resolvime  al  cabo  á  confiarle  una  carta 
para  Carlos ,  en  la  cual ,  después  de  darle  cuenta  de  mi  suerte ,  le 
aseguraba  y  protestaba  con  toda  sinceridad  que  él  solo  era  dueño 
de  mi  corazón ;  que  estaba  resuelta ,  como  antes ,  á  unir  mi  suerte 
con  la  suya;  y,  en  fin,  que  si  él  hallaba  medio  para  sacarme  de 
casa  de  mi  padre,  pronta  y  más  que  pronta  me  encontrarla  á  se- 
guirle hasta  el  fin  del  mundo.  Ofrecióme  el  traidor  hacer  que,  por 
medio  de  los  agentes  secretos  de  la  policía  del  Intruso  en  Zaragoza, 
llegarla  mi  carta  á  su  destino  y  á  mi  su  respuesta ;  y,  en  efecto, 
tres  semanas  después  trájome  un  billete  cuya  lectura  hubo  de 
costarme  el  juicio.  La  letra  y  la  firma  eran,  ó  parecían  ser,  de 
Carlos ;  el  contenido  ,  aun  saltándome  á  los  ojos ,  nunca  pude  aca- 
bar de  convencerme  de  que  fuese  obra  del  hombre  á  quien,  más  por 
su  incomparable  belleza  moral  que  por  la  física,  idolatraba. 

L.     ¿Qué  decía  pues  ese  funesto  billete  ? 

O.  Ese  funesto  billete ,  como  V.  muy  propiamente  lo  llama, 
decía ,  ó  más  bien  dice ,  porque  lo  conservo  y  traigo  conmigo ,  lo 
que,  leyéndolo,  verá  V,  mismo. 

La  Condesa  puso,  en  efecto,  en  mis  manos  un  papel  que  sacó  de 
su  cartera,  y  en  el  cual  leí  las  palabras  siguientes: 

«Cecilia  :  La  hija  de  un  traidor  afrancesado  no  puede  ser  nunca 
»la  esposa  de  un  español ,  militar  y  caballero,  que  lealmente  sirve 
»á  su  patria.  Esa  razón ,  sin  otras  que  tú  sabes  mejor  que  nadie,  y 
»que  por  excusar  tu  vergüenza  no  escribo ,  bastarla  para  separar- 
»nos.  Quedan  pues  rotas  nuestras  relaciones :  te  devuelvo  tu  liber- 
»tad  y  recobro  la  mía.  Dios  te  perdone,  como,  olvidándote,  te 
perdona — Carlos  de  Ouzman^^ 


468  MEMORIAS 

¡Fulminante  é  incomprensible  carta!  (exclamé  al  terminar  su 
lectura).  . 

B.  Quince  dias  antes  habia  Carlos  recibido  en  Zaragoza,  por  ma- 
no desconocida,  una  carta  de  puño  y  letra  de  Cecilia,  declarándole 
que,  en  virtud  de  haberse  él  unido  con  los  rebeldes  a  su  legitimo 
Rey  José  Napoleón^  y  de  otras  causas  que  se  reservaba,  ponia 
término  desde  entonces  á  sus  relaciones  amorosas  con  él,  la  bija  del 
Conde ,  devolviéndole  su  libertad  y  recobrando  ella  la  suya. 

L.     \  Infamia  inconcebible !  ¿  Sin  duda  Gervasio  ?. . . . 

D.  Que  á  sus  demás  virtudes  juntaba  la  gracia  de  ser  un  fal- 
sificador de  letras  de  habilidad  suma ,  sustituyó  á  las  apasionadas 
cartas  que  los  dos  infelices  amantes  se  escribian  realmente ,  otras 
por  él  y  para  sus  inicuos  fines  forjadas. 

B.  Carlos  se  hubiera  dejado  cortar  la  mano  mil  veces  antes 
que  estampar  una  sola  de  las  frases  del  infernal  billete  que  acaba  V. 
de  leer ;  y  Cecilia  era  todavía  más  incapaz  que  él  de  romper  volun- 
tariamente los  lazos  que  á  mi  pobre  amigo  la  unian. 

C.  Sin  embargo,  estábamos  materialmente  separados  por  bar- 
reras invencibles ;  y  Gervasio  era,  por  tanto,  el  arbitro  supremo  de 
suestra  suerte.  En  cuanto  á  mi,  logró  sin  duda  hacerme  muy  des- 
dichada; pero  nunca,  ni  siquiera  momentáneamente,  entibiar  poco 
ni  mucho  la  pasión  que  conmigo  bajará  al  sepulcro.  De  Carlos 
quisiera  y  no  puedo  decir  otro  tanto. 

B.     ¿Volvemos  al  tema,  Cecilia? 

G .  \  Harto  me  pesa ;  pero  con  razón  de  sobra !  ¡  Bien  lo  sabe  V. ; 
bien  lo  sabe  Carmen  ! 

D.  Lo  que  yo  sé,  Cecilia  mia,  es  un  hecho  innegable  por  Car- 
los confesado,  y  que,  con  razón,  te  desagrada  soberanamente;  pero 
que  en  rigor  nada  prueba 

G .     ¿  Eso  dices ,  Carmen  ? 

D.  Eso  digo  y  repito;  nada,  absolutamente  nada  prueba  con- 
tra el  amor  que  Carlos  te  ha  tenido ,  te  tiene  y  te  ha  de  tener 
mientras  viva.  Tu  poética  exaltación  se  niega  obstinada  á  conce- 
derle á  la  flaqueza  humana  lo  que  es  racionalmente  imposible  ne- 
garle. Los  hombres  no  están  organizados  ni  educados  como  noso- 
tras ,  para  quienes  no  hay  medio  entre  amar  con  fe  ciega  y  fideli- 
dad inquebrantable,  ó  no  amar  en  realidad  de  ningún  modo. 
Nuestras  infidelidades ,  Cecilia ,  y  ya  entiendes  que  hablo  exclusi- 
vamente de  las  mujeres  que ,  por  desdicha  suya  más  que  de  nadie, 


DE  UN  CORONEL  RETIRADO.  469 

pecan  por  pasión ,  no  de  las  que  son  frágiles  de  oficio ;  nuestras 
infidelidades ,  digo  ,  suponen  forzosamente  la  del  corazón  al  mismo 
tiempo  que  la  de  los  sentidos.  Pero  en  los  hombres  no  es  asi.  Esa 
diferencia ,  por  más  que  en  abstracto  parezca  absurda ,  existe ;  se 
repite  todos  los  dias;  y  lo  que  es  más,  nosotras,  ¿qué  digo  nos- 
otras? Tú  misma,  Cecilia,  tú  misma,  al  lamentarte  de  ella,  la  re- 
conoces y  sancionas.  ¿Te  estorbó,  por  ventura,  saber  con  eviden- 
cia que  Carlos  habia  sido  algún  tiempo  amante  ó  galán  de  Laura, 
para  casarte  con  él  de  secreto ,  arriesgando  en  ello  la  felicidad  de 
tu  vida,  desobedeciendo  á  tu  padre  y  atropellando  todo  género  de 
peligros,  todo  linaje  de  respetos  humanos?  Y  no  me  digas  que  te 
cegó  la  pasión ;  porque  te  responderé  que,  en  un  alma  tan  noble  y 
elevada  como  la  tuya,  no  ha  cabido  nunca  pasión  por  hombre  á 
quien  creyeras  deshonrado 

C.  ¡Oh!  i, Deshonrado  por  eso? 

B.  ¿Ves  cómo  convienes,  mal  que  te  pese,  conmigo?  ¿Ves  có- 
mo admites  una  diferencia ,  y  tan  grande  como  la  que  separa  la 
fragilidad  humana  pura  y  simple,  de  la  culpa  que  deshonra?  El 
hombre  que  nos  es  infiel ,  peca  sin  duda ,  pero  no  se  hace  despre- 
ciable á  nuestros  ojos,  como  la  mujer  que  falta  á  sus  deberes  lo  es 
á  los  del  mundo  entero. 

G.  Tú  raciocinas ,  Carmen;  yo  siento ;  pero  dejemos  la  discu- 
sión para  proseguir  con  el  relato.  Carlos  (y  aquí  no  hago  más  que 
repetir  su  dicho),  Carlos,  creyéndose  por  mí  olvidado,  sino  vendi- 
do, trató  de  consolarse,  como  los  hombres  suelen 

D.  Y  no  es  menester  que  se  lo  expliques  á  Lescura,  porque  él 
lo  sabe  muy  bien  por  experiencia  propia. 

C.  Entonces  quiso  nuestra  picara  suerte  que  Carlos  conociese 
á  la  famosa  Laura ,  precisamente  pocos  dias  antes  de  que  ella  se 
casara 

B.  Con  Piedrafirme,  un  capitán  de  mi  cuerpo,  hombre  á  la 
sazón  de  unos  cuarenta  años,  morigerado  y  juicioso  como  pocos, 
de  una  buena  fe  á  prueba  de  las  bombas  de  la  evidencia,  y  que, 
no  habiendo  de  cometer  más  que  una  locura  en  su  vida ,  la  hizo  de 
tal  calibre,  que  valió  por  ciento.  En  cierta  villa,  cercana  á  Zarago- 
za ,  residía ,  no  sé  si  de  tercenista  ó  estanquero ,  un  sargento  reti- 
rado á  dispersos,  cuya  mujer,  que  era  buena  moza  y  lista,  habia 
servido  de  doncella  de  labor  algunos  años  en  cierta  casa  grande 
de  la  Corte. 


470  MEMORIAS 

De  aquel  enlace  nació,  sietemesina,  pero  tan  cabal  y  robusta 
como  VV.  la  conocen  todavía,  la  famosa  Laura,  de  quien  fué  pa- 
drino un  Guardia  de  Corps ,  hermano  de  la  señora  á  quien  su  ma- 
dre servia.  A  la  edad  de  siete  años ,  la  hija ,  piadosamente  ha- 
blando ,  del  estanquero  ó  tercenista ,  fué  enviada ,  á  expensas  de 
su  generoso  padrino ,  á  un  convento  de  Zaragoza ,  donde  hasta  los 
diez  y  seis  estuvo  recibiendo  una  educación  muy  superior  á  su 
clase  y  racionales  esperanzas ;  pero  de  la  cual  sólo  se  aprovechó 
en  cuanto  á  las  maneras  y  á  cierta  instrucción ,  pero  no  en  lo  esen- 
cial, que  fuera  en  la  moralidad  cristiana.  Murió  el  padrino,  de- 
jando á  su  ahijada  en  testamento  un  legado  harto  módico ,  tanto 
porque  el  testador,  segundón  de  casa  grande,  tenia  hijos  legí- 
timos ,  como  porque  su  caudal  era  en  realidad  muy  reducido.  Ha- 
llóse pues  Laura ,  de  suyo  ambiciosa ,  y  por  su  educación  ya  de  la 
esfera  de  sus  padres  alejada ,  á  la  edad  de  diez  y  seis  años  cumpli- 
dos ,  en  un  pueblo  de  Aragón ,  cuyo  corregimiento  era  de  los  de 
entrada,  y  reducida  á  vivir  y  ostentarse  exclusivamente  tras  el 
mostrador  del  estanco ,  donde  sus  blancas  manos  así  manejaban  el 
sucio  tabaco  Brasil  como  el  plebeyo  Virginia ,  y  cuando  no  median 
la  sal  para  el  puchero  de  los  pobres ,  pesaban  el  rapé  para  el  consu- 
mo de  ancianos,  viejas  y  beneficiados.  El  estanco,  sin  embargo,  era 
más  quizá  que  ahora  lo  es ,  antes  de  la  guerra  de  la  Independencia, 
el  sitio  privilegiado  de  reunión  para  los  desocupados ,  y  por  consi- 
guiente para  la  juventud  petimetre  ó  lechugina  del  país ;  como 
la  botica  para  la  gente  grave  y  machucha,  en  sus  ratos  de  ocio. 
Así  Laura ,  á  los  ocho  días  de  su  regreso  al  hogar  paterno ,  era  ya 
famosa  en  toda  la  comarca,  y  el  consumo  de  tabaco  en  el  paterno 
estanco  crecía  al  compás  mismo  que  la  fama  de  la  doncella. 
Poco  tardó  en  susurrarse  por  el  pueblo  que  el  Corregidor  mismo 
iba,  en  persona,  diariamente  á  proveerse  de  tabaco  de  hoja  para 
fumar  él ,  y  de  rapé  para  el  consumo  cuotidiano  de  las  enormes  y 
absorbentes  narices  de  una  tía ,  con  honores  de  abuela ,  que  le  go- 
bernaba la  casa.  El  hijo  del  alcalde,  robusto  mostrenco,  contra- 
tado con  la  heredera  de  un  propietario  rico  de  cierto  pueblecillo 
inmediato ,  diferia  su  casamiento ,  al  decir  de  los  escandalizados 
murmuradores  de  la  botica ,  solo  porque  de  la  linda  estanquera  es- 
taba locamente  prendado;  y,  en  suma,  todos  los  hombres,  mozos  y 
casados ,  jóvenes  ó  provectos ,  se  hacían  lenguas  de  Laura ,  y  todas 
las  mujeres,  sin   excepción  casi,   la  detestaban  en  el  pueblo. 


DE  ÜN  CORONEL  RETIRADO.  471 

L.  ¡Muy  enterado  está  V.,  mi  Brigadier,  de  esa  historia! 
B.  Como  que  una  parte  del  mayorazgo  de  mi  casa  está  encla- 
vada en  la  jurisdicción  del  pueblo  en  que  ella  fué  estanquera;  lo 
mismo  que  una  buena  porción  de  ;los  bienes  de  Piedrafirme,  mi 
paisano  y  muy  conocido.  A  poco  de  salir  yo  del  colegio,  hacia  el 
año  1805,  fui  con  Real  licencia  á  dar  una  vuelta  por  mis  fincas; 
y  en  la  consabida  villa  me  encontré  con  Piedrafirme ,  que  con  el 
mismo  fin  que  yo  lo  visitaba.  La  estanquerita  tenia  ya  diez  y  ocho 
años ,  y  preciso  es  confesar  que  era  una  perla  de  picante  hermosu- 
ra, de  gracia  provocativa  y  de  precoz  artificio. 

D.  ¿Saldremos  ahora  con  que  el  Sr.  Brigadier  fué,  acaso,  el 
Ataúlfo  de  la  dinastía  que  no  sé  si  habrá  terminado  en  su  digno 
Alférez? 

B.  No,  Duquesa,  no;  pero  debo  confesar  también  que  no 
tengo  yo  la  culpa.  La  muchacha  me  gustó  desde  que  la  vi ;  me 
gustó  tanto,  que  llegué  á  resignarme  hasta  á  fumar  el  insoporta- 
ble y  sucio  tabaco  Brasil ,  solo  por  comprárselo  á  ella ,  ó  más  bien 
por  ir  al  estanco ,  y  verla  y  requebrarla ,  y  lo  que  es  peor,  dejar- 
me capotear  como  un  recluta. 

D.     En  suma,  mi  pobre  amigo,  ¿Laura  le  dio  á  V.  calabazas? 

B.  ¡  A  la  cuenta  es  mi  sino !  Pero  lo  que  es  á  ella  se  las  agra- 
dezco con  toda  mi  alma. 

C .  \  Cómo !  ¿ Cree  V.  que,  si  le  hiciera  caso. . . . 

B.  Por  si  ó  por  no,  más  vale  que  no  me  lo  hiciera.  El  pobre 
Piedrafirme  no  comenzó  á  galantearla  con  más  serias  intenciones 
que  yo  ciertamente ;  pero  ella ,  que  ha  nacido  con  toda  la  astucia 
de  la  serpiente  misma  del  Paraíso,  desde  los  primeros  lances  echó 
de  ver  el  fondo  inagotable  de  candorosa  ternura  y  de  honrada 
credulidad  que  el  corazón  de  su  nuevo  adorador  atesoraba,  y  de- 
bió decir  para  su  capote:  «Este  es  el  hombre  que  me  conviene: 
»aqui  tengo  un  marido  como  lo  he  soñado;  y  cuésteme  lo  que  me 
» cueste,  yo  seré  su  esposa.» — Terminó  mi  licencia,  y  vineme  á 
Madrid,  donde  estaba  destinado,  y  donde  también  tardé  poco  en 
olvidarme  de  la  Estanquera  aragonesa.  Al  año  siguiente ,  comenzó 
á  decirse  y  murmurarse  entre  nosotros  que  Piedrafirme  se  queria 
casar  con  aquella  mala  pécora ;  poco  más  tarde ,  que  habia  pedido 
para  ello  Real  licencia,  y  que,  por  influjo  de  su  propia  familia,  en 
el  Estado  Mayor  general  del  arma ,  echaron  su  solicitud  bajo  la 
mesa.  x\si  las  cosas,  mi  administrador  en  el  pueblo  de  que  era  ter- 


472  MEMORIAS 

cenista  el  padre  de  Laura ,  escribióme  que  esta ,  con  escándalo  uni- 
versal ,  habia  desaparecido  del  mostrador,  de  su  casa  y  de  la  villa; 
y  que  de  público  se  decia  que  el  Capitán  Piedrafirme  se  la  habia 
llevado  á  Francia ,  consintiéndolo  ella ,  y  la  tenia  depositada  en  un 
convento  de  la  frontera.  Lo  sing-ular  del  caso,  supuesto  el  rapto, 
fué  que  los  padres  de  la  robada  Elena,  no  solamente  no  dieron 
paso  alguno  para  recobrarla  y  perseguir  al  presunto  raptor,  sino 
que ,  por  el  contrario,  habiendo  el  Corregidor  tratado  de  proceder 
de  oficio,  como  era  de  su  obligación,  removieron  los  tercenistas  cielo 
y  tierra,  hasta  lograr,  á  ruego  de  buenos ,  que  la  Justicia  hiciera, 
como  vulgarmente  se  dice,  la  vista  gorda  en  aquel  negocio. 

L.  Es  claro  que  esperaban  ver  á  su  hija  casada  como  nunca 
ellos  pudieron  soñarlo. 

B.  Tal  es  mi  opinión,  y  tal  debió  ser  el  propósito  de  los  ambi- 
ciosos estanqueros:  mas  dudo  mucho  que,  á  no  mediar  la  Revolu- 
ción, lo  hubieran  logrado.  La  familia  de  Piedrafirme,  importante 
en  Aragón  y  muy  bien  relacionada  en  Madrid ,  estaba  resuelta  á 
impedir  á  todo  trance  tan  desigual  y  desatinado  enlace;  y  es  proba- 
ble que  lo  consiguiera ,  si  todo  en  España  no  se  trastornara,  como 
se  trastornó  entonces. 

Piedrafirme,  que  fué  uno  de  los  oficiales  que  más  poderosamente 
contribuyeron  al  glorioso  primer  alzamiento  de  Zaragoza  contra  el 
Intruso ,  y  á  quien  la  Junta  allí  formada  hizo  de  un  golpe  Coro- 
nel, logró  fácilmente  de  ella  que,  en  nombre  del  Rey  cautivo,  le 
concediera  la  licencia  que  para  casarse  necesitaba ;  y  apenas  obte- 
nida, casóse  en  efecto  en  la  ciudad  misma,  donde  ya  Laura  estaba 
en  expectación  de  su  enlace. 

(7.  Yo  creo,  y  Dios  me  perdone  la  malicia ,  que  aquella  mujer, 
en  el  vicio  tristemente  precoz ,  llevó  al  pié  de  los  altares,  al  unirse 
con  Piedrafirme,  el  corazón  cuando  menos,  ya  por  el  adulterio 
gangrenado.  Carlos  era  entonces ,  como  Laura  con  verdad  se  lo  ha 
dicho  á  V.,  Lescura,  en  su  calumniosa  epístola,  un  hombre  real- 
mente seductor  en  todos  conceptos ;  uno  de  esos  hombres  como  los 
novelistas  de  talento  los  pintan,  las  mujeres  poéticas  los  sueñan,  y 
las  apasionadas  se  los  fingen  cuando  no  los  encuentran.  Piedra- 
firme,  en  cambio,  nada  tenia  de  romancesco:  vivia  y  amaba  en 
prosa  lisa  y  llana;  era  un  excelente  y  honrado  caballero,  «cortado, 
»como  de  intento,  para  marido;  pero  tan  incapaz  de  inspirar  una 
^violenta  pasión ,  como  de  satisfacer  las  ardientes  aspiraciones  de 


DE  UN  CORONEL  RETIRADO.  473 

»una  mujer  joven,  de  exaltada  fantasía  y  corazón  vehementisimo,» 
como  al  suyo  le  convino  llamar  á  la  romántica  Estanquera,  de  una 
de  cuyas  cartas  á  Guzman  he  tomado  el  retrato  de  su  esposo  que  V. 
acaba  de  oírme.  No  sé  cómo  Carlos  y  ella  se  conocieron;  lo  que 
me  consta  es  que  fué  durante  el  breve  plazo  que  medió  entre  la  lle- 
gada á  Zaragoza  de  Laura,  inmediatamente  después  del  alzamiento 
de  la  ciudad  heroica ,  y  la  celebración  de  su  matrimonio.  Carlos, 
que  tenia  poco  más  de  veinte  años,  y  quería  consolarse  de  mi 
supuesta  ingratitud ,  hallándose  con  que  una  mujer  realmente 
hechicera,  se  prestaba ,  ó  más  bien  se  brindaba  á  enjugar  sus  lá- 
grimas, dejóse  querer  fácilmente  ;  y  la  culpable  y  culpada  esposa 
de  Piedrafirme,  á  los  quince  días  de  serlo,  ya  tenía  un  amante  fa- 
vorecido. 

B.  Esa  es  una  de  las  muchas  verdades  inverosímiles  con  que 
en  la  vida  tropezamos,  y  que  en  los  libros  nos  parecen,  sin  em- 
bargo, absurdas.  No  trato  de  santificar  á  Carlos;  sólo  diré  que  po- 
cos, en  su  caso,  hubieran  resistido  á  la  tentación;  y  si  no,  dígalo 
este  mozo,  á  quien  esa  bruja,  con  sus  cuarenta  años  y  todo,  ha  he- 
cho casi  perder  el  juicio. 

D.  ¡Oh,  el  juicio  de  Lescura  es  tan  poco  seguro,  como  su  cora- 
zón fácilmente  inflamable! 

L.  ¡Y  V. ,  Duquesa,  siempre  conmigo  sin  misericordia!  Pero, 
poniéndome  á  un  lado  á  mí,  voy  á  permitirme  una  observación  respecto 
al  Sr.  D.  Carlos,  cuyo  proceder  en  aquel  lance,  con  sujefeya7HÍgo, 
casi  con  sn protector,  siento  decirlo,  pero  no  me  parece  muy 

B.  ¡Alto,  niño!  ¡alto!  Piedrafirme  no  evájefe,  mamigo,  nipro- 
tector,  ni  apenas  conocido  de  Carlos  de  Guzman,  cuando  la  ex- Estan- 
quera le  prendió  en  sus  redes.  Durante  el  sitio,  al  frente  del  enemigo, 
y  en  presencia  de  la  muerte,  por  decirlo  así,  fué  cuando  se  conocie- 
ron y  trataron  aquellos  dos  hombres ,  entre  quienes  puso  el  Diablo 
mismo  al  más  temible  de  sus  ministros ,  en  la  artificiosa  Laura  per- 
sonificado. Sí  Piedrafirme  tenia  el  valor  tranquilo  del  jefe  que,  al 
estruendo  del  cañón,  ha  de  juzgar  sereno  y  resolver  oportuno; 
Carlos  era  el  paladín  aventurero,  amante  del  peligro,  y  que  al  eje- 
cutar con  puntualidad  la  orden  recibida,  encontraba  siempre  oca- 
sión de  señalar  su  heroico  ardimiento.  Distinguirse  por  valiente  en 
Zaragoza,  es  siempre  difícil ,  y  era  entonces  casi  imposible;  por- 
que, donde  hay  mujeres  que  sustituyen  al  lado  y  en  servicio  del 
canon,  al  esposo  ante  sus  ojos  muerto,  ó  al  hijo  á  sus  pies  mori- 

TOMO  III.  31 


474  MEMORIAS 

bundo,  ¿qué  diablos  ha  de  hacer  un  hombre  para  señalarse^  Car- 
los, sin  embargo,  en  aquel  memorable  sitio  hizose  inmensamente 
popular  por  su  valor  caballeresco,  por  su  simpático  carácter,  por 
su  generosidad  con  el  enemigo,  una  vez  puesto  fuera  de  combate, 
y  por  su  ternura  con  las  ajenas  desdichas.  Sucedió,  pues ,  muy  na- 
turalmente que  Piedrafirme ,  á  cuyas  órdenes  hubo  Guzman  de 
combatir  repetidas  veces,  comenzando  por  distinguirle  y  ascen- 
derle como  oficial  de  relevante  mérito,  acabara  por  estimarle  y 
quererle  entrañablemente.  Añada  V.  á  eso  la  influencia  de  Laura, 
á  su  manera,  pero  realmente  de  Carlos  apasionada;  y  comprenderá 
cómo  el  marido,  apenas  en  justa  recompensa  de  sus  servicios  á 
General  promovido  por  la  Junta,  nombró  su  Edecán  al  amante  de 
su  mujer,  y  este  no  pudo  excusarse  de  aceptar  el  cargo,  por  más 
que  le  repugnara. 

C.  En  honor  de  la  verdad,  debo  decir  que  Carlos  me  ha  ase- 
gurado que  su  conciencia  se  rebeló  desde  luego  contra  la  más 
que  falsa  posición  en  que  llegó  á  encontrarse ;  añadiendo  que, 
desde  el  momento  mismo  en  que  entró,  por  decirlo  asi,  á  ser 
.  parte  de  la  casa  de  su  General ,  sus  relaciones  con  Laura  degene- 
raron en  una  cosa  parecida  á  las  del  galeote  con  su  cadena,  que 
continuamente  maldice ,  y  de  que ,  sin  embargo,  no  halla  manera 
de  desprenderse.  Sin  embargo,  cuando  yo  fui  en  1810  á  Francia, 
duraban  todavia  aquellas  relaciones ,  si  bien  malas  lenguas  pre- 
tendían que  la  protección  del  Mariscal  Lannes  primero,  y  más 
tarde  la  de  algún  otro  personaje  de  la  corte  napoleónica,  no  fueron 
para  Laura  beneficios  simples,  ni  mucho  menos. 

Y  ahora  volvamos  á  mi,  que  en  Madrid,  creyéndome  vendida, 
y  sabiéndome  reemplazada 

L.     ¿Cómo  pudo  V.  saberlo,  Condesa? 

O.  Por  Gervasio.  — Los  franceses  tenian  sus  espias  en  Zara- 
goza, comprados  á  peso  de  oro,  y  el  secretario  de  mi  padre,  que 
era  el  director  civil  de  aquellos  miserables ,  estaba  al  tanto  de  todo 
lo  que  en  la  ciudad  ocurría,  no  solo  de  militar  y  político,  sino  de 
la  crónica  escandalosa  misma,  al  menos  en  lo  relativo  á  Carlos. 
Durante  el  sitio,  Gervasio  hizo  más  de  un  viaje  oficial  al  campa- 
mento francés,  y  á  su  regreso  no  dejaba  nunca  de  enterarme,  con 
cruel  minuciosidad,  de  lo  enamorado  que  Guzman  estaba,  y  de  lo 
bien  que  Laura  le  correspondía.  Yo  creo  que ,  en  ese  punto,  mi  pa- 
dre y  él  estaban  de  acuerdo;  porque  ya  entonces  entraba  en  las; 


DE  UN  CORONEL  RETIRADO.  4!?^ 

miras  del  ponde  casarme,  en  su  dia,  con  alguno  de  los  advenedi- 
zos, por  Napoleón  á  las  más  altas  dignidades  oficiales  elevados.  En 
todo  caso,  y  respecto  á  Carlos ,  la  verdad  estaba,  por  desdicha  mia, 
de  parte  del  Conde  y  su  secretario.  Hablarme,  sin  embargo,  no 
diré  de  amores,  pero  ni  de  matrimonio  por  razón  de  estado,  era 
completamente  inútil  entonces;  y  si  hien, por  miedo,  no  osaba  re- 
plicarle nunca  á  mi  padre ,  manteníame  resuelta  á  no  ser  en  nin- 
gún caso  más  que  de  aquel  á  quien  mi  corazón  habia  entregado  al 
S9.1ir  de  la  infancia,  y  que,  infiel  ó  leal,  en  él  sin  rivales  imperaba. 
Callaba  pues ,  importándome  poco  que  mi  silencio  se  interpretara 
como  tácito  consentimiento;  y,  á  no  provocar  con  inútiles  réplicas 
domésticas  tempestades ,  ayudábanme  los  sanos  consejos  y  pruden- 
tes reflexiones  de  Mme.  de  Saint-Sernin ,  señora  de  quien  Laura 
habla  también  en  su  carta  á  Lescura.  El  Caballero  de  Saint-Sernin 
era  hijo  tercero  de  un  Marqués  del  mismo  nombre,  y  estaba  toda- 
vía educándose  eu  un  colegio  al  estallar  en  Francia  la  Revolución. 
Emigró  su  padre,  con  la  prisa  de  quien  trata  de  salvar  la  vida,  y 
hallóse  el  pobre  muchacho  á  los  quince  ó  diez  y  seis  años  de  su 
edad ,  sin  familia  ni  fortuna ,  y  con  el  estigma  en  la  frente  de  una 
raza  entonces  proscrita ,  solo  en  medio  de  la  Francia  por  la  fiebre 
revolucionaria  devorada.  Las  ideas  de  la  época  habían,  sin  em- 
bargo, invadido  la  conciencia  del  joven  aristócrata;  y,  como  eran 
harto  débiles  los  vínculos  que  le  unian  á  su  familia,  con  la  cual 
apenas  habia  vivido  más  tiempo  que  el  breve  que  medió  desde  sa- 
lir de  los  brazos  de  la  nodriza  á  ser  entregado  á  la  férula  del  Di- 
rector ( eclesiástico  por  de  contado)  de  un  colegio,  negóse  resuelta- 
mente á  emigrar  como  se  lo  propuso  no  sé  qué  pariente  lejano. 
De  Saint-Sernin ,  no  obstante,  nada  tenia  de  terrorista,  antes  abo- 
minaba la  guillotina  y  á  sus  proveedores;  y  como,  por  otra  parte, 
carecía  absolutamente  de  recursos  para  subsistir,  comprende- 
rán VV.  bien  que  sentara  plaza,  como  lo  hizo,  en  un  batallón  de 
voluntarios,  de  los  muchos  que  se  enviaron  á  las  fronteras  de 
Francia ,  por  todo  el  resto  de  Europa  amenazada ,  ó  efectivamente 
invadida.  Cuando  el  joven  General  Bonaparte  tomó  el  mando  del 
ejército  de  Italia,  de  Saint-Sernin  era  Teniente  de  infantería;  al 
firmarse  el  tratado  de  Campo  Formío,  Comandante  de  batallón; 
la  exaltación  al  Solio  Imperial  del  nuevo  César  hízole  pasar  de  Co- 
ronel á  General  de  Brigada  y  á  España  vino  ya  General  de  Divi- 
sión, mandando  una  de  las  del  ejército  invasor. 


476  MEMOBIAS 

L.     \  Rápida  fué  su  carrera ! 

B.  Dé  V.  el  consumo  de  Generales  y  tropa  que  hacían  los  ca- 
ñones del  mundo  entero ,  haciendo  continuamente  fuego ,  á  todo 
tirar,  y  comprenderá  que,  con  solo  no  tener  asco  á  las  balas  y  sí  la 
fortuna  de  no  hallarse  en  la  trayectoria  de  ninguna  de  ellas ,  no 
era  muy  difícil  ascender  en  aquella  época. 

Q .  La  esposa  de  Saint-Sernin  procedía  también  de  una  de  las  fa- 
milias aristocráticas  por  la  revolución  arruinadas.  Habíanse  casado 
por  amor  pura  y  simplemente ,  cosa  en  Francia  no  muy  común  en 
las  altas  clases ,  ni  aun  en  las  meramente  acomodadas ;  pero ,  sea 
como  quiera,  amábanse  tan  de  veras  como  sin  afectación,  aquellos 
dos  esposos ,  y  vivían  en  íntima  y  plácida  unión ,  sin  más  pena 
doméstica  que  la  de  no  haberles  concedido  sucesión  el  Cielo.  De 
esa  privación ,  empero ,  consolábales  la  idea  de  que  ella  les  con- 
sentía no  separarse  casi  nunca ,  ó  al  menos  que  la  mujer  no  estu- 
viese jamás  muy  distante  del  punto  en  que  su  marido  al  frente  de 
su  División  operaba. — La  casualidad  quiso  que,  en  un  momento  en 
que  en  Madrid  se  aglomeraron  fuerzas  francesas  tan  considerables, 
que  hubo  necesidad  de  alojarlas  en  las  casas  de  todos  los  vecinos, 
sin  excepción  de  ning'un  género,  nos  destinasen  á  nosotros  á  Saint 
Sernin  y  á  su  mujer  que  le  acompañaba.  Mi  padre ,  á  pesar  de  su 
afrancesamiento  ,  no. acogió  sin  repugnancia  tales  huéspedes,  y  yo, 
que  era  patriota,  dejo  á  la  consideración  de  VV.  con  qué  placer  los 
vería  entrársenos  por  las  puertas,  con  todo  su  tren  de  ayudantes,  or- 
denanzas, acémilas  y  caballos.  Cedímosles  el  piso  bajo  entero,  con 
su  cocina  y  todo,  y  el  primer  día  permanecimos  en  perfecta  incomu- 
nicación con  ellos;  pero  al  segundo,  el  General  y  la  Generala  envia- 
ron á  preguntar  cuándo  podrían  tener  el  honor  de  presentarnos  sus 
respetos,  y  no  hubo  más  arbitrio  que  bajar  padre  é  hija  á  visitarlos. 
Puestos  así  en  contacto ,  la  antipatía  desapareció  inmediatamente, 
y  al  tercer  día  la  estimación  recíproca  la  había  reemplazado. 

Saint-Sernin  tnvo  que  salir  á  poco  al  frente  de  su  División,  con 
destino  que  no  le  permitía  llevar  ásu  mujer  consigo.  Preguntónos  si 
no  habría  algún  Mtel  (fonda)  en  la  Corte,  donde  la  Generala  pu- 
diese alojarse  convenientemente ,  y  echámonos  á  reír;  porque  las 
fondas  de  Madrid  eran  entonces  infinitamente  menos  en  número  y 
mucho  más  vitandas  que  las  pocas  y  no  buenas  que  en  la  actuali- 
dad (1830)  tiene. 

Poner  casa ,  aunque  sea  militarmente ,  no  es  cosa  tampoco  que 


DE  UN  CORONEL    RETIRADO.  477 

se  hace  de  la  noche  4  la  mañana;  y,  por  tanto  el  General  francés 
consintió  con  gratitud  en  que  su  mujer  se  quedase  con  nosotros, 
como  se  lo  propusimos  muy  sincera  y  cordialmente. 

Así  nació  una  amistad  que  la  muerte  sola  ha  disuelto. 

Carolina  (que  asi  se  llamaba  Mme.  de  Saint-Sernin)  era,  cuando 
yo  la  conocí,  una  mujer  de  treinta  años,  bien  educada,  de  juicio 
recto,  mediano  entendimiento,  poca  fantasía,  y  más  piadosa  que 
devota.  Como  los  espacios  imaginarios  para  ella  no  existían ,  la 
vida  práctica  con  todo  su  prosaísmo  era  su  elemento  natural;  y  así 
comprendía  que  á  las  conveniencias  sociales  se  faltara  en  pro  de 
románticas  aspiraciones,  como  que,  sin  proceder  del  Nuncio  de  To- 
ledo, emprendiese  nadie  un  viaje  á  la  luna. 

D.     Vamos ,  era ,  como  yo ,  una  pobre  mujer  en  prosa. 

G .  En  tal  caso,  hay  entre  la  tuya  y  la  de  la  francesa  lo  que  va 
de  la  magnífica  de  Cervantes  á  la  más  que  modesta  del  Diario  de 
Avisos. 

D.     Muchas  gracias  por  el  cumplimiento,  y  prosigue. 

C.  Carolina ,  sin  embargo  de  su  falta  de  poesía ,  era  buena  y 
compasiva,  y,  sobre  todo,  muy  celosa  defensora  de  los  fueros  é  in- 
munidades de  nuestro  débil  sexo;  prendas  que,  unidas  al  gran 
cariño  que  me  tenia  y  demostraba  con  la  efusión  un  tanto  dramá- 
tica á  su  país  peculiar,  tardaron  poco  en  hacerla  dueño  de  todos 
mis  secretos.  Constituyóse,  por  ende,  más  en  mi  enfermera  que  en 
mi  confidente,  no  contradiciéndome  nunca,  y  evitándome  con  fre- 
cuencia ya  acometer,  ya  realizar  proyectos  quiméricos  unos ,  te- 
merarios otros,  y  aventurados  todos.  Su  lenguaje  conmigo  no  era 
el  del  filósofo  que  moraliza ,  sino  el  del  práctico  que  señala  los  es- 
collos que  la  ciencia  no  sabe  adivinar,  bajo  la  pérfidamente  tran- 
quila superficie  de  las  aguas.  Sus  procederes  para  calmarme ,  más 
los  empíricos  que  la  experiencia  aconseja  á  la  hermana  de  la  Cari- 
dad ,  que  los  teóricos  que  el  estudio  sugiere  al  médico  especula- 
tivo. En  suma:  Carolina  me  trataba  como  una  nodriza  discreta  y 
hábil,  á  la  criatura  indócil  é  impetuosa;  que  contrariar  de  frente 
no  es  posible  sin  exponerla,  tal  vez,  á  graves  accidentes.  A  ella  le 
debí  el  primer  rayo  de  esperanza  que  iluminó  las  tinieblas  de  mi 
dolor  después  de  la  infidelidad  de  Carlos;  su  voz  fué  la  primera 
que  hizo  resonar  en  mis  oídos  las  dulces  palabras  de  perdón  y  re- 
conciliación'^ y  su  prudencia,  también,  la  que  me  sugirió  la  idea  de 
poner  siempre  en  duda  cuanto  del  infame  Gervasio  procediera. 


478  MEMORIAS 

Así  las  cosas,  en  cuanto  á  mí  particularmente ,  y  en  gravísima 
perturbación  las  públicas  en  España ,  ya  vencida  la  primera  mitad 
del  décimo  año  de  este  siglo  ocurriósele  á  mi  padre ,  y  voy  á  ex- 
plicar por  qué ,  la  idea  de  enviarme  á  Francia  en  compañía  de  Ca- 
rolina de  Saint-Sernin,  á  quien  su  marido  creyó  también  prudente 
alejar  del  teatro  de  la  guerra. 

Napoleón  y  su  hermano  José  estaban  á  la  sazón  en  discordia, 
porque  aquel  se  obstinaba  en  atribuir  al  Rey  de  su  hecbura  la 
culpa  de  la  tenaz  resistencia  que  los  españoles  oponían  á  sus  armas 
en  todos  los  demás  países  victoriosas;  y,  ásu  vez,  el  improvisado 
Monarca  decía  que  la  insaciable  codicia ,  la  crueldad  despiadada  y 
la  prepotencia  insolente  de  los  Mariscales  del  Emperador,  eran 
otros  tantos  estímulos  al  orgullo  ofendido  de  nuestra  patria ,  para 
que  prefiriese  una  guerra  de  exterminio  á  soportar  ni  un  solo  ins- 
tante el  aborrecido  yugo  extranjero.  En  parte  los  dos  hermanos 
tenían  razón :  en  el  fondo  entrambos  desconocían,  ó  afectaban  des- 
conocer, que  tan  poco  hubiera  aprovechado  la  blandura  como  el 
rigor,  para  que  el  pueblo  que  siete  siglos  de  continuo  supo  luchar 
contra  los  árabes  hasta  obligarles  á  volver  á  sus  desiertos ,  acep- 
tase nunca  la  dominación  extranjera.  Dios  ha  hecho  de  España 
una  nación  independiente,  y  contra  los  decretos  del  Altísimo,  no 
prevalecerán  nunca  las  ambiciones  de  los  hombres  por  poderosos 
que  sean. 

D.     ¡Bien  dicho  y  mejor  sentido,  Cecilia  mía! 

C .  La  preocupación  misma  del  deseo,  que  á  su  conveniencia 
suele  pintárselo  todo  á  los  ambiciosos ,  tuvo  que  comenzar  á  ren- 
dirse, ya  antes  de  mediado  el  año  de  1810,  á  la  evidencia  de  los 
hechos.  Trescientos  mil  hombres  de  las  mejores  tropas  del  mundo, 
mandados  por  los  más  hábiles  Lugar-tenientes  del  primer  Capitán 
que  acaso  recuerda  en  sus  páginas  la  historia ,  y  que  en  batalla 
campal  casi  siempre  vencían  á  nuestras  bisoñas  huestes;  no  podían, 
sin  embargo,  someter  á  su  dominación  más  espacio  que  el  que  ma- 
terialmente ocupaban ,  y  en  el  cual  mismo ,  ni  un  instante  de  re- 
poso les  dejaban  nuestras  activas  y  numerosas  Guerrillas.  Donde  un 
español  caía  muerto  por  bala  francesa,  surgían  otros  ciento  al  mar- 
tirio indiferentes  y  á  la  lucha  sin  cuartel  apercibidos.  Si  las  tropas 
nacionales  vencían  en  una  escaramuza  cualquiera,  la  victoria,  por 
insignificante  que  fuese,  tomaba  las  proporciones,  para  el  pueblo  y  su 
entusiasmo,  de  un  triunfo  definitivo.  Y  silos  patriotas  eran  vencidos, 


DE  UN   CORONEL  RETIRADO.  479 

un  estoico  ¡No  importa!  repetido  de  boca  en  boca,  y  que  unísonos 
reproducían  simultáneamente,  asi  los  ecos  del  Pirineo  como  los  de 
Calpe  y  Avila ,  era  la  voz  de  apellido  para  que  á  los  restos  de  los 
derrotados  se  unieran  nuevos  campeones  de  la  independencia,  más 
ganosos  que  antes  de  guerra  y  batalla. — Los  afrancesados  eran  á 
cara  descubierta  escarnecidos ,  aun  allí  donde  las  bayonetas  fran- 
cesas los  protegían ;  los  patriotas  encontraban  asilo  seguro  y  pro- 
tección simpática,  en  los  tribunales  mismos  del  Rey  intruso: 
y,  en  desacuerdo  aquel,  como  he  dicho,  con  su  terrible  hermano  el 
Emperador,  el  éxito  de  aquella  guerra  que ,  en  ley  de  cálculo,  de- 
biera presumirse  al  usurpador  favorable,  presentíalo ,  por  el  con- 
trario ,  para  él  adverso  el  sentimiento  público ,  no  menos  entre  los 
buenos  que  entre  los  malos  españoles,  y  aun  entre  los  franceses 
mismos.  Por  eso  el  General  de  Saint-Ser nin  se  decidió  enviar  á 
Francia  á  su  esposa,  y  dispuso  mi  padre  que  yo  con  ella  marchara. 

Fuimos,  en  efecto,  á  establecernos,  por  razones  de  economía  y 
de  decoro ,  no  á  París ,  sino  á  un  pueblecillo  distante  de  aquella 
capital  dos  leguas  muy  cortas  al  Norte ,  y  poco  más  de  media  del 
de  Montmorency,  donde  á  la  sazón  residían  el  General  Piedrafirme, 
su  mujer  y  Carlos. 

D.  ¿No  se  llamaba  y  se  llama  Pierrefite,  el  pueblo  en  que  os 
establecisteis? 

C.  Ese  es  su  nombre.  Poseía  en  él  una  modesta,  pero  cómoda  y 
pintoresca  quinta  de  las  que  en  aquel  país  se  llaman  Chateaux,  el 
General  Saint-Sernin ;  y  ya  sabes ,  Cecilia ,  que  al  fallecimiento 
de  Carolina ,  que  sobrevivió  pocos  meses  á  su  marido ,  muerto  en 
Watterlóo,  compré  yo  á  sus  herederos  aquella  finca,  que  tiene  para 
mí  imperecederos  recuerdos. 


Patrício  de  la  Escosura. 


(iSe  continuará.) 


REVISTA  POLÍTICA. 


INTERIOR. 

Los  dias  se  suceden  á  los  dias,  los  meses  á  los  meses.  No  puede  decirse 
que  el  Sr.  Marqués  de  Orovio  se  entregue  á  un  dolce  far  nieilte  incom- 
prensible ,  pues  sus  amigos  consideran  con  razón ,  como  relevante  prueba 
de  su  inteligente  celo,  la  Real  orden  sosteniendo  el  registro  interior  y  la 
que  prohibe  la  venta  al  pormenor  de  toda  clase  de  tabaco,  en  dependencias 
que  no  sean  del  Estado.  Más  de  cualquier  modo,  es  lo  cierto  que  aún  no 
ha  aparecido  ninguna  de  las  trascedentales  medidas  que  anunciaron  los 
órganos  oficiosos  del  Ministerio,  al  terminarse  las  tareas  parlamentarias. 

Si  la  consecuencia  es  un  mérito,  j  una  garantía  de  acierto  la  entereza  en 
la  ejecución,  pocos  Gobiernos  habrán  existido  en  la  historia  tan  dignos  de 
laureles  como  el  que  dirije  hoy  los  negocios  públicos.  Inspirados  los  actua- 
les Consejeros  de  la  Corona,  desde  su  exaltación  al  poder,  en  el  espíritu  de 
la  constitución  interna  del  país,  las  medidas  adoptadas  en  administración, 
como  en  política,  como  en  instrucción  pública ,  como  en  hacienda ,  tienden 
de  la  manera  más  armónica  imaginable ,  á  resucitar  por  completo  la  flo- 
reciente naturaleza  de  la  nación  española ,  decaída  y  marchita  sin  duda, 
por  las  inconvenientes  alteraciones ,  que  en  su  manera  de  ser,  han  hecho 
las  reformas  llevadas  á  cabo  por  el  maléfico  influjo  de  las  ideas  modernas. 

Enemigo  el  Gobierno  de  la  revolución  doctrinal ,  si  bien  conoce  que 
los  males  presentes  tienen  su  origen  en  las  ideas  modernas  venidas  del 
extranjei'o ,  defiende  y  practica ,  según  declaración  del  más  autorizado  de 
sus  órganos ,  el  sistema  representativo ,  pero  en  los  límites  de  lo  posible  y 
no  en  el  terreno  de  lo  ideal  é  impracticable.  Un  sistema  representativo, 
como  si  dijéramos  á  la  española,  tal  vez  llamado  á  probar  con  su  excelen- 
cia que  nos  ha  cabido  la  gloria  de  enmendar  la  plana  á  todos  los  filósofos, 
publicistas  y  hombres  de  Estado  de  las  naciones  cultas. 

Teniendo  en  cuenta  estas  consideraciones ,  hemos  leído  con  avidez  un 
artículo  publicado  en  uno  de  los  periódicos  más  importantes  de  provin- 
cias ,  artículo  que  lleva  la  firma  de  una  persona  ilustrada  y  que  toca ,  en 


EEVISTA    POLÍTICA    INTERIOB.  481 

nuestro  sentir,  el  corazón  de  la  gran  cuestión  política ,  que  bajo  una  apa- 
rente calma  se  agita  de  nuevo  en  el  seno  de  la  sociedad  española. 

Dice  el  artículo  á  que  nos  referimos,  discurriendo  su  autor  sobre  el  pro- 
greso en  España : 

«  Supongamos  por  un  momento ,  que  no  han  existido  las  causas  que  re- 
"tardaron ,  impidieron  ó  repelieron  el  progreso  en  nuestro  país.  Heclia 
«mentalmente  esta  abstracción ,  trasladémonos  á  la  época  en  que  terminó 
))la  guerra  civil  dinástica,  y  contemplemos  el  cuadro,  siquiera  sea  de  fan- 
))tasia ,  que  indudablemente  se  hubiera  ido  dibujando ,  j  hoy  seria  asunto 
»real  j  tangible  para  la  generación  presente. 

"Supongamos  que  las  masas  de  soldados  que,  en  uno  j  otro  bando, 
«emplearon  su  juventud  y  energía  en  destruir,  truecan  el  fusil  por  la  es- 
»teva  y  se  ocupan  en  producir,  crean  nuevas  familias  y  se  convierten  en 
«elementos  de  paz,  de  orden  y  de  riqueza. 

Y  luego  añade  el  articulista  :  «  supongamos  que  los  partidos ,  entrando 
))de  buena  fé  en  la  vida  constitucional,  después  de  luchar  en  las  urnas  con 
»todas  sus  fuerzas,  pero  legalmente ,  hubiesen  sabido  resignarse  á  la  der- 
«rota,  y  esperar  sin  ira  ni  desaliento  el  triunfo  futuro  de  sus  ideas,  ¡cuan 
"diverso  seria  entonces  el  estado  de  la  nación  española! » 

Aumenta  la  importancia  de  estas  consideraciones ,  su  coincidencia  con 
frases  entusiastas  de  otro  periódico,  verdadera  Pitonisa  del  Gabinete,  en 
cujas  autorizadas  declaraciones  hay  que  buscar,  como  en  termómetro 
seguro ,  los  grados  de  calor  que  se  respiran  en  la  atmósfera  ministerial. 
Cree  también  este  órgano  oficioso  del  Gobierno  que  debe  buscarse  la 
causa  generatriz  de  cuanto  en  esta  nación  pasa,  en  la  inexplicable  y  poco 
patriótica  conducta  de  los  partidos  liberales ,  que  han  obligado  á  los  Go- 
biernos desde  1835  hasta  nuestros  dias,  á  sostener  enérgicas  luchas  en  defensa 
del  orden  público ,  próximo  siempre  á  perturbarse  por  la  acción  apasionada 
y  poco  patriótica  de  aquellas  fuerzas  políticas.  Si  el  sistema  representativo 
no  ha  dado  en  España  los  buenos  resultados  que  en  otros  países,  responsa- 
bilidad es  de  los  partidos  militantes.  No  vamos  á  escribir  la  defensa  de 
ninguna  parcialidad  pohtica ,  ni  es  esa  la  misión  de  una  Revista ,  ni  este 
seria  el  momento  más  oportuno  para  hacerlo ,  ni  para  ello  tenemos  auto- 
rización ni  títulos;  pero  celosos  defensores,  así  del  sistema  parlamentario, 
como  de  las  condiciones  de  carácter  del  pueblo  español ,  un  sentimiento  de 
patriotismo  nos  mueve  á  volver  los  ojos  á  la  historia  para  ver  si  encontramos 
en  ella  la  negativa  ó  la  confirmación  de  tan  desgarradoras  aseveraciones. 

Dice  M.  Prevots -Paradol  en  su  último  libro:  «El  mecanismo  del  Go- 
» bierno  parlamentario  es ,  sin  duda ,  el  más  sencillo  y  el  más  eficaz  para 
» dirigir  los  negocios  de  un  pueblo  libre ;  pero  cuanto  más  sencilla  es  una 
» máquina ,  más  fácil  es  destruirla  si  se  desconocen  los  elementos  esencia- 


482  REVISTA    POLÍTICA 

»les  de  su  mecanismo.  ¿Qué  haj  más  sencillo,  añade  el  escritor  francés, 
«que  un  carro  de  dos  ruedas?  Pues  atad  una  de  sus  ruedas  al  eje  del  car- 
))ro.  ¿Andará,  por  ventura?» 

La  comparación ,  en  nuestro  juicio,  no  puede  ser  más  exacta.  En  los  paí- 
ses constitucionales  el  poder  ejecutivo  j  el  Parlamento ,  son ,  siguiendo  el 
símil ,  las  dos  ruedas  del  carro  gubernamental.  Suprimid ,  debilitad ,  entor- 
peced siquiera  una  de  las  ruedas ,  j  por  grandes  j  sólidas  cualidades  que 
tenga  la  otra,  el  movimiento  será  punto  menos  que  imposible. 

¿Pero,  es  sólo  en  España  donde  la  falta  de  armonía  entre  ambos  poderes 
ha  producido  los  males  que ,  en  nuestro  sentir ,  sin  razón  achacan  ciertos 
escritores  á  la  índole  misma  de  las  instituciones?  Siempre  que  se  habla  de 
Gobierno  representativo  se  vuelve  instintivamente  la  vista  á  Inglaterra :  la 
historia  del  pueblo  inglés  es  la  historia  de  las  libertades  modernas. 
¿Por  cuántas  vicisitudes  j  combates  no  ha  atravesado  la  Gran-Bretaña, 
mientras  el  poíer  ejecutivo  j  legislativo  no  vivieron  en  armonía?  ¿Qué  in- 
teligencia medianamente  versada  en  historia  desconoce  las  luchas  que  sos- 
tuvo el  Largo  parlamento,  en  cujas  agitadas  convulsiones  se  confirman 
la  mayor  parte  de  las  garantías  de  que  hoj  disfruta  el  pueblo  inglés?  Era 
otra ,  por  ventura ,  de  la  que  es  ho  j  ,  la  raza  que  habitaba  las  islas  britá- 
nicas en  los  siglos  XVI  j  XVII?  Allí  existían  de  muj  antiguo  las  dos  rue- 
das del  Gobierno  representativo ;  ja  en  la  carta  magna  j  en  la  petición  de 
derechos  se  establece  el  sistema  parlamentario.  Los  tres  principios  funda- 
mentales de  que  el  poder  ejecutivo  no  puede  establecer  ninguna  lej  sin  el 
consentimiento  del  Parlamento ;  ni  imponer  sin  la  aprobación  del  mismo 
Cuerpo  contribución  alguna;  ni  ejecutar  ningún  acto  de  gobierno  sin  suje- 
ción á  las  le  jes,  son  axiomas  constitucionales,  que  han  vivido  en  Inglater- 
ra á  través  de  los  siglos,  j  cujo  origen,  asegura  Maculaj,  se  pierde  en  la 
noche  délos  tiempos.  Esto,  no  obstante,  ¿ha  pasado  pueblo  alguno  del 
continente,  si  se  exceptúan  los  meses  del  terror  de  la  Revolución  francesa, 
por  vicisitudes  más  peligrosas  que  el  pueblo  inglés  ?  La  Gran-Bretaña  ha 
sido  teatro  de  revoluciones  que  han  tenido  un  fin  sangriento;  por  el  suelo  de 
Inglaterra  ha  pasado  el  despotismo,  la  anarquía,  la  república,  la  dictadura, 
el  militarismo  en  su  forma  más  grosera.  SiMonk  no  hubiese  convocado  las 
Górtes  Constitujentes,  que  trajeron  la  Restauración,  LambertDesborough, 
Harrison  y  los  demás  jefes  del  ejército  hubiesen  adelantado  en  el  mundo  el 
repugnante  espectáculo  que  han  dado  luego  las  Repúblicas  de  América.  Allí 
se  han  destrozado  los  Caballeros  j  los  Cabezas- redondas  apelando  á  todos 
los  medios  imaginables  para  exterminarse ;  alh  se  ha  aplicado  el  derecho 
penal  en  su  más  bárbara  rudeza;  allí  han  existido  la  Cámara  Estrellada,  la 
Alta  comisión  j  el  Consejo  de  York,  instituciones  de  memoria  tristísima 
¿Quién  ha  leído  sin  asombro  el  novelesco  relato  de  las  sublevaciones  j 
asesinatos  de  Escocia?  ¿Dónde  ha  sido  más  brutal  el  fanatismo  religioso? 


INTERIOR.  483 

Ni  los  sucesos  de  la  Saint- Barthelemy  pueden  compararse  con  los  asesi- 
natos jurídicos  de  Inglaterra;  en  Francia  eran  partidos  que,  más  ó  menos 
protegidos  por  las  circunstancias,  se  degollaban;  en  Inglaterra  morían  los 
inocentes  católicos  victimas  de  infames  delaciones  á  manos  de  un  tribunal 
irrisorio  y  vendido  á  las  pasiones  más  inmundas.  ¿Qué  país  presenta  en  su' 
historia  un  personaje  como  Titus  Oates,  ni  un  populacho  tan  depravado 
como  el  que  daba  crédito  j  tributaba  aplausos  á  sus  calumnias?  ¿Está 
exenta  la  historia  de  Inglaterra  de  tumultos  y  motines  promovidos  por 
aspirantes  al  trono?  ¿La  conspiración  Whig,  á  cuyo  frente  estaba  Mon- 
month ,  no  costó  la  vida  á  Essex,  á  Russell  y  á  Sidney ,  considerando  los 
ingleses  desde  entonces  á  estos  dos  últimos  como  mártires  de  la  libertad? 

¿No  han  tenido  lugar  en  Inglaterra,  á pesar  de  su  antigua  organización 
aristocrática  militar  y  civil ,  destituciones  en  masa  de  nobles  funcionarios 
que  figuraban  al  frente  de  la  Administración  y  del  ejército?  ¿A  qué  con- 
flictos no  dio  lugar  el  intento  de  abolir  los  privilegios  de  las  Universida- 
des? ¿Han  olvidado,  por  ventura,  los  habitantes  de  la  capital  del  Reino 
unido  la  noche  irlandesa?  No  ha  encontrado  en  la  culta  Albion  menos  obs- 
táculos queen  los  demás  pueblos  de  Europa  la  libertad  del  pensamiento:  la 
Iglesia  oficial  ha  perseguido  con  rigor  esta  libertad  en  raalerias  religiosas, 
y  el  Estado  la  ha  reprimido  con  mano  fuerte  en  materias  políticas ,  consi- 
derando la  Autoridad  por  mucho  tiempo  la  libre  discusión  como  contraria 
á  su  derecho  soberano.  La  Reina  Isabel  otorgó  el  privilegio  de  imprimir 
tan  sólo  á  Londres,  Oxford  y  Cambridg-e;  el  primer  periódico  inglés  apa- 
rece bajo  el  reinado  de  Jacobo  I,  época  bien  poco  afortunada  para  la  pren- 
sa. La  censura,  la  Cámara  estrellada,  la  Torre,  la  picota,  la  mutilación, 
la  marca,  imponían  silencio  á  la  discusión  política,  y  la  prensa  encadenada 
y  envilecida  se  refugiaba ,  como  siempre  sucede ,  en  las  groseras  licencias 
de  la  clandestinidad  :  Scroggf  y  Jeffreys  dejaron  una  memoria  tan  poco 
envidiable  como  eterna :  se  castigaba  rudamente  á  los  eclesiásticos  que  pu- 
blicaban sus  ideas,  álos  periodistas,  y  se  dio  hasta  el  caso  de  que  un  es- 
critor muriese  apaleado.  Cuanto  más  era  la  prensa  representante  de  los 
partidos ,  más  expuesta  estaba  á  sus  venganzas  •  Si  alguna  libertad  apa- 
recía después  de  tan  bárbara  esclavitud,  no  tenia  límites  el  desenfreno: 
en  uno  de  estos  cortos  intervalos  vio  la  luz  pública  el  North  Briton ,  diri- 
gido por  el  célebre  Wilkes ,  que  no  sólo  atacaba  con  rudeza  á  los  hom- 
bres de  Estado  y  á  la  Magistratura,  sino  que  hacía  trasparentes  alusiones 
á  objetos  más  altos. 

¿Desde  cuándo  comenzó  en  Inglaterra  el  desarrollo  de  su  actual  grande- 
za y  poderío?  ¿Desde  qué  día  pudo  considerarse  allí  establecida  sobre  ba- 
ses sólidas  la  paz  pública  ?  Desde  que  empezó  á  reinar  el  más  completo 
acuerdo  entre  el  poder  ejecutivo  y  el  poder  parlamentario ,  terminando 
aquella  lucha  de  cuatro  siglos ,  en  que  habían  tenido  lugar  tantas  catas- 


484  REVISTA    POLÍTICA 

trofes.  ¡Cuántos  Gobiernos  estuvieron  apunto  de  perecer,  j  cuántas  veces 
peligró  la  libertad,  á  pesar  de  que  en  Inglaterra  las  instituciones  parlamen- 
tarias no  habian  dejado  de  existir  por  completo  desde  el  siglo  XIII !  Los 
Wigs  j  los  Thoris  reconocian  á  la  vez  como  principios  fundamentales  del 
Reino  que  ninguna  lej  pudiese  estar  en  vigor,  que  ninguna  contribución  pu- 
diese ser  impuesta ,  que  ningún  ejército  pudiese  existir  sin  previa  autori- 
zación del  Parlamento,  que  ningún  ciudadano  fuese  preso  un  sólo  dia,  sino 
por  su  Juez  natural,  porque  no  habia  pretexto  para  justificar  la  violación 
de  ningún  derecho,  aunque  recayese  el  mal  en  el  último  de  los  ingleses,  y 
sin  embargo  la  Inglaterra  estuvo  humillada  sin  figurar  entre  las  naciones 
de  primer  rango  de  Europa ,  hasta  que  se  estableció  la  armonía  más  com- 
pleta entre  el  poder  ejecutivo  j  el  parlamentario,  teniendo  este  último  la 
iniciativa  más  absoluta  en  la  dirección  de  los  negocios  públicos. 

¿Qué  ha  sucedido  en  España?  No  hablemos  de  las  Cortes  sobera- 
nas del  año  ]  O ;  la  plenitud  del  poder  que  ejercian ,  las  hace  absoluta- 
mente responsables  de  sus  actos.  En  aquella  época,  no  hay  que  buscar 
ejemplo  de  armonía  entre  los  poderes  del  Estado,  pues  la  potestad  existia 
sólo  en  la  Cámara.  Sea  cual  fuese  el  juicio  que  por  sus  reformas  polí- 
ticas merezcan ,  nadie  negará  á  aquellos  legisladores ,  ni  las  grandes  vir- 
tudes de  que  estuvieron  dotados,  ni  el  mérito  de  las  notables  mejoras  eco- 
nómicas y  administrativas  que  llevaron  á  cabo. 

Nada  queremos  tampoco  decir  de  las  Cortes  de  1820 ,  aunque  fueron 
una  constante  lucha  entre  el  poder  ejecutivo  y  el  parlamentario ;  ni  quere- 
mos recordar  siquiera,  las  secretas  peripecias  y  extraordinarios  acciden- 
tes de  aquellas  tenebrosas  combinaciones  que  daban  por  resultado  la 
división  de  los  que  más  interés  tenían  en  permanecer  unidos,  aniquilando 
sus  esfuerzos  y  haciendo  impotentes  sus  sacrificios.  Basta  recordar  el  nom- 
bre del  célebre  Regato  para  formarse  idea  de  la  armonía  que  existia  entre 
los  poderes  públicos  en  aquella  época ,  pero  sin  desconocer  )a  importancia 
de  estos  acontecimientos ,  en  sucesos  posteriores  hay  que  buscar  la  ex- 
plicación verdadera  de  los  males  que  todos  lamentamos. 

Con  gran  júbilo  escuchó  la  nación  española  de  los  augustos  labios  de 
S.  M.  la  Reina  Madre ,  las  generosas  promesas  que  encerraba  el  discurso 
Regio  de  1834. 

Decía  la  Reina  Cristina  dirigiéndose  á  los  representantes  del  pueblo  : 
«el  noble  objeto  que  me  he  propuesto,  y  del  que  no  cabe  testimonio  más 
«público  y  solemne  que  el  veros  congregados  en  este  recinto,  es  unir  es- 
"trechamente  el  trono  de  mi  excelsa  hija  con  los  derechos  de  la  nación,»  y 
concluía  aquel  notable  documento  afirmando  que,  la  intención  y  deseos  de 
la  Regente,  eran  plantear  en  la  actualidad  las  reformas  posibles,  y  prepa- 
rar con  su  ilustración,  otras  mejoras  para  lo  porvenir.  Cualesquiera  que  sean 
los  obstáculos  que  encuentre  en  tan  difícil  senda,  anadia  luego,  espero  su- 


INTERIOB.  485 

perarlos  con  el  favor  del  Cielo ,  ayudada  de  vuestros  esfuerzos  j  contando 

con  el  apoyo  de  la  Nación La  g-uerra  civil  que  nació  á  la  raíz  ,  como 

ahora  se  dice  de  aquellas  esperanzas,  los  esfuerzos  del  partido  carlista 
que  lleg-ó  á  presentar  sus  aguerridas  huestes  en  las  puertas  de  la  Corte,  fue- 
ron un  obstáculo  indudable  para  que  el  sistema  constitucional  diese, 
desde  su  planteamiento,  los  resultados  quehabia  derecho  á  esperar,  teniendo 
en  cuenta  las  anteriores  enseñanzas  j  los  patrióticos  sentimientos  de  que 
el  partido  liberal  estaba  dotado. 

Sin  embargo ,  los  españoles  sensatos  y  amantes  de  su  país,  tributa- 
rán siempre  justos  elogios  á  las  Cortes  Constituyentes  de  1837,  época  sin 
duda  en  la  que  con  mayor  pureza  se  ha  practicado  en  España  el  sistema 
parlamentario.  Basta  tener  presente  el  juicio  que  mereció  la  Constitución 
hecha  por  aquella  Cámara ,  de  los  hombres  conservadores  que  estaban  en 
la  oposición ,  y  las  reformas  que  llevaron  á  cabo  entonces  los  represen- 
tantes del  país ,  entre  los  que  se  contaban  las  personas  más  ilustradas  y 
de  más  valía  de  los  partidos  políticos ,  para  que  la  Nación  les  conserve 
agradecimiento.  Con  sus  reformas  económicas  y  políticas,  salvaron  el 
Trono  de  la  Reina  y  las  libertades  públicas.  Basta  para  enaltecerlas ,  te- 
ner en  cuenta  que  atajaron  con  sabias  medidas  la  revolución  social  de  que 
España  estuvo  en  peligro  de  ser  víctima. 

Empieza  en  la  tercera  época  constitucioual  el  antagonismo  entre  el  po- 
der  ejecutivo  y  el  parlamentario ,  al  figurar  en  primer  término  en  la  es- 
cena política  el  Sr.  Arrazola ,  que  tuvo  el  singular  placer  de  inaugurar  la 
marcha ,  harto  seguida  después ,  de  disolver  las  Cortes  al  poco  tiempo  de 
su  convocación.  Dos  Congresos ,  formado  el  uno  por  una  mayoría  mode- 
rada ,  y  el  otro  por  una  mayoría  progresista ,  murieron  á  sus  manos ,  y 
pocos  documentos  registra  la  historia  tan  curiosos  como  el  dictamen  en 
que  el  Sr.  Arrazola  se  fundó  para  sostener  la  segunda  disolución  de  las 
Cortes,  cuando  el  general  Alaix,  cumpliendo  con  los  deberes  de  un  hom- 
bre sinceramente  constitucional,  presentaba  su  dimisión  al  Trono  para 
que  se  formase  un  Ministerio  que  mereciese  el  apoyo  de  la  mayoría  de  la 
Cámara  popular.  El  Sr.  Arrazola  fué  el  primero  que  se  atrevió  á  afirmar 
que  el  Convenio  de  Vergara  cambiaba  esencialmente  la  situación  política 
del  país. 

Desde  este  peligroso  ensayo  ,  apenas  ha  habido  un  Parlamento  de  du- 
ración suficiente  para  ver  planteados  los  principios  que  ha  discutido ,  ni 
que  haya  podido  tocar  los  efectos  de  las  leyes  que  ha  hecho.  Hombres 
importantes  que  todo  lo  deben  al  sistema  constitucional  ,  se  han  levantado 
en  diferentes  ocasiones ,  en  defensa  de  las  atribuciones  y  prerogativas  del 
poder  ejecutivo,  sin  tener  para  nada  en  cuenta  las  garantías  parlamen- 
tarias. 

Es    injusto,   pues,   considerar  como  origen  de  los  males   presentes 


486  REVISTA  pol/tica.  interior. 

los  actos  de  las  distintas  parcialidades  políticas  que  se  agitan  en  el  país, 
si  se  tienen  en  cuenta  los  antecedentes  históricos  de  cada  una  de  ellas. 

Basta  para  creerlo  así ,  comparar  cómo  se  practica  en  Inglaterra  el  Go- 
bierno constitucional  con  lo  que  hasta  hoj  ha  sucedido  entre  nosotros.  Bien 
conocidos  son  los  discursos  de  lord  Chatan  impulsando  á  la  Cámara  de  los 
Lores  para  que  se  dirigiese  á  la  Corona  pidiendo  la  disolución  del  Parla- 
mento ,  que  habia  declarado  la  incapacidad  de  Wilckes.  Mr.  Ersckirns 
Maj  cita  varias  veces,  en  sn  Historia  constitucional  de  Inglaterra,  la  expo- 
sición que  la  Cámara  de  los  Comunes  dirigió  al  Rej,  después  de  la  caida 
del  Ministerio  de  coalición,  á  fin  de  que  no  disolviese  el  Parlamento. 

No  Diputados  de  la  Nación ,  sino  simples  ciudadanos ,  han  dirigido  en 
diversos  casos  peticiones  á  la  Corona,  demandando,  ja.  la  continuación, 
ya  la  disolución  de  diferentes  Parlamentos;  y  cuando  se  ha  puesto  en  duda 
el  carácter  constitucional  de  aquellas  peticiones ,  la  Cámara  de  los  Comu- 
nes ha  declarado  «que  el  pueblo  de  Inglaterra  tenía  el  derecho  indiscutible 
de  pedir  al  Rey  la  convocación,  la  reunión  ó  la  disolución  del  Parlamento,» 
y  lo  mismo  los  Tliorys  que  los  Whigs,  han  reconocido  y  ejercitado  este 
derecho. 

Los  partidos  han  tenido  constantemente  el  convencimiento  fundado  en  la 
perfectibilidad  de  las  instituciones  inglesas ,  de  que  sus  doctrinas  podían 
realizarse  dentro  de  la  Constitución  del  Estado ,  y  si  bien  es  cierto  que 
muchas  veces  existen  en  el  seno  de  estas  grandes  parcialidades  políticas, 
la  envidia ,  el  odio  y  otras  malas  pasiones ,  si  bien  es  cierto  que  esclare- 
cidos ciudadanos  luchan  entre  sí  á  veces  cual  si  fuesen  hijos  de  naciones 
diversas ,  si  en  ocasiones  han  juzgado  con  animosidad  á  hombres  de  Es- 
tado eminentes ,  excitando  en  el  país  sentimientos  de  injustificada  cólera, 
no  es  menos  cierto  que  el  Gobierno  de  un  pueblo  en  que  los  partidos  no 
existen ,  llegará  por  la  fuerza  misma  de  las  cosas  á  ser  absoluto ,  y  que 
Ministros  sin  oposición  no  pueden  dejar  de  ser  déspotas.  ¿Quién  negará 
que  en  el  seno  de  los  partidos  palpita  el  alma  de  la  libertad? 

Tiene  razón  M.  Prevost-Paradol ,  cuando  se  atan  una  de  las  dos  ruedas 
al  carro,  el  movimiento  es  imposible. 

Busquen ,  pues ,  los  enemigos  del  sistema  constitucional  las  causas  de  su 
ineficacia  entre  nosotros,  no  en  la  índole  del  sistema,  sino  en  el  menoscabo 
de  las  condiciones  esenciales  de  su  mecanismo. 

J.  L.  Albareda. 


EXTERIOR. 


A  pesar  de  haber  terminado  las  sesiones  de  las  Asambleas  legislativas 
en  casi  todas  las  naciones  de  Europa ,  pues  sólo  continúan  sus  tareas  por 
motivos  especiales  las  de  Portugal  j  las  de  Italia ,  no  falta  materia  para 
esta  sección  de  nuestra  Revista ;  por  el  contrario  ,  son  tantas  las  cuestiones 
pendientes  y  tantas  las  cosas  que  cada  dia  pasan ,  que  la  dificultad  con 
que  tropezamos  consiste  en  elegir  las  que  ofrezcan  mayor  interés  j  en  or- 
denarlas de  modo  que  tengan  cierta  unidad ,  para  que  su  relato  j  las  con- 
sideraciones que  sobre  ellas  se  nos  ocurran ,  puedan  leerse  sin  fatigar  la 
imaginación  j  sin  embrollar  la  inteligencia.  En  el  momento  actual ,  más 
que  en  otros ,  existe  un  sentimiento  ,  una  preocupación  universal  que  do- 
mina casi  todos  los  sucesos  políticos ,  y  que  dirige  la  conducta  de  los  Go- 
biernos de  todas  las  naciones ;  ese  sentimiento  es  el  temor  de  la  guerra,  y 
esa  preocupación  consiste  en  el  propósito  de  evitarla.  Los  sucesos  que  en 
cualquier  parte  ocurren  se  relacionan ,  ya  por  voluntad  de  los  que  en  ellos 
intervienen,  ya  por  el  temor  de  los  que  los  presencian,  con  el  terrible  fan- 
tasma de  la  guerra ,  que  desde  hace  tiempo  persigue  y  acosa  todas  las  ima- 
ginaciones. Esto  ha  sucedido,  por  ejemplo,  con  la  interpelación  del  Gene- 
ral La  Mármora ,  que  tanto  ha  dado  que  decir  en  todas  partes. 

Nuestros  lectores  saben ,  porque  lo  hemos  anunciado  en  nuestro  Boletín 
Bibliográfico,  que  se  está  publicando  en  Prusia,  y  traduciéndose  á  casi 
todas  las  naciones  de  Europa,  la  Historia  de  la  guerra  de  1866,  redactada 
por  el  Estado  Mayor  prusiano  y  dirigida  por  el  Conde  de  Mollke,  en  quien 
todo  el  mundo  ve  representado  el  genio  guerrero  de  la  Confederación  de  la 
Alemania  del  Norte ,  y  á  quien  se  suponen ,  no  sabemos  si  con  razón,  de- 
seos vehementísimos  de  medir  el  alcance  de  sus  cualidades  militares  con  el 
vecino  Imperio ,  único  rival  digno  hoy  de  su  patria  engrandecida.  Pues 
bien ,  al  ocuparse  en  esa  historia  de  la  parte  que  tomó  en  la  guerra  de 
quince  dias  el  ejército  italiano ,  se  dicen  cosas  que ,  en  concepto  del  Gene- 
ral La  Mármora ,  Presidente  en  aquella  ocasión  del  Ministerio  Italiano  y 
Jefe  del  Estado  Mayor  del  ejército  ,  mandado  en  persona  por  el  Rey,  ofen- 


488  REVISTA   POLÍTICA 

den  la  honra  militar  de  su  Nación,  j  ceden  en  menoscabo  de  su  crédito 
personal ;  para  salvar  aquella  y  para  justificarse ,  creyó  el  General  que  no 
liabia  medio  más  apropiado  que  tratar  la  cuestión  en  el  Parlamento,  y  des- 
de que  anunció  su  propósito  de  hacerlo  así ,  se  comprendió  la  importancia 
del  futuro  suceso;  calculó  asi  el  Gobierno  de  Prusia,  como  el  de  Italia,  to- 
dos los  inconvenientes  que  podia  tener  una  discusión  de  esta  especie ,  y  se 
hicieron  los  mayores  esfuerzos  para  evitarla,  empezando  por  demostrar 
que  el  pasaje  que  habia  ofendido  á  La  Mármora  estaba  mal  interpretado 
en  la  traducción  italiana;  pero  de  todos  modos,  de  él  resulta  que  el 
Jefe  del  Estado  Mayor  italiano  ni  aceptó  ni  ayudó  por  su  parte  á  realizar 
el  plan  de  campaña  imag^inado  por  los  Generales  prusianos.  Por  esta  causa 
no  ha  sido  solo  el  General  La  Mármora  quien  ha  creído  que  debia  dar  ex- 
plicaciones sobre  este  punto ,  sino  que  también  el  General  Cialdini  ha  in- 
tervenido en  el  debate  publicando  un  folleto  que ,  aunque  no  está  firmado 
por  él ,  tiene  por  objeto  explicar  su  conducta  en  aquella  guerra ,  poco  feliz 
para  las  armas  de  Italia.  No  se  hacen  sin  embargo  en  este  escrito  revela- 
ciones importantes,  porque  no  podia  hacerlas  quien ,  á  pesar  de  su  impor- 
tancia militar,  sólo  tuvo  que  cumplir  las  órdenes  que  se  le  comunicaban, 
y  por  esto  lo  que  ha  causado  gran  sensación ,  y  casi  pudiera  decirse  terri- 
ble escándalo ,  ha  sido  el  discurso  de  La  Mármora ,  ó  mejor  dicho ,  la  nota 
del  Representante  de  Prusia,  M.  Usedom,  leida  ante  la  Cámara  por  el  an- 
tiguo Presidente  del  Gabinete  Italiano. 

En  ese  documento  se  expone,  en  resumen,  el  plan  de  la  guerra  imagi- 
nado por  Prusia ,  el  cual  consistia  en  que  convergieran  rápidamente ,  y  por 
distintos  caminos ,  los  ejércitos  de  Italia  y  Prusia  en  Viena  para  apode 
rarse  de  esta  capital,  hiriendo  así  de  muerte  al  Imperio  Austríaco .  De  este 
documento  se  infiere,  por  tanto,  que  la  tendencia  y  el  deseo  del  Gobierno 
Prusiano  no  eran  debilitar  á  su  rival  engrandeciéndose  á  su  costa,  sino  des- 
truirlo enteramente,  realizando  así  de  una  vez  el  pensamiento  de  la  unidad 
alemana  bajo  la  soberanía  de  la  casa  de  Brandemburgo.  Como  hay  tantos 
motivos  para  creer  que  sigue  abrigando  Prusia  este  propósito,  aunque  haya 
tenido  que  aplazar  su  realización  de  resultas  de  la  paz  que  precipitadamente 
siguió  á  la  batalla  de  Sodowa ,  claro  es  que  al  verlo  formulado  de  un  tnodo 
tan  franco  y  desembozado  en  la  nota  de  M.  Usedom,  se  habrán  aumen- 
tado los  resentimientos  y  los  temores  de  Austria ,  que  nunca  podrá  en  - 
tenderse,  ni  mucho  menos  tener  amistad  íntima,  con  quien  desea  su  com- 
pleta ruina. 

Por  esta  causa  han  atribuido  muchos  la  conducta  de  La  Mármora  á  la 
influencia  de  Francia,  con  cuyo  Gobierno  parece  que  tiene  relaciones 
íntimas  el  General  italiano ,  tal  vez  porque  cree  que  la  alianza  con  esta 
Nación  es  la  que  puede  ser  más  fecunda  para  su  patria,  y  la  única  que  fa- 
vorecerá al  cabo  las  aspiraciones ,  allí  tan  generales  y  vehementes ,   de 


EXTERIOR.  489 

completar  la  unidad ,  para  la  que  es  ahora  obstáculo  insuperable  la  presen- 
cia de  las  armas  francesas  en  Roma.  El  fin  que  el  Gobierno  del  Emperador 
puede  haberse  propuesto  al  influir,  y  tal  vez  determinar  el  paso  dado  por 
La  Mármora,  es  no  sólo  claro,  sino  sin  duda  alguna  útilísimo  para  el  caso 
siempre  inminente  de  una  guerra  con  Prusia ,  la  cual  se  veria  privada  de  la 
alianza  de  Italia  por  las  ofensas  reales  ó  supuestas  contenidas  en  una  obra 
que  tiene ,  por  más  que  se  diga ,  carácter  oficial ,  j  que  se  dirigen  á  punta 
tan  delicado  como  lo  es  siempre  el  honor  militar  de  los  pueblos ;  y  mucho 
menos  podria  contar  con  el  apoyo  de  Austria,  que  verá  siempre  en  su  rival 
el  propósito  de  destruirla. 

La  oportunidad  de  esta  especie  de  maquinación  diplomática  es  tanto  más 
evidente,  cuanto  que  siempre  será  para  Francia  convenientísimo  que  se  re- 
lajen, ya  que  no  se  rompan  los  vínculos  que  unieron  á  Italia  con  Prusia 
en  1866 ,  vínculos  que  se  contrajeron  con  la  anuencia  y  aprobación  del  Go- 
bierno Imperial  cuando  éste  ereia  que  la  guerra,  lejos  de  terminar  como 
terminó,  habia  de  dar  motivo  para  que  se  ensanchase  la  preponderan- 
cia del  Imperio  en  Europa.  Por  otra  parte,  nunca  habría  mejor  ocasión  de 
evitar  los  proyectos  de  reconciliación  con  Prusia,  que  se  atribuyen  á 
M.  Beust,  para  lo  que  se  habían  ya  dado  algunos  pasos  preliminares, 
aunque  sin  carácter  oficial ,  según  aseguran  los  que  se  creen  bien  informa 
dos  de  estos  misterios. 

La  conducta  de  La  Mármora  ha  sido,  como  era  natural,  muy  censurada 
por  los  periódicos  prusianos ,  y  nos  parece  que  no  es  fácil  su  disculpa,  por- 
que los  documentos  diplomáticos  son  del  dominio  de  los  Gobiernos  que  sólo 
bajo  su  responsabilidad,  y  con  la  mayor  discreción ,  pueden  hacer  uso  de 
ellos  y  darles  publicidad ,  no  debiendo  ser  nunca  lícito  á  ningún  hombre 
de  Estado  revelar  los  secretos  que  por  su  posición  hayan  venido  á  su  co- 
nocimiento. 

Otra  cuestión  que  también  se  relaciona  con  el  equilibrio  europeo ,  y  por 
tanto  con  la  paz ,  es  la  que  se  refiere  á  la  alianza  mercantil  que  se  ha  su- 
puesto que  trataba  de  ajustarse  entre  Francia,  Bélgica  y  Holanda.  Con 
este  motivo  las  alarmas  y  los  temores  se  han  manifestado  principalmente 
en  Inglaterra ,  dando  motivo  á  la  interpelación  que,  en  una  de  las  últimas 
sesiones  del  Parlamento ,  dirigió  M.  Otawy  á  Lord  Stanley.  Aunque  este 
incidente  no  tuvo  por  de  pronto  importancia,  se  la  han  dado  los  periódicos 
déla  Gran  Bretaña,  que  han  examinado  en  extensos  artículos  lo  que  sería 
vma  alianza  de  esa  especie,  afirmando  muchos  que  con  ella  la  influencia  de 
Francia  se  haria  predominante  y  exclusiva  en  esos  países,  los  cuales  serian 
absorbidos  en  realidad  por  el  Imperio,  conservando  apenas  una  vana  som- 
bra de  independencia.  Sin  duda  que  el  temor  abulta  los  peligros  que  se 
atribuyen  á  esa  ó  cualquier  otra  forma  de  alianza  que  pudiera  establecerse 
entre  Francia ,  Bélgica  y  Holanda ;  pero  tales  recelos  indican  que  nunca 
TOMO   III.  32 


490  REVISTA    POLÍTICA 

consentirá  Ing-laterra  pacífica  j  quietamente  que  el  Imperio  vecino  extien- 
da su  poder  hasta  las  bocas  del  Scalda ,  que  son  las  puertas  por  donde 
únicamente  puede  penetrar  la  influencia  política,  j  en  su  caso  la  fuerza 
material  de  Inglaterra  en  las  regiones  centrales  de  Europa.  Sobre  este  punto 
no  pueden  dejar  duda  la  historia  y  las  tradiciones  de  Inglaterra ,  donde 
siempre  se  ha  considerado  funesta  la  preponderancia  de  Francia  en  esas  re- 
giones ,  no  habiendo  contribuido  poco  á  la  caida  de  Jacobo  II  su  proceder 
en  esta  materia ,  y  habiendo  favorecido  el  encumbramiento  del  Príncipe  de 
Orange ,  su  calidad  de  Jefe  de  los  protestantes  alemanes,  que  se  oponían 
con  todas  sus  fuerzas  á  las  tendencias  ambiciosas  de  Luis  XIV,  quien  as- 
piraba á  extender  por  aquel  lado  sus  conquistas. 

No  es  posible  saber  si  el  deseo  de  paz  que  abriga  el  Gobierno  francés, 
según  repiten  en  todas  ocasiones  las  personas  y  los  periódicos  que  hablan 
en  su  nombre,  será  tan  vehemente  que  haga  abandonar  este  proyecto  j 
cualquiera  otro  que  pudiese  disgustar  á  Inglaterra,  con  quien  tiene  hoy 
el  Gobierno  Imperial  muy  estrechas  y  cordiales  relaciones.  Así  debe  infe- 
rirse de  las  recientes  entrevistas  que  han  celebrado  M.  Moustier  y  Lord 
Stanley,  el  cual  acompaña  á  la  Reina  Victoria  en  el  viaje  que  esta  Sobe- 
rana ha  emprendido  para  restablecer  su  salud,  y  sin  duda  para  buscar  dis- 
tracciones, ya  que  no  pueda  hallar  consuelos  que  alivien  la  profunda  pena 
que  traspasó  su  corazón  al  perder  para  siempre  al  ilustre  Príncipe  que 
supo  inspirarle  un  amor  que  ha  triunfado  de  la  muerte,  que  vence  al  tiem- 
po, y  que  contribuirá,  tanto  como  las  mayores  glorias  de  su  reinado ,  á 
hacer  inmortal  y  venerado  el  nombre  de  la  casta  y  fiel  esposa  que  enno- 
blece el  trono,  ostentando  en  él  tan  altas  virtudes  y  tan  puros  y  respeta- 
bles sentimientos.  El  dolor  de  la  Reina  Victoria;  no  es  menos  poético  que 
el  de  Artemisa,  y  el  Príncipe  Alberto,  que  tan  intenso  amor  supo  inspi- 
rarle, será  tan  célebre  como  Mausolo. 

El  estado  de  la  salud  de  la  Reina  Victoria  debe  ser  tan  poco  satisfacto- 
rio, que  no  le  fue  posible  devolver  la  visita  que  la  Emperatriz  vino  ha- 
cerle, á  París,  tributando  ese  homenaje  de  consideración  y  de  respeto  á  la 
ilustre  viuda;  pero  su  hijo  el  Duque  de  Edimburgo,  acompañado  de  Lord 
Stanley  y  de  Lord  Lyons ,  fueron  á  Fontainebleau  en  representación  de  la 
Reina.  El  mismo  dia  celebró,  como  ya  hemos  indicado ,  Lord  Stanley  una 
larga  entrevista  con  M.  Moustier  en  el  Ministerio  de  Negocios  Extranje- 
ros, y  según  dicen  los  diarios  semioficiales  del  Imperio,  ambos  mani- 
festaron sus  respectivas  opiniones  sobre  los  asuntos  diplomáticos  que  están 
pendientes  en  Europa,  siendo  sus  pareceres  absolutamente  conformes  á  las 
tendencias  pacíficas  de  ambos  Gobiernos ;  de  suerte  que ,  seg^n  esos  mis- 
mos periódicos ,  la  entrevista  puede  considerarse  como  una  garantía  del 
acuerdo  que  existe  entre  los  Gabinetes  de  París  y  de  Londres  en  favor  de 
la  paz,  ¿Se  habrá  mantenido  este  acuerdo  abandonando  el  Gobierno  fraa- 


EXTERIOR,  491 

ees  su  proyectada  alianza  comercial  con  Holanda  y  Bélgica,  ó  renunciando 
Lord  Stanley  á  oponerse  á  ella?  Difícil  es  adivinarlo,  y  por  otra  parte  no 
se  puede  dar  gran  importancia  á  la  de3laracion  de  La  Patrie,  aunque  se 
la  suponga  de  origen  oficial,  pues  es  sabido  que  esas  declaraciones  se  re- 
piten con  mayor  insistencia,  cuando  más  en  peligro  está  la  paz,  por  lo  que 
el  público  suele  escucharlas  con  desconfianza,  produciendo  un  efecto  ente- 
ramente contrario  al  que  se  busca.  No  por  esto  creemos  que  esté  próxima 
la  guerra,  pero  la  verdad  es  que  no  se  concibe  cómo  Francia  podrá  llevar 
su  amor  á  la  paz  hasta  el  extremo  de  resignarse  á  vivir  en  un  círculo  de 
hierro,  sin  que  le  sea  lícito  extender  su  influencia  política  antes  predomi- 
nante en  Europa,  más  allá  de  sus  actuales  ñ'onteras.  La  dignidad  y  la  glo- 
ria del  Gobierno  francés,   no   le  permitirá   avenirse  por  mucho  tiempo  con 
esta  situación,  aunque  desee  no  alarmar  á  los  grandes  industriales  y  capi- 
talistas ,  que  por  otra  parte  tampoco  están  tranquilos  ni  confiados ,  sin 
duda  porque  un  vago  presentimiento  les  anuncia  peligros  que  no  se  expli- 
can claramente,  y  porque  comprenden  que  el  estado  actual  es  insostenible. 
Signo  evidente  de  esta   desconfianza ,  es  la  enorme  suma    de    metálico 
depositada  en   los   sótanos  del  Banco  de  Francia,  que   se  ha  aumentado 
considerablemente  en  la  antsrior  semana,  á  pesar  del  empréstito  que  ac- 
tualmente so  está  llevando  á  cabo.  No  quiere  esto  decir  que  la  suscricion 
pública  abierta  para  cubrirle,  dejará  de  tener  éxito,  á  pesar  del  tipo  seña- 
lado por  el  Ministro  de  Hacienda ,  notablemente  superior  al  de  los  cinco 
anteriores   empréstitos,    pues     el    de  18    de   Enero  de  1864  se  emitió  á 
66  frs.  30  ^cénts.  y  el  actual  se  emitirá  á  69  y  25.  No  obstante  estas  cir- 
cunstancias, repetimos  que  el  empréstito  se  cubrirá  con  grandísimo  exce- 
so, así  por  la  comodidad  que  ofrece  á  los  suscritores  el  gran  número  de 
plazos  para  entregar  el  capital  suscrito,  que  terminan  el  21  de  Febrero 
de  1870,  como  porque  en  Francia  es  el  Estado  el  deudor  de  más  crédito, 
considerándose  que  el  dinero  no  puede  tener  una  colocación  más  segura  que 
la  renta  pública;  no  cabiendo  allí  en  la  cabeza  de  nadie  que  pueda  venir 
el  momento  en  que  se  deje   de  abonar  el    interés  estipulado ,  ni    que  por 
medio  de  arreglos    ó  de  cualquier  otro   modo   se   llegue  al  punto  di  una 
bancarota  más  ó  menos  disimulada.  Los  Diputados  de   la  oposición  que 
han  combatido  el  empréstito,  censurando  como  era  justo  el  sistema  peligro- 
sísimo de  saldar  por  este  rasdio  los  déficits  de  los  presupuestos  en  años 
normales,  no  han  anunciado  ese  peligro,  y  en  que  no  lo  haya  consiste  que 
se  mantenga  el  crédito  de  la  nación,  aun  en  medio  de  tantas  vicisitudes  y 
de  los  temores  más  ó  menos  fundados  que  por  todas  partes  se  revelan. 

De  este  modo  se  explica  que  se  aumente  el  depósito  de  metales  precio- 
sos en  el  Banco  de  Francia,  aun  sin  contar  con  que  según  se  dice  acudirán 
capitales  extranjeros ,  especialmente  ingleses ,  que  no  encuentran  otra  colo- 
cación ventajosa,  porque  los  temores  se  extienden  á  todas  partes  y  son  po- 


492  REVISTA   POLÍTICA 

eos  los  que  se  atreven  á  aventurarse  en  empresas  y  especulaciones  que 
sufrirían  grandísimo  quebranto  sólo  con  que  se  aumentasen  las  probabili- 
dades de  guerra.  El  efecto  que  ha  producido  esta  situación  en  el  mercado 
de  la  Gran  Bretaña ,  ha  sido  estudiado  con  notable  exactitud  j  perspicacia 
por  Mr.  Goschen ,  Ministro  que  fué  en  el  último  Gabinete  presidido  por 
Lord  Russell,  y  autor  de  un  libro  en  que  manifiesta  todas  las  profundas 
cualidades  de  su  entendimiento ,  el  cual  fué  traducido  al  francés  por  M.  Say 
bajo  el  titulo  de  Teoría  de  los  cambios  internocioiíales.  Mr.  Goschen  que 
por  su  ciencia ,  por  su  posición  y  por  su  gran  fortuna ,  está  sin  duda  lla- 
mado á  desempeñar  un  papel  muy  importante  en  Inglaterra,  es  uno  de 
los  grandes  hacendistas  que  sólo  vemos  en  esa  fehz  nación ,  y  será  mny 
probable  que  tenga  ocasiones  en  que  se  muestre  digno  heredero  de  Pitt, 
de  Peel  y  de  Gladstone ,  manejando  la  Hacienda  floreciente  de  ese  país  en 
que  tan  fecunda  ha  sido  para  todas  las  esferas  de  la  vida  social  el  ejercicio 
de  las  libertades  políticas.  Por  no  abusar  de  los  guarismos  no  pondremos 
aquí  el  estado  comparativo  del  movimiento  mercantil  de  Inglaterra  en  los  dos 
años  anteriores ,  limitándonos  á  decir  que  así  en  la  importación  como  en  la 
exportación,  haj  una  baja  considerable  en  el  último,  que  consiste 
principalmente  en  la  falta  de  salida  de  los  tejidos  de  algodón,  y  en  ha- 
ber disminuido  la  importación  de  esta  primera  materia.  Semejante  fenó- 
meno es  accidental  y  pasajero,  y  no  indica  de  manera  alguna  que  ame- 
nace \\n  período  de  decadencia  á  la  industria  del  Reino-Unido ;  la  causa  á 
que  únicamente  puede  y  debe  atribuirse  ,  es  la  que  hemos  señalado ,  á  sa- 
ber, la  desconfianza  universal  que  inspira  el  estado  presente  de  Europa, 
debiendo  notarse  que  el  inmenso  desarrollo  que  han  adquirido  los  hechos 
económicos  hace  que  el  movimiento  mercantil  se  haja  convertido  en  el 
barómetro  de  la  vida  social ,  siendo  tan  sensible  y  tan  perfecto  ,  que  la  di- 
rección, la  rapidez  y  todas  las  demás  circunstancias  de  la  circulación  de 
la  riqueza  entre  las  naciones ,  revelan  con  exactitud  matemática  los  acci- 
dentes que  ocurren  en  el  seno  de  las  sociedades  modernas ,  unidas  por  la 
solidaridad  más  estrecha. 

Por  desgracia  las  solemnidades  y  festejos  que  suelen  celebrar  las  nacio- 
nes ,  revelan  con  frecuencia  el  espíritu  belicoso  que  las  anima  ,  y  que  por 
una  contradicción  inexplicable  se  asocia  al  deseo  de  paz  que  por  todas  par- 
tes se  manifiesta;  sin  duda  siguiendo  al  pié  de  la  letra  el  sabido  consejo 
si  vis  pace  para  bellum ,  todo  el  mundo  se  afana  por  aumentar  los  medios 
de  destrucción  y  por  adiestrarse  en  su  uso :  con  este  último  propósito  se 
ha  verificado  en  Viena  el  tercer  concurso  del  tiro  nacional  alemán,  que  ha 
durado  doce  días  y  al  que  han  sido  convocados  todos  los  pueblos  en  que 
se  habla  la  lengua  que  empezó  á  fijar  literariamente  Lutero  y  que  ja  han 
ilustrado  tantos  literatos,  poetas  j  filósofos.  Es  de  suponer  que  hayan  lucido 
en  esa  fiesta  su  habilidad  en  el  manejo  de  las  armas  portátiles  de  fuego  los 


EXTERIOR.  493 

traidores  de  los  diversos  estados  de  Alemania;  pero  no  ha  sido  esto  lo  que 
ha  llamado  la  atención  y  dado  que  hablar  en  toda  Europa ,  sino  los  discur- 
sos y  manifestaciones  que  ha  motivado  esta  fiesta  desde  que  llegó  el  pri- 
mer cuerpo  de  tiradores  hasta  que  se  puso  fin  al  concurso  en  un  banquete 
á  que  asistió  el  ja  famoso  Canciller  del  Imperio.  Como  siempre  sucede  en 
los  pueblos  que  conquistan  sus  libertades  políticas,  ó  que  las  recobran 
después  de  haberlas  perdido  por  mucho  tiempo  ,  los  alemanes  no  perdo- 
nan ocasión  de  manifestar  en  publico,  por  medio  de  la  palabra,  sus  ideas 
y  aspiraciones ,  y  sobre  todo  la  que  consiste  en  afirmar  la  existencia  de  la 
nacionalidad  alemana,  por  más  deque  sean  diferentes  las  opiniones  que  en 
ese  pais  reinan  acerca  de  la  manera  de  constituirla  y  organizaría.  La  glo- 
ria militar  de  Prusia  y  la  más  sólida  que  le  resulta  de  haber  iniciado  el 
movimiento  intelectual  en  Alemania ,  habiendo  sido  el  centro  á  que  han 
ido  á  parar  casi  todos  los  sabios  que  han  producido  los  diversos  estados  en 
que  antes  estaba  dividida  para  fundar  escuela  y  propagar  sus  ideas  y  sus 
sistemas ,  no  ha  impuesto  silencio  á  todos  ni  destruido  las  aspiraciones  de 
independencia  local  que  echaron  hondas  raíces  bajo  la  antigua  organiza- 
ción federal.  Viena  era  sin  duda  el  lugar  más  propio  para  que  se  explaya- 
sen las  quejas  ,  y  los  descontentos  que  ha  pro-lucido  el  engrandecimiento 
de  Prusia  ;  y  por  esta  causa,  desd;  antes  de  principiar  el  concurso,  se  empe 
zaron  á  manifestar  con  poco  disimulo  estos  sentimientos.  Los  que  venían 
en  nombre  de  la  antigua  é  imperial  ciudad  de  Francfort  fueron  los  que  con 
más  vehemencia  se  expresaron ,  cosa  natural  si  se  considera  todo  lo  que 
habrá  perdido  la  antigua  metrópoli  de  la  Confederación  Germánica,  que 
formaba  un  Estado  independiente  y  neutral  por  lo  mismo  que  en  ella  cele- 
braba habitualmente  sus  reuniones  la  Dieta,  que  entendía  en  los  negocios 
comunes  de  la  Alemania:  reducida  hoy  á  ciudad  prusiana  en  virtud  del 
derecho  de  conquista ,  no  puede  menos  de  sentir  hondamente  Francfort  la 
pérdida  de  sus  pasadas  glorias  y  de  las  inmunidades  y  privilegios  que  tanto 
favorecían  la  importancia  mercantil  de  aquella  república  de  banqueros  ale- 
manes. Naturalmente  debía  esperarse  que  todas  estas  quejas  encontraran  ca- 
lorosas simpatías  en  unaciudad  como  Viena,  victimas  también  de  laPrusia. 
y  en  los  hombres  de  Estado  de  Austria ,  que  no  podrán  ver  sin  amargura 
que  su  nación  haya  perdido  la  iníluencía  preponderante  y  el  puesto  hono- 
rífico que  ocupaba  entre  los  demás  estados  de  la  Confederación;  pero  sí  el 
pueblo  y  las  autoridades  municipales  no  tenían  deb  eres  que  le  impidieran 
manifestar  sus  sentimientos  en  esta  ocasión  solemne,  el  Gobierno  no  podía 
desconocerlos  ni  olvidarlos  sin  peligro ;  por  eso  Mr.  Beust,  con  una  habi- 
lidad digna  de  elogio ,  pronunció  un  discurso  que  arrancó  los  aplausos  de 
ios  que  le  escuchaban,  sin  herir  la  susceptibilidad  de  Prusia  y  sin  dar 
protesto  alguno  para  que  renazcan  dificultades,  que  aun  sin  ocasionar 
la  guerra  ,  habían  de  ser  funestísimas  para  un  Estado  que  necesita  muchos 


494  REVISTA  POLÍTICA    EXTERIOR. 

años  de  paz  para  remediar  los  estragos  de  la  pasada  lucha,  Mr.  de  Beust 
ha  afirmado  que  el  Gobierno  se  propone  no  mezclarse  en  los  asuntos  inte- 
riores de  Alemania  j  que  los  subditos  austriacos  qne  pertenecen  á  estaraza 
no  deben  separarse  de  las  demás  que  coustitujen  el  Imperio,  dando  todas 
iguales  pruebas  de  fidelidad,  de  bizarría  y  de  abneg-acion.  La  unión  j  la 
concordia  de  todos  los  pueblos  que  viven  bajo  el  cetro  de  Francisco  José 
es  g-arantía  indispensable  para  la  misión  civilizadora  del  Imperio ,  tan  pro- 
vechosa para  Alemania  como  para  Austria.  Mr.  de  Beust  espera  con  razón 
que  el  desarrollo  de  las  libertades  políticas  no  sólo  ha  de  remediar  los  males 
interiores  que  produjo  el  absolutismo  en  el  país  que  hoj  g'obierna ,  sino 
que  despertará  las  simpatías  de  toda  la  Alemania ,  donde  no  son  mayores 
los  deseos  de  unidad  y  de  independencia  que  las  aspiraciones  á  gozar  de 
las  conquistas  políticas  de  la  civilización  moderna,  logrando  que  los  pue- 
blos participen  de  U  dirección  de  los  negocios  públicos,  destruyendo  los 
obstáculos  que  la  antigua  organización  feudal  opone  al  triunfo  de  la  igual- 
dad política,  y  entrando  de  lleno  y  con  sinceridad  en  las  vias  propias  de 
los  gobierups  representativos  y  constitucionales. 

Antonio  M.  Fabié, 


NOTICIAS  LITERARIAS. 


FELTt'fi  II  Y  LA  L'GA  DE  1571  CONTEA  EL  TURCO,  poT  T>.  Miguel  Sauchet, 
presbítero.^  Madrid ,  1 868. 

A  pesar  de  su  titulo,  la  última  obra  del  P.  Sánchez  no  tiene  por  objeto 
especial  y  directo  tratar  de  la  famosa  liga  de  1571  contra  el  turco,  ni  de 
la  memorable  batalla  de  Lepanto ,  timbre  que  sin  duda  es  el  más  glorioso 
del  reinado  de  Felipe  II:  el  autor  se  propone  meramente,  como  en  su  pró- 
logo declara ,  refutar  un  libro  publicado  en  Florencia  el  año  de  1852  y 
escrito  en  Roma  por  el  P.  Alberto  Guillelmotti,  teólogo  casanatense  j 
Provincial  de  la  Orden  de  Predicadores ,  con  el  titulo  de  Marcanloiúo  Co- 
lorína alia  balaglia  di  Lepan  lo. 

No  hemos  podido  haber  á  las  manos ,  á  pesar  de  las  diligencias  que  he- 
mos hecho ,  la  obra  del  P.  Guillelmotti ;  pero  de  lo  que  dice  el  P.  Sánchez 
y  aun  de  su  mismo  título ,  se  infiere  que  el  Provincial  de  la  Orden  de 
Predicadores  es  un  panegirista  entusiasta  de  Marco  Antonio  Colonna ,  y 
para  engrandecer  á  su  héroe  tiene  el  mal  gusto  de  vilipendiar  á  los  espa- 
ñoles de  aquellos  tiempos,  y  de  negar  y  desconocer  la  gloria  de  D.  Juan 
de  Austria,  el  cual  por  declaración  de  propios  y  extraños  es  la  figura 
más  noble  y  bella  de  Europa  en  el  siglo  XVI:  además  el  teólogo  casana- 
tense no  se  entusiasma  con  la  política  española  de  Felipe  II ,  llama  mi- 
serable y  tenebroso  circulo  del  Escorial  á  la  corte  de  este  Monarca ,  y  eso 
es  lo  que  no  puede  sufrir  el  P.  Sánchez,  quien,  como  todos  los  que  profe- 
san opiniones  absolutistas,  tiene  por  ideal  de  los  gobiernos  y  de  las  socie- 
dades humanas  al  gobierno  de  Felipe  II  y  á  la  sociedad  española  de  su 
tiempo.  El  temperamento  del  P.  Sánchez  es  como  se  sabe  arrebatado  y 
vehemente ,  y  por  lo  tanto  fácil  será  comprender  hasta  dónde  le  han  de 
exaltar  y  enfurecer  los  juicios  del  P.  Guillelmotti,  por  lo  mismo  que  no 
puede  con  fundamento  suponerse  que  sea  un  volteriano  ó  un  hereje ,  dadas 
sus  calidades  de  teólogo  casanatense  y  de  Provincial  de  la  Orden  fundada 
por  Santo  Domingo  de  Guzman.  El  libro  del  P.  Sánchez  no  es  por  lo 
tanto  un  estudio  imparcial  y  sereno  de  las  cuestiones  históricas  que  se  en- 


496  NOTICIAS    LITERARIAS. 

lazan  con  la  liga  contra  el  turco ,  sino  una  polémica  acerva  y  desteniplada 
que  trae  á  la  memoria  la  que  hace  años  sostuvieron  desde  sus  respectivos 
diarios,  absolutistas  el  mismo  P.  Sánchez  j  el  Sr.  D.  Pedro  de  la  Hoz ,  ya 
difunto. 

Es  á  la  verdad  lastimoso  que  se  entregue  á  estos  arrebatos  el  P.  Sán- 
chez en  una  obra  de  esta  especie,  que  tan  diversa  debe  ser  del  periodismo 
militante  j  batallador ,  porque  se  conoce  que  ha  estudiado  con  algún  de- 
tenimiento la  materia,  j  en  su  libro  se  echa  de  ver  erudición  no  escasa, 
si  bien  consiste  sólo  en  conocer  parte  de  lo  ja  publicado  j  sabido,  sin 
que  áus  investigaciones  nos  revelen  nada  nuevo ,  de  lo  mucho  que  puede 
sacarse  de  entre  el  polvo  de  nuestros  archivos  para  ilustrar  este  y  otros 
puntos  de  la  historia  patria.  Gran  servicio  prestará  sin  duda  el  Sr.  Rossell, 
que  tan  magistralmente  ha  historiado  ja  la  batalla  de  Lepanto ,  cuando 
publique  la  biografía  de  D.  Juan  de  Austria,  para  la  cual  nos  consta  que 
tiene  reunidos  numerosísimos  j  no  menos  curiosos  documentos ,  j  sin 
duda  no  quitará  su  interés  ni  su  valor  al  trabajo  de  nuestro  académico,  el 
que  sobre  el  mismo  ilustre  personaje  tiene  ja  muj  adelantado  el  señor 
Stirling  que  á  pesar  de  sus  relaciones  con  los  eruditos  españoles  j  de  los 
medios  que  le  da  su  inmensa  fortuna ,  no  es  probable  que  ha  ja  podido 
jimtar  la  copia  de  datos  que  aqui  existen  sobre  la  vida  j  hechos 

De  aquel  ramo  de  César  invencible. 

como  en  su  inmortal  canción  le  llamó  Herrera. 

Siendo  el  libro  del  P.  Sánchez  obra  de  pasión  j  de  cólera,  claro  es  que 
no  haj  que  buscar  en  ella  imparcialidad  ni  recto  juicio ,  j  hasta  el  estilo 
se  resiente  de  los  afectos  que  dominan  el  espíritu  del  autor ,  careciendo  de 
la  magestad  ó  de  la  sencillez  que  son  propias  de  los  escritos  históricos: 
sin  tener  tampoco  el  desenfado  j  la  pureza  del  que  empleó  en  sus  cartas 
el  filósofo  rancio ,  recuerda  alguna  vez  al  dominico  sevillano  por  la  bajeza 
deciertas  expresiones  que  caracterizaban  lo  que  ha  solido  no  sin  propiedad 
llamarse  lenguaje  frailuno :  buena  prueba  es  de  lo  que  decimos  el  pasaje 
en  que  se  afirma  que  el  P.  Guillelmotti  no  vé  ni  lo  que  tiene  sobre  las  na- 
rices. En  cuanto  á  la  intención  igualmente  frailuna  que  respira  toda  la 
obra ,  sólo  diremos  que  las  insinuaciones  contra  la  ortodoxia  del  teólogo 
romano  son  tales ,  que  en  los  buenos  tiempos  que  echa  tan  de  menos  el 
P.  Sánchez ,  bastarían  para  dar  con  su  antagonista  en  la  Inquisición  como 
sospechoso  de  estar  contaminado  por  la  herética  pravedad.  Sin  duda  que 
habría  producido  este  efecto  el  siguiente  párrafo  que  copiamos,  por  no  ser 
el  que  más  graves  acusaciones  envuelve  contra  el  Provincial  de  la  Orden 
de  Predicadores.  «  El  Sr.  Guillelmotti  no  imita  á  Minguet ,  ni  á  Gachard, 
)>á  Cañete  ni  á  Cánovas;  pero  en  cambio  su  obra  parece  vaciada  en  la 


NOTICIAS  LITERARIAS.  497 

» turquesa  de  los  protestantes ,  que  en  la  segunda  mitad  del  siglo  XVI  se 
«empeñaron  en  pintar  á  Felipe  II  como  el  demonio  del  Mediodia:  »  este 
pasaje ,  fortificado  j  agravado  por  la  nota  que  lo  ilustra  j  que  dejamos  de 
copiar  para  ser  breves  ,  tal  vez  demuestre  el  celo  que  tiene  el  P.  Sánchez 
por  la  fe;  pero  no  es  testimonio  de  su  caridad  y  amor  al  prógimo. 

Parece  indudable  que  el  P.  Guillelmotti  profesa  á  los  españoles  un  odio 
quizá  tan  grande  como  el  que  les  tuvo  Pablo  IV,  que  llamaba  á  nuestros 
antepasados  raza  de  judíos  y  de  moros ,  y  este  desafecto  le  lleva  á  ser  in- 
justo en  su  juicio  hasta  el  extremo  de  escatimar  la  gloria  que  se  debe  á 
España  por  « la  más  alta  ocasión  que  vieron  los  siglos  pasados ,  los  pre- 
»sentes,  ni  esperan  ver  los  venideros,  »  como  llamó  á  la  jornada  deLepanto 
el  Príncipe  de  nuestros  ingenios,  herido  g-loriosamente  en  ella;  y,  descono- 
ciendo las  altas  prendas  de  nuestros  capitanes  y  políticos  niega  las  que 
adornaban  al  joven  de  Austria,  del  cual ,  comparándole  con  Marte ,  decia 
el  divino  Herrera : 

Vendrá  un  tiempo  en  que  tenga 
Tu  memoria  el  olvido  y  la  termine , 
Y  la  tierra  sostenga 
Un  valor  tan  insigne, 
Que  ante  él  desmaye  el  tuyo ,  y  se  le  incline. 

Mas  por  lo  mismo  era  esta  ocasión  de  mostrar  major  calma  é  imparcia- 
lidad para  destruir  los  errores  de  nuestro  detractor ,  haciendo  resaltar  su 
injusticia.  El  P.  Sánchez  no  ha  querido  obrar  de  este  modo,  y  siguiendo 
el  mismo  camino  que  Gruillelmotti,  opone  al  panegírico  el  vejamen  j  el  ve- 
jamen al  panegírico.  Dice  este  que  Colonnafué  el  héroe  de  Lepante  j  el 
primer  hombre  de  su  tiempo:  el  P,  Sánchez  afirma  que  todo  lo  hechó  á 
[jerder;  antes  y  después  de  la  batalla  le  pinta  con  los  más  negros  colores  y 
le  presenta  con  los  caracteres  más  repugnantes ,  acusándole  de  calumnia- 
dor, de  ambicioso,  de  deádeal  y  de  miserable,  olvidando  sin  duda  que  Fe- 
lipe II,  á  quien  el  P.  Sánchez  tiene  por  infalible,  le  protegió  y  le  tuvo  siem- 
pre á  su  servicio  empleándole  en  cosas  de  mucho  momento. 

No  tenemos  nosotros  la  obligación  ni  el  propósito  de  defender  á  Mareo 
Antonio ,  pero  nuestro  amor  á  la  imparcialidad  nos  obliga  á  decir  que  el 
P.  Sánchez ,  empeñado  en  contradecir  las  aseveraciones  de  Guillelmotti,  y 
en  denigrar  á  Colonna  por  lo  mismo  que  aquél  le  ensalza ,  incurre  en  idén- 
ticas ó  más  graves  culpas ,  examinando  con  notable  inexactitud  los  hechos 
y  los  historiadores  que  los  relatan.  Así  es,  que  atribuye  la  guerra  entre 
Paulo  IV  y  Felipe  II  á  los  excesos  de  Colonna ,  á  pesar  de  que  el  verda- 
dero motivo  de  ella  fué  el  odio  que  por  antiguos  agravios  que  suponía  ha- 
ber recibido ,  tenía  el  Pontífice  al  Emperador  Carlos  V ,  á  su  hijo  y  á  los 
españoles  todos.  Sobre  este  punto  no  deja  ninguna  duda  el  historiador 


498  NOTICÍAS    LITERARIAS. 

Cabrera ,  quien  á  pesar  de  su  sincero  catolicismo ,  señala  como  causa  de  la 
guerra  la  que  hemos  indicado  ,  según  puede  verse  en  los  libros  segundo  y 
siguientes  de  su  historia  de  Felipe  II,  y  en  especial  en  el  capítulo  que  lleva 
este  significativo  epígrafe:  El  Pontíjice  persigue  los  amigos  del  Rey  Cató- 
lico, y  enojado  prende  al  Cardenal  de  Santa  Flor.  Colonna  fué  en  aquella 
ocasión  un  vasallo  fidelísimo  del  Raj  de  España,  por  lo  cual  lo  hizo  el 
Duque  de  Alba,  al  rompar  la  guerra,  General  de  los  hombres  da  armas  de 
nuestro  ejército ;  j  por  nuestros  soldados  y  á  las  órdenes  de  aquel  gran 
guerrero ,  Virey  á  la  sazón  de  Ñapóles ,  se  cometieron  los  excesos  de  que 
acusa  á  Colonna  el  P.  Sánchez ,  siendo  nuestros  católicos  predecesores 
los  que,  según  su  patética  exclamación,  no  dejaron  «ni  los  mismos  con- 
» ventos  de  monjas  libres  de  ultrajes  y  profanaciones.»  Ciego  por  la  pasión, 
el  P.  Sánchez  no  ve  que  los  cargos  que  dirige  á  Colonna  abarcan  y  com- 
prenden á  los  españoles ,  sin  excluir  al  Duque  de  Alba ,  jefe  supremo  en 
aquella  guerra ,  y  sobre  quien  recae  la  responsabilidad  de  lo  que  pasó  en 
ella. 

Tampoco  recuerda  el  P.  Sánchez  que  en  el  mismo  Consistorio  en  que  fué 
excomulgado  Colonna,  ó  en  otro  inmediato ,  lo  fueron  también  Carlos  V  y 
Felipe  II,  contra  los  que  el  Fiscal  Pontificio  pidió  nada  menos  que  la  pena 
de  muerte  en  el  proceso  que  mandó  formarles  el  iracundo  Papa.  Sobre  toda 
esta  cuestión  nada  tenemos  que  decir  después  de  los  luminosos  artículos  en 
que  con  tanta  abundancia  de  datos ,  en  gran  parte  antes  no  conocidos ,  y 
con  tan  profunda  y  elevada  crítica  ha  esclarecido  esta  materia  el  Sr.  Cá- 
novas del  Castillo  ,  artículos  que  conocen  nuestros  lectores  por  haberse  pu- 
blicado en  nuestra  Revista.  En  ellos  se  demuestra  también  la  falta  de  fun- 
damento con  que  atribuye  el  P.  Sánchez  á  Marco  Antonio  la  muerte  del 
Cardenal  Carrafa,  el  cual  fué  condenado  por  Pío  IV,  no  sin  la  intervención 
de  los  representantes  de  Felipe  II,  pues  aunque  el  Embajador  Vargas  in- 
tercedía por  el  desdichado  Cardenal,  no  le  ayudaban  en  sus  ruegos  los 
Enviados  extraordinarios  del  Monarca,  que  obró  en  esta  ocasión  con  la 
doblez  propia  de  su  carácter,  y  con  la  que  entonces  se  usaba  de  ordinario 
en  las  negociaciones  diplomáticas. 

En  todo  cuanto  dice  el  P.  Sánchez  acerca  de  la  buena  fe  y  hasta  del  en- 
tusiasmo con  que  entró  España  en  la  liga  contra  el  Turco ,  nos  parece  que 
tiene  razón :  al  lado  de  los  grandes  errores  de  la  política  de  Felipe  11  y  de 
las  funestísimas  empresas  en  que  comprometió  primero,  y  destruyó  al  fin, 
todos  los  recursos  y  todas  las  fuerzas  de  la  nación,  la  historia  elogiará 
siempre  la  hostilidad  constante  que  sostuvo  contra  los  turcos.  En  esta  parte 
Felipe  era  continuador  de  los  proyectos  de  sus  antecesores  ,  fiel  intérprete 
de  los  sentimientos  de  la  nación ,  y  antemural  de  la  civilización  de  Euro- 
pa, puesta  tantas  veces  en  peligro  por  los  sectarios  de  Mahoma.  No  debe 
tampoco  culparse  á  los  españoles  ni  á  su  Rey  de  que  no  se  sacaran  mayo- 


NOTICIAS   LITERARIAS.  499 

res  ventajas  de  la  gloriosa  campaña  de  1572 ,  y  sólo  disculpa ;  pero  nunca 
gloria  merecerá  Venecia  por  haber  roto  la  liga ,  pues  si  así  logró  por  de 
pronto  la  paz  con  el  Turco ,  no  preservó  para  el  porvenir  su  grandeza ,  y 
perdió  el  renombre  que  hubiese  alcanzado ,  ayudando  á  arrojar  de  Europa 
á  los  sectarios  de  Mahoma,  donde  todavía  se  conservan,  con  mengua  de 
las  naciones  de  Occidente ,  oprimiendo  pueblos  j  razas  con  quienes  las  li- 
gan tantos  vínculos.  Debe  añadirse  para  ser  justos,  que  las  guerras  da 
Flándes  y  de  Alemania,  y  otras  causas  no  menos  funestas  para  España, 
causando  nuestra  ruina,  nos  impidieron  seguir  en  las  cosas  de  Levante  las 
gloriosas  tradiciones  de  la  política  Castellana  y  Aragonesa,  que  hubiera 
sido  tan  fecunda  como  fué  estéril  la  que  por  intereses  puramente  dinásti- 
cos y  personales  emprendieron  los  Monarcas  de  la  casa  de  Austria. 

Claro  es  que  un  libro  como  el  que  nos  ocupa,  escrito  por  persona  de  las 
opiniones  y  tendencias  del  P.  Sánchez ,  no  ha  de  carecer  de  un  panegírico 
de  Felipe  II.  Toda  la  obra  está  sembrada  de  elogios  al  hijo  del  César ;  pero 
hay  un  capítulo ,  que  es  el  XII ,  especialmente  consagrado  á  cantar  por 
centésima  vez  las  glorias  del  fundador  del  Escorial.  Con  gran  sinrazón  se 
queja  el  P.  Sánchez  de  que  este  Monarca  haya  tenido  muchos  detractores, 
pues  no  ha  sido  menor  el  número  de  sus  panegiristas  desd«  Cabrera  hasta 
el  mismo  P.  Sánchez,  y  hoy  sobre  todo  está  en  España  de  moda,  y  parece 
empresa  digna  y  provechosa,  la  de  salir  á  la  defensa  de  D.  Felipe  el 
Prudente.  Nada  diriamos  sobre  estos  ejercicios  retóricos  si  no  fuese  por- 
que tienden  á  acreditar  un  error  evidentísimo ,  el  cual  consiste  en  soste- 
ner que  la  política  de  aquel  Monarca  produjo  la  grandeza  y  la  felicidad 
de  España,  y  lo  contrario  es,  sin  duda,  lo  cierto.  Todavía  era  poderosa 
y  temida  nuestra  nación  al  subir  al  trono  Felipe  II ,  y  antes  de  bajar  al 
sepulcro  ya  tocó  los  resultados  de  sus  errores,  habiendo  presenciado  la 
toma  de  Cádiz  por  los  ingleses,  de  donde  no  pudieron  ser  rechazados  en 
muchos  días  por  falta  de  hombres  de  armas  y  de  dinero ,  y  otros'  desas- 
tres que  continuaron  sin  interrupción  nuestra  decadencia  y  ruina,  hasta 
llegar  al  miserable  estado  en  que  se  vio  este  gran  pueblo  al  concluir  el  si- 
glo XVII.  Si  la  política  de  la  casa  de  Austria ,  y  en  particular  la  de  Fe- 
lipe II ,  hubiese  sido  tan  acertada  y  tan  digna  de  aplauso  como  sus  en- 
comiadores  pretenden ,  no  hubiese  tenido  los  resultados  funestísimos  que 
han  de  reconocer  aun  los  que  con  más  favorable  prevención  examinen  el 
período  de  nuestra  historia,  á  que  nos  referimos,  debiendo  advertirse  que, 
más  que  otras  cosas ,  el  Gobierno  de  las  naciones  ha  de  juzgarse ,  y  se  juz- 
ga siempre,  por  sus  efectos. 

No  debe  extrañar  el  P.  Sánchez,  ni  nadie,  qi;e  los  protestantes  de  toda 
Europa  digan  que  Felipe  II  fué  el  demojiio  del  Mediodía ,  pues  no  era  da- 
ble que  juzgaran  con  benevolencia  á  su  cruel  é  implacable  enemigo ,  al  que 
según  la  pintorescíi  expresíp»  de  Porriiíp,  «no  sólo  les  defendióla  entrada 


500  NOTICIAS  LITERARIAS. 

»  en  sus  reinos ,  pero  en  los  extraños ,  proveyendo  de  valientes  mastines  j 
"lebreles que  en  sus  mismas  cuevas  los  acabasen,  gastando  en  esto  su  am- 
»  piísimo  patrimonio  ,  empleando  su  vida  y  usando  todos  los  medios  que 
>»  alcanzó ,  j  supo  j  pudo  un  Rey  tan  sabio ,  tan  poderoso  y  tan  raagnáni- 
»mo.»  Ya  se  sabe  que  estos  medios  no  consistieron  precisamente  en  la 
predicación  ni  en  la  lenidad  evangélica ,  sino  que  para  exterminar  á  los  que 
tuvieron  la  desdicha  de  apartarse  del  gremio  de  la  Iglesia,  se  valió  del 
hierro  y  del  fuego,  dándose  con  esto  lugar  á  escenas  como  los  autos  de  fe 
de  Valladolid  y  de  Sevilla ,  y  como  la  jornada  de  San  Bartolomé ,  en  que 
tanta  parte  tuvo  el  Monarca,  y  por  la  cual  se  apresuró  á  felicitar  al  Rey 
de  Francia.  Aunque  al  P.  Sánchez  le  parezcan  convenientes,  saludables 
y  hasta  humanos  tales  procederes,  no  debe  exigir  que,  losque  de  ellos  fueron 
víctimas,  los  juzgue  de  la  misma  manera,  siendo  natural  que  para  los 
sectarios  de  Lutero  y  de  Calvino  sea  todavía  Felipe  II  lo  que  ha  sido  y  es 
para  los  cristianos  de  todos  los  tiempos  Nerón  y  los  demás  Emperadores 
que  dieron  á  la  fe  tantos  mártires. 

La  crítica  imparcial  y  severa  juzga  á  Felipe  II  como  á  todos  los  Monar- 
cas y  hombres  de  Estado ,  esto  es ,  sin  odio  y  sin  amor ,  porque  no  es  su 
fin  hacer  panegíricos  ni  diatribas ;  averigua  los  hechos  con  diligencia ,  se 
hace  cargo  de  todos  sin  espíritu  de  partido  político  ni  religioso,  y  pronuncia 
su  fallo  sobre  las  personas  y  sobre  las  cosas,  fundándolos  sólo  en  los  eter- 
nos principios  de  la  moral  y  de  la  justicia.  Apoyándose  en  ellos ,  'y  por 
más  que  otra  cosa  diga  el  P.  Sánchez,  ni  Mignet,  ni  Prescott  ni  Gachard, 
ni  Cánovas ,  absuelven  al  héroe  de  los  absolutistas  teocráticos ;  lo  que  tiene 
es ,  que  como  no  declaman ,  según  lo  hacen  los  que  de  uno  y  otro  lado  le 
juzgan  con  opuestas  pasiones,  la  condenación  de  su  conducta  y  de  su  ca- 
rácter, por  más  que  sea  explícita,  no  hace  en  el  vulgo  la  impresión  que  la 
vocería  j  aspavientos  de  los  panegiristas  y  detractores. 

No  es  posible ,  en  un  escrito  de  la  índole  del  presente ,  examinar  los 
problemas  históricos ,  que  resueltos  ya  con  imparcialidad  por  grandes  es- 
critores, dan  idea  del  carácter  y  prendas  de  Felipe  II ;  pero  lo  que  no  se 
concibe ,  es  que  el  P.  Sánchez  afirme  que  el  resultado  de  la  crítica  mo- 
derna es  favorable  á  su  héroe.  Sin  duda  que  Antonio  Pérez  fué  un  Minis- 
tro como  rara  vez  los  hay  en  estos  tiempos,  que  tan  amargamente  juzgan 
los  defensores  del  antiguo  régimen ,  pero  sus  faltas  y  sus  crímenes  eran 
vulgares  en  aquella  edad,  y  por  lo  que  toca  al  asesinato  de  Escobedo ,  si 
el  Secretario  no  puede  ser  absuelto  en  el  tribunal  severo  de  la  historia, 
tampoco  puede  serlo  el  Monarca  ,  que  indudablemente ,  y  diga  lo  que 
quiera  el  P.  Sánchez ,  le  mandó  matar.  Igualmente  pereció  por  su  orden 
el  compañero  del  Conde  Egmont ,  dentro  del  calabozo  de  Simancas ,  con 
tan  impía  crueldad,  que  no  podrá  nunca  considerar  sin  indignación  aquel 
suceso,  quien  abrigue  en  su  pecho  sentimientos  de  humanidad  y  de  jus- 


NOTICIAS  LITERARIAS.  501 

ticia.  Es  verdad  que  el  Príncipe  Carlos,  pintado  por  Schiller  como  un  már- 
tir y  como  un  santo ,  era  una  desdichada  criatura ,  falta  de  seso  y  dotada 
(le  malísimas  pasiones ,  pero  no  habrá  padre  alguno  que  aplauda  lo  que 
con  él  hizo  Felipe  II,  dejándole  morir,  ja  que  no  matándole,  por  no  poner 
remedio  como  pudo  j  debió ,  á  sus  extravíos  j  desarreglos.  Por  más  que 
hagan  los  antiguos  j  modernos  defensores  y  panegiristas  de  este  Monar- 
ca, no  le  podrán  hacer  que  pase  por  un  gran  Rey,  ni  mucho  menos  lograr 
que  se  mire  con  amor  á  quien  rara  vez  descubrió  en  su  proceder  un  mo- 
vimiento de  ternura. 

Examinado  de  cerca,  se  ve  que  como  hombre  tenia  Felipe  II  graves  de- 
fectos y  vicios  repugnantes  y  torpes,  pues  como  dice  Bodoaro  citado  á 
otro  propósito  por  el  P.  Sánchez.  «Et  quanto  a  gli  effetti  della  temperanza, 

«ella  eccede  nel  mangiare  qualitá  di  cibi Et  nelli  piaceri  dalle  donne  é 

"incontinente. »  Si  después  se  corrigió  de  estas  faltas  que  heredó  de  su  padre, 
más  que  á  la  virtud  debe  atribuirse  á  la  gota.  Elogíasele  por  la  serenidad 
con  que  sufría  los  tormentos  de  esta  dolencia ,  pero  descubría  entonces 
que  era  supersticioso,  porque  como  cuenta  el  citado  Porreño,  «cuando  se 
"Sentía  apretado  de  los  dolores  de  su  gota  en  Madrid  ó  en  el  Escorial, 
«mandaba  á  alguno  de  los  Ministros  de  su  Cámara,  que  lo  más  ordinario 
»era  Juan  Ruiz  de  Velasco ,  que  avisase  al  hermano  Fraj  Francisco  del 
"Niño  Jesús,  religioso  carmelita  descalzo  para  que  fuese  á  verle,  y  cuando 
"llegaba  se  consolaba  mucho  con  él,  y  hacía  que  le  pusiese  las  manos 
«sobre  las  partes  condolidas ,  con  lo  cual  le  parecía  que  recibía  refrige- 
»rio.)>  Esta  escena  candidamente  escrita,  revela  más  que  cuanto  pudiéra- 
mos nosotros  decir,  y  tal  vez  de  ella  pueda  inferirse  el  motivo  ó  uno  de  los 
motivos  de  que  estén  hoy  en  boga  los  elogios  á  un  Monarca  que  tan  fu- 
nesto ha  sido  para  la  Nación,  no  sólo  porque  consumió  estérilmente  sus 
tesoros  y  sus  fuerzas,  sino  porque  levantó  obstáculos,  que  todavía  duran, 
y  que  impiden  que  España  entre  en  el  camino  de  la  civilización  moderna, 

F. 


boletín  bibliográfico. 


Ensayos  ceíticos  sobke  filosofía,  literatura  é  instrucción  publica 
ESPAÑOLAS,  por  el  licenciado  D.  Gumersindo  Laverde,  catedrático  en  el  Ins- 
tituto de  Lugo,  individuo  correspondiente  de  las  Reales  Academias  Española 
y  de  la  Historia,  etc. —  Lugo,  imprenta  de  Soto  Freiré,  editor,  1868.  —  Pre- 
cio, 30  reales. 

Los  lectores  de  la  Revista  de  España  que,  por  deber  ó  por  afición ,  sean 
dados  á  la  lectura  de  los  escritos  filosóficos,  habrán  tenido  ya  ocasión  de  apre- 
ciar la  inteligencia  y  los  conocimientos  del  Sr.  Laverde ,  por  el  artículo  Del 
Tradicionalismo,  que  publicó  en  uno  de  los  primeros  números  de  la  Revista, 
é  incluye  hoy  en  el  libro  que  acaba  de  dar  á  la  estampa.  No  creemos  nosotros 
que  será  aquel  opúsculo,  ni  los  que  ahora  dignamente  le  acompañan,  conocidos 
tan  solo  de  las  personas  versadas  en  las  ciencias  filosóficas,  porque  una  de  las 
prendas  intelectuales  del  Sr.  Laverde ,  es  la  estimabilísima  de  tratar  de  los 
asuntos  más  abstractos  y  elevados,  con  tanta  claridad  y  sencillez,  que  facilita 
por  todo  extremo  su  comprensión  aun  á  los  entendimientos  más  oscuros  y  pe- 
rezosos ,  y  seduce  la  voluntad  de  los  menos  afectos  á  esta  clase  de  estudios, 
por  la  elegancia  de  la  forma  en  que  están  expresadas  sus  ideas.  El  ilustrado 
catedrático  de  Lugo,  confirma  con  el  ejemplo  lo  que  ha  mucho  tiempo  pen- 
saba callada  y  modestamente  quien  esto  escribe,  á  saber,  que  la  nebulosidad. 
de  la  frase  supone  más  bien  sutil  artificio  ó  vanidad  de  pensamientos,  que 
grandeza  de  estos ;  y  que  el  descuido  del  estilo  al  escribir,  aunque  sea  de  ma- 
terias puramente  científicas,  es  cuando  menos  insigne  torpeza,  por  la  que  se 
convierte  en  árido  y  antipático  lo  que  se  debe  procurar  hacer  de  todos  modos 
interesante. 

Tan  por  igual  siente  el  alma  del  Sr.  Laverde  el  amor  á  la  filosofía  y  el 
amor  á  España,  que  aparecen  como  un  solo  amor  en  muchos  de  los  artículos 
comprendidos  en  este  volumen.  Por  todo  él  se  descubre  el  laudable  propósito 
que  tiene  el  autor  de  restaurar  la  ilustre  memoria  de  los  antiguos  filósofos 
españoles  y  el  estudio  de  sus  obras,  de  muchos  ignoradas  hoy,  y  de  no  pocos 
mal  conocidas.  Su  deseo  en  este  punto  le  mueve  á  solicitar,  que  á  semejanza 
de  las  que  existen  de  la  Lengua,  de  la  Historia,  de  Ciencias,  etc.,  etc.,  se  funde 
una  academia  nacional  de  Filosofía;  el  bien  escrito  y  razonado  artículo  en 
que  desenvuelve  esta  idea,  así  como  lo  que  dice  en  otro,  respecto  á  la  creación 
de  un  seminario  superior  y  general  de  Teología,  son  cosas  que  merecen  que 
parasen  en  ellas  la  atención  las  personas  que  oficial  ó  extraoficialmente  estén 
llamadas  á  influir  en  el  arreglo  de  la  instniccion  pública.  Sobre  esta  última  ma- 


BOLETÍN  BIBLIOGRÁFICO.  503 

teria,  es  mucho  lo  que  en  su  libro  escribe  el  Sr.  La  verde,  todo  ello  muy  digno 
de  ser  atendido  y  examinado  aun  por  quien  no  esté  conforme  con  todas  sus 
miras;  como  nosotros,  por  ejemplo,  que  quisiéramos  que  la  enseñanza  pública 
y  otras  cosas,  se  emancipasen  de  la  tutela  del  Estado,  más  de  lo  que  al  pare- 
cer juzga  oportuno  el  autor  de  los  ensayos. 

Es  el  Sr.  Laverde  filósofo  español,  juzga  que  existe,  quizás  no  bien  clasifi- 
cada, pero  que  puede  clasificarse  bien,  una  escuela  de  filosofía  española,  y 
discurriendo  por  esta  tesis,  tan  seguro  es  su  paso,  tan  recto  el  método  con  que 
expone  la  propia  y  las  ajenas  doctrinas,  y  tanto  el  acierto  con  que  usa  de  los 
conocimientos  quede  esta  y  otras  ciencias  posee,  que  muy  á  las  claras  deja 
ver  que  se  ha  hecho  dueño  por  su  inteligencia  y  por  un  estudio  vasto  y  dete- 
nido, de  todas  las  materias  de  que  habla.  Católico  nos  declara  que  es,  como 
filósofo  y  como  hombre ,  y  sin  que  él  lo  declarase  nos  lo  revelarían  sus  escri- 
tos ;  pero  entiéndase  (advertencia  por  desgracia  muy  necesaria^  que  no  lo  es  á 
la,  manera  que  está  hoy  en  boga  ;  el  Sr.  Laverde  discute,  no  brama  como  una 
fiera  rabiosa  ;  humilla  su  razón  á  los  preceptos  de  nuestro  dogma  religioso  ; 
pero  no  los  manosea  con  irreverencia,  sacándolos  á  cuento  en  todo  y  por  todo, 
ni  los  confunde  sacrilegamente  con  opiniones  é  intereses  mundanos,  no ;  los 
opúsculos  del  Sr.  Laverde,  prueban  que  su  piedad  y  sus  creencias  son  since" 
ras,  que  nada  tiene  que  ver  este  escritor  con  los  plagiarios  del  iracundo  pu- 
blicista francés  Luis  Veuillot,  cuyos  afectados  y  estrambóticos  alardes  de  fa- 
natismo religioso,  con  los  que  envenenan  todas  las  cuestiones  políticas  y 
literarias,  pueden  traducirse  por  el  afán  de  aparecer  cada  cual  más  celoso  que 
su  vecino  en  esto  de  trabajar  porque  cuanto  antes  se  nos  prive  del  agua  y  del 
fiiego  á  los  picaros  liberales. 

Hay  en  el  libro  de  que  hablamos  algunos  estudios  de  crítica  literaria,  en 
^08  que  acredita  el  Sr.  Laverde  tener  buen  gusto,  ciencia  y  rectitud  de  juicio. 
Mucho  ganaríamos  con  que  hombres  como  el  Sr.  Laverde  se  dedicasen  á  esta 
clase  de  trabajos;  ellos  servirían  de  guia  al  público  y  á  los  autores,  desper- 
tando en  el  primero  el  amor  á  las  letras  y  llamando  á  los  segundos  al  buen 
camino.  Algunas  de  sus  críticas  literarias  nos  han  traído  por  su  valor  á  la 
memoria  el  nombre  siempre  digno  de  amor  y  de  respeto  de  Lista  ;  con  quien, 
sea  dicho  de  paso,  es  injusto  el  Sr.  Laverde  al  afirmar  que  figuraría  como 
poeta  al  lado  de  aquel  y  de  Reinoso,  D.  Pedro  Montengon ,  si  como  ellos  hu- 
biera sido  dueño  de  la  lengua  en  que  escribía.  A  nuestro  ver  esto  no  es  exac- 
to :  á  Montengon  le  faltaba  algo  más  que  la  frase  para  escribir  poesías  ;  gran- 
de era  su  talento  y  mucho  su  saber ,  pero  no  había  nacido  poeta ;  Lista  y  Rei- 
noso lo  eran  ambos. 

El  libro  del  Sr.  Laverde  está  precedido  de  un  discreto  y  elegante  prólogo 
de  D.  Juan  Valera. 

Breve  noticia,  sobre  la  Historia  de  la  Rumania.  —  Discurso  Imlo  en  la 
Universidad  central,  por  D.  A.  Vizanti,  al  recibir  la  investidura  de  Licen- 
ciado en  Filosofía  y  Letras.  —  Madvid,  Imprenta  de  Rivadeneyra. 

Esta  obrita  ofrece  mayor  interés  del  que  es  común  en  las  de  su  clase  ( por 
bien  pensadas  y  escritas  que  estén )  no  sólo  por  el  que  inspira  la  circunstan- 


504  boletín  bibliográfico. 

cia  de  haberla  escrito  un  extranjero,  educado  en  nuestras  aulas,  y  que  se  ex- 
presa en  nuestra  lengiia  con  singular  acierto  y  gallardía,  sino  porque  el  asunto 
de  que  trata ,  no  es  hoy  tan  conocido  de  los  españoles  como  debiera  serlo ,  y 
el  trabajo  que  examinamos  pone  en  camino,  á  los  que  lo  leyeren,  de  adquirir 
más  extensos  conocimientos  de  una  materia  que  toca  muy  de  cerca  á  cuantos 
formamos  parte  de  la  raza  latina  :  á,  saber,  cuál  es  el  estado  presente  y  cuál 
pueda  ser  el  porvenir  de  los  pueblos  de  esta  raza ,  que  situados  en  la  parte 
Oriental  de  Europa,  sirven  como  de  vanguardia  al  Occidente,  contra  los  am- 
biciosos propósitos  de  la  slava. 

La  historia  de  las  naciones  rumanas,  las  que  formaban  la  antigua  Dacia, 
conquistada  por  un  hijo  de  España ,  el  Emperador  Trajano ,  á  la  manera  que 
los  ingleses  conquistaron  á  los  pueblos  del  Norte  de  América,  esto  es,  aniqui- 
lando á  los  indígenas,  ó  expulsándolos  del  territorio,  está  compendiada  desde 
su  origen  hasta  nuestros  dias,  por  el  Sr.  Vizanti  con  suma  lucidez  y  excelente 
método ;  ardiente  amor  á  su  patria  y  á  su  raza,  clarísimo  juicio  y  no  vulgares 
estudios,  demuestra  el  nuevo  Licenciado  en  esta  obra,  cuyo  buen  éxito  debe 
estimularle  á  proseguir  en  la  carrera  que  comienza  tan  lisonjeramente. 

Como  cosa  propia  podremos  considerar,  hasta  cierto  punto ,  los  adelantos 
del  Sr.  Vizanti,  por  ser  hijo  literario  de  nuestra  Universidad,  adonde  según 
tenemos  entendido  vino  á  estudiar,  enviado  por  el  Gobierno  de  su  patria ;  esto 
es  de  agradecer,  por  la  estimación  que  de  la  nuestra  supone ;  y  todos  debemos 
olvidar  las  pueriles  dificultades  que,  según  es  fama,  estorbaron  algunos  dias 
la  investidura  del  joven  rumano,  pues  que  esas  dificultades,  como  otras  cosas, 
nacieron  y  nacen  exclusivamente  del  empeño  que,  al  parecer,  tienen  ciertas 
personas  en  hacernos,  con  sus  afectados  alardes  de  intolerancia,  antipáticos  á 
todas  las  naciones  cultas. 


Director  y  Editor,  JosK  L.  Alba  iíkua. 


TIP06RAFÍA  DE  GREGORIO  ESTRADA,  Hiedra,  5  y  7.  Madrid. 


LA  PROPIEDAD  TERRITORIAL 


EN 


LA   ESPAÑA   ÁRABE 


Fragmento  de  un  Ensayo  inédito  sobre  la  Historia  de  la  propiedad  en  España 
durante  la  Edad  Media. ) 

I. 

La  reorganización  de  la  sociedad  y  del  Estado,  muy  adelantada 
bajo  la  Monarquía  visigoda,  quedó  profundamente  trastornada,  si 
bien  no  destruida  del  todo ,  con  la  invasión  y  conquista  de  los  sar- 
racenos. Desapareció  el  régimen  político ,  modificáronse  las  rela- 
ciones del  subdito  con  el  Soberano  y  las  que  mediaban  entre  las 
clases  sociales ,  se  alteró  un  tanto  de  hecho  el  estado  de  las  perso- 
nas, y  sufrió  por  consiguiente  graves  mudanzas  el  de  la  propiedad 
territorial.  Veamos  cuáles  fueron  éstas,  y  cómo  á  pesar  de  ellas 
no  dejó  de  ser  en  España  el  dominio  y  posesión  de  la  tierra  un 
vinculo  social  importante  y  un  elemento  necesario  de  la  nueva 
civilización. 

Es  un  hecho  averiguado ,  y  ya  hoy  por  todos  los  historiadores 
reconocido ,  que  los  árabes  no  entraron  en  España  asolando  pueblos 
indefensos,  exterminando  habitantes  inermes  y  pacíficos,  y  apode- 
rándose de  todas  sus  riquezas  como  de  cosa  propia,  según  dan  á 
entender  los  antiguos  cronistas,  sin  advertir  que  tan  exagerados 
conceptos  estaban  en  contradicción  con  muchos  hechos  que  ellos 
mismos  narraban  ,  rindiendo  á  la  verdad  tributo.  Abiertas  de  par 

TOMO  III.  33 


506  LA    PROPIEDAD    TERRITORIAL 

en  par  las  puertas  de  la  patria  con  la  traición  y  derrota  de  Guada- 
lete  ,  no  apercibidos  á  la  defensa  los  más  de  los  pueblos,  quizá  por 
no  atribuir  á  aquella  irrupción  el  carácter  de  una  verdadera  con- 
quista ,  y  faltos  de  dirección  y  de  disciplina  los  que  hubieran  po- 
dido aún  detenerla  ó  dificultarla,  los  mahometanos  ocuparon  la 
mayor  parte  de  la  Península  con  muy  escasa  resistencia ,  y  la  co- 
menzaron á  poseer  sin  temor  de  que  los  que  no  habian  sabido  de- 
fenderla fuesen  capaces  de  recobrarla.  Asi  es,  que  para  consumar 
su  atrevida  empresa ,  no  necesitaron  emplear  la  devastación  y  el 
exterminio  como  otros  conquistadores ,  y  para  asegurar  su  domi- 
nación no  creyeron  tampoco  necesario  reducir  á  la  servidumbre  á 
los  vencidos,  despojarles  de  sus  propiedades  como' habian  hecho 
los  bárbaros,  y  ni  aun  privarles  siquiera  de  sus  leyes  civiles,  de  su 
gobierno  interior,  de  su  culto  é  instituciones  religiosas. 

Esta  política  era  además  conforme  con  la  ley  mahometana  que 
prohibía  matar  á  las  mujeres ,  á  los  niños ,  á  los  ancianos  y  á  los 
monges,  á  menos  que  se  defendieran  por  armas ,  y  mandaba  guar- 
dar el  seguro  concedido  al  enemigo  y  los  convenios  con  él  estipu- 
lados. (1)  La  misma  tolerancia  habian  procurado  inspirar  los  pri- 
meros Kalifas  de  Oriente  á  sus  huestes  fanáticas  en  las  anteriores 
conquistas  del  Islamismo.  Cuando  Abubeker,  inmediato  sucesor  de 
Mahoma,  entregó  á  Yezid  el  mando  de  su  ejército  y  le  envió  á 
conquistar  la  Syria ,  dirigió  una  arenga  á  los  soldados ,  diciéndoles 
entre  otras  cosas :  « No  abuséis  de  la  victoria.  No  manchéis  vues- 
tras espadas  con  la  sangre  de  los  vencidos,  ni  de  los  niños,  ni  de 
las  mujeres,  ni  de  los  ancianos.  Cuando  os  halléis  en  territorio 
enemigo  ,  no  taléis  sus  árboles ,  ni  destruyáis  sus  palmeras ,  ó  sus 
frutos,  ni  saqueéis  sus  campos,  ni  sus  casas.  Tomad  de  sus  bienes 
y  de  sus  ganados  lo  que  os  haga  falta ,  pero  no  destruyáis  cosa 
alguna  sin  necesidad.  Ocupad  las  ciudades  y  fortalezas ,  y  derribad 
aquellas  que  puedan  servir  de  refugio  al  enemigo.  Tratad  con  com- 
pasión á  los  que  se  rindan  y  se  humillen,  y  Dios  os  tratará  á  vosotros 
con  misericordia.  Oprimid  á  los  rebeldes  y  á  los  soberbios ,  y  á  los, 
que  falten  á  los  tratados.  Que  no  haya  falsedad  ni  ambigüedad  en 
vuestros  convenios  con  el  enemigo.  Sed  fieles  y  leales  con  todo  el 
mundo ,  y  mantened  siempre  vuestra  fe  y  vuestras  promesas.  No 

(1)  Suma  de  los  principales  mandamientos  y  de  vedamientos  de  la  Ley 
(^unna,  cap.  35.  Publicada  por  la  Academia  de  la  Historia  en  el  Memorial 
histórico  español^  Tomo  V,  pág.  247. 


EN    LA    ESPAÑA    ÁRABE.  507 

turbéis  el  reposo  de  los  mong-es  ni  de  los  solitarios ,  ni  derribéis 
sus  moradas,  pero  herid  de  muerte  al  enemig-o  que  os  resista.» 
Estos  nobles  y  sabios  preceptos,  tan  conformes  con  el  espíritu  del 
Koran,  como  adecuados  para  facilitar  la  dominación  de  sus  propa- 
gadores, encontraron  en  España  tanto  más  fácil  cumplimiento, 
cuanto  que  la  inmensa  mayoría  de  sus  habitantes  se  sometió  pron- 
tamente al  conquistador,  obedeció  á  los  Emires  y  Kalifas  más 
constante  y  sumisamente  que  los  subditos  musulmanes ,  y  hasta 
les  ayudó  á  consolidar  y  mantener  su  gobierno. 

No  quiere  esto  decir  que  la  conquista  se  verificase  sin  derramar 
sangre  alguna,  ni  que  fuese  siempre  suave  para  los  cristianos  el  yugo 
sarraceno.  Hubo  desastres  en  la  invasión,  hubo  persecuciones,  hubo 
mártires,  pero  fueron  mayores  las  calamidades  ocasionadas  por  las 
guerras  civiles  entre  las  diversas  tribus  asiáticas  y  africanas  que  se 
disputaron  el  mando ,  que  las  causadas  por  la  tiranía  de  los  ven- 
cedores con  los  vencidos.  Mucho  sufrieron  los  cristianos  bajo  el  im- 
perio fugaz  de  algunos  Emires  opresores  y  de  no  pocos  Walides  ó 
Gobernadores  codiciosos ,  pero  no  más  tal  vez  que  los  musulmanes 
sujetos  á  su  poderlo.  En  los  períodos  de  guerra  civil  y  anarquía  que 
atravesó  España,  ya  bajo  la  dominación  de  turbulentos  caudillos,  ya 
cuando  se  disputaban  el  Califato  independiente  los  Almorávides  ó  los 
Almohades ,  todos  padecieron  casi  igualmente  sin  distinción  de  fe 
ni  de  origen.  Alguna  vez  fueron  perseguidos  los  cristianos ,  porque 
el  fervor  de  su  celo  religioso  les  arrastraba  á  demostraciones  ofensi- 
vas en  concepto  de  los  mahometanos ;  pero  tales  persecuciones  fue- 
ron de  corta  duración  y  nunca  generales  en  toda  la  Península.  Su 
condición  de  hecho  no  era  en  todo  igual  á  la  de  los  musulmanes; 
pero  sí  tan  favorable  como  podia  serlo  entonces  la  de  un  pueblo 
conquistado  que  no  se  había  fundido  ni  podia  fundirse  con  sus  con- 
quistadores. 

Al  apoderarse  los  árabes  de  nuestro  territorio  huyeron  de  sus 
casas  y  se  refugiaron  en  las  montañas  de  Asturias ,  Navarra  y  Ca- 
taluña muchos  naturales ,  la  mayor  parte  ricos  y  de  la  nobleza  his- 
pano-goda ,  eludiendo  así  el  yugo  enemigo ;  pero  la  masa  de  la 
población ,  la  mayoría  de  los  propietarios  nobles  y  plebeyos ,  los 
curiales  y  privados ,  los  buccelarios ,  los  colonos ,  los  libertos  y  los 
siervos  no  abandonaron  sus  hogares ,  y  resignados  con  la  triste 
suerte  de  la  patria ,  trataron  de  vivir  en  paz  con  los  vencedores. 
Los  emigrados  debieron  ser  en  escaso  número,  comparados  con  los 


508  LA   PROPIEDAD    TERRITORIAL. 

sometidos ,  puesto  que  de  otro  modo  no  habrían  podido  albergarse 
ni  vivir  en  los  estrechos  valles  ni  en  las  escarpadas  sierras  que  les 
dieron  asilo.  Esta  población  numerosa,  que  permanecía  en  el  país 
conquistado  j  que  constituía  la  casi  totalidad  de  sus  habitantes, 
dado  que  no  podia  compararse  con  ella  la  que  invadió  el  territorio 
y  se  esparció  después  por  las  provincias,  no  perdió  su  estado  civil, 
ni  todos  sus  derechos  políticos.  Los  hombres  libres,  los  siervos,  los 
libertos,  los  patronos,  los  clientes,  los  colonos  y  los  privados, 
conocidos  todos  después  con  la  denominación  común  de  mozárabes, 
mantuvieron  su  respectiva  condición  como  en  tiempo  de  la  Mo- 
narquía visigoda ,  puesto  que  continuaron  rigiéndose  por  sus  le- 
yes. Hasta  los  nobles  conservaron  algunas  de  sus  prerogativas  en 
cuanto  eran  conciliables  con  el  nuevo  régimen  político.  Los  mozá- 
rabes tuvieron  sus  Condes  y  Jueces  especiales  que  les  administra- 
ban justicia,  según  sus  leyes,  y  estos  cargos  honoríficos  debieron 
de  recaer  en  los  más  distinguidos  de  entre  ellos.  Los  Santos 
mártires  de  Zaragoza ,  Voto  y  Félix ,  vivían  rodeados  de  clientes  y 
de  siervos  enmedio  de  la  opulencia ;  ejercían  la  noble  profesión  de 
las  armas  y  se  entregaban  al  recreo  de  la  caza ,  propio  tan  sólo  de 
los  caballeros,  según  las  costumbres  de  la  Edad  Media  (1). 

Conforme  las  leyes  y  costumbres  árabes ,  los  vencidos  que  abra- 
zaban la  religión  del  Profeta  quedaban  en  un  todo  igualados  á  los 
musulmanes ;  los  que  persistían  en  su  fe  tenían  derecho  á  la  pro- 
tección de  los  vencedores  y  á  ser  tratados  del  mismo  modo ,  me- 
diante el  pago  de  un  tributo  de  capitación  establecido  sobre  todos 
los  no  musulmanes  (2).  Este  tributo  era  como  el  rescate  de  la  no- 
ble condición  de  ciudadano.  Llamábase  ^«Vy^,  que  significa  igtia- 
lacion ,  porque  en  efecto  igualaba  á  los  musulmanes  con  los  que 
no  lo  eran  en  cuanto  á  la  protección  de  sus  personas  y  sus  propie- 
dades. Por  eso  el  Kalífa  Aly  decía  de  sus  subditos  cristianos  y  ju- 
díos: «no  están  ciertamente  sujetos  al  tributo,  sino  para  poner  al 
mismo  nivel  su  sangre  con  nuestra  sangre ,  sus  bienes  con  nues- 
tros bienes»  (3j. 

Esta  fué  también  la  norma  de  los  Kalifas  que  dominaron  en 
España.  Así  es  que  los  mozárabes ,  ó  sea  casi  la  totalidad  de  los 

(  (1)    Acta  Tíiartir.  Votiet  Félix  in España  Sagr.,  tomo  XXX,  páginas 

401  y  402. 

(2)  Conde,  Historia  de  la  dominación  de  los  árabes.  Parte  I,  cap.  XVI. 

(3)  Viardot,  Historia  des  árabes,  etc.  Segunda  parte,  Map.  1,  pág.  47. 


EN   LA    ESPAÑA    ÁRABE.  509 

godos  romanos ,  no  solo  conservaron  su  estado  civil  con  sus  propias 
leyes  en  todo  lo  concerniente  á  sus  relaciones  privadas ,  sino  tam- 
bién sus  Jueces  propios,  Condes  y  oficiales  visigodos  con  jurisdic- 
ción civil  y  criminal  tan  extensa ,  como  que  sólo  para  aplicar  la 
pena  de  muerte  necesitaban  impartir  el  auxilio  del  Walid  ó  Gober- 
nador de  la  provincia  (1).  Conservaron  además  el  ejercicio  casi 
libre  de  su  culto ,  gran  parte  de  sus  templos ,  su  gerarquia  y  cir- 
cunscripciones eclesiásticas ,  sus  monasterios ,  sus  prelados  y  sus 
ministros ,  sin  más  restricción  que  la  de  no  celebrar  en  las  calles 
sus  ceremonias  religiosas  (2).  Fueron  admitidos  al  desempeño  de 
los  cargos  públicos,  juntamente  con  los  musulmanes,  sobre  todo  á 
los  de  la  milicia  y  los  del  palacio  de  los  Emires  y  Kalifas  (3).  Por 
último ,  retuvieron  los  más  de  ellos  la  posesión  de  sus  bienes  con 
la  libre  facultad  de  enagenarlos ,  que  muchos  no  tenian  antes ,  sin 
otras  limitaciones  que  las  que  la  ley  general  imponía  á  los  propie- 
tarios musulmanes,  reducidas  al  pago  del  impuesto  (4). 


II. 

No  fué  siempre  igual ,  sin  embargo ,  la  condición  de  los  cristia- 
nos ,  que  si  á  veces  protegían  los  Emires  sus  personas  y  propieda- 
des, á  veces  menospreciaban  sus  derechos  con  notoria  injusticia. 
Abd-al  Rhaman  I  dio  un  señalado  testimonio  de  respeto  á  la  pro- 
piedad cristiana  absteniéndose  de  convertir  en  mezquita  la  mitad 
de  la  catedral  de  Córdoba ,  dedicada  todavia  en  su  tiempo  al  culto 
católico ,  hasta  que  los  mozárabes  principales  de  la  ciudad  convi- 

(1)  Isidoro  de  Beja,  hablando  del  Emir  Okban  dice :  "Neminem  nisi  per 
justitiam  proprise  legis  damnet.i.  Pacensis  Chron.  Núm.  61.  Florez.,  Esp.  sa- 
grada, t.  VIII,  apénd.  2."  Alvaro  de  Córdoba  hace  mención  no  sólo  de  los 
Condes  sino  de  otros  Jueces  cristianos. (Carta  9."^  en  Florez.  Esp.  mgr.,  t.  XI. 
pág.  151.  Véase  también  el  Memoriale  Sanctorum  de  S.  Eidogio,  Lib.  III, 
cap.  16.)  "Legibus  nos  propriisuti  non  prohibemur...ii  [Vita  B.  Joannis  Ahh. 
Gorciensis,  cap.  XIII,  par.  122.  Acta  Sanctorum  27.  Febraurü  citado  por 
Herculano  Hist.  de  Portugal  t.  III,  pág.  177.) 

(2)  Pacensis  Chron.,  núm.  19.  Esp.  sagr,  t.  III,  pág.  262. 

(3)  Eulogii  Memoriale  Sanctorum,  lib.  II,  cap.  XVI  y  lib.  III,  cap.  I.— 
Aymonius.  De  translatione  martirum,  Hb.  ,11,  cap.  X.  Esp.  sagr,  t.  X,  pá- 
ginas 519  y  521. 

(4)  Dozy,  Histoire  des  MvMÜmians  d  Espagne ,  t.  II,  pág.  41. 


510  LA    PROPIEDAD    TERRITORIAL. 

nieron  en  vendérsela  por  la  enorme  suma  de  cien  mil  dineros  (1)  y  el 
permiso  de  reedificar  las  ig-lesias  destruidas  desde  la  conquista;  mas 
á  esto  liabia  precedido  que  estando  asegurado  á  los  cristianos  por 
los  tratados  la  posesión  de  todo  aquel  templo,  cuando  se  aumentó  la 
población  con  la  venida  de  los  árabes  de  Siria  habia  dedicado  el 
Gobierno  á  mezquita  la  otra  mitad  del  edificio,  siguiendo  el  ejemplo 
de  lo  que  se  habia  becho  en  Damasco ,  en  Hemera  y  en  otras  ciu- 
dades conquistadas  por  los  musulmanes,  donde  con  igual  objeto  se 
habia  privado  á  los  cristianos  de  la  mitad  de  sus  catedrales  (2). 
La  mayor  parte  de  las  ventajas  que  disfrutaban  los  mozárabes 
les  estaban  aseguradas  por  los  tratados  que  para  la  rendición  de 
ciudades  principales  celebraron  con  los  vencedores.  Toledo  capituló 
en  712  estipulando  que  aquellos  de  sus  habitantes  que  no  quisieran 
permanecer  en  la  ciudad .  saldrían  de  ella  libremente ,  aunque 
perdiendo  sus  bienes :  que  todos  los  demás  conservarían  sus  casas, 
tierras  y  propiedades  de  cualquiera  especie :  que  mediante  el  pago 
del  tributo  (ta'dyl)  podrían  estos  también  practicar  su  culto  y 
poseer  las  iglesias  existentes,  aunque  sin  edificar  otras  nuevas, 
ni  hacer  procesiones  públicas  sin  autorización  del  Gobierno ;  y  que 
se  regirían  por  sus  leyes  civiles  y  religiosas  y  serian  juzgados  por 
sus  jueces,  contal  de  que  ninguno  fuere  castigado  por  conver- 
tirse á  la  fé  musulmana  (3).  Iguales  condiciones  obtuvo  la  opu- 
lenta Mérida ,  á  pesar  de  su  obstinada  resistencia  al  ejército  de 
Muza ,  sin  más  gravamen  por  razón  de  esta  circunstancia  que  la 
confiscación  de  los  bienes  de  las  iglesias  y  de  los  que  hablan  muerto 
con  las  armas  en  la  mano  durante  el  sitio  (4).  El  Conde  Teodo- 
miro ,  después  de  defenderse  largo  tiempo  en  la  provincia  de  Mur- 
cia ,  logró  aún  de  Abd-al-Azys  una  capitulación  más  ventajosa, 
pues  conservó  para  sí  y  sus  habitantes  la  posesión  y  gobierno  de 
la  que  los  árabes  llamaron  Tierra  de  Tadmir ,  con  siete  ciudades, 
mediante  la  obligación  de  pagar  al  Kalifa  cierto  tributo  (5)  Zara- 

(1)  Cerca  de  cuatro  millones  de  reales,  que  atendido  el  valor  de  la  moneda 
en  aquel  tiempo ,  equivaldrían  hoy  á  cerca  de  44  millones. 

(2)  Dozy,  Histoire  des  Musulmans,  t.  II,  pág.  49. 

(3)  Viardot,  Hist.  des  Árabes,  etc.  Part.  l.'^  cap.  II,  pág  77. 

(4)  Id.,  id.,  pág  80.  Dozy,  Hist.  des  Musulmans,  t.  II,  pág.  40. 

(5)  Según  el  texto  de  esta  capitulación,  que  han  conservado  los  historia- 
dores árabes  y  aprobó  el  Kalifa  Walyd,  cada  «nobre  godo  debia  pagar  al  año 
un  diñar  de  oro,  cuatro  medidas  de  trigo  y  otras  tantas  de  cebada,  vino,  vina- 
gre, aceite  y  miel,  y  cada  siervo  la  mitad  del  tributo."  Id.,  id.,  pág.  82,  nota  1.* 


EN    LA    ESPAÑA    ÁRABE.  511 

goza  fué  peor  tratada  á  causa  del  impuesto  considerable ,  que  ade- 
más de  los  ordinarios ,  le  exigió  Tharyk  con  el  nombre  de  rescate 
de  sangre  {!).  Pero  con  capitulaciones  ó  sin  ellas,  en  casi  todas 
partes  quedaron  á  salvo  la  libertad  personal ,  la  propiedad  inmue- 
ble de  los  individuos  sometidos  y  el  ejercicio  del  culto ,  variando 
tan  solo  la  cuantía  del  tributo  según  los  accidentes  de  la  guerra  y 
las  circunstancias  de  los  jefes  que  ejecutaban  la  conquista. 


III. 

Los  hombres  de  las  diferentes  naciones  y  tribus  que  componían 
el  ejército  invasor  no  se  creian  tal  vez  perjudicados  por  estas  ca- 
pitulaciones ,  ni  aunque  las  violasen  muchas  veces  tenían  derecho 
alguno  para  resistirlas.  Según  las  leyes  musulmanas,  los  alistados 
en  un  ejército,  además  de  la  paga  de  campaña,  tenían  derecho  á 
las  cuatro  quintas  partes  del  botín ,  después  de  sacar  la  restante 
para  el  Kalifa,  haciéndose  el  reparto  por  igual  entre  todos,  aunque 
con  doble  porción  á  los  de  á  caballo  que  á  los  infantes  (2). 

Contábase  en  el  botín  todo  lo  que  se  tomaba  al  enemigo  por 
fuerza  de  armas,  inclusos  los  prisioneros  y  todo  lo  que  el  enemigo 
daba  para  obtener  la  paz ;  pero  no  las  tierras,  sin  duda  porque  estas 
no  tenían  valor  entre  tribus  nómadas  y  errantes,  más  dadas  al 
pastoreo  que  al  cultivo,  como  lo  eran  los  árabes  cuando  recibieron 
la  ley  de  Mahoma.  De  ello  ofrecen  buena  prueba  el  texto  mismo 
del  Cunna  que  manda  «partir  en  el  lugar  ó  villa  del  campo  todo 
el  despojo  (3),»  esto  es,  en  el  mismo  sitio  de  la  batalla.  Esto  mis- 
mo se  infiere  de  un  decreto  de  Al-Haken  II ,  declarando  las  obli- 
gaciones y  derechos  de  los  guerreros  en  campaña.  «Todos  los  des- 
pojos, dice,  sacado  el  quinto  que  nos  pertenece,  se  repartirán  en 
el  mismo  campo  ó  lugar  de  la  lid.  El  caballero  tendrá  dos  partes 
y  el  de  á  pié  una  :  de  las  cosas  de  comer  tomad  cuanto  necesi- 
téis  (4).»  Si  pues  todos  los  despojos  habían  de  repartirse  en  el 

(1)  Viardot,  Hist.  des  Árabes,  etc.  Parte  1.*  cap.  II,  pág.  83. 

(2)  Suma  de  la  Ley  Qunna,  cap.  35,  Memorial  histor.,  pág.  333.  Decreto 
del  Kalifa  Al-Haken  II,  en  Conde,  Historia  de  los  Árabes,  parte  2.%  cap.  4, 
edición  de  Barcelona,  1844. 

(3)  Suma  de  la  Ley  (^unna,  cap,  35,  id. 

(4)  Conde ,  id.  id. 


512  LA    PEOPIEDAD    TERRITORIAL 

mismo  campo  ó  lugar  de  la  lid ,  y  si  los  soldados  no  tenian  dere- 
cho sino  á  lo  que  les  tocase  en  tal  reparto ,  claro  es  que  en  él  no 
podrían  comprenderse  las  tierras  y  heredades  del  pais ,  que  no  era 
posible  conocer  ni  menos  dividir  hasta  después  de  abandonar  el 
campo  de  batalla  y  ocupar  y  medir  el  territorio. 

Pero  aunque  como  botin  no  pudieron  reclamar  los  invasores  una 
participación  en  la  propiedad  territorial ,  era  indispensable  que  la 
tuviesen  por  conveniencia  ó  por  g-racia,  una  vez  decididos  á  guar- 
dar su  conquista  y  á  fijar  su  residencia  en  Kspaña.  Hizose ,  por  lo 
tanto,  entre  ellos  un  reparto  de  tierras,  tomándolas  principalmente 
de  las  abandonadas  por  los  patricios  emigrados ,  de  las  confiscadas 
á  la  Iglesia  y  de  las  conquistadas  por  fuerza  de  armas.  Mas  esta 
primera  distribución  de  tierras  no  hubo  de  hacerse  adjudicando  á 
cada  individuo  un  lote  determinado ,  sino  dando  á  cada  tribu  la 
posesión  colectiva  de  una  cierta  porción  de  terreno  á  fin  de  que  en 
común  la  cultivasen  y  poseyesen.  Esto  se  infiere  de  un  pasaje  del 
Cronicón  de  Isidoro  de  Beja  en  que  se  dice,  que  «Al-Samah  ó  Zama, 
según  el  cronista,  dividió  por  suerte  entre  los  socios  ó  participes  los 
predios  y  cosas  muebles,  que  desde  antiguo  y  como  presa  conser- 
vaban indivisos  los  árabes  de  todas  clases,  dejando  una  parte  á 
dividir  entre  los  militares  y  aplicando  otra  al  fisco  (1).  La  expresión 
gens  omnis  Arahica  que  emplea  el  cronista ,  alude  sin  duda  á  las 
diferentes  tribus  y  castas  que  vinieron  con  Tharj^k  y  Muza ,  cuya 
rivalidad  empezó  á  manifestarse  inmediatamente  después  de  la  vic- 
toria y  dio  luego  origen  á  tantos  desastres.  Las  palabras  o^mj!?r«- 
dabiliter  indivisum  retemptabat  dan  clarailiente  á  entender  que 
aquella  gente  árabe  se  habia  apoderado  desde  mucho  antes  como 
despojos,  y  conservaba  sin  partir,  muchas  heredades  y  aun  cosas 
muebles.  Infiérese  también  de  este  texto  que  el  primer  reparto  de 
tierras  no  hubo  de  hacerse  por  autoridad  pública,  ó  conforme  á 
reglas  emanadas  de  ella,  sino  por  ocupación  arbitraria  y  sin  tener 
en  cuenta  el  interés  público ,  puesto  que  el  Emir  tuvo  que  destinar 
una  parte  al  fisco,  sin  duda  por  no  haberla  tenido,  ó  haberhi  te- 
nido escasa  en  la  división  primitiva.  Los  militares  entre  quienes  ha- 

(T)  "Praedia  et  manuafia  vel  quidquid  illud  est  quod  oHm  praedabifiter 
indivisum  retemptabat  in  Hispaniagens omnis  Arábica,  sortesociis  dividenpo 
(partem  reliquit  militibusdividendam)  partem  ex  omni  re  mobiU  et  inmobifi 
fisco  associat."  Isid.  Pacensis  Ghron.  n.°  48,   in  Esjj.  Sagr.,  t,  8,  pág.  305. 


EN   LA   ESPAÑA    ÁRABE.  «513 

bia  de  repartirse  la  separada  del  acervo  común,  eran  probablemente 
los  que  á  la  sazón  servían  en  la  guardia  del  Emir,  único  ejército 
permanente  que  tenian  los  árabes  para  acompañar  y  defender  la 
persona  del  Kalifa  y  mantener  el  orden  interior,  pues  en  tiempo  de 
guerra  eran  soldados  todos  los  musulmanes  capaces  de  llevar  las 
armas.  Los  siervos  que  á  la  sazón  cultivaban  las  tierras  ocupadas 
por  los  conquistadores  se  mantuvieron  en  ellas.  Siendo  los  indíge- 
nas los  que  mejor  conocían  entonces  los  procedimientos  de  la  agri- 
cultura, era  natural  que  se  les  impusiese  la  oblig-acion  de  seguir 
prestando  después  de  la  conquista  el  mismo  servicio  que  antes  pres- 
taban á  sus  antiguos  señores.  Su  suerte,  sin  embargo,  fué  muy 
diferente  seg'un  que  las  tierras  á  que  estaban  adscriptos  pasaban  al 
dominio  particular  ó  continuaban  en  el  del  Estado,  Los  siervos  de 
las  tierras  repartidas  pagaban  á  los  propietarios  musulmanes  las 
cuatro  quintas  partes  de  sus  frutos  :  los  de  las  tierras  del  Estado 
contribuían  solamente  al  Erario  con  el  tercio  de  los  productos  (1). 
Al-Samah  fué ,  pues,  quien  al  parecer  constituyó  entre  los  ára- 
bes de  España  la  propiedad  territorial  verdadera ,  la  individual, 
que  no  conocían  ni  necesitaban  tal  vez  las  tribus  nómadas  de  Asia 
y  África ,  y  fué ,  como  es  sabido ,  el  principal  elemento  de  la  civi- 
lización europea.  La  necesidad  de  ella  hubo  de  irse  sintiendo  más 
cada  dia,  seg*un  fueron  menguando  las  ganancias  de  la  guerra, 
fijando  su  residencia  los  errantes  invasores ,  y  creciendo  la  pobla- 
ción y  el  consumo.  Asi  es  que  á  aquellos  primeros  repartos  de  tier- 
gas  sucedieron  otros  muchos  que  tales  circunstancias  hacían  índís- 
díspensables.  El  Emir  Azubisah,  sucesor  de  Al-Samah,  por  nombra- 
miento del  Kalifa ,  distribuyó  nuevas  tierras  entre  los  musulmanes 
más  pobres ,  unas  incultas  y  baldías ,  y  otras  abandonadas  por  mu- 
chos judíos  que ,  sin  cuidarse  de  ellas ,  marcharon  á  Palestina  para 
seguir  al  impostor  Zonarías ,  anunciado  á  la  sazón  como  el  Mesías. 
Los  cronistas  árabes  hacen  mención  de  otro  reparto  que  en  743  ve- 
rificó el  emir  Husan ,  más  conocido  por  Abul-Khatar,  después  de 
haber  sujetado  con  los  Berberes  ó  moros  que  trajo  consigo  de  allende 
el  estrecho ,  á  los  árabes  rebeldes  que ,  negando  obediencia  al  Wa- 
líd  de  África ,  se  habían  declarado  independientes  de  toda  sobera- 
nía, y  apoderádose  del  gobierno  de  varias  ciudades.  Husan  dis- 
tribuyó tierras  á  las  tribus  de  Siria  y  Arabia ,  que  eran  las  más 

(1)    Dozy,  Hist.  des  Mumlmans,  tomo  2.°,  pág.  39,  •  íjjqiihy  «jbÍ  ob 


514  LA  PROPIEDAD  TERRITORIAL 

poderosas ,  y  competían  entre  sí  por  apoderarse  de  la  comarca  de 
Córdoba ,  dándolas  á  cada  una  en  regiones  por  su  clima  y  produc- 
tos semejantes  á  las  de  su  origen  respectivo  y  con  mayor  exten- 
sión. Entraron  en  este  reparto  tanto  las  tribus  ya  establecidas  en 
España ,  como  las  que  vinieron  después,  procedentes  de  Beledy  en 
Arabia ,  de  Hemera ,  de  Palestina ,  de  Alordania  en  las  orillas  del 
Jordán,  de  Damasco,  de  Kimvin,  Wacita,  Irak  y  Kairwan.  Los 
árabes  beledys  ya  establecidos,  conservaron  todo  lo  que  poseian, 
dándose  las  nuevas  propiedades  en  Ocsonoba  y  Beja,  Sevilla,  Nie- 
bla ,  Sidonia  y  Algeciras ,  Málaga ,  Granada ,  Jaén ,  Cabra ,  y  en 
otras  provincias  más  lejanas.  El  débil  reino  ó  señorío  de  Teodomiro 
no  pudo  ya  entonces  mantener  su  autonomía ,  y  hubo  de  desapa- 
recer con  Atanagildo,  que  á  la  sazón  lo  gobernaba,  puesto  que  las 
tierras  de  Murcia  fueron  también  de  las  distribuidas  entre  los 
árabes. 

Con  todo  esto,  sin  embargo,  no  tenían  para  proveer  desde  luego 
á  su  sustento  los  que  por  llegar  los  últimos  no  disfrutaban  ya  otras 
heredades  productivas ,  y  necesitaban  algún  tiempo  para  romper 
y  hacer  fructificar  las  nuevamente  ganadas.  Entonces  los  Emires 
adoptaron  una  costumbre  muy  seguida  después  por  todos  los  Reyes 
de  España ,  que  fué  consignar  á  aquellos  á  quienes  no  se  daban 
tierras ,  pensiones  alimenticias  sobre  las  rentas  que  de  heredades 
propias  cultivadas  por  colonos  cristianos  poseía  el  Erario.  Tales 
eran  aquellas  cuyo  dominio  directo  se  reservó  el  Estado,  dejándo- 
las en  poder  de  los  siervos  que  las  trabajaban ,  mediante  la  condi-i 
cion  de  contribuir  al  Tesoro  con  el  tercio  de  todos  sus  productos. 
Este  tercio  fué  el  que  sirvió  luego  para  constituir  rentas  á  manera 
de  feudos  con  que  remunerar  los  servicios  de  los  últimos  conquis- 
tadores. Así  no  perdieron  nada  los  colonos  del  fisco,  pues  para 
ellos  era  indiferente  pagar  sus  tributos  al  Estado  ó  al  propietario 
particular  á  quien  el  Kalífa  hubiere  trasferido  su  derecho. 


IV. 

Mas  no  solía  acudirse  á  este  recurso  cuando  las  revueltas  interio- 
res ó  los  azares  de  la  guerra  daban  ocasión  ó  pretexto  para  apode- 
rarse de  las  tierras  dejadas  á  los  cristianos ,  aunque  fuese  violan- 
do las  estipulaciones  concluidas.  Asi  sucedió  cuando  fué  destinada 


EN    LA    ESPAÑA    ÁRABE.  515 

á  mezquita  la  primera  mitad  de  la  catedral  de  Córdoba ,  y  el  mismo 
Abd-al-Rhaman  I ,  que  no  osó  apoderarse  de  la  otra  mitad  sino  des- 
pués de  comprarla  por  un  precio  subido,  no  tuvo  reparo  en  confis- 
car las  tierras  de  Ardabasto,  uno  de  los  descendientes  de  Witiza, 
fundándose  en  que  eran  demasiada  propiedad  para  un  cristiano  (1). 
Por  otra  violación  flagrante  de  los  tratados  desapareció  el  pequeño 
Estado  constituido  en  Murcia  por  Teodomiro. 

No  eran  solamente  los  Emires  y  los  Kalifas  los  autores  de  tales 
desmanes ;  pues  los  solian  cometer  aun  más  graves  los  Gobernado- 
res subalternos  de  las  provincias.  Ni  eran  tampoco  solamente  los 
cristianos  los  únicos  despojados,  que  los  musulmanes  no  sufrían  tal 
vez  menos  de  la  rapacidad  de  sus  caudillos.  Al-Haorr,  Emir  de 
Córdoba  por  los  años  de  715  á  718,  mandó  entregar  al  Erario  los 
bienes  arrancados  á  los  cristianos  durante  la  paz ,  so  color  de  tri- 
butos ,  y  con  tormentos  crueles  hizo  restituir  los  tesoros  que  ocul- 
taban los  Alcaides  y  Walides  (2) ;  aunque ,  si  ha  de  creerse  á  los 
historiadores  árabes ,  Al-Haorr  fué  un  Gobernador  rapaz  y  tirano, 
que  satisfaciendo  en  los  berberes  ó  moros  sus  odios  de  raza ,  em- 
pleó principalmente  aquellas  crueldades  con  los  que  no  se  presta- 
ban á  saciar  su  codicia.  Yahia  en  los  tres  años  que  desempeñó  el 
Emirato,  por  los  de  725,  atormentó  igualmente  á  muchos  sarrace- 
nos para  obligarles  á  devolver  los  bienes  robados  en  tiempo  de  paz, 
algunos  de  los  cuales  restituyó  á  los  cristianos  (3).  El  Emir  Al- 
Haitan ,  que  gobernaba  en  729  y  oprimió  duramente  á  los  musul- 
manes, despojó  á  muchos  de  ellos  de  sus  bienes  bajo  el  pretexto  de 
iguales  restituciones  (4).  Abd-Al  Rhaman  I  devolvió  á  los  mozára- 
bes algunas  iglesias  de  que  estaban  privados  con  infracción  de  las 
capitulaciones,  aunque  ordenando  al  mismo  tiempo  destruir  las 
que  con  igual  infracción  se  hablan  edificado  después  de  la  conquis- 
ta (5).  ¡De  cuántas  otras  violencias  no  serian  victimas  los  cristia- 
nos en  los  continuos  trastornos  y  las  sangrientas  guerras  civiles 
que  después  ocurrieron  bajo  la  fugaz  dominación  de  Gobernadores 
codiciosos ,  sin  más  norma  ni  ley  que  su  arbitrio ,  y  sin  otra  res- 
ponsabilidad efectiva  que  la  que  les  solian  exigir  sus  propios  súb- 

(1)  Dozy,  Uist.  des  Mmulmans,  tom.  II,  pág.  49. 

(2)  Pacencis  Ghron.,  núm.  44. 

(3)  Pacencis  ídem,  núm.  54. 

(4)  Conde,  Hist.  de  los  árabes,  etc.,  part.  1.%  c.  23, 

(5)  Conde,  ídem,  id.,  part,  L%  c.  24, 


516  LA    PROPIEDAD    TERRITORIAL 

ditos  con  la  rebelión  y  la  fuerza  de  las  armas !  El  Emir  Okbah,  para 
remediar  las  iniquidades  cometidas  bajo  el  imperio  de  sus  antece- 
sores ,  destituyó  á  todos  los  Walides  que  por  su  crueldad  y  avari- 
cia se  hablan  hecho  tan  odiosos  á  los  musulmanes  como  á  los  cris- 
tianos ;  castig-ó  severamente  las  concusiones  de  los  recaudadores,  y 
llenó  las  cárceles  con  malversadores  de  los  caudales  públicos  (1). 
Apoderado  Thueba ,  por  traición ,  del  Emirato  de  Córdoba ,  y  Sa- 
mail  del  de  Zarag-oza ,  los  Walides  de  las  provincias ,  siguiendo  su 
ejemplo,  miraban  como  rebaños  propios,  seg-un  la  expresión  de  los 
cronistas  árabes ,  así  á  los  cristianos  como  á  los  musulmanes  pací- 
ficos. Vag'aban  por  los  pueblos  despojándolos  con  extorsiones  ar- 
bitrarias, exigiéndoles  desusados  tributos  y  apoderándose  de 
cuanto  producían  las  tierras.  Los  de  Andalucía  pretendían  ser  obe- 
decidos por  los  de  Toledo  y  Mérida :  estos  no  reconocían  superiori- 
dad en  los  de  Córdoba  ni  en  los  de  Zaragoza;  todos  procuraban 
acrecentar  su  partido  ofreciendo  por  estímulo  la  licencia  y  la  im- 
punidad ,  y  así  los  propietarios  y  colonos  no  tenían  más  recurso 
que  el  de  la  propia  fuerza  para  defender  y  conservar  sus  pastos, 
sus  rebaños  y  sus  propiedades  (2) .  Los  Emires  y  principales  caudi- 
llos toleraban  estos  abusos  para  ganar  popularidad ;  y  si  los  mu- 
sulmanes no  se  eximían  de  tan  crueles  persecuciones ,  juzgúese  la 
suerte  que  correrían  los  indígenas  en  períodos  de  tanta  confusión 
y  desorden. 

A  veces  los  accidentes  de  la  guerra  con  los  asturianos  ó  los  ara- 
goneses daban  ocasión  á  semejantes  despojos.  Los  habitantes  de  los 
territorios  que  unos  ú  otros  contendientes  recorrían  en  sus  alga- 
radas veían  á  cada  paso  arrasados  sus  campos  y  destruidas  sus 
propiedades.  Si  algunos  de  ellos  transigían  con  el  enemigo  para  no 
ser  tan  maltratados ,  ó  le  seguían  en  su  retirada ,  los  demás  su- 
frían en  su  persona  y  bienes  la  venganza  que  no  podía  tomarse  en 
los  fugitivos.  Alfonso  I  de  Aragón  invadió  la  Andalucía,  llegando 
con  su  ejército  hasta  Córdoba  en  1 124 ;  y  como  le  siguiesen  en  su 
retirada  hasta  cerca  de  10.000  mozárabes,  á  los  cuales  dio  en  su 
tierra  heredades  y  nobleza ,  muchos  de  los  que  quedaron  en  las 
provincias  del  Kalifa  fueron  despojados  de  sus  bienes,  ó  azotados  y 
presos ,  ó  desterrados  á  África ,  ó  tal  vez  muertos  en  suplicios  crue- 

(1)  Conde,  Hist.  de  los  árabes,  part.  1.%  c.  27. 

(2)  Conde,  Idem^  part.  1.%  c.  36, 


EN    LA.    ESPAÑA    ÁRABE.  517 

les  como  represalia  de  la  victoria  obtenida  por  el  ejército  arago- 
nés (1). 

La  historia  no  refiere  sin  duda  todos  los  despojos  y  violencias  de 
que  fueron  victimas  los  cristianos  en  la  sangrienta  y  prolongada 
lucha  de  razas  asiáticas  y  africanas,  librada  en  la  Peninsula  durante 
su  esclavitud ;  mas  para  formar  idea  de  ellos ,  basta  observar  que 
á  los  pocos  anos  de  la  conquista ,  toda  la  población  mozárabe  habia 
desaparecido  de  los  campos,  refugiándose  en  las  villas  y  en  las 
ciudades ,  único  lugar  donde  las  crónicas  hacen  mención  de  ella. 
Las  tribus  africanas ,  por  el  contrario ,  aun  cambiando  su  vida  er- 
rante por  la  sedentaria,  preferian  residir  en  el  campo  donde  podian 
mejor  que  en  los  pueblos  conservar  hasta  cierto  punto  sus  hábitos 
primitivos.  Los  jefes  con  algunos  pocos  de  sus  hombres  más  fieles, 
ocupaban  las  ciudades ,  en  las  cuales  contaban  por  otra  parte  con 
la  adhesión  de  los  judios ;  pero  la  mayoría  de  los  que  formaban  los 
ejércitos,  permanecían  en  los  campos  vecinos  al  cuidado  de  las 
tierras  que  se  les  adjudicaban  en  ellos.  Puestos  en  contacto ,  aun- 
que sin  confundirse  nunca  los  propietarios  rurales  y  colonos  cris- 
tianos con  los  soldados  groseros  y  semi  salvajes  que  componían  el 
grueso  de  los  ejércitos  musulmanes ,  ¿cómo  era  posible  que  se  res- 
petasen mutuamente  y  que  no  acabaran  los  más  débiles  por  ceder 
su  lugar  á  los  más  fuertes?  El  único  refugio  de  aquellos  desgra- 
ciados habitantes  eran  las  ciudades  donde  podian  protegerse  unos 
á  otros,  donde  residían  sus  Condes  y  Jueces  dispuestos  á  amparar- 
los y  donde  se  hallaba  la  autoridad  musulmana  que  podia  hacerles 
justicia  contra  sus  opresores.  Pero  los  acogidos  á  las  grandes  po- 
blaciones no  salvaron  su  hacienda  y  su  vida  sino  á  costa  de  aban- 
donar ó  por  lo  menos  de  no  disponer  tan  libremente  como  debieran 
de  sus  heredades ,  siempre  expuestas  á  las  depredaciones  de  los 
propietarios  vecinos.  Hé  aqui  como  á  pesar  de  la  protección  que 
las  leyes ,  los  tratados  y  algunos  Emires  y  Kalifas  dispensaron  á  la 
propiedad  de  los  españoles  sometidos,  hubieron  estos  de  sufrir  gra- 
ves extorsiones  y  violentos  despojos. 


(1)    Garibay,  Historia  de  España^  lib.  3,  c.  8,  Orderici  Vitalis  Hist.. ,  li- 
bro 13,  núm.  6,  in  Esp.  Sagr.,  t.  10,  apéndice  último. 


518  LA    PROPIEDAD    TERRITORIAL 


Después  de  la  inseguridad  era  el  tributo  la  condición  más  one- 
rosa del  dominio.  Los  propietarios  muslimes  pag-aban  en  tal  con- 
cepto el  Kharadj  al  Zagah  6  Azaque,  que  consistia  en  la  décima  ó 
la  vigésima  parte  del  producto  de  la  tierra ,  deducida  la  semilla 
sembrada,  de  los  ganados  j  de  otros  efectos.  Cuando  la  cosecha  no 
llegaba  á  cinco  cahices  de  grano ,  no  se  pagaba  diezmo  de  ella. 
Las  tierras  de  secano  contribuían  con  la  décima ,  j  con  la  vigési- 
ma las  de  regadío.  Los  que  vendían  y  compraban  muebles  ó  alha- 
jas, pagaban  también  diezmo.  Los  que  hallaban  tesoros  ó  cosas 
abandonadas ,  ó  tomaban  despojos  en  la  guerra ,  debian  pagar  el 
quinto.  Esta  misma  cuantía  adeudaban  los  ganados.  Además  cada 
muslim  debía  contribuir  en  la  Pascua  del  Ramadan  con  una  me- 
dida de  grano  llamada  el  azaque  del  alfitra.  Por  último ,  de  la 
plata  y  del  oro  extraído  de  las  minas  se  pag-aba  un  cuarto  de  diez- 
mo. El  producto  de  este  tributo  debía  invertirse  en  el  palacio  del 
Kalifa,  en  el  salario  de  sus  Oficiales,  Alcaides,  Justicias  y  Alfa- 
quíes ,  en  las  mezquitas  y  fuentes  públicas ,  en  escuelas  y  maes- 
tros ,  redención  de  cautivos  mahometanos  y  limosnas  á  pobres  que 
rezaran  las  cinco  oraciones  ó  azotas  (1). 

Los  tributos  de  los  mozárabes  pasaron  por  vicisitudes  diferentes 
seo"un  los  tiempos  y  las  circunstancias  de  los  pueblos.  Al  principio 
hubieron  de  pagar  unos  el  quinto  y  otros  el  décimo  de  los  frutos, 
puesto  que  el  Emir  Al-Samah ,  al  repartir  tierras  á  los  musulma- 
nes ,  hizo  un  empadronamiento  ó  censo  de  los  habitantes ,  y  re- 
gularizó los  impuestos  disponiendo  que  fuesen  iguales  en  todos  los 
pueblos  (2) 

Su  sucesor  Ambisah .  no  estimando  tal  vez  justificada  esta  no- 
vedad ,  ordenó  que  los  pueblos  que  se  hubieran  rendido  volunta- 


(1)  Suma  de  los  principales  mandamientos   y  devedamientos  de  la  ley 
Cunna,  capítulos  25,  26,  27  y  28.  Memorial  histórico  espaiiol ,  t.  5.°,  p.  247. 

(2)  Así  lo  asegura  Eouen  de  Saint  Hilaire  en  su  Histoire  dEspagne,  t.  2, 
oh.  3,  edic.  de  1837,  aunque  no  dice  la  fuente  de  donde  toma  la  noticia. 


EN    LA    ESPAÑA    ÁRABE.  519 

riamente ,  pagarán  el  diezmo  de  los  frutos ,  y  que  satisfaciesen  el 
quinto  los  conquistados  por  fuerza  de  armas  (1). 

Por  eso  Isidoro  de  Beja  le  atribula  haber  duplicado  el  tributo  de 
los  cristianos  (2). 

Así  es  que  habiéndose  sublevado  la  villa  de  Tarazona,  según 
cuentan  los  historiadores  árabes ,  entró  Al-Samah  en  ella  por  fuer- 
za ,  arrasó  sus  murallas ,  castigó  á  los  jefes  de  la  sedición  j  du- 
plicó el  impuesto  que  pagaban  sus  habitantes  (3).  Concuerda  con 
estas  noticias  la  que  se  lee  en  la  escritura  que  en  734  otorgó  á  fa- 
vor de  los  cristianos  de  su  territorio  el  walid  de  Coimbra ,  Alboa- 
cen-Iben-Mohamad-Al  Hamar,  en  cuyo  documento  se  mandaba 
que  pagaran  aquellos  doble  impuesto  que  los  moros,  2b pesantes 
de  plata  por  cada  iglesia,  50  por  cada  monasterio ,  y  100  por  cada 
catedral  (4).  Mas  al  poco  tiempo  el  Emir  Okbah ,  hacia  el  año  736, 
hizo  un  nuevo  empadronamiento ,  y  volviendo  al  sistema  de  Al- 
Samah  ,  igualó  los  tributos  en  todos  los  pueblos ,  sin  distinciones 
odiosas  por  razón  de  origen  ú  otras  causas  en  que  se  fundaba  su 
desigualdad  (5).  En  algunas  partes,  sin  embargo,  el  impuesto  de 
los  cristianos  debió  ser  de  cuota  fija ,  y  así  se  lee  en  una  escritura 
de  760  que  un  Conde  de  los  mozárabes  de  Coimbra,  llamado  Then- 
dio  donó  al  monasterio  de  Lorban  dos  heredades,  declarando  que 


(1)  Izit  autem  missit  prsefectum  in  Hispanias  Adham  filixim  Melic ,  et  prse- 
cepit  ei  Tit  civitates ,  oppida  et  castella ,  quas  primum  Árabes  expugnaverant, 
s\ibjueret  sub  tributo,  videlicetut  quintam  partem  omnium  proventuum  fisco 
solverent  ammatium,  quse  autem  se  sponte  reddiderant,  decimam  taiitum 
solverent  pro  tributo,  et  hi  et  illi  in  suis  possesionibus  liberi  remanerent: 
D.  Roderici,  Hist.  Arabum,  c.\ll.  El  nombre ^c?Acrw,  que  se  lee  en  el  texto  es 
equivocado,  pues  quien  gobernaba  en  España  en  la  época  k  que  se  refiere  el 
Arzobispo,  y  quien  fué  enviado  por  el  Kalifa  Yezyd  ó  Izit,  como  dice  el  texto, 
era  Ambisah.  Concuerdan  con  esta  noticia  los  historiadores  árabes  que  ex- 
tractó Conde  en  su  Historia  de  los  Árabes  etc. ,  parte  1.%  c.  22. 

(2)  Pacencis  Chron.  n.°  52. 

(3)  Conde,  ídem,  P.  l.^ ,  c,  22. 

(4)  Flores,  Esp.  Sagr.  T.  X,  pág.  273.  Esta  escrituraba  sido  calificada  de 
apócrifa  por  algunos  historiadores ,  si  bien  no  resulta  suficientemente  demos- 
trada su  falsedad.  Pero  aunque  en  realidad  no  la  hubiera  suscrito  Alboacen, 
es  de  fecha  muy  remota,  refiere  hechos  confirmados  por  otros  documentos  ir- 
recusables, y  fué  escrita,  sin  duda,  por  quien  conociendo  bien  las  costumbres 
de  aquel  tiempo,  no  es  probable  que  las  desfigurase  á  costa  de  la  verosimili- 
tud de  su  obra. 

(5)  Conde,  ídem,  P.  1.»,  c.  27. 


520  LA   PROPIEDAD    TERRITORIAL 

se  pagaban  por  ellas  á  los  árabes ,  señores  de  la  tierra ,  ocho  pesan- 
tes de  plata  (1). 

Además  de  la  contribución  territorial  pagaban  los  cristianos  y 
losjudiosla  personal  ó  de  capitulación  antes  indicada,  (ta'dylj 
cuya  cuantía  hubo  también  de  sufrir  algunas  vicisitudes.  Ya  he 
dicho  que  este  tributo  era  el  que  igualaba  de  derecho  á  los  no  mu- 
sulmanes con  los  que  lo  eran.  Los  cristianos  de  cada  pueblo  paga- 
ban por  tal  concepto  una  suma  fija  que  debia  repartirse  entre  ellos 
con  arreglo  á  padrones  nominales  que  de  los  mismos  se  formaban. 
Los  recaudadores  del  Kalifa  exig'ian  al  parecer  aquella  suma  del 
Conde  ó  exceptar  mozárabe,  siendo  cargo  de  este  reclamar  la  cuota 
de  cada  contribuyente.  La  de  los  ricos  era  48  dirhems ,  24  la  de 
los  hombres  de  la  clase  media  y  12  la  de  los  que  vivian  del  trabajo 
de  sus  manos.  Estas  monedas  equivalían  respectiva  y  aproximada- 
mente á  107-54  y  27  rs.,  y  á  once  veces  estas  sumas  si  se  tiene  en 
cuenta  la  diferencia  entre  el  valor  del  numerario  en  aquella  época 
y  en  la  presente.  Pero  las  mujeres,  los  niiíos,  los  enfermos,  los 
ciegos ,  los  monges,  los  mendigos  y  los  esclavos  estaban  exentos 
del  tributo  (2). 

Esta  igualdad ,  sin  embargo,  tenía  más  de  aparente  que  de  efec- 
tiva. Para  mantenerla  habría  sido  necesario  que  la  cuota  señalada 
á  cada  ciudad  ,  villa  ó  distrito  creciese  ó  menguase  periódicamente 
con  el  aumento  ó  disminución  de  sus  habitantes  cristianos ,  y  lejos 
de  hacerse  esto,  como  que  los  padrones  no  solían  rectificarse  en  mu- 
cho tiempo  á  pesar  de  las  frecuentes  vicisitudes  de  la  población  en 
períodos  turbulentos,  la  cuota  tributaria  permanecía  invariable. 
Por  eso  Isidoro  de  Beja  notaba  como  un  acto  de  grande  y  poco  fre- 
cuente justicia  del  Emir  Yusuf ,  la  formación  de  un  nuevo  censo  de 
contribuyentes,  borrando  de  él  á  los  cristianos  difuntos  (3).  Ni 
fueron  tampoco  siempre  las  cuotas  individuales  señaladas  las  que 
autorizó  la  ley.  El  Kalifa  Mohamad,  al  arreglar  la  hacienda  pú- 
blica por  los  años  de  852,  hizo  economías  en  los  gastos,  rebajando 
el  sueldo  de  los  militares  y  otros  funcionarios ,  y  agravó  el  tributo 
de  los  cristianos ,  auxiliando  á  su  repartimiento  el  Obispo  de  Má- 
laga y  otros  mozárabes  con  grave  escándalo  de  San  Eulogio  que 


(1)  Huerta,  Anales  de  Galicia^  t.   II.  Apéndice  11. 

(2)  Dozy,  Hist.  des  Musulmam.  t.  II,  pág.  40. 

(3)  Pacensis  Chron.,  núm.  75. 


EN   LA    ESPAÑA    ÁRABE.  521 

ha  conservado  la  memoria  de  aquel  hecho  (1).  Últimamente  llegó 
á  aumentarse  á  razón  de  40  doblas  de  oro  y  40  adarmes"  de  plata 
por  cada  varón  mayor  de  edad  (2). 

También  habia  mozárabes  exentos  del  impuesto ;  tales  eran  al 
parecer  los  que  ejercían  funciones  en  el  Real  Palacio ,  ó  servían  en 
la  milicia.  San  Eulogio ,  escritor  contemporáneo ,  censuró  dura- 
mente al  Kalifa  Mohamad  por  haber  privado  á  los  cristianos  de  los 
cargos  que  desempeñaban  en  su  Palacio ,  y  de  sus  estipendios  á  los 
militares,  sujetándoles  á  tributos  que  antes  no  pagaban  (3).  Otros 
muchos  solian  eludir  el  pagó  del  tributo  sin  estar  exentos  de  él. 
El  presbítero  Leowigildo ,  escritor  de  la  época,  dá  claramente  á  en- 
tender ,  que  algunos  cristianos  lograban  de  hecho  esta  exención 
permaneciendo  encerrados  en  sus  casas ,  ó  no  saliendo  de  ellas  sino 
con  la  oscuridad  de  la  noche  ( 4 ) ,  Y  se  concibe  que  esto  sucediese 
cuando  los  padrones  de  contribuyentes  no  se  renovaban  con  fre- 
cuencia ,  y  la  acción  del  Gobierno  era  tan  poco  eficaz ,  como  lo  es 
siempre  en  toda  administración  desordenada  é  imperfecta.  Es  de 
creer,  por  lo  tanto ,  que  sólo  pagarían  tributo  aquellos  á  quienes 
fuese  imposible  eludirlo.  El  mismo  San  Eulogio  lo  reconocía  asi  en 
la  obra  antes  citada,  confesando  que  las  rentas  del  Kalifa  estaban 
muy  menguadas,  porque  los  contribuyentes  no  le  acudían  con  los 
impuestos.  Así  es  que  Al-Mondhir,  sucesor  de  Mohamad ,  conside- 
rando sin  duda  la  dificultad  de  exigir  á  sus  pueblos  los  diezmos 
atrasados ,  se  vio  en  la  necesidad  de  perdonárselos  ( 5 ) .  Y  como  los 
cristianos  más  celosos  profesaban  la  máxima  de  no  ayudar  al  Go- 
bierno en  la  recaudación  de  sus  rentas ,  no  es  de  creer  le  prestasen 
para  ello  eficaz  auxilio  los  Condes  y  Oficiales  mozárabes. 

VI. 

Un  Obispo  de  Málaga  fué  calificado  poco  menos  qíie  de  apóstata 
por  haber  formado  el  padrón  de  los  cristianos  de  su  diócesis  y  en- 
viádolo  al  Kalifa.  Igual  nota  recayó  sobre  un  Conde  llamado  Ser- 

(1)  San  Eulogio,  Memorialis  Sanctorum.  Lib.  III,  cap.  5,  P.  P.  Toletani, 
totn.  II. 

(2)  Suma  del  (JJunna,  c.  27,  id. 

(3)  S.  Eulogii,  Memorialis  Sanctorum.  Lib.  3,  c.  1. 

(4)  Leovigildi,  De  habitu  clei'icorum. 

(5)  D.  Roderici,  Historia  Arabiim,  c.  29. 

TOMO  líl.  34 


522  LA    PROPIEDAD    TERRITORIAL 

vando,  por  que  con  orden   del   Soberano   exig-ió   un   tributo  de 
100.000  escudos  á  los  mozárabes  de  Córdoba  (1). 

Así ,  pues ,  en  las  provincias  conquistadas ,  la  propiedad  territo- 
rial quedó  dividida  entre  los  musulmanes  y  los  cristianos.  Los  an- 
tiguos propietarios  que  permanecieron  en  el  país ,  conservaron  por 
reg'la  general  la  que  poseían,  y  la  disfrutaron  con  sujeción  á  sus 
leyes  visigodas.  Los  musulmanes  poseyeron  las  que  les  fueron  re- 
partidas con  arreglo  á  su  ley.  Unos  y  otros  estaban  sujetos  á  gra- 
vosos tributos,  más  pesados  para  los  primeros,  sobre  todo  para  los 
nobles  godos  que  en  la  antigua  Monarquía  se  hallaban  exentos  de 
ellos.  Unos  y  otros  también  padecieron  despojos  y  extorsiones,  ga- 
belas extraordinarias  y  depredaciones  violentas,  aunque  tal  vez 
más  frecuentes  los  cristianos ,  puesto  que  musulmanes  eran  siempre 
los  opresores.  Con  tributos  variables,  al  arbitrio  de  los  Emires  y 
Kalifas,  y  cuya  exacción  estaba  encomendada  á  Walides  malver- 
sadores y  rapaces ,  ningún  propietario  tenia  seguridad  de  recoger 
el  fruto  de  su  dominio.  Con  las  algaradas  de  los  enemigos,  ora 
cristianos,  ora  infieles;  con  guerras  civiles  casi  permanentes  entre 
razas  rivales ,  ningún  propietario  estaba  seguro  de  su  derecho.  La 
propiedad  concedida  á  los  sarracenos  sirvió  para  fijarlos  en  el  ter- 
ritorio ,  para  modificar  su  condición  de  tribus  errantes ,  para  ha- 
cerles entrar  en  los  senderos  de  la  civilización ;  pero  como  las  in- 
migraciones se  sucedían  unas  á  otras  con  harta  frecuencia ,  siendo 
siempre  las  últimas  de  razas  y  pueblos  más  bárbaros  que  las  ante- 
riores ,  y  como  las  luchas  entre  estos  mismos  pueblos ,  y  las  guer- 
ras de  la  reconquista  no  permitieron  el  establecimiento  de  un  ré- 
gimen de  gobierno  regular  y  permanente,  á  cuya  sombra  se 
desenvolvieran  las  instituciones  conservadoras  del  Estado ,  la  pro- 
piedad de  la  tierra  no  llegó  á  ser  un  vínculo  social  tan  poderoso 
como  lo  era  á  la  sazón  en  las  naciones  cristianas  de  Europa.  Su 
instabilidad ,. su  inseguridad,  sus  tramisiones  frecuentísimas,  su 
independencia  de  todo  interés  colectivo ,  excepto  el  del  Estado  en 
la  exacción  del  tributo ,  no  eran  conciliables  con  ninguna  organi- 
zación en  que  fuese  ella  la  base  de  las  instituciones  sociales  más 
importantes.  Mucho  menos  pudo  serlo  la  propiedad  de  los  mozára- 
bes ,  sujeta  á  los  mismos  ó  aún  más  graves  accidentes.  Nada  se 
fundó  ni  era  posible  fundar  sobre  la  una  ni  sobre  la  otra ,  ni  sobre 

(1)    Flores,  Esp.  Sagr.,  t.  X,  pág.  275. 


EN   LA    ESPAÑA   ÁRABE.  523 

ambas  á  la  vez :  no  sobre  alguna  de  ellas  exclusivamente,  porque 
liabria  sido  ineficaz ,  no  participando  de  su  influjo  los  poseedores 
de  la  otra ,  y  no  sobre  ambas ,  porque  perteneciendo  á  pueblos  di- 
ferentes ,  y  que  formaban ,  por  decirlo  así ,  dos  sociedades  diversas, 
constituian  elementos  heterogéneos  incapaces  de  sujetarse  á  una 
regla  común.  ¿Qué  eficacia  habrían  tenido  las  instituciones  que  se 
fundaran  exclusivamente  en  la  propiedad  de  los  musulmanes,  que- 
dando exentos  de  su  influjo  los  cristianos  que  formaban  la  mayoría 
de  la  población?  ¿Ni  qué  efecto  habrían  producido  las  que  se  apo- 
yaran en  la  propiedad  de  estos,  dejando  á  un  lado  á  los  muslimes, 
que  eran  los  señores  de  la  tierra,  y  también  los  mayores  propieta- 
rios? Pues  para  edificar  sólidamente  sobre  ambas  propiedades,  ha- 
bría sido  necesario  reducirlas  á  una  condición  común ,  lo  cual  no 
era  posible  sin  establecer  igual  comunidad  entre  los  propietarios, 
y  esto  exigía  á  su  vez  una  fusión  de  razas  que  nunca  habrían  de 
identificarse.  En  vano  los  musulmanes  comunicaron  á  los  mozára- 
bes su  idioma,  sus  trajes,  sus  ciencias,  su  literatura  y  sus  costum- 
bres fastuosas  y  caballerescas,  la  religión  abría  entre  ellos  un 
abismo  insondable.  Hubo  cristianos  que  se  mezclaron  en  matrimo- 
nio con  los  infieles ,  algunos  hasta  se  circuncidaron ,  pero  semejan- 
tes aberraciones,  contrarías  á  la  ley  de  la  Iglesia,  ni  fueron  muy 
frecuentes,  ni  dejaron  nunca  de  ser  aborrecidas  y  condenadas. 
Siendo  imposible  la  fusión  de  las  razas,  no  era  posible  la  unidad 
de  legislación,  ni  hacedera  por  lo  tanto  una  organización  de  la  pro- 
piedad que  la  erigiese  en  base  sólida  de  relaciones  permanentes 
entre  los  individuos ,  las  clases  y  el  Estado. 

VIL 

En  la  sociedad  visigoda  estaba  el  germen  de  las  instituciones  que 
después  se  desarrollaron  en  la  Monarquía  de  León  y  de  Castilla. 
La  propiedad  no  era  en  ella  todavía  el  elemento  conservador  del 
Estado ,  como  entidad  política ,  ni  como  conjunto  de  clases  y  de  in- 
dividuos relacionados  entre  sí  por  los  vínculos  de  un  interés  común; 
pero  encerraba  en  su  organización  los  gérmenes  de  otra  capaz  de 
restablecer  y  conservar  una  sociedad  casi  disuelta  por  la  irrupción 
de  los  bárbaros,  la  guerra  y  la  conquista.  Algo  había  entre  los  vi- 
sigodos que  inclinaba  á  hacer  de  la  propiedad  un  vínculo  de  suje- 
ción y  de  dependencia  entre  las  clases  y  los  individuos,  un  medio 


524  LA    PROPIEDAD    TERRITORIAL 

de  defensa  material  del  Estado  y  un  auxiliar  poderoso  de  la  auto- 
ridad pública.  Bajo  la  dominación  musulmana  desaparecieron  es- 
tas tendencias.  La  propiedad  de  los  mozárabes  se  rigió  por  las  le- 
yes visigodas ,  pero  solamente  aquellas  que  afectaban  á  las  relacio- 
nes interiores  de  familia ,  ya  que  no  podian  permanecer  en  vigor 
las  que  constituían  el  derecho  público  del  Estado.  En  su  conse- 
cuencia, ni  la  jurisdicción,  ni  el  servicio  militar,  ni  el  estado  po- 
lítico de  las  personas  tuvieron  relación  ninguna  con  el  dominio  de 
la  tierra ,  el  cual  no  se  rigió  por  otras  leyes  que  las  que  autoriza- 
ban su  libre  ejercicio,  su  adquisición  y  su  trasmisión,  sin  más  cor- 
tapisa que  la  reserva  de  la  legítima  de  los  hijos  y  de  los  derechos 
familiares  consignados  en  el  Fuero  Juzgo. 

La  propiedad  de  los  muslimes  se  gobernó  por  la  ley  mahome- 
tana y  la  Cunna ,  que  siendo  la  expresión  de  una  sociedad  errante 
y  semi  bárbara ,  poco  familiarizada  con  el  dominio  individual  y 
perpetuo  de  la  tierra ,  no  le  habia  atribuido  ninguna  función  im- 
portante en  el  régimen  de  la  cosa  pública ,  y  que  siendo  además 
inmutable  de  suyo ,  no  se  acomodaba  á  las  necesidades  de  los  tiem- 
pos, ni  seguía  los  progresos  de  la  civilización.  Según  estas  leyes. 
Dios  es  el  verdadero  señor  de  la  vida  y  de  la  hacienda  de  los  cre- 
yentes, y  ejerce  su  derecho  por  medio  de  los  Kalifas,  Soberanos 
absolutos  y  sus  representantes  en  el  mundo.  Pero  este  dominio 
universal  no  impedia  que  los  subditos  disfrutaran  libremente  la 
tierra,  sin  más  gravamen  que  el  pago  del  diezmo.  Ningún  otro 
vínculo  tenía  la  propiedad  con  el  régimen  del  Estado :  era  única- 
mente el  patrimonio  de  la  familia ,  fuera  de  la  cual  no  originaba 
obligaciones  ni  derechos. 

Los  modos  de  adquirir,  trasmitir  y  utilizar  el  dominio  eran,  por 
lo  tanto ,  los  que  correspondían  al  carácter  exclusivamente  privado 
de  la  propiedad.  Las  tierras  baldías,  nunca  apropiadas  y  distantes 
de  poblado ,  se  adquirían  por  la  mera  ocupación ,  regándolas  ó  edi- 
ficando en  ellas ,  mas  no  podian  reclamarse  después  de  abandona- 
das mucho  tiempo,  si  entre  tanto  venia  otro  á  ocuparlas  (1).  La 
propiedad  se  trasmitía  por  venta ,  donación  ó  herencia,  y  podía  así 
comunicarse  bien  el  dominio  pleno ,  ó  bien  el  uso  y  aprovecha- 
miento más  ó  menos  restringido. 

(1)  Leyes  de  moros,  tít.  229,  publicadas  por  la  Academia  de  la  Historia 
en  el  Memorial  histórico.  Tomo  V,  pág.  187. 


EN    LA    ESPAÑA    ÁRABE.  525 

La  facultad  de  enajenar  era  ilimitada.  Cualquiera  podia  vender 
toda  su  hacienda ,  y  verificándolo  con  los  requisitos  que  la  ley  exi- 
gía para  la  prueba  del  acto  y  con  fiadores  de  saneamiento ,  nadie 
tenía  derecho  á  oponerse  á  la  enajenación  (1).  También  era  casi 
ilimitada  la  facultad  de  donar  en  vida ,  pero  con  circunstancias  que 
restringían  bastante  el  derecho  de  los  donatarios.  Sólo  cuando  la 
Hacienda  era  cuantiosa ,  no  podia  comprometerse  toda  en  una  do- 
nación. Era  este  acto  irrevocable  de  suyo ;  pero  si  el  donante  moría 
antes  de  entreg'ar  la  cosa,  de  nada  perdia  el  donatario  su  derecho 
á  reclamarla :  si  el  acto  pasaba  entre  padre  é  hijo  soltero ,  podia 
aquel  revocarla;  y  si  demandado  el  donante  por  la  entrega  de  la 
cosa,  juraba  no  haberla  dado ,  quedaba  también  libre  de  su  em- 
peño (2) . 

,  El  derecho  de  la  familia  en  las  herencias  era  el  único  limite  de 
la  facultad  de  disponer  de  los  bienes  por  última  voluntad.  Mahoma 
habia  ordenado  en  sus  leyes  que  se  dejasen  los  bienes  por  testa- 
mento á  los  padres  y  parientes  con  generosidad;  que  se  diese  á  los 
hijos  doble  porción  que  á  las  hijas;  que  no  dejando  el  difunto  más 
que  una  sola  de  éstas,  tomase  la  mitad ,  y  si  dos ,  las  dos  terceras 
partes  de  la  herencia:  que  el  padre  y  la  madre  recibieran  cada  uno 
la  sexta  parte  de  la  herencia  si  concurrían  con  un  hijo ,  y  que  no 
habiéndolo,  aunque  hubiese  hermanos,  se  adjudicara  á  la  madre 
una  tercera  parte;  y  que  en  todo  caso  heredara  el  cónyuge  super- 
viviente, con  la  diferencia  de  que  habiendo  hijos  correspondería  á 
la  viuda  una  octava  parte  y  una  cuarta  al  viudo ,  y  no  habiéndo- 
los, deberla  tomar  aquella  esta  porción  y  una  mitad  el  viudo  (3). 
La  Cunna,  desenvolviendo  y  completando  después  estos  preceptos, 
declaró  que  el  testador  enfermo  no  podia  disponer  libremente  sino 
del  tercio  de  sus  bienes,  siendo  los  dos  tercios  restantes  legítima  de 
los  hijos ,  padres ,  abuelos  y  parientes ,  con  exclusión  expresa  de 
algunos  de  estos  por  proceder  de  línea  femenina  ó  por  otras  cir- 
cunstancias que  incapacitaban  para  heredar,  como  la  de  no  profe- 
sar la  religión  mahometana.  También  fijó  la  Cunna  el  orden  de  su- 
ceder estos  herederos,  disponiendo  que  cuando  concurrieran  padre, 
hijo  y  marido,  no  se  excluyesen  reciprocamente  y  tomase  cada  uno 

(1)  Leyes  de  moros,  tít.  237,  Mem.  Hist.  citado. 

(2)  Leyes  de  moros ,  títulos  244,  251,  253  y  254  id. 

(3)  Koran,  c.  2.°,  vers.  176,  c.  4,  vers.  8  y  sig.  13  y  14. 


526  LA    PROPIEDAD    TERRITORIAL 

la  porción  señalada ,  dando  muchas  preferencias  á  los  varones  de 
linea  masculina  sobre  las  mujeres  (1). 

Este  orden  de  sucesión  consultaba  por  lo  tanto  mucho  más  el 
afecto  de  familia  que  el  establecido  por  Justiniano  con  tal  propó- 
sito. En  este  se  guardaron  algunos  respetos  á  la  tradición,  no  ad- 
mitiendo la  concurrencia  sino  entre  parientes  de  igual  grado,  fuera 
del  caso  único  de  la  representación,  excluyendo  al  cónyuge,  fijando 
un  limite  al  parentesco  que  habilitaba  para  heredar ,  y  señalando 
porción  legitima  tan  sólo  á  los  hijos  y  á  los  padres:  en  la  sucesión 
musulmana  tuvieron  cabida  á  la  vez  el  padre ,  los  hijos  y  el  cón- 
yuge; no  quedó  excluido  ningún  pariente  por  razón  de  su  grado, 
y  todos  tuvieron  derecho  á  una  cuantiosa  legitima.  Lo  único  en 
que  se  nota  un  tanto  el  influjo  de  la  tradición  y  de  la  costumbre 
es  en  la  preferencia  concedida  á  los  varones  sobre  las  mujeres; 
pero  aun  asi  quedó  muy  mejorada  la  condición  de  éstas,  pues  para 
apreciarla  debidamente  es  menester  comparar  la  que  era  en  Ara- 
bia antes  de  la  reforma  de  Mahoma  con  la  que  fué  después.  El  Pro- 
feta halló  á  la  mujer  esclava  y  reducida  al  estado  de  cosa  en  el 
sentido  propio  de  la  palabra ;  transigiendo  hasta  cierto  punto  con 
este  hecho,  la  declaró  inferior  al  hombre  y  con  menos  derechos; 
pero  al  mismo  tiempo  le  otorgó  muchos  de  que  carecía,  y  la  elevó 
á  la  categoria  de  persona. 

He  dicho  que  en  el  orden  de  suceder  entre  los  muslimes  predo- 
minaba el  afecto  y  no  el  interés  de  familia,  porque  sus  llamamien- 
tos tienden  más  á  favorecer  á  los  parientes  de  mayor  cariño  que  á 
conservar  la  unidad  y  el  esplendor  de  las  razas.  Dividiéndose  fre- 
cuentemente entre  muchos  los  dos  tercios  del  patrimonio  de  todos  los 
que  morian  con  testamento  ó  sin  él,  y  limitada  siempre  á  un  tercio 
la  libre  disposición  del  difunto,  necesariamente  hablan  de  desmem- 
brarse y  deshacerse  en  poco  tiempo  todas  las  fortunas,  faltando  con 
ellas  una  prenda  eficaz  de  la  duración  de  las  familias. Sin  embargo, 
este  era  el  sistema  de  sucesiones  que  correspondía  á  una  sociedad 
democrática  como  lo  fué  la  musulmana  después  que  vinieron  á  for- 
mar parte  de  ellas  las  tribus  de  África,  en  que  no  habia  clases  ni 
jerarquías  aristocráticas,  en  que  todos  eran  iguales  ante  'el  poder 
arbitrario  del  Kalifa,  y  enque  no  debia  haber  más  autoridad  que  la 
del  Soberano,  ni  más  influencia  que  la  de  sus  Seides  y  Caudillos. 

(1)    Suma  de  la  Ley  (^unna,  caps.  43  y  44. 


EN    LA    ESPAÑA    ÁRABE.  527 


VIII. 


Los  propietarios  árabes  utilizaban  sus  tierras,  ó  cultivándolas 
por  medio  de  esclavos,  ó  dándolas  en  tenencia  ó  arrendamiento. 
Los  esclavos  árabes  no  hubieron  de  ser  nunca  siervos  adscriptos  á 
la  gleva :  su  condición  era  la  más  inferior  de  cuántas  entonces  se 
conocían :  trabajaban  en  la  tierra  ó  en  cualquier  otro  menester  al 
arbitrio  de  sus  señores.  Lo  que  los  musulmanes  de  España  llama- 
ban tenencia  era  una  especie  de  contrato  de  usufructo ,  por  el  cual 
se  destinaba  una  heredad  ó  un  conjunto  de  bienes  temporal  ó  per- 
petuamente al  provecho  de  una  persona  ó  al  cumplimiento  de  un 
fin  piadoso.  El  que  daba  en  tenencia  una  cosa,  no  volvia  á  reco- 
brarla como  no  lo  estipulase  asi  expresamente.  Cuando  el  contrato 
tenia  por  objeto  alguna  obra  de  piedad,  tomaba  el  nombre  de 
acadaca ,  pasando  en  todo  caso  la  posesión  de  la  heredad ,  ó  sola- 
mente la  parte  necesaria  de  sus  productos,  á  la  persona  ó  corpora- 
ción favorecida,  con  la  condición  de  no  enajenar,  ó  sin  ella,  según 
los  términos  de  la  escritura.  Para  favorecer  á  un  menor ,  incapaz 
de  adquirir ,  dábanse  á  su  padre  bienes  con  este  titulo  y  la  condi- 
ción de  invertirlos  en  provecho  del  hijo. 

Era  muy  frecuente  la  tenencia  vitalicia,  en  cuyo  caso,  como  en 
el  usufructo,  volvían  los  bienes  por  muerte  del  que  los  tenia  á 
poder  del  que  los  dio  á  sus  herederos.  Nótanse  en  este  contrato  va- 
rias singularidades,  algunas  de  las  cuales  revelan  tal  vez  un  ori- 
gen puramente  oriental.  Tales  eran ,  por  ejemplo ,  que  cuando  se 
daban  cosas  en  tenencia  podia  el  otorgante  continuar  morando  en 
alguna  de  ellas :  que  si  este  contraía  su  obligación  estando  sano,  y 
moria  antes  de  entregar  la  cosa  ofrecida,  quedaba  aquella  estipu- 
lación sin  efecto ;  y  que  si  constituía  la  tenencia  estando  enfermo 
ó  por  última  voluntad ,  no  podia  comprender  más  del  tercio  del 
caudal,  porque  el  resto  correspondía  á  los  parientes  (1). 

Pero  el  contrato  que  debía  de  usarse  con  más  frecuencia,  era  sin 
duda  el  arrendamiento.  Asi  se  infiere  de  las  muchas  leyes  dictadas 

(1)     Leyes  de  Moros,  tits.  238,  239,  240,  250  y  251.  Mein.  Hist.  citado. 


528  LA  PROPIEDAD  TERRITORIAL  EN  LA  ESPAÑA  ÁRABE. 

para  su  régimen ,  y  del  acierto  con  que  se  resuelven  en  ellas  todas 
las  dudas  y  dificultades  á  que  suelen  dar  lug-ar.  La  conformidad  de 
estas  resoluciones  con  las  adoptadas  para  casos  semejantes  en  las 
leyes  españolas  de  la  época ,  hacen  presumir  también  que  las  de 
Moros  fueron  tomadas  en  esta  parte  de  los  Códigos  y  compilacio- 
nes castellanas.  Otras  coincidencias  se  notan  también  entre  ambas 
legislaciones  que  revelan  tal  vez  el  mismo  origen,  y  dan  á  enten- 
der que  la  compilación  musulmana  se  completó  mucho  después 
de  la  conquista,  quizá  bajo  el  imperio  de  la  Monarquia  cristiana  y 
por  los  moros  que  vivían  sujetos  á  ella. 

Francisco  de  Cárdenas. 


EL  día  8  DE 

DE  1855 

EN  EL  SITIO  DE  SEBASTOPOL. 


SEGUNDA  PARTE. 
I. 

El  dia  3  de  Setiembre  reunió  el  General  Pelissier  un  Consejo 
de  Generales  y  en  él  se  resolvió  el  asalto  de  Sebastopol ,  después  de 
una  concienzuda  deliberación  en  la  que  se  expusieron  todas  las  ra- 
zones en  pro  y  en  contra  del  grave  acuerdo  quedebia  tomarse.  En 
efecto,  la  continuación  de  los  trabajos  de  aproche  causaban  pérdi- 
das inmensas,  y  el  consumo  de  pólvora ,  municiones  y  materiales 
iba  haciéndose  tan  excesivo  en  aquel  extraordinario  número  de  ba- 
terías y  trincheras ,  que  se  renunció  á  esperar  los  400  morteros  pe- 
didos á  Francia  con  objeto  de  acumular  sobre  las  obras  rusas  un 
fuego  imposible  de  resistir.  Las  800  piezas  de  artillería  de  los  alia- 
dos con  sus  disparos  reconcentrados  sobre  la  plaza  y  sus  defensas, 
se  aprovechaban,  causando  innumerables  bajas  á  la  fortlsima  guar- 
nición que  se  mantenía  siempre  pronta  para  rechazar  un  asalto  espe- 
rado por  momentos ,  y  el  cual  podia  emprenderse  sobre  cualquier 
punto  de  aquella  extensa  línea  de  fuertes  y  trincheras  accesibles  á 
tropas  decididas  que  no  hablan  de  encontrar  fosos  imposibles  de  sal- 
var, ni  obstáculos  insuperables  que  las  detuvieran,  como  no  fuera  el 
fuego  y  las  bayonetas  de  los  enemigos.  Aunque  los  rusos  tuvieran 
mayor  número  de  piezas  en  batería  para  defender  sus  recintos,  como 
quiera  que  sus  fuegos  se  extendían  sobre  todos  los  ataques,  no  po- 
dían aprovecharse  como  los  del  sitiador ,  el  cual  mantenía  las  tro- 


530  EL    día    8    DE    SETIEMBRE    DE    1855 

pas  de  reserva  fuera  del  alcance  de  los  proyectiles  enemigos  que 
sólo  podian  herir  á  las  guardias  de  trincheras ,  sirvientes  de  la  ar- 
tilleria  y  las  tropas  empleadas  en  los  trabajos  de  aproche.  Cierta- 
mente que  si  el  recinto  defensivo  de  Sebastopol  hubiera  sido  una 
fortificación  permanente  con  obras  de  mamposteria ,  escarpas  re- 
vestidas y  fosos  de  dificilísimo  paso ,  el  asalto  en  las  condiciones  en 
que  se  encontraban  los  aliados ,  hubiera  sido  imposible ,  pues  ape- 
nas si  delante  de  Malakoff,  que  era  la  obra  sobre  que  más  se  ha- 
bía avanzado ,  podía  pensarse  en  coronar  la  contra-escarpa  de  su 
foso ;  pero,  como  hemos  consignado  varías  veces,  no  se  pudo  consi- 
derar el  ataque  de  Sebastopol  como  un  sitio  ordinario  ,  y  á  no  du- 
darlo había  llegado  el  momento  de  arriesgar  el  asalto  general ;  ya 
que  hasta  el  enemigo  parecía  que  se  preparaba  al  abandono  de  la  pla- 
za ó  al  menos  tomaba  precauciones  para  el  caso ,  que  sin  duda  no 
creía  imposible ,  de  un  asalto  afortunado  para  los  sitiadores ,  como 
lo  demostraba  la  construcción  apresurada  del  gran  puente  sobre  la 
rada,  deque  hicimos  mención.  Por  las  razones  expuestas  y  otras 
que  se  discutirían  entre  los  entendidos  Generales  reunidos  en  con- 
sejo, resolvióse,  por  unanimidad,  dar  el  asalto  inmediatamente,  para 
lo  cual  debia  comenzarse  un  fuego  general  de  todas  las  baterías  de 
sitio  al  amanecer  del  5 ,  como  se  verificó  en  efecto,  guardándose 
absoluto  secreto  sobre  el  día  señalado  para  el  asalto.  En  vista  del 
efecto  que  causaba  en  las  obras  defensivas  de  la  ciudad  y  hasta  en 
los  buques  de  la  escuadra  rusa  aquel  terrible  fuego  á  todo  tirar  de 
unas  800  piezas  de  artillería ,  determinaron  los  Generales  en  Jefe 
aliados  que  el  día  8  á  la  hora  del  mediodía  se  lanzarían  las  colum- 
nas sitiadoras  al  asalto. 

Vamos  á  detallar  los  preparativos  y  disposiciones  que  se  tomaron 
para  el  día  8 ,  consignando  antes  que  el  fuego  á  todo  tirar  de  los 
sitiadores  en  los  días  5 ,  6  y  7 ,  fuego  terrible ,  que  llamó  infernal 
el  Príncipe  Gortschakoff  en  sus  partes ,  causó  grandes  desperfectos 
en  el  recinto  ruso,  y  que  las  bajas  de  su  guarnición  llegaron  á  51 
oficiales  y  3.917  soldados,  sin  contar  los  artilleros;  habiendo  per- 
dido desde  el  16  de  Agosto  hasta  el  7  de  Setiembre  inclusive, 
18.000  hombres,  mientras  que  en  igual  período,  los  franceses  tu- 
vieron sólo  3.815  bajas;  diferencia  tan  notable  en  las  cifras  de  tiem- 
po se  explica  por  las  causas  que  antes  expusimos.  En  las  noches  de 
los  tres  días  de  bombardeo ,  se  presenció  desde  los  campamentos 
aliados  el  incendio  en  la  rada  de  Sebastopol  de  algunos  buques 


EN    EL    SITIO    DE    SEBASTOPOL.  531 

rusos,  incendio  que  iluminaba  los  trabajos  del  enemigo ,  exponién- 
doles á  más  certeros  disparos  de  los  sitiadores :  se  ignora  si  aque- 
llos buques  fueron  incendiados  por  los  mismos  rusos  ó  por  el  fuego 
de  los  aliados.  También  ocurrieron  varias  voladuras  de  repuestos 
en  las  obras  enemigas ,  y  aun  el  incendio  de  algún  edificio  en  la 
ciudad  y  en  el  arrabal.  Los  sitiadores  aumentaban  á  menudo  el 
fuego  sobre  la  ciudad  como  para  hacer  creer  á  los  rusos  que  se  in- 
tentaba el  asalto  por  aquella  parte ,  y  á  veces  hacian  cesar  el  fuego 
de  sus  baterías  con  objeto  de  que,  pensando  los  sitiados  que  habia 
llegado  el  momento  del  ataque  general ,  formasen  las  reservas  y 
reforzasen  las  guardias ,  acumulando  fuerzas ,  sobre  las  que  cau- 
saba mayores  pérdidas  el  fuego  que  de  nuevo  se  rompia  sobre  toda 
la  defensa.  Este  proceder  explica  también  las  enormes  pérdidas  de 
los  rusos. 

Señalado  el  dia  8  para  el  asalto ,  ocupáronse  los  ingenieros  en 
los  dias  anteriores  de  ensanchar  cuanto  era  posible  las  trincheras 
para  contener  á  cubierto  las  tropas  que  se  dispusieran  para  el  ata- 
que ;  abriéronse  pasos  para  facilitar  la  reunión  de  las  columnas  sin 
tener  que  marchar  por  aquel  intrincado  laberinto  de  ramales  y 
trincheras ,  y  sólo  en  las  últimas  paralelas  estas  aberturas  se  de- 
jaron señaladas  haciendo  desaparecer  los  revestimentos  interiores, 
para  que  en  el  momento  preciso  bastara  sólo  á  los  trabajadores  en- 
cargados de  la  operación  separar  la  tierra,  para  dejar  franco  el  paso 
á  las  tropas.  El  dia  7  cada  Jefe  de  División  y  brigada  recorrió  en 
las  trincheras ,  con  sus  Jefes  de  Estado  Mayor  y  Comandantes  de 
artillería  é  ingenieros ,  los  sitios  que  sus  tropas  respectivas  debian 
ocupar,  enterándose  de  la  marcha  que  hablan  de  seguir  y  operacio- 
nes que  ejecutarían.  A  estos  reconocimientos  asistían  los  Genera- 
les de  Ingenieros  Dalesme  y  Frossard ,  encargados ,  el  primero  de 
los  trabajos  de  la  izquierda  y  de  los  de  la  derecha  el  segundo,  y 
los  Generales  de  Artillería  Lebauf  y  Beuret  que  respectivamente 
dirigían  la  artillería  de  los  mismos  ataques.  Por  su  parte  los  ingle- 
ses tomaban  análogas  precauciones.  Preparáronse  las  escalas- 
puentes  para  el  paso  de  los  fosos ,  en  cuyo  uso  se  habían  ensaya- 
do de  antemano  las  tropas  de  ingenieros  y  las  auxiliares  de  infan- 
tería necesarias. 

Dióse  orden  á  las  tropas  que  acampaban  en  la  línea  del  Tscher- 
naia,  bajo  el  mando  del  General  Herbillon,  de  tomar  las  armas  en 
la  mañana  del  8 ,  enganchando  su  artillería ,  y  de  estar  prontas  h 


532  EL    día    8    DE    SETIE    BRE    DE    1855 

rechazar  cualquier  movimiento  que  emprendiera  el  ejército  ruso  de 
observación :  la  misma  orden  recibieron  las  tropas  sardas  que  ocu- 
paban la  derecha  de  las  francesas  en  aquella  linea ,  y  la  caballería 
que  acampaba  en  el  valle  de  Baidar,  así  como  la  reserva  ó  segunda 
línea ,  compuesta  del  resto  de  la  caballería ,  divisiones  turcas  y  los 
ingleses  que  g-uardaban  las  alturas  de  Balaklava.  Componían  to- 
das las  fuerzas  del  Tschernaía  y  sus  reservas  un  total  de  50.000 
hombres  para  oponerse  á  cualquiera  operación  que  los  rusos  inten- 
tasen por  el  rio. 

Cupo  la  gloria  de  ser  designado  para  el  asalto  del  frente  Mala- 
koff,  hasta  la  bahía  de  la  Carena ,  al  segundo  cuerpo  del  ejército 
francés ,  bajo  las  órdenes  del  General  Bosquet ,  con  una  brigada 
del  de  reserva ,  que  se  hizo  venir  de  la  línea  del  Tschernaía,  y 
la  Guardia  Imperial.  Dividióse  con  aquel  objeto  toda  la  fuerza  en 
tres  columnas;  de  estas  debía  atacar  el  Pequeño- Rediente,  la  de  la 
derecha ,  compuesta  de  la  división  Dulac  (1)  con  una  brigada  y  un 
batallón  de  tiradores  de  la  Guardia  de  reserva ;  dicha  columna  se 
apoderaría  del  Pequeño- Rediente,  Ta2iVQh2iJídiO  después  por  su  iz- 
quierda sobre  el  segundo  recinto,  y  por  su  derecha  á  la  gola  de 
las  Obras  de  ^¿^j^í^/^íí?,  posesionándose  del  cuartel  que  en  ellas  exis- 
tia :  la  del  centro ,  debía  marchar  sobre  la  gran  cortina  que  unía  á 
MalaKoff  con  el  Pequeño-Rediente ;  esta  columna  se  componía  de 
la  división  La-Motterouge ,  teniendo  de  reserva  una  división  de  la 
Guardia  Imperial,  mandada  por  el  General  Mellíent,  compuesta  de 
dos  regimientos  de  granaderos  y  otros  dos  de  cazadores;  dichas 
tropas  tenían  el  encargo  de  apoderarse  de  la  primera  cortina  y 
marchar  sobre  la  del  segundo  recinto ,  manteniéndose  en  él :  la  de 
la  izquierda ,  asaltaría  el  Fuerte  Malahoff^  formando  esta  última 
columna  la  división  Mac-Mahon  con  una  brigada  y  dos  batallones 
de  zuavos  de  la  Guardia  como  reserva ;  su  General  recibiría  orden 
de  tomar  el  Fuerte  Malakoft,  sosteniéndose  en  él  á  toda  costa.  El 
General  D'Aurelles  con  la  primera  brigada  de  su  división,  ocuparía 
las  alturas  de  la  derecha  del  barranco  de  la  Carena  para  oponerse 
á  cualquier  ataque  que  los  rusos  intentaran  por  aquella  parte,  y 


(1)  Las  divisiones  francesas  se  componían  de  dos  brigadas  con  dos  regi- 
mientos de  infantería  cada  una,  teniendo  además  la  primera  brigada  mi  ba- 
tallón de  cazadores.  Puede  considerarse  que  la  fuerza  de  dichas  divisiones  en 
la  época  del  asalto,  variaba  de  6  á  8.000  hombres. 


EN    EL    SITIO    DE    SEBASTOPOL.  533 

comunicándose  con  la  izquierda  del  cuerpo  de  reserva  que  se  ex- 
tendía por  la  orilla  izquierda  del  Tschernaia. 

Las  tres  columnas  de  ataque  debian  llevar  entre  sus  dos  prime- 
ros batallones ,  destacamentos  de  ingenieros  con  útiles  y  los  auxi- 
liares con  las  escalas-puentes  para  franquear  los  fosos ,  más  cierto 
número  de  artilleros  que  manejasen  las  piezas  que  debian  tomarse 
ó  las  clavaran,  según  el  resultado  que  fuera  teniendo  el  ataque. 

Treinta  y  seis  piezas  de  artillería  de  campana ,  de  ellas  doce  de 
la  Guardia  Imperial,  se  situarían  en  la  primera  paralela,  con  objeto 
de  emplearlas  en  caso  de  necesidad. 

Pueden  calcularse  en  33.000  hombres  las  tropas  encargadas  del 
ataque  del  frente  Mala'koff\\.'A!&i^  la  extrema  derecha  rusa. 

El  Oran-Rediente  sería  asaltado  por  dos  divisiones  inglesas  Cod- 
rington  y  Markliam  (1),  formando  la  cabeza  de  ambas  columnas 
una  fuerza  de  1.000  hombres,  tomados  de  las  dos  divisiones,  con 
los  que  marcharían  los  zapadores ,  auxiliares  y  artilleros  encarga- 
dos de  las  escalas-puentes  para  el  paso  de  fosos,  manejo  de  la  ar- 
tillería y  demás  operaciones  de  sus  institutos  respectivos.  Forma- 
ban la  reserva  otras  dos  divisiones ,  la  escocesa  á  las  órdenes  del 
General  Colin-Campbell ,  y  la  del  General  Eyre.  El  total  de  in- 
gleses dispuestos  para  este  asalto  sería  de  12.000  hombres.  Su  mi- 
sión era  ocupar  el  Gran-Rediente  y  sus  obras  anexas ,  una  vez 
hecha  la  señal  de  estar  tomada  Malakoff. 

Para  el  ataque  del  recinto  defensivo  de  la  ciudad  se  designó  al 
General  de  Salles  con  el  primer  cuerpo  francés ,  la  brigada  Cial- 
dini  del  ejército  piamontés  (2)  y  una  brigada  francesa  reciente- 
mente llegada  de  Constan tinopla.  El  asalto  de  este  recinto  debía 
verificarse  por  el  saliente  del  baluarte  Central  y  las  dos  lunetas 
adyacentes,  contra  los  cuales  se  lanzaría  la  división  Levaillant, 
teniendo  á  su  derecha  la  brigada  sarda,  que  una  vez  ocupado  el 
Central,  se  arrojaría  sobre  el  baluarte  del  Mástil.  Entre  la  divi- 
sión Levaillant  y  la  brigada  Cíaldíni  se  colocaría  la  división  D'Au- 

(1)  Las  divisiones  de  infantería  inglesas  se  componían  de  dos  brigadas, 
reuniendo  cada  división  el  total  de  siete,  ocho,  nueve  ó  diez  regimientos. 
Cada  regimiento  inglés  constaba  de  un  solo  batallón ,  con  diez  compañías  á 
80  hombres,  excepto  los  de  la  Guardia  Keal,  que  constaban  de  seis  compañías 
á  90  hombres. 

(2)  La  brigada  piamontesa  se  componía  de  cuatro  batallones  de  infantería 
y  uno  de  cazadores,  aumentada  con  100  zapadores  para  el  asalto. 


534  EL   día    8    DE    SETIEMBRE   DE    1855 

temarre ,  que  debia  seguir  á  la  primera  para  correrse  hacia  la  gola 
del  baluarte  del  Mástil.  Formaría  en  las  trincheras  como  reserva 
la  división  Bonat ,  y  en  el  barranco  de  la  Cuarentena  la  división 
Paté;  por  último,  la  extrema  izquierda  seria  ocupada  por  la  bri- 
gada que  se  agregó  al  primer  cuerpo ,  y  que  debería  impedir,  en 
una  salida  de  los  rusos ,  el  acceso  de  estos  hacia  la  línea  de  Ka- 
míesch  (1). 

Una  batería  de  campaíía  atalajada  se  situaría  convenientemente 
para  hacer  uso  de  ella  en  caso  de  necesidad. 

Las  divisiones  que  se  dispondrían  para  el  asalto  de  la  ciudad  de- 
berían llevar,  como  las  del  ataque  del  arrabal ,  sus  destacamentos 
de  zapadores ,  artilleros  y  auxiliares  para  el  paso  de  fosos  y  otros 
servicios. 

El  total  de  tropas  destinadas  al  ataque  de  la  izquierda  era  de 
unos  26.000  hombres. 

Conocidas  las  fuerzas  que  se  preparaban  para  el  asalto  de  Se- 
bastopol, veamos  la  distribución  de  las  tropas  defensoras. 

La  derecha  rusa,  ó  sea  el  arrabal  Karabaluaia  (téngase  presente 
que  en  estas  descripciones  nos  consideramos  siempre  situados  en 
el  campo  aliado  para  no  confundirnos,  y  que  la  derecha  é  izquierda 
rusa  son  las  mismas  de  los  sitiadores),  tenía  su  guarnición  dividida 
en  tres  secciones,  mandadas  cada  una  por  un  General  y  todas  bajo 
las  órdenes  del  General  Khruleff:  una  sección  comprendía  las 
Obras  de  la  Punta  y  Pequeño-Rediente ,  otra  újuerte  Malakoff^ 
sus  cortinas ,  y  la  tercera  el  Qran-Rediente :  formaban  la  reserva 
en  el  arrabal  tres  brigadas  de  cazadores  ó  seis  regimientos,  re- 
uniendo el  General  Khruleff  un  total  de  cien  batallones  que  compo- 
nían unos  50.000  hombres,  sin  contar  los  artilleros  y  zapadores 
que  servían  las  baterías ,  y  ejecutaban  trabajos  en  las  fortificacio- 
nes ,  más  cuatro  vapores  de  guerra  encargados  de  dirigir  sus  fue- 
gos desde  el  fondo  de  la  rada  sobre  las  columnas  francesas  que 
atacaran  el  recinto  por  la  bahía  de  la  Carena.  La  defensa  de  la 
izquierda  rusa ,  ó  sea  el  recinto  de  la  ciudad ,  estaba  encomendada 
al  General  Senija  Kin  con  48  batallones  ó  24.000  hombres  próxi- 


(l)  A  vanguardia  del  puerto  de  este  nombre  se  habia  construido  una  línea 
de  reductos  de  campaña,  que  formaba  un  campo  atrincherado  para  proteger 
contra  cualquier  ataque  la  población  comercial,  almacenes  de  víveres,  hospi- 
tales y  desembarcaderos  allí  establecidos. 


EN   EL   SITIO   DE    SEBASTOPOL.  535 

mámente,  sin  contar  la  artillería  é  ingenieros.  El  baluarte  del 
Mástil  y  sus  alas  adyacentes  estaban  ocupadas  por  una  división  de 
infantería.  El  Central  y  las  lunetas  próximas  por  otra  división,  ó 
sean  cuatro  regimientos  de  infantería.  En  la  ciudad  se  acuartelaba 
una  división  de  reserva ,  y  el  resto,  hasta  completar  los  48  batallo- 
nes, repartíase  entre  los  demás  fuertes,  reductos  y  trincheras. 

Componían  la  guarnición  total  de  la  plaza ,  incluyendo  en  ella 
la  artillería ,  ingenieros  y  algunas  fuerzas  de  milicias  voluntarias, 
unos  80.000  hombres,  todos  bajo  las  órdenes  del  General  Osten- 
Sacken.  Contra  aquellos  80.000  hombres  se  disponían  á  mar- 
char 70,000  próximamente. 

El  Príncipe  Gortschakoff ,  con  el  ejército  de  observación,  ocu- 
paba las  alturas  del  otro  lado  del  Tschernaía ,  teniendo  el  mando 
supremo  de  todas  las  fuerzas ,  y  observando  desde  allí  cuantos  mo- 
vimientos pudieran  ejecutar  los  aliados. 

El  plan  acordado  por  los  Generales  en  Jefe  del  sitio,  para  el  día  8 
fué  lanzar  en  punto  de  las  doce  las  primeras  columnas  francesas  con- 
tra el  frente  Malakoff;  una  vez  ocupada  esta  posición ,  el  General 
Pelissier,  que  se  situaría  en  el  Mamelon-verde ,  haria  señal  al  Ge- 
neral Simpson  para  que  ordenase  á  sus  tropas  asaltar  el  Gran- 
Rediente,  siendo  la  toma  del  recinto  del  arrabal  el  objeto  más  espe- 
cial é  importante  del  ataque.  El  General  de  Salles  debía  esperar 
órdenes ,  por  señales ,  de  su  General  en  Jefe  para  lanzar  las  co- 
lumnas al  asalto  del  baluarte  Central,  con  objeto  de  amenazar  la 
retirada  del  ejército  ruso ,  y  que  este  no  distrajese  fuerzas  de  la 
ciudad  para  reforzar  la  guarnición  de  Karabaluaia. 

El  día  7  se  comunicaron  todas  las  órdenes,  enterándose  minu- 
ciosamente los  Generales  de  su  respectivo  cometido.  El  bom- 
bardeo continuó  sin  interrupción,  observándose  que  la  plaza  no 
respondía  con  el  vigor  acostumbrado ,  y  que  no  atendían  sus  de- 
fensores á  la  reparación  de  los  grandes  desperfectos  que  causaba 
el  fuego  del  sitiador  en  sus  obras  defensivas.  Durante  la  noche, 
aunque  disminuyó  algo  el  cañoneo ,  fué  sólo  para  aumentarlo  al 
amanecer  del  sig-uiente  día.  ¡  Con  cuánta  ansiedad  era  esperada  la 
luz  del  sol  que  debía  alumbrar  la  gran  batalla ,  término  de  tan 
larg-o  como  memorable  sitio ! 


536  EL    día    8    DE    SETIEMBRE    DE    1855 


II. 

Amaneció  el  dia  8  de  Setiembre  de  1855  con  un  fuerte  viento  NE. 
y  temporal  que  impidió  á  la  escuadra  aliada  ayudar  al  asalto  con 
sus  fuegos  y  maniobras  delante  de  la  rada  de  Sebastopol . 

A  las  seis  de  la  mañana  el  General  Jefe  de  Estado  Mayor  del  se- 
gundo cuerpo  francés  situó  los  seis  batallones  que  debían  forma,r 
las  cabezas  de  las  tres  columnas  francesas  del  ataque  del  frente 
Malalioff ,  en  los  puntos  avanzados  de  los  trabajos  de  aproche,  en- 
terándoles detalladamente  de  la  marcha  que  debian  seguir ,  y  re- 
levando con  ellos  la  guardia  de  trinchera  que  habia  hecho  el  ser- 
vicio en  la  noche  anterior.  Se  reunieron  los  útiles  y  materiales 
para  el  asalto  en  los  sitios  que  ocuparían  los  respectivos  destaca- 
mentos de  zapadores ,  artilleros  y  auxiliares  para  el  manejo  de  las 
escalas-puentes.  A  las  ocho  de  la  mañana,  como  se  temiera  alguna 
voladura  en  los  trabajos  de  contra-mina  rusos  que  se  oian  desde  los 
aproches,  hicieron  los  franceses  volar  tres  globos  de  compresión 
cargados  con  1.500  kilogramos  de  pólvora  delante  de  sus  últimas 
paralelas.  Estas  explosiones  dieron  confianza  á  las  tropas  que  se 
disponían  al  asalto ,  é  hicieron  apresurar  á  los  sitiados  la  carga  de 
sus  hornillos  de  contra-mina ,  que  no  llegaron  á  incendiar.  Tam- 
bién se  volaban  en  aquella  hora  por  los  aliados  algunas  fogatas 
delante  del  baluarte  del  Mástil,  y  se  lanzaban  al  Central^o^  barri- 
les de  á  100  kilogramos  de  pólvora,  que  estallaron  dentro  de  la  obra, 
y  en  los  aproches  de  estos  ataques  se  habían  situado  las  tropas  que 
debian  formar  las  cabezas  de  las  columnas  asaltantes. 

A  la  misma  hora  de  las  ocho  de  la  mañana  se  leía  á  las  tropas 
formadas  ya  para  ocupar  sus  puestos  en  las  trincheras  del  ataque 
sobre  Malakoff,  la  siguiente  orden  del  dia  del  General  Bosquet, 
que  entusiasmó  á  aquellos  confiados  y  valientes  soldados. 

«Soldados  del  segundo  cuerpo  y  del  de  reserva : 

«El  7  de  Junio  tuvisteis  la  honra  de  dirigir  los  primeros  golpes 
»al  corazón  del  ejército  ruso:  el  16  de  Agosto  imprimíais  á  sus 
»tropas  de  socorro  la  más  vergonzosa  humillación:  hoy  os  toca 
»darles  el  golpe  de  gracia,  haciendo  sentir  la  firmeza  de  vuestras 
»armas ,  tan  conocida  del  enemigo ,  al  tomarle  sus  lineas  defensi- 
»vas  de  Malakoff,  mientras  que  nuestros  camaradas  del  ejército 


EN    EL    SITIO    DE    SEBASTOPOL.  537 

»ínglés  y  del  primer  cuerpo  marcharán  al  asalto  del  Gran-Rediente 
»y  del  baluarte  Central. 

»Coii  un  asalto  general  de  ejército  á  ejército  se  trata  de  coro- 
»nar  de  inmensa  y  memorable  victoria  las  jóvenes  águilas  de  Fran- 
»cia.  ¡Adelante,  pues,  hijos  mios!  ¡Malakoff  y  Sebastopol  por 
»nosotros,  y  viva  el  Emperador!» 

Leida  esta  entusiasta  orden ,  que  fué  contestada  con  vivas  acla- 
maciones, marcharon  las  columnas  á  ocupar  sus  puestos  por  los 
barrancos  de  la  Carena  y  Karabaluaia ,  dirigidas  por  los  Oficiales 
de  Estado  Mayor  y  por  el  infatigable  General  'de  Ingenieros  Tros- 
sard ,  siendo  inspeccionadas  después  por  el  mismo  General  Bosquet, 
que  se  colocó ,  concluida  su  revista ,  en  el  promedio  de  la  sexta  pa- 
ralela con  su  cuartel  general ,  desde  donde  se  proponía  dirigir  el 
ataque. 

Causaba  verdadero  entusiasmo  la  vista  de  aquellas  trincheras 
interceptadas  por  una  masa  compacta  de  soldados  decididos ,  ale  - 
gres  y  risueños  en  los  momentos  en  que  se  disponían  á  mar- 
char á  una  muerte  probable :  animábanles  con  sus  conversaciones 
los  Jefes  y  Oficiales  que  en  el  lenguaje  peculiar  de  la  tropa  daban 
consejos  y  hacian  prevenciones  para  el  asalto :  observábase  en  los 
soldados  veteranos  la  fria  indiferencia  con  que  se  cuidaban  de  ajus- 
tar  bien  las  bayonetas  á  los  cañones  de  los  fusiles ,  revisando  las 
cápsulas  y  ciñendo  sus  fornituras  para  encontrarse  ágiles  y  preve- 
nidos ,  mientras  que  los  más  jóvenes  manifestaban  en  sus  semblan- 
tes impaciencia  y  deseo  de  igualar ,  sino  superar ,  á  los  que  tan 
buen  ejemplo  hablan  de  darles :  descollaba  entre  todos  el  General 
Bosquet ,  que  inspiraba  ciega  confianza  á  sus  subordinados ,  man- 
teniéndose frió  y  sereno ,  dando  órdenes  y  dirigiendo  la  palabra  con 
el  afecto  de  un  padre  á  los  soldados  que  tenia  más  próximos,  pre- 
viniéndoles á  menudo  que  tuvieran  las  armas  bajas  para  no  mos- 
trarse al  enemigo. 

El  movimiento  de  las  divisiiDnes  al  marchar  á  las  trincheras  fué 
notado  por  el  Principe  Gortschakoff  que  dio  aviso  á  la  plaza ,  no 
dudando  los  rusos  de  que  se  intentaba  algún  ataque ;  pero  habiendo 
observado  también  concentración  de  fuerzas  en  las  paralelas  del 
frente  de  la  ciudad  y  la  llegada  de  la  brigada  sarda ,  vacilaban  so- 
bre cuál  seria  el  punto  elegido  por  los  aliados  para  su  asalto  prin- 
cipal ,  inclinándose  á  creer  que  fueran  los  baluartes  déla  ciudad,  por 
ser  sobre  ellos  más  intenso  el  fuego  de  la  artillería  del  sitio ,  y  á 

TOMO  III.  35 


538  KL    día    8    DE    SETIEMBRE     DE    1855 

causa  también  del  refuerzo  observado  de  tropas  piamontesas ,  por 
lo  que  el  General  Osten-Sacken  no  se  alejó  de  la  ciudad  y  aumentó 
con  algunos  batallones  su  guarnición. 

A  las  diez  de  la  mañana  montaron  á  caballo  el  General  en  Jefe 
y  cuantos  componian  el  gran  cuartel  general  francés ,  al  cual 
teníamos  la  honra  de  estar  agregados ,  y  á  las  once  y  media 
se  situaba  el  General  Pelissier  en  el  Mamelon-verde ,  donde  se  le 
habia  preparado  un  espacio  blindado,  para  él  y  su  Jefe  de  Estado 
Mayor,  General  Martimprey,  y  desde  cuyo  reducto  se  hablan  de 
hacer  las  señales  para  los  ataques  sucesivos ,  que  empezarían  á  las 
doce  en  punto  por  el  del  frente  Malakoff.  Los  Generales  que  man- 
daban las  columnas  de  asalto  hablan  arreglado  sus  relojes  con  el 
del  General  en  Jefe  francés. 

El  fuego  á  todo  tirar  de  artilleria  se  sostenía  con  viva  intensi- 
dad toda  la  mañana ,  y  difícilmente  podrán  nuestros  lectores  for- 
marse idea  del  ruido  atronador  de  cerca  de  2.000  piezas  de  todos 
calibres  que  vomitaban  fuego  y  desolación  de  una  y  otra  parte, 
surcando  el  terreno  una  lluvia  de  proyectiles  y  cegando  la  vista  el 
humo  y  la  tierra  levantada  por  las  balas  con  el  polvo  del  fuerte  y 
molesto  viento  que  por  fortuna  en  algunos  momentos  solia  desva- 
necer las  nubes  de  humo  y  polvo  para  dejarnos  presenciar  el  gran- 
dioso, espectáculo  que  ante  nuestros  ojos  se  desarrollaba  como  pa- 
norama fantástico.  Ciento  cincuenta  mil  corazones  latian  de  entu- 
siasmo y  esperaban  impacientes  el  instante  solemne  de  dar  principio 
á  la  jornada  final  de  un  dia ,  cuyo  recuerdo  debía  estar  grabado 
en  los  ejércitos  ruso  y  francés ,  que  involuntariamente  pronuncia- 
ban los  nombres  de  Beressina  y  la  Moskowa  (1),  nombres  que  fue- 
ron grito  de  guerra  para  aquellos  valerosos  soldados  dignos  de  en- 
contrarse frente  á  frente. 

En  el  Mamelón  verde  se  situaron  los  Comandantes  generales  de 
artillería  é  ingenieros  Thívy  y  Niel  y  todos  los  Jefes  y  Oficiales 
que  formaban  el  gran  cuartel  general  francés;  únicamente  el  Ge- 
neral en  Jefe  y  su  Jefe  de  Estado  Mayor  general  ocupaban  el  pe- 
queño espacio  resguardado  del  fuego  enemigo  con  un  fuerte  blindaje 


(1)  El  dia  8  de  Setiembre  era  aniversario  de  la  batalla  llamada  de  la  Mos- 
kowa por  los  franceses  y  del  Beressina  por  los  rusos',  celebrada  como  victoria 
por  ambos  ejércitos,  y  que  fué  reñida  entre  el  grande  de  Napoleón  I  y  el  mos- 
covita en  las  márgenes  del  rio  Beressina. 


EN    EL    SITIO    DE    SEBASTOPOL.  539 

de  que  dejamos  hecha  mención.  Apenas  instalado  el  general  Pelis- 
sier  en  su  puesto  de  observación  ,  recibió  parte  del  general  Bosquet 
de  estar  todo  preparado  para  el  asalto,  y  se  le  contestó  que  ag*uar- 
dara  la  hora  señalada  para  lanzar  sus  columnas. 

Momentos  antes  de  las  doce  el  fuego  que  se  dirigía  sobre  las 
obras  que  debian  ser  asaltadas,  cesó  de  pronto,  continuando  la  ar- 
tillería jugando  contra  las  segundas  defensas. 

Por  fin  llegó  el  instante  deseado ;  la  manecilla  del  reloj  del  Ge- 
neral en  Jefe  marcó  las  doce  en  punto  ,  é  instantáneamente  las  co- 
lumnas francesas  se  lanzaron  á  la  carrera  contvael  frente Malakoff 
á  los  entusiastas  sones  de  todas  las  bandas  de  música,  cuyos  ecos 
guerreros  se  confundían  con  los  gritos  unánimes  de  « ¡viva  el  Empera- 
dor! »  y  con  el  estruendo  de  la  artillería :  ¡  momentos  sublimes  que 
jamás  olvidaremos  y  que  no  intentamos  describir !  Todavía  siente 
nuestra  alma  y  late  nuestro  corazón  al  recuerdo  de  aquel  instante 
supremo  en  que  todos,  con  los  relojes  en  las  manos,  mirábamos  con 
ansia  indecible  á  los  valientes  soldados  que  recorrían,  confiados  y 
seguros  del  triunfo,  las  distancias  que  los  separaban  del  recinto  ruso, 
conducidos  noble  y  bizarramente  por  sus  Generales,  Jefes  y  Ofi- 
ciales, bajo  una  lluvia  de  proyectiles  que  diezmaba  sus  filas.  ¡Diez 
minutos!  habían  pasado  cuando  se  vio  flotar  sobre  el  parapeto  del 
saliente  de  Malakoffl^  bandera  francesa,  cuya  águila  dominaba  el 
espacio,  siendo  saludada  por  los  vivas  entusiastas  de  todo  el  ejército. 
La  cabeza  de  la  columna  de  la  división  Mac-Mahon ,  con  su  ilus- 
tre General ,  tuvo  que  recorrer  sólo  25  metros  de  distancia  para 
llegar  al  foso  de  Malakoff;  los  primeros  soldados  que  llegaron  á  la 
cresta  de  la  contraescarpa  se  lanzaron  en  el  foso  sin  esperar  las 
escalas-puentes ;  treparon  por  la  escarpa  del  saliente ,  desenfilado 
del  fuego  enemigo,  y  una  vez  reunidos  en  lo  alto  del  talud  en 
bastante  número ,  asaltaron  los  parapetos  entrando  por  las  troneras 
y  plantando  la  bandera  del  primer  regimiento  de  zuavos  en  el  re- 
ducto para  animar  con  ella  á  los  compañeros  que,  valiéndose  ya  de 
los  puentes  volantes  colocados  sobre  el  foso  en  dirección  de  la  capi- 
tal del  fuerte ,  y  allanados  los  caminos  por  los  zapadores  con  tierra 
y  fagina ,  acrecentaban  el  número  de  los  invasores  de  Malahoff, 
que  se  trabaron  en  singular  pelea  con  la  g-uarnicion  del  fuerte. 
Esta  había  sido  sorprendida  en  términos  que  los  primeros  asal- 
tantes sólo  encontraron  resistencia  en  los  artilleros,  que  se  hacían 
matar  defendiendo  sus  piezas  con  útiles  y  escobillones ,  y  los  cen- 


540  EL    día    8    DE    SETIEMBRE    DE    1855 

tíñelas  reforzados  con  las  compañías  de  infantería  de  guardia  en  la 
obra ,  que  tomaron  las  armas  y  corrieron  apresurados  á  su  defensa. 
La  lucha  se  hizo  sangrienta  de  través  en  través ,  sosteniéndose  la 
guardia  del  piso  bajo  de  la  torre ,  único  que  se  liabia  conservado, 
j  desde  el  cual  se  hacia  un  mortífero  fuego  por  sus  aspilleras  sobre 
los  que  peleaban  dentro  del  fuerte ,  dando  lugar  á  que  se  reforza- 
ran los  suyos  y  vinieran  en  su  ayuda :  pero  los  invasores ,  exaltados 
con  el  éxito  de  su  primer  encuentro ,  se  corrieron  por  los  parape- 
tos exteriores  de  la  obra ,  descendiendo  al  interior  próximos  á  la 
gola,  en  la  cual  resistían  los  rusos  denodadamente.  Mientras  se 
peleaba  de  través  en  través  y  de  cortadura  en  cortadura ,  había 
entrado  en  aquel  intrincado  laberinto  de  fortificaciones  toda  la  pri- 
mera brigada  de  la  división  Mac-Mahon,  que  se  batía  á  fuego  ^ 
arma  blanca ,  con  útiles  y  hasta  con  piedras ,  contra  los  rusos  que 
retrocedían  hacia  la  gola,  vendiendo  caras  sus  vidas  y  esperando  los 
refuerzos  que  se  disponían  á  ayudarles.  Los  defensores  de  la  torre,  que 
serian  unos  130  hombres,  se  sostenían  valientemente  sin  disminuir 
su  fuego  á  pesar  de  las  intimaciones  y  amenazas  de  quemarles  en- 
cerrados sí  no  se  rendían ,  para  lo  cual  se  arrimaron  algunos  haces 
de  faginas  prendiéndoles  fuego ,  que  muy  luego  se  intentó  apagar 
por  el  temor  de  que  comunicado  el  incendio  á  algún  almacén  de 
pólvora ,  y  estando  minando,  como  se  suponía,  el  reducto ,  volasen 
todos  pereciendo  en  sus  ruinas :  para  apagar  las  encendidas  fagi- 
nas ,  escavaron  los  zapadores  en  el  terreno  próximo ,  y  les  echaron 
tierra  encima,  teniendo  la  fortuna  de  cortar  con  sus  azadones 
y  palas  los  hilos  metálicos  conductores ,  que  con  la  ayuda  de  una 
pila  eléctrica  debían  prender  la  pólvora  de  los  repuestos  y  minas 
para  volar  la  obra  con  sus  invasores :  más  tarde  se  trató  de  forzar 
la  puerta  de  la  torre  con  los  disparos  de  un  pequeño  mortero  tras- 
ladado á  mano,  operación  en  la  que  murió  el  capitán  que  la  diri- 
gía, y  sólo  se  rindieron  los  bravos  defensores  de  la  torre  después  de 
batirse  durante  tres  horas. 

Al  mismo  tiempo  que  la  división  Mac-Mahon ,  se  habían  lanzado 
contra  el  Pequeño- Rediente  y  la  Cortina  las  mandadas  por  los  Gene- 
rales Dulac  y  La-Motterouge.  La  primera  brigada  de  la  división 
Dulac  se  apoderó  instantáneamente  del  Pequefío-Rediente,  arrollan- 
do su  guarnición ,  clavó  algunas  piezas ,  y  sin  esperar  refuerzos ,  se 
arrojó  á  la  segunda  línea  ó  recinto  ,  persiguiendo  á  los  rusos  fugi- 
tivos con  exceso  de  temeridad,  que  le  fué  en  extremo  adversa, 


EN    EL    SITIO    DE    SEBASTOPOL.  541 

pues  siendo  oargada ,  al  intentar  envolver  el  segundo  recinto ,  por 
una  columna  enemiga ,  perdió  su  General  y  se  vio  obligada  á  reti- 
rarse en  desorden  al  Rediente,  en  donde  desorganizó  la  segunda  bri- 
gada que  llegaba  en  aquel  momento  con  algún  retardo  por  baber 
marchado  al  asalto  desde  el  barranco  de  la  Carena  á  causa  de  no 
haber  tenido  espacio  para  colocarse  en  las  trincheras  próximas  al 
ataque;  quizás  esta  circunstancia  influyó  en  el  mal  éxito  de  la  ope- 
ración sobre  el  Pequeño-Rediente.  Mezcladas  las  tropas  de  ambas 
brigadas,  retrocedieron,  una  parte  de  ellas  hasta  el  foso  de  la  Obra 
y  de  la  Cortina,  volviendo  las  restantes  á  sus  paralelas,  persegui- 
das por  las  bayonetas  rusas ,  diezmadas  por  el  fuego  de  artillería 
de  las  Obras  de  la  punta ,  de  los  vapores  de  la  rada  y  del  gran  nú- 
mero de  piezas  de  campaña ,  conducidas  por  el  enemigo  á  puntos 
convenientes  para  batir  de  revés  el  interior  del  rediente  y  de  todo 
el  primer  recinto. 

El  General  La-Motterouge ,  que  tuvo  que  recorrer  con  sus  co- 
lumnas unos  150  metros  para  llegar  desde  la  sexta  paralela  á  la 
gran  Cortina,  atravesando  por  entre  lineas  de  pozos  de  lobo,  logró 
apoderarse  de  ella  con  la  primera  brigada ,  trabando  un  corto  com- 
bate con  las  tropas  que  la  giiarnecian ,  las  que  reunidas  se  retira- 
ron al  segundo  recinto ,  donde  se  hicieron  fuertes.  Rehecha  la  pri- 
mera brigada  y  ocupada  la  Cortina  por  la  segunda ,  marchó  con 
aquella  el  General  de  la  División  para  tomar  el  segundo  recinto 
defendido  por  los  rusos ,  no  siéndole  posible  terminar  el  ataque  con 
éxito  por  encontrarse  con  su  flanco  derecho  descubierto  al  ser  re- 
chazada del  Pequeño-Rediente  la  división  Dulac  y  recibir  un  cer- 
tero fuego  de  artillería  que  le  forzó  á  la  retirada ,  volviendo  á 
reunirse  con  su  segunda  brigada  y  estableciéndose  con  toda  la  di- 
visión en  la  berma  de  la  primera  Cortina  para  cubrirse  con  su  pa- 
rapeto del  nutrido  fuego  que  recibía  desde  el  segundo  recinto. 

Estos  encuentros  hablan  tenido  lugar  en  la  primera  media  hora 
del  asalto.  El  fuego  á  todo  tirar  de  metralla  rusa  se  hacia  sentir 
sobre  las  tropas  aliadas  ,  así  como  el  nutrido  de  mosquetería, 
con  el  aumento  que  iban  recibiendo  de  las  reservas  del  arrabal.  En 
aquellos  momentos ,  sin  la  ocupación  de  Malahoff,  se  hubiera  po- 
dido creer  malogrado  el  primer  ataque ;  pero  viendo  el  General 
Pelissier  ocupado  el  fuerte  de  Malahoff  "^ov  el  General  Mac-Mahon, 
que  habia  contestado  á  la  pregunta  dirigida  por  su  General  en 
Jefe  sobre  la  posibilidad  de  sostenerse  en  la  obra ,  con  las  palabras 


542  EL    día    8    DE    SETIEMBRE    DE    1855 

J'y  suis,  escritas  con  lápiz  en  un  papel  de  cigarro;  laconismo  que 
demostraba  el  temple  de  alma  y  la  extraordinaria  confianza  de 
aquel  distinguido  General;  juzgó  llegado  el  momento  de  hacer  la 
señal  para  el  asalto  del  Gran-Rediente  j  del  recinto  de  la  ciudad . 
Enarbolóse  con  este  objeto,  según  estaba  previamente  acordado, 
el  pabellón  tricolor  francés  sobre  los  parapetos  del  Mamelon-verde, 
señal  que  no  siendo  notada  por  el  General   De  Salles ,   del   pri- 
mer cuerpo ,  á  causa  sin  duda  del  mucho  humo ,  retardó  el  asalto 
de  la  ciudad  todo  el  tiempo  que  emplearon  los  Oficiales  de  Estado 
Mayor  en  comunicar  la  orden  verbalmente.  Al  aparecer  la  bandera 
francesa  sobre  el  Mamelon-verde ,  la  artillería  rusa  dirigió  multi- 
plicados y  certeros  disparos  sobre  este  reducto ,  suponiéndole  ocu- 
pado por  el  gran  cuartel  general  francés ,  cuyo  General  en  Jefe 
usaba  por  distintivo  dicho  pabellón.  Aquel  fueg-o  de  artillería  nos 
causó  la  voladura  de  un  repuesto  á  retaguardia  del  Mamelón ,  y 
algunas  sensibles  bajas  en  el  cuartel  general,  entre  otras  lo  fué 
mucho  la  del  bravo  y  joven  Teniente  Coronel  de  Estado  Mayor 
Cassaignes ,  primer  Ayudante  de  Campo  de  Pelissier ,  muy  querido 
de  este ,  y  una  esperanza ,  por  sus  relevantes  cualidades ,  para  el 
ejército  y  para  su  cuerpo.  Observábamos  con  dicho  Jefe  el  ataque 
desde  uno  de  los  parapetos  del  Mamelon-verde ,  cuando  fuimos 
ambos  derribados  por  una  bala  de  metralla,  que  recibió  en  el  cue- 
llo el  valiente  Cassaignes ,  cayendo  exánime  sin  pronunciar  una 
sola  palabra ,  y  causándonos  el  hondo  pesar  de  verle  exhalar  el 
último  suspiro  al  levantarle  del  suelo.  Aún  en  la  exaltación  de 
aquellos  instantes  de  entusiasmo ,  no  pudimos  menos  de  recordar 
que  al  dirigirnos  del  campamento  al  Mamelon-verde  con  el  cuar- 
tel general,  caminábamos  al  lado  del  Teniente  Coronel  Cassaignes, 
que  era  uno  de  nuestros  mejores  amigos ,  y  observando  su  rostro 
entristecido ,  hubimos  de  preguntarle  la  causa  de  su  silencio  en 
aquella  mañana  que  tanto  prometía  para  la  gloria  de  su  nación, 
contestándonos  que  habia  pasado  la  noche  preocupado  con  re- 
cuerdos de  su  familia,  habiéndose  levantado  con  tan  tristes  presen- 
timientos, que  antes  de  dejar  la  tienda  habia  encomendado  á  un  com- 
pañero querido  algunos  recuerdos  para  su  familia ,  que  no  espe- 
raba volver  á  ver.   Como  suelen  ser  frecuentes  en  la  guerra  las 
casuales  coincidencias  de  ciertos  presentimientos  con  su  realización, 
involuntariamente  recordamos  los  de  aquel  valiente  Jefe,  expresa- 
dos momentos  antes  de  cumplirse  su  fatal  pronóstico.  La  muerte 


EN    EL    SITIO    DE    SEBASTOPOL.  543 

de  este  Oficial  se  ocultó  al  General  Pelissier ,  pues  sabían  todos  los 
que  componían  el  cuartel  general  el  vivo  pesar  que  había  de  cau- 
sarle tan  triste  noticia.  Al  día  siguiente  pronunciaba  algunas  pa- 
labras á  la  vista  del  cadáver  del  que  fué  su  Ayudante ,  honrando 
su  memoria  en  el  momento  de  la  inhumación ,  vertiendo  lágrimas 
como  pudiera  hacerlo  un  padre  sobre  la  tumba  de  su  hijo.  ¡Aquel 
corazón  frío,  sereno,  y  hasta  calificado  de  duro  en  la  pelea,  era 
sensible  á  los  tiernos  afectos  del  alma ,  una  vez  desnudo  de  la  co- 
raza del  guerrero  y  apartado  del  puesto  de  General  en  Jefe ! 

Ai  desplegarse  el  pabellón  francés  sobre  el  Mamelon-verde ,  el 
General  en  Jefe  inglés  Simpson  hizo  á  su=^  columnas  la  señal  de 
marchar  al  asalto  bajo  el  inmediato  mando  del  General  Codrington, 
que  lanzó  sus  primeras  fuerzas  sobre  el  saliente  del  Gran-Rediente. 
Estas  recorrieron  en  buena  formación,  como  de  costumbre  en  sus 
ataques ,  los  200  metros  que  las  separaban  de  la  obra ,  llegando  á 
su  foso  bajo  el  fuego  de  la  metralla  enemiga,  y  verificando  el  paso 
de  este  con  la  ayuda  de  las  escalas-puentes ,  arrojándose  algunos 
soldados  que  trepaban  por  las  escarpas  del  rediente  donde  se  intro- 
dujeron y  arrollaron  á  las  tropas  que  le  guarnecían.  Los  rusos, 
vencidos,  se  refugiaron  en  los  traveses  de  la  gola,  quedando  ocu- 
pado el  saliente  por  los  ingleses  invasores.  Reunidos  estos  en  bas- 
tante número,  aunque  sufriendo  muchas  bajas  por  el  fuego  de  revés 
que  recibían ,  se  lanzaron  al  ataque  de  la  gola ,  que  no  pudieron 
tomar  á  causa  de  los  refuerzos  que  llegaron  á  las  tropas  defensoras, 
tratando  entonces  de  fortificarse  en  el  saliente  cubriéndose  del 
fuego  enemigo.  En  este  intervalo  de  tiempo,  las  otras  columnas  de 
ataque  se  dirigían  por  derecha  é  izquierda  del  rediente  con  el  in- 
tento de  envolverle ,   en  vez  de  reforzar  el  saliente  ya  tomado, 
siendo  recibidas  por  una  lluvia  de  metralla  y  fuego  de  infantería 
que  destrozaba  sus  filas  en  toda  la  extensión  del  terreno  que  recor- 
rían, obligándolas,  por  último,  á  volver  sobre  el  saliente  á  algunos 
y  retrocediendo  otros  á  sus  trincheras.  A  pesar  de  los  refuerzos  que 
llegaban  al  interior,  ocupado  por  los  invasores,  les  fné  imposible 
sostenerse ,  y  después  de  dos  horas  de  sangriento  pelear  pronun- 
ciáronse en  retirada  al  ser  atacados  por  la  reserva  que  llegó  en 
ayuda  de  los  rusos ,  siendo  perseguidos  fuera  del  rediente  y  hasta 
las  trincheras  con  un  aprovechado  fuego  de  artillería.  Las  parale- 
las inglesas  habían  sido  ya  ocupadas  por  las  divisiones  de  reserva 
que  se  preparaban  á  secundar  el  ataque  de  las  primeras,  cuyas 


544  EL    día   8    DE    SETIEMBRE    DE    1855 

tropas  derrotadas  se  confundieron  con  aquellas,  interceptando  el  paso, 
ya  difícil  por  la  aglomeración  de  los  heridos,  en  términos  que  el  Ge- 
neral Simpson  no  creyó  posible  organizar  de  nuevo  sus  columnas. 
Los  rusos  pudieron  entonces  dirigir  la  artillería  del  flanco  derecho 
del  Gran-Rediente  contraía  izquierda  de  los  franceses  que  sebatian 
en  Malakoff. 

Hasta  las  dos  de  la  tarde  no  recibió  el  General  de  Salles  la  orden 
de  emprender  el  ataque  de  la  ciudad ,  y  en  el  momento  lanzó  de 
los  aproches  las  dos  brigadas  de  la  división  Lavaillant ,  una  sobre 
la  cara  izquierda  del  baluarte  central  y  otra  sobre  la  luneta  de  la 
derecha  ó  Schwartz,  á  cuyos  fosos  llegaron  los  que  asaltaban  bajo 
un  fuego  general  de  metralla  y  fusilería ,  avisadas  como  estaban 
ya  las  guarniciones  de  la  defensa  por  el  ataque  sobre  el  arrabal :  el 
paso  de  los  fosos  fue  reñido  y  sangriento  :  algunas  escalas  resulta- 
ron cortas ;  pero  al  fin  fué  ocupado  el  saliente  del  baluarte ,  donde 
se  clavaron  15  piezas  de  la  cara  izquierda,  y  la  luneta :  los  inva- 
sores del  primero  no  pudieron  mantenerse  en  él  por  el  fuego  de  las 
baterías  interiores  que  vomitaban  metralla  sobre  ellos,  más  el  de  las 
piezas  de  campaña  que  el  enemigo  situó  en  algunos  traveses  del 
segundo  recinto ,  retirándose  al  fin  ante  el  destructor  efecto  de  al- 
gunas fogatas  voladas  por  los  defensores  en  el  glásis  y  la  carga  á 
la  bayoneta  que  recibieron  de  las  fuerzas  parapetadas  en  la  gola. 
La  confusión  fué  grande  en  la  retirada  al  repasar  el  profundo  foso 
enfilado  por  la  artillería  y  bajo  un  fuego  nutrido ,  dirigido  por  las 
cerradas  filas  rusas  que  coronaron  los  parapetos  del  recinto.  En  la 
luneta  se  sostenían  valerosamente  los  franceses  á  pesar  del  fuego 
que  recibían  y  aun  del  efecto  de  las  voladuras;  pero  una  vez  recha- 
zado el  ataque  del  saliente  del  baluarte ,  la  cara  derecha  de  este 
dirigió  la  metralla  de  sus  cañones  sobre  el  interior  de  la  luneta, 
cargando  inmediatamente  á  la  bayoneta  los  refuerzos  llegados  del 
baluarte  de  la  Cuarentena  y  de  la  ciudad ,  con  cuya  carga  desalo- 
jaron el  reducto,  volviendo  los  vencidos  á  sus  trincheras,  no  sin 
dejar  los  fosos  y  glásis,  como  todo  el  terreno,  cubiertos  de  cadá- 
veres, y  quedando  los  dos  Generales  que  mandaban  las  brigadas  he- 
ridos, y  muerto  el  de  la  división  Paté.  Entre  tanto  el  general  De 
Salles  hacía  avanzar  la  división  D'Autemarre  para  renovar  el  ata- 
que, á  pesar  del  terrible  fuego  de  aquel  formidable  recinto  y  la 
imponente  fuerza  que  coronaba  sus  parapetos ,  contra  la  cual  hizo 
dirigir  los  disparos  de  las  baterías  del  ataque,  que  la  obligaron  ácu- 


EN   EL   SITIO   DE   SEBASTOPOL.  545 

brirse  en  sus  atrincheramientos.  Cuando  se  disponia  á  la  renova- 
ción del  asalto  recibió  orden  del  General  Pelissier  de  suspender  toda 
operación  y  continuar  sólo  el  fuego  de  artillería  sobre  toda  la  línea 
de  la  ciudad.  La  brig-ada  piamontesa  no  recibió  orden  de  atacar,  y 
se  mantuvo  en  los  aproches  del  baluarte  del  Mástil  donde  sufrió 
el  fuego  de  su  artillería ,  que  puso  á  cinco  oficiales  y  unos  cin- 
cuenta hombres  fuera  de  combate. 

Cuando  se  empezaba  el  ataque  de  la  ciudad ,  el  General  Gorts- 
chakoff ,  persuadido  ya  del  objeto  principal  del  asalto ,  se  dirigió, 
enviando  fuertes  reservas ,  hacia  el  arrabal  Karabaluaía ,  donde  la 
lucha  continuaba  tenaz  y  sangrienta. 

Trasladémonos  de  nuevo  al  ataque  de  la  derecha.  Dejamos  el 
Pequem-Rediente  recuperado  por  los  rusos,  y  las  dos  brigadas  de  la 
división  Dulac  rechazadas  con  grandes  pérdidas,  pero  posesionadas 
en  parte  del  foso  de  la  obra  que  no  estaba  enfilado  por  la  artillería, 
y  desde  donde  cambiaban  un  mortal  tiroteo  con  los  enemigos.  Des- 
de el  principio  del  ataque  la  artillería  rusa  del  segundo  recinto, 
con  los  vapores  desde  la  rada  y  la  artillería  de  campaña  situada 
convenientemente,  dirigían  un  mortífero  fuego  de  bala  y  metralla 
contra  las  columnas  de  ataque  y  las  últimas  paralelas  francesas 
llenas  de  tropas  y  de  heridos ,  batiendo  también  de  revés  la  gran 
cortina  ocupada  por  la  división  La-Motterouge,  que  se  sostenía 
en  la  berma  cubriéndose  con  el  parapeto.  La  brigada  de  Marolles, 
reserva  de  la  división  Dulac,  avanzó  para  reforzar  á  sus  compañe- 
ros en  los  fosos  del  Pequem-Rediente  ^  donde  murió  su  General 
sin  lograr  penetrar  en  la  obra,  á  pesar  de  la  ayuda  prestada  por 
un  batallón  de  tiradores  de  la  Guardia  que  llegó  de  refí'esco ,  á 
tiempo  de  detener  la  carga  que  los  rusos  intentaron  dar  sobre  los 
valientes  que  se  sostenían  en  el  foso. 

Reforzado  en  el  centro  el  General  La-Motteróuge  con  los  regi- 
mientos de  la  Guardia  Imperial  á  las  órdenes  del  General  Mellinet, 
se  arrojó  de  nuevo  sobre  la  segunda  cortina ,  en  la  que  fué  reci- 
bido por  un  fuego  de  metralla  irresistible  y  por  la  masa  de  infan- 
tería que  guarnecía  ya  aquel  segundo  recinto ,  más  el  fuego  que 
por  el  flanco  derecho  le  dirigían  los  defensores  del  Pequeño- Redien- 
te, auxiliados  con  piezas  de  campaña ,  viéndose  obligado  á  reti- 
rarse á  su  antigua  posición  en  la  primera  cortina  y  cubriéndose 
con  ella. 

Para  contrarestar  el  fuego  de  artillería  que  el  enemigo  dirigía 


546  EL    día    8    DE    SETIEMBRE    DE    1855 

sobre  el  flanco  derecho  del  ataque,  se  hicieron  avanzar  las  dos  ba- 
terias  de  campaña  que  se  tenian  enganchadas  de  reserva,  las  cua- 
les atravesaron  al  trote  y  ordenadamente,  aquel  terreno  surcado  por 
una  lluvia  de  proyectiles,  colocándose  en  batería  frente  á  la  corti- 
na, á  300  metros  del  P equeño- Rediente ,  y  rompiendo  las  doce 
piezas  el  fuego  contra  las  tropas  en  él  abrigadas.  Poco  tiempo 
después,  herido  de  gravedad  el  Comandante  Souty,  muertos  dos 
Oficiales,  un  Capitán,  un  Ayudante,  y  otros  dos  Subalternos  he- 
ridos, con  95  hombres  y  131  caballos  fuera  de  combate,  de  un  efec- 
tivo de  150  hombres  y  150  caballos,  mas  un  armón  volado,  tuvie- 
ron que  retirarse,  dejando  cuatro  piezas,  cabeza  de  columna,  sobre 
el  terreno,  que  no  pudieron  arrastrarse  hasta  la  noche.  Notables 
fueron  la  sangre  fria  y  el  arrojo  de  aquellas  dos  baterías,  que  eje- 
cutaron la  orden  recibida  bajo  una  lluvia  de  proyectiles  de  artille- 
ría y  una  granizada  del  fuego  de  mosquetería,  colocando  sus  pie- 
zas y  rompiendo  el  fuego  con  el  orden  y  precisión  que  si  lo  hicie- 
ran en  un  campo  de  maniobra,  retirándose  sólo  cuando  recibieron 
orden  de  hacerlo,  á  pesar  de  las  bajas  numerosas  que  tenian,  y  sin 
suspender  el  fuego  de  sus  piezas. 

A  las  dos  y  media  de  la  tarde  el  General  Bosquet  recibió  una 
grave  contusión  de  casco  de  bomba ,  que  le  obligó  á  entregar  el 
mando  de  su  cuerpo  de  ejército  al  General  Dulac,  siendo  traspor- 
tado al  próximo  hospital  de  sangre ;  pero  teniendo  el  consuelo  de 
ver  dominar  sobre  Malakoff  ei  águila  francesa. 

Durante  todo  este  tiempo  el  General  Mac-Mahon  con  los  refuer- 
zos de  su  reserva  habla  logrado  ocupar  todo  el  Fuerte  3íalakoff,  y 
tomaba  medidas  para  su  defensa ,  observando  las  grandes  masas 
rusas  que  se  preparaban  para  atacarle  por  la  gola  de  la  obra.  En 
el  principio  de  la  dudosa  lucha  cuerpo  á  cuerpo  que  se  sostuvo  en 
el  interior  del  fuerte,  los  artilleros  franceses  que  iban  con  la  cabeza 
de  la  primera  columna  de  asalto,  clavaron  61  piezas,  que  después 
no  pudieron  utilizar  contra  el  enemigo.  Posesionados  de  toda  la 
obra,  cerraron  los  zapadores  la  entrada  de  la  gola  con  tierra,  fa- 
ginas y  cestones  arrancados  de  los  revestimientos  interiores,  y  la 
guarnición  francesa  de  Malalwff  se  preparó  para  recibir  los  ata- 
ques sucesivos  que  esperaban  de  las  fuertes  reservas  rusas.  A  las 
tres  de  la  tarde  voló  un  gran  repuesto  de  pólvora  y  municiones  de 
la  primera  cortina  entre  Malakoffy  el  Pequeño- Rediente,  ocupada 
por  las  tropas  de  la  división  La-Motterouge ,  que  perdió  unos  200 


BN   EL   SITIO   DE   SEBASTOPOL.  547 

hombres  en  la  explosión  y  la  bandera,  del  51  regimiento  de  linea, 
que  se  enterró,  no  siendo  posible  retirarla  hasta  el  dia  siguiente. 
x4.quella  voladura,  funesta  para  los  franceses,  y  la  herida  de  casco 
de  granada  recibida  por  el  General  de  la  División,  fueron  causa  de 
algunos  momentos  de  pánico  en  las  tropas  que  ocupaban  la  corti- 
na, las  cuales  se  retiraron  en  desorden,  mientras  los  rusos  con  gri- 
tos de  alegria  intentaban  salir  de  la  segunda  cortina  para  ocupar 
la  que  abandonaban  los  franceses;  pero  afortunadamente  un  regi- 
miento de  la  Guardia  Imperial  marchaba  paralelo  á  la  cortina  en 
auxilio  de  los  asaltantes  del  Pequeño -Rediente,  y  observando  su  se- 
reno Coronel  el  efecto  de  la  explosión  y  el  abandono  del  recinto  que 
los  rusos  iban  á  ocupar,  tuvo  una  feliz  inspiración,  mandando  con 
gran  aplomo  á  su  regimiento  dai-  frente  al  flanco  izquierdo  y  ocu- 
par á  la  carrera  la  hoya  de  la  voladura  y  la  cortina,  cuyo  extremo 
derecho  no  perdieron  ya  los  franceses.  No  encontramos  palabras 
para  alabar  el  mérito  extraordinario  de  la  marcha  sobre  su  flanco 
izquierdo,  ejecutada  por  aquel  regimiento  de  soldados  veteranos, 
que  no  vacilaron  en  dirigirse  sobre  un  recinto,  en  el  cual  acababa 
de  verificarse  una  horrible  explosión ,  y  que  era  abandonado  por 
sus  camaradas,  temerosos  de  nuevas  voladuras,  impidiendo  de 
aquel  modo  al  enemigo  recuperar  un  terreno  cuya  posesión  habia 
costado  tan  cara. 

Por  la  izquierda  de  Malakoff  se  hablan  apoderado  algunos  bata- 
llones franceses  del  reducto  denominado  Baterías  ScJierwue,  en  la 
pendiente  del  barranco  Karabaluaía,  en  cuyas  baterías  sostuvieron 
un  rudo  combate  con  los  defensoros ,  corriéndose  algunos  soldados 
franceses  hasta  las  primeras  casas  del  arrabal ;  pero  cargados  por 
los  refuerzos  rusos,  se  retiraron,  teniendo  que  abandonar  aquel  ala 
del  recinto  cuando  el  fueg-o  del  Gran-Rediente  &e.  dirigió  contra 
ellos. 

Desde  las  cuatro  de  la  tarde ,  los  ataques  á  derecha  é  izquierda 
de  Malahoff  se  redujeron  á  un  fuego  continuo  entre  las  últimas 
paralelas  francesas,  la  parte  de  la  primera  cortina  ocupada  á  la  de- 
recha de  Malahoff,  y  el  foso  desenfilado  del  Pequeño- Rediente,  con- 
tra las  tropas  rusas  que  ocupaban  los  parapetos,  cuyos  asaltos  ha- 
blan sido  rechazados,  y  el  fuego  de  artillería,  que  no  cesaba  de  una 
y  otra  parte. 

Dijimos  que  el  General  Mac-Mahon  tomaba  sus  precauciones 
para  rechazar  el  ataque  de  las  reservas  rusas ,  cuando  ocurrió  la 


548  EL    DÍA   8    DE    SETIEMBRE    DE    1855 

explosión  en  la  cortina,  casi  al  mismo  tiempo  que  se  cortaban 
los  hilos  eléctricos  al  escavar  cerca  de  los  cimientos  de  la  antigua 
torre,  coincidencia  que  alarmó  en  extremo  á  las  tropas  que  ocu- 
paban el  fuerte  tomado ,  por  el  temor  de  que  aquella  explosión 
fuera  el  principio  de  las  que  se  reproducirían  en  todo  el  recinto. 
Ante  esta  posibilidad ,  el  General  Mac-Mahon  mandó  inmediata- 
mente que  una  brigada  compuesta  de  los  regimientos  que  más  ha- 
blan sufrido  en  el  asalto,  saliera  de  Malakoff^  ocupara  la  sétima 
paralela  y  los  últimos  aproches ,  dando  á  su  General  la  orden  de 
lanzarse  con  aquellas  fuerzas  sobre  lo  que  quedara  del  fuerte ,  si  él 
volaba  con  sus  defensores  por  la  explosión  de  las  minas ,  para  no 
perder  la  altura  y  que  los  rusos  no  pudieran  recuperar  aquellas 
preciosas  ruinas  que  siempre  serian  la  llave  de  la  posición.  ¡Orden 
prudente  y  acertada ,  digna  de  la  reputación  de  aquel  hábil  y  bi- 
zarro General  que  se  distinguió  notabilísimamente  en  la  jornada 
gloriosa  del  8  de  Setiembre!  La  pequeña  cuanto  valiente  guarni- 
ción de  la  torre  se  rindió  y  fué  hecha  prisionera. 

Reanimadas  las  tropas  de  Mac-Mahon  con  la  sangre  fria  y  la 
confianza  que  á  todos  inspiraba  su  General,  cerraron  sus  filas 
contra  los  parapetos  que  ahora  les  tocaba  defender  de  los  rudos 
ataques  de  los  rusos ,  que  no  hablan  sabido  guardarlos.  Colocáronse 
algunos  pequeños  morteros  que  hicieron  sus  disparos  contra  las 
reservas  rusas  que  se  formaban  en  el  arrabal  y  contra  las  baterías 
de  campaña  establecidas  en  el  segundo  recinto ,  logrando  por  fin 
los  artilleros  franceses  utilizar  una  pieza  de  24  rusa  de  Malakoff 
contra  el  segundo  recinto. 

Entre  tanto  el  General  Khruleff  dispuso  fuertes  columnas ,  á  la 
cabeza  de  las  cuales  se  colocó ,  marchando  sobre  la  gola  de  Mala- 
hoffen  buen  orden,  con  arrojo  y  decisión;  pero  fueron  recibidos 
con  tan  mortífero  y  aprovechado  fuego  por  los  nuevos  defensores 
del  fuerte ,  que  se  vieron  precisados  á  retirarse  siendo  herido  el 
General,  que  entregó  el  mando  á  su  segundo.  Este,  con  una  bri- 
gada ligera  de  refresco  organizó  de  nuevo  su  columna  y  marchó 
denodadamente  sobre  la  gola,  en  cuyo  ataque  murió,  retroce- 
diendo los  suyos  al  arrabal.  Intentábase  otro  asalto  por  el  General 
á  quien  correspondió  el  mando  que  recibía  refuerzos  del  Principe 
Gortschakoff ,  cuando  este  se  presentó ,  y  haciéndose  cargo  de  la 
posición  de  los  franceses ,  de  la  imposibilidad  de  llegar  á  la  obra 
teniendo  que  subir  sus  columnas  una  empinada  rampa  barrida  por  el 


EN   EL    SITIO   DE   SEBASTOPOL.  549 

fueg-o  enemigo,  y  juzgando  que  sus  tropas  habían  llenado  cum- 
plidamente su  deber ,  hizo  suspender  el  ataque  que  se  intentaba, 
y  desde  entonces ,  cerca  ya  del  anochecer ,  empezó  á  tomar  medi- 
das para  la  evacuación  de  la  parte  Sur  de  Sebastopol ,  once  meses 
disputada  por  los  aliados ;  evacuación  que  estos  no  esperaban  tan 
pronto ;  pues  al  mismo  tiempo  el  General  Pelissier  hacia  ocupar 
las  últimas  paralelas  por  las  tropas  menos  cansadas,  daba  orden 
para  trasladar  una  batería  de  campaña  á  Malakoff  y  enviaba  una 
brigada  de  zapadores  para  que  perfeccionase  su  defensa,  dispo- 
niendo todo  para  impulsar  al  dia  siguiente  los  trabajos  de  ataque 
desde  la  fuerte  posición  que  ya  ocupaba. 

Hablase  observado  por  el  General  Jefe  de  Estado  Mayor  Mar- 
timprey ,  movimiento  de  tropas  que  pasaba  el  gran  puente  de  la 
rada  hacia  el  Norte ,  que  se  confirmó  por  los  partes  que  daban 
poco  después  los  Jefes  de  las  escuadras ,  los  cuales  vieron  desde 
la  embocadura  de  la  rada  el  mismo  paso  de  tropas  por  el  puen- 
te: esta  novedad,  indicio  seguro  de  retirada,  se  participó  á 
las  tropas  para  reanimarlas.  Al  anochecer  la  artillería  rusa  dis- 
minuyó sus  disparos  y  el  fuego  de  mosquetería  iba  cesando  en 
todas  sus  líneas ,  con  lo  que ,  y  dadas  todas  las  órdenes  para  la 
noche  por  el  General  en  Jefe ,  trasladábase  el  gran  cuartel  gene- 
ral á  su  campamento ,  cuando  empezaron  á  sentirse  fuertes  deto- 
naciones de  voladuras ,  y  después  se  notaron  incendios  en  algunos 
edificios :  las  detonaciones  y  los  incendios  aumentaron  durante  toda 
la  noche  y  viéronse  volar  sucesivamente  las  baterías  de  la  punta 
y  el  cuartel  de  su  gola,  el  Pequeño-Rediente ,  Gran-Rediente ,  ba- 
luartes del  Mástil,  Central  y  de  la  Cuarentena ,  estando  á  las  dos 
de  la  madrugada  ardiendo  la  ciudad  y  el  arrabal. 

Así  terminó  aquel  dia  memorable  después  de  una  lucha  cuerpo 
á  cuerpo ,  de  un  combate  de  artillería  á  todo  tirar ,  de  una  serie  de 
asaltos,  choques  y  encuentros  entre  150.000  hombres  próxima- 
mente, con  2.000  piezas  en  batería  y  en  un  espacio  de  terreno 
reducido,  donde  se  peleó  durante  siete  horas  con  un  valor  y  un 
encarnizamiento,  por  ambas  partes ,  que  excede  á  toda  exagera- 
ción ,  y  que  nuestra  pluma  intentaría  en  vano  pintar  con  sus  vivos 
colores  para  representar  el  cuadro  interesante ,  conmovedor  y  va- 
riado de  tan  célebre  batalla. 

Las  pérdidas  sufridas  por  los  ejércitos  aliados  y  ruso  en  la  bata- 
lla del  dia  8  son  un  dato  elocuente  de  lo  rudo  de  la  pelea.  En 


550  EL    DÍA    8    DE    SETIEMBRE    DE    1855 

Malakoff,  la  división  Mac-Mahon  atacó  cori  un  efectivo  de  199 
oficiales  y  4.520  soldados  y  tuvo  292  muertos,  de  ellos  29  oficiales, 
y  1.818  heridos,  con  85  oficiales,  en  total  2.090  hombres  fuera 
de  combate.  Los  zuavos  de  la  Guardia  atacaron  con  627  hombres 
y  tuvieron  311  bajas.  La  brigada  de  reserva,  fuerte  de  2.100 
hombres,  perdió  637.  Estas  fueron  las  bajas  sufridas  en  el  ataque 
del  fuerte  Malakoff  &6\MReTii%.  En  total,  los  aliados  tuvieron  fuera 
de  combate  unos  10.000  hombres:  5  Generales  franceses  muer- 
tos, 2  heridos  y  otros  5  contusos,  y  2  Generales  ingleses  heridos. 
Los  rusos  por  su  parte  confiesan  una  pérdida  de  12.000  hombres 
fuera  de  combate ;  3  Generales  muertos,  3  heridos  y  uno  contuso. 

La  plaza  y  sus  defensas  tenian  de  1.200  á  1.500  piezas  de  todas 
clases  y  calibres  en  batería,  y  á  pesar  del  inmenso  material  inuti- 
lizado durante  los  once  meses  de  trinchera  abierta,  todavía  se 
encontraron  en  el  Sur  de  Sebastopol  3.839  piezas  de  artillería. 
500.000  proyectiles  y  262.000  kilogramos  de  pólvora  que  se  pu- 
dieron salvar  del  incendio.  Se  calcula  que  los  rusos  harían  unos 
3.000.000  de  disparos  contra  los  ataques,  quemando  de  seis  á siete 
millones  de  kilogramos  de  pólvora. 

Los  sitiadores  tuvieron  en  batería  algo  más  de  800  piezas  de  todos 
calibres,  haciendo  sobre  Sebastopol  1.500.000  disparos  próxima- 
mente y  un  gasto  de  más  de  cuatro  millones  de  kilogramos  de  pól- 
vora. La  infantería  francesa  consumió  veintiocho  millones  de 
cartuchos  de  todas  clases. 

La  noche  del  8  estuvieron  sobre  las  armas  los  guardias  de  trin- 
chera y  de  Malakoff  "^^vd.  prevenir  cualquier  golpe  desesperado 
que  los  rusos  pudieran  intentar,  no  habiendo  causado  bajas  en  los 
aliados  las  voladuras  de  las  diversas  obras  que  se  fueron  verifi- 
cando durante  la  noche,  si  se  exceptúan  algunos  muertos  en  el  foso 
del  Pequeño- Rediente ,  que  no  quisieron  abandonar  los  franceses, 
principalmente  por  ocuparse  en  recoger  y  favorecer  á  los  heridos. 

IX. 

Al  amanecer  del  día  9  pudo  observarse  por  el  ejército  aliado  que 
había  esperado  impaciente  la  luz  del  nuevo  día  oyendo  durante  la 
noche  pasada  hasta  35  explosiones  de  otros  tantos'  almacenes  de 
pólvora ,  más  las  voladuras  de  los  baluartes  y  obras  fortificadas, 
el  final  de  la  retirada  del  enemigo  que  abandonó  bastantes  heri- 


EN   EL    SITIO    DE    SEBASTOPOL,  551 

dos ,  replegando  sobre  la  orilla  Norte  el  puente  de  balsas  que  le 
sirviera  para  la  evacuación  de  la  guarnición  de  la  ciudad ,  habien- 
do hecho  la  del  arrabal  con  la  ayuda  de  los  vapores.  Gran  nú- 
mero de  buques  de  la  escuadra  fué  echado  á  pique  en  la  bahía, 
viéndose  sólo  parte  de  los  mástiles  fuera  del  agua  para  atestiguar 
la  desaparición  de  una  flota  reducida  á  la  inacción ,  como  ejército 
de  mar,  durante  la  campaña  de  Crimea.  Después  de  amanecer ,  y 
continuando  el  incendio ,  volaron  los  fuertes  de  la  Cuarentena  y 
Pablo,  así  como  algunos  repuestos  al  ser  invadidos  por  las  lla- 
mas. Habían  quedado  en  Sebastopol  voluntarios  rusos  con  objeto, 
se  suponía,  de  avivar  el  incendio,  que  fueron  víctimas  de  su  fana- 
tismo ,  tanto  por  las  explosiones  como  por  el  furor  de  los  soldados  alia- 
dos que ,  á  pesar  de  las  órdenes  que  se  lo  prohibían ,  se  introdujeron 
á  merodear  entre  aquellas  ruinas ,  y  encontrando  á  los  supuestos 
incendiarios,  vengaban  en  ellos  las  desgracias  que  por  su  impru- 
dencia les  causaban  las  explosiones  continuas  del  incendio ,  que 
se  comunicaba  á  los  repuestos  y  almacenes. 

El  General  Pelissier  hizo  establecer  una  extensa  línea  de  centi- 
nelas para  impedir  la  entrada  en  las  obras  defensivas  y  ciudad 
conquistadas,  permitiendo  el  paso  sólo  á  los  destacamentos  de  ar- 
tilleros y  zapadores  que  se  ocuparon  en  cortar  hilos  eléctricos  y  el 
fuego ,  registrando  los  puntos  en  que  pudiera  haber  pólvora  y  mu- 
niciones para  salvarlas  del  incendio;  y  á  los  destacamentos  de  sani- 
dad para  recoger  heridos :  parte  de  las  divisiones  de  Mac-Mahon  y 
Dulac  se  ocuparon  en  abrir  entradas  y  caminos  al  recinto  tomado, 
haciendo  rampas  para  el  paso  de  carruajes  y  material  necesarios 
á  los  trabajos  que  debían  emprenderse.  Celebróse  un  armisticio 
para  recoger  heridos  y  enterrar  los  muertos. 

Leyóse  á  todos  los  cuerpos  la  siguiente  orden  general  dada  por 
el  General  Pelissier  desde  el  fuerte  Malakoff  á  su  ejército : 

«Reducto  Malakoff  9  de  Setiembre  de  1855. 

»  I  Soldados !  Cayó  Sebastopol.  La  toma  de  Malakoff  h.'a.  decidido 
))su  caída.  El  enemigo  por  su  propia  mano  ha  hecho  las  formida- 
»bles  defensas  de  la  posición ,  incendiando  la  ciudad ,  los  almace- 
))nes,  y  echando  á  pique  el  resto  de  los  buques  en  el  puerto.  Ha 
«desaparecido  el  baluarte  de  la  Rusia  en  el  Mar-Negro  (1). 

(1)  En  efecto,  la  toma  de  la  ciudad  y  el  arrabal,  cyue;  formaban  la  parte  Sur 
déla  rada  con  los  diques,  astilleros,  arsenales,  cuarteles,  etc.,  terminaba  la  im- 


552  EL    día   8    DE    SETIEMBRE    DE    1855 

»Estos  resultados  se  deben,  no  sólo  á  vuestro  ardiente  valor, 
»sino  también  á  vuestra  indomable  energ-ia  y  á  vuestra  perseve- 
»rancia  durante  un  sitio  de  once  meses.  Jamás  hablan  tenido  que 
»triunfar  de  obstáculos  semejantes  las  tropas  de  artillería  de  mar  y 
*tierra,  las  de  ingenieros  ,  ni  las  de  infantería.  Jamás  desplegaron 
^tampoco  estas  tres  armas  tanto  valor ,  tanta  ciencia ,  tanta  reso- 
»lucion.  La  toma  de  Sebastopol  os  honrará  eternamente. 

»Este  triunfo  inmenso  engrandece  y  desembaraza  nuestra  posi- 
»cion  en  Crimea.  Al  mismo  tiempo  permitirá  restituir  á  sus  hoga- 
»res ,  á  sus  familias  ,  los  cumplidos  que  permanecían  en  nuestras 
»filas.  Gracias  les  doy  en  nombre  del  Emperador  por  la  abnega- 
»cion  de  que  no  han  cesado  de  dar  pruebas ,  y  yo  procuraré  que 
»puedan  pisar  pronto  el  suelo  de  la  patria. 

»¡  Soldados!  La  jornada  del  8  de  Setiembre  en  que  han  flotado 
»reunidas  las  banderas  de  los  ejércitos  inglés,  piamontés  y  francés, 
»será  para  siempre  memorable.  Vosotros  habéis  engrandecido  el 
»brillo  de  nuestras  águilas  con  una  gloria  nueva  é  imperecedera. 
»¡ Soldados,  habéis  merecido  bien  de  la  Francia  y  del  Empera- 
»dor ! — El  General  en  Jefe  del  ejército  de  Oriente,  Pelissier.» 

A  las  nueve  de  la  mañana  de  aquel  día  entramos  en  Sebastopol, 
acompañados  de  un  Capitán  de  Estado  Mayor  francés,  con  objeto 
de  visitar  minuciosamente  todas  las  defensas  tales  como  habían 
quedado ,  visita  que  duró  hasta  las  seis  de  la  tarde ,  detenién- 
donos muy  poco  en  cada  obra  importante.  ¡Cuánta  fué  nues- 
tra admiración  al  fijarnos  en  aquella  inmensidad  de  tierras 
removidas ,  aquel  número  de  baluartes ,  reductos ,  fuertes  y 
atrincheramientos  de  todas  clases ,  construidos  durante  el  sitio, 
con  abrigos  para  alojar  un  ejército  entero;  aquella  enorme  acu- 
mulación de  materiales  y  recursos  de  todo  género ;  blindajes  for- 

portancia  militar  y  marítima  de  la  península  Taurida,  y  por  consiguiente  el  po- 
derío ruso  en  el  Mar  Negro.  Repetimos  esta  idea  para  desvanecer  de  una  vez  el 
error  tan  generalizado  de  que  los  aliados,  después  de  tantos  y  tan  supremos 
esfuerzos ,  sólo  se  habían  amparado  de  una  parte  de  Sebastopol ,  habiendo 
quien  agrega  que  de  la  menos  importante.  Ya  lo  hemos  dicho;  en  la  parte  Norte 
sólo  existían  algunos  edificios  habilitados  para  cuarteles,  hospitales  y  almace- 
nes, una  pequeña  población  de  marineros  y  trabajadores,  y  los  fuertes  que  de- 
fendían la  rada  en  aquella  villa,  y  todo  dentro  del  recinto  de  un  campo  atrin- 
cherado, cuya  toma  hubiera  sido  fácil  á  los  aliados  vencedores  del  Sur  si 
hubieran  tenido  necesidad  de  su  posesión  para  continuar  una  campaña  en  la 
península,  cuyo  objeto  no  se  explicaría. 


VtVl    EL    SITIO    DE    SEBASTOPOL.  553 

mados  con  árboles  colosales  empalmado  los  unos  con  los  otros; 
cestones  de  dimensiones  incomprensibles ;  revestimientos  propor- 
cionados al  desarrollo  de  perfiles  desconocidos  hasta  entonces; 
piezas  de  máquinas  de  vapor  rellenas  de  tierra  empleadas  en  re- 
vestir las  cañoneras  en  algunas  baterías ;  g-alerías  de  contra-mina 
desahogadas  y  sin  fin ;  en  una  palabra ,  todo  alli  era  colosal ,  todo 
pasmaba ,  y  asombrados  ante  aquella  fortaleza  increíble ,  nos  pre- 
guntábamos: ¡  si  realmente  se  habia  tomado  á  viva  fuerza  aquel 
intrincado  laberinto   de  trincheras  y  baterías  artilladas  de  una 
manera  formidable!  A  esta  involuntaria  pregunta  nos  respondía 
el  aspecto  general  del  terreno  que  recorríamos ,  cubierto  de  cadá- 
veres y  de  heridos,  de  proyectiles  y  de  cañones,  de  una  enorme 
cantidad  de  hierro  en  pedazos ,  de  carros  y  cureñas  destrozadas, 
de  ruinas  sin  fin ,  efecto  todo  del  fuego  concentrado  de  tantos  dias 
y  tantos  meses,  que  no  habia  respetado  casas  ni  edificios,  cuarteles 
ni  hospitales ;  á  todas  partes  llegaron  los  proyectiles  del  sitiador, 
i  Qué  espectáculo  tan  desolador !  Un  gran  número  de  soldados 
merodeadores,  introducidos  á  pesar  de  la  línea  de  centinelas  que  lo 
prohibía,   entraba  desordenadamente  en  las   casas  ó   restos  de 
ellas  no  incendiados  todavía ,    rompiendo   los  muebles ;   extraían 
las  ropas ;  recogían  cuanto  encontraban ,  destrozándolo  todo ,  y 
con  infernal  algazara  recorrían  aquellas  ruinas  entre  el  incendio 
y  las  voladuras ,  alegres  y  bulliciosos ,  celebrando  el  tan  deseado 
triunfo ,  disfrazándose  con  las  ropas  encontradas ,  y  tan  pronto  se 
veía  un  barbudo  zuavo  vestido  con  enaguas  y  sombrero  de  mujer, 
como  un  cazador  de  la  Guardia  Imperial  con  delantal  y  sombrilla 
que  nos  ofrecían  una  botella  de  exquisito  vino ,  según  su  dicho, 
encontrado  en  las  bodegas  del  pueblo ,  y  cuyos  vapores  sin  duda 
les  causaba  tal  entusiasmo  ,  mientras  otros  grupos  cogidos  del  bra- 
zo ,  cantaban  y  reían ,  hasta  que  la  algazara  y  la  bulla  se  inter- 
rumpían por  las  voces  siniestras  de  sawve  quipeuf,  al  avisarse  por 
los  encargados  de  buscar  repuestos  de  pólvora ,  la  proximidad  del 
incendio  de  alguno  de  aquellos;  voces  que  esparcían  el  pánico 
poniendo  en  fuga  á  los  alegres  grupos ,  no  sin  que  algunos  de  sus 
individuos  quedaran  sepultados  entre  las  ruinas  de  las  voladuras. 
Presenciábase  también  la  muerte  de  algunos  de  aquellos  volunta- 
ríos  rusos,  llamados  incendiarios,  si  no  tenían  la  suerte  de  ser 
encontrados  por  Jefes  ú  Oficíales  que  les  hacían  prisioneros.  Tanta 
alegría .  tal  algazara ,  tamaña  devastación  contrastaban  grande- 

TOMO  III.  36 


554  EL   DÍA   8    DE   SETIEMBRE    DE    1855 

mente  con  los  cuidados  asiduos  y  fraternales  de  los  destacamentos  en- 
cargados de  recoger  heridos  y  de  enterrar  los  muertos ;  eran  los  pri- 
meros tratados  y  socorridos  con  una  caridad  ejemplar  y  que  llenaba 
el  alma  de  grandísimo  consuelo :  veíanse  soldados  correr  de  uno 
en  otro  lado,  allí  donde  oían  un  lastimoso  suspiro,  con  cantimplo- 
ras llenas  de  agua  para  apagar  la  devoradora  sed  de  heridos  que 
llevaban  veinticuatro  horas  de  luchar  con  la  muerte  y  la  desespe- 
ración ;   algunos  no  se  saciaban  nunca ,  y  otros  espiraban  apenas 
satisfecha  la  sed  que  les  mataba.  Aquellos  caritativos  soldados  no 
hacia  distinción ,  al  prestar  socorros  y  auxilios ,  entre  enemigos 
y  compañeros :  el  dia  9  se  habia  olvidado  el  furor  y  el  encarni- 
zamiento de  la  víspera ;  ante  la  desgracia  y  la  muerte  sólo  se  en- 
contraba la  caridad  y  la  fraternidad.   Recorríamos  conmovidos 
aquella  serie  de  episodios  diversos,   contemplando  en  la  orilla 
Norte,  y  bajo  la  bandera  moscovita,   un  espectáculo  semejante; 
también  en  aquel  campamento ,  entonces  silencioso ,  se  cumplían 
los  sagrados  deberes  de  sepultar  los  muertos  y  trasladar  heridos 
á  sus  hospitales  y  ambulancias.  Habíamos  visitado  la  mayor  parte 
del  doble  recinto  de  fortificaciones  y  baterías ,  cuando  llegamos  al 
arrabal  Karabaluaía  y  subíamos  al  Oran-Rediente  para  descender 
y  seguir  el  recinto  hasta  Malakoff.  ¡Todavía  nos  quedaban  horro- 
res que  visitar !  La  pluma  se  resiste  pintar   el  aspecto  de  todo  el 
terreno  que  rodeaba  el  fuerte  Malakoff,  y  en  particular  la  gran 
rampa  que  descendía  desde  su  gola  hasta  los  edificios  del  arrabal: 
esta  rampa,  de  pendiente  bastante  inclinada ,  habia  sido  el  camino 
seguido  por  las  fuertes  columnas  de  las  reservas  rusas  al  intentar 
recuperar  en  tres  ataques  sucesivos ,  y  siempre  frustrados ,  aquella 
obra  importante ,  llave  de  Sebastopol ,  defendida  ya  por  las  tropas 
francesas  á  las  órdenes  de  Mac-Mahon,  Todo  el  terreno  estaba  li- 
teralmente cubierto  por  montones  de  cadáveres  acumulados  los 
unos  sobre  los  otros,  no  quedando  un  espacio  siquiera  suficiente  para 
atravesar  aquellos  sitios  sin  pisar  la  espesa  alfombra  de  muertos 
que  le  cubría,  entre  los  que  se  notaban  convulsivos  movimientos  de 
algunos  heridos  que  exhalaban  sus  últimos  ayes  y  para  los  que  la 
ciencia  no  tenía  ya  remedios ,  recibiendo  sólo  los  consuelos  de  al- 
gún sacerdote  ó  las  gotas  de  agua  que  en  sus  moribundos  labios 
derramaban  las  manos  caritativas  de  algunos  soldados ,  sus  enemi- 
gos del  día  anterior.  Hicimos  la  observación  de  que  en  el  terreno  más 
próximo  á  la  gola  de  la  obra  final  de  la  rampa ,  las  primeras  filas 


EN   EL    SITIO  DE   SEBASTOPOL.  555 

de  cadáveres  eran  todas  de  Jefes  y  Oficiales ,  que  atestiguaban  los 
esfuerzos  heroicos  que  hablan  hecho  para  conducir  sus  soldados  á 
Malahoff,  j  recuperar  el  fuerte  que  no  lograron  defender,  hacién- 
dose matar  al  pié  de  los  parapetos  que  intentaban  asaltar. 

Terminamos  nuestra  visita  saliendo  por  el  puente  que ,  echado 
sobre  el  foso  del  reducto,  sirviera  para  el  primer  asalto,  y  todavía 
allí  presenciamos  la  operación  de  llenar  los  fosos  de  aquella  parte 
del  recinto  con  los  muertos  recogidos ,  cubriéndolos  con  tierra  por 
ser  imposible  hacer  zanjas  para  tan  crecido  número  de  cadáveres 
y  de  restos  de  hombres ,  recogidos  delante  de  las  baterías  rusas 
donde  la  metralla,  recibida  á  cortas  distancias,  despedazaban  á  los 
desgraciados  que  fueron  victimas  de  su  heroico  deber. 

Silenciosos  y  entristecidos  nos  retiramos  de  aquel  sangriento 
campo  de  batalla,  cuyo  recuerdo  no  se  aparta  de  nuestra  mente, 
haciéndonos  pensar  en  la  diversidad  de  emociones  causadas  por  los 
hechos  de  los  dias  8  y  9 :  en  el  primero  todo  fué  ruido,  entusiasmo, 
animación  y  vida ;  el  ardor  de  la  lucha  enardecía  la  sangre , 
sin  reparar  en  la  desolación  y  la  muerte  que  nos  cercaban ;  todos 
los  sentimientos  eran  dominados  por  los  reflejos  brillantes  de  la 
gloria ,  y  el  estruendo  de  la  artillería ;  los  sones  diversos  de  las 
bandas  militares ,  el  incesante  clamoreo  de  los  que  peleaban,  la 
variación  continua  de  episodios  todos  admirables  retenían  hasta 
el  latir  de  nuestro  corazón  para  no  perder  el  detalle  más  mí- 
nimo ,  absorbiéndonos  la  esperanza  del  triunfo,  que  debía  ser  el 
premio  de  tantos  afanes,  de  tantos  sacrificios,  cegándonos  y  en- 
sordeciéndonos aquel  épico  conjunto  para  no  ver  lo  repugnante 
ni  lo  triste,  ni  oír  los  ayes  y  los  clamores  de  las  víctimas. 
El  día  9  lo  grandioso  y  lo  bello  había  desaparecido ;  el  contraste 
era  horrible ;  á  los  vivas ,  al  estruendo  del  combate ,  á  la  anima- 
ción de  los  toques  guerreros ,  á  las  esperanzas  de  gloria ,  al  enar- 
decimiento de  la  sangre ,  al  entusiasmo ,  sucedieron  el  silencio  y 
la  desolación,  la  tristeza  y  el  sentimiento,  los  ayes  del  herido ,  los 
últimos  suspiros  del  moribundo ,  el  aspecto  repugnante  de  la  san- 
gre y  la  muerte.  Dominados  por  estas  diversas  emociones  nos  reti- 
ramos de  las  ruinas  conquistadas  para  felicitar  de  nuevo  al  Gene- 
ral en  Jefe  que,  con  su  elevado  carácter,  su  energía  superior  y  con 
su  perseverancia  singular,  dio  cima  á  una  empresa  tan  colosal 
como  de  éxito  dudoso  para  la  ciencia  y  el  arte  de  la  guerra ;  plá- 
cemes y  felicitaciones  que  dirigimos  á  todos  los  amigos  del  gran 


556  EL    día    8    DE    SETIEMBRE    DE    1855 

cuartel  g'eneral  que  habían  tomado  parte  en  la  empresa  á  que  nos 
habíamos  asociado  durante  tantos  meses ,  participando  de  sus  tra- 
bajos y  de  sus  sufrimientos ,  de  sus  satisfacciones  y  de  sus  glorías, 
como  verdaderos  compañeros  de  armas.  El  recuerdo  de  Sebastopol 
vive  entre  los  que  más  pueden  halagarnos ;  fué  su  memorable  sitio 
la  primera  escuela  práctica  de  nuestra  carrera  militar ;  alli  recibi- 
mos nuestro  bautismo  de  fueg*o ;  allí  aprendimos  á  despreciar  la 
muerte  cuando  el  deber  y  la  patria  lo  exigen;  y  los  lazos  de  amis- 
tad que  nos  ligaron  á  tanto  soldado  valeroso ,  siquiera  sean  hijos 
de  otras  naciones ,  los  lazos  de  hermanos  de  armas  que  formados 
ante  el  peligro  y  estrechados  bajo  el  fuego  incesante  de  once  me- 
ses de  sitio ,  no  pueden  desligarse  á  pesar  del  tiempo  y  las  vicisi- 
tudes de  la  vida ;  ¡  sean  estos  renglones  recuerdos  cariñosos  envía- 
dos  á  los  que  fueron  tan  buenos  amigos  como  valientes  guerreros! 


X. 


El  día  10  una  brigada  francesa  tomó  posesión  de  la  ciudad  de 
Sebastopol ,  atravesando  sus  ruinas  á  tambor  batiente ,  y  estable- 
ciendo sus  grandes  guardias  á  la  vista  de  la  rada.  El  General  Ba- 
zaine  fué  nombrado  Gobernador  de  la  plaza.  Los  ingleses  se  pose- 
sionaron del  arrabal ,  y  muy  pronto  los  rusos  empezaron  á  dirigir 
el  fuego  de  sus  baterías  del  Norte  sobre  los  trabajos  que  los  alia- 
dos emprendían.  Estos  establecieron  algunas  baterías  contra  las 
rusas,  y  se  dedicaron  á  extraer  el  material  que  podían  aprovechar 
de  la  plaza  conquistada;  minando  al  mismo  tiempo  para  volar, 
como  lo  verificaron ,  las  gradas  de  construcción  de  la  marina ,  los 
cuarteles  y  el  fuerte  Nicolás ,  único  que  no  había  volado  el  ene- 
migo, sin  duda  por  falta  de  tiempo.  Todo  el  ejército  aliado  visitaba 
con  curiosidad  las  ruinas  de  la  ciudad ,  las  fortificaciones  tanto 
tiempo  combatidas ,  comentando  y  discutiendo  sobre  cada  uno  de 
tantos  episodios  como  habían  tenido  lugar  en  los  distintos  baluar- 
tes y  atrincheramientos. 

Hasta  que  se  formaron  los  preliminares  de  la  paz,  el  ejército 
aliado  hizo  varios  reconocimientos  por  los  valles  próximos  al 
Tschernaía ,  teniendo  algunos  pequeños  encuentros  ó  escaramuzas 
con  los  puestos  avanzados  rusos,  dando  así  ocupación  á  las  tropas. 


EN    EL    SITIO    DE    SEBASTOPOL.  557 

y  moviéndolas  Mcia  puntos  más  sanos.  En  la  rada  se  cruzaban 
los  disparos  de  artillería  entre  las  orillas  Norte  y  Sur. 

El  29  de  Febrero  llegaron  órdenes  de  celebrar  un  armisticio  con 
los  rusos ,  que  no  empezó  hasta  el  14  de  Marzo ,  siendo  linea  divi- 
soria el  rio  Tschernaia.  El  30  del  mismo  mes  se  firmó  la  paz,  y  los 
ejércitos ,  antes  enemigos ,  fraternizaron  hasta  el  reembarco  de  los 
aliados ,  teniendo  lugar  convites  recíprocos ,  torneos  y  carreras  de 
caballos. 

Así  terminó  aquella  célebre  campana  sintetizada  en  el  ataque  y 
toma  de  Sebastopol ,  cuya  pérdida  obligó  al  Imperio  de  los  Czares 
moscovistas  á  firmar  la  paz ,  renunciando  por  entonces  á  los  pro- 
yectos tradicionales  en  la  dinastía  de  Pedro  el  Grande. 


XI. 


Hemos  cumplido  nuestro  propósito ,  y  aunque  en  él  no  estuviera 
comprendido  el  hacer  un  estudio  del  objeto  y  resultado  político  de 
la  campaña ,  cuyo  más  importante  episodio  acabamos  de  relatar, 
no  podemos  prescindir  de  dejar  consignada  nuestra  opinión  sobre 
los  frutos  recogidos  por  los  Gobiernos  europeos  que  hicieron  esfuer- 
zos gigantescos  para  la  resolución  de  la  cuestión  de  Oriente,  y  que 
en  nuestro  concepto  quedó  sólo  suspensa ,  con  aquella  paz  tan  ca- 
ramente comprada. 

La  ambición  moscovita ,  los  intereses  cristianos  en  Oriente ,  los 
temores  de  la  Europa  occidental,  la  debilidad  del  Imperio  Turco  y 
todas  las  complejas  cuestiones  que  de  la  unión ,  choque  y  contra- 
dicción de  tan  diversos  intereses  amenazan  como  fantasma  pavo- 
roso el  equilibrio  y  la  paz  del  mundo ,  quedaron  por  resolver  des- 
pués de  una  campaña  que  costó  á  la  humanidad  un  millón  de 
hombres  y  millones  sin  cuento  á  los  tesoros  de  los  pueblos  que  lu- 
charon. Las  naciones  católicas  y  cristianas  que  marchan  al  frente 
de  la  civilización  moderna ,  vienen  dando  el  espectáculo  singular 
y  anómalo  de  sacrificar  al  falso  equilibrio  europeo  y  á  los  serios  te- 
mores del  poder  ruso ,  los  sagrados  intereses  de  los  cristianos  de 
Oriente ,  defendiendo  y  apuntalando  el  carcomido  Imperio  Musul- 
mán, ludibrio  y  escándalo  de  los  tiempos  que  felizmente  alcanza- 
mos. Tuvimos  ocasión  de  visitar  parte  del  país  búlgaro ,  poblado 


558  EL    día    8   DE    SETIEMBRE    DE    1855 

en  la  mayoría  de  cristianos  griegos ,  bajo  el  dominio  del  Imperio 
Turco ,  y  sentíamos  vergüenza  y  humillación ,  como  cristianos ,  al 
ver  aquella  noble  raza  de  hermanos  nuestros  dominada,  vejada  y 
atropellada  por  los  sectarios  de  la  Media  Luna.  ¡Imposible  parece 
que  en  el  siglo  presente  dos  grandes  naciones  cristianas  y  católicas 
se  aliaran  á  otro  gran  pueblo  liberal  y  cristiano ,  para  defender  el 
territorio  turco ,  sin  dar  solución  al  presente  y  al  porvenir  de  los 
subditos  cristianos  del  Sultán !  En  buen  hora  que  se  ataje  y  com- 
bata la  ambición  exagerada  y  peligrosa  del  César  Moscovita  que, 
coloso  formidable  se  presenta  en  continuo  soñar  á  los  políticos 
europeos  asomando  por  los  estrechos  del  Sund  y  de  los  Darda- 
nelos:  pero  ¿cómo  abandonarlos  intereses  cristianos  y  civiliza- 
dores en  Oriente?  ¿Acaso  las  armas  victoriosas  de  Francia,  Ingla- 
terra y  Cerdeña  no  pudieron  exigir  del  Sultán,  salvado  de  las 
garras  del  oso  del  Norte,  libertad  é  igualdad  para  los  subditos 
cristianos?  Hoy  mismo,  la  heroicidad  de  los  hijos  de  Creta  ¿no  me- 
recía algo  más  que  frías  simpatías  de  los  Monarcas  y  de  los  Go- 
biernos que  dirigen  la  política  del  mundo  europeo?  Tenemos  la 
convicción  firmísima  de  que  si  estos  Gobiernos  no  se  deciden  á  dar 
pronto  una  solución  cristiana  y  civilizadora  á  la  cuestión  de 
Oriente,  el  Imperio  Ruso,  que  ensancha  su  influencia  entre  los  pue- 
blos cristianos  griegos  que  profesan  su  misma  religión ,  y  que  per- 
severante y  dominado  por  un  sólo  pensamiento ,  no  abandona  su 
propaganda,  ya  bajo  la  idea  panslavita  ó  como  auxiliar  de  sus  in- 
tereses religiosos,  captándose  las  simpatías  y  la  gratitud  de  los 
pueblos  que  gimen  bajo  el  yugo  insoportable  del  Sultán ,  llegará 
á  realizar  su  sueño  constante ,  reemplazando  con  la  Cruz  Griega 
la  Media  Luna  que  se  enseñorea  en  la  cúpula  de  Santa  Sofía  y  en 
los  altos  minaretes  de  la  ciudad  de  Constantino:  pero  el  Lábaro 
cristiano  flotará  cobijando  un  poderoso  Imperio,  temido  de  la 
Europa  liberal,  que  podrá  desembocar  del  Báltico  y  del  mar  de 
Mármara  para  dominar  en  el  Atlántico  y  el  Mediterráneo,  reunién- 
dose en  el  estrecho  de  Gibraltar. 

Repetimos ,  pues ,  que  la  guerra  de  Oriente  debió  ser  más  fecunda 
en  resultados;  cierto  es  que,  domeñando  el  desmedido  orgullo  de 
los  ejércitos  moscovitas  ,  detuvo  por  alg-un  tiempo  la  realización  de 
sus  planes ,  pero,  si  el  enfermo  estaba  grave ,  según  la  frase  feliz 
del  autócrata  Nicolás  I,  los  esfuerzos  de  la  alianza  europea,  contra 
el  Imperio  Ruso,  no  debieron  satisfacerse  con  administrar  dosis  para 


EN   EL   SITIO  DE    SEBASTOPOL.  559 

dar  vida  por  algunos  años  al  paciente,  cuyo  crónico  mal  no  tiene 
cura.  Vencido  el  Czar  fué  ocasión  propicia  de  renovar  en  el  enfermo 
una  vida  que  acababa ,  con  la  sabia  de  la  civilización  moderna ,  ó 
arrojarle  del  territorio  europeo,  reemplazándole  con  otra  rama  lo- 
zana y  fructifera  para  la  libertad ,  el  progreso  y  el  cristianismo. 
¡  Ojalá  nuestros  temores  no  se  realicen,  y  sin  derramarse  una  gota 
de  sangre ,  llegue  para  los  cristianos  de  Oriente  la  era  de  libertad 
é  independencia  porque  suspiran  y  á  que  son  tan  acreedores ! 

J.  López  Domínguez. 
Madrid  y  Mayo  de  1868. 


Á  QUINTANA. 


Julio  de  1851. 


Cuando  al  rayar  el  dia , 
Allá  de  mi  lejana  adolescencia , 

El  dios  de  la  armonía , 
Que  es  el  dios  de  la  humana  inteligencia , 

Su  inspiración  ardiente 
Vertió  en  mi  corazón ,  vertió  en  mi  frente; 

Sonó,  sonó  en  mi  oido 
De  patria  y  libertad  un  eco  santo 

De  insólito  sonido; 
La  voz  del  vate ,  del  profeta  el  canto , 

Que  al  ruido  de  tus  olas 
¡  Patrio  Guadalquivir !  canté  á  mis  solas. 

No  era ,  no ,  ya  la  Musa 
Que  triscando  por  riscos  y  por  faldas 

Tonos  femíneos  usa , 
Y  del  dios  del  placer  entre  guirnaldas 

P'rívola  adoradora, 
Dios,  hombre,  mundo,  humanidad  ignora. 

Era  la  gran  Poesía ; 
La  que  del  mundo  en  las  remotas  partes , 

Como  en  la  Grecia  un  dia , 
Fué  madre  de  las  ciencias  y  las  artes , 

Voz  del  cielo  en  la  tierra, 
El  himno  de  la  paz  y  de  la  guerra. 


k    QUINTANA.  561 

Era  la  voz  de  un  siglo 
Que  al  nacer  y  al  morir  luchó  iracundo 

Con  el  feroz  vestiglo 
De  la  que  fué  superstición  del  mundo, 

Y  en  generosa  saña 
«  Sé  España  j  España ! »  le  gritaba  á  España. 

Era  tu  grande  acento , 
¡  Quintana !  era  tu  voz  que ,  en  la  sombría 

Cárcel  del  pensamiento 
Sonando  y  resonando ,  removia 

Con  versos  como  espadas 
De  España  las  entrañas  ulceradas. 

Pelayo ,  ardiente  rayo 
Contra  el  Islam  y  el  oriental  Califa , 

El  Cid  ,  nuevo  Pelayo , 
Guzman ,  Bruto  de  España  allá  en  Tarifa , 

Padilla  en  sangre  tinto , 
A  tu  gloria  fatal ,  ¡  oh  Carlos  Quinto ! 

Las  del  panteón  hispano 
Del  austríaco  Escorial  turbadas  sombras 

Que  á  España  dan  en  vano 
Las  banderas  del  mundo  por  alfombras , 

Si  tu  ígnea  fantasía 
En  ellas  sólo  ve  la  tiranía ; 

Aquellas  sombras  tristes 
Del  grande  Emperador,  del  Rey  prudente , 

Que  al  tribunal  trajistes 
De  una  infeliz  generación  que  aun  siente 

Rodar  por  el  vacío 
La  España ,  su  esplendor,  su  poderío ; 

El  infecundo  nieto 
De  ellos  en  pos  que  la  corona  ingente , 

No  Rey,  sino  esqueleto , 
Deja  caer  de  la  caduca  frente , 


562  A    QUINTANA. 

Y  á  los  Borbones  fia , 
Esqueleto  como  él ,  su  Monarquía ; 

El  pensamiento  humano 
Que  arrebatado  de  ambición  inmensa , 

Arcano  tras  arcano 
A  los  cielos  robándoles ,  condensa 

La  palabra  del  hombre 
El  monumento  que  á  la  edad  asombre ; 

España,  en  fin,  España 
Sacudiendo  dos  siglos  de  desmayo , 

Y  con  la  antigua  saña 
Blandiendo  en  las  Termopilas  de  Mayo 

La  espada  de  Pavía 
Que  la  herrumbre  del  ocio  carcomía; 

Tal  fué  tu  gran  poema 

¡  Himno  de  las  batallas !  ¡  Armonía 

De  muerte  y  de  anatema 
Que  de  Bailen  á  Waterloo  seguía 

Con  eco  sobrehumano 
De  la  Europa  vengada  al  gran  tirano ! 

i  Himno  de  las  batallas ! 
De  aquellas  ¡  ay !  donde  la  fuerza  blande 
Sus  bronces  y  sus  mallas , 

Y  de  aquellas  también  do  en  lid  mas  grande 

Despliega  su  violencia 
El  guerrero  sin  paz,  la  inteligencia. 

En  la  memoria  mía , 
Nunca  olvidados ,  no ,  mas  confundidos 

En  la  honda  lejanía 
De  los  años  en  pos  desvanecidos , 

Tus  cantos  hoy  se  elevan , 

Y  el  entusiasmo  juvenil  renuevan. 

Mas  ¡ay !  ¿qué  dejo  amargo 


^  k    QUINTANA.  563 

Posa  en  mis  labios  el  licor  ardiente? 

¿Por  qué  de  su  letargo 
Quiere  en  vano  salir  mi  torva  mente , 

Y  enluta  el  alma  mia 
Nube  de  funeral  melancolía? 

Triunfó  la  independencia, 
y  la  Europa  triunfó ;  pero  á  la  España 

Se  le  arrancó  la  herencia 
De  la  que  fué  su  inmarcesible  hazaña , 

Y  envuelta  en  sus  pendones 
La  postrera  quedó  de  las  naciones. 

Triunfó  también  un  dia 
La  libertad  ;  pero  la  Europa  entera , 

Cual  vasta  alcahicería , 
Como  inmenso  taller  do  el  oro  impera, 

Fabrica  ciudadanos 
Que  están  pidiendo  y  que  tendrán  tiranos. 

¡  Oh !  si  la  musa  heroica 
Que  cantó  con  trasportes  sacrosantos 

La  libertad  estoica 
De  Grecia  j  Roma  en  inmortales  cantos 

Volviese  á  la  armonía , 
Con  su  lira  de  bronce  ¿qué  diria? 

¿Acaso  contemplados 
A  la  tétrica  luz  de  lo  presente , 

Los  siglos  ya  pasados , 
Aquella  España  en  cuya  altiva  frente 

Tu  rayo  se  blandía , 
La  misma  maldición  te  arrancarla? 

El  fanatismo  odiaste. 
¡  Pluguiese  á  Dios  que  aun  fanatismo  hubiera ! 

El  himno  que  entonaste 
Un  fanatismo  fué  que  en  su  carrera 

Abrió  cielos  y  abismos, 


564  Á    QUINTANA. 

¿Qué  es  ¡ay !  la  humanidad  sin  fanatismos? 

Ninguno  ya ,  ninguno 
Existe  ya ;  ni  el  que  ensalzó  al  Monarca, 

Ni  el  que  inflamó  al  tribuno : 
Un  Dios  brutal  el  universo  abarca 

Desde  el  altar  deshecho, 
El  Dios  de  la  materia ,  el  Dios  del  hecho : 

Y  en  vez  de  aquella  santa 
Familia  de  los  pueblos  soberanos 

Que  libre  la  garganta 
De  los  yugos  de  todos  los  tiranos 

Imaginó  el  deseo , 
El  Bajo  Imperio  de  la  Europa  veo. 

Asi  en  la  acobardada 
Roma  Horacio  cantó  mientras  la  lengua 

De  Cicerón  clavada 
En  los  rostros  guardados  á  tal  mengua . 

Tu  última  arenga  hacia 
¡  Romana  libertad !  en  tu  agonia. 

¡  Oh  ilusión  venturosa 
De  una  generación  que  se  derrumba ! 

Nosotros ,  su  ingloriosa 
Posteridad ,  junto  á  su  ilustre  tumba 

Pasamos  sonriendo, 
Su  generoso  error  escarneciendo. 

Nosotros,  los  espúreos 
Hijos  del  desengaño  que  trocamos 

Por  mantos  epicúreos 
La  toga  consular  que  despreciamos , 

Y  á  toda  patria  ajenos 
Sabemos  más  pero  valemos  menos. 

Y  qué ,  ¿será  mentira 
Cuanto  el  hombre  esperó?  ¿será  delirio 


k    QUINTANA.  565 

El  genio  que  le  inspira , 
La  virtud  y  el  valor  vano  martirio, 

Y  el  Dios  que  al  hombre  cria 
El  Dios  de  una  perpetua  tiranía? 

¡  Oh  !  no  :  vendrá  la  historia, 
Y  al  legar  á  los  siglos  sus  anales, 

Dirá  al  fin  tu  victoria 
¡  Oh  raza  de  tribunos  inmortales ! 

Pueblos ,  guardad  su  herencia : 
La  fe  en  la  humanidad  fué  su  creencia. 

Y  tú  que  el  vate  fuiste 

De  esa  tribu  inmortal  ¡  noble  poeta ! 

Y  tú  que  enmudeciste , 
Vencido  no ,  mas  desdeñoso  atleta , 

Y  en  sombra  refulgente 

Velas  hoy  con  rubor  tu  anciana  frente ; 

Si  aún  vive  aquella  musa 
Que  tú  alentaste  al  despuntar  su  dia , 

Cuando  con  voz  confusa , 
Vagando  en  el  pensil  de  Andalucía , 

Cantaba  la  infelice 
Trajedia  de  Pausanias  y  Cleonice ; 

No  temas  que  abandone 
Las  santas  cumbres  donde  á  ver  se  alcanza 

El  sol  que  no  se  pone ; 
Sol  de  la  humanidad  y  la  esperanza; 

El  sol  que  el  hombre  implora , 
El  sol  del  porvenir  que  está  en  su  aurora. 

Gabriel  G.  Tassara. 


PAN  Y  TOROS. 


Si  la  mayor  preocupación  de  un  buen  padre  es  el  estudio  de 
carácter  y  naturales  disposiciones  del  hijo  amado,  de  la  misma 
manera  debe  de  serlo  para  los  Gobiernos  y  hombres  públicos  la 
concienzuda  investig-acion  de  la  Índole  de  los  pueblos  que  están 
llamados  á  regir  ó  sobre  los  que  la  superioridad  de  su  inteligencia 
ó  posición  ha  de  ejercer  notorio  influjo.  Que  esta  es,  no  una  pre- 
ocupación, como  hemos  dicho,  sino  un  deber  indeclinable,  no  hay 
para  qué  detenernos  á  demostrarlo.  Los  pueblos  como  las  indivi- 
dualidades necesitan  conocerse  y  saber  á  qué  pueden  consagrar  sus 
facultades ,  tomando  en  cuenta  no  sólo  sus  recursos  patrimoniales, 
sino  su  especial  actitud  para  fecundarlos.  Tan  imperiosa  obligación 
no  pudo  jamás  ser  desatendida,  y  los  hombres  más  eminentes  la 
consagraron  sus  vigilias,  habiendo  sin  embargo  un  folleto ,  de 
indisputable  mérito ,  pero  ligero ,  festivo  y  satírico ,  alcanzado  la 
palma,  que  sin  disgusto  unánimemente  le  adjudicaron  los  mismos 
ofendidos,  viniendo  á  ser  sentencia  ejecutoria  definidora  del  ca- 
rácter nacional  el  célebre  Pan  y  Toros. 

Pan  y  Toros:  hé  aqui  en  nuestro  sentir  un  funesto  error  que, 
infamando  el  carácter,  lo  envilece  y  esteriliza  para  todo  género  de 
progreso.  ¿Qué  significa  Pan  y  Torosí  Rudeza,  holgazanería  y 
miseria  satisfechas  ó  entretenidas  con  brutales  emociones ,  espan- 
toso ruido,  soez  clamoreo  y  escasa  y  pobre  alimentación.  ¿Fa  de 
buscarse  el  tipo  del  español  en  los  tendidos  de  la  plaza ,  feliz  con 
sus  harapos  y  su  bota  henchida  más  de  rejalgar  que  de  vino?  El 
retrato  era  idéntico  cuando  se  hizo ,  conservando  aún  por  desgra- 
cia mucho  parecido ,  y  sin  embargo  nos  atrevemos  á  llamarlo  ca- 


PAN   Y   TOROS.  567 

lumnioso ,  como ,  aunque  leve ,  lo  prueba  la  modificación  misma 
que  ha  sufrido. 

Acaso  no  haya  habido  pueblo  ni  suelo  más  constantemente  adu- 
lados que  el  español ,  ni  más  pomposamente  enaltecidas  sus  exce- 
lencias ,  y  únicamente  á  lo  que  nadie  se  ha  atrevido  es  á  defender 
al  primero  de  la  nota  de  holgazán  y  desidioso ,  habiéndose  sin  re- 
serva aplaudido  la  fecundidad  y  hermosura  del  segundo,  cual  otra 
nueva  y  más  feraz  tierra  de  promisión.  ¿Será  una  extravagante 
singularidad  apartarnos  de  tan  común  opinión?  No  podemos  ser 
jueces  en  causa  propia ;  pero  en  defensa  de  nuestro  sentir  aducire- 
mos las  razones  que  lo  abonan ,  y  si  no  alcanzan  á  convencer,  sír- 
vanos de  excusa  el  patriotismo  y  buena  fe  con  que  procuramos  in- 
quirir la  verdad  en  materia  que  tanto  importa  para  evitar  los  males 
que  nos  afligen ,  y  alcanzar  los  beneficios  que  otras  naciones  más 
dichosas  disfrutan. 

Abrigamos  el  íntimo  convencimiento  de  que  bajo  el  mismo  ré- 
gimen ,  con  la  misma  educación  é  iguales  desgracias  como  las  que 
han  afligido  á  nuestra  desventurada  patria  durante  el  dilatado 
período  de  tres  siglos,  cualquier  otro  pueblo  sería  igualmente  hol- 
gazán ,  todos  habrían  perdido  su  primitivo  carácter  y  hasta  su  na- 
cionalidad, y  ninguno  como  el  español  conservaría  los  nobles 
rasgos  de  los  que  en  las  grandes  crisis  siempre  ha  dado  tan  seña- 
ladas pruebas.  Pero  por  ahora  contraigámonos  al  examen  de  la  pe- 
reza que  se  nos  imputa ,  y  que  con  escasa  vergüenza  confesamos 
como  característica ,  cuando  sólo  es  efecto  de  un  cúmulo  de  extra- 
ñas circunstancias. 

Si  antes  de  juzgarnos  como  al  presente  somos  ó  parecemos,  el 
ánimo  se  remonta  al  estudio  de  nuestra  noble  ascendencia ,  y  con 
espíritu  observador  analiza  el  glorioso  período  de  la  reconquista, 
las  hazañas  de  los  descubridores  del  Nuevo  Mundo ,  y  las  proezas 
de  los  tercios  castellanos ,  menos  aún  admira  su  heroico  valor  que 
su  perseverancia  y  trabajos.  ¡  Perseverancia  y  trabajos  !  ¿Y  quién 
se  atrevería  á  negarlos?  Pues  estas  virtudes  son  inseparables  ene- 
migas del  ocio ,  y  noble  origen  de  la  aplicación.  Así  es  verdad,  se 
nos  contesta ,  pero  también  que  todas  esas  maravillas  se  realiza- 
ron ,  no  por  amor  al  trabajo ,  sino  por  amor  á  las  aventuras  y  á  la 
gloria ,  del  que  también  nuestros  padres ,  á  pesar  de  su  ya  indis- 
putable holgazanería ,  dieron  mucho  más  tarde ,  en  la  guerra  de 
la  Independencia,  iguales  pruebas. 


568  PAN    Y    TOROS. 

Si  de  nuestras  gloriosas  proezas  y  conquistas  por  tierra  pasamos 
á  contemplar  las ,  si  cupiera  aún  mayores ,  alcanzadas  en  los  ma- 
res ,  causa  verdadera  admiración  el  afanoso  y  constante  trabajo  de 
nuestros  marinos ,  pues  aparte  de  la  g-loria ,  no  hay  profesión  al- 
guna tan  dura  y  disciplinada.  Las  tempestades  y  los  combates  son 
relativamente  raros  accidentes  de  la  guerra  y  de  la  mar,  y  la  vida 
normal  del  marino  es  el  más  improbo  y  constante  trabajo.  Si,  se 
contestará  otra  vez ;  en  la  mar  como  en  la  tierra  la  misma  pasión 
produjo  iguales  resultados. 

Esto  bastarla  á  nuestro  propósito ,  pues  desde  el  momento  que  se 
confiesa  que  la  indolencia  del  carácter  no  es  inaccesible  á  los  estí- 
mulos de  las  pasiones ,  sino  que  por  el  contrario  lo  mueven  y  ex- 
citan con  incomparable  energía ,  todo  queda  reducido  á  averiguar 
si  otra  pasión  tan  natural ,  tan  ingénita  en  el  hombre  como  el  de- 
seo de  aumentar  sus  goces,  de  mejorar  su  condición,  no  le  estimu- 
laría lo  mismo,  ¿Pero  ha  podido  sentirla  un  pueblo  que  tan  solíci- 
tamente se  ha  cuidado  no  comprendiera  otra  manera  de  ser  y  de 
vivir,  que  como  era  y  vivía  en  los  tiempos  más  rudos,  cerrándole 
los  oídos  al  público  pregón  de  los  adelantamientos  modernos  ?  Na- 
die ama  lo  que  no  conoce ;  dádselo  á  conocer,  y  sí  es  bueno  y  útil, 
lo  amará  con  vehemencia  y  que  el  progreso  de  las  naciones  es  útil 
lo  prueban  las  ventajas  que  proporciona,  y  que  es  bueno  lo  ha  de- 
clarado el  episcopado  francés  en  las  últimas  discusiones  del  Senado 
sobre  la  ley  de  instrucción  pública  al  confesar  que  el  estado  de 
moralidad  del  ilustrado  vecino  Imperio  nunca  había  sido  tan  satis- 
factorio. Ni  de  otro  modo  seríamos  sus  partidarios ,  porque  fuera 
del  orden  moral  todo  nos  parece  malo  y  aborrecible ,  pero  en  nues- 
tro sentir  el  verdadero  progreso  implica  siempre  la  idea  de  mora- 
lidad. 

Por  otra  parte ,  negar  que  la  pasión  ó  vehemente  deseo  de  me- 
jorar es  el  mayor  estímulo  del  trabajo  ,  es  negar  la  naturaleza  hu- 
mana. Pues  si  este  sentimiento  es  tan  natural,  se  nos  dirá:  ¿cómo 
su  influjo  no  ha  prevalecido?  Porque  las  pasiones  se  amortiguan  y 
extinguen  como  se  excitan  y  exaltan ,  y  tampoco  esto  puede  con- 
tradecirse sin  incurrir  en  una  negación  impía.  Pero  todavía  se  in- 
siste suponiendo  que  las  pacíficas  conquistas  del  trabajo ,  tan  úti- 
les y  sólidas  como  las  alcanzadas  por  las  armas  á  precio  de  mucha 
sangre  y  hazañas,  no  afectan  la  ardiente  y  meridional  imaginación 
del  pueblo  al  que  sólo  le  mueven  la  gloria  y  las  aventuras,  y  so- 


PAN   T  TOROS.  '  569 

bre  todo,  la  religión  y  el  Rey.  Ya,  con  mucha  satisfacción  nues- 
tra ,  aparecen  otros  santos  y  nobles  sentimientos  que  hacen  del  es- 
pañol el  tipo  más  sublime  del  valor ,  de  la  constancia  y  del  tra- 
bajo. Aunque  desde  luego  podríamos  sacar  las  consecuencias  que 
de  esto  se  deducen,  nos  reservamos  para  lugar  más  oportuno ,  si- 
guiendo por  ahora  el  método  con  que  hemos  principiado. 

Digna  ha  sido  en  su  relativa  esfera  nuestra  marina  mercante  de 
la  de  guerra ,  á  la  que  sin  el  estímulo  de  la  g*loria  tampoco  nin- 
guna aventajó,  y  estamos  seguros  que  todos  pagan  un  tributo  de 
admiración  á  los  hombres  de  mar  en  toda  la  extensión  de  nuestras 
costas,  que  constituye  una  parte  importantísima  de  la  Monarquía. 
¿Será  que  los  peligros  de  tan  bravo  elemento  seduciendo  su  con- 
dición temeraria  sobre  valientes  los  hace  también  laboriosos  ? 

Los  innumerables  españoles  que  pueblan  las  Américas  prueban, 
los  más  con  el  sacrificio  hasta  de  la  vida ;  los  menos ,  aunque  mu- 
chos ,  con  su  opulenta  fortuna ,  hasta  dónde  raya  su  actividad  é 
inteligencia,  aun  en  aquellas  abrasadas  regiones  en  las  que  un 
sol  tropical  enerva  las  fuerzas  del  cuerpo  y  del  espíritu.  Verdade- 
ramente admira  tanto  valor ,  y  muy  pocos  hombres  de  guerra  po- 
drán acreditar  en  sus  hojas  de  servicio  más  trabajos ,  riesgos  y  vi- 
cisitudes como  las  que  estos  bizarros  aventureros  de  la  riqueza  su- 
fren por  adquirir  una  fortuna  que  proporcione  sosiego  y  bienestar 
á  su  vejez,  rango  y  comodidad  á  sus  familias,  y  no  escasas  venta- 
jas á  su  tierra  natal ,  á  la  que  siempre  su  entusiasta  amor  consagra 
parte  de  su  caudal  con  aplicación  á  fundaciones  piadosas  ó  benéfi- 
cas ú  obras  de  utilidad  pública.  En  este  ejemplo  creemos  que  no 
habrá  ya  nadie  que  se  atreva  á  suponer  que  por  espíritu  de  aven- 
turas ni  amor  á  la  gloria  ni  al  Rey ,  ni  siquiera  por  el  mejor  ser- 
vicio de  la  Iglesia,  nuestros  emigrantes  abandonan  sus  humildes 
aldeas  y  familias ,  de  las  que  seguramente  no  se  separarían  si  aun 
con  mayor  trabajo  pudieran  esperar  menor  fortuna. 

Todavía  podemos  ofrecer  otro  elocuentísimo  ejemplo  de  nuestra 
aplicación  ,  que  sin  más  estímulo  que  el  de  la  natural  recompensa 
prueba  que  el  español  no  excusa  el  trabajo  cuando  cree  obtenerla. 
¿Pero  dónde  buscar  semejante  ejemplo?  ¿Dónde?  En  la  agricul- 
tura ,  precisamente  en  la  agricultura ,  que  por  ser  la  más  notada 
de  desidiosa ,  holgazana  é  ignorante ,  sirve  mejor  á  nuestro  pro- 
pósito ,  que  tiene  un  objeto  útil  y  práctico ,  y  no  el  de  vindicar  al 
carácter  patrio  de  tan  degradante  calificación ,  pues  ni  á  tanto  pre- 

TOMO  III.  37 


570  PAN   Y   TOROS. 

sumimos  alcanzarán  nuestras  fuerzas,  ni  en  último  resultado,  á  fuer 
de  castizos  españoles ,  nos  agobia  el  sanbenito ,  al  que ,  sin  duda 
como  muy  aclimatado  en  nuestro  país ,  estamos  acostumbrados. 

¿  Pero  dónde  encontrar  bien  cultivados  nuestros  miseros  campos? 
En  todas  aquellas  comarcas ,  digan  lo  que  quieran  los  que  con  su- 
perficialidad hablan,  donde  las  condiciones  climatológicas  ó  la  ex- 
celencia de  los  frutos  ofrecen  esperanza ,  ó  donde  la  imperiosa  ne- 
cesidad obliga  al  trabajo.  Galicia,  x\stúrias,  las  Provincias  Vas- 
congadas ,  la  huerta  de  Murcia ,  la  de  Valencia  y  cuantas  vegas  de 
regadio ,  por  desgracia  harto  escasas ,  cuenta  nuestro  territorio, 
todas ,  todas  atestiguan  el  perseverante  trabajo  de  nuestros  culti- 
vadores y  algunas  su  aventajada  inteligencia. 

Es  verdad  que  de  las  provincias  del  Norte  siempre  se  ha  hecho 
honrosa  y  favorable  excepción ;  pero  á  las  de  Levante  y  Sur  se  las 
ha  juzgado  como  herederas  de  la  molicie  de  sus  antiguos  domina- 
dores ,  los  árabes ,  á  punto  que  parecerá  temerario  empeño  defen- 
derlas de  una  opinión  tan  funesta  como  unánimemente  aceptada. 
A  pesar  de  esto  las  de  Murcia  y  Valencia ,  cuyos  naturales  en  su 
fisonomia ,  traje  y  costumbres  tanto  parecido  conservan  con  los  an- 
tiguos pobladores  de  sus  preciosas  huertas,  las  cultivan  con  tanto 
trabajo ,  esmero  y  arte,  que  rivalizan  con  lo  más  escogido  del  ex- 
tranjero, elevando  los  productos  de  la  tierra  á  un  extremo  increi- 
ble  con  su  infatigable  constancia ,  pues  si  bien  es  cierto  que  el  suelo 
de  la  huerta  de  Murcia  es  excelente ,  el  de  la  de  Valencia  es  de  lo 
más  ligero  y  endeble  de  la  Península ;  pero  de  todo  triunfa  la  per- 
severante codicia  de  sus  hijos ,  que  en  el  duro  y  enfermizo  cultivo 
de  los  arroces  sacrifican  la  salud  y  hasta  la  vida,  pues  hay  co- 
marcas en  que  rara  es  la  persona  que  llega  á  la  edad  madura,  vi- 
viendo sus  moradores  castigados  siempre  de  constantes  intermi- 
tentes. ¿Pero  qué  vale  cuanto  podamos  decir,  comparado  con  lo 
que  revelan  nuestras  antiguas  leyes  que  llegaron  hasta  imponer  la 
pena  capital  por  el  delito  de  cultivar  el  arroz ,  y  sin  embargo,  el 
interés  las  venció  después  de  mucho  tiempo  de  lucha  y  angustiosas 
tribulaciones? 

Donde  se  evidencia  aún  más  que  es  vulgar  aprensión  atribuir  en 
España  la  pereza  de  sus  naturales  á  su  especial  organización  ó  al 
clima  es  en  la  provincia  de  Murcia.  De  igual  raza  son  y  en  igual 
clima  viven  los  de  la  huerta  y  del  secano ,  y  mientras  los  primeros 
gozan  merecida  fama  de  laboriosos  é  inteligentes ,  tienen  sus  cam- 


PAN    Y    TOROS.  57Í 

pos  como  jardines ,  y  sacan  á  la  tierra  un  enorme  producto ,  no  emi- 
grando ninguno,  á  pesar  de  que  apenas  caben  en  tan  reducida  ex- 
tensión ,  los  del  secano ,  por  el  contrario,  aparecen  rudos  y  holga- 
zanes, y  sobrándoles  terreno  emigran  á  bandadas,  á  punto  de  for- 
mar una  colonia  en  Argel.  La  diferencia,  pues,  no  consiste  en  los 
hombres  sino  en  los  medios  con  que  cuentan . 

Excepto  el  cultivo  por  los  negros  de  la  caña  dulce  en  América, 
acaso  no  haya  trabajo  tan  duro  como  el  de  la  siega  en  nuestros 
abrasados  campos  de  Castilla ,  y  los  infelices  que  á  él  se  dedican 
por  alcanzar  un  modestisimo  ahorro  que  en  el  invierno  socorra  su 
pobreza ,  no  ignoran  el  riesgo  á  que  además  se  exponen ;  pues, 
infinitos  de  los  que  con  este  objeto  inmigran  en  la  región  central 
no  regresan  á  sus  hogares,  quedando  como  lastimoso  despojo  en  los 
cementerios  y  hospitales.  En  tan  mortifera  faena  rivalizan  galle- 
gos, murcianos  y  valencianos ,  y  en  la  Mancha  ambos  sexos. 

Si  las  numerosas  excepciones  que  hemos  citado  son  justamente 
reputadas  como  laboriosas,  si  á  su  cabeza,  ó  al  menos  á  su  lado 
con  muy  legítimos  títulos  colocamos  á  Cataluña,  no  sólo  conside- 
rada bajo  el  aspecto  industrial  sino  también  como  agricultora,  re- 
sultará que  un  considerable  número  de  españoles  son  muy  aplica- 
dos. ¿Y  el  resto? 

Recorred ,  recorred  y  observad  con  imparcialidad  todas  nuestras 
provincias ,  y  aún  en  las  más  tildadas  de  haraganes  encontrareis 
algún  rincón  en  él  que  por  la  excelencia  de  sus  frutos  ó  por  cual- 
quier otra  circunstancia  hay  estímulo ,  y  como  consecuencia,  apli- 
cación. Andalucía  misma  acredita  esta  verdad.  ¿Puede  mejorarse 
el  cultivo  de  las  viñas  ni  el  beneficio  de  los  vinos  de  Jerez?  ¿Puede 
cultivarse  mejor  ni  presentarse  con  más  arte  y  gracia  producto  al- 
guno que  la  esquisita  pasa  de  Málaga?  ¿  Qué  aplicados ,  qué  inte- 
ligentes, qué  industriosos?  ¿No  son  por  ventura  andaluces  como 
los  demás?  Si  lo  son,  ¿en  qué  consiste,  pues,  tan  marcada  dife- 
rencia? Sus  más  inmediatos  vecinos  continúan  labrando  sus  tier- 
ras como  los  árabes ,  mientras  ellos,  en  comunicación  con  todo  el 
mundo,  explotan  los  mercados  extranjeros  adivinando  los  gustos  y 
hasta  la  moda,  porque  también  el  paladar  la  sigue,  de  París,  Lon- 
dres, Norte- América  y  San  Petersburgo.  Estas  diferencias  á  nues- 
tro juicio  prueban  que  con  iguales  condiciones  todos  seríamos  sino 
iguales,  al  menos  muy  parecidos ,  y  que  para  conseguirlo  única- 
mente falta  que  la  política  y  la  administración  con  sus  inmensos 


5*72  PAN    Y    TOROS. 

recursos  suplan  las  desventajas  de  los  menos  favorecidos,  que  aban- 
donados y  sin  estimulo  ni  esperanza,  parecen  lo  que  no  son  ó  no 
serian. 

La  política,  que  se  refiere  más  al  orden  moral,  ha  debido  desper- 
tar el  espíritu  de  los  pueblos  educándolos  de  una  manera  y  bajo  un 
sistema  conveniente ,  levantando  su  ánimo  é  inspirando  amor  al 
trabajo  no  sólo  por  el  sentimiento  de  la  propia  conveniencia ,  sino 
también  por  patriotismo.  La  administración,  que  se  refiere  más  al 
orden  material,  ha  debido  á  su  vez  remover  las  dificultades  con  que 
lucha  la  producción  en  nuestro  pais  por  la  pobreza  de  su  ponderado 
suelo  y  por  otra  porción  de  circunstancias  hijas  del  sistema  mismo 
que  se  ha  seg-uido,  que  en  vez  de  ayudar  dificulta  y  entorpece.  Asi, 
y  sólo  asi  se  conseguiría  que  todos  fuéramos  iguales  á  los  que  por 
la  ventaja  de  una  vejetacion  más  pródiga  tienen  mayor  estímulo, 
ó  á  los  que  costaneros  ó  fronterizos  han  vivido  en  contacto  con 
otros  pueblos ,  salvando  de  uno  ú  otro  modo  la  resistencia  que  la 
acción  misma  del  poder  les  oponía ,  y  que  los  demás  no  pudieron 
vencer  por  la  desventaja  de  su  posición ,  como  lo  prueba  la  indis- 
putable anomalía  de  que  la  región  central  sea  la  más  atrasada  en 
todos  sentidos. 

Porque  nuestra  industria  sea  tan  escasa  tampoco  puede  deducirse 
que  carezcamos  de  aptitud  y  aplicación  para  ella ,  toda  vez  que 
constantemente  hemos  observado,  sin  excepción  de  provincia  alguna, 
que  allí  donde  se  ha  planteado  una  fábrica ,  sí  al  principio  ha  sido 
necesario  traer  maestros  y  operarios  del  extranjero,  al  muy  poco 
tiempo  han  sido  sin  desventaja  sustituidos  por  los  naturales. 

Por  lo  demás  la  frase  «  amor  al  trabajo»  es  viciosa  y  falsa.  La 
humanidad  no  siente  la  concupiscencia  de  semejante  amor  y  sólo 
llega  á  serle  grato  por  la  costumbre  hija  de  la  educación ,  de  la 
necesidad  ó  del  anhelo  de  mayores  goces.  La  holgazanería  sí  que 
es  natural  y  no  se  vence  sino  por  los  prodigios  de  la  educación  ó 
por  la  violencia  de  la  necesidad ,  y  como  al  pueblo  español  no  se 
le  ha  educado,  ni  por  desconocerlos  ha  sentido  la  necesidad  de  ma- 
yores goces ,  ni  tampoco  el  hambre  lo  ha  aguijoneado,  de  aquí  que 
ni  es  ni  ha  podido  ser  laborioso. 

La  política  y  la  administración  en  funesto  consorcio  y  con  per- 
severante y  prodigiosa  habilidad  enervaron  sus  facultades ,  redu- 
ciéndolo al  más  absoluto  aislamiento.  Bajo  tan  maléfica  influencia, 
el  espaSk)l  no  ha  vivido,  ha  vejetado  en  el  mundo,   extraño  al 


PAN   Y   TOROS.  573 

mundo ,  á  su  movimiento  y  progresos ,  y  con  tales  elementos  no 
fuera  justo  pedirle  cuenta  de  lo  que  es. 

Sólo  un  sentimiento,  el  religioso,  se  procuró  mantener  vivo,  y 
siempre  heroicamente  ha  respondido.  En  la  guerra  de  la  Indepen- 
dencia nuestro  pueblo  batalló  muy  en  primer  término  por  la  reli- 
gión ,  muy  en  seg-undo  por  la  patria.  Los  más  en  el  francés  no  vie- 
ron un  invasor  sino  un  judio;  asi  es  que  trocándose  en  1823  su 
apariencia ,  llamóseles  con  este  objeto  hijos  de  San  Luis,  y  como  á 
buenos  cristianos ,  que  venian  á  combatir  á  españoles  ya  sospecho- 
sos de  no  serlo  tanto,  fueron  recibidos  con  los  brazos  abiertos.  Si 
como ,  gracias  á  Dios ,  se  ha  nutrido  este  sentimiento  se  hubieran 
excitado  los  demás  en  vez  de  comprimirlos  y  ahogarlos ,  del  mismo 
modo  y  con  la  misma  eficacia  meridional  con  que ,  por  fortuna, 
conserva  nuestra  patria  la  fe  religiosa,  ostentarla  las  virtudes  cívi- 
cas, entre  las  que  la  laboriosidad  individual  ocupa  un  lugar  muy 
preferente  como  base ,  no  sólo  del  bienestar  y  moralidad  de  los 
ciudadanos,  sino  también  de  la  prosperidad  pública. 

Involuntariamente  volvemos  al  símil  con  que  principiamos.  Si 
á  un  padre  le  cuesta  tantos  trabajos,  tantos  cuidados,  sacrificios  y 
desvelos  despertar  en  su  hijo  el  amor  al  trabajo  como  única  espe- 
ranza de  su  porvenir  y  felicidad ,  si  esta  es  acaso  la  mayor  preocu- 
pación de  la  familia,  si  aun  así  tantas  veces  se  malogran  estos 
afanes,  ¿qué  puede  exigirse  á  un  pueblo  cuya  paternidad  la  han 
ejercido  por  tanto  tiempo  poderes  que,  lejos  de  dirigirlo  y  apo- 
yarlo, cual  si  fuera  su  hijo ,  moral  y  materialmente  procuraron 
apagar  sus  nobles  instintos?  Despiadado  fuera  pedir  estrecha  cuenta 
al  infeliz  huérfano  abandonado  sin  educación  y  recursos,  y,  sin 
embargo,  aun  su  mala  suerte  sería  menos  desdichada  que  la  del 
que  gimió  bajo  el  duro  yugo  de  feroz  padrastro,  vejado,  humillado, 
degradado  y  envilecido  para  que  por  indignidad  y  rebajamiento  no 
se  atreviera  á  pedirle  cuenta  en  su  dia  del  haber  materno.  Mucho 
pudiéramos  decir  en  este  sentido ;  pero  ni  debemos  ni  queremos 
volver  la  vista  atrás,  considerándonos  felices  con  poder  relegarlo  al 
olvido. 

No  creemos  haber  adulado  á  nuestro  país:  le  amamos  demasiado 
para  convertirnos  en  sus  cortesanos :  muy  por  el  contrario,  su  de- 
fensa implica  otra  censura  acaso  más  grave,  pero  en  nuestro  sen- 
tir más  justa,  cual  es  la  imposibilidad  de  compararlo  con  otros 
pueblos  que  están  educados.  Piedra  preciosa ,  la  única  faceta  que 


574  PAN   Y   TOBOS. 

han  pulido  despide  brillantes  rayos  de  luz,  y  presumimos  que  toda 
seria  igual  si  por  completo  la  hubieran  labrado.  Entre  tanto,  atri- 
buimos la  diferencia,  que  deploramos ,  de  otras  naciones  que  go- 
zan fama  de  activas  y  laboriosas  á  las  circunstancias  en  que  las 
respectivas  nacionalidades  han  desenvuelto  su  moderna  civiliza- 
ción, entiéndase  bien ,  su  moderna  civilización ,  que  no  han  sido 
iguales  ni  siquiera  parecidas,  sin  que  por  esto  dejemos  de  recono- 
cer que  los  pueblos,  como  los  individuos,  tienen  una  Índole  propia 
y  distinta  que  los  hace  más  aptos  para  la  guerra  ó  para  las  artes, 
para  el  comercio,  la  agricultura  ó  la  industria;  pero  también  nos 
parece  indudable  que  su  condición,  si  no  siempre  ni  en  todo,  mu- 
chas veces  y  en  gran  parte  se  modifica  por  el  influjo  del  poder  y 
de  las  circunstancias.  De  otra  manera,  las  naciones  serían  siempre 
perfectamente  iguales,  y  esto  lo  contradice  la  historia,  pues  aun 
bajo  el  mismo  sistema  ,  los  accidentes  de  la  fortuna,  que  tam- 
bién á  los  pueblos  alcanzan ,  las  han  modificado  de  una  manera 
muy  sensible   en  períodos  entre  sí  bien  inmediatos. 

Y  en  muy  superior  escala ,  aunque  en  mucho  mayor  trascurso 
de  tiempo,  ¿no  vemos  cómO  los  diferentes  grados  de  civilidad  en 
el  individuo,  de  civilización  en  los  pueblos ,  los  han  cambiado  por 
completo?  Sobre  el  mismo  suelo ,  bajo  el  mismo  sol  y  con  iguales 
alimentos,  ¿en  qué  se  parecen  los  antiguos  civis  romanos  á  los  con- 
temporáneos, ni  menos  el  culto  cartaginés  al  semisalvaje  africano? 
¿Puede,  pues,  prescindirse  de  una  condición,  que  sin  ser  intrínse- 
ca, tanto  se  sobrepone  á  la  natural  índole  de  las  naciones?  De  esta 
sí  que  pudiéramos  prescindir,  y  sin  embarg-o  no  lo  hacemos,  reco- 
nociendo que  en  el  fondo  siempre  hay  algo  de  característico,  y  que 
en  el  español  lo  ha  sido  el  espíritu  belicoso;  pero  también  que  esta 
virtud,  al  lado  de  otras  faltas,  ha  sobresalido,  porque  las  circuns- 
tancias han  influido  poderosamente  para  que  tan  buena  disposición 
se  desarrollara,  mientras  lá  de  la  aplicación  la  han  comprimido. 

Sin  remontarnos  más  allá,  de  la  invasión  de  los  árabes,  la  guerra 
fué  una  necesidad;  los  dos  sentimientos  más  vehementes  en  el  co- 
razón humano,  la  religión  y  la  nacionalidad,  nos  obligaron  á  ha- 
cerla sin  tregua,  la  materia  era  dispuesta,  y  cumplió  heroicamente 
con  su  deber,  y  el  ejercicio  de  las  armas,  la  costumbre  de  la  guer- 
ra, convirtiendo  por  siglos  el  patrio  suelo  en  permanente  campo  de 
batalla,  de  generaciones  en  generaciones  llegó  el  hábito  á  formar 
una  segunda  naturaleza,  á  punto  que  bien  pudo  definirse  por  mu- 


PAN   T   TOROS.  575 

cho  tiempo  al  español  con  sólo  apellidarlo  monje  ó  soldado.  Des- 
pués de  la  reconquista,  mil  causas  generales,  y  alguna  tan  casual 
como  la  belicosa  condición  del  descendiente  de  los  Reyes  Católicos, 
Rey,  Emperador  y  soldado,  fueron  causa  de  que  continuara  la  in- 
terminable serie  de  nuestras  gloriosas  campañas ,  á  lo  que  acaso 
contribuyó  más  tarde  el  material  interés,  pues  nuestra  pobreza  in- 
terior era  entonces  mucho  mayor  que  al  presente ,  y  el  déficit  del 
Tesoro  público  sólo  penosamente  se  saldaba  con  los  subsidios  de 
Europa  y  las  ricas  flotas  de  América. 

Acaso  esta  aseveración  parezca  absurda  á  los  infinitos  que  con 
buena  fe,  pero  con  lastimoso  y  perjudicial  error,  creen  que  somos 
riquísimos,  á  punto  de  sobrarnos  todo  por  la  prodigiosa  fecundidad 
de  nuestro  suelo.  Fácil  es ,  por  desgracia ,  refutar  tan  lamentable 
equivocación ;  pero  su  misma  gravedad  exigirla  un  trabajo  más 
detenido.  Así,  únicamente  nos  limitaremos  á  preguntar:  si  los  re- 
cursos propios  bastaban  á  cubrir  nuestras  necesidades,  del  sobrante 
que  de  fuera  recibíamos,  ¿qué  se  hizo?  ¿qué  lo  representa?  ¿en  qué 
obras  públicas  ó  monumentos  se  empleó  ?  Muéstresenos ,  siquiera 
sea  en  ruinas,  la  herencia  que  nuestros  antepasados  nos  han  legado. 

También  creemos ,  sin  rebajar  por  esto  su  inmarcesible  gloria, 
que  el  espíritu  guerrero  no  era  un  atributo  especial  de  nuestro  ca- 
rácter, sino  de  la  época,  pues  las  demás  naciones  no  dejaban  de 
ser  bravamente  reñidoras ,  lo  que  no  las  ha  impedido  progresar  en 
las  artes  de  la  paz ,  siendo  hoy  más  fuertes  para  la  guerra  por  su 
riqueza  y  buena  administración,  que  por  el ,  también  innegable, 
valor  de  sus  naturales.  ¿Y  tendremos  nosotros  algún  vicio  orgá- 
nico que  nos  haga  incapaces  para  el  progreso  que  otras  han  alcan- 
zado? No,  mil  veces  no;  nuestra  pereza  y  negligencia  son  única- 
mente efecto  de  la  mala  higiene ;  cambiada  esta,  el  espíritu  y  las 
fuerzas  adquirirán  vigor  y  actividad ,  y  por  esto  nada  nos  parece 
menos  filosófico  que  deducir  en  el  orden  moral ,  siguiendo  una  ló- 
gica al  parecer  recta ,  pero  en  el  fondo  errónea ,  por  el  efecto ,  la 
causa.  No  trabaja,  luego  no  es  trabajador.  El  problema  es  dema- 
siado complejo  para  resolverlo  con  tanta  facilidad.  ¿Quién  siendo 
siempre  el  mismo,  no  se  ha  sentido  alternativamente  aplicado  ú 
holgazán  por  la  influencia  de  circunstancias  extrañas  á  su  modo 
de  ser? 

Juzgar  de  la  índole  de  los  pueblos  en  abstracto ,  únicamente  por 
los  resultados  prescindiendo  de  las  circunstancias  y  del  régimen 


576  PAN   Y   TOROS. 

que  los  ha  gobernado ,  equivaldría  á  renunciar  á  la  crítica  en  la 
historia ,  á  preferir  la  apariencia  á  la  verdad  y  con  mengua  suya 
hacerlos  de  peor  condición  que  á  los  reos ,  en  cuyo  interés  y  por  los 
fueros  de  la  justicia  examínanse  concienzudamente  las  circunstan- 
cias atenuantes  y  agravantes ,  porque  los  hechos  aislados  muchas 
veces,  poco  ó  nada,  ó  lo  contrario  de  lo  que  parecen  significan. 

Desde  1787  hasta  1815,  y  desde  1848  hasta  el  presente ,  ó  sea 
casi  en  el  período  de  medio  siglo,  la  Franqia,  en  uno  ú  otro  sentido, 
ha  vivido  bajo  la  dictadura  revolucionaria  unas  veces ,  imperialista 
otras ,  pero  dictadura  al  fin  siempre ,  y  nada  sin  embargo  sería  más 
aventurado  como  deducir  de  un  hecho  tan  evidente  que  este  fuera 
el  espíritu  del  vecino  Imperio ,  á  pesar  de  haberla  aceptado  una  y 
otra  vez  con  gran  entusiasmo ,  y  de  que  aún  en  el  día,  contradi- 
ciendo el  elevado  juicio  del  que  la  ejerce,  quieran  prolongar  su 
dominio  hombres  de  probado  patriotismo. 

Acaso  se  nos  dirá  que  la  comparación  no  es  exacta ,  que  las  dis- 
tintas formas  de  gobierno  son  simples  accidentes  de  suyo  mudables 
por  la  influencia  de  los  tiempos ,  mientras  la  natural  índole  de  los 
pueblos  siempre  en  el  fondo  es  la  misma,  y  por  consecuencia  in- 
mutable. Este  argumento  que  parece  contrariar  nuestro  propósito, 
de  preferencia  lo  escogemos  para  defenderlo;  pero  antes  séanos 
permitido  anticipar  un  ejemplo. 

Hay  en  la  Rioja  un  pueblo,  Cervera del  Rio  Alhama,  cuya  pre- 
ciosa pero  reducida  vega ,  no  bastaba  ni  podía  alcanzar  al  mante- 
nimiento de  sus  vecinos ,  que  en  su  inmensa  mayoría  se  dedicaban 
al  contrabando  en  tan  gran  escala  y  con  temeridad  tan  grande, 
que  con  frecuencia  se  batían  no  sólo  con  las  fuerzas  del  resguardo 
sino  con  las  del  ejército.  Sus  desenvueltas  costumbres  correspondían 
al  reprobado  tráfico  del  que  osadamente  hacían  pública  profesión, 
y  á  tal  extremo  hubieron  de  llegar,  que  muy  seriamente  se  pre- 
ocupó de  ellos  el  Gobierno  de  Carlos  IV ,  nombrando  para  reprimir- 
las un  oficial  de  superior  graduación.  Por  fortuna  fué  elegido  el 
Sr.  Trajía ,  Marqués  del  Palacio ,  cuya  memoria  tradicionalmente 
conservan  aquellos  vecinos  con  agradecida  y  reverente  veneración. 
Ineficaces  fueron  al  principio  las  medidas  de  rigor  que  empleara 
el  celoso  Comisario  Regio,  de  lo  que  muy  pronto  se  convenció,  de- 
cidiéndose por  consejo  y  con  acuerdo  de  algunas ,  muy  pocas ,  de 
las  principales  familias  que  deploraban  la  aventurera  vida  de  sus 
convecinos,  á  proponer  al  Gobierno  que  utilizase  otros  medios  in- 


PAN   T   TOROS.  5*T7 

directos  que  fueron  aprobados  y  surtieron  un  efecto  maravilloso. 

Eran  estos  la  apertura  de  caminos ,  la  roturación  de  varios  ter- 
renos ,  la  plantación  de  muchos  frutales ,  y  sobre  todo  el  desarrollo 
de  unas  fabriquillas  de  tejidos ,  con  virtiéndolas  en  buenas  fábricas 
de  lonas  que ,  á  la  par  que  protegiesen  la  agricultura  consumiendo 
los  cáñamos  de  aquellas  feracísimas  comarcas ,  diesen  utilidad  y 
honrada  ocupación  á  los  fieros  cerveranos.  Con  efecto  el  contra- 
bando desapareció ,  floreció  la  agricultura ,  y  las  fábricas  tomaron 
tal  vuelo  que ,  habiendo  surtido  toda  la  marina  de  guerra  dui'ante 
ocho  ó  diez  años ,  hoy  constituyen  la  riqueza  de  varias  familias 
que  asociadas  las  explotan.  Sus  productos  son  tan  superiores  que 
constantemente  han  obtenido  los  primeros  premios  en  las  exposi- 
ciones nacionales  y  extranjeras ,  habiendo  triunfado  también  en 
un  concurso  que  hace  algunos  años  se  verificó  en  nuestros  tres  ar- 
senales marítimos ,  y  en  la  actualidad  proveen  con  gran  estima- 
ción á  la  marina  mercante  y  aunque  poco  á  la  de  guerra,  y  aquel 
pueblo  tan  bravo ,  es  el  de  menos  criminalidad ,  no  sólo  de  su  pro- 
vincia ,  sino  de  toda  España ,  si  se  exceptúan  las  Vascongadas. 

Para  dar,  en  fin ,  una  idea  de  sus  blandas  costumbres  y  cultura, 
sólo  diremos  que  fué  acaso  el  único  pueblo  de  España  donde  el 
Gobierno  de  Fernando  VII  no  pudo  conseguir  se  alistara  un  solo 
voluntario  realista.  Esto  aisladamente  sólo  probaria  que  la  opinión 
no  era  favorable  á  aquel  sistema ,  y  así  es  la  verdad  ;  pero  prueba 
mucho  el  que  á  continuación,  durante  la  guerra  civil,  cuando  por 
desgracia  tan  frecuentes  fueron  los  confinamientos,  todos  los  nota- 
dos de  carlistas  en  las  provincias  limítrofes  solicitaran  se  les  desti- 
nara á  Cervera.  Infinitos  lo  consiguieron  y  conservan  un  gratísimo 
recuerdo  de  la  agasajadora  hospitalidad  que  allí ,  donde  todos  eran 
sus  adversarios,  les  dispensaron;  gozando ,  en  medio  de  nuestras 
sangrientas  revueltas,  la  más  completa  seguridad  bajo  la  garantía 
de  aquel  honrado  pueblo. 

Aun  cuando  el  ejemplo  parezca  exiguo,  es,  á  nuesto  juicio,  muy 
elocuente  y  expresivo  el  cambio ,  no  de  una  persona  ni  de  una  fa- 
milia, sino  de  una  población,  que  al  fin  cuenta  de  4  á  5.000  almas, 
y  lo  es  mucho  más  por  lo  radical  de  la  mudanza. 

Nada  había  más  aventurero  y  refractario  á  la  paz  y  al  constante 
trabajo  y  á  la  sumisión  á  las  leyes ,  y  sin  embargo ,  hoy  este  mis- 
mo pueblo  es  un  modelo  de  laboriosidad ,  de  sumisión  y  de  buenas 
costumbres,  y  ciertamente  por  esto  no  ha  meneado  su  reconocido 


578  PAN   T   TOROS. 

valor,  del  que  dio  señaladísimo  testimonio ,  siendo  el  último  que 
en  1823  depusiera  las  armas  que  habia  empuñado  en  defensa  de  la 
Constitución ,  riñendo  un  sangriento  combate  con  las  tropas  rea- 
listas cuando  ya  el  Rey  habia  salido  de  Cádiz  y  aquellas  se  ense- 
ñoreaban de  toda  la  Nación.  Maravilloso  esfuerzo  y  constancia  en 
tan  desesperado  trance. 

Emprendido  el  buen  camino  y  moralizado  aquel  pueblo ,  su  re- 
cinto era  demasiado  estrecho  para  su  afanosa  actividad ,  y  los  an- 
tiguos contrabandistas ,  hoy  honradísimos  industriales ,  después  de 
haber  dado  g-ran  desarrollo  á  sus  fábricas ,  han  montado  otras  de 
diferentes  clases  de  hilados  y  tejidos  en  Zaragoza ,  Torrellas  y  Va- 
lladolid.  ¿Qué  es  lo  que  varió  la  raza  ó  las  circunstancias  y  la 
educación  de  los  cerveranos?  ¿Cuál  es  el  verdadero  carácter?  ¿El 
de  los  antiguos  contrabandistas  ó  el  de  los  actuales  industriales? 

Difícilmente  pudiera  presentarse  una  prueba  más  cabal  de  la 
influencia  del  poder  sobre  la  natural  índole  de  los  pueblos.  Toda- 
vía el  prudente  espíritu  de  Trajía  domina  en  Cervera ,  que  adqui- 
rió y  conserva  una  fisonomía  especial  y  tan  distinta  de  los  demás 
pueblos  de  su  contorno ,  que  mientras  estos  dieron  muchos  hom- 
bres á  las  facciones  carlistas ,  de  él  no  se  fué  ni  uno  sólo ,  pues  los 
hermanos  Cuevillas,  aunque  de  allí  naturales,  habían  salido  de 
muy  niños ,  circunstancia  que  con  sumo  cuidado  hacen  notar  sus 
paisanos.  Si  para  tan  prodigioso  cambio  bastó  el  patriótico  celo  de 
una  autoridad  prudente  y  discreta,  ¿qué  no  puede  esperarse  del 
influjo  y  eficacia  de  las  instituciones? 

Siendo  un  principio  unánimemente  reconocido  que  deben  adap- 
tarse á  la  índole  de  los  pueblos ,  lógicamente  se  deduce  que  si  esta 
fuera  invariable ,  también  deberían  serlo  aquellas  que  tan  íntima- 
mente le  están  subordinadas.  Presumimos  que  nadie  se  atrevería 
á  sostener  en  absoluto  una  proposición  tan  falsa  como  la  premisa 
de  que  deriva.  Es  verdad ,  sí ,  que  las  instituciones  deben  adap- 
tarse al  carácter  de  los  pueblos  para  que  su  iniciación  sea  menos 
violenta,  pero  no  que  este  sea  inquebrantable  cuando  en  último 
resultado  aquellas  lo  modelan  triunfando  de  la  influencia  de  la 
raza,  del  clima  y  de  los  alimentos.  Y  así  observamos  que  á  una 
civilización  análoga ,  siempre  han  correspondido  análogo  pro- 
greso ó  decadencia  en  épocas  y  pueblos  entre  sí  distantes  y  aun 
opuestos. 

Que  en  el  fondo  hay  siempre  un  matiz  característico  ya  lo  he- 


PAN   T    TOROS.  579- 

mes  dicho ,  y  como  no  defendemos  exageraciones ,  Volvemos  á  re- 
petirlo; pero  esto  no  impide  que  la  educación  asimilando,  triunfe, 
ó  al  menos  modifique  las  naturales  disposiciones ,  mejorando  las 
buenas ,  atenuando  las  malas ,  y  por  ello  no  seria  cuerdo  ni  justo 
juzgar  aisladamente  por  los  resultados  á  distintos  pueblos ,  cuya 
historia,  instituciones  y  circunstancias  han  sido  tan  diversas.  ¿Po- 
dría deducirse  de  la  rudeza  de  un  campesino  el  alcance  de  su  inte- 
ligencia en  comparación  con  la  de  otra  persona  que  hubiera  reci- 
bido el  beneficio  de  una  ilustrada  educación?  Y  lo  que  decimos  de 
la  inteligencia,  por  su  mismo  influjo,  ¿no  puede  aplicarse  también 
á  los  hábitos  y  amor  al  trabajo ,  si  como  creemos  su  progreso  á  la 
par  que  ilustra  estimula? 

Tenemos ,  por  último ,  que  confesar  que  no  es  perfectamente 
exacto  el  simil  de  que  nos  hemos  valido,  comparando  la  influencia 
de  la  educación  en  el  individuo ,  con  la  que  ejerce  sobre  la  colec- 
tividad. En  el  primer  caso  su  triunfo  no  siempre  es  seguro,  en  el 
segundo  nunca  deja  de  serlo. 

Para  probarlo,  tenemos  necesidad  de  otro  ejemplo:  La  educa- 
ción es  al  espíritu  lo  que  los  vestidos  al  cuerpo ,  á  todos  conviene 
que  estén  bien  hechos ,  pues  asi  aumentan  sus  gracias  ó  disimulan 
sus  defectos;  pero  á  los  que  más  importa  es  á  la  generalidad  que, 
no  distinguiéndose  en  ningún  concepto ,  es  más  modificable  por 
los  accidentes  exteriores,  pues  á  las  excepciones,  ó  no  les  hace 
tanta  falta ,  porque  sin  extrañas  galas  siempre  brilla  la  hermosura 
perfecta ,  ó  en  sentido  inverso  tampoco  alcanza  su  influencia,  por- 
que, como  dice  el  refrán,  «aunque  la  mona  se  vista  de  seda,  mona 
se  queda.»  Del  mismo  modo  en  el  orden  moral  la  educación  ejerce 
omnipotente  influjo  sobre  las  naturalezas  medias  que  constituyen 
la  inmensa  mayoría,  pero  se  estrella  ante  algunas,  muy  pocas, 
organizaciones  tan  enérgicamente  vigorosas ,  que  nada  alcanza  á 
modificarlas.  Asi  la  historia  de  los  Santos  nos  muestra  algunos 
que  por  predestinación,  gracia  ó  virtud  no  sólo  se  sustrajeron  al 
maléfico  influjo  de  una  educación  perniciosa ,  sino  al  del  ejemplo 
y  violencia  de  sus  padres ,  cuyo  pagano  culto  abandonaron  por  el 
del  verdadero  Dios ,  muriendo  heroicamente  por  su  g-loria.  Y  por 
el  contrario ,  desgraciadamente  vemos ,  aunque  por  fortuna  pocos, 
algunos  hijos  de  honradísimas  familias  que ,  inaccesibles  á  la  vir- 
tud de  la  doctrina  y  del  ejemplo,  esclavos  de  su  perversa  índole, 
se  deshonran  y  envilecen.  Pero,  lo  repetimos,  esto  no  pasa  en  uno 


580  PAN  T   TOROS. 

ú  otro  sentido  de  muy  raras  excepciones ,  las  bastantes .  sin  em- 
bargo, para  no  poder  asegurar  el  triunfo  de  la  educación  en  el  caso 
concreto  de  un  individuo  que  puede  ser  excepcional ,  pero  por  esto 
mismo  puede  asegurarse  siempre  sobre  la  colectividad  que  nunca 
es  ni  puede  ser  excepción.  Suma  de  la  inmensa  muchedumbre  su 
carácter  distintivo,  es  la  mediania,  de  su  fondo,  y  apartándose,  se 
destacan  los  santos  y  los  genios ,  los  criminales  y  los  estúpidos; 
pero  la  mayoría  siempre  es  vulgo ,  es  decir,  no  una  cosa  despre- 
ciable como  malamente  suele  entenderse ,  sino  lo  que  dentro  del 
orden  común  y  ordinario  dócilmente  corresponde ,  cuando  la  ver- 
dadera superioridad  la  dirige  y  gobierna. 

Por  esto  las  instituciones  que  forman  la  educación  de  los  pue- 
blos ,  se  arraigan ,  encarnándose  en  ellos  á  punto  de  alterar,  ó  por 
lo  menos  oscurecer  su  carácter,  que  nunca  representa  otra  cosa 
sino  el  sistema  que  los  rige.  Por  esto  las  revoluciones  y  las  reac- 
ciones siempre  son  en  su  origen  la  tiranía  de  los  más  sobre  los 
menos ,  y  nunca  se  realizan  sino  con  violencia ,  porque  los  pueblos 
aman  y  se  identifican  con  lo  que  poseen ,  y  así  destituidos  de  ca- 
rácter decisivo  concluyen  por  amar  lo  mismo  que  aborrecían,  per- 
sonificando la  idea  que  más  odiaban ,  y  muriendo  los  descendientes 
en  defensa  de  los  mismos  principios  contra  los  que  también  á  costa 
de  su  sangre  lucharon  sus  antecesores. 

Esto  es  precisamente  lo  que  en  largos  períodos  proporciona  so- 
siego á  la  sociedad  y  garantías  á  las  instituciones  casi  unánime- 
mente defendidas  por  todos  los  ciudadanos ,  cuando  ya  han  regido 
bastante  tiempo.  Y  así  sólo  se  explica  cómo  España,  habiendo  re- 
sistido la  Monarquía  pura ,  la  amó  después  al  extremo  de  defen- 
derla contra  el  sistema  representativo ,  y  hoy  ama  este  y  lo  defen- 
dería contra  aquella.  ¿Dónde  está,  pues,  esa  fijeza  de  carácter, 
esa  peculiar  é  inflexible  índole  que  al  fin  ha  concluido  por  adap- 
tarse á  todos  los  sistemas?  Y  lo  que  decimos  de  nuestra  patria  es 
igualmente  aplicable  á  todo  el  mundo ;  no  es  la  historia  de  un 
pueblo  sino  la  de  la  humanidad,  y  un  hecho  tan  universal  y  du- 
radero tiene  sin  duda  una  gran  razón  de  ser. 

La  costumbre  es  el  verdadero  y  decisivo  carácter  de  los  pueblos 
que ,  sobreponiéndose  á  su  natural ,  lo  avasalla  y  oscurece ,  y  la 
costumbre  es  hija  de  la  educación ,  y  esta  es  de  las  instituciones, 
cuyo  ejercicio ,  moralizándolos  ó  pervirtiéndolos ,  los  modela ,  ins- 
pirándoles las  virtudes  cívicas ,  despertando  su  entusiasmo  ó  ener- 


PAN   Y  TOROS.  581 

van  do  sus  facultades ,  excitando  su  aplicación  ó  sumiéndolos  en 
brutal  é  indolente  holgazanería. 

Esto  es  en  verdad  lo  que  hasta  aquí  ha  venido  sucediendo ,  y  lo 
que  la  moderna  civilización  ha  enmendado  en  parte  y  tiende  á  en- 
mendar por  completo ,  procurando  que  la  mayoría  conveniente- 
mente educada  se  sustraiga  á  la  tiranía  extraña  y  á  su  propia  ser- 
vil costumbre ,  influyendo  eficazmente  en  la  gestión  de  los  nego- 
cios públicos ,  según  la  aconsejan  sus  ya  ilustradas  convicciones, 
en  pro  de  sus  intereses  y  haciendo  prevalecer  su  verdadera  índole. 

LoB  Gobiernos  absolutos ,  arbitros  del  ejercicio  de  las  institucio- 
nes ,  y  por  consiguiente  de  la  educación  de  los  pueblos ,  vinieron  á 
serlo  también  de  sus  costumbres,  carácter,  porvenir  y  desarrollo. 
Y  asi  únicamente  se  explica  su  larga  duración  y  omnipotente  do- 
minio ,  basado  en  la  ignorancia  y  en  la  ciega  obediencia ,  perver- 
sos principios  que  malamente  M.  Guizot  ha  pretendido  imputar  al 
catolicismo,  suponiendo  que  su  resistencia  habia  detenido  los 
progresos  de  la  civilización.  Por  fortuna  ,  y  para  gloria  de  Es- 
paña ,  el  inmortal  Balmes  le  salió  al  camino  probando  con  la  auto- 
ridad de  los  Santos  Padres  que  la  Iglesia ,  lejos  de  profesarlas ,  las 
condena ,  siendo  en  este  particular  la  doctrina  del  angélico  Doctor 
más  radicalmente  liberal  que  la  de  la  mayor  parte  de  los  publicis- 
tas de  nuestros  dias. 

No;  aquellos  funestos  principios  eran  únicamente  una  impía 
arma  de  escuela  ó  de  partido ,  una  farisaica  superchería  que ,  si 
por  tanto  tiempo  dio  vida  al  sistema  absoluto ,  entrañaba  sin  em- 
bargo el  germen  de  su  muerte ,  porque  nada  al  fin  prevalece  sino 
lo  que  verdaderamente  emana  de  la  moral  y  de  la  religión,  que  en 
vano  se  invoca  falsamente,  poniéndolas  al  servicio  de  la  fuerza  y  de 
la  violencia ,  cuando  su  noble  y  augusto  distintivo  es,  dentro  de  la 
inmutabilidad  del  dogma,  la  blandura ,  la  caridad  y  la  persuasión. 

Hecha  la  revolución  en  la  esfera  de  las  ideas,  por  ejemplo,  á  im- 
pulso extraño  ,  ó  por  inspiración  ó  estudio  propio ,  circunscrita  en 
su  origen  á  muy  pocas  y  determinadas  inteligencias ,  y  generali- 
zada poco  á  poco  después ,  desplomóse  el  antiguo  edificio  sobre  tan 
deleznable  cimiento  construido ,  y  sin  anularse  por  esto  la  legítima 
influencia  de  los  Gobiernos ,  limitóse  en  proporción  á  la  que  han 
adquirido  los  gobernados ,  cuyo  porvenir  ya  les  pertenece ,  ó  por 
lo  menos  sobre  él  pueden  ejercer  una  acción  tan  eficaz  como  débil 
ha  sido  hasta  el  presente. 


582  PAN   Y   TOROS. 

La  responsabilidad  ha  de  exigirse  siempre  al  poder  en  cualquier 
parte  donde  radique  ,  y  suya  era  exclusivamente  cuando  imperaba 
el  absoluto ,  y  á  él  sólo  deben  atribuirse  las  virtudes  ó  defectos  que 
se  achacaban  á  los  pueblos ,  principiando  para  estos  la  responsabi- 
lidad donde  principia  la  participación  en  su  propia  dirección  y  go- 
bierno ,  porque  la  responsabilidad  entraña  siempre  la  idea  de  li- 
bertad, y  donde  esta  no  existe,  ni  moral  ni  legalmente  aquella 
puede  exigirse. 

Si  se  nos  acusara  de  exagerar  la  influencia  de  las  instituciones 
sobre  la  índole  de  los  pueblos ,  únicamente  contestaríamos  que ,  á 
nuestro  juicio,  la  política  sublima  ó  envilece  el  carácter  de  las  na- 
ciones. Que  la  libertad,  abriendo  nuevos  horizontes,  ensancha  los 
vuelos  de  la  imaginación,  enaltece  al  ciudadano,  lo  hace  más  cul- 
to, más  patriota,  más  virtuoso  y  más  trabajador.  Que  el  despotis- 
mo lo  degrada ,  porque  siendo  su  base  la  abdicación  de  la  propia 
inteligencia  é  iniciativa ,  ó  permanece  inerte ,  ó  sólo  se  mueve  á 
impulso  del  que  lo  avasalla.  Porque  la  diferencia  entre  ambos  sis- 
temas consiste  en  que  el  representativo  gobierna  y  el  absoluto  do- 
mina; y  si  lo  primero  supone  la  razón  y  el  derecho,  lo  segundo  im- 
plica la  ignorancia  y  la  fuerza,  y  como  consecuencia  la  postración 
y  holgazanería. 

Asi  al  menos  sinceramente  lo  creemos;  pero  careciendo  de  auto- 
ridad, y  no  queriendo  ni  pudiendo  imponer  nuestras  opiniones,  en 
su  apoyo  buscamos  la  inapelable  sanción  de  los  hechos ,  compro- 
bados irrecusablemente  por  la  historia  contemporánea.  Según  ella, 
¿qué  pueblos  son ,  sin  excepción ,  los  más  prósperos ,  en  cuáles  se 
han  perfeccionado  más  la  industria ,  la  agricultura  y  el  comercio, 
dónde  se  han  hecho  los  más  portentosos  descubrimientos  de  nues- 
tro siglo,  dónde  se  han  llevado  á  buen  término  las  empresas  más 
atrevidas,  difíciles  y  costosas?  Pues  no  los  busquéis  en  las  cartas 
geográficas,  ni  en  estas  ó  las  otras  latitudes,  ni  entre  las  grandes 
ó  pequeñas  naciones,  ni  preguntéis  sus  nombres:  indagad  sólo  sus 
instituciones,  y  allí  las  encontrareis,  donde  rijan  las  representati- 
vas, sin  diferencia  de  climas  ni  pequeñas  ó  grandes  agrupaciones, 
distinguiéndose  en  todas  ellas  la  inteligente  y  fecunda  aplicación  y 
laboriosidad  de  sus  naturales ,  lo  mismo  en  Norte- América  que  en 
Bélgica,  en  Inglaterra  que  en  Suiza;  y  con  esta  regla,  seguros  de 
no  incurrir  en  error,  podemos  juzgar  á  todas  las  naciones,  sin  más 
excepción  que  aquellas  que  por  un  cúmulo  de  circunstancias  espe- 


PAN    Y    TOROS.  583 

cíales  no  han  alcanzado  todavía  organizarse  bajo  ningún  sistema. 
Así  pues ,  sin  negar  nuestro  peculiar  carácter ,  pero  sin  conce- 
derle tampoco ,  por  las  razones  que  hemos  indicado ,  más  que  una 
relativa  y  muy  subordinada  influencia ,  concluimos ,  confiados  en 
que  al  amparo  del  blando  régimen  del  sistema  representativo  ha 
de  estimularse  y  educarse  el  buen  natural  de  nuestro  pueblo,  y  que 
entonces  se  le  podrá  juzgar  con  acierto,  y  no  con  una  severidad 
que  hasta  aquí  ha  sido  notorio  agravio.  Entonces  se  verá  si  su  ín- 
dole se  ha  falseado;  pero  entre  tanto,  por  las  numerosas  excepcio- 
nes que  hemos  citado,  y  por  las  justas  excusas  con  que  hemos  de- 
fendido á  la  mayoría,  creemos  que  los  españoles  son  tan  suscepti- 
bles de  amar  al  trabajo  como  cualquier  otro  pueblo.  Y  lo  dicho  es- 
peramos bastará  también  para  probar  que  el  célebre  folleto,  cuyo 
título  sirve  de  epígrafe  áeste  artículo,  no  retrataba  fielmente  nues- 
tra verdadera  fisonomía,  alterada  por  el  negro  y  tupido  velo  de  ig- 
norancia y  servidumbre  que  la  cubría.  Por  fortuna,  ya  de  puro 
viejo  sus  agujeros  permiten  ver  alguna  de  nuestras  facciones ,  y 
cuando  acabe  de  caer  á  impulso  del  pacífico  ejercicio  de  las  mo- 
dernas instituciones  y  de  una  discreta  administración ,  aparecerá 
radiante  la  noble  faz  del  pueblo,  aunque  ruborizada  de  que  nunca 
se  la  hubiera  podido  retratar  con  los  humillantes  colores  de  Pan 
y  Toros. 

Madrid  22  Julio  de  1868. 

F.  GoiCOEBBOTEÁ. 


EL  ORIGEN  DE  LAS  LENGUAS 


SEGÚN 


LOS  ESCRITORES  ESPAÍTOLES. 


ARTÍCULO  PRIMERO. 
I. 

Entre  las  varias  especialidades  del  saber  humano  que  confundi- 
das antes  con  otras  materias  en  diversos  tratados  han  venido  á 
formar  en  los  tiempos  modernos  ciencias  particulares,  que  cada  di  a 
se  enriquecen  con  nuevos  datos  y  realizan  admirables  y  fecundos 
progresos,  es  digna  de  llamar  la  atención  de  cuantos  cultivan  el 
estudio  la  que  tiene  por  objeto  la  palabra.  Siempre  fué,  sin  embar- 
go, tan  notable  y  maravilloso  fenómeno  objeto  de  las  meditaciones 
de  los  sabios,  de  tal  manera  que  en  ningún  pueblo  ni  en  ninguna 
literatura  dejarán  de  encontrarse  indicaciones  de  lo  que  en  ellos 
se  pensaba  respecto  á  esa  peculiaridad  nobilisima  que ,  como  decia 
Antonio  de  Lebrija  en  la  Dedicatoria  de  su  Gramática  á  la  Reina 
Católica :  «  nos  aparta  de  los  otros  animales  :  e  es  propia  del  hom- 
)>bre:  e  en  orden  la  primera  después  de  la  contemplación,  que  es  ofi- 
»cio  propio  del  entendimiento.»  (1)  Pero  desde  las  nociones  alguna 

(1)  Tratado  de  gramática  que  nuevamente  hizo  el  maestro  Antonio  de  Le- 
brija sobre  la  lengua  castellana,  en  el  año  del  Salvador  de  1492,  impreso  en 
la  muy  noble  ciudad  de  Salamanca, 


V.t.  ORIGEN  DE  LAS  LENGUAS  SE6ÜN  ETC.  585 

vez  profundas  y  con  frecuencia  vagas  é  indeterminadas  que  tenian 
los  antiguos  poetas  y  filósofos  de  la  palabra  y  del  lenguaje,  á  la  rica 
y  variada  colección  de  noticias  que  hoy  se  poseen  sobre  estas  ma- 
terias ordenadas  sistemáticamente,  aunque ,  obedeciendo  á  diversos 
principios  según  la  escuela  á  que  cada  autor  pertenece ,  hay  la 
misma  diferencia  que  la  que  existe  entre  la  semilla  que  arrastra  el 
viento  y  el  árbol  que ,  procediendo  de  ella ,  extiende  á  gran  pro- 
fundidad sus  raices  y  cubre  con  sus  ramas  gran  espacio  de  tierra. 
La  ciencia  á  que  nos  referimos  ha  debido ,  como  otras  muchas, 
sus  notables  progresos  al  método  experimental ,  esto  es,  al  estudio 
comparativo  de  las  lenguas  y  al  análisis  detallado  y  profundo  de 
cada  una ;  se  la  conoce  con  diversos  nombres ,  y  aunque  den  idea 
bastante  clara  de  su  naturaleza  y  objeto,  el  ^o,  filólo gia  y  el  de  lin- 
güistica nos  parece  más  apropiado,  y  menos  expuesto  á  controver- 
sia el  de  ciencia  del  lenguaje  con  que  la  designa  Max-Müller ,  gran 
propagador  de  ella  y  que  ha  contribuido  notablemente  á  su  progreso, 
sobre  todo  con  sus  trabajos  sobre  las  lenguas  turanienses. 

España,  por  desdicha  suya,  marcha  á  gran  distancia  de  las  demás 
naciones  en  este  asi  como  en  otros  ramos  del  conocimiento,  y  por 
tanto  son  de  agradecer  y  de  aplaudir  las  noticias  que  se  con- 
tienen acerca  de  esta  materia  en  el  libro  del  Sr.  Canalejas  y 
Casas,  cuyo  titulo  es :  Cítrso  de  literatura  general.  Parte  primera., 
la  poesia  y  la  palabra.  A  esta  se  refieren  los  capítulos  2.°,  3.°,  4.° 
y  5.°,  que  constituyen  la  mayor  parte  de  la  obra,  y  de  ellos  nos 
ocuparemos  con  detenimiento  en  el  curso  del  presente  articulo. 
Pero  si  hoy  no  auxilian  los  españoles  con  sus  trabajos  el  desarrollo 
de  la  ciencia  del  lenguaje,  ha  habido  muchos  que  se  han  ocupado 
en  el  estudio  de  materias  que  tienen  con  ella  grandísima  relación^ 
y  alguno  que  ha  contribuido  con  sus  obras  de  un  modo  eficacísimo 
á  la  nueva  faz  que  presenta  este  ramo  del  saber ;  de  tal  manera  que 
no  es  posible  prescindir  de  su  nombre  al  referir  el  de  los  que  tanto 
han  hecho  para  constituirla  en  su  actual  estado :  nos  referimos  al 
Abate  Hervas  y  Panduro  y  á  su  famoso  Catalogo  de  las  lenguas. 

Es  verdaderamente  notable,  y  sólo  se  explica  por  nuestra  presente 
decadencia ,  que  no  haya  ñorecido  en  España  antes  y  con  más  vigor 
que  en  otros  países  la  ciencia  del  lenguaje ,  por  que  nos  hallamos 
para  su  estudio  en  circunstancias  tan  felices  que  quizá  no  las  tiene 
ninguna  otra  nación  de  k  tierra.  Como  es  sabido,  se  habla  en  la 
mayor  parte  de  las  próviíicias  la  lengua  castellana,  hija  de  la  latina 
Tomo  iir.  38 


586  EL  OBÍGEN  DE  LAS  LENGUAS 

vulgar,  como  desde  luego  se  conoce  y  como  han  demostrado  Ne- 
brija,  Sánchez  de  las  Brozas,  el  autor  del  Dialogo  délas  Un  guasi^) 
publicado  por  Mayans ,  y  de  un  modo  más  extenso  y  científico  el 
Canónigo  Addrete(2);  pero,  además  de  que  en  varias  provincias  se 
usan  diversos  dialectos  románicos,  se  conserva  en  las  vascongadas 
como  curiosidad  filológica  digna  del  más  profundo  estudio,  la  lengua 
éuscara  ó  vascuence,  que  ninguna  analogía  tiene  con  las  románicas  y 
ni  aun  está  comprendida  en  la  gran  familia  indo-europea  á  que  más 
propiamente  debiera  llamarse  familia  aryana  y  que  es  hoy  quizá 
la  mejor  conocida  y  determinada  de  todas,  merced  á  los  trabajos 
de  Bopp  de  Grim  sobre  el  ramo  teutónico ,  y  de  Dietz  sobre  el 
románico.  Es  asimismo  digno  de  notarse  que  en  el  castellano,  ade- 
más de  los  elementos  latino,  griego  y  germánico,  que  son  los 
principales  de  todas  las  lenguas  de  este  grupo,  entra  también  uno 
semítico ,  pues  no  son  pocas  las  palabras  arábigas  que  conserva 
nuestra  lengua ,  aunque  ni  por  su  gramática  ni  por  sus  demás  con- 
diciones tenga  nada  de  semítica,  como  aseveró  con  notable  error  el 
Sr.  Catalina  en  su  discurso  de  recepción  en  la  Academia  española, 
movido  á  ello,  sin  duda,  porque  habiendo  sido  profesor  de  hebreo, 
tal  vez  conserve  todavía  ciertas  creencias  ya  abandonadas  sobre  la 
antigüedad  é  importancia  de  esta  lengua.  Por  otra  parte,  habiendo 
sido  nosotros  los  descubridores  de  América  y  dueños  por  mucho  tiem- 
po de  sus  regiones  más  extensas,  era  natural  que  nos  hubiese  lla- 
mado la  atención  el  gran  número  de  lenguas  que  se  hablaban  en 
aquel  continente,  tanto  más  cuanto  que  el  celo  evangélico  de  nues- 
tros misioneros  hizo  que  se  dedicaran  á  su  estudio,  habiendo  pu- 
blicado muchos  de  ellos  gramáticas  y  diccionarios  de  esos  idiomas 
que  tanto  habían  de  contribuir  luego  á  la  resolución  de  los  proble- 
mas que  ofrece  la  ciencia  del  lenguaje. 

A  parte  de  las  circunstancias  especialísimas  en  que  se  encuentra 
nuestra  patria,  y  que  por  sí  bastan  á  explicar  el  lamentable  fenó- 
meno de  nuestro  atraso  en  el  orden  científico,  hay  alguna  especial 
que  contribuye  eficazmente  á  que  sean  ahora  más  difíciles  en  ella  los 

(1)  Nos  parece  indudable  que  el  Valdés  que  figura  como  uno  de  los  inter- 
locutores en  este  diálogo  es  su  propio  autor  y  el  mismo  que  es  conocido  y  fa- 
moso por  las  obras  en  que  expone  y  defiende  las  ideas  del  protestantismo. 

(2)  Del  origen  y  principio  de  la  lengua  Castellana  ó  romance  que  hoy  se 
usa  en  España,  por  el  doctor  Bernardo  Aldrete,  Canónigo  de  Santa  Iglesia  de 
Córdova.  Dirigido  al  Rey  Católico  de  España  D.  Felipe  III  nuestro  señor. 
Impreso  en  Roína  por  C.  WUietto  en  1606. 


SEGÚN   LOS   ESCRITORES   ESPAÑOLES.  587 

progresos  de  la  ciencia  del  lenguaje  que  los  de  otros  ramos  del  saber: 
como  se  dirá  luego  ,  el  descubrimiento  del  sánscrito  y  el  afán  con 
que  desde  fines  del  siglo  pasado  se  dedican  los  sabios  al  estudio 
de  la  lengua  y  de  la  literatura  sagrada  de  los  brhammanes,  ha  dado 
grandisima  luz  y  abierto  horizontes  nuevos  y  extensísimos  en  ge- 
neral á  esta  ciencia,  y  más  especialmente  al  conocimiento  de  la  fa- 
milia de  las  lenguas  indo-europeas  por  más  que  no  sea  el  tronco 
común  de  que  todas  ellas  se  derivan.  Pues  bien  ,  ni  según  el  plan 
de  estudios  vigente,  ni  por  ninguno  de  los  anteriores,  se  dispone  la 
enseñanza  de  este  idioma ,  no  habiendo  quizá  español  a'lguno  que 
lo  conozca  con  la  profundidad  y  extensión  que  seria  menester  para 
penetrar  intimamente  en  la  estructura  intima  del  habla  castellana 
y  de  los  demás  idiomas  aryanos ,  para  establecer  las  relaciones  que 
los  unen  y  las  diferencias  que  los  separan. 

Por  lo  que  respecta  á  la  familia  de  las  lenguas  simiticas ,  pa- 
rece que  debiera  España  haberse  adelantado  en  su  estudio  á  las 
demás  naciones,  pues  los  judíos,  después  de  la  ruina  de  su  nación 
en  tiempo  de  Vespasiano,  (1)  inmigraron  á  esta  península  antes 
y  en  mayor  número  que  á  otras  regiones ;  y  con  la  conquista  de  los 
árabes  otro  pueblo  de  la  misma  raza  y  que  tenía  un  idioma  de 
aquella  familia ,  vivió  casi  ocho  siglos  en  nuestro  suelo  ocupando 
en  la  primera  época  de  la  invasión  la  mayor  parte  de  él  y  llegando 
al  punto  de  desarrollo  científico  que  revelan  los  escritos  de  ara* 
bes  y  judíos,  que  aún  se  conservan  y  son  objeto  de  la  atención  y 
estudio  de  algunos  sabios  de  nuestros  días.  Además ,  ni  el  hebreo 
ni  el  árabe  han  dejado  nunca  de  estudiarse  en  España,  y,  si  no 
muchos ,  existen  hoy  algunos  notables  profesores  de  estas  lenguas, 
siendo  de  lamentar  que  por  un  error  inexplicable  de  nuestro  sis- 
tema de  enseñanza ,  no  se  dé  á  su  estudio  la  importancia  que  en 
realidad  tiene ,  y  que  recientes  disposiciones  sobre  esta  materia  ha- 
yan hecho  que  el  número  de  los  que  antes  se  dedicaban  á  la  facul- 
tad de  Filosofía  y  Letras ,  en  las  que  eran  indispensables  esas  asig- 
naturas, haya  disminuido  de  tal  modo,  que  casi  será  en  lo  sucesivo 
inútil  el  gasto  de  su  enseñanza. 

El  conocimiento  de  las  demás  lenguas  está  entre  nosotros  com-» 

(1)  Sabido  es  que  algunos  historiadores  afirman,  que  en  tiempo  de  Salomoü 
habia  ya  judíos  en  España  y  que  la  región  meridional  déla  Península,  era  el 
Ofir  adonde  venían  las  naves  del  sabio  Rey  j  pero  ambas  cosas  parecen  desti- 
tuidas de  fundamento. 


588  EL    ORIGEN    DE    LAS   LENGUAS 

pletamente  abandonado ,  y  ciertamente  que  no  debiera  ser  asi, 
aunque  no  fuese  más  que  para  conservar  nuestras  gloriosas  tradi- 
ciones en  esta  materia.  Como  ya  hemos  dicho ,  el  número  de  gra- 
máticas, diccionarios  y  otras  obras  relativas  á  las  lenguas  ameri- 
canas que  se  escribieron  desde  la  primera  época  del  descubrimiento 
y  conquista  de  aquel  continente  es  grandísimo ,  y  por  lo  tanto  hay 
un  interés  de  honra  nacional  en  que  se  conserven  esos  trabajos 
para  sacar  de  ellos  todos  los  elementos  y  noticias  que  pueden  ser 
útiles  á  la  ciencia  del  lenguaje  (1).  Mucho  se  tiene  adelantado  para 
esto  con  el  Catalogo  de  las  lenguas  del  Abate  Hervas;  pero  es  pre- 
ciso ampliar  las  noticias  que  en  esa  obra  se  contienen ,  y  ordenar- 
las con  arreglo  á  los  adelantos  modernos  y  á  los  que  puedan  ha- 
cerse ,  precisamente  en  virtud  del  estudio  de  las  obras  que  sobre 
las  lenguas  americanas  han  escrito  los  españoles. 

Para  la  genealogía  de  los  idiomas  y  para  comprender,  en  cuanto 
esto  sea  hoy  posible,  la  manera  de  haberse  ido  desarrollando  la  pa- 
labra hasta  constituir  las  ricas  y  frondosísimas  leng-uas  de  flexión, 
ya  clásicas  ó  sintéticas,  ya  vulgares  modernas  ó  analíticas,  ha  sido 
de  gran  provecho  el  estudio  del  idioma  chino,  que  por  su  carácter 
monosilábico  y  por  su  falta  de  gramática  propiamente  dicha  es  no- 
table ejemplo  de  las  lenguas  primitivas.  Usamos  adrede  de  este 
plural ,  porque  todo  lo  que  hasta  ahora  se  sabe  acerca  de  esta  ma- 
teria nos  induce  á  creer  que  no  fué  uno  solo  el  primer  idioma,  sino 
que  cuando  en  las  diferentes  regiones  del  globo  y  en  cada  una  á  su 
tiempo  llegó  el  desenvolvimiento  del  espíritu  humano  al  punto  en 
que  habla  de  producirse  la  palabra,  esto  es,   cuando  el  hombre 
tuvo  conciencia  de  si ;  en  ese  momento ,  decimos ,  cada  individuo 
prorumpió  en  un  monosílabo  ó  en  una  serie  particular  de  monosí- 
labos. Pero  dejando  para  su  lugar  este  asunto,  tan  interesante  co- 
mo oscuro  y  difícil,  sólo  diremos  ahora  que  habiendo  sido  los  espa- 
ñoles (2)  de  los  primeros ,  si  no  los  primeros,  que  tuvieron  y  comu- 
nicaron al  mundo  noticias  exactas  de  la  civilización  china  y  de  su 

(1)  El  Sr.  García  Icazbalceta  imprimió  en  Méjico  en  1866  sesenta  ejem- 
J)lares  de  una  obrita  titulada  Apuntes  para  un  catálogo  de  escritores  en  len- 
guas indígenas  de  América,  en  la  cual  se  contienen  sólo  de  las  de  Méjico  175 
íirtículos,  niuchos  de  ellos  relativos  á  gramáticas  y  vocabularios. 

(2)  Bajo  la  denominación  de  españoles  deben  comprenderse  aquí  á  los 
portugueses,  que  por  sus  descubrimientos  y  conquistas  en  todo  Oriente  fueron 
también  la  primera  nación  occidental  que  conoció  la  civilización  india,  y  por 
tíinto  sus  lenguas  y  su  literatura. 


SEGÚN   LOS   ESCRITORES   ESPAÑOLES.  589 

curiosísima  lengua ,  debieran  haber  continuado  esas  fecundas  in- 
vestigaciones. El  propósito  que  nos  mueve  á  recordar  estas  cosas, 
es  encender  los  deseos  de  la  juventud  española  para  que ,  enlazando 
el  presente  con  el  pasado  glorioso  de  nuestra  patria ,  se  dedique, 
entre  otros  estudios ,  al  de  la  ciencia  del  lenguaje ,  aprovechando 
las  felices  circunstancias  que  para  ello  tenemos ,  y  fecundando  los 
elementos  relativos  á  tan  importante  materia  que  nos  legaron  nues' 
tros  predecesores. 

Esta  ciencia  ha  abierto  nuevos  amplísimos  horizontes  á  la  histo- 
ria de  la  humanidad  y  ha  suministrado  elementos  de  gran  tras- 
cendencia para  la  psicología ,  siendo  además  un  auxiliar  útilísimo 
para  el  conocimiento  de  las  razas.  Siguiendo  hasta  donde  hoy  nos 
es  posible  el  estudio  ascendente  de  los  idiomas,  y  contemplando 
los  restos  de  las  primitivas  civilizaciones  que  han  existido  en  el 
mundo ,  se  llega  por  una  parte  á  descubrir  los  vestigios  de  la  len- 
gua ariana ,  perdida  ya  y  sin  existencia  independiente ,  pero  que 
es  el  origen  indudable  del  sánscrito ,  de  las  lenguas  célticas,  de  las 
pelásgicas  y  de  las  teutónicas ;  y  examinando  los  restos  de  las  eda- 
des de  bronce,  de  la  piedra  tallada  y  de  la  piedra  pulimen- 
tada ,  el  pensamiento  se  abisma  en  la  contemplación  de  las  remo- 
tísimas edades  á  que  esos  testimonios  de  la  presencia  del  hombre 
en  la  tierra  se  refieren,  y  se  siente  el  deseo  vivísimo  de  profundizar 
en  los  misteriosos  orígenes  de  nuestra  especie ,  completando  la  his- 
toria de  la  humanidad ,  de  que  sólo  se  conoce  hasta  ahora  el  últi- 
mo y  más  breve  período ,  por  más  que  sea  sin  duda  el  más  glo- 
rioso y  digno  de  conservarse  en  la  memoria  de  las  presentes  y  fu- 
turas generaciones.  Meros  aficionados  á  esta  clase  de  estudios,  el 
objeto  del  presente  escrito  se  reduce  sólo  á  dar  una  sucinta  idea 
de  los  progresos  de  esta  especialidad  científica,  haciendo  notar  más 
especialmente  la  parte  que  en  esta  clase  de  estudios  han  tomado 
los  españoles  en  las  distintas  épocas;  indicando  de  paso  cuál  es, 
en  nuestro  sentir,  el  valor  científico  del  libro  en  que  el  Sr.  Ca- 
nalejas resume,  como  queda  dicho,  los  últimos  adelantos  hechos  en 
algunos  ramos  de  la  ciencia  del  lenguaje. 


590  EL   ORÍQEN  DE   LAS   LENGUAS 

n. 

A  dos  pueblos ,  á  dos  civilizaciones  distintas  tenemos  que  acudir 
siempre  que  al  ocuparnos  de  cualquiera  cosa  relativa  á  la  huma- 
nidad queremos  saber  su  historia ,  ó  á  lo  menos  lo  que  de  su  his- 
toria ha  llegado  hasta  nosotros ;  esos  dos  pueblos  son  el  judio  y  el 
griego  (1),  siendo  la  Biblia  y  los  escritos  de  los  antiguos  filósofos 
helénicos  las  fuentes  de  casi  todos  los  ramos  del  saber.  Felizmente, 
en  lo  que  se  refiere  al  punto  que  nos  ocupa ,  no  hay  diverg-encias 
fundamentales  entre  una  y  otros  ,  y  los  que  se  empeñan  en  bus- 
car al  lenguaje  un  origen  sobrenatural,  dándole  por  principio 
una  revelación  inmediata  y  directa,  no  solo  no  pueden  apoyarse  en 
los  textos  sagrados ,  si  no  que  han  de  contradecirlos  y  negarlos. 
Según  el  Génesis,  que  como  es  sabido  contiene  la  cosmología,  y  la 
historia  primitiva  de  nuestra  especie ,  la  palabra ,  ó  lo  que  es  lo 
mismo  el  lenguaje ,  es  de  origen  humano.  Véase  si  no  el  verso  19 
del  capítulo  II  del  Génesis,  que  dice  expresamente  :  «Luego,  pues, 
»que  el  Señor  Dios  hubo  formado  de  la  tierra  todos  los  anima- 
»les  terrestres  y  todas  las  aves  del  cielo ,  llevólas  á  Adán  para 
»que  viese  como  las  había  de  llamar :  porque  todo  lo  que  Adán 
llamó  ánima  viviente,  ese  es  su  nombre.»  De  donde  resulta  que 
no  fué  Dios  el  que  impuso  los  nombres  á  los  animales,  si  no  el 
mismo  Adán ,  el  cual  tenia  la  facultad  y  poder  de  hacerlo ,  y  lo 
hizo  acertada  y  propiamente,  porque  según  dice  el  versículo  20.*" 
«llamó  Adán  por  sus  nombres  k  todos  los  animales  y  á  todas 
»las  aves  del  cielo,  y  á  todas  las  bestias  de  la  tierra.»  En. estas 
claras  aseveraciones  se  fundaba  San  Gregorio  Niceno  para  afir- 
mar, como  lo  hacemos  nosotros,  que  el  lenguaje  es  de  origen  hu- 
mano ,  y  los  que  aún  se  empeñan  en  explicarlo  por  una  revelación 
inmediata  y  directa,  tropiezan  con  infinitas  imposibilidades  é  incur- 
re en  evidentes  absurdos,  de  tal  manera ,  que  ni  siquiera  ven  que  con 
su  doctrina  no  hacen  más  que  alejar  la  dificultad  sin  resolverla ,  pues 
si  Dios  enseñó  directa  y  personalmente  á  hablar  á  los  hombres,  el 

(1)  Prescindimos  aquí  de  los  indios,  á  pesar  de  que  la  literatura  sánscrita 
da  ya  mucha  materia  para  el  conocimiento  de  los  orígenes  de  la  civilización 
humana,  porque  hasta  ahora  ha  sido  poco  explotado  ese  tesoro  que  van  lenta- 
mente descubriendo  y  dando  á  conocer  los  que  se  dedican  al  estudio  del  sáns- 
crito. 


SEGÚN   LOS   ESCRITORES   ESPAÑOLES.  591 

lenguaje  preexistia  y  habría  que  explicar  cómo  se  formó.  Además, 
siendo  Dios  puro  espíritu  y  la  palabra  una  facultad  mista ,  no  se 
concibe  cómo  puede  valerse  de  un  medio  de  expresión  para  que 
son  necesarios  órganos  indignos  de  su  naturaleza,  y  que  revelan 
la  limitación  del  hombre,  por  más  de  que  sea  la  palabra  indicio  de 
su  parte  inmaterial ,  y  por  tanto  facultad  privativa  y  carácter  que 
le  distingue  de  todo  lo  creado. 

Otras  cosas  se  infieren  además  de  los  pasajes  del  Génesis  que 
hemos  citado,  á  saber:  que  el  lenguaje  humano  es  espontáneo  y 
propio ,  y  bajo  este  aspecto  es  admirable  la  conformidad  que  existe 
entre  el  texto  sagrado  y  lo  que  sobre  el  mismo  asunto  se  contiene 
en  el  diálogo  de  Platón ,  denominado  Cratüo ,  en  el  cual  el  gran 
filósofo  griego  combate  la  doctrina  de  los  que  ya  en  su  tiempo 
sostenían  que  los  nombres  eran  resultado  de  un  común  acuerdo,  y 
afirma,  por  el  contrario,  que  cada  uno  se  deriva  de  la  esencia  de 
la  cosa  nombrada,  pudiendo  ser  los  nombres,  asi  como  los  discursos, 
verdaderos  ó  falsos.  En  esa  obra  además  se  define  la  palabra  de 
un  modo  profundo  y  admirable  al  decir  que  los  nombres  son  la 
pintura  ó  imagen  de  la  esencia  misma  de  las  cosas.  Es  de  notar, 
por  cierto ,  que  en  virtud  de  una  intuición  propia  de  aquel  gran 
genio,  á  vuelta  de  las  varias  etimologías  infundadas  y  tal  vez  ridi- 
culas en  que  apoya  sus  opiniones,  expone  en  este  diálogo  una 
teoría  que  es  en  su  esencia  la  que  sirve  hoy  de  base  para  explicar 
la  formación  de  las  palabras  en  las  lenguas  polisilábicas,  compues- 
tas de  elementos  primitivos  (raíces)  que  pueden  modificarse  por 
cambio ,  aumento  ó  disminución  de  letras ,  y  que  se  unen  repre- 
sentando cada  uno  en  las  derivaciones  un  rasgo  ó  carácter  de  la 
esencia  del  objeto  ó  cosa  que  se  nombra.  No  nos  detendremos  más, 
aunque  bien  lo  merece,  en  el  análisis  del  Cratüo,  recomendando 
sin  embargo  su  atento  estudio  á  los  que  deseen  profundizar  los 
misterios  de  la  palabra  para  explicar  su  origen  y  naturaleza. 

Aristóteles  trata,  aunque  incidentalmente ,  la  cuestión  del  len- 
guaje en  los  cuatro  primeros  capítulos  de  la  Hermeneia,  y  como  en 
otras,  es  en  esta  materia  contrario  á  las  opiniones  del  gran  discípulo 
de  Sócrates;  basta  para  convencerse  leer  la  definición  del  nombre 
con  que  empieza  el  capítulo  II  de  este  tratado ,  que  dice  asi :  «Nom- 
»bre  es  una  palabra  que  por  convención  significa  alguna  cosa  sin 
»determinar  tiempo,  y  cuyas  partes  separadas  no  tienen  significa- 
»cion  alguna.»  Como  se  vé  esta  definición  común  en  su  primera 


592  EL    ORIGEN    DE    LAS    LENGUAS 

parte  á  toda  especie  de  palabras  es  la  antítesis  completa  de  la  doc- 
trina platónica.  El  tiempo  y  los  adelantos  de  la  ciencia  han  refu- 
tado la  del  Stag-irita;  pero  tiene  importancia  grandísima  porque 
las  teorías  que  brevemente  hemos  indicado  son  los  dos  polos  sobre 
que  giran  desde  entonces  todas  cuantas  se  han  formado  acerca  del 
origen  y  de  la  naturaleza  del  leng'uaje.  En  efecto,  prescindiendo 
del  tradicionalismo  sensualista  que  se  empeña  contra  las  razones 
más  evidentes  y  aun  contra  el  texto  de  los  libros  sagrados  en  sos- 
tener que  el  lenguaje  procede  de  una  revelación  inmediata  y  di- 
recta, doctrina  que  sostuvo  como  parte  de  su  sistema  M.  de  Bonald 
y  que  todavía  se  defiende  con  nuevas  apariencias,  aunque  con  ar- 
gumentos análogos  en  un  libro  anónimo  recien  publicado  en 
Francia  bajo  el  título  de  La  palabra .  su  origen,  su  naturaleza  y 
su  misión  en  el  cual  como  una  atenuación  de  la  teoría  místico- 
sensualista  se  dice ,  que  la  palabra  es  una  institución  divina  espe- 
cial en  la  creación  terrestre ,  fórmula  á  la  verdad  poco  inteligible 
y  tan  vaga  en  sus  términos  que  recuerda  las  que  se  han  empleado 
para  defender  el  derecho  divino  de  los  Monarcas  y  todas  las  demás 
doctrinas  de  la  escuela  que  atribuye  directamente-  á  Dios  el  origen 
inmediato  de  cuanto  existe  en  la  naturaleza  y  de  cuanto  á  la  hu- 
manidad se  refiere ;  prescindiendo ,  repetimos ,  de  estas  explicacio- 
nes místicas  que  en  realidad  no  lo  son ,  quedan  los  dos  puntos  de 
vista  opuestos  que  formularon  en  los  términos  que  quedan  indica- 
dos Platón  y  Aristóteles ;  la  teoría  de  éste  era  en  el  fondo  idéntica 
á  la  de  Demócrito,  y  claro  es  que  habían  de  adoptarla  y  desenvol- 
verla al  tratar  de  esta  materia  todos  los  partidarios  de  su  sistema. 
Ya  en  el  Cratilo  alude  Platón  á  los  que  en  su  tiempo  la  defendían, 
y  en  los  posteriores  Lucrecio  la  expone  con  notable  habilidad  en 
su  poema  de  Rerum  natura.  A  pesar  de  su  carácter  sensualista,  y 
quizá  por  esto  los  padres  de  la  Iglesia  que  como  San  Gregorio  Ni- 
ceno  admiten  el  origen  humano  del  lenguaje ,  aceptan  con  leves 
modificaciones  el  parecer  de  Aristóteles  y  de  Lucrecio,  debiendo  ser 
clasificados  por  lo  que  respecta  á  este  asunto  entre  los  defensores 
de  la  escuela  epicureista. 

Prescindiendo  de  otros  mantenedores  de  esta  opinión,  porque  no 
es  posible  comprenderlos  todos  en  un  escrito  de  esta  especie ,  y  vi- 
niendo á  época  más  cercana  á  la  nuestra ,  diremos  que  la  reac- 
ción iniciada  contra  la  escolástica  desde  principios  del  siglo  XVI, 
y  que  en  el  siguiente  halló  en  Bacon  un  representante  tan  ilustre 


SEGFÜN   LOS   ESCRITORES   ESPAÑOLES  ^593 

y  tan  inteligente ,  intuyó  mnelio  «n  la  manera  de  comprender  y 
de  explicar  este  arduo  problema.  Á-unque  la  tendencia  experi- 
mentalista  de  la  nueva  escuela ,  y  el  método  inductivo  empleado 
por  ella,  hablan  de  producir  profunda  revolución  en  la  metatisica, 
llegando  hasta  á  borrarla  del  catálogo  de  las  ciencias ,  algunas  ó 
mejor  dicho  muchas  obras  de  Aristóteles,  gran  maestro  de  los  esco- 
lásticos, aquellas  sobre  todo  que  se  fundaban  en  la  observación,  como 
las  ípsieológichsf  tratado  del  alma  y  parva  natnralia),  los  libros  so- 
bre los  animales  y  las  plantas,  etc. ,  habian  de  sobrevivir  á  la  pre- 
tendida ruina  de  la  metafísica ,  sirviendo  de  punto  de  apoyo  á  las 
nuevas  tendencias  filosóficas.  Esto  sucedió  con  lo  relativo  á  la  na- 
turaleza y  origen  del  lenguaje.  Loke  en  Inglaterra,  Condillac, 
Rousseau,  Condorcet  y  otrosenFrancia,  al  tratar  directa  ó  indirec- 
tamente esta  materia,  se  mostraron  partidarios  de  la  doctrina ,  ma- 
terialista y  convencionalista  de  Aristóteles ,  como  no  podia  menos 
de  ser,  apoyándose  en  el  puro  sensualismo  para  resolver  esta  y  las 
demás  cuestiones  que  en  sus  obras  examinaron.  El  error  de  esta 
teoría  es  tan  evidente, que  ni  aun  la  moderna  escuela  positivista, 
heredera  del  sensualismo,  enemiga  de  toda  metafísica  y  que  solo 
emplea  como  instrumento  dialéctico  la  inducción,  se  atreve  á  sos- 
tenerla. Renán,  que  sin  dudapertenece  á  ella,  defiende  la  esponta- 
neidad del  lenguaje,  yendo  tan  allá  en  este  punto,  que  según  su 
parecer,  las  lenguas  de  flexión  y  sentéticas  aparecieron  desde  lue- 
go y  de  un  modo  insólito  en  los  primeros  grupos  de  hombres 
que  poblaban  el  mundo  ostentando  desde  el  primer  instante  de  su 
formación  polisilábica ,  su  riqueza  de  desinencias  gramaticales ,  y 
todos  los  caracteres  que  son  propios  de  lenguas  poéticas  y  literarias, 
como  el  sánscrito  de  los  Vedas  y  el  griego  de  Homero.  El  último 
escritor  notable  sobre  materias  filo-lógicas  que  ha  sostenido  la  doc- 
trina sensualista,  suponiendo  que  las  lenguas  son  colecciones  de 
signos  artificiales  aceptados  por  el  con  sentimiento  de  los  hombres, 
es  Adelung  en  el  prólogo  de  su  Mitr ¿dates. 

Ya  Herder ,  que  tan  admirables  puntos  de  vista  descubrió  en  la 
historia  de  la  humanidad ,  entrevio ,  aunque  de  manera  poco  cien- 
tífica, el  carácter  espontáneo  del  lenguaje,  y  su  opinión,  desenvuelta 
y  confirmada  por  el  estudio  comparativo  de  las  lenguas ,  es  la  que 
hoy  domina  sin  rival  en  la  ciencia,  de  tal  manera  que  ninguno  de 
los  que  se  dedican  á  esta  clase  de  estudios  sostiene  hoy  que  el  len- 
guaje sea  hijo  del  acuerdo  de  los  hombres ,  y  las  palabras  meros 


594  EL    ORIGEN    DE   LAS   LENGUAS 

signos  de  las  cosas  ó  de  las  ideas.  No  por  esto  se  suponga  que  reina 
absoluta  igualdad  de  opiniones  resspecto  de  esta  materia ,  pues 
aunque  los  modernos  filólogos  convengan  en  que  el  lenguaje  no  es 
de  origen  divino ,  ni  producto  de  la  convención  arbitraria  de  los 
hombres,  sino  resultado  de  su  espontaneidad  y  consecuencia -nece- 
saria de  su  naturaleza  mista,  existen  notables  diferencias  en  el  modo 
de  concebir  y  explicar  la  manera  de  producirse  espontáneamente 
la  palabra ,  y  de  constituirse  los  idiomas  primitivos  y  sobre  las  leyes 
según  las  cuales  se  derivan  de  estos  los  que  pueden  llamarse  secun- 
darios. Mientras  que  Renán  en  su  obra  Sobre  el  origen  del  lenguaje, 
publicada  por  primera  vez  en  1848 ,  no  solo  afirma  la  espontanei- 
dad del  lenguaje ,  sino  que  al  parecer  opina  que  es  innato  en  el 
hombre ,  de  tal  manera  que  desde  el  primer  momento  aparece  con 
todos  sus  caracteres  y  perfecciones,  sin  que  la  libertad  humana 
obre  en  su  formación  como  no  sea  para  corromperlo  y  destruirlo, 
pues,  al  revés  de  lo  que  acontece  en  las  demás  cosas  humanas,  las 
lenguas  no  son  progresivas ,  no  caminan  á  su  perfección  sino  á  su 
destrucción,  ó  al  menos  á  un  estado  que  cada  vez  se  va  apartando 
más  de  su  primitiva  belleza;  Grim ,  en  la  Memoria  que  sobre  este 
asunto  presentó  á  la  academia  de  Berlin ,  después  de  refutar  victo- 
riosamente las  opiniones  de  los  que  dan  un  origen  inmediatamente 
divino  al  lenguaje ,  y  las  de  aquellos  que  afirman  que  es  una  colec- 
ción de  signos  convencionales,  se  detiene  de  propósito  á  demostrar 
que  el  lenguaje  no  es  innato ,  y  entre  otras  cosas,  en  el  siguiente 
párrafo  que  puede  considerarse  como  resumen  de  sus  opiniones,  dice 
asi:  «Creo  haber  alcanzado  el  fin  que  me  habia propuesto,  demostran- 
»doqueel  lenguaje  humano  no  es  innato  ni  inmediatamente  revela- 
»do;  un  idioma  innato  hubiera  hecho  descender  al  hombre  al  rango 
»de  los  animales ,  un  lenguaje  revelado  lo  elevarla  á  la  altura  de 
»la  Divinidad.  Solo  una  hipótesis  puede  sostenerse :  el  lenguaje  es 
»humano  y  debe  á  nuestra  plena  libertad  su  origen  y  progresos, 
»es  nuestra  historia  y  nuestra  herencia.»  Como  se  ve,  interviniendo 
en  la  formación  de  las  lenguas  la  libertad  humana,  como  esta  es 
el  instrumento  del  progreso ,  los  idiomas  no  pueden  menos  de  ser 
progresivos,  asi  lo  que  cree  y  sostiene  Grim  en  la  Memoria  que 
examinamos ,  y  esta  doctrina  está  implícita  en  su  gran  obra  sobre 
los  idiomas  germánicos ,  donde  asevera  que  el  inglés  que  es  el  idio- 
ma que  mas  se  aparta  de  su  primitivo  origen,  es  al  mismo  tiempo 
el  más  perfecto  de  todos ,  y  atribuye  en  cierta  manera  la  grandeza 


SEGÚN  LOS   ESCRITORES  ESPAÑOLES.  595 

de  los  dramas  de  Shakespeare  al  admirable  instrumento  que  para 
la  creación  artistica  tuvo  á  su  disposición  este  genio  poético. 

No  difiere  mucho  de  la  expuesta  la  opinión  de  Max-Müller,  si 
bien  es  más  comprensiva,  porque  explica  especial  y  determinada- 
mente la  manera  de  producirse  y  de  desenvolverse  las  lenguas.  En 
primer  lugar,  este  insigne  filólogo  afirma  que  el  espíritu,  ó  más 
concretamente  la  razón  humana,  es  la  verdadera  causa  del  len- 
guaje, siendo  por  eso  peculiar  de  nuestra  especie,  aunque  otros 
animales  tengan ,  como  en  realidad  tienen ,  una  organización  ana- 
tómica apropiada  para  producir  articulaciones,  y  añade  que  asi 
como  todos  los  objetos  de  la  naturaleza  producen  sonidos ,  «  el  hom- 
»bre  también  los  produce ,  y  en  su  estado  primitivo  y  perfecto  no 
»estaba  solo  dotado  de  la  facultad  de  manifestar  sus  percepciones  por 
»onomatopeyas,  ni  de  expresar  sus  sensaciones  por  gritos  como  lo 
»hacen  las  bestias,  sino  que  poseia  además  la  facultad  de  dar  una 
»expresion  articulada  á  los  conceptos  de  su  razón.»  De  suerte  que  la 
palabra  es  el  sonido  articulado  que  produce  el  hombre  de  resultas 
de  la  impresión  de  la  de  los  objetos  exteriores  ó  de  sus  propios  pen- 
samientos. En  su  origen  estos  sonidos  articulados  fueron  simples 
constituyendo  solo  silabas  aisladas  que,  como  demuestra  la  compa- 
ración de  las  lenguas  pertenecientes  á  un  mismo  tipo,  aunque  fue- 
ran al  principio  infinitas  pronto  se  fijaron  reduciéndose  á  corto 
número.  El  primitivo  idioma  de  todos  los  grupos  humanos  debió 
ser  por  tanto  monosilábico  como  lo  es  hoy  el  chino;  combinándose 
después  las  raices ,  se  formaron  por  aglutinación  nuevas  palabras, 
como  sucede  en  los  idiomas  turanienses ,  y  por  último ,  fundién- 
dose en  cada  palabra  las  raices  de  modo  que  su  separación  no  se 
puede  verificar  sino  en  virtud  de  un  procedimiento  delicado  y  mi- 
nucioso, se  llega  á  las  lenguas  de  flexión,  analiticas  y  sintéticas,  á 
que  pertenecen  todos  los  idiomas  de  la  familia  aryana  y  de  la  fa- 
milia semítica ,  que  son  los  dos  grupos  que  abrazan  y  en  si  com- 
prenden los  pueblos  que  desde  el  origen  de  la  historia  hoy 
conocida  han  elaborado  los  diversos  y  principales  elementos  que 
constituyen  la  civilización  moderna.  Otros  muchos  autores  se  han 
ocupado  en  Alemania ,  en  Inglaterra  y  Francia  de  este  arduo  pro- 
blema ,  pudiéndo  citarse  entre  ellos  á  Steinthal ,  Heysse  y  Farrar , 
pero  no  permite  la  índole  de  este  escrito  que  expongamos  sus 
doctrinas. 

Atrevido  parecerá  que  emitamos  opinión  propia  sobre  cuestión 


596  EL    ORl'fíKN    DE   LAS   LENGUAS 

tan  ardua  mayormente  cuando  el  principal  oT)jeto  que  nos  prí)pone'- 
mos  en  este  escrito  consiste  en  manifestar  las  ajenas ;  indicaremos , 
sin  embargo,  que  la  palabra  es  un  fenómeno  antropológico  que  puede 
comprenderse  y  explicarse  de  modo  diverso ;  según  la  idea  que  de 
la  naturaleza  humana  se  tenga ;  por  eso  como,  en  nuestro  sentir,  el 
hombre  es  espíritu  que  se  determina  en  la  naturaleza  por  medio  del 
organismo ,  y  su  esencia  consiste  en  tener  conciencia  de  sí,  creemos 
que  la  palabra  es  la;  determinación  concreta  del  pensamiento,  es 
decir,  del  espíritu  que  piensa  y  es  pensado ,  que  es  á  la  par  sujeto 
y  objeto  en  el  acto  de  pensar.  Por  eso  no  pudiendo  negarse  á  las 
demás  cosas  creadas  la  unidad  que  es  todo  su  ser  y  á  los  animales 
una  esencia  que  se  relaciona  con  cuanto  le  rodea ,  siendo  modifi- 
cada, y  modificando  á  su  vez  lo  que  les  es  exterior,  como  esa  esencia 
no  llega  atener  noticia  de  sí,  como  los  animales  no  son  capaces  de  re- 
flexión, tampoco  pueden  serlo  de  palabra.  Las  dificultades  del  pro- 
blema que  tiene  por  objeto  averiguar  el  origen  del  lenguaje  na- 
cen de  que  considerando  al  hombre  dividido  en  dos  partes ,  no  solo 
distintas,  sino  opuestas,  cuerpo  y  espíritu,  creyéndose  que  este  á  su 
vez  se  diversifica  en  varias  facultades  independientes ,  es  imposible 
explicar  un  fenómeno  que  con  tales  datos  aparece,  no  solo  compli- 
cadísimo, sino  contradictorio;  pero  el  hombre  es  uno  y  el  fenómeno 
de  la  palabra  simple ,  consistiendo  esta  en  la  manifestación  con- 
creta, en  la  realización  ú  objetivación  del  espíritu. 


III. 

El  método  analítico  y  experimental  aplicado  al  estudio  del  len- 
guaje ,  aunque  en  nuestra  opinión  ha  ayudado  poco  á  resolver  el 
problema  de  su  origen ,  ha  servido  eficazmente  para  darnos  á  co- 
nocer de  una  manera  minuciosa  y  completísima  los  medios  exter- 
nos ,  los  aparatos  orgánicos  de  la  palabra ;  á  esta  materia  consagra 
un  capítulo  interesante  de  su  obra  el  Sr,  Canalejas,  y  en  él 
resume  hábilmente  los  trabajos  de  los  anatómicos  y  fisiólogos  mo- 
dernos sobre  esta  materia.  El  elemento  físico  de  la  palabra  es  la 
voz  que  por  su  naturaleza  es  sonido ,  y  ya  se  sabe  que  las  sensa- 
ciones que  aprecia  el  oido ,  se  dividen  en  ruido  y  sonido ,  proce- 
diendo el  primero  de  las  vibraciones  irregulares  que  comunican  al 
aire  los  cuerpos ,  y  el  segundo  de  las  regulares  ó  isócronas.  Para 


SEGÚN   LOS   ESCBITORES   ESPAÑOLES.  597 

conocer  la  voz  humana ,  es  menester  estudiarla  con  arreglo  á  las 
leyes  de  la  acústica,  y  solo  un  profundo  anatómico  y  fisiólogo 
puede  manifestar  la  naturaleza  y  funciones  de  los  órganos  que  la 
producen,  habiendo  ayudado  mucho  para  todo  esto  el  descubri- 
miento de  un  aparato  perfeccionado  por  M.  Czermak ,  llamado  la- 
rinjoscopio ,  porque  aplicando  en  él  hábilmente  el  principio  de  la 
reflexión  de  la  luz ,  y  por  medio  de  unos  espejos  metálicos  pueden 
verse  en  el  hombre  vivo  los  órganos  que  están  detrás  de  las  dos 
cámaras  ó  compartimientos  de  su  boca.  Por  otra  parte,  M.  d'Hel- 
mhotz ,  ilustre  físico  de  Heidelberg ,  ha  estudiado  profundamente 
la  voz  humana ,  y  todos  los  demás  sonidos,  construyendo  de  nuevo 
la  acústica  con  admirable  precisión  científica ,  y  dando  una  clari- 
dad, de  que  antes  carecía,  á  este  ramo  de  la  física  moderna.  La 
obra  en  que  se  consignan  sus  descubrimientos  y  que  se  titula :  Fs- 
tudios  de  las  impresiones  sonoras  como  fundamento  de  la  teoría  de 
la  música ,  ha  sido  expuesta  en  resumen  con  notable  claridad  por 
M.  Laugel  en  un  libro  que  denomina:  La  voz,  el  oído  y  la  música. 
publicado  en  París  el  año  pasado. 

Claro  es  que  ni  la  naturaleza  de  este  escrito,  ni  su  objeto,  con- 
sienten que  nos  detengamos  mucho  en  estas  materias ;  diremos  sin 
embargo  que  la  voz  humana  es  un  sonido  análogo  á  los  que  pro- 
ducen los  instrumentos  de  lengüeta ;  los  bordes  de  la  glotis  más  ó 
menos  extendidos  por  las  cuerdas  ó  ligamentos  vocales ,  son  la  lá- 
mina vibrante  de  este  instrumento ;  la  laringe  es  el  tubo  en  que 
está  colocada ,  y  los  pulmones ,  toda  la  cavidad  torácica  y  la  boca, 
forman  aparatos  de  resonancia  ó  cajas  armónicas  que  aumentan  la 
potencia  y  modifican  las  condiciones  del  sonido. 

La  boca  especialmente ,  y  los  órganos  que  la  forman  ,  por  medio 
de  sus  movimientos ,  determinan  las  articulaciones  de  la  voz ,  con- 
tribuyendo así  eficaz  y  directamente  á  la  formación  de  la  palabra, 
aunque  no  lo  parezca ,  toda  esta  materia  es  del  mayor  interés ,  y 
constituye  un  tratado  especial  que  debe  formar  el  primer  capítulo 
de  toda  Gramática  racionalmente  escrita,  habiéndose  dado  con 
mucha  propiedad  el  nombre  de  fonología  ó  tratado  de  los  sonidos 
á  esta  parte  de  la  ciencia  del  lenguaje ,  sobre  la  que  diremos  algo 
al  exponer  algunas  breves  consideraciones  sobre  la  naturaleza  de 
las  letras  y  de  los  alfabetos. 

No  menos  admirable  que  el  aparato  que  tiene  el  hombre  para 
producir  el  sonido  y  las  articulaciones  que  dan  origen  á  la  palabra 


598  EL    ORIGEN    DE    LAS   LENGUAS 

y  al  canto ,  es  el  que  posee  para  percibirlos  Conociase  antes  de  un 
modo ,  por  decirlo  asi ,  imperfecto  y  g-rosero  el  aparato  auditivo,  y 
la  generalidad  de  los  fisiólogos,  anatómicos  y  físicos  se  contentaban 
para  explicar  el  fenómeno  de  la  audición ,  con  decir  que  las  ondas 
sonoras ,  penetrando  por  el  pabellón  de  la  oreja  hasta  la  membrana, 
del  tímpano,  ponian  en  movimiento  el  liquido  contenido  un  su 
!  caja  y  la  cadena  de  huesecillos  llamados  estribo,  yunque  y  marti- 
llo ,  para  modificar,  agitándolo,  el  nervio  auditivo  que  comuni- 
caba su  impresisn  al  cerebro.  Difícil  era  comprender  con  esta  ex- 
plicación la  delicadeza  de  este  sentido  que  percibe  los  más  ligeros 
accidentes  de  la  sonoridad ,  descubriendo  los  sonidos  accesorios  que 
acompañan  al  principal  en  la  producción  de  una  sola  nota,  apre- 
ciando la  sensación  mista  que  causa  la  simultaneidad  de  varias, 
y  distinguiendo  los  timbres  diversos  de  uno  solo  ó]  de  varios  cuer- 
pos ó  de  instrumentos  sonoros.  Al  mismo  Helmotz  se  debe  también 
la  resolución  satisfactoria  de  este  complicadísimo  problema.  Según 
este  sabio  tísico ,  la  onda  sonora ,  después  de  atravesar  el  oído  ex- 
terno y  el  medio,  penetra  en  el  interno  constituido  por  lo  que  los 
anatómicos  llaman  el  laberinto,  y  el  caracol,  que  en  él  se  aloja 
Aquí  sxiste  un  verdadero  piano  nervioso  compuesto  de  cerca  de 
tres  mil  cuerdas ,  que  se  llaman  filamentos  de  Corti  por  baber  sido 
este  el  primero  que  las  observó.  El  sonido  descompuesto ,  como  la 
luz  por  el  prisma ,  por  los  medios  que  atraviesa  en  las  dos  prime- 
ras partes  del  oido ,  mueve  las  fibras  nerviosas  que  son  análogas  á 
los  elementos  que  constituyen  aquel ,  de  la  misma  manera  que  al 
producirse  una  nota  cerca  de  un  instrumento  de  cuerdas,  de  un 
piano,  por  ejemplo,  vemos  que  entran  en  vibración  las  que  son 
análogas  ó  acordes  del  sonido  que  primitivamente  se  produjo.  Sien- 
do tan  grande  el  número  de  filamentos  nerviosos  que  existen  en  el 
oido  humano,  desde  luego  se  comprende  cómo  puede  apreciar 
todas  las  circunstancias  del  sonido  y  de  sus  múltiples  combina- 
ciones ;  y  claro  es  que  con  tan  admirable  y  bien  dispuesto  apa- 
rato la  educación  y  el  hábito  pueden  producir  los  prodigios  de 
percepción  musical  que  nos  refieren  y  que  tal  vez  hemos  visto. 

La  organización  admirable  y  complicada  de  los  órganos  de  la 
voz  que  pueden  modificar  de  infinitas  maneras  su  sonido  aumen- 
tando y  disminuyendo  la  extensión  y  la  flexibilidad  de  los  bordes 
de  la  glotis ,  la  de  la  laringe ,  la  de  las  cavidades  del  tórax  y  de  la 
boca ,  así  como  la  perfecta  disposición  del  oido,  que  le  da  la  facul- 


SEGÜN    LOS   ESCRITORES   ESPAÑOLES.  599 

tad  de  percibir  todas  esas  modificaciones,  explican  la  prodigiosa  ri- 
queza de  efectos  que  produce  la  palabra ,  y  cuan  á  propósito  es  para 
manifestarlas  infinitas  modificaciones  del  espíritu.  El  mágico  poder 
de  la  palabra,  cuyos  triunfos  han  sido  tantos  y  tan  extraordinarios, 
explica  la  importancia  que  se  le  dio  en  algunos  sistemas  filosóficos, 
sobre  todo  en  la  escuela  de  Alejandría ,  donde  el  verho  es,  por 
decirlo  así ,  el  principio  universal  de  todas  las  cosas ;  doctrina  que 
tendría  grandísima  profundidad  si  á  la  expresión  se  sustituye  lo 
expresado ,  si  la  palabra  se  considera  como  idea ,  la  cual  es  la  sín- 
tesis del  universo. 

IV. 

Como  ya  hemos  dicho,  el  carácter  más  notable  que,  en  cuanto  á 
su  resultado,  presenta  la  voz  del  hombre,  es  el  de  producir  sonidos 
articulados,  que  son  los  que  llamamos  letras.  La  manera  de  consi- 
derar estos  elementos  de  la  voz ,  y  por  lo  tanto  de  la  parte  física 
de  la  palabra ,  ha  sido  sumamente  varia ,  y  desde  antiguo  muy  di- 
versas las  clasificaciones  de  las  letras  que  para  facilitar  su  estudio 
han  hecho  los  que  han  tratado  de  esta  materia ;  sin  embargo,  aun 
que  variando  en  otras  cosas ,  todos  convienen  en  dividirlas  en  vo- 
cales y  consonantes.  Al  llegar  á  este  punto ,  nos  encontramos  ya  en 
el  terreno  de  la  gramática  propiamente  dicha,  pues,  como  su  nom- 
bre lo  indica ,  esta  ciencia  se  ocupa  de  las  letras  ó  elementos  fijos 
del  lenguaje ,  por  lo  que  en  un  principio  se  llamó  entre  los  latinos 
literatura,  voz  que  después  ha  adquirido  una  acepción  dis-- 
tinta ,  aunque  relacionada  con  la  primera.  De  las  letras  han  tra- 
tado con  más  ó  menos  extensión,  desde  los  tiempos  de  Grecia 
y  de  Roma,  cuantos  han  estudiado  el  lenguaje,  y  ya  habla  de  ellas 
Platón  en  su  Cratih.  Por  razón  de  la  prosodia  y  de  la  métrica  se 
ocuparon  más  especialmente  de  ellas  los  latinos ,  porque  la  versifi- 
cación y  acentuación  de  su  poesía  clásica,  como  obra  de  imitación, 
debia  ofi-ecer  un  carácter  más  reflexivo  que  la  griega ,  cuya  es- 
pontaneidad en  la  forma  se  derivaba  inmediatamente  del  genio 
propio  de  la  lengua  que  le  servia  de  instrumento.  En  ambos  idio- 
mas se  consideraba  ya  de  un  modo  especial  y  distinto  en  las  voca- 
les su  sonido  y  su  cantidad,  y  de  ambas  tratan  más  ó  menos  deteni- 
damente todos  los  autores  de  gramática  y  de  retórica ,  siendo  las 
fuentes  á  que  han  acudido  todos  los  gramáticos  posteriores  las 


600  EL   ORÍ&EN   DE   LAS   LENaUAS 

obras  de  Varron  y  de  Quintiliano ;  en  ellas  se  apoyó  Antonio  de 
Nebrija,  al  par  que  en  observaciones  propias  al  escribir  el  primer 
libro  de  su  Gramática  catellana ,  en  donde  trata  de  lo  relativo  á 
este  asunto,   aunque  confundiendo  el  sonido  con  la  figura  de  las 
letras  escritas,  sobre  cuyo  descubrimiento  y  origen  dice  lo  que  la 
antigüedad  clásica  nos  legó  y  ba  sido  en  parte  confirmado  por  los 
trabajos  de  los  filólogos  modernos.  Asi  es  que  implicitamente  in- 
dica en  sus  dos  primeros  capítulos  que  el  alfabeto  europeo  es  de 
origen  semítico,  puesto  que  se  tomó  de  los  fenicios.  En  lo  que  no 
está  acertado  Nebrija  es  en  asegurar  que  el  primer  alfabeto  que 
usaron  los  españoles  fué  el  que  aprendieron  de   los  romanos.  Las 
razones  en  que  se  apoya  para  esto  son  negativas  y  consisten  en 
decir  que  no  se  hablan  encontrado  piedras  ni  monedas  (nomos) 
antiguas  con  caracteres  distin  tos  de  los  romanos.  Sabido  es  que 
se  han  hallado  sino  piedras  monedas  que  con  más  ó  menos  razón 
se  distinguen  generalmente  con  el  nombre  de  celtibéricas ,  en  las 
cuales  hay  leyendas  escritas  en  caracteres  desconocidos,  sobre  cuyo 
valor  y  trascripción  no  se  han  puesto  aún  de  acuerdo  ni  nuestros 
anticuarios  y  numismáticos,  ni  los  extranjeros  que  las  conocen, 
aunque  se  cree  con  fundamento  que  posee  la  clave  de  este  alfabe- 
to ,  y  por  tanto  que  lee  y  trascribe  con  exactitud  esas  monedas  el 
Sr.  D.  Antonio  Delgado,  Académico  de  la  Historia,  muy  conocedor 
de  las  medallas  españolas  de  todas  las  épocas.  Gran  servicio  baria 
por  cierto  á  nuestra  historia,  y  quizá  á  la  filología  comparada,  el 
Sr.  Delgado,  publicando  sus  estudios  sobre  las  monedas  celtibéricas 
(1).  Pero  dejando  esta  digresión ,  diremos  que  la  opinión  de  Ne- 
brija es  tanto  menos  fundada,   cuanto  que  auque  los  primitivos 
habitantes  de  España  no  tuvieran  alfabeto  propio  antes  de  la  ve- 
nida de  los  fenicios ,  cartagineses  y  griegos ,  era  natural  que  estos 
pueblos  que  ya  lo  poseían  y  usaban  se  lo  comunicasen. 

Para  proceder  con  la  debida  claridad,  prescindiremos  por  ahora 
del  alfabeto  escrito,  y  ya  que  de  Nebrija  hemos  dicho  algo  que 
contradice  sus  teorías  y  revela  falta  de  noticias  muy  disculpable 
en  su  época,  nos  creemos  en  el  deber  de  recordar  el  capítulo  VII 
del  primer  libro  de  su  Gramática  que  se  titula :  «  Del  parentesco  y 

(1)  Tenemos  motivos  para  afirmar  que  la  interpretación  dada  por  el  señor 
Delgado  á  las  monedas  celtibóricas,  es  mucho  mks  racional  y  exacta  que  cuan- 
tas se  han  dado  hasta  el  dia,  habiendo  reputado  este  sabio  académico  las  in- 
terpretaciones de  Erro  y  de  Mr.  Johanneau  y  las  más  modernas  de  Loriche. 


SEGÚN   LOS    ESCRITORES   ESPAÑOLES.  601 

vecindad  que  las  letras  tienen  entre  si.  »  En  él  se  indica  la  ley  de 
permutación  de  las  letras,  que  llama  corrupción,  mostrándola  en  las 
derivaciones  del  latin  al  romance.  Esta  ley,  estudiada  en  la  compa- 
ración de  las  principales  lenguas  germánicas  por  el  gran  filólogo 
Jacobo  Grim ,  se  designa  con  el  nombre  de  este  en  todos  los  libros 
que  tratan  de  esta  materia,  y  es  de  tal  importancia  que  sin  ella 
seria  imposible  seguir  la  marcha  ascendente  de  las  derivaciones  en 
esos  idiomas  para  llegar  con  precisión  á  las  raices  del  sánscrito 
védico ,  centro  ordinario  de  la  comparación  de  todas,  las  lenguas 
ariaiías.  Esta  ley  tiene  aplicación  sólo  á  las  consonantes,  pero  antes 
de  hablar  más  especialmente  de  ellas  conviene  recordar  los  carac- 
teres distintivos  de  las  vocales. 

En  nuestro  deseo  de  dar,  aunque  brevemente,  la  más  clara  noticia 
de  estas  materias ,  tropezamos  con  la  dificultad  que  resulta  del  gran 
número  de  obras  que  en  pocos  años  se  han  escrito  sobre  ellas: 
Grim ,  en  su  Historia  de  las  lenguas  germánicas ;  Bopp ,  en  la 
Gramática  comparada  de  las  lenguas  indo-europeas .  Dietz,  en  las 
obras  que  ha  dedicado  al  estudio  de  las  que  se  derivan  del  latin,  se 
ocupan  con  gran  detenimiento  de  cuanto  á  las  letras  se  refiere: 
existen  además  tratados  especiales  sobre  la  pronunciación  y 
cantidad  de  las  letras,  habiéndose  publicado  hace  poco  por  F.  Bau- 
dry  la  primera  parte  de  la  Gramática  comparada  de  las  lenguas 
clásicas,  exclusivamente  dedicada  á  tratar  esta  materia  y  denomi- 
nada por  lo  tanto  fonética.  Este  libro  muy  útil  porque  resume 
cuanto  sobre  los  sonidos  articulados  de  la  voz  humana  en  el  sáns- 
crito y  en  las  lenguas  clásicas  se  ha  adelantado  en 'esta  última 
época ,  dedica  á  las  vocales  su  primer  capítulo ,  y  después  de  dar 
noticia  de  los  catorce  signos  vocales  del  idioma  védico ,  de  los 
cuales  muchos  son  verdaderas  abreviaturas  de  sílabas ,  expone  lo 
relativo  á  estos  sonidos  en  las  lenguas  indo-europeas.  En  resumen,  la 
doctrina  de  todos  los  autores  consiste  en  afirmar  que  hay  tres  voca- 
les primitivas  la  a,  la  ¿  y  la  u,  las  cuales  forman  un  triángulo  vocal 
que,  como  oportunamente  recuerda  el  Sr.  Canalejas,  usaba  ya  para  la 
explicación  de  la  fonología  semítica  el  ilustre  profesor  de  hebreo 
de  esta  Universidad,  Sr.  García  Blanco.  Entre  esas  vocales  primi- 
tivas existen  en  los  diversos  idiomas  varias  intermedias,  siendo 
las  más  constantes ,  sobre  todo  en  los  indo-europeos  la  e  entre  la  a 
y  la  ¿ ;  la  o  entre  la  ¿  y  la  w ,  esto  sin  contar  los  diptongos ,  que 
para  serlo  verdaderamente  han  de  consistir  en  la  emisión  de  dos 

TOMO  III.  39 


602  EL    ORÍGEN    DE    LAS   LENGUAS 

vocalesjen  una  sola  herida  de  voz,  como  dice  Nebrija  al  definir  la 
silaba. 

La  propiedad  mas  notable  de  las  vocales  es  lo  que  Bopp  llama 
su  peso  j  quizá  podria  llamarse  con  mas  propiedad  su  permanen- 
cia la  a  es  la  vocal  que  tiene  mayor  peso  ó  es  mas  invariable ,  y 
la  i  la  que  mas  fácilmente  se  pierde  en  las  modificaciones  que  su- 
fren las  raices  y  las  palabras  en  un  mismo  idioma  ó  al  pasar  por 
derivación  de  unos  ú  otros.  Las  modificaciones  que  sufren  algunas 
letras  llamadas  guna  y  vriddhi  por  los  gramáticos  indios  no  tienen 
grande  importancia  en  el  estudio  de  las  lenguas  clásicas,  ni  en  el 
de  las  modernas  que  de  ellas  se  derivan. 

La  influencia  del  clima  en  la  pronunciación  de  las  vocales  es  tan 
evidente  que  basta  para  conocerla  comparar  las  lenguas  que,  pro- 
cediendo de  un  tronco  común ,  se  hablan  hoy  en  Europa.  En  los 
países  meridionales,  y  sobre  todo  en  las  dos  penínsulas  que  caen 
hacia  esta  parte ,  ias  vocales  puras  y  de  sonido  abierto  son  exclu- 
sivas; ya  en  Francia  existen  dos  modificaciones  de  la  letra  é  que 
oscurecen  su  sonido ,  la  é  cerrada  y  el  diptongo  eu :  en  Inglaterra 
abundan  los  sonidos  sordos  de  las  vocales ,  y  la  aglomeración  de 
consonantes  es  carácter  propio  de  las  palabras  de  todas  las  lenguas 
teutónicas.  La  causa  de  esto  se  atribuye  con  razón  á  que  un  ins- 
tinto poderoso  obliga  á  los  habitantes  de  climas  frios  á  emitir  la 
voz  al  formar  las  palabras,  de  modo  que  el  aire  exterior  no  penetre 
directamente  en  los  órganos  internos  para  evitar  las  perturbacio- 
nes fisiológicas  que  esto  ocasionarla. 

Mucho  más  complicado  y  difícil  que  el  estudio  de  las  vocales  es 
el  de  las  consonantes,  y  el  sonido  de  estas  es  toda  vi  as  más  vario, 
no  sólo  comparando  los  diferentes  idiomas ,  sino  aun  en  cada  uno 
según  la  localidad  en  que  se  habla.  Lo  que  acontece  en  España, 
donde  tan  gran  variedad  se  nota  en  la  pronunciación  de  las  conso- 
nantes, no  sólo  de  provincia  á  provincia,  sino  de  pueblo  á  pueblo, 
sucede  también  en  las  demás  naciones  que  actualmente  existen  y 
habrá  acontecido  en  las  diversas  agrupaciones  de  hombres  que  se 
hayan  formado  desde  que  la  humanidad  goza  del  uso  de  la  palabra. 
Estas  variaciones  contribuyen  muy  especialmente  al  desarrollo  del 
lenguaje,  pues  si  bien  en  las  lenguas  monosilábicas  no  es  posible 
cambiar  el  valor  ni  el  sonido  de  una  sola  letra  sin  destruir  ó  variar 
el  significado  de  las  palabras ,  no  sucede  lo  mismo  en  las  lenguas 
de  flexión ,  en  las  cuales  ha  llegado  á  olvidarse  completamente  el 


SEGÚN    LOS   ESCRITORES    ESPAÑOLES.  603 

valor  de  los  elementos  ó  raíces ,  y  por  lo  tanto  las  variaciones  foné- 
ticas no  influyen  en  la  sig-nificacion ,  pero  llegan  á  ser  tan  consi- 
derables que  unida  esta  causa  al  empleo  de  las  voces  según  sus 
acepciones  diversas ,  es  decir,  pasando  de  su  valor  propio  á  los  in- 
finitos que  metafóricamente  pueden  dársele ,  se  producen  las  varia- 
ciones del  lenguaje  que,  según  la  exacta  comparación  de  Müller, 
marcha  como  la  corriente  de  las  aguas  cuando  no  lo  fija  una  lite- 
ratura, produciendo  la  gran  variedad  de  lenguas  y  de  dialectos 
que  proceden  de  uno  primitivo  y  quizá  ya  desconocido.  De  lo  dicho 
claramente  se  puede  inferir  que  las  clasificaciones  de  las  consonan- 
tes son  muy  diversas;  el  Sr.  Canalejas  resume  en  un  cuadro  si- 
nóptico la  de  las  consonantes  de  lenguas  arianas  según  el  método 
de  Heyse.  Sin  negar  el  mérito  de  esta  ingeniosa  clasificación, 
nos  parece  preferible  por  su  sencillez,  aunque  sea  menos  com*- 
presiva,  la  que  trae  M.  Caix  de  Saint- Aymour,  en  la  obra  que 
ha  publicado  este  año  bajo  el  titulo  de  La  lengua  latina  estudiada 
en  su  unidad  indo-europea.  Según  este  autor  las  consonantes  de  los 
idiomas  de  este  grupo  se  pueden  considerar  divididas  en  tres  gru- 
pos, á  saber:  labiales,  dentales  j  paladiales ,  y  cada  una  de  estas 
clases  se  subdivide  en  explosivas,  aspiradas  y  nasales.  De  la  cla- 
sificación de  las  consonantes  que  se  funda  en  sus  propiedades ,  se 
deriva  la  ley  de  permutación  descubierta  por  Grim ,  que  se  ha  des- 
envuelto en  forma  de  tablas  sinópticas  de  equivalencias ,  las  cuales 
son  de  gran  utilidad  práctica  para  la  comparación  de  las  lenguas  y 
para  el  estudio  de  las  etimologías. 

La  combinación  de  los  elementos  de  la  voz ,  esto  es,  de  las  letras, 
produce  las  sílabas  que  son,  por  decirlo  así,  las  moléculas  integran- 
tes del  lenguaje,  á  las  que  se  aplica  con  entero  rigor  la  definieioa 
de  Nebrija  que  hemos  recordado  al  hablar  de  los  diptongos :  decia 
el  ilustre  gramático  en  el  cap.  1.°  de  su  segundo  libro  en  que  trata 
de  Is,  prosodia  é  silaba,  que  esta  es  un  ayuntamiento  de  letras  que 
se  pueden  coger  en  una  herida  de  la  mz  ó  debajo  de  un  acento.  Se- 
gún la  opinión  hoy  generalmente  recibida,  las  raíces  de  todas  las 
lenguas  son  monosilábicas,  pues  hasta  las  trilíteres  de  la  fa- 
milia semítica  se  suponen  derivadas  de  monosílabos;  de  aquí  se 
infiere  la  importancia  del  estudio  silábico  bajo  el  aspecto  lexi- 
cológico; pero  como  esta  materia  constituye  ya  el  estudio  directo 
de  cada  idioma,  el  de  las  relaciones  que  entre  sí  tienen  ,  y  más  es- 
pecialmente el  de  los  orígenes,  de  los  que  son  secundarios  ó  deri- 


604  EL    ORIGEN    DE    LAS   LENGUAS 

vados,  no  trataremos  de  ella  en  estos  apuntes,  que  son  como  unos 
proleg'ómenos  de  la  ciencia  del  lenguaje ,  limitándonos  por  ahora 
á  decir  algo  de  dos  propiedades  que  se  atribuyen  generalmente  á 
las  silabas,  que  son  la  cantidad  y  el  acento,  las  cuales  dan  materia, 
como  al  paso  se  lia  visto  en  Nebrija,  para  una  de  las  partes  en  que 
se  dividen  las  gramáticas,  asi  las  empíricas,  como  las  científicas  y 
comparativas. 

La  cantidad  es  propiamente  un  carácter  exclusivo  de  las  vocales, 
y,  como  es  sabido,  por  cantidad  se  entiende  el  tiempo  relativo  que 
se  emplea  en  la  pronunciación  de  la  sílaba,  por  lo  que  estas  se  divi- 
den en  breves  si  se  emiten  en  una  unidad  de  tiempo ,  y  en  largas 
si  en  dos  ó  más  unidades.  La  cantidad  no  es  apreciable  en  las  len- 
guas modernas  de  Europa ,  y  en  las  antiguas  nacía  de  la  esen- 
cia ó  de  la  posición  de  las  vocales.  De  la  cantidad  dependía  la  mé- 
trica, y  bajo  de  este  aspecto  la  prosodia  clásica  era,  por  decirlo 
así,  el  proemio  de  la  poesía.  Los  gramáticos  y  los  retóricos  an- 
tiguos españoles,  guiados  por  su  deseo  de  que  nuestra  lengua 
imitase  en  todo  á  la  latina  y  griega,  trataron  de  reducir  nues- 
tros metros  á  las  condicionesy  reglas  de  los  latinos  (I);  pero  su  em- 
peño fué  vano,  porque,  como  ya  se  ha  dicho,  en  la  evolución  del 
lenguaje ,  y  al  llegar  á  los  que  ahora  se  hablan  en  Europa,  la  can- 
tidad ha  dejado  de  ser  apreciable,  y  lo  que  hoy  domina  en  cada  pa- 
labra es  el  acento  tónico,  en  virtud  del  cual  las  sílabas  son  gra- 
ves ó  agudas,  y  aunque  cada  una  de  estas  equivale  á  dos  de  aquellas 
en  el  final  de  los  versos  castellanos,  basta  fijar  la  atención  para  que 
se  vea  que  la  cantidad  no  se  confunde  con  el  acento,  pues  no  se 
emplea  más  tiempo  en  pronunciar  las  sílabas  agudas  que  las 
breves. 

La  prosodia  moderna  se  apoya ,  pues ,  en  un  fundamento  distinto 
del  que  tenía  la  de  las  lenguas  clásicas;  en  estas  se  consideraba  prin- 
cipalmente el  ritmo,  en  aquellas  lo  que  domina  es  el  tono  ó  la  en- 
tonación, elemento  más  espiritual  y  por  lo  tanto  más  expresivo.  Por 
cierto  que  no  nos  parecen  fundadas  las  lamentaciones  de  los  que 
echan  de  menos  las  bellezas  melódicas  de  los  antiguos  idiomas, 
pues  aunque  su  forma  musical  fuera  más  perfecta ,  lo  que  nos  pa- 
rece muy  discutible ,  eran  instrumentos  menos  apropiados  para  su 

(1)  Véase  el  cap.  8."  del  libro  2.°  de  la  Gramática  de  Nebrija,  que  trata  nDe 
los  géneros  de  versos  que  están  en  el  uso  de  la  lengua  castellana:  e  primero 
de  los  versos  yámbicos,  m  y  el  9.°  de  los  versos  adónicos. 


SEGÚN    LOS   ESCRITORES    ESPAÑOLES.  605 

objeto,  el  cual  consiste  esencialmente  en  manifestar  el  espíritu  hu- 
mano en  todas  sus  maneras  de  ser.  El  acento  señala  el  elemento 
esencial  de  cada  palabra  en  las  lenguas  de  flexión  que  no  siempre 
es  la  raiz,  pues  suele  serlo  la  modificación  de  tiempo,  de  lugar,  ó 
cualquiera  otra  que  se  le  añade,  y  de  esta  manera,  aunque  el  len- 
guaje halague  menos  á  la  imaginación  y  al  oido,  y  sea  por  lo  tanto 
menos  artístico,  adquiere  gran  precisión,  dando  á  conocer  las  ope- 
raciones del  entendimiento,  y  revelando  el  movimiento  discursivo 
de  la  razón  con  claridad  notabilísima. 

[  La  combinacÍ9n  de  las  silabas  ,  ó  lo  que  es  lo  mismo ,  de  las  raí- 
ces y  de  lo  que  las  modifica ,  constituye  las  palabras  ó  partes  del 
discurso  qye ,  según  la  opinión  de  los  modernos  filólogos ,  pue- 
den reducirse  á  tres  categorías  primitivas  y  esenciales,  á  saber: 
1."  La  interjección  (eco  de  las  afecciones  del  alma).  2."  El  pro- 
nombre (indicación  del  ser),  3."  y  el  verbo,  expresión  del  acto  que 
el  ser  realiza.  La  interjección  forma  en  la  serie  de  manifestaciones 
del  espíritu  un  grado  intermedio  entre  las  que  son  propias  de  todos 
los  animales ,  y  las  que  corresponden  privativamente  á  la  humani- 
dad ,  por  eso  no  son  propiamente  palabras  sino  articulaciones  varias 
en  su  forma  y  sonido  que  en  cada  persona  y  en  cada  circunstancia 
aparecen  distintas,  aunque  el  lenguaje  escrito  por  las  necesidades 
de  su  naturaleza  las  fije  de  un  modo  arbitrario.  En  virtud  de  su 
esencia  las  interjecciones  no  pueden  modificarse  por  la  desinencias, 
ni  servir  en  realidad  de  base  ni  de  prefijo  para  formar  nuevas  pa- 
labras. 

Los  pronombres,  que  ya  indican  el  ser ,  son  de  varias  clases ,  su 
estudio  ofrece  gran  interés  y  son  susceptibles  de  todo  género  de  mo- 
dificaciones ,  siendo  más  especialmente  modificadores  de  las  raíces 
verbales  para  dar  origen  á  los  nombres  y  para  determinar  ciertos 
accidentes  del  verbo. 

La  palabra  por  excelencia  porque  representa  la  actividad  del  es- 
píritu ó  de  lo  que  le  es  exterior  y  con  él  se  relaciona  es  el  verbo, 
que  puede  definirse  diciendo  que  expresa  la  acción  concebida  en 
su  causa  y  observada  en  sus  efectos. 

Tales  como  se  presentan  en  los  idiomas  indo-europeos  y  semíticos, 
las  palabras  se  forman :  primero  por  composición,  uniéndose  va- 
rias raíces,  de  las  que  una  es ,  por  decirlo  así ,  la  base  que  expresa 
el  sentido  general  y  abstracto  que  las  otras  determinan.  Según  su 
colocación ,  las  raíces  modificantes  se  dominan  subfijos  y  prefijos, 


606  EL    ORÍGEN    DE    LAS    LENGUAS 

aplicándose  especialmente  el  nombre  de  desinencias  á  las  raices,  que 
habiendo  perdido  en  las  lenguas  de  flexión  y  sintéticas  su  valor  in- 
dependiente ,  producen  en  las  palabras  típicas  á  que  con  propiedad 
se  da  el  nombre  de  temas,  modificaciones  que  en  general  pueden 
reducirse  á  tiempo,  lugar  y  relación. 

El  sistema  de  las  desinencias  de  los  temas  verbales  es  lo  que  cons- 
tituye la  conjugación,  y  el  de  los  nominales  la  declinación:  la  pri- 
mera es  el  conjunto  de  modificaciones,  que  por  medio  de  raices  que 
en  la  mayor  parte  de  las  lenguas  europeas  han  perdido  su  signifi- 
cación independiente ,  indican  las  circunstancias  de  tiempo ,  modo 
y  relación  personal  que  puede  revestir  cada  tema  verbal:  en  las  len- 
guas turanienses  el  valor  de  la  raíz  modificativa  es  visible ,  y  su 
significación  independiente  no  se  ha  destruido ,  ocurriendo  esto  mis- 
mo en  algunas  desinencias  verbales  de  los  idiomas  indo-europeos 
modernos,  cojno  por  ejemplo,  en  el  futuro  de  indicativo  de  las  len" 
guas  románicas,  así  amarla  he,  amar  lie,  amaré,  yaimerai,j'aime- 
rai,  demuestran  claramente  que  este  tiempo  es  la  combinación  de 
dos  temas  verbales.  La  declinación  es  el  conjunto  de  modificaciones 
de  que  son  susceptibles  los  temas  nominales  para  expresar  conceptos 
de  lugar  y  de  relación.  En  las  lenguas  analíticas  las  desinencias  se 
separan  del  tema  ,  y  adquiriendo  en  el  discurso  una  existencia  in- 
dependiente, expresan  la  idea  abstracta  que  lo  modifica,  siendo 
evidente  que  estas  palabras ,  que  no  sin  propiedad  se  denominan 
partículas,  son  las  últimas  que  han  aparecido  en  las  lenguas ,  por- 
que se  refieren  á  las  operaciones  más  complicadas  y  difíciles  del 
espíritu. 

No  siendo  nuestro  objeto  escribir  una  Gramática  comparada ,  ni 
de  todas  las  lenguas ,  que  sería  por  cierto  una  tarea  complicada  y 
dificilísima ,  ni  siquiera  de  una  de  las  familias  de  idiomas  mejor 
conocidas  y  determinadas ,  esto  es ,  de  la  ariana  ó  de  la  semítica, 
porque  carecemos  de  los  conocimientos  que  para  ello  son  indispen- 
sables,  no  nos  detendremos  á  exponer  más  detalladamente  las  teo- 
rías de  la  declinación  y  de  la  conjugación.  Basta  para  nuestro 
actual  propósito  con  lo  que  llevamos  dicho.  De  ello  se  deducirá  fá- 
cilmente que  los  resultados  obtenidos  por  la  ciencia  filológ-ica  en 
estos  últimos  años  se  deben  en  gran  parte  al  estudio  comparativo 
de  las  lenguas;  pero  también  ha  contribuido  al  mismo  fin  el  aná- 
lisis de  cada  uno  de  los  idiomas,  considerado  en  sí  mismo  ó 
solo   con  relación  á  aquel  de    quien  inmediatamente  procede, 


SEGÚN   LOS   ESCRITORES   ESPAÑOLES.  607 

porque  la  historia  y  caracteres  de  su  derivación  son  clarísimos  y 
muy  conocidos.  Los  estudios  comparativos  de  las  lenguas',  aunque 
hechos,  sin  un  método  rigoroso  y  científico  y  el  filosófico  de  cada 
una  de  ellas,  aunque  sin  elevarse  á  principios  bien  determinados, 
empezó,  como  ya  hemos  dicho ,  en  Grecia  y  en  Roma.  Esta  manera 
de  comprender  y  de  estudiar  las  lenguas ,  se  ha  comparado  con  al- 
guna exactitud  á  la  que  se  empleaba  durante  la  misma  época  para 
el  conocimiento  de  los  animales,  de  las  plantas  y  de  otros  objetos  de 
la  naturaleza,  ó  al  método  que  sig'uieron  los  primeros  observadores  de 
los-astros.  Max  Müller  designa  con  el  nombre  de  Gramática  empírica 
á  este  modo  de  concebir  y  de  exponer  la  filología ,  y  aunque  por 
contraposición  se  quiera  aplicar  el  de  Gramática  científica  al  pro- 
cedimiento que  modernamente  se  emplea ,  debe  advertirse  que  hasta 
ahora  la  ciencia  del  lenguaje  no  puede  darse  por  constituida ;  ha 
descubierto  series  de  hechos  interesantísimos ,  ha  determinado  al- 
gunas leyes  que  rigen  ciertos  órdenes  de  fenómenos;  pero  la  parte 
más  elevada  del  lenguaje,  lo  que  se  refiere  á  su  origen  y  á  la  manera 
de  desarrollarse,  está  todavía  en  el  período  hipotético.   El  método 
experimental,  que  ha  allegado  tantos  materiales ,  prestará  todavía 
grandes  servicios  antes  de  que  llegue  el  instante  en  que  se  establez- 
can principios  ó  categorías,  y  una  síntesis  superior  que  determine  el 
carácter  definitivo  y  científico  de  este  ramo  del  saber ,  que  corres- 
ponde á  una  de  las  más  altas  manifestaciones  del  espíritu. 

La  marcha  de  los  estudios  gramaticales ,  especialmente  en  nues- 
tra patria,  será  materia  de  otro  trabajo,  que  seguirá  á  la  expo- 
sición de  las  doctrinas  filológicas  modernas ,  en  lo  que  se  refiere  á 
lexicología,  ó  sea  al  conocimiento  de  las  raíces  y  de  sus  derivacio- 
nes ,  y  por  lo  tanto  á  la  clasificación  de  las  lenguas ,  según  su  or- 
den geneológico. 

Antonio  María  Fabié. 


DON  JULIÁN  ROMEA 
Y  SU  ÉPOCA  EN  EL  TEATRO. 


«Perdona  á  mis  versos  flojos, 
si  despiertan  tus  enojos; 
son  de  mi  vida  resabios; 
que  más  que  risas  mis  labios 
tuvieron  llanto  mis  ojos. 

»Que,  hasta  en  las  horas  amadas 
de  las  glorías  alcanzadas 
del  arte  en  las  altas  zonas, 
las  flores  de  mis  coronas 
van  con  lágrimas  regadas. » 


Más  de  cien  cafés  hay  en  Madrid  sin  duda :  solamente  la  Puerta 
del  Sol  cuenta  seis,  á  cual  más  lujosos,  y  llenos,  de  noche :  muchos 
atraen  concurrencia ,  aun  fuera  de  los  puntos  centrales ,  con  mú- 
sica y  canto ,  ó  representaciones  dramáticas  y  baile ;  y  es  de  ad- 
vertir que  este  género  de  establecimientos  data  de  poco  más  de  un 
siglo,  en  nuestra  patria.  De  lo  que  fueron  las  antiguas  botillerías, 
todavía  se  puede  formar  idea  por  el  aspecto  del  café  de  la  Red  de 
San  Luis,  más  inmediato  á  la  calle  del  Caballero  de  Gracia:  no  lle- 
gaba á  tanto  la  célebre  botillería  de  Canosa ,  especie  de  sotanillo 
situado  hacia  donde  está  hoy  el  portal  de  la  casa  chica  de  Rivas, 
con  dos  piezas  alumbradas  por  candilones ,  sin  que  por  eso  dejara 
de  ser  de  gran  tono  en  la  época  de  Carlos  IV  ir  á  saborear  allí  he- 
lados exquisitos  de  todas  clases.  Bastante  bien  ha  conservado  la 
tradición  de  losj cafés  primitivos.,  el  de  Pombo,  en  la  calle  de  Car- 
retas ,  hasta  que  pocos  años  atrás  tomó  algún  ensanche  y  propor- 
cionó mayor  comodidad  á  los  parroquianos,  que  iban  y  van  siempre, 
con  el  aliciente  del  buen  servicio ,  y  jamás  de  tertulia.  Ya  desde 
los  principios  hubo  cafés  de  cierta  fama ,  debida  á  la  de  algunos 


DON  JULIÁN  ROMEA  Y  SU  ÉPOCA  EN  EL  TEATRO.  609 

que  los  frecuentaban  de  cotidiano.  Ahora  tiene  entrada  por  la  pla- 
zuela del  Ángel  y  la  calle  de  Atocha  el  café  de  San  Sebastian, 
mucho  más  reducido  cuando  Moratin  el  padre ,  Cadalso ,  López  de 
Ayala ,  Gómez  Ortega ,  Napoli  Signorelli ,  Conti,  y  otros  varios  in- 
genios, se  reunían  alli  de  noche  para  hablar  únicamente  de  teatros, 
de  toros,  de  amores  y  de  versos,  no  perdonándose  manera  de  ins- 
trucción ni  de  estimulo  para  merecer  y  alcanzar  lauro ;  leyéndose 
composiciones  de  autores  nacionales ,  franceses  é  italianos ,  y  con- 
sultando las  suyas  propias  cuantos  formaban  aquella  tertulia  tan 
amena  como  instructiva.  Muy  semejante  sostuviéronla  años  después 
Moratin  el  hijo ,  y  sus  adeptos,  en  la  Fontana  de  Oro ,  á  la  esquina 
de  la  calle  de  la  Victoria ,  mientras  D.  Manuel  José  Quintana  con- 
seguía que  su  casa  fuera  centro  de  otra  tertulia  del  mismo  carác- 
ter que  las  del  siglo  anterior  en  las  casas  de  D.  Blas  Nasarre ,  y  de 
D.  Agustín  de  Montiano  y  Luyando. 

No  tuvieron  vida  especial  los  cafés  de  Madrid  durante  la  ocupa- 
ción francesa ,  ni  bajo  el  régimen  inaugurado  al  tiempo  de  la  res- 
tauración de  Fernando  VII  en  el  trono;  mas  restablecida  en  1820 
la  Constitución  Gaditana ,  de  pronto  adquirieron  extraordinaria 
importancia  política  el  café  de  la  Cruz  de  Malta ,  el  de  Lorencini  y 
la  Fontana  de  Oro ,  donde  se  erigieron  tribunas  y  se  pronunciaron 
peroratas  candentes ,  y  se  urdieron  frecuentísimas  asonadas ,  y  se 
crearon  graves  conflictos  á  Ministerios  formados  de  hombres  since- 
ramente liberales  y  combatidos  sin  cesar  por  las  armas  de  los  fac- 
ciosos y  las  intrigas  de  los  cortesanos.  Bien  cara  pagaron  los  due- 
ños de  aquellos  establecimientos  su  próspera  y  efímera  fortuna.  De 
uno  de  ellos  puede  hablar  el  que  escribe  estos  apuntes  con  datos 
propios ,  y  enlazados  á  las  memorias  de  la  infancia.  Don  Carlos  Lo- 
rencini era  un  italiano ,  ya  viejo  por  entonces ,  casado  con  mujer 
española ,  jefe  de  numerosa  familia  y  modelo  de  hombres  honrados 
y  laboriosos.  Su  cafe  lo  tenia  donde  ha  estado  el  de  las  Columnas, 
y  la  excelencia  del  local,  y  el  esmero  en  servir  á  los  parroquianos, 
le  proporcionaban  lo  bastante  para  vivir  con  modesto  decoro  y 
educar  á  su  prole.  Si  el  sistema  constitucional  se  hubiera  arraigado 
en  España,  ciertamente  fig-urara  como  hombre  de  caudal  á  los  pocos 
años,  y  tuviera  una  vejez  descansada.  No  la  alcanzó  sino  muy 
triste  y  lastimosa,  desde  que  el  dia  23  de  Mayo  de  1823  invadieron 
las  turbas  su  establecimiento  y  todo  lo  hicieron  pedazos.  Algo  le 
valieron  los  frailes  mínimos  de  San  Francisco  de  Paula  en  aquellos 


610  DON   JULIÁN    ROMEA 

tiempos  de  lamentable  memoria  para  que  siguiera  con  su  café 
abierto ;  pero  los  concurrentes  habituales  se  hallaban  emigrados  ó 
perseguidos ,  y  no  acudieron  otros  capaces  de  renovar  la  antigua 
parroquia.  Algunos  años  más  tiró  el  buen  Lorencini  con  grandes 
estrecheces ,  sin  dejar  de  pagar  ningún  domingo  ni  fiesta  ia  misa, 
que  rezaba  Fray  Antonio  Recas  en  la  capilla  de  la  Virgen  del  Car- 
men del  convento  de  la  Victoria ,  y  á  la  cual  asistía  con  su  mujer 
y  sus  hijos  á  las  nueve  de  la  mañana;  cuando  bajó  al  sepulcro,  ya 
casi  no  se  veian  dentro  de  su  café  más  que  indefinidos  y  retirados, 
que  iban  allí  á  matar  las  horas  y  quizá  á  entretener  ó  divertir  el 
hambre. 

Si  el  café  de  Lorencini  venia  como  á  simbolizar  asi  lo  pasado, 
otro  café  alimentaba  el  germen  del  porvenir ,  cual  en  elaboración 
oculta.  Contiguo  al  teatro  del  Principe  se  ve  todavía,  ya  muy  tras- 
formado,  y  sin  gente,  el  café  de  igual  nombre,  cuya  misma  oscuri- 
dad le  prestaba  condiciones  adecuadas  para  servir  de  asilo  á  jóve- 
nes entusiastas,  mal  hallados  con  el  giro  de  los  sucesos,  tras  de 
concebir  esperanzas  brillantes  en  el  albor  de  su  edad  ñorida.  Allí 
se  refugiaban  D.  Manuel  Bretón  de  los  Herreros,  ya  militar  á  fines 
de  la  guerra  de  la  Independencia,  D.  Ventura  de  la  Veg*a ,  después 
de  estar  recluso  en  el  convento  de  la  Trinidad  por  sus  ideas  libera- 
les, D.  Antonio  Gil  de  Zarate  á  la  vuelta  de  la  Isla  Gaditana,  donde 
estuvo  de  miliciano :  como  veteranos  de  la  literatura  veíanse  allí 
el  no  bastante  apreciado  D.  Dionisio  Solís  y  el  hábil  periodista  Don 
José  María  Carnerero.  Más  animación  hubo  desde  que  sonaron  los 
ecos  del  acento  del  gran  Quintana  jíot  la  desgracia  y  la  vejez  cau- 
sados ,  para  celebrar  la  boda  de  Fernando  VII  y  la  Reina  Cristina. 
Antes  de  mucho  pudieron  volver  allí  de  emigración  temprana  Don 
José  Espronceda ,  D.  Patricio  de  la  Escosura  y  D.  José  García  Vi- 
llalta.  Con  los  respectivos  pseudónimos  de  £11  Pobrecito  Hablado^' 
y  de  El  Curioso  Parlante ,  aumentaron  aquella  reunión  ya  se- 
lecta, D.  José  Mariano  de  Larra  y  D.  Ramón  Mesonero  Romanos. 

Sobre  política  hablábase  allí  recatadamente;  con  libertad,  de  li- 
teratura, y  en  particular  de  teatros.  Cada  producción ,  original  ó 
traducida,  cada  salida  de  actriz  ó  de  actor  á  las  tablas,  daba  mar- 
gen á  conversaciones,  y  aun  á  disputas  de  empeño  á  las  veces. 
Entonces  no  habia  teatros  por  Cuaresma,  y  la  temporada  empezaba 
el  domingo  de  Pascua.  En  la  del  año  de  1833  aconteció  la  novedad 
de  hacer  su  estreno  como  galán  joven  el  primer  alumno  del  Con- 


Y   Sü   ÉPOCA   EN    EL   TEATRO.  611 

servatorio  de  Música  y  Declamación  de  Maña  Cristina.  Escasas 
noticias  teníanse  á  la  sazón  de  su  persona:  algunos  daban  fe  de  ha- 
ber ya  lucido  su  habilidad  en  teatros  caseros :  otros  decian  que  en 
el  teatro  de  Palacio,  y  á  presencia  de  Fernando  Vil  y  la  Real  fa- 
milia, acababa  de  representar  con  brillantez  el  Hacerse  amar  con 
peluca,  entre  muy  diversas  producciones:  todos  fiaban  de  ante- 
mano en  el  voto  de  D.  Joaquín  Caprara,  D.  Rafael  Pérez  y  D.  Car- 
los Latorre,  maestros  insignes  que  no  hablan  de  exponer  á  un  des- 
aire al  discípulo  predilecto  en  ocasión  tan  decisiva  como  la  del  fallo 
del  público  respecto  de  sus  dotes  para  el  dificilísimo  arte,  cuya  pro- 
fesión les  hizo  famosos.  Después  de  representado  El  Testamento 
con  grandes  aplausos,  no  sonó  en  el  café  del  Principe  más  que  una 
voz  de  alabanza  dedicada  á  D.  Julián  Romea,  y  por  el  tono  de  pre- 
sagiarle muchos  y  señalados  triunfos. 

Una  curiosidad  naturalísima  excitó  á  los  aficionados  á  averiguar 
las  circunstancias  del  actor  nuevo ,  y  todas  eran  propias  á  valerle 
desde  entonces  las  simpatías  generales.  INo  había  aún  cumplido  los 
veinte  años,  pues  su  nacimiento  fué  el  16  de  Febrero  de  1814  en 
la  ciudad  de  Murcia.  Sus  padres,  D.  Mariano  Romea  y  Doña  Ig-na- 
cia  Yanguas,  se  vinieron  á  establecer  el  año  de  1816  en  Alcalá  de 
Henares,  y  bajo  la  dirección  del  presbítero  D.  Vicente  Vals  adqui- 
rió allí  Julián  hasta  1823  la  instrucción  primaria.  Por  entonces 
comenzaron  las  desgracias  de  su  familia,  que  se  hubo  de  volver  á 
Murcia  sin  el  jefe,  emigrado  en  Portugal  de  resultas  de  haber  sido 
Comisario  de  Guerra  durante  la  época  constitucional  en  el  ejército 
que  salió,  tras  de  bizarra  defensa  y  por  capitulación  muy  honrosa, 
de  la  plaza  de  Cartagena.  Desde  1823  hasta  1827  estudió  allí  latin 
y  humanidades  el  adolescente  despejado ,  que  ya  mostraba  afición 
pronunciada  é  instintiva  al  arte  en  que  había  de  ganar  tanto  lus- 
tre. Allí  se  hacían  comedias  en  una  casa  llamada  de  los  Descabe- 
zados, donde  era  director  y  primer  galán  un  zapatero.  A  todas  las 
funciones  asistía  Julián  con  verdadero  entusiasmo ,  y  nada  apre- 
ciaba tanto  como  que  le  prestasen  comedias,  para  irlas  á  leer  muy 
reñexivamente  en  la  soledad  apacible  de  las  márgenes  del  rio  Se- 
gura. Sólo  dos  años  duró  la  emigración  de  su  padre,  que  en  1827 
se  trasladó  á  Madrid  con  toda  su  familia.  A  Julián  destinaba  para 
la  carrera  de  abogado.  Falto  de  recursos,  no  podía  ya  satisfacer 
tal  deseo,  y  verosímil  es  que  no  se  le  lograra  tampoco,  aun  cuando 
volviera  á  tener  holgura,  porque  la  inclinación  de  Julián  era  cada 


612  DON    JÜLlAN    ROMEA 

vez  más  irresistible  al  teatro:  por  eso  aplicábase  espontáneamente 
á  estudios  de  literatura,  y  en  los  dramáticos  se  embebecía  con  par- 
ticularísimo anhelo :  su  mortificación  era  cotidiana  por  la  falta  de 
libros  á  las  horas  en  que  la  Biblioteca  estaba  cerrada :  si  por  ven- 
tura hallaba  quien  le  prestara  alguno ,  lleno  de  gozo  lo  iba  á  leer 
á  la  fuente  del  Pajarito  por  la  tarde.  Bien  cabe  decir  sin  exagera- 
ción que  vio  el  cielo  abierto  cuando  fué  un  hecho  público  la  crea- 
ción del  Conservatorio  de  Música  y  Declamación  de  Ma,ria  Cristina. 
Con  su  hermano  Florencio  matriculóse  entre  los  primeros  alumnos. 
Sus  disposiciones  eran  las  más  felices.  Bien  cultivada  llevaba  la 
mente,  gracias  á  su  continuo  estudio.  En  aplicación  liabia  de  aven- 
tajar á  todos,  por  llevar  muy  tomado  el  gusto  á  la  carrera  que  em- 
prendía de  propia  voluntad ,  y  con  el  doble  estímulo  de  la  necesi- 
dad de  ser  apoyo  de  su  familia,  y  de  la  sed  de  gloria:  al  golpe  echa- 
ron de  ver  los  maestros  sus  dotes  privilegiadas,  y  á  tenor  de  todos 
estos  antecedentes  propicios  fueron  rápidos  sus  progresos,  de  forma 
de  salir  á  volar  á  los  dos  años  con  propias  alas. 

Desde  aquí  ya  sería  fácil  para  todos  reseñar  cuánto  concierne  á 
D.  Julián  Romea,  pues  en  sus  poesías  nos  dejó  escrita  su  vida  de 
hombre,  y  la  de  actor  está  consignada  en  todas  las  críticas  teatra- 
les, y  extendida  por  las  mil  lenguas  del  periodismo,  elemento  muy 
principal  de  la  civilización  moderna ,  cuya  atmósfera  sana  y  con- 
fortativa respiramos  dichosamente  desde  que,  á  la  muerte  del  Rey 
Fernando,  se  desarrollaron  á  la  par  en  nuestro  país  la  revolución 
política  y  la  revolución  literaria.  ¿Cómo  no  citar  aquí  el  café  del 
Príncipe  de  nuevo ,  si  de  aquel  centro  único  salieron  el  Casino  del 
mismo  nombre,  el  Ateneo  de  Madrid  y  el  Liceo  Artístico  y  Litera- 
rio? Ya  concurría  allí  D.  Julián  Romea  y  entroncaba  relaciones 
íntimas  con  todos  los  que  estaban  en  vísperas  de  ganar  fama  y  de 
merecer  altas  posiciones.  Muchos  faltan  ya  de  los  que  en  aquel  an- 
gosto local  competían  maravillosamente  en  las  galas  del  donaire  ó 
en  las  excelencias  del  juicio  profundo,  y  llevaban  las  primicias  de 
sus  producciones ,  y  á  las  veces  componían  y  recitaban  de  pronto 
cuentos  ó  leyendas  que  duraban  una  ó  dos  horas.  Larra,  García  Vi- 
llalta,  Cayetano  Cortés ,  Gil  de  Zarate ,  Espronceda ,  Vega ,  Enri- 
que Gil ,  Pastor  Díaz ,  Carlos  Doncel  y  Luis  Valladares ,  Esquivel, 
Villamil,  Elbo  y  otros  y  otros  conquistaron  legítimo  renombre  an- 
tes de  bajar  á  la  tumba.  Sebastian  López  de  Cristóbal  y  Juan  Bau- 
tista Delgado  murieron  en  la  edad  más  florida,  sin  tiempo  bastante 


Y   Sü    éPOCA    EN   EL    TEATRO,  613 

para  acreditar  su  profundidad  el  primero,  y  su  lozanía  el  segundo. 
Al  café  del  Principe  venian  los  jóvenes  forasteros  por  entonces, 
como  para  adquirir  carta  de  ciudadanía  en  la  república  literaria: 
por  ejemplo ,  hoy  son  Conde  de  San  Luis  y  Duque  de  Santa  Lucía 
los  que  allí  entraron  desconocidos  con  sus  nombres  propios  de  Don 
Luis  José  Sartorius  y  D,  Salvador  Bermudez  de  Castro.  Después 
de  movimientos  políticos  tales  como  los  de  1835  y  del  año  siguien- 
te, no  era  extraño  que  del  café  del  Principe  desaparecieran  algu- 
nos concurrentes ,  hasta  que  fuera  de  Madrid  se  decidía  la  victo- 
ria, porque  la  vida  política  y  la  vida  literaria  tenían  allí  activísi- 
mo é  igual  desarrollo. 

Consecuencia  inmediata  de  la  revolución  literaria  fué  el  predo- 
minio del  romanticismo ,  altamente  beneficioso  en  España ,  donde 
puso  término  al  estéril  afán  de  imitar  á  los  clásicos  franceses ,  y 
donde  nuestro  gran  teatro  nacional  adquirió  nueva  y  espléndida 
boga,  tras  de  mirarlo  con  poco  aprecio  y  de  tenerlo  arrumbado 
nuestros  más  esclarecidos  autores  del  último  sig-lo.  En  nuestro  an- 
tiguo y  riquísimo  teatro  se  inspiraron  el  Duque  de  Rivas,  D,  An- 
tonio García  Gutiérrez,  D.  Juan  Eugenio  Hartzenbusch  y  D.  Anto- 
nio Gil  de  Zarate ,  para  producir  dramas  como  D.  Alvaro  ó  la 
Fuerza  del  sitio ^  El  Trovador,  Los  Amantes  de  Teruel^  Carlos  II 
el  Hechizado.  Sólo  bebiendo  en  las  mismas  fuentes  pudo  Bretón  de 
los  Herreros  dar  á  su  traducción  de  Los  Hijos  de  Eduardo  la  más 
bella  forma  y  hacer  ostentación  de  su  vena  fecunda  en  la  serie  de 
comedias  populares,  que  da  principio  con  la  Marcela,  y  aún  sigue 
con  El  Aloyado  de  pobres  y  Los  Sentidos  corporales,  producciones 
de  su  edad  ya  septuagenaria.  Con  estos  dramas  alternaron  los  de 
Alejandro  Dumas  y  Víctor  Hugo,  Angela  y  Margarita  de  Borgo- 
%a,  Lucrecia  de  B orgia  y  El  Tirano  de  Pádua.  Bajo  la  inteligen- 
tísima dirección  de  D.  Juan  de  Grimaldi  estaban  los  teatros  de  la 
Corte ,  donde  brillaban  Concepción  Rodríguez  y  Bárbara  Lama- 
drid,  Matilde  Diez  y  Jerónima  Llórente,  Carlos  Latorre  y  José  Gar- 
cía Luna,  Antonio  Guzman  y  Pedro  Cubas,  Julián  Romea  y  su  her- 
mano Florencio,  José  Valero  y  Pedro  Mate,  Luis  Fabiani  y  Anto- 
nio Campos.  ¡Cuándo  volverá  á  ofrecer  cuadro  semejante  la  escena 
española!  Para  los  que  asistieron  á  la  representación  de  tales  obras, 
por  tales  actores,  este  simple  recuerdo  será  exactamente  como  el 
de  un  bien  perdido  y  de  muy  difícil  retorno:  á  la  par  que  la  des- 
cripción más  acabada  resultaría  descolorida  para  los  que  no  goza- 


614  DON    JULIÁN    ROMEA 

ron  de  aquellos  espectáculos  deleitables,  ó  por  ausentes,  ó  por  ni- 
ños, ó  por  no  venidos  al  mundo.  Asi ,  los  que  entonces  éramos  jó- 
venes y  hoy  somos  viejos,  no  sabemos  de  Isidoro  Maiquez  y  de  Rita 
Luna,  de  Garrido  y  de  Oros ,  antecesores  de  Guzman  y  de  Cubas, 
sino  lo  que  oimos  á  nuestros  padres ,  y  vimos  representar  al  an- 
ciano Caprara ,  porque  en  el  invierno  de  1835,  y  ya  retirado  del 
teatro,  se  prestó  á  coadyuvar  al  buen  éxito  de  los  beneficios  de 
Concepción  Rodríguez  y  de  Garcia  Luna,  desempeñando  los  pape- 
les de  Fenelon  y  de  Gran  Maestre  de  los  Templarios. 

Dos  años  atrás  aún  representaba  Julián  Romea ,  cuya  reputación 
artistica  estaba  muy  consolidada  al  tiempo  de  caer  el  romanti- 
cismo, aunque  no  para  dejar  otra  vez  á  la  escuela  antigua  como 
dominadora.  Y  del  mérito  del  actor  eminente  nada  podemos  decir 
que  le  caracterice  al  vivo,  sino  recurriendo  á  su  opúsculo  sobre  Los 
héroes  en  el  teatro,  compuesto  á  la  raiz  de  estrenarse  La  Muerte 
de  César  de  Ventura  de  la  Vega.  Alli  se  expresa  de  este  modo: 

«  Ahora  bien ,  como  digo  al  principio  de  estas  reflexiones ,  desde 
muchacho  mi  instinto  me  apartaba  de  esta  rutina  (la  de  la  ento- 
nación trágica) ,  y  buscaba  con  ansia  otra  cosa ,  que  ni  formular 
sabia  entonces,  pero  cuya  necesidad  sentia.  Por  aquel  tiempo  aún 
se  representaban  aqui  tragedias,  y  yo  tomé  parte  en  el  desempeño 
de  la  Camila  de  Solis ,  en  el  de  la  Mérope  de  Bretón ,  en  el  de  la 
Baña  Blanca  de  Gil  y  Zarate,  y  en  el  de  otras  traducidas  como  la 
Dido,  etc.  Animado  á  seguir  en  el  camino  de  la  verdad ,  en  el  que 
según  parece  acerté  á  entrar,  por  la  indulgente  aprobación  y  los 
consejos  respetables  de  los  que  á  la  sazón  ejercían  la  crítica  en  la 
Revista  Española ,  El  Eco  del  Comercio  y  otros  periódicos ,  y  por 
los  de  D.  Juan  de  Grimaldi,  cuya  competencia  en  el  asunto  nadie 
desconoce,  me  dediqué  á  estudiar  con  toda  la  fe  y  el  ardor  de  quien 
como  yo  idolatra  su  arte.  Fruto  de  este  estudio  son  mis  actuales 
convicciones  de  que  el  arte  es  la  verdad,  y  tan  hondamente  arrai- 
gadas están  en  mí  que  no  sólo  las  practico,  sino  que  las  difundo  y 
las  enseño.  Si  me  equivoco,  merezco  la  pena  por  completo,  pues 
no  sólo  soy  creyente ,  sino  que  me  confieso  dog-matizante . 

»La  escuela  romántica  invadió  nuestra  escena,  arrojando  de  ella 
al  clasicismo;  pero,  pasados  sus  primeros  delirios,  nos  trajo  la  tra- 
gedia posible  en  nuestros  dias  en  Los  Hijos  de  Eduardo,  Marino 
Faliero,  Quzman  el  Bueno,  etc.;  y  no  se  califique  de  inmodestia 
la  franca  y  leal  satisfacción  del  artista  al  recordar  que ,  aplicando 


Y  Sü   ÉPOCA   EN   EL    TEATRO.  615 

á  la  representación  de  esas  obras  su  sistema  de  verdad ,  obtuvo  del 
público  y  de  la  crítica  la  sanción  más  completa  y  más  lisonjera. 
Nuestro  teatro  antiguo  estaba  completamente  muerto  para  la  es- 
cena en  el  tiempo  de  que  voy  hablando  :  yo  me  impuse  el  deber  de 
resucitarle,  y  estudiando  con  esmero  y  poniendo  en  escena  con 
decoro  Vengarse  enfiiego  y  en  agua ,  La  Dama  duende ,  Casa  con 
dos  puertas ,  Amar  por  señas  ^  El  Astrólogo  fingido  ^  Si  no  vieran 
las  mujeres ,  La  Esclava  de  su  galán ,  Lo  cierto  por  lo  dudoso, 
Amantes  y  celosos,  La  Niña  hola,  Desde  Toledo  a  Madrid,  Marta 
la  piadosa,  Lorenza  la  de  Estercuel,  Oarcia  del  Castañar,  Entre 
bobos  anda  el  juego.  El  desden  con  el  desden,  El  Rico-hombre  de 
Alcalá  y  otras  muchas,  cuya  enumeración  seria  larga,  procuré  ha- 
cer gustar  al  público  el  inmenso  tesoro  de  bellezas  que  en  nuestra 
propia  casa  teníamos  en  todos  los  géneros ,  desde  el  alto  y  verda- 
deramente trágico  hasta  el  más  ingenioso  y  desenfadado  cómico. 

»Por  ese  tiempo  se  hallaba  también  la  comedia  moderna  en  tal 
estado  de  postración  que ,  con  rarísimas  excepciones ,  bastaba  que 
anunciasen  una  los  carteles  para  que  el  teatro  estuviese  desierto. 
Yo  dediqué  mis  esfuerzos  á  sacarla  de  aquel  extremo ;  y  noble- 
mente ayudado  por  las  distinguidas  actrices  Doña  Matilde  Diez, 
Doña  Bárbara  y  Doña  Teodora  Lamadrid,  Doña  Josefa  Palma,  Doña 
Jerónima  Llórente,  Doña  Plácida  Tablares  y  otras,  y  por  los  seño- 
res D.  Carlos  Latorre,  D.  José  García  Luna,  D.  Antonio  de  Guz- 
man,  D.  Luis  Fabiani,  D.  Antonio  Campos,  D.  Pedro  Sobrado, 
D.  Mariano  Fernandez,  mi  hermano  D.  Florencio  y  algunos  otros, 
conseguimos  que  la  comedia  se  levantase,  recobrando  sus  fueros, 
y  llegando  después  con  sus  propias  fuerzas  á  empuñar,  como  lo  ha 
hecho,  el  cetro  de  la  escena. 

»Yo  contío  en  que  los  hombres  de  buena  fe  y  desapasionados  que 
me  lean,  no  verán  en  esos  recuerdos  de  mis  propios  hechos  la  satis- 
facción de  una  vanidad  pueril.  Esos  recuerdos  forman,  aunque  muy 
condensada,  la  historia  de  nuestro  arte  escénico  en  los  últimos 
veinticinco  años,  y  forzoso  era  citarlos  para  venir  al  fin  que  me 
propongo. 

»Guiado  por  la  fe  de  mis  convicciones ,  he  recorrido  en  mi  larga 
carrera  todos  los  géneros,  viendo  si  habia  alguno  que  lógica  y  ra- 
zonablemente no  admitiese  el  sistema  de  la  naturalidad ;  y  muchas, 
repetidas ,  muy  trascendentales  experiencias  han  venido  siempre  á 
confirmar  mi  pensamiento  de  que  el  arte  es  la  verdad.  Con  estas 


616  DON    JULIÁN    ROMEA 

creencias ,  no  apoyadas  inmodestamente  en  mi  solo  criterio ,  sino 
en  la  historia  de  los  hechos,  en  los  consejos  y  el  ejemplo  de  los 
grandes  maestros ,  en  la  observación  continua  y  meditada ,  en  la 
lógica  de  la  razón  y  en  la  del  sentimiento ,  que  tiene  su  lógica  es- 
pecial, he  seguido  mi  camino,  no  siendo  el  menor  de  mis  apoyos  la 
mucha  bondad  con  que  el  público  ha  sancionado  mis  doctrinas.)^ 

Cada  cual  pensará  á  su  modo  sobre  el  sistema  de  la  naturalidad 
llevada  al  extremo  en  todas  ocasiones,  y  para  representar  á  cua- 
lesquiera personajes ;  ya  se  hizo  cargo  en  su  opúsculo  el  Sr,  Romea 
de  que  los  preceptistas  exigen  otra  cosa ,  y  de  que  al  lado  de  los 
preceptistas  continúa  el  vulgo,  incapaz  de  remontarse  á  las  altas 
regiones  artísticas ,  y  asido  á  lo  que  tiene  por  respetable  tradición 
y  no  es  más  que  miserable  rutina ;  pero  no  á  todos  los  que  piensan 
de  esta  manera  cuadra  la  calificación  por  demás  dura  de  media- 
nías ó  nulidades.  Sin  embargo  no  admite  duda  que  Romea,  desde 
los  primeros  pasos  en  la  senda  espinosa  del  arte  escénico,  halló  ro- 
busto apoyo  en  los  aplausos  del  público  y  en  los  elogios  de  la  prensa 
de  todos  los  matices ,  para  proseguir  adelante  en  la  práctica  de  su 
doctrina  con  plena  fe  y  cabal  entusiasmo ;  y  que ,  no  vacilando 
nunca,  se  elevó  á  la  esfera  de  grande  fama,  que  disfrutó  en  vida  y 
que  le  asegura  por  siempre  uno  de  los  lugares  privilegiados  á  nivel 
del  que  ocupan  tradicionalmente  los  que  dieron  mayor  brillo  á  la 
escena  española. 

Omisión  censurable  fuera  aludir  á  la  prensa ,  y  no  hacer  mención 
de  un  periódico  de  grande  importancia.  Su  título  era  El  Español^ 
y  su  fundador  y  propietario  se  llamaba  D.  Andrés  Borrego.  Du- 
rante su  emigración  habia  hecho  sobre  la  prensa  extranjera  muy 
fructuosos  estudios,  para  ser  útil  á  su  patria.  Desde  la  publicación 
del  prospecto  y  de  la  instrucción  á  los  corresponsales,  vióse  á  las 
claras  que  El  Español  baria  fortuna,  dilucidando  inteligentemente 
las  cuestiones  más  intrincadas  y  dando  amenidad  al  conjunto ,  sin 
perdonar  dispendios.  Vida  tuvo  corta ,  á  pesar  de  su  buena  base, 
por  consecuencia  de  la  revolución  de  la  Granja ;  pero  unos  cuan- 
tos meses  bastaron  á  su  Director,  práctico  y  entendido  en  superior 
grado,  para  abrir  dilatados  horizontes  al  periodismo,  y  aun  formar 
escuela  de  publicistas  eminentes.  Su  conato  propendió  siempre  á 
imprimir  un  sello  profundamente  liberal  en  las  doctrinas  del  par- 
tido que  se  llamaba  ya  moderado.  Cordial  acogida  halló  la  juven- 
tud anhelosa  dentro  de  aquella  redacción  magníficamente  montada 


Y   SU    ÉPOCA    EN    EL    TEATRO  617 

en  la  calle  de  las  Rejas ,  donde  la  Reina  Cristina  tuvo  con  mucha 
posterioridad  su  palacio.  A  la  sección  taquigráfica  de  El  Español 
hay  que  dedicar  aqui  un  entrañable  recuerdo  por  razones  muy 
especiales  y  alguna  de  oportunidad  positiva.  Jefe  de  tal  sección 
era  D.  Ángel  Ramón  Martí,  hijo  de  D.  Francisco  de  Paula,  feliz 
inventor  de  la  taquigrafía  española ,  en  cuya  cátedra  no  ha  tenido 
hasta  ahora  más  sucesores  que  su  yerno  D.  Sebastian  Eugenio  Vela, 
y  el  vivaz  y  festivo  D.  Francisco  de  Paula  Madrazo,  cuya  reciente 
muerte  lloran  sus  numerosos  amigos.  Bajo  la  dirección  de  Martí 
figuraron  como  taquígrafos  de  El  Español,  entre  los  aún  vivos,  Don 
Eugenio  Moreno  López,  D.  Antonio  María  Segovia,  D.  Francisco 
de  Paula  Mellado ,  nombres  todos  bien  conocidos  desde  entonces; 
entre  los  difuntos,  el  inolvidable  D.  Juan  Bautista  Delgado,  el  sen- 
tencioso D.  Luis  Segovia,  y  el  fecundo  proyectista  D.  José  Fernan- 
dez de  la  Vega.  Este  último  concibió  el  pensamiento  de  reunir  en 
su  casa  una  vez  por  semana  á  varios  amigos  para  cultivar  las  le- 
tras y  las  artes ;  como  la  época  era  de  expansión  y  entusiasmo ,  al 
golpe  halló  séquito  bastante,  y  apenas  tuvo  que  poner  en  juego  su 
inquebrantable  perseverancia.  No  otro  fué  el  principio  del  Liceo 
Artístico  y  Literario. 

¡Cómo  no  recordar  aquellas  deleitables  sesiones  de  todos  los 
jueves  así  que  el  Liceo  se  estableció  en  la  calle  de  Atocha!  Allí 
concurría  la  sociedad  más  selecta  de  la  Corte:  allí,  entre  los  artis- 
tas, pintaban  Proceres  como  los  Duques  de  Gor  y  de  Rivas,  y  can- 
taban D.  Lázaro  Puig  y  Doña  Manuela  de  Lema;  y  se  hicieron 
aplaudir  por  tan  escogido  auditorio  D.  José  Zorrilla  con  sus  le- 
yendas; D.  Tomás  Rodríguez  Rubí  con  sus  poesías  andaluzas;  Don 
Ramón  de  Campoamor  con  sus  dolerás;  D.  José  de  Espronceda 
con  su  introducción  de  El  Diablo  mundo;  D.  Enrique  Gil  con  La 
Gota  de  rodo  y  El  Canto  á  Polonia;  D.  Manuel  Bretón  de  los 
Herreros  con  sus  letrillas;  D.  Antonio  de  los  Rios  y  Rosas  con, sus 
Baños  de  Galiana;  D.  Salvador  Bermudez  de  Castro  con  La  Muerte 
del  Maestre  Don  Fadriqíie;  D.  Ventura  de  la  Vega  con  su  oda  Al 
entusiasmo.  También  D.  Julián  Romea  leía  allí  algunas  de  sus 
composiciones,  é  indudablemente  El  Cántico  de  Moisés  fué  la 
primera:  muy  conmovido  empezó  y  terminó  la  lectura,  y  al  bajar 
de  aquella  tribuna  literaria,  se  le  oyó  decir :  que  toda  su  costumbre 
de  salir  al  teatro  no  le  había  servido  para  dominar  su  turbación 
ante  aquel  auditorio.  Por  el  mes  de  Febrero  de  1838  honró  con  su 
TOMO  ui.  40 


618  DON     JULIÁN    ROMEA 

presencia  la  Reina  Cristina  al  Liceo,  á las  dos  de  la  tarde,  y  hubo 
allí  una  sesión  muy  solemne ,  y  además  Exposición  de  pinturas, 
de  que  participó  el  público  en  varios  dias  posteriores. 

Bastante  del  carácter  primitivo  perdió  el  Liceo  Artístico  y  Lite- 
rario desde  su  traslación  á  la  casa  del  Duque  de  Villahermosa, 
pues  lo  esencial  vino  á  ser  el  teatro.  Así  y  todo,  aún  prolongó  con 
cierta  brillantez  su  existencia.  Una  función  dióse  allí  á  beneficio 
de  D.  Antonio  María  Esquivel  el  ano  de  1840  por  Marzo,  á  causa 
de  vivir  ciego  y  ya  sin  recursos  el  pintor  insigne  en  Sevilla ,  su 
patria.  Ventura  de  la  Vega  interpretó  á  maravilla  el  primer  papel 
de  una  comedia  nueva  de  Bretón  de  los  Herreros,  leyendo  Cam- 
poamor  su  poesía  titulada  Mi  harem ,  y  Zorrilla  la  que  llamó  en- 
tonces El  Pabellón  de  sangre .  y  después  Horizontes.  Con  espe- 
cialidad se  trae  aquella  noche  á  la  memoria,  por  datar  de  ella  la 
amistad  íntima  de  D.  Tomás  Rodríguez  Rubí  y  de  D.  Julián  Ro- 
mea, con  exclusiva  intervención  de  D.  Luis  González  Brabo,  que 
fué  el  presentante  del  uno  al  otro.  Al  poco  tiempo  aclamaba  el 
público  á  un  nuevo  autor  dramático  después  de  representada  con 
éxito  satisfactorio  la  comedia  Del  mal  el  menos ,  á  la  cual  siguió 
de  cerca  Toros  y  cañas.  Por  entonces  empezó  á  figurar  D.  Julián 
Romea  como  empresario  de  teatros.  No  había  hecho  aún  más  sa- 
lida de  Madrid  que  á  Granada,  mereciendo  grandes  aplausos  bajo 
el  doble  concepto  de  actor  eminente  y  de  venerador  profundo  de 
las  glorias  del  arte ,  pues  erigió  en  memoria  de  Isidoro  Maiquez  un 
monumento  con  tanta  sencillez  como  buen  g-usto. 

Muy  beneficioso  fué  el  pronunciamiento  de  1.°  de  Setiembre 
de  1840  para  el  nuevo  empresario,  como  que  la  Junta  de  Madrid 
no  dejó  ningún  empleado  de  viso  á  vida,  y  D.  Manuel  Bretón  de 
los  Herreros,  D.  Antonio  Gil  de  Zarate  y  D.  Ventura  de  la  Vega 
figuraron  al  golpe  entre  los  cesantes,  y  al  teatro  hubieron  de  recur- 
rir de  lleno  para  sostener  sus  obligaciones.  Bretón  de  los  Herreros 
compuso  entonces  muchas  de  sus  deliciosas  comedias;  Gil  de  Zarate 
sus  mejores  dramas;  Vega  tradujo  ó  arregló  piezas  chicas  y  grandes, 
como  á  destajo ,  si  bien  con  el  hábil  tino  de  costumbre.  Sus  arreglos 
ó  traducciones  se  anunciaban  siempre  en  los  carteles  como  de  un 
distinguido  literato  -.  para  la  crítica  imparcial  llegó  á  picar  este 
calificativo  constante  en  historia ;  y  con  más  ó  menos  benévolo 
tono  dijo  que  no  merecía  tal  dictado  sin  ensayar  las  fuerzas  pro- 
pias y  coger  laureles  en  los  caminos,  donde  otros  ingenios  los  cose- 


Y    SU    ÉPOCA    EN    EL    TEATRO.  619 

chaban  abundantes.  Mal  podía  el  buen  talento  de  Veg-a  desconocer 
que  la  crítica  no  iba  descaminada ;  y  para  dar  elocuente  respuesta 
se  puso  á  la  obra,  y  de  sí  dio  primero  el  arreglo  excelente  de  Los 
Partidos ,  y  á  poco  la  gran  comedia  titulada  £1  Hombre  de  mundo, 
y  en  seguida  el  estimable  drama  Don  Fernando  el  de  Antequera, 
y  la  crítica  imparcial  hubo  de  reconocer  por  voto  unánime  que  Don 
Ventura  de  la  Vega  era  efectivamente  un  distinguido  literato  á 
todas  luces.  Durante  este  período ,  y  mucho  tiempo  después  hubo 
reuniones  amenísimas  todas  las  noches  en  el  cuarto  de  D.  Julián 
Romea,  adonde  asistían  desde  el  ya  anciano  D.  Juan  Nicasio 
Gallego,  hasta  el  casi  infantil  D.  Narciso  Serra,  ya  muy  agudo  y 
repentista  privilegiado.  Grandes  pruebas  diéronse  allí  de  ingenio 
en  paronomasias ,  charadas  representadas,  quincenas  consistentes 
en  acertar  cosas  ó  fórmulas  dificilísimas  á  las  quince  preguntas, 
y  en  sonetos  de  pié  forzado.  Aún  conservará  probablemente  Don 
Juan  Prim  la  carta  que  le  escribieron  los  tertulianos  de  Romea  con 
motivo  de  sus  triunfos  el  año  de  1843  en  Cataluña,  cuando  la 
coalición  de  progresistas  y  moderados  no  estaba  aún  rota.  Asi- 
mismo fueron  por  entonces ,  y  con  diferencia  de  un  año  menos  un 
día ,  la  traslación  al  cementerio  de  San  Nicolás  de  los  restos  mor- 
tales de  D.  Pedro  Calderón  de  la  Barca  y  de  D.  José  de  Espronceda; 
de  aquél  por  haberse  derribado  la  parroquia  del  Salvador  en  donde 
tenía  el  sepulcro ;  de  éste  por  su  fallecimiento  sentidísimo  á  la  edad 
de  treinta  y  dos  años.  Ambas  solemnidades  fúnebres  inspiraron 
patéticas  frases  á  Romea  en  un  romance  improvisado  al  pasar  por 
delante  del  teatro  del  Príncipe  las  cenizas  de  Calderón  de  la  Barca, 
y  en  este  soneto  dedicado  á  su  tumba  el  día  después  de  la  muerte 
de  Espronceda. 

«  Perdona ,  Calderón ,  si  lleva  inciertas 

Mis  voces  hasta  tí  la  pena  mía, 

Que  traigo  á  saludar  tu  tumba  fría 

Hondas  heridas  en  el  alma  abiertas: 
»La  avara  sepultura  abrió  sus  puertas , 

Y  el  noble  amigo ,  que  mi  amor  tenia, 

Que  yo  abrazaba  cuando  Dios  quería, 

Ya  no  me  tiende,  no,  sus  manos  yertas. 
»Acoge  tierno  en  la  morada  santa 

Al  sol  caído  en  sa  lozana  aurora: 

Di  le  que  sólo,  en  desventura  tanta. 


620  DON    JÜLÍAN    ROMEA 

»Lágrimas  tengo  que  ofrecerle  ahora: 
Que  si  al  recuerdo  del  dolor  se  canta, 
Ante  la  causa  del  dolor  se  llora.» 

Desde  los  sucesos  de  1843,  D.  Tomás  Rodríguez  Rubí  fué  quien 
más  principalmente  coadyuvó  á  los  triunfos  escénicos  de  Romea  con 
su  fecundidad  asombrosa  y  con  su  habitual  acierto ,  pues  de  todas 
las  pruebas  salió  triunfante ,  no  bajando  quizá  de  setenta  sus  pro- 
ducciones. Sucesivamente  se  los  proporcionaron  también  D.  Ma- 
nuel Juan  Diana,  D.  Narciso  Serra,  D.  Ángel  María  Dacarrete  y 
otros  jóvenes  y  aventajados  autores:  siempre  Bretón  de  los  Herre- 
ros mantuvo  su  trato  feliz  con  las  musas ,  á  pesar  de  sus  ocupacio- 
nes de  Bibliotecario :  D.  Antonio  Gil  de  Zarate  no  podía  ya  atender 
más  que  á  sus  continuos  trabajos  y  solícitos  afanes  por  mejorar  y 
difundir  la  instrucción  pública  en  España:  D.  Ventura  de  la  Vega 
también  se  vio  elevado  á  empleos  de  monta :  casi  exclusivamente 
escribió  Zorrilla  para  D,  Carlos  Latorre:  su  reputación  principal 
ganó  D.  Luis  Eguilaz  interpretando  esmeradamente  D.  José  Va- 
lero sus  protagonistas ,  aunque  muy  posteriormente  debiera  igual 
ventaja  á  D.  Julián  Romea  en  La  Cruz  del  matrimonio  y  en  Los 
Soldados  de  plomo:  D.  Isidoro  Gil  y  Baus  y  D.  Luis  Mariano  de  Larra 
tuviéronle  por  intérprete  superior  en  el  Súllivan  y  La  Oración  de 
la  tarde.  Aquí  no  es  posible  enumerar  los  autores  que  llegaron  á 
ganar  laureles  con  auxilio  del  actor  afamado ,  y  menos  las  obras 
que  éste  supo  abrillantar  en  las  tablas.  Cualquiera  omisión  puede 
ser  bien  suplida  por  los  varios  lectores ,  pues  se  trata  de  frescas 
memorias.  Romea  trabajó  diversas  temporadas  en  Barcelona,  Zara- 
goza ,  Sevilla  y  otras  capitales ;  y  público  atrajo  en  la  Corte  así  al 
teatro  del  Príncipe  como  al  del  Circo ,  y  al  de  Variedades  como  al 
de  los  Basilios,  á  que  puso  el  nombre  de  Lope  de  Vega. 

Ocupando  entre  los  poetas  contemporáneos  un  lugar  distinguido, 
naturalmente  D.  Julián  Romea  había  de  formar  parte  de  todas  las 
reuniones  literarias.  Por  el  orden  cronológico  se  debe  citar  la  que 
tuvo  en  los  años  de  1845  y  1846  D.  Patricio  de  la  Escosura.  A  su 
casa  de  la  calle  del  Amor  de  Dios  acudíamos  todos  los  miércoles 
muy  gozosos.  Allí  leyeron  el  Duque  de  Frías  su  epístola  de  El 
Proscripto :  D.  Nicomedes  Pastor  Díaz  su  novela  De  VillaJiermosa 
d  la  China '■  D.  Patricio  de  la  Escosura  su  Patriarca  del  Valle' 
D.  Tomás  Rodríguez  Rubí  La  Corte  de  Carlos  11^  drama  que  no 


y   su    ÉPOCA    EN   EL    TEATRO.  621 

se  lleg-ó  á  poner  en  escena :  D.  Julián  Romea  varias  de  sus  Can- 
ciones  á  Elvira ,  sus  Recuerdos ,  las  preciosas  seguidillas  A  su  hijo 
dormido ;  composiciones  que  resumen  toda  su  vida  de  hombre ,  sin 
más  que  agregarlas  el  romance  que  puso  en  el  álbum  de  la.  señora 
Doña  Tomasa  Andrés  de  Bretón  de  los  Herreros.  Con  el  titulo  de 
Bala  Roja  leyóse  por  el  mes  de  Octubre  de  1843  una  sátira  en  ter- 
cetos ,  y  anónima  por  entonces ,  que  era  contestación  á  otra  pu- 
blicada en  El  Espectador  pocos  dias  antes  bajo  el  epígrafe  del 
Cuadro  de  pandilla,  con  la  firma  de  D.  Juan  Martinez  Villergas. 
Todo  provino  de  que  á  D.  Antonio  María  Esquivel  le  ocurrió  pin- 
tar el  cuadro ,  que  hoy  posee  el  Ministerio  de  Fomento ,  y  ya  está 
reproducido  por  la  fotografía :  allí  se  figura  el  estudio  del  pintor  y 
una  lectura  hecha  por  Zorrilla,  á  la  cual  asisten  muchos  autores, 
quizá  todos  los  que  á  la  sazón  cultivaban  las  bellas  letras  y  resi- 
dían en  la  Corte  de  España.  Sin  duda  Villergas  tenia  mérito  de 
sobra  por  su  ingenio  agudo  para  ocupar  un  puesto  en  el  cuadro; 
pero  no  había  posibilidad  alguna  de  que  Esquivel  le  diera  allí  ca- 
bida ,  cuando  su  sátira  personal  tronaba  á  diestro  y  siniestro  contra 
todos  los  escritores ,  sin  más  razón  que  la  de  no  desaprovechar 
cualquiera  chuscada  que  tuviera  visos  de  donaire ;  y  á  la  verdad 
no  carecía  de  chiste  algún  pasaje  del  Cuadro  de  pandilla ,  bien 
que  girara  sobre  especies  mal  fundadas  y  de  refutación  obvia. 
Traducida  al  estilo  llano  la  sátira  de  Villergas ,  se  puede  muy  bien 
compendiar  en  estas  sencillas  palabras :  Jo  merezco  estar  aM  me- 
jor que  otros  muchos.  Nunca  se  han  publicado  los  tercetos  de  Bala 
Roja ,  y  aquí  se  va  á  poner  uno  sólo ,  por  ser  en  esta  forma : 

« ¡  Romea  entre  escritores !  ¡  Disparate ! 
Comedias  representa,  y  ser  no  pudo 
El  autor  de  MacMet  cómico  y  vate.» 

Más  de  una  vez  lució  asimismo  D.  Julián  Romea  su  numen 
poético  en  las  tertulias  literarias  del  Sr.  Marqués  de  Molins  y  del 
Sr.  Duque  de  Rivas ,  que  posteriormente  se  inauguraron  y  repro- 
dujeron los  años  posteriores  durante  varías  temporadas ,  con  frui- 
ción de  todos  los  amantes  de  la  literatura.  A  impulsos  de  acendrado 
patriotismo ,  no  desaprovechó  ocasión  de  celebrar  las  glorias  na- 
cionales. Por  eso  dijo  inspiradamente  la  primera  vez  que  pisó  el 
recinto  de  nuestra  Numancia  moderna : 


622  DON     JULIÁN    ROMEA 

«  ¡  TÚ  que ,  sin  otras  armas 
Que  el  pecho  de  tus  hijos  por  escudo , 
Volaste  á  la  victoria , 
Escalando  las  cumhres  de  la  gloria , 
Zaragoza  inmortal ,  yo  te  saludo ! 

Y  al  contemplar  mis  ojos 
Esas  deshechas  torres, 

Y  su  frágil  muralla  derribada 

En  propia  sangre  y  del  francés  bañada , 
Sus  hechos  memorables 
Mi  mente  acalorada 
Vivos  se  representa , 

Y  al  corazón  acude  arrebatada 

La  sangre  aragonesa  que  me  alienta. 

Y  santo  y  noble  orgullo  el  pecho  inunda 
Al  recordar  que  entre  su  noble  ruina, 
Padrón  glorioso  de  española  audacia , 

No  envidian  El  Portillo  y  Santa  Engracia 
Palmas  de  Maratón  y  Salamina !  » 

Asi  por  Octubre  de  1848  componía  un  sentido  romance  para  la 
corona  fúnebre  de  D.  Alberto  Lista,  maestro  sabio  y  paternal  de 
la  juventud  española  durante  no  menos  de  sesenta  años ;  y  por  No- 
viembre improvisaba  para  la  función  del  Liceo  de  Madrid ,  en  me- 
moria de  Lope  de  Vega ,  unas  ingeniosas  quintillas ,  cuyo  último 
verso  contiene  el  titulo  de  una  de  las  comedias  del  Fénix  de  nues- 
tra dramática  literatura.  Así  también  dedicó  posteriormente  un 
sentido  soneto  al  ya  difunto  D.  Carlos  Latorre;  y  el  dia  25  de 
Marzo  de  1855  exclamaba  á  propósito  de  la  coronación  del  gran 
Quintana ,  después  de  recordar  que  desde  niño  tenia  costumbre  de 
ver  enlazados  los  cantos  del  poeta  ilustre  á  las  glorias  españolas ,  y 
de  venerar  y  admirar  su  nombre ,  ora  se  inspirase  en  las  victoriosas 
cruces  de  Pelayo ,  ora  en  la  gloriosa  rota  de  Trafalgar,  ora  en  los 
brios  de  nuestra  gente  bisoña ,  segando  los  lauros  de  Marengo  y 
de  Jena : 

«Ea ,  vates  de  España ,  abridle  paso 
Al  noble  afán  que  reprimido  suena , 

Y  las  arpas  herid  de  Garcilaso, 
De  León ,  de  Rioja  y  de  Balbuena ! 


Y    SU    ÉPOCA    EN    EL    TEATRO.  623 

»Y  vea  el  mundo,  de  respeto  lleno, 
Que  aquí  se  elevan  á  la  par  brillantes , 
Junto  á  la  lanza  de  Guzman  el  Bueno 
Los  frondosos  laureles  de  Cervantes. 

»Yo  callaré  cuando  los  aires  rompa 
El  canto  audaz  al  remontarse  al  Cielo, 

Y  entre  el  estruendo  de  la  augusta  pompa 
En  mi  humildad  me  quedará  un  consuelo : 

»Que  ante  esa  gloria  poderosa  y  alta , 
.  Que  hoy  nuevos  brios  y  esplendores  cobra , 
Si  digna  voz  para  cantar  me  falta , 
Para  admirarla  corazón  me  sobra.» 

No  habia  de  permanecer  silencioso  cuando  en  1860  excitó  la 
Academia  Española  á  cantar  la  grande  prez  conquistada  en  África 
por  nuestros  soldados,  de  los  cuales  dijo  Romea  en  su  oda  bien  en- 
tonada y  que  obtuvo  mención  honorífica  á  la  par  de  otras. 

« ¡  Atribuladas  gentes 
De  Tetuan ,  borrad  de  la  memoria 
Vuestros  males  presentes ; 
Esos  que  veis  llegar  con  tanta  gloria, 
Son  generosos  porque  son  valientes ! 

»¿Los  veis,  los  veis  humanos, 
Tras  el  fragor  de  la  batalla  impía , 
Tenderos  hoy  las  manos? 
Es  que  la  Cruz  del  Redentor  los  guia. 
Es  que  españoles  son,  y  son  cristianos. 

»Vedlos  vuestros  prolijos 
Males ,  con  santa  caridad  preciada , 
Trocar  en  reg-ocijos , 

Y  con  el  pan  de  su  ración  tasada 

El  hambre  hartar  de  vuestros  propios  hijos. 

»Nietos  son  de  los  grandes 
Soldados  de  Pavía  y  Cerinola , 
De  Clavijo  y  de  Flándes , 
Que  la  enseña  llevaron  española 
Desde  la  mar  ibérica  á  los  Andes.» 

Como  hombre  de  familia  y  de  sociedad  se  distinguió  D.  Julián 


624  DON    JULIÁN  ROMEA 

Romea,  á  la  par  que  como  actor  célebre  y  poeta  de  nota.  Su  amor 
filial  hállase  patéticamente  expresado  en  estas  bellas  estrofas  de 
sus  Recuerdos : 

«  ¡Madre  del  alma,  cuyo  amante  beso 
Dulce ,  inefable ,  me  halagara  un  dia  ! 
Ya  nunca  á  verte  volverán  mis  ojos... 

¡  Ay,  madre  mia  ! 
»Ya  de  mirarte,  venerable  anciano, 
Nunca  á  mis  ojos  volverá  el  consuelo: 
Noble  tu  alma  entre  las  almas  justas 

Vive  en  el  Cielo. 
))Fué ,  padre  mió,  tu  tranquila  muerte 
Fin  de  una  vida  de  virtudes  llena , 
De  un  dia  claro,  despejado,  limpio. 

Noche  serena. 
»Nunca  mis  labios  besarán  filiales  , 
¡  Triste  certeza  que  mi  llag-a  encona ! 
La  que  cenias  de  cabellos  blancos 

Santa  corona. 
» ¡  Nunca !  ¿  Quién  sabe  ?  Mi  sufrir  me  cansa ; 
Tal  vez  muy  pronto  á  su  rigor  sucumba , 
Tal  vez  muy  pronto  de  la  tuya  al  lado 

Se  alce  otra  tumba.» 


De  amor  paternal  rebosan  las  tiernas  seguidillas  dedicadas  á  su 
Hijo  dormido ,  con  el  matiz  melancólico  de  todas  sus  composicio- 
nes ,  hasta  de  la  escrita  para  el  álbum  de  una  señora ,  de  donde  es- 
tán sacados  los  versos  con  que  se  encabezan  estos  apuntes,  pues 
dan  á  conocer  el  estado  habitual  de  su  alma  dolorida ,  aun  cuando 
los  públicos  aplausos  impulsaban  al  actor  esclarecido  hacia  las  cum- 
bres de  la  gloria.  Don  Julián  Romea,  enseñando  teórica  y  prác- 
ticamente que  el  arte  de  la  declamación  consiste  en  la  verdad,  é 
identificándose  naturalmente  con  los  personajes  á  quienes  repre- 
sentaba sobre  las  tablas ,  no  habia  de  fingir  en  sus  poesías  los  sen- 
timientos que  más  ennoblecen  al  hombre  de  familia.  ¿Acaso  ignora 
nadie  que  dedicó  principalmente  la  honra  y  el  provecho  de  su  mé- 
rito artístico  á  ser  báculo  de  la  vejez  de  sus  padres,  á  la  par  que 


Y   SU   ÉPOCA    EN    EL    TEATRO.  62» 

padre  amoroso  de  todos  sus  hermanos?  Carácter  de  fraternidad  tu- 
vieron algunas  de  sus  amistades ,  como  la  que  le  unió  á  Espronce- 
da,  tan  llorado  por  su  corazón  y  tan  vivo  siempre  en  su  memoria; 
y  á  D.  Miguel  de  los  Santos  Alvarez ,  retenido  cariñosamente  bajo 
su  techo  cuando  volvió  del  Brasil  y  de  Buenos- Aires .  y  á  D.  Ven- 
tura de  la  Veg-a,  á  quien  estimulaba  en  1861  desde  Sevilla ,  por 
medio  de  una  epístola  muy  afectuosa ,  para  que  fuera  allí  á  con- 
valecer de  sus  males ,  no  sin  el  incentivo  de  que  le  saldría  á  reci- 
bir á  Córdoba  en  unión  de  su  hermano  Florencio  y  de  Sobrado,  y 
de  que  luego  le  cuidarían  todos. 

Igual  expansión  acreditaba  de  maestro  en  el  Conservatorio,  don- 
de fué  alumno.  Su  Manual  de  declamación  está  dispuesto  en  pre- 
guntas y  respuestas ,  de  forma  de  facilitar  la  enseñanza  y  de  poner 
á  los  discípulos ,  sin  esfuerzo ,  en  la  via  de  penetrar  los  varios  gé- 
neros de  la  poesía  dramática  y  de  la  metrificación  más  comun- 
mente usada  en  ellos ;  de  adquirir  noticias  sobre  la  historia  del 
teatro ,  y  con  particularidad  respecto  de  España ,  y  de  comprender 
las  dotes ,  la  instrucción  y  demás  circunstancias  que  deben  reunir 
los  actores :  todo  trazado  con  admirable  sencillez  y  buen  gusto ,  y 
con  el  deseo  nobilísimo  de  prodigar  y  difundir  los  frutos  de  su  asi- 
duo trabajo  y  de  su  experiencia  ilustrada. 

Siempre  D.  Julián  Romea  fué  hombre  piadoso ,  y  lo  revelan  sus 
composiciones  á  la  Muerte  de  Jesús  j  k  La  Fe  c/«í^««;2.« ,  premiada 
esta  última  con  la  medalla  de  oro  en  un  certamen  del  Liceo.  Tres 
años  atrás  estuvo  ya  enfermo  de  peligro :  á  beneficio  de  las  aguas 
de  Alhama  y  de  los  aires  del  Escorial  convaleció,  en  términos  de 
salir  nuevamente  á  la  escena  en  Madrid  y  aun  de  hacer  una  ex- 
cursión á  Barcelona.  Digno  sucesor  fué  de  D.  Ventura  de  la  Vega 
en  la  dirección  del  Conservatorio :  antes  había  tenido  la  del  teatro 
particular  de  Palacio.  Con  dificultad  salía  ya  de  su  casa,  y  todavía 
cultivaba  el  arte ,  y  sentía  alivio  á  sus  dolores,  ensayando  MnjeT. 
gazmoña  y  Marido  infiel  y  La  Niña  hola ,  para  que  la  represen^-f 
tasen  las  hijas  y  algunos  tertulianos  de  su  cuñado  el  Presidente 
del  Consejo  de  Ministros.  Sus  poesías  postreras  son  espontánea  ex- 
presión de  sus  afectos  de  familia  y  de  sus  sentimientos  religiosos, 
pues  compuso  cantos  en  ocasión  de  las  bodas  de  dos  sobrinas,  y 
sin  duda  por  última  vez  cogió  la  pluma  para  trazar  estas  cuartetas 
notables ,  principio  de  una  composición  no  acabada ,  y  parecida  por 
consiguiente  al  Canto  del  Cisne, 


626  DON   JULIÁN   ROMEA 

«  Hay  momentos  de  penar 
Tan  rudo  y  tan  obstinado, 
Que  más  de  una  vez  he  estado 
A  punto  de  blasfemar.» 

»Pero  al  fin  no  ha  sido  así, 
Que ,  en  medio  de  mi  agonía, 
Mi  santa  Virgen  María 
Tiene  compasión  de  mí. 

»  Y  envía  á  mi  corazón, 
Que  con  el  dolor  delira, 
En  vez  de  la  hirviente  ira, 
La  santa  resignación. 


¡  Lástima  que  haya  quedado  por  concluir  una  poesía  tan  cris- 
tiana !  Jamás  abandonó  á  D,  Julián  Romea  su  espíritu  elevado. 
Lleno  de  confianza  en  mejorar  su  salud,  fué  á  Loeches  el  11  de 
Agosto,  y  pocas  horas  después  bajaba  al  sepulcro;  ¡triste  suceso 
divulgado  instantáneamente  en  la  Corte  y  en  las  provincias ,  lle- 
vando la  aflicción  á  sus  amigos  y  admiradores !  Nada  más  expre- 
sivo que  el  breve  discurso  pronunciado  por  el  insigne  Ernesto  Rossi 
en  un  teatro  de  Barcelona ,  al  llegar  allí  la  noticia  infausta.  De 
luto  está  escena  española  por  la  pérdida  irreparable.  ¡Qué  es- 
pectácuxo  el  del  entierro  de  tan  célebre  artista !  Sin  invitación  pú- 
blica ni  privada,  allí  se  veían  los  que  aún  viven  y  tienen  la  resi^ 
dencia  en  esta  Corte  de  cuantos  asistieron  á  sus  primeros  triunfos, 
y  los  propalaron  desde  el  café  del  Príncipe  á  todas  partes ,  y  de 
cuantos  frecuentaron  el  Liceo  y  las  tertulias  literarias  en  su  com- 
pañía ,  y  celebraron  banquetes  patrióticos  y  expusieron  su  vida  por 
la  santa  libertad  en  horas  de  empeño  con  el  uniforme  de  milicia- 
nos. Allí  se  agrupaban  detrás  de  un  féretro  con  las  lágrimas  en  los 
ojos,  los  que  tiempos  atrás  militaron  bajo  una  bandera  con  el  más 
caloroso  entusiasmo.  Todos  somos  ya  viejos;  no  todos  pueden  hoy 
blasonar  de  perseverantes.  ¿Dónde  están  los  jóvenes  de  ahora?  No 
es  de  temer  que  los  postre  el  desmayo  ,  ni  que  se  pierdan  las  con- 
quistas hechas  á  costa  de  grandes  esfuerzos  y  sacrificios :  tantas 
aspiraciones  generosas ,  tantas  esperanzas  acariciadas ,  no  han  de 


Y   Sü   ÉPOCA    EN    EL    TEATRO.  627 

parar  en  inacabables  tormentos  y  en  estériles  desengaños.  Todos 
somos  ya  viejos;  pero  muchos  nos  hallamos  aptos  para  decir  á  la 
juventud  española ,  como  el  gran  cancionero  Beranger  á  la  de  su 
patria. — «Sentada  algún  dia  sobre  la  playa,  y  bendiciendo  un 
cielo  puro  y  dulce ,  ten  lástima  de  los  marinos ,  á  quienes  la  tem- 
pestad fatigó  con  su  furia ;  pues  derecho  tienen  á  alguna  estima- 
ción los  que,  ya  cansados  de  esfuerzo  tan  largo  y  próximos  á 
hundirse  en  el  abismo,  aún  con  su  mano  te  señalaban  el  puerto.» 

Antonio  Ferber  del  Rio. 


EL  CANTO  DEL  CISNE, 

EPISODIO  PRIMERO  DE  LAS  MEMORIAS  DE  DN  CORONEL  RETIRADO. 


XXII. 

EN  FRANCIA.— ROMPIMIENTO  CON  LAURA.— DESAPARICIÓN 

DE    GUZMAN.  — NACIfflENTO   DE  CARLOS  DE  PIERREFITTE— EL  PRÍNCIPE  ADOLFO  DE 
FALKOPING.— UN  ACCIDENTE  CATALÉPTICO.  (D 

(Madrid  15  de  Octubre.) 

(Continuación.) 

La  Condesa  prosig-uió  diciendo : 

— Encontrámonos ,  en  efecto ,  y  cuando  menos  lo  esperábamos, 
Carlos  y  yo  en  Montmorency,  ó  más  bien,  á  orillas  del  delicioso  lago 
de  Enghien :  pero  un  poco  menos  novelescamente ,  ó  para  hablar 
con  más  exactitud ,  no  tan  acuáticamente  como  á  la  romántica 
Laura  le  plugo  pintárselo  á  V.,  amigo  Lescura.  En  el  momento 
de  desembarcar,  puse,  aturdida,  el  pié  sobre  la  borda  del  barqui- 
chuelo ;  vaciló  aquel ,  y  Guzman ,  acudiendo  oportuno  á  darme  la 
mano,  evitónos  á  mi  el  baño  que  la  galante  viuda  supone ,  y  á  él 
mismo  la  necesidad  de  hacer  el  buzo  para  pescarme,  á  manera  de 
perla,  en  aquel  mar  en  miniatura. 

Excuso  decir  que,  á  primera  vista,  Laura  y  yo  nos  adivinamos, 

(1)  En  el  Diario  de  Lescura  prosigue,  en  este  párrafo  ó  capítulo,  la  narra- 
ción comenzada  en  el  XIX,  continuada  en  los  que  siguen  y  que  no  acaba  en  el 
presente.  Difícil,  sino  imposible,  me  parece  que  tan  largo  cuento ,  se  refiriese 
en  sola  una  noche;  y  probable  que  diera  asunto  á  dos  ó  más  conversaciones: 
pero  así  lo  encuentro  en  el  manuscrito  original,  y  así  es  de  mi  deber  áe^ax- 
\o.(N.delE.) 


MEMORIAS  DE  ÜN  CORONEL  RETIRADO.  ^9 

ya  que  no  pueda  decir  que  nos  reconocimos ,  puesto  que  nunca  nos 
habiamos  antes  conocido :  pero  he  de  confesar  que  de  parte  de  ella 
estuvieron  la  prudencia  ó  la  perfidia,  desde  el  primer  momento,  y 
de  la  mia  la  temeridad  provocativa,  más  bien  que  la  franqueza. 
¿Por  qué  negarlo?  Mis  celos  eran  y  me  parecían  legítimos;  consi- 
derábame robada;  y  no  pudiendo  dejar  de  querer  á  Carlos,  abor- 
recía con  toda  mi  alma  á  la  seductora  mujer  que,  en  sus  brazos,  me 
le  tenia  aprisionado.  Prodigios  de  femenil  diplomacia  tuvo  que  hacer 
la  pobre  Mme.  Saint-Sernin  para  contenerme  en  los  limites  de  la 
buena  educación  siquiera;  y  prodigios  que  fueran  inútiles,  si  Laura 
misma  no  contribuyera  muy  eficazmente  á  evitar,  ó  al  menos  á 
dilatar  la  catástrofe. 

L.     ¿Y  D.  Carlos,  Condesa,  qué  hizo,  viéndose  en  tal  conflicto? 

G.  Olvidar,  apenas  me  vio,  cuanto  contra  mi  habia  la  calum- 
nia inventado ;  arrepentirse  amargamente  de  su  infidelidad ;  tener 
el  valor  de  abrirle  su  corazón  á  Laura;  y  volar  á  mis  pies  á  confe- 
sar sus  culpas ,  declararse  incrédulo  de  las  que  á  mí  se  me  suponían, 
y  obtener  su  perdón,  ó  mas  bien:  oír  de  mis  labios  que  nunca  habia 
dejado  de  amarle. 

B.  ¡Buena  se  pondría  la  Estanquerita  aragonesa! 

C .  Se  engaña  V.,  amigo  Manuel ,  sí  cree  que  Laura  manifestó 
ni  sorpresa  ni  enojo,  al  oír  la  explícita  y,  para  ella,  poco  lisonjera 
confesión  de  Carlos.  Cualquiera  otra  mujer  de  su  especie  hubiera, 
en  tal  caso,  acudido  al  sentimentalismo  ó  á  la  furia:  Laura,  con  me- 
nor acuerdo  y  más  arte ,  tomó  la  actitud  de  una  resignada  Magda- 
lena.— «Su  amor,  decia,  era  culpable  :  nada  más  natural  que  reci- 
»bírel  castigo  por  mano  del  mismo  á  quien  sus  deberes  inmolaba. 
»Una  vez  la  inocencia  de  Cecilia  reconocida,  prosiguió  diciendo, 
»¿cómo  no  le  has  de  devolver,  Carlos,  tu  corazón?  Desgarras  el 
»mío,  es  verdad :  pero  ese  es  el  justo  castigo  de  mi  culpa.  Vuelve^ 
» vuelve  pues  á  los  brazos  de  mí  rival  dichosa ;  olvídame  en  ellos,  si 
»quieres;  pero  no  me  odies,  ni  me  maldigas.  Yo,  por  mi  parte,  en 
»medio  de  mis  padecimientos ,  que  espero  no  duren  mucho ,  haré 
»votos  por  tu  dicha. — Un  solo  favor  te  pido,  ¡  oh  Carlos!  á  quien 
»ya  no  me  atrevo  á  llamarme;  y  es  que,  al  separarte  de  mí  y 
»abandonarme,  no  me  deshonres  á  los  ojos  del  público,  ni  compro- 
»metas  la  tranquilidad  del  pobre  Piedrafirme ,  que  tanta  fe  tie- 
»ne  en  su  mujer,  y  tan  entrañablemente  quiere  á  su  Ayudante. 
^Norabuena  que  dejemos  de  ser  amantes ;  norabuena  que  lo  seas,  y 


630  MEMORIAS 

»yo  lo  sepa,  de  la  venturosa  Cecilia ;  pero  no  hagamos  alteración 
»alguna  en  nuestro  aparente  modo  de  vivir ,  al  menos  por  ahora. 
»La  mortificación  de  ser  conmigo  atento  y  galante ,  como  hasta 
»aqui  te  ha  visto  el  mundo ,  por  grande  que  sea ,  no  me  pare- 
»ce  castigo  de  sobra  cruel ,  para  el  mal  que  á  mi  corazón  le  has 
»hecho.» 

D.  Preciso  es  confesar  que  esa  mujer  es,  en  su  clase,  un  Genio. 
¿Cómo  habia  Guzman  de  negarse  á  pretensión,  al  parecer,  tan 
racional  y  modesta?  ¿Cómo  habias  tú  misma  de  rehusar  tu  con- 
sentimiento á  que  él,  en  ese  punto,  complaciera  á  Laura? 

C .  Pues,  sin  embargo ,  te  confieso  que  mi  primer  impulso  fué 
negarme  rotundamente  á  toda  transacción  en  la  materia ,  y  poner 
á  Carlos  en  la  forzosa  alternativa  de  salir  de  casa  de  Piedrafirme 
en  el  acto  y  renunciar  para  siempre  al  trato  de  Laura,  ó  de  rom- 
per conmigo,  también  en  el  acto  y  también  para  siempre. 

B.  i  Ojalá  lo  hubiera  V.  hecho  asi,  Cecilia! 

D.  Ahora  y  conocidos  los  resultados,  tiene  V.  razón,  amigo 
mió :  pero  entonces  todas  las  reglas  de  la  prudencia  y  hasta  de  la 
caridad,  exigian  imperiosas  que  Cecila  siguiera,  como  siguió,  los 
cuerdos  consejos  de  Mme.  de  Saint-Sernin. 

C .  De  hecho ,  no  cabe  negar  que  lo  que  yo  deseaba  hubiera 
abierto  inmediatamente  los  ojos  al  honrado  y  crédulo  General ,  que 
tan  obstinadamente  los  cerraba  para  no  ver  las  fragilidades  de  su 
esposa. 

L.  ¡Fragilidades,  Condesa!  ¡Parécemeque  solamente  de  sus 
relaciones  con  D.  Carlos  podia  entonces  acusársela ! 

D.  i  Bravo ,  mi  Alférez !  ¡  Bravo !  —  ¡  Asi  me  gustan  los  hom- 
bres ;  defendiendo  á  la  dama ,  buena  ó  mala ,  cuyos  favores  una  vez 
lograron ,  hasta  contra  la  evidencia  misma  de  sus  culpas. — Pero, 
amigo  mió,  aquí  tenemos  que  atenernos  á  la  verdad  lisa  y  llana. 
Ya  Cecilia  le  ha  indicado  á  V.  que  la  protección  dispensada  á  Pie- 
drafirme por  el  Mariscal  Lannes  no  fué  absolutamente  gratuita;  y 
yo  añadiré,  sabiéndolo  de  muy  buena  tinta,  que  esa  protección, 
legada  por  el  Duque  de  Monte  bello  á  cierto  amigo  suyo ,  funcio- 
nario de  muy  alta  categoria  en  el  Imperio,  y  que,  á  la  cuenta,  aceptó 
aquella  herencia  á  beneficio  de  inventario ,  exigia  uno  ó  dos  viajes 
de  Laura  á  Paris  todos  los  meses.  Unas  veces  tenia  que  ir  á  com- 
pras; otras  la  llamaban  negocios  urgentes,  ó  giros  que  hacer  efec- 
tivos; y,  como  ni  el  General  ni  su  Ayudante  podian  salir  del  punto 


DE   UN  CORONEL  RETIRADO.  6d]:t 

de  su  residencia ,  ni  menos  poner  la  planta  en  la  Capital ,  era  for- 
zoso que  la  Señora  se  tomara  la  molestia  de  hacer  el  viaje,  muy  de 
mala  gana ,  y  de  permanecer  allá ,  también  contra  su  voluntad, 
cuándo  tres  dias,  cuándo  una  semana  entera;  volviéndose,  casi 
siempre,  con  alguna  joya  ó  algún  traje  ,  comprados,  por  supuesto, 
con  el  fruto  de  sus  admirables  economías  durante  el  mes  anterior. 
Ni  en  cierto  Ministerio ,  cuyo  Secretario  general  en  aquella  época 
he  conocido  y  tratado  mucho  yo  luego  en  París ,  ni  tampoco  en  la 
Prefectura  de  Policía,  se  ignoraba  á  qué  iba  Laura  periódicamente 
á  París ,  ni  por  qué  se  toleraba  la  residencia  de  Piedrafirme  en 
Montmorency ,  ni  tampoco  qué  personaje  daba  lecciones  tan  útiles 
de  economía  doméstica  á  la  belle  prisonniére :  pero  ni  el  marido  ni 
su  Ayudante,  in  utroque,  (1)  tenían  relaciones  con  los  Ministros 
franceses  ni  con  el  Prefecto  de  policía  tampoco. 

C.  Como  quiera  que  sea ,  yo  cedí  á  las  súplicas  de  Carlos  y  á 
los  consejos  de  Carolina,  primero  venciendo  á  duras  penas  mi  ins- 
tintiva repugnancia ;  después,  y  no  muy  tarde ,  ya  con  gusto,  se- 
ducida por  el  irresistible  atractivo  de  que  Dios  ha  dotado  á  Laura, 
como  á  ciertas  serpientes  que ,  según  cuentan  los  naturalistas,  fas- 
cinan y  atraen  á  las  que  han  de  ser  sus  víctimas.  Pasamos ,  pues, 
algunos  meses  pacíficamente,  ó  por  lo  menos  páselos  yo  tranquila; 
porque  á  Carlos  tardó  poco  la  pérfida  belleza  en  hacerle  compren- 
der sus  maquiavélicos  proyectos ,  si  no  del  todo ,  lo  bastante  para 
tenerle  en  brasas.  ¿Amábale  Laura  real  y  verdaderamente?  No  me 
atrevo  á  negarlo,  y  mucho  menos  á  afirmarlo.  Las  mismas  Mesa- 
linas  suelen  sentir  preferencias  que  parecen  amores ,  sin  perjuicio 
de  su  habitual  infame  comercio ;  y  es  posible  que  aquella  mujer  en 
el  fondo  de  su  corazón  ,  si  corazón  tiene ,  sintiera  por  Guzman  una 
pasión  sincera.  En  todo  caso,  por  amor  ó  por  vanidad,  por  sen- 
timiento ó  por  despecho ,  nunca  abandonó  la  idea  de  robarme  á 
Carlos;  y,  si  bien  fiel  en  la  apariencia  á  lo  pactado,  sometíase  á 
tolerar  las  relaciones  de  aquel  conmigo,  no  desperdiciaba  ocasión, 
en  secreto,  de  provocarle  á  reincidir  en  la  pasada  culpa.  Guzman, 
reducido  al  más  santo  que  airoso  papel  de  José  con  la  esposa  de 
Putifar,  vivía,  como  he  dicho,  en  brasas:  pero,  á  fuer  de  caballero, 


(1)  Este  latín  de  la  Duquesa  me  parece  sospechoso ,  como  no  se  suponga, 
que  habiéndolo  leído  en  las  Onzas  de  Oro,  alguien  le  explicara  su  sentido. 
f  Nota  del  Editor.) 


632  MHMüRIAS 

ocultábame  lo  que  pasaba,  y  yo,  en  consecuencia,  estaba  tranquila. 
Asilas  cosas,  ya  comenzado  el  verano  de  1810,  hálleme  con 
una  carta  de  mi  padre ,  suceso  no  frecuente  en  nuestras  muy  poco 
cordiales  relaciones,  y  cuyo  contenido  tuvo  en  el  resto  de  mi  vida 
tristisimas  y  constantes  consecuencias. 

«Avisanme  de'  París  (decia  el  Conde),  que  frecuenta  la  casa  de 
»campo  en  que  vives,  el  desalmado  joven  que  trató  de  robarte  de 
»las  Salesas,  y  que  hoy,  prisionero  de  guerra  en  Francia,  debe  á  la 
^clemencia  del  Emperador,  de  quien  él  es  tan  oscuro  como  impla- 
»cable  enemigo,  la  libertad  de  que  abusa.  Como  has  nacido  para  mi 
»perpétuo  tormento ,  no  dudo  que  ahí  serás,  como  lo  fuiste  en  Ma- 
»drid  ,  su  cómplice  ;  y  estoy  resuelto  á  poner  término,  de  una  vez 
»para  siempre,  á  sus  audaces  tentativas  y  á  tu  criminal  conducta. 
»Sin  embargo,  más  por  respeto  al  nombre  que  llevas  que  por  con- 
»sideraciones  al  cariño  de  que  te  has  hecho  indigna,  quiero,  Ceci- 
»liá,  concederte  un  último  é  improrogable  plazo  para  la  enmien- 
»da.  A  los  ¿res  días  de  recibida  esta,  has  de  haber  roto  para  siem- 
»pre  con  ese  Brigante;  y,  á  vuelta  de  correo,  he  de  recibir  yo  tu  so- 
»lemne  y  jurada  promesa  de  obedecer  ciegamente,  en  todo  y  por 
»todo,  como  debes  hacerlo,  á  tu  padre. — Reflexiónalo  bien,  Cecilia: 
>ytres  dias  para  romper  con  él;  un  correo  para  someterte  sin  con- 
adiciones  á  mi  voluntad;  6 para  tu  amante  un  calabozo,  j para  ti 
»un  claustro  y  la  maldición  de  tu  padre.» 

L.  ¿Quién  pudo  denunciar  al  Conde  sus  renovados  amores  de 
usted  conGuzman? 

B.  ¿Quién  habia  de  ^er  sino  la  maldecida  Estanquera? 

C .  Asi  me  lo  figuré  desde  luego,  y  más  tarde  lo  he  sabido  con 
evidencia.  Antes  de  recibir  la  tal  carta,  ya  Carlos  y  yo  teníamos 
resuelto  casarnos  de  secreto.  Mme.  Saint-Sernin  nos  lo  habia  estor- 
bado hasta  entonces,  haciéndonos  ver  que  era  inconveniente  dar  tan 
aventurado  paso ,  mientras  las  circunstancias  no  lo  exigieran  pe- 
rentoriamente ;  pero  la  buena  señora ,  en  vista  de  las  tiránicas  in- 
timaciones del  Conde,  encontróse  con  los  labios  sellados.  La  alter- 
nativa era  indeclinable :  ó  bien  separarnos  para  siempre ,  ó  bien 
para  siempre  unirnos  en  lazo  indisoluble,  oponiendo,  con  el  Sacra- 
mento, un  obstáculo  á  nuestro  parecer  invencible  á  todo  poder  hu- 
mano. Graves  dificultades  se  oponían  á  la  realización  de  nuestro 
proyecto.  En  Francia  era  ya  entonces,  como  lo  es  ahora  ,  un  acto 
puramente  civil  el  matrimonio ,  y  nosotros,  como  extranjeros  ám- 


DE  UN  CORONEL  RETIRADO.  633 

bos,  Guzman  como  prisionero  de  guerra  muy  especialmente,  no 
podíamos,  sin  evidencia  de  que  nuestros  poderosos  enemigos  nos  sa- 
lieran victoriosamente  al  encuentro,  intentar  de  modo  alguno  el  tal 
matrimonio  civil,  que,  por  otra  parte,  á  mi  me  parecía  insuficiente. 

Pero,  si  casarnos  de  secreto,  ó  lo  que  es  lo  mismo,  extralegal- 
mente ,  era  arriesgado ,  ni  podíamos  pasar  por  otro  punto ,  ni  me- 
nos renunciar  á  un  enlace  en  el  cual  entrambos  librábamos  la  di- 
cha y  la  existencia  misma.  Carlos  buscó,  pues,  y  encontró  un 
sacerdote  católico  que  nos  uniera ,  como  nos  unió  en  efecto,  una 
noche  del  mes  de  Junio ,  ya  después  de  las  doce ,  en  la  capilla  de 
la  quinta  ó  castillo  de  Pierrefíite,  en  presencia  de  Mme.  de  Saint- 
Sernin,  de  su  Mayordomo  y  de  un  criado  antiguo  de  mi  casa,  que  en 
aquel  viaje  me  habla,  juntamente  con  una  doncella  española,  acom- 
paüado.  Extendióse  y  firmóse,  por  el  celebrante,  la  partida  de  mi  ca- 
samiento ,  y  con  el  sacerdote  mismo  la  firmamos  todos,  para  mayor 
solemnidad ;  con  lo  cual  creime  desde  aquel  momento  legítima  y 
para  siempre  esposa  del  que  amaba  y  amo. 

L.     (Involuntariamente.)  ¡Y  sin  embargo.  Condesa!.... 

C.  Antes  de  juzgarme ,  oiga  V. ,  Lescura,  todo  el  proceso  de  mis 
desdichas. 

D.  La  petición  es  más  que  justa ,  amigo  mió.  Tan  justa  como 
poco  caritativa  ha  sido  la  observación  de  V. 

L.     ¡Mil  perdones,  señora,  mil  perdones! 

C.  Las  apariencias  me  condenan ,  y  tanto  y  con  tal  fuerza,  que 
mi  conciencia  misma ,  no  quiero  ocultarlo,  más  de  una  vez  me  hace 
en  la  materia  severísimos  cargos. 

B.  ¿Es  posible  que  asi  la  aflija  á  V.  una  irreflexión  de  este 
botarate? 

C.  No,  Manuel ,  no :  lo  que  me  aflige  no  es  lo  que  Lescura  ha 
dicho ,  sino  lo  que  mi  conciencia  me  dice.  Pero  prosigamos  mi 
deplorable  historia. 

Pocas  semanas  después  de  ya  casados ,  tuvo  lugar  en  Montmo- 
rency,  y  en  casa  de  Laura,  si  no  precisamente  la  escena  de  su  in- 
vención que  ella  en  su  carta  refiere,  una,  en  sus  consecuencias,  á  la 
supuesta  muy  análoga.  Comimos ,  en  efecto ,  aquel  dia  en  casa  de 
Piedrafirme,  y  durante  la  comida  hube  yo  de  advertir  que  Laura, 
desesperada  con  los  desdenes  de  Carlos ,  y  atropellando  por  todo, 
solicitábale ,  casi  á  cara  descubierta,  á  mis  ojos  mismos  y  en  pre- 
sencia de  su  propio  marido.  Al  levantarnos  de  la  mesa  para  ir  al 
TOMO  ui.  41 


634  MEMORIAS 

saloncito  en  que  tomábamos  el  café ,  Carlos  que  nos  veía ,  á  su  Ge- 
neral hondamente  preocupado ,  y  á  mí  á  punto  de  estallar  celosa 
apresuróse  á  ofrecer  su  brazo  á  Mme.  de  Saint-Sernin,  personaje  neu- 
tral con  quien  podía  ó  creía  poder  mostrarse  impunemente  cortés; 
pero  Laura  estaba  en  uno  de  esos  paroxismos  de  pasión,  en  que, 
como  en  la  embriag-uez,  los  más  hábilmente  disimulados  revelan 
su  pensamiento  al  mundo  entero.  Paréceme  aún  estar  viéndola 
en  todo  el  explendor  de  su  clásica  belleza  de  Bacante  por  la  llama 
del  sensual  afecto  devorada ,  teñida  en  púrpura  la  mejilla ,  entre- 
abiertos los  rojos  labios,  como  por  la  sed  abrasados ,  húmeda  pero 
no  lánguida  la  mirada ,  y  prescindiendo  de  todo  y  de  todos ,  para 
no  ver  más  que  á  Carlos  solo  en  el  mundo.  Paréceme  oírla  todavía 
exclamar,  con  cínico  voluptuoso  acento ,  en  el  instante  en  que  el 
objeto  de  su  pasión  ofrecía  el  brazo  á  Carolina. — «¡No,  Guzman! 
No  cedo  mis  derechos  de  Generala.  ¡Déme  V.  el  brazo!» 

Simultáneamente  Piedrafirme  y  yo  pusímonos  lívidos  de  sorpresa 
y  rabia;  y  Guzman  quedóse  como  petrificado.  Solamente  Mme.  de 
Saint-Sernin,  acertando  á  sobreponerse  á  su  propio  asombro,  pudo  por 
el  momento  al  menos,  dilatar ,  ya  que  no  evitar,  el  de  la  catástrofe. 
Aparentando,  en  efecto,  que  tomaba  á  broma  la  escandalosa  exigen- 
cía  de  Laura ,  apartóse  de  Carlos ,  cuyo  brazo  estaba  á  punto  de  to- 
mar, y  llegándose  á  Piedrafirme,  díjole  con  serenidad  pasmosa: 
— «General,  vengúeme  V.  de  su  mujer  que  me  quita  mi  galán.» 
El  pobre  marido ,  sin  acertar ,  ó  tal  vez  sin  atreverse  á  mover  los 
labios  ,  temiendo  que ,  de  hacerlo ,  rebosara  en  ellos  la  angustia  que 
su  corazón  devoraba ,  limitóse  á  tender  el  brazo  á  Carolina ,  y 
echando  á  andar  con  ella,  salió  del  comedor,  á  mi  juicio,  sin  darse 
bien  cuenta  todavía  de  lo  que  por  él  estaba  pasando.  En  tanto 
Laura ,  que  se  había  del  brazo  de  Carlos  apoderado,  cual  si  por  de- 
recho de  conquista  le  perteneciera ,  apoyándose  en  él  como  solas  las 
mujeres  de  su  especie  saben  hacerlo,  siguió  á  su  marido,  lanzán- 
dome al  pasar  por  delante  de  mí ,  que  estaba  como  la  mujer  de  Lot 
en  estatua ,  no  sé  sí  de  sal  ó  de  fuego  convertida ,  una  mirada  de 
hiena  envuelta  en  una  sonrisa  de  esfinge. 

D.  Ni  los  novelistas  ni  los  autores  dramáticos  alcanzan  nunca  á 
inventar,  ni  pueden,  si  las  inventan,  reproducir  con  probabilidades 
de  feliz  éxito  respecto  al  público ,  situaciones  en  la  forma  tan  pura- 
mente urbanas,  y  en  el  fondo  tan  esencialmente  trágicas,  como  la  que 
tú,  Cecilia  mía,  acabas  de  pintarnos  con  tanta  poesía  como  verdad. 


DE  UN    CORONEL    RETIRADO,  635 

L.  Es  que  la  verdad,  Duquesa,  es  siempre  superior  en  efecto 
á  la  ficción,  con  tal  de  que  quien  la  pinta  sepa  encontrar  y  repro- 
ducir su  faz  poética. 

B.  Todo  eso  está  muy  bien;  pero  lo  que  importa  es  dejar  á  la 
Condesa  que  prosiga  refiriéndonos  lo  sucedido. 

G .  Dejónos  Fiedrafirrae  en  el  saloncito,  pretextando  su  habi- 
tual estado  valetudinario ;  y  Laura ,  que  realmente  aquella  tarde 
estaba  ebria  de...  amor  diré  para  explicarme  con  decencia,  sentóse 
junto  á  Carlos,  como  si  alli  estuviera  sola  con  él,  absolutamente 
sola,  amigos  mios.  Yo,  amante,  celosa,  mujer  legitima  y  por  na- 
turaleza violenta ,  apenas  hubo  el  General  desaparecido  de  la  es- 
cena y  vi  á  su  criminal  consorte  casi  sobre  mi  marido  reclinada,  y 
positivamente  con  los  ojos  devorándole  ,  perdi  á  mi  vez  los  estribos; 
y,  á  voces  y  con  frenética  violencia,  prorumpi  en  gritos  de  furia  y 
en  sangrientas  reconvenciones.  Mi  rival,  entonces,  afrontóme  impu- 
dente; Carlos  estaba  mudo  de  espanto;  Mme.  de  Saint-Sernin  oponia 
en  vano  su  razón  serena  al  desencadenado  torrente  de  nuestras  pa- 
siones ;  y,  por  fin ,  el  General  Piedrafirme  se  nos  apareció  en  el  din- 
tel de  la  puerta,  como  la  sombra  de  Banqiio  á  su  coronado  asesino, 
en  el  festin  tan  magistraimente  por  Shakespeare  descrito.  En  el 
fondo ,  la  razón  estaba  de  mi  parte ;  pero,  en  la  forma  y  manera  de 
sustentarla ,  ahora  confieso ,  y  entonces ,  al  aparecérsenos  Piedra- 
firme,  senti  que  habia  de  mi  derecho  imprudentemente  abusado. 
Si ,  amigos  mios ,  si ;  confieso  que  siento  y  sentiré  mientras  viva ,  un 
amargo  remordimiento  de  conciencia  por  haber,  con  la  explosión' 
de  mis  celos,  herido  de  muerte  el  noble ,  generoso  y  amante  cora- 
zón del  marido  de  Laura. 

B.  ¡Diga  V.  que  le  hizo  el  servicio  de  abrirle  los  ojos. 

C .  ¡No  diga  V.  tal,  Manuel,  no  diga  V.  tal!  En  esas  materias, 
el  desengaño ,  que  nada  remedia ,  redunda  sólo  en  tormento  del 
ofendido  mismo. 

D.  Cecilia  dice  bien,  generalmente  hablando;  pero  hace  mal 
en  culparse  por  lo  que  evitar  no  pudo.  Delatar  al  marido  la  infame 
conducta  de  su  mujer ,  aun  por  celos  tan  justificados  como  los  su- 
yos ,  fuera  una  infamia ;  estallar ,  tan  cínicamente  provocada  como 
ella  lo  fué,  cualesquiera  que  las  consecuencias  hayan  sido,  no  puede 
imponerle  responsabilidad  ninguna. 

C.  Quisiera  creerlo  asi,  Carmen  de  mi  vida;  y  en  todo  caso,  si 
mal  hubo  entonces ,  no  está  ya  en  mi  mano  remediarlo.  Volviendo 


636  MEMORIAS 

á  los  hechos,  en  el  acto  salimos  de  casa  de  Piedrafirme  para  no  vol- 
ver nunca  á  pisarla,  Mme.  de  Saint-Sernin,  Carlos  j  yo.  Nosotras 
dos  nos  retiramos  á  la  quinta  de  Pierreffite ;  mi  marido  fué  á  alo- 
jarse en  una  fonda  del  pueblo  del  mismo  nombre ,  con  ánimo  de 
acudir  por  escrito  al  Comandante  General  de  la  División  militar, 
pidiéndole  su  permiso ,  bajo  cualquier  especioso  pretexto,  para  va- 
riar asi  de  domicilio. 

Tres  dias  pasamos  viéndonos  casi  continuamente;  al  cuarto, 
Carlos  no  pareció  por  la  quinta ;  al  siguiente  mandamos  á  pregun- 
tar por  él  á  su  fonda,  y,  con  doloroso  asombro,  supimos  que,  ha- 
biendo salido  la  mañana  anterior  á  su  hora  acostumbrada ,  aún  no 
habia  vuelto,  ni  de  su  persona  se  tenia  la  menor  noticia.  Pintar  á 
ustedes  mi  inquietud  primero,  mi  dolor  después,  mi  mortal  angus- 
tia al  cabo  de  las  primeras  semanas ,  sería,  amigos  mios,  tan  prolijo 
como  inútil:  baste  decirles  que,  hasta  pasados  cinco  anos  no  volví 
á  tener  de  mi  marido  y  amante  noticia  alguna  verdadera  ,  y  que 
eran  veinte  los  trascurridos  cuando  han  vuelto  á  verle  mis  siempre 
enamorados  ojos. 

La  buena  de  Carolina ,  quizá  no  menos  afligida  que  yo ,  hizo  in- 
creíbles diligencias  para  averiguar  el  paradero  de  Carlos.  Todas 
fueron  inútiles.  Las  autoridades  locales ,  las  del  Departamento ,  el 
Prefecto  como  el  General,  todos  ignoraban  ó  todos  religiosamente 
callaban  aquel  desdichado  secreto.  Fuimos  á  París,  puso  Mme.  de 
Saint-Sernin  en  juego  todas  sus  relaciones,  que  eran  muchas  y  bue- 
nas; y  vimos  al  Prefecto,  y  al  Ministro  de  Policía,  y  al  de  la  Guerra, 
y  al  Embajador  del  intruso  Rey  José  en  la  Corte  Imperial;  ¡y  solici- 
tamos ,  y  preguntamos ,  y  lloramos !  ¡  Todo  en  vano !  Nadie  sabia 
de  Carlos,  ó  nadie  quería  decirnos  su  paradero. 

i  Ah !  Nunca  en  Venecia  fué  tan  bien  y  tan  sigilosamente  ser- 
vido el  sanguinariamente  tenebroso  Consejo  de  los  Diez,  en  sus  se- 
cretas ejecuciones,  como  el  Gobierno  de  Napoleón  el  Grande  lo  era 
en  sus  medidas  de  policía,  allá  en  la  época  á  que  me  refiero. 

Á  pesar  de  todo ,  mi  amor  cada  vez  más  ardiente ,  y  mi  carácter 
perseverante  hasta  la  obstinación,  lleváronme  en  mis  pesquisas 
al  extremo  de  la  importunidad  misma.  Con  verdad  puedo  decir  que 
nada ,  racional  ó  extravagante ,  me  quedó  por  hacer ;  y  sin  meta  - 
fora ,  que  miné  el  mundo  entero ,  como  vulgarmente  se  dice ;  más 
también,  para  no  mentir,  tengo  que  declarar  que  perdí  el  tiempo 
completa  y  lastimosamente. 


DE  UN  CORONEL  RETIRADO.   .  637 

Y  no  fueron  sólo  dias  y  dias ,  ni  semanas  tras  semanas,  sino  mu- 
chos meses  los  empleados  con  febril,  pero  tenacísima,  actividad  en 
aquella  tarea,  á  modo  de  mitológico  suplicio.  Corrimos  la  mitad  de 
Francia;  escribimos,  exponiéndonos  á  pasar  por  espías,  á  Ingla- 
terra ,  á  Alemania ,  á  España  misma ;  y  todo  fué  inútil ,  constante- 
mente inútil.  ¡Ni  rastro  siquiera  pudimos  hallar  nunca  de  mi  in- 
feliz esposo ! 

Ya  desesperada ,  resolvíme  á  pasar  hasta  por  la  última  de  las 
humillaciones ,  á  mi  juicio ,  yendo  á  pedirle  á  Laura,  de  rodillas  á 
sus  pies,  si  era  preciso,  que  pusiera  término  á-la  horrible  angus- 
tia en  que  yo  vivia.  Siempre  creí ,  y  creí  bien ,  que  aquella  mujer 
sabia  el  paradero  de  Carlos;  y  en  vano  Mme.  de  Saint-Sernin  me 
decía  que ,  aun  siendo  asi ,  de  nada  me  aprovecharía  la  bajeza  que 
cometer  intentaba. — «Laura  callará  (repetíame  mi  buena  amiga): 
»y  V.  se  le  habrá  humillado  inútilmente.» — ¿Quién  sabe?  (repli- 
caba yo).  «Al  cabo  Laura  es  mujer ,  y  ama ,  ó  ha  amado  á  su  modo, 
»á  Carlos.  ¡  Que  me  diga  que  vive;  que  sepa  yo,  por  ella,  dónde  se 
»encuentra;  que  mis  ojos  vuelvan  á  verle  una  vez  sola,  y  á  true- 
»que  de  ese  favor,  soy  capaz  de  ponérsele  yo  misma  en  los  brazos 
»á  esa  desventurada.» 

D.  \  Amor  de  mujer !  ¡  Amor  sublime  y  desinteresado !  ¡  Sin- 
tiendo así,  Cecilia  mía,  sólo  en  el  Cielo  cabe  la  bienaventuranza! 

C.  En  fin ,  Carolina ,  cediendo  á  mi  importunidad ,  consintió 
un  día  en  que  fuéramos  á  Montmorency  en  demanda  de  Laura. 

L.     ¿Y,  enefecto.  Condesa,  tu  voV.  la  abnegación  de  suplicarla?... 

C.  ¿Y  qué  había  de  hacer,  amigo  mío:  qué  había  de  hacer 
en  la  espantosa  situación  en  que  me  encontraba?  Porque,  en  verdad, 
aunque  la  desaparición  de  mí  marido  sobrara  para  desesperarme, 
la  suerte ,  siempre  conmigo  pródiga  en  desdichas ,  supo  convertir 
en  tal  un  acontecimiento  que  es  ordinariamente  el  más  fausto  en 
la  vida  de  la  mujer  honrada.  A  poco  de  perder  á  Carlos  tuve.,  en 
efecto,  certidumbre  de  que  iba  á  ser  madre. 

D.  ¡  Desventurada  Cecilia ! 

O.  Sí ,  Carmen ,  sí :  desventuradísima ,  en  virtud  de  la  bendi- 
ción misma  del  Cielo,  que  es,  en  suma,  la  máxima  desdicha  que 
en  la  tierra  para  los  humanos  cabe.  Iba  á  ser  madre;  iba  á  serlo 
honrada  y  legítimamente;  sentía  en  mis  entrañas  las  primeras 
palpitaciones  de  la  vida  de  un  ser  en  que  el  mío  y  el  de  Carlos  se 
confundían;  y,  como  si  la  fragilidad  me  hubiera  hecho  fecunda, 


638  MEMORIAS 

tenía  que  ocultar  con  vergüenza  mi  estado,  tenia  que  resig-narme 
á  que  el  fruto  de  una  unión  por  la  Iglesia  consagrada ,  viniese  al 
mundo  en  las  mismas  condiciones  que  los  hijos  del  crimen  ó  de^ 
pecado.  ¿Cómo,  pues,  no  habia  de  olvidar  agravios,  hollar  vanida- 
des y  atropellar  conveniencias ,  en  demanda  del  hombre  único  que 
podia  defenderme  y  justificarme,  con  titulo  legitimo,  ante  el  uni- 
verso? Fui,  pues,  á  Montmorency,  hecho  ya  el  sacrificio  moral  de 
mis  derechos  de  esposa,  de  mi  decoro  mismo,  si  VV.  quieren: 
pero  mi  mala  suerte  no  quiso  que  de  nada  me  sirviera  abnegación 
tan  grande.  Piedrafirme  y  su  mujer  hablan  dejado  aquel  pueblo  á 
poco  de  nuestro  rompimiento.  Agravada  la  enfermedad  del  General 
con  los  padecimientos  morales,  habíase  rápida  y  temerosamente 
graduado  á  tal  punto ,  que ,  provocado  un  reconocimiento  de  oficio, 
tres  facultativos  militares,  de  acuerdo  con  el  médico  de  cabecera» 
declararon  unánimes  que  la  sola  manera  de  prolongar  y  no  mu- 
cho tiempo ,  la  vida  del  paciente ,  era  trasladar  su  residencia  á 
clima  más  benigno.  En  consecuencia  obtuvo  Laura  la  autorización 
necesaria  para  transportar  á  su  marido  áNiza;  y,  en  efecto,  en 
aquel  delicioso  puerto  del  Mediterráneo  residía  el  matrimonio  que 
yo  en  Montmorency  buscaba  en  vano. 

B.  ¿No  murió  en  Niza  Piedrafirme? 

D.     Si  tal :  pero  ya  á  mediados  del  año  doce. 

C .  A  su  tiempo  hablaremos  de  eso :  ahora,  si  VV.  no  se  cansan 
de  oirme,  seguiremos  ocupándonos  en  mi  calamitosa  historia.  Mi 
padre ,  más  y  mejor  enterado  que  yo  de  la  desaparición  y  suerte 
de  Carlos ,  y  por  tanto ,  creyéndose ,  en  cuanto  á  él ,  al  abrigo  de 
todo  riesgo,  dejóme  tranquila  algunos  meses.  Sabia,  sin  embargo, 
el  Conde ,  que  yo  estaba  de  secreto  casada 

L.     ¿Cómo,  señora? 

G.  Porque  su  Laura  de  V.  se  lo  habia  escrito,  y  no  anónima- 
mente, sino  bajo  su  firma.  Conservo  la  carta,  que  he  hallado  entre 
los  papeles  de  mi  padre ,  unida  al  borrador  de  su  respuesta ,  dando 
gracias  á  tan  virtuosa  señora ,  por  su  caritativo  aviso ;  prome- 
tiendo el  más  inviolable  secreto ,  como  se  le  pedia ;  y  terminando 
por  declarar  que  el  Conde  consideraba  nulo  mi  clandestino  matri- 
monio ,  si  matrimonio  realmente  habia  habido ,  y  no  alguna  su- 
persticiosa superchería,  como  de  la  inmoralidad  hipócrita  de  un 
Brigante  podia  más  que  racionalmente  suponerse.  Asi  sabía  y 
así  consideraba  mi  padre  mi  casamiento:  mas,  por  entonces,  bien 


DE  UN  CORONEL    RETIRADO.  639 

aconsejado  por  Gervasio,  siempre  su  intimo  confidente,  juzg-ó 
oportuno  no  darse  aún  por  entendido,  en  lo  cual  confieso  que  me 
hizo  un  importantísimo  servicio ,  si  tal  puede  llamarse ,  el  que  nos 
conserva  una  vida 

«  De  infortunios  sin  término  acosada ,  »• 

como  dice  un  gran  poeta  contemporáneo  (1),  de  quien  nuestro 
amigo  Lescura  es  admirador  entusiasta, — Gracias,  en  efecto,  á  la 
ausencia  y  momentánea  tolerancia  de  mi  padre,  y  al  previsor 
inmenso  cariño  de  mi  nunca  bastantemente  llorada  Carolina ,  fué- 
me  posible  salir  de  Paris  cuando  ya  mi  estado  no  consentía  que , 
sin  revelarse  él  mismo,  me  viera  nadie;  y  juntamente  con  mi 
amiga,  ambas  bajo  supuestos  nombres,  nos  trasladásemos  primero 
al  lug*ar  llamado  Alduides ,  en  los  montes  del  mismo  nombre  que 
parten  sus  cimas  entre  España  y  Francia ,  y  luego  á  la  villa  de 
Valcárlos,  en  Navarra;  porque  me  empeñé  en  que  el  hijo  que  iba 
á  dar  á  luz  fuera  tan  español  como  su  padre.  Dadas  las  circuns- 
tancias, fué  aquello  una  temeridad  inaudita;  porque  ardia  con  furia 
sangrienta  la  guerra  de  la  Independencia  en  Navarra :  pero  Dios 
tuvo  en  eso  misericordia  de  mí ,  y  yo  se  lo  agradezco  entrañable- 
mente. Mi  alumbramiento  tuvo  lugar  el  15  de  Abril  de  1811  en 
Valcárlos. 

L.     ¿El  joven  Carlos  de  Pierrefite  es ,  entonces ?. . , . 

C.  Mi  hijo  y  el  de  Carlos  de  Guzman,  nacido  y  bautizado, 
como  he  dicho,  en  Valcárlos  el  15  de  Abril  de  1811.  Al  Párroco 
de  aquella  villa ,  venerable  sacerdote  y  patriota  decidido ,  confíele 
sin  recelo  toda  la  verdad  del  caso;  y  así  mi  hijo  consta  en  el  re- 
gistro parroquial  como  legítimo  de  leg'ítimo  matrimonio ,  y  con 
sus  verdaderos  apellidos:  Guzman  y  Pimentel.  Fuéme,  sin  em- 
bargo ,  forzoso  resignarme  por  entonces ,  y  lo  que  es  peor ,  resig- 
narme también  luego ,  y  todavía  hoy ,  á  que  mi  Carlos  apareciese 
como  hijo  de  padres  desconocidos,  llevando  el  supuesto  apellido  de 
Pierrefite ,  y  pasando,  en  concepto  de  las  gentes,  por  francés,  y  por 
fruto  de  ilícitos  amores.  Basta ,  por  ahora ,  con  lo  dicho  sobre  esa 
mi  desventura;  y,  dejando  á  mi  pobre  hijo  en  poder  de  una  nodriza 
de  toda  confianza  en  Baigorri ,  'vuelvo  á  anudar  el  hilo  de  mi  in- 
terrumpida historia. — Quince  dias  después  de  mi  alumbramiento, 

(1)    Quintana-PeJayo. 


640  MEMORIAS 

ya  estábamos  de  regreso  en  París ,  por  no  excitar  sospechas  pro- 
longando más  de  lo  absolutamente  indispensable  nuestra  ausencia. 
Y  bien  hicimos,  como  comprenderán  VV.  por  lo  que  voy  decirles. 
Al  mediar  aquel  año,  triunfando  la  incontrastable  tenacidad 
inglesa  en  las  lineas  de  Torresvedras ,  de  la  ardiente  pero  efímera 

«  Furia  Tráncese, » 

como  dicen  los  italianos,  Massena,  el  hijo  predilecto  de  la  vic- 
toria, tenia  qne  abandonar  á  Portugal,  y  retirarse  ante  el  impávido 
Welligton,  cuya  perseverancia  opuso  siempre  á  la  impetuosidad 
de  sus  enemigos  la  inercia  del  yunque  al  furibundo  golpear  de^ 
martillo. 

En  consecuencia  el  nunca,  en  aquella  época,  domado  patrio- 
tismo español,  recobrando  fuerzas,  amenazaba  por  doquiera  y 
siempre  á  los  invasores ;  y  José ,  viendo  por  una  parte ,  con  irrecu- 
sable evidencia ,  que  su  trono  carecía  en  España  de  cimientos ;  y 
por  otra ,  que  los  Mariscales  franceses  le  consideraban  y  trataban 
sólo  como  á  coronado  maniquí ,  trasladóse  súbito  y  sin  aviso  previo? 
á  París,  con  ánimo  resuelto  de  devolverle  á  su  prepotente  hermano 
el  ilusorio  cetro  que  de  sus  manos  habia,  por  obediencia,  recibido. 

Mi  padre  acompañó  á  su  intruso  Monarca  en  aquel  viaje;  y,  en 
consecuencia,  volvimos  «  vernos  en  París ;  y  digo  que  volvimos  á 
vernos,  no  á  reunimos,  porque  yo  seguí  viviendo  siempre  en 
compañía  de  Carolina ;  y  viendo  á  mi  padre  raras  veces ,  y  todas 
ellas  en  presencia  de  mi  amiga ,  como  á  cualquiera  otra  persona 
que  me  visitara  Quince  dias ,  poco  más  ó  menos ,  después  de  su 
llegada,  escribió  el  Conde  á  Mme.  de  Saint-Sernin ,  no  á  mí,  un 
billete,  rogándola  me  significara  de  su  parte,  que  el  Rey  (José), 
se  habia  dignado  convidarnos  á  entrambos  á  su  mesa,  para  el  jue- 
ves inmediato  (la  fecha  de  la  carta  era  del  lunes);  que  me  dispu- 
siera, pues,  á  presentarme  con  la  decencia  y  riqueza  en  trage  y  to- 
cado ,  propias  de  la  hija  y  heredera  de  un  Grande  de  España ;  y 
que,  si  para  ello  se  requería  algún  gasto  extraordinario ,  acudiese 
á  su  banquero,  á  quien  daba  al  efecto  las  instrucciones  conve- 
nientes. Nada  al  parecer  más  natural ,  sencillo ,  y  en  el  orden  de 
las  cosas,  que  la  tal  invitación  y  las  instrucciones  de  mi  padre. 
¿Por  qué,  sin  embargo,  sentí  oprimírseme  el  corazón  en  el  pecho? 
¿Por  qué  fué  precisa  toda  la  sensata  elocuencia  de  Carolina,  para 
que  yo  no  rehusara  aquel  importuno  convite?  ¿Y  por  qué,  en  fin, 


DE  ÜN  CORONEL  RETIRADO.  641 

joven,  hermosa,  según  decían,  y  en  ocasión  de  lucir  ostentosas 
galas  y  ricas  joyas,  no  hubo  medio  de  que  eu  tal  cosa  me  ocupara, 
y  vióse  mi  pobre  amiga  precisada  á  tomarlo  todo  á  su  cargo? — ¡Pre- 
sentimientos que,  por  desdicha,  los  sucesos  acreditaron  pronto! 

José  Napoleón  era ,  como  particular,  un  excelente  hombre, 
instruido,  amable,  y  de  carácter  domésticamente  afectuoso.  Aban- 
donado á  si  mismo ,  hubiera  vivido  en  decente  laboriosa  medianía, 
y  probablemente  dichoso :  su  excepcional  hermano ,  obstinándose 
en  hacer  de  él  un  Monarca,  y  contra  la  voluntad  del  pueblo  á  que 
trataba  de  imponérsele,  trocó  sus  destinos,  y  no  en  bien,  por 
cierto,  del  interesado.  Inútil  decir  que  no  era  ni  tuerto  ni  borra- 
cho, como  el  odio  popular  en  España  se  obstinaba  en  afirmarlo 
contra  la  evidencia ;  antes,  por  el  contrario,  José  tenia  la  figura 
agradable,  y  era  más  bien  sobrio  que  otra  cosa,  en  sus  hábitos  y  cos- 
tumbres. Yo, no  obstante,  aborrecíale á fuer  de  patriota,  y  confieso 
que  acudí  á  su  mesa,  como  pudiera  á  la  de  Atila,  esperando  ver  un 
caudillo  salvaje ,  y  temiendo  que  el  festín  acabara  como  el  de  los 
Centauros  y  Lapitas.  Excuso  decir  cuánto  me  engañaba.  Recibióme 
el  Intruso  con  paternal  galantería  y  caballeroso  respeto,  sentándo- 
me en  la  mesa  á  su  derecha ,  y  dispensándome  durante  toda  la  co- 
mida las  atenciones  propias  de  un  hombre  ya  maduro,  pero  bien 
criado  y  deferente,  con  una  dama  joven  y  de  alta  clase. 

Fuimos  pocos  los  convidados :  mí  padre ,  el  General  Ayudante 
de  campo  de  servicio ,  el  Secretario  particular  del  Rey  y  su  mujer; 
y  por  último ,  un  personaje  que  me  fué  presentado  bajo  el  título 
de  Príncipe  de  Falkoping. 

«Vous  vennez,  Mademoiselle ,  embellir  mon  dinner  de  famille. 
»I1  faudra  bien  vous  contenter  de  la  fortune  du  Pot;»  (1)  me  dijo 
el  Rey  al  sentarme ,  como  he  dicho ,  á  su  derecha ,  y  darle  orden 
al  Príncipe  de  ocupar  la  mía. 

Falkoping ,  de  quien  es  preciso  que  hable  por  más  que  lo  sienta, 
era  cuando  me  fué  presentado  un  hombre  de  cuarenta  á  cuarenta 
y  cinco  años ,  colosal  en  la  estatura  y  proporciones ,  de  fisonomía 
dura,  voz  estentórea,  y  maneras  vulgares.  Sueco  de  nacimiento, 
y  procedente  de  cierta  rama  colateral  de  una  gran  familia ,  tomó 
parte ,  siendo  ya  Capitán  aunque  joven ,  en  la  romántica  cons- 
piración que  puso  término  á  la  vida  de  Gustavo  III.  En  Marzo 

(1)  Viene  V.,  señorita,  á  embellecer  mi  comida  de  familia:  tendrá  V.  que 
contentarse  con  el  puchero. 


642  MEMORIAS 

de  1792.  Perseg-uido  en  consecuencia,  emigró  como  pudo,  y  re- 
fugióse en  Francia ,  sin  fortuna ,  sin  amigos ,  sin  capacidad  para 
nada  que  morir  ó  matar  no  fuese.  Mas,  por  dicha  para  él,  la  nueva 
República  que,  amenazada  por  el  mundo  entero ,  y  con  él  á  luchar 
resuelta,  necesitaba  soldados,  soldados  y  más  soldados,  no  era 
escrupulo.sa  en  alistar  bajo  sus  banderas  al  que  á  ellas  voluntaria- 
mente acudia ;  y  de  voluntario  sentó ,  en  efecto ,  plaza  Falkoping, 
sin  que  nadie  le  preguntase  dónde  habia  nacido.  Dotado  de  no 
menos  valor  que  fuerza  física,  y  de  un  instinto  militar  maravilloso, 
en  pocos  meses  el  voluntario  sueco  salvó  la  inmensa  distancia  que 
separa  al  soldado  raso  del  oficial ;  y  en  no  muchos  anduvo  el  no 
corto  camino  que  media  de  la  charretera  del  subalterno ,  á  las  de 
canelones  que  distinguen  á  los  Jefes  en  Francia.  Quiso  además  su 
fortuna  ponerle  á  las  órdenes  de  Bonaparte ,  primero  en  Italia  y 
luego  en  Egipto ;  y  como  siempre  el  aventurero  estaba  donde  más 
menudeaban  las  balas ;  y  como  no  habia  sable  que  al  suyo  se  anti- 
cipase en  las  cargas  de  caballería;  y  como^  en  fin,  el  General ,  el 
Primer  Cónsul  y  el  Emperador,  encontraron  constantemente  un 
instrumento  á  su  voluntad  dócil ,  á  sus  propósitos  ciego ,  y  para 
sus  enemigos  contundente  en  aquel  soldado  de  fortuna ,  el  sueco 
Falkoping  fué  Coronel ,  y  General ,  y  Mariscal  de  Francia ,  y  su 
apellido  (si  realmente  lo  era)  se  convirtió  en  un  titulo  de  Príncipe 
del  Imperio. 

La  munificencia  con  que  Napoleón  dotaba  á  sus  Generales  es  sa- 
bida :  pero,  á  mayor  abundamiento,  ellos,  como  antes  lo  hablan 
hecho  también  los  de  la  República ,  solian  en  sus  campañas  no  ol- 
vidar del  todo  sus  intereses  particulares. 

Z.  Los  descuidaban  tan  poco,  y  estaba  tan  en  las  ideas  y  las 
costumbres  de  la  época  el  que  se  enriquecieran  los  Generales,  que 
Bourrienne ,  condiscípulo  y  secretario  después  de  Napoleón ,  para 
encarecer  y  demostrar  la  excepcional  probidad  de  aquel  grande 
hombre ,  cita  en  sus  Memorias  el  hecho  de  que ,  al  regresar  á  París 
después  de  la  guerra  de  Italia ,  no  pasaban  los  ahorros  del  Gran 
Capitán  de  la  insig-nificante  suma  de  100.000  francos,  si  la  memo- 
ria no  me  engaña.  Dejo  á  la  consideración  de  VV.  si  en  diez  y  ocho 
meses  de  campaña ,  hay  medio  de  economizar,  en  sueldo  y  raciones, 
los  20.000  pesos,  mal  contados,  que  el  bueno  de  Bourrienne  consi- 
dera como  una  suma  despreciable. 

C,     Falkoping- ,  pues ,  poseía  una  regular  fortuna  cuando  ,  por 


DE  ÜN  CORONEL  RETIRADO.  643 

mi  desdicha  y  la  suya  tal  ve2 ,  tloá  conocimos :  pero  no  satisfechas 
con  ella  su  ambición  ó  su  codicia,  j  obedeciendo,  además,  á  la 
voluntad  imperiosa  de  su  amo  y  señor,  de  acuerdo  en  esa  parte  con 
la  del  Rey  José ,  y  lo  que  fué  peor  para  mi ,  con  la  del  Conde  de 
Roca-Umbria  igualmente,  propúsose,  ó  le  hicieron  proponerse  ca- 
sarse conmigo,  y  ser  por  ende  propietario  y  Grande  en  España. 

L.  ¡Imposible  parece!  ¿No  sabia  el  Conde  que  estaba  V.  ya 
casada? 

C.  Perfectamente ,  como  ya  he  dicho :  pero  recuerden  VV.  que, 
desde  el  primer  momento ,  de  buena  ó  de  mala  fe ,  declaró  el  Conde 
que  consideraba  nulo  mi  matrimonio.  Y  á  la  verdad,  amigos  mios, 
que  bajo  el  aspecto  puramente  legal  considerado  el  negocio ,  no  le 
faltaba  del  todo  la  razón  á  mi  padre.  Noten  VV.  que  digo  dajo  el 
aspecto  legal  exclusivamente,  porque  moral  y  religiosamente  siem- 
pre he  considerado ,  considero ,  y  consideraré  mientras  viva ,  más 
que  legitimo  mi  primer  matrimonio.  Para  el  Conde,  la  clandestini- 
dad sola  de  aquel  enlace  sobraba:  pero  era  además  verdad,  que 
ninguno  de  nuestros  párrocos  propios  habia  intervenido  en  la  ad- 
ministración del  Sacramento ;  que  á  este  no  precedieron  los  trámi- 
tes por  la  ley  canónica  exigidos ;  que ,  según  el  Código  francés, 
no  habia  medio  de  que  se  nos  considerase  como  casados;  y,  por  úl- 
timo, y  en  ello  estribaba  fundamentalmente  la  esperanza  de  mi  pa- 
dre,—  por  último,  que  aun  en  la  hipótesis  de  la  validez  de  mi  pri- 
mer matrimonio,  en  el  Imperio  estaba  vigente  la  ley  del  divorcio 
absoluto,  tan  vigentejque,  en  su  virtud,  pudo  Napoleón  ,  apartán- 
dose de  Josefina,  durante  muchos  años  su  legítima  esposa,  unirse 
muy  legítimamente  también  con  la  Archiduquesa  María  Luisa  de 
Austria.  —  Podia,  pues,  haber  inmoralidad  en  los  proyectos  del 
Conde,  mas  no  cabe  graduarlos  de  criminosos  respecto  á  las  leyes 
por  él  aceptadas ,  ni  mucho  menos  de  quiméricos  en  cuanto  á  su 
realización. 

José ,  forzado  por  su  hermano  á  conservar  en  las  sienes  la  corona 
más  que  de  espinas  que  á  su  pesar  las  cenia ,  y  sabiendo  que  Fal- 
koping  debia  reemplazar  en  España  á  no  sé  qué  otro  Mariscal  del 
Imperio ,  fué  quien  inició ,  mirándolo  como  negocio  político  é  ig- 
norando completamente  mi  situación  y  circunstancias  privadas,  el 
proyecto  de  enlazarme  con  aquel  advenedizo  Príncipe.  Mi  fortuna 
y  mi  nombre  convenían  al  aventurero ;  ligarle  á  este  á  España ,  y 
por  consiguiente  á  su  instable  trrmo,  acomodábale  á  José;  y  Ñapo- 


644  MEMORIAS 

león,  sancionando  aquel  proyecto,  procedía  conforme  á  su  constante 
sistema  de  fortificar  socialmente  la  aristocracia  militar  por  él  crea- 
da ,  enlazándola  con  la  tradicional  é  histórica ,  cuya  importancia 
nunca  desconoció  aquel  grande  hombre.  En  cuanto  á  mi  padre, 
que  se  sentia  identificado  con  el  Rey  intruso ,  y  que  anhelaba  al 
mismo  tiempo  imponer  un  yug-o  inquebrantable  á  mi  rebelde  cue- 
llo y  condición ,  á  su  juicio  indomable ,  comprenderán  VV.  fácil- 
mente que,  sin  vacilar,  aceptase  el  pensamiento,  y  con  su  terquedad 
y  violencia  ingénitas  procurase  realizarlo. 

En  suma :  el  convite  regio  no  tuvo  más  objeto  que  presentarme 
al  Principe  Adolfo  de  Falkoping,  é  insinuarme  José,  galante  y  dis- 
cretamente ,  pero  con  claridad  bastante ,  que  veria  con  particular 
satisfacción  nuestro  enlace. 

Cómo  pude  contenerme  lo  bastante  para  no  declararle  en  el  acto 
y  terminantemente ,  al  aborrecido  intruso ,  mi  firme  voluntad  en- 
tonces de  no  prestarme  jamás  á  sus  designios ,  yo  misma  no  puedo 
decirlo.  Lo  que  sé  es  que ,  pretestando,  al  levantarnos  de  la  mesa, 
una  súbita  indisposición ,  obligué  al  Conde ,  mal  que  le  pesara ,  á 
sacarme  de  alli  y  llevarme  á  casa  de  Mme.  de  Saint-Sernin.  En  su 
presencia  y  acto  continuo ,  tuvimos  padre  é  hija  una  violentísima 
explicación ,  de  cuyos  pormenores  me  dispensarán  VV.  que  no  les 
entere.  Sobre  ser  ellos  dolorosamente  inconvenientes,  con  facilidad 
se  adivinan,  conocidos  los  antecedentes  del  caso. — Separámonos, 
por  el  momento ,  resueltos  el  uno  y  el  otro  á  llevar  las  cosas  á  su 
extremo :  mí  padre  amenazándome  con  un  encierro  perpetuo  y  su 
maldición;  yo  jurándole  que  me  dejarla  hacer  pedazos,  antes  que 
faltar  á  mis  juramentos ,  y  apelando  de  sus  abusos  de  autoridad, 
para  ante  el  Juez  infalible. 

Hubo,  sin  embargo,  á  pocos  dias  una  especie  de  tregua  entre 
nosotros;  que,  por  desdicha,  solo  tregua  puedo  llamarla.  Quiso  la 
suerte  que  por  entonces  fuera ,  con  una  corta  licencia  temporal  á 
París,  el  General  marido  de  Carolina;  y  ella  enterándole,  con  mí 
anuencia ,  de  cuanto  ocurría  en  mis  desdichados  negocios ,  obtuvo 
fócílmente  que  interpusiera  su  mediación  para  pacificarnos  por  el 
momento ,  ya  que  para  reconciliarnos  definitivamente  no  cupiera  en 
lo  posible.  Difícil  le  fué  á  Mr.  de  Saint-Sernin  lograrlo:  mas  logrólo 
al  cabo,  amenazando  al  Conde  con  poner  en  conocimiento  del  Em- 
perador cuanto  pasaba,  y  haciéndome  entender  á  mí  que  solamente 
Ja  sumisión  parcial  y  aparente  podía  salvarme  de  las  consecuen- 


DE  UN  CORONEL   RETIRADO.  645 

cias  con  que  la  autoridad  indisputable  de  mi  padre  me  amenazaba 
Estipulóse ,  pues ,  que  se  me  concedía  el  plazo  de  un  año  para  de- 
cidirme á  la  obediencia,  permitiéndoseme,  entre  tanto,  proseguir 
viviendo  en  compañía  de  Carolina ;  pero  á  condición  de  que  reci- 
biese la  visita  del  Principe ,  siempre  que ,  en  términos  hábiles ,  él 
procurase  verme;  y  que  me  abstuviera,  tanto  de  enterarle  de  mi  his- 
toria y  supuesto  casamiento ,  como  de  desahuciarle  á  él  en  sus  pre- 
tensiones. ¿Hice  bien  ó  mal  en  aceptar  aquella  capitulación?  ¿Podia 
yo  dejar  de  someterme  á  las  condiciones  que  se  me  impusieron?— 
Sea  como  quiera,  sometime,  y  cumplí  religiosamente  lo  pactado, 

Z.  Pero:  ¿y  de  D,  Carlos,  Condesa,  cómo  no  se  hizo  mención 
en  esos  tratos? 

C.^  Porque  mi  padre  se  creia,  y  de  hecho  lo  estaba ,  perfecta- 
mente al  abrigo  de  todo  percance,  por  esa  parte.  Si  mi  marido  hu- 
biese muerto,  es  probable  que,  al  menos,  habria  yo  llegado  á  des- 
cubrir el  rincón  de  la  tierra,  por  oscuro  y  remoto  que  fuese,  en  que 
sus  huesos  descansaban  ;  pero  ni  el  tristísimo  consuelo  de  ir  á  llo- 
rar sobre  su  losa  sepulcral  me  era  entonces  dado. 

D.     Ni  podia  dársete,  puesto  que  en  realidad  Guzman  vivia. 

C.  Pero  yo  lo  ignoraba ;  y  todo  debia  hacerme  suponer  lo  con- 
trario. ¿Cómo  (solia  yo  decirme) ,  cómo,  si  viviera,  no  habia  Car- 
los de  encontrar  medio  para  hacérmelo  saber  de  una  ó  de  otra 
manera?  Suponer  en  él  inconstancia  ú  olvido,  no  cabia  en  mí ;  la 
muerte  sola  podia  explicarme  su  silencio;  y  por  eso  la  maquiavé- 
lica intriga  que  para  siempre  me  hizo  desdichada,  encontróme 
de  sobra  dispuesta  á  caer  en  el  lazo  infame  que,  con  pérfida  habili- 
dad, me  tendieron  mis  implacables  enemigos. 

Poco  más  de  un  mes  medió  entre  el  convite  del  Rey  José ,  y  su 
regreso  á  España,  á  mediados  de  Julio  del  año  de  1811.  Durante 
ese  plazo,  visitóme  el  Príncipe  de  Falkoping  casi  diariamente, 
abrumándome  con  sus  galanterías ,  no  precisamente  groseras ,  por- 
que ,  como  ya  he  dicho ,  su  cuna  era  aristocrática  y  su  educación 
conocíase  que  fué  esmerada ,  si  no  impertinentes ,  en  cuanto  deja- 
ban traslucir  la  perfecta  seguridad  de  ser  irresistibles ,  y  por  aña- 
didura, en  el  fondo  más  licenciosas  que  apasionadas.  Aquel  hombre 
no  veia  en  mí  más  que  dos  cosas:  una,  la  principal  á  sus  ojos  sin 
duda  ,■  la  grandeza  de  España ,  con  sus  ricas  posesiones ;  otra ,  el 
cuerpo  con  sus  atractivos  exclusivamente  terrenales.  Ni  quería,  ni 
podia  disimular  que ,  si  se  casaba ,  era  por  cálculo;  que  si  me  de- 


646  MEMORIAS 

seaba,  era  por  hermosa,  y  exclusivamente  por  hermosa.  Yo  no  sé, 
\o  que  á  otras  mujeres  les  sucede  en  tales  casos ;  pero  de  mí  sé  de- 
cir, que  nada  hay  que  me  ofenda  y  humille  tanto,  como  suponer 
que  se  me  admira,  y  codicia ,  y  pretende  mi  posesión ,  sólo  por  lo 
que  á  los  sentidos  lisonjeo. 

D.  Por  el  rollo  y  la  estampa^  como  diria  nuestro  amigo  el  Bri- 
gadier, tratándose  de  un  caballo.  Y  sin  embargo,  Cecilia  mia,  asi 
nos  hacen  el  honor  de  considerarnos  la  mayor  parte  de  los  hom- 
bres que  se  dignan  decir  que  nos  aman. 

G.  ¡Reniego  de  ellos  y  de  su  amor,  como  de  Falkoping  y  de  sus 
sensuales  galanterías  he  renegado  siempre!  Venturosamente,  por 
entonces ,  mi  mala  suerte  me  concedió  el  respiro  de  algunos  meses. 

José,  mi  padre,  y  el  Príncipe  dejaron  á  París,  al  mediar  Julio, 
como  ya  lo  he  dicho;  y  hasta  Mayo  del  año  siguiente  viví  pacífica, 
si  no  dichosamente. 

Pero  llegó  Mayo,  y  con  él  uno  de  los  más  acerbos  dolores  por  que 
mi  pobre  corazón  ha  pasado  en  la  amarguísima  vida  que  en  suerte 
me  cupo.  Raras  veces  y  muy  lacónicamente,  solia  escribirme  mi 
padre ;  pero  más  conciso  que  nunca  lo  hizo  en  la  triste  ocasión  á 
que  aludo.  Oigan  VV.  su  carta  que  traigo  conmigo. — «Cecilia:  sé 
»con  gusto  que  tu  salud  es  buena,  y  te  escribo  sólo  para  que  tú  sepas 
»tambien  que  yo  disfruto  de  igual  beneficio.  Haz  presentes  mis  res- 
wpetos  á  Mme.  de  Saint-Sernin ;  y  cree  que  te  ama,  acaso  más  de 
»lo  que  tu  conducta  merece — Tu  padre. — Posdata. — Adjunta  la 
hQaceta  de  Madrid  de  hoy,  para  que  te  enteres,  si  gustas,  de  las 
»hazañafS  de  los  Brigantes ,  que  en  vano  combaten  contra  las  siem- 
»pre  victoriosas  armas  francesas.» 

¿Y  saben  VV.  qué  noticias,  ó  mejor  dicho  qué  noticia  contenia 
la  Gaceta  del  Intruso,  que  mi  amoroso  padre  tenia  la  ferocidad  de 
enviarme? 

¿No? — Pues  voy  yo  á  decírsela. 

Era  el  parte  del  General  francés  Pannetier,  relativo  á  la  sorpresa 
de  Mina,  por  él  vanamente  intentada,  en  cuanto  á  su  principal  ob- 
jeto, en  el  pueblecillo  de  Robres ,  de  la  provincia  de  Huesca,  en  23 
de  Abril  de  1812.— Nuestro  inmortal  Guerrillero,  después  de  ha- 
berse apoderado  por  sorpresa  de  un  gran  convoy  del  enemigo  en  el 
puerto  de  Arlaban,  j  destrozado  su  escolta,  de  2.000  hombres  nada 
menos,  habíase  replegado  al  reino  de  Aragón;  y,  exclusivamente 
para  corregir  los  desmanes  de  uno  de  loa  muchos  bandidas ,  que 


DE  UN  CORONEL   RETIRADO.  647 

bajo  la  máscara  del  patriotismo,  y  confundidos  con  los  verdaderos 
soldados  de  la  independencia,  asolaban  entonces  el  suelo  español, 
habia  ido  á  Robres  con  escasa  compañia.  Tris  ó  el  Malcarado,  que 
así  se  llamaba  el  bandolero  en  cuestión,  no  osando  hacer  declarada 
resistencia  al  g-lorioso  Mina ,  ni  pudiendo  resignarse  á  renunciar 
á  sus  malos  hábitos ,  decidióse  á  encomendar  su  seguridad  personal 
y  su  venganza,  á  la  más  infame  de  las  traiciones.  Dio,  en  conse- 
cuencia ,  aviso  de  la  llegada  de  Mina  á  Robres ,  al  jefe  de  la  guar- 
nición francesa  de  Huesca ,  y  aquel ,  apresurándose  á  aprove- 
char'la  ocasión  de  deshacerse  del  más  temible  de  los  enemigos  de 
las  armas  imperiales ,  dispuso  inmediatamente  que  800  infantes  y 
150  caballos  de  la  división  Pannetier,  guiados  por  un  infame  emi- 
sario del  más  que  infame  Tris ,  cayeran  inopinadamente  sobre 
Robres.  Cómo,  sorprendido  en  efecto  Mina,  armándose  como  Hér- 
cules de  una  improvisada  clava ,  salvó  milagrosamente  su  vida  en 
aquella  ocasión,  rompiendo  con  furia  irresistible  las  apiñadas  filas 
de  sus  contrarios,  no  es  para  aquí  ni  de  este  momento  el  referirlo. 
Algún  dia  lo  consignará  nuestra  historia  en  sus  más  gloriosas  pá- 
ginas, para  ejemplo  y  orgullo  de  nuestros  descendientes;  para  ver- 
güenza también  del  Gobierno  que  tiene  hoy  (1830)  al  héroe  pros- 
crito, y  de  la  menguada  generación  que  lo  consiente. 

B.  Me  parece,  Cecilia,  que  Carlos  le  ha  inoculado  á  V.  su  es- 
píritu revolucionario. 

C.  Ese  espíritu,  mi  querido  Manuel,  no  revolucionario,  sino 

patriótico,  es  en  mí  ingénito,  y  hace  años  que  V.  lo  sabe.  Pero  va-' 
mos  á  mi  cuento. 

Mina,  con  la  mayor  parte  de  los  suyos,  logró  milagrosamente 
salvarse ;  pero  algunos  de  los  oficiales  que  le  acompañaban ,  decia 
el  parte  oficial  en  la  Gaceta  del  Intruso  inserto,  pagaron  con  su 
vida  ó  con  su  libertad,  el  leal  arrojo  con  que,  en  defensa  de  su  Jefe, 
como  era  de  su  deber  acudieron.  Hasta  aquí  el  parte  de  oficio;  pero 
á  continuación  de  él  venia,  en  el  periódico  mismo,  una  carta  de 
no  recuerdo  qué  mal  español  de  Huesca,  ampliando  los  detalles  del 
suceso,  en  sentido  francés  por  de  contado;  y  en  la  cual  leí,  con 
horrible  angustia,  estas  terribles  frases: 

«Entre  los  rebeldes  secuaces  del  Brigante  Mina ,  de  que  las  ba- 
»las  del  ejército  Imperial  han  hecho  justicia  en  Robres ,  cuéntase 
»un  ex-oficial  español ,  que  prisionero  en  Francia  bajo  su  palabra, 
»ha  cometido  la  villanía  de  fugarse ,  viniendo  á  unirse  con  los  han- 


648  MEMORIAS   DE    UN    CORONEL   RETIRADO. 

»doleros  que,  mintiendo  patriotismo,  desgarran  las  entrañas  de  su 
»patria ,  y  son  abominados  por  la  inmensa  mayoría  del  pueblo  es- 
»pañol ,  cuya  sensatez  aprecia  y  agradece  los  desinteresados  esfuer- 
»zos  que,  para  asegurar  su  dicha,  hacen  asi  nuestro  legitimo  Mo- 
»narca  el  Sr.  D.  José  I,  como  su  glorioso  hermano  el  gran  Empe- 
»rador  de  los  franceses.  Llamábase  el  criminal  á  que  aludimos ,  y 
»cuya  muerte  en  el  campo  de  batalla  le  ha  redimido  del  afrentoso 
»suplicio  que  sus  delitos  merecían,  D.  Carlos  de  Cruzman,  como 
»lo  acreditan  los  papeles  que  sobre  su  cadáver  se  han  encontrado.» 

D.  \  Mentira  infame  ,  de  que  sus  autores  responderán  algún  día, 
muy  á  su  costa,  ante  aquel  á  quien  engañar  no  cabe! 

C.  Sí ,  Carmen ;  pero  mentira  con  tales  visos  de  verosimilitud 
entonces ,  y  por  tal  conducto  á  mi  noticia  llegada ,  que ,  á  menos  de 
haber  merecido  á  Dios  una  especial  revelación  de  lo  cierto,  no  me 
era  dado  dejar  de  creer,  como  la  creí  en  efecto.  Apenas  leídas  las 
fulminantes  frases ,  perdí  el  sentido;  pero  no  á  poder  de  un  transi- 
torio desmayo,  si  no  víctima  de  un  horrible  accidente  cataléptico, 
que  ocho  dias  consecutivos  me  tuvo  en  ese  tremebundo  estado  en 
que  el  paciente,  cadáver  para  los  demás,  vive,  sin  embargo,  para 
padecer,  y  padece  tanto  más  horriblemente,  cuanto  menos  le  es  dado 
desahogar  su  dolor  con  externas  manifestaciones.  ¡Ocho  dias,  sí, 
ocho  dias  estuve  para  todos  muerta ,  menos  para  mi  angelical  Ca- 
rolina ,  cuya  ternura  adivinaba ,  al  través  de  mi  cadavérico  aspecto, 
el  indescriptible  suplicio  que  estaba  mi  pobre  corazón  padeciendo. 
Yo  reía ,  yo  oía ;  pero  no  hallaba  medio  de  dar  á  entender  mi  an- 
gustia. ¡El  cuerpo  realmente  estaba  muerto,  mas  el  espíritu  no  ha- 
llaba resquicio  por  donde  abandonarlo!....  Ya  se  trataba  de  enter- 
rarme, y  en  mi  presencia,  y  á  pesar  de  la  obstinada  oposición  de 
Carolina;  ya  ella  misma  me  lloraba  como  difunta;  ya,  en  fin,  el 
ataúd  estaba  en  mi  alcoba,  cuando,  á  su  vista  y  con  la  horrible 
perspectiva  de  un  ser  en  vida  sepultada ,  obróse  en  mí  una  violen- 
tísima y  salvadora  reacción,  de  que  un  débil  quejido  fué  el  primer 
síntoma. — La  ciencia  entonces  recobró  sus  derechos;  y.  al  cabo  de  un 
mes,  pude  abandonar  el  lecho,  que  un  momento  crei  mortuorio; 
pero  desde  entonces ,  amigos  míos ,  desde  entonces  soy  la  estatua 
de  mármol  que  VV.  tienen  ahora  delante.  Lívido  es  mi  color  como 
el  de  un  cadáver;  tan  lívido  (y  en  verdad  poco  me  importa)  como 
lo  será  el  día  que  definitivamente  al  sepulcro  baje. 

(Se  continuará,)  Patricio  de  la  Escosura 


REVISTA  POLÍTICA. 


INTERIOR. 

No  hace  mucho  tiempo  se  expresaba  de  este  modo  un  miembro  de 
la  Academia  francesa:  «Los  que  hayan  viajado  en  carruajes  del  país 
«por  algunos  puntos  de  la  Italia  meridional  j  visiten  luego  el  Norte  de 
"Europa  en  sus  grandes  líneas  férreas ,  no  podrán  menos  de  haber  sen- 
wtido  el  más  extraño  contraste;  por  un  lado  un  calesín  inseguro,  de  mar- 
»cha  desigual,  con  su  horrible  é  incesante  traqueteo,  condenado  á  dar  mil 
))vueltas,  ya  por  los  precipicios  del  camino,  ya  por  la  presencia  de  ban- 
»doleros  que  están  al  acecho ;  por  otro  lado  un  convoy  inmenso  que  se 
«resbala  á  todo  vapor  sobre  una  hnea  sólida  y  brillante ,  de  la  cual  la  ley 
»y  las  costumbres  han  quitado  hasta  el  menor  obstáculo  conduciendo  un 
»pueblo  inviolable  de  viajeros  que  incesantemente  se  renueva.  Contraste 
» análogo  debe  presentarse  á  toda  inteligencia  cultivada  que  compare  la 
«prensa  de  nuestro  país  con  la  de  nuestros  vecinos. »  Y  luego  añadía  el 
publicista  francés :  «  La  verdad  es  que  el  desarrollo  de  la  prensa,  como  el 
«perfeccionamiento  de  las  vías  de  comunicación ,  son  signos  seguros  de  la 
«relativa  civilización  de  los  pueblos.  » 

Escribimos  estas  palabras  con  la  esperanza  de  que  en  ellas  encuentren  los 
habituales  lectores  de  la  Revista  de  España  la  única  explicación  que  pode- 
mos dar  á  las  imcompronsibles  y  raras  sinuosidades  que  habrán  encontra- 
do en  nuestras  recientes  crónicas  políticas,  que  más  parecen  escritas  bajo  la 
acción  inmediata  del  atolondrador  movimiento  de  un  coche  de  colleras,  que 
en  el  silencio  apacible  que  debe  reinar  en  el  gabinete  del  último  mortal 
que  tiene  la,  ahora,  triste  misión  de  escribir  para  el  público. 

Hoy,  gracias  al  Cielo,  tomamos  la  pluma,  con  la  ilusión  poco  duradera 
de  que  el  contenido  de  nuestras  humildes  cuartillas  llegará  á  conocimiento 
de  todos  tal  y  como  salga  de  nuestras  manos,  porque  si  no  tuviésemos  en 

TOMO  ni.  42 


650  REVISTA    POLÍTICA 

la  ocasión  presente  el  espíritu  g'ozoso  j  dispuesto  á  la  alabanza ,  seria- 
mos en  verdad  apasionados  j  descontentadizos.  Las  publicaciones  minis- 
teriales nos  tranquilizan  por  completo ,  j  estamos  seguros  de  que  cuantos 
españoles  lean  sus  atinadas  lucubraciones  y  felices  pronósticos,  saltarán 
de  gozo ,  convencidos  de  que  comienza  para  España  nueva  era  de  tran 
quilidad ,  progreso  j  fortuna ,  que  ba  de  enjugar  por  completo  las  lágri- 
mas pasadas.  Se  ban  importado  trigos  del  extranjero  por  valor  de  cuatro- 
cientos millones  de  reales  j  se  ba  extendido  la  franquicia  por  el  término 
de  un  año ,  con  lo  cual,  y  con  conceder  á  algunas  Diputaciones  provinciales 
autorización  para  contratar  los  empréstitos  necesarios,  las  clases  jorna- 
leras tendrán  barato  j  nutritivo  alimento  en  el  próximo  invierno ,  que 
será  además  animado  j  feliz,  pues  cuantas  personas  de  posición  es- 
tán en  el  extranjero  vuelven  presurosas,  según  afirman  los  órganos  ofi- 
ciosos del  Gobierno ,  á  disfrutar  la  tranquila  calma  j  apacible  reposo  con 
que  la  madre  patria  les  convida.  «  También  el  tiempo  corrije ,  ilustra  j 
«desengaña.  Hoj  el  bien  público  j  las  mejoras  sociales  no  las  buscan  los 
"hombres  probos  y  sensatos ,  ni  en  la  fuerza  del  sable  rebelde ,  ni  en  el 
»fusil  del  emigrado.  Sólo  en  la  resignación  de  la  desgracia,  en  la  tem- 
«planza  de  la  fortuna ,  en  la  cristiana  caridad  de  la  riqueza ,  sólo  en  la  paz 
»y  en  el  trabajo  honesto  se  encuentran  al  fin  las  pasajeras  felicidades  que 
"hallarse  pueden  en  el  mundo.»  Asi  al  menos  lo  asegura  en  sentimental  y 
culto  documento  el  Excmo.  Sr.  Conde  de  Cheste. 

Confiado  en  su  propia  fuerza  y  tranquilo  el  Gobierno  por  el  éxito  de 
su  política ,  puede  consagrarse  á  la  dulce  tarea  de  llevar  á  término  feliz 
aquellas  mejoras  que,  sin  ser  de  un  carácter  perentorio,  son,  sin  embargo, 
de  utilidad  reconocida.  Están  para  terminarse  las  obras  de  los  Ministerios 
de  la  Gobernación  y  de  Hacienda,  por  las  cuales  han  de  quedar  en  aquel 
departamento  habitaciones  espaciosas  y  elegantes  para  recibir  visitas  de 
amigos  y  parciales,  y  en  el  de  Hacienda  una  cómoda  casa  para  el  Sr.  Mar- 
qués de  Oro  vio,  que,  viviendo  en  la  secretaría,  no  tendrá  que  perder  un 
tiempo  precioso  en  estériles  viajes  é  incómodas  idas  y  venidas.  Time  is 
money,  como  dicen  los  ingleses. 

Vencidas  en  el  interior  las  dificultades  políticas  y  económicas  de  que 
otras  administraciones  se  han  visto  rodeadas,  y  próxima  la  Nación  á  reco- 
brar su  antiguo  explendor  y  poderío,  han  vuelto  á  renacer  en  Europa  los 
celos  que  en  otros  siglos  inspirara  nuestra  grandeza,  y  basta  leer  las  car- 
tas que  publican  los  distintos  corresponsales  que  tienen  en  el  extranjero  los 
órganos  del  Ministerio,  para  convencerse  de  esta  verdad. 

«Existe  en  París  en  la  rué  des  Prétres  Saint  Germain  l'Auxerrois,  nú- 
»mero  170,  una  casa  vieja  y  desvencijada,  de  apariencia  triste  y  sombría, 
•que  linda  con  la  iglesia  de  Saint-Germain  de  l'Auxerrois  y  el  magnífico 


INTERIOR.  651 

"palacio  del  Louvre  que  le  hace  frente,  j  con  la  suntuosa  manzana  de  casas 
«nuevas  que  tiene  por  su  lado  derecho.  Una  escalera  oscura  tapizada  de 
^telarañas  y  cubierta  de  polvo  da  acceso  aun  número  de  piezas  desnudas  de 
«adorno,  cuyo  pavimento  de  ladrillo,  que  ya  no  está  en  uso,  da  tristeza  y 
«frió al  que  penetra  en  ellas.  Las  ventanas,  en  armonía  con  el  resto  del  edi- 
wficio,  distribujen  la  poca  luz  que  entra  en  las  habitaciones  por  cristales  de 
"tamaño  pequeño:  modelo  que  se  remonta  al  siglo  pasado.  La  primera  im- 
«presion  que  se  recibe  al  abrir  la  tosca  puerta  de  la  calle,  pintada  de  verde, 
»con  pintura  sin  cola,  j  comparando  esta  casa  siniestra  con  toda  la  mag- 
«nificencia  que  la  rodea,  es  que  la  gente  que  allí  reside  ha  de  pertenecer  á 
«otra  civilización  distinta  á  la  nuestra  ó  á  de  ser  áspera,  atrabiliaria  y  total- 
emente  reñida  con  todo  lo  que  es  suave  y  apacible. 

»En  las  habitaciones  interiores  de  este  edificio,  cuyos  muebles  j  adór- 
anos corresponden  á  todo  lo  demás,  está  establecida,  hace  muchos  años,  la 
«redacción  j  administración  del...  ¡Diario  de  los  Debates!» 

Preciso  es  confesar  que  el  Vizconde  Ponsson  du  Terrail  habrá  leido 
con  envidia  este  párrafo  en  que  describe  por  elocuente  y  tétrica  manera 
el  corresponsal  anónimo  de  los  amigos  del  Gobierno  el  tenebroso  recinto 
desde  donde  los  redactores  del  Diario  de  los  Debates  se  dieron  maña  bas- 
tante para  lanzar  del  Trono  de  Francia  al  Rey  más  liberal  que  ha  tenido 
Europa ,  descubrimiento  que  se  le  ha  olvidado  consignar  á  M.  Guizot  en 
sus  Memorias  y  que  tendrán  que  agradecerle  de  hoy  más  cuantos  se  de- 
diquen á  escribir  la  historia  de  aquella  época. 

En  semejante  caverna  se  reúnen  formando  maquiavélica  logia,  para  fo- 
mentar en  España  la  guerra  civil,  para  imponer  á  nuestro  país  un  Gobier- 
no á  su  capricho,  Jhon  Lemoine,  Prevots-Paradol,  Saint-Marc  Girardin, 
Weis,  Young ,  David,  Laboulaye,  Horace  de  Lagardie,  Jules  Janin , 
Remussat  y  otros  desdichados  ingenios ,  á  quienes  hay  que  exterminar 
como  á  verdaderos  Hugonotes  del  siglo  XIX.  ¿Qué  indignación  no  ha 
de  excitar  en  todo  buen  español  la  noticia  de  que  existe  un  complot 
formado  con  el  objeto  de  sitiarnos  por  hambre,  propalando  en  los  cen- 
tros bursátiles  de  Europa  las  más  absurdas  noticias  contra  nuestro  cré- 
dito? Estos  conspiradores,  según  parece  y  atestiguan  los  corresponsales 
antes  citados,  tienen  en  Francia  por  foco  de  sus  aviesas  maquinaciones  la 
redacción  de  los  Debates ,  comunicándose  desde  allí  con  sus  corifeos  de 
Londres,  que  tienen  compradas  de  seguro  las  columnas  del  Times.  Tan  po- 
derosa trama  cuenta  con  adictos  servidores  en  la  Independencia  Belga  j 
en  otros  periódicos  de  Francia,  Italia  é  Inglaterra. 

Pero  no  son  estas  las  solas  noticias  importantes  con  que  últimamente 
nos  han  sorprendido  las  publicaciones  que  ensalzan  y  defienden  al  Ministe-^ 
rio.  Sírvanos  de  consuelo,  contra  tanta  iniquidad,  el  saber  que  al  mismo 
tiempo  que  nos  hacen  sin  motivo  j  por  envidia  tan  cruda  guerra  esas 

♦ 


652  REVISTA   POLÍTICA 

naturalezas  atrabiliarias,  las  Cancillerías  del  mundo  culto  se  disputan 
palmo  á  palmo  nuestra  amistad  y  alianza.  Prusia  y  Francia,  preparando 
bajo  una  simulada  amistad  elementos  de  fuerza  para  el  dia  de  las  grandes 
liquidaciones,  buscan  su  principal  apoyo  en  nosotros;  y  mientras  el  astuto 
Conde  de  Bismark  quiere  entenderse  con  los  espíritus  revolucionarios,  el 
César  francés  reanuda  las  afectuosas  relaciones  que  existen  entre  los 
Gobiernos  de  dos  pueblos  que ,  intereses  religiosos  y  de  raza,  hacen  her- 
manos. 

¡  Cuántas  veces  contemplando  el  Sr.  Marqués  de  Orovio  con  justo  orgu- 
llo y  patriótica  satisfacción  el  próspero  período  en  que  va  entrando  la 
Hacienda  nacional  por  su  vigorosa  iniciativa ,  recordará  los  dias  en  que 
asediado  el  Gobierno  español  por  las  sugestiones  de  Inglaterra  y  Fran- 
cia ,  otro  Marqués ,  también  riojano ,  supo  mantener  la  neutralidad  más 
digna  á  pesar  de  Keene  y  de  Duras ,  hábiles  Embajadores  de  uno  y  otro 
pueblo  I 

Por  todas  estas  razones  no  puede  considerarse  el  actual  Ministerio  como 
representante  de  una  exigua  fracción  política;  su  importancia  es  mucho 
más  grande ;  nosotros  somos  los  primeros  en  declarar  que  merece  todo  el 
apoyo  que  le  dan  los  ultra-monárquicos,  y  que  es  natural  cifren  en  él  sus 
esperanzas  los  partidarios  de  una  escuela  política,  de  que  somos  francos  y 
naturales  adversarios,  pero  que  tiene  en  el  país  hondas  raíces;  así  vemos 
que  el  Gobierno,  apoyado  por  la  mayoría  de  ciertos  elementos  sociales, 
dotando  á  la  Nación  de  instituciones  políticas  en  armonía  con  la  gestión 
económica  y  con  la  tendencia  intelectual  dominante,  ha  llegado  á  imprimir 
su  sello  hasta  en  lo  que  pudiéramos  llamar  la  literatura  oficial  de  la  si- 
tuación. 

Como  en  las  proclamas  del  primer  Cónsul  elevado  luego  á  la  más 
alta  dignidad  social ,  en  sus  Boletines ,  siendo  ya  Emperador ,  y  en  el  tes- 
tamento de  Santa  Elena,  hay  que  buscar  la  forma  de  lo  que  pudiéramos  lla- 
mar la  literatura  oficial  del  primer  Imperio ;  como  las  cartas  del  Jefe  del 
Estado  á  los  Ministros ,  los  discursos  de  contestación  á  los  Prefectos  y 
las  alocuciones  al  ejército  de  Crimea  y  de  Italia,  tienen  el  sello  especial 
que  imprime  á  todas  sus  obras  Napoleón  III ;  como  donde  más  se  di- 
buja el  carácter  del  reinado  del  Sr.  D.  Fernando  VII  es  en  los  documentos 
auténticos  de  aquel  Soberano ,  así  la  fisonomía  del  actual  régimen  poHtico 
se  retrata  en  los  pintorescos  y  enérgicos  despachos  que  dirigía  á  las  auto- 
ridades militares  y  civiles  el  Sr.  Duque  de  Valencia;  en  las  cultas,  sentidas 
y  académicas  alocuciones,  proclamas  y  bandos  del  Sr.  Conde  de  Cheste; 
en  las  notables  correspondencias  que  escriben  del  extranjero  los  escritores 
'ministeriales,  y  en  el  atildado  y  clásico  estilo  de  los  Jefes  civiles,  aca- 
bando por  cierto  de  adquirir  una  envidiable  popularidad ,  entre  otros ,  el 
Sr.  Gobernador  de  Jaén. 


INTERIOR.  653 

Por  lo  demás,  no  puede  menos  de  regocijarse  el  ánimo  al  ver  «como 
»los  pronósticos  que  ciertos  hombres  y  ciertos  periódicos  hacían  en  la  pri- 
»mavera ,  van  saliendo  fallidos :  aquellos  calores  de  que  nos  hablaban  en 
«sentido  figurado ,  han  pasado  en  el  sentido  recto  y  han  dejado  mal  á  los 
«aficionados  á  la  metáfora :  aquellas  emigraciones  que  decian  serían  ne- 
"cesarias  á  consecuencia  de  los  calores,  están  á  punto  de  terminar,  j 
«pronto  volverán  los  emigrantes  veraniegos  á  gozar  de  las  dulzuras  de 
^^Madrid  en  una  benigna  temperatura:  los  habitantes  de  la  Corte  volve- 
«rán  con  la  animación  que  les  habrá  prestado  la  vida  del  campo ,  que  es  de 
«sujo  regeneradora , «  j  todo  hace  creer  que  se  nos  presenta  un  brillante 
invierno ,  á  pesar  de  que  personas  de  elevada  posición ,  en  cujas  habi- 
taciones soba  reunirse  la  buena  sociedad  de  la  Corte ,  proporcionando  con 
sus  fiestas  trabajo  j  utilidad  á  las  clases  comerciales,  residan  hoj  en  pun- 
tos extremos  de  la  Península,  en  sus  islas  adjacentes  ó  en  el  extranjero. 

Tienen  en  nuestro  sentir  razón  los  que  opinan  que  con  la  política  inte- 
rior de  nuestro  país  sucede  hoj  una  cosa  muj  parecida  á  lo  que  acon- 
tece en  la  exterior  de  Europa. 

"En  esta,  la  paz  está  en  las  palabras,  j  la  guerra  en  las  obras:  no  haj 
«guerra  j  los  armamentos  de  todas  las  naciones  son  peores  que  la  guerra 
«misma,  mantienen  la  intranquilidad  j  la  desconfianza,  paralizan  el  comer- 
«cio,  los  negocios,  las  transacciones  j  la  prosperidad  pública.  En  España 
«la  guerra  está  en  las  palabras  sin  poder  realmente  estar  en  las  obras ;  j 
«los  efectos  en  esta  situación  son,  sin  embargo,  tan  malos  ó  peores  que 
«en  aquella. «  ¿Pero  quién  tiene  la  responsabilidad  de  semejante  estado 
político  ? 

Es  cierto  que  solo  la  intervención  de  las  fuerzas  morales  del  país  puede 
poner  término  á  la  dolorosa  j  fatal  situación  que  atravesamos.  ¿Más  cómo 
ha  de  intervenir  un  pueblo  en  sus  propios  negocios ;  de  qué  modo  puede 
ser  eficaz  esta  intervención?  ¿Esperan  los  partidarios  del  cambio  político 
anunciado  por  periódicos  j  correspondencias  que  queden  en  el  acto  expe- 
ditas las  vias  legales  por  donde  la  opinión  pública  se  manifiesta  j  ejerce 
sn  imperio?  ¡Ah!  si  fuese  esto  posible,  ¡quién  titubearía! 

Líbrenos  el  cielo  de  un  Gobierno  que  tenga  por  misión  debilitar  el  espí- 
ritu nacional  con  las  apariencias  de  rendir  culto  á  las  ideas  liberales  des- 
trujéndolas  en  su  esencia.  No  demos  una  vez  mas  á  la  Europa  el  espec- 
táculo de  instituciones  facticias  que  usen  un  idioma  contrario  á  sus  ver- 
daderos principios;  no  volvamos  á  oir  hablar  de  libertad,  sino  cuando  ha  ja 
de  existir  real  j  sólida ;  no  pase  la  nación  por  el  aturdimiento  de  agitar- 
se en  contradicciones  perpetuas  que  conclujen  siempre  por  perturbar  el 
sentido  público ,  apo  jando  el  pueblo  lo  que  tal  vez  tiene  interés    en  com- 


654  REVISTA    POLÍTICA 

batir  j  apartando  á  los  partidos  de  las  vias  de  lo  recto  j  de  lo  verda- 
dero, únicas  en  que  el  progreso  ordenado  es  posible.  Cuando  esto  llega 
á  suceder,  el  poder  absoluto  no  es  un  accidente  pasajero,  sino  una  necesi- 
dad social;  por  eso  preferimos  mil  veces  la  franqueza  del  actual  Ministe- 
rio á  una  situación  que,  conservando  la  esencia  de  las  cosas,  variase  sólo 
en  el  lenguaje. 

J,  L.  Albareda. 


EXTERIOR. 


Como  suele  suceder  todos  los  años,  por  este  tiempo,  los  asuntos  que 
dan  major  pábulo  á  las  reflexiones  y  vaticinios  de  los  escritores  políticos, 
y  aun  de  los  que  sin  serlo  se  ocupan  en  esta  materia ,  son  los  viajes  j  las 
entrevistas  de  los  Soberanos.  No  siempre  tienen  estos  sucesos  la  impor- 
tancia que  de  ordinario  se  les  dá,  y  aún  tendrían  menos  si  en  todas  las 
naciones  de  Europa  estuviese  en  vigor  y  obrara  sus  naturales  consecuen- 
cias el  sistema  constitucional  y  representativo ,  porque  en  los  países  que 
tienen  la  fortuna  de  ser  gobernados  parlamentariamente,  no  es  posible 
que  ni  el  Monarca  ni  los  Ministros  dispongan  arbitrariamente  de  la  san- 
gre y  de  los  tesoros  de  sus  subditos  para  acometer  empresas  quizá  teme- 
rarias ,  opuestas  á  la  justicia  ó  á  los  intereses  del  pueblo  que  personifican 
y  representan.  Buen  ejemplo  es  de  esta  verdad  el  viaje  que  en  la  actuali- 
dad está  haciendo  por  Suiza  y  Alemania  la  Reina  Victoria ;  nadie  piensa 
que  durante  él  se  puedan  verificar  entrevistas  con  los  Monarcas  de  los 
diversos  países  que  atraviese ,  en  las  cuales  se  ajusten  pactos  y  se  con- 
traigan alianzas ,  de  las  que  dependa ,  en  un  porvenir  más  próximo  ó 
más  lejano ,  la  paz  ó  la  guerra ;  la  suerte ,  en  fin ,  de  los  pueblos  que  viven 
bajo  su  cetro ,  ó  de  aquellos  en  que  influye  con  su  inmenso  poder  la  Gran 
Bretaña.  Limitado  en  esta  nación  el  poder  monárquico  á  sus  funciones 
propias ,  no  ejerce  una  influencia  decisiva  en  los  negocios  públicos ,  siendo 
verdaderamente  el  órgano  de  la  opinión ,  cuyas  corrientes  sigue ,  sin  em- 
peñarse nunca  en  contrariarlas.  El  desarrollo  de  las  libertades  públicas  Ha 
hecho  que,  después  de  luchas  sostenidas  con  una  persistencia  que  debe 
servir  de  ejemplo  á  las  naciones  que  deseen  llegar  á  tan  nobles  y  conve- 
nientes resultados,  el  poder  se  ejerza  en  realidad  por  la  Cámara  de  los 
Comunes ,  representación  legítima  y  verdadera  del  país ;  y  desde  que  se  ha 
alcanzado  esta  conquista ,  «las  relaciones  exteriores  de  Inglaterra  han  sen- 


EXTERIOR.  655 

»tido  la  influencia  de  su  libertad  interior.  Cuando  los  Reyes  y  los  nobles 
«gobernaban ,  sus  simpatías  eran  para  las  testas  coronadas.  Desde  que  el 
«pueblo  ha  tomado  parte  en  el  Gobierno,  Inglaterra  ha  favorecido  la  li- 
»bertad  constitucional  en  los  demás  Estados ,  y  se  ha  convertido  en  ídolo 
»de  todas  las  naciones  que  sienten  la  misma  aspiración  hacia  la  libertad. » 
Este  juicio  de  Erskine-Maj  sobre  la  política  exterior  déla  Gran  Bretaña, 
no  sólo  es  exacto ,  sino  que  explica  en  cierto  modo  por  qué  el  poder  Real 
no  puede  influir  de  un  modo  decisivo  en  los  asuntos  internacionales ,  es- 
pecialmente para  llevar  á  cabo  empresas  contrarias  |á  la  opinión  pública, 
favorable  siempre  en  la  Gran  Bretaña  á  la  libertad  de  los  demás  pueblos, 
y  contraria  á  los  planes  de  dominación  y  de  conquista. 

Pero  todavía  existen  en  Europa  muchos  países  en  que  las  libertades 
pohticas  recien  conquistadas  no  han  producido  en  la  práctica  todas  sus 
saludables  consecuencias ,  y  alguno  en  que  es  el  Monarca  arbitro  y  señor 
absoluto  de  las  vidas  y  haciendas  de  sus  subditos.  En  el  primer  caso  se 
encuentra  Prusia ,  donde  el  resultado  de  la  última  guerra  ha  aumentado 
considerablemente  el  poder  y  la  influencia  del  Rey ,  cuya  gloria  militar 
es  el  mayor  enemigo  que  tiene  al  presente  la  influencia  del  Parlamento. 
El  Czar  puede  disponer  á  su  antojo  de  los  millones  de  subditos  que  pueblan 
sus  Estados ,  donde  apenas  vá  penetrando  la  luz  de  la  civilización  moderna. 
Por  esto ,  sin  duda ,  tiene  grande  importancia  la  entrevista  que  han  cele- 
brado ambos  Soberanos  en  Kinsingen ,  sin  que  haya  podido  quitársela  lo 
que  sobre  el  particular  han  dicho  los  periódicos  semi-oficiales  del  vecino 
Imperio ,  que  á  pesar  suyo  demuestran  la  profunda  impresión  que  les  ha 
causado  este  suceso. 

Las  relaciones  íntimas  que  de  muy  antiguo  existían  entre  las  Cortes  de 
Berlín  y  de  San  Petersburgo ,  parecían  menos  estrechas  en  estos  últimos 
tiempos ,  segtin  podía  inferirse  de  las  frecuentes  y  agrias  censuras  que  los 
periódicos  rusos  dirigían  al  Gobierno  de  Prusia ,  pero  muchos  creen  que 
ese  proceder  era  un  ardid  estratégico  para  distraer  la  atención  de  las 
demás  naciones,  afirmando  los  que  se  suponen  bien  enterados,  que  el  deseo 
de  celebrar  la  conferencia  que  nos  ocupa  ha  partido  del  Emperador  Ale- 
andro ,  quien  manifestó  en  una  carta  al  Rey  Guillermo  su  deseo  de  avis- 
tarse con  él ,  y  que  teniendo  que  ir  á  Schwalbach  para  reunirse  con  su 
hija  la  Gran  Duquesa  María,  le  era  fácil  llegar  á  Ems,  donde  el  Rey  estaba. 
Según  una  carta  publicada  por  La  Correspondencia  del  Nordeste ,  la  en- 
trevista ha  tenido  un  objeto  esencialmente  político ,  aunque  no  han  asistido 
á  ella  los  Ministros  de  Negocios  extranjeros  de  ambas  naciones.  Se  dice 
que  el  Czar  se  expresó  en  términos  que  prueban  que  Rusia  quiere  á  toda 
costa  conservar  y  aun  estrechar  su  alianza  con  Prusia ,  mostrándose  in- 
quieto sobre  el  estado  actual  de  Europa ,  é  insistiendo  en  que  en  las  actua- 
les circunstancias  sólo  puede  asegurar  la  paz  la  íntima  unión  entre  ambas 


656  REVISTA  POLÍTICA 

potencias.  Para  log^rarla  llegó  á  proponer  un  tratado  de  alianza  formal  y 
definida,  pues  aunque  hace  mucho  tiempo  que  sin  ella  han  pfocedido  de 
acuerdo  en  muchos  casos  los  dos  Gobiernos ,  juzga  el  Emperador  conve" 
niente  que  haja  un  contrato  que  obligue  á  ambas  partes  ,  dando  por  último 
á  entender  que  está  dispuesto  á  emplear  su  influencia  en  los  Estados  del 
Sur  de  Alemania  para  facilitar  la  obra  de  unificación  emprendida  por 
Prusia. 

Es  de  creer  que  las  cosas  no  hayan  ido  tan  adelante  como  supone  el 
corresponsal  del  periódico  que  hemos  citado ;  pero  dadas  las  aspiraciones 
y  demás  circunstancias  de  Rusia  y  de  Prusia ,  no  es  de  suponer  que  esta 
entrevista  haja  sido ,  como  afirma  el  periódico  La  France ,  una  visita  de 
mera  cortesía.  Si  la  alianza  entre  estas  potencias  llegara  á  realizarse ,  el 
suceso  tendría  una  importancia  inmensa  para  el  caso  que  sigue  creyéndose 
probable  de  una  guerra ,  la  cual  muy  pronto  llegaría  á  ser  general ,  aun- 
que empezase  sólo  entre  Francia  y  Prusia ,  porque  el  apoyo  que  el  Czar 
prestara  al  Gobierno  de  Berlin  no  habia  de  ser  gratuito ,  y  tendria  por 
compensación  el  auxilio  moral  ó  material  dado  por  esta  última  potencia  á 
Rusia  para  llevar  á  cabo  sus  constantes  aspiraciones  relativas  á  Turquía. 
Con  ese  apoyo  podría  lograr  cuando  méuos  que  sacudiesen  muchas  provin- 
cias de  este  Imperio  el  yugo  que  las  oprime,  constituyendo  Estados  cris- 
tianos como  Servia  y  Roumania,  ligados  con  Rusia  por  los  vínculos  de  la 
religión  y  de  la  raza ,  mientras  llegaba  el  momento  de  trasladar  á  la 
antigua  Bizancio  la  capital  del  Imperio  Slavo,  á  que  tan  alta  misión  asig- 
nan los  partidarios  y  defensores  del  panslavismo.  Por  otra  parte ,  el  nuevo 
reino  de  Italia  aprovecharía  la  ocasión  de  cualquier  conflicto  internacional 
para  la  conquista  de  su  unidad ,  que  sólo  podrá  conseguir  como  premio  de 
su  alianza  con  alguna  de  las  naciones  que  fien  á  la  suerle  de  las  armas  la 
realización  de  sus  proyectos  de  preponderancia  y  engrandecimiento. 

En  corroboración  de  los  temores  y  de  las  esperanzas  que  ha  engendrado 
la  entrevista  del  Czar  y  del  Rey  Guillermo ,  se  ha  hablado  mucho  de  los 
viajes  que  han  de  empiender  los  Embajadores  de  Francia  acreditados  en 
las  cortes  más  importantes  de  Europa,  para  celebrar  con  su  Soberano 
una  ^especie  de  conferencia  que  tendrá  lu^-ar  á  principios  del  próximo 
mes  en  Biarritz,  y  en  la  que,  según  muchos  aseguran ,  van  á  adoptar- 
se resolucioQes  gravísimas.  Pero  como  la  naturaleza  del  hombre  es  tal, 
que  mientras  no  se  realizan  los  sucesos  está  siempre  suspenso  entre  la 
esperanza  y  el  temor,  buscando  en  los  menores  y  más  oscuros  indicios 
motivos  en  qué  fundar  una  y  otro ,  los  que  desean  la  paz ,  que  están  sin 
duda  en  mayor  número ,  no  tienen  menos  razones  que  sus  adversarios  para 
creer  que  no  ha  de  turbarse  por  ahora. 

En  confirmación  de  estas  pacíficas  disposiciones  se  ha  escrito  un  largo 
artículo  en  el  Diario  de  los  Debates  del  19  del  actual,  firmado  por  el  Secre- 


EXTERIOR.  657 

tario  de  la  redacción ,  que  ha  sido  objeto  de  muchos  comentarios ;  en  este 
escrito ,  tomando  pié  de  la  residencia  del  Emperador  en  Plombiers,  donde 
ha  ido  á  curarse  del  padecimiento  reumático  que  le  ha  aquejado  el  invierno 
anterior ,  se  recuerda  que  en  ese  mismo  lugar  se  dispuso  la  campaña  de 
Italia  por  acuerdo  adoptado  entre  el  Emperador  j  M.  de  Cavour ;  se  dice 
que,  aun  cuando  las  conferencias  fueron  muj  reservadas  j  secretas  y  no  se 
formó  protocolo  de  lo  que  en  ellas  pasó ,  se  escribieron  relaciones  que  al- 
gún dia  se  publicarán ,  poniéndose  entonces  en  claro  muchos  puntos  rela- 
tivos á  la  historia  de  aquellos  sucesos,  que  no  llegaron  hasta  donde  se  habia 
previsto ,  por  motivos  diversos  que  también  se  conocerán  algún  dia  con 
todos  sus  pormenores.  El  articulista  asegura  que  la  estancia  en  Plombiers 
no  tendrá  esta  vez  los  resultados  que  entonces  tuvo ;  que  durante  ella  no  se 
ha  trazado  ni  resuelto  ningún  plan  de  campaña ,  y  que  por  su  parte  Prusia 
está  animada  de  los  mayores  y  más  vivos  deseos  de  conservar  la  paz ;  entre 
otras  causas  porque  no  está  preparada  para  la  guerra  ni  puede  estarlo  en 
un  breve  plazo ;  no  existiendo  en  Alemania  los  grandes  recursos  que 
proporcionan  á  Francia  j  á  Inglaterra  el  desarrollo  de  la  riqueza  pú- 
blica. En  comprobación  de  esta  circunstancia,  se  hace  notar  en  el  artículo 
á  que  nos  referimos  que  para  modificar  su  armamento ,  dando  á  la  infan- 
tería los  famosos  fusiles  de  aguja  que  tanto  contribuyeron  al  éxito  de  la 
campaña  de  1866 ,  empleó  Prusia,  según  ha  confesado  Mr.  de  Moltke ,  más 
de  veinte  años ,  mientras  que  Francia  ha  tardado  menos  de  dos  en  fabricar 
los  necesarios  para  su  ejército,  con  arreglo  á  nuevos  adelantos  que  los 
hacen  muy  superiores  á  los  que  todavía  tienen  y  tendrán  por  mucho  tiempo 
los  batallones  prusianos.  Fundándose  en  estas  y  otras  consideraciones  re- 
lativas á  los  demás  Estados  de  Europa ,  y  especialmente  á  Austria ,  In- 
glaterra y  Rusia ,  el  autor  del  artículo  que  examinamos  asegura  que  los 
deseos  de  paz  que  en  todas  partes  existen  son  sinceros ,  y  la  imposibilidad 
de  hacer  la  guerra ,  poco  menos  que  insuperable. 

Otro  indicio  de  esta  situación  pacífica  es  el  silencio  que  ha  guardado 
Nopoleon  III  en  la  fiesta  del  15  de  Agosto  ,  para  cuyo  dia  muchos  es- 
peraban alguna  manifestación  ó  discurso  de  carácter  belicoso.  Verdad  es 
que  en  la  revista  que  pasó  el  Emperador  ha  habido  una  ostentación  ex- 
traordinaria de  fuerzas,  concurriendo  el  ejército  y  la  guai-dia  nacio- 
nal; pero  en  la  carta  dirigida  por  Napoleón  al  General  Mellinet,  Co- 
mandante en  Jefe  de  este  último  cuerpo ,  organizado  por  una  ley  reciente 
á  la  manera  de  la  landawer  prusiana ,  sólo  dice  que  « está  satisfecho  de 
su  marcialidad  y  que  contará  siempre  con  su  patriotismo.»  Por  último ,  el 
resultado  del  empréstito  es  para  muchos  señal  evidente  de  la  confianza  que 
generalmente  se  tiene  en  la  conservación  de  la  paz.  Nos  parece  este 
síntoma  muy  equívoco  por  la  razones  que  ya  expusimos  en  nuestra  an- 
terior Revista.  Digimos  en  ella ,  que  á  pesar  de  la  situación  económica  en 


658  REVISTA  POLÍTICA 

que  de  resultas  de  los  temores  que  por  todas  parles  se  siente  se  encuen- 
tra Francia ,  el  empréstito  se  cubriría  con  gran  exceso;  pero  hemos  de 
confesar  que  en  esta  parte ,  el  resultado  ha  ido  aun  más  allá  de  nuestros 
cálculos,  ascendiendo  como  se  sabe  el  capital  suscrito  á  la  enorme 
suma  de  quince  mil  millones  de  francos,  cuando  sólo  se  pedian  cua- 
trocientos veintinueve.  No  debe  disputarse  á  M.  Magne  la  gloria  que  le 
pertenece  por  la  manera  hábil  que  ha  tenido  de  organizar  este  negocio; 
pero  tampoco  haj  que  desconocer  que  por  lo  mismo  que  la  industria  j  el 
comercio  no  ofrecen  colocación  segura  á  los  inmensos  capitales  acumulados 
que  existen  en  Francia  y  en  Inglaterra ,  acuden  á  ganar  el  interés  que  el 
Estado  les  ofrece ,  coq  la  seguridad  completa  de  que  aunque  ocurriesen  las 
majores  catástrofes  nunca  se  llegarla  á  perder  ni  la  más  mínima  parte  de 
las  cantidades  prestadas  al  Gobierno.  Además,  como  se  había  anunciado, 
han  concurrido  para  este  negocio,  con  los  de  Francia,  capitales  ingleses, 
lo  cual  se  explica  porque  el  tipo  del  descuento  señalado  en  el  Banco  de 
Inglaterra  es  muj  inferior  al  interés  que  produce  el  dinero  que  se  emplea 
en  el  empréstito.  Por  otra  parte,  con  la  seguridad  de  que  las  cantidades 
ofrecidas  habían  de  exceder  con  mucho  á  la  que  se  pedia,  y  sabiéndose 
por  tanto  que  se  habían  de  hacer  rebajas  enormes  en  las  suscriciones  su- 
periores á  cinco  francos  de  renta ,  es  de  suponer  que  muchos,  por  el  afán 
de  ostentar  gran  fortuna  y  por  otros  motivos  de  vanidad ,  hayan  suscrito 
lo  que  tal  vez  no  hubieran  podido  satisfacer  sí  se  les  hubiera  exigido ,  no 
ya  al  contado ,  más  ni  aún  en  los  numerosos  y  largos  plazos  que  como 
digímos  se  han  señalado  para  facilitar  el  desembolso. 

El  empréstito ,  pues ,  significa  en  resumen  la  seguridad  absoluta  que  se 
tiene  en  la  solvencia  presente  y  futura  del  Estado ,  ó  lo  que  es  lo  mismo, 
indica  la  confianza  fundadísima  que  tiene  Francia  en  sus  fuerzas  produc- 
toras y  en  el  porvenir  de  su  riqueza  nacional ;  pero  no  es  síntoma  ni  de 
la  seguridad  de  la  paz,  ni  de  la  popularidad  del  Gobierno.  Respecto 
á  este  último  punto  ha  habido  recientemente  una  señal  elocuentísima  de  los 
deseos  cada  vez  más  vehementes  de  recuperar  las  libertades  pohticas  tan 
mermadas  por  el  golpe  de  Estado  del  2  de  Diciembre ;  deseos  que  no  han 
satisfecho  las  prudentes  y  hábiles  concesiones  hechas  á  la  opinión  pública 
en  estos  últimos  años.  El  suceso  á  que  nos  referimos  son  las  elecciones  del 
Jura ,  en  las  que  el  candidato  de  la  oposición  ha  reunido  más  de  veinti- 
dós mil  votos,  derrotando  al  que  patrocinaba  el  Gobierno  por  una  in- 
mensa mayoría.  Las  circunstancias  que  precedieron  á  esta  elección  le  han 
dado  una  gran  significación  principalmente  porque  los  periódicos  del  Go- 
bierno ,  con  una  ceguedad  inexplicable ,  calificaron  á  M.  Grevy  de  anti- 
dinástico con  el  objeto  de  retraer  á  los  que  deseando  un  cambio  más  6  me- 
nos profundo  en  el  régimen  político  vigente ,  no  llegan  hasta  el  extremo 
de  consentir  en  una  perturbación  tan  grande  como  lo  es  siempre  en  cual- 


EXTERIOR.  659 

quier  país  el  cambio  de  dinastía.  A  pesar  de  este  inhábil  recurso,  M.  Grevj 
ha  salido  triunfante  j  ahora  tienen  necesariamente  que  convenir  los  perió- 
dicos del  Gobierno  en  que,  por  confesión  propia,  existen  en  un  distrito 
electoral  nada  menos  que  veintidós  mil  anti-dinásticos ;  esto  es ,  las  tres 
cuartas  partes  de  sus  habitantes.  De  esperar  es  que  esta  lección  abrirá  los 
ojos  de  amigos  imprudentes  que  suelen  ser  más  perjudiciales  que  los  ene- 
migos declarados ,  y  que ,  aun  en  el  vecino  Imperio  distinguirán ,  no  obs- 
tante la  calidad  personal  de  su  Gobierno  ,  entre  el  régimen  político  j  la 
dinastía,  porque  si  esta  se  redujese  al  papel  de  jefe  de  un  partido,  teniendo 
á  todos  los  demás  por  contrario ,  habría  de  sufrir  las  vicisitudes  tan  fre- 
cuentes hoy  en  la  vida  política  de  los  pueblos.  Las  dinastías  sólo  pueden 
salvarse  si  la  persona  que  ocupa  el  Trono  sabe  ejercer  sus  funciones  y 
prerogativas  de  tal  manera ,  que  no  se  haga  incompatible  con  los  intereses 
y  aspiraciones  legítimas  de  los  partidos,  los  cuales  representan  las  fuerzas 
vivas  de  la  sociedad ,  y  sin  ellos  es  imposible  el  ejercicio  de  las  liberta- 
des públicas. 

Así  sucede  en  Inglaterra,,  con  notables  ventajas  del  país,  dando  al  Trono 
j  á  la  Dinastía  que  lo  ocupa  una  estabilidad  incontrastable.  En  esa  nación, 
que  debe  tenerse  como  modelo  siempre  que  se  habla  de  países  constitucio- 
nales, la  Corona  está  por  cima  de  todas  las  luchas  políticas,  y  es  supe- 
rior aun  á  las  diferencias  religiosas  que  tan  profundamente  agitan  y  con- 
mueven á  los  pueblos.  Ya  hace  tiempo  que  digimos  que  en  la  cuestión 
relativa  á  la  Iglesia  establecida  en  Irlanda,  que  está  ja  siendo  la  bandera 
de  las  próximas  elecciones ,  no  seria  obstáculo  el  Trono  para  cualquiera 
resolución  que  hubiera  de  adoptarse  á  pesar  del  juramento,  prestado  por  el 
Monarca  en  la  ceremonia  de  su  coronación,  de  mantener  las  exenciones  y 
privilegios  de  la  Iglesia  anglicana.  Este  deber  no  puede  menos  de  ser  con- 
dicional y  cederá  ante  la  omnipotencia  parlamentaria,  como  sucedió  á 
pesar  de  los  escrúpulos  del  Monarca  en  la  cuestión  de  los  católicos ;  lo- 
grándose al  fin ,  merced  á  la  persistencia  de  los  hombres  públicos,  que 
triunfara  la  justicia,  concediendo  la  plenitud  de  sus  derechos  civiles  y  po- 
líticos á  todas  las  sectas  y  comuniones  cristianas ,  sin  excluir  á  los  fieles 
de  la  Iglesia  católica ,  no  obstante  la  prevención  que  contra  ellos  había  de 
resultas  de  antiguas  luchas  y  especialmente  desde  que  por  el  insensato 
proceder  de  Jacobo  II ,  se  consideraron  por  muchos  como  idénticos  la  ti- 
ranía y  al  papismo. 

Recuerdos  de  aquellas  épocas  se  invocan  todavía  por  los  defensores  de  la 
Iglesia  establecida  en  Irlanda ,  y  no  sin  cierta  admiración  hemos  visto  que 
en  el  meeting  ó  gran  reunión  que  ha  tenido  lugar  en  el  Palacio  de  Cristal 
para  tratar  de  este  asunto ,  se  ha  dicho  por  todos  los  oradores  que  la 
grandeza,  el  porvenir  y  hasta  la  independencia  del  Estado,  estriban  en  su 
unión  íntima  y  permanente  con  la  Iglesia  anglicana.  Lord  Fitzwalter,  que 


660  REVISTA  POLÍTICA 

presidió  la  reunión,  dio  ya.  en  su  discurso  el  tono  de  violencia  que  adop- 
taron después  los  demás  oradores,  y  el  fervor  protestante  de  los  concurren- 
tes era  tan  grande,  que  la  primera  vez  que  se  pronunció  el  nombre  de 
Mr,  Gladstone,  fué  saludado  por  una  explosión  de  silbidos.  Esto  no  debe 
extrañarse  en  un  país  en  que  se  respetan  hasta  los  excesos  de  la  libertad 
para  no  poner  trabas  á  su  leg'ítimo  ejercicio  ,  y  por  otra  parte ,  al  meeting 
ó  demostración  que  ha  preparado  el  comité  de  la  Union  protestante,  res- 
ponderán sin'duda  los  liberales  de  todos  los  matices  con  otros  mucho  más 
concurridos,  en  que  se  recibirá  con  entusiastas  y  repetidos  aplausos  al  Ex- 
Canciller  del  Echiquier  y  futuro  primer  Ministro,  jefe  reconocido  de  los  de- 
fensores de  los  progresos  de  la  justicia  y  del  derecho  en  las  instituciones 
civiles  y  políticas  de  Inglaterra. 

En  prueba  de  que  en  esta  nación,  hasta  los  más  decididos  reaccionarios, 
hasta  los  que  todavía  conservan  las  tradiciones  de  los  antiguos  caballeros  de- 
fensores de  la  regia  prerogativa  y  enemigos  del  Parlamento,  convienen  en 
que  solo  éste  puede  resolver  todas  las  cuestiones  de  una  manera  definitiva 
é  inapelable;  citaremos  aquí  una  frase  del  discurso  de  Lord  Fitzwalter, 
quien  después  de  rogar  á  sus  oyentes  que  defendiesen  á  la  Reina  y  la  apo- 
yasen en  su  resistencia  al  papismo ,  cualquiera  que  fuese  la  forma  con  que 
se  presentase ,  preguntaba  :  « ¿Cuál  es  nuestro  deber  más  evidente?  Conver- 
tir la  próxima  elección  general  en  una  elección  protestante.  »  Estas  pala- 
bras fueron  acogidas  con  una  tempestad  de  aplausos ,  porque  allí  nadie 
tiene  fe  sino  en  el  Parlamento  para  lograr  el  triunfo  de  sus  ideas ,  y  en  la 
ocasión  presente ,  ni  siquiera  se  piensa  en  convertir  en  ardid  de  guerra 
los  escrúpulos  religiosos  que  debieran  obrar  con  más  fuerza  en  el  ánimo 
del  actual  Monarca ,  que  en  el  de  sus  predecesores  por  razón  de  su  sexo . 
Por  fortuna  desde  que  la  Reina  Victoria  ocupa  el  Trono ,  el  Parlamento  ha 
adquirido  tal  fuerza,  que  los  vencerá,  llegado  el  caso,  probablemente  sin 
resistencia  y  sin  lucha;  si  las  próximas  elecciones  dan,  como  es  probable, 
el  triunfo  á  los  que  apoyaron  con  su  voto  el  bilí  presentado  por  Gladstone 
proponiendo  la  extinción  de  la  Iglesia  establecida  en  Irlanda, 

La  próxima  campaña  electoral  ha  de  ser  reñidísima  en  el  Reino-Unido, 
y  su  resultado  tanto  más  importante,  cuanto  que  es  el  primer  ensayo  que 
se  hace  de  la  ley  de  sufragio  profundamente  reformada ;  habiéndose  am- 
pliado este  derecho ,  es  de  creer  que  se  aumente  la  proporción  en  que  los 
liberales  estaban  respecto  á  los  conservadores  en  las  poblaciones  y  en  los 
condados ,  y  la  distribución  de  las  circunscripciones  ó  distritos  ha  de  ser 
también  favorable  á  estos. 

Con  motivo  de  la  formación  de  las  listas,  ha  surgido  la  cuestión,  ini- 
ciada sin  éxito  en  el  Parlamento  por  el  famoso  publicista  Stuart-Mill,  re- 
lativa al  derecho  electoral  de  las  mujeres.  Mr.  Mili  trató  de  resolverla  in- 
directamente, sustituyendo  la  palabra  persona  á  la  que  empleaba  la  ley 


EXTERIOR.  661 

para  designar  á  los  electores ;  pero  la  Cámara  rechazó  esta  enmienda ,  j 
por  lo  tanto ,  se  manifestó  virtualmente  contraria  á  conceder  el  derecho 
electoral  á  las  mujeres. 

A  pesar  de  esto ,  los  funcionarios  encargados  de  formar  las  listas ,  fun- 
dándose en  el  espíritu  rigorista  con  que  allí  se  interpretan  las  lejes ,  han 
incluido  algunas  mujeres  que ,  no  estando  bajo  la  patria  potestad  ni  bajo 
la  autoridad  de  un  marido ,  son  por  lo  tanto  cabezas  de  familia  j  reúnen 
las  demás  condiciones  que  para  gozar  del  derecho  de  sufragio  exige  la 
nueva  lej.  Es  de  creer  que  en  última  y  definitiva  revisión  serán  exclui- 
das las  mujeres ,  pero  no  deja  de  ser  un  triunfo  para  los  partidarios  de 
esta  reforma  la  inserción,  aunque  sea  pasajera,  de  algunas  electricesen  las 
listas  de  los  distritos. 

Al  tratar  esta  cuestión ,  recordamos  un  suceso  á  que  no  sin  motivo  se 
ha  atribuido  una  importancia  superior  á  la  que  en  apariencia  tiene  ;  nos 
referimos  al  baile  dado  en  Constantinopla  por  el  Virej  de  Egipto,  y 
al  cual,  con  escándalo  de  los  musulmanes  extrictos,  han  concurrido  las 
mujeres  del  Virey  y  las  de  los  altos  dignatarios  turcos ,  presentándose 
sin  velo  á  los  ojos  de  los  hombres,  conversando  y  mezclándose  con  ellos, 
contra  la  expresa  prohibición  del  Corám,  que  no  consiente  esas  libertades 
al  bello  sexo.  Muchos  ven  en  esto  un  signo  de  los  progresos  de  la  sociedad 
musulmana ,  pero  como  tales  adelantos  están  en  abierta  contradicción  con 
sus  leyes  civiles  y  religiosas ,  es  imposible  que  sin  una  profunda  revolución 
se  operen  los  cambios  que  son  menester  para  que  los  pueblos  que  aún  viven 
bajo  la  religión  de  Mahoma  ,  entren  por  el  camino  de  la  civilización  mo- 
derna. La  falta  de  fe  en  las  prescripciones  alcoránicas,  sólo  es  síntoma  de 
la  decadencia  de  la  civilización  á  que  sirvieron  de  base ,  hallándose  Tur- 
quía y  Egipto  en  la  misma  situación  en  que  se  hallaba  Roma  cuando  se 
reían  de  sí  mismo  los  augures  al  encontrarse  frente  á  frente  revestidos  con 
las  insignias  de  su  ministerio  sacerdotal ;  pero,  como  se  sabe,  las  clases 
elevadas  eran  las  únicas  que  participaban  de  ese  espíritu.  En  Roma ,  lo 
mismo  que  en  Turquía  y  en  otras  parles  ,  la  ignorancia  ha  sido  y  es 
compañera  inseparable  del  fanatismo. 

A.  M.  Fabié. 


NOTICIAS  LITEEARIAS. 


La  libertad  de  pensae  y  el  catolicismo,  por  D.  José  Lorenzo  Figueroa. 
Obra  recomendada  por  la  Real  A  cademia  de  Ciencias  Morales  y  Políticas. 
Madrid  de  1868. 

Aún  no  se  habia  publicado  este  libro,  y  ja  era  objeto  de  las  con- 
versaciones de  los  hombres  de  letras  j  de  los  políticos ,  por  ciertos  su- 
cesos á  que  habia  dado  lugar  en  el  seno  de  la  Academia  de  Ciencias 
Morales  j  Políticas ,  á  cu  jo  competente  fallo  habia  sido  sometida  la  obra 
por  el  Gobierno  de  S.  M. ,  en  virtud  de  Eeal  orden  de  9  de  Octubre 
de  1867.  Esta  corporación  respetable  evacuó  su  informe ,  que  suscriben 
los  Sres.  Arrazola  j  Gómez  de  la  Sema,  en  los  términos  más  favo- 
rables j  laudatorios  para  el  Sr.  Figueroa ,  j  parece  que  no  estando  con- 
forme con  ellos  el  Académico  de  Número  Sr.  D.  Cándido  Nocedal, 
llevó  su  alto  desagrado  del  informe  ,  de  los  Académicos  j  de  la  Academia, 
en  cu  JO  nombre  se  daba ,  hasta  el  punto  de  renunciar  pública  j  solemne- 
mente su  cargo ,  cosa  tanto  más  notable,  cuanto  que  jamás  se  habia  visto 
otra  semejante,  j  tan  poco  motivada  j  extraordinaria,  cuanto  que  apenas 
habrá  una  cuestión  literaria,  científica  ó  meramente  de  conducta  de  las 
que  se  pueden  suscitar  en  el  seno  de  las  Academias ,  sobre  la  cual  estén 
enteramente  de  acuerdo  todos  sus  individuos ,  que  no  por  eso  aban- 
donan el  puesto,  á  que  se  suele  llegar  por  grandiosísimos  merecimientos, 
después  de  muchos  años  de  estudio ,  j  dónde  se  pueden  prestar  servi- 
cios de  la  major  importancia  á  la  Nación,  contribujendo  á  su  progreso 
en  el  orden  intelectual,  que  es  base  j  estímulo  de  todos  los  demás  ade- 
lantos. 

Era  por  tanto  de  creer,  que  el  libro  del  Sr.  Figueroa  contuviese  errores 


NOTICIAS  LITERARIAS.  663 

perniciosos  y  máximas  contrarias  á  las  que  predica  en  la  tribuna  y  en 
la  prensa  el  Sr.  Nocedal,  supuesto  que  el  insigne  Académico  se  habia 
visto  obligado  á  separarse  de  sus  compañeros  para  no  tener  ni  aun  asomo 
de  responsabilidad  con  motivo  de  la  aprobación  dada  á  esta  obra  por  la 
Academia,  de  que  basta  entonces  habia  sido  miembro.  Aimque  todos  los 
demás,  y  principalmente  el  Sr.  Arrazola,  [su  Presidente,  tienen  dadas 
pruebas  repetidísimas  de  su  ortodoxia  católica,  llegó  á  suponerse  que, 
arrastrado  el  Sr.  Figueroa  por  el  espíritu  de  escuela,  y  dados  sus  antece- 
dentes liberales ,  habria  dicho  algo  que  no  se  ajustase  completamente  á 
los  principios  y  á  las  reglas  de  la  Iglesia,  cosa  muj  fácil  tratándose  de 
asunto  tan  arduo  y  resbaladizo  como  la  libertad  de  pensar ,  sus  límites  y 
condiciones.  Grande  ha  sido,  por  tanto,  nuestra  sorpresa  y  la  del  públi- 
co, cuando  aun  sin  pasat  de  la  primera  página  del  libro ,  y  por  lo  tanto 
sin  conocer  todavía  sus  piadosas  y  católicas  doctrinas,  leímos  el  si_ 
guíente  dictamen  del  Censor  Eclesiástico:  «He  examinado  la  obra  que  V.  S, 
»se  ha  servido  remitirme  para  su  censura ,  titulada  Jm  libertad  de  pensar 
»y  el  catolicismo,  escrita  por  el  Sr.  D.  José  Lorenzo  Figueroa,  y  lejos  de 
«encontrar  en  ella  cosa  alguna  contraria  al  dogma  católico  y  sana  moral, 
)>la  juzgo  digna  de  que  V.  S.  le  conceda  la  licencia  para  su  publicación. — 
«Dios  guarde  á  V.  S.  muchos  años.  Madrid  18  de  Majo  de  1868. — Anto- 
»nío  Zarandona ,  Presbítero. » 

Muchos  de  nuestros  lectores  no  ignorarán  que  el  P.  Zarandona  ha  «ido 
ó  es  Prepósito  de  la  Compañía  de  Jesús  en  esta  Corte ,  y  sí  no  ha  tenido 
ó  tiene  este  cargo,  porque  no  exista  actualmente,  cosa  que  ignoramos,  la 
organización  conventual  de  esta  Orden  en  Madrid ,  es  quizá  el  individuo 
de  mayor  autoridad  que  tiene  aquí  la  Compañía,  y  el  que  la  representa  en 
sus  relaciones  con  el  Gobierno.  Pues  bien;  el  P.  Zarandona,  que  por  tantos 
motivos  ofrece  las  mayores  garantías  de  saber  y  de  pureza  de  doctrinas,  no 
sólo  aprueba,  sino  que  aplaude  la  obra  del  Sr.  Figueroa,  pues  la  juzga 
digna  de  que  la  autoridad  eclesiástica  conceda  licencia  para  su  publicación. 
¿Cómo  puede  explicarse  que  el  Sr.  Nocedal  desapruebe,  en  los  términos 
estrepitosos  que  lo  ha  hecho,  lo  que  aprueba  y  aplaude  el  venerable 
Teólogo  de  la  Compañía  de  Jesús?  Misterio  es  este  que  no  acertamos 
á  penetrar,  y  que  tal  vez  explique  algún  día  el  elocuente  orador  de  la 
secta  neocatólica ,  revelándolos  tesoros,  hasta  ahora  ocultos,  de  su  sa- 
ber teológico ,  filosófico  y  aun  histórico ;  tesoros  que  no  serán ,  cierta- 
mente ,  como  los  que  ostentó  en  una  ocasión  notable ,  en  la  que ,  discu- 
tiendo con  el  Sr.  Cánovas  del  Castillo  sobre  lo  que  pasó  en  las  Cortes  de 
la  Coruña  de  1520  con  los  Procuradores  de  Toledo,  confundió  á  éstos  con 
los  Embajadores  de  dicha  ciudad,  y  se  olvidó  ó  no  supo  que  D.  Pedro 
Lasso  y  D.  Alonso  Suarez  eran  los  verdaderos  Procuradores  elegidos  por 
Toledo ,  los  cuales  no  llegaron  á  tomar  asiento   en   las   Cortes ,  porque 


664  NOTICIAS  LITERARIAS, 

el  mal  aconsejado  Carlos  V  no  lo  consintió ,  á  causa  de  la  limitación  de 
sus  poderes  (1). 

Pasando  de  estas  consideraciones  á  las  que  más  especialmente  se  refie- 
ren al  libro  del  Sr.  Figueroa ,  diremos  que  éste  declara  desde  el  principio 
de  su  obra  que ,  admitiendo  un  orden  sobrenatural ,  no  discute  con  los  que 
lo  niegan ,  y  más  adelante  afirma ,  que  siendo  la  revelación  que  consti- 
tuye la  base  de  la  doctrina  católica ,  la  expresión  inconcusa  de  ese  orden 
sobrenatural ,  sirven  de  punto  de  partida  y  de  limite  á  todas  sus  teorías 
^los  dogmas  de  la  Iglesia  fundada  por  Jesucristo ,  con  la  organización  y 
circunstancias  que  actualmente  tiene.  Apoyado  en  tales  bases  y  prin 
cipios ,  impugna  el  Sr.  Figueroa  á  los  que  sostienen  la  libertad  absoluta 
del  pensamiento,  y  principalmente  á  M.  Emile  Girardin  contra  quien 
escribe  varios  capítulos ,  haciendo  especial  mencñon  de  sus  ideas ,  y  con- 
tradiciéndolas  en  diferentes  pasajes  de  los  demás ;  de  tal  manera ,  que  el 
libro  que  rápidamente  examinamos ,  parece  inspirado  por  el  deseo  de  refu- 
tar y  combatir  el  que  hace  pocos  años  publicó  el  escritor  francés  con  el 
título  de  Los  derechos  del  pensamiento. 

El  problema  científico ,  que  consiste  en  determinar  la  esfera  de  acción 
del  pensamiento  es  tan  difícil ,  como  que  para  resolverle  se  necesitan  tener 
previamente  resueltos  todos  los  que  abarca  la  metafísica  y  la  psicología. 
En  este  terreno  disentimos  completamente  del  autor ,  cuyas  doctrinas  filo- 
sóficas ,  en  cuanto  pueden  inferirse  del  espíritu  general  de  la  obra  y  áan 
de  la  declaración  explícita  que  hace  en  las  páginas  30  y  31 ,  se  acercan  á 
las  profesadas  por  la  escuela  escocesa ,  y  principalmente  por  su  último  y 
más  ilustre  representante,  Dugald-Stecwart;  sistema  filosófico  que  sólo 
tiene  ya  valor  histórico,  y  que,  juzgado  definitivamente  por  la  ciencia, 
no  cuenta ,  que  sepamos ,  ni  aun  en  el  Reino-Unido ,  ningún  defensor  nota- 
ble. El  método  experimental  é  inductivo,  que  preconizado  por  Bacon  ha 
sido  origen  de  esta  y  de  otras  escuelas  filosóficas  que  han  tenido  su  prin- 
cipal asiento  en  Inglaterra,  ha  engendrado  consecuencias  que  se  apartan 
mucho  de  los  principios  y  doctrinas  de  la  escuela  escocesa ,  y  ni  Mili ,  ni 
Buckle  tienen  hoy  en  sus  concepciones  filosóficas  casi  nada  de  común  con 
el  autor  del  Bosquejo  de  la  filosofía  moral  y  de  los  Ensayos  filosóficos. 

El  error  fundamental  que  se  descubre  en  la  base  psicológica  del  libro  del 
Sr.  Figueroa,  así  como  en  toda  la  filosofía  escocesa,  consiste  en  olvidar  que 
el  espíritu  humano  es  uno  y  entero,  y  que  por  consiguiente  no  se  puede 
suponer  contradicción  irreductible  entre  sus  manifestaciones.  El  pensar  es 
la  esencia  del  espíritu ,  y  suponer  que  es  independiente  del  pensamiento  la 
conciencia ,  es  tan  absurdo  como  admitir  que  la  noción  de  la  cantidad  y 

(i)  Sandoval,  Historia  del  Emperador  Carlos  V,  edición  de  Pamplona  de  1634. 
Libro  5.°,  par.  XI  y  siguientes. 


NOTICIAS   LITERARIAS.  665 

la  del  bien  tienen  distinto  origen ,  cuando  es  evidente  que  ambas  son 
producto  del  pensamiento,  j  por  tanto,  la  moral  y  las  matemáticas, 
aunque  diversas,  son  bijas  de  un  solo  y  mismo  espíritu,  que  concibe  y 
desenvuelve  ideas  diferentes ,  ó  por  mejor  decir ,  manifestaciones  distintas 
de  la  idea.  De  aquí  se  deduce  que  el  pensamiento  no  se  limita  por  la  idea 
del  bien ,  como  no  se  limita  por  la  de  cantidad  ni  por  ninguna  otra ,  por- 
que todas  ellas  forman  su  contenido  j  caben  ampliamente  en  la  esfera  de 
su  jurisdicción  propia. 

Otro  punto  que  nos  parece  inaceptable ,  porque  además  de  ser  inexacto, 
introduce  una  confusión  grandísima  en  esta  materia,  es  la  manera  de  con- 
cebir la  libertad  que  tiene  el  Sr.  Figueroa.  La  libertad  es  ley  del  es- 
píritu como  la  fatalidad  lo  es  de  la  materia,  y  justamente  porque  el 
espíritu  es  libre ,  el  pecado ,  el  delito  y  el  error  son  posibles.  Si  el  bien  y 
la  verdad  fuesen  límites  del  pensamiento ,  el  hombre  no  tendría  libertad, 
supuesto  que  había  de  obedecer  fatal  y  necesariamente  á  uno  y  otra. 
Como  no  sucede  así ,  el  hombre  puede  huir  el  bien  y  desconocer  la  ver- 
dad, incurriendo  entonces  en  el  error  y  en  el  pecado.  Cuando  huje  del 
bien ,  nace  la  responsabilidad ,  que  es  la  garantía  de  sus  acciones ,  pero  la 
responsabilidad  no  es  limitación ,  sino  consecuencia  del  ejercicio  de  la  li- 
bertad humana. 

Al  entrar  el  hombre  en  la  esfera  de  la  vida  exterior  para  realizar  sus 
fines  individuales  y  colectivos ,  aparece  la  noción  del  derecho  y  con  ella 
la  institución  social  encargada  de  hacer  efectiva  la  responsabilidad,  que 
es  consecuencia  del  libre  albedrío.  A  este  propósito,  el  Estado,  que  es 
esa  institución ,  tiene  y  no  puede  menos  de  tener  facultades  coercitivas 
cuja  legitimidad  está  fundada  en  su  misma  esencia ,  en  su  noción  funda- 
mental. Aunque  la  regla  á  que  debe  obedecer  el  poder  público  en  el  uso 
de  esas  facultades  es  fácil  de  sentar  teóricamente  y  consiste  en  que  sólo 
lo  que  es  exterior,  y  por  lo  tanto  apreciable,  cae  bajo  su  jurisdicción 
propia;  en  el  terreno  práctico  es  muj  difícil  y  tiene  que  ser  muy  varia  la 
manera  de  aplicar  este  principio.  El  Sr.  Figueroa  condena,  como  todos 
los  defensores  de  la  escuela  liberal,  la  previa  censura,  que  es  simplemente 
la  negación  absoluta  del  ejercicio  de  la  libertad  en  la  emisión  del  pensa- 
miento ,  y  que  equivaldría  á  la  prisión  perpetua  de  todo  el  género  humano 
para  evitar  las  consecuencias  del  abuso  posible  de  la  libertad  en  el  terreno 
de  las  acciones  materiales;  mas  por  una  inconsecuencia  inexplicable  y 
como  por  vía  de  ecepcion ,  acepta  la  previa  recogida ,  que  no  es  posible 
humanamente  que  se  verifique  sino  examinando  y  censurando  el  pensa- 
miento escrito  antes  de  que  se  comunique  y  propale. 

Por  lo  demás ,  nosotros  creemos  que  el  pensamiento ,  aunque  esencial- 
mente libre ,  no  es  impecable ,  y  en  nuestra  opinión ,  las  doctrinas  inge- 
niosas y  paradójicas  de  M.  de  Girardin  no  merecían  una  refutación  tan 

TOMO  ni.  43 


666  NOTICIAS  LITERABIAS. 

extensa  y  prolija  como  la  que  hace  de  ellas  el  Sr.  Figueroa ;  pero  la  difi- 
cultad práctica  de  esta  cuestión  consiste  en  determinar  la  índole  de  los 
delitos  á  que  puede  dar  origen  la  libertad  del  pensamiento ,  la  manera 
de  probarlos  y  las  penas  que  deben  aplicárseles.  Por  de  pronto  hay  que 
establecer  como  principio  fundamental ,  que  el  error  no  es  ni  puede  nunca 
ser  delito ,  y  que  éste  sólo  tiene  lugar  cuando  deliberada  é  intencionalmente 
se  difunde  y  propala  lo  que  es  contrario  á  la  moral  y  al  derecho.  Como 
el  que  se  dirije  al  público  para  manifestar  y  extender  sus  ideas  lo 
hace  de  ordinario  movido  por  un  convencimiento  profundo  y  sincero ,  de 
aquí  que  se  haya  establecido  por  algunos  tratadistas,  como  regla  práctica, 
que  en  los  delitos  de  imprenta  hay  que  probar  la  intención  criminal  que 
en  los  demás  delitos  se  da  siempre  por  supuesta  y  establecida ,  y  que  sólo 
cede  ante  la  prueba  en  contrario. 

Esta  consideración ,  por  cierto  con  gran  sorpresa ,  hemos  visto  que  no 
detiene  al  Sr.  Figueroa  en  la  concepción  y  desarrollo  de  su  sistema ,  en 
el  cual  se  confunde  de  un  modo  peligroso  el  error  con  el  delito ,  estable- 
ciendo para  el  primero  la  misma  responsabilidad  y  la  misma  sanción  que 
para  el  segundo.  En  esta  materia  va  tan  lejos  y  por  tan  mal  camino  el  au- 
tor ,  que  deja  entender  que  es  digna  de  represión  y  de  castigo  la  doctrina 
que  sobre  la  organización  de  la  familia  expone  Platón  en  su  admirable  li- 
bro de  República ,  sin  tener  presente  que  los  errores  que  en  esta  y  otras 
materias  comete  el  ilustre  discípulo  de  Sócrates  no  son  ni  pueden  cons- 
tituir delitos ,  porque  procedían  de  la  intención  más  pura ,  y  hubiera  sido 
un  espectáculo  que  hubiese  indignado  á  todos  los  espíritus  rectos ,  ver  en 
nuestros  dias  al  hijo  de  Aristón  arrastrando  la  cadena  del  presidiario  por 
haber  defendido,  con  error  sin  duda,  la  comunidad  de  las  mujeres  en  la  cla- 
se de  los  guerreros  de  su  república  ideal ,  sin  que  le  sirviera  de  escusa  su 
inocencia  ni  el  mérito  de  haber  revelado  las  ideas  y  doctrinas  más  profun- 
das y  sanas  en  materia  de  moral  y  de  derecho :  de  este  modo  se  hubiera 
declarado  merecedora  de  castigo  la  obra  que  ha  logrado  alcanzar  gloria 
universal  é  inextinguible.  Por  fortuna  los  atenienses  no  consideraron  estas 
cosas  como  el  Sr.  Figueroa ,  y  no  se  dio  con  el  discípulo  el  caso  lamenta- 
ble que  tuvo  lugar  con  su  maestro,  acusado  y  condenado  por  el  crimen  de 
introducir  nuevos  dioses ,  esto  es ,  por  haber  llegado  con  su  razón  á  en- 
trever la  verdad  fundamental  de  toda  ciencia  y  de  toda  religión ,  el  mo- 
noteísmo. Considere  el  Sr.  Figueroa  cuan  peligroso  y  cuan  profundamente 
inmoral  es  que  se  tengan  por  delincuentes  los  que  luego  la  huma- 
nidad reconoce  como  reveladores  y  mártires  de  las  verdades  más  altas  y 
más  profundas,  como  héroes  de  la  gran  epopeya  que  ha  de  abarcar  toda  la 
serie  de  los  siglos. 

Los  fundamentos  de  todas  las  doctrinas  que  defiende  en  materia  de  li- 
bertad de  pensar  el  Señor  Figueroa  son  las  ideas  que  tiene ,  erróneas  en 


NOTICIAS  LITERARIAS.  667 

nuestra  opinión ,  acerca  de  la  naturaleza  de  la  ciencia,  de  su  lej  progre- 
siva ,  de  su  extensión  y  de  sus  medios.  El  Sr.  Figueroa  cree  que  en  la 
metafísica  no  haj  progreso ,  que  el  error  de  ajer  es  la  verdad  de  lio j ,  j 
la  verdad  de  hoy  el  error  de  mañana ,  y  esto  nos  maravilla ,  tanto  más , 
cuanto  que  mostrándose  en  alguna  parte  del  libro  admirador  y  partidario 
de  las  ideas  de  M.  Coussin ,  debia  recordar  que,  según  este  autor,  en  la 
evolución  de  los  sistemas  filosóficos,  como  en  la  evolución  de  la  historia , 
hay  verdadero  adelanto ,  y  que  asi  como  Vico  se  engañó  cuando  afirma- 
ba que  la  humanidad,  lo  mismo  que  el  hombre,  atraviesa  los  períodos  de 
la  infancia,  de  la  adolescencia,  de  la  virilidad  y  de  la  decrepitud, 
volviendo  después  á  recorrer  la  misma  serie  de  términos ;  así  también 
se  equivocan  los  que  piensan  que  la  filosofía  en  su  acepción  más  lata  y 
elevada  no  hace  más  que  girar  eternamente  en  el  círculo  que  forman  el 
sensualismo,  el  espiritualismo  y  el  excepticismo ,  porque,  en  cada  nueva 
evolución,  los  sistemas  se  presentan  más  desenvueltos  y  comprensivos;  el 
punto  de  vista  parcial  que  les  sirve  de  base  está  mejor  estudiado  y  com- 
prendido ,  y  aún  se  modifica  de  tal  manera ,  que  ya  no  puede  designarse 
sin  inexactitud  con  los  mismos  nombres.  ¿Qué  diferencia  no  hay,  por 
ejemplo,  entre  el  sensualismo  de  Epicuro  y  el  de  Locke?  ¿y  á  cuánta  dis- 
tancia no  ha  quedado  el  autor  del  Ensayo  sobre  el  entendimiento  humano 
de  los  modernos  positivistas?  En  el  camino  laborioso  de  la  ciencia,  y 
la  ciencia  presupone  la  metafísica ,  hay  progreso  más  evidente  que  en 
ninguna  otra  esfera  de  la  vida  social ;  mejor  dicho ,  todos  los  adelantos 
que  observamos  en  la  historia,  y  que  no  negará  el  ánimo  más  apasionado, 
se  fundan  en  los  progresos  de  las  ciencias,  no  ya  de  las  que  tienen  por  ob- 
jeto el  conocimiento  del  mundo  finito ,  sino  de  las  que  tratan  del  espíritu. 
Justamente  son  en  estas  los  progresos  más  notorios  y  trascendentales,  como 
lo  prueba  el  desarrollo  del  derecho  en  todos  sus  ramos  y  particularmente 
en  cuanto  se  refiere  á  las  relaciones  internacionales ,  á  la  organización 
política  de  los  estados,  y  á  la  definición  y  castigo  de  los  delitos,  especiali- 
dades de  la  ciencia  jurídica  cuyos  adelantos  no  creemos  que  haya  quien 
pueda  poner  en  duda.  Por  estas  y  otras  causas,  nosotros  no  exclamamos 
como  el  Sr.  Figueroa:  «¡La  ciencia!  ¿Qué  es  en  realidad  tratándose  de 
«los  misterios,  secretos  insondables  y  enigmas  de  la  vida?  Quimera ,  ilu- 
»sion,  sombras,  dudas,  fantasmas,  delirios,  nada.» 

Esta  conclusión  ecéptica  nos  aterraría  ó  nos  llevaría  al  misticismo  ab- 
soluto, no  menos  peligroso  que  la  doctrina  de  Pyrrho,y  al  que  vemos  que 
propende  el  Sr.  Figueroa ,  si  bien  todavía  concede  alguna  virtud  y  eficacia 
á  la  razón  individual,  sólo  para  las  cosas  que  caen  bajo  la  jurisdicción  de 
la  experiencia,  en  cuya  estrechísima  esfera  admite  que  puede  alguna  vez 
acertar,  no  llegando  á  la  desconsoladora  doctrina  de  Donoso,  que  combate 
en  el  cap.  XII  de  su  obra. 

* 


668  NOTICIAS   LITERARIAS. 

Expuestos  brevemente  y  con  sinceridad  algunos  de  los  varios  puntos  en 
que  disentimos  del  parecer  del  Sr.  Figueroa ,  nos  cumple  decir  que  el  libro 
está  escrito  con  facilidad,  aunque  no  con  gran  corrección  y  pureza  de  estilo, 
revelando  cierta  erudición  que  hace  agradable  su  lectura  porque  da  á  co- 
nocer para  combatirlas  ó  para  apojarse  en  ellas  las  doctrinas  de  muchos 
de  los  que  modernamente  han  escrito  sobre  la  libertad  de  pensar ,  aunque 
omite  las  de  otros  autores  que  tienen  hoy  gran  reputación  como  publicis- 
tas :  citaremos  por  via  de  ejemplo  á  M.  de  Beaussire  y  su  obra  titulada 
La  libertad  en  el  orden  intelectual  y  moral,  y  especialmente  La  libertad,  de 
Jhon  S.  Mili,  que  es  la  exposición  más  vigorosa  y  clara  de  las  doctrinas 
individualistas.  Por  lo  demás ,  y  en  cuanto  se  refiere  á  la  filosofía  propia- 
mente dicha ,  el  Sr.  Figueroa  parece  extraño  al  gran  movimiento  que  ha 
habido  en  esta  ciencia  desde  Kant  hasta  nuestros  dias ,  y  esto  es  de  la- 
mentar, pues  aunque  se  rechace  y  se  combata  cuanto  en  ese  magnífico 
período  se  ha  pensado  y  escrito,  no  es  posible  tratar  hoy  con  fruto  ciertas 
cuestiones  sin  conocerlo  profundamente. 


boletín  bibliográfico. 


ÍMPEESSiONS  OF  Spain  in  1866,  hy  Lady  Herhert.  London,  1867. 

La  autora  de  este  curioso  é  interesante  libro  es  una  bella  y  muy  principal 
señora  de  Inglaterra,  celebrada  en  la  alta  sociedad  británica  por  su  aristocrática 
hermosura  y  por  su  claro  ingenio.  Convertida,  pocos  años  h.á,  al  catolicismo, 
y  llena  del  más  puro  favor  religioso,  ha  venido  á  visitar  nuestro  país,  como 
quien  hace  una  romería  á  lugares  santos,  y  ha  escrito  y  piiblicado  después  el 
Hbro  de  que  vamos  á  dar  una  idea  ;  libro  elocuente  y  poético,  donde  se  hace 
el  más  brülante  panegírico  de  cuanto  hay  aun  en  España  de  tradicional  y  de 
antiguo ,  y  donde  se  condenan  y  deploran  con  sentidas  palabras  todas  las  in- 
novaciones. El  espíritu  de  todo  el  libro  está  resumido  en  estas  frases  con  que 
termina.  "Dejamos  á  España  con  el  mayor  pesar  y  con  la  más  viva  esperanza 
de  volver  á  visitarla  antes  que  la  llamada  marcha  de  la  civilización  haya  com- 
pletamente destruido  todo  lo  que  hay  de  hermoso ,  de  sencillo  y  de  caracterís- 
tico en  este  noble  pueblo.  ,i 

Algunas  cosas  tocantes  á  la  civilización  material  bien  quisiera  la  noble  Lady 
que  se  cambiaran  en  España;  y  casi  sin  querer,  á  pesar  de  su  fervor  ascético  y 
del  encomio  que  varias  veces  hace  de  la  mortificación  de  la  carne ,  deplora  que 
las  fondas  y  posadas  estén  tan  mal  entre  nosotros  que  no  haya  en  ellas  con- , 
fort,  ni  casi  nada  comible,  ni  potable.  También,  cuando  se  olvida  de  su  mis- 
ticismo y  de  su  amor  á  la  vida  contemplativa ,  se  lamenta  de  que  nosotros  imi- 
temos más  á  María  que  á  Marta,  y  de  que  todo  sea  tan  malo,  tan  primitivo  y 
tan  rudo. 

Fuera  de  estas  quejas,  que  disuenan  verdaderamente  en  boca  de  Lady  Her- 
bert,  en  lo  demás  nos  pone  por  las  nubes.  Se  diria  que  habla  áei  pueblo  es- 
cogido, de  la  nación  de  Dios,  de  algo  semejante,  en  las  edades  modernas, 
á  lo  que  fueron  los  judíos  en  las  antiguas.  Solo  critica  aquello  que  conspira  á 
destruir  este  modo  de  ser  nuestro,  á  civilizamos,  á  darnos  cierta  semejanza 
con  las  demás  naciones.  Contra  todo  esto  se  indigna  y  truena  la  hermosa  se- 
ñora. Su  ídolo,  su  autoridad,  su  guia  para  hablar  en  España,  es  Fernán- 
Caballero.  La  llama  la  Lady  Georgiana  Fullerton  de  España,  admirable  por 
su  gusto  refinado  y  por  sus  sentimientos  católicos.  Hablando  de  ella  dice: 
"Cuando  se  desea  excitarla  para  que  hable,  no  hay  más  que  tocar  la  cuestión 
de  la  fé  y  del  mal  llamado  progreso  de  su  país.  Entonces  toda  su  sangre  anda 
luza  hierve,  y  la  señora  declama  horas  enteras,  en  términos  nada  mesurados, 
contra  la  expoliación  de  los  conventos,  aquellos  centros  de  educación  y  de  ver- 
dadera civilización  en  las  aldeas  y  distritos  rurales;  contra  la  introducción  de 
escuelas  sin  religión  y  colegios  sin  fé:  y  contra  la  propagación  de  opiniones 
impías  por  medio  de  la  literatura  moderna,  m 

Otro  grande  objeto  de  admiración  y  de  veneración  para  Lady  Herbert  es 
Monseñor  Claret ,  Arzobispo  de  Cviba  y  Confesor  de  S.  M.  la  Eeina.  Supone 
que  es  continuamente  blanco  de  injustas  acusaciones ;  pero  nos  parece  que 
Milady  exajera  ó  está  mal  informada.  La  generalidad  de  los  españoles,  aun 
los  más  liberalescos,  no  han  puesto  jamás  en  duda  la  buena  fé,  la  piedad  pro- 
funda y  la  fervorosa  caridad  cristiana  del  citado  famoso  personaje.  "A  veces, 
dice  nuestra  autora,  predica  cinco  sermones  en  un  dia:  su  vida  es  un  perpé- 


670  boletín  bibliográfico. 

tuo  ayuno;  y  cuando  por  su  posición  se  vé  obligado  á  comer  en  Palacio ,  no 
come  más  que  unos  garbanzos."  Todo  esto  lo  creemos  y  lo  celebramos  infinito. 
En  lo  único  en  que  discrepamos  un  poco  de  la  opinión  de  Lady  Herbert  es 
en  evaluar  los  méritos  literarios  de  Monseñor  Claret.  Lady  Herbert  halla  que 
su  obra  titulada  Camino  recto  y  seguro  para  llegar  al  Cielo,  compite  con  la 
Imitación  de  Cristo,  y  nosotros  no  nos  atrevemos  á  creer  que  raye  tan  alto. 
Por  lo  demás  no  hay  más  que  decir  sino  muchísimas  alabanzas. 

Lady  Herbert  estuvo  en  Madrid  recomendada  al  Nuncio  de  su  Santidad, 
Monseñor  Barilli,  de  quien  habla  también  con  grande  entusiasmo.  Es  de 
lamentar  que  no  conociese  á  los  Sres.  Catalina,  Nocedal  y  Tejado.  ¡Cómo 
los  elogiarla  si  los  hubiese  conocido !  i  Estos  si  que  quieren  conservar  nuestra 
sencillez  primitiva,  de  que  Milady  es  tan  apasionada!  En  cambio,  y  lo  deci- 
mos aquí  porque  entre  los  devotos  no  caben  celos  ni  envidias,  Milady  elogia 
en  extremo  á  D.  León  Carbonero  y  Sol ,  y.  encarece  el  inmenso  bien  que  ha  he- 
cho su  Revista  titulada  La  Cruz. 

Dejando  ahora  á  un  lado  todo  espíritu  de  partido,  no  podemos  menos  de 
complacernos  en  ciertos  elogios  que  Lady  Herbert  hace  del  pueblo  español ,  por 
calidades  que  están  en  su  ser,  aunque  ella  cree  qup  van  inseparablemente  uni- 
das á  otras ,  que  son  contrarias  á  la  civilización  moderna.  Elogia  á  los  españo- 
les ,  hasta  á  los  de  la  ínfima  plebe,  de  corteses,  de  afectuosos,  de  hospitalarios 
de  desinteresados  y  hasta  de  limpios.  La  hermosura  de  nuestras  mujeres  la  ex- 
tasía. Acusa  á  su  nación  de  que  en  ella  se  cometen  numerosos  y  frecuentes  in- 
fanticidios ,  y  afirma  que  en  España ,  como  es  la  verdad ,  no  se  cometen  ó  son 
sumamente  raros.  Dice  que  en  las  relaciones  y  en  el  trato  lá  gente  baja  en 
Inglaterra  es  grosera  y  brutal,  mientras  que  en  España  es  pulida,  benévola  y 
suave.  En  suma,  se  diria  que  Lady  Herbert  quiere  vindicarnos  de  las  muchas 
ofensas  que  en  libros  y  periódicos  se  prodigan  de  continuo  á  España  por.  los 
ingleses. 

Las  descripciones  que  hace  de  nuestros  monumentos  no  pueden  ser  más  en- 
tusiastas. Nuestros  pintores,  Murillo  sobre  todo,  le  parecen  los  primeros  del 
mundo.  Lady  Herbert  describe  las  curiosidades ,  museos ,  monumentos  y  an- 
tiguallas de  las  ciudades  de  Sevilla,  Córdoba,  Granada,  Madrid,  Valladolid, 
Salamanca,  Burgos,  Zaragoza,  Zamora,  Toledo,  Guadalajara  y  Segovia,  por 
donde  ha  peregrinado. 

Milady,  que  es  muy  devota  de  Santa  Teresa,  ha  visitado,  con  permiso  de  los 
Arzobispos  y  Obispos,  á  quienes  desde  Roma  venia  recomendada,  todos  los 
conventos  de  monjas  carmelitas.  Ha  visitado  también  todos  los  estableci- 
mientos de  caridad ,  de  los  cuales  hace  los  más  encarecidos  elogios,  asi  como 
de  la  caridad  singular  de  algunas  damas  españolas.  Entre  estas  á  quien  mere- 
cidamente celebra  más,  viendo  en  ella  con  razón  á  una  santa,  á  un  dechado  de 
todas  las  excelencias ,  y  de  todas  las  virtudes ,  y  de  todas  las  dulces  y  nobles 

Í)rendas  que  son  el  adorno  y  la  gloria  del  corazón  de  la  mujer,  es  á  la  Exce- 
entísima  Sra.  D.^  T.  Gr.  de  H,  de  Málaga,  cuyo  nombre  apenas  si  nos  atreve- 
mos á  indicar  aquí  por  las  iniciales,  temerosos  de  ofender  la  modestia  y  la 
evangélica  humildad  de  quien  la  lleva. 

En  suma,  el  elegante  y  precioso  libro  de  que  hablamos,  magníficamente  im- 
preso y  adornado  con  hermosas  estampas,  no  puede  ser  más  lisonjero  para 
nosotros.  Hasta  para  las  corridas  de  toros  halla  disculpa  la  autora  con  tal  que 
se  modifiquen ,  y  no  mueran  los  caballos. 

No  hay  que  decir  que  convenimos  en  todo  con  quien  tanto  nos  elogia.  Sólo 
no  convenimos  en  esa  especie  de  incompatibilidad  que  cree  ver  entre  lo  bueno 
que  hay  y  hubo  en  España  y  lo  bueno  que  una  mayor  cultura  y  el  ponernos 
en  la  corriente  de  la  moderna  civilización  puede  traer  consigo. 

Director  y  Editor,  José  L.  Albakeda. 


th>ooii*fIa  Di.  GREGORIO  ESTRADA,  calle  de  la  Hiedra,  K  Y  7,    Madrid. 


ÍNDICE  DE  LOS  ARTÍCULOS  DEL  TOMO  IIL 


]Vúm.  9." 

Páginas. 

L  a  Prise  de  DouUens  par  les  Espagnols  en  1595.  Piéees  contempo- 
raines  publiées  et  annotées  par  Archur  Demarsj :  por  D.  Pascual 

Gajangos 5 

Estudios  sobre  el  Gobierno  Parlamentario  en  la  teoría  y  en  la  prác- 
tica.— 11.    Monarquía  constitucional. — Gobierno  representativo, 

por  D.  Justo  Pela  JO  y  Cuesta 25 

El  Drama  Universal. — Poesía  por  I).  R.  Campoamor 54 

Instituciones  de  Crédito  Hipotecario  en  Alemania,  por  D.  Joaquín 

Carbonell 58 

Noticias  biográficas  del  insigne  poeta  sevillano  D.  Juan  de  Arguijo, 

por  D.  Cayetano  Alberto  de  la  Barrera  y  Leirado 79 

El  método  racional  y  el  método  empírico  en  las  ciencias  físicas  (con- 
tinuación) por  D.  José  Echegaray 90 

Cuentos  estrambóticos. — Cuento  1.°  Maese  Cornelio  Tácito,  por  don 

Antonio  Ros  de  Glano 102 

Memorias  de  un  coronel  retirado,  por  D.  Patricio  de  la  Escosura. . .     123 

Revista  política  interior,  por  D.  Juan  Valera 147 

ídem  id.  exterior,  por  D.  Antonio  María  Fabié 154 

Boletín  bibliográfico, 163 

IVixna..  lO. 

Roma  y  España  á  mediados  del  siglo  XVI. —Artículo  tercero,  por  don 
Antonio  Cánovas  del  Castillo 169 

El  Pescador. — A  una  joven  madre  en  la  pérdida  de  su  hijo. — Poesías, 
por  Doña  Gertrudis  Gómez  de  Avellaneda 240 

Recuerdos  de  Grecia ,  por  D.  Jacobo  Bermudez  de  Castro 246 

Instituciones  de  crédito  hipotecario  en  el  Sur  y  Occidente  de  Europa, 
por  D.  Joaquín  Carbonell é 264 


Piginas . 

Memorias  de  un  coronel  retirado,  por  D.  Patricio  de  la  Escosura. . .  293 

Revista  política  interior,  por  D.  J.  L.  Albareda 320 

ídem  id.  exterior,  por  D.  Antonio  María  Fabié , 325 

Noticias  literarias. — France  Nouvelle. — Prevots-Paradol 334 

Boletín  bibliog-ráfico 338 

IVúin.  11. 

El  dia  8  de  Setiembre  de  1855  en  el  sitio  de  Sebastopol. — Primera 

parte ,  por  D.  J.  López  Domínguez 345 

De  los  primeros  misioneros  en  nueva  España  y  carta  de  Fraj  Pedro 
de  Gante,  deudo  del  Emperador  Carlos  V,  por  D.  Francisco  Gon- 
zález Vera 378 

Un  invulnerable. — Boceto  de  una  novela,  por  D.  J.  L.  Albareda. . .  397 

Don  Francisco  de  Goja  y  Lucientes ,  por  D.  Antonio  Ferrer  del  Rio .  435 

La  Fé. — Poesía,  por  D.  Juan  Antonio  de  Viedma 459 

Memorias  de  un  coronel  retirado,  por  D.  Patricio  de  la  Escosura. . .  461 

Revista  política  interior,  por  D.  J.  L.  Albareda 480 

ídem  id.  exterior,  por  D.  Antonio  María  Fabié 487 

Noticias  literarias. — Felipe  II  y  la  liga  de  1571  contra  el  Turco,  del 

P.  Sánchez ,  por  F 495 

Boletin  bibliográfico .* 502 

IVúin.  13. 

La  propiedad  territorial  en  la  España  árabe ,  por  D.  Francisco  de 

Cárdenas 505 

El  dia  8  de  Setiembre  de  1855  en  el  sitio  de  Sebastopol. — Segunda 

parte ,  por  D.  J.  López  Domínguez 529 

A  Quintana. — Poesía,  por  D,  Gabriel  G.  Tassara 560 

Pan  y  toros  ,  por  D.  F.  Goicoerrotea 566 

El  origen  de  las  lenguas  según  los  escritores  españoles .  —Artículo 

primero,  por  D.  Antonio  María  Fabié 584 

Don  Julián  Romea  y  su  época  en  el  teatro,  por   D.  Antonio  Ferrer 

del  Rio 608 

Memorias  de  un  coronel  retirado,  por  D.  Patricio  de  la  Escosura. . .  628 

Revista  política  interior,  por  D.  J.  L.  Albareda 649 

ídem  id.  exterior,  por  D.  Antonio  María  Fabie 654 

Noticias  literarias. — Figueroa.  La  libertad  de  pensar  y  el  catoli- 
cismo   662 

Boletin  biblioo-ráfieo 669 


AP  Revista  de  España 

60 

t.3 


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